sábado, 27 de enero de 2018

La revolución y otros escritos

Tenemos que agradecer a la Editorial Enclave la publicación, en 2016, de La revolución y otros escritos, una compilación de textos, primero el ensayo La revolución y después otros artículos, publicados por una figura desconocida prácticamente en el mundo de las ideas, Gustav Landauer.

Con un prólogo y una introducción sumamente interesantes que nos acercan a su vida y pensamiento, la de un anarquista contracorriente, según se le define acertadamente en la Introducción, La revolución es un texto complejo, que va de menos a más, de unas primeras páginas donde parece que vamos a encontrarnos un "ladrillo", un texto muy árido y aburrido, pero que va tomando interés creciente, exponiendo una tesis que para el grueso del pensamiento actual y el de la época de Landauer, con algunas excepciones, resulta heterodoxo y rompedor: la presentación del medievo, lo que el llama La Edad Cristiana, la que une dos fuerzas pujantes, los pueblos llamados bárbaros con el cristianismo más auténtico, como más positivo que negativo. Época donde un espíritu unificador , de visión trascendente,guiaba a la sociedad, que realizó grandes y anónimas obras como templos y catedrales, sociedades sin poder centralizado, sociedad de sociedades,la llamaría, de grupos naturales y voluntarios que se apoyaban entre sí, hermandades, gremios...una serie de estructuras sociales autónomas e interrelacionadas a la vez, vinculadas no por la coacción y la violencia, sino por ese espíritu que unía lo material y lo espiritual, lo individual y lo social.



La forma de la Edad Media, para nuestro autor, por tanto, no era el Estado, sino la citada sociedad de sociedades. Sin embargo, caído poco a poco el cristianismo en la escolástica, la inquisición, la doctrina, la letra muerta, se rompe ese espíritu unificador, abriéndose otra época de desarraigo, atomización e individualismo en el siglo XVI, siendo protagonistas de tal cambio figuras como Lutero o los individuos del Renacimiento, época marcada por el fin del arte anónimo y popular, que se transforma en obra de individuos geniales, pero melancólicos y solitarios. Es en esta época cuando empiezan a surgir diferentes revoluciones, lo que él llama lúcidamente revoluciones de Estado, que buscan la libertad y la justicia, pero que fracasan porque no logran crear ese nuevo espíritu , triunfando el Estado frente a la comunidad.

Destaca de La revolución la mención especial y favorable que hace de La Boetie y su Discurso de la servidumbre voluntaria, análisis aún de plena actualidad de los mecanismos psicológicos de aceptación individual de la dominación del hombre por el hombre. Finalmente, en las últimas páginas de la primera parte del libro defiende la creación de comunidades alternativas dentro de la sociedad capitalista y la revolución interior. Para él la verdadera revolución no es una tabla rasa, sino que debía apoyarse en elementos presentes y positivos del pasado, junto con otros nuevos, surgiendo una síntesis superadora del capitalismo y el Estado.

El resto del libro lo constituyen una serie de artículos donde expone diversas opiniones que van desde la crítica a la socialdemocracia al propio anarquismo, corriente en la que se situaba, reflexionando por ejemplo sobre los atentados de algunos libertarios, criticando ese anarquismo del crimen, si bien comprendiendo que solían ser fruto de la desesperación. Para mí, sin duda, el texto más importante es el premonitorio sobre la guerra mundial por venir, y la necesidad de la huelga general a nivel internacional como mecanismo de intentar frenarla .Artículo en forma de diálogo que está de plena actualidad, por desgracia, pero sin que haya rastros en lo que queda de movimiento obrero de usar esta herramienta. Es más, casi nadie en el sindicalismo ni en el mundo político en general parece hablar o vislumbrar  este evidente riesgo, lo cual resulta algo suicida, fruto de una ceguera terrible, de un optimismo sin base real, lo que no augura nada bueno.

En fin, un libertario sumamente original, muy poco conocido por nuestras tierras, que nos da una visión muy distinta en algunos puntos de la de un Bakunin, por ejemplo, crítico feroz del cristianismo, aunque comparta con él el ideal de una sociedad federal, construida de abajo arriba. Y tengo que decir que mis simpatías se encuentran más cerca de las de Gustav Landauer, pues como él, hace  tiempo que llegué a la conclusión que se necesita de un espíritu que brote de dentro afuera, único medio de evitar la maldición de la opresión, aquella que se impone de afuera  a dentro, y que nos condenará a seguir viviendo bajo la organización estatal frente a su verdadera alternativa, la comunitaria o la comunidad de comunidades.


lunes, 15 de enero de 2018

Reflexiones contra la falsa democracia realmente existente y la falsa contestación del ciudadanismo empoderador y participativo

No hay duda de que reina en Occidente, desde hace mucho tiempo, una mentalidad conformista, una ciega creencia en el sistema, una falsa contestación que no es tal, sino una forma de buscar adaptarse a la situación, usando banderas o conceptos que, a veces con apariencia de radicalidad, como el decrecimiento-ese bicho que no se nos aparece como un ser libre y salvaje, sino que olfateamos como decreto, burocratismo, caudillismo, estatalismo, táctica capitalista para tiempos de decadencia- nos resulta evidente que tras ellos late el sueño, fracasado de antemano por la situación económica, de la salvación por el Estado, tal como la renta básica, el reparto del trabajo o el empleo público garantizado, a nivel económico y, a nivel político, se utilizan palabrejas como empoderamiento, derecho a decidir, autodeterminación de los pueblos, ciudadanía y otras más.

Estas ideas, presentadas como novedosas, están muy por debajo del pensamiento radical y subversivo de otras épocas, muy por encima de la actual, por cierto, en creaciones populares. Y esto es así porque de manera abierta o encubierta, la llamada ciudadanía actual cree que vive en una democracia, que decide, que con su voto a tal o cual partido cambia realmente las cosas. El ciudadano medio actual vive con una venda en los ojos, quizás intuye la mentira, pero se niega a verla a la luz del día, instalado en una situación de complacencia, figurándose que alguna vez con el voto encontrará a Godot, ese Mesías que, esta vez sí, no les traicionará, abriéndose la puerta del Paraíso, sueldos altos, rentas básicas, bienestar y consumo a todo trapo, viajes por el mundo, todo gratis, barra libre, la patronal doblará la rodilla, empresas y multinacionales también, los tanques dispararán flores al pueblo, pues Estado y pueblo serán uno.

En la ciudadanía actual, en la izquierda por algunos llamada radical y hasta antisistema, y en el nuevo anarcosindicalismo y anarquismo absorbido por la posmodernidad y su izquierdismo entre progre, nacionalista y populista, ya no se piensa en la necesidad de retomar la lucha de clases tomada en serio, o, si se prefiere, usando la terminología de Miguel Amorós, construir una comunidad combatiente y solidaria.



¿Qué necesidad va a tener la así llamada y considerada ciudadanía de reconstruir esa comunidad combatiente y unida?. La palabra ciudadano y ciudadanía esconde, y más en las falsas democracias realmente existentes en que nos movemos, por la ficción del voto, la explotación, la alienación, la dominación, la división en clases sociales, en dirigentes y dirigidos. De hecho las palabras explotación y explotado han desaparecido prácticamente del vocabulario habitual usado por el populacho hiperconectado, pues otra cosa no somos, un populacho que aún mantiene-mantenemos, yo me incluyo-, la creencia en que el empobrecimiento es un bache pasajero, que en no muchos años, como escuché en la televisión, todos manejaremos coches voladores o tecnologías supersofisticadas, pues el progreso se considera una línea infinita, casi nadie quiere afrontar la realidad de que lo natural son los ascensos y las caídas, lentas o bruscas; hablando en plata, la muerte, para luego renacer en algo que será una incógnita, un misterio.

Las décadas de relativa bonanza se han adueñado de las mentes, de la forma de entender la vida, donde el viejo ideal de autogestión, de trabajo sobre capital, de lucha y esfuerzo combativo contra los opresores, cayó fulminado como un mosquito despistado en una nevada, ocupando su lugar la idea de que las autoridades son las encargadas de solucionar los problemas, de velar por nosotros, pues para eso estamos en democracia y ejercemos el derecho al voto.

Cierto es que la crisis ha generado sobresalto, algunas dudas, pequeñas grietas. Pero los efectos anestesiantes de esos tiempos de bonanza, muy relativa, ya digo, pues el mileurismo y las altas tasas de paro son una constante que viene de antes de 2008, han provocado que las respuestas se hayan limitado a opciones ciudadanistas, o si se prefiere el concepto, neolerrouxistas. Hemos asistido a una eclosión de palabras y conceptos trampa, palabras y conceptos huecos y vacíos, falsamente contestatarios, como empoderamiento, democracia participativa, derecho a decidir, poder popular, heteropatriarcado, ideología de género y feminismo hasta en la sopa, autodeterminación de los pueblos...

¿Por qué los considero palabras o conceptos trampa, fundamentalmente? Por lo que he mencionado más arriba, porque en realidad implican adaptación y aceptación del sistema, e incluso egoísmo mezquino, el ideal de seguir siendo una pequeña parte del mundo privilegiada, con derecho a seguir expoliando al tercer mundo. De aquí viene el renacer del nacionalismo, a izquierda y derecha, claro que ahora tal idea ya no se define así,hay que manejar conceptos democratistas para engañar a las gentes: al nacionalismo llámale derecho a autodeterminación de los pueblos, derecho a decidir sobre todo, y ya tienes a las multitudes ciudadanistas, participativas y empoderadoras cayendo en esa trampa de ratones. Tampoco ven estas masas "rebeldes" que tras el derecho a decidir se esconde el derecho a ser gobernado, ni más ni menos. Todo muy radical y revolucionario.



Hemos visto claramente y muy recientemente que la democracia que tenemos es una mentira, un teatro donde se mueven los hilos por detrás. Unos partidos han sido ascendidos y otros hundidos, pero, ay, vivir sin la venda es muy duro, hay que autoengañarse con mentiras piadosas. El voto es libre, nadie lo maneja, no hay campañas mediáticas ni empresas detrás o servicios del Estado manejando los tiempos. Esto es una democracia, quien ose ponerlo en duda es un cenizo, un pesimista, que no se nos quite la ilusión en los Reyes Magos.

La degeneración de esos ufanos ciudadanos democratistas, su pérdida casi total de libertad, ha quedado terriblemente de manifiesto en el llamado Proces catalán. La gente ya no se moviliza desde abajo, ha sido un llamamiento de autoridades, autoridades saqueadoras y corruptas, el que ha sacado a multitudes a la calle. Su pasado y su presente quedan tapados, ya no son expoliadores del pueblo, ahora son luchadores por la libertad, héroes, y hasta se habla de horizontalidad y autogestión en las protestas, a la que se sumaron fervorosamente incluso los anarcosindicalistas de CNT y CGT.

La derrota de las clases populares ha sido total. El Capital y el Estado ya no pueden ofrecer apenas migajas en forma de dinero, por lo que  su táctica es ofrecer algo de participación, de empoderamiento, es decir de libertad no conquistada, concedida, o sea una falsa libertad. Elija usted de que color quiere que le pintemos el cuarto. En eso se agota la rebeldía contemporánea, y en eso se agotan sus mezquinos y burgueses sueños. Autoengaños sobre autoengaños en una situación mundial sumamente delicada, por cierto, donde los ejércitos de las potencias pueden borrar a casi toda la humanidad del mapa cuando lo crean conveniente, o conque a uno de los mandamases mundiales con capacidad nuclear se le vaya un momento la pinza.

Pero claro, el internacionalismo requiere de reconocer que Occidente no está a salvo, reconocer que, aunque con mejores condiciones aún que otros hermanos del mundo, pero no por mucho tiempo, somos explotados, oprimidos, dominados, no ciudadanos, ni empoderados. Que aunque nos neguemos a creerlo hay una guerra social en todo el mundo contra nosotros, una guerra económica, de momento, pero con riesgo de llegar a algo más, que, o despertamos, o nos machacarán.

Que las autoridades políticas y económicas no son padres o madres que nos quieren, aunque a veces sean duros y se les vaya la mano. No, son nuestros enemigos, y su objetivo es liquidar nuestra humanidad. Para ellos y ellas somos materia prima para sus máquinas, y materia prima desechable cada vez más.

Sólo cuando despertemos del sueño infantil, podremos retomar las ideas necesarias para sobrevivir en la guerra social. Necesitamos el regreso de las tradiciones revolucionarias e incendiar el engaño del Progreso. 

Esas tradiciones están ahí, a la espera: solidaridad sin fronteras o internacionalismo real, teniendo como objetivo clave reconstruir una Internacional con fuerza global; asambleas, consejos o concejos, es decir estructuras naturales y de base frente a partidos políticos; reflexión y lucha individual y colectiva frente a delegar, dejar hacer , votar y esperar; autoformación y formación emancipadora frente a la cultura de masas y televisiva; estoicismo subversivo frente al hedonismo embrutecedor del tardocapitalismo; apoyo mutuo y cooperación frente a la competitividad y la atomización; abandonar parcialmente al menos las redes sociales y volver a vernos las caras en locales para tal fin; entre otras muchas herramientas.

Ni en las falsas democracias ni en el ciudadanismo de adaptación está la esperanza ni la solución a la destrucción.

domingo, 7 de enero de 2018

Ni materialismo ateo, ni religión: por una espiritualidad de la belleza, la lentitud, la contemplación, el fracaso, la ineficacia y el antiproductivismo

Se dice habitualmente que los extremos se tocan. Y así, a algunos no deja de parecernos que entre el materialismo ateo y las religiones hay, en su práctica real, coincidencias evidentes, fundamentalmente una: la cosificación de individuos y comunidades, la extirpación o mutilación de su conciencia, obligada a arrodillarse ante el Dios Materia y su cohorte de sirvientes materiales o inmateriales pero de bajo nivel: dinero, fiestas, diversiones sin fin, placeres, viajes, éxito social , cachivaches último modelo, coches de lujo, acumulación de viviendas....por parte de lo que calificaré, de manera quizás un tanto simplista y gruesa, pero uno es grueso y simplista, qué se le va a hacer, de materialismo ateo.

Y por otra parte tenemos a los que obligan a arrodillarse ante un Dios, arrodillamiento que en realidad no es ante un Enigma insondable, que probablemente siempre quedará en un interrogante, si no ante quienes se dicen sus representantes en la borrascosa Tierra, o ante un Libro Sagrado, al que hay que seguir ciegamente, sin distinguir lo que puede haber de positivo y de negativo, lo que sería de ayuda y lo que no.

En un caso y en otro nos encontramos ante la puesta en marcha de mecanismos opresores que colaboran en el mantenimiento de la parte inferior del hombre, mecanismo que no le permiten desplegar su parte superior, su parte más realmente humana, brotar y germinar de la tierra ,si no sólo sus elementos más zafios, manteniéndole en la ignorancia y el conformismo.

Ciertamente la realidad es más compleja, lo reconozco, pues el amor apasionado a lo material, a las riquezas, raramente distingue ya a creyentes de ateos y agnósticos: hoy día es difícil encontrar a un creyente-los hay, pero escasos- que se oponga con radicalidad y lo muestre en su vida, a ese encumbramiento del oro como motor de la existencia y elemento de posesión que según su grado nos distingue y separa a unos de otros. Tampoco en ateos, si bien es cierto que hace no demasiado tiempo existió una cosa llamada Movimiento Obrero, mayormente ateo, y que en sectores y etapas de su desarrollo se oponía a la llamada cultura burguesa, esa cultura de materialismo vulgar. Pero esa cultura obrera ha pasado a la historia, por desgracia.

Aprisionados entre el materialismo ateo y hedonista y las religiones, debemos abrir brecha y escapar de ambos a través de la vía de una profunda espiritualidad, espiritualidad que puede salvar, por qué no, el aspecto positivo de esa tradición atea pero de amplia mirada, y el de algunas religiones, como las maravillosas Bienaventuranzas del cristianismo, por no salir de nuestra cultura.

La eclosión de esta espiritualidad no va a resultar nada fácil. Nada más opuesto a los valores requeridos para un renacer humano que los que dominan hoy por goleada. Unas sociedades donde imperan el culto al éxito, al triunfo, a la rentabilidad, al productivismo, a la fealdad de la producción en serie, a la uniformidad disimulada por un elogio de la diversidad, diversidad en realidad consumible y aceptable por el capitalismo-como expone brillantemente Byung Chul Han en La expulsión de lo distinto-, al dinero, al poder, a la aceptación o adaptación a lo existente, a la actividad continua, en realidad a un movimiento de un lado a otro sin más objetivo que hacer entender a otros que así somos y existimos, que disponemos que los medios para divertirnos y viajar por el mundo, sin interés real en conocerlo, en aprehenderlo, sin mirar las partes "feas" o doloridas de la humanidad.



Estos "valores" son como una losa enorme colocada sobre una pradera. Obscuridad, presión, falta de humedad, hacen muy difícil el brote de la planta, que debería ser capaz de agrietar la roca que le aplasta y abrirse paso a la superficie. Pero es la lucha ante las enormes dificultades que nos ahogan la que nos hace humanos, al contrario de las ideas imperantes hoy.

Para la búsqueda del conocimiento de sí mismo, de la unión del Todo y las partes, del qué somos y cuál es nuestro papel en el Cosmos, de la interrogación de qué es éste, cuál es su origen, si lo tuviera, para la búsqueda de la verdad ,el amor al Orden del Universo, a la Naturaleza y su doble faz, bella, generosa y despiadada, se requiere de otro orden social.

Un orden que ponga arriba lo bello, el transcurrir lento de la existencia, sin el cuál no ha lugar a la contemplación, a la meditación, a la admiración de esa belleza de doble cara que nos rodea. Un orden que no mienta ni busque enfrentarnos con la mentira del triunfo, pues el fracaso es la esencia de la vida, y sólo los fracasos nos enseñan. Ser, existir, en la búsqueda de la verdad y la belleza y la contemplación es opuesto a la civilización de la rentabilidad, la eficacia y el productivismo, pues eso favorece todo lo contrario: la fealdad, la destrucción, la esclavitud, lo banal, lo zafio, lo inferior. 

Seamos antiproductivistas e ineficaces, ineficaces para el Orden del Mal que impera, y eficaces para el Reino de lo bello, lo bueno, lo lento, lo verdadero.

La espiritualidad, o es inadaptada y revolucionaria, o no es.