Tenemos que agradecer a la Editorial Enclave la publicación, en 2016, de La revolución y otros escritos, una compilación de textos, primero el ensayo La revolución y después otros artículos, publicados por una figura desconocida prácticamente en el mundo de las ideas, Gustav Landauer.
Con un prólogo y una introducción sumamente interesantes que nos acercan a su vida y pensamiento, la de un anarquista contracorriente, según se le define acertadamente en la Introducción, La revolución es un texto complejo, que va de menos a más, de unas primeras páginas donde parece que vamos a encontrarnos un "ladrillo", un texto muy árido y aburrido, pero que va tomando interés creciente, exponiendo una tesis que para el grueso del pensamiento actual y el de la época de Landauer, con algunas excepciones, resulta heterodoxo y rompedor: la presentación del medievo, lo que el llama La Edad Cristiana, la que une dos fuerzas pujantes, los pueblos llamados bárbaros con el cristianismo más auténtico, como más positivo que negativo. Época donde un espíritu unificador , de visión trascendente,guiaba a la sociedad, que realizó grandes y anónimas obras como templos y catedrales, sociedades sin poder centralizado, sociedad de sociedades,la llamaría, de grupos naturales y voluntarios que se apoyaban entre sí, hermandades, gremios...una serie de estructuras sociales autónomas e interrelacionadas a la vez, vinculadas no por la coacción y la violencia, sino por ese espíritu que unía lo material y lo espiritual, lo individual y lo social.
La forma de la Edad Media, para nuestro autor, por tanto, no era el Estado, sino la citada sociedad de sociedades. Sin embargo, caído poco a poco el cristianismo en la escolástica, la inquisición, la doctrina, la letra muerta, se rompe ese espíritu unificador, abriéndose otra época de desarraigo, atomización e individualismo en el siglo XVI, siendo protagonistas de tal cambio figuras como Lutero o los individuos del Renacimiento, época marcada por el fin del arte anónimo y popular, que se transforma en obra de individuos geniales, pero melancólicos y solitarios. Es en esta época cuando empiezan a surgir diferentes revoluciones, lo que él llama lúcidamente revoluciones de Estado, que buscan la libertad y la justicia, pero que fracasan porque no logran crear ese nuevo espíritu , triunfando el Estado frente a la comunidad.
Destaca de La revolución la mención especial y favorable que hace de La Boetie y su Discurso de la servidumbre voluntaria, análisis aún de plena actualidad de los mecanismos psicológicos de aceptación individual de la dominación del hombre por el hombre. Finalmente, en las últimas páginas de la primera parte del libro defiende la creación de comunidades alternativas dentro de la sociedad capitalista y la revolución interior. Para él la verdadera revolución no es una tabla rasa, sino que debía apoyarse en elementos presentes y positivos del pasado, junto con otros nuevos, surgiendo una síntesis superadora del capitalismo y el Estado.
El resto del libro lo constituyen una serie de artículos donde expone diversas opiniones que van desde la crítica a la socialdemocracia al propio anarquismo, corriente en la que se situaba, reflexionando por ejemplo sobre los atentados de algunos libertarios, criticando ese anarquismo del crimen, si bien comprendiendo que solían ser fruto de la desesperación. Para mí, sin duda, el texto más importante es el premonitorio sobre la guerra mundial por venir, y la necesidad de la huelga general a nivel internacional como mecanismo de intentar frenarla .Artículo en forma de diálogo que está de plena actualidad, por desgracia, pero sin que haya rastros en lo que queda de movimiento obrero de usar esta herramienta. Es más, casi nadie en el sindicalismo ni en el mundo político en general parece hablar o vislumbrar este evidente riesgo, lo cual resulta algo suicida, fruto de una ceguera terrible, de un optimismo sin base real, lo que no augura nada bueno.
En fin, un libertario sumamente original, muy poco conocido por nuestras tierras, que nos da una visión muy distinta en algunos puntos de la de un Bakunin, por ejemplo, crítico feroz del cristianismo, aunque comparta con él el ideal de una sociedad federal, construida de abajo arriba. Y tengo que decir que mis simpatías se encuentran más cerca de las de Gustav Landauer, pues como él, hace tiempo que llegué a la conclusión que se necesita de un espíritu que brote de dentro afuera, único medio de evitar la maldición de la opresión, aquella que se impone de afuera a dentro, y que nos condenará a seguir viviendo bajo la organización estatal frente a su verdadera alternativa, la comunitaria o la comunidad de comunidades.