(La a-historia y los invariantes argentinos) Este trabajo está basado en la conferencia que ofrecí en la casa de Alem 908, Bahía Blanca, sede Fundación Martínez Estrada, el 10 de noviembre de 2016. Un cúmulo de temas dispersos se fueron...
more(La a-historia y los invariantes argentinos)
Este trabajo está basado en la conferencia que ofrecí en la casa de Alem 908, Bahía Blanca, sede Fundación Martínez Estrada, el 10 de noviembre de 2016. Un cúmulo de temas dispersos se fueron uniendo, y de su combinación surgió un desarrollo muy am-pliado de las ideas de este pensador: los invariantes, la a-historia, el peronismo como religión, seis historias apócrifas, La Cabeza de Goliat, la pampa que ingresa a Buenos Aires “a través de la gramilla de los empedrados”, la no superación de la dicotomía civi-lización-barbarie, la Revolución y la Contrarrevolución de Mayo, el costo de las masa-cres en el inconsciente colectivo, la lección de unos anarquistas en el siglo XIX, y la única opción válida para salir del atraso: adoptar el sistema de los tres poderes indepen-dientes.
Podría decirse que la peor situación de toda la historia argentina se vivió a finales de la década de 1880, que culminó con la Revolución de 1890: quebraron los tres bancos nacionales y quedamos en default externo; miles y miles quedaron en la calle, com-pletamente desamparados. El robo fue espantoso, de magnitud similar al del corralito (2001/2). A las provincias las llamaban “los trece ranchos” y la miseria era terrible. La proclama de los revolucionarios (Alem-del Valle) sólo pedía voto secreto y fin de la corrupción.
Un grupo de marxistas alemanes había llegado al país para esa época, cuyo mayor exponente fue Germán Avé Lallemant. Huían de Bismarck. Habiendo observado el enorme saqueo de las arcas públicas, debatieron entre ellos acerca de cómo encasillar semejante rapiña: no lograban encontrarle un lugar en el esquema de Marx. Hasta que se dan cuenta que estos tipos no eran capitalistas, sino “el caudillaje”, un estadio muy ante-rior al predominio del capital, una especie de feudalismo saqueador de tipo medieval y bandolero. Vale que nos hagamos la pregunta: si en doscientos años de historia nuestro país todavía tiene el 33% de pobreza, ¿no será que muchos de los gobiernos que se su-cedieron fueron, en mayor o menor grado, en realidad, “saqueadores medievales bando-leros”? ¿En qué estructura de los tres poderes independientes colocaríamos a entidades o personalidades tan disímiles como el Unicato, la Liga Patriótica, la Fundación Eva Perón, Sueños Compartidos, las universidades tercerizadas, La Cámpora, el Fútbol para todos, la Tupac Amaru, Austral Construcciones; o los militares golpistas Uriburu, Justo, Galtieri, Videla, Massera; o a personajes como Julio A. Roca, Miguel Juárez Celman, Juan D. Perón, Jorge Antonio, Norberto Apold, Carlos Aloé, Miguel Miranda, Isabelita y José López Rega, Celestino Rodrigo, Firmenich y los montoneros, el aduanero Ibrahim al Ibrahim, Domingo Cavallo, Carlos Menem, Emir Yoma, los Kirchner, Lázaro Báez, Cristóbal López, José Francisco López, entre tantos otros? ¿Constituyen estos nombres una marca registrada argentina supra-institucional?
La carta de Borges donde menciona que Martínez Estrada le dijo que la historia ar-gentina proviene del Viejo Vizcacha, cierra el círculo. Por eso considero que las distintas historias oficiales, incluso la de la generación del ‘80 y la del peronismo, son relatos, a-historias, algunas monumentales. La Cabeza de Goliat fue una idea brillante de Martínez Estrada. Lo que los ochentistas crean, en realidad, no es un gran país, sino una gran ciudad. Se trata de la mega Buenos Aires, “que le chupa la sangre a la nación”. Claro, ellos niegan esto: dicen que Argentina llegó a estar octava en el mundo, y que después llegó el peronismo para destruir todo. Sin embargo, analizando en profundidad se ve claramente que dejaron un “gran país” sólo para la aristocracia, y que los sumergidos estaban muy mal. ¿Por dónde estaba en ese entonces la distribución de la renta? ¿quizá en 90%/10%? Los conservadores aceptan de mala manera el resultado de los comicios de 1916, gana Yrigoyen, sigue Alvear, vuelve Yrigoyen, pero el invariante militar que dejaron –herencia de Roca– se mantiene poderoso, y hacen caer fácilmente al gobierno radical. Viene el fraude patriótico que mantiene a las clases bajas en condiciones peno-sas, y llega Perón como nuevo monarca de las masas, reivindicándolas pero desde la contrarrevolución. Cambian personajes y circunstancias, pero no hay república de tres poderes independientes. Se ve una línea directa entre los desheredados de Roca y sus continuadores, y los descamisados de Perón en 1946. Y arribando a 2016, se observa la dificultad de la población para aprehender ciertos conceptos de apariencia luminosa, pero que conducen hacia la decadencia: inflación, necrofilia, desprecio a la ley, autorita-rismo, baja calidad de las instituciones.
El único invento genial universal fue el sistema democrático de los tres poderes in-dependientes (Montesquieu, Rousseau) que surge con la Revolución Francesa (1778) y evoluciona pausadamente y con muchos conflictos hasta nuestros días. Después apare-cen, al menos, las siguientes tendencias: el comunismo, el fascismo, los regímenes te-ocráticos y las democracias embrionarias; quedan, también, algunos reductos medievales. Los tres primeros tendieron siempre a destruir o mutilar las democracias, pasando al partido unitario. Explícitamente se construyeron como monarquías –poder único, perso-nalizado y centralizado– y declararon como su enemigo a los gobiernos de tres poderes, combatiéndolos muchas veces por los medios más bestiales.
Este panorama se ve todavía hoy en algunos lugares: estamos ya en Siglo XXI. Ro-sas, Mitre, Sarmiento, Roca, Perón, no resisten un análisis “etiológico histórico”. Fueron todos regímenes donde primaron los invariantes monárquicos, de características teocrático-militares, que gobernaron sólo para un sector social y no para todos los habi-tantes. Ejercieron el poder mediante estructuras corporativas, piramidales y verticales.
La Constitución de 1853 y las subsiguientes hasta 1916, constituyeron sólo fachadas de una república. Descubrí a Ezequiel Martínez Estrada aproximadamente en 2009/2010, cuando me encontraba preparando una obra sobre la historia del ajedrez argentino. Allí apareció su figura como Bibliotecario de la FADA y autor de algunos artículos en El Ajedrez Argentino, 1924/5. Por ese entonces no tenía intención de escribir un capítulo importante acerca del ajedrez y la literatura, pero después de leer algunas de sus obras y las de otros autores que habían escrito sobre él, me atrapó, y me identifiqué totalmente con sus ideas. El hecho de entrar por la ventana terminó traduciéndose en una ventaja que no tuvieron mis antecesores: examiné todos sus trabajos consecutivamente, incluyendo Filosofía del Ajedrez, escrito entre 1916 y 1929 pero publicado recién en 2008, lo que me permitió visualizar los conceptos básicos fundamentales de su obra desde un ángulo nuevo y más abarcador.
Lo más importante que observé es que varios conceptos ajedrecísticos pasan de Fi-losofía a sus obras posteriores (Radiografía de la pampa, Los invariantes históricos en el Facundo, y otras). Por un lado, expone el concepto de “invariante”, muy poderoso y aplicable universalmente: lo que no cambia, en contraposición a las modificaciones cir-cunstanciales producidas en cada época. Lo define como “una máquina de trabajo natural”:
–Debo especificar que mi libro Radiografía de la pampa no se refiere a situaciones, o sea, a circunstancias variables. He tratado de configurar un diagrama con los invariantes históricos que creí hallar en el Facundo y además en Las Bases, Ojeada Retrospectiva, y en los escritos doctrinarios de Moreno y Monteagudo. Las situaciones cambiantes no alteran la estructura esencial que creo haber fijado en el diagrama, susceptible, es claro, de progresivas modificaciones.
De este diagrama puede deducirse una función, entre máximas y mínimas, como el de una máquina de trabajo natural, tomadas en cuenta también las perturbaciones mecá-nicas de un orden previsible. Por este método, el pronóstico es consecuencia de conocer el mecanismo, y la palabra profeta es absolutamente impropia e injuriosa.
También habla de “posicionarse y analizar desde arriba”, y dice que el ajedrez “consiste en las posiciones a devenir”.