Hoy Alacrón nos ilustra sobre la vida con una fábula alacranosa o, lo que es lo mismo, un alacrán fabuloso:
Tras una cena indigesta
o un exceso de café
o un mal despertar de siesta,
un día la letra ge
se dio a acusar a la hache
sin compasión ni respeto
de que era un cachivache
sobrante en el alfabeto.
«Desde que estás a mi lado
―le reprendía macabra―
no me has dado ni un recado
ni te he oído una palabra.
Y hoy mi nobleza te impetra
una respuesta a esta duda:
¿para qué sirve una letra
cuya misión es ser muda?».
La letra hache, atufada,
repuso con ironía:
«¿Con que no sirvo de nada?
Pues si eres de más valía
y de nobleza sesuda,
hoy mi bajeza te aborda:
¿qué es mejor ser: hache muda
u oclusiva velar sorda?».
«¡Lo que es no saber callar!
¿Es que tu estulticia ignora
que, a más de sorda y velar,
también puedo ser sonora?
Sueno a veces como agita,
cogéis, gimiente o gitano,
y otras veces como guita,
gallo, goma, guerra o guano.
Podría erigirse un templo
a mi enorme utilidad
ponderando el buen ejemplo
que doy de pluralidad».
«¡Bravo por el pluriempleo!
―clamó la hache con sorna―.
Pero prefiero el trofeo
de ser la letra que adorna
nuestro idioma y lo emparenta
con el latín. Desde antiguos
tiempos mi grafía ahuyenta
significados ambiguos;
y dado que diferencio
la paridad de un vocablo
merced sólo a mi silencio,
mejor me callo y no hablo».
Estas palabras prudentes
de la hache son a fe
las que han de tener presentes
esos gallitos con ge
más sonora que un buhonero
que cacarean su inmundo
papel en el gallinero
o abecedario del mundo.