Procedencia de la imagen |
Eso le pasa a Marcial, un pastorcico de 14 años, huérfano, que vive en las montañas con su hermano, su perro Fetén y sus ovejas. Su sueño es viajar a América. Fue un pastor, Rodrigo Ojopirri, querido como un padre, quien le metió la idea en la mollera. Ojopirri se fue a América y Marcial juró que él también lo haría. Tan obsesionado está, que le parece que el mapa de América del Sur formado por flores se dibuja ante los pies de un cedro escarlata, en el barranco de Castro, en un lugar en el que fusilaron a once republicanos del pueblo. Allí encuentra un anillo de oro con el nombre de Elisa, la esposa de uno de los muertos, Alberto, quien fue presidente del Ateneo. La visión de la hermosa mujer y las historias que de ella le cuenta Carmita, la novia de su hermano, sacuden las entrañas del zagal, quien fantaseará con llevarse a Elisa a América.
Pero estos no son los únicos descubrimientos de Marcial. En un paraje cercano al cedro ha encontrado una gruta, que se convertirá en su refugio, y allí un revólver y unos libros; entre ellos, El manual escarlata, un libro con fórmulas mágicas que entretiene a Marcial mientras cuida a las ovejas. Marcial pone en práctica algunas de esas recetas y, por fin, una noche dan su fruto: en medio de ese mapa americano descubre el contorno difuminado de unos hombres. Son los fusilados del barranco de Castro. Reconoce al maestro, a Alberto, el marido de Elisa, a Pepe Alba, al herrero...Marcial asiste todas las noches a estas apariciones que aún mostraban los agujeros causados por las balas y la mirada taciturna de los muertos.
Marcial se atreve a abordar a Elisa y a transmitirle sus conversaciones con el espectro de su marido. A partir de aquí, la vida del pastor se desborda. Las noticias de sus visiones llegan al pueblo, la relación con su hermano se vuelve tensa y tiene lugar otra aparición en el barranco -esta vez de un vivo- que alterará aún más la otrora sosegada vida del pastor.
Siempre me ha fascinado pensar en cómo se cuecen historias como estas en la cabeza de alguien. Me lo preguntaba esperando en la mercería Las Marujas de Molina de Segura a que el mercero y autor de este libro, Paco López Mengual, me firmara el ejemplar de El último barco a América que una querida amiga acababa de regalarme. El mercero vende botones y enhebra historias; no sé si urde las tramas de sus novelas mientras despacha carretes de hilo o cuando repasa los albaranes.
¿Será la mercería, o el dichoso meteorito que cayó en el pueblo en el XIX y al que culpan de que haya casi más escritores que lectores en Molina? El caso es que además de esta historia mágica, tierna y dura de Marcial, al mercero también se le ocurrió el disparate gamberro que es Maldito chino, una mezcla de esperpento de Valle y tebeos de Ibáñez que me hizo reír a carcajadas; o El mapa de un crimen, una novela basada en un hecho real que relata la obsesión del narrador por un crimen sucedido décadas atrás en su pueblo que su madre le relataba para entretenerle mientras le empujaba la tortilla francesa de la cena.
A mí ahora me da no sé qué ir a comprar a la mercería. Los ojos de Tita, la mercera de mi barrio, no me parecen los mismos. Tampoco me inspira confianza el ferretero; y del que vende el periódico, ni hablamos. Me parece que todos abducen de alguna manera a los que osamos traspasar los umbrales de sus negocios para extraernos los jugos y elaborar historias que a la vez nos mantienen retenidos en la dimensión maravillosa y fascinante de la fabulación. Maldito mercero.