Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Glosas a "PIANO MAN" de Billy Joel



Están todos. En esta canción y en las imágenes que ponen cara a las palabras de Billy Joel están todos. Si no sus rostros, si los personajes. La humanidad parece incontable pero, a pesar de su exuberante diversidad, millones de actores comparten y repiten un mismo papel en el escenario esférico que habitamos.  Todos los tipos del café-piano del vídeo han aparecido en el reparto de las escenas que hemos visto o representado quienes durante muchos años nos hemos dedicado a la farándula. Nunca la hemos dejado del todo, pues la música y la escena son sacramentos laicos que imprimen carácter. El guión de esta obra nos ha llevado muchas veces a formar parte del elenco de la función, en ocasiones cómica, otras trágica, cuando nos lanzábamos por esas carreteras de Dios a llevar música a fiestas mayores y menores, clubs, auditorios, hoteles, teatros, pubs y garitos varios sobre escenarios, unas veces amplios y enmoquetados, otras encima del remolque de un tractor en la plaza del pueblo, dando la espalda a la iglesia o al frontón. Hasta encaramados encima de un tonel de vino hemos llegado a tocar, uno para cada músico. Esto debo de haberlo soñado porque no recuerdo dónde ni cómo se estableció el batería. 

Hay una multitud para ser sábado,
y el jefe me dedica una sonrisa
porque sabe que es a mí a quien han venido a ver,
a olvidar sus vidas por un rato

La música popular siempre ha estado unida a la hostelería, en el baile, el club, el hotel o la celebración de una boda. Hay quienes no conciben el jazz sin humo en el ambiente. Quitarle la barra a la escena prácticamente la convierte en otra cosa. Ciertas músicas necesitan de la cercanía, la participación, la complicidad, casi del contacto físico entre el intérprete y el respetable. Escuchando a unos músicos elevados en un  lejano escenario, mirando desde una cómoda butaca en un teatro, se asiste a un espectáculo distinto al que se desarrolla en un club. La música también se resiente, pues en un club se producen interacciones imposibles en otros formatos más amplios y aislantes. Además, en un auditorio sucede como en la playa pues, para el músico, los caracteres individuales del público se desdibujan y diluyen en el grupo indiferenciado. Todos parecen iguales. O peores.
Comparemos un teatro con lo que vemos en el vídeo de Billy Joel. Esa es la vidilla que suele envolver a la música, y viceversa, en los pequeños espacios. Es normal y deseable en algunos eventos que los principales protagonistas se encuentren entre el público. Los músicos ponen fondo a la acción principal, que en un baile, por ejemplo, se representa en la pista, no en el escenario. También ocurre así en un pub, café-concierto, hotel o cualquier otro lugar en el que un piano o un pequeño grupo de músicos ameniza, pone fondo, suaviza y dulcifica el silencio, pero no reemplaza a las conversaciones de los clientes. Primer mandamiento de la ley del músico: no molestar. Sin buscar protagonismos que entorpezcan el desarrollo del guión. Apareces cuando es necesario, mientras tanto, ejerces de banda sonora.

—“¡Tócanos una canción, pianista!
Estamos de humor para la música
Has conseguido que nos sintamos bien.

Entran en escena los verdaderos protagonistas que vemos tipificados en el vídeo: eufóricos e hiperactivos hombres y  mujeres echando las cangrejeras; el personaje no habitual en el antro, que exprime con una felicidad triste y pasado de vueltas el momento que le ha llevado allí, donde posiblemente no regrese, como el marinero. El galán elegante y algo ajado, que en tal compañía y ambiente se siente rejuvenecido por unos momentos. El señor bien vestido que fuma , ausente, mientras acaricia y mira su copa, pensando como dijo San Forges “—Tú también estás solo, café mío”. Billy Joel lo retrata como “haciéndole al amor a su gintonic”, que tampoco está mal. Otras y otros con sus mejores galas, intentando gustar.  Buscando compañía, conversación, olvido, motivos para reír…

La camarera "hace política",
mientras los hombres de negocios poco a poco se van emborrachando
compartiendo un combinado al que ellos llaman soledad
pero es mejor que beber a solas.

Y en el centro de la situación, envuelto en el humo de la sala, oteando desde su atalaya, el pianista. Sabe que aquí sus canciones no deben sorprender ni descubrir, sino evocar recuerdos. Como los niños, los clientes en esos momentos prefieren escuchar por enésima vez un cuento conocido antes de irse a dormir.

Son, can you play me a memory?
Hijo, ¿puedes tocar para mí un recuerdo?
No sé muy bien cómo era, pero era triste… y dulce...
La sabía entera cuando vestía mis ropas de muchacho…

Cigarrillo en los labios y copa encima  del piano, un tanto ajeno a ratos de todo lo que le rodea. Después de años de oficio, hasta encuentra ocasión para pensar en sus cosas si no detecta signos de comunión con su auditorio. Cuando percibe atención o aprecio, su canción  y su voz toman fuerzas. Su arte se alimenta de los aplausos y de los gestos de estima y complicidad. Es reloj que toma cuerda cuando algunos entre el público mueven el pie al ritmo que marcan sus manos en el piano y  los labios susurran las palabras de su canción. Por espontáneos e irreprimibles, son gestos más sinceros que los aplausos. Mira sin ver y ve sin mirar. Casi siempre oye más de lo que quisiera, como el barman, otra figura esencial del reparto, que en este club de Billy Joel parece el más feliz de todos. A veces con la alegría de los payasos, pues su trabajo es hacer felices a los demás, conseguir que se sientan a gusto, aunque los camareros, como los payasos, a veces tienen ardor de estómago, a menudo dolor de espalda y siempre los pies doloridos y cansados. Aunque, ahora está en escena, tanto como el músico. Ninguno de los dos está allí para contar, ni siquiera para dejar traslucir sus problemas.

John, en la barra es un amigo.
que me pone las copas gratis.
Siempre presto a contar un chiste, rápido en darte fuego…
pero preferiría estar en otro lugar.
Dice: —"Bill, esto me está matando".
Y se le borra la risa de la cara.
— "Estoy seguro de que podría ser una estrella del cine
si pudiera abandonar este sitio".

Él sí que lo oye todo. Más se escucha detrás de una barra que en un confesionario, y de forma más relajada y sincera.
Es normal que cada cual, según su oficio, ponga palabras de su mundo en el segundo plato de la balanza de sus metáforas. Los músicos siempre recordamos una frase de una balada, un blues, un tango o un bolero, según el caso,  que nos explica la vida, los pensamientos, las situaciones o los sueños mejor que un libro de Freud.
Viendo hoy en el vídeo a un Billy Joel tan jovencito recuerda uno el tango de Discépolo en el que pone verbo a algo que todos hemos intuido, como sin querer dejar que la idea tome forma dentro de nosotros. Nos faltaba destilar esos pensamientos en unas pocas palabras como sólo poetas geniales como él son capaces de hacer y que para eso están: “Fiera venganza la del tiempo, que te hace ver deshecho cuanto uno amó”.
Iba a escribir que entristece, pero, para glosar la frase de un tango, mejor decir que jode ver a un Billy Joel tan joven, pues quisiéramos que hoy siguiera así, asumiendo que a nosotros el tiempo no ha debido de tratarnos mejor. Sólo que cambiamos día a día, poco a poco, de forma imperceptible y siempre a peor. Aunque nos parezca que seguimos afeitando la misma cara de siempre, están las fotos que, como cuando vemos a Billy Joel, nos recuerdan cómo fuimos. Por eso las fotografías antiguas, esas “instantáneas” que paralizaron una centésima de segundo de nuestros dieciocho años, son algo que no siempre produce entusiasmo ver. Siendo positivos, al traer al presente los lugares, las compañías y las situaciones sufridas o disfrutadas, nos alegra ver que hemos vivido y compartido mucho, que tenemos muchas cosas que recordar. La mayoría de ellas buenas, aunque ya no estén vivos algunos para comentar juntos lo guapos que salimos en aquella foto.
A la percepción normal de que de todo hace ya mucho tiempo, se une el hecho de que quienes con días de sólo 24 horas, hemos compartido inexplicablemente el exigente oficio de músico con los estudios o con otro trabajo, recordamos no una vida, sino dos mundos paralelos, contemporáneos, cada uno con su gente y su paisaje, con sus ritos y sus reglas, no pocas veces difíciles de conciliar. Dos vidas paralelas que, en ocasiones, nos cuesta casar en el tiempo y en la memoria. Esa sana esquizofrenia termina por llevarte a un leve cinismo, a un cierto descreimiento, alejado de dogmas y certezas inamovibles. Algo muy parecido a la tolerancia.  



It's nine o'clock on a Saturday
The regular crowd shuffles in
There's an old man sitting next to me
Makin' love to his tonic and gin

He says, "Son, can you play me a memory
I'm not really sure how it goes
But it's sad and it's sweet and I knew it complete
When I wore a younger man's clothes."

La la la, di da da
La la, di da da da dum

Sing us a song, you're the piano man
Sing us a song tonight
Well, we're all in the mood for a melody
And you've got us feelin' alright

Now John at the bar is a friend of mine
He gets me my drinks for free
And he's quick with a joke or to light up your smoke
But there's someplace that he'd rather be
He says, "Bill, I believe this is killing me."
As the smile ran away from his face
"Well I'm sure that I could be a movie star
If I could get out of this place"

Oh, la la la, di da da
La la, di da da da dum

And the waitress is practicing politics
As the businessmen slowly get stoned
Yes, they're sharing a drink they call loneliness
But it's better than drinkin' alone

Sing us a song you're the piano man
Sing us a song tonight
Well we're all in the mood for a melody
And you got us feeling alright

Now Paul is a real estate novelist
Who never had time for a wife
And he's talkin' with Davy, who's still in the Navy
And probably will be for life

It's a pretty good crowd for a Saturday
And the manager gives me a smile
'Cause he knows that it's me they've been comin' to see
To forget about life for a while
And the piano, it sounds like a carnival
And the microphone smells like a beer
And they sit at the bar and put bread in my jar
And say, "Man, what are you doin' here?"

Oh, la la la, di da da
La la, di da da da dum

Sing us a song you're the piano man
Sing us a song tonight
Well we're all in the mood for a melody
And you got us feeling alright

jueves, 8 de diciembre de 2011

Sobre el método - Indagaciones en Revistas ilustradas del XIX

Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de 
seguir para dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como 
yo he procurado conducir la mía. Los que se meten a dar preceptos 
deben de estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, 
y son muy censurables, si faltan en la cosa más mínima. 
Pero como yo no propongo este escrito, 
sino a modo de historia o, si preferís, de fábula, en la que, 
entre ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros también
que con razón no serán seguidos, espero que tendrá utilidad para algunos,
sin ser nocivo para nadie, y que todo el mundo agradecerá mi franqueza.

El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, 
pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, 
que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, 
no suelen apetecer más del que ya tienen.

Discurso del método. Descartes.



   Animado por científico y riguroso espíritu, he iniciado mis pesquisas artísticas esta mañana sentado ante el ordenador. El sol y los pensamientos a la izquierda (estos últimos en una maceta en el alféizar de la ventana) y un café a la diestra. La investigación y la creación artística, a mi escaso juicio, deben de ser incubadas en algodonoso entorno.
   Como primera providencia para iniciar mi investigación, he planeado buscar en la red información sobre revistas ilustradas de la España de finales del XIX. Me tropiezo en primer lugar con una tesis doctoral sobre el tema, y mientras ésta se descargaba, quedo atrapado por la información ofrecida en la siguiente línea de Google: la ceremonia del entierro entre las hormigas. No puedo evitar acceder. 
    Como hace referencia a un número de mayo de 1883 de “Ilustración Española y Americana”, entro en la Hemeroteca Nacional en su búsqueda. Allí está.
    Bajo la hermosa cabecera que da título a esta revista, se avisa que “los precios de la suscripción” son “pagaderos en oro”. Para evitar dispersarme, dejo la averiguación sobre cómo se podía pagar en oro para ulteriores pesquisas.
    Pasando mi vista sobre las ilustradas páginas, en busca de lo de las hormigas, me apercibo de que, atraído por la carrera de caballos de un grabado en su primera página, he ido a parar al número del día 30, en lugar del 13, aunque dejo su consulta para después mientras me asombro ante un “apunte tomado del natural” de Comba. Igual que Sócrates creía perniciosa la escritura pues haría al hombre perder la memoria por falta de ejercicio, apreciación que el tiempo ha demostrado razonable, pues nadie sería hoy capaz de recitar la Iliada y la Odisea de memoria, la extensión en el uso de la fotografía ha mermado rapidez y precisión en los bocetos al natural de los dibujantes de hoy en día.
 ¿Quién sería este Comba que tales "apuntes" del natural dibujaba?. Me ilustro inmediatamente, enterándome de que Juan Comba, de Jerez de la Frontera, fue colaborador como dibujante de “La Ilustración…” y de "Blanco y Negro". También de que acompañó al rey Alfonso XII en todos sus viajes por España y por su gira por Centroeuropa para dejar rápida constancia gráfica de ellos. También aprendo que es la comba juego antiguo, que conviene practicar con cuerda de algodón, para no lastimarse si se enreda uno con ella. Profundizar en sus modalidades y beneficios para la coordinación y el mantenimiento de la línea, queda para otra ocasión.
    Como todo va rodado, pues una cosa lleva a la otra, en Jerez de la Frontera me encuentro yo también al abrir la revista del día 15, admirando el siguiente grabado:
 Mientras analizo lo chapucero del sistema de grabado con que se ha reproducido esa fotografía, simulando uno hecho a mano con parches de tramas cuyos moirés arruinan el encanto de la imagen, leo en pie de foto que en ese hermoso edificio de Jerez de la Frontera se había de celebrar el juicio sobre “la Mano Negra”. Como el saber no ocupa lugar y “nunca te acostarás sin aprender alguna cosa inútil”, en palabras de mi amigo fray Sven de Escandinavia, me concedo una licencia, tomo un respiro en mi investigación, hago un paréntesis, e indago sobre el tema.
   La primera información hallada esclarece que ésto de la Mano Negra debió de empezar con la llegada de una facción enviada a España por Bakunin. Arístides Rey y Elie Reclu entran a España desde Francia para organizar tan piadosa asociación. Me entero que entre sus nobles principios, como se puede leer en el reglamento de La Mano Negra, está éste, con el que se da inicio a su ideario : "Declaramos a los ricos fuera del derecho de gentes, y declaramos que para combatirlos como se merecen, es necesario y lícito que aceptemos todos los medios que mejor conduzcan al fin, incluso el hierro, el fuego y la calumnia". No sentando bien a las autoridades la aplicación de dicho plan, son detenidas unas 6.000 personas, que son las que se juzgarían en la Audiencia de Jerez de la Frontera, cuya imagen muestra La “Ilustración Española y Americana”. Me entero que la mayor parte de ellos fueros desterrados a Filipinas.
   Vayamos, pues, a Filipinas en su busca, no sin antes leer por encima un apasionante artículo sobre los instrumentos musicales de los abisinios, ver un pintoresco grabado de Lizcano que tiene por tema un puesto de botijos en el Prado de San Isidro de Madrid, otro sobre el pendón arrebatado por Alfonso VIII de Castilla al rey Mohammed Ahen Yussub en las Navas de Tolosa, de tener ocasión de enterarme de la coronación de Alejandro III como zar de Rusia el día 27 del mes corriente y de leer un soneto dedicado a Huelva. No me resisto a reproducir el grabado del coqueto y acogedor dormitorio de los zares de Rusia. 
    Al acceder de nuevo a la Hemeroteca Nacional, entre el largo listado de revistas que pueden consultarse, se ve mi curiosidad espoleada por una revista intitulada “El Viagero ilustrado”. ¿Con quién mejor que con “El Viagero Ilustrado Hispanoamericano” puedo hacer ese viaje a las islas Filipinas para seguir la pista a los deportados? Medito, mientras accedo, que un viagero debe de ser lo mismo que un viajero, pero con menos prisa.
     Ya en el “Viagero”, Lo primero que encuentro sobre estas islas, españolas por aquel entonces, es una noticia sobre la construcción en Manila en 1880 de su nueva catedral, derruida la anterior por un terremoto en 1863: 

    Por cierto, la referencia que a todo esto ha dado pie debía de estar equivocada pues nada he encontrado del entierro de las hormigas. Mi disgusto se ve mitigado al leer la tranquilizadora noticia de que, por fin, han encontrado a Livingstone. Parece ser que se ha confirmado el descubrimiento de las fuentes del Níger.

     Sobrecogido leo que en el Parlamento de Londres se presenta un informe en 1825 resaltando que, gracias a la acción civilizadora de Gran Bretaña, se ha conseguido que en los últimos 5 años, tan sólo en 3.068 ocasiones se haya en la India puesto en práctica la atroz costumbre de arrojar las viudas a las llamas , aprovechando la incineración de sus difuntos maridos. Viendo cómo van las cuentas de la Seguridad Social y las intenciones de los gobiernos e inversores de equilibrarlas a toda costa, no sé si es conveniente traer aquí ideas que por sugerencias puedan tomarse. A pesar de que esos pensionistas que estropean sus cuentas son quienes, con largos años de trabajo, les han permitido a ellos vivir como el maharajá de Kapurtala, deben pensar que si entra uno en esas consideraciones y remilgos no va a haber quien nos preste dinero para pagar sus deudas, que no de los jubilados son, y seguir derrochando, que ésto son cuatro días.
   Como no quiero se se me amargue la mañana, yo que había intentado evitarlo leyendo noticias de 1800 en lugar de las de los periódicos de hoy, busco en la historia refugio y prosigo mis averiguaciones.
    No sé por qué asociación de ideas me he detenido en una noticia de ese año sobre parásitos y encumbrados próceres:
   Me comentaba mi hermano que, con propiedad, no el Papa o los reyes sino sólo quienes tienen una tenia pueden utilizar el plural mayestático. Para quitarme el mal sabor de boca de las noticias anteriores, me escancio un Martini blanco, bebida con nombre de Papa, en copa triangular, que ya no es hora de cafés. Para una oliva no voy a abrir un bote, escribo en voz alta.
    Leo en otros números de "El Viagero" de 1880 algunas noticias y curiosidades científicas, como la posibilidad de utilizar la electricidad estática del gato para convertirlo en batería ambulante, costumbres alimentarias de los monos de Gibraltar, experimentos con el amianto para hacer trajes ignífugos para los bomberos, fracasadas parcialmente pues, aunque el traje permanece inalterable, el bombero muere achicharrado, relación de naufragios del mes de septiembre, etc. 
   Me detengo en una carta de Henry Martin a Juan Vilanova, sobre unos curiosos descubrimientos en una caverna de Santillana del Mar, afirmando que sería raro que gentes de la edad Media o Moderna hubieran inventado esas pinturas. Aunque esto no lo cuenta la revista, Marcelino Sanz de Sautuloa en 1880 publicó un opúsculo sobre las pinturas que su hija vió en Altamira, una cueva que había descubierto en 1868 Modesto Cubillas, aparcero de su finca, intentando rescatar a su perro. 
   Descendiente suyo, de don Marcelino, es don Emilio Botín Sanz de Sautuola García de los Ríos, marqués consorte de O'Shea.
    Regresados de nuevo a la actualidad, dejamos nuestras pesquisas hasta otra soleada mañana de fiesta. Vamos a comer que el arroz ya está reposándose y se engacha.
   Por cierto, la tesis que descargué al principio se ha perdido en el proceso, dentro de una pantalla con más ventanas que el Escorial. Habrá que volver a ello en otro momento.

martes, 27 de septiembre de 2011

Los designios del Señor

Retomo mi narración del Convento de San Odón de la Muela, que
abandonada estaba en los últimos tiempos. Para ilustrar el capítulo, el primer mosaico
que Virginia y yo hicimos hace más de 30 años, con trozos de azulejo,
y más paciencia y tiempo libre que ahora.


l día siguiente de que el prior pasara a mejor vida, si cabe, la mermada y dolida comunidad celebró sus honras y exequias, ceremonias ya presididas por el prior Nicasio, dando a Gandolfo cristiana sepultura con tanta tristeza como devoción. En otros cenobios, con más posibles que el nuestro, se suele disponer de un pudridero en la cripta de la iglesia, lugar en el que permanecen los cadáveres hasta que de ellos no queda más que la canina. Es entonces ésta piadosamente confinada en un sarcófago o, al menos, dispuesta para formar pared con los huesos de otros monjes que allí reposan desde hace siglos.      
    Careciendo de cripta nuestra pequeña iglesia, para dar tierra a los difuntos había que apurar los escasos lugares del camposanto donde la pala podía ser hundida, pues más riscos que blanduras hay en la cima de la Muela.  Así pues, los tres novicios ayudaron a fray Genaro, encargado de la huerta, a cavar la fosa donde reposarían los restos de nuestro prior. En este enterramiento, dada la profundidad a la que se llegó, correspondió a Fray Gandolfo compañía romana. Si hubiera sido enterrado más superficialmente con visigodos habría caído. Un poco más arriba, acompañado de sarracenos hubiera esperado el Juicio Final.
   En una ocasión, según era memoria en el convento, animados por la poca dureza de la tierra en el lugar elegido, alcanzaron al excavar la fosa mayores honduras  de lo que era costumbre, teniendo que volver a rellenar parte del hoyo para no dejar al finado en compañía de lo que quedaba del antiguo dueño de unos brazos que, cuando vivos, a sus rodillas llegarían y de un calavero ceñudo y malcarado de enormes quijadas que espanto daba, amoldada sin duda su forma y hechura al mal genio y carácter que su usuario debió de tener cuando perseguía mamuts por estos valles. Al parecer, fue unánime la decisión de no volver a sepultar en sagrado aquel adefesio.
   Siendo de tan fácil defensa el encumbrado paraje donde el convento se asienta, pareciera haber sido lugar habitado desde el mismo momento de la creación. Con las mismas piedras con las que unos alzaran parapeto o muralla, otros edificaron torre y los siguientes castillo. Dispuestas de otra forma seguramente fueron mezquita antes que claustro e iglesia, figura que ahora muestran. ¡Quién sabe qué disposición y uso tendrán en el incierto futuro que les aguarda!
    Mientras silenciosos presenciaban la excavación los frailes del convento, Fray Adán, el más anciano de ellos, según él de casi la misma edad que sus muros, les recordaba con temblorosa voz cómo la elevación a prior del finado Gandolfo en 1746 había coincidido con el inicio del reinado de Fernando, el sexto de ese nombre, pues en un mismo día se produjo el fallecimiento del entonces prior de San Odón, fray Cirilo, y el del quinto Felipe que nos había gobernado, si es que tal palabra merece ser aquí empleada. Incluso afirmaba fray Adán que no era ésa la ocasión primera en que el rey de las Españas y el prior  de nuestro convento pedida tenían  la vez en los cielos para un mismo día. 
    Ilustrábales también el vetusto fraile acerca de cómo a lo largo de muchos años el rey Felipe solía sumirse  en intermitentes y largas demencias, retirado en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, que él mismo mandó edificar para aliviar una depresión que ni la caza, tan de su gusto, ni los trinos de Farinelli, acarreado por Isabel Farnesio, lograban mitigar.
    En la Muela unos monjes vivían el momento transidos de piadosa tristeza y resignación, otros inundados de triste y resignada piedad,  aún ignorantes de que en el castillo de Villaviciosa de Odón, con gran alivio para la corte, a la misma hora que fray Gandolfo, había fallecido el rey Fernando, nuestro señor en la tierra.
   Aunque alejados del mundo, las noticias, antes o después, al convento llegaban. Las malas portadas por piernas más ágiles que las buenas, llevando a los frailes a pensar que, dada la escasez de las últimas, de producirse, con seguridad se negaban, perezosas, a ascender el largo y trabajoso sendero hasta San Odón.
    Por ello, si bien el óbito regio no les era aún conocido, los monjes de San Odón de la Muela eran ya sabedores del mal estado de la salud de nuestro rey. Desde que murió su amada esposa, la reina Bárbara de Braganza, la melancolía se había adueñado de su real espíritu, cosa no rara en su estirpe, no resultando excepcional en la familia el padecer tristezas, manías y desvaríos. En el caso  de Fernando,  claro era que en su coronada testa se hallaba el fomento del mal que le aquejaba, que algunos atribuían a genialidad mientras que otros lo achacaban al espesamiento de los humores atrabiliares, no siendo estos medidos asertos otra cosa que sutiles equilibrios y cautelas verbales de quienes debían redactar los informes sobre la evolución de su estado mental. De no tratarse del rey, teniendo cierto interés los médicos de la corte que cuidaban de la cabeza de Fernando en mantener la suya propia sobre los hombros, vistos los síntomas, cualquiera hubiera dicho que estaba loco.
   Había, pues, trascendido por el reino la real manía de dar apresuradas caminatas en las que, como burro de noria, a veces durante veinte horas sin descanso, recorría Fernando las estancias de palacio, rodeando apresurado una y otra vez mesas, sillones y columnas, seguido en fila de a uno por los agotados miembros de la corte, como hacen las orugas de nuestros pinos. Nadie se atrevía ni a quitarle la razón ni a dársela cuando manifestaba que su muerte estaba próxima o que algún infortunio le iba a ocurrir de forma inminente, arrebatada por el morbo patológico su antigua dulzura de carácter. Una alimentación singularmente caprichosa e insana unida a lo que de sus locuras se sabía, no podían llevarle a buen puerto.
   Y tales fueron los designios de Dios, nuestro Señor, que fue servido de llamar a su compañía al rey y al prior en la nefasta fecha del 10 de agosto de 1759, día de San Lorenzo. Ambos abandonaron a un Odón en la tierra al partir hacia los cielos, Gandolfo al de La Muela, al de Villaviciosa el Rey Fernando, pues la de la guadaña a todos hace iguales.

miércoles, 23 de marzo de 2011

VI.- San Odón. Zona de fumadores


urante muchos años los troncos siguieron navegando hasta Sevilla y Cádiz por el río Guadalquivir, tras su botadura en el Guadalimar o en el Madera. Los pinos que hasta Cartagena viajaban, iniciando su singladura en el río Segura, más mulas que truchas vieron en su camino, pues lo menguado del caudal en no pocos tramos del recorrido dificultaba su transporte por el muelle sendero de las aguas. Arrastrados por ribazos y torrenteras, mojados ahora por los sudores de hombres, mulas y bueyes, hacían dura y larga travesía hasta los arsenales de Cartagena.
    Si por esos caminos de tierra y agua marchaban los pinos, otras eran las cosas que venían de vuelta. Entre ellas, las noticias, el tabaco y la discordia. Si las nuevas no solían ser buenas, menos lo era la compaña. Marinos y gancheros, además de vinos y salazones,  acarreaban fardos de hojas de tabaco al regreso de sus expediciones. Espoleados por la curiosidad hacia lo nuevo que, junto con el oro, las faldas y el vino, son los principales encargados de hacer las levas con que poblar los infiernos, raro era el villano que no bufaba hediondos vapores por narices y boca, sumiéndose a sí mismo y a quienes  le rodeaban en broncas toses y arcadas. Sin duda fue el mismo Lucifer quien puso en el paraíso americano tal manzana para castigar nuestra comparecencia sin haber sido allí invitados, pues lo que, aplicado a la fuerza, hubiera supuesto inquisitorial tormento, trocóse en placer al ser sometidos a ello de grado, no sin arduo y largo entrenamiento de los pulmones habituados a los puros aires de la sierra.
    No pocos frailes sucumbieron a semejante desatino. Si al principio fueron escasos los que a escondidas, tosiendo entre tales sahumerios, afianzaban tan insana costumbre, cada día fueron más los que no se recataban de atufar las estancias a la vista de los demás hermanos. Incluso al scriptorium y a las cocinas llegó tal vicio. Menguada la visión por las brumas que los envolvían, copistas e iluminadores a duras penas acertaban a mojar sus plumas de ave en las tintas, escribiendo no pocas veces sobre la madera de sus inclinados escritorios, fuera de pergaminos y vitelas, con gran menoscabo de la hechura de los textos, hasta ahora famosos por su perfección y aseo.
    Hubo un monje, gran iluminador, conocido como fray Jacobo “el peregrino”, quien, cuando ceñudo arrimaba sus ojos a una hermosa letra H con que se iniciaba un capítulo, ocupadas sus manos en guardar la cajita con el polvo de tabaco que en su nariz acababa de introducir, fue atacado por un repentino y violento estornudo. No pudiendo sujetar su cabeza, embistió con gran estrépito el pupitre, incrustando en su despejada testuz un berberecho de los utilizados para albergar tintas y colores. Si son las lapas quienes fama tienen  de agarrarse bien a su sitio, no anduvo a la zaga el berberecho clavado en la calva de fray Jacobo. Dios y ayuda fueron menester para separar a Fray Jacobo del berberecho, o a la inversa, que de todas las maneras se intentó. Cuando, por fin, pudimos hacerles tomar distintos caminos, quedóle marcada su impronta justo en la mitad de la frente, perfilada por la tinta que por la cortada piel se había infiltrado. Cicatrizada la herida, quedó claro que la silueta tatuada de una pequeña vieira  sería divisa que le acompañaría para siempre, acarreándole piadoso apodo.
    Dividida como estaba la congregación acerca de estas fumatas que, en la opinión de algunos, reservadas para anuncio de nuevos papas debieran quedar, necesario se hizo  someter a capítulo la decisión sobre si tal costumbre sería en lo sucesivo tolerada o proscrita. El día de la votación, los detractores de los humos vieron el caso perdido nada más iniciadas las deliberaciones, que se presumían acaloradas,  al contemplar que de la capucha que casi ocultaba el rostro del prior Gandolfo  asomaba un descomunal veguero de Vuelta Abajo cuya roja ascua refulgía en la penumbra de la sala capitular, ya conquistada por el humo.
    Siendo la obediencia voto asumido por todos los hermanos, no quedó a los enemigos del tabaco más recurso que entregarse a la murmuración y al rencor, profiriendo en baja voz maldiciones que auguraban que un día, tal vez lejano, pero inevitable, como justo castigo por sus vicios, así como Adán y Eva lo fueron del Paraíso, serían los fumadores arrojados de todo lugar cubierto y temblarían a las puertas del convento, a la intemperie, soportando las heladas,  los chubascos y el desprecio de sus hermanos, calentados sólo por las ascuas de sus pipas y cigarros.
    En las paredes de las letrinas y por los rincones más recoletos del convento, incluso en los márgenes de algunos códices, aparecerían palabras en contra del prior. Como el rumor y la maldad encuentran cómodo aposento entre quienes, encerrados, tienen pocas novedades de que hablar, prosperó la infamia de rebautizar para la posteridad a fray Gandolfo, natural de Bilbao, nuestro querido y longevo prior, con el alias de “el golfo de Vizcaya”, nombre más apropiado para figurar en portulanos o cartas marítimas que en el piadoso nomenclátor de los priores de San Odón.

Continuará...

martes, 15 de marzo de 2011

La capilla de San Odón de la Muela

Ir al capítulo I


partir de ese reencuentro con el mundo, una época de inusual actividad vino a ocupar el lugar de la rutina que, hasta entonces, había gobernado la vida en el cenobio. Los zapadores y carpinteros de ribera, que con los marinos venían, consiguieron restaurar antes de  la canícula los quebrantos causados por el terremoto en el sendero de acceso al convento.
     Nuestro tonel, aún rezumante de oloroso vino tinto que, empeñados, llegamos a descolgar,  hubo de ser desechado al punto, pues los usuarios, aturdidos por sus efluvios y vapores,  emergían de él algo achispados, mermados el equilibrio y la razón, síntomas que podían dar lugar a habladurías y que eran poco aconsejables para quienes pretendieran descender por tan resbaladizo despeñadero.
    Partiendo desde más atrás de la repisa, para que así menos empinado fuese el ascenso, construyeron una escalinata de madera que salvaba la pendiente hasta la primera de las terrazas. Duchos como los carpinteros de Cádiz estaban en curvar, con maña y fuego, los troncos para las naves, poca dificultad tuvieron en adaptar los pinos de la Armada, hasta ahora nuestros, a las irregularidades de la pared. Para más seguridad, instalaron  lo que más parecía barandilla para la borda de un barco que pasamanos de escalera. No siendo en la Sierra del Segura muy habituales las balaustradas para encaramarse a los cerros, no había modelo mejor que, al comparar, la afeara.
    Lo cierto es que cumplió su papel a la perfección. Personas y cosas pudieron, al fin, subir y bajar por ella y, tras las iniciales dudas y temores, pronto todos nos acostumbramos a verla y atravesarla. Visitantes, peregrinos y devotos vecinos de los valles cercanos volvieron a acudir a San Odón y, con ellos, sus donativos, exvotos, ofrendas y mercaderías.
    Por aquellos tiempos fue cuando algún lugareño, menos instruido que necio, partiendo de sus pocas y mal digeridas lecciones y tras arduos rastreos y pesquisas, concluyó que San Odón, y no un Odón cualquiera, sino nuestro San Odón de la Muela, como para él de manera tan clara como el día,  revelaban ambas palabras, debía de ser el patrón de los odontólogos. Sus estériles lecturas le abocaron a este error y su estulticia a difundirlo, destronando así a Santa Apolonia, quien con más mérito es patrona titular de los sacamuelas, pues en Alejandría, fue su piñata atrozmente quebrada en cruel martirio en tiempos del emperador Filipo. Es sabido que  leer es menester no sólo inútil, sino nocivo para el común, pues no pocas veces empuja a los hombres a la hoguera y a las mujeres a la casa llana.
    Viendo que quienes estaban aquejados de tan horribles dolores, abundantes acudían al convento con exvotos, donativos y ofrendas para el santo, no pusieron los frailes mucho énfasis y ardor en desmentir la especie, pues en un monasterio, siempre hay grietas que tapar, techos que cubrir y monjes que sustentar.
    Era frecuente que los dolientes acarrearan como exvoto, tallado en madera, hueso, marfil, plata o incluso oro, según los posibles de cada cual, una copia de lo que les dolía, en unas ocasiones de su tamaño y forma naturales y en otras de descomunal talla y fiero aspecto. Quienes no poseían maña para tallarlo ni dineros para pagar a quien por ellos lo hiciera, recurrían a lo que más a mano encontraban, no pocas veces entre las osamentas de animales halladas en el bosque o entre las ascuas dejadas por los cazadores donde habían chusmarrado sus piezas. No es de extrañar que dientes de oso, lobo, y hasta algún retorcido colmillo de jabalí,  llegara hasta la capilla del santo llevado por la fe de algún dolorido creyente.
    Los exvotos que los fieles ofrecían al santo, confiando en que con ellos quedarían sus dolores al abandonar el templo, eran incrustados o pegados por los oferentes desde el suelo hasta el techo, siguiendo la agradable y puntiaguda forma del arco ojival que daba entrada a la capilla. Una vez llena de dientes la ruta, se hizo igual en una segunda fila, después en una tercera y hoy ya son difíciles de contar las capas que cubren la boca y el paladar de la capilla, moviendo el conjunto más al pánico que a la piedad. El pavor se ve incrementado por la escasa iluminación que aportan unos cirios ubicados a ambos lados de esa especie de enorme mandíbula gótica en que se ha convertido la entrada al oratorio de San Odón de la Muela, ahora conocido como “La capilla del tiburón”.

domingo, 13 de marzo de 2011

Calle Gutenberg


    Países y ciudades hay donde, prevaleciendo la lógica y la razón al sentimiento y la memoria, se identifican sus calles por un número en lugar de por un nombre para, de tal forma, facilitar su encuentro. Esto permite dibujar un mapa mental que hace más sencilla la vida a los taxistas y deja la historia y el recuerdo para museos y estudiosos del pasado. Maldad sería pensar que este sistema se deba a la circunstancia de tener más calles que historia, pues quienes recurren a ella en busca de recuerdos para llenar el callejero, siempre renuncian a épocas y personajes que no consideran propios. Así, en España, no abundan las calles dedicadas a los fenicios, a los cartagineses, a los visitantes de Bizancio, a los vikingos, ni siquiera a la antigua Roma, aunque todavía sigamos vadeando algunos ríos sobre los puentes que ella construyó. Sin embargo, existen innumerables  con nombre árabe. Sin salir de Granada, encontraremos entre sus viales y callejas a Abderrahman, Aben Humeya, Aixa, Abenamar, Boabdil, Abencerrajes, Averroes y también Alhama, Alhambra, Alcahaba y un y un largo y hermoso etcétera.  Hasta al grabador David Roberts.

    En muchos lugares imponemos nombre a calles y plazas en lugar de numerarlas, perpetuando con tal ceremonia de bautizo la memoria de personajes, hechos históricos o, simplemente, las actividades que en esas calles y plazas florecían. No pocas veces  nos orientan sobre los lugares a los que se llegaría si por ellas siguiéramos andando —Puerta de Murcia, o carretera de La Coruña—, o qué se puede o se podía encontrar en ellas,—calle Herradores o calle de la seda—. Las posibilidades son infinitas. Depende de la imaginación de los padrinos de tal bautizo y de la época en que una vía pública se renombró por vez última, pues, al menos en España, es costumbre rebautizar las calles con nombres más del gusto de quienes en cada momento mandan. En no pocas ocasiones, es una anécdota, algún curioso suceso que en ese lugar aconteció, lo que da nombre a una calle.


 
    La ideología del nombrador de calles asoma así la oreja en el callejero de cada ciudad o pueblo. Viendo en la relación de sus calles y plazas tanto las presencias como las ausencias, puede uno saber cuál ha sido el partido dominante en las elecciones municipales durante las últimas décadas. Haga la prueba quien abrigue dudas de que sea tal como aquí se cuenta. No nombremos la bicha, pensemos que borrando el nombre, barremos con él su recuerdo, incluso la misma existencia en el pasado de lo que hoy no nos gusta. No es esto nuevo, pues ya obraban de esta forma egipcios y romanos con dioses, faraones y emperadores, intentando cambiar la historia lijando las piedras. Con papiros, pergaminos y papeles aún era más fácil. Ese mismo tipo de pensamiento es el que ha entregado al fuego muchas bibliotecas y archivos y a la destrucción o a la ruina a innumerables templos, monumentos y estatuas.


    En las calles, habría cierta lógica en hacer lo propio cuando una de ellas tuviera por nombre “calle del Verdugo” o fuera conocida como “Avenida de Jack el destripador”,  pongo por caso. No conozco ninguna vía dedicada a la memoria de quienes han dejado mal recuerdo a todo un país en su paso por la historia. Así, repasando el callejero de varios pueblos y ciudades, no encuentro calle o plaza alguna, siquiera una cortita, dedicada a Atila, por citar a alguien. No sé cómo se llaman actualmente los Hunos, pues algunos deben de quedar, pero dondequiera que ahora residan, seguro estoy que Atila tiene su calle. Los conquistadores, héroes e invasores suelen tener dedicadas sus calles en la vecindad de donde nacieron o en el lugar adonde fue a parar el botín de sus hazañas, con más frecuencia que en los sitios conquistados, sin que yo alcance a comprender tal parcialidad de juicio.


    Incluso aquellas calles dedicadas a personajes universalmente tenidos por benéficos, pueden enseñarnos cosas sobre nuestras prioridades. No conozco pueblo o ciudad española que no tenga en su callejero una avenida, plaza, calle o, al menos, un callejón, así bautizados en memoria y honor del Doctor Fleming. Si la aldea tiene tres calles, una es para él. Sin duda se lo merece. Siendo la enfermedad algo de lo que todos huímos, hay acuerdo general en que quien tanto hizo por combatirla se ha ganado un cartelillo que reavive  en nosotros su recuerdo mientras paseamos por una vía dedicada a su memoria o, mejor dicho, a refrescar la nuestra, tratando que no olvidemos el bien que hizo a la humanidad.  La tendencia general es al olvido,  y llega a ocurrir que, pasado un tiempo, caminemos, incluso vivamos en calles con nombres de personas, fechas o cosas que han perdido para nosotros toda referencia con el motivo que llevó a nuestros próceres a acristianarlas de tal modo.


    Menos presencia en los callejeros tiene, por ejemplo la figura de Johann Gutenberg, es decir, del libro y de la imprenta que él hizo posibles. Por supuesto no lo contrapongo al Doctor Fleming. Puestos a elegir entre la salud y un libro, aunque sea “Cien años de soledad”, me quedo con la salud, sin dudar. Si hay un refrán, al menos por estas tierras, que establece que “entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero”, es porque no interviene la salud en tal contienda. Dejemos al benemérito doctor Fleming con su merecidísima calle. Ahora bien, si teniendo a Johann Gutenberg en mente, con el dedo voy desgranando  el índice onomástico de las calles de mi ciudad, de la alfa a la omega, doy con bautizos menos acertados de lo que lo hubieran sido de haberle puesto Gutenberg al niño. Tenemos en Albacete calles dedicadas a la Informática, al Arte y a la Literatura, a la Ínsula Barataria, a la navaja, a León XIII,  a Ana Karenina, al oro, a la peseta, al sol, al médico árabe-español Amin-Eddin Abu Zacarías Jahya Ben Ismael el Andalusy, al tinte, a Indira Gandhi, a los zapateros, al iris, al mes de Marzo, a doña María Moliner, una a la parra, otra a la piedra y otra al pino, lo que demuestra cierto criterio, pero carecemos de calle alguna dedicada al libro, a la imprenta, con tales nombres o representados por Gutenberg.


    Madrid, a mi escaso juicio, contando ya con una calle Gutenberg, puede permitirse el lujo de tener no sólo una calle del Pez, sino varias, pues con tantas para nombrar, puede obrar con más precisión y tino, descendiendo a variedades tales como el pez volador o el pez austral. Málaga ha dedicado calle a 34 de sus alcaldes, una a Almanzor  y otra al algarrobo, pero se salva pues tiene una calle dedicada a Gutenberg —y otra a Albacete.— Muchas gracias. 

    La ciudad de Tarrasa (Terrassa en catalán), tiene una Plaza dedicada al euro, aunque la pela sigue siendo la pela, aquí y allí, y otra a l’ametllera. Entre sus calles están las que nos recuerdan a Egipto y a Oceanía, al eucaliptus, al aire, al agua y a la cisterna, a la suerte y a la salud, a Júpiter, a Mercurio y a Neptuno, a Mao, a Felipe II y a Flandes, a Pitágoras y a Galileo, a la Aurora y al Estatut… Pone la guinda a tanto acierto el no haber olvidado a Gutenberg, que también tiene su calle, y en todo el centro, además.


    Hay ciudades que honran a algunas personas al llamar con su nombre a una vía pública. Otras, tienen la honra de que una de sus calles se llame Gutenberg. Mi agradecimiento a Madrid, Barcelona,  Ciudad-Real, Telde, Getafe, Terrassa, Badajoz, Zaragoza, Valencia, Málaga y demás ciudades, pueblos y villas en las que alguien, en algún momento, ha tenido el acierto de recordar y hacer recordar al inventor de la imprenta.


Con la excepción del rótulo de la calle Gutenberg, creado con Photoshop a partir de la foto de unos azulejos, las demás fotografias se han tomado de diversas páginas de Internet. Gracias.