Llego a tiempo de publicar una recetica dulce caprichosa antes de despedir el mes de noviembre, el cual no tengo claro si se me ha hecho largo o se me ha pasado volando. Un poco ambas cosas, supongo, sensación que termina dejándome más agotada por dentro.
La recta final de año siempre viene cargadísima de trabajo y, cuando se junta con imprevistos tantos laborales como personales, llega el caos. Bueno, tampoco voy a ponerme dramática en exceso que no ha sido para tanto, pero sí que he terminado muchos días agotada, sobre todo de la cabeza. Por suerte, el tiempo otoñal -aunque menos frío de lo que me gustaría- y las ganas de celebrar las fiestas en casa con unas pequeñas vacaciones hacen todo más llevadero. Y que tengo la suerte de estar rodeada de gente estupenda, que siempre facilita la existencia.
Este mes hemos tenido follón gatuno en casa. Nuestro gatete Lito, un buen día, no se terminó la comida que normalmente engulle como si se la fueran a robar. Al día siguiente fue a comerse el pienso que le quedaba y lo vomitó de golpe. Ya no quiso comer más pienso ni tampoco al día siguiente, y apenas comía un poco de otras cosas (fiambre de pavo, que le encanta, pollo, comida húmeda...), que tampoco pedía con especial entusiasmo. Nos preocupamos así que fuimos al veterinario, con el consiguiente drama que el señorito monta en cuanto ve el transportín. Pues le tocó volver al día siguiente, y una semana después otra vez.
Exploración, ecografía, analítica y análisis de orina después, teníamos diagnóstico: tiene riñones poliquísticos. Es una enfermedad congénita sin cura que hará que los riñones funcionen cada vez peor con la edad hasta fallar, pero por el momento parece que siguen relativamente bien. Toca, eso sí, cambio de dieta, vigilar que beba mucha agua y controles más periódicos. Además tenía una bacteria, colestasis y gastroenteritis, probablemente por eso no comía bien. Tras un finde de medicación y caprichitos ya vuelve a comer como una lima y parece que el pienso nuevo renal le gusta tanto o más que el anterior, así que estamos contentos con eso :). Esperamos que pueda seguir bien y feliz muchos años más con una vida relativamente normal.
Y tras la chapa gatuna, recetica dulce. Me apunté estos mini cakes de pistachos en cuanto vi la receta en The Guardian, firmada por Ravneet Gill, y me di el capricho de hornearlos el finde que el elfo estaba, como cada año, en un concurso de pintura de miniaturas en Monte San Savino. Mi receta está algo modificada, no puse frambuesas -porque no tenía, básicamente- y usé moldes normales de muffins, de tamaño mediano, pero en formato más mini deben ser peligrosos porque no podrás comerte solo uno. Muy fáciles de preparar y riquísimos, con esa miga esponjosa y suave, algo húmeda y muy aromática, que los frutos secos consiguen en este tipo de masas.
Inspiración: receta ligeramente modificada de Ravneet Gill
Ingredientes aproximados para 5-6 cakes tamaño magdalena mediana o 9-10 minis
- 70 g de pistachos triturados finos (molidos)
- 60 g de almendra molida
- 90 g de azúcar glasé
- 50 g de harina de trigo sarraceno o teff
- 1 pizca de sal
- 1/4 cucharadita de levadura química (impulsor)
- 1/4 cucharadita de cardamomo molido (opcional)
- 80 g de mantequilla sin sal derretida
- 120 g de claras de huevo
Precalentar el horno a 180ºC con calor arriba y abajo. Engrasar los moldes o usar cápsulas de papel o moldes de silicona.
Tamizar todos los ingredientes secos en un recipiente mediano y mezclar con unas varillas finas. Añadir la mantequilla derretida, no muy caliente, y mezclar bien. Montar las claras aparte casi a punto de nieve e incorporar a la masa con movimientos envolventes, aunque no será una masa muy aireada en apariencia, más bien algo basta.
Repartir la masa en los moldes y hornear hasta que estén dorados y al pinchar el centro con un palillo salga prácticamente limpio y seco; será en torno a 18-30 minutos, según el tamaño del molde y tipo de horno. Esperar un poco antes de desmoldar y enfriar sobre una rejilla.