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¿Es la prostitución un trabajo?
Is prostitution a work?
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¿Es la prostitución un trabajo?
A l e j a n d r o Pa c h a j o a L o n d o ñ o 1
J h o n n y A l e x a n d e r F i g u e ro a G a rc í a 2
Recibido: octubre 14 de 2008
Revisado: octubre 21 de 2008
Aceptado: noviembre 16 de 2008
1
2
1 Correspondencia: Alejandro Pachajoa Londoño. Facultad de Psicología.
Fundación Universitaria Los Libertadores. Coordinador Académico.
Correo electrónico:
[email protected].
2 Jhonny Alexander Figueroa García. Facultad de Psicología.
Fundación Universitaria Los Libertadores. Docente.
Correo electrónico:
[email protected]
RESUMEN
ABSTRACT
Se presentan los enfoques jurídicos tradicionales
que han servido para definir, comprender y
normatizar lo relacionado con la prostitución,
ellos son: prohibicionismo, reglamentarismo
y abolicionismo. El enfoque dominante es el
abolicionista en el que la prostituta es considerada
una esclava moderna, una víctima de las
condiciones socioeconómicas cuya consciencia
se encuentra alienada, y por lo tanto necesita
rehabilitación. Luego, desde la perspectiva de
autoras feministas se examinan las razones de
género por las cuales se ha negado la condición
de trabajadoras a las mujeres que la ejercen. En
vista de que la prostitución subvierte el orden
patriarcal, la sociedad se encarga de estigmatizar,
y desvalorizar a quien la ejerce, negando los
derechos y garantías laborales.
The traditional legal approaches appear that
have served to define, understand and to legalize
the related thing to prostitution, they are:
prohibitionist, regularation and abolitionism. The
dominant approach is the abolitionism in which
the prostitute is considered a modern slave, a
victim of the socioeconomics conditions whose
conscience is alienate, and therefore she needs
rehabilitation. Then, from the point of view of
feminists authors the genre reasons are examined
by which the conditions of workers are denied
to the women that work in this job. In view
of which prostitution subverts the patriarchal
order, the society is in charge to stigmatize,
and to devalue those women that practice this
job, denying the labor rights and guarantees.
Palabras Clave: prostitución, abolicionismo, industria del sexo, estigmatización, desvalorización.
Key words: prostitution, abolitionism, industry
of sex, stigmatization, devaluation.
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Introducción
¿Es la prostitución un trabajo?
La prostitución ha sido entendida por los enfoques
tradicionales como una cuestión moral, de salud y
legal que ha señalado, excluido del entorno social
a la mujer que la ejerce, a tal punto de transformar
a la prostitución en un problema de género, se ha
insertado en los imaginarios sociales, limitando la
posibilidad de comprenderlo como un oficio dentro de los múltiples que las mujeres pudiesen ejercer. El fin de este artículo es presentar una reflexión
acerca de las dificultades que desde la comprensión
teórica de la prostitución ha limitado el aceptar en
el imaginario social a este oficio como un trabajo.
Agustín (2005, 2007) señala que existen abundantes
estudios sobre la forma como las personas llegan a
convertirse en prostitutas y cuestiones anexas; las
conductas de riesgo y la prevención del VIH; datos
epidemiológicos variados y la relación entre prostitución y criminalidad. Lamenta la falta de estudios
culturales como los que ella realiza.
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Este enfoque tradicional es, en parte, el responsable
de que aún no se haya reconocido a la prostitución
como un trabajo en la inmensa mayoría de las
legislaciones y a la mujer que la ejerce, las garantías
y derechos laborales. El camino que se desea seguir
en el presente artículo parte de las perspectivas
jurídicas desde las que se ha comprendido y regulado
el ejercicio de la prostitución y arriba a las razones
por las cuales no ha sido posible que se reconozca
como un trabajo.
Las razones por las cuales la prostitución no se
reconoce como trabajo provienen, por un lado, de un
discurso jurídico dominante de cuño abolicionista,
y por otro de las razones de género que condenan el
ejercicio autónomo de la sexualidad femenina. Estos
dos discursos dominantes se influyen mutuamente;
de modo que el derecho legitima el control de la
sexualidad femenina y con ello el ejercicio de
la prostitución entre otros; y a la vez, cuando la
norma jurídica se critica, se defiende invocando los
discursos de género que están bien posicionados
en la mente de las personas. Este discurso, tanto
jurídico como de género, dominante y hegemónico,
crea un marco comprensivo que incluso sirve de
punto de partida para las investigaciones que sobre
el asunto se desarrollan, dejando al descubierto el
interrogante de lo psicológico en la construcción de
las representaciones sociales y de ellas en el vasto
mundo de la sexualidad humana. El hecho de
ubicarlas en este marco de comprensión hace que los
resultados surtan una interpretación que confirma
el punto de partida. Someramente, se puede decir
que este punto de partida tiene los siguientes
presupuestos: un determinismo socioeconómico
según el cual pobreza es igual a prostitución; en
virtud de ello, la prostituta es una víctima cuya
conciencia se encuentra alienada; en tanto víctima,
no se encuentra desarrollando una actividad laboral
sino que está siendo explotada; cuando menos las
prostitutas se consideran desadaptadas. Juliano
(2000) considera al respecto:
A finales de la década de los 80, se
cuestiona la inclusión de los estudios de
prostitución en los campos de la sociología
de la marginación y la sociología de la
desviación y se comienza a encuadrarlos en
el campo más neutro y más productivo de
la sociología del trabajo. El razonamiento
al respecto señala que, si se parte de los
supuestos de la desviación y la marginación,
se resaltan los aspectos diferenciales y se
omiten las semejanzas que esta actividad
tiene con otras opciones laborales. En
las últimas décadas los historiadores
comienzan a incluir la prostitución en los
estudios de las estrategias de supervivencia
que acompañan la proletarización de los
campesinos y los desplazamientos de
población (p. 138).
Por analogía con la cita de Juliano, se podría decir
que en el caso de la psicología, si las investigaciones sobre la materia se ubican en el campo
de la psicopatología, se hallarán y resaltarán los
Mary Joe Frug (2006) desde una perspectiva feminista y postmoderna comenta:
Las normas jurídicas –así como otros
mecanismos culturales- codifican el cuerpo
femenino con significados. El discurso
jurídico luego explica y racionaliza estos
¿Es la prostitución un trabajo?
El derecho ha servido como instrumento
último para la imposición de normas de
conducta de lo ideal femenino, por una minoría que controla los procesos de creación
de las normas penales, estableciendo su
propia concepción de lo bueno y utilizando
el derecho como uno de sus medios de represión, quizá el más eficaz (…) Pocas son
las posiciones que rechazan el sustrato moral del sistema jurídico en general, ya que las
normas jurídicas además de ser observadas
para evitar la sanción, son en buena medida
obedecidas por considerar que el hacerlo es
lo adecuado (p. 13).
Judith Butler (2001) llamaba la atención acerca de
que las diferencias naturales de los sexos son en general una construcción de género y no al revés, es
decir, no es que el género se construya sobre la base
de un dato fuerte que es el sexo, pues antes de que
se asigne el sexo ya existe una ideología de género.
Esta ideología es la responsable de que se naturalicen cierto tipo de conductas o diferencias sexuales,
pero además es la responsable de la asignación del
género es decir, de si se es hombre o mujer. Ya
con este llamado de atención sobre la no neutralidad del texto jurídico, se puede señalar que han
sido tres los enfoques jurídicos tradicionales desde
los cuales se ha comprendido y gestionado el oficio
de la prostitución. Ellos son: a) prohibicionista, b)
abolicionismo, y c) reglamentarismo (Robles Maloof, 2005). Recientemente se ha añadido un nuevo
enfoque denominado por Castellanos (2008) como
laboralización, que consiste en definir la prostitución
como un trabajo y reconocer derechos y garantías a
las mujeres que la ejercen, como en el caso de Holanda y Alemania.
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El texto jurídico no es neutro ni desinteresado, aunque aparente serlo y aunque las personas tiendan a
comportarse con arreglo a él por considerar que si
las leyes prescriben una forma de conducta hay que
acatarlas porque eso es lo bueno. Esta tendencia ha
sido confirmada por Kolhberg (1992) y es considerada como definitoria de la etapa del desarrollo moral denominada convencional, etapa en la que la persona desea y se esfuerza por cumplir con las normas.
Tanto Robles Maloof (2005), como Mary Joe Frug
(2006) desarrollan la idea de la no neutralidad del
texto jurídico en general, y concretamente la idea de
que el derecho ha contribuido a legitimar las
diferencias de género. Robles Maloof (2005)
señala que,
En los enfoques tradicionales, la prostitución es un
hecho antisocial:
Los tres sistemas parten de la concepción
de la prostitución como actividad antisocial,
en lo que difieren es en el tratamiento legal
que le otorgan a las personas involucradas.
En estos sistemas todo gira alrededor de la
prostituta, se le considera, según sea el caso,
como delincuente, víctima o como un mal
necesario (Robles Maloof, 2005, p. 14).
Tanto Robles Maloof (2005) como Castellanos
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La prostitución en perspectiva legal
significados apelando a las diferencias
naturales entre los sexos, diferencias que
las mismas normas contribuyen a producir.
La norma formal de la neutralidad jurídica
oculta la manera como participan las
normas jurídicas en la construcción de tales
significados (p. 2).
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aspectos de conducta anormal, en tanto, si se
ubican en la psicología del trabajo los objetos de
indagación serán otros.
(2008) coinciden en señalar que en el sistema
prohibicionista la constante es la represión
penal de la prostitución y de quien la ejerce,
se pretende eliminar tanto la reglamentación
como el ejercicio de la prostitución. El principal
argumento de las tesis prohibicionistas es moral, se
considera que la prostitución degrada la honra y las
buenas costumbres, por esta razón las personas que
las representan se muestran siempre en desacuerdo
con las regulaciones estatales que fueron impuestas
a su ejercicio y que la permitieron al reconocer que
era prácticamente imposible su erradicación.
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En el sistema reglamentarista (Robles Maloof,
2005) la prostitución es un mal necesario, por lo
que el Estado:
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Asume el control de la actividad; delimita
los espacios públicos y privados, sus horarios y características, identifica y registra la
oferta a través de licencias o de credenciales, y a partir del reconocimiento del riesgo
de transmisión de infecciones de transmisión sexual, ejerce un sistema de control
médico obligatorio, estableciendo los mecanismos de supervisión, además de perseguir los lugares clandestinos de comercio
sexual (p. 15).
Castellanos (2008), señala que las reglamentaciones
no están basadas en el interés de crear condiciones
laborales, ni dignificar a las prostitutas, si no persiguen fines prácticos como evitar las enfermedades
y salvaguardar a las personas que puedan verse afectadas por la existencia del fenómeno. En el sistema
abolicionista (Robles Maloof, 2005) se asevera que:
Toda prostitución es una explotación de
la mujer, y que la reglamentación de la
actividad, sólo consigue perpetuar esta
injusticia. La prostituta no es considerada
como delincuente, más bien como víctima
del tráfico humano sujeta a rehabilitación
incluso contra su voluntad (p. 15).
Castellanos (2008) considera que en este sistema
se ve a la prostituta como una esclava, como una
persona explotada ilegalmente en contra de su voluntad y además alienada porque no es capaz de
decidir por sí misma; arrastrada a este oficio por
un determinismo socioeconómico que no deja una
opción diferente, y atada por medio de una especie
de consciencia de esclavo que no le permite buscar
nuevas alternativas laborales. El abolicionismo es
una forma altamente ideologizada de comprender y
gestionar la prostitución, porque oculta fácilmente
el interés que existe sobre el control de la sexualidad
femenina. En los discursos abolicionistas, aparecen
declaraciones bien intencionadas de corte humanitario que hacen pensar que el interés de sus representantes es la protección de un grupo de mujeres
en situación de vulnerabilidad; sin embargo, las
fuertes críticas a este enfoque tienen que ver con
el hecho de que no ofrece a las prostitutas más que
dificultades para el reconocimiento de los derechos
y garantías laborales.
El abolicionismo entorpece el reconocimiento
laboral porque apela a argumentos que ganan
adeptos por su proximidad con las concepciones
que sobre la sexualidad femenina circulan en una
sociedad patriarcal.
Castellanos (2008), acerca del abolicionismo dice:
En el prohibicionismo la prostituta era una
pecadora; en el reglamentarismo, era una
enferma; y ahora, el abolicionismo nos
la presenta como una inadaptada, como
un resto, como alguien que no ha sabido
emanciparse, como una indigna y una
irresponsable. Se la está infantilizando y
por eso el abolicionismo tiene ese tufillo
paternalista institucional que de nuevo
le dice a la mujer cuándo y cómo debe
programar su emancipación y cuál deber
ser el objeto de su liberación. Además lo
El panorama legislativo colombiano estuvo impregnado por los tres enfoques, predominando alguno
en ciertos momentos, para desembocar finalmente
en algo que se ha denominado “reglamentarismo
caótico” (García Suárez, 2002, p. 296). La historia
muestra que ha habido momentos de predominio
del prohibicionismo y otros momentos en los que
las dificultades derivadas de la oferta de prostitución presionaron la instauración de reglamentacio-
En él se estipulaba que se requería de permiso para
el establecimiento de casas para la prostitución, se
obligaba a las mujeres a inscribirse para control médico y policial, además de portar un carné; el oficio
quedó prohibido a menores de 15 años y se demarcaron las zonas de la ciudad en las que no podían
residir. La reglamentación se introdujo no para mejorar las condiciones de trabajo de las prostitutas
sino por considerarlas como amenaza para la salud
de la sociedad en general. Urrego (2002) considera que los discursos sobre la prostitución estuvieron dominados por un fuerte tinte moral y por las
concepciones del derecho positivo, porque los controles no solo se aplicaban a las mujeres públicas sino
también a las personas sospechosas de prostitutas,
que eran por excelencia las mujeres que no tenían
trabajo y no estaban confiadas a la tutela paterna o
marital. La mujer se concebía casada y en la casa,
si no reunía estas condiciones era sospechosa de
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En el abolicionismo no está penalizado el ejercicio
de la prostitución, lo están las condiciones para el
ejercicio, porque lo que se busca es que el ejercicio
deje de ser atractivo tanto para clientes como para
las mujeres que lo realizan. Siguiendo a LaFaurie
(2002) es posible decir, que el discurso abolicionista es hegemónico y dominante y es el que ha condicionado la forma de comprender e investigar el
fenómeno. Aunque exista un enfoque que ofrece el
discurso dominante y hegemónico, en la práctica no
existe en sentido puro. En las legislaciones particulares tienden a existir elementos de cada uno de ellos,
de tal modo, que aunque exista una comprensión
abolicionista del asunto, es necesario reglamentar
algunos aspectos porque el modelo no ha dado los
resultados esperados y hay que contener como sea
cierto tipo de conductas y promover otras.
Por razones de espacio no es posible más que esquematizar algunos datos históricos de la prostitución
y su regulación en Colombia. Martínez Carreño
(2002) considera: “Durante la mayor parte del siglo
XIX la prostitución estuvo prohibida y penalizada
en Colombia; no obstante, prosperó en permanente acomodo entre las leyes que la combatieron y la
sociedad que la toleró, pretendió ignorarla y aún, la
fomentó” (p. 129). Esta circunstancia provocó la reacción de médicos e higienistas quienes en nombre
de prevenir las enfermedades venéreas consideraron que la prohibición favorecía la clandestinidad y
la falta de control, así que para 1907 el gobernador
de la provincia de Santafé expidió el Decreto 35 del
27 de abril Sobre mujeres públicas.
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Las críticas al abolicionismo tienen que ver tanto
con su contenido explícito como con lo que oculta
detrás de su discurso bien intencionado. Esas
buenas intenciones esconden la forma como se
desea tratar de establecer un control sobre la
sexualidad femenina.
nes siempre en nombre de la higiene y la salud. Las
doctrinas abolicionistas fueron incorporadas lentamente a la legislación y al discurso de los legisladores, y cuando ejerció su predominio la principal
consecuencia práctica fue la supresión de la reglamentación y la falta de asistencia sanitaria a las mujeres que resultaban enfermas.
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más reaccionario del abolicionismo es la
necesaria implicación que el sexo debe
acontecer bajo determinados cauces y
enmarcado en determinadas estructuras
sociales para ser digno. En este caso si se
trata de sexo voluntario pero remunerado,
de pronto se convierte en algo que elimina
la dignidad de la mujer (p. 4-5).
ejercer la prostitución.
Después de la segunda mitad del siglo XX, el Código Nacional de Policía facultó a cada municipio
para que reglamentara lo relativo a la prostitución,
así sobrevino un caudal de legislaciones municipales. Desde entonces, el Código Nacional de Policía
estableció que la prostitución no es punible, pero su
énfasis en la rehabilitación de quien la ejerce puso
en evidencia su compromiso con el abolicionismo.
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Un asunto vale la pena ser resaltado y es el que tiene
que ver con la reglamentación, que no ha tenido ni
tiene en la actualidad, el interés de reconocer garantías y derechos laborales de las prostitutas. El interés
de las primeras reglamentaciones fue el control venéreo y sanitario; en la actualidad y al menos para el
caso de Bogotá, la preocupación es urbanística.
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El Código Distrital de Policía (Consejo, 2003), prescribe algunas de las obligaciones de las personas
que ejercen la prostitución, de los dueños de los
establecimientos y de los clientes. En especial, señala que los establecimientos de prostitución deben
funcionar únicamente en los lugares señalados por
el Plan de Ordenamiento Territorial. Más adelante,
el Decreto Distrital 188 (Alcaldía, 2002) modificó
el Decreto 400 (Alcaldía, 2001) mediante el cual se
definía la localización de las zonas de tolerancia y
se reglamentaron las condiciones para su funcionamiento, en desarrollo del Plan de Ordenamiento
Territorial. En este decreto se establecen una serie
de “condiciones de funcionamiento de los establecimientos ligados al trabajo sexual” (Artículo 4, p. 2)
y las “condiciones para el ejercicio del trabajo sexual
y actividades ligadas” (Artículo 5, p. 3). Entre ellas
se encuentran: la promoción del uso del condón, la
habitación debe ser individual con una sola cama,
tener baño privado, camas con colchón forrado en
impermeable, óptima limpieza; tanto el administrador o dueño como la trabajadora sexual deben
asistir a un cierto número de horas de capacitación
al año; las trabajadoras sexuales deben estar afiliadas
a seguridad social, así como asistir a control médico por lo menos cada tres meses, entre otras. Estas
normas se traen como ejemplo y llama la atención
que ellas hayan sido establecidas en desarrollo de un
plan urbanístico y que no sean de seguridad ocupacional, como si ocurriría si se tratara de un trabajo
reconocido legalmente.
¿Por qué la prostitución no ha sido
reconocida como trabajo?
Es a la legislación a la que le corresponde hacer el
reconocimiento de la prostitución como trabajo, sin
embargo ello no será posible hasta que no se superen las limitaciones que provienen, según algunas de
las feministas consultadas (Juliano, Pheterson, Holgado, Garaizabal) de una ideología de género.
Para Juliano (2000), la opción por la prostitución
se comprende en el marco de las oportunidades laborales y los ingresos de las mujeres. Sin embargo
advierte sobre el peligro de caer en determinismos
socioeconómicos en los que se equipara la pobreza
con la prostitución. “La opción por la prostitución
está construida socialmente, y cuando es voluntaria,
implica una valoración de las alternativas posibles,
que está determinada a su vez por los significados
que se atribuyen a cada opción” (p. 10).
Los resultados de las micro investigaciones de
Pachajoa y Figueroa (2006, 2008) y de la tesis de
pregrado dirigida por Figueroa (2008) y elaborada
por Díaz, Castro & Velásquez (2008), coinciden
con la anterior afirmación. Las mujeres entrevistadas optaron por el oficio habiendo desempeñado
antes otros trabajos y teniendo la oportunidad de
desempeñar otras labores (de bajo prestigio social y
de bajos ingresos), lo que configura un proceso de
elección voluntaria. Tal vez sea de valor anecdótico
decir que, en todo caso existe un discurso inicial de
las mujeres, en el que se ubican como víctimas de
las condiciones sociofamiliares, económicas o de
pareja, y ven la prostitución como el último recurso
para sobrevivir. Cuando la investigación avanza, así
como la confianza en los investigadores, el discurso que emerge muestra que prefirieron ese trabajo
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Es que, articular un sistema patriarcal
requiere generar el modelo normal del
trabajo afectivo sexual femenino, que encarna la «buena mujer». Y para que ésta
exista se necesita el arquetipo opuesto, la
prostituta, sobre quien recae el estigma.
Se trata del agente más castigado de los
que interviene en el campo de la prostitución. Y además, la referencia de cómo no
debe comportarse la buena mujer (p. 3).
La prostituta, su desprestigio y estigma social cumplen una importante labor pedagógica para las mujeres que no lo son, ya que impele a las mujeres a
mantenerse sujetas al comportamiento sexual que
la sociedad patriarcal impone. Además del desprestigio social y del estigma, existe una esencialización
de la prostitución, en el sentido que se confunde lo
que se es con lo que se hace. Esta esencialización
agrava el panorama de derechos de las prostitutas.
Ellas son prostitutas y no trabajadoras en la prostitución o del sexo, en vista de ello se convierten en
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En el caso de la prostitución opera una construcción
ideológica de la desvalorización social, por lo que la
pregunta que han planteado Juliano y Petherson, no
es ¿qué es lo que hacen las prostitutas?, sino ¿cuál es
la razón para que dicha actividad laboral produzca
ese alto grado de desprestigio? La respuesta la encuentran en las relaciones de género. El desprestigio no se explica por la conducta de las prostitutas,
pues los dos componentes del amor venal no son
mal valorados por la sociedad. Tanto el ejercicio de
la sexualidad, como el ganar dinero hacen parte de
las cosas altamente valoradas en la sociedad actual,
razón por la cual el desprestigio y la estigmatización
que pesa sobre ellas no es por lo que hacen, sino
porque su conducta subvierte el orden patriarcal.
Petherson (2000) ha considerado que la prostitución es un prisma que permite ver las relaciones de
género de la sociedad en general, de allí su impor-
Lo que la prostitución subvierte son los roles de género tradicionales celosamente protegidos, es decir,
el rol en el que se valora la condición de madre y
esposa, cuya sexualidad está el servicio de los hombres y que se ejerce en función de las normas que
estos crean para ellas. Palladino (2008) señala que:
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La estigmatización de las prostitutas es un tema
que ha sido estudiado por otros investigadores
como Vidal (2002); Holgado (2006); Amaya (2006);
Canales (2005); Castellanos (2008); López y Mestre
(2008); Checa, Córdoba & Sapién (2005). Ellos
coinciden en señalar, con datos empíricos, que las
personas que ejercen la prostitución son portadoras
de un estigma, es decir, que portan el rótulo de ser
diferentes, de ser indignas de aceptación social.
tancia a la hora de estudiar el fenómeno.
El prisma lo que permite ver es la forma que toman las relaciones de género en la sociedad, así que
lo que se castiga y estigmatiza no es la transacción
comercial que tiene lugar entre el cliente y la prostituta, sino la forma como la prostituta subvierte el
orden patriarcal establecido. Juliano (2000) y Petherson (2000) consideran que las prostitutas con
su relativa independencia de los hombres, cuestionan y subvierten el orden social sexista y por eso
pagan un alto precio que consiste, no sólo, en el
no reconocimiento de su actividad como trabajo,
sino además en el carecer de derechos exigibles y
del apoyo de la comunidad.
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por sobre otros que generan menos ingresos y que
tienen horarios y demandas extenuantes como lo
es el trabajo doméstico. La investigación de Howell
(2006) también confirma que incluso las prostitutas
que ejercen su oficio en la calle y que gozan de menor prestigio, prefirieron este oficio al del trabajo
doméstico, por los ingresos y por el menor esfuerzo que demanda. Para Juliano (2000) y Petherson
(1988), uno de los aspectos que más sorprenden y
que consideran como su principal problema teórico
es la razón por la cual la prostitución es un ámbito
de máxima estigmatización. Ese es el elemento que
define por excelencia a las prostitutas. De hecho Petherson (2000) considera “prescindamos del estigma de puta y la prostitución se evapora” (p.10).
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Howell (2003) critica con fuerza la falta de objetividad en el abordaje de la prostitución desde todas las
ciencias sociales:
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muy buenos sujetos de investigación en las ciencias
sociales y especialmente en la psicología, porque
como son lo que hacen se presupone una especial
configuración psíquica, en consecuencia se realizan
investigaciones sobre la forma como llegaron a
convertirse en lo que son; se pretende encontrar un
perfil de personalidad; se indaga por la forma como
educan a sus hijos; se trata de establecer si en ellas
existe algún trastorno mental; si hay alguna relación
entre lo que son y el maltrato hacia sus hijos, así se
podrían seguir citando ejemplos. La pregunta por
lo que las llevó a ser prostitutas está profundamente
ideologizada por varias razones. Se sitúa de entrada
en la idea según la cual lo que son es un problema, cuando menos una condición indignante para
la mujer; la pregunta está desprovista de un interés
por la actividad laboral ya que con facilidad se llega
a describir los factores de riesgo, término que ha
llegado a reemplazar el concepto de causa. Si interesara la perspectiva laboral y se las entendiera como
a los demás trabajadores –es decir, sin desprestigio,
sin estigma y sin desvalorización- no se preguntaría
por causas o factores de riesgo, solo a manera de
ejemplo, nadie se plantea una investigación acerca
de los factores de riesgo de convertirse en ingeniero, o auxiliar contable, o incluso siendo de menor
prestigio, de convertirse en trabajador de la construcción o del servicio doméstico. Con las demás
preguntas de la lista ocurre exactamente lo mismo.
Especialmente desde la psicología, que ha colaborado a legitimar la desigualdad entre
sexos al patologizar psicológicamente a
todas las mujeres que transgreden los límites normativos, reforzando el estigma y
dando validez científica a las prácticas discriminatorias por parte de las instituciones
públicas contra las prostitutas mediante el
mismo mecanismo utilizado para racionalizar la exclusión de otros grupos sociales
subordinados (p. 2).
De acuerdo con Juliano (2000), existe una deformación de los motivos de las mujeres para dedicarse
a la prostitución y mantenerse en ella. Se suele argumentar que lo que más les llama la atención es
una especie de gusto exagerado por el dinero, o que
están “enviciadas a la plata”, porque en el oficio se
puede ganar más dinero con una menor formación
que lo que se puede ganar en otros campos laborales. Lo que es una aspiración de todo trabajador
en una sociedad capitalista, obtener la mayor remuneración con el menor esfuerzo y gasto, o lo que
en términos técnicos podría llamarse relación costo
beneficio, se convierte en una aberración en el caso
de las prostitutas. Castellanos (2008) y la comunidad
Hetaira, denuncian que en el caso de la prostitución,
la prestación de un servicio sexual puntual se considera como una venta del cuerpo, a lo cual Castellanos responde:
Esta afirmación nos parece aquí insultante
por cuanto al sexualidad queda en sí explicada como una alienación del cuerpo y no
como una forma de vivirlo; porque parece
que hace falta insistir que las mujeres en
lucha feminista no deben permitir que se
cifre nuestra dignidad en base a supuestas
purezas o impurezas sexuales: no vamos a
permitir que nuestro cuerpo sea permanentemente fiscalizado ni que se relate nuestra
historia en base a esa fiscalización (p. 5).
Ahora bien, el cuerpo no se ha vendido, cuando
más, se ha alquilado y el dinero ganado; que pueda ser mayor la ganancia a la que se puede obtener
por otra vía no es una cuestión de vicio es un asunto de competitividad. En el caso de las trabajadoras sexuales llamadas prepago, el costo por servicio
puede ser muy alto, pero ese es un síntoma de lo
bien valoradas que están, la belleza, la juventud y
la experticia sexual en esta sociedad, y en ningún
momento es un síntoma de degradación de la mujer que presta el servicio. Algo similar es expuesto
por Arango (2006) en su tesis de pregrado sobre
Lo específico de la prostitución queda reducido entonces al carácter explícito y la
Frente a este panorama, las prostitutas no tienen
otro recurso psicológico que escindirse o compartimentarse, es decir, separar lo público de lo privado
en sus vidas, lo que a su vez significa resguardar su
vida privada –de pareja y familiar- de su ocupación.
O dicho de otra forma, no permitir que esos dos
mundos entren en contacto. Esta escisión es una
forma de defender al Yo de la fuerte estigmatización y desvalorización social; al compartimentarse,
el Yo privado es ajeno a lo que le pasa al Yo público. La investigación pregradual de Bernal y León
(1994) dirigida por Pachajoa, muestra que existen
dos personas en una, la puta y la señora. Como
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El planteamiento feminista (Petherson 1988, 2000;
Juliano 2000; Casallas 2008; Holgado 2006; López
& Mestre 2008) plantea con fuerza que el pago a
cambio de obtener servicios sexuales no es algo
nuevo, ha existido desde siempre, pero no sólo bajo
la forma de la prostitución sino también bajo la forma del matrimonio heterosexual. Lamas (1993) dice
que “el servicio sexual, afectivo o psicológico que
dan gratuitamente las esposas en el ámbito privado,
lo venden las prostitutas en el ámbito público”. Con
base en esta afirmación cabe preguntarse entonces
¿qué es lo específico de la prostitución?, a lo que sin
demora Juliano (2000) responde:
El carácter explícito y la corta duración del
contrato, es lo que hace diferente los servicios
de las prostitutas de los que prestan las demás
trabajadoras afectivo sexuales como son
las esposas y las madres (López & Mestre,
2008). Porque, probablemente la diferencia no
resida siquiera en el tipo de prácticas sexuales
que ofrecen las sexoservidoras. Pachajoa y
Figueroa (2006) mostraron que las prostitutas
no están dispuestas a realizar cualquier tipo
de prácticas a cambio de dinero, y que existen
dos criterios morales sexuales diferentes, uno
conservador que limita las prácticas sexuales,
destinado a los clientes; y uno de carácter más
liberal destinado para sus parejas. Bernal
y León (2004) mostraron que estas mujeres
tienen actitudes negativas hacia una buena
parte de las prácticas sexuales que demandan
los clientes, por ejemplo al sexo anal, a las de
inclinación parafílica, y al sexo en grupo.
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Este tipo de lecturas no se extienden a
ninguna otra área laboral, por pesada, mal
pagada o desagradable que pueda ser (…)
Sólo en el caso de la prostitución se recurre
a explicaciones esencialistas y se descarta
considerarla una estrategia de supervivencia asumida puntualmente, y luego de compararla con otras opciones laborales, dentro
de una racionalidad económica de optimización de los recursos (p. 17-18).
corta duración del contrato. De esto se
desprende que lo definitorio de esta tarea
no es el hecho que implique intercambios
económicos ni que se centre en el área de la
sexualidad, sino las fuertes connotaciones
que implica (p. 24).
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las prepago. La esencialización, estigmatización y
desprestigio no permiten que los asuntos relacionados con la prostitución como actividad laboral
se juzguen al igual que como se hace con las demás
actividades laborales. Es decir, los criterios que se
utilizan para comprender y estudiar el trabajo de las
demás personas no son los mismos que se utilizan
para el trabajo de las prostitutas. De esta forma, o
bien son una especie de esclavas modernas que merecen ser rehabilitadas y devueltas a la libertad, o
son personas con alguna desviación psíquica que se
dedican a ella por gusto. Ninguna de estas interpretaciones se utiliza para los demás trabajadores, es
más, si a la persona le gusta o no lo que hace no es
un asunto que interese a las organizaciones. Juliano
(2000) lo expresa de la siguiente manera:
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existen dos personas, existen dos criterios morales
y dos cuerpos. El espacio de trabajo de la puta es el
burdel, en tanto que la señora se representa como
madre y esposa abnegada. El criterio moral sexual
conservador es para la atención a los clientes, y el
liberal es para sus parejas. El cuerpo de la señora es
para las parejas y por lo tanto permite un disfrute
cualitativamente diferente; entre tanto el cuerpo de
la puta es para los clientes quienes tienen un acceso
restringido a ciertas partes y ciertos disfrutes. La
compartimentación es útil psicológicamente pero
no políticamente. El deseo de mantener la actividad
en secreto para que las dos personas no coincidan
en tiempo y espacio, impide la asociación de las
prostitutas y con ello la visibilización necesaria para
la reivindicación política.
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Hasta el momento se ha presentado la prostitución
en perspectiva jurídica y las razones de género por
las cuales no se le ha reconocido como un trabajo.
Las razones expuestas ante todo por algunas feministas no abolicionistas tratan de desenmascarar las
verdaderas razones por las cuales se estigmatiza,
desvaloriza y esencializa a las personas que la
ejercen, que no son otras que las provenientes
de una asimetría en las relaciones de género en la
sociedad patriarcal.
Las razones expuestas alimentan el discurso jurídico, que de vocación conservadora y nada neutral,
niega el reconocimiento laboral a la prostitución. Se
espera que esta modesta revisión llame la atención
sobre el riesgo que se corre al hacer investigación
sobre prostitución desconociendo que existen discursos alternativos a aquel que es hegemónico y
dominante, en el que se considera a la mujer que la
ejerce como una esclava o una víctima, como una
persona alienada y explotada ilegalmente. Con este
punto de partida social, es muy fácil llegar a adoptar
un punto de partida psicológico de la desviación,
en el que los resultados de investigación terminen
señalando los aspectos diferenciales pero patológicos cuando menos desadaptados de su psiquismo y
conducta. Uno de los discursos alternativos acerca
de la prostitución es el que ofrecen las feministas
no abolicionistas que se estudiaron y citaron en el
apartado anterior; sin embargo, otra vía es la que
proponen Agustín (2001, 2004, 2007); Bernstein
(2001, 2007); y Brents y Hausbeck (2005, 2007).
A diferencia de las feministas que siguiendo a Petherson (2000) dicen que la prostitución funciona a
modo de prisma “ya que desvía la atención, desarticula la comprensión y deforma la realidad” (p. 2)
acerca de las relaciones de género en las sociedades
patriarcales; autoras como Agustín (2005) sitúan la
prostitución en un campo diferente, el de los estudios culturales, y sin adentrarse en las cuestiones
de género empieza situar la prostitución en las dinámicas de la cultura y permite una comprensión
diferente; que no excluye las explicaciones de las
feministas consultadas.
Para Agustín (2005) la prostitución debe estudiarse
circunscrita a un campo más amplio que es el de la
industria del sexo. “La palabra prostitución puede
impedirnos el entendimiento de que hay un mercado del sexo, distraernos de la demanda, es decir, los
deseos diversos de los que buscan servicios sexuales” (p. 2). La industria del sexo ofrece muchas posibilidades de proporcionarse una experiencia sexual
o sensual pagada, entre las cuales se cuenta la prostitución en todas sus formas. La autora se preocupa
mucho más por la relación entre prostitución callejera y migración; en su calidad de europea trata
de rebatir la asociación que existe entre prostitución, migración y esclavitud sexual.
La prostitución es uno más de los servicios sexuales
que una persona se puede proporcionar como consumidora de los productos de la industria del sexo,
que incluyen entre otros: sex shops con cabinas
privadas, sexo virtual por internet, casas de masaje,
líneas calientes, cine pornográfico, revistas pornográficas, servicios de acompañantes, clubes swinger
y muchos más.
La propuesta de Agustín (2005) es traer la prostitución al campo de la cultura, por eso una de las
Brents y Hausbeck (2007) plantean que el mercado del sexo se ha desarrollado incorporando
las mismas estrategias publicitarias y de mercado
que utiliza la industria del turismo. Una de ellas
es el marketing y la publicidad a gran escala, lo
que se acompaña del reemplazo gradual de los
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Lo que las hace diferentes no es solamente su
formación y estrato social, sino la profesionalización de su actividad y su capital cultural.
Estas mujeres se preparan para saber atender
a los clientes, en los aspectos relacionados con
belleza, masaje, relajación, terapia sexual y otros
temas; además acompañan su servicio de una
estrategia de mercado, entre las que se cuentan
las de promocionar sus servicios por medio de
internet y anuncios en catálogos. Para ellas, los
insumos para su trabajo son el capital cultural,
su entrenamiento y preparación para los servicios sexuales; en contraste con los de la prostituta más tradicional que se basan en su experiencia sexual heterosexual previa. Como parte
de sus servicios suelen incluir una conversación,
invirtiendo mayor tiempo en el conocimiento
personal y en la relación sexual que sus homólogas. Ofrecen un mayor número de alternativas
sexuales a sus clientes y uno de los aspectos de
mucha importancia es que le dan a la experiencia una apariencia de autenticidad. Tienden a
trabajar de forma independiente y son las que
más abogan por el reconocimiento de su actividad como trabajo.
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El interés en la prostitución como hecho cultural deviene en un desplazamiento hacia una
mirada diferente, más comprensiva, pasando de
una explicación que trata de buscar las causas
del fenómeno, a un entendimiento de la dinámica cultural de la que hace parte. Ahora bien,
son muchas las formas de inserción que tiene el
fenómeno en la cultura: como un trabajo para
quienes la ejercen; como un negocio lucrativo
para sus dueños; como una diversión más de las
que ofrece el mercado para sus clientes; como
algo anexo al turismo; como un sector de la
economía postindustrial, y quien sabe de cuántas maneras más. Estas formas de hacer parte,
o de inserción de la prostitución en la cultura,
es la que muestran las dos investigaciones que
se reseñan a continuación. Bernstein (2007) investiga la existencia de una prostituta diferente a
quien las demás le niegan su condición de vocera. Diferente en el sentido que es blanca y de clase media, por lo general con un algún grado de
educación superior. Estas mujeres optan por la
prostitución porque a pesar de su formación y
condición social no alcanzan las mismas oportunidades de los hombres con igual o inferior
nivel de formación.
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propuestas metodológicas que prefiere es la
etnográfica. Señala la necesidad de que la prostitución se estudie no solo en su especificidad,
que es lo que produce la estigmatización de las
prostitutas, sino que se estudie en relación con la
cultura, es decir, con la economía, con la comunicación, los medios, el mundo del trabajo, los
asuntos éticos. La autora encara el problema de
si la prostitución es una forma de esclavitud, de
si las prostitutas son víctimas explotadas ilegalmente, de dos maneras. La primera, afirmando
que no dará el debate de si las personas escogen
o no como trabajan, lo que ya de entrada señala
un hecho social importante, muchas personas
no pueden darse el lujo de tener las condiciones laborales que desean. La segunda tiene que
ver con el hecho que considera, de entrada, a
la prostitución como un trabajo, y ello porque
existe como un hecho cultural y porque hay personas que se ocupan en ello. Con estas dos ideas
claras, señala que existe un mercado del sexo en
el que se ofertan variedad de servicios sexuales y
sensuales, como consecuencia de ello no existe
un trabajo sexual sino una inmensa variedad
de ellos, entre los que se cuenta el trabajo
de las prostitutas. Pero es tan trabajadora
sexual quien ofrece sexo virtual como quien
lo ofrece de forma real.
pequeños y aislados establecimientos para la diversión de adultos por gigantes centros de diversión nocturna en los que se ofrecen una variedad de
servicios: bar, restaurante, sex shop, video x, sauna,
masaje, relaciones sexuales y experiencias de inclinación parafílica. Las trabajadoras de este tipo de lugar para el comercio sexual serán aquellas de las que
habló Bernstein en la investigación ya referenciada.
Los estudios culturales se han referenciado solo con
el propósito de mostrar un discurso alternativo, en
el que el afán por explicar cede el paso a comprender la prostitución como un hecho cultural que tiene una importante relación con los demás ámbitos
de la cultura. Los autores esperan que esta modesta
revisión ofrezca a los psicólogos interesados en la
investigación sobre prostitución, unos discursos alternativos al hegemónico y dominante.
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Conclusiones
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Los enfoques jurídicos tradicionales para la comprensión y normatización de la prostitución han sido:
el prohibicionismo, el reglamentarismo y el abolicionismo. En el primero la prostitución se considera
un delito, la mujer que la ejerce es una delincuente;
en el segundo, se le considera un mal necesario; y en
el tercero una especie de esclavitud, la mujer que la
ejerce es una víctima de las condiciones sociales. El
abolicionismo es el discurso jurídico hegemónico
y dominante, dada su fuerza y su contenido ideológico condiciona la mirada y la comprensión de
otras disciplinas, incluida la psicología. En estos tres
enfoques no se reconoce la prostitución como un
trabajo. En el discurso hegemónico y dominante –abolicionista- la prostituta es considerada una
esclava moderna, explotada ilegalmente, víctima
de las circunstancias socioeconómicas y cuya consciencia se encuentra alienada. En consecuencia,
aunque considere que ha elegido voluntariamente
ocuparse en ello; no se le reconoce su decisión y se
considera que es necesario protegerla y rehabilitarla.
La prostitución voluntaria implica una valoración
de las alternativas laborales posibles y está determinada por los significados que atribuyen a cada una
de ellas. Las investigaciones muestran que las mujeres que se dedican a la prostitución han tenido otros
empleos, sin embargo, la prefieren por sobre otros
trabajos de bajo prestigio social, bajos ingresos, alta
demanda de tiempo y esfuerzo físico.
Una de las razones por las cuales la prostitución no
ha sido reconocida como trabajo es porque sobre
ella pesan la estigmatización, la desvalorización y la
esencialización. Es decir, a la prostituta se le considera diferente e indigna de aceptación social, a la
vez que se produce un resbalamiento conceptual en
el que se confunde lo que se hace con lo que se es.
Esto hace suponer que la prostituta no es una
trabajadora, sino una persona con una particular
configuración social, emocional y psíquica.
La estigmatización, la desvalorización y la esencialización son el resultado de la sanción que
reciben las prostitutas por subvertir los roles de
género tradicionales de la sociedad patriarcal, en
los que el polo más valorado del rol femenino
es el de madre y esposa, y el menos valorado es
el de puta. La desvalorización de la prostituta
tiene un importante valor pedagógico, mostrar
lo que le ocurre a las mujeres que se alejan del
modelo aceptado de comportamiento femenino.
Otro discurso alternativo para comprender la
prostitución es el que proviene de los estudios
culturales, en ellos la prostitución se circunscribe
a un campo más amplio que es el de la industria del sexo, que constituye una de entre muchas
posibilidades de proporcionarse una experiencia
sexual o sensual pagada. La prostitución es un hecho cultural y, por lo tanto, el interés es compren-
der la forma como se inserta en la dinámica cultural.
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