Mostrando entradas con la etiqueta algarrobo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta algarrobo. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de septiembre de 2022

Acuarelas septembrinas

   Estas son las acuarelas de este mes de septiembre. Poco salimos y hay que recurrir a pintar a partir de fotografías, casi todas propias, aunque algunas hay ajenas. Los temas son los de siempre, con algunas incursiones urbanas y arquitectónicas menos frecuentes que los árboles y los paisajes. La intención siempre es ir avanzando en síntesis, cosa difícil, mucho más que el detalle y la precisión. 
   Siempre hay cosas demás. No puede uno pretender recoger en una acuarela todo lo que hay, lo que se ve en la realidad. No se trata de eso. Si lo que queremos es transmitir una sensación, evocar u lugar o una pequeña parte de él, sugerir más que describir con detalle, hay que eliminar muchos elementos. Ni es necesario pintar todas las casas ni todos los árboles. Menos todas las ventanas, todas las ramas y no olvidar ninguna hoja. Lo que conseguiríamos así sería más abrumar y distraer que agradar y sugerir. El espectador tiene que poder aportar algo, no se le deben explicar los chistes. Y si con lo pintado es suficiente, todo lo demás no sólo sobra, sino que estorba.
   Decirlo es más fácil que hacerlo y renunciar al detalle, solucionar todo con manchas de color y menos dibujo y precisión, es un trabajo arduo que requiere más tiempo para pensar que para pintar. Uno a veces se siente satisfecho por hacer hoy cosas que antes no podíamos ni intentar. Algo hemos mejorado, avance consistente en una mayor capacidad para simplificar, para eliminar, para interpretar, que copiar es más fácil y no hay que confundir belleza o arte con paciencia. El caso es que uno se atreve a pintar escenas, paisajes y temas que antes no era capaz ni siquiera de intentar. Seguramente de paso hemos aprendido a que nuestra composición es una selección, un recorte de un trozo de la realidad, no necesariamente todo lo que hay, todo lo que vemos. Justo al contrario, un solo árbol y la sugerencia del paisaje que le rodea puede resultar más revelador y descriptivo que el paraje completo, a veces inmenso, metido en el papel con calzador, donde se asfixia, donde la vista se pierde y se dispersa entre tantos elementos no sabiendo qué es importante, dónde fijar la atención, qué camino seguir en el cuadro.
   Tal vez una de las claves para mí es que, como en todas estas acuarelas, hace tiempo que he renunciado a hacer un dibujo previo. Se pintan directamente con el pincel. Se gana en frescura y en espontaneidad lo que se pierde en precisión. Inevitablemente hay fallos de perspectiva, de tamaños, la composición a veces se resiente, hay ciertas incoherencias. Es el precio a pagar para si buscamos soltura y sugerencia. Que no siempre conseguimos, por cierto.
    El color, que antes era uno de los principales problemas, se va controlando. No es que lo dominemos, pero cada vez más nos acercamos a lo que queremos hacer, tras años de estudiar los pigmentos y sus mezclas. Seguramente si me hubiera limitado a una docena de colores la cosa hubiera sido más fácil, pero para mí se perdería uno de los principales encantos de esto, conocer los materiales y explorar las posibilidades de nuevos pigmentos y combinaciones.
   La luz siempre es esencial en la pintura, especialmente en la acuarela. Decía Charles Reid que en una acuarela siempre debía quedar alguna zona en blanco, la luz del papel sin pintar. Estudiando con atención las acuarelas de Laurentino Martí también se ve la importancia de esos blancos, que tienen sus peligros, pero que aportan la luz y el contraste que pueden hacer de una acuarela algo mejor. 
   Estas acuarelas están hechas con papeles, pinceles y pigmentos diferentes. Hay Garzapapel, Fabriano de grano grueso o fino y Arches de varias texturas. Pigmentos principalmente de Daniel Smith, aunque algunas se han pintado totalmente con Kremer, Rembrandt o White Nights. Salvo algunos colores que un ojo experto podría reconocer, al final uno ve que no hay demasiadas diferencias, que las mezclas, el color final, sale más de la cabeza que de la paleta. Desde luego, pueden ser decisivos, siempre hay que procurar utilizar lo mejor de lo que uno pueda disponer. Pero, después de tantas y tantas probaturas, uno concluye que lo que ha sido decisivo en esos intentos es conocer el color en general, la infinita gama que con pocos pigmentos se puede obtener. El peligro de disponer de tantos colores es la tentación de utilizar demasiados a la vez. Llegar a buscar un pigmento concreto que reproduzca el tono de lo que queremos pintar, en lugar de intentar llegar a él, lo más aproximadamente posible, a base de mezclar los pocos pigmentos con que decidimos pintar esa acuarela concreta. Más de seis o siete ya es excesivo, y casi siempre es suficiente con menos.
   Porque otra cosa que he aprendido es lo absurdo y contraproducente que resultaría intentar reproducir en el papel los colores que vemos en la realidad. Aquí aún hay que sintetizar más, unificar, entonar, armonizar. Y dejar a un lado, a menos que busquemos lo contrario, de qué color son las cosas. Casi siempre son más importantes los valores que los colores. Con una buena valoración tonal, los colores son algo secundario. El cielo es exactamente del color que nos parezca bien, como los troncos, las sombras o las paredes de las casas. El caso es que resulte armonioso, no hace falta que sea real, ni siquiera creíble. Las nubes son grises, o moradas, según nos convenga. Y la sombra sobre la hierba será un verde más oscuro, mezclado con azul, un azul violáceo o un gris azulado. Un color que, jugando con los complementarios, vaya bien al conjunto y, fundamental, que se haya obtenido con los colores que hemos utilizado para pintar lo demás. Nunca introducir un nuevo color para las sombras o para ningún otro elemento concreto.



 


jueves, 20 de diciembre de 2018

Árboles de diciembre. Paleta.

   Seguimos con los árboles, probando nuevas cosas y explorando como siempre formas, colores y texturas. Casi todas estas acuarelas se han hecho sobre papel satinado, tres buenos papeles de Saunders Waterford, como la primera, o Arches y Windsor & Newton. En una entrada anterior ya se comentó algo sobre ellos y sólo hay que matizar que me he reconciliado con el de Saunders, en cuya primera prueba se me combó, cosa que no ha vuelto a ocurrir. Seguramente se trataba de un papel distinto, algo más fino y que ponen como guarda, cosa que he descubierto después. Nada que reprocharle, pues.
   La primera acuarela, es de una foto del amigo Vilaboa, volviendo a abusar de su artística generosidad. Las demás salen de fotos propias, que muchas vamos guardando para el invierno, como las hormigas del cuento. Según comenta, se trata de un carballo nevado de la Serra de Ancares. Se han usado para pintarlo sólo tress colores: Lunar black (negro de magnetita) y Hematite genuine, ambos de la serie Primatek de Daniel Smith. Tiene unos ligeros toques de índigo. En este caso no hacía falta más. Hay muchas formas de trabajar y de entender esta industria (ruinosa por cierto). Lo recomendable según los manuales sería utilizar una paleta reducida y conocer bien los colores que usamos, sus posibilidades, sus mezclas y su respuesta con el agua y el papel. También una vez secos, que es como hay que verlos, aunque el comportamiento mientras se pinta es decisivo.
    Si miro la cantidad de tubos y pastillas de pigmentos y marcas distintas que tengo en un cajón enorme de un antiguo chibalete de imprenta, más de cien, no sería yo buen ejemplo de esta visión. Aunque he de aclarar que, a pesar de disponer de tantos colores, lo que lleva a seguir sorprendiéndome con algunos, no quiere decir que en cada acuarela utilice muchos de ellos. Al contrario, rara es aquélla en la que uso más de cuatro o cinco, incorporando algún otro que venga bien para el tema y la ocasión. Este es un ejemplo de esa austeridad, que podía haber llegado a un solo color, el negro, aunque ese marrón rojizo oscuro de la hematita y unos toques de índigo añaden algo de calidez en unos sitios y de frialdad en otros, que estaba nevado.
   Estos pigmentos de Primatek, aplicados con bastante agua dan mucha textura, pues las particulas bastante gruesas de la molienda de los minerales se posan a su aire dando granulación. Contrasta esa abundancia de agua, más de regante que de acuarelista, con las pinceladas secas y rápidas de costumbre. Así se hicieron las texturas de este árbol.
    Esa hematita, un óxido de hierro, en ocasiones se presenta comercialmente como Caput mortum (así lo vende Kremer), espeluznante nombre que hace referencia a leyendas antiguas acerca del color del terreno donde se había librado una batalla, achacando los tonos rojizos a la sangre de los soldados perecidos alli. No sé si la sangre llegó al rio, pero desde luego no a mi paleta. Igual ocurre con el Mummy Brown, el marrón de polvo de momia egipcia. Eso ya no es leyenda y quien esté interesado en estas curiosidades puede leer historias truculentas y reales sobre las momias de personas, gatos o cuerpos de ejecutados que acabaron en la paleta de algunos desavisados pintores. Hoy ese color se encomienda a la química y la mineralogía, no a un verdugo o a un embalsamador, que también tenían su aquél.
    La anterior, una acuarela sobre un trozo de encina de las muchas fotos que tengo del encinar centenario de La Mejorada, en Alpera, a cien metros de la casa donde viví bastantes años, además de las que hago cada vez que vuelvo por allí. Para la textura del tronco, después de un primer baño general con siena natural se hacen unos rascados en las direcciones de crecimiento que luego sucesivas capas de hematita (un color marrón rojizo muy oscuro) van resaltando. Se procura reservar algunos puntos y zonas iluminadas, las sombras se enfrían con el violeta oscuro de amatista, reforzado a veces con sodalita. El ramaje, procurando ser austero en el color y parco en el detalle, pues mejor es dejar las hojitas a la imaginación que ponerse en plan de ilustrador botánico. Esto es un acercamiento artístico y no científico, descriptivo, que aquí resultaría agobiante. Más azules y pardos que verdes hay en las hojas y sólamente se permiten algunas alegrias cromáticas con unos toques de turquesa que a veces funciona mejor que el viridiana. Lo que predominan son los grises producto de la mezcla de todos los colores usados, eso que queda al limpiar la paleta, y tonos pardos de los ya utilizados en el tronco. El único verde usado es el de jadeíta, también de Daniel Smith. Es el que más empleo, casi siempre el único.
    Un algarrobo pintado con acuarela y toques de lápiz, especialmente blanco, como se puede ver. Además de texturas y tonos tierra, siempre andamos luchando con los verdes, cada vez más quebrando las mezclas, pues menos verdes hay en la naturaleza de los que creemos, que el cerebro suele ver más que los ojos, pues éstos últimos son sensores y sondas del primero, que es quien en realidad ve e interpreta lo visto. O supone, a veces engañándonos, pues no todo vegetal es un prado primaveral. Veo que aun huyendo del exceso de color, acabo usando algunas veces en las mezclas un azul pinturero como es el viridiana, incluso el turquesa, buscando un tono aguamarina oscuro como el que se utiliza frecuentemente para pintar el agua en sus sombras y reflejos. Colores ambos que hay que usar con mucha precaución y raramente como salen del tubo.
   En el árbol anterior, un madroño ya crecido, vuelta a la austeridad. Desde el azul elegido, lapislázuli, agrisado y serio, lo que hace que los verdes que salen de sus mezclas también lo sean. Mezclas con siena, toques de verde de perileno y sombras con amatista, un violeta maravilloso y transparente, también de Daniel Smith, como los demás. Como es un cristal molido, el pigmento aporta brillos a la acuarela, que reluce cuando le da el sol o la luz directa.
   Un paraje que he pintado muchas veces, aunque nunca desde ese punto de vista. El cerro del Bosque, en Alpera (Albacete), donde se encuentran los abrigos con pinturas rupestres de la Cueva de la Vieja. Tengo muchas fotos de los años que viví allí y de las muchas veces que he vuelto. De vez en cuando recurro a ellas y recuerdo aquellos buenos tiempos. Los árboles son acacias. Los verdes salen de mezclas a partir de jadeíta de Daniel Smith. Azul cobalto para el cielo, siena y el rojo oscuro de alizarina para las rocas y también para las sombras mezclado con el cobalto. Algunas de ellas, las mñas oscuras, reforzadas por el azul oscuro de sodalita. Y poco más.
   El siguiente, Águilas en Murcia, básicamente con los mismos colores que la acuarela anterior, aunque para algunas zonas del agua se ha recurrido a índigo y a turquesa, simpre mezclados.
   Por último un bosque otoñal, donde se han utilizado algunos colores más, aunque no demasiados. Hay mucha mezcla. Un plato grande, cuadrado y muy plano, de loza, (comprado en los chinos) permite ir mezclando los colores y sacar muchos tonos distintos a partir de pocos pigmentos. Parece cosa sin importancia, pero limitarse a los huecos de una caja de acuarelas, más si es pequeña, reduce drásticamente la comodidad y la posibilidad de mezclar todos los colores entre sí. Una paleta debe ser grande, como en óleo, manteniendo siempre la posibilidad de arrastrar un color hacia donde están todos y cada uno de los demás.
   Los colores utilizados han sido cobalto, siena natural, siena tostada, carmín de alizarina oscuro, verde de jadeíta y violeta de amatista. Un lujo de colores, estos de Daniel Smith. Conste que no llevo comisión, cosa que lamento profundamente, que ya me gustaría. Cierto es que a raíz de alguna discusión cuando los compraba directamente a la casa en Seattle (USA) y mi disgusto y furia por unos gastos en envío elevados que se agravaron con una tasa totalmente demencial que me endosaron en la aduana, tuvieron un detalle conmigo, no en la casa,bastante ariscos, pero sí con la persona que estaba en Europa introduciendo la marca, bastante más amable. Mis quejas fueron entendidas y, como no se vendían en España, me regalaron una generosa y amplia muestra de sus colores avisándome que, desde entonces, ya los podría compar aquí, cosa cierta y que he venido haciendo desde entonces para reponer los que se me acaban. Otros de los que me enviaron, varias docenas, por usarse menos, durarán más que yo. Gracias les sean dadas. No obstante, si hablo bien de estos pigmentos y si tantos trabajos y disgustos me he llevado para conseguirlos, es porque, salvo algunos de Kremer, no conozco nada igual.