Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

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domingo, 27 de octubre de 2024

379. Ker - Diosa de la muerte violenta II



El hijo de la lavandera
   Ana María Matute (España)

   Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia. Al niño de la lavandera un día le bañó su madre con el barreno, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.
(Los niños tontos, 1956)


Prohibición
   Óscar Castro García (Colombia)

   Hace muchos años, en un poblado de Ecuador, el alcalde prohibió morirse a sus habitantes; y parece que este mandato se cumplió al menos por trece días, al cabo de los cuales murió un hombre de ochenta y nueve años, por el que la familia tuvo que pagar al municipio una escandalosa suma de dinero como multa por incumplir el mandato de la alcaldía. Después de aquel desgraciado incidente nunca más alguien volvió a morir en el municipio.
   Una tarde el alcalde salió a averiguar por qué en su pueblo todos habían resultado tan obedientes y nadie había muerto, pero estando en esas averiguaciones, sufrió un infarto al miocardio fulminante antes de descubrir la verdad de que las familias ocultaban a sus muertos.
(Días sin nombre, 2024)


Desaparecidos
   Rubén Blades (Panamá)

Anoche escuché varias explosiones, tiros de escopeta y de revólveres, carros acelerados, frenos, gritos, eco de botas en la calle, toques de puerta, quejas, por dioses, platos rotos. Estaban dando la telenovela, por eso nadie miró pa’ fuera.
(«Desapariciones» en: Buscando América, 1984)


La tarasca
   Harold Kremer (Colombia)

   En el pueblo dicen que la tarasca nació de la imaginación de las mujeres.
Durante años dijeron a sus hijos: No salgan tarde en la noche que la tarasca ataca, la tarasca mata por placer, la tarasca mata sin motivos.
   Todos pensaban que era una broma pero los primeros muertos llegaron cuando ya nadie creía en ella. Luego aparecieron macheteados los familiares de Ancízar Marulanda y, poco después, fueron fusilados los campesinos de la vereda Altobonito. Hace un tiempo una mujer llegó corriendo al pueblo. Gritaba que sus dos hijos habían sido destrozados por una explosión que salió desde el fondo de la misma tierra. Luego aparecieron decenas y centenas de hombres y mujeres que contaban historias de muerte y de hambre.
   Los hombres del pueblo dicen que fue tanta la invención de las mujeres que lograron crear la tarasca de la nada.
   Ahora, todas las noches, las reúnen en el parque para obligarlas a imaginar su muerte.
(El combate, 2004)


Horizonte
   Alberto Hernández (Venezuela)

   «Era una ola gigante» —dijo Keiko.
   «Era una bestia de agua» —afirmó Toshiro.
   «Los que vieron todo ya no están» —añadió la muerte.
(Las nubes que pasan, 2014)


Calumnias
   Libardo Vargas Celemín (Colombia)

Adolf Hitler lloró largamente, después de haber leído el montón de libros escabrosos que lo señalaban como responsable de las asfixias masivas, las torturas y los campos apuntalados por redes eléctricas. Lloró de rabia ante la ignominiosa calumnia, ante la sevicia de sus detractores, pero por sobre todo, ante la estúpida ineficiencia de sus antiguos hombres de confianza al haber dejado sobrevivientes para que lo contaran todo.
 (Las estaciones del olvido, 1996)


Conjugación
   Ángel Olgoso (España)

Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.
(La máquina de languidecer, 2009)



domingo, 5 de abril de 2020

259. Ker - Diosa de la muerte violenta





   En la mitología griega, las Keres (en singular, Ker) eran espíritus femeninos de la muerte. En algunos textos, Ker es la diosa de la muerte violenta. Según Hesíodo, las Keres eran hijas de Nix y, como tales, hermanas del Destino (las Moiras), la Condenación (Moros), la Muerte (
Tánatos), el Sueño (Hipnos), la Discordia (Eris), la Vejez (Geras), la Venganza (Némesis), Caronte (el barquero) y otras personificaciones.
   Eran descritas como seres oscuros, con dientes y garras rechinantes, sedientas de sangre humana. Sobrevolaban el campo de batalla buscando hombres moribundos o heridos.




El niño que no sabía jugar
   Ana María Matute

   Había un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir y venir por los caminitos de tierra, con las manitos quietas, como caídas a los lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una sombra entre los ojos. “Si al niño le gustara jugar yo no tendría frío mirándole ir y venir”. Pero el padre decía, con alegría: “No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa”.
   Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.

(Los niños tontos)


El crimen
   Luis Esteban Patiño

   El primer muerto sintió vergüenza de que lo vieran muerto al borde del camino y pidió que lo cubrieran con una sábana. El segundo muerto sintió vergüenza de que lo vieran muerto al borde del camino y pidió que, por favor, lo cubrieran con una sábana. El tercer muerto también sintió vergüenza de que lo vieran muerto al borde del camino y suplicó que lo cubrieran con una sábana. El muerto N sintió vergüenza de que lo vieran muerto al borde del camino e imploró que lo cubrieran con una sábana… Pero las sábanas del pueblo se habían agotado.


Masacre en Bohemia
   Lydia Davis

   En la ciudad de Frydlant en Bohemia, donde la gente de todas formas es pálida como los fantasmas y se visten con oscuras ropas de invierno, una anciana no pudo sobrellevar más la inevitable caída en la indigencia y la desgracia, enloqueció y mató por lástima a su marido, sus dos hijos, y su hija, por rabia a sus vecinos de al lado y los vecinos del frente, que habían desdeñado a su familia, por venganza al almacenero por haberse negado a fiarle, y al de la casa de empeños, y a dos prestamistas, luego al conductor de un tranvía, a quien no conocía, y, finalmente, precipitándose con un largo cuchillo en la mano hacia la alcaldía, al joven alcalde y a uno de sus concejales, mientras estudiaban una enmienda.

(The Collected Stories of Lydia Davis)



[Sin título]
   Max Aub

   ¿Ustedes no han tenido nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

(Crímenes ejemplares)


Objetividad

   Gustavo Laverde Sánchez

   El periodista pidió unas tomas para su crónica: el mundo entero tenía derecho a conocer la verdad. El camarógrafo, hizo un paneo del lugar: una casita revestida con cal, con chimenea que dejaba escapar al cielo la invitación a un almuerzo fresco; unas vacas tranquilas, rumiando pasto intensamente verde, al lado de un jardín de flores multicolores; las gallinas picoteando por aquí y por allá; el riachuelo de fondo, agraciando el cuadro con su música natural…
   De pronto, ocurrió un accidente: el camarógrafo cayó sobre su aparato, echándolo todo a perder… tropezó con un campesino muerto.

(Cuentos cuadrados)



Carlo Giuliani, 23 años
   Carlos Patiño Millán

   Cien mil manifestantes contra veinte mil policías. Génova, Italia. Analistas consideran que el gobierno faltó a su promesa de evitar confrontaciones con grupos de activistas de la antiglobalización. Carlo Giuliani, 23 años, está en el piso. El carro de la policía pasa varias veces sobre su cuerpo. Giuliani intentó explotar un cilindro de gas. Tenía una capucha. Que no queda parte de su cuerpo reconocile. Que su familia reclame pedazos. La cabeza para ti, una mano para la tía Laura, la pierna izquierda para los amigos del colegio, el ombligo para la madre que lo parió.

(Segunda antología del cuento corto colombiano)


Nagasaky: estampa infinita
   Amparo Osorio

   Agosto 9, 1945.
   (11:00 AM) Ellos caminaban sonrientes asidos de la mano contemplando el nuevo florecimiento de los Nomeolvides.
   (11:05 AM) Un estremecimiento infernal separó sus manos y sus cuerpos.
   (11:20 AM) La sombra de alguno de los dos quedó estampada en los muros de la calle Mishagasha.
   (Siglo XXI) Los turistas admiran aquel extraño muro que les recuerda las antiquísimas cuevas de Altamira y se preguntan entre sonrisas y curiosas miradas cual será el nombre de tan maravilloso y desconocido artista.
(Segunda antología del cueto corto colombiano)