Tal vez una de las claves para mí es que, como en todas estas acuarelas, hace tiempo que he renunciado a hacer un dibujo previo. Se pintan directamente con el pincel. Se gana en frescura y en espontaneidad lo que se pierde en precisión. Inevitablemente hay fallos de perspectiva, de tamaños, la composición a veces se resiente, hay ciertas incoherencias. Es el precio a pagar para si buscamos soltura y sugerencia. Que no siempre conseguimos, por cierto.
El color, que antes era uno de los principales problemas, se va controlando. No es que lo dominemos, pero cada vez más nos acercamos a lo que queremos hacer, tras años de estudiar los pigmentos y sus mezclas. Seguramente si me hubiera limitado a una docena de colores la cosa hubiera sido más fácil, pero para mí se perdería uno de los principales encantos de esto, conocer los materiales y explorar las posibilidades de nuevos pigmentos y combinaciones.
La luz siempre es esencial en la pintura, especialmente en la acuarela. Decía Charles Reid que en una acuarela siempre debía quedar alguna zona en blanco, la luz del papel sin pintar. Estudiando con atención las acuarelas de Laurentino Martí también se ve la importancia de esos blancos, que tienen sus peligros, pero que aportan la luz y el contraste que pueden hacer de una acuarela algo mejor.
Estas acuarelas están hechas con papeles, pinceles y pigmentos diferentes. Hay Garzapapel, Fabriano de grano grueso o fino y Arches de varias texturas. Pigmentos principalmente de Daniel Smith, aunque algunas se han pintado totalmente con Kremer, Rembrandt o White Nights. Salvo algunos colores que un ojo experto podría reconocer, al final uno ve que no hay demasiadas diferencias, que las mezclas, el color final, sale más de la cabeza que de la paleta. Desde luego, pueden ser decisivos, siempre hay que procurar utilizar lo mejor de lo que uno pueda disponer. Pero, después de tantas y tantas probaturas, uno concluye que lo que ha sido decisivo en esos intentos es conocer el color en general, la infinita gama que con pocos pigmentos se puede obtener. El peligro de disponer de tantos colores es la tentación de utilizar demasiados a la vez. Llegar a buscar un pigmento concreto que reproduzca el tono de lo que queremos pintar, en lugar de intentar llegar a él, lo más aproximadamente posible, a base de mezclar los pocos pigmentos con que decidimos pintar esa acuarela concreta. Más de seis o siete ya es excesivo, y casi siempre es suficiente con menos.
Porque otra cosa que he aprendido es lo absurdo y contraproducente que resultaría intentar reproducir en el papel los colores que vemos en la realidad. Aquí aún hay que sintetizar más, unificar, entonar, armonizar. Y dejar a un lado, a menos que busquemos lo contrario, de qué color son las cosas. Casi siempre son más importantes los valores que los colores. Con una buena valoración tonal, los colores son algo secundario. El cielo es exactamente del color que nos parezca bien, como los troncos, las sombras o las paredes de las casas. El caso es que resulte armonioso, no hace falta que sea real, ni siquiera creíble. Las nubes son grises, o moradas, según nos convenga. Y la sombra sobre la hierba será un verde más oscuro, mezclado con azul, un azul violáceo o un gris azulado. Un color que, jugando con los complementarios, vaya bien al conjunto y, fundamental, que se haya obtenido con los colores que hemos utilizado para pintar lo demás. Nunca introducir un nuevo color para las sombras o para ningún otro elemento concreto.