Enrique Jaramillo B.
Axel Rojas
Editores
Pensar el suroccidente
Antropología hecha en Colombia
Tomo III
Pensar el suroccidente
Antropología hecha en Colombia
Tomo III
Enrique Jaramillo B.
Axel Rojas
Editores
Pensar el suroccidente. Antropología hecha en Colombia / Hermann Trimborn, Milciades Chaves,
Kathleen Romoli, María Victoria Uribe [et al.]; Editado por Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas. -- Cali:
Universidad Icesi. Sello Editorial, 2019.
962 pp. tablas, mapas, gráficos.
Incluye referencias bibliográficas al final de cada capítulo.
1. ANTROPOLOGÍA HECHA EN COLOMBIA. 2. ANTROPOLOGÍA SOCIAL. 3. ANTROPOLOGÍA
CULTURAL. 4. ANTROPOLOGÍA REGIONAL – SUROCCIDENTE. 5. COLOMBIA. 5. ETNOLOGÍA –
INVESTIGACIONES. I. Título. II. Hermann Trimborn, III. Milciades Chaves IV. Milciades Chaves,
Kathleen Romoli. V. Jaramillo, Enrique y Axel Rojas editores. VI. Universidad Icesi.
ISBN: 978-958-8936-87-1 / 978-958-8936-88-8 (PDF).
DOI: https://doi.org/10.18046/EUI/ee.4.2019
305.898 A636 - scdd 21
Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995
Catalogación en la fuente – Universidad Icesi. Biblioteca
© Universidad Icesi, 2019
© Asociación Latinoamericana de Antropología (ALA)
© Grupo de Estudios Linguísticos, Pedagógicos y Socioculturales, Universidad del Cauca
© De los autores: Enrique Jaramillo B., Axel Rojas (Editores académicos), 2019
Primera edición
Editorial Universidad Icesi, junio de 2019
Diseño y diagramación: Johanna Trochez - Ladelasvioletas
Imagen de carátula: Enrique Jaramillo B.
Coordinador Editorial: Adolfo A. Abadía
Editorial Universidad Icesi
Calle 18 No. 122-135 (Pance), Cali – Colombia
Teléfono: +57 (2) 555 2334 | E-mail:
[email protected]
http://www.icesi.edu.co/editorial
La Editorial Universidad Icesi no se hace responsable de la ideas expuestas bajo su nombre,
las ideas publicadas, los modelos teóricos expuestos o los nombres aludidos por el(los)
autor(es). El contenido publicado es responsabilidad exclusiva del(los) autor(es), no refleja
la opinión de las directivas, el pensamiento institucional de la Universidad Icesi, ni genera
responsabilidad frente a terceros en caso de omisiones o errores.
Los contenidos de esta publicación pueden ser reproducidos sin autorización, siempre y
cuando se cite el título, el autor y la fuente institucional.
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
Contenido
Reconocimientos ....................................................................................................................... 9
Introducción. Pensar el suroccidente
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas ............................................................................................11
Zonas de contacto: colonialismo y el problema del otro
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
Hermann Trimborn .................................................................................................................29
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
Milcíades Chaves Chamorro .....................................................................................................59
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Kathleen Romoli .......................................................................................................................83
Documentos del siglo XVIII referentes a la provincia de los pastos: problemas
de interpretación
María Victoria Uribe ..............................................................................................................129
Economía, poder y región
Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del
Cauca 1810-1830
Germán Colmenares ..............................................................................................................159
Las tierras bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Robert West.............................................................................................................................193
La configuración histórica de la región azucarera
José María Rojas .....................................................................................................................251
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
Odile Hoffmann .....................................................................................................................283
Emergencias: del problema del indio a la política indígena
Problemas de actualidad
Juan Friede ............................................................................................................................313
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
Luis Duque Gómez .................................................................................................................339
Historia política de los paeces
Víctor Daniel Bonilla S...........................................................................................................353
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
María Teresa Findji ................................................................................................................391
El movimiento indígena en Colombia
Trino Morales .........................................................................................................................409
Organización social
Bases para el estudio de la organización social de los páez
Segundo Bernal Villa .............................................................................................................423
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Nina S. De Friedemann .........................................................................................................445
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
Myriam Jimeno Santoyo .........................................................................................................493
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Franz X. Faust .......................................................................................................................505
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Ronald A. Schwarz.................................................................................................................541
Clases, tierra y trabajo
Formación de un sector de clase social. La burguesía azucarera en el Valle del
Cauca durante los años treinta y cuarenta
Charles David Collins .............................................................................................................575
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
Rolf Knight .............................................................................................................................631
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y
funcionamiento (inédito: 1981)
Jaime Arocha Rodríguez ........................................................................................................665
Evolución del trabajo asalariado rural en el Valle del Cauca, Colombia, 1700-1970
Michael Taussig ......................................................................................................................685
Tenencia y uso de la tierra por la industria azucarera del Valle del Cauca
Simeone Mancini M. ..............................................................................................................725
Origen y formación del ingenio azucarero industrializado en el Valle del Cauca
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia ..............................................................753
Movilizaciones y luchas
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Gustavo De Roux....................................................................................................................799
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional
Indígena del Cauca
Christian Gros........................................................................................................................831
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Cristina Restrepo ....................................................................................................................853
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Luz Ángela Herrera................................................................................................................885
Interpretando el pasado Nasa
Joanne Rappaport ..................................................................................................................909
Intelectuales, campesinos e indios
José María Rojas .....................................................................................................................931
Índice analítico ..................................................................................................................... 955
Reconocimientos
L
a publicación de este libro ha sido posible gracias a un conjunto amplio
de instituciones y personas que han mantenido su apoyo y la convicción
acerca de la importancia de fortalecer el campo de la antropología en
Colombia y la región.
En 2017, la Asociación Latinoamericana de Antropología (ALA), el Instituto
Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), y la editorial de la Universidad
del Cauca, dieron el primer paso para la creación de la colección de Antropología
hecha en Colombia, a la cual esperamos contribuir y dar continuidad con esta
compilación. Agradecemos a las editoriales que cedieron los derechos sobre
los artículos y capítulos de libro que componen esta obra, y a los autores y
descendientes de los autores, quienes autorizaron su publicación.
Agradecemos especialmente a la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad
del Cauca, en cabeza del profesor Héctor Samuel Villada, y al Doctorado en
Antropología de la Universidad del Cauca, en cabeza del profesor Cristóbal Gnecco,
que aportaron oportunos recursos para hacer realidad este proyecto. También en la
Universidad, el profesor Tulio Rojas Curieux, quien como decano de la Facultad de
Ciencias Humanas y Sociales y como director del Grupo de Estudios Linguísticos,
Pedagógicos y Socioculturales, apoyó esta iniciativa desde el comienzo.
En la Universidad Icesi la publicación contó con el apoyo permanente del Comité
Coordinador del Congreso de Antropología, entre quienes queremos destacar la
labor de Karime Rios Piedrahíta y el respaldo de la Jefe del Departamento de
Estudios Sociales Inge H. Valencia, al igual que del Decano de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales Jerónimo Botero.
Las dos Universidades aportaron recursos económicos para las labores de
preparación e impresión del libro, que, junto con el compromiso de los equipos de
trabajo involucrados, garantizaron las condiciones necesarias para que publicación
viera la luz en le marco del XVII Congreso.
Finalmente, la preparación editorial del texto contó con los apoyos invaluables
de Leonela Lora Mamián y Manuela Leon, quienes con gran paciencia y
dedicación digitalizaron y prepararon los textos de esta compilación, antes de
que fueran llevados al proceso editorial. La Editorial Universidad Icesi y su
Contenido
equipo editorial, encabezado por Adolfo A. Abadía, brindaron su apoyo en el
diseño y diagramación del libro, y jugaron un papel fundamental en las labores
finales que demanda una empresa como esta.
A todos ellos y a quienes ahora se nos escapan, muchas gracias.
Nota editorial
Esta compilación recoge treinta textos, entre artículos y capítulos de libro,
previamente publicados en revistas y libros académicos. Los textos han sido
incluidos intentando respetar al máximo la labor editorial realizada para su
publicación original; en este sentido, es importante mencionar que se mantuvieron
algunas formas de escritura y manejo de términos especializados, respetando los
usos dados en los textos originales. No obstante estandarizamos el tratamiento de
aspectos tales como el manejo de citas y referencias bibliográficas. La información
de referencia sobre los textos originales aparece al comienzo de cada artículo o
capítulo, en nota al píe de página.
Los editores
10
Introducción. Pensar el suroccidente
ENRIQUE JARAMILLO B. Y AXEL ROJAS
Presentación
E
n junio de 2017, en el marco del XVI Congreso de Antropología en Colombia y
VI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología, se presentó
en Bogotá el libro Antropología hecha en Colombia (Restrepo, Rojas y
Saade, eds.). El libro recogió en dos tomos un conjunto de artículos y capítulos de
libro, publicados en Colombia en algo más de siete décadas, luego de la creación
del Instituto Etnológico Nacional. Para sus editores, la antropología hecha en
Colombia constituía: “[…] aquella producida en el país, que se constituye en
insumo empírico, metodológico o conceptual para nuevos trabajos o discusiones
antropológicas en Colombia”. En este sentido, “lo que resulta relevante es el lugar
y la red de producción y apropiación de la práctica antropológica, entendida
como un particular campo de interacción entre colegas cuyos trabajos tienen
como anclaje el establecimiento antropológico del país”.
Al iniciar la preparación del XVII Congreso de Antropología en Colombia, que se
realizaría esta vez en Cali en la Universidad Icesi, propusimos al comité académico
continuar con el proyecto; de allí surge este nuevo volumen. Además del buen
recibo del libro publicado, varias razones nos animaron a emprender esta tarea; un
impulso inicial surgió en la presentación de los dos tomos en Bogotá, en donde la
colega y amiga Andrea García hizo un comentario crítico que nos llamó la atención.
Al revisar la tabla de contenido, llamó la atención sobre el hecho de que parecía
por momentos una compilación de “antropología hecha en Bogotá”. Andrea tenía
razón en varios sentidos; los dos primeros tomos reflejaban en parte el centralismo
de la antropología producida desde o en relación con el establecimiento académico
colombiano. En parte porque una porción del trabajo antropológico hecho en el
país ha tenido como eje la institucionalidad capitalina, y también porque mucho de
lo que se produce en las regiones no circula o no es leído en el centro.
Este hecho llama la atención sobre varios asuntos que consideramos importante
tener en cuenta al asumir esta iniciativa que el lector tiene en sus manos; en
primer lugar, que la Antropología hecha en Colombia no busca idealizar “lo
11
Introducción. Pensar el suroccidente
colombiano”, asumiéndolo como una comunidad armónica desprovista de
tensiones, ni desconoce las geopolíticas que operan en el contexto académico
“nacional” y en sus múltiples articulaciones continentales y globales. Así mismo,
es una de las razones por las cuales adquiere sentido el proyecto: sigue siendo
urgente tejer y fortalecer redes académicas, abriendo nuevos diálogos tanto a nivel
nacional como latinoamericano, e intentar deshacer los entramados de privilegio
que constituyen el establecimiento académico en Colombia.
Dado que el Congreso se realizaría en Cali, decidimos iniciar este proyecto editorial
con la idea de aportar a una Antropología hecha en Colombia, que permitiera
también “pensar el suroccidente”. La definición de criterios de inclusión para
elaborar la compilación, fue una de las tareas más interesantes de esta experiencia.
Los dos primeros tomos habían marcado unas pautas, pero no estábamos seguros de
trabajar con las mismas en este caso. Estamos de acuerdo con que una Antropología
hecha en Colombia, debe estar inserta en las redes académicas del país, lo que
no siempre implica que sea hecha desde una institucionalidad nacional. En esta
perspectiva, también decidimos incluir textos que consideramos nodales para este
proyecto, cuyos autores se mantuvieron vinculados a instituciones extranjeras,
dando importancia a que hubieran mantenido relaciones constantes con redes
académicas del país. Sin embargo, aun este criterio es difícil de garantizar, en
tanto unos pocos textos fueron producidos sin que sus autores hayan hecho parte
de redes académicas nacionales de manera estable, pero en todo caso han sido
centrales en debates que consideramos relevantes en la estructuración del volumen.
Debido a que es un rasgo que se hace evidente con facilidad en esta compilación,
queremos dejar en claro que hablar de antropología hecha en Colombia no
implicar cerrar fronteras disciplinares. Muchos de los textos que hacen parte de
este volumen, han sido considerados con frecuencia fundadores de la antropología
colombiana, aunque sus autores no tuvieran el título formal de antropólogos.
Estamos seguros de que no es posible hacer antropología sin dialogar con y
aprender de otras disciplinas, y la investigación sobre la región parece demostrarlo.
También es pertinente mencionar el carácter a la vez retrospectivo y
prospectivo de este trabajo. No se trata de un volumen que recoja el canon
de la antropología hecha en el suroccidente, ni uno que busca en el pasado
herramientas para construir en el futuro. Es por eso que resulta muy probable
que se echen de menos algunos textos y autores, o que cause sorpresa la
inclusión de otros. Es obvio que el volumen responde también al ejercicio
interesado de los editores, quienes hacemos parte de algunas de las redes
que piensan desde y sobre el suroccidente; la elección de unos u otros textos
obedece a un interés marcado por nuestras propias agendas de investigación,
aunque esperamos que no solo por ellas.
12
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
Cuando comenzamos a pensar la compilación, el suroccidente del país y en especial
áreas como el Macizo, el norte del Cauca, Putumayo, o el sur del Pacífico, estaban,
una vez más, en el epicentro de la investigación social y del activismo académico.
Como había ocurrido en los años 1960 y 1970, el número de científicos sociales
y todo tipo de expertos documentando y dinamizando procesos de investigación
e intervención social había vuelto a ser notorio en el área. Esta vez los actores
traían diversas y nuevas adscripciones. A los grupos de solidarios y los centros de
investigación de otrora, se sumaban las voces institucionalizadas del establecimiento
académico, nuevos burócratas estatales, entusiastas funcionarios de ONGs y de
agencias de cooperación, e incluso intelectuales locales con formación académica
pertenecientes a los distintos colectivos; lo que también estaba transformando
progresivamente la antigua distancia entre los académicos y las organizaciones.
También habría que decir que las perspectivas y preguntas eran otras. Como era
de esperarse, las discusiones políticas y económicas de aquellas épocas, habían
adquirido paulatinamente la marca del culturalismo. Aunque las acciones en terreno
iban desde intervenciones que promovían aproximaciones en derechos sobre
tierras y recursos, hasta estudios sobre género, soberanía alimentaria, desarrollo
sostenible, o manejos ambientales entre otros; las políticas de la identidad se ceñían
cada vez más sobre estos asuntos como un enfoque que en apariencia corregía los
reduccionismos y las exclusiones de las que había sido objeto la diferencia cultural.
Por otro lado, los que se resistían a la seducción del multiculturalismo invocaban
versiones sofisticadas de la teoría social contemporánea. Adaptando conceptos
como el de acumulación por desposesión, gobernamentalidad neoliberal, racismo
ambiental, e incluso necropolíticas, algunos intentaban hacer frente a la locomotora
minera, el glifosato, la expansión de la agroindustria a gran escala, y a los ataques
sistemáticos a líderes sociales, y a modos de vida estigmatizados como formas de
“oposición” al preciado desarrollo.
Al tiempo que se transformaron los actores, los enfoques y los campos de
incidencia, también fueron mutando los sujetos de intervención, colaboración
e investigación. Parejo a los importantes procesos de empoderamiento político
y jurídico de organizaciones y movimientos sociales, se gestó un tránsito hacia
la ‘profesionalización’/‘burocratización,’ y en ocasiones cooptación del liderazgo
de base social, que aunado al papel de las ONG en la ‘gestión de los social’ y a
la tercerización de lo público, por mencionar sólo algunos aspectos, terminaron
introduciendo nuevos contextos y complejas relaciones en la región.
Frente a estos cambios en asuntos, sujetos y aproximaciones, lo que llamaba
nuestra atención era que un buen número de intervenciones, críticas o no,
estaban tomando por sentado una serie de narrativas sobre el suroccidente que
rápidamente veíamos emerger tanto en estudiantes como en activistas que se
acercaban interesados en hacer parte de la tendencia. En concreto, entre los temas
13
Introducción. Pensar el suroccidente
sobresalían nociones de resistencia, despojo y extractivismo que conducían a
muchos a contar siempre las mismas historias sin antes intentar describir histórica
y etnográficamente las particularidades, matices y complicaciones propias de cada
contexto. De la misma manera, a las secuencias de proletarización, comercialización
y transición urbana que caracterizaron la explicación social del tercer cuarto
del siglo XX, ahora se superponían sin mayores cuestiones discursos étnicos,
raciales y territoriales que antes de ser indagados o historizados eran asumidos
como puntos de partida incuestionados. Los términos eran ciertamente útiles
para contrarrestar ciertos puntos ciegos del marxismo en sus muchas variantes,
e incluso permitían vislumbrar cómo el capitalismo continuó profundizando
geografías particulares de desigualdad y conjuntos particulares de “otros” a lo
largo y ancho del suroccidente. No obstante, de alguna manera parejo a estos
conceptos, se reproducían fácilmente las ideas de sujetos pre-constituidos con
atributos, localidades y teleologías fijas.
No había duda que después de la arremetida de la seguridad democrática, los
tratados de libre comercio y las negociaciones de paz ya en el horizonte, la región y
sus poblaciones enfrentaban un período de cambios profundos y de gran alcance.
Tampoco era difícil reconocer que estos esfuerzos investigativos eran en su gran
mayoría bien intencionados y relevantes, y lo cierto es que en muchos sentidos,
como otros tantos académicos, nuestra esperanza era que la investigación social
pudiera contribuir a mejorar las condiciones de vida y las relaciones de inequidad
producidas históricamente en la región. En otras palabras, sentíamos la imperiosa
necesidad de problematizar nuestro propio rol como expertos en dichos procesos,
sin perder por ello el optimismo de la voluntad.
Este volumen recoge treinta artículos y capítulos de libro publicados a lo largo de
cinco décadas, entre los años cuarenta y noventa del siglo pasado; puede decirse
entonces que se trata de antropología hecha en Colombia en el siglo XX. Este
corte temporal obedece en parte a la esperanza de publicar un segundo tomo
en el que se incorpore la producción antropológica reciente, y en parte refleja
uno de los hallazgos de nuestra evaluación sobre la bibliografía existente: la
producción antropológica hecha en el suroccidente, ha crecido significativamente
en las últimas tres décadas.
Aun cuando intentaremos ampliar este punto más adelante, por ahora baste decir
que son múltiples las causas de este incremento en la producción antropológica
regional, entre las que se cuentan el auge del multiculturalismo, la creciente
incorporación de la región en las dinámicas del capital, el fortalecimiento de
dinámicas de organización social, y la transformación del rol de la antropología
en la región y el país. Antes de presentar algunos rasgos más precisos sobre el
contenido y estructura del texto, haremos una breve reflexión en relación con el
motivo que dio origen al titulo del libro: pensar el suroccidente.
14
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
Pensar la región
Según quién y cómo lo defina, el suroccidente es y ha sido representado de
múltiples formas y desde muy variados intereses. Una característica recurrente en
estas imágenes es la mención de su diversidad de paisaje, el significativo peso que
tiene la presencia de grupos étnicos, sus riquezas económicas y “naturales”, o el
peso que sobre ella ha tenido el conflicto armado, para mencionar solo algunos
rasgos. A pesar de esta heterogeneidad, también puede ser concebida de maneras
homogéneas: como unidad ‘natural’, definida por rasgos de tipo físico o geográfico,
o como unidad cultural, asociada a la presencia de un conjunto de costumbres
o tradiciones en común, e incluso como unidad político-administrativa, es decir,
como área contenida por las fronteras del ordenamiento territorial tanto en la
colonia como en el presente.
La región es una entidad imaginada, siempre además de muy diversas formas;
corresponde no tanto a un espacio natural como a un sentido y lugar histórico.
Desde una perspectiva antropológica, no puede ser definida por algún tipo de
unidad a priori, ya sea física, cultural, lingüística o administrativa; debe ser leída
etnográficamente a partir de su historia y de las disputas que la constituyen y también
estallan. Esto implica pensar en la perspectiva de los actores que históricamente
la han habitado, nombrado e intervenido, aunque no lo hayan siempre hecho en
términos de región, identificando sus intereses, las instituciones que movilizan
en estas disputas, y las reconfiguraciones que se producen en el tiempo. En este
sentido, proponemos pensar la región como espacio objeto de prácticas sociales
y discursivas que llega a ser reconocido en términos compartidos por diversos
actores en coyunturas particulares. De hecho, y esta sería otra característica de las
regiones, lo que se nombra y cómo es nombrado, es objeto de disputa.
En este proceso, distintos actores intentan definir o cuestionar las definiciones de
lo que es la región. Incluir o no a uno u otro departamento, o hacer énfasis en una
otra población, destacar la presencia de esta o aquella lengua, no son actos que
suceden meramente en un plano retórico, ni son ingenuos o desinteresados. Dado
que lo que al final quiere nombrarse es un proyecto político, no todos estarán
igualmente satisfechos si son incluidos o excluidos. Cada representación particular
varía en el tiempo, incluso al interior de un mismo grupo de actores, y en función
de múltiples intereses.
Si analizamos el proceso de conformación del Estado-Nación en el naciente
departamento del Cauca, vemos cómo este se basó en la idea de pueblo. Sin
embargo, siguiendo la mirada atenta del historiador Guido Barona tendríamos
que decir que a “este pueblo no pertenecían todos los habitantes de Popayán, ni
todos los que vivían dentro del territorio de jurisdicción del nuevo Departamento”
(Barona, 2001: 244). Hacía referencia sobre todo a una parte de los pobladores de
15
Introducción. Pensar el suroccidente
la entidad que se creaba, al tiempo que excluía a otros, como los habitantes del
Patía y Pasto, que aparecían como enemigos (Barona, 2001: 245). Otros, como las
‘poblaciones de todos los colores’ (los esclavizados, los mestizos, los terrazgueros)
fueron ‘olvidados’ y excluidos de la representación de la sociedad payanesa,
llamada a liderar la construcción del nuevo proyecto político.
Por supuesto no ocurrió lo mismo con sectores de las élites que en su momento
defendieron el gobierno colonial. Aunque también fueron objeto de tratamiento
particular, para ellos no hubo exclusión, ni fueron tildados de enemigos. Otra
forma del ‘olvido’ les permitió conservar sus privilegios, hasta llegar incluso a ser
parte de las elites gobernantes en el nuevo momento histórico (Barona, 2001: 245).
Es decir, podríamos afirmar que: “La comunidad imaginada (sensu Anderson 1993)
en el Cauca y en el resto de Colombia sólo se refirió a quienes habían hecho la
urdimbre de la sociedad regional, la cotidianidad de un sistema cultural fundado
en la esclavitud, la servidumbre y las costumbres en común” (Barona 2001: 249).
Si ponemos énfasis distintos en términos de los espacios y los actores, analizar los
procesos de ‘etnogénesis’ ocurridos en el Pacífico sur, ofrece la posibilidad y la
ventaja de observar distintos planos relacionados con el surgimiento y consolidación
del Estado nacional. Al respecto, Oscar Almario (2003), ha analizado el periodo
comprendido de 1823 a 1857, poniendo especial atención a las iniciativas de
desesclavización, el declive de la economía minera y la abolición jurídica de la
esclavitud. Así, en cuanto a la evolución del manejo espacial entendido en términos
de control político y social del territorio, propone trabajar al menos tres niveles
de análisis: el primero referido a las tensiones entre la región mayor (territorios
de la antigua Gobernación de Popayán) y el centro, es decir, las relaciones con
Santafé y Quito; el segundo se refiere a las tensiones de la periferia regional (el
Pacífico sur o antigua frontera minera) tanto con el centro de poder regional
(la ciudad de Popayán) como con los subcentros regionales (Cali o Pasto); y el
último se relaciona con las distintas maneras como los sujetos sociales colectivos
entendieron, representaron y significaron el territorio de acuerdo con sus sentidos
de identidad social y étnica (Almario, 2003: 89). Desde esta perspectiva, es posible
romper con algunos de los enfoques centrados en el supuesto aislamiento del
Pacífico y su aparente desconexión con el interior andino.
En la misma dirección, si se rastrea la historia del proceso de organización
campesina del suroccidente que hoy en día habla de la región del Macizo
colombiano, encontramos una interesante confluencia geográfica con lo que
ha sido llamado desde otras orillas, la región suroccidental. Con un fuerte
anclaje en el lugar, la movilización campesina del Macizo trasciende los
límites del ordenamiento territorial convencional, para mostrar la arbitrariedad
de las fronteras internas impuestas en la construcción del proyecto nacional
hegemónico. Incluso, desafía algunos de los supuestos del nuevo ordenamiento
16
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
multiculturalista, al convocar a un conjunto amplio de habitantes rurales más
allá de adscripciones étnicas. Esto nos muestra que el estudio antropológico
de un lugar históricamente construido, no puede hacerse a partir de entidades
geográficas o administrativas fijas, o aparentes homogeneidades culturales, sin
considerar las fuerzas que le dieron su forma actual.
Manteniendo el foco en lo que en el presente llamados el suroccidente, vemos
cómo distintos estudiosos muestran que ya para el siglo XVIII el Pacífico era
administrado, al menos en parte, por familias de payaneses que tenían allí reales de
minas explotadas con mano de obra esclavizada (Barona, 1986; Gutiérrez, 1980),
lo que sería un indicador de su proyecto regional y del tipo de vínculo establecido
con este territorio y sus gentes. Otros aspectos como la presencia de la Iglesia
católica y las disputas por su control militar podrían ayudar a sustentar mejor esta
línea de pesquisa, e insistir en estudios que no solo vean el relativo aislamiento
que ha vivido el Pacífico, sino también cómo se ha mantenido vinculado y las
formas concretas de gobierno a que ha estado sometido desde el interior.
El estudio de esta tensiones permite comprender el sentido de proyectos
políticos planteados por las poblaciones que habitan la periferia regional,
tales como la creación de un departamento del Litoral Pacífico, que se discute
ocasionalmente desde hace más de un siglo. Según el padre Merizalde, ya en
1915 se planteaba desde “el pueblo de San Miguel una petición al Congreso
para que se cree el departamento del litoral Pacífico” (Merizalde, 1921: 74). En
este sentido, la dimensión étnico racial resulta ser clave para comprender las
múltiples territorialidades que se expresan en la configuración del suroccidente.
Los significados de región han vivido diversos momentos, no solo asociados a los
intereses de las élites payanesas, lo que nos llama la atención sobre la agencia
política de las poblaciones racializadas y otros sectores subalternos, y los proyectos
de sociedad y de región que han movilizado desde épocas bastante tempranas en
el proceso comúnmente llamado de ‘construcción de Nación’.
También en épocas recientes, a lo largo de las últimas décadas del siglo XX,
poblaciones rurales apropiaron y resignificaron el imaginario de región para
dar forma a sus proyectos políticos. Es posible decir incluso que algunos de los
más fuertes procesos de construcción de región, en el sentido de comunidad
de sentido y de acción política, han sido agenciadas por estas poblaciones. Nos
referimos a proyectos como los de las Autoridades Indígenas del suroccidente
-AICO-, el Comité de Integración del Macizo colombiano –CIMA-, el Proceso de
Comunidades Negras PCN, la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del
Cauca -ACONC-, o las organizaciones regionales indígenas de Cauca (CRIC), y Valle
del Cauca (CRIVA), cuyos proyectos han sido fundamentales en la transformación
de la cultura política, no solo local sino incluso nacional.
17
Introducción. Pensar el suroccidente
Si pensamos en las formas de territorialidad construidas por estas poblaciones,
encontramos que la relación con el espacio y la política no están determinadas
exclusivamente por fidelidades de tipo administrativo y que la vivencia del espacio
y lo político trascienden las fronteras formales, dando paso a otras formas de
identificación territorial y política no territorializada en el sentido convencional.
Es decir, la relación con el territorio no está determinada por las fronteras
administrativas y aquellos aspectos de la vida individual y colectiva que se
materializan en dicho espacio (administrativo) dan pié a formas de identificación
que desbordan los límites convencionales o se producen de maneras híbridas.
Los crecientes procesos de modernización, uno de cuyos focos ha sido el valle
geográfico del río Cauca, han sido otro de los factores clave en la configuración
del suroccidente y de sus fracturas. El proyecto agroindustrial de la caña de azúcar
produjo una de las transformaciones más significativas en múltiples planos de la
vida regional. La expansión de la industria azucarera trajo consigo alteraciones en
el paisaje, las estructuras de tenencia de la tierra, las formaciones raciales y de clase
social, además de afectar lo procesos de urbanización y de organización político
administrativa. A lo largo del siglo XX, las elites del hoy departamento del Valle del
Cauca gestaron un proceso de cambio cultural sin precedentes en el valle geográfico
del río Cauca, cuyos efectos aun conocemos escasamente. Uno de los efectos que hoy
se expresa con mayor fuerza es el de la lucha por la tierra en el sur de dicho valle.
A la consolidación de la agroindustria debe sumarse el hecho de que en este
espacio confluyen proyectos étnico territoriales agenciados por poblaciones
afrodescendientes e indígenas, que reclaman la materialización de derechos
colectivos, con iniciativas económicas legales e ilegales que buscan incorporar a
estas comunidades, sus territorios y recursos, en las dinámicas del desarrollo. Estos
conflictos no son exclusivo del valle geográfico; la expansión de las economías
ilegales es un fenómeno creciente, agudizado luego de los recientes Acuerdos de
Paz, que afecta a gran parte de la región, y se suma a los enormes desafíos de lo
que podría ser el proyecto de una antropología hecha en el suroccidente.
Estructura y contenido de este volumen
En cuanto a la organización del volumen enfrentábamos también una inquietud
difícil de sortear. Frente a la tentación de escribir la “historia” del suroccidente como
la elaboración de una secuencia más o menos lógica de momentos estructurados
por el capital, o por las imágenes esencializadas de autonomía, identidad y
territorialización propios de la matriz multicultural, veíamos la posibilidad de
vincular lecturas desde múltiples ámbitos, o por lo menos de rearticular de nuevas
formas, categorías analíticas o dimensiones parceladas por la institucionalización
y profesionalización de las ciencias sociales.
18
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
Desde los inicios de su proceso de institucionalización e incluso antes, la
historia de la antropología hecha en Colombia ha estado estrechamente ligada
al suroccidente del país. A tal punto, que algunos lugares y poblaciones se han
convertido en rito de paso o referente común en la formación de los jóvenes
antropólogos. La salidas de campo y la bibliografía canónica de la formación
profesional suelen incluir lugares como Tierradentro, San Agustin o el Macizo
colombiano; el estudio de pueblos indígenas como los nasa y los misak; y mas
recientemente las comunidades negras de Tumaco, Guapi o el norte del Cauca.
Esta centralidad tiene su historia.
La primera sección, Zonas de contacto: colonialismo y el problema del otro, propone
en este sentido, claves de lectura que nos remontan a rastrear la configuración
moderna de la región y a buscar sus sedimentaciones en formaciones como
las de la antigua Gobernación de Popayán, la jurisdicción de Pasto, o incluso
en las tensiones y conexiones etnohistóricas del periodo de conquista. Los
trabajos reunidos en esta parte, aún siendo distantes en orientaciones teóricas y
posicionamientos, acentúan e invitan a rastrear “zonas de contacto” (Pratt 1992),
en donde las relaciones e intercambios entre grupos, ideas y localidades están
marcadas por la inestabilidad y asimetrías propias de los intersticios coloniales.
Si bien la lectura de las crónicas ya no se practica al estilo de Herman Trimborn,
quien publicó su trabajo en 1949, su inclusión aquí es pertinente en cuanto posibilita
rastrear al lector crítico las relaciones entre las prácticas de representación y el
dominio colonial y poscolonial. Trimborn encontró en los documentos coloniales
una representación pasiva y transparente que legitimaba el difusionismo, el
determinismo geográfico, y asumía problemáticas relaciones entre raza, naturaleza
y cultura. Sin embargo, tomados en su conjunto como formas y sitios de producción
de conocimiento que requieren contextualización e indagación etnográfica, estos
documentos, con sus retoricas y sus silencios sugieren preguntas para el trabajo
de campo contemporáneo.
Algunos de éstos silenciamientos comienzan a ser evidenciados en trabajos
tempranos como los de Milcíades Chaves (1958), y su carácter de artefacto
cultural se hace ya notorio en los enfoques posteriores de corte etnohistórico
de Kathleen Romoli (1978) y María Victoria Uribe (1975). Milcíades Chaves,
por ejemplo, reconoció que los cronistas de la época no sólo naturalizaron la
paulatina adjudicación de tierras a través del otorgamiento de encomiendas, sino
que también permanecieron en su mayoría ciegos a los procesos que involucraron
a las cuadrillas de negros esclavizados. Su mirada atenta a la “gran transformación”
que significó para las sociedades indígenas del Cauca en la conquista y la
colonia despojarlos de la tierra y hacer de ella un mercado, permitió sin duda la
articulación del “problema indígena,” y más tarde del campesinado, a los asuntos
socioeconómicos y jurídicos de la sociedad nacional. Por su parte Romoli y Uribe
19
Introducción. Pensar el suroccidente
que destacaron los problemas de interpretación de las fuentes, insistieron además
en leer siempre más allá de los contenidos del archivo, identificando la relación
de sus lógicas y formas con las prácticas de la gobernanza colonial.
La segunda parte de esta compilación, que hemos denominado Economía, poder y
región, ofrece miradas sobre momentos particulares y críticos en la configuración
histórica de la región, y sobre el desarrollo de sus formas productivas, de sus
prácticas espaciales y de los patrones de poblamiento. Entre ellos destacamos
aquellos relacionados con el complejo hacienda-mina, analizado por el historiador
Germán Colmenares, que especialmente durante el segundo ciclo del oro (16801820) conformó perdurables procesos sociales y políticos interconectando los
valles interandinos con las tierras bajas y otras localidades a lo largo y ancho
de la gobernación. Así como también resaltamos la construcción de los sistemas
de relaciones socio-espaciales analizados por Hoffman (1999) y Robert West
(1957) para el litoral Pacífico colombiano, al igual que las transformaciones
infraestructurales y agroindustriales que dieron lugar a la configuración histórica
de la región azucarera en el valle del Cauca descrita por José María Rojas (1983).
En primer lugar, a pesar de algunas características contrastantes y de ciertas
variaciones en las trayectorias históricas, las haciendas y otros establecimientos
agrícolas en la Gobernación de Popayán compartieron una interconexión
especial con los distritos mineros que funcionó como un “verdadero arreglo
social” generador de nuevos poblamientos y de formas incipientes de vida
urbana. Resultado de una integración particular expresada en la circulación de
mano de obra y productos, y en una complementariedad económica forzada
por una forma temprana de mercantilismo centrada en la acumulación de
metales preciosos, este complejo que articulaba las tierras en el extremo sur
de la Provincia (Pasto) con las minas de Barbacoas en la costa del Pacífico, o
al valle del Cauca con la frontera minera de Chocó, tenía vínculos regionales
que se extendían desde los placeres y las haciendas de Caloto y Chisquío hasta
ciudades como Quito con su sector de manufactura artesanal, y al norte con
Cartagena como principal puerto de la trata esclavista.
Junto a Colmenares (1986), Robert West (1957[2000]) y Odile Hoofman (1999)
también colocaron a las sociedades esclavizadas, y a las economías campesinas
indígenas y negras tanto en el centro de la historia de la colonia, como del
desarrollo socioeconómico y de las disputas por la producción de sentido y
la tenencia de la tierra en la región. Con sus miradas históricas, geográficas y
antropológicas estos autores demuestran una compresión profunda y dinámica de
las interconexiones globales y regionales propias del colonialismo y de sus secuelas
político-territoriales. Unas miradas de larga duración y de relacionamientos que,
por lo demás, hoy en día resultan escasas en los análisis que atienden a los
fenómenos de la llamada globalización.
20
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
Algo similar podría decirse del los “paisajes culturales” compuestos por Robert
West, que mucho antes de las modas recientes que enfatizan ontologías planas y
etnografías multi-especies, incorporaba las disciplinas de la geografía, la historia
y la antropología para desafiar la idea de la cultura como variable dependiente
del medio ambiente, sin por ello apartarse de los asuntos biofísicos y geológicos
que actúan en la red de relaciones. Abrir los libros de West y encontrar una
geografía basada más en el trabajo de campo y en los métodos históricos, que en
los lenguajes técnicos y emocionalmente neutrales de las ciencias naturales, es
todavía hoy una experiencia impresionante.
Por otro lado, con el texto de José María Rojas (1983) exploramos las articulaciones
que condujeron a la coincidencia entre el sector económico azucarero y la región
del valle geográfico del río Cauca. Con ella se producirían ya no sólo un sistema
social y político lo suficientemente complejo para producir un nuevo sentido de
lugar, sino que también para sus moradores y migrantes llegaría a significar, la
conformación de un complejo sistema de clases sociales en la que los terratenientes
pasarían a ser empresarios y los campesinos proletarios sin tierra. El problema,
como insistiría José María Rojas, era que el desarrollo promulgado por la agricultura
científica, y las infraestructuras para el manejo hidráulico o el transporte terrestre
no darían lugar a una articulación con las economías campesinas, sino más bien
a una economía capitalista de plantación.
En el campo académico, desde 1938 se había creado en Popayán un museo
arqueológico anexo a la Universidad del Cauca, que se consolidó bajo la
dirección del antropólogo francés Henri Lehman, cercano a Paul Rivet. Poco
tiempo después, el profesor Gregorio Hernández de Alba lideró la creación de
un instituto etnológico, articulado al Etnológico Nacional. En 1946 en el instituto
se impartían clases con docentes invitados, entre los que se encontraban Henri
Lehmann, John H. Rowe y Juan Friede (Universidad del Cauca 1967: 3). La labor
docente desarrollada en el instituto se constituiría en la base para la posterior
creación del programa de antropología en 1970 (López y Meneses 2016). Dicho
programa surgiría en paralelo con la creación del CRIC y algunos de sus docentes y
estudiantes realizaron trabajos de investigación centrados en lo que para entonces
se conocía como el problema indígena.
En este sentido, el paso del denominado “problema” a la política indígena, es otro
de los motivos entorno a los cuales sugerimos explorar aspectos de las formas
de pensar el suroccidente. En la tercera parte, Juan Friede (1976) y Luis Duque
Gómez (1945) como otros tantos investigadores del Instituto Indigenista fundado
en 1943, develan las precarias condiciones de vida de los grupos indígenas del país
excluidos por la historia y la opinión pública. Considerados por la nación como
extintos o disueltos por la conquista y los procesos de mestizaje, las reivindicaciones
de estos textos ponen el acento en los procesos históricos que dan cuenta de su
21
Introducción. Pensar el suroccidente
explotación, reducción, y discriminación. La condena de la propiedad colectiva
de la tierra como obstáculo al progreso económico, y la paulatina parcelación de
los resguardos, realizada con la complicidad de las autoridades locales en alianza
con los latifundistas, convertía a los indígenas en terrajeros manteniéndolos atados
a las relaciones de servidumbre coloniales. Pero no sólo existía interdependencia
entre el latifundio y el concertaje, sino que también en su negación del problema,
el Estado había delegado a la Iglesia sus funciones quienes convenientemente
hacían también parte de la complementariedad del sistema.
Aunque esta tradición no nace con la institucionalización de la antropología en las
universidades, es importante resaltar el fuerte vínculo que para entonces había entre
la práctica académica y las luchas agrarias, y que para aquel momento ya había
dado lugar a algunos textos canónicos del indigenismo (cfr. García 1937, Friede
1942). Con la cartilla Historia política de los Paeces, el filósofo y periodista Víctor
Daniel Bonilla, junto con intelectuales indígenas y otros solidarios, demostraron
que la “solución” al problema no iba a venir de los organismos oficiales. El fracasó
de la “División de Asuntos Indígenas” del Ministerio de Gobierno creada a finales
de los años 1950, y sus posteriores versiones como el “Consejo Nacional de Política
Indigenista” de 1971, aunado a la incompetencia del INCORA de efectuar una
redistribución efectiva de los latifundios, conducirían a la creación del Consejo
Regional Indígena del Cauca (CRIC). A pesar de que el periodo de La Violencia,
creciente de mediados del siglo XX, había destruido durante más de una década
gran parte de las estrategias y esperanzas políticas del campo, como lo expone
Gustavo De Roux (1991) en su contribución a este volumen, el CRIC, al igual que
otras organizaciones populares y movimientos redes de organización de base
encontraron nuevos referentes organizativos, que les permitieron volver a ingresar
a la vida política pública de la nación.
A lo largo del siglo XX, el departamento del Cauca fue epicentro de algunas de la
luchas más visibles en torno a la tierra en el país. Personajes de la talla de Manuel
Quintín Lame y la posterior emergencia del CRIC, jugaron un papel determinante
para dar visibilidad a la presencia indígena en la región y para la consolidación
de una estructura administrativa de la organización indígena (Gros, 1981). No
obstante, solicitada por el CRIC la cartilla en cuestión republicada aquí en su
totalidad, evidencia las distancias y a veces confluencias con referentes organizativos
importantes del momento como la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
(ANUC). Si bien el CRIC pronto adoptó una estructura organizativa sindical que lo
acercó a las luchas obreras y campesinas, el Movimiento de Autoridades Indígenas,
entonces llamado Gobernadores Indígenas en marcha, promovió una estrategia de
movilización diferente que proclamaba a las sociedades indígenas como grupos
étnicos en defensa de los derechos territoriales. La cartilla era entonces una solución
para la educación política propia más allá de la ideología liberal decimonónica o
de las ideologías de izquierda del momento. Pero no fue hasta el desarrollo de los
22
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
llamados Mapas Parlantes que el trabajo de la memoria colectiva comenzó a ensayar
y a estimular la larga búsqueda política de los indígenas del Cauca, al tiempo que se
revolucionaron los métodos de investigación participativa y comprometida.
La socióloga rural Maria Teresa Findji, quien participo activamente de todo este
proceso, recoge en su texto Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
(1991), las reflexiones sobre la temporalidad y la reconstrucción de la memoria
a partir de los recursos del paisaje, del acto de caminar, y de la capacidad de
materializar en los títulos un personaje histórico como lo fue el Cacique Juan
Tama. La pertinencia política y metodológica de entender la memoria y las
etnicidades como procesos relacionales en constante negociación y devenir es sin
duda una contribución notable a la que suman el trabajo de Joanne Rappaport
(1987) incluido en la última parte de este volumen. No vamos a detenernos más
en estos asuntos, pero consideramos importante mencionar un par de rasgos que
se derivan en parte de esta experiencia: en primer lugar, el sesgo indigenista de la
antropología que se produjo en y sobre el suroccidente; y en segundo, el papel de
la Universidad del Cauca en este periodo naciente de la antropología académica.
En cuanto al primer punto, cabe mencionar que el suroccidente andino fue uno
de los epicentros de la acción indigenista que comenzó a consolidarse a partir
de la década de los cuarenta; particularmente en el departamento del Cauca.
Sobre el segundo punto, es interesante observar que la Universidad del Cauca
fue la única que ofreció un programa antropología, hasta que en la Universidad
Icesi se creó el segundo programa, para ser ofertado en Cali desde el 2006.
Podría decirse entonces que, a pesar de la temprana creación del programa de
antropología en Popayán, el suroccidente se mantuvo hasta el inicio del nuevo
milenio como un lugar objeto de estudio, más que como un lugar de producción
de conocimiento antropológico.
Por ahora no tenemos una hipótesis clara acerca de cuáles serían las razones por
las cuales las universidades localizadas en Pasto y Cali no ofrecieron programas
de antropología, pero nos parece una pregunta interesante para seguir pensando
en las antropologías hechas en Colombia. Podríamos aventurarnos a plantear por
ahora que la antropología colombiana ha mostrado un carácter marcadamente
centralista, en contravía de lo que parecía ser su tendencia durante los años
previos a su profesionalización, cuando había un predominio del indigenismo
ligado al proyecto del Instituto Etnológico Nacional. El estudio de los sistemas
de parentesco como los desarrollados por Segundo Bernal Villa en el área páez
(1955), y en especial sus interrelaciones con el acceso a recursos y derechos
como en el ejemplar caso registrado por Nina de Friedemann (1974) para el
río Güelmambi, también tuvieron un lugar importante en la literatura. Estos
temas tradicionalmente agrupados bajo lo que se conocía como organización
social solían ser “para la antropología lo que la lógica era para la filosofía” como
23
Introducción. Pensar el suroccidente
anotara Robin Fox en 1967. No obstante, desde mediados de los años 1970, el
declive de los estudios de parentesco redujo a estas preocupaciones a meras
representaciones simbólicas, perdiendo de vista la manera en como las redes de
parentesco a menudo continuaron operan como organizaciones económicas o
asociaciones políticas por mencionar solo algunas dimensiones. Es cierto que los
modelos de sistemas de descendencia estuvieron marcados por los vicios de las
perspectivas teóricas del momento, pero nuestra desatención a los lazos, vínculos
y alianzas no era lo que conducía a una antropología de la modernidad.
Por su parte, la antropología hecha en el suroccidente, además de su enfoque
indigenista, ha estado marcada por un fuerte andinocentrismo, que dejó de lado un
conjunto amplio de problemáticas y lugares que parecen haber quedado excluidas
de sus intereses. Entre ellos, el estudio de problemáticas asociadas a las clases
sociales, la propiedad de la tierra, el trabajo, el Estado, las élites y los procesos de
proletarización, para mencionar unos pocos entre los más relevantes. Algunos de
estos asuntos nos han permitido estructurar la cuarta para de esta compilación.
Como veremos en los textos allí reunidos, no se trata de que dichos problemas
hayan estado totalmente excluidos de los estudios académicos, sino que fueron
considerados objeto de investigación de otros campos disciplinares, principalmente
la historia y la sociología. Sin embargo, también cabe resaltar el trabajo de algunos
antropólogos que con su trabajo desafiaron esta tendencia; es el caso de los trabajos
pioneros de Michael Taussig o Jaime Arocha, sobre el norte del Cauca.
Además de la desatención a las problemáticas mencionadas, el andinocentrismo
de la antropología hecha en el suroccidente también se expresa en términos
de fronteras espaciales. A pesar de los valiosos aportes de los historiadores,
que mostraron tempranamente el vínculo entre el interior andino y la región
costera del Pacífico, el imaginario predominante de región parece reflejarse en
la elección de los lugares de interés para los estudios antropológicos. No se trata
tanto de que el Pacífico no fuera estudiado, aunque algo hay de ello, como de
que fuera pensado como una región aparte, desvinculada del interior cordillerano,
desestimando los procesos históricos en los que fue producido, al igual que los
vínculos permanentes que se expresan en redes sociales, procesos de movilidad,
y circulación constante de productos materiales e inmateriales. Si bien es cierto
esta tendencia parece haber sido superada a partir de experiencias como las del
proyecto Identidades y Movilidades, realizado desde la Universidad del Valle en
conjunto con el IRD francés, también es cierto que no resultó de una iniciativa
proveniente de la comunidad antropológica en sentido estricto.
Finalmente, aunque no por ello menos importante, la antropología hecha en el
suroccidente al igual que el conjunto de la antropología hecha en el país durante
el siglo XX, no solo ha dejado por fuera de sus fronteras a problemáticas y lugares
como los mencionados, sino que también ignoró a poblaciones o grupos humanos
24
Enrique Jaramillo B. y Axel Rojas
cuya presencia ha sido nuclear en la configuración de la región. A esta agenda habría
que incorporar problemáticas escasamente mencionadas hasta ahora; además del
estudio de las élites, los procesos de racialización, la proletarización, las dinámicas
de movilidad y urbanización, las luchas del campesinado, y el posconflicto, habría
que prestar especial atención a los procesos de patrimonialización, las industrias
culturales, los efectos del multiculturalismo en las agendas de movilización política,
las formaciones locales y regionales de Estado, el extractivismo.
Los problemas mencionados podrían considerarse idénticos a los de la antropología
entendida de manera amplia, tanto para el país como en otras latitudes. Al llamar la
atención sobre estos asuntos quisiéramos contribuir al esbozo de algunos derroteros
para una agenda hecha en Colombia que contribuya a pensar el suroccidente.
Referencias citadas
Almario García, Oscar
2003 Los Renacientes y su territorio. Ensayos sobre la etnicidad negra
en el Pacífico sur colombiano. Medellín: Universidad Pontificia
Bolivariana, Concejo de Medellín. Colección pensamiento político
contemporáneo, No. 5.
Barona, G.
2001 Territorios posibles: historia, geografía y cultura del Cauca, G. Barona
y c. Gnecco editores, Corporación Autónoma Regional del Cauca
Gutiérrez, I.
1980 La historia del negro en Colombia. Bogotá: Nueva América.
Merizalde del Carmen, Bernardo
1921 Estudio de la costa colombiana del Pacífico. Bogotá
Pratt, Mary Louise
1992 Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation. Routledge
Universidad del Cauca
1967 Boletín del Instituto de Antropología de la Universidad del Cauca.
Vol. 1 (1).
25
Zonas de contacto: colonialismo y el
problema del otro
Señorío y barbarie en el valle del Cauca.
“Introducción”1
HERMANN TRIMBORN
L
a desmembración de los Andes en tres alineaciones independientes es
de esencial importancia para la naturaleza de la Colombia occidental
pues las dos cordilleras del Ecuador se continúan en Colombia con el
nombre de cordillera Occidental y Central y un grado de latitud al sur del
estribo transversal de Popayán, la elevación del terreno que une estas dos
cordilleras, se desprende la cordillera Oriental, de modo que puede hablarse
de una trifurcación orográfica del país. Sin embargo, a diferencia del Ecuador,
las cordilleras Occidental y Central no encierran cuencas de gran altitud, sino
que la depresión interandina viene a formarla los profundos valles del Patía
y Cauca, a los cuales separa la cuchilla del Tambo. El valle del Cauca no es,
al menos en parte, una estrecha escotadura producida por erosiones sino
una depresión tectónica sobre la cual se extiende un amplio tapiz aluvial. De
esta manera las llanuras bajas avanzan hasta el corazón de la meseta andina.
Las dos cordilleras que flanquean el valle del Cauca se resuelven en el norte
en las irregulares montañas de Antioquia, cuyas diversas alineaciones van
perdiéndose paulatinamente hasta extinguirse en las tierras tropicales bajas de
la costa atlántica, del Cauca inferior, del San Jorge y del Sinú.
La cordillera Central es, al principio, un paredón ininterrumpido de imponentes
montañas coronadas por una serie de cimas volcánicas; es una cadena estrecha
y alta que desciende rápidamente hacia el oeste y este y domina el valle del
Cauca y el curso central del Magdalena. La vertiente occidental de la cordillera
Central es bastante estrecha al sur de Cartago; luego aparecen diversas crestas
longitudinales entre el Cauca y la prolongación de la depresión caracterizada por
el río Risaralda2 y el San Juan antioqueño. La vertiente occidental está cubierta
de espeso bosque, ascendiendo hacia el sur su límite inferior. En ella pueden
1
2
Original tomado de: Hermann Trimborn. 2005. Señorío y barbarie en el Valle del Cauca.
Popayán: Editorial Universidad del Cauca.
En los nombres geográficos se observa la ortografía del Mapa de la República de Colombia,
Escala 1:2.000.000, Bogotá, 1931.
29
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
distinguirse diversos “pisos”: hasta una altura que oscila entre 2200 y 2800 metros
reina una vegetación tropical de helechos y quinos; más arriba se encuentra el
bosque de clima moderado, con árboles separados y guaduas, los dominios del
roble colombiano; la palma de cera, característica de esta zona de los Andes, llega
hasta 3200 metros. El páramo, en el cual los matorrales no tardan en dejar paso a
las gramíneas, las gencianas y las plantas con flores, se extiende entre 3800 y 4600
metros, la región de las nieves perpetuas.
La cordillera Central forma una cadena uniforme de más de 3500 metros de altura
hasta llegar a la región de Sonsón, donde pierde este carácter y se derrama en el
más suave país montañoso de Antioquia, complicado sistema de cadenas, divisorias
de aguas y altiplanicies de altura inferior a 3500 metros cuyas últimas estribaciones
se pierden luego en el “infierno climático” de las tierras bajas del Magdalena. La
meseta está dividida en dos mitades por el hondo surco del Porce y Nechí. Allí,
a 1500 metros de altura, está situada la actual capital de Antioquia, Medellín, en
la región llamada de Aburrá por los conquistadores, una fértil comarca de clima
suave, moderado, en contraposición a la tierra caliente del valle. La vegetación
natural de estas zonas de Antioquia ha experimentado transformaciones por mano
del hombre cuyas proporciones no pueden apreciarse fácilmente; en la vertiente
occidental de la cordillera Central y hacia el sur, casi hasta la altura de Cartago, el
último tramo de bosque ha sido sometido al cultivo, especialmente a consecuencia
de la colonización antioqueña del siglo XIX y las plantaciones de café.
Considerada en conjunto la cordillera Occidental es de menor altura que la Central.
Alcanza sus máximas elevaciones en el oeste de Antioquia, en el Morro Pelado,
con 3500 metros, y en el Paramillo, con 3900 metros. Más al norte se produce una
desmembración que va perdiendo altura cada vez más; a partir del Paramillo la
Sierra de Abibe continúa hacia el norte entre Sinú y Atrato, extendiéndose otra
alineación al NE, entre Sinú y San Jorge. La seca y ardiente vertiente oriental de la
cordillera Occidental, situada al abrigo de la lluvia, desciende bruscamente hacia
los valles longitudinales del Patía y Cauca; el bosque cubre allí, solamente, las
zonas superiores y, en las demás, la vertiente oriental está completamente calva
o bien presenta una seca vegetación de zarzales. Por el contrario, la húmeda
vertiente occidental está cubierta, casi por completo, de selva virgen (de carácter
tropical, subtropical o templado, según la altura) y sólo por encima de 3000
metros deja paso al páramo. Esta selva virgen constituye la transición al Chocó,
gran región de bosques dotada de clima húmedo y cálido, pues en la costa del
Pacífico y en los valles del Atrato y San Juan llueve casi sin interrupción a una
temperatura de 27° a 32° centígrados. Con respecto a la historia de la colonización
precolombina de la vertiente occidental reviste importancia el hecho de que los
recientes estudios botánico-geográficos de Chapman (1917) registren la existencia
de calveros de reducida extensión como en el valle del río Sucio, aguas arriba
de Dabeiba. La depresión que separa la cordillera Occidental de la Central es
30
Her mann Trimbor n
menos ancha y profunda que el valle del Magdalena; es menos uniforme y está
constituida por dos fosas separadas que une el Cauca en un angosto y sinuoso
trecho por donde irrumpe.
El alto valle de Popayán forma un primer escalón, una altiplanicie regada por
abundantes lluvias. A una altura de más de 1700 metros yace allí, dotada de un
clima primaveral, la antigua ciudad colonial de Popayán. La impresión de una
llanura surcada de ríos y arroyos se cambia hacia el norte por la de un desolado
país de colinas, desprovisto de agua, que presenta pendientes sin arbolado o, a
lo sumo, cubiertas de maleza. Esta región comienza a descender a la altura de
Quilichao (Santander) yendo a morir en la llanura de Cali, el valle propiamente
dicho; desde el norte las primeras colinas se levantan junto a Ríoclaro y los
primeros indios aparecen cerca de Jamundí.
Este segundo sector, el llamado especialmente valle del Cauca, 700 metros más
bajo que el tramo superior (compárese la situación de Jamundí a 975 metros; de
Cali, a 1003, y de Cartago, a 985), se extiende desde Santander a Cartago sobre
una zona de unos 200 kilómetros de longitud. A una altura aproximada de 1100900 metros corre el río perezosamente en imperceptible declive, siguiendo de
cerca la cordillera Occidental; es navegable en toda su longitud hasta Cartago. El
valle no presenta en punto alguno una anchura superior a 25 kilómetros. De los
bordes de su llano fonda se yerguen, cual abruptos murallones, las cordilleras con
sus crestas ocultas en las nubes. La uniformidad del paisaje es extrema. En tanto
que la vegetación natural ha sido bosque o monte bajo en muchas zonas de las
actuales sabanas (Troll 1930) hoy sólo se encuentran bosques, grupos de guaduas
y manchones de selva tropical en las riberas del río. El río está festoneado de
lagunas y terrenos inundados que constituyen los pastos de la estación seca. La
llanura elevada sobre el río está cubierta, únicamente, de sabanas sembradas de
mimosas. Las pendientes inferiores de las cordilleras, más arriba de la llanura de
aluvión, están cubiertas de praderas desprovistas de árboles. El bosque cubre los
escalones superiores produciendo la impresión de calva la seca vertiente oriental de
la cordillera costera frente a los espesos bosques que visten la vertiente occidental
de la cordillera Central. La plaga de mosquitos ha llevado a construir las localidades
a alguna distancia del río, a cuyos habitantes educa en la higiene el cálido clima.
Como quiera que las oscilaciones diarias son mayores que las correspondientes a
las estaciones por la noche se produce un enfriamiento después de haber reinado
durante el día temperaturas de hasta 33 y aún más grados ya que el calor queda
mitigado gracias a brisas frescas que soplan del Pacífico, sobre todo en la región
de Cali, salvando el desfiladero de sólo 1600 metros de altura de la cordillera del
Ocaso. La agricultura también florece en la sabana con sus suelos de arcilla y
arena, preferentemente en las bien regadas riberas del río. Sin embargo, el valle
de Cauca es, principalmente, región de cría de ganado mayor, pastando las bestias
unas veces en las profundas praderas del fondo del valle y otras en las praderas
31
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
invernales de las pendientes. Desde tiempos antiguos se han conocido aquí en
una sola mano grandes posesiones de 500, 1000 y más hectáreas, contrariamente
a lo que ocurre en Antioquia y en el Caldas, desde allí colonizado, donde los más
modestos plantadores se ocupan del cultivo del café.
En contraposición a su tranquilo curso por el valle propiamente dicho el Cauca
adopta, en un tercer sector, más abajo de Cartago, el carácter de un impetuoso
río de montaña. En la región de Caldas, donde las cordilleras Occidental y Central
llegan a su máxima aproximación, corre el río aprisionado en una escarpada
e intransitable garganta, atravesando un angosto valle de rocas, el cañón del
Cauca, el cual ya no se extiende por el valle longitudinal propiamente dicho,
sino que, evitando seguir en línea recta y rodeando la montaña de Marmato,
forma un gran arco oriental y no vuelve al pie de la cordillera Occidental hasta
un grado de longitud más al norte. Allí se forma la depresión interandina por
los angostos valles del Risaralda y del San Juan (de Antioquia). El río presenta
su punto más estrecho (unos 60 metros) cerca de Marmato; sus aguas corren
rugientes y espumantes arrastrando grandes bloques de rocas y cantos rodados.
Sólo en la parte interior de los recodos del río se encuentran pequeñas vegas;
en las demás es necesario buscar mucho para encontrar puntos llanos de tan
sólo un metro cuadrado de superficie. Una espesa selva virgen, con predominio
de guadua, cubre la pendiente (en algunos puntos hasta el nivel del río) que
desciende bruscamente. Abruptamente se levantan los valles laterales como la
profunda garganta del río Arma, que Uribe (1885) llamó “la terrible hondonada
del Arma”. Estas regiones, surcadas profundamente por ríos impetuosos que se
precipitan en el Cauca sin valles amortiguadores, fueron antes de la época de
la Conquista y durante ella escenario de decisivos movimientos étnicos. Puesto
que en esta garganta reina un calor sofocante los actuales poblados se asientan
sobre la llanura superior del valle, dotada de un clima fresco y tonificante (como
Salamina, a 1820 metros): “Mientras en las alturas recuerda una escasa vegetación
las peladas montañas de la Eifel abajo crece la palma junto a la caña de bambú
[sic]” (Schenck 1880).
Aguas abajo de Jericó se abre de nuevo el valle, fluyendo otra vez el Cauca
por la vieja sutura longitudinal y volviendo a ser navegable en curso algo más
tranquilo desde el Puerto de Caramanta hasta las proximidades de Antioquia. Con
todo, el valle de Antioquia, de 600 a 500 metros de altitud, no tiene la anchura
(de unos 10-15 kilómetros cerca de Antioquia) del valle de Cali. Al este y oeste
está estrechamente limitado por las cordilleras que lo dominan con paredones
de asperón mientras que el límite inferior de bosque yace a unos 2400 metros,
hundiéndose hasta llegar al nivel del río hasta Puerto Valdivia, de modo que la
parte más baja del Cauca corre a través de selva virgen.
32
Her mann Trimbor n
Examinemos someramente, por último, una característica climática fundamental
común a todo el territorio de la depresión interandina, o sea, a los valles del
Cauca y del Patía, como también a las montañas de Antioquia: el doble cambio
de época de lluvias y sequía. Hacia el sur se presenta en este doble cambio, con
variantes locales, la tendencia a hacerse cada vez más prolongada la época de
la sequía del verano norteño y más corta la del invierno. La división del espacio
andino colombiano en tierra caliente, tierra templada y tierra fría, condicionada
esencialmente por la diferencia de altura, está modificada en cada caso por el
declive, la humedad, el suelo y las aguas subterráneas de manera que tierras frías,
tierras templadas y tierras calientes están asociadas por dondequiera de la manera
más estrecha. Como señaló Schenck (1880):
Muy interesante es el cambio de vegetación desde los musgos y el
frailejón de los páramos a las plantas de la tierra fría con hojas coriáceas y
brillantes; de los helechos arboriformes hasta la aparición de las primeras
especies de palmeras y de bambú [sic].
La conformación orográfica y el carácter climático hace decisiva, incluso para
los tiempos precolombinos, la distinción establecida por Troll (1930) entre las
regiones norteñas y meridionales:
Si en el sur son las depresiones del Magdalena y especialmente del valle
superior del Cauca el centro de los poblados, aquí son las cordilleras
las que ofrecen mayor espacio para ello, convirtiéndose con su clima,
siempre más saludable, en región cultural […] Esto pudiera, desde luego
decirse de la montaña que se levanta al oeste del Cauca, pero más bien
de la cordillera Central en Caldas y Antioquia.
Según estas breves indicaciones junto a la problemática “puramente histórica” se
presenta en el estudio de las viejas culturas indias la cuestión de cómo determinar
una desigualdad de formas de vida, condicionada por la naturaleza, diferente en
las diversas regiones de valle del Cauca, o bien en qué grado existió una identidad
de las formas de vida a despecho de un medio regional distinto. También desde
este punto de vista al hacer una exposición del estado cultural hay que tener
presentes las diferencias del alto valle de Popayán y del valle del Cauca en sentido
estricto con la región del estrechamiento del valle en Caldas y con las montañas
de Antioquia (distintos tipos de regiones que, sin embargo, suelen agruparse
como asiento de las altas culturas precolombinas del valle del Cauca).
El descubrimiento del espacio andino que constituye el oeste de Colombia se
inició casi simultáneamente desde dos diversos puntos de partida. Sebastián de
Benalcázar, lugarteniente de Francisco Pizarro en San Miguel de Piura, fundó
desde allí la ciudad de San Francisco de Quito en agosto de 1534. Al avanzar
33
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
hacia el río Ancasmayu, límite del poder incaico, le llegó la conocida nueva del
“Dorado” que se refería, como se sabe, a la meseta de Bogotá, hacia la cual envió
a Pedro a Añasco en misión de exploración; este sometió a los pastos por orden
suya. Poco después le siguió Juan de Ampudia; ambos enviados avanzaron hacia
el Patía y, luego, hacia el alto valle de Popayán (noviembre de 1535). Prosiguieron
su camino por la orilla izquierda del Cauca hasta llegar al río Jamundí y desde allí
avanzó Francisco de Cieza hasta alcanzar las cercanías de lo que más tarde fuera
Cartago. En 1536 Benalcázar alcanzó a sus capitanes. Durante otras expediciones
en el valle del Cauca se distinguió Miguel Muñoz, quien fundó Cali en julio de
1536 por orden de Benalcázar. En diciembre de 1536 Benalcázar fundó Popayán
en el mismo lugar que ocupara el poblado indígena. Benalcázar regresó después
a Quito con objeto de organizar su expedición al Dorado, en cuyos preparativos
transcurrió el año 1537.
Como quiera que Pizarro desconfiaba de las intenciones de Benalcázar, de quien
no recibía noticia alguna desde la fundación de Cali y Popayán, envió para
salvaguardar sus derechos a su fiel Lorenzo de Aldana. Mientras tanto Benalcázar
había emprendido su viaje de exploración al país de las esmeraldas, en donde
se encontró con su verdadero conquistador, Gonzalo Jiménez de Quesada, y con
Nikolaus Federmann, capitán de los Welser, más tarde partió para España con el
propósito de obtener una gobernación independiente. Así, pues, Aldana llegó a
Quito, en ausencia de Benalcázar, en noviembre de 1538. Junto a la fundación
de Pasto, efectuada en 1539, hay que destacar como hecho decisivo para el curso
ulterior de la historia del descubrimiento el hecho de que Aldana encomendó al
capitán Robledo la prosecución de las exploraciones hacia el norte; así Robledo
fue el descubridor de la orilla derecha media del Cauca y de una gran parte de
la región antioqueña. En agosto de 1539, como base para empresas posteriores,
Robledo fundó la ciudad de Santa Ana de los Caballeros en el lugar del actual
Anserma (viejo); desde allí, Suero de Nava, pasando por Caramanta, avanzó hasta
Buriticá y Gómez Fernández hacia el Chocó, mientras Robledo emprendió la
pacificación de la provincia de Anserma. Antes de seguir sus vastas expediciones
volveré a otro punto de partida del descubrimiento de esta región para ajustarme
a la sucesión cronológica de los acontecimientos.
Pedro de Heredia, nombrado gobernador del territorio situado entre el Magdalena
y el Atrato, fundó Cartagena de Indias en enero de 1533. Sus campañas y las
de su hermano Alonso se dirigieron inicialmente, en 1534 y 1535, hacia el Sinú,
donde el saqueo de una necrópolis india procuró abundante botín, y después
hacia el país que se extiende a ambas orillas del San Jorge, es decir, en dirección
al valle inferior del Cauca. A continuación de estas expediciones se lanzó Heredia,
en 1536, desde San Sebastián de Buenavista, junto al golfo de Urabá, a la busca
del “Dorado de Dabeiba” que desde los días de Vasco Núñez de Balboa había
despertado y defraudado, una y otra vez, las esperanzas de los conquistadores.
34
Her mann Trimbor n
Heredia regresó sin haber obtenido resultado alguno. Sin embargo, una de las
figuras más memorables de los primeros capítulos de la historia de estas regiones,
el acompañante de Heredia, Francisco César, emprendió en el mismo año de 1536
una incursión rumbo a Dabeiba, atravesó la temida Sierra de Abibe y penetró en el
valle de Guaca, en las fuentes del río Sucio. Regresó dieciocho días después de un
viaje de ida de muchos meses de duración y encontró a los Heredia encarcelados
por el “juez de residencia” Juan de Vadillo, enviado desde Santo Domingo. Sin
embargo, por quejas de los Heredia era inminente el envío de un segundo
juez instructor, el licenciado Santa Cruz, para tomar declaración a Vadillo. Esta
circunstancia, en unión de un hallazgo de oro hecho por César en Guaca y del
siempre seductor Dorado de Dabeiba, decidió a Vadillo, en noviembre de 1537,
a salir de Cartagena con trescientos hombres, entre los cuales se encontraban
Francisco César y el historiador Pedro de Cieza de León. Partiendo de San
Sebastián en enero de 1538 cruzó la Sierra de Abibe y llegó a Guaca; desde allí
siguió a Nore, en el valle de Frontino y, después de cruzar la cordillera del Ocaso,
al centro minero precolombino de Buriticá. La continuación de la marcha, durante
la cual murió César, se efectuó por la orilla izquierda del Cauca; en la región
de Anserma se hallaron huellas europeas dejadas por las gentes de Benalcázar,
quienes habían avanzado hasta allí, y, finalmente, en la navidad de 1538 llegó a
Cali, donde la campaña encontró fin por orden de Aldana. La ruta de Urabá al
valle del Cauca medio, salvando la Sierra de Abibe, fue recorrida varias veces en
los años siguientes: en 1539 por Luis Bernal y Juan Graciano, quienes buscaban al
fugitivo Vadillo por orden del licenciado Santa Cruz; en 1542 viajó Jorge Robledo
por esta ruta desde Antioquia, fundada mientras tanto; en el mismo año Pedro de
Heredia realizó el viaje de ida y vuelta a Antioquia, llegando a repetirlo, y en 1546
regresó Robledo por la misma ruta a su zona de trabajo.
Para complicar todavía más esta etapa, caracterizada por la rivalidad de los
diferentes capitanes que emprendieron sus campañas desde el norte y el sur,
entró en escena un nuevo contrincante. Pascual de Andagoya, quien había
llegado a Panamá con Pedrarias Dávila, había emprendido en años anteriores
una expedición a la costa del Chocó que le condujo hasta el río de San Juan,
teniendo que abandonarla por caer enfermo. Andagoya consiguió más tarde cerca
de la Corte ser nombrado gobernador de la zona del río de San Juan. Partió a
fines de 1539 de Panamá, puso pie en tierra en la desembocadura del río Dagua
y en mayo de 1540 entró en Cali, en momentos cuando Benalcázar se encontraba
ausente y Robledo ocupado en las campañas en los territorios situados río abajo.
La soberanía de Andagoya, reconocido en Cali, no duró mucho tiempo porque en
1541 Benalcázar regresó de España, donde había conseguido la Gobernación de
Popayán, y puso preso a Andagoya, quien fue liberado más tarde por mediación
del enviado imperial Vaca de Castro, que acertó a pasar por dicho lugar.
35
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
El avance de los descubrimientos en estos años se debió a Jorge Robledo. Partiendo
de Anserma cruzó el Cauca y penetró en las montañas situadas a la derecha, en
la zona del estrechamiento del valle. Mientras las tribus de los carrapa y picara,
de los pozo, paucura y arma fueron obligadas hábilmente a luchar entre sí una
parte de la tropa de Robledo, a órdenes de Hernán Rodríguez de Sosa, avanzó
por la margen derecha del Cauca hasta llegar frente a Buriticá. Para pacificar a
las tribus, extremadamente belicosas, fue fundada Cartago en agosto de 1540 en
el lugar del actual Pereira. Esta fundación se efectuó en tiempos de Andagoya.
Cuando Benalcázar regresó de España encargó a Robledo una nueva expedición
en 1541. Avanzando de nuevo por la margen oriental hacia el norte y gracias a
una incursión llevada a cabo por Jerónimo Luis Tejelo descubrieron la región de
Aburrá (el valle superior del Porce); a continuación prosiguió la exploración del
Cauca, marchando río abajo, pero poco después cruzó sus aguas, penetrando en
las provincias de Curume y Ebéjico, y salvó la cresta de la cordillera del Ocaso en
dirección a Nore y Guaca. En la región que entonces se llamaba Hevéjico fundó,
en noviembre del año 1541, la ciudad de Antioquia, trasladada a su actual lugar al
año siguiente por Juan Cabrera, capitán de Benalcázar.
Mientras tanto Robledo había emprendido el penoso viaje a Cartagena para pedir
en España que se le concediera el gobierno independiente de la parte de la
gobernación de Benalcázar explorada y sometida por él. Encarcelado y desvalijado
por Pedro de Heredia fue enviado a Europa en calidad de preso. Intentando hacer
valer sus antiguos derechos sobre estas regiones partió Heredia, todavía en el
mismo año, hacia Antioquia, donde, a su vez, fue detenido por Juan Cabrera,
enviado por Benalcázar al tener noticia de la fundación de Antioquia y del viaje de
Robledo. La segunda tentativa de Heredia para adentrarse en Antioquia también
resultó infructuosa. Benalcázar libraba, mientras tanto, rudos combates con las
tribus del actual Caldas, amantes de la libertad, para cuya represión ordenó en
1542 a Miguel Muñoz que fundara Arma, sin conseguir someter por completo a los
indígenas. En 1545 volvió Robledo de España. En Cali se enteró Benalcázar de que
Robledo había sido nombrado “mariscal de Antioquia” y que el visitador Miguel
Díaz de Armendáriz lo había nombrado como lugarteniente en las comarcas del
mediodía. En Antioquia Robledo fue recibido en calidad de gobernador pero el
cabildo de Arma rehusó reconocerle; en Cartago se le recibió tan sólo haciendo
constar que se inclinaban ante la fuerza y en Anserma los funcionarios reales se
negaron a hacerle entrega de las arcas. Ante Benalcázar, que se acercaba con 150
hombres, se retiró Robledo con setenta a la Loma de Pozo, escenario de sangrientos
combates en 1540; allí fue asaltado por sorpresa por Benalcázar, hecho prisionero
y dado garrote el 5 de octubre de 1546. La ejecución del fundador de Anserma,
Cartago y Antioquia condujo, en 1551, a la condena de Benalcázar, quien falleció
poco después.
36
Her mann Trimbor n
En la historia del descubrimiento del espacio que me ocupa debo mencionar
a Gómez Fernández, quien en busca del nunca hallado “Dorado del Dabeiba”
emprendió una nueva incursión en el Chocó, librando memorables combates en
el valle de Penderisco con el caudillo catío Toné. El descubrimiento y conquista de
las regiones inferiores no fueron menos sangrientos que en otras partes del valle
del Cauca. En 1570 Gaspar de Rodas fundó en la región de Ituango la colonia de
San Juan de Rodas, que sólo subsistió durante corto tiempo. En los encarnizados
combates defensivos de los indígenas se destacó Sinago, caudillo de los pequí. En
1571 apareció Andrés de Valdivia como gobernador de las tierras situadas entre
el bajo Cauca y el Magdalena. Úbeda, fundación suya, tuvo solamente pocos años
de vida. Valdivia fue muerto en 1574. En el lugar donde ocurrió este cruento
suceso, llamada La Matanza, Gaspar de Rodas fundó Cáceres en 1576; en 1581 fue
fundada Zaragoza.
Al averiguar las fuentes originales sobre el descubrimiento de estas regiones y sobre
el estado cultural en el cual se hallaban los indígenas aparece la mayoría de los
nombres que se distinguió en su conquista. Esta fue una característica de aquella
época, en la cual con diversa vocación no sólo más de un letrado empuñaba
gustoso la espada, sino que no pocos soldados servían desenfadadamente de
la pluma. En el orden cronológico ocupa el primer puesto una carta de Juan de
Vadillo, fechada el 15 de octubre de 1537, en la cual se habla de la expedición de
Francisco César a Guaca. Este escrito no puede considerarse como relato de un
testigo presencial en el estricto sentido de la palabra, aunque fue consecuencia
inmediata de tal testimonio. No se conserva la descripción posterior que hizo
Vadillo de su viaje de exploración pero existen las noticias respecto de Fernández
de Oviedo como veremos más adelante.
Uno de los miembros de la expedición dirigida por Vadillo fue Pedro Cieza de
León, quien apenas contaba veinte años cuando tomó parte en esta aventurada
travesía. Al ser disuelta la tropa de Vadillo por orden de Aldana entró al servicio
de Jorge Robledo, en cuyas campañas tomó parte tan activa como de atenta
observación. Durante la ausencia de Robledo en España participó en el séquito
de Benalcázar en la sangrienta campaña librada en el actual Caldas. Con razón
lamentó Joaquín Acosta (1848) que no subsista el diario de Cieza, en el cual plasmó
inmediatamente todas sus observaciones diarias; “muchas veces cuando los otros
soldados descansaban, cansaba yo escribiendo”, señaló Cieza. La elaboración de
este material, que en la primera parte de sus escritos, el Libro de fundaciones,
adoptó el carácter de una obra científica de viaje y en los libros que se conservan
sobre las guerras civiles del Perú el de crónica histórica, fue comenzada por Cieza
en 1541 en Cartago, trabajando en él hasta su muerte, que tuvo lugar en Sevilla
en 1560. La información de Cieza es una fuente principal para el conocimiento
del valle del Cauca en tiempos de la Conquista no tanto por la abundancia del
material, sino por la proximidad de vivencia y la exactitud.
37
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
En forma menos extensa, pero en parte más detallada, otros testigos presenciales
dieron noticia de aspectos parciales de la exploración. Por su extensión figuran
en esta serie tres importantes trabajos que se propusieron la narración y
apreciación de los hechos de Robledo, principalmente la Descripción de los
pueblos de la provincia de Ancerma, poco utilizada hasta ahora y que debió
ser escrita por Robledo, probablemente en España después de que partió de
Antioquia ( Jijón y Caamaño 1938). Puede decirse lo mismo de la Relación del
Descubrimiento de las provincias de Antiochia por Jorge Robledo, compuesta por
Juan Baptista Sardella, escribano de Robledo, cuyo lugar y fecha de redacción
pueden deducirse hasta cierto punto; este escrito fue compuesto con seguridad
después de desplazarse Robledo a España, “á donde los señores del Concejo
conoscieron de la causa”. En contraposición a estos dos documentos posteriores,
que incluyen la fundación de Antioquia y caen, por ello, dentro de los años
1542-1545, la Relación del viaje del capitán Jorge Robledo a las provincias
de Ancerma y Quimbaya, que redactó el escribano Pedro de Sarmiento “de
pedimento del dicho señor capitán Jorge Robledo”, se concluyó después de su
primera campaña el 12 de octubre de 1540, en Cali.
No se conserva del rival de Robledo, Sebastián de Benalcázar (o Belalcázar),
exposición completa alguna de hechos y observaciones, aunque Castellanos
(como veremos más adelante) debió haber empleado obra semejante. Entre
los documentos conocidos una carta fechada el 20 de diciembre de 1544
contiene algunos datos etnográficos. El capitán Alfonso Palomino participó en
las campañas de Benalcázar en el valle del Cauca y compuso un relato que no
puede situarse cronológicamente pero que ostenta el sello de observaciones
propias hechas recientemente y cuyas partes hasta ahora conocidas se refirieron,
principalmente, al trato de los indígenas aunque contienen valioso material
sobre su estado cultural. También reviste importancia un escrito de Pascual de
Andagoya, otra manifestación (independiente de las anteriores) de un testigo
ocular; su redacción, efectuada probablemente en España, cae en el tiempo
comprendido entre 1541 y 1546.
Entre las personalidades que escribieron por experiencia propia sobre las
condiciones reinantes en el valle del Cauca en la época de la Conquista está,
finalmente, un soldado anónimo que dejó un escrito llamado Varias noticias
curiosas sobre la provincia de Popayán. Esta fuente independiente contiene
bastante material etnográfico, respecto de cuya autenticidad hizo valer el anónimo
autor su estancia de veintiocho años en el valle del Cauca; se infiere por ello, de
paso, que este trabajo no puede haber sido redactado antes de 1563.
No es raro que la comprobación de los datos de un escrito sea posible por el
hecho de que varios de los testigos oculares citados den, independientemente,
noticia de iguales hechos o faciliten idénticas observaciones. Sin embargo, la
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información fidedigna no queda limitada a los testigos oculares referidos que
hacían uso de la pluma; se puede recurrir, en segundo término, a una serie de
escritores que, aunque nunca estuvieron en el valle del Cauca, utilizaron informes
suministrados por testigos presenciales, relatos que no han llegado como tales
sino que solo por mediación se conservan en su substancia. Entre los autores que
utilizaron en gran medida fuentes originales hay que citar, en primer término, a
Gonzalo Fernández de Oviedo, quien declara ser deudor de sus conocimientos
acerca del valle del Cauca al trato mantenido con el licenciado Vadillo, Sebastián
de Benalcázar, Jorge Robledo y Pascual de Andagoya, así como con su cuñado y
compañero Peña; Fernández de Oviedo también usó usa descripción en forma de
carta, perdida desgraciadamente, que Vadillo envió a un amigo llamado Francisco
Dávila a Santo Domingo, a la cual sumó otra del mariscal Robledo del 6 de agosto
de 1545. Fernández de Oviedo también fue un elemento valioso como conocedor
de la antigua cultura cueva.
Juan de Castellanos, el cura poeta de Tunja, pudo recoger relatos directos de testigos
presenciales e incluyó entre ellos fuentes escritas ya conocidas, principalmente a
Fernández de Oviedo, y actas oficiales. Aunque el tercer libro de sus Elegías,
dedicado a las gobernaciones de Cartagena y Popayán, no fue concluido antes
de 1589 Castellanos conoció personalmente numerosos antiguos combatientes,
entre ellos Heredia. Ante todo requirió a las personalidades indicadas que habían
participado en las campañas que le proporcionan apuntes; los escritos de un
Gonzalo Fernández (acompañante de los Heredia), de un Juan de Alvarado
Salazar (quien escribió sobre combates con los catío) y de un Fernández de
Bustos desempeñaron un papel especial en sus escritos. También dispuso de
textos de Sebastián de Benalcázar. Joaquín Acosta (1848) censuró una inexactitud
cronológica de Castellanos; además existe la sospecha de que el cuidado por
conservar el metro y la rima no podían favorecer la exactitud del relato. Sin
embargo, Castellanos debe situarse entre las fuentes primarias, aunque a cierta
distancia de los más antiguos relatos, porque utilizó los testimonios directos de
testigos presenciales.
Solo a considerable distancia debe citarse una serie de otros escritores cuya
actividad se desarrolló sobre el mismo escenario o que debieron su información,
al menos en parte, a los veteranos de la Conquista pero cuyas obras acusaron una
proximidad de vivencia sensiblemente menos; además, fueron menos fecundas
desde el punto de vista arqueológico-etnográfico. Ese es el caso de Juan López
de Velasco, cuya obra histórico geográfica nació entre 1571 y 1574, y de Jerónimo
de Escobar, quien vivió en Popayán hacia la segunda mitad del siglo XVI como
secretario del obispo y escribió, según dijo, unos 46 años después de entrar en
escena Benalcázar. A pesar de la mayor proximidad cronológica a los sucesos
sobre los cuales trataron también los escritos de Bartolomé de las Casas tienen un
valor secundario: ni la Brevísima relación, que utilizó el relato de Palomino con
39
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
respecto al valle del Cauca, ni la Apologética historia suministraron dato alguno
que no existiese ya en forma más exacta en las fuentes originales.
Las descripciones contenidas en estos testimonios originales han sido recogidas,
con mayor o menor amplitud, en una copiosa literatura histórica de “segundo
plano” en español, alemán, francés e inglés, sobre la que no puedo entrar aquí
en detalles. Sin embargo, debo destacar a tres representantes de esta literatura
histórica hispanoamericana, teniendo en cuenta la amplitud de su información
y el extenso uso que de ellos ha hecho la bibliografía más reciente. Entre ellos
quien ejerció mayor influencia en la historiografía hispánica y, acaso, más aún
sobre la de otros países, fue Antonio de Herrera, quien fue encargado por Felipe
II de la redacción de su extensa obra, motivo por el cual fueron puestos a su
disposición los documentos enviados a Madrid desde América y conservados en
la cámara real o bajo la custodia del secretario Pedro de Ledesma. Para el capítulo
de la Conquista sobre el cual trata este libro reviste la mayor importancia que
Herrera utilizara los escritos de Cieza con igual detenimiento que los Castellanos,
cuyas indicaciones siguió, a veces en forma resumida o generalizada. En 1627
el padre franciscano Pedro Simón, quien conoció personalmente a varios de los
conquistadores de Antioquia, comenzó en España la impresión de su obra histórica
que, en las partes de interés para este trabajo, utilizó los datos suministrados
por Cieza y las noticias facilitadas por Castellanos, cuyos ritmos resuenan aún
en la prosa de Simón. Finalmente, existe la obra más concisa, aparecida medio
siglo después, de Lucas Fernández de Piedrahita, quien en los años 1662-1669 se
dedicaba en España a estudios de fuentes. Aunque para la determinación de las
primitivas circunstancias reinantes las “fuentes” propiamente dichas son los relatos
directos o indirectos de testigos oculares la utilización de la literatura histórica
secundaria no está desprovista de algún valor y atractivo porque con base en ella
pueden perseguirse y comprobarse en sus relaciones y repercusión, incluso en la
bibliografía de los últimos tiempos, las mutilaciones y variaciones sufridas por una
exposición originalmente exacta. Los relatos más antiguos plantearon el problema
fundamental de cuál sería el grado en el cual, junto a la interpretación puramente
descriptiva de las cosas en ellos contenidas, proporcionarían sugerencias de
procesos históricos autóctonos, estratificaciones étnicas y movimientos de pueblos.
En la época del descubrimiento de América “las vanguardias más meridionales
de los pueblos nahua se hallaban asentadas junto a la laguna de Chiriquí y los
ejércitos de los quichúa habían hecho avanzar el límite de la cultura peruana
desde el sur hasta Pasto” (Uhle 1889). Colombia, situada entre los dominios de
las dos altas culturas, era el espacio vital de otro pueblo: el chibcha. Aquejado
de una división política incurable el territorio de las tribus chibcha se extendía
desde Nicaragua hasta el Ecuador; estas tribus poblaban, principalmente, la mayor
parte de la actual Colombia andina, donde su lengua jugó un papel análogo al
desempeñado por el quichua en la zona central de los Andes (Brinton 1891). La
40
Her mann Trimbor n
palabra chibcha designa, en el sentido estricto de la palabra, la antigua población
del alto valle de Bogotá, los muisca; así debería llamarse a quienes crearon allí
una peculiar alta cultura, divididos política e idiomáticamente. Los muisca habían
desalojado de este lugar a una población arauaca procedente del este pero
sufrieron la presión de posteriores invasiones de tribus caribes. Los betoi del curso
superior del Apure, de lengua afín a la de los muisca, penetraron en las llanuras
bajas del este. También parece que existía una estrecha relación idiomática entre
los muisca y otros grupos chibcha: los andaquí del valle superior del Magdalena,
quizá los muzo y panche del curso medio del Magdalena (aunque su pertenencia
a la familia chibcha es discutible) a los aruaco de la Sierra Nevada de Santa
Marta, a los cuales pertenecen los kágaba e ijca. Bajo la denominación colectiva
de paniquitá quedaban comprendidos los pantágoro del Magdalena y del Cauca;
los paniquitá, entre el curso superior del Magdalena y el Cauca; y los paéces3
de la cordillera Central y sus vecinos septentrionales, los pijao. Los coconuco
pueden haber sido parientes cercanos de este grupo en el aspecto idiomático;
a ellos pertenecían los coconuco del nacimiento del Puracé y sus vecinos, los
pubenenzes, los polindara (en el nacimiento del Cauca) y los moguex y guambia
en la vertiente occidental de la cordillera Central, al este de Popayán. También
se admite una relación idiomática del grupo paniquitá-coconuco con otras
tribus chibcha del norte, los guaimí y dorasque en Panamá, con quienes estaban
relacionados los tairona de la época de la Conquista y sus probables descendientes,
los chimila. Las llamadas tribus barbacoa de la región comprendida entre el río
Patía y Esmeraldas también eran chibcha; a ellas pertenecían, probablemente,
los antiguos cara y, acaso, también otras tribus de las tierras altas del Ecuador. Es
sorprendente que dentro de la misma familia los barbacoa tuvieran más afinidad
con los Talamanca, guatuso y rama de la América Central antes que con otro.
También a los barbacoa se les relaciona más estrechamente con los antiguos y
actuales pobladores del istmo que corre al oeste del golfo de Urabá: con las tribus
cueva, cuyos actuales descendientes son los indios cuna. Según Lehmann (1920)
en tiempos antiguos los cueva vivían al este del Atrato, hasta la Sierra de Abibe en
el este y hasta el río Sucio en el sur (e.g., en las regiones del Nore y Dabeiba); de
allí fueron parcialmente expulsados o suplantados por los chocó, que procedían
del sur. Los chocó (tribu aislada con respecto al idioma) poblaron hasta el río
San Juan, en el sur, principalmente la cuenca del Atrato y la costa del Pacífico,
pero tal vez habían ya alcanzado el valle del Cauca atravesando la cordillera del
Ocaso, donde se contaban entre ellos los caramanta (Brinton 1891). Aparte de los
chocó en la región de los Andes colombianos existieron otros pueblos de lengua
extraña. Hasta nuestros días han subsistido restos de la pre-población arauaca
que fue con base en la estratificación étnica en el oriente de Colombia, al igual
que en América Central (Krickeberg 1922). Algunas tribus caribes procedentes
3
Bürg (1938) consideró a los peces como “una subtribu de los andaquí”.
41
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
de Venezuela se abrieron paso, por la ruta de la costa septentrional colombiana,
entre los diferentes grupos chibcha.
Está por demostrar la hipótesis de Rivet (1925) y de Jijón y Caamaño (1930) según
la cual los chibcha inmigraron en tiempos remotos a Colombia desde el norte,
atravesando el istmo; Jijón, además, consideró su cultura derivada de la chorotega.
Por lo pronto he de contarlos entre los habitantes primitivos del espacio andino
de Colombia. Lehmann (1920) interpretó su difusión en distintas direcciones: del
bloque primitivo de los protochibcha se dirigieron hacia el occidente los cueva,
guaimí y sus parientes; hacia el sur los habitantes del Cauca; hacia el norte los
aruaco; y hacia el sur los muisca, de quien más tarde se separaron los barbacoa hacia
el sur y los betoi hacia el nordeste. Todos estos movimientos tuvieron lugar sobre
la base de una pre-población arauaca, parte de los pobladores primitivos del país,
en su mayor parte absorbida y asimilada por los chibcha. La posterior irrupción
caribe en el valle del Magdalena y más allá produjo un nuevo movimiento de los
pueblos chibcha, causa de su ulterior difusión hacia Centroamérica (Krickeberg
1922); el nexo causal de esta difusión con la expansión caribe, efectuada en
tiempos históricos, no debió suceder antes del Descubrimiento.
El problema particular de cuáles grupos idiomáticos perteneció la antigua población
del valle del Cauca medio y superior no puede resolverse en su integridad debido
a la casi completa decadencia de estas tribus, a su desaparición entre la población
mestiza y a la gran carencia de pruebas idiomáticas. No es posible coordinar
todas las tribus de Antioquia con los catío, nutabe y tahamí como propusieron
Posada (1873), Uribe (1885) y Acosta de Samper (1894). Los grupos chibcha de
los coconuco y paniquitá, en el sentido apuntado más arriba, jugaron un papel
considerable en la estructura étnica del valle del Cauca. Es posible que una parte
de las tribus meridionales perteneciera a los barbacoa y que los cueva todavía
estuvieran asentados en Antioquia. También se ha pensado en una relación de
las tribus del Cauca con los pobladores del valle del Sinú porque fue probable
una inmigración de los quimbaya provenientes del norte. Trataré de explicar las
relaciones idiomáticas de las tribus en tanto sea posible; por ello aquí me limito a
la afirmación fundamental de que los pobladores del valle del Cauca y sus regiones
limítrofes fueron chibcha en su mayor parte (en sentido lato) y que pertenecieron
a diversos grupos, aunque haya sido probable una absorción de pueblos extraños
con lenguas diferentes, quizá factor de la acusada variedad idiomática del valle del
Cauca; esta absorción es sugerida por las diferencias antropológicas observadas
entre determinados grupos. Sólo con la mayor reserva que exigen las marcadas
diferencias de tipos regionales puede registrarse que los chibcha tuvieron influencia
andina en su tipo centrálido (Eickstedt 1934). Sin embargo, como no siempre las
diferencias somáticas reflejan razas radicalmente distintas sino también de variantes
de un solo tipo racial es igualmente lícito no conceder excesivo valor a la división
idiomática de la cual se quejaron los conquistadores; con razón destacó Restrepo
42
Her mann Trimbor n
(1892) a este respecto que en muchos casos no se trató de diversidad idiomática
fundamental, sino de una diferenciación de dialecto, en cuyo alcance intervenía la
proporción de grupo que en un principio no hablaban chibcha.
La cuestión de la estratificación histórico-cultural debe distinguirse de la
división étnica en época de la Conquista, aunque ambas estaban relacionadas.
Wilhelm Schmidt (1913) intentó encontrar en Suramérica los “círculos culturales”
establecidos por la teoría del mismo nombre para África y Oceanía en el supuesto
de su difusión universal. Schmidt adujo para la mayor parte de la Colombia
andina testimonio de la existencia de las llamadas “cultura totémica-patriarcal”
y “cultura exogámica-matriarcal” (de las dos clases), cuya temprana mezcolanza
había sido, en su opinión, superpuesta por una ola de influencia cultural de
las altas culturas “austronésicas”. Frente a tan sencilla “aplicación” de una teoría
histórica universal la americanística ha estudiado la estratificación histórica de
los diferentes espacios con base en su posición particular. Restrepo (1903a), por
ejemplo, intentó hacerlo para Colombia, aunque de manera insuficiente. Restrepo
vio con demasiada simplicidad la multiplicidad de los movimientos de pueblos
y corrientes culturales cuando explicó la estructura étnica del espacio andino
septentrional como consecuencia de tres poblaciones: 1) una cultura trabajadora
de la piedra, que se derivó de los maya-quiché y que dejó huellas, por ejemplo,
en San Agustín; 2) una capa posterior de “tayros”, representantes de la técnica
metálica colombiana, a los cuales pertenecían los chibcha; y 3) la más tardía
invasión “caribe”; Restrepo dio a esta palabra un inadmisible alcance étnico e
idiomático cuando, por ejemplo, declaró de manera esquemática de origen caribe
a todos los nombres de tribus y ligares que contienen las partículas gua o car.
Un ejemplo práctico de esta teoría histórica son los Quimbaya, quienes siendo
representantes de la cultura metálica de los acabaron con la cultura “lítica” de
estilo centroamericano establecida con anterioridad en su propio territorio y que,
a su vez, fueron acosados en época histórica por los carrapa, pueblo de origen
caribe por contener en su denominación la partícula car.
Rivet (1925) hizo otro intento más acabado para concretar los movimientos étnicos
y culturales en el noroeste de Suramérica, teniendo en cuenta las diferentes fases
culturales de los territorios limítrofes, como la costa peruana; así se adentró en los
principios de una cronología absoluta de la prehistoria colombiana. En su caso
no fue desacertado el criterio de que en la formación de las culturas colombianas
intervinieron corrientes interandinas de un elevado grado cultural, tales como
irrupciones de pueblos de los territorios bajos del este cuya participación como
elemento de la población de los países andinos no debe ser menospreciada. Rivet
(1932) trató de diferenciar en estas migraciones procedentes del este, siempre que
fuesen decisivas para la formación de las culturas colombianas, una antigua de otra
más moderna: la primera introdujo en el territorio de los Andes el uso de la tiradera,
la flauta de Pan, las cabezas-trofeos y, quizás, la cerbatana y se hallaba representada
43
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
en la zona costera peruana en los estratos proto-nazca, proto-lima, proto-chimú y
protochancay. Después ocurrió la invasión caribe que irrumpió de la gran Guayana
para llegar a los Andes, trayendo los fundamentos de la técnica colombiana del oro.
Este supuesto origen caribe de la metalurgia colombiana no fue visto sin objeciones.
Por ejemplo, Jijón y Caamaño (1930) y Krickeberg (1922) sostuvieron que la zona
colombiana andina fue el foco originario de una técnica del metal propia. Las
precitadas migraciones en sentido esteoeste se cruzaron en Colombia, según Rivet
(1932), con una corriente cultural norte-sur de origen centroamericano, cuyos
principales representantes fueron los chibcha quienes, una vez llegados a Colombia,
hicieron suya la técnica caribe de la tumbaga que perfeccionaron y llevaron por
toda Colombia y el Ecuador hasta la costa peruana. Este movimiento norte-sur,
que cronológicamente se desarrolló entre el primer florecimiento de las culturas
peruanas de la costa y la expansión del estilo Tiahuanaco, fue relacionado por
Rivet (1925) con la cultura “arcaica” labradora de Méjico. Basándose en las ideas de
Rivet, Jijón y Caamaño (1932) dividió en diversas olas los innegables movimientos
culturales norte-sur de la zona andina. Prescindiendo de un estrato antiguo al estilo
de la cultura de pescadores de Tierra de Fuego distinguió entre un movimiento de
estilo “arcaico” (de modo parecido a Rivet) e irradiaciones más recientes de las altas
culturas centroamericanas; respecto de estas últimas distinguió entre olas chorotegas
e irradiaciones de la cultura maya de tiempo del “antiguo imperio”. Esta concepción
de Jijón y Caamaño (1930) sobre los chibcha colombianos fue demasiado influida
por las características peculiares del Estado reinante en el Ecuador.
Los pueblos colombianos no produjeron una historiografía propia al estilo de
las crónicas mejicanas, aunque Castellanos (1852: 506) habló de un material
histórico en forma de jeroglíficos en los tejidos de los catío, seguramente dibujos
parecidos a los del pueblo emparentado de los cuna. Los intentos de un examen
histórico retrospectivo del desarrollo cultural colombiano han de basarse, por
tanto, en el análisis de los hechos que reflejan la situación en la época de la
Conquista española y en los hallazgos de las excavaciones que solo en los últimos
tiempos se han practicado metódicamente. Krickeberg (1922) ordenó los hechos
arqueológicos, incluyendo en ellos a los chibcha centroamericanos, en siete
provincias: 1) la cultura de la tierra alta de Costa Rica; 2) los hallazgos de Chiriquí;
3) las excavaciones de Coclé en el Panamá central que ofrecen ciertos puntos de
contacto con los hallazgos de las tumbas del 4) valle del Cauca; 5) los hallazgos
de la región de Santa Marta; 6) los datos arqueológicos de la meseta de Bogotá;
y 7) los restos monolíticos de la cultura de San Agustín. Prescindiendo de esta
última (la única megalítica y que puede ser considerada como prehistórica con
relación a la época del Descubrimiento), que tuvo una difusión mucho mayor de
lo que se pudiera suponer con base en los primeros hallazgos y que presenta
cierta relación estilística con los fundamentos de la primitiva cultura maya y con
el tipo de estilístico de Chavín, no hay inconveniente alguno en atribuir los demás
hallazgos arqueológicos a otros pueblos que no sean aquellos que encontraron y
44
Her mann Trimbor n
describieron los españoles en esos lugares. Un paralelo entre lo que se desprende
de las excavaciones y lo que mencionan las crónicas españolas autoriza relacionar
diversos tipos arqueológicos con los pueblos conocidos históricamente; así que
–siguiendo a Krickeberg (1922)– se puede establecer la siguiente relación:
Cultura de la zona alta de Costa Rica
Chiriquí
talamanca
Coclé
guaimí o cueva
Cauca
quimbaya, etc.
Santa Marta
tairona
Bogotá
muisca
San Agustín
paeces (?)
La diversidad de formas de vida en el espacio chibcha puede ser debida a una
asimilación de pueblos extraños, aparte de las influencias de los pueblos extraños,
aparte de las influencias de los pueblos vecinos, del medio ambiente y de una
diferenciación basada en una variabilidad inmanente. Esta clase de intervención
de una estirpe extraña también ocurrió en el valle del Cauca y contribuyó a aquel
extraño desnivel cultural entre grupos vecinos y a aquella ambivalencia interna del
tipo común, cuyo estudio forma parte de la labor investigadora que llevo a cabo.
No solamente en los estilos de sus diversos elementos culturales se diferenciaban
las manifestaciones vitales de los pueblos colombianos; su nivel cultural también
era variado. Los territorios bajos del este que forman actualmente parte del Estado
eran la sede de una civilización tropical de plantadores que constituyó una unidad
orgánica con los territorios limítrofes del valle del Amazonas y del Orinoco. Las
zonas costeras del Atlántico y del Pacífico también se hallaban ocupadas por
pueblos que por su cultura deben ser catalogados entre las tribus características
de la selva tropical, como los chocó. Contrariamente a las civilizaciones más
adelantadas estos pueblos más primitivos (siguiendo el leitmotiv de la manifestación
de cualquier costumbre bárbara, como el conocimiento del veneno de las flechas,
el canibalismo o la caza de cabezas) fueron denominados por los descubridores
y por algunos de los que les sucedieron como caribes, término del cual se ha
abusado bastante en la literatura de los siglos pasados y cuya aparición no debe
inducir a catalogar a una determinada tribu dentro de la familia lingüística de los
caribes, ya que esta denominación solo indica la existencia de un nivel cultural
que, en rasgos generales, corresponde al de las zonas bajas tropicales.
En contraposición a estos territorios bajos las cordilleras de los Andes y las depresiones
del valle del Magdalena y del Cauca eran sede de una alta cultura primitiva, aunque
no de manera exclusiva, que tuvo como punto de partida una economía agrícola
45
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
para su alimentación, como otras culturas de América ya desarrolladas. Junto a la
plantación de numerosos árboles frutales la alimentación se basaba en el cultivo
del maíz y de tubérculos (yuca y batata); además, usaban una cerveza de maíz y un
vino de palma, coca y tabaco. Esta alta cultura erigida sobre la base de la agricultura
se caracterizaba, por típicas manifestaciones sociales (como capas sociales con una
aristocracia y esclavos y formación de Estados con tendencia a formar dinastías)
y por el desarrollo de diferentes artes; entre ellas la cerámica quedó relegada
a segundo término en cuanto a su variedad y ejecución, especialmente si se la
compara con la asombrosa abundancia de formas y la elegancia decorativa del arte
cerámico peruano. La verdadera superioridad de los chibcha se desplegó en materia
de elaboración de metales: la técnica del oro y de su aleación con el cobre llegaron
a alcanzar uno de sus puntos culminantes, irradiando desde los Andes colombianos
hasta el Ecuador y la costa peruana. Contrariamente a las culturas de zona alta
de Bolivia y del Perú, que se presentan como los verdaderos países del bronce
y de la plata, los chibcha ignoraban el uso de estas dos materias. Los artífices de
Colombia empleaban como materia prima el cobre y el oro, así como esa peculiar
mezcla de ambos que se conoce por tumbaga (tombak). Entre sus conquistas y
procedimientos técnicos deben ser mencionados la laminación del cobre con oro, el
teñido de superficies, la soldadura, trabajos de repujado y, sobre todo, la fundición,
especialmente con cera perdida. Comparándola con esta técnica tan desarrollada del
metal y con otras altas culturas americanas la arquitectura ocupó un lugar secundario,
a pesar de que en determinadas zonas (como en el antiguo país de los andaquí, de
los paéces y de los tairona) se hayan encontrado restos de edificaciones pétreas.
Estimo que estos restos, unidos a los testimonios monolíticos del estrato cultural de
San Agustín, prueban el primitivo carácter “lítico” de estas altas culturas que, a pesar
de desarrollar una artesanía del metal, sufrió, simultáneamente, un retroceso parcial
hacia las construcciones de madera de los plantadores tropicales. En las tribus del
hosco valle del Cauca parece particularmente evidente un retroceso de esta especie
condicionado por el medio ambiente porque aunque las “piedras de sacrificio”
y los sarcófagos pétreos acusan aún este carácter “lítico” en lo demás (palacios,
fortificaciones, plataformas de sacrificios y enormes ídolos) se revela una singular
variante de una alta cultura primitiva, de una técnica monumental de la madera.
En la valoración de las influencias extrañas que intervinieron en la formación de
la cultura de los pueblos chibcha actúan concepciones de muy variada índole.
Jijón y Caamaño (1930) siguieron a Rivet (1925) y partieron del supuesto de una
infiltración norte-sur de las tribus chibcha para postular en los chorotega la raíz de
su peculiaridad cultural. Otros investigadores atribuyeron una importancia decisiva
en la formación de la imagen cultural conocida a la influencia de las tribus caribes
en sentido lato; en Ernesto Restrepo (1903b) esta tendencia llegó al supuesto de que
en el valle del Cauca dominó la “nación caribe”. Con respecto a esas exageraciones
basta tener en cuenta las grandes afinidades que existían entre los diferentes grupos
chibcha y de las cuales, precisamente en el valle del Cauca y a pesar de todas las
46
Her mann Trimbor n
influencias extrañas, se desprendió el carácter predominante del estilo de vida de
los chibcha. Uhle (1890) indicó la existencia de ciertas relaciones entre el valle del
Cauca y los muisca y de ciertos rasgos paralelos entre la zona de Antioquia y los
chibcha centroamericanos, principalmente de Costa Rica. En tiempos modernos la
atención se ha dirigido hacia los rasgos paralelos existentes entre el valle medio del
Cauca y la cultura chibcha de Coclé (en Panamá central), sobre todo concordancias
en la técnica y en el estilo de los trabajos en metal; sin embargo, a estas semejanzas
se oponen diferencias características en cerámica y sepulturas (Krickeberg 1922).
Además, entre el valle del Cauca (principalmente la zona antioqueña) y el territorio
cueva del Darién (la zona comprendida entre el golfo de Urabá y el río Chagres)
existían relaciones estrechas de tal alcance que permiten incluir a los cueva entre
las culturas chibcha de Colombia occidental; estos, según las interdependencias
lingüísticas descubiertas por Lehmann (1920) tienen su origen último, por lo menos
en parte, en un parentesco étnico y un intercambio cultural que debieron pasar la
Dabeiba e, indirectamente, por la región del Sinú.
Las condiciones culturales, incluso dentro de cada uno de los grandes grupos, no
eran uniformes. La causa hay que buscarla en la variabilidad interna de las formas
de vida de un pueblo, cuyo campo de actividades se halla en función de las fuerzas
formativas externas que actúan sobre él. Entre estas fuerzas formativas, aparte de
las condiciones geográficas radicalmente distintas de cada parte del territorio, las
diversas influencias extrañas procedentes de varias direcciones desempeñaron
un papel de la misma categoría que los procesos de estratificación histórica,
cuya vinculación a determinados pueblos y grupos lingüísticos aún no ha sido
resuelta. Friederici (1906; Lehmann 1920; Krickeberg 1922; Wassén 1936) señaló la
existencia de dos estratos culturales esquematizados de acuerdo con los siguientes
elementos básicos: un estrato antiguo caracterizado por el uso de tiraderas,
vestimenta hecha con corteza de árboles y casas comunes para toda una estirpe;
a este estrato se superpuso uno más moderno de elementos de población caribe
caracterizado por el arco y las flechas, vestimenta de algodón, una casa para cada
familia, canibalismo, caza de cráneos y sacrificios humanos. La cooperación de
esas fuerzas históricas condujo a la formación de provincias culturales claramente
diferenciadas entre sí, en las cuales se destacaron los siguientes centros: la vasta
zona de Antioquia (el valle de Antioquia y los territorios vecinos de la cordillera
Occidental y Central); la vertiente occidental de la cordillera Central en Caldas
(donde se estrecha el valle entre el valle de Antioquia y el valle de Cauca);
las culturas del valle propiamente dicho y, por último, la región de Popayán
(Saville 1910; Jijón y Caamaño 1930). Sus fronteras no eran fijas y habrá de ser
objeto de un estudio cultural investigar las peculiaridades típicas de cada una
de estas comarcas y demostrar las acusadas afinidades que unieron a las tribus
del valle del Cauca con las de los territorios circunvecinos para hacer de ellas una
comunidad cultural, a pesar de las diferentes condiciones geográficas.
47
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
La estructura del sistema cultural del valle del Cauca con base en estratos históricos
que reflejaron un diverso nivel cultural también se reconoce en el hecho de que,
prescindiendo de la existencia de provincias culturales peculiares, existió un claro
desnivel cultural incluso entre grupos vecinos, en los cuales las fuerzas creadoras
primitivas y progresivas participaron en proporción desigual. Ello se manifestó en
un perfeccionamiento de los diversos patrimonios culturales y técnicos, como la
ejecución más fina de la cerámica de Manizales alabada por White (1883); una
civilización más elevada en comparación con la de sus vecinos inmediatos (como
los quimbaya); una antropofagia moderada y preciados trabajos metálicos que
constituyen motivo de orgullo para el Museo Etnográfico de Berlín, al igual que
la colección, obsequio del gobierno colombiano, que se conserva en el Museo de
América de Madrid. Además del desnivel cultural entre tribu y tribu dentro de cada
grupo existió una “ambivalencia” interna: actitudes de baja y alta cultura pugnaron
entre sí, como Friederici expresó en la fórmula de que en el valle del Cauca, “como
ocurre tan frecuentemente en la vida de los pueblos, la mayor barbarie, crueldad y
falta de sentimientos van aparejadas a obras, habilidad técnica y disposición artística
no despreciables”. En esta disociación interna que afectó a todos los pueblos del
valle del Cauca se reveló el origen de la evolución de alta cultura que partió de
los impulsos de una estratificación, constituyendo un proceso que perteneció a la
esencia de las altas culturas primitivas y fue el alma del “señorío bárbaro”.
En los casos en los cuales la cultura india más o menos primitiva se ha
conservado hasta los tiempos actuales pueden sernos también útiles las modernas
investigaciones etnográficas sobre el terreno. Los trabajos de Preuss (1926) ente
los kágaba de la Sierra Nevada de Santa Marta pusieron en claro muchos puntos
relativos a las características de los antiguos muisca de la meseta de Bogotá.
Sin embargo, estas posibilidades se hallan limitadas. En el valle del Cauca la
población indígena desapareció muy rápidamente: a los ataques devastadores
contra el vigor étnico de las tribus sucedió la decadencia total o la absorción por
la población mestiza. Mientras que en el resto de Colombia andina los chocó, los
goajiro (arauaco) y los motilón (caribes) pudieron subsistir al lado de los grupos
chibcha (arnaco, chimila, andaquí, cuna y de algunos barbacoa) los elementos
indios del valle del Cauca y sus contornos se retiraron a ciertas zonas apartadas,
como los catío y los descendientes de los antiguos guaca y nore, en Antioquia
occidental; restos de los paéces y pijao, en la cordillera Central; y los coconuco,
en los alrededores de Popayán.
Esta descomposición de la población india antes tan floreciente limita la labor del
historiador cultural principalmente a las fuentes de la época de la Conquista y a
la valoración de las excavaciones arqueológicas y dificulta el esclarecimiento de
las zonas primitivas donde se asentaron los pueblos, necesaria para determinar
los movimientos y estratificaciones históricas, las relaciones de paz y de guerra
de las tribus y las rutas comerciales y los cambios de territorio. Sin embargo, los
48
Her mann Trimbor n
relatos de los testigos oculares, junto con el desarrollo de los poblados españoles
y la existencia de antiguos nombres de lugares permiten reconstruir la distribución
territorial de los grupos indios, de cuyo modo de vivir tratarán los capítulos que
figuran a continuación (mapa1).
Los datos etnográficos indican que en el alto Cauca, siguiendo el curso del río
de sur a norte, se encuentran los coconuco; en tiempos pasados ocupaban el
sector adyacente del Cauca y la región de Popayán pero actualmente habitan
entre el Cauca superior y la cresta de la cordillera Central. Sobre ellos existen
más datos lingüísticos que sobre la mayoría de las otras tribus gracias a que han
subsistido hasta nuestros días. Sus vecinos estaban constituidos por numerosos
grupos pequeños de los cuales sólo el nombre ha pervivido hasta hoy: los timbío,
en donde nace el río del mismo nombre, y los guamza, malvasa, polindara,
colaza, palacé y los guambia, al este del Cauca y al norte de la región coconuco.
Estos grupos vivían bajo la amenaza constante de los belicosos habitantes de
la cordillera Central, los paéces, temidos hasta muy avanzada la época de la
colonización española.
49
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
Mapa 1
50
Her mann Trimbor n
1 Coconuco
16 Pozo
31 Nore
2 Timbío
17 Paucura
32 Tatabe
3 Guambía, etc.
18 Arma
33 Dabeiba
4 Paez
19 Anserma
34 Guaca
5 Aguales
20 Caramanta
35 Sierra de Abibe
6 Jamundí
21 Cártama
36 Catío
7 Timba
22 Cori
37 Buriticá
8 Lile
23 Iraca
38 Pequí
9 Gorrones
24 Canufana
39 Norisco
10 Buga
25 Pueblo-Llano, Murgia
40 Ituango
11 Pijao
26 Aburra
41 Guacuceco
12 Chanco
27 Torvura
42 Guarcama
13 Quimbaya
28 Curume
43 Nutave
14 Carrapa
29 Penco
44 Tahamí
15 Picara
30 Hevéjico
En el valle propiamente dicho los habitantes de ambas márgenes hasta la
desembocadura del Jamundí eran conocidos con el nombre de “aguales”. Los
Jamundí o pamundi (Las Casas 1879) vivían en el curso superior del río del
mismo nombre y debieron de ser vecinos de los timba, que habitaban la zona
fronteriza del Chocó en la cordillera Occidental, al suroeste de los lile. En la
zona de los lile o lili fue erigida Cali. En la historia del Descubrimiento se
destacaron los poblados de Bitaco y Dagua situados en el punto más bajo
de la cordillera Occidental. Al norte de los lile confinaban los gorrones, en el
sector de Vijes y Riofrío, quienes vivían en las montañas y valles de la cordillera
Occidental y sólo bajaban a la llanura del Cauca para explotar la riqueza
pesquera. Acosta (1848) y Restrepo (1892a) consideraron a los lile como un
subgrupo de los gorrones, mientras que Jijón y Caamaño (1930) defendieron
el carácter independiente de cada uno de estos grupos. La ordenación étnica
del valle oriental hasta el río La Vieja deja mucho que desear; por los relatos
de la época del Descubrimiento sólo se destacaron los buga en los valles de
la cordillera Central. Los aliados septentrionales de los paéces, los no menos
indomables pijao o tijajos (Andagoya 1829), irrumpieron desde sus refugios
monteses hasta el valle oriental. A continuación de los gorrones del valle central
se encontraban en el sector norte los chanco; siguiendo por la orilla izquierda
tierra adentro, en la zona de transición a la región del estrechamiento del valle
(en el actual departamento de Caldas) estaba a la derecha el grupo étnico más
conocido del occidente de Colombia, los quimbaya o cambaya (Andagoya
1829), cuyo territorio estaba limitado por el Cauca y los escalones superiores de
la cordillera Central, por donde siempre fueron acosados por los pijao, y por los
51
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
ríos Chinchiná y La Paila (Restrepo 1892). La base española de Cartago (viejo),
actual Pereira, fue erigida junto al río Otún en medio del país de los quimbaya.
Una antigua ruta comercial que pasaba por el puerto del Quindío y por “Arvi”
y que fue buscada por los conquistadores unía a los quimbaya con el valle del
Magdalena y, probablemente, con la meseta de Bogotá; seguramente corría,
poco más o menos, por el mismo itinerario que siguen actualmente el ferrocarril
y la carretera desde Pereira a Girardot, pasando por Armenia e Ibagué.4
Una faja desértica de una extensión de dos días de marcha separaba a los quimbaya
de sus enemigos septentrionales, los carrapa, que habitaban en la zona del actual
Manizales y que a veces se hallaban enemistados o eran aliados de los picara
de la región de Filadelfia para la lucha común defensiva contra los belicosos
pozo (en la región actual de Salamina). Estas tribus se asentaron en un territorio
de características parecidas a las del que ocupaban sus parientes culturales los
paucura (Pácora) y los arma, situado en las estribaciones occidentales de la
cordillera Central, es decir, angostos valles poblados de bosque; la pacificación
de esta comarca opuso las mayores dificultades a los conquistadores. La zona
montañosa opuesta entre la angostura del Cauca y el Risaralda era la región
de Anserma, nombre debido a un error idiomático de los españoles y que, en
realidad, debía ser Birú. La fundación de Santa Ana (actual Anserma) tuvo lugar
en el valle de Umbra. En la historia del Descubrimiento se destacaron, Apía, en
la vertiente oriental de la cordillera Occidental; Irra al este, en el lugar de tránsito
hacia Carrapa, entre el río Chinchiná y el río Tupias, en la orilla izquierda del Cauca
y no “en la margen derecha”, como opinó Restrepo (1892); las zonas fronterizas
septentrionales de Quinchía, actual Nazaret, y que, según Acosta (1848), es
idéntico a Guacuma o Guancumán, mencionado en las fuentes; y Supía. La zona
montañosa comprendida entre el Cauca y el San Juan de Antioquia confinaba con
las regiones de Caramanta y de Cartama, en la comarca del actual Támesis. En
cambio, Cori5 e Iraca se hallaban situadas, probablemente, en el valle del Cauca,
que vuelve a ensancharse a la altura de Jericó.
Volviendo de nuevo a la margen derecha del río primero estaba, partiendo de
Arma, el país “Zenúfana” y semejantes, que los escritos antiguos y modernos
comprendieron de manera distinta. La idea sobre este país en la época del
Descubrimiento debió ser imprecisa. Mientras que, según Cieza (1853) “Cenufara”
era el valle de la derecha de Antioquia Acosta (1848) opinó que se trataba
de la actual región de Zaragoza y Remedios (en el Nechí). Contrariamente a
4
5
Regel (1899) localizó erróneamente esta ruta en el valle de Penderisco y Uribe (1885) lo
hizo en el valle de Antioquia; en realidad se encuentra al otro lado de la cordillera Central,
como se desprende claramente de Sardella (1864).
El “Ori” de Robledo (1865) y “Corid” de Fernández de Oviedo (1855). La identidad que
estableció Jijón y Caamaño (1930) entre Ori y Nori debe ser desechada por razones
topográficas y etnográficas.
52
Her mann Trimbor n
“Finzenú” (la depresión del Sinú entre las dos estribaciones septentrionales de
la cordillera Occidental) y a “Panzenú” (la región entre el Cauca y la divisoria de
aguas entre Sinú y San Jorge) la designación Zenúfana ha servido para nombrar
indistintamente una u otra región de las situadas en la margen derecha del Cauca.
Saliendo del río Arma y siguiendo por la ruta de Robledo a través de “Pueblo de
la Pascua”, “Pueblo Blanco” y “Cenufana” y llegando a Pueblo-Llano (el “Pueblo
de las Peras” de los primeros conquistadores) se pisa tierra firme. Partiendo de
este punto hacia el interior en un valle de la cordillera Central se hallaba Murgia
(y semejantes), el “Pueblo de la Sal”, desde donde un “abra que la cordillera de las
sierras nevadas hacía” (Sardella 1864; compárese el actual tendido del ferrocarril)
condujo a Jerónimo Luis Téjelo a la región de Aburrá, en el valle superior del
Porce, el antiguo “valle de San Bartolomé”. Robledo regresó al valle del Cauca por
otra ruta, seguramente por el actual camino de Medellín a Heliconia, pasando por
Torvura (Uribe 1885), en la parte donde ahora esta Heliconia.
Río abajo, enfrente del actual Ebéjico y precisamente en la región de Anzá, se
hallaba Curume, región montañosa que desciende bruscamente hacia el Cauca;
con ella conformaban al norte el valle del río Tonusco y la ciudad de Antioquia.
Esta región llevaba antes el nombre de Hevéjico, que se ha trasplantado a la orilla
derecha del río. Desde Curume, pasando por la cordillera Occidental, se llegaba a
Penco. Más al norte los valles de “Hevéjico” conducían a la región de las fuentes
del río Sucio, donde en el valle de Frontino se hallaba el antiguo Nore que lindaba
por el oeste con el país chocó de Tatabe y al noroeste con Dabeiba. En sus
afluentes septentrionales estaba situado el reino de Guaca, al cual pertenecía el
valle de los Pitos –probablemente el río Páramo–; luego estaba la Sierra de Abibe
(en el sentido de los conquistadores), cadena montañosa que se dirige desde el
Paramillo en sentido oeste-este.
En la historia del Descubrimiento la tribu más destacada de Antioquia fue la
de los catío, nombre de pueblo que, probablemente, servía de designación
colectiva de grupos étnicos con denominaciones particulares. Los miembros de
este pueblo vivían “en la hoya del Atrato, se extendían hasta la costa atlántica por
la orilla oriental del golfo de Urabá y poseían gran parte de la serranía de Abibe”
(Acosta de Samper 1894). Más al sur, en el Penderisco superior y no, como opinó
Uribe (1885), cerca de Cañasgordas-Frontino, se hallaba el jefe catío Toné. En la
vertiente oriental de la cordillera Occidental, al norte de Antioquia, se hallaba el
centro minero precolombino de Buriticá, unido por antiguas rutas comerciales
con Dabeiba, Urabá y el Sinú. Al norte confinaba, Peque, la patria de los antiguos
pequí; desde allí se llegaba a la región de Norisco, que no era lo mismo que Nore
( Jijón y Caamaño 1938), y a Ituango con el valle de Teco de donde, siguiendo
en dirección al Sinú, se llegaba a Guacuceco. De algunas regiones vecinas
situadas entre el Cauca y las fuentes del Sinú sólo se conocen los nombres:
Cuisco, Araque, Tuingo, Carauta, Ceracuna, Nitaná, Pubío, Pebete y Maritúe. Otra
53
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
antigua ruta comercial conducía desde Ituango, salvando el puente de Bredunco
(Brenuco o Aberunco) y Neguerí, a Guarcama, el valle de San Andrés situado en
la orilla derecha. Sus habitantes pertenecían, al parecer, a los nutave, pero como
adquirieron tanto relieve en los escritos antiguos trataré de ellos por separado.
La zona vecina y río abajo hasta la región de Cáceres, en la margen derecha (a
veces también con irrupciones en la margen izquierda), se hallaba poblada por los
nutave y por sus vecinos tahamí, excelentes guerreros y comerciantes.
Con esto he determinado el aspecto espacial de la región que investigo en este
libro: el territorio de la depresión interandina desde Popayán hasta Cáceres. Hay
que añadir, además, las pendientes de las sierras que flanquean el valle del Cauca,
las regiones limítrofes y las montañas de Antioquia situadas a ambos lados del río;
en sus partes más distantes tenían íntima relación con las tribus que poblaban el
valle y sus laderas próximas.
El plan originario para hacer objeto de una detenida investigación científica las
culturas del valle del Cauca, tan poco estudiadas, se basó en la división de este
trabajo entre tres colaboradores: mi discípulo español y amigo Ángel de Tuya,
quien muy joven aún fue arrancado de su tan prometedora labor al morir en
la guerra de Liberación y quien estaba dispuesto a hacerse cargo de la parte
relativa a la técnica y al arte en las civilizaciones del Cauca. Mi discípulo alemán
Georg Eckert se dedicó, especialmente, a la cultura espiritual, y en particular,
a la vida religiosa de los indios del Cauca; los frutos de sus investigaciones,
paralizadas por haber sido incorporado a filas en la pasada guerra, los dará a
conocer en una obra aparte. De este modo, la materia que me correspondió
fue la que comprende la vida social en su sentido más amplio. Aquí, por tanto,
se hallará una exposición de lo que fue la vida en aquellos “señoríos bárbaros”
en el territorio delimitado, con excepción de la esfera religiosa y de un estudio
especial sobre la técnica y el arte.
Teniendo en cuenta el deficiente estado de los conocimientos etnográficos sobre
el valle del Cauca he creído que mi primera labor debía ser un aporte de datos
reales lo más completo posible e intachable desde el punto de vista de una
crítica de sus fuentes, tratando luego de interpretar estos datos reales de acuerdo
con concepciones etnológicas fundamentales. Como se desprende de los diversos
aspectos de estas consideraciones preliminares esto implicó una serie de puntos
de vista de variada índole. Partiendo de la diversidad en la configuración de
cada territorio y de la heterogeneidad originaria de la personalidad étnica se
plantea la cuestión de saber el grado de uniformidad y de variabilidad de sus
formas de vida, ordenadas en provincias culturales dentro de una comunidad
cultural. Otras cuestiones secundarias son la comprobación de la existencia
de un desnivel cultural entre las regiones y de una “ambivalencia” cultural
general, de un desequilibrio de diversos estilos de vida. Estas cuestiones son
54
Her mann Trimbor n
un aporte al problema de la estratificación histórico-cultural y de ellas surgen
los problemas de la dependencia, íntima o remota, de determinados grupos con
otros representantes de la gran familia lingüística de los chibcha, como los cueva,
o el ejemplo análogo que ofrece la evolución cultural de los muisca. No menor
importancia revestía la finalidad perseguida por este estudio de contribuir con el
ejemplo de las tribus del valle del Cauca a la historia de la formación de las altas
culturas americanas y, principalmente, del Estado indio, que he estudiado en este
libro con un ejemplo tardío desde el punto de vista cronológico. pero temprano
considerado evolutivamente. No es erróneo suponer que las condiciones de vida
que imperaban en la cultura señorial y bárbara del valle del Cauca también sirvan
para imaginar cuáles fueron orígenes de las civilizaciones más desarrolladas de
Méjico y Centroamérica y las del espacio andino central.
Los fenómenos sociales operados en los pueblos del valle del Cauca pueden ser
ordenados de acuerdo a los aspectos de la vida familiar y de la vida en grupos.
En los capítulos siguientes trataré de la familia que podría fundar cada individuo,
de la parentela a la cual pertenecía por nacimiento y de la posición social de la
mujer. Los datos y observaciones sobre la ordenación en grupos de los individuos
del valle del Cauca se presentaban, al igual que en otros pueblos, en el libre juego
de dos fuerzas diferentes: la pertenencia de individuos a grandes y pequeñas
agrupaciones, aldeas y tribus que se sucedían unas a otras en el espacio como
unidades de colonización (lo que podría denominarse un sistema de ordenación
“horizontal”) y otra formación de grupos que se entrecruzaba con la anterior y
ordenaba de modo valorativo a los nobles, los libres y los esclavos con arreglo a
patrones sociales, es decir, en forma de estratificación “vertical” de la sociedad. La
integración de estas dos formas de ordenación en el valle del Cauca dio origen a
las formaciones “estatales”.
En estas consideraciones es necesario tener en cuenta el distinto grado de
conocimientos sobre cada cuestión particular pues la atención de los primitivos
cronistas se hallaba principalmente enfocada en cuestiones distintas de la
observación científica: sus trances de guerra y determinados hechos, extraños
para ellos, como el canibalismo. Por eso ambas cuestiones, debido al más perfecto
conocimiento que existe sobre ellas, serán objeto de estudios especiales.
Existe una gran desigualdad en los materiales existentes para tratar cada cuestión.
Nada se sabe acerca de las fiestas de la pubertad, que seguramente debieron
existir en una u otra forma; los pocos datos sólo dejan entrever la verdadera
importancia de la ordenación por estirpes. También faltan, por ejemplo, datos
sobre la existencia de una ordenación social totémica, a pesar de la concepción
unitaria de mundo animal y mundo humano señalada por Eckert (1940), y sobre
castas basadas en la edad o sociedades secretas de varones. Por eso no es
55
Señorío y barbarie en el valle del Cauca. “Introducción”
posible afirmar nada sobre la existencia o falta de estos fenómenos en el valle
del Cauca precolombino.
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58
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia1
MILCÍADES CHAVES CHAMORRO
E
l departamento del Cauca, con sus 468.000 habitantes para el año de 1954,
distribuidos en sus cinco regiones geográficas: Altiplano de Popayán, valle
del Patía, norte del departamento, Tierradentro y costa del Pacífico, son el
producto de la evolución del poblamiento desde el momento de la Conquista
hasta la actualidad. En esta cifra están presentes los tres aportes de sangre que
han contribuido a formar Colombia y por consiguiente el departamento del
Cauca. Blanco, indio y negro, en un mestizaje más o menos intenso, a través de
cuatro siglos y medio han estructurado la realidad demográfica actual. En este
departamento, debido a circunstancias especiales, que analizaremos más adelante,
el mestizaje no pudo romper la cohesión de agrupaciones indias y negras y por
esto en esta región del país se observa todavía grupos étnicos o raciales con
características bien definidas cuya realidad es la siguiente:
Mestizos y blancos 279.918 o sea el 59,81 % de la población total.
Indios 84.182 o sea el 17,99 % de la población total.
Negros 103.900 o sea el 22,20 % de la población total.
Para explicar la presente realidad étnica tenemos que recurrir a la historia de esta
región, a la evolución de las fuerzas sociales y económicas que nos expliquen el
fenómeno que nos ocupa.
Pero antes de seguir hablando de blancos, mestizos, indios y negros, se hace
necesario aclarar la amplitud de estos conceptos y delimitar el campo que abarcan,
pues, esta aclaración es tanto más urgente debido a que Colombia es un país donde
la discriminación racial es muy tenue para no hablar de su total ausencia. Más
que discriminación por raza existe la diferenciación por clases y dentro de estas
la presencia mayor o menor de los grupos étnicos antes nombrados. La dinámica
1
Original tomado de: Milcíades Chaves Chamorro. 1958. “Los indígenas del Cauca en la Conquista
y la Colonia”. En: Homenaje al Profesor Paul Rivet, pp 203-234. Bogotá: Editorial ABC.
59
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
del poblamiento colombiano tiene su explicación en el fenómeno histórico que
muestra cómo un grupo étnico, dotado de una cultura, poseedor de una técnica
mucho más avanzada que la de los otros dos, el europeo o español se asentó en
este territorio después de una guerra de conquista, en la que hubo vencedores y
vencidos y que luego sumó a esa demografía un tercer factor racial en su calidad
de esclavos, el negro, que se asentó en las costas y en las tierras bajas.
Es el fenómeno de la Conquista el que explica la presencia de tres grupos raciales
en Colombia y en el Cauca; es la evolución social la que muestra la estratificación
de clases sociales con la pertenencia en mayor o en menor número de cada grupo
racial en cada una de ellas. Es la historia de los primeros cincuenta años del siglo
XVI la que nos aclara qué debemos entender por blanco, mestizo, indio y negro.
En este período el conquistador, el vencedor, el español es el que trata y lucha
por imponer su lengua, su religión y sus costumbres. Él ocupa la cúspide de
la pirámide social, el primer puesto en la sociedad; él es el gobernante, el
encomendero, el sacerdote. Su triunfo logrado con valentía, con decisión y con
coraje lo ha colocado en la nueva sociedad americana en lugar privilegiado
y constituirá a partir de esta época la aristocracia, la clase dirigente, el grupo
instruido, el conglomerado rector de los destinos de esta América aun en la
comarca más apartada. Este grupo conquistador, robustecido por la emigración
peninsular y por la burocracia enviada por la Corona, forma en este tiempo el
grupo étnico denominado como blanco. De allí en adelante serán blancos los
europeos y en especial los europeos peninsulares y los hijos de estos en mujeres
también europeas, que al nacer en América reciben el nombre de criollos. Son
los blancos peninsulares y criollos que mantienen en sus manos la propiedad
de las mejores tierras, controlan la educación y de su seno salen los que ocupan
los puestos directivos del poder civil y los jerarcas de la Iglesia y del clero llano.
Esta clase con el poder que le da la Iglesia y el Gobierno civil, la propiedad de la
tierra, el control del comercio, adquiere la fuerza y la preparación para manejar
todos los negocios de cualquier índole que ellos sean. Conquista y Colonia han
de servir para diferenciar más esta clase, que según el lugar donde actúe se ha
de mostrar con estas o aquellas características.
Los blancos de Popayán
Después de la expedición de Sebastián de Belalcázar quien con su puñado de
soldados españoles, trajo consigo 2000 indios del Ecuador que lo acompañaron
en su expedición de conquista, en 1536 fundó a Popayán y debido a lo agradable
de su clima, su topografía y situación, se estableció allí como centro de nuevas
conquistas.
60
Milcíades Chaves Chamorro
Desde su iniciación, las tierras aledañas a Popayán pasan a ser propiedad privada de
los conquistadores, y el latifundio en Popayán nace con la fundación de la ciudad y
se establecen encomiendas que de hecho suministraron mano de obra forzada para
el cultivo de la tierra. A lado de las encomiendas se funda la explotación de tierras
por anaconas. Otros peninsulares con los indios traídos del Ecuador se asentaron en
la vertiente occidental del Macizo colombiano en Caquiona, Rosal y otros sitios de la
jurisdicción de Almaguer. De esta manera, en 1585 existían en la jurisdicción de la
ciudad de Popayán 45 encomiendas que las disfrutan 39 vecinos quienes hacia los
finales del siglo XVI forman la élite de la muy noble y muy leal ciudad, de acuerdo
con el escudo de armas concedido por la Corona en 1558 y que desde doce años
antes era sede episcopal, mediante la gracia concedida por el Papa Paulo III.
Si bien los primeros españoles, igual que su fundador, eran rudos e iletrados;
vanidosos y sobrios según las circunstancias; corajudos ante el peligro y fatalistas
ante el infortunio, dotados todos de una gran energía y por esto no le temen a
la guerra sino no que muchas veces la buscan. También es interesante destacar:
[...] que el elemento humano que nutría esas expediciones descubridoras
fue, fundamentalmente, sacado de la entraña popular y junto a las clases
populares, individuos pertenecientes a la media y a la baja nobleza,
los segundones hijosdalgo que por virtud de la implantación, ya en
la España de la baja Edad Media, de los mayorazgos, vivían en una
situación de completo desequilibrio entre su posición económica y social
y sólo tenían un medio para salir de esta difícil situación, el ingreso en
la carrera de las armas o el ingreso en la carrera eclesiástica. Para esas
gentes el descubrimiento de América brindó una oportunidad propicia
para a costa de los mejores riesgos, tratar de rehacer aquí su vida y de
labrarse, rápidamente, una posición económica adecuada a su posición
social (Ots Capdequí 1946: 8-9).
Todos estos españoles se mueven bajo el resorte de la ambición de poseer fortunas
y que encuentran salida a ella con la guerra de conquista que los coloca en sitio
distinguido, obligándolos a asumir el papel de alta clase, de acuerdo con las normas
que dejaron allende el mar, posición que tanto ambicionaron en su lejana patria.
Estos primeros blancos de Popayán vieron más tarde reforzado su equipo humano
por algunas gentes de noble linaje, por verdaderos aristócratas peninsulares que
vinieron a ocupar los altos cargos y trajeron educación, conciencia de clase,
instituciones medioevales decadentes, lo que España era en las postrimerías del
siglo XVI y el siglo XVII.
Tanto los primeros conquistadores, como los que vinieron después de las primeras
expediciones, adquirieron preeminencia ante los indios, sus encomenderos que
formaban de hecho su riqueza y la base de su subsistencia, ya que sin ellos de
61
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
nada valía la tierra, ni la mina, fuentes de fortuna que servirán de base a esa nueva
clase social que germina en América. Esta nobleza con caracteres diferentes a
la peninsular, con etiqueta desvirtuada, tiene un denominador común que es la
ambición de dinero y fama y el orgullo de clase dominante que esgrimen tanto
plebeyos como hijosdalgo. Esta nueva clase de encomenderos. fue formada en un
principio por guerreros, jóvenes, audaces y temerarios que desafiaron al indio hasta
someterlo; estos primeros inmigrantes se mezclaron con los segundos venidos
después y se nivelaron socialmente sin que estos opusieran mucha resistencia.
Toda la emigración española saturada de segundones que no poseen fortuna
y que la guerra en América les ofrece la mejor salida su angustiosa posición en
la península y por un número considerable de plebeyos para quienes América
brinca una sin igual salida a sus problemas.
Esta nueva clase de emigrados se transforma. al contacto con América y se adapta
a las tierras, a las gentes y a los productos de la nueva patria. Si bien todos ellos
vinieron bajo la enseña de servir a Dios y a su Majestad, adquirir honra para sí
y para sus descendientes y, sobre todo, animados por un ansia de señorío y de
títulos, como pocas veces se ha registrado en la historia. De esta manera: honra,
hacienda, preeminencia social, afán religioso, se entretejen y entremezclan en las
personalidades de los primeros conquistadores que forman las características de
la clase dirigente de América en los siglos que nos ocupamos. Las nuevas oleadas
de peninsulares que envió España y con risueñas esperanzas en América. Por
esto la guerra de conquista brinda en América la posibilidad de crear riqueza y
refinamiento en el trato. Oro y fama, poder y valía personal, sentido del honor a la
española, hidalguía segundón a en ascenso, fueron los distintivos de los pobladores
de Popayán en los primeros años del siglo XVII. Estos núcleos primigenios, con
sus virtudes y sus defectos, han de plasmar el Cauca que ahora encontramos.
Ellos han de formar la verdadera aristocracia, aunque muchos carezcan de títulos
nobiliarios, mas ellos están convencidos de tener el derecho de llevarlos; para
esta nueva clase es una verdad que el noble se hace y no nace. Ellos pelearon en
buena lid, vencieron y por esto estaban seguros de tener justo derecho de llevar
títulos como los mejores de España. Los primeros 39 encomenderos de Popayán
ingresan automáticamente por este hecho a la aristocracia payanesa; tienen tierras
y vasallos, que no otra cosa es la encomienda, y además están nimbados por el
hálito de primeros conquistadores que les permite mirar con aire de superioridad
a los venidos después. A ellos les otorgará reverencia y tributo el pueblo vencido y
ellos estarán convencidos de merecerla. De esta manera todos los blancos fueron
en mutuo consenso repartiéndose riqueza y oficios honrosos que se perpetuaban
en sus descendientes mediante alianzas matrimoniales.
Hacienda, fama y poder político se cristalizan más y más en unas pocas manos. Una
casta pujante enseñoreada de la tierra se advierte en Popayán hacia el siglo XVII,
donde una nobleza americana vale más por lo que ella es, que por lo que recibe
62
Milcíades Chaves Chamorro
del monarca; crea en estas nuevas tierras una nueva etiqueta de clase y se enfrenta
a la autoridad cuando esta se opone a sus intereses. En esta forma, América no
sólo fue un crisol donde se fundieron razas, sino estamentos y clases; y los siglos
XVI y XVII presenciaron la carrera de ascenso social a los plebeyos españoles,
atrevidos y seguros de sí mismos, conscientes de que los títulos que ostentaban los
habían ganado en la guerra, y de muchos hidalgos segundones cuya fantasía había
creado alcurnias nobilísimas; admitieron de buena gana a los primeros en su clase,
propiciando la nivelación social de los conquistadores, cualesquiera que fuera
su extracción social. Esto dio origen a una nobleza americana, que se diferencia
mucho de la española, ya que estos, empeñados al mismo tiempo en su ascenso
de clase, defendían la hacienda, que respaldaba sus últimas pretensiones y por esto
la función del comercio, la agricultura y la explotación de las minas no fue ajena
a esta nueva nobleza criolla de Popayán. En el siglo XVII, ella solicita con ahínco
el repartimiento general de tierras junto con las encomiendas, pues, sin estas dos
cosas nada valían sus títulos nobiliarios. Por este tiempo las viejas encomiendas
otorgadas por dos vidas se acercaban a su fin y el temor de que se terminara el
mejor ingreso de esta aristocracia payanesa y que no tendría indios para el trabajo
de las minas y las haciendas los impelía a unirse para defender estos privilegios.
Esta nobleza criolla que habla de tú a tú con los virreyes, se refuerza mutuamente
y los encomenderos reclaman el mismo parangón de los nobles españoles cuya
diferencia es apenas de matices, los unos tienen y sirven en ejércitos y los otros
actúan sobre encomiendas y mandan indios encomendados. Esta clase, al finalizar
el siglo XVII, había alcanzado un refinamiento que la distinguía de las otras y que
ya se perfilaba en la realidad social americana.
Los indios del Cauca
Cuando el conquistador español llegó a este continente lo encontró habitado
por diferentes pueblos y culturas que formaban un verdadero mosaico; lengua,
tradiciones y religión variaban de una comarca a otra; como una excepción cuatro
o cinco grandes culturas aglutinaban a unos cientos de millares de individuos
que ya formaban pueblos y estaban en un estado de transición a erigirse como
nacionalidades. Pero en la mayoría de los territorios que hoy ocupan las repúblicas
americanas se encontraban grupos sin organización estatal, sin gran cohesión
entre ellos, con mayores o menores aptitudes para defenderse y no pocas veces
con enemistades y resentimientos entre tribus vecinas y que instaban a una alianza
con el conquistador cuando de atacar al enemigo se trataba.
A todos los pueblos que el conquistador encontró en América los designó con
el nombre genérico de indios, no importaba el número de ellos, la cultura que
tuviesen y el desarrollo de técnica que poseyeran, ni el espacio que habitaran.
Indios fueron los habitantes del Canadá, de Centroamérica, la Amazonía o la
63
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
Patagonia, lo mismo aztecas, mayas, incas, paéces o guambianos. De esta manera,
en el territorio que hoy ocupa el departamento del Cauca apenas se mencionan
dos grandes grupos unificados por el idioma, la economía y otras instituciones:
los paéces enclavados en un ramal de la cordillera Central y en especial en la
región denominada Tierradentro, y el grupo guambiano localizado en la vertiente
occidental de la cordillera Central y que, junto con los aviramas, totoroes y
polindaras, formaban el otro grupo numeroso y que en un principio opusieron
resistencia al invasor español y trataron de defender su libertad seriamente
amenazada por el europeo recientemente llegado. En las otras regiones del Cauca,
valle del Patía, se encontraban agrupaciones pequeñas, tales como los patías,
bojoloes, chipanchicas y sindaguas. Hacia el norte del departamento, ya en el
límite con lo que hoy forma el departamento del Valle del Cauca, existían los
calocotos, timbas y jamundíes, que junto con los gorrones situados más al norte,
ofrecieron seria resistencia.
El aspecto más importante con la llegada del conquistador fue el choque de
dos culturas, en el que debemos subrayar la enorme diferencia en el desarrollo
técnico y en las instituciones que amparan a los europeos y las que alimentan a
los americanos. Mientras los primeros conocen el hierro, los animales domésticos,
la rueda, las armas de fuego y por lo mismo el arte de la guerra, muy superior a
la de los indios americanos, estos no conocían ninguna de las cosas enumeradas
anteriormente y sus armas eran apenas la macana, el arco y la flecha, mientras
que los españoles además de una técnica más avanzada eran prácticos en buscar
alianzas con otros indígenas, en utilizarlos como fuerza de choque y eran diestros
en sembrar el desconcierto entre sus enemigos, lo cual les dio una superioridad
que el indígena se apresuró a reconocer apenas fracasó en los primeros intentos
de lucha. El número y la cantidad de habitantes en los dos bandos contrincantes
estaban en favor de los indígenas pero la capacidad de los conquistadores para
utilizar a estos contra grupos enemigos compensó esta desventaja y a veces la superó
teniendo así todos los medios de lucha en su favor. El conquistador supo utilizar las
rivalidades entre los grupos indígenas y obtuvo informaciones, aprovisionamiento
de alimentos y gente para la guerra que emprendía. Un ejemplo es Belalcázar,
quien recibe valiosas informaciones sobre la posición, número de combatientes
y armas de que disponía su enemigo Rumiñahui para ofrecerle resistencia. Las
informaciones, su alianza con el cacique Cuchilima, enemigo de Rumiñahui, son
tan importantes o más importantes que la oportuna erupción del Cotopaxi. Quizá
la ayuda que presta el indio americano al español en su lucha contra otros grupos
es un factor decisivo en la contienda. Ampudia cuando sale de Quito rumbo al
norte apenas trae consigo sesenta infantes y treinta soldados de caballería que
sumados apenas dan noventa españoles, número que está reforzado con 2000
indios que los acompañan en la empresa, según los datos que nos entrega el
padre Velasco en su historia de Quito. Belalcázar también cuando sale de aquella
ciudad apenas trae 220 infantes y ochenta de a caballo, pero lo acompaña un
64
Milcíades Chaves Chamorro
gran número de indios que reciben el nombre de yanaconas. De allí la costumbre
de los conquistadores en sus empresas de llevar indios de servicios que marchan
a la vanguardia abriendo caminos y haciendo exploraciones y otro número de
los mismos marcha a retaguardia, cuidando de los animales, los alimentos y el
equipaje, y el conquistador en medio, para entrar en el momento decisivo de la
batalla. Este factor humano, que en la Conquista del Cauca se llamó yanacona, fue
decisivo para el éxito de Ampudia y Belalcázar contra patías y sindaguas, paéces
y guambianos. Porque el pueblo americano, el indígena, no formó un pueblo
unificado, el triunfo del conquistador fue rápido; el aislamiento del indígena lo
hizo vulnerable al ataque y el sometimiento de los más brindó al conquistador
lo que anhelaba, servidumbre para el nuevo señorío que comenzaba a amanecer
en estas tierras. Esto explica que en el territorio del Cauca, al ser vencida la
resistencia de las tribus del valle del Patía y su inmediata emigración hacia lugares
más apartados, dejaron el campo libre al conquistador. En el altiplano de Popayán
ofrecieron resistencia los indios que se habían confederado al ver a un enemigo
extraño que se acercaba a sus dominios, pero el español terminó por imponerse;
en su marcha hacia el norte también vence la resistencia que encuentra a su paso,
no sin muchas penalidades, y solamente los grupos más fuertes, a quienes ampara
una accidentada geografía, paéces y guambianos, se mantienen libres y ofrecen
resistencia continuada al invasor. Pero al finalizar el siglo XVI la situación es la
siguiente: unos grupos indígenas han huido a sitios distantes, otros mantienen
la resistencia y los más se han sometido. Estos dos últimos son los que más nos
interesa para el estudio que nos ocupa, y en especial los últimos, porque de ellos
va a salir el meollo del poblamiento americano.
El fenómeno a relievar es el siguiente: los grupos indígenas sometidos al
conquistador, y los grupos de indios aliados del conquistador o yanaconas, se
pusieron en contacto con hombres de otra cultura, con hombres que tenían otras
creencias, que disponían de otros utensilios diferentes a los suyos, y que hacían
gala de otras costumbres, que tenían otras formas de vida y estaban dotados
de técnicas de pensamiento diferentes a las suyas. Esos hombres también se
diferenciaban por el color de la piel, por la abundante barba y sobre todo por
su actitud ante la vida. Mandaban y era necesario obedecer; exigían y se debía
complacer; llamaban y se debía responder. Mediante este contacto el indio ya sea
sometido, ya sea yanacona, ya sea rebelde, tuvo que darse cuenta que había sido
vencido, que tenía un amo y que sus normas de vida por este sólo acontecimiento
debían cambiar totalmente. El conquistador exigía dos cosas inmediatas: trabajo
sumiso y reconocimiento de un nuevo Dios, por quien decía había llegado hasta
allí para imponer su credo y exigir obediencia a su rey. Tanto el misionero como
el encomendero persuadían por todos los medios para que se rindiera culto a
un nuevo Dios y homenaje a un nuevo rey. Esos hombres, los conquistadores,
para lograr estos dos objetivos, saltaban todas las vallas que encontraban a su
paso. Pero, además, el indio vio que aquellos conquistadores tomaban para sí
65
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
mujeres indias, querían a sus mujeres y mostraban gran afecto por sus hijos, a
quienes inculcaban la idea de ese nuevo Dios, los nutrían con sus enseñanzas y
se esforzaban por enseñarles su lengua. El indio americano, el indio del Cauca,
vio surgir en esa nueva vida, en esa nueva sociedad, a unos nuevos hombres, con
caracteres físicos diferentes a los suyos, pero también diferentes al conquistador,
los hombres nuevos llamados los mestizos.
Los mestizos caucanos
El español que vino en las primeras expediciones, como la mayoría de los
que vinieron después, son mestizos tanto en lo biológico como en lo cultural,
pues, España fue teatro de invasiones y conquistas, de superposición y
mezcla de sangre en buena escala, y, más tarde, bereberes, moros y árabes
se establecieron en tal forma que quisieron imponer determinadas pautas
y España tuvo que guerrear por más de ocho siglos en busca de unidad
nacional. Pero además de esta característica del conquistador español hay
otra más relevante y de mayor importancia para los pueblos americanos y
es que el pueblo conquistador no tuvo ningún resquemor racial y juntó su
sangre y su cultura con la sangre y la cultura indígena. La Corona española
adopta frente a la nueva conquista una política paternalista y transita caminos
opuestos a los recorridos por Inglaterra y Holanda en la misma época. Mientras
que los anglosajones realizan una política hostil de exterminio frente a los
habitantes nativos, o bien un tratamiento hostil de segregación obedeciendo
a una política de discriminación racial, predicando la inferioridad del nativo
con quien se debe guardar una prudente distancia, el conquistador con el fin
deliberado de establecer una verdadera aristocracia con sentido de casta en sus
dominios; España opta por una política de protección paternalista, reconoce
los valores humanos inherentes a la persona el indio, lo declara como vasallo
de la Corona y le concede derechos que el conquistador debe respetar aunque
sea teóricamente, y por eso la propia reina Isabel apenas iniciada la Conquista,
frente a la amenaza de la esclavitud del indio exclama: ¡Qué poder mío tiene el
Almirante para dar a nadie mis vasallos!... Si a esta política oficial de la Corona
española se suma la acción de la Iglesia católica, representada en los Prelados
y los misioneros que acompañan a los conquistadores, nos explicamos dos
hechos, ambos de interés para el futuro de la América hispana: Fernando el
católico en 1514 autoriza el matrimonio de españoles con mujeres indias: “Y
mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado, o que nos fuera
dada, pueda impedir ni impida el matrimonio entre los indios e indias con
españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse con
quien quisieren y nuestras audiencias procuren así guarde y cumpla” (Lipschutz
1944: 51). Y que el papa Paulo III como contestación a los conquistadores que
buscaban un arma ideológica para hacer factible la esclavitud del indio, les
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Milcíades Chaves Chamorro
contesta con la Bula Veritas Ipsa por la que declara al indígena americano
un hombre en el sentido filosófico de la palabra, dueño de su voluntad, libre
y con facultad de dominio sobre las cosas terrenas, en el año de 1537. Y si
a todo esto agregamos los alegatos del padre Las Casas, el padre Vitoria y
las leyes de Indias, estamos presenciando el mejor espaldarazo a la política
acogida por la Corona por parte de la Iglesia y del poder civil.
Esto condujo al mestizaje entre español hombre y mujer india; todos los
españoles de los primeros tiempos tuvieron relaciones con las mujeres indias,
aunque la mayoría de ellos no recibe el sacramento del matrimonio para estas
uniones; algo más, el conquistador no se contentaba con tener una sola mujer
sino varias, con las que mantiene relaciones y procrea hijos, estructura familias y
cumple con sus deberes de padre en la mayoría de los casos. Los hijos producto
de estas uniones reciben el nombre de naturales, aumentan de número y
muchos españoles reconocen a sus hijos, les dan su nombre, y les prestan
apoyo. La vida marital del español con la india, sin que medie matrimonio, o
el apareamiento esporádico, se torna en costumbre hasta convertirse en una
institución aceptada por la sociedad americana y por los españoles trasplantados
a América. Pero debemos advertir que no fueron pocos los españoles que se
unieron en matrimonio con las mujeres indias y el mestizaje no fue fenómeno
accidental sino que se convirtió en la norma común y corriente, si él prefiere
el concubina no es por resquemor racial, que no lo tiene, sino por miedo a
que ello constituya una obstáculo en su carrera de ascenso social, meta entre
otras por la que vino a América, y puesto frente a esta situación, para salvar
este obstáculo le da título nobiliario real o ficticio a la mujer que escoge por
compañera y le asigna una descendencia de caciques o un parentesco con ellos.
Si a esto añadimos los españoles plebeyos que no pudieron hacer fortuna y
que seguían perteneciendo a una clase baja y no podían casarse con mujeres
españolas porque ellas aspiran a conquistadores que ya tenían fama y riqueza, y
a los plebeyos cuyo porvenir no estaba bien definido, no les queda más camino
que buscar mujer entre las mozas indias ya que las europeas no estaban a su
alcance ni en lo social ni en lo económico. Pues, “con todo, muy pocas españolas
pasaron a Indias, y en el Catálogo de Pasajeros sólo se cuentan cuatrocientas
setenta entre 1509 y 1533; de ellas según estadísticas de Rosemblat había ciento
ochenta casadas que llevaban ciento once hijas y ciento setenta y seis solteras o
viudas” (Durand 1953:38). Por esto los conquistadores tuvieron que tomar mujer
entre indias ya que las españolas eran muy pocas y aspiraban mucho. El amplio
mestizaje se extiende ya sea por medio de vida marital sin matrimonio, ya con
el apareamiento ocasional y no pocas veces con el matrimonio que legitima la
familia del español con la india. Ejemplo de estos últimos son:
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[...] doña María Rengifo descendiente de Huainacapac, mujer legítima
que fue del conquistador don Cristóbal de Mosquera y Figueroa; allí
María Puñana, casada con el Capitán Francisco García Tovar, cuyo hijo
creció y se educó en la casa de los Belalcázar, allí las princesas incas
unidas en matrimonio con capitanes hispanos o que mezclaron su sangre
con ellos, como doña Isabel Chimpu Ocllo, hermana de Huainacapac,
y a quien Garcilaso de la Vega hizo madre del inca Garcilaso; allí los
incas de Salazar, descendientes de Melchor Inca de Salazar, quinto
nieto de Huascar los cuales emparentaron con la nobleza española; allí
Nicolás Ramírez Hinestrosa, español nacido en Pasto, casado con Josefa,
india de Almaguer, apellidada Alvarez; y Francisco Bonilla con María
Arrumbicho, y Miguel de Velasco con Manuela, india; y Francisca de
Rojas con Silvestre, ladino; y Alejandro de Aragón y Manuel de Segura
con mujeres pardas y tantos otros que pueden verse a centenares en los
libros de matrimonios correspondientes a esa época colonial, donde al
efecto se prueba que María Chimborazo, india cacica, era mujer legítima
de Gerónimo de León, demuestran que el mestizo no se hizo sólo fuera
del matrimonio, como alguien lo supone (Arboleda 1948: 38-39).
Estos mestizos se multiplicaron en los primeros cincuenta años de la Conquista y
para la región que hoy ocupa el departamento del Cauca se extiende a lo largo
del siglo XVI, pues, las mujeres españolas que llegaron a esta comarca fueron en
número reducido, muy inferior al número de españoles asentados en Popayán y
en las poblaciones vecinas. Las primeras mujeres españolas que llegan a Popayán
hacia el año de 1541 vienen con Belalcázar, quien a su regreso de España, en 1540,
se empeña en traer elementos de colonización y pone énfasis para traer mujeres
españolas y misioneros; Belalcázar se distingue entre los primeros conquistadores
por su espíritu de construcción y se daba cuenta que para la estabilidad social debía
tener matrimonios estables y estos se lograban con mayor facilidad con españoles
que con indias, a pesar de que estas estuvieran emparentadas con familias del
cacique. Por esto “fuera de enganchar algunos hombres de armas para el servicio
militar, propendió diligente a que muchos de sus compañeros, inclusive su propio
hijo don Francisco, se casaran en la Península y trajera consigo a sus esposas y con
estas a sus hermanas, cuñadas y otras jóvenes solteras” (Arroyo 1955: 285). Con
el arribo de estas familias se sienta en Popayán la simiente de los blancos, pero
como ya hemos dicho que el número de mujeres españolas es muy inferior al de
españoles que hay en Popayán, pues, a los hombres que dejó Belalcázar hay que
añadir la emigración de españoles que vino desde el Perú a raíz de las rivalidades
de Lagasca, a lo que se deben sumar los hombres de armas que trajo Belalcázar en
su segundo viaje. Por esto las primeras mujeres españolas que llegan a Popayán
realizan matrimonios muy convenientes y escogen a sus presuntos esposos entre
los que ya tienen, posición social, buena hacienda, acompañada de fama por los
hechos de conquista. Los demás españoles deben continuar sus uniones, ya libres
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o legítimas con las indias de estas comarcas. Este mestizaje a través del siglo XVI
es amplio en todas estas tierras debido a la ausencia de mujeres peninsulares. Un
ejemplo de cómo se realizó este mestizaje nos lo da la propia vida del fundador
de Popayán quien declara en su testamento:
El 28 de abril de 1531 dos días antes de su muerte, ratificó el testamento y
declaró que dejaba en Popayán los hijos siguientes: Sebastián, Francisco,
Lázaro, Magdalena y otros; el término otros se refiere a los que no fueron
legitimados, pues, aunque Belalcázar no fue casado, los hijos nombrados
gozaron del privilegio de tales. Además de los de Popayán existían en
Quito, habidos en una india, Miguel y Francisco (Arroyo 1955).
El testamento de Belalcázar nos dice que deja seis hijos en varias mujeres, y
otros, que ignoramos cuántos eran pero que en sana lógica debemos suponer su
número superior al de los nombrados.
En este siglo XVI los hijos naturales aparecen en América como un nuevo
fenómeno de la realidad social, ya que buen número de españoles prefirió no
legitimar su unión con las indias sino esperar una oportunidad para casarse con
mujeres de la Península, y además el español se acostumbró a tener no solamente
a una india sino a varias como mujeres en las que tiene una abundante prole,
hecho que denuncia Las Casas: según él “sus compatriotas engañaban a los padres
de las desdichadas mancebas, convivían no con una sino con muchas, de donde
no faltaban feísimos adulterios y otras especies de aquel pecado”. El hijo natural
reconocido o no por su padre, se torna en una norma que sanciona la sociedad
y muchos de ellos escalan posiciones de prestigio, así aumenta el número de
mestizos que va formando una capa cada día más numerosa. El mestizo, ya
sea de unión legítima, ya sea natural, es un tipo humano que fácilmente se lo
distingue de los otros dos elementos, el blanco y el indio, en lo biológico porta
un fenotipo determinado por las leyes mendelianas de la herencia, a veces se
acerca a la fisonomía de la madre pero en otras se confunde con la del padre,
siendo diferente a ambos. Su personalidad, sus sentimientos, su conducta por
fuerza de las circunstancias son disímiles a las de sus progenitores. Ha recibido la
influencia de los dos, cada uno afiliado a su cultura, la americana y la europea.
El padre lucha, trabaja y desea que su hijo capte toda su manera de ser; trata de
imponer: lengua, religión y costumbres; por otro lado la madre por su contacto
directo, opone una resistencia activa o pasiva según las circunstancias e influye
en el hijo tanto o más que el padre. En el alma del mestizo repercute el choque
de las dos culturas, él se mueve en una sociedad que se compone de blancos y
de indios cada uno de los cuales respeta sus costumbres, las que no abandona,
sino que por el contrario se aferra más a ellas; el vencedor tratando de imponerlas
por todos los medios coercitivos a su alcance y el vencido oponiendo todas las
armas del subterfugio, el disimulo y la conducta encubierta para salvarlas. Por
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esto el mestizo está inevitablemente sujeto a la influencia de estas dos fuerzas
sociales presentes en América, físicamente es un tipo híbrido y socialmente se
desenvuelve dentro de una cultura mestiza; se alimenta de lo traído de España,
pero principalmente de lo producido en América. Este tipo humano sintetiza un
hecho cultural, un hecho biológico, un fenómeno social totalmente nuevo y que
ya en estos siglos comienza a caracterizar a la América Latina.
El español, debido a su evolución social, propició el mestizaje en América; para
el Cauca nos da la pauta Belalcázar de Popayán quien “no fue casado, pero tuvo
en América algunos hijos naturales, entre ellos a don Francisco digno hijo de
su padre; otro llamado Sebastián, según parece, e hijas, una de ellas casada con
Alonso Fuenmayor”. Ya Castellanos hace esta afirmación en su elegía a Belalcázar:
“Llevó también, pues ya sabía quién era, el Capitán llamado Martín Nieto y a don
Francisco su hijo mestizo” (Arroyo 1955: 73).
La realidad económico-social del Cauca hace crecer el número de mestizos que
paulatinamente van formando el grueso de la población. Los blancos, hijos de
matrimonios entre europeos son pocos; van perfilando la aristocracia caucana
nacida del derecho de conquista, el indio va quedando reducido a los grupos
que hacen resistencia y a los grupos que se han sometido; al blanco que los
explota por medio de la encomienda en los trabajos de la tierra o de la mina y
entre estos dos surge por fuerza de las circunstancias la capa del mestizo que a
través del tiempo va formando el denominador común de la población total. En
la población del Cauca compuesta de blancos, indios y mestizos se va a sumar un
tercer elemento, el negro africano, traído como esclavo.
Los negros del Cauca
A estos tres elementos étnicos vino a sumarse el elemento negro, desde los
comienzos de la segunda mitad del siglo XVI. En el período de gobierno de don
Luis de Guzmán en 1556:
[…] empezáronse a introducir cuadrillas de negros esclavos de la costa de
África, con el objeto de trabajar minas de oro corrido, cuyas principales
empresas de laboreo estaban en Anserma y cordillera de Chisquío, en el
distrito de Popayán; como es natural suponer hubo sublevaciones entre
esos bárbaros para sacudir el yugo, do de las cuales fueron bastante
serias; pero adoptadas medidas oportunas de represión se les contuvo
y desde entonces continuaron pacíficamente entregados a las labores a
que se los dedicara (Arroyo 1955: 96).
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Milcíades Chaves Chamorro
Este nuevo aporte fue creciendo a través de los siglos XVII y XVIII, pues los señores
hacendados de Poparán compraron buen número de ellos para sus dehesas y el
laboreo de las minas, un grupo se localizó en la parte norte del departamento
para explotar las minas de Caloto y más tarde para la explotación de haciendas
de caña; otro grupo negro se localizó en el valle del Patía para la explotación de
minas de oro en los ríos Esmita y Quilcasé, como también en Almaguer para la
explotación de las minas, y un tercer grupo fue enviado a la costa del Pacífico,
donde los señores de Popayán tuvieron sus dominios y laboreo de minas.
A pesar de esto los datos sobre las condiciones de este elemento son pocos los
que se pueden consultar con alguna facilidad, ya que el negro fue tratado como
esclavo, es decir, como cosa, y, por lo mismo, los cronistas de la época hacen poca
alusión a la suerte que corrió esta parte de la población. Además, los estudios
africanistas apenas están en comienzo y es necesario esperar.
Los grupos indígenas de los siglos XVI y XVII
Después del primer choque de las dos culturas los españoles continuaron
afianzando sus posiciones y rompiendo la resistencia que oponían los indígenas,
tanto los sometidos como los rebeldes. Entre estos últimos se cuentan los paéces,
pijaos y totoroes, que se sentían estimulados por ser grupos numerosos y con
unidad cultural que les permitía una cohesión y fuerza para repeler al conquistador
y porque la región ocupada por ellos en el contrafuerte ele la cordillera Central
ofrecía especiales ventajas para el ataque y para la defensa. Estos grupos unas
veces se sometían y prestaban obediencia pero a la primera oportunidad se
rebelaban y como norma no pagaban el tributo a los encomenderos; un ejemplo
de esto fue lo acaecido en 1571, cuando bajo una alianza de paéces y pijaos
atacaron a Nueva Segovia, dando muerte a muchos españoles, entre otros al
Capitán Lozano, y envanecidos con el triunfo cruzaron la cordillera, asolaron los
campos, incendiaron los caseríos y destruyeron los sembrados. Aunque fueron
vencidos momentáneamente, los españoles debieron abandonar la fundación de
Nueva Segovia ya porque la situación geográfica los mantenía aislados de Popayán,
ya porque el español no podía exigir coercitivamente el pago de tributos, y, sobre
todo, porque las relaciones con los paéces no daban seguridad de ser amistosas
sino más bien hostiles, y el temor a un asalto se mantenía latente, sin que el
sosiego le permitiera holgar al español como en las regiones del altiplano de
Popayán. Desde aquel tiempo Tierradentro fue una región donde la penetración
del español fue insignificante y los paéces permanecieron alimentando su vida con
las normas de su cultura; allí el indio pudo permanecer debido al aislamiento que
le proporcionaba la accidentada geografía de la región. Los pijaos, por su parte,
atacaron la parte norte del departamento. El cacique Oconosa asolaba la región
de la cordillera Central comprendida entre Buga y Caloto hasta 1885 que fueron
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Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
reducidos, una vez que se dio muerte a este cacique en uno de los combates. Así,
en el Cauca durante el siglo XVI se mantuvo la guerra contra el indio rebelde por
el conquistador y se predicó el evangelio por el misionero; el indio sometido y el
indio rebelde fue pasando a ocupar su sitio dentro de la organización social que
ya se delineaba en América.
Por esto, para comprender el actual problema indígena, debemos mirar, aunque
sea someramente, la evolución social en los siglos XVII y XVII, para luego mirar
la época republicana.
Tanto los indios yanaconas traídos por los conquistadores desde el Ecuador y
el Perú, y los que se sometieron sin mayor resistencia, pasaron a integrar las
encomiendas. Otros grupos indígenas y muchos de estos, al finalizar el XVI
lograron tierras de repartimiento o de resguardo; paéces y pijaos permanecieron
libres debido a la resistencia activa y pasiva que adoptaron, amparados por
su organización y defendidos por su aislamiento. Popayán, Almaguer y Caloto
fueron los tres centros demográficos desde donde los españoles explotaron sus
encomiendas, ya que San Vicente de Páez y Nueva Segovia en Tierradentro fueron
abandonadas, lo mismo que Madrigal de Málaga en el Valle del Patía. Desde estos
tres centros, ubicados en el Altiplano, en el suroeste y norte del departamento,
fueron administradas tanto las encomiendas como las minas. y la primera de estas
instituciones cambió de estructura a través de los sesenta años del siglo XVI y se
transformó en el medio eficaz para que el conquistador pudiera utilizar al indio
como peón o como siervo.
La Corona española a través de la primera centuria de conquista respetó el derecho
de los aborígenes, pero el hecho de que la Conquista fue una empresa privada y
no estatal, se vio forzada a permitir la explotación del indio en una forma indirecta.
De acuerdo con el derecho español la tierra pertenecía a la Corona y esta comenzó
a otorgar tierras en favor de los conquistadores, sin discriminación de jerarquías;
cualquier peninsular que venía a América podía aspirar a la adjudicación de tierras
en las cercanías de las fundaciones, ciudades o villas. Estas adjudicaciones al común
de los conquistadores fueron de dos, tres y cuatro caballerías (medida que se acercó
a 423 hectáreas), adjudicaciones que en primera instancia las conferían los mismos
conquistadores al fundar la ciudad o villa en las capitulaciones que acompañaban
al ritual de la fundación. Al lado de estas pequeñas fincas se ubicaban las otorgadas
directamente por la Corona a un personaje importante como un favor o merced en
reconocimiento de importantes servicios. Este otorgamiento de tierras permanece
vigente a través del siglo XVI (Ospina 1955: 9, 10).
Estas dos formas de adquirir la posesión de la tierra no tenían incentivo
económico alguno sino en base de la explotación de la mano de trabajo del
indio para hacer producir el latifundio; por esto, el conquistador somete por
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Milcíades Chaves Chamorro
todos los medios a su alcance a una prestación de trabajo forzado al indio
encomendado. Además, el arbitrio del conquistador, quien en su afán de lucro,
de fama y de prestigio, pasaba por encima de las buenas intenciones de la
Corona y de las leyes de Indias, a las que oponía resistencia activa para lograr
su reforma o su suspensión; y resistencia pasiva con la consabida fórmula de
“se obedece pero no se cumple”, cuando le conviene ignorar las normas legales.
Para el encomendero en trance de dinero, conseguir posición social y aumentar
prestigio no lo detienen ni las buenas recomendaciones del gobierno, ni las
amonestaciones del misionero o del sacerdote; el conquistador hizo trabajar
al indio en pago de tributos y aunque el gobierno español luchó contra su
esclavización, las circunstancias favorecieron al conquistador, que lo sometió.
Mediante esta dinámica se transformaron instituciones como la encomienda en
explotación de mano servil y la mita en una esclavitud disimulada.
La encomienda, que en un principio no fue más que: “el derecho concedido por
merced real, a los beneméritos de Indias, papara percibir y cobrar para sí los
tributos de los indios que se encomendaban por su vida y la de sus herederos,
con cargo de cuidar del bien de los indios en lo espiritual y temporal, y de
habitar y defender las provincias donde fueren encomendados” (Solórzano 1776).
Esta merced se convirtió en hecho un usufructo, en una explotación de la mano
indígena para realizar los trabajos que le asignara el encomendero. Además,
no se puede perder de vista que el otorgamiento de encomiendas fue hecho
como reconocimiento de un servicio, como pago de una actividad, como una
regulación de la explotación indígena por parte de la neo-aristocracia americana.
El encomendero no protege al indio contra nadie, sino que toma bajo su tutela
para incorporarlo a un régimen social, cuyas pautas culturales el indio desconoce
y lo obliga a aceptar la religión cristiana, en la que va implícita la asimilación del
indio a un nuevo sistema de valores; por esto la encomienda es la institución
que dotó al conquistador de un poder coactivo para percibir tributos en dinero,
en especies o en trabajo; lo dotó de medios para delinear la nueva organización
social en la que él es el amo, y el indio el siervo y por esto la encomienda da
origen al neofeudalismo americano en la cual el señor prácticamente no tiene
deberes y sí todos los derechos y el indio carece de derechos y está abrumado de
todos los deberes, entre el encomendero y el indio encomendado no existe
de hecho una mutua prestación de servicios. Por esto la encomienda permite una
servidumbre que en muchos casos fue una esclavitud disimulada.
Tanto las reducciones o pueblos de indios como la encomienda, cumplen con la
función de aprovisionar al latifundista de mano de trabajo indígena y disponer del
trabajo de esta masa de indios como un señor que no tiene mayores deberes para
con ellos. Cuando la Corona otorgó la encomienda por dos o tres vidas rubricó la
servidumbre del indígena por lo menos por una centuria, tiempo suficiente para
estabilizarse y no cambiarlos cuando terminaba el tiempo de la encomienda.
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Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
En este período comienza a estructurarse el latifundio, que tiene origen en el
otorgamiento de tierras por la Corona y más tarde se ve acrecentado cuando
la tierra tuvo un valor económico. Entonces el encomendero se adueñó de la
tierra que ocupaban sus encomendados. Pues si bien al principio la encomienda
hace sólo referencia a tributos, más tarde el encomendero reclama como de su
propiedad tanto al indio como la tierra.
En el Cauca a fines del siglo XVI el latifundio comienza a dedicarse más a la
ganadería que a la agricultura, y la actividad del español se encamina más a la
minería que a las industrias de transformación. En la segunda mitad del siglo
XVI, cuando la agricultura comienza a progresar, la deja en manos del indio
subyugado, sin preocuparse por la tecnificación de los cultivos, y esta actividad
sigue tan descuidada como cuando llegaron los conquistadores. Desde aquellos
tiempos, en las cercanías de Popayán se dio preferencia a la ganadería, que ya
daba ganancias con un mínimum de esfuerzo.
La mayor parte de propietarios de terrenos limpios se dedican a la
granjería de la cría de ganado vacuno y caballar, poco después de la
Conquista, cuya industria les fue muy lucrativa, bien por la utilidad
que estos animales prestan, bien por consumirse carne de vaca por la
generalidad de los habitantes, bien por llevarse salada (cecina) a los
sitios mineros, en donde se vendían a crecidos precios (Por los años de
1546) (Arroyo 1955: 205-206).
Pocos años después de fundada Popayán y establecida la incipiente
ganadería, los animales tuvieron precios elevados. Un par de marranos
costaban $ 1.600,00 y los caballos importados de las Antillas costaban de
$ 4.000,00 a $ 5.000,00 cada uno (Arroyo 1955: 204-205).
Por estas condiciones el latifundio ganadero y la mina constituyeron las dos
entradas más importantes del señor neo-feudal payanés. En los comienzos se
mandó al indio a trabajar a la mina en forma de mita, luego se lo reemplazó
por el negro africano, más resistente a este trabajo, pues en el Cauca hubo
minas en las faldas de la cordillera occidental, en la sierra de Chisquío; en el
valle del Patía, en los ríos Esmita y Quilcacé, lo mismo que cerca de Almaguer,
y en el norte en la región de Caloto en Quinamayó y Gelima. Ya para el año de
1596 aparecen en la ciudad de Popayán dieciséis propietarios de minas que a
la vez eran dueños de latifundios y encomiendas, estos señores dieron origen
a la aristocracia payanesa.
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Milcíades Chaves Chamorro
Los indígenas del Cauca en los siglos XVII Y XVIII
Con el fin de seguir la trayectoria del elemento indígena en los siglos XVII y
XVIII, debemos mirar muy de cerca el problema de la tierra, a la que se encuentra
íntimamente vinculada su suerte, la explotación de su fuerza de trabajo por parte
de los blancos y mestizos más poderosos que él, pertenecientes ambos a una
clase social más elevada y dotados de una preparación superior a la del indio. Y
para atender el comportamiento del blanco y del mestizo frente al indio en los
siglos que nos ocupan, no se puede perder de vista la herencia social que pesa
sobre ellos, producto de la posición de la Corona española frente a América en
los aspectos que conciernen a la tierra, a las minas y a los empleos públicos y sus
puntos de vista del conquistador frente al indio. Enfocado el problema desde este
ángulo, encontramos al indio amoldado a las circunstancias que caracterizan la
vida social de los dos siglos que nos ocupan.
Debemos considerar el hecho de que España económicamente consideró
a América como una propiedad exclusiva de la Corona de Castilla, tanto que
los primeros años del descubrimiento y casi hasta finales del siglo XVI (1598)
solamente podían cruzar el océano, con el ánimo de radicarse en estas tierras, los
súbditos de Castilla, estando vedado este derecho para los de Aragón; solamente
en el siglo XVII se amplió esta facultad para todos los españoles, pero se mantuvo
la prohibición para la migración de cualquiera otro Estado europeo.
El segundo punto es que desde el comienzo, todas las tierras descubiertas se
consideraron como una regalía, es decir, las nuevas tierras de América en toda
su extensión, se reputaron de propiedad de la Corona y, por lo mismo, ella podía
adjudicar, con una merced de su real voluntad, una determinada extensión, ya
sea al conquistador, al colono, al indígena, al cabildo, a la Iglesia, al resguardo o
cualesquiera persona o personas que demandasen esta merced y les fuera concedida.
Bien lo afirma Ots Capdequí: “Ha quedado bien sentado que la tierra fue una regalía
y en consecuencia que todo posible derecho de un particular al do minio de la
tierra había de derivar originariamente de la gracia, de la merced real” (1946: 41).
Es de importancia recordar que el gobierno español durante el siglo XVI no pudo
ver en América más que un mercado complementario de la metrópoli y como una
consecuencia de este punto de vista el auge inusitado de la minería debido a que el
metal precioso llegó a ser no solamente un símbolo de riqueza sino la misma riqueza.
Debido a este concepto todo el subsuelo de la América Hispana continúa una regalía
sin ninguna excepción. La tierra dedicada al laboreo, la dedicada a pastos, las selvas
ilímites y todas las minas, no importa su ubicación y riqueza, eran una regalía, y para
tomar posesión de cualquiera ex tensión se necesitaba la merced real.
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Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
En esta forma, el derecho legal para la posesión de la tierra se originó en la merced
real; por otro lado, la Corona para la adjudicación de tierras obró con largueza,
sin parar mientes, en quien solicitaba la merced, ni para qué la solicitaba, ni en
la extensión que pedía. Los más favorecidos fueron los conquistadores, quienes
reclamaron este derecho como una recompensa a sus empresas conquistadoras;
y el otorgamiento se realizaba sin conocer lo que se adjudicaba y sin apreciar
la extensión que confería la merced. Esta dadivosidad llegó hasta el extremo
de delegar esta función a los cabildos municipales y los gobernadores para que
repartiesen a los que solicitaban la inmensidad de las tierras y el poco número de
españoles inducía a esta medida, solamente más tarde
[...] se volvió a poner esta distribución en la real mano, mandando que
cuando se hubiese de dar, y repartir algunas tierras o estancias para
labores y ganados se vendiesen y beneficiasen por los oficiales reales en
pública almoneda, y revocando o estrechando a los virreyes la facultad
que antes se les había dado, y ellos habían cumplido, de darles a sola
voluntad (Ots Capdequí 1946: 68)
Esta adjudicación de tierras como una recompensa a empresas de conquista
solamente favorecía a los españoles y de ella no se beneficiaban los indígenas
debido a que no sabían el tejemaneje para solicitar la merced real. En estos primeros
tiempos los indígenas recibieron tierras por voluntad de algún funcionario español
quien deseaba pagar los servicios recibidos por estos, o su ayuda en alguna empresa
de transporte o de conquista y les adjudicaba una determinada extensión. Mas el
problema fundamental que encontramos al tratar la tierra y la posesión por parte
del indio está en el divorcio que existía entre la ley, órdenes reales, y la realidad
operante condicionada por la voluntad del conquistador para acatar estas leyes.
Frente a esto, se destacaba el hecho evidente de que el conquistador actuaba en
un medio tan alejado espacialmente de la metrópoli que escapaba a la vigilancia
y al control del poder civil. Este divorcio entre el derecho y el hecho se manifiesta
en su tremenda realidad en la frase “se obedece pero no se cumple”, con la cual el
conquistador diferencia muy bien el obedecimiento y el cumplimiento:
[...] por el primero se reconocía y acataba la autoridad real de quien dimanaba
la providencia, para no caer en rebeldía; y por el segundo se mandaba
guardar, cumplir y ejecutar lo dispuesto inmediatamente, si no había razón
que imposibilitara y obstara la ejecución; pero si la había era el caso de
hacerla presente, como se ha dicho, y entretanto podría suspenderse el
cumplimiento hasta nueva orden. Esto que había sido establecido desde
la Conquista, a fin de que no se fuera a inferir injusticia por no haberse
considerado todas las circunstancias del hecho que se juzgaba a distancia
y sirvió en no pocas ocasiones para el abuso consignado en la fórmula se
obedece pero no se cumple (Arboleda 1948:141).
76
Milcíades Chaves Chamorro
A estas condiciones se debe añadir la circunstancia que el fisco de la Corona anduvo
muy menguado debido a los egresos para las guerras que debía sostener en Europa;
por esto varios arbitristas al servicio del rey pusieron en práctica en América lo que
en la Península ya era moneda corriente: la venta del empleo público como medio
para robustecer el fisco, con lo que se obtuvo la finalidad buscada, pero acarreó tantos
males en toda América que los desmanes de las personas que habían conseguido
sus cargos por este camino se hacen innumerables, ya que la primera intención y
la meta perseguida era enriquecerse poniendo la autoridad al servicio de este fin.
Esta medida perjudicó al indio en sus derechos concedidos por la Corona que sólo
existían en el papel mientras que la realidad era bastante diferente. La venta del
empleo público hizo expedito el camino para el distanciamiento entre la voluntad
del monarca, expresa en las Leyes de Indias y las Cédulas Reales y la conducta del
conquistador, que evadió su cumplimiento cuando la norma cercenaba sus intereses.
Aún más, los economistas que rodeaban a la Corona, urgidos por conseguir más
dinero, vieron en el arbitrismo la forma expedita para solucionar la escasez de aquél
y ya que aconsejaron la venta del empleo público también lo hicieron con la tierra
que aún no había sido adjudicada ni al conquistador, ni al indio, ni al resguardo o
la ciudad y comenzaron a enajenar la tierra por compra de la misma. Siguiendo este
mecanismo el divorcio entre la norma legal y la realidad fueron apartándose cada vez
más y más y el indio quedó sometido de hecho a la voluntad del español.
En este proceso se encuentra la explicación del cambio de contenido que
experimentaron algunas instituciones tales como la encomienda, la mita y el
resguardo. Pues, legalmente la encomienda en un principio no era más que la
cesión que hacía la Corona en beneficio de una persona, para que esta percibiera
los tributos de un número determinado de indígenas, pero en ningún caso le
confería derecho alguno para apropiarse de sus tierras ni abusar de sus personas.
Mas en la práctica la realidad fue otra, el divorcio entre la norma y el hecho lo
comprueban los documentos de la época y la dinámica de este cambio ya se
encuentra en la finalidad que perseguía la encomienda al ser estatuida, pagar
servicios a personas distinguidas o mediante arreglo para percibir un tributo de la
persona a quien se adjudicaba la encomienda.
El otorgamiento de la encomienda –dice Juan Friede– dependía de muchas
condiciones personales del encomendado, podía ser donada por el Rey
como recompensa especial, era muy solicitada, pues, dejaba grandes
ganancias pagando el encomendero un impuesto calculando el monto de las
posibles entradas. La posición del encomendero en la Colonia correspondía
en lo esencial al rematador de rentas en la época republicana, aunque el
otorgamiento de la encomienda no se hacía al mejor postor sino en vista
de los méritos personales e intrigas de los interesados. Su procedimiento de
extorsión de los impuestos era igual, y ambos pasaron a la historia como
seres crueles, desalmados y avaros (Friede 1976: 11-12).
77
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
Este concepto no se aparta del que da Solórzano Pereira para definir la encomienda:
El derecho concedido por merced real, a los beneméritos de Indias, para
percibir y cobrar para sí los tributos de los indios que se le encomendaron
por su vida y la de sus herederos con cargo de cuidar del bien de los
indios en lo espiritual y temporal y de habitar y defender las provincias
donde fueran encomendados (García 1984: 75).
La encomienda, en esta forma, legalmente no era más que un derecho para
cobrar tributos, la tierra de la encomienda pertenecía al indio, aún más, si el indio
abandonaba la tierra el derecho revertía la propiedad a manos de la Corona,
nunca a los encomenderos. Estos que constituyen la nobleza criolla influyeron
en las autoridades españolas para que en el siglo XVII se prorrogue por una
vida más, mediante el pago de una suma más o menos igual a la renta bruta de
dos o tres años de encomienda. Este camino se torna aún más fácil porque la
Corona concede a los virreyes, oidores y gobernadores la facultad para prorrogar
la encomienda por una vida más. Aquí cabe preguntar: ¿Por qué ese interés de
mantener la encomienda por parte de los encomenderos? La contestación está en
el hecho de que el encomendero rebasó el marco legal de esta merced y explotó
al indio para sacar un buen interés al dinero que dio por la encomienda. En esto
no vernos otra cosa sino lo que ya dijimos anteriormente, que la encomienda se
estatuyó corno resultado de un compromiso para conciliar el interés particular y por
eso se otorga como una recompensa de servicios militares de los conquistadores,
como un medio eficaz para realizar la transculturación mediante la imposición
de la religión católica, para regular la tributación económica del pueblo indígena,
y, para lograr estas finalidades, se dejó amplia libertad al encomendero para
explotar al encomendado. Para la región que ocupa actualmente el departamento
del Cauca encontramos la comprobación de lo que dejamos anunciado en las
investigaciones del Archivo de Popayán, llevadas a cabo por José María Arboleda
Llorente en su libro El indio en la Colonia, estudio que si bien trata de probar
que la condición del indio en esta época fue mejor de lo que se ha pintado, ya
se advierte en sus páginas la defensa de la leyenda blanca de España. Quien
sepa leer entre líneas encontrará el retrato del conquistador y el colono español
con sus méritos y cualidades, impregnado de su afán de lucro, su ambición de
riqueza y su ansiedad de fama por los que no paró en mientes y explotó al indio
y al negro poniéndolos a su servicio. Siguiendo esta conducta ocupó la tierra de
encomienda y la expropió de manos de los indios que la poseían: Así el fiscal
protector de naturales expresa el siguiente concepto al respecto:
Otro sí: dice que en la carta del dicho oficial real expresa que los parientes
de los encomenderos que han sido tienen ocupadas las tierras de los
indios con ganados, cuando por la ley 30, título 19, libro 69, se prohíbe
que los encomenderos ni sus parientes no sucedan en tierras de indios
78
Milcíades Chaves Chamorro
que vacaren por muerte de ellos y no dejaren herederos, luego mucho
menos podrán utilizarse de las tierras viviendo dichos indios y contra
su voluntad, si son de comunidad dichas tierras no pueden tomarse
ni enajenarse sin licencia del Rey, como se manda en la ordenanza 21,
título 14, libro 20, porque se ha de servir Vuestra Alteza de mandar
que la persona que el señor presidente nombrase de toda integridad
y celo, averigüe breve y sumariamente si las dichas tierras de indios se
hallan ocupadas de cualesquiera persona que sean hallando ser cierto,
los lance y ponga en posesión de dichas tierras a los indios, a quienes
pertenecieren, y en caso de perecer sus dueños, las repartan entre los
indios que las necesitaren para su manutención y paga de tributos, pide
justicia, ut supra. doctor Lusan (Arboleda 1948: 133-134).
De donde se deduce que tanto los encomenderos como sus parientes ocupaban
la tierra de las encomiendas. El mismo autor admite que el español explotó al
indígena a pesar de las leyes protectores que existían,
[…] resulta que en la Conquista nuestros aborígenes después de haber
sufrido toda suerte de atropellos en sus personas y bienes por los motivos
que dejamos expuestos, trocáronse en esclavos de sus conquistadores,
y que al empezar la época colonial de tan ruin estado pasaron a ser
considerados legalmente como hombres libres y vasallos del Rey de
España, al igual de los demás súbditos, pero que su rusticidad y natural
condición de un lado, y del otro la codicia y ambición unidas a la
costumbre inveterada de la explotación del indígena, cuyos brazos eran
en un principio los únicos de que disponían los españoles, retardaron
el fiel cumplimiento de las sabias y previsoras leyes con que los Reyes
enriquecieron el acervo de sus instituciones políticas para proteger a
aquellos naturales (Arboleda 1948: 205).
La causa del divorcio entre la norma legal y el hecho, que tanto mal trajo
para el indígena, estriba en la contradicción entre los intereses privados y
los estatales. La Corona defiende al indio, el encomendero quiere explotarlo;
aquélla trata de mejorarlo y adscribirlo a la tierra, este opera en la economía
e influye en las autoridades para lograr sus propósitos; la metrópoli está
lejana y el conocimiento de la realidad del problema se realiza por medio de
intermediarios, el encomendero actúa en su ambiente y ejecuta los hechos. A
este juego de intereses se encuentra íntimamente vinculado el problema de la
tierra y la producción agrícola y en medio de los dos se encuentra el indio como
fuerza de trabajo reclamado por el encomendero para acelerar la producción.
El Estado protege al indio y lo quiere incorporar a la obra colonizadora, pero
al mismo tiempo necesita radicar al español en determinada comarca, en una
aldea o en una hacienda y entonces se ve precisado a admitir la encomienda,
79
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
a perpetuarla por dos o tres vidas y aún permitir el establecimiento de la mita
como institución legal para lograr por medio de ella una residencia estable del
conquistador español.
La Corona española al otorgar la tierra al español, o al indígena buscó dos
finalidades: una política y otra económica; poblar e incrementar la producción.
Fiel a este plan el interés principal fue propiciar por todos los medios a su alcance
los resguardos, sin embargo, permitió al mismo tiempo la encomienda y la mita
con un beneficio del interés particular. Así reducciones de indios y resguardos
indígenas fueron expresión del interés estatal; mita y resguardo reconocimiento
del interés particular. Por esto la encomienda, debido a las condiciones peculiares
que la rodean degenera en prestación forzosa de servicio como pago del tributo
indígena reclamado por el encomendero y abarca el dominio de la tierra del
encomendado a quien reduce a una servidumbre personal.
La mita se convierte en el derecho que adquiere el blanco para reclamar del
indio un trabajo obligatorio pagándole este servicio de acuerdo a un jornal fijado
por la autoridad competente. De esta manera tanto la encomienda como la mita
permitieron la explotación del indígena y dejaron el camino expedito para
que el blanco cometiera toda clase de abusos disfrutando de una servidumbre
reglamentada y sistemática. Por esta mecánica social sometió al indio y pasó a
convertirse en la mano de obra forzada para la hacienda, la mina y las obras
públicas. Los documentos que sobre el particular trae Arboleda Llorente para
Popayán, en el libro comentado, son muy dicientes. Mediante este mecanismo
los indios de Guambía son reclamados para trabajos en la hacienda de Juan
Fernández. Reclamo que hace don Juan Fernández de Belalcázar contra el cura
de Guambía porque los indios Ambaló y Guambía, que debían salir en las mitas
a su hacienda no le trabajan a él por embargarlos el padre en sus sementeras
de primicias. Instruido el caso, el gobernador ampara a los in dios contra el
cura y el encomendero: manda, primero, que las sementeras hechas por los
indios para pagar las primicias las cosechen ellos y su producto se entregue por
cuenta de los tributos que debían pagar, pero como el Protector de naturales les
hace ver que se perjudicarían en este caso los indios, pues ya habían dispuesto
de sus cosechas propias, etc., el gobernador atendiendo también al Provisor y
Vicario General de la diócesis, accede a que den aquellas sementeras por las
primicias; pero, de conformidad con lo dispuesto por el obispo, prohíbe para
lo sucesivo dichas sementeras y manda que se acojan los indios en el pago
de primicias a lo dispuesto por la Iglesia, a fin de que no haya lugar a que se
les pueda extorsionar, obligándolos a hacer sementeras excesivas y contra su
querer; y en cuanto al encomendero, dispone que “los indios señalados para
mita al dicho don Juan, no debe faltar a ella”, pero pagándoles este y dándoles
de comer, herramientas y bueyes, pues de las declaraciones resultaba que no
les pagaba, ni les daba con qué trabajar, debiendo ellos proveerse al respecto.
80
Milcíades Chaves Chamorro
Don Juan se justifica al ajustar las cuentas con los indios de acuerdo con lo
decretado por el gobernador: pues demuestra les ha pagado a real y medio,
y dado carne, sal, maíz y coca, está sin estar obligado, y ofrece arreglar las
cuentas aún pendientes (Arboleda 1948: 73-74).
Los documentos anteriores muestran que a los indios se los obligaba a trabajar
para el cura, en las sementeras de primicias, y para Juan Fernández en trabajo
mitayo a su hacienda, aunque es acusado de no pagar jornal ni proveerlos de
herramientas.
El trabajo forzado y sin remuneración para las obras públicas fue asimismo
generalizado, “el puente sobre el río Cauca y el aliño del callejón que viene desde
dicho río a la ciudad de Popayán [...]” (Arboleda 1948: 124).
En los siglos XVII y XVIII, tanto la encomienda como la mita tienen como
denominador común el trabajo obligatorio para el blanco quien para obtenerlo
apela a todos los medios, aún al castigo corporal. Tal es el caso que denuncia el
cacique Sacha Bejarano: …para protestar contra el encomendero Gregario Bonilla
y lo acusa de vejamiento y trato injusto a todos los indios de esa encomienda. Si
bien se desprende de los documentos pre sentados por Arboleda Llorente que se
le hizo justicia denuncia la explotación a que estaban sometidos los indios.
De los documentos presentados aunque el autor deduce que se hizo justicia en
los reclamos entablados por los indígenas, no es menos claro la vejación y la
explotación a que estaban sometidos. Hay que advertir que esta costumbre invadía
a todas las capas sociales y aún llegaba hasta aquellas que ejercían funciones
gubernamentales,
[…] denuncia sin ambajes los atropellos que habían padecido, como lo
hicieron los indios de Puelenje, Julumito, Anaconas y Santa Bárbara del
distrito de Popayán contra el gobernador de Popayán Alcalá Galeano,
por haberlos hecho trabajar para las caballerías (se trata de medida
de superficie agraria) que mantenía pagándoles un escaso jornal y
los alimentos, queja con la cual exigía la satisfacción de lo que se les
adeudaba (Arboleda 1948: 80).
Como ya dijimos, en las tierras de encomienda, a medida que la tierra va
adquiriendo valor y el papel de mercancía, la tierra de encomienda fue codiciada
por el encomendero y trató de obtener derecho sobre ella obligando al indio a
que saque sus ganados de la tierra que le pertenecía. Tal es el caso que denuncia
Arboleda Llorente con los indios de Cajibío contra el encomendero Iñigo Lucas
de Velasco. El blanco cuando de explotar al indio se trató, saltó todas las vallas
y utilizó todos los medios, aún el castigo corporal, como lo prueba la sentencia
81
Los indígenas del Cauca en la Conquista y la Colonia
del Vicario General del obispado de Popayán contra el cura de Tunía por haber
castigado con azotes al cacique Francisco Sacha Bejarano (Arboleda 1948: 45).
Estos elementos humanos en lucha por sus intereses perfilaron durante este
período la realidad económico-social del Cauca, la que continuará realizando con
otros caracteres en el período de la Independencia y de la República.
Referencias citadas
Arboleda Llorente, José María
1948 El indio en la colonia. Bogotá: Departamento de extensión cultural y
bellas artes.
Arroyo, Jaime
1955 Historia de la Gobernación de Popayán: seguida de la cronología de
los Gobernadores durante la dominación española. Bogotá: Ministerio
de Educación Nacional.
Durand, José
1953 La transformación social del conquistador, Tomo I. México: Porrúa y
Obregón.
Friede, Juan
1976 El Indio en lucha por la tierra. Bogotá: Ed. Punta de Lanza.
García, Antonio
1984 Bases de la economía contemporánea elementos para una economía
de la defensa. Bogotá: Plaza & Janes.
Lipschutz, Alejandro
1944 El Indoamericanismo y el problema racial en las Américas, 2 edición.
Santiago de Chile: Editorial Nascimento
Ospina Vásquez, Luis
1955 Industria y protección en Colombia, 1810-1930. Medellín: E.S.F.
Ots Capdequí, José María
1946 El Régimen de la Tierra en la América Española Durante el Periodo
Colonial. República Dominicana: Universidad de Santo Domingo, Ed.
Montalvo.
Solórzano Pereira, Juan de
1776 Política Indiana. Madrid: En la Imprenta real de la Gazeta.
82
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el
siglo XVI1
KATHLEEN ROMOLI
A
l tiempo que la Conquista española llegó, desde Quito a lo que hoy es
el departamento de Nariño, este territorio era habitado por un número
de tribus de diferentes cepas y condiciones, cada una de ellas autónoma
dentro de límites más o menos estables. Los orígenes, calidades y circunstancias
de estas gentes, antes y aún después de la invasión europea, son todavía materia
de investigación y de hipótesis. No existe, que se sepa, un informe contemporáneo
sobre la tradiciones, usos, creencias e idioma de los distintos grupos indígenas;
las lenguas se extinguieron sin que nadie compilara un vocabulario o un arte
gramatical, y los archivos que una vez habrán tenido material al respecto han
perdido gran parte de sus fondos antiguos.
Con todo, hay que confesar que no han sido aprovechadas plenamente las
fuentes documentales de la época que aún se conservan, en las cuales se pueden
encontrar datos inéditos que en algo amplían y aclaran las escasas noticias que
ofrecen los cronistas y reducen a sus justas proporciones las fábulas del padre
Velasco. En las páginas que siguen referiremos algunas de las más interesantes de
las informaciones hasta ahora halladas, como son las que establecen la ubicación
y la extensión de las áreas tribales, la densidad de población en diferentes sectores
y épocas, el efecto demográfico de la colonización y los hechos salientes de la
Conquista del occidente nariñense.
Tierras y áreas tribales
Las condiciones físicas del territorio de Nariño se presentan gráficamente en la
figura 1, tomado del estudio de Nariño que publicó el Ministerio de Trabajo en
1959. Es esto el complemento necesario de los mapas nuestros (figuras 2 y 3),
1
Original tomado de: Kathleen Romoli. 1978. Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto
en el siglo XVI. Revista Colombiana de Antropología. (21): 11-55.
83
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
pues mientras estos señalan la ubicación de los pueblos autóctonos en el siglo
XVI, el cuadro de relieves explica los imperativos topográficos y los contrastes
ambientales que en gran parte determinaron tanto la distribución como las pautas
culturales de estas colectividades.
Un hecho protuberante de la geografía de esas accidentadas regiones cuasi
ecuatoriales, es la división natural del territorio en tras sectores bien definidos,
deslindados entre sí por las dos cordilleras de los Andes: la Occidental y la
Central, que salen hacia el norte del nudo de los Pastos. En razón de la población
de la época protohistórica, estos sectores se dividían a su vez en países tribales.
Considerando como límite oriental el que tuvo la colonización española de los
siglos XVI y XVII –eso es, incluyendo la faja de tierra, hoy de la Intendencia de
Putumayo, entre el alto Caquetá y el río San Miguel– tales áreas políticas abarcaron
unos 36 mil o 37 mil kilómetros cuadrados.
Las tribus que moraban y mandaban en los diferentes sectores y los límites de sus
respectivos territorios, eran los que a continuación anotamos.
En el oriente había tres grupos: los quillacinga de la montaña, los sucumbío y los
mocoa. Los quillacinga se componían de “el pueblo de la laguna” (La Cocha o lago
Guamués) y más adentro, los del valle de Sibundoy –Cigundoy, como se escribe en
algunos documentos– Patascoy, más unos cacicazgos subordinados de los cuales
no se saben sino los nombres (véase tablas 1 y 2). Las tierras de estos pueblos,
llamadas por los conquistadores “las provincias de la montaña”, se extendían
desde la cumbre de la cordillera Central hasta la cordillera Portachuelo al este de
Síbundoy y desde el divorcio de las aguas entre el alto Caquetá y las cabeceras
del Putumayo hasta el río Guamués. Al sur de los Sibundoy –Patascoy y menos
conocidos que estos, estaban los Sucumbio, posiblemente pero no seguramente–
de filiación cofán. Su territorio era la región entre el alto de la cordillera Central y
el Putumayo y entre el río Guamués y el San Miguel de Sucumbías. En tercer lugar
estaba el no muy definido grupo de los mocoa, que habitaba el río del mismo
nombre y un trecho contiguo a este en la margen derecha del Caquetá.
El dilatado sector occidental. que comprende casi las dos terceras partes de la
superficie del actual departamento, también constaba de tres secciones políticas.
La aguerrida tribu de los sindagua dominaba los contrafuertes de la cordillera
desde los afluentes derechos del río Telembí superior hasta las cabeceras del
río Iscuande y el “Puente de Tierra” que divide los nacimientos del San Pablo
(tributario del Patía) de los del San Juan de Micay. En la llanura del Pacífico,
el Telembí y la región meridional de la cuenca del Güíza y Nulpe hasta el río
San Juan y el Mira, vivían esparcidas las tribus o subtribus que los españoles
denominaban colectivamente “los indios de las barbacoas” e individualmente,
según el nombre del río o lugar en el cual el grupo señoreaba. Y en el noreste
84
Kathleen Romoli
de este sector había la comarca llamada por los conquistadores chapanchica.
Esta, que era sustancialmente la hoya del río San Pablo, era habitada en parte por
sindaguas y en parte por pequeños grupos de filiación desconocida: los taguantina
o taguntine, “el pueblo que llamamos de Chanbalic” y otros.
El sector central, el más pequeño y el más intensamente aprovechado se lo
repartían los pastos, los quillacinga y los abad o abades. Los pastos eran dueños
de la hoya alta y media del río Guáitara: hasta Ancuyá inclusive en la banda
izquierda y hasta la Mesa de Guapuscal, entre los dos Téllez y Curiaco-Guapuscal,
en la banda derecha. Sus límites al este y al oeste eran las cimas de las cordilleras,
con excepción de una saliente a Poniente por el valle del río Guabo y, parece,
por las primeras vertientes occidentales del Cumbal. El territorio Pasto se extendía
también por el altiplano allende la frontera colombo-ecuatoriana –que es la misma
que puso el inca Huayna Capac al imperio suyo y que más tarde separaría la
Gobernación de Popayán del reino de Quito– hasta el tajo del río Chota (fig. 2)
Los quillacínga del sector central poseían las tierras al norte de los pasto en la
banda derecha del río Guáitara, el valle de Atris (el de Pasto), la mayor parte
del valle del río Juanambú, desde donde se extendieron por las estribaciones de
la cordillera Central hasta las partes altas y medianas del río Mayo, límite más
septentrional de su territorio (Romoli 1962).
Los abad (o abade) lindaban al sur con los pasto, al norte con el río Patía, al este
con los quillacinga, río Guáitara de por medio. y al oeste con los sindagua.
Cabe repetir que la distribución de los pueblos que acabamos de referir, y que se
precisa en escritos de tiempos de la Conquista, era la que existía en el momento
del contacto español. Las indicaciones representan una situación que ya se había
vuelto estable; no es posible decir, sin embargo, desde cuándo imperaba ese
orden de cosas. La movilidad de los grupos humanos que poblaron el continente,
las evidencias de sucesivas culturas que se suplantaron o sobrepusieron en las
regiones nariñenses, el hecho de que estas han sido desde siempre un cruce
de vías de migración y comunicación y ausencia de un cuerpo de leyendas y
tradiciones auténticas en que se reflejan acontecimientos reales por todas estas
circunstancias es evidente que la etnohistoria segura se hará únicamente en gracia
de la investigación arqueológica.
Descubrimiento y Conquista
Bajo este título, habría que considerar en primer lugar, la noción de que Nariño
haya sido, en la tardía era prehispánica, parte del imperio incaico. Esto es una
invención relativamente reciente pues ninguna de las fuentes más antiguas la
85
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
sugiere: por el contrario, los cronistas que tan asiduamente se informaron sobre los
hechos de los incas son unánimes en fijar el límite septentrional de las conquistas
de estos en las tierras de los pasto ecuatorianos, o con más precisión, en el río
que ellos llamaron Angas-mayo –el moderno Carchi o alto Guáitara–, en donde
el puente natural de Rumichaca (“Puente de Piedra”) señalaba el confín puesto
por el mismo Huayna Capac. El motivo por el cual el emperador se abstuvo de
subyugar los pueblos al norte del Carchi, no es muy claro: al decir de Cieza y
de Cabello Balboa, fue por ser tan miserables esas gentes “que se desdeñó el
Inga de entrar ni meter mano en ello” (Cabello 1955: 23). Versión que Garcilaso
repite con creces; Pachacuti Yamqui dice (Santacruz 1613 [1968]: 311), que fue
porque “estando caminando el Ynga da rayos a los pies”, lo que tuvo por mal
agüero. Quizás quien está en lo justo es Cristóbal de Molina; Huayna Capac llegó
al Carchi con un ejército cansado de combatir y los pastos seguían resistiendo;
hubiera querido avanzar, pero “se hicieron aquella gente inexpugnable y los suyos
acobardaron y no querían ir en aquella conquista”. Según los indios quiteños. la
muerte de Huayna Capac poco después fue por la mortificación de haber debido
replegarse, “siendo él sólo hijo del Sol y sólo Inga” (Molina 1968: 78).
La idea de que el suroeste de Colombia haya pertenecido al imperio de Cuzco, se
debe en parte a una confusión entre los pasto de Nariño y los pasto de Ecuador,
estos sí conquistados, aunque no muy efectivamente. por el Inca; en parte a una
errónea identificación del Angas-mayo con el río Mayo y en parte a la persistencia
de voces kechuas en tierras nariñenses, tanto topónimos como modismos del
habla común. Como el punto clave es la situación del Angas-mayo, no está por
demás citar el pasaje respectivo de una admirable relación geográfica escrita –
parece– a principios de 1541.2 El autor describe el camino de Pasto a Quito (véase
la lámina 2):
[...] el cual dho camyno atrabiesa tres ríos en quatro bracos el primero es
el río de angas mayo que nasce de la cordillera de sierras questan a la
parte de la mar del Sur y aze una buelta a manera de una U y de dha villa
viciosa (Pasto) pasa asta cinco leguas y juntase con el río que se dize de
patia y ellos juntos salen a la mar junto a la ysla del gallo este dho río de
angas mayo pasan dos bezes los que ban de una billa a la otra. el otro
río es el río de mira [...]
Los dos pasos eran el del Guáitara, entre Funes e Iles, y el famoso del Rumichaca
(Cieza 1971). Una relación del siglo XVI sin embargo, dice que los indios, o por
lo menos los del Alto Mira, evitaban atravesar el puente natural, de miedo de
la monstruosa grieta en cuyo fondo corre el río.3 Por otra parte. Sebastián de
2
3
AGI. Patronato: Leg. 27: Ramo 1.
RGI, III: 252.
86
Kathleen Romoli
Belalcázar aseguró al cronista Oviedo que esa frontera fluvial era respetada en
toda su extensión y no sólo por las personas: “Cosa es maravillosa que los siervos
e ganados que están de la parte de Quito, no pasan el dicho río a estotra parte,
aunque por muchos vados que tiene lo podrían hacer, ni los que nascen e están
desotra banda tampoco atraviesen el dicho río para la otra parte hacia Quito”.4
En cuanto a la difusión de nombres y términos kechuas, la explicación es fácil.
En primer lugar, los conquistadores españoles trajeron consigo desde Quito, a
muchos centenares de indios de habla kechua, un buen número de ellos yanaconas
de clase elevada. Estos eran los intérpretes, intermediarios e informadores de los
descubridores y pobladores. Hasta qué punto eran realmente capaces de entender
y traducir fielmente los extraños dialectos de los pueblos descubiertos, es imposible
juzgar; lo cierto es que en cualquier parte donde eran llevados, dejaron su sello
lingüístico inconfundible, principalmente en el habla castellana (Queda por hacer
el estudio del papel de los yanaconas, hombres y mujeres, en la conquista del
Occidente de Colombia). Es significativo que en Nariño los topónimos kechuas se
encuentran mayormente en la sección donde vivían los españoles, que es donde
estaban esos siervos domésticos.
En segundo lugar, los españoles, ante la dificultad de integrar en su esquema de
colonización y evangelización una variedad de grupos aborígenes de idiomas
diferentes, intentaron implantar en todo el territorio sometido “la lengua del inga” o
“de Cuzco”, llamada más tarde quechua. El kechua –lógico, elegante, y relativamente
fácil– era ya lengua franca de Chile al Ecuador, y hay indicios de que era en alguna
medida el idioma de intercambio y comercio en regiones andinas más al Norte;
Pachacuti y sus sucesores habían demostrado las ventajas de imponerlo en un
imperio heterogéneo, y por largo tiempo colonizadores y religiosos persistían en
sus esfuerzos para establecerlo como lengua general del extenso distrito de Pasto.
Y aunque el propósito no se logró –en 1615, un exasperado visitador tuvo que
ordenar que los doctrineros aprendieran las lenguas de los pastos y quillacingas,
“porque los más dellos no sauen la lengua del inga ni la aprenderan en su vida’’
(Ortiz 1965: 251) – pero es indudable que un buen número de los indios del distrito
sí aprendieron a ser “ladinos en la lengua del inga”.
No consideramos aquí los llamados ingano, gente de dialecto kechua cuyos
descendientes viven actualmente en Aponte y en unos sitios del oriente, porque
en el siglo XVI, estos no habían llegado todavía al territorio de nuestro estudio.
4
Historia, VI: XXXI.
87
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
La conquista española
El litoral de Nariño fue descubierto en 1526, por Bartolomé Ruiz, el genial piloto
de Francisco Pizarro y Diego de Almagro. y desde 1529 figuraba en el Patrón
Real de la Casa de la Contratación. Nadie, empero, intentó realizar desde la costa,
la penetración de un interior que detrás de su intrincado borde de manglares
se presentaba selvático e inhospitalario contra un fondo de alta montaña. La
exploración y conquista del Suroeste colombiano empezó en la frontera andina. a
los tres mil metros de altitud y desde el Sur.
En 1535, Sebastián de Belalcázar. a la sazón capitán y teniente de gobernador
en Quito, mandó a dos subalternos suyos, Pedro de Añasco Y Juan de Ampudia,
al descubrimiento de las tierras que se extendían allende el Angasmayo. Añasco
salió primero, con cuarenta infantes y cuarenta a caballo. y llegó sin dificultades al
valle de Atris (o Atures). de donde envió noticias alentadoras a su jefe; dos meses
después, se unió con él Ampudia (junio de 1535), con igual número de soldados.
La expedición exploró hasta el valle de Sibundoy antes de volver a tomar la vía del
Norte en Búsqueda del opulento país de Condelumarca, del cual había hablado
“un indio forastero peregrino” cautivado en Laiacunga. A principios de 1536, les
siguió el mismo Belalcázar a la cabeza de trescientos armados españoles y unos
millares de indios de servicio, alcanzándoles en Arroyo Hondo, cerca al sitio en
que más tarde se edificó a Cali, el día domingo de Ramos.
El primer ensayo de colonización se hizo en 1537, cuando Pedro de Puelles,
nombrado teniente de Quito por ausencia de Belalcázar, llevó a su vez una
expedición a poblar, “en las provincias de Quillacinga”, un asiento de españoles
cuyo nombre había sido escogido de antemano: la Villa Viciosa de la Concepción
de Pasto.5 En esto, regresó Belalcázar, quien no toleraba a émulos: el Cabildo de
Quito le atajó cuando quiso ir a tomarse la villa, pero en 1538, cuando a pesar
del Concejo salió a la expedición que iba a terminar en Santa Fe de Bogotá, don
Sebastián arrancó de paso a Puelles y lo llevó prisionero consigo.
Unos meses después, el capitán Lorenzo de Aldana, ampliamente apoderado de
Francisco Pizarro, salió de Quito con cuarenta españoles para visitar a Cali y
Popayán. En la ida, según cuenta Cieza de León (s.f.: 371), encontró de guerra
la provincia de Pasto, y la pacificó completamente antes de seguir viaje para el
Cauca; al regreso en 1539. fundó la villa de San Juan de Pasto. Todavía se discute
la fecha, el nombre y el lugar preciso del Acta relativa, y hasta sí hubo tal Acta,
pues falta una relación coherente de los hechos y los libros capitulares de los
primeros lustros de la vida de Pasto, han desaparecido. Es cierto. sin embargo,
5
LPCQ 1: Actas de 16 de marzo y 6 de abril de 1537.
88
Kathleen Romoli
que fue una fundación a toda ley, y que esto se supo en Quito antes de agosto,
cuando el cabildo quiteño envió a presentar a Aldana “ciertos requerimientos”.6
Todo esto fue mucho más complicado de cuanto sugiere esta brevísima sinopsis
de acontecimientos en los que jugaban ambiciones, rivalidades e intrigas
que no cabe desenmarañar en estas páginas. Al mismo tiempo, empero, fue
curiosamente fácil. tratándose de una región salpicada de pueblos donde
debían de haber habido, como luego veremos, no menos de 140.000 o 150.000
personas. Solamente los abad parecen haber ofrecido alguna resistencia. Por
otro lado, después de haberse posesionado casi sin costo de las provincias de
los pasto y los quillacinga, los colonizadores no lograron la conquista efectiva
de otras adyacentes. Chapanchica,7 nunca fue realmente pacificado, y tuvo que
ser abandonado hacia 1592.8 Agreda de Mocoa, fundada en 1563, y Ecija de
Sucumbíos, fundada en 1595, se despoblaron después de haberse mantenido
precariamente para aprovechar sus minas, hasta la segunda mitad del siglo XVII.
Estos, sin embargo, nunca fueron conquistas, sino avanzadas de explotación,
asediadas de las tribus hostiles que le circunda han.
El extenso sector occidental era un caso especial, pues hasta el último tercio del
siglo XVI, no estaba abierto a exploraciones y poblamiento desde Pasto. Al tiempo
en que Pasto se fundó, las vertientes al mar Pacífico estaban ya incorporadas en la
gobernación del río de San Juan, que se extendía desde el San Juan de Micay hasta
empatar con la gobernación de “la Nueva Castilla llamada Perú”.9 Y en el año en
que murió el segundo titular de esta gobernación, Pascual de Andagoya, entró en
vigor la ley que prohibía cualquier nuevo descubrimiento (1549).
Verdad es que al fin, como más adelante se dirá, eran vecinos de Pasto quienes
redujeron a los Sindagua y las demás tribus del Occidente, pero el territorio fue
constituido una tenencia aparte, de “Las Barbacoas”.
El distrito de San Juan de Pasto, creado como anexo del Perú de Francisco Pizarro
y brevemente administrado por Pascual de Andagoya paso en 1541 a hacer parte
de la nueva gobernación de Popayán. En lo eclesiástico, pertenecía a la diócesis
de Quito desde 1543 y en lo judicial, al distrito de la Audiencia de Quito a
partir de 1563. De los habitantes indígenas de esta antigua jurisdicción de Pasto
hablaremos a continuación.
6
7
8
9
ADVG, Secular: T. 31: 35 passim, AGI ant. 76-6-14 / I.
ADVG, Secular 26: 311-388.
AGI. Patronato: Leg. 240: R. 6.
DIRD XXII: 452; AGI, Panamá 244: 1.
89
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Las tribus interandinas
La fértil zona interandina de Nariño, con sus altiplanicies, montañas, valles y
ríos encajonados, sus mesas y laderas jaqueladas de campos cultivados, su aire
luminoso y clima saludable, no ha cambiado mucho de aspecto desde cuando
Pedro de Cieza la atravesó en 1547 con la tropa del capitán Pedro Cabrera, “yendo
a dar la batalla a Gonzalo Pizarro”.
Y cierto –dice Cieza– sin los muchos naturales que hay, antiguamente
debía de ser muy mas poblado, porque es cosa admirable de ver que
con tener grandes términos de muchas vegas y riberas de ríos y sierras y
altas montañas, no se anclara por parte (aunque mas fragosa y dificultosa
sea) que no se vea y paresca haber sido poblada y labrada del tiempo
que digo (Cieza 1971).
A pesar de lo apurado de su viaje, Cieza se cuidó de anotar los nombres de las
tribus y de muchos de los pueblos respectivos, con unos comprensibles errores de
ortografía pero sin equivocarse en cuanto a la “nacionalidad” de cada aldea. Hay, sin
embargo, informaciones mucho más amplias al respecto. En el Archivo General de
Indias se conservan inéditos los autos de las visitas de “tasación de los naturales”
del distrito de Pasto, de 1558 y 1570, con sus respectivos empadronamientos de
los indios tributarios, discriminados por “naciones” y por pueblos y encomiendas.
Y en el Archivo General del Cauca, de Popayán, está el informe de un recuento
similar, hecho en 1589-1590, ordenado por doctrinas10 del cual se han publicado
dos versiones (Mejía 1960; Jaramillo 1964).
La visita de 155811 la hicieron el licenciado Tomás López, oidor de la Real Audiencia
de Santa Fe, quien empezaba en Pasto la tasación general de la gobernación de
Popayán de la que estaba encargado, y el obispo de Quito don García Díez Arias. En
aquel entonces, los tributarios no eran sino los indios jefes de familia;12 la legislación
al respecto era sencilla y no se habían inventado todavía los complicados censos
que más tarde se levantaban de la población indígena; el recuento que realizaron
el oidor y el prelado se limitó al número de hombres casados en cada pueblo
encomendado (Después, en otras ciudades de la gobernación, López contaba por
separado también a los solteros exentos, pero en Pasto no registró a estos).
La sustancia del empadronamiento se reporta en el cuadro que sigue.
10
11
12
ACC, Col. Civil: Sig. 785.
AGI. Aud. de Quito: Leg. 60 ff. 1 ss.
Leyes, Lib. V: Tit. V: Ley VII.
90
Kathleen Romoli
Cuadro 1. “Traslado del libro de tassaciones quel muy mgco señor licenciado tomas
lopez hizo en la gobernación e provincia de popayan”. Noviembre de 1558.13
Provincia de los pastos
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Funes
Juan Armero
600
Chapal
Theodosio Hurtado
160
Chapal
Vicente Rodríguez
130
Chapal
Hernando Álvarez
144
Cumbal
Hernán Núñez de Trejo
260
Males
Cap. Mancio Pérez
530
Ypiales
Cap. Hernando Cepeda
1.400
Carlusama
Cap. Mancio Pérez
418
Pupiales
Juan Sánchez de Xérez
700
Gualmatan
Lorenzo Hurtado
350
Putiznan
Alonso del Valle
200
Guaytara
Luis Pérez de Leyva
200
Túquerres
Francisco de Chaves
950
Ancuyá
Deigo de Meneses
500
Calcan y Çapuis
Hernando Ahumada
500
Yascual
Alonso Osorio
800
GuachaOcal
Diego Esquivel
205
Chapal
144
Yles
500
Pasta
Hernán Núñez de Trejo
150
Mallama
Juan de Argüello menor
1.000
Muellamaz
Pedro Alonso
400
(Total: 10.241)
13
AGI, Audiencia de Quito: Lego. 60.
91
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Provincia de los abades
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Paqual
Vicente Rodríguez
782
Chauldi
Juan Velásquez Samaniego
509
Zacanpuz
Cap. Hernando de Ahumada
380
Panga (hoy Sotomayor)
Toribio Nieto
180
Xancal
Toribio Nieto
270
Aminda
Luis de Villalobas
50
Ataviles (tabiles)
Diego de Meneses
550
(Total: 2.721)
Provincia quilla cingas… Camino de Quito
Pueblo
Encomendero
Çiquitqn
Cap. Mancio Pérez
Tributarios
150
Yaquanquer
Hernando de Ahumada
200
Chapaqual
Juan de Argüello menor
200
Tuquerresma
Juan Galíndez
184
Conçaça
Toribio Nieto
80
(Total: 814)
Quillacingas… Camino de Popayán
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Genoy, (que por otro nombre se
dize la puebla de los seis)
Hernando de Espada
152
Mohonbuco (hoy La Florida)
Pedro Alonso
360
Matabujo
Hernando de Cepeda
60
Mataconchui, (incluido en el
pueblo del Nysa y Sandoná)
Espada y Cepeda
170
Mançano
Cap. Mancio Pérez
100
(Total: 842)
92
Kathleen Romoli
Quillacingas del valle de Pasto
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Pegindino
Juan Sánchez de Xérex
232
Chima xoxoa
Cap. Hernando de Cepeda
150
Mocondino
Toribio Nieto
80
Xamundino
Hernando de Cepeda
100
Botana
Lorenzo Hurtado
69
Catanvuco
Luis de Caçañas
240
Xangoubi
Pedro Alonso
130
Pachenduy
Diego Ximénez
40
Coconuco, Alonuco
Rodrigo Pérez
250
Xaxinagua, Imbuy
Hernán Núñez de Trejo
50
Bezachanan
Juan de Argüello
40
Botina xoxoa
Alonso Osorio
76
Pandiaco
Juan Galíndez
26
Botina chanique
Juan Velásquez Samaniego
155
Jobonuco
Hernando de Aranda
82
(Total: 1.720)
Quillacingas del camino de Almaguer
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Guaxazanga
Luis de Villalobos
33
Palacino
Juan Machin menor
250
Xacanacatu
Hernán Núñez de Trejo
251
Zacandonoy
Alonso Osorio
90
Quiña
Cap. Rodrigo Pérez
520
J(u)anambú
Luis Pérez de Leyva
390
Yxaui
Luis de Caçañas
320
Buyzaco
Diego de Meneses
550
Mocondoy y Guascoy
Luis de Villalobos
220
Chachaubi
Juan Rosero
80
(Total: 2.704)
93
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Provincia de la montaña
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Cibundoy
Rodrigo Pérez
3.000
Patascoy
Rodrigo Pérez
200
La Laguna
Alonso del Valle
600
Zacanbuy
Diego de Meneses
150
Mocondinejo el principal
Mancio Pérez
35
Pomoque, de Ruquerresme
Juan Armero
1
(Total: 3.986)
(Total de las provincias: 23.028)
No se visitó a Madrigal de Cahpanchica, cuyos vecinos declararon que “esta villa
está en tierra muy áspera y de grandes montes e ríos e quebradas”, en donde los
indios “siempre se an Rrevelado y rrevela… y hacen grandes insultos y daños”. Los
visitadores aconsejaron abandonas la villa y solicitar permiso del rey para trasladar
a otros lugares la población indígena. Sibundoy y Patascoy, y probablemente La
Laguna, deben de hacer sido tasadas con base en estimaciones. Pero los pueblos
interandinos se censaron in situ. El oidor López dijo después que los caminos que
tuvo que andar eran los peores del mundo.
Como hecho curioso, señalamos la existencia de un documento anónimo, fechado
en 1559, que presenta otro cuadro de las encomiendas pastenses y su tasación
(Moreno Ruiz 1971, en REAA vol. 6: 423-439).
Lo interesante es que esta relación. cuyos datos están reñidos con los del Acta
oficial de la visita de noviembre y diciembre de 1558, y de la cual los muchos
errores en los nombres indígenas y aún en los de vecinos muy conocidos, parecen
reflejar las dificultades de un copista ante un original poco claro, debe haber
servido de fuente a López de Velasco para su Geografía y descripción universal
de las Indias. Aquí unos ejemplos:
Acta de 1558
Doc. anó. de 1559
López de Velasco
Túquerresme
Tuqueyesme
Tuqueyesme
La Laguna
Lalisuna
Lalisuna
Aminda
Aminanda
Aminanda
94
Kathleen Romoli
Putisnan
Putiquan
Putiquan
Xangovi
Jangocobi
Jango oby
Guapaxango
Guazamba
Guazamba
(del original)
(de Moreno, op. Cit)
(de la ed. 1971: p. 215)
López de Velasco toma también de la relación anónima el número de encomenderos
–28–, mientras el Acta nombra a 32.
Resumiendo los datos demográficos de la visita de 1558, resulta que en esta fecha,
veintitrés años después del descubrimiento, se contaron en el distrito de Pasto
23.028 familias indígenas, de las cuales 3836 vivían más o menos aisladas en las
provincias de la montaña. De las 19.041 familias censadas en la zona interandina
propiamente dicha, 53,78 % eran pastos, 31,93 % quillacingas y 14,29 %, abades.
Los pueblos de los pasto eran mucho más grandes que los de las otras tribus: un
promedio de 488 familias por pueblo; es posible, sin embargo, que el tamaño
reducido de los pueblos quillacingas (promedio 168 familias en la zona interandina)
sea debido en parte al fraccionamiento de aquellos de las cercanías de Pasto, para
distribuirlos por “parcialidades” entre mayor número de vecinos (véase anexo 1).
(En cuanto al monto total de las dos principales tribus, habría que tener en cuenta
los cuatro cacicazgos quillacinga de alto y medio valle del río Mayo, que no
pertenecían a la jurisdicción de Pasto sino a la de Almaguer, de los cuales el más
importante era Mamendoy (Romoli 1962), y los grupos pastos de la actual Carchi
ecuatoriana, principalmente los de Tulcán. Guaca, Tusa y El Ángel. El presente
estudio, empero, está restringido a la situación en territorio de Nariño).
No se sabe cuánto habría mermado la población nativa en las dos décadas de
ocupación española. Pero sobre el movimiento demográfico de los once años
siguientes hay un testimonio seguro: el de la visita de 1570.14 En esta ocasión el
visitador era el licenciado García de Valverde, oidor de la Real Audiencia de Quito y
ex fiscal de la de Santa Fe. Faltan varios cuadernos de la visita, que deben de haber
incluido tablas pormenorizadas de la población de cada pueblo,15 pero los que
están bastan para demostrar que Valverde era el más meticuloso de los tasadores.
En esta visita, por no sabemos qué disposición del Real Consejo o de la Audiencia
quíteña, se cambió la base del recuento de tributarios, según declaración de
Valverde: “En esta tassa se contiene que los tributos della los paguen los yndios
casados y solteros [...] desde hedad de diez y siete años hasta hedad de quarenta
y sinco años y no de menos ni de mas hedad”.
14
15
AGI. Aud. de Quito: Leg. 60: f. 205 ss; Patronato: Leg. 189. Ramo 35.
V. f. 218v, Juanambú.
95
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
El número de tales contribuyentes, registrado por pueblos, era lo que a continuación
se anota.
Cuadro 2. Tomado de: “Tassación de los tributos de los naturales delas ciudades de
san Ioan de Pasto y Almaguer de la gobernación de popayan hecha por el So licendo
garcia de Valverde oy de la Real audiecia de san fraco del quito año de 1570 y 1571 aos
–con las ordenanzas y Relación de la visita y otros autos a ellos tocante”.16
Provincia de los pastos
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Chungana
Cap. Juan Crespo
231
Guachaocal
Diego de Esquibel
369
Mallama
Juan de Arguello
332
Carlosama
Cap. Juan Rodero
239
Muellamas
Juan Pérez
369
Yascual
Alonso Osorio
309
Tuquerres
Luis de Chaves
325
Cumbal
Hernan Nuñez de Trejo
219
Pastaz
Hernando Nuñez de Trejo
102
Pupiales
Juan Sanchez de Xerez
445
Gualmatan
Pedro de Ahumada
231
Capuis y Calcan
Dña. Beatriz de Ahumada
242
Guáitara
Luis Perez de Leiva
119
Ypiales
Cap Hernando de Cepeda
757
Yascuaral
Alonso Osorio
141
Puerres
Francisco Garcés
102
Estancia del Valle de Pasto (de
Chapal más tarde Puerres)
Francisco Garcés
30
Canchala
El menor de Vicente Rodríguez
94
Yles
Sebastián de Santo Domingo
192
Chapal
Leonor Orense
92
Tescual
Gomez de Chaves
94
Ancuyá
16
AGI, Audiencia de Quito: Leg. 60.
96
Kathleen Romoli
No se especifica el número de tributarios. La cuota de ellos destinada a las minas,
que en otras partes (v. gr., Sibundoy) se fijó en aproximadamente 1/7 del total, era
aquí de 43 hombres.
Estancia de Pastos (ex Chapal 3)
Juan Rodríguez menor
23
Estancia de Pastos (ex funes?)
Juan Rodríguez Armero
32
Estancia de Pastos (ex Males)
Cap. Medellín
39
Males
Cap. Medellín
362
Funes
Juan Rodríguez Armero
333
Yachamal en los Pastos
Toribio Nieto
84
(Total: 5.907)
Provincia de los quillacingas
Pueblo
Encomendero
Tributarios
Palacino
Luis Machin
99
Yxagui
Cap. Narvaez
99
Xananbu
Luis Perez de Leiva
238
Buysaco o Tumuche
Cap. Diego de Meneses
364
Botana del Valle
Pedro de Ahumada
48
Jobonuco
Hernando de Ahumada
59
Estancia del Valle Pachindoy
Diego Bermúdez
24
Estancia del Valle Mocondino
Cap. Hernando Cepeda
125
Mata conchui
Juan Velasquez Samaniego
109
Estancia del Valle
Paxanaguatambuy
Hernán Nuñez de Trejo
20
Estancia en el Valle Pixindino
Juan Sanchez de Xerez
110
Estancia en el Valle Xangoubi
Alonso Zambrano
44
Estancia en el Valle Catambuco
Cap. Dia Sanchez de Narvaez
178
El Valle de Buysaco
Cap. Diego de Meneses
226
Pandiaco
Juan Galindez
24
Xamundino
Hernando de la Espada
56
Hanganoi
Alonso Osorio
120
Maxitayo
Juan de Arguello
18
Quiña
Cap. Rodrigo Perez
290
97
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Cacanambuy
Cap. Diego de Esquivel
305
Obonuco del Valle
Rodrigo Perez
107
Tuquerresme
Juan Galindez
204
Chapaqual
Juan de Arguello
95
Yaquanquer
Dña. Beatriz de Ahumada
168
Cinza en el Ingenio
Cap. Hernando Cepeda
22
Mataconchuy el ingenio
Hernando de la Espada
16
Chachauldi
Juan Arce Ponce
70
Guaxenzango
Juan Armero
29
Mocondui
Juan Armero
65
Xacanacatu
Alonso de Santander
200
Cacandonoy (Zacandonoy)
Alonso Osorio
84
Cachanga Mançano
Cap. Medellín
40
Ciquitan
Joan Armero
160
Mohombuco
Alonso Zambrano
162
Conçaca y Chachaguaxi
Toribio Nieto
84
Xenoy
Hernando de la Espada
63
Matetuy
Hernando de la Espada
99
(Total: 4.224)
Provincia de los abades
Pueblo
Encomendero
Aminda
Juan Ruiz Armero
Cacampuz de los Abades
(Zacampuz)
Dña. Beatriz de Ahumada
Paqual de los Abades
Juan Rodríguez menor
Chouldi en los Abades
Juan Velasquez Samaniego
Tributarios
44
(Total: 923)+
Provincia de la montaña
Pueblo
Encomendero
Tributarios
La Laguna
Alonso del Valle
310
Çigundoy, con los Chaquetes y
Ticonoyoy
Cap. Rodrigo Perez
1.051*
+
No hemos podido averiguar el guarismo en el original tomado de Colmenares (1978).
98
Kathleen Romoli
Pueblo de la Pientissima de
Çingundoy
Rodrigo Perez
151*
Patascoy
Rodrigo Perez
169*
(Total: 1.681)
+ No hemos podido averiguar el guarismo en el original tomado de Colmenares (1978).
* El cuaderno de la visita de Valverde referente al valle del Sibundoy en 1570, está en AGI, Patronato: Leg.
189: Ramo 35; Lo publica Friede en DHNR. T. VI: núm. 917.
El licenciado Valverde se había expresado, unos años antes cuando ejercía
temporalmente el gobierno de Popayán, en términos muy fuertes sobre el
tratamiento dado a los indios por los conquistadores y pobladores de la
gobernación, a quienes culpaban de la trágica merma de la población indígena:
Los vecinos y encomenderos se descarguan diziendo que enfermedades
y pestilencias y guerras unos con otros los an acabado y no tienen rrazon
pues que desde dios creo el primer ombre y peco a sido enfermedades
y contiendas [...] pero sobrevinoles pestilencia nueva que ellos no
conocieron y conocida fue su acabamiento que fue el español que con
manoseallos los acaban y consumen y esta es la enfermedad.17
Hombre de leyes y leal funcionario de la Corona, Valverde no ponía en tela de
juicio el derecho de conquistar a las naciones infieles: sólo quería, de acuerdo con
innumerables decretos y disposiciones reales, que la conquista fuera benévola y
ante todo, evangelizadora. “La principal causa por que los encomenderos llevan
tributo de los yndios a ellos encomendados es con el cargo de la doctrina”, dijo, al
poner en 600 pesos (6 libras) de oro fino de 20 quilates la contribución anual que
debía dar el encomendero de Sibundoy al convento franciscano que se acababa
de establecer en este valle.18
Sibundoy (Cigundoy) era una de las encomiendas que tuvo que tasar en trabajo
obligatorio de los tributarios. La manera en que logró salvar el principio del tributo,
conciliar al encomendero, contentar a los misioneros, complacer al cacique y
reducir al mismo tiempo el gravamen de los indios, merece ser conocida.
El plan elaborado por Valverde garantizaba al encomendero el trabajo gratuito de
doscientos mineros durante ocho meses del año, del 10 de noviembre al 30 de junio,
en jornadas de once horas. La demora era dividida en dos turnos consecutivos de
cuatro meses cada uno, así que el último día de febrero salía una tanda de doscientos
17
18
Carta al presidente Venero de Leyva, noviembre 3 de 1564: ADVG, Secular: T. 16: 50; AGI,
Aud. Quito, Leg. 60.
AGI, Patronato: Leg, 189: Ramo 35.
99
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
hombres y el día siguiente entraba a trabajar otra. El indio que había pagado un
turno en las minas, quedaba exonerado de tal tributo en el año siguiente y hasta que
le tocaba, por rotación, volver a servir. Puesto que en el valle de Sibundoy había 1371
tributarios, de los cuales solo cuatrocientos debían trabajar en las dos tandas anuales,
resultaba que el hombre que había pagado cuatro meses de labor en, v. gr., 1571,
quedaría libre hasta el año 1574. Durante la demora, aproximadamente una séptima
parte de los varones adultos de menos de 45 años (o de 46?), estaban ausentes en las
minas, muchos de ellos acompañados una o varias personas de la familia.
En algo se modifica este cuadro, sin embargo, cuando a ello se agregan nuevas
obligaciones impuestas por el oidor. Los indios debían sembrar, cultivar y cosechar
no solamente para el encomendero (maíz que luego comerían los mineros), sino
también para los misioneros, par aun hospital que se ordenó construir, y para
el cacique. Al monasterio debían dar, a más de la sembradura de maíz, quince
hanegas de trigo, (entregadas al convento en Pasto), 450 aves, 18 puercos de
más de un año y treinta carneros, amén de seis cargas de leña, seis de hierba y
alguna chicha cada día, una fanega de papas cada semana y en “días de pescado”,
veinticuatro huevos. Para el hospital debían dar el producto de doce días de trabajo
en las minas y los consuetos cultivos. Y, novedad absoluta, Valverde fijó el tributo
debido al cacique, un bautizado de nombre Felipe Chanaque, a quien debía, a más
del servicio agrícola y doméstico, un tomín de oro por cada tributario y 250 brazas
de chaquira, “que cabe a cada yndio media vara de chaquira en cada un año”.
Aparte de los seiscientos pesos de buen oro al monasterio para los servicios de dos
frailes doctrineros, los cargos al encomendero eran bastante leves: una camiseta
o una manta “de las ordinarias” para cada trabajador y una ración mínima de
comida durante la demora. Valverde prohibió severamente el trabajo en socavón
–las minas debían ser “de tajo abierto”–, la prolongación por un solo día de la
temporada, cualesquieras las razones, la labor gratuita en otras faenas de indios
distintos a los de turno en las minas, pero parece haber pensado que un minero
podía sudar de las seis de la mañana a las cinco de la tarde con una ración de un
cuartillo de maíz y media libra de carne.
A pesar de la autoridad cuasi regia del oidor y de las penalidades establecidas por
cualquier infracción de las órdenes impartidas, sospechamos que ninguna de las
disposiciones de la visita fueron cumplidas a la letra, ni siquiera en los primeros
años de su teórica vigencia.
La decisión de tasar el tributo en labor minera, que parece contradecir principios
que el indigenista Valverde había profesado incansablemente durante una década,
fue tomada después de una pesquisa sobre la capacidad de pago de los diferentes
grupos indígenas del distrito, en la cual el visitador llamó a declarar a seis
prominentes vecinos baquianos, dos sacerdotes y tres frailes misioneros. Luego
100
Kathleen Romoli
de pesar las informaciones de los testigos con sus propias observaciones. Valverde
prefirió la tasa en trabajo bien reglamentado a una en oro, no solamente de los
pueblos del valle de Sibundoy sino de varios otros.
Tal tasa se fijó para los pueblos de los abad: Sacampus (37 mineros), Paqual (43)
y Chuguldi (34), para el pueblo fronterizo de Ancuyá (43), por los inquietos indios
de Chapanchica.19 Y para una nueva encomienda de Patía (35), “porque todavía
no se sabe con qué otro pueblo ha de ser”. Y el pueblo de la Laguna, que contaba
312 tributarios y que no tenía más recursos que los de las florestas en las cuales
vivía esparcida, debía contribuir la labor de 42 carpinteros, cuyos nombres (todos
quillacingas) se registran en el auto respectivo.
El censo de tributarios de 1570, comparado, con el de 1558, parece demostrar que
la llamada “catástrofe demográfica” que golpeó a casi toda América a raíz de la
Conquista colonizadora europea, fuera particularmente grave entre las tribus de
jurisdicción de Pasto. Antes de examinar este asunto para lo cual será preciso tener
en cuenta otro empadronamiento de 1589-1590 (véase el anexo 2), nos conviene
mirar lo que dicen los documentos acerca de las tribus de esa jurisdicción y de los
destinos de estas bajo el dominio español.
Algunas de las pautas de las culturas autóctonas
Desde el año de 1553, cuando Pedro Cieza de León publicó, en Sevilla, la Primera
parte de la Crónica del Perú, la descripción de los indios de la antigua jurisdicción
de Pasto que ofrece el capítulo XXXIII han sido prácticamente la única fuente en
materia de esas tribus.
Las noticias datan de 1547, cuando Cieza. a pesar de lo apurado de su viaje
para el Perú, de buen reportero las recogió “con gran diligencia inquiriendo en
ello todo lo que pude”. Son notas tomadas al vuelo, un poco desordenadas,
que dejan ver el desprecio que los conquistadores compartían con los orgullosos
peruanos y quiteños, de la upa runa –la gente bruta–, que eran los quillacingas y
especialmente los pasto.
Son bien conocidos, por lo muy citado. los retratos que presenta el cronista: los
quillacinga, “gente desvergonzadas”, sucios. piojosos, antropófagos, aunque
“dispuestos y belicosos, algo indómitos”: los pasto, gente simple y de poca malicia
“que no comían carne humana, pero miserables, mugrientos”, “de ruines cataduras y
peores gestos” y por remate, “de poco ánimo”, que no poseían más armas que piedras
en la mano, ciertos palos delgados como cayados y una que otra lanza mal hecha. Las
19
AGI, Quito Leg. 20b.
101
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
mantas de diferentes tamaños con las cuales se vestían los pasto, “todas las más con
hechas de hierbas y de corteza de árboles”; los quillacinga llevaban mantas largas “de
algodón cosidas”, abiertas a los lados. Ambas tribus eran pobres y “tenidas en poca
estimación de sus comarcanos”; ambas carecían de templos y creencias.
Este cuadro, más tarde calcado pesadamente por el inca Garcilaso,20 necesita
modificación, la que proporciona en parte el propio cronista al relatar que tanto
los quillacinga como los pasto solían rezar a su dios (“hablar con el demonio”),
quien les prometía que después de muertos volverían a vivir en un reino de todo
deleite que él tenía aparejado para ellos. “Dios nuestro Señor sabe por qué permite
que el demonio hable a estas gentes y haya tenido sobre ellos tan gran poder”,
dice Cieza, después de describir cómo en los entierros de caciques y principales.
mujeres, siervos y adictos se sacrifican de buena gana para así acompañar a su
señor al paraíso. Estas exequias, en las cuales las víctimas elegidas se embriagaban
con chicha hasta caer insensibles antes de ser colocadas en el sepulcro, parecen
muy semejantes a las que describe Oviedo como propias de Nata y otras partes
del Istmo de Panamá.21 Sin duda es sólo coincidencia que varias de las personas
a las cuales Cieza debe de haber inquirido sobre las costumbres de los indios
habían vivido en Nata y Panamá antes de venir a servir a Pizarro.
Cieza dice que las tumbas eran muy hondas –dado que confirman hallazgos de
nuestros tiempos– y que en ellas se colocaban el haber del muerto principal, “que
no es mucho”, y los cuerpos de los acompañantes, cuyo número era aumentado
con el obsequio de algunas víctimas por parte de los caciques comarcanos. En
otras páginas de esta revista se habla con autoridad sobre investigaciones recientes
en ese campo (véase Uribe, Plazas de Nieto, Cardale de Schrimpff, Correal) las que
demuestran que en un tiempo, el haber de los caciques de las tierras que en siglo
XVI eran de los pasto, si era mucho (véase también Grijalba 19).
Los pasto
Los pasto eran la tribu más numerosa de la zona interandina nariñense, pues de
las 19.041 familias censadas en esta región en 1558, constituían el 53,78 %, contra
31,92 % de quillacingas y 14,29 % de abades. Era también la tribu más organizada.
En el sector más densamente habitado, los asientos de los caciques parecen haber
sido verdaderos poblados en los cuales se concentraba buena parte de los miembros
de los grupos respectivos; quizás muy similares al dibujo del de Cumbal que se
encuentra entre los papeles de un pleito por tierras del siglo XVII en donde las
pequeñas casas redondas con sus altos techos cónicos se apiñan sin calles visibles
intermedias, o como los que dejaron sus cimientos en Carchi (Grijalba 1937-1942).
20
21
Lib. 8: cap. VII.
Historia. Lib. XXIX: cap. XXXI.
102
Kathleen Romoli
En el camino real para el Sur, los poblados principales estaban aproximadamente
tres leguas uno del otro (Cieza: cap. XXXVII), pero había otros que no distaban sino
pocos kilómetros de los de sus vecinos. Pueblos grandes, como Ipiales, Carlosama,
Túquerres, tenían alrededor varios subgrupos o parcialmente a cuyos jefes los
españoles daban tratamiento de cacique, lo que explica por qué en unos documentos
viejos se nombran a varias personas como caciques de una misma colectividad.
Los declarantes en la pesquisa que hizo el oidor Valverde sobre los recursos de las
tribus, concordaron en que los pasto gozaban de una situación económica mejor
Y más evolucionada que la de sus comarcanos. El padre Juan Bautista Reyna
dice que los pasto tienen productos agrícolas sobrantes y mucho algodón, y que
las mujeres tejen muy bien telas finas, todo lo cual venden en sus mercados. El
capitán Rodrigo Pérez dice que los pastos producen para negociar; entre ellos
hay trato y contrato y myndalaes, y pueden pagar tanto en oro como en mantas.
Los otros testigos confirman: únicamente los pasto. tienen mercados y comercio
organizado. Agregamos que los encomenderos que poseían estancias e ingenios
en el valle quillacinga de Pasto, procuraban traer indios pastos para el laboreo,
como lo demuestra el empadronamiento de 1570.
En suma, admitidos la suciedad –el desaseo de los climas fríos– y los piojos
comidos “como si fuesen piñones” (costumbre bastante difundida, que Cieza
dice propia de todas las tribus al sur de Popayán), hay que concluir que los
pasto colombianos eran un pueblo industrioso, pacífico, agrícola, manufacturero
y comerciante que por sus cualidades y una cierta sosegada terquedad moral
de mantenía, inerme y al parecer inmune a agresión, haciendo de su tierra una
especie de despensa cuya neutralidad se respetaba.
Había, sin embargo, una excepción: la población de Ancuyá, situada en la sierra
entre el Guáítara y el Pacual, en el límite de la provincia de los abad. Los testigos
de la pesquisa aseguraron a Valverde que si bien Ancuyá era de los pasto, por
ser de frontera habían entrado allí también muchos abades. que hablaban su
propia lengua. Cuando el visitador quiso saber si los de Ancuyá tenían trato, maíz
de tierra caliente, algodón. coca, maní, plátano y otros cultivos, el interrogado
respondió que no conocía el uso que aquellos hacían de tales tierras, pero,
[…] que cuanto al trato y con trato no tienen lo que los pastos por no
estar acostumbrados a tratar ny auer entre ellos myndalaes a lo que este
testigo ha alcancado como lo hazen los pastos y por esta causa este
testigo ha dicho que pudran entrar mejor debajo de lo de los abades y
porque muchos dellos son de la dicha nasción de los abades.22
22
AGI, Quito 60: f. 210 V.
103
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Es de notar que a relativamente corta distancia al oeste de Ancuyá viejo y de
los pueblos abades, en las cabeceras de los ríos tributarios al Telembí y en la
cordillera de Sotomayor, había minas de oro, para las cuales se necesitaba mano
de obra. Tal vez sea algo más que coincidencia. que los pueblos que tenían minas
a su alcance, eran precisamente aquellos para los cuales, al decir de los testigos
de la pesquisa, resultaba imposible o al menos muy difícil dar otro tributo que el
oro. Ejemplo de esa situación eran los abad o abades.
Los abad
Los indios de este grupo (“nación”) son descritos, en 1571, como gente de cultura
rudimentaria. No tienen sino los cultivos indispensables para su propia sustentación
y no son propensos a trabajar para producir; más, “por ser gente no aplicada a
granjerías”; carecen de algodón; no hacen contratación porque viven lejos y la
tierra es tan áspera y llena de grandes ríos que les es difícil salir. Empero... tienen
oro, cerca de sus pueblos en minas abiertas que saben bien aprovechar. Podrían
pagar tres pesos por tributario, lo que resultaría el arreglo más fácil para todos.
Este cuadro de una gente rústica y partada, que poco cultiva, no teje y no tiene· trato
con sus vecinos, no concuerda muy bien con el que sugiere los datos de la visita del
oidor López. Según el recuento de 1558, había por entonces, después de veinte años
de dominación española y tal vez doce o catorce de ser utilizados en la minería, siete
pueblos abades, con 2721 familias debidamente registradas. Por la poca extensión y la
calidad agreste de su territorio, era una población considerable, que presumiblemente
había sido bastante mayor en tiempos prehispánicos: lo que implica un amplio
aprovechamiento de la limitada cantidad de terreno apto para la agricultura.
Tal vez eran los abad, los que se vestían de mantas hechas de hierba y de cortezas
(damajuana), si no tenían algodón; nadie, sin embargo, describe sus trajes ni
su aspecto físico. En 1587 se les nombran entre los grupos de indios amigos
de los cuales se debía reclutar una fuerza para el servicio de una proyectada
población española en las primeras vertientes al Telembí (Actas del cabildo de
Pasto, diciembre 31 de 1587) y la calificación de amigos se repite frecuentemente
en documentos los posteriores.
Los quillacinga
En general, cuando los españoles de Pasto hablan de los quillacingas, quieren
referirse a los “del Guáitara a Mamendoy”, sin incluir con ellos a los habitantes de
la región de La Cocha y del valle de Sibundoy. Así el vecino fundador Juan Roser
dice al visitador Valverde:
104
Kathleen Romoli
En cuanto a la provincia de los quillacingas lo que le paresce es que ay
diferentes gentes quillacingas que los unos son los que estan en este valle
a la redonda del pueblo que seran mill y trezientos yndios poco más o
menos y otros de tierra caliente que son de la provincia de joanambu y
quiña y otros a ellos comarcanos.
El mismo testigo, sin embargo, declara que conoce desde hace treinta años a estos
“y Sigundoy que también son quillacingas”, y esta afirmación se comprueba por la
onomástica y toponimia de “las provincias de la montaña”.
Sobre estos grupos la pesquisa dice poco. los quillacínga de Juanambú y Quiña no
tienen mucho; los de Sibundoy tienen algo más, pero “no tienen trato ny contrato
con otros yndíos porque estan cercados de muchas montañas”: los de La Laguna
no podían dar sino madera. Es evidente que estos habían debido abastecer a
Pasto de tablas y otro maderaje ya desde tiempo, puesto que contaban con 42
carpinteros de apellidos conocidos.
Parece que los quillacinga se concentraban menos en poblados de cuanto lo hacían
los pasto, y que los de la provincia de la montaña vivían dispersos “en tiempo de
sus gentilidad”, pues el oidor Valverde expresa su satisfacción al ver en Sibundoy
“los pueblos que al presente se pueblan en el dicho valle”, mientras encarece a
doctrineros, encomendero y caciques seguir con el proceso de urbanización. “Por
mi se ha mandado acabar de poblar y conviene por su doctrina y conversión y
policía que estén poblado y viven juntos [...] mando que con toda brevedad hagáis
se acaban de poblar [...]”.23
De lo dicho por Valverde, se comprende que se ha traído al valle de Sibundoy
parte de los indios de Patascoy, y que se espera completar el traslado en breve,
Sañudo (1938:64) cree que el poblado que formaron los de Patascoy es el actual
San Andrés. No hay mención. de aquel “otro pueblo a las espaldas de Zabundoi
que se dize putumayo y el cacique Ximori”, que después de haber sido dejado por
sus primeros encomenderos, fue dado nuevamente en encomienda “con todos los
caciques que mandan los dichos pueblos como quier que se llamaren”, en enero
de 1546.24 Quizás había sido agregado a Mocoa. fundado en 1563, cuya población
indígena gozaba –en teoría– de la libertad de que habla una cédula real de 1567,
que les exime de ser encomendados durante diez años, a partir de la fecha en la
cual la Audiencia de Quito les quitara de los españoles que les habían recibido,
abusivamente. en repartimientos.25
23
24
25
AGI, Patronato 189: Ramo 35.
ADVG, Secular: Tomo 26: 311.
AGL Aud. de Santa Fe: Leg. 189: Ramo 3R FDHNRG: V: núm. 887.
105
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Datos demográficos, 1558-1590
Un tercer recuento de los indios tributarios de la jurisdicción de Pasto fue practicado
a fines del año 1589. En el Acta respectiva, reproducida en el Anexo 2, los pueblos
se registran por doctrinas. y se anota las sumas cubiertas para estas en cada
encomienda. De estas cantidades, resulta que en el tercio de navidad cada tributario
pagaba aproximadamente tres gramos de oro; es decir, la tarifa era de seis gramos o
medio tomín por año. El documento no explica la razón del impuesto.
Las cifras que arrojan las tres visitas se resumen en el cuadro que sigue. Hay que tener
presente, al considerar los totales y los porcentajes, que estos no son perfectamente
comparables: todos se refieren a tributarios, pero la definición de tributario no era la
misma en cada visita. En 1558, los tributarios eran únicamente los casados. de manera
que la cuenta es por familias; en 1570, los tributarios eran los varones de entre 17 y
45 años de edad, tanto solteros como casados; en 1589-90, presumiblemente el censo
habría correspondido a la ley promulgada en 1577 que estableció que tributarios
serían los hombres de dieciocho hasta cincuenta años de edad.26
Cuadro 3. Indios tributarios en la antigua jurisdicción de Pasto
Grupo
Trib. 1558 Trib. 1570
Merma %
Trib. 1589
Merma %
Pasto
10.241
5.907
42,32
4.730
19,93
Quillacinga
(interandinos)
6.079
4.224
30,51
2.247
46,80
Quillacinga
(montaña)
3.986
1.681
57,83
840
50,03
Quillacinga
(total)
10.066
5.905
41,33
3.087
47,75
Abade
2.721
923?
66,08
473
48,75
Total Distrito
23.027
12.735
44,70
8.290
34,90
(Agregados: Pueblo de la Sal, 28 y Río Caliente, 18 = 46)
La llamada catástrofe demográfica que se produjo en América durante las primeras
décadas de la colonización europea obedeció a una serie de causas bien conocidas,
de las cuales la mayor parte se presentaron en alguna medida, en casi todos los
países conquistados. Con todo, no es fácil explicar el decrecimiento drástico de la
población del distrito de Pasto; y en particular, el que se verificó entre 1558 y 1570.
26
Leyes, Lib. VI: Ley VII.
106
Kathleen Romoli
En los doce años entre la primera visita y la segunda, no hubo, que se sepa,
guerra, revuelta, hambre, trato de esclavos ni expediciones mayores de las que
solían llevar gran cantidad de indios de servicio, de los cuales pocos regresaron
a sus hogares. La minería era poca y para ella no era preciso hacer traslados
de trabajadores a climas malsanos. El número de “vecinos de indios” era casi
estacionario y los residentes españoles –o mejor dicho, no indios– no llegaba a
250 personas, todas concentradas en la ciudad de Pasto. El choque de la Conquista
no había sido lo suficientemente violento corno para tener repercusiones tan
fuertes después de un intervalo de una a dos generaciones, y los casos que se
contaban de castigos infligidos en ciertos pueblos pastos que, instigados por un
agente de Gonzalo Pizarro, se habían alzado (eso es, retirados para no dar servicio
ni comida) en tiempo del virrey Núñez Vela, habían sucedido once o doce años
antes de la visita de Tomás López (Cieza s.f.).27
Parece pues. que las principales causales de la enorme disminución de la población
indígena entre 1558 y 1570, hayan sido la evasión y la epidemia de viruela que
azotó el país en 1566.
El licenciado Valverde no había experimentado una verdadera pestilencia cuando
escribía tan sarcásticamente al presidente sobre esta explanación de la mengua
en la población autóctona después de la Conquista. Existen, sin embargo, muchas
relaciones fidedignas de los estragos que hacían (y que todavía hacen) entre
los indígenas americanos, las enfermedades infecciosas o contagiosas contra las
cuales carecían de inmunidad genética, y especialmente, la viruela y el sarampión.
Cuatro años antes de la visita de Valverde, Pasto fue azotado por la viruela, no
sabemos cuántos eran los muertos, pero la epidemia fue lo suficientemente grave
para que en 1588, cuando se supo en Pasto que otra había brotado en Popayán,
el Concejo se apresuró a tomar medidas de urgencia.
Las medidas eran comprensivas. Se debía notificar a todos los encomenderos
del peligro, ordenándoles de proteger con mucho cuidado a sus indios. “Los
dichos naturales son pobres y miserables y carecen de los remedios”, dijeron los
concejales, ellos mismos amos de indios; habría que alimentarles bien aligerar su
trabajo, y atenderles si enfermaran, pues a no ayudarles así, podrían morir la mitad
de ellos. Al mismo tiempo se suspendió el envío de trigo y maíz a Almaguer, por
ser mala la cosecha y necesitarla toda para el consumo local.28 Sin duda fue por
esta epidemia que se dejó de realizar un proyecto de colonización en la cordillera
Occidental, del cual hablan las Actas de 1587.
27
28
AGI., Justicia: leg. 584: Residencia de los tenientes de Belalcázar.
AMP, Libro del Cabildo: Acta del 28 de mayo de 1588.
107
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
La evasión tenía raíces más complejas que variaban en importancia según las
circunstancias, las oportunidades para establecerse en otra parte y el temperamento
de la gente. Un motivo poderoso era la invasión de las tierras de labranza y
rotación de cultivos, por los insaciables españoles, que tomaban las mejores y
más accesibles para sus estancias. Las cercanías de Pasto eran repartidas entre
los vecinos en lotes de una a quince cuadras “de pan sembrar”; más allá se
encontraban estancias de ganado menos y de ganado mayor, los cultivos de trigo
y cebada que ya cuando pasó Cieza eran muy extensos y aumentaban con el
comercio que se desarrolló con Almaguer y Quito. Los registros del grande y
descuidado Archivo de Protocolo de Pasto están llenos de escrituras que ilustran
la ocupación de las tierras por un número reducido de hacendados.
Después de la segunda tasación, se intensificaron los esfuerzos, promovidos sobre
todo por la Iglesia, de recoger a los indios en pueblos construidos alrededor
de iglesias de doctrina. Los métodos empleados a ese fin se ilustran en una
instrucción del obispo Pedro de la Peña, descrita por un autor como “un padre
para los indios”:
Han de tener cuidado de quemar las casas que los yndios tuvieren fuera
de sus peblos de suerte que en toda la doctrina no haya casa alguna
fuera de la población que cada pueblo ha de tener, y para cada casa que
queme, tenga el dicho alguacíl de provecho dos gallinas que le pagan de
pena los que habitaren en la dicha casa.29
Aceptado el hecho de la emigración de una proporción considerable de la
población indígena, queda la pregunta: ¿Para dónde se fueron? Las actas del
Cabildo y escritos de la época abundan en referencias: Los indios se retiraron,
los indios se alzaron para la montaña. los indios han huido, pero salvo en un
caso, que pertenece a la segunda parte de estos apuntes, hay una indicación de
la destinación de los huidos.
El otro interrogante demográfico es, obviamente, el del monto de la población al
momento del descubrimiento. Lamentablemente, no hemos encontrado el menor
indicio que permita conjeturar un guarismo al respecto.
Gentilicios y lenguas
El hecho de que la toponimia y antroponimia de las regiones quillacingas sean
hoy tan parecidas a las que en la misma zona se registran documentos del tiempo
de la Conquista, y la ausencia de cualquier noticia de un cambio masivo de la
29
Proaño MS: T. III: 208-209.
108
Kathleen Romoli
población, llevan a la conclusión de que el idioma kamsa o sibundoy que todavía
hablan unos dos mil indígenas de aquellas comarcas, sea la forma actual de la
lengua quillacinga antigua. Sobre la clasificación de este idioma, puede verse Ortiz
(1965: 61-63). Solo queremos decir una palabra acerca del nombre quillacinga.
Quillacinga es voz quechua. que generalmente se cree compuesta de las palabras
quilla, luna y singa, nariz. Garcilaso lo traduce “nariz de hierro”, y dice que fue
dado por los incas porque esos aborígenes usaban narigueras de metal. Hay varios
peros en esta explicación: los indios no conocían el hierro; demasiadas tribus
usaban· narigueras de oro, cobre o plata para que tal ornamento pudiera servir
para distinguir un determinado grupo. Además, quillacinga era primeramente un
topónimo. Su empleo por los españoles data del regreso a Quito del capitán Tapia
de su excursión al norte.
Las primeras referencias acerca de la provincia de Quillacinga o el río de
Quillacinga, dejan la duda de si la región esté en el Ecuador actual, o bien más allá
del Angas-mayo; la impresión que se recibe al leerlas es que al principio se trataba
de una comarca ecuatoriana y que luego Belalcázar y los suyos lo volvieron
plural, “las provincias de Quillacinga”, para insinuar que su acción en llevar la
conquista allende la frontera no era una verdadera extralimitación, ya que el
trans-Angas-mayo no era sino la continuación del trans-Mira. A medida que seguía
la penetración al norte, se ampliaba el significado acomodadizo de la palabra
quillacinga. Por todo lo que se sabe, esta podría haber sido un apodo despectivo
puesto por los yanaconas y gandules de Tapia: del kechua quilla, haragán, ocioso.
De la lengua pasto nada. o casi nada se sabe, fuera de los nombres de lugares
y personas. Al mencionarla, casi siempre los pobladores españoles agregaban
que era lengua muy difícil. pero criollos pastenses la hablaban y no es del todo
excluyente que en algún rincón muy retirado de la cordillera, haya alguna familia
que todavía la use. El vecino Hernando de Cepeda Caraveo, testigo en una
probanza de 1587, la llama “la lengua pastaza”.30 La probanza en cuestión es de
Diego Bermúdez. clérigo, y en ella queda claro que quillacinga, pasto y abad eran
tres idiomas distintos.
En cuanto al gentilicio pasto. nos inclinamos a pensar que viene de pas, gente, y
to, o tu, tierra (y no de pastu, perro bravo, que se lee como vocablo kechua en
la Zoonomía Andina de Alberto Vúletin). Sin embargo, puesto que autoridades
modernas han querido identificar el desconocido idioma con el que hoy se
denomina kwaiker, postergamos cualquier consideración en torno a ello hasta
la segunda parte del presente estudio, que versa sobre las tribus del sector
occidental de Nariño.
30
ADVG secular: T. 31: 56.
109
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
El problema lingüístico trae consigo el de los orígenes. Empero, los documentos
de los siglos XVI y XVII que hemos podido examinar, no dan ninguna luz sobre
este punto fundamental. Ni siquiera aclaran los nexos que se supone existieron
entre los pasto de los dos lados de la frontera. Cierto es que aquellos valientes de
Carchi que hicieron frente una y otra vez a los ejércitos del inga, desde su fortaleza
inexpugnable, no parecen tener mucha relación con los dóciles campesinos de
Nariño, armados de piedras en la mano.
La única indicación de alianza de un grupo norteño con uno de la otra banda
del Angas-mayo es la que hacia fines del siglo XVI unió, o acercaban a Mallama
y Tulcán (Monroy 1938), y esta era obra de los misioneros mercedarios.31 La
arqueología, que ya se empeña en resolver entre otros, los interrogantes que
presentan las tumbas profundas de los caciques prehistóricos con sus tesoros
enigmáticos, contestará, quizás. también a esas; para que se haga la etnohistoria
nariñense que está por escribir.
Al entregar estas páginas, quiero expresar mi gratitud a las amigas y colegas que
me han brindado tan generosamente ayuda y valiosos consejos, y en especial a Ana
María Groot de Mahecha, Marianne Cardale de Schrimpff, Leonor Herrera, Claudia
Rodríguez de Troya, María Victoria Uribe, Juan Mayr y a José Luis Mahecha, quien
transformó mis croquis en mapas.
K.R.
Anexo 1.
Encomiendas del distrito de Pasto
1
Rodrigo Perez
Alonuco 250, Patascoy 200, Quiñá 520,
Cibundoy 3.000
3.970
2
Hernando de Cepeda
Ypiales 1.400, Matabujo 60, mitad
Mataconchui 85, Chimaxoxoa 150,
Xamundino 100
1.795
3
Diego de Meneses
Ancuyá 500, Buyzaco 550, (A) Tabiles 550,
Zacanbuy 150
1.750
4
Juan de Argüello, menor
Mallama 1.000, Chapacual 200, Bezachaman
40
1.240
5
Mancio Perez
Carlusama 418, Males 530, Ciquitan 150,
Mocondinejo 35, Cachanga y Mançano 100
1.233
31
Proaño M.s.
110
Kathleen Romoli
6
Hernando Ahumada
Calcan y Çapuis 500, Zacanpus 380,
Yaquanquer 200
1.080
7
Alonso Osorio
Yascual 800, Botina xoxoa 76, Zacandonoy
90
966
8
Francisco de Chaves
Túquerres 950
950
9
Juan Sánchez de Xérez
Pupiales 700, Pejindino 232
932
10
Vicente Rodríguez
Chapal 130, Paqual 782
912
11
Pedro Alonso
Muellamaz 400, Mohonbuco 360, Xangoubi
130
890
12
Alonso del Valle
Putisnán 200, La Laguna 600
800
13
Hernán Núñez de Trejo
Cumbal 260, Pastás 150, Xa Xaxinagua
Imbuy 50, Xacanacatu 251
711
14
Juan Velásquez
Samaniego
Chaulde 509, Botina chanique 155
664
15
Toribio Nieto
Panga 180, Xancal 270, Consacá 80,
Mocondino 80
610
16
Juan Armero
Funes 600, el principal Pomoque de
Tuquerresme 1 (?)
601
17
Luis Pérez de Leyva
Guaytara 200, Juanambú 390
590
18
Luis de Cazañas
Catambuco 240, Yxauí 320
560
19
…Sto. Domingo
Iles 500
500
20
Lorenzo Hurtado
Gualmatan 350, Botana 69
419
21
Luis Hernández de
Villalobos
Aminda 50, Guaxazanga 33, Mocondoy y
Guascoy 220
303
22
Juan Machín, menor
Palacino 250
250
23
Hernando de Espada
Genoy 152, mitad Mataconchui 85
237
24
Juan Galíndez
Tuquerresme 184, Pandiaco 26
210
25
Diego Esquivel
Guachaocal 205
205
26
Theodosio Hurtado
Chapal 160
160
27
Hernando Alvarez Daza
Chapal 144
144
28
… García
Chapal 144
144
29
Hernando de Aranda
Jobonuco 82
82
30
Juan Rosero
Chachaubi 80
80
31
Diego Ximenes
Pachenduy 40
40
Total:
23.028
111
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Anexo 2.
Memorial de los indios tributarios q se hallaron en la provincia (borroso)… laicos o
tercio de Navidad pasada… año de 1590 (ACC, Col. Civil: Sig. 785).
(Número
tributarios)
(Pagados)
Ps.
Tom
Gr.
273
Encomienda de males de
Don Telmo Rosero
5
4
80
Encomienda del pueblo
de Puerres de
Francisco Garces
2
4
78
Pueblo de Canchala de
Juan rr[odrigu]es (70
“digo 78”
2
2
71
Tisqual de
Juana de Encinas
2
1
60
Chapal, de la encomda de
Leonor Orensse
1
5
Doctrina de Carlusama de frailes de Nra. Sa. De las M[erce]des
162
Carlusama de
Juan Rosero
195
Chungana y Yaputa del
Cap . Juan Crespo
6
82
Pastas de la encomda de
Don Miguel de Erasso
2
201
Cumbal de la encomda de Don Miguel de Erasso
6
20
Nastar de
n
5
Alonso Osorio
5
2
5
Doctrina de Mallama de Na. Sa. de la M[erce]d
251
Mallamaycolinba [Mallama
Agustin de Arguello
y Colimba] de
8
119
Guaschoacal [sic] de
Jeronimo Vasquez
3
161
Muellamas de
Jeronimo Vasquez
1.753
5
54
[sic]
Doctrina de Ypiales y frailes de Sto. D[omin]go
600
Ypiales y Potosi de
Don Sebastian de
Belalcazar
18
26
Yaramal de
Toribio Nieto
(Borroso)
Doctrina de Pupiales, frailes de Sto. D[oming]o
317
Pupiales de la encomda
que fue de
Juan S[anche]s de Xerez
112
10
7
Kathleen Romoli
170
Gualmatan del
Capn Diego de Benavides
5
2
80
Putisnan de
Alonso del Valle
2
5
156
Iles de
Hernando de Lara
4
1
6
Doctrina de Yascual de clérigos
450
Yasqual de
Alonso Osorio
14
0
6
131
Ancuya de
Diego de Meneses
4
0
9
14
4
3
Doctrina de Túquerres de frailes agustinos
465
Tuquerres de e Guatarilla
del
Luis de Chaves Guerrero
dho (565 digo 465)
230
Capuis de
Don Juan de Villafañe
7
1
6
77
Ymues de
Miguel Sanchez Guerrero
2
3
3
2.102
[sic por 2.702]
82
1
[sic]
Los yndios tributarios q ay en el valle de los quillacingas y… ciudad de Pasto
80
El pueblo de Buyzaco de
Diego de Meneses
2
4
0
56
Pijindino de
Baltasar Urresti
1
6
0
88
Catanbuco de
Dia Sanchez de Narvaez
2
6
0
43
Xamundino de
Urbano de Lara
1
2
0
53
Xongobito de
Alonso Zambrano
1
5
0
45
Mocondino de
Don Sebastian [sic]
1
3
0
16
En la estancia de
Don Sebastian
6
4
0
52
Obonuco del
Capn R[odrig]o Perez
1
5
0
22
El pueblo de Pachendoi
del
Cap Fernando de
Cepeda Chaves
0
5
0
16
El pueblo de
Don Miguel de Eraso
5
0
n
11
Mapitayo de
Don Miguel de Eraso
30
Botana de
Francisco Vasquez
38
El pueblo del Monte de
Hernando de Meneses
Doctrina de la yglesia mayor y monasterio desta ciudad
54
El pueblo de Santiago de
Pastos junta a la ciudad
1
113
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
De frailes franc[iscan]os
80
Anganoy de
Alonso Osorio
2
4
0
55
Pandiaco de
Gonzalo de Ovando
1
5
0
15
Pandiaco del
Cap Cepeda Caraveo
0
3
0
n
De frailes de Sto. D[oming]o
20
Jobonuco de
Fernando de Aranda
0
4
0
140
La Laguna de
Alonso del Valle
4
3
0
30
1
6[sic]
De frailes de La M[erce]d
38
Mocondino yndios Pastos
de
21
La doctrina de Juan
Armero de Pastos
573
[sic por 973]
Telmo Rosero
Partido de Juananbuquina y al partido ay los yndios tributarios
Doctrina de clerigos
127
Juanabu del
Capn Alvaro Gudino
3
7
0
82
Buizaco de
Diego de Meneses
2
4
0
45
Yxagui de
Dia Sanchez de Narvaez
1
3
0
53
Mohondi y Guajanzongo
de
Juan Armero
1
5
0
44
Çaconbuí del
Capn Gudino
1
2
0
23
Chachanbí del cap
cap Juan Crespo
7
0
n
Doctrina de Quina de clérigos
119
Quina del
Capn Rodrigo Perez
3
5
0
91
Xacanacatu de
Alonso de Santander
2
6
0
3
9
1
2
0
Toribio Nieto
1
7
0
15
Çacandonoi de
Alonso Osorio
41
Plaçino de
Luis Machin
Los ingenios doctrina de Sto. D[oming]o
60
Conçaca de
27
Çandona de
Don Sebastian
0
6
0
39
Mataconchui del
Capn Rodrigo Guerrero
1
1
0
114
Kathleen Romoli
43
Genoy del
Dho Rodrigo Guerrero
1
2
6
43
Matituy del
Dho
1
2
6
94
Mohonbuco de
Alonso Zambrano
2
7
6
70
El Peñol de la Encomda de
Diego de Benavides
2
1
6
28
El Río Caliente del
Cap Telmo Rosero
7
0
18
El Pueblo de la Sal del
Capn Cedepa
4
6
1.607
[sic por 1.602]
n
32
6
4
[sic]
La Provincia de los Abades ay los yndios tributarios siguientes:
Doctrina de cl[eri]gos
187
Paqual de
Juan Ruiz Lopez
5
6
0
54
Chunguldi de
G[onzal]o de Ovando
85
Çacanpus de
Don Juan de Villafañe
2
5
3
48
Taquiles del
Susodicho
1
4
0
72
Los pueblos de Panga y
Jancal de
Francisco Vasquez
2
2
0
27
Anynda del
Capn Cepeda
0
6
9
5
6
7
6
3
0
0
Juan Rodriguez Armero
6
6
0
Doctrina de Tangua de frailes franc[iscan]os
150
Tongua del
Capn Cepeda
30
Tasnaque de
Miguel Guerrero
120
Çiquitan de
Juan Rodriguez Armero
4
Doctrina de Funes de frailes franc[iscan]os
216
El pueblo de Funes de
Con Guapuscal
98
Yaquanquer de
Miguel Sanchez Guerrero
3
6
0
59
Chapacual de
Agustin de Arguello
1
6
7
57
4
Doctrina de Çibundoi de frailes dominicos
700
El valle de Çibundoy cpn
el pueblo de Santiago
Del Capn Rodrigo Perez
de Çuñiga
1.846
[Total: 8.336 tributarios]
0
[sic]
115
116
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Figura 1. Cuadro de relieve del Departamento de Nariño, cuyo territorio corresponde muy de cerca a el que en un
tiempo fue la jurisdicción de la ciudad de Pasto (De Nariño, publicación del Ministerio de Trabajo, Bogotá, 1959).
Kathleen Romoli
Figura 2. Áreas tribales del territorio, hoy Nariño, antiguamente sujeto a Pasto. Siglo
XVI.
117
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Figura 3. Distribución de los pueblos indígenas, 1535-1635 (Véanse cuadros 1 y 2)
118
Figura 3. Distribución de los pueblos indígenas, 1535-1635 (Véanse cuadros 1 y 2)
119
c
Kathleen Romoli
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Nombres y notas en el mapa de Francisco de Prado
(Barbacoas, abril de 1635)
1. Mapa de las prouincias de las Barbacoas g.on de pop.an fecho por don frco de
prado y çuniga tente y maese de campo dellas etc.
2. rio de naya
3. rio de san Juo / micay / tiene oro
4. costa del mar del Sur
5. rio de sajta (R. Saijá)
6. rio de tin /biqui /tiene oro
7. rio de tinbiqui
8. costa del mar del sur
9. rio de / guapi / tiene oro
10.
rio de /nambijo / el ysquande / tiene oro
11.
rio de la paz / tiene madera (R. Tapaje)
12.
ysla
13.
rio de san / quianga
14.
rio de patia
15.
rio de ysquande
16.
cordillera
17.
provincia de / sindagua rre / beldes / a su / ma / ges / tad / agora
conquistada por orden del gdor
18.
ysla de la Gorgona / ay perlas
19.
este patia / tiene madera / y oro
20.
rio de magui / tiene oro
21.
rio de telenbi / tiene oro y made / ra
22.
rio de cunbanbi / tiene oro (R. Sambiambi?)
23.
rio de santo / domingo / tiene oro (R. Cuembí)
24.
pueblo / De santa / maria de / el puerto (Barbacoas)
25.
picachos de mallama
26.
ulabi / rio / tiene oro
27.
guagalpi / rio tiene oro
120
Kathleen Romoli
28.
rio de pulayaco
29.
cordillerita
30.
rio de yacula / tiene oro
31.
cordillera
32.
terpi / rio / tiene oro
33.
guilmanbi / rio / tiene oro (Guelmambi)
34.
Costa del mar de el sur
35.
rio de telembi así
36.
cibdad de / santa barbara
37.
puerto de la / ysla de gallo
38.
parte loma / da para fabricas
39.
rio de mira
40.
rio de mira
41.
perlas / ysla de / la gorgonilla / por otro nombre Tumaco
42.
rio de mira
43.
este mira tie / ne madera
44.
rio de mal / de / tiene oro
45.
rio de mira
121
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
Lámina 2. Paisaje Nariñense
122
Lámina 3. Hoja de la descripción geográfica de 1541 en que se describe el río
Angasmayo (AGI, Patronato 27: Ramo I).
123
Las tribus de la antigua jurisdicción de Pasto en el siglo XVI
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1942 Reseña Histórica. Pasto.
128
Documentos del siglo XVIII referentes a la provincia
de los pastos: problemas de interpretación1
MARÍA VICTORIA URIBE
Noticias sobre la provincia de los pastos en el siglo XVI
A
pesar de ser un área poco favorecida por las visitas de virreyes, oidores y
cronistas en general, contamos con suficientes versiones de la vida local y
regional como para esbozar un panorama general del área. Citaré las fuentes
más generales, para revisar luego las que hablan de la provincia en particular.
Comenzaré con la crónica de Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las
Indias, (1540-1600), quien de una manera muy amplia habla de la organización
social de los indígenas americanos, específicamente del reino del Perú:
[…] primeramente, en el tiempo antiguo, en el Perú no había reino ni señor
a quien todos obedeciesen, mas eran behetrías y comunidades como lo es
hoy día el reino de Chile y han sido cuasi todos los que han conquistado
españoles en aquellas Indias Occidentales, excepto el reino de México.
para lo cual es de saber que se han hellado tres géneros de gobierno
y vida en los Indios, el primero y principal y mejor ha sido de reino y
monarquía, como fue el de los ingas y el de Montezuma, aunque estos eran
en mucha parte tiránicos. El 2o. es de behetrías o comunidades, donde se
gobiernan por consejo de muchos y son como consejos. Estos en tiempo
de guerra eligen un capitán a quien toda una nación o provincia obedece.
En tiempo de paz, cada pueblo o congregación se rige por sí y tiene
algunos principales a quienes respeta el vulgo y cuando mucho, juntanse
algunos de estos a negociar en lo que les parece de importancia, a ver lo
que les conviene. El 3er. genero de gobierno es localmente bárbaro y son
indios sin ley, ni rey, ni asiento, sino que andan en manadas como fieras
y salvajes. Cuanto yo he podido comprender, los primeros moradores de
estas indias fueron de este genero […]
1
Original tomado de: María Victoria Uribe. 1975. Documentos del siglo XVIII referentes
a la provincia de los pastos: problemas de interpretación. Revista Colombiana de
Antropología. 19: 39-63.
129
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Esta relación de Acosta por ser tan general y simplista no nos es de gran ayuda,
ya que el grupo que nos ocupa parece presentar problemas en el estudio de
su organización social: se trata de un enclave de gente que ocupa la parte más
septentrional del Imperio Incaico, que presenta rasgos bastante contradictorios
y que si tratáramos de clasificarlo en cualquiera de las tres categorías de Acosta
pecaríamos de unilateralidad.
De las Casas, quien creíamos, se había olvidado del área de la cultura Pasto, nos
dice: “Las tierras y los reinos que los nuestros entienden por el Perú, son todo
lo que se comprende desde la provincia de Quito donde fundaron una villa que
dijeron San Francisco y que parte límites y términos con la provincia que dijimos
de Pasto, hasta la villa de La Plata con los suyos [...]”.
Al llegar a la provincia de Pasto, que es la más próxima al Perú, la describe así:
A las gentes de allí siguen otras que son muchas, llamadas pastos; ni
comen carne humana, ni ofrecen sacrificios de hombres, ni por memoria
se siente cosa que huela al pecado nefando. Y porque de estas provincias
no tenemos mucha noticia más de la dicha, que es cuasi general y es
bien ahorrar tiempo [...] (Madrid 1909).
Otro cronista que nos dice algo de los pasto, sin diferenciarlos de los quillacinga,
es Antonio de Herrera en su Descripción de las Indias Occidentales del mar
Océano (Madrid 1730):
La ciudad de San Juan de Pasto, dicha así porque es tierra de muchos
pastos, esta cincuenta leguas de Popayán, como al sudeste y otras
tantas de el Quito, como al nordeste y en un grado de la equinoccial,
diócesis de Quito, en buena tierra, de buen temple y abundosa de maíz
y otros mantenimientos, con minas de oro, en su comarca 240 indios
de encomienda, que no son caribes, sino de malas cataduras, sucios
y simples: no tuvieron ídolos en su gentilidad; creían que después de
muertos habían de ir a vivir a partes más alegres.
El cronista por excelencia para la provincia de los Pastos, es Pedro Cieza de León,
quien publicó su obra, La crónica del Perú, a los alrededores de 1550; él hace un
análisis más detallado de estos indios y comienza por mencionar los principales
pueblos de los pasto: “Ascual, Mallama, Tucurres, Zapuys, Iles, Gualtmatan, Funes,
Chapal, Males, Ipiales, Pupiales, Turca y Cumba. Todos estos pueblos y caciques
tenían y tienen por nombre pastos”. Los documentos del siglo XVIII confirman
esto que Cieza menciona, que los caciques toman el nombre de sus pueblos;
continúa Cieza:
130
María Victoria Uribe
Las costumbres destos indios quillacingas ni pastos, no conforman unos
con otros, porque los pasto no comen carne humana cuando pelean con
los españoles o con ellos mismos. Las armas que tienen son piedras en las
manos y palos a manera de callados y algunos tienen lanzas mal hechas
y pocas; es gente de poco ánimo. Los indios de lustre y principales se
tratan algo bien; la demás gente es de ruines cataduras y peores gestos,
así ellos como sus mujeres, y muy sucios todos; gente simple y de poca
malicia. Así ellos como todos los demás que se han pasado son tan poco
asquerosos, que cuando se espulgan se comen los piojos como si fuesen
piñones, y los vasos en que comen y ollas donde guisan sus manjares no
están mucho tiempo en los lavar y limpiar. No tienen creencias ni se les
han visto ídolos, salvo que ellos creen que después de muertos han de
tornar a vivir en otras partes alegres y muy deleitosas para ellos.
Cieza habla aquí de cierta diferencia social entre los pasto al mencionar a los indios
de lustre y principales y a la “demás gente” situación que encontraremos más adelante
en los documentos del siglo XVIII, en donde se destaca, en las numeraciones de
indios, al cacique y su familia del resto de los integrantes de la comunidad.
Cieza de León es el primero en destacar las diferencias que existían entre las
costumbres de los pasto y las de los quillacinga. Más adelante, en 1595, (según
transcripción de F. Gonzales Suares), el obispo Solís convocó en Quito al sínodo
en que se ordena que la lengua quechua se hable en toda la diócesis y que el
mercedario fray Alonso de Jerez forme un vocabulario de la lengua de los pasto
y los presbíteros Andrés Moreno de Zúñiga y Diego Bermúdez, otro de la de los
quillacinga, dando a entender que hablaban diferentes lenguas. El cosmógrafo y
cronista mayor de Indias, Juan López de Velazco (1574), dice de la provincia:
Los indios de su jurisdicción se reparten en cuatro provincias; una de
ellas se llama de los pastos, tierra fría y de gente mal vestida y miserable,
en que hay abundancia de algodón y algunas ovejas del Perú, muchos
venados y perdices, mucho maíz y papas y coca en algunas partes, sin
minas de oro que hasta ahora se hayan descubierto; las moradas de los
indios son bohíos de paja.
En 1586, publica Miguel Cabello Balboa su Miscelánea Antártica, muy generosa
en datos sobre la Costa Pacífica de Colombia, desde el puerto de Buenaventura
hacia el sur, pero escueta en lo que se refiere a la provincia de los pastos, a pesar
de haber sido cura de Funes, pueblo de pastos. Hablando de las incursiones de
los incas en la parte de la provincia que corresponde a la actual provincia del
Carchi en el Ecuador, dice:
131
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Por sus jornadas llegaron estas gentes del inga a los confines y términos de
una tierra asperísima fría montuosa y de pocas y mal puestas poblaciones,
y al cabo de algunos trabajos que se les ofrecieron comenzaron a hallar
pueblos con sola la gente inútil y sin provecho, así como viejos, viejas,
niños y muchachos de poca edad y algunos indiezuelos débiles y
de poca cuenta, y de estos tuvieron rastro que algunas jornadas más
adelante estaba la población principal y de quien se debía o podía hacer
caso y tomando las guías y lenguas necesarias, caminaron hasta dar con
el asiento y pueblo del señor de aquella provincia donde vieron sus
humildes casas cercadas de gran población [...]
Nuevamente aparecen los pasto como gente pobre, de poco interés y de cultura
rudimentaria.
Fray Jerónimo de Escobar en su Descripción de la Provincia de Popayán, (en la
versión corregida por Juan Friede), escrita a finales del siglo XVI, hace un recuento
muy detallado de los pueblos de la provincia de Popayán, del cual extraigo lo
referente a los pasto:
[…] y como son bárbaros cuanto se les ha enseñado en diez años se
pierde en diez días; de más que estos días vacan en mil vicios que son
unos taquies que ellos llaman, que son unos bailes generales a donde
hacen juntar todo el pueblo a que baile en la plaza con grandes tinajas
con cerveza que es el vino con que ellos se emborrachan y es ordinario
entre ellos, en ausencia de los sacerdotes evangélicos, ocuparse en esto y
dura cada baile dos días y tres sin dormir y en este tiempo adoran ídolos
y hacen otras muchas ofrendas al demonio, estando borrachos se matan
unos a otros y hacen otras torpezas indignas de decir a V. Alteza, porque
el padre ni guarda honestidad con la hija, ni el hermano con la hermana
y así hacen incestos espantosos [...]
Primera mención de incesto entre los pasto y de adoración de ídolos, relato que
contradice la versión de Cieza.
En 1592, Francisco de Anuncibay rinde un informe a la corona sobre la población
indígena de la provincia de Popayán; aunque tiende a hacer generalizaciones
sobre las costumbres de los indígenas de toda la provincia, y exagera con fines
políticos, su versión no deja de ser interesante:
Esta tierra fue habitada de poca gente que tenía en si muchas lenguas,
no tenían Rey ni Ley ni superstición alguna, y vivían cada uno en su casa
[...] y que para cazar y para se defender se juntaban, y para sus bailes y
borracheras y casamientos [...] el que más comida tenia o más valiente se
132
María Victoria Uribe
mostraba era electo por aquella vez por cabeza y capitán y duraba según
lo hacía y le sucedía. Vivían por behetría, porque cada río los apartaba
en lengua, en costumbres, en traje y condiciones y bandos [...] sus armas
eran lanzas, largas macanas como espadas, algunos arcos y más dardos
tostadas las puntas. Entre si fueron y son belicosos. [...] Tuvieron mucho
oro [...] pero no para comprar ni vender porque nunca conocieron precio
y ni contratos de emptios (compra), ni vendieron quedándose en puros
términos de permuta. Son indios robustos, carnudos, morenos de ojos
negros, holgazanes, bebedores y grandes cazadores.
Más adelante dice: “Es la tierra fértil de maíz que se siembra en los montes en
rozas de fuego. No tuvieron plata, ni cobre ni hierro; hay ciervos y damas y zorras
y conejos, perdices y paujies”.
Estas son las noticias que sobre los pasto tenemos, escritas en el siglo XVI. Se trata,
pues, a grandes rasgos, de behetrías, para lo cual es conveniente recordar qué
entendían los cronistas españoles por este término: se designaba en España con
el nombre de behetrías a los burgos libres cuyos habitantes tenían el privilegio de
elegir su señor, sea entre los miembros de una familia determinada (behetría de
linaje), sea a su antojo (behetría de mar a mar); esta palabra significa pues, que
los indios no obedecían sino a jefes elegidos por sí mismos (Baudin 1972). No se
mencionan en estos documentos tempranos datos referentes a tenencia de tierra,
ni a territorialidad; Fray Jerónimo de Escobar hace alusión a la endogamia, rasgo
que contradicen los documentos del siglo XVIII, los cuales hablan muy claramente
de exogamia; todas las demás versiones parecen estar de acuerdo al afirmar que
los pasto eran cultivadores de tubérculos andinos, de maíz y buenos cazadores.
Conquista y colonización del departamento de Nariño por los incas
y los españoles: el problema de los yanaconas
Se habla mucho de la conquista incaica del territorio nariñense y con el fin de
ilustrar un poco este punto, citaré las versiones más conocidas, como es la de
Cieza de León, quien al respecto afirma: “En estas regiones de los pastos hay
otro río algo grande que se llama Angasmayo, que es hasta donde llegó el rey
Huaina Capac, hijo del gran capitán Topainga Yupangue, rey del Cuzco”. El inca
Garcilazo, fija los límites extremos de las conquistas de sus antepasados en el río
Maule en Chile y en el río Angasmayo, en el suroeste de Colombia (Ortiz 1960).
Acosta nos dice: “su principio y origen (de los incas) fue del valle del Cuzco y
poco a poco fueron conquistando la tierra que llamamos Pirú, pasando Quitu
hasta el río Pasto, hacia el norte […]”.
133
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Jaime Arroyo, en su Historia de la Gobernación de Popayán (1955), habla de
la conquista incaica en los siguientes términos: “[…] a poca distancia al sur del
Carchi, se halla Tulcán, último pueblo sometido por esta parte al dominio de los
incas y en el cual opusieron los naturales alguna resistencia a Tapia, que fue luego
vencida”. Citando a Sergio Elías Ortiz,
[…] por lo que se sabe históricamente, de acuerdo con las relaciones
de Garcilazo de la Vega, Montesinos, Francisco de Toledo, Sarmiento de
Gamboa, Cabello de Balboa, Cieza de León y el padre Juan de Velazco,
la conquista incaica hacia el norte de Quito fue muy tardía, principiada
apenas a finales del siglo XV.
Todos los autores coinciden en designar al río Angasmayo (actual Guáitara) como
frontera septentrional del Imperio, y solo algunos hablan de intrusiones más allá
del mencionado río, como es el caso de Cabello Balboa; Cieza afirma enfáticamente
sobre la mencionada conquista inca: “[…] pues tenían por conquista sin provecho
la que hacían en la región de los pastos”.
Acerca de la presencia de rasgos incaicos y de quechuismos en territorio nariñense,
es prudente recordar que esta área del sur de Colombia fue conquistada y
colonizada por españoles que venían de Quito, entre ellos Tapia, Añasco, Ampudia
y Belalcázar, quienes se valieron de indios yanaconas traídos del sur para facilitar
la colonización, los cuales eran utilizados como cargueros; estos indios se fueron
estableciendo en las regiones conquistadas y no es extraño encontrar poblados
de yanaconas en los pueblos de Túquerres, Cumbal. Ipiales y Pupiales (según
documentos del Archivo Central del Cauca; ver Bibliografía), y en general a lo
largo del camino Quito-Popayán. Es muy probable que sean estos yanaconas los
que introducen una serie de rasgos de tipo incaico entre los pasto, aunque es
evidente que ellos no representan el único contacto del área con los grupos de
cultura avanzada de influencia incaica.
Documentos tardíos: numeración de indios llevada a cabo en 1735
a. Los materiales empleados en la presente investigación, exceptuando
fuentes de segunda y tercera mano son:
Documento 296
(Col. Civil I-7g, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 381
(Col. Civil I-17t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 384
(Col. Civil I-17t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 540
(Col. Civil I-17t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 785
(Col. Civil I-17t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 1193
(Col. Civil I-17t, Tomo 2o.)
Archivo Central del Cauca
134
María Victoria Uribe
Documento 1326
(Col. Civil I-17t, Tomo 2o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 1396
(Col. Civil I-17t)
Archivo Central del Cauca
Documento 1399
(Col. Civil I-17t, Tomo 2o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3033
(Col. Civil I-17t, Tomo 2o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3034
(Col. Civil I-17t, Tomo 5o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3074
(Col. Civil I-17t, Tomo 5o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3171
(Col. Civil II-7t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3213
(Col. Civil II-7t, Tomo 1o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3289
(Col. Civil II-7t, Tomo 2o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3655
(Col. Civil II-7t, Tomo 4o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 3660
(Col. Civil II-7t, Tomo 4o.)
Archivo Central del Cauca
Documento 5793
(Col. Civil II-19t)
Archivo Central del Cauca
b. La base de la presente investigación es un documento, que aparece con la
numeración 3660 en la columna que antecede, fechado en Ipiales en 1735, el
cual, después de una serie de formalismos introductorios dice así:
[…] de todos los pueblos pertenecientes a esta jurisdicción, así de los
pertenecientes a la corona real como de los anaconas [...] (ilegible)...
Francisco Quistial y Agustin Yaguapaz, gobernadores actuales que por
haberse muerto el cacique y no haber dejado sucesor se pone por
caciqueza a Tomaza Actás Chapueram, como hija legítima de Florencio
Martínez y Francisca Actás Chapueram, caciques principales que fueron
deste dicho pueblo, nieta de Francisco Chapueram y Maria Actás, bisnieta
de Lázaro Chapueram, todos caciques que fueron deste dicho pueblo y
por haberse muerto el sucesor que lo fue Jose Patricio Garcia Carlosama
Chapueram, quien estuvo reinando por tal cacique y no dejo sucesor,
no se ha hallado otro de mejor derecho que la dicha Tomasa Actás por
ser como hija legítima de los otros Florencio y Francisca y la mayor
de Manuela y Jacinta Actás, las cuales están casadas Manuela con un
mestizo y Jacinta con Simón Mueses, cacique y cacica de los Anaconas
por lo cual los naturales gobernadores y principales han aclamado por
tal su cacica a la dicha Tomasa Actás [...]
Después de lo cual se da comienzo a la numeración de indios, que por razones
de espacio no es posible incluir aquí. El documento termina con el recuento de
todos los miembros de la comunidad, los cuales están distribuidos en 10 aillos o
parcialidades, cada parcialidad con su principal mayor y dos gobernadores y un
total de 1078 indígenas.
135
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
El cuadro que sigue a continuación está formado por la representación gráfica
de todos los integrantes de la parcialidad o aillo de Ipiales, de la jurisdicción de
Ipiales, sujeto a la caciqueza Tomasa Actás Chapueram.
Explicación del cuadro: Las familias aparecen numeradas del 1 al 34 y los
apellidos de sus miembros han sido numerados a medida que van apareciendo,
del 1 a 33. Los matrimonios que en el documento aparecen especificados como
contraídos por miembros del mismo pueblo, van unidos en el cuadro con una
línea doble. Para distinguir a las personas procedentes de otras comunidades se
utilizaron rayas circundantes a manera de soles. La procedencia más común de
estas personas son los pueblos de Mallama, Cumbal, Pupiales, Guaitarilla, Males,
Iles, Muellamués, Carlosama, Gualmatán y Pastás, pueblos todos pertenecientes a
la provincia de los pastos.
Analizando el cuadro, la característica que primero salta a la vista es el hecho
de que los hijos reciben el apellido de su padre mientras las hijas reciben el
de la madre, con pequeñas excepciones que pueden atribuirse a errores de la
numeración.
Las uniones inestables están indicadas en el cuadro con una línea vertical oblicua
doble, y los hijos de estas uniones figuran en la numeración como hijos naturales.
Cacicazgo
En el año de la numeración (1735) la caciqueza Tomasa Actás Chapueram tenía
entre 58 y 60 años, “por ser mayor que su hermana María”, quien para esa fecha
contaba con 56 años, es decir, había nacido en 1675, cuando su padre tendría
quizá 20 años, el cual a su vez habría nacido a los alrededores de 1655, época en
que su padre podría contar con 20 años, lo que significa entonces que el abuelo
de Tomasa Actás habría nacido hacia 1635, cuando a su vez el padre (bisabuelo
de Tomasa) tendría 20 años, lo cual significa que don Lázaro Chapueram habría
nacido a principios del siglo XVII. Para esta época, Ipiales ya era una encomienda
española y doctrina de los frailes de Sto. Domingo y es posible que ya los clérigos
hubieran “legalizado” algunos matrimonios indígenas y establecido ciertos cargos
entre ellos. No sabernos si la genealogía de Tomasa Actás sea fiel a las leyes de
herencia y parentesco indígenas o más bien esté reflejando instituciones coloniales
hispánicas, el caso es que la susodicha, hereda el derecho al cacicazgo por “defecto
de varon”, al igual que su madre, y por ser nieta y bisnieta de caciques muertos. Su
hermana María está casada con el cacique del pueblo de Carlosama y su hermana
menor está casada con el cacique de los Anaconas de Ipiales; tenemos aquí un
caso muy común entre los pasto, una alianza entre tres pueblos o parcialidades.
¿Con qué fin? El documento no menciona nada referente a tenencia de tierras ni
136
María Victoria Uribe
a propiedad territorial, aunque es muy posible que estas alianzas tengan relación
con estos dos aspectos.
Analicemos la familia de la caciqueza: Las cuatro hermanas Actás Chapueram
están casadas con indios que no pertenecen a la comunidad y los hijos de estas
no figuran en la numeración; el documento se limita a aclarar con respecto a los
hijos de la caciqueza, “casada con indio, del pueblo de Muellamues, donde tocan
los hijos”.
Figuras 1 - Familias integrantes del Ayllú de Ipiales - 1736
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Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
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Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Residencia
En todos los casos (90 matrimonios), con excepción de uno, las hijas de los
matrimonios de la comunidad se casan con individuos que no pertenecen a la
comunidad; se trata evidentemente de un tipo de residencia patrilocal. Los hijos
de las cuatro hermanas no aparecen en la numeración; únicamente el hijo de
la menor, Jacinta, aparece en la numeración correspondiente a los Anaconas de
Ipiales (Documento No. 296, con fecha 1722); en ninguno de los matrimonios
de mujeres de la comunidad, casadas con hombres de fuera, figuran hijos y esto
sucede así porque a los hijos les corresponde figurar en la numeración del pueblo
de donde es el padre. Este caso lo comprobé comparando varios documentos.
Con los hombres parece no haber reglas fijas. Las mujeres solteras y las madres
con hijos naturales, nacidos de relaciones no estables, permanecen con los padres,
al igual que los hijos varones.
Respecto a las posibilidades de matrimonio entre los diferentes “apellidos”, es
difícil afirmar algo ya que para la época de la numeración las comunidades se
encuentran muy mezcladas entre sí.
Matrimonio dentro y fuera de la comunidad
Aparecen señalados en el cuadro con línea doble aquellos matrimonios celebrados
entre miembros de la comunidad porque el documento así lo especifica, y con
línea sencilla aquellos que el documento no especifica, pero que se asumen como
tal, ya que ninguno de los contrayentes proviene de fuera. Hay 67 matrimonios de
los 90 que son en total, efectuados entre personas que pertenecen a la comunidad
y únicamente 23 matrimonios efectuados entre personas de la comunidad con
gente de fuera: la mayor parte de estos son los de las hijas: se trata, pues, de un
sistema exógamo que cede sus mujeres, y en el caso de que no haya quien las
tome, estas permanecen en la comunidad al lado de los padres.
Estructura política del Ayllu de 1735
En el documento estudiado, la jurisdicción de Ipiales, “desde el Guaitara hasta
el río de Tulcán”, está compuesta Por 1078 indígenas, distribuidos en ayllus o
parcialidades, como sigue:
Ayllu y parcialidad de Ipiales: caciqua y principal mayor Tomasa Actás
Chapuerám.
144
María Victoria Uribe
Ayllu y parcialidad de Chalamag: Princ. Mayor Agustín Chalamag.
Ayllu y parcialidad de ldnacam: Princ. Mayor Antonio Yandum.
Ayllu y parcialidad de Inchuchala: Princ. Mayor Fco. Quamag.
Ayllu y parcialidad de Tatag: Princ. Mayor Pedro Cuaiquier.
Ayllu y parcialidad de Quelua: Princ. Mayor José Chalacán.
Ayllu y parcialidad de lgués: Princ. Mayor Manuel lgués.
Ayllu y parcialidad de Nayalab: Princ. Mayor Fco. Nayalab
Ayllu y parcialidad de San Juan: Princ. Mayor Lazaro Hezamag.
Ayllu y parcialidad de Tulanquela: Princ. Mayor Fco. Tulanquela.
Sabemos que las numeraciones de indios se hacían con el objeto de separar e
identificar a los indios útiles tributarios. Lo que es difícil precisar es si las autoridades
de estas parcialidades eran impuestas por los españoles o las ·escogían los
indígenas. Sea como fuere, la autoridad máxima la representa el cacique al cual se
hayan subordinados todos los principales mayores de las diferentes parcialidades.
Con respecto al cargo de gobernador, el estudio de los diferentes documentos
referentes al altiplano de Ipiales parece indicar que este era un cargo de confianza
de los españoles con el fin de tener un mayor control sobre los tributos de los
indígenas y los servicios de mita. En la mayoría de los casos, aunque no en
todos, los gobernadores de las parcialidades, ya sean estos mestizos, españoles,
yanaconas o indígenas pastos, se ven removidos de sus puestos con mucha
facilidad. Con el objeto de resaltar la condición privilegiada de un gobernador de
indios, en contraste con la de un cacique, transcribo textualmente partes de un
documento de 1671 (No. 540), en el cual constan los bienes que se le embargaron
a Francisco Equés, gobernador del pueblo de Ipiales por deudas a la corona real:
1. Una estancia llamada Tuzantala o Yapueta, con dos casas cuadradas.
2. Mas tiena la dicha estancia sembrada por encima de las casas de cebada.
3. Mas doce yuntas de bueyes de arada que se conocen ser del dicho Francisco
Equés por declaración de un indio llamado Juan Taques.
4. Cincuenta puercos de vientre y treinta lechones, todo lo referido de dichas
puercas se conoce ser suyas por declaración del Cochicama.
5. Mas diez ovejas.
145
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
6. Mas treinta cabras chicas y grandes.
7. Mas cincuenta fanegas de cebada...
Mientras que en el testamento del Cacique Cristóbal Cuatin del pueblo de Tuza,
hecho en 1593, constan ser sus bienes:
1. Un peso de pesar oro con sus pesas, en su caja de hoja de lata.
2. Una cadenilla de alquimea.
3. Dos pares de limbiquiros de uso del Cuzco.
4. Dos caracoles.
5. Dos mantas pintadas llamadas Quimnto Pacha y dos mantas de algodón y una
camiseta de paño azul, ya raída y una camiseta pintada.
6. Una cazuelita de peltre y una cuchara de plata...
Algo más sobre los cacicazgos
A continuación aparecen representados de manera esquemática, los cuatro
cacicazgos de las cuatro aldeas estudiadas más detenidamente, a saber: Ipiales,
Pupiales, Gualmatán y Putis. Las flechas indican el sentido en que se hereda el
cacicazgo.
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Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
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Evolución de la encomienda en el altiplano de Ipiales
Planteado a grandes rasgos, el poblamiento de esta provincia de los pastos se
llevó a cabo de la siguiente forma:
Donde había un caserío indígena o un núcleo de población indígena dispersa
pero considerable, los españoles establecen la encomienda; no hay residencia
permanente de españoles en la localidad; estos se hacen presentes (los
encomenderos) cuando hay que hacer las cuentas de los tercios de Navidad y San
Juan y cuando así lo exigen los asuntos tributarios:
Se funda el poblado español, con residencia permanente de españoles.
Aparecen el mestizaje, la Mita, los obrajes, las haciendas:
Alrededor de los poblados, se establecen –no geográficamente, pues estas ya
existían, sino como tributarias–, las diferentes parcialidades indígenas o “ayllus”
(de los documentos del siglo XVIII), conocidas también como repartimientos de
indios, teniendo entonces:
Las tenencias o jurisdicciones, –de Ipiales, por ejemplo– con sus diferentes
parcialidades y pequeños caseríos de indígenas o núcleos de población dispersa.
Finalmente estas parcialidades se convierten en resguardos y las jurisdicciones en
municipios, teniendo por cabecera, el pueblo más importante.
Evolución cronológica en la población de los pueblos de Ipiales,
Pupiales, Gualmatán y Putis de la provincia de los pastos:
Sobre la fundación de Ipiales: Dice Sergio Elías Ortiz (1928) que:
Aunque con bastante razón se tiene por fundadores de la ciudad
de Ipiales a los dominicos Andrés de Zúñiga y Diego de Benavides,
quienes hacia 1585 se dice que trasladaron del sitio de Puenes al lugar
que hoy ocupa a la mencionada, una información presentada por Juan
Caro, administrador del repartimiento de indios de Ipiales al cabildo
de la ciudad de Pasto, parece desmentir la primera versión, pues dicho
empleado dice que deja “levantadas doce casas que forman el pueblo
de Ipiales y en ellas 23 moradores a quienes distribuyó tierras de pan
sembrar por mandato de la Audiencia de Quito y una ermita” (1616).
149
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Con datos de diferentes documentos se elaboró el cuadro que sigue a continuación,
en el cual aparecen en orden cronológico los encomenderos, gobernadores y
número de indios del pueblo de Ipiales.
Ipiales
Fecha
Encomienda
1581
1585
Fundación (?)
1590
Sebastián de Belalcázar
1615
1616
600
Bartolomé Sánchez, Gob.
530
Francisco Equés, Gob.
256 iut
Francisco Taques, Gob.
252 iut
Agustín Fernández
Rico de Belalcázar
1671
Francisco Taques, Gob.
1671
Francisco Chapueram, Gob.
Francisco Igues, Cac.
1676
Indios
Fundación (?)
1669
1670
Gobernador o cacique
Pedro Henao, Gob.
237 iut
María Molina
1677
Jerónimo Taques, Cac.
1721
Marquesas de Monreal
Francisco Enpuques, Gob.
1721
Marquesas de Monreal
Miguel Chamorro
Marquesas de Monreal
Montañez, Gob.
Marquesas de Monreal
Montañez, Gob.
208 iut
202 iut
Montañez, Gob.
1722
1726
Francisco Quistial, Gob.
98 iut
1727
Tomas Vallejos, Gob.
250 iut
1735
Francisco Quistial, Gob.
Agustín Yaguapaz, Gob.
1708
1751-52
Sobre la fundación de Pupiales: La fecha probable de fundación de Pupiales es 1575,
pero hasta el momento no consta en ningún documento. En los años sucesivos a
su posible fundación fueron enviados a Pupiales por orden de la Real Audiencia
de Quito los padres franciscanos para adoctrinamiento (1521); posteriormente
esta misión la toman los dominicos (1581. Con los datos disponibles formamos el
siguiente cuadro:
150
María Victoria Uribe
Pupiales
Fecha
Encomienda
Gobernador o cacique
Indios
1575
Fundación (?)
1581
Juan Sánchez de Jerez
1590
Julio Sánchez de Jerez
1721
Cap. Miguel Zambrano de
Benavides
Agustín Carlosama, Gob.
54 iut
1721
Cap. Miguel Zambrano de
Benavides
Sebastián Farinango, Gob.
62 iut
1722
Fernando Tacuzón, Cac.
317
Sebastián Farinango, Gob.
1726
Cap. Miguel Zambrano de
Benavides
Julián Vallejos, Gob.
60 iut
1727
Cap. Miguel Zambrano de
Benavides
Juan Antonio Fen…?, Gob.
47 iut
1732
1732
363
Francisco Fernández
Taques, Cac.
1735
Francisco Fernández
Taques, Cac.
Juan Asain, Gob.
Acerca de la fundación de Gualmatán: Fray Cayetano de Carrocera (citado por
Ortiz 1949), se expresa así hablando de los orígenes de Gualmatán:
Con la tribu de los cuatis que habitaban en las riberas del río del
mismo nombre, formaron los franciscanos el pueblo de San Francisco
de Gualmatán, encomienda que se conservó siempre dependiente
de la fundación principal, estando bajo el gobierno primero, de los
franciscanos, luego de los dominicos y finalmente del clero secular.
A continuación aparece el cuadro cronológico de la encomienda de Gualmatán:
151
Documentos del siglo X VIII referentes a la provincia de los pastos: problemas de interpretación
Gualmatán
Fecha
Encomienda
?
Pedro de Ahumada
1574
Diego del Campo Salazar
1580
Diego de Benavides
1591
Monjas Conceptas de Pasto
1616
Monjas Conceptas de Pasto
1721
Monjas Conceptas de Pasto
Gobernador o cacique
Indios
Juan Gualmatán, Gob.
24 iut
24 iut
1721
Monjas Conceptas de Pasto
Francisco Gualmatán, Gob.
1722
Monjas Conceptas de Pasto
Sebastián Gualmatán, Cac.
1722
Monjas Conceptas de Pasto
1726
Monjas Conceptas de Pasto
Blas Yaesman, Gob.
25 iut
1727
Monjas Conceptas de Pasto
Blas Yaesman, Gob.
25 iut
Juan Gualmatán, Gob.
104 iutal
Sobre la fundación del pueblo de Putis no tenemos datos; citaré únicamente lo
pertinente a la encomienda:
Putis
Fecha
Encomienda
1590
Alonso del Valle
1609
Muere el Encom.
1611
Vaca
1614
Gobernador o cacique
Indios
80
Pedro de Agreda, Gob.
1662
Adriano de España
?
Antonio de España
1721
Fernando de España
Juan Pueses
24 iut
1722
Fernando de España
Juan Putisnam, Cac.
76 total
1726
Fernando de España
Isidro Putis, Gob.
15 iut
1729
Fernando de España
Isidro Putis, Gob.
17 iut
152
María Victoria Uribe
Conclusiones
A través del estudio de los diferentes documentos del Archivo Central del Cauca
en Popayán, –la mayoría de los cuales están inéditos–, y de los sistemas de
parentesco, resulta evidente que los “ayllu” de los pasto, son clanes exógamos no
localizados, con un tipo de descendencia paralela y residencia patrilocal. Estos
clanes (ayllus) están compuestos por agrupaciones de familias extensas, o Sibs
(?), donde las mujeres heredan el apellido materno y los hombres el paterno
(descendencia paralela). Las mujeres con hijos naturales nacidos de uniones
inestables, permanecen en la comunidad y los hijos de estas, hombres y mujeres,
reciben el apellido materno.
En las etapas finales de evolución del ayllu incaico, el hombre escoge mujer y
tiene un periodo de prueba antes de que se efectúe la compra; se dan casos en
que por una u otra razón, la mujer no es aceptada por su futuro marido, y tiene
que regresar a su ayllu, muchas veces acompañada de un hijo. La presencia de
mujeres solteras con hijos en los ayllu de los pasto pudiera obedecer a causas
similares de repudio. Entre los pasto el cacicazgo se hereda de padres a hijos
varones mayores, pero en caso de no haberlos, pasa a la hija mayor; si esta
muere, el derecho al cacicazgo le corresponde a un pariente cruzado; las mujeres
únicamente tienen derecho a él por “defecto de varón”.
Se trataba de un sistema social desconocido y sería interesante en un futuro
hacer un estudio comparativo con los ayllus incaicos; por el momento, todo
parece indicar en este caso que los españoles del siglo XVIII utilizaron el término
ayllu para designar comunidades que tenían semejanzas con las ayllus incaicos,
tratándose en realidad de un tipo de organización social poco común. ¿Por qué
los cronistas del siglo XVI no mencionan este tipo de organización social entre los
pasto?, únicamente aparece en documentos tardíos.
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155
Economía, poder y región
Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales
en las provincias del Cauca 1810-18301
GERMÁN COLMENARES
Contrastes regionales
D
urante el siglo XVIII la gobernación de Popayán integraba
administrativamente varias subregiones que poseían rasgos perfectamente
diferenciados. En el centro, la meseta de Popayán prolongada hacia el
norte por el amplio valle del Cauca. En el sur, separada de las anteriores por la
depresión del Patía, la alta meseta de Pasto. En el occidente, sobre las costas del
Pacífico, dependencias mineras de las ciudades del interior. Sin comunicación
una con otra, estas dependencias estaban ubicadas transversalmente a los centros
agrícolas que las abastecían. Se trataba de un territorio de frontera, de difícil
acceso y cuyo único interés residía en las explotaciones auríferas: Barbacoas en
el sur, ligada a Pasto; el Raposo, con su puerto de Buenaventura, sujeta a Cali y,
todavía más al norte, la provincia de Nóvita, poblada con cuadrillas de esclavos
de propietarios payaneses.
Un cálculo grosso modo estima que a finales del período colonial estos distritos
mineros, junto con el área de Caloto (más próxima a Popayán) y otros reales de
minas dispersos en la provincia, producían más de la mitad del oro que se sacaba
de la Nueva Granada (Restrepo 1952).
Uno de los rasgos distintivos de las regiones, suficiente para introducir
modificaciones fundamentales en los patrones de la tenencia de la tierra, en sus
formas de explotación y en las relaciones sociales consiguientes, era la presencia
1
Original tomado de: Germán Colmenares. 1986. “Patrones de poblamiento y conflictos
sociales en las provincias del Cauca. 1810-1830. En: Germán Colmenares, Zamira Díaz de
Zuluaga, José Escorcia y Francisco Zuluaga (eds.), La Independencia: ensayos de historia
social, pp 139-177. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.
Las investigaciones de este trabajo fueron financiadas por COLCIENCIAS y la Universidad
del Valle. Agradezco especialmente al doctor Reinhard Liehr, del Instituto Ibero-Americano
de Berlín, cuyas juiciosas observaciones ayudaron a precisar el tema de este artículo.
159
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
o la ausencia de mano de obra indígena. Abundante en Pasto, allí las haciendas
alternaban con comunidades indígenas y habían dado lugar a la estructura peculiar
y a la evolución propia del trabajo indígena que arrancaba de la encomienda y de
la mita, pasando por el concierto, para culminar con la agregación permanente de
peones en las haciendas.
Las haciendas de Popayán mantuvieron en cambio relaciones complejas y difíciles
con las comunidades indígenas. Merced a una resistencia secular y a reagrupaciones
políticas sucesivas de los remanentes de grupos indígenas de la cordillera Central,
estos lograron escapar a una sujeción permanente. Por esta razón, durante el siglo
XVIII y gran parte del XIX, las haciendas de la región debieron acudir tanto al
trabajo esclavo como al trabajo indígena (Helguera 1970).
En el valle del Cauca, debido a la escasez de población indígena en la banda
más ancha del río, los patrones de apropiación de la tierra para propietarios
individuales durante los siglos XVI y XVII sólo habían encontrado como límite las
cuchillas de la cordillera Central y linderos arcifinios de cauces profundos y de
zanjones.2 Estas propiedades se medían usualmente por leguas, y al comienzo, en
ellas se aprovecharon los escasos remanentes de población indígena en algunas
explotaciones agrícolas o se dejó vagar libremente el ganado en pastos naturales.
El proceso de otorgamiento de mercedes de tierras se completó en el curso del
siglo XVI para todo el valle, configurando así un monopolio duradero sobre
la tierra. Este dominio jurídico, puramente formal, se reforzaba con el aparato
político-administrativo de jurisdicciones urbanas. Ante estas se decidían los pleitos
frecuentes sobre linderos inciertos como si se tratara de problemas entre facciones
familiares. En contraste con los altiplanos andinos, la posesión de la tierra no tuvo
en esta región la variante de los resguardos indígenas. En el curso del siglo XVIII,
el surgimiento de haciendas como unidades productivas más racionales y basadas
en el trabajo esclavo fue paralelo a formas de poblamiento sui generis, a veces en
las márgenes, a veces en el corazón mismo de las haciendas.
Pese al contraste en las estructuras agrarias en estas subregiones, la distribución
de la influencia en los distritos mineros constituía un rasgo común. Mientras los
terratenientes de Cali y Buga dominaban la zona costera contigua del Raposo y los
de Pasto la de Barbacoas, los dueños de cuadrillas en el Chocó quedaban cortados
de su residencia en Popayán. Esto obligaba a que los abastecedores del Chocó
fueran más bien las ciudades del valle. En cambio, el distrito minero de Caloto
estaba mejor integrado a las haciendas de los propietarios de Popayán.
2
La uniformidad de este patrón puede apreciarse claramente en los datos dispersos de
Gustavo Arboleda (1956) y Tulio Enrique Tascón (1983). Intentos de sistematización del
material de escribanías en Luis Francisco Lenis (1980) y Diego A. Carvajal Peña. También
Colmenares (1980; 1979).
160
Germán Colmenares
Durante el siglo XVIII el vasto latifundio de frontera (la expresión es de Rolando
Mellafe) del valle del Cauca, en donde la presencia de ganado cimarrón representaba
la única riqueza que justificaba la apropiación de la tierra, fue reacomodando
derechos de tierras aptas para la formación de haciendas. Este desarrollo tuvo
lugar mediante complejos acomodos en el seno de las familias terratenientes
con ocasión del reparto de derechos sucesorales, de alianzas matrimoniales o
mediante la compra de derechos de tierras contiguas.
La apertura de una nueva frontera minera en el Chocó y la reactivación de los
yacimientos de Caloto a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII favorecieron la
formación de estas unidades productivas que combinaban la explotación ganadera
tradicional con sembrados de caña, trapiches y sementeras de abastecimientos
para las minas. Estas no sólo procuraron un mercado para los productos sino hasta
el capital necesario para las nuevas inversiones y la mano de obra indispensable
para su explotación.
De ordinario, los mineros de Cali y de Popayán se doblaban en terratenientes,
cuando no en comerciantes de esclavos, lo cual permitía que las haciendas se
integraran más estrechamente a las necesidades de los reales de minas. Este modelo
de explotación, en el que los gastos monetarios se minimizaban y los recursos
de una mano de obra costosa podían emplearse alternativamente en minas y.
haciendas, entró en crisis cuando el trabajo sufrió (tal vez más en las haciendas
que las minas) dislocaciones tan profundas que impidieron su recuperación.
La decadencia de un sistema esclavista
Las informaciones sobre daños sufridos por haciendas aisladas de la región en
el transcurso de las guerras de Independencia son muy poco sistemáticas como
para ofrecer un cuadro concluyente sobre la decadencia del sistema. Sin duda, los
intereses materiales de los propietarios podían ser vulnerados de muchas maneras
con las alteraciones políticas y sus secuelas militares.
Las solas guerras de Independencia, que se prolongaron con alternativas de paz
desde 1811 hasta 1824 en esa área, trajeron consigo ocupaciones de los dos bandos
de ciudades y de haciendas con sus consecuencias naturales de incertidumbre, de
reclutamientos, de empréstitos forzosos y de exigencia de abastecimientos para las
tropas. Pero aun en las circunstancias más apuradas, debe tenerse en cuenta que
los propietarios desarrollaron estrategias (la más simple: adherir sucesivamente al
bando victorioso) para escapar a las consecuencias más obvias de estas amenazas3
3
José Manuel Restrepo (1954), se mostraba aturdido por la contribución del Socorro en 1819.
Además de reclutas, mulas, caballos, lanzas y vestuarios, había aportado 108.000 pesos. En
el mismo año el Cabildo de Cali calculaba la contribución de la ciudad en 104.202 pesos.
161
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
La tentación de los historiadores ha sido hasta ahora la de adicionar relatos
impresionantes de destrucción generalizada a unos cuantos casos debidamente
documentados. El efecto es el de un reproche moral o la exaltación de virtudes
de desprendimiento, más bien que la exposición de un hecho económico. Para
evitar esta imagen somera de destrucción debería intentarse graduar el impacto del
desorden introducido por la guerra, de acuerdo con sus consecuencias a largo plazo.
En primer término, encontramos un cuadro muy desigual de la destrucción física
ocasionada por el asalto directo a las propiedades. Algunas de ellas fueron el
escenario de combates, otras alojaron tropas por períodos más o menos largos, y
en muchas la destrucción fue ocasionada por bandas armadas que se dedicaron
al pillaje, sobre todo en los años de 1819 y 1820. A esto habría que agregar la
desposesión total de individuos comprometidos muy de cerca con movimientos
políticos, en ocasiones los terratenientes más poderosos que asumieron una
posición de liderazgo.
Luego, de una manera más uniforme, el peso de las contribuciones forzosas en
dinero o las asignaciones en ganado y en vituallas para mantener a los ejércitos.
Sin embargo, el impacto de todos estos factores, que podrían parangonarse con
una economía agraria en años prolongados de sequías o de plagas,4 no puede
compararse con los efectos de una dislocación todavía más generalizada en las
formas de sujeción del trabajo.
Sobre este último punto habría que insistir especialmente, puesto que estas
formas de sujeción eran las más vulnerables y las más difíciles de reparar ante
una conmoción generalizada. Desde el momento mismo en que se entrevió
la posibilidad de un asalto al poder político por parte de los criollos, surgió
un desquiciamiento del equilibrio social mantenido hasta entonces y de la
posibilidad de perder el control sobre los esclavos. En el momento de la
insurrección de Quito, en 1809, para defenderse de la infiltración subversiva
en un flanco que se creía muy vulnerable, el cabildo de Cali dispuso que
quienes viajaran a las regiones mineras de la costa debían proveerse de un
pasaporte (Arboleda 1956: 252). Declaradas las hostilidades contra la realista
4
Archivo Municipal de Cali (en adelante AMC) Libros de Cabildo, t. 42, fs. 192 y ss. Cuando
se trataba de repartimientos de ganado asignados a una ciudad, los notables podían todavía
hacer recaer casi todo el peso. de la contribución en la masa de pequeños labradores. En
1820 un militar observaba en Buga que “…el repartimiento que he visto hacer hasta de
media res a un pobre vecino es sumamente chocante y más cuando se manejan por un
recuento hecho entre compadres para conservarse unos (a) otros su propiedad y exigir al
pobre una pensión a la de los pudientes”. Archivo Municipal de Buga (en adelante, AMB),
Libros de Cabildo, t. 1820, f. 23. Sobre los efectos económicos de la guerra en la provincia de
Popayán, el trabajo más completo hasta ahora es el de Díaz (1983).
Para los años de 1814 y 1825, José Manuel Restrepo (1954: 284) reportaba una plaga de
langosta que asolaba la provincia de Popayán periódicamente cada diez u ocho años.
162
Germán Colmenares
Popayán y en vísperas de la batalla decisiva (la de Palacé, el 28 de marzo
de 1811), la junta. de gobierno de las ciudades confederadas en Cali pidió
el retiro de las tropas de un oficial terrateniente para que con su presencia
aquietara las cuadrillas de las haciendas del otro lado del Cauca. Unos días
antes los habitantes de la ciudad de Cartago habían organizado una compañía
de nobles para controlar los movimientos de los esclavos y de “la gente vil”.
Inmediatamente después de la batalla, la junta de Cali tuvo que reunirse a
toda prisa un domingo para organizar una expedición contra los esclavos del
Raposo que amenazaban con rebelarse (Zawadsky 1943: 125, 128, 22).
El levantamiento casi simultáneo de los estancos del tabaco y del aguardiente por
parte del gobernador español de Popayán y de la junta de Cali estaba sin duda
destinado a atraer hacia cada bando la lealtad de los estratos populares. Pero el
temor de un desquiciamiento social no sólo se concentraba en la revuelta popular
o en las insurrecciones de esclavos. Otro peligro que amenazaba la estabilidad de
la fuerza de trabajo era el reclutamiento.
El primer decreto abolicionista obtenido por Bolívar del Congreso de Angostura
el 11 de enero de 1820 tenía sin duda propósitos militares. Aunque creaba la
ambigüedad de declarar a los esclavos libres de derecho pero no de hecho, puesto
que las condiciones factuales de esa libertad teórica debían ser establecidas por
el próximo congreso, la declaración era suficiente para facilitar el reclutamiento
de los esclavos. El servicio en los ejércitos de la República podía hacer efectivo el
derecho y la indemnización a los amos convertirse en una de las indemnizaciones
ordinarias de la guerra. Por esto, una orden del gobernador de la provincia del
Cauca, coronel José Concha, que ordenaba en septiembre de 1820 incorporar a
esclavos y libertos en los ejércitos, aclaraba que,
[…] a consecuencia de la publicación de este decreto [de Angostura], a
que se ha dado la más torcida inteligencia, se creen libres de hecho todos
los esclavos sin servir ni a la República que se empeña en rescatarlos ni a
sus dueños, que tienen derecho a su valor o a sus servicios personales…5
Inmediatamente después del decreto de Angostura, Bolívar había ordenado la
leva de esclavos. En una conocida carta a Santander del 18 de abril de 1820
(Lecuna 1929-1941) expresaba las razones militares y políticas de esta orden.
Estos hombres debían ver “identificada su causa con la causa pública”. Además,
preguntaba, “¿qué medio más adecuado ni más legítimo para obtener la libertad
que pelear por ella? ¿Será justo que mueran solamente los hombres libres por
emancipar a los esclavos? ¿No será útil que estos adquieran sus derechos en el
campo de batalla?
5
AMB. Lib. Cap. 1820.
163
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
La orden para que el ejército del sur tomara “los esclavos útiles para las armas
que necesite” y para que se enviaran tres mil esclavos solteros al ejército del norte
debía afectar sobre todo a las antiguas regiones mineras esclavistas. De Antioquia
debían ir mil esclavos solteros y el resto de Popayán, además de los que se
suponía que debían servir en el ejército del sur (Restrepo 1954: 52, 53, 57, 59).
Aunque este ejército, que comandaba Manuel Valdés, se disolvía a ojos vistas por
las continuas deserciones, el general no confiaba en este tipo de reclutamiento.
Tras una evacuación de Popayán (el 21 de agosto de 1820), se quejaba al
vicepresidente Santander de las pretensiones exageradas de los propietarios.
Hasta ahora –agregaba– se han tomado proporcionalmente y aseguro a
V. E. que aunque se verificase en todos los negros útiles de la provincia
no alcanzarían a llenar los deseos del Exmo. señor presidente porque, la
verdad, yo no sé de dónde puedan sacarse tantos esclavos útiles.
V. E. bien sabe que la mayor parte de los hombres de esta clase son
inútiles para el servicio de las armas; agréguese a esto la saca que hizo
Calzada; más la repugnancia que tienen en servir y por cuya razón
se van en cuadrilla a los montes; agréguese a esto la ocultación que
hacen de muchos de ellos sus amos y he aquí claramente demostrado la
imposibilidad de que he hablado […]6
Si ha de creerse el relato de Julio Arboleda, empeñado en desacreditar mucho
más tarde al caudillo José María Obando asociándolo con forajidos, los realistas
habían tenido más éxito. Obando y Simón Muñoz, un jefe guerrillero del Patía
como Obando, habían sido enviados por el jefe realista que ocupaba a Popayán,
Sebastián Calzada, a reclutar hombres en el cantón de Caloto. Lograron que se
les unieran antiguos contrabandistas de tabaco y esclavos (que en esa región
pertenecían casi todos a la familia de Arboleda) que se sublevaron con la promesa
de libertad (Sendoya 1972). También en el Diario de Operaciones del ejército del
sur se reportaba en abril de 1820 que el realista Simón Muñoz ocupaba el Valle con
“quinientos hombres y gente colecticia y negros esclavos estimulados con el robo
a seguir sus banderas”.7 La imagen de Obando, que materializaba los temores más
profundos de los propietarios del Valle, se ha transmitido por eso en la tradición
historiográfica local como la de un caudillo bárbaro y sediento de sangre.8
6
7
8
Manuel Valdés a F. de P. Santander, Quilichao (?), agosto de 1820. Archivo Histórico
Nacional de Bogotá, Secretaría de Guerra y Marina, t. I, fs. 441 (en adelante, AHNB, Secr.
Guerra y Marina. O la sección correspondiente).
Diario de operaciones de Manuel Valdés, gobernador y comandante general del Valle del
Cauca. AHNM. Secr. Guerra y Marina, t. I, f. 297.
Véase, por ejemplo, García Vásquez (1924), especialmente el vol. II.
164
Germán Colmenares
El general Valdés no sólo expresaba su desaliento al vicepresidente de la República
con respecto a la posibilidad de reclutar esclavos, sino que en una carta privada
se quejaba amargamente de “Don Simón”:
[…] él tiene a quién pedir y de dónde sacar y yo no, porque los hombres
de este valle se han ocultado todos en los montes y porque esta provincia
no tiene jornaleros como las demás a quien con facilidad se recluta.
Aquí todos son propietarios y este el principal motivo de deserción y
repugnancia al servicio […]9
De nuevo su Diario de Operaciones reportaba en octubre de 1820 que se había
licenciado a diecisiete reclutas libertos “por inútiles al servicio” y se les había dado
pasaporte para regresar a donde sus dueños, en la jurisdicción de Caloto.10
Al parecer, si el ejército regular no podía reclutar esclavos, estos se unían
espontáneamente a guerrillas o a bandas armadas (no importaba que fuera bajo el
signo realista o republicano) que asolaban las haciendas cuyos propietarios habían
sido diezmados por la represión española. Los historiadores locales, haciéndose
eco del pavor y del desprecio de los notables de la época, aluden con pudor al
“año terrible” de 1820, cuando ocurrieron incidentes que las guerras civiles de
todo el siglo XIX iban a reproducir una y otra vez.
En medio del desconcierto que habían creado en la región fugitivos realistas de
la batalla de Boyacá surgieron movimientos populares de resistencia. El combate
de San Juanito (en una hacienda cercana a Buga), por ejemplo, fue librado en
septiembre de 1819 por bandas armadas sólo de machetes y de lanzas contra
avanzadas de húsares del ejército de Calzada. Según un testigo, esta victoria se
debió casi exclusivamente al inglés Juan Runel (o Runnel), “asociado al pueblo
bajo” y en ella la nobleza había estado ausente (García 1924).
Runel, un curioso personaje que procedía de una partida de tripulantes
desembarcada en Buenaventura por el corsario inglés William Brown,11 y que hace
pensar en Nostromo de Joseph Conrad, tenía su propia versión de la revolución,
asociado como estaba con el “pueblo bajo” y con esclavos fugitivos. Después de
la batalla de San Juanito se apoderó de Cali y allí impuso un régimen de terror
entre las gentes bien pensantes. La desazón era evidente aun en el ejército regular.
Según el general Valdés, “[…] hay varias partidas de facinerosos en los caminos
robando y asesinando, y si Dios no lo remedia, todo este país parará en tales
9
10
11
Manuel Valdés a un “querido compañero y amigo”, Popayán, 24 de diciembre de 1820.
AHNB. Secret. Guerra y Marina, t. 1, f. 494.
AHNB. Historia. República, t. 3, f. 117.
Sobre Runnel, Ibíd. XXXIX y Restrepo (1942).
165
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
partidas, pues a eso han enseñado al pueblo los señores Runel, Alonso y otros
facinerosos que sólo han hecho sus reuniones para saquear […].12
Para alivio de los notables de Cali, Runel fue expulsado de la ciudad por el ejército
realista al cabo de cinco meses.
Según los miembros del Cabildo, durante los tres primeros meses de 1820 Cali
había sufrido “[…] todos los males de la anarquía y del pillaje más desenfrenado”.
Un año más tarde, al dar cuenta de las contribuciones económicas de la ciudad
a la causa de la Independencia, se expresaban con horror y desprecio sobre las
actuaciones de Runel:
Son incalculables las pensiones que sufrió este vecindario al principio
del año de 1820, principalmente en los ramos de ganado y caballerías
que destruyó el inglés Juan Runel, imponiéndole otras contribuciones
en auxilio de los destacamentos que mantuvo en varios sitios del
cantón. El Cabildo se abstiene de hablar de ellas en particular como
inoficiosas y de poco o ningún mérito para el sostenimiento de la justa
causa de independencia.13
Aunque entre marzo y junio de 1820 la provincia de Antioquia completó
trabajosamente su cuota de mil esclavos incluyendo casados, todo parece indicar
que se experimentó un enorme fracaso. El general Valdés vio disolverse su ejército
por las deserciones, lo que obligó al gobernador de la provincia a indultar a los
desertores y amenazar con la pena de muerte a esclavos y libertos que no se
presentaran en quince días a partir del 19 de septiembre de 1820. A comienzos
del año siguiente, furioso por las deserciones, el Libertador trataba de esclavos a
los caucanos (Restrepo 1954). Para defenderse de la ira de Bolívar, el cabildo de
Cali se justificaba así:
[…] V. E. sabe muy bien que la clase que se destina a tomar las armas
en calidad de soldados es regularmente de aquellos hombres sin luces,
sin educación ni sentimientos, incapaces de conocer la importancia
de los objetos porque se pelea y a quienes por consecuencia es
necesario mover por otros resortes. ¿Y por qué la parte notable e
ilustrada de un vecindario, que no ha rehusado sacrificio alguno de
cuantos se le han exigido para salvar la patria, ha de responder de la
conducta de la plebe estúpida, a quien no esta en su mano quitarle
sus preocupaciones ni su barbarie?14
12
13
14
Manuel Valdés a F. de P. Santander, Popayán, 24 de julio de 1820. Citado por García (1924).
AMB. Lib. Cap. 1820, f. 27. AMC. Lib. Cap., t. 42 (1820-23), f. 9 y f. 193.
AMC. Lib. Cap. T. 42, f. 156.
166
Germán Colmenares
Sin embargo, el general Valdés tenía razón en cuanto a la complicidad de los amos
para librar del servicio a sus esclavos. La totalidad de los padrones levantados
en las jurisdicciones de Buga y Cali a comienzos de 1821 muestra claramente
la defección y el ocultamiento de esclavos solteros mayores de 16 años, como
también la de pardos y montañeses libres. Tal vez por esto a su paso por Cali, a
comienzos de 1822, el Libertador se contentó con asignarle una cuota de cincuenta
esclavos, gran parte de los cuales se sacaron del partido de la Herradura, en
donde trabajaban más de cuatrocientos. Sobre cada propietario no debía pesar
más que la carga de entregar uno o dos esclavos, como lo revelan las solicitudes
de indemnización que se elevaron más tarde.15
De haberse ejecutado la orden original de Bolívar de reclutar en las provincias del
Cauca más de dos mil esclavos, se habría llegado al umbral de la extinción de la
esclavitud. Pues una cosa era la fuga esporádica de esclavos que se sumaban a
las bandas de libertos y mulatos de Obando, Simón Muñoz y Juan Runel, y otra
el reclutamiento sistemático para el ejército regular. Si se tiene en cuenta que la
población esclava de toda la gobernación de Popayán (incluida la provincia de
Nóvita, en el Chocó) era de cerca de 25 mil personas en 1825 (y de otro tanto
en el padrón de 1776, es decir, que no se había experimentado mayor variación),
y suponemos que esta población estaba distribuida en rangos de edades de tal
manera que la población masculina entre los 16 y los 35 años representaba un
45% del total de los hombres, los dos mil reclutas pedidos por Bolívar en el Cauca
equivalían al 36% de estos rangos y seguramente sobrepasaban la totalidad de
aquellos que era posible reclutar en las haciendas.
Frente a estos resultados, la acción de las juntas de manumisión creadas a partir
de la ley de libertad de vientres hubiera exhibido un balance aún más irrisorio
del que obtuvieron: en la provincia de Popayán, 58 manumisiones entre 1831 y
1845 (Castellanos 1980:43).
En el examen de la disolución de los vínculos esclavistas la atención no debería
concentrarse entonces en el momento mismo de la Independencia, y ni siquiera
en el momento de la manumisión definitiva, sino en un período más largo,
que forzosamente debía erosionar la “institución peculiar”. Este proceso estuvo
acompañado por la sustitución gradual de la mano de obra esclava con otros tipos
de sujeción del trabajo que ya se insinuaban en el siglo XVIII.
Con todo, hay que tener en cuenta que los propietarios de la provincia se aferraron
tenazmente a sus esclavos. En el punto más alto de la concentración de esclavos
en actividades productivas, en las últimas décadas del siglo XVIII, los propietarios
de haciendas y minas de la gobernación de Popayán habían participado con
15
Ibíd., t. 48, f. 355.
167
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cerca del 35 % del total de los esclavos que había en la Nueva Granada. En los
recuentos subsiguientes, practicados durante la época republicana (en 1825, 1835
y 1843), esta participación se acercó siempre al 50 %. Este fenómeno parece haber
obedecido al hecho de que las guerras de Independencia afectaron menos a la
población esclava de las provincias del departamento del Cauca, en especial a
sus regiones mineras, que al resto de la República. Aunque el censo de 1825 fue
muy defectuoso debido al ocultamiento de esclavos mayores de dieciséis años, sin
embargo, la población esclava de la provincia de Popayán aparecía ligeramente
mayor que en 1779. Sólo en el Chocó había disminuido en un 16%, tendencia que
ya se notaba a finales del siglo XVIII.
En el largo plazo, el debilitamiento de la economía esclavista es claramente
perceptible en el mercado de esclavos, tanto en el número de esclavos vendidos
como en su precio. En Popayán, uno de los centros coloniales más importantes de
este comercio, los tres últimos decenios del siglo XVIII habían visto multiplicarse
las transacciones de esclavos, unitariamente y en cuadrillas, hasta alcanzar un
promedio superior al millar en cada decenio. Y esto en sólo esclavos criollos
y mulatos, puesto que a partir de 1765-1770 había comenzado a disminuir la
proporción de esclavos bozales que se vendían en la plaza. Este promedio
descendió a 668 esclavos en el primer decenio del siglo XIX, a 386 en el siguiente
y a sólo 169 en el tercero. A partir de 1831, el comercio de esclavos prácticamente
desapareció en Popayán.
El precio de los esclavos experimentó una erosión gradual y muy uniforme desde
finales del siglo XVII. Esto parece indicar que las urgencias de mano de obra esclava
fueron disminuyendo paulatinamente, en la medida en que era posible sustituirla,
mediante otros arreglos sociales de sujeción del trabajo en las haciendas o en que las
minas experimentaban agotamiento. De cerca de 500 pesos de plata (o de 450 pesos
para esclavos criollos) que valía un esclavo en óptimas condiciones (entre dieciséis
y veinticinco años) a finales del siglo XVII, el precio había quedado reducido a
la mitad a comienzos del siglo XIX. En los dos decenios siguientes estos precios
alcanzaron un fondo de 150 a 200 pesos para estabilizarse en medio de la rareza de
las transacciones. Algunos de los grandes propietarios de Popayán preferían sacar
por esto partidas de esclavos del país para venderlos en el Perú o en Guayaquil.16
El sector crucial del mercado de esclavos indica claramente que las posibilidades
que había introducido el dinamismo minero durante el siglo XVIII se habían
agotado con la centuria. El destino de los yacimientos del Chocó había seguido
un patrón ineluctable, conocido para la primera frontera minera del siglo XVI en
la Nueva Granada.
16
Rodríguez (1980-1981: 84), Colmenares (1979 :277). Sobre la venta de esclavos fuera del
país, Tomás C. de Mosquera a Manuel José Mosquera. Lima, 8 de mayo de 1830. Citado por
Castrillón (1979: 59) y León y Lee (1967: 447-459).
168
Germán Colmenares
Para mantener un volumen dado de producción global se requería introducir cada
vez más esclavos, puesto que, con una tecnología rudimentaria y sin ninguna
innovación era imposible aumentar la productividad per cápita. Por otra parte,
la continua introducción de esclavos sólo se justificaba con la multiplicación de
yacimientos nuevos, cuya riqueza superficial fuera fácilmente explotable. Siendo
decisiva la riqueza de los yacimientos, las explotaciones auríferas tenían un límite
de equilibrio entre esta riqueza y el número óptimo de esclavos para explotarla.
La tendencia en la cual se había alcanzado este límite se había invertido ya en el
Chocó hacia 1780. A partir de entonces los mineros prefirieron trasladar y vender
cuadrillas enteras de esclavos en Popayán. De allí podían ser llevados a Caloto,
en donde una mejor integración de haciendas y minas rebajaba los costos de
explotación, o emplearse en las haciendas.
En el curso del siglo XIX, las haciendas que se habían sustentado con el auge minero
durante el siglo anterior fueron perdiendo el dinamismo que las había caracterizado.
Ahora exhibían rasgos más tradicionalistas al encerrarse en sí mismas y adquirir
ese aspecto desusado que los radicales bogotanos del medio siglo identificaban
como enteramente feudal (Hyland 1938: 34). En adelante, los propietarios sólo se
preocuparon por recibir una renta o de luchar para procurársela.
El dinamismo que restaba procedía de otros sectores, de libertos y manumisos,
de blancos pobres, pardos, mulatos y mestizos y de poblaciones nuevas que
edificaban economías campesinas en las márgenes de las haciendas tradicionales.
El surgimiento de estas poblaciones nuevas sugiere una resistencia por parte de
la población libre, en medio de una sociedad esclavista, a someterse a nuevas
formas de sujeción.
El encasillamiento y la rigidez misma del sistema se convertía en un obstáculo
para establecer estratos intermedios entre la libertad y la esclavitud. Como se
ha visto, en 1820 el general Valdés observaba que los jornaleros eran escasos y
que todo el mundo en el Valle era propietario. Esta observación podría parecer
sorprendente a primera vista. Pero no hay duda de que el general podía advertir la
ausencia de una población numerosa de “agregados” en las haciendas, como era
lo usual en los altiplanos que acababa de abandonar. En cuanto a los propietarios
de que habla, debía tratarse de esa población rural que pretendía congregarse
en poblados en las márgenes de las haciendas. La categoría más frecuente en
los padrones de los diferentes partidos rurales bajo la jurisdicción de Cali y Buga
era la de “labrador”, un pequeño parcelero pardo o montañés, cuyos bienes de
fortuna fluctuaban entre los cincuenta y los mil pesos.
Un trabajo reciente (Díaz 1983) distingue los efectos que produjeron las guerras
de Independencia en las dos subregiones contiguas del valle del Cauca y de su
prolongación en la meseta de Popayán. En el Valle, en donde se habían consolidado
169
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
las haciendas durante el siglo XVIII con mano de obra esclava excedente en
las minas y en donde predominaban los trapiches y la ganadería, percibe un
impacto mayor. La vulnerabilidad de estas haciendas residía precisamente en su
dependencia de la esclavitud y por esta razón los terratenientes tuvieron que
acudir en adelante a formas de arriendo y de colonato.
En contraste, las haciendas de la meseta de Popayán se habían desarrollado,
desde una época anterior al auge de las haciendas del Valle, sobre lineamientos
diferentes. Allí la mano de obra, aunque insuficiente, era también indígena. Estas
haciendas, más “tradicionales” en comparación con las del Valle, no parecen haber
sido afectadas en la misma medida.
Estas diferencias sugieren el debilitamiento de la hacienda esclavista que había
surgido como unidad productiva impulsada por la minería en el siglo anterior.
Pero la dependencia de las haciendas con respecto a las actividades. Mineras
muestra también que el proceso de decadencia no se inició con las guerras de
Independencia. Estas debían acelerar y definir conflictos larvados con fuerzas
sociales que venían gestándose de manera lenta desde el siglo anterior. Ahora, los
terratenientes se veían enfrentados con esas nuevas fuerzas sociales que podían
encontrar una expresión política, así fuera de manera ambigua y confusa. Debía
buscarse entonces un nuevo equilibrio con respecto a la sujeción del trabajo. Sin
embargo, la exigüidad de este equilibrio queda demostrada por la pertinacia de
los propietarios en aferrarse a la esclavitud.
Características sociales de los poblamientos en el valle del Cauca
Una sociedad esclavista se presta demasiado a la interpretación esquemática, en
donde la polarización de los extremos sociales atrae toda la atención. Dualidad
sin matices, dominada por la soberbia de una clase de terratenientes, en la cual
todas las relaciones sociales estarían impregnadas por los rasgos impuestos por
la servidumbre. Esta sería apenas una pintura parcial de la sociedad del valle del
Cauca en la época de la Independencia. Ella se deriva de una cierta escala de
nuestras observaciones que las distorsiona forzosamente. Si en lugar de poner
énfasis sobre la relación esclavista dominante acordamos seguir con más atención
las sinuosidades del tejido social, el cuadro adquiere matices insospechados,
contrastes notables aquí, zonas de claroscuro más allá.
Aquí nos interesa sobre todo la vida rural de los partidos. Esta propone dos
problemas básicos: uno se refiere a la estructura de la tenencia de la tierra, puesto
que se trataba de una estructura agraria; otro, al de la estructura social basada en
las “castas”, en la capacidad económica y en los oficios.
170
Germán Colmenares
El territorio del valle geográfico del Cauca se repartía en las jurisdicciones de
las ciudades de Cartago, Toro, Cali, Buga y Caloto. La jurisdicción de Toro, en
la banda izquierda del río, era insignificante. La de Cartago, sobre la banda
derecha, tampoco era muy importante. Cali dominaba la banda izquierda y
sus partidos rurales tenían como cabeceras los antiguos pueblos de indios de
Jamundí, Yotoco y Yumbo. Tenía además una jurisdicción teórica sobre las
vertientes del Pacífico de la cordillera Occidental y los yacimientos mineros de
El Raposo. Sus haciendas más importantes estaban ubicadas en la margen derecha del río, en el partido de La Herradura, cuya jurisdicción había pleiteado
largamente con Buga. Los términos de Caloto estaban dominados por grandes
propietarios de Popayán (los Arboleda, principalmente) y por algunos de Cali
y Buga. Así, la parte más extensa y rica del Valle pertenecía a la jurisdicción de
Buga. Según un padrón de 1786, la ciudad y sus términos inmediatos (desde
el río Guadalajara hasta la quebrada del Asomadero) tenía 4.695 habitantes.
El resto estaba constituido por unos quince partidos rurales, en los cuales se
mantenía una población de diez mil habitantes. De estos, cerca de tres mil
eran esclavos repartidos en las haciendas.
La importancia numérica de los pardos (o “libres”), que sumados a los montañeses
o blancos pobres constituían más del 60% de la población total, debería alterar
nuestra visión convencional de esta sociedad esclavista. Al lado de los grandes
propietarios, cuyo estilo de vida y cuyas actividades eco nómicas están mejor
documentados, existía una mayoría de personajes anónimos, cuyos nexos con
las haciendas eran ambiguos. Aunque no estaban subordinados por el peonaje,
sus medios de vida solían ser muy escasos. La mayoría se aferraba a unas pocas
cuadras (o aun varas) de terreno que en algún momento se habían desprendido
de los grandes latifundios. Este proceso, forzosamente lento, debió cumplirse
con el beneplácito de propietarios que accedían a vender algunos derechos
como parte de los acomodos sucesorales entre herederos. Con respecto a esta
población, cada partido poseía un patrón peculiar. En la jurisdicción de Buga
estos patrones podrían esquematizarse así:
Primero, uno en el que las grandes haciendas de trapiche, atendidas por esclavos,
o grandes latifundios ganaderos se sucedían unos a otros sin interrupción. En
ocasiones este patrón correspondía al predominio territorial de una familia
o un conjunto de familias ligadas por alianzas matrimoniales. Entre ellas se
repartían derechos de tierras al liquidar una sucesión o mantenían indivisa la
masa sucesoral, pero con una participación proporcional sobre las tierras. Este
patrón parece haber sido dominante en el partido de El Cerrito, en donde
unas cuantas familias (Martínez, Cabales, Barreros, Barandicas), poseían catorce
grandes haciendas con más de trescientos esclavos. Entre estas se contaban la
de Concepción, El Alisal y Pie de Chinche. Otro tanto ocurría en el partido de
La Herradura, en la jurisdicción de Cali. Allí, quince grandes hacendados se
171
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
repartían 340 esclavos en 1821. Este patrón no excluía la presencia de un buen
número de labradores, entre los cuales se contaban unos pocos nobles, algunos
montañeses o blancos pobres y una gran cantidad de pardos y mulatos.17
Segundo, partidos en los que unas poquísimas grandes propiedades alternaban
con otras medianas y pequeñas, las cuales se habían originado en la
fragmentación de una gran propiedad o de una parte de ella. En los términos
más inmediatos a Buga (entre el río Guadalajara y la quebrada de Chambimbal)
dos haciendas, avaluadas en más de diez mil pesos (San Juanito y San José),
confinaban con otras seis que valían entre dos mil y cinco mil pesos y otras
tantas de menos de mil.18
Tercero, partidos compuestos casi exclusivamente de propiedades menores.
Esta población figuraba en las goteras mismas de los centros urbanos, tornando
muy imprecisa la distinción entre lo rural y lo urbano, como lo ha señalado
en su artículo José Escorcia. En un padrón de 1825 de los barrios de Buga, la
parroquia de San Pedro aparece con once casas de teja y de paja ubicadas en la
parroquia propiamente dicha y con 164 “esparcidas en el campo”. Además, en
este barrio, como en el de San José y en el más aristocrático del Señor de los
Milagros, se mantenía una buena cantidad de ganado mayor y menor.19
¿Quiénes eran y cómo vivían estos labradores? Al norte de la ciudad de Buga,
entre la quebrada de Chambimbal y el zanjón del Pantanillo vivían unas veinte
familias, cuyas estancias se avaluaron en 1818 entre 50 y 2300 pesos. El estilo
de vida de los medianos propietarios no debía diferir demasiado del de los
más pobres, si juzgamos por los avalúos de las casas y de los enseres. Pero la
diferencia en la extensión de las tierras debía ser notoria: entre 10 y 20 pesos
entre 100 y 300. Los labradores medianos todavía podían recurrir al trabajo de
unos cuantos esclavos (no más de diez) y mantener sembrados de caña y un
pequeño trapiche. Los más pequeños debían contentarse con algunos cerdos,
una o dos reses y un sembrado de plátano o de maíz.
Pese a su contigüidad, la gran hacienda esclavista no podía ejercer mucha
influencia sobre esta población dispersa. Aunque muchas haciendas se
consolidaron como unidades productivas desde finales del siglo XVII y en el
curso del siglo XVIII, sólo unas cuantas se convirtieron en residencia más o
menos permanente de sus propietarios, ya a finales del siglo XVIII. La mayoría
de las casas de hacienda de alguna importancia datan efectivamente de esa
época o del siglo XIX.
17
18
19
AMB. Libro de Censo, No. 129 y AMC. Lib. Cap. t. 42, fs. 222 y ss.
AMB. Lib. Cap. t. 26 (Solicitudes), p. 1818.
AMB. Libro de Censo, No. 129.
172
Germán Colmenares
José Escorcia ha hecho el análisis de la estructura social en un centro urbano
y administrativo de alguna importancia y en sus partidos, que eran antiguos
asentamientos. Aquí nos ocuparemos de una población nueva en el sur del
Valle (Quilichao), de su rival (Caloto) y de una población nueva en el norte
(Tuluá).20 Estos ejemplos sugieren que en el ámbito rural la definición colonial
de una sociedad de castas reposaba sobre convenciones que realidades económicas dispares podían modificar profundamente. Allí la estimación social
quedaba circunscrita por un conjunto de circunstancias locales de tal naturaleza que la ubicación de cada uno de sus miembros no podía ser determinada
uniformemente por la adscripción institucional en un estamento.
Las clasificaciones convencionales de noble, montañés o blanco, pardo o
mulato, indio o natural, debían tener en la conciencia de las gentes de cada
lugar un significado diferente. Si es que las tomaban en cuenta para algo.
En primer lugar, debido al hecho de que las castas estaban distribuidas muy
desigualmente en el espacio. Es evidente el contraste entre las dos poblaciones
rivales, Caloto y Quilichao. Caloto, una ciudad fundada en el siglo XVI y vecina
de parcialidades indígenas importantes, había sido un lugar de mestizaje y
este era el elemento predominante. En cambio en Quilichao, nacida a favor de
los vecinos reales de minas que concentraba una gran cantidad de población
esclava, los pardos y mulatos eran la mayoría. Al norte del Valle, en una región
agrícola, las castas estaban en minoría.
Por otra parte, los oficios y los roles sociales, que en sectores rurales no tenían
una correspondencia precisa con los estamentos, debían modificar los alcances
de una definición legal de estos. Si la definición legal de noble, montañés o
pardo podía conservar algo de su inflexibilidad en un centro urbano de alguna
importancia, en donde había acceso a profesiones o puestos que reforzaban la
dignidad y el reconocimiento sociales, en las comunidades semirrurales que se
iban formando a lo largo del Valle perdían su sentido original.
El caso de los nobles es el más característico. En ninguna de las tres comunidades
que nos sirven de ejemplo podría identificarse a los nobles con hacendados.
Aunque gozaran de un reconocimiento legal de su nobleza (que se consignaba
en los padrones y en otros documentos oficiales aun en la época republicana),
las circunstancias locales limitaban obviamente la ecuación entre esta calidad
y un oficio que la confirmara o la reforzara. En Quilichao este estrato era
prácticamente inexistente. Aunque un padrón de 1791 registraba la presencia
de diez hombres y dos mujeres nobles, cuatro procedían de Popayán, dos de
Caloto, uno era español, otro de ·Quito y cuatro de Tunja. Como la mayoría
20
Agradezco a Jacques Aprile G. por la información y las reflexiones que ha querido
compartir conmigo sobre Tuluá.
173
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eran mercaderes, ni siquiera tenían casa poblada en el asiento y vivían donde
mestizos y blancos pobres que daban alojamiento a gentes de diversa condición.
Una noble que procedía de Caloto estaba casada con un mercader mestizo.21
Pese a sus pretensiones, algo semejante ocurría en la vecina Caloto. Esta ciudad,
en franca decadencia, prácticamente repartía sus términos territoriales entre
hacendados de Cali y de Popayán, como se ha visto. De allí que ninguno de sus
nobles fuera hacendado. La mayoría eran simples labradores y ninguno ejercía
un oficio prestigioso.
En Tuluá existía una situación muy peculiar, casi única en los poblamientos
del Valle. Los vecinos de este asiento habían pretendido su erección en villa
desde mediados del siglo XVIII y la mayoría alegaba ser noble. En un padrón
de 1821 la nobleza aparece como el estrato más numeroso (constituía cerca
de la cuarta parte de la población) después de los pardos. Entre esta cantidad
inusitada de nobles se contaban apenas nueve hacendados. Un poco menos
de la mitad eran simples “hortelanos”, denominación que debía corresponder
a la de labrador en otros padrones. Podría pensarse, sin embargo, que esta
categoría abarcaba a medianos y pequeños propietarios de fundos y que
la designación reductora de hortelano era apenas relativa con respecto a la
condición de los grandes terratenientes.
Esta nobleza exhibía algunas peculiaridades dignas de mención. Por ejemplo,
casi todas las mujeres nobles, incluidas las esposas y las hijas de los hacendados
se decían “costureras”. Naturalmente, tanto en la época republicana como a fines
del siglo XVIII esta denominación es una mera convención de los padrones
para designar labores domésticas. Pero es una convención que no se utilizaba
para el estrato noble. Por otra parte, no puede descontarse el hecho de que,
cuando el oficio se atribuye a una mujer cabeza de familia, esta se ganara la vida
efectivamente cosiendo.
En el mismo partido parece haber existido alguna manufactura textil. Así lo da
a entender la frecuencia con que mujeres nobles y montañesas se dedicaban a
hilar y a tejer. Entre las primeras había 22 hilanderas y 7 tejedoras. Finalmente,
familias nobles enteras ejercían oficios humildes. En una de ellas se contaba por
ejemplo un sastre, un músico y dos hilanderas. La cohesión social de este grupo
está indicada por la circunstancia de que a los hijos de nobles solteras se les
siguiera reconociendo esta calidad.
El estrato de blancos o montañeses era especialmente numeroso en Quilichao,
pues constituían más de la tercera parte de la población. El auge del asiento
21
AHNB. Poblaciones del Cauca, t. 2, fs. 224, 541 y 709.
174
Germán Colmenares
debía haber atraído a tratantes y pulperos y algunos artesanos (plateros, sastres)
que procedían de las ciudades vecinas y hasta de Tunja, Neiva e Ibagué. Como
se verá más adelante, era este sector el que debía inquietar a los grandes
propietarios de minas de Popayán, mucho más que el de los pardos, aunque
estos también ejercieran diversas formas de comercio, sobre todo la de pulperos.
No resulta fácil distinguir, en cuanto al oficio, a los pardos de los montañeses o
blancos pobres. En Tuluá, la mayoría de los pardos eran hortelanos, como los
nobles y los blancos pobres. Naturalmente, podría pensarse que las par celas
de los pardos eran todavía más reducidas, por cuanto si estas se derivaban
de antiguos latifundios, las leyes sucesorales debían haber fragmentado más
rápidamente los lotes de la población más numerosa. En este partido, una
buena porción de las mujeres pardas se dedicaba también a la hilandería o a la
confección de sombreros.
En Quilichao y en Caloto los pardos eran peones, jornaleros, pulperos y sastres.
La diferencia entre peones y jornaleros no resulta fácil de establecer. José
Escorcia sugiere que los jornaleros eran trabajadores que desempeñaban oficios
tanto rurales como urbanos de escasa calificación. Debería agregarse que su
vinculación a un trabajo debía ser esporádica, es decir, a jornal. En cambio, el
peón debía ser un trabajador rural más permanente. Obsérvese, por ejemplo,
que en Caloto –cuya jurisdicción contenía grandes haciendas trabajadas por
esclavos– no había peones, aunque sí jornaleros.
Tampoco los mestizos se diferenciaban mucho de los blancos o montañeses.
Como estos, muchos se dedicaban al comercio al por menor (tratantes). Una
gama de oficios artesanales tradicionales más o menos amplia era ejercida
indistintamente por montañeses, mulatos y mestizos. Aunque el oficio más
prestigioso, el de platero, estaba reservado a los montañeses, había excepciones.
De resto, cualquiera podía ser herrero, carpintero, talabartero, etc. Finalmente,
si dudáramos de la calidad de los nobles rurales, el hecho de que casi ninguno
ejerciera un oficio manual, pese a su evidente pobreza, serviría al menos para
confirmarnos sus pretensiones.22
Las poblaciones nuevas
El poblamiento y la diversificación social en el territorio de los antiguos latifundios
y haciendas coloniales del valle del Cauca es un proceso sui generis que comenzó
en la segunda mitad del siglo XVIII y se prolongó a todo lo largo del siglo XIX.
Las capillas de las haciendas, edificadas para el adoctrinamiento y el control de la
22
Véase el cuadro del apéndice al final.
175
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población esclava, sirvieron muchas veces como núcleo de concentración original
para pobladores libres. Estas concentraciones lograron un primer reconocimiento
al ser erigidas en viceparroquias o parroquias o al recibir un juez pedáneo que
dependía de las justicias de los antiguos centros urbanos. La nueva ramificación
semiurbana mantuvo siempre relaciones ambiguas con las haciendas que
limitaban su espacio vital, pero a las que servía ocasionalmente con jornaleros.
No se desembocó por esto en la creación de un sistema de peonaje, sino más bien
en uno de pequeños propietarios y, ocasionalmente, de arrendatarios ligados a las
haciendas mediante contratos verbales de derecho consuetudinario.
Este desarrollo es anterior y difiere en forma muy acentuada del que experimentó
el sur del valle geográfico, asiento de minas (en Caloto) y de haciendas con una
gran concentración de mano de obra esclava. Los trabajos de Michael Taussig
muestran cómo allí la abolición de la esclavitud dio paso a economías campesinas
de agricultores negros parcelarios. Ante la imposibilidad de someterlos a
un tipo más permanente de sujeción, los propietarios optaron por cederles
parcelas mediante el pago de terrajes. Estas observaciones, que se refieren a
propiedades esclavistas muy bien documentadas (en la correspondencia de la
familia Arboleda), no deben generalizarse para todo el Valle. Hay diferencias
sustanciales de poblamiento y de organización social entre esta región y las del
centro y el norte del Valle (Taussig 1978).
En estas últimas el desarrollo fue mucho más complejo. Hay un patrón básico (con
muchas variantes) de concentración en torno a una capilla o en tierras cedidas por
los terratenientes y el ulterior reconocimiento como parroquias que se repite en
Tuluá, Cerrito, Bolo, Florida, La Victoria, Naranjo, La Unión (o Hato de Lemos), etc.
Todo esto iba acompañado de tensiones sociales que inquietaban a los centros
urbanos más antiguos. Ya en 1756 el gobernador de Popayán decía estar,
[…] informado de los graves desórdenes que se cometen en los sitios
de Llanogrande y demás que comprenden las jurisdicciones de Caloto,
Cali, Buga, por todas aquellas personas que las habitan, siendo las más
de ellas gentes de baja esfera, dadas a todos los vicios de latrocinios,
amancebamientos y demás pecados públicos.23
Es sintomático que el delito más tangible y más frecuentemente castigado en la
época fuera el del amancebamiento. Para su control no sólo se contaba con la
parte agraviada, que podía introducir una querella, sino que los curas mantenían
una mirada vigilante sobre la conducta familiar y sexual de sus feligreses. En la
época republicana este rigor colonial cedió y magistrados más liberales mostraron
tolerancia hacia los “pecados públicos”.
23
AHNB. Poblaciones del Cauca, t. 3, f. 62.
176
Germán Colmenares
¿Cómo podríamos ilustrar el proceso que introdujo nuevas fuerzas sociales en
el esquema dualista terratenientes-esclavos y con ello crecientes dificultades de
control social? El caso mejor documentado de una población nueva, surgida
en las márgenes mismas de las haciendas como un permanente desafío a los
terratenientes y mineros de Popayán, es el de Quilichao.
La ciudad vecina de Caloto era el centro urbano que servía a los grandes propietarios
de Popayán para controlar sus explotaciones mineras en los alrededores de
Quilichao. Estas explotaciones, que existían durante el siglo XVI, habían entrado en
decadencia en la centuria siguiente. La apertura de una nueva frontera minera en el
Chocó a partir de 1.680 no sólo impulsó la creación de haciendas sino que revivió
el interés por los yacimientos de Caloto, a donde ahora podían introducirse esclavos
en crecientes cantidades. Inclusive desde mediados del siglo XVIII los propietarios
prefirieron trasladar cuadrillas enteras del Chocó a la región de Caloto.
Estos traslados tenían una doble ventaja: una, el control más inmediato de la
población esclava; otra, la satisfacción de las necesidades de abastecimientos de
las minas con la producción de las haciendas. Este es el modelo que emplearon los
jesuitas en su mina de Jelima, abastecida con la producción de Japio y Llanogrande
(Colmenares 1969: 106, 124), y los Arboledas en sus minas de Quinamayó con sus
haciendas de la Bolsa y Novirao. Tras la expulsión de los jesuitas, los Arboledas
reforzaron su propio sistema con la compra de Japio.
Casi desde el momento mismo en que se reactivaron las minas de Caloto, a finales
del siglo XVII, familias de mulatos, mestizos y blancos pobres se asentaron al pie
de las estribaciones de la meseta de Popayán, en el valle, muy cerca de las minas
de los vecinos de esta ciudad. Algunos de estos pobladores poseían un claro
derecho hereditario sobre su asiento. Pero los mineros de Popayán alegaban que
las posesiones del asiento eran insuficientes para la subsistencia de una población.
Afirmaban que se trataba de 13,5 cuadras por 47 (unas 450 hectáreas), aun cuando
más tarde, con ocasión de un juicio de deslinde con los Arboledas, se encontró
que eran en realidad 55 cuadras por 47 (unas 1.800 has.). Estas tierras estaban
ahogadas en medio de las enormes posesiones de los jesuitas y de los Arboledas
y es posible que, según los patrones de la época, fueran efectivamente escasas
para procurar una autonomía agrícola a la población.
En 1721, los mineros más poderosos de Popayán se quejaban de nuevo de los
pobladores, afirmando que se trataba de “distintas personas forasteras, vagabundos
y gente baldía, sin tener en dicho sitio más hacienda ni utilidad que el asiento de
las casas donde viven”.24 Lo que chocaba particularmente a los mineros era la razón
misma de ser del asentamiento. En palabras de don Francisco Antonio Arboleda,
24
AHNB. Poblaciones Cauca, t. 2, f. 652 v.
177
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
[...] se vio que en el llano de Quilichao se está formando una grande
población de gente sin oficios públicos ni hacienda propia y que los
más viven con el oficio de regatones para vender a los negros de las
cuadrillas de esclavos de minas y los víveres que allí introducen de otras
partes, y al mismo tiempo rescatando de los negros el oro que ellos
sacan para sí en los días que les es permitido o el que hurtan a sus
dueños y… así mismo… dicha población se va formando ya con plaza,
calles e iglesia, sin tener para ello licencia de las justicias superiores
y… dicha población está dentro de los reales de minas de Cerrogordo,
Aguablanca, Cimarronas y San Bernabé y a poca distancia de las de Santa
María, Dominguillo, Ahumadas y Convento [...]25
Los mineros de Popayán sentían como una amenaza para la estabilidad del sistema
esclavista no sólo el comercio subrepticio con las cuadrillas, sino la presencia
misma de una población libre, que tendía a organizarse como centro urbano, sin
posibilidades de control por parte de un estrato noble.
Hostilizada mediante procedimientos administrativos de todo tipo, Quilichao
prolongó la lucha por su existencia durante más de un siglo. En 1753, ante las
reiteradas acusaciones de los mineros, el gobernador de Popayán ordenó expulsar
del asiento a quienes no fueran labradores. Pese a que la casi totalidad de la
población estaba dedicada al comercio y a oficios artesanales, los vecinos lograron
probar que tenían títulos legítimos sobre las tierras que poblaban y el gobernador
suspendió la expulsión.26 Frente a esta amenaza, los de Quilichao decidieron
legalizar el asentamiento y obtuvieron del virrey Solís el título de villa en 1755.
Este privilegio, que les otorgaba justicias propias para dirimir sus conflictos y
los conflictos con los grandes propietarios, los enfrentó con la ciudad de Caloto.
La ciudad no sólo veía recortados sus propios términos territoriales, sino que
perdía un control jurisdiccional que utilizaba en favor de los mineros de Popayán.
Pleitearon y obtuvieron que el virrey Messía de la Zerda revocara el flamante título
de villa a Quilichao en 1761.
Pese a las controversias con Caloto, animadas por las pretensiones de los mineros
de Popayán, Quilichao ocupaba una posición muy ventajosa, no sólo por su
proximidad a las minas sino por el tránsito de Popayán a Cali y al resto de las
ciudades de la gobernación. Mientras que en 1753 contaba apenas con doscientos
habitantes, en 1791 ascendían a 831, población que casi duplicaba a la de Caloto
(con 431 habitantes) y en 1803 había aumentado a 1414 en el recinto del poblado
(que tenía 204 casas) y 411 en el contorno rural.27
25
26
27
AHNB. Poblaciones Cauca, t. 2, f. 167.
AHNB. Poblaciones Cauca, t. 1, f. 183 v. y 224.
AHNB. Poblaciones Cauca, t. 2, f. 224, 541 y 709.
178
Germán Colmenares
La presencia de blancos pobres y aun de algunos nobles atraídos por las posibilidades
comerciales del asiento, además de la evidente superioridad económica y
demográfica, debía inclinar finalmente la balanza en favor de Quilichao y garantizar
su existencia, al menos como asiento. Las autoridades virreinales llegaron inclusive
a pensar en suprimir más bien a Caloto, pues habían comprobado que algunas
ciudades como esta, en perfecta decadencia, ostentaban cabildos y justicias, puestos
para los que ya ni siquiera se encontraban candidatos idóneos.
En el caso de Quilichao, el conflicto con Popayán se originaba en un desafío por
parte de la nueva población a los privilegios patrimoniales de la antigua ciudad.
Los Arboledas disputaban al poblado no sólo el derecho a poseer términos, que
hubieran recortado un poco sus enormes posesiones territoriales y los hubiera
sometido a la jurisdicción de justicias extrañas, sino hasta el acceso de sus
habitantes a recursos de leña y aguas.
Pero no todos los poblados nuevos en el valle del Cauca experimentaron este
rechazo o se vieron privados del agua y la sal por parte de intereses contradictorios
con sus cabeceras o con los grandes propietarios. Al contrario, algunos como
Candelaria, Florida o Llanogrande fueron el receptáculo de una mano de obra
abundante y bienvenida de cosecheros para las plantaciones de tabaco que fueron
surgiendo en el último cuarto del siglo XVIII.
El cultivo del tabaco debía haber sustentado un cierto número de cosecheros desde
mucho antes de su estanco en 1773 (posiblemente desde 1750), debido a que su
consumo se había extendido rápidamente entre los esclavos de los centros mineros.
Puesto que este cultivo requería una mano de obra abundante y cuidadosa, los
propietarios se sintieron más inclinados a introducir formas de arrendamiento y de
colonato en sus tierras, o inclusive a contar con los pequeños propietarios, que a
emplear sus propios esclavos. Esto les aseguraba el fruto del trabajo de unidades
familiares de cosecheros del cual ellos se reservaban la comercialización.
Pese al contrabando generalizado y a las siembras clandestinas en sitios apartados
de latifundios que no podían controlarse, el estanco del producto como renta
disminuía la base amplia de población que se sustentaba con el cultivo. La
supresión de la renta (como ocurrió entre 1810 y 1817) o su desorganización
(en los años de 1819 y 1820) traía consigo la súbita ampliación en vastas áreas
de siembra diseminadas por todo el Valle.28 Que los sembrados fueran sobre
todo una iniciativa popular, está indicado por las concesiones de los realistas
28
Algo parecido ocurría con la producción de aguardiente. Cuando la ciudad de Cartago, sin
esperar a una decisión de la Junta de Santa Fe, siguió el ejemplo del gobernador realista
de Popayán y extinguió la renta del aguardiente el 20 de octubre de 1810, se encontró
ante una situación embarazosa. Santa Fe, el centro político al que quería sujetarse Cartago
para oponerse a Popayán, había desaprobado una extinción parecida en Chiquinquirá,
179
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
cuando quisieron restablecer la renta en 1817. Entonces no sólo incrementaron
el precio de compra sino que garantizaron a los cosecheros que el canon de los
arrendamientos de las tierras permanecería inalterado (Patiño 1974).
El tabaco significó así una alternativa para la utilización de porciones de latifundios con
una explotación intensiva y la generalización del arrendamiento a trabajadores libres.
El pago en efectivo que los cosecheros obtenían del monopolio, aun si los mantenía
en un nivel de mera subsistencia, los liberaba de coacciones extraeconómicas por
parte de los terratenientes, excluyendo el peonaje de esta zona.
La limitación del área de las siembras, primero a Candelaria (en 1778) y luego
a Llanogrande (en 1790), contribuyó al menos al fortalecimiento de dos núcleos
urbanos. No parece un azar que precisamente en 1773, año en el que comenzó a
operar el estanco, un cura terrateniente hubiera donado cien cuadras destinadas
a asegurar la permanencia de pobladores en Llanogrande. En 1797, gracias al
tabaco, el lugar tenía ya 167 ranchos de paja y no pasarían muchos años para que
el poblado llegara a rivalizar con la antigua ciudad de Buga, de la que dependía.
Otros poblados surgieron en el curso del siglo XVIII en las márgenes mismas de
las haciendas. En el extremo norte del Valle, el Hato de Lemos, por ejemplo, fue
mandado fundar expresamente por el virrey Espeleta en 1796, para dirimir un
conflicto que enfrentaba a dos linajes de terratenientes.
Veinticinco años antes de las solemnidades de la fundación, los alcaldes de la
ciudad de Toro habían informado que en este lugar vivían ya un poco más de
seiscientas personas, “todos pardos a excepción de ocho mestizos, toda gente
pobre…”, que como los demás habitantes de la jurisdicción de Toro vivían de sus
platanares, maíz, fríjoles, caña de azúcar y tabaco. El tabaco y alguna producción
de aguardiente que los habitantes de la región introducían en los reales de minas
del Chocó dieron lugar a un levantamiento de los pardos del Hato de Lemos
cuando comenzaron a operar los estancos.
Es posible que este conflicto social, paralelo al de los comuneros del Socorro,
haya movido a una solución típicamente ilustrada del virrey Espeleta. Los dos
linajes de terratenientes que se disputaban la posesión de una franja entre sus
haciendas cedieron estas tierras para que se fundara la población. Esta, que ya
tenía el carácter de viceparroquia, fue fundada así sobre tierras comunales que
debían distribuirse entre los habitantes y sobre las cuales debían reconocer un
arrendamiento (González 1957 en Posso 1980).
pero “… ya estaba introducido con increíble rapidez en esta ciudad [Cartago] el comercio
de aguardiente” (Zawadzky 1943: 268).
180
Germán Colmenares
El caso de Tuluá es también muy peculiar. La población existió originalmente
como una doctrina que atraía a indios forasteros desde el siglo XVII. En 1690,
un vecino de Anserma reclamaba como encomendero el tributo de algunos
indios del pueblo. Esto hace pensar que se trataba de refugiados que intentaban
escapar de la mita para las minas de Supía y Quiebralomo. Los indios forasteros
fueron acogidos en sus tierras por un Diego Santa Cruz (Diegote), un indio
rico de Buga. En vista de que las tierras del poblado habían sido enteramente
ocupadas, su hijo las donó en 1741 a tres cofradías. Esto permitía la permanencia
de los pobladores y el mantenimiento, con la renta que debían pagar, de la
capilla doctrinera y de varios clérigos.
Desde antes de mediados del siglo, también una buena cantidad de terratenientes
y labradores de las cercanías, vecinos de Buga, preferían asistir a los oficios
religiosos de la doctrina, en donde muchos debían haber fijado su asiento. El
pueblo de indios, como tal, no tenía entonces un resguardo sino que era más bien
un apéndice adventicio de las haciendas del lugar.
En 1759, ciento dos vecinos que exhibían el título de “Don” (ya hemos visto cuál
era la naturaleza de esta pretensión) y que tenían intereses en la zona, solicitaron
que el poblado fuera erigido en villa. Según un testimonio que acompañaba la
petición, en la jurisdicción de la doctrina no sólo residía esta inusitada cantidad de
nobles sino también vecinos de la plebe que cuadriplicaban su número, además
de los cien indios de la doctrina.
A pesar de que gozaban de influencia en Buga –pues algunos de ellos habían
sido alcaldes de la ciudad–, los propietarios ubicados en Tuluá se obstinaban en
tener su propia jurisdicción. Según un informe del teniente de gobernador de
Buga, estos vecinos sólo pretendían escapar a su obligación de abastecer con sus
ganados a la ciudad. Por esta época, en efecto, las ciudades comenzaron a sufrir
crisis periódicas de abastecimientos porque los hacendados preferían comerciar
sus ganados en los reales de minas en auge, tanto en Antioquia como en el Chocó.
Los vecinos se aprovecharon de la rivalidad entre las ciudades vecinas de Buga y
Cartago para adelantar sus diligencias ante las autoridades de esta última. En Santa
Fe, sin embargo, sus pretensiones fueron rechazadas, pese al concepto favorable
del asesor del virrey, el mismo que hacía cinco años había apoyado también la
erección en villa de Quilichao (Martínez y Paredes 1946).29
Ni aun la presencia de un fuerte contingente de nobles parecía suficiente para
disipar los temores provocados por un vecindario pobre, compuesto por blancos
29
El expediente completo de erección en villa de Tuluá en AHNB, Poblaciones Cauca, t. 1,
fc. 898-929.
181
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
pobres, mulatos y mestizos sin tierras. En 1778 esta población fue invitada por los
pardos de Llanogrande a unírseles en una rebelión contra un reclutamiento que,
por orden del virrey, los destinaba a la apertura de un camino hacia el Chocó.
La rebelión fue suprimida por un contingente de fuerzas de milicia solicitado
urgentemente a Cali (Arboleda 1956: 9).
En 1803 los vecinos de Tuluá insistieron en la erección en villa de su poblado.
Conscientes de que uno de los obstáculos era la presencia de indígenas, pues
estos gozaban de un privilegio institucional al no poder coexistir la villa con el
pueblo de indios, pretendían que los pocos indios fueran trasladados. Esta vez,
aparentemente, tampoco lograron su objetivo.
Otras poblaciones tuvieron una gestación mucho más lenta. Si quisiera tenerse
algo como un experimento in vitro, en el cual fuera posible observar paso a
paso el proceso de una formación social campesina, nada mejor podría pedirse
que la historia del indiviso de Guabas y de Ginebra, la población a que dio
origen. Aquí se produjeron sucesivas fragmentaciones de una propiedad entre los
descendientes de un gran terrateniente. Con el curso del tiempo aquellos lograron
una diferenciación social entre grandes, medianos y pequeños propietarios. Es
posible seguir este desarrollo en su integridad, gracias a que la propiedad en
cuestión se mantuvo como un indiviso desde 1651 hasta 1937. La indivisión se
originó en un vínculo impuesto por la propietaria en el siglo XVII para que sus
tierras sirvieran una capellanía a perpetuidad.
Pese a la legislación republicana que abolió las vinculaciones de la tierra en
1824, y en 1851 y 1863 extinguió los bienes de manos muertas, esta propiedad
se mantuvo casi intacta en manos de los descendientes de la fundadora. En 1937,
los que reclamaban una posesión como descendientes sumaban 571 (es decir,
una población de más de cuatro mil personas) contra 120 de aquellos que habrán
comprado derechos a otros descendientes. Aunque este es un caso extremo y
evidentemente excepcional, sirve para ilustrar un mecanismo que pudo darse
en menor medida en otras partes para afianzar el desarrollo de algunos sectores
campesinos a partir del latifundio colonial (Gutiérrez 1981).
Como puede apreciarse, el patrón de los nuevos poblamientos a todo lo largo
del valle del Cauca presenta muchas variantes, a veces en conflicto, a veces
favorecidas por las haciendas y los antiguos latifundios. Pero estas variantes no
ofrecen la nitidez en el contraste social y racial que aparece en los poblamientos
del Patía, la región profunda que separa el valle de Popayán de las altas mesetas
de Pasto. En esta región, en donde a comienzos del siglo XVII había algunos
latifundios ganaderos de propietarios de Popayán, se fueron refugiando
182
Germán Colmenares
[…] levantados, hombres libres y esclavos fugitivos y facinerosos, ladrones
y otros delitos criminales que se cometen en el valle del Patía y otros sitios
para resistir y no obedecer los preceptos de Nuestra Santa Madre Iglesia,
ni los de la real justicia, como es notorio y se está experimentando.30
Inclusive, en el extremo sur de esta zona y en las estribaciones de la cordillera
Occidental, se estableció un palenque de esclavos cimarrones repartidos en dos
poblaciones, llamado El Castigo.
A mediados del siglo XVIII el gobernador de Popayán nombró un juez de
desagravios para el Patía. Esta persona, que debía salir del rango mismo de los
pobladores, fue acusada de abusos contra los vecinos y de “ser hombre de inferior
esfera por su nacimiento”.31 Hasta 1772 la población del Patía no tuvo un alcalde
pedáneo. Pero los esfuerzos de Popayán para alargar el territorio de su jurisdicción
fueron en vano. Desde 1809 el Patía proporcionó contingentes de milicias y de
fuerzas guerrilleras cuya existencia parece haber sido movida casi exclusivamente
por aversión a los propietarios esclavistas de Popayán. Más adelante, en el curso
del siglo, la misma región alimentó los ejércitos de varias guerras civiles.
El reconocimiento de las poblaciones nuevas
Visto desde una perspectiva de largo plazo, el período de las guerras de
Independencia aparece como un catalizador de conflictos latentes. En algunos
puntos neurálgicos del Imperio Español, de acuerdo con la tesis tradicional,
los movimientos de Independencia tuvieron un alto grado de coherencia
con viejos agravios económicos de los criollos. Estos agravios tenían su raíz
en el centralismo borbónico y en los intentos de la monarquía, amenazada
por el expansionismo capitalista de otras potencias europeas, de remozar el
monopolio comercial. En otras regiones, en cambio, los conflictos que desató
la Independencia eran de carácter interno y por eso aparecen más bien como
un preámbulo a las guerras civiles del siglo XIX.
Desde el punto de vista político, la Independencia puso en tela de juicio un
orden constitucional basado en privilegios de orden local acordados a ciudades
y villas. En sus orígenes, estos privilegios habían emanado de las facultades de
los cabildos para distribuir los recursos contenidos en los términos territoriales
asignados a un poblamiento. Por una parte, la rígida estructura social que
excluía de todo privilegio a las castas quedaba reforzada por las atribuciones
políticas de los cabildos, de composición oligárquica. Por otra, la delimitación y el
30
31
Archivo Central del Cauca, Libro de Cabildos No. 11, 28 de mayo de 1732.
AHNB, Poblaciones Cauca, t. 3, f. 117.
183
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
acaparamiento celosos de recursos extraordinarios (como las minas), amparados
por una jurisdicción política, daba lugar a fenómenos de crecimiento económico
que no se comunicaban a otros centros urbanos y que por lo tanto acentuaba las
disparidades regionales.
De una manera muy semejante a lo que iba a ocurrir ante las guerras civiles,
la independencia en la gobernación de Popayán tuvo el aspecto de sucesivos
acomodos y reacomodos del área de influencia de los centros urbanos coloniales.
En 1810, Cali, Caloto, Buga, Cartago, Anserma y Toro se rebelaron contra la cabeza
de la gobernación, que se mantuvo realista. Desde el primer momento del conflicto
las llamadas “ciudades amigas y confederadas” procuraron conservar para sí las
regiones mineras que ellas mismas abastecían pero que estaban dominadas por
propietarios de Popayán. No obstante, aun la región minera de Raposo, sujeta a
Cali, dio una respuesta ambigua. Los vecinos del pueblo de La Cruz decidieron
continuar sus relaciones con Cali,
[…] sin que por esto se entienda que se separa de la provincia de la
capital de Popayán y a su gobierno que ha reconocido y reconoce,
suplicando esta provincia a la ciudad de Cali siga con el abastecimiento
de víveres y demás ramos del comercio con que ha contribuido a su
conservación […] (Zawadsky 1943: 257).
Desde el comienzo también, el cabildo de Cali observaba que el territorio de la
provincia de Popayán era tan desmedido que podía inclinarla a tiranizar a las
ciudades vecinas. Este temor hipotético expresaba en realidad un viejo agravio.
Por esta razón el cabildo anunciaba que ni aun en el caso de que Popayán se
conformara políticamente con el plan de las “ciudades amigas”, estas accederían a
mantener la provincia en su integridad original (Arboleda 1956: 277-279).
Contra este desafío Popayán hacía valer sus intereses patrimoniales. Recordaba a
Caloto, por ejemplo, que,
[…] no ha debido olvidar que las propiedades de su territorio, sus
haciendas, sus minas, sus esclavos, pertenecen a los vecinos de Popayán;
y que estos deben tener una parte considerable en sus deliberaciones
si no quieren exponerlas a nulidad manifiesta y a otras consecuencias
perjudiciales […] (Arboleda 1956: 288)
El espíritu que dominaba a los cabildos de las viejas ciudades al rebelarse contra la
cabecera de la gobernación no era diferente al de Llanogrande y Tuluá, poblaciones
nuevas que aprovecharon la ocasión que se les ofrecía para romper con su propia
cabecera, la ciudad de Buga, y proclamarse como villas en 1813. Mientras que Cali,
la vieja rival de Buga, se apresuraba a reconocer el nuevo status de Llanogrande,
184
Germán Colmenares
Buga declaraba fuera de la ley a los que habían propiciado la declaración. Muchos
de ellos se retractaron, temerosos de las represalias de la ciudad. Además, algunos
propietarios de los partidos rurales contiguos, al verse segregados de Buga,
reclamaban en 1815 sobre “los modos extraños, desconocidos e ilegales con que
el ciudadano Simón Cárdenas y sus colegas” habían procedido a la separación
del cantón. El gobierno español de la reconquista desconoció también el gesto
insurgente de Llanogrande y de otras villas, sujetándolas de nuevo a su antigua
cabecera. Este era un castigo más que se sumaba a otras formas de represión de
la reconquista para restablecer el orden colonial (Raffo 1956).32
La ley de 25 de junio de 1824, por la cual se dispuso por primera vez la división
de Colombia en departamentos, provincias y cantones, abolió de un plumazo el
antiguo orden constitucional que jerarquizaba, sobre bases étnicas, fundaciones
españolas de ciudades y villas, pueblos de indios y parroquias y asientos mestizos.
Esta ley verificó una promoción automática para muchas poblaciones. En la antigua
gobernación de Popayán (ahora departamento republicano del Cauca) se crearon
cuatro provincias y dentro de estas veintiún cantones. Según la ley, cada cabecera
de cantón debía poseer una municipalidad y, por lo tanto, lo que hasta ahora había
sido una mera parroquia, quedaba convertida en villa, con su propio cabildo. A su
vez, lugares y asientos pasaron a ser parroquias. Mediante esta ley, Llanogrande
(Palmira), Tuluá y Roldanillo (un antiguo pueblo de indios), degradados durante
la reconquista, volvieron a recuperar su rango como municipalidades y cabeceras
de cantón. Llanogrande tuvo en adelante dos parroquias sujetas (Candelaria y
Pradera) y una viceparroquia (Yunde). En 1835 se le agregó la viceparroquia de
Perodias, rebautizada como Florida. En el curso del siglo XIX estas dependencias,
que habían tenido su origen como poblados más o menos espontáneos en las
márgenes de las haciendas, se convirtieron en municipios (Marulanda 1934).
El resultado neto de estas reformas fue el de desintegrar las vastas áreas de influencia de
las antiguas ciudades españolas. Los primitivos partidos rurales de Buga, por ejemplo,
se repartieron entre las dos nuevas villas, Llanogrande y Tuluá, quedando reducida la
ciudad a la sola parroquia anexa de Guacarí. Cali perdió sus partidos de Roldanillo y
La Herradura, y Cartago su región minera de Supía. Otro resultado no menos notorio
consistió en romper la sujeción de los distritos mineros de las antiguas ciudades. Así,
las áreas sujetas a Cali y Pasto en el Pacífico se constituyeron en una nueva provincia
con los cantones de Iscuandé, Barbacoas, Tumaco, Micay y el Raposo.
El nuevo orden republicano no sólo estaba destinado a hacer más inmediatos los
recursos administrativos y judiciales, sino también a promover la participación
política facilitando la reunión de asambleas electorales y la celebración de
32
AMB. Varias providencias, 1818.
185
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
elecciones primarias. Pero hubo además otros resultados políticos de mayor
alcance. Si bien es cierto que el reconocimiento de la igualdad teórica de los
ciudadanos no alcanzaba a tener efectos prácticos dentro de una sociedad tan
rígidamente jerarquizada (menos aún en una sociedad esclavista), en cambio el
reconocimiento de la entidad jurídica de un poblamiento sí era capaz de romper
con las jerarquías urbanas coloniales. Esto por lo menos ocurría allí donde el
dinamismo de los poblamientos se proponía romper el molde de esas jerarquías.
Por esta razón, la actitud de los nuevos poblamientos del valle del Cauca contrasta
drásticamente con la de los más antiguos de los pueblos de indios. En tanto que
en el valle las concentraciones de mulatos, mestizos y españoles pobres buscaban
una cierta medida de autonomía frente al dominio patrimonial de las ciudades
más antiguas y lograban defenderse de la sujeción del peonaje, en los pueblos
de indios de los altiplanos del centro del país la autonomía parecía significar una
forma de degradación. Por ejemplo, cuando Cáqueza y Bogotá fueron erigidos en
cantones, los pueblos que les quedaban sujetos reclamaron para que se mantuviera
su sujeción directamente a Santa Fe, la capital.
Esta reacción obedecía a motivos complejos. Uno, la organización de los mercados.
Otro, la familiaridad de los pueblos de indios de la Sabana con un sistema judicial
y administrativo que no estaban interesados en cambiar por otro que los sujetara
a intermediarios mestizos. Finalmente, los pueblos designados como cabeceras de
cantón estaban incapacitados para improvisar un cuerpo político-administrativo,
demasiado gravoso para pobres labradores y peones.33
Los privilegios patrimoniales de villas y ciudades de españoles (es decir, el
control político sobre recursos de bosques, tierras, aguas, minas y manos de
obra) introdujeron así una gradación de rivalidades que se extendía desde los
poblamientos más humildes hasta las mismas villas y ciudades.
La ideología republicana solía atribuir estos antagonismos a una acción deliberada
de los españoles. Pero respecto al fondo del problema, el régimen republicano no
podía innovar demasiado. Los frecuentes cambios en el ordenamiento jurídicoadministrativo de las regiones durante el siglo XIX revelan hasta qué punto
persistían factores de perplejidad en el equilibrio regional. Las guerras civiles,
incluidas las de la Independencia, se alimentaron con estas rivalidades, antes que
con una ideología de más vasto alcance.
33
AHBN. Congreso, t. 9, f. 713.
186
Germán Colmenares
Conclusión
Todo el sistema de prelaciones de los centros urbanos que había dominado
durante la Colonia se vio alterado por las conmociones políticas. Antes que en
los individuos, el principio de soberanía popular vino a radicarse en los “pueblos”
(casi en el sentido de núcleos urbanos), de la misma manera que los privilegios
patrimoniales se habían asignado en el siglo XVI a la “república de los españoles”.
En el valle del Cauca, en donde hemos visto que proliferaron los pueblos nuevos
con una base social heteróclita después de la segunda mitad del siglo XVIII, el
cambio republicano les confirió una igualdad teórica con los antiguos centros
que alimentaban las estructuras sociales y políticas de la Colonia. El sistema
de haciendas, que encontraba dificultades en transformar el sistema esclavista
y adoptar otras formas de sujeción del trabajo, se veía así permanentemente
amenazado por la inestabilidad social.
Durante las primeras décadas del siglo XIX, la región descendió de la incontrastable
preeminencia de la que había gozado durante el siglo anterior, para volverse un
incómodo foco de conflictos. En el Cauca se incubaron casi todas las guerras
civiles del resto del siglo: conflicto armado de 1828, con epicentro en Popayán;
guerra “de los conventos” en Pasto en 1839 y pronunciamiento en Timbío, que
generalizó el conflicto como “guerra de los supremos” hasta 1842; guerra de
1851, iniciada por los propietarios esclavistas del Cauca y guerra de 1860-63 que
comenzó en el Estado del Cauca contra la Confederación Granadina.
La decadencia económica, que aquí parece ilustrar literalmente la tesis, según
la cual las perturbaciones políticas y los conflictos civiles del siglo XIX nacían
del estancamiento, obedeció a la pérdida gradual de importancia del sector
minero de la región entre 1800 y 1830. Con esto se rompió uno de los eslabones
que habían asegurado el auge de las haciendas en el siglo XVIII y que había
nutrido el orden social de la Colonia.
En comparación con otros países de América Latina, la incorporación de Colombia a
un mercado externo fue tardía. Dentro de la relación colonial, los vínculos económicos
con la metrópoli estaban asegurados con las exportaciones de oro. La balanza de pagos
del régimen republicano siguió saldándose con pagos en oro de las importaciones.
En su mayor parte este oro provenía ahora de las explotaciones antioqueñas que
desde el siglo XVIII habían reducido las grandes cuadrillas de esclavos y basaban la
extracción en el trabajo libre y muy móvil de pequeños empresarios (mazamorreros)
en aluviones o en el incremento tecnológico de las minas de veta (Parsons 1968: 53).
Pero a mediados del siglo era ya claro para muchos que una liquidación definitiva
del régimen colonial sólo podía lograrse con la comercialización de la agricultura y la
incorporación de masas humanas más vastas a las actividades productivas.
187
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
El proceso de integración a una economía exportadora no fue así uniforme para
todas las regiones colombianas. La comercialización de la agricultura no sólo
dependía de circunstancias geográficas favorables que facilitaran el transporte,
sino también de adaptar estructuras sociales al nuevo tipo de economía.34
Las diferencias en los ritmos regionales hacia lo que podría verse como una
modernización sugiere la originalidad social irreductible de las regiones.
Este proceso debía ser infinitamente más arduo en una sociedad esclavista. Allí,
el temor de la insurrección de los esclavos y los frecuentes enfrenamientos civiles
que capitaneaban caudillos cuya popularidad estaba establecida entre masas de
mulatos y mestizos, creaba un clima enfermizo de inseguridad y de inestabilidad
sociales. Por esto no resulta extraño encontrar en la región a otros caudillos que,
como Julio Arboleda, se aferraban con obstinación fanática al antiguo orden y
ostentaban sus pretensiones aristocráticas como rasero supremo del orden moral
y del orden político y social.
En el período comprendido entre 1850 y 1886, los clanes familiares,
cohesionados en el siglo anterior en la explotación de haciendas, minas y
el comercio de esclavos, y que habían sobrevivido al rigor de varias guerras
civiles, trataron de adaptarse a reformas liberales (Hyland 1982: 369-406). Estas
reformas, que atacaban hasta los últimos fundamentos del sistema esclavista,
estaban concebidas para apoyar un proceso general de comercialización de la
agricultura. El valle del Cauca debía esperar, sin embargo, hasta el momento en
que una ruta hacia el Pacífico y la apertura del canal de Panamá incorporaran
su agricultura al mercado exportador.
Regionalismo político, fragmentación económica (o economía de islas, según la
expresión de Nieto Arteta): valdría la pena explorar las raíces de estas constantes del
siglo XIX colombiano en patrones muy diversos de poblamiento. El patrón mejor
conocido fue siempre el del altiplano central, mucho más densamente poblado
en la Colonia, en donde las economías campesinas tempranas de los resguardos
indígenas fueron asediadas en el siglo XVIII por la presencia de un número
creciente de mestizos sin tierras. Esto sirvió de pretexto para la extinción de muchos
resguardos entre 1755 y 1780 y a su remate, que verificaron no siempre mestizos
desposeídos, sino también terratenientes que agrandaron aún más el ámbito de la
34
En el ejemplo del café, esta economía no resultó viable cuando trató de adaptar el
molde de la hacienda tradicional a las exigencias del nuevo producto. Para consolidarse,
la economía cafetera requirió una transformación radical, haciendo pesar en adelante
las responsabilidades de la producción sobre unidades familiares campesinas y la
comercialización sobre un sector financiero y comercial al que se replegaron con ventaja
los antiguos empresarios de nuevas roturaciones de tierra (Deas 1978; Palacio 1979).
188
Germán Colmenares
hacienda tradicional. En cuanto a los mestizos, a ellos se les dieron los poblados que
habían sido de los indios, promovidos ahora de simples doctrinas a parroquias.35
Pero este patrón de poblamiento en las zonas demográficamente más densas del
país no es un modelo único. Su representatividad obedece a una distorsión creada
por la importancia política del centro y por el hecho de que proporcionaba las
imágenes clásicas de la hacienda andina tradicional, atada a una producción de
subsistencia y a un mercado estrecho.
Pero si no es un modelo único, precisamente con respecto a él puede medirse
la gran variedad de patrones de poblamiento de otras regiones, particularmente
de los valles profundos. Estos patrones datan de fines de la Colonia y del
siglo XIX: en el alto, el bajo y el Magdalena medio, en las llanuras de la costa
Atlántica, en muchos bolsillos de la región andina y en nuestro ejemplo del
valle del Cauca y del Patía.
Durante el siglo XIX Colombia debió desarrollar así un enorme desplazamiento
de ejes con respecto a los antiguos centros vitales del sistema colonial. Podría
decirse, en términos generales, que los espacios que constituyeron el escenario
privilegiado de la vida colonial no fueron los mismos en los cuales se desarrolló
el nuevo capítulo de la comercialización de la agricultura. Estos desplazamientos
crearon el fenómeno de un desarrollo regional desigual que la teoría de la
modernización, en boga hace algunos años, interpretaba como un dualismo
propio de estas sociedades. Pero tampoco ciertas implicaciones de la teoría de
la dependencia que la sustituyó, basadas en el mero análisis de las cifras de
exportación, arrojan demasiada luz sobre el proceso interno en el que jugaron
factores complejos y a veces sui generis.
35
Testimonio de los autos de visita practicada por José María Campuzano y Francisco Antonio
Moreno y Escandón. Archivo General de Indias, Santa Fe, Leg. 595.
189
Partidos
Adultos
Varones
Libres
Párvulos
Mujeres
Esclavos
Libres
Esclavos
Varones
Libres
Totales
Mujeres
Esclavos
Libres
Esclavos
Libres
1. Bugalagrande.
Río Bugalagrande
a quebrada de
Morillo
2. Folleco. Río Tuluá
a Bugalagrande
102
12
214
18
87
13
81
8
Total
Esclavos.
502
230
732
484
51
535
190
3. Tuluá
181
41
521
138
473
1.086
268
1.354
4. Quebrada de
Honda a 2.
Hormiguero
115
41
180
58
61
337
118
455
5. 2. Hormiguero
a quebrada San
Pedro
107
7
156
10
42
2
45
4
350
23
373
6. Quebrada San
Pedro a Pajonales
73
14
121
30
29
4
41
4
264
52
316
166
53
217
67
383
120
503
8. Quebrada Guabitas
117
a Sonso (Guacarí)
55
220
67
603
212
815
FALTAN
PARTIDOS:
7. Río Buga a Sonso
2?
134
44
132
46
C a s t a s , p a t r o n e s d e p o b l a m i e n t o y c o n f l i c t o s s o c i a l e s e n l a s p r ov i n c i a s d e l C a u c a 1 8 1 0 - 1 8 3 0
Partidos rurales de Buga
Germán Colmenares
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192
Las tierras bajas del Pacífico colombiano.
Población y poblamiento1
ROBERT WEST
L
a personalidad geográfica de las tierras bajas del Pacífico colombiano no
solo ha sido moldeada por el cálido clima tropical y por los bosques; los
pobladores y su herencia cultural han sido aún más importantes. El número
relativamente pequeño de habitantes, su distribución a lo largo de los ríos, la
predominancia de la composición racial negra, y las peculiares viviendas y
asentamientos le dan una estampa especial a la ocupación humana del área.
Población, densidad y crecimiento
Alrededor de 335 mil personas habitan el bosque húmedo tropical de las tierras
bajas del Pacífico.2 Cerca de 300 mil viven en Colombia, y el resto en el Darién,
en el suroriente de Panamá, y en Esmeraldas, en el noroccidente ecuatoriano. Esta
cifra solo representa el 2,5 por ciento de la población colombiana, mientas que la
región comprende cerca del 7 por ciento del territorio nacional. Las tierras bajas
colombianas tienen una densidad de cerca de cuatro personas por km2, lo que
supera la densidad de las otras áreas americanas cubiertas por bosque húmedo
tropical, tales como la alta cuenca amazónica. La densidad, sin embargo, varia de
0,4 personas por Km2 en el enorme municipio de Riosucio, en el bajo Atrato, a 13
1
2
Original tomado de: Robert West. 2000 [1957]. Las tierras bajas del Pacífico colombiano.
Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
La población de la parte colombiana de las tierras bajas, según los resultados del censo
oficial de 1951, que no ha sido publicado, es de 295.666. Según los datos del censo de
1950, la provincia del Darién en Panamá tiene 14.600 habitantes, lo que implica una
densidad poblacional de un habitante por km2. “Quinto Censo Nacional de Población y
Vivienda, 10 de diciembre de 1950”, Boletín Informativo, No.3 (Dirección de Estadística
y Censo, Contraloría General de la República, Panamá, 1952). En 1950 la población del
cantón Eloy Alfaro en la provincia de Esmeraldas, Ecuador, era de 20.470, o de 6 personas
por km2. Estos datos provienen de informes inéditos del censo oficial del Ecuador de 1950.
El gran total de la población de la cultura de las tierras bajas del Pacífico es de 335.070, de
acuerdo con la información más reciente.
193
personas por km2 en el pequeño municipio de Condoto, en el corazón de la zona
minera de oro y platino del alto río San Juan. La parte sur, cercana a la frontera
con el Ecuador, es la más densamente poblada de las tierras bajas. El municipio de
Tumaco, que incluye terrenos agrícolas, y el de Barbacoas, un viejo centro minero,
tienen densidades de 8,5 y 10 personas por km2 respectivamente. La parte norte
de las tierras bajas está escasamente poblada: los humedales del bajo Atrato están
casi desocupados, así como grandes áreas de la serranía del Baudó y su extensión
norte hacia el Darién (mapa 1).
Hay datos poblacionales para toda la región desde 1843, cuando se contaron
cerca de 51 mil personas.3 La figura 1 muestra que entre 1843 y 1912, es decir,
en un período de 70 años, la población casi se triplicó, debido principalmente a
su crecimiento natural. En los siguientes 40 años, de 1912 a 1951, la población
se duplicó, y aún sigue aumentando, a pesar de la emigración y la alta tasa
de mortalidad. Sin embargo, la tasa de crecimiento poblacional de las tierras
bajas es menor que la de Colombia. Además, el porcentaje de la población
colombiana que vive en las tierras bajas del Pacífico se ha mantenido entre 3,2
y 2,5 por ciento durante más de un siglo.
Para el Choco, la parte norte de las tierras bajas, hay registros poblacionales para
un período más largo. La figura 1 muestra un leve incremento en la población
del Chocó entre 1778 y 1850, es decir, durante el final del período colonial y el
comienzo del período republicano. Debido principalmente a las grandes migraciones
provenientes de las zonas mineras después de a manumisión de los esclavos en
1851, la población del Chocó estuvo estancada durante 50 años. Aunque al final
de la desastrosa Guerra de los Mil Días, en 1903, hubo un fuerte aumento, el
departamento ha sufrido un descenso en la tasa de crecimiento poblacional en los
últimos 40 años. Este hecho, sumado al gran incremento de habitantes de las tierras
bajas en los últimos 40 años, indica que ha habido un crecimiento relativamente
rápido de la población en la parte sur, especialmente alrededor de Tumaco.4
3
4
Estadística Jeneral de la Nueva Granada, parte primera (1848). Los datos de población de
las tierras bajas costeras para el siglo XIX y comienzos del siglo XX son poco confiables.
Producir un censo riguroso era una tarea casi imposible debido a los problemas de
transporte, así como a las frecuentes migraciones de indios y negros libres.
Para elaborar las curvas de población de la figura 1 se utilizaron las siguientes fuentes:
para 1778 se utilizó de la “Relación del Chocó… conforme al reconocimiento del capitán
de Ingenieros don Juan Jiménez Donoso, 15 de noviembre de 1870”, en Ortega Ricaurte
(1954: 205-241; ref., 212-215); para 1789, Silvestre (1888: 153); para 1835, un artículo del
periódico Constitucional del Chocó, No. 15, Quibdó, 15 de febrero de 1836; para 1843,
Estadística Jeneral de la Nueva Granada, parte primera (1848); para 1851 y 1870. Anuario
Estadístico de Colombia (1875); para 1912, Censo General de la República de Colombia,
levantado el 5 de marzo de 1912 (1912); para 1918, Censo de la Población de la República
de Colombia, levantado el 14 de octubre de 1918 (1924); para 1905, Censo General de la
Población, 5 de Julio de 1938, XVI, Resumen General de País (1942); para 1938, ibíd., XV,
Intendencias y Comisarías (1942); para 1951 datos oficiales inéditos, Departamento de
194
R o b e r t We s t
Mapa 1
Censos Nacionales, Bogotá. Sólo los censos de 1918, 1938 y 1951 se consideran bastante
precisos. El de 1928 es considerado tan impreciso que no fue utilizado en esta compilación.
195
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Figura 1
Enfermedades
Algunos de los factores que determinan la baja densidad poblacional de las
tierras bajas son la escasez de buenos terrenos agrícolas, el aislamiento y la
falta de sistemas de transporte adecuados, y las enfermedades. Entre estos
factores se destaca el ultimo, pues las enfermedades tropicales abundan, así
como sucede en la mayoría de las áreas del trópico húmedo del norte de Sur
América. Es rara la persona que viva allí y no haya contraído alguna o varias
de las enfermedades endémicas, que van desde varios males intestinales hasta
el temido bubas, pián o frambesia.
La mortalidad infantil es alta –probablemente supera el 200 por 1000.5 Hay pocos
viejos. Según el censo de 1938, en el Chocó solo 41 de cada mil habitantes
tienen más de 59 años (Contraloría General de la República 1943: 160). Desde
la Colonia la gente de la zona Andina les ha tenido un miedo exagerado a las
tierras bajas del Pacífico, debido principalmente a la reputación que le han dado
sus enfermedades. Sin embargo, debe quedar claro que esta región no está más
agobiada por las enfermedades que las demás zonas del trópico húmedo de Sur
América, y que es probable que lo esté menos que ciertas zonas con el mismo
clima situadas en el África occidental y el sureste asiático.
5
La tasa de mortalidad infantil es apenas un estimativo, basado en datos comparativos
bastante confiables para el resto del país. Colombia tiene una tasa de mortalidad infantil
relativamente alta: 136 por 1000. La región cafetera (Antioquia y Caldas) y el Chocó tienen
las tasas más altas: 200 por 1000. Concha y Vanegas (1952: 188-200.
196
R o b e r t We s t
El paludismo o malaria es la enfermedad más difundida y debilitadora de la
región. Se estima que en los valles del Atrato y del San Juan, en el Chocó,
más del cincuenta por ciento de los habitantes sufre de incapacidad periódica
a causa de las fiebres palúdicas. A lo largo de la Costa Pacífica el porcentaje
oscila entre 25 y cincuenta (Concha y Vanegas 1952: 193).6 A la mayoría de
las nueve especies colombianas del zancudo Anopheles –todas trasmisoras de
malaria– se les encuentra en las tierras bajas del Pacífico. Las más comunes
tal vez sean Anopheles albimanus y A. pseudopunctipennis, cuyas larvas se
desarrollan mejor en las aguas quedas de los pantanos y humedales (American
Geographical Society 1951). Anopheles aquasalis probablemente se cría en las
aguas salobres, detrás de los manglares.
Las tierras bajas del Pacífico solían ser azotadas por el dengue y la fiebre amarilla,
trasmitidas ambas por el zancudo Aedes aegypti originario del Viejo Mundo y por
algunas especies americanas.7 Aunque el dengue sigue haciendo estragos, la fiebre
amarilla solo se presenta ocasionalmente en el Darién y la parte norte del Chocó.8
Algunas fiebres recurrentes son comunes en el Pacífico. Una de ellas es trasmitida
por el chinche común, que infesta los pisos, paredes y techos de casi todas las
casas de los habitantes de los ríos. El parásito que se inyecta en la sangre humana
a través de la mordedura del chinche es una espiroqueta (probablemente Borrelia,
spp.) que infecta los glóbulos rojos. La mayoría de los habitantes de la región
han desarrollado una inmunidad contra esta enfermedad; pero la fiebre ataca a
los forasteros y los incapacita por varias semanas –incluso puede ser fatal. Hoy la
enfermedad se cura en poco tiempo con penicilina.
Después del paludismo, la enfermedad más difundida y demoledora es tal vez el
pián, bubas o frambesia. Más del cuarenta por ciento de los habitantes de la región
sufren de esta enfermedad que produce feas lesiones en la piel, llagas supurantes
especialmente en los brazos y en las piernas, y en sus etapas finales deterioro
leproso de la carne y tullidez de los miembros (Concha y Vanegas 1952: 191). La
fambresia suele ser fatal en niños. Es causada por una espiroqueta, Treponema
pertenue, similar a la que produce sífilis. Se contrae por contacto directo con
personas infectadas. Así, los niños la contraen fácilmente de madres infectadas.
Aunque se dice que la enfermedad se presenta más en personas negras que en
6
7
8
El porcentaje puede ser aún más alto en algunas áreas de la Costa Pacífica, como en
los humedales que respaldan la franja de manglar entre el delta del San Juan y la boca
del río Baudó.
A la mayoría de los trasmisores de la fiebre amarilla se les ha encontrado en la cuenca
amazónica y en el occidente de la cuenca del Orinoco. Bates (1944: 1950-1970). El vector
Haemagogus spegazzinii falco se ha hallado en el Darién y en el norte del Chocó (American
Geographical Society 1952).
En el medio Atrato hubo una epidemia de fiebre amarilla en 1948-1950. No se reportaron
muertes (American Geographical Society 1952), fotos 5.
197
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
personas de otras razas, muchos de los indios del Chocó y algunos de los blancos
están infectados. El origen de la enfermedad es incierto: probablemente proviene del
Viejo Mundo y fue traída a América por esclavos. Hoy la enfermedad está difundida
por el trópico húmedo, pero es especialmente prevalente en el África occidental,
el sureste asiático, Oceanía, el norte de Sur América y el Caribe. Parece ser que
su área de distribución está creciendo. Actualmente, el gobierno colombiano, en
cooperación con el Sistema de Salud Interamericano, está adelantando una rápida
campaña de inoculación contra el pián en el Pacífico colombiano. Las inyecciones
intramusculares con penicilina previenen y curan la enfermedad.9
La alta tasa de mortalidad infantil de las tierras bajas es causada principalmente
por enfermedades intestinales. Sorprende que la disentería amébica y bacilaria
y la anquilostomiasis sean poco comunes en las áreas rurales. Esto tal vez
se deba a que las lluvias torrenciales limpian a diario las heces humanas del
suelo. El hecho de que el agua potable es agua lluvia recolectada en canecas
y jarros también es importante. Sin embargo, hay una lombriz parásita, Ascaris
lumbricoides, que se incuba más profundamente en el suelo y no alcanza a ser
bañada por la lluvia. Por lo tanto, esta lombriz se ha convertido en la principal
causa de problemas intestinales en niños (Contraloría General de la República
1943: 2019). La malaria, el pián y la ascaridiosis intestinal conforman la trilogía
que mata a miles de niños al año en las tierras bajas del Pacífico. Alrededor de
los centros urbanos, tales como Quibdó y Buenaventura, la basura acumulada
en las afueras de la ciudad atrae muchos chulos. Estas aves carroñeras descansan
o crían en los techos de las casas y así contaminan el agua lluvia que los
habitantes recolectan, trasmitiendo una serie de parásitos intestinales, incluidas
formas amébicas de disentería.
Las enfermedades pulmonares, como la bronquitis, la neumonía y la tuberculosis,
son frecuentes en toda la región. La tuberculosis causa muchas muertes entre
los indios del Chocó, y bien pudo haber contribuido a diezmar a la población
indígena desde el contacto con los europeos, junto con el sarampión y la viruela.
La población indígena parece haber adquirido cierta inmunidad contra estas dos
últimas enfermedades, pero no contra la tuberculosis.
Las enfermedades, que son una de las causas principales de la baja densidad
poblacional y el bajo crecimiento demográfico en las tierras bajas, podrían
controlarse. La creciente preocupación del Gobierno nacional por los problemas
de salud en la Costa Pacífica, ejemplarizada en la campaña antipiánica, es un
9
La Campaña Antipiánica fue organizada por el Servicio Cooperativo Interamericano de
Salud Pública (SCISP) en enero de 1950. Probablemente hacia finales de 1955, cada río y
tributario de las tierras bajas del Pacífico habrá sido visitado y sus habitantes inoculados
por los empleados de esta organización. En junio de 1954 la campaña ya había llegado al
último sector, la cuenca del Atrato.
198
R o b e r t We s t
signo alentador del desarrollo moderno del trópico húmedo. Con el creciente uso
de insecticidas como el DDT y la introducción de medidas de saneamiento, el
paludismo y las enfermedades intestinales podrían reducirse a un mínimo.
Sin embargo, el éxito de los programas de salud en la mayoría de las áreas tropicales
bajas depende de un adecuado financiamiento, de personal médico calificado y
dedicado, y de una población nativa abierta a las innovaciones sanitarias. Hasta
el momento, Colombia y otros países de los trópicos americanos han dependido
de la ayuda técnica y financiera de las organizaciones internacionales de salud
para adelantar campañas contra enfermedades tropicales. Tan solo el control
efectivo del paludismo es excesivamente costoso, como lo evidencian los gastos
incurridos por las naciones europeas en sus posesiones del África occidental.
En sus programas de lucha contra la malaria el gobierno colombiano enfrenta
además otros problemas: el hecho de que muchas especies de Anopheles han
adquirido inmunidad contra el DDT, las dificultades físicas que implica tratar
de erradicar los criaderos de zancudos en zonas lluviosas y pantanosas como
las tierras bajas del Pacífico, y la lentitud con que se educa a una población
supersticiosa sobre métodos de saneamiento local. Aunque es factible, el control
efectivo de todas las enfermedades tropicales en las tierras bajas del Pacífico
colombiano parece estar muy lejano.
Patrón de asentamiento ribereño
Una de las características más notorias de la población de las tierras bajas
del Pacífico es su distribución ribereña, un patrón de asentamiento que suele
predominar en las áreas de bosque húmedo tropical (mapa 1). La población se ha
asentado en las riberas de los ríos desde tiempos precolombinos. En los cursos
bajos de las corrientes de agua, los diques naturales proporcionan los terrenos
más elevados, que son además los mejores para la agricultura. En las partes
altas y medias de los ríos, las terrazas aluviales presentan ventajas similares. Las
terrazas también resultan atractivas para quienes no son agricultores, debido a la
abundancia de peces, crustáceos y moluscos de agua dulce, y a la variedad de
mamíferos acuáticos y de anfibios. Además, los ríos son las autopistas de estos
bosques, pues los interfluvios son difíciles de atravesar a causa de la naturaleza
inundable o quebrada del terreno. En algunos tramos de ciertos ríos, como el
bajo Rosario cerca de Tumaco o el río Condoto en el alto San Juan, la densidad
poblacional puede alcanzar los 77 habitantes por km2.
También hay un patrón de asentamiento costero, que es menos importante y está
conformado por caseríos de pescadores y agricultores situados en las crestas de
playa frente a los manglares o en las bahías arenosas en la base de la costa rocosa.
Desde la Colonia se han establecido algunos puertos a lo largo de las costas en
199
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
las bahías protegidas y en las lagunas, o cerca de las desembocaduras de los ríos
dentro del área de alcance de la marea. Como se indicó anteriormente, en los
firmes del manglar hay algunos asentamientos pequeños.
Mapa 2
200
R o b e r t We s t
En contraste con las riberas y la costa arenosa, los interfluvios son áreas
desocupadas, denominadas despoblados. La población local utiliza los bosques
de estos interfluvios principalmente como áreas de cacería. En estas áreas también
se encuentran unos pocos desmontes pequeños con cultivos y algunas minas de
oro aisladas. Cerca de estos cultivos o minas, a orillas de algún camino fangoso,
puede hallarse un rancho, es decir, una construcción temporal. Los asentamientos
permanentes se hallan casi invariablemente en las orillas de los ríos. El mapa1
muestra los extensos interfluvios despoblados, hallados aun en áreas de denso
poblamiento ribereño como los alrededores de Tumaco en las inmediaciones
de la frontera con el Ecuador. Los vastos despoblados del bajo Atrato, la
frontera colombo-panameña, la vertiente occidental de la cordillera Occidental
y la accidentada serranía del Baudó, son un aspecto llamativo de la distribución
poblacional de la vertiente del Pacífico en Colombia.
Las agrupaciones sociales y políticas reflejan el patrón de asentamiento ribereño.
La gente que vive en un cierto río se considera una comunidad aparte de los
habitantes de otros ríos, de quienes los separan despoblados difíciles de atravesar.
Negros y mestizos hablan de “nuestro río”, o dicen por ejemplo que “somos del río
Guapi” o “somos guapiseños”, indicando su vínculo social a un río determinado.
La relativa facilidad del transporte acuático, los problemas comunes relacionados
con la explotación del suelo, la pesca, la cacería y la minería a lo largo de un río,
y los matrimonios entre las familias de un mismo río son factores que determinan
la formación de lazos comunitarios en las cuencas hidrográficas. Además, las
divisiones políticas menores de las tierras bajas –corregimientos e inspecciones–
suelen corresponder a los sistemas de ríos, con el pueblo principal de cada río
como centro administrativo.
Composición racial
Tres razas –india, negra y blanca– y sus mezclas componen la población de las
tierras bajas del Pacífico. Los negros, que incluyen mezclas con blancos (mulatos)
e indios (sambos), comprenden por lo menos el 85 por ciento de la población
total, mientras que indios y blancos dan cuenta del siete y el ocho por ciento
respectivamente.10
10
Los últimos censos que desglosan los datos de población por raza son los de 1912 y 1918.
Los siguientes porcentajes fueron calculados con base en las cifras oficiales para las tierras
bajas del Pacífico:
Negros
Mestizos
Indios
Blancos
1912
68,0 %
17,5 %
7,2 %
7,0 %
1918
55,6
21,7
5,4
9,7
201
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Uno de los temas predominantes en la historia del poblamiento de las tierras
bajas del Pacífico es el desplazamiento gradual de la población indígena por la
negra (Cushman 1939: 461-471). Varios miles de indígenas, sobre todo del grupo
lingüístico chocó, todavía habitan las aisladas cabeceras de algunos ríos en la
serranía del Baudó y en varias partes de la vertiente occidental de la cordillera
Occidental. Sin embargo, con el aumento de la población negra, los indígenas
podrían desaparecer de las tierras bajas del Pacífico. Desde la Colonia algunos
pocos blancos han residido de manera permanente en estos bosques húmedos y
cálidos, pero solamente en los pueblos más grandes, donde se han desempeñado
como comerciantes, dueños de minas y profesionales.
Los indios
Mucho antes de la Conquista española los habitantes aborígenes de las tierras
bajas del Pacífico vivían en grupos dispersos a lo largo de las riberas de los
ríos, como agricultores, pescadores y cazadores primitivos. Cuando llegaron los
españoles por lo menos tres grandes grupos lingüísticos estaban representados:
1) los cuna, del grupo chibcha, ocupaban la mayoría del territorio del oriente de
Panamá entre la zona del Canal y el golfo de Urabá, incluyendo la provincia del
Darién y la parte extrema del bajo Atrato. 2) Los chocó y los waunamá (noanamá),
ambos con probable afiliación caribe, eran los más numerosos (Rivet 1943:
131-196; 1944: 297-349). Habitaban la mayor parte de lo que hoy se conoce como
Chocó, incluyendo el alto y el medio Atrato y toda la Cuenca del San Juan, más
la vertiente occidental de la cordillera Occidental. Parece que también ocupaban
ciertas partes al oriente de la cordillera, particularmente los altos ríos Sinú y San
Jorge en Antioquia, donde todavía viven algunos de ellos (Gordon 1957). No es
seguro que los chocó habitaran la zona costera entre lo que hoy es la frontera
entre Colombia y Panamá y las bocas del San Juan; otros indios no relacionados
y hoy extintos pudieron haber ocupado partes de la costa hasta el siglo XVII
(Rowe 1950: 34-44).11 Además, durante el mismo período pudo haber enclaves de
11
La categoría “mestizos” podría ser clasificada como “negros”, juzgando a partir de
observaciones de campo. Así, en 1912 el 85,5 % de la población era negra, y en 1918 el
77 %. La discrepancia entre las dos cifras, separadas por tan sólo seis años, parece deberse
a errores del censo. Mendoza Nieto (1942), estima la composición racial del Chocó para
1940 de la siguiente manera: negros 60%, mestizos (mezclas de negro, blanco e indio) 25%,
indios 7% y blancos 8%.
Rowe se refiere a un informe del siglo XVII, que antes no había sido utilizado, sobre los
indios “Idabaez”, quienes habitaban las áreas costeras alrededor de la bahía de Solano al
norte de cabo Corrientes. El corto esbozo de su cultura (1640) sugiere que esta gente era de
una cultura diferente que los chocó del Atrato. Como lo indica Rowe, Nordenskiöld, sugiere
que los actuales chocó de la costa pueden haber migrado de la cuenca del Atrato en el siglo
XVII usando como evidencia sus canoas ribereñas y la carencia de palabras nativas para
designar mamíferos marinos y peces. Nordenskiöld (1928: 299-319; ref. 303). Otros autores
202
R o b e r t We s t
gente no Chocó en el medio Atrato. Por ejemplo, en 1671 se reportó un grupo
nómada primitivo, conocido como “Suruco”, viviendo en la vertiente oriental de la
serranía del Baudó, mientras más al norte, en el río Bojayá, estaban los “Poromea”,
de cultura más avanzada.12 3) Grupos de varias tribus chibchas, que entre otros
incluyen a los cayapa, coaiquer, sindagua y chupa, habitaban la parte sur de las
tierras bajas del Pacífico y las faldas de las montañas adyacentes desde el norte de
Esmeraldas hasta el río Timbiquí, al sur de Buenaventura (Mason 1950: 157-137;
ref.180). Entre la bahía de Buenaventura y el río Naya vivieron una serie de tribus
no clasificadas, una de las cuales es la Yurumanguí.
Los cuna
Aunque la mayoría de los cuna actualmente vive fuera de las tierras bajas del
Pacífico, este grupo tuvo un papel histórico importante en el comercio y el desarrollo
colonial del Darién y el bajo Atrato. Durante el siglo XVI los cuna comenzaron a
migrar desde el golfo de San Miguel y la Costa Pacífica adyacente hacia el golfo de
Urabá (Nordenskiöld 1938: 1-7). En la costa occidental del golfo de Urabá tomaron
el lugar de los cueva, con quienes estaban relacionados y a quienes los españoles
prácticamente eliminaron tras la fundación en 1510 de Santa María la Antigua, al
occidente de la desembocadura del río Tarena en el Atrato. Eventualmente, los cuna
llegaron hacia el oriente hasta Jaraguay, cerca del río Sinú (Gordon 1957: 208). La
naturaleza belicosa de estos indios retraso la ocupación española del Darién central
hasta finales del siglo XVII, y sus frecuentes ataques afectaron el tráfico ribereño
hasta mediados del siglo XVIII. Los modernos cuna de Panamá aun defienden con
determinación su independencia de la autoridad blanca, son temidos por los chocó
de Colombia y mantienen un odio consumado al negro.
Probablemente en el siglo XVII los cuna comenzaron a migrar hacia el noroccidente,
subiendo por el río Chucunaque y sus tributarios del norte, hasta llegar a las
cabeceras del Bayamo. En el siglo XVIII ya habían cruzado la serranía del Darién
para asentarse a lo largo de la costa Atlántica (Wassén 1949: 21). En 1800, la mayoría
de los cuna había dejado el bajo Atrato. Durante los últimos 150 años una última
migración los llevó hasta las islas de San Blas en la costa Atlántica de Panamá, donde
actualmente residen casi todos ellos como pescadores y cultivadores de coco.
12
han asumido que los habitantes de la Costa Pacífica hablaban la lengua chocó al momento
del primer contacto con los españoles (es decir, las incursiones hechas por Pizarro y Almagro
de 1525 a 1529). Por ejemplo, Cushman (1941: 3-28), argumenta que los chocó ocupaban la
costa, basándose en los informes sobre el uso de flechas envenenadas y la capacidad de los
intérpretes cueva para entender a estos habitantes. Pero la relación entre las lenguas cueva
y chocó es desconocida, y el uso de flechas envenenadas parece haber sido común en el
noroccidente de Colombia en tiempos de la Conquista.
Según Guzmán (1954: 108-125; ref. 123-124), los poromea del Bojayá hacían canoas muy
grandes y sabían tejer muy bien tela de algodón y hamacas, que eran codiciadas por los
chocó. Estos últimos solían atacar a los Suruco y los Poromea para procurarse esclavos.
203
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Todavía hay unos pocos cuna en el bajo Atrato (mapa2). En el río Caimán,
cerca de la costa oriental del golfo de Urabá, viven unos 200. En 1947 se
reportó un pequeño grupo viviendo en los altos ríos Arquía, Tigre y Cutí,
al occidente del delta del Atrato (Wassén 1949: 29), y algunos aún viven en
los tributarios altos del río Tuira en el Darién.13 Aunque los cuna del interior
todavía conservan parte de su antigua cultura selvática –los tipos de canoa, los
asentamientos ribereños aislados y la agricultura de tumba y pudre– la mayoría
de la población de la costa Atlántica ya no es representativa y por lo tanto
debería ser excluida de los estudios de las culturas indígenas de los bosques
de las tierras bajas del Pacífico.
Los chocó
(Autodenominados emberá, que significa “la gente”). Son el grupo más importante
de indios primitivos del bosque del occidente colombiano y desde la llegada
de los españoles han fijado el patrón cultural que los negros han seguido en la
mayor parte de las tierras bajas del Pacífico. El primer contacto español con los
chocó fue tal vez durante la corta excursión de Balboa al Atrato en 1511. En esta
expedición los españoles aprendieron sobre la naturaleza belicosa de los chocó
y sobre sus dardos envenenados. Atraídos por los rumores de la existencia de
abundantes minas de oro, los españoles penetraron territorio chocó en la década
de 1540, mediante una expedición que partió del recién conquistado valle del
Cauca y descendió por la vertiente occidental de la cordillera Occidental.14 A
pesar del fracaso de esta y otras expediciones, o debido principalmente a la
hostilidad de los chocó, en el último cuarto del siglo XVI se logró establecer un
asentamiento minero denominado San Francisco de Nóvita en el río Tamaná,
en el área bien poblada del alto río San Juan.15 Más arriba, en las faldas de
la cordillera Occidental, se fundó la ciudad de Toro, que servía de centro
administrativo. Así, toda la zona minera del alto Tamaná pasó a conocerse como
“Minas de Toro”.16 Se establecieron encomiendas de indios chancos, chocó,
ingará y totuma, todos de lengua chocó, y se les obligó a trabajar en las minas.17
El carácter rebelde de los chocó y su intensa aversión al trabajo forzado obligó
muy pronto a los españoles a recurrir al trabajo de esclavos negros. La primera
rebelión indígena seria tuvo lugar en 1586 y hacia finales del siglo los chocó
13
14
15
16
17
Se han reportado cunas en los ríos Tesca, Yape, Capití, Pucru y Paya.
Esta expedición, bajo el mando del capitán Gómez Hernández, probablemente se llevó
a cabo en 1543. No se sabe si llegó hasta los ríos San Juan o Atrato. Un documento de
1553 menciona que la expedición había tenido lugar “[…] hace 10 o 12 años […]” (Ortega
Ricaurte 1954).
AHNC, Protocolos XXV, ff. 1-24 (1604-1810); AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 12 (1630);
ibíd., ramo 2 (1620-1630).
AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 12 (1630).
Fray Jerónimo Escobar, en Torres de Mendoza y Pacheco (1864, L1: 470).
204
R o b e r t We s t
habían logrado expulsar de las tierras bajas a la mayoría de españoles.18 Solo
hasta 1636 se pudieron reestablecer algunos centros mineros en el Tamaná,
nuevamente utilizando el trabajo de esclavos negros.19 Hacia mediados del siglo
XVII, los indios chocó de los altos ríos San Juan y Atrato estaban parcialmente
pacificados, debido principalmente al trabajo de misioneros.20 Sin embargo,
siguió habiendo rebeliones ocasionales, como la de 1684, hasta bien entrado el
siglo XVIII.21 Aunque la corona española prohibió el uso de estos indios para el
trabajo minero, se les cobraba un tributo por familia para el tesoro real. Además,
a los indios que vivían cerca de los campamentos mineros se les obligaba a
cultivar maíz, yuca y plátanos para las minas. También se les obligaba a construir
casas para los campamentos, a construir y reparar los acueductos de las minas,
y a hacer canoas y ayudar al transporte desde y hacia las minas.22 Esta relación
entre los españoles y los indios persistió hasta el final del período colonial.
18
19
20
21
22
Fray Pedro Simón (1892: V, 149). AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 2 (1620-1630). Los últimos
españoles huyeron de las tierras bajas en 1612 después de que los chocó asesinaran a
Melchor Velázquez, gobernador militar de los campamentos mineros.
AHNC, Caciques e Indios LXVII, f. 139v (1637).
El trabajo misionero en el Chocó fue hecho principalmente por los franciscanos, quienes
entraron al área por primera vez en 1648. AHNC, Curas y Obispos II, f. 73r, 79v (n.d.); ibíd.,
XXIX, f. 139.
AHNC, Minas del Cauca VI, f. 643r (1684). La rebelión de 1684 fue particularmente fuerte.
La mayoría de los dueños de minas de la provincia de Citará (alto Atrato) fueron asesinados
o forzados a huir a los Andes.
Muchos de los documentos de los archivos de Popayán y Bogotá que se refieren a las
actividades mineras en el Chocó describen con detalle el trabajo que se les exigía a los
indios chocó en los altos ríos San Juan y Atrato.
205
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Imagenes. Indios del Chocó
Indio chocó del río Saija en traje de fiesta
Indios waunamá del río San Juan. Los hombres usan pampanilla y las
mujeres paruma
Un grupo de mujeres y niños de habla chocó en una casa multi-familiar, Nazareno,
alto Patía del norte
206
R o b e r t We s t
Muchos chocó migraron fuera de su territorio hacia finales de los siglos XVII y
XVIII. Algunos de estos desplazamientos se hicieron con la intención de evadir el
pago de tributo y las obligaciones de trabajo. La más importante fue la migración
hacia la vertiente del Pacífico del Darién, área que fue abandonada por los cuna
durante los siglos XVI y XVII. Hacia finales del siglo XVIII muchos chocó huyeron
de la zona minera del alto Atrato para establecerse en los cortos ríos de la Costa
Pacífica, y en los ríos Balsas y Sambú del Darién que son un poco más largos.23 Hoy
el occidente del Darién es reconocido como territorio chocó. Hasta la toponimia
chocó está reemplazando los nombres cunas: aunque muchos de los principales
ríos aun llevan el sufijo cuna ti, muchos de los ríos más pequeños ahora llevan
el sufijo chocó do –ambos sufijos significan río. El movimiento de indígenas del
departamento del Chocó hacia el Darién todavía continua, especialmente en
tiempos de tensión política en Colombia.24
A finales del período colonial algunos Chocó huyeron de los altos ríos San
Juan y Atrato para establecerse en los ríos Saija, Yurumanguí, Cajambre y Naya
al sur de Buenaventura.25 Los descendientes de esos migrantes se encuentran
principalmente en el río Saija y sus tributarios, pero muchos han ido más al sur
a los ríos Iscuandé, Tapaje y Sanquianga, ubicados entre Guapi y Tumaco. Estos
indios son excelentes bogas y aún más viajeros que aquellos del departamento
del Chocó. Algunas familias del río Tapaje van a veces al bajo Saija a quedarse por
uno o dos años; a aquellos del Saija no les parece gran cosa remar hasta Tumaco
o Buenaventura (que son viajes de 240 y 400 km, respectivamente) para comerciar
o para conocer; en fiestas importantes la mayoría de los chocó de esta costa se
reúnen en uno de los dos “pueblos” indígenas en el alto Saija (que son centros
religiosos, cada uno con su iglesia católica) (Fotos XXI).
Es prácticamente imposible estimar con precisión el número de personas que
conforman grupos primitivos semisedentarios. Los españoles que entraron al
Chocó durante el siglo XVI se refirieron a la “numerosa” población indígena
23
24
25
AHNC, Caciques e Indios XXIII, f. 1048r (1782). Los empleados públicos del Chocó se
quejaron de que la población de muchas de las reducciones chocó del Atrato, es decir, de
los pueblos indígenas tales como Beté y Bebará, se estaba reduciendo rápidamente debido
a tales migraciones.
Por ejemplo, durante los disturbios políticos de 1950-53, muchos indios que vivían en
la serranía del Baudó se fueron hacia el Darién huyendo de los bandidos que estaban
asolando los campos. Algunos de los migrantes regresaron a Colombia en 1954, pero
muchos se quedaron en Panamá.
En 1750 había 13 tributarios, es decir, 13 cabezas de familia, de origen chocó en los ríos
Cajambre y Yurumanguí, y nueve en el río Naya. ACC, sig.4362 (1750). Un documento de
1780 indica que muchas familias chocó habían llegado aún más al sur, hasta el río Guapi:
“Hay ahora muchos indios del Micay y del Chocó viviendo en los ríos Saija, Timbiquí, Guapi
y Napi [hasta ahora] habitados sólo por cuadrillas de negros esclavos y libres que trabajan
en las minas…”; “…el asentamiento de negros [esclavos y libres] e indios del Chocó está
aumentando cada día en esta costa…” AHNC, Curas y Obispos XXV, ff. 732r-735r (1780).
207
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
de las riberas de los ríos. En los siglos siguientes las desastrosas epidemias de
enfermedades europeas redujeron considerablemente a la población indígena.
Hacia 1600 los misioneros estimaron una población de cerca de 60 mil chocó y
waunamá (Contraloría General de la República 1943: 85).26 En 1768 se pensaba
que el número de indígenas de la provincia del Chocó (que incluía tanto a los
chocó como a los waunamá) era 36 mil; 25 años después este número se había
reducido a 15 mil.27 Según el censo de 1951, en el departamento del Chocó había
cerca de 6.800 indios, cifra que incluye alrededor de mil waunamá. En el Darién
hay cerca de 2.600 chocó; en Antioquia hay unos mil, incluyendo a aquellos del
alto Sinú y el alto San Jorge; y al sur de Buenaventura hay alrededor de 500.28 Por
lo tanto, la población chocó total oscila entre ocho mil y nueve mil almas.
En la cuenca del Baudó se encuentra el grupo más grande de indígenas chocó: hay
cerca de dos mil indígenas viviendo en los cursos altos de los tributarios pequeños
(mapa2). El centro misionero católico de Catrú, establecido en el río Dubasa en la
década de 1930, es probablemente el único pueblo chocó grande. Otros lugares
con poblaciones significativas de indígenas chocó son el alto Andágueda y sus
tributarios (mil personas) y los ríos Balsas y Sambú en el Darién.29
Los waunamá (noanamá)
Entre las lenguas y dialectos chocó existentes en tiempos de la Conquista española,
tal vez el mejor diferenciado en el noanamá, o más correctamente, waunamá. Los
indios que hablaban esta lengua vivían en el medio y en el bajo San Juan, y en la
Costa Pacífica tal vez llegaban hasta la desembocadura del río Baudó. Parece que
había un grupo de waunamá que vivía hacia el sur, alrededor del área de la bahía
de Buenaventura y en los bajos cursos de los ríos Dagua, Anchicayá y Raposo.30
26
27
28
29
30
Durante la Colonia miles de indios en las tierras bajas murieron a causa de las numerosas
epidemias de viruela. Las tempranas epidemias de 1566 y 1588 parecen haber sido las más
desastrosas.
AHNC, Población del Cauca II, f. 855v (1793).
La información sobre la población chocó del Darién fue compilada a partir de datos
censales del Boletín Informativo No.3, Quinto Censo Nacional de Población y Vivienda, 10
de diciembre de 1950 (Contraloría General de la República de Panamá, 1952). La cifra para
Antioquia fue estimada a partir de la información presentada en el censo colombiano de
1918, y por lo tanto es apenas una conjetura. El dato para el sur de Buenaventura es un
estimativo basado en observación de campo.
Los numerosos nombres locales con que se conoce a los indios chocó y que aparecen en
la literatura, tienden a confundir el cuadro de la distribución presente de esta gente. Como
dice LeRoy Gordon (1957 :114), el término Catío, tal como se le utiliza hoy, suele referirse a
los indios que viven en las partes altas de algunos de los tributarios del Atrato y de los ríos
Sinú y San Jorge; todos ellos hablan la lengua chocó. A los indios chocó del Andágueda se
les suele denominar citaraes, y a los del Baudó, baudoes.
Un documento de 1608 indica que “… los indios denominados noanabaes [escrito en el
resto del documento “noananaes”] viven en la costa cerca del puerto de Buenaventura…”
208
R o b e r t We s t
Como la mayoría de su territorio contenía pocos placeres auríferos, en general los
waunamá tuvieron menos contacto directo con los españoles que los chocó hacia
el norte. Informes españoles de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII los
describen como “indios de guerra”, que molestaban con sus ataques al pequeño
puerto de Buenaventura.31 Esta actitud tan poco amistosa sirvió de disculpa para
que los funcionarios españoles estacionados en Buenaventura hicieran incursiones
al bajo San Juan con el propósito de capturar waunamás y convertirlos en esclavos
para ser vendidos a los productores de azúcar del valle del Cauca.32 En 1631 los
waunamá fueron finalmente pacificados33 y en 1660 se les estaba cobrando tributo
real.34 Cierto tiempo después, aquellos que vivían en el río Raposo cultivaban
comida para las minas cercanas.35
A principios del siglo XVIII unos pocos waunamá comenzaron a migrar hacia el sur,
como los chocó, asentándose en algunos de los ríos de la costa que desembocan
entre Buenaventura y Tumaco. La colonia waunamá más importante estaba ubicada
en el río Micay, donde se estableció Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza con la
ayuda de misioneros católicos.36 En el último cuarto del siglo XVIII había indios
waunamá habían llegado hasta Tumaco. Muchos de ellos migraron voluntariamente
del Raposo, pero otros servían de bogas a los comerciantes españoles.37
Como se mencionó anteriormente, los waunamá han sido reducidos a cerca de
mil personas que viven principalmente en el bajo San Juan. La concentración más
grande está aislada en el río Siguirisúa, un tributario del alto Docampadó, que
desagua hacia el Pacífico. Algunos pocos todavía viven en ciertas secciones del
bajo San Juan, incluyendo el delta, y hay algunas familias en partes aisladas de
31
32
33
34
35
36
37
AHNC, Protocolos XXV, f. 9v (1605-1810). A los indios que vivían en el río Raposo se les
conocía como “indios noanamaes” a mediados del siglo XVII. ACC, sig. 440 (1668). Más
adelante se les denominaba “raposeños”. Estos indios sentían gran antipatía por los chocó
que invadían desde el norte en el siglo XVIII. Durante las rebeliones chocó en el alto San
Juan en 1684, los indios waunamá de la parte baja del río y del Raposo se mantuvieron
fieles a los españoles e incluso ayudaron a poner fin a la rebelión. AHNC, Poblaciones del
Cauca II, ff. 9v, 17v (1729); ibíd., Minas del Cauca VI, f. 651r.
AGI Audiencia de Quito XVI, Carta de Francisco de Berrío, Cartago, 28 de abril de 1599;
relación de Francisco Ramírez de la Serna, Cali, 18 de abril, 1610.
AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 2 (1620-1630).
AGI, Audiencia de Quito XVI, Testimonio del capitán Jorge de Santa María, Cali, 20 de
marzo de 1631.
ACC, sig. 1184 (1665).
ACC, sig. 2307 (1690); ANH, Presidencia de la Real Audiencia, Quito, vol. 1724-1725, doc,
no. 814 (1724).
AHNC, Curas y Obispos XXXV, ff. 727r-728r (1779). En 1779 había 204 indios viviendo en
Zaragoza.
ACC, sig. 6053 (1778). Los waunamá del Raposo procedían principalmente de la población
de Guanamía. Aún hoy los negros del área cercana a Tumaco denominan “guanamás a los
indios de los ríos del norte, así sean chocó o waunamá.
209
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
los ríos Munguidó, Copomá y Cucurrupí, tributarios orientales del San Juan. De
los waunamá del sur solo quedan unas veinte familias que viven en el bajo Micay,
pues fueron expulsados de sus tierras cercanas a Zaragoza por gente negra.
Los “indios bravos”
La vertiente occidental de la cordillera Occidental y el área costera entre
Buenaventura y Guapi prácticamente presentan un vacío etnológico en términos
de sus habitantes aborígenes. Una de las primeras entradas españolas al área fue
hecha en 1610, cuando se le ordenó a una expedición al mando de Francisco
Ramírez de la Serna castigar a varias tribus del bosque, denominadas timbas, piles,
cacahambres (¿cajambres?) y paripesos, que habían estado atacando el puerto de
Buenaventura y las minas cercanas. Según el informe y el mapa de Ramírez, estas
tribus, de afiliación lingüística desconocida, vivían en los cursos altos y medios de
los ríos “Timbas” y “San Juan”, que no han sido identificados con certeza, pero que
podrían corresponder a los ríos Saija y Micay.38 La expedición bajo el mando de
Ramírez regresó a Cali con 130 prisioneros tomados del área de Timbas, quienes
fueron vendidos como esclavos a encomenderos del alto valle del Cauca. Esta
operación pudo haber desencadenado una serie de expediciones esclavistas al
área, pues hay documentos españoles de 1630 que se refieren a esclavos en Cali
procedentes de la “tierra de Nayabe” (¿el área del río Naya?) y de las provincias
“de los Piles y los Cajambres”.39
En 1743 unos mineros descubrieron una tribu en las cabeceras del río Yurumanguí.
Poco después entraron misioneros al área para convertir a estos indios y se
descubrió que hablaban una lengua desconocida. Se decía que existían otras tribus
en las cabeceras de los ríos Micay y Guafuí y que cada una hablaba una lengua
diferente. Unos años después, una epidemia de viruela arrasó con los indígenas
recién hallados.40 Las únicas huellas dejadas por esta gente efímera son las historias
38
39
40
AGI, Audiencia de Quito XVI, Relación del capitán Francisco Ramírez, Cali, 8 de abril de
1610. El mapa, titulado “Mapa de la tierra donde habitan los piles y Barbacoas en q entró
el capitán Francisco Ramírez” (AGI, mapa Panamá, no. 30), ha sido publicado en Jijón y
Caamaño (1938: 200). A mediados del siglo XVI ya se habían entregado en encomienda
algunos miembros de la belicosa tribu timbas, que vivía en la parte alta de la vertiente
occidental de la cordillera Occidental, a varias familias españolas en Cali. Parece que estos
indios se habían revelado en varias oportunidades antes de la expedición bajo el mando de
Ramírez a causa de los altos tributos en oro que se les había impuesto. Cabello (1945: 7).
AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 2 (1620-1639).
AHNC, Curas y Obispos XLIV (1748). Este documento fue publicado parcialmente por
Rivet (1942), y por Ortiz (1946: 10-25). Sobre la base de una lista de palabras que aparece
en el documento, Rivet trata de relacionar la lengua Yurumanguí con la familia Hokan de
Norte América. Elías identifica a los indios Yurumanguí como sobrevivientes de los pilas y
timbas del mapa de Ramírez.
210
R o b e r t We s t
relatadas por los habitantes negros de varios ríos sobre los “indios bravos”, de
quienes se dice que habitaban áreas aisladas de la vertiente de la cordillera.
Los grupos chibchas del sur
En tiempos de la Conquista española, las tierras bajas desde el río Timbiquí
hasta Esmeraldas estaban habitadas por gentes primitivas del bosque tropical
que hablaban un gran número de lenguas chibchas. Pascual de Andagoya,
en sus exploraciones al sur de Buenaventura en 1540, fue probablemente el
primer europeo en reportar la densa población y las grandes barbacoas –casas
paradas en pilotes– de los indios del delta del Patía (Navarrete 1945 :436-437).
La abundancia y tamaño de estas casas fue lo que más tarde le dio el nombre de
“provincia de las Barbacoas” a las tierras costeras ente los ríos Mira y Timbiquí.
Los españoles no volvieron a entrar al área del delta del Patía hasta los primeros
años del siglo XVII. En las partes altas de la cordillera de los Andes encontraron
a los primitivos indios coaiquer y mayasquer, a quienes llamaban “indios de
montaña”.41 Más abajo, en las colinas de las tierras bajas, a lo largo de los ríos
Patía y Telembí, había muchas tribus nómadas y caníbales (caribes). La mayoría de
ellas hablaba el dialecto sindagua de la lengua chibcha, que a veces se denomina
“barbacoas” y a veces “malla”. Algunos dialectos menores hablados en esta misma
área y hacia el sur eran nulpe, panga, guelmambí y cuasminga.42 En 1601 los
sindagua ya andaban atacando fincas españolas en las montañas cerca de Pasto
y latifundios ganaderos en el alto valle del Patía.43 Después de que fallaron los
esfuerzos por aplacar a los caníbales regalándoles telas de algodón, el gobernador
español finalmente despachó una expedición punitiva desde Pasto hacia territorio
sindagua en 1610.44 En esta expedición se descubrieron ricos placeres auríferos
en el Telembí y en sus ríos adyacentes, lo que llevó al establecimiento del centro
minero Santa María del Puerto (hoy Barbacoas) en el Telembí, en algún momento
después de 1610. Sólo hasta 1635 se logró someter por completo a los sindagua.
La mayoría de los sobrevivientes fueron entregados en encomienda a los dueños
41
42
43
44
En 1598, misioneros de Pasto y Quito ya habían establecido cuatro reducciones, o pueblos,
entre los coaiquer y mayasquer a lo largo de la ruta de entrada hacia las tierras bajas de
Barbacoas. Fray Monroy (1930: 193-208).
Los nombres de lenguas y dialectos han sido tomados de documentos de principios del
siglo XVII concernientes a levantamientos indígenas y al establecimiento de encomiendas
en el área de Barbacoas. AGI, Audiencia de Quito XVI, Juan Bermúdez de Castro al rey, 24
de abril de 1631; ACC, sig. 132 (1659); AGI, Audiencia de Quito XVIII, 15 de junio de 1675.
Las últimas dos referencias tratan sobre encomiendas establecidas en 1638. Un intento de
identificación lingüística de los sindagua fue hecho por Lehmann (1949: 67-89). Sobre la
base de listas de apellidos presentadas en documentos del siglo XVII y XVIII, Lehmann
concluye que la lengua sindagua (a la que a veces se denominaba “malla” en tiempos
coloniales) era probablemente cercana a aquella utilizada por los coaiquer modernos, es
decir que era una lengua chibcha.
AGI, Audiencia de Quito XVI, Juan Bermúdez de Castro al rey, 24 de abril de 1631.
Ibíd. La expedición estaba al mando del capitán Moreno de Zúñiga.
211
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
de minas del Telembí,45 pero algunos indios tomados en combate fueron enviados
como esclavos a los alrededores de Cali.46 Más adelante durante el mismo siglo
XVII, los sindaguas que aún estaban trabajando en las minas diezmados por las
enfermedades fueron reemplazados por negros esclavos, y se les permitió pagar
tributo a los dueños de minas en trabajo agrícola y transporte.47
Hacia el norte de Barbacoas los grupos chibchas se extendían hasta el río Timbiquí,
donde los mineros españoles que entraron en la década de 163048 encontraron
indios que hablaban principalmente los dialectos chupa y boya.49 Los indios
de los ríos situados al sur del Timbiquí –el Guapi, el Iscuandé, el Tapaje y el
Sanquianga– hablaban guapi.50 Parece que estas gentes eran más dóciles que sus
vecinos sindagua, pues los guapi eran reconocidos como trabajadores agrícolas en
la costa, especialmente por los funcionarios de Santa Bárbara de la Isla del Gallo,
un pueblo que custodiaba la entrada al río Patía y a las minas del Telembí.51
Los comentarios de los mineros sobre la disminución de los indios y la necesidad
de introducir más negros esclavos demuestran que hacia el final del siglo XVIII
las enfermedades y el impacto de la Conquista habían producido muchas víctimas
entre la población de las zonas mineras de Barbacoas y Timbiquí. Hacia mediados
de siglo todavía quedaban algunos sindaguas en el Telembí,52 pero a principios
del siglo siguiente probablemente todos los grupos chibchas que alguna vez
habitaron el área habían muerto o habían sido absorbidos por los grupos negros.
Hoy viven alrededor de dos mil coaiquer en la vertiente occidental de los Andes
ente los ríos Mira y Coaiquer. Estos indios fueron poco perturbados durante el
período colonial y son todavía “indios de la montaña”, así que no hacen parte de
45
46
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48
49
50
51
52
AGI, Audiencia de Quito XVI, Lorenzo de Villaquirán al rey, 31 de mayo de 1635.
Según el testimonio de un tal Juan Díaz de Fuenmayor (Buga, diciembre 9 de 1630)
una expedición española encargada de conseguir esclavos (de la que él era miembro)
regresó a Cali de Barbacoas hacia 1610 o 1611 con más de 100 indios sindagua, quienes
fueron repartidos entre los miembros de la expedición y presumiblemente vendidos a los
agricultores y ganaderos locales. AGI, Patronato CCXXXIII, ramo 2 (1620-1630).
ANH, Quito, Presidencia de la Real Audiencia, Quito, vol. 1739-1740, doc. No. 1182 (1737).
En 1688 había 16 encomiendas con entre cuatro y 43 indios sindagua (cabezas de familia)
en las vecindades de Santa María del Puerto (Barbacoas). ACC, sig. 2134 (1688).
Por lo menos una mina estaba en funcionamiento en el Timbiquí en 1635, y antes de 1646
se habían establecido varias en el curso alto y medio del río. AGI, Audiencia de Quito XVI,
Lorenzo de Villaquirán al rey, 31 de mayo de 1635; ACC, sig. 166 (1646).
Según un documento de 1671, los mineros españoles del Timbiquí tenían 17 encomiendas
de indios chupa, 14 de indios boya y tres de indios guapi. ANH, Quito, Presidencia de la
Real Audiencia, Quito, vol. 1670-1674, doc. no. 262 (1671).
Ibíd., vol. 1729-1730, doc. no. 897 (1730).
GI, Audiencia de Quito XVI, Lorenzo de Villaquirán al rey, 31 de mayo de 1635. El puerto de
Santa Bárbara fue reestablecido en 1631, después de que fue destruido por los sindaguas.
AGI, Audiencia de Quito XVI, Relación de Juan Bermúdez, 17 de mayo de 1631.
ACC, sig. 4920 (1755); sig. 6056 (1788). En 1788 había 328 indios sindagua viviendo en los
ríos Telembí e Ispí.
212
R o b e r t We s t
las tierras bajas.53 Sin embargo, un grupo poco conocido, denominado de manera
vaga “indígenas” por la población negra local, habita las cabeceras del Güelmambí
y sus tributarios, al sur de Barbacoas, y las partes altas del río Rosario, hacia el
occidente. Estos grupos deben ser de afiliación sindagua o coaiquer.54
Mapa 3
53
54
Para una breve descripción de los coaiquer modernos ver Ortiz (1963: 961-968).
No conozco ninguna investigación antropológica que se haya hecho sobre estos “indígenas”.
Los que yo he visto han sido hasta cierto punto “europeizados”, pues usan ropa moderna y
utilizan muchos implementos comprados en las tiendas. Ninguno acepta tener una lengua
indígena y muchos son obviamente zambos (una mezcla de indio y negro).
213
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Hay otro grupo más de indios primitivos del bosque de lengua chibcha: los
cayapa de Esmeraldas en el Ecuador.55 En el siglo XVI estos indios habitaban
las vertientes occidentales de la cordillera de los Andes que bordean las tierras
bajas de lo que hoy es Esmeraldas. Habiendo migrado a las tierras bajas en los
últimas 300 años, los dos mil cayapa que quedan viven principalmente en el alto
río Onzole y en el río Cayapa. A algunos se les encuentra hacia el norte en el río
Bogotá, un tributario del Santiago. En años recientes algunas familias cayapa han
migrado hacia el occidente para establecerse en el alto río Verde y, al occidente
del río Esmeraldas, en los altos ríos Sucio y Viche. Aunque tuvieron contacto con
mineros españoles y misioneros desde finales del siglo XVI, los cayapa siguen
siendo verdaderos indios del bosque que han cambiado poco a través de los años
en que han tenido contacto con los europeos y sus herederos.56
Arqueología
Los métodos arqueológicos son de poca ayuda para reconstruir la historia de
los asentamientos indígenas en las tierras bajas. La única área de reconocida
importancia arqueológica en todas las tierras bajas es la zona de Esmeraldas y
Tumaco hacia el sur.57 Allí se encuentran muchas tolas, o túmulos funerarios,
construidas por gente desconocida en las riberas de los ríos y en antiguas playas
dentro del manglar y los humedales de agua dulce cerca de la costa. El pueblo
de cultura relativamente desarrollada que alguna vez ocupó estas tierras costeras
dejó como rastro figuritas de barro diestramente moldeadas, cerámica muy bien
elaborada y finos trabajos en metal –alfileres de oro, cobre y platino, pectorales,
narigueras, y pequeñas figuritas animales y humanas. Aunque esta cultura se
centra en la provincia de Esmeraldas, en el bajo y medio Mira, alrededor de
Tumaco y en muchos ríos al noroccidente de Tumaco, como el Rosario y el
Chagüi, se encuentran artefactos y tolas similares en cantidades menores.58 Saville
55
56
57
58
El estudio etnológico más completo de los cayapa fue hecho por Barrett (1925). La
distribución moderna de los cayapa aparece en Ferdon Jr. (1950).
Otro grupo de indios del bosque, también de la familia chibcha, es el de los colorado
o tsátchela, quienes viven en la vertiente occidental de los Andes en el Ecuador, a unos
160 km al sur del territorio cayapa. Sin embargo, como los coaiquer, estos indios no son
verdaderos indios de las tierras bajas, y no deberían incluirse en este estudio por razones
culturales. Para un estudio etnográfico de los colorado ver Von Hagen (1939).
El primero en investigar la cultura Esmeraldas fue Saville, quien en 1908 publicó sus
resultados (1908: 331-345). Contribuciones posteriores a la arqueología de Esmeraldas
incluyen Uhle (1927); Ferdon Jr. (1940: 257-72); XLVII (1941: 7-15); D’Harcourt (1942:
61-200); Reichen (1942: 201-228); Arauz (1946).
En julio de 1951 el autor encontró numerosos montículos a lo largo de los ríos Rosario
y Chagüí, muchos de los cuales habían sido carcomidos por la erosión y se habían
hundido en el río. Dentro de estos montículos semidestruidos se encontraron muchos
artefactos de barro similares a los de la cultura Esmeraldas. En casi todos los pueblos de
estos ríos una o dos personas tienen pequeñas colecciones de estos artefactos, que han
sido encontrados en las riberas.
214
R o b e r t We s t
sugiere que la cultura Esmeraldas se pudo haber extendido hasta el río Guapi
(Saville 1908: 344), pero yo no he encontrado sino fragmentos de cerámica burda
en puntos aislados a lo largo de los ríos al norte del río Chagüi. Sin embargo, en
los ríos Timbiquí y Saija, al norte de Guapi, los mineros nativos dicen que con
frecuencia encuentran en sus canalones objetos trabajados en oro, lo que indica
la probable extensión de la metalurgia dentro de las tierras bajas mucho más al
norte del área de la cultura Esmeraldas.
No se sabe cuándo floreció la cultura Esmeraldas, tan solo que desapareció mucho
antes de la llegada de los españoles. Un informe español de 1600 menciona la
extensa área de La Tolita ubicada cerca de las bocas del río Santiago, cubierta
de túmulos y con abundantes fragmentos de cerámica esparcidos, y relata cómo
durante años los cayapa y otros indios habían estado lavando ornamentos de oro de
los restos dejados por esa cultura para vendérselos a los españoles y a los mulatos
(Rumazo 1949). Hasta hace pocos años se seguían sacando objetos de oro de este
mismo lugar.59 A lo largo de la empinada costa de Esmeraldas, al occidente de La
Tolita, las olas han descubierto muchas tolas y han esparcido sus contenidos por las
playas, donde algunas personas todavía obtienen un modesto ingreso lavando las
arenas y vendiendo los pedazos de artefactos de oro que encuentran.60
En el resto de las tierras bajas del Pacífico se ha hecho muy poca investigación
arqueológica. Algunas exploraciones indican que hay muchos sitios ricos en
vestigios arqueológicos a lo largo de la costa del Chocó, pero parece que los
prospectos son mucho menos prometedores en las cuencas de los ríos Atrato y
San Juan (Recasens y Oppenheim 1943-1944: 351-409).
La gente negra
Las colonias españolas del Caribe y el norte de Sur América fueron uno de los
principales focos del comercio de esclavos en el Nuevo Mundo. Con excepción
de la avanzada cultura chibcha de los Andes colombianos, estas áreas estaban
habitadas por agricultores primitivos, muchos de los cuales fueron diezmados
en poco tiempo por enfermedades europeas y por el impacto psicológico de
la Conquista. Tras las primeras décadas de ocupación, cuando se hizo evidente
la gran disminución de la población indígena, los españoles recurrieron al
trabajo de esclavos africanos, sobre todo para la minería. A Colombia –o la
59
60
En 1951 la búsqueda de objetos de oro en La Tolita había prácticamente cesado. Ferdon
reportó en 1940 que las operaciones de lavado estaban en manos de los dueños de la
hacienda donde se encontraban los montículos. Ferdon (1940: 266).
Esta actividad es descrita por Wolf (1879: 49-50). Hoy esta actividad es llevada a cabo
principalmente por los habitantes de los pequeños asentamientos de Lagarto y Lagartillo,
entre el río Verde y La Tola.
215
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Nueva Granada, como se le conocía en tiempos coloniales– se introdujeron
muchos esclavos negros desde el último cuarto del siglo XVI hasta finales
del período colonial, por ser una de las principales áreas productoras de oro
del imperio. En todos los centros mineros de Colombia predominaba, y aún
predomina, la población negra.
Imágenes. Negros y personas con sangre negra de la Costa Pacífica
Jóvenes negros del río Naya, al sur de Buenaventura. La pipa artesanal
o cachimba es común en las tierras bajas.
Mujeres mestizas (negro-indio-blanco) de Coquí, Costa Pacífica al norte
de cabo Corrientes.
216
R o b e r t We s t
Sambos de Diaguilla, alto río Güelmambí, Barbacoas
217
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Mapa 4
218
R o b e r t We s t
Como se explicó en la sección anterior, a los españoles lo único que les interesaba
de las tierras bajas del Pacífico colombiano eran los ricos placeres auríferos de los
cursos altos y medios de sus ríos. Para explotarlos, tuvieron que importar esclavos
negros debido al carácter difícil de los indios chocó y a la rápida disminución de
los chibcha del sur, y también a la prohibición real y a la desaprobación eclesiástica
del trabajo indígena. Los descendientes de estos esclavos hoy conforman la
mayoría de la población de las tierras bajas del Pacífico, desde el golfo de San
Miguel en Panamá hasta Esmeraldas en el Ecuador (Fotos 22).
Durante el período colonial hubo por lo menos tres grandes zonas mineras que
fueron centros de población negra esclava: 1) los tributarios orientales de las
cuencas altas de los ríos Atrato y San Juan, es decir, el corazón del Chocó; 2) el
distrito de Barbacoas, que incluye los ríos Telembí y Magüí y sus tributarios; y 3)
los cursos medios y altos de numerosos ríos que atraviesan la angosta planicie
aluvial entre Buenaventura y la bahía de Guapi. Desde estas tres áreas los negros
han colonizado toda la región.
Aunque la minería española en el Chocó comenzó en la década de 1570 en
el alto río Tamaná, durante más de un siglo la hostilidad indígena evitó que
esta actividad se llevara a cabo de manera intensa y que se importaran muchos
negros.61 En 1689 mineros del alto Cauca –de Anserma, Cartago, Cali y, sobre
todo, de Popayán– comenzaron a llevar sus cuadrillas a trabajar los depósitos de
oro del alto San Juan.62 Esta área era conocida como la provincia de Nóvita y su
centro administrativo era el viejo campamento San Gerónimo de Nóvita sobre
el río Tamaná (el mismo San Francisco del siglo XVI). Esta provincia incluía los
centros mineros de Zaragoza de Tadó en el alto San Juan, Santa Gertrudis en el
Taguato, San Agustín en el Sipí y Santa Bárbara en el Cajón. La zona minera del
alto Atrato se denominaba provincia de Citará y comprendía los campamentos
mineros situados en los ríos Cértegui, Andágueda, Neguá, Bebará, Murrí y alto
Sucio, con el pueblo de Citará o Quibdó (la actual capital del Chocó) como centro
administrativo.63 La provincia de Nóvita tenía los placeres más ricos de las tierras
bajas del Pacífico y por lo tanto era el mayor centro de población negra. En 1778,
por ejemplo, había en esta área 5692 negros, esclavos y libres, mientras que en la
provincia de Citará hacia el norte había sólo 331664 (mapa3). El cuadro 4 muestra
las variaciones en los números de población negra del Chocó para el periodo de
61
62
63
64
En 1670 ya habían sido descubiertos prácticamente todos los principales placeres auríferos
del Chocó y estaban siendo trabajados por pequeñas cuadrillas de esclavos negros. Sin
embargo, la rebelión chocó de 1684 obligó a la mayoría de mineros españoles a retirarse a
los Andes con sus esclavos hasta 1688 cuando se volvió a establecer la paz con los indios.
AHNC, Minas del Cauca V, f. 362r (1690).
Ibíd., ff. 359r, 362r, 363r.
“Descripción de la Provincia de Zitará…, [1777]”, Colección de Documentos Inéditos…, II, 311.
“Relación del Chocó…, 1780”, en Ortega (1954: 213-24).
219
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
casi siglo y medio que precedió la emancipación de los esclavos. El máximo de
población esclava se alcanzó en el último cuarto del siglo XVIII. Con la decaída
del comercio esclavista en el siglo siguiente, el número de negros en servicio
forzoso comenzó a disminuir y finalmente desapareció con la manumisión en
1851. Al mismo tiempo, el número de negros libres aumentó gradualmente.
Mapa 5
220
R o b e r t We s t
Cuadro 4: Población negra del Chocó, 1704-1843
Año
Esclavos
Libres
Total
1704 a
600
?
-
1759 b
3915
?
-
1778 c
5828
3160
8988
1789 d
5916
3342
9258
1806 e
4608
?
-
1843 f
2505
[18.000]g
-
a AHNC, Minas del Cauca VI, f. 651r (1704).
b AHNC, Negros y Esclavos del Cauca IV, f. 358r (1759).
c “Relación del Chocó…, 1780”, en Historia Documental del Chocó, 205-241.
d Silvestre, “Descripción del Reyno…”, 152.
e AHNC, Visitas del Cauca V, f. 228v (1806).
f Estadística General de la Nueva Granada (Bogotá, 1848).
g Como el censo de 1843 no da ninguna información sobre libres, esta cifra se estimó asumiendo que 80
por ciento del total de la población de 1843 era negra.
La importación de esclavos al área de Barbacoas no se aceleró sino hasta los últimos
años del siglo XVII, cuando la población indígena estaba muy diezmada. En 1684
había numerosas cuadrillas de negros trabajando en 28 campamentos mineros a lo
largo de los altos ríos Telembí, Magüí, Güelmambí y Tembí.65 Santa María del Puerto
(Barbacoas) se estableció como centro administrativo en el Telembí. La introducción
de esclavos negros al área minera comprendida entre Guapi y Buenaventura comenzó
hacia 1640. Hacia mediados del siglo XVIII todos los ríos principales de la planicie
costera –el Iscuandé, el Guapi, el Napi, el Timbiquí, el Guafuí, el Saija, el Micay, el
Naya, el Yurumanguí, el Cajambre y el Raposo– tenían cuadrillas de esclavos negros.66
En los extremos norte y sur de las tierras bajas del Pacífico –el Darién y Esmeraldas–
vivieron relativamente pocas personas negras durante la Colonia. En el Darién se
introdujeron unos pocos esclavos después de 1665 para trabajar los placeres del
río Balsas y también las ricas vetas de Santa Cruz de Caná descubiertas en la
década de 1670 (Restrepo 1888: 115).67 La población negra de Esmeraldas consistía
principalmente de sambos, hijos de indios locales y negros esclavos escapados
de los naufragios ocurridos cerca de la costa durante el siglo XVI (Espinosa 1949
[1585]: 8-13). En ambas áreas la presente población negra es resultado de las
migraciones provenientes de Colombia durante los últimos cien años.
65
66
67
ACC, sig. 1099 (1685). Desafortunadamente la información sobre el número de esclavos de
la zona de Barbacoas es tan fragmentaria que no sirve para hacer comparaciones.
Los placeres del río Yurumanguí, descubiertos en 1745, fueron de los últimos en ser explotados
en la planicie costera. AHNC, Minas del Cauca II, ff. 38v-39v (1745). Las minas del Micay y el
Naya se comenzaron a trabajar en 1716. AHNC, Curas y Obispos XLIV, ff. 55v-56v (1716).
Las famosas minas de Caná fueron abandonadas después de un levantamiento cuna en 1726.
221
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Imágenes. Blancos de la costa al norte de Tumaco
Agricultor-pescador blanco de Majagual en la costa al norte de Tumaco
Mujeres blancas y mulatas de San Juan de la Costa, al norte de Tumaco
222
R o b e r t We s t
Procedencia de los esclavos
Durante los primeros años de la explotación aurífera en las tierras bajas
del Pacífico, la mayoría de los esclavos eran trabajadores temporales que
provenían de las minas del Cauca. En el siglo XVIII ya se importaban esclavos
directamente desde África, que entraban por el puerto de Cartagena (el mercado
oficial de esclavos de la Nueva Granada) y luego eran llevados por tierra, a
través de la cordillera, al Chocó o a Barbacoas.68 Debido a las restricciones
gubernamentales para la navegación por el Atrato, pocos esclavos entraban
por este río. Algunos entraban por Panamá y llegaban al puerto de Chirambirá
en la desembocadura del río San Juan, y de allí eran llevados río arriba a los
campamentos de Nóvita y Citará.69
La mayoría de los negros importados de África provenían de la costa de
Guinea y del Congo, y es probable que otros vinieran del occidente de Sudán
y de Angola. Era costumbre darles a los esclavos bozales –los originarios de
África– un apellido correspondiente a su lengua tribal o relacionado con la
estación esclavista africana en la que fueron comprados. Gracias a ello los
nombres registrados en los libros contables de las minas dan una idea vaga,
aunque a veces errónea, del lugar de proveniencia de los esclavos (A los
esclavos nacidos en el Nuevo Mundo generalmente se les denominaba criollos
en estos libros). Varios libros de las minas de Nóvita del siglo XVIII registran
56 apellidos africanos diferentes, la mayoría de los cuales parecen ser tribales
o relativos a estaciones esclavistas.70 Entre los apellidos más comunes están
Mina, Biáfara, Carabalí, Cetre, Lucumí, Arará, Congo y Mandinga. Según Aguirre
Beltrán (1946: 269-353) y Arboleda (1950), que han estudiado la relación entre
los apellidos de los esclavos y su procedencia, los seis primeros apellidos
de la lista parecen indicar un origen en la costa de Guinea.71 Mandinga es el
nombre de una tribu que habita en el occidente de Sudán. Congo (y Senegal)
sin duda se refieren a los muchos grupos de habla bantú del bajo Congo, que
68
69
70
71
ACC, sig. 3144 (1730).
AHNC, Minas del Cauca II, f. 456v (1777).
AHNC, Negros y Esclavos del Cauca IV, ff. 558r-591v (1759). Sin embargo, cerca de dos
tercios de los nombres de las listas no tenían apellido o el apellido era “criollo”, como por
ejemplo, Juan Criollo, María Criolla, etc.
El nombre Mina se refiere al mercado esclavista portugués San Jorge del Mina, situado
en la costa de Oro, donde los esclavos del área ashanti (entre los ríos Bandamama y
Volta en las costas de Oro y de Marfil) debían esperar para ser embarcados. Los Biáfara
son un grupo de lengua bantú del golfo de Biafra, en los Camerunes. El nombre
Carabalí proviene de la costa de Calabar, al oriente del delta del Niger. Los Cetre son
una tribu Kru que vive en la costa del oriente de Liberia y el occidente de Costa de
Marfil. Los Lucumí son los Yoruba de la costa de Nigeria. Los Arará son una tribu de la
costa de Guinea, al occidente del delta del Niger. Toda esta información fue obtenida
de Aguirre Beltrán y Arboleda.
223
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
conformaron buena parte de los esclavos vendidos en las colonias españolas.72
Otros nombres africanos que se encuentran con frecuencia son Angola,
Chambá, Bran y Luango.73
Aún hoy, en muchos de los ríos aislados, especialmente aquellos que desembocan
entre Buenaventura y Guapi, muchos de los apellidos de los negros se derivan de
los antiguos nombres tribales puestos a los esclavos en tiempos coloniales. Por
ejemplo, en el Yurumanguí, el apellido Mina es muy común; Congo, Manginga
y Canga también son frecuentes. En el alto y medio Guapi se encuentran los
apellidos Biáfara, Cambindo (tal vez de la antigua estación esclavista Cabinda de
Angola), Mina y Cuenú; y en el río Iscuandé los apellidos Carabalí y Congolino
son comunes. Sin embargo, con la manumisión, la mayoría de los negros tomó el
apellido de sus antiguos amos españoles.
72
73
Es muy posible que muchas más personas del occidente de Sudán hayan llegado a la zona
minera, debido a que las expediciones esclavistas que partían de la costa de Guinea se
internaban muy lejos de la costa.
El nombre Angola probablemente proviene de la colonia portuguesa que lleva ese nombre,
localizada en la costa occidental de África. Chamba o tjamba es el nombre de una tribu
que habita al norte de los ashanti en la costa de Oro. El nombre bran se refiere a los
negros brong de la costa de Guinea, conquistados por los ashanti. El nombre luando tal
vez proviene de una tribu con ese nombre del bajo Congo.
224
R o b e r t We s t
Mapa 6
225
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Los libres
A aquellos esclavos que obtenían su libertad se les denominaba libres. Su número
aumentó durante la Colonia en la mayoría de las zonas mineras del occidente
colombiano. Los datos del cuadro 4 indican que en 1778, el 38 por ciento de la
población negra del Chocó era libre. Este grupo estaba compuesto por negros
esclavos que habían comprado su libertad; por cimarrones, es decir, aquellos
que se habían escapado; y por muchos mulatos, la mayoría de los cuales fueron
manumitidos por amos compasivos. La mayoría de los libres seguían sacando
oro por su cuenta o se empleaban como trabajadores asalariados en las minas
españolas. Algunos migraron hacia otras partes de las tierras bajas, donde se
dedicaron a la agricultura y la pesca. Tras la independencia, una ley de 1821
proclamó la emancipación gradual de los esclavos de Colombia y Venezuela;74 pero
esta ley no se cumplió debido a la ineficiencia burocrática y a la desobediencia.
Como se mencionó anteriormente, sólo hasta 1851 se abolió la esclavitud de
manera definitiva en Colombia (García 1954: 131-143). En las localidades más
aisladas de las tierras bajas, los negros todavía se autodenominan libres. En la
mayoría de las áreas, sin embargo, se usa el término moreno; la palabra negro se
usa muy poco, pues es despectiva.
Migraciones de la gente negra
Uno de los aspectos más importantes de la historia de la gente negra ha sido su
expansión desde las zonas mineras hacia todo el resto de las tierras bajas en los
últimos 150 años. Algunos libres y cimarrones comenzaron a migrar en la segunda
mitad del siglo XVIII. En 1780, por ejemplo, un grupo de cimarrones huyó de los
campamentos mineros del Chocó y se ubicó en varios tributarios del río Tuira en
el Darién (Restrepo 1888: 117). Hacia el final del siglo varios grupos provenientes
de los altos ríos Atrato y San Juan formaron pequeños asentamientos en la Costa
Pacífica, tales como Cupica y Juradó, y también se establecieron en el valle del río
Baudó.75 En la costa muchos negros se mezclaron con indios, formando sambos,
que mezclados con blancos son hoy comunes en muchos pueblos costeros.
74
75
Como resultado de los esfuerzos de muchos años de Bolívar por abolir la esclavitud, la ley
proveía 1) que después de 1821 todos los hijos de esclavas fueran liberados a la edad de
18 años y 2) que se organizara un comité de manumisión para recoger impuestos sobre las
herencias, que serían utilizados para pagarle a los dueños por la libertad de los esclavos
que se la merecieran. Ver Bierck, Jr. (1953: 365-386). En el Chocó fue imposible recoger
impuestos con este propósito.
AHNC, Pueblos del Cauca II, ff. 324v, 325r, 328r /1790). El censo de Jiménez Donoso de 1778
registra 79 libres (mulatos y negros) viviendo en el área del Baudó (Ortega 1954: 312).
226
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Imágenes. Patrones de asentamiento
Caserío de Guachal, típico asentamiento linear en una ribera del bajo río Mira
Pueblo de San Francisco, situado en una terraza aluvial en el medio
Naya. Trazado en cuadrícula, la plaza está al centro a la derecha
La antigua población minera y centro administrativo de Barbacoas en el
alto Telembí. El espacio vacío en el centro es una sección quemada
227
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Durante el periodo de emancipación gradual, de 1821 a 1851, hubo un aumento
notorio en las migraciones. Las numerosas proclamaciones de emancipación hechas
por Bolívar entre 1816 y 1821 produjeron una serie de rebeliones de negros en
varias partes de las tierras bajas. En 1821 hubo un levantamiento particularmente
fuerte en el río Saija, donde incitados por revolucionarios blancos, los esclavos
quemaron campamentos mineros y huyeron río abajo y a lo largo de las playas
que bordean el manglar.76 Además, durante las guerras de independencia muchos
negros de Barbacoas y el Chocó se unieron a las fuerzas revolucionarias; cuando
las guerras terminaron, muchos de ellos se asentaron en los valles del Cauca y el
Magdalena (Cochrane 1825, II: 419).
Después de la manumisión definitiva vino el periodo de mayor éxodo de negros
de los centros mineros (mapa4). Aunque la mayoría continuaba trabajando en
las minas, muchos libres migraron río abajo a establecerse en tierras con mayor
potencial agrícola. En el Chocó, muchos negros de Tadó, Condoto y Nóvita,
en el alto San Juan, se encaminaron hacia la serranía del Baudó atravesando
la baja divisoria de aguas y ocuparon los ricos diques aluviales del río Baudó.
Otros siguieron hacia la costa, donde se asentaron en las mejores playas y en los
pequeños ríos costeros, tales como el Orpúa, Ijúa, Docampadó y Virudó.77 Negros
de los alrededores de Quibdó y de la zona minera del alto Atrato se asentaron
como agricultores en el alto Baudó y en pueblos de pescadores, tales como Arusí,
Nuquí y Nabugá, situados a lo largo de la costa rocosa al norte de cabo Corrientes.
Otros viajaron Atrato abajo para establecerse en las riberas de sus tributarios
occidentales, como el Bojayá, el Tagachí y el Buey.
Durante este período (1850-1900) los indios chocó y waunamá comenzaron a
replegarse hacia las cabeceras de las corrientes de agua de la serranía del Baudó,
debido a que los negros persistían en ocupar las mejores tierras agrícolas de los
cursos bajos. Pero los negros no expulsaron a los indígenas de sus tierras en
las partes bajas por medio del uso de fuerza; los indios se retiraron de manera
voluntaria para estar tan lejos como fuera posible de una raza a la que le tenían
poco aprecio.
En el área minera ubicada entre Buenaventura y Guapi, las migraciones ocurridas
después de 1851 se dirigieron sobre todo hacia las tierras agrícolas situadas
76
77
AHNC, Secretaría de Guerra y Marina IV, f. 525v (1821). En algún punto a lo largo del río los
negros formaron un palenque, o pueblo fortificado, para desafiar la autoridad de la Corona.
La mayoría de los viejos que viven en estos ríos y en los poblados costeros, nacieron en
el alto San Juan, sobre todo en el río Tamaná. Para ellos esa área es el verdadero Chocó:
cuando se refieren a un viaje a Istmina o a Andagoya, dicen: “me voy para el Chocó”.
Muchos de los viejos todavía recuerdan el viaje a través de la serranía hacia sus nuevas
moradas. La mayoría de los pueblos costeros al norte de Buenaventura fueron poblados
después de 1850 por los abuelos de la mayoría de las familias actuales.
228
R o b e r t We s t
dentro y cerca de la zona de humedales de agua dulce próxima a la costa. Al
igual que en la costa chocoana, en las playas se establecieron cocales y caseríos
de pescadores. Por ejemplo, según sus habitantes, las poblaciones costeras de
agricultores y pescadores de Papayal y Mayorquín fueron fundadas en 1875 y
1890, respectivamente, por negros provenientes de la zona minera del Raposo.
Debido al agotamiento de los placeres, mineros negros de San Isidro y de Barco
en el alto río Cajambre migraron en 1913 hacia la costa a establecerse en el
campamento costero de Pital, situado en un estero cerca de la desembocadura del
río, donde se dedicaron a recoger cáscara de mangle y a pescar. Actualmente casi
todos los habitantes de las partes altas cultivan terrenos en las partes bajas de los
ríos, al menos durante un período al año.
Los negros también migraron del distrito minero de Barbacoas hacia los ríos costeros
situados al norte de Tumaco. Los padres o abuelos de la mayoría de los actuales
agricultores de los ríos Mira, Rosario, Chagüí, bajo Patía y Sanquianga eran o son
barbacoanos. La mayoría de la gente de estos ríos tiene parientes que todavía viven
en los pueblos mineros de los ríos Telembí, Güelmambí y Magüí en el distrito de
Barbacoas. Muchos otros migraron desde Barbacoas hacia las áreas relativamente
desocupadas del norte de Esmeraldas, movimiento que aún sigue vigente.
La población negra sólo ha sido predominante en Esmeraldas en los últimos 100
años. A mediados del siglo XIX, después de la manumisión, cientos de negros
migraron de las haciendas de los Andes ecuatorianos hacia las tierras cálidas del río
Santiago y sus tributarios Wolf (1900, III: 49).78 A principios de siglo una compañía
minera inglesa trajo un gran número de negros jamaiquinos para que trabajaran
los placeres auríferos del río Santiago. Aunque ya no se habla inglés, en Santiago
hay apellidos tales como Whitley, Brown, Francis, Carr y Wilson. Al mismo tiempo,
muchos negros colombianos procedentes de Barbacoas comenzaron a llegar a
Esmeraldas para hacer fincas y para recolectar caucho y semillas de tagua. Se dice
que dos tercios de la población del cantón Eloy Alfaro, en el norte de Esmeraldas,
son negros colombianos o sus descendientes.79
78
79
Wolf estima que la población negra del río Santiago oscilaba entre 1.500 y dos mil
personas en 1875.
Varias de las poblaciones del río Santiago fueron establecidas por colombianos en los
últimos 75 años. Por ejemplo, Maldonado fue fundado en 1890 por inmigrantes negros
colombianos procedentes de Barbacoas.
229
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Mapa 7
230
R o b e r t We s t
En los últimos 25 años, los habitantes más jóvenes de los ríos han migrado
hacia varios centros urbanos de rápido crecimiento y hacia áreas agrícolas
en expansión en el occidente colombiano, el norte de Ecuador y el oriente
de Panamá. Atraídos por los altos salarios y las aparentes comodidades de
la vida citadina, cientos de negros han migrado hacia el floreciente puerto
de Buenaventura para trabajar como estibadores u obreros de construcción.
Buenaventura pasó de ser un pueblo de 3.500 habitantes en 1918, a ser una
ciudad de 35.000 en 1951. La mayoría de este crecimiento se debe a la llegada
de negros 1) de los ríos costeros entre el Patía en el sur y el Docampadó en
el norte y 2) del río San Juan en el Chocó (mapa5). Muchos de los habitantes
de los ríos que llegan hasta Buenaventura siguen cordillera arriba hacia el
Valle del Cauca; allí se establecen en Cali, una ciudad industrial en rápida
expansión, o buscan trabajo en las grandes plantaciones de caña de azúcar
y en las refinerías cercanas. En el sur, los barbacoanos y los agricultores de
los ríos adyacentes persisten en sus migraciones hacia el creciente puerto
de Tumaco y hacia las tierras bananeras de Esmeraldas. En esta última área
los colombianos se están expandiendo hacia los valles costeros al sur y al
occidente del puerto de Esmeraldas. En el norte, desde hace muchos años hay
migración desde las poblaciones costeras y los ríos del Chocó hacia las fértiles
tierras bananeras del Darién y hacia el área del Canal, donde se ganan buenos
sueldos. Al igual que sucedió con las migraciones indígenas, las migraciones
negras hacia el Darién se aceleraron durante los recientes disturbios políticos
en el Chocó.80 En años recientes ha habido otras migraciones menores en el
Chocó. Habitantes de muchos de los tributarios del Atrato están abandonando
su precaria forma de vida en busca de mejores perspectivas en los centros
comerciales como Quibdó e Istmina. Algunos buscan trabajo en el gran
campamento minero estadounidense de Andagoya en el alto San Juan, mientras
que otros han ido a Cartagena, en la costa Atlántica, y a la ciudad industrial de
Medellín en Antioquia.
80
Hay fuertes vínculos comerciales y sociales entre la costa chocoana al norte de cabo
Corrientes y el suroriente de Panamá. Tal vez no haya ningún hombre mayor de 18
años que viva en la costa chocoana y no haya navegado una balandra a Panamá
para comerciar o para visitar familiares. Hacia 1900 era generalmente aceptado que la
provincia colombiana de Panamá controlaba de hecho, aunque no legalmente, la Costa
Pacífica hasta la ensenada de Utría en el Chocó. Artículo de prensa en El Chocoano,
No. 7 (Quibdó, abril 1, 1899).
231
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Imágenes. Tipos de casa indígena
Tambo multi-familiar de indios chocó, quebrada Injuí, alto río Patía del
norte. Piso rectangular, techo a cuatro aguas, y la escalera es un tronco
con muescas
Tambo circular con techo cónico, indios waunamá, bajo río San Juan.
232
R o b e r t We s t
A pesar de la reciente emigración de negros de las zonas mineras y de agricultura
de subsistencia de las tierras bajas, la población de la mayoría de los ríos sigue
aumentando, o al menos se mantiene estable por reproducción natural. No toda
la gente joven está migrando, y sólo muy pocas de las personas mayores, con su
carácter conservador, considerarían dejar sus rozas de plátano y maíz o las casas
en que nacieron. Sin embargo, debido al agotamiento de los depósitos de oro,
muchos de los pueblos de las partes altas de los ríos están siendo abandonados.
La población blanca
Como se dijo anteriormente, se estima que la población blanca de las tierras
bajas del Pacífico sólo comprende el ocho por ciento del total regional. Es muy
probable que Esmeraldas y el Darién tengan proporciones similares. De acuerdo
al censo de 1778, el número de blancos en el Chocó conformaba apenas el tres
por ciento del total (Ortega 1954: 212); 140 años después, en 1918, el porcentaje
de población blanca de la misma área había aumentado a 9.5.81
Imágenes. Tipos de casa negra
Casa de grupos negros, parada en pilotes, en el pueblo de Boca Grande
al occidente de Tumaco. Nótese el techo a cuatro aguas; la culata, es decir, la vertiente derecha del techo; y el hueco para el humo en la punta.
La corona del techo está fijada por burros. Las paredes son de guadua
abierta. Debajo de la casa hay espacio para almacenamiento.
81
Censo de la población, 1918 (Bogotá, 1924).
233
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Casas en pilotes en el caserío de Naranjo, río Guapi
Durante la Colonia, la mayoría de los blancos eran dueños o administradores
de minas, funcionarios, miembros del clero o comerciantes ocasionales. Vivían
principalmente en los centros administrativos más grandes, tales como Nóvita,
Citará (Quibdó), Iscuandé y Barbacoas. Este último pueblo se dio a conocer por su
población blanca, relativamente numerosa y rica, compuesta por dueños de minas
y comerciantes. Muchos descendientes de estas familias aún viven en Barbacoas,
aunque en menor número que antaño. Tras las guerras de independencia y
después de la manumisión definitiva de esclavos en 1851, la mayoría de los
blancos dueños de minas migró hacia las poblaciones andinas de Pasto, Popayán,
Cali y Medellín, debido a que habían perdido sus riquezas y a que las minas ya
no eran económicamente rentables (Conto 1855).82
Las playas del norte de Tumaco fueron ocupadas, probablemente durante la
primera mitad del siglo XIX, por un grupo de blancos de habla española cuyo
origen no ha sido determinado.83 Sus descendientes, muchos con algo de sangre
82
83
Las familias blancas habían estado migrando del Chocó hacia los Andes desde la década
de 1790. Según un comentarista de la época, “con excepción de algunos dueños de minas,
la gente más importante se ha ido de la provincia del Chocó hacia Santa Fe (Bogotá),
Cartago, Popayán, Buga y Cali; [aquellos que se han ido] contemplan con horror el regreso
a tales tierras… que desde cualquier punto de vista no ofrecen ningún tipo de ventajas…”
AHNC, Poblaciones del Cauca II, f. 854v (1793).
Según la creencia local, hacia 1840 un tal Manuel Moreno, inmigrante español, fundó el
pueblo de San Juan de la Costa para que sirviera de centro para una plantación de coco.
Después llegaron otros españoles con esclavos negros. Los otros asentamientos blancos en
234
R o b e r t We s t
negra, viven en pueblos pesqueros y agrícolas, tales como San Juan de la Costa,
La Vigía, Amarales y Boquerones. Es posible que otros pueblos situados a lo
largo de esta costa hayan tenido población blanca, pues ahora predominan los
mulatos. Este pedazo de costa ofrece uno de los pocos ejemplos de asentamientos
rurales de población blanca en las tierras bajas del Pacífico. Estos pueblos, sin
embargo, están siendo invadidos lentamente por negros de los ríos. El resultado
es mestizaje, y dentro de unos años no será posible distinguir el ancestro blanco
de la población negra (Fotos 23).84
Al igual que en tiempos coloniales, la gran mayoría de los blancos vive en
los centros urbanos como Quibdó, Istmina, Buenaventura, Guapi, El Charco,
Barbacoas, Tumaco, Limones y Borbón. Los descendientes de algunas de las
viejas familias mineras españolas manejan varios negocios en los pueblos, sin
embargo, la mayoría de los comerciantes actuales provienen de la zona andina o
del Medio Oriente. En el Chocó, por ejemplo, antioqueños y sirios son dueños de
la mayoría de las tiendas, de las líneas de transporte locales y de las estaciones
de recolección de productos del bosque. Por todo el Chocó, y ocasionalmente en
las tierras costeras al sur de Buenaventura, se encuentran los famosos vendedores
ambulantes de Antioquia –conocidos como paisas.85 Estos blancos compran y
venden todo tipo de artículos a lo largo de los ríos. Los paisas son probablemente
tan importantes como el personal militar blanco y mestizo como fuente de mezcla
racial en el Chocó.
En los últimos sesenta o setenta años los antioqueños han atravesado la cresta
de la cordillera Occidental y están avanzando hacia los valles altos, de clima más
seco, situados más arriba de las tierras bajas del Chocó (mapa 6). A pesar de su
avance, la mayoría de los colonos blancos rara vez desciende por debajo de los
1.000 m.s.n.m. hacia la zona de malaria. En los valles altos, los antioqueños tumban
el bosque y siembran pasto para criar su ganado blanco orejinegro, y también
siembran café como cultivo comercial. Se han establecido colonias importantes
1) en el área de Dabeiba, en el alto río Sucio, a lo largo de la recién terminada
carretera Medellín-Turbo; 2) en el distrito de Urrao, en el alto río Penderisco; 3)
en el alto valle del río San Juan, donde se estableció el pueblo antioqueño de
84
85
esta costa posiblemente tienen el mismo origen. Según otra leyenda, contada por la gente
de El Charco, los habitantes blancos de La Vigía son descendientes de la tripulación y de
los pasajeros de un barco que naufragó. Se dice que hasta hace poco los blancos no les
permitían a los negros vivir en algunas de estas poblaciones costeras.
La sección del río Iscuandé comprendida entre las poblaciones de Iscuandé y Vuelta Larga
está habitada por mulatos. Anteriormente el pueblo y gran parte de la parte baja del río
estaba en gran medida habitada por blancos. Arriba de Vuelta larga quedaba la antigua
zona minera, que en tiempos coloniales estaba habitada por esclavos. Hoy, esa sección
del río está totalmente habitada por negros. Después de la liberación de los esclavos la
mayoría de las familias blancas de Iscuandé se fue para Pasto y Popayán.
Probablemente un término coloquial para decir paisano.
235
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Pueblo Rico en 1876 sobre uno de los viejos caminos que unen el Cauca con el
Chocó; 4) en las partes más altas del Atrato, donde se fundaron los pueblos de El
Carmen y Guaduas cerca de la actual carretera Bolívar-Quibdó en la década de
1880; 5) en los valles de los ríos Ingará y Hábita, tributarios del Tamaná, que están
siendo colonizados por blancos originarios de los pueblos El Águila y La María
de la vertiente oriental de la cordillera, y de El Cairo y Albán, pueblos cafeteros
antioqueños de la vertiente occidental (el asentamiento de Valencia, a 500 m.s.n.m.,
situado cerca del viejo pueblo minero negro de Las Juantas de Tamaná, constituye
la frontera antioqueña en este sector); 6) en las laderas que están por encima del
medio río Garrapatas, que han sido colonizadas por personas de Versalles, pueblo
situado en la vertiente occidental de la cordillera; 7) en el alto Sanguininí, un
tributario del bajo Garrapatas, que ha sido colonizado desde el pueblo antioqueño
de Naranja, situado cerca de El Porvenir; 8) en el alto río Aguaclara, tributario del
Munguidó, cuyos colonos blancos provienen de Trujillo y Ríofrío en el valle del
Cauca; 9) en el alto valle del río Calima, donde algunos antioqueños han establecido
recientemente fincas experimentales cerca de Bellavista, a una altura de alrededor
de 500 m.s.n.m.; 10) en el alto valle del río Dagua, de clima seco y durante siglos
la ruta más utilizada para viajar entre el Cauca y el Pacífico, que ha sido ocupado
por blancos provenientes de los pueblos antioqueños y vallecaucanos de toda el
área que va hasta Cisneros (elevación 600 m.s.n.m.).86
Colonización dirigida
En los últimos veinte años ha habido varios intentos por formar colonias agrícolas
de gente blanca proveniente de los Andes en las tierras bajas del Pacífico. Hasta
el momento ninguna ha funcionado. En 1935 el gobierno colombiano inició
una colonia dominada por antioqueños en un terreno de 10.000 hectáreas cerca
de Bahía Solano, 300 km al norte de Buenaventura. Los colonos recibieron
pequeños terrenos, parcialmente desmontados, en las cuencas de los ríos Jella y
Valle. Se trató de hacer potreros e introducir ganado y de cultivar cacao, banano,
coco y arroz. Tras ocho años de mal manejo administrativo, la colonia se quebró
y fue cedida al gobierno de la intendencia del Chocó (Contraloría General de la
Nación 1936, VI, Chocó: 461-62; Anónimo 1938: 6-9). Desanimados, la mayoría
de los colonos abandonó este lugar aislado. Lo único que queda de lo que alguna
vez pretendió ser una prometedora colonia son unas pocas construcciones
derruidas en Ciudad Mutis, el centro administrativo, ocupadas por algunos de
los pocos que se quedaron.
Más recientemente, en 1953, un grupo de treinta antioqueños patrocinados por
el ministerio de Guerra y por comerciantes de Cali y Buenaventura, trataron de
86
Para una breve descripción de la colonización antioqueña en el Chocó ver Hans Bloch
(1948: 40-42), Parsons (1949: 86-93).
236
R o b e r t We s t
fundar una colonia agrícola en la bahía de Limones, cerca de Cupica. Debido a
la falta de organización, la colonia fue abandonada en poco tiempo. Ese mismo
año una compañía holandesa, que obtuvo una concesión para establecer un
aserrío y explotar los bosques que rodean la ensenada de Utría, logró atraer
algunas familias antioqueñas que se establecieron como agricultores en la orilla
oriental de la ensenada para producir comida para el aserrío. A pesar de los
buenos equipos y de la organización, los colonos abandonaron sus terrenos a
los pocos meses de haberse establecido.87
Formas de asentamiento
Es difícil distinguir entre asentamientos rurales dispersos y nucleados dentro del
patrón riverino de distribución de la población de las tierras bajas del Pacífico.
Las casas construidas en las orillas de los ríos, sobre las riberas o sobre los diques
naturales, suelen estar separadas por uno o dos km, conformando un patrón
de asentamiento verdaderamente disperso. En áreas más pobladas, las casas
pueden estar a sólo unos cien metros de cada una, o incluso menos, formando un
asentamiento lineal de medio a un kilómetro de largo. Tales asentamientos toman
la forma de caseríos: cada uno tiene un nombre, generalmente una iglesia o
capilla, y tal vez una escuela y unas dos casas equipadas con una pequeña tienda
donde se venden telas, bebidas embotelladas y comida. La gran mayoría de los
nombres de pueblos que aparecen en los mapas de las tierras bajas corresponden
a caseríos de este estilo (Fotos 24). Es poco frecuente que en estos caseríos vivan
más de 300 personas. Sobre la costa, los asentamientos suelen ser caseríos de
pescadores, de unas cinco a veinte casas, generalmente organizadas en una sola
línea a lo largo de la parte interior de la playa (mapa 21).
En las zonas mineras, en los cursos medios y altos de los ríos, hay muchos pueblos
que fueron fundados en el siglo XVIII, y que fueron campamentos mineros o
reales de minas, o centros administrativos. Muchos de estos asentamientos tienen
dos hileras de casas con una calle en el medio. Cuando el terreno lo permite,
tienen la típica estructura española en cuadrícula con una pequeña plaza. Calle
Larga en el río Napi, cerca de Guapi, es uno de estos pueblos coloniales –las calles
empedradas en el siglo XVIII aún están intactas.
Algunos de los reales de minas, los centros administrativos y los puertos
coloniales han crecido y se han convertido en pueblos comerciales importantes,
cada uno con su cuadrícula de calles. Algunos ejemplos son Quibdó, Tumaco
y Buenaventura, que tienen entre 5.000 y 35.000 habitantes. Otros centros de
87
En 1954 el autor visitó el lugar que ocupó la colonia de Limones. La información sobre la
colonia de Utría fue obtenida de segunda mano de informantes en Cupica.
237
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
importancia comercial similar son Guapi (que data de principios del siglo XIX),
Istmina (fundada alrededor de 1850), El Charco (fundada en 1875) y Borbón
(fundado en 1886).
Tipos de casas
El aspecto cultural que más llama la atención a quien es forastero en las tierras
bajas del Pacífico es tal vez el tipo de casa utilizado por la población negra
rural. Es una casa cuadrada o rectangular parada en pilotes, con piso y paredes
de palma abierta, y con techo de cuatro aguas de hoja de palma terminado
con un peculiar remate. Todos los materiales de construcción son maderas y
palmas que se consiguen en los bosques cercanos. Este tipo de casa es uno de
los rasgos característicos de la cultura de las tierras bajas del Pacífico, desde
el occidente del Darién hasta el río Santiago en Esmeraldas, donde ha sido
introducido por inmigrantes colombianos. Como la mayoría de los actuales
rasgos materiales de la cultura negra de las tierras bajas, las casas parecen
haber sido modificadas del prototipo indígena.
Imágenes. Detalles de casas de grupos negros
La casa que está siendo construida a la izquierda muestra una manera
común de construir techos en el Chocó. Nótese la larga corona chocoana
en el techo y los burros encima. Bajo San Juan.
238
R o b e r t We s t
Detalle de una casa parada en pilotes en San Antonio, río Yurumanguí. Nótense los horcones o puntales dobles en la esquina, la escalera
de muescas a la izquierda y las paredes de guadua abierta. La planta
que está debajo de la casa cerca del niño sirve para evitar que los
malos espíritus entren a la casa.
Casas indígenas
Las descripciones coloniales de las casas indígenas de las tierras bajas del
Pacífico son muy fragmentarias. Los informes de las entradas españolas al
Chocó en el siglo XVI describen las “barbacoas”, o casas en los árboles,
utilizadas por los chancos de la vertiente pacífica de la cordillera Occidental
y por la gente del bajo San Juan. Parece que estas casas no eran más que
plataformas con techo construidas sobre vigas amarradas a los troncos de
los árboles y elevadas de tres a 4.5 metros del suelo para protegerse de los
animales y de los enemigos cercanos (Restrepo Tirado 1903).88 Otro tipo de
barbacoa que encontraron los españoles en las tierras bajas es la verdadera
88
Restrepo Tirado basa su estudio en los escritos impresos de los cronistas, tales como
Cieza de León, Castellanos, Herrera y Simón. En contraste con su abundancia en el sureste
asiático, las casas sobre pilotes en la América precolombina tenían una distribución
relativamente limitada. Parece que el área de mayor concentración era el noroccidente de
Sur América: 1) el litoral Pacífico desde el Darién hasta Esmeraldas, 2) varias partes de la
costa venezolana y el lago Valencia, 3) el delta del Orinoco, y 4) algunas partes de la alta
Amazonía (Bennett 1949).
239
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
casa de pilotes, levantada del suelo por varias vigas de madera pesadas. La
mayoría eran grandes casas multifamiliares, más o menos redondas y cubiertas
por un techo cónico.89
Las casas indígenas de hoy se parecen en muchos aspectos a las casas paradas
en pilotes descritas por los cronistas. Denominadas tambos por negros y
blancos, las casas indígenas son generalmente de dos tipos. Las más antiguas
son al parecer las casas de techo cónico y piso más o menos rectangular o
cuadrado, que se encuentran entre los waunamá del bajo San Juan y el alto
Docampadó (Wassén 1935), entre los chocó de la alta cuenca del Andágueda
(Gutiérrez 1924: 8-17), y entre los indios de habla chocó de los altos ríos
Sinú y San Jorge en Antioquia (Gordon 1957: 43-45). El segundo tipo tiene
piso rectangular y techo de cuatro aguas de poca pendiente, cuyo caballete
es paralelo al lado largo de las casas. Este segundo tipo es más común ahora:
lo utilizan casi todos los chocó, los cuna de Chucunaque en el Darién y
los cayapa en Esmeraldas.90 Según Nordenskiöld (1928), la verdadera casa
chocó es redonda y con techo cónico; los propios indios creen que el piso
rectangular fue introducido por los españoles o por los negros. Tanto el tambo
“redondo” como el rectangular se distinguen de la casa negra por la ausencia
de paredes: la plataforma elevada sólo está protegida del viento y la lluvia por
el techo de hoja de palma. Como en tiempos precolombinos, los indígenas
construyen las casas sobre pilotes tanto en suelos bajos e inundables como en
terrenos altos y bien drenados. Por lo tanto, el típico piso elevado no puede
ser atribuido sólo al mal drenaje. Sin duda la necesidad de protegerse de los
animales de presa y de otra gente, importante en otros tiempos, se mantiene.
Para subir al piso elevado, situado entre metro y medio y tres metros del suelo,
los indígenas utilizan un tronco con muescas o una escalera de travesaños, tal
como lo hacían sus ancestros antes de la Conquista (Fotos 25).
89
90
Estas casas han sido descritas para el área de Dabaiba en la vertiente occidental de la
cordillera Occidental y para algunas partes del bajo Atrato. La casa redonda con techo
cónico parece haber dominado entre los habitantes del Valle del Cauca cuando llegaron
los españoles (Restrepo Tirado 1903: 582-83). La siguiente descripción de casas en la
vertiente occidental de la cordillera, en el Chocó, data de 1540: “Las provincias de Sima,
Tapate y Choco llámanse por sí provincias de las barvacoas en indio, llámanlas así por
todas las casas, las tienen montadas sobre altos y grandes maderos…; suben a ellas por
escaleras, y de noche las alzan. “Descripción de los pueblos de la provincia de Ancerma
[1540-1541]” (Torres de Mendoza, Cárdenas y Pacheo 1864, III, 412). En 1540 Andagoya
escribió que en los ríos que desembocan entre Buenaventura y la Isla del Gallo (cerca
de Tumaco) las casas indígenas “[…] tienen de 300 a 280 pasos de lado, y por lo menos
100 personas viven en cada una” (Fernández de Navarrete 1858: 436).
Los cuna de San Blas han dejado la casa en pilotes por el caney, una casa larga con techo
de dos aguas.
240
R o b e r t We s t
Las casas indígenas suelen ser grandes (generalmente de 15 por 18 metros) y
en ellas pueden vivir varias familias relacionadas o por lo menos una familia
extensa. Los pisos se hacen con estipes de la resistente palma barrigona
(probablemente Socrates durissima) y el techo con hojas de varios tipos de
palma, entre los cuales la palma de corozo (Corozo oleifera) se utiliza con
frecuencia. El espacio de las mujeres dentro del tambo es el fogón, que se
construye en el suelo en un extremo de la casa. De las vigas pares cuelgan
numerosas plataformas hechas de palma abierta, que sirven para guardar
cosas a alturas elevadas, así como canastos y bultos. Para dormir se acomodan
plataformas en las orillas de la casa, cada familia teniendo un lugar asignado
(La hamaca, tan importante entre los indios amazónicos, sólo se usa en las
tierras bajas del Pacífico para que duerman niños). En el centro del tambo
suele haber un molino, una introducción española que se utiliza para obtener
jugo de caña para hacer guarapo. Perros, niños y tinas malolientes llenas de
maíz fermentado o de guarapo se amontonan en el piso del tambo.
La casa rural de la gente negra (fotos A y figura 2)
Aunque las casas de los negros difieren de las de los indios en muchos aspectos,
mantienen los rasgos aborígenes fundamentales: los pilotes, los materiales, las
técnicas de techar y las características interiores. El proceso mediante el cual los
negros tomaron y modificaron las técnicas indígenas de construcción de casas está
bastante claro. En la Colonia se obligaba a los indígenas a construir casas para
los esclavos negros en los campamentos mineros.91 Para hacer estos trabajos los
indígenas debieron haber utilizado sus propias técnicas de construcción, aunque
se les pudo haber indicado que hicieran algunas modificaciones para satisfacer
a los administradores españoles. Una de tales modificaciones pudo haber sido la
estructura rectangular de cuatro aguas del techo, que los chocó probablemente
no conocían. En cualquier caso, es casi seguro que los negros aprendieron a
construir casas en pilotes siguiendo el ejemplo de los trabajadores indígenas en
los campamentos mineros.
Las casas de los negros en las zonas rurales descansan sobre cuatro, y a veces seis,
horcones o puntales pesados y bien labrados de guayacán (Tabebuia, spp.), cuya
madera es extremadamente fuerte y resistente. A veces se utilizan cuatro pares
de horcones, cada par consistente de 1) un pilote corto sobre el que descansan
las madres, o vigas del piso, y 2) otro pilote, pegado al primero, suficientemente
largo para servir de poste esquinero para las paredes y de base para las vigas
del techo. Guaduas o postes de madera ligera sirven de soportes intermedios
91
Hay amplia evidencia de ello en los documentos que tratan sobre el trabajo indígena
hallados en los archivos coloniales de Bogotá y Popayán.
241
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
para las paredes. Hace más de 25 años, antes de que se consiguieran puntillas
baratas, todas las vigas y los postes se amarraban con lianas, al estilo indígena
–una costumbre que aún se practica en algunas áreas aisladas. Los pisos, al igual
que los del tambo indígena, se hacen de palma abierta, generalmente de palma
barrigona o de chontaduro (Guilielma, spp.), debido a su resistencia. Las paredes
se hacen del mismo material o de guadua abierta para formar una especie de
listones de hasta un metro de ancho. En el centro del techo hay un caballete
corto, denominado burro, sostenido por una serie de buzos, que descansan sobre
una viga central. Así, el techo se compone de dos naves grandes, o cuerpos, que
descienden hacia el frente y hacia la parte posterior de la casa, y de dos naves
pequeñas, o culatas, que descienden hacia los lados. Para sostener las hojas de
palma se amarran varas o latillos cortos a los postes del techo (guindaduras). Los
nativos tienen a su disposición una gran variedad de palmas para techar. Las más
usadas son las frondas de amargo (Welfia regia), corozo (Corozo pleifera) y naidí
(Euterpe, spp.). Los ranchos temporales construidos en el bosque o cerca de los
cultivos se techan con las anchas hojas del bijao (Calathea, spp.). En el ápice
de la culata se dejan unos espacios sin techar, justo debajo de los extremos del
burro o caballete, para permitir que el humo del fogón salga. Sin embargo, estas
aperturas suelen ser ineficaces y el humo se filtra por todo el techo. A las horas
de las comidas un pueblo puede dar la impresión de estar incendiándose, debido
a que sale humo de todos los techos.
Figura 2
242
R o b e r t We s t
Fotos A. Detalles de casas negras y construcciones cercanas
Fogón de una casa parada en pilotes perteneciente a una familia negra,
Naranjo, río Guapi
Al frente un corral para marranos y al fondo un corral para patos y
gallinas hecho de guadua, Orpúa. Nótese cómo se forman las esquinas
con la guadua en el corral de las gallinas
Horno cubierto, Payán, río Magüí, área de Barbacoas
243
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Cuando se ha terminado de techar, se pone un curioso remate –denominado
caballete– sobre el burro para evitar que la lluvia entre a través de la apertura
izquierda del techo. El caballete es un techito largo y angosto, de dos aguas,
sostenido sobre el burro por una serie de vigas cruzadas u horcones pequeños,
denominados también burros o caballeteros. Las vigas se cruzan y sus extremos,
que suelen estar cuidadosamente labrados, se proyectan sobre el techo. En el
Chocó, este remate o caballete se extiende mucho más allá de los extremos
de la viga superior del techo, que generalmente se conoce como caballete,
pero que en esta región se denomina burro. Ello le da a la casa chocoana una
apariencia singular.
Para entrar a la casa hay que subir por un tronco resbaloso con muescas o por
una escalera de travesaños, una operación riesgosa para el visitante con zapatos
de cuero. Pero muchos negros han adoptado la escalera europea. Por la noche, se
sube el tronco o la escalera a la casa para mantener fuera a los perros hambrientos
y a los animales salvajes. Sólo las casas rurales más pretensiosas tienen puertas y
ventanas que se pueden abrir y cerrar, en lugar de simples huecos.
El interior de la casa suele estar dividido en por lo menos dos espacios. Al más
grande, situado al frente, se le denomina cuarto; sirve para dormir, atender a las
visitas, almacenar granos y herramientas, y para bailar en las fiestas. Algunas casas
tienen construidas plataformas para dormir; en otras los negros simplemente se
acomodan en el piso sobre esteras hechas de corteza de árbol, sobre las que
se cuelga un toldillo. Las hamacas son poco utilizadas. Detrás del cuarto puede
estar la cocina, donde está el fogón: una simple caja de barro puesta sobre una
plataforma elevada. Para sostener las ollas se utilizan tres leños con uno de sus
extremos encendidos, al estilo indígena. Algunos asientos y bancas hechos en
casa, y tal vez una mesa, completan el mobiliario de una típica casa rural.
El amplio espacio que queda debajo del piso suele utilizarse para guardar canoas,
madera y hojas de palma. En este espacio a veces se construyen corrales para
gallinas o cerdos –los animales domésticos que son comunes en las casas rurales.
De esta manera se ayuda a proteger a los animales de los predadores, pero el olor
y el ruido que se sienten desde la casa pueden desconcertar al recién llegado.
Las únicas construcciones hechas alrededor de la casa pueden ser un gallinero,
consistente de una caja techada elevada sobre un poste, pequeños cobertizos para
guardar trapiches o para proteger canoas, y ocasionalmente un horno de estilo
español ubicado debajo de un techo (Fotos A).
244
R o b e r t We s t
La casa urbana “española” (Fotos B)
La casa rural también se encuentra en las afueras y en los barrios más pobres
de los pueblos mineros y los centros urbanos. Las partes comerciales, sin
embargo, se distinguen por tener otro tipo de construcciones, con elementos
de arquitectura española. Estas casas suelen tener dos pisos, paredes de tablas
o palma abierta, y techos de hoja de palma de cuatro aguas. La casa urbana
es básicamente una casa parada en pilotes, en la que el espacio vacío situado
debajo del piso ha sido cerrado por paredes que se ponen entre los pilotes
para formar un primer piso. Este primer piso se utiliza para almacenar, como
espacio social o como oficina, mientras que en el segundo piso están las
habitaciones. Generalmente hay un balcón que da sobre la calle, adornado
con calados de madera. Al segundo piso se entra utilizando una escalera tipo
español. Antiguamente las paredes sólo se hacían de palma o guadua, y solían
estar blanqueadas o enyesadas en su parte exterior. Con la introducción de
la sierra mecánica en los últimos treinta años, las tablas han reemplazado
a las paredes y los pisos de palma. Es más, el techo de palma está siendo
reemplazado por el techo de zinc, más moderno y más fácil poner.
Aunque el uso de ladrillo y concreto está aumentando en los pueblos comerciales
más grandes, como Quibdó, Buenaventura y Tumaco, la mayoría de las estructuras
todavía están hechas de madera y palma. Estos materiales son más baratos, más
fáciles de conseguir y más adecuados para el clima tropical y las costumbres del
área. Sin embargo, su uso en los pueblos grandes ha sido desventajoso debido
a los incendios. No hay tal vez ningún pueblo en las tierras bajas del Pacífico
que no haya sido parcial o completamente destruido por el fuego, no una vez,
sino muchas durante el pasado siglo. Es muy común ver, en cualquier pueblo,
pilotes chamuscados o restos de pisos de madera en lotes desocupados donde
hubo incendios. En 1941, el próspero pueblo minero de Tadó en el alto San Juan
fue destruido casi completamente por el fuego; en 1947 un incendio quemó casi
la mitad del puerto de Tumaco, incluyendo la parte comercial y los muelles; en
1953 el próspero pueblo comercial de El Charco quedó medio destruido por
un incendio accidental. Tales desastres traen ruina económica entre las familias
dedicadas al comercio y causan trastornos entre la población.
245
Las tierr as bajas del Pacífico colombiano. Población y poblamiento
Fotos B. Casas urbanas tipo ‘español’
Casa de madera tipo español, Calle Larga, río Napi. Nótese los calados
del balcón en el frente
Calle principal en la población de López, río Micay
246
R o b e r t We s t
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249
La configuración histórica de la región azucarera1
JOSÉ MARÍA ROJAS
El espacio físico
E
l valle geográfico del Alto Cauca comprende un área de aproximadamente
426.795 hectáreas, de las cuales 326.983 se encuentran en la jurisdicción político
administrativa del departamento del Valle, esto es el 76,6 % y las restantes
99.857, el 23,4 %, en el departamento del Cauca (Fedesarrollo 1976). Con una altitud
que fluctúa entre los 900 y 1000 metros sobre el nivel del mar y una temperatura
promedio entre 23 y 25 grados centígrados, con lluvias abundantes y períodos secos
y con alta luminosidad durante todo el año, el valle geográfico del Alto Cauca está
considerado como una de las regiones naturalmente privilegiadas en el mundo para
el desarrollo de la agricultura en gran escala. Por ser un área plana, atravesada a todo
lo largo por el río Cauca, y situada entre las cordilleras Central y Occidental, la irrigan
un número considerable de riachuelos que desde ambas cordilleras confluyen hacia
el río Cauca. Se dispone así de gran cantidad de aguas para riego, además de los
inmensos depósitos subterráneos. Sin embargo, la acumulación de sedimentos en el
lecho del río Cauca y de algunos de sus afluentes hace que en el período de lluvias
las aguas se desborden y se produzcan grandes inundaciones con la consiguiente
destrucción de los cultivos. El área inundable se calcula en aproximadamente 84 mil
hectáreas (el 7% del área total) (Posada y CVC 1966).
Para la recuperación económica de estas tierras, sin duda las de mejor calidad, se han
concebido ambiciosos proyectos, tanto de regulación del curso del río Cauca como
de instalación de grandes centros de generación hidráulica de energía eléctrica. En la
actualidad se adelanta la ejecución del Proyecto Salvajina, el cual se espera concluir a
finales de 1985, cuando estará terminada la presa de 154 metros de altura en el sitio de
Salvajina, dando lugar a un gigantesco embalse que permitirá accionar generadores
de fluido eléctrico con una capacidad instalada de 270.000 kilovatios.2 Mediante el
1
2
Original tomado de: José María Rojas. 1983. Sociedad y economía en el Valle del Cauca.
Tomo V. Bogotá: Fondo de promoción de la cultura del Banco Popular; Cali: Departamento
de publicaciones de la Universidad del Valle.
El texto de este capítulo fue redactado entre enero y abril de 1978 y revisado sucesivamente
en junio de 1981 y octubre de 1982.
251
La configuración histórica de la región azucarera
embalse de aguas se contempla regular en 125 metros cúbicos por segundo el caudal
del río, de tal manera que durante el período de lluvias se evitan las inundaciones
y durante el período seco se “evitan” (en rigor, apenas se mantendrá el nivel de
contaminación actual) los estragos ecológicos que viene causando la contaminación
del complejo industrial de Yumbo. Se estima que 8500 predios se beneficiarán
directamente del proyecto y que el área que deja de ser inundable, por este concepto
y por el cambio de la calidad del suelo, recibe un beneficio de 5158 millones de
pesos de 1980.3 La entidad gestora y ejecutora de algunos de estos proyectos ha
sido la CVC –Corporación Autónoma Regional del Cauca–, constituida por el decreto
legislativo No. 3110 de octubre 22 de 1954 durante el gobierno del general Gustavo
Rojas Pinilla.4 Con la CVC se inaugura en el país una modalidad de intervención
descentralizadora del aparato de Estado en espacios económicos que no coinciden
con la división políticoadministrativa e implicó la modificación del artículo 70 de la
Constitución Nacional (Posada 1966).5 Es esta una intervención modernizadora del
Estado, a tono con las necesidades regionales del desarrollo capitalista y que reviste la
particularidad de presentarse “como un medio de contrarrestar el excesivo poder del
Estado” (Posada 1966: 67).
Concebida a imagen y semejanza de la TVA –Tennessee Valley Authority–
de los Estados Unidos, la CVC fue atacada durante un largo período por
los terratenientes más atrasados de la región, quienes no dudaron en
recurrir a argumentos de tímido y trasnochado tono nacionalista como
el de que se trataba de “un plagio criollo de prospectos foráneos de
pueblos cuya economía no guarda paridad con las modestas realidades
colombianas (Posada 1966: 71).6
3
4
5
6
El país, Separata CVC Salvajina, Cali 30 de mayo de 1981.
A raíz del vacío jurídico en el cual quedan todos los actos legislativos de la dictadura,
una vez se vuelve a la forma democrática - representativa y se instala un congreso con
las atribuciones de Organo Legislativo, la CVC es de nuevo ratificada y reglamentada
por el Decreto No. 1707 de junio de 1960 durante el gobierno de Alberto Lleras (primer
gobierno del Frente Nacional), el cual hubo de ratificar casi la totalidad de los actos
legislativos de la dictadura militar de Rojas.
El artículo 7 quedó así: “Fuera dela división general del territorio habrá otras dentro de los
límites de cada departamento, para arreglar el servicio público. Las divisiones relativas a
lo fiscal, lo militar, la instrucción pública y el fomento de la economía podrán no coincidir
con la división general”.
En estos términos se expresa Ernesto González Piedrahita, presidente de la Sociedad de
Agricultores del Valle en su informe a la SAC –Sociedad de Agricultores de Colombia–.
Gustavo Balcázar Monzón, hoy (1982) jefe del liberalismo turbayista en la región, entabló
demanda a nombre de la Sociedad de Agricultores y del Comité de Ganaderos para que
fuesen derogados los decretos que establecían un impuesto del cuatro por mil a los
propietarios de tierras, con miras a financiar los programas de la CVC.
252
José María Rojas
Con el gobierno de transición de la Junta Militar en 1957, siendo ministro de Fomento
el industrial azucarero Harold Eder,7 se alcanza un estado de conciliación entre los
intereses de los terratenientes y los empresarios agroindustriales al modificarse la
composición del Consejo Directivo de la CVC, mediante la cooptación de connotados
opositores de la entidad descentralizadora.8 Esta forma de conciliación de intereses
de clase se ha mantenido como una constante histórica de la transformación del
espacio físico en espacio económico. La CVC debió finalmente circunscribir sus
proyectos a la generación del fluido eléctrico y aplazar indefinidamente los relativos
a la adecuación de tierras. Se impuso una dinámica un poco más lenta en este
proceso de transformación económica del espacio físico, dinámica que corresponde
a la transformación social del terrateniente en empresario.
Ocupación y utilización del espacio físico
Esbozo histórico
Ya que la investigación histórica y socio-antropológica no ha avanzado lo
suficiente a fin de poder puntualizar las particularidades de la transformación
económica del espacio físico del valle geográfico de Alto Cauca, espacio real
en el cual se sitúa nuestro universo de estudio, nos tenemos entonces que
limitar al señalamiento de algunas generalidades relativas a los cambios y a las
constantes que a nuestro entender resultan más significativas para determinar
las circunstancias históricas que anteceden y acompañan la conformación del
sector azucarero en la región.
La población nativa en el momento de la Conquista española no solamente
era cuantitativamente escasa, sino que se encontraba asentada en la margen
occidental del río Cauca, esto es, en la franja más estrecha del valle situada
entre el río y la cordillera Occidental. Todavía hasta finales del siglo XVII,
según lo destaca Germán Colmenares (1975), la población de Cali dependía
de la producción agrícola de los indígenas de esta zona. Ocurrió entonces que
en la “Otra Banda” (término con el cual se identificaban las tierras situadas al
oriente del río Cauca), donde prácticamente no había población nativa, se dio
una monopolización de la tierra, más como símbolo de prestigio que como
hecho de significación económica. Apellidos tales como Caicedo, Garcés,
Lourido, figuran ya en los siglos XVII y XVIII como grandes terratenientes.
7
8
Capitán de industrias en la tercera generación de la familia Eder. Estuvo en la gerencia del
ingenio Manuelita durante más de treinta años, hasta que encontró la muerte en forma
desafortunada y violenta en 1964. Véase el capítulo II de este estudio.
Entre otros el abogado litigante a nombre de los terratenientes, Gustavo Balcázar Monzón,
en ese momento gobernador del departamento del Valle. Ver: Posada, A. y J. (1966)
253
La configuración histórica de la región azucarera
Algunas de las más importantes empresas agroindustriales del sector azucarero
son hoy patrimonio de familias cuyo ascendente está en aquellos primeros
propietarios de la tierra.
La ubicación del valle geográfico del río Cauca resultó estratégica durante el período
colonial en la medida en que era lugar de tránsito obligado para los mineros y
comerciantes que se desplazaban desde Popayán a Cartagena para los efectos de la
adquisición de esclavos. Ya en el siglo XVIII se establece una complementariedad entre
las actividades agrícolas y min eras. Aunque no en todos los casos los propietarios de
minas se podían hacer propietarios de tierras (y a la inversa), la demanda de carne,
aguardiente y plátanos en la región minera hacía posible la utilización productiva
de parte de la tierra, para lo cual, dada la escasez de fuerza de trabajo indígena, era
preciso adquirir fuerza de trabajo esclava (Colmenares 1975).9 Sobre esta base se
introduce la esclavitud en la producción agrícola y pecuaria del valle del Cauca. Sin
embargo, dado que la producción de esta región se realiza en un mercado “externo”,
en la región minera, la decadencia de la minería tiene que forzosamente arrastrar
consigo la agricultura, y entonces, el valle entra en una crisis, cuyas características
principales durante el siglo XIX no han sido aún objeto de investigación. Colmenares
señala que desde la segunda mitad del siglo XVIII prospera una capa de medianos
propietarios, denominados “montañeses” debido a que vivían en sus fincas, ya que
no tenían casa en la ciudad de Cali, y quienes contaban a su disposición no más
de dos a tres esclavos (Colmenares 1975). Como no se conocen exactamente la
magnitud ni la ubicación espacial de esta capa social, es difícil precisar su proyección
histórica a lo largo del siglo XIX. Aquí puede estar el origen (por fraccionamiento
de la propiedad) de una masa de pequeños propietarios que se localizan en torno a
pequeñas poblaciones urbanas en las partes centro y norte de la región, los cuales
logran subsistir bien entrado el siglo XX, hasta cuando la presión económica y
política de la agroindustria azucarera los hace desaparece definitivamente. En la
parte sur del valle geográfico del río Cauca, la parte que actualmente viene a ser la
zona plana del norte del departamento del Cauca, la configuración de la pequeña
propiedad data desde el siglo XVIII, básicamente debido a la resistencia legendaria
de los esclavos negros contra la familia Arboleda (Mina 1975), propietaria de grandes
haciendas (Japio, La Bolsa, Quintero) y de minas de oro dentro de los mismos
predios, ubicados en los que actualmente son los municipios de Caloto y Santander
de Quilichao. Los esclavos que desertaban se fueron estableciendo como colonos
en las márgenes del río Palo y desde allí, naturalmente protegidos por la espesura
9
La existencia de una economía minera al lado de una región excepcionalmente apta para
la agricultura favorecía este doble carácter de mineros y terratenientes. En ausencia de otro
tipo de mano de obra en las haciendas, se imponía el empleo de mano de obra esclava
cuyos costos elevados se compensaban por la inmediatez de un mercado floreciente. Aún
más, la minería constituía un estímulo para la formación de haciendas y uno de estos
estímulos consistía precisamente en la posibilidad de transferir capitales en forma de mano
de obra esclava entre los dos sectores (Colmenares 1975: 99).
254
José María Rojas
de los bosques, libraron una resistencia armada contra los terratenientes. Durante
la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos de la década de los sesenta del
presente floreció en esta parte de la región una economía campesina en coexistencia
con la gran hacienda ganadera, panelera y cacaotera, hasta que la agroindustria
azucarera terminó por homogeneizar social y económicamente el paisaje.
Parece ser que la importancia de la población negra (por menos desde Buga hacia
el sur del valle del río Cauca) en la configuración de economías campesinas locales
y articuladas al contexto de la hacienda de origen colonial es una cuestión que
bien merece privilegiarse al menos en lo que respecta a la formulación de hipótesis
relativas al proceso histórico de transformación de formas de producción que van
desde la relación esclavista hasta la capitalista. Durante la segunda mitad del siglo
XIX y durante las primeras décadas del presente se tienen claras indicaciones de
haberse dado asentamientos de población negra en los alrededores de Palmira,
Pradera, Candelaria y Florida, dedicados a la producción de plátano, yuca, maíz,
cacao y frutales, productos estos que junto con la carne fueron básicos en la dieta
alimenticia de la población.
En lo que respecta al impacto que tuvo la crisis de la minería sobre la hacienda
colonial establecida desde comienzos del siglo XVIII en la región, es preciso
destacar por lo menos un efecto estratégico: la disminución sustancial del dinero
circulante, indispensable para que el ennoblecido terrateniente pudiera mantener
un patrón de consumo que, dadas las condiciones materiales de vida dominantes
resultaba ser suntuoso, ya que se componía básicamente de bienes importados
desde España. Dado el peso ideológico y político de la Iglesia en la sociedad
colonial, el interés del dinero más allá de una tasa moderada caía fácilmente bajo
la condena de la usura. Se configuran entonces dos formas complementarias de,
mantenimiento del dominio territorial y de la circulación de dinero, bajo el amparo
institucional de la Iglesia: las capellanías y los censos. Mediante las primeras un
terrateniente, un rico comerciante o un minero comprometían total o parcialmente
las rentas de sus tierras, negocios o minas con el objeto de que a su nombre
y por su alma se realizase una obra pía, se mantuviese el cura de una capilla
o se costeasen los estudios para la preparación de un clérigo. Por lo general
el terrateniente prescribía quién debía administrar la Capellanía10 y este alguien
era siempre un clérigo de la familia del mismo terrateniente. De esta manera
se pudieron conservar intactas un buen número de grandes propiedades, pero
con el transcurso del tiempo y la falta de circulante quedaron económicamente
paralizadas. Esta situación se proyecta hacia el siglo XIX, hasta cuando el general
Mosquera decide la expropiación de los bienes territoriales de la Iglesia. Hacia
la década de los cincuenta del siglo pasado, parece que se da una reactivación
10
Por lo general toda gran hacienda contaba con una capilla y su respectivo clérigo para los
efectos del culto y el adoctrinamiento de esclavos.
255
La configuración histórica de la región azucarera
económica de estas haciendas sobre bases sociales distintas a las período colonial
y poscolonial. Un hecho básico fue la liberación de los esclavos11 pero su
complemento debió ser la transferencia de capitales acumulados en la actividad
comercial para que fuera posible la reactivación económica de la hacienda en la
región. Sin embargo, dado el vacío de la investigación histórica regional durante
todo este período, nuestras afirmaciones no pasan del nivel de las meras hipótesis.
En lo que respecta a los Censos, cuyo efecto final es similar al de las capellanías y,
por tanto, completa el cuadro del estancamiento económico de las haciendas, es
preciso destacar que constituyeron un sistema de crédito colonial, mediante el cual
los dineros provenientes de las capellanías fundadas por mineros y comerciantes
se ponían disposición de las familias terratenientes, con garantía de su propiedad
territorial. Quien “compraba” el censo se obligaba a pagar un interés anual y si el
dinero prestado no llegaba a convertirlo en una inversión rentable, la obligación
resultaba tan gravosa que el propietario se veía obligado a ceder su propiedad, si bien
se precavía de hacer la cesión, por lo general, a un familiar. Dadas la prohibiciones
y controles que el régimen colonial había establecido sobre productos que tenían
salida externa (el tabaco, por ejemplo), la rentabilidad de la hacienda en la región
dependía de la existencia de un mercado estrecho, más allá del cual no tendría
sentido incrementar la producción. En estos términos los censos llegaron a pesar de
manera gravosa sobre la factibilidad económica de las haciendas. Ante todo se hizo
evidente, como lo destaca Colmenares (1975) que la hacienda por sí misma no podía
subsistir, sino que dependía de su articulación con actividades como la minería y
el comercio. Primero la crisis de la minería y luego la del comercio durante todo
el período de la independencia, pesaron de manera definitiva como para que no
se hubiera podido establecer una economía de plantación en tierras tan propicias.
Sólo la ganadería extensiva pudo mantenerse en la región, dadas las condiciones
naturales de los pastos y la poca fuerza de trabajo que demanda su atención. Por
otra parte, la hacienda ganadera podía mantenerse dentro de las condiciones de una
economía de autosubsistencia. Bastaba dedicar unas pocas plazas (las necesarias
para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo vinculada a la hacienda) al
cultivo de la yuca, el maíz, el plátano y la caña para asegurar sobre esta base la
subsistencia de la hacienda ganadera. Durante la guerra de independencia y durante
las guerras civiles en que discurre todo el siglo XIX, la región del valle geográfico
del río Cauca se constituyó en paso obligado para los ejércitos. Aquí las tropas
podían darse una buena dieta de carne y aprovisionarse para continuar la marcha.
Asimismo, la protección de las haciendas dependía de la contribución e incluso,
de la participación activa de los terratenientes en la organización y conducción
11
La liberación de los esclavos en 1851 conllevó básicamente su transformación a peones
asalariados, manteniéndose incluso bajo el mismo terrateniente. La familia Arboleda que
tenía una fortuna representada en fuerza de trabajo esclava, trató de retenerla asignándoles
parcelas a las familias y obligándolas a prestarle servicios en trabajo o en especie. Fue esta
una experiencia de tránsito de una relación esclavista a una relación servil. Ver Mina (1975)
256
José María Rojas
de tropas al servicio de los caudillos de uno y otro partido.12 La lógica que operó
en, este proceso durante más de sesenta años (1840-1903) se podría resumir en
la siguiente relación de consecuencia: quien perdía la guerra, perdía la hacienda.
Si se tiene en cuenta que además se impuso la costumbre de retribuir en tierras
los servicios prestados en la guerra, la segunda mitad del siglo XIX habría estado
caracterizada por un alto índice de rotación de los propietarios de las tierras. Pero no
sólo las situaciones de hecho contribuyeron en este período a acelerar y multiplicar
el número de transferencias de propiedades territoriales. También tuvieron su
incidencia los mecanismos jurídicos. En efecto, se tienen valiosas indicaciones de
que en los albores de cada guerra no pocos grandes terratenientes se apresuraban
a suscribir hipotecas de sus tierras con poderosos personajes del otro partido, bien
terratenientes, o bien comerciantes, a fin de asegurarse de antemano la continuidad
del control sobre sus tierras, dada la incertidumbre sobre los resultados de la
guerra. No es de extrañar que muchos de estos acuerdos basados en la confianza
interpersonal se hayan hecho efectivos y entonces el perdedor de la guerra perdía
también su hacienda. Dentro de esta dinámica se vieron especialmente favorecidos
los ciudadanos de nacionalidad extranjera, en la medida en que estos eran legalmente
inmunes a cualquier tipo de expropiación, independientemente de cuál bando
resultase victorioso en cada guerra.13 Muchos extranjeros que durante la segunda
mitad del siglo XIX se establecieron como comerciantes en Cali, Buenaventura y
Palmira, terminaron siendo grandes propietarios de tierras, gracias más que todo a
su condición de extranjeros, en virtud de lo cual se hicieron “protectores” de no
pocos asustados terratenientes.14
A partir de 1860 los procesos de producción de la caña y de su trasformación
en azúcar o en panela pasan a estar marcados por el papel innovador del
ingenio “La Manuelita”, propiedad del inmigrante rusonorteamericano James
Eder. La dinámica de la acumulación no depende aquí solamente de la venta del
azúcar en el mercado externo (con lo cual La Manuelita se situaba en posición
privilegiada respecto de cualquier otro producto en la región), sino también
de la condición de extranjero y de la extraordinaria habilidad empresarial del
señor Eder para manejar tanto la situación política interna (se hace amigo
personal de los caudillos de uno y otro partido), como los negocios externos
(representa firmas norteamericanas y, europeas, se hace Cónsul del gobierno
de los Estados Unidos en Palmira).15 Hasta finales del siglo parece ser que se
12
13
14
15
Los partidos “Liberal” y “Conservador” que han mantenido el control del poder político del
Estado desde mediados del siglo XIX hasta el momento actual.
Véase Eder (1959). Aquí se relacionan varios de los litigios que entabló el fundador de la
industria azucarera contra el Estado colombiano por apropiación de caballos, mulas y reses.
El caso más relevante puede ser el de James Eder (o don Santiago en su acepción
vallecaucana), verdadero capitán de la industria azucarera y a cuya gestión histórica en la
formación del sector azucarero nos referimos en el capítulo segundo.
Véase capítulo segundo.
257
La configuración histórica de la región azucarera
trata de una situación empresarial excepcional y que por tanto la dinámica de
la producción de caña y su transformación en panela y azúcar permanece presa
de todos los contratiempos que atrás hemos mencionado. Estamos seriamente
inclinados a plantear, a manera de hipótesis, que se mantiene una combinación
de la hacienda ganadera tradicional con el trapiche no menos tradicional (masas
de madera y tracción animal). Va a ser en la segunda y tercera décadas del
presente siglo cuando las condiciones externas (alza de los precios del azúcar
en el mercado internacional debido a la Primera Guerra Mundial) e internas
(principalmente la terminación del ferrocarril entre Cali y el puerto marítimo de
Buenaventura) favorecen la intervención de nuevos capitanes de industria y con
ello el comienzo de la conformación propiamente del sector azucarero en la
economía regional. Volveremos sobre la cuestión más adelante.
Transformaciones agroindustriales del espacio físico
También merece destacarse, en cuanto a la utilización económica del espacio
físico de la región, la siembra de cafetos a partir de mediados de la década de
los sesenta del siglo pasado, debida precisamente a la gestión pionera de James
Eder. Los cultivos de café prosperan rápidamente en inmediaciones de Palmira
y Pradera, con lo cual se configura una tendencia hacia la diversificación de
la producción agraria en la región. Aquí la dinámica se mantiene gracias a la
importancia creciente del grano en el mercado internacional. También el cultivo
del tabaco llegó a tener importancia económica en la segunda mitad del siglo
pasado, tanto que el tabaco de Palmira llegó a hacerse famoso en el mercado
europeo, entre otras cosas debido a la gestión exportadora de James Eder.16 En
esta misma zona y en la parte sur de la región (Miranda, Puerto Tejada, Caloto,
Corinto, Santander) cobró importancia económica la producción de cacao, con
lo cual podríamos decir que se completa el cuadro de la diversificación de la
producción agraria en la región. Hemos podido establecer que en la segunda
y tercera décadas del presente siglo la hacienda Perodiaz, en inmediaciones de
Florida, además de un ingenio azucarero comprendía 100 mil palos de café, 60
mil de cacao y una próspera ganadería.17 Esta diversificación, unida a humanas
limitaciones en la gestión empresarial, pudo actuar en detrimento del proceso
de acumulación, de tal manera que sé pudo perder de vista la perspectiva
agroindustrial de la producción azucarera y con ello se frustró el proceso de
acumulación por parte de algunas familias de terratenientes.18
16
17
18
En el capítulo segundo volveremos sobre estas cuestiones.
Pablo Restrepo, propietario de la hacienda. Agosto de 1977.
Véase capítulo segundo.
258
José María Rojas
Al inaugurarse el primero de enero de 1900 las en ese momento modernísimas
instalaciones del ingenio La Manuelita19 cuyas partes fueron específicamente
diseñadas en Inglaterra para poder ser transportadas en carretas de bueyes
y a lomo de mulas a través de la cordillera Occidental entre Buenaventura y
Palmira, podríamos decir que en la región se establece la posibilidad real para
la futura formación de la agroindustria azucarera y con esta a que el desarrollo
de la agricultura se anticipe en alrededor de veinticinco años al desarrollo de la
industria en la región. Los ingenios que venían produciendo “panes de azúcar”,20
cuyo destino era el mercado interior, no se vieron desplazados por La Manuelita,21
cuya producción tenía fundamentalmente como destino el mercado exterior, y
pudieron mantenerse así a un ritmo lento pero seguro de acumulación, de tal
manera que ya hacia la década de los veinte, dos ingenios más, Providencia y
Riopaila, producían azúcar centrifugado. En la década de los treinta, aparecen
cuatro ingenios más: Bengala, Mayagüez, María Luisa y La Industria. En la década
de los cuarenta, siete: Pichichí, Oriente, Balsilla, San Carlos, Papayal, Castilla y El
Porvenir. En los primeros años de la década de los cincuenta, cinco: La Carmelita,
San Fernando, Tumaco, La Cabaña y Meléndez. En la década de los sesenta dos:
Naranjo y Cauca. Y en la década de los setenta el ingenio Risaralda. En el capítulo
tercero estudiamos las características de esta expansión. Todos estos ingenios,
con excepción de los dos últimos (El Cauca y Risaralda), se constituyeron como
empresas familiares, independientemente de su forma jurídica, gracias a la acción
emprendedora de un gran propietario de tierras, lo cual nos induce una vez más
a señalar esa importancia histórica que en el proceso de formación del sector
azucarero han tenido la transformación del terrateniente en empresario y el tipo
de gestión empresarial que esta transformación comporta.
Todo parece indicar que la década 1920-1930 resultó estratégica para la
configuración económica dé la región. La terminación del ferrocarril entre el
puerto marítimo de Buenaventura y Cali (1915), significó allanar uno de los
mayores obstáculos a las tendencias de articulación económica de la región con
las economías externas. No en vano el destacado empresario James Eder había
puesto todo su empeño desde 1872 en la realización de esta obra. Se impuso
19
20
21
El ingenio tenía caldera para generación de vapor, con el cual se movían los molinos y
se daba la temperatura requerida al clarificador y los tachos. También tenían centrífugas,
mediante las cuales se separaban los cristales de sacarosa de las mieles.
Al no disponer de centrífugas para separar los cristales de las mieles, los ingenios utilizaban
un procedimiento rudimentario consistente en vaciar las meladuras dentro de vasijas en forma
de cono, a las cuales en la parte superior se les colocaba una capa de barro fresco. El agua del
barro, al penetrar por la meladura, ayudaba a extraer las mieles, quedando un pan compacto
de azúcar. En el capítulo segundo hacemos una descripción detallada de este proceso.
Primer ingenio que produce azúcar centrifugado, desde la inauguración de su primera
fábrica el primero de enero de 1901.
259
La configuración histórica de la región azucarera
entonces una modalidad de desarrollo “hacia afuera”,22 muy diferente por cierto
del modelo de desarrollo “hacia dentro” o “industrialismo a ultranza” de la región
antioqueña.23 Gracias a la indemnización del gobierno de los Estados Unidos
a raíz de la no muy lejana intervención en la separación de Panamá el Estado
colombiano pudo canalizar considerables sumas de dinero hacia la realización
de obras de importación de alimentos. Es claro que esta medida debió afectar
de manera considerable los ingresos de los propietarios agrícolas de la región.
Pensamos que sin embargo, esta pudo ser la coyuntura para que se iniciara un
proceso de transformación de los métodos y técnicas de producción con miras a
abaratar costos y mantener así las tasas de ganancia por la vía de los aumentos
de productividad del trabajo. En efecto, hacia 1927 ya se halla establecida una
Granja Experimental en Palmira, por recomendaciones de una misión inglesa.
Esta misión aconsejó el cultivo de algodón para exportación, pero dos años más
tarde, cuando viene la Misión Chardón, no hay siquiera una plantación debido
a los estragos del “gusano rosado del Valle”.
Debido en gran parte a instancias del gobernador del departamento del Valle
y del director de la Granja Experimental, Carlos Durán Castro, el embajador de
Colombia en Washington, Enrique Olaya Herrera (presidente de la República de
1930 a 1934), contrata una misión puertorriqueña dirigida por Charles Chardón
(1930) con el objeto de que elabore un diagnostico acerca de la economía
de la región y formule las recomendaciones que considere pertinentes. La
misión elaboró un documento de su visita en 1929 que ahora resulta ser de
importancia histórica excepcional para la reconstrucción de algunos aspectos
técnicos y económicos que son claves para el análisis del desarrollo del sector
azucarero.24 El informe consigna sus observaciones acerca de cultivos como
el tabaco y el café, en los cuales los métodos de cultivo y procesamiento se
revelan bastante tradicionales. Por ejemplo, resulta por demás indicativo de
aislamiento económico entre las regiones del país el hecho de que en el valle
no se utilice el sistema de “semilleros” para las siembras de café, mientras que
esta práctica se ha generalizado en la región antioqueña, tanto que en 1926 otra
misión puertorriqueña vino a Antioquia y adoptó luego en Puerto Rico con muy
buenos resultados dicho procedimiento (Chardón 1930). Acerca de la ganadería
el informe reseña las razas autóctonas, obtenidas por cruces sucesivos, de las
cuales algunas se revelan satisfactoriamente productivas en carne o en leche.
22
23
24
Este hecho sirve para poner en tela de juicio las periodizaciones del desarrollo, según las
cuales países como el nuestro pasaron de un período de desarrollo “hacia afuera” a un
período de desarrollo “hacia adentro”. El problema reside, a nuestro entender, en hacer las
generalizaciones con desconocimiento de las particularidades regionales.
En forma por demás lúcida, Rodrigo Escobar Navia en su trabajo Ahora le toca al Valle
(inédito) señala las razones históricas y estructurales por las cuales los empresarios
vallecaucanos están llamados; a liderar la nueva estrategia de desarrollo del país.
Volveremos detenidamente sobre esta cuestión en el capítulo tercero.
260
José María Rojas
Aunque en general la ganadería se presenta de manera extensiva y tradicional,
ya algunos ganaderos han introducido razas europeas y norteamericanas que
en concepto de los técnicos pueden ser de gran futuro económico en la región.
La introducción del pasto “Elefante” se debe precisamente a la Misión Chardón.
Pero en lo fundamental el informe apunta a señalar que el futuro económico de
la región estaría dado por la expansión del cultivo de la caña de azúcar, dadas
las excepcionales condiciones de suelos y clima.
Tomando como base una producción de cincuenta toneladas de caña (promedio
bastante bajo) por plaza y un rendimiento del 10 % en azúcar, la misión calcula que
la región del valle geográfico del río Cauca podría producir 3.125.000 toneladas de
azúcar al año, cantidad “suficiente para una población de 62.500.000 habitantes,
con un consumo anual de 100 libras per cápita” (Chardón 1930: 125).25
En lo que respecta al desarrollo de la infraestructura vial la misión encuentra
que para este año (1929) el Ferrocarril del Pacífico cuenta con 577 kilómetros
de vía férrea y 42 estaciones, de tal manera que atraviesa la región en toda su
extensión longitudinal, garantizando la salida del azúcar a Popayán por el sur
y a Armenia y Manizales por el norte. La red de carreteras es todavía mayor y
alcanza a 644 kilómetros, de los cuales ya hay 47 en servicio en la carretera que
se construye a Buenaventura. Por el río Cauca navegan catorce vapores con un
registro de 1000 toneladas (Chardón 1930). En estos términos resulta razonable
plantear que en la década 1920-1930, como ya lo mencionábamos atrás, se dan
las condiciones internas de infraestructura básicas para la configuración de la
agroindustria azucarera. Fue en relación al cultivo de la caña de azúcar que se
introdujo la maquinaria agrícola en la región, ante los requerimientos técnicos
de los nuevos sistemas de cultivo sugeridos por la Misión Chardón. Hacia 1953
había en la región 2136 tractores, en 1959 había aumentado a 3037 y en 1967
alcanzaban la cifra de 4555 (Ossio, en Mina 1975: 118). En la adquisición de
maquinaria agrícola ha jugado un papel importante la Caja Crédito Agrario.
Esta entidad gubernamental contrató en 1949 con el BIRF un empréstito por 5
millones de dólares a un interés del 3,5 % con el objeto específico de importar
maquinaria agrícola (Mazuera 1977).
Desde finales de la década de los cuarenta se inicia en la región un proceso
de diversificación de la producción agrícola, consistente en la introducción de
cultivos temporales con destino a satisfacer necesidades tanto de consumo interno
industrial (grasas y conservas, principalmente) como de nuevas oportunidades
en el mercado internacional. Simultáneamente se amplían en gran escala cultivos
tradicionales como el maíz y el fríjol, sólo que sobre bases técnicas y sociales
25
Este es el promedio de consuma de azúcar por habitante en ese momento en los
Estados Unidos.
261
La configuración histórica de la región azucarera
nuevas, esto es, las correspondientes a la mecanización agrícola y a la utilización
de trabajo libre asalariado. Podríamos plantear la hipótesis en el sentido de una
generalización de las relaciones capitalistas de producción en la mayor parte de
los cultivos de la región desde comienzos de la década de los cincuenta.
El cuadro 1, elaborado con base en datos organizados por Oscar Mazuera (Ossio,
en Mina 1975: 118), actual Director de la CVC (1977), nos indica la importancia
creciente que durante un período de diecisiete años han tenido cultivos temporales
“modernizados” como el maíz y nuevos como el sorgo (que se introduce en la
región en 1964), cultivo en el cual la región en la actualidad (1978) aporta el
100 % de la producción nacional.
Entre 1958 y 1975 el área cultivada en maíz se incrementó en un 364,1 % y pasó
de representar el 7,6 % del total del área en 1958 al 12,1 % en 1975. En cuanto a
la soya el incremento del área cultivada en el mismo período fue de un 783,9 %
y pasó de representar el 6 % del área en 1958 al 18,2 % en 1975. El incremento
del área cultivada en sorgo de 1964 a 1975 fue del orden del 367,5 % y llegó a
representar el 18,2 % del total del área en 1975. El cultivo del algodón tuvo su
auge en 1962 y desde entonces se hace notorio su descenso. Otros cultivos como
el fríjol, básicamente la caraota (con destino al mercado externo) y el arroz han
experimentado fluctuaciones y un descenso significativo durante el período. En
resumen es preciso destacar que en el período indicado el área destinada a cultivos
temporales se ha más que triplicado y el área dedicada a un cultivo permanente,
la caña se ha más que duplicado. Sus incrementos han sido respectivamente del
336,7 % y del 243,2 %, tomando como base 1958 = 100.
Si se considera la productividad por hectárea, son el fríjol y el arroz los cultivos
que presentan los mayores incrementos: de 0,53 Ton/Ha en 1958 a 1,18 Ton/
Ha en 1975 y de 2,87 Ton/Ha en 1958 a 4,19 Ton/Ha en 1975 respectivamente.
Sin embargo, el área destinada a estos cultivos ha disminuido en un 44,9 %
para el fríjol y en 10,7 % para el arroz. En los demás cultivos se ha aumentado
sustancialmente la masa de la producción, particularmente en los casos de la soya,
el maíz y el sorgo (insumos para la producción de aceites). Aunque la información
aquí elaborada sólo incluye la parte de la región que queda bajo la jurisdicción
del departamento del Valle y por tanto no incluye lo relativo a las 99.857 hectáreas
en jurisdicción del departamento del Cauca, consideramos que es rigurosamente
indicativa del proceso de transformación económica del conjunto, ya que en la
zona nortecaucana sólo tuvo una importancia coyuntural el cultivo del algodón
por los años sesenta. El otro cultivo de importancia allí ha sido tradicionalmente el
del arroz, pero desde mediados de la década de los sesenta el cultivo de la caña
ha desplazado por completo tanto a los cultivos tradicionales de la pequeña y
mediana propiedad: el cacao, el café y el plátano, así como también a los cultivos
industriales: el algodón y el arroz.
262
José María Rojas
Este incremento sustancial de las áreas destinadas tanto a los cultivos
temporales como a la caña de azúcar se ha hecho en lo fundamental a costa
de la disminución de la tierra dedicada a la ganadería. Como este no puede ser
un proceso de naturaleza puramente económica, sino que también conlleva
un cambio social, estamos obligados a deducir con un grado de certeza
cada vez mayor que se trata de una transformación de los terratenientes en
empresas agrícolas, así este proceso pase por una fase transitoria como sería
la de transformación del terrateniente en rentista “capitalista”. Más adelante,
al considerar específicamente el proceso de formación económica del sector
azucarero, volveremos sobre el asunto.
Ahora bien, la evolución sustitutiva de la ganadería extensiva tradicional por
cultivos cuyos productos tienen como destino la elaboración industrial de
nuevos productos ha estado acompañada históricamente de un proceso de
concentración de la propiedad territorial que ha implicado el desplazamiento
de pequeños y medianos propietarios. Dadas las características naturales
de estas tierras y el montaje de una infraestructura vial de servicios que las
ha supervalorizado, no fue posible que se diera una articulación entre una
economía campesina de pequeños y medianos propietarios y una economía
capitalista de plantación. Desafortunadamente los censos agropecuarios no
registran ni elaboran la información relativa a tenencia y utilización de la tierra
con base en unidades socioeconómicas regionales, sino que hacen agrupaciones
por municipios y departamentos, es decir, con criterios de división político
administrativa. En estos términos se pierde la dimensión cualitativa de los
fenómenos. Por ejemplo, el censo agropecuario del Valle del Cauca realizado
por la CVC y la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Valle
en 1959 registra un total de 4979 explotaciones menores de media hectárea.
En el caso de que estas explotaciones estuvieran localizadas en la región que
estamos caracterizando nos indicaría la existencia, no de un campesino pobre,
como tal vez sería el caso en la zona montañosa, sino de un proletario agrícola
con casa y solar. Asimismo, un propietario de dos a cinco hectáreas en nuestra
región no sería un “campesino pobre” sino un “campesino acomodado”. A
pesar de todas estas dificultades y distorsiones, el siguiente cuadro es al menos
indicativo del fenómeno de la concentración de la propiedad en un espacio
socioeconómico múltiple y diverso en el cual se incluye parcialmente nuestra
región de análisis.
263
1958
1962
Área cultivada
Producción
Has
%
Ton.
Temporales
53.1
51,6
-
-
131.9
62,2
248.4
Maíz
7.8
7,6
18.3
2.34
47.0
22,2
Soya
6.2
6,2
6.9
1.11
16.3
7,7
Sorgo
-
-
-
-
11.7*
Algodón
4.4
4,3
7.9
1.80
35.9
Fríjol**
20.7
20,1
10.9
0.53
Arroz
14.0
13,6
40.2
2.87
Caña de
azúcar
50.0
48,4
3.601.4
Total
103.1
100
-
Cultivos
Área cultivada
Ton/
Has.
Ha.
1966
Producción
Área cultivada
Producción
264
Incr.
Ton/
Ha.
Has.
%
-
-
-
135.8
56,4
255.7
-
-
-
602.6
114.7
626.8
2.44
62.4
25,9
800.0
215.6
1.178.1
3.46
262.9
21.8
315.9
1.34
36.2
15,0
583.9
69.4
1.005.8
1.92
5,5
-
32.6
-
2.79
12.0
5,0
102.6
39.6
121.5
3.30
16,9
815.9
58.2
736.7
1.62
8.1
3,4
184.1
18.5
234.2
2.28
7.5
3,5
-63.8
6.1
-44.0
0.81
2.7
1,1
-77.0
3.6
-67.0
1.33
13.5
6,4
-3.6
36.2
-10.0
2.68
14.4
6,0
102.9
53.0
131.8
3.68
72.01
80.1
37,8
160.2
4.129.0
114.7
51.5
104.9
43,6
209.8
5.383.0
149.5
51.3
-
212.0
100
205.6
-
-
-
240.7
100
233.5
-
-
-
%
Incr.1
Ton.
Incr.
Ton.
Incr.
Ton/
Ha.
Permanentes
* Datos del año 1964
** Incluye Caraota
Los incrementos se calculan con base en los datos de 1958 = 100
La configuración histórica de la región azucarera
Cuadro 1. Valle del Cauca: área sembrada y producción de cultivos temporales y permanentes 1958-1975 (miles)
Cuadro 1. Valle del Cauca: área sembrada y producción de cultivos temporales y permanentes 1958-1975 (miles),
(continuación).
1970
Área cultivada
Cultivos
Temporales
Has.
185.2
%
64,9
Producción
Incr.
348.8
1975
Ton.
-
Incr.
-
Área cultivada
Ton/
Ha.
-
Has.
178.8
%
59,5
Producción
Incr.
336.7
Ton.
-
Incr.
-
Ton/
Ha.
-
Maíz
66.0
23,1
846.1
211.6
1.156.3
3.21
36.2
12,1
464.1
106.8
583.6
2.95
Soya
66.4
23,3
1.071.0
123.9
1.795.7
1.87
54.8
18,2
883.9
70.5
1.021.7
1.29
Sorgo
27.8
9,7
237.6
77.8
283.7
2.80
54.7
18,2
467.5
158.4
486.9
2.90
Algodón
11.6
4,1
263.6
26.8
339.2
2.31
9.2
3,1
209.1
14.8
187.3
1.61
265
Fríjol**
6.5
2,3
-68.6
5.5
-48.5
0.85
11.4
3,8
-44.9
13.4
122.9
1.18
Arroz
6.9
2,4
-50.7
28.6
-28.9
4.15
12.5
4,1
-10.7
52.4
130.3
4.19
Caña de azúcar
110.1
35,1
200.2
6.325.0
175.6
63.19
121.6
40,5
243.2
8.886.0
246.7
73.8
Total
285.3
100
276.1
-
-
-
300.4
100,0
291.4
-
-
-
Permanentes
Fuente: Mazuera (1970), cuadro 5.
José María Rojas
La configuración histórica de la región azucarera
En el estudio de los Posada (1966) se indica que por ejemplo entre 1954, año en
el cual la CVC y otras firmas nacionales y extranjeras elaboran un informe sobre
energía y recursos de la región, y 1959, año del censo agropecuario, el número de
fincas había disminuido de 59.000 a 50.828. Las fincas menores de 10 hectáreas
ocupaban el 10 % de la tierra y en 1959 el 9,4 %. Su número había pasado de
representar el 68 % del total de 1954 al 69,8 % en 1959. En cuanto a las fincas
mayores de 100 hectáreas que en 1954 representaban el 4 % del total de fincas
y ocupaban el 60 % de la superficie, en 1959 constituían 4,5 % de las fincas y el
58,9 % de la superficie. Ya para este año es evidente que las once explotaciones
que figuran con más de 2500 hectáreas corresponden a ingenios azucareros.
Hacia 1952-1953 ya había veintidós ingenios azucareros en el Valle del Cauca, de
los cuales tres tenían en propiedad cada uno más de 4000 plazas, cuatro tenían
entre 2000 y 4000 y los restantes de a menos de 2000 plazas.26 En total, según
Mancini, los ingenios azucareros controlaban en propiedad alrededor de 65.713
plazas (tabla 2 p. 28 y tabla 4 p. 34), de las cuales un poco más de 41.000 estaban
sembradas en caña, esto es, el 62.4 % del área total. El restante 37,6 % de las tierras
controladas en propiedad por los ingenios debió estar dedicado a la ganadería, dada
la complementariedad que ya hemos destacado entre cultivo de caña y ganadería.27
Según el “Registro Agropecuario No. I” de la Secretaría de Agricultura del Valle,
citado por Mancini, a mediados de 1952 había 1190 fincas no controladas por
los ingenios, las cuales estaban parcialmente dedicadas al cultivo de la caña. En
total en estas fincas había 29.260 plazas cultivadas en caña (Mancini 1954), cuyo
destino era fundamentalmente la elaboración de panela. Sumada esta área a las
41.000 plazas controladas por los ingenios da un total de 70.260 plazas cultivadas
en caña. Tendríamos así que del área total cultivada en caña de azúcar, un 41,6 %
estaba dedicada al cultivo de caña para panela. Al comenzar la década de los
sesenta se presenta una significativa disminución de la relación caña de azúcarcaña para panela, indicativa de una tendencia hacia la sustitución de la producción
de panela por la de azúcar, tanto que ya en 1968 nos encontramos con el hecho
de una disminución en términos absolutos del área cultivada en caña para panela,
si se la compara con el año de 1952, y en 1972 (veinte años después) la superficie
cultivada en caña para panela solo representó el 4,7 % del área total. El cuadro 3
es por demás elocuente acerca de la tendencia que estamos señalando.
Ahora bien, consideramos que tiene gran importancia destacar que de las 29.260
plazas sembradas en caña no controladas por los ingenios en 1952, el 50,2 %, esto
es, 14.687 plazas repartidas en 103 fincas (el 7 % de las 1190), estaban ubicadas
26
27
Mancini, Simeone. Tenencia y uso de la tierra por la industria azucarera del Valle del Cauca. Acto
Agronómico, Vol. IV, 1954. Esta monografía es, después del informe Chardón, un verdadero
clásico de la literatura especializada sobre el cultivo de la caña de azúcar en la región.
Véase nuestra tipología de haciendas en el capítulo segundo.
266
José María Rojas
en los municipios de Palmira, Candelaria, Cerrito y Pradera, precisamente la zona
de mayor concentración de ingenios azucareros. Si se tiene en cuenta que solo
una parte de estas fincas estaría sembrada en caña y que el promedio por finca
alcanza a ser de 142.6 plazas en caña, bien podemos concluir que el área de
cada una de estas fincas tenía que estar por encima de las doscientas plazas. Es
evidente entonces que aun tratándose de la producción de la tierra, al menos en
el valle geográfico del río Cauca, la parte plan del departamento más apta para el
cultivo de la caña.28
Cuadro 2. Valle del Cauca: número y superficie de las explotaciones agropecuarias
según tamaño, 1960-1970
Tamaño de las
fincas
Explotaciones
agropecuarias
1960
Núm.
Superficie de las explotaciones
1970
1960
%
Núm
%
Hec.
1970
%
Hec.
%
Menores de 1 hectárea
10.692
21,0
13.476
26,6
5.091.0
0,4
6.028
0,5
De 1 a 2 Has.
6.649
13,1
6.016
11,9
10.415.0
0,9
8.866
0,7
De 2.1 a 5 Has.
9.168
18,0
7.836
15,4
30.413.2
2,6
25.445
2,0
De 5.1 a 10 Has.
8.991
17,7
7.336
14,4
63.929.0
5,8
52.032
4,1
De 10.1 a 30 Has.
8.732
17,2
8.625
17,0
148.864.6
12,8
147.844
11,8
De 30.1 a 50 Has.
2.346
4,6
2.623
5,1
89.181.8
7,6
98.917
7,9
De 50.1 a 100 Has.
2.069
4,1
2.372
4,7
142.256.7
12,2
160.893
12,8
100.1 a 200 Has.
1.166
2,3
1.239
2,4
170.120.5
14,6
173.452
13,8
De 200.1 a 500 Has
717
1,4
851
1,7
220.045.5
18,8
234.421
18,6
De 500.1 a 1.000 Has.
215
0,4
241
0,5
De 1.000.1 a 2.500 Has.
67
Más de 2.500 Has.
11
Totales
50.823
0,2
100,0
88
0,2
19
50.722
143.671.6
12,3
140.691
11,2
92.089.1
7,8
119.805
9,5
51.868.9
4,4
89.431
7,1
1.167.946.9
100,0
1.257.825
100,0
Fuente: Censos Agropecuarios de 1960 y 1970.
28
En el capítulo tercero aportaremos nueva información y examinaremos las cifras en
términos de la oposición entre paneleros y empresarios azucareros.
267
La configuración histórica de la región azucarera
Cuadro 3. Evolución del área cultivada en caña 1952 -1974
Caña para azúcar
a.
b.
Caña para panela
Total caña
Año
Plazas
%
Variación
Plazas
%
Variación
Plazas
Variación
1952
41.000
58,4
100
29.260
41,6
100
70.260
100
1960
96.250
71,0
234,8
39.325
29,0
134,5
135.625
193,0
1962
99.667
79,6
243,1
25.472
20,4
87,1
125.139
178,1
1964
100.312
76,1
244,7
31.563
23,9
107,9
131.875
187,7
1966
130.938
79,9
319,4
32.969
20,1
112,7
163.907
233,3
1968
130.375
86,4
339,9
21.875
13,6
74,8
161.250
229,5
1970
143.438
91,7
349,8
12.953
8,3
44,3
156.391
222,6
1972
159.765
95,3
389,7
7.813
4,7
26,7
167.578
238,5
1974
180.312
97,5
439,8
4.688
2,5
16,0
185.000
263,3
Fuente: Mancini (1954: 22) y Fedesarrollo (1976: 184)
a. Datos para el departamento del Valle. No incluye la región norte del departamento del Cauca.
b. Datos para el valle geográfico del río Cauca, tomados del cuadro 9.2 del estudio de Fedesarrollo en el
cual se cita como fuente ASOCAÑA. Sin embargo en el cuadro 9.1 del mismo estudio que trae datos de
la encuesta efectuada a los ingenios en 1974, la superficie cultivada sólo sería de 166.919 plazas, esto es
18.081 plazas menos, y equivalentes al 9,8 % de la cifra de ASOCAÑA. Hemos hecho la conversión de
hectáreas a plazas.
Seguramente que de las novecientas fincas con un área inferior a 10 plazas
sembradas en caña (ver cuadro 4), solamente unas pocas estarían ubicadas en el
área de influencia de los ingenios azucareros y que, por tanto, debía tratarse de
pequeñas fincas, también cafeteras, situadas en las estribaciones de las cordilleras
Central y Occidental entre las cuales se sitúa el valle geográfico del río Cauca.
Si consideramos las fincas con más de cien plazas sembradas en caña observamos
que solamente representan el 6,4 % del total de fincas, mientras que su área
correspondiente llega a ser el 59,4 % de toda la superficie. Sobre esta base
podríamos plantear que la expansión de los ingenios ha implicado básicamente la
incorporación de fincas grandes, bien sea adquiridas en propiedad o bien bajo las
distintas formas de arrendamiento, hasta un momento en el cual algunas de estas
fincas recuperan su autonomía administrativa y pasan a ser empresas productoras
de caña, proveedoras de los ingenios. Es este el proceso que va desde la hacienda
tradicional vallecaucana hasta la moderna empresa agroindustrial y del cual nos
ocuparemos en el capítulo siguiente.
268
José María Rojas
Cuadro 4. Distribución de las fincas no controladas por los ingenios según área
sembrada de caña-Valle del Cauca, 1952.
fincas
Tamaño de siembras en plazas
área en caña
No.
%
Plazas
%
Hasta 10
900
75,6
3.377
11,5
De 10 a 50
155
13,0
3.642
12,4
De 50 a 100
61
5,1
4.859
16,6
De 100 a 300
68
5,7
12.745
43,6
De 300 a 500
3
0,3
1.237
4,2
Más de 500
3
0,3
3.400
11,6
Totales
1.190
100,0
29.260
100,0
Fuente: Mancini (1954: 22). Elaborado con base en la tabla 1.
Es claro, por otra parte, que la pequeña propiedad, allí donde la había, como
n algunos municipios del norte y del sur del actual departamento del Valle,
no podía resistir el embate de la expansión azucarera, pues la característica de
esta expansión es su no articulación con formas de producción campesina. La
siguiente información, tomada también de Mancini, amplía la base empírica de
nuestras observaciones. Entre 1922 y 1952 la incorporación de tierras al dominio
en propiedad de los ingenios azucareros cubrió una superficie de 47.049 plazas
correspondientes a 332 fincas (Mancini 1954). De este número, 39 (el 11,7 %)
tenían una superficie superior a las doscientas plazas y sumaban 38.493 plazas,
esto es, el 81,1 % del total del área adquirida. Reproducimos, a tal efecto, sin
modificación alguna la tabla 3 del estudio de Mancini (cuadro 5).
En lo que respecta a la zona nortecaucana, no incluida en los datos censales
anteriores, el proceso de concentración de la propiedad se acelera durante la
década de los sesenta con el montaje de dos nuevos ingenios azucareros y la
consiguiente expansión del cultivo de la caña. También en un estudio elaborado
por los Posada sobre la zona Guachené-Ortigal (Posada, en Fedesarrollo 1976)
y mediante tabulación especial de los datos del censo agropecuario nacional de
1960 para la zona, se establece que allí habían 2906 fincas con una superficie de
22.260 hectáreas y que 2609 fincas (89,8 %) eran menores de cinco hectáreas y
ocupaban 3412 hectáreas (15,3 %), mientras que 33 fincas (el 1,1 %) mayores de
cien hectáreas ocupaban 738 hectáreas (66,2 % de la superficie) y las restantes
264 fincas con extensión de cinco a cien hectáreas ocupaban un área de 4110
hectáreas (el 18,5 % restante de la superficie). Esta es ya de hecho una distribución
que implica un alto grado de concentración de la propiedad de la tierra, pero lo
significativo es que seis años más tarde, una encuesta que cubrió el 70 % del área
269
La configuración histórica de la región azucarera
reveló que sólo había veintiún fincas menores de cinco hectáreas con un área
total de 49,6 hectáreas y 47 fincas entre cinco y cien hectáreas con un área de
1247 hectáreas. Asimismo, la superficie cultivada en caña se calculaba en 12.000
hectáreas para ese año de 1966.
A grandes rasgos queremos dejar planteado, para retomarlo más adelante, que
el proceso de concentración de la propiedad territorial en la región ha estado
íntimamente ligado a la expansión del cultivo de la caña de azúcar, el cual reviste
aquí la particularidad de su no articulación con formas de producción campesina.
Hasta aquí hemos señalado las características del desarrollo que, con base en
la información a nuestro alcance, ha tenido históricamente la región en lo que
respecta a la configuración de su estructura económica agraria. Sin embargo,
ya desde la década de los cuarenta la ocupación y utilización del espacio físico
comporta simultáneamente el desarrollo de los procesos de urbanización e
industrialización.
Cuadro 5. Distribución de las fincas adquiridas en propiedad por los ingenios
azucareros 1922-1952
Tamaño de
fincas en
plazas
Tamaño
promedio por
finca en plazas
Fincas
No.
Área total
%
Plazas
%
Hasta 5
1,65
107
32,2
177
0,4
De 5 a 25
10,35
62
18,7
642
1,4
De 25 a 50
31,79
29
8,8
922
2,0
De 50 a 100
71,67
33
9,9
2.365
5,0
De 100 a 200
153,44
29
8,8
4.450
9,4
De 200 a 300
251,09
33
9,9
8.286
17,6
De 300 a 500
399,85
20
6,0
7.997
17,0
De 500 a 1.000
580,45
11
3,3
6.385
13,6
Más de 1.000
1.978,12
8
2,4
15.825
33,6
Totales
141,71
332
100,0
47.049
100,0
Fuente: Mancini (1954: 30), reproducida sin reagrupaciones
270
José María Rojas
Urbanización e industria manufacturera
En cuanto al proceso de urbanización la región ha experimentado desde mediados
de la década de los cuarenta un incremento sustancial de la población localizada en
áreas urbanas, tanto que la dimensión de la ruralidad ha desaparecido prácticamente.
Un elocuente indicador de este hecho nos lo da el censo de población de 1951,
según el cual el departamento del Valle tenía ya en ese año el 19,7 % de su población
localizada en áreas urbanas. Si se tiene en cuenta que excepto Buenaventura y
Sevilla, el resto de los conglomerados urbanos importantes del departamento se
sitúan en la región del valle geográfico del río Cauca, es evidente que desde finales
de la década de los cuarenta ya la gran mayoría de la población estaba localizada
en áreas urbanas. El cuadro 6 compara la evolución de la población rural y urbana
del departamento del Valle y de la nación. Resulta notable observar que para 1976
se calculaba la población urbana en el 79,7% de la del departamento, tanto que
entre 1951 y 1976 la disminución de la población rural no solamente se ha dado
en términos relativos sino en términos absolutos. Esto viene a ser indicativo de
un acelerado proceso migratorio del campo a la ciudad, sólo que aquí tiene la
particularidad de darse como desplazamiento de población de las cordilleras y del
Litoral Pacífico hacia la región que estamos caracterizando.
Ahora bien, la relación entre el proceso migratorio y el proceso de urbanización
trasciende los límites del departamento, de tal manera que la región del valle
geográfico del río Cauca es receptora de importantes contingentes de población
que se desplazan desde los departamentos de Nariño y Cauca por el sur y de los
departamentos de Quindío, Caldas, Risaralda y Tolima por el norte. Es esta una
población básicamente proletaria o en proceso de proletarización que se desplaza
en función de las oportunidades de empleo que ofrece el incremento de los
cultivos temporales y el cultivo de la caña de azúcar, especialmente en lo que
respecta a las faenas de corte y alce.
Para dar una idea más aproximada del fenómeno urbano en la región, el cuadro
7 registra el crecimiento de la población desde el censo de 1938 hasta el de 1973
en las cinco ciudades más importantes.
El proceso de industrialización, rigurosamente considerado, tiene su origen en la
década de los treinta con el desarrollo de la agroindustria azucarera. Va a ser sin
embargo, a finales de la siguiente década cuando se inicia el montaje de industrias
tanto de consumo final como de bienes intermedios. Mucho han influido en el
desarrollo industrial de la región la cercanía del puerto marítimo de Buenaventura,
la extensa red de vías de comunicación y, en especial, el desarrollo energético
entre la segunda mitad de la década de los cincuenta y la primera mitad de la
década de los sesenta, gracias a la gestión de la CVC. Es así como en la zona de
Cali-Yumbo se ha configurado uno de los complejos industriales más grandes
271
La configuración histórica de la región azucarera
del país. Para 1974 en esta zona se concentraba el 76,8 % del total del empleo
industrial del departamento del Valle, el 74,2 % de la producción bruta y el 77 %
del valor agregado del sector industrial (FDI 1974). Sin embargo, en los últimos
años las nuevas industrias tienden a establecerse en ciudades como Palmira, Buga
y Tuluá. La dinámica del sector industrial en la región es tal que por ejemplo en
la generación de empleo pasó de 57.402 personas ocupadas en 1971 a 71.844 en
1974 (FDI 1974) y en el valor de la producción bruta pasó respectivamente de
12.207,7 millones a 15.000,6 millones (pesos de 1970). El cuadro 8, es indicativo
de la importancia que algunas ramas industriales de la industria manufacturera
regional tienen en el contexto de la industria nacional.
Para 1974 la contribución de la industria manufacturera a la generación del producto
interno bruto de la economía vallecaucana era del 30 % mientras que la del sector
agropecuario solamente alcanzaba al 15,5 %. Para el conjunto de la economía
colombiana en este mismo año la contribución de la industria manufacturera a la
generación del PIB nacional fue del orden del 21,6 %.
Finalmente es preciso destacar que toda esta dinámica de la economía regional
y su importancia en el contexto de la nacional se expresa en su grado de
articulación con el mercado externo y el papel que tienen las inversiones de
capitales extranjeros, principalmente de capital norteamericano. Industrias tales
como Propal, Cartón de Colombia, Good Year, Uniroyal, Celanese, Alean, Colgate
Palmolive, Guillete, Home Products, Impa-Cicolac, Quaker, Oats y Squibb entre
otras, son total o parcialmente controladas por el capital extranjero.
Es así como también se entiende la importancia creciente de la industria
manufacturera en el conjunto de las exportaciones tanto a nivel regional como
nacional. Para 1975 el Valle del Cauca contribuyó con el 24,9 % del total de las
exportaciones menores (distintas al café) del país, esto es 213,3 millones de dólares,
habiéndole correspondido dentro de este sector 88,9 millones a las exportaciones
de azúcar.29 Para 1976 las exportaciones de azúcar solamente llegaron a 22,5
millones de dólares, mientras que las de la industria manufacturera alcanzaron la
considerable cifra de 102,3 millones, es decir 66,3 millones de dólares más que
el año inmediatamente anterior (FDI 1974), cifra que representa un aumento del
84,2 o en el curso de un año.
A grandes rasgos podríamos decir que la economía regional presenta la
particularidad de un control casi absoluto de la producción agropecuaria por
parte de capitales y empresarios nacionales, mientras que el sector industrial se
halla en lo fundamental controlado por el capital extranjero.
29
El Valle del Cauca en la economía nacional. Informe CVC, 1976-78. Cali. Véase cuadro 30,
elaborado con base en datos del INCOMEX.
272
José María Rojas
Cuadro 6. Colombia y Valle del Cauca: Distribución de la población según
localización 1938-1976
Colombia
Censos
de población
Valle del Cauca
Población
urbana
Población
rural
Población
urbana
Población
rural
No.
No.
%
No.
%
No.
%
%
1938
2.502.000
28,8
6.200.000
71,3
268.788
43,9
344.442
56,1
1951
4.365.686
38,9
6.862.823
61,1
544.599
50,1
552.328
49,9
1964
9.239.626
52,8
8.244.882
47,2
1.236.440
71,3
496.613
28,7
1973
13.719.330
61,0
8.780.670
39,0
1.703.626
77,3
501.095
22,7
1976*
15.205.804
61,8
9.399.091 38,2 1.904.300
Fuente: Copete (1970: 21), cuadro 3 y Mazuera (1970: 37), cuadro 1.
79,7
484.300
20,3
Cuadro 7. Valle del Cauca: evolución de la población en cinco ciudades 1938 -1973
Censos de población
Ciudades
Pobl.
1938
No.
%
Pobl.
1951
Pobl
1964
1973
No.
%
No.
No.
%
Cali
101.883
16,6
284.186
25,7
637.929
36,8
927.075
43,5
Palmira
44.788
7,3
80.957
7,3
140.889
8,1
180.801
8,5
Buga
29.049
4,7
50.615
4,6
75.898
4,4
84.057
3,9
Tuluá
31.626
5,2
68.524
6,2
80.394
4,7
109.437
5,1
Cartago
21.916
3,6
41.273
3,7
65.403
3,8
77.890
3,7
Subtotal
229.262
37,4
525.555
47,5
1.000.513
57,8
1.379.260
64,7
Total Valle
613.230
100
1.106.927
100
1.733.053
100
2.129.350
100
Fuente: Copete (1970), cuadro 4. Cita censos de población.
273
%
Pobl.
La configuración histórica de la región azucarera
Cuadro 8. Participación porcentual de lagunas ramas industriales de la región en el
conjunto de la industria nacional, 1974
Personal
ocupado
Ramas industriales
No.
% Part.
Producción bruta
Valor agregado
Miles $
Miles $
% Part.
% Part.
Alimentos
16.913
27,9
10.579.135
28,3
3.947.100
38,5
Papel cartón
4.639
42,7
4.325.244
57,7
1.428.374
55,8
Impren. Ind. Edit.
4.293
25,3
1.181.637
33,4
337.321
21,6
Productos químicos
6.479
27,3
3.584.457
33,5
1.618.800
32,9
Producc. de caucho
2.472
26,9
1.494.055
41,5
593.939
39,4
Prod. Plásticos
1.534
14,5
85.419
24,5
465.449
32,5
Ind. Bas. metal no ferroso
666
30,0
516.414
44,6
173.023
45,4
Maquina. y aparatos
electrónicos
2.339
17,9
1.510.659
32,9
656.196
34,5
19,1
12.731.320
18,9
Toda la industria
71.844
16,6
31.842.149
Fuente: FDI (1974). Cuadro 2.1, p. 50 y cuadro 4.1, p. 56.
El cultivo de la caña: similitudes y diferencias
con otras regiones del mundo
Durante el período colonial y durante los primeros cincuenta años de la república
el cultivo de la caña en la región estuvo condicionado por la demanda de la
panela y del aguardiente en las regiones mineras de la vertiente del Pacífico, ya
que la escasa población asentada en la región no podía garantizar una expansión
de la producción por la vía del mercado intrarregional. De otra parte, como ya
lo señalábamos atrás, la producción de caña estuvo articulada a la gran hacienda
ganadera tradicional, tanto que su importancia económica, incluso durante el de
la minería, se encontraba subordinada a la producción ganadera. La imposibilidad
de participar en el mercado exterior del azúcar durante casi tres siglos, debido
más que todo al aislamiento geográfico de la región, determinó que la formación
del sector económico azucarero sea un hecho histórico que arranca en la tercera
década del presente siglo. Esto hace que en algunos aspectos sociales y económicos
relativos a la configuración del sector, la región presente particularidades que la
diferencian sustancialmente de otras regiones del mundo, donde la importancia
del cultivo de la caña data desde el período colonial.
Un primer rastro distintivo, debido a características naturales de la conformación
geográfica del valle del río Cauca, es el de la zafra permanente, es decir que durante
todo el año se puede sembrar y cortar caña. Este hecho permite mantener una
continuidad entre las faenas de campo y fábrica; esto es, entre la producción de caña
274
José María Rojas
y la de azúcar, lo cual se traduce en una demanda relativamente estable de fuerza
de trabajo y en una utilización más intensiva y permanente de la capacidad instalada
en fábrica y en transportes. En estas condiciones solamente hay dos regiones más
en todo el mundo: los valles del norte del Perú y la isla de Hawai. El entusiasmo con
el cual la Misión Chardón recomendó en 1929 la expansión del cultivo de la caña
se debió en gran medida a las particularidades naturales de la región. Sin embargo,
para nosotros hay también otros aspectos no menos importantes en la fijación de
las particularidades del cultivo de la caña de azúcar en la región.
En primer lugar podríamos mencionar los relativos a los patrones culturales de
consumo de edulcorantes30 en las distintas regiones del país. Desde la Colonia
la población campesina ha sido por excelencia consumidora de panela. Con la
expansión del cultivo de café, que desde la segunda mitad del siglo XIX conllevó
un proceso de colonización de las regiones de vertiente del macizo central
andino (cordilleras Oriental, Central y Occidental), el cultivo de la caña con
destino a la elaboración de panela prosperó notablemente en todas las regiones
cafeteras. Este carácter complementario de la producción panelera respecto de la
cafetera ha incidido de manera decisiva en las permanentes fluctuaciones de los
precios de la panela, ya que en los períodos de cosecha del café no solamente
aumenta la demanda de la panela, sino que se produce un desplazamiento
de los trabajadores de la caña hacia la recolección del café, dado que aquí
los salarios son más altos. El resultado es siempre una escasez de panela y la
consiguiente subida de los precios, los cuales descienden notablemente una vez
concluida la cosecha de café y se reactiva la producción panelera. Por otra parte,
aunque en las áreas urbanas es importante el consumo de panela, sin embargo,
su tendencia histórica es hacia la disminución en términos relativos, mientras
que el consumo de azúcar aumenta progresivamente. Dados estos cambios
ya observados en la composición de la población rural-urbana del país, esta
tendencia a la sustitución de la panela por el azúcar seguirá incrementándose.
En estos términos el mercado interno de edulcorantes se caracteriza por dicho
proceso de sustitución, el cual favorece notablemente la expansión del sector
azucarero. Según Fedesarrollo (1976), el consumo de panela pasó de 650.000
toneladas en 1955 a 764.00 en 1974.
Por lo que respecta al consumo industrial de la panela, el cual sólo alcanza a ser
el 3 % del consumo total, también se ha visto sustituido por las mieles derivadas
de la producción azucarera, debido precisamente a que las fábricas de licores
(consumidoras de un 90 % de la panela con destino industrial) se ven favorecidas
por los bajos precios de las mieles respecto de la panela (Fedesarrollo 1976).31
30
31
En un orden histórico de producción: 1) Panela y pan de azúcar, 2) Azúcar sulfitada y 3)
Azúcar refinada.
Sin demasiada suspicacia, ¿no estaría aquí una parte de la diferencia entre cualquier
aguardiente colombiano y la “cachaza” brasileña?
275
La configuración histórica de la región azucarera
Dado que el consumo de la panela es bastante inelástico, cuando hay escasez del
producto y los precios suben drásticamente, la reconversión de azúcar en pan
la se presenta como un excelente negocio para dueños de trapiches paneleros
e incluso para personas audaces que establecen “fábricas” clandestinas en
las ciudades. Recientemente el Gobierno nacional (marzo de 1978) se vio
precisado a prohibir este tipo de negocio, seguramente bajo la presión del
gremio azucarero. Como desde 1960 existe el control de precios para el
azúcar, mas no para la panela, el comportamiento del mercado interno del
azúcar se hace en cierta forma dependiente de las fluctuaciones de los precios
de la panela, tanto que son estas coyunturas las que le permiten al gremio
azucarero presionar la modificación de los precios oficiales, es decir cuando
ya se han creado situaciones de hecho. En general podríamos señalar que el
cultivo de la caña para azúcar depende de una dinámica interna de hábitos
de consumo y precios de la panela, de tal manera que la expansión del sector
en la perspectiva del mercado interno de edulcorantes es la de una continua
ampliación por sustitución del consumo de panela por azúcar. Así que sobre el
sector no pesan todavía de manera completamente negativa las fluctuaciones
de los precios en el mercado internacional. Es así como paralelamente con
la continua expansión del sector, el país ha pasado intermitentemente de
exportador a importador de azúcar.
Un segundo elemento de gran importancia en la determinación de las
particularidades del cultivo de la caña de azúcar en la región tiene que ver con
el proceso histórico de apropiación de la tierra y el tipo de articulación que
se da a nivel de las unidades productivas entre el cultivo de la caña y otras
actividades agropecuarias.
Como ya ha quedado establecido atrás, el tipo dominante de apropiación
desde la Colonia ha sido la gran propiedad (o latifundio), independientemente
de los períodos de mayor o menor estabilidad de la tenencia de los predios
por una misma familia. Si bien es cierto que durante la Colonia se incorporó
fuerza de trabajo esclava a la explotación de las haciendas, la relación entre
esclavitud y cultivo de la caña y producción de azúcar no llegó jamás a tener
las dimensiones que tuvo, por ejemplo, en las Antillas. Primero, porque el
cultivo de la caña estuvo asociado con otras actividades más importantes
como la ganadería y, segundo, porque mientras subsistió la esclavitud no se
llegó a producir para el mercado externo. Resulta así que la relación que se
da entre gran propiedad de ingenio azucarero durante la primera fase de la
formación del sector hasta mediados de la década de los sesenta del presente
siglo, no es una relación que tenga como fundamento social de la expansión
a la utilización de fuerza de trabajo esclava, sino a la utilización de fuerza
de trabajo asalariado. En estos términos el desarrollo del sector responde
276
José María Rojas
rigurosamente a relaciones capitalistas de producción, y bien vale la pena
llamar aquí la atención a reflexionar sobre las tesis que sitúan el desarrollo
del capitalismo en la agricultura colombiana como un hecho posterior a una
primera fase del desarrollo capitalista industrial.32
Queremos insistir sobre esta particularidad de las relaciones de producción en las
cuales se fundamenta la relación entre gran propiedad y producción azucarera,
porque a nuestro entender pueden ser la clave explicativa del pleno control
nacional sobre la industria azucarera. A tal efecto bien vale la pena hacer referencia
a lo acontecido, por ejemplo, en las islas del mar Caribe. En un excelente trabajo
de Ramiro Guerra (1976)33 se sustenta la tesis, lo suficientemente documentada
por cierto, acerca del porqué la industria azucarera cubana pudo sortear con
éxito la transición entre esclavitud y trabajo libre asalariado, mientras que en las
demás islas la liberación de los esclavos precipitó a dicha industria en una crisis de
vastas proporciones. Según este autor en las islas de colonización inglesa, francesa
y holandesa, como Barbados, Jamaica, Martinica, Trinidad-Tobago, Curazao,
Barlovento, Santo Domingo (Haití), etc., el patrón de poblamiento consistió en el
establecimiento de un número reducido de colonos blancos que monopolizaron
la tierra y una gran masa de esclavos, a diferencia de Cuba donde los colonos
españoles en número considerable fueron ocupando y trabajando la tierra hasta
constituir una masa numerosa de propietarios rurales. Gracias a estos propietarios
la agricultura se diversificó y prosperó la ganadería al lado de la producción
azucarera. Ya para 1792 la población de Cuba se distribuyó así: 96.440 blancos,
31.847 mestizos libres y 44.333 esclavos negros. Si se tiene en cuenta que la isla
tiene 44.000 millas cuadradas, las diferencias resultan enormes si se la compara,
por ejemplo, con Barbados que teniendo solamente 166 millas cuadradas contaba
con 62.155 esclavos, o con Haití que en sus 11.000 millas cuadradas de territorio
tenía 38.000 blancos y 452.000 esclavos (toda esta información en la página 58).
Por este mismo año Cuba contaba con 339 hatos grandes, 7814 propiedades
pequeñas y 478 “ingenios” azucareros.34
Fue, sin embargo, una coyuntura histórica excepcional la que le permitió a Cuba
convertirse en el primer productor mundial de azúcar. Cuando en 1789 estalló
la Revolución Francesa, Haití había llegado a ser el primer productor mundial
32
33
34
Cabal, Carlos Alfredo, en su tesis sobre la industria azucarera, que la Universidad
Javeriana tuvo el desacierto de rechazar, presenta la originalidad de demostrar cómo el
desarrollo capitalista de la producción azucarera se anticipa al desarrollo de una industria
manufacturera en la región. En buena hora la Universidad del Valle reparó semejante
injusticia intelectual.
La primera edición de este libro se publicó en La Habana en 1927 y se reeditó en 1935 y
1944. Toda la información relativa a Cuba y las Antillas está tomada de este libro, así que
preferimos citar en el texto la página respectiva antes que hacer notas a pie de página.
En nuestra conceptualización, se trata de Trapiches. Véanse las precisiones que al respecto
hacemos en el capítulo segundo.
277
La configuración histórica de la región azucarera
de azúcar y café, productos que Francia distribuía para toda Europa. Contaba
entonces Haití con 795 ingenios, 3107 cafetales, 3150 añilerías, 799 algodonerías,
69 cacaotales, 173 alambiques, 61 tejares, 313 hornos de cal y tres tenerías, es
decir, toda una inmensa riqueza que, cuando en 1791 la Asamblea Constituyente
(de Francia) decretó la igualdad de derechos entre la población negra y la
población blanca, resultó destruida pues estos últimos que eran los propietarios
intentaron independizar la Colonia de Francia y entonces “los esclavos negros se
sublevaron para conquistar su libertad, incendiando las fincas y dando muerte
a sus amos” (Guerra 1976: 208). En estas circunstancias el precio del azúcar
pasó de 18 a 32 reales la arroba y Cuba pasó progresivamente a ocupar el
vacío económico dejado por Haití. Con una política desarrollista de la corona
española el crecimiento de la industria azucarera en Cuba fue rápido, así como
la modernización de las instalaciones de fábrica y transporte. Sin embargo, este
crecimiento dependió de un incremento sustancial de fuerza de trabajo esclava.
Para 1827 había ya mil ingenios y 286.942 esclavos negros. En 1842 el número
de ingenios había ascendido a 1442 y en 1860 llegó a los 2000. Entre 1830 y
1840 se introducen los ferrocarriles y las maquinarias a vapor en los ingenios
azucareros. Ya para 1892 Cuba llegó a producir 976.782 toneladas de azúcar, es
decir un volumen superior a la producción actual (1978) de Colombia.35 Este
proceso de expansión de la industria azucarera cubana estuvo acompañado de
un proceso de concentración tanto en fábricas como en tierras, de tal manera que
en 1899 ya solamente había 205 fábricas, en 1924 habían disminuido a 180 y en
el momento de la “Revolución Socialista” de 1959 su número había descendido
a 161 (León 1976). De este número, 36 ingenios eran propiedad de capitales
norteamericanos y contribuían con el 36,7 % de la producción total de azúcar.
En cuanto a la concentración de las tierras cultivadas en caña, cobra expansión
una modalidad empresarial que separa campo y fábrica. La concentración de la
tierra no se da solamente en torno al ingenio o fábrica, sino que bajo la forma
de la sociedad anónima se opera el control de grandes extensiones territoriales
cuya finalidad es producir caña para vender a una central o gran fábrica en
la cual también muy frecuentemente la sociedad productora de caña tiene
acciones. En estos términos la concentración de capital en fábrica, articulada
con la concentración de capital en tierras, determina una situación en la cual
una masa considerable de medianos propietarios de tierras dedicadas al cultivo
de la caña quedan sujetos a las condiciones de precios, cupos de molienda y
modalidades de contratación establecidas por la Central.
Así que la forma colonos-ingenios o separación campo-fábrica o separación
productores de caña-productores de azúcar que se acostumbra a presentar como
una particularidad de la agroindustria azucarera en Cuba y otras islas antillanas,
responde específicamente a los fenómenos de concentración y centralización de
35
En el año de 1981, el sector azucarero colombiano produjo 1.220.000 toneladas métricas.
278
José María Rojas
capital. Paralelamente con el proceso de concentración y centralización del capital
en el sector, el período de la zafra requiere de una gran masa de trabajadores
total o parcialmente proletarizados, lo cual plantea un problema estructural de
mercado de fuerza de trabajo en el conjunto de la economía nacional, problema
que en Cuba se resolvió mediante la importación masiva de trabajadores haitianos
y jamaiquinos. En el quinquenio 1921-1925, entraron a Cuba 63.973 haitianos y
31.212 jamaiquinos, de los cuales 72.165 no sabían leer ni escribir. Ramiro Guerra
señala que para 1937 había 30.020 agricultores cañeros en Cuba, de los cuales
1171 (el 3,9 %) tenían 1.998,2 millones de arrobas de caña (el 44 %), mientras que,
[…] los 17.717 colonos con derecho a moler hasta 30.000 arrobas, es
decir, los colonos chicos, que constituyen el 59 % de todo el colonato,
tenían 318.463.834 arrobas o sea sólo el 8,7 % del total. El resto de la
caña, equivalente al 36,2 %, pertenecía al 37,2 % restante del colonato, o
sea, los colonos entre 30.000 y 500.000 arrobas (p. 281).
El cuadro 9 resume la situación en el momento de la Revolución Socialista, considerando
únicamente las empresas que controlaban más de mil caballerías de tierra.
Nos hemos extendido un tanto sobre Cuba y las Antillas con el objeto de
destacar las particularidades históricas que acompañaron la formación del sector
azucarero en estas regiones, donde se dio un tránsito de las relaciones esclavistas
a las relaciones capitalistas de producción. La primera fase del crecimiento de
la industria azucarera en Colombia –aproximadamente desde 1925 hasta 1965–
, fase caracterizada por la concentración de tierras en torno a una fábrica o
ingenio, corresponde a un período de acumulación de capital donde la gestión
empresarial directa de los propietarios fue definitiva para la consolidación de
las empresas agroindustriales (de este hecho nos parece que depende el control
del capital nacional sobre el sector). Sin embargo, la continuidad del proceso
de concentración y centralización del capital impone de manera similar a Cuba
una modalidad de separación campofábrica y la aparición de los colonos o
proveedores de caña, sólo que estos ya no son pequeños o medianos propietarios,
sino empresarios especializados en la producción de la materia prima. Resulta
así, a diferencia de Cuba, una configuración rigurosamente dicotómica de la
estructura de clases en el sector, ya que el proceso de concentración no da lugar
a la articulación con Economías Campesinas, como actualmente (1977) ocurre
por ejemplo en Tucumán (Argentina) o en Lara y Yaracuy (Venezuela). Por lo
que respecta al mercado de trabajo, especialmente en la faena de corte, que se
realiza durante la mayor parte del año, se presenta un alto grado de retención
de la fuerza de trabajo en el sector.
279
La configuración histórica de la región azucarera
Cuadro 9. Concentración en el sector azucarero cubano 1960
Rango en
caballerías
Empresas azucareras
Ingenios controlados
Tierras propias
No.
%
No.
%
Miles
caballerías
%
Tierras control
Miles
caballerías
%
Total tierras
Miles
caballerías
%
Entre 1.000
17
y 5.000
60,7
35
40,7
29.2
27,3
11.0
22,0
40.2
25,6
Entre 5.000
5
y 10.000
17,9
15
17,4
24.8
23,2
10.9
21,8
35.7
22,7
Más de
10.000
6
21,4
36
41,9
53.1
49,5
28.1
56,2
81.2
51,7
Totales
28
100,0 86
100,0 107.1
100,0 50.0
100,0 157.1
100,0
Fuente: Silva (1975: 146-147), citando a Pino (1960), cuadros 34, 34A y 34B.
Y finalmente, un tercer aspecto que particulariza a la producción de caña en la región
es el fenómeno de la correspondencia entre la concentración de la producción de
azúcar en la región y la formación del sector económico azucarero de la economía
nacional. Como tendremos oportunidad de exponerlo detenidamente en el capítulo
tercero, los ingenios azucareros del Valle del Cauca lograron sacar del mercado
interno y externo a los ingenios de la Costa, el Chocó, Tolima y Cundinamarca,
ya desde la fase que hemos denominado de Diversificación Empresarial. Esta
coincidencia entre Sector y Región nos parece de notable importancia teórica para
el análisis de la formación de las clases sociales. Es quizá esta la razón principal
por la cual le hemos dedicado todo un capítulo a caracterizar nuestro universo
empírico de análisis, así no pretendamos sino trazar los rasgos sociales que nos
parecen relevantes de la clase de los propietarios. Por lo que respecta a la clase de
los trabajadores, estamos en mora de comenzar a escribir su historia.
Referencias citadas
Chardón Charles
1930 Reconocimiento agropecuario del valle del Cauca. Informe emitido por
la Misión Agrícola Puertorriqueña. Puerto Rico
Colmenares, Germán
1975 Cali: terratenientes, mineros y comerciantes. Siglo XVIII. Cali:
Universidad del Valle.
Copete, Martha
1970 Algunos aspectos de la evolución demográfica y económica, de la
población del Valle del Cauca. Criterio Económico, 30.
280
José María Rojas
Eder, Phanor James
1959 El fundador. Bogotá: Editorial Antares.
Fedesarrollo
1976 Las industrias azucarera y panelera en Colombia. Bogotá: Poligrupo
comunicación.
Fundación para el Desarrollo Industrial –FDI–
1974 La estructura de la industria fabril en el Valle del Cauca. Criterio
Económico: 64.
Guerra, Ramiro
1976 Azúcar y población en las Antillas. La Habana: Instituto Cubano del
Libro.
Mazuera, Oscar
1977 Problemas del Agro Vallecaucano. Criterio Económico, 30: 37-46.
Mancini, Simeone
1954 Tenencia y uso de la tierra por la industria azucarera del Valle del
Cauca. Acta Agronómica, Vol. IV.
Mina, Mateo
1975 Esclavitud y libertad en el valle del río Cauca. Bogotá: La Rosca.
Posada, Antonio J. y Jeanne Anderson Posada
1966 La CVC: un reto al subdesarrollo y al tradicionalismo. Bogotá: Ediciones
Tercer Mundo.
Silva León, Arnaldo
1976 Cuba y el Mercado Internacional Azucarero. La Habana: Instituto
Cubano del Libro.
281
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur
colombiano (siglos XVIII-XX)1
ODILE HOFFMANN
N
os interesa en este capítulo comprender los procesos de construcción
y organización de los espacios ocupados hoy en su gran mayoría por
poblaciones negras en el Pacífico, en cuanto el espacio es elemento
intrínseco de la sociedad, construido por ella pero a la vez constructor y formador
de dinámicas sociales y culturales. No se puede separar tajantemente un espacio
natural de un espacio social u otro cultural, sino que los tres se van entretejiendo,
expresándose a través de prácticas espaciales que se pueden describir, interpretar
y analizar. Estas prácticas espaciales son también prácticas políticas (Levy 1992)
desde el momento en que varios actores, individuos y grupos comparten o codician
unos mismos espacios, desarrollando estrategias para controlar recursos, legitimar
comportamientos o afirmar pertenencias identitarias. En el caso del Pacífico sur,
veremos cómo las sociedades locales y regionales, diferenciadas entre sí como
distintas a la sociedad global, van haciéndose un lugar, arrancando y conquistando
espacios por dinámicas endógenas, o al contrario, llevadas por fuerzas externas
que imponen sus propias lógicas.
Los espacios del Pacífico sur colombiano pueden ser vistos como periféricos,
frágiles y amenazados por la sociedad englobante, pero también como escenarios
donde se pudieron desarrollar formas originales de vida, asentamiento y producción
material y espiritual. ¿Se logró la formación de un “territorio negro” en el Pacífico,
base identitaria y motor de las reivindicaciones y movilizaciones recientes? Aunque
para muchos parecerá casi herético hacerse la pregunta, vale la pena, por móviles
tanto políticos y éticos como académicos, indagar las bases sobre las que se dio
esta conformación territorial, no solo geográfica, sino en el imaginario colectivo
(Villa 1994), para dar elementos de análisis y comprensión a los actores políticos
y sociales implicados en los procesos territoriales e identitarios contemporáneos.
1
Original tomado de: Odile Hoffman. 1999. “Sociedades y espacios en el Litoral Pacífico
sur colombiano (siglos XVIII-XX)”. En: Michel Agier, Manuela Álvarez, Odile Hoffmann
y Eduardo Restrepo (eds.), Tumaco: haciendo ciudad. Historia, identidad y cultura, pp
15-53. Colombia: Icanh, IRD, Universidad del Valle.
283
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
El enfoque adoptado privilegia una aproximación diacrónica y en varios niveles;
analiza los procesos por los cuales, paulatinamente, la gran región occidental se
va diferenciando en espacios regionales, donde unos grupos invierten capital o se
asientan, generando formas específicas de ocupación del espacio y de negociación
social y política. Tumaco es buen ejemplo de este proceso: casi inexistente hasta
bien entrado el siglo XIX, se volvió en siglo y medio la principal ciudad del
Pacífico sur y el segundo puerto en el Pacífico, después de Buenaventura. La
ciudad, cuyo desarrollo se analiza en el capítulo siguiente, sufre a la vez que se
beneficia de las dinámicas de las zonas aledañas, sean cercanas o más lejanas. Su
expansión no fue linear, sino que se insertó en ciclos económico-productivos y
demográficos que no se entienden fuera de su ámbito regional.
Incertidumbres político-territoriales en los siglos XVIII-XIX
Durante el periodo colonial y aun el republicano, existió una persistente
confusión sobre la definición de las entidades administrativas –sean políticas,
jurídicas o eclesiásticas– que variaban de estatuto y de delimitación geográfica,
conservando o no los mismos nombres. El análisis de esta geografía administrativa
revela las concepciones y conocimientos que se tenían acerca de la región y
su organización espacial, en un momento dado. Entender cómo se forman las
entidades administrativas permite adentrarse en las lógicas políticas subyacentes,
es decir, en los juegos de poder que desembocan en tal o cual decisión de manejo
territorial.
Sin entrar en detalles laboriosos que implican presentar mapas y decretos oficiales,
digamos que la Costa Pacífica se enmarcó, durante la Colonia, en la inmensa
gobernación de Popayán, diferenciando su parte norte –El Chocó– de su zona sur.
Para los años 1770-1778, los datos se refieren a las “provincias” del Chocó y de
Barbacoas, esta última incluyendo los “distritos” de Barbacoas, Iscuandé y Tumaco
(Olinto Rueda, 1993). Con la Independencia, la Gran Colombia se distribuye, en
1824, en doce departamentos que a su vez se distribuyen en 38 provincias. En el
Pacífico aparecen la provincia de Chocó y la de Buenaventura, que incluye desde
el río Calima al norte hasta el río Mira al sur, colindando con la sierra al este, sin
mención de subdivisiones.2 Un mapa de 1844 de la misma provincia, con mención
de los cantones, incluye además el cantón de Cali, pero excluye los de Tumaco y
Barbacoas que integran la provincia de Pasto (ver la figura 1). 3
2
3
Ver el “Mapa geográfico de la Provincia de Buenaventura, en el departamento del Cauca,
trabajada por su gobernador el teniente coronel Tomás C. Mosquera” en 1825, Archivos de
la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
El Congreso de 1835 desmembró de la Provincia de Buenaventura los cantones de
Barbacoas y Tumaco, y los anexo a la de Pasto. Otra “desaventura territorial” se dio cuando
“por decreto del Congreso del 16 de marzo de 1836 fue establecida la aduana de Tumaco,
284
Odile Hoffmann
La Constitución de 1852 divide la Costa Pacífica en tres provincias –Chocó, Buenaventura
y Barbacoas–, mientras las partes andinas correspondientes se dividen en las provincias
de Antioquia, Cauca, Popayán, Pasto y Túquerres. A partir de la década de 1860 la
tendencia vuelve a establecer grandes unidades, con los ocho estados soberanos de
la Confederación Granadina (1857-1861), los nueve estados de los Estados Unidos de
Colombia (1863), los nueve departamentos de la Regeneración (1886). La segunda
mitad del XIX es el periodo de oro del Gran Cauca, que solo desaparece con la
creación de nuevos departamentos en 1904. Con algunas modificaciones hechas
en 1950, el Pacífico se reparte entonces en cuatro departamentos, grosso modo los
actuales: Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, que comprenden todos una parte
costera y una parte andina, donde se sitúan las capitales.
Figura 1
el cual puerto fue cedido al Ecuador en el convenio habido entre Mosquera y Flores,
representado aquel por el coronel Posada Gutiérrez, el 3 de noviembre de 1840. Un año
más tarde, el 2 de junio de 1841, la derrota de Obando en La Chanca, decidió en nuestro
favor las querellas con el Ecuador y libró el territorio nacional de los invasores extranjeros.
La parroquia de Tumaco, que con las del Trapiche del Micay, Saija, Timbiquí, Guapi,
Iscuandé, Salahonda, San José y Barbacoas, era gobernada por el prelado quiteño, pasó
nuevamente a la diócesis de Popayán” (Merizalde 1921: 129).
285
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
Estas vicisitudes en la organización administrativa nacional dan cuenta de la
dificultad del Gobierno central para encontrar formas de administración de
inmensas regiones poco pobladas (en la vertiente oriental de Los Andes) y
enfrentar la emergencia de grupos regionales que aspiran a regir sus propios
territorios (en las cordilleras y las partes occidental y norte del país). En el siglo
XIX, siguiendo las fluctuaciones entre federalismo y centralismo que favorecen o
al contrario debilitan ciertos grupos regionales como los de Popayán o de Pasto,
van apareciendo espacios públicos donde los actores locales buscan protagonismo
o reconocimiento. La efímera tentativa de reconocer jurisdicciones independientes
en la Costa Pacífica (las provincias del litoral, 1852-1860) iba en contravía de las
tendencias centralistas del Gobierno, y, quizás, de la todavía débil población y su
poca organización interna. Las capitales andinas conservaron el control de estas
zonas costeras, manteniéndolas en un estado de dependencia que todavía es una
característica de todo el litoral.
A escala de la costa del Pacífico, se puede notar una diferenciación temprana entre
el Chocó y la parte sur del litoral, explicada o acentuada por procesos distintos
de conquista y sistemas de explotación aurífera, junto con condiciones específicas
del medio ambiente4 y de comunicación. A diferencia del Chocó, la parte sur del
Pacífico no conoce una “identificación” temprana ni tiene nombre propio para el
conjunto de la región, y se va dividiendo o reunificando según las épocas y los
intereses de los actores dominantes.5 Dos periodos ilustran bien los conflictos
subyacentes a esta “incertidumbre territorial”: el siglo XVIII, con la emergencia
de las “provincias” costeras, y el XIX, con el debate acerca de la creación de un
“décimo” departamento del Sur (Nariño).
En el siglo XVIII, el proceso de poblamiento ligado a la explotación minera
pone en juego a los mineros residentes en las ciudades de la cordillera (Cali,
Popayán, Pasto), que mandan cuadrillas a reconocer y explotar los yacimientos,
en un ambiente de competición aguda por el control de los territorios real o
potencialmente auríferos. Romero (1995: 36) nos cuenta:
Al tiempo que los empresarios mineros de Pasto y de Popayán ejercían
presión de ocupación sobre los ríos de la costa con cuadrillas de esclavos,
desde Barbacoas hacia el norte, y desde Buenaventura hacia el sur, se
4
5
Los biólogos, ecólogos y geomorfólogos diferencian, dentro de la inmensa “provincia
biogeográfica del Chocó”, que va desde el golfo de Urabá hasta Tumaco, dos áreas bien
definidas, al sur y al norte de Cabo Corrientes, es decir, un poco más al norte del límite
entre los departamentos de Chocó y del Valle (Arboleda Home 1993; Andrade 1993; AprileGniset 1993; y Ortiz y Massiris 1993).
Algunos autores distinguen sin embargo tres “áreas culturales negras en el Pacífico”: Chocó
al norte, Valle y Cauca al centro, Nariño al sur, y lo interpretan como el resultado de
estrategias adaptativas específicas, relacionadas con las condiciones ecológicas de cada
área (Almario y Castillo, 1996).
286
Odile Hoffmann
iban constituyendo zonas de influencia conformadas en provincias.
Barbacoas se extendía hacia el sur hasta Tumaco y había constituido
su centro minero satélite al norte en el río Iscuandé. […] A partir del río
Micay los mineros de Popayán y Cali intentaban obtener jurisdicción
sobre los ríos Timbiquí y Guapi, no obstante que en estos ríos también
se encontraban mineros del gremio de Barbacoas.
Esta competición se traduce en el ordenamiento territorial de la época:
El crecimiento de las explotaciones mineras [OH: de 1710 a 1760] y
la formación de núcleos administrativos en Iscuandé y Micay habían
dado lugar a que estos se constituyeran en distritos mineros con relativa
independencia de Barbacoas y del Raposo, y luego en provincias [de
Micay e Iscuandé]; las que se continuaron disputando las jurisdicciones
sobre los ríos Guapi y Timbiquí (Romero, 1995: 41, subrayados míos).
Estas disputas explican en gran medida la variabilidad en la definición de las
“provincias”. Esta no se debe interpretar como pura confusión ni arbitrariedad
administrativa, sino expresión del conflicto alrededor del control de los principales
recursos de la época: el oro y los ríos que lo albergan. En este escenario, la parte
más sureña de la zona, alrededor de Tumaco –que por esta época (fines del
XVIII) empieza apenas a afirmarse como pueblo–, es doblemente marginada:
es pobre en oro, y por sus características físicas es una zona de ríos cortos que
no sirven para la comunicación hacia el interior. Tendrá que esperar el final del
siglo XIX para gozar, temporalmente, de una territorialidad jurídica propia (el
“departamento” de Tumaco).
La “cuestión decimista” –de la creación de un décimo Estado– que agitan las élites
políticas del fin de siglo XIX también marginaliza a las zonas costeras, pero en
mucho mayor proporción: el debate nunca menciona siquiera las poblaciones
de la costa. Parece que las “provincias del Sur” solo comprenden el altiplano
andino, de Pasto hacia el Ecuador. De hecho, se trata más que todo, en un primer
tiempo (1870-1886), de un conflicto político entre conservadores (en Pasto, que
había sido un fuerte foco realista durante las guerras de Independencia, Rojas y
Sevilla 1994), liberales (con los caudillos de Popayán) y radicales de Bogotá. La
creación del décimo Estado fue postergada mucho tiempo por no ceder espacios
propios a los conservadores del sur. El desenlace se debe, en parte, a una alianza
coyuntural entre el poder central, en manos de los radicales, y el de Pasto, con
miras a desmembrar el poderío de los caudillos de Popayán (Valencia, 1991). Sin
embargo, la creación de nuevos departamentos responde básicamente al regreso
de los conservadores al poder, sobre todo después de la victoria conservadora
dela Guerra de los Mil Días (Almario y Castillo, 1996, y Minaudier, 1992). En
este asunto casi no participaron las poblaciones ni las élites del litoral. Éstas, sin
287
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
embargo, ya existían, y empezaban incluso a reivindicar sus espacios, como lo nota
un observador a principios del siglo XX: “los moradores (de San Juan del Micay)
tienen la buena calidad, que juzgo digna de encomio, de soñar continuamente
con el engrandecimiento del pueblo. De ahí salió en 1915 una petición al
Congreso para que se crease el departamento del Litoral del Pacífico” (Merizalde,
1921, subrayado mío). En este intento fracasaron, y la cuestión sigue reabriéndose
periódicamente hasta la fecha (ahora es retomada por las organizaciones de las
Comunidades Negras).
Como lo muestran estos dos ejemplos, la cuestión de la organización administrativoterritorial es un asunto político en manos de las élites que radican “fuera” de la costa.
Aun si tienen ahí sus intereses económicos, no viven ni “invierten” en el espacio
local;6 a lo sumo buscan controlarlo desde ”arriba”, es decir, desde los centros de
poder y las ciudades del altiplano, sin intervenir decididamente en la construcción
territorial cotidiana que por las mismas fechas se va dando a través del proceso de
poblamiento por parte de campesinos, pescadores y mineros negros.
El modelo de enclaves y redes mineros del siglo XVIII7
Tras la conquista de la costa, consumada solamente en las décadas de 1680 y
1690 (Aprile-Gniset 1993),8 el siglo XVIII está marcado por la avanzada de las
cuadrillas mineras a lo largo de los ríos (West 1957: 100), principalmente por
esclavos empleados en los sitios de extracción y lavado. Pero en el curso del
siglo la multiplicación y cierta perpetuación de los núcleos mineros obligaron a
diversificar las actividades de producción agrícola y a desarrollar mercados de
productos (tabaco, aguardiente, carne) y trabajo (bogas, cargueros, revendedores,
Romero 1995: 100). En estos se empleaban los cada vez más numerosos negros
libres –sea por automanumisión, cimarronaje o liberación– y los indios. El modelo
de enclave minero, aislado y exclusivamente esclavista, se flexibiliza a medida que
intervienen nuevas categorías de habitantes.
6
7
8
Como lo menciona F. Zuluaga (1994), “el español no pretendió nunca tomar para sí grandes
extensiones de tierra –con fines agrarios– en la Costa Pacífica”.
La periodización adoptada no sigue un corte tajante en siglos. Lo que llamamos “el siglo
XVIII” cubre en realidad el periodo que va hasta las primeras décadas del siglo XIX.
Y el “siglo XIX” iría desde la Independencia hasta las primeras décadas del siglo XX.
Terminamos en los años 1920-1930, con el fin del auge comercial exportador relacionado
con la actividad extractiva de caucho, balata y tagua.
Otros autores marcan los años 1630-1640 como el periodo en que se confirma la conquista
del litoral, lo que no impide continuos conflictos con piratas ingleses en los años y siglos
posteriores.
288
Odile Hoffmann
En 1776-1778, después de aproximadamente un siglo de penetración minera, un
censo nos ofrece indicaciones acerca de la composición de la población, como se
observa en el cuadro 1, de la página siguiente.9
Las fuentes mencionan reiteradamente la presencia de “libres” o “libres de varios
colores”, categoría censal que al parecer reagrupa a las personas que declaran
no pertenecer a ninguna comunidad indígena ni depender de algún amo (Sharp
1993). De ahí que sea un conjunto muy diverso, compuesto por indios salidos de
sus comunidades, esclavos libertos y sus descendientes, y en general la población
no adscrita en ninguno de los distintos estamentos de la sociedad colonial (entre
ellos los mestizos y mulatos, a menos que sean asimilados a los blancos o a los
negros, y más rara vez a los indios).
De las fuentes consultadas resalta el que, para fines del siglo XVIII, esta categoría
de “libres de varios colores” era más numerosa que la de los esclavos en el sur
(Barbacoas), pero no en el Chocó, donde son más numerosos, casi en igualdad,
los esclavos y los indios. De todas formas, en esta época la población del litoral ya
no estaba exclusivamente conformada por esclavos y comunidades indias, como
muchas veces se presenta, sino que había empezado el proceso de diversificación
social y económica. Sin embargo, veinte años después de este censo, para lo
que corresponde a la provincia de Barbacoas (Barbacoas, Iscuandé y Tumaco),
se registra un numero significativamente mayor de población total y de esclavos,
mientras los “libres de varios colores” disminuyen ligeramente en términos
absolutos, pero bastante en proporción (de 48 % de la población total en 17771778 a 30 % en 1797, como se observa en el cuadro 2). ¿Será esta diferencia
signo de una última ola de penetración minera “tradicional” esclavista en la parte
sur de la costa (entre 1778 y 1797) antes del declive de la explotación minera a
principios del siglo XIX? Parece difícil sustentar hipótesis al respecto, en vista de
las contradicciones e imprecisiones de las fuentes.
9
Agradezco a Jacques Aprile-Gniset que me señaló el error en los datos compilados en el
Compendio de estadísticas históricas de Colombia de M. Urrutia y M. Arrubla (1970: 19)
que menciona una población de 5.523 “hombres casados libres”, en lugar de 523 “hombres
casados libres de varios colores” en el original, deformando así tanto el dato referente a la
población como el concepto mismo del censo.
289
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
Cuadro 1. Población de las provincias de Chocó y Barbacoas, 1776-1778
Provincia
Libres
de varios
colores
Esclavos
de varios
colores
Eclesiásticos
Blancos Indios
Total
Chocó (1)
23
309
5.414
3.160
5.756
14.662
Barbacoas (2)
14
907
1.793
4.134
2.388
9.236
Fuentes: Ortega (1954: 214-215).
a. Archivo Histórico Nacional. Fonda Ortega Ricaurte. Comprende los distritos de Barbacoas, Iscuandé y
Tumaco.
Cuadro 2. Padrón de población 1797. Visita de don Nieto a la Gobernación de
Popayán.
Libres de varios
colores
Provincia
Esclavos
Población total
registrada
Barbacoas
1.378
3.907
6.618
Iscuandé
756
956
2.435
Tumaco
1.928
1.622
Subtotal
4.062
6.485
393
1.464
1.659
2.301
4.159
Micay
Raposo
13.172
Fuentes: Aprile-Gniset (1993) y Restrepo (1996).
En Tumaco, por ejemplo, un censo bastante preciso menciona para 178310 una
población total de la jurisdicción –que abarca hasta Esmeraldas– de 2.497 “almas”
(casi la mitad de la población registrada 14 años después), con una proporción
de 56,6 % de “libres de varios colores”, 33,9 % de indígenas, “solamente” 4,64 %
de “esclavos de varios colores” y 1,94 % de “blancos” (Zarama 1990), cifras muy
distintas a las del censo de 1797.
Sean las que sean las proporciones, lo cierto es la coexistencia de poblaciones
sumamente disparejas, de tal forma que se va construyendo una sociedad
local compleja, conformada por blancos ultraminoritarios pero dominantes,
negros mayoritarios pero dependientes, indígenas autóctonos pero diezmados
10
“Estado general que manifiesta todos los sitios y lugares poblados que tiene el Puerto
de Tumaco, y su jurisdicción, con distinción de casas, familias, hombres, mujeres, niños,
niñas, y total de gentes, que hay en cada uno de ellos”, firmado por el sargento mayor
comisionado, don Diego Antonio Nieto, en Barbacoas, el 15 de julio de 1783 (ver Díaz
del Castillo 1928).
290
Odile Hoffmann
por la colonización, además de una población no adscrita a ningún grupo
estrictamente definido, entre ellos los libertos,11 los mestizos y los indios no
inscritos a alguna comunidad.
Un mapa correspondiente al censo de 1783 ya citado (figura 2) y su traducción
cartográfica “moderna” (figura 3) permiten apreciar la distribución poblacional.
Solo 40 % de la población de la jurisdicción vivía en la parte hoy colombiana de
Tumaco, y sólo se mencionan poblados en la costa, como si el interior estuviera
enteramente despoblado (¿o desconocido?), a excepción de las partes bajas de los
ríos Mira, Rosario, Chagüí y Patía. Las poblaciones indígenas (unas “53 familias
diseminadas”)12 fueron reubicadas en esta época en tres puntos para facilitar la
recolección del tributo: en Salahonda, Boca Grande y Palma Real (Zarama 1990).
Al principio el poblamiento es sumamente disperso, aunque ya aparecen algunos
poblados organizados según el modelo lineal a lo largo de los ríos (Mosquera 1993;
Friedemann 1985; Merizalde 1921; Romero 1993, y Aprile-Gniset 1993). Algunos
caseríos se organizan alrededor de una capilla y aparece un esbozo de estructuración
rural: “Para finales del periodo colonial, (…) la relación entre los centros urbanos de
Barbacoas e Iscuandé y sus respectivos entornos rurales había alcanzado significativos
niveles de complejidad” (Almario y Castillo 1996: 70). Por la misma época, se
menciona un “sistema urbano minero regional” centrado en Barbacoas y conformado
por Iscuandé, Santa Bárbara, Timbiquí y San Francisco Naya (Aprile-Gniset 1993:49).
Pero la regla general sigue siendo una alta movilidad de los asentamientos: la mayoría
de los asentamientos mineros desaparecen cuando se acaba la explotación, y otros
tantos cambian de lugar, conservando un mismo nombre (id.: 29).
En suma, podríamos decir que el siglo XVIII sembró las bases de un sistema
socioterritorial nuevo, nacido de las necesidades esclavistas y mineras, pero que
va incluyendo, con el tiempo, lógicas y actores distintos que complican el cuadro.
Desde el punto de vista de los blancos, andinos, la región no es más que una red
densa de enclaves a lo largo de los ríos, entre las cuales se extienden vastos espacios
vacíos y no controlados. Estos “huecos” conllevan un potencial de transformación
que no tardaran en explotar las poblaciones subalternas –negros e indios– en
cuanto tengan la oportunidad. Si bien desde siempre estas habían expresado
11
12
Es de señalar que aun los negros libres no lo eran tanto: “no podían portar armas ni
desempeñar ningún oficio político ni militar sin un permiso oficial de la Corona; no podían
vivir entre los indígenas ni tenerlos como sirvientes ni, tampoco, usar signos de tanto
prestigio como un bastón para caminar” (Sharp 1993: 411).
Este dato difícilmente concuerda con la población de cerca de 1.000 indígenas mencionada
en la misma época, a menos que se cuenten las “familias” indígenas con más de 15
miembros en promedio.
291
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
su insumisión bajo la forma de revueltas,13 huidas14 o, más seguido, resistencias
cotidianas múltiples aunque menos visibles (Romero, 1995), aprovechan el declive
de la explotación minera y la retirada de muchos mineros, y luego la manumisión
de hecho o de derecho (1851-1852), para implementar sus propios modelos de
asentamientos y explotación del medio.
13
14
La participación de la población negra en la revuelta de Tumaco en 1781-1782 suele
interpretarse como reacción a las medidas impuestas en lo económico (L. Gómez,
1977, y Zuluaga y Bermúdez, 1997) o lo político (Zarama, 1990). Sin embargo, también
se deberían considerar posibles inconformidades respecto al orden social impuesto
por las jerarquías civiles y eclesiásticas, como parecen demostrarlo las reivindicaciones
de los amotinados (“Viva el amancebamiento”, castigado por el teniente de la época)
y sobre todo las medidas de represión para poner orden en los comportamientos de
las poblaciones negras (obligación de ir a procesiones y actos religiosos, restricción
a la circulación, incluso de negros libres e indígenas, obligación de limpiar las calles,
cuidar sus casas y cultivar sus tierras so pena verlas confiscadas, etc.); ver Díaz del
Castillo, 1928.
En 1797, en su visita a la gobernación de Popayán, don Juan Nieto menciona la
existencia de un “Palenque de varios forajidos de las Encomiendas y negros de minas”,
ubicado en la parte alta de Telembí y Patía, arriba de los Reales de Minas de Guapi
y de Iscuandé (citado por Aprile-Gniset, 1993: 18). ¿Será el palenque de El Castigo,
estudiado por Francisco Zuluaga? Por otra parte, West (1957: 103) menciona una serie
de revueltas negras entre 1816 y 1821, una de ellas en el río Saija donde, al parecer
incitados por blancos, crearon un palenque (AHNC, Secretaría de Guerra y Marina IV,
f. 525v de 1821).
292
Odile Hoffmann
Figura 2
293
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
Figura 3
294
Odile Hoffmann
El siglo XIX: fortalecimiento y amenazas a la territorialidad negra
El sistema de poblamiento del siglo XIX retoma las características socioterritoriales
antes descritas, pero reformulándolas en el marco nuevo de la libertad de movimiento
que sigue la manumisión (1851), dando lugar a formas originales de vivir que
los andinos no tardaron en cubrir de un manto de incomprensión y prejuicios
(Romero 1993). Pero antes de seguir las transformaciones microterritoriales de este
modelo alternativo, regresemos a un nivel más global para delinear las grandes
tendencias de poblamiento, que a fin de cuentas son a la vez expresión y causa
de los ajustes socioterritoriales (ver cuadro 3).
Un aumento paulatino de la población, con tasa de crecimiento moderada, se
constata en las tres provincias en la primera mitad del siglo XIX. A partir de 1851
(año de la manumisión), el ritmo de crecimiento se acelera en las provincias del sur,
mientras Chocó conoce una baja de población, hasta 1905 cuando recupera una
tasa positiva y bastante alta. Este aumento de población en el sur es interpretado
por varios autores como el resultado de las migraciones de las poblaciones negras
“liberadas” del sistema esclavista, tanto los esclavos, que ya eran minoría y fueron
realmente liberados, como los trabajadores libres pero atados a las pocas fuentes
de ingresos de la época (haciendas de las partes andinas, zonas mineras).
Si ahora miramos las evoluciones demográficas de esta parte sur, por cantón (ver
cuadro 4), encontramos que el crecimiento sostenido se debe principalmente al
fuerte aumento de población en Tumaco y el Raposo a partir de 1851, es decir,
en los cantones que abrigan los dos puertos y futuros polos urbanos de la costa:
Tumaco y Buenaventura. En la segunda mitad del siglo XIX, los antiguos centros de
población, como Barbacoas y el Micay, inician su declive, que se confirmaría en el
siglo XX,15 mientras Iscuandé sigue creciendo, pero con una baja tasa, perdiendo
la preeminencia que antes tenía en la provincia. Si las poblaciones de Barbacoas,
Iscuandé y Tumaco16 muestran importancia similar a fines del siglo XIX, este
equilibrio es solo temporal, ya que el movimiento iniciado en este siglo no hará
más que acentuarse en las décadas siguientes, traduciendo cambios estructurales
en la organización tanto espacial como socioproductiva de la zona: de una red
de enclaves alineados a lo largo de los ríos y los placeres auríferos (modelo de
los siglos XVIII y principios del XIX), se pasa a una distribución que anuncia la
15
16
“Iscuandé, que fue la población principal de nuestro litoral Pacífico en tiempos coloniales,
se encuentra ahora (1921) en perfecta decadencia debido a la posición, río adentro, que
el pueblo tiene. Primeramente Guapi y después El Charco arrebatáronle el comercio, y sus
habitantes se vieron obligados a trasladarse a aquellas plazas que les brindaban maneras
múltiples de ganarse la vida” (Merizalde 1921: 105).
Estos tres poblados formando lo que Almario y Castillo (1996: 6) llaman el “triángulo
demo-histórico” del Pacífico Sur.
295
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
polarización del siglo XX, alrededor de dos ciudades-puertos, con una ocupación
del espacio más extensa aunque todavía difusa hacia el interior.
Cuadro 3. Población de la Costa Pacífica, por provincias, 1835-1870 (Olinto Rueda
1993:480-481).
Provincias
1835
1843
1851
1870
1905
1918
Chocó
21.194
27.360
43.649
41.343
42.742
91.386
Buenaventura
12.411
13.286
17.632
25.096
45.029
56.514
Pasto
8.567
11.551
12.231
18.351
35.789
54.807
Total
42.172
52.197
73.512
84.790
123.560
202.707
Fuentes: hasta 1870, Archivo Histórico Nacional. Censos de población. A título de referencia, añado los
censos de 1905 y 1918, con los municipios de la zona pacífica de los departamentos de Chocó, Cauca y
Valle, y Nariño, respectivamente.
Cuadro 4. Población de la parte sur de la Costa Pacífica, por cantones, 1835-1870.
Cantones
1797
(Padrón Nieto)
1835
1843
1851
1870
Iscuandé
2.435
5.435
5.959
7.722
9.109
Micay
1.464
2.630
4.268
4.474
5.005
Raposo
4.159
4.346
3.059
5.436
11.000
Barbacoas
6.618
6.699
8.994
9.252
9.991
Tumaco
4.119
1.868
1.557
2.979
8.360
Fuentes: Archivo Histórico Nacional. “Censos de población”, en J. Olinto Rueda, 1993, II: 480-481).
NB: Para Tumaco y Barbacoas, los datos difícilmente concuerdan entre el padrón de
1797 y el censo de 1835.
296
Odile Hoffmann
Pese al aumento de la población y la actividad agrícola y hortícola, los interfluvios
siguen poco habitados y explotados, por razones ecológicas esencialmente
(suelos pobres y frágiles), y el poblamiento se concentra a lo largo de las vías de
comunicación que representan los ríos. Pero ya no es la explotación aurífera la
que da las pautas del desarrollo, sino una colonización de doble característica:
agrícola fluvial en manos de las poblaciones negras, y extractiva empresarial que
en algunas partes se transforma en agrícola-ganadera, conducida mayoritariamente
por blancos y mestizos. Los dos patrones de colonización representan aspiraciones
contradictorias, son modelos enfrentados que, sin embargo, van a coexistir en el
Pacífico Sur hasta hoy, y cuyo enfrentamiento es precisamente al origen de otras
violencias y otros conflictos.
La colonización endógena: El “fortalecimiento
de la territorialidad negra”17
Con la manumisión y una cierta salida/huida de los blancos mineros, sobre todo
en el Chocó, las poblaciones negras conocen un vasto proceso de migración y
movilidad a escala regional. Se da un claro incremento de las migraciones negras
en el periodo de emancipación gradual, entre 1821 y 1851 [...]. En los años que
siguieron a la manumisión legal se vio el mayor éxodo de los negros de los
centros mineros [West 1957: 103, traducción mía).
Las migraciones se dirigen hacia las partes bajas de la costa (Garrido 1981; West
1957, y Romero 1995), y hacia el sur: los ríos Mira, Rosario, Chaguí, bajo Patía y
Sanquianga se pueblan de gente de Barbacoas, que también van más al sur y se
instalan del otro lado de la frontera, en la región ecuatoriana de Esmeraldas.
Con la migración a estos litorales no mineros, se desarrolla un modelo de
asentamiento que se fundamenta en un sistema de explotación múltiple –
agricultura, pesca, caza, recolección– adaptado a las condiciones físicas del medio.
Ambos sistemas (de asentamiento y de explotación) se caracterizan por lo que
más impacta a los observadores de todas las épocas: la alta movilidad de los
individuos18 y las familias, y hasta de los poblados y las parcelas de cultivo.
El régimen productivo, la vulnerabilidad e inestabilidad de las parcelas o el
agotamiento de las tierras producen una movilidad territorial y residencial
constante, local o regional, de una parcela a otra, de un poblado a otro, de un
17
18
Título tomado de Romero (1993: 30).
“A los costeños les gusta mucho andar, y por quítame allá esas pajas emprenden viajes de
días y días. Bien se deja entender que no tienen verdadera noción del tiempo; de ahí que
lo malgasten tranquilamente en dormir las horas muertas, en charlas insulsas, enviajes sin
rumbo fijo y a las veces en otras cosas de peor ralea” (Merizalde 1921: 152).
297
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
afluente, o brazo a otro, trashumancia que afecta a familias completas e individuos
solos (Mosquera 1993: 503).
Esta alta movilidad concuerda con normas genuinas de apropiación del espacio
y modos de construcción familiar que tampoco son entendidos por los primeros
observadores. El estereotipo –que sigue vigente hasta la fecha– habla de familias
inestables, desintegradas, con altos índices de ilegitimidad, donde el hombre está
ausente y es vago, tiene varias mujeres a la vez y no asume responsabilidades
ni autoridad, la cual recae en la madre, centro del sistema (Gutiérrez de Pineda,
citada por Friedemann y Espinoza 1993). Sin embargo, desde los años setenta,
varios estudios describieron un sistema de parentesco complejo, resultado
de reelaboraciones de las formas familiares y ligado a sistemas de propiedad
y de acceso a los recursos, interpretado como una respuesta adaptativa de los
pobladores negros a sus condiciones de supervivencia.19
Pero no sólo las poblaciones negras son altamente móviles. Empujadas por el
poblamiento ligado a la minería, algunas comunidades indígenas del Pacífico van
buscando espacios menos ocupados:
En el último periodo colonial, algunos indígenas del Chocó dejaron
al alto San Juan-Atrato para instalarse en los ríos Saija, Yurumanguí,
Cajambre y Naya al sur de Buenaventura. Hoy los descendientes
de estos migrantes se encuentran principalmente en el Saija y sus
afluentes, pero otros migraron más al sur hacia los ríos Iscuandé,
Tapage y Sanquianga (West 1957: 91).
Este movimiento migratorio hacia el sur continúa en el siglo XIX y hasta hoy,
cuando se conocen como las comunidades emberás o “cholo saija” de Sanquianga
(IGAC 1983) o más precisamente como el grupo eperara-siapidara. Otro grupo, los
waunanás o noanamás, originarios del Raposo, también migró hacia el sur en el
siglo XVIII para instalarse en el río Micay y siguieron su ruta hasta alcanzar Tumaco
y el Ecuador en el siglo XX (West 1957). Más recientemente, grupos indígenas del
piedemonte nariñense (awas-cuayquers) salen de sus territorios tradicionales para
insertarse en los espacios todavía libres del litoral (Osborn 1991).
Sin embargo, en comparación con la situación al final del siglo XVIII, los indios
redujeron drásticamente su presencia, al grado de no participar más que en 5 % o
7 % de la población de la costa (ver el cuadro 5).
19
El más conocido es el modelo de troncos y ramajes, ver Friedemann 1974 y 1985; Whitten
y Nina de Friedemann 1974; Whitten 1969. Más recientemente se han propuesto otras
interpretaciones, ver Losonczy 1997, y Hoffmann 1998.
298
Odile Hoffmann
A nivel regional, en Nariño, esta proporción poco elevada de población indígena
se confirma, pero en 1912 la presencia de población blanca es mucho mayor que
el promedio regional (15 % en el municipio de Barbacoas, 17 % en Tumaco, y
hasta 68 % en Ricaurte), así como la población calificada de “mezclados”, que
alcanza casi 30 % (ver el cuadro 6). Pero estas dos últimas categorías (blancos
y “mezclados”) no cubren ya solamente los mineros colonizadores del periodo
anterior, aun si son, ellos también, portadores de valores y normas que difieren
considerablemente del modelo negro en vías de consolidación.
Cuadro 5. Composición de la población de la Costa Pacífica, 1912 y 1918, en
porcentaje
Negros
Mezclados
Indios
Blancos
No especificado
Total
1912
68
17,5
7,2
7,2
-
99,7
1918
55,6
21,7
5,4
9,7
4,7
97,1
Fuente: censos de 1912 y1918, para la Costa Pacífica (pacific lowlands), en: West (1957: 88).
Cuadro 6. Composición de la población masculina en las provincias de Barbacoas y
Tumaco, 1912
Provincia
Barbacoas
Tumaco
Negros
Mezclados
Indios
Blancos
3.653
2.124
565
1.625
(46 %)
(27 %)
(7 %)
(20 %)
4.276
1.954
489
1.169
(54 %)
(28 %)
(6 %)
(15 %)
Total hombres
7.967
7.888
Fuente: censo de 1912, donde “los datos sólo se refieren a los hombres”.
La colonización blanca de la costa sur
Desde la Colonia había grupos reducidos de blancos radicados en las ciudades
(Nóvita, Citará –Quibdó–, Iscuandé y Barbacoas) o incluso en algunos reales de
minas, pero con el declive minero muchos se habían ido. En el litoral nariñense,
sin embargo, existen desde el siglo XIX algunos núcleos de población blanca (San
Juan de la Costa, Vigía, Mulatos, Amarales, Boquerones, La Loma), que fueron
los únicos lugares donde se quedaron comunidades de blancos después de 1852
(De Granda, 1977: 62). No se conocen los orígenes exactos de estas comunidades
probablemente instaladas en la primera mitad del siglo XIX, aunque “leyendas
299
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
locales dicen que un español, Manuel Moreno, llegó en la década de los años
1840 a fundar San Juan de la Costa. Otra versión habla de la Vigía, fundada por
descendientes de náufragos” (West, 1957: 110). Fuera de estas excepciones, el
poblamiento blanco se concentra en algunos puntos, netamente separado de las
otras poblaciones, a tal punto que Merizalde describe así la repartición espacial
de los grupos en 1921: “La raza negra se conserva intacta, en gran mayoría; la
india pura en mínima proporción en Nulpe, Güisa, Saija y Micay; y la blanca
en Tumaco, Barbacoas y otras poblaciones importantes del litoral, y en algunas
playas como en La Vigía” (Merizalde 1921: 149).
Este observador atribuye explícitamente espacios distintos a los tres grupos de
población, reconociendo de esta forma un “desarrollo separado” en la región (los
negros en el campo, los indios recluidos en algunas comunidades, los blancos
en las ciudades). Que sea o no así, es otro punto, lo que resalta aquí es la visión
altamente “blanco-centrista” de la región. En este esquema, Tumaco se identifica
como “la ciudad” del sur:
Tumaco es una población de verdadera importancia por su activo comercio
y la riqueza de sus habitantes. La ciudad tiene calles rectas y amplias, con
aceras de cemento. Los edificios son de madera, pero hay algunos que
harían honor a cualquier ciudad, como la casa de Gobierno, el colegio de
las madres bethlemitas y el colegio pedagógico, que costó $50.000 oro.
Tumaco tiene dos iglesias, hospital, cementerio, luz eléctrica y varias fábricas.
La instrucción está bastante bien servida, pues existen escuelas públicas y
privadas y un colegio para señoritas [...]. La población de Tumaco tiene según
el último censo [1918?] 15.000 habitantes,20 entre los cuales se encuentran
algunos ingleses, alemanes, italianos y chinos (Merizalde 1921: 131).
De hecho, el censo de 1912 menciona 348 hombres extranjeros, entre los 2.298
hombres mayores de 21 años (15 %). Esta descripción quiere dar una imagen de
modernidad y urbanidad, tanto a nivel material (las calles, los edificios) como de
servicios (luz, iglesias, escuelas) o de actividades (comercio, fábricas). Todas estas
características califican, aunque sea implícitamente, a la ciudad de Tumaco como
un “lugar de blancos”, los que conducen el desarrollo económico y se insertan en
20
El autor no precisa si se trata de la ciudad o del municipio. De todas formas señala
un crecimiento alto, ya que, si se tratara del municipio, representaría casi el doble de
la población censada unos cincuenta años antes, en 1870. Si se trata de la ciudad el
crecimiento es evidentemente mucho mayor. Por su parte, el censo de 1912 reporta una
población de 6.500 habitantes para el municipio de Tumaco (o sea, los actuales municipios
de Tumaco y Salahonda; los de Ricaurte, San José, Magüí y Barbacoas están contabilizados
aparte), pero “estos datos se refieren únicamente a los hombres” (Censo 1912).
300
Odile Hoffmann
redes universales de relaciones: “Tumaco exporta tagua, caucho, maderas y cacao,
el comercio se hace casi en su totalidad con Estados Unidos […] Varios buques
de vela viajan a Panamá y al Perú, de donde traen la sal que se consume en el
puerto” (Merizalde 1921: 150).
Los comerciantes blancos logran apoyos del Gobierno central, con medidas fiscales
favorables21 o incluso subvenciones22 para la ciudad. También fomentan lo que para
ellos es la condición del desarrollo, a saber, las vías de comunicación modernas.
En 1894, “se realiza el camino de herradura entre Túquerres y Barbacoas, el cual
fue considerado como la redención de la economía del departamento”.23 Y en
1920, se trabaja “[...] con entusiasmo para comunicar el interior de Nariño con la
costa por un camino carretero [...] esta obra es de vital interés para Colombia, a fin
de evitar que el Ecuador se apodere de todo el comercio del interior de Nariño”
(Merizalde 1921: 123).
En el mismo año se inician los trabajos del tren, y de 1925 a 1930 se construyen
92 km entre Agua Clara (embocadura del Mira) y El Diviso. En 1944 se une Agua
Clara a Tumaco. Sin embargo, en los años 1950 se levanta la vía, que nunca pasó
de El Diviso hacia Pasto, para dejar lugar a una carretera defectuosa, la cual no se
compone sino hasta los años 1980.
Con estas infraestructuras se dibuja la estructura regional todavía vigente, cuyos
polo y eje ordenadores son la ciudad-puerto y la carretera Tumaco-Pasto; el resto
del litoral sigue comunicándose exclusivamente por lanchas y potrillos en los ríos,
esteros y quebradas. Sin embargo, sería erróneo hablar de un verdadero esfuerzo
de integración regional; más bien se trata, para las élites andinas, de establecer
un cordón de comunicación entre “el centro” –andino– y puntos de salida al
Pacífico, a la vez que de garantizar una presencia real o potencial –intervención
puntual en momentos críticos– en esta región fronteriza de alto valor estratégico.
A nivel económico beneficia con prioridad a la región de Pasto, y busca evitar
21
22
23
“El congreso de 1842… eximió del pago de los derechos de aduana a los artículos
que llegasen a la isla para el consumo de sus habitantes. Nuestros legisladores se han
preocupado frecuentemente por fomentar el comercio en Tumaco con la exención de los
derechos y con otras sabias medidas, tomadas al efecto. Así lo demuestran las leyes del 10
de abril de 1852, 29 de abril de 1860, 28 de mayo de 1870, 16 de abril de 1875, 31 de enero
de 1888, 27 de noviembre de 1888, 21 de octubre de 1890, y otras de los últimos tiempos,
actualmente en vigencia” (Merizalde 1921: 129). La recientemente declarada “zona franca
de Tumaco” no es ninguna novedad.
“Por la ley 22 de noviembre de 1890 el Cuerpo legislativo concedió para la defensa de la
isla $12.000 para la construcción de un muelle y de una muralla que libre a Tumaco de ser
destruida por el mar” (Merizalde 1921: 130). Ésta no se llevó a cabo, a pesar del terremoto
y maremoto de 1906, de otro en 1949 y luego del más reciente, en 1979.
Testimonio del “cronista de Tumaco”, en Leusson, s.f.
301
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
que Ecuador se apodere de la circulación costera de mercancías. Por otro lado,
la misma configuración morfológica de la región –una amplia planicie, detrás de
Tumaco, plana o suavemente ondulada– propicia la instalación de plantaciones y
haciendas “modernas”, manejadas o fomentadas por gente del interior (Pasto, Cali,
Medellín). Con el tiempo estas propiedades, amparadas por títulos otorgados por
el Incora, irán quitando los espacios apropiados con anterioridad, pero bajo otras
normas –sin título legal de propiedad–, por las comunidades negras. Pero antes
de llegar a esta situación que se difunde a partir de los años 1960, la explotación
de los recursos es eminentemente extractiva, y funciona por ciclos especializados
que se acaban junto con los recursos explotados, o su valoración en los mercados
(caucho hasta los años 1910-1920, la tagua hasta los años 1930-1940, la madera
entre 1940 y 1970 en la parte sur, hasta la actualidad en el norte de Nariño, ver
capítulo 2, Restrepo (1996).
Este modelo extractivo, con varias modalidades según las épocas y los recursos en
juego, propicia el desarrollo de una clase negociante regional, blanca y muchas
veces de origen extranjero, que a diferencia de los mineros de antes reside en la
región, más precisamente en sus ciudades. Beneficia con prioridad al puerto de
embarque para exportación (Tumaco), pero tiene consecuencias drásticas para
la población negra. Al fomentar las actividades de extracción a gran escala, los
negociantes dan las pautas para la integración de los trabajadores negros en las
redes laborales y comerciales que ellos controlan, inaugurando o fortaleciendo las
relaciones clientelares que se expresan luego en términos políticos.
La confrontación de los modelos y la construcción
de los espacios públicos
A lo largo del siglo XIX las poblaciones negras aprovecharon el cambio de reglas
impuestas desde el centro para inventar o consolidar un modelo específico de
supervivencia, en el cual el hábitat, la producción y la cultura se combinan según
vías desconocidas e ignoradas por los blancos, en espacios hasta entonces no
codiciados y percibidos como hostiles por la sociedad dominante. Construyeron
el Pacífico, se lo apropiaron tanto física como simbólicamente, a través una serie
de prácticas que van desde la agricultura hasta la explotación selectiva de algunos
productos del bosque, mediante normas de distribución y de control de los
recursos mucho más sutiles y versátiles que la propiedad occidental, propia de la
sociedad de los blancos (ver Rivas 1998).
Al mismo tiempo o quizás unos años más tarde, siguiendo un patrón territorial
opuesto, inversionistas que no eran de la región volvieron a mirar hacia las
riquezas del Pacífico, ahora bajo la forma de extracción de algunos recursos muy
específicos, pero para su obtención destruyeron –o mandaron a destruir– vastas
302
Odile Hoffmann
extensiones de selva. El comercio de exportación se volvió el eje de este desarrollo,
para lo cual se necesitaba un puerto y los servicios correspondientes, es decir, una
ciudad. Tumaco, de hondas raíces indias y después negras, se vio prácticamente
“confiscada” por los blancos, que le dieron el giro urbano que más se acercaba
a sus conocimientos y concepciones de “lo que debe ser” un asentamiento de
alguna importancia. Hoy todavía, los descendientes de lo que llaman “la” sociedad
tumaqueña –el grupo de blancos, muchos de ellos extranjeros, que controlaban
el negocio de la exportación– se autorrepresentan Tumaco como “una ciudad
blanca”, ignorando el 90 % o 95 % de la población negra que reside en ella y la
transforma a diario.24
Estas dos visiones no pueden coexistir sin encontrarse ni confrontar sus pretensiones
mutuas al ocupar y de alguna forma controlar este espacio. En la segunda mitad del
siglo pasado y a principios de este se construyen los escenarios en los que se disputan
estos modelos. Por ahora distinguiré dos, en los que se expresan más claramente los
mecanismos de resistencia y de dominación, así como las pretensiones de imponer
normas sociales y culturales de conducta: las esferas de la religión y de la política.
El multicitado Merizalde, fraile agustino, nos dejó un testimonio invaluable de este
esfuerzo conquistador de principios del siglo XX:
En los tiempos coloniales administraron la región de Tumaco los
padres mercedarios, y la de Guapi los religiosos franciscanos de
Propaganda Fide. Pero vino la independencia americana, y con ella el
desconcierto de las Misiones católicas al frente de las cuales estaban
sacerdotes españoles. En la costa del Pacífico puso el demonio sus
reales. [...] A fines del pasado siglo la costa era un campo desolado,
espiritual y materialmente. El indiferentismo religioso, la pasión sin
freno, se enroscaban como víboras en los corazones y ahogaban todo
regenerador pensamiento (Merizalde 1921: 229).
Con estos argumentos que pertenecen al registro bíblico de la salvación, mientras
en realidad los pleitos por la competencia territorial entre las distintas órdenes
eran más bien de tipo político, los padres agustinos recoletos logran hacerse
atribuir, en 1899, un “territorio de misiones” que incluía toda la zona sur del
Pacífico, desde el río Naya hasta el Mataje, desde la cordillera hasta el mar. A partir
de ahí emprenden “una conquista espiritual de la Costa”, mediante correrías en los
ríos, donde enfrentan la indiferencia de los “pecadores”,25 mientras sus esfuerzos
proselitistas tampoco son muy exitosos en la ciudad. Como lo reconoce el propio
24
25
Entrevistas en Tumaco, noviembre de 1996.
Merizalde preserva, sin embargo, una visión casi rousseauniana de las poblaciones negras:
“Los negros tienen mucha fe, y al sacerdote, a lo menos en la costa alta, lo respetan
y veneran; en la baja ya es otra cosa” (subrayado mío). El problema viene de que “las
gentes de la costa del Pacífico están muy expuestas a perder la fe a causa de los muchos
303
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
fraile, difícilmente pudieron establecer el colegio de señoritas en 1908 y si bien
se resistieron a la tentativa de instalar un cementerio laico, no lograron imponer
el tan soñado colegio para jóvenes ni detener el avance del protestantismo en
Tumaco. Y es que los frailes tienen fuertes adversarios, declarados o no. La costa
no es tan “virgen” como lo pretende el fraile: ya habían Estado los franciscanos
desde siglos atrás, y tanto las poblaciones negras como las blancas tienen en esta
época posturas y prácticas sociales, políticas y culturales que no concuerdan con
el “estado de naturaleza salvaje” que pintan los agustinos recoletos. Del lado de las
poblaciones negras, las prácticas religiosas desarrolladas durante varios siglos al
margen de la institución católica se resisten y provocan la incomprensión, cuando
no la ira y la represión, de los misioneros (Urrea y Vanin 1995, y Friedemann
1989). Al otro extremo del espectro social los frailes también encuentran
oposición. A principios de siglo, en efecto, “la” sociedad tumaqueña, excluyente,
urbana y blanca, se quiere ilustrada y anticlerical. En el periódico local se afirma
tajantemente, a propósito de la disputa con los frailes alrededor del colegio para
jóvenes: “Tumaco se ha civilizado […] los vientos de la civilización nos llegan [...]
la hora de los frailecitos pasó. No habiendo a quién embaucar, están de más los
embaucadores” (Merizalde 1921: 196).26
Esta posición radical se traduce en unas posturas claramente “revolucionarias” –
liberales– en la Guerra de los Mil Días, que parece haber sido bastante violenta en
Tumaco,27 pero también en el interior, como lo reportan varios habitantes cuyos
ancestros llegaron a asentarse en la zona de los ríos, en el municipio de Tumaco,
para escapar de la guerra vigente en Barbacoas.28 Nos falta información para
entender el estado de las fuerzas presenciales, en el campo y en la ciudad, en esta
época: ¿cuáles eran los actores y las posturas defendidas, los modos de expresión?,
¿quiénes eran y qué significaba ser “revolucionario” en Tumaco a principios de
siglo?, ¿participaron las poblaciones negras?, ¿sirvieron de simple base clientelar o
hasta de carne de cañón para algunos caudillos blancos?, ¿o tuvieron sus propios
líderes que conducían ciertas acciones? Estas preguntas se deben repetir para los
años posteriores, en particular los de La Violencia, que casi nunca es registrada en
los estudios de alcance nacional sobre el tema, pero siempre es mencionada como
dramática en los testimonios de los habitantes locales. En Tumaco el conflicto
26
27
28
aventureros descreídos que acuden allá de diferentes puntos para sus negocios, y que con
frecuencia son personas entregadas a todos los vicios” (Merizalde 1921: 159 y 179).
Esto no impide que la Iglesia como institución política conservara gran poder de influencia
y de decisión en las cuestiones públicas, pero con mayor fuerza en las partes andinas de
Nariño, como bien lo recuerdan Almario y Castillo 1996.
A tal grado, que veinte años después Merizalde (1921: 130) no se atreve a detallar los
acontecimientos, sino solamente a mencionarlos: “Los graves hechos acaecidos en Tumaco
durante la Revolución de 1899 están demasiado recientes para relatarlos. Todavía no se
han cicatrizado muchas heridas, aún corre en abundancia la sangre…”. Lo único que
precisa es la adscripción decididamente “revolucionaria” de los tumaqueños.
Encuestas propias, 1996.
304
Odile Hoffmann
político se tradujo en la nominación inmediata de un alcalde conservador, que
en este ambiente liberal era un claro acto de imposición y castigo. Pero en esta
zona sur del Pacífico (a diferencia quizás de Guapi, Buenaventura y del Chocó)
el protagonismo partidista no parece ser obra de las élites negras. Al contrario, el
espacio político tradicional en esta zona está copado por “la” sociedad tumaqueña,
blanca, cada líder fungiendo como “patrón político” que construye su clientela en
la ciudad y las comunidades rurales.
Conclusiones
¿Han visto estos dos siglos que sobrevolamos (XVIII y XIX hasta los años 19201930) la emergencia de una región en la zona sur de la costa del Pacífico? No
entraré aquí en el debate sobre la definición de “región”, pero sí subrayaré
algunos puntos que aclararán el concepto. A nivel fisionómico –creación de
paisaje y ámbitos de vida–, los comienzos del siglo XX representan un viraje
importante, con la implementación de un modelo de ordenamiento territorial
coherente con las demandas del núcleo andino dominante, social, económica
y políticamente. El sur de la costa se organiza alrededor de una ciudadpuerto, Tumaco, y de la carretera que la une con Pasto. Los demás centros
urbanos, menores, son ignorados y abandonados por ese poder central –sea
departamental o nacional– por no cumplir con propósitos geopolíticos o con
funciones valoradas en el mercado.
Parece que las metas nunca fueron alcanzadas cabalmente. Un diagnóstico
elaborado sesenta años después permite evaluar los resultados de tal política:
en el Pacífico, “cada sistema hidrográfico forma una cuenca económicamente
independiente, casi aislada” (IGAC 1983: 91). Las vías de comunicación terrestre
están desarticuladas entre sí, y solamente en Urabá y Tumaco “comienza a darse
un impulso a la consolidación de espacios agrarios” (ídem.). Aunque Tumaco
tiene un radio de acción territorial mayor respecto al de Buenaventura,29 que
funciona como puerto-enclave, la costa en general no responde al perfil de una
región funcional, sino que más bien “[...] se trata de un espacio desorganizado y
periférico, cuyo puesto dentro de la economía nacional es el de producir algunas
materias primas, sobre todo madera y metales preciosos” (IGAC 1983: 92).
Termina este documento señalando la falta de desarrollo regional propio y la
enorme dependencia de la costa frente a los centros andinos, como Medellín
y Cali. Quizás este juicio se pueda matizar quince años más tarde, al constatar
29
Es preciso notar que este radio de acción es mayor en Tumaco en el espacio continental,
pero es mucho menor que el de Buenaventura si se consideran las relaciones marítimas
extensas que el principal puerto del Pacífico mantiene con los pueblos y las ciudades del
litoral norte (hasta Chocó) y sur, hasta Cauca (Guapi) y Nariño (El Charco, Bocas de Satinga).
305
Sociedades y espacios en el litoral Pacífico sur colombiano (siglos XVIII-XX)
la existencia de un área de influencia muy marcada alrededor de Tumaco,
estructurada en torno a migraciones, relaciones familiares, trabajo asalariado y
comercio al detal.
Todo indica que la “opción” escogida a principios de siglo no dio paso a una
construcción regional fuerte, sobre todo por la visión parcial que tuvieron los
políticos encargados de las políticas de fomento regional. Desde otro punto de
vista y a propósito del Nariño contemporáneo, otros autores precisan el problema:
Teniendo un puerto sobre el Pacífico –Tumaco–, Nariño no ha tenido un
proyecto estratégico de vinculación al mercado internacional y aunque
se construyó el ferrocarril y la carretera a Tumaco, no se ha producido la
integración económica dela cordillera andina con la llanura costera [...]
por dos factores:
- el centro de poder es blanco y mestizo y se localiza en el interior del
territorio, en la zona andina,
- desde el centro de poder los indios y negros de la costa no son
reconocidos como sociedades que disponen de un territorio, sino como
fuerza de trabajo disponible para explotar, al igual que la diversidad de
los recursos naturales del territorio, los cuales son vistos como unidades
individuales y no como un sistema (Rojas y Sevilla 1994: 169).
Ahí reside el nudo de la cuestión. Se quiso instrumentar la región sin la participación
de la mayoría de los habitantes, al considerar el Pacífico como un espacio “vacío”
de actores y poderes, un espacio-soporte inerte y un espacio-medio de producción
o más bien de extracción todavía no apropiado y “libre” para las inversiones.
Basta ver las políticas agrarias implantadas por el Incora en esta región para
darse cuenta de la enorme distancia que existe entre las concepciones del Estado
y de sus agentes y las de las poblaciones residentes. Hasta 1991, el papel del
Incora se redujo prácticamente a regular los títulos de las grandes plantaciones
adquiridas más o menos legalmente por los inversionistas blancos, mientras que
en los poblados negros sólo aceptaba regular algunas parcelas efectivamente
sembradas y cultivadas, sin reconocer el derecho de propiedad sobre los predios
todavía no explotados pero tradicionalmente apropiados por un grupo familiar o
un individuo. Esto puede parecer lógico en el marco del derecho occidental, pero
suscitó gran desconfianza y rencores entre las comunidades negras imposibilitadas
de obtener sus títulos oficiales de propiedad, quedando a merced de despojos
que, por lo menos en algunas áreas, no se hicieron esperar.30
30
Entrevistas realizadas en noviembre de 1996, acerca d los despojos de tierra en el área de
la carretera Tumaco-Pasto por las empresas palmicultoras.
306
Odile Hoffmann
Hace ahora un decenio que el Pacífico ha dejado de ser ignorado por el Estado,
el cual ha introducido planes de desarrollo con presupuestos significativos –en
1983 el Plan de Desarrollo Integral para la Costa Pacífica, Pladeicop, y en 1992
el Plan Pacífico, DNP (ver Escobar y Pedroza 1996)–, si bien estos retoman
de alguna forma el modelo anterior, al privilegiar infraestructuras y editar
reglamentaciones sin establecer siempre consultas previas con la población
local. El Proyecto Biopacífico, financiado con fondos internacionales del Plan de
las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, intentó escapar de este patrón y
enfocó sus acciones hacia microproyectos que involucraban a las poblaciones,
en aras de conservar la biodiversidad, a la vez que fomentaba modos afirmativos
de explotación de los recursos, pero desapareció de hecho cuando se acabó el
financiamiento internacional.
Pero una región no es solamente la organización de algunas infraestructuras en
un espacio dado; una región es ante todo un sistema de relaciones, un sistema
social y político lo suficientemente complejo para “producir sentido” para sus
moradores y distinguirse de la región vecina. En el Pacífico, los pobladores negros
no existieron como interlocutores, ni se les reconoció como institución capaz de
protagonizar el desarrollo regional, y menos aún de desarrollar objetivos y medios
propios para lograrlo. Hoy las cosas están cambiando, y los actores regionales se
movilizan para reivindicar derechos propios, en particular derechos territoriales
que vuelven a dar un lugar preeminente a los sectores rurales de la región.
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310
Emergencias: del problema del indio a
la política indígena
Problemas de actualidad1
JUAN FRIEDE
1
Original tomado de: Juan Friede. 1976. El indio en lucha por la tierra. Bogotá: Punta de Lanza.
313
Problemas de actualidad
El problema indígena y la opinión pública
L
a indiferencia que observa la mayoría de los colombianos frente al problema
indígena del país, obedece a la creencia de que este problema no existe sino
en la mente de algunos intelectuales. Esta idea está profundamente arraigada
en la opinión pública, pese a que no es fruto de investigaciones históricas o
científicas. Por el contrario: rara vez encontró un ramo de la historia nacional tan
poco interés como el que se relaciona con el indio en Colombia. Si se analiza este
fenómeno cuidadosamente, se observa que la negación de la existencia de tal
problema, se debe a factores económicos, históricos y políticos.
En la evolución económica del país las comunidades indígenas enraizadas en
épocas pasadas no encajan fácilmente en la organización social burguesa. Esta
última, basada esencialmente en el principio de la libertad individual, expresado
en la frase de “hacer y dejar hacer”, considera la organización del resguardo
indígena como una forma anacrónica de la economía, ya que –como lo describe
muy acertadamente L. E. Nieto Arteta– “[…] los resguardos indígenas representan
en la economía agrícola colonial la forma colectiva de la misma. Son pues una
realización tosca de la economía colectiva aldeana”.
Un régimen político que se basa sobre el derecho de un grupo de la sociedad
a gobernar a los restantes más o menos a su antojo, y que recalca siempre el
derecho que tiene el más hábil, el más fuerte de apropiarse de la mayor cantidad
de los valores sociales, es incompatible con una organización que se rige de
acuerdo con un principio diametralmente opuesto, como en el caso del resguardo
indígena: a cada cual la tierra que necesita para su subsistencia; la tierra como
patrimonio común sin que se permita enajenarla, abandonarla, legarla, etc.
salvo común consentimiento. Organizaciones sociales, basadas sobre principios
económicos tan diferentes, no pueden subsistir sin fricciones una al lado de la
otra. Es natural que la sola existencia de una, limite el derecho de la otra. Es así
como los vecinos blancos de un resguardo indígena sienten la existencia de este
como un menoscabo de sus derechos individuales. Les indigna la imposibilidad
de adquirir tierras adyacentes, ensanchar sus propiedades, cobrar impuestos sobre
las parcelas indígenas, etc. Es la pugna secular de dos principios económicos
contradictorios: el principio de la colectividad, expresado en el resguardo aunque
en forma defectuosa; y el principio del individualismo que es el que rige en nuestra
sociedad. Sólo debido al retardo en el desarrollo económico de la República, se
debe la supervivencia del resguardo. El peligro de su desaparición se acentúa
cada día más, a medida que progresa la industrialización del país y con ella la
colonización blanca de regiones apartadas, el refugio del indígena.
La negación de la existencia del problema indígena, que en siglos pasados mereció
tanta atención, es uno de los esfuerzos que se hacen actualmente para acelerar la
314
Juan Friede
extinción del resguardo. Se pretende con ello someter el carácter específico de la
propiedad comunal del resguardo a principios que se aplican a una comunidad
cualquiera. Se quiere igualar un resguardo indígena, resultado orgánico de una
centenaria evolución, poseedor de tradiciones y costumbres arraigadas y lazos
raciales muy estrechos, una unidad, en fin, y no una aglomeración de individuos,
a una comunidad accidental, resultado de convenios comerciales o de intereses
particulares de dos o más individuos. Con esta actitud se espera obtener la
desaparición paulatina y sistemática de las agrupaciones indígenas.
El estado actual de las investigaciones históricas en Colombia, es otra de las
causas de la negación del problema indígena. El deficiente estudio de las épocas
de la Conquista y Pacificación; hace suponer la aniquilación del pueblo indio
ya en el siglo XVI y, por consiguiente, la poca o casi nula influencia indígena
en la vida nacional. Para muchos, este problema es fruto de un sentimentalismo
morboso de algunos pocos blancos. Se niega la actualidad y la importancia de los
problemas que confrontan las parcialidades indígenas: admitirlas, sería reconocer
la impotencia de los invasores de ultramar para destruir la raza no obstante los
cuatrocientos años de persecución, y confesar que pese a la violencia empleada
en las relaciones sociales, ni el régimen colonial ni el republicano logró integrar
al indio a la nacionalidad.
La superficial apreciación de las culturas americanas, conduce también a la
negación del problema específico indígena. Se hace aparecer la cultura indígena
como débil, primitiva y poco desarrollada, por lo cual fue absorbida fácilmente
por la europea en su primer contacto. De aquí que se niegue la actualidad del
problema indio en lo que se refiere a la vida cultural del país.
Aceptar, por fin, la existencia del problema indio, sería reconocer la existencia de
una minoría racial, una nación indiana y una falta notoria de legislación adecuada
para estas minorías en Colombia. Sería reconocer la existencia de un núcleo de
población con una idiosincrasia distinta a la de los demás colombianos. Sería
tomar en cuenta su idioma, trajes, modo de vivir y en cierto modo sus creencias
religiosas, al legislar sobre el país. Las dificultades que resultarían de este
reconocimiento hacen que se adopte la línea de menor resistencia: la negación
del problema. “El Imperio Español de América –dice Enrique Millán– se distingue
en la historia por la unidad del idioma oficial, la de la religión y la del derecho”;
afirmación a todas luces errónea.
Esta negación equivale a cerrar los ojos ante una realidad nacional. Es verdad
que los últimos cien años de la República hicieron más para la destrucción de la
raza india que los trescientos años de la Colonia. Pero los resguardos subsisten
y la raza india vive todavía! Desde el punto de vista económico, los resguardos
proporcionan al indio una situación más segura que la que tiene, por lo general, un
315
Problemas de actualidad
terrazguero o un campesino independiente. Nadie puede negar la mayor eficacia
de la organización del resguardo, por cuanto este proporciona subsistencia a
un mayor número de habitantes del que pudiera subsistir en el caso de que las
tierras no fuesen del resguardo. Por otra parte, en la evolución de las sociedades
modernas se observa, cada vez más, una notoria tendencia a restringir, mediante
la intervención del Estado como guardián de los intereses de la comunidad, la
libertad individual en el ejercicio de las funciones económicas. El resguardo
pierde así su “anacronismo”, pues constituye una organización que cuenta con
una economía dirigida, que con todas sus fallas, es un sistema social en que
predomina el interés de la colectividad sobre el del individuo.
Es evidente también que los indígenas se han mostrado mucho más resistentes
de lo que generalmente se quiere admitir, es decir, que su conquista aún no ha
terminado. La defensa principal de la población fueron –y lo son todavía– las
condiciones americanas de vida, que no cambiaron esencialmente a pesar de la
centenaria duración de la ocupación europea: los espesos e inaccesibles bosques,
las altas cordilleras, las impenetrables selvas y las vastas llanuras, constituyen
todavía un grave impedimento, para la penetración blanca. Al abrigo de estas
defensas naturales vive el indio, en número, por cierto, cada día menor, pero
poseedor todavía de fuerzas vitales y, algunas· veces, de elementos de su cultura
tradicional, que bien merecen tenerse en cuenta.
Analizando, por otra parte, el verdadero carácter de las culturas americanas,
hay que admitir que la cultura europea careció de la incontenible fuerza de
penetración que le han querido atribuir los historiadores; que el elemento
indio influyó –e influye todavía– en la formación y evolución de las culturas
americanas. La violencia sólo logró la imposición parcial de lo europeo. Basta
comparar las facilidades de penetración que tuvo la reinante cultura europea y
las limitaciones que fueron impuestas a la india, para formarse una justa idea de
la fuerza de ambas. Pues a pesar de estas limitaciones se lee en un documento
fechado en 1735,2 que el alcalde ordinario anota, como caso excepcional, que
para entenderse con los indios “no había necesidad de intérprete, pues todos
son ladinos en la lengua de Castilla”. Esto quiere decir que todavía doscientos
años después de la Conquista, en aquellas comarcas el idioma indígena estaba
más generalizado que el español. Hace sólo unos setenta y ocho años un idioma
indio predominaba en la región de San Agustín (departamento del Huila), según
una carta encontrada en el archivo del Corregimiento (véase el folleto citado “Los
indios del Alto Magdalena”). Todavía hoy (1943) se acostumbra en varias regiones
del Cauca enterrar a los muertos en bóvedas laterales, a las cuales se baja por un
hoyo circular: es una de las formas tradicionales de los sepulcros indígenas. En
todas las procesiones que acompañan a los cadáveres al cementerio y en muchas
2
Notaría de Almaguer
316
Juan Friede
otras, se observa, a pesar de la forma exterior católica, una marcada influencia de
creencias religiosas indígenas. En costumbres, supersticiones y manifestaciones de
arte popular, la supervivencia de la cultura india es innegable. Fue, precisamente
esta obstinada resistencia del indio, la razón que obligó al blanco para buscar
exterminarlo, ante las dificultades para absorberlo.
Tampoco se puede dudar de la enorme influencia que ejercieron los elementos
raciales indígenas en la formación de las poblaciones americanas. No me refiero
tan sólo a la mezcla biológica que tuvo y todavía tiene lugar, sino también a la
influencia que sobre el carácter del hombre colombiano ejercieron los rasgos
característicos de la raza india. Con esto influyó indirectamente el indio en los
destinos de este continente durante siglos después de la Conquista. Falta, pues, la
rehabilitación del indio como elemento valioso en la formación de las naciones
americanas para que se descubra la verdadera proporción en el activo mestizaje
de la población de Colombia.
Viéndolo desde este ángulo general, el problema indígena cambia de aspecto:
no se trata ya de los 500.000 colombianos que viven todavía en los resguardos
o en los apartados Territorios Nacionales, sino de todo lo indio que se advierte
en la historia, cultura, carácter y raza americanos. El problema no es el de la
sobrevivencia del resguardo indígena, así como lo trata la legislación republicana,
sino un problema nacional: supone la emancipación del indio como un pueblo
autónomo, la rehabilitación de su acervo cultural, la creación de medios propicios
para su desarrollo económico y cultural y la creación de legislación especial que
tome en cuenta sus necesidades y peculiaridades. La solución satisfactoria del
problema indígena aportaría nuevos elementos para la renovación de las razas y
culturas americanas; valores autóctonos nacidos y creados en este continente, sin
artificiales transplantamientos y asimilaciones.
Problemas de un resguardo indígena
Los problemas actuales que confronta el indio en Colombia son el resultado de su
centenaria opresión por el colonizador. Estos problemas lo afectan directamente.
Para el blanco, el problema indígena tiene importancia sólo en la proporción en
que limita sus derechos de desalojar al indio de su tierra; para el indio el problema
es cuestión de vida o muerte de su pueblo.
De todos los problemas que se le presentan actualmente, el más grave es el
de la escasez de tierras. El repartimiento español, institución que después se
transformó en resguardo, no fijaba límites precisos del terreno que se adjudicaba
a un pueblo o tribu. Se señalaba un punto, una vereda, un vago lindero donde
debían situarse los pueblos. Las leyes españolas tendían a proporcionar a los
317
Problemas de actualidad
indios una extensión suficiente de terreno para su
el derecho de ocupar mayores extensiones de las
aún mediante expropiación de las que pertenecían
I, Cap. V),3 si debido al crecimiento de la población
estrechos en sus actuales posesiones.
subsistencia y les concedían
que les fueron adjudicadas,
a los españoles (véase Parte
los indios llegaban a sentirse
Este concepto de derecho sobre la propiedad ambigua, sin linderos fijos y
propensos a cambios según las necesidades de los pueblos, no podía ser aceptado
por la República. La República, guiada por las ideas modernas del siglo XIX, no
concebía un derecho de propiedad sobre una cosa incierta y variable, ni tampoco
aceptaba la colectividad como dueña de este derecho. La República fijó, o trató de
hacerlo, los límites de las propiedades rurales de sus nacionales, incluyendo las
de las comunidades indígenas. Muy temprano, por ley de 13 de octubre de 1821,
dispuso la presentación de títulos de propiedad y su registro oficial, y por la tarde
de 11 de octubre se ordenó el reparto de las tierras de comunidades indígenas
entre las familias respectivas. Se quiso así, de acuerdo con el nuevo concepto
sobre la propiedad, señalar de una vez por todas los derechos individuales de
cada uno de los colombianos. Sin embargo, las circunstancias generales de la vida
americana hicieron ilusorios los deseos del legislador. La falta de documentos
sobre títulos de propiedad, lo inaccesible de las tierras, la escasez de las vías
de comunicación, etc., obstaculizaron, como hemos visto, la partición de los
resguardos. Las leyes sobre la presentación de títulos tuvieron que sufrir varias
modificaciones (años de 1824 y 1843) y ser prácticamente suspendidas por la Ley
70 de 1866. Pero mediante diligencias de reparto y pleitos que surgieron durante
todo el siglo pasado y los primeros decenios del presente (como verbigracia en
el resguardo de Guachicono), se logró deslindar definitivamente las tierras de los
resguardos indígenas de las propiedades particulares de los vecinos blancos.
En el seno del resguardo se creó así un grave problema: ¿Cómo proporcionar
medios de subsistencia a una población que por leyes biológicas aumentaba
constantemente, mientras que el terreno para cultivo y pastoreo, única base
de su subsistencia, quedaba siempre de la misma extensión? Ya los censos de
las poblaciones indígenas y los avalúos de sus terrenos efectuados en 1833
demostraban que el promedio del valor de cada derecho eran dos y medio y
tres pesos por cada comunero. Tal situación, aun en ese entonces, significaba
una posesión minúscula de tierra y una extrema pobreza. La ley de 1890 dispuso
respetar las costumbres que regían en los resguardos y ordenó la adjudicación
de una parcela a cada indio que cumplía diez y ocho años. Pero muy pronto y
en la gran mayoría de los resguardos no fueron posibles nuevas adjudicaciones
en tierras desocupadas, porque ya no las había. Estando la tierra útil ocupada
3
Nota de los editores: el autor se refiere al capítulo “Las autoridades coloniales y las
republicanas frente al derecho de propiedad colectiva”, del libro del cual tomamos el
capítulo que aquí se publica (Friede [1944] 2010).
318
Juan Friede
totalmente, las nuevas adjudicaciones sólo se pudieron hacer mediante
disgregación de parcelas ya adjudicadas, lo que llevaba a una disminución
progresiva de la superficie de cada una. Esta subdivisión practicada durante
decenios, produjo un exagerado minifundio. Durante la partición del resguardo
de Santiago, por ejemplo, que se efectuó en 1927, le tocó a cada comunero sólo
una hectárea de tierra; en el resguardo de San Juan se calculó el derecho en dos
hectáreas como máximo. Debido a la escasez de tierra los ocupantes actuales de
las parcelas se han resistido desesperadamente y por todos los medios legales y,
algunas veces violentos, a una nueva subdivisión.
Todo esto produjo insalvables dificultades. Indios jóvenes, recién casados, se veían
obligados a emigrar de sus tierras en busca de trabajo como jornaleros y sufrían
la despiadada explotación a la que en general estaba sometido el proletariado
rural cuando no tenía como respaldo propiedad alguna en su apoyo. Se formaban
bandos beligerantes de familias. Se cometían abusos y atropellos por los influyentes
o por los funcionarios del cabildo. Los sucesos de sangre estaban a la orden del
día. Se llevaban voluminosos y costosos pleitos ante las autoridades judiciales.
El indio, dueño de una minúscula parcela, tenía que vender prematuramente su
cosecha a un precio irrisorio a su vecino blanco y buscar trabajo como jornalero;
su tierra ya no era capaz de producir una cantidad suficiente de alimentos para
él y para su familia. Así cesó de existir el resguardo de Caqueona de hecho hace
más de cinco años, porque, a pesar de las disposiciones legales, era materialmente
imposible subdividir las parcelas existentes. Los hermanos vendían sus derechos
durante la vida de sus padres o a la muerte de estos y emigraban o se quedaban
como jornaleros en parcelas de otros comuneros, más afortunados. Existe así en
Caqueona un fuerte grupo de peones asalariados que, aunque comuneros, no son
poseedores de tierra alguna para el cultivo. En Pancitará, Rioblanco, San Juan,
etc., la emigración es notoria. Los resguardos de hoy son sólo espectros de las
comunidades indígenas de otros tiempos.
Otro de los graves problemas que confronta la población indígena de un resguardo
es el sistema tributario. Las disposiciones legales la eximen del uso del papel
sellado y del pago de los impuestos sobre la renta, el patrimonio y valor predial
de sus parcelas. Es cierto que se pagan algunos: así por ejemplo, en San Sebastián
se cobra impuesto predial sobre casas con techo de teja, aun cuando pertenezcan
a los comuneros y estén construidas dentro del terreno del resguardo. Los
indios están obligados también a prestar servicio militar. Sería de gran interés la
investigación de la influencia que ejerce el ambiente del ejército sobre los reclutas
indígenas, pues según fidedignos testimonios, el indio, que por falta de fondos no
puede pagar su libreta militar y se enrola en el ejército, rarísima vez vuelve a su
resguardo. Pero en general, no son estos los impuestos que agobian al comunero.
319
Problemas de actualidad
La gravedad de los tributos radica en la “obligación”, que paga el indio
por disposición del cabildo en días de trabajo gratuito y en las voluntarias
contribuciones que rinde, como fiel y sincero hijo a la Iglesia. Entre estos dos
tributos hay una aparente diferencia por cuanto el tributo al cabildo está de
antemano fijado, mientras que el tributo a la Iglesia es voluntario. Sin embargo,
la aparente diferencia de motivos –cuyo análisis no corresponde a este estudio–
palidece ante la realidad de los hechos que, de todos modos, hacen del indio el
ciudadano colombiano más gravado con tributos.
Algunas cifras y observaciones comprueban esta situación. El año común tiene
fuera de los días del descanso dominical, 313 días de trabajo. De allí, descontadas
las fiestas religiosas y las fechas nacionales de guarda obligatoria que suman 37,
quedan 276 días útiles de trabajo al año.
La “obligación” impuesta por el cabildo, fluctúa entre quince y veinticinco días: lo
que a su vez reduce a 256 los días de trabajo.
Las poblaciones de los resguardos indígenas no tienen días de mercado. Para
vender sus productos y abastecerse de sal, sebo y algunos artículos domésticos,
tienen que ir a los mercados de San Sebastián, La Vega o Almaguer, ciudades todas
distantes de los resguardos por lo menos a medio día de camino. El indio sale el
día anterior de su cabaña, duerme en la ciudad, compra su mercado y vuelve al
atardecer del siguiente día. En vista de la prohibición de establecer los días de
mercado en los domingos, son semanalmente un día y medio útiles, que el indio
pierde por este concepto. Esto reduce la suma total a 178 días laborables al año.
Las fiestas religiosas, que no son estrictamente de guarda, son observadas
rigurosamente entre los indios, católicos ejemplares. Son los días de los santos: San
Juan, San Cristóbal, San Ignacio, San Antonio, etc., que reducen la suma a 168 días.
Cada año se celebra la fiesta del Patrón del resguardo auspiciada por la Iglesia.
La acompañan una intensa colecta de dineros en favor de los servicios al Santo y
un profuso consumo de bebidas alcohólicas, con las consecuentes riñas y peleas.
La fiesta dura un promedio de cuatro a seis días, lo que a su vez reduce los días
de trabajo útil a 163.
Cada año van “comisiones de la Virgen” de un resguardo a otro. Consisten en
procesiones que llevan una imagen del Santo, para recoger limosnas a favor de
alguna obra religiosa. Cientos de indios la acompañan con tambores y flautas
y cada cual toma parte en una comisión por lo menos por unos dos días. Tres
comisiones son las que en promedio constantemente recorren la región del Macizo
Colombiano. Ellas rebajan el total de los días utilizables para el trabajo a 157.
320
Juan Friede
De aquí resulta, que de los 276 días útiles que sirven a cualquier colombiano
para procurarse medios de manutención, 119 días o sea más del 40 por ciento,
se pierden para el indio debido a las condiciones de vida en un resguardo y a
su carácter de católico ferviente. Estas cifras demuestran toda su gravedad al
añadirles lo que el indio paga, ya en dinero, ya en especie, a la Iglesia. Aquí hay
que mencionar en primer lugar el diezmo, que el indio entrega escrupulosamente
al comerciante, que cada año remata la renta de los diezmos y las primicias. Y
esto sucede a pesar de las escasas cosechas, tan escasas que el principal producto,
el maíz casi no se ofrece para la venta en los mercados. Escrupulosamente el
indígena deja en el campo la décima parte de su cosecha, para que se pierda
si no es reclamada. El diezmo representa quince días de trabajo anuales. De
este impuesto decía el notable economista de la Gran Colombia, Castillo y Rada
(1952), refiriéndose entonces a toda la población:
El diezmo eclesiástico es el primer obstáculo que impide su progreso y
retarda su prosperidad. El diezmo es una contribución directa sobre sus
productos brutos, que no baja de un 30 por 100 y que en muchas partes
de la República excede de un 40; es un tributo monstruoso a que están
afectadas en beneficio del clero todas las tierras de la República; carga
pesadísima que pesa solamente sobre la producción más útil para la
sociedad y sobre los ciudadanos más dignos de la protección de leyes.4
4
Respecto a una consulta sobre los diezmos eclesiásticos, existe la siguiente carta en el
archivo parroquial del Rosal:
Diócesis de Popayán–Ministerio Parroquial. El Rosal, junio 7 de 1803. Al síndico de la Santa
Iglesia de San Sebastián. En la consulta que el infrascrito cura hizo al Ilmo. Señor obispo,
hallándose como se encuentra servidor de pueblo de indios. –El señor Vicario del Cantón
de Caldas en orden expresa del Ilmo. señor obispo, Don Buenaventura Ortiz, dispone,
que en los pueblos de indígenas, que estos establezcan sementeras de cualquiera clase
de víveres comestibles, paguen el diezmo y la primicia a la Iglesia de Dios, conforme a lo
mandado en el quinto mandamiento de la Ley de Dios.
El Santo Sínodo del obispado en su capítulo XXX, artículo XVIII dice expresamente que
donde haya parcialidades de indígenas, el cura párroco nombrará un capitán para que este
llame a los vecinos de su población para el fomento o establecimiento de sementeras a
favor de la Iglesia. Esto para el culto de Dios y para la compra y ornato de la Santa Iglesia.
Y como yo (estoy) recomendado cura interino de la Parroquia de El Rosal, han corrido tres
años y usted no me ha dado cuenta del producto de la sementera o sementeras que haya
establecidas en favor de esta Santa Iglesia de San Sebastián.
Por tanto prevengo a usted que dentro de perentorio de ocho días me dé cuenta del
número de cargas de trigo y de maíz, que se haya cogido en su cosecha, para yo mandar
se vendan de acuerdo con el síndico de la Parroquia: este beneficio de la Iglesia de San
Sebastián.
Hace tres años que ni usted, ni el saliente sindico me han dado cuenta de haber pagado
Diezmo ni Primicia, el Diezmo de cada diez, y la Primicia de cada siete guachos, uno y del
trigo de cada carga de a ocho, una arroba.
321
Problemas de actualidad
Las “Comisiones de la Virgen” producen copiosas entradas y aceleran en grado
apreciable el empobrecimiento del indio. Así, por ejemplo, la Comisión de la
Virgen del resguardo de San Juan, produjo, como con orgullo me anunció el
síndico de la Iglesia, $1.800.00 en los cuatro meses del año 1942. Esta suma se
empleó para edificar un nuevo frontis de la Iglesia, cuya construcción se terminó
en el año siguiente con un costo total de más de $12.000.00. Basta tomar en
cuenta el jornal promedio de esta región que es de $0.25 diarios (año 1943),
para ver lo gravoso que son para el indio las “Comisiones de la Virgen” y las
edificaciones suntuosas tan fuera de toda proporción con el valor del patrimonio
que “gozan” los indios.
Un bautizo cuesta $1.00, lo que representa cuatro días de trabajo. $2.00 es la cuota
usual que el indio paga por el privilegio de abrigar por una noche la imagen del
Santo en su casa durante las Comisiones: esto representa ocho días de trabajo.
Una misa cuesta de dos y medio a cinco pesos, lo que equivale de diez a veinte
jornales. Un viaje del cura a un resguardo para celebrar la misa, cuenta hasta
$150.00, que son suscritos por los “fiesteros”. Todo paga su tarifa: el nacimiento,
el matrimonio, la muerte, la fe, las fiestas y los duelos. El indio trabaja semanas y
semanas y hasta meses enteros para pagar estos óbolos. Sin exageración se puede
decir, que el setenta por ciento de su producción va como tributo al cabildo y
a la Iglesia. Esto sin tomar en cuenta los impuestos indirectos que paga el indio
al Estado en el precio del aguardiente, del tabaco, de los fósforos, de la chicha,
etc. Así como el indio, es el más pobre de los colombianos, es el ciudadano más
gravado por impuestos. Estos lo dejan apenas al margen de la sobrevivencia y le
quitan la posibilidad de progresar tanto racial como socialmente.
Otro grave problema dentro de un resguardo lo producen sus relaciones con el
Estado. El indio no favorece en nada el Estado: no sólo no paga impuestos, papel
sellado, etc., sino que utiliza los días de trabajo de la “obligación” enteramente a
favor de la Iglesia. Con ellos se construye y se blanquea la casa cural, se repara
el templo, se atiende al molino, se siembra el trigo y se lo cosecha, se limpian
los potreros y se cuidan los animales de limosna. Los indios no ayudan en el
sostenimiento de los caminos, ni de los edificios públicos, ni ofrecen sus servicios
En esta virtud mando a usted que tanto del año pasado como del presente pague usted la
cosecha de todo lo que pertenezca a la Iglesia y me dé cuenta inmediatamente para los
fines que me convienen. Yo estaré allá muy pronto […].
En los archivos parroquiales se encuentran por centenares recibos como este:
Nosotros, Canuto Rivera y Juan Antonio Guamanga, síndico de esta Viceparroquia y
gobernador de esta Parcialidad, aclaramos que tenemos recibido un becerrito de color
negro sardo y señal de sangre en la oreja derecha, palmo, y en la izquierda razgo y con
esta marca (B) al señor Fidel Cruz. Este semoviente lo hace pago por las obligaciones que
le corresponden y desde esta fecha 25 de mayo 1907, aclarando que es por el término de
3 años 6 meses; así es que por tal razón no tienen ninguna autoridad eclesiástica a exigirle
en los trabajos de la Santa Iglesia. Para que conste firmamos el presente recibo […].
322
Juan Friede
gratuitos para ningún oficio público. Sólo las escuelas –míseras chozas estrechas
e inadecuadas– son construidas con el trabajo de la obligación. Del libro de los
inventarios, llevado en el resguardo de San Juan, transcribo el encabezamiento
del inventario para el año 1892, que puede servir de ejemplo de los demás años:
Inventario que formamos los empleados que componemos el pequeño
cabildo de indígenas de esta parcialidad de San Juan de lo poco, en
nuestra poca inteligencia y con ayuda de la Virgen Santísima de los
Remedios, patrona de esta viceparroquia: Hemos hecho hacer algunos
trabajos favorables a esta Santa Madre Iglesia en el presente año de
1892; y las cosas que quedaron para que los continúe el entrante
cabildo de 1898, en cumplimiento de sus deberes en favor de nuestra
Santa Madre Iglesia de esta parcialidad, y es como sigue […] [aquí se
enumeran trabajos efectuados en reparaciones del altar, de las paredes,
del campanario, los gastos hechos en la siembra y cosecha de trigo, de
la administración del molino, etc.].
Estando el interés del indio dirigido totalmente hacia la Iglesia, existe una
comprensible indiferencia hacia el Estado: la celebración de fiestas nacionales es
desconocida en un resguardo; la participación en las elecciones es poco activa y el
indio se entrega despreocupadamente al gamonal político o al cura de su pueblo:
no se conoce un verdadero interés y preocupación por la vida de su Patria. Por otra
parte, las prestaciones del Gobierno a este sector de la población son sumamente
reducidas. Sólo pocos maestros de escuela son pagados por el Gobierno. Los
demás son nombrados por los Concejos Municipales, adversarios decididos del
indio. El sueldo de estos maestros fluctúa entre $7.00 y $10.00 mensualmente
(año de 1943) y sirve apenas para equilibrar en algo los presupuestos de quien,
por influencias políticas o personales, consigue el nombramiento sin que su
preparación para una obra educativa se tome muchas veces en cuenta. La escasez
de las escuelas en los resguardos es en sí aterradora Caqueona con casi 3.000
indios sólo tiene dos escuelas; San Sebastián, sólo una; lo mismo Pancitará, San
Juan, etc. La falta de servicios médicos es absoluta. Los resguardos del Macizo
Colombiano no conocen prestaciones sanitarias establecidas para otros lugares
del país, y hubieran desaparecido desde hace tiempo, si el clima frío y sano no
favoreciera a su población. Faltan por cierto datos estadísticos sobre la mortalidad.
Pero jamás olvidaré la mañana del 6 de noviembre de 1943 –era un sábado, día
de mercado en Almaguer– en que los indios llegaban a la vieja y oscura Notaría,
para hacer registrar las defunciones de sus familiares. Llegaban hombres y mujeres
de todas las edades, unos como declarantes, otros como testigos. Hacían falta tres
testimonios para cada declaración, pues así lo exigían las disposiciones legales
en casos en que el declarante no sabía firmar: esto sucedía siempre y lo mismo
acontecía con los testigos. El viejo notario, con voz seca y monótona, preguntaba
por la edad, el sexo y la causa de la muerte. Se anunciaban defunciones producidas
323
Problemas de actualidad
según las declaraciones, por “cólicos”, “vientos”, “mal de ojo”, sin asistencia médica
de ninguna clase. Maridos había que declaraban la muerte de sus jóvenes esposas
de “gripa”, “fiebre”, “mal de barriga”, “dolores en las costillas”, “mal de cabeza”.
En la mayoría de los casos se pedía el registro de la muerte de “angelitos”, –
como llaman a niños de corta edad, cuando mueren antes de recibir su primera
comunión. Algunas veces de dos a la vez, pues morían con intervalo de pocas
horas. Apunté 23 casos de muerte sin que en ninguno se hubiera podido precisar
el verdadero motivo, la verdadera enfermedad que había causado la defunción.
Otro de los graves problemas que se presentan en el resguardo es su organización
interna; el Gobierno republicano siguió el casuismo de las autoridades españolas: una
vez expedidas las leyes sobre los resguardos, intervino sólo en casos excepcionales
para resolver los problemas que se presentaban. Abandonó el resguardo a su
suerte y a la merced de las autoridades judiciales. Ya describí cómo las condiciones
económicas, es decir la falta de tierras suficientes, rompieron la unión de la población
indígena hacia su cabildo y cómo este utiliza su posición social para favorecer a
ciertas familias con detrimento de los intereses de los demás. Muy sospechosa me
ha parecido la queja del Gobierno del Cabildo de San Sebastián, de que el periodo
para el cual fue elegido –un año– era muy corto, pues “apenas comienza uno a
trabajar se pasa el año…”. En algunos resguardos, como en Caqueona, Pancitará
y Guachicono, la injusta distribución de parcelas produjo un numeroso grupo de
desposeídos que esperan la partición oficial para reivindicar sus derechos. A ella se
oponen otros grupos que, mediante influencias, intrigas y puestos en los cabildos,
consiguieron dos o más adjudicaciones. En otros resguardos, como en San Juan, los
comuneros ricos y poseedores de tierras situadas fuera del resguardo, quieren la
partición para poder ensanchar sus propiedades a costa de los demás comuneros;
los otros, dueños de míseras parcelas, se oponen a ella por temor a los crecidos
gastos de la partición y por la duda en la justicia y probidad de los repartidores. Las
condiciones económicas que rigen en cada uno de los resguardos, determinan la
actitud de su población frente al reparto de las tierras.
Estos son los principales problemas que afrontan los indios del resguardo y que
se suman a los problemas generales del campesinado colombiano, que no son
tema del presente estudio.
Algunas sugestiones para la solución del problema
indígena de Colombia
Los resguardos indígenas del Macizo Colombiano han llegado al punto crucial
de su historia. Las condiciones son tales que ya no es posible abandonar a los
resguardos a su propia suerte. Tal acción equivaldría a permitir que desaparezca
definitivamente la raza india, sin dar nada a la nación de su glorioso pasado;
324
Juan Friede
que vastos terrenos de la República, que abastecen ahora con alimentos a una
crecida población, se tornen en potreros descuidados para un ganado raquítico;
que se despueblen los campos y los poblados de un resguardo después de
su repartición; que siga, bajo la indiferencia del Gobierno, la explotación del
indio por el cabildo; que continúen las injustas adjudicaciones y que blancos
arrebaten tierras y cosechas a precios irrisorios. Ninguna nación que cuide de
su población puede permitir que una parte de esta viva en condiciones de
la raza india, trabajando cuatro días de la semana para el cabildo e Iglesia y
sólo dos días para su manutención. ¿Podrá esperarse un pueblo biológicamente
fuerte cuando los productos de estos dos días de trabajo tienen que cubrir las
necesidades alimenticias de toda la semana? La resolución definitiva de estos
problemas es un deber del Estado.
Con base en el orden social existente, el grave problema de la escasez de tierras
en los resguardos indígenas podría solucionarse de varias maneras: 1º. cambio del
método extensivo de la labranza de la tierra, método que prevalece ahora en la
economía de los resguardos, por uno intensivo; 2º. adjudicación de las adyacentes
tierras baldías a los resguardos; 3º. transplantamientos planeados, parciales o
totales de los resguardos, a los baldíos de la República.
El cambio de método de producción sólo se puede hacer mediante la transformación
de un resguardo en una cooperativa de producción y consumo. El resguardo
indígena es por su carácter más que cualquiera otra comunidad propicia para esta
transformación. Existe el factor económico para ello: la mediocre calidad de la
tierra, las dificultades que se presentan en el expendio de sus productos agrícolas
y en su abastecimiento con los artículos de primera necesidad, y la agricultura
como medio principal de subsistencia. El momento psicológico también favorece
la formación de la cooperativa: el indio, por tradición, está acostumbrado a
ayudarse mutuamente, a formar “mingas”, a encargar a los vecinos la venta de
sus productos, etc. Además, le falta una ambición personal ilimitada que pudiera
poner en peligro los intereses de la comunidad. El factor racial ayuda también
para el mismo fin: la pertenencia a la misma raza y la conciencia de ser perseguido
por los blancos, produce un sentido de unidad y de apego a la colectividad. Existe
por fin la tradición histórica: ser regidos por un cabildo, elegido mediante voto
popular, y delegar en él sus derechos. Una inversión de un banco hipotecario o
agrícola, para dotar a una cooperativa indígena de maquinaria agrícola moderna,
de semillas y reproductores, encontraría en el patrimonio del resguardo una
magnífica seguridad, por cuanto las tierras ya están deslindadas, no pueden ser
enajenadas y se trabajan con más esmero que las de los demás campesinos.
La transformación de los resguardos en cooperativas podría solucionar para los
próximos decenios el problema de la escasez de tierra, pues no hay duda de que
la forma intensiva de explotación daría subsistencia a un número mucho mayor
de comuneros de lo que es capaz el resguardo actualmente.
325
Problemas de actualidad
La adjudicación de terrenos baldíos a un resguardo también podría solucionar
en parte este problema. Algunos resguardos colindan con baldíos de la nación,
como por ejemplo, San Juan; otros llegan a las altas cordilleras, que aunque
no propiamente baldíos son poco ocupadas en la actualidad y servirán como
criadero para los ganados del resguardo. Donde no existe esta colindancia, un
buen camino de penetración daría los mismos resultados. Todos los resguardos
del Macizo Colombiano están situados en la ladera occidental de la cordillera
y un buen camino que atravesara la cordillera, daría acceso a un inmenso
territorio, de prodigiosa riqueza natural, en parte con magnífico clima, con buenas
comunicaciones fluviales: inmensas selvas y llanos que podrían ser poblados
por el exceso de la población indígena de la montaña. Algo parecido está ya
sucediendo en el pequeño resguardo de San Juan. En el sitio de Descanse, en
territorio del Caquetá, se formó una colonia de varias familias indígenas que sirve
como válvula de escape al excedente de la población. Sólo la falta de un buen
camino, dificulta el desarrollo de esta nueva fundación.
Otra manera de resolver el problema, sería la aplicación de la vieja política
española de transplantamiento de los pueblos, siempre que se proceda en forma
justa, de acuerdo con los deseos de los indios y sin violencia. Los terrenos de
los resguardos, por su relativa proximidad a importantes vías de comunicación,
subieron últimamente en su valor comercial. Vendiendo o parcelando las tierras
de un resguardo excesivamente poblado, se obtendría una apreciable cantidad de
dinero que serviría para instalar a la población indígena en un territorio baldío de
la República. Mediante ayuda de un banco se podría conceder al indio comunero
el derecho de preferencia en la venta de las parcelas de su resguardo, lo que
llevaría sólo a un parcial transplantamiento del pueblo al territorio demarcado por
el Gobierno. Estos transplantamientos, sean totales, sean parciales, colonizarían
extensos territorios mucho más rápido de lo que son capaces los costosos ensayos
del Gobierno de conseguir para estos terrenos una inmigración agrícola extranjera.
El proyecto de los transplantamientos de los pueblos no es una utopía, por cuanto
se practicó profusamente en los tiempos de la Colonia y se practica todavía entre
varios pueblos modernos con una sana y científica política demográfica. Buena
voluntad hacia el indio, leyes que garanticen la inviolabilidad de sus posesiones
y alguna ayuda para la apertura de caminos, es lo que hace falta para resolver
satisfactoriamente este problema.
Otro problema, el de las relaciones entre la población indígena y el Estado,
debe también encontrar solución adecuada. Las escuelas podrían ser lugares por
donde se infiltrara la influencia del Estado y el sentido de Patria colombiana. Allí
se podría formar un ciudadano indígena colombiano; allí podría ser el maestro
de escuela el mejor amigo de los indios; podría aconsejarlos en sus problemas,
necesidades y dificultades.
326
Juan Friede
Las unidades sanitarias son de las perentorias necesidades de los resguardos
indígenas. Hoy por hoy, el extenso territorio comprendido entre Popayán, San
Agustín, la cordillera Oriental, Bolívar y La Unión, no cuenta con una sola unidad
sanitaria. Sólo por medio de estas unidades se puede emprender una lucha eficaz
contra la superstición y un sinnúmero de yerbateros, a cuya merced está entregado
el indio por falta de médicos, boticas y drogas. La creación de unidades sanitarias
despertaría una vez más en el indio la confianza y el apego al Estado, tales como
los tenía anteriormente a la Corona Española.
Muy serio es el problema de las relaciones del indio con la Iglesia. No hay duda
que ella le proporciona un apoyo moral tan necesario por el completo abandono
en que se encuentra la población indígena. Le ofrece un sitio decente de reuniones
como es el templo o capilla; fiestas que, a pesar de ser religiosas, son esencialmente
sociales. El apego del indio a la Iglesia, es comprensible; desterrar este apego es
imposible dadas las condiciones actuales de la vida en los resguardos. Pero parece
que la Iglesia Católica, que tantas veces en su historia supo amoldarse a condiciones
sociales diversas, se olvidó del indio, de su extrema pobreza y de su precaria situación
económica, pues de otro modo no se concibe cómo permite la construcción en un
resguardo indígena de un frontis por valor de $12.000, cuando el remate de diezmos
produce $167, lo que hace suponer el valor total de la producción agrícola menor
de $2.000 anualmente; ni cómo permite tantas comisiones de la Virgen; tantas fiestas
patronales; tantas y tan altas tarifas por servicios religiosos.
La excesiva religiosidad del pueblo, siempre ha preocupado a los estadistas
colombianos. De ella dice Antonio Manso en su información del 30 de julio de
1729 como presidente de la Real Audiencia de Santa Fe:
He reservado para la conclusión de este informe otra de las causas
universales de la pobreza del Reino y sus habitantes, tan dificultosa de
remover que sólo al poderoso brazo de Su Majestad puede ser reservado
su remedio. Es así, Señor, que la piedad de los fieles de estas partes
es excesiva. Ha enriquecido a los monasterios y religiosos con varias
limosnas, obras pías, que fundan en sus iglesias, capellanías para que les
sirvan los religiosos […].
Y en 1831 observaba José Ignacio de Márquez, al referirse a los días de trabajo
que pierde el pueblo por la excesiva cantidad de fiestas religiosas:
Es indecible lo que deja de producirse por cada individuo de la sociedad
en aquellos días los cuales se multiplicaron demasiado, como si Dios y
los Santos se honrasen y complaciesen con la ociosidad. Debiera tratarse,
pues, de acuerdo con la Santa Sede de que disminuyesen quedando
reducidos a los domingos y muy pocas fiestas principales.
327
Problemas de actualidad
Lo que entonces era verdad para todo el pueblo, es hoy día ante todo verídico
para los indios.
No dudo que un estudio minucioso de las relaciones del indio con la Iglesia,
produciría una reforma del sistema que, aunque voluntario, representa un tributo
y muy gravoso para la población indígena de Colombia.
Los abusos que cometen algunas veces los cabildos se deben a una completa
falla de control por parte del Gobierno. Basta decir que nunca fue nombrado
un visitador oficial que observe el manejo de los resguardos. Ni en el seno del
cabildo existe un fiscal que controle las entradas en dinero, con que algunas veces
pagan los indios su trabajo obligatorio. Ni existe todavía (1943) una oficina de
asuntos indígenas, que considere problemas como el de las tierras del resguardo
y que lo delegue, por consiguiente, a una oficina general de tierras del Ministerio
de Economía. La cesación de los abusos cometidos por los cabildos no presentaría
dificultades al existir un verdadero interés del Estado por el buen gobierno de los
resguardos.
La cuestión de la conveniencia del reparto de las tierras del resguardo entre
los comuneros, es discutible. Estoy convencido que la partición, lejos de ser un
beneficio para el Estado, produce un grave perjuicio para los indios. De todos
modos, si se deja aparte el natural interés que tienen los terratenientes en la
repartición de los resguardos, interés que no debe confundirse con el nacional por
tratarse de un grupo limitado de ciudadanos, la repartición sólo podría exigirse
por motivos que en la Nueva Granada condujeron a la expedición de las leyes de
1832 y 1834. Dice L. E. Nieto Arteta:
El mayor desarrollo de las nacientes manufacturas neogranadinas exigía
la desaparición de la economía agrícola, la cual estaba expresada y
representada por los resguardos de indígenas. Era necesario ampliar el
mercado de trabajo y para ello debían suprimirse los resguardos a fin de
que los indios, vendiendo libremente sus parcelas, se trasladaran a las
ciudades en las cuales se transformarían en aprendices y obreros de los
talleres y de las manufacturas.
Dice además: “Por tanto, para la economía manufacturera de la Nueva Granada
la supresión de los resguardos representaba la formación de un amplio mercado
libre de trabajo y la elevación de la demanda interna de productos”.
No hay duda, que si el país hubiera sido industrializado como lo suponían los
estadistas de la Nueva Granada, los resguardos hubieran desaparecido ya hace
tiempos. Pero no fue así. Donde hubo partición, ella no transformó al indio en
un obrero manufacturero, sino en un terrazguero más infeliz de lo que era como
328
Juan Friede
comunero y con una menor capacidad de consumo que lo era aquel. Ya Dn. Miguel
Samper escribía en el siglo pasado sobre el fracaso de la reforma agraria de 1850:
Los pobres indígenas fueron inducidos a vender sus pequeños lotes de
tierra en los cuales tenían choza propia, gozaban de cierta independencia
y encontraban una base segura para subsistir. En pocos años toda
esa propiedad quedó concentrada en pocas manos, el indio pasó a
ser arrendatario, la tierra fue destinada a cría o cebas de ganado y el
consumo de víveres perdió gran parte de las fuentes que lo alimentaban.
Muy actuales parecen esas observaciones: esto mismo sucedió a raíz de la
repartición del resguardo de Santiago en 1927. También Dn. Salvador Camacho
Roldán observó unos años más tarde:
Autorizados para enajenar su resguardo en 1858, inmediatamente lo
vendieron a vil precio a los gamonales de sus pueblos. Los indígenas se
convirtieron en peones de jornal con un salario de cinco a diez centavos
por día, escasearon y encarecieron los víveres, las tierras de labor fueron
convertidas en dehesas de ganado y los restos de la raza poseedora
siglos atrás de estas regiones se dispersaron en busca de mejor salario
a las tierras calientes donde tampoco han mejorado su triste condición.
Al menos, sin embargo, han contribuido a la fundación de las haciendas
notables que pueden observarse en todo el descenso de la cordillera
hacia el sur y hacia el suroeste, hasta Ambalema […].
Camacho Roldán ha visto el problema del reparto de los resguardos en su justo
ángulo “Al menos han contribuido a la fundación de las haciendas notables
[…]”; es el único motivo por el cual se puede justificar un repartimiento. Otros
motivos no pueden haber: Colombia es todavía un país esencialmente agrícola;
no se siente la escasez de obreros manufactureros ni la apenas creciente industria
podría absorber los miles de indios si verdaderamente estos se ofrecieran en
un momento dado en el mercado libre de mano de obra. Generaciones se
necesitarían, además, para convertir los indios, que por tradición y lazos
económicos son trabajadores agrícolas, en obreros industriales. Por otra parte,
¿vale la pena sacrificar un resguardo indígena para fundar en sus tierras haciendas
de particulares? ¿Sería tal transformación de interés para la Nación? La contestación
sólo puede ser negativa. El resguardo es económicamente más eficaz, por cuanto
produce mayor cantidad de productos agrícolas que un grupo de campesinos
libres en las mismas condiciones, y crea muchísimos más valores de utilidad
social que un latifundista o hacendado sobre la misma extensión de terreno.
Los resguardos no estorban la vida económica de la República. Al contrario,
proporcionan mano de obra como peones en las haciendas vecinas y mediante
un abnegado cuido de animales producen una abundante cantidad de ganado
329
Problemas de actualidad
vacuno anualmente, que se cría con desperdicios·, lavazas y un escaso pasto de
los rastrojos, valores que se pierden en la economía de un hacendado y mucho
más en la de un latifundista. Los resguardos abastecen con trigo importantes
centros poblados. ¿Para qué pues repartir los resguardos? Si la Nueva Granada,
esperando la industrialización del país, expidió disposiciones sobre reparto de
las tierras del resguardo, la República puede y debe revocar estas disposiciones,
siendo el país hoy (1944) todavía esencialmente agrícola.
Por otra parte el procedimiento de reparto de los terrenos de los resguardos
se rige todavía por disposiciones legales que fueron expedidas hace más de
cien años en la Nueva Granada. Este procedimiento resulta ya muy inadecuado.
Conduce a pérdida de muchas mejoras, como lo son cercos, casas, chambas,
etc. Exige una laboriosa y costosa medición de cada parcela. El resguardo es
una unidad orgánica: destruirla, redunda en perjuicio para la economía de la
comunidad indígena. Si Colombia insiste en la repartición de los resguardos, es
necesario buscar procedimientos más adecuados. Sería, por ejemplo, más sencillo
y menos gravoso, en vez de medir y partir realmente el terreno en cientos de
parcelas, avaluar las parcelas ocupadas actualmente y fijar el valor promedio
del derecho de cada comunero. Pagando los dueños de las parcelas mayores a
los comuneros de las parcelas menores el excedente, se obtendría una relativa
equidad en el reparto. Con ello se evitaría una nueva parcelación del terreno del
resguardo en minúsculas porciones de tierra que de todos modos son incapaces
de sostener a una familia indígena. Se podría entonces sólo repartir los pocos
terrenos desocupados, si los hay, y sólo aquellas parcelas que por su extensión
son evidentemente perjudiciales para la comunidad.
De todos modos, una nueva orientación de la política indiana de la República
logra fomentar la investigación más adecuada de los problemas indígenas de
Colombia, que esperan angustiosamente una pronta y definitiva solución.
De Ríochiquito al CRIC (1948-1976)
El 9 de abril de 1948, el llamado “bogotazo” inauguró en Colombia un periodo de
violencia que puso en peligro la estabilidad de la República. Durante la anárquica
situación y las luchas partidistas que siguieron el luctuoso suceso, ni el Gobierno
nacional ni los grupos armados en conflicto, respetaron las propiedades de los
campesinos ni de la población indígena, ni las tierras die sus resguardos en el
departamento del Cauca. Aprovechando la masiva huida de la población rural
hacia el refugio de las ciudades, individuos inescrupulosos trataron de apoderarse
de las tierras abandonadas, mediante el empleo de la violencia o por compra
a precios irrisorios. Ni los gobiernos dictatoriales ni los posteriores del Frente
Nacional, preocupados por combatir las “repúblicas independientes” y los focos
330
Juan Friede
de guerrilleros que comprometían la paz social, se preocuparon por los problemas
originados en el campo. Hubo individuos con alguna ascendencia política, que
aprovechándose de la situación y bajo pretexto de proteger las tierras de los
resguardos, lograron de los indios amplios poderes, que fueron utilizados para
destruir los resguardos, adjudicando parcelas y vendiéndolas incluso a personas
no indígenas. Tal sucedió, por ejemplo, en 1953 en Caldono. Otros resguardos
fueron invadidos violentamente y los indios lanzados de sus tierras.
Pero con la violencia cambió el ambiente en el campo colombiano. Se formaron
grupos guerrilleros, apoyados a menudo por los indígenas y en muchos casos los
indios, faltos de madurez política, fueron aprovechados por los gamonales de los
partidos políticos para sus fines. Los resguardos de Toribio, Jambaló, San Francisco
y otros del norte del Cauca, a veces con asistencia de las propias autoridades de
la República, fueron víctimas de tales circunstancias.
Una situación parecida reinó en la vecina región de Tierradentro y en el sur
del departamento del Tolima. Ante la invasión de los “blancos”, se formaron
grupos de autodefensa constituidos por indios y por campesinos, como sucedió
en Chaparral, Ríoblanco, La Herrera, Araujo, Ricaurte, Ortega, Roncesvalles,
Ríochiquito y otros lugares. Con empleo de la fuerza se opusieron a la penetración
de grupos armados, enviados incluso por el Gobierno contra ellos, como contra
“comunistas”. No faltaban tampoco individuos inescrupulosos de la más baja capa
social, los llamados “pájaros” que se aprovecharon de tal situación. No pocas
veces los ataques contra grupos indios y de campesinos fueron favorecidos por las
dignidades eclesiásticas locales, que incitaban a estas campañas contra los “rojos”.
Varios años duró la resistencia de los indígenas y los campesinos, hasta cuando
en 1964, ya bajo el Gobierno del Frente Nacional, desapareció el último reducto
de la resistencia organizada, la “República Independiente de Ríochiquito”, después
de un intenso bombardeo por las fuerzas armadas nacionales.
Lograda la pacificación del país, los indios del Cauca trataron de recuperar sus
tierras. Ya desde 1930, cuando el Gobierno liberal de Enrique Olaya Herrera
sustituyó al conservador, se formaron en varias regiones del norte del Cauca
sindicatos agrarios llamados “Ligas Campesinas”, de inspiración liberal. Estas ligas
trataron de integrar a su movimiento a los indígenas; aunque fracasaron al querer
implantar entre estos la mentalidad sindicalista: presidente, comisiones, “carnets”,
aportes mensuales en dinero, etc.; todo esto tan ajeno a la mentalidad del indio
como hombre con hondo arraigo comunitario pero carente por entonces de la
noción de intereses comunes con otros grupos sociales menos favorecidos, y que
todos formaban parte de una clase social explotada. Ciertamente, desde la época
de la Conquista, la falta de unidad de acción fue la principal causa de su derrota
ante la invasión española.
331
Problemas de actualidad
Durante varios lustros, incluso bajo el Gobierno que ya fue del partido liberal,
prosiguió la persecución de los indios y de su líder Manuel Quintín Lame,
conductor del movimiento reivindicatorio de las tierras y de la cultura indígenas.
Al Gobierno nacional, o más bien al departamental, le pareció subversivo tal
movimiento. Con todo, la recia persecución cedió –aunque no cesó de una manera
completa– cuando los indios, desilusionados de cualquier colaboración con los
blancos, bien fueran comunistas o de otros partidos, se apartaron de la acción
política, encerrándose resignados en sus antiguas costumbres.
Durante el período de la postguerra cambió poco a poco esa mentalidad regionalista
y separatista de los indígenas del Cauca. También cambió en Colombia el
ambiente hostil hacia esa raza perseguida. Pueblos “subdesarrollados” en el África
y en Asia, al lograr la independencia de sus respectivos “amos”, destruyeron el
mito de una cultura superior. Revalidaron precisamente esas culturas “primitivas”,
“subdesarrolladas”, que por varios aspectos demostraron ser más equitativas y
más acordes con la justicia social que la “supercultura” de los países imperialistas.
Las luchas de aquellos pueblos a veces largas y sangrientas, han demostrado
a los indígenas que la solidaridad y una acción política coordinada, unidas al
feliz aprovechamiento de la constelación política del momento, son capaces de
quebrantar situaciones que parecían estables o indestructibles.
Por otra parte, lo que podríamos llamar “complejo de culpabilidad” de aquellos
países imperialistas, a más de su interés político de atraer a su campo esos
pueblos anteriormente subyugados, los indujo a adoptar una especie de
política paternalista, que a veces incluía el respeto a los valores culturales e
instituciones tradicionales de esos pueblos “subdesarrollados”. Tal tendencia
mundial penetró también en Colombia y produjo un aparente cambio de la
actitud del Gobierno y de amplios círculos sociales hacia las minorías raciales
del país; aunque hasta ahora tal tendencia no paso mucho más allá del
aprecio del folclor indígena que se ofrece al turista, y sin que se produjera
un verdadero cambio y un eficaz apoyo a las reivindicaciones económicas,
sociales y culturales del indígena.
Hubo también otro móvil que favorecía ese movimiento pseudo-indigenista
oficial. La inseguridad reinante en el campo durante la violencia ocasionó un
masivo desplazamiento de la población rural hacia las ciudades, que le ofrecían
mayores seguridades. Al principio, tal masiva inmigración del campesinado
pudo ser absorbida por la industria, por más que esta fuere artificiosa, lograda
mediante un apoyo estatal exagerado y a costa de toda la nación. Fue este
el “desarrollismo”, tan fustigado por los economistas como pernicioso en la
práctica. Pero el crecimiento de la presión del campo sobre las ciudades no
cesaba, comprometiendo con ello la paz social y originando un peligroso
crecimiento de la criminalidad, debida al aumento de la población urbana sin
332
Juan Friede
medios de subsistencia. Ciertamente, la industria “subdesarrollada” no ha sido
capaz, como no lo es todavía, de absorber e integrar esa ola inmigratoria del
campo y ofrecerle una ocupación y medios de subsistencia.
Así se inauguró la política del Gobierno para apoyar y dar tierra a la población
rural. Se creó el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA), fundado
en 1961 como organismo estatal, para expropiar tierras deficientemente
laboradas y asignarlas a los campesinos. Se trataba de aligerar la presión del
campo sobre las ciudades.
Esa política gubernamental involucró pronto a los indígenas que durante la
violencia habían perdido muchas de sus tierras, creando también un problema
social de alguna envergadura. Tal situación, a más de la aparente “revaluación”
social de la cultura indígena que hemos descrito, y el deseo del Gobierno de
disminuir la presión de las masas inconformes en el campo, produjeron un cambio
en la postura gubernamental. Los indígenas fueron involucrados en la reforma
agraria que perseguía el Gobierno mediante el INCORA.
Así se explica el hecho inusitado de que en 1967, después de casi un decenio
de vacilaciones, el Gobierno nacional legalizó (Ley 31) el convenio internacional
recomendado ya, en 1957 en Ginebra, por la Organización Internacional de
Trabajo, relativo a la “Protección e Integración de las Poblaciones Indígenas y
otras Poblaciones Tribuales de los Países Independientes”; convenio convertido
en ley de la República, la cual ofrece a la población indígena la más amplia y
sorprendente protección que, al aplicarse, pudiera haber dado al traste con una
política que desde el descubrimiento de América ha agobiado a la población
terrígena hasta nuestros días.
En este convenio internacional se lee: “La declaración de Filadelfia afirma que
todos los seres humanos tienen derecho a perseguir su bienestar material y su
desarrollo espiritual en condiciones de libertad y dignidad, en seguridad económica
e igualdad de oportunidades”.
Se declaró que “en diversos países independientes existen poblaciones indígenas
y otras poblaciones tribuales y semitribuales que no se han integrado todavía a
la colectividad nacional y cuya situación social, económica y cultural les impide
beneficiarse plenamente de los derechos y de las oportunidades de que disfrutan
los otros elementos de la población”. Se insistía en lo deseable que era “tanto
desde el punto de vista humanitario como por el propio interés de los países
interesados, perseguir el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo
de esas poblaciones, ejerciendo una acción simultánea sobre todos los factores
que les han impedido hasta el presente participar plenamente en el progreso de
la colectividad nacional”.
333
Problemas de actualidad
Se ordenó ofrecer a estas minorías sociales “derechos y oportunidades que la
legislación nacional otorga a los demás elementos de la población”. Se impuso al
Gobierno nacional la obligación de crear para la población indígena oportunidades
para su desarrollo “con exclusión de cualquier medida tendiente a la asimilación
artificial de esas poblaciones”. Se excluyó “el recurso a la fuerza y coerción como
medio de integración de dichas poblaciones a la colectividad nacional”. Se ordenó
“la adopción de medidas especiales para la protección de las instituciones, las
personas, los bienes y el trabajo de los aborígenes”. Se garantizó a los indígenas el
goce de los derechos generales ciudadanos sin discriminación. Se ordenó “tomar
en consideración los valores culturales y religiosos y las formas del control social
establecidas entre ellos”, respetar “el derecho consuetudinario de los indígenas y
su derecho de mantener sus propias costumbres e instituciones”. Se prohibieron
servicios personales obligatorios, el trabajo gratuito y se ordenó el respeto “de las
tierras tradicionalmente ocupadas por la colectividad”.
¡Y no sólo esto! La citada ley comprometió al Gobierno nacional a ofrecer a los
indígenas “las mismas oportunidades de formación profesional que a los demás
ciudadanos”, de proveer las escuelas con maestros preparados para la tarea,
mediante previos estudios antropológicos, y se dispuso que la enseñanza en las
escuelas se diera en la lengua indígena local, con el fin de “asegurar la transmisión
progresiva de la lengua nacional”.
Pero una cosa es la ley y otra su cumplimiento. La famosa práctica colonial “se
obedece pero no se cumple” tiene todavía plena aplicación cuando se trata de
disposiciones que favorecen los estamentos sociales menos favorecidos. La Ley 31
carecía de cualesquier medios impositivos eficaces para lograr su cumplimiento.
Fue apenas una especie de manifestación pública que también el Gobierno se
preocupaba por sus minorías raciales. Pero se desconoce cualquier medida eficaz
para cumplir, aunque fuera en parte, esta ley.
Ciertamente, en 1958, para iniciar la tarea de esa moderna “protecturía de indios”,
se estableció la “Sección de Asuntos Indígenas” dependiente del Ministerio de
Agricultura y Ganadería, que luego, en 1960, pasó al Ministerio de Gobierno con el
nombre de “División de Asuntos Indígenas”. Esta “División” tenía, según el texto de
la ley, varios objetivos: resolver los pleitos originados por la violenta ocupación de
tierras indígenas, o por su venta bajo coacción o su apropiación violenta, estudiar
los títulos de la propiedad territorial para amparar a los indígenas en la posesión de
sus tierras, proporcionarles ayuda técnica, fondos para la adquisición de maquinaria
agrícola, semillas, etc. Asumir, en una palabra, las funciones de la “protecturía de
indios” que ya había fracasado en la época colonial. Se ordenó incluso la fundación
oficial de un Instituto Indigenista de Colombia, que había sido ordenado en 1940
de acuerdo con la convención del Instituto Indigenista Interamericano reunido en
Pátzcuaro, México, y el cual murió sin pena ni gloria poco después.
334
Juan Friede
De acuerdo con esta ley se organizaron en Colombia “Comisiones de Asuntos
Indígenas Regionales” que muy pronto se convirtieron en unas de tantas
instituciones burocráticas, sin que conste un solo caso de su efectiva intervención
en la protección del indígena o que se produjera una recuperación de tierras
perdidas durante la violencia. Mucho menos se realizaron los amplios planes
culturales que pretendía aquella ley. También fracasó el INCORA, a cuyo cargo
estaba la distribución de latifundios entre campesinos e indios, respectivamente.
Su influencia en el problema de la recuperación de tierras perdidas en la época
de la violencia o después de ella, fue nula.
Luego en 1967 se firmó el Convenio de Ginebra que ya hemos citado, lo cual
en nada ha influido en la suerte del indio, ya que ninguna recomendación
o disposición de ese Convenio se ha cumplido, ni desde el punto de vista
económico ni del cultural. En 1971 se constituyó por decreto del Ministerio de
Gobierno un “Consejo Nacional de Política Indigenista” que, según fidedignos
informes, en los dos años siguientes se reunió tres o cuatro veces, sin iniciar
acción alguna. Luego, el 8 de mayo de 1973, una nueva disposición produjo un
cambio. Aquel “Consejo Nacional de Política Indigenista” adoptó el pomposo
nombre de “División Operativa de Asuntos Indigenistas de la Dirección General
de Integración y Desarrollo de la Comunidad”. Lo constituyen representantes
de varios organismos oficiales, algunos de los cuales sólo levemente se
conectan con problemas sociales, políticos y económicos de las comunidades
indígenas. Los resultados positivos de esta “División Operativa”, son hasta
ahora desconocidos.
Mientras tanto, con la previsora “malicia indígena”, tan celebrada como parte de su
idiosincrasia, en 1965 los indígenas del Cauca –lugar donde pese a la centenaria
persecución se salvaron medio centenar de los resguardos– formaron un Sindicato
de Agricultores del Oriente Caucano, reconocido oficialmente por el Gobierno
como afiliación a la Unión de Trabajadores de Colombia (U.T.C.).
Sin embargo, la desilusión de los indígenas por las actividades de todos estos
organismos oficiales, produjo una reacción. En 1971 se reunió en Toribio una
asamblea, más o menos espontánea, con el fin de tomar en sus manos la solución
de sus problemas. En aquella época los indígenas buscaban la colaboración del
INCORA y de otros institutos oficiales, incluyendo los funcionarios del Gobierno
de Popayán y de Corinto. Pero a la instigación de un indígena páez, después de
oír el recuento de sus luchas para conservar sus tierras, fue lanzada la idea de
una unión de las comunidades indígenas afectadas, sin entregar sus problemas
a la exclusiva intervención de órganos oficiales. Se trataba de combatir por los
intereses de los resguardos y unir en esta lucha a los indios que hasta entonces
vivían en su secular aislamiento. Así se creó el Consejo Regional Indígena del
335
Problemas de actualidad
Cauca (CRIC), como organismo representativo que abarca la totalidad de los
indígenas del departamento del Cauca.5
El sistema de recuperación de tierras que adoptaron los indígenas fue el de la
“acción directa”; pese a la hostilidad de los dueños de las haciendas, de masivos
encarcelamientos de los indígenas, matanzas y vejaciones. La antigua Ley 89 sobre los
resguardos, que legalmente seguía en vigencia aunque nunca efectiva, se esgrimió
por los indígenas en apoyo de sus derechos de ocupar las tierras que les habían
sido arrebatadas. En septiembre del mismo año, en la segunda asamblea del CRIC,
ya no sólo se hablaba de la recuperación de tierras, sino también de la conservación
de la cultura indígena: idioma; costumbres, escuelas, organización interna, etc.
Durante el año anterior se produjo en Tacueyó la invasión de tierras de la hacienda
El Credo por parte de los páez. El CRIC apoyó esta lucha y después de luctuosos
sucesos la tierra quedó en manos de los indígenas. Un año después se levantaron
los guambianos formando un “Comité” e invadiendo la hacienda de Chimán. Una
vez más, pese a la acérrima oposición y no pocas víctimas entre la población
indígena, el conflicto se resolvió en favor de los indígenas. La reconquista de
casi mil hectáreas de la hacienda San Antonio en Paniquitá fue otro botín de esa
acción directa. La constante lucha contra Arzobispo de Popayán para recuperar
las tierras de Coconuco después de exigir víctimas entre la población indígena
y vejaciones, fue exitosa y trajo la intervención del Papa Pablo VI en favor de
los indios. Se calcula actualmente en 20.000 hectáreas la extensión de las tierras
recuperadas por los indígenas. Todo esto mediante la acción, la persistencia y un
sentido de unión que apareció y se fortaleció entre los indígenas de la región.
El movimiento de emancipación abarcó muy pronto también a Tierradentro, pese
a la persecución de las autoridades y la oposición del arzobispo que en todo el
movimiento veía el ogro del “comunismo”. De esta región sólo la comunidad
de Inzá fue desde tiempo atrás invadida por los blancos, por estar situada en el
importante camino hacia Popayán por el páramo de Guanacas. En el resto de la
región los indios conservaron casi la totalidad de sus tierras, pese a la presión de
las autoridades civiles y eclesiásticas. Su lucha contra las arbitrariedades cometidas
por órganos oficiales, contra los intermediarios del comercio, contra la influencia
de los obispos y para dotar las escuelas con maestros indígenas, prosigue todavía.
El CRIC está impulsando la formación de maestros bilingües para las escuelas
públicas con el fin de oponerlos a los designados por los obispos. El desmonte
del pernicioso Concordato nutre la esperanza de poder muy pronto contar con
tales maestros indígenas.
5
Agradezco al colega Víctor Daniel Bonilla la información que me suministró sobre el CRIC,
así como las fotografías de sus concentraciones.
336
Juan Friede
Por lo demás, el éxito del CRIC en la reivindicación de los derechos de los indígenas,
incitó a otras comunidades como las del Putumayo, Sibundoy y de otras partes
del territorio, para emprender la lucha contra la penetración del blanco mediante
el comercio, el alquiler de las tierras, la compra de mejoras y la construcción de
chozas para establecerse definitivamente. Desde 1974, la recuperación de tierras
mediante invasión se ha generalizado tanto, que produjo una violenta reacción por
parte de los “blancos”. Asesinos a sueldo, violencia, amenazas a líderes indígenas,
todo esto es permanente. Pero el movimiento de recuperación bajo la egida del
CRIC es inquebrantable: se reúnen asambleas, comités consultivos y se crean otras
formas de defensa, incluso mediante publicaciones como “Unidad Indígena”. Se
imprimen cartillas que ayudan a organizar a los indígenas de varias parcialidades
y otras divulgan noticias sobre la lucha. Todo esto sin apoyo oficial y con fondos
reunidos por los propios indígenas.
Las relaciones del CRIC con la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
(ANUC), fundada por el Gobierno en 1967 durante la presidencia de Carlos Lleras
Restrepo con el fin de presionar los organismos oficiales y acelerar la expropiación
de los grandes latifundios, son variables. Falta a veces la mutua comprensión, lo
cual debilita a los grupos en su lucha reivindicatoria.
Por lo demás, el Gobierno no logró todavía erradicar completamente la desconfianza
que hacia él sienten los indígenas, pese a manifestaciones espectaculares como la
visita que el 12 de octubre de 1975, hizo el presidente Alfonso López Michelsen a
los indios del Vichada, para celebrar con ellos el “Día de la raza”. Por lo pronto, la
participación de los indígenas en la política nacional es muy limitada. Se observa
una marcada abstención en las elecciones nacionales tanto para la Cámara de
Representantes, como para el Senado y los Concejos Municipales.
El último censo, que fue el de 1972, dio para el departamento del Cauca, 65.000
indígenas repartidos en medio centenar de resguardos. Su totalidad se calcula en
120.000, incluyendo a los que trabajan en las haciendas circunvecinas, Tierradentro
y la región de Popayán.
En los últimos cinco años se reunieron cuatro congresos del CRIC y una docena de
asambleas en Caloto, Santander, Corinto y Toez. En todas las reuniones se observa
una cada vez mayor concurrencia de indígenas visitantes de otras regiones de
Colombia, para observar y aprovechar las experiencias del CRIC. Mientras los
congresos tratan temas de organización interna, las asambleas discuten asuntos
de urgencia del momento: el estado en que se encuentra la recuperación de las
tierras y el grave problema de los frecuentes asesinatos de los líderes indígenas. Se
pide al Gobierno nacional mayor protección y mejor comprensión de los derechos
a las tierras de sus antepasados, que reivindican los indígenas.
337
Problemas de actualidad
Referencias citadas
Castillo y Rada, Jose Maria del
1952 Memorias de haciendas 1823-1826-1827. Bogotá: Banco de La Republica.
Friede, Juan
1943 Los indios del Alto Magdalena, vida, luchas y exterminio. Bogotá:
Instituto Indigenista de Colombia.
Millán, Enrique
Génesis de la Emancipación Hispanoamericana. Revista de Indias, No. 56
338
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas
del occidente de Colombia1
LUIS DUQUE GÓMEZ
U
no de los problemas más graves que confronta el Instituto Indigenista
de Colombia es precisamente el desconocimiento absoluto y el criterio
que se tiene respecto del problema indígena del país. La mayoría de
las gentes conservan todavía una especie de visión prehistórica, remota, del
cuadro indígena de Colombia. Existe la creencia de que los núcleos indígenas
encontrados por los conquistadores españoles cuando pisaron por primera vez
este territorio desaparecieron por completo para ceder el campo al mestizo, y de
que si acaso existen pequeños grupos, habría que buscarlos en la pampa Guajira,
en la Orinoquia colombiana, en las selvas amazónicas. Por desgracia, ese falso
criterio ha contribuido en grado sumo para que en Colombia no haya surgido
hasta el presente una política indigenista, tal como existe en otros países, ni se le
haya dado a los problemas que se presentan en las parcialidades y en los grupos
indígenas la importancia que se merecen dentro de la política social que ha venido
desarrollando el Gobierno en los últimos años. No existe una política que tienda
a velar por el patrimonio material de los nativos, tan segregado y amenazado
diariamente por la debilidad de la legislación misma que los ampara. No se ha
hecho el menor esfuerzo por parte de las entidades oficiales para fortalecer su
economía, levantar su estándar de vida y elevar su nivel cultural. En fin, nada se
ha hecho para incorporar racionalmente a la vida civilizada a estos nacionales y
aprovechar los elementos tradicionales de su cultura como base para un nuevo
aspecto autóctono de la vida nacional.
Pero sucede que existen en Colombia no solo mestizos, sino también grupos
indígenas más o menos puros, en una densidad de población tan considerable
como para que cualquiera se sorprenda de cómo es que este problema no haya sido
apreciado en sus justas proporciones. Aún más, no hay necesidad de emprender
viajes aventurados para localizar estos núcleos; el corazón de la República,
1
Original tomado de: Luis Duque Gómez. 1945. Problemas sociales de algunas parcialidades
indígenas del occidente de Colombia. Boletín de Arqueología. 1 (1): 185-201.
339
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
nuestras sierras andinas, están en buena parte pobladas por estos enclaves
indígenas, considerados hasta el presente como minorías extranjeras, sin conexión
alguna con aquellas entidades de carácter económico o social encargadas de velar
por el mejoramiento del pueblo colombiano. Amparadas por la débil y desusada
legislación de 1890, las parcialidades indígenas han permanecido estacionarias
desde la época colonial hasta nuestros días. Sus problemas se multiplican día a
día y su situación se torna más penosa a medida que el país avanza y progresa,
pues aumenta el desequilibrio entre el medio y las necesidades que las rodean
y la legislación y organización internas que las rigen, por demás desusadas y
deficientes hoy en día, por todo lo cual no es aventurado pensar que el cuadro
que ofrecen estas agrupaciones de nativos en la actualidad es aún más desolado
que el que presentaban durante los escabrosos tiempos coloniales.
No hay duda de que existe en problema indígena de consideración en el país,
especialmente en el occidente colombiano. Pero esta realidad se empeñan en
desconocerla justamente quienes no han entrado en contacto con la población
indígena de los departamentos: en el SW de Bolívar se localiza un fuerte núcleo de
naturales, recluidos hoy en las cabeceras del río Sinú. Buena parte de la Intendencia
del Chocó y algunos sectores del occidente y sur de Antioquia están poblados
por una numerosa población indígena, que conserva casi todo el patrimonio de
su cultura primitiva, inclusive su idioma. Pocos son los que sospechan que en
el centro del departamento de Caldas puedan existir todavía los descendientes
directos de las tribus encontradas por Belalcázar, Ruy Vanegas, Robledo, Vadillo y
los demás conquistadores que hallaron por primera vez este territorio. Pirsas, irras,
guáticas, quinchías, ansermas, apías, viven todavía, agrupados en comunidades,
un poco aislados del resto de la población del departamento, entre los cuales
el papel que ha jugado el mestizaje es casi insignificante, según los datos de
antropología que pudimos recoger durante el tiempo de nuestras correrías en
este sector. Por el sur del departamento del Valle, en la vertiente occidental de la
cordillera Central, avanza una colonización de indios páez, que sigue el mismo
ritmo de la colonización antioqueña en esta zona; estos naturales son en su
mayoría emigrantes del departamento del Cauca y llegan en la actualidad hasta
los sitios denominados Chinche y Potrerillo, al norte de Palmira. Al norte, en el
mismo departamento, la colonización de indios chamí, pertenecientes al grupo
de los chocó, lingüísticamente karib, según los estudios de Rivet, llegan hasta las
márgenes del río La Vieja, en el municipio de Obando, y hacen parte de una marea
que se derrama por Mistrató o Arrayal, San Antonio de Chamí, Apía, Belalcázar,
Pueblo Rico y otras poblaciones del occidente de Caldas. Toda la población
oriental del departamento del Cauca y algunos sectores de la cordillera Occidental
están habitados por una densa población indígena, cuyos núcleos principales son,
entre otros, Silvia, Totoró, Polindara, Coconuco, Puracé. Se calcula que más de
cincuenta mil de estos indígenas hablan el dialecto primitivo y conservan gran
parte de sus antiguas tradiciones y costumbres. Los departamentos del Huila y
340
Luis Duque Gómez
Nariño confrontan este mismo problema: todo un rosario de resguardos indígenas
cercan la ciudad de Pasto. En el centro del Tolima, particularmente en las zonas
de Ortega y Coyaima, existe un fuerte núcleo de nativos, los cuales tienen, en la
actualidad, lo mismo que las anteriores comunidades, graves problemas en lo que
toca a la defensa de sus tierras.
El bosquejo anterior es suficiente para llamar la atención sobre la realidad de
un problema indígena en Colombia cuyos aspectos y soluciones corresponden
y tienen que ver con casi todos los departamentos de la República, incluyendo
Cundinamarca, Boyacá, Santander del Sur, Santander del Norte y Magdalena, en
donde existen también comunidades indígenas. Téngase presente que no hemos
mencionado los territorios nacionales, en donde mora una densa población de
naturales perdida en la selva en tal forma, que sólo es dable a misioneros y a
aventureros contemplar e intervenir en los innumerables problemas que confronta
su vida rudimentaria y primitiva.
Quiero ubicar ahora brevemente algunas de las comunidades indígenas de
Colombia, precisamente aquéllas en las cuales hemos recogido algunos datos de
importancia, con el fin de poder entrar a señalar en forma comparativa algunos de
los problemas de más urgente solución que contempla esta población.
Uno de los núcleos indígenas más fuertes del departamento de Caldas es el de
Riosucio, situado al norte y al occidente de su territorio, en la ribera izquierda del
Cauca. Allí viven organizados en comunidades más de quince mil nativos, algunos
de los cuales están completamente puros desde el punto de vista antropológico,
aunque su mentalidad y su economía se acercan ya más a las del colono de otros
grupos étnicos. Esta población está distribuida en la siguiente forma: parcialidad
de San Lorenzo, asentada en el corregimiento del mismo nombre. Cuenta con
cerca de 4500 nativos, tal vez lo menos mestizados de la región. Fueron traídos
de Sonsón (departamento de Antioquia) en el año 1627 y posesionados de estas
tierras en la misma época, por el oidor Lesmes de Espinosa y Sarabia, todo lo cual
consta en el archivo de la parcialidad. Por una resolución, emanada del Ministerio
de la Economía Nacional, ha sido declarada la inexistencia de este resguardo y
actualmente se están dando los últimos pasos para posesionar a los comuneros
definitivamente de sus parcelas, reduciéndolos a la situación jurídica de simples
colonos. Con esta medida, aplicada sin consultar técnicamente la mejor solución
de los problemas que surgen en el seno de las agrupaciones indígenas, se ha
cortado de raíz el extraordinario espíritu de grupo, de cooperación, la conciencia
colectiva de una de las más adelantadas de las comunidades de Caldas, colocando
a sus miembros en el ejercicio de un derecho para el cual no estaban preparados,
precisamente porque esta función no la llena la comunidad, tal como se concibe
hoy, y enfrentándolos, de la noche a la mañana, a un nuevo tipo de economía, a
base de la pequeña propiedad, que requiere cierta adaptación, tal como la tiene
341
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
el colono de otros grupos étnicos, y que, en manos de nuestros indios, sólo va a
la postre a robustecer el latifundio, en tanto que este queda sometido a la triste
condición de peón asalariado. Júzguese lo que hubiera podido ser el futuro de
estas gentes si, en lugar de resolver estas dificultades en términos tan simplistas,
se hubiera fortalecido la comunidad, corregido las deficiencias de su organización
interna, suministrando implementos agrícolas adecuados a sus miembros, créditos,
etc., y aprovechando este hábito tradicional de cooperativismo en la organización
de sus empresas agrícolas. No está por demás agregar que la parcelación de este
resguardo de San Lorenzo ha sido varias veces comentada por los funcionarios
del Departamento de Tierras del Ministerio de Economía, como una de las más
benéficas medidas que se empiezan a aplicar como iniciación del programa que
el Gobierno quiere desarrollar para aliviar la situación penosa de las agrupaciones
indígenas del país.
La parcialidad de La Montaña, integrada por los descendientes directos de los
antiguos pirsa. Cuenta con tres mil comuneros, repartidos en las veredas de
Cábarga y Los Chancos, en donde viven los más puros desde el punto de vista
antropológico, y en los corregimientos de El Salado y Pueblo Viejo.
La parcialidad de La Iberia, que mora en los flancos de algunas de las colinas que
circundan la Vega de Supía, cerca de las márgenes del río del mismo nombre. La
población indígena aquí es de 2500.
La comunidad de Bonafont, que no se rige por la Ley 89 de 1890, como las demás
comunidades, sino que surgió de manera espontánea de un grupo indígena de la
parcialidad de La Montaña, con lo cual se demuestra precisamente el espíritu de
aglutinación de estas gentes, desarrollado no sólo por tradición de sus formas de
vida primitivas, sino también por la práctica centenaria del estatuto legal que la
rige desde la época colonial. Esta comunidad cuenta con tres mil nativos, entre los
cuales se advierte un poco de mestizaje.
Saliendo de Ríosucio, tenemos otro baluarte de la raza indígena en este sector
del departamento de Caldas, como es el caso de la población de Quinchía. El
Municipio tiene catorce mil habitantes, de los cuales ocho mil aproximadamente
son indios, cinco mil de ellos empadronados en la parcialidad. Como en Bonafont,
existe aquí un mestizaje bastante avanzado, sin que esto quiera decir que no
predominen los caracteres de la raza indígena. Por falta de tiempo no nos fue
posible visitar otras importantes parcialidades del occidente del departamento,
tales como las de San Antonio de Chamí, Guática, Apía y otros en donde, según
todos los datos, hay una densa población indígena.
En el Cauca, la parcialidad de Guambía, ubicada al NE de la población de Silvia,
en terrenos de este municipio. El núcleo principal de estos indígenas y los terrenos
342
Luis Duque Gómez
de la comunidad están situados en la margen derecha del río Piendamó y en
parte de la cuenca del río Cacique. De un lado llega casi hasta las estribaciones
del páramo de Las Delicias y de otro, hasta las afueras del poblado de Silvia o
Guambía, como se decía antes. Los comuneros cuentan más de tres mil, todos
conservan la lengua primitiva y muchas de sus costumbres tradicionales.
A tres horas de camino de la población de Silvia, está el poblado de Totoró,
pequeño municipio en donde existen tres comunidades indígenas, Totoró,
Polindara y Paniquitá, de las cuales la primera cuenta con 2500 indios y la segunda
con seiscientos. Desconocemos el número de la tercera, que es la más pequeña.
En la población de Coconuco, situada también al oriente del departamento
del Cauca, está la parcialidad del mismo nombre. El municipio tiene siete mil
habitantes, de los cuales tres mil son indígenas, entre comuneros y terrazgueros.
La comunidad sólo tiene seiscientos empadronados, lo que se explica bien si se
tiene en cuenta la escasez de tierras.
Cerca de Coconuco y comunicada con esta población por un camino de herradura
y una línea carreteable, está el pueblo de Puracé, que con el anterior forma el
municipio de Coconuco-Puracé. Aquí está la parcialidad del mismo nombre, con
más terrenos y más miembros que la de Coconuco, por lo cual sus condiciones
de vida son menos penosas. Según el último censo, levantado por el cabildo de la
parcialidad en 1943, los empadronados suman 1230.
El problema principal que confrontan las comunidades a cuya ubicación nos
hemos referido, lo mismo que las del resto del país, es justamente el avance de la
colonización blanca sobre los terrenos que están bajo su dominio, y que da como
resultado la ocupación por fuerza de las parcelas de los naturales, las compras
de mejoras y derechos a precios verdaderamente irrisorios, los remates de lotes
de la parcialidad por deudas contraídas por los mismos cabildos indígenas y los
frecuentes pleitos que se apoyan, de una parte, en la ignorancia y debilidad de los
comuneros, y de otra, en el poco acatamiento de las autoridades regionales a las
disposiciones legales que los amparan. A esta situación se suman los pleitos entre
los miembros de la comunidad, precisamente por lo defectuoso del sistema de
repartición de las tierras; los comuneros se empeñan en largos y costosos litigios,
que agotan la rudimentaria economía del nativo y en los cuales juegan papel
principalísimo las sentencias del juez, la mala fe de los tinterillos –parásitos de
las comunidades–, las actuaciones del alcalde municipal y de los miembros delos
cabildos, todos los cuales tratan de sacar el mejor partido posible de tales disputas,
y el indio, que consume en tales litigios la mayor parte de sus economías, tal como
sucede en Silvia, en donde anualmente las tinterilladas y el papel sellado cuestan
a muchos parcelarios doscientos, trescientos y hasta quinientos pesos. En esta
forma, el indio, explotado y torturado en las épocas de la Conquista y Colonia, ha
343
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
venido a quedar en nuestros días abandonado a la rapiña de los colonos blancos,
negros y mestizos, que lo han ido despojando sistemática y paulatinamente de
su único patrimonio material que conserva por tradición, de su complemento
vital, de su media personalidad que es la tierra. De este modo, un gran sector de
los terrenos de la parcialidad de San Lorenzo fue usurpado por la colonización
blanca en esta zona, como sucedió con muchos de los terrenos situados en los
límites con el departamento de Antioquia: en la tierra que les queda a los parciales
están asentados en la actualidad veinte colonos, valiéndose de métodos violentos,
contraviniendo así las claras disposiciones de la Ley 89 de 1890. Hace algún tiempo
recibimos una carta del señor Celedonio Blandón, indígena de esta parcialidad,
ex gobernador de la misma, en la cual nos daba cuenta de la situación conflictiva
en que se encontraba a causa de los atropellos cometidos en la parcela de su
señora; en uno de sus apartes dice: “[...] estas son las manías de los tales interinos;
a muchos indígenas les han quitado lo que tienen, hasta por dos arrobas de café,
por dinero, por lo que les quieran dar”.
Más de la mitad de los terrenos de la parcialidad de La Montaña, que colinda
con la anterior, fueron enajenados por un supuesto buscador de títulos, que
engañó a los indígenas miserablemente, haciendo que estos le confirieran un
poder para vender algunos lotes a cambio de posesionarlos definitivamente de
sus tierras. El resultado final de esta farsa costó a la parcialidad la pérdida de ricas
regiones agrícolas y ganaderas, tales como el oro, al tiempo que fue desposeída
de riquezas naturales concedidas por la Corona española, tales como las fuentes
de cloruro de sodio de El Salado y las carboneras de Pueblo Viejo. En una de
las veredas de esta misma parcialidad, en Los Chancos, los indígenas sufragaron
en el año de 1930 la suma de $1300,00 como costas de juicio para librarse de
un remate que se pretendía hacer de estos terrenos, por deudas acreditadas por
el mismo buscador de títulos. En la parcialidad de Quinchía, más de las dos
terceras partes de los terrenos comunales están en manos de particulares, debido
en gran parte al descuido y culpabilidad de los cabildos indígenas, que se han
encargado de protocolizar la venta de derechos y mejoras efectuadas por los
naturales a precios bajos, en lo cual han sido secundados por las autoridades
oficiales, no obstante, la prohibición de la Ley 89. En Pueblo Rico, la comunidad
fue completamente expropiada de los terrenos, por remate de deudas, cambio de
parcelas por especies, compra de mejoras y derechos a los indígenas. Toda esta
masa de desposeídos se disgregó y dispersó por el departamento, desde el sur de
Antioquia hasta el norte del Valle; hoy se les encuentra como peones asalariados
en las haciendas, cuando no sujetos a la servidumbre en calidad de terrazgueros.
En la parcialidad de Guambía (Cauca), todo lo que constituye hoy la hacienda de
Chimán fueron terrenos arrebatados a los indígenas de esa parcialidad en pleito
que entablaron colonos blancos y que terminó con una sentencia a favor de los
comuneros, pero que, según el relato de uno de estos, manos criminales hicieron
344
Luis Duque Gómez
que la sentencia final se traspapelara, perdiendo así la comunidad los derechos
sobre la margen izquierda del río Piendamó. Hoy en día existen allí cerca de ochenta
familias de guambianos, sometidas a la servidumbre y obligadas a pagar un terraje
determinado a cambio de poder cultivar una parcela dentro de la hacienda.
En Totoró, la parcialidad de Paniquitá abarcaba en otro tiempo una grande
extensión de terreno; según la tradición, estaba gobernada antiguamente por un
cacique, quien, ante la actitud de franca desobediencia que asumieron la mayoría
de los asociados, enajenó parte de este territorio, quedando así reducida esta
comunidad a pequeños términos y sus miembros obligados a emigrar a otras
zonas de la región, tales como El Tambo y Chimborazo, en busca de tierras para
subsistir. En Coconuco, las tierras de la parcialidad abarcaban en otros tiempos
gran parte de los terrenos regados por el río Grande, es decir, todo el valle donde
está asentada la población. La colonización blanca fue estrechando el cerco de
los comuneros arrinconándolos a las lomas en donde se encuentran asentados
hoy. A diario se quejan de los atropellos cometidos por los blancos y mestizos,
quienes siguen invadiendo en forma arbitraria sus parcelas, aprovechándose
en muchos casos de la ingenuidad y debilidad de muchos de los cabildos,
y, como nos lo declararon los mismos indios, “[...]penetrando con sus títulos
falsos, no con el trabajo, hasta el páramo”, despojando así a los naturales de
sus últimos reductos y del pedazo de tierra con que cuentan para no morir
de hambre. Es por esto por lo que se ven en la necesidad de trabajar en las
haciendas de los blancos, en calidad de terrazgueros, no obstante disponer de
su lote dentro de la parcialidad, pues este no alcanza a producir lo necesario
para su subsistencia. Como caso concreto de estas injusticias tenemos el que nos
denunciaron los miembros del cabildo durante nuestra estada en esta población.
En días pasados, los miembros del Concejo Municipal, bajo el pretexto de la
necesidad que tenía el municipio de ensanchar sus tierras, se dieron a la tarea de
despojar y arrojar de sus parcelas a varios de los nativos obligándolos a firmar,
bajo multa, documentos en los cuales dichos comuneros hacían renuncia de
estas tierras a favor del municipio, propiedades estas que terminaron por pasar
a manos de los miembros de dicha corporación para su usufructo particular.
Esta información nos la suministró en persona el alcalde de la parcialidad, don
Evangelista Maca, una de las víctimas de este atropello.
Podríamos delatar aquí otros muchos casos de conspiración sistemática contra el
patrimonio de la población indígena del país, pero creemos que bastan los anteriores
para formarse una idea clara del abandono en que se encuentran estas gentes.
Como lógica consecuencia de los hechos enumerados anteriormente, buena
parte de la población indígena se ve en la necesidad de buscar los medios de
subsistencia fuera de los dominios de las parcialidades. Uno de estos medios
es, precisamente, la decisión de someterse a la servidumbre en las fincas o
345
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
haciendas de los blancos, pues no de otra manera puede denominarse la
situación del terrazguero, tal como son tratados en nuestros días por latifundistas
y grandes propietarios inescrupulosos, quienes se adelantan a ofrecer una
pequeña parcela a los nativos, asegurando así una mano de obra segura y
barata para los trabajos agrícolas y ganaderos. En cada caso, la situación de los
siervos varía según la índole del propietario, quien decide de las condiciones
penosas o muy penosas de sus sometidos.
Por fortuna, la sujeción del indio a la servidumbre, después de perdida su parcela,
no ha sido tan generalizada en Caldas, como en los departamentos del Cauca
y Nariño. Los naturales, quizás por tener un mejor concepto de lo que significa
la independencia y la libertad y por ser más relevante su personalidad, de lo
que han dado muestra desde los tiempos remotos de la Conquista, prefieren
abandonar el suelo de sus mayores, volver la espalda a sus antiguas propiedades
y emigrar a otras zonas, generalmente la región despoblada de la cordillera
Occidental, en donde vuelven a adquirir sus primitivos hábitos, regresan a
la caza y a la pesca y practican una agricultura que sólo es circunstancial y
temporal, como es el caso de los indios chamí.
Otra cosa sucede en las parcialidades del departamento del Cauca. Allí el valor de
las haciendas depende en gran parte de la densidad de población de terrazgueros
con que cuentan. Las obligaciones de esta población están sujetas a la mayor o
menor capacidad de explotación de los propietarios, todo lo cual se traduce en
la miseria y la desgracia de los nativos, miseria y desgracia que alcanzan hasta
ocasionar transformaciones en su psicología y aspecto físico. Para no ir muy
lejos, podemos tomar el caso de los guambianos asentados en ambas márgenes
del río Piendamó: de un lado están los dominios de la parcialidad, en donde
los comuneros conservan al menos su independencia personal y un bienestar
económico relativo. De otro, la hacienda de Chimán, con sus ochenta familias de
terrazgueros. Es de ver el extraordinario contraste que existe entre unos y otros:
físicamente, el terrazguero es un tipo mal dotado, desnutrido, enfermo; no son
raros los casos de degeneración y cretinismo; se comporta como un verdadero
siervo en presencia de un blanco, a quien considera como a un ser superior, como
a un amo. Por el contrario, el indio de la comunidad es más o menos desenvuelto,
bien conformado, de cierta personalidad, independiente. En pocas palabras siente
uno la sensación de estar frente a una persona, lo que no sucede con el terrazguero.
El comunero tiene amplitud económica relativa, que le permite los medios de
subsistencia; el terrazguero dedica buena parte de su trabajo para la hacienda
y lo asalta a cada momento el temor de que el patrón se decida a trasladarlo a
otro lote, pues no tiene títulos que le garanticen el permanente usufructo de su
parcela. De este modo, no cultiva sino lo estrictamente necesario para alimentar
a sus hijos, sin que tenga el afán de explotar la tierra con fines comerciales. El
comunero no mastica la coca, ni bebe chicha fermentada; sólo ingiere aguardiente
346
Luis Duque Gómez
y ron en los días de mercado y en las fiestas de la comunidad. El terrazguero
cuenta con la chicha como base indispensable para su alimentación y necesita de
la coca como alimento primordial para dominar la fatiga que ocasiona la faena
diaria a un organismo desnutrido y falto de reservas.
Conversando con el administrador del molino de la hacienda de Chimán, nos
dijo lo siguiente: “Los terrazgueros pagan aquí cuatro días para cumplir con las
obligaciones de la hacienda; uno de estos días lo trabajan en los molinos, a cambio
de una ración de sal, panela y harina, a más de un jornal que puede ser de $0,25
o $0,30”. Otra cosa nos dijeron los peones, por supuesto que en reserva: “Entran
a la empresa a la siete de la mañana y salen a las cuatro de la tarde; reciben en
el día un pan y un cuarto de panela, sin que se les reconozca jornal alguno”. Las
únicas prestaciones sociales que da la hacienda consisten en una escuela para la
educación de los terrazgueros.
Los desahucios de los terrazgueros son también muy frecuentes. Durante el tiempo de
nuestras observaciones en Silvia se adelantaba el de la hacienda “Las Mercedes”, que
colinda con la de Chimán. En la mayoría de los casos no se reconocen mejoras, no se
avisa con tiempo a los indios para que se prevengan para afrontar su nueva situación
de miseria. Informada la Oficina Seccional del Trabajo de lo que estaba sucediendo,
tomó cartas en el asunto, obligando al propietario a pagar las mejoras de los naturales,
en caso de ordenar la desocupación del terreno, y a avisar con anticipación. Pero estas
reformas sociales tienen poco eco y aplicación en los centros indígenas, debido a la
ignorancia absoluta que tienen estas gentes de tales disposiciones. Muchos de estos
no reclaman o temen, y con razón, poner este negocio en manos de tinterillos, en lo
que consume sus economías. De este modo el patrón viola a diario estas reformas
sociales, situación esta que se empeora a medida que se aleja de los centros poblados,
en donde los naturales están todavía más desamparados e indefensos.
En la hacienda de Ambaló, en donde están asentadas catorce familias de terrazgueros,
el terraje es de cinco días al mes. Existe también la obligación de prestar un servicio
adicional en la casa; son los que denominan semaneros: por turno riguroso, cada
indio está en la obligación de trabajar toda la semana en el cuido de las vacas,
provisión de leña, suministro de agua, encierro de los terneros, etc., sin que por
esta tarea se le reconozca jornal alguno, ni siquiera alimentación. Como en las otras
fincas, el usufructo de las parcelas está sujeto a la voluntad del propietario. Así, por
ejemplo, en 1943, tenían la orden de abandonar las parcelas que hacía dos años
no más se habían abierto, con el fin de convertir estos terrenos en potreros; debían
trasladarse a otra zona de rastrojo y asentarse allí. En tal forma se han abierto los
potreros de muchos latifundios del Cauca, empleando este sistema de rotación de
la vivienda de los naturales, los cuales practican así una especie de nomadismo
dentro de las mismas fincas, por lo cual sus establecimientos son sólo temporales y
dan siempre la impresión de estar de paso. Las enfermedades de los indios no los
347
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
exoneran de las obligaciones para con la finca; se van acumulando, hasta el punto
de que no son pocos los casos en que el trabajo de estos se ve comprometido hasta
por varios meses; en ocasiones, los naturales, ante la imposibilidad de vivir en estas
condiciones, abandonan la servidumbre y se trasladan a otras regiones, sin que se
descarte la persecución de los propietarios. En 1943 se retiraron de Ambaló varias
familias por esta causa. En la hacienda de Agoyanes, que colinda con la anterior, hay
cuarenta familias de terrazgueros, en condiciones idénticas. En Cerrogordo, cercana
a las ya mencionadas, las obligaciones suben a seis días, según los informes de la
maestra de escuela. Las reses de los naturales sólo pueden pastar en el rastrojo, en
manera alguna en los potreros.
Tanto los terrazgueros de Chimán como los de las otras fincas a que nos hemos
referido, tienen una organización política similar a la de los indios de las
parcialidades, aunque con algunas diferencias: en el nombramiento del cabildo
influye de manera decisiva el visto bueno del propietario del terreno en donde
se encuentran asentados. Los cabildantes son reconocidos por el alcalde de Silvia
y elegidos para un período de un año. Existe además la institución del capitán
general, impuesta por el hacendado; este elige e inviste con tal carácter a uno de
los terrazgueros, para que se ponga al frente de cada cuadrilla y se encargue de
notificar a los miembros de la misma los días en que debe pagarse el terraje, de
dirigir el trabajo y de ponerse a las órdenes del mayordomo o administrador de la
hacienda, con el fin de convenir con este las labores que deben llevarse a cabo.
Lo más grave es que en estas mismas haciendas, a los niños que tienen doce a
catorce años, se les señala también un lote pequeño, sin que su temprana edad
les exima del cumplimiento de la obligación del terraje. De este modo, nos decía
la maestra de Cerrogordo, los escolares se ausentan semanas enteras de la escuela,
en la época en que van con sus padres al cumplimiento de tales obligaciones.
Según las informaciones del señor juez municipal de Totoró, el terraje en este
municipio es de ocho días al mes, es decir, mayores obligaciones que las que son
impuestas a los terrazgueros de Silvia. En Puracé, las condiciones del terrazguero
son en extremo difíciles, especialmente en algunas fincas, en las cuales la
explotación de los nativos raya en los límites de lo inaudito; tal es el caso de
la hacienda de San Isidro, situada a alguna distancia del poblado. Los indios
pagan aquí un terraje de cinco días al mes y un día por cada res que pasta en los
rastrojos, o $0,50 en dinero. Los que tienen algún ganado trabajan hasta quince o
veinte días para el patrón, en tanto que tienen que aprovechar las noches de luna
para el cultivo de sus parcelas. Existe allí el trabajo asalariado, con un jornal de
$0,25 no libres, que se pagan al fin de la semana con maíz cosechado en la misma
finca, cuyos precios son impuestos por el propietario.2
2
Estas informaciones me las suministró el cura de la población.
348
Luis Duque Gómez
Los efectos de la expedición de la Ley de Tierras de la administración López, en
lugar de beneficiar y aliviar la situación de estas gentes, fueron, por el contrario,
desastrosos para los indígenas asentados como terrazgueros en los latifundios del
departamento del Cauca. En la mayoría de los casos, fueron arrojados en forma
violenta de sus parcelas. Tal cosa sucedió en la hacienda de El Chero, en donde
el desahucio del campesino indígena fue total, sin que se hubieran cumplido las
obligaciones que estipula la ley en estos casos. Hoy en día, gran parte de estos
naturales han regresado nuevamente, pero ya contratados como arrendatarios,
con documentos firmados, en los cuales el patrón se pone a salvo de cumplir con
los requisitos señalados para la defensa de los parceleros.
Al lado de los problemas bosquejados anteriormente, la desorganización interna
de las comunidades y el deficiente sistema de repartimiento de tierras contribuyen
a hacer todavía más penosa la vida de los comuneros y a acrecentar el número de
terrazgueros. Los repartos de la tierra no se verifican en períodos determinados.
Es esta una de las funciones primordiales del cabildo y en la que juegan su
papel principal los compadrazgos y las componendas personales. La parcialidad
cuenta con los terrenos que se le adjudicaron desde hace algún tiempo, desde
que se dictó el estatuto legal que la rige. Desde entonces estos terrenos vienen
repartiéndose entre los aspirantes. Naturalmente, con este sistema vienen herencias
de usufructo, con lo cual crecen los lotes particulares. Hay indios que forman
por este sistema latifundios dentro de la misma parcialidad, abandonados en la
mayoría de los casos, en tanto que gran número de parceleros carecen de lote
para su trabajo. De aquí que unos sean partidarios de un nuevo repartimiento
de las tierras y otros no. Sería entonces necesaria una nueva repartición, que
garantizara, de un lado, los derechos legítimamente adquiridos por los indios
más ricos, pero aplicándoles al mismo tiempo una especie de función social en
el usufructo de las tierras que poseen; en esta forma se zanjarían muchas de las
dificultades que confronta la comunidad y se brindarían a todos los parciales
las posibilidades de que disfrutan algunos y carecen la mayoría. En Totoró, la
agricultura está prácticamente abandonada por esta causa: gran parte de las tierras
de la comunidad han sido acumuladas por unos pocos, los cuales las tienen
convertidas en rastrojos que alquilan a los blancos y mestizos para el pastaje
de animales, en tanto que ellos prefieren trabajar como peones asalariados,
antes que cultivar sus propias parcelas. De aquí que haya necesidad de vigilar
también las actuaciones de los mismos cabildos indígenas, pues los compromisos
personales se traducen en beneficios de unos pocos y en actos que van en contra
de los propios intereses de la colectividad. En Guambía, por ejemplo, el cabildo
hizo una colecta general entre los miembros de la parcialidad, con el fin de
comprar una finca en el municipio de Totoró, la que está avaluada en $8000,00.
Después de algún tiempo esta finca pasó a manos de los empleados que están en
ejercicio de sus funciones, quienes tienen el derecho de usufructuarlas durante
el tiempo en que están prestando sus servicios como cabildantes. En muchas de
349
Problemas sociales de algunas parcialidades indígenas del occidente de Colombia
las parcialidades, buena parte de los comuneros espera la llegada de un nuevo
cabildo para solucionar sus problemas en lo que se refiere a las tierras que poseen
o a los pleitos que sostienen con sus vecinos. Igual cosa sucede con los blancos y
mestizos que están en más íntimo contacto con los empleados de las comunidades
indígenas, de lo cual sacan por lo general buenos partidos, que se traducen en
adjudicación de lotes, en arrendamiento de pastos a bajos precios, etc.
Estas difíciles condiciones de trabajo de las agrupaciones indígenas son precisamente
las que han llevado a nuestros nativos a practicar cierto conformismo con la ruina,
con la miseria del cuerpo y del espíritu y a extirpar en ellos todo sentimiento de
iniciativa y de progreso. Esta bancarrota espiritual y fisiológica ha constituido un
campo abonado para el desarrollo de los vicios, principalmente el del alcoholismo,
puesto que elementos como la coca y la chicha se han tomado como base de
artificial subsistencia, acelerándose así la degeneración y extinción paulatina de
la raza. Una vez que se sale de la parcialidad de Guambía, cuyos miembros
constituyen una excepción en todo el enclave indígena del departamento del
Cauca, nos damos cuenta de que estos indios aventajan mucho a sus hermanos de
otras poblaciones, en lo que concierne a la salud del cuerpo y del espíritu. Esta
ventaja se acrecienta cuando se entra en Totoró, en donde la degeneración y los
vicios de la raza aparecen ya en carne viva, debido a los problemas bosquejados
en los párrafos anteriores. El mercado se efectúa en los días domingos, y sólo
asisten a él poco más de doscientas personas, la gran mayoría indios que vienen
hasta el pueblo sólo por mercar la coca y por participar de las bebetas generales
que se empiezan allí los domingos y casi siempre duran hasta el martes, en las
cuales el indio consume todos los dineros que le restan después de procurarse
estos elementos. Sólo trae al mercado escasos productos de huerta, tales como
repollos, cebollas, papas y algunas mazorcas. La coca está en manos de los
blancos, que la traen de San Sebastián, Almaguer y otros sitios donde se cultiva,
para venderla a los nativos, a precios que oscilan entre $0,50 y $1,00 la libra.
Es lo primero que los indios mercan, una o dos libras por cabeza, según la
calidad de los mamberos. Cuando esta escasea, el indio de las comunidades del
Cauca apela a sustitutos especiales, tales como la “pacunga” u hoja del cadillo, la
“lengua de vaca”, o las hojas tostadas del cafeto. Pasado el mercado de Totoró,
que dura unas dos horas, empieza la farra de los naturales, quienes ingieren
cantidades alarmantes de fermentadas y de aguardiente de contrabando, en lo que
están secundados por todos los blancos y mestizos del poblado, quienes tienen
en sus casas cantinas reservadas a donde convidan a los nativos para que con
sus esposas e hijos consuman el licor preparado en la semana. Naturalmente, la
falta de resguardo de las rentas departamentales en estas poblaciones fomenta el
desarrollo de esta industria privada, con la cual se intoxica día a día la población
indígena de Colombia. Al día siguiente, la cárcel del municipio amanece atestada
de enguayabados, los cuales han sido llevados la noche anterior por provocar
pleitos, hacer escándalos, etc.
350
Luis Duque Gómez
Estos vicios, al lado de la necesidad fisiológica de la coca como base insustituible
para hacer que el organismo resista las labores diarias, son practicados por toda
la población de terrazgueros de los departamentos del Cauca y Nariño, por
los campesinos de muchas de las poblaciones del Huila, también de origen
indígena, y por más de un 80 % de los comuneros de las parcialidades de
Totoró, Paniquitá, Polindara, Coconuco y Puracé; alcanzan a los mismos blancos
que están en contacto con esta población indígena y parece que sus estragos
son peores entre estos que en aquéllos. Tales son las causas de la degeneración
total de estos grupos, degeneración que se torna monstruosa a los ojos de
quien contempla por primera vez aquel espectáculo. No queda duda de que el
Gobierno colombiano no alcanza todavía a medir la magnitud de este problema
y de que vive a espaldas de una tremenda realidad, a espaldas de un pueblo
que perdió su libertad, su riqueza y su salud con la hazaña de la Conquista; a
espaldas de un pueblo que aún conserva su vida, pero que agoniza lentamente
ante una secular indiferencia.
351
Historia política de los paeces1
VÍCTOR DANIEL BONILLA S.
Prólogo a la primera edición
S
eptiembre 1977
“En la historia se nos ha tratado como antropófagos que no nos dejábamos
dominar. Pero no dicen por qué no nos dejábamos dominar; por qué era
que no queríamos entrar en la civilización…” Compañeros, con estas palabras,
uno de ustedes inició su intervención ante los obreros de Medellín en octubre
de 1973, para explicar el trabajo del CRIC. Y en la semana de la solidaridad otro
compañero decía:
Cuando los indígenas nos organizamos por nuestra propia cuenta,
según nuestras tradiciones, entonces dicen que vamos hacia atrás; que
queremos volver al tiempo de nuestros anteriores que dizque eran
antropófagos. Pero esa no es la razón: nos organizamos según nuestra
costumbre porque así nos conviene más… Y como hay muchos que
buscan ayudarnos, que buscan “recuperarnos”, nosotros les decimos: esta
tradición sirve y nosotros no creemos que sea un mal para nosotros […]
Conservamos estas palabras en la cartilla “La posición política del indígena: nuestra
lucha es tu lucha”. Desde entonces, cuatro años han pasado. La organización
indígena del Cauca se ha agrandado y afirmado. Las luchas se han extendido y se
han alcanzado algunos triunfos. Pero en el CRIC siguen las preguntas: ¿Por qué
nos dejábamos dominar? ¿Cómo no dejarnos dominar? En esto radica el interés de
muchos compañeros: en que aclaremos estos puntos; o dicho en otras palabras:
cómo educar políticamente a las comunidades.
Pero hay una gran dificultad en el camino de esta educación. Y es que las escuelas,
la radio, las religiones, los periódicos y demás les meten en la cabeza ideas que
son falsas. Enseñan que el indio es cosa del pasado, que el indio es algo acabado
1
Original tomado de: Víctor Bonilla. 1982. Historia política de los paeces.
353
Historia política de los paeces
o que pronto se acabará, que el indio no es algo vivo, algo de hoy. Por eso tanto
compañero piensa que el indio es como un pájaro: que pasó por el aire sin dejar
rastro, sin acumular experiencia, sin hacer historia.
Eso lo vemos claro cuando miramos qué nos enseñan en la mayoría de los libros.
Allí las luchas de los indígenas americanos son presentadas como una oposición
“ciega” al invasor español. O como demostración de venganza y odio contra “los
blancos”. Y, en el mejor de los casos, como una resistencia al despojo y opresión
económicos. Pero siempre aparecen esas luchas como producto de un “instinto
irracional” por sobrevivir, y no como han sido y siguen siendo en verdad: como
una actitud política, colectiva y consiente de las comunidades y pueblos indígenas
en busca de su liberación.
Este punto es muy importante, porque todos los hombres desde que viven
en sociedad, actúan de acuerdo a intereses comunes. Y esos intereses no son
solamente del momento, sino que nacen y se forman a través de toda una serie
de experiencias que se van acumulando día tras día, años, tras años y se van
transmitiendo de generación en generación a través de los siglos. Y esta forma de
actuar que tienen los pueblos de acuerdo a sus intereses es la política.
Por eso cuando en la asamblea del 05 septiembre de la Susana en Tacueyó (1971)
se incluyó “Recuperar nuestra Historia” como punto del programa, no solo se
recogía el sentir de las comunidades y el respeto a los mayores, sino que afirmaba
un punto fundamental para desarrollar la formación política de las comunidades
indígenas del Cauca. Porque es cierto que los compañeros indígenas sienten
mucha emoción y mucho apego a sus raíces; pero también es cierto que la historia
de los antepasados sigue viva en el corazón de las comunidades. Por eso conocer
esas raíces, analizarlas, más allá del sentimiento, es tarea fundamental de los
dirigentes para que lleguen a dirigir las comunidades de acuerdo a sus verdaderos
intereses, única manera de que la organización avance, se consolide y triunfe.
Muchos de ustedes son conscientes de este problema, y por eso me han solicitado
colaboración para la reconstrucción de la historia indígena del Cauca: labor en la
que he intervenido directamente.
Este es el sentido de esta cartilla. Aquí les presento los meros resultados de este
trabajo, en forma de borrador, para que ustedes lo estudien, lo corrijan y amplíen
de acuerdo a sus conocimientos y necesidades. Yo, por mi parte, continuaré
investigando y tratando de impulsar esta tarea que es de importancia vital para el
desarrollo del Movimiento indígena en general.
354
Víctor Daniel Bonilla S.
Las guerras de liberación indígena
Cuando los españoles llegaron a conquistar estas tierras no pudieron cerrar los ojos
ante los millones de hombres que poblaban estos territorios y negarlos pensando
o diciendo que no existían, que no valían nada, como se hace hoy en día. Al
contrario para poder ocupar este continente y someterlo a su explotación tuvieron
que luchar fuertemente. Por eso no podían negar que los nativos americanos
formaban verdaderas sociedades. Sociedades diferentes a las de ellos, pero
sociedades que estaban desarrollándose en lo económico, lo social y lo político
al punto que poseían ciudades, pueblos, cacicazgos y estados. De ahí que para
poder someterlas a su dominación tuvieran que entrar a romper ese desarrollo
propio en que estaban los pueblos americanos (o “naciones” como los llamaban
los cronistas); y cuando no pudieron lograrlo, tuvieron que exterminarlos.
Es por esa razón que las luchas de los yalcones, andaquíes, guanacas, apiramas
y pijaos del Valle de Magdalena, así como la de los paéces, tunibíos, calocotos,
y otros del oriente caucano poseen también un carácter político indiscutible. Se
trataba de una resistencia política y militar contra el invasor de sus territorios, contra
quienes venían a arrebatarles su lengua y su cultura; contra quienes buscaban
imponer la obediencia al español y el pago del tributo en oro, productos o trabajo.
Obediencia y tributo que en toda la historia de la humanidad han sido las mayores
y más claras manifestaciones de dominio político de un pueblo sobre otro. Por eso
los nativos caucanos, como los demás hermanos de América, respondieron a esa
dominación con la mayor manifestación de rechazo político que existe: la lucha
armada, la guerra contra el opresor.2
Y en el Cauca la guerra fue larga y durísima. En los primeros combates enfrentaron
al invasor aisladamente, por tribus o pequeñas comunidades como estaban
organizados en ese tiempo. Pero rápidamente se dieron cuenta del poderío militar
del enemigo y de la necesidad de unirse para enfrentarlo con éxito. A partir de
entonces y por más de cien años que duró la Gran Guerra, las tribus del mismo
origen y de lengua parecida que hasta entonces estaban distanciadas, comenzaron
a coordinarse para defenderse mejor.
2
Cuando publicamos por primera vez este texto afirmar como hicimos que los indígenas del
Cauca tenían una “historia política” cayó entre los intelectuales como una bomba, porque
por esos años todavía se consideraban las comunidades como tribus “sin historia”.
355
Historia política de los paeces
Como ocurrió en Tierradentro, donde los caciques Tálaga, Simurga, Páez y su
hermana Taravira (que ocupaban el norte del río Páez), entraron en entendimiento
permanente con el cacique Suyn y su hijo Emisa (que dominaban la hoya del río
Moras) y también con el cacique Apirama y otros situados más al sur. Primera
tendencia a la unidad militar que habría de ser reforzada con multitud de alianzas,
con tribus hasta entonces extrañas o enemigas. En esta forma los guerreros yalcones,
pijaos, guanaca y paéces del lado del Magdalena, comenzaron a dejar de hacerse
la guerra entre ellos para hacer frente al enemigo común, al colonizador español.
La mejor muestra del éxito de esta política de los indígenas caucanos fue el
resultado de la primera etapa de esta gran guerra. Todos hemos oído la historia
de cómo la Gaitana y el Cacique Pigoanza desarrollaron toda una campaña que
356
Víctor Daniel Bonilla S.
les permitió reunir en 1583 más de 7.000 paéces, 6.000 yalcones, 7.000 pijaos.
Es decir más de 20.000 hombres de guerra o de “macana”. Verdaderos ejércitos
que en grandes batallas derrotaron a los enemigos, comenzando por el mismo
jefe de los conquistadores, Sebastián Belalcázar, y haciendo pagar con sus vidas
los crímenes cometidos a otros como Ampudia y Añasco, como contamos en la
cartilla del CRIC No. 1 “Nuestras luchas de ayer y de hoy”.
Y más todavía, porque lograron destruir poblaciones españolas como la Plata
y Caloto. La primera fue incendiada completamente en 1577 y muertos en ella
900 españoles, luego de lo cual ejércitos nativos taponaron las minas que tanto
codiciaban los invasores. Y, en cuanto a Caloto, es un gran ejemplo de la incansable
lucha de los indígenas de entonces: fue una población que los españoles tuvieron
que llevar a cuestas durante 50 años tratando de establecerla en diversos puntos
que sirvieran de frontera con los pueblos indígenas aliados. Primero ensayaron
en Guambía y luego en Pisimbalá, después en Guanacas, y posteriormente por
dos veces entre El Palo y Corinto, siendo destruidos por los patriotas paéces; por
lo cual tuvieron que seguir ensayando otras veces en las regiones de Toribío e
Isabelilla, donde también fue arrasada, para terminar abandonando esos proyectos
y establecerla donde hoy se encuentra. Por eso hoy todavía se conserva el nombre
de Caloto en veredas de cada uno de esos lugares como recuerdo de su hazaña.
Así transcurrieron esos primeros 40 años contra los conquistadores en el Cauca y
teniendo como resultado las continuas derrotas para las expediciones guerreras
que lanzaban. A tal punto que los españoles se vieron obligados a dos nuevas
estrategias: a) construir fortalezas en Guanacas, Guambía y Toribío, a fin de
impedir el paso de los paéces y sus aliados contra Popayán;3 y b) emprender las
campañas de exterminio y represión a los “indios en guerra” de que nos habla
la Historia. Por eso, el historiador Castellanos, refiriéndose a este periodo pudo
escribir que “se quedaron los páez con su honra, libres de vasallaje y servidumbre
y en plena libertad, sin que consientan extraño morador en su provincia”.
Pero con el paso de los años y las generaciones, las condiciones fueron cambiando,
abriendo paso a una segunda etapa. Al interior de las comunidades se hacía
visible la disminución de la población, producida no solo por la guerra, sino por
las enfermedades nuevas traídas por los españoles, que causaban gran mortandad.
Pero había otras causas que provenían de Europa: el número de los invasores
iba aumentando de día en día con la llegada de más y más barcos cargados de
aventureros y colonos. Pero había otras más graves aún: la dominación que el
enemigo había logrado establecer sobre algunas comunidades, ganándose a sus
3
En una hacienda montañera, cerca de Buga, se conservaron hasta hace poco ruinas de
una de ellas.
357
Historia política de los paeces
jefes, haciendo revivir las luchas anteriores a la Conquista, debilitando así la lucha
anti-colonialista de los nativos americanos.
Esta desgraciada situación se presentó en el Cauca varias veces. Entre ellas se
recuerda el caso del cacique Anabeima, de la región de Guanacas, que se presentó
a luchar con los españoles contra los Apirama. Y está también lo ocurrido con
el cacique Diego Calambás, descendiente del principal jefe encontrado por los
invasores en el oriente caucano. Este Calambás se volvió el principal colaborador
de Belalcázar, al punto de convertirse en el azote de las comunidades de
Tierradentro que se enfurecieron por los malos tratos del invasor. Esta actitud de
Diego Calambás produjo la ira de las restantes tribus quienes tomaron las armas
y lo expulsaron “con 700 súbditos” hacia la región de Quichaya. Estos hechos
negativos hicieron que a partir de 1573 muchas veces los españoles lograran
sorprender y derrotar a las tribus paéces, pijaos, guayaberos, yalcones y demás
en guerra, sometiéndolas a “paz y obediencia” como decían los conquistadores.
Finalidad que otras veces lograban haciendo tratados de paz. Acuerdos que de
nuevo muestran un manejo político de parte de muchos jefes indios; que cuando
no salían victoriosos buscaban el mejor arreglo posible. Pero esos acuerdos no se
cumplían porque, mientras las comunidades lo entendían como manifestaciones
de paz y respeto a sus derechos, los invasores lo tomaban como manifestaciones
de debilidad y obediencia aumentando sus abusos y la explotación.
Finalmente el lento aumento de la dominación hizo que los pueblos en lucha hicieran
un último gran esfuerzo para sacudirse del invasor. Esfuerzo que hicieron los pueblos
nativos de los Andes, desde el Perú hasta el Cauca a finales del siglo XVI.
En esta tercera etapa, iniciada en 1595, la guerra se generalizó. Las tribus del Cauca
y del Magdalena hicieron una gran alianza y adoptaron la guerra de guerrillas; se
desbordaron por lo cordillera central, dominando todo el territorio entre Popayán
e Ibagué. Una a una fueron atacadas y destruidas las ciudades de Toro, Arma,
Anserma, Cartago, Caloto, Roldanillo e Ibagué. Además las guerrillas indígenas
se tomaron los caminos que unían los dos valles, separando a los españoles de
Popayán y Quito de los de Bogotá y el resto del territorio conquistado. Fue tan
grande el empuje de los patriotas nativos que los militares de las gobernaciones
de Popayán y del Tolima, ya no dieron abasto para dominarlos. Parecía que por
fin iban a ganar los indígenas la larga guerra.
Pero los invasores eran muchísimo más fuertes. Ellos tenían detrás de los mares
la fuerza enorme de España y de su imperio por entonces el más poderoso del
mundo, el cual los apoyaba en hombres, armas, dinero y cuanto necesitaban. Fue
así como al ver la situación creada por las “naciones” y tribus aliadas, el Gobierno
español envió todo un ejército comandado por uno de sus grandes guerreros, el
capitán Juan de Borja, con la misión de “terminar de una vez por todas las guerras
358
Víctor Daniel Bonilla S.
indígenas”. Este militar español comenzó en 1603 su campaña. La guerra se volvió
entonces más violenta que nunca. Los guerreros de las tribus pelearon con furia;
atacaron e incendiaron a Ibagué y obligaron a Borja a luchar durante más de
cuatro años. Se presentó entonces la batalla del valle de Chaparral donde los
guerreros, las mujeres, los ancianos y los niños pijaos y paéces pelearon contra el
invasor manifestando su decisión de seguir siendo pueblos libres. Pero habiendo
logrado el capitán español dividir a los pijaos, estos fueron derrotados, muriendo
en combate su gran jefe Calarcá y siendo fusilados los restantes caciques; mientras
que sus hombres fueron repartidos a los encomenderos como esclavos.
A pesar de esta gran derrota, la guerra la continuaron los yalcones, paéces y
andaquíes del lado del Magdalena; y los tunibíos, calocotos y pijaos sobrevivientes
del lado del Cauca. Estos últimos adoptaron la táctica de la “tierra arrasada”
destruyendo sus habitaciones, sus cosechas, animales y todo lo que podía servir
a los españoles, a fin de impedirles avanzar sobre ellos, llegando en ocasiones a
forzarlos a comerse sus caballos. Mientras las tribus aliadas del lado del Magdalena
hicieron un último y desesperado esfuerzo en 1625 enfrentando al capitán de
Borja en Itaibe, en Tierradentro, sin lograr vencerlo. Fue así como, muertos
los mejores guerreros de las tribus, disminuidos los pueblos yalcón, andaquí,
páez, pijao, calocoto y tunibío a menos de quinientos o mil hombres cada uno,
tuvieron que suspender la lucha general hacia 1632;4 mientras los más rebeldes
se internaron en las selvas desde donde seguirían por algún tiempo más su lucha
contra el colonizador en forma de guerrillas. Pero no durante mucho tiempo. Estos
últimos guerreros, siempre acompañados por las pocas tribus supérstites del alto
Magdalena en 1656, trataron de hacer un último levantamiento contra los invasores
en Itaibe pero otra vez fueron traicionados y reprimidos sangrientamente.
En esta forma llegó a su fin la gran guerra de liberación de los indígenas del Cauca
contra el invasor español. Lucha que, como puede verse, no fue espontánea ni
ciega, sino que correspondió a una clara política anticolonialista del indio.
Proceso de conformación de la actual nación nasa
Como consecuencia de la derrota militar se inició una nueva época política para
los nativos caucanos: la del reconocimiento de la autoridad y del tributo al rey
español, la del dominio y explotación de parte de los encomenderos, en una
palabra, el coloniaje. Sin embargo esto no se produjo automáticamente, sino que
fue un proceso largo. Primero llegaron los doctrineros o misioneros jesuitas, que
de vez en cuando hacían giras por el territorio; pero en vista del rechazo de las
4
Una “numeración” (censo de indígenas) de los españoles informa que por entonces en
Toribio quedaban solo algo más de sesenta familias.
359
Historia política de los paeces
comunidades se retiraron en 1640, para no volver a aparecer hasta 1648. Lo mismo
pasó con los encomenderos: los primeros fueron nombrados hacia 1630 para que
recogieran el tributo en oro, producto o trabajo, pero en verdad solo hacia 1650
pudieron comenzar su tarea de explotación a los indígenas.
Entretanto desaparecidas las antiguas tribus las comunidades entraron en un largo
periodo de recuperación y cambios. Se abrió entonces un periodo de 50 años de
recuperación física y poblacional, que se tenía que dar para poder seguir existiendo
en ese mundo nuevo que era convivir con los invasores. En segundo término, la
relación en que se veían envueltos con curas, encomenderos, cacharreros, mineros
en busca de oro y comerciantes los fue relacionando con productos traídos de
Europa: no solo las armas y artículos de metal sino los vacunos, caballos, cabras,
ovejas, gallinas y multitud de animales, plantas y frutas que les resultaban útiles
en su recuperación vital.
Es decir, que la vida objetivamente había cambiado, ya Abya–Yala (nombre
dado a la América de antes de la Conquista europea) no era la de antes: estaba
evolucionando. Fenómeno que trajo otra consecuencia: que los nuevos jefes ya no
serían guerreros, sino guardianes pacíficos de sus pueblos. Eran nuevos caciques
que tenían que buscar nuevas formas de acción, de seguir enfrentando al enemigo,
pero que les permitiera resistir en paz.
En este nuevo ambiente crecieron los grandes caciques nasas, especialmente
Quilo y Sicos, Juan Tama, los Guayamuses, Mandinguagua y Jacinto Moscay.
Las condiciones no daban para rebelarse, pero tenían que buscar la manera de
proteger los territorios que no habían sido colombianos. De conservar la calma
dando apariencias de obediencia pero resistir al máximo las imposiciones. Y, en
todos los casos, usar los argumentos de los dominadores contra ellos mismos. Esa
sería su tarea.
La resistencia pacífica que emprendieron a partir de entonces nos indica que
eran políticamente conscientes de que su calidad de vencidos en la guerra no
significaba de ninguna manera que hubieran perdido su derecho a gobernarse
por sí mismos y menos aún el derecho sobre los territorios que ocupaban: porque
estos eran derechos anteriores a la guerra y al rey. De ahí que pronto comenzaron
a solicitar que se les reconocieran sus cacicazgos y territorios (que posteriormente
se denominarían resguardos) que la corona española había establecido en un
principio para sus súbditos indígenas.5 Pero no pidiéndolos como un regalo, sino
como un reconocimiento al derecho que tenían sobre los territorios heredados
de sus mayores. Es decir, que dieron muestras de realismo político, al aceptar
5
Es sorprendente la manera como los caciques se dieron cuenta que el emperador español,
desde siglo y medio antes, había ordenado a sus ministros y dignatarios reconocer los
territorios a los pueblos del “reino de Cundinamarca” y cómo aprovecharon ese hecho.
360
Víctor Daniel Bonilla S.
esa concesión de los vencedores, porque al fin de cuentas les ayudaba a evitar la
dispersión y el aniquila- miento de su pueblo. Tal como lo expresó en 1700 don
Manuel de Quilo y Sicos, cacique principal de los pueblos de Toribío, Tacueyó y
San Francisco en su solicitud a la Corona:
Yo creo que solo vuestra Majestad tenga el derecho de ceder tierra a
los blancos, esto sin perjuicio de los indios tributarios; porque a más
tenemos derecho y preferencia, porque como dependemos y somos
legítimos americanos y no somos venidos de lugares extraños, me parece
todo un derecho a más de ser uno dueño. Ahora, como su Majestad es
quien gobierna lo que conquistó y tiene derecho absoluto, suplicamos
nos prefiera mirándonos primero como a sus sumisos tributarios; y en
segundo lugar, como justicia; como a dignos acreedores a las tierras que
nuestros antepasados nos dejaron y de quien procedemos por nuestro
origen y principios.
En otras palabras, el cacique se reconoce dignamente como “sumiso tributario”;
es decir, que acepta la realidad de la derrota que da al rey español el dominio
de las tierras conquistadas para cederlas a sus compatriotas colonos; pero
expresa claramente que esto no cuenta con los territorios ocupados por los
indígenas, porque, afirma, para las comunidades seguiría rigiendo un derecho
de preferencia anterior al monarca español: el derecho superior que les da
el hecho de ser “legítimos americanos” y “no venidos de lugares extraños”.6
Frase que es una auténtica proclama política de defensa de la autonomía
indígena, cuyo eco continuará impulsando la acción de los indígenas caucanos
hasta nuestros días, porque a todos nos consta haberla escuchado centenares
de veces en la actual lucha del Movimiento Indígena colombiano. Por eso,
retomando las palabras del cacique, a este “derecho preferencial” lo hemos
llamado Derecho Mayor.
No obstante a medida que se fortalecían los invasores, los indígenas tuvieron
que someterse no solo a pagar el tributo, sino a los repartimientos de indios
“mitayos”, obligados a trabajar en las haciendas de los colonizadores. Pero esta
imposición del dominador español, no significó una claudicación o abandono
de su organización y sus costumbres, sino un acomodamiento a la dura realidad.
Por ejemplo, los caciques aceptaron nombrar alguaciles, alcaldes y gobernadores,
como entidades administrativas, encargadas de recoger el tributo en oro o en
productos, de organizar su pago en trabajo a los encomenderos cuando no tenían
dinero, y la participación forzada en caminos y obras públicas. Pero conservaron
al mismo tiempo a sus “capitanes” y “thë walas” encargados del gobierno, de la
6
Este argumento tiene validez jurídica universal, por cuanto todo el derecho internacional
respalda el derecho de primacía y nadie en el mundo podía, ni puede, negar la existencia
primigenia de los indígenas americanos.
361
Historia política de los paeces
guardia de la salud y de las tradiciones. Además, a medida que pasaban los años,
fue acentuándose un proceso de gran importancia: la paulatina fusión de las
antiguas tribus alrededor de los paéces nativos de Tierradentro.
Este proceso iniciado tiempo atrás fue acentuándose con la política de los caciques.
Iniciando, como dijimos antes, con las alianzas entre las mismas comunidades
paéces durante la gran guerra, se fue profundizando y consolidando, integrando
los restos de las tribus llegadas de los llanos del Magdalena y del Cauca quienes,
huyendo de los encomenderos, venían a refugiarse entre la gente de Tierradentro.
Allí se fueron fundiendo unas con otras para constituir la nueva nacionalidad
nasa de hoy en día, porque las diferentes costumbres y lenguas que habían traído
las tribus recién llegadas, fueron desapareciendo poco a poco, para terminar
contribuyendo al aumento de población y adoptar, paulatinamente, la lengua del
territorio, dando paso al actual idioma nasa yuwe.7
A este proceso de unificación se unió otro de igual importancia: el cambio en
las condiciones materiales de trabajo. Porque los invasores trajeron elementos
y técnicas que eran desconocidos y transformaron poco a poco las formas de
trabajo en las parcialidades.
El principal de estos aportes lo constituyeron las herramientas de metal, que
comenzaron a reemplazar las de madera y de piedra, bastante menos eficaces.
Como también se hizo presente, aunque fuera en pequeña escala el uso del caballo,
de los vacunos, de animales domésticos europeos y de los nuevos alimentos
como el trigo cuyo empleo exclusivo fueron arrebatando a los colonizadores; lo
que les permitió fabricar los molinos que aún se conservan y utilizan en Jambaló,
Toribio y otros territorios.8
Igualmente conviene recordar que los indígenas no estaban aislados y tenían
relaciones con los dominadores con motivo del pago de los tributos, de la
titulación de los resguardos, de continuos reclamos, del peonazgo en las haciendas.
Contactos, en fin, que permitieron a sus jefes ir conociendo al enemigo y su sistema,
7
8
El proceso de mestización de paéces, yalcones, guayaberos, pijaos y demás en Tierradentro
tomó tiempo. Como prueba existe el testimonio de Don Juan Tama de la Estrella quien
afirma en un documento que en su cacicazgo hay gentes que no se entienden unas
con otros y que hablan diversas lenguas. Igualmente existen textos de investigadores y
viajeros que resaltan las diferencias físicas existentes entre los nasa según las regiones que
ocupan, lo que sería prueba de la mezcla de sangres del mestizaje operada en torno de la
formación de su pueblo.
En la Laguna, Jambaló, existe el molino que fuera construido en tiempos de Juan Tama. Lo
podemos asegurar porque hasta los años ochenta existían alrededor las pesadas piedras
redondas que habían servido durante generaciones. Y una de ella tenía gravado el año
de 1700, cuando Juana Tama obtuvo los títulos del Cacicazgo. Desgraciadamente fueron
cubiertas de cemento en la refacción que hicieron del molino.
362
Víctor Daniel Bonilla S.
aumentando así sus experiencias políticas. De ahí que a pesar de las dificultades, y
tal vez impulsados por ellas, las dispersas tribus de antes de la Conquista siguieron
unificándose, llegando algunos paéces traídos por su encomendero desde Tóez,
formaron el cacicazgo principal de TORIBÍO, que comprendía las parcialidades de
San Francisco, Toribío y Tacueyó y la hoya del río Palo.
En el centro, los súbditos de Diego Calambás que fueron desplazados de
Tierradentro por colaborar con el invasor se unieron a indígenas traídos de otras
partes y asentados en los pueblos de Pitayó, Jambaló, Caldono, Quichaya y región
de Vitoyó constituyendo el cacicazgo principal de Pitayó.
Al norte de Tierradentro las parcialidades de Tálaga, Taravira, Toens, Páez y Suin,
se reunieron alrededor de dos centros: Wila y Chambo-Guala, constituyendo
así los núcleos más tradicionales de los paéces, los principales cacicazgos de
Huila y Vitoncó. El último de los cuales sería conocido en adelante como “la
capital de los paéces”, dando origen a nuevas parcialidades como Mosoco,
Lame, Sepi (Chinas) y otras.
Y, al sur de Tierradentro, los restos de las antiguas tribus yalcones y pijaos se
mezclaron con parcialidades paéces y asentándose en las pequeñas comunidades
de Yutuc (Calderas), Apirama, Yaquivá, Pisimbalá y Ambostá, conformaron el gran
cacicazgo de Togoima, dando origen a nuevas parcialidades como Cohetando,
Schitoques (Ricaurte) y Santa Rosa. Cacicazgo de gran importancia que fue
gobernado durante siglos por los descendientes de la gran Angélica Guayumuse.
En esta forma al acercarse al año 1700, el pueblo nasa era algo muy diferente
del que habían encontrado los conquistadores. Ya no era una serie de pequeñas
parcialidades dispersas, sino que los cambios en él operados por causas internas
y externas, era ahora sí como una nación en vía de formación.
363
Historia política de los paeces
Proceso de la dominación colonial entre 1630 y 1700 (mapa parlante, detalle)
Los grandes caciques y la política de Juan Tama
Pero la historia de los antiguos paéces no terminó con la formación de estos
grandes cacicazgos, sino que dio un paso más adelante con don Juan Tama de la
Estrella. Este gran jefe ha sido y sigue siendo considerado por los enemigos del
indio como un personaje de leyenda, como un puro invento de la imaginación
364
Víctor Daniel Bonilla S.
Páez.9 No obstante Juan Tama fue un personaje de carne y hueso, y más todavía:
el más importante cacique principal de Vitoncó y de todo el pueblo Páez. Sus
capacidades de dirigente quedan bien establecidas al examinar la política que
desarrolló durante su gobierno.
Dándose perfecta cuenta de la importancia que para el presente y el futuro de su
pueblo tenía la conservación de sus territorios, se unió a su compadre y vecino de
Tacueyó. El cacique Quilo y Sicos, en la tarea de conseguir el reconocimiento y la
delimitación de los territorios nasas. Viajó a Quito con su compadre y bregó hasta
lograr que se les otorgaran los títulos que su antecesor, el cacique Jacinto Muscuy,
había solicitado desde cuatro años atrás.10 Al regresar a Popayán los hicieron copiar
y registrar ante las autoridades coloniales y luego, en compañía de su vecino y
autoridades de Popayán, delimitó y entregó a cada parcialidad lo suyo, como puede
verse en los títulos de resguardo que aún conservan las parcialidades.11
Consiguiendo esto, Juan Tama procedió a enseñarles la manera como deberían
enfrentar a quienes invadieran sus territorios. Sobre este punto escribió en 1702
refiriéndose a Zumbico:12 “Se opondrán fuertemente y en todo caso despojarán
tomando su terreno como propietarios que son […] Tanto a este particular como
con las tierras que he dado en posesión, las defenderán con los documentos que
en defensa de dichas tierras se les otorga; pelearán hasta quitarlas en limpio”.
Como es de imaginar el reconocimiento de los derechos territoriales que
lograron los caciques les ganó el aprecio y gratitud de sus súbditos de todas
las comunidades nasas, allanándose así el camino para que su autoridad y
recuerdo se hiciera sentir en todas ellas.
9
10
11
12
La dominación ideológica es tan fuerte, que aún al reeditar esta cartilla (1980) el ejecutivo
del CRIC publica poemas al “mito” de Juan Tama.
El cacique Muscay no tiene el apellido Tama porque no era su padre. De acuerdo a las
tradiciones de entonces y de muchos otros pueblos, debía ser su tío, puesto que según
las costumbres nativas de la herencia los sucesores no eran sus propios hijos sino los
hijos de las hermanas.
La Escritura 843 de 1890 o “De los cinco pueblos” que se conserva en el Archivo
Central del Cauca, incluye dos documentos anexos: la carta testamentaria de Juan
Tama y, a renglón seguido, la copia de todo el expediente de reconocimiento que le
entregara la Real Audiencia en Quito. Para comprender el documento una vez que se
termina el texto del Cacique, hay que tener en cuenta que lo que sigue corresponde
al ordenamiento oficial de los expedientes. Es decir que comienza por el último
documento y termina con la solicitud de Tama para que se diera curso a la solicitud
que había hecho previamente Muscay cuatro años antes.
Las tierras de Zumbico habían sido prestadas al Hospital de Popayán hacia 1698 como
beneficio eclesiástico por espacio de quince años solamente. Sin embargo fue imposible
cumplir con la orden del Gran Cacique hasta cuando se inició la recuperación del resguardo
de Jambaló en 1973.
365
Historia política de los paeces
Pero la actividad de Tama como gobernante no quedó a nivel de asegurar su
territorio a los nasa, sino que alegando disposiciones del Rey español, hizo que
les reconocieran expresamente el derecho de mantener sus dinastías o familias
gobernantes; y también la supremacía de los caciques sobre los representantes de
Cristo. Al menos así aparece en los títulos que le fueran adjudicados en 1700, en
los cuales se lee: “Todo indio que no fuere, y aunque fuese ya tributario, deberá
estar primero bajo la inspección de todo cacique y segundo a son de campana, a
la disposición del cura doctrinero…”. Se ve así que la defensa del territorio y del
gobierno propio, es decir, la búsqueda de la autonomía indígena, fue la línea política
de Juan Tama frente al dominador extranjero. Línea política que estuvo apoyada al
interior por un manejo político dirigido a acentuar la unidad de su pueblo.
Ejemplo de esta habilidad fue el trato que le dio al problema del enfrentamiento
que aún subsistía en su tiempo con la pre-hispánica familia de Calambás. Pues
bien, habiéndose encontrado con su encomendero y poderoso gobernante de
Popayán, el Marqués Cristóbal Mosquera y Figueroa, le hizo firmar un documento
que reconocía la propiedad de los nasa sobre su territorio, y al mismo tiempo le
legalizaba su ya bien ganada autoridad sobre el cacicazgo principal de Pitayó,
dando así un nuevo impulso unificador a su pueblo. Para conseguirlo hizo una
hábil maniobra: como su apellido no era famoso (porque los Tama habían sido
una tribu esclavizada por los conquistadores en las orillas de río Magdalena), hizo
que tanto los gobernantes de Quito como el Marqués de Mosquera y Figueroa le
reconocieran su asimilación a la antigua dinastía de los Calambás con frases como
esta: “[…] Y don Juan Tama y Calambás se titula siempre de Calambás hasta sus
bisnietos, que no se perderá la institución de Calambás, que doy en este título para
resguardo de ellos que son nación […]”.13 Muy difícilmente se podría encontrar
un mejor ejemplo de cómo utilizar la tradición política propia de los indígenas en
favor de la unidad y continuidad histórica de su pueblo. Pero por si esta prueba
no fuera suficiente para demostrar el desarrollo político propio en que estaban
encauzados, hagamos referencia al testamento político que dejó a sus súbditos el
gran cacique y que se conoce comúnmente como las “leyes de Juan Tama”:
•
La dinastía Tama-Calambás seguirá gobernando a los paéces.
•
El territorio de la nación Páez será siempre propio, impidiéndose que pase a
manos extrañas.
•
Los paéces no mezclaran su sangre con la de otros.
13
Llamamos la atención sobre la expresión “institución de Calambás” que usó el Cacique. Si
se tiene en cuenta que por esos tiempos entre los indígenas no se usaban apellidos, hay
que asumir que las palabras del cacique son reales: el ser Calambás no era un apelativo
como se cree actualmente, sino una dignidad, un cargo, como ser príncipe Eso explica por
qué se heredaba de padres a hijos y sobrinos desde la llegada de Belalcázar.
366
Víctor Daniel Bonilla S.
•
Los paéces no podrán ser vencidos
Como puede verse en este caso, no se trata de lo que hoy entendemos por leyes,
sino de unos consejos o programa que el anciano cacique dejó a sus súbditos con
el fin de que siguieran defendiendo la unidad de su gobierno y de su territorio;
para lo cual termina dándoles un respaldo moral. El de que mientras luchen por
su nación serán invencibles.
Por lo demás, al repasar el gran esfuerzo político realizado por Juan Tama en favor
de la unidad y conservación de la nacionalidad Páez en medio de la opresión que la
envolvía, se explica que la tradición lo haya colocado en primer lugar como el hijo
de las estrellas y protector de su pueblo, como todavía se le recuerda con respeto.
367
Historia política de los paeces
Resistencia ideológica y uso de las leyes del blanco
Como ya lo vimos, la actividad política de Juan Tama se desarrolló bajo el sistema
de coloniaje que seguía existiendo. Y el Cauca fue la región de la Nueva Granada
donde más tiempo duraron los repartimientos de indios, y las encomiendas que
existieron hasta 1765. De ahí que los nasa siguieran siendo sometidos a pagar
tributos y que hasta más de la mitad de sus hombres tuvieran que trabajar en las
haciendas de los terratenientes. En este sentido se distinguieron como grandes
explotadores los encomenderos de Caloto de apellido del Pino; uno de los cuales,
Manuel del Pino, convenció en 1751 al gobernador y al obispo de Popayán para
que lo dejaran destruir el pueblo de Jambaló y trasladar a sus habitantes a la
región de Toribío donde podía explotarlos más y así se hizo durante algún tiempo.
Por eso es necesario saber apreciar cómo esta situación de explotación impulsaba
a los paéces a luchar contra la dominación española mediante una política propia
que los consolidaba como pueblo.
En primer lugar se distinguió la lucha contra el dominio ideológico del colonizador,
negándose a aceptar las ideas que los misioneros trataban de implantar en las
parcialidades. Resistencia tan fuerte que el obispo de Popayán llegó a dar a
un misionero de Togoima “el poder y comisión y facultad” para “desquiciar a
los dichos indios de aquellos retiros y reducirlos a los pueblos de donde son
originarios, sin omitir diligencia, apremio, secuestración de bienes, ni obra que
convenga hasta conseguir se efectúe la reducción”.
Como es de imaginarse, con estos sistemas de fuerza más se resistían los paéces
a la cristianización. De ahí que los cronistas religiosos afirmen que “la autoridad
sacerdotal llegaba hasta construir la casa de Dios […] más allá no llegaba la
autoridad sacerdotal […] no tenía colaboradores, le faltaba autoridad para
obligarlos”.
Sin embargo algo lograban algunos misioneros infundiendo en algunas partes “la
necesidad urgente del bautismo y de fundar hogar según las leyes de Dios”, como
ellos decían. Pero aún en estos casos, los paéces “convertidos” seguían rechazando
al invasor. En tal forma que decidieron en muchas ocasiones fabricarse su propia
religión o sus propios religiosos. Como ocurrió en 1707, cuando el indio Francisco
Yondachí se fue a la montaña a hacer de cura de acuerdo a sus propias ideas.
Por otra parte las enseñanzas de Juan Tama para la defensa de los resguardos no
fueron olvidadas. Por ejemplo, cuando los encomenderos (furiosos porque el Rey
acabó con las encomiendas quitándoles la recolección de los tributos) comenzaron
a invadir los resguardos. Entonces los dirigentes nasas comenzaron a usar las
leyes dictadas en favor de los indígenas. Andrés Calambás, hijo de Juan Tama,
por ejemplo, emprendió juicio contra los invasores de su resguardo logrando ser
368
Víctor Daniel Bonilla S.
favorecido. Y luego José Calambás, nieto del gran cacique, hizo lo mismo en 1800
sosteniendo un largo pleito por el salado de Asnenga que les querían robar. Igual
cosa hicieron los dirigentes indígenas de otros resguardos, como los de Itaibe, que
iniciaron un pleito por sus tierras que habría de prolongarse, esta vez inútilmente
hasta 1937. Juego con las leyes que trajo a los nasa una doble experiencia política
importante:
•
Que las leyes del dominador son contradictorias porque son hechas por los
explotadores dizque para favorecer cuando en realidad lo que buscan es
dominar para explotar.
•
Que a pesar de eso, esas leyes pueden ser usadas por el indio en su favor,
cuando los explotadores están divididos o tienen intereses contrarios entre
ellos.
•
Razón esta última los llevaría a hacer denuncias y establecer pleitos contra los
terratenientes con la esperanza de que, entretenidos en sus peleas de ricos, les
dieran oportunidad para defender sus derechos. Pero sin olvidarse tampoco
de acudir en ocasiones a manifestaciones de fuerza como los sublevamientos
o las recuperaciones de tierra, cuando lo veían necesario.
•
En esta forma los nasa continuaban su resistencia al dominio ideológico y a
la explotación de los descendientes de los conquistadores, hasta que estos
decidieron independizarse de España para formar un país aparte, este país
que después se llamaría Colombia. Cambio de gobierno que abrió otra etapa
política en la historia de los nasa.
Descubrimiento del enemigo interno
Cuando la guerra contra España, Colombia no existía era tan solo un proyecto.
Pero esa fue una guerra general que vino a afectar directamente a los nasa por
dos razones bien claras:
•
Porque su territorio ocupaba una posición estratégica para el paso del comercio
y de las tropas que circulaban entre Quito, Pasto y Popayán con Bogotá.
•
Porque tanto los jefes españoles como los republicanos estaban interesados
en ganarse el apoyo de los grandes pueblos indígenas que todavía poblaban
este país: en especial a los descendientes de los antiguos paéces, quienes
todavía eran recordados como “feroces guerreros”.
369
Historia política de los paeces
Ante estas solicitudes de criollos y españoles, la mayoría de las comunidades
indígenas de lo que es hoy Colombia no intervinieron por considerar que se
trataba de una “pelea entre blancos”, ante lo cual muchas veces fueron llevados
por la fuerza a los ejércitos. Pero también hubo otros, como los de Nariño, que
se pusieron decidida- mente de parte del Rey de España, considerando que el
cambio que les proponían no les iba a beneficiar en nada. Ellos consideraban,
no sin razón, era mejor tener a los gobernantes blancos lo más lejos posible.
Ante esta situación, a los nasa se les presentaron tres posibilidades: apoyar a
los españoles, unirse a los criollos, o lanzarse a luchar por su autonomía. Es
decir, se trataba de hacer una decisión política. Y la hicieron escogiendo el
partido de los criollos con la esperanza de que con el cambio de gobierno que
se planteaba, los nativos americanos pudieran mejorar su situación dentro de la
nueva sociedad que se les prometía.
Participaron, entonces, en esa guerra de independencia y la hicieron bajo el mando
de sus jefes, entre los que se destacaron los caciques principales Guayamuse y
Agustín Calambás. Este último, bisnieto de Juan Tama, intervino triunfalmente al
frente de 1000 nasas en batallas como las del río Palo en 1815, hasta que hecho
prisionero, fue fusilado por el español Wendeta en 1816. A pesar de lo sucedido
continuaron participando en la lucha común contra el colonizador extranjero.
De esta primera vinculación política con los criollos, los nasa habrían de sacar una
nueva experiencia. Porque una vez ganada la “independencia”, la eliminación del
tributo que hiciera en 1820 el General Bolívar sólo duró pocos meses; y en 1821
el congreso expidió la primera ley colombiana sobre indígenas, dando un plazo
de cinco años para acabar con los resguardos. Y aunque en 1828 Bolívar tuvo que
corregir ese error y restablecer la legislación proteccionista para los indígenas, sus
sucesores volvieron a negarla. Ante esta burla se desató la resistencia indígena,
especialmente en el Cauca, llegando a ser tan fuerte de parte de las comunidades
que, en 1848, un visitador eclesiástico de Tierradentro pidió a los curas que “se
predique sobre el orden y el sometimiento al Gobierno”. Y sin embargo a pesar de
esa oposición, durante los años siguientes los gobernantes colombianos seguirán
sacando leyes contra los resguardos hasta avanzado el siglo XX.
Las comunidades pudieron entonces darse cuenta del engaño que se les había hecho,
porque el nuevo Estado, el colombiano, y la Iglesia habían entrado a apoyar a los
invasores de sus territorios, aumentando la humillación y la explotación. Así tuvieron
los nasa su más importante experiencia política: la conciencia de que el enemigo no
era sólo el colonizador extranjero, sino que estaba al interior mismo de Colombia.
A pesar de que la famosa guerra de “independencia” no les trajo ninguna independencia
a las parcialidades los nasa, encuadrados por sus patronos terratenientes y politiqueros,
continuaron participando en las 20 “guerras civiles” que se hicieron los partidos
370
Víctor Daniel Bonilla S.
conservador y liberal durante todo el siglo antepasado. Guerras en la que las clases
dominantes no hacían otra cosa que definir cuáles de ellos iban a quedarse tanto con
los poderes regionales como con el nuevo Estado colombiano.
Los historiadores que nos presentan dicen que los nasa participaron en ellas
simplemente porque “renacía en ellos su espíritu guerrero”. Pero si miramos mejor
nos podemos dar cuenta de que en realidad seguían ubicándose políticamente.
Tomemos por ejemplo a José María Guainás, perteneciente a una antigua familia
de dirigentes de Vitoncó y yerno del cacique principal José María Tayocué. José
María participó en varias de esas guerras civiles, donde alcanzó el grado de Coronel
conservador. No sabemos qué lo decidió a meterse en las primeras, pero cuando
en 1854 fue buscado por sus jefes políticos para que los acompañara a combatir
el revolucionario General Melo, Guainás en lugar de aceptar esa invitación prefirió
unirse al rebelde quien en ese momento representaba los intereses populares.
Esa actitud hace pensar que en esa época la política de los nasa consistía en
hacerse presente dentro de las luchas de los “blancos”, cuando consideraban que
con ellas se ayudaba a derrotar al enemigo interno que habían descubierto, es
decir, a la clase dominadora, con el fin de mejorar las condiciones de vida de su
pueblo. Y se puede suponer que cuando Melo fue derribado dos meses después
de tomarse el poder, los nasa comenzaron a darse cuenta del enorme poder del
enemigo interno.
Utilización de los partidos y debilitamiento de los nasa
No paró allí, sin embargo, el largo aprendizaje político de los nasa. Durante la
segunda mitad del siglo pasado los partidos políticos y de su posible utilización en
beneficio propio. Corría el año 1860, cuando los poderosos señores de Popayán
(terratenientes, mineros, esclavistas, políticos y también militares) estaban
enfrentados. Uno era conservador, Julio Arboleda; y el otro era radical (los que se
consideraban muy liberales), Tomás Cipriano de Mosquera. Pero Arboleda se había
apoderado de grandes extensiones de los resguardos de Jambaló y Pitayó, donde
venía explotando las salinas de Asnenga. Entonces, cuando Mosquera se lanzó
en guerra para derrocar al presidente conservador Mariano Ospina Rodríguez,
los nasa decidieron ponerse de parte de él luchando así contra Arboleda. En esa
forma, cuando Mosquera ganó la guerra y se tomó el poder, los jambaloteños y
pitagüeños consiguieron que les devolviera las tierras invadidas por Arboleda.
Este triunfo hizo que la mayoría de los nasa siguieran apoyando a los radicales,
logrando que en 1872 no pusieran en práctica una ley del Gobierno de Bogotá
que buscaba acabar con los resguardos. El Gobierno de Popayán creyendo que
con eso contentaba a los antiguos súbditos de Juan Tama trató en ese mismo año
371
Historia política de los paeces
de someterlos a su control directo y creo la “Prefectura de Páez”. Pero los nasa
de Tierradentro no se dejaron engañar y opusieron tal resistencia que el flamante
prefecto, General Vicente Guerra Cajiao y sus ayudantes “juzgaron prudente la
retirada, que fue con la mayor rapidez y en gran sigilo”, a través de las selvas que
separan a Tumbichucue de Silvia. Así los nasa de Tierradentro pudieron seguir
gobernándose por sí mismos por un tiempo más.
No descansaron sin embargo las parcialidades con este respiro, sino que
continuaron presionando sobre el Gobierno del Estado del Cauca, hasta lograr que
en 1879 expidiera una legislación más favorable a las comunidades. Disposición
que más tarde habría de servir como base a la ley 89 de 1890.
Lo que no pudieron impedir los nasa fue la primera entrada de un enemigo
más invisible y peligroso: la explotación capitalista. Esa fue traída por el
Italiano Ernesto Garruti, quien aprovechándose del aprecio de los indígenas
por su suegro, el General Tomás Cipriano de Mosquera se introdujo en Inzá
para explotar los árboles de quina con peones nasas. Explotación que también
se presentó en Pitayó, en todo el oriente del Cauca y en el resguardo de Huila,
hasta terminar con los quinales. Y decimos que ese sistema de explotación era
un enemigo más peligroso que los anteriores, por los efectos que producía en
las comunidades:
•
El peonazgo separaba a los hombres de su familia y los alejaba del resguardo;
•
Los retiraba de la autoridad de los cabildos para someterlos a la de los
capataces;
•
Le enseñaba a consumir productos de fuera y los ponían en contacto con los
vicios de otras gentes;
•
Los alejaba de las mingas y demás trabajos comunitarios que eran su mejor
escuela en la vida;
•
Y por último, hacía que con su propio trabajo, los nasa contribuyeran al
saqueo de un recurso de las comunidades, tan valioso e importante para ellas,
como era la quina.
Influencias negativas que se dejaron sentir en los resguardos, ocasionando el
paulatino debilitamiento de los dirigentes tradicionales de las comunidades. A tal
punto que los cacicazgos principales de los nasa que habían logrado mantenerse
a pesar de haber sido “legalmente eliminados” por la administración republicana,
que había creado los “pequeños cabildos” de hoy en día comenzaron a desaparecer.
372
Víctor Daniel Bonilla S.
Por otra parte, el haberse metido los nasa en las guerras y en el juego de los
partidos hizo que, al mismo tiempo que conseguían algunos beneficios, se fueran
introduciendo en las comunidades las ideologías, las reglas del juego y los vicios
del partidismo. Con dos agravantes:
Como toda la comunidad indígena no sabía de la política de los “blancos”, eran
aquellos jefes que tenían esos contactos quienes los vinculaban a esas peleas.
Comenzando entonces a funcionar en forma diferente a la de los caciques
tradicionales. Porque mientras los caciques luchaban por intereses que la
comunidad sentía y conocía a fondo, los nuevos jefes solo se encargaban de
llevarlas a pelear por razones que no conocían bien o por intereses que no
siempre eran propios. Es decir que dejaban de ser caciques de sus comunidades
para convertirse en “copartidarios” de los políticos, en “jefes politiqueros” que es
cómo funciona la política partidista.
Habiéndose iniciado estas alianzas con los partidos como una forma de defender
los derechos para enfrentarse a todos los enemigos, que con el correr de los años
habían aumentado, se convirtieron en un factor de sometimiento. Porque cuando
los jefes políticos llevaban a las comunidades a pelear junto con los criollos, lo
hacían porque sus intereses coincidían en algunos puntos aunque a menudo eran
opuestos. Como ocurrió cuando se unieron a Mosquera contra Arboleda, en que
consiguieron recuperar unas tierras, pero fortaleciendo a Mosquera que en el
fondo era también enemigo de los indígenas.
Puede decirse, entonces, que faltó claridad a esos jefes indígenas para darse
cuenta de la trampa en que caían. Pero la claridad no era suficiente, sino que
se necesitaba también la fuerza para oponerse y no la tenían. Es decir que si
su decisión política de vincularse a los partidos fue a la larga una decisión
equivocada, en realidad no tenían mucho para escoger. Porque las clases
dominantes colombianas se iban fortaleciendo cada día más mientras que las
comunidades se debilitaban y no se podía echar para atrás la historia. A todo
lo cual se añadió un aspecto más grave aún: que llevando el partidismo a las
comunidades se introdujo un nuevo motivo de desunión entre los nasa. Porque
algunos jefes como los Guainás, originarios de Calderas y vinculados también
a Toribío, decidieron apoyar al partido conservador, mientras la gran mayoría
entraba a respaldar al liberal. Esta situación vino a agravarse hacia finales de
siglo, con la guerra de los Mil Días.
En esta guerra que tanto recordaban los abuelos (1898-1902) participaron los
nasa, dirigidos por grandes jefes como Francisco Guainás (hijo de José María) de
parte del antiguo gran cacicazgo de Toribío; Zape, de parte de Pitayó, Rosalino
Yajimbo y José Pío Coyo por Tierradentro. Lo hicieron con su valentía de siempre
y en ocasiones conservando antiguas costumbres guerreras como las de llevar
373
Historia política de los paeces
a los peores enemigos hasta Vitoncó para ejecutarlos en la misma roca en que
lo hacían sus antepasados. Y distinguiéndose también por los daños que les
hicieron a las fuerzas del Gobierno, a quien le mataron a un general y por haber
continuado la lucha mucho más tiempo que nadie en Colombia, obligando al
Gobierno a enviar un ejército al mando de otro general a “pacificar” la región.
Pero pelearon unos como conservadores y otros como liberales. Y aunque a
veces algunos jefes se cambiaron de bando siguiendo intereses concretos, lo
cierto es que en esta ocasión los nasa llegaron a matarse entre sí, aumentando
la división entre las parcialidades.
Esto nos muestra hasta qué punto al volver a tomar las armas durante el siglo
pasado, aún en los casos en que buscaban derrotar al “enemigo interno”, en
realidad no estaban luchando por su propia liberación sino sirviendo intereses
ajenos. Y permite ver como el meterse en los partidos conservador y liberal los
llevaba a separarse de lo que había sido su tradición política común, propia e
independiente, que les había permitido mantenerse como pueblo defendiendo
sus intereses propios. De ahí que a medida que comenzaron a abandonarla, el
Gobierno colombiano pudo meter misioneros, alcaldes, inspectores, y demás
autoridades en su territorio. Misioneros y funcionarios que terminaron instalándose
en Páez o Belalcázar hacia 1907, para entrar a apoyar la entrada de los colonos a
los resguardos. Y peor todavía:
Pues se dedicaron a atraerse a gobernadores y cabildantes indígenas para ponerlos
a su servicio o al de los patrones, los gamonales y políticos “blancos”.
Por eso en adelante la acción política de los nasa sería cada vez más dependiente,
entorpecida o enmarcada por los partidos políticos colombianos. Así una vez más
se abrió una etapa en la vida política del pueblo Páez.
374
Víctor Daniel Bonilla S.
Con la llegada de la Republica hubo que enfrentar al republicanismo y
sus guerras civiles
Quintín Lame, el indio que se le mestizó la mente
Como en ocasiones anteriores, esta nueva etapa en la historia de los nasa está
relacionada con los cambios que se iban produciendo en el Cauca y en el resto
del país colombiano. Situación que, al comenzar el siglo XX, era muy distinta
a la del anterior, porque las clases dominantes habían terminado su larga
serie de guerras partidistas en los “Mil Días”; cuando conservadores y liberales
terminaron poniéndose de acuerdo sobre la manera cómo iban a gobernar. Lo
que hacía que en adelante resultara mucho más difícil sacar ventaja por parte
del indígena de las diferencias y contradicciones de sus enemigos, ya que con
estas habían disminuido.
375
Historia política de los paeces
Como consecuencia de este entendimiento, en el departamento del Gran Cauca
(que hasta entonces cubría desde el Chocó hasta el Amazonas), se produjeron
dos hechos importantes: de una parte fue desmembrado y reducido al tamaño
que hoy tiene, acabando así con el enorme poder político y económico de los
señores de Popayán.14 El segundo acontecimiento fue la expedición de la ley
55 de 1905 con la cual dice un historiador – El General Rafael Reyes “ordena,
grita e impone multas a los empleados si para tal fecha no se efectúa el avalúo,
el censo o el repartimiento de los resguardos”. Esta era la forma como este
presidente de Colombia apoyaba a sus amigos terratenientes de Popayán para
que continuaran ocupando baldíos y resguardos indígenas. Y estos lo hicieron
con tanto afán que sólo Ignacio Muñoz llegó a desmontar 11.000 hectáreas
de montaña en San Isidro, Coconuco, Paletará y Calaguala, con el trabajo de
centenares de nasas traídos de Tierradentro.
En esta situación la reacción de los nasa se hizo sentir a través de presiones,
quejas, memoriales y exigencias sin fin; pero sin resultado alguno, porque ya
no solo las leyes estaban en contra de los indígenas, sino que los explotadores
liberales y conservadores estaban de acuerdo en eliminar los resguardos y el
Gobierno nacional se había fortalecido.
Era pues, indispensable encontrar otra forma de acción que permitiera impedir la total
destrucción de las parcialidades. Fue entonces cuando surgió Manuel Quintín Lame.
Quintín, nasa de pura cepa, peón hijo de terrajero, nació y creció en Polindará, en la
hacienda de Ignacio Muñoz, donde sus compañeros se decían conservadores como
su rico patrón. Al estallar la guerra de los Mil Días fue llevado al ejército, donde
sirvió de ordenanza al general Carlo Albán.15 Tuvo entonces oportunidad de viajar
hasta Panamá y de enterarse de la rebelión que el cacique Lorenzo encabezó allá
y ser testigo de cómo fue fusilado por rebelde. Además, al regreso, que se realizó
por vía Cartagena y el río Magdalena, pudo conocer otras gentes, otras tierras y
otras circunstancias. No es de extrañar, entonces, que al volver a su tierra le doliera
tanto ver la forma como eran explotados los terrajeros de las haciendas y como los
terratenientes invadían los resguardos. A partir de allí ya no pudo someterse a la
explotación del terrazgo. Se volvió entonces un “indio rebelde”.
14
15
Del Gran Cauca salieron los departamentos de Valle, Nariño, Putumayo, Caquetá y todos
los de la cuenca amazónica actual. Se trató de una decisión política nacional aduciendo la
necesidad de acabar con el enorme poder militar que tenía y que alimentaba muchas de
las guerras civiles.
Los testimonios siguientes, relativos a la campaña del Sur y de Panamá, los recibimos
en 1972 directamente del secretario del general. Quintín, por su parte, fue escogido por
el general como su palafrenero, encargado de sus caballos, oficio que desempeñaba en
la hacienda de Muñoz. Este cargo lo llevó a compartir diariamente con el secretario del
general, joven escribano, de quien aprendió la escritura y el uso sumario de las leyes que
lo caracterizaría después.
376
Víctor Daniel Bonilla S.
En el ejército había aprendido a leer y escribir un poco, pero también se le
había metido en la cabeza el respeto a la “legalidad” por la cual peleaban el
conservatismo, su ex patrón, su general y hasta su compañero secretario. Creyendo
que en adelante había que luchar dentro de ella se armó, como su amigo secretario
del general, de un código civil y de un manual de abogado que lo habrían de
acompañar toda su vida y que le servirían en sus casi 200 carcelazos posteriores.
Con esas herramientas de blancos, pero impulsado por la herencia de los grandes
caciques del pasado que le hacían decir que “sólo los indios somos los verdaderos
dueños de esta tierra en Colombia”, comenzó su lucha, calladamente, hacia 1910.
Empezó recorriendo las haciendas vecinas a Popayán y luego los resguardos:
predicando los derechos, dando coraje a los compa- ñeros, instruyéndolos
sin descanso en las mingas y reuniones de las comunidades, organizando
el descontento. Así, poco a poco, al contacto con la realidad, fue armando su
programa. Un programa que se basa en los derechos irrenunciables de los indios
sobre sus territorios y su autonomía de gobierno, que habían proclamado dos
siglos antes los grandes caciques Quilo y Tama. Programa que resumía al que
sesenta años después serviría (al CRIC, en 1971) para implantarse entre los
indígenas del Cauca:
•
Liberación de todos los terrajeros mediante el no pago de terraje o cualquier
otro tributo personal;
•
Defensa de las parcialidades y oposición a las leyes de división de los
resguardos;
•
Consolidación del cabildo indígena como centro de autoridad y base de
organización;
•
Recuperación de tierras perdidas a manos de los terratenientes y
desconocimiento de todos los títulos que no se basaran en cédulas reales.
•
Afirmación de la cultura indígena y rechazo a la humillación racial de que son
víctimas los indios en Colombia.16
Pronto la infatigable actividad de Quintín tuvo un primer triunfo: los terrajeros
dejaron de descontar terraje en las haciendas comprendidas entre Totoró y Sotará,
causando gran revuelo entre los terratenientes. Pero Quintín no se detuvo; al
16
Este ideario de Lame es el mismo que en los años treinta pasó y fue usado por los nasa
coaligados en Zumbico ( Jambaló) y a través de los guambianos asistentes, a principios
de los años cuarenta pasados, a la Cooperativa misak de Las Delicias, de donde salió
conducido por Javier Calambas y Trino Morales hasta Toribio, donde se incorporó en
febrero de 1971 como programa del CRIC.
377
Historia política de los paeces
contrario, entró a apoyar la lucha con la toma pacífica de Paniquitá en 1914. Esta
acción llevó su fama de luchador a todas las parcialidades del Cauca, y fue el
principio de la rápida protesta indígena que, como un incendio iba a propagarse
en los tres años siguientes, aterrando a sus explotadores. Pero también alumbrando
y consumiendo las esperanzas de la mayoría de los indígenas caucanos quienes
creyeron llegada la hora de realizar el ideal de Juan Tama de la Estrella.
Nombrado, entonces, representante de varios cabildos y con el apoyo de Rosalino
Yajimbó17 y otros jefes nasas de Tierradentro, que luchaban en ese momento
contra la invasión de sus resguardos, se dirigió a Bogotá en busca de los títulos de
las parcialidades y de la protección del Gobierno central. Pero esta solución en la
que Quintín tanto creía, no llegaba. Se regresó entonces al Cauca y por el camino
hizo contacto con los indígenas del Tolima y el Huila para unirlos a la lucha.
Prosiguió luego su campaña manteniendo viva la esperanza de sus seguidores
asegurándoles que estaba escribiendo una ley reconociendo los derechos de los
indígenas, la cual sería aprobada por el Gobierno nacional. Pero al mismo tiempo
su actividad aumentaba el odio de los gamonales y explotadores, al punto de
acusarlo de preparar un levantamiento indígena general contra el régimen que él
mismo había ayudado a defender. Encarcelado en dos ocasiones por esta razón
se defendió él mismo antes sus jueces y salió libre para continuar su lucha, más
decidido que antes.
Así llegó la última etapa de “la quintinada” que se dio entre 1916 y 1917. Ante
el evidente fracaso de sus gestiones legales y el rechazo de sus “copartidarios”
los grandes jefes conservadores que esta vez lo consideraban un enemigo, el
caudillo indígena cambió de táctica. Aumentó el hostigamiento a los hacendados
para hacerlos abandonar sus tierras y que estas quedaran en manos de terrajeros
y cabildos. Menudearon entonces los asaltos a las haciendas, pelando reses y
desocupando despensas. Inzá fue tomando por asalto, derrotando las fuerzas
de blancos e indígenas “antilamistas” encabezadas por otro nasa como él: el
“coronel” Pío Collo. Mientras columnas indígenas dispersas por la cordillera,
atraían y fatigaban a policías y soldados para hacer despejar los lugares donde
se iba a realizar alguna acción. Fueron estos, meses de lucha incansables
con el apoyo masivo de las comunidades. Meses en los cuales el nombre de
Quintín Lame se convirtió en el terror de los pueblos de “blancos” y de los
terratenientes quienes desocuparon sus haciendas. Parecía que por fin la lucha
indígena iba a triunfar.
17
Ex coronel liberal de la guerra de los Mil Días quien en Tierradentro acompañó a Quintín
en su rebelión donde finalmente fue apresado y murió a los ochenta años en la cárcel de
Popayán donde fue encerrado con Lame. Es notable el hecho porque hubo otros nasas
liberales, como Pio Collo, que los combatieron hasta el final.
378
Víctor Daniel Bonilla S.
En ese momento se hizo sentir la verdadera fuerza del enemigo. Este
consciente de que la fuerza del movimiento estaba en la persona de Quintín
lazó desde Popayán al batallón Junín, desde Cali al Pichincha, desde el Huila
a otro de carabineros con el fin de apresarlo. En Tierra- dentro la represión se
hizo entonces más fuerte, con la ayuda de los misioneros, quienes se habían
establecido en la región desde 1905, participación tan descarada que según
cuenta el padre David González (s.f.), el cura Luis Mosquera nieto de Tomás
Cipriano, “se declaró segundo jefe de la campaña de represión” y de acuerdo
al propio Quintín “guio a la compañía que nos perseguía y ordenaba que
mataran indios, que esos no eran cristianos, el mismo padre hacía colgar de
los árboles a los indios que caían prisioneros hasta hacerlos confesar en qué
sitio me encontraba yo”. No pudieron sin embargo apresarlo en esta ocasión,
pero pío Collo en su furor antilamista, logró derrotar a Yajimbo y lo entregó al
Gobierno, a pesar de ser liberal y nasa como él.
Luego súbitamente llegó el final de “la quintinada” porque Lame, que seguía
creyendo que la solución estaba dentro de la ley aceptó conversaciones con
politiqueros liberales, con la esperanza de que participando en las elecciones
de 1917 podría llegar a la Asamblea Departamental o al congreso para hacer
valer los derechos indígenas. Fue entonces cuando, traicionado, cayó por
fin en El Cofre a manos de sus enemigos. Encarcelado, vio morir a Yajimbo
y algunos de los diez jefes que con él fueron apresados, mientras muchos
nasas caían en Tierradentro víctimas del general Enrique Palacios quien, según
aseguran los misioneros “no dio cuartel a los revoltosos” y el movimiento se
disolvió en el Cauca.
Pero continuó en el Tolima donde se había refugiado José Gonzalo Sánchez,
joven guambiano-totoreño compañero de Quintín. Mientras Lame estaba preso,
José Gonzalo y Eutiquio Timoté (dirigente de los descendientes de los pijaos
del Tolima) reunieron en Natagaima una asamblea con delegaciones del Cauca,
Caquetá y Tolima, para establecer un “Consejo Supremo de Indias” y proseguir “de
hecho y de derecho” la lucha indígena. Y aunque el consejo no logró establecer la
unidad indígena a escala nacional, sí sirvió para impulsar en los años siguientes la
lucha en el Tolima, a donde fue llamado Manuel Quintín una vez que salió libre,
en 1921.18 Así terminó su lucha en el Cauca.
18
Un resumen de la acción de Quintín en el Tolima se puede leer en la introducción de su
libro que fuera publicado por La Rosca (1971) bajo el título En Defensa de Mi Raza. Existen
otras versiones, no sabemos si con la introducción de Castillo.
379
Historia política de los paeces
Proceso de organización y lucha de Quintín en el Cauca, el regreso de
los “Mil Días” (1905-16)
Fracaso del indigenismo: consolidación de la
misión y los partidos políticos
Ahora bien: detengámonos un momento para analizar el fracaso de Quintín en
su propia tierra. ¿Cómo es posible que la fuerza del movimiento desapareciera
una vez que salió del departamento? ¿Cuál fue la causa de ese fracaso? ¿Qué
experiencia dejó al Movimiento indígena?
Es claro que Lame buscó continuar la política de los grandes caciques del pasado.
Pero ocurría que él no era en realidad un cacique y ni siquiera un indígena de
resguardo: era un peón sirviente de hacienda.19 Es decir que no había vivido, ni
19
El terraje de los Lame estaba situado en la hacienda, a la orilla opuesta del río Puracé, pero
Quintín “por ser un indio listo” fue reclutado muy joven al servicio de los patronos Muñoz.
380
Víctor Daniel Bonilla S.
participado en el trabajo diario de las parcialidades, ni tomado parte en el gobierno
indígena de los cabildos. Como terrajero y comerciante en animales, había crecido en
medio de las haciendas y en un ambiente individual. No sólo le faltaba la experiencia
comunitaria y la disciplina de quienes vivían diariamente las condiciones de vida del
pueblo nasa sino que la cercanía con los “blancos” en que vivía le impidió realizar
una crítica a fondo de esta sociedad que lo integraba a la vez que lo explotaba. Por
eso más tarde, cuando llegó a encabezar grandes movilizaciones indígenas, se impuso
como jefe a la manera de los caudillos liberales y conservadores que había visto
actuar en la sociedad “blanca”, y no pudo desarrollar una nueva forma de liderazgo
entre su gente. Porque ante la carencia de experiencia política real de un gobernador
de resguardo, de un “capitán” o de un cacique (y también de otras experiencias de
liberación de minorías indígenas en países lejanos) lo que pudo imaginar fue una
sociedad indígena a la manera de la existente, solo que sin patrones extraños. Porque
tenía en la mente el legalismo, la religión y demás instituciones de los “blancos”. En
otras palabras, idealizó la vida, las costumbres y la “raza” indígena. Se construyó,
pues, un sistema de ideas que podemos calificar de puro indigenismo, lo cual no es
otra cosa que una nostalgia por las formas de vida indígena del pasado que muchos
individuos guardan en el corazón, mientras en la práctica aceptan o impulsan la
penetración ideológica del enemigo en las comunidades.
Con este sistema fue como Quintín dirigió su movimiento en el Cauca. Una
concepción desprovista en un principio de base material y de una experiencia
política real. Por eso, en la práctica, con el tiempo esa mezcla de indigenismo y
de caudillismo le impidió organizar de verdad, colectivamente y en forma nueva y
duradera las parcialidades, de acuerdo a las condiciones y necesidades del momento.
Son innegables los aspectos positivos que tuvo la actividad de Quintín, pero
también lo es que no resistieron la represión. Él retomó las banderas políticas de
los antepasados que habían trabajado en el sentido de unificar el pueblo nasa.
También lo es que dándose cuenta de las divisiones que existían al interior de
las comunidades, trabajó con los indígenas de resguardo y con los terrajeros de
las haciendas, con los nasa y con los no-nasas, con los conservadores y con los
liberales en busca de la unidad. Sin embargo este mecanismo era diferente al de
los grandes caciques anteriores, por cuanto abandonaba la consolidación de una
“nación páez” y abría una nueva etapa: la de una lucha común con los demás
indígenas del Cauca. Un mecanismo que demuestra que, después de las guerras
civiles, las luchas indígenas ya no se darían de forma independiente como las
adelantaron los antiguos caciques, sino entremezcladas con intereses políticos no
indígenas, como parecía exigirle el nuevo siglo.
Es conveniente también retener que si Quintín pudo hacer lo que hizo, con sus
aciertos y sus errores, fue por haber estado en contactos con las dos sociedades.
Con la indígena y por haberse ligado a la lucha general de las comunidades. Y
381
Historia política de los paeces
con la sociedad “nacional”, por hablar el castellano, saber leer, estar influido por
la religión y los partidos, haber sido soldado y manejar lo básico del sistema
jurídico nacional. Esta doble relación fue su fuerza y su debilidad. Además la
tarea unificadora de Quintín sacaba a plena luz las divisiones existentes al interior
de las comunidades o entre ellas. Divisiones tan profundas que, como vimos,
él no las pudo eliminar. Recordamos cómo Pío Collo y otros nasas lucharon
contras los “lamistas” contribuyendo así a hacer fracasar el movimiento. Fortalezas
y debilidades que dejó en herencia a las comunidades del Cauca.
Pero lo que importa resaltar es que estas divisiones son el producto de la
penetración, de la explotación dentro de las comunidades y de las formas como
está organizada y avanza para dominarlas desde adentro. Por eso es conveniente
resaltar que hoy en día todavía existen en las comunidades y se manifiestan
dentro del movimiento indígena.
En esta forma, la experiencia de Quintín Lame permite pensar que los nasa
estaban ya tan penetrados por el enemigo, que solos no podían derrotar a los
explotadores y dominadores de la sociedad colombiana.
De la misma manera, lo que fue la fuerza y la debilidad de Quintín como dirigente,
también se encuentra en los dirigentes de hoy y en la organización indígena. Una
fortaleza que ha permitido que las comunidades se afirmen en la defensa de los
derechos indígenas y se sostengan hasta hoy en día. Pero también una debilidad
frente a la Iglesia, a la ley colombiana y a los partidos, que en los años siguientes
al movimiento de Quintín abriría paso a una mayor penetración de esos elementos
que dificultaban el desarrollo de las luchas de los indígenas por su liberación.
Así nos lo deja ver la historia de las comunidades una vez disuelto el movimiento
de Quintín Lame en el Cauca: En Tierradentro, el municipio de Páez (que el
Gobierno nacional no había logrado establecer sino en 1905) se consolidó. Lo
mismo ocurrió con la Misión que, debido a su afianzamiento fue organizada como
“prefectura Apostólica” en 1923. Y a nivel nacional, el Congreso colombiano,
impulsado por los terratenientes caucanos, siguió sacando leyes en contra de
los resguardos que golpearon duramente las comunidades del oriente caucano,
especialmente Caldono y Quilichao. Como la 104 de 1919 y otras que salieron
en 1992 y en 1927 que exigían la eliminación inmediata de los resguardos y
nombraban comisiones con ese objeto.
No obstante, la voluntad de los indígenas de seguir siendo nasas, guambianos
(misaks) o gentes de resguardo, fue más fuerte que las leyes del Estado que
intentaba “integrarlos” a la sociedad nacional. Es decir que, en la práctica, las
comunidades aunque desprovistas de grandes jefes, mantuvieron en este aspecto
su línea política tradicional. Por eso sólo siete pequeñas parcialidades cercanas
382
Víctor Daniel Bonilla S.
a Popayán y ya muy “mestizadas” pudieron ser legalmente extinguidas, lo que
no pudieron impedir fue la actividad de los misioneros y de los partidos que se
comenzó a sentir profundamente entre los nasa.
Detengámonos otro momento a considerar esa situación. El interés de los partidos
por los indígenas, ya no como soldados sino como votantes, comenzó cuando en
1912 la ley colombiana autorizó el voto a los hombres que supieran leer y escribir
y tuvieran propiedad raíz; lo que solo podían hacer unos cuantos indígenas
adictos a políticos y misioneros.20 Esto hizo que los politiqueros, especialmente
liberales, se lanzaran sobre los indígenas que les habían sido favorables en las
guerras civiles para que, cumpliendo o no con los requisitos legales, les dieran
sus votos, prometiendo en cambio toda clase de ayudas, como la de hacerles
respetar los resguardos. Falsas promesas. Porque el mismo partido liberal buscaba
acabarlos, como pudo verse cuando después de 1936 comenzó a impulsar la
invasión de los territorios indígenas dándoles el tratamiento de “tierras baldías”.
Sin embargo no se hizo sentir una oposición organizada a esta nueva forma de
explotación porque al no ser reemplazado el “lamismo” por un movimiento más
fuerte y organizado, el campo había quedado libre a la acción de los partidos
que pudieron así consolidar su dominio ideológico entre los nasa. Especialmente
el partido liberal que, al llegar al poder en 1930, pudo entrar a reforzar desde la
administración pública su juego politiquero.
Los misioneros en cambio fueron más francos. Desde un principio destaparon su
cara diciendo, como más tarde reconoció el padre David González, que “dejados
los indios a su natural iniciativa son incapaces de todo progreso” porque, según
los misioneros, los indígenas se caracterizan por su “carencia de sentimientos, de
dignidad, en la carencia de todo anhelo de superación ya que […] El indígena
por natural inclinación, quiere permanecer en el estado primitivo”. Basados en
semejante criterio, los misioneros se dedicaron a impulsar o realizar ellos mismos
la invasión de los territorios indígenas. Para justificarse, salieron con el cuento de
que la “ley colonial” no daba a las parcialidades sino “una legua a la redonda de los
pueblos” y que lo demás era terreno baldío. Pero, conociendo que en últimas lo que
predominaba no era la ley sino los hechos, se lanzaron a dar el ejemplo invadiendo
por la fuerza. A tal punto que no vacilaban, según cuenta el mismo misionero
González, en llamar en su ayuda a personajes “de revolver y sable al cinto” y que
“nunca fallaban el tiro”; y acudiendo a la política para hacer traer y firmar por la
fuerza a los cabildos. Llegando así a que “pronto aparecieron trabajadores blancos
y mestizos en las selvas que los indios tenían como intocables”. Mas no contentos
20
No olvidar que la “democracia” impuesta por los “libertadores” afirmaba que “todos los
hombres eran iguales en derechos”, pero en las constituciones y leyes establecieron
que no eran ciudadanos sino los varones que tuvieran propiedad raíz y supieran leer y
escribir (Constitución de 1843), lo que dejaba a los indígenas por fuera. O como afirmó un
presidente de Colombia: “semejantes a los menores, disipadores, dementes y sordomudos”
383
Historia política de los paeces
con eso, los padres dieron otro impulso a la invasión, haciendo aprobar “áreas
de población” dentro de los territorios indígenas, para repartir a los extraños que
llegaban o que ellos atraían a los resguardos.
A pesar de esta doble actuación de politiqueros y misioneros, los nasa de Tierradentro
pudieron burlar en ocasiones al enemigo y manifestar su posición. Como en 1927,
cuando los mosoqueños lograron impedir el establecimiento del área de población
en su resguardo, mediante la promesa hecha a los conservadores de “voltearse” si
no la establecían; para luego de haber logrado lo que querían, seguir apoyando la
subida al poder del liberalismo, y terminar sitiando a los misioneros durante 15 días
impidiéndoles movilizarse. Pero estas manifestaciones fueron aisladas sin que por
entonces se manifestara en forma unificada esta política. Más bien a nivel general la
penetración de la misión y de los partidos se acentuó.
El fracaso del “sindicalismo”
Así pasaban los años y los indígenas caucanos tratando de encontrar nuevas
formas organizativas que les permitieran llevar a cabo su política general de
resistencia. Durante los años que corrieron entre 1935 y 1945 recorrieron otro trecho
políticamente importante: la tentativa de conformar una organización diferente a la
tradicional, la cual fue impulsada principalmente por José Gonzalo Sánchez.
Habíamos dejado a José Gonzalo en el Tolima luchando en compañía de Quintín
Lame y Etiquio Timoté; lucha que siguieron durante algunos años juntos. Pero
también esta vez, los cambios ocurridos en Colombia vinieron a reflejarse en la
política indígena. Cambios que en esta ocasión fueron la irrupción en el panorama
político de un partido nuevo que vino a reivindicar los intereses de los trabajadores,
el partido Socialista Revolucionario, el cual se transformó en 1930, en el partido
Comunista de Colombia.
Pues bien, José Gonzalo21 y Etiquio Timoté se vincularon al nuevo partido,
produciéndose la separación de Quintín, quien no quiso acompañarlos. José
Gonzalo salió entonces del Tolima a recibir formación política dentro de su partido.
Regresó luego al Cauca y se dedicó durante varios años a realizar campañas entre
los indígenas de acuerdo a la política que seguía el nuevo partido. Se trataba de
formar sindicatos agrarios, ligas campesinas, como se llamaron y los afiliaron al
partido político comunista.
21
José Gonzalo Sánchez, oriundo de Miraflores, en Totoró, tuvo grandes lazos de amistad
y apoyo político con los misak de Silvia, donde posaba en su camino a Jambaló. No
hablaba el nasayuwe y representaba ya la nueva dirigencia aculturada que se abría
paso en la historia nasa.
384
Víctor Daniel Bonilla S.
Hasta donde recuerdan los compañeros con quienes hemos hablado, esa campaña
no impulsaba como en otras partes del país, la lucha por la tierra, ni retomó
reivindicaciones concretas de las comunidades sino que consistía en dar charlas
en que se informaba sobre las conquistas logradas por los obreros de los países
socialistas y se adoctrinaba en el terreno meramente político, sobre la necesidad
de “llegar a elegir un gobierno, un gobierno de los pobres”. Y terminaba invitando
a afiliarse al partido de los trabajadores para cuyo sostenimiento se pedía cotizar
o depositar los votos. José Gonzalo no se apoyaba, pues, en los cabildos ni
parece haber conocido la trayectoria política de las luchas indígenas. En todo
caso desarrolló su campaña sin tenerla en cuenta para nada, convencido de que
había que abandonar la dirección indígena de la lucha entre las comunidades
caucanas y propagar en cambio las ideas que servían a la lucha de los obreros de
los talleres y de las fábricas, de los ferrocarriles y de los caminos, etc. Desarrolló
así una dirección de trabajo entre las comunidades con un programa diferente al
de Quintín Lame. Logró convencer a pequeños grupos de nasas de que su partido
era mejor que los tradicionales, influencia que aún permanece en ciertos sectores.
Y si hemos de creer lo que afirma el padre David González, habría contribuido
a canalizar el descontento de los indígenas de Tierradentro, quienes en 1945
arrasaron las instalaciones de la Misión en el resguardo de Huila. Pero la mayoría
de las parcialidades recuerda tan solo la ola de represión desatada con ese motivo
y que costó la vida al propio José Gonzalo, quien fue envenenado (según la
tradición) por la oligarquía del Cauca.
¿Qué significa entonces la experiencia de José Gonzalo Sánchez? Sánchez fue
más allá que Quintín Lame, sabiendo ver que en Colombia existía algo más que
el Gobierno Nacional o los partidos tradicionales. También sacó la lección del
fracaso de Quintín en el Cauca en el sentido de que los indígenas no podían
luchar solos, por lo que buscó el apoyo de los trabajadores organizados. Pero al
dejarse llevar por la novedad y la importancia de su descubrimiento, desconoció
las condiciones propias de las comunidades: sus reivindicaciones, sus formas de
organización y su tradición de lucha, lo cual hizo que su movimiento tuviera un
desarrollo limitado. Dejando al mismo tiempo una herencia de izquierda que
habría de tener amplios desarrollos en el futuro del movimiento indígena caucano.
De la “violencia” a la autodefensa
Siguiendo las huellas de los nasa en los años treinta del siglo pasado, encontramos
que el tratamiento de “Baldíos” que el Gobierno del presidente Eduardo Santos,
apoyado por misioneros y terratenientes, dio a los territorios de los indígenas
no sólo se hizo sentir en Tierradentro. En el norte del Cauca, el resguardo de
Tacueyó y Toribío fue donde primero adquirió carácter de grave conflicto. Pronto
comenzaron a llegar los colonos que, al principio por engaños y luego a viva
fuerza, se fueron apropiando de las sementeras y propiedades de los indígenas;
385
Historia política de los paeces
para terminar estableciéndose en un pueblo que levantaron con el nombre de
Santo Domingo. Mientras los hacendados de Cali y Popayán, atraídos por la
creciente valorización de esas tierras, se lanzaron a invadir las parcialidades de
la Laguna, La Cominera, Caloto, Jambaló, Caldono, y otras en la misma forma.
Situación que se agravó con la expedición de una “Ley de Tierras” que impulso a
los terratenientes a expulsar a los terrajeros de las haciendas ante la perspectiva
de perderlas.22 Duros momentos en que a menudo se hizo sentir la solidaridad
entre indígenas, como en el caso de Jambaló que dio cabida desde entonces a los
guambianos de Chimán en la vereda La María donde viven desde entonces.
Pero en los años siguientes, en los cuarenta, la situación empeoró con llegada
del partido conservador al poder: arreció la violencia ya que a la ejercida por los
terratenientes se vino a sumar la violencia partidaria que desde el siglo anterior
traían conservatismo y liberalismo, y que terminó envolviendo a toda Colombia
entre los años 1946 y 1958. Violencia que para los nasa no fue más que el aumento
de la ya existente y que debía prolongarse por veinte años. Con una característica
especial: antes, los indígenas habían usado la lucha partidista para defenderse de
la dominación del “blanco”; en cambio durante estos años sería el “blanco” quien
iba a encubrirse en la lucha política para intentar aplastar al indígena.
Porque eso fue lo que ocurrió cuando desde el Gobierno se dio la orden de
“conservatizar” al país a cualquier precio. Los nasas como liberales, fueron de los
primeros en recibir el impacto de la persecución política que les ponía a escoger
entre dos males: jurar fidelidad al partido conservador o a la cárcel, la tortura y la
muerte. Clima de terror que, como cuenta el padre David González en su libro,
fue aprovechado y promovido por muchos colonos, terratenientes y políticos, con
la activa colaboración de los misioneros, pero con el ánimo de desorganizar las
parcialidades e instalar con mayor facilidad su dominio y explotación sobre los
nasa y sus tierras. Es decir, que la violencia de conservadores contra liberales en
este caso, no fue, en el fondo, sino el encubrimiento de la tradicional persecución
contra el indio.
Paralizados al principio por esta brutal agresión que llegó a diezmar la dirigencia
indígena en zonas como Tacueyó, los nasa terminaron reaccionando. Pero carentes
aún de una dirección unificadora propia, su actividad defensiva se encauzó dentro
de los movimientos de autodefensas liberales y comunistas que comenzaron a
surgir. No se trató, pues, de una coordenada acción comunitaria, sino de afiliaciones
individuales o de pequeños grupos, lo cual limitó sus posibilidades. Como quedó
comprobado en el mal planeado asalto y toma de Belalcázar (1950) que fue
seguido de una incontenible ola de asesinatos, incendios, torturas y despojo de
22
La Ley 200 de 1936 expedida por el gobierno liberal disponía la expropiación de tierras
ociosas de las haciendas para ser repartidas entre aparceros y terrajeros en todo el
territorio nacional.
386
Víctor Daniel Bonilla S.
los indígenas, que hubieron de huir a los montes; abriendo las puertas a la ola
de barbarie en que deberían perecer masacrados el cabildo de San José y mil
compañeros más. Sin embargo, con el correr de los días, esta forma de defensa
permitió enfrentar al enemigo y hasta castigarlo, como ocurrió en las tomas de
las veredas de Santo Domingo (1950), Caloto (1954) y la Mina (1956); haciendo
posible, la recuperación de parte de los territorios invadidos en la zona.23
Al llegar a este punto es necesario puntualizar como esta dura experiencia tampoco
pasó sin dejar enseñanzas políticas a los nasa; y entre ellas las principales son:
•
La alianza del Gobierno, la Iglesia, los terratenientes y los politiqueros, “la
manguala” como se le denominó popularmente, apareció como el enemigo
principal de los indígenas caucanos.
•
Se vio claramente que si bien la defensa la asumían en forma individual, la
represión golpeaba por parejo en forma colectiva. Realidad que comenzó a
aclararles la necesidad de llegar a una organización también colectiva, capaz
de enfrentar al enemigo.
•
Al observar como muchos combatientes nasas de las guerrillas acaudilladas
por “compañeros” no-indígenas eran objeto de discriminación en el trabajo o
en la lucha, tomaron conciencia de la necesidad de que tal organización debía
ser propia, de los indígenas mismos, para mejor adelantar sus luchas.
•
El hecho de haber sido agredidos en su propio territorio, de ver invadidos
sus resguardos, mientras la necesidad de la tierra se hacía cada día mayor, les
confirmó una vez más, en centrar en ella el objetivo inmediato de sus luchas.
•
De una organización que teniendo en cuenta las formas tradicionales de
organización nasa, no se limitara a ellas y permitiera responder a las nuevas
condiciones que se fueran presentando. Experiencias y perspectivas políticas,
que unidas a las acumuladas en los siglos anteriores, han venido a construir
el motor de la acción actual de los nasa.
23
Los violentos desalojos de estas zonas de los colonos invasores (denunciados siempre
como los “pájaros” que asesinaron a numerosos dirigentes en Toribio y Tacueyó) corrieron
a cargo del “mayor Ciro” y sus guerrilleros “comunes” de Riochiquito a solicitud de las
Comunidades víctimas de sus masacres. También los de La Mina, en Jambaló. Los de
Caloto lo fueron por el ejército nacional a solicitud de los caloteños, tras el derrocamiento
del gobierno de Laureano Gómez y Urdaneta.
387
Historia política de los paeces
Inicio de una alianza inter-étnica y de la
organización y movimiento indígena actual
En los años siguientes la larga búsqueda política de los indígenas del Cauca
prosiguió. Es cierto que la influencia del liberalismo, reforzada por la violencia,
habría de seguir actuando, llevando a unos a apoyar al sector más reaccionario
de ese partido; y a otros al MRL (Movimiento Revolucionario Liberal), movimiento
político pro-cubano que se planteaba como más popular y cuyas influencias
siguen aún actuando en las zonas en que se implantó. Pero, al mismo tiempo,
fuera del partidismo, comenzó a desarrollarse otra tendencia.
Fue hacia 1963, cuando algunos indígenas de Jambaló y otros de Guambía
constituyeron el mal llamado “sindicato del oriente caucano”. Mal llamado porque
quienes lo formaban no eran proletarios en busca de reivindicaciones gremiales,
como indicaban el socialismo y las políticas del momento, sino nasas y misaks de
parcialidades; y tampoco planteaban acabar con el sistema capitalista que era el
planteamiento del comunismo, sino que su meta era luchar por la recuperación
de las tierras arrebatadas a los resguardos y acabar con la “humillación” de parte
de los blancos y patronos. Es decir, que esta vez planteaban de frente sus propias
reivindicaciones. Quienes vivieron esta experiencia y más tarde participaron en la
fundación del CRIC destacan los nuevos pasos que recorrieron entonces:
•
Por primera vez que recuerden, nasas y guambianos lograron resolver, sin
acudir a la justicia colombiana, problemas de linderos entre sus resguardos; o
sea superaron viejas diferencias entre los dos pueblos.
•
En la solución de esos problemas, el “sindicato” no pudo actuar solo: tuvo que
trabajar con los cabildos para que ellos intervinieran con autoridades de las
comunidades encargadas de velar por el territorio de los resguardos. Trabajo que
puso en evidencia la importancia de los cabildos, a la vez que sus limitaciones.
•
Esta unión entre nasas y misaks abrió paso a la reanudación de la lucha por
la tierra. Estos pasos recorridos fueron muy importantes para preparar el
surgimiento del CRIC. Cierto es que el “sindicato” como tal no progresó. Y no
progresó porque si bien retomaba algo de la tradición política indígena, lo hacía
solo en forma parcial, ya que no englobaba todas las aspiraciones políticas de
las comunidades nasa y guambiana. Además, la forma de sindicato no daba
para organizar de acuerdo a estos objetivos y a la realidad de las comunidades.
•
Fue entonces con la presencia e impulso de los dos pueblos indígenas que
nació el CRIC, y con él moderno movimiento indígena colombiano, en 1971.
388
Víctor Daniel Bonilla S.
En las cartillas 1 y 2 del CRIC presentamos cómo el movimiento indígena nació
en torno de las luchas de nasas y guambianos, en El Credo y El Chimán. Que
nació para unir. Esto es cierto; y así lo confirman quienes participaron en su
formación. Pero si uno analiza la historia de estos pueblos se puede afirmar que
viene de muy lejos en el tiempo. Que tiene como fundamento las experiencias
políticas sacadas de las luchas de sus mayores y antepasados, aunque muchos de
sus dirigentes actuales no sean conscientes de ello. Experiencias políticas que el
enemigo se empeña en negar y de las cuales quiere despojar a los indígenas.
Esta organización nueva no ha salido de la cabeza de nadie en particular. Ha
nacido como un paso adelante en la larga búsqueda de formas organizativas
propias de las comunidades indígenas del Cauca. Ha sido un paso adelante,
porque organizarse en forma propia y de una vez en forma regional yendo más
allá de las experiencias pasadas, era crear una organización original, algo que
no se parece a nada más y que ha desencadenado todo un movimiento social
que lucha por recuperar lo propio: territorio, autonomía y cultura dando paso a
actuaciones modernas.
Porque su forma de organizar se basa en la realidad caucana. Realidad que no es
otra cosa que el resultado de tres siglos de historia compartida por los indígenas
y los no indígenas del Cauca.
Pero al mismo tiempo porque haberse constituido en forma de consejo indígena
después de los ensayos y fracasos sufridos en los intentos de tratar de organizarse
según fórmulas ajenas, les ha impuesto la necesidad de una organización
propiamente indígena, que sirva para unir a los pueblos nasa y misak con otras
comunidades. Por eso la forma de organización de los indígenas caucanos no se
puede comparar con otras. Para entender hacia dónde va, para definir su política,
es necesario preguntarse de dónde viene. Retomando el hilo de la historia para
analizar los problemas políticos que hoy se le plantean a la luz con las respuestas
políticas y organizativas que las comunidades han tratado de darles desde tiempo
atrás. Y aprovechar esas experiencias. Eso es afianzarse en lo propio, en lo original,
para crear algo nuevo y seguir adelante.
Referencias citadas
González, David
S.f.
Los paéces o genocidio y luchas indígenas en Colombia. Medellín: Ed.
Rueda Suelta.
389
M a r í a Te r e s a F i n d j i
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia24
MARÍA TERESA FINDJI
L
a conciencia nacional contemporánea forjada durante “la hegemonía
conservadora” exaltó al mestizo como prototipo del colombiano en un intento
por exorcizar el “estigma” del indio y del negro (Gomez 1928) y sublimar
la situación colonial, al tiempo que la revolución demográfica lanzaba a libertos
y mestizos a conquistar nuevas tierras para integrar el territorio nacional, con el
honroso título de colonos, entendido como “los que hacen patria” (Findji 1983).
Así que cuando a principios de los años de 1970 apareció en el escenario
político nacional el movimiento indígena, sus protagonistas no existían en el
imaginario nacional.
La ideología liberal decimonónica estaba aún vigente, hasta los ideólogos de las
izquierdas marxistas: los “indios” no existen, “todos somos iguales”. Y cuando
algunos de sus exponentes adoptaron la teoría de la dependencia, llegaron al
extremo de escribir: “no hay historia nacional” (Arrubla 1969).
Todos los matices de la ideología nacional colombiana coincidían, pues, en jugar–
en lengua castellana– con la asociación de palabras: “indio” = pasado y pasado
= “atraso”. Los “indios” de hoy, vivientes exponentes de la situación colonial, no
existían, no podían existir en la contemporaneidad.
Antes de seguir, valga aclarar que la primera organización que apareció a la
luz pública en Colombia como Consejo Regional Indígena era del Cauca, de
la antigua Gobernación de Popayán, de este Estado Soberano del Cauca que
participó en todas las guerras civiles que jalonaron el proceso de unificación de
las clases nacionales y abarcaba hasta 1905 la mitad de la geografía actualmente
colombiana. Sus protagonistas no eran tribus selváticas, “marginales” o “primitivas”
sino el mismísimo producto de la Colonia, poblaciones relacionadas con los
24
Original tomado de: María Teresa Findji. 1991. “Movimiento indígena y “recuperación”
de la historia”. En: Michael Riekenberg, Bodo von Borries; Georg-Eckert-Institut für
Internationale Schulbuchforschung (comp.), Latinoamérica: enseñanza de la historia,
libros de texto y conciencia histórica, pp 123-140. Buenos Aires Alianza Editorial/FLACSO.
391
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
nuevos “centros” de poder desde hace cerca de quinientos años. Por eso, aunque
a muchos les parezca exótico hacer énfasis en el problema indígena –los indios
son “minoría” en Colombia hoy, como se dice o piensa comúnmente–, en el
imaginario nacional de la mayoría de los colombianos figuran los indígenas en los
orígenes negados de la nacionalidad.
Existen en “la historia”, en los recuerdos de los primeros capítulos de los manuales
escolares. Y es bien sabido que “la historia” habla del pasado y que el pasado
ya se acabó, ya no existe, no puede existir, y ahí es donde la Colombia con
“minorías” indígenas vive en sus representaciones “históricas” el mismo problema
que las nacionalidades contemporáneas americanas con mayorías indígenas.
Ahora bien, en el actuar, en el campo político y social, el movimiento indígena
contemporáneo pone de manifiesto un conflicto no resuelto en América Latina.
El discurso “histórico” no lo va resolver, pero incide en el campo de fuerzas.
No vamos a analizar aquí los textos de los manuales escolares sino referirnos a
nuestra experiencia de producción histórica en esta situación conflictiva.
Realizada desde un lugar, el de “acompañante” del movimiento indígena
“renaciente” como dicen los indígenas de Nariño, esta producción no se puede
reducir a la categoría de etnohistoria. Parte de una cátedra universitaria de
historia contemporánea de Colombia y remite a la invención y utilización de
una herramienta de educación conjuntamente con varias comunidades indígenas,
protagonistas del movimiento indígena en Colombia, herramienta conocidas
como: “los mapas parlantes” (Bonilla 1982, 1983a, 1983b).
Los mapas parlantes no son un texto letrado. Ni son un texto para niños, aunque
los puedan ver también. Son una serie de siete murales graficados destinados a
ser utilizados en una región trilingüe por poblaciones cuyas lenguas recién están
empezando a tener escritura. En otras palabras, en poblaciones que han desarrollo
sistemas orales de producción de conocimiento, de acumulación y transmisión del
mismo. No pasan por la escritura, pero no pensamos que por ello no tengan un
pensamiento estructurado o no tengan historia, como tan a menudo se nos ha
querido hacer creer.
Escuchar, entender e interpretar la memoria colectiva de estas comunidades
a través de los relatos orales de los mayores o en las reuniones y asambleas
comunitarias, y sobre todo, observar cómo informan sus luchas contemporáneas,
ha sido fundamental en el método de los mapas parlantes así como la constante
y sistemática confrontación con nuestras propias maneras de aprehender los
acontecimientos y la vida cotidiana, de relacionarlos en el tiempo y el espacio, de
conocer “el mundo” o los diversos mundos.
392
M a r í a Te r e s a F i n d j i
Asimismo, el producto final, los murales disponibles en hule y fácilmente
transportables, no se pueden usar sino en forma oral: en condiciones similares
a las que tradicionalmente fueron propicias para la generación o transmisión de
conocimientos en estas comunidades.
Ahora bien, esta forma oral implica una relación presencial. Es decir, que el que
habla lo hace siempre en el momento presente, desde el sitio o la situación en
la que se encuentra. Aunque su pensamiento se desarrolle en un ir y venir del
presente al pasado o al futuro, siempre está “actualizado”. Volveremos sobre esta
observación, indispensable para entender el problema de la “historia” en el actuar
contemporáneo de las comunidades indígenas de América.
Resguardos “coloniales” y memoria de la resistencia indígena
contemporánea
En el caso que nos ocupa, cuando, inesperadamente, la “organización indígena”
hace irrupción en el escenario político nacional en 1973,25 este estaba ocupado
por “las invasiones campesinas” masivas coordinadas por la ANUC –Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos–, recién salida de las manos gubernamentales
que la fundaran, y los debates sobre la Reforma Agraria.
En el Cauca existían y luchaban descendientes de los antiguos pobladores
precolombinos, coloniales o poscoloniales identificados como “indios” o
“campesinos indígenas” (CRIC 1973).
En este contexto, sus luchas son interpretadas inmediatamente como “luchas
por la tierra”. Pero a todo lo largo de la década el debate ideológico y político
entorno de estas identificaciones ocupará un espacio considerable; culminará en
el Congreso de la ANUNC (Tomala 1977) con la ruptura de la relación entre la
organización campesina y la organización indígena CRIC. Más tarde, a partir de la
proclamación guambiana. “No somos una raza, somos un pueblo” y de la Marcha
de Gobernadores Indígenas a Bogotá con el proyecto de ley de “Estatuto Indígena”
(1980), el Movimiento de Autoridades Indígenas de suroccidente privilegiará
al autoidentificación en términos específicos: pueblos guambianos, páez, et. El
actual reconocimiento a la existencia de un movimiento indígena en Colombia
es producto de esta resistencia a ser simplemente reducidos al campesinado
“nacional”.
25
Tercera Asamblea del CRIC –Consejo Regional Indígena del Cauca–. Silvia. Junio de 1973.
Véase CRIC (1974) y archivos de la prensa nacional.
393
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
Se pueden analizar más detenidamente las formas de manifestarse de la memoria
colectiva “indígena”, y el papel que jugó en la resistencia a ser borrados de la faz
de la tierra, de estos pueblos.26
En el Cauca de entonces a los que más comúnmente se les calificaba de “indios”
eran a los terrajeros.27 Precisamente los primeros que volvieron a manifestarse
luchando. Pero la organización indígena regional se fundó con la participación
de todas las agrupaciones existentes, tradicionales o nacionales (CRIC 1973, 1974)
y los dirigentes más “integrados” dominaron en la dirección de la organización.
Sin embargo, apenas se lograron los primeros triunfos en cuanto a tierras, se
pudo observar que las comunidades reintegraban estas tierras a los resguardos,
colocando a su gente nuevamente bajo la jurisdicción de los cabildos.
Los resguardos corresponden a una forma jurídica según la cual la propiedad de
la tierra está asignada a una comunidad. Inicialmente concebida por los juristas
de la Corona, fue ratificada por el Estado Republicano, a pesar suyo y debido
a la presión de los interesados. Y la legislación especial para estas poblaciones
“salvajes” o apenas “reducidas a la vida civilizada” (Ley 89 de 1890 actualmente
vigente) consideraba un plazo de cincuenta años para su desaparición. Plazo
prorrogado precisamente por las luchas indígenas. Y actualmente, por la decisión
del mismo Estado de crear nuevos resguardos, hasta en regiones donde no los
hubo durante la Colonia.
Ahora bien, esta legislación ratificaba el carácter inalienable de estas porciones
territoriales y precisaba las funciones administrativas de sus pequeños cabildos.
En términos socioeconómicos segregaba estas tierras de las leyes del mercado.
Este estatuto jurídico, aunque muchas veces violado por los terratenientes
antiguos o modernos, está en la base de un hecho objetivo fundamental y
contemporáneo: efectivamente existen en Colombia tierras comunales adscritas
a comunidades especiales.
Ahora bien, este hecho es el soporte material de la memoria colectiva indígena. Lo
pudimos comprobar visitando comunidades paéces o guambianas que conservan
26
27
“¡Mayele, mayele, mayele! El mundo fue creado para todos. Pero a nosotros nos quitan de
la tierra”. No quieren borrar de la tierra, decía el Manifiesto Guambiano “Ibe namuiguen y
nunumereay gucha” (1980). Aunque muchos leían el texto saltándose el “de” la tierra, en
la visión campesinista dominante en la época.
Terrajero o terrazguero: indígena que debe pagar en trabajo (dos a ocho días al mes) al
terrateniente el derecho de levantar su casa y tener un lote de pancoger en la haciendo,
muy a menudo instalada en las tierras de resguardo, en el caso del Cauca.
394
M a r í a Te r e s a F i n d j i
sus autoridades, su lengua y otras características culturales, así como en otras
comunidades del Cauca o de Nariño que aparentemente las han perdido.
Las visitas a los capitanes u otros mayores resultaban casi siempre en una invitación
a divisar los linderos del resguardo o a recorrerlos, modalidad esta última que
será utilizada también por las mismas comunidades en las etapas iniciales de las
“recuperaciones” de tierras de resguardos. Los mayores recitaban siempre “de
memoria” –si me permiten la redundancia– los límites de los títulos coloniales de
dichos resguardos; más de una vez, sin tener en su posesión dichos títulos, que
precisamente nos pedían que les ayudáramos a buscar en los archivos. Una vez
conseguidos, constatábamos la exactitud de la transmisión oral de dichos linderos
y hasta los términos en que estaban registrados por escrito.
La lucha por la tierra se desarrollaba en forma de trabajo comunitario sobre las
tierras usurpadas por terratenientes o colonos: la comunidad que se consideraba
legítima dueña, acompañada por otras que la apoyaban retomaba posesión a la
manera páez: trabajando. Los terratenientes mandaban policía, ejército o “pájaros”
(matones a sueldo) para destruir los cultivos o desalojar a los trabajadores. Y
la legitimación de la propiedad, privada o comunal, se hacía en torno de las
“escrituras” esgrimidas por unos y por otros. En este sentido los documentos
“históricos” sirven para legitimar una acción presente.
Pero hay más: desde un principio, la reivindicación de los indígenas se expresaba en
esos términos: “exigimos los derechos”. Como nadie en los sectores populares o de
izquierda de entonces utilizaba este vocabulario de derechos, el lenguaje nacional
empezó a distinguir la lucha por la tierra de los campesinos de la de los indígenas,
calificando esta última de lucha de “recuperación”. Mientras tanto, el fantasma de la
memoria terrateniente seguía acusando a unos y otros de “invasores”.
Mientras tanto los académicos utilizaban su saber “histórico” para recalcar que
el resguardo y el cabildo eran instituciones coloniales, “feudales”, “rezagos” del
pasado, obsoletas y destinadas a desaparecer. Lo cual justificaba de paso los
anatemas políticos hacia los luchadores indígenas. Por su parte, la historia “popular”
se dedicaba a tomar el contrapié de la historiografía oficial tradicional, especializada
en la biografía de los próceres, rescatando “héroes” populares; y utilizando este
conocimiento para concientizar o movilizar a las masas, como se hablaba entonces.
Esta “recuperación histórica” era efectuada por los intelectuales nacionales que se
planteaban entonces cómo “devolver” sus investigaciones a las gentes.
395
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
Coincidentemente, en 1971, año del nacimiento del CRIC en el Cauca, año de la
primera reunión de Barbados, en Euroamérica,28 unos investigadores interesados
en la “causa popular” rescataron en una choza indígena del Tolima un manuscrito
inédito del dirigente indígena caucano de principios del siglo, Manuel Quintín
Lame. A la segunda asamblea del CRIC, serían llevados cien ejemplares del libro,
cuya publicación dio lugar a que en la prensa nacional se evidenciara que los
luchadores populares tenían un pensamiento y hasta lo habían dictado a un
secretario y firmado solemnemente (Quintín Lame 1971).
Fue en esa segunda asamblea del CRIC donde se adoptó como un punto de su
programa de lucha el de “hacer conocer las leyes sobre indígenas y exigir su justa
aplicación” y no la de suprimir la Ley 89 por los términos humillan que utilizaba
para caracterizar a los indios (CRIC 1974). Manifestación entre otras de la lucha
entre el pensamiento liberal y el pensamiento indígena dentro de la organización.
El oficio de investigador de títulos coloniales de resguardos en los archivos nos
iba a deparar un nuevo conocimiento, obtenido también o “recuperado” por fuera
de los indígenas mismos. Varios resguardos paéces aparecían englobados en
cacicazgos y conformados en el mismo período (finales del siglo XVII o principio
del siglo XVIII). Una figura central, hasta entonces sólo conocida como mítica,
cobraba existencia histórica. Se trata del cacique Juan Tama.
La “devolución” de este conocimiento en forma de texto escrito, con un mapa de
linderos de los cacicazgos paéces (Bonilla 1982) fue recibida oficialmente en una
organización en la que prevalecía la concepción “popular” de la historia.29
Pero para un sector de la intelectualidad colombiana, se seguiría aclarando la
dimensión territorial de las luchas indígenas cuando las comunidades de terrajeros
paéces se resistieron a aceptar la política de legalización de las recuperaciones
de tierras de resguardos adoptada por el Incora –Instituto Colombiano de la
Reforma Agraria– en forma de “empresas comunitarias”, o sea, cooperativas de
producción que ni reintegraban la territorialidad de los resguardos ni reproducían
la institución del cabildo.
28
29
Simposio organizado por el Instituto de Etnología de la Universidad de Berna en
Bridgetowm (Barbados), del 25 al 31 de enero de 1971 y auspiciado por el Programa
para combatir el racismo y por la comisión de la Iglesia sobre asuntos internacionales del
Consejo Mundial de Iglesias. Terminó con una “Declaración de Barbados: por la liberación
del indígena”, por la que es conocido. Véase Grünberg (1972). En julio de 1977 se realizó
la II Reunión de Barbados (Grupo de Barbados 1979).
Véanse documentos de V Congreso de CRIC: “Análisis de su organización y sus luchas” y
“Plataforma política”, 1978.
396
M a r í a Te r e s a F i n d j i
O cuando, después de la proclamación del Derecho del Pueblo Guambiano y la
Marcha de Gobernadores Indígenas a Bogotá los paéces adoptaron como “escudo”
el símbolo del bastón de mando sobre sus montañas.
El movimiento indígena se apropiaba así en forma simbólica del contenido de
la investigación histórica actualizándola y traduciéndola a un lenguaje menos
especializado que la cartografía histórica o el texto escrito en castellano, pero no
por eso menos válido. El resultado de la investigación “histórica” y la reconstrucción
“exacta” de los linderos de los cacicazgos o su análisis en el contexto de la época como
el modo particular como los paéces llegaron a conformarse –en la Colonia tardía y no
en los tiempos precolombinos– como un conglomerado socialmente distinto, hasta
hoy, le decía algo a la gente “adentro”. Sin menoscabo de la crítica a la representación
nacional de los “indios” fosilizados de las eras precolombinas vigente “afuera”.
Esta “recuperación de la historia” a partir de la investigación de archivos y de la
observación detallada de las formas de actuar de las comunidades (Findji 1987),
por más cercanos al movimiento que estuvieran sus protagonistas, se caracterizaba,
pues, por una dominante recuperación crítica hecha desde afuera, por nacionales
no pertenecientes a las comunidades indígenas que protagonizaban ellas mismas
sus luchas. Pero ya había aparecido un terreno de comunicación no verbal eficaz
entre dos “trabajos”: la recuperación de la tierra y la recuperación de la historia.
Para que se pudiera llegar a que la “recuperación de la historia” formara parte de
la dinámica del movimiento indígena y fuera asumida, a su manera, por la misma
gente, hacía falta que se profundizara la relación, en particular, hasta entender
cómo funciona la oralidad y cómo se mueve el pensamiento indígena en el tiempo.
Los mapas parlantes: un texto oral
De los caminos a las huellas: el espacio del relato
En lo que va del inicial mapa geográfico o histórico de los límites de los
cacicazgos en tiempos de Juan Tama a los mapas parlantes, está buena parte de
la transformación por la visión desde adentro. El mapa del país páez publicado
en 1977 localiza los sitios, identificados con su nombre, la adaptación gráfica en
el sentido de representar las montañas como las ve un caminante o la de intentar
escribir los nombres en lengua páez, no modifican sustancialmente la naturaleza
del mapa; representa el espacio físico.
En cambio, los mapas parlantes no pretenden representar cartográficamente el
espacio. Incluyen como base del diseño de toda la serie la territorialidad páez (o
guambiana o no indígena) redescubierta y pretenden facilitar la visión comparativa
397
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
de las transformaciones que ha sufrido a lo largo del tiempo. Pero la “idea” del
territorio que se desarrolla gráficamente es eso: un concepto que el pensamiento
construye y no de una cosa inerme definida por sus límites cartográficos. El mapa
parlante va a proporcionar elementos que permiten que los videntes los trabajen
para elaborar su propio pensamiento.
Si bien los elementos naturales fundamentales que permiten reconocer la región
figuran explícitamente en el mapa primero y en varios de los demás –el nevado
del Huila, el volcán Puracé, los cerros de Munchique, “los dos ríos” con los cuales
los castellanos la identificaron inicialmente o los que constituyen la geografía real
y mítica de los orígenes de los paéces– en el mapa parlante 1, “Así era nuestra
tierra”, llama la atención no sólo la amplitud del espacio considerado, rompiendo
las referencias administra uvas actuales o el “encierro” de los terrajeros en la
hacienda, sino la multitud de caminos.
El haberlos graficado en forma de huellas de los caminantes permite
automáticamente el paso del registro del espacio físico al del espacio temporal
para los videntes-lectores indígenas. Explicaremos por qué más adelante. Por ahora
queremos insistir en la metamorfosis operada porque permite al indígena “entrar”
de lleno y tranquilamente en el texto, recorrerlo libremente y pensar con su
propia cabeza. El detalle es exacto: los que caminan dejan huellas. Y ellos, puede
que no sepan leer castellano; pero saben leer las huellas en el camino, huellas de
animales, huellas humanas, huellas de los duendes. La huella es la materialidad a
partir de la cual el pensamiento humano construye su conocimiento.
Y allí radica lo particular de este texto. No es un texto escrito. No es una escritura
sagrada. No es una versión oficial. Es un espacio lleno de huellas, de detalles
materiales, que se pueden ver y a partir de los cuales se construyen lecturas,
análisis, comparaciones en el tiempo y en el espacio. Sin esas operaciones la mente
humana no se desarrolla. La elaboración y transmisión de este conocimiento se
hace en forma oral en la lengua que más se domine.
Para que funcione así, el mapa parlante está compuesto de escenas. El individuo y
la comunidad miran detenidamente los detalles que se ven en el espacio graficado
–objetivamente existente– del mapa parlante. Si se trata de un mayor o un miembro
“recorrido” de la comunidad, va a reconocer en el mapa parlante algo que ya ha
visto en su vida y entonces empieza a contar. Recuerda lo que conoce y lo da a
conocer a través del relato. Si se trata de un joven que no conoce, puede ver allí y
conocer también. La transmisión de conocimientos entre generaciones es asegurada.
Si ninguno de los presentes se puede acordar qué ha visto, en seguida se
acuerdan de los que saben y pueden contar o traen a cuento detalles realmente
existentes que hay que ir a buscar para saber (desde un hacha de piedra para
398
M a r í a Te r e s a F i n d j i
tumbar los árboles a principios de siglo hasta una piedra de molino, un tejido
o una manta). Van y lo buscan: el proceso de investigación está asegurado.
Investigación con recursos de la comunidad, en el marco de su territorialidad
reconquistada; con los recursos de otras comunidades, próximas o lejanas; con
los recursos de los exponentes de la sociedad nacional. Investigación hecha
posibles gracias a las relaciones reestablecidas por la recuperación de tierras y
de cierto reconocimiento al derecho de existir que ha logrado en los últimos
años el movimiento indígena.
Todo el trabajo de “recuperación histórica” está en el detalle de cada escena. Tiene
que ser rigurosamente exacto, porque el punto de partida de la producción del
conocimiento en las comunidades orales radica en la observación y verificación del
detalle, aparentemente más nimio y de su ubicación en el tiempo, el espacio natural
y social: ¿cuándo fue? ¿dónde fue? ¿quién lo hizo? O ¿quién dijo? Et. La estructura de
sus largos y lentos relatos refleja ese modo de producir o trasmitir conocimiento,
con mecanismos de soporte de la memoria oral. Los mapas parlantes constituyen
el espacio en torno del cual la comunidad puede recuperar y consolidar estos
mecanismos. Aportan el registro visual de las escenas, seleccionadas de acuerdo a
la importancia relativa de los sucesos o aspectos de la vida que le concedan, sea
las comunidades o sea los investigadores nacionales.
Valga, a modo de ejemplo, una parada ante el primer mapa parlante: “Así era
nuestra tierra”. Reproduce las distintas facetas de la vida en el preciso momento
en que los conquistadores se están acercando, procedentes de Quito. Actividades
productivas varias y múltiples intercambios permiten corregir la visión ahistórica
de la tradición colonial asumida por los actuales colombianos y difundida por las
misiones y la escuela, según la cual los indios eran unos pocos salvajes. Miranda
el mapa parlante, es fácil llegar a la conclusión: no estábamos aislados sino
relacionados entre grupos o sociedades diversos y desiguales entre sí, diversidad
visible en los vestidos por ejemplo; existían pueblos que hoy han desaparecido y
los de hoy no estaban necesariamente donde están hoy. Sin embargo, no se trata
de la pintura del paraíso perdido: lo teníamos “todo completo” pero las guerras y
divisiones anteriores a la llegada de los españoles corrigen la visión maniquea de
indio=bueno, español=malo. Se reinterpretan las condiciones que hicieron posible
la Conquista y la forma como se produjo. La interpretación “moral” puede ser
completada por el análisis de la “destrucción de una economía” o de la nueva
conformación política de vencedores y vencidos y la consecuente comparación
con sus actuales condiciones o posibilidades.
Además, las escenas de la vida diaria, los ritos o las lagunas, permiten tocar
el plano de las creencias –tema fundamental en los procesos de recuperación
de la historia en comunidades “cristianizadas” – católicamente cuando les
tocó “la civilización” o evangélicamente cuando el Instituto Lingüístico de
399
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
Verano u otras denominaciones contemporáneas canalizaron las búsquedas de
alternativas. En general, interpretan todavía negativamente la recuperación de
tradiciones no occidentales.
La temporalidad de la memoria oral
Ya que estamos hablando del primer mapa parlante –cronológicamente–
detengámonos en otro problema que enfrenta la recuperación de la historia que
privilegia la oralidad. La exactitud de los detalles pone en juego distintas fuentes,
siempre con la necesidad de someterlas a críticas. En nuestro campo de trabajo,
diría que esta crítica proviene a menudo del recurso de la interdisciplinariedad de
las ciencias sociales, de la lingüística, de la observación de tecnologías, etc. Pero
también del recorrer y conocer la región e integrar tanto las informaciones como
las interpretaciones de la “historia oral” o de los “mitos”.
Ahora bien, considerados por los “historiadores” de profesión, los relatos se
constituyen en varios tipos de fuentes, según la temporalidad que maneje el
relator. Llegamos a distinguir en los relatos de “los mayores” o “papas señores”
aún vivos, cuya memoria abarca sus experiencias propias y los recuerdos de sus
padres o abuelos ya desaparecidos:
−
el tiempo de los mayores, y
−
el tiempo de los abuelos.
Los relatos orales tienen los mecanismos requeridos para conservar la memoria
de esos tiempos, en términos que podríamos llamar de “historia oral”. Más allá
en el tiempo, se confunden las cuentas del tiempo, como dijera recientemente
un maestro guambiano, y se conforma un tiempo sin límites cuya memoria se
conserva mejor a través de los mitos, expresiones lingüísticas, música, refranes,
consejos, etc.
El reto metodológico de la recuperación de la historia está ahí, con el recurso de
la memoria escrita, de la arqueología, etc., siempre confrontados con las formas
orales en la medida en que ellas también tienen soportes materiales “recuperables”.
En este sentido, valga la experiencia de los mapas parlantes. Cuando se trató de
definir cuáles eran los tiempos que se iban a graficar, estaba clara la periodización
de presente en la memoria indígena: la Conquista y la “violencia” (de los años
1950). No existían ni “la Colonia”, ni “la Independencia”, ni “la República” de los
textos nacionales. Los terratenientes eran los mismo españoles: “dentraron para
quitarnos el derecho”, decían (Bonilla 1978).
400
M a r í a Te r e s a F i n d j i
Más que una determinación de la secuencia de murales a realizar, esa observación
nos servirá metodológicamente para el tratamiento de la lectura de las escenas.
Volveremos sobre este punto más adelante. En cuanto a la secuencia actualmente
existente, se adoptó la siguiente:
−
Mapa parlante 1: “Así era nuestra tierra” (aproximadamente 1535)
−
Mapa parlante 3: “Bajo la dominación extranjera” (1700-1750)
Un corte de estos dos tiempos permite que se vean las transformaciones ocurridas
en el territorio de la región, entendido como un espacio de relaciones, internas y
externas a la misma.
−
Mapa parlante 7: “Mientras crece Colombia” (1920-1970)
Sigue el corte en ese tiempo, pero aparece, además del mismo espacio de los dos
mapas parlantes arriba mencionados (el de la región actualmente caucana), el
tiempo nacional.
−
Mapa parlante 5: “Cuando nace Colombia” (silgo XIX)
Desaparece la representación amplia del espacio (el territorio y el Estado nacional
están en proceso de definición); solo se ve la vida desde el encierro de los
terrajeros, en un corte temporal.
Además se desarrollaron los dos mapas iniciales muy cercanos a la cartografía:
−
Mapa parlante 2: “Las guerras de liberación indígena” (1535-1623)
−
Mapa parlante 4: “El país páez… en tiempos de Juan Tama”
Y se representó el movimiento del tiempo en espiral en el mapa parlante 6 que
relata el movimiento social de “La quintinada” (entre 1910-1922) y recorre a la vez
el espacio regional.
Los mapas parlantes: memoria para la reconstrucción
En la secuencia espacial y temporal, las escenas dan pie para la recuperación
de la historia de todos los pobladores sucesivos de la región. En ese sentido no
se trata de una recuperación de la historia indígena versus la historia blanca.
Los mapas parlantes reconstruyen la región como un espacio histórico. Común y
multicultural. En el que los conflictos existen. Hoy como ayer.
401
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
Para analizarlos –y poder manejarlos, resolverlos o superarlos– han servido los
mapas parlantes. Basándose en lo que ven en uno u otro, van y vienen relacionando
un detalle o un aspecto que siguen actuando en las situaciones de hoy. Hombres
de acción, les interesa la historia en tanto es lo vivido hasta el presente. Partiendo
del pasado, vuelven al presente, ponderando, ubicando, analizando los problemas
y las diferentes formas de actuar.
Así, el mapa parlante “colonial” (MP3) es el corolario del de los cacicazgos en
tiempos de Juan Tama; el de las “guerras de liberación” (1535-1623) corresponde
a las respuestas de la Conquista; “Cuando nace Colombia” permite interpretar el
actuar de Quintín Lame; y “Mientras crece Colombia” es el contexto del nacimiento
y desarrollo de su actual movimiento.
En otras palabras, la “recuperación de la historia” no interesa en sí. Interesa en
cuanto proporciona una herramienta para ubicarse en el presente, en cuanto
permite que el pensamiento se desarrolle recorriendo el espacio temporal.
Ahora bien, en las lenguas que ellos utilizan para entender el mundo o los mundos
diversos a los que pertenecen esas huellas, el tiempo no se representa como en las
nuestras. Descubrimos que en páez o en guambiano (lo mismo que en quechua o
en aymará) no se puede hacer el razonamiento que hacen los hispanohablantes:
el pasado está atrás; un indio es precolombino, pertenece al pasado; luego es
“atrasado”. En esas lenguas, el pasado se representa adelante en el espacio y ese
juego de palabras castellanas es imposible de traducir.
Tratando de comunicar los distintos pensamientos y observando cómo en 1988
los guambianos a su turno se dotaron de un “escudo” y en él dibujaron huellas
de pasos, nos ayudaron a interpretar: los antepasados nos precedieron, existieron
antes que nosotros; nosotros, los de hoy, somos los que venimos atrás, siguiendo
las huellas que nos dejaron; el futuro está atrás, todavía no existe, no lo vemos.
Otra racionalidad.
El interrogante es para nosotros: si el pasado está adelante en el pensamiento
indígena ¿qué puede significar para las comunidades recuperar la historia? Ya
señalamos cómo los relatos indígenas involucran miro e historia para hacer el
continuum hacia el pasado. El espacio histórico materializado en los mapas
parlante, en la medida en que los detalles de las escenas lo han sabido propiciar,
permite la expresión de relatos “históricos” o “míticos” sin ruptura. Las comunidades
se mueven “naturalmente” en ese tiempo largo, o mejor, asimismo alargado.
Los que sienten dificultades para “entrar” y “caminar” en los mapas parlantes
son los letrados, escolarizados. En mayor o menor grado se encuentran cortados
de los referentes propios de sus comunidades, ya no saben recorrer, leer las
402
M a r í a Te r e s a F i n d j i
huellas, pensar sin papel y lápiz. Pero sobre todo, están desubicados, entre el
imaginario de “progreso” y la realidad socioeconómica que viven. En la medida
en que el movimiento indígena tenga fuerza suficiente para impulsar la actual
búsqueda de “educación propia”, los maestros pueden utilizar los mapas parlantes
para reubicarse tanto en “lo propio”, en relación con sus comunidades, como en
relación con el país nacional y el resto del planeta.
Hasta ahora los mapas parlantes no se han utilizado para “enseñar historia”. Han
servido para que las comunidades se ubiquen en el tiempo y el espacio. En medio
de un mundo cambiante de manera acelerada, en vísperas de entrar al tercer
milenario de Occidente. Que ubiquen su actuar presente y lleguen a formular sus
proyectos de futuro, a partir de un espacio temporal ampliado.
La ventaja de la herramienta radica en que, aunque se puedan privilegiar una u otra
escena, según el interés del momento, realizando distintas lecturas: económica,
tecnológica, política, religiosa, etc.; las escenas que no se utilizan directamente
están presentes, a la vista, en el mapa parlante que se constituye así como un
referente global.
Quienes no han utilizado el método interpretan a menudo la recuperación histórica
como mera legitimadora de acciones inmediatas: si tal era el territorio ancestral de
tal o cual comunidad, y que lo recuerde, esto quiere decir que “nos van a sacar
a nosotros” o que “se van a tomar a Popayán”. La necesaria recuperación mental
de un espacio histórico y la consecuente redefinición del estatuto de sus actuales
pobladores es una exigencia de actualización o modernización que atañe tanto
a los nacionales –ex mestizos o libertos del siglo XIX– como a los guambianos o
paéces actuales –ex indios– desde la Colonia hasta hace poco tiempo. ¿Se podrá
ser guambiano o páez en el siglo XXI en Colombia?
El texto no letrado que son los mapas parlantes hace posible recuperar espacio
en el imaginario de los contemporáneos que lo leen. Tal parece ser el papel de
su componente “histórico” al lado de otros contenidos según nuestra clasificación
del conocimiento: geografía, economía, derecho, botánica o zoología, creencia,
religión o política. Ese espacio recuperado en el pensamiento no reemplaza las
acciones de construcción afectiva de un espacio sociopolítico multicultural, ni
elimina los conflictos inherentes a la vida humana, pero abre nuevos caminos.
403
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
-
404
M a r í a Te r e s a F i n d j i
405
Movimiento indígena y “recuperación” de la historia
Referencias citadas
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Bonilla, Víctor Daniel
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“y dentraron por política para quitar el derecho indígena”. Semanario
Cultural de El Pueblo. Cali, No 129, 29 de octubre.
1982 “Algunas experiencias de proyecto mapa parlante”. En: García
Huidobro, Juan Eduardo, Alfabetización y educación de adultos en la
Región Andina. Patzcuaro: Unesco, Centre régional de educación de
adultos y alfabêtizacion funcional para América latina.
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En: Rodríguez et.al (comp.) Educación, étnicas, descolonización en
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1982. “Algunas experiencias de proyecto mapa parlante”. En: J.E García
Huidrobo, Alfabetización y educación de adultos en la región Andina.
México: CREFAL.
1982 Carta al CRIC No. 4, En: Historia política de los paéces. Colombia
Nuestra.
Consejo Regional Indígena del Cauca -CRIC1973 Nuestras luchas de ayer y hoy. Sin más datos.
1974 Cómo nos organizamos. No. 2. Sin más datos.
Findji, María Teresa
1983 Las relaciones de la sociedad colombiana con las sociedades indígenas.
Boletín de Antropología. Vol. No. 17-18-19.
1987 “En el Cauca cordillerano: comunidades haciendo y otro
deshaciendo. Perspectivas de desarrollo regional a la luz del
movimiento social y la reforma municipal”, ponencia presentada
al VI Congreso de Sociología, Bucaramanga; Universidad del Valle,
Departamento de Historia.
1972 La situación del indígena en América del Sur. Montevideo: Tierra
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Gómez, Laureano
1928 Interrogantes sobre el progreso de Colombia. Bogotá: Minerva.
Grünberg, Georg
1972 La situación del indígena en América del Sur: (aportes al estudio
de la fricción inter-étnica en los indios no-andinos). Montevideo:
Tierra Nueva.
Grupo de Barbados
406
M a r í a Te r e s a F i n d j i
1979
Indianidad y descolonización en América Latina: documentos de la
Segunda Reunión de Barbados. México: Nueva Imagen.
Lame, Manuel Quintín
1971 En defensa de mi raza. Bogotá: La Rosca.
407
El movimiento indígena en Colombia1
TRINO MORALES2
Introducción
A
unque el actual movimiento indígena colombiano no surge como
consecuencia de la declaración de Barbados, su orientación está
fundamentalmente de acuerdo con los principios allí sostenidos.
Acogemos totalmente, entre otras, la siguiente formulación:
No caben planteamientos de acciones indigenistas que no busquen
la ruptura radical de la situación actual: liquidación de las relaciones
coloniales externas e internas, quebrantamiento del sistema clasista de
explotación y de dominación étnica, desplazamiento del poder económico
y político de una minoría oligárquica a las masas mayoritarias, creación
de un Estado verdaderamente multiétnico, en el cual cada etnia tenga
derecho a la autogestión y a la libre elección de alternativas sociales y
culturales (Declaración de Barbados).
Es, pues, claro para nosotros, que para los indígenas colombianos y
latinoamericanos no existirán verdaderas soluciones en el marco del actual
capitalismo dependiente y que todas nuestras luchas, para ser efectivas, habrán
de hacer parte del proceso de liberación de nuestro continente, junto con las
masas mayoritarias de Latinoamérica.
Situación indígena en Colombia
La erradicación de las poblaciones indígenas está bastante avanzada en Colombia,
y, aunque las estimaciones son diversas, se puede hablar actualmente de cerca
1
2
Original tomado de: Trino Morales. 1979. “El movimiento indígena en Colombia”. En:
Indianidad y descolonización en América Latina: documentos de la segunda reunión de
Barbados, pp 41-54. México: Editorial nueva imagen.
Consejo Regional Indígena del Cauca -CRIC409
El movimiento indígena en Colombia
de medio millón de indígenas (2 % de la población total del país), repartidos en
decenas de grupos étnicos.
La mayor parte de esta población está en la región andina, especialmente en los
departamentos de Cauca (150 mil) y Nariño (60 mil), donde están situados además
prácticamente todos los resguardos indígenas (unos 80) que subsisten en el país.
Se trata fundamentalmente de campesinos indígenas, donde, el proceso de
aculturación ha sido avanzado y ha llevado inclusive, como en el caso de los
indígenas de Nariño, a la pérdida de la lengua y de la mayoría de las costumbres
propias. Subsiste, sin embargo, un sentimiento de identidad y las formas
de organización tradicionales, como son los cabildos, que siguen teniendo la
autoridad determinante. Los paéces del Cauca constituyen la más importante de
las familias andinas y tienen una larga tradición de lucha que mucho tiene que ver
con su actual movilización.
En general, las reivindicaciones de los indígenas andinos son primordialmente de
tipo campesino y la lucha más enconada se viene dando contra los terratenientes
que se han apoderado de nuestras tierras. Es de recordar que la mayoría del
campesinado colombiano de la región de los Andes es de ascendencia indígena,
que afronta en gran parte los mismos problemas, y que tiene inclusive muchos
rasgos culturales comunes con las comunidades propiamente indígenas.
La otra región importante desde el punto de vista indígena es el oriente del país,
o sea la Orinoquia y la Amazonia colombianas. Se trata de un territorio inmenso,
habitado por numerosos grupos indígenas cuya gran dispersión es una de las
principales causas de su debilidad frente a los invasores externos. Los guahibos,
con unos 40 mil miembros, constituyen la familia más numerosa.
Para estos grupos indígenas las misiones religiosas han sido un problema
permanente y en los últimos años la penetración altamente tecnificada del
Instituto Lingüístico de Verano está en peligro de producir un proceso irreversible
de aculturación, debido a su influencia creciente sobre toda la población indígena.
La defensa de su identidad cultural es uno de los objetivos básicos de los indígenas
de los llanos y de la selva, al igual que la resistencia contra las diversas formas
de explotación económica por parte de los colonos. La tierra se está convirtiendo
también en problema (económico) grave, sobre todo en la Orinoquia, donde
terratenientes y colonos están arrinconando a los indígenas hacia las zonas
selváticas, y donde la constitución de reservas es una de las reivindicaciones
principales del movimiento indígena.
410
Trino Mor ales
Una tercera zona digna de mención es la desértica península de la Guajira, al
norte del país, y habitada por los indios guajiros (unos 100 mil) que, junto con los
paéces, forman los mayores grupos indígenas del país.
Los guajiros, aunque guardan celosamente muchas de sus tradiciones, han sido
bastante contaminados por la “civilización”. Participan desde hace años en el
contrabando que florece en la zona y últimamente tienen su parte también en el
cultivo y comercio de la mariguana, que se ha convertido en primer renglón eco
nómico de la Guajira. De paso, este problema viene afectando también la vecina
región de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde los indígenas aruhacos, koguis y
malayos corren el peligro de ser sumergidos en el “negocio”, o de ser erradicados
por los colonos cultivadores de la hierba.
Resumiendo, la población indígena, fuera de su bajo peso relativo en el conjunto
de la población colombiana, está sumamente dispersa, especialmente hacia las
fronteras del país, con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá. Sólo pocas
regiones (Cauca, Nariño, Guajira, Sierra Nevada, Parte de los Llanos) cuentan
con un núcleo indígena suficientemente numeroso que pueda dar origen a un
movimiento significativo frente a las fuerzas enemigas.
En cuanto al Estado colombiano, poca injerencia directa tiene en la cuestión
indígena, siendo su División de Asuntos Indígenas, adscrita al Ministerio de
Gobierno, en gran parte inoperante. El Estado se limita a apoyar en caso de
conflicto a los sectores y clases dominantes, o sea a los enemigos de los indígenas,
y a dar carta blanca a grupos privados como el Instituto Lingüístico de Verano,
para que hagan y deshagan dentro de las comunidades nativas.
Estrategia de lucha
Vista la situación que se acaba de describir y si se parte del supuesto de que no se
podrán encontrar soluciones de fondo a los problemas indígenas en el sistema actual,
es difícil pensar en Colombia en una estrategia de lucha exclusivamente indígena.
A nivel global, para poder aspirar a tener relación de fuerzas favorable frente
a los enemigos, es indispensable contar con las grandes masas de explotados,
principalmente de campesinos y de obreros.
Pero aún en las etapas iniciales del proceso, son pocos los núcleos indígenas que
por su importancia y cohesión están en capacidad de adelantar una lucha fuerte
con buenas posibilidades de éxito. La coordinación y asesoría de las comunidades
indígenas entre sí es posible, y en parte se ha venido efectuando, pero por razones
geográficas se torna insuficiente en la mayoría de las veces.
411
El movimiento indígena en Colombia
En efecto, por la dispersión que ya se mencionó, la mayoría de las comunidades está
aislada de los demás grupos indígenas y rodeada de otros sectores, principal mente
campesinos. Aunque para la orientación de la lucha siempre se puede contar con
organizaciones indígenas más avanzadas, en cuanto a las alianzas que se necesitan,
de poco cuentan comunidades situadas a centenares de kilómetros de distancia.
Es entonces casi siempre necesario contar, en caso de una lucha fuerte, con el
apoyo de sectores y organizaciones populares, principalmente campesinas. Este
apoyo algunos grupos indígenas lo han buscado y otros no. El problema es que
la alternativa a la alianza con sectores populares es casi siempre el entendimiento
con las clases dominantes y sus representantes en el Estado. Se han visto casos
de grupos indígenas que no han realizado alianzas con obreros y campesinos y
han puesto sus esperanzas en las promesas de los funcionarios oficiales, lo que
por supuesto no es a la larga ninguna garantía para la solución de sus problemas.
Es lógico que en Colombia las luchas indígenas de los últimos años hayan estado
vinculadas con el movimiento campesino y con su principal organización: la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC. Esta relación no ha estado
exenta de contradicciones y aun de graves problemas, como veremos en la
descripción del movimiento indígena.
En general, la estrategia de participar de lleno en la lucha de liberación al lado
de los demás sectores explotados y oprimidos, comporta para el movimiento
indígena una serie de problemas que no podemos ignorar. Uno de ellos es
el desconocimiento y el poco interés que los demás sectores, y no sólo los
dominantes, suelen mostrar hacia los indígenas. El movimiento indígena
puede ser sumergido en un movimiento mayor de inspiración “obrerista” o
“campesinista”, donde sus características específicas tiendan a quedar en un
segundo plano o sean ignoradas completamente. Las luchas indígenas también
pueden ser meramente utilizadas para imagen o propaganda en el caso de
su vinculación, por ejemplo, a organizaciones campesinas, como en parte ha
sucedido en Colombia en el caso; de la ANUC.
Otro problema esencial es el referente a la orientación política de las luchas. En
la mayoría de los países latinoamericanos aún no está resuelto el problema de
la dirección política del proceso de liberación y las diversas organizaciones que
aspiran al papel de vanguardia manifiestan frecuentemente graves desviaciones y
vicios, como son el esquematismo y el sectarismo.
En Colombia es también notoria la inmadurez de los grupos de izquierda, lo que
se refleja en las organizaciones populares, donde la competencia de estos grupos
lleva a frecuentes divisiones y aun a enfrentamientos. El movimiento indígena
ha padecido la acción disolvente de algunos de estos grupos, pero en general
412
Trino Mor ales
ha sabido superar los obstáculos creados y si muchas veces se ha estancado o
retrocedido, ello se ha debido a otros factores.
A pesar de los problemas anotados, consideramos que la participación en la
lucha al lado de los demás sectores populares es la única alternativa razonable
para el movimiento indígena. Se trata de participar conscientemente, sin sacrificar
nuestra identidad ni nuestros objetivos propios, sino, al contrario, aportando
nuestras experiencias y valores al conjunto del movimiento. Será en el transcurso
de la lucha donde se irán creando relaciones apropiadas con los demás sectores
participantes y donde irá cristalizando la dirección política que habrá· de conducir
el proceso hasta su necesaria culminación.
El movimiento indígena en Colombia 1971-1977,
visión de conjunto
El 24 de febrero de 1971 se fundó en Toribio el Consejo Regional Indígena del
Cauca, CRIC, dando comienzo prácticamente a la actual etapa del movimiento
indígena colombiano.
De ahí en adelante se han constituido diversas organizaciones y se han realizado
varios eventos con participación indígena, sin que este conjunto de hechos
configure un camino rectilíneo de progreso para el movimiento. Ha habido avances
y retrocesos, y aunque el balance general es indudablemente positivo en estos seis
años, el movimiento indígena colombiano sigue acusando una gran dispersión,
con influencias diversas sobre los movimientos y organizaciones regionales, y sin
que la mayoría de estos haya encontrado aún su configuración definitiva.
En nuestra opinión, el CRIC es actualmente la única organización indígena
realmente consolidada y con buenas posibilidades de sobrevivir aun en el evento
de una represión generalizada.
Entre las demás organizaciones regionales merece destacarse la de los indígenas
aruhacos y que algunos conocen bajo el nombre de COIA (Consejo y Organización
Indígena Aruhaca). Los compañeros aruhacos han realizado algunas luchas por la
tierra, pero su característica principal ha sido la defensa de su cultura y tradiciones,
siendo por este aspecto tal vez la organización más auténticamente indígena de
nuestro país. Sin embargo, ha sido menor la atención que le han prestado a su
creciente dependencia económica (y aún a la pérdida de sus tierras a manos de
colonos), y son preocupantes tanto su aislamiento de otras luchas populares como
sus ambiguas relaciones con las clases dominantes de la región.
413
El movimiento indígena en Colombia
El Consejo Regional Indígena del Vaupés, CRIVA, agrupa a comunidades
indígenas situadas en la Amazonia colombiana. Tiene influencia predominante de
la Prefectura Apostólica del Vaupés, sobre todo a través de varios profesores que
dirigen la organización. Ha estado a la cabeza de algunas reivindicaciones, sobre
todo de tipo educativo, pero parece faltarle un mayor arraigo en la población más
típicamente indígena de la región.
Entre los guahibos de los llanos ha existido cierto trabajo de organización, que
llevó, entre otras cosas, a la constitución del UNUMA como forma económica
propia. Sin embargo, esta organización ha tenido diversos tropiezos y nunca logró
agrupar a la mayoría de la comunidad guahiba. Hay fuertes divisiones por motivos
de confesiones religiosas.
En Nariño, aunque no ha habido mayor trabajo de organización, se han efectuado
dos congresos indígenas, el segundo en junio de 1977, promovido por la ANUC.
Es posible que por su potencial humano y las luchas que se han venido dando en
la región de Cumbal, el movimiento indígena de Nariño cobre importancia hacia
el futuro.
En Putumayo el trabajo organizativo lleva más tiempo, pero los resultados tampoco
son muy convincentes. En el valle de Sibundoy, con los ingas y kamsá, se ha creado
una organización desde hace varios años, la cual se encuentra aparentemente
estancada. Con los sionas se ha formado una empresa comunitaria en Buenavista
(bajo Putumayo), y parecen tener mayores posibilidades de avance, aunque la
influencia de la organización es aún reducida.
En el Tolima funciona el llamado Cabildo Indígena del Sur del Tolima, en los
municipios de Ortega Coyaima y Natagaima. Está vinculado a la ANUC y ha
llevado a cabo algunas reuniones, sin que su influencia real aparezca muy clara.
Han existido contactos también con una serie de comunidades esparcidas por
todo el país, algunas de las cuales han seguido con algún tipo de organización.
Se pueden mencionar, entre otros, a los huitotos del Amazonas, andoques y
coreguajes del Caquetá, chamíes del Valle, Risaralda y Antioquía, resguardos
indígenas de Caldas, kunas de Antioquía, cholos de Córdoba, tunebos de Boyacá
y Arauca, resguardos sobrevivientes de Cundinamarca.
En cuanto a coordinación, la ANUC ha pretendido y pretende todavía dirigir el
movimiento indígena. Pero su labor se reduce a convocar y financiar diversos
eventos, sin que haya elaborado nunca una política de conjunto para el movimiento
indígena, ni tener influencia real en la gran mayoría de las comunidades.
414
Trino Mor ales
De 1972 a febrero de 1977 existió la llamada Secretaría Indígena de ANUC, que
en realidad estaba en manos del CRIC y no del Ejecutivo de ANUC. A través de la
Secretaría Indígena se prestaron diversos servicios de asesoría y coordinación, sin
lograr impulsar definitivamente el movimiento a nivel regional. Al comprender que
las condiciones no estaban maduras para una coordinación eficaz del movimiento,
el CRIC propuso la supresión de la Secretaría Indígena y realizar el mismo CRIC
algunas labores de asesoría mediante visitas y reuniones, y de información a
través del periódico Unidad Indígena.
En la actualidad la mayoría de los movimientos regionales no han logrado aún
consolidarse y cuentan con orientaciones en gran parte divergentes. Alguna
influencia (regional) general ejercen el CRIC y la ANUC. La ANUC pretende reunir
un Congreso Nacional Indígena, lo que a todas luces sería un evento inflado y
que en ningún modo corresponde al desarrollo real del movimiento indígena en
nuestro país.
El movimiento indígena en Colombia 1971-1977,
recuento histórico
Como ya se anotó, en 1971 surge el Consejo Regional Indígena del Cauca con un
programa propio, correspondiente a las necesidades y aspiraciones principales de
las comunidades indígenas de la región.
Este programa es el siguiente:
1. Recuperar las tierras de los resguardos.
2. Ampliar los resguardos.
3. Fortalecer los cabildos indígenas.
4. No pagar terraje.
5. Hacer conocer las leyes sobre indígenas y exigir su justa aplicación.
6. Defender la historia, la lengua y las costumbres indígenas.
7. Formar profesores indígenas para educar de acuerdo con la situación de los
indígenas y en su respectiva lengua.
El Programa del CRIC ha sido una bandera efectiva de lucha en estos 6 años y
especialmente en lo relativo a la recuperación del resguardo, y al fortalecimiento
de los cabildos, y el no pago de terraje ha tenido una gran aplicación. Parte del
programa ha sido recogido también por otras organizaciones indígenas del país.
415
El movimiento indígena en Colombia
Es conveniente aclarar el punto 5 referente a las leyes sobre indígenas. En realidad,
nosotros considerábamos que las leyes colombianas referentes a los indígenas son
en términos generales favorables y que muchas veces lo que se necesita es exigir
su aplicación. El CRIC se ha opuesto a las actuales iniciativas gubernamentales
para modificar la legislación indigenista, pues estamos casi seguros de que los
resultados serían negativos para los intereses de los indígenas.
La organización del CRIC fue el resultado de un trabajo independiente, sin
vinculación a ningún grupo político ni gremial. Sin embargo, ante el auge en
ese momento del movimiento campesino en todo el país, se propuso desde el
principio relacionarlo con la ANUC a nivel departamental y nacional.
En el segundo Congreso de la ANUC, en julio de 1972, se creó la Secretaría
Indígena, encargando de ella a Trino Morales. Este hecho se debía ante todo
al interés que habían despertado las primeras luchas indígenas del Cauca, y en
menor grado de Caldas y de la Sierra Nevada, y no a una posición clara de la
ANUC frente al movimiento indígena. En efecto, la ANUC no se volvió a preocupar
por las luchas indígenas hasta el tercer Congreso en 1974.
En julio de 1973 se efectúa el encuentro indígena de Silvia programado por el
CRIC y que por la publicidad que recibe, llama la atención a toda la opinión sobre
el movimiento indígena. Además de los indígenas del Cauca, asisten compañeros
aruhacos de la Sierra Nevada, ingas y kamsás del valle de Sibundoy, representantes
de Nariño, de Caldas, de los tunebos y aun un enviado indígena del Ecuador.
Varios de estos grupos se volverían a encontrar en Medellín en octubre del mismo
año, con motivo de la semana de solidaridad con el Campesino Indígena.
Se trataba fundamentalmente de una etapa de promoción, de conocimiento de los
varios grupos indígenas entre sí y de conocimiento de la situación indígena por
parte de otros sectores populares.
Las mismas características tendría la “comisión indígena”, reunida en Bogotá con
motivo del tercer Congreso de la ANUC, en septiembre de 1974. Participaron el
CRIC, el CRIVA, los aruhacos, los guahibos, los tunebos, los sibundoyes, los sionas
y cofanes, los indígenas de Nariño, Caldas y Chocó y algunos motilones.
Hubo un importante intercambio de experiencias entre las diversas delegaciones
y se llegó a unas conclusiones que fueron publicadas en el folleto “Hacia la
Unidad Indígena”. Se integró la Secretaría Indígena con dos representantes del
CRIC, uno del CRIVA y un aruhaco, y se resolvió la publicación del periódico
Unidad Indígena.
416
Trino Mor ales
Con este evento llegaba prácticamente a su agotamiento la etapa de información
y promoción a nivel general del movimiento indígena colombiano.
Lo que tocaba ahora era desarrollar y consolidar los movimientos regionales que
pudieran ofrecer una base seria para el desarrollo posterior del movimiento global.
Obviamente esta tarea debía corresponder a grupos locales, indígenas o no
indígenas, que estudiando a fondo las contradicciones principales de cada región
y apoyándose en las movilizaciones espontáneas de las comunidades, elaboraran
el programa y construyeran la organización regional.
La Secretaría Indígena, encargada de tareas de asesoría y coordinación, no
podía suplir este trabajo de organización regional, y su relativo fracaso obedece,
en primer lugar, a la falta de consolidación en la mayoría de los movimientos
indígenas regionales.
El CRIC le dedicó la casi totalidad de sus energías a su propio avance y consolidación
y creemos que el resultado es hoy positivo, a pesar de múltiples obstáculos que
se han tenido que superar. Han existido problemas internos y se han impulsado
divisiones, principalmente por parte de algunos grupos políticos. Hoy en día
siguen subsistiendo algunas de estas divisiones, pero no alcanzan a afectar el
funcionamiento general de nuestra organización.
En el cuarto Congreso del CRIC, realizado en Toéz en agosto de 1975, la inmensa
mayoría de las delegaciones aprobó y enriqueció la línea que estaba siguiendo
la organización. Le ofreció todo el respaldo al Comité Ejecutivo que allí se eligió,
respaldo que se ha venido cumpliendo efectivamente en estos dos años. Habrá
renovación de directivas en el quinto congreso que se reunirá próximamente
Un problema permanente que ha tenido el CRIC desde su fundación es el
de la represión que le ha costado la vida a numerosos dirigentes y activistas.
Consideramos, sin embargo, que se trata de un fenómeno inevitable, y mientras el
CRIC continúe enfrentando el sistema y a sus clases dirigentes la represión tenderá
a crecer y a ampliarse.
Además del CRIC, otras dos organizaciones que al parecer han tenido una relativa
consolidación en estos últimos años son el CRIVA, en el Vaupés y la organización
de los indígenas aruhacos, alrededor de sus mamos y de su cabildo-gobernador.
No nos referimos en detalle a estos dos casos por no tener una información
suficiente pero, como ya lo anotábamos, hay serios motivos de duda sobre el
camino que están siguiendo y sobre su posibilidad de desarrollo futuro.
417
El movimiento indígena en Colombia
Existían también equipos de trabajo en Planas, con los indígenas guahibos, y
en el valle del Sibundoy. Ambos cometieron errores al parecer en la orientación
del movimiento, con lo que el primero tuvo que dejar la zona y el segundo se
desmanteló parcialmente, dejando el trabajo en condiciones muy difíciles.
Según lo acordado en la reunión indígena de septiembre de 1974, se comenzó
desde enero de 1975 a publicar el periódico Unidad Indígena, a cargo del CRIC
y de la Secretaría Indígena de la ANUC. Con la progresiva inoperancia de la
Secretaría, el CRIC asumió solo la dirección, pero sigue poniendo el periódico a
disposición del movimiento indígena de todo el país.
En febrero de 1977 se reunió el cuarto Congreso de la ANUC, que significó su
conversión definitiva en una organización política sectaria y excluyente, y que
llevó a su rompimiento con otros sectores campesinos e indígenas, entre ellos
con el CRIC. La ANUC tiende a perder la influencia dominante que por muchos
años ha tenido en el movimiento campesino, ya que otras organizaciones están
surgiendo y muchos sectores que antes estaban vinculados a la ANUC trabajan
ahora independientemente.
Esto también tiene sus repercusiones para el movimiento indígena, que ha venido
igualmente distanciándose poco a poco de la ANUC. En el IV Congreso, muy pocas
delegaciones indígenas estuvieron presentes, y de estas la mayoría se pronunció
en contra de las determinaciones políticas de dicho Congreso.
En el inmediato futuro no se ve ninguna organización, indígena o campesina,
que tenga una influencia real determinante sobre el conjunto del movimiento
indígena en Colombia. Tal vez más adelante el CRIC, cuya prioridad sigue siendo
la organización en el Cauca, pueda cumplir ese papel o si no alguna organización
campesina o sindical, o tal vez alguna organización nacional indígena cuando las
condiciones hayan madurado para constituirla.
De todos modos, como ya lo hemos dicho, lo más indispensable sigue siendo el
trabajo de base a nivel regional, aunque en un primer momento esos trabajos se
realicen tal vez con orientaciones diferentes.
Conclusiones
A base de nuestra experiencia nos queda muy claro que un movimiento
indígena serio hay que construirlo de abajo hacia arriba, partiendo de las
necesidades y aspiraciones de las comunidades y consolidando cada paso en
la aplicación de la organización.
418
Trino Mor ales
Somos fuertemente escépticos con respecto a los grandes congresos nacionales e
internacionales, que multiplican las declaraciones y conclusiones, que promueven
a uno u otro dirigente, sin que muchas veces haya un avance real en la organización
indígena. Creemos que, ya no es suficiente que los indígenas “estemos de moda”,
es indispensable que aprendamos a luchar por nosotros mismos y a obtener
triunfos en nuestra lucha.
Consideramos importante el intercambio de experiencias, la elaboración teórica a
partir de nuestros problemas y de nuestras luchas, el aporte científico de diversas
personas y organizaciones. Pero todo a condición de que ello esté directamente
vinculado a un proceso real de lucha y organización, que los temas surjan de ese
proceso y las elaboraciones sean igualmente destinadas a dicho proceso.
De lo contrario estaríamos simplemente especulando o haciendo turismo.
419
Organización social
Bases para el estudio de la organización
social de los páez1
SEGUNDO BERNAL VILLA
E
l material para el estudio del sistema de parentesco de los páez fue recogido
en el mes de mayo de 1953, gracias a la colaboración entusiasta de Victoriano
Piñacué, de dieciocho años de edad, bilingüe y oriundo de la parcialidad
de Calderas. Con estos materiales realizamos el análisis del sistema de parentesco,
que sin mayores modificaciones, presentamos más abajo. Posteriormente fue
confrontado con algunos indígenas varones de la parcialidad de San Andrés,
quienes lo hallaron correcto. A fines de mayo de 1954 tuvimos la oportunidad de
confrontarlo nuevamente en Mosoco con dos informantes varones de la localidad.
Prácticamente no hallaron diferencias fonológicas, a pesar de que el páez hablado
en aquella parcialidad ofrece algunos matices diferenciativos en relación con el
hablado en las otras parcialidades. Una sola observación fundamental hicieron,
que la hemos aceptado por considerarla convincente. Es la referente a los términos
usados para designar a los hijos e hijas de los hermanos y hermanas de ego. Según
Piñacué, se los designa con los términos castellanos: sobrino y sobrina. Jorge
Mulcué (mosoqueño de 58 años) afirma que se los designa con las palabras kué
o wásak (hijo e hija) anteponiéndoles el posesivo mi (anji).
Hombres y mujeres utilizan, tanto de la línea paterna como materna, salvo algunas
excepciones, los mismos términos subordinando el grado real de parentesco a
la generación. El sistema de terminología de parentesco de los páez es, pues,
clasificatorio y bilateral.
Al parecer, no existe terminología para designar a los hermanos mayores y a
los menores de la generación de ego, bien que en el comportamiento resalta
esta distinción. Ego está en el deber de saludar a los hermanos mayores, y a
los mayores en general de la comunidad, en tanto que existe el deber de ser
1
Original tomado de: Segundo Bernal Villa. 1955. Bases para el estudio de la organización
social de los Páez. Revista Colombiana de Antropología, 4: 166-188.
423
Bases para el estudio de la organización social de los páez
saludado por los hermanos menores, y, en general, por todos los menores de
la comunidad.
Entre los mayores de edad, de ambos sexos, casados y con hijos es general el uso
de formas tecnonímicas.
Los dos únicos estudios de sistemas de parentesco realizados en Colombia se
deben a la pluma del profesor Gerardo ReichelDolmatoff efectuados entre los
iroka y los kogi. El de los iroka fue realizado con la colaboración de Alexander
L. Clark. Con el ánimo de facilitar posteriores estudios comparativos sobre esta
materia, hemos adoptado su sistema de presentación de materiales, especialmente
las abreviaturas de términos de parentesco de la lengua castellana.
Antes de finalizar con esta breve introducción queremos dejar constancia
de nuestros vivos agradecimientos al señor Víctor Bedoya por su espontánea
transcripción de documentos inéditos del Archivo Nacional referente a los páez, y,
al profesor Marcos Fulop por sus valiosas observaciones y oportunas sugerencias
que dieron muchas luces a partes oscuras de nuestro trabajo.
Análisis de términos de parentesco
Parientes consanguíneos
A. GENERACIÓN DE EGO:
a. Ego masculino: Hermanos e hijos de tíos y tías, paternos y matemos, se
agrupan en una sola categoría, clasificándose como hermanos ( iakté).
b. Hermanas e hijas de tíos y tías, paternos y matemos, se agrupan en
una sola categoría, clasificándose como hermanas (pesh).
c. Ego femenino: hermanas e hijas de tíos y tías, paternos y matemos,
se agrupan en una sola categoría, clasificándose como hermanas (
iakté).
d. Hermanos e hijos de tíos y tías, paternos y maternos, se agrupan en
una sola categoría, clasificándose como hermanos (jish).2
B. PRIMERA GENERACIÓN ASCENDENTE
a. Para el padre y la madre se utilizan los términos aislantes (táta y máma).
b. Los hermanos y hermanas del padre y los hijos e hijas de los hermanos
2
Sh = a la ch francesa (chaise); ch = a la ch española (chicha); j = a la j francesa (jardín);
h = a la J española (rojo).
424
Segundo Bernal Villa
y hermanas del papá de papá (abuelo) se agrupan en una sola categoría
clasificándose como tíos y tías (ñuk y pésuts, respectivamente).
c. Los hermanos y hermanas de la madre y los hijos e hijas de los hermanos y
hermanas de la mamá de mamá (abuela) se agrupan en una sola categoría
clasificándose como tíos y tías (káhka y péñuk, respectivamente).
C. SEGUNDA GENERACIÓN ASCENDENTE:
a. Se utiliza un término para ambos abuelos (ishi) y un término para ambas abuelas (penshi).
b. Los hermanos y hermanas de los abuelos, tanto por la línea paterna como
por la materna, se agrupan en una sola categoría clasificándose como
abuelos y abuelas (ishi, penshi).
D. TERCERA GENERACIÓN ASCENDENTE:
a. Los bisabuelos se designan con un término (ishi wála) y las bisabuelas
con otro (penshi wála).
E. PRIMERA GENERACIÓN DESCENDENTE:
a. Los hijos, las hijas y los hijos e hijas de hermanos y hermanas, reales o
clasificatorios, tanto por la línea paterna como materna, se agrupan en
una sola categoría y se designan como hijos e hijas (kué o jik y wásak o
nis, respectivamente).
F.
SEGUNDA GENERACIÓN DESCENDENTE:
a. Hijos e hijas de hijos e hijas (nietos) lo mismo que hijos e hijas de hermanos
y hermanas se agrupan en una sola categoría sin distinción de sexo y se
designan como nietos (nson).
G. TERCERA GENERACIÓN DESCENDENTE:
a. Los hijos de hijos e hijas de hijos e hijas (bisnietos) se agrupan sin distinción
de sexo, en una sola categoría y se designan con el mismo término usado
para los nietos (nson).
425
Bases para el estudio de la organización social de los páez
Figura 1. Parentesco Ego Masculino
Figura 2. Parentesco Ego Femenino
Diferencias adicionales
1. Sexo: Terminológicamente se distingue el sexo en todas las generaciones,
salvo en la segunda y tercera generación descendente.
2. Edad: Hermanos y hermanas reales y clasificatorios con respecto a la edad
relativa de ego, no se diferencia terminológicamente, aunque sí se la discrimina en
los patrones de conducta, pues ego saluda a quienes son mayores que él en tanto
que es saludado por los menores.
3. Parentesco:
426
Segundo Bernal Villa
a. Ego masculino: terminológicamente, los hermanos no se distinguen de los
hijos de los tíos y tías, paternos y maternos, y el término con que se designan
no hace referencia a qué línea pertenecen.
b. Las hermanas no se distinguen de las hijas de los tíos y tías, paternos y
maternos, y el término con que se designan no hace especificación a qué línea
pertenecen.
c.
Ego femenino: terminológicamente, los hermanos no se distinguen de los
hijos de los tíos y tías, paternos y maternos, y el término con que se designan
no especifica a qué línea pertenecen. Terminológicamente, las hermanas no se
distinguen de las hijas de los tíos y tías, paternos y maternos, y el término con
que se designan no especifica a qué línea pertenecen.
d.
Primera generación ascendente:
e. El padre y los hermanos se distinguen, terminológicamente, de los
hermanos de la madre; esta y sus hermanas se distinguen, terminológicamente,
de las hermanas de aquél.
f. Segunda generación ascendente: no existen diferenciaciones de
parentesco.
g. Primera generación descendente: no hacen diferenciaciones de parentesco
entre hijos reales o clasificatorios.
Parientes políticos
1. a. Ego masculino: a los hermanos de la esposa, a los esposos de las hermanas
y a los esposos de las hijas de los hermanos y hermanas de los padres se
designan con un término (sum).
b. A las hermanas de la esposa, a las esposas de los hermanos, a las esposas
de los hermanos de la esposa y a las esposas de los hijos de los hermanos y
hermanas de los padres, se designan con un término (sub).
c. Se utiliza un término para designar al esposo de la hermana de la esposa. En
general, los esposos de las hermanas de la esposa se designan entre sí con el
mismo término que sirve para designarse entre sí las esposas de los hermanos
de ego (iakté).
d. Ego femenino: a los hermanos del esposo, a los esposos de las hermanas,
a los esposos de las hermanas del esposo y a los esposos de las hijas de los
hermanos y hermanas de los padres se designan con un término (sub).
e. A las hermanas del esposo, a las esposas de los hermanos y a las esposas
de los hijos de los hermanos y hermanas de los padres se designan con un
término (chinás).
2. a. Suegro y suegra se designan con términos aislantes (táta, máma).
b. Los esposos de las hijas y las esposas de los hijos se designan con términos
diferentes (ndó, nukué miyú, respectivamente).
427
Bases para el estudio de la organización social de los páez
Términos de parentesco
Abreviaturas:
p
=
padre
m
=
madre
hno
=
hermano
hna
=
hermana
ho
=
hijo
ha
=
hija
co
=
cónyugue
d
=
de, del
castellano
ego masculino
ego femenino
1
p
tatá
tatá
2
m
mamá
mamá
3
p-d-p
ishi
ishi
4
m-d-p
pénshi
pénshi
5
p-d-m
ishi
ishi
6
m-d-m
7
p-d-p-d-p
pénshi
ishi wála
pénshi
ishi wála
8
m-d-p-d-p
pénshi wála
pénshi wála
9
p-d-m-d-m
ishi wála
ishi wála
10
m-d-m-d-m
pénshi wála
pénshi wála
11
hno-d-p
12
hna-d-p
ñuk
pésuts
ñuk
pésuts
13
hno-d-m
káhka
káhka
14
hna-d-m
péñuk
15
hno
péñuk
iakté
16
hna
pesh
iakté
17
ho-d-hno-d-p
iakté
jish
18
ho-d-hna-d-p
iakté
jish
19
ha-d-hno-d-p
pesh
iakté
jish
20
ha-d-hna-d-p
pesh
iakté
21
ho-d-hno-d-m
iakté
jish
22
ho-d-hna-d-m
iakté
jish
428
Segundo Bernal Villa
23
ha-d-hno-d-m
pesh
iakté
24
ha-d-hna-d-m
pesh
iakté
25
ho
26
kué
wásak
kué
wásak
27
ha++
ho-d-ho-d-hno-d-p
28
ha-d-ho-d-hno-d-p
kué
wásak
kué
wásak
+
29
ho-d-ho-d-hna-d-p
30
ha-d-ho-d-hna-d-p
kué
wásak
kué
wásak
31
32
ho-d-ha-d-hno-d-p
ha-d-ha-d-hno-d-p
kué
wásak
kué
wásak
33
ho-d-ha-d-hna-d-p
34
ha-d-ha-d-hna-d-p
kué
wásak
kué
wásak
35
ho-d-ho-d-hno-d-m
36
ha-d-ho-d-hno-d-m
kué
wásak
kué
wásak
37
ho-d-ha-d-hno-d-m
38
kué
wásak
39
ha-d-ha-d-hno-d-m
ho-d-ho-d-hna-d-m
kué
wásak
40
ha-d-ho-d-hna-d-m
kué
wásak
kué
wásak
41
ho-d-ha-d-hna-d-m
42
ha-d-ha-d-hna-d-m
kué
wásak
kué
wásak
43
ho-d-ho
nson
nson
44
ha-d-ho
ho-d-ha
nson
nson
45
nson
nson
46
ha-d-ha
nson
nson
47
ho-d-ho-d-hna
nson
nson
48
ha-d-ho-d-hna
nson
nson
49
ho-d-ha-d-hna
nson
nson
50
ha-d-ha-d-hna
nson
nson
51
ho-d-ho-d-hno
nson
nson
52
ha-d-ho-d-hno
nson
nson
53
ho-d-ha-d-hno
nson
nson
54
ha-d-ha-d-hno
nson
nson
55
ho-d-ho-d-ho
nson
nson
56
ha-d-ho-d-ho
nson
nson
57
ho-d-ha-d-ho
nson
nson
58
ha-d-ha-d-ho
nson
nson
429
Bases para el estudio de la organización social de los páez
59
ho-d-ho-d-ha
nson
nson
60
ha-d-ho-d-ha
nson
nson
61
ho-d-ha-d-ha
nson
nson
62
ha-d-ha-d-ha
nson
nemi
63
co
nson
niyú
64
p-d-co
tatá
táta
65
m-d-co
66
co-d-ho
máma
nukué miyú
máma
nukué miyú
67
co-d-ha
hno-d-co
ndó
ndó
68
69
sum
sub
sub
chinás
sub
sum
sub
70
hna-d-co
co-d-hno
71
co-d-hna
72
co-d-hno-d-co
sub
iakté
73
co-d-hna-d-co
iakté
sub
74
co-d-hno-d-p
pésuts
pésuts
75
co-d-hna-d-p
ñuk
ñuk
76
co-d-hno-d-m
péñuk
péñuk
77
co-d-hna-d-m
káhka
káhka
78
co-d-ho-d-hno-d-p
sub
chinás
79
sum
sub
80
co-d-ha-d-hno-d-p
co-d-ho-d-hna-d-p
sub
chinás
81
co-d-ha-d-hna-d-p
sum
sub
82
co-d-ho-d-hno-d-m
sub
chinás
83
co-d-ha-d-hno-d-m
sum
sub
84
co-d-ho-d-hna-d-m
sub
chinás
85
co-d-ha-d-hna-d-m
sum
sub
chinás
+ Al hijo también se le designa con el término jik, pero es menos usado.
++ A la hija también se le designa con el término nis.
Aplicación de términos de parentesco
A. Ego Masculino (fig. 1)
1
Táta
p; p-d-co
2
Máma
m; m-d-co
430
Segundo Bernal Villa
3
Ishi
p-d-p; p-d-m; hno-d-p-d-p; hno-d-p-d-m; hno-d-m-d-m; hno-d-m-d-p.
4
Pénshi
m-d-p; m-d-m; hna-d-p-d-p; hna-d-m-d-m; hna-d-m-d-p; hna-d-p-d-m.
5
Ishi wála
p-d-p-d-p; p-d-m-d-m; p-d-m-d-p; p-d-p-d-m.
6
Pénshi wála
m-d-p-d-p; m-d-m-d-p; m-d-p-d-m; m-d-m-d-m.
7
Ñuk
hno -d-p; ho-d-hno-d-p-d-p; ho-d-hna-d-p-d-p; co-d-hna-d-p.
8
Káhka
hno-d-m; ho-d-hno-d-m-d-m; ho-d-hna-d-m-d-m; co-d-hna-d-m.
9
Pésuts
hna-d-p; ha-d-hno -d-p-d-p; ha-d-hna-d -p-d-p; co-d-hno-d-p.
10
Péñuk
hna-d-m; ha-d-hno-d-m-d-m; ha-d-hna-d-m-d-m; co-d-hno-d-m.
11
Kué (o jik)
ho;ho-d-hon;ho-d-hna;ho-d-h-od-hno-d-p; ho-d-ho-d-hna-d-p; bo-dha-d-hno-d-p; ho-d-ha-d-hna-d-p; ho-d-ho-d-hno-d-m; ho-d-ho-d-hn
a-d-m; ho-ha-d-hno-d-m; ho-d-ha-d-hna -d-m.
12
Wásak (o
nis)
ha; ha-d-hno; ha-d-hna; ha-d-ho-d-hno-d-p; ha-d-ho-d-hno-d-p;ha-d-had-hno-d-p; ha-d-ha-d hna-d-p; ha-d-ho-d-hno-d-m; ha-d-ho-d-hna-d-m;
ha-d-ha-d-hno-d-m; ha-d-ha-d-hna-d-m.
13
Niyú
co
14
Ndó
co-d-ha
15
Nukué Miyu
co-d-ho
16
Nson
ho-d-ho; ha-d-ho; ho-d-ha; ha-d-ha; ho-d-ho-d-hna; ha-d-ho-d-hna; had-ha-d-hna; ho-d-ha-d-hna; ho-d-ho-d-hno; ha-d-ho-d-hno; ho -d-ha-dhno; ha-d-ha-d-hno.
17
Iakté
hno; ho-d-hno-d-p; ho-d-hna-d-p; ho-d-hno-d-m; ho-d-hna-d-m; co-dhna-d-co.
18
Pesh
hna; ha-d-hno-d; pha-d-hna-d-p; ha-d-hno-d-m;
19
Sum
hno-d-co; co-de-hna; co-d-ha-d-lino-d-p; co-d-ha-d-hna-d-p; co-d-ha-dhno-d-m; co-d-ha-d-hna-d-m.
20
Sub
hna-d-co; co-d-hno-d-co; co-d-hno; co-d-ho-d-hno-d-p; co-d-ho-d-hnad-p; co-d-ho-d-hno-d-m; co-d-ho-d-hna-d-m.
ha-d-hna-d-m.
B. Ego femenino (fig. 2).
1
Nemi
co
2
Iakté
Hna; ha-d-hno-d-p; ha-d-hna-d-p; ha-d-hno-d-m; ha-d-hna-d-m; co-d-hnod-co.
3
Jish
Hno; ho-d-hno-d-p; ho-d-hna-d-p; ho-d-hno-d-m; ho-d-hna-d-m.
4
Sub
hno-d-co; co-d-hna-d-co; co-d-hna; co-d-ha-d-hno-d-p; co-d-ha-d-hnad-p; co-d-ha-d-hno-d-m; co-d-ha-d-hna-d-m.
5
Chinás
Hna-d-co; co-d-hno; co-d-ho-d-hno-d-p; co-d-ho-d-hna-d-p; co-d-hod-hno-d-m; co-d-ho-d-hna-d-m.
431
Bases para el estudio de la organización social de los páez
Los demás términos de parentesco son comunes para ego masculino y femenino.
Observaciones adicionales
Un padre al referirse a sus hijos, de ambos sexos, antepone el posesivo mi (anji)
al término de parentesco, así:
Anji kué (mi hijo) anji jikuesh (mis hijos).
Anji wásak (mi hija); anji wasakuesh (mis hijas).
Anji nson (mi nieto); anji nsonmuesch (mis nietos).
La madre al referirse a sus hijos, de ambos sexos, antepone el posesivo mi (uk) al
término de parentesco, así:
Uk kué (mi hijo) uk kuémuesh (mis hijos).
Uk wásak (mi hija) uk wásakuesh (mis hijas).
Uk nson (mi nieto) uk nsonmuesch (mis nietos).
En igual forma los hijos al referirse a sus padres anteponen el posesivo anji o uk,
según que los hablantes sean hombres o mujeres, respectivamente.
Anjí téwesh (mis padres, hablante masculino).
Uk tewesh (mis padres, hablante femenino).
Anji ishiwesh (mis abuelos).
Uk ishiwesh (mis abuelos).
Los no parientes designan a los abuelos: nesh wála.
Cuando un hablante es menor que la persona referida y siendo este padre, la
forma correcta de mencionarlo es el padre de fulano, así por ejemplo: si nuestro
informante Victoriano Piñacué (dieciocho años) quiere referirse a Cerveleón
Guagás (55 años) no lo menciona simplemente por su nombre, puesto que es una
“grosería”, sino que dice el padre de Alfonso (que es su hijo mayor): Pons nei, o
Marcelo Nei, si se refiere al padre de Marcelo. Si el primogénito es muerto diría:
unás nei, padre del finado. Si el hablante es mayor que el referido puede llamarlo
432
Segundo Bernal Villa
sencillamente por su nombre, siempre y cuando exista confianza entre los dos,
pues de lo contrario, tiene que usar la forma antes mencionada. Así por ejemplo,
Vicente Puche, es mayor que Julián Piñacué (padre de nuestro informante) como
tiene confianza le dice simplemente Kilián; si no la tuviera diría Vit nei (padre de
Victoriano). En idéntica forma se procede con una mujer mayor que el hablante,
ejemplo: Pons nihi (madre de Alfonso); Vit nihi (Madre de Victoriano) Unás nihi
(madre del finado).
Si nuestro informante Piñacué quiere expresar este pensamiento: “Cerveleón yo
quiero una cosa”, debe decir padre de Alfonso yo quiero una cosa (Pons nei tech
yugüe guau wet). Puede denominarlo simplemente Cerveleón pero lejos de él, y
cuando está en medio de gente, no parientes, pero, agrega, esto no es de respeto.
Si oyera Cerveleón decir así, se enojaría.
Al referirse a un abuelo, por ejemplo, el de Alfonso, se dirá: Pons nei, si el
hablante es muy conocido de Alfonso, de lo contrario se dirá: Lión nei (padre de
Cerveleón), máxime si se está delante del abuelo.
Al referirse al tío paterno de Alfonso, se dirá: Pons niñuk.
Al referirse al tío materno de Alfonso, se dirá: Pons nekáhka.
Al referirse a la tía paterna de Alfonso, se dirá: Pons nsuts. Al referirse a la tía
materna de Alfonso, se dirá: Pons nihiñuk
Relaciones entre parientes
Como hemos visto es general el respeto que deben los menores hacia los mayores.
Los patrones de conducta entre abuelos y nietos están regulados por el factor
emocional, siendo más o menos afectuosos según el comportamiento entre ambos.
Si los abuelos son buenos con sus nietos son acreedores a la consideración y
cariño de estos, de lo contrario la actitud
es de frío respeto. Si los nietos
dicen: “que viejo tan puerco” el abuelo no los quiere.
Se afirma que con los tíos paternos y matemos se observa idénticos patrones de
conducta. No se los puede designar únicamente por su nombre. Así, si Victoriano
Piñacué llama a su tío por su nombre, este le replica que no tiene consejo, pues
debe respetar. “Usted tiene que decir tío”, aconseja. La madre lo reprende: “grosero
para qué dice así, diga tío”. A los tíos mayores de ego se les debe mayor respeto que
a los tíos menores de este. A los primeros les dará el bendito como a los padres.
No se debe hablar de “cosas feas”, delante de ellos ni tampoco chancearse con los
mismos. Si el tío quiere chancearse con el sobrino, este ríe y no más. A la esposa
433
Bases para el estudio de la organización social de los páez
del tío también se le llama tía y recibe del sobrino el bendito porque es mayor.
No puede chancearse con ella. En el supuesto que enviudara (echui) el sobrino
no puede casarse con ella porque hay que respetarla. No hemos encontrado datos
que pudieran hacer sospechar relaciones avunculares o amistades.
Primos de primer grado, matemos y paternos, se respetan y evitan actitudes
agresivas entre ellos. Entre primos varones pueden obsequiarse con los productos
de las cosechas, lo que no hacen con las primas, pues ellas viven con sus
respectivos esposos.
Los padres de los cónyuges se llaman entre sí compadres (compale). No existe
diferencia de comportamiento entre ellos, el saludo lo da el que primero ve a su
compadre. Relaciones sexuales entre suegro y nuera están prohibidas, lo mismo
que entre yerno y suegra. Se dan casos en que los suegros no quieren a su yerno
y también en que los suegros no quieren a su nuera.
Siguiendo las pautas generales de conducta, ego respeta más a sus cuñados mayores
que a los menores. Un hombre no puede cohabitar con la esposa del hermano,
se califica de “mucha grosería”. El esposo puede cohabitar con la hermana de
la esposa, pero se califica de “muy feo”. También se mira mal el matrimonio de
un hombre con la viuda de su hermano o el de una mujer con el viudo de su
hermana. El trato entre concuñados es cordial; “se respetan como si fueran de la
misma casa”.
Los hermanos y hermanas del esposo se tratan con los hermanos y hermanas de
la esposa como compadres. Pueden casarse entre ellos.
Los hijos de los hermanos y hermanas del papá no son nada para los hijos de los
hermanos y hermanas de la mamá. No se dicen nada entre ellos.
La familia
El grupo social por excelencia, en la cultura páez, es la familia nuclear. Su
importancia resalta si se tiene en cuenta que los páez viven diseminados dentro
de su ámbito geográfico. Tanto los cronistas, como los curas doctrineros, que se
ocuparon de ellos, hacen resaltar esta característica. En 1751, el cura de Tálaga
Licenciado Eugenio del Castillo y Orozco, escribía, en su informe rendido al señor
don Juan Francisco de Eguizaval, gobernador y capitán general de la ciudad de
Popayán y sus provincias,
que por mandado de su Señoría Ilustrísima, el señor don Francisco José
de Figueredo y Victoria en el Consejo de su Majestad, obispo actual
434
Segundo Bernal Villa
de este obispado hice informe al señor gobernador anterior de vuestra
Señoría, y representando que desde el año de 1719, que estuve en estas
provincias asistiéndole de intérprete al Excmo. don Pedro Felipe García,
visitador que fue de ellas y después en el de mil setecientos treinta y
uno de lo mismo al Dr. D. Francisco Gómez Constantino supe que los
indios de esta provincia avían [sic] sido inclinados a vivir separados en
diversas distancias y solo asentarse en algunos bebezones en casas de
sus Caciques o Capataces cuando venían de alguna Riria (que llaman
Necue) o a celebrar el primer menstruo de la mujer (que llaman Izacó)
o por otra causa de vana observancia, y acababa, volverse a separar.
Múltiples fueron los esfuerzos de los curas doctrineros y de los
gobernantes de la época colonial para “reducirlos a vida sociable”,
pero la “bárbara naturaleza” de estos naturales hacía infructuosos
sus esfuerzos. Y este rasgo cultural se mantiene vigente aún (Bernal
Villa 1953: 182). En cada casa, diseminada en las rugosidades del
relieve, se aloja una pareja de adultos de sexo opuesto y sus hijos. Es
esta familia nuclear la que cuida y mantiene a sus ancianos padres y
efectúa el entierro cuando aquellos fenecen; la misma que acaba las
fiestas religiosas con la pompa y rigor tradicionales (Bernal Villa 1953:
192); la que defiende los propios intereses del ataque de extraños;
la que en tiempos anteriores celebraba la “Riria (que llaman Necue)
o el primer menstruo de la mujer (que llaman lzacó)” y en fin, la que
fabrica sus canoas de chicha (“otra causa de vana observancia” que
habla del Castillo y Orozco) para efectuar las “bebezones” con todos los
que llegan en su demanda. Es esta familia nuclear la que “cuida” a los
parientes que llegan, la que brinda hospitalidad al transeúnte indígena
y la que muestra un silencio áspero al visitante de la cultura occidental.
A la familia nuclear están asociados primordialmente las funciones de reproducción,
la crianza de los niños y la educación de los mismos. De la procreación depende
también la importancia de las funciones económicas.
La orientación del instinto sexual es un fin secundario. En efecto, la cultura páez
exige de cada individuo, una vez que ha alcanzado la capacidad de procrear,
forme una familia. En la parcialidad de Calderas ven en los hijos una bendición
de Dios, considerando a los célibes “como violadores de la cruz” (matrimonio); el
celibato se condena en la racionalización de que la persona que muere soltera se
va al nevado del Huila, considerado por ellos como el infierno. Es excepcional el
celibato de una mujer y cuando tal sucede piensan que se convierte en bruja. Algo
semejante piensan de algunas viudas. Una mujer, de unos cincuenta años, manifiesta
que “el matrimonio es fundamental y obligatorio, pues los abuelos decían que la
mujer que no se casa, el diablo le da un perro negro por marido en el infierno”.
435
Bases para el estudio de la organización social de los páez
Otra mujer manifiesta que, a veces, tiene pesar por la muerte de una hija soltera,
“porque el diablo le pondría marido”.
La cultura considera que es obligación de los padres casar a sus hijas así sean muy
jóvenes. Por otra parte, los muchachos aspiran a “levantar su casa, casarse, crear
hijos, tener animales, coca en abundancia y caña para su chicha” (Bernal Villa
1953: 183). El incentivo del matrimonio es tener hijos para cuyo fin es menester
cerciorarse si la mujer es fecunda. Por eso, la cultura ofrece la herramienta
institucional del “amaño”, según el cual, el hombre convive por un tiempo con la
mujer antes de legalizar el matrimonio. Y de esto nos dan claras y precisas noticias
el Licenciado Eugenio del Castillo y Orozco y su hermano el Licenciado Isidro
del Castillo y Orozco en sus respectivos informes que rindieron al gobernador y
Capitán General arriba mencionado:
[…] que usaban la corruptela de hazer [Sic] por mucho tiempo experiencia
de la mujer con quien se avían [Sic] de cassar, y así después de cassada no
tenía prole, la dejaban y buscaban otra que fuesse fecunda y que creían
se podían cassar con ella si no estaban velados con su propia mujer
(como lo quiso ejecutar Manuel Bolza, indio de este pueblo [Tálaga]) y la
ejecutó Antonio Cofongo (indio de San Antonio de las Chinas) y que por
este avía observado no dividir el cassamiento de las velaciones sino que
fuesse tiempo prohibido o instasse sacarlos en mal estado y que este lo
celaban haciéndose alto unos a otros y otros a los otros desde el menos
indio hasta el principal, testificando un dicho con una mentira general en
la qual si alguno discordaba y no seguía la mente del Cacique o Moján
de miedo huía a diversas partes; y que otros se huían con las mancebas
quando no eran a beneplácito de los padres o parientes de ella, otros de
pereza y otros de necesidad.
“Y que huyesen de todos sus vicios y pecados como son: brujerías, borracheras y
amancebamientos”.
El primero de marzo de 1877, en París, Ezequiel Uricoechea escribía en su
introducción al Vocabulario:
El casamiento, en el sentido que lo tomamos hoi, no existía entre los
paéces: Vivían vida marital dos personas por algun tiempo i no se
perfeccionaba el matrimonio sin que antes hubiera certidumbre de
que la mujer era fecunda. Natural es pues, que encontremos entre los
paéces, como entre los peruanos, dos verbos (imi e iyó) que indican
respectivamente aceptar hombre la mujer i tomar mujer el hombre. La
mujer tenía la obligación de dar de vestir al marido i este la de dar el
sustento a la familia (Castillo y Orozco 1877: 14).
436
Segundo Bernal Villa
Nuestros informantes de Calderas confirman la vigencia de esta costumbre
justificándola unos por la necesidad que tiene el presunto esposo de conseguir
dinero para pagar los costos del matrimonio, otros para “catear” si la mujer es
honrada, trabajadora y fiel; y no faltó quien dijera claramente que esta convivencia
matrimonial “es costumbre, pues si la mujer resulta machorra no hay matrimonio”.
Cuando así sucede, el hombre devuelve la mujer a sus padres, sin que esto
implique problema alguno, lo que no sucede cuando están casados por la Iglesia,
en cuyo caso ya no es posible la devolución.
Nuestras investigaciones acerca de la frecuencia del “amaño” en familias constituidas
de algunas parcialidades de Tierradentro, arrojaron los siguientes resultados:
Calderas: 42 familias (28 % del total aproximado de familias calderunas). El 57,1 %
de estas familias practican el amaño; el 42,9 % casaron primero por la Iglesia.
San Andrés: trece familias (6,5 % del total aproximado de familias de San Andrés).
El 92,3 % casaron primero por la Iglesia; el 7,7 % practicaron el amaño.
Lame: ocho familias (6,2 % del total aproximado de familias de Lame). El 87,5 %
casaron primero por la Iglesia; el 12,5% practicaron el amaño.
Mosoco: 26 familias (10,4 % del total aproximado de familias de Mosoco). El 88,1%
siguió la ley católica; el 11,6 %practicó el amaño.
Si bien que los porcentajes correspondientes a las parcialidades de San Andrés y
Lame, no reflejan a cabalidad la situación real de la costumbre por lo escaso de los
datos, bien puede verse del vigor que goza todavía en Calderas, parcialidad desde
luego menos aculturada que las otras. Convencido el hombre de la fertilidad de
su cónyuge se legaliza el matrimonio en el altar de la Iglesia católica. Entonces,
la cooperación económica de los cónyuges iniciada desde el principio de su vida
marital, se estabiliza y cobra fuerza y el matrimonio se constituye como dice un
informante en una asociación para “beneficio mutuo de los contrayentes, para
servirse del uno al otro, sin que de ninguna manera sea una carga para cualquiera
de los dos”. El hombre amplía sus rozas para atender “al sustento de la familia”,
siembre caña de azúcar y coca para obtener chicha y narcótico para realizar
mingas, para celebrar fiestas religiosas, para “cuidar” a sus parientes y recrearse
con sus amigos; se contrata como peón para adquirir dinero y comprar pañolones
para su esposa, lana y telas que la mujer convertirá en camisas para sí, para su
esposo y sus hijos y pantalones para estos últimos, comienza a construir su casa,
si es que no la tiene, en el lote que le ha asignado su padre, para dar un hogar
a su familia. La mujer, por su parte administra los productos que le entrega el
esposo, teje la ruana y kuetand-yaha (jigra de mambe) para el esposo y los hijos,
prepara los alimentos, cría gallinas y cerdos y cuida de sus menores de tres años.
437
Bases para el estudio de la organización social de los páez
De esta suerte entre los páez matrimonio, familia, tierra y casa forman una
unidad íntima, indisoluble y explica en parte el fenómeno arriba mencionado de
la renuencia a vivir agrupados en pueblos o ciudades.
Básicamente la residencia de la familia nuclear es patrilocalneolocal. Cuando el
hombre, acompañado de su séquito, va a solicitar a su futura cónyuge, y después
de llenadas determinadas formalidades, los presuntos suegros se la entregan, se
la lleva a vivir a casa de sus padres (cuando no ha construido la propia). En ella
establece un cuarto aparte con su cocina para cocinar, cuero de res para dormir,
espacio para guardar sus provisiones, sus utensilios de cocina y herramientas de
trabajo. Los nuevos esposos son independientes de sus respectivos padres. El
hombre ayuda a trabajar a sus suegros y la mujer a los de ella, pero en ningún
caso constituye una obligación para ambos. Cuando soltero el hombre trabaja
para atender a sus propias necesidades y para coadyuvar al sostenimiento de la
economía paterna; casado ya, trabaja para sostener a su familia.
El hombre escoge su esposa dentro de la parcialidad, si bien que puede casarse
con mujeres de otras parcialidades. Pero ni hombres ni mujeres pueden casarse
con personas de la cultura occidental (“blancos”). En Calderas se dio el caso
de un posible matrimonio entre un indígena y un “blanco”. El cabildo cortó
de plano esta posibilidad obligando a casar a la indígena con un miembro de
la parcialidad. Si es el hombre quien pretende casarse con una “blanca” debe
abandonar el lugar. Consideran que al entrar los “blancos” a la comunidad, se
apropian irremediablemente de sus tierras.
La escogencia de cónyuges dentro de las parcialidades está determinada por las
leyes del incesto. Son incestuosas las uniones entre padres e hijos y hermanos y
hermanas reales y están severamente prohibidas. También se condenan, aunque
no están proscritas, las relaciones entre primos de primer grado de ambas líneas
y las de tíos y sobrinas. Respecto a las relaciones entre primos manifiestan que
quienes las tuvieren no pueden pasar el Páramo (Guanacas, Delicias, Moras)
porque se los come el tigre. Sin embargo, agregan, que nada les sucedería si tales
uniones se verifican sin preludio, risas, ni chanzas.
En la determinación de los cónyuges existe un rasgo cultural muy singular. Un
hombre no escoge su futura cónyuge entre mujeres que llevan su propio apellido.
Así, pues, un muse no escoge a una muse por esposa, así sea que esta viva en otra
parcialidad. Consideran que entre ellos pueden existir relaciones de parentesco.
Casos en que un esposo y una esposa lleven el mismo apellido son muy raros y
cuando tal sucede el esposo procura presentar a la esposa con el apellido de la
madre de esta. El caso pudimos observarlo desprevenidamente en un bautizo de una
niña efectuado en la iglesia de Inzá. Por razones elementales ocultamos los nombres
de los verdaderos padres y suponemos que el padre se llama Manuel Kiguasú y
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Segundo Bernal Villa
la madre María Kiguasú. Para sentar la partida de bautismo de la niña el sacerdote
preguntó por el nombre de los padres, “Manuel Kiguasú” repuso el padre de la niña,
pero al ser inquirido por el nombre de su esposa no dijo llamarse María Kiguasú,
como en realidad se llamaba por ser hija legítima de un Kiguasú, sino María Vitechi,
apellido heredado de la madre de esta. El caso tiene más importancia si se tiene en
cuenta que el supuesto Manuel Kiguasú es un mestizo que vive entre los “blancos”
y comercia con ellos. El mismo caso lo encontramos en el cuadro genealógico de
la familia de Nicanor Guagás, de la parcialidad de Calderas. Rosario Iko, viuda de
Nicanor Guagás lleva el apellido de la madre, oriunda de la parcialidad de Cuetando,
y no el del padre Agustín Guagás, siendo hija legítima. Bien que en el mismo cuadro
Nicolasa Guagás, no oculta su apellido al mencionar el de su finado esposo, Manuel
José Guagás, matrimonio autorizado por la Iglesia, pues, Nicolasa dice ser sobrina
de su esposo. El nombre de la familia nuclear, es decir, el apellido se trasmite por la
línea paterna. La mujer lo conserva por toda la vida pero no lo trasmite a sus hijos.
Un hijo de esta únicamente lleva el apellido del padre. Según un informante de
Calderas, un hombre respeta a los tíos y tías paternos, del mismo modo que a los
tíos maternos, pero a la tía materna no, porque “no es bien pariente… es mujer y no
es hombre... a los hombres (mayores) hay que respetar lo mismo que a las viejitas”
y generalizando aclara: “de los tíos se respeta más a los hombres que a las mujeres
y más a los tíos paternos que maternos”. Si bien que los términos para designar a
los tíos de ego hacen diferencia de sexo y especifican la línea a la cual pertenecen,
ego considera más estrecho el parentesco delos tíos y tías paternos que maternos, y,
que los tíos llaman hijos a los hijos de los hermanos, no existe un claro concepto,
entre los páez actuales de tíos paralelos y tíos cruzados, y, consecuencialmente,
entre primos paralelos y primos cruzados. Ego masculino llama lakté a los primos
paternos y maternos, pesh a las primas paternas y maternas, equiparándolos con sus
propios hermanos y hermanas y ego femenino denomina lakté a las primas paternas
y maternas, jish a los primos paternos y maternos, equiparándolos también con sus
propias hermanas y hermanos. Pero lógicamente debió existir tal distinción a juzgar
por la conducta observada en la escogencia de los cónyuges y en el respeto que
ego tributa a sus tíos, siendo más acentuado para los paternos que los maternos, y
mucho más aún para los varones. Eugenio del Castillo y Orozco corrobora nuestros
argumentos. En su vocabulario dice que a la suegra se le denomina con el mismo
término que se designa a la hermana del padre (pezoz) y al suegro con el mismo
término con que se designa al hermano de la madre (cacca). Esto quiere decir que
en el siglo XVIII el parentesco político especificaba la procedencia de los cónyuges
evidenciándose claramente el matrimonio entre primos cruzados.
Todos estos rasgos nos hacen pensar que posiblemente existieron clanes
patrilineales exogámicos manifiestos ahora en algunos tipos de conducta
estereotipada. Cabe advertir, no obstante, que los apellidos páez de ahora, eran
todavía nombres propios en el siglo XVIII, elegí dos caprichosamente por la
madre y no trasmisibles a los descendientes (Castillo y Orozco 1877: 75). La
439
Bases para el estudio de la organización social de los páez
adopción de apellidos y su heredabilidad por línea paterna es obra de la labor
doctrinera de los misioneros católicos y la asimilación e integración en la cultura
páez debió haberse efectuado de conformidad con algunos aspectos de índole
sociológica existentes anteriormente. La misma monogamia actual de los páez
parece ser el resultado de una fuerte influencia cristiana católica, pues en tiempos
precolombinos eran polígamos (Hernández de Alba 1946: 948).
440
Segundo Bernal Villa
La suprema autoridad de la familia nuclear descansa en el padre; cuando falta este,
en la mujer, y, no existiendo ambos, en el más inteligente del grupo. El marido
manda, la mujer solo pregunta. La mujer está siempre bajo el control del hombre:
el papá, el hermano, el esposo. No tiene libertad de movimiento. Sobre las mujeres
huérfanas tiene derecho el cabildo, el cual, inclusive, las hace casar. Una de nuestras
informantes de Calderas era huérfana de padre y se había criado en Avirama en
compañía de su padrastro; siendo mayor la solicitó un avirameño para matrimonio,
pero el cabildo de Calderas impidió el enlace, pues la regresó a la parcialidad, la hizo
amanecer una noche en la casa del cabildo y al día siguiente la obligaron a casarse
con un mozo de catorce años a quien no conocía. Como opusiese resistencia, la
azotaron, amonestándola al tiempo, que si no lo hacía, en la otra vida se casaría con
un perro negro. “Sin otra solución tuve que casarme, reflexiona la informante, pues
las leyes eran así. El cabildo busca esposo a las huérfanas (guaiches). Cualquier
mocito podía pedir al cabildo una huérfana para esposa y este se la concedía”.
El marido puede castigar a la mujer. Pudimos observar el caso de un indígena
calderuno que con lágrimas en los ojos solicitaba la ayuda del sacerdote para
recuperar a su esposa que lo había abandonado porque aquél le había propinado
unos planazos con el machete alcanzándola a lesionar. El quejumbroso esposo
aclaraba que no había sido gran cosa el maltrato propinado a su mujer y en
cambio le había costado doce pesos, dando a entender con esto el valor pagado
al cura al celebrar las nupcias. Castigan a la mujer cuando al regresar del trabajo
la encuentran borracha y sin alimentos preparados para comer. Así mismo, la
vapulan o le dan de puños en los casos de infidelidad. Se exige absoluta fidelidad
de ambos esposos y las transgresiones de esta norma parecen ser poco frecuentes.
Los que se presentan los dirime el cabildo, tal como lo pudimos observar en
Mosoco, donde un esposo, por sugerencia de su propia madre, acusó a su esposa de
infidelidad. El cabildo se trasladó en pleno a la casa del demandante para establecer
responsabilidad en presencia de los interesados. Según un informante de Calderas
cuando un hombre casado tiene un hijo en una mujer soltera, la esposa de aquél
se querella ante el cabildo. Si este la encuentra responsable la castiga con azotes y
autoriza a la querellante para que le corte el cabello a su rival. El hijo habido en esta
forma, dice el informante, su muere con la peste. Casos de infidelidad del esposo
provoca muchas veces reacciones tremendas de la esposa llegando hasta el caso de
liquidar en forma bárbara e inmisericorde a su rival, como aconteció en San Andrés
donde una mujer por celos prácticamente descuartizó el cuerpo de otra y cuyo
juicio penal se falló en la ciudad de Popayán no hace muchos meses.
Si una esposa infiel concibe un hijo de un hombre racialmente blanco, sin que
el esposo se entere, este lo considera como su hijo, así sea que herede las
características de su progenitor. Únicamente observa: “¿por qué salen mis hijos
así?” La esposa le contesta: “No sé; será echi o pijao”. En general los matrimonios
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Bases para el estudio de la organización social de los páez
son bien constituidos y estables a pesar de que pueden surgir tensiones entre
esposos. El divorcio es desconocido entre los páez. Extinción de matrimonios por
separación o abandono de uno de los cónyuges son raros. En Calderas cuentan
con los dedos de la mano los casos en que el hombre haya abandonado a su
mujer. “Esto es muy feo en una persona, no debe ser así”, comenta una mujer. Los
casos en que una mujer abandona al marido son mucho más raros todavía, siendo
criticados acremente cuando se presentan.
La madre tiene la obligación de alimentar y cuidar a sus hijos hasta que estén en
capacidad de abandonar la casa. Labor que la cumple, verdaderamente con cariño
y esmero. Los hijos lactan hasta los dos años y aún hasta los tres, lapso en el cual
no los abandonan en ningún momento. Los mecen en su seno o en la hamaca
y los portan en sus espaldas, atendiéndolos con solicitud cada vez que lloran. El
padre se ocupa de sus hijos varones desde el momento en que han logrado el
dominio completo de la bipedestación, sin que por ellos deje de ser cariñoso con
sus hijas. Entonces empieza a llevar a sus hijos a todas partes.
En las fiestas religiosas los sientan a su lado, participan de la conversación de
los mayores, de la comida y bebida siendo servidos en la misma forma que los
mayores. En Calderas y en San Andrés hemos tenido oportunidad de observar
menores de cinco años trastabillar bajo los efectos de la chicha y el aguardiente.
En esta edad, cuando empiezan a participar en la vida económica del grupo
familiar, el padre les enseña a mambear. Esta labor de endoculturación la cumple
el padre a conciencia.
No hemos encontrado casos de hijos adoptivos. Cuando mueren ambos padres los
niños quedan en la casa del pariente más cercano.
La conducta de los hijos para con los padres es la de un profundo respeto. Sin
embargo, en Calderas presenciamos la agresión verbal y de hecho (con machete)
de un hijo (veintitrés años) casado hacia sus padres y el caso se apaciguó cuando
el padre logró desarmar al agresor.
Los hermanos y hermanas se respetan. Evitan la agresión y cuando pequeños
juegan juntos. Los hermanos menores saludan a los mayores y cuando estos
se casan reciben el bendito arrodillados de aquellos. Entre los hermanos
varones se participan de los frutos de las cosechas, así como también se
ayudan mutuamente en las arduas labores agrícolas. Según un informante el
hombre quiere más a sus hermanos varones que a sus hermanas, porque
estas al casarse abandonan la casa. No obstante, demuestran afecto en el
comportamiento de ambos sexos. Las relaciones entre hermanas y la mamá
son estrechas, pues conviven juntas, bajo el mismo techo y compenetradas en
la realización de un mismo oficio. Las mayores ayudan a criar a los hermanos
442
Segundo Bernal Villa
menores. Estos designan como táta y máma al hermano mayor y la hermana
mayor, nominación que abandonan cuando han alcanzado la mayor edad. En
casos de riña de uno de los hermanos los otros salen en su ayuda y cobran
venganza si alguno ha sido agredido, pero esto no es la obligación. Riñas entre
hermanos pueden suscitarse por el reparto de tierras. La mayor parte de las
veces el cabildo zanja estas diferencias.
Las relaciones de familias unidas entre sí por lazos de sangre son estrechas. Se visitan
frecuentemente, recibiendo trato esmerado. Las mingas se realizan más fácilmente
entre hermanos que “disimulan la pobreza”. En las fiestas religiosas se respaldan
mutuamente y en los encuentros ocasionales procuran beber y comer juntos.
Referencias citadas
Archivo nacional de Bogotá
Cartas de contrabando. Tomo XIV: Fols. 228, 229, 230.
Bernal Villa, Segundo
1953 La fiesta de San Juan en Calderas. Tierradentro. Revista Colombiana de
Folklore, (12): 177-221.
1954 Economía de los páez. Revista Colombiana de Antropología, 3: 291-367.
Castillo y Orozco, Eugenio del
1877 Vocabulario páez-castellano. Catecismo, nociones gramaticales i dos
pláticas. Paris: Maisonneuve.
Hernández de Alba, Gregorio
1946 The highland tribes of southern Colombia. Handbook of South American
Indiana. Vol. 2. Washington.
443
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño1
NINA S. DE FRIEDEMANN
1
Original tomado de: Nina S. de Friedemann. 1974. Minería del oro y descendencia:
Güelmambí, Nariño. Revista Colombiana de Antropología, 16: 11-52.
445
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Figura 0. Río Güelmambí. Región de Barbacoas, Nariño (Colombia)
446
Nina S. De Friedemann
Introducción2
A
menudo los conceptos de tipo socioeconómico sobre gentes que ocupan
territorios que interesan para planes de realizaciones tecnológicas, no solo
ostentan desconocimiento antropológico, sino que utilizan elementos del
corpus de prejuicios raciales sobre minorías étnicas, que se han usado para explicar
ocurrencia de fenómenos complejos socioculturales de migración, subempleo,
desalojo de tierras o explotación humana. En un plan para el Litoral Pacífico
Colombiano, se afirma por ejemplo lo siguiente:
El negro, debido a las condiciones de inestabilidad, trabaja sin sistematizar
y según las circunstancias; es rebelde y sin espíritu de asociación como
lo demuestra la urbanización a lo largo de los ríos. En general, la familia
se encuentra desintegrada, debido especialmente a la poca estabilidad
del padre[...] (OEA, Brown, La Vialidad 1966: 29-37).
Por el contrario, en zonas del litoral Pacífico, la evidencia antropológica permite
mostrar cómo la llamada “urbanización” en el estudio citado es un poblamiento
rural longitudinal sobre las riberas de los ríos y que expresa una forma compacta
de asociación en grupos modelados por la descendencia.
Estos grupos trabajan sistemáticamente en minería de oro y platino (Escalante
1971; Barreto Reyes 1971; West 1952) ciñéndose a sus propias reglas tecnológicas
y de organización social.
Este artículo trata las normas de la organización social de mineros que trabajan
en una zona aurífera bañada por el río Güelmambí, en el bosque tropical
muy húmedo del litoral Pacífico, en el departamento de Nariño. Las formas de
explotación del ambiente dominadas por la minería del oro en un contexto de
relaciones sociales y uso primordial de energía humana asociada siguiendo las
reglas de la descendencia, se presentan como una estrategia de adaptación social
y tecnológica de estos grupos negros.
Los componentes del ambiente al cual se han adaptado grupos negros en las
selvas del litoral Pacífico consisten no solo de las variables ecológicas, en este caso
lluviosidad, vegetación, suelo y subsuelo, sino de la variable humana conformada
por los grupos con los cuales el negro ha estado en contacto a partir de su llegada
a las tierras mineras. Durante la Colonia española, frente a los indígenas y en
el mismo nicho ecológico, los negros adoptaron rasgos de la cultura indígena,
especialmente la tecnología y más tarde recibieron el impacto de su liberación
2
El trabajo de campo sobre el que se basa este artículo se hizo en varios períodos durante
los años de 1970 y 1971, bajo el patrocinio del Instituto Colombiano de Antropología.
447
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
como esclavos (1851) a tiempo que los últimos indígenas asentados cerca a los
centros mineros coloniales se replegaban hacia las cabeceras de los ríos en un
proceso de exclusión competitiva (Depres 1970:286).
Resultados de la abolición de la esclavitud fueron el despoblamiento de centros
mineros como Barbacoas y el abandono de los trabajos de minería. Muchos
de los mineros libres penetraron con sus familias los bosques del litoral y se
arraigaron sobre las riberas de los ríos. Años más tarde, solicitaron al Gobierno
colombiano y obtuvieron la posesión legal y el título sobre las tierras mineras en
donde se quedaron sin mayores contactos socioculturales con la sociedad mayor
colombiana. A finales del siglo pasado muchos de estos mineros obtuvieron los
títulos de sus minas y apoyados en ellos han permanecido trabajando por su
cuenta y riesgo, sensiblemente desvinculados de toda clase de servicios sanitarios,
educacionales o de transporte, para mencionar algunos. Actualmente los adultos
constituyen la cuarta generación a partir de los primeros dueños-ancestros.
Los grupos de descendencia son no-unilineales. Cada grupo está formado por
individuos que trazan su descendencia a través de hombres o mujeres hacia
un ancestro focal, fundador del grupo, dueño original de los terrenos sobre
los cuales tienen derecho sus descendientes actuales que se identifican con
el nombre del dueño original. Así un miembro se llama a sí mismo “leonco”
si el ancestro fundador fue leonco y todos los descendientes que activan sus
derechos en ese grupo se conocen como leoncos. A cada uno de estos grupos
de descendientes las gentes denominan “troncos”. En la literatura antropológica
los descendientes cognáticos de un ancestro común que validan su pertenencia
y derechos siguiendo las normas que grupos como los del río Güelmambí
cumplen, conforman “ramajes” (fig. l). Un individuo puede ser miembro de
varios ramajes, pero generalmente ejercita sus derechos en uno solo, aunque
mantiene latentes derechos en otro o varios otros ramajes en los cuales tiene
derechos recibidos a través de su madre y de su padre. La manera de mantener
latentes tales derechos se percibe en servicios personales que se prestan
a parientes de los otros ramajes distintos al de afiliación y en ocasiones la
participación en trabajos con gentes de otras minas, lo cual permite establecer
una red de reciprocidad. De esta manera el individuo mantiene la posibilidad
de ejercer derechos en otros ramajes distintos al de su afiliación, cuando quiera
que circunstancias lo obligaran a dejar su mina. Estos grupos cognáticos pueden
conceptualizarse como pragmáticamente restringidos (Fox 1967: 156), ya que
en la práctica el individuo solo ejercita su opción en una mina. Sin embargo,
esta afiliación no es inmutable como puede apreciarse en el mantenimiento de
derechos latentes en otros ramajes.
Cada ramaje posee un territorio y sus miembros tienen cada uno su sitio de
habitación, una chagra para cultivos de subsistencia, principalmente de plátano, un
448
Nina S. De Friedemann
sitio de labor minera familiar que semanalmente provee el oro para el intercambio
con los productos de la sociedad mayor en Barbacoas, puerto de comercio local
de la región y un sitio de trabajo de minería comunal, que provee cada tres meses
aproximadamente una porción de los gastos de celebraciones religiosas (vestido,
bebida, etc.). A la totalidad de este complejo y al grupo de descendencia que lo
posee se le llama “mina”. Un individuo puede identificarse diciendo “yo soy de la
mina leonco” y además dar su nombre y apellido.
Figura 1. Descendencia en grupos de mineros. Barbacoas-Nariño
El elemento básico en la minería rudimentaria del litoral Pacífico es el agua lluvia que se
acumula en pilas sobre las partes altas de las terrazas, cuyos materiales se desmenuzan
y se lavan en canalones que se construyen con las piedras del mismo trabajo minero
y al pie de la peña. El período de trabajo en estas minas está determinado por la
distribución estacional de la precipitación (West 1952: 57). No obstante, a estas minas
se les llama “minas de invierno”, en la región del río Güelmambí la minería se practica
como una actividad permanente de subsistencia aún durante los meses en que las
lluvias no son intensas, y cualquier cantidad de agua que se acumule diariamente es
utilizada por el minero que siempre acude a sus cortes. En los períodos de lluvias
escasas el minero atiende entonces su chagra y otros menesteres después de que
regresa de la mina, en las horas tempranas de la tarde.
449
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
El dinero que el minero obtiene a cambio del polvo de oro constituye el canal
principal de contacto con la sociedad mayor, que a su vez no ofrece formas
significativas de contacto. Dentro de este contexto de desvinculación la respuesta
adaptativa del minero se ha expresado en el mantenimiento de técnicas de trabajo
que siguen siendo las mismas que aprendió durante la Colonia, en su contacto
con el grupo indígena minero, en una organización social propia que se ajusta
a las limitaciones que presenta el suelo donde los cultivos tienen que rotarse en
extensiones limitadas por un título del Gobierno nacional y que habilita al minero
a escoger entre alternativas para afiliarse a trabajar en una mina o en otra.
Hombres y mujeres son mineros y poseen derechos sobre la mina. A la muerte de
un individuo los derechos se reparten entre hijos e hijas. Parte de esos derechos
como extensiones de tierra o utensilios y herramientas pueden recibirlos de sus
padres cuando aún viven, con ocasión del matrimonio o bien cuando los padres
ya viejos no pueden trabajar activamente. En este caso, el goce de terrenos de
chagra o de utensilios es reciprocado por los hijos con parte del producto (plátano,
caña de azúcar, porciones de las presas de cacería o de pesca). En la minería, los
derechos que consisten en asistir a la labor son ejercidos por los hijos desde muy
temprana edad. A los doce años empiezan a trabajar tanto en la mina comedero
de la familia como en la comunal, del grupo de descendencia.
El proceso de subdivisión del territorio de cada ramaje continúa para dar cabida
a sus nuevos adultos que ejercen sus derechos independientemente del grupo
doméstico de sus padres. Las reglas de residencia ideal establecen que el hombre
traiga a su esposa a la mina en que él ha vivido con sus padres, en tanto que las
hijas mujeres cuando se casan se van a vivir fuera de la Mina de sus padres, en la
de los padres del esposo. El crecimiento demográfico sobre los territorios estrechos
de cada mina se ha manifestado en un ensanche leve de los mismos por encima de
los linderos establecidos en los documentos originales de los grupos y sobre lo que
se conoce como terrenos baldíos de propiedad de la nación. Esta ocupación, sin
embargo, sigue las normas de cada grupo y las gentes saben que se trata de tierras
nacionales, pero obedece principalmente a la necesidad de tierras para cultivos
rotatorios de subsistencia, que complementan el producto del trabajo minero.
El concepto de descendencia no-unilineal basado en la existencia de grupos
con un ancestro focal común ha sido aclarado últimamente. Análisis básicos
y elaboraciones sobre estas estructuras se hallan consignadas y discutidas en
publicaciones importantes (Goodenough 1970; Buchler y Selby 1968; Fox 1967;
Davenport 1959). El término “ramaje” ha sido sugerido y utilizado en el examen
de grupos de descendencia no-unilineales principalmente en· Polinesia (Firth
1936,1957; Lambert 1966; Hanson I 970). Murdock (1960: 1-14) relaciona la
incidencia de esta forma de organización mencionando el hecho de su aparición
esporádica en lugares distintos a Oceanía. En mi propio trabajo de investigación
450
Nina S. De Friedemann
no he logrado encontrar en la literatura a mi alcance ramajes entre grupos
negros de América del Sur, como tampoco su ocurrencia entre gentes dedicadas
esencialmente a la explotación minera rudimentaria. El hecho de que estos ramajes
aparezcan entre grupos negros descendientes de esclavos de la Colonia española
en Colombia, presenta un campo interesante de pesquisa· en el ámbito de los
estudios de organización social en el litoral Pacífico.
Este trabajo se publica anticipando cambios acelerados en la organización social,
en parte como resultado del proceso de manejo de la propiedad minera y de
suelos por parte de las instituciones nacionales. Cuatro generaciones de mineros
en el río Güelmambí, por ejemplo, han vivido apoyadas en títulos de propiedad
minera otorgados por el Gobierno a finales del siglo pasado. Pero estos títulos se
refieren al subsuelo con exclusión del suelo, cuya adjudicación no fue obtenida
por los mineros, de suerte que su asentamiento sobre este último sigue siendo
considerado por la nación como de “colonos en terrenos baldíos”.
Se presenta así la contradicción de mineros propietarios del subsuelo quienes a la
vez son colonos del suelo sobre el que han vivido más de cien años, en tanto que
la legislación de tierras establece el derecho de cualquier individuo para obtener la
propiedad de suelos baldíos sobre los que haya vivido o trabajado por un período
de cinco o más años. El aislamiento institucional en que la sociedad mayor ha
mantenido a estos grupos desde el momento cuando libres de la esclavitud se
refugiaron en los bosques del litoral Pacífico, ha sido precisamente el marco
dentro del cual ha surgido este tipo de contradicciones.
Unos mineros se dieron cuenta de la situación de tenencia de sus territorios cuando la
Compañía Minera de Nariño S.A.3 aproximó a algunos representantes de los grupos
de descendencia para proponerles la compra del subsuelo que está respaldado por
el título de propiedad antes mencionado y ofrecerles la posibilidad de permanecer
sobre el suelo como colonos ya que la superficie “era baldía” y de propiedad de la
nación. Algunos vendieron a la Compañía y otros no quisieron hacerlo.
Entretanto las instituciones gubernamentales encargadas tramitaron solicitudes
de adjudicación a interesados como la Compañía Minera, cuya explotación
lleva a cabo en el departamento de Nariño por medio del dragado de los ríos.
Sus trabajos se han cumplido sobre concesiones, adjudicaciones y compras de
los terrenos auríferos. El dragado ha significado destrucción de vegas y cultivos
de subsistencia de los habitantes ribereños, alteración y esterilización del
paisaje ecológico. Es frecuente oír en la región la expresión de sentimientos de
impotencia de las gentes frente al dominio de la sociedad mayor representada
3
Subsidiaria de International Mining Corporation, New York.
451
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
por el poder y la tecnología de la compañía extranjera que actúa respaldada
por la legislación nacional.
El impacto de la totalidad de la situación delineada se palpa en la migración de
gentes hacia otros lugares. Nos encontramos ante el fenómeno de exclusión de
unos grupos humanos por otros, cuando en el mismo nicho ecológico compiten
por sus recursos naturales. La alternativa de solución que en esta instancia ha
optado el grupo minero colombiano es el de migración hacia los centros urbanos.
Este proceso de abandono de áreas rurales posiblemente podrá compararse con
el de otras áreas mineras en Chocó, Cauca y Antioquia, donde poblaciones que
también han practicado la minería rudimentaria han enfrentado igual competencia
por recursos naturales en un mismo nicho ecológico con los mismos grupos
poseedores de elementos institucionales o tecnológicos dominantes.
El escenario natural
La región de Barbacoas, de la que hace parte el río Güelmambí, al suroeste de
Colombia en el departamento de Nariño, se localiza sobre una porción de la franja
tropical húmeda que se extiende a lo largo del océano Pacífico. En esta parte sur
de las llamadas Tierras Bajas, el río Patía y sus afluentes conforman un amplio
delta conocido como la región de Barbacoas, formado por aluviones depositados
por corrientes provenientes de la cordillera Occidental (West 1952:14). En uno de
los afluentes del Patía, el río Telembí, caen las aguas del Güelmambí.
West (1952, 1957) establece que las partes alta y media del curso de casi cada
una de las corrientes que bañan la vertiente oeste de la cordillera Occidental, son
auríferas. Dice sin embargo que las gravas antiguas que forman los interfluviales
de las corrientes modernas son más importantes como portadoras de oro. La
mayoría de estas gravas parecen depositadas en el último período del Plioceno
o en el Pleistoceno, por corrientes que erosionaron la sección portadora del oro
que yace bajo la cordillera Occidental. Sobre una porción del cinturón de gravas
que se extiende a lo largo de la cordillera, desde el alto río Atrato hasta la frontera
colombo-ecuatoriana se halla la región de Barbacoas.
El ambiente del Güelmambí es de selva tropical muy húmeda. A la vista el panorama
es predominantemente verde, sin interrupciones significativas de color. Aún las
paredes rocosas de partes del río están cubiertas por vegetación y rociadas por
caídas grandes y pequeñas de agua. Sobre las ramas y troncos de los árboles que
se alzan en estratos hasta alturas de cuarenta y cincuenta metros crecen helechos,
musgos, líquenes y bromehaceas. Bejucos y palmas propios de la ecología de
la zona surgen con exuberancia. Cuando se recorre el río se ve sobre las vegas
452
Nina S. De Friedemann
naturales y orillas cultivos de plátano, palmas de chontaduro, coco y árbol del
pan; caña de azúcar y algunos cultivos de arroz.
Son frecuentes las playas de piedras que durante el tiempo lluvioso pueden
recorrerse en tramos largos. El río es la calle principal de esta selva. Su recorrido
en canoa es difícil a medida que se remonta hacia el pie de la montaña, cuando es
necesario arrastrar la embarcación o dejarla, para seguir caminando por las playas
y senderos que comunican un caserío con el otro. Los lechos de la corriente que
cargan grandes piedras hacia el Telembí están llenos de rápidos y saltos y en
tiempos muy lluviosos el habitante se encuentra con torrentes raudos. Solamente
en estos tiempos la profundidad de las aguas en el trayecto Barbacoas-Rapadura
permite el uso de lancha con motor fuera de borda.
El promedio anual de lluvias anotado por West (1957:31) para un sitio del área
de Barbacoas es de 7.975.6 mm (312,1”), con temperaturas que oscilan entre
190°C y 30ºC. Febrero, marzo, julio, agosto y noviembre aparecen como los meses
con menos lluvia. En los meses de lluvias el minero se entrega al trabajo de la
minería y cuando las lluvias disminuyen le dedica tiempo a las chagras de su
subsistencia. Cuando los terrenos “se calientan”, los dejan descansar para que “se
enfríen” haciendo rotación en sus cultivos simples. El minero tiene la experiencia
de que el suelo solo resiste dos o tres regadas de maíz y fríjoles, por ejemplo,
antes de dejarlo descansar durante seis meses.
El bosque provee al minero presas entre las que prefiere la perdiz, el gualparo,
paletón, tilín, guatín, venado, tatabra, conejo, armadillo, cusumbí y ratón.
En el río las mujeres taconean o hacen tundiá, que es acorralar peces como
guañas o guayas; los hombres prefieren el sábalo que consiguen con anzuelo y
otros que recogen cuando “pescan” con tacos de dinamita.
Los mineros en el Güelmambí
Sobre las orillas del río Güelmambí se alzan casas y caseríos habitados por los
grupos negros mineros. En las cabeceras del río aún viven gentes que los negros
conocen como “coloraos” y “cholos”, que son algunos indígenas coaiquer, otros,
posibles descendientes de los indígenas sindagua y otros resultados variables del
contacto de blancos, negros e indígenas.
Los mineros ocupan en poblamiento lineal el trayecto que va desde la
desembocadura del río Güelmambí sobre el Telembí, hasta lugares que distan
treinta kilómetros. Se agrupan en caseríos mayores y menores que tienen desde
cincuenta casas, veinticinco, doce, seis y hasta sitios con dos unidades. Se calcula
453
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
una población aproximada de 1200 personas, que constituye el l,6 % en el conjunto
municipal de Barbacoas, centro administrativo y de intercambio de mercado de la
región que tiene un total de 19.225 habitantes (DANE 1972).
Las viviendas son de madera, con techos de hoja de palma y paradas sobre pilotes,
también de madera, de dos metros de altura. Básicamente constan de un cuarto de
dormir y guardar ropa, trastos y pocas herramientas, el sitio de descanso y visita
con ventanas que miran al río y el espacio de la cocina en donde se preparan los
alimentos y la familia se reúne a comer. Debajo de las casas se cobijan cerdos y
gallinas y se protegen las canoas. Algunas casas tienen un trapiche manual para
moler caña con destino a la preparación de bebidas. A veces el trapiche está también
debajo de la casa, otras tienen a un lado en el patio, un horno de barro para hacer
pan. Entre una y otra unidad los espacios están empedrados con residuos de la
labor minera y varios de los caseríos ofrecen al visitante un aspecto de calle a lo
largo del borde ribereño (fig. 2). Los mineros trabajan y viven por su propia cuenta
y riesgo. La contribución de la sociedad mayor no solo en aspectos educacionales,
de salubridad u otros, sino en transmisión de información sobre cambios en la
legislación de minas o de tierras, para gentes que como estas dependen de ellas es
dramáticamente insignificante. El bosque minero constituye un islote sociocultural.
La sociedad mayor solo provee un apéndice de comunicación con el segmento
municipal de Barbacoas y ese es la administración política. Sus funcionarios
penetran el bosque solamente para la vigilancia de elecciones de dignatarios de la
sociedad nacional, como representantes y senadores al Congreso, o presidente de
la República. La información sobre candidatos generalmente se le ofrece al minero
en el casco del municipio cuando acude a vender el oro que ha producido con su
familia durante la semana.
Los varios caseríos del río Güelmambí dependen administrativamente de Barbacoas.
Algunos son corregimientos y como tales tienen individuos que representan la
autoridad del Gobierno municipal, como son el corregidor y los vigilantes. Estas
personas son miembros prominentes de los grupos de descendencia mineros de
sus respectivos caseríos. Son respetados por la comunidad y cualquier conflicto
lo resuelven sin necesidad de acudir a la autoridad que el municipio les otorga.
454
Nina S. De Friedemann
Figura 2. La casa del minero
Cada casa es el asiento de una familia elemental compuesta de padre, madre e
hijos que trabajan en su mina-comedero, en su chagra de cultivos y que tienen
derecho a trabajar en la mina-compañía comunal, donde los miembros de su misma
descendencia ejercitan derechos de afiliación a una mina y por ende a un ramaje.
El trabajo de minería utiliza escasas herramientas. La barra de hierro, el almocafre,
una combinación de cuchara de hierro y mango de madera, los cachos, que
son cucharas de totuma, la batea y el pondo de madera son los instrumentos
básicos de la explotación minera. Las gentes se reúnen sobre el terreno escogido
y laboran desmenuzando la peña o terraza con la ayuda de las barras. Las piedras
se alzan, se pasan de mano en mano en líneas o “guascas” de hombres y mujeres
jóvenes y se arruman lejos del propio corte minero. Los materiales que siguen
saliendo se lavan y las arenas separadas se depositan en un canalón construido
para el efecto, donde hombres y mujeres viejos agachados pacientemente entre el
agua, la arena y el cascajo, sacan las últimas piedritas de esta mezcla que se llama
mazamorra (West 1952). De esta mazamorra finalmente sale el polvo de oro que
se separa con la ayuda de la batea o plato de madera que las mujeres manipulan
rítmicamente logrando que de la jagua (mezcla de polvo de oro y partículas de
óxido de hierro) el oro se mueva sobre un borde de la batea.
455
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
De este último paso en el trabajo minero llamado mazamorreo la generalidad
de las gentes y aún la legislación minera tomaron el término para designar el
trabajo de minería rudimentaria, artesanal o folk (West 1952: 323-30), que implica
no solamente manipular la batea y separar el oro de las arenas. El mazamorreo
en trabajos de mina-comedero generalmente se hace al final de una semana de
trabajo de la familia, y en labores de mina-compañía comunales tiene lugar al final
de lo que se llama un picado de tres meses.
Todos los días antes de emprender el camino hacia los cortes mineros donde trabajan
hombres, mujeres y niños desde los doce años, las mujeres bajan al río a lavar ropa
mientras los hombres y jóvenes revisan las trampas para ratones de monte, gualgarós,
armadillo, guatín, conejos u otros animales que cada familia arma en su propia chagra.
En tiempo lluvioso e invierno el trabajo minero comienza alrededor de las seis
o siete de la mañana y cuando el corte tiene suficiente agua entonces se trabaja
hasta las seis de la tarde. En el descanso del medio día se come chontaduro,
bananos y se chupa caña de azúcar. Cada individuo lleva en su canastilla lo que va
a comer mientras esté en el corte. Al regreso, en el caserío, las mujeres preparan la
merienda. Cuando las lluvias son menos intensas y en el verano, el trabajo en los
cortes mineros se suspende alrededor de la una, dos o tres de la tarde. Entonces,
los hombres atienden la chagra, los jóvenes recogen frutos en el monte y si las
aguas del río son propicias, las mujeres se van a tundiá que es una manera de
acorralar pececillos empujándolos con las manos entre redes redondas grandes.
En vísperas de domingo y por lo menos una vez al mes, se asiste a los velorios
que se cantan en honor de santos en los caseríos. Estas y otras ceremonias reúnen
gentes de distintos caseríos del río y de otros ríos y son expresiones sociales cuya
descripción y significado hacen parte de estudios analíticos que se vienen haciendo
para grupos negros del Litoral Pacífico (Friedemann 1966-69; Whitten 1969, 1969).
La mina
Trabajo y organización social de los mineros en el Güelmambí se desenvuelven
sobre el territorio identificado por sus habitantes con el término “mina”. Esta
elaboración sociocultural no aparece registrada o descrita en la literatura que ha
tratado sobre el trabajo de minería rudimentaria en el litoral Pacífico. Es posible
que la ausencia de investigación antropológica haya propiciado formulaciones
ligeras impresionistas sobre la organización de energía humana que ocurre en
estos trabajos. Así se habla de una minería hecha entre familiares y amigos en
cuadrillas y mingas con normas de reciprocidad, sobre terrenos baldíos nacionales.
Pero esta es una forma distorsionada de presentar datos haciendo negligencia de
la precisión etnográfica y de la descripción émica o el significado que las propias
456
Nina S. De Friedemann
gentes mineras dan a su trabajo, organización socioeconómica e ideología, sin
tener en cuenta las circunstancias de asentamiento físico de gentes que siguen
siendo consideradas “colonos”, a pesar de ocupar los mismos terrenos durante
varios lustros, y de poseer la propiedad del subsuelo.
No obstante, es interesante encontrar cómo el geógrafo West anotó en su
publicación sobre el litoral Pacífico el hecho de que
[…] entre los colonos hay reglas de propiedad no escritas… En las
regiones mineras ocupadas desde hace años, las vegas, terrazas y tierras
altas cerca a los poblados se consideran de propiedad de familias de la
comunidad, cada una de las cuales tiene su título de familia, no escrito,
correspondiente a ciertos pedazos de terreno. Tales tierras se dividen por
herencia y pueden venderse a miembros de la comunidad fuera de la
familia inmediata, A cierta distancia de los bancos del río están las tierras
comunales donde cualquier miembro de la comunidad puede cultivar,
cortar madera o cazar (West 1957: 154)
En efecto, la observación de West básicamente da cuenta de una forma de propiedad
regulada por patrones de descendencia, cuyos miembros tienen derechos a nivel
individual, así como a nivel comunal dentro de un marco definido que desde el
punto de vista de este estudio corresponde a la unidad conceptualizada como mina.
Con el término “mina” el minero identifica el caserío donde vive, las chagras
familiares, las minas-comedero y las minas-compañía comunales (fig. 3). En otras
palabras, se refiere a todo el complejo de organización social y trabajo minero a
que él, su familia y otros individuos y familias pertenecen.
Cuando un minero se identifica diciendo: “Soy renaciente de la mina Cristino, soy
un Cristino de la mina San Antuco”, está significando que su ramaje Cristino está
asentado en el territorio San Antuco, sobre el que otros ramajes también están
asentados. En otras palabras, se está refiriendo a la existencia de lo que aquí
llamarnos “mina mayor” y “mina menor”, mina mayor es la unidad socioeconómica
conformada por el territorio y los grupos de descendencia ramajes provenientes
de hermanos ancestros fundadores y dueños originales del terreno. Cada grupo
tiene el dominio de una porción del territorio y sus miembros reclaman derechos
a través de líneas consanguíneas de descendencia masculinas o femeninas
enfocadas hacia el ancestro o antiguo del que toman el nombre (fig. 4).
Mina menor es la unidad socioeconómica conformada por el territorio y el grupo
de descendencia constituido por familias elementales que generalmente reclaman
su pertenencia y derechos a través del padre, o de la madre, trazando una línea
consanguínea por ascendientes masculinos o femeninos hacia el ancestro focal (fig. 4)
457
Figura 3. Minas sobre los ríos
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
458
Figura 4. La mina
Nina S. De Friedemann
459
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Cada familia elemental asentada sobre lo que podemos llamar una mina mínima
ejerce derechos así:
a. Terreno sobre la ribera, sitio de su casa de habitación, un pequeño jardín
de frutales (naranja, papaya, coco, chontaduro), arbustos de ornamentación,
algo de caña de azúcar, un patio de trabajo y descanso.
b. Chagra, terreno de cultivos de subsistencia, lugar de cacería y recolección
de frutos y troncos de madera. Su localización puede estar en dos sitios, sobre
las vegas del río y adentro en el monte.
c.
Mina-comedero, sitio de labor minera adentro en el monte.
d.
Mina-compañía, sitio de labor minera comunal del grupo ramaje.
Para este escrito se concentraron datos en relación con una mina mayor de
extensión de diez kilómetros cuadrados, con límite sobre el río Güelmambí y otras
minas mayores de otros dueños. La mina mayor, que aquí se llamará San Antuco,
fue otorgada en propiedad a tres hermanos que se convirtieron en los ancestros
focales de las descendencias actuales que controlan esa mina. El título de familia o
documento de propiedad se encuentra registrado tanto en Popayán (Gobernación del
departamento del Cauca) como en la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos
en Barbacoas (Nariño).A partir del asentamiento de esos hermanos, veinticinco años
antes de lograr el título, los grupos de descendencia han venido estructurando sus
derechos de propiedad y de trabajo sobre ese terreno, en un proceso de activación
de derechos y conservación de opciones latentes de uso de derechos.
Derechos activos y derechos latentes
El minero conceptualiza sus derechos activos y los del grupo familiar en dos
órdenes o categorías: una, la propiedad del sitio de la casa, del terreno de chagra
y de mina-comedero: otra, los derechos que tiene para participar en el trabajo
minero comunal de compañía que hace el ramaje sobre un territorio que no se
divide y que pertenece a todos los que tienen derecho de trabajar allí.
En el primer orden, el minero ejerce derechos “parando su casa” en el sitio
acordado, previa aprobación del grupo que controle ese territorio, en la chagra
consigue alimentos básicos para su subsistencia y para el fin prepara la tierra
en tumba y descomposición de vegetación para luego regar maíz y fríjoles y en
general, atender el colino y la caña de azúcar, etc. En la mina-comedero prepara
la pequeña pila de agua, cova, hace su canalón y lava arenas cada semana,
usualmente con la misma técnica que el grupo grande trabaja en la mina comunal.
El producto permite conseguir víveres complementarios para el mantenimiento
460
Nina S. De Friedemann
de todo el grupo doméstico. En todas estas actividades hombre, mujer e hijos
colaboran y por ende ejercitan los derechos del ramaje de afiliación de la unidad.
El capitán del grupo de trabajo doméstico es el padre. Él está encargado de usar la
barra de hierro e iniciar el rompimiento de la peña minera. En el caso de unidades
domésticas de viudas e hijos, el hijo hombre se encarga de este trabajo y si él no
estuviera, entonces se invoca el parentesco de un hombre, porque en el universo
de trabajo minero “no puede faltar el varón”.
En el segundo orden, o sea el trabajo comunal de compañía, el ejercicio de
derechos se proyecta en la participación de labor minera comunal. Cada ramaje
tiene un territorio que se dedica a la labor que reúne los miembros del ramaje
tres días de la semana. A ella pueden acudir si quieren el hombre, la mujer y los
hijos de cada unidad doméstica. pero también puede ir uno solo de ellos y así
ejercer los derechos de su unidad. La compañía nombra un capitán quien está
encargado de organizar las gentes sobre los distintos sitios en el canalón, la pena,
o las filas que mueven las piedras grandes. El capitán anota los días que cada
individuo trabaja, y al final del picado, cuando se lavan las arenas con el polvo de
oro, cada trabajador recibe una suma de dinero proporcional a los días que haya
contribuido. El mismo capitán con el representante del ramaje tienen el deber de
cambiar el oro para la distribución de su valor en pesos entre las gentes. En los
últimos años el ejercicio de derechos en el sitio comunal ha sido practicado por
las mujeres en su gran parte. Aún durante el tiempo de este trabajo de campo
la asistencia masculina disminuyó notablemente. Así, la misma mina registra en
1969 grupos de siete hombres y diecinueve mujeres y en 1971 tres hombres y
catorce mujeres. En estos últimos años se explica el cambio porque muchos de
los hombres casados también se han ido por algún tiempo a probar suerte como
peones en un campo petrolero o corno trabajadores en construcción. El mismo
cambio se refleja más drásticamente en otras minas que no pueden reunir gente
para el trabajo comunal porque “se han desbandado”. En Güelma, por ejemplo, se
observa que el ramaje leonco tiene solamente tres unidades de afiliación activa, a
tiempo que los trabajos de la mina comunal han estado cerrados desde hace largo
tiempo. Sus miembros, sin embargo, hablan de su mina comunal y del trabajo
como si este se cumpliera regularmente. Solamente después de un tiempo largo
de trabajo de campo en el sitio, el investigador comprueba que en la práctica
algunos ramajes no pueden reunirse en la mina-compañía.
Los derechos latentes tienen asimismo, los órdenes o categorías de los activos
y corno tales pueden convertirse para su uso, siendo ellos elementos que
contribuyen a la gran flexibilidad del sistema que habilita al minero para
continuar viviendo y trabajando en contextos propios, cuando quiera que
las circunstancias pudieran obligarlo a cambiar de afiliación después de estar
trabajando con su unidad familiar en el terreno de su ramaje. Y el minero
461
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
reconoce que esta posibilidad es real, particularmente ahora cuando muchos de
ellos han podido enterarse de algunos detalles en relación con su asentamiento
sobre el suelo en el que están según la legislación nacional, corno colonos
en terrenos baldíos. Además, el trabajo de minería siempre ha implicado
riesgos enormes para los mineros que consideran materia de suerte encontrar
el oro. Un grupo de veinticinco personas puede dedicarse a lavar piedras
y arenas de una pena durante varios meses, y al final reunir un producto
de valor monetario irrisorio. El grupo de trabajo comunal seguramente se
disuelve por un tiempo. Las gentes usan la ocasión para avivar sus derechos
latentes en otras compañías, previo consentimiento del capitán de esa mina y
de los participantes. Claro que el mantenimiento de estos derechos latentes se
cumple no solamente en ocasiones como la anterior, sino que ello hace parte
de la vida diaria de las gentes y se expresa en la ayuda que, por ejemplo, un
individuo da a otro en una mina a tres corrientes (diez minutos en canoa),
donde una mañana se limpia un terreno, se para una casa, o se hace la molida
de caña y la preparación de panelas.
El mantenimiento de estos derechos latentes ha permitido que gentes y unidades
domésticas solucionen rápidamente problemas que han tenido, cuando, por
ejemplo, el río ha crecido arrastrando las viviendas y el mismo suelo donde estaban
paradas. Las víctimas invocaron sus derechos latentes y consiguieron sitio en un
caserío vecino. De la misma manera los frecuentes fracasos mineros en cortes que
no producen oro permiten a los mineros como arriba se anotó soluciones a partir
de sus derechos latentes.
Los derechos activos y latentes de cada una de las unidades familiares sobre
los troncos o ramajes de la mina mayor aparecen en un gráfico de distribución
sobre la estructura física del caserío Güelma (fig. 5). Al gráfico lo complementa
el cuadro consolidado de derechos de propiedad, que especifica los de cada
unidad. En el mismo cuadro aparecen derechos latentes de minas mayores
distintas a la de San Antuco. Una expresión gráfica igual a la de Güelma, que
integre otras minas mayores en las que miembros de San Antuco proyectaran
sus derechos latentes y que muestre unidades de otros caseríos activando
sus derechos en los troncos o ramajes de San Antuco –conforme sucede–
presentaría el mismo tipo de espectro de distribución de troncos o ramajes,
pero sobre extensiones más amplias del río Güelmambí. Este sistema de
organización que enlaza gentes y derechos por encima de los bordes físicos
de las minas mayores mantiene una red de parentesco que justamente hace
exclamar a sus gentes “En este río todos somos parientes”.
El caserío en que viven miembros de los tres ramajes, dueños de tres minas
menores en la mina mayor San Antuco, tiene veinticinco casas (una de ellas
es el local de una escuela que funciona esporádicamente) y un total de 130
462
Nina S. De Friedemann
habitantes. Aunque sobre el borde del río la distribución residencial de cada
familia elemental en el segmento de propiedad de cada ramaje estuvo claramente
delimitada durante las dos primeras generaciones de las descendencias, ello no
ocurre en el momento. Sin embargo, algunas personas pueden mostrar todavía
el sitio límite de la antigua residencia de cada ramaje. Miembros activos de los
tres ramajes referidos pueden residir y lo hacen en caseríos vecinos invocando
la norma ideal de residencia patrilocal a tiempo que activan derechos sobre el
ramaje de su afiliación, en la chagra y en la mina-comedero y la mina-compañía.
Esto aparece indudablemente como una fragmentación del conjunto mina en el
contexto de activación de derechos que teóricamente se presenta al individuo
como una totalidad territorial.
La distribución territorial de las chagras, las minas-comedero y la mina compañía
de cada ramaje dueño de una mina menor, tiene bordes físicos determinables,
dentro de los cuales cada unidad familiar afiliada a ese ramaje posee su chagra,
mina-comedero y en donde se halla la mina-compañía comunal del grupo. El
dominio de estos tres derechos por parte de cada unidad familiar depende de
la afiliación activa que esta ejerza sobre un grupo de descendencia particular.
Contrario a lo que sucede respecto a la residencia (la unidad familiar puede
invocar derechos activos o latentes o ambos a un mismo tiempo para lograr el
territorio residencial) los tres sitios de trabajo están definidos por la afiliación
activa a un ramaje. En la afiliación activa influyen entre otros, problemas
prácticos de tiempo y espacio que absorben la posibilidad de que miembros
de una unidad familiar puedan efectivamente activar derechos en varias minas
menores a un mismo tiempo.
En los períodos de invierno, de menos lluvias y de verano el minero dedica tres
días de la semana al trabajo de mina-comedero, tres días al de la mina-compañía
comunal y el domingo descansa. Usualmente uno de los miembros de la familia
asiste a la feria o mercado que se celebra en Barbacoas los martes de cada semana.
Gentes de todos los ríos de la región llegan en canoas, los buses de las tierras
altas de Nariño también traen las vivanderas y comerciantes con sus artículos y el
puerto se agita con el intercambio.
463
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
464
Figura 5. Distribución de las ramas de descendencia sobre la estructura física de un caserío ribereño
465
Nina S. De Friedemann
Figura 6. Lluvias y distribución de actividades entre mineros
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
El trabajo de minería ocupa aproximadamente un 75 % del tiempo total
disponible del minero, cada año de 365 días (fig.6). En los meses de invierno
fuerte este asiste a los cortes desde las seis de la mañana, hasta las seis de
la tarde. En los meses que él sabe tienen menos lluvia el trabajo en la mina
comienza a las siete de la mañana y se prolonga hasta las dos o tres de la tarde.
En tiempo considerado como verano también se trabaja en la mina, pero la
atención del minero se desvía principalmente hacia la chagra. En este período
la energía se dedica a limpiar el colino –plantas de plátano o chiro–, hacer la
“tumba” de árboles para luego regar maíz y fríjol; se intensifica la cacería en
el monte y se intenta la pesca con variados medios. Todas estas actividades
en la chagra proveen los elementos de consumo básico para la subsistencia.
De la chagra él extrae la madera que utiliza como combustible en la cocina y
en la preparación de la bebida. Grandes troncos le permiten labrar las canoas
necesarias para su movilización sobre el río. Otros troncos son material para
hacer herramientas de trabajo minero, bancos y plataformas para la casa, así
como tablas para la reparación o construcción de su casa. En la misma chagra
obtiene el plátano indispensable en su alimentación y la de los cerdos, caña de
azúcar, frutas, arroz, un poco de maíz, de fríjol y de yuca. Pese a que el minero
solo dedica el 25 % de su tiempo disponible a la chagra, son sus productos los
que le permiten trabajar en la minería rústica. Asimismo, lo reconoce él (fig. 7).
Si el minero actual, con la tecnología rústica que posee y que se apoya en
la acumulación de energía física humana, aplicada directamente sobre los
elementos del medio natural, dependiera exclusivamente del polvo de oro
que extrae, su supervivencia física no sería posible. Por ejemplo, cuando una
unidad familiar de siete personas trabaja en su mina-comedero los tres días de
una semana, posiblemente consigue polvo cuyo valor (Ps. 30.00) equivale al
de algunos víveres para la semana siguiente, tales como sal, manteca, harina
y a veces un trozo de libra de carne salada de las tierras altas, o pescado de
la costa marítima. Con todo, es precisamente el oro el vehículo con que el
minero se acerca al mundo exterior, representado por el puerto fluvial de
comercio en Barbacoas.
El corte de trozas de madera y su transporte a los aserríos sobre el río Telembí
constituyó en los últimos años otra manera de acercamiento del minero a
la sociedad mayor. Sin embargo, el gasto de la tremenda acumulación de
energía humana que este trabajo requiere y que implica movilización de gran
número de parientes en las redes de los grupos de descendencia, el peligro
que significa para las gentes cortar y arrastrar trozas de la selva y empujarlas
sobre las aguas del río, comparados con el precio que el comprador del aserrío
ofrece por cada troza, hizo que el minero se replegara nuevamente hacia el
bosque en su trabajo habitual.
466
Nina S. De Friedemann
Grupos de descendencia
Cuando el antropólogo aproxima a los mineros en el Güelmambí sobre el
tema de su historia y el origen de ellos en esa región, las gentes afirman que
provienen de esclavos liberados que buscaron sus propios medios de vida
sobre los ríos. Algunos viejos solo recuerdan nombres de sitios que sus abuelos
mencionaron como lugares de esclavitud; con todo, sus apellidos, que son los
mismos de familias de la sociedad mayor, cuyos ascendientes fueron dueños
de minas y esclavos durante el coloniaje español, son los que confirman la
historia oral de los números en ese segmento de su origen. En raras ocasiones
se hace referencia a África como su punto de partida. Antes bien, el tema es
descartado pues en el contacto con la sociedad mayor, donde la existencia
de africanismos culturales es todavía sinónimo de ignorancia y salvajismo,
cualquier nexo del minero con un pasado africano le hace avergonzar de sí
mismo (Price 1970: 67).
467
Figura 7. Uso de recursos del bosque minero
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
468
Nina S. De Friedemann
En el relato del origen de sus tierras y de sus grupos de parientes surgen los antiguos
que llegaron a la región y se posesionaron de terrenos sobre los que anteriormente
vivían indígenas, formando familias que desde entonces han trabajado la mina y
han hecho cultivos de subsistencia en chagras. El documento que precisamente
respalda a los grupos de la mina mayor San Antuco concede propiedad a tres
hermanos que registraron el sitio después de vivir veinticinco años allí. La fecha del
título es 1899, de manera que puede inferirse que en este caso los grupos de San
Antuco tienen al menos un siglo de asentamiento en el lugar. En otros documentos
que respaldan otras descendencias aparecen nombres de mujeres dueñas de
parte de minas, quienes luego se convirtieron en ancestros. Este hecho es de gran
relevancia para cualquier consideración sobre el desarrollo de este sistema de
descendencia, donde la pertenencia está definida por la afiliación opcional a un
grupo a través del lazo paterno o del materno.
En la mayoría de los documentos de propiedad de minas de mineros del
Güelmambí los dueños originales son hermanos y así se expresa en el título.
Pero hay documentos donde uno de los dueños no es hermano de los otros y la
tradición oral así lo confirma. Las gentes explican que esa persona se convirtió
en hermano al hacerse dueño con los otros del mismo terreno. Encontré un caso
con una solución igual, en que uno de los hermanos ancestros después de tener
la posesión legal en una mina se fue y dejó su terreno a otro individuo. Este
último se convirtió en ancestro y en la actualidad es considerado como hermano
de los otros fundadores. En casos como este, que configuran la adopción de un
individuo por los grupos que controlan una mina mayor, el individuo no pierde su
apellido que sus descendientes heredan siguiendo la norma patrilineal.
Generalmente cada ramaje se identifica con el primer nombre del fundador,
lo cual permite una identificación clara de cada grupo, que no lo sería si se
adoptara el apellido de los hermanos ancestros que generalmente es el mismo,
a no ser por casos de excepción como el de la adopción arriba citada. Además,
en la región, los apellidos tienen una variación estrecha y juegan alrededor de
un número relativamente reducido. En el Güelmambí el sistema de grupos de
descendencia (troncos o ramajes) provenientes de ancestros focales dueños
de un territorio, y la explotación del medio ecológico natural constituyen una
estrategia de adaptación social y tecnológica de los mineros. Considerando
el efecto traumático de la esclavitud y de la emancipación de los negros en
las zonas mineras de Colombia, puede argüirse el hecho de que formas de
familia o patrones de residencia africanos no se preservaron entre las gentes
que dieron origen a los grupos actuales (Whitten 1970:41). Empero, los grupos
no responden a conceptualizaciones que algunos autores proponen sobre el
negro del Nuevo Mundo en un marco de desorganización y desorientación
como consecuencias de la esclavitud. Por el contrario, al dejar la esclavitud
en los centros mineros estas gentes se sumergieron en el bosque tropical, en
469
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
aislamiento físico e institucional de la sociedad mayor. Teniendo este ámbito
ecológico muchos de los elementos sobre los que la minería colonial se asentó,
los mineros libres la recrearon por su cuenta y riesgo, apoyados en la agricultura
de subsistencia, que también en la Colonia estuvo asociada de manera esencial
a los campos de explotación aurífera. La tecnología de adaptación es entonces
la misma que aprendieron en la esclavitud. Elementos de la cultura aborigen
aparecen no solo en la minería y la agricultura, sino en gran parte del bagaje
material de su habitación, canoas, cestería o herramientas. Elementos del sistema
de explotación colonial también aparecen como la tradición de nombrar un
capitán en cada mina-comedero o compañía, quien dispone el trabajo de cada
miembro de la unidad doméstica o del ramaje.
Pero volvamos al ramaje como estrategia de adaptación social. Este tipo de
descendencia cognática es flexible y en este caso permite a sus miembros ejercer
derechos de residencia y trabajo en otras minas en situaciones en que uno de los
grupos fuera demasiado grande para su territorio, o por el contrario cuando en el
trabajo comunal de una mina-compañía no se reúna el número de gente requerida
para una labor continuada, como está sucediendo con el ramaje leonco que en el
momento tiene un número reducido de unidades domésticas que se afilian a él.
¿Cómo llegaron estas gentes a tener este sistema? Algunos sostienen que la
descendencia cognática es el resultado del rompimiento de un sistema patrilineal,
en tanto que otros arguyen que es su comienzo. Se opina también que el método
cognático es un tipo independiente que podría en algunos casos resultar de un
rompimiento de sistemas unilineales (Fox 1967: 153). La evidencia en el Güelmambí
es la de que los grupos tienen una tendencia patrilineal inducida por reglas ideales
de residencia patrilocal. Pero solamente el estudio de las transformaciones que
hayan tenido lugar en la organización socioeconómica de los grupos tempranos
de mineros libres podrá aproximar el problema, ya que a finales del siglo XVIII
gran parte de los negros en el Chocó eran libres. Además, en 1789 existían en
la Nueva Granada 420.000 mulatos y negros libres y en 1809 más del 80 % de
la producción de oro, al menos en Antioquia, fue hecha por mineros libres que
habían comprado su libertad con oro conseguido en trabajo de minería hecho en
días de fiesta y domingos, otros que fueron manumitidos por sus dueños u otros
fugados de los campos mineros (West 1952: 89-101).En 1851 cuando se generalizó
la emancipación que liberó 2520 esclavos en la provincia de Barbacoas, 2949 en
Cauca, 1725 en Chocó, 2160 en Popayán y 1132 en Buenaventura ( Jaramillo Uribe
1969: 67) ya existía el precedente de la minería rústica o artesanal practicada por
gentes libres en las mismas zonas donde hoy encontramos grupos de mineros
como el del Güelmambí. Así, cualquier examen en el campo de su organización
social, tendrá que enfocarse en relación con la constante del trabajo minero y
dentro de este, el complejo mina tiene importancia básica en la presentación de
la descendencia y minería actuales.
470
Nina S. De Friedemann
Cuando un individuo en el Güelmambí se identifica como miembro del tronco
(ramaje) tal, él se refiere a sus derechos de trabajo y de asentamiento físico en
un territorio particular, en relación con su posición en la red genealógica que
controla una mina menor, componente del conjunto mina mayor. Un mapa de
la descendencia de los grupos que se asientan sobre cada mina mayor es la
expresión dinámica de la relación entre orden social y propiedad/ derechos
mineros. Un individuo es miembro de un tronco particular por derechos que
ha recibido a través de su padre o su madre, quienes también los recibieron
cada uno de su padre o de su madre. Pero el reclutamiento que un ramaje hace
de sus miembros depende de la afiliación que el individuo opte y de acuerdo
con esta norma, aunque una persona puede tener derechos en varios grupos a
un mismo tiempo, el ejercicio de ellos está definido por la afiliación activa que
significa una participación constante en los trabajos de la mina comunal de
compañía de propiedad del ramaje de afiliación, la ocupación de terrenos para
los cultivos de subsistencia, en predios de propiedad de su grupo, así como
una preferencia por el establecimiento de la residencia familiar en el área de
la mina mayor respectiva.
En la literatura antropológica se llaman ‘ramajes’ a los grupos de parentesco
consanguíneos cuyos miembros trazan su descendencia hacia un ancestro
común, a través de la línea masculina o femenina en un enlace padre-hijo.
Esta opción de escogencia y la relación de sus miembros con un ancestro
común, en una cadena de padres-hijos, han sido elementos básicos para su
conceptualización entre grupos de descendencia no-unilineal o cognática
(Goodenough 1970; Buchler, Selby 1968).
El término ‘ramaje’ propuesto por Firth (1936; 1957), con preferencia al ‘sept.’
(Boas 1920; Daveport 1959) es el equivalente del linaje en cuanto la posición del
ramaje es consanguínea; asimismo, el ramaje es susceptible de segmentación.
En la misma forma, las unidades que conforman un ramaje reflejan el ramaje
mayor, de suerte que a esas unidades podría llamárseles ramajes menores y a sus
subdivisiones ramajes mínimos. La diferencia entre un linaje y un ramaje (Firth
1957: 5) reside en la afiliación. Mientras en el linaje para un individuo su afiliación
es definitiva, determinada por la regla fija de la descendencia, en el ramaje la
afiliación responde a una opción que se escoge entre alternativas.
La descendencia en el Güelmambí se traza hacia los ancestros focales que fueron los
dueños originales de los territorios o minas donde las gentes hoy se encuentran. El
ancestro focal fundador de la descendencia adquirió el dominio del territorio minero
en muchos casos del Gobierno colombiano. Hasta el presente, un miembro respetable
de cada grupo, reconocido como el representante tiene en su poder el título de
familia o documento oficial de propiedad de cada mina y es el individuo a quien se
consulta cualquier problema en relación con el terreno del grupo de descendencia.
471
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
En la Mina San Antuco cada uno de los tres ancestros focales formaron una
unidad familiar y trabajaron en su terreno que los hijos de ellos heredaron
y pasaron en herencia a la siguiente generación. Los descendientes de estos
grupos hicieron lo propio enlazándose con otros individuos de minas vecinas
y de la misma mina San Antuco. Hoy encontramos tres ramajes menores, que
remiten su origen a los tres ancestros, que controlan su territorio donde están
asentadas las unidades familiares que trabajan porciones que llamamos “minas
mínimas”, ya que reflejan exactamente la composición de una mina menor, y de
la mayor, conforme se anota en el capítulo La Mina.
En el Güelmambí un individuo puede afiliarse a un ramaje con preferencia
a otro siguiendo la línea masculina o femenina provista por el lazo paterno
o el materno a través de los cuales recibe la opción de escogencia. Cada
unidad familiar compuesta básicamente por un hombre, una mujer y sus hijos
legítimos tiene la opción de activar derechos en cualquiera de los ramajes en
que el hombre y la mujer tracen sus líneas ascendientes de acuerdo con la
regla cognática. Este carácter optativo de afiliación le presta al sistema gran
flexibilidad y se acomoda a circunstancias como conveniencia de la residencia
en un sitio del ramaje de origen de la mujer. La afiliación pueden también
modelarla situaciones como el caso de hombres que han trabajado desde su
adolescencia al lado de sus padres y en porciones de terreno que ellos le
han entregado. Este hombre continúa activando los derechos recibidos de su
unidad familiar y trae a su mujer a vivir al ramaje de afiliación de su unidad
natal. Esta es la norma ideal de residencia y por ende de afiliación que los
mineros expresan verbalmente. En este caso, los derechos de la mujer, que
siempre proviene de otro ramaje, y muchas veces de un ramaje que hace parte
de una mina mayor distinta a la del ramaje del hombre, entran a la unidad
familiar en calidad de derechos latentes que pueden ser activados por la unidad
en circunstancias eventuales de necesidad y que más tarde los hijos adultos
pueden invocar, si así lo desean.
472
473
Nina S. De Friedemann
Figura 8. Ramajes. Enlaces matrimoniales
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Pero la norma ideal de residencia no es inmutable, conforme se observa en los
casos de activación de derechos de la mujer por parte de las unidades familiares.
Cuando ello sucede, los derechos del hombre ingresan a la unidad como derechos
latentes, utilizables por la unidad familiar y a disposición de los hijos adultos
según las circunstancias de eventualidad.
El cuadro de Derechos Activados (fig. 9) por las unidades que conforman los
troncos o ramajes Otulio, Cristino y Leonco es a un mismo tiempo el resumen
de afiliación de cada unidad familiar. Allí se anotan para Otulio once unidades,
para Cristino diez unidades y para Leonco tres unidades. El mismo cuadro resume
la información ofrecida en los diagramas 10, 11 y 12 sobre las opciones que las
unidades de cada tronco o ramaje utilizaron para activar derechos en cada una de
las tres minas menores de San Antuco.
Como se dijo anteriormente, la activación de derechos de la mujer en el conjunto
total mina por parte de la unidad familiar es significativo, lo cual implica el hecho de
que la afiliación al ramaje también se cumple utilizando los lazos de descendencia
de la mujer. La medida de esa significación puede comprobarse examinando los
diagramas genealógicos de afiliación de unidades en cada uno de los ramajes de
Otulio, Cristino y Leonco (fig. 10, 11 y 12). En ellos se comprueba que en la cuarta
generación seis unidades familiares (1, 5, 7, 12, 18 y 21) activan derechos recibidos
por la mujer, en tanto que en la misma generación nueve unidades familiares (3,
4, 8, 11, 13, 14, 17, 22 y 24) activan derechos recibidos por el hombre. Asimismo
se comprueba que en la tercera generación cinco unidades familiares (2, 10, 15,
20 y 23) activan derechos recibidos por la mujer, mientras que en esa misma
generación cuatro unidades (6, 16, l 9 y 25) activan derechos recibidos por el
hombre. Esto quiere decir que en las veinticuatro casas actualmente ocupadas por
miembros de los ramajes Otulio, Cristino y Leonco, trece (o sea 54,1 %) de sus
familias se afilian invocando derechos recibidos por el hombre, en tanto que 11
de ellas (o sea 45,9 %) lo hacen con derechos recibidos por la mujer. De acuerdo
con estos datos, la descendencia tiene una leve tendencia patrilineal inducida por
la norma ideal de residencia patrilocal.
Matrimonio y familia
Nacer, copular y morir son actividades básicas de la vida que los seres humanos
elaboran en parentesco, matrimonio y familia. Aunque la expresión seca de estas
actividades según Fox (1967:27) deprimen al poeta, la misma expresión constituye
para el científico social una vivencia extraordinaria que lo estimula y le permite
asomarse al fenómeno humano a través del estudio de las diversas elaboraciones
que los hombres hacen con su ciclo de vida.
474
Nina S. De Friedemann
El conocimiento de lo que las gentes del Güelmambí hacen con sus actividades
básicas de la vida y lo que hacen otros grupos negros del litoral Pacífico
contribuirá a la rectificación y aclaración de definiciones que enfocan al negro
en familias desintegradas, como individuos rebeldes, sin espíritu de asociación,
y trabajando sin sistema alguno. Si estos conceptos tienen significado respecto
a gentes negras o indígenas que han buscado refugio en los tugurios urbanos
después de haberse desprendido de sus grupos en las áreas rurales en el proceso
de emigración y despoblamiento del campo colombiano, los mismos conceptos
no pueden aplicarse a zonas que como dentro del municipio de Barbacoas
(población total 19 225 habitantes) tienen 13 825 habitantes rurales cuyas
familias y grupos se identifican con los distintos ríos en donde por décadas
han estado asentados viviendo y trabajando sistemáticamente, con formas de
asociación familiar y grupal como las del Güelmambí. En el Güelmambí el grupo
doméstico que se acomoda en cada vivienda está formado por un hombre, su
mujer y sus hijos y como tal hacen unidades económicas identificables en cada
ramaje. Cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio, la residencia ideal
es el caserío donde viven el hombre y sus padres. Idealmente, el hombre debe
llevar a su mujer a vivir a la casa que él haya construido para iniciar su hogar
y si aún no la tiene, debe llevarla a la casa de sus padres hasta cuando consiga
la madera para “parar” su propia vivienda. No obstante, y como ya se demostró
anteriormente, la residencia es de tipo ambilocal y corresponde a las normas de
activación de derechos cognáticos de los dos cónyuges.
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Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
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Figura 9. Relación de derechos activados y latentes Caserío Güelma
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Figura 10. Afiliación activa de 11 unidades nucleares al tronco Otulio en Güelma
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
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Figura 11. Afiliación activa de 10 unidades nucleares al tronco Cristino en Güelma
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Figura 12. Afiliación activa de 3 unidades nucleares al tronco Leonco en Güelma
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Hombre y mujer pueden provenir del mismo caserío, pero cada uno de ellos tiene
una afiliación a un ramaje distinto. Así, por ejemplo, un cristino se une a un Leonco
o a un Otulio en la mina mayor San Antuco, o bien a un individuo x en otra
mina mayor. Estas normas permiten a la nueva unidad familiar utilizar los lazos de
parentesco que a través de derechos activos y latentes permiten hacer grupos de
trabajo y participar en labores que requieren la ayuda de números apreciables de
personas. Por ejemplo, el trabajo de tumbar árboles para limpiar un terreno, una
de cuyas trozas se utilizará en la construcción de una canoa, la construcción misma
de la canoa y su arrastre del monte hasta la orilla del río. Otros trabajos como, por
ejemplo, moler la caña en los trapiches de mano implican varias personas a un
mismo tiempo empujando las aspas del molino de madera. En otras palabras, como
el trabajo sobre el medio ecológico consiste básicamente en la reunión de energía
física de las gentes, es importante para una unidad familiar tener la posibilidad de
invocar esa ayuda a través de lazos de parentesco, conforme sucede y asimismo
tener la participación recíproca que completa el círculo que en el Güelma se llama
“ayuda”. De esta reciprocidad son conscientes, así como del hecho de que la ayuda
se concede porque “fulano de tal es mi tío y es mi deber”.
Las uniones que en Güelma han tenido cónyuges cuya afiliación ha sido al mismo
ramaje se han disuelto después de algún tiempo, conforme se observa en el gráfico
correspondiente (fig. 13). El mismo gráfico muestra el cumplimiento de la norma
de matrimonio entre miembros de ramajes distintos. Veinte de las veinticuatro
uniones en Güelma se ajustan a la norma. En este punto, sin embargo, es muy
importante observar el hecho de que solamente diez de estas uniones conjugan
miembros de ramajes componentes de la misma mina mayor San Antuco, en
tanto que las diez uniones restantes tienen a uno de sus cónyuges (seis mujeres,
cuatro hombres) procedente de minas distintas a San Antuco. Los datos sobre los
cuales se construyó el gráfico número 8, no permiten hablar de endogamia dentro
del grupo de mineros de la mina mayor San Antuco. Es claro, sin embargo, que
los ramajes C, L y O conservan el control de su territorio cuando en situaciones
como el matrimonio de un miembro C con un individuo de otra mina mayor
X, este último ingresa al ramaje C y ejercita los derechos activos de su cónyuge
C, dejando los suyos propios X como latentes para la unidad familiar CX. A la
inversa, cuando un miembro X trae a su mina su cónyuge proveniente de C, este
último ingresa con sus derechos en calidad de latentes para la unidad familiar
XC. Así es como la red de grupos de descendencia enlazados sobre territorios en
extensiones apreciables del río Güelmambí hacen exclamar con propiedad a sus
gentes... “Aquí en el río todos somos parientes”.
Efectivamente, el examen de los matrimonios de Güelma y de otros grupos y
minas distintos a San Antuco, pero relacionados con sus ramajes C, L y O a través
del ejercicio de derechos adquiridos por matrimonio de sus miembros, permite
presentar la ilustración (fig. 8) arriba citada que muestra lo siguiente:
480
Nina S. De Friedemann
Cuando miembros de los tres ramajes de San Antuco contraen matrimonio con
individuos de la misma mina mayor, sus posibilidades son las siguientes:
Para Ego Cristino
=
C + L,
C+O
Para Ego Leonco
=
L + C,
L+O
Para Ego Otulio
=
O + C,
O+L
Las unidades familiares resultantes pueden resumirse como CL, CO y OL. Pero
conforme hemos visto, miembros de otras minas mayores y ramajes contraen
matrimonio con C, L y O. Si a esas minas mayores las llamamos X y a sus ramajes
x, las posibilidades de enlace se presentan así:
Para Ego Cristino
=
C + L,
C+O
C+X
Para Ego Leonco
=
L + C,
L+O
L+X
Para Ego Otulio
=
O + C,
O+L
O+X
Para Ego X
=
X + X,
X+L
X+O
Aquí las unidades resultantes pueden resumirse como CL, OC, LO, CX, LX, OX.
Mientras las posibilidades de unión de, por ejemplo, un Cristino dentro de la mina
mayor San Antuco son dos (con L y O); el mismo Cristino tiene tres posibilidades
(con L, O y X) en el marco de enlace de los tres ramajes de su mina mayor y el
ramaje X de otra mina mayor. De todos modos el hecho constante es la unión
de miembros cuya afiliación proviene de ramajes distintos, porque con esta el
número de parientes permite tener la posibilidad de su reunión en los grupos de
trabajo. La prohibición de matrimonio entre los hijos de dos hermanos es clara;
los datos (fig. 13) confirman cómo no solamente los matrimonios, sino las uniones
premaritales no han prosperado en uniones permanentes. La terminología de
parentesco respecto a primos hermanos refleja la norma: Ego llama hermano(a)
al hijo(a) de sus padres y también llama hermano(a) al hijo(a) del hermano de su
padre y de su madre. Y cualquier persona en Güelmambí es enfática al afirmar
que “matrimonio entre primos no sirve”.
En el Güelmambí cuando hombres y mujeres tienen relaciones premaritales,
algunas veces estas se vuelven acompañamientos más o menos permanentes.
Otras veces el encuentro sexual concluye con el nacimiento del hijo. Pero el
hombre se hace cargo de los gastos del nacimiento: partera, ropas para el recién
481
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
nacido. En estos encuentros breves la mujer permanece en la unidad familiar natal
y más tarde contrae matrimonio con alguien más. Estos encuentros pueden tener
lugar entre jóvenes solteros, o bien entre una mujer soltera y un hombre casado.
Cuando ellas ocurren entre jóvenes solteros es posible que se vuelvan uniones
permanentes. Su reconocimiento por parte de la comunidad no necesariamente
debe llenar el requisito de una ceremonia religiosa católica (fe oficial), aunque
en la mayoría de los matrimonios, la ceremonia se celebra ya sea algún día, se
comunica que se celebrará después de varios años de unión o bien esta puede
comenzar con la formalidad de un ritual católico. El reconocimiento formal de la
comunidad surge del ejercicio de derechos en la mina y ramaje al cual se afilien
hombre y mujer a través de su participación en el trabajo para su unidad familiar.
Cuando los encuentros sexuales entre jóvenes se terminan con el nacimiento del
hijo y la mujer contrae matrimonio con alguien distinto, el niño se queda en la
casa de los abuelos matemos, adopta el apellido de ellos y ejercita derechos de
hijo sobre el ramaje y mina de afiliación de la unidad familiar de los abuelos.
En el caso de uniones sexuales prolongadas que involucren un hombre casado y
una compañera, por norma general la mujer y los hijos de esta unión conforman
una unidad donde el hombre tiene acceso sexual a la mujer en su carácter de
padre de los hijos de ambos. Los deberes del hombre se expresan en regalos de
vestido y sumas pequeñas de dinero a los hijos, contribución ocasional de víveres
para la unidad y usualmente la construcción de la vivienda en territorio del ramaje
de afiliación de la mujer. La casa, se entiende, pasa a ser propiedad de la mujer. La
mujer y los hijos hacen parte de la casa natal de ella y continúan trabajando en el
grupo y en el círculo de ayuda recíproca correspondiente. Se encontraron casos
de compañeras que viven en caseríos distintos a los de residencia del hombre y
su esposa e hijos legítimos. Pero también se encontraron instancias en que esposa
y compañera viven en el mismo caserío. La comunidad reconoce a la compañera
con tolerancia benévola ya que esta es, como los demás, miembro de ramajes en
los que gentes de allí mismo tienen derechos.
A los hijos de estas uniones se les conoce como “bastardos”, término que explicita
la ilegalidad social de su existencia. Ellos mismos se identifican como “hijo bastardo
de fulano de tal” (nombre del padre). Con este estatus el individuo mantiene latente
el lazo paterno de parentesco. Cuando los hijos bastardos crecen la exclusión
de la descendencia del padre, que durante la niñez y parte de la adolescencia
es ostensible, puede decrecer significativamente. En la actualidad la constante y
acelerada emigración de jóvenes hacia las urbes causa impactos en los grupos de
trabajo que carecen de la cantidad apropiada de gentes para abrir o mantener los
cortes mineros comunales. Así, el potencial de energía física que siempre ha sido
elemento importante en la participación de la producción, y que puede ofrecer
un bastardo, se convierte en la herramienta con la que este individuo entra a
482
Nina S. De Friedemann
activar los derechos en el grupo del padre del que estuvo excluido. No obstante,
el estatus “bastardo” sigue siendo su término de identificación social. Los datos
para Güelma muestran una unidad formada por una anciana semi-inválida, su hija
bastarda y los hijos de esta, asimismo, bastardos. El estudio genealógico muestra
que la madre de la anciana tuvo un encuentro sexual con un Otulio y más tarde
otros con otros hombres de los cuales quedaron hijos. La anciana cuando todavía
estaba joven, pero ya enferma, vino a Güelma a solicitar derechos como bastarda
de un Otulio. No le fueron concedidos. Un hermano de quien fue su padre le
cedió el lugar donde tiene la casa, pero fracasó en la activación de derechos. Su
hija, con quien vino, no tenía derechos para presentar en el caso de que quisiera
casarse. Esta solamente ha tenido compañeros e hijos, al igual que su madre, sin
que ninguna de las uniones se haya vuelto permanente. En el momento tiene hijos
de un hombre Otulio, o sea un miembro del mismo grupo ramaje en el que ella ha
reclamado derechos por el lazo materno. Es decir, aparece reforzando el reclamo
ahora a través de los hijos bastardos. Es de esperar que estos jóvenes, entrando en
la adolescencia, podrán usar su potencial de energía física en los próximos años
para finalmente activar los derechos a que ahora aspiran a través del lazo paterno
como hijos bastardos.
Una vez activados los derechos, el bastardo ingresa al grupo de afiliación conforme
ocurre en otra de las unidades familiares de Güelma. Allí, el individuo contrajo
matrimonio siguiendo la norma de que la mujer provenga de un ramaje distinto
al de su afiliación. Como anteriormente había vivido en la mina de su madre
en otro caserío, para ejercer sus derechos en el ramaje O (era hijo bastardo de
un Otulio) al casarse con una mujer Cristino, se vino a vivir a Güelma. No han
pasado muchos años y las relaciones entre el individuo y la comunidad aún se
desenvuelven en un marco de pronta disponibilidad del individuo para participar
en labores, no solo en compañía de su grupo de ayuda, sino en otros a donde
acude por el llamado constante de las gentes.
483
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
484
Figura 13. Matrimonio en 24 unidades habitaciones del caserío Güelma
Nina S. De Friedemann
Se puede colegir de los datos anteriores cómo la existencia de individuos bastardos
no constituye solamente lo que podría señalarse como desviación de las normas
de matrimonio y familia, que eventualmente encuentran una avenida para ingresar
en el sistema. En Güelma, donde se presentan los dos casos traídos como ejemplo,
en el primero cuyos miembros son todos bastardos su existencia para las gentes
del caserío es desconocida, no solo como miembros de la organización social sino
aún dentro de los límites físicos del caserío. Cualquier persona que pregunte cuál
es el sitio donde comienza y termina el caserío, encontrará que le muestran un
punto que, precisamente, excluye la casa número 1 de la estructura del caserío.
Asimismo, ninguna de las personas de esta unidad tiene territorio de chagra o
puede asistir al trabajo de minería comunal. Solamente lavan arenas en el río
cuya propiedad se considera del Gobierno nacional. El resto de la subsistencia lo
consigue la hija joven en trabajos ocasionales en otros caseríos y alguna ayuda
de su compañero cuando lo tiene. A la vez el otro caso, cuyo jefe de familia es
bastardo, se halla situado en el otro extremo del caserío y esa casa sí está incluida
en los límites reconocidos por la comunidad. Si a estos datos se adiciona el de que
el hombre de este caso es hijo de una hermana de la anciana bastarda inválida de
la casa número 1, la asunción sobre el papel que el potencial de energía humana
juega como herramienta de activación de derechos de bastardos tiene valor. Y
la función del bastardo se proyecta en condiciones diferentes en el proceso de
cambio que implica la emigración acelerada.
Transmisión de la propiedad
En el marco de explicación de la minería en el Güelmambí, los grupos de
descendencia de los mineros se conceptualizan como el resultado de su
adaptación al ambiente. Las normas con que transmiten de una generación a otra
el potencial de recursos que controlan y los productos materiales que poseen son
las generadas por la afiliación de un individuo o del grupo a un ramaje particular.
Los recursos y los productos que trasmiten se hallan en el contexto mina que se
localiza sobre un territorio principalmente aurífero.
El territorio de la mina-comedero y de la chagra en la mina menor, están sujetos a
un proceso de registro por parte de la unidad familiar, similar al de asentamiento
original de los ancestros y su familia sobre la mina mayor. Registrar un terreno
significa obtener aprobación social del ramaje de afiliación para delimitar en su
propiedad un área particular para el uso de una unidad familiar o un individuo.
Cuando el aspirante obtiene el registro se procede a limpiar el terreno, hacer
el desmonte de maleza y usar el terreno en chagra o minería, hecho lo cual el
área queda habilitada para trasmisión como herencia a la próxima generación.
Puede ocurrir que terrenos registrados por un individuo o una unidad familiar
se utilicen solamente durante unos años; si otro aspirante del mismo ramaje
485
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
quiere usarlo, puede solicitarlo al dueño del registro y obtenerlo en préstamo.
Si el dueño del registro abandona el caserío y/o el terreno sin avisar el regreso,
el nuevo aspirante puede registrarlo para su uso y trasmisión. Con la creciente
emigración hacia las urbes, este asentamiento secundario por préstamo se
presenta con frecuencia. Las áreas físicas de la minería-compañía son terrenos
que cada ramaje señala para hacer trabajo comunal y en cuyo contexto se
expresan las relaciones de afiliación social en la mina menor y los derechos que
cada unidad familiar y sus miembros tienen.
Idealmente, cualquier extraño puede solicitar la compra de minas mayores y
obtenerla, habida la aprobación de todos los ramajes y por ende de todos los
dueños. Sin embargo, cuando en ocasión reciente la Compañía Minera de Nariño
propuso a los representantes de San Antuco la compra de su mina, su decisión fue
no vender. No puede decirse lo mismo de otras minas que cuando tuvieron esta
propuesta la aceptaron, porque el suelo donde estaban asentados ya había sido
adjudicado por el Gobierno a otras personas, así, los mineros encontraron factible
vender el subsuelo y algunos de ellos emigrar (el proceso y el conflicto actual del
suelo y subsuelo en estas zonas merece examen y estudio especial).
Respecto a la casa en donde el minero vive con su mujer e hijos, si se construyó
para habitación de su familia antes o durante el matrimonio, su propiedad es de
los dos esposos. Si el padre muere, la madre queda dueña y viceversa. Cuando los
padres han muerto la casa y todos los utensilios se reparten en porciones iguales
entre los hijos. Siendo la construcción de madera, se desbarata y virtualmente
cada hijo se lleva una parte de la casa. Es interesante rastrear en las viviendas las
partes que pertenecieron a las casas de los padres o abuelos y encontrar que sus
habitantes pueden mostrar cuales fueron las partes que recibieron y a quienes
han pertenecido. Don Inocencio, por ejemplo, me mostró un día en su casa una
sección básica que se conoce como “madre” y que él recibió por herencia de su
madre, quien la obtuvo de la casa de sus padres. El hijo mayor se encarga de
hacer el reparto final cuando ambos padres han muerto. Su palabra, sea hombre
o mujer, es respetada y si hay niños menores, él o ella se hacen cargo y toman
la parte de la casa que les corresponde a los menores con el objeto de atender
a su mantenimiento mientras crecen. Si uno de los hijos quiere conservar la casa
puede obtenerla previo avalúo y entrega de un valor monetario que entonces
se reparte entre los hijos. Entonces, el dueño puede desbaratarla para llevarla al
sitio de residencia de acuerdo con su afiliación o bien dejarla allí mismo para su
habitación. Todas las acciones implicadas en el avalúo, la repartición, el traslado
o la permanencia de la casa son materia de discusión y conversación entre las
gentes del caserío y los miembros del ramaje de afiliación, no solo de los padres
sino de los hijos, si ellos tienen su opción definida.
486
Nina S. De Friedemann
En unidades domésticas conformadas por una mujer y sus hijos bastardos que
viven en la casa que el padre construyó, ella es de propiedad de la madre y como
tal, si ella muere, se reparte entre los hijos.
Desde cuando los hijos tienen dieciocho años los padres les entregan porciones
de la chagra para que ellos las trabajen. El joven tiene la obligación de contribuir
con parte al producto del colino y los frutos de recolección al mantenimiento
de la casa y, por supuesto, seguir participando en las labores de la unidad. La
entrega de estas extensiones de terreno, que siempre tienen árboles y maderas
aprovechables, induce a los jóvenes, hombres y mujeres, a permanecer en la
afiliación del ramaje de sus padres y más tarde a traer al cónyuge. Al mismo
tiempo permite a los padres conservar la ayuda de los hijos para sus propias
labores de chagra y comedero. En una de las unidades de Güelma, donde el padre
viejo empieza a volverse inválido, esta redistribución de la chagra se acentúa.
Como la mayoría de los hijos son mujeres, cuando contraen matrimonio el padre
les entrega territorio para que ambos, la hija y su marido, lo trabajen. De esta
manera se ha logrado conservar la fuerza de trabajo en la unidad parental.
Parte de estos territorios que se entregan a los hijos pueden dedicarse a un corte
comedero cuando el hombre se casa y se queda afiliado al ramaje de sus padres.
Si no es suficiente, entonces procede a registrar un terreno para el efecto. Su
afiliación a un ramaje habilita al individuo y a su mujer e hijos para asistir con
derecho al trabajo de la mina comunal y este derecho se trasmite a los hijos que
lo ejercitan desde temprano al lado de sus padres. Si el hijo cuando adulto se
afilia a otro ramaje, este derecho queda latente conforme se ha explicado. Cuando
los hijos se ausentan por largos períodos pueden dejar sus terrenos prestados.
Generalmente si van a regresar lo hacen al cabo de un año. Los que se van y no
regresan pierden sus derechos. Solamente heredan los hijos que se quedan, me
decía una mujer en Güelma, el hijo que no ayuda no recibe herencia.
Ayuda
En el Güelmambí, la ayuda que cada grupo doméstico necesita en su chagra
o la que un individuo requiere para construir su casa o labrar su canoa, por
ejemplo, se consigue a través de las redes de reciprocidad que constantemente
se renuevan entre los miembros de cada ramaje y también entre ramajes de la
misma mina mayor y otras minas. Cuando la ayuda involucra miembros de otras
minas generalmente lo que está ocurriendo es el mantenimiento de los derechos
latentes. En la construcción de una casa pueden ayudar hasta veinte hombres,
que trabajan bajo la dirección de uno de los hombres que tradicionalmente “para”
casas en el Güelmambí. El dueño de la casa les ofrece a todos comida y chapil,
que es una bebida alcohólica popular en la región similar al aguardiente. Cuando
487
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
el dueño consigue un número grande de trabajadores la casa puede quedar lista
en tres días y así le sucedió a “Chepe”, quien esa misma semana empezó a ayudar
a quienes le ayudaron con su casa. La retribución que él está ofreciendo es en
limpia de colino y pelada de unas trozas de madera en la mina donde él y su
mujer tienen derechos latentes por parte de ella antes de casarse, porque cuatro
de los trabajadores que ayudaron a parar la casa vinieron del caserío de donde
era Chepina, su esposa. Chepina por su parte, ha estado ayudando en la molida
y cocinada de una caña de don Bautista, quien fue otro de los hombres que
estuvieron ayudando a Chepe. Pero en la chagra a veces la reciprocidad por la
ayuda se cumple a través de la participación del producto mismo. Así por ejemplo,
cuando Petronila A. molió la caña que su hijo cortó esa mañana, tuvo que llamar
a Jacobo y sus dos hijas, a Griselda y su hija y ella misma y dos de sus hijos
molieron durante hora y media en su propio trapiche; luego le pidieron prestada
la paila de cobre a don Carlos, cocinaron el jugo con pedazos de coco y el jugo
de una papaya durante cuatro horas y media. Las jovencitas estuvieron pendientes
de la paila revolviendo la panela, sacando el bagazo con una totuma o cusunga
y manteniendo el fuego. El producto fueron doce panelas que se repartieron
así: para la casa de Jacobo tres panelas y media, para la de Griselda tres panelas
y media, para la de Petronila cuatro panelas y media, media para la paila, de
acuerdo con la norma de que si la herramienta no le pertenece al trabajador que
la usa, sea paila, machete, escopeta, etc. recibe una participación de acuerdo con
la importancia de la herramienta. No obstante que el producto se repartió en el
caso de Petronila, ella y los de su casa le ayudarán a Jacobo y a Griselda cuando
quiera que ellos muelan caña y hagan panela.
Son escasas las oportunidades que dejan excedentes para someter a intercambio
por dinero en el mercado de Barbacoas. Usualmente, cualquier cantidad de
plátano o algunas frutas se truecan por otros. Si se trata de carne de un cerdo que
se haya sacrificado en el caserío, se reparten las porciones entre el dueño y quien
se lo cuidó y cada uno de ellos usa para su unidad lo que necesite y vende entre
las mismas gentes del caserío el excedente.
En la misma mina-comedero de la unidad familiar a veces se presenta la ocasión
de solicitar ayuda. Por ejemplo, si el padre está enfermo puede solicitarse a un
pariente del mismo ramaje y mina menor que acompañe a la familia y le ayude
a covar con la barra, en caso de que la familia aún no tenga un varón que
pueda tomar el sitio del padre. Al final de la semana y cuando se laven las
arenas, el hombre que ayuda recibe una porción proporcional a los días que
trabajó y asimismo la certeza de que en situación similar podrá llamar la ayuda
de un miembro de la unidad a quien prestó sus servicios. En una mina comunal
de un ramaje particular puede también suceder que un individuo que tiene allí
derechos envíe a otro que no tiene ninguno a trabajar. Este último trabaja con los
derechos del primero, pero su participación es considerada como la activación de
488
Nina S. De Friedemann
los derechos del dueño. El dueño de los derechos es quien retribuye este trabajo
con otro en la chagra o de acuerdo con el arreglo que entre los dos resuelvan, de
modo que en la repartición del producto de la mina comunales el dueño de los
derechos quien recibe su parte.
Resumen
Este artículo sobre mineros negros del litoral Pacífico organizados en descendencias
no-unilineales, asentadas en territorios auríferos y trabajando sistemáticamente
desde hace más de cien años en la producción de oro, muestra cómo la evidencia
antropológica puede rectificar conceptos sobre grupos étnicos que, como el del
negro en Colombia, se define a través de un corpus de prejuicios raciales, que le
señalan “rebelde y sin espíritu de asociación, inestable, en familias desintegradas
y trabajando sin sistema en urbanizaciones a lo largo delos ríos...”·
Las formas actuales de explotación del ambiente en lugares auríferos, que
fueron asiento de la minería colonial como la antigua provincia de Barbacoas,
siguen dominadas por la minería del oro que es practicada por descendientes
de antiguos esclavos en un contexto de relaciones sociales y uso primordial de
energía humana asociada de acuerdo con las reglas de la descendencia. Tanto
las formas de explotación del ambiente como las de organización social de los
mineros se conceptualizan como estrategias de adaptación socio-tecnológica, que
han ocurrido en un mismo nicho ecológico donde otros grupos humanos han
competido por los mismos recursos. Durante la Colonia, por ejemplo, grupos de
negros esclavos fueron dedicados al trabajo minero cuya tecnología aprendieron
de los indígenas que también trabajaron en las minas, pero que desaparecieron
aceleradamente víctimas de epidemias, suicidio o abandono y huida hacia los
bosques. Muchos esclavos negros también huyeron de las minas, otros pudieron
acumular oro trabajando los domingos y fiestas, con permiso de sus amos, para
su propio beneficio y más tarde compraron su libertad. Así, cuarenta años antes
de que la esclavitud se declarara abolida en Colombia, la minería de negros libres
ya constituía una ocupación que proveía oro y sus trabajadores probablemente
tenían una organización que les permitía reunir la fuerza física necesaria para
sobrevivir en los bosques alejados de los centros.
Conforme se ha demostrado, los mineros del Güelmambí tienen una organización
social altamente sistematizada, centrada alrededor de la propiedad y la trasmisión
de derechos de trabajo. Esta estructura de grupo corporado se ha rastreado por
alrededor de una centuria, pero los materiales sugieren que sus raíces llegan hasta
el tiempo cuando el esclavo se hacía libre sin estar emancipado legalmente por
la sociedad mayor.
489
Minería del oro y descendencia: Güelmambí, Nariño
Los mineros explican sus grupos de descendencia como “troncos” semejantes a los
de un árbol que se arraiga en terrenos mineros. En cada árbol los troncos son los
hermanos fundadores de las descendencias. Cada tronco ha tenido ramas que a
la vez produjeron las que originaron a las actuales representadas por las unidades
familiares del momento. “Todos en la mina somos de la familia” exclaman y esta
expresión responde al conocimiento claro que cada individuo tiene de su ramaje.
Y no solamente del suyo propio, sino de los otros de la mina mayor y de los de
otras minas en donde él tenga derechos latentes. Este conocimiento se afirma
constantemente en la conversación diaria, en el trabajo y en cualquier actividad a
cualquier hora. Duran te la investigación antropológica este fue uno de los temas
que pudieron aproximarse con mayor amplitud desde el principio.
En la actualidad se anticipan cambios acelerados en la organización social
en parte como resultado del proceso de manejo de la propiedad minera y de
suelos por parte de las instituciones nacionales. Los títulos de propiedad minera
otorgados por el Gobierno a los mineros a finales del siglo pasado se refieren
al subsuelo con exclusión del suelo. La adjudicación del suelo no fue obtenida
por los mineros, de suerte que siguen asentados de acuerdo con las normas de
la nación “como colonos en terrenos baldíos”. El aislamiento institucional en que
la sociedad mayor ha mantenido a estos grupos ha sido precisamente el marco
dentro del cual ha surgido la contradicción de mineros propietarios del subsuelo
quienes a la vez son colonos del suelo sobre el que han vivido durante más de
cien años. En el mismo marco de aislamiento las instituciones gubernamentales
encargadas, sin tener en cuenta la existencia de los mineros, tramitaron solicitudes
de adjudicación de suelos a interesados como la Compañía Minera de Nariño S.A.
cuyos dragados han implicado destrucción de vegas y cultivos de subsistencia de
los habitantes ribereños.
El impacto de esta situación se refleja en migración de gentes hacia otros lugares.
Los grupos de mineros rudimentarios que en el mismo nicho ecológico compiten
con grupos poseedores de elementos institucionales y tecnológicos dominantes
aparecen optando por el abandono de sus áreas de trabajo. En la región es frecuente
oír expresiones de impotencia de las gentes frente al dominio de la sociedad
mayor representada por el poder y la tecnología de la compañía extranjera que
actúa respaldada por la legislación nacional.
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492
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces1
MYRIAM JIMENO SANTOYO2
L
a colonización europea de las sociedades nativas americanas significó, una
vez finalizada la etapa de enfrentamientos armados, un reto drástico a la
continuidad social de las mismas. El contacto con el occidente implicó no
sólo un desafío a la supervivencia sino a las estrategias culturales de cada una de
ellas, puestas en entredicho.
Esta particular situación histórica creó un clima especial de tensión en las etnias
nativas que desarrollaron a partir de entonces complejos intentos de acercamiento,
integración, rechazo y resistencia. El campo de lo sagrado, como lugar privilegiado
de las relaciones sociales participó activamente en este proceso. Lo sagrado como
“medio estructurado (espacio, tiempo) y como conjunto de operaciones” (Isambert
1982: 233) al cual tienen acceso ciertos individuos específicos y especiales, es en
sí mismo centro de cohesión o de desestructuración, en particular en situaciones
de conflicto interétnico.
La etnia de los paéces
Los paéces son un grupo agricultor de lengua chibcha que habita en el suroccidente
colombiano, en las escarpadas laderas de los Andes, en número total aproximado
de 100.000 individuos. En Tierradentro, su territorio tradicional, permanecen hoy
en día cerca de 23.000 de ellos, dispersos en unidades domésticas pero agrupados
en sub-unidades territoriales de origen colonial denominadas resguardos.
Los valles bajos se encuentran ocupados por medianos y grandes propietarios no
indígenas. Dos pequeños núcleos urbanos operan como puntales de la expansión
blanca que ocupa el 30 % de Tierradentro, en particular las tierras menos
1
2
Original tomado de: Myriam Jimeno Santoyo. 1986. Conflicto interétnico y chamanismo, los
paeces. Cuadernos de Antropología, (5): 1-12.
Ponencia presentada al 45º. Congreso Internacional de Americanistas que se realizó entre
el 1 y 7 de julio de 1985 en la Universidad de los Andes.
Profesora Asistente, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia.
493
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
abruptas y de mayor fertilidad. Desde mediados del siglo XVI tropas españolas
incursionaron en Tierradentro buscando el sometimiento de los experimentados
guerreros paéces, que impedían el acceso a la vía del río Magdalena hacia el norte
del país, pero su sometimiento solo se logró casi sesenta años más tarde.
En el momento de contacto inicial los paéces al parecer se organizaban en
pequeños cacicazgos semi-autónomos, relacionados mediante vínculos de
parentesco e intercambio comercial, cuya unidad fundamental eran los grupos
domésticos (Al respecto ver Bernal Villa 1956, Henmann 1981, Sevilla Casas
1976, entre otros). Henmann (1981) argumenta la inexistencia de una “casta
gobernante indígena” y enfatiza que el liderazgo Páez ha sido más “situacional”
que formal o hereditario (Henmann 1981: Apéndice e). Rappaport (1980) por su
parte se detiene en la carencia de jerarquización y centralización política y en
su organización basada en redes de alianza e intercambio y en una población
dispersa sobre un extenso territorio.
Desde la segunda mitad del siglo XVI existió interés en las autoridades coloniales
por conquistar los paéces en la medida que representaban una amenaza para
colonos, viajeros y fundaciones coloniales, aunque desde el punto de vista
económico no ofrecían mayor interés. Sin embargo, las diferentes expediciones
guerreras o los intentos de establecer fundaciones en territorio de los paéces
fracasaron sucesivamente hasta comienzos del siglo XVIII. Solo entonces, con la
derrota militar del grupo nativo pijao, aliado guerrero de los paéces, se produjo
su sometimiento violento. Esto implicó por una parte el repliegue a las zonas más
altas de la cordillera, la pérdida de los valles templados y cálidos y por otra parte,
la presencia de autoridades coloniales y misioneros catequistas católicos.
Así, durante los siglos XVII y XVIII pequeños grupos de misioneros recorrieron el
territorio intentando concentrar la población en aldeas bajo su control, mientras
comenzaba el éxodo forzoso de paéces a trabajar en las haciendas y minas del otro
costado de la cordillera. Esta migración laboral obligatoria (instituciones coloniales
de la encomienda y la mita), trajo una drástica reducción de la población nativa en
Tierrradentro. Entre el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX la población alcanzó
sus más bajos niveles, reduciéndose a menos de la mitad del volumen estimado
para el siglo XVI (Sevilla Casas 1976).
La administración colonial impuso asimismo modelos de repartición territorial
y de organización política; sin embargo, estos fueron reestructurados mediados
por patrones nativos. Desde el siglo XVIII se dieron movimientos socio-políticos
de reafirmación étnica y reunificación política, movimientos que integraron
tradicionales jefaturas familiares con el régimen colonial de repartición territorial
en resguardos y organización sociopolítica en cabildos de indios. Los cabildos y
los resguardos se convirtieron en puntales de reunificación política de los paéces
494
Myriam Jimeno Santoyo
dispersos y en medios de defensa del territorio propio. Más tarde los cabildos se
convertirían en símbolos del poder tradicional, orientados y legitimados por los
shamanes y por el sistema sagrado páez.
Juan Tama y la reestructuración de lo sagrado
Los movimientos de reestructuración de la unidad de los paéces ocurridos a
finales del siglo XVII y comienzos del XVIII se basaron en la conformación de
nuevos cacicazgos liderados por personajes indios que reivindicaban su derecho
territorial y el ejercicio de sus patrones culturales.
El personaje más conocido fue Juan Tama y Estrella quien jugó un papel central
en la delimitación de los resguardos indígenas paéces del norte de Tierradentro
y aquellos paéces ubicados en la ladera occidental de la cordillera3 y en la
unificación en cacicazgos de esta zona.
Al parecer Juan Tama sirvió de intermediario ante el hacendado que detentaba
como tributarios en encomienda a los paéces del norte de Tierradentro para
que permitiera la constitución de resguardos coloniales. Estos abrieron paso a
una reorganización social, hicieron posible recuperar dominio sobre parte de
los territorios tradicionales y revertir los viejos liderazgos familiares a través de
la representación en el cabildo que cada resguardo conformó. Así, resguardo y
cabildo entraron a hacer parte de la dinámica cultural de los paéces. Juan Tama en
lo que se ha denominado su “testamento”, documento del fin del siglo XVII, hizo
un llamado al fortalecimiento y conservación del dominio territorial a través de
los resguardos, reiteró las pautas paéces de matrimonio endógamo, pidió respeto
para las autoridades tradicionales y reiteró la invencibilidad de los paéces.
A partir de entonces Juan Tama sufrió una metamorfosis en la ideología páez;
Juan Tama devino ser de origen sagrado, cacique sobrenatural que otorga y guía
el conocimiento shamanico, fundamento del poder y legitimador del cabildo de
indios, protector de la integridad territorial y de la identidad de los paéces. En la
tradición oral actual su papel de líder político está referido a su condición de hijo
de la estrella, enviado de la deidad suprema el trueno, y trueno él mismo. Juan
Tama es el eje de la ideología páez actual, tanto en el aspecto religioso-sagrado,
como en la ideología política de resistencia cultural y recuperación territorial, que
en el caso de los paéces es explícita y se manifiesta a través de las organizaciones
CRIC4 y otras de orden más local.
3
4
Pueblo Nuevo, Caldono, Toribío, Tacueyó, Pioyá, Jambaló, Pitayó.
Consejo Regional Indígena del Cauca. Agrupa las representaciones de los cabildos del
Cauca, paéces y de otras etnias.
495
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
Juan Tama es el mesías, el enviado divino que llega para guiar y proteger a su
pueblo amenazado y deja sus representantes, los shamanes, los mediadores entre
lo sagrado y lo profano, que son al tiempo caciques, como lo fue Juan Tama y
poseen dotes sobrenaturales. Los shamanes paéces reciben el llamado de Juan
Tama como deidad trueno y esta deidad les otorga el poder de conocer y curar
las enfermedades y a través de actos mágicos especiales protegen y defienden el
territorio páez (Para una excelente descripción ver Henmann 1981).
Con posterioridad al acontecimiento histórico de J. Tama se tiene conocimiento
de al menos dos movimientos mesiánicos que no tuvieron ni como hechos
históricos ni como elementos de la ideología mítica la importancia de J. Tama,
pero que revelan un particular manejo del campo de lo sagrado y un sustrato
mesiánico significativo.
Undachí y la virgen de Suin
Hacia 1706 se encuentran referencias a un movimiento con manifestaciones
directas antimisioneras y anticoloniales. Por esa época Tierradentro soportaba el
embate de misioneros que combatían las prácticas rituales paéces, los perseguían
y obligaban a concentrarse en aldeas, mientras los tributos forzosos en trabajo
fuera de Tierradentro diezmaba la población.
Un exsacristán construyó un templo en la cima de un monte, donde celebraba
misa en páez, vestido con un hábito similar al de los franciscanos; el culto era
secreto y alrededor de él se congregaron numerosos paéces. Undachí, el profeta,
decía haber recibido una revelación divina que anunciaba la próxima destrucción
del mundo, el fin de la dominación española y misionera y la recuperación del
dominio por los paéces. En el ritual se utilizaban numerosos elementos de los ritos
cristianos y de su santoral.
Los misioneros católicos solicitaron el envío de tropas y en la proximidad de
la celebración de los rituales de “semana santa” arrasaron el culto, apresaron al
profeta y a varios de sus seguidores.
El movimiento de Undachí tomo diversos elementos del culto cristiano en un
intento de asimilación y apropiación de los mismos adecuándolos a las estructuras
simbólicas e ideológicas paéces, de manera que en el culto estaban presentes los
rasgos y objetos básicos de la ideología sagrada páez (Rappaport 1981). Por otra
parte, el profeta había recibido entrenamiento en los rituales cristianos, conocía
a misioneros y autoridades blancas, situación común en varios movimientos
religiosos ligados a procesos de conflicto y dominación interétnicos. Precisamente
un nativo en contacto con el mundo dominante agudiza la crítica a este, comprende
496
Myriam Jimeno Santoyo
la disyuntiva que atraviesa su pueblo, pero la nueva experiencia la expresa en
el lenguaje tradicional de su cultura, en el lenguaje sagrado (Burridge, 1982).
Los elementos cristianos se insertaron así en patrones culturales tradicionales
reinterpretados, con una connotación política de resistencia a la asimilación a un
orden político y cultural ajeno y mayor.
En 1727 se presentó otro movimiento mesiánico, del cual desafortunadamente no
se conocen mayores detalles, sino breves referencias a la existencia de un culto
en la cima de un monte y su posterior represión.
En 1833 en el norte de Tierradentro, (resguardo de Suin), una joven indígena fue
consagrada como diosa-virgen; escoltada por dos muchachos que representaban
a San Antonio y San Miguel, era venerada en un nicho rocoso al son de flautas
tradicionales. Un murciélago había anunciado su llegada y ordenó quemar los
ornamentos cristianos y las imágenes de sus santos, dejando tan sólo un vestido de
la Virgen que debía llevar la jovencita elegida. Este movimiento terminó también
con la violenta represión de sus líderes y adeptos.
El régimen republicano y el movimiento de Quintín Lame
Durante buena parte del siglo XIX las autoridades coloniales y republicanas, así
como los misioneros tuvieron débil presencia en Tierradentro. Pero la guerra
anticolonial y las posteriores y numerosas guerras civiles si bien debilitaron la
presencia de hacendados y autoridades “blancas” no fueron indiferentes para los
paéces. Estos, ligados por arraigadas lealtades, combatieron en la guerra contra la
dominación española y en posteriores guerras civiles, algunas de cuyas batallas
incluso se libraron en territorio de Tierradentro. Su apoyo a uno de los partidos
en disputa les trajo en algunas ocasiones concesiones en su favor, en otras la
represión de los vencidos.
Desde el fin del siglo y a raíz de la Constitución Política de 1886 y el Concordato
con la Santa Sede de 1887, Tierradentro fue considerada territorio de misiones y
como tal tomaron asiento allí misioneros lazaristas. Estos desarrollaron un conjunto
de tácticas para extender su control en la zona: auspicio a la colonización blanca,
intentos de división de los resguardos, apertura de vías e impulso a la escolarización
institucional de los niños paéces. Esta agresiva política misional tuvo su contraréplica en diversos tipos de enfrentamientos con los indígenas desde la apatía e
indiferencia por las prédicas y esfuerzos de catequización, el robo y la destrucción
de bienes de los misioneros, hasta el motín y ataque contra las casas de misión.
Los Lazaristas esgrimieron por su parte las leyes que intentaban la disolución en
parcelas individuales de los resguardos, leyes auspiciadas y presentadas ante el
497
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
Congreso por hacendados caucanos; así las leyes anticomunales de 1905, 1919,
1922 y 1927 tuvieron en los misioneros los principales interesados en su puesta
en práctica. Una revisión de los documentos misionales de la época nos muestra
una obsesión por liquidar los resguardos, desconocer o controlar los cabildos y
perseguir los “brujos” o shamanes. Para los misioneros fue clara la ligazón entre
los reclamos de dominio y autonomía territorial basados en las viejas leyes de
constitución de resguardos y el poder de los shamanes a través de los cabildos.
Hacia 1913 un terrazguero de la hacienda San Isidro, en la vertiente occidental de
la cordillera Central, levantó en acto de inusitada osadía, su voz contra el pago
de la renta en trabajo a los hacendados denominada “terraje”. Por aquella época
las haciendas permitían a familias nativas sin tierra trabajar pequeños lotes y
construir sus viviendas a cambio del pago en trabajo por un número fijo de días
a la semana, según el tamaño del lote y de la familia.
Manuel Quintín Lame, descendiente de un páez migrante al costado occidental de
la cordillera Central, fue consolidando un movimiento que cuestionaba el dominio
hacendil y reclamaba el derecho prioritario indígena a la tierra, como primeros
habitantes americanos. Con una actividad incansable, Lame acudía a los más
diversos sitios y reuniones, buscando apoyo para sus reclamos.
Poco a poco fue creciendo entre los indígenas el rumor sobre sus poderes y pactos con
espíritus poderosos y la sorpresa cedió paso al temor entre los hacendados caucanos.
Estos controlaban de manera absoluta el gobierno local y las fuerzas de policía.
El movimiento contra el terraje, cada vez más amplio, se extendió hasta Tierradentro,
donde adquirió el cariz de defensa de los resguardos contra los embates de los
misioneros y sus aliados, los hacendados. El movimiento, liderado allí por un viejo
y destacado páez combatiente de la guerra civil denominada de “Los Mil Días”, se
opuso a las segregaciones de porciones de los resguardos para las áreas de población
auspiciadas por los Lazaristas. Estos y los hacendados amenazados comenzaron a
pedir represión militar y crearon una pequeña fuerza de indígenas “fieles”. En 1914
Lame se detuvo en Tierradentro de paso hacia Bogotá, donde esperaba encontrar
respaldo gubernamental y leyes en favor de los resguardos. A su regreso en el
mismo año, permaneció dos meses en Tierradentro. Sus múltiples reuniones en
Tierradentro levantaron la protesta de autoridades locales y misioneros, que lo
acusaban de buscar un levantamiento general y de querer construir una república
de indios. “Subversivo racial” fue el calificativo que le dieron.
Lame por su lado, proclamaba en mingas, velorios y bautizos, la autoridad del
cabildo, de sus tradiciones, la oposición a la división de los resguardos y el
derecho primordial de la cultura indígena a su desarrollo.
498
Myriam Jimeno Santoyo
Las versiones sobre su peligrosidad, sobre la veneración que despertaba, sobre
su comportamiento de predestinado, crecían. Ante un supuesto llamado al
levantamiento general a través de una proclama, se ordenó la detención de Lame
“a como diera lugar”; en enero de 1915 fue herido y detenido junto con cuatro de
sus secretarios y se adelantó una vasta represión en Tierradentro.
Pero el “alucinado” como le denominaban los periódicos de Popayán, al salir
de la cárcel 9 meses más tarde, continuó con su movimiento, que contaba ya
con delegados de las distintas regiones indígenas denominados “secretarios” y se
extendían a varias zonas del país.
Al año siguiente Lame volvió a Tierradentro y adelantó una larga campaña; leía
una proclama-programa de gobierno y anunciaba que “todo indio se levantará
contra el Gobierno porque está decretada la esclavitud y el embargo contra los
indios y muy pronto se oirá el estallido del cañón de nuestra defensa” (Castrillón
1977: 165). En Tierradentro los paéces no reconocían las autoridades locales y
reclamaban las tierras ocupadas por hacendados. En noviembre de 1916 Lame
y sus hombres se tomaron brevemente el poblado de Inzá; los dos partidos
tradicionales se enlazaron en agria disputa de responsabilidades pero acordaron
solicitar tropas que reprimieran la “insubordinación”. Fuerzas del ejército y policía
llegaron de diversos sitios y recorrieron Tierradentro apresando hombres y
destruyendo sementeras y animales. La resistencia armada indígena fue quebrada
con colaboración de grupos nativos. Lame y algunos seguidores lograron huir
pero fueron apresados en mayo de 1917. Su detención se prolongó cuatro años,
al cabo de los cuales este no volvió más al Cauca. Con ello se cerró una etapa de
su movimiento, que seguiría con modificaciones hasta su muerte en 1967. Lame
fue para los indígenas, como lo plantea Castrillón “un mesías (…) a cargo de una
empresa providencial” (1977: 70). Este aspecto fue señalado por él mismo, cuando
dos años después dentro de un particular cristianismo escribió “… La palabra de
Majestad, que hizo al hombre de la nada (…) me dijo: Tu nombre está escrito en
el libro de los predestinados del Señor” (Lame 1980: 28).
Política y religión; las armas de lo sagrado5
En síntesis, política y religión, poder y sacralidad han estado próximos a lo largo
de las sociedades humanas, pues no sólo los acerca la función social que cumplen,
sino un intrincado haz de relaciones, más explícito en las sociedades no clasistas
por la carencia de cristalización institucional. En muchas de ellas es particularmente
importante la ligazón íntima entre estos elementos. En las sociedades nativas lo
religioso es modelo de la vida cotidiana. Rebelión y resistencia contra el orden
5
Expresión de Georges Balandier.
499
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
político son a menudo legitimados y revestidos ritualmente y aún expresados
en el lenguaje de lo sagrado.6 La política a su vez moviliza en su conjunto el
sistema de valores y representaciones ideológicas y religiosas, y libera las fuerzas
individuales y colectivas (Ravis y Giordani 1975).
En situaciones de confrontación interétnica, la relación poder religión asume
manifestaciones específicas, entre las cuales se encuentra el mesianismo; de hecho
la relación entre evangelizadores y sociedad indígena es un enfrentamiento de
formas sociales, poderes, sistemas religiosos y de representación. En la medida en
que los misioneros cristianos son parte de un fenómeno más vasto de imposición
social, la confrontación de la sociedad india con ellos, sigue las líneas culturales
generales de respuesta a esta imposición.
Las sociedades llamadas primitivas, actúan básicamente sobre un modelo
que puede denominarse de religiosidad cósmica.7 Su estructura particular de
religiosidad se pone en acción especial en los periodos históricos de amenaza
social. En estas coyunturas de cambio social impositivo se dan transformaciones
y renovación de ciertos elementos religiosos, adopción de nuevos, elaboración
de nuevas síntesis de lo sagrado, tanto como la afirmación o reavivamiento
de rasgos nativos, en una relación dialéctica. No es entonces extraño que lo
sagrado se privilegie dentro de la ideología indígena, no como mera respuesta
aculturativa o sincrética, sino como forma importante de resistencia contra “el
poder disolvente de factores externos”.8
En Tierradentro el sistema sagrado Páez ha sostenido prolongada confrontación
con el sistema cristiano, como forma especial de imposición social. Lo sagrado es
el centro de la actual ideología Páez,9 de manera que el ataque al sistema sagrado
Páez realizado por los misioneros a lo largo de su instalación en la zona, es el
ataque a un punto central de su sistema superestructural y a los patrones nativos
de la vida social en su conjunto; en esta cultura donde sociedad y naturaleza
son percibidas como una unidad con tenues distinciones, donde el puntal de
comunicaciones entre el individuo y la naturaleza deificada es lo sagrado y sus
especialistas, la confrontación con los misioneros es una confrontación social y de
poderes, una confrontación política. En estas sociedades como lo plantea Pineda,
la política es un acto ritual que agrupa gente en torno a un Kumú para obtener
protección cósmica (1980: 81).
6
7
8
9
Ver por ejemplo, Gluckman (1963), donde el autor analiza un ritual swazi, que es una
rebelión ficticia contra el orden político.
Tomo el concepto de Mircea Eliade, según el cual en estas sociedades la naturaleza es
sagrada a diferencia de las religiones monoteístas como el cristianismo donde lo sagrado
no se manifiesta en el cosmos sino en la historia.
Expresión de Alejo Carpentier en el prólogo de Ecue-Yamba-O (1979).
Ver al respecto Rappaport (1980-81).
500
Myriam Jimeno Santoyo
En este contexto, el mesianismo es una de las manifestaciones de los movimientos
sociales Páez que tienen su razón de ser en las luchas de poder, pero no son
simples respuestas ante un orden social nuevo. Es preciso destacar su carácter de
lucha de poder, incluso aunque su desenlace sean derrotas socio-políticas. Este
fenómeno debe mirarse en la perspectiva del enfrentamiento entre sociedades, en
el intento de una sociedad por dominar y asimilar otra en un transcurso histórico
aun no finalizado.
En ese transcurso de lucha la sociedad Páez ha perdido terreno, se ha transformado
reinterpretándose, ha incorporado instituciones, símbolos, formas de su contenido.
A menudo el santoral cristiano y las deidades tradicionales se unen; Santo Tomás
está asociado a Kapish, el dios trueno y anuncia la aparición del hijo del trueno,
mesías y emisario del trueno; la Virgen es su hermano. En Calderos, Bernal (1956)
encontró la interpretación de María como creadora del mundo, que saca de su
matriz planta para los cristianos. Santos católicos protegen el robo y la hechicería
y la cruz hace parte de rituales sagrados páez, como las fiestas patronales. El
concepto de alma páez y el cristiano, tan similares, han dado lugar a nuevas
interpretaciones y cultos pero lo fundamental, como ha sido señalado por Bernal,
Rappaport y otros investigadores, es que los símbolos cristianos se organizan
según un modelo indígena; los elementos externos se adecúan a creencias,
símbolos, en fin, a la ideología india, en una nueva síntesis. Se encuentra entonces
un proceso complejo que recoge viejas tradiciones, pero incorpora e innova;
donde el dios trueno Kapish es una versión del héroe civilizador precolombino
Guequiau, quien a su vez tiene un enviado, Juan Tama, defensor y legitimador del
territorio, de la unidad política y cultural Páez y cuyo secretario es un cura católico.
Las representaciones religiosas actuales si bien adoptan elementos cristianos se
estructuran y orientan de manera páez.
El mesianismo, así como el resto de manifestaciones de lo sagrado, no son simples
epifenómenos contra réplica del colonialismo. La mitología previa al colonialismo,
elementos mesiánicos en ella le dan estructura. Las diversas manifestaciones mesiánicas
no pueden concebirse “sin el mito primitivo del héroe que llegaría para liberar a su
pueblo”, como insiste M. Eliade (1982) y de otra forma Rappaport (1980-1981).
El componente mesiánico de la ideología Páez asume diferentes formas en
los movimientos que han ocurrido desde la derrota militar del siglo XVII.
En el movimiento de Undachí los paéces toman ritos “blancos” de los cuales
son protagonistas, recrean la sociedad indígena y predicen el fin del mundo
y la destrucción de las ciudades blancas. Una divinidad debía transformar
el orden opresor a través de la destrucción anunciada por un emisario;
este emisario (Undachí) había sido entrenado por los misioneros y tenía un
estrecho contacto anterior con los mismos. Con la virgen de Suin, jóvenes
paéces fueron santificados, se atacó el culto católico y se instauró uno propio.
501
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
Con Juan Tama10 se planteó una vital reinterpretación simbólica y política
donde el componente político se hizo expreso. La lucha por la unidad y
defensa territorial y la afirmación cultural es liderada por un hijo del dios
trueno, aspecto él mismo del dios trueno, fundamento actual del shamanismo,
la magia, la curación, el liderazgo político y del poder del cabildo. El mesías
llega a la tierra en medio de una tempestad para liberar a su pueblo de los
invasores sucesivos, pijaos, españoles, doctrineros o terratenientes.
Para Juan Tama puede sugerirse algo similar a lo anotado respecto a Undachí;
Juan Tama pudo ser un “mestizo cultural” que logró captar y manipular las fisuras
de la situación colonial (Pineda Camacho R. 1980-1981: 355). Puede plantearse
incluso como hipótesis su origen en la selva del Caquetá dada la práctica existente
durante el siglo XVII, de captura de indios como esclavos, “piezas tama”, que eran
trasladados al alto Magdalena. Su procedencia selvática le otorgaría la aureola
carismática sobre la población andina (Pineda, 1980-1981), que le permitió agrupar
las jefaturas paéces dispersas y como personaje mesiánico y mítico, fundamentar
la lucha en defensa del territorio Páez.
Quintín Lame tuvo también connotaciones mesiánicas en Tierradentro; al seguir
su trayectoria se ve surgir el hombre inspirado, dotado de poderes especiales, el
“alucinado” como le llamaban sus contendores blancos, quien pondría fin a la
injusticia reinante. Rodeado por devotos y fieles seguidores y un pequeño núcleo
de allegados (los secretarios), encabezó un vasto movimiento de reivindicación
indígena, que sólo las armas del ejército lograron contener.
Los movimientos mesiánicos y religiosos han sido en Tierradentro, como en
otras partes, movimientos de protesta social ante la opresión, de búsqueda de
un nuevo orden que restablezca los derechos perdidos. Para ello se reafirman o
reviven pautas tradicionales y se incorporan elementos de la sociedad opresora;
alrededor de un salvador, investido por los dioses de poderes extraordinarios y
apoyados por la intervención divina, los indígenas esperan derrotar a sus agresores
restableciendo un reino nativo.
Existe una amplia documentación y análisis sobre la relación entre situaciones
de amenaza y crisis social y el nacimiento de movimientos religiosos. Los
movimientos mesiánicos que han sacudido América (para no tomar África,
Melanesia, Oceanía) desde la invasión europea, han sido una forma de lucha
contra el poder externo, forma que toma el lenguaje de lo sagrado tradicional.
Los profetas a menudo conocen y han estado en mayor contacto con el nuevo
medio y tienen mayor capacidad de crítica y de enfrentamiento a él que el resto
del grupo (Burridge, 1982).
10
También en la figura de Lliban, asimilable a Juan Tama.
502
Myriam Jimeno Santoyo
Su eventual proximidad a las nuevas formas de autoridad les da una particular
capacidad de desafío, pero su autoridad la basan en las tradiciones míticas
de su sociedad. Las mitologías nativas, sus estructuras simbólicas dan forma
y posibilidad a los movimientos mesiánicos. Los ritos cristianos son tomados
con frecuencia como anti-ritos, anulación mágica y de proximidad respecto
del rito cristiano. El profeta cuestiona el monopolio de lo sagrado impuesto
por los nuevos especialistas, los misioneros, de manera que se convierte en
un rival de estas.
El lenguaje sagrado tradicional del mesianismo no lo circunscribe a simple
revivalismo cultural, religioso; el movimiento en cuanto toma amplitud reivindica
el poder y puede desembocar en verdaderas revoluciones políticas. El misionero
deja entonces de ser el blanco principal y se combaten innovaciones culturales,
formas políticas ligadas al régimen que los misioneros han ayudado a instaurar.
Misión y opresión externa se hacen una sola.
Desde Norteamérica donde “los movimientos religiosos siguieron de forma
dramática y totalmente precisa el avance hacia el oeste de la frontera del “Destino
Manifiesto” (La Barre, Weston, 1982: 3)11 pasando por las sociedades secretas
de los nagualistas en México en el siglo XVII, las revueltas mayas, los vastos
movimientos de los Tupi-guaraní y del Alto Río Negro, las agrupaciones de los
Rastafari en Jamaica con su moderna expresión musical, el Reggae, Juan Tama y
Quintín Lame, las armas de lo sagrado se levantan una y otra vez subvirtiendo un
orden cultural, religioso y político opresivo.
Referencias citadas
Bernal Villa, Segundo
1956 “Religious Life of the Pez Indians of Colombia”. Tesis de grado,
Columbia University, copia a máquina.
Burridge, K. D.
1982 “Movimientos religiosos de aculturación en Oceanía”. En: Movimientos
religiosos derivados de la Aculturación. Historia de las religiones.
México: Siglo XXI Editores.
Castrillón Arboleda, Diego
1973 El indio Quintín Lame. Bogotá Tercer Mundo.
Eliade, Mircea
1982 En pos de lo sagrado. Entrevista en Revista Viejo Topo, 14.
11
Movimiento del profeta Delaware (1762), del jefe Ottawa, Pontiac que finalizó con una
gran masacre de Sioux, Séneca e Iroqueses en 1763; movimiento Séneca encabezado por
Handsome Lake (1799); Shawni (1795), Kickapu contra el despojo de Illinois (1852), culto
del río Mackenzie (1812), revueltas inspiradas en la danza de los espíritus, etc.
503
Conflicto interétnico y shamanismo: los paéces
Henmann, Anthony
1981 Mama Coca. El Ancora Ediciones, Bogotá.
Labarre, Weston
1982 “Movimientos religiosos de aculturación en América del norte”. En:
Movimientos religiosos derivados de la Aculturación. Historia de las
religiones, siglo XXI Editores.
Lame, Manuel Quintín
1980 Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas
colombianas. Bogotá: Ediciones FUNCOL.
Isambert, François-André
1982 Le Sens du Sacré. Fête et Religion Populaire. París: Editions du Minuit.
Rappaport, Joanne
1980 “El país Páez, los pasos en la formación de un territorio”. Informe para
la fundación FINARCO. Bogotá: Copia mecanográfica.
Sevilla Casas, Elías
1976 Estudios antropológicos sobre Tierradentro. Bogotá: Universidad de Los
Andes. Copia a máquina.
504
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará1
FRANZ X. FAUST2
Agradecimientos
A
gradezco a las comunidades indígenas de Puracé y Ríoblanco por su
confianza y la colaboración prestada. Un agradecimiento especial para
Doña Isabel Quirá, campesina de Paispamba, quien no se cansó de
explicarnos en detalle la visión de su pueblo.
Igual agradecimiento va a las antropólogas Martha de Lahiette y María Susana
Cipoletti, por su ayuda indispensable en la redacción del texto y a los estudiantes
Mario Yepes y Andrés González Posso, quienes colaboraron en la investigación
de campo.
Abstract
El presente estudio trata de la visión de los indígenas y campesinos de los
municipios caucanos de Coconuco y Sotará, acerca de la geografía y geología de
su territorio y del papel que desempeñan en su cultura los sitios, rocas, minerales,
metales, barros y tierras.
Para los indígenas y campesinos de esta área, lo subterráneo es un mundo donde
predomina el agua y donde viven ciertos espíritus, En la superficie de la tierra, las
aguas son, o bien brotadas por cerros o el resultado de las neblinas producidas
por las lagunas del Páramo o del hielo que botan los volcanes cuando están
nevados. Todos los sitios ricos en agua como cerros, páramos, lagunas, cascadas,
ríos, bosques primarios, pantanos, etc., constituyen el dominio de Jucas, dueño
espiritual de la naturaleza, y están poblados por varios espíritus mientras las áreas
secas y cultivadas carecen de ese aspecto espiritual.
1
2
Original tomado de: Franz Xaver Faust. 1990. Etnogeografía y etnogeología de Coconuco
y Sotará. Revista Colombiana de Antropología, 27: 54-90.
Departamento de Antropología, Universidad del Cauca, Popayán.
505
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
El subsuelo de las áreas de Jucas es de piedras finas, nombre que dan a las rocas
sólidas de las cuales se puede sacar chispas con un golpe de machete. Sólo las
elevaciones de piedras finas brotan agua, mientras las de piedras flojas tienen el
agua debajo. Ciertas piedras finas, así como también el oro, el cobre, la sal y el
acero, están relacionados con ciertos espíritus de la naturaleza. Las piedras flojas
en cambio, encuentran más uso en la cultura material. Barros y tierras son usados
para distintas formas de construcción, para elaborar utensilios en cerámica y para
teñir lanas.
Introducción
El tema
La presente investigación etnogeográfica y etnogeológica forma parte de una serie
de investigaciones, emprendidas con el fin de lograr establecer de qué manera los
indígenas del Suroeste colombiano se relacionan con la circundante naturaleza.
Por condiciones laborales fue necesario abordar el problema según sus variables,
realizando cada investigación en una comunidad diferente del área y trabajando
en torno a un tema específico en cada una de ellas.
Durante las investigaciones realizadas en este sentido se manifestó un alto grado
de similitud entre los conceptos básicos que tienen las distintas etnias para
interpretar la naturaleza. Esto permite aclarar resultados obtenidos entre una etnia
con explicaciones dadas por otro grupo.
Así, entre los Coyaimas y Natagaimas el interés se centró en el estudio de los
conceptos medicinales que maneja dicha etnia, ya en ellos se refleja como el
indígena se ve situado en el cosmos (Faust 1986, 1989b).
Entre los coconucos, el tema fue el de la clasificación de la flora basada en sus
aspectos funcionales, según el sistema propio de esa etnia (Faust 1989a).
Con el presente trabajo se continua la investigación de la relación hombrenaturaleza, estudiando la forma en que los habitantes de los municipios caucanos
de Coconuco y Sotará se relacionan con la geografía y la geología de la región.
Dado que el principal objetivo de esta serie de investigaciones es el de acceder a
la cognición que tiene el indígena de su medio ambiente natural, no se tratará aquí
506
Franz X. Faust
el papel que juegan los suelos en la agricultura. Este tema exigiría investigaciones
especiales.3
La razón de haber escogido esta zona, obedece al hecho de que los indígenas
del sur del departamento del Cauca, constituyen unos grupos étnicos bastante
numerosos pero etnográficamente muy poco estudiados.
Los coconucos
El hábitat de los coconucos son las colinas verdes entre los 2.000 y 3.000 metros
sobre el nivel del mar, en las faldas occidentales de la cordillera Central. El área
poblada por esta etnia coincide con el municipio caucano que lleva el nombre
de este grupo; habitan además la zona de Quintana en el municipio de Popayán.
Son, como todos los pobladores de esta área, cultivadores de maíz, fríjol, ulluco,
majua, trigo, oca, etc. y se dedican también a la ganadería.
Lehmann (1946) los estima como emparentados con los moguese o guambianos y
Arango Montoya (1977: 21) incluye su idioma indígena que ya se extinguió, como
el guambiano perteneciente al grupo lingüístico chibcha.
Aunque en la actualidad hablan español, la pérdida de su lengua no significa
como en muchos otros casos en Colombia la pérdida total ni de la herencia
cultural amerindia ni de la autoidentificación como indígena.
La autoidentificación como indígenas se ha manifestado claramente durante el
siglo XX en dos oportunidades: A principios del siglo en el área de Coconuco,
nacía el movimiento nativista de Manuel Quintín Lame Chantre (ver Lame 1971,
Castrillón 1973), que posteriormente encontró seguidores en todo el suroeste
colombiano. Ya a principios de los años setenta nació entre los coconucos el
Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC).4
Los indígenas de Ríoblanco
La comunidad de Ríoblanco pertenece a los grupos indígenas que pueblan hoy el
Macizo Colombiano, distribuidos en los municipios de Sotará, La Sierra, La Vega,
Almaguer, Bolívar y San Sebastián. Indígenas de este sector del macizo migraron
3
4
Esta temática es tratada por Bussler (1987), en su tesis sobre la agricultura en el resguardo
de Puracé. En la universidad del Cauca se realizan actualmente investigaciones de esta
índole entre los guambianos del municipio de Silvia.
Sobre los coconucos vea: Bussler (1987), Hernández de Alba (1944), Lehmann (1946),
Londoño (1975), Roldán y Londoño (1975).
507
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
hacia el otro lado del mismo, donde colonizaron parte de los municipios huilenses
de San José de Isnos y San Agustín.
La toponimia de toda esta región muestra que ha existido en ella una marcada
influencia del quechua, pero no se sabe con seguridad de que este idioma se
hable todavía en la región. La comunidad de Ríoblanco niega su supervivencia.
La marcada influencia del quechua que de todos modos sobrevive en modismos,
en nombres de plantas y en la toponimia, ha llevado a la denominación del grupo
como yanaconas. Yanaconas es el nombre que se dio en el Cauca, a los indígenas
traídos por los españoles desde el territorio del antiguo Imperio Incaico (Arango
1977: 62). Por otra parte, Yanacona es un apellido frecuente en las familias de la
zona, pero no es la autodenominación del grupo étnico.
En cuanto a la existencia de una autodenominación para los indígenas del Macizo,
las averiguaciones han resultado infructuosas hasta el momento. Cuando se
pregunta a un indígena de la zona a que grupo pertenece, generalmente contesta
que a los indígenas de Ríoblanco, de Guachicono o de otros sitios del área.
La carencia de autodenominación es probablemente el resultado de la historia de
estos grupos. Según Juan Friede (1944), ellos serían el resultado de una etnogénesis
que se inicia poco después de la Conquista, por fusión de elementos nativos con
los indígenas del viejo imperio Incaico, traídos hasta aquí por los españoles.
En Ríoblanco existe una tradición referida a esta etnogénesis. Se dice que esta
región estuvo poblada en otros tiempos por unos nativos de la zona, pero que
sus habitantes actuales provienen de Timbío, desde donde los corrieron, primero
hacia Paispamba y después hacia esta región que actualmente ocupan. Dicen
además, que algunos de ellos llegaron desde el otro lado del Macizo, lo cual
significaría que vinieron desde el Huila o el Putumayo.5
Los campesinos de Paispamba
En esta área es visto como indígena toda persona que viva dentro de una
comunidad indígena. Para las comunidades indígenas la tierra es, teóricamente,
propiedad común del grupo, mientras que el usufructo de cada parcela es privado.
5
Sobre los indígenas del Macizo Colombiano vea: Friede (1944), Romoli (1962).
508
Franz X. Faust
Cuando se pregunta si los habitantes de una determinada región, también son
indígenas, frecuentemente contestan que no, porque dicha región ya es de
propiedad privada.6
Pero esto no significa que los campesinos comunes se distingan cultural o
físicamente mucho de los habitantes de los resguardos. Existen además muchos
nexos familiares entre los campesinos del norte del municipio de Sotará con
los coconucos en primer orden –con los cuales comparten varios apellidos– y
también con los indígenas de Ríoblanco.
Durante los estudios anteriormente realizados, así como en el transcurso de
esta última investigación, se ha hecho evidente que existen pocas diferencias
conceptuales entre estos grupos, es decir que nos encontramos en esta área,
ante una cultura bastante homogénea. Las pocas diferencias relevadas sólo son
de detalle. Así por ejemplo, tanto entre los coconucos como entre los indígenas
de Ríoblanco y los campesinos que no viven en tierra de resguardo, el dueño de
lo silvestre es llamado Jucas; pero mientras los de Ríoblanco traducen Jucas al
español como diablo, los coconucos y los campesinos de Sotará lo traducen como
Madre Monte o soledad del monte.
Un caso similar ocurre con el término Urco, nombre que dan en Ríoblanco y en
Chapa a los cerros donde se concentra Jucas, mientras los coconucos desconocen
este término; sin embargo, el papel que juegan ciertos cerros como el Pushná o
el Cerro Negro dentro de esta cultura, es equivalente al concepto de Urco.
Esta gran semejanza cultural entre coconucos, rioblanqueños y campesinos
comunes es la que justifica el procedimiento de utilizar la información obtenida
de los tres grupos para el estudio de una misma temática: La etnogeografía y la
etnogeología de una región.
La geografía de la región
El área aquí descrita coincide con los municipios caucanos de Coconuco y Sotará,
localizados en el norte de una zona que es llamada Macizo Colombiano. Es el
nudo montañoso en el cual se funde la cordillera Oriental de Colombia con la
cordillera Central. Esta zona muestra una influencia marcada de vulcanismo y
es precisamente en los municipios de Coconuco y Sotará donde encontramos
volcanes activos.
6
Para la identificación del indígena en Colombia es de alta importancia la Ley 89 de 1980.
509
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
En la cumbre de la cordillera Central, en el municipio de Coconuco, se eleva una
cadena de volcanes de aproximadamente 8 Km. de largo que alcanza su altura
máxima en el cerro Nevado de Pan de Azúcar (Aprox. 4.800 metros). El volcán
Sotará, cuya altura es de aproximadamente 4.200 metros, dio su nombre al otro
municipio. Mientras que el Pan de Azúcar está cubierto por nieve casi todo el
año, y los demás picos de la cadena volcánica por meses, el Sotará muestra sólo
esporádicamente un gorro blanco. La forma actual de los volcanes es relativamente
joven dado que sus flujos de lava y las cenizas tapan en parte el relieve de
formación glaciar que encontramos en la zona de los páramos y subpáramos
encima de los 3.000 metros de altura.
En la región paramuna encontramos amplios valles planos o ligeramente
ondulados que albergan lagos y pantanos bordeados de cadenas montañosas de
relieve escarpado, quebrado y además cerros aislados y puntiagudos.
Debajo de los 3.000 metros, en el relieve formado por el flujo de agua, los ríos
corren en valles angostos en forma de V y entre los ríos se encuentran colinas
suaves. Los cerros que tienen su origen en pórfidos volcánicos dan a esta zona su
aspecto paisajístico particular.
La vegetación natural del área es boscosa hasta la altura de 3.600 metros; por
encima de los 3.600 metros y hasta los 4.200 metros encontramos vegetación de
páramo. Esta desciende en los valles pantanosos hasta un nivel de 3.200 metros.
Para el uso agropecuario se deforestan principalmente las colinas situadas entre
los ríos, en alturas menores a los 3.200 metros.
El área aquí descrita colinda al occidente con el valle de Pubenza, cuya altura
promedio alcanza los 1.700 metros.
El clima de la región está caracterizado por su posición ecuatorial (2 grados
norte), que le proporciona altas precipitaciones (2.300 m.m. en Puracé según
Bussler) que se reparten a todo lo largo del año.7
Como en la geografía sobresalen formaciones volcánicas también en la geología
gran parte de las rocas tienen su origen en distintas formas de vulcanismo. No
obstante se encuentran también rocas sedimentarias y metamórficas.8
7
8
Sobre la geografía véase: Cordazo (1938), mapa Instituto Geográfico Agustín Codazzi 1986
1:400.000.
Sobre la geología véase: Hubach y Alvarado (1932) y París y Marín (1979).
510
Franz X. Faust
La geografía y la geología en la cultura
de los coconucos y de los sotareños
Los sitios geográficos
Cuando se pregunta a los informantes de dónde proviene una piedra, una planta, o
un animal, la primera respuesta es siempre de lo Frío o de lo Templado o de lo Caliente.
Lo templado, según las categorías de los habitantes de Coconuco y Sotará, es el
clima a una altura entre 2.400 metros y los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Lo
frío, significa que la región se encuentra a una altitud por encima del área anterior
y lo caliente es todo lo que queda por debajo.
Dichas categorías son las más importantes, cuando se describen áreas grandes. La
altura no es mencionada en esa relación. Nadie dice que lo frío está arriba o lo
caliente abajo. Es evidente que la altura carece de importancia para la descripción
de grandes extensiones. Arriba y abajo son categorías para distancias cortas, una
loma por ejemplo o un valle. Eso podría explicarse por la naturaleza misma de la
cordillera central, que es la más vieja de las cordilleras colombianas (ver Baumann
y Patzelt 1984: 66).
Todo el cuerpo de dicha cordillera está tallado por ríos. Eso da al paisaje un
carácter uniforme de lomas redondas y valles angostos. Tierras naturalmente
planas son la excepción.
Todos los caminos en esa área se desarrollan en subidas y bajadas, razón por
la cual no se pueden indicar direcciones para lugares distantes con un arriba o
abajo, sino con referencia a otra experiencia notable, que es la de sentir frío o
calor según el caso.
511
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Los volcanes y cerros en la cima de la cordillera tampoco son descritos por su
calidad de altura, sino por la cualidad que los distingue notablemente del relieve
predominante en el área que es la de estar bien parados, tal como lo expresan los
indígenas cuando se refieren a esos encarpados cerros y volcanes.
512
Franz X. Faust
Las categorías de relieve más mencionadas son las siguientes:
Valle
Valle en forma de U o V o llanura.
Vega
Llanura fluvial pequeña en la orilla de un río.
Falda
Pendiente cubierta por vegetación.
Peña
Afloramiento rocoso en terreno escarpado.
Loma
Colinas entre valles.
Meseta
Terreno de colinas de poca inclinación.
Cerro
Elevación pendiente con afloramientos rocosos.
Volcán
Elevación que carece de vegetación y consiste en roca suelta llamada pómez.
Para la descripción de un área es de importancia el tipo de vegetación que se
describe con las siguientes sobrecategorías:
Páramo
Terreno abierto donde crece el frailejón.
Ciénaga
Vegetación de pantano.
Monte
Toda forma de bosque primario.
Rastrojo
Bosque secundario.
Llano
Área de uso agropecuario.
En Ríoblanco se recogió un mito que explica cómo se formó la superficie de la
tierra. Ese mito nos introduce a los conceptos geográficos de esa comunidad. En
Ríoblanco se explicó que al principio el mundo era plano, pero después hubo un
diluvio y cuando se corrieron las aguas, ellas tallaron la superficie y así resultó el
relieve actual.
Esa conceptualización de los indígenas de Ríoblanco coincide con la de otras
etnias. Esa misma cosmogonía es relatada por los guambianos (Hernández de Alba
1965), etnia que vive en el departamento del Cauca; pero también encontramos
relatos parecidos entre indígenas de las montañas del Perú (ver, Baer 1984: 237).
Pero esta no es la única coincidencia conceptual en la cognición de los
Rioblanqueños con la de otras etnias amerindias en gran parte del continente.
Así por ejemplo, a la pregunta ¿Qué hay debajo de la tierra? se contestó que
debajo hay agua, respuesta coincidente con la que se obtuvo entre los Coyaimas
y Natagaimas en el departamento del Tolima y entre los vecinos coconucos.
También en muchas partes de la Amazonía lo subterráneo se explica como un
mundo donde predomina el agua (ver, Roe 1982: 128), e igual concepción se
513
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
expresa en los pueblos de los Andes Centrales, donde se concibe la tierra flotando
encima de un mar (ver Baumann y Patzelt 1984: 182).
Dado que el agua es considerada responsable del aspecto actual del mundo, su
presencia en él es de suma importancia y es en su distribución sobre la superficie
de la tierra, donde encontramos la fundamentación de los conceptos geográficos
de los Rioblanqueños.
Ellos explican que el agua llega a la tierra en cuatro formas diferentes: La
primera es que el agua de lo subterráneo brota o nace, allí donde el suelo tiene
conexiones con lo subterráneo. El agua brota entonces principalmente en los
cerros que son elevaciones rocosas escarpadas como el cerro Urco, el cerro
Punturco, el cerro Patena y el cerro Quinquiná. De todas esas elevaciones se
dice que tiene o, como en el caso del cerro Quinquiná, tuvieron antes encima,
lagunas que botan agua a todos lados.
Los Coyaima y Natagaima dicen literalmente lo mismo de los cerros Avechuchos
y del cerro Pacandé. También los Carijonas hablan de lagos encima de tepuyes
existentes en su área (Helmut Schindler, Comunicación personal).
El nombre de los cerros de la región de Ríoblanco, el Urco y el Punturco, también
es expresivo al respecto. Según se nos explicó, Urco9 significa cerro con cuevas
que conducen a lagunas subterráneas.
En este sentido el cerro Patena también es un Urco, ya que según cuentan, también
él tiene entradas a una laguna bajo tierra. En ella, dicen viven muchos tapanos,
que son gentes que se alimentan únicamente del olor de la comida y que no
tienen ano.
Un relato mítico cuenta que un indígena de Ríoblanco, invitó a un tapano a su
casa y le dio comida. La consecuencia fue que el tapano murió al no poder digerir.
Un mito similar fue recogido en la comunidad de Pancitará, en el municipio de
La Vega, con la única diferencia de que en esta área se consideran tapanos a los
pobladores del agua subterránea en general (Patricia Cerón, comunicación personal).
Los seres humanos que carecen de ano y sólo se alimentan del vapor de la
comida, forman parte de la mitología de muchos pueblos indígenas en todo el
subcontinente, hecho ya anotado por Zerries (1954: 267270).
9
El término Urco significa en Aimará fuera de cerro, también duro, sólido, áspero y
masculino (Platt 1987: 67), cualidades que se atribuyen también en nuestra zona a los
cerros denominados con este término, como se verá posteriormente.
514
Franz X. Faust
Hay otras muchas razones para que los cerros que botan agua sean de importancia
primordial en la mitología de Ríoblanco: en ellos es donde más caen rayos, de los
cuales se dice también que buscan las guacas (entierros precolombinos) que se
encuentran allí.
El cerro Quinquiná, cercano al caserío de Ríoblanco, tiene fama de atraer
tempestades. La cruz que un misionero hizo montar en este cerro fue tumbada
por un rayo.
Cuentan también que en el cerro de Quinquiná siguen viviendo sus antepasados,
los indios pintados10 y algunos afirman incluso haberlos visto en las faldas de este
cerro, y cómo luego desaparecían en su interior.
Pero el cerro que más se menciona en la mitología del área es el Punturco, que sin
duda causará impresión a quien visite la región, tanto por sus faldas en pendiente
abrupta como por su altura y su posición expuesta por encima del cañón del río
Guachicono. En las faldas de este cerro aparecen por ejemplo espíritus que se
convierten en seres con largos dientes, parecidos a los guardianes espirituales de
los pasos del norte de Boyacá (ver Faust 1983:51).
Para los Rioblanqueños, el cerro Punturco es también la venadera, pues de sus
cuevas salen los venados y en ellas se refugian cuando se ven perseguidos. Son
frecuentes los relatos de cazadores que cuentan que les dio mal viento cuando
fueron por allá persiguiendo venados.
El mal viento o su sinónimo susto,11 es explicado en Ríoblanco, al igual que entre
las etnias vecinas, como una enfermedad por pérdida de espíritu personal, causada
por encuentros con espíritus de la naturaleza (compare Rowe 1956, Hernández de
Alba 1946, Seijas 1969: 111).
Todos estos espíritus como el trueno, que busca los cerros, el arco (iris) o cuiché
que vive en los pantanos, el duende, que vive en las orillas, la pantasma negra de
las lagunas de páramo como todo sitio poco visitado por los humanos, todas las
plantas y todos los animales silvestres son de Jucas, un poder o una cualidad que
generalmente no se personaliza.12
10
11
12
Los términos indios pintados y tapanos con frecuencia son usados como sinónimos.
El síndrome de susto, una enfermedad popular en MesoCentro y Suramérica, es un
complejo ampliamente estudiado. El autor que más se dedicó a esta temática es Arthur
Rubel. Su artículo de 1967 es básico para entender el síndrome.
El término Jucas se asemeja al significado original de Guaca en quechua, que también se
concentra en lugares como cerros, lagunas o entierros precolombinos. Probablemente se
deriva Jucas también lingüísticamente de Guaca (Schindler: Información personal). Eso
significaría que el término guaca llegó dos veces a la región. Una vez en el sentido
515
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
En los urcos se concentra Jucas, y allá tiene los venados como uno tiene las ovejas,
es por eso que los cazadores tienen que pedir allá al jucas que les suelte venados y
este les da cierto número de venados que pueden cazar. Si llegan a cazar un número
mayor de estos animales pierden la puntería para siempre o les da mal viento.
Entre los indígenas de Ríoblanco, y los coconucos así como probablemente
entre todos los pueblos amerindios del norte de Sudamérica, de Centro y de
Mesoamérica, existe una clasificación dentro de los rangos de calor y frío, no sólo
de las enfermedades sino también de los motivos etiológicos, de los remedios, de
los alimentos, etc. En este sentido, caliente y frío son cualidades específicas que
no coinciden con la temperatura en sí (ver resumen de Browner 1985).13
En efecto, las regiones que concentran mucho Jucas dan origen a enfermedades
de mal viento y aire, que son clasificadas como frías, mientras sus productos
naturales son de calor. Así las plantas que crecen allí y los animales que las comen
son clasificadas como calientes y por eso son aplicadas contra enfermedades
causadas por frío.
Así se entiende porqué se usa cachos, uñas y estiércol de venados para curar mal
viento. Además tomar su sangre fortalece y también protege contra dicho mal.
Hay animales que el cazador nunca debe cazar. Estos son el gallinazo (Coragys
atratus)14 y el cuscungo (Ciccaba negrlineata). Este último es una especie de Búho
que también vive en el Punturco y asusta a los humanos dándoles mal viento.
En la Amazonía colombiana, los tepuyes son vistos, tal como aquí el punturco,
como los sitios donde renacen los animales silvestres (Compare Reichel Dolmatoff
1968: 105).
En cuanto a los Andes Centrales sabemos que los Apus, que viven en las montañas
altas generalmente nevadas, son considerados como los dueños de los animales
silvestres (ver Gareis 1982:43).
13
14
original hace bastante tiempo para transformarlo en Jucas y una vez en el sentido como lo
entendieron los conquistadores, que es únicamente entierro precolombino.
Sobre la posición histórico cultural del sistema de calor y frío se desarrolló una larga
discusión. Según la teoría de Foster y Rowe (1951), es una simplificación del sistema
hipocrático traído por los españoles a América.
Muchos etnólogos lo ven, por el contrario y debido a múltiples razones, como un bien
cultural de herencia amerindia. Uno de los argumentos a favor de una larga tradición
americana es el profundo arraigo del sistema en la mitología también de etnias que sólo
tenían contacto esporádico con los españoles (ver Butt Colson y de Annellada 1985).
Sobre el rol de las aves de rapiña en la mitología de los indígenas suramericanos, compare
Matthai (1977).
516
Franz X. Faust
El hecho de que los cerros sean los sitios donde más se concentra Jucas, el poder
de la naturaleza, motiva a los macucos,15 de Puracé a escalar los cerros Pushná
y cerro Negro para encontrarse allá, donde además no se oye ni una voz, ni un
gallo, ni un carro, con esta fuerza. Esto lo hacen mambeando (masticando coca
con cal) y fumando puros, invocando además las tempestades. Los sitios donde
en esta forma los curanderos se encuentran con sus espíritus ayudantes en el área
de habla Páez, son llamados cachi (Bernal 1954).
El volcán Sotará, así como los demás volcanes que ocasionalmente aparecen
nevados, son los responsables de la segunda forma en que el agua llega a la tierra,
ya que botan el hielo. Se dice en Ríoblanco que cuando el volcán está blanco, se
sabe que pronto va a botar hielo, es decir, que caerán granizadas que cubrirán
todo el terreno.
En los alrededores de Ríoblanco se encuentran los páramos de Sotará, el de
Bellones, el de Babilla, y en muchas de las historias locales aparece también el
páramo de las Papas o de Letras, donde nace el río Magdalena, en la laguna del
mismo nombre.
En el lenguaje regional páramo significa zona abierta como pradera donde crece
el frailejón, y el mismo término es utilizado también con la acepción de llovizna
fina.
Esta llovizna es la tercera forma en que el agua llega a la tierra. La llovizna de
páramo es producida por las lagunas de los páramos. Según esos conceptos, los
ríos crecen más por el páramo que por las lluvias. Se dice además que cuando
llueve no hace páramo y viceversa.
Los meses más secos y por consiguiente los mejores para subir al páramo, son los
de agosto, octubre y enero. No obstante, el caminante habrá de mojarse también
en esas épocas del año, porque esta es la forma en que se defiende la naturaleza
allá. Son las lagunas las encargadas de defenderla, para lo cual ellas hacen bravo
el páramo. Numerosas historias narran cómo los páramos se cubren con una
neblina que por los coconucos es llamada Pantasma Negra, y como empieza
a paramar cuando un ser humano se acerca y como además, se marea uno en
las cercanías de las lagunas. Pero el páramo se pone extraordinariamente bravo,
cuando una persona va allí por primera vez y el páramo no la conoce.
En tal sentido, la laguna más conocida por su bravura es la del Magdalena, en
cuyas cercanías pasa el camino que conecta Nariño y el sur del Cauca con el Huila
15
Macuco es la palabra que emplean los coconucos para las personas que ejercen funciones
chamanísticas.
517
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
por el Macizo. Se dice que muchas veces la laguna se ve desde lejos, pero que
al acercarse a ella todo se cubre con una neblina densa y cae tanto páramo que
a causa de ello muchos viajeros se han perdido en estas zonas inhóspitas y han
muerto de frío. Así, para no enojar a la laguna del páramo, se tiene por regla el
guardar silencio en sus cercanías.
Como consecuencias de lo anterior, al igual que los cerros, también los páramos
son sitios de mucho peligro, en cuanto al riesgo de perder allí el espíritu personal
y de sufrir el mal viento.
La relación de las lagunas con el mundo espiritual se manifiesta claramente en
la iniciación de los macucos, que consiste en un baño en una de las lagunas del
páramo donde nacen las aguas.
A todo lo largo de los Andes las lagunas tienen un significado mítico; como en la
Sierra Nevada de Santa Marta (Reichel Dolmatoff 1961: 147), en la zona muisca en
la cordillera oriental de Colombia son de suma importancia la laguna de Iguaque
y la de Guatavita. En la zona de Paez, la laguna de Juan Tama es un centro ritual
primordial (ver Bernal 1954). Sobre la importancia mitológica de las lagunas en los
Andes Centrales abundan los relatos que muestran muchos paralelos conceptuales
entre la población central andina y la de nuestra área (ver Polia 1988).
A lo anterior se suma el hecho de que en los páramos vaga la viuda, mujer
vieja vestida de negro que asusta a la gente y que además es en ellos donde
se reúnen las brujas. Las brujas del Páramo son descritas como mujeres con
senos extraordinariamente grandes y con ambiciones antropófagas que pueden
convertirse en pumas. Por otra parte, allá se encuentran muchas guacas, que
pueden causar un aire, sufrimiento parecido al viento. Como en los cerros.
también aquí los venados se esconden en las guacas bajo la protección de Jucas.
Dos de los animales considerados como típicos de los páramos son las dantas y
los osos. Como vimos en el caso de los venados, donde la uña, el cacho y la sangre
sirven contra el mal de viento, también para el mismo fin sirven algunas partes
del oso y la danta. De esta última se utilizan los cascos de los cuales, mediante
un raspado, se obtiene un polvo que se toma mezclado con otros ingredientes.
En cuanto al oso existen múltiples usos: Cuando se mata un oso su sangre se
toma directamente, pues se la considera un fortificante sin igual. La hiel del oso
es utilizada para ombligar a los niños. Esto quiere decir que al nacer y después
de haber cortado el cordón umbilical, se procede a untar con hiel de oso, la parte
del cordón que queda con el niño. Según se informó, esta hiel tiene la propiedad
de hacer fuertes y bravos a los niños. También a los niños que orinan con mucha
frecuencia, se les unta el ombligo con grasa de oso, que también produce efecto
518
Franz X. Faust
de volverlos fuertes, sanos y ágiles. Para curar quebraduras de huesos se utiliza la
manteca (grasa) de oso.
Hasta aquí hemos visto, que tanto los cerros, como los volcanes y los páramos
llevan el agua a la tierra. Pero existe una cuarta forma de repartir el agua, esta
vez secundaria, que se explica así: En la tierra caliente, es decir en la cuenca del
río Patía, al occidente del río Blanco, las nubes toman el agua de los ríos que
provienen de los páramos y las elevan para causar luego las lluvias que caen en
sus resguardos.
Al igual que los páramos y en los cerros, cualquier otro sitio donde se encuentre
agua está relacionado con seres espirituales.
En los ríos anda el ahogado o gritón que causa mal viento. Tanto en los ríos como
en los lagos. que aparecen periódicamente detrás del cerro Patena, viven patos,
los que tienen una íntima relación con Jucas.
En relación con ellos, se recogió algunos relatos. En uno de ellos, hablan de
cazadores que se ahogaron en el río, a causa del engaño de unos patos. Otra
historia narra que un cazador disparó muchas veces sobre un pato sin lograr
matarlo. Esta misma noche se le apareció un pato desplumado y le dijo: si me
hubieras disparado una vez más, me hubieras matado. El resultado de esta
pesadilla fue que el cazador enfermó de mal viento.
Al Jucas también se le encuentra en cuevas cercanas a chorreras o cascadas, como
por ejemplo la chorrera de Cabrera. Las dos más impresionantes son la chorrera
Alasana y la Chorrera Auca,16 ya que caen al cañón del río Guachicono desde unas
peñas de aproximadamente 200 metros de altura.
Así como los lagos del Páramo tienen su forma de asustar a los desconocidos que
se les acercan, las chorreras lo hacen, provocando una inesperada crecida de agua.
La única vez que se personificó a Jucas fue en relación con una cascada. Un
informante lo describía como ser viringo negro que roba mujeres y las hace rodar
por las peñas para matarlas. Pero el mismo indígena posteriormente llamó al
mismo espíritu duende que generalmente es el guardián de las orillas.
La apariencia más frecuentemente nombrada del duende es la de un hombre
chiquito con pies y manos torcidas, pero se dice de él también que persigue a los
humanos, asustándolos al aletear como un pájaro.
16
Auca significa para los Rioblanqueños entierro de niños matados por la madre poco
después del parto. En quechua Auca significa enemigo o salvaje y en Aimará Auca tiene
un significado opuesto a la Armonía (ver BouyseeCassagne y Harris 1987: 37).
519
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
En Puracé la chorrera de Andiluvio es el sitio donde aparece la madre de agua
en forma de una mujer bonita o de una culebra con ojos bonitos. Ella defiende
el pescado pero quien logra comunicarse con ella, que es la dueña de los lagos y
ríos consigue suerte en la pesca y con las mujeres, pero quien enoja a este espíritu
femenino corre peligro de quedarse allá encantado para siempre.
Las chorreras de Ríoblanco caen a lo largo de todo el resguardo, por un cinturón
rocoso de peñas que se extiende entre el cerro La Patena y el cañón de Osaguaico.
Allí donde el Ríoblanco pasa por entre estas rocas, existe un pozo donde mora
una culebra mítica que sale varias veces al Ríoblanco para tomar agua.
En esta historia encontramos la presencia en Ríoblanco de uno de los elementos
principales de la mitología de los indígenas suramericanos: La relación culebraagua, es a tal punto frecuente que la sola mención de la bibliografía a este respecto
llenaría muchas páginas.
Cerca del pozo donde vive la culebra, inseparable de la mitología de los indígenas
suramericanos, encontramos su contraparte en las creencias españolcristianas, que
es la imagen de la Virgen. En otro relato místico se dice que cuando se mata a la
culebra allá aparece la Virgen, pero se cuenta también que la Virgen ya apareció
y que un miembro de la comunidad la llevó a su casa en una vela, mientras otros
relatos dicen que la Virgen ya se ennegreció mucho y que pronto el Jucas se
quedará para siempre en ese sitio.
Pero este sitio rocoso relacionado con Jucas, culebra y Virgen, también tiene
su aspecto acuático, por cuanto existe allí una peña la cual brota un agua con
propiedades medicinales.
En cuanto a las ciénagas que son áreas pantanosas, tampoco están exentas de
peligro, porque en ellas vive el arco o cuiché que, cuando mea a una persona, le
produce una enfermedad de la piel como la que producen los sapos que viven
dentro de las ciénagas.
Otros Ríoblanqueños contaron que el arco, muchas veces separa en los ríos y
se extiende hasta el Punturco. Cerca del Punturco se encuentra también el arco
nocturno, al que también llaman Arco Blanco. Dicen que los Arcos buscan a
las mujeres menstruantes y las dejan embarazadas, dando como resultado el
alumbramiento de animales similares a sapos.
Este aspecto espiritual del agua ejerce una influencia tal, que se llega al punto de
que una pequeña agüita, un riachuelo, es llamado El Peligro, porque allí asustan.
520
Franz X. Faust
Como hemos visto, todos los sitios relacionados con el agua son de Jucas y están
poblados por espíritus de diferentes aspectos que amenazan a los humanos con
darles mal viento si se les acercan. Y este sufrimiento, clasificado como frío,
implica siempre una pérdida de espíritu personal.
Por otra parte, en el caso de los cerros, de las pañas y las chorreras los sitios allí
relacionados con el agua, son también de aspecto rocoso. Esto sugiere que no
sólo todo lo relacionado con el agua tiene un carácter espiritual, sino también
lo rocoso. En efecto, se encontró evidencia de ello en dos historias referidas a
piedras, en las cuales el agua no interviene: Una de esas historias cuenta que los
Misioneros amarraron al diablo en una piedra que está situada debajo del cerro
Quinquiná y que este diablo vaga por el lugar en la Semana Santa.
La segunda historia dice que en el camino que va hacia Pueblo Quemado, se
encuentra la Piedra fiera que asusta, y que hace la noche más oscura cuando se
acerca un viajero, para que este pierda el camino.
Lo que se ha expuesto hasta aquí es lo que se ha podido averiguar hasta el momento
en el resguardo de Ríoblanco acerca de la localización de aspectos espirituales
de la naturaleza. En tal sentido, se puede concluir que están relacionados con los
espíritus aquellos sitios que no han sido ni pueden ser fácilmente dominados por
el hombre y que son siempre los de aspecto más impresionante y que de una u
otra forma, se presentan como temibles.
Ocurre entonces que cuando algunas de estas zonas logran ser dominadas por el
hombre, pierden su carácter espiritual. Cuentan así que el pastoreo de ganado en
cierto páramo, amansó a este.
Pero como los espíritus están ligados al agua, con ellos desaparece también la
abundancia del líquido vital. Así explican los indígenas de Puracé que el volcán
hoy se cubre de nieve con menos frecuencia que antes porque los turistas que lo
pisan casi a diario lo amansaron.
Lo anterior explica el motivo por el cual las áreas de continuo uso agropecuario
carecen de aspectos espirituales. Tampoco los tienen en general los poblados,
donde hay escaso peligro de sufrir mal viento, pero al contrario de lo que ocurre
en las zonas de los espíritus, en ellos crecen pocas plantas de calor, es decir,
pocas plantas que tengan mucho espíritu propio.
Los únicos sitios de carácter espiritual en las zonas dominadas por el hombre
son los cementerios, en cuyas cercanías amenaza el peligro de sufrir un aire, mal
parecido al mal viento.
521
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Por último, y siempre en relación con los sitios geográficos en la vida espiritual
de los Rioblanqueños, se encuentra una manifestación espiritual que no había
podido ser captada hasta ahora en su dimensión geográfica. Se trata del Guando,
un espíritu que se manifiesta acompañado de luciérnagas o adoptando la forma
de una de ellas. Al parecer, estamos ante un espíritu cuyos hábitos lo harían
un tanto diferente de los demás, pues según se dice aparece tanto en las zonas
poco influenciadas por el hombre, como en las de uso agropecuario y hasta en
el mismo caserío de Ríoblanco. En Puracé también los Guandos tienen un lugar
específico: Aquí es una procesión de almas de difuntos que llevaron una mala
vida. En tiempos modernos los guandos viajan hasta en automóvil.
Las almas de la gente mala viven con Sata en el volcán Puracé, que según Rowe
(1946) también para los guambianos es el sitio donde se encuentra el Infierno Católico.
Las rocas y piedras
De todos los trabajos realizados en las comunidades de la región para averiguar
cuál es la relación de los indígenas con la naturaleza, ninguno presentó hasta
ahora tanta dificultad como el presente. En efecto, frecuentemente tocó enfrentar
la resistencia de los pobladores a contestar preguntas sobre la geología de la
región. Tal rechazo obedece a temores originados en la sospecha de que la
investigación estuviera en realidad dirigida hacia la localización de minerales y
condujera a su futura explotación, con las inevitables consecuencias nocivas para
las comunidades.
Concretamente, se teme el robo de la riqueza, la destrucción de los cultivos,
la inmigración masiva de forasteros y, además, tal como lo ha demostrado la
explotación de azufre en Puracé, que la minería traiga como consecuencia
agravante la contaminación de grandes áreas. Por tal razón y con el fin de evitar
en lo sucesivo ese tipo de sospechas, se decidió abstenerse de preguntar por el
sitio exacto donde se encuentran los minerales.
Es de lamentar no obstante, que el mencionado rechazo impidió inicialmente
obtener la colaboración de una comunidad específica, y que por esta causa
los datos presentados aquí, sólo sean los recogidos entre los tres de los grupos
humanos que pueblan el área.
Para la función que se atribuye a las distintas rocas en la cultura de los nativos de
la región, es básica su clasificación en rocas finas y rocas flojas.17
17
Las rocas de la región clasificadas como finas son: Obsidiana, basalto, andesitas y algunas
calizas (Adriana Agudelo: información personal). La gran mayoría de las rocas son
522
Franz X. Faust
Los criterios que aplican para distinguir los dos grupos de rocas, son los siguientes:
Toda roca fina expuesta al fuego, se revienta en pedazos y cuando se la golpea
con un machete, suelta chispas que sirven para prender fuego. La roca floja por
el contrario, resiste al fuego o se convierte en polvo o en tierra.
La más fina entre las piedras finas es la piedra de rayo (obsidiana o vidrio
volcánico), con la cual se puede sacar fuego sin usar el machete.
Es a través de la relación con el fuego que las rocas son incorporadas a un sistema
que es básico en la cognición de los indígenas y campesinos de esta zona: El
sistema de calor y frío ya mencionado.
En Ríoblanco, un indígena nos dijo que a lo fuerte y duro no le va con el frío,
razón por la cual la Chonta (una madera muy dura), el hierro y el aluminio son
de calor.
Otro informante de Ríoblanco expresó la relación de las piedras finas con el calor
de manera más moderna, diciendo que la piedra fina es de energía. En Puracé se
nos comunicó esta misma relación: Las piedras finas son de calor porque sirven
para prender el fuego.
Este sistema de calor = Con espíritu y frío = sin espíritu, no es tampoco en la
clasificación de rocas y piedras unilinear, sino dialéctico. Así se dice en la región
que sólo las rocas finas, que son todas de calor, brotan agua, que es el elemento
del frío, mientras las piedras flojas, de una cualidad fría, no lo hacen porque
tienen el agua debajo.
Es la doble cualidad de los afloramientos de piedra fina, la de ser un material
fuerte, duro y de fuego y a la vez de brotar agua la que les confiere un carácter
espiritual.
Los cerros y urcos son de piedra fina y, fuera de ellos, la piedra fina se encuentra
principalmente en los páramos.
Por otra parte el Cerro Negro en el páramo de Puracé y los cerros de Pushná,
MinasUrco y Punturco, etc.,18 son considerados como vivienda de espíritus, hecho
de primordial importancia en la mitología de la región.
18
clasificadas como flojas pero no fue posible interpretar toda la información en el sentido
geológico.
Desde el punto de vista geológico, todos estos cerros de gran importancia en la mitología
son pórfidos o domos volcánicos.
523
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Un forastero recién llegado a la región, se sentiría inclinado a pesar que fuesen
los volcanes los que tuviesen un rol protagónico en los mitos. Sin embargo, no
es así. Un volcán sólo es importante como hemos visto, cuando está cubierto de
nieve. ¿Cómo se explica esto?
La respuesta se halla en la conceptualización de los nativos al respecto. Para ellos, lo
que prima es la diferencia geológica que existe entre una y otra formación rocosa:
Los volcanes se diferencian de los cerros por ser de piedra floja llamada pómez
y, como ya hemos visto, las peñas de piedra floja no brotan agua, características
estas que les hace perder primacía en relación con los mitos.19
En cuanto a la piedra fina, existen diferencias. Las hay negras, azulosas, verdes y
rojas pero, como dijimos antes, la más fina de todas es la piedra de rayo, nombre
que dan a la obsidiana, y por ende la que más relación tiene con el mundo
espiritual de estas culturas. Su mismo nombre, piedra de rayo,20 está indicando ya
su estrecha relación con uno de los espíritus más importantes en la cosmovisión
de los habitantes de esta región: el Trueno o la Tempestad.
La piedra de rayo se encuentra en el municipio de Sotará cerca del pueblo de
Paispamba y en la vereda Sachacoco y en Coconuco, cerca de Poluló. Los lugareños
dicen que estas piedras de rayo, deben ser arrojadas lejos de la casa, para que
no caigan los rayos sobre ella. Esta es la actitud de la gente común, mientras los
curanderos que tienen al trueno como uno de sus espíritus ayudantes, buscan
estas piedras y las conservan entre su parafernalia para garantizar el apoyo de
dicho espíritu.
Otras piedras de importancia en el curanderismo regional son la piedra de
gallinazo –fina y negra– y la piedra de guala –fina y roja–, de las cuales se cuenta
que se las encuentra en los nidos que las aves, gallinazos y gualas, construyen en
las peñas. Está además la piedra de águila que, según se nos contó, ciertas águilas
cargan en la cabeza. Las tres piedras mencionadas son de tanta importancia en
el curanderismo que se afirma que quitarle a un macuco estas piedras es como
quitarle la vida.
Otra piedra indirectamente importante para el curandero, es la piedra de mambe
que, en nuestra región, se encuentra en Mambiloma, cerca de Ríoblanco. Esta
piedra ocupa una posición intermedia entre las finas y las flojas, porque a pesar
de ser poco fina tiene calor. Es la materia prima para hacer mambe, nombre
19
20
Las erupciones volcánicas de la región en épocas posteriores a las glaciaciones eran de
ceniza, razón por la cual su superficie consiste de material suelto.
Piedras que son de importancia en el curanderismo en la cercanía geográfica, también
usadas por los Incas (Seijas 1969: 138). Reichel Dolmatoff relata el uso de piedras en este
sentido en la Sierra Nevada de Santa Marta (1961: 293) y por los tucanos (1977: 235, 257).
524
Franz X. Faust
dado a la cal en esta región. Para obtener cal se procede a quemar al fuego la
piedra de mambe, y cuando está caliente se le echa agua encima para volverla
polvo. Masticando junto con hojas de coca, ayuda a que las hojas de coca, suelten
sus alcaloides activos que son de importancia primordial para el curanderismo
regional, pues permite al curandero entrar en contacto con el mundo espiritual.21
Las piedras finas también tuvieron una función importante en la cultura material
de los pueblos precolombinos de la región. Entre las evidencias arqueológicas
que nos dejaron, se encuentran con frecuencia hachas de piedra fina. Todavía hoy
los pobladores usan piedras finas para prender el fuego, para tacar (machacar)
alimentos en la cocina y para cimentar las casas.
En cuanto a las piedras flojas, estas tienen menos significados en la cultura
espiritual pero muchos más en la vida cotidiana, ya que pueden cumplir funciones
para las cuales no sirven las piedras finas, porque no estallan con el calor. Es
el caso, por ejemplo, de las tulpas, un conjunto de tres piedras que forman un
fogón y que son siempre de piedra floja. Esta propiedad de no dañarse con el
calor también es importante para las piedras de molino, utilizadas en los molinos
mecánicos movidos por el agua, frecuentes en la región. Se fabrican de una piedra
floja llamada piedra de cantera.
El molino tradicional consiste en una piedra floja (mano de moler), con la cual la
mujer muele el maíz y el trigo dentro de una batea hecha en piedra de cantera.
En Ríoblanco, esta batea es llamada guagua que traduce al español, la tierra. Otras
piedras flojas de uso común en la cultura material son las piedras para afilar (que
hay que importar de la tierra caliente) y la piedra tiza, utilizada para tallar figuras
y que se encuentra cerca de PolulóCoconuco.
Excepto la piedra pómez de los volcanes, en la tierra fría se encuentra poca piedra
floja. La más floja de todas es la llamada piedra muerta o cancagua, como se
llama en Ríoblanco. El hecho de que se llame a la piedra más floja, piedra muerta,
manifiesta otra vez el sistema de calor y frío en lo cual lo relacionado con la
muerte presenta un frío impresionante, así la piedra más floja y por eso la más
fría es la llamada muerta. Esa piedra es casi como tierra cuando está mojada, pero
estando seca no le entra ni el taladro, ni la dinamita logra romperla, al contrario
de lo que sucede con la piedra fina.
También hay una piedra floja que es utilizada para remedios. Se trata de la piedra
alumbre clasificada como fresca, que se aplica contra dolencias de la boca y
garganta. Esta piedra se encuentra cerca de Ríoblanco en un sitio llamado La
21
El mambeo causa temblores en la musculatura, llamados señas, que se entiende como mensaje
de los espíritus ayudantes (compare Bernal 1954, Henmann 1981: 182, Faust 1989: 23)
525
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Mina o El Alumbre. Se emplea además para curtir pieles y para teñir lana, como
veremos más adelante.
La sal
Para los indígenas del vecino departamento del Tolima, las aguas de las
profundidades del mundo subterráneo donde sobreviven los seres del principio del
mundo, es agua salada. Aunque en la zona estudiada aquí no hemos encontrado
esta concepción la sal sigue siendo para sus pobladores un mineral con muchos
otros significados.
En esta región la sal se encuentra en sitios conocidos como saleros, que son
fuentes de agua salada. Estos saleros, a excepción de uno que se halla cerca del río
Pujuyaco, están todos situados en los páramos. Estos son los sitios predilectos de
los cazadores, pues es allí donde se encuentran con mayor facilidad los animales
de caza. Pero además, un informante de Puracé nos mostró la relación de la sal de
los saleros con la madremonte o jucas, en razón de que ella atrae a sus animales
predilectos, que son el venado, la danta y el oso.
Se considera además que la mejor época para la cacería son los primeros días de
luna menguante, ya que durante ese periodo tanto los animales como el hombre
necesitan mucha sal. En los primeros días de la menguante la luna está en todo su
poder como le ocurre también a Jucas.
Otro hecho común en esta área como asimismo en la mayor parte de Colombia
es que la sal es motivo de muchos agüeros. Existe por ejemplo la creencia de que
no se debe regalar ni prestar sal porque trae mala suerte, tanto al que la regala o
la presta como al que la recibe. Por otra parte, regar sal en un lugar frecuentando
por alguien, es una forma común de hacerle maleficio. De ahí el dicho de que un
sitio está salado, queriendo significar con ello que tiene el maleficio.
Pero no toda sal es igual. En esta región se distingue entre las tres siguientes: La
sal de los saleros, la sal del reino y la sal de la tienda.
Como ya hemos visto, la sal de los saleros está relacionada con Jucas, porque
atrae a sus animales predilectos. En cuanto a la sal del Reino, también llamada
la sal de piedra, proviene, según se dice, de Zipaquirá en Cundinamarca, y en el
pasado era traída desde allá por los viejos caminos reales que, en la cordillera,
pasan al Pie del volcán Puracé o por un área cercana a la laguna del Magdalena.22
22
Bayer de la Universidad de Berlín, está desarrollando estudios sobre el comercio en
tiempos precolombinos, en el cual la sal de Zipaquirá es de alta importancia.
526
Franz X. Faust
Esta sal está clasificada como caliente en el sistema de calor y frío. Esto explica
por qué la sal del reino es la indicada para las mujeres en su dieta de postparto, ya
que en ella está prohibido todo alimento clasificado como frío, en razón de que
el parto supone para ella una pérdida de calor o espíritu que necesita recuperar.
Con la sal de tienda ocurre a la inversa, pues se le atribuye la cualidad opuesta,
fría, ya que se la estima de origen marítimo.
La antedicha diferenciación coincide totalmente con las informaciones recogidas
durante investigaciones en el norte de Boyacá. En aquella región se considera que
la sal de las salinas de Samacá son calientes, mientras la que se compra en las
tiendas es fría. Lo mismo ocurre en los Andes centrales, donde también se hace la
distinción entre esos dos tipos de sal, en relación con las cualidades opuestas de
caliente y frío (ver Gareis 1982: 27).
Cuentan en Ríoblanco que cerca de la quebrada Pujuyaco, había antes una mina de
Sal. Cuando la gente blanca llegó de Popayán, los indígenas la taparon y nadie desde
entonces ha sido capaz de encontrarla. En esta historia reencontramos un motivo
mitológico de origen al parecer postcolombino y muy frecuente en la zona, cuya
esencia es el impulso perpetuado de estas culturas por preservar sus valores culturales
y materiales ancestrales, ante las depredaciones del invasor extranjero. Cuentan
entonces que cuando llegaron los españoles, los antepasados escondieron en la tierra
su sabiduría en forma de libros y también sus riquezas entre las cuales estaba la sal,
y lo hicieron de dos maneras; en unos casos por medios naturales, tapándolos para
ocultarlos y en otros por medios mágicos, encantándolos en sitios llamados encantos.
En el Suroccidente colombiano, todo cerro que sobresale por su forma escarpada
y puntiaguda, generalmente de piedra fina, es también un encanto que contiene
un tesoro de los antepasados. Y esto nos conduce a otro aspecto importante
del problema en estudio: El papel que juegan los metales en la cultura de los
indígenas y los campesinos de la región.
Los metales
El metal de mayor importancia en el contexto mitológico de estos grupos es
el Oro. Pero este metal precioso no ocupa esa posición por influencia de los
españoles, cuya principal motivación en la conquista del continente, fue su fiebre
delirante por el oro. Por el contrario, el oro ya desempeñaba un rol sobresaliente
en tiempos de las culturas precolombinas.23
23
Sobre el papel que jugó el oro en las culturas precolombinas del país compare Reichel
Dolmatoff (1988).
527
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Como consecuencia de la Conquista, el indígena actual ya casi no tiene oro y en
el mito de los encantos sobrevive el recuerdo de la acción feroz de los españoles
en su búsqueda de este metal. En la actualidad, sólo se lavan arenas auríferas con
el método tradicional del mazamorreo, en las cabeceras del río Guachicono al pie
de las Minas-urco, cerca de ChapaSotará. El resto del oro, dicen, se lo llevaron los
antepasados a los encantos y a las guacas.
Lo que antecede muestra la relación que existe entre los antepasados o los indios
pintados como los llaman en Ríoblanco, y Jucas, en tanto se dice que los venados
se esconden en las guacas que se encuentran preferentemente en los cerros o
urcos o en los páramos, o sea, los sitios donde se concentra Jucas. Dicha relación
se ve además reforzada por el hecho de que esos mismos urcos de Jucas, son a
su vez los encantos de los antepasados.
También se habla de la aparición de venados de oro en las cuevas de Minasurco,
cerca de Chapa y otro caso es el de los pájaros quinquina, de los cuales se cuenta
que, perseguidos por el hombre, huyeron a un cerro que hoy lleva su nombre, y
allá están en forma de oro, junto con los Indios pintados.
Pero entre todos los espíritus, el más relacionado con el oro es el trueno. Una
información que se repite siempre es la de que el trueno busca las guacas con
oro y allí manda sus rayos con preferencia. Las informaciones también coinciden
en afirmar que, durante las tempestades, se prende el oro, lo cual significa que se
puede ver una aureola en los sitios donde hay oro enterrado.
Lo mismo cuentan los indígenas Coyaimas y Natagaimas del sur del Tolima: Para
ellos, los truenos son seres con rostro felino que viven en sitios ubicados encima
de las columnas que sostienen el mundo, que son de oro. Los truenos se alimentan
también de este metal, y las macanas de oro que poseen son los rayos.
Según la mitología de esta etnia, los chamanes en el pasado poseían ollas llenas
de oro. Este oro los ponía en relación con trueno y les debía sus poderes. Hoy el
oro de las guacas es buscado también por los indígenas y campesinos.
Para sacar una guaca, que se reconoce por hallarse señalada por una aureola en
una noche de tormenta, el guaquero debe protegerse contra el aire de las guacas
que le roba a uno su espíritu. Como precaución contra ese peligro, debe cerrarse
el cuerpo con plantas de espíritus. Pero a pesar de esa protección, según se nos
contó en Puracé al guaquero le queda un mareo que le dura dos semanas.
En la vida ritual de los indígenas y campesinos juegan un papel importante dos
metales que no se encuentran en la región: el cobre, y el hierro (en forma de machete).
528
Franz X. Faust
Al igual que los indígenas del sur del Tolima, para defenderse contra los espíritus del
agua, llamados en el Tolima Mohan, Poira y Mohana y en Coconuco Madreagua,
los indígenas de esta región utilizan el cobre. Lo hacen colocando en los bordes
de la Atarraya, entre los plomos cuatro pedazos de cobre, para protegerse contra
el mal que pueden causarle los espíritus acuáticos. También ayuda en este sentido
llevar un trozo de cobre en el bolsillo.
Entre la parafernalia de los curanderos de la región, es frecuente encontrar un
machete, ya que ellos los usan como defensa contra espíritus que los atacan
durante los rituales.
El machete coexiste en la actualidad con la barra de chonta que es primordial
en la parafernalia de los indígenas de la región. Con el fin de entender esta
sustitución será citado nuevamente el informe de Rioblanco que dijo: “A lo fuerte
y a lo duro no le va con el frío y por eso la chonta, el hierro y el aluminio son
de calor”. Ahora bien, los curanderos trabajan con el calor en su lucha contra
vientos y aires y usan para ello plantas clasificadas como calientes. La piedra
de rayo es de calor. También es de calor la chonta, que es la más dura de las
maderas. Y así se puede entender que también el machete haya encontrado su
lugar en el curanderismo, pues entre todos los instrumentos agrícolas de hierro,
utilizados desde hace siglos en esta región, solo el machete es de acero fino, al
cual debe su carácter sobresaliente.
Las tierras y los barros
Al principio de este trabajo se han aclarado las razones por las cuales no se trata
aquí de los suelos en función de la agricultura. Se ocupa en cambio de barros y
tierras, elementos de valor y significado en la cultura material y espiritual de la
vida rural en la región.
Un uso utilitario es el de las vasijas de barro. Si bien la tradición cerámica de las
culturas precolombinas se ha perdido en gran parte, todavía perdura hoy en la
región de ChapaSotará en los municipios de Sotará y Coconuco. Allí se encuentra
una industria cerámica, en la cual utilizan un barro amarillo para la fabricación de
platos, ollas y otros recipientes.
Mucho más generalizado e importante es el uso de barros y tierras para la construcción.
En efecto, tenemos en la zona una vivienda tradicional, construida exclusivamente con
materiales vegetales, barros y tierras. Pero aun cuando los materiales utilizados sean
siempre los mismos, las técnicas de construcción varían. Los tres tipos de construcción
que se describen seguidamente, se conocen con los nombres de bahareque, adobe y
tapia, según las tendencias generalizadas en una u otra región.
529
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
Así los indígenas del municipio de Coconuco y los campesinos del norte del
municipio de Sotará, construyen principalmente en Bahareque y para ello
proceden como sigue: Comienza por seleccionar un barro amarillo o blanco,
mezclándolo con paja churunga. Terminado este proceso, dejan fermentar la
mezcla durante tres días.
Para construir la estructura de la casa, también han de seleccionar las maderas
apropiadas para cada una de sus partes. Dicho material vegetal consiste en
maderas finas y chusques o guaduas. Las maderas finas son aquéllas que, dicho
en términos de la cultura, no tienen corazón, lo cual significa que no tiene una
medula desarrollada en el centro del tronco.
Por el contrario, la madera basta, es decir la que tiene una médula desarrollada,
no sirve para ese uso.
Eligen entonces troncos de madera fina de aproximadamente 15 a 30 centímetros
de diámetro, que serán los estantes, plantados verticalmente en el suelo, sobre la
línea perimetral de la construcción y a una distancia de 40 a 50 cm, uno de otro,
a ellos se amarran luego con guascas (bejuco) barras de chusque, que se colocan
horizontalmente una sobre otra, en el lado exterior como en el interior. De esta
manera queda entre ambos tabiques así formados un espacio vacío. que se procede
a rellenar con el barro previamente amasado y ya fermentado. Lo que se escurre
entre las varas de chusque, hacia el exterior se aprovecha para repellar el muro. Las
paredes así construidas tienen la duración aproximada de una vida humana.
En la región de RíoblancoSotará, las construcciones son en su mayoría de adobe.
Los adobes son ladrillos de barro crudo, es decir secados al sol y utilizados sin
quemar. Para unirlos se utiliza el mismo barro con que se hicieron los adobes. Estos
se fabrican en esta área con suelos de ceniza volcánica, llamados tierra gris, y que
se encuentran debajo de la capa de tierra negra superficial, buena para los cultivos.
La tercera técnica para la construcción de paredes de vivienda o cercado de áreas
es la de tapia pisada. Construcciones de tapia pisada son comunes en toda el área
de la antigua colonia española; en Colombia encontramos esta forma de construir
principalmente en la zona CundiBoyacense y en el sur oeste. En la zona aquí
descrita son los indígenas de la comunidad de Ríoblanco los que más usan este
modo para sus edificaciones y para secar terrenos.
La construcción en tapia tiene muchos detalles que no pueden ser tratados aquí
en extensión (ver Viñuales 1981).
Para formar paredes de tapia se construye un cajón montado de tablas gruesas de
aproximadamente 1.5 m x 1.5 m x 0.6 m. Este cajón se llena tapa por tapa con tierra.
530
Franz X. Faust
Dos trabajadores compactan la tierra al máximo hasta que se llena casi todo el cajón;
una vez lleno se desmonta la construcción en madera y se la rearma lateralmente
pegada al bloque de tierra pisada recién formado. Se continúa este procedimiento
hasta que todas las paredes de la figura casa están formadas hasta la altura que
tiene el cajón. Para alcanzar la altura prevista de las paredes hay que montar con la
técnica descrita, varias filas sobrepuestas de bloque de tierra compacta.
En Ríoblanco se usa cascote para construcciones en tapia, es decir, tierras que
contienen muchas piedritas. Con el mismo fin se usa la tierra azul.
En Ríoblanco se usa tierra y barro también para teñir lana, son empleados el
barro azul para darle color azul a la lana y la tierra negra sirve para teñir
en negro. Para alcanzar este efecto se disuelve el barro o la tierra en agua
y se hierve en este la lana en conjunto con la piedra alumbre hasta que la
lana adquiera el color deseado. Se pudo además averiguar lo siguiente: En la
Cruz Roja de Popayán se informó que una señora campesina de la región se
curó de artritis con baños en fango especial. Lamentablemente no fue posible
averiguar qué fango se utilizó.
Un papel importante en la vida espiritual de los habitantes de toda la zona
desempeña la tierra del cementerio. La tierra del cementerio acumula el mal aire
o hielo de los muertos y sirve por eso, si se deposita en la cercanía de una persona
o en un sitio muy frecuentado por un humano, para hacerle maleficio. El mal aire
relacionado con parto, menstruación y todo muerto, es un poder frío que extrae
a las personas su espíritu personal, debilitándola y enfermándola.
Conclusión
La investigación mostró algunos aspectos de la relación que tiene la población
nativa con su área y con la geología de la misma. Es una relación que va mucho
más allá de un simple uso: el individuo está íntimamente conectado con su
entorno pues mantener en un equilibrio de calor y frío tanto su cuerpo como su
vida para conservar su bienestar.
Esto condiciona su visión de los sitios geográficos y su respectiva geología. Lo que
está ligado al agua que a la vez es de vegetación primaria y de roca fina, amenaza
causarle un frío, mientras el área de la cultura lo amenaza por calor.
Si se transfiere a la geografía el concepto medicinal, de que sólo un equilibrio
entre dos extremos garantiza el bienestar, se puede decir que sólo una zona en
la cual reina un equilibrio entre áreas salvajes (frías) y áreas cultivadas (calientes)
permite a un pueblo vivir sanamente.
531
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
En la conexión entre aguaespírituvida silvestre que establecen los habitantes de
esta área, se manifiesta una visión altamente ecológica, que reconoce el peligro
de que un amansamiento total de una zona por actitudes del hombre, priva a la
misma del líquido vital. El responsable para que esto no suceda es Jucas con sus
espíritus que defienden sus dominios con sus plantas y animales.
Parte de los municipios de Coconuco y Sotará forman hoy parte del Parque
Nacional de Puracé, que se creó principalmente para conservar las cuencas de la
cabecera de cuatro de los Ríos más importantes de Colombia: Magdalena, Cauca,
Caquetá y Patía.
El pueblo nativo personificó hace mucho tiempo en los espíritus de Jucas, la
necesidad de mantener esta área virgen. El miedo a la venganza del imperio
de Jucas es un guardabosque más efectivo que la organización de un parque
Nacional. Si se muriera Jucas algún día a causa de la aculturación de los nativos
de la Zona, no habría forma de defender la naturaleza contra la invasión de
los humanos.
El alto grado científico de la tradición de los nativos de Coconuco y Sotará, se
manifiesta al igual que en los pueblos indígenas vecinos, en su concepto de que
el agua se halla en circulación y de que está de acuerdo con las condiciones
climáticas tropicales se ve limitada a áreas relativamente pequeñas.
Al igual que la visión geográfica, la visión geológica muestra que la tradición
cultural refleja una observación exacta. La clasificación de las piedras y rocas
según los grados de finura, está relacionada con la capacidad de producción de
chispas y con el grado de dureza por un lado, y con la permeabilidad por otro,
lo que a su vez es un medidor de la porosidad de la roca. Este es un orden que
nada debe al occidente en cientificidad y tiene además la ventaja de que indica
directamente el rol de la Roca en el ambiente.
Quien sabe entender la información transmitida por los nativos puede desarrollar
un estudio ambiental en gran parte hablando con la gente. Una de las vocaciones
de la etnología a finales del siglo XX puede ser la de ayudar a descifrar las
conexiones que existen dentro de los ecosistemas tropicales. Nuestras ciencias
todas son de origen extratropical, razón por la cual para la comprensión de
las condiciones que encontramos entre los trópicos de cáncer y capricornio,
dependemos del saber tradicional de los pueblos que viven desde hace milenios
en estas latitudes.
532
Franz X. Faust
Fuera de un conocimiento profundo del ambiente también se evidenció en esta
investigación la gran vitalidad de la herencia cultural indígena en pueblos que son de
habla española y dejaron los atributos visibles de su indianidad como traje típico.24
La cognición de herencia indígena encontrada durante esta serie de investigaciones
que tiene como tema la relación hombre-medio natural no sólo es patrimonio de
unos grupos arrinconados y amenazados de extinción, sino que es parte de la cultura
rural popular y de alta vitalidad. Si se compara la visión popular de la naturaleza
que tienen los pueblos indígenas campesinos del Suroccidente colombiano con
relatos de la Amazonía y de los Andes Centrales, asombra la gran semejanza.
El campesino de gran parte de Colombia conserva la herencia de sus ancestros
indígenas muy clara, a pesar de su lengua española, de su mestizaje y de su
relativa pobreza en manifestaciones folclorísticas visibles.
Imagen 1. Construcción en Tapia
24
El peligro de que se pierda mucho conocimiento irrecuperable como consecuencia de la
aculturación de etnias del trópico ya fue señalado por Goodland & Irvin en 1975.
533
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
534
Franz X. Faust
Cosmograma coconucoyanacona
1. URCU. Cerro con cuevas que llevan a lo subterráneo.
2. INDIOS PINTADOSTAPANOS. Viven en los urcus y se alimentan del olor de la
comida. Carecen de ano.
3. LAGUNA SUBTERRANEA.
4. ROCA FINA. Los urcus son de roca fina, solo cerros de roca fina brotan agua.
5. GALLINAZO Y GUALA. Aves de estrecha relación con Jucas.
6. CUSCUNGO. Búho de importancia en el curanderismo.
7. NUBES. Las nubes toman agua en la tierra caliente y causan las lluvias que son
atraídas por los urcus.
8. MAMBEADERO. Las cimas de los urcus son sitios predilectos para encontrarse
con Jucas y sus espíritus.
9. GUACA. Entierro precolombino, el oro se “prende” en tempestades y es
buscado por los rayos.
10.
RAYOS. Buscan piedras de rayo y guacas.
11.
VENADOS. Animales predilectos de Jucas.
12.
MONTE. En el interior de los bosques se concentra mucho Jucas.
13.
DUENDE. Espíritu con manos y pies torcidos que vive en las orillas.
14.
MADRE AGUA. Con su apariencia como mujer extraordinariamente linda
o como culebra con ojos bonitos.
15.
PIEDRA FLOJA. Se prefiere cultivar y construir sobre piedra floja porque
tiene el agua debajo.
16.
RANCHO. Los ranchos se construyen a distancia de peñas y riachuelos
para evitar el mal viento.
17.
Cultivos en área de piedra floja.
18.
AUCA. Niños matados por las madres cuyo espíritu se presenta como
esqueleto con dientes largos.
19.
LAGUNAS DEL PARAMO. Hacen bravo el páramo produciendo lluvias y
neblina.
20.
PANTASMA NEGRA. Nubes negras que salen de las lagunas.
21.
PANTANOS. En los pantanos viven sapos y arcos (iris) o cuiché.
22.
LAGUNAS DONDE NACEN LAS AGUAS. Sitios de iniciación de los
macucos.
535
Etnogeografía y etnogeología de Coconuco y Sotará
23.
SALEROS. Saladeros que atraen a los animales como oso y danta.
24.
VOLCÁN. Los volcanes botan el hielo.
25.
GRANIZO BOTADO POR EL VOLCAN.
26.
BRUJAS DE PÁRAMO. Mujeres con senos grandes que se convierten en
pumas.
27.
PLANTAS DE PARAMO. Ricas en calor o espíritu.
28.
LUNA. En los primeros días de la menguante tanto la Luna como Jucas
están en todo su poder.
29.
SOL. Algunos informantes atribuyen la fuerza de las plantas tanto al Sol
como a la Luna y el Sitio de Crecimiento.
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539
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de
los guambianos1
RONALD A. SCHWARZ
L
os trajes son temas sobre el cual debían expresarse con frecuencia los
antropólogos, pero ha ocurrido precisamente lo contrario: se ha mantenido
un silencio sospechoso. El idioma y la fabricación de utensilios han sido
considerados siempre entre las características distintivas del hombre, pero lo
que concierne al vestir ha recibido escasa atención. En los textos recientes de
antropología social (Beattie 1964; Lienhardt 1964; Mair 1965) las alusiones al tema
son tan escasas que cualquier lector desprevenido podría concluir razonablemente
que los nativos viven desnudos. El silencio de los antropólogos se parece en algo,
aunque tal vez por razones diferentes, al de los ‘Hombres Importantes’ de Nueva
York para quienes el vestuario es un asunto de capital importancia, aunque sobre
el particular no se mencione palabra alguna.
[…] el vicio secreto de [...] vestir a la medida… Prácticamente todos
los hombres más influyentes de Nueva York [...] son fanáticos sobre las
ventajas marginales del vestir a la medida.
Estas constituyen como una especie de insignia secreta para ellos y sin
embargo, el tema es un tabú. Ni siquiera quieren dar la impresión de que
se interesan al respecto (Tom Wolfe, 1966: 231-2).
¿Y por qué ha de ocuparse la antropología con el tema de la indumentaria?
Simplemente porque en todas partes del mundo que se encuentre el hombre, este
mono desnudo que él es, hace algo para vestirse o adornarse y lo está haciendo
desde hace mucho tiempo.
1
Original tomado de: Ronald A. Schwarz. 1976. Hacia una antropología de la indumentaria:
El caso de los guambianos. Revista Colombiana de Antropología, 20: 295-334.
Este artículo fue escrito originalmente en inglés y la traducción fue hecha por el señor
Fabio Ocaziones. La versión en inglés fue publicada en (Cordwell y Schwarz 1979).
541
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Si bien habremos de tocar las razones por las cuales los antropólogos se niegan
a concederle a los elementos de la indumentaria la misma atención que a otros
aspectos de la cultura, el fin primordial de este estudio es el de sacar a la luz
lo que se ha escrito al respecto y a la vez, desarrollar las bases teóricas y los
principios metodológicos apropiados para darle al tema de la indumentaria un
puesto dentro de la antropología.
Sobre el particular en las ciencias sociales todavía falta por aclarar algunas
definiciones, porque con frecuencia se emplean los términos “vestuario”,
“ornamentos”, “vestidos”, “adornos” y “trajes” en forma general. Además, existen
prácticas tales como deformación de la cabeza, impresión de tatuajes, pintura
del cuerpo y peinado del cabello, que son todas formas de modificar el cuerpo.
Puesto que no considero el caso de entrar a evaluar los méritos y deméritos de
esta terminología, habré de emplear la palabra ‘indumentaria’ indistintamente para
referirme a todas las formas de modificación corporal; desde un tapón para el
oído hasta un traje hecho a mano.
Orígenes y funciones de la indumentaria
El hombre nace desnudo, pero muere y es enterrado
vestido (Hiler, 1939; xiii)
En su libro sobre los orígenes del arte The origins of art: a psychological and
sociological inquiry, publicado en 1900, el autor Hirn examina los orígenes de la
autodecoración (1900: 214-227). Tras evaluar concienzudamente las evidencias
etnológicas existentes y de tomar en cuenta las teorías sobre el origen de los
adornos, concluye afirmando que no es posible decidir a ciencia cierta por qué
el hombre empezó a decorarse. Es de lamentar que la antropología se haya
desentendido desde hace algún tiempo de averiguar los orígenes del vestido y
que, por lo tanto, en estos últimos 73 años no se haya dicho nada que haga
modificar las conclusiones de Hirn. Debemos reconocer sí que si bien resulta
imposible de probar que un conjunto determinado de sentimientos dio origen a
la costumbre de adornarse, sería aún más lamentable que la lógica de las ciencias
sociales interfiriera con nuestra curiosidad sobre un tema tan fundamental.
Los adornos: indicios de los primates y arqueólogos
Existen indicios positivos de que la tendencia a decorarse el cuerpo está
arraigada en nuestra herencia de primates. Los chimpancés, o por lo menos
aquellos en la cautividad, se muestran divertidos decorándose con trapos y
542
Ronald A. Schwarz
cuerdas, pintándose el cuerpo y retozando con ánimo exhibicionista, aunque
no se hayan podido establecer nexos de regularidad o continuidad de estilo
en los adornos de los primates. En consecuencia, el vestirse o adornarse, aún
si hemos de concederle la inspiración de nuestros antepasados prehumanos,
resulta ser un producto esencialmente humano, como lo han sido el lenguaje
y la fabricación de herramientas.
En arqueología, la evidencia más remota de adornos se encuentra en los huesos
de tumbas Neanderthal del Paleolítico Medio, donde al parecer se utilizaban
arcillas ocrosas. Los textiles no han sobrevivido en estos depósitos remotos y
los huesos de dientes y las conchas, junto con los dibujos en las cavernas, solo
aparecen en el período Auriñaciense. Las primeras agujas con ojo y hechas de
hueso aparecen durante este período y nos revelan indicios de costura. De sitios
Auriñacienses también provienen las figurillas femeninas con características
sexuales prominentes y adornadas con brazaletes; pero las prendas de vestir y los
primeros indicios de tejidos no aparecen sino hasta el período Neolítico (Beals y
Hoijer 1959: 383-84; Benedict 1931: 235).
Buena parte de las teorías sobre el origen de los adornos se deriva de los
estudios realizados entre las sociedades primitivas y tribales (Benedict 1931;
Bliss 1916; Bunzel 1931; Crawley 1931; Dunlap 1928; Fluzel 1929, 1930, 1945;
Harm 1938; Hiler H. 1929; Hiler y M. 1939; Hirn 1900; Sanborn 1929; Thomas
1909). Algunos de estos autores entrar a aceptar cierta teoría, aunque la
mayoría reconoce que en el origen y la evolución del vestuario han intervenido
factores de orden ambiental, psicológico y sociocultural. Además, los motivos
para llegar a utilizar y adoptar cierta prenda de vestir pueden ser diferentes a
los que inicialmente indujeron a su uso. Podemos dividir las diferentes teorías
sobre el particular así:
Protección del ambiente
Este punto de vista sostiene que la indumentaria, incluyendo tanto los ornamentos
como las decoraciones, es la reacción humana a ciertas condiciones ambientales
y a la necesidad de protegerse contra la incomodidad.
Si bien es cierto que existe una estrecha relación entre el vestuario y las
condiciones ecológicas de ciertas regiones, también se encuentran áreas del
mundo, tales como las zonas heladas de Tierra del Fuego y Australia, donde
era de presumirse el uso de prendas protectoras y, sin embargo, no ocurre así.
Es de notar sí que, aunque los Fueguinos y los aborígenes australianos carecen
de prendas exteriores de vestir, la costumbre de pintarse el cuerpo es común
entre ambos pueblos.
543
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Protección contra las fuerzas sobrenaturales
Hay autores como Hirn (1900), Spencer y Guillen (1899) y Frazer (1915) que
relacionan el origen y la función principal de los vestidos primitivos con la necesidad
que tiene el hombre de defenderse de espíritus malignos. Hirn, escribiendo en
1900 resume así las primeras evidencias antropológicas a este respecto:
Es probable que haya muchos pueblos primitivos que, de manera
parecida a los aborígenes de las Nuevas Hébridas, se cubren el cuerpo
muy escrupulosamente “no tanto por decencia, sino para evitar Nakar, es
decir, influencias mágicas”, pudiendo resultar peligroso aun la más leve
mirada a la desnudez ajena (Hirn 1900: 217).
Así mismo, dirigiéndose a aquellos escritores de la época dispuestos a aceptar “la
moral” o la modestia, como razón para que el hombre tendiera a cubrirse las áreas
genitales, escribe lo siguiente: “[...] es claro que aún antes de que se efectuaran
tales transformaciones hacia la moralidad, la preocupación por la tranquilidad
social debió haber inducido a los hombres a ocultar el sitio de tan peligrosa
influencia” (Hirn 1900: 218).
Creencias acerca del poder de las fuerzas sobrenaturales para causar enfermedad,
muerte y hasta embarazo son tan extendidas como el uso mismo de ornamentos.
Este poder reside en los espíritus que animan a aquellos fenómenos naturales
como el viento, la lluvia, el rayo, los ríos, el sol y la luna.
Aunque se precisa de un examen más amplio de la literatura etnográfica sobre el
particular, se puede entrar a concluir que el uso de las prendas de indumentaria
como protección de los malos espíritus es un motivo que aparece con frecuencia
entre los pueblos primitivos y las sociedades tribales.
La hipótesis sobre el pudor
La teoría según la cual los hombres se cubren el cuerpo por un sentido del
pudor se fundamenta en las historias bíblicas sobre la seducción de Eva por la
serpiente, y también se aducen al caso algunas leyendas encontradas entre los
indios norteamericanos.
Según esta teoría el vestido llegó a adoptarse para ocultar los órganos genitales,
debido a un sentido del pudor y de la modestia y a partir de la hoja de parra se
evolucionó hacia indumentarias más complejas (Dunlap 1928: 64; Sanborn 1926: 2).
Esta teoría ha sido debatida insistentemente, por gran número de autores, como
por ejemplo Hirn (1900) y Westermarck (1921) y su popularidad se deriva más del
544
Ronald A. Schwarz
ambiente moralista que imperó en el siglo XIX, que de la evidencia etnológica.
Dunlap nos señala la relación precisa entre la desnudez y la inmodestia cuando
escribe lo siguiente:
Cualesquiera vestimenta, aún la más completa desnudez, puede llegar
a ser modesta tan pronto como nos acostumbremos totalmente a ella.
Así mismo, cualquier cambio de indumentaria efectuado repentinamente
puede ser inmodesto si es de tal naturaleza que resulta conspicuo… El
vestido en sí no tiene ni modestia ni inmodestia (Dunla 1928: 66)
La hipótesis sobre la atracción
Esta tal vez es la primera teoría concreta expuesta por antropólogos sobre el origen
de la indumentaria. Ellis en 1913 y Westermarck en 1921 sostuvieron que el propósito
original de los vestidos fue el de atraer atención hacia los genitales y sus funciones
eróticas, con el objeto de aumentar el interés sexual del observador hacia el poseedor
de la prenda. Este punto de vista concuerda con las teorías al respecto de Simmel
(1950) y Goffman (1959), quienes argumentaban que el ocultamiento y la reserva
estimulaban el interés, mientras que la familiaridad resultaba en indiferencia.
Recientemente Bick (1968) ha planteado una versión modificada de la teoría de la
atracción, según la cual todas las personas una vez pasada la edad de la pubertad
se pueden considerar como consumidores y a la vez, objetos de consumo dentro
del “mercado sexual” (Bick 1968: 3). En estas condiciones, la indumentaria
[...] puede entenderse como un sistema simbólico que daría señales
sobre los deseos de un individuo de participar en un momento dado en
ese mercado, como un objeto de consumo [...] La indumentaria vendría
a ser, en los términos de McLuhan, el medio aparentemente inconsciente
de transmitir el mensaje sexual de cada individuo (Bick 1968: 3).
Los deseos de atraer atención hacia lo nuestro y/o de comunicar el grado de
disponibilidad personal dentro del mercado sexual, son puntos de importancia
para ayudarnos a entender el origen y el empleo de la indumentaria, pero estos,
al igual que los anteriores, nos resultan insuficientes por sí solos para conformar
una teoría general sobre el tema.
La hipótesis sobre estatus y posición social
Esta teoría postula que los orígenes y quizás la función principal de toda forma de
indumentaria, se desprende de la necesidad de distinguir a los miembros de una
sociedad por edades, sexos y clases o casta. Según esto el aspecto erótico pasaría
a un segundo plano.
545
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Esta tesis se apoya en ciertas modificaciones al cuerpo, como la escarificación y
la circuncisión, que son efectuadas a cierta edad. Si bien estas prácticas han sido
asociadas por lo general con la madurez sexual, y a su vez con las posibilidades
eróticas, las ceremonias de que van acompañadas indican algo más que la
disponibilidad sexual. En realidad, hay participantes en estas ceremonias que han
alcanzado la pubertad algún tiempo antes de celebrarse el evento.
También puede ser verdad el caso de que los primeros adornos consistieron en
artículos provenientes de la cacería y utilizados como ostentación de los cazadores.
“En las coronas de plumas de los jefes Xingú… podemos apreciar lo que más
tarde sería un ostentoso arreglo del botín de la caza, mediante el cual un cazador
proclama sus hazañas” (Hirn 1900: 221-222).
Benedict (1931) hace notar que si bien la diferenciación de los sexos es un
aspecto central de la indumentaria en muchas sociedades, existen así mismo
regiones en las cuales no es fácil distinguir los sexos por el vestido que llevan y
también otras, donde el vestido señala el estatus y los trofeos sociales. Y escribe
al respecto que, “en las praderas de Norteamérica el vestido de los hombres es
un heraldo de sus proezas de guerra, y en la costa Noroccidental el sombrero de
un hombre estará compuesto de unidades cumulativas que designan su rango”
(Benedict 1931: 236).
La indumentaria también juega papel de importancia como indicador del estatus
de una persona perteneciente a una comunidad étnica o a una tribu en particular.
Así, por ejemplo, a los nuer se los identifica por la ausencia de sus incisivos
inferiores y dentro de ellos, a los hombres, por seis cortadas en la ceja (EvansPritchard 1940: 123). A un tuareg se lo conoce por su velo azul y en las tierras altas
de Guatemala la población indígena se divide en grupos territoriales y étnicos,
cada uno de los cuales utiliza una indumentaria peculiar.
En suma, la capacidad de los vestidos para indicar el estatus y el rango de un
individuo, prescindiendo de las diferencias marginales que puedan existir, es ilimitada
y por tal razón no hay motivo para detenernos aquí a examinar sus particularidades.
¿Qué les sucedió a los tomates?
Está claro que los orígenes y las funciones de la indumentaria fue un asunto de
interés entre los antropólogos de principios de este siglo; durante años posteriores
se realizaron algunos trabajos sistemáticos sobre el tema. Así, por ejemplo, la
mayoría de los etnógrafos, como Bunzel (1952), Parsons (1936), Lewis (1930),
Reichel-Dolmatoff (1961) y Vogt (1969), incluyen en sus monografías secciones
descriptivas sobre vestidos y generalmente bajo la rúbrica de la cultura material.
546
Ronald A. Schwarz
Pero hay una tendencia entre los antropólogos sociales educados en la Gran
Bretaña a desentenderse del tema en la mayoría de sus escritos.
En los trabajos etnográficos escritos en las últimas décadas de 1940, 1950 y 1960
se notan las dos corrientes de la antropología moderna. La primera tiende hacia
un estudio de conjunto de las instituciones sociales y de sus mutuas relaciones
funcionales, y la otra, hacia una especialización dentro de una sola institución,
como por ejemplo el parentesco. Esta última corriente ha hecho esfuerzos por
integrar la información y teorías antropológicas con los resultados de disciplinas
afines como la economía, la política, la psicología clínica y el arte.
Por otra parte, los investigadores de la cultura material, quienes eran los encargados
de estudiar lo referente a la indumentaria, se dedicaron con el tiempo más bien
al estudio sistemático de la tecnología y de la ecología cultural, dejando de lado
las vestimentas. Como resultado, el tema de la indumentaria fue suprimido por los
especialistas en la tecnología y no ha llegado a ser del interés de quienes escriben
sobre arte y estética; estos últimos se concentraron en campos específicos de las
artes: talla de madera, escultura, pintura, música y danzas.
Esta última afirmación queda ilustrada suficientemente por el contenido de tres
volúmenes recientes sobre la antropología del arte y la estética, publicados por
Helm (1967), Otten (1971), Joplin (1971). En estos tratados se incluyen 65 artículos
publicados entre 1949 y 1970, y sólo uno trata sobre la indumentaria (Sturtevant
1971: 160-174). La contribución de antropólogos está presente en un volumen que
sobre la indumentaria y el orden social fue editado por Roach y Eicher en 1965,
pero el libro es una colección ecléctica de extractos y artículos, que no entra a
plantear un análisis crítico sobre el tema o a desarrollar una teoría general.
En resumidas cuentas se puede decir, que durante los últimos treinta años se ha
avanzado en los conocimientos sobre la tecnología, la psicología, la organización
social y las artes del mono desnudo, pero nos resta por entender todavía su negativa
a permanecer desnudo. En nuestro afán por la especialización y la integración de
la antropología con otras ciencias hemos dejado colgada la indumentaria en el
armario.
Sacando las ropas del armario
La manera más fácil de indicar la importancia que tiene el vestido en una sociedad
es reflexionando sobre lo que pasaría si no estuviera presente.
¡Qué haría su Majestad, fuera un accidente tal a ocurrir: que los botones
simultáneamente se desprendieran y la sólida lana se evaporara como
547
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
por arte de magia! ¡Cómo se vería a todos correr hacia los escondites
más cercanos; sería una alta tragedia de Estado envuelta en una Farsa
lamentable; ... imaginarse toda la textura del Gobierno, la Legislación,
la Propiedad, la Policía y la Sociedad Civilizada disuelta en gritos y
gemidos... ¿Podrá un hombre concebir a un Duque de Windlestraw
desnudo dirigirse a una Cámara de los Lores desnudo? La imaginación,
como asfixiada por un aire Mefítico, se rebela contra sí misma y no
concibe escena tal (Carlyle 1954: 54).
El vestido no solamente indica el sexo, la edad, la ocupación y la posición social
de una persona, sino que también va ligado a un conjunto de sentimientos, y
sirve además para domar y canalizar emociones fuertes. Tal como ocurre con
otros símbolos, el vestido tiene su aspecto conativo, es decir, que mueve a los
hombres a actuar en formas prescritas. Y esta característica puede continuar aun
después de que su contenido cognitivo ha dejado de aceptarse, como en el caso
del católico convertido en ateísta que podrá seguir arrodillándose y persignándose
dentro de una iglesia.
También, el vestido ayuda a definir situaciones dadas al realizar ciertas características
y mantener ciertas otras en estado latente o de ambigüedad. Por ejemplo: entre
los Fon de Dahomey el jefe de una aldea lleva puesto un sombrero cuando actúa
en su capacidad de jefe, otro cuando cumple con sus deberes como titular de una
línea de parentesco y aun otro, cuando actúa como jefe del hogar. En nuestra
sociedad misma se recuerda el caso del policía en servicio y en ropas de civil.
Uno de los ejemplos más dicientes de cómo el vestido es un aspecto capital de
la comunicación entre miembros de un grupo social se encuentra en la obra
de Murphy (1964), en la cual el autor examina la relación entre las distancias
sociales y el velo de los tuareg. Para el efecto cita a Lhote sobre el empleo y
la psicología del velo.
El estilo de llevar velo, de colocar sus partes sobre la cabeza, puede
variar de una tribu a la otra y algunos individuos se lo colocan de
acuerdo al gusto personal y a la moda local… Además de la moda existe
el giro, mediante el cual se expresa la elegancia. Así también, existe una
psicología del velo: por su manera de llevarlo se puede obtener una
idea sobre el ánimo del envelado, así como entre nosotros es común
establecer deducciones parecidas a juzgar por el sesgo del sombrero.
Entre los Tuareg, hay un estilo reservado y modesto como cuando se
entra a un campamento donde hay mujeres presentes, un estilo elegante
y rebuscado para ir a fiestas de gala, una forma altiva entre los guerreros
conscientes de su importancia o una manera caprichosa la del vasallo
548
Ronald A. Schwarz
o esclavo jactancioso. También se ven el estilo suelto y holgado del
muchacho jovial o el desordenado del hombre inestable y temperamental.
El velo también puede expresar sentimientos pasajeros como cuando se
lo sube hasta los ojos frente a mujeres o personas importantes, o se lo
mantiene bajo entre familiares y amigos. Para reírse animadamente de un
chiste el Tuareg se levantará la parte baja de su velo bien en alto sobre
la nariz y en caso de furia, se lo apretará como una correa para ocultar
su enojo (Lhote 1955: 308-309)
Este aspecto del vestido, de expresar y ocultar ciertos principios y emociones, así
como de impulsar a la gente a actuar en formas apropiadas, puede denominarse
su aspecto simbólico o retórico. Por esa capacidad de simbolizar un orden social,
es decir, lo que es y lo que debe ser, los vestidos juegan un papel dinámico en la
acción y la comunicación social.
Hacia una antropología de la indumentaria
En esta sección haré un bosquejo de ideas e inquietudes sobre bases concretas,
para dar a la indumentaria su enfoque antropológico y con esto se pretende
más bien exponer principios que entrar a formular conclusiones. Para tal efecto
hay dos áreas del estudio que es preciso distinguir analíticamente y que están
estrechamente ligadas existencialmente: indumentaria con respecto a un pueblo
e indumentaria con respecto al hombre. Por una parte, existe la indumentaria de
un pueblo en particular y de la sociedad en general; por otra, existe una íntima
asociación entre la naturaleza y el hombre, su vestido y su cultura.
Como punto de partida para estos planteamientos se hace necesario despojar
al hombre de sus atuendos para colocarlo firmemente en un plano naturalista
y no, meramente, en el plano ecológico. Se puede correlacionar al hombre no
solamente con aquello situado fuera de sí mismo sino también consigo mismo en
un sentido biológico y filosófico. Toda su producción, bien sea una lanza, una
casa, leyes, poemas o un par de zapatos, refleja las decisiones dentro de su medio
ambiente, con el cual está indisolublemente ligado, si bien una parte es de su
propia creación.
Podemos así distinguir tres formas de producción humana utilizando las categorías
del filósofo Buchler (1955): lo que se hace, lo que se fabrica y lo que se dice.
Debemos considerar estas como formas alternativas que posee un individuo de
establecer relaciones con su mundo, pero hay que hacer hincapié en que son
formas alternativas de producción, y que no cabe por consiguiente establecer una
jerarquía filosófica o antropológica entre ellas.
549
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
La forma de producción dentro de la cual encajan los objetos de la cultura material
como la indumentaria es “lo que se fabrica”. A este respecto Buchler dice lo siguiente:
Cuando un hombre talla la piedra, escoge sus ropas, compone música,
o arregla los cubiertos en la mesa, en suma, cuando fabrica algo, esta
ordenando materiales de acuerdo con disposiciones establecidas o
en evolución. Entra a juzgar sobre un conjunto natural de cosas al
diseñar él mismo su estructura, o al modificar una estructura presente
dentro del conjunto, es decir, adopta un cierto orden y descarta otro
(Buchler 1955: 12)
La forma en que un hombre ordena sus materiales, tanto como lo que dice al
respecto, refleja su orientación personal y define así mismo el carácter de algo
dentro de su mundo. La propiedad de las cosas se define cuando se entra en
relación con ellas y esto tiene lugar no solo al decir algo sobre ellas, sino también
al hacer con ellas o fabricar algo de ellas (Buchler 1955: 12-13). “No es la mente
la que juzga, sino el hombre mismo” (Buchler 1955: 29).
De acuerdo con Buchler, las formas de juzgar son también formas de comunicarse.
Nos comunicamos actuando y produciendo, así como también declarando algo;
además el valor comunicativo de lo que producimos no se limita a lo que otros
entiendan al respecto.
El poder comunicativo de nuestra producción puede extenderse mucho
más allá del propósito comunicativo de sus productores. Al convertirse
en posesión comunal la producción afecta el comportamiento y la
comprensión… El poder comunicativo de un producto no depende
en manera alguna de su forma de producción, ni de la validez de su
manifestación (Buchler 1955: 30).
La aseveración de Buchler de que todas las tres formas de juzgar son efectivas
para la comunicación concuerda con la posición tomada por Berkeley dentro de
la filosofía moderna, ampliada por Pierce y Royce, según la cual cualquier cosa
puede servir como un signo: “cualquier cosa está sometida a interpretación y por
lo tanto, resulta un medio posible de la comunicación” (Buchler 1955: 30).
Si nos hemos detenido un poco con estos planteamientos filosóficos es por dos
razones de interés: la primera es con el objeto de situar la cultura material dentro
de, lo que considero, una relación más apropiada con el comportamiento verbal
y la acción social. La segunda es la de anticiparme a quienes puedan objetar que
los antropólogos se deben limitar, en sus interpretaciones de signos y símbolos, a
lo que digan sus informantes (Nadel 1954; Wilson 1957).
550
Ronald A. Schwarz
Al llegar a aceptar que lo que los hombres fabriquen o hagan puede ser tan
importante como lo que digan para efectos de definir su relación con el medio
ambiente (a la vez sociocultural y natural), el estudio de la indumentaria se
convierte en una tarea antropológica de dimensiones significativas. No basta el
hecho de que solo los humanos se cubren el cuerpo, sino que más que ningún
otro producto material, la indumentaria desarrolla papel simbólico en mediar las
relaciones entre la naturaleza, el hombre y su ambiente sociocultural. Al vestirse,
el hombre se dirige a sí mismo, a sus semejantes y a su mundo.
El contexto natural y la indumentaria
La idea de que para entender simbolismos ha de observarse primero al cuerpo y al
medio ambiente no es nueva en antropología. Así, por ejemplo, Hertz (1960) nos
suministra amplias observaciones para demostrar que el dualismo entre las manos
derecha e izquierda es fuente de distinciones culturales en muchas sociedades.
Otros como Douglas (1966), Levi-Strauss (1963), Needham (1958, 1960), Faron
(1964) y Tuner (1967, 1969) han utilizado el concepto “derecha-izquierda” para
estudiar relaciones entre los valores y la; divisiones sociales, así como aspectos
del comportamiento. Douglas (1970) lleva las cosas aún más allá de “derechaizquierda” para aseverar que
la mayor parte del comportamiento simbólico debe operar por necesidad
a través del cuerpo humano” (subrayado mío). Sugiere ella además, que
una vez establecidas las categorías sociales, estas entran a modificar
la experiencia del cuerpo y suministran una estructura cultural para
interpretar las relaciones sociales (Douglas 1970: 65).
Sería válido tal vez añadir que el vestido desarrolla papel importantísimo
exhibiendo juicios sobre la clasificación corporal y tal como se ha dicho con
anterioridad, estos juicios son puntos de apoyo para la estructura cultural y las
relaciones sociales.
Otra fuente obvia de estabilidad y regularidad estructural de procesos, como lo
es el cuerpo, es el medio ambiente natural. Tanto los elementos ecológicos como
los anatómicos, ofrecen alternativas y obstáculos a un individuo a su vez, se
presentan como una base natural para construir unidades sociales y sus diferentes
relaciones. Hughes (1965: 11) se encarga de ilustrarnos este punto cuando escribe:
El concepto del “medio ambiente” no debe convertirse en categoría
residual, muda, sobre la cual se sostienen las complejidades del organismo
individual, o se ilumina la figura de la personalidad humana, puesto que
el ambiente en sí está definido de antemano: posee puntos salientes, de
551
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
estructura, de orientación forzosa para el organismo que percibe… él [el
ambiente] es ... un fondo de alternativas y obstáculos estructurados en
términos tanto físicos como sociales.
Se hace necesario entonces asignarle importancia a la naturaleza, puesto que
ella aporta la materia prima de los vestidos y adornos, así como también una
base potencial para establecer los criterios del hombre sobre su cuerpo y su
indumentaria. Por lo tanto, si hemos de desarrollar una antropología precisa de
la indumentaria, no debemos contentarnos con examinar el contexto y el uso
social de las prendas, sino que debemos incluir en nuestra apreciación el contexto
natural conformado por el cuerpo humano y el ambiente natural. Sin embargo,
las conclusiones que se puedan extraer sobre el particular deberán descansar
en análisis sistemáticos de los hechos, y no sobre argumentaciones filosóficas o
teorías antropológicas.
La indumentaria y algunas interpretaciones estructurales
Uno de los primeros estudios sistemáticos sobre indumentaria fue el efectuado
por Kroeber y Richardson en 1940 sobre la evolución de estilos de los vestidos
femeninos. Después de plantear que las modas y el estilo de la indumentaria
reflejan las condiciones sociales y se mueven con el correr de los tiempos,
concluyen diciendo: “[...] los aspectos fundamentales del estilo en contradicción
a las fluctuaciones de la moda, estando está definida en una época dada, son
en gran medida inconscientes en cuanto a que se los considera axiomáticos”
(Kroeber y Richardson 1940: 135).
Si bien Kroeber y Richardson dejaron de lado las explicaciones psicológicas
(1940: 136-137), Levi-Strauss en 1951 se encargó de interpretar sus observaciones
como evidencia de la operación de leyes subyacentes a fenómenos que podrían
parecernos arbitrarios por observación superficial. Escribe sobre el particular:
Estas leyes no pueden deducirse de meras observaciones empíricas, o
por consideraciones intuitivas al respecto, sino que resultan de medir
varias relaciones básicas entre los diferentes elementos del vestido
(Levi-Strauss 1951: 58).
El problema de analizar la indumentaria a este nivel reviste de carácter análogo
al de los problemas de la lingüística estructural y de las ciencias naturales. La
dificultad empírica radica en identificar los componentes básicos, los lineamientos
y los sistemas de relaciones (o sistemas de comunicación) entre las unidades
tomadas por separado y como agregados o agrupaciones. El problema no está
simplemente en ver si la indumentaria puede estudiarse según métodos y conceptos
552
Ronald A. Schwarz
similares a los de la lingüística, sino en ver como lo plantea Levi-Strauss, “estos
no constituyen acaso fenómenos cuya naturaleza integral es idéntica a la del
lenguaje” (1951: 61).
El mejor ejemplo de abordar el estudio de la indumentaria según el modelo
lingüístico está demostrado por la obra de Bogatyrev (1937) quien realizara
esa labor mucho antes de que Levi-Strauss la considerara de utilidad. Si bien
Bogatyrev no avanza hasta el punto de encontrar homologías estructurales entre
el sistema del lenguaje y el sistema de la indumentaria, es suya la afirmación
de que: “para llegar a captar la función social de los trajes hemos de aprender
a interpretarlos como signos de manera parecida a como aprendemos a leer y
escribir idiomas” (Bogatyrev 1937: 83).
Para Bogatyrev la “función de un vestido es la expresión de las actitudes propias
de quienes lo emplean” (1937: 93).
La función puede estar relacionada con el vestido mismo (como objeto) o con la
variedad de aspectos de la vida, de que el vestido (como signo) es una indicación
(Bogatyrev 1937)
De esta manera Bogatyrev nos anima a considerar además de las estructuras
formales de la indumentaria, su proyección ética dentro de la sociedad. Pero
para llegar a tal punto habremos de necesitar información y datos más allá de los
aportados por la indumentaria en sí. Sus palabras:
Un vestido es como un microcosmos, donde se reflejan en su relativa
intensidad los ideales estéticos, morales y racionalistas de quienes
lo usan. Para poder apreciar a cabalidad el sitio de la indumentaria
como expresión de una ética autóctona, debemos reconocer los
ideales éticos que refleja la forma del vestido (como por ejemplo las
restricciones en cuanto a quienes pueden usarlo) y a su vez, debemos
poseer conocimientos de los ideales éticos generales [cursiva en el
original] de aquel pueblo. De otra manera nos expondremos a pasar
por alto la expresión de aquellos ideales que se reflejan en el vestido
(Bogatyrev 1937: 93).
Sería posible continuar por varias páginas extrayendo ideas de interés y datos de
etnografía presentes en las obras de Bogatyrev y en el ensayo de introducción
escrito por Ogibenin (1971: 9-32), pero tal labor sobrepasa los límites de este
artículo y por lo tanto, he de animar a quienes se interesan por el tema a consultar
esta valiosa obra.
553
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
La estructura simbólica de la indumentaria: el caso de los
guambianos
Los guambianos habitan una región de laderas en la margen occidental de la
cordillera Central, al suroeste colombiano. Antes de la llegada de los españoles
había más de cien tribus en aquella región, pero la Conquista, las enfermedades
y el proceso colonizador han contribuido a eliminar muchas de ellas y a aculturar
las que van quedando. No obstante, los guambianos, en contraste con lo anterior,
han logrado mantener viva gran parte de su tradición cultural, incluyendo su
idioma y una manera particular de vestirse.
El idioma guambiano era considerado hasta hace poco como parte de la familia
chibcha (Rivet 1946), pero según estudio reciente sobre las lenguas amerindias
(Matteson 1972: 22), a través de los siglos, palabras de origen quechua, páez y
español, han sido incorporadas al guambiano y hoy día la mayoría de sus gentes
hablan también el español.
En el resguardo de Guambia vive un total aproximado de 7500 indígenas, en
una extensión calculada en seis mil hectáreas y de la cual una mitad es terreno
cultivable. La elevación del terreno varía desde 2.600 metros en la parte occidental
hasta unos cuatro mil metros hacia el oriente. La región se puede dividir en tres
zonas ecológicas con características propias:
El páramo
Una zona fría, húmeda, cubierta de tierra apta para la agricultura. Esta zona es
considerada “peligrosa” por estar habitada de numerosos espíritus relacionados
con los fenómenos naturales; las mujeres, en particular, son susceptibles a aquellas
influencias malévolas, pero todos los guambianos cumplen un rito de “limpieza”
antes de ascender hasta allí.
La zona media
Consiste en su mayor parte de colinas onduladas y utilizadas generalmente para
los cultivos de papa, ulluco y cebollas.
La zona interior
Al occidente, utilizada primordialmente para los cultivos de maíz, el trigo, la cebada
y los fríjoles. La mayor extensión de sus tierras es demasiado accidentada para ser
554
Ronald A. Schwarz
arada con animales de tiro y, por lo tanto, se cultiva con palas e implementos de
madera rematados por puntas metálicas.
En lo que va de este siglo la población guambiana ha aumentado desde unos
1500 (en 1900) hasta unos 7500 (en 1973); anteriormente había abundancia
de tierras y bosques, pero hoy día toda la tierra está dividida en parcelas. A
excepción de una, los guambianos viven distribuidos por veredas, en las cuales
residen desde veinticinco hasta noventa familias. La descendencia es bilateral y
la residencia postmatrimonial es patrivirilocal. Durante el período que me sirvió
de marco para obtener un modelo de su indumentaria, la década de 1920 y
comienzos de 1930, las veredas eran menos pobladas y los hombres obtenían
sus esposas de otras localidades.
En general, las actividades agrícolas las efectúan conjuntamente el esposo y la
esposa. Las mujeres, además de ayudar con los cultivos del campo, mantienen sus
huertas, aunque la división del trabajo les asigna una función primordialmente
hogareña: cocinar, criar los hijos y tejer las faldas y las ruanas. Los hombres
emplean parte de su tiempo en actividades de tipo social (reparando caminos,
construyendo puentes, etc.) así como también cuidando de los animales y
fabricando sombreros. El trabajo recíproco entre familias y de manera cooperativa
por el sistema de mingas es muy común.
La dirección política del resguardo está encomendada al cabildo indígena en el
que todas las veredas tienen su representación. Solamente los hombres adultos
son aptos para ejercer estas funciones y su período de servicio es por un año; los
cargos más destacados casi siempre son ocupados por individuos que han tenido
previa experiencia en posiciones inferiores. Servir en el cabildo significa sacrificar
parte del tiempo y del dinero, pero no existen requisitos financieros para aspirantes
a esa posición. Las funciones principales de los elegidos son las de dirimir posibles
conflictos, supervisar la distribución de las tierras, organizar proyectos para la
comunidad y patrocinar las celebraciones religiosas. Esta institución política no
está favorecida, en ninguna forma por poderes sobrenaturales.
La perspectiva del guambiano es una combinación de las influencias españolas,
con sus creencias indígenas. La Iglesia Católica los bautiza, los une en matrimonio
y los entierra, pero a estas dos últimas ceremonias le añaden ellos sus propias
celebraciones. Reconocen la influencia de una gran variedad de espíritus
sobrenaturales y con frecuencia recurren a sus ritos de limpieza para evitar
contaminaciones que, según ellos, causarían enfermedades o la muerte; sobre
todo las mujeres y los niños son susceptibles a los espíritus, así, por ejemplo,
durante la menstruación, a la mujer se le prohíbe realizar la mayoría de sus
actividades normales.
555
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Entre la cultura guambiana predominan dos temas que operan a manera de
principios orientadores de muchas de sus actividades. El uno es “la igualdad”
(latá-latá) y el otro el del “acompañar” (linjab). El primero es el ideal de cómo
deben ser las cosas, mientras el segundo realza el ideal de realizar actividades con
otros y para otros e implica la existencia de la jerarquía y la reciprocidad.
Indumentaria guambiana y la estructura social
La indumentaria entre los guambianos ha sido objeto de modificaciones a través
del tiempo; y si bien los cambios drásticos han sido escasos, cada generación
se ha encargado de añadirle sus propios retoques, de tal manera que resulta
imposible señalar una cierta moda como característica de toda la sociedad en una
época determinada. Así, por ejemplo, durante mi primera visita al resguardo en el
año 1962 se podía observar todavía entre los hombres de más edad el uso de la
pantaloneta blanca que fuera típica del vestido en los siglos XVIII y XIX. Existe, no
obstante, la tendencia entre la mayoría de la gente a adoptar el uso de una prenda
nueva, una vez haya sido introducida.
Hacia fines del siglo pasado y comienzos del presente se produjo un cambio
drástico en indumentaria: los hombres comenzaron a fabricar los sombreros
redondos y aplanados que toman una forma cónica sobre la cabeza y fueron
adoptados como prenda insustituible de la indumentaria tanto masculina como
femenina. También se inició por esta época (década de 1920) la costumbre entre
los hombres de llevar una faldilla azul puesta sobre la pantaloneta blanca y
confeccionada del mismo material azul con que las mujeres hacen sus chales.
El modelo de indumentaria presentado en estas páginas fue típico del resguardo
desde 1920 hasta comienzos de 1930, siendo varias las razones que nos indujeron
a seleccionar la moda de esta época como tema del estudio. 1) El uso de la faldilla
azul entre los hombres representa un cambio efectivo hacia una prenda que, según
relatan algunos, era usada antes de la Conquista; 2) El tipo de sombrero adoptado,
de contornos redondeados y apariencia cónica, se diferencia notablemente de
los demás tipos de sombreros indígenas encontrados en Suramérica; 3) Durante
este mismo período los guambianos estaban bajo fuertes presiones de la gente
blanca de la localidad para dividir su resguardo y adoptar maneras occidentales
de vestirse, pero los guambianos supieron defender con tenacidad sus tierras y
el derecho a vestirse a su manera; para ellos su indumentaria era un símbolo
importante de su identificación indígena, la cual deseaban mantener a toda costa,
y 4) La vestimenta guambiana examinada en conjunto revela una verdadera
combinación de elementos con sello propio que los distingue claramente de otros
grupos indígenas del continente.
556
Ronald A. Schwarz
557
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Fabricante
Hombre
Prenda
Sombrero
Ruana
Mujer
Falda
Rasgos
Izquierda - mujer
Derecha - hombre
Forma
Cónica
Cónica
Diseño
Círculos-triángulos
Círculos-triángulos
Diseño
Líneas horizontales
Líneas horizontales
N° de líneas
Impares (7, 9, 11)
Pares (2, o grupos
de 2)
Lineamiento
Simétrico
Asimétrico
A continuación, entonces, haremos una descripción y análisis de la indumentaria
típica de los guambianos. Se describen los elementos de su indumentaria y un
modelo de acuerdo a las prendas básicas y los rasgos de estilo. Se hace referencia
al contexto natural y se establecen homologías entre las estructuras ecológicas,
anatómicas y sociales con aquellas de sus adornos. Se pretende entonces, hacer un
análisis parcial del sistema guambiano del vestir y, por lo tanto, no debe entenderse
como si fuera un informe exhaustivo, sino más bien, como la exposición de un
método investigativo.
El plano anterior muestra las prendas mayores de la indumentaria guambiana. El
diagrama I es una vista desde lo alto que muestra los contornos y el diseño circular
del sombrero. El diagrama II es una vista posterior de una pareja guambiana. La
posición derecha para el hombre y la izquierda para la mujer concuerda con sus
principios de orientación sexual y espacial: el oriente es la dirección cardinal.
Además, existe diferenciación entre los niveles de la cabeza y el cuerpo y en
este último, entre lo situado arriba y abajo de la cintura. En la parte superior
del diagrama II se muestra el sombrero de perfil, con un diseño triangular en
la parte baja y uno circular en la parte alta. En la parte más inferior del mismo
diagrama, a la izquierda, está representada la falda femenina; el diseño consiste
en un número impar de líneas horizontales arregladas simétricamente de arriba
hacia abajo, sobre la falda está la manta azul hecha de material obtenido en
el comercio. A la derecha de la manta está el bosquejo de la ruana masculina;
el diseño consiste en dos bandas horizontales o grupos de bandas, colocadas
asimétricamente en la mitad inferior de la prenda; debajo de la ruana está la
faldilla hecha del mismo material azul de las mantas femeninas. Los sombreros
son hechos por los hombres y carecen de rasgos de construcción o de diseño
que indiquen diferenciación sexual. Todas aquellas prendas usadas por debajo
del cuello son tejidas por las mujeres.
En el plano cultural, el vestido de los guambianos los distingue visiblemente de
otros indígenas en el mundo de los blancos. Existen diferencias entre las prendas
masculinas y las femeninas, pero la semejanza en los colores y en el diseño, así
558
Ronald A. Schwarz
como la igualdad en los sombreros, tiende a reducir el contraste. Salvo en casos de
extrema pobreza, resulta imposible obtener ideas sobre el estatus socioeconómico
de un guambiano, a juzgar por su indumentaria porque emplean los trajes más
viejos para las faenas del campo y cada uno dispone de por lo menos un conjunto
de ropa para ceremonias especiales y salidas al mercado. Los collares y las joyas
femeninas establecen sí una diferencia, pero existe un límite en cuanto puede
lucirse sin llegar a la ostentación; además, aun las más pobres disponen de buen
número de collares obtenidos por herencia y regalos o comprados o en préstamo.
El acento de igualdad aparente que exhiben sus vestidos es producto de los
cambios sociales a que dio lugar la Conquista española. Con anterioridad a la
Conquista, los hombres guambianos servían en el ejército y existía un sistema de
dos clases sociales: nobles y comunes. Al acabarse el servicio militar después de
la Conquista, las distinciones sobre clases fueron decayendo progresivamente,
a la vez que se los reducía a todos a una posición de inferioridad dentro de la
sociedad blanca y se atentaba continuamente contra su integridad sociocultural.
Con frecuencia sucede, como lo indica Turner (1969: 175) que tales condiciones
dan ímpetu hacia un sentido de igualdad en las relaciones sociales y generan
símbolos representativos del compañerismo, la homogeneidad y la vida comunal.
La uniformidad general en los estilos de la indumentaria guambiana, a la vez
que la ausencia de símbolos referentes a la jerarquía social, nos sugiere por una
parte que sus vestidos son la expresión de una inferioridad estructural dentro del
sistema social predominante. Por otra parte, su indumentaria cumple la función
de ocultar diferencias individuales basadas en el prestigio y la riqueza, de esta
manera “toma cuerpo” el principio de igualdad.
El plano y los diagramas presentados atrás nos indican los dualismos presentes
de varias maneras en la indumentaria guambiana. Las mujeres confeccionan las
prendas del torso para sí mismas y para los hombres, estos, a su vez, producen
los sombreros que llevan puestos ambos sexos.
Una de las dificultades para la interpretación de las prendas y su ordenamiento
general, es que los guambianos no le confieren valor simbólico a las prendas o
a muchos aspectos de su indumentaria, salvo como medio de su identificación
sexual y cultural. Si bien los colores poseen importancia simbólica en los vestidos
de gala, los colores en las prendas cotidianas son idénticos, excepto tal vez del
verde que se observa ocasionalmente en la ruana del hombre (¿hombre = hoja de
coca?). De esta manera, los valores y significados que puedan tener han de ser
derivados del contexto mismo.
Se observan dos orientaciones en las prendas mayores de los guambianos: una
latitudinal dividida en izquierdo y derecho según la dicotomía femenina vs.
559
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
masculino, y otra altitudinal dividida en dos regiones: superior e inferior, cabeza
y torso. La región inferior, o torso, puede ser subdividida, a su vez, en dos partes,
según sea por debajo o por encima de la cintura. Si bien es cierto que la falda y
la ruana presentan colores semejantes y el mismo diseño de líneas horizontales,
existen diferencias en el número de líneas empleadas (impar vs. par), en su
respectivo ordenamiento (simétrico vs. asimétrico) y en la posición en el cuerpo
(abajo/arriba). Los términos que se utilizan en guambiano para estas prendas
indican que el contraste “abajo vs. arriba” posee su significado, pues el morfema
lend es “abajo” o “inferior” y la palabra que denota la falda femenina es lendik.
En contraste, tur significa “arriba” y “cabeza”, y turí es el vocablo que denota a la
ruana masculina. En consecuencia, aun antes de tocar lo referente a la simbología
del sombrero resulta evidente la asociación de la mujer con la izquierda y lo de
abajo, y del hombre con la derecha y lo de arriba.
En el plano superior, el de la cabeza, están los sombreros hechos por los hombres
que, como ya se mencionó, son idénticos para ambos sexos. La parte alta del
sombrero siempre lleva círculos, mientras la baja contiene triángulos. Entonces,
a nivel de cabezas y sombreros, la izquierda y la derecha son iguales y desde el
punto de vista de lo estético, los sombreros contribuyen con una sensación de
simetría y unidad dentro del conjunto de sus vestidos.
Volviendo al tema de las relaciones sociales, se pueden dividir las actividades
primarias en dos: 1) donde priman las funciones corporales, tales como la
producción, y 2) donde priman las funciones del orden alrededor de: a) lo social
(la política), y b) lo sobrenatural (la religión). Encontramos entonces que los
principios orientadores de este tipo de actividades son homólogas a los que
exhiben la indumentaria de los guambianos. Para comenzar hay que notar que
las actividades productivas y reproductivas tienen que ver fundamentalmente con
las regiones inferior y media del cuerpo, las mismas se llevan a cabo en las zonas
baja e intermedia del resguardo, de tal manera que unifica el trabajo de hombres
y mujeres en unas actividades y los divide en otras.
Tanto los hombres como las mujeres trabajan juntos en los campos, se unen para
fines sexuales, pero se dividen para cazar (actividad masculina), y para cocinar,
tejer y dar a luz (actividades femeninas). La desigualdad presente en este nivel
“inferior” revela la mayor importancia del lado femenino y de la región más baja
del resguardo; son las mujeres quienes confeccionan las prendas del torso y se las
pasan a los hombres. Este ordenamiento asimétrico de lo corporal está balanceado
a su vez por la estructura de lo tocante a la preservación del orden y el ejercicio
de la autoridad dentro de la comunidad.
Los hombres hacen los sombreros y los dan a las mujeres. Simbólicamente ellos
unen a la pareja al ignorar diferencias entre la izquierda y derecha, femenino
560
Ronald A. Schwarz
y masculino. El contraste sombrero vs. trajes revela una estructura simbólica y
análoga a la del cuerpo humano, es abajo del cuello y no arriba, en donde se
presentan diferencias anatómicas notables. Los hombres trabajan los sombreros y a
un nivel institucional, son ellos quienes ocupan los puestos políticos en el cabildo.
La función de esta organización es mantener la unidad entre veredas distanciadas
y entre otras cosas, construir los puentes que las acercan. Además, la política es
un asunto “capital”, asunto de hombres; los hombres de poder en Guambia son
aquellos que “entienden” y hablan con persuasión y la localización del poder
político tiende a situarse hacia la parte más alta, la región oriental del resguardo.
De allí han salido más del 90 % de los gobernadores que ha tenido el resguardo
en lo que va de este siglo. Como resultado, la dinámica de los sombreros, yendo
de derecha a izquierda, contribuyen a la unidad estética de la indumentaria y a su
vez a la dinámica del poder político de derecha a izquierda, de superior a inferior,
de oriente a occidente y sirve para preservar la unidad política del resguardo.
Un área más de las relaciones sociales donde se mantiene la influencia masculina
y simbólicamente también el sombrero, es en la religión. Aquí cabe hablar sobre
las estructuras de la autoridad entre los seres humanos y los espíritus. Dentro
del marco espacial y social de los guambianos ambas estructuras coexisten en
relación inversa: el control humano es más efectivo hacia los niveles bajos y va
disminuyendo a medida que se asciende hacia las regiones altas del resguardo y
aún más allá. En las partes altas se utilizan fetiches para proteger los cultivos y en
el páramo habitan animales salvajes y poderes sobrenaturales de peligro para el
hombre y aún más para la mujer, que puede resultar embarazada por espíritus que
habitan allí. Toda acción religiosa tendiente a mediar entre la sociedad humana y
la sobrenatural es prerrogativa de los hombres y, por consiguiente, el sombrero
no solo simboliza el estatus político de los hombres, sino también su posición de
curanderos, adivinos y brujos.
En breve, las prendas de la indumentaria guambiana en relación con las partes
del cuerpo humano, reflejan una simbología de características semejantes a la que
orienta sus actividades y estructuras sociales. El resultado podría ser tomado como
una transformación de los principios guambianos de la lógica social al plano de
la indumentaria.
Las dimensiones estéticas y éticas serían una ordenación de unidades binarias
estructuradas a lo largo de ejes opuestos, pero complementarios uno de otro. Las
mujeres producen las prendas que cubren la parte inferior del cuerpo, las cuales
exhiben unidad y oposición de izquierda y derecha, a la vez que la jerarquía de
lo masculino sobre lo femenino (la ruana sobre la falda). De manera similar, las
actividades sociales en lo que respecta a la producción establecen una mayor
funcionalidad para las mujeres, pero la autoridad la ejercen los hombres. Estos, a
su vez, fabrican los sombreros iguales para el hombre y la mujer y su autoridad
561
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
predomina en todos los aspectos de la vida, sirviendo de políticos y chamanes
para mantener el orden político y religioso. En sentido retórico el sombrero viene
a simboliza la unidad, la igualdad y la simetría de la sociedad vinculando a los
hombres; refleja, por otra parte, la jerarquía explícita de la cabeza sobre el resto
del cuerpo; del cielo, la lluvia y los espíritus sobre la tierra y del hombre sobre la
mujer… por lo menos es lo que parece.
Todavía nos quedan por examinar varios detalles de la indumentaria guambiana
y su relación con el contexto social. Tenemos, por ejemplo, los detalles internos
del diseño, según los cuales se nota que la falda femenina presenta un número
idéntico de líneas horizontales, arregladas simétricamente a lado y lado de la
mitad inferior de la prenda. En lo que respecta a las figuras decorativas tejidas en
los sombreros se nota la colocación de los círculos arriba y de los triángulos abajo,
figuras geométricas estas que son símbolos de importancia en otros sectores que
tienden a asociar a las mujeres con los círculos y a los hombres con los triángulos.
De esta forma se nota cómo el mensaje que comunican los aspectos decorativos de
su indumentaria parece ser el opuesto del que se expresa mediante la colocación
de sus prendas. En el caso del diseño la mujer está simbólicamente asociada a
la simetría y el hombre a la asimetría; así mismo, las mujeres (círculos) están
superpuestas a los hombres (triángulos).
Cabría preguntarnos entonces si estos símbolos tienen vinculación alguna con
la cultura y la estructura social de Guambia. La respuesta es afirmativa sólo para
el plano de lo que Levi-Strauss (1953) llama “estructuras inconscientes” y que
yo prefiero llamar “estructuras que no se comentan a menudo”. A este nivel
los hombres están vinculados con una división estructural en el tiempo y el
espacio, mientras las mujeres lo están con su respectiva unidad. Tenemos así que
en Guambia las veredas están compuestas de parientes masculinos vinculados
patrilinealmente, a lo que han contribuido regulaciones sobre residencia patriviri-local y exogamia femenina; pero estos grupos van unidos estructuralmente
mediante la comunicación entre sus mujeres. En cuanto al papel de la mujer para
conservar la unidad a través del tiempo, lo mismo que su posición superior a
los hombres, la explicación se nos presenta en términos bastante claros: Mamá
Manuela Caramaya es la mamá legendaria de los dos hombres, Tumiñá y Tombé,
de quienes descienden los guambianos hispánicos actuales (Hernández de Alba y
Tumiñá P. 1949), ¡y las mujeres son quienes tienen a los hijos!
Las observaciones anteriores sobre la indumentaria y la estructura social de la
población guambiana nos ayudan a percibir más claramente el papel simbólico
de los trajes en la dialéctica de la vida social.
562
Ronald A. Schwarz
Aunque sean algo común y corriente, los vestidos forman parte esencialísima de la
comunicación social al ayudarnos a definir las situaciones mediante la acentuación
directa de ciertos principios y el ocultamiento inconsciente y la ambigüedad de
ciertos otros.
Si bien la indumentaria varía en su forma simbólica de expresar el cómo, el qué y
el cuándo del comportamiento, siempre ha de constituir (aunque esté ausente) una
parte integral del proceso y de la estructura de la acción. Así como se puede tejer
textura sobre un pedazo de tela para ocultar los hilos de la urdimbre, así mismo una
sociedad puede tejer una textura social que, por una parte, exhiba públicamente
una serie de normas, mientras que por la otra oculta otra serie por conocer.
Análogamente, símbolos de unidad y jerarquía (que casi siempre van juntos)
expresados a través de roles y estatus, pueden convertirse sin querer en soportes
del mismo sistema que están tratando de ocultar. En las tierras de Guambia
la función retórica del sombrero es la de comunicar un mensaje de unidad y
jerarquía y de asociar estas con el hombre. Sin embargo, al examinar sus elementos
decorativos encontramos allí los principios básicos que trata de ocultarnos el
sombrero: círculos sobre triángulos, es decir, las mujeres sobre los hombres.
La naturaleza, la cultura y la indumentaria
En un libro reciente Murphy (1971: 71) hace la siguiente observación sobre el
estado actual de la teoría antropológica: “No sólo hemos dejado de volver a las
preguntas fundamentales... sino que hemos olvidado cuáles eran”.
Espero entonces que el razonamiento sobre cómo y por qué se viste el
hombre, así como también lo que sucede una vez vestido, sea un paso hacia
lo fundamental. Puesto que alguna forma de indumentaria es un componente
universal de los grupos humanos, resulta apropiado preguntarse sobre su función
para la sociedad en general y para una determinada sociedad en particular.
Una respuesta inmediata y que además deja de lado la controversia sobre lo
modesto y lo inmodesto, es aquella en que la indumentaria tiene algo que ver
con la imagen que el hombre tiene de sí mismo frente al mundo que percibe. En
sus vestidos y adornos vemos al hombre utilizar la naturaleza (el componente
material) para rechazarlo o distinguirse de ella (animales y la desnudez humana)
y dar realce al aspecto esencialmente humano o cultural de la vida. Al referirse a
las apariencias corporales así como a los vestidos, Ogibenin sugiere que ambos
factores merecen consideración:
Puesto que al ser utilizados como signos en las sociedades humanas
constituyen una zona fronteriza e ilustrativa de fenómenos de transición
563
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
entre la naturaleza y la cultura. En esta área y con referencia a una
cultura específica, tal vez se podrían buscar analogías ontogenéticas
sobre el comportamiento precultural del hombre, pues aquí los estímulos
psico-biológicos y psico-sociales originan reacciones diferentes, de las
cuales resultan conjuntos “objeto-signo” que corresponden a niveles de
intersección del hombre con la naturaleza (Ogibenin 1971: 14)
Continúa diciendo el investigador que si bien es cierto que las funciones del vestido
son proteger contra el frío y el calor y cubrir la desnudez, “aparece primordialmente
como el resultado de la habilidad humana en contrarrestar las fuerzas de la
naturaleza” (Ogibenin 1971: 15). Un ejemplo del uso del adorno para efectuar
esta transición puede verse en los rostros pintados de los Caduveos. Levi-Strauss
(1963: 176) escribe al respecto: “Para los Caduveos, la pintura del rostro confiere
al individuo su dignidad como ser humano; le ayuda a cruzar la frontera entre la
naturaleza y la cultura y entre el animal “irracional” y el hombre civilizado”.
Algo semejante aparece en el mito sobre la creación de una tribu amazónica:
después de colocar a los hombres en la tierra, el sol repartió entre los grupos
implementos, armas, una canasta, una máscara y guayucos, aunque a los desana
solo les dio una cuerda (Reichel-Dolmatoff 1971: 27). El tratamiento así acordado
al vestido, como un elemento simbólico de la separación del hombre de la
naturaleza, cubre la primera de las dos grandes áreas que mencioné anteriormente:
la indumentaria respecto al hombre tomado natural y culturalmente. Resta todavía
plantear la relación del vestido entre los hombres mismos o más concretamente,
de la indumentaria con respecto al hombre y a la mujer.
La indumentaria y la domesticación de la mujer
La década actual es quizá la menos indicada para entrar en un debate hipotético
sobre la desigualdad de los sexos, pero el tema resulta inevitable dadas las
características del presente estudio. Los planteamientos resultan difíciles debido no
solo a la definición ambigua de la igualdad entre los sexos predominante hoy día,
sino al gran número de hipótesis y evidencias presentadas, cada una de las cuales
contiene granos de verdad. Después de leer exhaustivamente lo que se ha escrito
sobre el hombre primitivo y sus vestidos y tras un esfuerzo de cinco años por
tratar de entender la indumentaria peculiar de la tribu en que viví, he intentado en
varias oportunidades enfocar el tema desde el ángulo propio de estas gentes. No
me estoy refiriendo aquí a los filósofos primitivos, aquellos que lanzaron a LeviStrauss a trabajar por muchos años, sino más bien al individuo común y corriente,
a aquel que si bien no está dado a las formulaciones mitológicas, sí tiene que
afrontar los problemas existentes presentes en el mito.
564
Ronald A. Schwarz
En reciente entrevista (Hess 1972) Levi-Strauss nos recuerda que “el primer
problema del pensamiento místico es que las mujeres deben ser domesticadas”.
Yo me permitiría añadir que la indumentaria fue parte esencial de este proceso y
en el orden de las realidades diarias fue quizás más importante que el mito. Para
presentar tal aseveración me fundamento en la interpretación personal de hechos
que paso, a continuación, a resaltar. Estos tienen que ver con lo que han sido y
todavía son en muchas partes del mundo, las ideas del hombre primitivo sobre la
mujer y también con hechos sobre el hombre mismo.
La madre naturaleza y sus hijas
A la mujer se la considera por lo general “más próxima” a la naturaleza que el
hombre y su relación con la naturaleza “más íntima” y directa que la del hombre.
Las mujeres pueden ser fertilizadas por influencias poderosas de la naturaleza,
a menos que sean protegidas o prevenidas con anticipación. Si eso sucediera;
¿cómo quedarían los hombres?
La mujer es poderosa y necesaria
Las tallas más primitivas del cuerpo humano son las figurillas femeninas de
características sexuales pronunciadas que han sido halladas en las tumbas
auriñaciences. Estas han sido tomadas como muestras simbólicas de la fertilidad
primitiva y evidencia de la preocupación del hombre y su respeto por el poder
procreativo de la mujer.
La mujer es un “peligro”
El poder de las mujeres para causar enfermedades y otras desgracias entre ellas, a
su familia, o a su comunidad, es una creencia generalizada entre pueblos primitivos.
Las mujeres son “un peligro”, sobre todo durante la menstruación y después del
alumbramiento, y han de adoptarse medidas especiales para protegerlas de los
poderes malévolos tanto por su propio bien como por el de los demás.
La mujer es “ambigua”
Este no es un punto de vista separado, sino que más bien se refiere al conjunto
de sentimientos expresados en las tres aseveraciones anteriores. El resultado
psicológico es el de ambivalencia.
565
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
La mujer está a la izquierda, el hombre a la derecha
En todos los dualismos culturales basados en la dirección izquierdaderecha, a la
mujer se la relaciona con la izquierda. Entre las cualidades asociadas comúnmente
con este factor se cuentan: la impureza, la muerte, la humanidad, la enfermedad,
la desnudez y la disolución. Así mismo, las cualidades opuestas se le atribuyen al
lado derecho.
La sexualidad de la mujer está más “dispersa”
Este punto de vista ha sido presentado por Flugel (1950) y apoyado por los
psicoanalistas (Hirning 1961: 270) quienes afirman que la totalidad del cuerpo
femenino está sexualizado “mientras que en el hombre la libido está más
precisamente localizada en el área de los genitales”. Las mujeres poseen actitudes
más “sanas” o “naturales” en cuanto a la desnudez, lo que les permite disfrutar
más holgadamente el placer de descubrirse, sin necesidad de llegar hasta el acto
sexual (Flugel 1950: 109).
Los hombres primitivos “se visten de gala”
En las sociedades primitivas, como entre los mamíferos y los pájaros, los machos se
adornan más que las hembras. Si bien existe una serie de motivos para tal costumbre,
el consenso general de la “domesticación de la mujer”. Por domesticación me
refiero fundamentalmente a dos actividades: el obtener el control y el conservarlo
no a través del uso de la fuerza sino creando una situación de orden físico y
cultural en la que los valores compartidos mantengan a los participantes juntos.
El uso de prendas para vestirse y adornarse parece estar fundamentado
psicológicamente en el deseo del hombre de acompañarse de la mujer sexual y
socialmente y de su poder misterioso para procrear y menstruar periódicamente.
Si tenemos en cuenta sus actitudes ambivalentes hacia la mujer y el deseo de
controlarla, el uso retórico, de diversas prendas, por parte de los hombres, para
atraerla sería una modalidad lógica y efectiva. Resulta halagador pensar que
alguien “se viste de gala” para ganarse nuestra atención, pero al mismo tiempo
este es el primer paso en el camino hacia las relaciones sexuales, el matrimonio y
la familia. Una vez establecido el uso de una prenda o adorno dentro de un grupo
es claro que puede ser utilizado culturalmente en otras situaciones, entre las
cuales una de las más importantes es la de protegerse de los seres supernaturales.
Entonces lo que se plantea aquí es que si bien es cierto que el uso inicial de
prendas de vestir y adornos por parte de los hombres se deriva de su deseo
566
Ronald A. Schwarz
primario de atraer a la mujer, el uso del mismo por parte de la mujer tiene
el objeto de “separarla” de la naturaleza y “protegerla” de las fuerzas malévolas
sobrenaturales. Puesto que generalmente son los hombres y no las mujeres los
que se entienden con lo exterior, bien sea como cazadores o como chamanes, la
manera de adornarse las mujeres podría simbolizar su aceptación a un mundo en
que los hombres intervienen como mediadores y manipuladores de las fuerzas
misteriosas que acarrean beneficios o desgracias para la comunidad humana.
En esta forma la indumentaria, nexo del hombre con lo divino, se convirtió en el
mecanismo retórico para dirigirse y atraer el sexo opuesto. Más tarde fue utilizado
como protección contra fuerzas capaces de producir enfermedades o embarazos y
en esta forma empezó a asociarse con la idea de la inferioridad de la mujer dentro
del marco cultural manejado por los hombres. Tal vez sea injusto, pero tenemos
que recordar que fue Eva quien probó primero la manzana.
El antropólogo y los hombres importantes
Empezamos este trabajo con la aseveración de que los antropólogos sociales
le habían dedicado escasa atención al papel que desempeña la indumentaria.
Parece apropiado entonces concluir preguntándonos por qué ha sucedido esto;
si nos hemos ocupado de la clitorectomía y de la ambigüedad, de la hechicería
y de lo profano, de lo patrilíneo y de lo patrilocal, ¿por qué no nos hemos
ocupado del vestido? A veces se menciona cuando resalta como atuendo de
ceremonias, o como privilegios del jefe; pero normalmente la extraña vestimenta
de los nativos se desvanece en nuestra memoria, solo para ser resucitada con
ocasión de un coctel, cuando atraemos la atención de los demás al ataviarnos
con prendas adquiridas en la escena de nuestras investigaciones. Con
frecuencia, nuestros hogares están también adornados con extraños artefactos
como emblema de nuestra localización ambigua dentro de la sociedad y de la
comunidad intelectual. El contraste entre la forma como relacionamos la cultura
material de las sociedades que investigamos con nuestros escritos y nuestra vida
privada me sugiere una paradoja dentro de la vida del antropólogo. Por todo lo
material que exhibimos nos distinguimos de la sociedad a la que pertenecemos,
pero al prestar mínima atención a las prendas que coleccionamos estamos
revelando accidentalmente que después de todo pertenecemos a la subcultura
de los hombres importantes. Entre ellos “el tema de la indumentaria es un tabú.
Ni siquiera desean dar a entender que se preocupan al respecto […] sobre el
sexo, está bien, hablamos cuanto queramos, pero sobre la indumentaria ni una
palabra” (Tom Wolfe 1966: 231-232).
567
Hacia una antropología de la indumentaria: el caso de los guambianos
Nota
Este artículo fue escrito originalmente en inglés y traducido por Fabio Ocaziones.
La versión en inglés fue publicada en: Justine M. Cordwell y Ronald A. Schwarz
(eds.). 1979. The Fabric of Cultures: Essays in the Anthropology of Clothing and
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572
Clases, tierra y trabajo
Formación de un sector de clase social.
La burguesía azucarera en el Valle del Cauca durante
los años treinta y cuarenta1
CHARLES DAVID COLLINS
Introducción
A
mediados del siglo pasado el cultivo de la caña y la fabricación de
panela, alcohol y panes de azúcar en la región geográfica del valle del
Cauca2 se realizaba con un nivel técnico relativamente atrasado para la
época. Knight (1972) tiene razón cuando afirma que la tecnología utilizada por el
sector no había cambiado mucho desde los primeros años de la Colonia. En las
Antillas y Louisiana (EE.UU.) se utilizaba energía de vapor, sistemas controlados
de evaporación y cristalización, carretillas y transporte por rieles, sistemas de
riego, diversos implementos para el cultivo y abonos animales, mientras que en
el Valle del Cauca encontramos molinos movidos en base a la fuerza humana, la
fuerza animal o en forma hidráulica. Fue la Manuelita, bajo la dirección del rusonorteamericano Santiago Eder, que estableció el primer ingenio al vapor en 1901,
dando así la base para el suministro de una energía regulable, suficientemente
segura y a un ritmo uniforme para mover la maquinaria además de permitir una
regulación de temperaturas indispensables a la transformación de la caña de azúcar.
A continuación se efectuaban cambios en el proceso de trabajo fabril además de
exigir una reformulación de la integración campo-fábrica con transformaciones en
el mismo cultivo de la caña y su transporte al ingenio.
No fue hasta 1926 que el segundo ingenio moderno fue establecido en la región,
siendo Riopaila del importante hombre de negocios Hernando Caicedo. En
el mismo año un grupo de inversionistas bajo el liderazgo de la familia Cabal
1
2
Original tomado de: Charles Collins. 1983. Formación de un sector de clase social: la
burguesía azucarera en el Valle del Cauca durante los años treinta y cuarenta. Historia y
Espacio. 3 (9): 44-112.
En todo se refiere al valle geográfico del Cauca y no al departamento del Valle del Cauca.
575
Formación de un sector de clase social.
repitieron el proceso con la conversión del ingenio Providencia a las formas
tecnológicas más avanzadas.
Es difícil exagerar los obstáculos que enfrentaron estos primeros inversionistas en
el sector no solamente en la inauguración y mantenimiento de formas novedosas
de las técnicas de cultivo y producción, sino también una serie de problemas
relacionados con la inserción de una producción capitalista relativamente avanzada
en un ambiente social tradicional. Vale la pena mencionar la contratación de la mano
de obra y su reproducción social afuera de los centros urbanos, la demarcación
y la seguridad de la propiedad de la tierra, la legitimidad y sobrevivencia de las
empresas en el ambiente social conflictivo y turbulento de las guerras civiles,
las dificultades del transporte, los inadecuados mecanismos de comercialización
junto con la ausencia general de una estructura estatal con suficiente autoridad
de hacer respetar, por el uso de la fuerza, los derechos y propiedades reclamados
por estos “fundadores”. En particular, los Eder encontraron continuos problemas
en dar seguridad a la expansión rápida de sus intereses económicos que afuera
del negocio del ingenio, incluía comercio internacional, diversas actividades
agropecuarias, especulación con la propiedad urbana, minas, la banca, transporte,
industria metálica y empresas de servicios públicos. De hecho las primeras
décadas de Santiago Eder en Colombia son marcadas por pleitos judiciales y
conflictos políticos referente al agua, el cobro de las deudas, los contratos
con el Estado para la producción del alcohol, las reclamaciones por perjuicios
causados en las guerras civiles, motines populares contra la empresa familiar, la
incursión de bandas armadas en la Manuelita y el reclutamiento forzoso de sus
obreros. Más aún, los mismos Eder empezaron a sospechar que varios de estos
problemas fueron estimulados por ingenios que todavía no habían tomado el
paso tecnológico hacia la máquina de vapor y la centrifugación del azúcar. Tanto
Don Santiago como su hijo Henry James Eder, protestaron por el trato diferencial
que recibía La Manuelita en el reclutamiento regular de sus peones siendo esta
práctica, según la historia oficial del ingenio, “… sigilosamente estimulada por una
firma competidora, con el objeto de sustraer la peonada a la cual la hacienda de
este vecino le brindó inmediata ocupación” (Manuelita S.A. 1964: 98).
Ahora, si bien los competidores recurrían a la política para descontar la ventaja
económica del sistema del cultivo y producción en la Manuelita, Eder no tardó
en entender la importancia de la política durante estos años. A este respecto, dos
factores pueden ser deducidos de lo dicho hasta ahora.
a. La protección y el avance de los intereses económicos del grupo económico
familiar requería un poder político que les daba acceso inmediato a los centros
de decisión en el aparato estatal;
b. La ausencia de una estructura estatal revestido con cierta estabilidad
institucional y poder decisorio daba pie por su propia porosidad a los intereses
específicos de los integrantes de la clase dominante.
576
Charles David Collins
La centralidad del conflicto político queda claro en la misma red de influencias
que estableció Santiago Eder y el uso que hizo de ello. En la primera instancia
fue cónsul norteamericano en Buenaventura y luego en Palmira, puesto que le
prestaba cierta protección a sus propiedades, daba prestigio para los negocios y
le abrió las puertas del mundo social de la clase dominante. Sin embargo, más
importante fue la amplia red de socios y amigos políticos que incluía personajes
nacionales y regionales como Sergio Arboleda, Salvador Camacho Roldán, Tomás
Cipriano Mosquera, César Conto, Evaristo García, Jorge Holguín, Rafael Reyes,
Juan de Dios Ulloa y Rafael Uribe Uribe. En estos casos basta una parte de una
carta escrita por Eder en 1896:
Me agradó saber que mi amigo Rafael Reyes es candidato para la
Presidencia; si él está en el poder tengo esperanza de que será pagada
mi reclamación; bien manejado el asunto, estamos seguros de obtener el
pago (Eder 1958: 283).
Ahora de los conflictos documentados entre los Eder y sus competidores vale la
pena recordar que estos fueron productores de panes de azúcar, alcohol y panela
utilizando energía pre-máquina de vapor pues los ingenios de Caicedo y los Cabal
no fueron fundados hasta 1926. De hecho, la resistencia de los productores de
panela contra la forma más adelantada en la tecnología de la producción de
azúcar granulada se manifiesta otra vez, pero de una manera más organizada, en
los años treinta y cuarenta.
La imagen del sector azucarero emergente durante las primeras décadas de este
siglo es la de una ausencia general de acción integrada entre los ingenios. Más
bien la interacción fue de carácter conflictivo y, como medida defensiva contra
los insucesos en la expansión de estos grupos corporativos, cada uno manejaba
influencias políticas de índole instrumental que les permitía internalizarse en los
aparatos locales, regionales y hasta nacionales del Estado.
Fue solamente a partir de los años treinta que se puede hablar de una situación
común de clase con bases en la propiedad que ejercen sobre los medios productivos
propios del cultivo de la caña y la producción del azúcar. Si bien por el año de 1928
existían apenas tres ingenios en el Valle del Cauca, es durante los años treinta y
cuarenta que aumentan significativamente el número de unidades productivas en el
sector tanto por los grupos existentes de Eder, Cabal y Caicedo como por la entrada
de productores nuevos (ver cuadro 1). La mayoría de estos fueron efectuados a
través de transformaciones de la producción de la panela a la de azúcar. Se va
conformando pues un sector de clase –la burguesía azucarera– con una situación
común basada en su propiedad de medios productivos quienes además poseían una
situación común de intereses compartidos. Sin embargo la existencia de tal situación
propietaria común no supone que los miembros del sector asumirán en forma
577
Formación de un sector de clase social.
automática e inmediata, una aspiración consiente junto con medios organizativos de
clase. De hecho, este fenómeno formativo del grupo, si bien parte de una situación
común de clase de compartir una posición propietaria común en un sector pasa, de
todas maneras, por un proceso posterior y conflictivo.
Este proceso formativo involucra, en lo referente a un sector específico de la
burguesía, el grado en que se manifiestan las siguientes características:
a. Expresiones de una perspectiva más compartida y manifiesta de los
intereses del capital sectorial con respecto a los diversos obstáculos económicos,
sociales y políticos a la acumulación del capital.
b. La realización de prácticas sociales, productos de comunicación previa
entre los integrantes del sector. De especial relevancia en este sentido, es la
proyección política más organizada y continua del sector que supere la forma
individual y esporádica.
c. La canalización de sus actividades a través de organizaciones gremiales
y/o unidades representativas de intereses manifiestos y comunes.
En el caso de la burguesía azucarera consideramos el año de 1959 como un
momento histórico de especial importancia pues en este año que se establece
ASOCAÑA como organización gremial del sector. Si bien no representa el fin de
tal proceso, pues la cooperación técnica en el sector no se institucionalizó hasta
1977 con la fundación de CENICAÑA, de todas maneras marca un momento inicial
a partir del cual se institucionaliza la integración interna del sector. Sin embargo
la fundación de ASOCAÑA no fue producto espontáneo y ocasional de algunos
individuos quienes libremente determinaron su propia historia, sino resultado
complejo de la acción social de los propietarios respectivos en el contexto de
una serie de condiciones estructurales del sector en cuestión. En este contexto
el objeto de este trabajo son los factores que iban facilitando la integración del
sector de clase y las características del proceso. Nos interesa las condiciones tanto
sociales, políticas y económicas que daban las bases para las iniciativas que se
tomaron hacia la integración del grupo social (Ver Dahrendorf, 1962). Se trata de
entender las relaciones sociales que actúan como o facilitan los lazos entre las
personas que ocupan una locación común de clase en el sector azucarero. Para
adelantarnos un poco en el argumento se trata de precisar dos aspectos:
a. Los lazos que generan a raíz de las características estructurales de la
sociedad.
b. Las formas institucionales que son productos de las actividades consientes
de miembros del sector en cuestión y unen a ellos.3
3
Para una mayor elaboración de estos dos puntos ver Dahrendorf (1962).
578
Charles David Collins
Con respecto al primer punto Marx, en su escrito “El 18º. Brumario de Louis
Bonaparte” anotó el aislamiento y la ausencia de relaciones entre los campesinos
franceses haciéndoles incapaces de velar por sus propios intereses. Como tal,
su modo de producción los aísla unos de otros, en vez de establecer
relaciones entre ellos. Este aislamiento es fomentado por los malos medios
de comunicación de Francia y por la pobreza de los campesinos… cada
familia campesina se basta sobre poco más o menos a sí misma, produce
directamente ella misma la mayor parte de lo que consume y obtiene así
sus materiales de existencia más bien en intercambio con la naturaleza
que en contacto con la sociedad (Dahrendorf 1962).
En el caso de la burguesía azucarera nos interesa analizar precisamente lo contrario:
en qué medida las condiciones en que se realizaba la producción del azúcar en
el Valle del Cauca durante las décadas de los treinta y cuarenta facilitaban la
integración y formación de la burguesía azucarera. En términos más amplios nos
interesan las características estructurales de la vida social que generan los lazos
mencionados. Además, ¿cuáles fueron las contradicciones que los propietarios
particulares tenían que enfrentar en este proceso formativo? ¿en qué sentido
atribuyó el contexto conflictivo del sector en esta conformación sectorial de clase?
Dado que ASOCAÑA fue fundada en 1959, nos interesa el proceso previo a este
momento mejor dicho el tiempo comenzando con la constitución inicial del sector
al fin de los años veinte y las características del sector en los años treinta y
cuarenta que conducían a la formación progresiva del sector de clase.
La configuración propietaria y el contexto geográfico de la
producción de azúcar
El desarrollo inicial de la agroindustria azucarera está básicamente asociado con
la expansión económica de tres grupos –Eder, Cabal y Caicedo– así que, a pesar
de la entrada de nuevos capitalistas con ingenios nuevos, mantuvieron su posición
predominante durante los años en cuestión. El cuadro 1 indica el establecimiento
de catorce ingenios entre 1929-1950 en el Valle del Cauca donde ya existían los
tres antes mencionados –Manuelita, Providencia y Riopaila–. En la década de los
cincuenta se establecieron cuatro ingenios –La Carmelita, Tumaco, La Cabaña y
Meléndez–. El mismo cuadro también indica que los grupos principales no se
quedaron atrás en este proceso. Los Cabal participaron en el establecimiento de
Pichichí en 1941 y San Fernando en 1948, mientras que Caicedo fundó Castilla en
1945 y compró Bengala. También de importancia son los ensanches que efectuaron
los mismos en sus ingenios de punta. El cuadro 2 indica que en 1938 tres ingenios
(dos de los cuales son del Valle –Manuelita y Providencia–) concentran 65,5 % de
la producción nacional. En el caso de los tres ingenios más importantes del Valle
579
Formación de un sector de clase social.
(Manuelita, Providencia y Riopaila) encontramos que en 1938 manejan 59,2 % de
la producción nacional. Esta cifra cae al 51,7 % en 1956 debido al establecimiento
de ingenios nuevos. Sin embargo fueron precisamente los grupos que controlaban
a los ingenios principales que asumieron un papel de liderazgo en la fundación
de nuevos ingenios así que el cuadro 3 nos informa que los mismos grupos
controlaban 64,5 % de la producción nacional en 1956.
Tal concentración de producción y centralización de control por tres grupos
familiares representa una jerarquización interna del sector. De hecho, los tres
grupos que fundaron los primeros ingenios y que mantenían una posición
predominante en el sector manejando los ingenios técnicamente más avanzados,
también controlaban simultáneamente una amplia gama de intereses en diversos
sectores de la economía. Cabe resaltar también que los integrantes familiares
de estos grupos fueron aquellos con mayor incidencia en el campo político e
ideológico dé la región además de promover la necesidad de la acción conjunta del
sector frente a los problemas que enfrentaba durante los años treinta y cuarenta.
Por otra parte es durante la década de los treinta y cuarenta que se acentúa la
concentración regional de la producción del azúcar centrifugado. En 1932, el
departamento del Valle producía el 51 % del azúcar a nivel nacional mientras que
en 1951 producía el 88,4 %. De los demás 11,6 %, el departamento del Cauca (en
la parte correspondiente al valle geográfico) producía el 4,8 % mientras que los
Eder controlaban el Ingenio Central del Tolima. El cuadro 4 indica la distribución
geográfica de la producción de azúcar en 1944 y 1954. Se presenta así el cierre
progresivo de los ingenios de Bolívar y Cundinamarca que simplemente no podían
competir con el cultivo de la caña en el Valle del Cauca (cultivo permanente que
implicaba una más adecuada integración con la etapa fabril además del mayor
rendimiento en azúcar por cantidad de caña molida). Por otra parte las mejoras en
las vías de comunicación del suroccidente del país durante estos años permitían a
los ingenios vallunos ampliar su radio de acción.
Se opera pues lo inverso a lo que anotaba Marx referente a los campesinos
parcelarios en Francia. La progresiva concentración geográfica de la producción
azucarera en el valle geográfico del río Cauca facilitaba la integración de la
burguesía azucarera en la medida en que:
a. Los grupos económicos familiares vivían en un área geográfica restringida
que facilitaba la integración social y política entre ellos sea por intermedio
de matrimonios, encuentros sociales, como por vía de las seccionales de
partidos políticos y/o asociaciones gremiales de índole local o regional.
b. Las diversas inversiones de ellos, mostraba un sesgo regional que facilitaba
la mayor integración por intermedio de las juntas directivas y acciones
entrecruzadas.
580
Charles David Collins
Uno de los soportes de la centralización y concentración del capital del sector
azucarero en el periodo bajo el análisis fue la existencia de enlaces de control
propietario entre los grupos corporativos. El Esquema No. 1 da una idea de cómo
tales enlaces, definidos tanto en términos de juntas directivas entrecruzadas como
entrecruces de acciones, se manifiestan dentro del sector. Por otra parte, el recurso
a las juntas directivas entrecruzadas ha sido la manera en que se ha consolidado el
control exclusivo de un grupo sobre una serie de ingenios y empresas proveedoras
de caña. Tal es el caso del grupo Caicedo en su control sobre los ingenios Riopaila
y Castilla según lo indicado en el cuadro 5.
Sin embargo, de mayor interés son los lazos que se establecen entre los diferentes
grupos propietarios en esta etapa formativa del sector. Fue el ingenio Providencia
que se constituyó como el punto de integración entre los diferentes grupos en
cuestión. En 1930 Hernando Caicedo, por intermedio del Ingenio Riopaila y
Dulces Colombina, compró 1204 acciones en la Central Azucarera del Valle S. A.
(Providencia) y, por el año 1940, el grupo Caicedo controlaba 1914 acciones en
la Sociedad. Esta suma comparaba favorablemente con Alfonso Cabal Madriñán
(1730 acciones), dos herederos de Modesto Cabal Galindo (1654), Modesto Cabal
Madriñán (501), Camilo Cabal Pombo (501) y José María Becerra (34). Los Eder
también adquirieron acciones en Providencia, llegando a poseer 3.171 unidades
por el año de 1940.
Cuadro 1. Ingenios establecidos en el Valle del Cauca según fecha
y fundador: 1929-1950.
Ingenio
Perodias
Fecha
Principal(es) fundador(es)
1929
Restrepo
Mayaguez
Década de 30
Hurtado
Bengala
1933
Ochoa
La Industria
1933
Caldas
María Luisa
1939
Posada
Balsilla
Década de 40
Hoyos
El Porvenir
Década de 40
Seinjet-Michonik-Fischman y otros
Pichichí
1941
Cabal-Becerra
Castilla
1945
Caicedo
Oriente
1945
Villegas-Chavarro
Papayal
1946
Rivera-Díaz
San Carlos
1948
Sarmiento
San Fernando
1948
Pellman-Salcedo-Cabal
Fuentes: varias.
581
Formación de un sector de clase social.
Cuadro 2. Producción nacional de azúcar centrifugada en
Colombia y por ingenios, 1938.
Ingenio
Departamento
Azúcar (toneladas)
12.500
%
Manuelita
Valle
26,4
Sincerín
Bolívar
11.000
23,3
Providencia
Valle
7500
15,8
Berástegui
Bolívar
5500
11,6
Riopaila
Valle
4500
9,5
San Antonio
Cundinamarca
2500
5,2
Bengala
Cauca
1500
3,1
Perodias
Valle
400
0,8
Industria
Valle
Otros ingenios
400
0,8
1700
3,5
47.200
100,0
Fuente: Revista Nacional de Agricultura. No. 410, agosto 8 de 1938. P. 2096
Tomado de: Rojas (s. f. cuadro 3.7).
Cuadro 3. Control de los grupos Eder, Cabal y Caicedo sobre la producción de
azúcar: 1956.
Grupo
Eder
Cabal+
Caicedo
Ingenio
Producción
toneladas
% de la producción
nacional
La Manuelita
45.250
18.9
Central Tolima
9.000
3.9
Providencia
38.000
15.8
Pichichí
10.000
4.2
Riopaila
27.000
11.3
Castilla
25.000
10.4
154.250
64.5
Fuentes: varias.
+ Los Cabal también tenían una buena cantidad de acciones en el Ingenio San Fernando que en 1956
producía 5500 toneladas de azúcar o 2,3 % de la producción nacional.
582
Charles David Collins
Cuadro 4. Producción de azúcar centrifugada en
seis (6) departamentos: 1944 y 1954.
Departamento
Porcentaje
Producción (sacos)
1954
1944
1954
Valle del Cauca
3.914.023
68.20
87.45
Tolima
254.714
6.51
5.90
Cauca
177.957
2.00
3.93
Bolívar
46.000
15.14
1.12
Córdoba
37.800
N.D.
0.98
Cundinamarca
25.000
7.18
0.62
Fuentes: Revista Agrícola y Ganadera. Cali, Año 16. No. 194. Julio de 1956 Pag. 21. Colombia en Cifras
1945-1946. Talleres Prag. Bogotá, pp. 188-189.
Esquema 1. Relaciones entre cuatro grupos económicos familiares y los ingenios
azucareros del Valle del Cauca: 1930-1950.
CABAL-BECERRA
EDER
Ingenio
La Manuelita
Ingenio
Central
Tolima
Ingenio
Cauca
Ingenio
Providencia
SALCEDO
CAICEDO
Ingenio Ingenio
Pichichi Riopaila
Ingenio
Castilla
Ingenio
San
Fernando
Ingenio
Bengala
Ingenio
Central
Tumaco
Ingenio
La
Esperanza
Fuentes: varias.
Cuadro 5. Juntas directivas de central Castilla Ltda. En 1959
y el ingenio Riopaila en 1961.
Riopaila
Castilla
Hernando Caicedo
Hernando Caicedo
Jaime H. Caicedo
Jaime H. Caicedo
Álvaro H. Caicedo
Álvaro H. Caicedo
Douglas Botero B.
Douglas Botero B.
Enrique González Caicedo
Enrique González Caicedo
Luis Ernesto Sanclemente
Luis Ernesto Sanclemente
Guillermo Ramírez
Fuentes: Relator, Cali. 21 de marzo de 1959 y CAÑICULTURA enero de 1961.
Nota: El doctor Sanclemente era el gerente comercial de los dos ingenios mientras que los doctores
Posada y Ramírez fueron los gerentes de fábrica.
583
Formación de un sector de clase social.
Con base en estas acciones, los grupos Caicedo y Eder lograron posiciones en
la junta directiva, tal como lo indica el cuadro 6. Hubo, además, una estrecha
interrelación entre los grupos Cabal-Becerra y los Salcedo, que se concretó en la
constitución del Ingenio Pichichí en 1914 y el ingenio San Fernando en 1948. Por
último, vale la pena mencionar que, a finales de los años treinta, la familia Eder
entró en conversaciones con Roberto Wills y Hernando Caicedo para establecer
el Ingenio Central Tolima. Al principio se dejó convencer pero más tarde se retiró
de proyecto.
Esta forma de integración propietaria no se limitaba apenas al control de los
ingenios pues los grupos económicos se interrelacionaban también en empresas
fuera del sector azucarero. El cuadro 7 relaciona algunos accionistas seleccionados
por la diversificación de sus intereses (línea vertical) con veintiún empresas o
asociaciones económicas (línea horizontal) entre 1980 y 1961.
Cuadro 6. Directivos del central azucarero del
Valle del Cauca (Providencia) 1940, 1942 Y 1945.
Cargo
Gerente
principal de
Junta Directiva
Suplente junta
directiva
1940
1942
1945
Modesto Cabal M.
Modesto Cabal M.
Alfonso Cabal M.
Alfonso Cabal M.
Alfonso Cabal M.
Alfonso Cabal M.
Camilo Cabal P.
Camilo Cabal P.
Camilo Cabal P.
Hernando Caicedo
Hernando Caicedo
Hernando Caicedo
Harold H. Eder
Harold H. Eder
Harold H. Eder
Carlos Becerra C.
José Ma. Becerra C.
José Ma. Becerra C.
José Ma. Becerra C.
Hernando Salcedo C.
Adriano Salcedo
Ciro Cabal Pombo
Belisario Caicedo
Juan E. Ulloa C.
Juan E. Ulloa C.
Camilo J. Cabal C.
Gustavo Lloreda C.
Gustavo Lloreda C.
José Ma. Guerrero
Henry J. Eder
Camilo Becerra Navia
Fuentes: Boletín Informativo de la Cámara de Comercio de Palmira No. 69, 10 de julio de 1940, p. 6. Palmira
Agrícola, No. 106, diciembre 1941; No. 107, enero 1942; No. 108, febrero 1942; No. 136, febrero 1945.
584
Charles David Collins
Cuadro 7. Entrecruces de accionistas y/o directivos de las empresas azucareras con
otras empresas afuera del sector azucarero: 1890-1961.
H
2
X
1
X
G
1
F
1
E
1
D
1
X
X
X
5
X
4
C
X
X
X
X
X
2
X
1
X
X
8
X
X
7
B
X X
X
3
6
X
X
X
X
X
X
X
X
X
X
X
5
X
4
X
3
X
X
X
X
X
X
X
X
X X
X
X
X
X
X
X
2
X
1
6
X X
5
A
X
X
4
X
3
X
2
X
1
X
A
X
X
D E
F
X
B
C
G H
I
J
585
K
L
M N
O
P
Q
R
S
T
U
Formación de un sector de clase social.
Explicación del renglón vertical (A1-H2)
A. Accionistas y/o Directivos del Ingenio Manuelita.
• Santiago M. Eder
• Henry J. Eder
• Carlos J. Eder
• Phanor Eder
• Harold H. Eder
• Gonzalo Lourido
B. Accionistas y/o Directivos del C.A.V. (Providencia).
• Modesto Cabal Galindo
• Alfonso Vallejo G.
• Alfonso Cabal Madriñán
• Carlos Becerra Cabal
• Juan E. Ulloa C.
• Gustavo Lloreda C.
• José María Becerra Cabal
• Cristóbal Becerra
C. Accionistas y/o Directivas de Riopaila y Castilla.
• Hernando Caicedo
• Álvaro H. Caicedo
• Belisario Caicedo
• Jaime H. Caicedo
• Enrique González Caicedo
D. El grupo Ochoa (Ingenio Bengala).
E. Jorge Garcés B.4
F.
El grupo Salcedo (Ingenios La Esperanza, Central Tumaco, San Fernando,
Pichichí, Providencia).
G. Carlos Sarmiento (Ingenio San Carlos).
H. Accionistas del Ingenio Pichichí.
• Efraín I. Nieto
• Alejandro Abadía
4
El grupo Garcés ha tenido intereses en La Manuelita, Papayal y Meléndez.
586
Charles David Collins
Explicación del renglón horizontal
Las letras del renglón horizontal refieren a empresas o asociaciones económicas
en las cuales más de un propietario de un ingenio en el Valle del Cauca tenía un
interés. Sin embargo el renglón comienza con tres asociaciones (A, B y C) que
tienen una colocación dudosa en el cuadro. Se refieren a relaciones que tenía el
padre de Gustavo Lloreda (accionista de Providencia y Pichichí), don Ulpiano
Lloreda González, con la familia Eder.
A. Compañía de navegación por el río Cauca.
Fue fundada por el año de 1875 por intereses mineros y comerciales de la región,
entre los cuales encontramos a Santiago Eder. La compañía fue reorganizada cuatro
veces y nuevos accionistas, como Ulpiano Lloreda González, fueron atraídos al
negocio.5 Durante un tiempo, Henry J. Eder fue Gerente de la compañía.
B. Compañía de luz y energía de Cali.
Fue fundada a raíz de un contrato con el municipio de Cali para proveer de luz
eléctrica a la ciudad. Los accionistas de la compañía incluyeron a Henry J. Eder y
Ulpiano Lloreda G. La planta fue inaugurada en 1910.
C. Banco comercial.
El banco fue iniciativa de don Pedro Plata pero figuraba Henry Eder como socio
fundador y Ulpiano Lloreda como accionista. Fue fundado en 1903 pero duró
poco tiempo. Vale la pena anotar que Pedro Plata fue socio de Plata y Durán (con
Alberto Duran U.), firma que manejaba el ingenio “El Arado”, productor de panes
de azúcar, que fue vendida a Alfredo Posada en 1929, quien lo puso a producir
panela (López 1989).
De todas maneras se han incluido estos tres casos (A, B, C) pues primero
indican una asociación temprana entre los Eder y los Lloreda que más tarde
se continúa con el ingenio Providencia y segundo, el grupo Lloreda, desde la
segunda década de este siglo, tuvo un claro manejo familiar en la medida en
que Gustavo, Alfredo, Mario y Álvaro Lloreda empezaron a dirigir los negocios
del grupo. Si bien las compañías mencionadas existieron antes de la inclusión
de los hijos en el grupo, de todas maneras podemos afirmar que las relaciones
entre las familias ya fueron establecidas.
5
El Ferrocarril, Cali, Año 4, Trim. 2, No. 178. Diciembre 2 de 1881, p. 709; Año 9, No. 410,
diciembre 5 de 1890. Magazín Despertar Vallecaucano, Cali, No. 50, ene-feb de 1980, p. 33.
587
Formación de un sector de clase social.
D. Contratación de las Rentas de Licores.
Los licitantes, como Santiago Eder, Carlos J. Eder, Modesto Cabal Galindo y
Alfonso Cabal Madriñán se presentaron en los remates departamentales en la
forma de asociaciones, además de hacer acuerdos generales para dividir la renta
por provincias. Los documentos de la época indican un alto grado de coordinación
entre los licitantes. De las asociaciones más conocidas, hubo lo acordado entre
Carlos J. Eder y Modesto Cabal Galindo con un capital inicial de 500.000 pesos. A
pesar de los desacuerdos sobre ventas de tierras y la interpretación de la asociación
antes mencionada, todo esto
… no impidió que Santiago y don Modesto se llevaran en términos de
buena amistad (…) Manuelita ha sido desde años atrás accionista de la
empresa azucarera de Los Cabal (Eder 1958: 337) 6
E. Sociedad Comercial Tipográfica.
F. Industrias Metálicas de Palmira.
Henry J. Eder y Hernando Caicedo fueron accionistas de la Sociedad Comercial
Tipográfica que editaba el periódico Diario del Pacifico mientras que este fue
miembro de la Junta Directiva y Gerente de la misma desde 1925 hasta 1930
(Caicedo, et al. 1965). El Diario del Pacifico era un diario caleño de línea
conservadora y que ha sido asociado básicamente con el primer gobernador del
departamento del Valle y político conservador, Pablo Borrero Ayerbe. Vale la pena
mencionar que Borrero y Henry Eder eran accionistas de las Industrias Nacionales
Vallejo, empresa fundada por Vicente Vallejo G. (hermano de Alfonso Vallejo G.,
cofundador del Ingenio Providencia). En 1934. Borrero poseía 1.938 acciones,
Eder 3.499. Vallejo 16.865 mientras que Eder fue nombrado miembro de la Junta
Directiva y segundo suplente del Gerente.7 El análisis de las actas de la empresa
da la impresión que a partir de 1935 Vicente Vallejo G. no tiene nada que ver
con la compañía y de hecho, en este mismo año, se cambia su razón social por
Industrias Metálicas de Palmira, con Eder el dueño de 15.364 acciones (Cámara
de Comercio de Palmira s.f) Phanor Eder también vinculado con esta empresa en
calidad de directivo (Manuelita 1964).
G. Compañía Industrial Cafetera de Palmira S.A. (López: 1929); (Cámara de
Comercio de Palmira s.f).
6
7
Para información más completa sobre la contratación de las rentas de licores ver EL
FERROCARRIL (1890-1898) y los informes de los gobernadores y los Secretarios de
Hacienda a la Asamblea del Depto. Del Valle del Cauca, 1911-1921.
Archivo de la Cámara de Comercio de Palmira. Libro 1, Partida 20, Folio 57 (en adelante
se utilizará la siguiente forma de observación: CCP 1-20-57).
588
Charles David Collins
Tenía una trilladora de café pero fue liquidada en 1944. A esta compañía fueron
asociados los señores Modesto Cabal Galindo, Alfonso Cabal Madriñán, Carlos
Becerra Cabal y Cristóbal Becerra.
H. Compañía de Aceites y Jabones S.A.
Fue fundada entre 1927 y 1929 en Palmira con un capital inicial de 50.000 pesos
oro con accionistas tales como Modesto Cabal Galindo, Alfonso Cabal Madriñán,
Cristóbal Becerra, Alejandro Abadía y Efraín I. Nieto.8
I. Compañía de Instalación Eléctrica de Palmira.9
Fue fundada en 1913, en Palmira, con un capital social de $70.000, siendo uno
de los intereses de Modesto Cabal Galindo. En 1929 Carlos Becerra Cabal fue el
Gerente y José María Becerra Cabal su primer Director.
J.
Compañía Constructora de las Galerías (Cámara de Comercio de Palmira).10
Esta compañía fue responsable por la construcción y luego la administración de
la plaza del mercado de Palmira con un privilegio de 50 años. Fue establecida
en 1906 con un capital de $35.000 y con Modesto Cabal G. como accionista
fuerte. En 1941 el Gerente de la compañía era Adriano Salcedo C., y con la
siguiente Junta Directiva:
Principales
Suplentes
Guillermo Salcedo H.
Ulpiano Tascón O.
Adán Scarpetta
Alfonso Cabal Madriñán
Rómulo Zuluaga
Joaquín Castro
K. Compañía Constructora del Acueducto y Alcantarillado (Palmira).
Esta compañía tenía, como accionistas, las entidades departamentales y municipales
además de particulares como Cristóbal Becerra y Carlos Becerra Cabal.
L. Becerra Cabal y Cía. S.A.
Reunía las actividades empresariales de Cristóbal Becerra, Carlos Becerra
(primer Director) y Alfonso Cabal Madriñán y se dedicaba a la compra de café
8
9
10
Palmira Agrícola. Año 1. Nos. 109-110, marzo-abril de 1942, p. 5.
Ver Reyes (1941).
“Boletín Informativo de la Cámara de Comercio de Palmira”, No. 85, febrero 25 de 1941, p. 3.
589
Formación de un sector de clase social.
y cacao además de ser importadores, exportadores y comisionistas de café
(López (1929).11
M. Salcedo Hermanos Ltda.12
Si bien no se ha podido precisar bien el objetivo de esta asociación que reunía a
Carlos, Hernando, Daniel, Adriano y Víctor Salcedo C., tenemos entendido que,
por una parte se dedicaba principalmente a cultivos agrícolas, mientras que por
otra parte fue la representación legal de los Salcedo en otras compañías. Los
Salcedo tenían intereses en el Central Tumaco. Ingenio San Fernando, Ingenio
Pichichí y La Providencia.
N. Sociedad Automoviliaria Colombiana.
Por los años veinte, Hernando Caicedo era accionista en esta sociedad con
Ulpiano Lloreda. A la muerte de este último en 1929 el negocio, que era la
importación y comercialización de gasolina y automóviles, fue dirigido por
Álvaro y Alfredo Lloreda. El primero compró las acciones de Caicedo y Tulio
Racines en el mismo año.13
O. Sociedad Ganadera El Rincón.
En 1924 Hernando Caicedo y Alfonso Cabal Madriñán fundaron esta sociedad.
P. Vías Aéreas Colombianas S.A. (Viarco).14
Esta sociedad, en que participaba Hernando Caicedo, Jaime Caicedo, Alfredo Lloreda
y Alberto Ochoa, tenía un capital inscrito de tres millones de pesos en 1946.
Q. Occidente.
Este periódico Conservador, fundado en 1961, reunía los intereses mayoritarios
de los Caicedo (Álvaro H. Caicedo, Jaime H. Caicedo y Enrique González
Caicedo) con una participación mínima de Carlos Sarmiento y Juan E. Ulloa C.
(Collins 1981: 93-104).
11
12
13
14
Fue constituida en diciembre de 1923 en la Notaría Segunda de Palmira. Ver también CCP
2-40-106.
Palmira Agrícola, Año 1, Nos. 103-105. Septiembre-noviembre de 1941, p. 10.
Ver “Habla Don Álvaro Lloreda”. En El País, Cali, abril 2 de 1978, p. 11.
Relator, Cali, Año 32, No. 9010, octubre 11 de 1946, pp. 1 y 8.
590
Charles David Collins
R. Molino ‘El Triunfo’ Ltda.
Esta sociedad, que reunía los intereses de Juan E. Ulloa C., Enrique González
Caicedo y Belisario Caicedo, se dedicaba al molino de arroz. En 1946 poseía un
capital inscrito de $100.000 (Cámara de Comercio de Palmira s.f).
S. Cervecería ‘Los Andes’ (López 1929: 896-899).
Fue establecida en los años veinte en Cali con un capital inscrito de $715.000 y en
1924 puso en operación su fábrica en Cali. Si bien desconocemos si Caicedo tenía
capital invertido en la empresa fue por lo menos uno de los primeros gerentes
mientras que Jorge Garcés B. fue uno de los accionistas.
T. Banco de Colombia (López 1929: 366-367).15
Debido a sus intereses en el Banco del Pacifico, Jorge Garcés B. quedó como
fuerte accionista del Banco de Colombia cuando este último se incorporó al Banco
del Pacífico. Gonzalo Lourido fue uno de los gerentes del banco en Cali por los
años veinte o treinta.
U. Compañía constructora de la carretera al mar.16
Esta asociación de los años veinte involucró a Alfonso Vallejo, Gustavo Lloreda,
Jorge Garcés B. y Gonzalo Lourido como accionistas y directivos. Hernando
Caicedo fue accionista también mientras que Henry Eder cedió terrenos, a título
gratuito, a la Compañía.
La distribución de los cruces en el cuadro 8, indica la existencia de los grupos de
capital y la diversificación de actividades practicadas por esos grupos. Los dueños
de la Manuelita se relacionan básicamente con empresas ‘A’ – ‘F’, mientras que los
Cabal-Becerra están principalmente ubicados entre ‘G’ y ‘O’ y los Caicedo entre
‘P’ y ‘U’. También indica 15 cruces entre estos grupos. Mejor dicho, las maneras
en que se relacionan con la producción generan lazos entre ellos promoviendo
así la multiplicación de intereses económicos de conjunto. La diversificación de
inversiones practicadas por los grupos azucareros, lejos de generar una dispersión
de intereses y debilitamiento de relaciones internas al sector, puede considerarse,
más bien, como factor que promueve la integración del sector de clase. Tomado
en su conjunto estas diversas formas de lazos propietarios entre los miembros de
la burguesía azucarera facilitaban asimismo la coherencia de la acción social y
política compartida del sector de clase.
15
16
Ver, Despertar Vallecaucano, Cali, No. 33, mayo-junio de 1977, p. 25.
Ver Arguelles (1946).
591
Formación de un sector de clase social.
Proponer semejante interpretación no es muy novedoso. En su estudio La elite
del poder Wright Mills (1993) enmarcó este fenómeno dentro de la tendencia
hacia la centralización y concentración del capital, indicando así la cohesión
de la élite dominante en los EE.UU. Zeitlin (1974) también ha identificado la
centralización del capital en los EE.UU. y la tendencia hacia la unidad general
de la clase capitalista que generan las juntas directivas entrecruzadas que operan
internamente y entre los sectores de la economía.
Según él,
Se puede lanzar la hipótesis de que las estrechas interrelaciones sociales
y económicas de grupos financieros e industriales anteriormente
opuestos, la creciente concentración económica, la fusión de grupos que
anteriormente eran independientes y el establecimiento de un aparato
organizacional efectivo de juntas directivas entrecruzadas, incrementaría
la cohesividad de la clase capitalista y su capacidad para la acción común
y las políticas unificadas (Zeitlin 1974: 1111-1112).
El análisis de Zeitlin establece la distinción histórica entre, por una parte, una
etapa inicial del capitalismo caracterizado por la lucha para la supervivencia entre
las empresas en un ambiente competitivo y donde se restringían las posibilidades
de la acción política en común de la burguesía y por otra, la actual forma unificada
de ejercicio de poder de la clase capitalista. En fin, se está poniendo en duda
una visión pluralista de la sociedad que asocia una supuesta autonomía de las
empresas capitalistas con la propuesta de la fragmentación de poder.
Recientes estudios sobre las formas de coordinación interna de la clase capitalista
refieren a la llamada comunidad de intereses como, “[…] aquella red de
interrelaciones sociales entre los grupos de personas que administran y ejecutan
las políticas empresariales de la clase dominante” (Camacho 1977: 29).
Además,
[…] se puede sustentar seriamente que el proceso de centralización de
capital conduce a una centralización de las relaciones sociales de la
clase capitalista, y que tal solidificación y cohesión –requeridas por la
estructura de la producción capitalista– son administradas, por miembros
específicos de la clase. Tal coordinación demanda, por lo demás, un
sistema de contactos y relaciones personales constantes, diaria, entre los
miembros de las comunidades de intereses (Camacho 1974: 34-35).
592
Charles David Collins
Las posiciones en las juntas directivas entrecruzadas son partes integrales del proceso
de conformación de los diferentes complejos de comunidades de intereses internos
a la clase capitalista y que, asimismo, forman parte de la cohesión de esta clase.
Ahora, si bien los estudios sobre este tema han sido básicamente realizados en
casos contemporáneos de un capitalismo desarrollado consideramos pertinente la
sugerencia de Zeitlin de ampliar el área de investigación para incluir sociedades
llamadas ‘subdesarrolladas’. A diferencia del análisis de Zeitlin (1974) que refiere
al paso del capitalismo competitivo al capitalismo monopolista, el sector azucarero
en Colombia nació en el contexto de fuertes lazos propietarios entre los grupos
inversionistas lazos que, con el tiempo, fueron multiplicándose. Ahora, si bien
esto no quiere decir que no hubo relaciones conflictivas entre los ingenios, resalta
sin embargo los lazos iníciales de integración. La fundación de los ingenios
durante estos años fue realizada por grupos económicos que, si bien mantenían
cierta consistencia exclusiva en sus inversiones, de todas maneras no eran grupos
aislados del uno al otro. Más bien fueron realizados en un contexto de lazos
múltiples entre ellos dando piso a una de las condiciones para la formación de
unos intereses manifiestos y de conjunto del capital sectorial.
Una nota sobre las relaciones de índole familiar
Como apoyo a la integración propietaria que hemos estado analizando en esta
sección, las relaciones de índole familiar asumieron cierta importancia en estrechar
los lazos en el sector. En otras palabras, las relaciones familiares han sido uno de
los mecanismos que, por una parte, han facilitado la organización y continuidad
propietaria de los grupos corporativos y por otra, han sido instrumentales en
promover la integración entre estos mismos grupos. Nos limitaremos a señalar dos
aspectos de esta interpretación.
Zeitlin (1974) aconseja analizar la cuestión del control de la sociedad anónima no
según un solo criterio, como el porcentaje de acciones poseídas, sino según una
serie de indicadores interrelacionados:
Las modalidades de control corporativo por individuos específicos
y/o familias, y/o grupos de socios difieren considerablemente, varían
en complejidad y no son fácilmente categorizados. Nuestro concepto
de control tiene que, por lo tanto, dirigir nuestra atención a relaciones
esenciales (Zeitlin 1974: 1090).
Los individuos que controlan una empresa, aparentemente dispersa e
independiente, muchas veces son piezas en una red de control de empresas
siendo organizados alrededor de la unidad familiar. No hay mucha duda acerca
593
Formación de un sector de clase social.
de la efectividad de control familiar sobre un buen número de los ingenios
vallunos. Estos grupos familiares de capital controlaron extensos intereses adentro
y fuera del sector azucarero, la cohesión de los cual fue asegurado por las juntas
directivas entrecruzadas organizadas con base en relaciones de parentesco. Esta
coordinación e integración interna del conjunto de empresas facilitaba por una
parte, los traspasos de capital entre unidades aparentemente independientes y
por otra parte, la integración vertical en el proceso productivo. En el primer
caso representaba el proceso organizativo por el cual se realizó la financiación
de la inversión en el sector azucarero, mientras que en el segundo caso indica
la inserción funcional de los ingenios en procesos económicos que van desde el
cultivo de la caña hasta la fabricación de dulces.
Ilustrativo de este fenómeno fueron las empresas organizadas por los grupos
familiares principales para el cultivo de la caña. En 1940 los Eder tenían tres
haciendas proveedoras de caña a La Manuelita –La Hacienda Real, La Cabaña y La
Carbonera– que a su vez fueron organizadas como sociedades anónimas. Todos
tres tenían un idéntico control directivo, que, en el año mencionado, fue de la
siguiente forma (Cámara de Comercio de Palmira s.f):
Gerente
Harold H. Eder
Primer Suplente del Gerente
Ernesto Rebolledo
Segundo Suplente del Gerente
J. C. Márquez (Representante del banquero Jaime Rodas).
Junta Directiva
Henry H. Eder
Harold H. Eder
Adolfo Bueno de la P.
Mario Scarpetta
En el caso de Providencia, la dirección de las empresas proveedoras reproducían
fielmente la estructura de control sobre el mismo ingenio, dando así mayor
variación a la composición directiva en comparación con las empresas de los
Eder pero manteniendo el control último de la familia Cabal-Becerra. Es así como,
en 1945, había una dirección idéntica de las empresas La Paz S.A., La Providencia
S.A., y Sumaria S.A. (Cámara de Comercio de Palmira s.f).
Gerente
Alfonso Cabal Madriñán
Primer Subgerente
Juan E. Ulloa C.
Segundo Subgerente
Camilo J. Cabal
Junta Directiva
Principales
Suplentes
Alfonso Cabal M.
Hernando Salcedo C.
Hernando Caicedo
Belisario Caicedo
594
Charles David Collins
Camilo Cabal Pombo
Camilo J. Cabal
Harold H. Eder
José Ma. Guerrero
José Ma. Bueno Cabal
Camilo Becerra Navia
Fijamos también como el suplente de Hernando Caicedo es su hijo, Belisario,
asegurando así la continuidad de la representación del grupo familiar en las
Juntas Directivas respectivas. Estas compañías proveedoras de caña fueron
establecidas con el aporte básico de Providencia aunque incluyeron varios
accionistas menores (véase cuadro 8) como Luis Carlos Saa quien se vinculó al
grupo a raíz de su matrimonio.
Cuadro 8. Fundadores-accionistas de Sumaria S.A.,
La Paz y Providencia S.A., 1942-1945.
Accionistas
Valor de contribución
C.A.V. (Ingenio Providencia)
1.384.700
Alfonso Cabal Madriñán
310
Luis Carlos Saa Irragori
423
Hernando Becerra Navia
423
Cayetano Caicedo
423
Marcial Monedero
423
Fuentes: Archivos CCP. Libro 3. Partida 463, Folio 372, y Libro 3, Patida 464, Folio 375.: Palmira Agrícola,
No. 135, enero de 1945.
Las familias actuaron como grupos cohesivos con una jerarquía interna de roles
definidos y con uno o varios jefes quienes tomaron las decisiones en última
instancia. Reducían considerablemente los centros de decisión dentro del sector
facilitando así la comunicación y acuerdo sectorial.
Se puede profundizar este último punto indicando el papel de la familia como
mecanismo de integración entre los grupos corporativos. Ciertamente tal es el
caso del sector azucarero valluno. Dos grupos como los Salcedo con intereses en
cinco ingenios y los Cabal con cuatro ingenios tenían relaciones de parentesco
pues los Salcedo Cabal y Cabal Madriñán eran primos hermanos. Ya nos hemos
referido a los lazos propietarios entre estos dos grupos. Otras relaciones de
índole matrimonial fueron:
1.
Eder-Garcés
Doña Mary Eder (hija de Carlos J. Eder y doña Roma Italia Cerruti de Eder) se casó
con Armando Garcés (hijo de Jorge Garcés B.).
595
Formación de un sector de clase social.
2.
3.
4.
Caicedo-Villegas
Don Heliodoro Villegas se casó con la sobrina de Doña Cecilia González Renault
(esposa de don Hernando Caicedo).
Cabal-Ulloa-Caicedo
Doña Blanca María Cabal (hija de Alfonso Cabal Madriñán) se casó con don Juan E.
Ulloa Caicedo (sobrino de don Hernando Caicedo).
Eder-Caicedo
Harold H. Eder (hijo de Henry Eder) se casó con doña Cecilia Caicedo (prima de
Álvaro H. y Jaime Caicedo González).
Vale la pena hacer una pequeña nota final acerca de la cercanía social de los
integrantes de las familias mencionadas en este estudio. Ilustrativos de las relaciones
de diversión social son las fiestas exclusivas, profusamente promocionadas en
las páginas sociales de los periódicos y revistas regionales controladas por los
mismos grupos sociales mencionados en este trabajo. Las familias propietarias
de los ingenios han participado activamente en estos actos sociales, además de
ser entre los que promocionaban la vida de los clubes sociales que por los años
veinte y treinta empezaron a sustituir las tertulias como sitios de reunión social
para las clases altas de la región.
De los 37 socios del Club Campestre de Palmira en 1945 destacamos la participación
de productores de panela como Leopoldo Uribe M., José María Silva, Francisco
Chavarro, Gregorio Fischman, José María Rivera y Heliodoro Villegas (Cámara de
Comercio de Palmira s.f), de los cuales tres fueron posteriormente fundadores
de ingenios azucareros. Los señores Juan E. Ulloa y Luis Carlos Saa I., vinculados
por razones de negocios y matrimonios con la familia Cabal fueron también
socios del Club. Sin embargo parece más bien un lugar de reunión de los
paneleros mientras que el Club Cauca, también de Palmira, reunía no solamente
el mismo Ulloa y Saa sino también importantes líderes de los grupos azucareros
como Hernando Caicedo, Harold H. Eder y Walter Eder como socios fundadores.
Había pues una división general de los clubes sociales según las líneas de los
sectores paneleros y azucareros.
El Club Colombia de Cali, establecido en 1920, fue un lugar de reunión social
donde los dirigentes azucareros fraternizaban con los miembros de la burguesía
caleña. En este Club encontramos personajes como Alfonso Vallejo (presidente
del Club en 1922), Alejandro Garcés Patiño, Gabriel Garcés Borrero, Carlos Eder
Q., Henry Eder, Hernando Caicedo, Harold Eder Caicedo y Jaime H. Caicedo. Los
últimos tres fueron también socios del Club Campestre de Cali.
596
Charles David Collins
El Estado y la formación sectorial de clase: unas anotaciones breves
Se trata aquí de hacer algunas anotaciones breves referentes al impacto del Estado
y sus políticas sectoriales en promover los medios que contribuyeron a la definición
de intereses de conjunto y así contribuir a la formación sectorial de clase.
Durante las primeras décadas de este siglo, pero especialmente a partir de los
gobiernos liberales de los años treinta, el Estado asume un papel relativamente
importante como actor en el sistema económico además de consolidar una serie
de aparatos burocráticos y militares (Oquist 1978). Iba consolidándose además en
los años treinta y cuarenta un proyecto económico estatal en favor no solamente
de un desarrollo manufacturero sino también de la tecnificación del cultivo en
haciendas capitalistas y el establecimiento de condiciones conducentes a la
inversión del capital en el campo. En correlación con esta estrategia el Estado
asumió un papel activo en la creación de organizaciones gremiales de las clases
dominantes tales como FEDECAFE y la ANDI.
En lo referente al sector azucarero hay ciertos indicios que nos hacen plantear
también que el Estado activamente promovió la integración sectorial de los dueños
de los ingenios. Durante la crisis del sector en 1933, el ministro de Industrias,
Francisco J. Chaux, y con la aprobación del presidente Herrera, promovió el diálogo
institucionalizado entre los ingenios para llegar a un primer acuerdo referente a la
comercialización del azúcar. El Estado luego apoyó la creación y funcionamiento
inicial de la Compañía Distribuidora de Azúcar (Ver Sección V.). De hecho, es
durante estos años que el Estado, en sus diversas formas institucionales, comienza
a tomar ciertas medidas específicas dirigidas a afectar el comportamiento interno
del sector. En lo referente a la fase del cultivo está la creación de la Estación
Agrícola Experimental de Palmira en 1928, la traída de la Misión Chardon en 1930
y el trabajo de la Secretaría de Industrias del departamento del Valle del Cauca
bajo la dirección de don Ciro Molina Garcés.
En primer lugar, lo relevante de estas acciones estatales es que fueron dirigidas
al sector en su conjunto y que, asimismo, requirieron una respuesta, sea positiva
o negativa, por parte del mismo conjunto en cuestión. Pero en un segundo lugar,
el Estado juega un papel que activamente promueve la organización sectorial
de clase para enfrentar con más coherencia los obstáculos en el camino de la
acumulación. Sin embargo, no hay que exagerar la actividad consiente del Estado
como institución al adelantar tal integración durante estos años. La política estatal
frente al sector azucarero evidenció características esporádicas y a veces poco
consistentes. En la medida en que el Estado trató de promover la mencionada
integración o trató de ejecutar medidas consistentes y partes integrales de una
política sectorial, fue la obra no tanto de políticas trazadas a largo plazo por
un aparato estatal sino iniciativas específicas de hombres excepcionales como
597
Formación de un sector de clase social.
Francisco J. Chaux y Ciro Molina Garcés, quienes promovieron la idea de acción
más integrada y colectiva del capital. Anotamos también que después de haber
promovido y participado en la fundación de la Sociedad Seccional de Crédito
Azucarero en 1933, el Estado se retiró de su sucesor, la Compañía Distribuidora de
Azúcar en 1937. Por otra parte y en lo referente al problema del precio de azúcar
durante los años cuarenta, la unidad de los ingenios fue producto más bien de
políticas consideradas, por ellos, como lesivos al sector. Vale la pena mencionar
también que a comienzos del conflicto entre los azucareros y los paneleros en
los años treinta, el Estado privilegió a estos últimos en diversas ocasiones. Mejor
dicho, la integración en este caso es producto de un rechazo a la forma en que
se realizaba la intervención estatal especialmente en lo referente al control de
precios y las importaciones de azúcar.
Fue por los años cuarenta y cincuenta que la misma capacidad estatal de incidir
en los procesos económicos y sociales entró en crisis. Nos referimos al derrumbe
parcial del Estado (Oquist: 227) asociado con el periodo de la Violencia a partir
de los últimos años de la década de los cuarenta. Esta crisis se manifiesta en las
contradicciones internas a los aparatos estatales, la crisis general de legitimidad
política, la quiebra de las instituciones políticas tradicionales y hasta la ausencia
física del Estado en algunas zonas del país (Oquist 1978: 255). En su interpretación
de estos años Wright (1980: 244) ha indicado que el conflicto político y violento
entre liberales y conservadores sirvió para aumentar
[...] la autonomía del proceso de acumulación del Estado. Ninguno de
los contendientes podía ganar hegemonía efectiva, la política se despegó
en su propia trayectoria y los capitalistas privados fueron dejados a
defenderse solos.
Es en este contexto histórico que señala cómo los
[...] empresarios, efectuando diferentes funciones en el proceso de
la acumulación se agrupan en asociaciones poderosas para regular
relaciones económicas entre ellos (…). Estas asociaciones orquestaron
el proceso de la acumulación en ausencia de un aparato estatal efectivo
(Wright 1980: 255).
Para resumir, si bien el Estado tomó ciertas medidas tentativas e iniciales para
estimular la integración sectorial de clase, este último se desarrolló más bien
como resultado de reacciones más de conjunto frente a políticas estatales
consideradas lesivas al sector y posteriormente, en el contexto de un derrumbe
parcial del aparato estatal.
598
Charles David Collins
Las formas iniciales de la organización sectorial
Ya hemos mencionado que en 1959 se estableció la Asociación de Cultivadores de
Caña de Azúcar de Colombia –ASOCAÑA–. Es la fundación de una organización
gremial encargada de la representación de intereses colectivos de la burguesía
azucarera. Como tal se trata de promover la comunicación y la integración o si se
quiere, la conciencia sectorial entre los capitalistas particulares además de prever y
tratar los problemas comunes que se presentan a las unidades particulares de capital.
Sin embargo, la constitución de esta entidad gremial no fue un acto de índole
novedoso ni espontáneo sino producto histórico de las condiciones de integración
sectorial, las organizaciones sectoriales ya establecidas, y la percepción de las
formas de actividad requerida durante la expansión inicial del sector. De hecho,
existían precedentes de representación gremial del sector azucarero antes de la
creación de ASOCAÑA que, si bien se caracterizaban por la dispersión, conflicto
y dificultad en definir y representar a los intereses azucareros, de todas maneras
cumplieron un papel relativo para el sector.
La organización gremial del sector agrícola de mayor importancia en la región
durante los años 30 y 40 fue la Sociedad de Agricultores del Valle del Cauca. El
análisis de la Revista Agrícola y Ganadera, órgano publicado de la Sociedad, y las
personas quienes ocuparon los puestos directivos de la Sociedad (cuadro 10) indica
que fue básicamente un gremio de los ganaderos aunque no exclusivamente. De
hecho, durante los años 40 hubo un Comité Ganadero del Valle del Cauca que
concentraba básicamente en problemas de ese sector mientras que la Sociedad se
interesaba también por los intereses de la agricultura comercial. El cuadro 9 lista
los directivos de la sociedad entre 1937 y 1946, lo que indica una representación
pequeña e indirecta del sector azucarero. Podríamos mencionar los siguientes casos:
Hernando Caicedo fue presidente de la Sociedad desde enero de 1944 hasta octubre
del mismo año y miembro principal de la Junta Directiva desde enero de 1944 hasta
marzo de 1946. Si bien Caicedo era uno de los ganaderos de mayor importancia en
este tiempo, no dudamos que fue un representante hábil de los intereses azucareros
en el gremio. Por los años treinta Ignacio Posada producía panela en la Hacienda
María Luisa. Cuando cumplió su periodo como suplente en la Junta Directiva, o
sea entre enero y octubre de 1944, había ya transformado la María Luisa en un
ingenio azucarero, aunque alternaba la producción de panela y azúcar centrifugado
según las condiciones de mercado. Sin embargo don Ignacio también tenía una
hacienda ganadera cerca a Puerto Tejada (Cauca) lo que otra vez da la impresión
que los dirigentes azucareros lograron representación en la Sociedad por razón de
sus intereses ganaderos. La excepción sería el caso de Alberto Bernal Correa quién
en 1942 dirigía la campaña de arroz que adelantaba el Ministerio de Agricultura
en el Valle del Cauca, mientras que en 1943 y 1944 era director de la Caja Agraria
de Palmira. Fue uno de los primeros cuadros gerenciales a ser reclutados por los
599
Formación de un sector de clase social.
ingenios pues en diciembre de 1944 empezó como asistente del Administrador
del Ingenio La Manuelita. Aunque mantenía su suplencia hasta marzo de 1946
supongamos que debía su elección inicial a sus importantes cargos estatales. Otros
de los más importantes cuadros gerenciales de la industria azucarera ha sido Luis
E. Sanclemente S. quien desempeñó una suplencia en la Junta Directiva a partir
de marzo de 1946. Sin embargo su vinculación al ingenio Riopaila como Gerente
solamente se realizó a partir de 1958.
600
Cuadro 9. Las directivas de la sociedad de agricultores del Valle del Cauca, 1937-1946
Fecha
Directivos
Agosto 1937
Enero 1938
Enero 1939
Septiembre
1939
Rafael
González P.
Eulogio
Velasco P.
Enrique
Echeverry C.
Enero 1940
Junio 1940
Enero 1941
Presidente
Antonio
Moncaleano
Vicepresidente
Carlos
Gutiérrez
José R.
González P.
Eulogio
Velasco P.
Principal 1
Roberto Salazar
A.
Ciro Molina
G.
Roberto
Salazar A.
Principal 2
Julio Victoria
Pablo
Borrero A.
Roberto
Salazar S.
Principal 3
Mariano
Córdoba
Principal 4
Pablo García A.
Roberto Silva S.
Raúl Varela
Principal 5
X
X
X
X
X
Adán Uribe R.
Principal 6
X
X
X
X
X
Jorge A.
Pradilla
Suplente 1
José R.
González P.
Jesús
Lourido
Jorge Iglesias
Ciro Molina G.
Jaime Zuluaga
Suplente 2
Rubén Bryon
Benjamín Rivera
Lorenzo Vega
Suplente 3
Lorenzo Vega
Santiago
Jiménez A.
Vicente Hurtado
M.
Mario Botero
R.
Suplente 4
Enrique Sardi
Alfonso Firmat
Suplente 5
X
X
X
X
Suplente 6
X
X
X
X
Enero 1942
Adán Uribe
R.
Jorge A. Pradilla
Junta Directiva
Ciro Molina G.
Antonio
Moncaleano
Víctor M.
Moncaleano
Mariano
Córdoba
601
Pablo Borrero
A.
Ciro Molina G.
Alberto
Abondano H.
Jaime Zuluaga
Alberto
Bernal C.
X
Mariano
Córdoba
Roberto
Salazar S.
X
Hernando
Velasco
Aníbal Tobón
V.
Charles David Collins
Eduardo
Sarasti A.
Enero 1943
Junio 1943
presidente
Enero 1944
Febrero 1944
Hernando
Caicedo
Octubre
1944
Enero 1945
Luis F.
Rosales
Enero 1946
Marzo 1946
Jorge E.
Garcés
Vicepresidente
Junta Directiva
Principal 1
Principal 2
Mariano Ramos
Alfonso Garcés
V.
Principal 3
Alfonso Caicedo
Luis F. Rosales
Alberto
Herrera
Vicente
Velasco L.
Principal 4
Antonio
Moncaleano
Principal 5
602
Hernando
Caicedo
Principal 6
Carlos Durán
Suplente 1
Rafael Uribe
Federico
Restrepo W.
Suplente 2
Primitivo Pardo
Mario Botero
R.
Suplente 3
Víctor M.
Moncaleano
Ignacio Posada
Jorge E.
Garcés
Primitivo
Pardo
Benjamín
Isaza J.
Víctor
Moncaleano
Luis
Marulanda
Jaime Zuluaga
Suplente 4
Suplente 5
Suplente 6
Luis
Sanclemente
Luis Marulanda
Alfredo
Gutierrez A.
Cristóbal
Caicedo I.
Santiago
César Caicedo
Vergara C.
Fuente: Revista Agrícola y Ganadera. Años 1937-1946
Nota: Los espacios en blanco significa que el Directivo fue lo mismo del periodo inmediatamente anterior.
Alfonso
Aragón Q.
Formación de un sector de clase social.
Fecha
Directivos
Charles David Collins
De mayor interés es la lectura de la Revista Agrícola y Ganadera durante estos años
lo que indica una posición ambivalente frente al sector azucarero. En el conflicto
entre los ingenios y los paneleros la revista apoyó abiertamente la posición de
los paneleros. En los años treinta incluyó dos informes del Gerente Seccional de
la Caja Agraria que criticaba a los ingenios por una competencia desleal con los
paneleros. Apenas en 1938 encontramos el gremio pidiendo tarifas ferroviarias
más bajas para el ganado y artículos agrícolas entre los cuales incluyen el azúcar.
El cambio hacia una posición más favorable al sector azucarero coincide con la
presidencia de Hernando Caicedo. En 1944 se incluyen dos artículos de Caicedo
interpretando, a su propia manera, la situación del sector azucarero y luego entre
1946 y 1950 artículos sobre los ingenios, los adelantos técnicos y los problemas
de la comercialización del sector.17
La Cámara de Comercio de Palmira fue otra entidad en que se encuentran
representados personajes del sector azucarero (los nombres subrayados en el cuadro
10). Sin embargo nos enfrentamos otra vez con el problema de la precisión de quién
representa cuáles intereses sectoriales. Personajes como Alfonso Cabal Madriñán,
Harold H. Eder, Juan E. Ulloa C. y Cristóbal Becerra fueron accionistas de diversas
empresas en diferentes sectores, así que reducirlos a simples representantes del
sector azucarero en la Cámara de Comercio muestra poco respecto a la complejidad
del problema. De hecho el sector azucarero no recibe un tratamiento muy favorable
en las publicaciones de la Cámara. Hay preocupación en el Boletín Informativo
de la Cámara durante 1936 y 1937 de los efectos del mosaico. Sin embargo entre
1937 y 1939 no solamente apoyan a los paneleros en lo referente a la financiación
estatal de la cooperativa de paneleros para establecer un ingenio azucarero18 sino
que también publican críticas a los ingenios en sus relaciones con los paneleros y
refieren al ‘precio escandaloso del azúcar’.19
La primera organización propiamente del sector azucarero fue la Sociedad Seccional
del Crédito Azucarero, constituida en 1933 con el apoyo estatal y de los ingenios.
Sus funciones fueron limitadas a la regulación de los precios, la distribución y el
crédito. Sin embargo hubo conflictos entre los ingenios sobre su funcionamiento.20
La Compañía Distribuidora de Azúcar, que ya hemos mencionado, fue un
organismo creado por los dirigentes azucareros y con el apoyo estatal para realizar
los intereses del sector en lo referente a la comercialización del producto. En la
sección siguiente señalaremos la reacción parcialmente de conjunto del sector
frente al problema de los precios y la comercialización. Ahora, a pesar de su
17
18
19
20
En este respecto sería interesante tratar de interpretar la fricción entre azucareros y
ganaderos. Posiblemente se debía a conflictos familiares, el desplazamiento de tierra
ganadera por los ingenios y la superioridad de la ganadería manejada por los ingenios.
Boletín Informativo de la CCP. Palmira, No. 34, 1937.
Boletín Informativo de la CCP. Palmira, No. 58, 1939.
Ver la sección siguiente.
603
Formación de un sector de clase social.
carácter de sociedad anónima y sus funciones restringidas interpretamos la acción
de la compañía durante estos años como una representación parcialmente gremial
del sector. En cierta medida representaba los intereses de conjunto del sector en
lo referente a cuestiones de precios y el problema de las importaciones.
Cuadro 10. Miembros de la junta directiva de la Cámara de Comercio de Palmira:
1936, 1937, 1938, 1939, 1941 y 1943
1936
Principales
1937
Suplentes
Principales
1938
Suplentes
Principales
Suplentes
Alfonso Cabal Cristóbal
M.
Becerra L.
Alfonso
Cabal M.
Cristóbal
Becerra
Cristóbal
Becerra L.
J.R.
Domínguez
Tulio Raffo
Julio
Racines V.
Tulio Raffo
Horacio
Arango
Tulio Raffo
Horacio
Arango
Lisímaco
Orejuela
Alberto
Carvajal
Teodoro
Álvarez
Miguel A.
Guzmán
Teodoro
Álvarez
Miguel A.
Guzmán
Octavio
Hurtado
Horacio
Arango
Octavio
Hurtado
Graciliano
Saavedra
Octavio
Hurtado
Graciliano
Saavedra
José
Camacho B.
Ricardo
Suárez R.
Harold H.
Eder
Luis C.
Velasco M.
Harold H.
Eder
Luis C. Velasco
M.
Abraham
Ochoa
Graciliano
Saavedra
Abraham
Ochoa
Miguel
López
Rómulo
Bueno
Jaime Durán
M.
Luis F.
Estrada
Miguel
López
Luis F.
Estrada
Tulio
Racines
Luis F. Estrada
G.
Julio Racines
V.
Justo Caicedo
Efraín
Tascón S.
Pablo
Echeverry
Julio
Cucalón
Pablo
Echeverry M.
Julio Cucalón
Pablo
Echeverry M.
Víctor
Moncaleano
José Ma.
Cuevas
José Gómez
N.
José Ma.
Cuevas G.
José Gómez N.
Francisco
Rivera
Jesús Ma.
Raffo B.
Juan E.
Ulloa C.
Heliodoro
Villegas
Juan E. Ulloa
C.
Heliodoro
Villegas
Miembros de la junta directiva de la Cámara de Comercio de Palmira: 1936, 1937, 1938, 1939, 1941 y 1943
(continuación)
1939
Principales
1941
Suplentes
Principales
1943
Principales
Cristóbal Becerra L.
Carlos Domínguez
Tulio Raffo
Tulio Raffo
Isaac García T.
Israel Hurtado
Ricardo Vivas
Teodoro Álvarez P.
Miguel A. Guzmán
Alejandro Murillo
Ricardo Hurtado
Ricardo López O.
Modesto Caicedo C.
Teodoro Álvarez
Ricardo Suárez R.
Harold H. Eder
Jaime Álvarez P.
Luis F. Estrada G.
Alfredo Echeverry
604
Adriano Calero L.
Charles David Collins
Israel Hurtado
Jaime Durán M.
Ricardo López P.
José María Silva R.
Luis F. Estrada G.
Julio Rómulo Bueno
Efraín Tascón S.
Alejandro Abadía
Efraín Tascón S.
Cayetano Caicedo
Rafael Fidalgo H.
Rafael Madriñán
José Ma. Cuevas
García
José Gómez N.
Cristóbal Becerra
José Gómez N.
Juan E. Ulloa C.
Heliodoro Villegas
Pero también la compañía hacía representaciones al Gobierno sobre el problema
de inseguridad social en el Valle del Cauca: la compañía denunciaba los incendios
provocados en los ingenios y la necesidad de que el Estado investigue los hechos.
En el mismo año de 1946 el Gerente de la Compañía, Delgado B., se quejaba
de los altos costos de los jornales y el transporte y la necesidad de tomar en
cuenta estos factores en la determinación de las, “[…] medidas complementarias
adoptadas por el Gobierno en lo fiscal o en lo económico”.21
En estos casos hubo una división del trabajo en el sector en el sentido que
los dirigentes de la compañía, compuesto a la vez por un Gerente nombrado
quien no tenía ningún interés propietario en los ingenios, organizaba una
posición de conjunto del sector frente a problemas planteados. Además, en la
lista de la Junta Directiva de la Compañía no encontramos personajes miembros
de las familias propietarias sino más bien cuadros gerenciales reclutados por
matrimonios o procesos administrativos de selección. Sin embargo la compañía
en ningún momento se establece como una organización que formula un
proyecto más integral del sector sino más bien reacciona en forma esporádica a
problemas específicos que se presentan en el desarrollo del sector. Tampoco hay
reconocimiento institucional de un papel gremial para la compañía. Por otra parte
la importancia de la compañía se debilita durante la década de los cuarenta debido
a la escasez de azúcar y el interés de los ingenios por acabar con el sistema de
distribución existente. La compañía empezó a ser utilizada por el Gobierno para el
racionamiento y distribución de cupos en el país. En diciembre de 1946 el Gerente
de la compañía informaba que,
Hoy el único que tiene interés en que siga la Compañía Distribuidora
de Azúcar es el Gobierno nacional. Cuando ha faltado azúcar, aparece el
Instituto Nacional de Abastecimiento importando el artículo, pero ocurre
que es con dinero de los azucareros […] los ingenios prácticamente
nada ganan con la Compañía ante la escasez que se presenta y creo que
muchos tienen resuelto pedir la disolución de ella aprovechando que su
periodo vence en el año entrante.22
21
22
Relator, Cali, Año 32, No. 8946, junio 16 de 1946, p. 8
Relator, Cali, Año 32, No. 9075, diciembre 20 de 1946, pp. 1 y 7.
605
Formación de un sector de clase social.
La expansión y la integración del sector
En esta última sección queremos analizar la manera en que la formación
de la burguesía azucarera ocurre en el contexto de la expansión del sector
económico en cuestión. Como tal concentramos nuestra atención en la
sucesión de obstáculos que se presentan en la acumulación y que constituyen
impedimentos a su dinámica. A estos impedimentos la reacción de los
capitalistas no es pasiva, sino que se esfuerzan en superarlos para asegurar
la acumulación continuada. Lo importante aquí es que la naturaleza de estos
impedimentos es tal que, para su superación, precisan de cambios en los
procesos constitutivos de la acumulación del capital. Sin embargo, tales
cambios requieren, en mayor o menor grado, la integración sectorial de clase
para asegurar la acción del conjunto. Tal acción o prácticas puede involucrar
simples acuerdos de restricción de la competencia en el sector o prácticas
políticas más agresivas. Ahora, relatar la serie de problemas que la burguesía
azucarera enfrentaba durante el periodo de 1930 a 1960 supera en su extensión
y manejo de información a los objetivos limitados de esta monografía. Nos
limitaremos a señalar dos puntos relevantes a nuestros propósitos analíticos.
La “inseguridad social” y los Ingenios.
Existían clacos indicios de inconformidad laboral en ciertos ingenios vallunos
durante los años treinta. En 1930 y 1932 ocurrieron conflictos laborales,
referentes a las condiciones de trabajo, en diversas haciendas del Valle del
Cauca mientras que en 1934 y “[…] en los ingenios del Valle del Cauca, se
organizaron los primeros sindicatos de acuerdo con el modelo de sindicatos
industriales” (Gilhodes 1976:10).
En el ingenio de la Manuelita (1934 y 1936) y la hacienda Perodias ocurrieron
importantes conflictos laborales, dando señales inequivocables a los propietarios
de los problemas que enfrentaban en el campo laboral.
Ahora, si bien el nivel nacional la guerra con el Perú y el reformismo de los
gobiernos liberales introducían factores nuevos en las luchas agrarias, al nivel local
la respuesta de la represión fue inequívoca. Después de referirse a los conflictos
laborales en Perodias y La Manuelita, el doctor Francisco Daza, Secretario de
Gobierno del Valle del Cauca informó lo siguiente en 1935:
El Gobierno departamental ha considerado siempre como su primordial
función el mantener el orden más completo en todo el territorio confiado
a su inmediata vigilancia. Ante el más leve síntoma de perturbación social,
606
Charles David Collins
ha impartido órdenes a los señores alcaldes de atender con especial
actividad el que las agitaciones ni prosperen ni se agudicen.23
Enfrentados con la creciente ola de conflictos los representantes del capital agrícola
del Valle hablaron de la ‘inseguridad social’ término que cubría los conflictos
laborales, los actos destructivos de la propiedad por parte de los obreros, y
las actividades de los grupos delictivos que, por los años treinta, empezaron a
representar un problema grande para el sector agropecuario y especialmente a los
ganaderos. Con semejante preocupación los ganaderos, a través de la Sociedad de
Agricultores presionaban, en forma insistente, por la presencia de mayores medios
represivos en la región.
Los documentos de la época también indican una reflexión acerca del tipo de conflicto
que se enfrentaba. Por ejemplo, el Secretario de Gobierno Departamental escribía:
La actual cultura del pueblo colombiano y el desarrollo político y
económico del país han cambiado la fisonomía de los actos que
ahora subvierten el orden público. No se crean o realizan ya sucesos
colectivamente sediciosos. Se ha entrado en la etapa de los movimientos
aislados, temporales o locales, que en un lugar y un momento dado
perturben el orden. Y no ya por causas exclusivamente políticas, sino por
extravíos, contravenciones o delitos de sujetos o grupos de sujetos que
agitan el ambiente con actos que la autoridad se apresura a contrarrestar
y a eliminar con toda rapidez. Otras veces, surgen huelgas mal inspiradas
y peor dirigidas que desandan el camino de la ley para moverse en
actitudes apasionadas y visiblemente arbitrarias.24
Durante estos años los ingenios se expresaron sobre los conflictos sociales y
la violencia rural por medio de la Sociedad de Agricultores y, podemos suponer,
individualmente por vía de sus representaciones y contactos políticos. Ahora, si bien
nuestra información es todavía incompleta se puede decir, por lo menos que unas
de las primeras acciones concertadas de los propietarios de los ingenios en esta área,
ocurrió en 1946 cuando reaccionaron frente a los frecuentes incendios de la caña. En
octubre de ese año los principales dirigentes de los ingenios azucareros y paneleros
del Valle enviaron telegramas conjuntos al ministro de Economía, el presidente de la
República y los presidentes del Senado y la Cámara de Representantes, quejándose de
23
24
Informe que el que el Secretario del Gobierno del Valle del Cauca presenta al señor
gobernador del departamento, 1935, p. 4.
Informe que el Secretario de Gobierno del Valle del Cauca presenta al señor gobernador
del departamento 1935, p. 4. Por su parte, el gobernador Aragón Quintero reconoció
en 1940 que el aumento de la población durante los años veinte, debido a las olas de
inmigración habían producido problemas fundamentales a la vida social (ver mensaje del
gobernador a la Asamblea del Valle del Cauca en sus sesiones de 1940, p. 5).
607
Formación de un sector de clase social.
las cuadrillas de bandoleros quienes, pasando por alto las autoridades, incendiaban
los cultivos de caña. El telegrama fue firmado por:
Harold H. Eder
en representación
del Ingenio Manuelita
Eliodoro Villegas
del Ingenio Oriente
Salcedo Hnos. y M. Salcedo
del Ingenio La Esperanza
Alfredo Posada
del Ingenio El Arado
Luis Vady
del Central Amaime
Camilo Cabal Cabal
de La Providencia
Luis F. Estrada
del Ingenio El Vergel
Leopoldo Uribe Martínez
del Tumaco
Ulpiano Ayala
de San José
Ignacio Posada
del Ingenio María Luisa
Gregorio Fischman
del Ingenio El Porvenir
Januario Luna
del Ingenio Alpina S.C.
Alberto Ochoa
Lo firmaron también:
del Ingenio Bengala
Marco A. Sierra (productor de panela en la Hacienda Barrancas de Palmira).
Narciso Díaz Palacio (en 1946 fue cofundador del Ingenio El Papayal).
Leopoldo Martínez
Camilo Becerra Navia
Rafael Uribe Vásquez
Alejandro Martínez Crespo
Rafael Uribe Martínez
Víctor Hoyos Torres
Alberto Carvajal A.
En el mismo mes la Compañía Distribuidora de Azúcares, actuando ya en forma
gremial para el sector, se quejó también de los incendios y pidió el envío de
jueces investigadores a los sitios de los crímenes: La Manuelita, La Esperanza,
Ingenio Central del Tolima e Ingenio Central San Antonio. Los siguientes firmaron
un aviso publicado en la prensa para divulgar la opinión de la compañía:
Rafael Delgado Barreneche
Gerente de la Compañía
Juan Uribe Holguín
por el Ingenio La Manuelita
Eduardo L. Gerlein
por The Colombian Sugar Company
608
Charles David Collins
Carlos Jaramillo Isaza
por el Central Azucarero del Valle (Providencia)
Nicolás Gómez Isaza
por la Empresa Azucarera de Berástegui
Douglas Botero Boshell
por el Ingenio Riopaila
Ramón Muñoz T.
por el Ingenio Central San Antonio S.A.
Silvio Cárdenas
por el Ingenio Central del Tolima
León Cruz Santos
por el Ingenio Bengala, La Esperanza y Pichichí
En apoyo de estas representaciones colectivas del sector, el Relator habló de los
‘Incendiarios de Riqueza Nacional’. Informaron que los incendios, dirigidos por
“manos criminales con oscuros propósitos anárquicos”25 fueron particularmente
contra los ingenios grandes. En noviembre del mismo año ocurrieron dos
incendios en ‘Oriente’ y ‘La Esperanza’ siendo según el Relator, promovidos por
“perturbadores comunistas”26 Bastante ominosa es la solicitud de “sanciones sin
contemplaciones” y la información de que los dueños de los ingenios, ante la
pasividad del Gobierno, están “resueltos a hacerse justicia por sí mismos”. Dice
que hay
[…] elementos intelectuales que son los que azuzan a los obreros contra
sus patrones tratando de que por medio de la malquerencia estimulada
por los agitadores profesionales subsistan problemas para poder estos
medrar en la sombra.27
A pesar de la confusión de motivos políticos y delictivos en los conflictos de la
época, la burguesía azucarera expresaron abiertamente un sentimiento de estar
amenazados y más aún cuando los conflictos fueron asociados con la penetración
de “ideologías subversivas” y la práctica de “profesionales de la revolución”. Con
semejante expresión de una ideología de la “guerra fría” en la sociedad, tiene
relevancia lo que dice Zeitlin (1974): Cualquier conflicto entre clases tiende
a borrar o minimizar la importancia de diferencias intra-clase y maximizar la
importancia de diferencias inter-clase.
La comercialización del azúcar.
Algunos de los problemas más preocupantes para los ingenios durante los años
30 y 40 fueron asociados con la comercialización del azúcar: el precio interno
del producto, la creación de una red de distribución interna y la cuestión de la
importación-exportación de azúcar. Indicaremos tres momentos relevantes durante
estos años que permiten apreciar la reacción más unida del sector enfrentado por
semejantes problemas de la conquista del mercado.
25
26
27
Relator, Cali, Año 32, No. 9020, octubre 14 de 1946, p. 3.
Relator, Cali, Año 32, No. 9042, noviembre 9 de 1946, p. 8.
Relator, Cali, Año 32, No. 9042, noviembre 9 de 1946, p. 8.
609
Formación de un sector de clase social.
En los años inmediatos al estallido de la crisis económica mundial en 1929,
la naciente industria azucarera en el Valle del Cauca mostró tendencias
aparentemente contradictorias: un aumento en la producción de azúcar
centrifugado a pesar de una caída fuerte en el precio (ver cuadro 11). Como
primera medida se podría decir que este fue el comportamiento general
de la agricultura durante estos años. La mejora considerable en las vías de
comunicación y la mayor oferta de mano de obra en el sector agrícola permitía
un alza en la oferta de los productos mientras que el desempleo urbano y la
caída de los ingresos del sector cafetero mantenía la demanda deprimida y los
precios con tendencias deflacionarias. Por otra parte, la baja en los precios
de artículos importados contribuyó a esta misma tendencia. Ahora, en el caso
particular de los ingenios tomaron importancia algunos factores adicionales.
Primero, fue en estos años que se realizó una fuerte sustitución de los panes
de azúcar, y en menor medida de la panela, por el azúcar centrifugado, debido
a cambios generales en los patrones de consumo y la caída en el precio de
este último. Segundo, el espacio comercial del azúcar procedente del Valle
del Cauca se fue ampliando considerablemente durante estos años a raíz de
las mejoras en las vías de comunicación y la terminación de los privilegios
concedidos al Ingenio Sincerín del departamento de Bolívar para el consumo
en el centro y norte del país. Más abajo mencionaremos también el ‘dumping’
que practicaban los ingenios vallunos en el norte y centro del país. Por último
Posada (1977: 494-495) ha argumentado que la creciente oferta de la mano de
obra a partir de 1929 y la caída en el pago del trabajo asalariado beneficia a los
propietarios de la producción agrícola capitalista además de generar aumentos
en la producción y el abaratamiento de los artículos agrícolas. Sin embargo
la situación de precios deprimidos con aumentos en la oferta de productos
era poco aceptable al mediano plazo para el sector agrícola en general y, en
nuestro caso, los ingenios azucareros. Por eso buscaron la derogación de la
Ley de Emergencia de 1926 y la creación de derechos aduaneros para evitar
así la importación de productos agropecuarios. Motivado por la necesidad de
aumentar los ingresos estatales y tomando en cuenta los bajos precios de los
productos agrícolas se dictó, a partir de enero de 1931, nuevos gravámenes
sobre las importaciones entre las cuales se incluyó el azúcar. Si bien hubo, en
términos inmediatos, un aumento en los precios de los productos agrícolas,
el efecto fue apenas momentáneo pues el continuo aumento en la oferta y
la caída de los precios internacionales fueron suficientes para mantener las
tendencias deflacionarias.
610
Charles David Collins
Cuadro 11. Colombia: producción de azúcar (1928-1934) e índice del precio del
azúcar (1928-1933).
Años
Producción
Precioa
1928
6.236.400
77.66
1929
7.852.600
70.28
1930
10.398.700
40.04
1931
20.425.200
41.01
1932
27.624.150
26.69
1933
24.410.300
28.64
1934
34.478.550
N.D.
La caída de la producción en este año fue debido a la plaga mosaico que afectó a la cosecha.
a: 100 = promedio de 1923 a 1925.
Fuentes: Rodríguez (Anexo, Estadístico, tabla C-5); Posada (1977: 498)
En semejante situación, “[...] las empresas azucareras se despedazaban
[…] luchando sin cuartel por conservar algunas, y por conquistar, otras, la
supremacía en los empobrecidos mercados internos”.28 Hubo, “[…] una
competencia despiadada que iniciaron los ingenios entre sí, buscando la
supremacía en el mercado” (Eder 1958: 22). Las palabras de Hernando Caicedo
fueron bien dramáticas:
Actualmente los ingenios están entregados a su propia suerte. Se hallan
regidos por la ley ciega e inexorable de la oferta y la demanda. La marcha
del negocio no da ningún signo de mejoría. Al contrario, los precios ya
bajos han bajado más y en muchas partes se ha vendido el azúcar en las
últimas semanas a las cotizaciones más bajas registradas ([...]). El caso es
de guerra a muerte, de competencia destructora.29
Para los ingenios vallunos la competencia podría seguir mientras determinaba la
quiebra de los trapiches pequeños y los ingenios del norte, pero cuando ellos
mismos se sentían afectados alzaron el grito de ‘Basta Ya’.
Según la historia oficial de ‘Manuelita’,
El caos había llegado en 1933 a un límite que hubiera sido catastrófico
pasar. Las empresas, no sólo contabilizan pérdidas, sino que al desarrollar
sus prospectos económico-industriales, experimentaron las consecuencias
28
29
Manuelita, S.A. (1964, p. 150).
elator, Cali, Año 19, No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
611
Formación de un sector de clase social.
fatales de la anarquía, que señoreó todos los factores en juego dentro de
una planeación racional y prudente (Manuelita, S.A. 1964:151).
Por el año de 1933, el mismo Hernando Caicedo empieza a hacer el siguiente tipo
de comentario: “La única solución es la cooperación. La cooperación o la ruina.
O se encuentra algún medio para disponer de las provisiones contractuales […] o
toca enfrentar la ruina”.30
Es importante señalar en este caso que fue una iniciativa oficial la de reunir
los dueños de los ingenios en la primera conferencia del azúcar en febrero de
1933 para tratar los problemas de precios, distribución y la competencia, pues
lo promovió el ministro de Industrias, Francisco J. Chaux y con la aprobación
del presidente Olaya Herrera. Si bien representa la primera expresión de diálogo
institucionalizado entre los dirigentes del sector, de todas maneras,
Desde los primeros contactos que tuvieron los delegados quedó
descartada la posibilidad de lograr algún acuerdo. Los intereses pugnases
formaban bloques intransigibles: cada uno de ellos sobreestimaba su
posición y pretendía sacar a los demás […] (Manuelita, S.A. 1964: 151).
Estas frases, que vienen de los representantes de Manuelita, son probablemente
dirigidos contra Hernando Caicedo. Sin embargo, este mostró bastante entusiasmo
por la iniciativa, especialmente en lo referente al papel del Estado en superar
la crisis existente: “Hay que descartar la posibilidad de que los interesados
aisladamente, sin la ayuda oficial, puedan solucionar un caso tan grave”.31
Para Caicedo el problema era muy simple; hay una superproducción de azúcar así
que hay que buscar un nuevo equilibrio, bajando la producción y aumentando el
consumo. Pero más importante es la manera en que miraba hacia el Estado como
única manera de solucionar la crisis, proponiendo dos modos de intervención.
Primero, que el ministro de Industrias llevara a cabo una campaña de propaganda
para estimular el consumo de azúcar. Esta iniciativa estaría implicando el
reemplazo del consumo de la panela por el azúcar: estrategia difícil de conciliar
con su defensa posterior de la industria panelera y las bondades del consumo de
esta en comparación con el azúcar blanco. La segunda propuesta de Caicedo era
más precisa y significativa pues implicaba una intervención estatal en el mercado.
Razonaba de que si en 1933 la producción de azúcar era de 750.000 quintales y
el consumo solamente 500.000 quintales, una reducción aceptable del 20 % en la
producción daría un excedente de 100.000 quintales que, guardado, podría ser
útil para eventuales emergencias o cualquier aumento posterior en la demanda.
30
31
Relator, Cali, Año 19, No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
Relator, Cali, Año 19. No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
612
Charles David Collins
La idea era crear una entidad financiera del Estado manejado por una institución
como la Caja de Crédito Agrario e Industrial o los Almacenes Generales de
Depósito, que vendería los 500.000 quintales a $4.50 cada uno dando uno dando
un ingreso de $2.250.000, pagando la suma de $1.500.000 o $2,50 el quintal a
los ingenios. La ganancia sería de $750.000 que después de deducir los gastos
de distribución y almacenaje, reportaría lo sobrante a los ingenios, quedándose
con los 100.000 quintales que no se venden inmediatamente. Con su indomable
espíritu empresarial proclamaba, “es un magnifico negocio”.32
Hubo oposición a la idea de intervención estatal pues se decía que llevaría al
Estado a una situación financiera ruinosa en vez de tomar la medida si bien
drástica, de limitar la escala de producción. Para el periódico caleño, Relator, era
mejor cerrar algunos ingenios dando mayor posibilidad a los pequeños trapiches
paneleros, en vez de mantener artificialmente a la industria azucarera.
Quien por falta de cálculo se comprometió en aventuras industriales
superiores a la capacidad consumidora del país, habrá de soportar el
doloroso castigo que impone este estado de cosas. El recurso de los
subsidios para sostener artificialmente la vida de cualquier industria, a la
larga trae la catástrofe, puesto que la erogación que implica esta clase de
esfuerzos debilita rápidamente los demás planos de la economía general,
que al fin caen bajo el peso de tales gravitaciones.33
En cierta medida la propuesta de una institución con funciones de manejar la
distribución de azúcar fue aceptada y en mayo de 1933 se llegó a un acuerdo
parcial con la constitución de la Sociedad Seccional de Crédito Azucarero. Sin
embargo estamos lejos de poder decir que fue producto de un acuerdo entre los
patrones de la industria, quienes reconociendo la necesidad de ciertos intereses
en conjunto del sector, superarán la competencia para llegar a un acuerdo. Hay
más bien una tensión permanente entre los intereses particulares y los intereses
del sector que se manifiestan en la forma conflictiva e intermitente de este primer
acuerdo formal. Y como elemento promotor del acuerdo encontramos al Estado
que presionó a los ingenios a dar orden al mercado azucarero.
La sociedad fue creada con base en las atribuciones de la Ley orgánica de la Caja
de Crédito Agrario. Además del apoyo estatal, los ingenios fueron también socios
así que de las 20.000 acciones de $10 cada una, tanto La Manuelita como Sincerín
compraron 4823 unidades.
32
33
Relator, Cali, Año 19, No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
Relator, Cali, Año 19, No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
613
Formación de un sector de clase social.
Los objetivos de la sociedad, según el contrato de fundación, fueron
hacer préstamos, ‘organizar, regularizar y normalizar’ el mercado de
azúcar, y en distribución, permitir una ‘moderada utilidad’ y asegurar
precios estables y ‘razonables’ (Eder 1958: 523)
Sin embargo, Hernando Caicedo no entró, desde el principio, al acuerdo mientras
que La Manuelita lo hacía apenas pensando en la Sociedad como una vía de
solucionar problemas de liquidez inmediata. De hecho en el caso de Caicedo,
“[…] figuraba a veces entre los socios y a veces no [así que] se produjeron diversos
puntos de vista entre los participantes, y fue aumentando la competencia”.34
A pesar del divisionismo entre los ingenios la Sociedad logró frenar en cierta
medida la guerra de precios, aunque, “a ella ingresan y de ella se apartan, de
tiempo en tiempo, algunos de los productores, según soplen los vientos de la
competencia…” (Manuelita, S.A.1964: 134).
En 1937, el Estado se retiró de la asociación, y se la reconstituyó como la Compañía
Distribuidora de Azúcar. Estuvo sujeta a la vigilancia y reglamentación estatal
aunque tenía, “(…) Las características de una asociación con los lineamientos
clásicos de la empresa privada y con funciones que son básicas para el conjunto
de la política industrial (Manuelita, S.A. 1964: 154).
El interés de los azucareros era muy simple: un acuerdo sobre precios y
comercialización para todo el país con el fin de mantener la rentabilidad de la
producción. Confiaban además que con precios más altos no resultaría en una
caída de la demanda debido a la sustitución de consumo. Se llegó a un acuerdo
sectorial que, junto con un mejoramiento relativo en la actividad económica
en general, representó un alivio para los ingenios que les permitía mirar, con
gusto, la rentabilidad del sector. En 1938, el Gerente de la Seccional de Crédito
Agrario e Industrial y Minero de Palmira S.A., en su informe a la Sociedad de
Agricultores del Valle declaró que, “(...) los productores de azúcar, que son un
pequeño grupo, hacen ganancias fabulosas vendiendo saco a $8.00 con un costo
de producción de $1.50 a $1.80”.35
Un informe de la Cámara de Comercio de Palmira de 1939 contó lo siguiente con
respecto a la producción de azúcar:
Producción en buena escala, recibe gran apoyo oficial, con inmensos
rendimientos económicos a lo cual agregamos la poca competencia que
sufre este artículo, máxime si los ingenios son muy pocos en Colombia.
34
35
Relator, Cali, Año 19, No. 4794, febrero 1 de 1933, p. 2.
Revista Agrícola y Ganadera, Cali, Año 11, No. 16, septiembre de 1938, p. 7.
614
Charles David Collins
En el pasado mes de diciembre fue subido el precio de este artículo que
seguirá vendiéndose a razón de ocho pesos con veinticinco centavos
($8.25) el bulto de quintal aún en esta plaza que es productora de azúcar
y les dejaba apreciables ganancias, hoy con mayor razón podrán producir
más grandes cantidades ya que toda será consumida.36
En el mismo año, al conocerse la autorización de otro aumento de precio a $9,10
el bulto, la misma Cámara lo describió como “escandaloso”. En 1942 el presidente
de la Sociedad de Agricultores de Colombia encontró una situación bastante
favorable para la industria azucarera,
[…] que ha tomado un gran incremento en el país, debido especialmente
a los favorables climas en que ella se ha empleado, a la mecanización en
su cultivo, al empleo de maquinaria de gran capacidad para su beneficio,
a la organización de los productores y al apoyo del Estado por medio de
la tarifa proteccionista de aduana. Todo esto hace que actualmente los
azucareros estén obteniendo magníficos resultados.37
a. Realizar una historia detallada de la Compañía Distribuidora de Azúcar es una
tarea que supera las posibilidades de este estudio. Sin embargo es pertinente
subrayar dos aspectos de su existencia que consideramos relacionados al tema
bajo análisis: primero, la medida en que la compañía fue una expresión gremial
del sector y, segundo, la reacción casi unánime del sector por los años cuarenta
en contra de las funciones de la compañía.
Es interesante observar el papel de la Compañía durante los años treinta como
vocero de la industria en sus relaciones con el Gobierno en lo referente al problema
de las importaciones. En 1938 solicitó al presidente López Pumarejo de no seguir
permitiendo las importaciones de azúcar que en 1936 y 1937 habían llegado a la
suma de 22.9 y 14.9 mil toneladas respectivamente. En el mismo año se llevó a cabo
una polémica en la prensa entre Gonzalo Córdoba, Gerente de la Compañía y Marco
Aurelio Arango, el Ex-ministro de Agricultura. El primero sostenía que el azúcar
colombiano, además de su buena calidad, era suficiente para satisfacer el consumo
nacional en los años 1938, 1941, 1942 y 1943, mientras que en otros años había
déficit. Pensando más bien en lo ocurrido entre 1945 y 1947, Arango hizo una crítica
fuerte a la industria por no producir suficiente, a precios altos y con baja calidad.
La deficiente calidad del azúcar vendido por esa compañía en algunas
ciudades puede comprobarse sin necesidad de minuciosos análisis,
y ello es tan cierto que algunas empresas industriales que consumen
36
37
Informe que rinde la Cámara de Comercio de Palmira al Sr. ministro de Industria y Trabajo.
Enero-febrero, 1939. En Revista Informativa. Cámara de Comercio de Palmira, No. 52, 1939.
Revista Informativa. Cámara de Comercio de Palmira, No. 58, abril 9 de 1939, p. 1.
615
Formación de un sector de clase social.
azúcar para la elaboración de productos alimenticios o de drogas se han
quejado repetidamente al ministerio de la mala calidad del producto que
logran conseguir en el país.38
En 1946, Delgado Barreneche, el entonces Gerente de la Compañía, criticaba
las importaciones de azúcar como una pérdida para el país y un desincentivo a
la producción, además de plantear que los precios del azúcar colombiano eran
los más bajos en toda América. Solicitó al Gobierno que tomara en cuenta los
aumentos en los jornales y el transporte además de las medidas fiscales adoptadas,
antes de tomar decisiones con respecto al sector.39
En cierta medida la Distribuidora cumplía una función adecuada para los ingenios
en el sentido de asegurar la distribución del producto a todas partes de Colombia de
una manera barata y eficaz, pues evitaba que los ingenios tuvieran que duplicar redes
de distribución.40 En 1945, Hernando Caicedo opinó que, “la distribución conjunta
ahorra gastos a las empresas y por consiguiente al consumidor; y evita hasta donde
es posible, el acaparamiento por los consumidores. Tiene una función comercial y de
formación que no puede cumplir cabalmente la industria” (Caicedo 1965: 24).
Ahora, mientras que había un excedente de la oferta sobre la demanda y los
precios eran deprimidos, los ingenios reclamaban la fijación oficial de un precio
común, encima de lo que sería en un mercado libre, además de la organización
más eficaz de los canales de distribución. Así lo lograron con el apoyo oficial
y la Compañía Distribuidora. ¿Pero qué pasó cuando, en los años cuarenta, se
cambia la situación y hay escasez? El sistema establecido de precios se convierte
ya en una traba que no dejaba a los ingenios especular en un mercado favorable
para ellos. La intervención estatal, tan ansiosamente solicitada por los ingenios
en los años treinta ya se convierte en el blanco de las críticas de los ingenios.
La queja principal era el control oficial de precios, pues si bien el precio del
azúcar había subido un 66% entre 1939 y 1946, fue un aumento menor de otros
artículos básicos (ver cuadro 12).
38
39
40
Relator, Cali, agosto 10 de 1938, p. 4.
Relator, Cali, Año 32, No. 8946, julio 16 de 1946, pp. 1 y 8.
Entrevista, junio de 1981.
616
Charles David Collins
Cuadro 12. Precios de algunos artículos 1939 y 1946
Precio
Artículo
1939
Azúcar – libra
0.09
1946
0.15
Arroz – libra
0.12
0.20
Café molido – libra
0.30
0.50
Garbanzos – libra
0.24
0.70
Harina de trigo – libra
0.14
0.35
Fríjol – libra
0.16
0.35
Jabón – Pan
0.05
0.10
Lenteja – libra
0.22
0.40
Manteca vegetal – libra
0.35
1.00
Papa – libra
0.08
0.15
Carne de res – libra
0.20
0.40
Mantequilla – libra
0.60
1.20
Leche – botella
0.09
0.20
Huevos – unidad
0.06
0.11
Panela – unidad
0.04
0.11
Fuente: Relator, Cali, Año 32, No. 8975, agosto 20 de 1936, p. 4.
En 1945, Juan Lozano y Lozano, hizo la siguiente pregunta a Hernando Caicedo:
P. ¿Para ustedes, los grandes productores de azúcar, no ha representado
un regalo el aumento de un centavo por libra que autorizó el Gobierno
el año pasado?
R. Qué va a ser un regalo. Si el mercado fuese libre, el precio del azúcar
sería mayor, hoy cuando existe escasez y compensaría el precio menor que
recibimos cuando disminuyen los consumos internos (Caicedo 1965: 22).
Mientras que el Gobierno proclamaba en 1946 que obraba con un criterio de
libertad de precios agrícolas, efectivamente congeló durante nueve años (19461955) el precio interno del azúcar. A pesar de las exportaciones efectuadas en
1954 y 1955 los ingenios denunciaron la poca rentabilidad de sus inversiones,
según lo indicado en el cuadro 13. Solamente un estudio más detenido podría
analizar la veracidad de estas cifras además de explicar por qué, en tiempos de baja
rentabilidad relativa, la producción de azúcar aumentó de la manera indicada en
el cuadro 14. Inclusive sería interesante averiguar los efectos del control de precios
617
Formación de un sector de clase social.
sobre el comportamiento empresarial. Ciertamente la certidumbre de precios abre
mayores posibilidades a la planeación y la programación de las inversiones.
De todas maneras queda claro que el control estatal sobre los precios implicaba
una intervención fuerte en el sector. El Estado también reglamentaba la distribución
imponiendo cuotas de índole regional y local. En 1946 el Ministerio de Economía
ordenó a la Distribuidora vender una determinada cantidad en cada localidad
cantidad que fue calculada con base en los consumos anteriores. En noviembre
del mismo año hubo protestas en Guacarí y Palmira contra el “racionamiento
monopólico” mientras que en diciembre la Conferencia Sindical aprobó una
proposición del Sindicato Obrero del Ingenio Manuelita: “Hace llegar ante las
autoridades respectivas y con especialidad ante la Distribuidora de Azúcares, sus
más enérgicas expresiones de protesta por el sistema implantado para establecer
el inocuo racionamiento…”41
Según los ingenios, el Gobierno, inspirado por motivos demagógicos, importaba
azúcar que tenía que ser financiada por los ingenios, produciendo así grandes
pérdidas. La Manuelita razonaba de la siguiente manera:
En épocas normales si faltaba azúcar la Distribuidora importaba, la pérdida
pro-rateaba entre los ingenios. Estas pérdidas no eran grandes en tales
épocas normales. En la actualidad el azúcar esta escaso en todo el mundo
y está muy caro ([...]). El consumo del país ha aumentado muchísimo en
los últimos años. La producción del país también ha aumentado pero
no suficiente para abastecer el consumo. Una importación por pequeña
que sea da una pérdida muy grande, si ha de venderse a los precios que
rigen en el interior.42
41
42
Relator, Cali, Año 32, No. 9060, diciembre 3 de 1946, p. 1.
Relator, Cali, Año 32, No. 9075, diciembre 20 de 1946, p. 5.
618
Charles David Collins
Cuadro 13. Rendimiento en otras cuentas de las sociedades anónimas productoras
de azúcar de 1948-1955.
Años
No.
soc.
1948
8
Activo
total
63.662.00
Activo
neto o patrimonio
53.963.00
Capital
pagado
39.246.00
Reserva
legal
Good
Will
Utilidad
líquida
Impuestos
directos
Relación
patrimonio
útil. liq.
N.D.
-
4.274.00
1.947.00
7.9
1949
15
98.700.00
83.400.00
56.100.00
N.D.
-
4.200.00
2.453.00
5.0
1950
16
N.D.
87.788.00
63.917.00
N.D.
-
3.939.00
2.390.00
4.5
1951
14
116.754.00
91.508.00
68.004.00
2.846.00
-
4.928.00
3.140.00
5.4
1952
12
132.758.00
96.925.00
68.127.00
3.942.00
26
5.460.00
3.869.00
5.6
1953
10
142.991.00
102.950.00
65.056.00
4.823.00
-
7.349.00
2.823.00
7.1
1954
8
132.296.00
93.322.00
57.168.00
5.117.00
-
6.547.00
2.000.00
7.0
1955
6
134.535.00
92.591.00
52.394.00
5.742.00
-
4.458.00
1.365.00
4.8
Fuente: Compañía Azucarera del Valle. Informe sobre la situación de la Industria Azucarera Colombiana y
su perspectiva futura. Cali, 1956. Datos originales de la Superintendencia de Sociedades Anónimas.
Daba como ejemplo los 190.000 quintales importados por el Instituto Nacional de
Abastecimiento (INA) desde Cuba a mediados de 1946 que costaron $4.037.500
($21,45 por quintal) y fueron vendidos por $2.660.000 ($14.000 por quintal) en el
país que, después de gastos de distribución ($285.000) daba una pérdida total de
$1.662.500. Con la importación de 500.000 quintales, que es lo que era el déficit
en 1946, la pérdida sería de 7 millones de pesos. El problema para los ingenios
fue que la Distribuidora, de la cual los ingenios eran los accionistas, tenía que
comprar el azúcar del INA al precio internacional y venderlo a precio interno,
habiendo una pérdida. Para financiar esta operación la Distribuidora cobraba la
suma de 1.5 centavos sobre todo el azúcar vendido por ellos, reduciendo así
la suma repartida a los ingenios. Los ingenios miembros de la Distribuidora se
encontraban en una camisa de fuerza oficial: con un mercado boyante y sin
posibilidad de aprovecharlo pues legalmente no podían retirarse de ella hasta que
se liquide. Con ojos tristes miraban la situación envidiable de los intermediarios
y los ingenios recién establecidos y por ello no afiliados a la Distribuidora. De
los primeros, los ingenios grandes se quejaban que mientras ellos, quienes son
los que producen, reciben apenas once centavos por libra, los intermediarios
compran de la Distribuidora a 13-14 1/2 centavos la libra y venden entre veinte y
treinta centavos. Además, “La Manuelita entrega libra completa. La libra que recibe
el consumidor no siempre tiene 500 gramos”.43
Los segundos también aprovecharon de la situación según lo indica el cuadro 14.
43
Relator, Cali, Año 32, No. 9072, diciembre 17 de 1946, p. 2.
619
Formación de un sector de clase social.
Cuadro 14. Producción y precios de los ingenios, según su forma de afiliación a
compañía distribuidora, 1946.
% de
Ingenios
Categorías
% de
Producción
Precio que vende por libra
Afiliado
45
75
11 centavos
Semi-Afiliado
25
15
12.5 centavos
Independiente
30
10
18.2 centavos
Fuente: Relator, Cali, Año 32, diciembre 27 de 1946.
Los semi-afiliados del cuadro no hacían contribuciones a la pérdida de las
importaciones, recibían el valor del azúcar de contado, tenían contratos a un año
y podían retirarse o negociar con la Distribuidora según las condiciones. El cuadro
14 indica que fueron los ingenios más grandes los que fueron sometidos a la mayor
restricción oficial y por eso fueron los más vociferos en terminar con el sistema.
Las propuestas de los ingenios se reducían a libertad de precios, no más
importaciones y reducción de las funciones y poderes de la Compañía Distribuidora.
En los primeros dos casos su éxito fue relativo pues solamente a partir de 1955
que se permitieron alzas y como indica el cuadro 15, se siguió importando el
azúcar. En el caso de la Distribuidora se tuvo más éxito pues después de una
campaña fuerte de presión se logró, en 1951, limitar su campo de acción.
Exportaciones y sacrificios
Por el acuerdo de Chaldbourne en 1931 los nueve principales productores de
azúcar llegaron a acuerdos sobre limitaciones a la exportación y producción. El
acuerdo terminó en 1935. En 1937 se firmó el Acuerdo Azucarero Internacional en
lo que se trató de conciliar los intereses de los países consumidores además de
establecer el Consejo Azucarero Internacional con funciones de hacer los ajustes
necesarios en los costos y proveer una “… adecuada oferta de azúcar al mercado
internacional a un precio razonable que no exceda el costo de producción,
incluyendo una ganancia razonable a los productores eficientes”.44
Con la excepción de los años de la Segunda Guerra Mundial funcionó de una
manera u otra hasta 1953 cuando se firmó un nuevo acuerdo con el fin de evitar
el ‘dumping’ de los excedentes y las fluctuaciones en el precio internacional. Si
bien los ingenios vallunos tenían un interés claro en promover la exportación, no
se hicieron parle de ninguno de estos acuerdos.
44
ASOCAÑA. Memorandum sobre Adhesión de Colombia al Comercio Internacional de
Azúcar. Mimeo.
620
Charles David Collins
Nuestro país no se hizo presente en la iniciación del comercio
internacional, siguiendo esa funesta práctica que nos ha alejado de la
mayor parte de las manifestaciones económicas internacionales distintas
a las del café.45
Fue durante los años cincuenta que el sector empezó a plantear la posibilidad
de participar de una manera más sólida en el mercado internacional, aunque las
exportaciones no eran nada nuevo para los ingenios pues fueron realizadas durante
años excepcionales, como 1943 y 1944 (ver cuadro 14 que indica también el nivel
de importaciones de azúcar a Colombia). La década de los cincuenta fueron años de
grandes fluctuaciones en las exportaciones pues mientras que en 1954 se importó
54.000 toneladas en 1956 se exportó 58.000 toneladas. De todas maneras se planteó
la posibilidad de exportaciones en grande a pesar de la cuota irrisoria de 5000
toneladas fijada por el acuerdo internacional de 1953, para Colombia.
Hernando Caicedo expresaba bien los intereses del sector cuando proponía el fin
de las importaciones, no más precios arbitrarios fijados por el Gobierno para el
mercado interno, promoción del consumo de panela en Colombia y la exportación
de azúcar. Proponía además los cambios técnicos para facilitar una mayor
producción de azúcar crudo, modalidad en que se comercia internacionalmente.
“Consiste en exportar todo lo que pueda exportarse aunque el país tenga que
imponerse algunos sacrificios” (Caicedo 1965: 277).
El interés de exportar él azúcar se basó en las diferencias entre el precio interno en
Colombia y lo vigente internacionalmente. En 1959 el precio interno y controlado
por el Gobierno fue 128 centavos de dólar por kilo mientras que en los EE.UU.
fue 252 centavos. Sin embargo para poder exportar a los EE.UU., Colombia tenía
que hacerse miembro del Acuerdo Internacional pues ese país sólo importaba
de países de esa Asociación Internacional. La complejidad de esta cuestión, la
proyección internacional y el trabajo preparatorio necesario claramente superaba las
posibilidades de acción aislada de los ingenios. Más bien se precisaba por una parte
de una política de conjunto del sector y por otra parte, y en forma interrelacionada,
un papel de proyección internacional, en favor del sector y por parte del Estado.
Para lograr la adhesión, el Gobierno y los industriales azucareros
organizaron una labor que dio por consecuencia el que aprovechando la
reunión que en México tuvo el Convenio en diciembre de 1960, Colombia
hiciera la solicitud correspondiente. En la capital mexicana fue aceptada
en principio y confirmado por Londres, sede del Convenio, dos meses
más tarde (Fadul y Peñalosa 1961: 43).
45
ASOCAÑA. Memorandum sobre Adhesión de Colombia al Comercio Internacional de
Azúcar. Mimeo.
621
Formación de un sector de clase social.
Mientras tanto se iniciaron oficialmente las gestiones para conseguir
que el Congreso Colombiano ratificara la adhesión de Colombia a ese
acuerdo internacional, habiéndose obtenido la aprobación de la Ley 4
de ese año, por medio de la cual nuestro país se adhirió a ese pacto.46
Cuadro 15. Producción, importaciones, ventas y exportación de azúcar, 1934-1961
(En miles de toneladas valores crudos)
Años
Producción
Importación
Consumos
Exportación
Existencia
1934
33.2
-
37386
2.8
6.2
1935
30.6
9.0
42953
-
3.5
1936
30.6
22.9
50525
-
7.2
1937
35.3
14.9
49578
-
8.6
1938
48.5
-
48490
-
8.6
1939
49.2
5.0
59794
-
3.6
1940
51.2
14.7
63688
-
6.8
1941
61.8
4.5
64829
-
8.6
1942
67.6
1.3
61939
-
16.3
1943
71.7
-
73093
9.7
4.6
1944
76.9
12.0
83172
2.6
8.4
1945
81.4
16.9
92511
-
14.8
1946
82.0
9.3
89870
-
16.3
1947
88.6
9.4
95891
-
19.1
1948
115.5
-
114269
-
20.5
1949
147.5
-
123000
14.1
30.0
1950
156.0
-
123383
26.4
25.5
1951
197.6
31.0
143751
53.870
19.6
1952
196.7
1.676
192782
3.550
21.7
1953
189.6
14.665
198684
65
27.2
1954
240.6
59.0
215300
35
52.6
1955
253.3
30.0
227130
29.876
49.0
1956
261.3
2.0
225954
58.422
26.0
1957
233.9
23.042
268967
2.683
11.2
1958
263.6
43.818
291869
-
26.8
1959
278.8
5.418
283562
-
25.4
1960
328.3
66.630
288193
1.27
62.1
320889
45.994
67.9
1961
362.6
Fuente: Fadul y Peñalosa (1961: 18-19)
46
Relator, Cali, Año 32, No. 9074, diciembre 19 de 1946.
622
Charles David Collins
Los ingenios azucareros y los paneleros
Vale la pena resaltar que el proceso hacia la mayor integración de intereses en el
sector de la burguesía azucarera iba manifestándose a través de una tensión para
el capitalista individual entre sus intereses particulares como propietario de una(s)
unidades(es) de capital y los intereses sectoriales del capital. Además ciertas
prácticas que expresaban esta tensión generaban contradicciones entre miembros
del sector sobre la cuestión de la interpretación y el contenido de los intereses
del capital sectorial. Una expresión de esto, además de la heterogeneidad de los
miembros de la burguesía azucarera, se encuentra en las contradicciones por los
años treinta y cuarenta entre los sectores azucareros y paneleros. Este caso nos
advierte que, a pesar de todos los factores que contribuyeron a la integración de
la burguesía azucarera señalados hasta ahora, esta fue bastante relativa y selectiva.
La recuperación de los precios del azúcar, después de la crisis de los primeros
años de los treinta, hacía que fueran más altos que los de la panela que si bien
aseguró el mercado para este producto expresaba además una situación de mayor
rentabilidad de los azucareros. En 1938, el Gerente de la Seccional de Crédito
Agrario e Industrial y Minero de Palmira S.A., informó que,
El precio, hoy se puede considerar ruinoso para los trapicheros, pues
no les produce para el sostenimiento de sus fincas en buen estado.
Si esta situación se prolonga contemplaremos la ruina de este gremio
mientras que los productores de azúcar que son un pequeño grupo
hacen ganancias fabulosas vendiendo saco a $8,00 con un costo de
producción de $1,50 a $1,80.47
Los paneleros se quejaban básicamente, de dos cosas: primero, decían que el
precio remunerativo del azúcar era producto de la política estatal de limitar las
importaciones y permitir alzas continuas del precio interno del artículo, mientras
que los paneleros eran abandonados por la política estatal. Ahora, los altos precios
del azúcar no eran el problema para los paneleros pues como decía uno, “ojalá que
el azúcar se vendiera en las boticas a los precios de las drogas” (Caicedo 1965: 262).
Se quejaba más bien de la poca protección estatal y la posición favorecida de los
azucareros.
Segundo, denunciaban la política de ‘dumping’ de los ingenios azucareros
que habían establecido la producción masiva de panela. La queja iba dirigida
contra los Eder quienes establecieron la producción panelera en ‘La Cabaña’
utilizando una máquina de vapor, trapiche de masas múltiples y evaporación al
47
Revista Agrícola y Ganadera, Cali, Año 2, No. 16, septiembre de 1938, p. 7.
623
Formación de un sector de clase social.
vacío. Enfrentados con las protestas de paneleros decidieron cerrar La Cabaña
para trasladar la maquinaria a “El Triunfo” en Tolima. Por razones obvias esta
no satisfizo a los paneleros quienes mandaron un telegrama a los Senadores y
Representantes vallunos en los siguientes términos:
Consideramos un deber no permitir que ustedes ignoren la alarma y los
peligros de que están amenazados los productores de panela. Fines año
pasado motivo suspensión producción de La Cabana, la panela subió
precios remuneradores, pero esta producción suspendida temporalmente
funcionará muy pronto en el Tolima Ingenio El Triunfo, donde está
montándose misma maquinaria. Pero hay algo de proporciones mucho
más graves y es que mismos accionistas del Ingenio La Manuelita, que
produce más de 350.000 quintales al año, son los mismos propietarios del
Ingenio de Pajonales que producirá más de 400.000, son los mismos del
Ingenio panelero “El Triunfo”, no satisfechos todavía, los mismos señores
inaugurarán muy pronto en la hacienda San José, inmediaciones esta
ciudad, establecimiento panelero con producción 2.000 cajas por semana.
Estimamos que Estado, que estimuló enriquecimiento de esos señores,
favoreciéndolos con pródiga producción, está en obligación impedir
ruina 35.000 trapiches colombianos, que serán inevitables si el Gobierno
tolera esta incalificable avidez capitalista (Caicedo 1965: 260).
La fábrica de San José en Palmira fue producto de una asociación entre los Eder
y la dueña de la Hacienda, doña María Sierra de Gómez.
Como solución los paneleros pedían el apoyo estatal para establecer un ingenio
azucarero que compraría las mieles de los paneleros, el cierre de los ingenios
paneleros de los Eder, la formación de cooperativas para controlar el mercado,
mejor recurso de crédito para modernizar la producción de panela, mejores precios
para las mieles de los paneleros que compraban la Licorera del Departamento,
regulación de las importaciones de azúcar según el precio de la panela y una
campaña publicitaria del Estado para promover el consumo de la panela.
Cobra interés la unidad de acción que mostraron los paneleros grandes y
medianos durante estos años. Realizaron protestas conjuntas además de formar
varias cooperativas. Tenían además el apoyo por su campaña de la Sociedad de
Agricultores del Valle, la Cámara de Comercio de Palmira, la Seccional de Crédito
Agrario e Industrial y Minero de Palmira y de los periódicos regionales de la época.
Caso contrario fue la situación de los azucareros. Por una parte, los Cabal-Becerra
eran importantes productores de panela en estos años. Una de las principales
figuras del grupo fue Carlos Becerra Cabal, cofundador de Providencia y hombre
624
Charles David Collins
de negocios en Palmira, quien tenía 300 plazas de caña para producir panela en la
Hacienda Santa Rosa mientras Modesto Cabal Madriñán tenía 150 plazas en caña
para hacer lo mismo en la hacienda San Francisco. Inclusive Carlos Becerra Cabal
y Bernardino Cabal Molina firmaron el telegrama de protesta contra los Eder y
dirigido a los Congresistas vallunos. Los Eder se defendían de su acción alegando,
en las palabras de Henry J. Eder: “fundamos esa empresa para dar ejemplo de cómo
se debe montar una fábrica moderna y eficiente de panela” (Caicedo 1965: 263).
Pocos lo creían:
Deciase en Palmira, y así se publicó por la prensa, bajo firma responsable,
que el único objeto de La Cabaña era envilecer el precio de la panela
para facilitar al Ingenio Manuelita la labor de absorción de las fincas y
pegujales contiguos a esa gran factoría (Caicedo 1965: 263).
La posición de Hernando Caicedo, como era esperarse, fue bastante inteligente.
Desde el principio defendió a la industria panelera diciendo que producía más a la
economía nacional que la industria azucarera y que era una industria campesina.
Citó con su aprobación las palabras de Alfredo García Cadena:
[…] el azúcar no constituye en Colombia artículo de primera necesidad
mientras haya panela al alcance de las clases consumidoras [...]. La
sustitución en la alimentación popular de la panela por el azúcar ha sido
una corriente impuesta por la moda, fruto de esnobismo que no hay
para qué estimular [...] Estamos seguros de que el obrero colombiano
habría sido incapaz de conquistar, como lo hizo, con el sólo esfuerzo de
su músculo, nuestras cordilleras andinas, si en lugar de panela hubiera
consumido azúcar […] (Caicedo 1965: 278-279).
Para Caicedo el problema no era de conflicto pues “la prosperidad de uno se
funda en la prosperidad de los demás” (Caicedo 1965: 271).
Al fondo parece que lo preocupó a Caicedo dos cosas: Primero, fue el movimiento
de defensa que montaron los paneleros que, a su vez, fue bien recibido por el
Gobierno. Cuando los Eder empezaron la producción de panela en La Cabaña, fue
“debido a la actitud enérgica del doctor Santos y de su ministro de la Economía
Nacional, sus propietarios resolvieron clausurarla” (Caicedo 1965: 263).
En 1942 varios miembros de la Comisión de Agricultura de la Cámara de
Representantes visitaron el Valle del Cauca para investigar los hechos. Uno de
sus miembros, el doctor Victoriano Toro Echeverry, propuso la asociación de
los paneleros y la apertura de recursos de crédito financiado con un impuesto
sobre la producción en los ingenios azucareros. A Caicedo no le gustaba nada de
625
Formación de un sector de clase social.
eso pues, “los gravámenes que propone el doctor Toro Echeverry equivaldrían a
decretar la ruina de la industria azucarera” (Caicedo 1965: 269).
Segundo, Caicedo tomó una posición mucho más relacionada con los intereses
sectoriales pues proponía el consumo nacional de panela y la exportación de
azúcar. Estimulando el consumo de panela, argumentaba, se ahorrarán las pérdidas
por parte de la ‘nación’ de las importaciones, se defendería la industria de panela
y permitiría aprovechar los altos precios del mercado externo. Decimos que la
posición de Caicedo fue inteligente pues buscaba mantener un precio interno
alto para el azúcar (con una demanda y oferta en ascenso), evitaría las posibles
restricciones políticas que proponían en ese entonces, evitaría las importaciones
de azúcar que los mismos ingenios tenían que pagar en parte, por intermedio de
la Compañía Distribuidora y permitiría exportar el azúcar.
Ahora, lo interesante de este episodio es que si bien los azucareros fueron tan
divididos en su apreciación del problema, lograron, de todas maneras, poner en
operación sus influencias políticas para trancar las aspiraciones de los paneleros
quienes, a su vez, habían mostrado una gran capacidad de actuar como grupo. En
1938 el Gerente de la Sección de Crédito Agrario e Industrial y Minero de Palmira
S.A. lamentaba que,
Hace unos ocho o diez meses que los trapicheros hicieron gestiones ante
el Gobierno Nacional tendientes a conseguir el apoyo para el montaje
de un nuevo ingenio azucarero aquí en Palmira pero parece que las
influencias de los magnates de la industria azucarera llegaron hasta las
altas esferas oficiales consiguiendo que las promesas que se les hicieran
quedaran reducidas a la ridícula suma de $20.000.00 para salvar de la
ruina a una industria que vale más de millón y medio de pesos en este
solo municipio.48
De todas maneras no se puede exagerar la magnitud y duración del conflicto.
Como ya lo hemos indicado, los dueños de los ingenios azucareros también
producían panela mientras que varios de los líderes de los paneleros realizaron
las transformaciones necesarias para producir el azúcar centrifugado por los años
cuarenta y cincuenta. También los productores de panela vendían mieles a los
ingenios azucareros pequeños por los años cuarenta.
48
Revista Agrícola y Ganadera, Cali, Año 2, No. 16, septiembre de 1938.
626
Charles David Collins
Anotaciones finales
En este trabajo se ha tratado de indicar algunas de las condiciones estructurales
dentro de las cuales se realiza la integración de clase junto con los pasos iniciales
de organización gremial. Además se ha recalcado la relación entre los pasos hacia
la integración sectorial y el tipo de obstáculos que se enfrentaron en la expansión
de la agroindustria azucarera.
De lo expuesto en el análisis se ve que tal proceso formativo está lleno de
contradicciones y tensiones. El capitalista individual vive una tensión permanente
entre su interés particular y el del sector. Se generan conflictos entre capitalistas
particulares precisamente sobre la interpretación y el grado de definición que se
dé al interés sectorial. Vemos también que el grupo sectorial entra en fases de
colaboración y contradicción política con la dirección estatal. Más aún, el proceso
formativo ocurre en un contexto conflictivo con otros grupos sociales así que, si
bien la formación de clases afecta la forma en que se realiza la lucha de clases,
este último también establece el contexto en el cual el mismo proceso formativo
se realiza (Wright, 1978).
Sin embargo más vale con estas últimas palabras señalar lo que no se ha hecho
y lo que queda por hacer para un entendimiento más integral del tema bajo
estudio. Primero, no se ha mencionado en este trabajo las expresiones ideológicas
de los propietarios de los ingenios junto con el grado de acuerdo ideológico
entre ellos. De hecho, el estudio inicial de los escritos de tres pioneros de los
ingenios en el Valle del Cauca –Santiago Eder, Phanor Eder y Hernando Caicedo–
indica una consistencia ideológica que gira alrededor de ciertas ideas típicas de
una perspectiva empresarial. Un estudio más sistemático y documentado podría
indicar importantes puntos de integración en este aspecto.
Segundo, y como un análisis aparte se recomienda el estudio de las circunstancias
más inmediatas que culminaron en la fundación de ASOCAÑA en 1959 junto
con la política interna de esta entidad. En este caso se podría analizar con mayor
precisión la institucionalización gremial en el contexto de los problemas que la
agroindustria enfrentaba, junto con las fuerzas sociales operantes en este momento.
Tercero, se recomienda la realización de estudios más detenidos y biográficos
de los principales actores en el proceso formativo de la burguesía azucarera. En
un trabajo posterior trataremos de indicar las raíces históricas de la desigualdad
interna entre los integrantes del sector azucarero. En este momento existe suficiente
información sin embargo, para, por lo menos, proponer como hipótesis de tales
estudios que los líderes que asumieron la tarea de promover la integración sectorial
de clase fueron precisamente los propietarios con, por una parte, las mayores
inversiones en el sector y por otra, con la mayor diversificación de inversiones en
627
Formación de un sector de clase social.
otros sectores económicos. Mejor dicho, se trata de precisar en qué medida los
patrones propios de la formación inicial y desarrollo posterior de las unidades
económicas en el sector dan piso para una diferenciación interna en el sector
de clase. Más aún involucra luego averiguar en qué medida la diversificación
inter e intra sectorial de inversiones junto con el liderazgo económico del sector
establece un marco dentro de lo cual los verdaderos líderes políticos y gremiales
asumen la tarea formativa de la acción integrada.
Por último hay que reconocer las limitaciones del análisis realizado. Los lazos
personales de la configuración propietaria y el contexto geográfico del sector
(Sección II) son expresiones de formas en que se organiza la actividad productiva
en el sector. El entendimiento más a fondo de este último requiere estudios más
específicos de los procesos tecnológicos, la organización e interrelación del cultivo
y producción y las respetivas relaciones sociales.
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629
La respuesta de la industria azucarera a la
sindicalización en el sector1
ROLF KNIGHT
E
l crecimiento y expansión de grandes y modernos ingenios azucareros en
el Valle del Cauca ha venido aparejado con una mayor participación en los
sindicatos a su vez, se ha manifestado en mayores presiones por alzas salariales.
Los diferentes productores de caña han mostrado un amplio grupo de respuestas
respecto al incremento de las demandas salariales y al costo de las prestaciones
sociales requeridas por la ley.
Importantes (sectores de la industria) continúan resistiéndose al sindicalismo y
tratan de evadir el pago de parte o de todas las prestaciones sociales a las cuales
tienen o podrían tener derecho sus empleados. Algunos de los ingenios más
pequeños, la gran mayoría de los trapiches y prácticamente todos los proveedores
de caña2 toman esta línea. Hasta la fecha los proveedores han evadido efectivamente
las leyes nacionales sobre el trabajo que protegen al sindicalismo a través de la
rotación de un gran porcentaje de sus empleados, a través del despido selectivo
de organizadores potenciales de sindicatos y sus seguidores, y particularmente
a través del empleo de contratistas. Los ingenios más grandes también están
profundamente involucrados, así sea indirectamente, en esta estrategia, a través
del uso cada vez mayor de proveedores de caña. Además los ingenios hacen uso
sustancial de tierra alquilada y corporaciones piratas para cultivar la caña con
modelos de trabajo similares a aquellos que existen en las fincas de proveedores.
1
2
Original tomado de: Rolf Knight. 1985 [1972]. La Respuesta de la Industria Azucarera a la
sindicalización en el sector. Boletín socioeconómico, 14-15: 91-120.
Este ensayo es el capítulo V, “Unionization and the Response of the Cauca Valley Sugar
Industry” del libro Sugar Plantations and Labor Patterns in the Cauca Valley, publicado
por el departamento de Antropología de la Universidad de Toronto (Anthropological
Series, No. 12) en 1972. La traducción ha sido revisada y editada en el departamento de
Ciencias Sociales de la Universidad del Valle.
El Autor usa el término colonos (en español) para referirse a los propietarios de tierras que
surten de caña a los ingenios. Dado lo equívoco del término, preferimos sustituirlo por el
de proveedores (N.E.). Knight (1972: 10).
631
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
Ciertas debilidades de la ley laboral colombiana hacen extremadamente difícil
la formación de sindicatos locales cuando son enfrentados por empleadores
hostiles; algunas cláusulas específicas y “micos” que tiene la ley le dan a la
administración muchas oportunidades de empleo selectivo, mejoramiento de
trabajadores favorables a la compañía y una variedad de tácticas para debilitar
los sindicatos ya establecidos pero pocos cooperadores. Estas últimas tácticas se
utilizan frecuentemente aún en los ingenios donde la legitimidad de los sindicatos
ha sido aceptada. Los sindicatos tratan de extender y afianzar las garantías que
les da la ley laboral a través de sus propios contratos de trabajo pero la puesta en
práctica y el reforzamiento de los derechos legales dependen en gran parte de las
fuerzas relativas de los sindicatos y de la administración.
Hasta. 1965 la ley laboral colombiana garantizaba el derecho a la huelga (bajo
los procedimientos de ley), pero también el derecho al trabajo, Las compañías
podían utilizar obreros no huelguistas durante una huelga legalmente declarada.
El “derecho a la huelga” era efectivo solamente cuando los sindicatos podían
bloquear físicamente la entrada a los rompehuelgas. La abolición de esta medida
en marzo 1965 pudo remover parte de la base inmediata de violencia que surge
de las disputas laborales. Pero una cierta cantidad de huelgas y paros que se
desarrollaron durante el período de trabajo de campo muestra un sinnúmero de
dificultades que aún enfrenta la organización sindical.
Los proveedores y trapiches deben parte de su éxito al hecho de que evitan
la influencia de los sindicatos, mediante la utilización de contratistas laborales.
Bajo este sistema gran parte de la fuerza de trabajo en cualquier finca, rota
constantemente y nunca tiene un trato directo con los propietarios o con la
administración de la finca. Bajo estas condiciones el sindicalismo es obviamente
difícil. La utilización de contratistas tiene la ventaja inmediata de que la finca que
contrata no paga ninguna de las prestaciones sociales que tendría que pagar a
los trabajadores directamente empleados por esta. El contratista puede proveer
una pequeña proporción de estos. Aunque todos los grandes ingenios parecen
haber aceptado el inevitable crecimiento de los sindicatos, un número cada vez
mayor de ingenios han optado por la creación de lo que parecen ser sindicatos
de base. Estos sindicatos se organizan para los trabajadores empleados en las
tierras de propiedad de los ingenios donde no es muy seguro que se desarrolle
la sindicalización de un tipo y otro. Estos sindicatos son dirigidos principalmente
por los trabajadores empleados permanentemente en un ingenio y parecen poco
interesados en la organización de los trabajadores no sindicalizados.
632
Rolf Knight
La organización sindical y la ley laboral colombiana
La estructura de la actual legislación del trabajo y seguridad social en Colombia se
aplica principalmente a una fuerza de trabajo relativamente aventajada que se ceñirá
alrededor de las industrias más modernas y altamente calificadas. Los trabajadores
en el sector industrial están generalmente sindicalizados y tienen suplementos
salariales. garantizados como pagos de vacaciones, horas extras, subsidio familiar,
primas, pagos de dominicales y días festivos. Las normas de salud y seguridad
laboral son también probablemente complicadas. Tales industrias concentradas en
las ciudades y en los pueblos más grandes. Los ingenios azucareros son la gran
excepción. La mayoría de la fuerza de trabajo del Valle del Cauca no está cubierta
por la legislación nacional laboral y por prestaciones sociales. Esta legislación
excluye específicamente el trabajo familiar contratado en las fincas “campesinas”,
todos los trabajadores arrendatarios y los oficios independientes: vendedores,
dueños de almacenes, trabajadores de servicio y aprendices. Más importante aún
estas leyes no cubren a los empleados de la mayoría de los contratistas laborales
que han surgido en los años recientes. Estos contratistas aportan una proporción
variable pero siempre considerable del trabajo de campo en la industria de caña
de azúcar, sea en los campos de proveedores, en los trapiches o los ingenios.
Además, los productores de caña parecen estar incrementando la utilización de
contratistas, los cuales ahora aportan la mayoría del trabajo de campo utilizado
por los proveedores y los trapiches.
Entre más baja sea la capitalización registrada en la compañía más bajas son las
prestaciones sociales requeridas por las leyes nacionales. Teóricamente el nivel de
capitalización (800 mil pesos) por encima del cual las compañías deben proveer
algunas de las prestaciones sociales se establece lo suficientemente bajo como
para incluir todos los ingenios y la mayoría de los trapiches y los proveedores. En
realidad las condiciones en las fincas de proveedores y trapiches varían desde el
virtual no cumplimiento de las normas hasta la aplicación de aquellas vigentes en
algunos ingenios (aunque este último caso es excepcional).
No importa lo claras que sean las estipulaciones de la ley laboral, las medidas que
se toman para ponerlas en efecto son inadecuadas. El derecho a la organización
sindical tal como se establece en la ley es uniforme en todo el país, pero la
concreción de este derecho difiere bastante de una región a otra y de una
industria a otra, e incluso entre diferentes empresas en la misma industria. Se
puede legalmente organizar un sindicato en cualquier establecimiento que
emplee permanentemente veinticinco o más trabajadores. Un empleador no
puede legalmente despedir trabajadores que estén en el proceso de fundar un
sindicato. Este derecho a la protección del trabajo para los miembros del sindicato
633
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
en proceso de formación se llama fuero sindical.3 Se supone que funciona de la
siguiente manera: Una vez que se haya hecho una asamblea de trabajadores con
el objetivo de formar un sindicato, ninguna persona que haya firmado la petición
de organización puede ser despedida o transferida a otro sitio de trabajo. Una
vez que el sindicato ha sido reconocido debidamente por el Ministerio de trabajo
como representativo de los empleados de una firma particular es ilegal despedir
o penalizar a cualquier empleado por su actividad sindical, esto es, no puede ser
despedido por esta razón.
Las dificultades de organizar y sostener un sindicato son por supuesto mucho
más grandes de lo que podrían sugerir las garantías legales. Muchos trapiches y
proveedores utilizan informantes entre los trabajadores.
En las primeras etapas de la organización sindical es relativamente fácil para
los empleadores despedir a quienes sean considerados como líderes del grupo.
Es bastante simple encontrar una razón para despedir obreros. Aún si se ha
constituido un sindicato incipiente, los líderes y activistas pueden ser despedidos.
Aunque tal acción por parte del empleador es ilegal, es un obstáculo serio a los
sindicatos que surgen, a no ser que tengan el apoyo de una federación laboral
bien establecida. El recurso al Ministerio de trabajo y a los tribunales es lento,
difícil y frecuentemente de una eficacia cuestionable. Ciertos despidos selectivos
son claves suficientes para disuadir a otros trabajadores de firmar la petición
formal de organización.
A pesar de tales obstáculos, los trabajadores de algunos trapiches y fincas
de proveedores en algunas ocasiones han estado organizados en el Valle del
Cauca. Durante 1961 y 1962 un cierto número de trapiches y algunas fincas
de proveedores en la región de Buga y Tuluá estuvieron organizados pero
ninguna de estas organizaciones ha sobrevivido hasta agosto de 1964. De
acuerdo a los cuadros de las federaciones laborales que apoyaron este esfuerzo
organizativo, la mayoría de los trabajadores de estas fincas de proveedores y
trapiches habían solicitado la formación de sindicatos pero el Gobierno no dio
su reconocimiento. Los documentos que reconocían a los sindicatos llegaron
entre seis meses y dos años después.
Son más comunes en los trapiches y fincas de proveedores las violaciones
flagrantes a la ley laboral aunque parece que también ocurren en los ingenios
pequeños y más marginales. Hoy en día es menos posible para los ingenios
grandes una oposición abierta a la ley, pero aún en ellos es difícil mantener
un sindicato fuerte e independiente. La organización de un sindicato y la
obtención de un contralo de trabajo es un primer obstáculo. La Ley laboral
3
En español en el original (N.E.).
634
Rolf Knight
nacional requiere un sistema abierto y prohíbe los sindicatos de industria. Un
sindicato no puede obligar a los trabajadores a que se afilien o solicitarlas
aportes sindicales. Los organizadores, los activistas sindicales y los miembros
de base del sindicato deben utilizar la persuasión personal y la presión social
para estimular a los nuevos trabajadores para que se afilien y para mantener los
miembros ya sindicalizados dentro de la organización.
Es ilegal para los empleadores discriminar en contra de los empleados en cualquier
forma debido a su actividad sindical pero la ley no hace ninguna referencia a la
antigüedad en el trabajo. El ascenso a mejores empleos y con mejor salario es
discrecional de los mayordomos, los administradores y los empleadores. La mayoría
de los trabajadores de la caña sostienen que si uno quiere ir de un empleo como
trabajador de campo a uno de operador de equipo mecánico, capataz de mina,
etc. es necesario cultivar las buenas relaciones con los supervisores inmediatos u
otros “patrones” potenciales. Según un inmigrante de una región montañosa y que
esperaba surgir dentro del sistema de Implantación:
Yo no quiero pasarme el resto de mi vida trabajando en los cañaduzales cortando
caña y suspendido sobre una pala. Yo quisiera encontrar un puesto, no importa
cuál, donde yo pueda aprender algo. Conseguir el entrenamiento, entrar en
la fábrica, es muy difícil. Aquí en estos cañaduzales y haciendas una vez, uno
comienza a trabajar en el campo es muy difícil salirse; la única manera en
que una persona ordinaria puede mejorar su posición aquí es con la ayuda de
alguien de importancia
Uno tiene que asegurarse de que alguien, un mayordomo o tal vez, algunos de los
supervisores de campo se fije en uno; de otra manera yo diría que es imposible
mejorar la posición. En Colombia todo requiere muchas recomendaciones y
muchos documentos y mucho papeleo. Cada cual tiene que valerse por sí mismo.
La selección de trabajadores completamente discrecional de la compañía y la
seguridad del empleo dependen de un grado considerable de tener una serie de
recomendaciones de trabajo “limpias” de los empleadores anteriores. Aunque las
listas negras son ilegales, parecen ser utilizadas ampliamente por los empleadores.
Aunque el autor personalmente nunca vio tales archivos o documentos, algunos
administradores de ingenio admitieron la utilización de la cooperación entre los
grandes empleadores para mantener por fuera a los “alborotadores”.
Algunas experiencias personales de listas negras fueron mencionadas por los
trabajadores cuando describían sus historias ocupacionales. Un individuo activo
en la organización, agitación y otras actividades sindicales puede encontrar que
635
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
es supremamente difícil conseguir un mejor puesto dentro de la compañía.4 Si
renuncia puede encontrar extremadamente difícil conseguir empleo en otros
ingenios y en los trapiches más grandes de la región.
Uno de los principales problemas que enfrentan los sindicatos de los trabajadores
de caña de azúcar es la seguridad en el trabajo para sus miembros. La contratación
selectiva es un método importante a través del cual los ingenios promueven una
fuerza de trabajo cooperadora. Todos los trabajadores son contratados inicialmente
con un periodo de prueba de cuatro u ocho semanas. Durante este periodo
el nuevo empleado no puede pertenecer al sindicato, no está protegido por el
contrato de trabajo y puede ser despedido en cualquier momento sin ninguna
razón. La ley laboral de línea el periodo de prueba de la siguiente manera:
Periodo de prueba 76. El período de prueba es la etapa inicial del contrato de
trabajo y tiene como objetivos por parte del empleador la evaluación de las
aptitudes del trabajador y permitir al trabajador evaluar las condiciones del trabajo.
77. La duración del periodo de prueba puede ser estipulada, de lo contrario se
entiende que las obligaciones están gobernadas por las normas generales del
contrato de trabajo.
78. La duración del periodo de prueba no puede exceder dos meses. 80.1. El periodo
de prueba puede ser liquidado en cualquier momento por despido unilateral sin
notificación previa. 80.2. Los empleados reciben todas las prestaciones sociales
durante el periodo de prueba (Código Sustantivo del Trabajo, 1964).5
Los ingenios utilizan el periodo de prueba para asegurarse que el trabajo
del candidato es satisfactorio y también para comprobar sus documentos.
Los documentos actualmente requeridos varían de ingenio a ingenio pero
generalmente el trabajador debe tener una cédula de ciudadanía vigente,
papeles que muestren su descargo o exención del servicio militar nacional y un
libro de trabajo que de una historia de los empleos anteriores, llenado por los
empleadores. Algunos ingenios le siguen la pista a través de los empleadores
anteriores durante el periodo de prueba para así verificar los informes del libro
de trabajo y obtener informes más amplios y subjetivos. Ocasionalmente algunos
de los ingenios exigen un certificado de buena conducta de la policía, un pasado
judicial del sitio de residencia anterior del trabajador si este está recién llegado
a la región. Generalmente quedan excluidos del empleo aquellos considerados
4
5
Ocasionalmente aquellos trabajadores que exhiben particular capacidad de liderazgo
sindical pueden ascender a posiciones administrativas intermedias, a partir de lo cual
abandonan el sindicato. La compra de tales trabajadores no es una práctica infrecuente.
El Código Sustantivo del trabajo no está paginado. Todos los artículos aquí mencionados se
encuentran en forma de serie, ordenados de acuerdo al número del artículo y sub cláusula.
636
Rolf Knight
indeseables, y son como se puede esperar, trabajadores con antecedentes de
activismo en sindicatos militantes. Las actitudes de los administradores de los
ingenios aquí mencionadas y las historias ocupacionales de los trabajadores
de la caña demuestran lo anterior. Pero entre los indeseables está también un
amplio grupo de individuos cuyas acciones en el pasado hacen ver que no han
aceptado pasivamente la autoridad constituida. Esto incluye individuos que se
sabe han tenido peleas con los capataces en otras partes, cualquier persona con
antecedentes judiciales y en un ingenio, miembros de sectas evangelistas.
Una serie de medidas legales permiten el despido de trabajadores que de
acuerdo a la opinión del empleador no están desempeñando sus funciones
satisfactoriamente. Además, el artículo 48 de la Ley Laboral Colombiana provee
una carta blanca legal para los despidos si el empleador es lo suficientemente
fuerte y está lo suficientemente dispuesto para utilizarlas. Esta cláusula aumenta
la dificultad de mantener una organización sindical frente a la hostilidad de la
compañía. El artículo 48, conocido entre los trabajadores y administradores como
la Cláusula de Reserva le permite a un empleador despedir a cualquier empleado
después de darle un aviso de cuarenta y cinco días. Dice así el Artículo 48;
En contratos de duración indeterminada o sin fecha de terminación
las partes se reservan el derecho de darlo por terminado en cualquier
momento dando notificación escrita de no menos de cuarenta y cinco días
de anticipación y previo el pago de todas las deudas que se tengan, las
indemnizaciones y pagos de las prestaciones sociales. El empleador puede
omitir la notificación mediante el pago de un salario correspondiente a
cuarenta y cinco días (Código Sustantivo del Trabajo, 1964).
El Artículo 48 no se utiliza para los verdaderos despidos (en que el despido
se debe a una disminución en el número de trabajadores requeridos) puesto
que frecuentemente se aplica a individuos al mismo tiempo que se contrata
nuevos empleados. El empleador puede seleccionar el individuo al cual se le
va a aplicar la cláusula de reserva sin ningún respeto a la antigüedad. Aunque
es ilegal utilizar el Artículo 48 para impedir la actividad sindical, puede ser un
arma efectiva para tal fin.
Lo anterior no pretende sugerir que los ingenios alegremente y sin ninguna
consideración manipulan los Artículos de la Ley Laboral para despedir a los
activistas sindicales y para intimidar los sindicatos laborales. Pero sí se resalta
el hecho de que en realidad la ley laboral colombiana es lo suficientemente
fuerte para que el empleador en efecto tenga que renunciar a la utilización
de algunas prerrogativas que le da el Código Laboral. En contratos de trabajo
recientes, algunos sindicatos han logrado forzar a ciertos ingenios para que
renuncien formalmente a su derecho de utilizar ciertas prerrogativas legales
637
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
específicas. Por ejemplo, el derecho de utilizar la cláusula de reserva ha sido
restringido en algunos ingenios del Valle del Cauca a través de su estipulación
en los contratos de trabajo.
Las huelgas
Hasta marzo de 1965 la Ley Laboral Colombiana era bastante ambigua respecto
a las huelgas. La correlación de fuerzas en el campo determinó lo que realmente
ocurrió. Mientras el derecho a la organización y a la huelga estaban garantizados,
también lo estaba el derecho al trabajo. Cuando los miembros de un sindicato
votaban una huelga, los no sindicalizados y aún los miembros sindicalizados
que lo quisieran tenían derecho legal a trabajar en la empresa afectada. Por otro
lado los empleadores tenían prohibición legal de contratar nuevos trabajadores
durante una huelga legal. Por supuesto estas eran limitaciones poco realistas.
Eran particularmente desventajosas para el sindicato si, como parece haber sido
frecuentemente el caso, los empleadores de hecho contrataban nuevos trabajadores
en el campo después de que la huelga había empezado.
Consideremos una importante huelga que ocurrió antes del periodo de trabajo
de campo pero cuyos efectos aún eran plenamente visibles en el Bolo. La huelga
del Ingenio Cóndor muestra el espectro de tácticas utilizadas hasta hace poco por
los empleadores y los sindicatos de empresa como se discutirá posteriormente. La
descripción de la huelga que aquí se presenta es un recuento verbal dado por un
activista de un antiguo sindicato. Tiene el mérito de ser una descripción detallada
por alguien que estuvo en posición de darse cuenta de lo que sucedía. Aunque es
difícil de comprobar, otras versiones más fragmentarias me llevaron a creer que
es un recuento relativamente confiable aunque parcial. Por lo menos representa
un punto de vista fuertemente representativo de una minoría estratégica de los
trabajadores de la caña.
Ya existía un sindicato en Cóndor en el tiempo en que comenzamos a organizarnos,
pero era algo que no servía para nada. Decidimos que lo que se necesitaba era
un sindicato que fuera algo más que un matrimonio de los curas y los patrones.
Conversamos con nuestros amigos y compañeros de trabajo asegurándonos que nadie
dijera nada a los conocidos soplones de la compañía. Antes de que la compañía se
diera cuenta teníamos la firma de la mayoría de los trabajadores. Tuvimos la primera
asamblea. Todos los pasos legales y el papeleo habían sido completos y recibimos el
reconocimiento oficial como representantes de los trabajadores de Cóndor.
Al tiempo que esto estaba sucediendo otras personas estaban organizándose
en el ingenio Calixo y aproximadamente en la misma época un sindicato
afiliado a la misma federación nuestra fue reconocido allí. Todo parecía muy
638
Rolf Knight
bien, pero no había pasado mucho tiempo cuando ya teníamos otro contrato
de trabajo que firmar. Pedimos un aumento de $2.00 en el salario básico y
cuarenta centavos de aumento en promedio por el corte de caña. Cóndor
rehusó hacer cualquier oferta o aún negociar. Así que después de todos los
procesos del caso entramos en huelga. Lo mismo pasó en Calixo: la gente fue
ahí paso a paso con nosotros a través de todo.
En aquel momento teníamos en nuestro sindicato más de mil doscientos de las
dos mil setecientas personas que trabajaban en Cóndor y todos, excepto cuarenta
o cincuenta, estaban en favor de la huelga. En Calixo, que era más pequeño
(había menos de quinientos hombres trabajando allá en ese entonces) había una
proporción más alta de los trabajadores en el sindicato; Calixo no tenía ningún
tipo de sindicato antes de eso. Tal como ahora, ni siquiera un sindicato patronal.
Una vez que empezó la huelga pusimos barricadas en las entradas principales
a Cóndor y Calixo con toldas y pancartas y suficiente gente para asegurar
que la compañía no pudiera entrar rompehuelgas. Pasó un mes, pasaron dos
meses y sabíamos que tratarían de conquistarnos a través del hambre. Los
hombres no podían conseguir ningún tipo de trabajo, a excepción de algunos
días aquí o allá. Las familias de cada hombre o sus amigos que trabajaban en
otras partes ayudaban a cada uno lo mejor que podían. Otros sindicatos y
colectas públicas aportaron algún dinero para comprar comida. La situación
era bastante difícil pero prácticamente todo el mundo tenía la determinación
de continuar la huelga.
Ya en el tercer mes la compañía empezó a decirle a todo el mundo que podían
trabajar si iban a Cóndor y se afiliaban a otros sindicatos que los patrones habían
formado, el que tienen ahora. Incluso ofrecieron un salario más alto que el que
pagaban antes. Uno por uno de los trabajadores comenzaron a regresar a trabajar
en Cóndor, a vivir en un campamento del ingenio. Cóndor es tan grande y tiene
tantos caminos de entrada que no podíamos estar en todas partes, la policía los
escoltaba en algún camino oscuro por la noche.
Después de estos empezaron a traer nuevas camionadas de trabajadores de
otras partes. La policía llegaba en grupo, abría nuestras filas y hacía que entraran
los rompehuelgas. Parecía una fortaleza allá dentro, con guardas armados
continuamente patrullando las cercas. Pero la huelga continuaba. Contábamos con
la mayoría de los trabajadores originales de Cóndor y ellos continuaron apoyando
el Comité de Huelga.
El quinto mes de huelga fue cuando nuestros líderes se vendieron, fueron pagados
por la compañía. Hicieron una carta de arreglo con el ministro de Trabajo en
Bogotá, diciendo que la mayoría de los trabajadores habían salido del sindicato y
639
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
que este ya no representaba a los trabajadores. Un funcionario llegó de Bogotá,
declaró ilegal la huelga y registró el nuevo sindicato como representante de los
trabajadores de Cóndor. Por supuesto todo el mundo sabe que este es un sindicato
perfectamente patronal.
Aún en el quinto mes, con todas las dificultades, la mayoría de los hombres que
originalmente habían estado a favor de la huelga aún continuaban en el sindicato,
pero cuando se vendieron los líderes, se fue al suelo. La huelga de Calixo se fue
al sucio también. Los muchachos de allá estaban en una situación aún más difícil
que nosotros. Había persecución continua y no pocos disparos. Ellos contaban
con que nosotros ganaríamos en Cóndor. Esos líderes que se vendieron también
entregaron una lista de activistas organizadores de la huelga al ingenio. Después
de que la huelga fue rota en Cóndor circulaban listas negras de todos los miembros
activos de nuestro sindicato. Las enviaron a los ingenios y otras empresas de todo
el Valle. Estas gentes tuvieron que empacar y dejar el área o aceptar puestos que
no pagan nada. No pueden conseguir un empleo en ninguno de los ingenios de
cerca de esta área. Aún hoy después de tanto tiempo, todavía nos persiguen. Fíjese
por ejemplo en mí. El viernes pasado el mayordomo de donde estoy trabajando
se me acercó y me dijo: Mire, el jefe recibió una carta de Cóndor acerca de usted,
Dice que usted es un comunista y un revolucionario peligroso. Por mi parte usted
ha hecho un buen trabajo aquí y yo voy a poner eso en su libro de trabajo pero
tengo que despedirlo. No sirve de nada buscar puesto en la finca de don Jaime
porque a él también le escribieron la misma carta.
Míreme: No puedo ni siquiera trabajar en ese trapiche de mierda por
miserables $12.00 diarios.
Esta huelga sigue siendo un punto bastante sensible entre muchos de los residentes
del Bolo y muy pocos están dispuestos a discutirlas públicamente. Algunos de
aquellos que apoyaron la huelga y que aún residen en el Bolo sostienen que los
líderes del sindicato trabajaron para sostener la huelga aún después de que era
claro que no se podía ganar. Esto, sostienen ellos, era una de las principales razones
por las cuales tantos trabajadores sindicalizados regresaron al trabajo. Además.
algunos de los trabajadores de campo que eran miembros del sindicato y muchos
trabajadores empleados a partir de la huelga creen que los sindicatos no tienen
derecho legal o moral para restringir a cualquier persona que quiera trabajar. Otros
que se oponían a la huelga, en su generalidad un grupo heterogéneo compuesto
de capataces, obreros de fábricas y algunos trabajadores de campo estaban o se
sentían amenazados físicamente durante la huelga. Algunos sostienen que una
minoría o una pequeña mayoría de los trabajadores estaban en realidad a favor
de la huelga y que la mayoría se perdió a medida que la huelga continuaba. Los
funcionarios de los ingenios no van más allá de decir que la huelga se debió a la
agitación comunista.
640
Rolf Knight
Una de las huelgas más fuertes en la industria azucarera del Valle durante el período
de trabajo de campo en 1964 se dio en la Hacienda San Pedro. El autor pasó algún
tiempo en el lugar de la huelga en reuniones sindicales y acompañó a equipos
de recolección de fondos para la huelga. La hacienda San Pedro se encuentra
unos kilómetros fuera de la ciudad de Palmira, tiene 900 hectáreas totalmente
cultivadas con caña, las cuales hasta más o menos 1961 fueron utilizadas en las
operaciones del trapiche propio de la finca. Esta hacienda ahora es propiedad de
una corporación controlada por un gran ingenio cercano y despacha toda su caña,
entre 300 y 360 toneladas diarias a ese ingenio. Mientras la hacienda San Pedro es
una unidad legalmente separada en la práctica forma parte integral del complejo
del Ingenio El Progreso, pero los salarios son mucho más bajos y las condiciones
de trabajo son inferiores en la Hacienda San Pedro que en las tierras del ingenio.
Consideremos las tasas de salario para el trabajo básico de campo y para el trabajo
de cosecha para las dos entidades en junio de 1964.
Cuadro 1
Hacienda San Pedro+
Ingenio El Progreso+
Salario Básico diario en el trabajo
general de campo
$11.75
$18.60
Salario a destajo por corte de caña
por tonelada cortada
$3.47
$5.2
Para el cargue de caña por tonelada
cargada
$.80
$1.10
+ Los pagos de seguridad social no se incluyen en las tarifas básicas y constituyen un valor adicional
pagado de cerca del 40 por ciento por encima del salario básico.
Además de las bajas tarifas y el bajo salario básico, virtualmente todo el cultivo de
la Hacienda San Pedro se hace bajo el sistema de destajo. Se paga el salario básico
principalmente a aquellos en labores de siembra; estos trabajadores y algunos
conductores de tractor son los únicos que reciben un salario diario en la hacienda;
algunos trabajadores de cultivo, bajo el sistema de destajo sostuvieron que muy
frecuentemente tenían que trabajar diez horas al día para ganar el equivalente del
salario básico diario.
La mayoría de las prestaciones pagadas en la hacienda San Pedro son similares a
aquellas pagadas por el ingenio, pero en cuanto estos pagos son proporcionales al
salario recibido, son inferiores absolutamente a los pagados al trabajador equivalente
en el ingenio. Más aún, en la hacienda San Pedro son inexistentes la mayoría de
los servicios que los ingenios proveen por su propia iniciativa o porque son
obtenidos por contrato* sindicales; por ejemplo, la Hacienda no provee transporte
a las áreas del trabajo en el campo lo cual significa frecuentemente una o dos
641
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
horas adicionales usadas en transporte. La hacienda San Pedro no está obligada
por ningún acuerdo de seguridad laboral, despide muchos de sus trabajadores por
periodos adicionales a través del año y cuando quiera que el ingenio El Progreso
cierra por reparaciones. A diferencia del Progreso y la mayoría de los ingenios
con sindicatos la Hacienda no tiene el requerimiento de reenganchar los mismos
trabajadores cuando recomiendan las operaciones.
El sindicato relativamente joven que se organizó allí no había sido todavía capaz
de imponer una cláusula de seguridad laboral en el contrato de trabajo y esta fue
una de las razones más importantes para la huelga. La Hacienda empleaba 220
trabajadores de campo y cosecheros permanentes y cerca de veinte capataces y
supervisores asalariados en el momento de la huelga. El grado de sindicalización
era sorprendentemente alto, 206, de 220 trabajadores se decían miembros del
sindicato local; este sindicato estaba a su vez afiliado a una agrupación regional
de trabajadores de la caña.
El sindicato de la Hacienda San Pedro empezó las negociaciones en febrero de
1964 para la obtención de un nuevo contrato en el que exigía, primero, las mismas
escalas salariales del ingenio El Progreso; segundo, los pagos de las prestaciones
sociales hechas en El Progreso, la prestación del servicio del transporte y un fondo
de préstamos para viviendas de los trabajadores; y tercero, seguridad laboral, es
decir prioridad en el empleo para aquellos trabajadores despedidos durante los
cierres patronales. Las negociaciones se llevaron a cabo hasta mediados de mayo
de 1964 cuando finalmente se decretó la huelga.
Se levantó un campamento sindical a unos cuantos cientos de metros de las
oficinas de la hacienda y treinta y cuarenta grupos mantenían la presencia
sindical durante el día y la noche, algunos hombres solteros vivían en el
campamento y todos los miembros del sindicato realizaban algunas tareas de
bloqueo durante la semana. Al momento de la huelga el sindicato no tenía un
solo funcionario pagado y mucho menos un fondo sindical. Para mediados de
julio los ahorros personales de la mayoría de los miembros se habían acabado,
el apoyo de los huelguistas era amplio entre los trabajadores de la caña de la
región como un todo, incluso entre muchos trabajadores de trapiches y de las
haciendas de proveedores. En la ciudad de Palmira y en los pequeños pueblos
de la zona muchas gentes no empleadas ni en la industria azucarera ni la
agricultura contribuyeron al fondo sindical. Otros colectores de fondos también
frecuentaron caminos donde paraban los buses locales; algunos conductores de
buses, favorables con frecuencia, permitían que los trabajadores montaran en los
buses para hacer su ronda con los pasajeros lo cual producía usualmente algunas
pequeñas contribuciones. Las contribuciones que se solicitaban en los pequeños
pueblos del vecindario eran con frecuencia clandestinas, si no secretas, pero
había una red amplia y regular de colectores de fondos en los sectores de
642
Rolf Knight
clase trabajadora en la ciudad de Palmira. La mayor fuente financiera regular
venia de los sindicatos azucareros de la Federación a la cual la hacienda San
Pedro pertenecía. Estos sindicatos instituyeron unas colectas semanales entre
sus miembros. En la medida en que la huelga se acercaba al tercero o cuarto
mes se hizo cada vez más difícil recoger estas contribuciones semanales.
Los limitados fondos y las provisiones se distribuían a los miembros del sindicato
dos veces por semana, pero los regalos y préstamos de amigos y conocidos
desempeñaron un papel sustancial en el mantenimiento de las familias individuales
durante la huelga. Para el fin de julio las condiciones se habían hecho bastante
difíciles para algunos huelguistas pero la moral todavía era muy alta. Al comienzo
de agosto el Comité de Huelga estaba realizando sus mayores esfuerzos para
mantener a los miembros unidos para así evitar los desplazamientos hacia otros
trabajos. Una de las mayores dificultades para mantener una organización sindical
durante una huelga que languidece es que un amplio porcentaje de los trabajadores
originales y los miembros del sindicato se ven forjados a buscar empleo por fuera.
Los fondos de emergencia son casi siempre menores de lo que se necesita para
mantener y satisfacer las necesidades básicas de una familia grande. Para que
el huelguista pueda obtener un empleo con cualquier compañía grande deben
presentar sus papeles laborales; estos son entregados por el empleador afectado
por la huelga solamente si el trabajador renuncia formalmente. Algunos individuos
pueden encontrar trabajo ocasional con contratistas laborales. En estos casos ellos
también tienden a alejarse del trabajo original. De cualquier manera una huelga
es efectiva solamente en tanto el sindicato logra mantener a la mayoría de los
trabajadores originales unidos.
Aunque había considerables tensiones en el campamento huelguístico, la huelga
de la hacienda San Pedro no fue violenta y la compañía nunca intentó introducir
rompehuelgas. La determinación de continuar la huelga empezó a debilitarse
durante agosto, pero también empegaron a desarrollarse presiones contra la
posición de la compañía. El alcalde atacó la intransigencia patronal, algunas
críticas cautas empezaron a aparecer ocasionalmente en la prensa conservadora
regional y el Ministerio del Trabajo empezó a presionar para una nueva ronda
de negociaciones. Finalmente se llegó a un acuerdo a final de septiembre.
Este establecía un alza de aproximadamente $2.00 en el salario básico con un
incremento de aproximadamente 20 o 30 % en la mayoría de los salarios a destajo.
Incluso con estos incrementos el nivel salarial en la hacienda continuaba muy por
debajo del que se obtenía en la plantación El Progreso.
Los limitados éxitos obtenidos por los trabajadores de la hacienda San Pedro deben
ser vistos en relación con el amplio apoyo que tuvieron, ya que los sindicatos en
pequeños ingenios no han podido desarrollar tal apoyo, por ejemplo durante el
período de cuatro meses entre octubre 1965 y febrero 1966 los 300 trabajadores
643
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
del trapiche de Las Palmas y los 550 trabajadores del pequeño ingenio productor
fueron a la huelga. Ambas empresas pagaban salarios considerablemente
más bajos que la de los ingenios grandes en el Valle, ambas tenían sindicatos
pequeños efectivamente independientes y aislados, los trabajadores del productor
arreglaron por un incremento fijo del 10 % de los salarios básicos y el salario por
pieza después de una huelga de tres semanas que casi destruye el sindicato. Este
aumento escasamente satisfacía el incremento con el costo de vida, la huelga de
las Palmas se venía realizando por casi cuatro meses y para finales de enero de
1966, la compañía no hizo oferta en las negociaciones y las demandas de la huelga
se habían reducido a un esfuerzo desesperado para romper el paro patronal.
Sindicatos de empresa, tierras en arriendo y reclutamiento
de la fuerza de trabajo
En la medida en que la caña en el Valle del Cauca crece durante todo el año
sin que haya un periodo de cosecha, los productores de caña se encuentran en
una excelente posición para enfrentar huelgas largas y agotadoras. Aunque lo más
rentable es cosechar la caña en el momento máximo de madurez, aquella que no
se cosecha durante una huelga puede ser cosechada más tarde. Esta posibilidad
de enfrentar huelgas con una pérdida relativamente pequeña se da especialmente
para las fincas de proveedores, las compañías fantasmas proveedoras de caña y los
trapiches marginales que frecuentemente suspenden su producción. Los ingenios,
por otra parte, están en la misma posición de las plantas industriales: para ellos una
huelga no solamente detiene la cosecha sino que significa el cierre de la fábrica.
Cerrar un ingenio multimillonario significa algo diferente que para el hacendado
que puede observar cómo en sus campos cañeros afectados por una huelga la caña
crece un poco más alta cada día aunque con un poco más de maleza.
Este es el momento de esbozar un resumen de la historia del movimiento obrero
colombiano y la naturaleza de las organizaciones sindicales en el Valle del Cauca.
El escribir la historia del movimiento obrero colombiano proveerá un área fértil
para muchas especies, pero muy poco se ha hecho en términos de producir
estudios a fondo sobre el tema. Parece que todavía hay necesidad de encontrar
los documentos, escribir las memorias de las personas involucradas, usar las entre
vistas y recopilar los datos básicos. Esta breve reseña del movimiento obrero
colombiano debe ser considerada frente a estos obstáculos.
La verdadera organización sindical como una forma realmente diferente de
las pequeñas asociaciones de beneficios mutuos para los trabajadores en los
oficios específicos apareció por primera vez en Colombia después de la primera
guerra mundial. La primera gran campaña organizativa del movimiento obrero
colombiano se desarrolló en las plantaciones de banano de la United Fruit en
644
Rolf Knight
la zona bananera del Magdalena y fue destrozada por el ejército en la infame
masacre de las bananeras de 1928. La región alrededor de Cali fue importante
foco de organización sindical a partir de la mitad de la década de 1920. Con la
elección del partido liberal en 1934 bajo Alfonso López, (una versión colombiana
modera de Cárdenas) se sentaron las bases para la organización sindical, En
1936, se fundó la primera federación laboral colombiana, la Confederación de
Trabajadores Colombianos, CTC.
La industrialización relativamente rápida de algunas áreas de Colombia
(especialmente durante la segunda guerra mundial) y una serie de gobiernos
más o menos favorables a la organización laboral estimularon la pro liberación
de los sindicatos afiliados a la CTC. Alexander considera que la CTC logró
el clima de su fortaleza e influencia entre 1943 y 1946 cuando representó
aproximadamente 120.000 trabajadores organizados en un rango bastante
amplio de sindicatos (Alexander 1965: 136). Desde su fundación hasta 1950
la CTC estuvo atravesada por continuas luchas entre aquellos elementos que
favorecían la línea oficial del partido liberal y aquellos que favorecían una
actitud más militante. Durante gran parte del período 1936-1948 la CTC tuvo
fuertes influencias de fuerzas de izquierda.
En 1946 se organizó bajo los auspicios de la Iglesia católica una federación
laboral paralela, la Unión de Trabajadores de Colombia, UTC. Durante la
segunda mitad de la década de 1940 ambos partidos, el liberal y el conservador
se inclinaron a la derecha, lo que condujo a una dictadura conservadora en 1948
y al régimen falangista de Gómez en 1950. La CTC fue purgada de sus elementos
izquierdistas en 1948-1949, y hacia 1950 había cesado de actuar abiertamente.
La UTC heredó muchas de las representaciones nominales de los sindicatos que
antes estaban afiliados a la CTC. Con un crecimiento fenomenal la UTC pudo
reclamar que representaba 472.00 trabajadores en 288 sindicatos locales en 1956
(Poblete y Burnett 1960:86).
La suerte de sindicatos específicos fluctuó enormemente durante el régimen del
General Rojas Pinilla (1953-1957), pero en general los pocos sindicatos militantes se
mantuvieron en un estado de desorganización por los arrestos y las persecuciones.
Los intentos de Rojas Pinilla de fundar una federación laboral “de tipo peronista”
con una amplia base, la confederación nacional de trabajo (FME), que apoyara el
régimen militar fracasara.
En 1957 Rojas Pinilla fue reemplazado por una coalición de los partidos liberal
y conservador bajo el liderato de Lleras Camargo. Con el restablecimiento de
la democracia parlamentaria en una cierta medida la CTC ganó rápidamente
posiciones, reabsorbió muchos de los afiliados de la UTC y otra vez se colocó a
la vanguardia del Movimiento Obrero Colombiano (Cuéllar 1963: 262). En 1962
645
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
existía dentro de la CTC un amplio espectro de sindicatos fuertemente izquierdistas
y orientados por los comunistas. La dirigencia expulsó un gran número de estos
afiliados, incluyendo muchos de las organizaciones de sindicatos de industrias
más poderosas y las federaciones laborales de algunos departamentos. Una de
las más importantes federaciones de trabajadores departamentales expulsadas
de la CTC fue la federación de trabajadores del Valle, Fedetav. La Federación
de Trabajadores Libres del Valle, Festralva se creó durante 1962 y 1963 como
una organización paralela y competidora de la Federav, Festralva operaba como
un afiliado semiautónomo de la CTC. Durante 1964 la Fedetav se unió por lo
menos nominalmente con un grupo de otras federaciones laborales regionales e
industriales a través del país para formar la Confederación Sindical de Trabajadores
Colombianos. La evaluación de la pretendida fortaleza de las organizaciones
sindicales en Colombia requiere con frecuencia gran imaginación. Los estimativos
hechos por Vieira y Delgado sobre la fortaleza total de las federaciones nacionales
se basan en los datos proporcionados por estas organizaciones mismas (Delgado
1964: 6; Vieira 1965: 103-104).
Parte de la dificultad radica en la distinción entre las afiliaciones nominales y
efectivas, afiliaciones nominales y efectivas de sindicatos a federaciones y cifras
de afiliaciones que son simplemente infladas.
Cuadro 2
Federaciones Laborales nacionales
No. de miembros
Afiliados
Delgado (junio 1964) Vieira (enero 1965)
Unión de Trabajadores de Colombia
(U.T.C.)
350.000 Aprox.
300.000 Aprox.
Confederación de Trabajadores de
Colombia (C.T.C.)
150.000 Aprox.
100.000 Aprox.
Confederación Sindical de Trabajadores
de Colombia (C.S.T.C.)
165.000 Aprox.
165.000 Aprox.
Adicionalmente Vieira calcula que había hacia el final de 1964 otros 135.000
trabajadores organizados en sindicatos no afiliados a ninguna de las federaciones
mencionadas arriba (Vieira 1964: 103). Durante 1964-1965 existían en el Valle del
Cauca cuatro federaciones laborales: Utraval (Unión de Trabajadores del Valle,
afiliado a la UTC), Festralva (Federación de Trabajadores Libres del Valle, afiliado a
la CTC), Fedetav (Federación de Trabajadores del Valle, una afiliada de la CSTC) y el
Bloque de Sindicatos Independientes (un pequeño grupo amorfo de sindicatos en
Cali). Los sindicatos de la UTC representaban casi todos los sectores de la industria
regional y adicionalmente había un gran número de campesinos y organizaciones
646
Rolf Knight
cooperativas incorporadas en sus filas. Utraval probablemente era la mayor, y a
pesar de que su dirigencia es conservadora, los grupos más heterogéneos del
área se encuentra afiliados a ella. Festralva también tenía sindicatos en casi todas
las industrias regionales y se estaba generalizando rápidamente, particularmente
en los sectores industriales de Cali (un hecho que no está desconectado de su
imagen favorable entre muchas asociaciones industriales).
Fedetav aunque estuvo bajo fuertes ataques por las industrias y fue afectada
por prácticas antisindicales, mantuvo sindicatos en muchos sectores industriales.
Según Herrera, quien en ese entonces era presidente de Fedetav, la organización
comprendía cerca de 75 sindicatos locales con una afiliación combinada de 18.000
a 20.000 trabajadores. Pero el mismo autor sostiene que entre 1962 y 1964 Fedetav
había perdido más o menos 50 sindicatos locales con 25.000 a 30.000 miembros
(Herrera 1964: 34). Finalmente el Bloque de Sindicatos Independientes estaba
reducido a unos pocos sindicatos en algunas industrias de la ciudad de Cali.
¿Qué decir de la organización sindical en la industria azucarera del Valle del
Cauca? Una cierta cantidad de los ingenios parecen haber respondido a las
amenazas huelguísticas mediante un apoyo creciente a sindicatos que incluso
trabajadores apolíticos consideran patronales. En ellos los acuerdos laborales y los
compromisos con las dirigencias sindicales están a la orden del día. Las huelgas,
bloqueos y paros son cada día menos aceptables para las administraciones de los
ingenios. Consideremos la solución que se dio en una publicación reciente de
Asocaña órgano vocero de la industria azucarera del Valle del Cauca:
El Valle del Cauca ha sido el centro de agitación laboral de una peligrosa
orientación que ha podido ser controlada por el endurecimiento de
los acuerdos y las relaciones laborales en la industria azucarera y la
organización de grupos laborales de orientación democrática cuyos fines
son la sindicalización de los trabajadores en la industria azucarera. De
otro lado, la divulgación inteligente de los beneficios colectivos que los
incrementos en la producción de azúcar y las exportaciones pueden
significar para los trabajadores y el país ha influenciado notablemente
en mantenimiento de la paz social en la región (Manual Azucarero de
Colombia 1964: 27) (Texto Inglés en el original).
Una faceta de esta peligrosa orientación a la cual se refiere la cita anterior es el
intento de Fedetav de crear un sindicato único de industria. Hasta la fecha estos
sindicatos únicos de industria no son permitidos por la ley laboral colombiana y
Fedetav ha combinado sus esfuerzos organizativos y políticos para poner en práctica
los cambios necesarios en las leyes nacionales. Esta estrategia necesariamente implica
la movilización de los trabajadores azucareros sobre una base política más amplia. Este
es un programa a largo plazo y las directivas sindicales son plenamente conscientes
647
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
de las dificultades del futuro y de las derrotas del pasado. Según un funcionario de
Fedetav, comentando sobre la situación actual de muchos de sus miembros;
Hay gentes que ven el problema y que están desesperanzados. Piensan en
términos de grandes hombres como Gaitán como si estos dirigentes fueran un
regalo de Dios, como si cayeran de los cielos como Jesucristo para salvar la nación.
Naturalmente cuando estos dirigentes fallan o son asesinados o se comprueba
que son oportunistas las gentes que piensan en términos de personalidades
no pueden entenderlo, no pueden comprender que estos dirigentes surgen de
condiciones reales, más específicamente, de las condiciones de las masas y son
estas condiciones las que generan las soluciones.
Aun cuando puede haber algo de verdad en el adagio de que “ninguna huelga
es perdida”, es evidente que muchos trabajadores se han desmoralizado con las
derrotas repetidas. Para muchos las condiciones pasadas y presentes generan
más desesperación que solución. Un testimonio elocuente de este proceso fue
aportado por Ricardo Paja, un viejo que hoy trabaja para contratistas laborales en
fincas de proveedores y trapiches.
Algunas personas hablan acerca de la organización de todos los trabajadores
en una región, de todas las fincas, de todos los trapiches e ingenios, todos bajo
una federación obrera. Pero me gustaría saber quién va a hacer esto. Nosotros
tratamos de organizar un sindicato en un ingenio y fracasamos. El trapiche en el
cual trabajo tiene más de 100 hombres, suficiente para formar un sindicato pero
no hay el menor signo de actividad. El organizarse se hace cada vez más y más
difícil en este sitio porque las dirigencias de la compañía se hacen más inteligentes.
Incluso si son forzados a hacerlo, ellos crearán sus propias organizaciones, y
pelear contra ellos sólo sirve para lanzar a un hombre pobre contra otro. Los
dirigentes populares son o bien asesinados o comprados. Los líderes lo venden a
uno a cada rato. Pero la razón más básica para todo esto es que no hay solidaridad
en los trabajadores de Colombia. Vivimos divididos uno contra otro, no se puede
confiar en nadie, en unos cuantos amigos y nada más. Un hombre venderá a su
compañero para ganarse los favores del jefe. No es solamente que haya sindicatos
patronales sino que la actitud de los trabajadores permite que estos sindicatos
continúen.
Es difícil calcular exactamente qué tan amplia es esta desconfianza y desmoralización.
Es igualmente difícil estimar las condiciones bajo las cuales estos sentimientos se
multiplican o se reducen. Es claro sin embargo que la opinión transcrita no es
un caso aislado. Y esto hace más comprensible la actual aceptación de sindicatos
patronales por parte de viejos activistas y militantes sindicales.
648
Rolf Knight
Los “grupos de trabajadores de orientación democrática” a que se refiere el
Manual Azucarero de Colombia son aquellos sindicatos de base agrupados en
la Federación de Trabajadores Libres del Valle, Festralva. Si esta federación no
es completamente libre por lo menos es razonable. La actividad de este grupo
ha sido dirigida principalmente a ganar derechos jurídicos para representar a los
trabajadores en los grandes ingenios actualmente organizados por otros sindicatos.
Festralva no estaba empeñada en la organización de la media docena de ingenios
pequeños o de cientos de trapiches grandes o fincas de proveedores que no
tienen ninguna sindicalización.
Aunque han sido acusados de Traición (literalmente “traición”, lo que significa
“vendidos”) y esquirolaje por el movimiento obrero colombiano, los sindicatos
de base de trabajadores del azúcar agrupados en Festralva se pueden considerar
como un ejemplo de sindicalismo patronal. Dos administradores de distintos
ingenios indicaron que la organización de Festralva fue financiada parcialmente
por algunas asociaciones industriales después del fuerte período de conflicto
laboral en la industria azucarera durante los primeros años de la década de 1960.
En 1965 la asamblea anual de Festralva se realizó en las oficinas de Asocaña.
Asocaña es la oficina de relaciones públicas y de coordinación de actividades de
los grandes ingenios que controlan la industria del azúcar del Cauca.
El sindicato asociado a Festralva que existe actualmente en el Ingenio Cóndor se
organizó durante la encarnizada huelga descrita anteriormente. Otros sindicatos de
Festralva han logrado tomarse la representación sindical de la industria azucarera
(y han tenido rápido éxito en ganarse los derechos jurídicos sobre otros sindicatos
del sector industrial).
El número relativo de ingenios organizados por las varias federaciones sindicales
en diciembre de 1965 era el siguiente:
649
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
Cuadro 3
Federación
FEDETAV
FESTRALVA
FESTRALVA
U.T.C.
No sindicalizados
+
Sindicatos de base afiliados
No. Aproximado de
trabajadores permanentes
en el ingenio
Manuelita
1.977
Sucre
550
Oriente
400 Aprox.
San Fernando
450 Aprox.
Mayagüez
700
Papayal
400 Aprox.
Trapiche La Quinta
350 Aprox.
Hacienda San Pedro
220
Total
5.047
Río Paila
3.180
Ingenio Cóndor
1.700
Bengala
625
Tupia
2.000
Cauca
700 Aprox.
Total
8.205
Meléndez
600 Aprox.
El Productor
500
San Carlos
600 Aprox.
Trapiche Las Palmas
400
Total
2.150 Aprox.
La Cabaña
396
El Naranjo
300+
Calixo
300 Aprox.
La Industria
300 Aprox.
Total
1.296 Aprox.
Gran total
16.698
+ También están los ingenios Carmelita, Pichichí y Balsilla, los cuales tienen sindicatos nominales e
independientes para una pequeña parte de sus trabajadores.
Puesto que muchos de los sindicatos de Festralva son considerados como
patronales aún por sus propios miembros, uno podría esperar que existiera
inconformidad y oposición a los dirigentes entre las bases. En realidad todas a
excepción de una de las personas entrevistadas que respondieron a la pregunta
que evaluaba el sindicato del Ingenio Cóndor sostuvieron que era un sindicato
650
Rolf Knight
débil o un sindicato patronal. Aproximadamente la mitad de las personas que
respondieron rehusaron comentar sobre el hecho. Alguno incluso dijo que:
“Tengo tanto qué decir acerca de ese sindicato que mejor no digo nada”. Mientras
que la insatisfacción se puede descubrir fácilmente entre los trabajadores de base
y entre los miembros del sindicato del Ingenio Cóndor, hay muy poca oposición
abierta. Para comprender esto uno debe darse cuenta de que una oposición
interna organizada o abierta encuentra la resistencia activa y la retaliación de los
líderes del sindicato. Esta dirigencia tiene el apoyo del personal de oficina del
ingenio y se cree en general que los dirigentes del sindicato cooperan con el
personal de oficina para husmear a los miembros activistas del sindicato. Cierto o
no, es sentimiento general que los líderes del sindicato pasan información sobre
los agitadores reales o potenciales y generalmente actúan como una correa de
transmisión de la política de la empresa hacia los miembros del sindicato. La
insatisfacción y los llamados a un incremento en la militancia entre los miembros
son una amenaza a la posición de Festralva, y a los líderes locales y regionales
personalmente. Bajo la combinación del control entre la compañía y el sindicato
pocos trabajadores pueden abiertamente oponerse a los arreglos actuales.
Los ingenios y las tierras en arriendo
El grueso de la caña cultivada en tierras propias de los mayores ingenios es trabajada
por hombres directamente empleados por el ingenio. Estos están sindicalizados y
amparados por las regulaciones de seguridad social nacional. Como lo sostiene la
industria del azúcar, solamente los ingenios han elevado los promedios salariales y
de prestaciones sociales vigentes en las industrias urbanas al campo colombiano.
Hay cierta verdad en esta afirmación. Lo que no se menciona es que los ingenios
están profundamente comprometidos en la utilización de contratistas laborales
y varias estratagemas para reducir los pagos salariales a los corteros de caña. El
uso extensivo de proveedores para satisfacer la demanda de caña del ingenio
es probablemente la más importante de estas tácticas. Pero además las tierras
alquiladas y trabajadas por el ingenio (parcelas que forman parte del complejo
del ingenio) son en gran medida trabajadas por fuerza de trabajo de contratistas.
Una situación similar al arreglo entre el Ingenio Progreso y la Hacienda San Pedro
discutida anteriormente también existía en el Ingenio Cóndor. La familia propietaria
del Ingenio también tenía grandes extensiones de tierra cercana tituladas a nombre
de una empresa llamada Agropecuaria Amarilla, la mayoría de los terrenos de la
Agropecuaria bordean las tierras de propiedad del ingenio y están integrados al
complejo general de la plantación. Mientras que la Agropecuaria Amarilla tiene su
propia maquinaria agrícola, se utiliza ampliamente equipo adicional del Ingenio
Cóndor. Los equipos administrativos y agrícolas se reúnen diariamente en las
oficinas de campo del Ingenio Cóndor.
651
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
Las propiedades de la Agropecuaria casi llegan a 2.885 plazas. Aunque algunas
secciones de Agropecuaria Amarilla están dedicadas al pastoreo de ganadería
intensiva y se cultivan algunos lotes con soya y algodón, el grueso de la tierra está
sembrado con caña destinada al Ingenio Cóndor. Una sola sección consta de 860
plazas completamente cultivadas en caña. Este lote ha sido alquilado a largo plazo
por la Agropecuaria Amarilla son marcadamente diferentes de aquellos del Ingenio
Cóndor. Los trabajadores de contratistas constituyen la mayoría Agropecuaria
Amarilla mientras que la fuerza de trabajo de campo de Ingenio está en su mayor
parte sindicalizada y empleada directamente por el ingenio. Un mayordomo y
su asistente actúan como supervisores inmediatos de las operaciones de campo
en las tierras de Agropecuaria. Son empleados directos del Ingenio Cóndor y su
trabajo principal es comprobar la calidad de la labor realizada por los equipos
aportados por los contratistas e informar a las oficinas de campo del trabajo
adicional que se requiere, el personal administrativo del Ingenio hace arreglos
para decidir cuáles contratistas se emplean y negocia los precios que se le deben
pagar por el trabajo contratado. Durante noviembre de 1965 los contratistas
residentes en Palmira, Pradera y el Bolo estaban enganchados para trabajar en esa
sección. Ellos aportaban todos los trabajadores de campo utilizados en la siembra,
el pre cultivo y la cosecha, mientras que los tractores, el equipo de cultivo, los
medios de transporte y los operadores de maquinaria los ponía el Ingenio Cóndor
y Agropecuaria Amarilla. Durante julio de 1964, cuando el trabajo de campo en
esta área fue principalmente el pre cultivo se emplearon 40 hombres en promedio
diario, pero durante enero y febrero del mismo año durante la siembra había casi
200 hombres empleados en ese lote de tierra durante algunos días.
Prácticamente todo el trabajo se hace a destajo. Estos pagos varían considerablemente
para cada oficio especifico de acuerdo con el tipo de caña que debe ser trabajada
y con el precio que los diferentes contratistas creen que podrían pagar para que los
hombres trabajen. Algunos contratistas tenían un grupo de hombres que trabajaban
regularmente para ellos. Estos recibían pago de dominical y vacaciones. Las prestaciones
sociales variaban frecuentemente según si los contratistas podían sacar utilidades o
no. En el mejor de los casos se pagaba un nivel reducido de prestaciones sociales, en
esos casos solamente una minoría de los trabajadores empleados las recibían.
Algunos trabajadores ocupan un pequeño dormitorio y algunas chozas en el terreno
mismo, pero la mayoría de los hombres que trabajan para los contratistas viven en
las poblaciones cercanas y en Palmira. Agropecuaria Amarilla e Ingenio Cóndor
no tienen nada que ver con los trabajadores de este lote. Ellos negocian solamente
con los contratistas e incluso así se les deja la supervisión a los mayordomos. No
existe sindicato de ningún tipo, patronal o no, en este o en ninguna otra de las
secciones de Agropecuaria.
652
Rolf Knight
Reclutamiento de la fuerza de trabajo y algunos
aspectos de la migración
Hasta los comienzos de la década de 1960 algunos ingenios se dedicaban a reclutar
en regiones particularmente atrasadas del sur de Colombia, especialmente la región
campesina montañosa de Nariño y las áreas fronterizas de la Costa Pacífica, De acuerdo
con trabajadores que llegaron al Valle de esta manera se utilizó una gama de arreglos
para inducir a los trabajadores a que vinieran a trabajar en la industria azucarera del
Valle; desde reclutadores de fuerza de trabajo que traían a los trabajadores directamente
al ingenio en camiones hasta pasajes pagados anticipados y simples ofertas de trabajo.
Si se confía en la memoria de muchos de los inmigrantes, pocos eran los esfuerzos
necesarios para que abandonaran sus hogares.
Probablemente mucho más importante que el número de individuos
directamente reclutados para trabajar en los cañaduzales del Valle del Cauca
fue el efecto que su emigración tuvo sobre los buscadores de empleo en las
áreas donde vivían. El reclutamiento esporádico de fuerza de trabajo por parte
de los ingenios desempeñó un papel menor en el incremento de la migración
general de las regiones atrasadas al Valle. Pero si parece razonable creer que
tal reclutamiento facilitó la canalización de los trabajadores de algunas de las
regiones más subdesarrolladas a la creciente industria azucarera. Muchos de
los que han inmigrado a la región azucarera desde estas áreas y que se han
establecido en algún ingenio frecuentemente animan a sus parientes y amigos
de la región donde vivían para que vengan a trabajar en el Valle. Ya en 1964
la migración de las regiones atrasadas hacia las regiones productoras de azúcar
estaba tan generalizadas que no había ninguna necesidad de reclutamiento de
fuerza de trabajo. De hecho había un exceso de emigrantes en busca de trabajo
en los ingenios y aún en las fincas de proveedores y en los trapiches.
En 1961, solamente el 32 % de los empleados del Ingenio Cóndor había nacido
en el departamento del Valle del Cauca. Esta situación es bastante diferente del
patrón histórico en que la mayoría de los trabajadores de las plantaciones y
las haciendas estaban directamente relacionadas con una plantación específica
o hablan sido reclutados de las áreas cercanas. Aproximadamente la mitad
de la fuerza de trabajo (1497) que figuran en el censo de 1961 del Ingenio
Cóndor venía de áreas subdesarrolladas. Había 442 trabajadores de Nariño,
un departamento de minifundios donde gran parte de la población rural vive
en parcelas agrícolas de semisubsistencia. Desafortunadamente no se puede
determinar a partir de estas cifras el sitio de origen dentro del departamento.
El Chocó y la Costa Pacífica del departamento del Valle del Cauca son áreas
principalmente de parcelas de subsistencia.
653
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
Del censo de residentes del Bolo hecho por el autor parece razonable presumir
que por lo menos una tercera parte de los que figuraban en los cuadros como del
Valle del Cauca son de la región de la Costa Pacífica. Los departamentos del Huila
y del Tolima son básicamente áreas campesinas y muchas zonas del departamento
del Cauca y la parte norte del Valle del Cauca son también principalmente áreas
campesinas poco afectadas por la industria a gran escala.
Cuadro 4. Sitio de origen de los trabajadores empleados en
el ingenio Cóndor octubre 1961
Sitio de origen por depto.
Número de trabajadores
Porcentaje del total
Antioquia
45
3%
Atlántico, Bolívar, Córdoba y Magdalena
4
0.26 %
Santander, Boyacá y norte de Santander
12
0.8 %
Cundinamarca
25
1.66 %
Caldas
74
4.93 %
Tolima
65
4.32 %
Huila
31
2.06 %
Cauca
256
17.38 %
Nariño
442
29.46 %
Chocó
56
3.73 %
Valle del Cauca
484
32.26 %
Extranjero
3
0.24 %
Total
1.497
100.0 %
Fuente: Ingenio Cóndor (1961: 12).
Muchos de los trabajadores antiguos tenían desconfianza de los que habían
acabado de llegar del Chocó y de la Costa Pacífica del Valle. Una gran proporción
de estos recién inmigrados eran solteros y vivían en las barracas del ingenio.
Aún en la población del Bolo estaban apiñados en ciertas secciones. Hay ciertos
antagonismos entre los elementos más antiguos y los más recientes empleados
en la industria del azúcar. La mayoría de los recién llegados de las regiones de
la Costa Pacífica son negros mientras que un gran número de los inmigrantes de
Nariño son típicamente indígenas. Las diferencias raciales aumentan hasta cierto
grado la división entre los trabajadores aunque la base de esta división es muchas
veces ambigua.
La mayoría de los trabajadores establecidos sienten que el influjo de inmigrantes al
Valle en busca de empleo en un mercado de trabajo ya estrecho reduce los salarios
654
Rolf Knight
y las condiciones de trabajo. Además, generalmente se sostiene que los nuevos
trabajadores de las áreas campesinas y de las regiones semifronterizas responden
muy poco a los sindicatos laborales. Pero un funcionario de uno de los sindicatos
de las plantaciones de azúcar que veía el problema en el largo plazo decía:
Algunas de estas gentes no pueden concebir el hacer demandas y tomar una
posición opuesta a la del patrón. Esto por supuesto, es un gran problema para
nosotros; sin embargo muchas de ellas después de varios años en el Valle, bajo
las condiciones existentes, pueden llegar a pensar como nosotros pero necesitan
continua explicación, paciencia, un compañero de trabajo que les explique con
cuidado la necesidad y la importancia de cada posición. Y si muchas de estas
personas que vienen al Valle son muy viejas y muy firmes en su modo de pensar
para ser influenciadas por las explicaciones, es posible que a sus hijos que crecerán
en el Valle se les haga entender.
Proveedores, contratistas y salarios
Los mayores ingenios han convenido con alguna forma de sindicalismo pero
algunos de los ingenios más pequeños, casi todos los trapiches y todos los
proveedores continúan luchando contra la formación de sindicatos. Una de las
tácticas más importantes empleadas por parte de los proveedores y los trapiches
para combatir la organización sindical, es el uso extensivo de contratistas.
Confiar en contratistas es costumbre que se ha extendido a través de todas las fincas de
proveedores y de los trapiches que fueron encuestados, y en donde proveían la mayor
parte de la fuerza de trabajo utilizada en el campo. El proveedor don Roberto dice que
preferiría tener empleados “permanentes” viviendo en su campamento y trabajando
en sus campos, pero él prevé un incremento en los salarios y otras demandas, así que
progresivamente está haciendo mayor uso de contratistas. Él considera ahora sólo los
catorce hombres del campamento como “mis hombres” y utiliza los contratistas para
proveer aproximadamente dos terceras partes de la fuerza de trabajo que requiere,
diciendo: “Me ahorra muchas molestias con esta gente”. Don Roberto había podido
añadir que también le ahorra una gran cantidad de dinero.
Además de la simple mecanización, los proveedores y los trapiches reducen sus
costos de fuerza de trabajo evadiendo el pago de muchas de las prestaciones
sociales, pagando salarios bajos y empleando contratistas. Esta estrategia global es
cada vez más dependiente del uso de contratistas. Consideremos primero los costos
de las prestaciones sociales de los ingenios donde la ley laboral nacional se hace
cumplir a través de la actividad de los sindicatos y las agencias gubernamentales.
Así podremos apreciar la extensión y la importancia de evadir tales pagos en las
fincas de proveedores y trapiches.
655
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
En 1960 el pago de prestaciones sociales realmente requeridos por los ingenios
con capital total de ochocientos mil pesos colombianos y más (es decir, todos los
ingenios) constituía el 44.4 % por encima del salario básico corriente.6 Aunque
los trabajadores hacen una pequeña contribución para algunos de estos fondos a
través de las deducciones que se les hace en la nómina. más del 80 % del pago
de prestaciones sociales es financiado por las contribuciones de la compañía.
Los pagos de las prestaciones sociales legalmente requeridos les cuestan a los
ingenios las siguientes cantidades.
Cuadro 5
Porcentaje sobre el salario
básico (además del salario
básico)
Tipo de prestación social
Cesantía
10,5 %
Fondo de Retiros
6,0 %
Pagos de Vacaciones
4,2 %
Bonificación
8,3 %
Seguros de vida, accidentes e incapacidades (total)
3,3 %
Seguro social
4,0 %
Bonificación para la familia y otros fondos para
entrenamiento en el puesto
5,0 %
Otros (transporte, colegios, uniformes)
3,1
Total
44,4 %
Fuente: Fadul y Peñalosa (1961: 20).
La mayoría de los ingenios tienen servicios sociales y pagos adicionales a los
requeridos legalmente. Aunque algunos de estos “servicios” podrían más
bien considerarse como inversiones en el control de la fuerza de trabajo o
adiestramiento en el sitio de trabajo pagado por el ingenio, ellos si proporcionan
pagos generalmente deseados por los trabajadores. Estos incluyen créditos para
la construcción de vivienda, pago parcial de medicinas, provisión de asistencia
médica no cubierta por el seguro social, algunas becas y facilidades escolares. Los
beneficios por encima de los requeridos legalmente son invariablemente descritos
6
Los porcentajes reales permanecieron relativamente estables, a pesar de algunos
incrementos, hasta 1964. En la medida en que las utilidades se calculan sobre la base
del ingreso obtenido, y los pagos salariales ascendieron agudamente en esos años, los
costos absolutos involucrados en pagos de seguridad social crecieron sustancialmente.
Finalmente, debe recalcarse que las cifras aquí presentadas son promedios. Los ingenios
menos capitalizados pagan significativamente menos, mientras que los más grandes pagan
algo más que esos promedios.
656
Rolf Knight
como pagos “voluntarios” de seguridad social por parte de los administradores de
los ingenios, de las publicaciones industriales y aún por parte de la mayoría de los
trabajadores. Pero como lo aclaran los numerosos contratos sindicales publicados
en Derecho de Trabajo (Revista de las Asociaciones Colombianas de Relaciones
Laborales), estos beneficios se obtienen principalmente a través de los contratos
de trabajo que se negocian entre los sindicatos y el ingenio (Fuente: Derecho de
Trabajo 1964, 1: 17; 1965, 6:12; 1965, 13:2).
El costo agregado de los pagos de prestaciones tanto legales como “voluntarios” y
de los servicios para los ingenios es bastante alto. En 1960:
En la gran mayoría de los ingenios las adiciones y suplementos (legales
y voluntarios) representan el 70 % y más del salario básico.
Realmente es difícil determinar exactamente el costo de las prestaciones
legales y voluntarias porque estas varían de acuerdo al tamaño y la
capacidad financiera y la eficiencia de la fábrica.
De todas maneras estos pagos inmediatos y diferidos en especie y en
dinero no son inferiores al 50 % y ocasionalmente representan el 90 % y
más del salario básico (Fadul y Peñalosa 1961: 30).
El Ingenio Manuelita también estimó el costo de sus prestaciones legales y
voluntarias en un 70 % por encima de los salarios durante 1963 (Manuelita, 1964).
Aún si el estimado del costo arriba mencionado hubiera sido inflado como un
esfuerzo de relaciones públicas por parte de la industria, queda claro que los
pagos reales son un suplemento importante de los salarios de los trabajadores de
las plantaciones de azúcar.7
A pesar de la variación en cuanto a pago de prestaciones sociales entre los
proveedores y los trapiches es posible hacer algunas generalizaciones. Primero,
los proveedores no pagan ninguna prestación social a través de los contratistas.
Los pagos están restringidos a la pequeña fuerza de trabajo “permanente”.
Además de esto, a la fuerza de trabajo “permanente” por lo general o típicamente
se le paga solamente un número restringido de prestaciones sociales. El pago
dominical (siempre es un día de descanso) es prácticamente universal. Los
pagos, a tasas reducidas, de cesantías y subsidio familiar son frecuentes (a pesar
7
Aunque se carece de desagregación de los costos de los pagos totales de seguridad social
para el Ingenio Cóndor, estos parecen ser similares a los de Manuelita. En 1963 el Ingenio
Cóndor calculó el salario promedio diario para todos sus trabajadores en 18 pesos, pero
los pagos de seguridad social y todas las demás contribuciones a las prestaciones de los
trabajadores costaron 12 pesos adicionales por persona al día (cerca del 67 por ciento
sobre el salario promedio). Esto permaneció relativamente estable en 1964-1965.
657
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
de que muchos trabajadores “permanentes” que legalmente tienen derecho a
ellos son excluidos). Hay otras prestaciones sociales que no se observan o
cuyos pagos se hacen a discreción del proveedor. Por ejemplo, el empleador
puede dar una prima a final de año y pagarle a sus trabajadores “permanentes”
si están incapacitados por un accidente de trabajo. Pero la cantidad de tales
pagos es mucho más baja y menos confiable que la que se da por ley, o la que
proporciona los ingenios. Una situación similar acontece en la mayoría de los
trapiches comerciales a pesar de que los trabajadores del trapiche por lo general
parecen recibir un amplio rango de prestaciones sociales en comparación con
las que reciben los trabajadores de campo de los proveedores. Un estimativo
más o menos superficial del nivel de pago de prestaciones sociales en la mayoría
de las operaciones de proveedores y de trapiches es que una tercera parte
de los trabajadores reciben un poco menos de la mitad de las prestaciones
sociales recibidas por los trabajadores del ingenio. Las otras dos terceras partes
de los trabajadores, aquellos empleados por contratistas laborales prácticamente
no reciben nada (Aquellas prestaciones que si dan los contratistas laborales
quedan prácticamente canceladas por los salarios tan bajos). Aún los trapiches
comerciales más grandes importaron oficialmente sólo un 20 % promedio de los
costos de fuerza de trabajo como pago de prestaciones sociales (Izquierdo 1964:
100). Esto era probablemente menos de la tercera parle del nivel que dieron los
ingenios en el mismo tiempo.
Mientras que el pago de reducidas prestaciones sociales es importante en la
economía laboral de las operaciones del proveedor y del trapiche, hay una
disparidad mucho más obvia entre estos sectores y los ingenios. Las escalas
salariales en las fincas de los proveedores y la gran mayoría de los trapiches son
mucho más bajas que las de los ingenios que pagan salarios más bajos. En 1965
el salario promedio para los trabajadores del campo empleados permanentemente
en la siembra y el cultivo en las fincas de proveedores en el área encuestada era
de $12.00 por día. Solamente un ingenio pagaba menos de $17.00 al día para
el trabajo de campo en general, mientras que la gran mayoría de los ingenios
pagaban un mínimo diario de $18.00 o $19.00 para esta clase de trabajo. Es difícil
comparar las escalas salariales para otros oficios en los ingenios y en las fincas de
proveedores, pues estos últimos se apoyan principalmente en los contratistas para
los trabajos agrícolas restantes.
Los contratistas pagan a sus trabajadores exclusivamente a destajo. Bajo este
sistema el salario que se gana un trabajador de la caña está determinado no
solamente por los promedios que se pagan y la cantidad de tiempo que trabaja,
sino también por las condiciones de la caña, el equipo y la organización general
con que tenga que contar en su oficio. Los proveedores y los trapiches tienen
relativamente pocas inversiones en equipo de campo o en tierras mejoradas. Ellos
no pueden cultivar o cosechar su caña tan eficientemente como lo hacen los
658
Rolf Knight
ingenios y la cantidad de caña que un trabajador puede limpiar de maleza, cortar
o cargar por día es considerablemente inferior a la de los ingenios. La utilización
de contratistas y salarios a destajo transfiere gran parte de los costos potenciales de
fuerza de trabajo que surgen de una organización agrícola inadecuada y de la falta
de equipo hacia los trabajadores mismos. Dicho sencillamente, es la diferencia
entre el trabajador que es pagado y el que no lo es por su tiempo extra y por el
trabajo extra que tiene que invertir para completar cierto oficio con un equipo
inadecuado y con una caña mal cultivada.
La mayoría de los campos de los proveedores y trapiches tienen secciones de
caña atrofiada, alargada, espaciosamente esparcida. Una proporción importante
de esta caña ha sido sólo escasamente cultivada y está mezclada con maleza. Una
alta infestación de malezas demora el corte y hace el trabajo aún más difícil de
lo normal. La caña que ha sido sembrada en tierras esporádicamente inundadas
y quebradas está frecuentemente entrecruzada y ladeada. El corte de esta caña
demanda esfuerzos especiales al tener que estar desenredando sus tallos. Todas
estas condiciones son mucho más frecuentes en los campos de trapiche y de
proveedores que en los ingenios y da como resultado salarios más bajos y un
incremento de trabajo. El pago a destajo para el corte de caña está basado en el
peso ya cortada y aún si se paga el mismo salario en los ingenios y las fincas de
proveedores, esto significa un salario total menor.
Cuando se carga la caña es importante que los vagones se ubiquen cerca de donde
se deposita la caña cortada. El ingenio generalmente utiliza un gran número de
vagones estacionados a lo largo de la línea de corte, con bueyes o tractores
constantemente disponibles para mover los vagones hacia las pilas de caña que
aún no han sido cargadas. En la gran mayoría de los campos de proveedores y
trapiches, sin embargo, hay con frecuencia un número insuficiente de vagones o
de tractores. El autor vio algunos casos extremos de cargadores llevando bultos
de caña, caminando hasta 80 metros para llegar hasta cuatro vagones estacionados
a lo largo del campo. En algunos casos el cargar requiere aproximadamente dos
veces más trabajo por unidad cargada que en una operación bien equipada. Es
bastante frecuente ver a cargueros de contratistas esperar el único tractor para que
acerque a los vagones al sitio donde están cortando. Aún si los salarios pagados
a destajo por los proveedores son un poco más altos, los salarios diarios son
considerablemente interiores a aquellos que se obtienen por la misma cantidad
de trabajo en los ingenios.
Se aplican diferentes salarios a destajo a docenas de oficios particulares. Además,
las tarifas para oficios específicos varían de acuerdo con las condiciones de la
caña, el precio que el contratista ha recibido y la disponibilidad de hombres para
trabajar a un determinado precio. La única manera posible de desentrañar esta
variedad de precios es mediante la consideración de las diferencias en los salarios
659
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
semanales totales recibidos por una muestra de trabajadores empleados en los
ingenios, en las fincas de los proveedores y en los trapiches.
Esta información es tomada a partir de la encuesta Ingresos y Desempleos del
autor para 78 viviendas en la población del Bolo en 1965. El ingreso semanal
es el realmente recibido en la última semana de noviembre de 1965. El nivel de
desempleo se tabula aquí como “semanas sin empleo en el año anterior” (aunque
parece que se informa por debajo de lo real). Aquí el “desempleo” se refiere al
periodo en que no se gana salario. Incluye aquellos periodos durante los cuales
el trabajador continúa en un puesto, pero por un número de razones tiene unas
“vacaciones” forzadas sin pago. Se ha combinado la información de todos los
hombres que trabajan en los campos de proveedores y de trapiches durante el
tiempo de la encuesta, aproximadamente el 60 % de los cuales estaba empleado
a través de contratistas laborales.
La mediana del ingreso para todas las categorías de trabajadores es consistentemente
menor en las fincas de proveedores y trapiches que en los ingenios. La diferencia
salarial varía de los $30.00 semanales más pagados al trabajador medio por
cosecha del ingenio que a su contraparte en las fincas del proveedor, hasta los
$84.00 mensuales de diferencia para los operadores de equipo en los dos sectores.
En efecto, es muy poca la coincidencia en los salarios entre estos dos sectores. Los
salarios más altos en la muestra total de proveedores y trapiches son solamente un
poco más grandes que el salario más bajo en los ingenios.
660
Rolf Knight
Cuadro 6. Ingreso y desempleo en las centrales en los trapiches y en las fincas de
los proveedores (pesos)
Ingreso semanal (pesos)
Semanas desempleadas en año
anterior
No.
Total Prom. Rango Mediana Total Prom. Rango
Casos
Mediana
Ingenios
21
3.171
151
110-170
150
84
4
0-12
3
Trapiches,
proveedores
y contratistas
laborales
13
1.560
120
90-150
120
133
10,23
14-18
12
Ingenios
9
1.394
149,88
147-154
147
40
4,44
0-12
4
Trapiches,
proveedores
y contratistas
laborales
20
1.932
96,60
84.120
95.5
203
10,15
0-30
11
Ingenios
17
3.381
198,88
154.250
200
23
1,35
0-5
0
Trapiches,
proveedores
y contratistas
laborales
8
935
116,87
84-170
116
44
5,50
0-15
6
7
1.379
197
160.220
200
12
1,71
0-4
2
Corteros y
cargueros
Trabajadores
de campo en
general
Mayordomos,
operadores
de equipo y
otros
Trabajadores
de fábrica
Ingenios
Existe aún una mayor disparidad entre los trabajadores de los ingenios y aquellos
empleados en las fincas de los proveedores y los trapiches en términos del periodo
total que se pasa desempleado durante el año. Mientras que los cosecheros y
trabajadores de campo en general de los ingenios reportan un promedio de
aproximadamente cuatro semanas por año sin empleo, sus contrapartes en las
fincas de proveedores y trapiches promedian cerca de 10,5 semanas al año. Si los
661
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector
trabajadores de campo “permanentes” en los trapiches y las fincas de proveedores
se excluyeran de esta muestra, la disparidad sería aún mucho mayor.8
Las fincas de proveedores y trapiches operan en condiciones de explotación de
los trabajadores. Para esto requieren la asistencia de contratistas y unos cuantos
trabajadores “fieles”. Un anciano que había trabajado en los campos de caña de
los proveedores y los trapiches y en los ingenios durante más de 20 años y
quien trabajaba ahora para diferentes contratistas mostró claramente su sentir. Él
entendía que los contratistas sólo podían existir con el apoyo e instigación de los
dueños de fincas y de los mayordomos, además de las condiciones que permiten
a los contratistas encontrar un número suficiente de trabajadores. Sin embargo, él
proyectaba sus frustraciones más intensas sobre la persona del contratista laboral.
De los labios de este, en términos generales buen hombre, vino el siguiente
comentario sobre los contratistas.
Pues bien, el contratista junta digamos diez hombres y les ofrece cierta
cantidad por cada trabajo. Es posible que corresponda a la mitad del
precio que él ha recibido. El no corre ningún riesgo, usted recibe la plata
cuando haya terminado su parte de la parcela. Siempre dicen: Eso es
todo lo que recibí por el trabajo. Estoy perdiendo plata.
No tiene alguna responsabilidad con las personas que trabajan para él. Pero
la gente tiene que aceptar el trabajo aunque solamente se ganen $10.00 al día
por 10 o 12 horas de trabajo; aunque no les pague ni el dominical, ni reciban
vacaciones o subsidio familiar ni nada. Aunque no haya absolutamente ningún
pago de prestaciones sociales y cuando ellos están enfermos o tienen algún
accidente se las tienen que arreglar por sí mismos. Tienen que aceptar la oferta
del contratista pues de lo contrario, otro la va a aceptar. Ellos no tienen dinero,
los hijos y la mujer tienen hambre, no pueden conseguir crédito y no hay
más trabajo. Siempre hay suficiente gente para aceptar el precio del contratista.
Estos contratistas son la gente más despreciable y degradada sobre la faz de la
tierra. Son sacados del desperdicio humano, parásitos, asesinos y gente que se
alimentan con la miseria de los demás.
Esta reacción es por cierto una de las razones por las cuales los contratistas se
están conviniendo en el vehículo favorito de la política laboral de muchos de los
8
Es preciso plantear dos puntos adicionales. Primero, es necesario recalcar de nuevo que
las cifras de desempleo parecen menores que los datos más subjetivos obtenidos a partir
de extensas discusiones con informantes y en la observación participante en general. Este
parece ser particularmente cierto para los trabajadores cosecheros de los ingenios. Segundo,
el nivel de empleo no es sinónimo de la estabilidad laboral. En muchos casos, por fuera de
los ingenios, un registro de 40 a 48 semanas de empleo al año significa empleos en varias
haciendas. Esto es casi siempre cierto para aquellos empleados por contratistas.
662
Rolf Knight
proveedores y de los trapiches. No solamente sirven para frustrar el sindicalismo,
desviar los pagos de prestaciones sociales y proveer un salario más bajo, sino que
también actúan como amortiguadores absorbiendo las frustraciones y hostilidades
que de otra manera los trabajadores dirigirían hacia los dueños mismos de las
fincas y los trapiches.
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1963 Colombia, país formal y país real. Buenos Aires: Editorial Platina.
Poblete, Moisés, y Ben G. Burnett
1960 The rise of the Latin American labor movement. New York: Bookman
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663
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia):
modernización y funcionamiento (inédito: 1981)1
JAIME AROCHA RODRÍGUEZ
Introducción
R
odeadas de cañaduzales y pastizales, en la zona plana del norte del Cauca
aún se observan algunas veredas donde se cultivan cacao, café y productos
alimenticios. Los pequeños agricultores de estos enclaves funcionan dentro
de una economía tradicional que se mantiene activa gracias al trabajo familiar. Esas
unidades producen bienes de uso o convierten parte de la producción agrícola en
mercancías para adquirir estos bienes, empleando tecnologías de baja intensidad
de capital (Hunt 1979: 281).
Para algunos (Cabal 1978), están contados los días del campesinado
nortecaucano, pues la tierra en que fundamenta su existencia irá pasando
a los ingenios azucareros a medida que disminuya su oferta (Taussig 1976).
Considero que la viabilidad ecológica del modelo campesino y la adaptabilidad
de la cultura afroamericana del norte del Cauca le dan a los enclaves una
autonomía y dinamismo propios, y por lo tanto una proyección amplia hacia
el futuro (Arocha 1980b). Sin embargo, estas opiniones están por demostrarse.
Tendrán que competir contra hechos difíciles de refutar como la dirección que
el Estado colombiano pretende imprimirle al desarrollo socioeconómico (Cidse
1980b). Pese a que en este documento no puedo resolver estas inquietudes,
pretendo avanzar en esa dirección, caracterizando las unidades económicas que
comparten el suelo nortecaucano en términos del uso que le dan al mismo,
después de haberlas analizado en términos de su modernización relativa.
Considero válida la realización de tal análisis porque los expertos se han quedado
cortos en la aplicación sistemática de modelos contemporáneos de modernización
al caso de la zona plana del norte del Cauca. Los esfuerzos más elaborados aún
1
Original tomado de: Jaime Arocha. 1995. Unidades de producción nortecaucanas (Colombia):
modernización y funcionamiento. (Inédito: 1981). En: América Negra. 9: 185-210.
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Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
dibujan al campesino como miembro de un sector “tradicional” o “atrasado”, social
y culturalmente homogéneo, casi monolítico, aislado e inerme (Arbab y Arocha
1978; Fundaec 1979). Sin embargo, por su historia y proximidad a la metrópoli,
el campesinado nortecaucano hace parte de un sector con una dinámica propia
que presenta componentes tan o más modernos que los de unidades catalogadas
como típicamente modernizadas, como demostraré adelante.
Modernización
Como punto de referencia en la discusión, emplearé los principales conceptos de
Peter Berger, Brigitte Berger y Hansfried Kellner sobre la sociedad moderna. Para
ellos la modernización consiste en el desarrollo y diferenciación de un conjunto
de instituciones arraigadas en el empleo de la tecnología para generar crecimiento
económico (Berger et al. 1973: 9). Entre esas instituciones la burocracia ocupa
un papel preponderante; se combina con la tecnología para imprimirle un sello
particular a la existencia humana (Berger et al. 1973: 42). Esa cualidad distintiva es
la pluralidad de esferas en que se mueve la gente moderna. No solo la esfera de
la vida privada está separada de la esfera de la vida pública, sino que cada una de
estas esferas presenta dicotomías internas. Aunque la producción tecnológica es
la responsable primaria de la segregación de la existencia privada y la existencia
pública, la ciudad y los medios masivos de comunicación juegan un papel
preponderante (Berger et al. 1973:65-67; ver figura 1). A continuación, expongo
en más detalle este enunciado. Para obtener crecimiento económico con base
en el empleo intensivo de la tecnología ha sido necesario establecer un tipo
de producción cuyas operaciones son ante todo mecánicas. El trabajo funciona
como una máquina y las acciones del trabajador forman parte de un proceso
mayor. En segundo lugar, estas operaciones son reproducibles para que cualquier
persona debidamente adiestrada pueda desempeñarlas; las acciones únicas o
irreplicables obstruirían el proceso de producción tecnológica. Y en tercer lugar,
son mensurables, porque al hacer parte de secuencias mayores son reducibles a
términos cuantificables y precisos (Berger et al. 1973: 26).
Las características anteriores se combinan para que una operación se pueda aislar
del proceso total de producción, y además para separar los conocimientos que
integran un proceso de los conocimientos requeridos por otros procesos. Con el fin
de lograr un máximo de producción con un mínimo de inversión, la separación se
lleva más adelante segregando el trabajo de la vida privada (Berger et al. 1973: 30).
Lo anterior, sin embargo, no se obtendría si los trabajadores retuvieran su
identidad personal dentro del proceso de producción. La reproducibilidad del
trabajo dentro de la producción tecnológica requiere que trabajadores anónimos
ejecuten cada operación. El anonimato exigido dentro de cualquier planta
666
Jaime Arocha Rodríguez
moderna da origen a egos autoanónimos, “trabajadores” dentro de la planta, que
deben complementarse con atributos tales como “padre de familia con nombres
y apellidos” en la vida privada (Berger et al. 1973: 33). Las relaciones sociales
también deben ser anónimas, lo cual se traduce en otra dicotomía más: dentro
de la planta un individuo debe tratar a otro simplemente como obrero, aunque la
reproducibilidad del trabajo lo pueda convertir en “competencia” y la vida privada
en “amigo” (Berger et al. 1973: 32).
La delegación de tareas y funciones es la otra cara de la segregación de
operaciones y procesos de producción y de su consecuente separación de la
vida privada. La suposición de que otros conjuntos de individuos completan la
labor propia es esencial para la terminación de un producto. Su distribución y
entrega, a su vez se delegan en agencias especializadas, cuyos procedimientos
burocráticos se desenvuelven de manera similar a los de la producción
tecnológica (Berger et al. 1973: 42).
Aquellas áreas de la existencia pública diferentes al trabajo y aquellas de la vida
privada que son susceptibles de regulación, se ven controladas por otro tipo de
burocracia, la política.
La diferencia fundamental entre la lógica de la tecnología y la de la
burocracia [política] radica en la arbitrariedad con a cual se imponen
procedimientos [...] sobre diferentes segmentos de la vida social [...] En
la burocracia hay menos presión de la tecnología y por lo tanto más
posibilidades de que la ‘genialidad’ burocrática se desarrolle (Berger et
al. 1973: 42)
Cada agencia burocrática tiene una jurisdicción, más allá de la cual sus conocimientos
son inapropiados (Berger et al. 1973: 43) Cuando la gente solicita algo que está
fuera del rango de la agencia en cuestión, es necesario remitir a la persona a otra
agencia, con la jurisdicción correspondiente (Berger et al. 1973: 44).
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Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
Figura 1. Componentes de la modernización y sus relaciones.
Los procedimientos apropiados son inseparables de la burocracia; consisten en
conjuntos de reglas y secuencias de acciones conocidos o conocibles por parte de
la gente (Berger et al. 1973: 45). Esos conjuntos deben incluir normas de apelación
668
Jaime Arocha Rodríguez
que le permitan a un cliente hacer que una agencia vuelva sobre sus propios
pasos cuando el burócrata se ha equivocado (Berger et al. 1973: 45).
Burocracia es también ordenamiento. Cada agencia desarrolla categorías para
clasificar todos los fenómenos dentro de su jurisdicción; cuando ocurre algo que no
se enmarca con claridad dentro de la taxonomía existente, se crean nuevas categorías
(Berger et al. 1973: 49), lo cual hace que el funcionamiento de la burocracia sea en
cierta forma más predecible que el de la tecnología (Berger et al. 1973: 50-51).
Las categorías y procedimientos de la burocracia son para burócratas y clientes,
no para individuos con nombre y apellido. Cuando la relación entre burócrata y
cliente no se basa en el anonimato, esta se considera corrupta. El cliente siempre
espera ser tratado igualitariamente, asumiendo que esté haciendo los trámites
adecuados y esté en la categoría correcta. Es por ello que el anonimato burocrático
tiene un halo de moralidad (Berger et al. 1973: 51-52).
El encuentro con el mundo del trabajo y el de las grandes organizaciones separa
la esfera pública de la privada y dicotomiza cada esfera (Berger et al. 1973: 65). La
mecanicidad, la replicabilidad y la mensurabilidad de las operaciones propias de
la producción tecnológica facilitan la movilidad socioeconómica y geográfica. La
mensurabilidad del trabajo permite la evaluación precisa del desempeño individual. Si
surge la posibilidad de ascenso, la reproducibilidad del siguiente grupo de operaciones
simplifica el reentrenamiento del individuo evaluado. Debido a la mecanicidad de
las acciones, es posible que la nueva ocupación se desarrolle en otro escenario del
mundo. El cambiar de carrera y localización geográfica surge de la esfera pública,
pero tiene efectos radicales sobre la esfera privada del individuo ascendido y de su
familia. Obtener pasaportes y visas para trabajar en otro lugar además de representar
nuevos encuentros con la burocracia, aumenta la dicotomía de la vida privada. El
trabajador ascendido quien es ciudadano de un país, se convierte en residente de
otro. Él y su familia que crecieron dentro de una cultura dada, hablando una lengua
determinada, deben ahora adquirir los del país al cual se dirigen.
En el caso expuesto, el individuo entra en contacto con existencias que de algún
modo le son inteligibles. Sin embargo, la pluralización puede acentuarse porque
“[...] la complejidad inmensa de la división del trabajo dentro de la economía
tecnológica significa que las diferentes ocupaciones constituyen existencias que
son totalmente extrañas e incomprensibles para quien no pertenece a ellas”
(Berger et al. 1973: 66).
Lo anterior es contradictorio con el hecho de que la movilidad socioeconómica
requiere escogencias abiertas en cuanto a la carrera total de un individuo. Se espera
que una persona cambie de ocupación una o varias veces en su vida, por lo cual los
procesos de socialización secundaria se hacen preponderantes (Berger et al. 1973: 68).
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Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
Dentro de los grupos modernos, la formación del Ego o socialización primaria no
es responsabilidad exclusiva de la unidad familiar. Actores extraños a la parentela
inmediata entran en la vida del niño por el urbanismo o traídos por los medios
masivos de comunicación (Berger et al. 1973: 66-67; Goldsen 1976).
La socialización secundaria ocurre después de la formación del Ego. La
mayoría de sus procesos están incorporados dentro de las instituciones
del sistema formal de educación de la guardería a variadas formas de
preparación para una ocupación particular [...] pretenden dirigir al
individuo de una existencia social a otra, [...] iniciarlo en órdenes de
significado con los cuales no tenía contacto previo y entrenarlo sobre los
patrones de conducta para los cuales la existencia anterior no lo había
preparado (Berger et al. 1973: 68)
Desde temprana edad, el individuo se ve bombardeado por las imágenes de
los medios masivos de comunicación. Muchas de ellas buscan anticiparle los
cambios que serán posibles en su vida pública y privada. Los medios hablan
de opciones ocupacionales tanto como de opciones religiosas y familiares
o sexuales y contribuyen para que las personas se formen mapas sociales y
planes de vida que correlacionan el tiempo con las opciones posibles. Estas
no son necesariamente libres; por el contrario, son “empacadas” en conjuntos
de acciones o actividades estandarizadas, fáciles de desarrollar, como es el
caso de las excursiones por el mundo. Si bien la persona puede escoger entre
“Europa con sol” o “el Medio Oriente misterioso”, está siendo manipulada
en su deseo de viajar. Ya dentro de la excursión que escogió, alguien habrá
decidido por ella desde los recorridos hasta los hoteles en que se alojará
(Berger et al. 1973: 71, 74, 75).
Sometidos a procesos plurales de socialización primaria, a procesos de socialización
secundaria y anticipatoria, dentro de los cuales el sistema formal de educación y los
medios masivos de comunicación desempeñan un papel sin precedentes, la gente
moderna adquiere una identidad particularmente: (i) abierta, porque la pluralidad
de la socialización primaria influye para que el individuo entre “inacabado” a la
vida adulta (Berger et al. 1973: 77); (ii) diferenciada, debido a la pluralidad de
mundos de la sociedad moderna; (iii) en permanente crisis (Berger et al. 1973:
78); (iv) reflexiva, lo cual es requerido por el grado de desintegración del mundo
social moderno; (v) individualizada, por el énfasis en la libertad individual, y los
derechos humanos e individuales (Berger et al. 1973: 79), y (vi) secularizada,
debido a la pluralización de la religión (Berger et al. 1973: 81).
Una cualidad sobresaliente de la caracterización de Berger y asociados es que
no iguala la modernización con el desarrollo. Aun utilizando el número limitado
de elementos resumidos en esta exposición, su aplicación a casos concretos
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Jaime Arocha Rodríguez
no da origen a extremos absolutos, sino que las diferentes sociedades se van
colocando en un continuo de modernidad (Berger et al. 1973: 3-19). Esto se verá
concretamente al estudiar las diferentes unidades de producción nortecaucana.
El caso colombiano
Antes de entrar de lleno a examinar el problema de la modernización en el norte
del Cauca, considero conveniente mirar brevemente al país en su totalidad. Así
será posible deducir las características “modernas” o “premodernas” que heredan
las unidades de producción nortecaucana, por el mero hecho de estar inmersas
dentro del contexto mayor.
Por su posición de satélite generador de mano de obra barata y de bienes agrícolas
suntuarios que se exportan a la metrópoli, Colombia carece de autonomía
tecnológica. Consecuentemente, el empleo de la producción tecnificada para
generar crecimiento económico es parcial. Por otra parte, la estructura de la
población se combina con el sistema educativo para ofrecer un número alto
de trabajadores semicalificados (Payne 1968). La relativa presión de este exceso
de trabajadores se ha solucionado tradicionalmente expandiendo la burocracia.
Parecería que en este Estado, como en otros Estados dependientes, “dar puestos”
constituyera el mecanismo fundamental de lograr la expansión económica
(Camacho y Collins, en Arocha 1980a).
La característica fundamental del modernismo colombiano consiste en el
reemplazo de la tecnología por la burocracia para generar crecimiento económico.
Como el intercambio de votos por puestos se ha instituido gracias a la escasez de
empleo, el reclutamiento no se basa en procedimientos claramente establecidos
por la propia burocracia dentro de la carrera administrativa. Las agencias tampoco
crecen necesariamente en función de los fenómenos sociales que deben regular,
sino en términos de unas cuotas de poder. Esto conlleva a que las jurisdicciones
no aparezcan claramente demarcadas, hallándose agencias que duplican las
funciones de otras. Tal imprecisión automáticamente niega los mecanismos de
remisión y distorsiona la cobertura real de las instituciones.
Como hay un número de burócratas seleccionado haciendo caso omiso de criterios
objetivos, aumenta el desconocimiento de los procedimientos apropiados que se
le exigen al cliente de cada agencia. Este o ignora esos procedimientos o los
conoce a medias, por lo cual se ve privado de la posibilidad de apelar, cuando el
burócrata comete alguna arbitrariedad.
La permanente desorientación de los clientes de la mayoría de las agencias
burocráticas colombianas agudiza el arraigo del clientelismo. Una de sus
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Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
características fundamentales consiste en que el servicio que debería prestar una
organización se entrega al público como si se tratara de un favor. Los intermediarios
que “le hacen el favor” a la clientela pueden pertenecer a la propia organización o
estar por fuera de ella. En el primer caso, intercambian su capacidad mediadora por
votos o dinero; en el segundo caso tan sólo por dinero. No obstante, lo importante
es que unos y otros comparten el interés creado de obstruir el funcionamiento
de la agencia, confundir al cliente y afianzar su posición dentro de un mercado
laboral altamente competido.
Como los intermediarios tratan en forma discriminada a la clientela, anulan
el anonimato que debe regir las relaciones sociales de la burocracia moderna
colocando a las agencias en trance permanente de corrupción. A mayor estatus
socioeconómico y político del cliente, mejor el trato que recibe del burócrata y
mayor la eficiencia en el desarrollo de un proceso burocrático, aun a costa de
violar los procedimientos apropiados dentro de una agencia determinada –si es
que estos existen–. A menor estatus, mayores dificultades frente a la burocracia.
Esta pérdida de anonimidad en las relaciones entre burócrata y cliente niega la
expectativa de justicia que podría caracterizar a la burocracia moderna. Como
además se anulan los procedimientos de apelación, el cliente viene a asumir una
actitud fatalista y dócil frente a cualquier agencia. Todo lo anterior se combina
para realzar la baja confiabilidad y predecibilidad de la burocracia colombiana,
situación opuesta a la de las sociedades más modernas.
Parece indudable que la modernidad colombiana está acompañada de una
pluralización peculiar de la existencia de las gentes. Por ejemplo, el que haya
personas que deban indicar su historia electoral para tener acceso o retener
posiciones burocráticas borra parte de la línea que separa la esfera privada de
la esfera pública de la existencia, o simplemente hace que la escogencia política
no sea un acto típicamente privado, sino ostensiblemente público. Sin embargo,
dejaré los casos particulares para ser analizados con cada una de las unidades
económicas que aparecen a continuación.
Ingenios
Entre las unidades que comparten el suelo nortecaucano, los ingenios azucareros
siempre han sido catalogados como “modernos”. Como se verá a continuación,
presentan algunas características “premodernas” y han contribuido a frenar la
modernización de la zona.
Es probable que dentro de unos años los ingenios del norte del Cauca sólo
consistan en el complejo industrial y mecánico necesario para el transporte y
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Jaime Arocha Rodríguez
conversión de la caña en azúcar refinado. Posiblemente acabarán por delegar el
suministro de la caña a cultivadores asociados o independientes. Para entonces,
quizás aplicarán intensivamente la tecnología para lograr su crecimiento.
Actualmente tal aplicación es parcial, en parte porque la expansión de la caña en
el norte del Cauca es reciente.
El crecimiento de la industria azucarera nortecaucana se inició en la década
de 1960, a partir del embargo a Cuba. Para 1955 había un área de 6560 has
sembradas en caña; para 1977 esta superficie era de 34.950 has. Durante la
década de 1930, se fundaron los ingenios de La Cabaña en Caloto, y en Miranda
El Cauca y El Porvenir; este último ingenio fue incorporado a Central Castilla a
finales de la década de 1970. Finalmente, en 1966 se fundó el Ingenio Naranjo
en Caloto (Cabal 1978: 5-6).
El premodernismo tecnológico de los ingenios radica en tres aspectos: 1) las
resiembras de la caña de azúcar solo ocurren cada diez años (Prager 1980); 2)
el corte de la caña es manual, y 3) no existen las obras de infraestructura que
permitirían mantener un proletariado de tiempo completo (Taussig 1976: 29).
La primera de estas características interesa solo en la medida que ocasiona el
deterioro ecológico que vendrá a frenar el crecimiento económico de los ingenios.
Las otras dos si merecen una discusión más detallada.
El empleo de corteros y alceros, y la semiproletarización de la fuerza laboral
de los ingenios han dependido de la existencia de comunidades campesinas
autóctonas, originarias de los asentamientos independientes de los esclavos
negros de las haciendas coloniales (Friedemann 1976). Con sus poblaciones
crecientes y escasez de tierras, los enclaves campesinos han suministrado corteros
y alceros. No es necesario contratar estas personas directamente por medio de
la burocracia de los ingenios, porque hay subcontratistas que pertenecen a
los propios enclaves. Como la vereda tiende a coincidir con el asentamiento
de una parentela (Duncan y Friedemann 1978: 136-138; Taussig 1976: 14),
la organización social autóctona resulta obviando la contratación directa. El
subcontratista engancha gentes de su propia vereda, quienes pueden ser además
parientes suyos (Mina 1975: 139-141).
La subcontratación de corteros y alceros origina un estilo de trabajo dentro del
cual la mecanicidad, la reproducibilidad y mensurabilidad de las operaciones no
se relacionan con el adiestramiento del operario, sino con su fortaleza física. Quien
corte menos de 2,5 toneladas por día no es empleado como cortero, no importa
qué tan entrenado esté (Duncan y Friedemann 1978: 90-101; Taussig 1976: 25-27;
1977). Inversamente, un adiestramiento basado en la descripción del corte de caña
no llevará necesariamente a un aumento en la cantidad de caña cortada.
673
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
Dentro de este estilo de trabajo la movilidad socioeconómica puede deslindarse
de las evaluaciones basadas en la mensurabilidad de una operación. El buen
cortero cortará hasta que se agote (Taussig 1976: 26). Entonces, o se desecha o se
asciende. Se asciende si alcanza buen puntaje en cualidades propias de la esfera
privada de su existencia, como la docilidad política (Taussig 1976: 9).
Algunas veces el ascenso puede consistir en pasar de trabajador subcontratado a
“afiliado”, lo cual mejora notablemente el ingreso y la estabilidad laboral. Si bien
la existencia del afiliado se “despluraliza” al no tener que alternar el trabajo en el
ingenio con otros trabajos, aumenta la dicotomía de su esfera pública, llegando
a ser –por ejemplo– sindicalista y miembro de la junta de acción comunal, del
equipo de fútbol de la empresa, en adición a obrero. La esfera privada presentará
dicotomías tales como la de padre de familia, jugador de dominó, apostador,
gallero y bailarín de salsa.
La infraestructura física de los enclaves campesinos le ahorra a los ingenios la
construcción de obras para mantener un proletariado permanente (Taussig 1976:
27-31). La fuerza laboral pluralizada en términos de semicampesinos y proletarios
parciales presenta una baja separación entre vida privada y trabajo. En adición a
la evaluación de la docilidad de un trabajador, ya anotada, hay actividades que
siguen desarrollándose dentro de un contexto relativamente privado. Por ejemplo,
alimentarse a medio día no es una actividad que los ingenios han transferido a
la esfera pública. Como no han construido comedores para la fuerza laboral, esta
tiene que confiar en el envío de alimentos de la casa, a no ser que el subcontratista
haga arreglos con una alimentadora que lleve comida al sitio donde se corta y alza
la caña (Duncan y Friedemann 1978: 90-101).
Como la remuneración del corte de caña se hace con base en la mensurabilidad
de la operación, el operario debe aumentar notablemente su ingestión calórica
para mejorar su ingreso (Taussig 1976: 25-27). Este, empero, no compensa la
inflación, por lo cual las mujeres y los hijos vienen a subsidiar el trabajo masculino.
Las unas buscan empleo agrícola, ocupaciones independientes o domésticas
(Duncan y Friedemann 1978: 136). Los otros se desnutren (Taussig 1976: 25-27).
La pluralización de la esfera pública de la existencia de la mujer campesina es
un resultado indirecto de la modernización parcial de los ingenios azucareros del
norte del Cauca. Analizaré sus posibles efectos sobre el proceso de socialización
primaria dentro de los apartes referentes a la forma como fincas, sembraderos y
galpones dominan y usan la tierra del norte del Cauca.
Finalmente, en lo tocante a la refinación del azúcar, los ingenios se mueven dentro
de la producción tecnificada y dentro de la burocracia tecnológica. Visto como
conjunto estratificado de especialistas, el ingenio incluye los corteros, alceros
y capataces; los choferes y mecánicos; los técnicos agrícolas y agrónomos; los
674
Jaime Arocha Rodríguez
ingenieros agrónomos, mecánicos e industriales; los contabilistas y administradores;
los gerentes de mercadeo y de finanzas; el gerente general y la junta directiva.
Entre más elevado sea el estrato, más pluralización de sus integrantes. Por ejemplo,
la movilidad geográfica de un ingeniero mecánico debe ser alta, y debe incluir
desplazamientos frecuentes al extranjero en busca de maquinaria y partes. Un
miembro de la junta directiva tendrá una esfera pública aún más pluralizada; quizás
participe en las actividades de otras juntas, maneje negocios propios o de otros,
tenga una profesión independiente, y sea miembro de grupos políticos y sociales.
Otras plantaciones
En la zona plana del norte del Cauca caben dentro de esta categoría las 5164
hectáreas, sembradas con alta tecnología en soya, frijol, maíz y algodón.2 Como
estos cultivos se basan en semillas y se cosechan cada seis meses, la tecnología
se aplica intensamente para preparar el suelo de acuerdo con sus análisis
correspondientes; controlar malezas y plagas, y para cosechar. En estas unidades
de producción, pero especialmente en las plantaciones de soya, aumenta el
número de mujeres subcontratadas. Conocidas con el nombre de iguazas (Mina
1975: 145-154), recogen la soya que dejan en el suelo las trilladoras mecánicas.
Aunque hagan una intensa aplicación de tecnología para optimizar la producción
agrícola, estas son unidades menos pluralizadas porque no emplean tantos
especialistas como los ingenios, y consecuentemente, se conectan menos con
la burocracia. Tampoco tienen las obras de infraestructura para mantener un
proletariado permanente.
Haciendas agrícolas
En relación con otras haciendas coloniales de América, las del norte del Cauca
presentaban la peculiaridad de operar con base en una fuerza laboral esclava y de
cultivar productos apetecidos por el mercado internacional, pero que no fueron
exportados hasta el siglo XIX. Además se daba una especie de relación simbiótica
con las minas de oro de la región y del Chocó. La hacienda suministraba la
base alimenticia de las minas y estas el metálico para el funcionamiento de las
haciendas (Colmenares 1980; De Roux 1979).
2
Calculé esta cifra sustrayéndole 1586 hectáreas a las 7750 hectáreas que Cabal reporte
como sembradas en cultivos temporales (1978). Concluí que esas 1586 hectáreas deberían
estar en manos de campesinos por cuanto el número de hectáreas sembradas en cacao
llegaba a 3172 en 1965. Este cultivo es característico de las “fincas” tradicionales y desde
1970 se han tumbado el 50 % de ellas para sembrar cultivos temporales.
675
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
Abolida la esclavitud, la característica fundamental de las haciendas consistió en el
empleo de terrazgueros, o sea antiguos esclavos que recibían una parcela donde
tener sus cultivos. Como contraprestación los terrazgueros pagaban una renta anual
(terraje) o trabajaban cierto número de días por semana en las tierras de la hacienda
propiamente dicha. Durante las tres primeras décadas del presente siglo, gran parte
de los conflictos entre campesinos y terratenientes giró alrededor del cobro de
terrajes o de la expulsión de los terrazgueros de los terrenos de las haciendas.
Las haciendas no son unidades modernas de producción. Por una parte,
hacen una aplicación muy limitada de la tecnología para lograr su expansión
económica. Por otra parte, se integran poco con la burocracia. Sin embargo,
lo más importante es su empleo de medianeros, quienes reciben como parte
de su contrato una pequeña porción de tierra dentro de la hacienda, para
vivir y cultivar alimentos. Esta producción puede dividirse por mitades con
el hacendado (Knight 1972: 122-149). Este arraigo entre el medianero y la
tierra despluraliza su existencia, ante todo porque la esfera pública no se ve
totalmente segregada de la privada.
Como el grado de especialización del trabajo es bajo, las operaciones de producción
no presentan una compleja mecanicidad y reproducibilidad. Se espera que los
trabajadores realicen una multiplicidad de faenas, en tanto que los mayordomos
deben ser buenos “toderos” (personas que saben hacer de todo).
Está por verificarse si las 500 has sembradas en arroz que hay en la zona plana
del norte del Cauca son manejadas dentro de este sistema “pre-moderno”.
Como la siembra y el cultivo del arroz se basan en una tecnología artesanal
conocida por un grupo reducido de agricultores, los terratenientes hacen con
ellos contratos de medianía y por lo tanto delegan en los contratados parte del
dominio que dejan sobre la tierra.
Fincas
En el norte del Cauca se conoce con el nombre de finca al policultivo tradicional de
cacao, café, árboles frutales y plátano. Los cultivos se siembran intercaladamente
bajo la sombra de árboles altos como guamos y cachimbos (Taussig 1976).
El premodernismo de la finca se caracteriza porque 1) la unidad económica coincide
con la unidad familiar; 2) no existe la producción tecnológica para lograr el crecimiento
y 3) hay una baja relación con la burocracia. Consecuentemente, la pluralidad de
las esferas pública y privada es baja, inclusive parecerían no estar segregadas. “El
campesino maneja una unidad familiar, no un negocio” (Wolf 1966: 2).
676
Jaime Arocha Rodríguez
La renovación de los árboles y el empleo de abonos químicos, insecticidas,
herbicidas y fungicidas es prácticamente inexistente. La finca requiere un número
bajo de insumos porque ecológicamente funciona en forma equilibrada, al punto
que las cosechas de cada cultivo se van intercalando durante el año produciendo
un ingreso constante, con la excepción de los meses de junio a agosto, cuando la
producción total es muy baja (Prager 1980b).
Como las fincas emplean al máximo la mano de obra familiar, y requieren
inversiones bajas de capital, permanecen aisladas de las instituciones burocráticas.
Un “buen campesino” debe ser un trabajador generalizado capaz de atender
los diferentes cultivos y de reemplazar su infraestructura a medida que se van
deteriorando. Las tareas que el (o ella) su cónyuge y familiares realizan no se
cuantifican en forma precisa, ni se segregan entre sí. Por eso es que el “rodaje”
total de la finca no es fácilmente reproducible y la cabeza del hogar difícil de
reemplazar. Inversamente, el aporte laboral de los familiares es muy especial.
Cuando se hace necesario contratar trabajadores extras, la cabeza de la unidad
acude a familiares, amigos y vecinos. Los alimenta y cuida como si fueran parte
de la fuerza laboral familiar. Este trato se refuerza por el hecho de que esa cabeza
familiar puede ser llamada por su vecino para que lo ayude en una cosecha o un
desyerbe (Duncan y Friedemann 1978: 121-123).
El deterioro de los cacaotales, en parte acarreado por la ausencia en la renovación
de árboles (Taussig 1976: 17), se ha combinado con la difusión del cultivo de
productos temporales (Duncan y Friedemann 1978: 82-83) y la presión de la
agroindustria para reducir notablemente el tamaño de las fincas y el área total
ocupada por ellas (Cabal 1978: 8). La reducción en la superficie de las fincas
ha forzado a los campesinos a buscar trabajo en los ingenios y plantaciones.
Sus existencias se han pluralizado porque las circunstancias los han forzado, no
porque ellos lo han escogido. Las escogencias que resultan del “porqué” y no del
“para” son características de la premodernidad (Berger et al. 1973:75).
Como explicaba al referirme a los ingenios, las labores de cortero y alcero son
tan arduas que el consumo de energía del trabajador aumenta al punto que su
mujer debe buscar trabajo para reducir el impacto de la desnutrición infantil. Esta
pluralización de la familia campesina inducida por los ingenios probablemente
afectará el proceso de formación del ego. El sistema formal de educación y los
medios masivos de comunicación tienen que haber comenzado a desempeñar un
papel preponderante en la socialización primaria, desde que la madre ha tenido
que comenzar a trabajar (Arocha 1980b: 18-20). Con la desintegración de la familia
extensa, los escenarios de socialización han pasado a ser las calles y las escuelas
(Duncan y Friedemann 1978: 54).
677
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
Es importante resaltar que ni la escuela ni los medios incluyen al campesino
como “ocupación” o “carrera” viable para un niño. La socialización anticipatoria
que estas instituciones realizan hace referencia a médicos, abogados, policías,
maestros, conductores, comerciantes y obreros. Si a esto se añade que hacía
1974 en Villarrica las madres poco se inclinaban a que sus hijos se quedaran
trabajando “material”, es decir en agricultura (Duncan y Friedemann 1978:
145), se aprecian las posibles razones para que ninguno de los cuarenta niños
encuestados por estos antropólogos incluyera las ocupaciones del campo como
alternativas posibles dentro de sus planes de vida (Duncan y Friedemann 1978:
50). Entonces, cabe preguntarse si la finca será compatible con los “nuevos egos”
que está “produciendo” el sistema de socialización imperante en la actualidad en
el norte del Cauca. ¿Cómo se podrá manejar una finca con personas que por su
contrato con los medios y la escuela segregan las esferas pública y privada? ¿Cómo
cuantificar tareas que se intercalan con una charla de familia, en las horas de la
tarde? ¿Cómo hacerlas mecánicas y reproducibles? ¿Cómo socializar niños para
que sean trabajadores «generalizados», cuando la escuela y los medios señalan la
especialización como única alternativa, y el contacto con los padres ha disminuido
por el trabajo de ambos?
Volviendo a problemas más concretos, Cabal (1978: 48) estimó que para 1977
quedaban 3375 unidades parcelarias con un tamaño promedio de 1.7 has
Considerando que antes de la difusión de los cultivos temporales quedaban 3122
has sembradas en café y que el 50 % de los campesinos ha tumbado sus fincas
para dar paso al cultivo de soya, maíz y frijol (Prager 1980b), se deduce que las
fincas tradicionales no deben ocupar un área mayor de 1586 has o sea el 2,06 %
del total de la zona plana del norte del Cauca.
Sembraderos
A partir de 1970 el Instituto Colombiano Agropecuario, con ayuda de la Agencia
Internacional para el Desarrollo, puso en marcha un programa de difusión del
cultivo de cosechas temporales, principalmente soya, maíz, y frijol. La introducción
de estos nuevos cultivos requirió fuertes inversiones de trabajo para tumbar los
árboles de cacao, café, frutales y de sombrío. Para preparar la tierra fue necesario
aplicar tecnología moderna, y para lograr producciones aceptables usar al máximo
los insumos necesarios. El crédito requerido para iniciar y mantener los cultivos
fue suministrado por la Caja Agraria, de tal manera que los campesinos entraron
de lleno en contacto con la burocracia.
Los nuevos cultivos representaron un cambio radical en la asignación del tiempo
laboral de la familia. Como la producción dejó de ser constante, por el patrón
de cosechas cuatrimestrales o semestrales de los cultivos basados en semillas,
678
Jaime Arocha Rodríguez
aumentó el número de personas dentro de la unidad familiar que tuvo que salir
a emplearse en ingenios, plantaciones y áreas metropolitanas, por lo menos
durante el período de crecimiento de los cultivos. La intensidad y concentración
de las labores requeridas durante las cosechas exigieron la contratación de
personal no residente dentro de la propia vereda (Taussig 1976: 22-25; Duncan
y Friedemann 1978: 82-84).
No solo entró el tractor al escenario de la economía parcelaria, sino que se fueron
pluralizando las relaciones del campesino con la burocracia y con otros grupos
sociales. Se agudizó la separación de la esfera pública de la existencia, con la salida
del ingenio, la plantación y la urbe. Por su parte, la contratación de personas “de
lejos” introdujo anonimato en las relaciones sociales. Además, preparar la tierra,
fumigar, desyerbar, cosechar y empacar o trillar lo producido son operaciones
que deben separarse claramente entre sí, cuantificarse y hacerse susceptibles de
replicación por medio de descripciones, siquiera rudimentarias. Sin embargo, el
proceso de modernización pronto se fue de para atrás. El crédito y la asistencia
técnica desaparecieron al poco tiempo, mucho antes de que los campesinos se
hubieran resocializado para adaptar los nuevos cultivos al funcionamiento de la
economía y sociedad tradicional (Duncan y Friedemann 1978). Adicionalmente,
quienes le llevaron los nuevos cultivos al campesino parecen no haber sido muy
conscientes de las diferencias en la calidad de los suelos. Así, los sembraderos
localizados en suelos malos pronto se enrastrojaron, empujando aún más a sus
dueños hacia el proletariado rural. Otros han quedado combinados con un área
de finca, pero no es nada claro cómo combinar exitosamente las operaciones
tradicionales, con las nuevas que son mecánicas, reproducibles y cuantificables.
Parecería que cuando la calidad de la tierra es óptima, todo funciona bien, y
que la combinación de “modos de producción” es exitosa. Ya lejos están los días
en que los campesinos empleaban semillas mejoradas y seleccionadas, abonos
químicos, insecticidas y fungicidas. Los tres o seis mil pesos que presta la Caja
Agraria hoy en día se van en comprar un poco de semilla corriente, en la galería o
donde un vecino, ropa, algo de comida, y claro un trago de whisky para agasajar
al patrón que ayudó a obtener el préstamo.3 Consecuentemente, la producción
de un sembradero, por ejemplo, de maíz es de 6:1, cuando debería ser dieciséis
veces mayor (Prager 1981b).
Pero entonces, la pregunta que se hace uno es ¿Cómo podrá el campesino asentado
en buenas tierras hacerle frente a la expansión de la caña? ¿Podrá adaptar su
modo de producción a tierras de baja calidad? aparentemente, una respuesta ha
consistido en la adopción del cultivo de tomate. Este cultivo requerirá de mayor
modernización por la magnitud del riesgo que se enfrenta con los insectos y el
mercadeo. Posiblemente, 1600 hectáreas correspondientes a las antiguas fincas
3
Alfaro Mina, comunicación personal. Enero 30 de 1981.
679
Unidades de producción nortecaucanas (Colombia): modernización y funcionamiento (inédito: 1981)
fueron transformadas en sembraderos. Es posible que quizás una tercera parte de
esta área se haya enrastrojado o dado al cultivo de otros productos.
Finalmente, hay que recalcar que la discusión anterior plantea interrogantes
sobre los procesos de socialización primaria, secundaria y anticipatorio. Su
respuesta exigirá el montaje de estudios sistemáticos de terreno.
Recapitulación
No es fácil demostrar que la desintegración de la economía campesina del norte
del Cauca podría ser un proceso reversible, que algunas veces se ha frenado por
la propia expansión agroindustrial que se da en la región.
La modernización de los ingenios, al afectar el tamaño de la propiedad campesina,
ha ido pluralizando la existencia de los pequeños agricultores. Además de tener
que segregar el trabajo en la agroindustria del de la pequeña parcela, el empleo
de ambos cónyuges en la agroindustria ha abierto las puertas para que el sistema
formal de educación y los medios masivos de comunicación desempeñen
un papel protagónico dentro de los procesos de socialización primaria.
Desafortunadamente, ni los maestros de escuela, ni las máquinas electrónicas que
muestran y hablan definen o insisten en que la “carrera” del pequeño agricultor
constituye una alternativa ocupacional en la vida de los habitantes de esa región
rural. De este modo ocupaciones como las de futbolista, mecánico, motorista de
bus, farmaceuta y enfermera comienzan a aparecer en los planes de vida de los
niños nortecaucanos, en tanto que disminuye el número de niños que aspiran
“a un futuro en el campo ya sea [...] en la finca, en la hacienda o en el ingenio”
(Duncan y Friedemann 1978: 50). Esta situación se complica porque las madres
también comienzan a desear que sus hijos trabajen en ocupaciones diferentes a la
agricultura (Duncan y Friedemann 1978:145).
La reflexión anterior inmediatamente plantea el interrogante referente a cómo
influir sobre los procesos de socialización propios de la región nortecaucana.
Hay instituciones que han demostrado su eficiencia y valía en el desarrollo de
alternativas tecnológicas y de producción que aumentarían la viabilidad de la
economía campesina. Proponer opciones equivalentes dentro de los procesos de
socialización resulta más difícil no solo por la complejidad de ellos, sino por la falta
de información sobre los mismos. Resulta irónico pensar que hay deficiencia de
información sobre cómo un modo de vida se reproduce a sí mismo, especialmente
cuando se ve agredido por unos mensajes que por la belleza de su empaque y
por su masividad están en capacidad de arrasar culturas enteras, transformándolas
en sistemas uniformes, más o menos amorfos y neutros (Carpenter 1973; Goldsen
1974). Parece inconsecuente que el capítulo sobre tenencia y uso de la tierra
680
Jaime Arocha Rodríguez
termine recalcando los rasgos no materiales del comportamiento. Sin embargo,
el caso del norte del Cauca parece subrayar como pocos que la “territorialidad”
y la “reproducción de la cultura” son inseparables. La erosión de los procesos
de formación del ego campesino comenzó con la transferencia de las pequeñas
parcelas a las manos de la agroindustria. Parece extremadamente difícil frenar esa
pérdida de tierras con personas que aspiran a portarse como citadinos.
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683
Evolución del trabajo asalariado rural en el Valle del
Cauca, Colombia, 1700-19701
MICHAEL TAUSSIG2
L
a paradoja presente en el término “trópicos andinos” es indicativa de la
singularidad de las relaciones entre terratenientes y campesinos, conforme
evolucionaron durante los cuatro siglos pasados, en la cuenca andina del río
Cauca, así como en Colombia en su totalidad. Este país fue el principal productor
de oro del imperio hispanoamericano y contaba con la población afro-americana
más numerosa en tierra firme de Latinoamérica. Su historia la grabaron firmemente
la influencia numérica inicial de las personas libres de “sangre mezclada” y las
relaciones políticas y de propiedad que representaban. La Colombia del siglo XIX
fue única, incluso para América Latina en cuanto a la diversidad de su regionalismo,
faccionismo y caudillismo. Sumada a lo anterior, la separación fanática de toda la
sociedad en dos partidos monopólicos, no diferentes de las máquinas de guerra
religiosas, la colocan en un lugar aparte de las demás republicas latinoamericanas
desde 1840 hasta fecha muy reciente.
Su naturaleza compuesta conjuntó todas las características que se encontraban
por separado en las demás colonias latinoamericanas. Todos los rasgos de
su topografía los debe a la columna vertebral ensanchada y a los valles
cortados de los Andes; no obstante, fueron los esclavos africanos –y no los
indígenas andinos– los que formaron la base de su riqueza. Pero en contraste
con las demás colonias esclavistas, no fue la agricultura intensiva de cultivos
tropicales en plantaciones a gran escala situadas convenientemente cerca de la
costa la que hizo necesarios los esclavos: por el contrario, era una economía
1
2
Original tomado de: Michael Taussig. 2008 [1977]. Evolución del trabajo asalariado rural
en el Valle del Cauca. En: Kenneth Duncan y Ian Rutledge (comps.), La tierra y la mano
de obra en América Latina. Ensayos sobre el desarrollo del capitalismo agrario en los siglos
XIX y XX, pp 437-477. México: Fondo de Cultura Económica.
El trabajo de campo en el que se basa el presente estudio se efectuó durante 1971 y 1972,
y fue posible financiarlo gracias a las becas del Instituto de Estudios Latinoamericanos, la
Universidad de Londres y el Programa de Becas para el Área Extranjera. Los datos históricos
sobre las haciendas de los Arboleda provienen del Archivo Central del Cauca, Popayán.
685
E v o l u c i ó n d e l t r a b a j o a s a l a r i a d o r u r a l e n e l Va l l e d e l C a u c a , C o l o m b i a , 1 7 0 0 - 1 9 7 0
basada en minas de oro aluviales móviles, dispersas y en pequeña escala. En
resumen, Colombia era tanto caribeña como andina en cuanto a sus elementos
componentes, pero única en su síntesis.
Al formar una región cultural intermedia entre las “altas” culturas de Mesoamérica
al norte y del imperio Inca al sur, el mosaico colombiano de tribus y estados
indígenas incipientes pronto sucumbió ante la guerra y huyó de los conquistadores,
quienes no pudieron encontrar ninguna autoridad aborigen firme a través
de la cual canalizar sus demandas, como fue el caso de aztecas e incas. Con
excepción de algunas altiplanicies, conquista y colonización significaron en gran
medida genocidio, en una escala sólo igualada en las colonias del Caribe como
la española (Tovar 1970: 65-140; Friede 1963). Así, privada de una fuerza de
trabajo, la Colonia enfrentaba dificultades serias al final del siglo XVI y recurrió
a esclavos africanos, los cuales para el año 1600 ingresaban al centro comercial
caribeño de Cartagena a razón de cerca de un millar anual. El propio sistema
esclavista presentaba muchas contradicciones. La intensidad de la explotación en
las zonas mineras era alta, aun cuando resultaba en extremo difícil imponerla por
la fuerza. La colonia era vasta y pobre en general. Con excepción de un puñado
de poblados muy pequeños y de las raras zonas con asentamientos densos, era
imposible someter de manera eficaz a los esclavos por medio de la fuerza bruta
y disposiciones penales. Se prefería a los esclavos recién llegados de África,
conocidos como “bozales”, por la facilidad con que se lograba su socialización en
comparación con los “ladinos”, a quienes se consideraba más taimados, mucho
más enterados de los modos de obrar de la Colonia y con una probabilidad
mucho más alta de escapar y causar problemas. Al no contar con una institución
militar fuerte, los amos adoptaban una política de intervención personal en
las regiones más profundas de la estructura social y del espacio mental de los
esclavos, la cual incluía la dirección paternalista minuciosa y constante de la vida
sexual y familiar. La ideología de la supremacía del blanco se machacaba en sus
casas mediante los rituales cristianos y las normas civiles que fomentaban un
mayor servilismo. La efectividad de estas políticas puede verse en el número de
rebeliones de esclavos que no tuvieron éxito por el exceso de precauciones y la
sobrestimación por parte de los negros de las fuerzas de los blancos.
Por lo general a los esclavos se les ofrecía la emancipación como una recompensa
por su buen comportamiento, como un medio para aliviar la tensión social y para
reducir la tentación de llevar a cabo la fácil huida a las vastas tierras interiores. En
el último cuarto del siglo XVIII la relación de los “negros libres” con los esclavos
era aproximadamente de ocho a uno, y en palabras de uno de los estudiosos más
notables de la institución en Colombia, la esclavitud se había convertido en una
especie de noviciado (Ferguson 1939: 219). Pero si era un noviciado destinado
a habilitar e inducir a los esclavos para que participaran después en la sociedad
como individuos libres, fracasó lamentablemente. Fuera emancipado, prófugo o
686
M i c h a e l Ta u s s i g
nacido libre, por lo general el negro se rehusaba –y se hallaba en posición de
hacerlo– a ingresar en la corriente principal de la economía como trabajador
asalariado o agricultor arrendatario, que eran los únicos términos aceptables para
el terrateniente o la clase poseedora de las minas, ávidos de trabajadores. Esta
situación persistió hasta bien entrado el siglo XX, cuando la proletarización rural
ocurrió en gran escala.
El elemento indígena de la población pasó por una serie, tan confusa como rápida,
de esclavitud, “encomienda”, “reducción”, “mita” y “concertaje”, instituciones que
–aun cuando se desarrollaron en alto grado en la configuración social de México y
Perú– encontraron escasas bases en la mayor parte de Colombia, en particular en
las áreas de tierras bajas, aun cuando las encomiendas siguieron concediéndose
hasta principios del siglo XVIII. Mermado como estaba, el trabajo indígena
desempeñó un papel decisivo que por lo general se pasa por alto. Los indígenas
proveían y mantenían la mayor parte de la infraestructura social de caminos,
puentes, casetas camineras y obras públicas, incluso en los valles más bajos.
Los dueños de esclavos se mostraban totalmente renuentes que sus preciosas
“piezas” sirvieran gratuitamente en obras públicas. Además, en muchos lugares
se hacían esfuerzos constantes para establecer y apoyar una división étnica del
trabajo según la cual los indígenas proporcionarían cultivos alimentarios para
las cuadrillas de esclavos mineros, permitiendo así que los dueños de esclavos
sacaran el provecho máximo de su fuera de trabajo comprada, a costa del Estado,
por así decirlo. Con la disminución constante de la población indígena y la
tendencia asociada a expulsarlos de sus tierras comunales para introducirlos al
peonaje por deudas, se perdió esta conveniente reserva de trabajo mantenido por
el Estado, con muchas consecuencias negativas para el sistema de transporte y el
abastecimiento de alimentos básicos.
Con la transferencia de la producción de oro a compañías extranjeras de capitales
intensivos, como consecuencia de la abolición gradual de la esclavitud que se
inició a principios del siglo XIX, la economía colombiana sufrió una reorientación
radical hacia la exportación de cultivos tropicales como el tabaco, la quinina
y el añil de los valles bajos y las selvas húmedas. Esta posibilidad la crearon
los incipientes mercados europeos y los costos en gran medida reducidos del
transporte oceánico que se presentaron más o menos en esa época. Esto aceleró
considerablemente el proceso de regionalización del país, convirtiéndolo en una
serie de quasi-satélites, apuntando cada región a la salida costera más próxima y
manteniendo relaciones más estrechas con el exterior entre sí.
Este estado de cosas se afirmó –si no es que se acentuó– con los ferrocarriles,
que se construyeron para el transporte del café a fines del siglo XIX y principios
del siglo XX. Esta fase del desarrollo comercial de las tierras bajas también resultó
afectada de manera aguda por la falta de trabajadores. El tabaco, por ejemplo,
687
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el cultivo más importante del valle del Magdalena a mediados del siglo XIX,
dependía en gran medida de los migrantes indígenas obligados a abandonar
sus tierras comunales enajenadas de las partes altas del este para que trabajaran
como aparceros, agricultores arrendatarios y jornaleros. Su impotencia durante el
periodo del monopolio gubernamental de este cultivo se mantuvo sin cambios
cuando pasó a manos particulares, junto con estrictas leyes contra la vagancia
que de hecho permitían a los terratenientes reducir a la calidad de siervos al
aterrorizado proletariado rural.
El café, que se convirtió en el sostén de la economía nacional desde el final del
siglo XIX en adelante, le debió tanto (si no es que más) a los pequeños propietarios
campesinos, mestizos y libres de las pendientes montañosas templadas como a las
plantaciones trabajadas por peones. Donde había peones, como a lo largo de las
pendientes occidentales de la cordillera Oriental, pudieron ejercer una poderosa
influencia política cuando las circunstancias nacionales eran favorables.
Detrás de estos modelos de trabajo forzado en el fondo de los valles y de los
pequeños propietarios libres de las pendientes montañosas se encuentra el hecho
de que el trabajo era tan excesivamente escaso como abundantes las tierras. La
inclinación del campesinado, si se le daba la menor oportunidad, se dirigía a
la producción independiente en parcelas autosuficientes, de preferencia en las
pendientes donde la marcada diversidad ecológica debida a las variaciones de
la altitud le permitía practicar dentro de una extensión reducida una agricultura
equilibrada de siembras mixtas de maíz, plátano, frijol y caña de azúcar, así
como el cultivo estrictamente comercial del café. La sensibilidad de la relación
de la producción de subsistencia con la producción comercial, factor decisivo al
determinar la independencia del campesinado, llegó a identificarse con absoluta
claridad, como lo atestigua el aforismo tan popular en Antioquia: “el maíz
comprado no engorda”.
El valle del Cauca
El valle del Cauca, que se encuentra mucho más aislado del exterior que el de
Magdalena y al que se circunscribirá ahora la presente discusión, sufrió un eclipse
virtual durante el siglo XIX como resultado del nuevo sistema internacional en el
que ingresó Colombia. Este valle aluvial de extrema fertilidad, que se extiende
unos 200 kilómetros de norte a sur y tiene 15 kilómetros de ancho, está rodeado
por dos de las tres cadenas de los Andes que dividen en centro de Colombia
en escarpadas fajas longitudinales. El río que lo drena –el Cauca– no tiene
curso libre al mar y la cadena occidental o cordillera de los Andes lo mantuvo
virtualmente cercado hasta 1914.
688
M i c h a e l Ta u s s i g
Mapa 22
689
E v o l u c i ó n d e l t r a b a j o a s a l a r i a d o r u r a l e n e l Va l l e d e l C a u c a , C o l o m b i a , 1 7 0 0 - 1 9 7 0
Este valle fue el centro y granero de la élite esclavista que rigió en la mayor parte
del oeste de Colombia hasta bien entrado el siglo XIX. En el siglo XVIII un reducido
número de familias que se casaban entre sí tenía más de 1.000 esclavos cada una,
empleados en las plantaciones del valle y en minas situadas ahí mismo o al otro lado
de la cordillera Occidental, en las selvas húmedas de la costa del Pacífico. El ascenso
del régimen esclavista en el siglo XVII, posterior a la extraordinaria declinación de
la población indígena, significó cambios importantes en la naturaleza de la sociedad.
A los esclavos no sólo se les encerró en otra “casta”, dejando intacta la estructura
colonial; la esclavitud significó el surgimiento de un sector privado dentro de la
economía colonial mercantilista. La compra y venta de trabajo le confirió una gran
importancia –además de impulsarla– a la clase mercantilista como el único grupo en
posición estratégica para movilizar capital líquido y para mantener la trama comercial
necesaria en las importaciones continuas de cargamentos humanos. Esta aristocracia
comercial se fusionó con los descendientes de los conquistadores para controlar un
complejo gigantesco de operaciones ganaderas y mineras, junto con una intrincada
red de comercio y créditos regionales e interregionales que hilvanaba vastas áreas
de pobladores dispersos y ciudades extensas. Sus minas no sólo producían oro sino
que servían de mercados de consumidores cautivos para el tasajo, los géneros de
algodón producidos por los indígenas, tabaco, productos azucareros y aguardiente, la
mayoría de los cuales provenían de sus posesiones en el valle y los cuales compraban
los esclavos legal o ilegalmente, con las ganancias particulares de las ocasionales
actividades libres en las minas que sus dueños encontraron necesario permitirles.
La distribución abundante y generalizada de los depósitos de oro estimuló la
formación de una clase de pequeños propietarios de esclavos que, por carecer de
los brazos suficientes para explotar vetas, concentraban sus cuadrillas pequeñas
de veinte o más esclavos en las orillas de los ríos para que lavaran la arena
en busca de oro. La precipitación pluvial de esta zona es en extremo intensa
durante todo el año –con un máximo doble– y, por consiguiente, se perdían o
se retrasaban tres o cuatro meses de producción cada año a causa de los ríos
crecidos o desbordados. Al no contar con los recursos complementarios y diversos
de los grandes propietarios de esclavos, a pesar de que también basaban su
economía en una gran inversión de capital en esclavos, los pequeños propietarios
con frecuencia se veían orillados al incurrir en deudas usurarias o a caer en
quiebra, lo cual fortalecía aún más la posición de los clanes que regían.
La hacienda esclavista
Uno de estos clanes era la familia Arboleda, la cual llegó a predominar mediante
el sistema esclavista a principios XVII, al cambiar sus cuadrillas de la región de
Anserma en el norte del valle a causa de las incursiones de indígenas. La familia
se estableció en Popayán, la capital de la región, y puso a trabajar a los esclavos
en el área de Caloto donde abundaba el oro sobre el extremo sur del fondo del
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valle. Esta se convirtió pronto en la fuente de oro trabajada más rica del valle y
fue el impulsor principal de la economía de la provincia durante todo el siglo XVII
y parte del siglo XVIII. Los Arboleda forjaron lazos de parentesco con la clase
mercantilista en ascenso, intensificaron sus operaciones mineras en Caloto como
parte del asentamiento minero de Santa María y en 1688 compraron una gran
hacienda vecina, La Bolsa. Además de todo lo anterior, fueron de los primeros
en extender la minería a la costa del Pacífico, a finales del siglo XVII. En 1777,
aprovechándose de sus estrechas relaciones con la Iglesia y de la expulsión de
los jesuitas de la colonia, compraron por 70.000 pesos una hacienda más, que
había pertenecido a esta orden religiosa, en la región de Caloto. Esta era Japio,
decenas de miles de hectáreas de tierras planas y en pendiente, usadas para
cultivar caña de azúcar y para la cría de ganado con trabajo de esclavos. De este
modo fusionaron las ricas minas y los lavaderos de oro de Santa María con las
haciendas azucareras y ganaderas de La Bolsa y Japio.
Por lo general los dueños eran ausentistas, prefiriendo vivir en el clima templado
y más confortable de la capital de la región, Popayán (70 kilómetros al sur del
extremo del valle), que era el centro del poder estatal, asiento de la fundición
real y el lugar desde donde se coordinaba el comercio con Bogotá, Quito y
la costa del Caribe. La administración cotidiana de sus posesiones la dejaban a
administradores residentes, quienes recibían abundantes instrucciones por escrito
y a quienes se les concedía del 5 al 10 % de la producción.
Una de estas series de instrucciones al administrador minero de Santa María
(donde para 1820 los Arboleda tenían más de 250 esclavos), en 1753, disponía
un sueldo del 10 % del oro extraído, algunos alimentos básicos y tres sirvientes
negros. Una tercera parte de las instrucciones trataban de manera minuciosa los
detalles –y la necesidad– de la instrucción religiosa. A los niños debía enseñárseles
a rezar todas las mañanas y a los adolescentes todas las noches, mientras que a los
adultos debía instruírseles en el culto cristiano dos veces a la semana y en todos
los días de guardas, además de rezar y cantar todas las tardes. Debía tenerse gran
cuidado con los esclavos enfermos y si no había medicinas, tenían que comprarse
por cuenta de la mina. En caso de una muerte inminente, debía avisársele a un
sacerdote para que pudiera administrarle la confesión y los últimos sacramentos.
Además, debería contarse con un “negro racional”, que sabía ayudar a bien morir.
Cuando no era posible encontrar un sacerdote, el administrador debía sustituirlo
lo mejor que pudiera y debía reunir a todos los esclavos de la enfermería para que
rezaran y encomendaran al moribundo a la gracia de Dios.
Un sacerdote debía bautizar a los recién nacidos y era necesario cuidar que las
madres no ahogaran a sus niños, como sucedió en varias ocasiones. A las madres
debía dárseles tres meses de asueto, una ración adicional de ropa y una dieta
nutritiva especial durante los primeros cuarenta días (costumbre que se practica
todavía hoy cuando hay estos alimentos).
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A pesar del acento que se pone en este caso en la Iglesia, el papel del cristianismo
formal en la Colonia en su totalidad y entre el segmento afro-americano en particular,
fue más indirecto de lo que podía indicar el sistema de organización manifiesto.
Su función ideológica era servir de núcleo alrededor del cual se encontrarían y
condensarían el misticismo popular y la doctrina oficial. Las categorías básicas de
lo sagrado y lo sobrenatural se hallaban arraigadas en el misticismo de la vida
cotidiana, mezclándose las creencias populares del catolicismo medieval con las
cosmologías de negros e indígenas. La iglesia per se no fue sino un momento
aislado en este campo de fuerzas y con frecuencia su organización era débil y
corrupta (Ferguson 1939: 217; Lea 1908:462-516; Sandoval 1956).
El domingo el administrador en persona debía dar a cada esclavo su ración semanal,
que consistía en un quinto de bushel (7 ¼ litros, aproximadamente) de maíz, dos
docenas de plátanos y 12 ½ libras (5 ½ kg aproximadamente) de carne (cantidad que
el colombiano común de la clase baja hoy sería afortunado si la consiguiera cada
dos meses). Una vez al mes se añadía media libra (1/4 de kg, aproximadamente) de
sal. Todo esto solo era válido para los trabajadores adultos: los niños y quienes no
trabajaban recibían la mitad de estas cantidades. Los esclavos “capitanes” recibían
una libra (1/2 kg, aproximadamente) de sal y el mayordomo blanco, dos libras (1
kg, aproximadamente). Estas raciones exceden de manera considerable a las que se
registran en otras regiones mineras fuera del valle (Sharp 1970: 276).
Se requería de una vigilancia especial contra los ladrones tanto de los alimentos
como de oro. Las zonas mineras debían patrullarse los días de fiesta y había que
apostar una guardia especial siempre que se abrían vetas nuevas. Eran indispensables
las patrullas nocturnas y siempre se imponía un toque de queda después de las
oraciones de la tarde, cuando los esclavos deberían de retirarse a sus chozas y se
cerraban las puertas del campamento hasta la mañana siguiente. Ningún esclavo
podía abandonar las áreas habituales sin un permiso especial, incluso en los días de
fiesta, y se les sancionaba por beber aguardiente. Estaban, en vigor y se aplicaban
restricciones rígidas contra los comerciantes ambulantes que intentaban vender
aguardiente y a ningún esclavo se le permitía visitar los poblados próximos debido
a “los pecados que lo tendrán”. El castigo más severo que podía infligirse eran 25
latigazos, los cuales tenían que espaciarse en algo así como tres, seis o nueve diarios
hasta completarlos, “siempre con claridad porque cualquier exceso es malo”.
En lo que toca a las haciendas,3 los registros de los que disponemos empiezan en
1774 con Japio, tres años antes de que pasara a formar parte del imperio Arboleda
3
La diferencia propuesta por Eric R. Wolf y Sidney Mintz entre hacienda y plantación (1970)
no la observaron los habitantes del Valle del Cauca en esta época ni en cualquier otra
y, por tanto, el autor tendió a seguir la práctica local al usar el término “hacienda”, con
excepción de los complejos trapiche-plantación de azúcar del siglo XX, a los que llamamos
“plantaciones”, según figuran con toda claridad en la definición de estos autores de las
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y cuando se encontraba bajo supervisión gubernamental después de haberla
confiscado a los jesuitas. Su hacienda hermana, Llanogrande, situada muy al norte
y parte también del dominio jesuita, producía utilidades anuales por la venta de
ganado a mercados tan apartados como Quito, de 4.500 a 9.000 pesos a mediados
del siglo XVIII cuando tenía unos noventa esclavos (Colmenares 1969: 124).4 En
1774 Japio tenía 127 esclavos –con mucho el rubro más costoso de su inventario–
que proveían todo el trabajo manual. Estos esclavos se usaban principalmente en
el cultivo de sus 22 hectáreas de caña de azúcar y en la molienda de la caña para
producir miel. Las condiciones climáticas peculiares y en extremo favorables de
este valle son tales que la caña de azúcar, que requiere de quince a dieciocho
meses para madurar, puede sembrarse y cosecharse todo el año. De aquí que no
haya zafra, como en la mayoría de estas áreas productoras de azúcar; la mano
de obra puede usarse de manera uniforme a lo largo de todo el año y, por tanto,
existe la posibilidad de evitar los problemas sociales de una numerosa fuerza
de trabajo desempleada durante la estación muerta. El estado de los cañaverales
de Japio indicaba que el sistema de siembra y cosecha se hallaba en operación
durante todo el año; en la época en que se levantó el inventario de 1774, 8
hectáreas estaban listas para cosecharse, 4 tenían tres cuartas partes de madurez,
4 se encontraban en la etapa de seis meses, 3 estaban brotando y 1 se acababa
de sembrar. Había un trapiche de madera de dos piezas para la molienda de la
caña, junto con un horno pequeño y pesadas pailas de bronce para espesar la
miel, así como los moldes cónicos invertidos para preparar azúcar morena. Solo
se enlistaban 24 pailas ligeras y cuatro machetes entre los implementos, numero
sorprendentemente reducido pero que se confirma en registros posteriores.5 Había
unas dos mil cabezas de ganado, casi cien bueyes para arar, mulas para transportar
la caña y leña para el trapiche, cuarenta caballos para accionar el trapiche, y
suficientes siembras de maíz y plátano como para hacer autosuficiente a la
hacienda. Además, los esclavos tenían sus propios terrenos de aprovisionamiento,
los cuales se consideraban indispensables, pues de lo contrario los costos de
mantenimiento habrían sido excesivos.
De los 127 esclavos sólo cincuenta eran explotables, incluidos hombres, mujeres
y niños de más de doce años de edad. Se mataban algo así como 200 novillos
anuales en intervalos semanales para abastecer la ración de carne, cuero y sebo de
la hacienda, si bien en frecuentes ocasiones todavía tenían que comprarse de 25 a
50 libras (de 11 a 23 kilogramos, aproximadamente) de carne en el pueblo vecino
de Quilichao distante unos 8 kilómetros. El sebo era esencial para engrasar las
4
5
empresas agrícolas a gran escala y orientadas hacia las utilidades con capital abundante y
una fuerza de trabajo dependiente.
Hasta 1880 el peso colombiano de plata estaba a la par del dólar estadounidense.
Todos los utensilios de metal los hacían herreros locales con hierro importado; situación
que difería bastante de la que prevaleció en la segunda mitad del siglo XIX, cuando hasta
los machetes se importaban en Londres.
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partes móviles del trapiche y para fabricar jabón y velas, una buena proporción de
las cuales se destinaba a la capilla de la hacienda, donde se mantenían ardiendo
todas las noches.6 El cuero era esencial para los arneses, las camas y las talegas.7
Sólo los esclavos con privilegios especiales recibían sebo y cuero; cada esclavo
adulto consumía 10 libras (4 ½ kg, aproximadamente) de tabaco al año.
De este modo, la hacienda era en esencia una unidad integral. Era también su
propio centro ceremonial, que contenía su capilla propia, como sucedía en todas
las haciendas del valle. Además, era a la vez el centro de la parroquia de Nuestra
Señora de Loreto (así como el asentamiento minero vecino de Santa María era
también un centro parroquial). La meticulosa lista de los ornamentos religiosos
ocupa varias páginas. La capilla era de ladrillo y teja, en contraste con las demás
construcciones de adobe y tejado de paja. El orgullo del lugar se debía a la
figura de Nuestra Señora de Loreto, rematada con una corona de plata y con
el Niño Dios en sus brazos, también coronado. Su cintilante vestuario incluía
fustanes de seda glaseada, dos gargantillas de oro y una de coral, un broche con
29 esmeraldas, brazaletes de coral y otras joyas. Ricos brocados y otros santos
enjoyados completaban el magnífico espectáculo, que era presidido por un
sacerdote visitante con un estipendio de 50 pesos anuales. La capilla y los ornatos
ascendían al 15 % del valor total de la hacienda.
Salvo por un incremento en la cantidad de ganado y por un ligero descenso en
el número de esclavos, la hacienda era casi igual cuando los Arboleda tomaron
posesión tres años más tarde. Pero llegó a adquirir una significación mucho mayor,
ya que entonces asumió un papel directo en la alimentación de las minas. Para
1789 el costo del mantenimiento anual de la hacienda ascendía a 744 pesos (en
comparación con los 600 pesos de mediados de los años 1770) y el dinero que
recibía por la venta de productos agrícolas era de por lo menos 2.344 pesos. Esto
le producía una utilidad anual de 1.600 pesos, que representaba un miserable 2 %
de su inversión original pero que no dejaba de ser razonable cuando se compara
con las tasas de interés de la Colonia, que siempre fueron muy bajas.
En lo que a las minas se refiere, no hay informes disponibles. Sin embargo, es
posible estimar una utilidad mínima de 160 pesos por esclavo por año.8 Puesto
6
7
8
En esa época el consumo anual de sebo era de 310 kilogramos: 90 para engrasar el trapiche,
190 para velas de uso general y 30 kilogramos para las velas de la gran fiesta de mayo.
De las 200 pieles anuales, con la mitad se hacían arneses para el tiro de arados, caña y madera,
una tercera parte se usaba para construir camas para los enfermos y las esclavas que iban a dar
a luz; se usaban doce para zurrones de cuero y diez se vendían por 176 de peso la pieza.
Estas cifras no dejan margen para el costo de la compra de esclavos. Los precios promedio
eran de cerca de 400 pesos por un esclavo adulto y de 300 pesos por una mujer en la
mayor parte del periodo, los cuales declinaron considerablemente hacia el final del siglo
XVIII cuando la Corona tuvo que instituir una política de préstamos de capital a los
mineros, los cuales se pagaban con mucho retraso. Ver Vargas (1944) el autor colombiano
694
M i c h a e l Ta u s s i g
que en 1819 los Arboleda tenían a 204 esclavos adultos trabajando en las minas
de la zona de Caloto en Santa María, su ingreso anual de esta actividad tan solo
en este lugar debe haberse encontrado en el rango de 25.000 a 30.000 pesos y
probablemente del doble, cuando menos, si se incluyen las minas costeras. Esta
era una cifra colosal para la época, que dependía por completo de los esclavos y
de las intrincadas combinaciones en las que se les explotaba. Considerando que
el fundador de la familia, Jacinto de Arboleda, dejó en su testamento en 1695 un
total de 26.512 pesos, incluyendo solo 47 esclavos ( Jaramillo 1968: 22), y que para
1830 Sergio y Julio Arboleda tenían unos 1.400 esclavos, con ganancias del orden
anterior, es posible ver qué clase de progreso se había hecho.
Pero estas cifras y otras semejantes, aun cuando son útiles hasta cierto punto y en
extremo difíciles de obtener, necesitan situarse en contexto antes de emprender
una interpretación de ellas que tenga sentido. En primer término, una proporción
sustancial de la producción nunca se cambió por dinero en efectivo sino que fue
directo a las minas. Lo que es más importante, debe considerarse la estructura global
de las instituciones económicas de la época. No existían los bancos; el abastecimiento
de capital era reducido fuera de las órdenes religiosas. El mercado libre, según
llegó a entenderse en la Europa del siglo XIX, estaba escasamente desarrollado.
En su lugar existían pequeños mercados locales (atribuibles tanto a compromisos
tradicionales y sociales como a la especulación con artículos de primera necesidad)
y un comercio a larga distancia que dependía en gran medida de la confianza y
las relaciones personales. Envolvía a todos estos factores un elaborado sistema de
controles estatales –impuestos, contratos monopólicos y disposiciones para fijar
precios y salarios– destinados a preservar una estructura social de castas jerárquicas,
cada una con una posición legal diferente, con una endogamia virtual, con reglas
de residencia y con una especialización de tareas. Esta situación distaba mucho de
la “economía libre” y de la sociedad de “iguales” con la que se asociaba la sociedad
de mercado capitalista; por consiguiente, las implicaciones sociales de los índices
económicos y de los factores materiales tienen que interpretarse en una forma para
la que la doctrina económica clásica y marginalista deja poco espacio, si lo hay.
Recíprocamente, la economía en sí misma debe verse como un aspecto de estas
relaciones sociales y no como un subsistema autónomo que tendía a predominar
sobre los demás niveles de la sociedad. Esto parecería ser válido no sólo para el
periodo colonial sino también, en gran medida, para la mayor parte del siglo XIX,
cuando, a pesar del ascenso de la ideología liberal y de las formaciones de clase
en lugar de las rígidas castas, la estructura económica del valle siguió basándose
fundamentalmente en actividades de subsistencia.
del siglo XVIII, y Sharp (1970). Ambos proponen una ganancia anual de 160 pesos por
esclavo, aun cuando Sharp indica la variabilidad extrema de estas ganancias.
695
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¿Qué sucedía con la estructura social esclavista? Por lo menos en lo que a las
haciendas se refiere, si no es que para los asentamientos mineros también, la
tasa de natalidad excedía con mucho a la de mortalidad en el último cuarto del
siglo XVIII. Los datos son imprecisos, pero se sugería una tasa de natalidad del
orden de 42 por millar y una tasa de mortalidad tan baja como 25 por millar.
Probablemente esto sea una exageración de la realidad, más indica una tasa de
crecimiento demográfico sustancial en esta época, con todas las implicaciones
que tenía para la vitalidad del sistema esclavista y para la reducida necesidad de
nuevas adquisiciones (Sharp 1970: 265).9
El matrimonio por la Iglesia y los nacimientos legítimos eran la norma, siendo los
negros iguales a los blancos a este respecto. La relación numérica entre hombres y
mujeres era aproximadamente de uno a uno, aun cuando los hombres se casaban
después que las mujeres y al parecer tenían una esperanza de vida más corta. En
las haciendas casi la totalidad de la población se acomodaba en chozas separadas
siguiendo una forma familiar por completo nuclear en 1767, pero para el final
del siglo la familia despojada de su núcleo y encabezada por la mujer constituía
de una quinta a una cuarta parte de la población. Para 1819 la “matrifocalidad”
era un rasgo característico de las minas, representando los hogares encabezados
por mujeres una tercera parte de la población, debido a la edad posterior en
que se casaban los hombres y a una preponderancia (del 14 %) de las mujeres
adultas sobre los hombres adultos. Podría considerarse que lo anterior confirma la
afirmación común de que la vida era mucho más difícil en las minas, pero también
podría deberse a los efectos perturbadores de las Guerras de Independencia.
La tendencia a subrayar la descendencia matrilineal sobre la patrilineal era evidente
en las cuestiones administrativas, ya que el Estado consideraba más confiable y
seguro el binomio madre-hijo que los vínculos paternos, un principio que el
Estado usó en contra de indígenas y negros (Arboleda 1948: 69). En 1821, la ley
de nacimiento libre por la que todos los vástagos de esclavos nacidos después
de esa fecha estaban formalmente libres a pesar de que tenían que servir a los
amos de sus madres hasta los dieciocho años de edad, era un reflejo doble de esta
tendencia por parte del Estado y de la sociedad en su totalidad para estimular el
principio matrilineal entre los esclavos y las castas inferiores.
Sin embargo, al mismo tiempo los administradores y dueños manifestaban una
preocupación común por la “licencia” y las uniones consensuales reprimidas.
Los esclavos en unión libre se vendían preferencialmente sobre los que llevaban
un matrimonio legal. Desde el punto de vista del amo, había muy poco que
distinguiera la condición formal de los esclavos, además de uno o quizás dos
“capitanes” de más de cien esclavos.
9
Este también parece haber sido el caso en la costa del Pacífico en esta época.
696
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Una influencia sin lugar a dudas poderosa en el área provino del cultivo ilegal
de tabaco de contrabando por parte de campesinos negros “libres”, fuera por
emancipación legal o por ser prófugos. Ubicados a lo largo del río Palo en la
periferia norte de la hacienda de los Arboleda –en la zona que en la actualidad
corresponde aproximadamente al municipio de Puerto Tejada–, estos negros
cultivaban grandes cantidades de tabaco de primera calidad desde el último
cuarto del siglo XVIII. “Viviendo apartados de las convenciones sociales y de las
medidas legales de la época”, estos individuos producían cerca de una doceava
parte de la cosecha total del valle, cuando menos hasta 1850 (Harrison 1951:
39-40, 134). La mayor parte del tabaco se cultivaba de manera clandestina. Los
precios de venta eran más altos y la policía raras veces se atrevía a entrar en la
zona que incluía un “palenque” bien definido de esclavos prófugos. Esta actividad
se asociaba con el crecimiento de bandas armadas de contrabandistas que se
hallaban en perpetua lucha con el Estado.
De este modo, existió un gran número de campesinos negros “fuera de la ley”
dedicados a la siembra de cultivos comerciales justo en el borde de la hacienda
esclavista de los Arboleda, durante el último medio siglo de esclavitud, los cuales
constituyeron una especie de “república” interna o de Estado dentro del Estado,
aislado del resto de la sociedad salvo por las transferencias ilegales de dinero en
efectivo y tabaco de las que dependía en gran medida su autonomía.
La presencia de un grupo tan numeroso de campesinos negros que eran libres
de facto, poderosos y militantes, fue sin lugar a dudas de gran importancia para
conformar los sucesos después de la abolición, al conferir a todos los negros cierta
influencia política en su conflicto con los grandes terratenientes.
Sin embargo, el cuadro general de la hacienda esclavista era el de una
organización social “hermética” y controlada, por lo menos en lo que al
exterior se refiere, y el cual solo empezó a fragmentare a principios del siglo
XIX, cuando aumentaron las presiones políticas de la abolición y cuando se
reclutó a los esclavos varones para luchar en las Guerras de Independencia.
El propio Bolívar era un firme partidario de esto último, sobre todo con base
en que si los negros no peleaban y morían, entonces una mayoría negra que
gozaría de los frutos de la libertad ganada a costa de víctimas blancas pondría
en peligro el futuro de la sociedad (Bierck 1953: 365-386).
En cuanto a la relación política entre el amo y los esclavos, al parecer los Arboleda
no tuvieron problemas serios hasta ocho años antes de la abolición. La colonia se
había constituido sobre las guerras, la esclavitud y las rebeliones continuas. En el
oeste de Colombia indígenas como los Pijao y muchos grupos menores prefirieron
luchar y morir, y los primeros experimentos con esclavos africanos apenas tuvieron
un poco más de éxito (Arroyo 1955:96). Las rebeliones y las fugas de esclavos
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fueron comunes en el siglo XVI y reaparecieron a fines del siglo XVIII como factor
social principal junto con el creciente desasosiego de los negros libres y una ola
de descontento general en la Colonia en su totalidad. En el valle, las parcelas
estaban abiertas a las sublevaciones regionales, algunas de las cuales incluyeron
alianzas con los indígenas y hay quien propone que las sociedades negras secretas
o “cabildos” de esclavos, bastante comunes en la costa Caribe, existieron incluso en
algunas de las haciendas del valle del Cauca ( Jaramillo 1968: 68-71).
Aun cuando la zona de Caloto parece haberse hallado libre de tales disturbios,
en 1761 se registró un pequeño levantamiento, en el que fueron asesinados el
dueño de una mina y su hijo por una cuadrilla que se rebeló, la cual pronto
fue aprehendida por el alcalde local y treinta hombres bien armados (Arboleda
1956: 306-307). En 1843, esclavos de Japio y La Bolsa se unieron al ejército
rebelde del general Obando, el cual recorría el occidente de Colombia con
la promesa de la abolición general y el cual saqueó estas dos haciendas. La
recompensa por su participación fue generar tal cólera, temor y cálculos como
objetos de negocio por parte de sus amos –quienes captaron con toda claridad
el mensaje escrito en un muro– que 99 esclavos adultos y 113 niños fueron
vendidos por 31.410 pesos en Perú, donde la esclavitud todavía era segura y
tenía una demanda alta (León et al 1967: 447-459).
Cualquiera que sea la paz relativa de la que los Arboleda parezcan haber
disfrutado durante la mayor parte de la era esclavista, los recuerdos legados por
esa experiencia aun indican un rencor no perdonado. Los negros nativos de la
región afirman generalmente que los muros interiores de las haciendas que todavía
existen están manchados con la sangre de los esclavos torturados y flagelados que
ninguna cantidad de cal puede tapar por mucho tiempo, y en la noche del Viernes
Santo la gente dice oír el golpear de los cascos de una mula que lleva al último
dueño de esclavos, que busca interminablemente la absolución de sus pecados.
Emancipación, Laissez Faire y desarticulación regional
Los Arboleda, de consuno con todos los grandes propietarios de esclavos,
impugnaron las leyes de emancipación del siglo XIX y se opusieron a la abolición
con una guerra civil fallida en 1851. Sin embargo, la presteza con que tomaron
las riendas de la libertad y enjaezaron a los negros libertos a sus trapiches y
campos fue poco menos que asombrosa, en especial dada la resistencia de
sus antiguos esclavos y sus posibilidades de apoyarla. El éxito relativo de los
Arboleda a este respecto, así como de su inmunidad a las sublevaciones de
esclavos en comparación con el resto de la Colonia, debe haberse debido en
buena medida al tamaño y la densidad de sus posesiones y a su ubicación
geográfica entre dos ciudades principales bien comunicadas, Cali y Popayán.
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La región se encontraba densamente poblada en relación con la mayoría de
las demás partes del país y la ayuda estatal estaba más a la mano. Además,
los Arboleda habían preparado planes contingentes para la abolición general;
política que estimuló de manera inconsciente la vacilación y la lentitud del
Gobierno nacional. Para la época de la abolición en 1851, la Hacienda Japio,
y su subdivisión Quintero, se habían preparado para la transición mediante la
institucionalización de una nueva categoría de trabajadores, los “concertados”:
negros que, a cambio de una pequeña parcela de unas cuantas hectáreas,
trabajaban cierto número de días en la hacienda. Justo antes de la abolición, se
había colocado en esta posición al 40 % de los esclavos adultos. El predicamento
general que enfrentaban los grandes terratenientes lo formuló un dueño de
esclavos vecino. Joaquín Mosquera, quien en 1852 escribió:
Hasta ahora la abolición general no ha producido ninguna conmoción
seria; pero veo dificultades alarmantes debido a que los agitadores han
estado aconsejando a los negros que no hagan contratos de trabajo con
sus antiguos amos ni dejen sus tierras, sino que tomen posesión de ellas.
Me he enterado de que el Señor Arboleda ha ofrecido 3 reales diarios
para que continúen trabajando en sus haciendas de caña de azúcar, pero
nadie ha aceptado su generosa oferta.
Tres meses más tarde agregó que acababa de hacer un recorrido de inspección
por sus minas en la zona de Caloto, las cuales, debido a la abolición, parecían
un pueblo destruido por un terremoto. Pasó dos semanas negociando con los
ex esclavos para que reconstruyeran las minas, la mayoría de las cuales rentó
“a precios viles” a comerciantes blancos y a los negros locales, quienes le
pagaban hasta un peso mensual. Las chozas y los platanales se dividieron entre
los ex esclavos, por familias, y se distribuyeron gratuitamente. Los pastizales
se rentaron a razón de 2 reales por cabeza de ganado. Los negros, escribió,
son ahora los dueños de mis propiedades, dejándome solo una especie de
dominio, que apenas me da una quinta parte de mis ingresos anteriores
(Posada y Restrepo 1933: 83-85).
En 1853 los Arboleda introdujeron un refinamiento en el sistema de “concertaje”
en un intento por conservar a los trabajadores y para ampliar la producción sin
recurrir a la política de producción con arrendatarios por la que optó Joaquín
Mosquera. Se repartieron trescientas treinta hectáreas de selva virgen entre la
mayoría de los ex esclavos de Quintero, a quienes se proveyó también de “pan,
ropa y un techo”. Las posesiones constaban de dos partes: una para el lugar de la
villa y la otra para cultivo, tanto para ellos mismos como para las siembras de la
hacienda. Su tarea consistía en desmontar la selva y pagar sus rentas, conocidas
como “terrajes”, con cinco a diez días de trabajo para la hacienda cada mes, la cual
junto con Japio tenía 50 hectáreas de caña de azúcar, 20 hectáreas de platanales y
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21 hectáreas de cacao. Los dueños intentaron controlar de manera estrecha todas
las actividades. Las reuniones públicas estaban restringidas y se vigilaba incluso
el trabajo en las parcelas particulares. Al carecer de otros medios de coerción,
los dueños desarrollaron un sistema de patronato con el que se acentuaba y
formalizaba una jerarquía con gradaciones finas de diferencias latentes de
posición. Sin embargo, aun cuando los dueños se anotaron numerosos éxitos,
su hegemonía quedó lejos de permanecer intacta. Años más tarde, al ver este
periodo de transición en retrospectiva, el dueño escribió que reinaba la anarquía
y que era tan grande el horror que penetraba esos montes que nadie se atrevía
a entrar en ellos solicitando un terraje. Se contrató sin éxito a un administrador
para que implantara la moralidad, y un belicoso vecino se ofreció como voluntario
para hacer de policía en la región a cambio de rentas monetarias (las cuales eran
infinitamente menores que el equivalente en efectivo de las cuotas de trabajo);
pero fue asesinado en el intento.
La resistencia de los negros se reforzó de manera importante con las frecuentes
convulsiones políticas nacionales que desgarraban al país, en ninguna parte con
mayor intensidad que en el valle del Cauca. Esta región se encontraba tajantemente
dividida entre élites rivales que se arrebataban el poder estatal. Se hallaba afectada
más que ninguna otra región del país por la presencia de clase de los nuevos
pequeños propietarios rurales, impregnados de los antagonismos de siglos de
esclavitud y acosados ahora por las rivalidades políticas de los blancos y por
las presiones de una economía tambaleante. En este proceso de contracción
económica los terratenientes se esforzaron por comercializar sus posesiones y por
recuperar su posición anterior; una esperanza tan prematura como desesperada,
dados el aislamiento del valle de los nuevos mercados y los nuevos medios para
obtener dinero de la tierra.
Conforme la república ingresaba en la palestra del comercio libre, el liberalismo
y las exportaciones tropicales, las regiones se desarticulaban ente sí y se
contrata el comercio interregional. El dueño de Japio hacía notar entre 1857
que la economía del país y en particular la de la región del Cauca, estaba en
graves apuros y, en su opinión, en condiciones bastante peores que en el siglo
XVIII. Todo estaba en ruinas: los edificios públicos, los puentes, las iglesias
y las casas particulares. El campo se encontraba cubierto con los restos de
haciendas agotadas y entonces era imposible encontrar a los obreros que las
reconstruyeran. Y si uno mira las montañas que rodean el valle, los caminos
están por completo abandonados, cubiertos por la selva y habitados por reptiles,
mudos pero elocuentes testigos de la decadencia del comercio interno (Arboleda
1972: 238). Por otra parte, “si hemos perdido nuestro comercio interno, hemos
ganado un mercado exterior. Hoy las importaciones extranjeras son seis veces
las que eran antes” (Arboleda 1972: 231).
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M i c h a e l Ta u s s i g
También se desintegró el edificio cultural hilvanado por el Estado y la Iglesia
en la sociedad mercantilista inicial. Desde los primeros días de la Colonia, y en
especial desde que los jesuitas la manejaron, la hacienda había sido su propio
centro de contemplación religiosa, la gloria y la sumisión. Japio mismo era
parte oficial de la administración eclesiástica nacional, pero cuando la sociedad
más amplia se resquebrajó, lo mismo sucedió con la función integradora de su
ideología religiosa, dejando a la hacienda tan lejos de Dios como lo estaba de
los trabajadores y de los mercados extranjeros. Esto salió a la luz en las disputas
entre la Iglesia y la hacienda en 1858. El dueño se oponía al derecho de la
primera a seguir cargándole cuotas, alegando que como los esclavos eran libres
entonces y podían devengar salarios, él podía renunciar a esa responsabilidad.
Además. Afirmaba que cuando estaba vigente la esclavitud podían ganarse
algunos beneficios de la Iglesia, pero:
Hoy los demás terratenientes, como yo mismo, solo reciben perjuicios.
Los sacerdotes solo vienen a la capilla de la hacienda a celebrar las
fiestas de los santos y los negros solo asisten como pretexto para
divertirse en situaciones altamente desfavorables para la moralidad y el
trabajo agrícola. Por esto no hay peones que hagan el trabajo, aumenta
la vagancia, se multiplican las riñas con el uso liberal del aguardiente y
los asaltos, robos y otros ataques a la propiedad privada se vuelven cada
día más comunes.
La agria réplica del capellán fue más reveladora. Afirmaba que hasta la época
de la abolición los dueños obligaban a los curas de la parroquia a celebrar una
misa mensual y que se había cumplido con ese deber hasta que llegó a ser
imposible por la falta de feligreses. Los esclavos, al no contar con tiempo libre
en ese entonces, tenían que pasar los domingos trabajando en sus terrenos de
autoaprovisionamiento. Además, todos los ornamentos sagrados que pertenecían
a la capilla se depositaron en la casa del dueño. En cuanto a las fiestas de la
iglesia, estas no eran la causa de las riñas o la inmoralidad, porque eran unas
cuantas; más bien había que culpar al dueño, por insistir en vender aguardiente
sin escrúpulos a quien quisiera en tanto recibiera dinero. Concluía dejando
constancia de una era perdida cuando el hombre y la naturaleza se consideraban
parte del mismo cosmos inalienable y no como simples mercancías para el
mercado: “Desde nuestro punto de vista”, escribió, “el pago de cuotas a la iglesia
recae sobre los frutos espontáneos de la tierra y sobre las personas que se
benefician de su cultivo”. Su punto de vista no fue compartido y la capilla cayó
en gran medida en desuso.
El resquebrajamiento de la sociedad local se agravó aún más por el hecho de que
los negros y los dueños de propiedades asumieron posiciones intransigentes en
lados opuestos de la cerca política formada por la división entre el partido Liberal
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y el Conservador. Fueron los Liberales los que dieron el golpe final a la esclavitud
y era a ellos a quienes los negros prestaban su apoyo ferviente.
Para fines de los años 1850, pese a la anarquía en el trabajo, la hacienda producía
cerca de 41.000 kilogramos de melaza al año, en comparación con los 1100
kilogramos de 1789 y los 35.500 de 1838. Superando con mucho la significación
de este incremento se encontraba la elaboración secundaria (y, hablando en
términos relativos, intensiva en capital) de esta materia prima en licor. Se inició en
1851 como un giro en la asignación de recursos para compensar la declinación
que acechaba del trabajo y de la producción de campo, y probablemente fuera
el factor principal que explica la viabilidad económica de la hacienda en la era
posterior a la abolición.
Otras haciendas dependían en gran medida de la agricultura de arrendatarios y
de las rentas. Al parecer este sistema fue la norma en gran parte de Colombia
durante la segunda mitad del siglo XIX, pero fue bastante más significativa, o
efectiva, en las altiplanicies densamente pobladas que en los valles. La enorme
y empobrecida Hacienda La Paila de la parte norte del valle del Cauca dependía
del pago de arrendatarios de entre 1.6 y 3.2 pesos anuales por parcelas cuyos
tamaños fluctuaban entre un cuarto de hectárea y una hectárea, así como de su
prestación de servicios en la hacienda (estas rentas monetarias anuales, similares a
las de Japio, podían pagarse con solo cinco a 35 días de trabajo asalariado). En los
años 1850, no obstante el tamaño gigantesco de La Paila, sus ingresos ascendían
a no más de los del granjero promedio estadounidense, debido a los elevados
salarios y a la escasez de trabajadores. Solo de la cría de ganado podían obtenerse
ganancias mayores. En las altiplanicies orientales tales, donde se había destruido
la tenencia comunal de los indígenas, los ingresos por rentas eran una fuente
muy importante y lucrativa de ingresos; por ejemplo, se asienta que una hacienda
obtenía en los años 1840 un ingreso anual por rentas monetarias que excedía a su
precio de compra (McGreevey 1971: 160; Scemarda 1863-1865: 324-332).
A pesar de su optimismo persistente y fuera de lugar respecto a los “terrajeros”, el
dueño de Japio encontró necesario sacar trabajo mediante un sistema de contratos
y subcontratos. Se estableció una miscelánea de contratos en efectivo, en el que
todas las categorías de arrendatarios y fuereños trabajaban junto a una aristocracia
laboral de residentes blancos. En 1857, en unas instrucciones a su administrador,
el dueño lo apremiaba para que consiguiera “peones blancos formales” del centro
de Colombia que sirvieran de fuerza de trabajo residente. Una vez probados,
debería contratárseles por tres años y dárseles un sueldo regular, una choza y una
pequeña parcela. No debería cobrárseles renta pero se esperaba que trabajaran
en la hacienda cuando fuera necesario y no podían trabajar para nadie más sin
el permiso personal del dueño. Los “terrajeros” negros tenían la obligación de
trabajar cuando se les llamara. En caso de que su trabajo no fuera satisfactorio,
702
M i c h a e l Ta u s s i g
se les lanzaba de sus parcelas y bajo ninguna circunstancia podía empleárseles
en la cosecha de cultivos alimentarios como el arroz. Esta medida le dictaba la
incapacidad para controlar los robos y el deseo de mantener a los arrendatarios
tan dependientes de la hacienda como fuera posible. A las mujeres negras se les
empleaba en la escarda y si el administrador se tomaba la molestia de consultar a
un negro de fiar, podría rebajar la tarifa salarial prevaleciente para esta tarea. Todo
el trabajo debía pagarse a destajo.
Las rentas monetarias debían recolectarse bimestralmente y a quienes no pagaran
debía privárseles de sus tierras. Era necesaria una gran atención para asegurar
que los negros no robaran leña ni dañaran los bosques, lo cual podía lograrse
pagando a informantes (“agregados honrados”) que actuaban como espías.
Los “terrajes” (rentas) en efectivo ascendían a tan solo 326 pesos al año, de unos
180 pequeños arrendatarios. El dueño se reservaba todos los derechos sobre la
leña, no pagaría por las mejoras de las tierras ni permitiría que los arrendatarios
trabajaran para nadie más en tanto se les necesitara en la hacienda. El pago de las
obligaciones laborales le incumbía a toda la familia y no solo a su cabeza. Una
fuente adicional de ingresos, que continuaba la tendencia hacia la subdivisión y
los subcontratos, era rentar grandes superficies a otros terratenientes, quienes a su
vez establecían el sistema de “terrajeros”.
Mediante la siembra de cultivos perennes como el cacao y el levantamiento de
cercas en la sabana, se intentaba cercar al campesinado levantisco. Debía elegirse
a arrendatarios particularmente confiables a fin de facilitar la recolección de las
rentas y a estos debía eximírseles de pagar o prestar servicios en la misma medida
que el resto. El administrador debía recibir, como sueldo, 6 pesos mensuales, más
el 5 % de las ventas de ladrillos y el 10 % de los “terrajes” pagaderos en efectivo.
Así, la hacienda esclavista monolítica y estrechamente centrada se reemplazó con
una serie enquistada de esferas concéntricas de autoridad con una gran variedad de
relaciones distintas, pero traslapadas, con el poder central. Los grandes arrendadores,
los peones blancos residentes, los trabajadores con rentas, los trabajadores con
contratos libres y los pequeños arrendatarios se colocaron estructuralmente de este
modo dentro de una red de rivalidades mutuas, en un intento por atarlos a la
hacienda y por sacar el mayor provecho de la insegura capacidad de control que
tenía el dueño sobre su enorme y escasamente ocupada propiedad.
Los esclavos habían constituido un poco más de la mitad del valor del inventario
toral de la hacienda. Ahora, el trabajo libre asalariado constituía la mitad de los
costos anuales de operación de la hacienda, que ascendían a cerca de 500 pesos.
Aun así, la cuenta del trabajo representaba apenas el 15 % de los 1.500 pesos
anuales de ganancias que se obtenían en esa época.
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A la hacienda le iba todavía mejor para mediados de los años 1860. Las
rentas anuales, incluidas las de pequeños terratenientes pero sin considerar
la prestación de servicios, ascendían a 1.700 pesos y las ganancias anuales,
basadas ante todo en las ventas de licor y cacao en mercados estrictamente
locales, eran de alrededor de 25.000 pesos. Sin embargo, estos ingresos no
eran regulares ni seguros ya que en varias ocasiones la hacienda fue saqueada
y confiscada durante las guerras civiles, en las que el dueño desempeñó un
papel prominente –y siempre costoso– de perdedor. Después de cada derrota y
de cada apropiación temporal de la hacienda, entraban los arrendatarios y los
colonos para extender sus posesiones a costa de la finca, solo para que se les
hiciera retroceder cuando las condiciones nacionales volvían a ser favorables
una vez más para el regreso del dueño.
Como un ejemplo de este modelo pendular, puede revisarse la situación en
1871, cuando el dueño, una vez más en posesión más o menos segura, dio
instrucciones al administrador para que levantara un censo de los colonos
y expulsara a quienes no fueran “terrajeros” de buena fe y a quienes no
estuvieran pagando sus rentas, al percatarse de que había muchos individuos
que ocupaban de manera ilegal sus tierras. Recomendaba que la expulsión se
hiciera con sumo cuidado. Antes debía presentarse una notificación, la cual, en
caso de no obedecerse, debería ser seguida por la destrucción de la casa del
colono y con la presentación de una queja por escrito ante el magistrado o el
alcalde local. No sería prudente, escribía, expulsar de una sola vez a todos los
arrendatarios con sus propios “terrajeros” existía todavía como un medio para
ocupar una mayor cantidad de tierras, para facilitar el control social y para
diluir la autoridad. Era aconsejable hacer una inspección de los arrendatarios
una o dos veces al año con un magistrado o el alcalde, a costa de la hacienda,
así como contratar a un recolector de rentas que se ocupara de las sumas
vencidas, al que se le daría del 25 a 40 % de la cantidad recolectada, según
fueran las dificultades que entraran en juego. Tenía que expulsarse a todos los
colonos de los pastizales al destruir sus habitaciones y tenía que detenerse el
desmonte de tierras para sembrar maíz por parte de los arrendatarios.
Un nuevo factor surgió de manera gradual en esta inestable situación cuando
empezó a desaparecer el agotamiento de los suelos en los cañaverales. Desde los
años 1850 solo se cosechaba una soca de caña de azúcar y para 1871 tenía que
aplicarse el fertilizante elaborado del bagazo. Al mismo tiempo que en las tierras
de la subdivisión más baja y con bosques más densos de Quintero eran bastante
más adecuadas para el cultivo de la caña, era ahí donde arrendatarios y colonos
se mostraban más reacios. Quintero exige más atención que Japio, escribía el
dueño, porque ahí todo es un desorden y ahora es común que no haya ahí ningún
respeto por la propiedad privada.
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Para la década de los 1870 las utilidades habían alcanzado un nivel muy bajo, el
cual se mantuvo hasta la desaparición de la familia y la iniciación de una nueva
era a principios del siglo XX. La infraestructura de capital se había mantenido
virtualmente sin cambios desde principios de los años 1850, con el mismo molino
de cilindros de piedra accionado por tracción animal y la misma destilería primitiva.
A pesar del notable éxito de la hacienda en comparación con la mayoría de las
fincas restantes del valle durante el mismo periodo, en última instancia corrió
la misma suerte que las demás posesiones agrarias comerciales en gran escala.
Las presiones de las guerras civiles intermitentes pero frecuentes, una fuerza de
trabajo de arrendatarios difíciles de manejar y la naturaleza restringida del mercado
crearon obstáculos insuperables para un modo de producción inadecuado que se
basaba justo en los principios opuestos de la estabilidad política apoyada por
un Estado fuerte, de latifundios, de una fuerza de trabajo numerosa, dócil y sin
tierras, y de un mercado floreciente.
El valle –que en la época colonial había formado el centro de la economía de
exportación de oro– se encontraba ahora justo al margen del mundo comercial, ya
que el mercado mundial dividía los dominios nacionales en colonias discriminadas
de manera selectiva. La clase terrateniente, en su intento por desarrollar una
agricultura de plantación, al convertir a los esclavos en trabajadores arrendatarios,
no solo tuvo que asumir los costos impresionantemente altos del transporte al otro
lado de los Andes, exacerbados por la manipulación del Estado de las alcabalas
de pasaje, sino que también tuvo que contender con la reacción política hostil
provocada de manera inevitable por sus tácticas entre su supuesta fuerza de
trabajo. Los grandes terratenientes cayeron realmente en el vicio de un periodo de
transición contradictorio entre dos modos de producción, el cual intentaron resolver
por medio de exacciones neo-feudales diluidas con elementos de trabajo libre por
contrato, medidas ambas que fueron siempre insatisfactorias. Las primeras eran
prácticamente imposibles de mantener, ya que abundaba la tierra y la cultura del
servilismo se había trascendido ya; los segundos eran demasiado onerosos, dado el
cuello de botella de las exportaciones y de cualquier tipo de formación de mercado.
Fueron estas fuerzas contradictorias y antagónicas las que convirtieron al valle en el
campo de batalla del estancamiento económico y las formaciones socioeconómicas
contendientes. La tendencia hacia una clase de pequeños propietarios rurales de
semi-subsistencia, por una parte, fue detenida por la maduración lenta y vacilante
de una agricultura capitalista de exportación basada en grandes fincas, por la otra.
Y a esta ultima las disputas internas que se derivan de su control incompleto de
los medios de producción la enclavaron en un estado de paralización virtual.
Un testigo presencial tras otro describía la ruina general y la promesa incumplible
del valle durante este periodo. Había un consenso general en cuanto a que el
problema radicaba en encontrar una salida al mar y en superar la haraganería de
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las clases bajas. El determinismo geográfico y el acondicionamiento psicológico
de denigración propios del siglo XIX se reforzaban mutuamente, pues la notable
fertilidad del suelo significaba que “para comer uno no tiene que trabajar”, y
de esta simple circunstancia se deducía el hecho de que “la gente se exime
de servir a otros, y esta mentalidad de igualdad social que predomina en el
pobre hunde y desfigura las pretensiones aristocráticas de la antigua elite feudal
minera” (Pérez 1862: 212-213).
“Cuando se abra una ruta al mar”, continuaba de manera optimista el mismo autor
El desarrollo de la agricultura soltará sus amarras con vigor en todo
el valle y producirá en gran escala para el mercado externo […] Cali
se convertirá en el emporio comercial del sur de la Unión, cambiando
por completo la fisionomía del valle, multiplicando las haciendas y
cambiando el ganado a las laderas de las montañas […] eliminando
todas las chozas y sustituyéndolas con negocios rurales […] las ganancias
cambiarán por completo, llegando hasta a los bohíos más miserables, y
aquellos que hoy, por abandono o por ignorancia, prefieren una vida de
ocio al afán en la producción cambiarán sus ideas una vez que vean a
los más activos e inteligentes entre ellos acumulando riquezas […] todo
lo que se necesita para alcanzar esta felicidad futura es que las manos
ociosas dejen de estarlo y que se permita prevalecer la armonía social, la
mejor garantía del trabajo y los negocios (Pérez 1862: 137-139).
Pero lo que se necesitaba estaba lejos de ser posible. Los negros libertos siguieron
buscando plátano y maíz así como algunos cultivos comerciales como tabaco
y cacao. Sus parcelas se extendían en franjas irregulares a lo largo de los ríos,
simulando con cultivos inter-sembrados la densa vegetación que había inicialmente.
La pesca y el lavado de oro eran actividades complementarias (Palau 1889: 28),
así como la cría ocasional de ganado en las “tierras comunes” e “indivisos” de
la sabana abierta. Estos campesinos negros se encontraban fuera de la ley en
muchos sentidos y los campesinos y los habitantes del bosque libres vivían de su
ingenio y de la fuerza de sus armas, y no merced a alguna garantía legal sobre las
tierras o a derechos civiles. “En los bosques que rodean el valle de Cauca”, escribía
en 1880 un viajero alemán,
Vegetan muchos negros a los que podría compararse con los cimarrones
de las Indias Occidentales. Sea por crímenes que fueran demasiado
graves incluso para la liberal justicia caucana o bien por el simple deseo
de volver a un estado salvaje típico de su raza, el hecho es que ellos
buscan la soledad de los bosques, donde regresan lentamente de nuevo
a las costumbres de su lugar de nacimiento en África, como uno ve por
lo general en el interior de Haití. Estas personas son de sumo peligro, en
706
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especial en época de revolución, cuando se reúnen en cuadrillas y entran
en la lucha como guerreros valientes al servicio de cualquier héroe de la
libertad que les prometa un botín (Schenck 1953: 54).
Los pastizales abiertos o “tierras comunes”, como las llamaba el campesinado,
eran más como tierras de nadie y constituían en ciertas formas el equivalente
funcional de las verdaderas tierras comunales que habían tenido los indígenas de
las altiplanicies, pero diferían de ellas en formas muy significativas. Mientras que
los indígenas de las tierras altas habían contado con la sanción gubernamental para
este tipo de posesión, que incluía consejos de la comunidad y controles internos
formales, los “comuneros” de las tierras bajas del valle del Cauca de la segunda
mitad del siglo XIX, si acaso, eran sancionados de manera negativa por el Estado y
sin controles formales. Porque estaba en la propia naturaleza de la sociedad de este
valle que los controles informales y subrepticios fueran la modalidad dominante
de la organización social, lo cual era igualmente cierto para la reglamentación
de las tierras campesinas como para todos los aspectos de su estructura social
hasta hoy en día. Perseguidos por una clase acomodada hostil, negada cualquier
representación suya en las jerarquías del Gobierno, sin seguridad en la tenencia
de la tierra, cerrada la posibilidad de cualquier estructura representativa de villa
en el esquema oficial de la administración, los campesinos negros se equiparaban
punto por punto con las comunidades indígenas anteriores, pero en una relación
inversa. No había instituciones negras con alguna significación en los códigos de
leyes oficiales, no obstante que se discriminaba a los negros y se les consideraba
como un grupo cultural diferente al de los blancos. Su organización social se
creó, por así decirlo, de una serie de sombras fugaces,10 se construyó (como la
infraestructura de las guerrillas) con apoyos invisibles y elementos que podían
dispersarse con rapidez, y con la capacidad de realizar permutas y combinaciones
interminables, como todavía lo certifica su estructura de parentesco.
¿Había otros recursos disponibles para la clase alta? Además de las soluciones
intentadas por los Arboleda, había dos más, tan diferentes una de la otra como las
épocas pasadas y futura que representaban respectivamente. Una era proponer
y aplicar leyes contra la vagancia. Se le daban a la policía amplios poderes para
arrestar a los llamados vagos y para obligarlos a trabajar en las haciendas y, como
un estudioso de estas cuestiones ha escrito, “las llanuras del Cauca se convirtieron
en tierras de bandidaje y temor” (Harrison 1952: 173). Tales medidas para reprimir
a los ex esclavos fueron conspicuas en Venezuela (que se encontraba bajo la
misma jurisdicción que Colombia) y el propósito evidente de estas leyes era
mantener al peón o jornalero en las tierras que se supervisaban (Lombardi 1971:
53). La vagancia fue una preocupación importante del Estado de los años 1850
10
Compárense los conceptos de Mintz de una “oposición” y un “proto-campesinado” en la
evolución social del Caribe con la formulación de Nancy Solien González de las “sociedades
neotéricas” (Mintz 1961; Solien 1969: 10).
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en adelante, como lo atestiguan los informes gubernamentales.11 Pero el Estado,
al sufrir de una severa debilidad estructural, fue incapaz de alcanzar los fines
que deseaba la clase empresarial. En 1874, por ejemplo, los funcionarios de la
localidad de Palmira, la población rural más importante del valle, recibieron una
queja de los dirigentes de la industria tabacalera. La decadencia de esta industria,
se quejaban, se debía a la falta de mano de obra; sin embargo, no era solo la
falta sino también su renuencia. Para superar esta situación, eran esenciales leyes
más rígidas que favorecieron a la clase patronal para obligar a los trabajadores
recalcitrantes a participar en una actividad disciplinada. Lo que se necesita,
apremiaban, “son medios coercitivos, expeditos, eficaces y seguros”.12
La otra solución que se intentó, radicalmente diferente por su sutileza y
comprensión de las fuerzas económicas modernas, la llevaron a la práctica sobre
todo a comerciantes europeos y estadounidenses, quienes formaron una clase
comercial ascendente en el valle de 1860 en adelante. En realidad ellos eran
intermediarios organizados para comprar cultivos de exportación a pequeños
propietarios; cultivos que se pasaban después por veredas escabrosas y ríos hasta
la costa. Dada la incertidumbre de las políticas del valle, la renuencia de los
pequeños propietarios para trabajar por salarios y las fluctuaciones en el mercado
mundial, esta política tenía bastante sentido. El tipo de intermediario con las
mayores probabilidades de éxito era aquel que tuviera acceso a fuentes de crédito
extranjero y a buena información del mercado. Tal fue el caso del fundador de
la fortuna de la familia Eder, Santiago Eder, quien, como ciudadano y cónsul
estadounidense, con parientes cercanos en casas comerciales de Londres, Nueva
York, Panamá y Guayaquil, se estableció en la parte sur del valle a principios de los
años 1860. Con el impulso de sus exitosas operaciones en el comercio extranjero,
poco a poco pudo ascender más alto que sus competidores colombianos (como
los Arboleda), cuya incapacidad para entrar en el comercio exterior significaba una
declinación en todos los componentes de su riqueza. Conforme este último tipo
de familia –arraigada en el esclavismo, sin capital y entrampada en los conflictos
políticos del momento– gastaba sus fuerzas y su dinero, así los empresarios como
Eder se las arreglaron para adquirir enormes posesiones agrarias para reforzar
sus actividades comerciales. Con el tiempo, al abrirse una ruta al mar, llegaron
a controlar la economía del valle. El hecho de que el propio Eder, como cónsul
y hombre de negocios estadounidense, en una ocasión tuvo que ser respaldado
por un buque de guerra de los Estados Unidos cuando faltaron el debido respeto
y el pago de deudas, fue solo el signo más sobresaliente y evidente hacia el
exterior de las conexiones políticas internacionales que se encontraban detrás de
las nuevas formas de obtener dinero de las tierras.
11
12
Informe que el secretario de gobierno en el estado del Cauca presenta al gobernador
(Popayán, 1859), pp. 26-27.
Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Anuario estadístico de Colombia
(Bogotá, 1875), p. 139.
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Para mediados de los años 1860, la ruta del peligroso río Dagua que cruzaba
los Andes occidentales se había mejorado lo suficiente como para permitir un
incremento sustancial del comercio con el exterior (Palau 1889: 9-13), de modo
que para 1876 el valor del comercio fue del orden de 2.000.000 de pesos, en
comparación con los 85.000 pesos que le correspondían a mediados del siglo
XIX (Eder 1959: 111-162). Santiago Eder, quien no hubiera tenido éxito sin la
ayuda financiera de sus parientes de las casas de negocios de Europa y los
Estados Unidos (Eder 1959: 395), fue uno de los principales promotores de
esta ruta y de las mejoras subsecuentes que le permitieron entretejer una red
de comercio extranjero y nacional. Con la ayuda del tabaco comprado a los
pequeños agricultores de los alrededores,13 el cual exportaba a Panamá y Londres,
de manera gradual Eder se fue haciendo de una gran plantación azucarera.
Aprovechó, sacando grandes ganancias, los auges sucesivos de la exportación
de añil, quinina, hule y café, e importó géneros de algodón, comestibles
suntuarios, harinas de trigo, madera, máquinas de coser, fósforos, queroseno,
arados y hasta machetes de Europa occidental y los Estados Unidos. Como uno
de sus descendientes que escribió en el siglo XX hacía notar, Eder comprendió
que el auge del añil, por ejemplo, iba a ser de muy corta duración y, por tanto,
siempre se mantenía bien informado del estado del mercado internacional por
medio de sus contactos de ultramar, por no mencionar las fuertes inyecciones
de capital cuando y donde fueran necesarias (Eder 1959: 439).
Para fines de los años 1860 tenía más de mil hectáreas de tierras selectas del valle,
fue la primera o segunda persona del valle que construyó un trapiche hidráulico
y producía ya 43.100 kilogramos de azúcar morena en una época en la que la
hacienda Japio de los Arboleda, en el máximo de su carrera productiva, producía
40.800 kilogramos de melaza.
El café, que en última instancia demostró que prosperaba mucho menos en el fondo
del valle que en las pendientes templadas, despertó el interés de Eder en 1865 y
durante un viaje a Londres formó la Palmyra Coffee Plantation Co., en la que él,
uno de sus hermanos que vivía en Londres y la firma Vogl Brothers de la City –el
barrio de los negocios en Londres– eran los accionistas. Con esta formación de
capital pudo hacer también la siembra intensiva de sus demás posesiones. Le hacían
pedidos regulares de alrededor de 2.000 libras esterlinas de tabaco de compradores
londinenses y alemanes, con frecuencia en la forma de créditos permanentes, tipo y
cantidad de financiamiento que también pusieron a su disposición firmas algodoneras
de artículos de importación de Manchester. Por ejemplo, en 1878 sus ganancias por
la venta tan sólo de artículos importados fueron de poco más de 10.000 pesos.
13
Este modo de producción parece haber sido común para el tabaco y otros cultivos de
tierras bajas. Véase Gran Bretaña, Foreing Office, “Report on the agricultural conditions of
Colombia”, Diplomatic and Consular Reports in Trade and Finance, Annual Series, Núm.
446 (diciembre de 1888), p.637.
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La tierra y las propiedades se acumulaban también por otros medios. Cuando
otros hombres de negocios, que a diferencia de él, no podían desempeñar
correctamente en los vaivenes del mercado y quebraban, Eder se encontraba en
posición de adquirir sus posesiones, ya que los acreedores extranjeros no tenían
ningún interés en hacerse cargo de ellas de manera directa. Asimismo, por el
hecho de ser extranjero, no estaba sujeto a la confiscación de sus propiedades
durante las guerras civiles. En realidad, esto significaba que los colombianos le
confiarían sus posesiones.
Para 1874, cuando el administrador de Japio recomendaba como medida
desesperada un nuevo molino, el “Víctor”, de los Estados Unidos, la plantación
La Manuelita de Eder instalaba un “Louisiana No. 1” y para 1881 no sólo producía
el azúcar de mejor calidad sino que era el principal productor del valle, con
cerca de 250.000 kilogramos anuales, parte de los cuales se abrían paso a los
puertos de exportación.
Al escribir al secretario de Estado de E.U. en 1868, de conformidad con sus
deberes de cónsul y continuando con sus incesantes solicitudes de ayuda,
Eder describió el valle con términos vehementes como un paraíso natural de
recursos físicos cuya explotación solo aguardaba el interés de los Estados Unidos.
Los blancos locales, quienes constituían apenas la sexta parte de la población
(predominantemente negra), veían la intervención de los Estados Unidos como
la única solución a los interminables disturbios civiles que agobiaban al valle
(Eder 1959: 163). El levantamiento de 1876 –de manera evidente, como los
restantes, una guerra civil entre conservadores y liberales– causó graves daños
a la ciudad de Cali y Eder lo describió en términos que dejan pocas dudas en
cuanto a su origen en un conflicto de clases, aunque dramatizado de manera
decisiva por la doctrina religiosa y canalizado confusamente por la realpolitik de
las alianzas formales entre partidos. Los 20.000 habitantes de la ciudad, escribía
Eder, incluían una población vagabunda de unos 16.000 individuos, constituida
por negros y mestizos imbuidos con doctrinas de claro corte comunista. El resto
era sobre todo de origen español y, a diferencia de la plebe, pertenecía al Partido
Conservador. Se describía al dirigente de los vagabundos rebeldes como un
comunista visionario, lunático místico y asesino, llevado por las consignas de la
Revolución Francesa y de los Círculos Democráticos Colombianos fundados en
los años 1840. Es obvio que este dirigente representaba un poderoso movimiento
populista con connotaciones milenaristas, en busca de la gloria y del fin de todos
los “godos” (los conservadores), a quienes había que barrer de la ciudad en una
ola de venganza y destrucción de las propiedades conservadoras y liberales por
igual; falta de discriminación que llevó al Gobierno liberal a una pronta revancha.
En último análisis, los intereses de clase predominaron sobre los de los partidos,
como ha sido siempre el caso.
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M i c h a e l Ta u s s i g
La relación en extremo compleja entre religión, partido, raza y clase también
encontró su expresión natural en las haciendas. A mediados de los años
1870, el dueño de Japio recibió una carta de su hijo, quien en ese entonces
administraba la propiedad:
En la última sesión del Círculo Democrático local, donde la concurrencia
fue sobre todo negra, decían que el objetivo de los conservadores es hacer
una nueva revolución a fin de someter de nuevo a la esclavitud a todos
los negros. Creen que los conservadores están diciendo: “¡La esclavitud o
la horca para todos los negros!” Lo que es más, los negros afirman que los
conservadores no son verdaderos creyentes sino que fingen ser católicos
para engañar; los únicos católicos verdaderos son los liberales.
Todo eso fue acompañado por las amenazas más alarmantes de muerte para los
Arboleda.
En 1879 hubo de nuevo una profunda inquietud en los bosques alrededor de
Japio. La menor indicación podía hacer presa del pánico a la gente al creer que la
esclavitud iba a reinstaurarse, y en esta ocasión, a causa de los intentos del dueño
por poner tiendas de arroz y harina de plátano, se afirmaba que era inminente la
aprehensión en masa de los negros y su venta en el exterior, como se había hecho
anteriormente.
Durante todo el último cuarto del siglo XIX, el campesinado estuvo armado y luchó
para una u otra máquina liberal local. El dueño de Japio casi había renunciado
a la esperanza de recuperar algún día el control; se hicieron repetidos intentos
para alquilar grandes superficies y vivir de las rentas y para 1882 la familia estaba
ansiosa por vender todo. La producción de licor, su sostén, era intermitente y nada
confiable. Además de la resistencia armada, era difícil controlar hasta la fracción
de la población que hacia trabajos frecuentes en la hacienda. Por ejemplo, en julio
de 1882 todos los trabajadores celebraron una fiesta de una semana de duración
en la que se dedicaron a beber, hacer carreras de caballos y corridas de toros, que
produjo la furia del administrador: “Hacemos la molienda semanal cuando no hay
fiesta y cuando los negros no tienen que descansar”, fue su áspero comentario.
El siglo XX introdujo cambios profundos. El conflicto entre los dos modos de
producción que habían existido antes –el que se basaba en una clase de pequeños
propietarios rurales de subsistencia, por un lado, y un capitalismo rural latente,
por el otro– se decidió en favor del segundo. Analíticamente pueden señalarse
cuatro factores principales que explican esto:
1. La unificación política de la clase alta y la consolidación de la NaciónEstado.
711
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2. El incremento en gran escala de las inversiones extranjeras (de los Estados
Unidos).
3. La apertura del valle al comercio internacional por ferrocarril y por mar.
4. Los cambios demográficos; un incremento agudo en la población rural
local (que puso presión sobre las tierras) y en las ciudades (que incrementó
el mercado de consumidores de productos agrícolas).
En 1901, con la devastadora Guerra de los Mil Días y su severo desajuste de las
maquinas políticas locales, se aceleró considerablemente la tendencia creciente
hacia la centralización nacional del Estado y a la consolidación de las élites
regionales y faccionales en una clase unificada. Subsistió la regionalización
del país en enclaves de exportación o de subsistencia semiautónomos, lo cual
apoyaba a las élites regionales, pero la necesidad de la integración nacional en
el nivel político y en el financiero trascendió las divisiones geográficas más finas,
aunque solo fuera para producir una capa secundaria de conexiones subsidiarias
para mantener la orientación hacia las exportaciones. Se disparó un movimiento
histórico reciproco con el que se incrementaron las inversiones extranjeras a
medida que aumentó el poder estatal y la hegemonía capitalista local. Entre 1913 y
1930 entró en el país dinero del extranjero en cantidades sin precedentes, mayores
que las de cualquier otra república latinoamericana durante el mismo periodo.
Las inversiones privadas de los Estados Unidos, sobre todo en obras y servicios
públicos, ascendieron a $280.000.000. Las reformas fiscales radicales, concebidas
por asesores estadounidenses, establecieron una estructura bancaria nacional
eficiente por primera vez. Ahora se sentía que las tierras escaseaban, también
por primera vez cuando la presión demográfica empezó a tener consecuencias
políticas. La disposición política de las posesiones agrarias, concentradas en
una élite reducida, obligaba a los campesinos a encontrar nuevas formas de
existencia y a entrar en nuevas relaciones de mercado. El valor de las tierras se
incrementó en respuesta al aumento en la demanda urbana de comestibles. Una
intrincada y prolongada serie de disputas por las “tierras comunes”, los “baldíos”
y los “indivisos” terminó en las décadas iniciales del siglo en detrimento de los
campesinos, cuando los ganaderos, inspirados por los precios en aumento de la
carne, quisieron más tierras y ya no tuvieron que pacificar el trabajo en lo que de
manera acelerada se convertía en una sociedad con un exceso de trabajadores.
De colosal importancia para el valle del Cauca, dada la presencia por vez primera
de la presión por la tierra, fue la apertura simultánea del Canal de Panamá y
del ferrocarril del valle al Océano Pacífico. El potencial comercial del valle,
las tantas promesas incumplibles durante décadas, podían realizarse ahora y la
agricultura podía transformarse de una niñería de “sol y lluvia”, como se le había
llamado, en un negocio racional.
712
M i c h a e l Ta u s s i g
El destino del campesinado se revela de la manera más grafica cuando se mira al
sur del valle, donde la población campesina era más numerosa y densa.
Según las estadísticas oficiales de la población dela zona de Caloto (actualmente
la región Norte del Cauca) se mantuvo en alrededor de 20.000 habitantes durante
toda la segunda mitad del siglo XIX. Pero para 1918 era cerca de 30.000 y en
1950 había alcanzado los 66.000 habitantes. En cuanto a la ciudad próxima de
Cali, la capital provincial, su población de alrededor de 12.500 habitantes había
aumentado a 25.000 en 1905 y tenía 88.366 habitantes en 1938.
A principios del siglo XX Japio y sus alrededores inmediatos habían cambiado de
dueño. Una gran parte se fue por matrimonios de hijas a la familia en ascenso y en
camino de obtener el poder de los Holguín, con prósperos intereses industriales
y rurales, que le dio dos presidentes a Colombia. Partes más reducidas de las
posesiones fueron a parar a manos de empresarios de clase media, los cuales se
dedicaron a la cría de ganado y a la producción de cacao. S puso al campesinado
a la defensiva cuando cayeron sobre él innumerables reclamaciones de tierras
de hombres de negocios prósperos. “Somos el Gobierno y las cercas nuestros
títulos” era la respuesta de los terratenientes a los angustiados campesinos que
se obstinaban en conservar la fe en la ley, cuando se levantaban cercas en sus
parcelas y se expulsaba de manera indiscriminada a arrendatarios y colonos.
El proceso se inició con lentitud alrededor de 1910, siendo los pequeños
terratenientes los que tomaron la iniciativa. Estos eran hombres que vivían cerca
de los campesinos pero sin ser parte de ellos; hombres que vivían cerca de
los campesinos pero sin ser parte de ellos; hombres que los comprendían y
sabían cómo manipularlos, introduciéndose en el laberinto campesino. Primero
convirtieron a los “colonos” campesinos libres en “concertados” con parcelas
minúsculas e insuficientes a cambio de la prestación de servicios y después a
fines de los años 1920, en proletarios rurales hechos y derechos sin tierras en
absoluto que se hacinaban en los nuevos pueblos como Villarrica. Cuando las
perspectivas se definieron, los descendientes por afinidad de los Arboleda que
pertenecían a la familia Holguín volvieron en 1913, después de muchos años
de ausencia, para “dominar a los negros y ampliar su hacienda”, en palabras de
uno de sus antiguos “mayordomos”. Pudieron arrollar a centenares de familias
de campesinos libres, forzándolos mediante cercas y pastizales, y exigieron
rentas más altas de terrenos a los que se quedaron. Surgieron amenazas de
conflictos armados pero se congelaron con la medición de uno d los dirigentes
negros más importantes de la región, considerado como un bandolero por la
clase terrateniente y como una persona carismática con poderes mágicos por el
campesinado. Tales dirigentes surgieron a la fama en la Guerra de los Mil Días
como coroneles y generales de guerrillas locales y se decía que tenían grandes
fincas ocultas con “muchas esposas”. Las leyendas locales cuentan que podían
transformarse en animales y plantas y que eran inmunes a las balas. Un despojo
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similar ocurrió al noreste del río Paila, donde los Eder objetaron las pretensiones
de los campesinos y obtuvieron un “indiviso” gigante, en el que actualmente se
encuentra una de las mayores plantaciones azucareras.
La ambivalencia de las luchas dirigidas por jefes bandoleros se eliminó en gran
medida en los años 1920, cuando los campesinos formaron sindicatos defensivos
pero militantes, cuya constitución se esparció como una ola por toda Colombia en la
segunda y la tercera década del siglo. También empezaron a comercializar su propia
agricultura, al dedicar una mayor proporción de su tiempo y sus tierras a cultivos
comerciables como el cacao y el café. Esta fue una respuesta a las nuevas demandas
monetarias de los terratenientes, quienes estaban decididos a resarcirse con rentas
de lo que no podía llegar a sus manos sin expulsar a sus arrendatarios, así como
a las presiones más sutiles pero igualmente eficaces de la clase media comercial
entrante, que representaban a las grandes casas de comercio cuyos tentáculos se
extendían hasta sitios tan alejados como la capital o el hemisferio norte.
Un descendiente de la familia Eder, que vivió por temporadas en el valle, nos ha
dejado una descripción del comercio rural en esta época. La mayor parte de los
negocios del país los realizaban almacenes generales, los cuales funcionaban como
exportadores e importadores, mayoristas y detallistas. El comercio exterior operaba
por medio de casas comisionistas de firmas estadounidenses y europeas. Incluso
una gran proporción del oro y la plata pasaban por las mismas compañías. En
cuanto al café, los cultivadores más grandes hacían sus embarques directamente a
los comerciantes a comisión, con quienes frecuentemente se hallaban endeudados
por anticipos recibidos. Los más pequeños le vendían a los almacenes generales,
los cuales financiaban las compras con giros a las casas comisionistas a sesenta y
noventa días. Los concesionarios locales tenían agentes que recorrían el campo.
Estos concesionarios locales pueden haber sido independientes pero lo más
común es que guardaron una relación muy estrecha –en caso de no ser realmente
sus agentes de compra– con las casas extranjeras, muchas de las cuales poseían
también varias plantaciones de las que se habían hecho cargo como garantías de
deudas (Eder 1913: 124, 125).
Para la segunda década del siglo, el centro demográfico y comercial del extremo
sur de la región se había cambiado a “territorio negro” en las profundidades del
“monte oscuro”, como lo llamaban los forasteros. Los negros desarrollaron poco
a poco aquí un mercado floreciente en el punto de intersección de dos afluentes
del río Cauca, conectado con la ciudad de Cali por un sistema fluvial. Para fines
de los años 1920 este centro, llamado Puerto Tejada, se había incorporado a la red
de caminos, lo cual permitió un movimiento más libre y variado de mercancías,
a la vez que desplazó en buena medida a los negros del negocio del transporte,
los cuales monopolizaban antes el transporte fluvial. Sobre todo, significó la
mayoría de edad comercial de la región. Conforme los campesinos se volvieron
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M i c h a e l Ta u s s i g
cada vez más hacia los cultivos comerciales, entraron en un círculo vicioso en
el que la dependencia en el dinero en detrimento de la “economía natural” y la
autosuficiencia local los llevó a que vendieran la mayor parte de lo que producían
y a que compraran la mayor parte de lo que consumían. El principal cultivo
del que dependían era el cacao, el cual crecía extraordinariamente bien bajo las
condiciones locales, necesitaba muy poco trabajo (mucho menos que el café),
era al que estaban acostumbrados desde la esclavitud, tenía un precio de compra
elevado y, lo que es más, al que los depredadores de los terratenientes ávidos
de tierras ganaderas y azucareras no podían destruir con facilidad. A medida
que los sindicatos campesinos acumularon una fuerza temporal, y cuando se
puso en marcha una reforma agraria moderada a mediados de los años 1930 en
respuesta a la violencia rural creciente en todo el país; así también los cultivos
de árbol como el cacao adquirieron una importancia legal, ya que representaban
mejoras por las que cualquier terrateniente empeñado en apropiarse de ellas
habría tenido que pagar una compensación. El campesinado inició estas siembras
sin costos generales fijos de capital; surgieron de manera lenta y natural de sus
diversas posesiones, en proporción directa con el decremento de la agricultura
de subsistencia de la que vivían mientras aguardaban los cinco años o más
que requería la maduración del cacao. Esto fue imposible después, cuando las
posesiones fueron demasiado reducidas para lograr este equilibrio y la siembra de
cacao después de esa fecha significaba endeudarse durante el periodo de espera.
Los hombres de clase media que se congregaron en el área adquirieron el control
político y económico total de la zona de Puerto Tejada. Eran blancos, por lo
general de Antioquia, y en su mayoría eran miembros del Partido Conservador.
A fines de los años 1930 la presión por la tierra era aguda. La industria azucarera
en particular, y la agricultura en gran escala en general, se encontraban sobre una
base muy firme, institucionalizada en la estructura social por acuerdos financieros
estables y por poderosas asociaciones de terratenientes unificadas por el temor
común al campesinado y por la necesidad de controlar la comercialización y el
desarrollo de la infraestructura. Los avances tecnológicos, con variedades nuevas
y mejoradas de caña de azúcar, de otros cultivos y de ganado (cebú), se iniciaron
con la misión Chardon y con la apertura de la escuela agrícola de Palmira a
principios de los años 1930. Un maestro negro local escribió en 1945, en un
llamamiento al Gobierno:
Desde hace mucho tiempo se ha obligado aquí a que las personas
salgan de las tierras. La mayoría solo tiene de una a cinco hectáreas
y casi todos cultivan exclusivamente cacao. La mayor parte de los
campesinos son analfabetos y lo único que saben es cómo trabajar
sus parcelas. Durante las primeras décadas las cosas iban bien porque
el suelo era rico y no había plagas. Pero ahora hay demasiada gente.
Los minifundios y la mono-producción han surgido con todas sus
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consecuencias terribles. Los ocupantes de cada parcela se duplicaron y
triplicaron en un corto tiempo y estas se hicieron más pequeñas. En los
últimos quince años la situación ha cambiado de manera amenazante.
Hoy, todos los cultivos son cada vez más reducidos y la cosecha es
precedida por una larga espera; miles de personas físicamente activas
se ven forzadas al ocio […] la usura aumenta, el robo aumenta, la vida
es ahora un péndulo que oscila entre la miseria y la desesperación. Los
campesinos de Puerto Tejada padecen una situación sin paralelo. Es
obvio que no es posible limitar este proceso, a pesar de que tampoco
es posible disminuir los peligros de esta situación conforme se priva
cada vez más a gente de su patrimonio.
En 1948, con el asesinato de Gaitán, el dirigente populista del Partido Liberal, estalló
en toda Colombia una revolución social frustrada que se había venido preparando
desde los años 1920. El predominio de los viejos odios y de la ideología del
partido, junto con el fracaso de todas las organizaciones políticas para asegurar
el control general, dieron por resultado una “violencia” continua que recorrió el
campo por más de diez años, volviendo a campesino contra campesino según
la territorialidad y la lealtad a los partidos y produciendo la muerte de más de
200.000 personas. Las jerarquías patrón-cliente se volvieron grupos de bandoleros,
desligados con frecuencia de sus patrones urbanos; surgieron varios tipos de
“mafiosos” así como algunas guerrillas comunistas.
Uno de los efectos de lo anterior fue el desalojo de los campesinos de la tierra,
pues se dio rienda suelta a los riesgos del aislamiento rural y a la oposición de los
terratenientes a las formas anticuadas de la tenencia de la tierra en las regiones en
desarrollo. En la zona de Puerto Tejada los negros, a diferencia de casi cualquier
otra región rural del país, reaccionaron al asesinato de Gaitán con un levantamiento
espontaneo en el que se saquearon las tiendas y las cantinas de la élite blanca y
tuvo lugar una rebelión anárquica, más desmán momentáneo que asalto político
concertado. Fue sofocado tan rápidamente como empezó, gracias al ametrallamiento
aéreo y a la llegada de tropas gubernamentales que instauraron la ley marcial y el
dominio del Partido Conservador durante los diez años siguientes. Los terratenientes
locales no dejaron de aprovecharse de esto y empezaron a apropiarse de lo que
había quedado de las tierras campesinas por la fuerza y con “ofertas que no podían
rehusar”. A estas se agregaron bandoleros a sueldo, inundaciones premeditadas, el
bloqueo de los accesos y, por último, a principios de los años 1950, la aplicación
aérea de herbicidas que destruían los arboles de sombra de las siembras de cacao
y, después, buena parte del propio cacao.
Hubo una caída repentina de la producción de cacao en esta región que
comenzó entre 1950 y 1953, de modo que para 1958 la base de la economía
campesina había sufrido un descenso del 80 %. No fue ninguna coincidencia
716
M i c h a e l Ta u s s i g
que esto sucediera cuando se establecieron dos plantaciones azucareras nuevas.
Un análisis de dos de las cuatro oficinas locales del registro agrario indica que
el dueño de estas dos plantaciones “compró” 270 diferentes parcelas entre 1950
y 1969 y, difícilmente con una excepción, todas ellas eran parcelas campesinas
adquiridas mediante extorsión.14
El propio municipio se convirtió de centro de servicios y comercialización
en un barrio bajo rural, con poco más que barracas y dormitorios para los
trabajadores cañeros sin tierras. Al flujo constante de campesinos despojados
de la localidad en los años 1960 se sumó el diluvio de migrantes negros de la
costa del Pacífico, recién salidos de una cultura de subsistencia y, al principio,
ansiosos por tomar el trabajo asalariado de los cañaverales que los residentes
locales despreciaban. En los catorce años transcurridos entre 1951 y 1964, casi
se duplicó el número de habitantes del poblado y los inmigrantes llegaron
a constituir casi una tercera parte de la población. La mayoría de las tierras
estaban sembradas con caña de azúcar y solo una quinta parte de la población
del área vivía en realidad en el campo. La asociación de cultivadores de azúcar
estimaba que la mitad de su fuerza de trabajo la integraban migrantes y la
otra mitad las personas desplazadas por la expansión de sus plantaciones.
La producción de azúcar en el Valle en su conjunto se incrementó a una tasa
anual de cerca del 10 % de 1950 en adelante.15
Durante los primeros treinta años del “despegue” principal, las plantaciones y
sus trapiches asociados concentraron cantidades cada vez mayores de tierras y
trabajo en monopolios corporativos unificados, que eran dueños de todas las
tierras cañeras y que les permitían a los trabajadores formar sindicatos como
parte del movimiento sindicalista nacional que se inició en los años 1930. Este
sistema de control patente y directo se desmanteló con rapidez a principios
de los años 1960 por la atomización de las posesiones agrarias y de la fuerza
de trabajo. Este giro radical, en varios sentidos una reversión a las estructuras
del siglo XIX, ocurrió cuando por primera vez se le dio a Colombia un lugar
asegurado en la cuota de importación de azúcar de los Estados Unidos, como
resultado de la exclusión del azúcar cubano después de la Revolución. Las
huelgas militantes y exitosas de los trabajadores rurales en demanda de aumentos
salariales amenazaron seriamente la producción y en vez de que las plantaciones
14
15
La rapidez con la que se logró eso –durante el periodo de la violencia– merece subrayarse.
Un estudio del número de parcelas campesinas adquiridas por las plantaciones azucareras
en todo el valle (no solo en la sección sur) entre los años 1922 y 1953 revela que se
hicieron cargo de tan solo 169 parcelas menores de 25 hectáreas durante esos 32 años
(Mancini 1954: 30). Debe señalarse de paso que estas cifras, al obtenerse de los libros del
registro agrario, posiblemente sean subestimaciones.
Los dueños de las plantaciones y los trapiches son ciudadanos colombianos. Sin
embargo, el capital extranjero ha desempeñado una función importante y al parecer
su papel va en aumento.
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siguieron expandiéndose y consolidándose, recurrieron a pequeños contratistas
particulares para que los abastecieran de caña y trabajadores. Para 1964 casi
las dos terceras partes de la caña molida provenían de tierras rentadas o bien
de agricultores prósperos que sembraban caña bajo contratos de diez años y
alrededor de la mitad del trabajo para producir el azúcar del Valle lo hacían
trabajadores que laboraban en cuadrillas pequeñas e inestables por salarios muy
reducidos, los cuales pasaban de un trabajo y un pequeño contratista a otro.
Estos trabajadores se encontraban fuera de la estructura sindicalista, no podían
hacer ninguna huelga legal y tampoco eran elegibles para los beneficios de la
costosa seguridad social.
La contracción de la base agraria del campesinado local de la región de
Puerto Tejada, el cual aún practicaba la división bilateral de las herencias, se
agravó asimismo con la penetración del modo de producción capitalista y la
tecnología moderna de la “revolución verde”. El modo de organización social
típico de los campesinos es la “verdad” (vecindad), compuesta por varias casas
campesinas dispersas, cuyo centro son uno o dos “kukaks” o campesinos
ricos, que poseen un gran excedente de tierras (cerca de 50 hectáreas) por
encima de sus necesidades de subsistencia. Debajo de este estrato minúsculo
se encuentra una clase pequeña de “campesinos medios” que controlan cerca
de siete hectáreas cada uno, superficie que no tiene necesidad ni de trabajo
exterior ni de buscar fuentes exteriores de ingresos. La inmensa mayoría del
campesinado está constituida por minifundistas o campesinos pobres con
una hectárea o menos de tierras sin títulos, los cuales se ganan su miserable
existencia trabajando fuera de sus parcelas, sea como peones por salarios
bajos pero en condiciones cómodas para los campesinos ricos (con los que
por lo general guardan relación de parentesco) o como trabajadores alquilados
por contratistas particulares de trabajadores en las villas, los cuales a su vez
están contratados por las plantaciones.16
Hasta fecha reciente, los cultivos campesinos básicos eran el cacao y algo de
café, con unos cuantos platanales como alimento de consumo general. Todos
ellos son perennes; lo que es más, en esta región producen durante todo el año
(como lo hace la caña de azúcar) y se cosechan, proporcionando un pequeño
ingreso en efectivo, cada dos semanas. El cacao y el café tienen dos periodos
de producción máxima en intervalos semestrales distintos, de modo que la
disminución en la producción de uno se compensa con el aumento en el otro,
con lo cual se asegura netamente un ingreso bastante regular. Sin embargo, los
incentivos de la tecnología moderna (los tractores, la mecanización, los fertilizantes
16
Es importante observar que en tanto los campesinos locales pobres que ingresan en las
filas de la fuerza de trabajo de las plantaciones lo hacen sobre todo como trabajadores por
contrato de tiempo parcial, los inmigrantes de la costa tienden a encontrar un lugar entre
los empleados permanentes (“afiliados”).
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y las nuevas especies de plantas), junto con los estímulos gubernamentales y
la asistencia estadounidense,17 han hecho que los campesinos ricos y medios
saquen de raíz sus árboles y siembren cultivos estrictamente temporales como
el frijol soya y el maíz. Estos cultivos requieren gastos considerables de capital
así como un modelo temporal de trabajo, y solo producen ingresos dos o tres
veces al año. Lo anterior, más el hecho de que el drenaje natural es deficiente
(cuyas consecuencias son casi nulas para el cacao), ha significado la ruina de
un número creciente de campesinos, cuyas tierras y trabajo van a parar después
al sector de las plantaciones. Este proceso lo fomenta aún más el órgano de
desarrollo regional del Valle, el cual mediante préstamos discriminados estimula
a las plantaciones para que renten o contraten parcelas de tamaño tan reducido
como seis hectáreas para cultivar caña de azúcar. La religión popular alienta
también este proceso. Los ritos funerarios son la única ceremonia de alguna
importancia que queda y los gastos para realizarlos son tan altos y obligatorios
que muchas familias campesinas pobres se ven en la necesidad de vender todo
para sufragarlos. Además, la repartición de las herencias no sólo es divisible
en forma sino que puede ocasionar conflictos graves, ya que el modelo de
monogamia y poligamia en serie lleva a diferentes reclamaciones incompatibles
cuya resolución puede requerir años.
Tradicionalmente, cuando había un excedente de tierras, las labores en el
sector campesino se hacían mediante la participación común y el intercambio
recíproco de trabajo (“cambio de mano”). En los últimos cuarenta años esto
ha dejado su lugar a los contratos salariales, conforme el campesinado se ha
estratificado de manera creciente en linajes jerárquicos de hombres y mujeres
emparentados por afinidad a la vez que polígamos en serie. En los años
1950, la estructura socio-económica del campesinado se componía en esencia
de jerarquías locales centradas en un hombre prominente de edad madura,
rodeado de una constelación de familias campesinas pobres de primos en
primero y segundo grado encabezadas por una mujer, las cuales daban a luz a
sus hijos y lo abastecían de trabajadores, mientras que las familias campesinas
medias llenaban los huecos intermedios. A medida que los campesinos ricos
hacían la conversión de sus posesiones de cultivos permanentes a cultivos
temporales y adquirían el uso de tractores y cosechadoras que ahorraban
trabajo, así el sector femenino de la población pobre se vio obligado a seguir a
los hombres al trabajo por un jornal diaria en las plantaciones. Esta transición
fue estimulada por los contratistas de trabajo, quienes mostraban mayor
predilección por las mujeres que por los hombres, ya que las primeras eran
más “dóciles” y había menos probabilidades de que causaran problemas por
los niveles salariales y las condiciones de trabajo. Puesto que para entonces la
familia encabezada por una mujer, cada vez más aislada y privada de lazos de
17
U. S. Agency for International Development; Fundaciones Rockefeller, Ford y Kellogg.
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parentesco, surgía como la norma, la sumisión de la mujer no era motivo de
sorpresa, pues eran estas mujeres las que tenían que asumir la responsabilidad
inmediata y diaria de la alimentación de sus hijos de distintos padres.
De conformidad con la descentralización formal de las plantaciones, los
grandes terratenientes apenas desempeñaron un papel marginal o indirecto en
la política regional y en la administración local, situación que dista bastante de
la de treinta años atrás cuando el terrateniente era el Estado y su mayordomo
el “jefe” político. Actualmente estas funciones se encuentran en manos de
funcionarios gubernamentales menores, de los cuadros directivos locales de
los dos únicos partidos políticos permitidos y, sobre todo, de las “roscas”
integrados solo por blancos, que son las células básicas de la estructura
del poder en Colombia. La “rosca” es una asociación no oficial e informal
de corredores de poder que congelan el poder en sus respectivos niveles
de operación, los cuales ascienden de la base municipal por coaliciones
regionales hasta los niveles departamental y, en última instancia, nacional,
con la existencia en cada etapa de su “rosca” respectiva. La división política
bipartidista de todo el país entre conservadores y liberales solo afecta
levemente esta red. En palabras de un político local que ha triunfado “una
‘rosca’ es un grupo de conservadores y liberales que son amigos del Gobierno
y que reciben o manipulan cargos dentro de él”. También se le alude tan solo
como “los que mandan”. Los terratenientes, que sin excepción viven fuera
de la región inmediata, no tienen tratos íntimos con la rosca local ni con los
funcionarios gubernamentales (a quienes, por supuesto, los elige la “rosca”).
Más bien, se articulan de manera directa en el aparato estatal –centralizado en
alto grado– en sus niveles más elevados de los centros tanto regionales como
nacionales de mayor importancia. Las plantaciones y los pueblos paupérrimos
de los alrededores son chozas en putrefacción que los terratenientes dejan
atrás de las polvaredas de sus jeeps de gran potencia y sus escoltas policiales,
equipadas con radios transmisores y receptores en caso de que los asalten, lo
cual es un temor común.
Por el momento la población atrafagada puede pacificarse, pero a costa de
una tensión social severa, aunque inmadura, y de una disgregación moral
bastante generalizada entre las clases. El control social y los requerimientos
laborales se han asegurado como resultado de un gran contingente de reserva
de pobres sin tierras y minifundistas de los alrededores. Este excedente es un
fenómeno relativamente nuevo del siglo XX en la historia social de Colombia.
El incremento natural de la población local y la inmigración de individuos
de la costa dedicados a actividades de subsistencia solo crean, por supuesto,
un “excedente”, dada la apropiación política prevaleciente de los medios de
producción. Las frustraciones sociales engendradas por las consecuencias
económicas –y personalmente humillantes– de este gran contingente de reserva
720
M i c h a e l Ta u s s i g
se encuentran hasta cierto punto mitigadas por las elaboradas microdivisiones
que tienden a reducir la solidaridad de clase.
A pesar de los crueles incentivos de la pobreza,18 aun es reducida la buena
disposición hacia el trabajo. Tanto los campesinos pobres como los jornaleros
sin tierras intentan resistir al trabajo proletario siempre que es posible y
permanecen bastante apartados de los modelos “racionales” aumento al de
máximo del dinero en efectivo de la economía clásica. Los trabajadores de
las plantaciones aspiran a metas fijas, no a la acumulación, y su respuesta a
los incrementos salariales es la reducción de la producción en tanto logren
sus deseos tradicionales. Las normas populares igualitarias, los mecanismos
informales de nivelación social y una profunda y compleja conciencia de la
destrucción de la propia humanidad planteada por la naturaleza de mercancía
del mercado que tiene el trabajo asalariado se encuentran implantadas de
manera firme en la cultura del pobre del Valle. A las personas que acumulan
riquezas se les desprecia y teme como agentes del diablo, y la magia negra es
una sanción común en su contra.
En tanto que el campesinado local solo confía en Dios y en sí mismo para
mantener la producción de sus parcelas, por lo general se piensa que los
trabajadores de las plantaciones hacen tratos con el diablo para aumentar la
productividad aun cuando tienen que dilapidar de inmediato las ganancias con
tanto trabajo obtenidas, en artículos suntuarios y aun cuando morirán entre
angustias. Este dinero no puede servir como inversión para los trabajadores
y todos los bienes de capital así adquiridos se vuelven infructuosos. La tierra
trabajada de este modo se vuelve tan estéril como el proceso de trabajo en sí
mismo; ninguna soca ni retoño de caña, según se dice, brotará nunca hasta
que la tierra esté recién arada.
En contraste con la conciencia del campesino, la concepción de la plantación es
que se ha invertido el equilibrio anterior del hombre y la naturaleza. Existe ahí
una relación del todo enajenada con la tierra, los implementos, los cultivos y la
organización social de la producción: tal cantidad de energía humana a cambio
de tanto dinero en efectivo. Hay ahí la posibilidad de incrementar el ingreso de
la naturaleza, pero solo mediante el recurso ilícito de venderle el alma al diablo.
La atribución del mal a este tipo nuevo y cruel de explotación del hombre y
la naturaleza difícilmente podría ser más clara, dado el idioma cultural y su
18
Estudios clínicos (con base en estatura, peso y rasgos físicos) indican que alrededor de la
mitad de la población infantil –de 15 años de edad o menos– que vive tanto en ciudades
como en el campo sufre de desnutrición de moderada a seria.
721
E v o l u c i ó n d e l t r a b a j o a s a l a r i a d o r u r a l e n e l Va l l e d e l C a u c a , C o l o m b i a , 1 7 0 0 - 1 9 7 0
contraste con la moral protestante, y el espíritu del capitalismo difícilmente
podría ser más profundo.19
Por lo anterior debe ser obvio que el curso de la proletarización en el Valle del
Cauca ha seguido un modelo muy diferente al establecido en gran parte del
mundo “desarrollado” de Europa Occidental y Estados Unidos y que esto se debe
en buena medida a la presencia y actividad del mundo “desarrollado”, filtradas,
como ha sucedido, en las condiciones socio-económicas locales.
La concentración de la industria rural en plantaciones ha sido acompañada de su
contrario, en el aspecto de organización, en lo que a la fuerza de trabajo se refiere.
El movimiento inicial hacia los grandes sindicatos se ha reemplazado vigorosamente
por la tendencia a la atomización de la organización del trabajo en la forma de
pequeñas partidas controladas por contratistas laborales.20 Por otra parte, mientras
que la proletarización del campesinado se ha logrado en gran medida como un hecho
objetivo, los propios trabajadores asalariados no la han aceptado en lo subjetivo como
correcta o adecuada. Su comprensión y evaluación moral de este nuevo modo de
producción están, en otras palabras, encontrados con la ideología que normal o
idealmente debería de acompañar ese modo de producción. Estos proletarios neófitos
contrastan de manera crítica su nueva situación objetiva como trabajadores asalariados
con el modo de producción radicalmente diferente en el que nacieron, con el que
conserva aún contacto personal y del que se les ha arrancado.
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de Autores Colombianos.
19
20
Este es a todas luces un caso notable del reconocimiento cultural del proceso al que Karl
Marx y otros se refieren como “enajenación”. Incluye no sólo el sentimiento de oposición
o conflicto entre las clases; sino también visiones del mundo, epistemologías y sistemas
morales fundamentalmente opuestos.
Gran parte de este proceso lo ha descrito con propiedad Rolf Knight (1972).
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724
Tenencia y uso de la tierra por la industria azucarera
del Valle del Cauca1
SIMEONE MANCINI M.
Introducción
Breve historia de la tenencia y uso de la tierra
La política colonial sobre la propiedad de la tierra se divide en dos épocas:
a. La que comprende los siglos XVI y XVII, arbitraria y absolutista, en que
el origen de la propiedad estaba en las capitulaciones o facultades de que
disponían los conquistadores de repartir tierras entre sus soldados y oficiales,
que luego confirmaba el rey, dando el título de merced o propiedad. Casi
paralelas a las capitulaciones aparecen luego las encomiendas, sistema
feudal que daba derecho al encomendero a utilizar el trabajo de los indios
de una región, a cambio de ofrecerles protección, albergue y educación. Las
encomiendas no daban título de propiedad y podían prolongarse en herencia
hasta por tres vidas.
b. La segunda época, de 1.701 hasta la república, en que se incorporaron a
la Corona las encomiendas vacantes (poseídas por personas no residentes en
las Indias) y las restantes (en 1718), con abolición de esa institución, pasando
el rey a venderlas al mejor postor en título de propiedad. Arboleda (1948)
afirma que las ventas de las encomiendas que se incorporaron a la Corona
en 1718 y los títulos de merced, son el origen de la. propiedad privada entre
nosotros. En esta forma nació el latifundio en Latinoamérica. Salazar (1948)
comenta que en la Colonia la usurpación de tierras era frecuente en los vastos
realengos, y contra ello se instituyó la “Composición”, organismo destinado a
1
Original tomado de: Simeone Mancini. 1954. Tenencia y uso de la tierra por la industria
azucarera del valle del cauca. Acta agronómica, 4 (1): 15-44.
Tesis presentada como requisito parcial para optar al título de Ingeniero Agrónomo, bajo la
presidencia de Pbro. Dr. Raúl Zambrano C., a quien el autor expresa su gratitud. Recibido
para publicación, el 10 de diciembre de 1953.
725
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
expropiar la tierra de quienes no poseían título de merced o se encontraban
fuera de los límites de su encomienda. No detuvo las inmensas apropiaciones
de tierras, pero fue eficaz en algunos casos.
Fueron precisamente los dos mayores encomendadores del Valle los que instalaron
los primeros ingenios azucareros. García Vásquez (1951: 293) dice: “Los Capitanes
Lázaro y Andrés Cobo, fundaron y explotaron el primer trapiche colonial del
Cauca”, que al mismo autor fija en la región de Amaime, agregando (García
1928: 43) que como hijos del heroico capitán Don Pedro Cobo, compañero de
Belalcázar, heredaron la encomienda de la tribu de los Anaponímas, que habitaban
el territorio del actual municipio de Cerrito.
Parece que ambos hermanos poseían ingenios y que fue Don Lázaro Cobo quien
montó el primero, y por ello García Vásquez (García 1951: 304) lo llama fundador
de la industria azucarera en el Valle del Cauca. Según Tascón (1924: 95), el otro
encomendero fundador posteriormente de otro ingenio, en 1560, fue el Capitán
Gregorio de Astigarreta, que con los indios de su encomienda formó una pequeña
población que García (1951: 285) identifica como Pueblo Nuevo y Tascón (1924:
95) como San Jerónimo de los Ingenios.
Según esto la industrie azucarera parece haberse iniciado en el Valle antes de
1560. Arroyo (1955. 324) afirma que la caña fue introducida por el puerto de
Buenaventura procedente de Santo Domingo y que su cultivo se extendió muy
rápidamente. Crist (1952: 12) cita el testimonio de Cieza de León, quien en 1547
vio crecer la caña en las fincas cercanas a Cali. Arroyo (1955: 325) dice que
a fines de ese siglo la industria había progresado tanto que no sólo abastecía
parte del país, sino que se exportaba a Panamá. Según el mismo autor, el libro
de la Tesorería registra el 31 de marzo de 1588 el pago que hacía los Capitanes
Lázaro y Andrés Cobo del almojarifazgo (impuesto de exportación, del 2 ½ %)
por un envío de azúcar a Panamá: fue la primera expectación de azúcar del Valle.
Registra también otro envío de 180 arrobas.2 En 1598, en una real Provisión de
la Audiencia de Quito, que cita Tascón (1924: 71), se dice que Lázaro Cobo y
Gregorio de Astigarreta eran los mayores encomenderos, no sólo por la cantidad
de indios que tenían a su cargo sino “por las muchas haciendas que tenían, así de
ganados, de sementeras e ingenios de azúcar como de otras cosas”.
En esa época la caña y la ganadería eran las únicas empresas de importancia y
bien pronto en el siguiente siglo la ganadería se convirtió en la principal de las
riquezas. Ya en 1620 (García Vásquez 1951: 304) el Valle enviaba sus ganados
a Antioquia, Popayán y Quito en partidas de 800 a 4000 cabezas. En l688 se
presentó una alarmante crisis en la ganadería ocasionada por fuertes sequías,
2
Peso igual a 25 libras.
726
Simeone Mancini M.
pestes y dificultad de introducir la sal que venía del Perú. Hatos de 8000 y 10.000
reses quedaron reducidos a menos de 2000 (García Vásquez 1951: 312).
Volvió a tomar incremento entonces el cultivo de la caña y en 1705 se habla de la
importancia de las haciendas y trapiches del sitio de Llanogrande (actual Palmira)
(Tascón 1924: 117). En 1760 era el principal cultivo, base de la producción de
azúcar, panela y mieles para la elaboración del aguardiente y sostén principal de
buena parte del proletariado rural (Crist 1952: 19).
Tal vez debido al amplio desarrollo de la caña, según García Vásquez (1928),
en 1765 “se establece el estanco o monopolio del aguardiente, que afectó a la
tradicional industria azucarera y al cultivo de las pequeñas parcelas de caña con
sus correspondientes trapiches” y la crisis fue de tales proporciones, que el cabildo
se vio precisado a suprimir el impuesto.
Los primitivos latifundios se fueron parcelando con el tiempo a causa de las
sucesiones y así García Vásquez (1928) comenta que en el siglo XVIII las
familias propietarias de las grandes haciendas de la zona de Amaime estaban
emparentadas entre sí. El mismo autor cita a la breve descripción que se hace del
mejor latifundio de la “otra banda”,3 él “callejón del Alisal”, que se componía “de
caseríos, trapiches, cañaduzales, sementeras, negros esclavos, ganados, yeguas,
caballos, mulas, potros y tierras”.
A fines de la Colonia, el gobernador de Cali, ordenó bajo multa que por cada
almud4 de maíz se sembraron cien matas de algodón y lo mismo en cacao por
cada almud sembrado de plátano (García 1951).
Sólo hacia 1860 se introdujo al Valle el pasto Pará, que hoy ocupa la mayor parte
de las tierras dedicadas a la ganadería y que le dio gran impulso por sus ventajas
sobre el pasto común (Sanclemente 1944).
En condiciones primitivas continuó la industria azucarera, hasta fines del siglo
pasado y principios del presente, en que don Santiago Eder (quien desde 1.884 era
el primer productor de dulce en el Valle, con producción diaria de 60-80 arrobas
de azúcar) importó de Inglaterra la maquinaria más pequeña que pudo conseguir
para producir azúcar centrifugada y que tardó tres años en transportar a lomo de
bueyes de Buenaventura a “Manuelita” y con la cual trabajó este ingenio hasta
1926 (Gers 1944). A partir de ese año se inicia el verdadero desarrollo de nuestra
industria azucarera; aparece entonces el ingenio Providencia y dos años después
Riopaila, y que con Manuelita forman la trilogía de los mayores del Valle. En 1933
3
4
Margen derecho del río Cauca, entre Buga y río Bolo.
Equivalente a media plaza, o 3200 m2.
727
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
se fundan Bengala y La Industria, en 1935 Perodías y en 1938 Mayagüez. De allí en
adelante y hasta la fecha, quince nuevos ingenios han hecho su aparición.
Generalidades sobre la industria azucarera del Valle
Condiciones actuales del Valle. El Valle del Cauca se extiende 250 kilómetros
(de Timba a Cartago) en dirección SO-NE, con una superficie total de 5320
Km.2, repartidos así: 4565 Km.2 en el departamento del Valle y 755 Km.2 en el
departamento del Cauca. Una zona de 700 a 900 Km.2 se inunda en las grandes
avenidas del río Cauca. Su altura media es de 1000 metros sobre el nivel del mar.
El Valle se encuentra en su mayoría dedicado a una ganadería de tipo extensivo
representada en más de un millón de cabezas, en su casi totalidad de raza criolla.
A pesar del empirismo, la rutina y la indiferencia que prima entre los ganaderos
o terratenientes, en la última década se ha acentuado un espíritu de superación
entre algunos de ellos y se mejoran continuamente los hatos con la introducción
de reproductores seleccionados.
Los principales cultivos son la caña, que a mediados de 1952 ocupaba según la
Secretaría de Agricultura del Valle (1952) 59.261 plazas,5 número que ha sido
incrementado hoy día por no menos de 10.000 plazas; el arroz, que ocupa
importantes áreas; el maíz, el fríjol y el cacao; otros cultivos ocupan áreas menores.
La caña de azúcar es el cultivo de mayor rendimiento y seguridad, limitado sólo.
por la irregularidad del mercado, la falta de protección al pequeño productor
y la. carencia de cooperativas u organismos que beneficien la caña con alto
rendimiento. Ya en 1929 observaba Chardón (1930)
sin embargo, en el Valle existe un gran número de pequeños
productores que ahora funcionan separadamente y que
sucumbirán. indefectiblemente ante el arrollador empuje de las
grandes organizaciones. Uniéndose en corporaciones o sociedades
cooperativas, estos productores aislados podrían formar importantes
núcleos de producción, que traerían como consecuencia la
modernización, simplificación y abaratamiento del producto.
Las excelentes condiciones del Valle para la caña, han sido reconocidas
en diferentes oportunidades por expertos de la industria. Moir y Baver, de la
Asociación de plantadores de caña de Hawaii (1952) se expresaron así: “No hemos
visto ninguna tierra que posea la fertilidad natural de las tierras del Valle del Cauca
5
Unidad de superficie equivalente a 6400 m2.
728
Simeone Mancini M.
para la producción de caña”. Y Chardón (1930), jefe de la misión portorriqueña de
reconocimiento agropecuario del Valle:
nos aventuramos a declarar que las condiciones naturales del Valle del
Cauca son tan privilegiadas que un esfuerzo coordinado del Gobierno
y los elementos de producción a base de un programa agresivo,
cooperativo y constante de mejoramiento agrícola, daría realización
plástica al nombre con que lo bautizó Humboldt hace más de un siglo
“¿El paraíso de América?”
Es indispensable conocer con exactitud la realidad del Valle del Cauca para
emprender una acción estatal acertada, que permita un uso intensivo y racional
de los suelos del Valle, no sólo para aprovechar sus óptimas condiciones sino
también para que brinden riqueza y bienestar al mayor número posible de
agricultores. Además del censo agropecuario que se efectuó hace dos años y cuyos
resultados son todavía ignorados, es indispensable un reconocimiento completo
de los suelos del Valle, que nos indique su valor potencial, base indispensable
de la valoración catastral y de la fijación futura de impuestos sobre la tierra. Sin
ello es imposible determinar las zonas óptimas para determinados cultivos, las
parcelaciones adecuadas que eliminen la subutilización del suelo, y realizar con
éxito un plan de irrigaciones y drenajes, necesidades estas fundamentales del
Valle. Es también la base del impuesto progresivo sobre la tierra, sugerido por
Currie (1950), que gravaría el uso inadecuado de ella y permitiría una mayor
utilización del suelo, es decir una mayor producción, por medio de un mayor
acceso a los agricultores a las tierras planas del Valle. No olvidemos que el mayor
problema agrario de Colombia, es que las mejores tierras del país carecen de
agricultores, y los agricultores de tierra y capital.
La industria azucarera del Valle del Cauca produjo en 1.951, 2.963.713 quintales
(sacos de 50 kg), o sea alrededor del 93 % de la producción nacional de azúcar.
En la actualidad funcionan veintidós ingenios en el Valle, cuya área en caña era
en abril de l953 algo más de 41.000 plazas. Sólo tres poseían en propiedad más
de 4000 plazas de cultivo, y cuatro más de 2000 y menos de 4000. El mayor de
los ingenios tiene sólo una capacidad de molienda de l 300 toneladas diarias,
por el momento. Los mayores proyectan ensanches en su capacidad diaria de
beneficio. Sólo dos producen más de 500.000 sacos (de 50 kg. cada uno) al
año. El menor de los ingenios elabora unos 15.000 solamente. La producción
de los ocho mayores ingenios en 1951 fue de 2.493.190 sacos, o sea el 79,09 %
de la producción del departamento del Valle (Secretaría de Agricultura 1952).
La capacidad productora del Valle fue fijada por Chardón (1930) así: “Hacienda
cálculos muy conservadores, la capacidad potencial del Valle del Cauca para
producir azúcar es de 3.125.000 toneladas”.
729
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
El tonelaje promedio de caña en los ingenios por plaza es de 74,6 toneladas con
una variación entre 82,75 y 63,98 (dato este último, que se refiere a un ingenio
que tiene parte de su tierra en suelos planosólidos de menor rendimiento.6
La eficiencia industrial en el Valle o sea el rendimiento promedio en azúcar por
tonelada, fue en 1951 de 10,7 %, según la Secretaría de Agricultura (1952). En el
mismo año los ingenios pequeños tuvieron rendimientos inferiores a 9,40 % y dos
de ellos declararon tenerlos menor de 8 %. Los mayores estaban entre 10,52 y
11,80 %. En Cuba el promedio (1951) fue 13.20, en Puerto Rico 11,69 en el mismo
año. Long (1953) considera que el factor más importante en la industria azucarera
es el rendimiento de azúcar por acre por mes de crecimiento y da los siguientes
valores: Puerto Rico (1950) 0,27; Perú 0,35; Hawaii (18 centrales) 0,38; Manuelita
(Valle) (promedio 1947-1951) 0,40 y Java (l938) 0,54.
En términos de valor, la caña de azúcar es el segundo producto agrícola colombiano.
Currie (1950) dice que en 1947 la producción industrializada de azúcar representó
sólo un 10 %, de la producción nacional de caña, pues la panela absorbe el 83 %
y el resto la producción de miel. En el departamento del Valle la producción
de panela ascendió en 1951, a 84.000 toneladas cortas y, según estimativo de
Long (1953), de haberse beneficiado la respectiva caña en fábricas modernas,
la producción de azúcar habría sido de 121.000 toneladas cortas. La Secretaria
de Agricultura (1952) estima en56 millones de pesos anuales las pérdidas por
deficiente extracción de los trapiches paneleros, mal cultivo y consumo de leña.
También calcula que las hornillas paneleras queman 70.000 árboles por cosecha.
Contra este estado de cosas, Long (1953) sugiere que los ingenios azucareros
aprovechen el primer jugo para hacer panela, cuando el precio lo justifique,
evitándose así las pérdidas por el deficiente beneficio de los trapiches paneleros,
De ocurrir esto, los trapiches desaparecerían ante la imposibilidad de competir
con los costos más bajos de las grandes fábricas.
Las principales razones para que el Valle del Cauca sea región privilegiada para
el cultivo de la caña son:
a. Casi en cualquier época del año la planta puede sembrarse o beneficiarse.
Esto sólo ocurre en Hawaii, Perú y Guayana inglesa.
b. Como consecuencia de lo anterior las fábricas pueden moler casi todo el
año, por lo que la capacidad diaria de molienda se reduce notablemente.
Al no existir época de zafra, ofrecen empleo permanente a un personal
debidamente escogido.
c. El contenido de la sacarosa aparente en la caña es relativamente uniforme
6
Long (1953) trae los siguientes rendimientos de algunos países productores, en toneladas
cortas por acre; Puerto Rico 28,9. Java 81,9; Hawai 78,7 (promedio de dieciocho centrales)
Manuelita 54 (promedio de cinco años).
730
Simeone Mancini M.
y alto en el Valle. Según Long (1953), en cinco fábricas oscilaba entre
14,10 % y 14,80%, y la pureza aparente del primer jugo entre 85,6 y 89,3%.
d. El tonelaje es bueno, alrededor de 75 toneladas por plaza, si se tiene en
cuenta que no hay uso de abonos e irrigación deficiente.
Una circunstancia hay demasiado poderosa para detener nuestro desarrollo
azucarero: el mercado mundial. Si los poderosos centrales azucareros de Cuba
cultivan ellos mismos y sus colonos menos de la mitad de la tierra que poseen
porque no les es posible conseguir más mercados para su producto, con mayor
razón nuestra industria azucarera, satisfecho ya el mercado nacional, tendrá su
límite en el mercado internacional. Sólo le quedaría un camino; entrar a competir
en precio y para ello sería necesario el montaje de grandes Ingenies que abarataran
el costo de producción, posible sólo con la presencia de fuertes capitales foráneos.
Long (1953) cree que con fábricas que beneficiarían 3000 toneladas diarias el Valle
del Cauca podría producir azúcar tan económicamente corno los dos mayores
centrales del Perú, (que posiblemente son los que tienen los costos de producción
más bajos del mundo), o más económicamente aún.
Algunas consideraciones sobre la producción de
caña fuera de los ingenios
La producción de caña
Según el reciente registro agropecuario de la caña (1952), en el departamento del
Valle del Cauca hay 1190 fincas que cultivan caña (fuera de los ingenios), con una
superficie total de 120.934 plazas, de las cuales 29.260,25 están en caña de azúcar, es
decir al 32,43 % siendo la superficie total promedia de 101,6 plazas para cada finca.
Hay 885 fincas con trapiche (el 74,37 %), con un área en caña de 24.556,25 plazas,
lo que da 27,75 plazas de caña para cada trapiche. Estos son en un 61,1 % de
tracción animal. en un 26,1 % de motor y el resto, 7,8 %, movidos con ruedas
hidráulicas. Sólo hay 15.892 plazas en la planicie del Valle.
Las restantes 305 fincas carecen de trapiche y deben vender su caña a ingenios o a
trapiches paneleros, o usarla como forraje. Su área en caña es de 4263 plazas en la
zona plana, y de estas 3815 plazas corresponden a 47 fincas de los municipios de
Buga, Candelaria, Cerrito, Ginebra, Palmira y Pradera. que seguramente suministran
su caña a los centrales azucareros y trapiches más próximos. Observando las
fincas por el área sembrada en caña tenemos que el 58,38% de todas las fincas
tienen menos de 5 plazas y sólo representan el 6,05 % del área total sembrada.
Como el número de fincas con trapiche es de 885 sobre un total de 1190 y de estas
731
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
696 tienen menos de 5 plazas, se deduce que 400 trapiches cuentan con menos
de 5 plazas de caña. Las fincas entre 50 y 300 plazas representan la mitad del área
total con caña, y por lo tanto es el grupo más importante.
Cuadro 1. Clasificación de las fincas productoras de caña no pertenecientes a
ingenios, de acuerdo con la superficie sembrada en caña (en plazas). Fuente:
Registro Agropecuario N°1, Secretaría de Agricultura del Valle.
Área sembrada
No. de fincas
Hasta 5
696
%
58,38
Área con caña
1768,75
%
6,05
5-10
204
17,18
1608
5,50
10-20
92
7,75
1366,50
4,68
20-50
63
5,34
2276
7,78
50-100
61
5,13
4859
16,63
100-200
46
3,87
7031
24,05
200-300
22
1,85
5714
19,54
300-500
3
0,25
1237
4,14
Más de 500
3
0,25
3400
11,63
Total
1190
100,00
29.260,25
100,00
Es bueno destacar la importancia, que desempeñan en la producción de caña
los municipios de Palmira, Candelaria, Cerrito y Pradera, que sumaban en junio
de 1952 una superficie sembrada en caña de 30.790 plazas, de estas 14.687,5
repartidas en 103 fincas no pertenecientes a ingenios. La última cifra representaba
el 50,2 % de toda la caña de la misma clase en el departamento y correspondía
a sólo el 8,6% del número total de fincas productoras de caña. El área media por
finca productora fue respectivamente de 283,4 plazas; 211,29; 390 y 339,8 plazas,
pero el promedio de área cultivada sólo fue de 167,18 plazas para los setenta
trapiches de esta zona y de 90,5 plazas para las fincas sin trapiche.
Resumiendo, tenemos:
a. Las fincas que cultivan caña son en general de regular extensión, ya que
su tamaño promedio es de 101,6 plazas.
b. Cerca de las 3/4. partes de las fincas poseen su propio trapiche, pero casi
la mitad de ellos no disponen de más de 5 plazas de caña como materia
prima.
c. El promedio para cada trapiche es apenas de 27,75 plazas de caña. El
61,1 % de los trapiches es de tracción animal.
d. De las fincas sin trapiche el 15,4 % cultiva casi el 90 % de la caña total por
732
Simeone Mancini M.
e.
“contrato” para los ingenios.
Cuatro municipios producen el 50,2 % de toda la caña y sus fincas oscilan
entre 211 y 340 plazas de superficie, mientras el área media de caña por
trapiche era de 167,18 plazas.
Los productores
No fue objeto principal de nuestro trabajo investigar las fincas productoras
de caña que venden a los ingenios azucareros, y por ello la información que
darnos’ fue suministrada por los centrales en forma aproximada, unas veces en
tonelaje comprado, otras en número de plazas contratadas y una que otra vez
en porcentajes sobre la molienda total, y debido a ello recurriremos otra vez a
estimativos y pronósticos, en lo que se refiere a 1953.
Es fundamental reconocer que el colono, base de la industria azucarera de las
Antillas, prácticamente casi no existe en nuestro medio. Mientras más de las ¾
de la caña en Cuba y Puerto Rico es sembrada y cosechada por finqueros, en el
Valle del Cauca ocurre lo contrario. En el año de 1951, de 1.581.757 toneladas de
caña beneficiadas por los centrales del departamento del Valle 408.138 toneladas
fueron, en cantidades que variaron de 6000 a 73.000 toneladas, caña comprada
por trece centrales, o sea el 25,8 % del total de la molienda. En el momento
presente sólo ocho ingenios necesitan comprar más del 10 % de la caña que
muelen y hay tres que no compran en 1953, aunque todo esto suele variar de un
año a otro por múltiples circunstancias. La aspiración de los centrales es siempre
producir su propia caña; esto tiene sus ventajas, pues permite mantener una
buena relación entre sus operaciones agrícolas y las manufactureras. Sin embargo,
eso no es posible para algunos, por carecer de suficientes tierras o que por su
reciente instalación no han logrado llevar sus cultivos a la extensión deseada. De
la caña comprada, el 20-30 % la proporcionan los colonos independientes, que
es mejor llamar en nuestro medio vendedores o cultivadores eventuales, pues
pudimos observar, entre las ventas de caña efectuadas en los últimos diez años,
que son muy contados los que han hecho dos o más ventas a un mismo ingenio, y
lo frecuente es que los vendedores de un año, sean diferentes de los del siguiente.
En 1952 sólo 37 fincas vendieron caña a los centrales. De ellas, dieciséis poseían
trapiches paralizados y las restantes carecían de ellos. Según el tamaño de las
fincas, cinco eran menores de 50 plazas; siete mayores de 50, pero menores de
150; catorce tenían entre 150 y 500 y once fincas eran mayores de 500 plazas;
en los dos. últimos grupos se encontraban catorce, de los dieciséis trapiches El
tonelaje aportado por las fincas anteriores fue algo mayor de 135.000 toneladas,
un poco más del 25 % de la caña total comprada por los ingenios. El 94,6% de ella
la proporcionaron las fincas mayores de 150 plazas.
733
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Los colonos7 que siembran por contrato para el presente año, (1953), solo asciende
a 21, y el área media de sus fincas es algo mayor de 1000 plazas, distribuyéndose
según su tamaño así: una menor de 150 plazas; tres entre 150 y 500 y diecisiete
fincas mayores de 500 plazas. Los dos últimos grupos poseían tres y cinco trapiches
respectivamente, sin trabajo. Un pronóstico aproximado fija entre 350 y 400.000
toneladas de caña su producción.
Dentro de esta última categoría de colonos contratados no hemos incluido el caso
único de aparcería de cuatro compañías agrícolas que cultivan 1600 plazas de
propiedad de un ingenio, por contrato de once años, con compromiso de vender
su producción al central, pagando como arrendamiento el 25 % de ella.
Factor muy importante en las relaciones entre el sector fabril y el agrícola es
la forma de pago de la caña vendida. El contrato casi siempre estipula un
precio por tonelada o uno global por plaza de cultivo, determinándose además
quién cortará y transportará la caña hasta el ingenio, factor que representa
alrededor de la tercera parte del precio de la tonelada de caña. La duración de
los contratos es muy variable, oscila entre un año, o una cosecha, y quince años;
lo más frecuente es el contrato por un corte, pues ofrece la ventaja de fijar un
precio más acorde con el mercado.
Unos pocos ingenios, aquellos que dependen en porcentajes más o menos alto
de las cañas de sus colonos, pagan a razón de 50 kg. de azúcar sulfitada o 45
de azúcar refinada por tonelada de caña, con jugo no inferior a 20° Brix. Con
Brix inferior, los kilos de azúcar por tonelada disminuyen proporcionalmente de
acuerdo con tablas elaboradas por cada central.
Hemos visto que las fincas que venden cañas a los ingenios son relativamente
pocas. Esto se debe a la falta de demanda por parte de los ingenios que procuran
cultivar sus propias cañas, ya que no existen en nuestro país leyes que regulen las
relaciones entre el sector agrícola y el industrial y que obliguen a los ingenios a
beneficiar un determinado tonelaje de cañas compradas (cuotas) o a limitar el área
cultivada por ellos, y que fijen un precio mínimo para la caña.
De allí resulta que el cultivo sea esporádico entre aquellos que no tienen un
contrato que garantice la venta del producto, y ocurre más bien en las épocas en
que se presume habrá una buena demanda, sea por la instalación o ensanche de
ingenios, o por la insuficiencia en las cañas cultivadas por el ingenio.
7
Término con que se denominan los agricultores que cultivan la caña independientemente,
pero con el propósito de suministrarla a los ingenios.
734
Simeone Mancini M.
Si el agricultor posee trapiche puede beneficiarlas o venderlas según el precio que
le ofrezcan, pero si carece de él queda a merced del central, si no hay suficiente
demanda para su producto. Este riesgo basta para limitar el cultivo.
Investigación sobre la expansión de la industria azucarera
Objeto del estudio.
El objeto del presente trabajo es insinuar las posibilidades de estudios económicosociales sobre la industria azucarera del Valle del Cauca, la segunda industria
agrícola de Colombia, de la cual es poco lo que se sabe, especialmente por falta
de divulgación y de estudios.
Como tema central nos propusimos indagar la expansión de la industria, para
saber qué fincas había desplazado, de qué tamaño, qué cultivos predominaban
y hasta donde fuera posible, la razón de su desplazamiento. El hecho de ser
esta industria bastante moderna, pues su verdadero desarrollo data de la década
de 1920-1930, antes de la cual sólo había un central importante que trabajaba a
vapor desde 1901, facilitó la búsqueda y nos indujo a emprender esta modesta
investigación, prácticamente imposible de llevar a cabo en aquellos países en que
la industria es centenaria.
Son de todos sabidos los problemas grandes, –explotación y miseria– que el
latifundismo azucarero ha acarreado en los países en que se ha desarrollado a
costa del pequeño y mediano finquero, ya sea absorbiéndolo o convirtiéndolo
en su satélite. Es común en el Valle creer que las centrales azucareras nuestros
han crecido desplazando multitud de modestos agricultores (Crist 1952) dice en
cambio que la industria tiene su origen en los grandes latifundios que heredamos
de la Colonia.
Nuestra investigación trata de poner en claro este problema y de describir el
desplazamiento de fincas clasificadas tanto por su tamaño como por el uso o
cultivos a que se dedicaban. Así mismo mostrar las relaciones entre los ingenios
y los cultivadores independientes, con o sin trapiche (Se incluyen también unas
breves noticias del Valle del Cauca y de la industria azucarera, como necesaria
introducción al tema central).
La urgente necesidad de estudios económico sociales en nuestro medio ha
sido para nosotros un permanente estímulo y es nuestra esperanza que este
limitado y modestísimo trabajo despierte al menos algún interés por este tipo de
investigaciones, entre los agrónomos del país.
735
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
Revisión de literatura
Hay una manifiesta carencia de estudios económicos-sociales en Colombia y en el
campo agrícola es más notoria esta deficiencia, causada en parte por la ausencia
de estadísticas serias. Fuera del reciente Registro Agropecuario N°1 del Valle del
Cauca sobre caña de azúcar (1952), publicado por la Secretaría de Agricultura,
no tuvimos otras fuentes estadísticas a qué recurrir, en lo referente al cultivo y
beneficio de la caña.
La bibliografía de este trabajo se refiere especialmente a las condiciones agronómicas
del Valle y a la industria azucarera en general, e incluimos referencias de los más
importantes investigadores de nuestro medio. El “Reconocimiento Agropecuario
del Valle del Cauca”, de la Misión Chardón (Chardón 1930) y The Cauca Valley,
Colombia (Crist, 7), son los trabajos más importantes al respecto. El “Informe
de la comisión encargada de visitar los ingenios azucareros del país” (Hermes,
Thorin y Obando 1938) nos dio un panorama de la industria en 1938. Muy valiosa
información se encuentra dispersa, en revistas y en publicaciones oficiales.
Directamente con el tema central de este trabajo no hay bibliografía qué citar.
Ramos Núñez (1952) registra el fenómeno de expansión de la industria y el
desplazamiento de determinado uso de la tierra cuando dice:
Los arrozales y el ganado están cediendo sus tierras a la caña de azúcar y nuevas
chimeneas pregonan el esfuerzo de industriales que ensanchan sus empresas
o de inversionistas asociados para explotar el negocio del azúcar; muchas
haciendas antes productoras de panela8 han hecho contrato a largo plazo con
ingenios vecinos para venderles toda su cosecha de caña o para recibir por ellas
determinado por ciento de azúcar.
Materiales y métodos.
La información para elaborar este trabajo la obtuvimos por medio de visitas
personales a los ingenios, y en la mayoría de los casos fuimos atendidos por los
gerentes o administradores. También se recurrió a las Oficinas de Registro para
confirmar algunas informaciones y para completar otras. Es bueno anotar que
algunos propietarios (muy pocos) fueron reacios a suministrar todos los informes
que se les solicitó, característica esta corriente en el campesino colombiano, pero
de extrañar en quienes por su cultura ocupan la dirección de un ingenio. Contrasta
8
Es un azúcar crudo o integral obtenido de los jugos de la caña por evaporación al aire
libre, enfriado por agitación y formado en panes en caliente.
736
Simeone Mancini M.
lo anterior con el minucioso control estatal de Cuba y Puerto Rico, que exigen
estadísticas muy detalladas y completas a los ingenios.
Con la información obtenida se elaboraron cuadros que discriminan la expansión
promedia anual en área, la superficie sembrada con caña o en pastos, las tierras
propias o arrendadas por los ingenios, las fincas que producen caña para ellos
por medio de contrato y las que les venden eventualmente. Las propiedades
adquiridas por los ingenios se han clasificado de acuerdo con su tamaño, así:
Hasta de 5 plazas; de 5-25; 25-50; 50-100; 100-200; 200-300; 300-500; 500-1000, y
las mayores de 1.000.
Las fincas menores de 25 plazas sólo se subdividieron en dos grupos, por no
haberse encontrado diferencias apreciables al establecer grupos menores. En
cambio, a pesar de la similitud de las fincas de 100-500 plazas, se repartieron en
tres grupos para dar una información más detallada.
En cada grupo se consideró el uso de la tierra así: pastos, bosques o rastrojo,
caña, arroz, cacao, cultivos varios (sementeras) y cultivos eventuales. También se
estudió el uso anterior en las fincas que dieron origen a los ingenios. En general
preferimos dar los resulta dos en porcentajes, no sólo para hacerlos comparables
entre sí, sino para simplificar y hacer menos pesada su exposición.
En cuanto a la veracidad de los datos es bueno advertir, que muchos de ellos
son sólo aproximados, pues no en todas las fincas adquiridas se hizo inventario
pormenorizado de sus cultivos y en las escrituras notariales de compraventa se
omiten a menudo no sólo los cultivos, sino hasta el área y el precio de venta. Es
conveniente agregar que los libros de Adquirientes de las Oficinas de Registro no
están exentos de omisiones especialmente con anterioridad a 1930-1934. El hecho
de que los ingenios se subdividan artificialmente en varias sociedades agrícolas
o haciendas cultivadoras de caña y en una empresa fabril, hizo más prolija la
búsqueda en los registros, pues unas propiedades se compraron a nombre del
Ingenio y otras a nombre de algunas de sus haciendas.
En lo demás hemos confiado en la seriedad y exactitud de los informes
suministrados por las empresas. Tenemos pues la certeza, de que la información
que·damos en el presente trabajo es suficientemente ajustada a la realidad.
Advertimos, por último, que usamos las denominaciones Valle o Valle del Cauca
para referirnos al valle geográfico de este río, especificando claramente cuando
se trate del departamento del Valle, pues aquel abarca también la parte norte
del departamento del Cauca.
737
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Desplazamiento de propietarios por la industria azucarera
Superficie dominada por los ingenios
Área adquirida. La industria azucarera, en su progresiva expansión del presente siglo
ha absorbido 332 propiedades, con una superficie total de 47.049 plazas en el período
de 1922-1953, en el cual la industria pasó de una a 22 factorías de azúcar centrifugado
o refinado. De 1948 a la fecha ha aumentado en ocho el número de ingenios, mientras
que en 1940 sólo existía ocho. El cuadro 2 indica la superficie anual promedia
adquirida por los ingenios en los últimos treinta años. Esta expansión es más notoria
a partir de 1940, lo que coincide con el comienzo de la segunda guerra mundial. En
ese año la adquisición promedio es ya de 1700 plazas, alcanzando su máximo en los
años de 1950 y l951, cuyo promedio anual fue de 4500 plazas.
Las fincas que fueron base o punto de origen de los ingenios azucareros existentes
suman una extensión de 18.664 plazas, que al ser incrementadas por las 47.049
plazas adquiridas posteriormente totalizan 62. 633 plazas, descontadas 3. 080 de
tierra vendida para otros fines en el mismo lapso. De esta superficie se encuentra
cultivada. con caña el 62,93 %.
Cuadro 2. Superficie adquirida por los ingenios (1922-1953)
Períodos
Superficie (plazas)
Promedio anual (plazas)
1922-1930
1274
141,56
1931-1935
1432
286,40
1936-1938
2545
848,20
1939-1941
5122
1707,34
1942-1943
5960
2980,00
1944-1945
5202
2601,00
1946-1947
7276
3638,00
1948-1949
5465
2732,50
1950-1951
9038
4519,00
1952
3735
3735,00
También domina esta industria 6000 plazas alquiladas en todo el Valle geográfico
del Cauca. De estas sólo 1.750 plazas corresponden al departamento del Valle
y están cultivadas con caña en un 62,86 %. El promedio en área en estas fincas
alquiladas es de 250 plazas.
738
Simeone Mancini M.
En un sólo caso el ingenio no es dueño de las tierras, sino que depende
exclusivamente de “colonos” (propietarios o finqueros) que le suministran la caña
por contratos, siendo estos los principales socios de la empresa. Otro ingenio, al
contrario, arrendó sus tierras: (1620 plazas) por once años a varias sociedades,
para que estas se comprometan a suministrarle las cañas que necesite. El resto
de centrales cultiva su propia caña, aunque algunos, limitados en su expansión
tienen que suplirse alquilando tierras o por medio de contratos, o compra a
cultivadores libres.
Figura 1. Crecimiento del dominio de tierras por los ingenios.
Tamaño de las fincas adquiridas. De Las 332 propiedades a expensas de las cuales
han crecido las centrales azucareras, más del 50 % son menores de 2 plazas, pero
en cambio sólo representan el 1,74 % de la superficie total. Ocho propiedades
mayores de 1000 plazas representan algo más de la tercera parte de la superficie
y sólo el 2,4 % del número de fincas; sin duda alguna la mayor contribución se ha
hecho a expensas de las fincas ganaderas típicas del Valle, cuya superficie oscila
entre 100 y 500 plazas, representando este tipo de finca el 24,7 % del total, pero
aportando el 44 % de la superficie.
Once propiedades comprendidas entre 500 y 1000 plazas, bien podrían incluirse en
el grupo anterior, pues su promedio es sólo de 580,45 plazas y así tendríamos que
el tipo de propiedad cuyo promedio en área va de 153,4 plazas a 580,45 plazas es
el más importante pues representa el 28 % de las fincas y el 57,6 % del área total.
739
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
Consecuencias económico-sociales
Consideramos dos clases de propietarios desplazados:
De fincas hasta de 25 plazas. En este tipo de finca predominan los cultivos varios
como sementeras, maíz, café, etc., que ocupan de un 60 a 70 % de la superficie,
y en algunas zonas el cacao es el cultivo más importante. Constituye pues un
tipo de finca familiar que la mayoría de las veces no proporcionan un aporte
importante a la economía del hogar, por la deficiente utilización, por falta de
capital o técnica. Este tipo de finca, que es el más numeroso en el Valle, no se
encuentra uniformemente distribuido, sino que forma especies de manchas dentro
de los municipios, dando origen a veredas, sitios y corregimientos que por lo
general soportan lo que podríamos llamar el proletariado rural del departamento.
Cuando esa población es. desalojada del campo pasa a habitar los barrios obreros
de las poblaciones más cercanas. Los centrales azucareros han desplazado 107
propiedades hasta de 5 plazas, cuyo promedio de área es sólo 1,65 plazas. Cerca
de la mitad de estas propiedades carecían de título y se compraron como mejoras
agrícolas en las comunidades o indivisos. de “La Paila”, “Bonifacio”, “El Overo” y
en el sitio de “Caracolí”, el único poblado que ha desaparecido totalmente en el
Valle como consecuencia de la expansión azucarera y que estaba situado dentro
de una hacienda particular en el norte del departamento, estas fincas en gran
parte oscilaban entre 0,1 y 1 plaza de extensión. Los centrales azucareros evitan
en lo posible la adquisición de este tipo de finca por tres razones principales:
Cuadro 3. Clasificación de las fincas desplazadas por su tamaño
Grupos
plazas
Hasta 5
Tamaño
promedio
(plazas)
1,65
N° fincas
% de fincas
Área total
% del área
107
32,23
177
0,38
5-25
10,35
62
18,67
642
1,36
25-50
31,79
29
8,74
922
1,96
50-100
71,67
33
9,94
2365
5,03
100-200
153,44
29
8,74
4450
9,46
200-300
251,09
33
9,94
8286
17,61
300-500
399,85
20
6,02
7997
17,00
500-1000
580,45
11
3,31
6385
13,57
Más de 1000
1978,12
8
2,41
15.825
33,63
141,71
332
100,0
47.049
100,0
740
Simeone Mancini M.
c. Proporciona el elemento obrero generalmente más próximo al ingenio,
el cual por poseer su propia vivienda le ahorra al ingenio la construcción de
campamentos mayores y el transporte de un personal muy numeroso; además,
sus necesidades económicas lo ligan indefinidamente al central, fuera del cual
le sería difícil conseguir trabajo, a menos que cambiara el campo por los centros
industriales, ya que dentro del sector rural del Valle, los ingenios proporcionan los
jornales más altos y el cumplimiento más o menos fiel de las. prestaciones sociales,
que exige la ley. Por lo general las haciendas: ganaderas y cultivadoras de caña,
distintas de los ingenios, sólo ofrecen trabajo por una temporada o mientras dure
el corte de la caña y los despidos intempestivos son frecuentes, así como la falta
de observancia de las medidas de protección dictadas por el Gobierno.
Figura 2. Extensiones de tierra propia, alquilada y sembrada en caña, en 1953
d. Lo más común es que los finqueros carezcan de título de propiedad, ya
sea porque no se han hecho juicios de sucesión o porque su único título,
no registrado, es el de la permanencia o posesión económica de su parcela,
transmitida familiarmente durante períodos muy variables que van de pocas
741
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
décadas a dos siglos o más. Este último caso, (el de la permanencia) es el más
frecuente. Su origen en la Colonia y aún en la República fue la de trabajadores,
agregados9 o aparceros de las grandes haciendas o fundos cuyos dueños les
permitían un pedazo de tierra para cultivar lo necesario para su subsistencia,
y más tarde al fragmentarse la gran propiedad permanecieron allí, con hechos
propios de dueños, explotando económicamente su tierra.
e. El precio de estas fincas, en virtud de su superficie densamente laborada
con cultivos permanentes o semipermanentes, por lo general es más alto
que el de las cubiertas con pastos, y no proporcionan superficies apreciables
para el ingenio. Además, es difícil conseguir la decisión unánime de sus
dueños para vender. Sin embargo, las centrales azucareras, en su expansión,
encierran a veces a propietarios de este tipo, a los que se ven obligados
a desalojar, por medio de compra, por los problemas que ocasionan las
servidumbres de aguas o tránsito, a que el encerramiento da origen o por ser
a veces elementos indeseables.
2)
De las fincas desplazadas mayores de 25 plazas. Este tipo de fincas
debiera ser excelente fuente de ingreso para sus dueños, pero no siempre
ocurre así, por su baja o escasa utilización casi siempre a causa de que se trata
de propietarios absentistas sin vocación por el agro. Una ganadería extensiva
a cargo de un mayordomo es el caso más frecuente en las fincas grandes.
En aquellas hasta de 500 plazas, en las dos últimas décadas, se ha observado
una tendencia a aprovechar mejor la tierra, cultivando especialmente caña y
arroz, en porcentaje que para la primera oscila entre 10-16% de la superficie
total y para el segundo es mayor del 4,5 %; este fenómeno ha sido favorecido
por el buen precio de ambos artículos y por la facilidad y seguridad de estos
cultivos. También se ha manifestado esta tendencia mediante el arriendo de
tierras a los agricultores japoneses para la siembra de maíz y fríjol. Fuera de
estos fenómenos más bien recientes, la utilización económica de la tierra por
medio de la ganadería extensiva, es el caso más general. No es pues de extrañar
que los dueños de estas fincas, en su mayoría absentistas, prefieran vender sus
propiedades halagados por el alto precio que ha adquirido la tierra, e invertir su
valor en la ciudad centro de sus actividades. Otros ganaderos, y por la misma
razón del buen precio de la tierra, han vendido en el plan del Valle para adquirir
tierras más baratas en zonas quebradas, que les permitan lograr una extensión
o área mayor para sus ganaderías. Salvo raras excepciones, los propietarios
desplazados han vendido la totalidad de su finca. También son pocos los que
han aceptado como parte del pago, acciones de algún central azucarero.
9
Agregado es todo jefe de familia que no posee tierra en calidad de dueño y cuya casa,
propia o ajena, se encuentra en predios de la hacienda en la cual desempeña faenas
agrícolas, devengando un jornal, base de su sostenimiento.
742
Simeone Mancini M.
Podemos afirmar, pues, que el desplazamiento de propiedades por la industria
azucarera tiene por causa principal el alto precio pagado por la tierra y el poco
rendimiento económico logrado por la ganadería. Una prueba fehaciente de esto
es el hecho de que los propietarios de la zona arrocera Guacarí-Ginebra, uno
de cuyos sectores ofrece el fenómeno de la propiedad mediana (fincas menores
de 100 plazas, pero mayores de 10) se han negado persistentemente a vender
sus tierras al ingenio azucarero de esa región, que se ve precisado a comprarles
la caña, tanto a ellos como a otros agricultores del Valle. El hecho de utilizar
económicamente sus tierras, con arroz y caña especialmente, es suficiente para
impedir que se desprendan de la fuente principal de sus ingresos.
Transformación producida por la industria azucarera
en el uso de la tierra
Desplazamiento de cultivos por la industria azucarera.
1. De acuerdo con el tamaño de la finca.
a. Hasta de 5 plazas. Las fincas hasta de 5 plazas mostraban más del 70 %
de su superficie en cultivos varios,10 y un 15,8 % en cacao, representado este
exclusivamente por veinticinco fincas del municipio de Pradera, con 28 plazas
de cacao y 15 de café. El resto de fincas ofrecía en su mayoría las típicas
sementeras de cultivos varios, incluyendo el café, que casi siempre se encuentra
presente en las parcelas pequeñas, y estaban localizadas en los municipios de
Palmira, Cerrito, y Zarzal.
b. De 5-25 plazas. Los cultivos de estas fincas eran muy semejantes a los
anteriores, predominando en cerca de un 60 % los cultivos varios y en cerca
del 20 % el cacao, representado por 25 fincas con área de 245 plazas y 127 en
cacao, en los mismos municipios mencionados antes. Se observa que los pastos
y rastrojos representaban la quinta parte de la superficie total. Es importante
notar que de las fincas mayores de 10 plazas sólo ocho tenían cacao, café o
cultivos varios, estando el resto en pastos o en rastrojo; así mismo conviene
recordar que su área media era sólo de 10,35 plazas. Es muy importante
observar que el límite en tamaño de la finca, en lo que hace relación al uso
de la tierra en cultivos o pastos, es alrededor de 10 plazas, siendo lo más
frecuente que más allá de esta área predominan los pastos.
c.
De 25-50 plazas. Este tipo de fincas cuyo promedio es sólo 31,8 plazas,
es ya de definido uso ganadero, pues presentaba el 37% de su área en pastos,
aunque tenía cerca del 18 % en cultivos varios y un 9 % en caña de azúcar. El
10
Sementeras formadas especialmente por maíz, plátano, yuca, café, caña, etc.
743
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
hecho de sólo haber desaparecido 29 de estas fincas, demuestra que no son
muy frecuentes en el Valle.
d. De 50-100 plazas. Presentaba casi el 80% en pastos, y el 77º en cultivos
varios y cerca de 10% en caña. Su promedio de área era 71,67 plazas. La caña
se cultivaba en 4 fincas dedicadas casi exclusivamente a ella. Las restantes
eran de definido tipo ganadero, de las cuales 17 fueron adquirida por un solo
ingenio en el norte, donde es más frecuentemente este tamaño de finca.
e. De 100-200; 200-300 y 300-500. Presentan características similares y
por ello las agrupamos. Tenían el mayor porcentaje cultivado en caña, que
promediaba respectivamente 16 %, 10,25 % y 12,4 %, contribución de unas
dieciocho fincas que la cultivaban con diferente intensidad como asiento
de 6 trapiches paneleros. El arroz era cultivo principal en algunas fincas
menores de 300 plazas, y alcanza a representar algo más del 4 % del área
total de estos dos grupos. Otra característica importante fue la presencia de
los cultivos eventuales casi siempre como consecuencia de arriendo parcial
o total a agricultores japoneses, que llegaron a sembrar l000 plazas de maíz
y 320 de fríjol. En las fincas de 300 a 500 plazas llega esto a representar
hasta el 10. 63% de su superficie. El cacao se encontraba presente en
extensiones mayores de 35 plazas en algunas fincas de los municipios de
Pradera y Puerto Tejada.
f. Los pastos representan siempre el mayor uso de la tierra, con porcentajes
de 62. 8 a 69. 7 sobre el área total de todas las fincas.
g. Tipo 500-1000. Definitivamente ganaderas como lo demuestra el hecho de
que el 85,5% se encontrara en pastos, una sola de ellas cultivaba caña y otra
eventualmente arroz.
h. Tipo de 1000 o más. Las ocho fincas mayores de 1.000 plazas absorbidas
presentaban una manifiesta subutilización. Dedicadas exclusivamente a la
ganadería extensiva, una sola de ellas tenía un pequeño trapiche panelero.
Casi todas poseían tierras planas y quebradas en las faldas de las cordilleras. Es
interesante hacer notar que todavía el 28. 75% del área total estaba en bosques
o rastrojos y el resto en pastos.
744
Cuadro 4. Situación y uso anteriores de las fincas adquiridas
Tamaño de las fincas en plazas
Usos
5
5-25
25-50
50-100
100-200
Fincas
200-300
300-500
500-1000
1000
Matrices
745
Pastos
10
69
673
1888
2795
5781
5497
5460
11.095
12.679
Bosques y
rastrojos
14,5
61
2,5
62
290
700
420
225
4550
600
Caña
…
2,5
82,5
235
715
850
990
500
180
1720
Cacao
28
127
…
10
200
275
150
…
…
85
Arroz
…
…
…
…
180
360
40
…
…
3580
Varios
124,5
382,5
164
170
70
50
50
…
…
…
Eventuales
…
…
…
…
200
270
850
200
…
…
No. Fincas
107
62
29
33
20
44
20
11
8
19
No. Propietarios
86
54
29
33
20
29
20
11
8
10
Extensión total
en plazas
177
642
922
2365
4450
8286
7997
6385
15.925
18.664
Simeone Mancini M.
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
Cuadro 5. Cultivos desplazados de acuerdo con el tamaño de la finca, en porcentaje
sobre el total de la superficie
Tamaño de
plazas
Pastos
Bosques
Varios
Hasta 5
5,65
8,10
70,34
5-25
10,75
9,50
25-50
72,99
0,27
50-100
79,83
100-200
200-300
300-500
68,74
500-1000
Caña
Cacao
Arroz
Eventual
…
15,82
…
…
59,58
0,39
19,78
…
…
17,79
8,95
…
…
…
2,62
7,19
9,93
0,42
…
…
62,81
6,51
1,57
16,07
4,49
4,04
4,49
69,77
8,45
0,60
10,26
3,32
4,34
3,26
12,38
1,87
0,50
10,63
85,51
3,52
…
7,84
…
…
3,13
Más de 1000
70,11
28,75
…
1,14
…
...
…
Fincas-matrices
67,93
3,21
…
9,21
0,45
19,18
…
2. Desplazamiento total de cultivos.
a. En las fincas adquiridas. En las propiedades adquiridas se encontraban 33.268
plazas en pastos naturales o artificiales, o sea el 70,71% y 6.325 plazas en bosque
o rastrojo, que representan el 13,44%. Del área cultivada, la caña ocupaba el
primer lugar, con 3. 555 plazas, el 7,55%, y los cultivos varios el segundo, con
1011 plazas, el 2,15%. El cacao representaba sólo el 1687, (790) plazas y el arroz
el 1,23 %. Thorin, Casas, Obando (1938) afirman en datos que reducimos a
porcentajes, que en los siete ingenios que producían azúcar en l. 938, con área
total de 9477 plazas, el 66,92 % estaba en caña, el 17,81 % en pastos, el 4,01 %
en arroz y el 11,26 % en bosque. Sólo tres de ellos pasaban de l. 000 plazas de
caña y el menor sólo tenía 92 plazas cultivadas.
b. En las fincas que dieron origen a los ingenios, dado el hecho de que la mayoría
de los ingenios se han fundado en los últimos veinte años, creímos de interés
averiguar el uso de la tierra en aquellas fincas que dieron origen a los centrales
azucareros, en virtud del espíritu progresista y visión de sus dueños. Este tránsito
del uso de la tierra de bosques, rastrojo o pastos a fines agrícolas ocurre en muy
diferentes épocas que van de fines del siglo pasado a nuestros días y por lo tanto
las superficies que damos fueron el máximum cultivado en ese lapso. En estas
áreas no incluimos aquellas superficies adquiridas expresamente con el fin de
instalar o ensanchar un trapiche azucarero, sino las anteriores a este paso. Su
superficie suma 18.664 plazas, de las cuales, había 12.679 en pastos, casi el 68 %,
y el arroz era el principal cultivo representado en 3580 plazas de cultivo (19,18%),
746
Simeone Mancini M.
y sustituido directamente por la caña, especialmente de 1939 en adelante. Esto nos
indica que sus propietarios habían logrado ya una mejor utilización de la tierra
que el común de los terratenientes del Valle.
La caña ya era el cultivo más importante en nueve de estas fincas, (hasta 1720
plazas, o sea el 9,20 %) y el arroz lo fue en seis de ellas; en las cuatro haciendas
restantes la ganadería era la única empresa. En dos de estas propiedades el café
fue cultivo de alguna importancia hasta principios del siglo. Los 22 ingenios que
trabajan hoy, fuera de la caña y de 65 plazas en café que aún conserva uno de
ellos, distribuyen el resto de su superficie en potreros, edificios, caminos, etc.
3)
Algunas consideraciones sobre los cultivos desplazados. Hemos visto
que más del 70 % del área de fincas absorbidas por el cultivo de la caña estaban
en pastos, su desplazamiento es índice indirecto del bajo rendimiento de la
ganadería extensiva si se le compara con el cultivo de la caña. Desgraciadamente
no se han hecho en el Valle del Cauca, estudios económicos de los ingresos
que proporcionan por unidad de superficie diferentes cultivos, su correlación
con el área sembrada, tamaño de la finca, etc., pero estamos seguros de que
la retribución que suministra el cultivo de caña es varias veces mayor, que
la suministrada por la ganadería extensiva. La característica principal de la
agricultura del Valle, particularmente en las fincas ganaderas, es su irregularidad
y oportunismo; cuando un producto agrícola alcanza altos precios, muchos se
precipitan a cultivarlo, y cuando baja a consecuencia de la mayor producción, se
le abandona. Es poco frecuente encontrar quien se dedique sistemáticamente a
un mismo cultivo, fuera de las pocas zonas cañeras y arroceras del departamento,
y de los agricultores japoneses.
En 1939, según Cruz Riascos (1944) había 3662 hectáreas con arroz en el
departamento del Valle. En 1942 de acuerdo con Varela Martínez (1945), ya
eran 10.787 has, cuando la caña tenía en este mismo año sólo 24.300 has.,
de cultivo. A pesar de este rápido incremento indicador de éxito económico,
al bajar los precios muchos productores de arroz pasaron nuevamente a la
ganadería o al cultivo de la caña, el más seguro de los cultivos hoy en día en
el Valle, tanto por su inmunidad (no es atacado por plagas o enfermedades de
importancia) como por lo estable del precio del azúcar, dándose el caso de
una empresa que reemplazó sus cultivos de arroz de varios años (1800 plazas)
por la caña de azúcar, montando un ingenio.
En cuanto al cacao, su desplazamiento hasta el momento ha sido lento: 790 plazas
(directamente por la caña), en su mayoría en fincas pequeñas. El principal motivo
ha sido el mal estado de la plantación, mermada por las enfermedades o por la
vejez de los árboles. Afortunadamente la Campaña Nacional de Cacao se propone
renovar todas las plantaciones viejas que de otro modo desaparecerían. El precio
747
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
que se paga en Puerto Tejada por una plaza con cacao en muy mal estado o
en abandono es inferior al de una plaza de potrero, por el trabajo que implica
derribar los árboles y limpiar el terreno.
Una zona que comprende gran parte de los municipios de Candelaria, Florida,
Corinto y Puerto Tejada presenta un nivel freático alto, que parece ser la causa
principal del éxito del cultivo del cacao en esas regiones. La gran crisis que
exterminó extensas zonas cacaoteras del Valle tienen su causa principal en la
insuficiencia de agua. La Secretaria de Agricultura del Valle afirma al respecto:
“la disminución de las cosechas en los años de 1912 y 1914 y en el período de
1918-1921 ocasionada por las sequías de esos años, determinó que se iniciara una
etapa de tala de plantaciones de cacao para ser reemplazadas por pasto Pará”, Y
luego, citando a Pound, dice que “la precipitación del Valle es solamente el 60 %
del óptimo requerido por el cacao y la mayoría de los frutales del trópico”.
El cacao es un cultivo típico de la mediana y pequeña propiedad, y por ello
es más importante su conservación. El mismo informe citado antes (Secretaria
de agricultura y ganadería 1952) dice: “En efecto el 97 % de la producción, de
acuerdo con el registro, está en manos o de agregados, o de arrendatarios, o de
pequeños propietarios”. Según el registro Agropecuario del Cacao (21) llevado a
cabo recientemente en el departamento del Valle hay 3191 fincas con menos de
5000 árboles cada una y que representan el 74. 52% del número total de árboles.
Las fincas con menos de 1000 árboles son 2218.
Consecuencias económico-sociales
Aún estamos bastante lejos de que la industria azucarera constituya un
peligro de desplazamiento grave de otros cultivos o de que él monocultivo
se imponga. A pesar de ello, Crist (1952) opina que “se debe poner un límite
a la cantidad de tierra que pueda ser dominada por la compañía azucarera
en interés de otros cultivos, o la tierra que exceda cierta extensión, adquirida
en arrendamiento por los ingenios, debe ser plantada para producción de
alimentos a ciertos intervalos”.
A lo anterior podemos agregar que la industria azucarera en general usa
intensamente sus tierras en el cultivo de caña, a excepción de cuatro o cinco
ingenios que dedican parte importante de ellas a la ganadería. Unas 19.000 plazas
de propiedad de las centrales azucareras se encuentran aún en potreros, y una
porción de esta. tierra es quebrada u ondulada, es decir no apta para la agricultura
mecanizada. Además, con sede de algunas ganaderías mestizas o de raza, una de
las cuales es la mejor y más numerosa en su tipo en el Valle.
748
Simeone Mancini M.
Los nuevos latifundios azucareros han aumentado el número de los ya existentes
en el Valle, pero no han impedido la producción de alimentos, pues comparados
con los 3 ½ millones de plazas planas no inundables del Valle, la extensión de las
centrales azucareras es insignificante, y aunque todo el Valle se volviese ingenio
los demás alimentos podrían venir fácilmente de otras regiones del país, dadas
las facilidades de transporte en el plan. No son tanto los problemas económicos
los que habría que temer como los sociales, al crearse un vasto proletariado
rural, a merced de unos pocos capitalistas. En este caso la fijación de un límite al
latifundio sería la primera medida necesaria.
El caso de Puerto Rico, Cuba y Java es diferente, ya que su geografía insular,
favorable al monocultivo, les llevó a tener que importar los alimentos necesarios.
Cuba que importa anualmente 150 millones de dólares en alimentos, no ha
conseguido autoabastecerse. Por ley No. 9 de 1942 (Arango 1942) se establecieron
en ese país “cultivos obligatorios de emergencia” (guerra mundial) proporcionales
a la superficie cultivada en caña. Así, los centrales tenían que sembrar una cuota
de 82. 200 cordeles11 de otros cultivos por cada 357.000 cordeles de caña, y los
colonos con más de 50.000 arrobas de caña, 53.300 cordeles de arroz, por cada
430.000 de otros cultivos, en total; en la misma forma se procedió con el maíz, el
fríjol y el maní y con la crianza de cerdos entre los ganaderos. Diez años más tarde
se anotaba que esta ley no había dado los resultados apetecidos, pues el cultivo
de la caña avanzaba cada vez más, mientras la producción de otros alimentos
disminuía considerablemente, y el Gobierno proyectaba fijar precios mínimos
halagadores para los productos indispensables.
Como puede verse, cuando una zona o región es especialmente apta para
cierto cultivo es difícil imponer otros menos remuneradores o que ofrecen
menos seguridad. Ahora bien, el auge de la industria azucarera nuestra
favorece a muy pocos agricultores, ya que todos los ingenios buscan producir
ellos mismos toda su materia prima, y no existiendo leyes que aseguren un
precio equitativo para el productor independiente, ni obliguen a los ingenios a
comprar determinada cuota a otros productores, esta industria queda limitada
casi exclusivamente a corporaciones familiares independientes. Al respecto
observa Currie (1950):
Parece que algunas haciendas, especialmente las productoras de caña
de azúcar y arroz, son bastante eficientes y han obtenido una elevada
productividad con la utilización y equipos mecanizados en proporción
considerable. Sin embargo, hay que reconocer que esta clase de
haciendas impide a las familias desposeídas o a aquellas propietarias
de extensiones demasiado reducidas el acceso a la tierra para obtener
11
Cordel. Unidad de superficie en Cuba, equivalente a 409.45 m2.
749
Te n e n c i a y u s o d e l a t i e r r a p o r l a i n d u s t r i a a z u c a r e r a d e l Va l l e d e l C a u c a
un vivir satisfactorio. Económicamente muchas grandes haciendas son
eficientes, pero no proporcionan niveles de vida elevados a las familias
que viven o trabajan en ellas.
Efectivamente, si esta industria proporcionara a los varios miles de sus trabajadores
jornales más equitativos, sería verdadera fuente de prosperidad para el país.
En relación con el número de trabajadores que requiere la industria azucarera, el
progreso es sin embargo notable, pues el cultivo de la caña proporciona trabajo
a un personal de veinte a treinta veces mayor que la ganadería extensiva o semi
estabulada. El promedio actual de trabajadores de campo en los ingenios del
Valle es de 0,26 hombres por plaza de cultivo y si agregamos el personal de
fábrica este valor oscila entre 0,26 y 0,40 hombres por plaza cultivada, según
sea la capacidad de beneficio del ingenio; en los ingenios pequeños la cifra está
siempre por encima de 0,30.
Conclusiones
Desde el punto de vista económico la mejor utilización de la tierra, que ha sido
consecuencia del avance o desarrollo de la industria azucarera en el Valle, significa
una verdadera ventaja en la producción nacional. Los datos aducidos en los capítulos
anteriores demuestran que la evolución ha sido de un uso deficiente de los recursos
naturales, por falta de capital, de técnica o por simple abulia de los propietarios, a
una utilización, más intensa de los factores tierra, capital y mano de obra.
Aunque se hubiera registrado, previa al desarrollo de la industria azucarera, una
agricultura o ganadería intensiva en las propiedades que hoy integran los ingenios
azucareros, o aunque en el futuro fuera posible encauzar la iniciativa de los
finqueros hacia un uso más intenso de la tierra, como está sucediendo en escala
todavía limitada con los productores de fríjol, maíz y tomate, la conversión de las
tierras del Valle en cultivos de caña aún no puede decirse que sea perjudicial;
quedaría sin embargo por probar en una forma más concluyente la ventaja relativa
de esa región para la producción de azúcar, teniendo en cuenta la vulnerabilidad
del artículo en el comercio internacional.
Desde el punto de vista social, el desplazamiento de un número de familias a
regiones submarginales o la pérdida de la seguridad que da la posesión con
ánimo de dueño, exista o no el título jurídico, constituye un desmejoramiento
en la población tanto más cuanto que el nivel de salarios y prestaciones sociales
prevaleciente en la industria azucarera (seguramente superior al promedio que se
registra en el agro colombiano) no alcanza a clasificar al peonaje empleado por
los centrales, arriba de la categoría de proletariado rural.
750
Simeone Mancini M.
La Industria azucarera ha representado en el Valle del Cauca uno oportunidad nueva
de trabajo, hasta el punto de que en las condiciones presentes de empleo una plaza
sembrada de caña ofrece muchas veces más trabajo que una plaza en la ganadería
acostumbrada en el Valle. En la actualidad da trabajo a cerca de 13.000 personas entre
obreros y empleados. Esto implica que la solución del problema social planteado en
el párrafo anterior sería simplemente la transformación en el sistema de tenencia de
la tierra que está provocando la industria azucarera, pero no una reversión a usos
menos intensivos, económicamente menos deseables. Es decir que, manteniendo e
incrementando el cultivo de la caña, peno en pequeñas parcelas privadas, y la venta de
la materia prima a las empresas azucareras o cooperativas de pequeños productores,
y difundiendo el sistema de compra con base en el rendimiento de la caña, que
asegure el tipo requerido por la fábrica, se podría conciliar las ventajas económicas
con las sociales, sin el problema del desplazamiento de pequeños propietarios.
Referencias citadas
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Agr. de Cuba), 26: 25-26.
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751
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ensayo de legislación agraria colombiana comparada con la europea,
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Varela Martínez, R.
1945 El agua y la agricultura en el Valle del Cauca. Revista Agrícola y
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752
Origen y formación del ingenio azucarero
industrializado en el Valle del Cauca1
EDUARDO MEJÍA PRADO
Y
ARMANDO MONCAYO URRUTIA
La hacienda vallecaucana de la segunda mitad del siglo XIX
L
a sociedad vallecaucana de la segunda mitad del siglo XIX engendra una
estructura social donde se conjugan elementos de la vieja estructura colonial,
como también elementos de una estructura social emergentes; construida a
partir de los cambios políticos y económicos que se generaron con el proceso
republicano desde la independencia que, si bien no podemos llamar burguesía, si
tiene una tendencia hacia ella.
La propiedad sobre la tierra por parte de una clase casi aristocrática sustentaba,
aun en el siglo XIX, los resortes de una estructura social, heredada del sistema
colonial, junto con las concepciones sobre el mundo y la sociedad propias de
ese pensamiento colonial. La base material de esta sociedad ya no es el trabajo
esclavo, sino el trabajo de arrendatarios y peones apropiado por el hacendado y
su familia, quienes ocupaban la cúspide de la estructura social.
Haciendo parte de esa estructura aparecen sectores de trabajadores libres,
artesanos y comerciantes quienes, apoyados en el sistema republicano, constituyen
e impulsan el surgimiento y crecimiento de nuevos centros urbanos que marcarán
una incipiente separación con el campo.
Elementos o individuos que hacen parte de un mismo sector social materializan
ese dualismo de la estructura social, siendo el ejemplo más claro los hacendadoscomerciantes quienes como comerciantes, estarán interesados en el proceso
republicano en relación a intereses comerciales defendiendo y buscando desarrollar
instituciones de tipo democrático y participando en un proyecto de nacionalidad
por medio de sus actividades políticas. Sin embargo, siguen defendiendo una serie
1
Original tomado de: Eduardo Mejía y Armando Moncayo. 1987. Origen y formación del
ingenio azucarero industrializado en el Valle del Cauca. Historia y Espacio, 3 (11-12): 11-107.
753
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
de principios y beneficios provenientes de los privilegios que ofrece la propiedad
sobre la tierra contradiciendo, en parte, sus proyectos republicanos.
El sector intermedio dentro de la estructura social está constituido por artesanos,
pequeños propietarios y empleados de comercio. Dentro de este sector los
artesanos y pequeños propietarios expresan, en buena parte, las relaciones entre
campo y ciudad, en cuanto al proceso de desvinculación de la fuerza de trabajo
de la hacienda.
El artesano es propietario ya de sus medios de producción y viven en los
núcleos urbanos desde donde realiza sus trabajos, tanto en la ciudad como
en las haciendas, en un proceso que tiende cada vez más a que el trabajo a
ejecutar se realice en su taller.
De otro lado el pequeño propietario, como se dijo antes, vive en el campo agrupado
en caseríos que constituyen el embrión de los poblados que se irán estableciendo
durante este periodo, bajo las sombras de las instituciones republicanas. Este
pequeño propietario ofrece su fuerza de trabajo excedente a la hacienda para
complementar su sustento.
En general, este sector de trabajadores libres muestra una independencia tendencial
de su fuerza de trabajo frente a los territorios de la hacienda.
Concluyendo, podríamos decir, que aunque en este momento todavía existe
un gran dominio de la hacienda en toda la estructura social y productiva de
la región, ya se presenta el surgimiento de ciudades y pueblos compitiendo
su predominio. Es este elemento uno de los factores que pueden dar razón
del cambio hacía una estructura social capitalista, que logrará su consolidación
hacia mediados del siglo XX. Ciudades como Tuluá y Palmira y pueblos como
Pradera y Cerrito dan apoyo a este razonamiento.
Evolución de la propiedad sobre la tierra
En esta oportunidad abordaremos el análisis de la transición de hacienda a
ingenio industrializado en el Valle del Cauca, tomando como objeto de estudio
específico las haciendas de la familia Eder, La Manuelita, La Rita, Guengue y
Guavito. Fueron estas haciendas las que primero realizaron dicha transición, en
especial La Manuelita y La Rita. En el primer capítulo analizaremos la evolución
de la propiedad, desde la colonia hasta comienzos del siglo XX, centrándonos en
la fragmentación y concentración de la propiedad en estos terrenos. La actividad
productiva y la tenencia y uso de la tierra, serán el objeto del segundo capítulo.
754
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Por ultimo analizaremos la evolución de las relaciones laborales de tipo capitalista,
pasando por el sistema de peonaje.
Hacia la década de los años veinte de este siglo existen, en propiedad de la
Compañía Agrícola Caucana (C.A.C.), tres grandes haciendas distantes entre
sí, geográficamente. En tiempos de la colonia estas tierras constituían grandes
latifundios que eran de propiedad de un individuo (gran hacendado) o una
familia. Con la caída de la minería y las continuas guerras civiles que se suceden
en el Valle del Cauca durante el siglo XIX se genera una crisis tal que afecta la
tradicional forma de propiedad sobre la tierra, manifiesta en la fragmentación de
esos latifundios. Esta fragmentación se expresa en el aumento de las transacciones,
venta de predios (partes de los grandes latifundios) y de derechos sobre tierras en
indivisos, originados en derechos de sucesión.
Bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, don Santiago Eder y su familia
(propietarios de la Compañía Agrícola Caucana) realizaron compras de tierra y
derechos sobre indivisos, dando inicio a un proceso de reagrupación de tierras,
pero ya en términos de propiedad empresarial. Dichas tierras, estaban concentradas
a comienzos del siglo XX, en tres grandes haciendas: Guengue, en el municipio
de Miranda; el Guavito, en el municipio de Zarzal; y La Manuelita, alrededor de la
cual giraban las tierras ubicadas en el municipio de Palmira.
El interés nuestro, en esta parte, es demostrar –a través de protocolos notariales–
el proceso de fragmentación y concentración de la propiedad sobre la tierra de
cada una de las tres haciendas; partiendo de la colonia para llegar a comienzos del
siglo XX; época en que pasan a ser propiedad de la empresa familiar Compañía
Agrícola Caucana.
Guengue
En la última década del siglo XVIII, aparecía como propietario de la hacienda
Guengue el señor José Sebastián Moreno, vecino de la jurisdicción de Caloto,
quien a través de documento público del 31 de marzo de 1802 la vendió al maestro
Manuel Camacho, vecino de Cali.2 El heredero de don Manuel, José Joaquín
Camacho, “[…] cedió la hacienda de Guengue, por vía de herencia anticipada (3
de noviembre de 1843) a sus siete hijos José Joaquín, Rafaela de Vernaza, Blaz,
Miguel, Andrea, Petrona y Manuel (como consta en testamento presentado en la
notaría principal de Cali, 8 de mayo de 1845); este título constituye el origen de
la comunidad”.3
2
3
Notaría de Caloto. 31 de marzo de 1802 (copia). Archivo Manuelita, S.A.
“Guengue”. Archivo Manuelita S.A. Paquete que recoge la tradición de propiedad de esta
hacienda.
755
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
Con la constitución de la comunidad se presentó una serie de transacciones sobre
venta de derechos de tierras en el indiviso de Guengue, que van desde 1845 hasta
la década de los años veinte del presente siglo. Entre los años 1850 y 1852, lo
mismo que para los años 1870 a 1874, son los dos periodos donde se presentan
la mayor cantidad de transacciones sobre tierras. Aunque ambos periodos se
diferencian en sus características: en el primero, el resultado observado es la
existencia de muchos comuneros o derechosos y la desaparición casi total de
los herederos de don José Joaquín Camacho como comuneros en el indiviso del
Guengue; para el segundo periodo lo más notable fue la adquisición que hizo
la compañía comercial “A. R. Blum Hermanos” de gran parte de los derechos de
tierra en el indiviso, constituyéndose en el principal dueño de derechos.4
4
“Guengue”. Archivo Manuelita S.A.
756
Gráfico 1. Tradición de propiedad de la hacienda Guengue
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
757
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
La familia Eder, quien finalmente queda como propietaria de la hacienda Guengue,
compró por primera vez derechos sobre estas tierras el 30 de marzo de 1886,
cuando Santiago Eder compró a Herman Blum todos los derechos de tierras que
poseía la compañía A. R. Blum Hermanos”. De esta fecha en adelante, la familia
Eder y posteriormente sus empresas familiares (Cauca Valley Agricultural Co., 1903
y Compañía Agrícola Caucana, 1919) se constituyeron en los principales dueños
de derechos, llegando a solicitar en 1912 el juicio de división sobre dichas tierras.
Argumentaban ser los propietarios de $4.702 pesos de derechos que constituían
la mayoría del indiviso, pues el resto eran solamente $298 pesos de derechos,
divididos en nueve “derechosos” o comuneros.5 Paralelamente al juicio de división
se ocasionaron compras de “mejoras” y/o fundos sobre el mismo terreno. Por
ejemplo en 1920, la Compañía Agrícola Caucana (C.A.C.) realizó sesenta y cuatro
compras de mejoras a sesenta y cuatro personas diferentes ubicadas en predios
de su propiedad,6 a través de documentos del siguiente tenor:
Conste por el presente documento, que yo María Ascención Ortiz, doy
en venta real y enajenación perpetua, al señor Daniel Gutiérrez M., como
representante de la Compañía Agrícola Caucana, una casa pajiza situada
en los terrenos de Potrerillo, de propiedad de la misma Compañía
Agrícola Caucana, por la suma de ocho ($8) pesos oro.
En constancia se firma en Guengue a 31 de octubre de 1920.
A ruego de Ma. Ascención Ortiz, que no escribe, Juan Evangelista Arzayuz.7
Finalmente, hacia la década de los años veinte, la C.A.C. continuó comprando los
derechos de tierras restantes, lo que, unido a la compra de mejoras, la convirtieron
–en la práctica– en dueña absoluta de la hacienda Guengue. 8
El Guavito
Hacia 1681, Juan Jacinto Palomino hombre adinerado encomendero y vecino de
Toro, declaraba en su testamento que el producto de las minas de San Agustín, que
había descubierto, junto con el de la hacienda La Paila, los dedicaba a la fundación
de capellanías, apareciendo en los comienzos del siglo XVIII como administrador
de estos bienes don Cristóbal Caicedo y posteriormente sus descendientes quienes
crearon –con sus rentas– numerosas capellanías (Colmenares 1975: 99).
5
6
7
8
“Guengue”. Archivo Manuelita S.A.
Carta al gobernador del Cauca, de Charles Eder, 1920. Asuntos Guengue. Archivo
Manuelita, S.A.
“Compra-venta de mejora” (Documento privado). Asuntos Guengue. Archivo Manuelita, S.A.
Véase en el gráfico No. 1 la tradición de propiedad de esta hacienda.
758
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
En 1843 José María Caicedo Zorrilla, uno de los descendientes de dicha familia,
como patrono administrador de la fundación piadosa de misas, vendió una parte
de la antigua hacienda La Paila a los señores José A. Gómez y Ventura Caicedo.9
Con la mortuoria de don José María Caicedo Zorrilla en 1848 se originó la
propiedad comunal en manos de sus herederos directos. Entre 1858 y 1859 el
doctor Lisandro Caicedo, en nombre propio y como apoderado de su madre y
hermanos, realizó ventas de predios en la hacienda de La Paila, quedando unas en
manos de particulares y otras en miembros de la misma familia Caicedo.10 En 1868
se logró la división territorial del globo de terreno de la antigua hacienda de La
Paila en tres grandes lotes: “Murillo”, que pasó a ser propiedad absoluta del señor
Tomás Uribe Uribe en los comienzos del siglo XX; “El Guavito”, comprado en
1883 por Santiago Eder y Belisario A. Caicedo C., descendiente de José M. Caicedo
Zorrilla; y “Zambrano”, propiedad comunal donde la mayoría de los condueños
eran miembros de la familia Caicedo y en la cual la Cauca Valley Agricultural Co.
(C.V.A.C.), de la familia Eder tenía algunos derechos que fueron anexados, en
unión con la compra de otros, en el siglo XX, al Guavito.11
9
10
11
Notaría de Buga. 3 de mayo de 1843 (copia) Archivo Manuelita, S.A.
“Guavito”. Archivo Manuelita, S.A. Este paquete recoge la tradición de propiedad de la
antigua hacienda La Paila, de la familia Caicedo.
Carta al juez segundo del circuito de Tuluá, del abogado Julio Pizarro. Diciembre de 1915.
Archivo Manuelita, S.A. En ella se hace referencia al origen y linderos de las propiedades
de El Guavito, Zambrano y Murillo.
759
Gráfico 2. Tradición de propiedad de la hacienda Guavito
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
760
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
De los tres lotes en que se dividió la antigua hacienda La Paila, Zambrano fue
el lote que se fragmentó, como se observa por el número de compraventas que
sobre este terreno se dieron entre 1873-1874 y 1883-1884. Fragmentación que
va hasta la década de los años diez del siglo XX cuando el doctor Hernando
Caicedo, descendiente de la antigua familia Caicedo, comenzó la adquisición y
concentración de dichas tierras donde, más tarde en 1927, fundara el ingenio Rio
Paila.12 Es de anotar que, sobre este lote de terreno, hubo en 1873 un intento de
reagrupación de tierras a través de la “Compañía de Fomento y Compra-venta de
Tierras” de propiedad de Lisandro Caicedo y David R. Smith (ciudadano de los EE
UU). Esta compañía no progresó disolviéndose en 1876.13
La Manuelita
Las haciendas La Manuelita, La Rita y el Oriente fueron adquiridas en remate judicial
en 1864 por Santiago M. Eder y Pío Renjifo, como consta en la protocolización
hecha en la notaría segunda de Palmira – abril 21 de 1864. Estas propiedades
hacían parte de la mortuoria insolvente de Jorge E. Isaacs, extranjero (jamaicano)
que llegó a Colombia en 1822 y que las adquirió en un solo fundo con el nombre
de “La Hacienda de Concepción de Nima”, por compra hecha en 1840 a Mariano
Becerra Carvajal, quien a su vez la tenía por compra que había hecho de un
derecho de tierras en el indiviso “Hacienda Real” a doña Florencia González, una
de las herederas de dicha propiedad (Manuelita S.A. 1964: 15).
La “Hacienda Real” ubicada en la región de Llanogrande, tras la expulsión de la
Compañía de Jesús en 1767, pasó a manos de la Corona española, quien una década
después la cedió en dominio al señor Pedro González de la Penilla. A la muerte
de este le heredaron sus once hijos, quienes vendieron derechos dando origen al
indiviso. En esta condición permaneció el juicio de división de dicha propiedad.
Hacia 1867 se produjeron dos hechos destacables: la venta de la hacienda “El
Oriente” a extranjeros y la disolución de la sociedad Eder-Renjifo, quedando como
dueño absoluto de las propiedades –adquiridas en remate– Santiago Eder. Este,
con la compra de derechos de tierras que realizó en adelante en el indiviso
“Hacienda Real” y que fue anexando a sus propiedades, aparecía –en 1907 cuando
se establece el juicio de división– como el principal propietario de tierras en el
mencionado indiviso.14
12
13
14
“Guavito”. Archivo Manuelita, S.A.
Notaría de Tuluá, escritura No. 37, 18 de mayo de 1874. Y Notaría de Tuluá, escritura No.
24, 15 de mayo de 1876. Archivo Manuelita, S.A. Véase en el Gráfico No. 2 la tradición de
propiedad de la hacienda el Guavito.
Protocolización del juicio de división de la “Hacienda Real”. Notaría segunda de Palmira, 2
de agosto de 1907, escritura No. 81 (copia). Archivo Manuelita, S.A.
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O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
En el libro de títulos de la hacienda “La Rita” y “La Manuelita” observamos no
solamente la compra de derechos, sino también la compra de fundos y/o fincas
ubicadas en terrenos de “La Manuelita”, así como compra de guaduales ubicados
en la misma hacienda.
Gráfico 3. Tradición de propiedad de la hacienda Manuelita
UBICAR IMAGEN 89 EN UNA PÁGINA HORIZONTAL
762
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Estas compras de guaduas, fundos o mejoras se practicaron especialmente en los
primeros años del siglo XX. La compra por parte de la familia Eder o su compañía
(la C.V.A.C.) no terminó con el juicio de división de la Hacienda Real, sino, al
contrario se intensificó, ya no comprando derechos, sino propiedades, entre las
cuales son de importancia por su tamaño las compras de la hacienda “El Cambio”,
en 1916, “El Rosario” en 1924 y “Santa Gertrudis” en 1926. Estas propiedades
pasaron a formar parte del globo de tierra de “La Manuelita” que pertenecía,
también a la “Hacienda Real”.15 Advertimos que por razones de la periodización
establecida para nuestro trabajo no abordaremos las compras de tierras hechas
por los Eder y sus compañías después de 1926.
Con base en la descripción anterior y a partir del análisis de dichos materiales,
podemos concluir que la evolución y fragmentación de las tres grandes haciendas
estudiadas, se produjo desde la primera mitad del siglo XIX, originadas por la
venta de derechos indivisos, formados a su vez en la mortuoria de los antiguos
propietarios. La institución del Mayorazgo no permitía la fragmentación de la
propiedad, en la colonia, al ser el primogénito varón el heredero único. Con
la instauración de la república, esta institución es abolida por ser incompatible
con el principio republicano de ser todos iguales ante la ley. Este hecho sentó
las bases para una fragmentación de la propiedad sobre la tierra, al convertirse
todos los hijos en herederos con iguales derechos. Además, la posibilidad de
reagrupación de una propiedad fragmentada, por parte de uno de los herederos,
era difícil por la misma situación de crisis y estancamiento que soportaba la región
y en especial las haciendas.
Las primeras fragmentaciones se producen en la década de los años 1840, ante la
muerte del antiguo hacendado. Las décadas de los años 1850 Y 1870 fueron los
periodos de más fragmentación. Durante los años ochenta aparecen extranjeros,
o colombianos unidos con extranjeros, formando empresas cuyos objetivos fueron
la adquisición de tierras con miras a la reagrupación de antiguos latifundios. Para
comienzos del siglo XX, la familia Eder ha logrado reagrupar grandes terrenos
bajo propiedad de sus compañías: la C.V.A.C. en un comienzo (1903) y la C.A.C.
después de 1919.
Este proceso explica el cambio fundamental, en términos cualitativos, ocurrido,
en las formas de propiedad sobre la tierra: la propiedad individual o familiar,
característica de la colonia y parte del siglo XIX, empieza a ceder espacio a la
propiedad empresarial que responde a los intereses de una sociedad familiar
o de un grupo de accionistas. Ya no es tan frecuente la presencia del señor
hacendado en los asuntos de sus propiedades, sino que aparecen administradores
de haciendas, gerente de empresas o abogados representando a sus compañías.
15
Véase en el gráfico No. 3 la tradición de propiedad de la Hacienda Real.
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Durante los años diez y veinte del presente siglo, la mayoría de las tierras estudiadas
estaban dedicadas a la ganadería dejando espacios, aun reducidos, para el cultivo
de productos comercializables en especial café y caña. La ganadería, a la vez que
servía para legitimar en términos reales las propiedades a través de la siembra
de pastos, servía como elemento productivo con la cría y cebamiento de ganado
caballar, mular y vacuno.
Con la compra de “mejoras” o “fundos” hechos a los antiguos arrendatarios o
“terrazgueros”, en los comienzos del siglo XX, las empresas C.V.A.C. primero y
C.A.C. después van tomando posesión real sobre sus propiedades, rompiendo –al
mismo tiempo– con las diferentes formas de colonato (terrazgueros) características
del siglo XIX en el Valle del Cauca.
Tenencia y uso de la tierra
Durante la segunda mitad del siglo XIX, en las propiedades de la familia Eder se
pueden apreciar las formas y efectos de las diferentes modalidades de tenencia
y uso de la tierra. En 1864 Santiago Eder adquirió, en remate, La Manuelita, La
Rita, y el Oriente, pertenecientes a la mortuoria insolvente de Jorge Enrique
Isaacs. Estas tierras estaban dedicadas a la producción ganadera y de pancoger
en las parcelas de los terrazgueros. El cultivo y exportación de productos como
el tabaco, la quina, el añil, el café y el comercio importador-exportador, fueron la
base del financiamiento de las primeras mejoras. Las siembras de café comienzan
en 1867, dedicándose para ello los terrenos de La Rita. Más adelante trataremos
el significado, en términos de las relaciones de producción y uso de la tierra, que
implica el café en estas propiedades.
En cuanto al trapiche existente en 1864 es de anotar su estilo colonial íntimamente
ligado a su mínimo de capacidad: compuesto por dos cilindros de madera, que
se mueven por tracción animal y donde se utiliza el sistema de pailas abiertas.
Estas viejas instalaciones comenzaron a tener algunos cambios a partir de la
introducción de maquinaria traída de Europa y EE UU. La producción de trapiche
(azúcar de pan, mieles, aguardiente, etc.) se mercadeaba en la región y, algunas
veces, se distribuía en otras regiones. Las técnicas del cultivo no tienen, hasta
finales del siglo, ninguna innovación utilizándose las técnicas de la colonia.
La ganadería ocupaba la mayor cantidad de tierra en la hacienda, hasta los
comienzos del siglo XX; los terrazgueros constituían la fuerza de trabajo utilizada
en la ganadería. En general, sigue siendo el tipo de ganadería extensiva la
dominante, con intentos de intensificarla a través de la introducción de pastos
especiales (pará y janeiro) para el cebamiento.
764
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Con las ventas de ganado, los subproductos de la ganadería y las ventas de los
productos derivados de la caña de azúcar se financia el funcionamiento interno de
la hacienda; mientras que el comercio importador-exportador sirven a la mejora
de ellos, al financiar las introducciones tecnológicas y la adquisición de tierras que
se anexan a las propiedades.
Cultivos como el tabaco, el café, la quina, el añil se constituyeron en los productos
a través de los cuales, los hacendados en Colombia, buscaban una integración con
el mercado mundial. Con la producción y exportación de estos productos, los Eder,
aunque no lograron su inserción definitiva fueron creando las condiciones, tanto
físicas como económicas, para un posterior desarrollo. Finalmente sería la producción
cañera la que recibiera los beneficios integrados de cada uno de sus intentos.
Tabaco
Uno de los primeros intentos de esta vinculación se presentó, en Colombia, con la
producción y exportación de tabaco desde mediados del siglo XIX. Santiago Eder
quien tenía buenas relaciones con casas extranjeras, especialmente europeas,
desarrolló la exportación de tabaco durante los primeros años como propietario
de La Manuelita. El periodo de mayor exportación a Europa fue el comprendido
por los años 1870 a 1874 (Eder 1959: 398-400).
El tabaco, como habíamos visto en la primera parte de este trabajo, se produce
en pequeñas propiedades y en pequeñas parcelas dentro de las haciendas por
arrendatarios. En el caso de los arrendatarios estos venden la producción al
hacendado quien, finalmente, comercializaba el producto.
Ante la caída de los precios del tabaco en el mercado mundial, Eder centró
su atención en otros productos con buen precio. Desde 1869, paralelo a la
producción de tabaco, estaba exportando otros productos como la quina, el
añil y caucho. Exportaciones que perduraron aproximadamente hasta 1874. Uno
de estos productos, el añil, lo produjo en compañía de Mariano Olarte, en la
hacienda el Albergue (Buga) (Eder 1959: 438). Pero con la caída de los precios
en el mercado mundial Eder decidió vender la hacienda que había adquirido, de
Olarte, al comienzo de la producción en compañía.
Café
Otros de los intentos importantes de los Eder, en cuanto a la producción y
exportación, lo constituyó el café. En 1865 Santiago Eder empezó el cultivo del café
en pequeña escala; solamente 1867, cuando organizó la sociedad “Palmira Coffee
765
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
Plantation Company”, en Londres, incrementó el cultivo de café en gran escala.
Sin embargo, para 1869 solo había sembrados 30.000 árboles de un proyecto
trazado inicialmente sobre 10.000 árboles. Con la creación de la compañía se
introdujeron innovaciones tecnológicas en la hacienda La Rita: un ventilador, un
descerezador, un despulgador, además de implementos y maquinaria agrícola
(Eder 1959: 443). Igualmente se hicieron inversiones en edificaciones y más tarde
en 1873-74, se importó una máquina para lavar café y una rueda hidráulica que se
utilizaría en las labores de la producción de café. La hacienda La Rita se dedicó a
la producción, procesamiento y beneficio de café, durante el resto del siglo XIX y
primeros años del siglo XX.
La recolección del grano era trabajo realizado por mujeres y niños, mientras que
el mantenimiento de los cultivos, al igual que el trillado, despulgado, secado y
empaque del grano era realizado por peones del sexo masculino (Eder 1959: 447).
Para 1870, la producción de café en La Rita mostraba un progreso, en términos
de producción. En 1872 se envían las primeras remesas a Londres continuándose
hasta finales de la década de 1870 aprovechando los buenos precios del
producto en el mercado mundial. En 1878, ante el conocimiento de la tendencia
a la caída de los precios del café en Londres Santiago Eder, vendió La Rita,
al extranjero Rafael M. Blum (Eder 1959: 256). Cuando los precios subieron
de nuevo, Eder readquirió La Rita (1888), encontrando en muy mal estado
los cultivos, edificaciones y la maquinaria. El documento de adquisición dice:
“Doscientas plazas de terreno, una parte en estado de rastrojo y otra cubierta de
café enrastrojado; […] sesenta mil árboles de café en muy mal estado”.16 Además,
se hace toda una relación del estado en que se encontraba la maquinaria y
edificaciones caracterizándose su abandono. Probablemente el deterioro y
abandono, en que se encontraba La Rita en el momento de la readquisición, se
halla debido a la caída del precio del café de 1879 a 1885.
Con la subida de los precios la producción cafetera de La Rita se reactivó. A
pesar de una nueva caída de los precios hacia 1897, la producción se mantuvo.
De acuerdo con un inventario comparativo entre los años 1899 y 1903, realizado
para la hacienda La Rita, podemos decir que el café, comparado con los otros
bienes, representó la mayor cantidad avaluada.17 A pesar de que la fluctuación de
los precios no permitió una estabilización de las exportaciones de café, ni logró
consolidarse como el producto bandera que vinculara –en forma definitiva– a los
Eder en el mercado mundial, si contribuyó –en sus momentos de auge– a que la
16
17
Notaría Primera de Cali. Escritura No. 548, 30 de agosto de 1917 (copia). Archivo Manuelita,
S.A. Por medio de esta escritura se protocolizó la diligencia o acta de remate celebrado
ante el juzgado de Palmira de fecha 25 de enero de 1888 de la hacienda La Rita.
“Santiago M. Eder”. Comparative statement of 1899 (july) and 1903 (aug). Archivo Manuelita,
S.A. Ver Anexo No. 1.
766
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
familia Eder participara en empresas de comunicación (Compañía de navegación
por vapor del río Cauca) y en la creación del Banco de Cauca como primer
instrumento financiero de la región.18
Producción en pequeña escala y pancoger
A diferencia de la producción de tabaco realizada para la exportación sobre
pequeños fundos y fuerza de trabajo familiar, y del café, producido en
grandes extensiones con utilización de peones, los productos de pancoger
se cultivaron para la autosuficiencia y sobre la base de “terrazgo” y la fuerza
de trabajo familiar. Este tipo de producción permite ejemplarizar formas de
tenencia intermedias que facilitaron el paso de la disolución de la hacienda
tradicional a la gran propiedad agroindustrial. Si bien es cierto este tipo de
producción no tenía importancia en términos de exportación, si la tenía
en términos de la tenencia de tierra. Pequeños fundos establecidos en La
Manuelita por terrazgueros que prestaban servicios en trabajo a la hacienda o
pagaban “terraje” a cambio de usufructuar esos fundos, producían pancoger y
cultivos en pequeña escala para un mercado local. Las transacciones realizadas
sobre estos fundos o fincas de campo, demuestran la propiedad de terrazguero
sobre lo cultivado mas no sobre el terreno observándose una evolución en
las relaciones entre el terrazguero y el propietario. Así, en un documento de
notaría donde se venden unos fundos en el indiviso de la Hacienda Real, en
1872, se expresa:
[…] declarando que aunque el comprador ha estado en posesión material
de los bienes expresados desde el año de mil ochocientos sesenta y ocho
hoy se le dan de un modo legal y formal por vía de tradición […].19
Con este y otros documentos existentes en el archivo de La Manuelita queda claro
que la compraventa de fundos se realizaba, durante el siglo XIX, sin documentos
legales; es decir, se establecían contratos de “palabra”. Es a finales del siglo cuando
comienza la titulación de los fundos. En un documento de compraventa de los
fundos, donde al menos aparentemente no se tiene en cuenta al propietario, dice
textualmente:
18
19
Santiago M. Eder fue accionista-fundados del Banco del Cauca creado en Cali el 29 de
noviembre de 1873 (Eder 1959: 442). En 1880 aparecía como socio fundador de la “Compañía
de navegación por vapor del río Cauca”. Notaría segunda de Cali. Escritura No. 105, 25 de
octubre de 1880. En 1903, don Santiago, en asociación de otros comerciantes, fundó el
“Banco comercial” en Cali. Notaría 2ª. de Cali, Escritura No. 181, 14 de abril de 1903.
Notaría 2ª. de Palmira. Escritura No. 62, 8 de febrero de 1872 (copia). Archivo Manuelita, S.A.
767
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
Comparecieron los señores Clímaco López, Peregrina Escobar y Octavio
Fernández […] el primero López es dueño de las dos fincas de campo
ubicadas en este distrito, en terrenos de la hacienda La Manuelita […] la
primera que hubo por compra que de ella hizo al señor Manuel Dolores
Arce (escritura Pública No. 13 de esta misma notaría, enero de 1896), […]
se compone de una casa pajiza con sus respectivas puertas y cerraduras
en buen estado, construidas sobre paredes de embutido, plaza y media
poco más o menos, cultivada de platanal y cafetos, encerrada bajo cercas
propias de piñuelo en buen estado […] la segunda se compone de un
rancho pajizo, unas pocas matas de plátano y otra de café […]”.20
Es de observar que el comprado de estas fincas de campo en terrenos de La
Manuelita no son los Eder siendo el año del contrato 1902. Es decir, se hace venta
libre de los fundos sin tener en cuenta el propietario del terreno, al menos en
términos legales.
En una forma similar se comportaban los derechos sobre indivisos que, como se
anotó en la primera parte de este trabajo, solo se pudieran enajenar en el siglo
XX aunque, en este caso, se enajenaron terrenos sin su total delimitación. A guisa
de ejemplo, los Eder, además de comprar tierras con fundos incluidos, también
aprovecharon la facilidad que representaba la posibilidad de comprar derechos,
antiguos o no, sobre extensos indivisos.
En 1869 y 1878, Santiago Eder compra unos derechos cuyos protocolos de notaría
apoyan la afirmación anterior:
[…] el primero Palacios, como vendedor dijo: que da en venta pública y
en enajenación perpetua al segundo señor Eder el terreno que ocupan
una labor constante de guadual, un pequeño cacaotal en la suma de
ochenta pesos de lei […] que en terreno que ha vendido al señor Eder
está el indiviso de la Hacienda Real […].21
Los señores Gregorio Abonia y Rosalía Vásquez […] dan en venta real y
enajenación perpetua al señor Santiago M. Eder, la fundación que tuvo
el padre de los otorgantes señor José María Vásquez en el sitio de el
rodadero, en este distrito, y en el terreno indiviso denominado Hacienda
Real, […] la expresada fundación se compone de unos árboles de cacao
y dos matas de guadua […], quedando incluido en esta venta un derecho
de valor de diez y ocho pesos de ocho décimos valor primitivo por
20
21
Notaría Primera de Palmira. Escritura No. 135, 23 de julio de 1902 (copia). Archivo
Manuelita, S.A.
Notaría Segunda de Palmira. Escritura No. 193, 9 de julio de 1869 (copia). Archivo
Manuelita, S.A.
768
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
treinta y seis pesos de igual moneda en el globo de tierra indiviso de la
Hacienda Real […].22
Al comprar estos derechos sobre indivisos y los fundos (o fincas de campo), los
vendedores salían del terreno, inmediatamente o al poco tiempo, como es el caso
del terrazguero Victoriano Rengifo que, al vender su fundo, advierte:
[…] solo quedo con derecho de habitar la casa por el término de cuatro
meses contados de la fecha en adelante […] también quedo con el
derecho de tener mi bestia de silla por el término que abito la casa y
tomar el número de veinticinco racimos de plátano cuando estén en
zasón.23
Es de suponer que estas propiedades, una vez adquiridas por los Eder, pasaron a
formar reserva de tierras para su futura utilización. La mayoría pasaron a convertirse
en pastos para la ganadería extensiva, efectuándose una reserva productiva de
la tierra. Así, en el siglo XX, ante el aumento de la producción azucarera, se
dedicaron al cultivo de la caña de azúcar.
Ganadería
Las haciendas el Guavito y Guengue, adquiridas por Eder en 1883 y 1886
respectivamente, estuvieron dedicadas a la producción ganadera. La fuerza
de trabajo en estas propiedades estaba compuesta por terrazgueros que se
dedicaban a la producción ganadera para la hacienda, mientras que en sus
parcelas producían el pancoger.
De la hacienda Guengue tenemos información que nos permite observar el proceso
por medio del cual tierras improductivas pasaron a la producción a través de un
cultivo temporal. Con la siembra de arroz realizada por arrendatarios en tierras
enlagunadas, se recupera el terreno dando beneficios económicos. Después de 10
meses estas tierras recuperadas pasan a la ganadería sembrándose para ello pasto
de Janeiro. El pasto cumple dos funciones relacionadas entre sí: 1. Es objeto de
producción en cuanto sirve de alimento a la ganadería. 2. Es objeto de posesión y
soberanía al ocupar y delimitar una propiedad por medio de la cría de ganado en
ella. Un caso de recuperación de tierra con siembra de arroz se puede observar
en esta cita que dice:
22
23
Notaría Primera de Palmira. Escritura No. 226, 30 de noviembre de 1878 (copia). Archivo
Manuelita, S.A.
Palmira, 1 de abril de 1901 (documento privado). Archivo Manuelita, S.A.
769
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
[…] Eder en representación de la Compañía Agrícola Caucana, da en
arrendamiento a Joaquín Gómez un lote de terreno de siete (7) plazas
para que el arrendatario cultive en ellas por su propia cuenta, únicamente,
arroz, con derecho a dos cosechas, después de las cuales que finalizarán
en diez (10) meses contados desde hoy, Gómez se compromete a sembrar
tales plazas de pasto de janeiro a su costa y las entregará a la compañía
en pleno desarrollo y en completa limpieza.24
En los terrenos de La Manuelita también había ganadería extensiva ocupando
durante la mitad del siglo XIX, una mayor área de terreno que el dedicado a
cultivos especializados como el café y la caña. En un inventario de las haciendas
La Rita y La Manuelita se observa cómo, en 1889, las tierras dedicadas a la caña
y el café ocupaban un área total de 303 plazas mientras que de pastos existía un
área de 654 plazas.25
La rentabilidad de la producción ganadera estaba representada por: 1. Las ventas
de caballos, bueyes, vacas y mulas; 2. Las ventas de subproductos como quesos,
mantequilla y cueros; 3. El beneficio indirecto de la utilización de los caballos y
bueyes en las actividades agropecuarias.
De especial importancia era el doble beneficio obtenido, con el transporte de
mercancías a través de las recuas de mulas. Para los propietarios de las recuas
la utilidad del negocio estaba dado por el transporte que en ella se hacía de
los productos de sus haciendas, el cobro de fletes a particulares por mercancías
transportadas, y el acarreo de productos en el comercio importador-exportador.26
Para la región este sistema de transporte significó la apertura de nuevos mercados
a través del intercambio de productos con otras regiones. Este sistema, utilizado
desde la colonia, cobró importancia en este periodo de transición por contribuir, en
un juego comercial que se operó entre las distintas regiones del país, a consolidar
un mercado interregional estable.
El azúcar
Jorge Enrique Isaacs, anterior propietario de La Manuelita desarrolló algún tipo
de mejoras y reformas encaminadas fundamentalmente, a la cría y engorde de
ganados, así como al cultivo de la caña, fabricación de azúcar, panela y mieles.
24
25
26
Contrato de arrendamiento. Guengue, 15 de febrero de 1920. Archivo Manuelita, S.A.
“Santiago M. Eder”. Comparative statement of 1899 (july) and 1903 (aug). Archivo Manuelita,
S.A.
“Viajes Mulas”. Enero-marzo de 1902. Archivo Manuelita, S.A. La mayoría de los viajes
de mulas transportaban mercancías y productos de las empresas de los Eder; además,
transportaban mercancías a particulares. Ver anexo No. 2.
770
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Sin embargo, cuando Santiago Eder en 1864 compró La Manuelita se encontró con
un trapiche tradicional de tipo colonial, compuesto por dos cilindros de madera,
que se mueven por tracción animal y donde se utiliza el sistema de pailas abiertas
(Eder 1959: 437). El monte, los pastos y la ganadería seguían ocupando la mayor
parte de las tierras. En contraste, el cultivo de la caña de azúcar ocupaba lo
correspondiente a 20 suertes.
Desde ese mismo año don Santiago Eder inició, con una serie de mejoras en los
cultivos e introducciones tecnológicas importadas principalmente de Londres y
Nueva York, un programa destinado a la producción y fabricación de azúcar.
Estas innovaciones técnicas consistieron en herramientas agrícolas –como la
introducción del arado– y mejoramiento en el sistema de regadíos, este último sin
una planificación técnica real.27 Un inventario de 1888 hecho para La Manuelita
permite observar los adelantos técnicos que en materia de construcciones,
maquinaria y herramientas se habían alcanzado hasta el momento, para el
almacenamiento y procesamiento de la caña de azúcar. En el inventario puede
apreciarse: un alambique protegido por un edificio grande cerrado en ladrillo
con techo de teja; un cuarto donde están los cubos de depositar aguardiente;
una máquina de hierro con tres cilindros macizos para moler caña, con su rueda
también de hierro dentada; un edificio para las hornillas también de ladrillo
cubierto de teja; un edificio grande azucarero, ubicado en el lado norte de la casa
de habitación, todo de ladrillo y cubierto de teja destinado para depositar azúcar
en hormas; una casa de habitación para el carpintero y segundo meleros cubierta
de teja, ladrillo y adobe; una pesebrera también de ladrillo y teja con tres canoas
grandes donde comen los animales; una casa para peones, de ladrillo, adobe y
tejas con doce piezas independientes; dos cuartos adheridos al alambique, uno
destinado para guardar aperos y el otro para escritorio del mayordomo y guardar
herramientas de agricultura; una bagazera construida en ladrillo para depositar
bagazo; y finalmente un galpón con su respectivo horno cubierto también de
ladrillo y teja. Además de una cantidad de herramientas y accesorios propios de la
fabricación del azúcar como también para labores agrícolas y ganaderas.28
Por otra parte, las tierras ocupadas por cultivo de caña, en ese entonces, llegaban a
cien cuadras divididas en 37 tablones, de los cuales solamente ocho se encontraban
en buen estado de moler.29 Otras de las tierras de la hacienda estaban ocupadas
por guaduales, árboles frutales y pancoger. Pero la mayor parte de estas tierras
estaban dedicadas a pastos y potreros que permitían el desarrollo de la actividad
ganadera.
27
28
29
Para una mejor ilustración sobre las mejoras e introducciones tecnológicas en La Manuelita
ver Eder (1959).
“Contrato de arrendamiento de la hacienda La Manuelita”. Notaría Segunda de Cali.
Escritura No. 100, 23 de febrero de 1888.
Ibídem
771
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
Entre 1888 y el final de la centuria continuó el desarrollo de las mejoras internas
en la hacienda: en 1894 Santiago Eder realizó el montaje de un mini ferrocarril
utilizando vagonetas para el transporte de la caña; sustituyó la leña por el bagazo
en la combustión; y utilizó la hojarasca de la caña para conservar la humedad en
los campos de cultivo (Eder 1959: 482).
En 1899 la mayor cantidad de tierras continuaban ocupadas por partos (653
plazas) y montes (220 plazas), con una cantidad apreciable en ganadería (1464
cabezas), donde sobresalían por su número las vacas y las mulas.30 Sin embargo,
observamos que las tierras ocupadas por caña van en un creciente aumento que
ha pasado de 100 plazas en 1888 a 180 en este periodo. Aumento relativamente
significativo, si se tiene en cuenta que, en menos de 11 años (los últimos del siglo)
prácticamente se han duplicado los cultivos de caña.
Santiago Eder, consciente de la necesidad de introducir una nueva tecnología que
mejora el procesamiento y calidad en el azúcar y a la ve aumente la producción,
consigue por medio de sus comisionistas en Londres –La Rosing Bros y Co.– los
créditos necesarios para una nueva maquinaria. Este propósito se hace realidad en
1901 cuando el trapiche hidráulico y la planta de panes de azúcar –característicos de
la segunda mitad del siglo XIX–, abrieron paso a una moderna maquinaria movida
a vapor, permitiendo obtener azúcar granulada blanca y aumentando la capacidad
de producción. Dos años después de inaugurada la nueva planta, existían en La
Manuelita más de 400 plazas cultivadas en caña, lo que constituía –más o menos–
una tercera parte del área total de la hacienda. Las tierras incorporadas para el
cultivo de caña provenían principalmente de las ocupadas por pastos incultos y
montes que han mermado desde 1899 a esta época: de 447 plazas a 310 plazas y
de 220 a 142 respectivamente.31
Cuadro 1. Cuadro comparativo de áreas ocupadas por caña en La Manuelita
Años
Pastos
Guinea
Incultos
Área total
Montes
Caña
(plazas)
1888
?
?
?
100
?
1899
137
447
220
180
984
1903
137
310
142
400
989
Fuente: Santiago M. Eder. Comparative statement of 1899 (july) and 1903 (aug) (La Manuelita) Not. 2 de
Cali, Escritura No. 100, 23 de febrero de 1888.
30
31
“Santiago M. Eder”. Comparative statement of 1899 (july) and 1903 (aug). Archivo Manuelita,
S.A.
Ibídem. Para una mejor ilustración ver el Cuadro No. 1.
772
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Nota: Aunque el área total aproximada de La Manuelita era de 1.2000 plazas, la
cantidad de plazas faltantes en el cuadro lo constituyen fundamentalmente los terrenos
ocupados por guaduales, platanales y construcciones.
Esta disminución en las tierras de pastos no implicó una reducción en la
producción ganadera. Por el contrario lo que se observa de acuerdo con el
inventario citado, es un ligero incremento en ganado vacuno y caballar –quizás–
debido a los nuevos pastos.
Las exportaciones de azúcar realizadas durante este periodo, a otras regiones del
país y al exterior no fueron de gran significado económico, siempre se dieron en
forma muy inestable y discontinua.
Las mejoras e introducciones tecnológicas desarrolladas por Santiago Eder,
durante toda la segunda mitad del siglo XIX, que culminaron con el montaje
de la nueva maquinaria en 1901, no significaron la constitución de un ingenio
azucarero industrializado. Efectivamente, para llegar a un desarrollo agroindustrial
se necesitaron cambios internos en la hacienda, al igual que cambios en el
desarrollo social y económico tanto de la región como de la nación.
Con la constitución de la Cauca Valley Agricultural Co. En 1903,32 la familia
Eder integró sus propiedades en una empresa de tipo moderno encargada
de la administración general de todas las actividades de sus haciendas. Antes
funcionaban como un latifundio integrado bajo la dirección centralizada de una
gerencia general. Desde un comienzo Carlos Eder fue el gerente y La Manuelita
fue la hacienda centralizadora de la administración de la empresa. Cada hacienda
tenía sus administradores que ejecutaban las directrices emanadas de la gerencia,
y permanentemente informaban sobre las haciendas a su cargo. Así por ejemplo
Rafael Lozano, mayordomo de Amaime, enviaba un informe a Carlos Eder sobre
el estado de los potreros, cercas, número y clase de animales que ocupaban la
hacienda en el año de 1916.33
Para asuntos jurídicos la compañía contrató abogados que, en la práctica y de
acuerdo a los documentos, se constituyeron en sus abogados permanentes. Julio
Pizarro fue el abogado de la C.V.A.C. para todos los asuntos legales y judiciales en
que ella estuvo interesada o implicada.34
A cargo de la compañía quedaban todas las propiedades rurales de la familia Eder
las cuales, durante el tiempo de la compañía (hasta 1919), estuvieron dedicadas a
32
33
34
Notaría Primera de Palmira, 19 de octubre de 1903 (copia). Archivo Manuelita, S.A.
Informe del mayordomo de Amaime. 13 de abril de 1916. Archivo Manuelita, S.A.
En los documentos encontrados, en el archivo de Manuelita, S.A., aparece en asuntos legales y
judiciales de los años 1903 a 1919 el abogado Julio Pizarro como el apoderado de la C.V.A.V.
773
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
la producción ganadera, en su mayor parte. El cultivo de café continuó aunque,
para finales de la década de los años 1910, comenzó a tomar importancia, dentro
de las actividades de la compañía, a partir de la introducción e instalación de
la maquinaria para el procesamiento de azúcar sulfitada. Sin embargo, en un
comienzo no dio los resultados esperados en cuanto a la rentabilidad del negocio
(Eder 1959: 485-487).
La saturación de los mercados más cercanos se debía a la producción, en el Valle
del Cauca, de pan de azúcar y panela en la mayoría de las haciendas. Dicha
saturación era un obstáculo para la venta de azúcar de La Manuelita. La otra
posibilidad sería la exportación al extranjero o llevar el producto hacia regiones
distantes; pero la inexistencia de carreteras y ferrocarril, para aquel periodo, hacia
muy costoso el transporte repercutiendo en el precio del azúcar. Desde 1882 don
Santiago Eder presionaba por vías de comunicación:
Estos seis (caña, maíz, plátanos, café, cacao y tabaco) son los únicos
artículos de alguna consideración que se cultivan en nuestros terrenos;
las cantidades de su producción son relativamente pequeñas; a esto
contribuyen, en gran parte las malas comunicaciones que tiene este Valle
en la costa. Qué cambio, por ejemplo, tendría el negocio de azúcar si el
Valle del Cauca gozara de un ferrocarril, o siquiera un camino carretero
por donde encaminar sus productos a la costa?
La producción del aguardiente será la salida temporal, por parte de la compañía,
al mal negocio del azúcar. Desde los últimos años del siglo XIX, Santiago Eder se
había interesado en el negocio rematando, ante el gobierno, la venta exclusiva del
licor. Para los primeros años del siglo XX Carlos Eder, representando la C.V.A.C.,
se dedicó a la compra de monopolios de producción y venta de aguardiente. En
esta época, llegaron a controlar el mercado en las provincias de Buenaventura,
Popayán, Cali y Palmira.35
Debido a la primera guerra mundial, las exportaciones colombianas de azúcar
tuvieron impulso significativo. La Manuelita logró exportar 1777 toneladas métricas
en 1917, continuando su aumento durante 1918 y 1919 (Eder 1959: 494). Se
hicieron reformas a la maquinaria instalada en 1900, aumentándose su capacidad
de producción.
En 1919 se disolvió la C.V.A.C. y se conformó la Compañía Agrícola Caucana
que tuvo bajo su administración las propiedades rurales de la familia Eder.36
35
36
“Pleito con Modesto Cabal” (paquete) Archivo Manuelita, S.A. En el negocio del aguardiente,
los Eder se asociaron con otros hacendados. La principal asociación fue con los Cabal,
constituyendo la sociedad civil de “Cabal y Compañía”.
Notaría Primera de Palmira, 29 de julio de 1919 (copia). Archivo Manuelita, S.A.
774
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
La Manuelita acentuó su especialización en la producción de caña de azúcar.
Durante la década de los años 1920 la producción de azúcar siguió en aumento,
expandiendo los cultivos e incrementando la productividad de la maquinaria para
responder a los nuevos mercados. Estos últimos se debieron a la creación de una
infraestructura vial en Colombia consistente, para la época, en la ampliación y
terminación de las líneas del ferrocarril al igual que la construcción de carreteras.
Creadas esas condiciones a nivel nacional, el azúcar logró salir a un mercado
interregional con miras hacia un mercado nacional, que para ese momento está en
formación. La compañía de los Eder se benefició de ese nuevo mercado nacional
y, a la vez contribuyó con el comercio del azúcar a su gestación y consolidación.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se produjeron, en las propiedades de la
familia Eder, cambios en el uso y tenencia de la tierra ligados a los intentos de
vinculación permanente al mercado mundial con productos agrícola. Solo será en
el siglo XX cuando tal vinculación se hará permanente y definitiva a través de la
explotación azucarera.
Los productos exportados durante el siglo XIX no lograron consolidarse en el
mercado europeo; pero si tuvieron importancia y significado en cuanto sirvieron
al financiamiento y desarrollo de la empresa de los Eder, traducida en adquisición
de tierras, importación de maquinaria y adecuación de terrenos a través de
canalizaciones y regadíos.
La actividad comercial de los Eder, unida a la explotación de productos agrícolas,
fue la que consolidó la empresa familiar y creó las condiciones para su posterior
desarrollo. Las relaciones directas con casas comerciales extranjeras y el
conocimiento de las necesidades de la región le permitieron, a los Eder, el logro
de altos beneficios económicos. El crédito, uno de los elementos de importancia
en estas actividades, era conseguido por la familia a través de las casas comerciales
europeas y, en algunos casos, por prestamistas colombianos.
La constitución de las empresas o compañías representa un cambio cualitativo
en cuanto al manejo y administración de las propiedades de la familia Eder.
Comparado con la administración personal de gran hacendado, es una transición
hacia una nueva forma administrativa que implica una concepción capitalista,
sobre el manejo de las haciendas, por parte de sus propietarios.
De acuerdo con lo anterior, en las primeras décadas del siglo XX se crearon las
condiciones definitivas para la producción agrícola en La Manuelita. Se creó una
empresa azucarera aunque sin gran capacidad y con un mercado interregional sin
abordar todavía, en gran escala, el mercado mundial. La constitución definitiva
de un ingenio azucarero industrializado solo se logrará a mediados del presente
775
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
siglo. En 1927, con la instalación de una nueva maquinaria, La Manuelita se
constituyó en una empresa azucarera de gran capacidad productiva. Sin embargo,
se necesitaba un desarrollo capitalista a nivel regional y nacional que permitiera
el desarrollo de La Manuelita como empresa agro-industrial.
Relaciones laborales
Magnus Mörner en su análisis sobre la hacienda hispanoamericana señala la
dificultad en la consecución de información sobre relaciones laborales en las
haciendas del siglo XIX. Plantea que “todo estudio del trabajo en la hacienda
es extraordinariamente difícil como resultado del carácter, del ordinario verbal
de los contratos, y porque los salarios con la mayor frecuencia eran pagados en
especie (Mörner ----: 13, 14). Mörner comenta, como caso excepcional, el estudio
que realizó Jan Bazant sobre la fuerza de trabajo en una hacienda mexicana para
mediados del siglo XIX. Al caracterizar las formas de trabajo existentes –peones,
arrendatarios y trabajadores temporales– encontró que “[…] los peones residentes
aventajaban en condiciones a la mayoría de los arrendatarios y, lo que es menos
sorprendente, a los trabajadores temporales” (Mörner ----: 14).
La decadencia de la minería, las guerras de independencia y las continuas
guerras civiles del siglo XIX, como ya se ha planteado, llevaron a la hacienda
vallecaucana a un estado de crisis y estancamiento que se profundizó con la
ausencia de circulante y la escasez de mano de obra. Esta última se acrecentó ante
la vinculación de los esclavos a las guerras con el ideal de convertirse en hombres
libres. En la solución a esta crisis se operaron cambios que iban desde la tenencia
y uso de la tierra hasta cambios en las relaciones y formas de trabajo: colonos,
peones y trabajadores ocasionales constituirían la mano de obra utilizada en las
haciendas de la segunda mitad del siglo XIX.
El terrazguero y el arrendatario –formas específicas del colonato en esta época,
en la región– se constituyeron en la principal fuerza de trabajo de la hacienda del
medio siglo en el valle del río Cauca; sin embargo, su origen data de finales de la
colonia como quedó constatado en la primera parte de este estudio.37 Paternalismo
y dependencia son elementos que apoyan esta relación donde el hacendado ya
no es propietario de la fuerza de trabajo. Más adelante analizaremos a fondo los
sistemas de colonato y su proceso evolutivo en las haciendas de la familia Eder.
El peón tiene su origen y/o consolidación en ese mismo periodo de crisis y
estancamiento de la hacienda. Aunque en un análisis superficial, asentado en las
facilidades paternalistas que el hacendado brindaba a sus esclavos más cercanos,
37
El origen del arrendatario en el Valle del Cauca se analiza en las pp. 27-28.
776
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
podría asignarse el origen del peón a un desarrollo del esclavo doméstico, la
realidad fue que muy pocos esclavos domésticos llegaron a ser peones. Los
cuadros típicos de las haciendas vallecaucanas descritos en La María y el Alférez
Real38nos demuestran la existencia de una numerosa población esclava dedicada
a las labores domésticas. Se caracteriza, en esos cuadros, las estrechas relaciones
existentes entre los esclavos y la familia del hacendado como resultado de una
convivencia en un escenario común: el conjunto total de construcciones de la casa
grande de la hacienda. En su mayoría son familias de esclavos negros a quienes el
amo le interesa conservar en su integridad y con un trato de cierta benevolencia,
al fin y al cabo son sus más allegados y con los que el comparte lugares comunes.
El proceso de abolición de la esclavitud –tanto las leyes como en la práctica–
durante la primera mitad del siglo XIX, convirtió poco a poco algunos esclavos
domésticos en peones, especialmente en capataces de cuadrillas y peones de
confianza. De allí la estrecha dependencia del peón ante el hacendado como
el paternalismo de este último sobre su peonada. En la segunda mitad del siglo
XIX y ante la superación parcial de la crisis y estancamiento, el peón comienza a
cobrar importancia como nueva fuerza de trabajo originada, fundamentalmente,
en la descomposición del terrazguero.
El trabajador ocasional completa el grupo de la fuerza de trabajo utilizada en las
haciendas del siglo XIX.
Fueron los miembros de las familias de pequeños propietarios, los que realizaban
trabajos eventuales de la hacienda como jornaleros, y los artesanos o “técnicos”
en construcción, reparaciones y otra clase de oficios que requerían de alguna
especialización, los que conformaban el grupo. Estos trabajadores ocasionales se
encontraban localizados en caseríos cercanos a las haciendas y en núcleos urbanos
o semiurbanos. Su trabajo, al igual que el de el peón, se ejecutaba individualmente
y a cambio recibía una paga, nominalmente en metálico.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, se presentó
un proceso de transformación de las relaciones laborales en el interior de
las haciendas vallecaucanas. El objetivo de este capítulo es estudiar dichas
transformaciones y lo que ellas implicaron en las haciendas de la familia Eder.
Para ello contamos con la información encontrada en el archivo de Manuelita
S.A. y en la Notaría Segunda de Cali.
Los contratos entre hacendado y trabajadores se realizaron –por largo tiempo– a
nivel verbal, solo fue a comienzos del siglo XX que los contratos escritos empezaron
38
Estas dos novelas de Jorge Isaacs y Eustaquio Palacios respectivamente fueron escritas en
el siglo XIX y nos hablan de los rasgos cotidianos de la vida en las haciendas: El Alférez
Real en los finales de la colonia y La María, a mediados del siglo XIX.
777
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
a tener vigencia. Este cambio en el carácter de los contratos se explica por los
problemas surgidos, con arrendatarios y terrazgueros, en cuanto a la propiedad
de la tierra. Para resolver, en parte, el problema metodológico que implica la no
existencia de información directa respecto a las relaciones laborales, durante el
siglo XIX, hemos optado por explotar al máximo documentos que, si bien es
cierto, no hacen referencia directa a las formas de trabajo, indirectamente nos
ofrecen la información requerida. La obtención de resultados se desprende del
análisis global de la documentación existente; por lo tanto, en algunos casos, la
comprobación empírica de una afirmación no estará sustentada por un documento
preciso, será el resultado obtenido de toda la documentación analizada.
La fuerza de trabajo utilizada en las propiedades de la familia Eder la podemos
dividir en: terrazgueros o arrendatarios, peones y trabajadores ocasionales. En
seguido analizaremos, en su evolución, cada uno de ellos.
Los terrazgueros o arrendatarios
Los terrazgueros o arrendatarios, que constituían la mayor parte de la población
de la hacienda al momento de su compra, estaban ubicados generalmente junto a
los ríos, al lado de los caminos, en los límites entre las haciendas y entre estas y
los caseríos formados por pequeños propietarios.
Un arrendatario de La Manuelita que en 1896 vendía su mejora la delimitaba así:
[Esta] ubicada en el sito denominado de “Zambrano” jurisdicción de este
distrito […] Colinda por el oriente con finca de campo de Eufemio Escobar;
por el norte el camino público que conduce para la hacienda de “San
Rafael” hacia el oriente; por el sur con la finca del señor Nepomuceno
Saavedra; por el poniente el camino público que conduce de esta ciudad
de Palmira a la de Buga.39
En relación con los terrazgueros ubicados al lado de los ríos y en los intersticios
entre las haciendas, anexamos a esta tesis un mapa de las haciendas de Guengue,
García y Cañas Abajo (ver Mapa 1).
La extensión de tierras en posesión de un arrendatario o terrazguero, oscilaba entre
una y seis plazas. Su parcela, que explota bajo la unidad familiar, se componía
generalmente de un rancho pajizo donde habitaba él con los suyos, y las tierras
ocupadas en cultivos, sembradas básicamente de plátano, café, frutales y cacao.
39
Notaría Primera de Palmira. Compra-venta de finca, Escritura No. 15, 29 de enero de
1896 (copia).
778
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Una buena descripción de las tierras que poseía un arrendatario puede apreciarse
en la siguiente cita:
[…] se compone de una casa pajiza con sus respectivas puertas y
cerraduras en buen estado, construida sobre paredes de embutido, plaza
y media poco más o menos, cultivada de platanal y cafetos, encerrado
bajo cercas propias de piñuelo en buen estado”40
La producción que obtenía aunque pequeña –téngase en cuenta el área ocupada–
era usufructuada por él y su familia y no por el propietario de la tierra; por lo tanto
podía llevar el excedente de sus productos a un mercado local o intercambiarlo en
la hacienda por otros productos. El terrazguero o arrendatario era dueño de los
productos que cultivaba. La parcela, en su conjunto, era llamada “mejora”, “fundo”
o “finca de campo”. El terrazguero no era propietario de la tierra ocupada; por
ella tenía que pagar una renta anual, nominalmente en dinero. El nombre dado al
pago era “terraje”. En un documento sobre una querella de policía un arrendatario
de La Manuelita declaraba en 1899:
[…] que hace más de dos años que vive […] como arrendatario del señor
Santiago M. Eder, en un terreno llamado Nima-Viejo perteneciente a la
hacienda La Manuelita a la orilla del río Nima por el oriente abonando
treinta pesos anuales; y por el occidente está viviendo una viejita llamada
Juana María que dice ser comunera”.41
El hacendado no solo disponía de la fuerza de trabajo del terrazguero y su familia
sino que le servía como vigilante y garantía sobre sus propiedades en un periodo
en que la presencia del estado era casi inexistente, sobre todo en el campo. Ante
la debilidad del estado, el hacendado utilizaba a sus terrazgueros como agentes
de vigilancia contra el robo de productos en sus terrenos. En el documento citado
atrás se enuncia un caso de estos:
[…] y más al occidente a salir al camino nacional que conduce a Buga
y a Palmira está el guadual, que ha estado suelto por un tiempo,
pero siempre respetándose esa faja de terreno como perteneciente a
la hacienda (La Manuelita), porque el declarante le recomendaron los
señores Eder vigilar el saque de guadua”.42
40
41
42
Notaría Primera de Palmira. Escritura No. 135, 23 de julio de 1902 (copia). Archivo
Manuelita, S.A.
Querella de policía por mata de guadua en el indiviso de la “Hacienda Real”. Palmira,
enero de 1903.Archivo Manuelita, S.A.
Ibídem.
779
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
En otros casos, el terrazguero cumplía una función doble en cuanto a la legitimidad
de la propiedad del hacendado. En los globos de los terrenos indivisos los dueños
de derechos ejercían posesión real sobre sus posibles adjudicaciones, colocando
terrazgueros en ellos. En efecto, al realizarse el juicio de división, el dueño de
derechos alegaba posesión en tal o cual lugar del individuo argumentando la
existencia, en ellos, de terrazgueros que le pagaban terraje, reconociéndolo de
hecho como propietario. Un documento sobre robo de guaduas en los límites de
la hacienda Guengue, apoya nuestras anteriores afirmaciones:
Que respecto de las de Guengue es público y notorio, que ha habitado
un gran destroso de guadua robada; que don Amador Sánchez dueño de
algunas acciones en Guengue puso en el extremo occidental del terreno
como unos veinte “terrajeros” que el mismo exponente intervino para
colocarlos de los cuales se han ido algunos dejando los rastrojos.
Que de esos terrenos ocupados por los terrajeros del Sr. Sánchez el
exponente recibió el valor de tres balsadas de guadua y se lo pagó al
Sr. Sánchez precisamente para ver si se reglamentaba y se impedía el
robo de guadua […] Que el Sr. Sánchez dijo que por sus derechos ponía
donde no estaba ocupado, por los terrajeros o individuos que estaban en
el mejor y más fértil terreno (que) tenía don Santiago (Eder). Que para
el efecto de que se le adjudicase en ese extremo sus derechos el día del
deslinde era que tomaba posesión material de sus derechos en él por
medio de esos terrajeros, puesto que, no tenía ni una sola estaca puesta
en el resto del globo de tierra.43
La otra forma en donde el terrazguero era instrumento o elemento de legitimidad
de propiedad, por parte del hacendado, se presentaba en los deslindes entre
grandes haciendas. La imprecisión de límites entre las haciendas provenía desde
los tiempos de la colonia; al final del siglo XIX y comienzos del siglo XX los
propietarios se interesaron por resolver, a nivel judicial, la delimitación de sus
haciendas. Los ríos y/o zanjones, al igual que la existencia de terrazgueros se
convirtieron en elementos recurrentes para la solución de límites dudosos.
Los terrazgueros cumplían una función doble: servían como testigos en favor de
sus hacendados y, a la vez legitimaban la propiedad del hacendado en contra de
la pretensión de otro, respecto al lugar que ocupaba su parcela y los terrenos en
torno a ella. La propiedad del terreno ocupado por una parcela era del hacendado
que cobraba el terraje. Un ejemplo de esta situación se presentó, a comienzos del
siglo XX en la delimitación judicial de tres grandes haciendas pertenecientes a tres
43
Interrogatorio sobre robo de guadua en los terrenos de Olanos, Eder y Sánchez. Guengue,
12 de septiembre de 1896. Archivo Manuelita, S.A.
780
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
grandes familias de hacendados: “El Medio”, de la familia Echeverry; “Zambrano”
(posteriormente Riopaila) de la familia Caicedo; y “El Guavito”, de los Eder. En
el juicio de deslinde de estas tres haciendas fueron llamados como testigos sus
respectivos terrazgueros. Uno de ellos, Leonardo Moreno de 78 años, declara:
[…] que desde niño había vivido con los señores Caicedo dueños de
la antigua hacienda de La Paila y que por lo mismo los acompañaba
a cobrar los terrajes; que al señor Santiago Caicedo le fue cedido por
los interesados el valor de arrendamientos, debido a su pobreza, pero
que le exigieron llevar cuenta separada de los lotes del Medio, Guavito
y Zambrano, y por lo tanto recuerda que la finca que fue de Néstor
Paneso, hoy de Fagara o Clavijo, quedaba comprendida en la hacienda
o lote de El Medio, y que recuerda perfectamente que el río de la Paila
pasaba por el lado sur de dicha finca (sin cita).
Aunque la forma de la declaración pueda prestarse para confusión, es claro que
el cobro de terraje por separado y la existencia de un terrazguero justificaba la
propiedad y el límite de una de las haciendas.
Durante los años 1910, 1920 se presentaron conflictos relacionados con la
propiedad de la tierra en las haciendas Guengue y Guavito. La existencia de
un gran número de propietarios de derechos en el indiviso de Guengue, que
reclamaban propiedad legal al momento del juicio de división, y el afán de los
Eder por ejercer los derechos de propiedad sobre la totalidad del terreno en
cuestión, originó estos conflictos. En la solución de estos serán utilizados, por
parte de los Eder, mecanismos de fuerza ejercidos por la policía y empleados
particulares, además de alegatos legales por parte de sus abogados.44
Los terrazgueros de las haciendas Guavito y Guengue eran numerosos y estaban
esparcidos por toda la hacienda. Los Eder con su compañía y en su afán de realizar
posesión real sobre esas propiedades legalizaron, por medio de documentos
privados, las relaciones con sus terrazgueros. Se apoyaron en el hecho de que
durante ese mismo periodo, se decretaron unas ordenanzas reglamentando las
relaciones entre propietarios y terrazgueros.
La lectura de los contratos nos muestran las condiciones y la naturaleza de la
relación entre trabajadores y hacendados para finales del siglo XIX y comienzos
del siglo XX. Sin embargo, hay que aclarar la diferencia, aunque no de fondo,
entre el contrato verbal del siglo XIX y el contrato escrito en la década de los
años diez y veinte del presente siglo. La revisión total de los documentos nos hace
44
Sobre este punto no profundizamos por considerarlo tema específico que daría para toda
una investigación. Solamente lo abordamos en la medida que se requiera en el desarrollo
de nuestro estudio.
781
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
pensar en la posibilidad de mejores condiciones por parte del terrazguero del
siglo XIX: el carácter verbal del contrato hacia la relación más elástica y mediada
por el paternalismo del propietario, contraria a la rigidez y relación impersonal
observable en los contratos escritos. Además hay que tener cuenta que, para
el siglo XX, las compañías de la familia Eder tenían en mira la constitución de
empresas agroindustriales en sus propiedades. Ahora bien, el carácter mismo de
empresa capitalista es incompatible con este tipo de trabajo. De allí por qué
La Manuelita y La Rita, las haciendas modelos en su desarrollo, fueron las que
primero redujeron (gradualmente) la utilización de terrazgueros.
La disminución de la fuerza de trabajo de arrendatarios en La Manuelita y La
Rita se presentó desde finales del siglo XIX cuando la familia Eder compró las
mejoras establecidas por los terrazgueros en esas haciendas. Empero, fue con
la constitución de las compañías cuando esta práctica se volvió sistemática y
extensiva a todas sus haciendas. Con la compra de las mejoras, la compañía
ejerció propiedad legal sobre sus tierras; por su parte, el arrendatario perdía la
fuente principal de sustento de él y su familia.
Hacia la década de los años 1910 la compañía C.V.A.C. realizó una serie de
compras de mejoras o fundos a sus terrazgueros de las haciendas Guengue y
Guavito principalmente. Una venta de estas hecha por un terrazguero del Guavito
en 1912 dice textualmente:
Jesús Ma. Cardona, mayor de edad y vecino del distrito de Bugalagrande,
por el presente declaro: que en esta fecha he vendido al señor Eduardo Villa
C., para los señores Cauca Valley Agricultural Co., una mejora consistente
en caña de azúcar, platanera, cacaotal y casa de habitación, la que mide
aproximadamente seis plazas y la que ha cultivado ya para ocho años como
arrendatario de la Hacienda de “el guavito” en el distrito del el Zarzal donde
está ubicada, y de propiedad de los citados compradores: El precio de esta
es el de cinco mil ($5.000), suma que tengo recibida ami entera satisfacción,
del expresado señor Villa. Cedo pues de hoy en adelante todos mis derechos
que como arrendatario he tenido en ella hasta esta fecha.
Para constancia firmo el presente ante testigos en El Guavito, a los diez y
siete días del mes de septiembre de mil novecientos doce.
Aruego de Jesus Ma. Cardona por no saber escribir Feliz V. Blandoz.45
45
Venta de una mejora. Guavito, en el distrito de el Zarzal, 17 de septiembre de 1912. Archivo
Manuelita, S.A.
782
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Al vender la mejora, el terrazguero quedaba desposeído de la vivienda para él
y su familia y del fundo que le proporcionaba alimentos y trabajo. ¿Qué sucede
con esta fuerza de trabajo? ¿Qué relación existe con el crecimiento demográfico
en los pueblos y ciudades de la región, en especial Palmira y Tuluá? ¿Por quién
es reemplazada, en la hacienda, esta fuerza de trabajo? El crecimiento gradual de
los peones, observado en las haciendas de los Eder, podría contribuir a resolver
el problema; sin embargo, se necesita un estudio amplio sobre la movilidad de la
fuerza de trabajo, en la región durante la época, que de base a una explicación
profunda a los interrogantes planteados. El aporte dado en este trabajo hace
referencia al problema dentro de la hacienda, abordando los elementos externos
a ella solamente como puntos de referencia.
En algunos casos los terrazgueros no desocupaban a pesar de la venta de su
mejora. En un documento sobre este tipo de ventas el terrazguero aclaraba: “[…]
que la casa la sigo ocupando con permiso de mis compradores hasta que ellos
lo juzguen conveniente”.46 Aunque se dio la venta de la mejora, el vendedor no
perdió su condición de terrazguero; pero si perdió la disposición que antes tenía
sobre la parcela ocupada. Estas tierras estarán a disposición de la compañía cada
vez que el aumento de cultivos y/o ganadería requiera de ellas.
En su relación con el hacendado, el terrazguero recibía una parcela que explotaba
con su familia; a cambio, se obligaba a cumplir una serie de condiciones y
obligaciones, incluido un canon de arrendamiento anual (terraje) como pago por
la tierra que ocupaba. Los contratos escritos, realizados a través de documentos
privados, entre las compañías de los Eder y sus arrendatarios nos permiten
comprender la naturaleza de esta relación. Uno de estos contratos dice como sigue:
Yo, Miguel Gómez, mayor de edad y vecino del sitio de Chimbique
en el distrito de Miranda, hago constar: 1º. Que soy terrazguero de la
hacienda de Guengue de propiedad de la Compañía Agrícola Caucana,
cuyo representante y gerente es don Carlos J. Eder; 2º. Que con permiso
de este señor, ocupo dentro de los terrenos de su propiedad en dicha
hacienda una porción de cinco plazas más o menos y cultivo en ellas
maíz, caña, plátano y guinea; 3º. Que por este documento me obligó:
A pagar anualmente a la compañía citada o a quien la represente, como
canon de arrendamiento anual, la suma de dos pesos oro por plaza anual.
A no ensanchar más esta finca, a menos que se me autorizara expresamente
por el señor Eder.
46
Venta de una mejora. Guavito, en el distrito de el Zarzal, 26 de noviembre de 1921. Archivo
Manuelita, S.A.
783
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A no hacer uso de materiales de la hacienda para construcción sin previa
autorización y paga de su valor para lo cual se entenderá con el señor
Eder o quien lo represente.
A no establecer cultivos en la finca como café, cacao y frutales, con
la mira de que me sean pagados por la compañía al dejar yo de ser
terrazguero; pues es entendido que esta no reconoce más mejoras que
las consistentes en pastos de la misma clase de las que ella siembra.
Pudiera cultivar esas plantas, pero acepto de antemano que no me dan
derecho alguno a que se me reconozca su valor por la compañía.
A reconocer y cumplir todas y cada una de las obligaciones legales que
el terrazguero contrae para con el propietario, detalladas en la ordenanza
No._____ de fecha _____.
Este contrato no es transferible sino por el permiso del sr. Eder. Como
sanción por la falta de mi parte de alguna o algunas de las obligaciones
que contraigo por este documento, acepto a condición resolutoria del
presente contrato y apenas me reservo el derecho de ocupar la finca por
treinta días más que da ley para que se cumpla.
En constancia firma el presente contrato ante dos testigos en Guengue a
19 de abril de 1921.47
El punto D del documento citado, no es solo reflejo de las limitaciones a que
estaba sometido el terrazguero; sino también un reflejo de las políticas específicas
de la compañía, que podemos resumir en dos puntos principales:
1. No reemplazar terrazgueros convirtiendo poco a poco esas tierras en pastos.
2. Aunque existía una libertad aparente de cultivos, lo cierto es que la
compañía no estimulaba cultivos diferentes a pastos.
Pero la función del terrazguero en la hacienda no se quedó solamente en
la explotación de la parcela. Como habíamos dicho antes, el arrendatario
servía en la vigilancia y legitimación de la propiedad del hacendado. Además,
el hacendado disponía de la fuerza de trabajo del terrazguero y su familia
cada vez que así lo requería. Un documento que contiene estas funciones lo
presentamos a continuación. Lo transcribimos en su totalidad por considerarlo
47
Contrato de arrendamiento. Guengue, en el distrito de Miranda, 19 de abril de 1921.
Archivo Manuelita, S.A.
784
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
de mucha riqueza por la información referente a las condiciones y obligaciones
que cumplía el terrazguero:
Yo José María Reyes mayor de edad y vecino de Miranda, hago constar;
1º. Que he recibido de la Compañía Agrícola Caucana, por medio
de su director primero, sr. Pablo Montoya A., un lote de terreno,
sembrado de pasto con una platanera que contiene café, cacao, lote
que mide más o menos seis plazas, perfectamente cercado de alambre,
más una casa de habitación de paja y bahareque, la misma finca que
fundó mi padre y vendí al señor D. Carlos J. Eder, gerente de dicha
Compañía Agrícola Caucana y en la que he vivido con mi madre por
consentimiento de don Carlos.
2º. Que me comprometo a mantener las cercas de la finca, y limpiar la
manga.
3º. Que reconozco como únicos y exclusivos dueños de esa finca a la
Compañía Agrícola Caucana, que no tengo derecho alguno de tierra en
ella; y que si llegara a adquirirlo no puedo retener tal finca como fundo
de tal derecho.
4º. Que me comprometo a no hacer puerta alguna que de salida al
camino; y que me conformo con la salida que me permite la Compañía
por medio de ella paso al caño y salir al camino de García.
5º. Que me comprometo a guardar paz con los agentes de la hacienda
y a respetar las ordenes que se me dan por escrito expedidas por el sr.
Director y hacer respetar la propiedad en cuento está a mi vista.
6º. Reconoceré como canon de arrendamiento anual de tal finca la suma
de dos pesos (2.00) y acepto desde ahora que, si llegare a faltar a las
obligaciones que contraigo con este documento, se me haga desocupar
la finca y casa mencionadas, sin lugar a que en ningún caso se me
paguen mejoras pues todo lo que contiene ella y de que disfruto, es de
propiedad de la Compañía Agrícola Caucana. Los límites de la finca, la
cual queda dentro de la hacienda de Guengue son: Por el sur con el rio
de este nombre; y con potreros de la hacienda por los demás lados.
Es obligación mía no perjudicar a la hacienda con mis animales, y a evitar
perjuicios en todo caso. Y en los casos imprevistos, como rompimiento
785
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
de un cerco por un animal mío, es de mi cargo recogerlo y reparar el
daño. Y firmo ante dos testigos en García a veintidós de abril de 1922.48
A pesar del carácter privado de los contratos, las compañías de los Eder al igual
que otros hacendados, se apoyaban en las leyes y ordenanzas existentes sobre
obligaciones y derechos del terrazguero. En la mayoría de los contratos de
arrendamiento aparece especificado este punto:
A fin de cumplir con las obligaciones y leyes sobre terrazgueros
que contiene la ordenanza número 48 de 1917; y en caso de fallar a
algunas de las presentes estipulaciones pierde el derecho de continuar
ocupando el fundo.49
En un lanzamiento de terrazgueros en la propiedad de Hernando Caicedo,
fundador del ingenio Riopaila, podemos observar la aplicación de leyes referentes
a arrendatarios. En su petición de lanzamiento el sr. Caicedo decía:
[…] En virtud de estos antecedentes pido a usted muy respetuosamente
que como jefe superior de policía en este distrito y en cumplimiento
del artículo quince de la ley 57 de 1905, se traslade usted a mi hacienda
denominada Riopaila y proceda a verificar el lanzamiento de Telesforo
Valderrama, Pedro Adolfo Moreno y Manuel Echeverri, si no le escriben
contrato de arrendamiento o se ocultan. El artículo 15 de la ley 57 dice así:
cuando alguna finca ha sido ocupada de hecho sin que medie contrato
de arrendamiento ni consentimiento del arrendador, el jefe de policía
ante quien se presente la queja se trasladará al lugar en que esté situada
la finca dentro de las 48 horas después de la presentación del escrito de
queja; y si los ocupantes no escriben el contrato de arrendamiento, o
se ocultan, procederá a verificar el lanzamiento sin dar lugar a recurso
alguno ni a diligencia que pueda demorar la desocupación de la finca.50
El resultado final de esta situación fue la expulsión inmediata de estos terrazgueros
por parte de las autoridades. Los documentos estudiados permiten observar como
en las leyes sobre terrazgueros existía una parcialidad implícita que favorecía al
propietario; el terrazguero quedaba a expensas de las disposiciones y obligaciones
que surgían de la aplicación efectiva de la ley y de la interpretación autónoma que
48
49
50
Contrato de arrendamiento. Guengue, en el distrito de Miranda, 22 de abril de 1922.
Archivo Manuelita, S.A.
Contrato de arrendamiento. Guengue, en el distrito de Miranda, 29 de junio de 1921.
Archivo Manuelita, S.A.
Lanzamiento de terrazgueros en La Paila. Hacienda de Hernando Caicedo en la Paila
(Zarzal). Enero 27 de 1919. Archivo Manuelita S.A. Terrazgueros o no, para su lanzamiento
se aplicó la ley sobre arrendatarios.
786
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
el hacendado hiciera de las reglamentaciones estipuladas en leyes y ordenanzas.
El hecho de que la mayoría de los terrazgueros fueran iletrados permitió los
abusos que de la ley hicieron los hacendados.
Dentro de las formas de trabajo analizadas, se aprecia un tipo de arrendatario
con funciones específicas que encontramos únicamente en la hacienda Guengue,
hacia las primeras décadas del presente siglo. Este tipo de arrendamiento consistía
en la recuperación de las tierras enlagunadas, para destinarlas a pastos, a través
de la producción de arroz, cultivo que crece en tierras inundadas. Un ejemplo de
estos contratos reza así:
Nosotros Carlos J. Eder, en nombre y representación de la Compañía
Agrícola Caucana, por una parte, y Joaquín Gómez, por la otra, el
primero vecino de Palmira, y el segundo del distrito municipal de
Miranda, hacemos constar que hemos celebrado el siguiente contrato:
Eder, en representación de la compañía, da en arrendamiento a Joaquín
Gómez, un lote de terreno de siete plazas (7) para que el arrendatario
cultive en ella por su propia cuenta únicamente arroz, con derecho a
dos cosechas después de las cuales que finalizarán en diez (10) meses
contados desde hoy, Gómez se compromete a sembrar tales plazas
de pasto janeiro a su costa y los entregará a la compañía en pleno
desarrollo y en completa limpieza. El arrendatario se obliga, además,
a lo siguiente: 1º. A pagar como canon de arrendamiento anual la
cantidad de un peso oro ($1.00) por el terreno que ocupará con el
cultivo de arroz; 2º. A no ocupar ni grabar en forma alguna a favor
de ninguna otra persona natural o jurídica los cultivos mencionados
sin permiso escrito de la Compañía Agrícola Caucana; 3º. Si por algún
motivo el arrendatario abandonase su cultivo de arroz la Compañía
no tendrá obligación de pagarle gastos de ningún género; 4º. Gómez
declara que no tiene ningún derecho de origen primitivo, ni de
ninguna especie, en la comunidad de Guengue y en caso de que
compre alguno o que por cualquier motivo se le ceda o traspase a
título oneroso o gratuito se entenderá adquirido no para Gómez sino
con destino exclusivo para la Compañía Agrícola Caucana ; 6º. Gómez
reconoce expresamente como único dueño y actual poseedor del
fundo en cuestión y del terreno en que se plantará el cultivo a que se
refiere este contrato a la mencionada Compañía Agrícola Caucana; se
obliga, por último, al arrendatario Gómez a entregar a la Compañía
mencionada dentro del término improrrogable de diez y ocho (18)
meses, contados desde hoy, las siete plazas que se dan en arriendo
perfectamente cultivados de pasto de janeiro en pleno desarrollo y en
completa limpieza, es decir, a ocho meses (8) después de recolectada
la segunda cosecha de arroz, y, en caso de que Gómez no cumpla
787
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
estrictamente con cualesquiera de las obligaciones que se impone por
este contrato la compañía, de hecho, y sin necesidad de intervención
de autoridad alguna y sin formalidades de ninguna especie podrá
ocupar inmediatamente el terreno arrendado por este documento.
Eder en representación de la compañía se obliga a pagar a Gómez,
una vez recibido el pasto en las condiciones estipuladas, la suma de
veinte pesos ($20) oro por cada plaza de pasto que reciba.
En fe de lo expuesto firmamos el presente en Guengue distrito
municipal de Miranda, ante dos testigos a quince (15) de febrero de
mil novecientos veinte (1920). A ruego de Joaquín Gómez que no sabe
escribir… Luis A. Bueno.51
De acuerdo con el documento, el objetivo de la Compañía era la recuperación de
terrenos inundados por medio de una adecuación productiva de la tierra donde el
arrendatario, con base a lo estipulado en el contrato, usufructuaba totalmente la
producción de arroz pero quedaba ligado a entregar el terreno en pastos.
En conclusión, el sistema de arrendatarios sufre un proceso evolutivo
desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX. En
un comienzo los contratos eran de carácter verbal y estaban mediados o
apoyados por el paternalismo del hacendado hacia el arrendatario y por el
servilismo de este último hacia el propietario, patrones de comportamiento
heredados de la colonia. A medida que las haciendas de la familia Eder se
dedicaban a una producción para el mercado y, en particular La Manuelita
y La Rita se especializaban en productos agrícolas para la exportación, las
relaciones de trabajo igualmente iban evolucionando. Del contrato verbal se
pasó al contrato escrito mediado y apoyado por las estipulaciones legales y de
acuerdo a la interpretación del hacendado mas no del arrendatario, de las leyes
y ordenanzas que reglamentaban dichas relaciones. Finalmente, el contrato
de arrendatarios arroceros muestra la tendencia hacia relaciones capitalistas
donde el punto fundamental para el hacendado –estipulado claramente en
los contratos– estaba en el hecho de no aceptar propiedad o posesión sobre
las parcelas o fundos ocupados por los arrendatarios y la fijación de tiempos
limites cortos para la entrega del área cultivada.
En la medida que el trabajo de arrendatarios o terrazgueros iba disminuyendo
–lenta y gradualmente– en las propiedades de los Eder, otras formas ya
existentes iban tomando importancia, en parte, por la misma especialización de
la producción agrícola con miras a una vinculación permanente y estable con
51
Contrato de arroceros. Guengue, en el distrito de Miranda. 15 de febrero de 1920. Archivo
Manuelita S.A.
788
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
el mercado mundial. Es el caso del sistema de peonaje. A su vez, estos cambios
estaban unidos a una tecnificación que cada vez iba siendo más compleja, tanto
en el campo como en las instalaciones del trapiche –en un primer momento– y
luego en el ingenio. Esta tecnificación requirió de un nuevo tipo de trabajador
con cierto grado de especialización: Operarios o empleados de dirección: En
términos generales se estaba proyectando –aunque ya con algún desarrollo–
un cambio en el tipo de organización tendientes hacia formas propias de
una empresa capitalista, producción permanente y estable para un mercado
mundial, trabajadores con salario pleno y una introducción tecnológica ligada
a las expectativas mismas del desarrollo empresarial. Dentro de este desarrollo
lo que le da cuerpo y consistencia a todos los cambios es la conformación
de compañías o sociedades anónimas, diferentes a la propiedad familiar, que
brindan la posibilidad de captar capitales de particulares; además, se logró una
administración centralizada con una organización jerarquizada, característica
de las empresas capitalistas.
El peonaje
Partamos del hecho de que, durante el periodo estudiado, no existió un tipo
específico de trabajo generalizado para todas las propiedades de los Eder; más
bien lo que se presentó fue la utilización y combinación de variadas formas y
sistemas de trabajo, paralelas al grado evolutivo de desarrollo, de cada una de
las haciendas, hacia relaciones capitalistas. Así, como habíamos visto antes, en
las haciendas ganaderas de Guengue y Guavito la forma de trabajo más utilizada
la constituyó el terrazguero, con un número reducido de peones. Si tenemos en
cuenta que la actividad ganadera y en concreto la ganadería extensiva, no requiere
por sus mismas características de una fuerza de trabajo abundante, permanente
y constante, ni la utilización total de las tierras de la hacienda, el trabajo de
terrazgueros es el que mejor se acomoda a este tipo de producción. Por otra
parte la misma particularidad de este sistema –parcela y habitación en posesión y
usufructo del arrendatario y su familia– permitió al propietario librarse del costo
de la reproducción de esa fuerza de trabajo.
Con la especialización en la producción agrícola con miras a la exportación, la fuerza
laboral varió hacia formas de trabajo necesarias dentro del nuevo tipo de actividad
hacendataria. Por su misma especialidad se requirió de un trabajador permanente
y estable; a la vez, gradualmente se desplazaban tierras, antes dedicadas a la
ganadería y parcelas de arrendatarios, para dedicarlas a cultivos comercializables.
El sistema de peonaje fue utilizado en gran escala en las haciendas de punta: La
Rita y La Manuelita.
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O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
El peón, a diferencia del terrazguero, no tenía una parcela que usufructuar y
aunque vivía en la hacienda, lo hacía en construcciones especializadas para su
aojamiento en compañía con los demás peones. Estas hacían parte del conjunto
de edificaciones donde estaban la casa grande de la hacienda y las instalaciones
para el procesamiento de los productos –fundamentalmente caña y café–. En los
inventarios de las haciendas es caso común encontrarse con la descripción de
“[…] Casa para peones. Este edificio todo de ladrillo y adobe cubierto de teja con
doce piezas independientes y sus doce puertas”.52
El hecho de no poseer una parcela para usufructuar y dedicar todo su tiempo a
labores específicas, como el acarreo de carros cañeros o limpieza permanente de
los cafetales, nos hace pensar sobre el modo particular de reproducir, el peón,
su fuerza de trabajo. La respuesta sería falsa si aceptáramos la existencia de un
salario pleno; pues, aunque nominalmente el peón recibía una paga estipulada
en dinero, en la realidad la remuneración estaba representada en productos de
la hacienda y en billetes o bonos aceptados en las tiendas de Palmira (Eder 1959:
325). Aclaramos que la emisión de billetes o bonos se produjo a raíz de la crisis
monetaria que se agudizó con la guerra de los Mil Días.
La emisión de billetes y su puesta en circulación en el área de Palmira creaba
un circuito monetario controlado y dirigido por los Eder, quienes en ultimas
serán los grandes beneficiados: Mientras que en sus haciendas y Palmira pagaban
y efectuaban negocios a través de los bonos controlados por ellos mismos, la
realización en el mercado mundial se obtenía en moneda extranjera brindando la
posibilidad de acumulación apoyada en las ventajas que trae consigo el cambio
monetario y el control sobre los bonos o billetes emitidos.
En las haciendas La Rita y La Manuelita la misma producción de café y azúcar,
respectivamente, requerían de un trabajo constante y permanente, tanto en las
labores del campo como en las que tenían que ver con el procesamiento del
producto y empaque para su comercialización. Así, mientras la recolección del
café era realizada por peones, en su mayoría mujeres y niños, labores físicamente
más difíciles, como el corte de caña eran realizadas por peones hombres. La
complejidad del procesamiento en la obtención del producto final hacía necesaria
la construcción de edificios y la importación de maquinaria. Para la puesta en
marcha de estos procesos se utilizó el trabajo de peones, los cuales comenzaron
a tener cierta especialización como operarios de dicha máquina.
Los contratos de peones, al igual que los de arrendatarios, fueron de carácter
verbal. Solo fue a comienzos del siglo XX cuando estos se realizaron por escrito.
52
Contrato de arrendamiento de la hacienda La Manuelita. Notaría Segunda de Cali. Escritura
No. 100. Folio 272. Cali 23 de febrero de 1888.
790
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
Desafortunadamente para las haciendas La Rita y La Manuelita no existen en sus
archivos documentos que nos hablen sobre las condiciones del peón. No obstante
presentamos a continuación un contrato con peones realizado en Guengue, el
cual nos sirve de apoyo a las afirmaciones planteadas:
Nosotros, Francisco, Polo, Dionisio y Aristides Sánchez, y Emiliano
Carabalí hacemos constar que en nuestra condición de peones de la
hacienda de Guengue, de la Compañía Agrícola Caucana, habitamos
un rancho de propiedad de esta y con permiso que por treinta días
nos ha concedido su gerente el Sr. Dr. Carlos J. Eder, pero sin derecho
ninguno como ni a la tierra ni al fundo, ni a la labranza. De modo
que desocuparemos el rancho cuando nos lo exija el Sr. Eder o su
representante, después de vencido los treinta días.
Todos somos mayores de edad y vecinos del dto. De Miranda, Guengue,
enero 15 de 1921 (siguen firmas).53
Contratistas, caporales y empleados
Otro tipo de tareas necesarias en la hacienda, como la construcción de montajes
propios para el procesamiento de los productos agrícolas, eran desarrolladas y
dirigidas por trabajadores especializados que no vivían en la hacienda, y que eran
contratados en forma temporal. En un contrato celebrado en 1920 con un contratista,
para la construcción y montaje de un trapiche en la hacienda García-Abajo de Henry
Eder, se advertía claramente que el contratista es una persona experta en este tipo
de labor. Su función principal era llevar la dirección de la obra, pues la hacienda se
encargaba de suministrarle el personal que, como carpinteros, herreros y peones,
considerara necesarios para el montaje de dicha instalación.54
Los caporales –quienes tenían un cargo de dirección y control sobre el trabajo
de los peones– eran tratados, por la empresa de los Eder, como empleados de
confianza: eran ellos los intermediarios de las relaciones entre los propietarios y
la peonada. De igual manera podemos ubicar entre los empleados de confianza
a los mayordomos o administradores de haciendas, lo mismo que carpinteros y
herreros. La existencia de casas para el administrador y habitaciones exclusivas para
el carpintero y el herrero, en los inventarios de las haciendas, nos hacen pensar en
la diferencia de condiciones de este tipo de trabajador con respecto a los peones.55
53
54
55
Contrato de peones de Guengue. 15 de enero de 1921.
Contrato celebrado entre Roberto Bravo y Salvador Jaramillo V. para construcción y
montaje de un trapiche en la hacienda García-Abajo. Archivo Manuelita, S.A.
Contrato de arrendamiento de la hacienda La Manuelita. Notaría Segunda de Cali. Escritura
No. 100. Folio 272. Cali, 23 de febrero de 1888 y Protocolización de documentos de
791
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
En las actividades de los Eder, era de importancia fundamental la utilización de
recuas de mulas para el transporte de mercancías, bien para el comercio importadorexportador por Buenaventura como el comercio regional e interregional, Buga,
Cali, Cartago, Pereira, Popayán, etc. Cuadrillas de peones al mando de un caporal
eran los encargados de las recuas de mulas y las mercancías transportadas. En una
relación contable sobre los viajes de mulas se observa como el “pago de peones
según lista” constituía el mayor gasto de este negocio.56
En las primeras décadas del siglo XX y ante el desarrollo mismo que iban
teniendo las empresas de los Eder, se aprecia la división de trabajo a nivel
de la dirección general, entre personal administrativo y personal técnico: la
administración central recaía en un miembro de la familia Eder, mientras que
la dirección técnica de la empresa estaba en manos de ingenieros extranjeros
–europeos y norteamericanos–. Los términos del contrato entre la Compañía
Agrícola Caucana y los ingenieros eran de un carácter capitalista como se puede
apreciar en un convenio entre la compañía y el ingeniero Alexander Romanes
que incluimos en el apéndice de esta investigación.
Por otra parte, en un formato de trabajo individual, enviado por una compañía
japonesa a la familia Eder, para utilizar fuerza de trabajo de inmigrantes
japoneses en las labores agrícolas de sus propiedades es previsible el interés y
proyección capitalista que tenían ya frente a la utilización de la fuerza laboral.
En el documento, encontrado en el archivo La Manuelita S.A. se especifican
por medio de artículos los términos del contrato, entre empleador y empleado,
notándose en ellos las características propias de relaciones capitalistas como las
siguientes: salario pleno previamente establecido y cancelado mensualmente;
establecimiento de un tiempo fijo de diez (10) horas diarias para las labores
y en caso de sobrepasarse se reconoce como tiempo extra, el cual tendrá
una paga adicional sobre el suelo regular; reconocimiento de los días festivos
con remuneración y si se labora en ellos recibirá un pago extra del 50 %
sobre el pago regular; atención médica, medicinas, alimentos y suministro
de habitación en caso de enfermedad, al igual que el pago de salario cuando
exista incapacidad por accidente de trabajo; suministro de las herramientas
de trabajo por parte del empleador; no bajar los sueldos en caso de que el
trabajador sea cambiado de oficio y aumentar el sueldo cuando un trabajador,
por sus condiciones demostradas, sea ascendido a capataz. Aclaramos que, a
pesar de la existencia de este documento, no existe evidencia alguna sobre la
importación efectiva de estos trabajadores para la empresa de los Eder durante
el periodo estudiado.
56
inventario y límites de La Rita en 1888. Notaría primera de Cali. Escritura No. 548 (copia)
30 de agosto de 1917.
Viajes Mulas. Archivo Manuelita, S.A.
792
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
El sistema de peonaje y arrendatarios constituyeron la fuerza de trabajo fundamental
utilizada por los Eder en sus propiedades, durante la segunda mitad del siglo XIX
y las primeras décadas del siglo XX. La aplicación mayoritaria de uno u otro
sistema estuvo siempre paralela al tipo de producción y mercado de cada una de
las haciendas. Así, como el sistema de arrendatarios fue el más apropiado para las
haciendas ganaderas de Guengue y Guavito, para las haciendas agrícolas de La
Rita y La Manuelita lo fue el sistema de peonaje.
El aumento de las actividades productivas en cada una de las haciendas,
ocasionada por la apertura de mercados regionales e interregionales y
principalmente por la vinculación al mercado mundial, implicó cambios en las
relaciones de trabajo y un desarrollo de las fuerzas productivas: Este desarrollo
trajo consigo, por razones obvias, una división técnica en el trabajo que se
materializó, en las haciendas de punta de los Eder en una división inicial
entre labores de campo y labores donde se procesaba el producto –trapiche
y beneficiadero–. Empero, la continuación del desarrollo de las actividades
productivas llevó a una diversificación de labores –tanto en el campo como en
las instalaciones para el procesamiento del producto– que a su vez se requirió,
cada vez más, de un trabajador específico. Este hecho fue creando grados de
especialización que correspondieron, en la distribución técnica del trabajo, a
jerarquías laborales dentro del grupo de trabajadores.
La creación de empresas asociativas de capital se constituyeron en la instancia
administrativa y de control para nuevas formas de trabajo y un nuevo tipo de empresa.
Son estos factores y elementos los que en sus relaciones e interrelaciones marcaron
la transición de formas precapitalistas hacia relaciones sociales capitalistas que solo
se consolidaron, en su totalidad, bien entrado el siglo XX, cuando La Manuelita
realmente logró el paso hacia empresa agro-industria.
Conclusiones
Durante la segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del siglo XX
se presentaron en el valle geográfico del rio Cauca una serie de fenómenos
históricos que, en su conjunto e interrelaciones, explican, el proceso de transición
de hacienda a ingenio azucarero industrializado en la región. En este proceso se
manifiesta como la transición de hacienda a ingenio se dio por la concurrencia de
cambios, tanto en los sistemas de tenencia y propiedad de la tierra como en las
relaciones de trabajo, y los desarrollos tanto tecnológicos como administrativos.
Todo esto enmarcado en las condiciones internas de la región y su tendencia
progresiva a vincularse con el mercado mundial. A continuación presentamos
los fenómenos más característicos de este proceso.
793
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
1. La gran hacienda vallecaucana sufrió, durante la primera mitad del
siglo XIX, un proceso de crisis y estancamiento generado por la crisis
en la producción minera y las continuas guerras civiles. En cuanto a la
propiedad sobre la tierra, dicha crisis se tradujo en la fragmentación de los
grandes latifundios coloniales, dando origen al fenómeno de los indivisos.
2. Los terrenos indivisos tuvieron su origen en la crisis y estancamiento
de la región y, concretamente, en la venta de derechos de herencia por
parte de los antiguos hacendados. La institución del mayorazgo, que
permitía la permanencia de la propiedad –en su totalidad– en manos del
primogénito de una familia, es abolida al instaurarse el sistema republicano
constituyéndose, este hecho, es factor de importancia en la explicación
del origen de los indivisos.
3. La continuación de la crisis en la región no permitió, a los herederos
de los antiguos propietarios, reagrupar las propiedades fragmentadas. La
reagrupación se presentó a finales del siglo XIX. Extranjeros o colombianos
unidos con extranjeros formaron empresas con miras a la reagrupación de
antiguas haciendas.
4. En este proceso de reagrupación es notable, en la región, la presencia
de la familia Eder. Durante el periodo estudiado logran reagrupar tres
grandes haciendas: Guengue, Guavito y La Manuelita; todas ellas tenían
problemas de indivisos.
5. En la segunda mitad del siglo XIX se produjeron cambios en el uso
y tenencia de la tierra, en las propiedades de la familia Eder. Dichos
cambios estuvieron ligados a los intentos de vinculación permanente con
el mercado mundial a través de un producto agrícola.
El tabaco, el añil, la quina, el café y el azúcar fueron los productos con los
cuales –a partir de su explotación– se buscó una integración al mercado
mundial. La ganadería extensiva representó, para la familia Eder, el medio
productivo más eficaz en la conservación de la propiedad; a su vez, por
medio de ella se reservaron los terrenos para su posterior dedicación al
cultivo del producto que lograra consolidarse en el mercado.
6. Fue el azúcar e producto que finalmente –a mediados del siglo XX– logró
consolidarse en el mercado mundial. Los otros productos, aunque no
lograron permanecer en ese mercado, si contribuyeron en sus momentos
de auge al financiamiento y desarrollo de las empresas de los Eder.
794
Eduardo Mejía Prado y Armando Moncayo Urrutia
7. El sistema de arrendatarios o terrazgueros constituían la fuerza de trabajo
principal utilizada en las haciendas de la región, a mediados del siglo XIX.
Este sistema tuvo su origen en el proceso de crisis y estancamiento de la
región durante la primera mitad del siglo XIX, y en la solución, por parte
de los hacendados, ante la escasez de mano de obra producida por la
abolición de la esclavitud tanto en la práctica como en las leyes.
8. El sistema de peonaje fue utilizado en las labores agrícolas, a diferencia del
terrazguero que era utilizado en las actividades ganaderas. A medida que
la producción agrícola para un mercado iba aumentando en las haciendas
dedicadas a ello, el sistema de peonaje también se incrementaba.
9. El aumento de las actividades productivas en las haciendas, ocasionada
por la apertura de mercados tanto regionales como el mundial, implicó
cambios en las relaciones sociales de producción y desarrollo de las
fuerzas productivas. Estos desarrollos condujeron a una división técnica
del trabajo y una división entre labores de campo y labores de fábrica.
10. La propiedad individual, característica de la colonia es remplazada por la
propiedad empresarial que corresponde a los intereses de una sociedad
familiar o de un grupo de accionistas. La actividad comercial de los Eder,
unida a la producción y exportación de productos agrícolas, fue la que
consolidó la empresa familiar y creó las condiciones para su posterior de
desarrollo. La creación de empresas asociativas de capital –por parte de
los Eder– se constituyeron en la instancia administrativa y de control para
nuevas formas de trabajo y un nuevo tipo de empresa.
11. En las primeras décadas del siglo XX se crearon las condiciones definitivas
para la producción agrícola en gran escala. Aunque en 1927 se instaló un
ingenio, como maquinaria moderna en La Manuelita solo fue a mediados del
presente siglo que se constituyó como empresa agroindustrial capitalista.
Para logarlo necesitó, no solo desarrollos al interior de la empresa, sino
desarrollos capitalistas a nivel de la región y la nación.
12. La diversidad de las actividades económicas de la familia Eder –de la
cual resultaba siendo la gran beneficiada la actividad hacendataria, en un
comienzo, y luego, la agroindustrial– y el desarrollo social y económico
hacia formas capitalistas en Colombia, permitieron la transición de
hacienda a ingenio azucarero industrializado en las propiedades de la
familia Eder, en especial La Manuelita.
795
O r i g e n y f o r m a c i ó n d e l i n g e n i o a z u c a r e r o i n d u s t r i a l i z a d o e n e l Va l l e d e l C a u c a
Referencias citadas
Mörner Magnus
La hacienda hispanoamericana examen de las investigaciones recientes.
Mimeo: Universidad del Valle.
Colmenares, Germán
1975 Cali: Terratenientes mineros y comerciantes siglo XVIII. Cali: Universidad
del Valle.
Manuelita S.A.
1964 Manuelita: una industria centenaria, 1864-1964. Bogotá: Plazas y
Perry Editores.
Eder, Phanor James
1959 El fundador Santiago M. Eder; recuerdos de su vida y acotaciones para
la historia económica del Valle del Cauca. Bogotá: Antares.
796
Movilizaciones y luchas
Orígenes y expresiones de una ideología liberal1
GUSTAVO DE ROUX
Bases históricas de la adscripción al Partido Liberal
La población negra nortecaucana no construyó un proyecto político propio a
pesar de que, hacia finales de la década pasada, tenía capacidad para ejercer
control sobre toda la región. El bandidismo social, constituyó la principal
forma de expresión política de los negros por lo menos hasta la Guerra de
los Mil Días. De las incontables guerras civiles del siglo pasado se derivaron
bandas de salteadores que asolaron permanentemente las haciendas y que,
articuladas a movimientos rebeldes, llegaron inclusive a tomarse poblados
como Cali, ocupada en diciembre de 1876. Bajo el mando del mulato Pablo,
negros liberales asaltaron y saquearon la ciudad en una acción sin precedentes,
que atemorizó a las clases dominantes y las hizo consientes del conflicto social
que podría generalizarse por la acción de pardos y negros.
El cimarronismo, propio de la época esclavista, sentó las bases de un ideario
libertario que se expresaba simplemente en el derecho a la libertad. Este, se
enriqueció con la gesta emancipatoria donde, el llegar a ser libres del poder
colonial tan pregonado por los gestores de la Independencia era interpretado
por los negros, en el terreno de lo concreto, como ruptura de vínculos que
los ataban al poder de hacendados impidiéndoles desarrollar su vida social
y económica al margen de los controles de las haciendas. En ese sentido
las guerras, para los negros, constituyeron la oportunidad de alinearse con
quienes les ofrecían posibilidades de romper ataduras con esquemas de
sujeción forzosa.
Hacia mediados del siglo pasado las haciendas nortecaucanas estaban en poder
de conservadores payaneses, defensores de la esclavitud y de los privilegios de
la Iglesia. Para ellos, los levantamientos de los negros, incitados por caudillos
liberales en su afán por derrocar al Gobierno, podían provocar un colapso social.
1
Original tomado de: Gustavo de Roux. 1991. Orígenes y expresiones de una ideología
liberal. Boletín socioeconómico, 22: 2-26.
799
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
La liberación de fuerzas sociales y la aparición en el escenario político de nuevos
sectores, preocupaba a los hacendados quienes tan sólo veían esperanzas en la
Iglesia y el clero para mantenerlas bajo control.
La defensa de la tradición, seguridad, respeto al ordenamiento social existente,
propiedad, principios cristianos, todo ello resumido en la defensa del poder
de la Iglesia y su capacidad de ejercer controles ideológicos al desbordamiento
popular, constituían el basamento de la ideología conservadora. Para los liberales,
las posibilidades de modernización del país estaban fuertemente limitadas por el
poder temporal de la Iglesia y por su intervención directa en la vida política. El
problema religioso, que matizó todas las guerras civiles del siglo XIX, estuvo en
la base de todas las discrepancias partidistas.
La llegada de los liberales al poder en 1849, con José Hilario López, significó la
posibilidad de efectuar reformas que afectaron severamente los intereses de la
Iglesia y de los hacendados esclavistas. Se abolieron los diezmos, se declaró la
libertad de prensa, se autorizó la redención de censos en el Tesoro Público, y se
expulsó a los jesuitas. Además, se abolió el fuero eclesiástico y se autorizó a los
cabildos de los pueblos para nombrar los curas de las parroquias. Por la manera
como protestaron contra dichas leyes, el Gobierno autorizó la expulsión del
Arzobispo de Bogotá y de los obispos de Pamplona y Cartagena. La “revolución
anticolonial” del medio siglo, marcó límites precisos a la intervención de la Iglesia
en los asuntos del Estado.
Paralelamente a las leyes secularizantes se aprobó la demolición de los resguardos
y la abolición de la esclavitud, en un intento por liberar factores de producción
y ponerlos a concurrir en el mercado. La abolición, que afectaba severamente
los intereses de los hacendados en el Cauca, provocó el alzamiento de Julio
Arboleda contra el Gobierno central. La reacción de los negros fue violenta. Al
decir del general Posada Gutiérrez (1881: 327), “resistiendo volver a la esclavitud,
incendiaban las haciendas, se mantenían alzados en los campos, perseguían y
amenazaban a sus amos, no queriendo trabajar protegidos por las leyes, sino vivir
del pillaje, sin freno y sin ley”.
Para los negros, liberalismo llego a ser sinónimo de libertad y conservatismo de
esclavitud. Aún hoy en día se escucha decir a los viejos, en el norte del Cauca, que
un triunfo del partido conservador significaría, “regresar a la época de las cadenas
y la marca”. El bandidismo social, protagonizado por los negros durante la segunda
mitad del siglo anterior, se nutrió del anticlericalismo liberal. El enfrentamiento
de liberales y conservadores que reivindicaban la defensa de la Iglesia, de sus
prerrogativas y principios, sirvió de basamento para legitimar la oposición a los
hacendados mediante acciones que, para los negros, se compadecían con la
defensa de la libertad.
800
Gustavo De Roux
La ideología religiosa de los negros nortecaucanos, subordinada al ideario cristiano,
se enriqueció con elementos mítico-mágicos y con concepciones derivadas
del interés por la libertad. Para los negros el culto católico ortodoxo perdió su
significación original, tanto así que Sergio Arboleda, hermano de Julio, llegó a
negarse en 1857 a pagar honorarios a los curas para oficiar en sus haciendas
alegando que las misas eran innecesarias porque los negros no acudían a ellas y
que las fiestas religiosas se convertían en motivo de diversión “en detrimento de
la moral y del trabajo” (Hyland 1983:77).
El anticlericalismo de los negros y su concepción de libertad, resumida en la
defensa del derecho a establecerse sin vasallaje en un espacio propio, se vio
alimentada por la ideología radical que agenciaban las sociedades democráticas.
Estas, que habían surgido en 1848, se convirtieron en puntal de apoyo del
Gobierno de José Hilario López. En ella, se incubaron principios de igualdad y
llegaron en algunos casos a llamarse socialistas, “como resumen de su fe política
y religiosa” (Posada Gutiérrez 1881:356).
En el valle del río Cauca, las sociedades democráticas se convirtieron en foros
de agitación de pardos y negros. Allí, se fustigaba al conservatismo y a la clase
dominante. Afirma Posada Gutiérrez (1881:326) que las peroratas pronunciadas en
ellas sobre libertad y democracia exaltaban fuertemente los ánimos de “un pobre
pueblo inocente, tan fácil de ser engañado por quienes explotan su candor”.
Según el historiador Gustavo Arboleda (1930:282), en las reuniones de la sociedad
801
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
democrática de Cali en 1851, se oyeron expresiones como esta: “[...] porque yo
he sido y soy más liberal que ninguno y no me quieren estos blancos picaros
oligarcas por negro”. Afirma, así mismo, que
algunos sujetos de influjo empezaron a predicar las doctrinas comunistas
de Proudhon y de Luis Blanc, y en breve hubo gentes que negaban el
derecho a la propiedad y aborrecían a cuantos tenían algo. El comunismo,
particularmente el territorial, se predicaba en las democráticas con frenesí
aterrador (Arboleda 1930: 282).
Alfonso Arboleda, administrador de la hacienda de Quintero, escribía a su padre
Sergio que los negros del Palo se habían levantado, incitados por los liberales
quienes “se han pasado su vida en exaltar a estos salvajes para aterrar a los
hombres honrados”; y, añadía ego, que “la predicación socialista [había] producido
sus efectos pues la semilla [había] caído en buen terreno”.2
En realidad la lectura que hicieron los negros de las enseñanzas “comunistas”
en las sociedades democráticas, fue la del derecho a territorializarse en un
espacio propio. Su proyecto político no fue más allá de la defensa a asentarse
en pequeñas parcelas con la garantía de no ser expulsados de ellas. Más que
una ideología, la oposición al conservatismo, al poder payanes y a los controles
de los curas, se tradujo en un sentimiento profundo de defensa de un espacio
y una identidad propias. Los dirigentes liberales se preocuparon por estimular
la identificación de conservatismo con esclavitud, en procura de fortalecer el
sentimiento anticonservador de los negros y ganarlos para su propia causa.
Alfonso Arboleda, escribió a su padre Sergio que, en la reunión de la democrática
habida en Santander de Quilichao el 21 de agosto de 1881, se les había dicho
a los negros que el objeto de los conservadores era hacer una revolución para
volverlos a esclavizar; que los conservadores decían: “o la esclavitud o el degüello
para todos los negros”.3
Un anciano negro, muy conocedor de las tradiciones orales de la región, hizo esta
narración que ilustra la retención de esos conceptos en la memoria colectiva:
Los liberales pelearon por la ley de la abolición total de la esclavitud y
todos los conservadores, al unísono, se opusieron. Julio Arboleda decía
que ningún negro tenía por qué ser conservador, que ser conservador
era un honor y que los únicos que tenían derecho a él eran los blancos.
Y al negro que por adulación decía que era conservador, lo mandaba
2
3
ACC. Archivo Central del Cauca; archivo Arboleda (Popayán). CIMDER. 1975. “Informes
Pre-Concentración Popayán”. Cali: mimeo.
ACC. Archivo Central del Cauca; archivo Arboleda (Popayán). CIMDER. 1975. “Informes
Pre-Concentración Popayán”. Cali: mimeo.
802
Gustavo De Roux
a azotar diciéndole: ‘Ustedes tienen que ser liberales; los negros no
tienen por qué ser conservadores. Cuando este esclavista decía que los
negros debían ser liberales porque esa era la causa de la libertad y que
solo los blancos tenían derecho a ser conservadores, estaba dando una
definición muy clara.4
El núcleo central de los cambios que reclamaba la emancipación y la liberación de
fuerzas sociales, era la democratización de la sociedad. Esta, exigía el rompimiento
de los diques institucionales sostenidos por la Iglesia y por los hacendados. Los
liberales radicales estaban convencidos de que, el atraso y la inmovilidad del país,
tenía sus orígenes en la concentración de la propiedad territorial, la legislación
colonial, y la intervención de la Iglesia en la vida pública. El anticlericalismo radical
era más de tipo social que religioso y se inspiraba en una visión democrática de la
sociedad, sin interés por desconocer el dogma. Algunos jefes radicales como Ramón
Mercado, quien fuera gobernador de la Provincia del Cauca, consideraban que la
Iglesia se había desviado de su verdadero espíritu cristiano al querer inculcarle
al pueblo un respeto desmedido hacia las clases dominantes y amenazar, con
condenación eterna, a quienes cuestionaban su hegemonía (Taussig, 1979:89).
Otro elemento que jugó un papel importante en la conformación de un sentimiento
de oposición a la casta dominante payanesa, y que tuvo importancia en el accionar
político posterior, fue el elemento racial. Los antiguos esclavos, no solamente
pertenecían por su origen social a las clases inferiores de la sociedad, sino que
además eran negros. Nótese cómo casi todas las observaciones realizadas por
viajeros de la época, escritores, hacendados e historiadores de la región, tienen
un tinte marcadamente racista. El estereotipo del negro que construyó la sociedad,
como un factor justificatorio de la dominación, lo presentaba como haragán,
incapaz de cualquier arte, útil sólo como herramienta de trabajo. La sociedad le
negaba al negro toda posibilidad de ascenso y promoción y lo discriminaba a
participar en ella únicamente como fuerza bruta.
Las luchas por la tierra, especialmente durante las primeras décadas del
presente siglo, contribuyeron a distanciar a los negros nortecaucanos de los
centros de influencia del poder regional. En primer lugar, porque significaron
enfrentamiento directo con intereses terratenientes fuertemente representados en
la administración provincial; luego, porque la estructura piramidal de la sociedad
excluía la posibilidad de intervención de los negros en decisiones políticas del
nivel departamental. Las posibilidades de sobrevivencia de los negros estuvieron
fuertemente afincadas en su capacidad de permanecer relativamente aislados, lo
que de paso permitió el desarrollo de una cultura identificatoria propia y afianzó
un sentimiento de rechazo a la influencia payanesa en la política local.
4
Entrevista N° 5A. Puerto Tejada. Septiembre 10 de 1988.
803
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
El liberalismo nortecaucano mostró, hasta mediados de este siglo una tendencia
doble: de adhesión a los dirigentes nacionales y de enfrentamiento con la dirigencia
departamental del partido. Las entrevistas realizadas así lo reflejan. Un dirigente
campesino se expresó en esta forma:
En el pasado tuvimos un tipo de liderazgo político del que queda muy
poco. Sinecio Mina, Natanael Diaz, Alejandro Peña, Gonzalo herma,
fueron dirigentes políticos que buscaban el mejoramiento de la clase
campesina y que le daban mucha importancia a la cuestión racial.5
Por su parte un concejal, señaló:
En Puerto Tejada, los representantes a la Cámara ha sido fundamentalmente
negros: Natanael Diaz, Gonzalo herma, Marino Viveros, Rafael Cortez
Vargas, Miguel Gómez. Todos estos representantes llegaron al parlamento
con la consigna de reivindicar los intereses de la étnia [...] Hace varios años
los discursos y escritos de los políticos e intelectuales negros reflejaban
su lucha por reivindicaciones de los negros especialmente frente al poder
regional. Miguel Gómez, por ejemplo, fue enconado enemigo de Víctor
Mosquera Chaux, y utilizó inicialmente planteamientos que le hacían
sentido a los negros para su lanzamiento a la política.6
Un viejo conocedor de la región, ex-alcalde de Puerto Tejada, se refirió al problema
en los siguientes términos:
Nuestros abuelos educaron a sus hijos en principios de independencia
y autonomía, y antigobiernistas frente al poder departamental. Esto
porque el poder estaba representado por personajes que miraban al
negro como un objeto. El negro de ese tiempo, en su afán de libertad,
tenía una conciencia de señorío. Era un hombre digno, que combinaba la
altivez con autonomía. Eran negros que hacían parte de una generación
solidaria, porque los negros de entonces eran solidarios. Vino después
una generación que retomó ese sentido libertario y lo expresó en un
terreno intelectual. Fue la generación de Natanael Díaz, Marino Viveros
y Alejandro Peña.7
Un dirigente regional, ex-maestro de escuela, concejal en el municipio de
Santander, indicó lo siguiente:
5
6
7
Entrevista No. 7. Vereda Juan Ignacio, Santander de Quilichao. Mayo 14 de 1990.
Entrevista No.4. Puerto Tejada. Abril 25 de 1990.
Entrevista No. 6. Puerto Tejada. Abril 25 de 1990.
804
Gustavo De Roux
Los dirigentes negros de otra época estaban muy ligados a la filosofía
del partido liberal, como encarnación de la libertad de los esclavos.
Aunque tenían una disciplina de partido, exigían el derecho a nombrar
sus propios representantes. Se hacía la lucha en contra de la hegemonía
de los payaneses, que representaban el recuerdo de la esclavitud.
Era en Popayán donde moraban los más grandes esclavistas del Cauca,
como Julio Arboleda.
Entonces ellos [los dirigentes negros], con ese sentimiento de raza, esa
aspiración de libertad, reclamaban el derecho a elegir quien representara
a los negros, pero siempre alrededor de las ideas del partido liberal.8
El período de La Violencia, en el norte del Cauca, contribuyó decididamente a
fortalecer el sentimiento liberal de una población que veía amenazados tanto
sus logros en el terreno de los económico, como su autodeterminación política.
Aunque el conflicto no alcanzó niveles altos de virulencia, dada la escasa población
conservadora residente en la región, permitió el fortalecimiento de líderes negros
a nivel local y la afirmación de la población negra como liberal. La información
recolectada a través de entrevistas permite evidenciar que la dirigencia negra
nortecaucana, celosa de su autonomía, negoció con la dirigencia departamental
y nacional del partido una forma de adscripción sobre la base al respeto del
liderazgo local, como interlocutor natural. Asimismo, que los líderes negros
nortecaucanos se apoyaron en la exaltación de la negritud, dándole un contenido
de reivindicaciones étnicas a su actuar político, para fortalecer su posición y
cohesionar sus bases.
Clientelismo y pérdida de la perspectiva étnica
El Frente Nacional, con sus pactos y alianzas, constituyó el espacio temporal en
el que el clientelismo político adquirió su máxima expresión. La contraprestación
de favores, los votos cautivos, las prebendas burocráticas, se convirtieron en los
mecanismos determinantes del accionar político. Aprisionar una clientela se volvió
una necesidad imperativa para garantizar el control y manejo de recursos públicos;
dicho monopolio se convirtió a su vez en la manera de asegurar el mantenimiento
y control de un electorado propio.
8
Entrevista No. 4, Puerto Tejada. Abril 18 de 1990.
805
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Son los mismos nortecaucanos quienes explican cómo se dio ese proceso en la
región. Un dirigente campesino lo hizo así:
Los líderes de antes estaban más compenetrados con la problemática del
campesinado, del mismo pueblo. Los líderes de ahora no lo están. Yo
creo que allí empezó a operar mucho la cuestión económica y que, a
través de éso, vino el paternalismo. Anteriormente la gente no pensaba
en que tenían que regalarle una camiseta o darle una partida para
realizar algo. Si había que construir una escuela, por ejemplo, nosotros
nos juntábamos, aportábamos y la hacíamos. Cuando se empieza a
crear el fenómeno de las dádivas, dé los auxilios, y no entendemos que
esos auxilios son salidos del trabajo de nosotros mismos, terminamos
volviéndonos dependientes de los políticos. Con los auxilios la gente
empezó a cambiar su mentalidad, a entregarse. Los auxilios se volvieron
fuente de recaudo de votos y sirvieron para comprar la mentalidad de la
gente. Anteriormente eso no sucedía. Hoy en día la gente piensa que hay
que votar por determinado parlamentario porque es él que les va a sacar
la partida para la escuela, para el puente, para el arreglo del camino.9
Un dirigente político independiente explicó así el surgimiento del clientelismo en
la región:
9
Entrevista No. 7. Vereda Juan Ignacio, Santander de Quilichao. Mayo 14 de 1990.
806
Gustavo De Roux
La economía decide sobre la manera como se hace la política.
Anteriormente, por ejemplo, no había necesidad de estar haciendo
ofrecimientos a la gente pues la gente no se vendía, no vendía su
voto, el voto no era negociable. Pero con el monocultivo de la caña, el
monsiruo verde como la llamábamos en una época, los señores de la
agroindustria fueron absorbiendo las tierras de los campesinos y vino
así el empobrecimiento, y la gente empezó a ver el voto como una
posibilidad de sacar algo que le mejorara un poco su situación.10
La relación entre clientelismo y empobrecimiento es indiscutible. Sin embargo,
el deterioro de las condiciones materiales no constituye explicación única al
desarrollo y fortalecimiento del clientelismo. Existen también razones de carácter
político, ligadas a tradiciones históricas de manejo del poder y a los esquemas de
representación propios de una democracia formal. Por otra parte, la extensión de
mecanismos de control de votantes exigía consolidar una red con alcances a la
periferia hecho que, en el norte del Cauca, tenía que seguir un proceso particular
toda vez que se trataba de cautivar un electorado esquivo y desconfiado de los
manejos políticos agenciados desde la capital departamental.
De acuerdo a lo dicho por varios de los entrevistados, la dirigencia departamental
del liberalismo cooptó dirigentes negros con ascendencia entre sus co-raciales,
que le sirvieran de punta de lanza para penetrar y conquistar un electorado reacio
a ser manejado desde Popayán. Como lo señaló un concejal de Puerto Tejada,
10
Entrevista No. 6A. Corregimiento de Villarrica, Santander de Quilichao. Marzo 8 de 1990.
807
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Don Miguel Gómez, nuestro representante negro a la Cámara y que manejó
la política de Puerto Tejada por más de diez años, fue inicialmente enemigo
enconado de Víctor Mosquera Chaúx y utilizaba planteamientos que le
hacían sentido a los negros, para su lanzamiento a la política. Posteriormente
abandonó esos preceptos por necesidad de apoyo del poder regional pues
los votos de Puerto Tejada no le alcanzaban para ir a la Cámara. Solamente
así podía ampliar sus posibilidades políticas y beneficiarse del potencial
electoral de Mosquera Chaux. Miguel Gómez surgió en un principio
reivindicando la lucha de los negros, pero luego cambia de enfoque. Sin
embargo, la gente siguió votando por él porque era negro, pero no porque
defendiera sus derechos étnicos; como una reacción inconsciente a toda esa
historia de explotación que el blanco ha ejercido sobre el negro.11
Otros, como un anciano dirigente del Puerto, señaló que muchos líderes negros
habían entregado la región a la dirigencia payanesa para alcanzar beneficios
políticos y personales. Refiriéndose a Don Miguel Gómez expresó:
En Popayán lo apoyaron para dividir, porque él no [tenía] conciencia de
raza; para ponerlo como martillo para que golpeara a los otros negros. La
gente que vota por alguien porque es negro, muchas veces lo hace por
razones sentimentales y no necesariamente porque el candidato refleje
conciencia en torno a lo negro. Votan sentimentalmente y eso pasó con
Don Miguel. Personas como él sirvieron para entregarle el electorado
negro nortecaucano a los caciques payaneses.12
11
12
Entrevista No. 4. Puerto Tejada. Abril 18 de 1990.
Entrevista No. 6. Puerto Tejada. Abril 25 de 1990.
808
Gustavo De Roux
Independientemente, de las razones para apoyarlo, lo cierto es que el
mismo Don Miguel, en una entrevista otorgada poco antes de su muerte,
señaló que con mucha frecuencia él había recibido más apoyo de los blancos
de Popayán que de los negros nortecaucanos:
Hay contradicciones dentro de nuestra raza. Por dos veces saqué airosa
en convenciones [departamentales del partido liberal] la representación
[del norte del Cauca] con el respaldo y ayuda de los blancos [mientras]
los negros radicalizaban en contra [...]. Por eso [ es paradójico] oír hablar
de renglón negro y ver la actitud que tomaron mis co-raciales en
la convención [regional]. Una cosa que da vergüenza, y en todas las
convenciones ha sido así, que los que más me apoyaban y votaban
por mi [para candidato] eran los blancos.13
Por su parte, el alcalde actual, elegido popularmente por una convergencia
que rompió con la hegemonía del “miguelismo” en Puerto Tejada, señaló
lo siguiente:
Aquí el miguelismo manejó el sentimiento de los negros al hacerles creer
que él, un negro, era el líder del norte del Cauca. Hacia adentro, es decir,
hacia Puerto Tejada don Miguel manejaba un discurso comprometido
con los negros. Pero hacia afuera, o sea hacia Popayán, manejaba otro
discurso diferente que mostraba la adhesión de la población negra a
los gamonales blancos de Popayán. Esa estrategia de doble discurso le
permitía obtener respaldo a la vez de la base negra nortecaucana y de
la cúpula blanca payanesa.14
La política local, especialmente en los municipios nortecaucanos donde
predominaba la población afrocolombiana, fue subordinándose progresivamente
a la estructura piramidal del poder político y haciéndose paulatinamente más
dependiente del liderazgo departamental. Como se anotó, ese fenómeno coincide
con el Frente Nacional, pero también coincide con el auge azucarero y con el
fortalecimiento del poder económico de los ingenios en la región.
Es sin embargo poco probable que los ingenios, como tales, ejerciesen un
papel directo en la articulación del electorado nortecaucano a la dirección
política agenciada desde Popayán. Esto, porque los capitales azucareros tienen
como epicentro a Cali, ciudad desde la cual los dirigentes del dulce ejercen su
influencia y poder. Es obvio que la ubicación del polo de dominio económico en
un departamento diferente al Cauca, neutraliza el ejercicio de dominio político
13
14
Entrevista No.8. Puerto Tejada. Mayo 22 de 1990.
Entrevista No. 3. Puerto Tejada. Abril 18 de 1990.
809
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
como derivación del poder económico, toda vez que la política tiene escenarios
marcadamente regionales. No obstante, existen dos consecuencias de carácter
político fuertemente inspiradas en el peso específico que tienen los ingenios
dentro de la estructura de poder local.
En primer lugar, la descomposición del campesinado y la proletarización
subsecuente se vio acompañada de una dependencia creciente de empleos
generados por la industria azucarera. Existen indicios de que la economía de
plantación, que llegó a ser predominante en la región, generó menos empleo del
que disolvió. Es decir, que la nueva oferta de empleo generada fue menor que la
oportunidad de empleo que ofrecían las fincas campesinas aunque en estas los
niveles de retribución al trabajo eran menores. La expansión azucarera transformó
a los poblados nortecaucanos de mercados de productos en campamentos de
trabajadores, con evidencias de empobrecimiento para los habitantes de la región
(CIMDER, 1975; Foro Nortecaucano, 1981).
La pérdida de autonomía de los campesinos y su reubicación en esquemas de
dependencia económica, significó también pérdida de dominio sobre sus propias
decisiones. Además, el desempleo convirtió el ejercicio de la política en bolsa de
empleo, haciendo gravitar expectativas laborales alrededor de la recomendación
política. A esto hay que sumar que el empobrecimiento de las comunidades,
derivado en buena medida de pérdida de la tierra por efecto de la expansión de
plantaciones azucareras, facilitó su aprisionamiento entre engranajes de clientela.
Acceder a servicios públicos, a una escuela, un puente, o un camino, dejó de ser un
derecho para convertirse en favor de políticos locales, pero sobre todo de dirigentes
blancos del nivel departamental. Un ex-maestro de escuela expresó lo siguiente:
Con cincuenta millones de pesos que consiguió como auxilio
parlamentario se amortizó la deuda que varias comunidades tenían con
la Caja Agraria para electrificación rural y por gratitud de haber pagado
ese dinero muchos campesinos lo han seguido hasta ahora. Y muchos
campesinos negros empezaron a no creer en sus co-raciales, creyendo
que el doctor Peláez era el verdadero salvador de los negros en el norte
del Cauca, y empezaron a subestimar a su co-raciales como dirigentes
políticos, asi tuvieran los títulos que tuvieran.15
Pero además, los ingenios empezaron a jugar un papel importante en el
fortalecimiento de los caciques locales. Ante todo, por conveniencia económica;
manejar al alcalde y a los concejales de un municipio representaba, por ejemplo,
la posibilidad de mantener los impuestos prediales y de industria y comercio
a niveles traducibles en ahorros sustanciales. El monopolio de recursos de
15
Entrevista No. 6ª. Corregimiento de Villarrica, Santander de Quilichao. Marzo 8 de 1990.
810
Gustavo De Roux
los ingenios los situaba en una posición ventajosa de negociación frente a
municipios empobrecidos. Luego, por conveniencia política: fortalecer los
partidos tradicionales representaba la mejor posibilidad para disolver o dirimir
favorablemente el conflicto social:
el municipio como entidad político-administrativa carece casi por
completo de recursos. Tal fenómeno se debe en buena parte a una
política complaciente para con los complejos agroindustriales a puesto
que en el Norte del Cauca los ingenios azucareros están prácticamente
exentos de impuestos directos a los municipios (Velasco 1982:8).
Los mecanismos utilizados por los ingenios para influenciar a los políticos locales
han sido variados. El alcalde de un municipio nortecaucano los describió así:
En época de elecciones y de campañas políticas los ingenios brindan
apoyo a los candidatos que consideran más opcionados.
En esa forma le quitan autoridad moral al alcalde que resulte electo,
para hacer algún tipo de reclamación en favor de la comunidad. Una
vez posesionado el alcalde comienzan las dádivas, le mandan el bulto
de azúcar a la casa, para quitarles así capacidad de exigencia ante
ellos como empresa. Esta es una práctica que ha ocasionado atraso
en el municipio. Ha habido casos en que los ingenios negocian con los
alcaldes o con los dirigentes políticos soluciónesete no benefician
realmente a la gente.16
Un concejal del municipio de Miranda señaló:
Las industrias nunca le han cotizado a los municipios los impuestos que
realmente deben pagar, precisamente por las alianzas que ha habido
siempre entre los concejales pelaístas para negociar con las industrias.
A éso se debe el atraso tan berraco que tiene el norte del Cauca. Por
eso ahora que el pelaismo perdió las elecciones en Miranda el ingenio
del Cauca está muy preocupado por la posición que tenemos nosotros.
A él [nuevo alcalde], el ingenio lo llamó para ponerse a su servicio y
ofreció maquinaria y una serie de cosas. El ingenio ve con preocupación
que vayamos a aplicarle la ley para hacer que realmente paguen lo justo17
16
17
Entrevista No.3. Puerto Tejada. Abril 18 de 1990.
Foro de candidatos a las alcaldías de los municipios de la región nortecaucana. Puerto
Tejada. Marzo 3 de 1990.
811
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Por su parte, un campesino se expresó al respecto, de la siguiente manera:
Los funcionarios municipales llevan los carros del municipio al ingenio
para que le den combustible [...] Todos los políticos nortecaucanos han
pasado por ese tipo de diálogo con los ingenios. Nunca negocian con
ellos soluciones reales ¿ellos van al ingenio es por el cheque ypor los
bultos de azúcar. Es por eso que los mismos políticos permiten que los
ingenios se apropien de los ejidos y de las madreviejas.18
El quehacer de políticos locales en los municipios nortecaucanos, por razones
diversas, vino a quedar entonces condicionado por dos tipos de fuerzas. De
carácter económico, muy relacionadas con el poder de los ingenios y su
capacidad para influir las administraciones municipales; y de carácter político,
con la pérdida de autonomía frente a la dirigencia política payanesa. El papel
del político local, ante estas dos fuerzas, se vio reducido al de intermediario
entre una clientela cautiva y agentes extra-regionales, determinantes de su
presente y su destino.
Organizaciones populares, movimientos sociales, e intentos por
reconquistar autonomía.
Las dos últimas décadas constituyeron espacios temporales en que, distintos
grupos sociales realizaron esfuerzos significativos para negociar con el gran
capital y con el Estado mejores condiciones de bienestar. También, el período
en el cual se efectuaron intentos por romper hegemonías clientelistas y
ganar espacios políticos propios. A continuación se describen los procesos
más significativos generados desde formas organizativas autónomas, los que
constituyeron expresiones de un movimiento social de carácter regional.
18
Foro de candidatos a las alcaldías de los municipios de la región nortecaucana. Puerto
Tejada. Marzo 3 de 1990.
812
Gustavo De Roux
Es importante señalar que en el norte del Cauca el proletariado azucarero durante
la década del setenta era de reciente formación, derivado de la descomposición
acelerada de la economía parcelaria cacaotera. Por tal razón, su experiencia
organizativa era escasa, comparada con los trabajadores de la caña del centro
y norte del valle geográfico del río Cauca. Estos, en los años sesenta, habían
logrado fortalecer el movimiento sindical y obtener reivindicaciones ventajosas en
el terreno de lo económico, con cuestionamientos importantes del orden social.
En el norte del Cauca el sindicalismo alcanzó un desarrollo pobre y se mantuvo
cautivo de orientaciones patronales. Su enfoque fue predominantemente
salarial, con muy poca proyección sobre la vida de las comunidades. En una
investigación realizada por Paz (1977) se encontró, por ejemplo, bajo nivel de
formación política entre los dirigentes sindicales de la región y prácticamente
ningún intento, desde los sindicatos, para vincular el movimiento obrero a luchas
orientadas a mejorar la situación global de las comunidades. La debilidad del
813
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
sindicalismo en la región se explica también por experiencias negativas frente
a las perspectivas de sindicalización y por la fortaleza de sistemas indirectos de
contratación de trabajadores.
La existencia de un semiproletariado, originado en la incapacidad de fincas en
crisis para maximizar la utilización de la fuerza de trabajo familiar, permitió la
prevalencia de enganches a través de contratistas. Los trabajadores indirectos,
compartían un origen social campesino y muchos mantenían una estrecha
relación con las parcelas. María de Restrepo (1982) encontró, en una investigación
realizada en el área de Guachené, que el 56 % de los trabajadores vinculados a
los ingenios a través de contratistas tenían parcela y que alrededor de la mitad de
ellos tenía, por esa fecha, una relación laboral con las plantaciones inferior a los
tres años. Además, que los contratistas realizaban un trabajo ideológico orientado
a desmotivar cualquier intento de organización sindical.
Hacia 1975 surgieron en la región, especialmente en el municipio de Puerto Tejada,
algunas “asociaciones de trabajadores agrícolas”. Estas constituyeron esfuerzos
organizativos de corte espacial, con un referente comunitario concreto. En términos
generales pretendieron consolidarse en comunidades y no sobre el eje laboral,
para articular una base social que no se viera amenazada con despidos y que por
lo tanto tuviera más posibilidades de estabilidad. Además, intentaron actuar sobre
intereses amplios, buscando la convergencia de diferentes sectores. Este proceso,
sin embargo, no fue exitoso y tuvo poca influencia sobre la dinámica social.
Por esa época se vivió en la región una situación de amplia agitación social. En
1975, por ejemplo, se registró un paro cívico importante en la cabecera municipal de
Santander, ligado a problemas en los principales centros educativos, pero que logró
movilizar a una buena proporción de la población. Por primera vez la comunidad
quilichagueña exigió cabildo abierto y denunció, en ese foro, irregularidades
en la administración municipal. Posteriormente, en 1981, la población rechazó
masivamente el asesinato de un joven por la policía convirtiendo el sepelio
en un acto público de protesta. De allí surgieron denuncias al ejercicio de la
autoridad a nivel local, al papel de los políticos tradicionales y a las limitaciones de
la democracia, y también exigencias más de tipo político que económicas (Velasco
1990), agenciadas por intermedio de un Comité de Acción Cívica.
Puerto Tejada, por su parte, fue escenario de luchas sociales protagonizadas a
través de movimientos cívicos dirigidos al logro de reivindicaciones concretas.
A finales de los años sesenta, por ejemplo, la población obligó a los ciclistas
que cumplían una etapa de la “Vuelta a Colombia” a pasar por Puerto Tejada y
recorrer el tramo hasta Cali por carretera destapada. Esta fue una de las formas
de presión que culminó con la pavimentación de ese trayecto. En los años
setenta, se realizaron varias jornadas cívicas, promovidas por un comité de
814
Gustavo De Roux
amplia representación, para buscar solución a problemas de servicios públicos,
especialmente de acueducto y energía. Estos movimientos, aunque coyunturales,
tuvieron por efecto la congregación de fuerzas sociales de distinto tipo y su
articulación en función de metas específicas.
Una de las luchas más importantes, por su significación para los habitantes
de Puerto Tejada y por los resultados obtenidos, estuvo dirigida a solucionar
problemas de vivienda. Este municipio fue uno de los más afectados por la
expansión de la caña de azúcar al punto que su cabecera quedo prácticamente
encerrada por cañaduzales que llegaban hasta las calles del pueblo. Entre 1955
y 1980 el perímetro urbano se extendió en una proporción mínima, que no se
compadecía con el crecimiento demográfico de la población. Esto, agudizó el
problema de vivienda, creando situaciones críticas de hacinamiento, con efectos
visibles sobre el estado de salud general de la población de por sí afectado por la
carencia de agua potable.
815
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
El surgimiento de la Asociación de Destechados catalizó la movilización social
amplia alrededor de un problema habitacional que sólo podía ser resuelto
adquiriendo terrenos poseídos por los ingenios. El análisis colectivo del problema,
en asambleas abiertas, llevó a la comunidad a construir pruebas de su derecho. En
esos espacios, la población conoció negociados de administraciones municipales
que habían enajenado propiedades públicas en favor de particulares. Además,
allegó testimonios de antiguos campesinos que se habían visto presionados a
vender sus fincas a empresas azucareras. En síntesis, desplegó una gran actividad
orientada a probar la justeza de sus aspiraciones y a fundamentar razones que
afirmaran el derecho de los habitantes ante ingenios y Gobierno (Velasco 1982).
El 21 de marzo de 1981, cerca de 1500 familias que representaban alrededor del
20 % de la población total de Puerto Tejada, invadieron un lote de terreno de
propiedad del ingenio La Cabaña, resistiendo los intentos de desalojo dirigidos
por la fuerza pública. La Asociación de Destechados, liderada por dirigentes
populares no influidos por los partidos tradicionales, logró afirmar su papel en
la negociación a pesar de que tanto la empresa como el Gobierno municipal
insistían en no negociar con organizaciones que estuvieran “al margen de la ley”.
Este hecho logró resaltar el papel del liderazgo “cívico” frente al de dirigentes
liberales locales, por lo menos en lo que respecta a la animación y conducción de
luchas en el terreno de lo social.
Otra de las movilizaciones importantes ocurridas en la región a comienzos de la
década de los años ochenta estuvo relacionada con la oposición de los campesinos
del municipio de Caloto al proyecto de construcción de una fábrica de ácido
sulfúrico en la vereda de San Nicolás. Esta fábrica había funcionado en Cali, donde
hubo de ser desmantelada por efecto de la presión de vecinos profundamente
afectados por la contaminación atmosférica. La empresa cambió de razón social y
ensayó, sin éxito, acomodarse en la comunidad de Mulalo.
Las condiciones de pobreza y las esperanzas de empleo hicieron que los
pobladores vieran inicialmente con buenos ojos la instalación de la fábrica en el
lugar. Sin embargo, al descubrir que se trataba de la misma empresa desterrada
de Cali, surgieron inquietudes sobre las posibles consecuencias que podría traer
la fabricación de ácido sulfúrico en la región. Asesorados por grupos ecológicos
de municipios vecinos, los pobladores empezaron a tomar conciencia sobre la
situación de deterioro ambiental que de allí podría derivarse, y a organizarse para
obstaculizar su montaje en la localidad.
San Nicolás, y las veredas vecinas, eran comunidades donde prevalecía la pequeña
propiedad. Las posibilidades de que las lluvias acidas generadas en el proceso industrial
condujeran a la acidificación del suelo afectando su productividad, constituyó uno de
los elementos centrales para radicalizar a los campesinos contra la instalación de
816
Gustavo De Roux
la fábrica. Un primer paso consistió en la organización del Comité Pro Defensa del
Medio Ambiente, con participación de representantes de varias comunidades: San
Nicolás, Guali, Caloto, Arrobleda, La Quebrada, San Rafael, Santa Rosa, El Guásimo,
Llano de Tabla, Ciénaga Honda, Obando, Villarrica, Caicedo y Santander.
En la medida que fue posible extender el problema a comunidades circunvecinas,
la iniciativa trascendió el perímetro local y alcanzó dimensiones de acción regional.
Como en otros movimientos cívicos surgidos en la región, el liderazgo reposó
en dirigentes populares independientes y, también en este caso, los dirigentes
tradicionales actuaron en contravía de los intereses defendidos por la gente. Eso
hizo que se cuestionara la estructura de poder local y se entrara en pugna con el
monopolio clientelista del municipio de Caloto.
La presión social sobre alcalde, concejales y gobernador, comprometidos con
la empresa, obligó a los políticos locales a aceptar cabildo abierto. Reiteradas
promesas se hicieron en el sentido de que no autorizarían la instalación de la
817
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
fábrica, mientras a puerta cerrada se negociaba su construcción (Rodriguez y Tello
1984). La acción más importante emprendida por las comunidades la constituyó
el bloqueo masivo de las vías de acceso al terreno, como mecanismo de fuerza
para obtener una definición clara por parte de las autoridades municipales. Sin
embargo, a pesar de las presiones populares, por razones que no es del caso
analizar aquí, la fábrica de ácido sulfúrico finalmente se construyó.
Los problemas con el servicio de energía constituyeron otro factor de organización
y movilización de los habitantes de la región.
Por una parte, muchas veredas interesadas en la electrificación incurrieron en
deudas con la Caja de Crédito Agrario para tendido de redes e instalación de
transformadores. Estas, comprometían a campesinos que debían asumir una cuota
parte, con el compromiso de ampararla con sus bienes. La imposibilidad de las
comunidades para cargar sobre sus hombros el financiamiento de la electrificación
rural incentivó la creación de un comité interveredal Pro Electrificación, que
se responsabilizó de movilizar a la población para rechazar el pago de deuda
e intereses y para presionar al Estado a que asumiera esa responsabilidad. En
los primeros años de la década de los años ochenta el Comité logró con el
concurso de juntas comunales que un senador del departamento destinara auxilios
parlamentarios para el cubrimiento de la deuda.
Los problemas de energía se agudizaron, al comienzo de la década, además por
otras razones. La crisis económica relacionada con el endeudamiento externo
presionó a las instituciones del Estado, especialmente a las del sector energético,
a reajustar tarifas para satisfacer obligaciones. Las comunidades de bajos ingresos
se vieron severamente afectadas, no solamente por incrementos tarifarios sino
por irregularidades en la prestación del servicio. La gente empezó a observar,
por ejemplo, que los recibos presentaban mes a mes consumos ascendentes; que
se cobraba diferente precio al kilovatio a consumos similares; y que, en junio y
diciembre, las tarifas se disparaban irracionalmente.
En Villarrica, comunidad del municipio de Santander, la gente organizó un Comité
de Usuarios de Servicios Públicos y pronto hubo comités similares por lo menos
en quince comunidades más.
Estos comités promovieron diversas actividades para movilizar a la población
en torno al problema de la energía; organizaron eventos culturales, marchas y
discusiones en asambleas comunitarias; promovieron la colecta de recibos en “ollas;
y, con la colaboración de estudiantes, efectuaron un análisis de las tendencias
tarifarias, problemas en el cobro, lectura de contadores y trato a los usuarios.
818
Gustavo De Roux
En diciembre de 1985 se llevó a cabo en Villarrica, con 250 delegados de veinte
comunidades, un foro sobre los problemas de la energía eléctrica en la región.
Las comunidades presentaron allí evidencias de irregularidades serias que estaban
afectando los presupuestos familiares. Se informó, por ejemplo, de casos en que
los consumos promedios de energía habían fluctuado de un mes a otro en más del
ciento por ciento, lo que significaba que los contadores no se leían o que la lectura
no se hacía correctamente. También que los incrementos graduales aplicados por
CEDELCA al valor del kilovatio/hora se hacían en proporciones superiores a los
aumentos del costo de la vida y a aquellos autorizados por el Gobierno nacional.
Los delegados al foro elaboraron un pliego de exigencias reclamando amnistías,
controles, y mejoramiento del alumbrado público.
Sin embargo, fue la amenaza de no seguir pagando por el servicio y de realizar
un paro cívico regional lo que motivó a la empresa de energía a negociar con los
usuarios. La firma del acuerdo se efectuó en Villarrica con presencia del gerente,
del alcalde y de políticos prominentes. En ese acto se pactaron soluciones y
formas futuras de operación y de relación entre comunidad y empresa.
El resultado mayor de este proceso fue su contribución al fortalecimiento de la
sociedad civil y la ampliación de la democracia de base (de Roux 1989). El proceso
estimuló el surgimiento y desarrollo de organizaciones populares y su articulación
en la Red de Organizaciones de Base. La Red había surgido a principios de 1984 por
iniciativa de grupos de diversas comunidades que veían la necesidad de coordinarse
para el logro de reivindicaciones de interés general: servicios públicos, educación
y salud, tierra, créditos. En realidad el espíritu de “red” se venía acrisolando desde
tiempo atrás. En muchos de los movimientos ocurridos en la región la solidaridad
intercomunitaria e intergrupal había constituido una nota destacada y ya se venían
coordinando grupos, autónomamente, para el desarrollo de acciones específicas.
A principios de 1985 los grupos de base, gestores de la Red, habían aclarado que
esta no era un partido político sino el basamento de un movimiento social. Se
había discutido, por ejemplo, que un movimiento social dejaría de ser coyuntural
solamente cuando se apuntalara sobre grupos federados que no perdieran vigencia
al obtener un logro concreto. Un campesino entrevistado expresó de esta manera
su definición de la Red:
Cada uno de los grupos debe ser un nudo de una gran red. Pero no se
puede pensar que estos nudos estén sueltos. Se necesitan hilos que los
unan para que pueda ser una red. Esos hilos son la comunicación, la
solidaridad y el trabajar juntos entre los grupos. Entonces lo que hace
que una red exista son los nudos, los hilos, y los huecos que existen
entre los nudos.
819
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Los huecos significan que cada grupo es independiente, es decir, que
cada grupo es autónomo.19
A partir de ese esquema simple, la Red definió que cualquier grupo,
independientemente de su objetivo, podía hacer parte de ella siempre y
cuando –además de procurar el logro de sus metas grupales– se articulara a la
solución de problemas comunes, respetando la autodeterminación de las demás
organizaciones asociadas. Hacia mediados de 1985 hacían parte de la Red unos
veinticinco grupos de quince comunidades: grupos culturales, cívicos, de prensa,
educativos, de producción, deportivos.
Estos esquemas de relación entre comunidades y grupos sociales constituyeron
un factor importante, para presionar arreglos favorables a los intereses de los
habitantes de la región. Algunos ejemplos fueron ya descritos. Otros, como el
caso de Las Brisas, Yarumales, La Unión y Güengüe, merecen también destacarse.
Estas comunidades se habían visto afectadas por la construcción de un jarillón
realizado por un ingenio sobre uno de los márgenes del río La Paila, para proteger
sus canales de las inundaciones. Evidentemente esa solución, beneficiosa para
el ingenio, ocasionaba desbordamiento del río en época de crecientes, por el
margen opuesto, hacia las fincas campesinas. Los habitantes de estas veredas se
habían dirigido en repetidas ocasiones a la CVC, reclamando su intervención.
Sin embargo, fue por presión solidaria de centenares de firmas de integrantes
de grupos de varias comunidades, en carta dirigida al presidente de la República
fechada octubre 15 de 1985, como la CVC se decidió a concertar con el ingenio y
las comunidades una solución favorable. Por considerarlo muy ilustrativo de ese
logro, se reproduce a continuación un extracto de dicha misiva:
Pensamos que es hora que la CVC deje de ser un instrumento de gremios
poderosos y actúe imparcialmente en beneficio de toda la colectividad.
Creemos que es tiempo de que si la CVC exige a los campesinos de
las cabeceras de los ríos que no corten los árboles porque las aguas
son de la comunidad, que estas sigan siendo de la comunidad y no
monopolio de los ingenios cuando bajan al valle. Nos parece que la
CVC debe proteger lagunas, ríos y madreviejas como bienes públicos
e impedir su aprovechamiento exclusivo por unos pocos. Finalmente,
estamos convencidos de que es injusto que la CVC permita adecuaciones
parciales de los cauces, como en el caso del río La Paila, dejando a las
comunidades campesinas a merced de los caprichos de la naturaleza y
de la voluntad de los ingenios.
19
Entrevista 1 A, vereda La Balsa, Buenos Aires, octubre 5 de 1986.
820
Gustavo De Roux
Como estos, hubo varios casos de solidaridad intercomunitaria: apoyo a
damnificados por la construcción de la represa La Salvajina, a las luchas indígenas,
a reivindicaciones de comunidades específicas. Muchos de estos esfuerzos se
dieron dentro del marco de esquemas congregativos de carácter amplio, como
las Asociaciones de Trabajadores Agrícolas, la Red de Organizaciones de Base,
o el Movimiento de Integración de La Balsa; o se dieron dentro del contexto
de modelos gremiales o cooperativos, como en el caso de la ANUC, el Comité
Regional de Educación Campesina –CREC–, la ANDRI, o la Cooperativa Veredas
Unidas, para citar solamente unos pocos ejemplos.
La ANUC, por ejemplo, a través de sus comités municipales y veredales ha
seguido insistiendo sobre la necesidad de reforma agraria que entregue tierras
a los campesinos. Como lo señaló un dirigente entrevistado, “en la parte plana
del municipio de Santander hay unos 1300 campesinos que necesitan tierra. En
Villarrica sobreviven unos setecientos campesinos de los cuales, unos doscientos
tienen su tierrita alquilada. 20
Otro, expresó lo siguiente:
La única solución posible es una reforma agraria que hasta ahora no
se ha logrado.
Por Ley 30 de 1988 se autorizó al Incora para que adquiriera 500
hectáreas en el municipio de Santander y otras tantas en Caloto, Corinto,
Puerto Tejada y Buenos Aires. En Santander, de las 500 hectáreas, 300
deben adquirirse en la parte plana, pero allí hay más de 3.000 familias
que necesitan tierra. Nosotros consideramos que adjudicaciones tan
limitadas, si se llegan a hacer, solo sirven para enfrentar a los mismos
campesinos y afectar o desintegrar su organización.21
El papel de la ANUC en la práctica, se ha visto reducido al de mantenedora de una
esperanza. En realidad las adquisiciones de tierra en cuatro casos que intervino
Incora durante las dos últimas décadas no llegan a 300 has. y beneficiaron
solamente a 133 familias. Históricamente, han sido más significativas las
adquisiciones logradas mediante el uso de presiones directa. Por medio de una
alianza con los indígenas, por ejemplo, campesinos negros de la región lograron
obtener lugar en una recuperación efectuada en López Adentro.
El CREC, por su parte, nació por iniciativa de jóvenes miembros de la ANUC
preocupados por la falta de autonomía de los comités y por su toma por políticos
20
21
Entrevista No 7. Vereda Juan Ignacio, Santander de Quilichao. Mayo 14 de 1990.
Entrevista No. 7. Vereda Juan Ignacio, Santander de Quilichao. Mayo 14de 1990.
821
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
tradicionales. Decidieron entonces “recuperar la organización para que defienda
realmente los intereses de los campesinos”. Está conformado por cerca de
4200 miembros de seis municipios, casi todos carnetizados. En Corinto, la gran
mayoría pertenece al Comité de Campesinos Sin Tierra que funciona en estrecha
vinculación con la ANUC (Paz 1990:36). El CREC señala entre sus principales logros
la consecución de 38 millones de pesos del PNR para las “casas campesinas”; la
promesa de adquisición, por parte del Incora, de 1500 has.; la aprobación del
“plan operativo para la adecuación de tierras en la zona norte del departamento
del Cauca”, proyecto que tendrá apoyo del Gobierno italiano; y, esfuerzos de
concertación con ASOCAÑA y la SAG.
La ANDRI es una organización cuya presencia es muy débil en el norte del Cauca
puesto que la mayoría de los municipios de la región no son municipios DRI. En
Santander, que sí lo fue, tiene alguna presencia. Al respecto el presidente de la
ANDRI en ese municipio señalo:
En un principio la ANDRI estaba muy vinculada a las acciones del
programa DRI, pero pensamos que la ANDRI es una organización
campesina antes que un programa; es una asociación de pequeños
y medianos productores campesinos que, se sigue reuniendo, sigue
trabajando y presentando proyectos y sigue en pie de lucha. Precisamente
una de las plataformas de lucha y trabajo es buscar la cofinanciación a
través del DRI.22
Por otro lado existen en la región decenas de grupos asociativos, muchos de ellos
conformados por jóvenes, quienes han venido agitando la consigna de retorno a
la tierra. Algunos han conseguido en alquiler una parcela; otros están gestionando
recursos para adelantar proyectos productivos. Para mencionar solamente algunos,
están: ASOJTJN, Futuros Agricultores, Asociación de Bachilleres Agrícolas,
ASOPROA, Grupo de Integración Rural, Grupo de Producción Los Comuneros,
Grupo Femenino de Horticultoras, Grupo de Producción de Guachené, Grupo
Piscícola Nortecaucano. Estos y muchos otros grupos asociativos de la región
vienen insistiendo sobre la necesidad de políticas agrarias claras y efectivas en
cuanto a tierras, crédito, maquinaria y asistencia técnica principalmente. Además,
vienen articulándose en la óptica de enriquecer el movimiento social en su
perspectiva productiva agraria.
22
Entrevista No. 1. Santander de Quilichao. Noviembre 16 de 1989.
822
Gustavo De Roux
Finalmente vale la pena mencionar que, muchas de las formas organizativas
mencionadas han privilegiado el fortalecimiento de la cultura local y hecho uso
de sus expresiones para animar los movimientos sociales. Por el accionar de estos
procesos se han fortalecido, por ejemplo, las fiestas tradicionales, dentro de un
sentido de región y de derechos étnicos. Estas manifestaciones han servido además
para exaltar la conciencia en torno a los derechos ciudadanos, a la importancia de
la participación y a la necesidad de abrir espacios que permitan recuperar niveles
perdidos de autodeterminación.
Las expresiones políticas del movimiento social.
Prácticamente todos los movimientos sociales surgidos en la zona plana del norte
del Cauca durante las dos últimas décadas, han efectuado esfuerzos importantes
para expresarse en el terreno de la política electoral, usualmente sin mayores
éxitos. El Movimiento Cívico Popular Nortecaucano –MCPN–, por ejemplo, apareció
823
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
hacia 1981 como resultado de la articulación de un conjunto de organizaciones
que habían logrado movilizar sectores importantes de la población de distintos
municipios hacia el logro de objetivos concretos. La Asociación de Destechados de
Puerto Tejada el comité interveredal Pro Defensa del Medio Ambiente, el Comité
Regional Pro Electrificación, y comités cívicos de Santander, Villarrica y el Puerto
convergieron para dar impulso a un movimiento amplio, de carácter popular y
regional, que fuese capaz de ganarse los concejos municipales para la gente. Se
esperaba así romper con el manejo clientelista y el monopolio del poder en las
administraciones municipales, para que estas destinaran recursos y esfuerzos en
beneficio del desarrollo de la región.
El MCPN constituía pues una expresión organizada, apuntalada sobre procesos
sociales de magnitud importante. Mantener el carácter “cívico”, consistía en basar el
accionar político sobre la animación de la participación popular en diagnósticos de
problemáticas y búsquedas colectivas de soluciones concretas. Además, pretendía
ser un movimiento amplio, independiente de los partidos tradicionales, que se
expresara solo coyunturalmente en elecciones sin convertir la práctica electoral en la
columna vertebral de su quehacer. En otras palabras, pretendía dinamizar procesos
sociales en forma permanente incursionando en elecciones de manera puntual. Pero
además, pretendía ser un movimiento ajeno al sectarismo propio de partidos de
izquierda y tradicionales, ser pluralista, democrático y autónomo, y apuntalarse sobre
un liderazgo local comprometido, desarrollado en la animación social.
824
Gustavo De Roux
El movimiento surgió bajo condiciones muy favorables, cabalgando sobre
fuerzas sociales en flujo que –en todos los casos– habían antagonizado con la
hegemonía clientelista. Emergió en un momento cuando las opciones “cívicas”
parecían captar la atención popular. Baste recordar que la década de los años
ochenta constituyó un período de continuos enfrentamientos a lo largo y ancho
del país entre las comunidades y el Estado. Los paros cívicos se constituyeron en
un mecanismo de presión, utilizado por las comunidades para negociar mejores
condiciones de bienestar.
El MCPN no tuvo una plataforma política definida, sino que fue articulando
un pensamiento con base en la historia y la cultura regionales, el rechazo al
clientelismo, el fortalecimiento de la relación del hombre con el territorio, la
no discriminación, la reivindicación de intereses populares y la solidaridad y la
democracia como valor y como práctica. Estos elementos no constituyeron un
cuerpo doctrinario, sino que fueron apareciendo en el transcurso de la dinámica
social e incorporándose a la conciencia y al quehacer de muchos de los dirigentes
del movimiento. Periódicos populares de algunos municipios, se encargaron de
irle dando aristas a estos principios orientadores.
El aspecto más significativo de los dirigentes del MPCN fue su capacidad para
dinamizar procesos y luchas sociales. Sin embargo, al erigirse como políticos y
actuar en el terreno electoral, las bases no les otorgaban el respaldo correspondiente.
Paradójicamente, mientras los dirigentes cívicos se mostraban débiles para
incentivar la participación electoral, los dirigentes políticos tradicionales eran
inoperantes para animar y liderar movilizaciones sociales.
Un dirigente de Santander señaló lo siguiente:
Los movimientos sociales son los que mueven, los que tienen capacidad
de convocatoria. Pero a la hora de la verdad la gente no vota por ellos,
quizá porque la gente que movilizan los movimientos sociales está
comprometida políticamente con los partidos tradicionales. La gente
recurre a los movimientos cívicos y a los movimientos sociales para
que exijan cosas, vainas, y para que peleen por ellos. Pero en la vaina
ya de votar, la gente no confía en ellos, no cree en ellos.23
La falta de correspondencia entre las capacidades de liderazgo político y social
ha recibido varias explicaciones. Velasco (1982) señala, por ejemplo, el desgaste
de la política tradicional como uno de los factores que harían que la población no
votara por sus dirigentes cívicos. Aduce que en Puerto Tejada, la votación por el
MCPN fue débil a pesar del papel de sus dirigentes en la invasión, porque la gente
23
Entrevista No. 2. Caloto. Abril 18 de 1990.
825
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
asimiló la participación en elecciones a la práctica del liberalismo clientelista,
desprestigiado entre la población. Señala, además, que la gente se mueve por
lo cívico para lograr una meta concreta, como terrenos para vivienda, pero que
una vez adquiridos, necesitan del concurso de políticos tradicionales para obtener
recursos para servicios públicos.
Meschkat (1983:66) por su parte, ofrece varias explicaciones a la falta de
correspondencia entre la dinámica social generada para evitar la instalación
de la fábrica de ácido sulfúrico en el municipio de Caloto y el apoyo electoral
recibido por el MCPN. Por una parte, estarían la tendencia a señalizar ese tipo de
movimientos como subversivos, y los efectos que eso tiene sobre los participantes;
por otra, el hecho de que una reivindicación específica constituya una matriz muy
estrecha para promocionar un movimiento amplio; finalmente, la heterogeneidad
del movimiento social en términos de afiliaciones políticas de los participantes,
podría generar tensiones a su interior una vez que pretendiese transformarse en
movimiento político.
Se sostiene aquí como hipótesis que, el fracaso de los movimientos sociales de
corte cívico para expresarse en el escenario de la política formal está ligado a la
fuerte adscripción de la población nortecaucana al partido liberal. El problema no
radica en “lo político” sino en la percepción de los nortecaucanos de la distancia
entre estos movimientos y su sentimiento de lealtad al liberalismo. Prueba de
ello está en el hecho que, cuando algunos dirigentes cívicos de escasa votación
han ubicado su quehacer dentro del contexto de movimientos políticos de corte
liberal, han obtenido importante apoyo electoral. El actual alcalde de Caloto,
importante dirigente del MCPN lo expresó de esta manera:
En el trabajo tan denodado que nosotros hicimos en Caloto y Puerto
Tejada como dirigentes cívicos, estuvieron en juego muchas cosas. Hasta
el pellejo. Reuníamos sin mucho problema mil o más personas para
una lucha concreta. Para el año 82 optamos por participar en elecciones
y bautizamos ese movimiento con el nombre de Movimiento Cívico
Popular Nortecaucano. Nosotros que habíamos logrado en la lucha
con la gente conseguir en Puerto Tejada 1.300 soluciones de vivienda
que debían representar por lo menos 2.600 votos, en las elecciones solo
logramos sacar un concejal por residuo, con 280 votos. En el 84 vuelvo
y me presento y saqué 170 votos.
Pero en las elecciones para alcalde popular del año 88 me presenté
como candidato de Poder Popular Liberal y saqué 1.164 votos.
Mientras hice un trabajo fuerte como dirigente de luchas sociales cada
vez que me presentaba a elecciones me iba peor.
826
Gustavo De Roux
Eso me hizo entender que la gente tiene una ligazón a unos patrones
políticos.
Para las elecciones pasadas constituimos un movimiento de Convergencia
Popular donde había 7 sectores políticos y logramos obtener 3.174 votos.
Eso me da a entender a mí que la gente busca soluciones políticas que
no sean radicales pero que signifiquen innovación frente a las prácticas
políticas tradicionales.24
Y, más adelante añadió, basado en su propia experiencia de dirigente cívico y
político:
Para mí hay dos opciones en el norte [del Cauca] de crear movimientos
amplios: a través del liberalismo popular, donde la gente pueda inclusive
en un momento dado desligarse de los gamonales de Popayán; o a
través de opciones de izquierda que logren hacer alianza con (otros)
sectores [liberales].25
La línea de las convergencias ha sido seguida con relativo éxito por grupos que
otrora animaron procesos cívicos. En Santander de Quilichao, por ejemplo, la
Alianza Democrática, ensayó hace dos años a romper la hegemonía pelaista
en el municipio aprovechando la apertura ofrecida por la reforma del régimen
municipal, específicamente con la elección popular de alcaldes. Para tal efecto
logró aglutinar ocho grupos políticos pequeños, y emprender negociaciones
electorales con políticos de Popayán, pero manteniendo la autonomía del
movimiento. En Villarrica, por ejemplo, consiguieron aportes parlamentarios de
un senador para que la comunidad misma construyera el alcantarillado y, en
contraprestación, le ofrecieron apoyo electoral coyuntural. El Movimiento de
Unidad Regional (MUR), ha realizado esfuerzos similares de convergencia no ya
a escala municipal, sino regional.
Es importante señalar que las organizaciones campesinas de base y otros grupos
cívicos y culturales, muestran una tendencia creciente a apoyar convergencias
políticas que hagan rupturas con las hegemonías clientelistas. En Padilla el CREC
por ejemplo apoyó, en las últimas elecciones para alcalde, una convergencia que
le hiciera contrapeso al oficialismo liberal y conservador, “con miras a favorecer
otra constelación de fuerzas que reconozca y respete el movimiento campesino
sin inhibirle su capacidad de acción, deponiendo pretensiones de manipulación
política” (Paz 1990:58). Un viejo dirigente regional de la ANUC, expresó en la
entrevista que,
24
25
Entrevista No. 2. Caloto. Abril 18 de 1990.
Entrevista No.2. Caloto. Abril 18 de 1990.
827
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
ahora, con la descentralización administrativa, en la ANUC convinimos
que los dirigentes más avanzados nos metiéramos para ver si podíamos
escalar algunos renglones en los concejos municipales, pero no a través
de los partidos políticos [tradicionales] sino de convergencias populares.26
De alguna manera la población nortecaucana convive con dos sentimientos
en pugna: de adhesión irrestricta al partido liberal y de rechazo profundo a
las prácticas clientelistas. Un anciano de Puerto Tejada, viejo dirigente cívico y
político, se expresó así sobre la raigambre liberal de los negros nortecaucanos:
En 1946 regresé aquí de Bogotá. Yo era socialista, admirador de Antonio
García, Diego Luis Córdoba, Mario García Herreros, Elisa Ai. Bueno.
Recuerdo que una vez me eché un discurso hablando de las teorías
de Nicolás Bujarín y de otros socialistas. Después del discurso se me
acercaron unos viejos y me dijeron: vea don Sabas, esos generales que
Ud mencionó en su discurso aquí a nosotros no nos convencen. A
nosotros no nos convencen sino el general Solazar y el coronel Mina.
Esa fue una lección que me enseñó que todo movimiento que se
haga en esta región por fuera del partido liberal, no tiene asidero. La
gente le sale a la bandera cívica cuando se trata de reclamar, pero al
ir a votar grita viva el partido liberal. De modo que para poder surgir,
aunque no le guste a uno, tiene que adherir al partido liberal o de lo
contrario está perdido. De eso hace casi cincuenta años y la situación
no ha cambiado en nada.27
La elección popular de alcaldes ha permitido que afloren nuevas fuerzas y
que las viejas hegemonías clientelistas empiecen a tener dificultades serias
para mantenerse en el poder. En varios municipios nortecaucanos los antiguos
dirigentes tradicionales fueron remplazados por convergencias populares
de organizaciones vinculadas a movimientos sociales, que se expresaron
electoralmente dentro del contexto del liberalismo popular. Es importante que
los programas estatales no aparezcan en contravía de nuevos procesos que
pretenden ampliar la democracia y desarrollar una práctica política acorde con
la vieja esperanza de participación y autonomía.
26
27
Entrevista No. 7. Vereda Juan Ignacio, Santander de Quilichao. Mayo 14 de 1990.
Entrevista No. 2A. Puerto Tejada. Octubre 14 de 1987.
828
Gustavo De Roux
Referencias citadas
Arboleda, Gustavo
1928 Historia de Cali desde los orígenes de la ciudad hasta la expiración del
periodo colonial. Cali: Arboleda, imprenta.
De Restrepo, María
1982 “El sistema de contratistas en el norte del Cauca”. Tesis de maestría:
Universidad de los Andes.
De Roux, Gustavo
1991 [1989]. “Together against the Computer: PAR and the Struggle of
Afrocolombian for Public Services”. En: Fals-Borda, Orlando, y
Muhammad Anisur Rahman (eds.), Action and knowledge: breaking the
monopoly with participatory action-research. New York: Apex Press.
Foro Nortecaucano
1981 Documentos presentados al “Primer Foro Regional sobre la Problemática
Nortecaucana”, realizado en Puerto Tejada en Abril de 1981.
Hyland, Richard
1983 Sociedad y Economía en el Valle del Cauca: El Crédito y la Economía.
Cali: Coedición Banco Popular y Universidad del Valle.
Meschkat, Klaus
1983 Destrucción ambiental y resistencia. Boletín Socioeconómico, 10. Cali:
Universidad del Valle, CIDSE.
Paz, Nery Judith
1990 Movilización Gremial Campesina en el Norte del Cauca: Aporte del
Comité Regional de Educación Campesina, CREC. Cali: Universidad del
Valle, Departamento de Trabajo Social, mimeo.
1977 El proletariado agrícola como Sector de clase en el valle geográfico del
río Cauca. Cali: EMCODES, mimeo.
Posada Gutiérrez, Joaquín
1881 Memorias histórico-políticas: últimos días de la gran Colombia y del
libertador. Tomo II. Bogotá:
829
Orígenes y expresiones de una ideología liberal
Rodríguez, María L. y Tello, Inés C.
1984 “Evaluación de la experiencia de investigación acción en una
comunidad rural en el norte del Cauca”. Tesis de Trabajo Social:
Universidad del Valle.
Taussig, Michael
1979 Black Religion and Resistance in Colombia: Three centuries of social
struggle in the Cauca Valley. Marxist Perspectives, Vol. II, No. 2.
Velasco, Alvaro
1982 Génesis de un Movimiento Social. Cali: EMCODES, mimeo.
Velasco, Iván
1990 “Movimientos sociales y régimen municipal en Santander de Quilichao”.
Tesis de Sociología: Universidad del Valle.
830
Una organización indígena en lucha por la tierra:
el Consejo Regional Indígena del Cauca1
CHRISTIAN GROS
Pero los indígenas nos hemos despertado poquito.
Ahora sabemos que los terratenientes y oligarcas
crearon las leyes, las escrituras y las administraciones
y policías para hacer de nosotros esclavos y tenernos
bajo el yugo y la ignorancia. Todo esto porque no les
conviene que seamos libres. Sabemos también que
tenemos derecho a la tierra: porque nosotros fuimos
los primeros que nacimos en estas tierras, no los
blancos terratenientes; y porque trabajamos siempre
desde los antepasados.
Un miembro de la comunidad Coconuco.2
E
l 24 de febrero de 1971, en Toribío, norte del departamento del Cauca,
tuvo lugar una importante concentración a la que asistieron más de 2.000
personas, entre campesinos, indígenas y obreros agr ícolas, procedentes de
un conjunto de parcialidades y veredas situadas en su gran mayoría en el norte y
en el este del departamento.3 (Ver mapa, zonas 1 y 2). Esta reunión ocurre como
consecuencia de una serie de acciones y de luchas por la tierra, sostenidas por
1
2
3
Original tomado de: Christian Gros. Colombia indígena. Bogotá: Cerec.
Publicado originalmente como Document de Travail de L’ERSIPAL, No. 20, París:
CEDRAL-CNRS, 1981. Igualmente, en Indianidad, etnocidio e indigenismo en América
Latina. México, Cerca, 1988.
Tomado de Nuestra lucha es tu lucha. ANUC, Secretaría indígena. 1973.
Las delegaciones más numerosas fueron las representantes de los cabildos de Toribío,
Tacueyó, San Francisco, Jambaló, Pitayó, Quichaya, Quizgo, Guambía, Piniquitá y Totoró.
También se hicieron presentes diversas organizaciones campesinas establecidas en los
municipios de Miranda, Caloto, Jambaló, Totoró y Silvia. Historia del CRIC (mimeo),
Popayán, 1974 (sin nombre de autor).
831
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
los terrajeros de Chimán en la región de Silvia, y de Credo en la de Caloto,
así como de los fuertes conflictos sociales entre asalariados agrícolas (en su
mayoría negros) y los productores de caña de azúcar, que desde comienzos de los
años setenta tuvieron como escenario la fértil región de Corinto.
De esta histórica concentración nace una organización indígena: el CRIC –
Consejo Regional de los Indios del Cauca–, original y dinámica, encargada,
en un contexto difícil, de dirigir la lucha por la tierra y por la defensa de
los derechos cívicos de las poblaciones indígenas del departamento. Seis
meses más tarde, después de una primera ofensiva lanzada contra ella por los
grandes terratenientes apoyados por la clase política local, se realiza una segunda
asamblea en la Susana, resguardo de Tacueyó. Los delegados de las comunidades
presentes eligen entonces al primer Comité Ejecutivo estable de la organización,
y acuerdan un programa de siete puntos, aún vigente:
1. Recuperar las tierras de los resguardos;
2. Ampliar los resguardos;
3. Reforzar los cabildos;
4. Dejar de pagar los terrajes;
5. Difundir las leyes relacionadas con los indígenas y exigir su justa aplicación;
6. Defender la historia, la lengua y las costumbres indígenas;
7. Formar profesores indígenas para educar, de acuerdo con la situación de
los indígenas, y en sus lenguas respectivas.
Desde ese momento, y a pesar de la presencia de una represión cada vez más
fuerte, el CRIC no ha dejado de luchar por la tierra y por la organización de las
comunidades. Progresivamente ha ampliado su influencia en la región, y por
fuera de ella, y se ha ido convirtiendo poco a poco en punto de referencia y
en modelo para muchas otras comunidades del país. Aunque los objetivos
de la organización, como lo indica su programa, no se limitan exclusivamente a
las reivindicaciones referentes al territorio de las comunidades, sino que incluyen
reivindicaciones “culturales” (defensa de la lengua y la cultura indígena, educación
bilingüe, etc.), vamos a centrar nuestro análisis en la lucha por la tierra, en la forma
como esta se concibe, y en los medios utilizados para llevarla a cabo. La lucha
por la tierra es aquello que está en juego de modo más inmediato y con mayor
poder movilizador en el movimiento social, y lo que revela más claramente el
conjunto de las contradicciones operantes en las comunidades indígenas, y entre
832
Christian Gros
estas y el mundo “blanco”; el análisis de los medios implementados en la lucha,
sobre todo de la estructura operativa del movimiento, nos permitirá mostrar cómo,
en el contexto colombiano, ellos abren un camino específicamente indígena y
particularmente eficaz. Han pasado cerca de diez años desde su fundación, y
mientras una organización campesina por mucho tiempo tan importante como la
ANUC –Asociación Nacional de Usuarios Campesinos– parece haber llegado poco
a poco a un punto muerto, y ha perdido buena parte de su influencia, el CRIC
perdura a pesar de múltiples obstáculos. Fortalecido por la adversidad, su existencia
parece un hecho irreversible, y el movimiento social que impulsa puede ser
considerado como uno de los más significativos de la sociedad colombiana actual.
Para comprender cómo esta población indígena, empobrecida, casi analfabeta,
marginada en tierras poco fértiles y a menudo inaccesibles, pudo producir tal
movimiento, debemos dar algunas indicaciones sobre la situación económica y
social de la región, pero sobre todo, ya que se trata de un movimiento social,
separar dos líneas de fuerzas que a principios de los años 70 confluyeron y, en
nuestra opinión, permitieron la eclosión del movimiento indígena, y posibilitaron
el encuentro coyuntural entre una tradición indígena de lucha y de resistencia, y
un movimiento campesino que, a escala nacional, se había desarrollado alrededor
del tema de una reforma agraria radical. Una vez realizada esta presentación,
pasaremos al estudio del movimiento en sí mismo.
833
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
Una región indígena, una acentuada escasez de tierra
Montañoso, situado al sur de Colombia, el departamento del Cauca se extiende
desde la cordillera Central hasta el Pacífico. Primordialmente rural y agrícola
–80 % de su población obtiene, directa o indirectamente, sus recursos de la tierra–
es, salvo en el norte, en las proximidades del valle azucarero, y en la región del
Patía, el centro de una economía que se distingue por el arcaísmo de sus técnicas,
la debilidad de sus rendimientos, la pobreza general de sus recursos y de su
población. Hasta los años 70 persiste una forma de trabajo y de explotación semiservil, conocida localmente con el nombre de “terraje”. Algunas cifras permiten
mostrar la magnitud que allí reviste la cuestión agraria: a escala departamental,
incluyendo todas sus regiones, el 61,4% de las unidades agrícolas tiene menos
de 5 ha, que sólo representan el 8,7% de la superficie censada, mientras que un
pequeño grupo de terratenientes, el 1,9% del total, concentra cerca de la mitad del
suelo (45,1%), con un mínimo de 100 ha por propiedad.
El departamento del Cauca aparece también como el lugar de concentración de
una importante población indígena, y como la región más densamente poblada
de indígenas del país: de un total nacional estimado en 200.000 indígenas,
el Cauca por sí solo tendría cerca de 85.000, según el censo efectuado en
1972,4 y más del doble según las estimaciones de la organización indígena.
La población está compuesta principalmente por paéces (que son la mayoría) y
por guambianos (en la región de Silvia), que viven todavía en el marco de
las antiguas parcialidades de origen colonial – cerca de cincuenta– . Algunas
de estas son casi vestigios y cuando comenzó el movimiento estaban a punto
de ser desmembradas; otras, por el contrario, están fuertemente estructuradas.5
Las comunidades sufren, en su gran mayoría, de una aguda escasez de tierras.
Invadidos por los grandes propietarios, sus territorios están sometidos a un
intenso proceso de fragmentación acelerado por su crecimiento demográfico. El
número de comuneros sin tierra es cada vez mayor. En las regiones del centro
y del oriente, donde la situación es más dramática, nace el movimiento
indígena. De las 27 parcialidades que la componen, 21 tienen más del 50 %
de sus familias desprovistas de tierras o disponen de menos de cinco plazas
(1 plaza = ½ ha). Entre estas últimas, diez tienen más de un 20 % de familias
sin tierra alguna. Son precisamente los nombres de estas parcialidades los que
aparecen en el momento de las dos primeras asambleas de la organización.
4
5
Ver Censo Indígena, DANE, 1972; cerca de la mitad de esta población usaría la lengua
indígena aún, mientras que la otra mitad no conocería más que el español.
La proporción de tierras de resguardo asignadas por el Cabildo, que están siendo objeto
de títulos individuales de propiedad, proporcionan un buen índice del proceso de
descomposición sufrido por las parcialidades. Sobre este punto, ver el siguiente cuadro
incluido en este capítulo.
834
Christian Gros
Resguardo
Porcentaje de familias sin
tierra o que disponen de
menos de una plaza
Porcentaje de familias que
disponen de 1 a 5 plazas
Tacueyó
35,9
28,3
Paniquitá
34,6
53,1
Coconuco
24,0
57,6
Guambía
21,1
50,7
Toribío
23,8
24,2
Jambaló
15,7
43,3
Caldono
15,1
46,4
Censo indígena, DANE, 1972 (Findji 1978)
Una tradición histórica de lucha
La historia de la región, desde la Conquista, es la historia de una larga resistencia,
sostenida por una sociedad indígena y por un pueblo que, palmo a palmo, ha
defendido su territorio, su autonomía, sus modos de vida y su cultura. En este
sentido el CRIC se presenta como el heredero directo de esta tradición de lucha,
y es plenamente consciente del hecho. No es nuestro interés insistir demasiado
en los primeros tiempos de la colonización, sin embargo queremos resaltar
algunos aspectos. Después de los fracasos sucesivos de Ampudia y Añasco,
el propio Belalcázar es derrotado por primera vez en su carrera en la batalla
de Tálaga en 1541; los paéces demostraron claramente su determinación de no
soportar la dominación española sobre su territorio. El establecimiento tardío
del primer núcleo blanco en periodo de la historia colonial es un ejemplo
complementario de esta situación.6 Más cerca de nosotros hay que tener en cuenta
la contribución activa de los paéces a la victoria de Nariño (lo que permitió
gozar de una cierta autonomía frente a la joven República). Un poco más tarde
nos encontramos con los levantamientos indígenas de Pitayó y Jambaló, como
respuesta a una ofensiva lanzada contra sus tierras, y la participación activa de las
guerrillas paéces en la revolución dirigida por el general liberal Tomás Cipriano de
Mosquera (1861 – 1863) contra el que significaría para los participantes un duro
tratamiento durante el largo periodo de reacción conservadora (1886-1930)… En
lo que atañe a la historia reciente hay que citar dos figuras indígenas de la región
cuyas acciones y combates constituyen un preludio indispensable de la lucha que
hoy emprende la organización indígena.
6
Resistencia, pero también realismo si se compara la estrategia seguida por los paéces con
la de los feroces Pijaos del vecino Tolima, que después de haber llevado a cabo una lucha
ofensiva victoriosa por largo tiempo, son poco después prácticamente exterminados.
835
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
Quintín Lame, en primer lugar, quien impulsa a principios de siglo una gran
sublevación –la Quintiada– que puede interpretarse como la reacción brutal y
desesperada de una población indígena directamente atacada en sus tierras por
un impulso capitalista sin precedentes (y sin futuro inmediato): desforestación
masiva, introducción de la ganadería y del café, imposición del trabajo forzado.
Quintín Lame, el hombre que se rebela y que subleva las regiones de Belalcázar
e Inzá (Tierradentro), se proclama “gran cacique de todos los indios”, organiza el
Supremo Consejo de Indias, y propone las consignas que, medio siglo más tarde,
ocupan un lugar central en el programa del CRIC: la reconstitución de los cabildos, la
recuperación de las tierras usurpadas, el fin del “terraje” (Lame 1971; Castrillón 1973).
En segundo lugar José Gonzalo Sánchez,7 quien comienza como lugarteniente
de Q. Lame, pero se separa de él para convertirse en miembro fundador del
PCC (Partido Comunista Colombiano), y hacer parte de su comité central. Viaja
a Moscú, y regresa para continuar en el Cauca y en el departamento vecino del
Tolima la misma lucha que Lame: reconstitución de los Cabildos, recuperación de
las tierras y supresión del “terraje”.
Hacemos referencia a estas dos personalidades, porque prefiguran, más allá de las
reivindicaciones de base que tienen en común, las dos grandes líneas de fuerza que
hoy en día marcan la diferencia entre las organizaciones indígenas y campesinas del
continente. Lame, con su guerra de “castas”, se perfila como precursor de lo que
actualmente se puede llamar la corriente “indigenista”, corriente nacionalista que
habla a nombre de una historia precolombina, de una cultura específica y milenaria,
de una relación consustancial del hombre indígena con la madre tierra, y que rehúsa
todo tipo de dominación criolla, –de “derecha” o de “izquierda”– y por consiguiente,
la que ejerce Occidente que pretende imponer unos valores que son presentados
como universales. Por otro lado, G. Sánchez, representante de una ideología marxista,
dominante en el seno de la izquierda política de los países latinoamericanos, que
ve en el indígena, ante todo, a un campesino explotado, y propone subordinar las
reivindicaciones específicamente indígenas (enfocadas bajo un ángulo esencialmente
“cultural”) a los imperativos prioritarios de la lucha de clases. Por un lado, pues,
un combate emprendido a nombre del derecho indiscutible que tiene el pueblo
indígena de disponer de sí mismo, por el otro una lucha de clases llevada a cabo
en el medio campesino, que busca liberar al trabajador y a sus fuerzas productivas.
José Gonzalo Sánchez muere envenenado en 1950, víctima de la violencia que
desde algunos años atrás imperaba en Colombia y hacía sentir sus estragos
sobre todo el campo. El departamento del Cauca, dividido entre conservadores
7
Jose Gonzalo Sánchez (1900 – 1950), originario de Toribío, Cauca, puede compararse
con otra figura indígena, la de Eutiquio Timote, originario de Coyaima (Tolima)
también miembro del Partido Comunista, del que será candidato en las elecciones
presidenciales de 1934.
836
Christian Gros
y liberales, no escapaba a esta violencia y menos aún la población indígena. Un
poco más adelante, durante la dictadura de Rojas Pinilla, y aún después, mientras
en algunos lugares las guerrillas deponen las armas y la violencia se convierte en
una forma de bandolerismo crónico, en las fronteras de la región el movimiento
sigue existiendo y toma la forma de las famosas “repúblicas independientes” de
Marquetalia y Ríochiquito, zonas de autodefensa campesina controladas por el
partido comunista. Para muchos indígenas paéces que participan directamente
en los movimientos de autodefensa o se encuentran bajo su influencia, es el
momento en que se lleva a cabo en su territorio una reforma agraria espontánea,
la experiencia de organizaciones democráticas nuevas y una situación de
respeto por los territorios indígenas, por fin “liberados”, y por la autoridad de
los cabildos. Es también el momento, después de la revolución cubana, de
vivir la experiencia de la guerra moderna con la destrucción de las zonas de
autodefensa. En el marco de esta situación, se produce un salto cualitativo en
la conciencia de numerosos indígenas. Algunos optan entonces por vincularse
a las guerrillas de la Farc,8 que se presentan como “el brazo armado” del PCC, y
que surgen de la destrucción de las zonas de autodefensa; otros regresan a sus
comunidades, poco dispuestos a dejarse arrastrar por el juego de los partidos,
y reconociendo en el Estado un poder hostil, muy superior a aquel del que
disponen los hacendados, colonos y caciques locales.
Bajo tales auspicios, la política que el Frente Nacional proyecta para las poblaciones
campesinas e indígenas de la región tiene muchas dificultades para imponerse.
Sin embargo, no se deben subestimar sus efectos sobre una nueva generación de
líderes indígenas: paz social, reforma agraria; discurso modernizador.
Las expectativas creadas pronto se ven frustradas.9 En sus inicios la reforma
agraria lleva a cabo un ataque frontal contra los resguardos, a los que se
propone desmembrar –y lo logra, por lo menos, con los de Calderas y Araujo
(Findji 1978). Después de una década, sólo se han repartido unos pocos miles
de hectáreas, adquiridas a un precio elevado a los grandes propietarios. La
acción comunal, que había suscitado cierto entusiasmo en la izquierda, con la
participación de Camilo Torres, aparece muy pronto como un instrumento al
servicio del clientelismo político, mientras sigue aumentando la presión ejercida
por las nuevas generaciones. Sin embargo, a fines de los años 60, las comunidades
indígenas continúan a la defensiva, dudando entre la modernización que algunos
encuentran deseable, aunque lejos de su alcance y contraria al mantenimiento de
los antiguos marcos comunitarios y el repliegue sobre sí mismas con el riesgo de
agrandar la brecha que las separa del resto del país. Dieciséis años después de la
8
9
FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Sin embargo, aún podrán verse algunos rastros en el primer programa del CRIC, que
antes de ser modificado seis meses más tarde, todavía habla de hacer presión sobre las
autoridades gubernamentales a efectos de que se realice la reforma agraria.
837
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
muerte de Gonzalo Sánchez, 50 años después de la Quintiada, no ha aparecido
en escena un líder que emprenda de nuevo la antigua lucha indígena. Para que la
lucha comience de nuevo, abierta y decidida, para que aparezca una organización
capaz de capitalizar el descontento general, el potencial de rebelión, el vacío
político, será preciso esperar la nueva coyuntura de los años 70.
La coyuntura
En 1971, en el momento de su constitución, el CRIC no aparece sólo como el
heredero de una larga tradición de lucha, sino también como una variante local
de un vasto movimiento campesino opositor que se irá fortaleciendo poco a
poco durante los años 70, y que sacude violentamente al país. La reforma agraria
había contribuido a legitimar las aspiraciones de las masas campesinas, pero no
había logrado colmarlas. El reformismo llerista10 había llevado la contradicción
en el campo a sus límites extremos. Como un hecho nuevo y de importancia
considerable, había dotado al campesinado de una organización, la Anuc, cuyo
objetivo era reagrupar a todos los usuarios reales o potenciales de la reforma
agraria.11 En el espíritu de su promotor se buscaba ante todo llenar un vacío
político, cada vez más hondo en el campo. A la manera de los regímenes
populistas con las masas urbanas, se trataba de integrar el campesinado alrededor
de un proyecto, la reforma agraria, y de un actor, el Estado llerista. Sin embargo
la Anuc se radicaliza a partir del II congreso y se distancia cada vez más del
poder que la había creado. Las invasiones se multiplican sobre todo en tierras
comprometidas por el Incora; este Instituto es objeto de fuertes oposiciones, y
las experiencias “de autogestión campesina” son cada vez más conocidas… En
pocas palabras, el campesinado pasa a la ofensiva y los poderes públicos sufren
un proceso temporal de desorganización.12 El departamento del Cauca no escapa
a este vasto movimiento social. Antes de la separación del CRIC y en momentos
en que la Anuc, recientemente creada, está localmente bajo la influencia de los
promotores oficiales del Incora, la agitación se desarrolla en varios lugares del
departamento, sobre todo en las regiones del oriente y del norte. En estas últimas
sobre todo, una población más negra que indígena sufre las consecuencias de
una fuerte expansión capitalista, continuación de la que se había producido en el
valle azucarero vecino. Proletarios de las plantaciones y campesinos expropiados
se organizan sindical y políticamente. Dos fuertes personalidades no indígenas,
Gustavo Mejía y el padre León Rodríguez, ejercen una considerable influencia. El
primero a la cabeza de FRESAGRO (Frente Social Agrario) organiza la lucha por
10
11
12
Carlos Lleras Restrepo, presidente liberal, 1966 – 1970.
Lleras llegó hasta a amenazar a la gran propiedad capitalista de que, en las zonas de
conflictos sociales, podía ser repartida.
La reacción no se hizo esperar: en 1973, 31 pacto de Chicoral, a expensas de la reforma
agraria, sellará un acuerdo entre los poderes públicos y los terratenientes.
838
Christian Gros
la tierra en torno al ingenio Ucraina; el segundo, fundador de la Unidad Popular,
dirige en la ciudad de Corinto un combate frontal contra el poder político local y la
corrupción, que lo pone en conflicto con el gran jefe político y gamonal de la región,
Víctor Mosquera Chaux, quien más tarde tomará parte activa en la contraofensiva
dirigida contra el movimiento indígena. Son ellos quienes, con las comunidades
del oriente, y sobre todo con los terrajeros del Chimán ya comprometidos en la
lucha por la tierra, y los dirigentes guambianos de la cooperativa agrícola de Las
Delicias13 (Silvia), toman la iniciativa del encuentro de Toribío. En ese momento ya
existían las condiciones necesarias para el surgimiento de una nueva organización
indígena, y se iniciaba la lucha por la reconquista de las tierras.
La lucha por la tierra
El CRIC aparece pues como resultado de la confluencia entre una tradición indígena
de lucha y un movimiento campesino mucho más amplio. Desde sus comienzos se
identifica plenamente con la lucha por la reconquista del territorio y con la defensa
de los campesinos sin tierra, colonos, peones, terrajeros. Sin embargo, a la cabeza
de lo que se presenta como una verdadera contraofensiva, define unos objetivos y
utiliza unos métodos que le son propios. Las relaciones privilegiadas que, durante
los tres primeros años, lo ligan a la ANUC (por intermedio del Secretariado indígena
de esta organización) no lo llevan nunca a abandonar su independencia o a negar
su especificidad. Esto se puede observar especialmente en la forma como concibe
la lucha de reivindicación por la tierra, que se presenta siempre como una lucha
“indígena” articulada a otras reivindicaciones “culturales”. Se manifiesta también
en la manera como considera que se debe conducir el movimiento y el uso que
se deba dar a las tierras recuperadas; se expresa finalmente en la estructura de la
organización que crea para la realización de sus fines.
Para el CRIC la lucha por la tierra es indiscutiblemente una de las necesidades
económicas más apremiantes de las masas indígenas, y va desde la recuperación
de las tierras expoliadas hasta la extensión de las fronteras, pero sin poner en
cuestión la repartición de las tierras dentro de los resguardos que es muy a
menudo desigual: en muchos de ellos, sobre todo en la región del oriente (Ver
cuadro anexo), un pequeño número de familias indígenas ha logrado conservar
y muchas veces ampliar sus parcelas, mientras la mayoría padece de escasez de
tierra, y un número más o menos alto de familias carece por completo de ella.
Sin embargo un movimiento que sin alterar las fronteras actuales intentara llevar
a cabo una. transferencia de tierras de las familias más ricas a las más pobres,
resolvería muy poco el problema económico (el número de familias aumenta cada
13
En 1970, un primer intento de creación de “sindicatos del oriente caucano” con la
participación de los resguardos de Guambía, Jambaló, Tierradentro, concluía en un
semifracaso.
839
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
vez más) y sobre todo tendría como consecuencia la división de las comunidades
y la exacerbación de sus contradicciones internas. El enemigo principal debe ser
buscado en el exterior de la comunidad, no en el interior, y la lucha por la tierra
debe tener por efecto la cohesión de las comunidades, no su división.
Comprometiéndose en la recuperación de las tierras el CRIC gana en varios
terrenos a la vez: responde a las necesidades económicas de la mayoría, permite
a los más desprovistos el acceso a la tierra y hacer parte por ese hecho de la
comunidad. Obra sobre la estructura social y reduce las desigualdades. Puede
ganar o neutralizar la minoría más favorecida de la población indígena que es muy
a menudo la misma que detenta el poder político de los cabildos, y desciende a
las viejas familias indígenas aristocráticas.
Sin embargo, la lucha por la tierra no puede limitarse a la simple lucha por la
defensa o por la reconquista de un medio de producción. Lo es, por cierto; pero
como el indígena no es sólo un campesino, un agricultor explotado, sino ante
todo un miembro de una comunidad, la tierra es para él mucho más que una
simple herramienta: es ante todo el territorio inalienable de la comunidad, el
lugar donde esta ejerce su soberanía. La lucha económica emprendida por el
campesino no puede separarse de la lucha de la comunidad por su derecho a la
existencia. De las múltiples declaraciones de los responsables de la organización,
se puede colegir que no se trata únicamente de tomar la tierra a los ricos para
distribuirla entre “quienes la trabajan”, según el lema de la Anuc, sino también
de recuperar un patrimonio indiviso, de hacer retroceder una frontera, y de
liberar de esta manera a las parcialidades de la presencia de los que pretenden
ejercer sobre ellas su dominación.
Familias que viven en resguardo:
Distribución de acuerdo con las formas de tenencia de tierra
Número
Tenencia
de
mixta:
Adjudicación
familias adjudicación por cabildo
con
título
únicamente
tierra
individual
Título
individual
Aparcería
Arriendo
de
medieros
2.731
541
1.825
111
19
70
Tierradentro 2.706
110
2.170
213
40
60
Oriente
4.951
743
2.898
604
46
410
Norte
84
4
21
46
7
2
Macizo
950
350
518
27
42
4
Regiones
Centro
Censo indígena, Dane, 1972.
840
Christian Gros
Porcentaje de la población que vive en resguardo
Norte
565
0,8%
Oriente
29.480
45,5%
Tierradentro
15.165
23,3%
Centro
14.914
22,9%
Macizo
4.997
7,7%
Total
65.118
100.0%
Censo indígena, Dane, 1972 (Findji 1978).
Y como para nosotros los indígenas, la tierra no es sólo un pedazo
de loma o de llano que nos da comida, como vivimos en ella, como
trabajamos en ella, como gozamos o sufrimos por ella, y es para nosotros
la raíz de la vida: entonces la miramos y la defendemos como a la raíz
de nuestras costumbres. De ahí que en Silvia (lugar del III congreso de la
organización en julio de 1973) exigimos el respeto a nuestra cultura que
nace de la tierra y se desarrolla con el trabajo…
Por tal motivo el auténtico protagonista de la lucha, el que debe librar el combate,
y el que es objeto del trabajo de la organización, no puede ser confundido con
el protagonista de la lucha campesina no indígena. Ya no se trata de actores
individuales, campesinos sin tierra, campesinos “pobres”, “medianos” o “ricos”,
representantes de una clase abstractamente definida o de un grupo social de
contornos fluctuantes según las necesidades tácticas o estratégicas del momento,
sino de un actor colectivo, muy bien determinado: una comunidad indígena, que
en nombre de su propia historia y de sus propias exigencias, reivindica para
sí el dominio de su territorio, y para sus miembros la posibilidad de vivir en
él, y de producir como individuos libres, comuneros. En su lucha por la tierra
el CRIC apela pues a las parcialidades como unidades de base, encargadas de
asegurar la defensa de sus intereses y de sus derechos en tomo a su cabildo, para
que movilicen sus fuerzas, es decir a los comuneros que, dotados de tierras o
no, se sientan solidarios con la comunidad a la que pertenecen. Lo que está en
juego en la lucha por la tierra es por lo tanto de una importancia considerable y
justifica de por sí muchos sacrificios. Se trata nada menos que de luchar contra
una fatalidad histórica que busca la desaparición definitiva del indígena a través
de la expropiación total de las comunidades. Es también la afirmación positiva
de una identidad indígena que a nombre de una identidad colectiva y de los
derechos correspondientes, reivindica un territorio contra un enemigo “blanco”.
Como lo dice claramente el CRIC: “Defender los resguardos no significa solamente
defender las tierras de las comunidades sino también tener su propia autoridad”.
A la especificidad de la lucha indígena por la tierra, que proviene sobre todo de
su carácter pluridimensional, hay que agregar un factor de naturaleza ideológica
841
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
que, en nuestra opinión, refuerza la capacidad de movilización de las masas
indígenas campesinas. El campesino pobre de las viejas zonas de colonización,
encerrado dentro de unas estructuras de dominación tradicional –entre ellas
la influencia de una Iglesia muy conservadora–, tiene con frecuencia una cierta
dificultad para identificar cuáles son los mecanismos sociales que han conducido
a su desposesión y a su miseria. Ligado a la propiedad de su parcela o en
búsqueda de ella, muchas veces es difícil para él poner en cuestión en bloque un
orden social que reposa localmente en el poder de los propietarios, y de alguna
manera legítimo. Para que su potencial de rebelión y de movilización se libere y
se organice en la defensa de sus intereses de clase, le será necesario recorrer un
largo camino de concientización, que se traduzca en una ruptura progresiva de
la dominación ideológica que ejercen en los campos aquellos que conforman la
estructura de la autoridad local y defienden sus privilegios. Un recorrido de esta
naturaleza se hace a menudo con la intervención más o menos interesada de
élites externas al mundo campesino (militantes políticos o sindicales, funcionarios
de la reforma agraria), que llegan con un discurso de cambio social que con
mucha frecuencia es más urbano y modernizador que campesino y contestatario.
El campesinado de estas regiones corre el gran riesgo de pasar de una forma de
dominación a otra, con lo que ello implica como dificultad para la construcción
de un movimiento autónomo.
El campesino indígena del Cauca se moviliza en torno a una convicción hondamente
arraigada en él, como es la defensa de sus derechos legítimos e imprescriptibles
sobre la tierra. La injusticia y lo arbitrario de la dominación a la que vive sometido
sólo se le puede ocultar a través del discurso racista del blanco sobre la inferioridad
intrínseca del indígena y su culpabilidad fundamental. Fuera de este argumento
sólo queda la violencia pura y simple, el derecho del más fuerte. La manera como
la población indígena se enfrenta desde el principio, y en varias ocasiones, con
la jerarquía católica (en Coconuco y luego en la región de Tierradentro) y con
los principales representantes del sistema político local, muestra claramente la
debilidad de las estructuras de dominación ideológica establecidas y la ausencia de
una “hegemonía blanca”. Por lo demás no es clara la forma en que esta hegemonía
podría afianzarse, ya que las comunidades indígenas disponen de una sólida base
jurídica para sustentar sus reivindicaciones: la ley 89 de 1890.
La Ley 89 de 1980
Para el Gobierno conservador del momento, se trataba sobre todo de luchar contra
los efectos desastrosos de las grandes leyes liberales de la época de la Independencia
que, con el pretexto de la igualdad de derechos, autorizaban la venta de las
tierras indígenas y fomentaban la disolución de los resguardos. Declarando de
nuevo inalienables las tierras de las comunidades, –en las regiones donde todavía
842
Christian Gros
subsistían– la ley 89 considera nulas todas las transacciones que hubieran podido
efectuarse desde aquel momento entre los usufructuarios indígenas de la tierra y las
personas ajenas a las comunidades. Sistemáticamente violada desde entonces, sin
que el Estado reaccionara, esta ley no por eso dejaba de ser aplicable, ya que nunca
fue derogada. Curiosamente, el CRIC se refiere a ella primero para cuestionarla:
según el racismo conservador de la época, esta ley presenta al indígena como
un individuo “menor de edad”, sometido a tutela, e incapaz por ello mismo de
tener los derechos normales de un ciudadano. De esta manera el tercer punto de
la plataforma provisional aprobada por la organización naciente, en su primera
asamblea de Toribío, exige la modificación de la ley 89 de 1890 por su carácter
discriminatorio, “ya que somos colombianos y ciudadanos de la República”.
Seis meses más tarde, en su segunda asamblea, el CRIC abandona este punto de
vista y comprende que se puede sacar gran provecho de una ley que otorga un
fundamento jurídico a su reivindicación, pone a la defensiva a los terratenientes,
y coloca al propio Gobierno en una difícil situación. Por tal motivo en el punto
5 de su programa, se propone como objetivo “dar a conocer las leyes sobre los
indígenas y exigir su justa aplicación…”. Desde ese momento el CRIC lanza una
campaña de difusión entre las diferentes comunidades, para explicarles el sentido
de la ley, e incitarlas a exhumar sus viejos títulos, con el fin de poder establecer,
formalmente y a la vista de todos, el territorio que les corresponde por derecho.
A partir de allí la lucha indígena por la tierra se desarrolla en un doble plano,
que combina acción legal, peticiones ante funcionarios del Incora o de asuntos
indígenas, con manifestaciones diversas, acción directa, u ocupación pacífica de
las tierras reivindicadas que muchas veces termina con una represión violenta.
Paradójicamente, la ley 89 permite a las comunidades optar más fácilmente por la
lucha abierta, o por la ocupación “ilegal” de las tierras. El objetivo de la campaña
era sobre todo interno, y su función, ideológica, ya que “no se trataba de fomentar
una lucha de papeles sino de hacer conocer a las comunidades los derechos que
hasta la ley les reconoce…”.
La estrategia seguida por la organización da rápidos resultados. Entre las primeras
victorias hay que citar una que tuvo gran repercusión: el conflicto entre el
resguardo de Coconuco y el arzobispo de Popayán. Después de una lucha violenta
emprendida por una comunidad compuesta por 517 familias, unida detrás de su
cabildo, este resguardo prácticamente privado de tierras recupera las 350 ha de
la hacienda de Cobalo en poder del Seminario conciliar de Popayán. El impacto
es considerable: si un arzobispo, personaje eminente, tiene que doblegarse ante
el cabildo y ceder gratuitamente unas tierras que, a su parecer, pertenecían a la
Iglesia, es porque la táctica seguida era correcta. Por otra parte, en la misma época,
la acción del resguardo de Paniquitá (municipio de Totoró), situado a sólo 25 km
de Popayán, también se ve coronada por el éxito. Su situación era precaria ya que
sólo disponía de 200 ha para más de cien familias. Sin embargo, recupera 942 en
843
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
1972, y 300 un poco más tarde. Estas acciones, aunadas a otras más, muestran que
los terratenientes ya no son invulnerables. El movimiento por la recuperación de
las tierras crece a partir de entonces y se extiende a nuevas zonas, en especial, a
la región de Tierradentro, territorio páez y corazón indígena del departamento. En
1974, tres años después de su creación, el CRIC puede enorgullecerse de haber
participado en la recuperación de 10.000 ha, “es decir, harto más que las 8.000 ha
de peladeros que el Incora había negociado directamente con los terratenientes
en diez años de lo que se llama reforma agraria”… (y que pide a los campesinos
indígenas que le paguen).
A estos inicios prometedores, hay que agregar los éxitos muy reales logrados
en la acción paralela emprendida contra la práctica arcaica del “terraje”, que
desaparece progresivamente de las regiones en las que todavía era, en los años
sesenta, una institución ampliamente extendida (municipios de Jambaló, Toribío,
Caloto, Santander, etcétera). La huelga, la apropiación directa de las parcelas y, en
algunos casos, la invasión de la hacienda entera (cuando esta cae bajo el régimen
de la ley 89) se convierten en medios eficaces que rápidamente disuaden a los
terratenientes de la región de continuar con una práctica, al fin de cuentas ilegal
(el trabajo gratuito está prohibido por el Código del Trabajo colombiano).
¿Podían acaso continuar los éxitos sin provocar, a largo plazo, una inversión brutal
en la región de la correlación de fuerzas entre los terratenientes, la población
blanca y las comunidades indígenas? Es poco probable. Por tal motivo 1974 puede
ser considerado como el año culminante de un movimiento de recuperación
que a partir de ese momento debe enfrentarse a dificultades cada vez mayores.
Desconcertada, asustada al principio, la oligarquía local (terratenientes y clase
política) reacciona muy pronto y se organiza para reprimir cada vez con más
fuerza al movimiento indígena. Por tal razón en los años siguientes se presenta
una disminución muy evidente del número de hectáreas recuperadas oficialmente:
en los tres primeros años, 10.000 ha vuelven a manos indígenas, en los cuatro
siguientes, sólo 2000 siguen el mismo camino, a pesar de que el teatro de
las operaciones se ha ido ampliado poco a poco. Este resultado reviste cierta
importancia, pero el costo que se debe pagar es cada vez más elevado. Después
de un comienzo demasiado rápido, el movimiento indígena corre entonces el
riesgo de perder su impulso.
La organización de la producción y la creación de una red
Los responsables del movimiento parecen haber tenido clara conciencia del
peligro. El CRIC, sin renunciar a la lucha por la tierra, intenta a partir de 1975
consolidar lo adquirido y reforzar el movimiento. El V congreso en Tóez en agosto
de 1975, insiste en la organización de la producción en los territorios recuperados,
844
Christian Gros
y en la instalación de una red de tiendas y cooperativas que permitan ofrecer un
servicio indispensable para la comunidad, y afianzar la estructura administrativa y
el poder económico del consejo indígena.
Con respecto a las tierras recuperadas y a su destino, la posición del CRIC es
realista, respetuosa de los poderes de las comunidades, pero intransigente en
lo esencial. En principio, la organización indígena no pretende remplazar a las
comunidades organizadas, ni abrogarse el derecho de una intervención directa
en un área que compete por excelencia a los cabildos. Por el contrario, sigue
presentando la lucha por la tierra como el medio de acrecentar el poder de
estos últimos. Las parcialidades deben decidir sobre la atribución y el uso del
suelo. Esta estrategia democrática está reforzada por consideraciones objetivas:
sólo las bases indígenas pueden decidir si están dispuestas a emprender a
lucha, cuándo y cómo conviene realizarla, y son ellas las que tienen que
cargar con el peso de la misma; todo ello dentro de contextos que pueden
variar considerablemente de un resguardo a otro. En un determinado lugar
la ofensiva puede provenir de un grupo de terrajeros decididos a tomar el
control de la tierra en que trabajan, y la comunidad, a veces al margen, no
tiene necesariamente que intervenir directamente en el conflicto; en otro, por
el contrario, toda una comunidad unida en torno a su cabildo podría lanzarse
a la reconquista de su territorio; en otra parte, finalmente, sólo una fracción de
comuneros podría pasar a la ofensiva y chocar con un cabildo poco propenso
a favorecer un movimiento considerado ilegal, o que defiende sus intereses
particulares (cuando el cabildo está monopolizado por un pequeño número de
familias ricas aliadas con los blancos).
Para una organización que no pretende manejar burocráticamente el movimiento,
esta heterogeneidad de situaciones es más un signo de vitalidad que de
debilidad. Necesita, sin embargo, adaptarse a las condiciones locales y a los
diferentes niveles de madurez ideológica alcanzados por las comunidades. Es
esto precisamente lo que intenta hacer el CRIC, sin renunciar, no obstante, a la
definición de una vía que pretende ser específicamente “indígena”. Su posición
en lo esencial es clara: las tierras recuperadas en ningún caso se deben pagar,
cuando está establecido que pertenecían a las comunidades, ni tampoco se
pueden asignar las parcelas como propiedades privadas con registro individual
(las famosas “escrituras”), ya que esto estaría en contradicción con la herencia
indígena en uno de sus más importantes aspectos: su espíritu comunitario. En
cuanto al aprovechamiento, la preferencia de la organización se inclina por las
formas colectivas o comunitarias de producción, y por la actualización de las
prácticas indígenas de la minga (trabajo colectivo), de la ayuda mutua, o de la
vieja institución de la Roza de Santo, caída en desuso desde la época colonial,
que consiste en trabajar la tierra en común y destinar el producto, ya no al
clero como sucedía antiguamente, sino a la comunidad o a la organización. El
845
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
CRIC promueve, pues, la instalación de empresas comunitarias, de cooperativas
de producción, de huertas comunales, adaptadas a las necesidades locales, e
independientes del Gobierno.
En la práctica, las experiencias son diversas: en Coconuco, prima el trabajo
colectivo, y su producto, administrado por el cabildo, se destina a gastos de interés
colectivo (escuelas., dispensarios, etc.); en Credo, resguardo de Tacueyó, la tierra
recuperada por los terrajeros se reintegra al resguardo y se pone a disposición
del cabildo para ser distribuida entre las diferentes familias de la comunidad,
según el modelo tradicional; en el resguardo de Jambaló, con la anuencia del
cabildo, se organiza en la tierra recuperada una “empresa comunitaria” abierta a
todos los miembros que habían participado activamente en la lucha y destinada
exclusivamente para ellos; en el resguardo de Guambía, la tierra no se reintegra al
resguardo como en el caso de Chimán, y los terrajeros, obligados a pagarla, crean
una cooperativa de producción controlada por el Incora.
El segundo elemento de la política de consolidación seguida por el CRIC a partir
de 1975 es la instalación de una red de cooperativas y de tiendas comunitarias.
Responde tanto a una exigencia económica como a la necesidad de reactivar la
lucha por la tierra en las comunidades donde había decaído. Con la organización de
estructuras cooperativas independientes de toda influencia exterior, el CRIC busca
favorecer la aparición de una nueva generación de cuadros locales, surgidos de
la base y dedicados a la causa indígena. Por otra parte, la estructura cooperativa,
difícilmente atacable ya que el Gobierno la promueve como medio para mejorar
la situación del campesinado, significa un buen soporte local para la actividad
multiforme del movimiento, refuerza la autoridad de los cabildos que deben
controlar su funcionamiento, y permite incrementar sus recursos financieros. Por
tal motivo el CRIC se compromete con vigor en 1974-1975 con la creación de
cooperativas, y organiza numerosas reuniones de información y cursos intensivos
de formación abiertos a los representantes de las comunidades. Esta política tiene
un verdadero éxito. En 1978, en el V congreso, el CRIC anuncia la creación de 47
cooperativas de producción y de 38 cooperativas y tiendas comunales. El trabajo
realizado ha sido pues considerable, aunque en algunos lugares se haya llevado
a cabo demasiado rápido, sin una preparación adecuada de los responsables, y
en medio de dificultades económicas para lograr un equilibrio financiero de las
cooperativas, que en algunos casos tuvieron que enfrentarse a dolorosos fracasos.
Sin embargo, con esta red de cooperativas, dirigidas cada una de ellas por un
organismo formado por cuatro o cinco personas elegidas y renovables cada
año, el CRIC logró multiplicar el número de sus cuadros y militantes y aumentar
considerablemente su potencial económico. La organización culmina en 1980, con
la creación de una cooperativa general encargada de centralizar compras, ventas
y servicios, en beneficio de las cooperativas locales.
846
Christian Gros
La organización indígena
En la lucha por la tierra, y en la realización de su proyecto de creación de
cooperativas, podemos observar que el CRIC respeta las formas tradicionales
de organización, y que incluso prefiere reforzarlas antes que crear otras nuevas,
como confederaciones o sindicatos, que seguramente habrían desconcertado a
las poblaciones indígenas y entrado en contradicción con sus autoridades. El
movimiento se desarrolla en el seno de las antiguas parcialidades y corresponde
por derecho a sus autoridades naturales conducirlo. Con esta política los
responsables indígenas y sus asesores escogieron una opción que dentro del
contexto colombiano resultaba poco plausible. Prefirieron apostarle a las bases
antes que al aparato, y apoyaron instituciones que eran consideradas arcaicas
por muchas “vanguardias” urbanas incapaces de adaptarse a las necesidades de
la lucha de clases en el campo, ya que no tenían ni siquiera el mérito de ser
“auténticamente indígenas”, puesto que eran de origen colonial. Esta capacidad
de los dirigentes indígenas para apoyarse en su propia historia, para inventar sus
propias vías, para apartarse de los esquemas de organización que para la mayor
parte de la izquierda colombiana tenían un valor de dogma, ha permitido al
movimiento desarrollarse y, sobre todo perdurar pasados los primeros éxitos. Los
responsables del movimiento en su conjunto, poco atentos a la pureza doctrinaria,
y desconfiados de los discursos ideológicos –cuyos efectos devastadores sobre
otros movimientos populares habían podido comprobar–, supieron entender
que de la propia lucha podía surgir una inversión dialéctica: los resguardos,
formaciones coloniales, funcionaban alrededor de un principio de segregación,
aseguraban la fragmentación del mundo indígena, y favorecían a menudo la
aparición de rivalidades y conflictos entre comunidades que eran arbitrados
por el mundo blanco. Renovados por el movimiento y reunificados por medio
de la organización indígena, se transforman en la base sobre la cual puede
desarrollarse el intercambio y la solidaridad indígena. El cabildo, último peldaño
de la administración colonial, sometido, de acuerdo con la ley colombiana, a la
tutela del alcalde nombrado por el Gobierno, sólo podía disponer de poderes
que le eran otorgados sobre la base de una severa limitación: ahora se dota de
nuevas atribuciones, se pone al servicio exclusivo de la comunidad, y asume
como función la conducción de la lucha contra los que pretenden ejercer su
dominación sobre la población indígena. Retomando el trabajo de Quintín Lame,
el primer objetivo de la organización es reforzar el cabildo cuando se encuentra
débil, volver a crearlo cuando ha desaparecido, atraerlo hacia el movimiento
cuando se aparta de la lucha por la tierra y de la defensa de los intereses de la
comunidad. En 1974 se reconstituyeron ocho cabildos: Caldono, La Aguada, La
Aurora, La Vetica, Los Quingos, Huellas, Santa Helena, Media Naranja, a los que
hay que agregar otros siete en los tres años siguientes.
847
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
Quedaba todavía por crear una instancia superior, totalmente independiente
del Gobierno o de la oligarquía: El Consejo Indio. El CRIC, con su humorismo
habitual, distinguía entre tres tipos de organizaciones: la de los ricos para los
ricos, la de los ricos para los pobres, la de los pobres para los pobres… Sus
promotores presentan este Consejo como el medio para vencer el aislamiento de
las comunidades, para superar sus antiguas rivalidades, coordinar sus esfuerzos,
proyectar una estrategia común y, en una palabra, para oponer un frente unido al
que habían formado, desde mucho tiempo atrás, sus adversarios.
en mi tierra nos hemos reunido, nos hemos agrupado todas las comunidades:
también unidos paéces y guambianos nos hemos reunido para estudiar el fracaso
de nuestros antepasados: porque ellos no nos dejaron tierra libre. Porque esos
fracasos han sido el fracaso de todos nuestros compañeros que han luchado…
Entonces, nosotros, estudiando el fracaso de nuestros antepasados hemos dado
pasos muy lentos. En ellos hemos visto que las luchas aisladas, unos por allá,
otros por acá, pero nunca se habían unido todos para hacer respetar sus derechos
naturales que teníamos entonces. Por eso ahora estamos analizando.
Creación inédita, el Consejo busca convertirse en la expresión organizada del
movimiento, del cual es su instancia federativa. Poco a poco van a encontrarse
reunidas allí las comunidades que habían estado ausentes en el primer congreso
y que se van vinculando al movimiento en número creciente: más de treinta
comunidades de las cincuenta que existen en el departamento estaban ya
representadas en el congreso de Tóez en 1975. Su fuerza real va a depender casi
por completo de su capacidad para expresar cierto consenso, pues nada obliga a
las comunidades a reconocerlo y a seguir sus directrices.
El CRIC como organización se presenta pues de la manera siguiente: en la base,
las comunidades independientes, dotadas de su propio gobierno y fortalecidas
por una red de empresas comunitarias y cooperativas. En el nivel intermedio
de las diferentes regiones, consejos representativos encargados de coordinar la
acción de las parcialidades, de servir de nexo entre estas y las otras regiones, y
de representar el papel de intermediarias entre las comunidades y el ejecutivo.
Finalmente, en la cima, una doble estructura: la Junta Directiva, especie de
parlamento conformado por los representantes elegidos por las parcialidades
(dos por resguardo), cuya tarea consiste en definir la línea general adoptada por
la organización, elegir y controlar al comité ejecutivo. Y por último, el Comité
Ejecutivo, estructura permanente, compuesto por ocho miembros reelegidos en
cada congreso; con la colaboración de asesores, es el lugar donde se realiza
el trabajo de elaboración ideológica y de formación de cuadros. Centraliza la
recolección y la difusión de la información, se encarga de la publicación de la
revista (Unidad Indígena), de la preparación de los congresos y eventos, de la
defensa jurídica de las comunidades, y de la representación del movimiento en
848
Christian Gros
el exterior. Este conjunto de instancias experimenta tensiones y contradicciones
internas, ya que no es fácil que de la noche a la mañana las comunidades admitan
la existencia de una autoridad superior, que fácilmente puede ser declarada
sospechosa de defender intereses particulares. Desde hace diez años constituye el
esqueleto del movimiento indígena y ha hecho posible su desarrollo y la superación
de muchas pruebas, ya que es precisamente a la organización indígena, como
elemento nuevo, a quien hay que combatir a cualquier precio.
La represión
La represión es acorde con el movimiento que pretende combatir, y con una sociedad
que no está dispuesta a renunciar a una larga práctica de violencia rural. Presente
desde los primeros momentos del CRIC, no cesa de crecer con el correr de los años.
Su expresión es doble: pública y privada, oficial y clandestina. Su objetivo es sencillo:
destruir la organización y forzar un retorno a la normalidad. Desde el principio, los
terratenientes implicados organizan la defensa de sus intereses con el apoyo tácito
de las autoridades. Primero lo hacen sin organizarse, reclaman la protección de la
policía y de los agentes de seguridad, reclutan sobre todo mercenarios, milicias
privadas encargadas de imponer un clima de terror entre los indígenas “rebeldes”.
Con el desarrollo de la ofensiva indígena, la oligarquía local coordina su acción. Deja
de lado sus rivalidades partidistas y resucita las formas de la antigua violencia: la
diferencia es que ahora las armas están de un solo lado, y se dedican a combatir una
organización democrática que escapa a su control y que no se deja envolver en el juego
de las provocaciones. En 1975 se crea el CRAC (Comité Regional Agrario de Cauca),
verdadera máquina de guerra que recibe un triple apoyo: de las autoridades civiles
y religiosas en la persona del prefecto apostólico de Tierradentro, monseñor Vallejo;
del entonces ministro de Gobierno Cornelio Reyes, originario del Valle y conocido
en todo el país por su activo papel en la época de La Violencia; y de la muy
poderosa SAC (Sociedad de Agricultores de Colombia).
El balance de esta represión privada, realizada con una total impunidad;
es particularmente oneroso. A finales de 1978, por lo menos 30 de los
miembros del CRIC han sido asesinados, entre los cuales se encuentran
líderes de primerísima línea, gobernadores de cabildos, miembros del
comité ejecutivo, responsables de cooperativas, etc.; no hay que olvidar
el asesinato de Gustavo Mejía en 1974. En el resguardo de Jambaló, uno
de los lugares donde la lucha es más intensa, se registran siete asesinatos.
A esto hay que agregar las pérdidas económicas sufridas por las comunidades
(cosechas destruidas, casas quemadas, etcétera).
En forma paralela con estas acciones, que se realizan a la luz pública, el CRIC debe
afrontar la intervención cada vez más masiva de la fuerza pública. A nombre de la
849
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
defensa de la propiedad y del orden público amenazados por individuos a los que
sin mayores preámbulos se califica de “subversivos”, se llevan a cabo toda clase
de intimidaciones: prohibición de las manifestaciones, control de la circulación,
prisión reiterada para los comuneros implicados en las invasiones. Para la población
indígena esto constituye una demostración del apoyo unilateral que los poderes
públicos prestan a sus adversarios. El compromiso del Estado colombiano evoluciona
con el tiempo. Un primer período, que corresponde en líneas generales al Gobierno
de Misael Pastrana (1970-1974), se caracteriza sobre todo por la intervención activa
de la policía y de las fuerzas de seguridad, apoyadas por la “defensa civil” (en
manos de la población blanca); durante la administración de Alfonso López (19741978) el conflicto se extiende y se recrudece, las regiones son militarizadas casi
completamente y quedan sometidas a las leyes de excepción y al control total de los
militares. A finales del 78; la represión avanza un paso más con la llegada al poder
del presidente Turbay Ayala y la promulgación de un “Estatuto de seguridad” que
amplía el estado de sitio y limita considerablemente la acción de las organizaciones
democráticas y sindicales en todo el territorio nacional. El CRIC, considerado
por el poder como una organización subversiva con nexos clandestinos con las
guerrillas de las Farc (comunista) y del M-19 (derivado de la Anapo socialista),
sufre las consecuencias: un gran número de sus militantes detenidos, persecución
de sus principales dirigentes, su presidente y su secretario presos y torturados.
Las cooperativas no quedan al margen. Se sospecha que sirven de pantalla a una
acción clandestina y son objeto de múltiples trabas; algunas son disueltas y sus
responsables detenidos.
Lucha de clases o movimiento indígena
En su lucha por la recuperación de las tierras ancestrales, por la reconstrucción
de los resguardos y cabildos, y por el reconocimiento de la identidad cultural
indígena, el CRIC se enfrenta a la posibilidad de adoptar una posición indigenista de
repliegue que separe el movimiento que dirige de las fuerzas sociales que, tanto en
el campo como en la ciudad, emprenden sus propias luchas económicas y sociales.
La realización de su programa lo conduce, por el contrario, a un enfrentamiento
directo con un sector de grandes terratenientes locales, de conformación arcaica,
sostenidos por una oligarquía colombiana predominantemente capitalista, en
especial, por la gran burguesía de la región de Cali.
La organización indígena no puede ignorar las fuerzas que se ocultan detrás de su
adversario directo. Por eso, sin apartarse en ningún momento de los objetivos y
reivindicaciones locales alrededor de los cuales se había constituido la movilización
indígena, afirma su solidaridad con los otros sectores populares que, con ayuda
de sus propias organizaciones, se enfrentaban a la misma estructura global de
dominación. Apoya sin inferir, respeta la diversidad, y se niega a comprometerse en
850
Christian Gros
el juego de los acuerdos burocráticos realizados entre los estados mayores. En este
último punto, el CRIC se muestra supremamente receloso, debido probablemente al
conflicto en que se encuentra comprometido con la dirección de la Anuc, acusada
públicamente en 1975, primero de querer ejercer un control directo, una hegemonía
burocrática y vertical sobre la organización indígena, y luego de intentar dividirla
jugando con la vieja rivalidad entre guambianos y paéces. Para el CRIC la solidaridad
con los otros sectores populares no indígenas del país se acompaña de una
solidaridad todavía más profunda con el conjunto de las poblaciones indígenas del
país y del exterior. Unidad Indígena, título de la revista que edita, tiene un subtítulo,
“unidad-tierra-cultura”, que resume bastante bien el proyecto de la organización. La
tarea es difícil y la experiencia acumulada desde la época de su participación en
el Secretariado Indígena de la Anuc, le ha permitido evaluar una situación que, a
escala nacional, se caracteriza por la gran diversidad de los grupos tribales y por la
situación extremadamente minoritaria de la población indígena en el país.
La diversidad y la heterogeneidad de los grupos tribales hacen difícil una exportación
pura y simple a otros contextos de las formas de organización y de lucha que
han caracterizado la eficiencia del CRIC. Los grupos de la selva tienen estructuras
sociales y económicas muy diferentes a los de la sierra y a los del sur (Nariño,
Cauca, Tolima, Huila), y un trasfondo cultural poco comparable al que existe en
el norte. Corresponde pues a cada grupo inventar con toda independencia sus
propias respuestas, beneficiándose sin embargo de la experiencia y de la ayuda
activa del CRIC, que no ignora el prestigio de que goza frente a los otros grupos
por ser el más antiguo, el mejor estructurado y el que representa a la población
más numerosa, y la influencia que puede ejercer a través de su revista.
La organización de un Encuentro Nacional Indígena en Lomas de Azco en el
Tolima, en octubre de 1980, con la participación de representantes de más de
seis consejos indígenas regionales, muestra sin embargo que seis años después
del primer encuentro nacional organizado por el Secretariado Indígena de la
ANUC en 1974, el proyecto de formar poco a poco una organización indígena
pan-indígena a nivel nacional no ha sido abandonado. La creación durante
esta reunión de una estructura provisional (el Consejo Provisional), especie de
comité de unión elegido y encargado de facilitar las relaciones entre los diversos
consejos regionales, constituye sin lugar a dudas un primer paso en esta vía. Para
lograrlo hubiera sido necesario que los participantes optaran intencionalmente
por conservar de los diferentes movimientos lo que los une: el hecho indígena, el
problema de la tierra, la lengua, la cultura, la represión.
El hecho de que la población indígena sólo constituya actualmente el 2 % de la
población total del país, pesa en la estrategia de la organización. El movimiento
indígena está pues obligado a rechazar toda división política o confesional, a buscar
en el interior del país una amplia alianza con fuerzas sociales no indígenas, y en
851
Una organización indígena en lucha por la tierra: el Consejo Regional Indígena del Cauca
el exterior, a encontrar la solidaridad de otros movimientos indígenas mayoritarios
(Perú, Bolivia). Esta última estrategia no es nueva para la organización; sin embargo,
en nuestra opinión, tiende a consolidarse con el tiempo, y de ella se deriva como
consecuencia el fortalecimiento del componente “indigenista” del movimiento.
En su origen, el CRIC se presentaba como resultado de la confluencia entre
un movimiento campesino y una tradición indígena local de lucha. Desde el
momento en que se produce la unidad de acción con la ANUC, hasta la época
actual la situación ha evolucionado enormemente. El movimiento campesino se
ha desintegrado en luchas locales, con mucha frecuencia violentas, muy poco
articuladas entre sí, y sin perspectivas políticas. Por el contrario, en la década de
los setenta asistimos al surgimiento de movimientos indígenas radicales a nivel
continental, producto de circunstancias específicas, que rompen con el indigenismo
oficial. Estos movimientos ya no están aislados: circula la información, se suceden
los encuentros, se intercambian las experiencias. Cuesta trabajo imaginar cómo, en
estas condiciones, el CRIC podría permanecer indiferente ante esta transformación
del panorama. A posteriori, aparece cada vez más como la variante local de un
fenómeno que sobrepasa las fronteras nacionales. Queda por ver hasta qué punto su
participación, al lado de otros movimientos indígenas americanos, en la definición
de un movimiento indigenista a escala continental (el CRIC está presente en el
congreso de Cuzco de 1980), no responde, por su parte, a un intento desesperado
por mantener una situación que escapa a su control, dadas las dificultades de todo
tipo que sufre el país. ¿Encontrará en esta apertura los medios para proseguir las
mismas luchas que le permitieron arraigarse y, contra viento y marea, desarrollarse:
la lucha por la tierra, el derecho a la organización y el respeto de los valores y la
cultura indígena? A este respecto, los próximos años serán decisivos.
Referencias citadas
Henman, Anthony
1978. Mama Coca. London: Hassle Free Press.
Castrillón Arboleda, Diego
1973 El indio Quintín Lame. Bogotá: Tercer Mundo.
Findji, Maria Teresa
1978 Elementos para el estudio de los resguardos indígenas del Cauca.
Bogotá, DANE.
Quintín Lame, Manuel
1971 En defensa de mi raza. Bogotá, Publicaciones de la Rosca.
Triana Antorveza, Adolfo
1978 El estatuto indígena o la nueva encomienda bonapartista. Indígenas y
represión en Colombia, Controversia, No. 79. Bogotá: Cinep.
852
Iglesia, sindicalismo y organización campesina1
CRISTINA RESTREPO
L
os primeros brotes de organización de los trabajadores del campo en el
Valle del Cauca en los años sesenta están ligados, por un lado, a la labor
de promoción de la Iglesia y por otro, a la injerencia directa o indirecta del
movimiento sindical obrero. La coyuntura del Frente Nacional es particularmente
significativa para comprender el papel de estos promotores de la organización
en el campo; también lo es para ubicar las propuestas y programas estatales
dirigidos a los habitantes de las áreas rurales que acompañaron sus procesos de
organización en estos años.
El contexto general
Para ubicar las primeras expresiones campesinas organizadas de este periodo
debemos situarnos en la coyuntura de constitución del Frente Nacional.
En primer lugar, la población campesina que había colonizado en décadas anteriores
las vertientes de las cordilleras central y occidental en una dinámica distinta al
proceso de modernización de las haciendas del plan del Valle, protagonizaba uno
de los más duros capítulos de la violencia. En el Valle, así como en el Viejo Caldas
y Tolima, el advenimiento del Frente Nacional no supuso la pacificación; por el
contrario, fue el comienzo de lo que se ha llamado la violencia tardía, fenómeno
ocurrido entre 1958 y 1965.2
1
2
Original tomado de: Cristina Restrepo. 1987. Experiencia de organización campesina en el
Valle del Cauca, 1960-1980. Bogotá: Taller Prodesal, Instituto Mayor Campesino y Estudios
Rurales Latinoamericanos.
El total de muertes registradas como producto de la violencia en el Valle es de 13.106
que corresponden al 7,3 % del total de muertes ocurridas en los diez departamentos
más afectados. En el periodo que comprende desde 1958 a 1966 la proporción aumenta
puesto que las 5.016 muertes registradas representan ya el 28,53 % del total de los diez
departamentos. Oquist (1978: 16-19).
853
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Durante estos años, pájaros y bandoleros tardíos, para quienes los móviles
económicos tuvieron más peso que los políticos, operaron principalmente en la
zona norte del Valle. En 1962, la Policía Nacional estimaba en 30 el número de
grupos armados en todo el departamento (Sánchez 1983). Por considerarla como
una de las regiones más afectadas por la violencia, el Gobierno de Lleras Camargo
mantuvo el estado de sitio en el Valle así como en otros cuatro departamentos, por
buena parte de su periodo presidencial (Gallón 1979).
Como lo anota Gonzalo Sánchez, “el fondo notoriamente económico de la
violencia en el Viejo Caldas y en el Valle se expresaba en hechos como el de la
marcada incidencia de los delitos contra la propiedad tanto rural como urbana”
(Sánchez 1983: 106).
La concentración de la propiedad como una de las resultantes de La Violencia
–difícil de sustentar para el conjunto del país– parece tener más validez en el
caso del departamento del Valle, donde se registra la mayor cantidad de parcelas
agrícolas perdidas durante este periodo.3
El problema agrario estaba en el orden del día en todo el país y recibía especial
atención dentro de la estrategia global de la Alianza para el Progreso, adoptada por
el Frente Nacional. Con esto se buscaba abrir otras compuertas a la manifestación
del descontento social para prevenir sucesos como el de la Revolución Cubana. Con
estos planes de la Alianza para el Progreso llegaron a la región del Valle, así como a
las demás regiones del país, propuestas de pacificación a través de la constitución
de la Acción Comunal. Paralelamente el Estado, con la aprobación inicial de las
agremiaciones empresariales del campo, se comprometía nominalmente con los
planes nacionales de la Reforma Agraria.
Mientras la violencia prevalecía en la zona norte del departamento, en la zona sur
del plan del Valle la industria azucarera terminaba un· proceso de consolidación
interna y de identificación socioeconómica dentro del concierto de la economía
nacional. Entraba así en una nueva etapa de expansión y transformación. El primer
paso estaba dado con el salto tecnológico que significó la producción de azúcar
refinada, el cual tuvo su punto de despegue precisamente en la “bonanza azucarera”
derivada del bloqueo económico norteamericano a Cuba.4 La modernización y
ampliación de los ingenios estuvo acompañada por la expansión de los cultivos
de caña hacia nuevas tierras en calidad de arriendo, que vincularon directamente
al proceso azucarero grandes extensiones hasta el momento dedicadas a la
ganadería o a otros cultivos.
3
4
Oquist (1978: 84), establece en 98.400 el número de parcelas perdidas en el Valle durante
la violencia; cifra que corresponde al 25 % del total de las propiedades perdidas en los
departamentos más afectados por este fenómeno.
Sobre el desarrollo de la industria azucarera en el Valle ver: Gaitán (1979) y Rojas (1985).
854
Cristina Restrepo
La incorporación de nuevas tierras al cultivo de la caña significó también que
los intereses de los propietarios –el gremio de los cañicultores– se ampliaran al
sector agroindustrial, lo cual indudablemente contribuyó a fortalecer un sólido
bloque de poder.
Pero esta etapa de expansión y transformación del ingenio azucarero tenía también
sus reveses para los prósperos empresarios. A las protestas iniciales de pequeños
y medianos productores de panela, por la irrupción de la azúcar refinada, se sumó
el descontento de los asalariados del cultivo y procesamiento de la caña, quienes
exigían a las empresas azucareras mejores condiciones laborales arguyendo, entre
otras cosas, la prosperidad del sector (Gilhodes 1974).
Sin embargo, es el ambiente político inicial del Frente Nacional el que permite
la manifestación de protestas obreras dentro del proceso de revitalización y
realinamiento sindical que tuvo lugar en esta época. Con ello se dio al traste con
el monopolio que mantuvo la UTC y el debilitamiento que sufrió el movimiento
abanderado por sectores de izquierda dentro de la CTC, durante el régimen
conservador y la dictadura militar que antecedieron el pacto frente nacionalista.
El sindicalismo azucarero se inició en los años cuarenta y cincuenta con la
conformación de sindicatos en 6 ingenios y estuvo precedido solamente por
algunos intentos de movilización de los trabajadores de los ingenios en los años
treinta. A partir de 1958 se expande hacia los demás ingenios y desarrolla una gran
actividad huelguística (Gaitán 1981). En estos hechos interviene principalmente la
Federación de Trabajadores del Valle –FEDETAV– (en ese momento filial de la CTC
pero dominada por la corriente comunista), con trayectoria de trabajo importante
a nivel de los sindicatos azucareros de la región. Se puede hablar entonces de un
periodo de consolidación y ascenso del movimiento obrero, que se inaugura en
1959 con la famosa marcha del azúcar que emprendieron los trabajadores desde
Palmira con destino a Cali.
En ella participaron miles de asalariados de varios ingenios en solidaridad con
el Sindicato de Riopaila que sufría serios enfrentamientos con las directivas del
Ingenio, las cuales se oponían a su afiliación a FEDETAV. La marcha fue duramente
reprimida por el ejército, el cual dio muerte a uno de los trabajadores que en ella
participaban; el presidente Lleras Camargo tuvo que pronunciarse al respecto. Esta
marcha fue seguida en el mismo año por la primera huelga de importancia que
adelantaron los trabajadores sindicalizados del Ingenio Manuelita pertenecientes
a la misma federación.5
5
Sobre estos dos episodios ver Caicedo (1971) y Gaitán (1981).
855
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Los conflictos en las distintas centrales, las huelgas, y los paros continuarían en
los años siguientes, pero el periodo comprendido entre 1959 y 1964 sería crucial
en dos sentidos. En primer lugar, en lo que tiene que ver con el realineamiento
sindical azucarero dentro de las distintas federaciones regionales, así como en la
definición de las corrientes políticas al interior de las mismas. En segundo lugar,
porque frente a las crecientes protestas obreras los empresarios sentaron las bases
para su des movilización apoyando, por un lado, al sindicalismo patronal y por
otro, reestructurando los mecanismos de reclutamiento y contrato de trabajadores.6
Así, mientras que FEDETAV era expulsada de la CTC por su “clara orientación
comunista” y era reemplazada por la Federación de Trabajadores Libres del Valle
–FESTRALVA–, la combatividad manifiesta en los sindicatos azucareros de FEDETAV
fue contrarrestada directamente por una campaña patronal de fortalecimiento de
la central regional de línea conservadora, la Unión de Trabajadores del Valle –
UTRAVAL–. Para esto, los empresarios no dudaron en utilizar cualquier tipo de
mecanismo de coacción. Paralelamente a esta campaña de debilitamiento de la
central comunista, se generalizaron los sistemas indirectos de contratación de los
asalariados por intermedio de los “contratistas”, jurídicamente independientes de los
ingenios, si bien podían ser a la vez accionistas –y muchos lo son– de las empresas.
Esta ubicación general de la zona rural del Valle en la coyuntura de comienzos del
Frente Nacional describe a grandes rasgos el escenario donde sientan sus bases las
primeras formas de organización campesina propiamente dichas del departamento
en el periodo que nos ocupa. Vale la pena señalar que estos dos procesos, el de
la permanencia de la violencia en las zonas del norte y la consolidación de las
protestas obreras en el sector cañero, aparecen desligados en primera instancia.
No obstante, la reacción de los defensores del estatus quo en la región era la
misma No se hacía distinción alguna frente a la amenaza que uno u otro podían
representar, de suerte que las medidas representativas amparadas en el estado
de sitio, vigente en la región, se aplicaron indiscriminadamente a bandoleros o a
caminantes de la marcha del azúcar.
El papel de la Iglesia
El panorama agitado que presentaba el Valle rural al comienzo del Frente Nacional
significó, entre otras cosas, la intervención de la Iglesia. Esta institución jugó un
papel muy importante a lo largo de los años sesenta a través de la pacificación de
las zonas rurales, la promoción de la organización en el campo, y la formación de
líderes. Su intervención inicial estuvo marcada por un interés de encauzar líderes
y organizaciones dentro de determinadas líneas ideológicas.
6
Con respecto al paralelismo sindical ver Gilhodes (1974: 312-314) y en cuanto al sistema
de contratación, página 170.
856
Cristina Restrepo
“La amenaza comunista”
La situación de tensión que vivía el Valle del Cauca determinó una rápida
intervención por parte de la Iglesia. Un jesuita, asesor de FANAL por muchos años,
cuenta como era la situación en 1960:
El arzobispo de Cali, Monseñor Uribe Urdaneta, le pide al provincial (de
la Compañía de Jesús) que le mande un sacerdote y entonces le manda
al padre Francisco Javier Mejía. Porque esto (el Valle), a nivel sindical y
en todo sentido era lo más difícil en el país, lo más bravo. Todo ese plan
de tomarse el Valle y de tomarse Cali, estaba apoyado por Cuba. En el 59
hubo una marcha hacia Cali de todos los ingenios azucareros dirigidos
por los comunistas.7
La interferencia de la Iglesia y la solicitud hecha específicamente a los jesuitas
tenía que ver con el papel que estos venían cumpliendo en la labor de formación
y organización sindical. A nivel agrario, la XII Asamblea Episcopal Colombiana
(1944), había encomendado a los jesuitas la misión de promover una federación
agraria con el objetivo de luchar contra las “propuestas comunistas” que abanderaba
la CTC. En esta tarea realizada por la Compañía de Jesús se destacan nombres
como el de Vicente Andrade (Gilhodes 1974).
Continúa el sacerdote jesuita, colaborador de FANAL:
Los sindicatos se formaban con campesinos independientes, con
pequeños o medianos parceleros; había de todo. Era una forma de
organizarse para que no penetrara el comunismo. Ellos estaban dando
la doctrina marxista; aquí en las reuniones se daba la doctrina social de
la Iglesia. Esta fue una consigna del episcopado: fundar en todas las
parroquias un sindicato agrario (Gilhodes 1974: 287).
Estos sindicatos se promovieron en zonas de influencia del Partido Comunista
como en Sumapaz, con un objetivo claro de contrarrestarla. No obstante, en
regiones como la Costa Atlántica, alcanzaron mayor nivel reivindicativo y se
distanciaron en alguna medida de los planteamientos religiosos (Gilhodes 1974).
En la zona del Valle la conformación de sindicatos agrarios se había iniciado
desde 1949. Al frente de esta empresa estuvo inicialmente el padre Jesús Sanín,
con la colaboración de un equipo de sacerdotes diocesanos de la región:
7
Entrevista 001. Jesuita, colaborador de Fanal por muchos años. Sus trabajos hacen parte de
la labor de los jesuitas en la década del sesenta, que a la postre daría lugar a la creación
del IMCA Realizada el 26 de octubre de 1986 en Buga.
857
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Todos esos municipios tuvieron sindicatos agrarios afiliados a FANAL y el
padre Jesús Sanín estuvo en ellos. Tuvo sindicatos en Trujillo, en Sevilla y en
Calcedonia desde 1949, que se acabaron con la violencia. Los sacerdotes no
se interesaron más y los dejaron morir aunque existen aún las personerías
jurídicas de Roldanillo, de Trujillo y de Sevilla. Allá en Sevilla eran como
400 los afiliados y en 1961 quedaban como 40. La violencia los mataba a
todos. Esos sindicatos funcionaron por lo. menos hasta el 55, puede que
hayan durado hasta el 59, pero lo que es en el 60 y 61 cuando empezamos
a recorrer todo esto y a hablar de la Acción Comunal, nos encontramos
como gente de este tiempo, pero eso estaba dormido totalmente.8
Simultáneamente a la labor organizativa en el sector agrario, la Iglesia y los jesuitas
en particular intervinieron en la creación de la Unión de Trabajadores de Colombia,
UTC (1946), de la cual FANAL entró a formar parte junto con distintas federaciones
obreras regionales. La UTC empezó a tener influencia nacional gracias al apoyo de
la Iglesia y sobre todo del Partido Conservador (Gilhodes 1974).
El ex representante al Congreso, ex senador, y en ese momento diputado a la
Asamblea Nacional Constituyente, Jesús María Nieto Rojas, escribía en 1956, bajo
el título de “La batalla contra el comunismo”, una apreciación sobre la actividad
del clero en el sindicalismo colombiano que resulta bien ilustrativa:
[…] Fue en el campo de la Acción Social Católica donde especialmente
desarrolló sus actividades el clero colombiano para contrarrestar el
comunismo. Esa cruzada la emprendió desde 1920, tan pronto empezó a
ser notoria la infiltración comunista en el país. Sin embargo sus labores
se intensificaron a partir de 1930, una vez el régimen liberal abrió las
puertas a la invasión moscovita…
Ante la imposibilidad de enumerar aquí todas y cada una de las
distintas organizaciones que fueron apareciendo en los departamentos
y municipios, encauzados por la ASC, mencionaremos únicamente dos
de ellos (…): La Federación Agraria Nacional (FANAL)… y la Unión de
Trabajadores de Colombia (UTC), federación encargada de afiliar a todos
los sindicatos deseosos de obtener su mejoramiento colectivo conforme
a la ley y a la doctrina social católica, sin demagogia ni violenta lucha de
clases (Nieto 1956: 265-268).
La situación por la que atravesaba el Valle del Cauca al final de los años cincuenta,
y la labor de la Iglesia en la organización campesina y obrera, contextualizan y
explican la llegada del sacerdote jesuita Francisco Javier Mejía a Cali en 1960. El
8
Entrevista 001
858
Cristina Restrepo
padre Mejía llegó a trabajar con la Arquidiócesis de esa ciudad en la formación de
líderes obreros, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Pronto, con la ayuda de
los dineros que aportaban distintas empresas para obras sociales, fundó la llamada
Universidad Obrera de Cali.
No obstante, el espíritu anticomunista de los cursos de formación impartidos en
ese centro, el contenido de los mismos fue rechazado por la clase empresarial
vallecaucana, la cual llevó sus protestas, junto con presiones financieras,
a la Arquidiócesis. Las diferencias entre el arzobispo de Cali y el padre Mejía
determinaron el retiro de este último a Buga en 1965. Allí continuó su labor, que
concentró con el tiempo en la preparación campesinos.
En Buga, los jesuitas desarrollaban su tarea de formación de líderes obreros y
campesinos desde 1961, atendiendo a la demanda de familias acomodadas de
la localidad. Don Modesto Cabal, dueño del ingenio Pichichí, había cedido en
préstamo a los jesuitas la casa de la Esmeralda, para que fuera usada como centro
de capacitación. Esta se inauguró con un curso para los trabajadores de la Central
Castilla, donde los empresarios libraban una “batalla contra los comunistas”. A
estos se unirían no sólo trabajadores de diferentes empresas, sino campesinos
organizados en la Acción Comunal.
Para la Iglesia, el peligro estaba presente, no sólo en la radicalización de los
sindicatos obreros, sino también en la politización de guerrilleras y bandoleros.
Así lo manifestaría más tarde el padre Francisco Mejía como promotor y fundador
del Instituto Mayor Campesino de Buga, versión rural de la Universidad Obrera,
que tuvo su origen precisamente en el trabajo desarrollado en la Esmeralda:
Los comunistas aprovechan hábilmente para su propaganda y sus
organizaciones la miseria material y la ignorancia en que vive el
campesino.
EL MAYOR PELIGRO QUE TIENE LA AMÉRICA LATINA ES EL COMUNISMO
AGRARIO. CHINA Y CUBA SON SU ELOCUENTE EJEMPLO.
Uno de los más graves problemas que tiene Colombia es el de la violencia,
la que aún continúa a pesar de los esfuerzos que ha hecho el Gobierno por
extirparla. Hay que poner presente que la mayoría de los bandoleros son
campesinos a quienes ha engañado el comunismo y que hoy luchan en los
llamados EJERCITOS DE LIBERACIÓN con la ayuda intelectual y material
de Cuba y demás países comunistas (Instituto Mayor Campesino 1967: 4).
Con respecto a la organización campesina escribía:
859
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
La Iglesia Católica Colombiana, ha realizado una magnífica labor social
en favor de los trabajadores industriales, pero no puede decirse lo
mismo respecto a los campesinos. La única organización campesina, la
Federación Agraria Nacional (FANAL), no tiene fuerza representativa y
de defensa por no contar con líderes suficientes y bien formados y por
carecer de servicios (Instituto Mayor Campesino 1967: 2).
A modo de síntesis y a riesgo de simplificar la actuación y los objetivos de la
Iglesia en su lucha por recobrar el liderazgo en la promoción y formación del
sindicalismo (en el nuevo contexto del Frente Nacional) y en la lucha por la
erradicación de la violencia encontramos, al igual que en los años cuarenta, un
interés por salirle adelante a la amenaza comunista abriendo un canal alternativo al
descontento popular. La realización y reacomodo del sindicalismo están ligados a
la campaña de organización de la Acción Comunal y a la promoción de sindicatos
agrarios y cooperativas de FANAL en las regiones campesinas del Valle del Cauca.
Las Juntas de Acción Comunal y la pacificación
Como parte de la campaña frente nacionalista por normalizar el panorama
convulsionado del país, el Gobierno creó la Acción Comunal por medio de la Ley
19 del 25 de noviembre de 1958. Se buscaba con ello promoverlas allí donde no
existían. La Acción Comunal comprometía directamente a la comunidad, mediante
programas de autoayuda, en la ejecución de obras de infraestructura que el
Estado, sin recursos suficientes para realizarlas, consideraba necesarias para el
desarrollo del país. La Acción Comunal cumplió también en algunas regiones un
papel decisivo como organismos de defensa civil.
Junto con el interés de neutralizar el radicalismo sindical, la Arquidiócesis de
Cali (cuya jurisdicción incluía en los primeros años de la década del sesenta lo
que hoy corresponde a las Diócesis de Buga y Cartago, patrocinó también la
labor de pacificación de las zonas rurales del Valle, azotadas cruelmente por la
violencia, con la consigna de la organización de la Acción Comunal en las veredas
campesinas. En esta tarea participaron también los jesuitas, en coordinación con
la Acción Católica del Valle.
En el año 61, en la violencia, empezamos por toda esta cordillera a
preparar líderes. Invitamos a una reunión a varios sacerdotes párrocos;
vinieron 2, el de Alcalá, Arturo Ocampo y el de Salónica, Libardo Becerra.
Entonces empezamos en Salónica. Se organizó un plan de visitas, una
adoración nocturna y se convocó a la gente para una reunión.
860
Cristina Restrepo
Fundamos Acción Comunal primero en Salónica, luego en Fenicia
(Riofrío), después pasamos a Andinápolis, a Venecia y a Versalles
donde la parroquia tenía las Juntas de Acción Comunal ya afiliadas a
FANAL desde el año 59 y empezamos acá por Buga por esta parte de la
Magdalena (Guacarí) y Costa Rica (Ginebra) y por todas estas montañas
fundamos más de 300 juntas de Acción Comunal…
Un mes antes de la misa, el párroco avisaba que íbamos. Entonces yo
celebraba la misa, el padre me presentaba y los invitaba a una reunión
en la escuela o en la parroquia, o donde hubiera una sala grande.
Hacíamos reuniones de tres horas donde exponíamos la importancia
de la organización para exigir los derechos, el respeto, para arreglar los
caminos y para defendernos todos.
Estaban las leyes de Acción Comunal; nosotros las leíamos; había uno
que se las sabía bien y entonces explicaba toda esa ley. Yo les daba todos
los principios generales, le metía mística y entusiasmo a toda esa gente.
Gastón Jiménez (luego presidente de FANAL) era el que yo tenía de
secretario. Entonces él se iba por los pueblos y fundaba las Juntas de
Acción Comunal. Donde ya habíamos tenido una asamblea general, él
preguntaba que quienes querían organizarse en las veredas, y hacía la
lista. Después de eso, de cada vereda traía dos o tres y empezábamos
a darles cursos de tres días, de 8 de la mañana a 12 y de 2 a 6 de la
tarde. Como venían de las montañas, los alojábamos en las casas de
algunos vecinos. Ellos les daban la comida y no había problemas. En la
Esmeralda, el curso era de 15 días o un mes. Los traíamos, ellos pagaban
la mitad y nosotros el resto.
Hicimos también la Junta Coordinadora de Juntas de Acción Comunal
–de aquí fue que el Gobierno tomó la idea– empezamos a ver si se
organizaba el Día del Campesino.
Primero fue en Salónica donde vinieron todas las Juntas de Acción
Comunal y la Coordinadora De eso que empezamos nosotros salió la
ley de la fiesta del campesino. Una vez al año cada vereda preparaba su
comida, sus danzas y sus conjuntos y se hacía una fiesta en el pueblo. Esa
vez en Salónica fueron por lo menos 300 a caballo. Eran como unas 17
veredas con sus vestidos típicos. Después se hizo lo mismo en Trujillo.9
9
Entrevista 001
861
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Esta campaña de organización tenía obviamente en interés central inmediato
en la erradicación de la violencia que se amañaba en estas regiones rurales.
Un sacerdote que trabajaba indistintamente con campesinos de la cordillera
Occidental, “conservatizada”, o de la cordillera Central “liberalizada” (cuidando
de que unos y otros no se enteraran), recuerda las situaciones difíciles que vivió
en sus encuentros con Rubén Toro (hermano de Tirofijo) en Riochiquito y en el
Tabor, así como la lucha contra el poder de Libardo Espinoza, en Trujillo.
Igualmente menciona sus encuentros con “El Mosco” y “Sangrenegra”, Alcalá y
con “Cenizas” en Costa Rica.
A mí me iban a matar también. Yo bajaba de Salónica a las doce de la
noche, entonces llegaron 6 hombres armados al carro a acompañarme.
Entonces dije: “aquí nos matan a todos”. Me debían matar en un sitio
que se llama el Crucero, entonces en este sitio se bajaron dos por las
puertas y dos se quedaron atrás del carro y así bajamos. A los 15 días
me mandaron razón de que “puede subir tranquilo, porque al que iba a
matarlo a usted ya lo matamos y lo enterramos por allá en la montaña”.10
Junto a estos episodios que describen la situación del momento, la campaña de
Acción Comunal comenzó a tener injerencia en el manejo político que hacían los
gamonales de la región.
Una vez en Trujillo, en la fiesta del campesino, iban a matar a los
presidentes de Acción Comunal porque ya no se les daba el bulto de
café a los partidos políticos. En la Junta de Acción Comunal ya empezaba
la gente a independizarse de los partidos políticos y a no darles el tributo
que se les exigía bajo amenaza de muerte… Para que no se metieran los
políticos, las llamábamos Juntas Veredales de Acción Comunal, y para
poderle sacar dinero al Gobierno, decíamos Juntas de Acción Comunal.
Entonces, “Juntas Veredales” para sentirnos independientes del Gobierno,
y cuando nos convenía, Juntas de Acción Comunal.11
Uno de los trabajos fundamentales de las Juntas de Acción Comunal fue la
construcción de caminos y carreteras, escuelas y obras de infraestructura en
general, que empezaron a cambiar la fisonomía de las regiones rurales más
apartadas del departamento.
El número de trescientas Juntas de Acción Comunal, constituidas en la zona desde
1961 hasta 1963, es una cifra confiable, si la comparamos con las estadísticas que
10
11
Entrevista 001
Entrevista 001
862
Cristina Restrepo
del año 1966 presentó el Ministerio de Gobierno para el departamento del Valle. En
ese momento se registraba un total de 720 juntas, 550 de ellas con personería jurídica
y 170 sin ella, aunque algunas podían encontrarse inactivas o disueltas (Incora Sf.).
En todo caso, el número aproximado de trescientas juntas representaba un núcleo
campesino organizado importante no sólo numérica sino cualitativamente.
Esto es particularmente válido si tenemos presente que un objetivo de la campaña
de creación de la Acción Comunal, por parte de la Iglesia (aparte de la pacificación
y el desarrollo de trabajos comunales) era el de alimentar la fuerza del sindicalismo
conservador a nivel regional.
Así se comprende el interés de afiliar las Juntas de Acción Comunal a FANAL. De
acuerdo con los datos que suministrará en 1967 esta federación, existían a nivel
nacional 296 juntas afiliadas a FANAL (Gilhodes 1974: 250).
Sindicatos y cooperativas
El trabajo de extensión y fortalecimiento de FANAL en el que estaba empeñada
la Iglesia se desarrollaba también a través de la conformación o afiliación de
sindicatos agrarios y cooperativas. Los primeros sindicatos municipales agrarios
que promovió FANAL en los años cuarenta en regiones corno la de Sumapaz
tenían un carácter mutualista. Muy posiblemente aquellos mencionados que
existieron en los años cincuenta en el Valle, siguieron la misma modalidad. Pero
los nuevos sindicatos que se promueven en el campo a partir de 1958 cambian su
carácter y se asemejan a un tipo de sindicalismo más reindicativo, seguramente
al calor del auge sindical que se respiraba en el país y también en función de la
agudización de conflictos a nivel rural.
No nos referimos aquí a la organización sindical de los asalariados de las empresas,
como es el caso de los sindicatos de la industria del azúcar afiliados directamente
a las federaciones regionales. Nos referimos a la modalidad organizativa que
aglutinaba indistintamente campesinos parceleros, jornaleros o semi-jornaleros
del campo (para diferenciarlos de los asalariados directos de empresas) y donde
estos últimos, si bien podían emprender reivindicaciones salariales frente a sus
patrones (no necesariamente empresarios capitalistas) tenían claros intereses de
recuperar su condición de agricultores haciéndose a la tierra.
De acuerdo con las cifras que da el Ministerio de Gobierno, en 1965 existían en
el Valle 38 sindicatos agrarios inscritos de los cuales, sin embargo, sólo cinco se
consideraban activos (Incora s.f.).
863
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
FANAL enfatizó la promoción de sindicatos en el Valle alrededor de 1967 y 1968.
Los Jesuitas comprometidos en esta actividad contaban ya con la colaboración de
los líderes campesinos que había formado el padre Francisco Mejía durante los
años anteriores. Encontramos así nombres como el de Chepe Vargas o el de Pedro
Montero vinculados a la organización de sindicatos de FANAL en el departamento.
Un domingo yo estaba parado en la plaza y alcancé a ver a un señor
alto con una cartera en la mano y me dijo “Yo me llamo Chepe Vargas.
¿Dónde está el padre Millán?” Yo le mostré la casa cural y regresé a la
finca del padre a trabajar. A los 8 días regresé y el padre Millán nos
dijo que tenía un informe, que había hablado con el Sr. Vargas y quería
una reunión con todos los campesinos en la escuela agropecuaria de
Ceilán… La reunión sería a las 11 a.m. y así fue… la escuela se llenó
de campesinos. Chepe habló y dijo: “Yo fui campesino como ustedes
me conocieron. Yo fui jornalero y estudié en FANAL; vengo a enseñar
lo que aprendí como para que organicemos un grupo de campesinos y
nos pongamos de acuerdo con el padre Millán. Necesitamos otra reunión
en la vereda Campo Alegre”. Y todos dijimos: ¡VAMOS! A los 15 días
hicimos la reunión en esa vereda. Nos quedó esta inquietud: “La tierra
es para el que la trabaja, la podemos conseguir entre todos, en grupo,
en organización comunitaria, nunca aisladamente”. Le contestamos
diciéndole que como éramos analfabetos no éramos capaces de nada.
Sin embargo, formamos una pequeña organización (Organización
Campesina de Ceilán). El padre Millán nos dijo: “Yo les puedo facilitar
un salón para que ustedes se organicen”. Y así fue, nos puso en el salón
un Cristo y una máquina de escribir.12
Para finales de los años sesenta tenemos noticia de la existencia de sindicatos
en Trujillo, en Bitaco (La Cumbre), y en Ceilán.13 Las organizaciones de Bitaco
y de Ceilán desarrollaron programas comunitarios de construcción de obras de
infraestructura, o intentos de producción comunitaria, bien fuera a través de un
cultivo como el que ensayaron infructuosamente los campesinos de Bitaco, o a
través de una pequeña industria como el apiario que montaron en Ceilán. Sin
embargo, fue la consigna de la tierra la que consolidó y proyectó la organización
en los años siguientes, y la hizo partícipe del programa amplio de recuperación
de tierras que se generalizó en el país al comienzo de los años setenta.
12
13
Entrevista 002. Campesino de la empresa comunitaria de Belén (Tuluá), quien comenzó su
actividad sindical con Fanal. Realizada por Libia Morales y María Eugenia Zapata el 8 de
agosto de 1981 en Tuluá. Archivo IMCA.
En estos últimos dos casos, la organización recibió el apoyo de los programas de CARITAS.
En Bitaco específicamente, las bases organizativas y de formación que aportó CARITAS
antecedieron la constitución del sindicato de Fanal.
864
Cristina Restrepo
Además de los sindicatos, FANAL promovía la constitución de cooperativas a
través de UCONAL, organismo dependiente de esta federación que se creó en
1959 como resultado del énfasis cooperativista de las actividades organizativas de
los jesuitas (Gilhodes 1974).
Se habla de unas diez cooperativas en total existentes en las zonas rurales del
Valle en 1967, entre las cuales estarían la de Versalles, una de las primeras en
constituirse, así como las de Fenicia, San José de la Selva, Salónica, Andinápolis
y Costa Rica.
El fortalecimiento sindical conservador
Sindicatos, cooperativas y Juantas de Acción Comunal configuran panorama de
las organizaciones con participación campesina, constituidas en el Valle rural
desde 1958 hasta 1968 con el patrocinio directo de la Iglesia y particularmente
de los jesuitas. El objetivo era hacerlas converger en FANAL para que cumplieran
finalmente el objetivo de fortalecer el sindicalismo conservador, representado
regionalmente en UTRAVAL, y hacerle contrapeso al auge del movimiento sindical
orientado por FEDETAV. Las características y los estatutos mismos de FANAL
permitían que a esta se afiliaran las organizaciones más diversas, registradas
unas en el Ministerio del Trabajo, otras en el de Agricultura, y otras en el de
Gobierno. Desde los primeros años, dichas organizaciones cumplieron este
papel. Uno de los activistas recuerda que los primeros campesinos organizados
fueron al congreso de UTRAVAL en 1962:
Fueron 30 organizaciones campesinas en patrullas de a 6 para defenderse
de los comunistas. La lucha fue brava. De aquí del Valle en el 63 fueron
75 delegados al congreso de FANAL en Bogotá y fueron con revólver.14
Efectivamente, el estudio que realizó Knight (1985) sobre el sindicalismo
de la industria azucarera en los años sesenta establece:
Durante 1964-65 existían en el Valle del Cauca cuatro federaciones
laborales: UTRAVAL, FESTRAVAL, FEDETAV y el Bloque Independiente.
Los sindicatos de la UTC representaban casi todos los sectores de la
industria regional y adicionalmente había un gran número de campesinos
y organizaciones cooperativas incorporadas en sus filas. UTRAVAL
probablemente era la mayor (Knight 1985: 104).
14
Entrevista 001
865
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Con la doctrina social de la Iglesia como ideología, FANAL nacional mantuvo
siempre presente la preocupación por la aplicación de la Ley de Reforma Agraria
bien fuera con representantes suyos en la comisión de redacción o con propuestas
de modificación presentadas en varias ocasiones al Gobierno. Sin embargo, la
convicción inicial acerca de que la impunidad derivada de la mala justicia y el
alcohol era la causa de la violencia se modificó en la medida en que los grupos
campesinos y sus dirigentes se fueron comprometiendo en la lucha por la tierra,
sobre todo en el Atlántico. Más tarde, la distancia entre los directivos de tendencia
conservadora y las bases comprometidas en las ocupaciones de tierra fue mayor
y esto debilitó la organización (Gilhodes 1974).
Pero el papel del líder que cumplió FANAL en la organización campesina en el
periodo 1958-1968 no fue único; otras fuerzas intervinieron también con propuestas
distintas. Es el caso de la Asociación de Agricultores del Valle, ASGRINOV, que
trataremos más adelante. En todo caso, esa situación de relativa hegemonía de
que gozaba FANAL en el Valle rural, excluyendo parte de la zona norte, cambiaría
radicalmente con la irrupción de la ANUC.
Trabajo por alimentos y formación de líderes
El objetivo que le atribuimos a la Iglesia de fortalecer el sindicalismo conservador
a través de su labor en la organización campesina es válido, a nuestro juicio, para
definir sus primeras actuaciones en la década del sesenta. Evidentemente, los
frutos de esta tarea pudieron cosecharse durante los años siguientes. No debemos
entonces catalogar allí también otros trabajos de promoción campesina adelantados
por la Iglesia hacia el final de la década. Por un lado, encontramos el trabajo
realizado por CARITAS desde 1967 y los programas formales de preparación de
líderes implementados por el IMCA a partir de 1966.
CARITAS, encargada de distribuir alimentos procedentes de los Estados Unidos
(en cumplimiento de la ley de excedentes agrícolas de ese país) entre los sectores
indigentes, tanto del agro como de la ciudad, utilizó este recurso para fomentar
la conformación de grupos de autoayuda. El trabajo aportado en obras de tipo
comunitario, se retribuía con harina, granos, leche, etc. Estas actividades respondían
a los lineamientos generales de las propuestas de la Alianza para el Progreso.
Un miembro de la organización campesina de Ceilán, afiliada a FANAL relata así
la experiencia con CARITAS:
[…] Apareció otra vez Edgar y dijo que CARITAS de Buga iba a dar un
auxilio: queso, leche, harina, etc., pero que él necesitaba hacer el parque de
la plaza le Ceilán. Nos propuso que por medio día que trabajáramos para
866
Cristina Restrepo
el parque, todos los sábados tendríamos leche y recibiríamos los alimentos
en el pueblo. La plaza la entregamos en 10 convites; picamos toda la plaza.
Después nos agarramos a discutir el punto de nuestro problema comunitario.
Ya teníamos programa claro, pero no éramos capaces de realizarlo y
pensamos que así como pudimos hacer los convites, nos podíamos unir
para trabajar de finca en finca de cada socio de la organización.15
El equipo de Caritas arquidiocesana de Cali en particular, cuya zona de influencia
eran los municipios de Cali, Jamundí, La Cumbre, Yumbo y Dagua, trabajó con este
sistema de autoayuda en el adelanto de obras comunitarias (casetas comunales,
escuelas, puestos de salud, puentes, carreteras, viviendas, etc.) en 51 veredas
rurales y seis barrios urbanos. Este dato nos da una idea de la dimensión y el
alcance del programa de CARITAS (CARITAS 1984).
De forma simultánea a la promoción de grupos de autoayuda, CARITAS-Cali, junto
con la Acción Social Católica de la misma arquidiócesis, adelantó un programa
de concientización y formación de líderes rurales y lo coordinó con las distintas
CARITAS diocesanas del departamento. Este esfuerzo conjunto dio lugar a la
constitución de CARITASValle que duró por espacio de tres años.
El equipo conformado por el padre Germán Silva, director de CARITAS-Cali, la
trabajadora social Luz Zuluaga y los jesuitas Célico Caicedo y Jairo Gómez, tuvo a
su cargo el desarrollo de cursos en más de cien veredas de todo el departamento.
Muchos de los actuales líderes recuerdan como su primera experiencia de
formación la participación que tuvieron en estos cursos, cuya duración era tres
o cuatro días durante los cuales abordaban temas diversos: relaciones humanas,
liderazgo, religión y ética, reforma agraria, etc. Un dirigente de lo que es hoy la
colonia de Bitaco relata su experiencia:
En esas llegó un programa de ayudas y a mí me pusieron en la lista
porque me consideraban como uno de los arrancados. Yo fui a la reunión
porque a mí siempre me ha gustado ir a eso, ha sido una cosa muy
propia. En esa reunión me entregaron una remesa y le di esa sorpresa a
la señora. De esas remesas logré 10 o más y seguí trabajando, cuando en
esa misma casa donde yo trabajaba, la hacienda San Martín, de Samuel
Quintero, hubo una reunión a la que llegamos como 75. La promoción
que se hizo era que iban a dar remesas; la reunión se hizo ahí mismo en
la casa del terrateniente. Como siempre me ha gustado observar, pero
no tenía conocimiento de nada me hice atrás. ¡Adelante ni por nada!
Hicieron una reunión el padre Gómez, el padre Silva y doña Luz. Era
una charla de promoción social y no de remesas. Tocaron el tema de las
15
Entrevista 002
867
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
necesidades de la región, de que al trabajador no se le paga lo justo y eso
se me fue grabando porque la inquietud la tenía desde antes.16
En octubre de 1968 tuvo lugar en Calima el “Primer Encuentro Campesino” que
reunió a todos aquellos líderes que venían participando en los cursos.
Aparte de esta actividad de CARITAS y de la Acción Social en la formación de
líderes, el mismo tipo de trabajo venía adelantándose en el departamento, quizás
con menor cobertura, por parte de la Acción Cultural Popular y de la propia
Federación Agraria Nacional. Ligadas de una u otra manera con la Iglesia, todas
estas instituciones coincidían en términos del contenido de la formación impartida.
A finales de 1968 y por iniciativa de CARITAS-Cali, estas diversas entidades
acordaron aunar esfuerzos para mejorar el trabajo con los líderes campesinos. A
esta empresa se vinculó la Campaña de Organización de Usuarios Campesinos
promovida por el Estado desde 1967, la cual buscó en estas Instituciones un
apoyo para el cumplimiento de sus objetivos.
El total de líderes con los cuales trabajaban todas estas entidades se estimaba en
950. De este total se convino en hacer una selección de los cien mejores, con la
idea de impartirles una capacitación especial. Se efectuó así un primer curso para
un grupo de treinta “Líderes de líderes” en noviembre de 1968 (CARITAS 1984).17
Aunque los funcionarios de CARITAS continuaron acciones de capacitación en
localidades de las Diócesis de Palmira y Buga y se desarrolló en esta última un
encuentro de 150 líderes de las distintas diócesis, su labor directa se concentró en
comunidades campesinas de la Arquidiócesis de Cali. Allí promovieron procesos
de organización que más tarde convergieron en el movimiento de los usuarios.
Después de las tareas de pacificación que emprendieron los jesuitas, a través de
la promoción de Acción Comunal, el padre Mejía especializó su trabajo en Buga
en la capacitación de líderes campesinos. A partir de 1966, fecha en que se funda
el IMCA y hasta 1970, el Instituto desarrolló programas de formación primaria
básica y educación cooperativa para campesinos adultos a través de cursos breves
que se dictaron en La Esmeralda. A partir de 1970, estos programas siguieron
dos grandes líneas: por un lado la formación de Líderes Adultos, y por otro, un
programa formal de educación y capacitación técnica y cooperativa para jóvenes.
El Instituto coordinaba trabajos con la Diócesis de Buga. Uno de los participantes
del programa de Líderes Adultos recuerda así su experiencia:
16
17
Entrevista 003. Líder campesino de la colonia de Bitaco. Comenzó trabajando con los
programas de Caritas-Cali, luego con Fanal, y posteriormente con ANUC. Colaborador
actual del equipo de Cordesal (Cali). Realizada el 13 de marzo de 1986 en Bitaco.
Entrevista 004 (Colectiva) Equipo Cordesal, marzo 6 de 1987.
868
Cristina Restrepo
Cuando el padre Mejía, nosotros estudiábamos en unos cursos en La
Esmeralda. Éramos un grupo de 90 o 95 y nos reuníamos mensualmente
en Buga con él Ese era el grupo al que el padre le puso el nombre de
Líderes Adultos para distinguirlos de los estudiantes.
Estuvimos como más de un año en el asunto pero como el negocio se
iba creciendo bastante, resolvió que nos dividiéramos por zonas para
que no nos reuniéramos todo ese gentío. Entonces nos dividieron en la
zona centro, la zona norte y la zona sur. Nosotros salimos integrando la
zona centro. Entonces aparece ahí un organismo que se llamó el SEPC,
Secretaría de Pastoral Cristiana. Dentro de eso me incluyeron a mí. Era
gente del Instituto y me parece que también de parte del obispo. Los
demás quedaron de reunirse en las otras zonas pero eso se desbarató. Los
que más continuamos fuimos nosotros que estuvimos dos años. Hicimos
unos estudios buenos. Un curso que nos dieron muy importante, que yo
eso no lo olvido, y fue de los mejores para mí, fue un curso de filosofía.18
La participación en los cursos de CARITAS o en los programas de formación del
IMCA es casi un denominador común en los campesinos que han dirigido las
organizaciones del agro en el Valle en las dos últimas décadas. Todo lo cual, sin
embargo, no ha significado necesariamente fidelidad de parte de aquéllos a la
doctrina social recibida. El producto de los esfuerzos de la Iglesia, tanto en la
organización directa como en la formación de cuadros campesinos durante los años
sesenta, de alguna manera abonó el terreno donde más tarde se arraigó la ANUC.
Antes de entrar en este tema debemos detenernos a conocer las características de
la movilización campesina en el norte del Valle que lideró ASGRINOV.
Los agricultores del norte del Valle
ASGRINOV y la Reforma Agraria
Uno de los principales dirigentes de la Asociación de Agricultores del Valle, ahora
dirigente nacional, nos describe así el inicio de la organización:
En Cartago yo me dediqué a trabajar en los cultivos; estaban en esa
época unos cultivos de sorgo y de maíz y yo trabajaba por ahí de
asalariado. Una tarde en un barrio de Cartago que llamaban el Odio –
ahora lo pusieron Buenos Aires– nos reunimos un grupo de jornaleros
18
Entrevista 005. Líder campesino que comenzó con Acción Comunal, hizo parte de los
programas de Líderes Adultos del IMCA, y posteriormente fue líder de la ANUC en Riofrío.
Miembro de ALAV. Realizada el 9 de octubre de 1985 en Tuluá.
869
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
que trabajábamos en los cultivos y una señora que era la dueña de la
tienda donde nos fiaban el mercado. Nos pusimos a hablar de todo el
problema campesino. A mí me gustaba leer y oír noticias, creo que era
el año 60 o 61 y estaba en auge lo de la Reforma Agraria, la Ley 135.
Una de las conclusiones a que llegamos ahí en esa reunión, en esa
discusión, así sentados en unos barrancos, era que esa vaina iba a salir,
que iba a haber tierra para la gente. Pero, ¿dónde estaba la gente? No
nos van a venir a buscar aquí –decíamos. ¿Cómo irá a ser eso? Entonces
surgió la idea de que era necesaria una organización. Pues sí, eso se
estaba debatiendo allá y estaba empezándose a trabajar, entonces era
necesario que hubiera organizaciones de los que necesitábamos tierra
para que pudieran garantizar realmente el cumplimiento de la ley. De
ahí surgió la idea de crear una organización en el norte del Valle. Y
empezamos a motivarla, a hablar y en menos de 2 o 3 meses ya nos
reuníamos como 800 personas.19
Esta organización siguió los cauces del sindicalismo independiente del Valle, que
a su vez atendía las orientaciones de la Asociación Sindical Colombiana, ASICOL.
Esta última, de tendencia demócrata-cristiana, fue el origen de la actual CGT
conformada en 1972 por un grupo crítico del “clericalismo” y del “conservatismo”,
el cual había sido expulsado del congreso nacional de la UTC ese mismo año.
ASICOL se afilió a la Central Latinoamericana de Trabajadores, CLAT, y promovió
la organización campesina que más tarde dio origen a la Acción Campesina
Colombiana ACC, siguiendo las consignas de la Federación Campesina
Latinoamericana, FCL.
Fuimos 803 los que fundamos la organización en 1962. En eso nos
ayudó un señor Gaviria que dirigía un periodiquito en Cartago. Él
había trabajado en una finca en el cañón de Los Naranjos, y también
un muchacho, maestro de escuela, Jesús Castaño, que en ese momento
estaba en Cartago. Y pues como nosotros no sabíamos un carajo de nada,
apenas teníamos la idea, entonces ellos eran los que nos ayudaban y nos
orientaban. En el periodiquito empezaron a hacerle alguna propaganda
a la organización campesina No puedo precisar la fecha pero creo que
fue en octubre de 1962 cuando hicimos la asamblea de constitución de
los agricultores del norte del Valle; éramos de San Manuel, del Águila,
de Versalles, el Dovio, de Cartago y de Alcalá Con ese conjunto de
19
Entrevista 006. Líder campesino que comenzó su actividad gremial con Asgrinov (AsicolFCL). Posteriormente fue dirigente nacional de ANUC, luego de la ACC, y secretario de
asuntos agrarios de la CGT, realizada en agosto de 1986 en Bogotá.
870
Cristina Restrepo
municipios constituíamos la sociedad… Nos dieron la personería jurídica
el 3 de marzo de 1963.20
La base campesina de ASGRINOV estaba conformada por una gran mayoría de
jornaleros sin tierra, de modo que la consecución de la misma fue por las vías
de hecho. Esta fue la primera actividad conjunta que emprendió la organización,
como forma de presionar la Reforma Agraria.
Incitados por un empresario arrendatario quien no quería entregar las tierras de
la hacienda La Palomera (en Santa Ana-Cartago) a sus dueños después de haber
quebrado, y por políticos de Cartago y Zarzal interesados en recuperar terrenos
comunales apropiados por particulares en Zaragoza, los miembros de la Asociación
decidieron lanzarse a la ocupación de las tierras de la margen derecha del río
Cauca. Las cartas y solicitudes hechas previamente no habían tenido respuesta.
Se organizó esa primera ocupación de tierras el 4 de marzo de 1963;
poco más de 1.000 familias se fueron metiendo desde Zarzal hasta abajo,
hasta Anserma (Ansermanuevo). Se puso la maquinaria (del arrendatario)
al servicio y todo mundo a abrir tierras, eso era una locura Yo llegué
al segundo día porque habíamos acordado que yo recibía la personería
jurídica en Cali –yo era el presidente– y les avisaba a ellos para que ese
mismo día tomaran posesión de la tierra. Pero cuando llegué a Cali, el
Secretario de Gobierno, un señor Versalles Zuluaga me llamó y me dijo:
“Hombre, ¿qué fue lo que pasó en el norte del Valle?”. Del Gobierno
organizaron una reunión y estuvieron Castaño y Gaviria. Decidimos no
salirnos hasta que no se hiciera un pacto, pero pocos conocíamos la
ley. Sabíamos que la ley creaba unos comités municipales de Reforma
Agraria integrados por dos representantes del Concejo, el obispo, el
alcalde y uno de la Acción Comunal. Entonces, pensábamos, cuando
menos hablemos con el comité a ver qué pasa. Y resulta que el comité
no se había constituido. Entonces decidimos no desocupar hasta que nos
dieran alguna garantía de que esas tierras las iban a entregar.
Efectivamente la gente no salió. Después llegaron las fuerzas del ejército
y la policía y como a los 4 o 5 días apareció el nombramiento de la
comisión. Entonces se empezó a dialogar con ellos. El acuerdo era que
las tierras que estaban en la loma, las que había así más elevadas, nos
las iban a entregar en unos 7 meses, pero que las otras no, porque eran
tierras inundables. Una cosa muy importante que resultó de eso fue que,
después de más de dos años de funcionamiento del Incora este no había
20
Entrevista 006. Líder campesino que comenzó su actividad gremial con Asgrinov (AsicolFCL). Posteriormente fue dirigente nacional de ANUC, luego de la ACC, y secretario de
asuntos agrarios de la CGT, realizada en agosto de 1986 en Bogotá.
871
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
dado el primer paso en asunto de Reforma Agraria, y a raíz de eso se
produjo la resolución número 0001, por medio de la cual se. declararon
de utilidad pública todos los terrenos ubicados en Bugalagrande y con
eso, claro, nos emocionamos mucho y se tenía como un triunfo; sin
embargo, nosotros decíamos que era mejor que la gente permaneciera
en esta zona aunque era imposible controlar a casi 3.000 personas que
habían dispersas sin ninguna experiencia en esto. Lo único que se nos
ocurría decirle a la gente era que no saliera. Efectivamente, ni con la
policía ni con el ejército –por supuesto que no eran los de ahora– se
logró sacar la gente. Pero entonces, Monseñor Calderón mandó un curita
y entonces el curita empezó a visitar casa por casa, convenciendo a la
gente que saliera. Frente a eso, lo único que nos quedaba era firmar el
acuerdo y se firmó. Pero bueno, fue una buena lección.21
El poder del azúcar
La reacción no se dejó esperar. Así, el 9 de marzo de 1962,22 la prensa regional
informaba sobre el mensaje al presidente de la República Guillermo León
Valencia, enviado por agricultores y ganaderos vallecaucanos que planteaba la
“grave situación de las invasiones y las prácticas absurdas del Incora… graves
hechos que se vienen sucediendo en el norte del departamento, especialmente
en la jurisdicción de Cartago, donde el Incora en oposición al espíritu y letra de la
Reforma Agraria, ha iniciado notificación por edictos, de expropiaciones…”. Días
más tarde le llegaba al presidente un nuevo mensaje cablegráfico:
Doctor Guillermo León Valencia
Presidente de la República
Bogotá
Ante la imposibilidad describir pormenorizadamente su excelencia, absurda
aplicación Ley Agraria Valle del Cauca y desconcierto por estos sistemas propios
apenas de inaceptables dictaduras, rogámosle encarecidamente enviar un
representante suyo… para que le informe del golpe mortal asestado actividades
agrícolas este departamento…
Los gestores Ley Agraria nos hicieron entender que tierras bien explotadas no serían
incorporadas en planes de expropiación…
Respetuosamente
21
22
Entrevista 006
El País, 9 de marzo de 1963, pp. 1-16.
872
Cristina Restrepo
Sociedad Agricultores del Valle del Cauca
Alfonso Jaramillo Arango, presidente
Confederación Ganaderos Valle
Sebastián Ospina B. presidente.23
Enrique Peñalosa y el ministro de Agricultura Cornelio Reyes, asistían a una “mesa
redonda” en Cartago:
Más de tres mil campesinos y numeroso público, colmaron las instalaciones
del cabildo municipal y los alrededores de este ayuntamiento, portando
cartelones y vivamente entusiasmados por la presencia de quienes tienen
a su cargo el desarrollo de la ley de Reforma Agraria.24
Los funcionarios hicieron alusión al Plan No. 1 que “se pondría en marcha en el
norte del Valle del Cauca para beneficiar a los campesinos de Cartago, Alcalá,
Ulloa, Anserma, El Águila, El Cairo, Argelia, Obando, La Victoria, Toro, etc., para
que el anhelo de los hombres del campo de poseer una parcela, fuera rápidamente
una pronta (sic) realidad”.25
A su regreso de Cartago Gerardo Tamayo Peña, Subgerente Técnico del Incora
señalaba en una entrevista:
Quienes conocen de cerca la excelente calidad de estas tierras y las
ventajas que ofrece la topografía… los graves problemas sociales que
plantea la inadecuada distribución de sus fértiles tierras y los fenómenos
colaterales de la violencia, entienden por qué se han puesto tantas
esperanzas en los planes que el Incora se propone realizar en el Valle
del Cauca.26
Con respecto a las críticas y a la reacción contra Incora por parte de diversos
estamentos del departamento, explicaba:
Muchas personas, inclusive algunas que participaron en la aprobación
del estatuto de Reforma Agraria, tuvieron la impresión de que esta no
23
24
25
26
El País, 12 de marzo de 1963, pp. 1 y 16.
El País, marzo 31 de 1963, pp. 1 y última.
El País, marzo 31 de 1963, pp. 1 y última.
Incora, “La Reforma Agraria y el Valle del Cauca. Una entrevista con el doctor Gerardo
Tamayo Peña, Subgerente Técnico del Incora, después de la Mesa Redonda en Cartago”.
Biblioteca Incora, No. 002405-2.
873
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
pasaría de ser otra ley… claro está, se trata simplemente de puntos de
vista de los grandes propietarios.27
Así describió los planes del Incora para el Valle:
La primera etapa de la Reforma Agraria comprende las tierras planas
situadas a ambos márgenes del río Cauca en el norte del departamento.
Particularmente en la margen derecha existen grandes propiedades:
en la margen izquierda del río es frecuente encontrar propiedades tan
pequeñas que… muy difícilmente alcanzarían a satisfacer las necesidades
de la familia… El Incora se propone, ajustándose estrictamente a las
normas señaladas por la ley, hacer una redistribución de esas propiedades
acrecentando las más pequeñas y subdividiendo las grandes para producir
un conjunto de unidades agrícolas familiares, cuyo tamaño podría variar
entre 10 y 100 hectáreas… Mediante la Resolución número 003 del 14 de
enero del presente año la Junta Directiva del Incora aprobó el proyecto
“Valle del Cauca No. 1” y dio la autorización del caso para delegar en la
CVC la facultad de establecer los dos distritos de riego que integran el
proyecto: “Distrito Roldanillo, la Unión, Toro, y Bugalagrande, Cartago”.
Este último mediante Resolución del 12 de marzo fue modificado
incluyendo únicamente los municipios de La Victoria, Obando y Cartago.
En virtud de esta delegación la CVC adquiere todas las facultades que
la ley le dio al Instituto en materia de distritos de riego, exceptuando lo
relacionado con la adquisición de tierras que, ya se dijo, será función
directa del Instituto. La misma resolución señala para la ejecución de las
obras del proyecto una cantidad hasta de ($100.000.000) cien millones
que se tomarán del Fondo Nacional Agrario… Para dar cumplimiento
a su obligación de adquirir las tierras el Instituto puede comprar
directamente cuando así lo estime necesario… se han dado los primeros
pasos que consisten en la notificación de los propietarios que tienen
fincas de considerable extensión dentro de la zona de proyecto. Esta
medida, como es natural, ha causado mucho revuelo, pero esto sucede
siempre en cualquiera de los proyectos del Incora.28
Viendo seriamente amenazados sus intereses, los grandes propietarios del Valle,
quienes contaban con representación importante a nivel de las directivas de la
27
28
Incora, “La Reforma Agraria y el Valle del Cauca. Una entrevista con el doctor Gerardo
Tamayo Peña, Subgerente Técnico del Incora, después de la Mesa Redonda en Cartago”.
Biblioteca Incora, No. 002405-2.
Incora, “La Reforma Agraria y el Valle del Cauca. Una entrevista con el doctor Gerardo
Tamayo Peña, Subgerente Técnico del Incora, después de la Mesa Redonda en Cartago”.
Biblioteca Incora, No. 002405-2.
874
Cristina Restrepo
CVC29 lograron en abril de ese año una entrevista con el presidente de la República
Guillermo León Valencia. El mandatario manifestó en esa oportunidad su casi total
acuerdo con la contrapropuesta que hicieron los propietarios, con respecto a los
planes del Incora en el departamento (Gilhodes 1974).
La coyuntura del auge azucarero producto de la ruptura de Estados Unidos-Cuba,
que había convertido a Colombia en exportador, sirvió de base para la elaboración
del “Plan Azucarero” previsto para el periodo 1964-1968.
En este se contemplaba doblar la producción del azúcar y acrecentar casi en 10
veces la cantidad exportable. Propietarios tradicionales y grandes empresarios
(ASOCAÑA, SAC, FEDEGAN) –con el apoyo de corporaciones financieras
colombo-americanas comprometidas en el plan– se unieron en una campaña
implacable y finalmente exitosa que interpuso el plan azucarero a la intervención
del Incora en el departamento. Argumentaban ellos que el bienestar y el progreso
que alcanzaría el país a través de las divisas obtenidas con las exportaciones de
azúcar no se podía sacrificar (Gilhodes 1974).
El plan azucarero se instituyó formalmente en febrero de 1964 y se desarrolló
los años siguientes. Pero algunos proyectos incluidos inicialmente en el Plan
se abandonaron tan pronto el Incora desistió de sacar adelante sus políticas
redistributivas (Gilhodes 1974). Es el caso del primer proyecto previsto para la
iniciación del plan, el cual incluía la instalación de la Gran Central e Ingenio del
norte del Valle del Cauca, con sede precisamente en Cartago, y que demandaba
del Incora la adecuación de tierras en el eje La Victoria –Obando– Cartago, para
incorporarlas al plan azucarero.30
Pese a la reacción del gerente del Incora en el sentido de negar cualquier aporte
para la adecuación de tierras si no había parcelación,31 se llegó a un acuerdo
según el cual “el Incora, a través de la CVC, continuará los estudios y diseños
pertinentes del distrito La Victoria-Cartago… bajo la condición de que los
interesados garantizarán la constitución de un Ingenio lo bastante grande para
absorber la producción de caña de toda la zona así recuperada e irrigada. Se
reserva el Instituto de la Reforma Agraria la facultad de exigir en tierra el pago
de la valorización para constituir con ella parcelas en beneficio de la población
agrícola menos favorecida” (Bonilla 1967: 15).
29
30
31
La CVC tenía a su cargo desde 1958 los planes de irrigación y adecuación de tierras
(13.000 has.) en el norte del Valle. En 1962 se acordó la intervención del Incora en los
planes para la región.
El País, 8 de febrero de 1964
El País, 8 de marzo de 1964.
875
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
El proyecto Valle se redujo finalmente al Distrito Roldanillo-La Unión-Toro en
la margen izquierda del Cauca, donde el mismo Incora había estimado que las
tierras disponibles y el predominio de la pequeña propiedad impedían cualquier
proyecto de Reforma Agraria.
Hasta 1967, las otras actividades del Incora incluidas en el proyecto No. 2
consistieron en programas de crédito y asistencia técnica o fomento cooperativo.
Sin embargo, en materia de tierra, su política se redujo a la legalización de terrenos
baldíos ocupados por campesinos en Dagua y Yotoco.
Paralelamente el Instituto apoyó empresas de colonización campesina en el Bajo
Calima y la región del Naya (Buenaventura), como una alternativa a la Reforma
Agraria que no se pudo realizar en el departamento debido a las presiones
ejercidas por los terratenientes.32
Como bien anotaba un líder campesino vinculado por esa época a ASGRINOV, al
recordar esa primera ocupación de tierras y la poca confianza de la gente hacia
acuerdos establecidos en esa oportunidad: “se ha muerto mucha gente esperando
la Reforma Agraria”.
El jornal del algodón y el precio de la panela
La tierra constituyó una de las principales reivindicaciones que llevaron a
ASGRINOV a liderar las primeras ocupaciones de predios. Sin embargo, pronto
adoptó, también como bandera, la lucha por el mejoramiento de las condiciones
de remuneración para los trabajadores asalariados, debido al creciente número de
jornaleros que se afiliaron a la organización.
Seguía en ese entonces el gran problema en el Valle a raíz de la
declaratoria de utilidad pública de todo ese territorio, entonces
empezó todo un desarrollo en el Valle tremendo. Ahí fue donde
empezó el gran cultivo del algodón. En el 65 hubo mucho algodón y
en el 66 se presupuestaron 120.000 toneladas. Recuerdo que lo que
le pagaban a uno eran 0.05 ctvs. por kilo. Entonces una de las cosas
que planteamos fue reclamar un aumento del precio. Así lo hicimos
efectivamente pero no se pudo llegar a ningún acuerdo y entonces se
convirtió en paro. Nos reunimos en las estaciones del ferrocarril, en las
salidas de los pueblos, en las estaciones de gasolina. Desde las 4 de la
mañana la gente estaba ahí. Un poco de compañeros nos distribuimos,
y simplemente encima de cualquier cajita, decíamos que había que
32
El País, 9 de julio de 1967 y 8 de septiembre de 1967.
876
Cristina Restrepo
reclamar mayor pago en la recolección del algodón. Y todo el mundo
se sumó. Nosotros no alcanzamos sino a visitar Zarzal y Cartago y
creíamos que no podíamos movilizar más, pero las estadísticas dicen
que más de 30.000 agricultores fueron afectados. Todo hasta Sevilla se
sumó a eso. Esas son las cosas que uno nunca se imagina. Ese paro fue
como de 3 o 4 días y todos los asalariados del algodón se sumaron a
ello. Como estaba presupuestada una producción de 120.000 toneladas
los productores y todo el mundo nos buscaban a Gaviria, a Castaño
y a mí. Pero un compañero García había estado en las ocupaciones
de tierra anteriores, y al estar él comprometido con eso lo agarraron
en la casa y le pegaron una… Pues entonces nosotros andábamos
era escondidos porque nos iban era a meter a la cárcel. Hasta que
empezaron a llamar a los dirigentes y para negociar. Nosotros éramos
los que firmábamos los boletines y le decíamos a la gente lo que tenía
qué hacer, pero sin ninguna capacidad de conducción.
Nosotros teníamos un proyecto de crear unos almacenes de consumo
para favorecer un poquito a la gente en los precios. Entonces dijeron
que nos iban a dar 2 pesos por tonelada de algodón que se recogiera
para esos almacenes de consumo y que iban a subir el precio del kilo
dejando a 6 centavos lo que era el descope pero pagando a 8 centavos
lo que era el primer pase y a 10 centavos el tercero. Eso era muy poco
pero eso era lo que arreglamos.
Pero resulta que allá, en todas las vueltas y revueltas dijeron que no
había sino 60.000 toneladas. Al final fueron $35.000 lo que se le dio a
la asociación.33
De acuerdo con uno de sus miembros, esta organización que contaba con 1200
afiliados pero que lideró el paro hasta de 30.000 trabajadores tuvo que repartir
el dinero, no sin problemas, entre siete seccionales, cada una de las cuales
creó un almacén: Cartago, Roldanillo, La Unión, Toro, La Victoria y Zarzal. La
experiencia fue valiosa.
Sin embargo, la falta de preparación en la administración y el manejo de los
almacenes de control y asesoría permanente, así como la posición de ciertos
sectores preocupados por la permanencia de la organización, pronto ocasionaron
la quiebra y consecuente desaparición de estos centros de mercadeo.
Además de las culturas por tierra y por el aumento salarial –principales intereses
del grupo de jornaleros que en mayoría conformaban la asociación– esta se
33
Entrevista 006.
877
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
erigió también como defensora de campesinos, aparceros y arrendatarios que en
proporción mucho menor hacían parte de ASGRINOV, frente a los dueños de la
tierra. Los frecuentes desalojos o el no reconocimiento de mejoras erigieron una
de las más tempranas intervenciones de la organización. El sector de pequeños
o medianos propietarios que de haber participado en ella hubiera presentado
reivindicaciones específicas, estuvo prácticamente ausente de esta asociación. Los
propietarios vinculados a ASGRINOV eran minifundistas dueños de algún pedazo
de tierra en la orilla de las carrileras o carreteras.
Con la misma intensidad con la cual se iba fortaleciendo la organización así también
fue creciendo la oposición a ella por parte de quienes resultaban afectados, y la
represión directa.
Cuando vimos que la situación se iba a poner muy difícil, entonces creamos
otro aparato que fue la LIGA CAMPESINA DEL NORTE DEL·VALLE. La
Liga estaba afiliada a ASICOL y no a ASGRINOV. La Liga fue el aparato
que creamos para hacer todas esas cosas de reivindicación; lo de los
almacenes si lo pusimos a nombre de la Asociación porque era una cosa
de estilo cooperativo. Dentro de la liga manteníamos un grupito con la
misma perspectiva de ver qué pasaba con la Reforma Agraria.
Era ya el año 67. La gente seguía peleando pero ya la habían sacado
toda de las tierras que se habían ocupado. La liga sufrió entonces toda
esa presión de ganaderos del Valle del Cauca y de toda la clase política
y entonces hicieron cancelar la personería jurídica.
Eso era por las emisoras de radio que hablaban de los comunistas y
con grandes titulares de prensa; CANCELADA LA LIGA CAMPESINA
DEL VALLE DIRIGIDA POR COMUNISTAS SUBVERSIVOS. En Medellín,
La Hora Católica la dedicaban totalmente diciendo que éramos
comunistas, lobos disfrazados de ovejas. Entonces nos daban madera
los partidos, nos daban madera los curas, nos daba madera el Gobierno
y nosotros hablando de cristianismo. Uno de los datos más curiosos
fue que cuando fundamos esos almacenes, lógicamente nos echamos
encima también a los comerciantes, y con toda esa represión y toda esa
vaina, se nos ocurrió invitar a uno de esos personajes de la CLAT, de
los dirigentes latinoamericanos a que viniera y hablara con los curas,
que nos tenían fregados. Efectivamente, vino el secretario general de
la CLAT y como teníamos un problema muy serio con el padre de La
Victoria en la Unión, entonces fuimos a tratar de hablar con él. Hicimos
dos viajes, en el segundo lo alcanzamos saliendo de la iglesia:
Padre, es que queremos hablar con usted, nosotros somos de la CLAT.
878
Cristina Restrepo
– ¿Ah sí? ¿ustedes son de los almacenes?
– Sí, nosotros somos.
– mmm… esperen un momentico.
Entonces se subió y empezó ahí mismo a tocar las campanas y cogió el
micrófono:
– Amados hijos, mucho cuidado con los comunistas que se quieren
tomar el pueblo.
Es que ahí los comerciantes llevaban los curitas a los almacenes y…
– ¿Ve? ¡Esas papas y todo eso como lo dan de barato! Eso es que lo
manda Fidel Castro.
Y como los almacenes los manejábamos a nombre de la Asociación de
Agricultores y de la Federación Campesina Latinoamericana, entonces
decían:
– Mire padre, vea “Asociación de Agricultores del Valle-FCL” ¿Ve? Fidel
Castro Liberal.
Eso decían, que Fidel Castro nos mandaba las papas y la panela, que
eran papas producidas en Cuba y que por eso podíamos venderlas así
de baratas. Finalmente, nos liquidaron.34
La persecución directa a los líderes de la Asociación (manifiesta, ejemplo, en
la negativa de los hacendados o empresarios a darles trabajo), y la represión a
las actividades de ASGRINOV por parte de los sectores de poder de la región,
desmovilizaron prácticamente a la organización. Esto tenía lugar precisamente
cuando las diferencias entre las directivas regionales y las nacionales de ASICOL
aislaron a la asociación. Esta trabajó prácticamente sola desde finales de 1966,
cuando los directivos regionales de ASICOL enfatizaron una labor sindical con
otros sectores no agrarios de la zona:
Los almacenes prácticamente los habían desaparecido, la gente se había
repartido la plata… Habíamos fundado el Sindicato de Agricultores
de Zarzal, el de Cartago… Habíamos reestructurado la Asociación de
34
Entrevista 006.
879
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
Areneros de Cartago. Nos habíamos metido ya en la vaina sindical y
teníamos una especie de coordinación a nivel del Norte del Valle.35
En momentos en los cuales la represión, el aislamiento y la falta de recursos
propios dificultaban la continuidad de la labor sindical en el Norte del Valle, y
cuando la Asociación de Agricultores estaba prácticamente liquidada, llegó al
campo la propuesta de organización de los usuarios.
Balance
A modo de recapitulación de los distintos hechos que hemos descrito para el
periodo de organización campesina en el Valle durante los años sesenta, podemos
intentar algunas generalizaciones dejando en claro, sin embargo, que los procesos
descritos no constituyen en ningún momento una presentación exhaustiva.
En primer lugar, podemos asegurar que la Iglesia tuvo un papel predominante,
en tanto intervino directamente como agente en la promoción de organización
y en la formación del liderazgo campesino. En términos ideológicos, la Iglesia
lleva al campo y propaga su doctrina social para contrarrestar los planteamientos
“marxistas” que tienen su base en el sindicalismo azucarero, y para anteponerse
a la posible propagación de los mismos en las zonas rurales azotadas por la
violencia. Este hecho demuestra de alguna manera la transformación de la Iglesia,
o de parte de ella, en tanto ahora busca mecanismos directos de intervención en
la dinámica de la organización popular.
En segundo lugar, podemos asegurar que las primeras bases organizativas se
mueven dentro de la dinámica sindical obrera y como prolongación de la misma
en el campo. Tanto FANAL nacional como ASGRINOV tuvieron relación directa
con el proceso de revitalización y realineación sindical que sobrevino con el Frente
Nacional. Ya anotábamos el interés de FANAL de fortalecer a UTRAVAL, y la relación
de ASGRINOV con el sindicalismo independiente de línea demócrata-cristiana. Así
mismo se entiende el predominio del modelo sindical de estas organizaciones
campesinas de segundo grado, si bien encontramos gran diversidad dentro de las
organizaciones de base.
Dentro de la heterogeneidad de las organizaciones existentes, podemos definir
por lo menos tres tipos. Por un lado, organizaciones como la Acción Comunal o
grupos de autoayuda que tienen un carácter local y objetivos de tipo comunitario,
no obstante pudieran hacer parte organismos de carácter nacional. Este tipo de
organizaciones es característico del inicio del Frente Nacional y tiene relación
35
Entrevista 006.
880
Cristina Restrepo
directa con estrategia de la Alianza para el Progreso, que fue una política
implementada a nivel nacional. El Estado no fue el promotor directo de la Acción
Comunal en la zona rural del Valle. Le encomendó esta misión a la Iglesia, la cual,
a través de la labor de los jesuitas, le imprimió un cariz particular.
Encontramos también organizaciones típicamente gremiales en las cuales
los participantes se identifican como sector social, y que por su composición
misma podían adelantar una lucha por el salario –en el caso de ser campesinos
asalariados–, o por la tierra, si se trataba de campesinos desposeídos. Estas hacen
parte de la dinámica sindical obrera.
Entre las organizaciones de tipo económico encontramos cooperativas como las
de UCONAL, o los almacenes de ASGRINOV, que tienen una definición netamente
económica de acuerdo con sus objetivos y con su práctica, pero constituyen más
una subunidad de las anteriores que una entidad organizada autónoma.
En términos de las contradicciones matrices y de los actores protagónicos en
estos años sesenta, podemos hacer varias anotaciones. El desarrollo capitalista
agrario del Valle –pionero frente a otras regiones– que venía consolidándose
desde décadas anteriores sufre una etapa de expansión precisamente en este
periodo. De allí que el sector cada vez amplio de asalariados agrícolas haga
su irrupción significativa como actor social en el panorama rural. La década se
inicia con la movilización de los azucareros y termina con la movilización de los
recolectores algodón.
Este tipo de acciones son significativas por ser las primeras de esa magnitud, pero
también, y quizás más, por ser las últimas. Señalábamos en páginas anteriores todos
los recursos de los cuales echó mano la clase agroindustrial vallecaucana para prevenir
la cristalización de un movimiento sindical unificado. La disminución de la actividad
huelguística en las décadas siguientes, así como la permanencia de la atomización
sindical revelan un relativo éxito de la estrategia de los gremios agrícolas.
Junto a las luchas sindicales, el sector de semijornaleros y/o jornaleros da
también una primera batalla por la tierra en el marco de la Reforma Agraria.
Pero esto tiene relación también con el proceso de modernización del campo.
Se ha destacado en muchas ocasiones la intención –implícita o explícita– de
la propuesta reformista como política de presión para la modernización de la
hacienda tradicional. El fracaso del Incora en su intento de llevar el más mínimo
programa de redistribución de tierras al Valle, aún con la presión campesina
a través de las ocupaciones de tierra (Zarzal y Cartago), deben leerse también
como un éxito para el Estado reformista en su empeño de modernizar el agro.
El perdedor, en todo caso, fue el campesino.
881
Iglesia, sindicalismo y organización campesina
El panorama se completa cuando se advierten los procesos de reubicación
campesina producto de la violencia tardía, lo cual se manifestó en la pérdida de
parcelas y en la concentración poblacional en las cabeceras municipales en el caso
del Valle. Estos elementos deberían estudiarse en relación con la concentración
de la propiedad y la modernización de la producción. Igualmente valdría la pena
señalar las características del cambio de una posición y una práctica política
campesina inscrita en el bipartidismo, a una de tipo reivindicativo y “clasista”, al
interior de las organizaciones gremiales.
El sector consolidado de los asalariados de la caña y el creciente sector de
semijornaleros de nuevos cultivos comerciales –en su doble identidad de
asalariados y campesinos– son los principales protagonistas de las luchas agrarias
en el Valle en esta década. Aunque organizaciones como FANAL y ASGRINOV
recogieron ocasionalmente demandas de aparceros y arrendatarios (asesoría
jurídica, reconocimiento de mejoras, etc.) y los pequeños propietarios hicieron
parte de algunos programas cooperativos de comercialización, estos sectores no
imprimieron rasgos especiales –de manera significativa– a la movilización y a la
lucha agraria del periodo en cuestión.
Referencias citadas
CARITAS
1984 Arquidiocesana de Cali, “Informe autoevaluativo de las actividades
desarrolladas desde 1967 hasta agosto de 1983”. Cali.
Caicedo, Edgar
1971 Historia de las luchas sindicales en Colombia. Bogotá: Editorial CEIS.
Gaitán, María del Pilar
1981 “Condiciones y posibilidades de organización del proletariado cañero
en Colombia; un estudio de caso: Los trabajadores agrícolas del Ingenio
Cauca”. En: Fajardo M., Darío (ed.), Campesinado y capitalismo en
Colombia. Bogotá: Centro de Investigación y Educación Popular -Cinep-.
Gallón, Gustavo
1979 Quince años de estado de sitio en Colombia. Bogotá: Ed. América Latina.
Gilhodes, Pierre
1974 La question agraire en Colombia. París: Cahieres de la Foundation
Nationale des Sciences Politiques.
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“Informe Labores Adelantadas en Desarrollo Social”.
Instituto Mayor Campesino
1967 El campesino colombiano, fundación, realizaciones, programas,
criterios. Buga: IMCA.
Knight, Rolf
882
Cristina Restrepo
1985
La respuesta de la industria azucarera a la sindicalización en el sector.
Boletín socioeconómico, (14-15).
Nieto Rojas, Jesús María
1956 La batalla contra el Comunismo, (Capítulos de Historia Patria que
deben ser faro y brújula para las futuras generaciones en Colombia).
Bogotá: Empresa Nacional de Publicaciones.
Sánchez, Gonzalo y Donni Meertens
1983 Bandoleros, gamonales y campesinos. Bogotá: El Ancora Editores.
Oquist, Paul
1978 Violencia, conflicto y política en Colombia. Bogotá: IEC, Ed. Banco de
la República.
Rojas, José María
1985 Sobre el papel de los empresarios en la formación del sector azucarero.
Boletín socioeconómico, (14-15).
883
El movimiento de integración del Macizo Colombiano1
LUZ ÁNGELA HERRERA
E
n la década de los años noventa se presentaron dos acontecimientos
importantes regionales a nombre del Macizo Colombiano: el paro cívico
regional de 1991 y el paro del suroccidente en 1999, ambos organizados por
el Movimiento de Integración del Macizo Colombiano, con una movilización, en
ambos casos, de más de veinte mil campesinos, indígenas, estudiantes, mujeres,
transportadores, maestros y pobladores urbanos. El impacto producido en el
ámbito nacional por estos dos hechos, con una diferencia de ocho años en el
tiempo, requiere indagar sobre la continuidad de este proceso e invita a volver los
ojos sobre su naturaleza.
Si bien, las dos demostraciones constituyen el eje en torno del cual se construye
este ejercicio de 1990-2000, es indudable que las protestas que las precedieron y
las que tuvieron lugar durante esa década permiten explicar la gran capacidad de
movilización anidada en el departamento del Cauca, que culmina en esta etapa como
resultado de una coalición de fuerzas sociales y políticas que condujo a la elección
popular de gobernador indígena y a una propuesta de organización del bloque sur
del país planteada por los gobernadores de seis departamentos de esa región.
Lo que expresan las diversas formas de protesta y movilización es un proceso de
construcción de un movimiento social y de configuración de una región que tiene
sus raíces en la sociedad colonial. En el terreno de la historia, el Macizo se explica
como eje de resistencia y zona de refugio, y en el de la acción colectiva señala pautas
de configuración del territorio como región. Son formas de interacción múltiple, de
solidaridad y orientaciones con distintos significados que se refuerzan en la acción
y que explican, en parte, la capacidad para desafiar al Estado y las instituciones.
A partir de 1985 empieza a transformarse la concepción local de las luchas
hacia una visión regional, con la propensión de las organizaciones a participar
en procesos que involucran a toda la población y tienen como referencia el
1
Original tomado de: Luz Ángela Herrera. 2003. Región, desarrollo y acción colectiva:
movimiento de integración del Macizo Colombiano. Bogotá: Cinep.
885
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Macizo. La primera etapa del Movimiento de Integración del Macizo se inicia
con el paro de Rosas en el año de 1991 y culmina en 1999 con el paro cívico del
suroccidente colombiano, que develan viejas prácticas y asumen los problemas
de los campesinos del Macizo y del norte del departamento de Nariño a la luz de
propuestas de cambio social y de transformación de valores. Así se plantea, como
cambio, pasar de la explotación a la conservación; de la cantidad a la calidad de
vida; de la competencia a la solidaridad y de la dominación y la violencia a salidas
negociadas de los conflictos.2
Los hechos que han contribuido a la construcción social de región están en la
base de la propuesta del movimiento social del Macizo. Se sustenta, en primer
lugar, en la identidad territorial, por la forma de relacionarse con la naturaleza. En
segundo lugar, en la identidad regional que trasciende los límites jurisdiccionales
por los rasgos culturales, políticos, económicos y ecológicos. Por último, en el
carácter pluralista y pluriétnico que permite la participación social y política de
los diferentes grupos sociales.3
Las grandes transformaciones del siglo XX guardan significados distintos en cada
región del país. La raíz se encuentra en la precaria capacidad del Estado para mediar
en los conflictos sociales. Por una parte la crisis de legitimidad de los partidos
políticos tradicionales ha significa do el comienzo del fin de las adscripciones
políticas hereditarias, ligadas al acceso de las clientelas a los servicios públicos y
a la participación en el botín burocrático. En el Cauca se ha profundizado más la
fragmentación entre las elites regionales y los sectores populares: por un lado, va
la movilización social y por otro los partidos políticos.4
Lo que hay en el trasfondo es un nuevo significado en la noción de ciudadanía, en
cuanto se extiende más allá de las formas tradicionales de representación por la
vía electoral y avanza hacia la participación directa en asuntos que interesan a la
colectividad. De ello se desprende que este movimiento social busca la inclusión
y la reconfiguración de la política desde una percepción de región, a través de la
articulación entre actores y grupos sociales.
Este capítulo sugiere en la primera parte el proceso de consolidación del
movimiento campesino e indígena alrededor de la reforma agraria; en la segunda,
sin perder la especificidad de estos dos movimientos, se trata de explicar cómo se
va configurando un movimiento social que comporta otras características que le
imprimen una dinámica muy especial al Cauca: va desde el ascenso de las luchas
étnicas hasta las formas de interacción social y política.
2
3
4
Entrevista con líderes del Macizo. Septiembre de 2001.
Maciceña, revista del Movimiento de Integración del Macizo Colombiano, noviembre de
2000, año 1 N° 1, Popayán y entrevista líderes en septiembre de 2001.
Entrevista líderes del Macizo en septiembre de 2001.
886
Luz Ángela Herrera
Reforma agraria y movimiento campesino e indígena
Los movimientos sociales ocurridos a partir de la década de los sesenta se pueden
asociar a la necesidad de la autorrealización y de acuerdo con los paradigmas de
la época a la lucha de clases. La dinámica del movimiento indígena y campesino
está relacionada con las políticas de reforma agraria del Frente Nacional.
Cuando se considera la dimensión política de la cuestión agraria en Colombia
se hace evidente que las iniciativas reformistas del Frente Nacional dominaron
el escenario en los años sesenta. La reforma agraria fue un componente central
dentro de un conjunto de propuestas que apuntaron a restablecer la armonía
de las clases sociales bajo la hegemonía de los sectores dominantes que habían
sido responsables de la violencia, agregándose la presión externa de la nueva
política de los Estados Unidos.5 Desde entonces, la reforma agraria no va a
conducir a un cambio estructural significativo, salvo si ocurre la irrupción de
un enérgico desafío por parte de los campesinos. Pero la población rural se
encontraba escindida bajo las líneas del bipartidismo, sobre la base de sus
lealtades tradicionales, por lo que los campesinos estaban enfrentados entre sí
al apoyar a diferentes sectores de las clases dominantes.
El ímpetu reformista de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) llevó a dar participación
a los campesinos en la administración de los servicios agropecuarios como medio
para efectuar una reforma agraria. Haciendo uso de sus atribuciones presidenciales
crea, por decreto, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos –ANUC–. Desde
ese momento los campesinos son llamados a la participación a través de un canal
organizativo que va a permitir la confluencia y la expresión de las diferentes
dimensiones de la cuestión agraria. En cuanto a la redistribución de la tierra, desde
un principio se coloca como el aspecto central de la actividad de las asociaciones
de usuarios. El ascenso del campesinado en materia de organización, el papel
del Incora, la sanción de la Ley 1ª de 1968 sobre aparceros y arrendatarios, van a
provocar un endurecimiento en la actitud de los terratenientes.
La historia de la ANUC evidencia el desarrollo de las contradicciones entre el
movimiento campesino y la clase terrateniente y de la propia lucha por definir
el rumbo del movimiento. La declaración de principios adoptada en el Primer
Congreso, durante el cual la ANUC se constituye oficialmente (julio de 1970),
muestra que la cuestión de acceso a la tierra se despliega como la bandera
principal de lucha del movimiento;6 aunque el tono era radical, las demandas se
mantenían dentro de las políticas de reforma del Gobierno.
5
6
León Zamocs, La cuestión agraria y el movimiento campesino en Colombia, p. 169.
Sobre la ANUC véanse Silvia Rivera. Política e ideología en el campesino colombiano. El
caso de la ANUC. Bogotá, Cinep, 1982; Cristiana Escobar. Trayectoria de la ANUC. Bogotá:
887
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
En general, las luchas por la tierra se presentan en zonas donde prevalece el
latifundio ganadero y donde tal estructura se combina con el surgimiento del
capitalismo agrario. El investigador León Zamosc afirma que en los departamentos
andinos, por el predominio de la estructura minifundista, las luchas por la tierra
han sido comparativamente limitadas y se han reducido a contextos locales. En las
zonas de resguardo las tomas de tierras expresan la aspiración de los indígenas a
recuperar los terrenos que han perdido por el proceso histórico de reducción y
despojo adelantado por los terratenientes. La principal zona de recuperación de
tierras se localiza en los municipios de Toribío, Caloto, Silvia y Totoró, donde más
de veinte fincas fueron invadidas por indios paéces y guambianos.
A través de la lucha por la tierra, el movimiento indígena acaba con la hacienda
de terraje y transforma la situación del cabildo. La lucha por la tierra es
desarrollada en forma de trabajo comunitario sobre las tierras que han usurpado
terratenientes y colonos; de este modo la comunidad, que se considera legítima
dueña, recupera la posesión a su manera: trabajando. El proceso de recuperación
ha significado el reintegro de tierras de hacienda al territorio de resguardo, es
decir, al régimen comunal de propiedad establecido desde la Colonia y, por ahí
mismo, el restablecimiento de la jurisdicción del cabildo y el reconocimiento de
su autoridad. De manera que el proceso de legitimación de la propiedad colectiva
se realiza, ante el Incora con base en los títulos de los resguardos conservados en
la memoria de los mayores (Findji 1992).
Los conflictos que marcan el final del ciclo de luchas por la tierra en los años
setenta están relacionados con la crisis de la ANUC. Los conflictos se refieren
al escaso alcance de las luchas, que semejaban expresiones espontáneas, y al
aislamiento de las protestas, que indicaban su surgimiento en condiciones muy
particulares y con vigencia solo local. Casi sin excepción las acciones fueron
reprimidas o enfrentaron la contraofensiva de los terratenientes. Otro factor
determinante fue la aplicación del Estatuto de Seguridad del Gobierno de Turbay
Ayala a partir de 1978.
La presencia de grupos armados tuvo un desarrollo muy desigual y le imprimió
un sello ideológico a estas luchas. La influencia de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia –FARC– se extendió a la ocupación de tierras de
nueva colonización en el oriente del país y otras zonas.7 Según información del
Cinep,8 las FARC se ubicaron al sur del departamento, en zonas de colonización
y de cultivos de coca, especialmente Argelia, Balboa, Mercaderes, Patía, La Vega,
7
8
Cinep, sf. y León Zamosc. La cuestión agraria y el movimiento campesino en Colombia.
Luchas de la Asociación de Usuarios Campesino (1987).
Véase al respecto León Zamocs. “El campesinado y las perspectivas de la democracia rural”, en
Francisco Leal y León Zamosc (comp.). Al filo del caos. Bogotá: Tercer Mundo, 1990, p. 342.
Elsa Blair. “En el Cauca: los pasos ganados”.
888
Luz Ángela Herrera
Bolívar, Almaguer, San Sebastián y Santa Rosa. El Ejército de Liberación Nacional
–ELN– se localizó hacia San Sebastián, en los límites con el departamento del
Huila y desde esta época reconoce la importancia de la lucha cívica y reivindica
el abstencionismo frente al proceso electoral. También en esta década el M-19
se traslada al Cauca y encuentra una población indígena que ya tenía un gran
desarrollo organizativo propio, lo cual le cerraba el espacio de inserción social
y lo condenaba a utilizar la región como mero teatro de operaciones.9 Por otro
lado, resurge el Movimiento Quintín Lame como propuesta armada indígena en
oposición a los terratenientes.
Movimiento Cívico del Macizo Colombiano
Las protestas cívicas ocurren en Colombia por lo menos desde la década del
sesenta. Este ejercicio tiene como propósito señalar determinadas diferencias
comparativas entre las formas históricas de los conflictos sociales y de clase, y
las formas de acción colectiva que surgen actualmente. De manera que el análisis
tiende a señalar algunos rasgos de la acción colectiva en un caso específico como
es el Movimiento del Macizo Colombiano. A partir de este análisis se intenta
comprender la multiplicidad de elementos que concurren en estos procesos
de movilización, como son los históricos, los conflictos sociales actuales y las
diferentes estructuras sociales que se mezclan para explicar un actor colectivo.
El movimiento del Macizo no es asumido como una unidad de análisis, como un
dato. Más bien se trata de considerarlo como un sistema de relaciones sociales.
Como movimiento, se explica por su capacidad de movilizar recursos internos y
externos, por las estructuras organizativas que articulan orientaciones y propósitos
plurales y dan cuenta de diversas formas de comportamiento. El fenómeno rompe
una aparente unidad y da cuenta de convergencias y divergencias. La identidad
colectiva es establecida mediante procesos de negociación e intercambio de
decisiones. El modo como los actores adelantan su acción es la conexión de
oportunidades y orientaciones.
El proceso que se inicia desde la década de los ochenta busca la consolidación del
Macizo como región. El movimiento del Macizo expresa un renovado interés por
construir la representación de lo público con base en un componente geográfico,
el Macizo, y un componente cultural, el reconocimiento de la diferencia, en su
condición de campesinos, indígenas, mujeres, jóvenes, maestros y trabajadores;
como ciudadanos, en el curso de los procesos sociales construyen universos
políticos a partir de derechos. Sus luchas son por una vida digna y por derechos
sociales, políticos, económicos y culturales:
9
León Zamosc. “Campesinado y democracia rural”, p 340.
889
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
[…] acá hay miles de mujeres y hombres dignos, abandonados por el
Estado, cuyos derechos de acueducto, de electrificación, de vías, de
escuelas han sido sistemáticamente desconocidos y le estamos pidiendo
al Estado simplemente que nos atienda, simplemente que resuelva los
derechos que nos corresponden por ser colombianos.10
En el ámbito local, a través de cabildos, asambleas, encuentros culturales de
organizaciones agrarias y sociales se construyen propuestas de desarrollo que buscan
incidir en el ámbito regional con el objeto de construir planes de ordenamiento
ambiental, productivo, sostenible e integral, de convivencia y de ciencia y tecnología.11
Los acuerdos firmados entre el Gobierno y diversas organizaciones sociales del Cauca
en la década del noventa constituyen la base de una posible agenda de política
pública; por lo tanto, de expansión de fronteras de la política institucional.
Las características de la acción colectiva expresan las condiciones internas
y externas donde se desenvuelve. Quien plantea las reivindicaciones
es el ciudadano como tal, no en cuanto miembro de entidades gremiales,
corporativas o políticas sino como usuario de servicios del Estado. Como actor
social busca el control colectivo y político a través de las organizaciones, la
participación directa en la toma de decisiones, en la celebración de acuerdos
y alianzas entre diversos grupos sociales, así como la intervención en ámbitos
de poder: alcaldías, concejos, gobernación, cámara y senado. En sus luchas,
el Estado es garante de bienes y servicios colectivos y también adversario,
porque niega o recorta los derechos que rigen para la nación a los habitantes
de las localidades y regiones.12
Este movimiento busca dar contenido a un tipo de institucionalidad que sea
incluyente: demanda metas negociables y para la realización de cualquier acción
en el Macizo exige como criterio fundamental la consulta a las organizaciones
sociales campesinas e indígenas; plantea la necesidad de construir una nueva
concepción del desarrollo como resultado de procesos económicos, sociales,
políticos e históricos; intenta establecer múltiples interacciones con otros actores
sociales y políticos que impliquen el reconocimiento de los procesos de integración
de los municipios del Cauca, Huila, Nariño y Valle del Cauca.
Como alternativa política, con capacidad para convertirse en base institucional
de un contrapoder y llenar el vacío dejado por los partidos tradicionales y la
izquierda, exige el derecho de ser reconocido como actor social pero como parte
de una red, de un sistema de relaciones, y de transformarse en intermediario
10
11
12
Intervención de Victor Collazos en El Cairo (Cajibío) el 26 de noviembre de 1999, “La
dignidad la mayor fuerza que nos mueve”, Maciceña, año 1, N°1, noviembre de 2000, p. 14.
León Zamocs. “Campesinado y democracia rural”, p. 340.
Javier Giraldo. La reivindicación urbana…, p.6.
890
Luz Ángela Herrera
válido de la población con las instancias del poder institucional y en base de una
sociedad civil local: “Acontecer de hombres y mujeres que a su trabajo, al jornalear
duro, suman su esfuerzo por querer construir mejores opciones de vida”.13
El Movimiento de Integración del Macizo Colombiano impulsa una propuesta
de construcción social de región que se apoya tanto en identidades históricas
y culturales como en las formas de lucha, de articulación y de divergencia
y en las estructuras de oportunidad que se dan en el proceso mismo de la
movilización: “Existe una historia que hunde sus raíces en el pasado, que al ir
poco a poco recuperándola, su construcción y transformación se hacen más
conscientes a través de sus luchas y movilizaciones, diciendo y cantando cómo
somos y cómo vivimos”.14
La movilización en la década de los ochenta
Según León Zamosc, la década de los ochenta se caracteriza por el resurgimiento
de las luchas campesinas, dado el deterioro de la situación económica en la
administración de Julio César Turbay y el relajamiento de la represión en las de
Belisario Betancur y Virgilio Barco. Tal como plantea Zamosc, las movilizaciones
recurren a la alteración del orden público, se dirigen al logro de negociaciones
directas y de alto nivel con el Gobierno y sugieren que otra causa de los
problemas tiene que ver con el tipo de nexo que marca la relación entre el
régimen político y la población campesina.15
Según la investigación de Esmeralda Prada, en esta misma década los campesinos
mantuvieron las luchas por la tierra, protestaron en defensa de sus economías,
contra la violencia y por el desarrollo de sus regiones. Es decir, se modificó el
sentido de la protesta campesina, dado que la intensidad de la represión y la
exclusión lograron mellar el sentido antagonista que en algún momento pudo
tener el movimiento campesino y las demandas pasaron en buena medida a tratar
de hacer cumplir el tipo de institucionalidad ofrecida.16
Las movilizaciones caucanas que tuvieron lugar en la década de los ochenta se
caracterizaron por localizarse en el ámbito municipal; paros, marchas, bloqueos de
vías y tomas de oficinas públicas no desbordaron esa frontera. Las negociaciones
se celebraron con las administraciones municipales y departamentales, aunque
13
14
15
16
“Sobre la marcha”, en Maciceña, noviembre de 2000, p.1.
“Los principios”, en Maciceña, noviembre de 2000, p.11.
Véase al respecto León Zamosc. “El campesinado y las perspectivas de la democracia
rural”, pp. 317-336.
Esmeralda Prada. “Luchas campesinas e indígenas”, en Mauricio Archila y otros. 25 años de
luchas sociales en Colombia, pp. 128-129.
891
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
otras tuvieron carácter nacional, como el Plan Nacional de Rehabilitación, el
Incora, la Caja Agraria y la Corporación Autónoma del Valle del Cauca (véase
mapa 2: Municipios con luchas sociales, 1985-1990).
Mapa 2
BUENOS AIRES
SANTANDER
DE QUILICHAO
SUAREZ
CAJIBIO
POPAYAN
TIMBIO
BOLIVAR
892
Luz Ángela Herrera
Para los líderes del movimiento los años ochenta fueron el período de gestación
del movimiento del Macizo, y las protestas de los campesinos de Santa Rosa,
Bolívar, San Sebastián y Almaguer constituyeron el punto de partida de ese
proceso.17 Entre 1985 y 1990 ocurren 35 movilizaciones.18 En primer lugar, los
campesinos demandan de las autoridades departamentales y municipales el
acceso a servicios públicos y sociales como vías, escuelas y viviendas; en segundo
lugar, son momentos de recuperación de tierras, tanto por indígenas como por
campesinos; hay protestas contra los efectos causados por la construcción de
la represa de la Salvajina, en defensa de derechos humanos y en repudio al
asesinato de líderes del campesinado y la Unión Patriótica; e igualmente se
presentan acciones en contra de la fumigación de cultivos de uso ilícito con
glifosato y en rechazo a las promesas no cumplidas por las autoridades locales.
En general, tales movilizaciones dieron como resultado negociaciones con las
autoridades o con las entidades a quienes iban dirigidas las exigencias, pero los
acuerdos se quedaron en el papel.
Los siguientes son ejemplos de la situación que se gestaba en el sur del Cauca.
En diciembre de 1985 tiene lugar en el municipio de Bolívar un paro cívico que
culmina con la firma de los “Acuerdos de Bolívar”. En mayo de 1986 se lleva
a cabo el paro de Sucre, corregimiento del municipio de Bolívar, y del mismo
modo se suscriben los “Acuerdos de Sucre”. Más adelante, el 16 de noviembre
de 1987, se realiza una marcha de campesinos de Santa Rosa (Bota Caucana) en
protesta por el abandono de la región por parte del Gobierno departamental y
municipal y para exigir la aplicación de las políticas del PNR –Plan Nacional de
Rehabilitación– y la construcción de vías, escuelas y centros de salud, pero la
movilización fue detenida por las autoridades en Guachicono, corregimiento de
Bolívar. En esa fecha se firman los “Acuerdos de Guachicono” con el entonces
director del Plan Nacional de Rehabilitación, Carlos Ossa Escobar. En noviembre
de este mismo año los campesinos de Almaguer marcharon en apoyo a la
movilización de Santa Rosa, pero igualmente fueron detenidos en La Vega. Allí
se firman con el Gobierno los “Acuerdos de La Vega”.
En octubre de 1988, ocurren dos paros cívicos, uno en Bolívar en protesta por
el incumplimiento de los acuerdos firmados en noviembre del año anterior, y
entonces los campesinos realizan una marcha hacia Popayán, otro en Argelia,
ocasión en la cual los campesinos exigieron al alcalde la construcción de una
vía. En la misma época los campesinos de Corinto y Popayán se tomaron varias
oficinas gubernamentales para reclamar servicios y oponerse a la fumigación
con glifosato.
17
18
Entrevista con líderes, septiembre de 2001.
Véase anexo 2: Luchas sociales en el departamento del Cauca 1985-1990.
893
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
El 28 de noviembre de 1989 se lleva a cabo la toma de Almaguer. En esta
jornada los campesinos de las veredas ocupan la cabecera municipal como
estrategia para vincular “la administración municipal, profesores, estudiantes y
demás instituciones de la cabecera al proceso organizativo y la problemática del
municipio”.19 Esta movilización es explicada por los líderes del movimiento como
“el primer embrión organizativo del Macizo Colombiano que se conociera en la
región, la Coordinadora Campesina sería la encargada de convocar, de allí en
adelante, los cabildos populares en dicho municipio”.20 A partir de entonces los
cabildos populares se establecen como escenarios de encuentro en nuevo avance
hacia la creación del Movimiento de Integración del Macizo Colombiano.
Paros, marchas, tomas de instalaciones y bloqueos de vías constituyen la herramienta
fundamental, pero hay un ingrediente más: el sur del departamento del Cauca
irrumpe en el escenario nacional y llama la atención sobre los graves problemas
sociales, políticos, económicos y ambientales del Macizo Colombiano. Las protestas
continúan siendo locales y promovidas por indígenas y campesinos, estudiantes,
mujeres, empleados y trabajadores independientes que exigen al Gobierno nacional
y al Incora solución a problemas de titulación y adquisición de tierras, condonación
de deudas y ejecución de proyectos productivos. A estas exigencias se agregan
demandas de electrificación, acueductos y alcantarillados, vivienda, escuelas
y maestros, así como el reconocimiento de los derechos humanos (véase mapa
3: Municipios con luchas sociales, 1991-2000). En cada protesta a las exigencias
propias del momento se suman aquellas contempladas en los acuerdos firmados
con el Gobierno desde 1985 y que no se habían cumplido hasta la fecha.21
19
20
21
“Primer período: gestación y despertar”, en Maciceña, noviembre de 2000, p.7.
“Primer período: gestación y despertar”, en Maciceña, noviembre de 2000, p.7.
Véase Anexo 3: Luchas sociales 1991-2000.
894
Luz Ángela Herrera
Mapa 3
S A N TA N D E R
DE QUILICHAO
CAJIBIO
PIENDAMO
EL TAMBO
P O P AYA N
BOLIVAR
Es importante señalar que la concentración de protestas en un municipio no
significa que sea mayor su capacidad de lucha. Por lo general, se trata de pueblos
situados estratégicamente, donde confluyen indígenas y campesinos con el fin de
ejercer mayor presión ante las autoridades para la solución de sus demandas.22
Paros cívicos regionales del macizo colombiano
La década del noventa se inicia con un nuevo pacto social: la Constitución de
1991. La Asamblea Constituyente no reformó la Constitución, sino que produjo
22
Entrevista con líderes del Cauca, octubre de 2002.
895
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
una nueva: amplió el campo de los derechos individuales y políticos y de la
autonomía municipal y regional; fortaleció el poder judicial y para desbloquear la
representatividad política creó una circunscripción nacional para los indígenas.
A comienzos de la década de los noventa, algunos acontecimientos señalan un
punto de partida en la dinámica social y política del departamento del Cauca. En
primer lugar, se llevan a cabo dos acuerdos nacionales: en el primero, de marzo
de 1990, el M-19 hace entrega de las armas en Santo Domingo (Corinto);23 en el
segundo, del 27 de mayo de 1991, el Gobierno firma en Pueblo Nuevo (Caldono)
el Pacto Político por la Paz y la Democracia con el Movimiento Armado Quintín
Lame. Por otro lado, se agudizan los conflictos internos, la militarización, las
muertes selectivas y las masacres como la de Los Uvas y El Nilo, en el municipio
de La Vega, ocurrida el 31 de marzo de 1991.
Las protestas de carácter regional imprimen una nueva dimensión a las luchas
sociales. En esta década hubo dos paros cívicos regionales: el primero, en 1991
convocó a los municipios del sur del Cauca, y el segundo, en 1999, movilizó
veintitrés municipios del Cauca y seis de Nariño.
El paro de Rosas: de la movilización a la organización
Del 20 al 26 de agosto de 1991, más de treinta mil campesinos de los municipios
de la zona del Macizo bloquean la vía Panamericana en inmediaciones de
Rosas. En el paro participan campesinos, indígenas y negros de los municipios
de Rosas, La Sierra, Argelia, Balboa, Mercaderes, Florencia, La Vega, San
Sebastián, Almaguer, Bolívar y Santa Rosa (véase mapa 4: Paro cívico regional
del Macizo Colombiano).
Esta movilización se presenta después de la celebración de una serie de
asambleas y cabildos populares donde se replantean las demandas y el tipo de
protestas centradas en hechos que no trascienden el marco municipal. En estos
encuentros se analizan temas como la importancia de vincular al proceso a los
habitantes de las cabeceras, la necesidad de extender la agitación local hacia un
ámbito más amplio de movilización que permita una mayor efectividad de las
protestas y la exigencia de una solución conjunta de los acuerdos firmados con
el Gobierno en paros anteriores.
Ya desde 1990, en los dos primeros cabildos populares realizados en el
municipio de Almaguer, se discute la creación del Movimiento de Integración
23
En cumplimiento del acuerdo firmado por el Gobierno nacional y el M-19 el 2 de
noviembre de 1989.
896
Luz Ángela Herrera
del Macizo Colombiano –Mimacizo– y se plantea la necesidad de contar con una
organización que integre a los municipios del Macizo como región. El Comité de
Integración del Macizo Colombiano –CIMA– conformado por líderes y dirigentes
encargados de trazar las políticas y conducir el movimiento, se convierte en
uno de los soportes organizativos. En una asamblea de delegados efectuada en
marzo de 1991 se sentaron las bases para sacar adelante una propuesta regional
con cuatro líneas de acción: la integración local y regional, la realización del
“Primer Encuentro Cultural del Macizo”, la elaboración de un periódico regional
y la organización de un paro cívico regional de los municipios del Macizo.24
Estas directrices le permiten al CIMA exigir, en forma integrada, el cumplimiento
de los acuerdos firmados por el Gobierno, pero fundamentalmente “comenzar a
ser poder y gobierno en la región”.25
Como resultado, el CIMA se plantea la fiscalización y el seguimiento de los
acuerdos firmados con el Gobierno nacional, la coordinación de espacios y
procesos de unidad con indígenas y campesinos del Macizo y la ampliación
de acciones con organizaciones de otros municipios del Cauca, Nariño, Hui
la y Valle del Cauca.26 Las exigencias van dirigidas no solo a las administraciones
municipales y departamentales, sino fundamentalmente al Gobierno nacional,
y este se hace presente en las deliberaciones sobre el pliego que es elaborado
para la negociación. Se logra la difusión de sus demandas en el ámbito regional,
nacional e internacional, un llamado de atención sobre las potencialidades del
Macizo, como un lugar habitado especialmente por comunidades indígenas,
campesinas y negras, y poseedor de una gran biodiversidad. Desde entonces,
el Comité de Integración del Macizo Colombiano se constituye en vocero e
interlocutor ante las entidades del Estado y otras organizaciones, tanto del orden
nacional como del regional y local.
24
25
26
“Movilización para la organización”, en Maciceña, noviembre de 2000, p. 6.
“Movilización para la organización”, en Maciceña, noviembre de 2000, p. 6.
“Movilización para la organización”, en Maciceña, noviembre de 2000, p. 6.
897
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Mapa 4
ARGELIA
ROSAS
LA SIERRA
BALBOA
PATIA (EL BORDO)
LA VEGA
ALMAGUER
BOLIVAR
SANTA ROSA
PIAMONTE
898
Luz Ángela Herrera
El paro del suroccidente colombiano: una visión
regional del desarrollo
El paro de 1999 se puede interpretar como parte del proceso de construcción de
relaciones, de acciones y de significados a través de encuentros y alianzas con
diversos actores sociales e institucionales que tienen lugar después del paro de
Rosas de 1991.
En 1993 se realiza en Almaguer la primera asamblea del Macizo Colombiano. En
el evento participaron representantes de quince municipios del Cauca: juntas de
acción comunal, campesinos e indígenas, alcaldes y concejales, educadores, médicos
tradicionales, promotores de salud, madres comunitarias, médicos del Servicio
Seccional de Salud. El propósito fundamental del encuentro fue evaluar los procesos
de organización del CIMA como una “experiencia amplia, democrática, pluralista
y pluriétnica, que se propone como expresión regional la búsqueda de bienestar
para todos, por medio de la organización comunitaria y la participación política”.27 Se
analizaron aspectos tales como el pensamiento CIMA, su experiencia en la participación
electoral y la gestión municipal, un proyecto pedagógico y de comunicaciones y su
actividad como movimiento alternativo con una visión de desarrollo regional.28
En 1994 se realiza en el corregimiento de Lerma, municipio de Bolívar, el “Primer
Encuentro Cultural del Macizo Colombiano” y la llamada “Toma Artística de
Popayán”. Participan grupos artísticos y culturales del Macizo con el objeto de
hacer visible la riqueza e identidad cultural de esa región.
Desde finales del mes de agosto hasta septiembre de 1996 se realiza la “Segunda
Movilización Concertada del Macizo y sur del Cauca”.29 Después del paro de Rosas,
veinticuatro voceros de doce municipios negocian de nuevo con el Gobierno
nacional y departamental sin llegar a las vías de hecho. En el mes de diciembre
se realiza en el municipio de Timbío una asamblea de líderes del Macizo, y es ahí
donde comienza a gestarse la integración con el suroccidente colombiano, entre
los departamentos de Cauca, Valle y Nariño.
Un segundo aspecto fundamental es el incumplimiento de acuerdos firmados
con el Gobierno sobre reforma agraria y medio ambiente, como los relativos a
demandas de vivienda, salud, educación, agua potable, saneamiento básico y
vías públicas. El incumplimiento de los acuerdos, sumado al incremento de la
violación de los derechos humanos, de las masacres y las muertes selectivas,
empieza a crear nuevas condiciones para la movilización regional.
27
28
29
Véase CIMA, Primera Asamblea del Macizo Colombiano. Almaguer, agosto 15-19 de 1993, p.8.
Véase CIMA, Primera Asamblea del Macizo Colombiano. Almaguer, agosto 15-19 de 1993, p.8.
Véase CIMA, Primera Asamblea del Macizo Colombiano. Almaguer, agosto 15-19 de 1993,
p.7. y entrevista con líderes del Macizo, septiembre de 2001.
899
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Desde principios de 1999 las organizaciones indígenas y campesinas comienzan
a examinar los acuerdos celebrados con el Gobierno. Campesinos e indígenas
del Macizo, La María, Ríoblanco y El Tambo, mineros de Puracé y fiqueros, en
reunión con representantes del Gobierno departamental revisaron ocho acuerdos
de tierras y créditos que se habían suscrito con organizaciones campesinas entre
1996 y 1997.30 También en el mes de mayo, la Asociación de Pequeños y Medianos
Productores Agropecuarios del Cauca –Agropenca– puso sobre la mesa los
acuerdos de los últimos tres años y presentó un pliego de peticiones a nombre
de los agricultores del Cauca organizados en esa asociación. La reunión se llevó
a cabo en las instalaciones de la ANUC y contó con la presencia de los ministros
de Agricultura, Transporte, Educación, Salud y el director del Departamento
Nacional de Planeación. El nuevo pliego se relaciona con las nuevas adquisiciones
de tierras, la vivienda campesina y el caso de los paneleros, que se oponen al
proyecto industrial del municipio de Padilla.31
A esta circunstancia se suma la protesta de los indígenas del CRIC, que habían
taponado la vía Panamericana para denunciar la actitud del Ministerio del Interior,
que se había comprometido por decreto a declarar la emergencia económica,
cultural y social en los resguardos. No solo no había asistido a la reunión, sino que
había cambiado en un 80 % los términos acordados con la organización indígena.32
También desde 1999, más de cuatrocientos campesinos e indígenas guambianos,
paéces y yanaconas, acompañados por delegados de la Comisión Interamericana
de los Derechos Humanos y la Cruz Roja se reunieron en Almaguer para participar
en el “Cabildo por la vida y la convivencia”, para denunciar las diferentes formas
de violencia que estaban enfrentando en la región.
En este período, en asambleas y cabildos, los indígenas, campesinos y trabajadores
hicieron énfasis en la defensa de la vida contra la violencia, el medio ambiente
y los derechos étnicos y culturales, y exigieron el cumplimiento de los pactos
suscritos desde 1991.
El pliego de peticiones
El proceso dio como resultado un pliego de peticiones presentado por los líderes
para la negociación con el Gobierno en 1999. El pliego que buscaba enfrentar los
problemas desde una concepción de desarrollo regional, planteó cinco puntos
funda mentales:
1. Reforma agraria, que contemplaba dos aspectos: el primero se centraba
30
31
32
El País, 11 de septiembre de 1998, p. 3C.
El País, 21 de mayo de 1999, p. 3D.
El Espectador, 9 de junio de 1999, p. 13A.
900
Luz Ángela Herrera
en el problema de las tierras y hacía referencia a la condonación de
las deudas por tierras adquiridas mediante el Incora, legalización de
títulos, adecuación de predios y adquisición de cincuenta mil hectáreas;
estratificación rural: estrato cero para las fincas y predios de pequeños
y medianos campesinos; creación de un fondo rotatorio para grupos de
producción con la suma de 100.000 mil millones de pesos para el fomento
y fortalecimiento de la producción; transformación y comercialización
agropecuaria y artesanal. El segundo aspecto comprendía el tema de
la producción y la comercialización: financiamiento de la elaboración
y ejecución del Plan Ambiental Agropecuario de los municipios de
Cajibío y del norte de Nariño; financiación de proyectos regionales
de producción, asistencia y comercialización de doble vía; seguridad
alimentaria, fomento y financiación de centros agroindustriales,
maquinaria e infraestructura para la producción; formación y
capacitación técnica y agropecuaria para la producción artesanal y
agropecuaria de pequeños productores campesinos.
2. Derechos sociales: apertura de programas de vivienda rural y urbana,
subsidio de vivienda rural para los municipios movilizados; ampliación
al 100 % del régimen subsidiado de salud; asignación de recursos para
el Hospital San José de Popayán, que garanticen su normal funcionamiento; educadores con cargo a municipios y departamento queden
bajo la responsabilidad de la nación; construcción, ampliación y dotación de centros educativos.
3. Servicios públicos: electrificación, acceso a la energía eléctrica mediante la
cofinanciación de proyectos de electrificación rural. Saneamiento básico:
construcción de acueductos, alcantarillados, sistemas de manejo integral
de residuos sólidos, lagunas de oxidación, biogestores y mataderos.
4. Derechos humanos: garantías para comunidades y líderes movilizados,
respeto y veeduría internacional y creación de una escuela permanente
de derechos humanos.
5. Medio ambiente: expedición de una ley de páramos e inversión social y
económica, por ser reserva de la bioesfera; protección a la biodiversidad
y el ecoturismo, acceso al certificado de incentivo forestal.
El segundo paro regional
Cuando consideraron que el Gobierno ya no les iba a cumplir los acuerdos
firmados entre 1991 y 1996, un grupo de líderes comenzó a convocar a campesinos,
educadores y trabajadores municipales de veintiséis municipios del Cauca y doce
de Nariño. Se analiza la situación, se hacen nuevas peticiones y se fija la fecha
901
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
del nuevo paro. El día primero de noviembre “se levantan los cambuches, se
organizan los ‘cordones’ y se conforman las primeras comisiones por más de diez
mil marchantes, entre ellos campesinos, maestros, estudiantes y sindicalistas”.33
Durante veintiséis días las comunidades del Macizo bloquearon la vía Panamericana
en dos sitios, Galíndez (límites de El Bordo y Mercaderes) y El Cairo (Cajibío).
En esta ocasión participan veintitrés municipios caucanos y seis del nororiente de
Nariño (véase mapa 5: Paro cívico del suroccidente colombiano).
Otros grupos sociales se unen a la protesta. En Popayán, los transportadores, el
sector de la salud, las colonias, así como las universidades y colegios suspenden
actividades. Durante el tiempo del paro se realizaron cuatro marchas, que
culminaron en una concentración en el parque de Caldas, principal escenario
público de la capital, para presionar las negociaciones con el Gobierno nacional.34
En la marcha participan líderes sindicales, profesores, estudiantes, trabajadores
de la salud, representantes de las nueve comunas, empleados del Sena y de la
industria de Licores del Cauca y los vendedores ambulantes.35
Las autoridades de sesenta resguardos indígenas del departamento iniciaron
consultas con sus comunidades para pasar de la solidaridad al apoyo
efectivo. Unos siete mil indígenas de los resguardos de la zona centro del
departamento, agrupados en la Asociación de Cabildos Genaro Sánchez, se
sumaron al movimiento y se ubicaron, en el punto “Patico” de la carretera que
va al Huila, que corresponde al resguardo de Puracé. Las comunidades de la
zona oriental se congregaron en el resguardo de La María. Las comunidades
de Morales se unieron a la protesta en Piendamó. Entre tanto, unos cinco
mil indígenas paéces de catorce cabildos indígenas del norte y nororiente
del Cauca se desplazaron hacia Santander de Quilichao para apoyar a los
campesinos, comunidades negras y maestros de ocho municipios del norte del
Cauca.36 Un grupo de campesinos ocupó la alcaldía de Almaguer y otro la de
Bolívar. En algunos municipios del nororiente de Nariño (La Cruz, San Pablo,
Belén, Colón, Génova y San Bernardo) los campesinos se toman la alcaldía y
las oficinas del Banco Agrario.
33
34
35
36
Maciceña, noviembre de 2000, p. 38.
El Colombiano, 18 de noviembre de 1999, p. 10A.
El Espectador, 19 de noviembre de 1999, p. 9A.
Consejo Regional Indígena del Cauca. Boletín de Prensa, noviembre 19 de 1990, citado en
Maciceña, noviembre de 2000, p. 35, y El Tiempo, 20 de noviembre de 1999, p. 6A.
902
Luz Ángela Herrera
Mapa 5
SANTANDER
DE QUILICHAO
MORALES
CAJIBIO
PIENDAMO
SILVIA
POPAYAN
TOTORO
TIMBIO
ARGELIA
SOTARA
ROSAS
LA SIERRA
PATIA (EL BORDO)
BALBOA
LA VEGA
ALMAGUER
MERCADERES
BOLIVAR
SAN PABLO
COLON
BELEN
LA CRUZ
FLORENCIA
LA UNION
TAMINANGO
SAN LORENZO
SAN BERNARDO
SANTA ROSA
PIAMONTE
Después de 18 días de paro, y sin posibilidades de llegar a un acuerdo entre los
líderes del movimiento y el Gobierno, la prensa denuncia que los campesinos
son presionados por las FARC y el ELN que exigen “a cada familia dos personas
como cuota para que releven a los que se encuentran en los lugares de bloqueo
a la Panamericana”.37 Igual señalamiento hace el viceministro del Interior, quien
anuncia “operativos militares para evitar la infiltración y aprovechamiento de
37
El Espectador, 18 de noviembre de 1999, pág. 8A, y El Tiempo, 22 de noviembre de 1999, p. 6A.
903
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
la guerrilla”.38 Indígenas paéces de Villarrica, que marchaban hacia La María
(Piendamó) en solidaridad con la movilización campesina, niegan la supuesta
manipulación por parte de la guerrilla y, por el contrario, denuncian las
continuas presiones de la insurgencia contra su autonomía y el asesinato por
parte del ELN de dos líderes del resguardo de Paletará, y cuestionan la presión
que ejerce el Sexto Frente de las FARC en Jambaló y Corinto, donde se oponen
a la constitución del resguardo indígena.39
Resultados del paro
Más allá de la negociación, lo que realmente queda en claro son los problemas
de la estructura agraria colombiana y el desarrollo desigual de las regiones.
Así mismo, se puede percibir que la descentralización deja a las regiones con
responsabilidades, pero sin autonomía y sin posibilidades de desarrollo regional.
Los políticos tradicionales no aparecen, en estos casos, para enfrentar los
problemas y proponer soluciones. La desarticulación entre el Gobierno central
y las regiones se traduce en las disputas políticas entre el poder central y los
gobiernos departamentales. El paro cuestiona las políticas de Estado “todas las
estrategias nacionales hicieron crisis en este paro”,40 y deja entrever la forma
como se están concertando los planes de desarrollo regionales, de espaldas a las
comunidades y sus necesidades.
En cuanto a la orientación del Gobierno nacional sobre este conflicto, es
interesante resaltar que el ministro del Interior explica la protesta como resultado
del mal manejo de los recursos por parte de las autoridades locales y deja
entrever que había disputas políticas entre el Gobierno central y las autoridades
departamentales:
En un comienzo –dice una crónica de El Espectador– se le echó la culpa
al gobernador del Cauca [...] y se quiso reducir un problema social de
dimensiones impresionantes a una furrusca política por vainas de puestos;
después se le echó la culpa a la guerrilla, en un intento del ministro del
Interior por deslegitimar la protesta, haciendo rodar el rumor equivocado
de que el paro había sido organizado y dirigido por las FARC.41
Los líderes del movimiento parten de la base de que esta nueva negociación
implica el reconocimiento de que la deuda social, económica y ecológica que
el Gobierno tiene con el suroccidente no se puede resolver en un solo periodo
38
39
40
41
El Colombiano, 18 de noviembre de 1999, p. 10A.
El Tiempo, 23 de noviembre de 1999, p. 6A.
El Espectador, 28 de noviembre de 1999, p. 3A.
El Espectador, 28 de noviembre de 1999, p. 3A.
904
Luz Ángela Herrera
presidencial, “Pero sí podemos ganar voluntad política y acordar, con todos los
caucanos y nariñenses que, desde una concertación organizada, de la que hagan
parte maestros, indígenas, campesinos y gobiernos departamentales, exijamos
destinaciones más justas dentro del presupuesto nacional”.42
Desde el punto de vista de las organizaciones sociales, se trata de
[…] decantar los resultados de esta movilización, así mismo sentarse a mirar
los intereses que nos identifican y también las diferencias que tenemos las
diferentes organizaciones que participamos en la movilización, aprender
a que dentro de las diferencias que hay (sic) saber identificar los puntos
que nos unen y aprovechar. Evaluar la seriedad de las propuestas del
Gobierno, si esto es una tomadura de pelo, si va a cumplir con los
compromisos realizados y realizarle una evaluación política y mirar los
mecanismos que garanticen el cumplimiento de los compromisos.43
Bloqueo de la “pana”44 y cerco a Popayán
Más allá de sus orientaciones, contenidos y eficacia, las protestas sociales, han
logrado concentrar la atención de autoridades y medios de comunicación. Por
su forma, como dice Adrián Scribano para el caso de Argentina, se alude a “la
especial relación que tienen en este tipo de protestas el espacio, los sujetos,
el discurso y el sentido”.45
En el departamento del Cauca, la carretera Panamericana es un factor importante de
estructuración espacial. El investigador Jiménez la divide en dos tramos claramente
diferenciados: primero, desde el extremo sur del departamento, en el municipio de
Mercaderes, hasta la cabecera municipal de Rosas, y segundo, desde esta cabecera
hasta Santander de Quilichao, al norte. Adicionalmente, tiene en cuenta otros ejes
de estructuración espacial: el eje vial Corinto-Silvia-Totoró, el eje vial Totoró-La Plata
(departamento de Huila) y el abanico vial que parte de Cali hacia el Cauca.46
42
43
44
45
46
El Colombiano, 14 de noviembre de 1999, p. 3A.
Olivero Castillo en Maciceña, p. 37.
“Pana”, término con el que se designa a la carretera Panamericana.
Adrián Scribano. “Argentina ‘cortada’: cortes de ruta y visibilidad social en el contexto del
ajuste”, en Margarita López (ed.). Lucha popular, democracia, neoliberalismo. Protesta
popular en América Latina en los años del ajuste. Caracas: Editorial Nueva.
Luis Carlos Jiménez. “La organización del espacio en el suroccidente de Colombia: ¿la
acción del Estado en el departamento del Cauca ha contribuido a la reducción de los
desequilibrios espaciales de desarrollo?”. Cuadernos de geografía. Revista del Departamento
de Geografía. Bogotá: Universidad Nacional, Facultad de Ciencias Humanas, vol. X, N° 2,
2001, p. 32.
905
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Desde 1976, cuando se terminó de construir el tramo de la vía Panamericana
entre el sitio Mojarras (municipio de Mercaderes) y la ciudad de Pasto (capital del
departamento de Nariño), existe la conexión vial del sur del Cauca con el resto
del suroeste del país. Desde entonces se integran a la carretera especialmente los
municipios de Bolívar, Balboa y Argelia, y pierde importancia la vía carreteable
que comunicaba los pueblos del Macizo con el sur. Las poblaciones ubicadas
alrededor de la vía Panamericana y al sur de Popayán, en las laderas del Macizo,
están conformadas por campesinos, mestizos y en un porcentaje menor por
indígenas y comunidades negras que se ubican en Guachicono, en el municipio de
Bolívar y el valle del Patía, en el municipio de El Bordo. El eje vial Corinto-SilviaTotoró es el principal eje de estructuración del territorio indígena caucano, el eje
Totoró-La Plata, es la única opción de comunicación directa de los municipios de
Inzá y Páez con Popayán y con las cuencas altas de los ríos Cauca y Magdalena.47
El hecho de bloquear la vía Panamericana y establecer cerco a Popayán
constituye para los campesinos e indígenas una estrategia de protesta eficaz,
importante como forma de presión: se paralizan las actividades económicas,
se interrumpe el tránsito vehicular de la única vía que comunica el sur del
país con el resto del territorio nacional. Los manifestantes, que permanecieron
inicialmente en la carretera Panamericana, extendieron su protesta y cerraron
las vías que conducen a Popayán: al norte, el bloqueo a la Panamericana en el
sitio El Cairo; al sur, el bloqueo en el sitio Galíndez; al occidente de Popayán el
bloqueo es a la altura del municipio de El Tambo y al oriente la vía se obstruye
en el sitio Patico, que comunica a Popayán con las carreteras Puracé-Santa
Lucía-La Plata-Neiva y La Plata-Pitalito-Florencia.48
La acción se convierte en el medio más eficaz para despertar la atención de la
opinión pública nacional y lograr una respuesta de las autoridades nacionales y
departamentales. La actitud de los participantes ante la efectividad del bloqueo
de la carretera se resume en esta frase: “Más vale un kilómetro de carretera
Panamericana que diez curules en el Congreso de la República”.49
El bloqueo de la vía no es resultado de una decisión espontánea, sino que obedece
al grado de organización alcanzado. Es indudable que para poder permanecer
veintiséis días en la Panamericana fue necesario contar con formas de presión
47
48
49
Luis Carlos Jiménez. “La organización del espacio en el suroccidente de Colombia: ¿la
acción del Estado en el departamento del Cauca ha contribuido a la reducción de los
desequilibrios espaciales de desarrollo?”. Cuadernos de geografía. Revista del Departamento
de Geografía. Bogotá: Universidad Nacional, Facultad de Ciencias Humanas, vol. X, N° 2,
2001, p. 34-35.
El Espectador, 18 de noviembre de 1999, p. 8A.
José Rodrigo Orozco. “No hay mal que dure cien años no pueblo que lo resista”, en
Maciceña, noviembre de 2000, p. 33.
906
Luz Ángela Herrera
por parte de los organizadores, pero la acción también es parte de un proceso
de construcción de solidaridades tras la experiencia de los continuos bloqueos,
tomas de instalaciones y marchas. Estos procesos van construyendo formas de
participación en torno a demandas comunes y a la exigencia del cumplimiento de
compromisos por parte del Gobierno nacional.
Tal modalidad de protesta rompe con la invisibilidad de sectores sociales y de
regiones que secularmente han sido ignoradas por los distintos gobiernos y por
la sociedad en general. Los medios de comunicación desempeñan un papel muy
importante, por cuanto repercuten no solamente en las organizaciones, sino
también en la toma de decisiones, modificando de alguna manera las relaciones
entre la sociedad y el Estado. A través de los medios se puede decir que los actores
sociales pretenden. 1) ganar visibilidad: los medios los hacen visibles y presentan
sus demandas; 2) ganar reconocimiento: los medios cubren con gran despliegue
la movilización, difundiendo la situación creada por el bloqueo y las causas de
este; 3) obtener credibilidad, en cuanto sus acciones contribuyen a explicar el
conflicto y sus formas de solidaridad, a dar legitimidad a las organizaciones y a
que ellas sean aceptadas por la opinión pública.
Como forma de presión, el paro permite ganar seguidores a la causa de la
protesta, reconocer a quienes se oponen a ella, así como a aquellos que buscan
sacarle partido a la movilización. Las autoridades departamentales se suman a la
protesta para denunciar la situación del departamento frente al Gobierno central
y buscan servir de mediadores entre los líderes del paro y el Gobierno nacional.
A los gobiernos departamentales del Cauca y Nariño se unen los gremios
económicos y la Arquidiócesis. Por un lado, reclaman participación en el Plan
Nacional de Desarrollo, y por otro denuncian el recorte de las transferencias de
la nación a los departamentos.50
Como escenario de confrontación con el Gobierno, el paro permite aquilatar
fuerzas de parte y parte. Por un lado, a medida que avanza el paro se suman
más personas: de diez mil que inician la movilización se llega a treinta mil, y del
bloqueo de la vía principal, se pasa a bloqueos en otros lugares, tratando de aislar
el suroccidente del país. Por su parte, el Gobierno nacional hace énfasis en que
detrás de la protesta están los grupos guerrilleros, como una forma de quitarle
fuerza al paro y una manera de criminalizar la lucha social.
50
Archivo de prensa del Cinep. “El suroccidente pide la palabra”, en Cien días vistos por
Cinep, vol. 10 N° 45, Cinep, Bogotá, julio-noviembre de 1999. P. 47.
907
El movimiento de integración del Macizo Colombiano
Conclusión
Desde la década del noventa surge la iniciativa de construcción de un movimiento
campesino regional. Ha sido un proceso de integración de distintos grupos
sociales (campesinos, indígenas, estudiantes, maestros, mujeres, trabajadores
asalariados) que reclaman el derecho a la movilización, a la participación
política en la toma de decisiones, y que va más allá de la unificación de luchas
o de demandas globales propias del mundo campesino, indígena o de los
trabajadores asalariados.
La opción de actividades que se realizan fuera de las vías institucionales
supone, más allá de la legalidad que caracteriza una determinada acción,
la aprobación y legitimidad social con que cuenta. Esto significa, en primer
lugar, la idea de participación como construcción social; así, pues, un factor
decisivo a tomar en cuenta es el proceso de atribución de sentido que los
ciudadanos realizan en la concepción de la participación. En segundo lugar,
se introduce la posibilidad de cambio en la construcción de la participación
política. El énfasis se pone en las formas de interrelación y articulación y en
el componente organizativo; lo importante de estos procesos no son tanto las
actividades que se realizan en el marco de la participación, sino los contenidos,
los significados y las orientaciones que los ciudadanos introducen en la esfera
pública a través de sus implicaciones en estos procesos colectivos. Más allá de
la participación electoral, son variadas formas de acción política a disposición
de los ciudadanos que pretenden incidir en el sistema político.
Referencias citadas
Findji, María Teresa
1992. “Movimiento social y cultura política: apuntes para la historia del
movimiento de autoridad indígenas de Colombia”. En: Amado Guerrero
(Comp.). Cultura política, movimientos sociales y violencia en la historia
de Colombia, pp. 329-350. VIII Congreso Nacional de Historia de
Colombia. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander.
908
Interpretando el pasado Nasa1
JOANNE RAPPAPORT
E
n Los funerales de la mamá grande, Gabriel García Márquez plantea la necesidad
de contar su historia “antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores”. En
realidad, los historiadores llegaron hace muchísimos años: el escritor intenta corregir
los abusos de la historiografía colombiana, al darles vida a aquellos acontecimientos ya
olvidados que deberían estar en el centro de la conciencia histórica, pero que han
sido ignorados por los historiadores. A lo largo de las Américas, los pueblos indígenas
trabajan por realizar los mismos objetivos, revalidando su propio conocimiento histórico
como arma contra su posición subordinada dentro de la sociedad dominante. Para
los indígenas, la historia es fuente de conocimiento sobre los métodos mediante los
cuales fueron subyugados por los europeos; es también origen de información sobre
sus derechos; representa el comienzo de una nueva identidad; es una posible fuente
de ideas para la construcción de nuevos proyectos nacionales (Barre 1983). Desde la
perspectiva de los indígenas, tanto como desde la de García Márquez, la historiografía
occidental ha separado al indígena de su propio pasado a través de la omisión de un
tratamiento real de ambos. A cambio, lo trata como un ser exótico, o como un salvaje.
De esta manera, la historiografía occidental justifica la invasión europea de América.
Pero para los pueblos aborígenes, las obras de los historiadores euroamericanos son
tratados de una naturaleza legendaria y no verdadera (Wankar 1980: 277-281).
En este artículo intento proponer una metodología para el estudio de historias
no-occidentales, a través del análisis del proceso por el cual los nasa del suroccidente
colombiano han revalidado su propia visión histórica. A partir de la invasión española
en el siglo XVI, los nasa se han dedicado a la tarea de definir, formular y reformular
1
Original tomado de: Joanne Rappaport. 1987. Interpretando el pasado Páez.
Revista de Antropología, 3 (2): 55-82. Por solicutd de la autora, y en consononacia
con los cambios de las políticas y reivindicaciones locales, hemos sustitudo Páez
por Nasa en el título y en secciones del artículo.
La investigación sobre la cual está basado este artículo fue financiada por la Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales del Banco de La República. Bogotá (1978-1980) y
la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research, Nueva York (1984). El primer capítulo
de un libro, hiyth, Memory and Historiad Renovation, que será publicado por Cambridge
University Press. Linda Seligman contribuyó con sus muy valiosos comentarios. Mis
agradecimientos también a Oscar Saldarriaga por su corrección de la versión en castellano.
909
Interpretando el pasado Nasa
su propia noción de espacio dentro del proceso histórico colombiano. Examinaré
este proceso de definición histórica a través del estudio de ciertos periodos, en los
cuales los historiadores autóctonos elaboraron su visión histórica de una forma
alcanzable para el etnohistoriador. Algunas de estas relaciones están en forma
escrita, en especial aquellas del pasado más distante, del siglo XVIII. En cambio,
las narraciones actuales se transmiten en una forma oral o gráfica. Aun cuando
existen narraciones históricas coherentes y largas, gran parte del conocimiento del
pasado se halla en unidades narrativas más pequeñas: en episodios breves que
describen un evento, que a veces no sobrepasan el tamaño de una frase. Esta
naturaleza fragmentaria del conocimiento histórico de los nasa es la regla, tanto para
la tradición oral como para las relaciones escritas. El conocimiento histórico también
se expresa a través de la geografía sagrada y el rito. Además, la visión histórica de
los nasa se hace más patente aún en la acción y la retórica política.
Se entiende más claramente la naturaleza de la conciencia histórica si se le interpreta
dentro del marco de la relación entre la población aborigen y el Estado, tanto el
Estado colonial español como la moderna nación colombiana. Desde los albores de
la dominación europea, la acción política de los nasa ha sido dirigida a la definición
y la búsqueda del poder del grupo frente a la sociedad dominante. Sin embargo,
ni los europeos ni el Estado son el enfoque de la visión histórica de los nasa.
Su conocimiento propio, en cambio, se centra en actividades de indígenas en el
pasado: sus logros y fracasos a lo largo de la lucha por su identidad. La historia de
los nasa es un arma de doble filo, las relaciones históricas propias de los siglos XVII
y, comienzos del siglo XX nos han llegado escritas o sea, su primer público era, o
un público alfabeto no-indígena, o las generaciones futuras de indígenas alfabetos.
Tales relaciones utilizan un estilo de expresión que surge de la palabra escrita a fin
de transmitir ideas indígenas y de dar poder a la comunidad. Sin embargo, a pesar
de que toman una forma proveniente de la sociedad euroamericana, estas imágenes
propias de los nasa, colocadas en sitios geográficos y acontecimientos mitológicos,
solo podrían ser comprendidas por otros indígenas sin haberlo sido por los lectores
europeos. Más aún, estos no tienen una organización cronológica occidental. Por lo
tanto, los ejemplos sobrevivientes de su expresión histórica del pasado son, como sus
contrapartes peruanas, “crónicas de lo imposible”, o sea intentos indígenas de integrar
su pensamiento histórico y su cosmología con el discurso occidental. El resultado ha
sido el de que las dos partes se borren, porque se contradicen (Salomón 1982).
La conciencia histórica no-occidental
El enfoque de las investigaciones de la mayoría de los etnohistoriadores se ubica
en el pasado. La mayor parte de estos producen “etno-historias”, es decir, historias
del contacto europeo con las sociedades no-occidentales. Por otra parte, muchos
910
Joanne Rappaport
etnohistoriadores producen análisis sincrónicos cuya “actualidad etnográfica”
se localiza en el pasado. Pero existe otra opción para el etnohistoriador: la
investigación sobre la naturaleza y la estructura de las relaciones indígenas sobre
el pasado. Esta tarea ha sido emprendida recientemente por los historiadores
de África (Vansina 1973; Miller 1980; Cohen 1985) y Afroamérica (Price 1983).
Asimismo, tal orientación analítica se abre paso entre los estudiosos de las
sociedades asiáticas (Errington 1979; Rosaldo 1980) y del Pacífico (Harwood 1976;
Morphy y Morphy 1985). Para Mesoamérica y Sudamérica, los etnohistoriadores
han hecho su propia contribución a esta literatura a través de sus interpretaciones
de obras escritas por historiadores indígenas durante la Colonia y la República
(Bricker 1981; Salomon 1982; Zuidema 1982).
Casi todos estos estudios concuerdan con el hecho que las historias no occidentales
tratan del pasado. Pero estas historias no establecen una separación entre los
acontecimientos pasados y las necesidades actuales. Según Morphy y Morphy (1985:
462), son imágenes sobre el pasado y no traídas del pasado; son meditaciones de
la gente actual sobre lo que puede haber ocurrido en el pasado. No documentan
“lo que ocurrió”. En cambio, recrean imágenes de “lo que debe haber pasado”.
Utilizan imágenes míticas o metafóricas para representar los acontecimientos
históricos; muchas veces tales vehículos eclipsan a los acontecimientos mismos
y por consiguiente nos resulta difícil su ubicación geográfica o cronológica. En
un estudio de las técnicas mnemotécnicas del mundo clásico, Frances Yates
(1966) demuestra que los oradores memorizaban sus discursos a través del
trazado de edificios públicos, dentro de los cuales situaban una serie de imágenes
extraordinarias o notables que correspondían a los planteamientos que querían
memorizar. Profundizando en el estudio de Yates, Harwood (1976) plantea que
es más fácil recordar los símbolos novedosos o impactantes del mito, que los
escuetos hechos históricos a los que se refieren las imágenes míticas. Por esta
razón, son empleados frecuentemente por los historiadores nativos. Igualmente,
Miller (1980) sostiene que ciertos clichés simplificados y expresados a través
de vehículos míticos, sirven como estratagemas mnemotécnicas para presentar
procesos históricos más amplios dentro de la tradición oral.
La estructura narrativa de estas historias nativas contrasta fuertemente con nuestra
forma de escribir historia. Algunos pensadores sugieren que no las llamemos
“narraciones” porque no son siempre “estilizadas” y a menudo son muy breves
frases o episodios transmitidos a través de refranes, canciones, o descripciones
físicas de los antiguos asentamientos abandonados (Rosaldo 1980; Price 1983;
Cohen 1985). Alien (1984) y Cohen (1985) sostienen que su historicidad no
reside en un texto estático, sino en un proceso continuo de interpretación por el
cual las historias están sometidas al montaje y al re-montaje; Alien, en particular
postula si no sería mejor buscar la razón de ser de este proceso en las normas
estéticas, tanto como en el contenido de los episodios. Poole (1985) propone
911
Interpretando el pasado Nasa
que la narración andina es incoherente y confusa para la gente no-andina,
precisamente porque no está compuesta por textos aislados, sino que forma
parte de todo un conjunto de actividades de expresión histórica, incluyendo el
rito, la peregrinación y la danza, todos los cuales clarifican el contenido de las
narraciones, dando claves para su interpretación.
Estas historias no son cronológicas. Dentro de aquellas, los marcos temporales
aparecen yuxtapuestos; omiten la explicación causal; evitan la narración linear;
ubican los acontecimientos por fuera del tiempo cronológico. Pero esto no
quiere decir que los historiadores nativos no tengan nociones de causalidad.
Tales nociones lineares de la experiencia histórica son entendidos por los
narradores y por el público, tal vez comentados por ellos en otro contexto, pero
no necesariamente transmitidos a través de la narración misma. Además, gran
parte de este conocimiento histórico está inscrito en la organización del espacio
físico, dado que los rasgos topográficos sirven no solo como referencias históricas,
sino más aún; la geografía también incide en la forma en la que se recuerdan, se
conceptualizan y se organizan los hechos (Harwood 1976, Rosaldo 1980).
Si los lazos entre el conocimiento histórico y la vida actual se forjan a través
de la expresión no-linear en el espacio geográfico y en el rito, si el pasado y la
actualidad están ligados, es porque la historia es útil: el conocimiento del pasado
sustenta los pleitos sobre tierras, las decisiones políticas, o las disputas sobre
los muertos. Además, es central para los que quieren fortalecer su identidad
comunal y su autonomía frente a la dominación europea (Rosaldo 1980; Price
1983; Cohen 1985; Lederman 1985).
La naturaleza fragmentaria, poco estilizada y episódica de esta visión histórica es
fundamental para su utilización: su flexibilidad y su ambigüedad permiten que sea
empleada en diversas coyunturas, a través de varios géneros de expresión.
El problema de la clasificación
Una de las herramientas menos útiles para nuestro entendimiento del pensamiento
histórico de otras sociedades es la orientación clasificatoria, la cual determina
la historicidad con base en nuestros propios cánones históricos. Para los
euroamericanos, la historicidad se define a través de la narración cronológica o
linear; ignoramos el hecho de que aquellas son características de una teoría europea
del tiempo que por lo demás, ha nacido estrechamente ligada al proceso de
colonización del globo por los europeos (Cohen 1981: 227-229). Como resultado,
vemos nuestro marco temporal como un hecho natural dado, y rechazamos los
esquemas históricos de los conquistados.
912
Joanne Rappaport
Los antropólogos han utilizado los estudios del mundo clásico como punto
de partida para el desarrollo de sus esquemas clasificatorios; de esta manera
desenfatizan la especificidad cultural, social e histórica de nuestra propia visión
histórica euroamericana. Esta actitud está claramente demostrada en aquellas
tipologías en las que nuestra visión del pasado se llama “la historia”, mientras
que las narraciones de otras sociedades son “mitos”. Uno de los primeros intentos
de formular una tipología de esta naturaleza es el artículo, “Mito, memoria e
historia”, escrito por M.I. Finley (1965). En esta obra, Finley delinea el desarrollo
del pensamiento histórico griego y su origen desde el mito. Para Finley existe
una distinción muy precisa: la historia es cronológica, organizada a través
de un esquema coherente de fechas, el cual se basa en datos recopilados de
documentos escritos y estructurados en una presentación sistemática; el mito, en
cambio, representa la antítesis de la historia: es no-linear, atemporal, fantástico,
sin sistematización. Goody (1977) ha profundizado el argumento de Finley, al
sugerir que el pensamiento histórico posiblemente es exclusivo de las sociedades
con escritura, en las que el pensamiento objetivo, analítico y cronológico se nutre
gracias al distanciamiento que se produce a través de la reflexión, con base en
una serie de informes contradictorios que tratan un sólo evento. En los estudios
de Sudamérica indígena, la distinción mito-historia ha sido transformada en una
oposición entre aquellas sociedades “calientes” en las que existe historia –como
la nuestra– y las sociedades “frías”, sin marco temporal y sin historia o sea, las
sociedades primitivas (Lévi-Strauss 1966; Kaplan 1985). Tal formulación ha servido
de base para el análisis de textos autóctonos, con el objeto de demostrar que las
poblaciones andinas no tienen una mentalidad histórica, sino que, en cambio,
integran su memoria dentro de un marco mítico que refleja más la estructura
social que el proceso temporal (Ossio 1977; Zuidema 1982).
Aquel antropólogo que ha caído preso en la trampa de la distinción mitohistoria, puede encontrar una salida en la literatura histórica, en la cual los
historiadores intentan formular definiciones de su oficio. En estos trabajos, la
historia se somete a una redefinición que la hace más y más semejante a nuestras
ideas de mito y de literatura. En La idea de la historia, una de las obras clásicas
de la teoría histórica, Collingwood (1946) define el oficio del historiador como
el análisis de la evidencia dentro del marco de una estructura de trama, de
naturaleza universal y mítica. Siguiendo el argumento de Collingwood, Hayden
White (1973, 1978) sugiere que tal marco discursivo está impuesto por el mismo
lenguaje utilizado por el historiador. El estudioso del pasado es un prisionero
de su propia realidad, en la cual está sujeto a escoger entre una gama de estilos
de expresión, las cuales determinarán la naturaleza de su análisis. Es decir, la
historia no se finca en “la verdad” sino en la selección de un estilo de exposición
determinado históricamente. Esta definición de la historia borra, entonces, la
línea divisoria entre historia y literatura:
913
Interpretando el pasado Nasa
Si vemos a la historia y las novelas simplemente como artefactos
verbales, entonces las dos son indistinguibles la una de la otra. No
podemos distinguirlas formalmente si no nos acercamos armados de
preconcepciones específicas en cuanto a las verdades que se supone
cada una conlleva. Pero el objetivo del autor de una novela es el mismo
que aquel del autor de la historia. Los dos pretenden construir una
imagen verbal de la “realidad”. El novelista presenta su noción de esta
realidad en una forma indirecta, es decir, a través de técnicas figurativas,
y no la, presenta directamente, comunicando una serie de proposiciones
que deben corresponder, punto por punto a algún acontecimiento
extratextual, tal como pretende lograrlo el historiador. Pero la imagen de
la realidad que construye el novelista se propone corresponder en sus
contornos generales, a algún dominio de la experiencia humana, que no
es menos “real” que aquel al que se refiere el historiador. Por lo tanto, no
es una cuestión de conflicto entre dos especies de verdad (lo que nos ha
sido impuesto por el prejuicio occidental en favor del empirismo como
la única ruta hacia un entendimiento de la realidad); no es un conflicto
entre, por un lado, la verdad de las correspondencias y por el otro, la
verdad de la coherencia (White 1978: 110).
La obra de White es un intento por distinguir entre los varios modos, míticos o
genéricos, que estructuran la interpretación histórica.
Las discusiones que se han desarrollado entre los historiadores rompen nuestra
noción antropológica que distingue entre la “estructura” y el “evento” por la
que asimilamos estructura a “modo mítico” e historia a “eventos verdaderos”
(Sahlins 1981). Los historiadores actuales nos llevan a reconsiderar la validez de
esta distinción, si nos damos cuenta del hecho de que el pensamiento histórico
está igualmente determinado por consideraciones estructurales. Es decir, los
antropólogos no podemos contrastar entre el “mito” y la “historia” sin que los dos
términos sean definidos adecuadamente: los historiadores están borrando aquellas
definiciones que antes aparecían tan claras.
Otra orientación, tal vez más radical la de los historiadores populares, también
nos ayuda a romper las preconcepciones antropológicas acerca de los límites del
pensamiento histórico. Mucha de la historia que aprendemos de las comunidades
con las que convivimos no es una historia profesional, escrita por historiadores
de tiempo completo. Es, en cambio, una historia popular, producida por
individuos que no se someten a nuestros cánones históricos. De hecho, gran
parte de la historia popular tanto en nuestra sociedad –como entre los indígenas
sudamericanos, africanos, asiáticos– no tiene la forma de narraciones estilizadas,
sino que se expresa a través de actividades y ritos públicos, organizada sin el
recurso a la cronología (Popular Memory Group 1982; Lowy 1985). Esta alternativa
914
Joanne Rappaport
para la representación del proceso histórico no es menos histórica que la nuestra,
a pesar de que no siga los mismos cánones. Al reconocer la historicidad de estas
interpretaciones no-narrativas del pasado tenemos que construir instrumentos
analíticos para entender su naturaleza. Al separarles de la “historia” cuando no se
conforman a nuestros patrones disciplinarios, no las estamos explicando sino sólo
clasificándolas (Sperber 1975).
Marcos teóricos para el estudio comparativo de historias
A pesar de la controversia que gira alrededor de la oposición mito-historia
hecha por Finley, su análisis es útil en cuanto coloca la evolución del
pensamiento histórico griego dentro de un contexto histórico. Las dificultades
que experimentamos al acercarnos a las historias no-occidentales tienen su
origen en el hecho de que no las hemos contextualizado adecuadamente, sino
que nos hemos quedado en la etapa de comparar su estructura textual con la
estructura social en general. No las situamos dentro de sus contextos histórico
o sociopolítico, sino que los analizamos como si fueran textos situados por
fuera del tiempo. Bloch (1977) sugiere que, el origen de nuestra dificultad para
explicar el hecho de que algunas sociedades posean nociones del tiempo linear,
mientras que otras no la tienen, radica en nuestros prejuicios antropológicos
que nos llevan a estudiar el campo ritual ignorando la importancia de las
técnicas de medición temporal dentro de la actividad práctica. Tal vez Bloch
construye una distinción demasiado rígida entre los dos campos; sin embargo,
tiene razón cuando nos exhorta a considerar las implicaciones prácticas de los
textos ritualizados, y nos sugiere que examinemos el proceso de utilización
de aquellos textos dentro de los campos prácticos de la vida de la comunidad
y entre comunidades. Es más: debemos tener en cuenta la importancia de
aquellas estructuras temporales que son informadas por el rito, dentro de
las actividades cotidianas, como es trabajar, caminar, comer, dormir, etc. No
tratamos con “textos” fijos, sino con interpretaciones coyunturales, móviles
que se aplican dentro de contextos prácticos, cuyas formas y contenidos
están determinados tanto por la memoria de interpretaciones anteriores,
como por las exigencias de la situación. Por lo tanto, aquí demostraré que
los nasa actuales utilizan modelos de interpretación de la época colonial, o
anteriores a esta, con el fin de explicar sus adaptaciones post-coloniales al
Estado colombiano, justificando así, o construyendo nuevas soluciones para
relacionarse con la nación. Los nasa viven dentro del tiempo histórico, y sus
propias interpretaciones de los procesos temporales están determinadas por
su posición dentro de tal flujo.
Si el pensamiento histórico es, en sí, producto del proceso histórico, ligado tanto
a la actualidad como al pasado, ¿cómo, entonces, nos acercaremos a la historia
915
Interpretando el pasado Nasa
de nuestros interlocutores indígenas? En un párrafo frecuentemente citado, Walter
Benjamin (1986) nos da una pista para entender la importancia de la historia por
fuera de los muros de la Academia:
“Articular el pasado históricamente no quiere decir darnos cuenta de “como
realmente sucedió” (Ranke). Significa capturar una memoria en el momento en
que irrumpe el peligro… El peligro afecta tanto al contenido de la tradición como
a sus recipientes… En cada época es necesario renovar el intento de arrebatar la
tradición de aquel conformismo que casi la subyuga…” (1968: 255).
Taussig, al profundizar en la obra de Benjamin y de Silvia Bovenschen (1978)
sobre la bruja como imagen de la lucha por el poder en el movimiento feminista,
sugiere que la utilización de imágenes históricas por los chamanes sudamericanos
no refleja un entendimiento de los eventos como enlaces dentro de una secuencia
causal. En cambio, es una aplicación metafórica de lo que se sabe acerca del
pasado: “… Son imágenes míticas que reflejan y condensan la apropiación vivencial
de la historia de la Conquista, en cuanto que esa historia es percibida a raíz de
las analogías y correspondencias estructurales que tiene con las esperanzas y las
tribulaciones de la actualidad…” (Taussig 1984: 88). El poder mágico de la historia
se aloja en los contrastes y las contradicciones que surgen de la relación entre el
pasado como experiencia y la estructura del mundo actual.
Esta cuestión aparece dentro de un marco mucho más amplio: las luchas por
la utilización de la literatura e historia en el Tercer Mundo. La historia adquiere
cierto poder en las naciones nuevas, porque facilita la elaboración de nuevas
definiciones no-europeas de la sociedad:
La capacidad de controlar el pasado, al definirlo como historia y
establecer clasificaciones para diferenciar entre los europeos y los otros,
son cuestiones centrales para las revoluciones y las transformaciones
que forman parte de los que llamamos la historia del mundo moderno
(Cohen 1981: 244).
La historia no es en absoluto una reflexión dislocada sobre el pasado: es un asunto
de poder en el presente que contribuye a su preservación o puede suministrar los
vehículos para alcanzarlo.
El poder que surge del control del pasado para una redefinición del futuro es una
preocupación central para aquellos novelistas del Tercer Mundo quienes, como
los chamanes descritos por Taussig, construyen visiones o imágenes del pasado,
en lugar de cronologías factuales. En estas novelas, el pasado, la actualidad y el
futuro se interpenetran:
916
Joanne Rappaport
Las generaciones que siguen crean o recrean selectivamente un sentido
del pasado, en gran parte –aunque no totalmente– a través del arte. Este
pasado creado y simplificado, a su vez, ayuda a elaborar una percepción
de lo que podría ser el futuro. Parafraseando a Stephen Dedalus, los
artistas forjan la conciencia y el conocimiento no creados de sus razas.
Si esta conciencia colectiva es a veces una falsificación, no es por ello
menos potente (Dasenbroch 1985-1986: 312-313).
Para estos escritores, la ubicación de la memoria histórica se halla, no en el
pasado, sino en la actualidad y en el futuro:
Vivimos hoy. Mañana tendremos una imagen del hoy. No lo podemos
ignorar, como no podemos ignorar que se vivía el pasado que el origen
del pasado está en la actualidad: recordamos aquí, hoy. Pero también nos
imaginamos aquí, hoy. Y no debemos separar lo que podemos imaginar
de lo que podemos recordar. Recuerda el futuro; imagina el pasado:
creo que esta es la articulación verdadera del tiempo como se lo vive,
inevitablemente, en la actualidad (Fuentes 1985-1986: 338).
Si en algún lugar la visión histórica pertenece a la actualidad, dando poder,
está en la obra de Gabriel García Márquez. En sus novelas, re-escribe la historia
colombiana, entretejiendo imágenes legendarias y míticas con hechos históricos,
intensificando así aquella verdad que espera transmitir:
El lector educado, lleno de información, puede distinguir entre lo real
y lo inventado, y puede notar aquellos cambios que han sido operados
en base a lo real. Su experiencia de la diferencia entre una realidad
imaginaria y una realidad efectiva no se borra, sino que se agudiza. Las
ficciones más engañosas son las que parecen las más reales y naturales,
y no las que parecen más artificiosas. Y tal vez algo más importante:
esa nueva escritura del pasado desamarra nuestra percepción de lo
razonable, lo natural o lo inevitable de tal historia. Sí, ha ocurrido, pero
¿tiene que seguir ocurriendo? ( Janes 1985-1986 :300).
Por esta razón, muchos intelectuales ven en García Márquez uno de los pocos
capaces de transmitir la significación de la colombianidad, lográndolo a través
de una forma más aguda que aquella de las historias “reales y naturales”. Es por
esto que él se apresura por contar sus historias “antes de que tengan tiempo
de llegar los historiadores”. Y también esto nos explica algo el poder de las
imágenes míticas que aparecen con tanta frecuencia dentro de las narraciones
no-occidentales sobre el pasado. No es que los pueblos indígenas no tengan
una concepción del tiempo, ni tampoco que no puedan distinguir entre hecho
y ficción. Es, en cambio, que las imágenes ficticias y fantásticas les facilitan una
917
Interpretando el pasado Nasa
reflexión más profunda sobre lo real. Al emplear imágenes míticas o cíclicas para
iluminar los “vacíos” que existen en la memoria histórica, se hace hincapié en la
importancia del pasado en la medida en que se vuelve más reconocible. Es más:
al enfatizar la estructura repetitiva del proceso histórico, estas narraciones forjan
lazos entre el pasado y el futuro, y facilitan un patrón del origen, pero también de
hacia dónde se va. Por esta razón, las historias indígenas norte y suramericanas
incluyen reflejos del pasado en visiones futuristas. Eso se expresa más claramente
en aquellos modelos que computen el tiempo como un movimiento a lo largo de
un número fijo de generaciones, empezando en el pasado y dirigiéndose hacia el
futuro, pero con su eje en la actualidad.
La naturaleza de cualquier ejemplo de esta mezcla de pasado, presente y futuro,
de acontecer y de fantasía, tiene que ser analizada dentro de su contexto social
e histórico. Un marco teórico que se presta a la interpretación de los textos
históricos aborígenes, es aquel proporcionado por los críticos literarios marxistas,
Eagleton (1978) enumera los varios elementos que se deben tener en cuenta en el
análisis de un texto literario subrayando la importancia de la comprensión de la
serie compleja de interrelaciones entre la formación social global, la producción y
consumo de los textos literarios, la ideología que determina los cánones y controla
la producción y distribución de los artefactos literarios, los atributos biográficos
del autor, y las normas estéticas que informan su producción.
En cuanto a las historias nativas que nos interesan, la tipología de Eagleton nos
facilita un vehículo para la formulación de varias preguntas que nos llevarán
más allá del análisis formal de un texto aislado: ¿Cuál es la relación entre la
inserción de pueblos aborígenes dentro del Estado y la forma de narración
histórica que desarrollan para sobrevivir como pueblos autóctonos? ¿Bajo cuáles
circunstancias producen los indígenas historias escritas que puedan entenderse
dentro de los marcos conceptuales de la sociedad dominante? ¿Qué influencias
conllevan las historias escritas en la forma y la producción de historias locales,
por y para los miembros de las comunidades? ¿Bajo cuáles condiciones surgen
autores/historiadores en estas comunidades, y cuál es su influencia sobre la
producción histórica local? ¿Hasta qué punto y bajo cuáles condiciones ejerce
la visión histórica de la sociedad dominante una influencia sobre la visión
histórica indígena? ¿Cuál es la relación entre la ideología expresada por medio
de estas historias y su implementación en la práctica política? ¿Cómo afectan
las normas estéticas y la gama de géneros de expresión, en la naturaleza de
la interpretación histórica? Estas interrogaciones formarán el centro de nuestra
interpretación de la evolución de una conciencia propia entra los nasa desde
el siglo XVIII hasta la actualidad.
918
Joanne Rappaport
Los nasa
Los nasa son agricultores indígenas quienes habitan las laderas de la cordillera
Central, en el noroeste caucano. Aproximadamente 60.000 nasa viven en
territorios cuyas alturas varían entre los 1000 y 3500 metros sobre el nivel del
mar. Dependiendo de la ubicación vertical de la comunidad, cultivan café, coca,
caña de azúcar, maíz o papas. Aunque el café y la coca son cultivos comerciales,
y los cafeteros indígenas participan activamente en el mercado en calidad de
pequeños productores, muchos nasa son agricultores de subsistencia cuyos
ahorros monetarios provienen de su participación temporal en el mercado laboral
cuando, en calidad de jornaleros, trabajan en haciendas cafeteras o en centros
urbanos. Viven en resguardos, unidades políticas que poseen y administran
terrenos comunales con base en títulos reales del siglo XVIII. Los comuneros no
gozan del derecho de adueñarse individualmente de sus tierras; tienen derechos
de usufructo sobre los lotes y no los pueden vender, ni tampoco pueden personas
ajenas adueñarse de tierras del resguardo. El Cauca es uno de los departamentos
con mayor población indígena, y los nasa son el grupo indígena más numeroso
del departamento. La mayoría de los nasa habita las vertientes occidental y oriental
de la cordillera Central; sin embargo, colonos nasa han establecido comunidades
y resguardos en la costa del Pacífico y, además, existen pequeñas comunidades
nasa el Caquetá. Su patria chica es Tierradentro, región que era el centro de sus
asentamientos en los años tempranos de la Colonia. Tierradentro sigue siendo un
centro importante y la tradición oral siempre incluye referencia a sitios geográficos
de la región, independientemente de cuál sea la comunidad del narrador. Aun
cuando la mayoría de los nasa de Tierradentro viven en resguardos, muchos de
los que viven en las laderas occidentales de la cordillera son terrazgueros cuyas
tierras fueron usurpadas por latifundistas durante el siglo XIX.
Los nasa son producto de un proceso histórico en el que sus poblaciones
fueron desplazadas, sus comunidades destruidas y restablecidas, por lo cual las
unidades políticas y comunitarias gozan de formas nuevas de organización social.
El Tierradentro que encontraron los españoles a finales del siglo XVI era una
conglomeración no-centralizada de cacicazgos que se unificaban en tiempos de
guerra. La zona era punto de avanzada para una unidad política más compleja,
ubicada al oriente, en el valle de La Plata (Rappaport 1987).
Cuando llegaron los europeos en el siglo XVI, los nasa los enfrentaron militarmente,
formando alianzas con los pijaos, yalcones y guanacas; sus vecinos guambianoscoconucos colaboraron con los españoles en la pacificación de Tierradentro.
Después de su derrota a mediados del siglo XVII, los indígenas quedaron bajo
el control del Estado colonial español, en el que se permitía cierto grado de
autonomía a cambio del pago del tributo. Los caciques fueron forzados a servir
de intermediarios entre los tributarios aborígenes y la Corona, la cual requería
919
Interpretando el pasado Nasa
el pago de tributos tanto en especie y en oro, como de la prestación periódica
de servicios laborales para las haciendas de los alrededores de Popayán. Fueron
desposeídos de sus tierras fértiles del valle de La Plata y tuvieron que convertir
a Tierradentro –en otro tiempo avanzada rústica– en su centro de asentamiento.
Hacia principios del siglo XVIII, los nasa se habían expandido por fuera de
Tierradentro, colonizando las laderas occidentales de la cordillera y también las
tierras calientes al oriente, en la gobernación de Neiva. Con el fin de legitimar
la autoridad política aborigen y asegurar la protección de tierras tradicionales
y recientemente colonizadas, varios caciques nasa establecieron resguardos.
Estas instituciones originalmente un vehículo para el aislamiento y penetración
de comunidades indígenas, fueron acogidas por los nasa del siglo XVIII como
medio de protección de su hegemonía territorial. Las tierras de resguardo eran
administradas por autoridades políticas permanentes, los caciques. De esta forma
se consolidó una autoridad política nunca antes vista en la zona páez.
Con el objetivo de oponerse a las obligaciones tributarias impuestas por la Corona,
los nasa participarán en las guerras de la Independencia, para luego descubrir
que los líderes criollos triunfantes buscaban destruir al resguardo para abrir los
territorios indígenas a la explotación comercial. El siglo XIX fue un periodo de
destrucción. La legislación republicana dividió a los resguardos en unidades
territoriales pequeñas, que gozaban de una autoridad más débil. Los caciques
fueron comprados por los recién instituidos partidos políticos; estos caudillos
indígenas llevaron a sus súbditos a las guerras civiles en las que Tierradentro fue
siempre un campo de batalla inveterado. Durante el siglo XIX también tuvo lugar la
expansión de los ranchos ganaderos en el Cauca, y muchos resguardos perdieron
tierra ante los terratenientes ganaderos, quienes gozaban frecuentemente de la
colaboración de políticos indígenas (Findji y Rojas 1985).
El siglo XIX es central en el entendimiento de la visión histórica de los nasa. En
este período, el Estado logró mayores incursiones en la autonomía territorial y
política de los indígenas. A diferencia del Estado colonial, que permitía cierto
grado de autonomía siempre y cuando cumplieran con las disposiciones tributarias,
el Estado colombiano intentaba crear una nación homogénea en un territorio
continuo (Bonilla 1979). Para la población aborigen, esto quería decir que tuvieron
que renunciar no sólo a aquella autonomía política de la que gozaban bajo los
españoles, sino también a la autonomía territorial frente a un Estado que buscaba
privatizar la tenencia de tierras con el fin de modernizar el país y de establecer
relaciones capitalistas a lo largo de la nación.
Es apenas durante las guerras civiles que ocurrieron a lo largo del siglo XIX,
cuando notamos un intento por parte de los nasa de recuperar la autonomía
que habían perdido a raíz de la conformación de la nación colombiana. Las
guerras civiles sirvieron de campo de entrenamiento para una nueva generación
920
Joanne Rappaport
de líderes políticos nasa, quienes empezaron a organizarse a principios del siglo
XX, para apoyar el fortalecimiento de los resguardos indígenas y la recuperación
de las tierras usurpadas. Mientras que algunos de estos movimientos eran
indigenistas, concentrados en las demandas y en la organización netamente
indígena en los años treinta y cuarenta, una nueva generación de nasa, aliados
al Partido Comunista Colombiano, intentaron integrar sus reivindicaciones
indígenas dentro del cuerpo de reivindicaciones de los obreros y campesinos
de la sociedad mayor. A raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en abril de
1948, estalla otra guerra civil, “La Violencia”, que llega a servir como pretexto,
en muchas zonas rurales, para la consolidación de latifundios, compuestos por
tierras que antes pertenecían a campesinos. Tierradentro es teatro de operaciones
de guerrilleros liberales y comunistas, tanto como de la policía militar que los
aterrorizó bajo el pretexto de que pertenecían a estos partidos. En un resguardo
masacraron al cabildo entero, y en otras comunidades la gente tuvo que huir a
refugios en la montaña o a centros urbanos para salvarse de la policía militar.
Aquella resistencia nasa, que había evolucionado en la primera mitad del siglo,
fue acallada eficazmente durante esta época.
Desde principios de los años setenta, los cabildos se han integrado a la lucha por
la tierra y a los movimientos indígenas que han surgido en la sierra suroccidental
colombiana. Según estos cabildos, no es sólo el territorio lo que hay que
recuperar, sienten que durante este siglo han perdido contacto con su historia
y quieren recuperar su poder. Este análisis clarificará el hecho de que la época
contemporánea no es, de ninguna manera, un periodo único en la historia nasa:
cada historiador indígena ha participado en un proceso similar de revitalización
histórica, no importa si vivió en el siglo XVIII, a principios del siglo XX, o en 1980.
La historia nasa
Los nasa presentan un caso único para el estudio de la conciencia histórica
de los indígenas suramericanos, a causa de la profundidad temporal de la
documentación existente sobre su pensamiento histórico, documentación
que data desde el siglo XVIII, en forma de títulos de resguardo. Existe poca
información en los archivos y periódicos del siglo XIX sobre el pensamiento
histórico de los nasa republicanos, pero a principios del XX aparece un tratado
escrito por el dirigente indígena, Manuel Quintín Lame, el cual nos da pistas
para la reconstrucción de este pensamiento. La conciencia histórica de los
nasa de hoy puede ser sometida a la investigación etnográfica. Sin embargo,
existen también archivos de grabaciones, tales como el contenido del Archivo
Fundación Colombia Nuestra (Cali), los cuales complementan los materiales
etnográficos y además, dan acceso a las interpretaciones históricas hechas por
algunos individuos que gozaban de gran talento e intuición.
921
Interpretando el pasado Nasa
El caso de los nasa es además especial, por el hecho que es posible comparar las
declaraciones de los historiadores indígenas con otras evidencias documentales
De esta manera se puede determinar el nivel de historicidad de las narraciones
indígenas. Es más: este cuerpo documental contiene una gran cantidad de datos
relacionados con las tácticas políticas de los historiadores indígenas, que nos facilitan
aún más información sobre la naturaleza de su visión histórica. Otros grupos de la
zona andina están documentados –aún más extensamente– en el registro histórico.
Sin embargo, muchas veces resulta difícil la comparación entre datos orales locales
y documentos de archivo, especialmente si el grupo local pertenece a una etnia
más grande, como los quechua o aymara. En este aspecto, el caso de los nasa es
también único: a pesar de la pequeña cantidad de datos históricos disponibles, si
los comparamos con otros grupos de los Andes Centrales o el Ecuador, su territorio
y población son bastante reducidos para que el etnohistoriador pueda utilizar gran
parte de los datos documentales que encuentra.
Tal vez lo más novedoso del ejemplo de los nasa es el hecho de que queda
relativamente fácil la reconstrucción de cadenas de transmisión de su visión
histórica: cada generación de historiadores nasa tenía a su alcance los documentos
producidos por la generación anterior, y aquellos servían de base para la
interpretación histórica. Por lo tanto, existe una gama continua de evidencias
históricas con la cual podemos analizar la estructura del pensamiento histórico de
los nasa y su traducción a una ideología que informa la actividad que asegura el
mantenimiento físico y cultural del grupo.
La cadena de transmisión de la visión histórica nasa permite el entendimiento
de una continuidad moral entre los habitantes precolombinos de Tierradentro
y la población actual que lo habita. La continuidad moral se expresa dentro
de las definiciones de los nasa de su propia identidad, tanto a través del mito
como de la toponimia, la genealogía, y los títulos cacicales. Los nasa se sirven
de múltiples recuerdos de las conexiones entre pasado y presente, y utilizan
este conocimiento histórico en la definición de su identidad política y social en
las varias coyunturas políticas por las cuales han pasado. No importa que sean
o no el mismo grupo étnico que aquel que se enfrentó a los españoles en 1572;
lo importante es que perciban la existencia de este lazo, y que hayan producido
una ideología que lo legitimice.
Tres fuentes claves sirven para documentar la evolución de esta conciencia
histórica propia:
Los títulos coloniales de resguardo: A la vez que los títulos de resguardo del siglo
XVIII establecen una base territorial y política para las comunidades, también a
través de ellos se vislumbra una interpretación propia de las relaciones intertribales
de la época y de la conformación de una autoridad política nueva. Los más notables
922
Joanne Rappaport
son las contribuciones de Don Juan Tama, cacique de Pitayó y Vitoncó,2 y los
caciques Gueyomuse de Togoima.3 Estos documentos a primera vista parecen ser
narraciones cronológicas de acontecimientos relacionados con la llegada al poder
de estos caciques. Sin embargo, una lectura más profunda proporciona datos que
señalan que los narradores de los títulos condensaban sus marcos temporales,
combinando información de la época precolombina y de la Colonial. Aquellas
fuentes, escritas en español, son documentos oficiales de la administración colonial.
Tratados políticos: A principios del siglo XX un líder indigenista, Manuel Quintín
Lame, escribió un tratado intitulado, “Los pensamientos del indio que se educó
dentro de las selvas colombianas” (Lame 1971 [1939]), el cual quedó en manuscrito
hasta publicarse en 1971 por el Comité de Defensa del Indio. Este documento,
escrito en español, utiliza la historia nasa para justificar las actividades políticas de
su autor. El estilo del manuscrito es una mezcla de la tradición cronológica de la
sociedad mayor colombiana, con una visión mitológica del pasado. Lame utiliza
imágenes de la naturaleza y de los caciques, o sea, imágenes nasa; pero también
pinta un cuadro romántico del indio genérico, utiliza fechas como base de su
marco temporal –aunque no de una manera cronológica– y se suscribe a la teoría
histórica de los “grandes hombres”, que estaba de moda entre los historiadores
latinoamericanos (Burns 1980). Además, el tratado es de una marcada naturaleza
mesiánica, construido sobre la base de una ideología que siempre ha existido
entre los nasa (Rappaport 1980-81), a pesar de expresar tal pensamiento mesiánico
a través de imágenes cristianas y europeas. Las actividades de Lame están bien
documentadas (Castrillón 1973; Sevilla-Casas 1976; Tello 1983), lo que nos permite
trazar la ejecución política de su conocimiento histórico.
Interpretación histórica actual: Los actuales nasa comunican su tradición histórica
a través de la retórica política, el mito, el rito y las imágenes visuales, tanto en
español como en nasa yuwe y actuando con base en este conocimiento a través
de sus instituciones políticas. De mayor interés es la elaboración mítica a la cual
han sometido los títulos coloniales del resguardo: existe una correspondencia muy
clara entre las narrativas orales y los documentos del siglo XVIlI. A principios de los
años setenta, se grabaron una serie de autobiografías en español de líderes nasa,
incluyendo a un hombre llamado Julio Niquinás.4 Niquinás –ahora muerto y en ese
entonces ya anciano– había sido testigo a la guerra de los Mil Días y participante
activo en los movimientos indígenas del siglo XX. Estas entrevistas son una fuente
muy rica de información sobre uno de los mejores historiadores contemporáneos
entre los nasa; hombre que se sentía igual de cómodo al narrar sus experiencias
en la guerra Civil y la “Quintinada”, como al reinterpretar los hechos republicanos
dentro del marco de las tradiciones orales de los caciques coloniales.
2
3
4
ACC/P 1881, 1883; NC/S 1914.
AHT/B 1727.
AFCN/C 1971a, 1971b, 1972 s.f
923
Interpretando el pasado Nasa
Desde el punto de vista occidental, ninguno de estos individuos ha sido historiador
profesional. De hecho, ninguno era educado y no sabemos si todos fueran
alfabetos. Los caciques coloniales dictaron sus pensamientos a escribanos. Quintín
Lame sabía leer, pero no podía escribir bien, y dictaba a secretarios indígenas
los contenidos de su tratado, de los artículos periodísticos que publicó, y de los
memoriales que preparó en defensa de los derechos de los indígenas caucanos,
huilenses y tolimenses.
Muchos de mis interlocutores nasa no podían escribir más que sus firmas. De
todos los historiadores que examinaremos, el único que era realmente alfabeto
era Julio Niquinás, quien estudió varios años en la escuela y luego refino sus
capacidades dentro del movimiento indígena.
El poder de las interpretaciones históricas de estos individuos no proviene de
sus calificaciones profesionales. Sin embargo, sospecho que todos eran buenos
oyentes y que sabían sintetizar las tradiciones contadas por sus contemporáneos,
produciendo narraciones coherentes y novedosas. El hecho más importante es que
todos estos historiadores han sido activos en la política: Tama fundó resguardos,
Lame revivió la importancia del resguardo después de las pérdidas del siglo XIX;
Niquinás participó en la política indígena desde 1915 hasta 1972. Esta participación
política, en escala regional y nacional, abrió para estos hombres la oportunidad
de forjar una visión global de los pensamientos, acciones, y problemas de su
pueblo, un conocimiento que dio poder y significación a sus narraciones políticas.
Su estatura política, además, permitió que sus voces fueran oídas más allá de
los confines de Tierradentro. Por otra parte, sus actividades políticas daban un
contexto muy claro dentro del cual la historia servía como inspiración para la
formulación de tácticas y estrategias.
Es fascinante el hecho de que cada historiador esté ligado al que le precede y
al que le sigue. Los títulos de resguardo eran una inspiración para Quintín
Lame, quien investigó ávidamente en los archivos colombianos. El ejemplo de
los caciques coloniales dio a Lame un marco dentro del cual podía formular sus
reivindicaciones políticas y, además, le proporcionó una idea clara de los linderos
que intentaba reconstruir. La tradición oral actual elabora sobre estos documentos,
tal vez a raíz de la revalidación de aquellos estudiados por Lame hace unos 50
años. También existen lazos firmes entre Lame y Niquinás, dado que este último
sirvió de secretario a Lame durante varios años mientras estaban juntos en la cárcel.
Pero las cadenas de transmisión del conocimiento histórico son útiles, siempre
y cuando contribuyan a que sus recipientes se sirvan de imágenes poderosas
del pasado, imágenes que muevan a las personas a la acción. Entre los nasa,
el poder de las fuentes históricas proviene en parte de la sofisticación de sus
intérpretes, pero aún más, del poder mágico que manejan. Don Juan Tama de
924
Joanne Rappaport
Vitoncó pretendió ser el hijo de las estrellas de la Quebrada de Tama, nacido
de lo sobrenatural. Quintín Lame sostenía que era un descendiente directo
del cacique de Vitoncó, aunque probablemente no lo fuera. El hecho de que
manejara información histórica no conocida por sus contemporáneos le daba un
aura de poder que lo asociaba con el héroe cultural, Juan Tama. En el norte de
Tierradentro se cree que Tama nació en una quebrada en la vereda de El Cabuyo,
y que sus únicos descendientes son los miembros de la familia Niquinás; por lo
tanto, Julio Niquinás también era descendiente del gran cacique colonial. A un
nivel, el poder de estos historiadores proviene de sus lazos con Juan Tama y el
mundo sobrenatural. A otro nivel más profundo, sin embargo, queda claro que
todos tienen otro atributo en común: todos tienen un conocimiento amplio acerca
de la burocracia estatal. A través de los títulos del resguardo, podemos sugerir
que Don Juan Tama probablemente no era nasa, y que poseía una experiencia
intelectual más extensa que la de sus súbditos. Manuel Quintín Lame no fue criado
en un resguardo, sino como terrazguero en una hacienda cerca de Popayán, y
sirvió como soldado en Panamá durante la guerra de los Mil Días. Julio Niquinás
nació en Tierradentro, pero trabajaba por fuera con los Lamistas y tuvo mucha
experiencia con los abogados. Aquellos hombres forjaron imágenes poderosas y
novedosas, y sin duda eran percibidos como individuos extraordinarios a causa
de su facilidad para desempeñarse frente a la burocracia estatal.
A pesar de que la descendencia del héroe cultural sea uno de los componentes en
la formación de un historiador nasa, no es suficiente para que alcance las alturas
de un Quintín Lame o un Julio Niquinás. En Togoima, los guyumús, descendientes
de los caciques gueyomuse, hablan con cierta autoridad de asuntos históricos.
En otras partes de Tierradentro encontré otros individuos que pretenden ser
descendientes de caciques; pero ninguno es capaz de producir interpretaciones
históricas tan satisfactorias como aquellas de los historiadores que seguiremos.
Muchos pueden repetir cuentos que han oído, pero no pueden producir historias
nuevas, ni tampoco entretejer narraciones de acontecimientos locales con historias
más universales. La ausencia de una visión histórica amplia entre aquellas personas,
se debe a su falta de participación activa en la política más allá del nivel local.
Aquí está una de las áreas claves en donde la naturaleza del Estado determina el
nivel de conciencia histórica entre los nasa. La historia es un arma de la definición
comunal y la resistencia que surgen como adaptación a la expansión estatal. A
medida que se van forjando unidades políticas más amplias en oposición al poder
estatal, la interpretación histórica tiene que volverse más global si va a ser útil
para estos proyectos. Esto no quiere decir; que haya una historia universal en toda
comunidad indígena, porque no la hay. Sin embargo, se asume que en aquellos
casos en los que surge una organización amplia, también aparecerá una historia
universal. Esta verdad corresponde tanto a los Estados precolombinos de América,
como a las comunidades indígenas bajo el Estado colonial español, o las naciones
actuales de América Latina.
925
Interpretando el pasado Nasa
La naturaleza del Estado es un punto central para el análisis de la interpretación
histórica nativa por otras razones. La forma de la narración y el lenguaje
seleccionados están ligados al carácter del Estado que enfrenta el narrador. Los
historiadores coloniales nasa transmitieron sus interpretaciones a través de títulos
reales, cuyos fines no eran históricos y cuyos redactores no eran indígenas; los
escribanos sólo permitieron que los caciques hicieran breves referencias a aquella
historia que les daba poder. El producto escrito de esa visión histórica no era
asequible a todos, sino únicamente a los caciques y las autoridades coloniales:
los documentos fueron escritos en español y guardados en archivos, en una
época en la cual la investigación histórica era por nombramiento real y no para
el público general. Además, mientras el sistema colonial dio a las comunidades
indígenas cierto grado de autonomía política y territorial, también las aislaba de la
sociedad dominante. Por lo tanto, los recursos y los contactos de que gozaban los
comuneros nasa eran limitados y si algún comunero hubiera producido historias,
estas no han sobrevivido la marcha del tiempo.
En contraste, Quintín Lame y Julio Niquinás vivían otra época. Ambos hablaban
castellano. La política estatal que les concedió la ciudadanía con el objetivo de
integrarles dentro de la nación para controlar sus tierras y su lealtad, también le
dio acceso a toda una gama de medios de comunicación para la transmisión de sus
historias. Los nasa participaron activamente en los partidos políticos y en el ejército
colombiano, y varios alcanzaron el grado de coronel o general. A principios de este
siglo, un indígena podía escribir artículos en los periódicos, como lo hizo Lame, o
podía aspirar a escribir tratados más extensos (aunque seguía siendo limitado su
poder de publicarlos). Existía un público amplio que leía lo que comunicaba el
activista indígena a los medios noticiosos. Con el empuje hacia la definición de la
nación colombiana, y con el fin de buscar pruebas del lugar de Colombia dentro
de la marcha del “progreso” del siglo XIX, la historia llegó a ser una vocación
importante, impulsando la creación de academias de historia y archivos locales,
regionales y nacionales. Bajo estas condiciones, no sorprende el hecho de que Lame
haya emprendido investigaciones de archivo como base para su historia.
Como respuesta a la política estatal, la noción de lo que significaba ser indígena
también cambió en esta época. Así, Lame formó una organización amplia
compuesta por nasa, guambianos, y los descendientes de los pijaos del Tolima. En
esta coyuntura, la comunicación pan-indígena solo pudo lograrse en castellano.
Siendo terrazguero, hijo de una familia exiliada de Tierradentro, Lame no hablaba
nasa yuwe; era un producto de su época.
Era aún más amplio el contexto del pensamiento histórico de Julio Niquinás. En
1972 estaban naciendo organizaciones indígenas por todo el continente. Estaba
en gestión el Consejo Regional Indígena del Cauca, que a la larga fundó su propio
periódico. Es decir, llegó una nueva etapa de la comunicación indígena en la
926
Joanne Rappaport
cual los indígenas no sólo usaban los medios de comunicación, sino que los
controlaban. Su público se expandió para incluir a los grupos internacionales de
apoyo y las fundaciones. Aunque la historia contada por Niquinás está en forma
oral, surge de esta nueva coyuntura electrónica e internacional.
Pero a medida que el Estado se extendía más y más en el seno de la vida de los
nasa, y aquellos ampliaban su visión identificándose como indígenas dentro de
una área nacional e internacional, la naturaleza de la relación comunidad-Estado
impulsó el mantenimiento de la tradición oral a nivel local algo que seguramente
ocurrió en el pasado aunque no sobreviven sus restos. Aquella tradición oral está
presente en la geografía de Tierradentro a través del mito y el espacio sagrado, y
expresada con mayor claridad en sus relaciones con la sociedad dominante. Por
ejemplo, las nuevas interpretaciones del pasado surgen en los juzgados, donde se
utiliza el conocimiento histórico como evidencia jurídica. La historia oral también
sirve como mnemotécnica para recordar la ubicación de los linderos de resguardos,
puesto que gran parte de los acontecimientos míticos tienen lugar a lo largo de
las fronteras. El carácter oral de esa historia le proporciona cierta flexibilidad de
interpretación, la cual es necesario para que la historia sea útil en la vida cotidiana.
La oralidad también permite que la comunidad guarde como posesión privada su
historia, contándola en su propio idioma. Dado que la historia está al alcance
del movimiento pan-indígena con sus propios medios de comunicación, aquellos
historiadores nasa que quieren interpretar su propia experiencia nasa optan por un
medio oral de transmisión, opción fortalecida por los mapas parlantes y símbolos
de nacionalidad que han surgido últimamente, imágenes poderosas que evocan
memorias del pasado a través de géneros novedosos.
La variedad de ejemplos de la interpretación histórica nasa exhibe una gama de
géneros, desde el mítico hasta el objetivo, algunos influidos por la historiografía
colombiana y otros de naturaleza más autóctona. La selección del género y los
modos de interpretación no salen del vacío: representa una opción consiente
y estratégica, producto de la coyuntura política y el carácter del destinatario.
La experiencia local y nacional del historiador influirá también en el modo de
presentación de la historia. Por lo tanto, el estudio de la conciencia histórica entre
los nasa no es tanto de la creación de una distinción entre el mito y la historia,
como un examen cuidadoso de la articulación entre los diferentes géneros de
expresión histórica y la actividad política dentro de la nación.
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930
Intelectuales, campesinos e indios1
JOSÉ MARÍA ROJAS
Introducción2
E
n este trabajo procuramos indagar sobre las particularidades de una relación
de conocimiento y/o de acción entre intelectuales y campesinos e indios
en tanto que categorías sociales. No examinamos la estructura históricosocial que los sustenta ni nos detenemos en los protagonistas individuales y
grupales de las coyunturas en las cuales sus relaciones se han hecho visibles.
Preferimos tomarlos como si fueran libres o autónomos en el escenario históricosocial. Hacemos, por tanto, una especulación que esperamos resulte razonada y
razonable. Comenzaremos por trazar un perfil de cada categoría social y luego
consignaremos los testimonios de algunos intelectuales a quienes entrevistamos
con el propósito deliberado de elaborar este ensayo.
Intelectuales
Hoy por hoy hacer de los intelectuales en Colombia un objeto de estudio, resulta
un tanto insólito. Como en el adagio popular sobre las brujas, no hay que creer
en ellos pero que los hay los hay. La pérdida de credibilidad en los intelectuales
colombianos es un fenómeno complejo. En primer lugar durante las tres últimas
décadas el aporte tradicional de la clase dominante ha disminuido ostensiblemente.
Es como si paralelamente con la pérdida de su legitimidad sociopolítica la clase
dominante se hundiese en un proceso de desintelectualización y con él la
credibilidad en los intelectuales descendiese a un punto cercano a cero.
1
Original tomado de: José María Rojas. 1994. Intelectuales, campesinos e indios.
Boletín socioeconómico, 28: 61-78.
2
Ponencia presentada al XIX Congreso Latinoamericano de Sociología, Caracas, Venezuela.
Mayo 30 – junio 4 de 1993.
931
Intelectuales, campesinos e indios
932
José María Rojas
Sin pretender afirmar que la posición de intelectual haya sido en sí misma en
Colombia una posición de poder, a manera de hipótesis planteamos que durante
un periodo de veinte años, desde comienzos de la década de los sesenta hasta
comienzos de la década de los ochenta, se produjo una ruptura que podríamos
calificar de radical entre la condición social del intelectual y el poder social,
económico, político y eclesiástico, representado por empresarios, dirigentes
gremiales, hombres de Estado, políticos, periodistas, juristas y clérigos. Además de
la desintelectualización de la clase dominante habría dos factores que se asocian
a este fenómeno: el uno, signado por la época, convirtió en un contrasentido
al pensador reaccionario. El otro, tuvo que ver con la apertura de la educación
superior a las capas medias de la sociedad. Este hecho no se tradujo en un
fenómeno generalizado de ascenso social, pero estando íntimamente ligado al
anterior, produjo un efecto cuantitativamente considerable de lo que se podría
denominar “intelectualidad revolucionaria”. Su signo común fue la adhesión a
las distintas corrientes de un marxismo militante y una producción discursiva de
corte declamatorio que sólo podría ser erudita mediante la citación de obras y
autores en los cuales se asumía que todo había quedado definitivamente aclarado.
Por consiguiente, no se estaba obligado a hacer la investigación empírica de la
situación histórica o, para decirlo en otros términos –que todavía recuerdo con
nostalgia– el “Análisis concreto de la situación concreta”.
Con el derrumbe de la mayor parte de los proyectos políticos de la izquierda
marxista durante la década de los ochenta, la intelectualidad revolucionaria de tipo
discursivo perdió su oficio y buscó acomodo a la sombra de políticos clientelistas,
en su mayoría pragmáticos, por no decir que cínicos y corruptos. Recordando un
trabajo ya lejano de Orlando Fals Borda, así se dio la primera captación de nuestra
anti-élite (Fals Borda 1967). La segunda, aunque arranca desde la década de los
ochenta, es un fenómeno más selectivo y más reciente. Es, podríamos decir, el
síndrome de los noventa. En todos estos casos se trata de intelectuales que se
habían ganado un prestigio en calidad de académicos, de investigadores sociales.
Y fue precisamente en la escritura de sus libros o de sus informes de investigación
que se encontraron con el poder, a cuya tentación no opusieron resistencia. Otros,
menos afortunados, han encontrado en la consultoría la ilusión del poder.
Naturalmente no todos los consultores son intelectuales y no todos los intelectuales
que hacen consultorías para altos funcionarios del Estado como ministros y
consejeros presidenciales han tranzado sobre sus convicciones teóricas o buscan
figuración y ascenso social, pero son una minoría. Aunque una parte de esa
intelectualidad doctrinaria, otrora militante de izquierda y hoy no menos doctrinaria
en el ejercicio o en elogio del poder que cuestionaron pasó por los medios
académicos y algunas individualidades dejaron una huella, ha sido precisamente
en el ámbito de las grandes universidades públicas y privadas donde se ha venido
fraguando un tipo de intelectual que investiga sobre los problemas nacionales y
933
Intelectuales, campesinos e indios
regionales y produce conocimientos que escasamente circulan entre los mismos
académicos. Es así como se han venido configurando afinidades temáticas que
han permitido emprender tareas conjuntas de investigación. Tal vez el hecho
más relevante durante los últimos ocho años lo constituya la convergencia de
investigadores de cinco centros de investigación de las cinco universidades más
importantes del país, gracias a la convocatoria que hiciera el Fondo DRI, para
que las universidades realizaran estudios puntuales sobre la marcha del programa
de Desarrollo Rural Integrado. Este es el único programa del Estado para los
campesinos colombianos, desde que a mediados de los setenta se diera marcha
atrás al programa de la Reforma Agraria. Ya desde septiembre de 1988 el recién
nombrado ministro de Agricultura, quien tenía vínculos académicos con una de
las universidades en cuestión, adoptó en su integridad una declaración suscrita
por “Los Equipos Universitarios que Evalúan el Programa DRI”. Esta declaración se
sitúa abiertamente del lado de los campesinos a quienes considera no como meros
agentes económicos, sino fundamentalmente como portadores de un modo de
vida rico en iniciativas tecnológicas y en particularidades organizativas y culturales
que es preciso reconocer como una parte fundamental de la realidad nacional.3
Desde entonces hasta el momento actual se ha avanzado significativamente
en el inventario y la sistematización de las características socioeconómicas y
sociopolíticas de los campesinos en diferentes regiones del país. Se han investigado
experiencias relativamente recientes de recomposición de campesinado y se
tiende a trabajar teórica y empíricamente en una dirección inversa a la de la
3
“Es equivocado ver a los campesinos como meras unidades económicas. Si se destruyen
sus condiciones de existencia, si se violentan los rasgos específicos que los caracterizan
y les dan identidad como sociedad compleja, no podrán desarrollarse como campesinos
ni podrán tampoco tener un papel protagónico en el desarrollo económico del país,
perdiéndose un patrimonio cultural acumulado por generaciones.
La sociedad campesina, a lo largo de su historia, ha generado sistemas y tecnologías
de producción, formas de organización social y otros elementos culturales que se
constituyen en un patrimonio social y en eficientes mecanismos para, no sólo, satisfacer
sus necesidades básicas, sino también intercambiar excedentes de producción con otros
sectores. Reconocer la sociedad campesina, su cultura y modo de vida, es un presupuesto
para generar procesos de desarrollo tecnológico, económico, social y ambiental acordes
con la realidad. Otra condición necesaria para ello es que los campesinos participen
protagónicamente en la construcción de su propio desarrollo...
...La trayectoria investigativa institucionalizada en los centros de investigación de las
universidades que durante los últimos tres años hemos venido efectuando la evaluación
del Programa DRI, versa sobre el conjunto del sector agropecuario. Dentro de este tema
se ha hecho énfasis en el estudio multilateral de los problemas que caracterizarían la
situación actual del campesinado de Colombia.
Tenemos, por consiguiente, un conocimiento acumulado que a nuestro juicio nos
puede habilitar para contribuir a proponer salidas nacionales y regionales dentro del
propósito manifestado por el gobierno y por distintas fuerzas sociales de resolver los
graves conflictos socioeconómicos y políticos que pesan sobre el campesinado, sobre el
conjunto del sector agropecuario y, por ende, sobre el país”. Véase: “Los campesinos y
el Estado en Colombia” (1988).
934
José María Rojas
disolución o descampesinización. Es decir, se comienza a investigar sobre la
resistencia histórica de los campesinos a su disolución y tal vez no esté muy lejano
el día en que podamos establecer balances precisos sobre la sostenibilidad de los
campesinos en Colombia. El gran vacío sigue siendo hasta ahora el relativo a las
particularidades socio culturales.
Campesinos
Los campesinos colombianos de la segunda mitad de siglo XX, han estado
encerrados en lo que se podría denominar un círculo vicioso constituido por tres
términos: migración, colonización, conflicto. Muchos, posiblemente millones, han
podido escapar a este círculo infernal sólo que al costo de hacinarse en ciudades,
haciendo allí el duro aprendizaje de la supervivencia. Estadísticamente Colombia
es un país urbanizado, pero en términos absolutos hay más de nueve y medio
millones de campesinos. Tomada en sí misma esta es una cifra nada despreciable
y si hiciéramos la suposición que al menos la mitad de esta cifra corresponde a
la población campesina directamente afectada por el círculo infernal que tiene al
conflicto como su punto de partida y de llegada, tendríamos un indicador que
resulta a todas luces impactante acerca de la magnitud de un fenómeno que en
Colombia se conoce desde hace cinco décadas, como la violencia. Cuando a
comienzos de la década de los ochenta se cerró por completo el espacio político
para la protesta social, de tal modo que el paradójico concepto de “oposición
armada” alcanzó legitimidad en todos los grupos guerrilleros existentes en
Colombia, el mapa del conflicto armado pasó a coincidir con el mapa de la
República. En desarrollo de la confrontación guerrilla-ejército, una vez más
como ocurriera en los años cincuenta, se puso en práctica la homogenización de
zonas campesinas enteras. En su afán por sustraerle las bases sociales, vale decir
campesinas, a la guerrilla, el Ejército de Colombia organizó un ejército paralelo
conocido como los paramilitares, ejército que tuvo a su cargo la ejecución sumaria,
primero selectiva y luego masiva, de campesinos afectos a la guerrilla. Ya fuese
por los costos de financiación del ejército paralelo o paramilitar o fuese por
convergencias ideológicas anticomunistas, o fuese porque se aplicó la pragmática
norma según la cual los enemigos de mis enemigos son mis amigos, el Ejército
de Colombia cometió el error político de establecer una alianza con importantes
sectores del Narcotráfico. Todo esto se hizo insostenible y eclosionó durante
el Gobierno de Virgilio Barco. Desde luego que la guerrilla recupera zonas y
gana nuevas zonas de influencia, procediendo a la intimidación y a la ejecución
sumaria de campesinos que les son desafectos. Palabras más, palabras menos, en
esta guerra civil que va para cincuenta años, como en la interminable guerra en
que participara el Coronel Aureliano Buendía, los campesinos ponen los muertos.
En esta circunstancia resulta todavía más sorprendente constatar que:
935
Intelectuales, campesinos e indios
Aun relegados a las peores tierras y en condiciones desventajosas o
francamente adversas, los campesinos producen la mayor parte de los
alimentos frescos que consumen los colombianos: las hortalizas, las
frutas, el plátano, el ñame, la yuca y la papa se originan principalmente
en unidades campesinas. La mitad del maíz y casi todo el poco trigo que
aún se cultiva en el país, la tercera parte del café y buena parte del hato
vacuno nacional, están en manos de los campesinos. Hay importantes
agroindustrias campesinas, como la panelera. El fique, el ajonjolí y el
tabaco son materias primas tradicionalmente producidas por campesinos
y no son despreciables los volúmenes de algodón, arroz y aún de soya y
sorgo, que ellos aportan a la economía nacional.4
Naturalmente no todo ha sido guerra, o tal vez debamos decir lo que ha habido
son varias guerras: guerra económica, guerra social, guerra cultural, además
de la guerra político-militar. ¿Cómo no desaparecer en este círculo infernal
del conflicto, la migración, la colonización y nuevamente el conflicto? Todo
esto tiene que ver con la capacidad de resistencia campesina a su disolución.
Luego de la frustrada experiencia organizativa de los Usuarios de la Reforma
Agraria en las fronteras de las décadas del sesenta y del setenta, los campesinos
colombianos permanecen atomizados, aislados en sus localidades y regiones.
La última experiencia organizativa, la ANDRI, fue como la de los Usuarios,
inducida desde el Estado y en función de un programa del Estado para los
campesinos, sólo que esta vez el Fondo DRI no era la institución estratégica
del Estado como lo fue el Incora en su momento. El panorama organizativo
de los campesinos colombianos visto desde la perspectiva del Estado-Nación,
se limita a la existencia de unos cuantos aparatos que son parásitos de los
fondos estatales y carecen de articulación con las bases sociales campesinas.
Por la vía de los aparatos organizativos, resulta superflua la articulación entre
intelectuales y campesinos. Sin embargo, hay un enorme potencial de liderazgo
y de imaginación campesina en escala local o comunitaria. Hay ya experiencias
ejemplares y pueden ser muchas más como la de la Asociación Campesina del
Carare-Opón que, no solamente es ejemplar por haberle podido mostrar al
ejército y a la guerrilla, que los campesinos pueden por sí mismos construir un
proyecto de vida social propio, sino que en función de este proyecto fue posible
la vinculación de un intelectual aislado en su universo académico, como tantos
otros que hoy en el curso de sus investigaciones empíricas establecen vínculos
duraderos con comunidades campesinas. Posiblemente este es el camino que
los intelectuales deban seguir si es que se proponen elaborar una teoría que les
reconozca a los campesinos un espacio en la sociedad del futuro.
4
Los Campesinos y el Estado en Colombia, p. 107.
936
José María Rojas
Testimonio de intelectuales
¿Cómo surge el interés por estudiar a los campesinos?
Intelectual 1: Que yo sepa, ese interés se podría decir que se remonta por décadas
y décadas. Mi abuelo materno fue aparcero en varias haciendas, entre ellas en
la hacienda de mi abuelo paterno, que fue un gran terrateniente. Yo llevo en la
sangre esa contradicción, esa relación de dominación-subordinación. Aunque
mis padres produjeron una síntesis afectiva, permaneció en mí la dualidad por
mucho tiempo. Como en el fondo no quería ser ni lo uno ni lo otro y como la
violencia de los años cincuenta afectó por igual a los unos y a los otros: a los
937
Intelectuales, campesinos e indios
terratenientes y a los aparceros, a los campesinos ricos y a los campesinos pobres,
se produjo tal vez con la mediación de una migración provisional al medio
urbano una nueva síntesis: la identidad de los campesinos, que permaneció allá
en el inconsciente por muchos años. El acceso a la Universidad en los primeros
años de la década de los sesenta, me dio por primera vez una identidad con
la cual me sentí satisfecho: la de estudiante universitario. Pertenecer a esta
categoría social significaba entonces la posibilidad de ser protagonista de
acontecimientos de excepción. La revolución cubana estaba a la orden del día y
el país bullía con el despertar del movimiento obrero, estudiantil y campesino.
Adquirir una formación teórica, alcanzar una conciencia intelectual de la
época y colocarse en las posiciones políticas de vanguardia, configuraron una
única e imperiosa exigencia. Las opciones organizativas en grupos de estudio
y células por fuera de los partidos tradicionales se multiplicaron. Allí todos
descubrimos a Marx y con Marx también descubrimos que había una clase –el
proletariado– que estaba históricamente llamada a producir la redención social:
a destruir el capitalismo y construir el socialismo. Entonces tuve por primera
vez una identidad intelectual, teórica, una conciencia que siendo también la
del proletariado me permitía suprimir todo el “atraso”, todo el pasado donde
anclaba la contradictoriedad entre terratenientes y aparceros.
Intelectual 2: En la medida en que adquiría un mayor dominio de la obra teórica
de Marx y de sus continuadores, las dificultades de comunicación y de empatía
con los obreros industriales me suscitaba tensiones insoportables. Al experimentar
algo así como una no correspondencia entre la teoría y la práctica consideré
que esto solamente se podría resolver si alcanzaba un conocimiento sobre la
configuración social y la formación de la conciencia de la clase obrera. Tenía
entonces que asumir la tarea de realizar la investigación empírica y la coyuntura
política de una huelga que tuvo repercusión nacional, protagonizada por un
sector del proletariado agrícola, pasó a constituirse en la ocasión para asumir
esa tarea. En el trabajo de campo de la investigación fui acumulando evidencia
tras evidencia de lo que se podría formular como una no correspondencia entre
el tiempo de la proletarización y el radicalismo de la conciencia. Dicho de otro
modo, entre más largo fuese el tiempo de la proletarización, generación tras
generación, menor era la conciencia sobre la necesidad de un cambio de las
relaciones de dominación. Entre más plena la configuración de la clase, más lejana
la revolución, era un axioma que me resultaba insoportable. Desde entonces
me ha parecido más aceptable la contradicción implicada en mi doble origen
campesino. Desde entonces me convencí que estudiar la realidad económica,
social, política y cultural de los campesinos era mi destino.
938
José María Rojas
¿Por qué el Marxismo?
Intelectual 3: Yo tengo la impresión que paradójicamente en este país el discurso
marxista ha radicalizado mucho más a los campesinos que a los obreros. Fue lo
que ocurrió con la organización campesina de los usuarios a comienzos de la
década de los setenta. Concebida por el ideólogo liberal de la Reforma Agraria
como la única instancia gremial de interlocución entre el Estado y los campesinos,
mientras que la interlocución política quedaría en manos del partido liberal,
la organización campesina de los Usuarios de la Reforma Agraria fue influida,
fragmentada y finalmente atomizada por las distintas organizaciones de inspiración
marxista: Maoístas, Troskistas, Estalinistas, Leninistas, Guevaristas. Creo que se
podría afirmar, sin riesgo de equivocar los análisis, que en la segunda mitad
del siglo XX esta ha sido la única experiencia –la de la Reforma Agraria– en la
cual los intelectuales han incidido directamente en la realidad sociopolítica de
los campesinos colombianos. Con la desvertebración del movimiento campesino
durante la primera mitad de la década de los setenta y el posterior reflujo de los
movimientos estudiantil y obrero, el discurso intelectual marxista quedó atado a
los desarrollos de las distintas organizaciones revolucionarias armadas. En esta
circunstancia, la contradictoriedad entre el contenido de la teoría y la realidad
histórico social de los protagonistas hizo insostenible la posición del intelectual
de inspiración marxista, al menos en lo que respecta a asumir la responsabilidad
con ese eco campesino que reproduce su mensaje obrero. Pienso que este es
el contexto en el cual cobra importancia la investigación y teorización sobre las
temáticas de la Economía Campesina y el campesinado en Colombia.
Intelectual 6: Teniendo ya un vínculo laboral con una institución del Estado, no
el Incora justamente, fue posible que realizara mi trabajo de tesis de grado en el
marco de una investigación empírica cuyo objeto se situaba en el contexto de
una realidad social campesina. El contacto con los campesinos que fue intenso
y extenso, no llegó a modificar el para mi verdadero punto de partida, el del
proletariado, en relación al cual seguía articulado todo el esfuerzo por adquirir
una erudición teórica y discurría el desempeño de una práctica política no ligada
directamente a los obreros. Pero descubrí entonces que desempeñando el rol de
investigador me resultaba muy fácil establecer comunicación con los campesinos.
Había algo así como pensamientos paralelos y afinidades en el gusto por los juegos
de palabras, por las metáforas, por el sentido del humor. Más tarde, cuando mi
práctica política se liga a los obreros, creo que lamentaba no poder comunicarme
con ellos como recordaba haberlo podido hacer con los campesinos.
939
Intelectuales, campesinos e indios
¿Qué significó el concepto de Racionalidad Campesina?
Intelectual 4: Investigar la realidad social de los campesinos no ha sido una tarea
fácil. Fue preciso reconocer que se estaba ante un reto teórico mayor y que no se
podría salir airoso de él tomando exclusivamente el camino de la crítica teórica,
sino que era preciso ir inventariando, sistematizando y acumulando las evidencias
empíricas sobre la resistencia de los campesinos a su disolución. En un principio
pensé que se requería elaborar una especie de ‘economía política campesina’ y el
concepto chayanoviano de ‘racionalidad económica campesina’ tuvo el carácter
de una revelación; algo así como el concepto del ‘valor-trabajo’ para la teoría de
El Capital. Muy pronto, sin embargo, esta base se revelo incapaz de sostener el
edificio teórico que se debía construir. Entonces se hizo indispensable iniciar un ya
largo periplo por los dominios de la etnografía, la etnología, la sociología política,
la lingüística y posiblemente deba llegar hasta el Psicoanálisis. Incluso, se ha
previsto la conveniencia de llegar a construir una nueva disciplina: La Sociografía.
Todo esto que parecería en principio una desmesura, tiene un único propósito:
cuestionar las teorías de derecha y de izquierda que le niegan a los campesinos
un espacio en la sociedad del futuro.
Intelectual 5: Ese concepto lo descubrí yo sin conocerlo en la literatura, es
decir, encontré su contenido, pero no con la palabra racionalidad. Eso nació
empíricamente porque, digamos, en el momento en que yo comencé a hacer el
trabajo de campo para mi tesis entendí que había una manera de pensar, una
manera de actuar distinta en los campesinos.
Ellos tienen un enfoque distinto de la vida, unos valores distintos a la realidad
social de la empresa capitalista. Posteriormente cuando encontré en la literatura la
noción de racionalidad económica campesina, no me tomó de sorpresa, sino que
me llego como una confirmación de lo que yo había visto empíricamente.
¿De dónde viene lo de la Recomposición?
Intelectual 4: Que ¿por qué mi insistencia en la Recomposición Campesina? Y que
¿de dónde y de cuándo viene eso? Ciertamente no comenzó con el estudio de
Barragán y de Tenerife. Cuando en 1980 interpretaba los datos de una encuesta
aplicada en 1979, a las distintas capas sociales que en la zona paisa del norte del
Valle se articulan en función de la producción cafetera descubrí que un poco
más del 33 % de quienes en ese momento eran propietarios de fincas cafeteras
procedían de hogares cuyos padres no habían sido nunca propietarios. Si se tiene
en cuenta que en ese momento la reflexión teórica en los ámbitos académicos
y en el marco institucional dentro del cual se llevaba a cabo la investigación se
caracterizaba por una especie de consenso acerca de la irremediable, e incluso,
940
José María Rojas
acelerada descomposición del campesinado cafetero, puesto que la modernización
tecnológica del cultivo y del beneficio se consideraban como inherentes a un
desarrollo capitalista de la producción cafetera. Si se tiene en cuenta que esta era
la perspectiva teórica para un análisis de la coyuntura, ese 33 % que nos revelaba
la estructura, resultaba inexplicable. Creo haber afirmado que estábamos ante un
proceso inverso o de recomposición. No sé qué tanto se haya transformado la
estructura social de esa zona puesto que no he vuelto a hacer allí un trabajo de
campo, pero si hoy catorce años después estuviese ante el mismo fenómeno ya
no me limitaría a conceptualizar el fenómeno de la recomposición únicamente
en torno a la formación histórica de la capa social de los propietarios, sino que
incluiría en la recomposición a las capas sociales de los agregados y de los
“caseros-alimentadores”. Cuando a finales de la década de los ochenta llegamos
a Barragán y Tenerife, ya no teníamos esos “obstáculos epistemológicos”, para
utilizar una expresión de la época. No puedo descartar que al utilizar tan
insistentemente el concepto de recomposición campesina esté operando por allá
dentro del inconsciente una enorme simpatía por los campesinos, especialmente
por su resistencia a la enormidad de factores de disolución, por su rebeldía y
también por su escepticismo.
Indios
Entrando a la última década del siglo XX, el único movimiento social que en
Colombia alcanza un protagonismo político nacional es el de los indígenas. Si
en algo ha cambiado la sociedad colombiana en las postrimerías de este siglo ha
sido precisamente en la valoración de los indios. Hemos pasado del desprecio,
tanto por sus usos y costumbres, como por la terquedad y la ignorancia en el
progreso y la civilización de la cual nos sentimos portadores, a la admiración
por su enorme capacidad de lucha en condiciones adversas y la firmeza de sus
convicciones, al respeto por sus culturas y hasta una simpatía por la seguridad
que transmiten al ser como son. No solamente nos debe sorprender que la
constitución que tuvimos vigente durante 155 años no reconociese la existencia
de los indios en la nación colombiana sino que, más aún, nos debe sorprender
que la Constitución de 1991 haya reconocido sus derechos al territorio, a
sus lenguas, a sus usos y costumbres, a sus autoridades propias. ¿Qué pasó
entre tanto? En dos periodos de este siglo ha hecho irrupción la protesta, la
rebelión de los indígenas. En ambos casos el escenario de la insurgencia del
movimiento ha sido el departamento del Cauca, y sus iniciadores y principales
protagonistas, los indios paéces. El primero, discurre entre la primera y segunda
década de este siglo y tiene a Manuel Quintín Lame como su conductor. Hoy,
con la conceptualización construida por el segundo movimiento que irrumpe
cincuenta años más tarde, en 1971, podríamos decir que “la Quintinada”, como
se conoce al primer movimiento, constituyó la primera recuperación de un
941
Intelectuales, campesinos e indios
pensamiento indio que se caracterizó por una resistencia implacable al invasor.
Con la creación del Consejo Regional Indígena del Cauca –CRIC–, en febrero
de 1971, arranca un segundo periodo de movilizaciones y de luchas indígenas
en Colombia, el cual podríamos dar por concluido con la expedición de la
Constitución Política de Colombia por la Asamblea Constituyente en 1991.
Historiadores, antropólogos y sociólogos están en mora de hacer la investigación
científica de estos dos periodos de movilizaciones indígenas. Se han hecho
estudios monográficos sobre algunos resguardos paéces pero sobre el
movimiento propiamente tal, que no dudamos en calificar como ejemplar para
la sociedad colombiana, poco se ha investigado, muy poco se ha escrito. En lo
que respecta al Cauca el movimiento indígena ha logrado la disolución de las
haciendas de terraje y buena parte de las haciendas ganaderas, con lo cual se
ha disminuido significativamente el poder de los terratenientes en la estructura
del poder regional. Pero también la recuperación de las tierras de los resguardos
y la afirmación de la autoridad de los cabildos ha modificado las estructuras
de poder en el municipio dando lugar a la configuración de lo que hemos
denominado la bipolaridad del poder local.5 Específicamente en lo que tiene que
ver con la construcción conceptual del movimiento consignamos a continuación
el testimonio de algunos intelectuales.
Testimonios de Intelectuales
¿Cómo surge el interés por el estudio y la acción con los indígenas?
Intelectual 7: Eso ocurrió hacia el año de 1965 cuando me fue encomendado
el estudio del caso del segundo proyecto de Reforma Agraria en Nariño. Fue
así que pude conocer la situación del Valle del Sibundoy. Antes había tenido
relaciones con comunidades indígenas en Santander y con los coreguajes del
Caquetá, pero esos contactos, que se habían dado también en el marco de
estudios sobre cuestiones agrarias, no me habían suscitado mayor reacción. Fue
al llegar a Sibundoy que el régimen de sometimiento del cual estaban siendo
víctimas los indígenas por parte de la misión capuchina, me produjo un impacto
tal que decidí dar un vuelco en mis actividades y consagrarme durante un
tiempo al estudio de esa situación y a ver qué se podía hacer para cambiarla.
5
Véase el informe de investigación por Rojas (1990).
942
José María Rojas
Yo tuve conciencia desde ese momento, que me enfrentaba a una situación
extremadamente difícil y delicada como era la de tratar de poner en claro
las aberraciones de la administración capuchina en el Putumayo. Conocía las
reacciones furibundas de parte de la clerecía contra algunas personas que, años
atrás, trataron de poner en evidencia los abusos de misioneros. Una de esas
personas atacada inmisericordemente fue Juan Friede, porque él había sacado
un opúsculo sobre la Sierra Nevada y sobre el Osica, poniendo en evidencia
algunas de las anomalías que se presentaban allá con los misioneros capuchinos
catalanes. Entonces me vi enfrentado a hacer una investigación absolutamente
clandestina. Desde un principio me propuse eso. Y realmente eso fue lo que me
permitió hacerla; de lo contrario hubiera sido absolutamente imposible, porque
943
Intelectuales, campesinos e indios
el dominio territorial, político y de conciencias que tenían los misioneros sobre
la población era total. Esta situación me llevó a viajar en compañía de mi esposa.
Entonces corrió la bola que yo era el paje de la señorita y yo dejé correr la bola.
Así estuvimos año y medio. Yo comportándome como tal, iba pasos atrás de mi
esposa. Y entre los indígenas mismos cuando ya me hice un círculo de amistad y
de relaciones, ellos coadyuvaron a llevar el cuento. La práctica de la clandestinidad,
me llevó inclusive a valerme hasta de una minox para poder fotografiar a través
de mil piruetas los documentos que para mí eran claves: los mapas elaborados
por los mismos misioneros capuchinos sobre el proceso del robo de las tierras
a los indígenas. Porque tenía todas las declaraciones de los indígenas y otras
pruebas, pero la vital eran sus propios documentos, inclusive, un informe secreto
que había elaborado el padre provincial de la Provincia de Cataluña, quien había
venido a visitarlos en un momento en que la provincia de Cataluña había dado
un vuelco: estaba inclusive apoyando a círculos de resistencia antifranquista. El
padre provincial hizo un informe bastante crítico, que enfureció a los de acá y
que los llevó a declarar absolutamente secreto ese documento. No existían sino
dos ejemplares: el original en Barcelona y la copia en los archivos personales del
obispo. Sin embargo, tuve acceso a ello. En una visita que hice a Cataluña el padre
que había elaborado ese informe y que ya era el rector provincial de allá me hizo
dos preguntas: Una, si había elaborado el documento de investigación con criterio
absolutamente histórico y, segunda: dónde había visto el documento ultrasecreto.
Yo le dije que sí, que había hecho una reconstrucción histórica, sólo que desde
una posición absolutamente nueva para lo que se usaba en esa época: asumir la
historia desde un punto de vista indio y no desde el punto de vista nacional. Y por
otra parte, que no me animaba un espíritu puramente académico, que yo buscaba
el cambio de la situación. También le tranquilicé “confesándole” que era aquí en
Colombia donde había visto el famoso documento.
¿En qué contexto surge el CRIC y por qué la Recuperación?
Intelectual 7: La aparición del movimiento campesino coadyuvó a la movilización
de algunos sectores indígenas por la recuperación o conquista de tierras. Invadir,
desalambrar, era la concepción sostenida por las ideologías de izquierda del
momento: eran las invasiones.
En ese momento aparece el CRIC. Nos vinculamos y allí se daba la confluencia
de, digamos tres sectores: el sector indígena propiamente dicho, del Cauca, y dos
sectores intelectuales: el primero estaba constituido por intelectuales y activistas
de izquierda, quienes venían colaborando con el movimiento campesino. Ellos
tenían una visión muy occidentalista de la cosa y muy política, en la forma en que
se veía la política como un activismo. Para ellos todo lo que se movía alrededor de
lo indígena era retardatario. El segundo lo constituíamos algunos investigadores,
944
José María Rojas
por lo me nos un compañero y yo que veníamos trabajando, él en el Tolima y
yo en el Cauca, por recuperar la vida y el pensamiento de Quintín Lame. Quintín
Lame había luchado a principios de siglo en el Cauca y posteriormente en el
Tolima. Desde mi punto de vista esta fue la primera recuperación que se hizo. Y
cuando nos pusimos en contacto con el CRIC, comenzamos a inducir la idea de
que la acción de los indígenas no tenía por qué darse en el contexto meramente
campesino de conquistar tierra, desalambrando, sino que para eso tenían una
trayectoria de lucha por sus resguardos.
Si se observa la primera declaración de Toribío una de las cosas que asombra
hoy en día es ver que en el primer punto se pedía la eliminación de la Ley 89.6
Cuando yo me enteré de eso, porque yo no estuve en Toribío sino que llegué dos
meses después, me asombré. Hablé con los compañeros indígenas y les pregunté
¿por qué? Entonces ellos comenzaron a decir que no, que yo no estaba muy al
tanto de la situación pero que sí, que la Ley 89 les había servido. Amplié mis
investigaciones al respecto y me di cuenta que todas las comunidades estaban
por la Ley 89. Entonces eso suscitó mis primeras confrontaciones con el otro
sector, porque les decía: lo que hay que hacer es recuperar y a partir de lo que se
recupere como válido hay que forjar la nueva ideología y los nuevos programas
de lucha del movimiento. Fue así como en la segunda Asamblea del CRIC se dio
un vuelco y se pasó a aceptar los aspectos positivos de la Ley 89, ajustando de
este modo el ideario que se había hecho en la primera Asamblea y concretando
los siete puntos del CRIC que se convirtieron en históricos.7 Todos los indígenas
comenzaron a apoyar, que sí, que ellos querían recuperar los resguardos.
Entonces la recuperación entró como concepto en la práctica de la recuperación
de tierras. Pero se vino a ampliar un poco más en el año 1973 con la relación
que establecimos entre el CRIC y los Aruacos, cuando estos y especialmente Luis
Napoleón Torres se expresó muy claramente frente al CRIC, señalando que lo
que ellos podrían aportar al CRIC como indígenas de la Sierra era recuperar lo
que habían perdido. Porque ellos los veían como muy aculturados, como muy
blanqueados. Esa recuperación que plantean los Arauacos fue otro reto para
el movimiento, o para el CRIC, que se ignoró olímpicamente, cosa que hirió
profundamente a Luis Napoleón hasta su muerte, porque siempre dijo que se
había encontrado frustrado, porque no habían podido, los Aruacos, introducir y
contribuir tanto como ellos hubieran querido desde el principio de ese proceso.
6
7
La Ley 89 de 1890, todavía vigente hasta tanto no se promulgue la nueva Ley de
Ordenamiento Territorial Indígena, que prevé la Constitución de 1991, conservó las figuras
jurídicas del resguardo, como tierra cedida por el Estado a las comunidades indígenas, y
del cabildo, como autoridad propia, si bien subordinada al poder de curas y alcaldes.
Los siete puntos del CRIC son: 1) Recuperar las tierras de los resguardos. 2) Ampliar los
resguardos. 3) Fortalecer los Cabildos. 4) No pagar terrajes. 5) Hacer conocer las leyes
sobre los indígenas y exigir su justa aplicación. 6) Defender la historia, la lengua y las
costumbres indígenas. 7) Formar profesores indígenas para educar de acuerdo con la
situación de los indígenas y en su respectiva lengua.
945
Intelectuales, campesinos e indios
¿Por qué y para qué la historia política?
Intelectual 7: El CRIC había llegado a un momento de expansión y se encontraba
con un problema que era la falta de métodos adecuados para politizar, para
educar políticamente a las comunidades. Todo lo que se usaba eran las cartillas
de la izquierda, que venían de Cuba o venían de Chile: Martha Harnecker y
compañía, además las publicaciones chinas que estaban a la orden del día.
Obviamente los compañeros que recibían esos materiales no sabían leer o no
los entendían. Entonces el CRIC me solicitó que hiciera una cartilla de Educación
Política que estuviera un poco más a t^ii o con las necesidades, que siguiera el
camino, (me decían los compañeros dirigentes indígenas) de la primera cartilla
del CRIC que yo mismo había elaborado años atrás, una cartilla en la cual siguiera
asumiendo ese punto de vista que venía desarrollando desde el interior de la
comunidad y que consistía en no presentar los problemas comunitarios como
unos problemas políticos nacionales. El resultado fue entonces la elaboración de
ese fascículo que llamé “Historia política de los paéces”. Para mí, que no tenía
mayores informaciones de tipo continental al respecto, era la primera vez que se
pretendía hacer una historia de una población indígena, tomando como directriz
la política. Yo nunca había oído hablar hasta entonces que los indios pudieran
tener una política propia. Entonces, para mí ese fue el factor que quise destacar,
que destaqué allí: el hecho de que la historia política de los paéces había tenido
motivaciones, actuaciones, desarrollos políticos propios, unas veces con triunfos,
otras con frustraciones. Así fue como la recuperación adoptó esa variable de la
política propia, que tuvo grandes efectos en la zona.
Pero la cosa no fue tan fácil, porque anecdóticamente te cuento que a una de
las comunidades que me solicitó esa colaboración yo llevé la cartillita. Después
de pasar varios meses y de no obtener ninguna reacción, a pesar de que yo
iba con frecuencia, me animé a preguntarles: bueno, compañeros, ¿qué pasa
con la cartilla? ¡Ah, es maravillosa! ¿Y sí la están leyendo? ¡Sí, claro, claro, es
muy buena! ¿Y qué tanto han aprendido? Mire, nosotros no hemos aprendido
mucho, solamente vamos en la página 10. ¡Y era un opúsculo de treinta páginas
y habían pasado muchos meses! Inmediatamente percibí que el bloqueo estaba
en el idioma castellano y en la lectoescritura. A partir de aquí se desarrolló
una etapa que me parece a mí fundamental, por lo menos en el desarrollo
de la concepción de recuperación que hemos construido nosotros. Y es que
comencé a preguntarme cómo se podía superar ese problema de la diferencia
de cultura, de la diferencia de lengua y del analfabetismo. El proceso fue el
siguiente: en una ocasión me llegaron aquí a la casa tres delegados de Toribío
y me venían a decir simplemente que me esperaba el cabildo y que llevara mis
herramientas. Entonces cogí lápiz, papel y una grabadora, y me fui. Ahí me
encontré con una gran cantidad de indígenas, la mayor parte de ellos ancianos.
Estaban angustiados porque todos los muchachos estaban saliendo y los que se
946
José María Rojas
quedaban no obedecían al cabildo. Como habían perdido todo respeto por la
autoridad y la tradición, ellos, los ancianos, querían resolver ese problema porque
todo lo que les llevaban como elementos de politización y concientización no
les servía para detener ése que era su problema. Entonces, que les ayudara yo.
Y yo me encontraba como cualquier otro investigador se hubiese encontrado
ante ese mismo problema: angustiado. Era un desafío tenaz. Estuvimos todo
el día trabajando y no fue posible resolver eso. Estábamos agotados cuando al
final de la noche un anciano me agarra del saco y me dice: mire compañero, lo
que nosotros necesitamos es una herramienta que sea como un Machete. ¿Un
Machete?, Sí, que lo maneje cualquiera: una mujer, un niño, un viejo como yo.
La metáfora me impactó y se quedó grabada en mi memoria.
La solución al enigma la vine a obtener meses después cuando me llamaron de
aquella comunidad donde se habían pasado meses y meses comenzando a leer
la cartilla. Ellos me habían pedido que si les podía agrandar un pequeño mapita
que aparecía en la cartilla. Se trataba de una reconstrucción de lo que habían
sido los cacicazgos paéces en 1700. Entonces yo les pregunté por el tamaño,
que si les parecía bien de 50 centímetros y me dijeron que sí. Que si querían
uno o varios, y me dijeron: ¡Ah, varios mejor! Que si en blanco y negro o en
colores. ¡Ah, en colores mucho mejor! Les elaboré varios mapas y se los llevé.
Pasó un tiempo sin que volviera a ver los mapas en parte alguna ni supiera
para qué les servían. Entonces les pregunté para qué lo usaban y se rieron. Se
consultaron en lengua8 y después me dijeron: bueno, le vamos a decir, pero en
secreto: es que esto nos sirve para hacer retroceder la policía. Yo quedé muy
intrigado. Entonces, me hicieron quedar porque dos días después tenían una
confrontación con los terratenientes y la policía en una tierra recién recuperada.
Yo asistí de lejos y pude ver cómo cuando el Juez dio orden de desalojarlos y la
policía se alista para actuar, el cabildo avanza y levanta el mapa y dice: Pero es
que nosotros tenemos la mapa. Ellos, la policía y el Juez, ya habían desechado
en otras ocasiones todos los antiguos títulos coloniales. Decían que eran papeles
viejos sin sellos ni firmas, que no estaban en papel sellado y que por lo tanto
no servían. Pero cuando vieron el mapa dijeron: ¿de dónde sacaron esto? Pero lo
más importante fue la reacción del Sargento de la Policía, quien al ver el mapa
se puso a examinarlo y preguntó: –¿De dónde sacaron esto? –Ah, esto viene de
Bogotá. –¿De Bogotá? Y se pone a leer donde yo había tenido la precaución
de poner que el mapa había sido levantado de conformidad con la directriz
del Instituto Geográfico Militar Agustín Codazzi. Entonces el policía cambió
de actitud radicalmente. El terrateniente, el Juez, el Abogado, le exigieron
que procediera a desalojarlos y él dijo: no, esto tengo que consultarlo con los
superiores y los policías se retiraron. No hubo desalojo.
8
Hablaron entre sí la lengua Páez.
947
Intelectuales, campesinos e indios
¿Así surgieron los mapas parlantes? ¿Para qué sirven?
Intelectual 7: Este acontecimiento me demostró algo muy importante: que
el tipo de conocimientos que necesitaban los compañeros era de índole
absolutamente concreta, de tal modo que pudieran hacer uso inmediato para
la resolución de sus problemas. Allí mismo, antes de salir, se me ocurrió
una idea y les pregunto: Cabildo, ¿qué les parece si la cartilla de la historia
política de ustedes la hiciéramos en dibujos? ¡Magnífico! Así, sí. Y fue así como
salieron los mapas parlantes, esos murales en los cuales, con la participación
directa de las comunidades, fuimos reconstruyendo en diversas etapas lo que
fue el proceso histórico de ellos en las coyunturas que más los marcaron.
Primero el mundo precolombino como una reminiscencia un poco idílica si
se quiere, pero era un mundo básicamente libre, de relaciones muy diferentes
a las que vivieron posteriormente. Luego, la tragedia de la Conquista y las
guerras de liberación, porque los paéces, en este caso, habían desarrollado en
un período de 95 años, tres grandes guerras, casi ininterrumpidas, contra el
invasor. Después otro mapa sobre la Colonia. Posteriormente uno de cuando
nace Colombia, del siglo XIX, cuando después de la Independencia todavía
están los indígenas. Y por último, uno del siglo XX. Todos ellos con unas
connotaciones específicas, evitando hacer generalizaciones, asumiendo que los
indígenas son absolutamente concretos, que ellos necesitaban tener, a través
de esos murales, una representación absolutamente exacta de las condiciones
materiales en que se había dado la historia. Esto nos llevó años de trabajo,
porque algunos elementos históricos habían desaparecido. Entonces había
que recuperarlos. Se organizaron giras por la montaña, identificando antiguos
caminos, ruinas, elementos de la vida cotidiana que habían desaparecido:
vestuario, armas, útiles, todo esto lo investigaron las comunidades mismas para
que cada dibujito fuera absolutamente de acuerdo con la realidad. Todo esto
permitió recuperar realmente el pasado y sirvió para que estas comunidades,
con las cuales se trabajó, adquirieran una dinámica y una, cómo diríamos, una
reubicación ideológica frente a lo que les venía de afuera. Comenzó entonces
a surgir la idea de que era el pensamiento propio lo que tenía que ser válido,
lo que debía dirigir la lucha y dirigir todo el proceso. El pensamiento propio,
al mismo tiempo que inducía a hacer las cosas por sí mismos, validaba cada
vez más el concepto del esfuerzo propio.
948
José María Rojas
Este método de trabajo, ¿qué produjo?
Intelectual 7: Bueno, respecto a la cuestión de la recuperación este fue el
proceso a grosso modo. Posteriormente, a partir de los años ochenta va a
tener nuevos desarrollos, pero ya no dentro del CRIC sino dentro del nuevo
movimiento que se va a generar fuera de la organización del CRIC. Ya desde los
años 75-76, comenzamos a tener dificultades con la organización, con el CRIC.
Estas diferencias de óptica, más que diferencias conceptuales o ideológicas,
se manifestaban mucho en la práctica. La forma de trabajo que yo trataba de
impulsar con quienes me acompañaban era muy diferente a los demás. Ellos
seguían haciendo cursillos de politización, mientras que nosotros hacíamos
reuniones veredales, reuniones con las comunidades para ir recuperando esos
elementos. Ellos fueron desarrollando la idea que el CRIC en la práctica tenía
que aliarse con los sectores de izquierda que trabajaban en el campo y en
la ciudad. Era la famosa teoría de la unidad, unidad y unidad. Entonces la
relación con las clases populares estaba en su apogeo. No era que nosotros
estuviéramos en contra de la unidad, sino que la veíamos como un proceso
muy diferente. Veíamos que la necesidad de la unidad no estaba en hacerla
949
Intelectuales, campesinos e indios
tanto hacia afuera como se venía practicando, sino que había que hacerla por
dentro, porque las comunidades estaban absolutamente aisladas unas de otras,
luego de cinco siglos en que habiendo sido desconectadas, el único contacto
político era gubernamental, a través de las autoridades de Popayán o de las
autoridades provinciales. Pero la unidad por dentro no podía darse de una
forma mecánica y el modelo de organización del CRIC, desde un principio
había surgido como tenía que surgir: como una imitación de las organizaciones
occidentales de tipo sindicalista. Es decir, un aparato: una junta directiva, una
asamblea, un comité ejecutivo. Los compañeros no sabían qué eran esas cosas
y no estaban enseñados a manejarlas. Entonces las convertían en una dirección
absolutamente vertical, supraestructural. Naturalmente que este es un resultado
y no se dio desde el principio, sino que se manifestó en que comenzaron a
surgir diferentes puntos de vista frente al CRIC, muchos de ellos agenciados
por los grupos políticos que estaban dentro de la izquierda en la región. Y
en eso los directivos del CRIC tenían toda la razón: ellos trataban de evitar
tanta penetración, pero era una política muy confusa porque al mismo tiempo
que decían que trataban en la práctica de mantener en la mano las riendas
de la organización, ellos con sus alianzas sucesivas, saltando de uno a otro
grupúsculo, lo que hacían era abrir espacios para que los siguieran penetrando.
Mis diferencias con la organización o las diferencias de las pocas personas que
estaban relacionadas conmigo en ese momento, se acrecentaron y terminamos
aislándonos. Un año después nos llaman de nuevo varias comunidades para
que les ayudemos a organizar, pero fuera del CRIC. Lo más interesante era que
estas comunidades habían pasado por otras experiencias de izquierda pero ya
no querían ni al CRIC ni a los grupúsculos.
Tratando de comprender qué podría caracterizar ese deseo de búsqueda,
fue que caímos en cuenta de una verdad de a puño: que las comunidades
indígenas andinas, y ahora se puede decir que casi todas las de Colombia están
atravesadas por lo que nosotros definimos como dos líneas políticas internas:
una línea que busca la tradición, el afianzamiento de lo propio y la otra, que
busca la aculturación, la integración. Es algo que corresponde, yo creo, a una
actitud humana muy generalizada. A partir de ese momento y entre el 78 y el
80, trabajando siempre con esta idea de recuperación, con los mapas parlantes,
comenzamos a relacionar esas comunidades que estaban dispersas y que no
tenían relaciones entre sí. El paso final lo dimos a principios del ochenta cuando
el Cabildo de Guambia, que después de diez años de absoluta inactividad,
comenzaba a inquietarse con el qué hacer con su problema de tierras y de
superpoblación, logramos que se vinculara al grupo de comunidades paéces.
Es a partir de ese momento que va a surgir el nuevo movimiento con las
características inconfundibles de movimiento, que es lo que siempre hemos
defendido. Nunca buscamos hacer otra organización paralela. Durante más de
diez años el CRIC estuvo absolutamente alerta, día y noche, a todo tipo de
950
José María Rojas
reuniones que hacíamos nosotros para mandar gente a que trataran de evitar
que hiciéramos un CRIC chiquito. Toda la literatura de ellos en esa época no
hace más que condenar a los divisionistas que están tratando de formar un CRIC
chiquito. Pero nunca tuvieron que vérselas con el problema concreto porque
nosotros no buscábamos eso. Nosotros buscábamos simplemente mantener la
movilización de las comunidades en torno a sus nuevas posibilidades. Fue así
como surgió lo que llamamos, en un primer momento, a raíz de una marcha, la
primera marcha que se hizo a Bogotá, “Los Gobernadores Indígenas en Marcha”.
No dijimos para dónde, pero los indígenas sabían muy bien para dónde iban.
Y de este primer grupo, de la primera relación entre paéces y guambianos, de
nuevo estilo, de nuevo cuño, es que va a surgir el movimiento de Autoridades
Indígenas del Suroccidente, que después va a tener nuevos desarrollos con la
Constituyente y se va a ampliar a escala nacional.
¿Cómo se construye el concepto de autoridad?
Intelectual 7: Ha sido una lucha muy fuerte la que se ha dado a nivel conceptual.
Por ejemplo, antes de autoridades, tuvimos que enfrentar la arremetida contra
el concepto de Pueblos, concepto absolutamente ajeno a toda la ideología de
entonces. Existen numerosos artículos de la época y publicaciones en las cuales
nos condenaban olímpicamente por retardatarios. Hablar de pueblos era algo que
parecía sacado de la Biblia o de cualquier otro libro por el estilo. Sin embargo,
nosotros insistimos porque esa era la realidad de la gente india. En algunos casos
con unas organizaciones muy tribales, digámoslo así, y en otras, muy de tipo
colonial, pero en todos había un punto en común y era que todos tenían un gran
respeto por sus dirigencias. Esos paterfamilias, que generalmente eran quienes
dirigían la comunidad tenían una autoridad moral y una autoridad política. La
autoridad política viene de lo moral. Por esto es que en la historia del movimiento
se presentan casos de dirigentes que comienzan a tener problemas de tipo moral
y pierden la autoridad. La aparición del concepto de Autoridades es un poco más
tardía, es ya de los años ochenta, y se da dentro del nuevo movimiento, cuando se
busca saber cómo es que va a funcionar ese movimiento. Como no tiene aparato,
como no tiene oficina, como no tiene organigrama visible y aún no lo tiene,
entonces había que definir quiénes eran la dirigencia, cuál la cabeza. Al observar
la realidad se veía que eran esos paterfamilias, que ejercían la autoridad, quienes
ordinariamente habían pasado por las dignidades de sus comunidades. Entonces
los portadores de autoridad fueron reconocidos como dirigentes, evitando así una
duplicidad conceptual que es propia de la sociedad individualizada occidental.
Dirigente puede ser cualquiera, pero autoridad no puede ser cualquiera. Ahora, si
de todos modos no íbamos a tener aparato, ni oficina, ni junta directiva, ni comité
ejecutivo, ¿cómo se iba a dirigir el movimiento? Eso se fue dando en la práctica
sin que hubiera discusión al respecto.
951
Intelectuales, campesinos e indios
Simplemente operó la costumbre y la costumbre era la tradición de centenares
de años en que las comunidades se reunían con las autoridades para dirimir
los conflictos o para buscar estrategias de solución a los problemas. Entonces
llamamos a eso, “Encuentro de Autoridades”. Y ha sido hasta hoy, mal que bien, el
sistema de dirección del movimiento. Esto nos ha traído durante todos estos años
una cantidad de situaciones difíciles de explicar para la gente, porque la gente no
se imagina que en el siglo XX pueda funcionar una organización así. La ven como
desorganizada. Pero resulta que funciona así.
En este momento hay crisis de crecimiento, debido no tanto a la magnitud de la
gente, sino por la ampliación hacia otros pueblos. Y es que ya no solamente hay
pueblos andinos, sino que también hay pueblos no andinos, con mentalidades
absolutamente diversas. Sin embargo, allá también actúan de acuerdo con
encuentros entre sus dirigentes, entre sus autoridades. De manera que a este nivel
no ha habido mayor problema. Uno observa que los encuentros que tienen más
fuerza, más dinámica y más acción, son los que se realizan a escalas regionales.
En cambio, cuando se hacen a escala nacional hay dificultades, no tanto en
la relación como en asumir la problemática propia de este nivel, que es una
problemática ya muy diferente a las que tienen en sus propias regiones. Entonces
experimentamos la necesidad de que surja una nueva dirigencia que tenga todo el
país en la cabeza, que ya no tenga solamente su región o su provincia. Afrontamos
en este momento, precisamente, la necesidad de la legitimación de estas nuevas
autoridades. Y es allí donde tenemos problemas porque de hecho el movimiento
está generando esta nueva dirigencia. Algunos son de los viejos luchadores, otros,
de los indígenas jóvenes que han hecho estudios y que por más que se han
aculturado, han vuelto a sus comunidades y han vuelto a la acción, pero ya
con una visión nacional o mundial, que es diferente a la de los dirigentes de
base tradicionales. Se trata entonces de algo nuevo, pero que no está legitimado.
Todavía hay intervenciones de gente que dice “Bueno, pero es que son los taitas”;
es decir, los viejos, los tradicionales, los que deben tener la dirección total del
movimiento. Hasta dónde esto es cierto o benéfico es uno de los interrogantes de
este momento neurálgico.
¿Cómo se construye el concepto de territorio?
Intelectual 7: El Concepto de territorio va surgiendo a la par con el de pueblos. Pero
su irrupción tangible, ante nuestros ojos, ocurre en el momento de la construcción
de los famosos mapas parlantes. Por una razón: técnicamente la representación
de esos murales exigía la utilización de un solo plano. Teníamos que hacer mapas
únicamente espaciales. Como teníamos que dibujar procesos históricos y entonces
teníamos que resolver el problema de la ubicación de los indígenas en cada
proceso, nos dimos cuenta que para representarse necesitaban que hubiera algo
952
José María Rojas
permanente y lo permanente fue el espacio, la territorialidad. En todos los mapas,
independientemente del tamaño y a través del tiempo, se representa el mismo
territorio. Cuando nos dimos cuenta que eso era lo que los motivaba y lo que los
identificaba con todo el proceso histórico, comenzamos a darle más importancia
dentro del léxico y dentro de la conversación corriente a esa constante: que todo
se daba en el territorio; los procesos políticos, económicos, absolutamente todo.
La territorialidad no surgió entonces como un concepto teórico, sino como una
imagen de todas las manifestaciones sociales. El acontecimiento clave para la
comprensión de este fenómeno se dio en el momento en que va a surgir lo que
se denomina el escudo páez. Se trata de una coyuntura muy interesante, de la
relación con un sindicato industrial de Yumbo. Allí los sindicalistas le preguntan a
un indígena: ¿Qué es una comunidad? Y entonces él comienza a dar explicaciones,
pero se enreda en su mal español, hasta que viendo un tablero, coge una tiza
y hace un círculo y dice: esto es una comunidad, y lo recalca: Todos estamos
aquí adentro, y todos pensamos lo mismo, y hacemos o actuamos o queremos
actuar, buscamos soluciones comunes. La gente entendió. Y le dicen: Bueno, ¿y
qué es un resguardo? Entonces él comienza a explicar y se vuelve a complicar
porque, además, le hacían preguntan laterales sobre propiedad privada, sobre
producción y todas esas cosas. Y él: No, no, no, es que resguardo... Vuelve a
mirar el tablero y dice: Mire, resguardo es esto: antes estábamos todos aquí dentro
de la comunidad, y después vinieron los españoles y nos hicieron esto: hizo una
cuadrícula. Nos dividieron, y quedamos así en pedacitos. Este pedacito, cada
pedacito es un resguardo. Entonces la gente captó. Después alguien preguntó:
¿Qué es un cabildo? Vuelve y juega la misma situación: el indígena se enreda y al
final coge la tiza y traza una raya atravesando el círculo y dice: esto es el cabildo,
es la vara de mando, es la que gobierna, esto es el cabildo. Inmediatamente yo
comprendí que el indígena había elaborado el Escudo Páez. Lo único que hice
fue ponerle una mano a la vara del cabildo. Dicho de otro modo: territorio es esa
unidad de espacio, comunidad y autoridad.
Referencias citadas
Fals Borda, Orlando
1967 La Subversión en Colombia. Bogotá: Editorial Tercer Mundo y
Departamento de Sociología, UNAL.
Rojas, José María
1990 Las Estructuras Bipolares del Poder Local. Cali, Universidad del Valle
–CIDSE.
953
Índice analítico
A
Activismo 637, 944
Aculturación 410, 503, 504, 532, 533, 950
Acumulación 251, 257, 258, 259, 279, 392,
466, 578, 597, 598, 606, 721, 790
Adaptaciones Post-coloniales 915
Africanos 215, 223, 224, 469, 685, 686,
697, 914
Agroindustria 13, 18, 254, 255, 259, 261, 271,
278, 579, 627, 629, 677, 680, 681, 807
Agropecuarios 263, 610, 887
Algodón 47, 102, 103, 104, 131, 146, 203,
211, 260, 262, 652, 675, 690, 709,
727, 876, 877, 881, 936
Alimentación 46, 347, 466, 625, 694, 720,
724
Andagoya 35, 36, 38, 39, 51, 56, 89, 125,
211, 228, 231, 240, 490
Andaquíes 355, 359
Anserma 34, 35, 36, 51, 52, 70, 181, 184,
219, 358, 690, 871, 873
Arqueología 110, 154, 214, 400, 543
Arroz 236, 262, 453, 466, 591, 599, 676,
703, 711, 728, 737, 742, 743, 744,
746, 747, 749, 769, 770, 787, 788, 936
Artesanal 20, 216, 456, 470, 676, 901
Aruhacos 411, 413, 416, 417
Asalariado 262, 276, 277, 306, 342, 348,
610, 685, 687, 702, 703, 717, 721, 869
Asocaña 268, 578, 579, 599, 620, 621, 627,
822, 875
Asociación
Nacional
de
Usuarios
Campesinos 22, 337, 393, 412,
833, 887
Auríferos 209
Azucareros 266, 267, 268, 269, 270, 277,
278, 280, 583, 591, 596, 598, 599,
603, 605, 607, 610, 614, 615, 621,
623, 624, 625, 626, 631, 633, 643,
647, 665, 672, 674, 690, 726, 730,
731, 733, 736, 738, 740, 746, 749,
750, 752, 809, 811, 855, 856, 857, 881
B
Baldíos 325, 326, 376, 450, 451, 456, 462,
490, 712, 876
Bandoleros 608, 714, 716, 854, 856, 859
Barbarie 29, 48, 166, 387
Baudó 194, 197, 201, 202, 203, 207, 208,
226, 228
Biopacífico 307, 309
Bipartidismo 882, 887
Bitaco 51, 864, 867
Bojayá 203, 228
Bozales 168, 223, 686
Buga 51, 71, 160, 162, 165, 167, 169, 171,
172, 176, 180, 181, 184, 185, 190, 191,
192, 212, 234, 255, 272, 273, 357, 634,
727, 731, 752, 759, 765, 778, 779, 792,
859, 860, 861, 866, 868, 869, 882
Bugalagrande 190, 782, 872, 874
Burocracia 60, 666, 667, 668, 669, 671, 672,
673, 674, 675, 676, 678, 679, 925
C
Cacicazgos 84, 95, 146, 355, 360,
364, 372, 396, 397, 402, 494,
919, 930, 947
Caduveos 564
Café 30, 32, 188, 192, 235, 258, 260,
272, 275, 278, 344, 589, 590,
665, 676, 678, 687, 688, 709,
715, 718, 724, 740, 743, 747,
765, 766, 767, 768, 770, 774,
955
363,
495,
262,
621,
714,
764,
778,
Índice analítico
784, 785, 790, 794, 836, 862, 919, 936
Cajambre 207, 221, 229, 298
Caldono 331, 363, 382, 386, 495, 835,
847, 896
Caloto 71, 72, 74, 159, 160, 161, 164, 165,
169, 171, 173, 174, 175, 176, 177, 178,
179, 184, 192, 254, 258, 337, 357, 358,
368, 386, 387, 673, 690, 691, 695, 698,
699, 713, 755, 816, 817, 821, 825, 826,
827, 831, 832, 844, 888
Campesinado 19, 25, 309, 324, 332, 393,
410, 665, 666, 681, 688, 703, 707,
711, 713, 715, 718, 719, 721, 722,
806, 810, 838, 842, 846, 887, 893,
934, 939, 941
Campesinos negros 697, 706, 707, 810, 821
Canibalismo 45, 47, 55
capellanías 758
Capitalismo 14, 277, 409, 592, 593, 629,
685, 711, 722, 882, 888, 938
Caquetá 84, 326, 376, 379, 414, 502, 532,
537, 919, 942
Carchi 86, 95, 102, 110, 126, 131, 134
Cartagena 20, 34, 35, 36, 39, 223, 231,
254, 376, 686, 800
Cartago 29, 30, 31, 32, 34, 36, 37, 52, 163,
171, 179, 180, 181, 184, 185, 209,
219, 234, 273, 358, 728, 792, 860,
869, 870, 871, 872, 873, 874, 875,
877, 879, 880, 881
Caucho 229, 274, 288, 301, 302, 765
Chamanes 528, 562, 567, 916
Chamí 340, 346
Chocó 30, 34, 35, 37, 51, 160, 161, 167, 168,
169, 177, 180, 181, 182, 194, 196,
197, 198, 202, 203, 205, 206, 207,
208, 215, 219, 221, 223, 226, 228,
231, 233, 234, 235, 236, 238, 239,
240, 244, 247, 248, 249, 280, 284,
285, 286, 289, 290, 295, 296, 297,
298, 305, 308, 309, 340, 376, 416,
452, 470, 490, 491, 653, 654, 675, 724
Cholos 414, 453
Cimarrones 183, 226, 706
Coconucos 506, 507, 509, 511, 513, 516,
517, 919
Colonización 30, 49, 55, 56, 57, 58, 68, 83,
84, 87, 88, 106, 107, 124, 133, 134,
236, 249, 275, 277, 291, 297, 299, 314,
340, 343, 344, 345, 493, 497, 686, 752,
835, 842, 876, 888, 912, 935, 936
Colonización campesina 876
Comité de Campesinos Sin Tierra 822
Comité de Integración del Macizo
Colombiano 897
Comunismo 336, 388, 802, 857, 858, 859
Concertados 699, 713
Consejo Regional Indígena del Cauca
335, 393, 406, 409, 413, 415, 495,
507, 831, 902, 926, 942
Conservadores 287, 374, 375, 376, 378,
381, 384, 386, 598, 710, 711, 720,
729, 799, 800, 802, 803, 836
Constitución de 1991 895, 941, 945
Contrabando 179, 350, 411, 443, 697
Cooperativas 325, 396, 624, 647, 728, 751,
845, 846, 847, 848, 849, 850, 860,
863, 865, 881
Corteros 651, 673, 674
Costa Pacífica 131, 197, 198, 203, 207,
208, 216, 226, 231, 284, 285, 286,
288, 296, 299, 307, 309, 653, 654
Criollos 60, 109, 162, 168, 183, 223, 370,
373, 920
Cultura 17, 19, 21, 25
Cumbal 85, 91, 96, 102, 111, 112, 134,
136, 414
D
Darién 47, 193, 194, 197, 202, 203, 204, 207,
208, 221, 226, 231, 233, 238, 239, 240
Descampesinización 935
Desplazamiento 189, 202, 263, 271, 275,
332, 409, 603, 735, 736, 743, 747,
748, 750, 751
Despojo 14, 354, 386, 503, 713, 888
Desposeídos 188, 324, 344, 881, 920
Diablo 435, 436, 509, 521, 721
956
Dialectos 87, 127, 208, 211, 212
Diezmo 321
Dios 62, 65, 66, 102, 165, 321, 327, 368,
435, 577, 648, 691, 694, 701, 721
Discriminación 22, 59, 66, 72, 334, 387,
710, 825
Diversidad 15, 43, 45, 54, 306, 308, 399,
685, 688, 795, 850, 851, 880
Doctrineros 87, 100, 105, 359, 434, 435, 502
Dominación 82, 104, 154, 303, 355, 357,
358, 364, 365, 368, 386, 401, 409, 496,
497, 722, 723, 803, 835, 836, 840, 842,
847, 850, 886, 910, 912, 937, 938
Dominicos 115, 149, 150, 151
Etnografía 553, 940
Etnohistoria 85, 110, 392
Etnología 154, 396, 537, 569
Exportación 189, 191, 260, 302, 303, 609,
620, 621, 622, 626, 687, 705, 708,
709, 710, 712, 723, 726, 764, 765,
767, 774, 788, 789, 795, 851
Exportaciones 187, 272, 617, 621, 647,
700, 705, 712, 766, 773, 774, 875
Expropiación 255, 257, 318, 337, 386,
841, 872
Extranjeros 257, 272, 285, 300, 303, 701,
710, 761, 763, 792, 794
E
Ferrocarril 52, 53, 258, 259, 306, 712, 772,
774, 775, 876
Feudal 74, 169, 706, 725
Frailes 100, 112, 113, 114, 115, 136, 304
Franciscanos 150, 151, 205, 303, 304, 496
Frontera 16, 20, 85, 87, 88, 103, 109, 110,
134, 159, 161, 168, 177, 194, 201, 202,
236, 297, 357, 452, 503, 564, 840, 891
Ecología 452, 547
Élite 61, 592, 690, 712, 716, 933
Emancipación 220, 226, 228, 297, 317,
336, 469, 470, 686, 697, 698, 803
Emigración 60, 62, 65, 68, 108, 194, 233,
319, 475, 482, 485, 486, 653
Empobrecimiento 322, 807, 810
Empresarios 21, 187, 188, 253, 260, 267,
272, 279, 286, 598, 708, 713, 855,
856, 859, 863, 875, 879, 883, 933
enajenación 722, 758, 768
Enclaves 202, 288, 291, 295, 340, 665, 673,
674, 712
Endoculturación 442
Enfermedad 99, 197, 198, 324, 515, 520,
544, 566, 792
Esclavo 70, 71, 160, 168, 489, 549, 692,
694, 695, 753, 777
Esmeraldas 41, 154, 193, 203, 211, 214,
215, 219, 221, 229, 231, 233, 238,
239, 240, 247, 248, 290, 297
Esmita 71, 74
Espiritual 54, 73, 78, 283, 303, 333, 350,
505, 518, 520, 521, 522, 523, 524,
525, 529, 531
Estados Unidos 575, 592, 621
Etnias 493, 495, 506, 513, 515, 516, 533
Etnogénesis 508
F
G
Gamonales 329, 331, 374, 378, 809, 827,
862, 883
Gelima 74
Guacarí 185, 190, 618, 743, 861
Guachené 269, 814, 822
Guambía 51, 80, 342, 343, 344, 349, 350,
357, 388, 831, 835, 839, 846
Guapi 19, 201, 207, 210, 212, 215, 219,
221, 224, 228, 234, 235, 237, 238,
243, 285, 287, 292, 295, 303, 305
Guerrilla 904, 935, 936
H
Hato 176, 180
Hegemonía 391, 598, 700, 712, 803, 805,
809, 825, 827, 842, 851, 866, 887, 920
Heterogeneidad 15, 54, 623, 826, 845,
851, 880
Hipótesis 23, 42, 83, 255, 256, 258, 262, 289,
957
Índice analítico
502, 544, 545, 564, 592, 627, 826, 933
Hispanoamericana 40, 308, 776, 796
I
Identidad 13, 16, 18, 33, 52, 283, 310, 410,
413, 495, 666, 670, 802, 841, 850,
882, 886, 889, 899, 909, 910, 912,
922, 934, 938
Ideología 22, 186, 391, 457, 495, 496, 500,
501, 609, 686, 695, 701, 716, 722,
799, 800, 801, 802, 836, 866, 918,
922, 923, 945, 951
Igualdad 186, 187, 278, 289, 333, 556,
559, 562, 564, 706, 801, 842
Ilegal 634, 635, 637, 640, 697, 704, 843,
844, 845
Ilegalidad 482
Importaciones 187, 598, 604, 610, 615,
616, 620, 621, 622, 623, 624, 626,
690, 700
Inca 68, 86, 126, 686
Indianidad 533
Indígenas 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23
Indigenismo 380, 381, 831, 852
Indivisos 706, 712, 740, 755, 763, 768,
769, 780, 794
Industria 18, 74, 192, 257, 258, 259, 266,
271, 272, 274, 277, 278, 279, 281, 329,
332, 333, 350, 529, 576, 600, 610, 612,
613, 615, 616, 625, 626, 628, 631, 633,
635, 641, 642, 646, 647, 649, 651, 653,
654, 657, 663, 673, 708, 715, 722, 723,
725, 726, 727, 728, 729, 730, 731, 733,
735, 736, 738, 743, 748, 749, 750, 751,
752, 793, 796, 810, 854, 863, 864, 865,
883, 902
Inga 86
Interandina 29, 32, 33, 54, 90, 95, 102
Intercambio cultural 47
Interétnico 493
Ipiales 103, 130, 134, 135, 136, 137, 144,
145, 146, 149, 150
Istmina 228, 231, 235, 238
J
Jambaló 331, 362, 363, 365, 368, 371, 377,
384, 386, 387, 388, 495, 831, 835,
839, 844, 846, 849, 904
Jamundí 31, 34, 51, 171, 867
Japio 177, 254, 683, 691, 692, 693, 698,
699, 700, 701, 702, 704, 709, 710,
711, 713
Jerarquía 549, 556, 559, 561, 562, 563,
595, 700, 842
Jornales 322, 605, 616, 741, 750
Juan Tama 360, 362, 364, 365, 366, 367, 368,
370, 371, 378, 396, 397, 401, 402, 495,
496, 501, 502, 503, 518, 923, 924, 925
Juntas de Acción Comunal 860, 861,
862, 863
K
Kamsá 414
L
Latifundio 22, 61, 72, 74, 161, 182, 276,
342, 725, 727, 749, 773, 888
Levantamiento 163, 180, 221, 228, 359,
378, 498, 499, 698, 703, 710, 716
Liberalismo 252, 384, 386, 388, 700, 800,
804, 807, 826, 827, 828
Ligas Campesinas 384
Litoral 17, 271, 283, 288, 310, 447, 456
Llanogrande 176, 177, 179, 180, 182, 184,
185, 693, 727, 761
M
Manglar 197, 200, 214, 228
Manumisión 167, 192, 194, 220, 224, 226,
228, 229, 234, 292, 295, 297, 724
Memoria 23, 130, 392, 393, 394, 395, 399,
400, 401, 567, 653, 802, 888, 913,
915, 916, 917, 918, 947
Mercancías 302, 665, 701, 714, 770, 792
Mestizaje 21, 59, 67, 69, 70, 149, 173, 235,
317, 340, 342, 362, 533
Minería 74, 75, 104, 107, 170, 201, 215, 219,
254, 255, 256, 274, 298, 447, 448, 449,
958
450, 452, 453, 455, 456, 462, 466, 470,
485, 486, 489, 491, 522, 691, 755, 776
Mingas 325, 372, 377, 437, 443, 456,
498, 555
Misak 377, 384, 389
Misión Chardón 260, 261, 275, 736
Misionero 65, 72, 73, 205, 208, 368, 383,
494, 503, 515
Mito 332, 365, 501, 513, 514, 528, 564, 565,
911, 913, 914, 915, 922, 923, 927
Mitología 501, 514, 515, 516, 520, 523, 528
Modernización 18, 188, 189, 278, 403,
665, 666, 668, 670, 671, 672, 674,
679, 680, 728, 800, 837, 853, 854,
881, 882, 941
Molienda 278, 693, 711, 729, 730, 733
Monopolio 160, 180, 183, 503, 682, 688,
727, 805, 810, 817, 820, 824, 855
Montañeses 167, 171, 172, 174, 175, 254
Movilizaciones 283, 381, 417, 816, 825,
891, 893, 942
Movimiento Revolucionario Liberal 388
Muisca 41, 42, 45, 47, 48, 55, 518
Mulatos 167, 168, 169, 172, 173, 175, 177,
182, 186, 188, 201, 215, 226, 235,
289, 470
N
Nariño 83, 85, 86, 87, 88, 90, 95, 109, 110,
116, 117, 126, 127, 128, 133, 271,
285, 286, 296, 299, 301, 302, 304,
305, 306, 308, 309, 341, 346, 351,
370, 376, 392, 395, 410, 411, 414,
416, 445, 446, 447, 449, 451, 452,
460, 463, 486, 490, 491, 517, 653,
654, 835, 851, 886, 890, 896, 897,
899, 901, 902, 906, 907, 942
Nasa 359, 362, 363, 366, 368, 369, 370, 371,
372, 373, 374, 375, 376, 377, 378, 379,
381, 382, 383, 384, 385, 386, 387, 388,
389, 909, 910, 915, 918, 919, 920, 921,
922, 923, 924, 925, 926, 927
Neoliberalismo 905
Nobleza 61, 62, 63, 68, 78, 165, 173, 174
Nortecaucano 665, 666, 672, 804, 808,
809, 811
Nóvita 159, 167, 204, 219, 223, 228, 234,
299
Nuquí 228
O
Obreros 231, 328, 329, 353, 385, 411, 412,
576, 607, 609, 632, 634, 640, 678,
700, 740, 751, 831, 859, 921, 938, 939
Oligarquía 385, 844, 848, 849, 850
Opresión 317, 354, 367, 502, 503
Ordenanzas 96, 781, 786, 787, 788
Organización Social 14, 23, 72, 73, 129,
130, 153, 176, 314, 423, 447, 450,
451, 456, 457, 470, 485, 489, 490,
547, 673, 697, 707, 718, 721, 919, 934
P
Pacífico colombiano 193, 198, 199, 219,
309, 310
Padilla 827, 900
Paez 51, 518
Palenque 183, 228, 292, 697
Paramilitares 935
Parceleros 349, 857, 863
Pardos 167, 169, 171, 172, 173, 174, 175,
180, 182, 799, 801
Parentesco 23, 24, 47, 67, 136, 153, 298,
423, 424, 427, 428, 430, 432, 438, 439,
461, 462, 471, 474, 480, 481, 482, 494,
547, 548, 594, 595, 691, 707, 718, 720
Paro 644, 814, 819, 876, 877, 885, 886, 893,
896, 897, 899, 901, 902, 903, 904, 907
Parroquia 172, 185, 285, 694, 701, 861
Partido Político 384, 819
Pasto 16, 19, 20, 23, 34, 40, 68, 83, 85, 86,
87, 88, 89, 90, 93, 95, 96, 100, 101,
103, 104, 105, 106, 107, 108, 110,
113, 116, 117, 124, 125, 126, 127,
128, 129, 130, 133, 149, 152, 154,
155, 159, 160, 182, 185, 187, 211,
234, 235, 284, 285, 286, 287, 296,
301, 302, 305, 306, 341, 369, 906
959
Índice analítico
Patía 16, 29, 30, 33, 34, 41, 59, 64, 65, 71,
72, 74, 84, 85, 101, 159, 164, 182, 183,
189, 206, 211, 212, 229, 231, 232, 291,
292, 297, 452, 519, 532, 834, 888, 906
Patrilocal 144, 153, 463, 470, 474, 567
Patronato 700
Peonaje 171, 176, 180, 186, 687, 750, 755,
789, 793, 795
Perú 275
Pesca 201, 226, 297, 346, 450, 466, 520, 706
Pichichí 259, 579, 581, 582, 584, 586, 587,
590, 609, 650, 859
Piendamó 343, 345, 346, 902, 904
Pijaos 71, 72, 355, 356, 357, 358, 359, 362,
363, 379, 502, 919, 926
Plátano 103, 172, 233, 255, 256, 262, 448,
450, 453, 466, 488, 676, 688, 693, 706,
711, 727, 743, 768, 769, 778, 783, 936
Precolombino 35, 53, 56, 402, 501, 516,
535, 948
Progreso 22, 321, 333, 350, 383, 403, 406,
413, 695, 750, 766, 875, 926, 941
Proletariado 319, 673, 674, 675, 679, 682,
688, 727, 740, 749, 750, 813, 829,
882, 938, 939
Prosperidad 321, 625, 750, 855
Protestas 618, 624, 855, 856, 859, 885,
888, 889, 893, 894, 895, 896, 905
Providencia 76
Puerto Tejada 804
Puracé 41, 340, 343, 348, 351, 380, 398, 505,
507, 510, 517, 520, 521, 522, 523, 526,
528, 532, 536, 537, 538, 900, 902, 906
Putumayo 13, 84, 337, 376, 414, 508, 943
201, 202, 235, 315, 322, 325, 377,
498, 803, 804
Rebelión 182, 204, 205, 209, 219, 376,
378, 500, 716, 838, 842, 941
Reciprocidad 448, 456, 480, 487, 488, 556
Reclutamiento 163, 164, 167, 182, 471,
576, 644, 653, 671, 856
Red de Organizaciones de Base 819, 821
Reivindicaciones 21, 283, 292, 332, 385,
388, 410, 414, 804, 805, 813, 814,
819, 821, 832, 836, 839, 842, 850,
863, 876, 878, 890, 909, 921, 924
Relaciones capitalistas 262, 277, 279, 788,
789, 792, 920
Religión 60, 63, 69, 73, 78, 303, 308, 315,
368, 381, 382, 403, 499, 500, 560,
561, 670, 711, 719, 867
Rentas 77, 255, 350, 588, 699, 700, 702,
703, 704, 711, 713, 714, 758
Representaciones 24, 392, 495, 500, 501,
605, 607, 609, 645
Represión 36, 70, 165, 185, 292, 304, 357,
379, 381, 385, 387, 413, 417, 497,
498, 499, 606, 832, 843, 849, 850,
851, 852, 878, 879, 880, 891
Republicano 165, 185, 186, 187, 194, 284,
315, 324, 497, 753, 763, 794
Reserva 42, 347, 545, 637, 638, 687, 720,
769, 875, 901
Revolución 165, 192, 391, 609, 707, 711,
716, 718, 800, 802, 835, 837, 938
Risaralda 29, 32, 52, 259, 271, 414
Ritual 72, 482, 496, 500, 518, 528, 572, 915
Roldanillo 185, 186, 358, 858, 874, 876, 877
Q
S
Quechua 87, 109, 131, 402, 508, 515, 519, Sacerdote 60, 73, 303, 439, 441, 691,
554, 922
857, 858, 862
Quimbaya 42, 45, 48, 51, 52
Santander de Quilichao 254, 802,
Quina 372, 764, 765, 794
806, 807, 810, 821, 822, 827,
Quintinada 378, 379, 401
830, 902, 905
Semiproletariado 814
R
Servidumbre 16, 22, 65, 73, 80, 170,
Racial 17, 42, 59, 60, 66, 67, 82, 182, 193,
345, 346, 348, 357
960
694,
804,
828,
344,
Shamanes 495, 496, 498
Simbólico 545, 549, 551, 559, 562, 564
Sindicalismo 384, 631, 632, 649, 655, 663,
813, 814, 853, 855, 856, 858, 860,
863, 865, 866, 870, 880
Sinú 29, 30, 34, 42, 47, 53, 202, 203, 208,
240, 248, 340
Soberanía 35, 187, 769, 840
Sociedad Dominante 302, 909, 910, 918,
926, 927
Sociocultural 454, 456, 543, 551, 559
Socioeconómico 20, 263, 447, 538, 559,
631, 665, 672, 799, 883, 931
Sociología 24, 940
Solidaridad 332, 353, 386, 416, 648, 721,
819, 821, 825, 847, 850, 851, 852,
855, 885, 886, 902, 904, 907
Subsistencia 61, 177, 180, 189, 233, 256, 314,
316, 318, 325, 332, 333, 345, 346, 350,
448, 449, 450, 451, 453, 460, 466, 469,
470, 471, 485, 490, 653, 688, 695, 705,
711, 712, 715, 717, 718, 720, 742, 919
T
Telembí 84, 104, 211, 212, 219, 221, 227,
229, 292, 452, 453, 466
Terrateniente 163, 180, 182, 253, 255, 256,
259, 263, 394, 395, 687, 705, 713,
715, 720, 867, 887, 937, 947
Territorialidad 18, 133, 287, 295, 297, 309,
310, 396, 397, 399, 681, 716, 953
Timba 51
Timbiquí 203, 207, 211, 212, 215, 221,
285, 287, 291
Tolima 271, 280, 331, 341, 358, 378, 379,
384, 396, 414, 513, 526, 528, 529,
580, 582, 583, 584, 608, 609, 624,
654, 835, 836, 851, 853, 926, 945
Toribío 357, 361, 363, 368, 373, 385, 495,
831, 835, 836, 839, 843, 844, 888,
945, 946
Totoró 340, 343, 345, 348, 349, 350, 351,
377, 384, 831, 843, 888, 905, 906
Trapiche 171, 172, 258, 454, 488, 623, 640,
641, 644, 648, 658, 659, 692, 693,
694, 709, 726, 731, 732, 733, 735,
744, 746, 764, 771, 772, 789, 791, 793
Tributo 62, 71, 77, 80, 99, 100, 104, 181, 205,
207, 209, 212, 291, 320, 321, 322, 328,
355, 359, 360, 361, 370, 377, 862, 919
Tuluá 173, 174, 175, 176, 181, 182, 184,
185, 190, 192, 272, 273, 634, 754,
759, 761, 783
Turismo 419
U
Urbanización 18, 25, 105, 270, 271, 447
V
Valle del Cauca 17, 18, 29, 164, 165, 192,
231, 240, 247, 251, 263, 264, 265, 266,
267, 269, 272, 273, 280, 281, 285, 575,
577, 579, 580, 581, 583, 584, 587, 588,
597, 599, 601, 605, 606, 607, 610, 625,
627, 628, 631, 633, 634, 638, 644, 646,
647, 653, 654, 683, 685, 692, 693, 723,
724, 725, 726, 728, 729, 730, 731, 733,
735, 736, 737, 747, 751, 752, 753, 754,
755, 764, 774, 776, 796, 6, 829, 856,
857, 859, 860, 872, 873, 874, 875, 878,
890, 892, 897
Vapores 261
Venezuela 279
Villarrica 678, 682, 713, 807, 810, 817,
818, 819, 821, 824, 827, 904
Y
Yalcones 355, 356, 357, 358, 359, 362,
363, 919
Yanaconas 65, 72, 87, 109, 133, 134, 145,
508, 900
Yumbo 953
Yurumanguí 203, 207, 210, 221, 224,
239, 298
Z
Zafra 274, 279, 693, 730
Zambos 213
961
Este libro fue diagramado utilizando fuentes ITC Garamond Std a 10,5 pts,
en el cuerpo del texto y Bebas Neues 24 pts en la carátula.
Se empleó papel propalibro beige de 55 grs. en páginas interiores
y esmaltado de 300 grs. para la carátula.
Se imprimieron 1.000 ejemplares.
Se terminó de imprimir en Xpress Estudio Gráfico y
Digital S.A.S. (
[email protected]),
en Bogotá D.C, en Junio de 2019
Los textos reunidos en este libro constituyen una muestra
significativa de trabajos antropológicos realizados en
Colombia a lo largo de cinco décadas, entre los años
cuarenta y noventa del siglo pasado. Este corte temporal
obedece tanto a la esperanza de publicar un tomo que
incorpore la producción antropológica reciente, como a
reflejar uno de los hallazgos de nuestra evaluación sobre la
bibliografía existente: la producción antropológica hecha en
el suroccidente ha crecido significativamente en las últimas
tres décadas.
El propósito de esta publicación Pensar el suroccidente es
mostrar un conjunto de trabajos y autores que ilustren lo
que podría ser considerado como antropología hecha en
Colombia, bien sea porque abrieron el debate en relación
con problemáticas de su tiempo, porque lograron cuestionar
algunas certezas de su momento histórico, o porque pueden
considerarse como pioneros en abordar los desafíos
contemporáneos a los que se enfrenta la disciplina.