Revista Calle14, Volumen 8 Número 12 / enero - abril de 2014, ISSN 2011-3757
RETRATOS
DE
FAMILIA:
ESTEREOTIPO Y EXTIMIDAD
1
SECCIÓN
TRANSVERSAL
Artículo de investigación
Pilar Suescún Monroy
Universidad Jorge Tadeo Lozano /
[email protected]
Magíster en Artes Plásticas y Visuales, Universidad Nacional de Colombia; docente en la Universidad Jorge
Tadeo Lozano.
110
1
Artículo de investigación artística. Versión resumida de la tesis de investigación-creación, presentada como requisito parcial para optar al
título de Magíster en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia, bajo la dirección del maestro Víctor Laignelet. Todos los
reservados.
// derechos
CALLE14
// volumen 8, número 12 // enero - abril de 2014
Madonna. Fotografía digital. Imagen de archivo del proceso de creación maestría en artes plásticas y visuales. 2011
SUESCÚN P (2014) Retratos de familia:estereotipo y extimidad. Calle14,8 (12), 110-122.
RESUMEN
La imagen de familia se enfrenta a diversos fenómenos. Dueña de una tradición ligada al deseo
de auto-representación y reconocimiento dentro de la sociedad, es también el mejor ejemplo
de imagen creada a partir de un sistema de representación estereotipado. ¿Pero qué es lo que
se oculta tras ese estereotipo? Viene a ser en la imagen donde se hace visible la extimidad,
aquello que es íntimo, profundo, pero que permanece en el exterior (Miller, 2010). Si la fotografía
captura apariencias, esta idea de extimidad nos daría la esperanza de encontrar algo profundo
y esencial detrás de la superficie propia de la captura fotográfica. La imagen revela lo que los
sujetos ocultan, como una suerte de traición desde la confianza. Ella requiere de quién la observa
algo más que la contemplación, requiere atención; en últimas, tiempo para revelar sus secretos
ocultos a plena vista.
PALABRAS CLAVES
Estereotipo, extimidad, familia, fotografía, representación, retrato
FAMILY PORTRAITS: STEREOTYPE AND EXTIMITY
ABSTRACT
The family picture faces various phenomena. As owner of a tradition linked to the desire for
self-representation and recognition within society, it is also the best example of an image
created from a system of stereotyped representation. But what lies behind this stereotype?
It is in the picture where extimity —that which is intimate, deep, but remains outside (Miller,
2010)— becomes visible. If the photograph captures appearances, the idea of extimity would
give us hope of finding something deep and essential behind the surface of the photographic
capture. The picture reveals what the subjects hide, as a sort of betrayal coming from trust; it
requires from the observer something more than contemplation, it requires attention; ultimately, it
demands time to reveal its secrets, hidden in plain sight.
KEYWORDS
Stereotypical, extimity, family, photography, representation, portrait
PORTRAITS DE FAMILLE : STÉRÉOTYPE ET EXTIMITÉ
RÉSUMÉ
L’image de la famille fait face à divers phénomènes. Maitre d’une tradition liée au désir d’auto
représentation et de reconnaissance au sein de la société, c’est aussi le meilleur exemple d’image
créée à partir d’un système de représentation stéréotypé. Mais que se cache-t-il derrière ce
stéréotype? Il se trouve dans l’image où devient visible l’extimité, ce qui est intime, profond,
mais qui reste à l’extérieur (Miller, 2010). Si la photographie capture des apparences, cette idée
d’extimité nous donnerait l’espoir de trouver quelque chose de profond et d’essentiel derrière
Retratos de familia: estereotipo y extimidad // Pilar Suescún Monroy // 111
la surface de la capture photographique elle-même. L’image révèle ce que les sujets occultent,
comme une sorte de trahison de la confiance. Elle exige de qui l’observe quelque chose de plus
que de la contemplation, elle demande de l’attention; finalement, du temps pour dévoiler au
grand jour ses secrets occultés.
MOTS CLÉS
Stéréotype, extimité, famille, photographie, représentation, portrait
RETRATOS DE FAMÍLIA: ESTEREÓTIPO E EXTIMIDADE
RESUMO
A imagem de família se enfrenta a diversos fenômenos. Dona de uma tradição ligada ao desejo
de autorrepresentação e reconhecimento dentro da sociedade, é também o melhor exemplo de
imagem criada a partir de um sistema de representação estereotipado. Mas, o que é o que se
oculta trás esse estereótipo? Vem a ser na imagem onde se faz visível a extimidade, aquilo que é
intimo, profundo, mas que permanece no exterior (Miller, 2010). Se a fotografia captura aparências,
esta ideia de extimidade nos daria a esperança de encontrar algo profundo e essencial por trás da
superfície própria da captura fotográfica. A imagem revela o que os sujeitos ocultam, como uma
sorte de traição desde a confiança. Ela requer de quem a observa algo mais que a contemplação,
requer atenção; em últimas, tempo para revelar seus segredos ocultos à plena vista.
PALAVRAS-CHAVE:
Estereótipo, extimidade, família, fotografia, representação, retrato.
SUMA TINISKAPI FAMILIA KAWARI IURA
PANGAPI KAWARI.
SUGLLAPI MAILLA KILKAILLATA
Suma tiniskapi familia kawariskapi. Sugrigcha sugrigchamami ririku. Kauai munarimi Sugllapi
kauachiringa, chasak kauagkuna rigsingakunami imasatak kauarii. Suma kauariskawami
sugkunamanta ¿imatak chi pakallasina ka kai suma tiniskapi? Kasapi kauarigsamu paikuna
kagta chasapas sugkuna kawankuna paikunata. (Miller iskai waranga chunga) Kai tiniikuna apii.
Suma kawachingapa kai iuaikunawa, allikanshachar iachangapa. Iapa allilla sumaglla tiniikuna,
kauachinmi sugkuna pakanakuskata. Ñugpamandata alli wasa kagta, ministinmi pi kawaska
kawaskallawa iachaikuchu. Imam niku chasapi kawapa iachangami imata niku.
IMA SUTI RIMAI SIMI
Iura pangapi, kawari, familia, kawa riri tiniskapi.
Recibido 12 de junio de 2013
Aceptado 16 de octubre de 2013
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La imagen de familia se mantiene vigente en la sociedad actual. Cada grupo familiar es poseedor de su
propia imagen (Silva, 1998) y la fotografía democratizaría la representación de dicho grupo, ubicando
el retrato fotográfico como un elemento estructural
en la configuración actual de la sociedad misma. No
obstante, las imágenes típicas de familia se enfrentan
a diversos fenómenos en la actualidad: las tecnologías
cada vez más accesibles y la masificación del uso de
redes sociales, entre otros, han empezado a modificar sus formas acostumbradas de representación,
sin dejar de ser por ello uno de los mejores ejemplos
de imagen estereotipada que podemos encontrar en
nuestro entorno.
Nací en Bogotá, el primer día de febrero del año
1981. En ese entonces, mi mamá recién cumplía
16 años. Lo primero que recuerdo como familia es
a mi abuela, quien era la figura de autoridad, y a
mi primo Hans, quien fue siempre mi cómplice de
aventuras y juegos. El recuerdo de mi madre es
somnoliento, siempre envuelto entre cobijas. Casi
no recuerdo a mi papá; cuando trato de hacerlo
viene a mi mente el matiné, ese cine dominical al
que a veces íbamos juntos. También recuerdo que
me ponían vestido y zapatos de charol para salir
con él. Me llevaba tomada de la mano. Le gustaba
llevarme a Monserrate y a caminar por el centro
de la ciudad, luego me devolvía, por así decirlo.
Era una figura misteriosa para mí. Un padre de
visita, más bien ausente.
La siguiente idea de familia que puedo recordar
es cuando nació mi hermana. Yo entraba en la
adolescencia y mi mamá rehacía su vida al lado de
Raúl, el bombero. Sarita nació cuando yo tenía 13
años. En medio de mi locura de adolescente, y tras
varios intentos fallidos de mi mamá y Raúl para
que me ajuiciara, me fui a Cali a vivir con mi papá.
Mi papá fue mi familia desde entonces, hasta que
entré a la universidad.
Hurgo en mi mente en un intento por descubrir
cuál es mi interés por la idea de la familia...
Este texto contiene, entonces, un diálogo entre los
procesos de creación que tuvieron lugar en la maestría, así como el análisis que propongo sobre la imagen
de familia y su relación con la realidad como instancia
de pertinencia reflexiva posibilitada por mi proceso
sensible.
ESTEREOTIPO
El archivo
Habiendo identificado el retrato de familia como
directriz de mi experiencia, la primera acción que en
algún sentido condicionó la obra fue el acercamiento al
archivo. Me acerqué al Archivo de Bogotá y al inmenso
álbum familiar que custodia, donde esas fotografías
privadas y cotidianas, aparentemente irrelevantes, del
espacio de lo profano adquieren importancia como
grupo. Dice Boris Groys al respecto:
En el archivo no se recoge tanto lo que es importante para los hombres en la “realidad” (pues nadie
sabe qué es importante para los hombres) sino
que en él sólo se recoge, más bien, aquello que es
importante para el propio archivo. (Groys, 2008).
En el caso de esta enorme cantidad de fotografías se
pone en evidencia tal situación: el interés no es particular en cada imagen sino en el conjunto de estas, en el
archivo como tal, en algo oculto en él, acaso. La sospecha de un rito de la imagen que implica a la fotografía
como fin, el hacerse vulnerable a cambio de la imagen
y hallarse a la espera de un ritual de la mirada que
requiere, en cualquier caso, adoptar la posición del que
mira y del que es mirado.
Pienso en este rito donde la imagen está en el
centro y me sitúo como gestora, como fotógrafa le
hago frente a la representación. El común denominador entre estas familias soy yo, además de
la aceptación implícita del acto fotográfico; en un
nivel profundo, una íntima e innegable codicia de
la imagen, una necesidad de vernos reflejados en
ella. Lo que ocurre al enfrentar estas imágenes al
otro produce en mí la pulsión, y es allí donde se
completa el ritual de la mirada.
Mi hogar tiene una bella vista. Desde la ventana se
ve el manojo edificios que conforman el centro de
la ciudad. También se ve la entrada de la universidad por la carrera 30 y sus puentes: el tradicional de cemento y su par metálico, más moderno,
que corresponde al sistema de transporte urbano
Transmilenio. Estos puentes, que para muchos
de nosotros son lugares de tránsito o no-lugares,
resguardan varias actividades no contempladas en
su uso convencional: vendedores de artesanías, de
revistas, de relojes, de películas piratas, invaden
este corredor diariamente en el plan de “rebusque”.
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El primer grupo que reconozco como una familia
está en el puente de metal: Una mujer con rasgos
indígenas vestida de colores brillantes trabaja
parsimoniosamente en una artesanía de chaquiras.
El bultito del pecho me hace pensar que lleva un
bebé. A su lado, junto al tablero que expone su
trabajo, juegan un niño de unos 6 años y una niña
un poco más pequeña. Parecen no ver a nadie,
sólo juegan entre el gentío. Durante algunos días
los veo desde mi ventana; paso junto a ellos una
y otra vez, hasta ese día.
El día al que me refiero es un día cualquiera, no
tiene nada especial. Por esas cosas que pasan
mi clase de la tarde se había cancelado, así que
siendo muy temprano aún volvía a mi casa por
el camino acostumbrado. Cuando salí de la universidad, y casi sin pensarlo, me detuve donde la
mujer. Detenerme allí, en aquella ocasión, marcaría
las primeras fotografías y significaría para mí el
enfrentamiento con el otro de una manera brusca.
Nunca me sentí cómoda. La parte relacional de
esta primera etapa me afectó hasta el punto de
necesitar hacer un alto en el trabajo. El corazón
se me hacía un nudo, intentaba evadir mis propias emociones. Enfrenté las imágenes al mundo:
Imágenes de dolor, de cotidianidad, imágenes
que hieren y casi avergüenzan; soy reconocida en
ellas y exhortada a explicar el porqué de las cosas,
como si necesitara justificar la realidad.
¿Por qué hiere una imagen de una madre con su
hijo? ¿Qué es eso que hace que la imagen sea
agresiva e hiriente? Yo creo que lo que hiere no se
presenta en la imagen como forma, lo que hiere es
la relación aparentemente analógica de la imagen
con la realidad, la obligatoriedad de mirar esa
realidad justo a los ojos y seguirse comportando
como un espectador ante ella.
Recuerdo la época del daguerrotipo, cuando
audaces miniaturistas ponían color a las imágenes
en blanco y negro, y trato con mi pincel digital de
darle importancia a algunos colores. Intento varias
opciones. Recurro a la viñeta, como recuerdo
de la cámara oscura. Aquella imagen inicial es
otra ahora. Se apoya en mi intención. Es eterna,
inacabable. Me asombra. Parece que quisiera salir
de su estado de objeto, tiene fuerza en sí misma
y me sorprendo al sentir que cobra autonomía,
exige cosas y casi me impide negarle algunas
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posibilidades. La imagen es. Junto a mí o como yo
misma, la imagen se presenta reclamando algo,
gritando en silencio, trayendo voces que tal vez ni
yo misma he escuchado jamás.
Es dramática, oscura. La mirada directa del niño. La
mujer que se oculta tras la penumbra; la imagen se
inscribe en una nueva convención: la de la Madonna.
La imagen de la Madonna
La Virgen fue el tema central en el arte de Siena a mediados del siglo XIII. La divina dama era representada con
aplomo, elegancia en las líneas y una refinada paleta de
colores en medio de un impulso poético e imaginativo.
El arte sienés es el inicio de la inmensa colección de
imágenes de la Santa Madre y su hijo. Si bien los tiempos de ejecución podían llegar a ser bastante largos, la
obra terminada no solo inspiraba devoción sino también
orgullo. Era la imagen de la madre y un hijo, un núcleo
aparentemente incompleto que muestra esta relación
fundamental y única establecida con la figura materna.
Protección, respeto, abnegación, expresados a través
de la pose, la mirada y un complejo sistema de representación cercano al estereotipo.
El niño de mi Madonna parece tener miedo, parece
estar asustado. Me mira. Su mirada me conmueve,
me interroga. El niño de las pinturas está seguro
en los brazos de su madre, sonríe, a veces me mira
y a veces no. En muchos casos mira a su madre, se
unen ambos a través de la mirada.
Miro. Las imágenes de la Virgen y el niño tienen cosas en común. Lo primero evidente es la
singularidad de los colores asociados a la Virgen:
Rojo, púrpura, azul y oro. Tras la obvia observación
surgen varias preguntas: ¿Por qué casi siempre el
azul nocturno corresponde al manto que la cubre,
y el rojo más vital y sanguíneo ocupa el centro y
el interior? ¿Son estas convenciones culturales
o psicológicas, o acaso designan otros enigmas
acerca de la maternidad y la encarnación? ¿Es este
el ícono por excelencia del origen del sistema de
representación del concepto de familia en la cultura
occidental? Veo el ritual de la mirada, y tras notar el
rito soy consciente también de la pose.
Todas las historias que podrían contar estas imágenes
se cuentan una y otra vez desde el tierno roce de la
madre y el hijo, desde la devoción que parece hacerse
real allí mismo en la imagen. La sacralidad subyacente
nos obliga a detenernos ante lo necesariamente oculto,
el misterio sagrado que envuelve cada una de las imágenes de la Virgen y el Niño.
Las imágenes de la Madonna emergen entonces como
una primera imagen de familia, una primera representación del vínculo filial, señalando la siguiente pregunta:
¿Cuál es el límite? ¿Dónde está la frontera que separa
la Virgen de la dama?
La familia
Finalmente encontramos actitudes colectivas, gestos y
poses inconscientes que abren la interpretación de lo
que aparece a simple vista como una imagen estereotipada. Lo que intriga es la aparente calma del retrato
colectivo, la sutil armonía que se percibe en cada uno
de sus participantes y en el conjunto en sí. Un fragmento de un mundo único, particular, complementa
estas representaciones; cada objeto se relaciona con lo
que lo circunda y esta mixtura de microrrelatos soporta
el retrato de familia como un todo.
El padre
Virgen y dama como una misma, como madre, hacen que
nos preguntemos por la cuestión del padre, que si bien
no está presente en ciertas escenas, se ve representado
en su descendencia. Buscamos conscientemente al
padre que permanece tácito, ausente.
Tras las series de madres desplazadas surge
entonces la imagen del padre, hasta ahora
ausente. La imagen de mi padre es así también:
ausente pero definitiva en los momentos que se
presenta. Luis es el nombre del único padre al que
me acerqué en el puente. Es un hombre bajito.
Tiene un ojo verde y el otro azul, aunque eso no
lo noté sino más tarde, mientras lo retrataba. Lo
acompaña un niño de unos diez años, que por
algún motivo parece más que un niño, un adulto
pequeño. Hablé con él y partimos hacia el taller;
como siempre, sería el camino de la capilla testigo
de nuestra charla.
Resulta que el niño no era su hijo. Era hijo de
su mujer. Tienen dos niños más en la familia: El
mayorcito —de su señora— y el propio. Los cuatro
conforman lo que él llama familia. Ferney, el niño
que lo acompaña, está trabajando en el puente
porque no le gusta estudiar. Ya en el taller, se sienten curiosos por el equipo de fotografía, lo que
en últimas les da cierta confianza conmigo y con
la situación. La imagen de Luis impacta, parece
narrar una historia distinta cada vez que se le mira.
Con su retrato finalicé esta primera etapa de búsquedas y hallazgos.
Pensé durante mucho tiempo en lo que había
hecho. La reflexión ética que suscitó en su
momento. Son familias lastimadas, fraccionadas,
con todo el peso de su realidad encima. Pregunto
y las imágenes me responden. En los retratos
colectivos empiezo a encontrar lo que busco, un
texto entre líneas que se hace escurridizo.
Decido entonces cambiar la ruta, invertir el sentido, de manera que en esta nueva aproximación
seré yo (la fotógrafa) quién irá allí, a los sitios, a
buscar las familias, esperando encontrar en sus
lugares mayores indicios de algo incierto que me
obstino por buscar, por descubrir.
Las primeras familias que retrato pertenecen
a Salamina, Caldas. Estuve allí enseñando
fotografía durante algún tiempo, así que entre
las personas que conocí hice una pequeña convocatoria, esperando que sus familias me invitaran
a sus casas o visitaran la Casa de la Cultura para
tomarles una fotografía.
Tímidamente, algunos acogieron el llamado, pero
aún nadie me invitaba a su casa. Los retratos
realizados son más bien de transición entre una
etapa y la otra. Para ir a tomar fotografías en una
casa del pueblo, a una familia completa, he tenido
que esperar un poco más, debí incluso insistir
para lograrlo.
Finalmente fui invitada a visitar la primera familia
nuclear, la García Salom: madre costeña, papá
salamineño, exmilitar, dos hijos, una hija y un primo
de visita. En la foto también está Sansón, el perro.
Desde el principio todo fue distinto, menos espontáneo, mucho más cercano al ritual: Se cambiaron
de ropa, se peinaron rigurosamente, las mujeres se
retocaron un poco las mejillas. La señora examinaba que todos estuvieran “presentables”. Luego,
escoger el lugar de la casa para la foto. Hicimos
varias tomas en lugares diferentes. De pie, sentados, de una forma y otra.
Se presentaron más imágenes, más familias, pero
está en especial me atraía; constantemente volvía
a ella sin saber por qué. La conciencia del lugar
surgió en el impulso de visitar a las familias en su
Retratos de familia: estereotipo y extimidad // Pilar Suescún Monroy // 115
El padre, Luis. Imagen de archivo del proceso de creación maestría en artes plásticas y visuales. 2011
contexto; retorno a la imagen, me fijo entonces en
el lugar donde ocurre.
Una mesa de centro exponía objetos que de alguna
manera completaban el retrato: seis campanas
agrupadas, tres pares de zapatos bajo la mesa,
un sombrero. Un gallo y una gallina esculpidos en
madera. Un espejo sin reflejo en la pared. Al lado,
en una mesita, un ramo de flores falsas. El sillón
verde manzana y algunos cojines.
Tras la aparición de la imagen desaparece el sujeto; en
últimas, deviene la muerte. El rito desplaza del centro
al sujeto y le sitúa allí como objeto. No es sorpresa
que uno de los impulsos de los retratos familiares se
debiera de hecho a la gran sensibilidad ante la muerte
en la sociedad del siglo XIX, cuando había una alta tasa
de mortalidad de menores (Tagg, 2005). Recordamos
aquí a Barthes (1990), su cámara lúcida, impregnada
de relaciones entre la fotografía y la muerte, surge de
las imágenes fotográficas de su madre recién fallecida2.
2
En La cámara lúcida, un Barthes enlutado por la muerte de la
madre repasa las fotografías de esta señalando una tensión entre el
sujeto, el recuerdo y la representación.
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Imágenes de familia que despiertan una sospecha, la
sospecha por estar viendo solamente imágenes y no
precisamente a su madre.
¿Qué esconde la fotografía? ¿Qué está detrás de las
convenciones y los sistemas de representación?
Como imagen construida, la imagen de familia responde
a una pulsión, a una necesidad de representación del
propio sujeto que hace visible, mediante un sistema,
diferentes roles y prácticas sociales. En el retrato de
familia este sistema de convenciones, conformado
por poses, gestos, objetos, colores, texturas, materias,
disposiciones en el espacio, diferentes iluminaciones y
lugares, sigue estereotipos cargados de un simbolismo
determinado desde la cultura: surge entonces la imagen
propia como si fuera la de un otro.
La familia inmóvil, espera su imagen propia, su
reflejo. Sutilmente se miran, se revisan. El retrato
familiar propone una relación de poder. El retratado está allí, a la espera de la imagen. Quien
retrata hurga, husmea, ejerce por un instante el
control sobre aquel al que retrata, con la esperanza de atrapar algo único del otro. Es una
Familia García Salom. Imagen de archivo del proceso de creación maestría en artes plásticas y visuales. 2011
relación íntima de transmisión esencial. Pienso en
mis imágenes de familia, en mi propia familia.
(padre, madre, hijos mayores y menores). Tanta
perfección levanta mis sospechas.
Encuentro esta especie de plantilla, este inmenso
número de denominadores comunes que definen
el ideal de la imagen familiar. Las imágenes que
selecciono se presentan estandarizadas, me dicen
poco de lo íntimo; hablan más de una versión
utópica, idealizada. Las poses rígidas parecen
hacer más evidente el carácter objetual de estos
sujetos y los falsos escenarios le dan carácter de
puesta en escena a toda la situación. Cada quien
se muestra como debería, con un rol establecido
Lo que me intriga es la imagen como instrumento
de estas familias para contar versiones de sí
mismas, como reflejo manipulado a voluntad y
como expresión de deseo. No hay duda de que
el sistema de representación que he identificado
está allí con el fin de imponer diferentes narraciones y esta red de significaciones se va tejiendo en
diferentes momentos que llevan finalmente a la
aparición de la imagen.
Retratos de familia: estereotipo y extimidad // Pilar Suescún Monroy // 117
Desde el lugar que se escoge como escenario, hasta la
pose, cada rasgo autónomo pareciera estar cargado de
un acento retórico que se hace claro desde la cultura,
un desconocido saber histórico enriquece la imagen
y se revela solamente ante algún curioso. Fotógrafo y
fotografiados siguen el rito al pie de la letra. Una y otra
vez todo gira en torno a la imagen, se hace un acuerdo
para hacer una versión de la realidad, la mejor posible,
la más deseable y mostrable, aquella que expresa todas
las aspiraciones de la familia.
La imagen de familia, como narración, propone entonces una mirada sobre las diferentes estrategias de
connotación existentes en este orden social y la sutil
tensión entre realidad y ficción que suponen en la
cotidianidad; la narración subyacente solo se llega a
entender dado que existen una serie de elementos
estereotipados portadores de significación en una
gramática histórica determinada (Barthes, 1995).
(Kosooy, 2001). La resignificación ocurre al desnaturalizarse el cuerpo tras inscribirse como un objeto en la cultura. El cuerpo adquiere así una pose en un momento que
sigue siendo anterior a la imagen pero que solo puede
ser entendido después de ella; su nueva significación se
fundamenta en la detención que implica y se presenta
como una manifestación de identidad ante la cultura.
En las imágenes de familia, la pose enfatiza jerarquías
propias del núcleo familiar. Además, es a través de esta
que se conectan los individuos en la escena. La pose
se convierte en gesto en ese momento fugaz de roce,
o en un instante determinado de efervescencia. Cada
imagen parecería contar una nueva parte de la historia,
dando la idea de que existe un guión a seguir, un deber
ser, un rol qué interpretar.
Los objetos
En su libro Lo obvio y lo obtuso (1995) Barthes habla
de la pose de los objetos:
La pose
El retrato fotográfico es de alguna forma la consolidación del rito de la imagen, sin embargo, la representación
del sujeto no surgió espontáneamente en la fotografía.
Debido a los prolongados tiempos de exposición de
los procedimientos primigenios, los lugares aparecían
desiertos, como si estuvieran deshabitados. No sería
sino hasta la famosa fotografía del embolador, de Louis
Daguerre, que se entendió la necesidad de reducir los
tiempos de exposición para favorecer los retratos.
En el siglo XIX, los tiempos de captura de la imagen
fotográfica eran tan largos que se usaban accesorios
para inmovilizar la cabeza de los sujetos (Carneiro
de Caravalho & Ferraz de Lima, 2005) quienes además posaban con los ojos cerrados (Scharf, 2005): El
retrato condiciona al cuerpo. En un primer momento,
lo obliga a permanecer inmóvil y ciego tras la promesa
de la imagen, luego lo mueve a adoptar una posición,
un estado específico frente a la cámara. Este enfrentamiento entre el cuerpo y la cámara propicia la tensión
que constituye la pose: como una anticipación del
sujeto del hacerse objeto para el mundo, el cuerpo
posa en un momento previo a la imagen; se fundamenta en la detención del tiempo y se expresa en un
tejido de significaciones sobre el quién quiero ser,
quién quiero que crean que soy e incluso quién cree el
fotógrafo que soy (Barthes, 1990).
La pose constituye un estado de tensión del cuerpo que
tiene lugar cuando se completa la triada que conforma
el acto fotográfico: el referente, la cámara y el fotógrafo
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Como esos objetos son inductores habituales de
asociaciones de ideas (…) la connotación “salta”
de la totalidad de esas unidades significantes, aunque hayan sido “captadas” como si se tratara de
una escena inmediata y espontánea, o sea, insignificante (…). Es posible que el objeto no posea una
“fuerza”, pero es seguro que posee un sentido.
Los objetos se constituyen de esta forma como elementos de significación que son fácilmente aislables pues
resultan autónomos, casi como signos que, relacionados
unos con otros, promueven una sintaxis dispuesta a
abrir los sentidos que podría tener la imagen.
Con estas pistas me pongo en marcha de nuevo.
Esta vez la estrategia es la convocatoria. El cartel
promocional circuló por Facebook un par de días,
suficiente para que tuviera varias invitaciones a
tomar fotografías. Lo que propuse fue una invitación al rito de la imagen. Siendo así, y tratando de
buscar una imagen inicial estereotipada, acogí tres
de las invitaciones que me hicieron.
La primera fue la familia Mondragón. Me invitaron un domingo. Después me daría cuenta que el
domingo es el día de la familia: todos descansan
de sí mismos y de sus obligaciones en ese día para
refugiarse en el calor de lo conocido, lo íntimo y
cercano. La invitación giró alrededor de la comida.
Cuando llegué, la pareja anfitriona corría de un
lado al otro, de la sala a la cocina, terminando los
Detalles de las fotografías de la familia García Salom. Imagenes de archivo del proceso
de creación maestría en artes plásticas y visuales. 2011
últimos detalles de la comida que se preparaba. Al
rato empezaron a llegar los invitados, todos ataviados para el suceso. Abuelos, niños, parejas hacían
notar que la casa ya no estaba sola.
Después de la comida vino el trabajo. Para esta
ocasión usé dos escenarios distintos: la sala de
estar y el comedor. Luces, cámara, imagen. Cada
quien hizo lo que tenía que hacer: posó, hizo tal
o cuál gesto, se ubicó en este o aquel sitio. Yo
miraba, encuadraba, dirigía, corría esto, colocaba
aquello. Camuflada en mi labor de fotógrafa me
hago sensible ante la situación, empiezo a ver los
distintos microrrelatos que surgen de la escena:
los tacones altos de una de las niñas eran motivo
de discusión, demasiado altos, decía el tío, pero
la madre defendía a su pequeña argumentando
que estaba usando unos zapatos suyos, los de su
grado. Más tarde, la niña —casi una señorita— se
quitaría desesperada los mentados tacones. Nadie
se atrevió a decir nada más sobre los zapatos,
nadie, excepto la fotografía.
Me fijo también en los colores. El vestido de la
niña en colores neutros y moderados contrasta
con el rojo del fondo y de los zapatos que han sido
dejados de lado. Las connotaciones simbólicas de
este color me hacen pensar en la sensualidad y
el erotismo que tradicionalmente se le atribuyen.
La imagen de nuevo evidencia cosas que solo se
pueden ver a través de ella. Quizás la incomodidad
de la familia no era hacia los zapatos, sino hacia la
sexualidad que empieza a emerger de esta niña que
se convierte en mujer, literalmente ante sus ojos.
Miro más de cerca, me alejo de nuevo. Miro por
pedazos, llego al fragmento. El fragmento ha
hecho imagen las imágenes ¿Qué clase de anestesia me hizo pasar tantas cosas por alto? No solo
hablan los objetos: Un roce de manos, un gesto, un
pliegue aislado, hablan por sí mismos. Soy ahora
una detective que hurga, que busca más allá de lo
evidente. El fragmento devela el secreto, y este se
hace innombrable.
EXTIMIDAD
El fragmento
Continuamente aparece el fragmento como elemento
que disgrega y devela las imágenes de familia. Gracias a
este se hace visible algo que en su esencia es íntimo:
Mediante el recorte, la iluminación, la profundidad
de campo, etc., que dispone el signo fotográfico,
estas visiones parciales de lo familiar, se desvanecen en un umbral de desfamiliarización y adoptan
la condición del objeto parcial: ese fragmento del
campo del cuerpo escindido durante el proceso
del desarrollo humano y envuelto por toda la
urgencia del deseo: del amor, el odio, la envidia,
la ira, la repulsión, el éxtasis. (Krauss, 2004).
Cada fragmento singulariza los sujetos de la imagen
y devela, al mismo tiempo, pulsiones ocultas tras el
estereotipo: no solo se fragmenta la imagen de la familia
sino a los sujetos que la componen. Cada fragmento
cobra interés porque reafirma la sospecha de que hay
algo más allá del estereotipo; cada fragmento, en su
Retratos de familia: estereotipo y extimidad // Pilar Suescún Monroy // 119
Montaje final. Estereotipo y extimidad. Imagen de archivo del proceso de creación maestría en artes plásticas y visuales. 2013
propia singularidad, parecería señalar algo que no se ve
a primera vista.
Lo que encuentro en el fragmento va más allá del
estereotipo, de la plantilla. Evidencia una tensión
entre algo que podría nombrar como escena y algo
que evidentemente se sitúa fuera de escena, sin
dejar del todo de pertenecer a esta. Por experiencia, sé muy bien qué hacer en este tipo de casos:
dispongo las luces, muevo un poco esto, traigo
aquello, cuando todos están casi listos mido la luz.
Algunos de esos cuadros de prueba son interesantes por la espontaneidad que supone el fuera
de escena. La pose está en el detenimiento, es
el medio el que detiene esta fracción de tiempo.
Muy diferente al momento o situación en que
estos cuerpos se detienen voluntariamente ante la
cámara. Aquello incontrolable que surge de la pose
espontánea es lo que a continuación descubro
bajo el concepto de extimidad3.
Lo éxtimo es algo íntimo, profundo, pero que permanece
en el exterior. Si bien es cierto que la fotografía no es
más que apariencias, esta idea de extimidad nos daría
la esperanza de encontrar algo profundo y esencial en
aquello superficial que capturan las imágenes:
3
El concepto de extimidad si bien proviene inicialmente de Lacan,
es tomado en cuenta aquí en el sentido en que lo desarrolla y adapta
Miller en Extimidad (2010) como una forma de intimidad expuesta.
120 // CALLE14 // volumen 8, número 12 // enero - abril de 2014
El término extimidad se construye sobre intimidad. No es su contrario, porque lo éxtimo es
precisamente lo íntimo, incluso lo más íntimo
(…). Esta palabra indica, sin embargo, que lo más
íntimo está en el exterior, que es como un cuerpo
extraño”. (Miller, 2010).
Así, quienes permiten que les sean tomadas fotos
reconocen la intimidad en su núcleo, es su zona
segura, donde se sienten cómodos. No obstante, los
retratados, en la mayoría de los casos, nunca llegan a
hacerse conscientes de esta fractura constructiva que
supone la extimidad, oculta a plena vista en el estereotipo. Es allí donde pierden el control de la versión que
de sí mismos están construyendo, al hacer su intimidad visible y llevarla a la superficie como un cuerpo
extraño, un otro.
Lacan propone al otro como éxtimo, un ser ligado a
mí incluso más que yo mismo, asentado en lo más
profundo de mi identidad. ¿No es acaso la imagen de
familia el lugar en donde el otro habla por nosotros? En
ese sistema de representación se hace visible la extimidad, y la fotografía deviene en la forma de hacer visible
lo éxtimo del ser.
La obra aparece, se manifiesta como algo revelador en medio de un misterio latente que se
reconoce en cada imagen. Contrasto dos piezas.
La primera es la que llamo “el estereotipo”.
En esta imagen todos me miran. Todos menos el
niño que estaba poco interesado en participar de
ese juego aburrido en el que los demás se quedan
quietos esperando no sé qué; él se sumerge en su
propio juego, como los niños que jugaban en el
puente. Respeto su decisión y no me preocupo por
interrumpirlo. Miro y soy consciente de que tengo
que pasar algunas cosas por alto. El estereotipo
oculta y en el ocultamiento hallo su riqueza. La
imagen hace visible la construcción, el artificio
permanece en estado latente. No es una imagen
fija, sutiles movimientos invitan a detenerse en ella,
a descubrir lo que está allí de manera subyacente.
Hago de la obra mi refugio. La imagen estereotipada se esconde tras la pieza que está conformada
por fragmentos.
En la obra, cada pieza contiene un tiempo diferente, confronta al observador e instaura la sospecha: ¿Hace parte tal o cual fragmento de la imagen
estereotipada que antes vi? La respuesta es siempre sí, pero no es el mismo momento. La diferencia
temporal hace la imagen extraña, diferente.
Además de esta diferencia de tiempo, también está
el asunto de la cercanía o lejanía de la mirada, ya no
de la familia sino de su imagen. Es mi acción habitual después de que la imagen aparece. En el computador miro. Miro de nuevo, me alejo, me acerco,
allí noto el fragmento. Me alejo, la totalidad aparece
de nuevo. Me acerco de nuevo y más y más, hasta
llegar al color puro, a este mosaico de cuadros de
colores que conforman las imágenes digitales, me
devuelvo un poco, procuro conservar la forma.
La imagen revela lo que los sujetos ocultan, como una
suerte de traición desde la confianza, esa confianza
acaso inexplicable que suscita la omnipresencia de
las imágenes.
Referencias
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Gili.
Badger, G. (2009). Cómo la fotografía ha cambiado
nuestras vidas. Barcelona: Blume.
Barthes, R. (1990). La cámara lúcida: Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós.
(1995). Lo obvio y lo obtuso: Imágenes, gestos,
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Individuo, género y ornamento en los retratos fotográficos, 1870 - 1920. En F. Aguayo, & L. Roca, Imágenes e
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Groys, B. (2008). Bajo sospecha. Valencia: Pre - textos.
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Silva, A. (1998). Álbum de familia, la imagen de nosotros
mismos. Bogotá: Norma.
Tagg, J. (2005). El peso de la representación. Barcelona:
Gustavo Gili.
Acercarse a las imágenes de familia lleva a enfrentarse
con el estereotipo. La mirada atenta al detalle devela lo
oculto. En la obra, la dinámica entre las piezas abre la
interpretación. Lleva la imagen de familia del estereotipo a la extimidad.
Descifrarla requiere, de parte de quien observa, algo
más que la contemplación: requiere atención; en últimas,
tiempo. Al que le otorga su tiempo, la obra le ofrece sus
innombrables secretos, ocultos a plena vista.
Retratos de familia: estereotipo y extimidad // Pilar Suescún Monroy // 121