EL GESTO MUSICAL
Sergio Balderrabano - Alejandro Gallo- Paula Mesa
Desde determinadas perspectivas, el concepto de gesto musical remite a una
traducción corporal de la percepción de los emergentes sonoros de las obras
musicales. De esta forma, hablar de gestualidad musical es referirse a una gestualidad
corporal1 entendida como el vehículo con el que un músico comunica corporalmente
ese complejo mundo de sensaciones, imágenes, movimientos que surgen
internamente al hacer música. Otros enfoques estudian las probables analogías
existentes entre los gestos musicales y ciertos patrones gestuales corporales o
determinadas formas de expresión vocal. Pero también a este concepto se lo
encuentra vinculado a aspectos performativos de la música. Desde esta perspectiva,
uno de sus fundamentos básicos (y en la que coinciden diferentes teóricos2) es que la
gestualidad musical remite a un tipo de movimiento que conlleva alguna significación
particular. En líneas generales, podemos decir que este concepto ha sido motivo de
múltiples indagaciones vinculado no sólo con los aspectos del movimiento corporal
sino también con los vinculados con los de la interpretación musical.
Ahora bien, lo que nos interesa plantear en este trabajo es cómo abordar el estudio de
los comportamientos sintácticos tonales desde una perspectiva gestual. Es decir,
cómo vincular la idea de gesto con determinados comportamientos estructurales de los
materiales musicales. Como en la concepción básica de gesto subyace la idea de
significación, la pregunta que debemos formularnos aquí es de qué se habla cuando
hablamos de “significación musical”.
Una respuesta probable a este interrogante es la que nos da López Cano, cuando dice
que el concepto de significación musical remite a ese
“universo de opiniones, emociones, imaginaciones, conductas corporales
efectivas o virtuales, valoraciones estéticas, comerciales o históricas,
sentimientos de identidad y pertenencia, intenciones o efectos de
comunicación (incluyendo los malos entendidos), relaciones de una música
con otras músicas, obras o géneros, y con diversas partes de sí misma,
etc. que construimos con y a partir de la música. Cuando una música
detona cualquiera de los elementos señalados funciona como signo
siempre y cuando las relaciones no se reduzcan a meras operaciones
causa-efecto reflejo”. (López Cano: 2005)
A partir de esta definición, se torna necesario replantearse la manera de percibir los
diferentes procesos sonoros que emergen de la interacción de los materiales
musicales. Así, por ejemplo, un determinado enlace de acordes, una idea melódica,
una disposición textural, etc. que estén enmarcados dentro de determinadas
1
Estas consideraciones han sido expuestas por Mónica Rector en la presentación del Volumen 3
de la Revista “De Signis”. Según esta autora, el tema de la gestualidad corporal ha sido motivo de
numerosas investigaciones desde la década de 1960. Dichas investigaciones han sido
encaradas, inicialmente, por un reducido núcleo de semióticos, lingüistas, psicólogos y terapeutas
quienes han puesto énfasis, fundamentalmente, en el lenguaje de señas de los sordomudos.
Posteriormente han extendido sus intereses investigativos al área de la gestualidad corporal en la
comunicación oral, dentro de determinadas culturas y contextos específicos. Así, ponían el
acento en analizar el gesto corporal como un “lenguaje” buscando sus unidades distintivas. Uno
de los precursores de estos estudios (llamados “cinésicos” o kinéticos, término que proviene de
“kiné”, movimiento) fue Ray Birdwhistle, que llamó cine (del griego kiné) a la menor unidad de
movimiento. Originalmente sustentados por un enfoque estructuralista, los estudios recientes
integran a los gestos en la interacción comunicativa humana y lo convierten en un elemento de
base de dicha interacción.
2
La posibilidad de realizar una lectura del lenguaje musical tonal desde una perspectiva
gestual la encontramos fundamentada en teóricos como Robert Hatten (1994), Alexandra
Pierce (1994), David Lidov (1987), Roland Barthes (1986), Kofi Agawu (1990); Wye Allanbrook
(1983); Sandra Rosenblum (1988), Wilson Coker (1972), Ernst Kurth (1922), Eero Tarasti
(1994), entre otros. Estos autores han puesto el acento en las problemáticas de la gestualidad
musical en función de la ejecución instrumental y la interpretación musical.
normativas, podrán ser concebidos como una sonoridad particular de un estilo
particular y como emergente sonoro de una cultura determinada. Esos mismos
procesos, dentro de otro estilo darán lugar a otra sonoridad y estarán enmarcados
dentro de otras normativas, regidas por las sonoridades emergentes de otros marcos
culturales. Pero para que este replanteo se produzca será necesario, en principio, que
dichos procesos sonoros sean percibidos no sólo desde sus lógicas estructurales sino
desde una actitud holística. De esta forma, los materiales armónicos, melódicos,
rítmicos, métricos, junto a indicaciones de tempo, articulaciones, dinámicas, fraseo,
comportamientos texturales y registrales, se percibirán en un todo indivisible. A partir
de estas consideraciones, entendemos que escuchar en términos gestuales posiciona
al teórico, al oyente o al intérprete frente a la unidad y a la continuidad de una obra
musical y a sus particularidades estilísticas y culturales. Lo que es desafiante en una
escucha gestual es que debe ser construida por el propio músico, a partir de la
comprensión cultural que tenga de los diferentes procesos sonoros.
En los ejemplos siguientes intentaremos dar cuenta de las múltiples posibilidades de
comprensión discursiva de los fragmentos musicales a partir de ser percibidos en su
dimensión gestual.
Ejemplo 1: Haydn: Sonata para piano en Mib Mayor, I mov., comp. 48-64
En el compás 50, Haydn articula una clara función tónica de Sib Mayor. Esta función
se alcanza luego de una alternancia de I y V durante 8 compases y con un ritmo
armónico de blanca con puntillo y una textura de monodia con acompañamiento
basada en los sonidos constitutivos de los acordes de I y V de Sib Mayor. A esto se
suma la escalística descendente en el plano superior sobre el V de Sib Mayor, factores
que contribuyen a una clara afirmación de Sib como tónica en el primer tiempo del
compás 50. Un cambio textural y de comportamiento rítmico subrayan aún más la
eficiencia perceptual de dicha función tónica. El segundo y tercer tiempo de dicho
compás, contextualiza un desvío de la dominante, V-VI (F-Gm), expandiendo el mismo
comportamiento textural, donde en el bajo se escucha las fundamentales de esos
acordes y en el plano superior, bicordios correspondientes a la tercera y quinta del
acorde de V y a la fundamental y tercera del acorde de VI.
En el compás 51, continúa la misma textura del compás anterior, pero ahora con una
tríada disminuida (re en el bajo y fa-lab en el plano superior) que se dirige a la tríada
de MibM (Dmb5-Eb). Desde un punto de vista sintáctico, estos acordes deberían
analizarse como Ie-IV, pero lo sorprendente es que Haydn al no articular al Ie con el
sib, produce un debilitamiento de dicha función. Lo que sí mantiene, en cambio, es el
movimiento de grado conjunto del bajo (re-mib). Y por último, en el tercer tiempo de
ese compás, articula un acorde de VIe (G7), el cual se dirige a una tríada de Lab en el
primer tiempo del compás 52. A partir de aquí, surge una pregunta ineludible: ¿qué
función cumple una tríada de Lab M dentro de un contexto de Sib M?3
3
Aquí consideramos pertinente señalar que esta pregunta surge en función de una escucha
histórica de esa relación armónica ya que en el campo de la música popular actual, dicha
Si el contexto tonal fuese Sib menor, esa tríada estaría conceptualizada como un VII
eólico y el desarrollo de un VII eólico en el modo menor, es un comportamiento
armónico muy utilizado en el contexto de la música tonal barroco-clásica. Pero no hay
antecedentes del desarrollo de un VII descendido en el modo mayor. Además,
sabemos que un VIe, en el modo mayor no puede “desviarse” ya que se dirigiría a un
VII cuya constitución es un acorde de quinta disminuida, perdiendo, de este modo, el
sentido de cadencia atenuada que caracteriza este tipo de desvíos en esos períodos
históricos. El concepto de “acorde prestado”, que aparece en algunos textos de
armonía, parece dar una solución satisfactoria a la articulación del Lab del compás 52.
En este caso, podría concebírselo como un acorde prestado del campo diatónico del
modo menor. O también podría concebírselo como un desvío hacia la séptima del Ie
de Sib. O, directamente, podría hablarse de un desvío hacia un VII descendido de Sib
M, considerando que un VII descendido es una sonoridad frecuente en las obras en
modo mayor de esos períodos. Estas lecturas darían respuestas probables a la
relación G7-Ab de los compases 51-52, pero siempre estaríamos hablando de la
relación de dos entidades sintácticas, intentando justificarlas por medio de otros
comportamientos sintácticos.
Una percepción gestual de ese fragmento musical, puede dar otro enfoque a ese
particular desvío G7-Ab dentro del contexto de una sonata clásica.
La relación sintáctica V-VI (F-Gm) del segundo y tercer tiempo del compás 50 se la
percibe gestualmente como un desvío de la dominante, como una cadencia atenuada
que genera una ruptura de expectativas. En este sentido V-VI adquiere, en principio, la
significación de “desvío de la dominante”. Esto significa que el comportamiento del V
puede no desviarse y dirigirse al I. La relación Ie-IV, por inercia auditiva, también se le
puede adjudicar la sonoridad de desvío de la dominante. Es interesante percibir el
movimiento por grado conjunto de la voz inferior y las voces superiores no involucran
al sib sino que dejan al bicordio fa-lab. Este comportamiento contribuye a enmascarar
la sonoridad de Ie dejando como emergente la sonoridad del desvío de la dominante.
De esta forma, al llegar a la relación G7-Ab, se percibe también como un desvío de
una dominante, pero en este caso no de Sib sino de do menor (II de Sib). Así, el
acorde de G7 se lo interpreta como un V de do menor que desvía al VI (Lab). Los
compases 52-56 expanden, entonces, el VI grado de la región del II de Sib, para luego
dirigirse, en el compás 57, al IIe(o) de Sib, continuando, luego, al proceso V6/4 5/3-I de
SibM.
Estamos comprendiendo la articulación de una región del II grado de Sib como un
proceso en ausencia, donde, en realidad, no estamos percibiendo al II grado
desarrollado, sino un ámbito expansivo de Lab que lo interpretamos como VI del II
grado (do menor), precedido por su dominante. Concebir esos compases como
elaboración del II grado de Sib es una construcción cognitiva ligada a competencias
estilísticas que nos posicionan más frente a estéticas románticas que clásicas. De esta
forma, vemos cómo una aproximación gestual a este fragmento musical nos permitió ir
más allá de sus rasgos sintácticos y percibir problemáticas de índole estéticas.
En el Ejemplo 2, percibimos una organización sintáctica basada en el descenso y
ascenso de la escalística de Re Mayor, en la expansión de la función tónica, en una
textura de octavas paralelas en ritmo de negras que parten del sonido re y se dirigen
hacia el sonido la inferior para luego invertir la direccionalidad y dirigirse al la superior
y detenerse con un valor más grande y con un calderón.
Ejemplo 2: Beethoven: Sonata en Re Mayor op.10 No.3. I movimiento
Al detenernos en ese sonido la agudo, articulado con un calderón, percibimos una
sensación de expectativa, de pregunta, de frase musical abierta que será “respondida”
relación no causa ninguna sorpresa y está instalada en el mundo de sonoridades culturalmente
aceptadas.
en los compases siguientes, de acuerdo a determinadas lógicas formales de esos
estilos. Contribuye también a esta percepción de expectativa, su inserción dentro de
un tempo Presto, una organización métrica binaria y en un pulso de negras, y una
dinámica p que se mantiene hasta el sorprendente sf del compás cuatro. Es decir,
todos estos elementos interactúan para generar esta sensación de expectativa, de
frase abierta de la cual se espera alguna resolución.
Ahora bien, una nueva reflexión a partir de la percepción de esta escucha holística,
lleva a formularnos las siguientes preguntas: ¿porqué al escuchar esta frase musical
podemos adjudicarle la idea de expectativa, de frase abierta?; ¿qué hay en ese gesto
musical que nos induce a percibirlo de esa forma?; y si en cada elemento por
separado no hay nada que sugiera “expectativa”, ¿será que todos esos elementos en
su concepción holística contribuyen a esa percepción? Lo que creemos importante
señalar es que, si bien una escucha holística es esencial a la concepción gestual, esta
concepción trasciende esa escucha holística e instala a esta frase en el mundo sonoro
del estilo clásico, con su particular organización formal y permite ciertas adjetivaciones
o consideraciones conceptuales: la sonoridad que emerge de este movimiento sonoro
adquiere una significación expectante, la cual está enmarcada dentro de una frase
musical abierta, respondiendo a las lógicas formales de dicho estilo. Así, la
construcción de este concepto de expectativa está basado en el conocimiento que
tenga un músico de la cultura tonal del mundo clásico donde el emergente sonoro de
todos esos materiales musicales distribuidos y contextualizados de esa forma, generan
ese concepto.
Pero a su vez, es factible ir más allá de este nivel de comprensión gestual e instalar
esta organización estructural como un particular gesto de inicio4 de las obras clásicas.
Desde este lugar, entendemos que la característica principal de un gesto de inicio es
que requiere de una continuación y elaboración discursiva de acuerdo a las lógicas
formales de un estilo determinado.
En el ejemplo siguiente, también hay un gesto de inicio, similar al anterior en términos
de una detención en una blanca con puntillo, en sf y con calderón, que provoca
expectativas de continuidad. Pero aquí en base a una elaboración contrapuntística de
la función subdominante (II-IIo) que se dirige a un V6/4, donde se detiene, precedida
de la indicación cresc.y ritardando.
Ejemplo 3: Beethoven. Sonata en Mi b Mayor, op.31 No.3. I mov.
En los ejemplos 2 y 3, las gestualidades musicales que plantean un inicio expectante,
se construyen a partir de una direccionalidad hacia la dominante y su detención en
ella. Luego se resuelven en una continuidad hacia la tónica, de acuerdo a las lógicas
armónicas, texturales y formales del período estilístico correspondiente. Pero en el
siguiente ejemplo, el gesto de inicio propone otra conceptualización.
Ejemplo 4: Debussy: Danzarinas de Delfos. Preludios. Libro I (inicio)
4
El estudio de las particularidades gestuales de las diferentes secciones de una obra musical
tonal, será motivo de indagación en el proyecto de investigación “El análisis musical desde una
perspectiva gestual”, inserto dentro del Programa de Incentivos del ministerio de Educación de
la Nación
Si el análisis de este material, lo abordamos desde una concepción de la armonía
funcional, tendremos que decir que el motivo del compás 1 (que se repite en el
compás 2) está en la tonalidad de Sib Mayor, configurando un proceso I-II/VII-Vaum.
Si bien, ese podría ser el cifrado funcional correspondiente a las alturas lógicas de Sib
Mayor, en la escucha de este motivo dichas alturas no configuran un gesto que
convalida a Sib como el concepto de tónica principal tradicional. Por ejemplo, el acorde
de dominante con 5ta.aumentada del tercer tiempo del compás 1, si bien es seguido
por el acorde de Sib, no se percibe como un proceso de resolución de esa dominante,
sino como una sucesión de acordes, determinado por el procedimiento compositivo de
la repetición del motivo del compás 1. Por lo tanto, la gestualidad resolutiva de un
Vaum-I típico de obras románticas, no está presente en esta ocasión, a pesar de estar
la sintaxis de esos acordes yuxtapuestos. Contribuyen a esta percepción, el volver a
escuchar el compás 1 en el compás 2, la textura más ligada a planos sonoros y no a
las texturas características del romanticismo, a la no conducción de voces de acuerdo
a los comportamientos de resolución de los sonidos sensibles. Entonces, de esta
gestualidad podemos percibir que ese Vaum. ya no puede ser concebido como una
dominante tradicional sino como una sonoridad de 5ta. aumentada que se yuxtapone a
una sonoridad triádica, cuyas fundamentales se relacionan por 4tas. Establecemos,
entonces que, de una escucha gestual de este motivo, un enlace V-I, en este contexto,
puede ser percibido como una sonoridad en sí misma y no como un proceso de
resolución de disonancias.
De esta forma, las yuxtaposiciones de Fa aum y Sib en el final del Preludio (Ejemplo
5), podrán ser percibidas como sonoridades “per se” y no como procesos tonales V-I.
Así, llegamos a la idea de que el concepto de acorde “per se” característico de esta
música impresionista, puede hacerse extensiva a una relación V-I “per se” y
generamos otra concepción discursiva de esa tradicional construcción cadencial.
Ejemplo 5: Debussy: Danzarinas de Delfos. Preludios. Libro I (final)
Vemos, entonces, cómo el concepto de gesto nos lleva a una suerte de adjetivación de
los procesos musicales que surgen de la interpretación expresiva de la interacción de
todos sus componentes. Pero esta adjetivación no es caprichosa sino que está
instalada en el mundo de la competencia musical y expresada en muchos textos de
armonía o morfología5.
5
1er. movimiento del Cuarteto en Fa Mayor op.135 de Beethoven que Jonathan Kramer (1988:
133) desarrolla en su interesante libro The Time of Music. Es interesante observar que, si bien no
da una definición del concepto de gesto musical, para este autor dicho concepto está ligado a
eventos estructuradores del discurso musical tales como los comienzos, los finales y demás
articuladores estructurales. Una primera lectura de este texto, nos revela que el autor emplea dos
niveles discursivos para llevar a cabo su análisis: uno, de tipo descriptivo, donde se limita a
mencionar los diferentes procesos armónicos, las disposiciones de los acordes, los cambios de
centros tonales, las ubicaciones motívicas, etc. y otro donde las adjetivaciones acompañan al
relato descriptivo y darían cuenta (inferimos) de lo que Kramer concibe como “gestualidad
musical”.
Las adjetivaciones que emplea Kramer surgen de un tipo de percepción de los comportamientos
sintácticos basados en la comprensión que un músico competente posee acerca de las
características sonoras de dichos comportamientos y que, convencionalmente, los expresa con
términos como estabilidad, retorno triunfante, extraño acorde, énfasis de la tónica, etc.
Asimismo, podemos decir que, en este texto, Kramer vincula el concepto de gesto musical
principalmente a los eventos cadenciales. Es así que ya en el inicio del análisis pone el acento en
el comportamiento cadencial del compás 10, concibiéndolo como “extrañamente final para el
cumplimiento de una gestualidad inicial”. Esto significa que hay gestos cadenciales específicos
para los finales que no son los adecuados para un comienzo de obra. Pero, ¿desde qué punto de
vista podría concebir que un gesto cadencial es adecuado o no para un inicio o final de una obra?
De todo este mundo de significaciones probables que emanan del hecho musical,
nuestro interés se centra en el estudio de la significación que emerge del recorrido que
va de los comportamientos sintácticos musicales a su concepción como gestos y de
éstos al contenido expresivo y la pertenencia social. De esta forma, un gesto musical
puede llegar a representar cierto nivel comunicacional y alcanzar, así, cierta
significación. Desde este lugar, un determinado enlace armónico o una determinada
unidad formal, por ejemplo, pueden ser concebidos como gestos que podrán
transformarse en herramientas válidas para la comprensión del significado musical6.
En síntesis, podemos decir que la gestualidad de una obra musical será considerada
como la significación que surge de la sonoridad emergente del movimiento que
despliegan sus materiales constitutivos. Los gestos musicales son concebidos como
gestalts que transmiten movimientos que unifican dichos materiales otorgándoles
continuidad formal, procesual y energética. El oyente puede llegar a percibir estas
gestalts en términos afectivos o emocionales, dependiendo, en principio, de su
comprensión cultural de la obra que escucha. Estas gestalts pueden ser pensadas
como unidades musicales breves o amplias, con sus propios niveles de significación
adjudicados por el oyente en tanto ser cultural. Por último, cabe mencionar que fuera
del ámbito cultural, los componentes musicales, en sí mismos, no poseen significación,
ni contenido emocional alguno7.
En definitiva, concebir a la música en términos gestuales puede ayudarnos u
orientarnos a establecer relaciones entre los significantes musicales y las
significaciones particulares, entre las diversas sintaxis musicales y las múltiples
significaciones que los seres humanos les adjudican a partir del hacer o el escuchar
música. Se deberá encontrar, entonces, un camino para incorporar al gesto en toda su
particularidad, en toda su continuidad, en todo su marco y variable temporal, como
parte importante del análisis musical.
REFERENCIAS
ASAFIEV, Boris. 1977. Musical Form as a Process. Diss., Ohio State University
BARTHES, Roland. 1977. Image Music Text. Trans. Stephen Heath. New York: Hill
and Wang
COKER, Wilson. 1972. Music and Meaning: A Theoretical Introduction to Musical
Aesthetics. New York: Free Press.
ECO, Umberto. 1986. La estructura ausente. Introducción a la semiótica. Madrid:
Lumen.
GREIMAS, A.J. y J. Courtés. 1991. Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del
lenguaje. Madrid: Gredos
HATTEN, Robert S. 1993. Musical Meaning in Beethoven: Markedness, Correlation
and Interpretation. Bloomington: Indiana University Press.
KIVY, Peter. (1999). Feeling the Musical Emotions. British Journal of Aesthetics, 39, 113.
KURTH, Ernst. 1947. Musikpsychologie. Hildesheim: Georg Olms
LOPEZ CANO, Rubén. 2005.
http://www.geocities.com/lopezcano/articulos/semiomusica.html
LOTMAN, Juri. 1996. La Semiosfera. México: Fronesis-Cátedra
TALENS, Jenaro et al. 1995. Elementos para una semiótica del texto artístico. Madrid:
Cátedra
TARASTI, Eero.1994. A Theory of Musical Semiotics. Bloomington: Indiana University
Press.
Evidentemente para algún modelo convencional que responda a comportamientos más
estandarizados dentro de determinados estilos musicales.
6
Y aquí creemos pertinente mencionar una elegante formulación de Colwyn Trevarthen: “la
música es gesto audible” (Trevarthen, 2001: 172).
7
Desde este punto de vista, los análisis schenkerianos que organizan la sintaxis tonal en
diferentes niveles jerárquicos, formarán parte de un nivel de articulación musical: habrá otro
nivel articulado por los contenidos afectivos que emergen de las contextualizaciones culturales.
TREVARTHEN, Colwyn; 2001. Infant Intersubjectivity: Research, Theory, and Clinical
Applications.Cambridge University Press