"La
práctica totalidad de las reformas importantes [del mercado de trabajo] han
tenido como objetivo la reducción del desempleo y de la temporalidad,
incidiendo para ello fundamentalmente en la regulación de los contratos de duración
determinada, en los procedimientos de
modificación de las condiciones
de trabajo y en la configuración del despido. Los datos de desempleo y de
temporalidad en 2012 corroboran, sin lugar a dudas, que el impacto del conjunto de medidas
anteriores en el plano
real, sobre el empleo ha sido escaso e incluso contraproducente.
La cultura empresarial de la
temporalidad, que se arraigó profundamente
gracias a la puerta que abrió la ley 12/1984 vinculando la temporalidad al fomento del empleo,
se ha mantenido intacta,
sólidamente convertida en la estrategia empresarial más recurrente para la gestión de los
costes sociales. Por otro lado,
las actuaciones reforzando la flexibilidad de salida no han obtenido el resultado que
explícitamente se esperaba de ellas: incentivar la contratación indefinida, coadyuvando en cambio a un aumento de la utilización de la
institución de los despidos improcedente
y objetivo, lo cual contribuye, sin duda, al crecimiento del desempleo.
Así, es inevitable reconocer que la
precariedad se ha convertido en
atributo del mercado de trabajo español. Las formas precarias de empleo han dejado de ser
atípicas para convertir a los
trabajos inestables y de mala calidad en la regla general. La erosión de los derechos laborales,
individuales pero también colectivos
y los malos resultados generales del mercado de trabajo, manteniéndose las cotas de desempleo,
indican que las medidas
flexibilizadoras, respecto de los contratos temporales, de las condiciones de trabajo y del
despido, no han funcionado.
Una gravísima involución social
[Se ha producido] una gravísima involución social en
cuanto a niveles de dignidad del trabajo, estabilidad y calidad laboral y
posibilidades de lucha colectiva de las y los trabajadores. En definitiva, se
trata de una involución de nuestro propio modo de vivir, tal y como lo hemos
entendido desde hace décadas.
La estrategia ya no tiene máscaras: por un lado se
acomete una profunda devaluación salarial, sobre salarios ya de facto en involución,
por la vía de la amputación de la capacidad colectiva de negociar el precio del
trabajo y por tanto de la individualización del trabajador frente al
empresario; por otro, se persigue un drástico ajuste de plantillas y la
efectiva la sumisión del trabajador, ya precarizado en cuanto a salario y
prestaciones sociales, bajo la continua amenaza del despido libre o poco
indemnizado, en una situación de desempleo masivo, empeorando además las
condiciones laborales de contratos clave para colectivos que requerirían especial
atención en su realidad laboral como son los jóvenes y las mujeres.
La reforma laboral impuesta por el Partido Popular es,
en sí, un abuso del poder ejecutivo que mediante el RDL 3/2012 socava el
principio de estabilidad en el empleo y protagoniza una auténtica refundación
de las bases y estructuras que conforman el sistema laboral, otorgando el
máximo rango a la voluntad del empresario y multiplicando su capacidad de
gestionar unilateralmente la vida del contrato de trabajo.
Con este contenido, es innegable que, en un escenario
caracterizado por la asimetría contractual, la desregulación del trabajo asalariado
significa la libertad absoluta para la parte económica más fuerte, el
empresario. En la práctica, el trabajador aceptará las condiciones impuestas por
éste, puesto que se encuentra en una situación de inferioridad y dependencia
que impide cualquier negociación de las condiciones contractuales.
Desde este punto de vista, puede concluirse que el RDL
3/2012 pone en cuestión el cuadro institucional del Derecho del Trabajo y
facilita la sobreexplotación de las trabajadoras y los trabajadores, abriendo
el camino a la implantación de condiciones extremadamente duras.
Derecho del Trabajo
El Derecho del Trabajo ha sido un instrumento decisivo
para humanizar las condiciones laborales de los que, careciendo de medios de
producción propios, devienen obligados a vender su fuerza de trabajo para
subsistir [...]
René Magritte: El hombre del periódico |
No ha neutralizado, ni pretendía hacerlo, el conflicto entre
capital y trabajo que se produce en el capitalismo, pero intentaba en sus
orígenes forzar una suerte de pacto y, de hecho, a lo largo de su
historia ha mitigado las fracturas sociales removiendo sus efectos más
indeseables y contribuyendo a la estabilidad de un sistema que,
desde su aparición, ha arruinado la vida de millones de
personas.
Tanto es así, que puede afirmarse sin la menor duda
que la democracia occidental se ha consolidado, entre otros
aspectos, porque la legislación social otorgaba a los trabajadores
un estatus de ciudadanía capaz de imponerse a las exigencias
del mercado, garantizando una existencia civil relativamente
soportable a la inmensa mayoría de la población.
Pero este derecho capitalista del trabajo, que no
nació de una voluntad tuitiva pero sí al menos de una necesidad de
equilibrar, en alguna medida, las relaciones capital-trabajo ha sido sobrepasado
en la actualidad por un derecho neoliberal del trabajo que rompe con todo pacto
anterior y con los principios constitucionales del Estado social
y nos devuelve al dominio del más fuerte".
Adoración Guamán Hernández y Héctor Illueca Ballester:
El
huracán neoliberal. Una reforma laboral contra el trabajo. Sequitur,
2012, págs. 90-91 y 185-187.