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Sea lo que sea

José Manuel Berenguer Caos->Sonoscop http://jmb.sonoscop.net 17/04/2008 Sea lo que sea He dedicado esfuerzos importantes a elaborar conocimiento acerca de ello, pero aún no sé muy bien lo que realmente ocurre cuando me pongo a hacer eso que en unas ocasiones se llama arte y en otras, creación. A menudo me planteo si se trata realmente de arte, pero lo que de verdad no tengo nada claro es que crear o creación sean buenos términos para denominar lo que hago o creo hacer al llevar a cabo mi supuesta actividad artística. Los uso, como todo el mundo, por convención, pero no me parece que sean apropiados para ninguna de las actividades humanas, ya que la primera acepción de crear es producir algo de la nada. Demasiado frecuentemente tendemos a emplear términos que describen más nuestro deseo que la realidad a la que pretendemos referirnos. En el caso de creación, tengo la sensación de que lo usamos para sentirnos más cercanos a la divinidad, a nuestra supuesta divinidad, quiero decir, para terminar creyéndonos, a fin de cuentas, dioses. Mucho tiempo después de que sólo a algunos dioses les fuera propio el don de la creación, ésta se extendió a artistas y a otros privilegiados. Llegó así a imperar esa idea romántica de artista como poseedor de una facultad especial que le habilitaría para poner al resto de mortales en contacto con los dioses. Sin embargo, el término se fue democratizando y ha terminado aplicándose a una extensa y muy diversa población que desempeña tareas caracterizadas por el empleo de esa facultad, para los humanos tan humana, que, no por propiedad, convenimos en llamar creatividad. A muchos sorprendería saber que gran parte de las actividades consideradas creativas son susceptibles de formalización y, por tanto, de programación para ser llevadas a cabo por máquinas. Así las cosas y desde la perspectiva de quien ha dedicado gran parte de su tiempo a la escritura y a la descripción formal rigurosa de sus propios procesos artísticos, con la finalidad de contribuir en que sean precisamente máquinas los entes que los lleven a cabo, llama la atención que, habiendo ya muerto Dios, aún perviva la idea de la práctica artística como algo relacionado con lo divino y se continúe dando pábulo a delirios como esos cuyo culmen es el imaginario daliniano. Mucho más que a esa dudosa divinidad, siento la práctica artística próxima a un llano y terrenal ir tirando de un hilo con suma delicadeza, para que nunca se quede trabado y así evitar su rotura. Vista así, lo esencial de esa labor es comprender que, cuando el hilo se atasca, la razón se halla más allá de lo que uno ve y que no dejará de existir por la simple aplicación de mayores tensiones. Se trata de acceder al otro lado de la barrera que impide ver el nudo o cualquiera que sea la causa de la interrupción del flujo. En otro tiempo, mi actividad artística principal consistió en hacer música. De diversas maneras. Primero, de la forma más directa posible, con la guitarra en la mano y dejando que melodías, acordes y ritmos fluyeran directamente del contacto de mis dedos con las cuerdas, casi sin pensar, sólo sintiendo y dejándome sorprender por lo que emergía ante mi consciencia, como si no fuera yo mismo quien estuviera tras ello, como si fuera otro quien tocara. Era una especie de desdoblamiento de personalidad, en virtud del cual, el yo espectador podía seleccionar lo que el casi automático e inconsciente ejecutante producía. De todas maneras, esa forma de actuar tiene un límite que pronto se alcanza, porque el inconsciente es reaccionario. Al menos, el mío, que termina repitiendo siempre la misma canción, porque sus gustos nunca cambian. Se resiste a aceptar que el tiempo pasa y quisiera continuar para siempre siendo el adolescente rockero que se apasionaba con Jimi Hendrix y se rendía en pleno trip psicodélico al embrujo geométrico de la Sonata para flauta, viola y harpa de Claude Debussy. Fue, empero, llegando un momento en que sentí muy fuerte la necesidad de reflexionar para continuar haciendo música sin repetirme. Quizá por ello, y en virtud de la práctica rigurosa de la autocrítica, he ido siendo paulatinamente menos productivo. Por eso, pero también porque en música y sonido he explorado terrenos muy recónditos y densos, muy alejados ya de la idea tradicional de música, cada vez me ha sido más duro el avance en la espesura del conocimiento a través de esa vía. Ocurrió de manera progresiva, casi sin darme cuenta. Primero, traté el estudio de música electróacústica como si fuera mi vieja guitarra flamenca. En muchas ocasiones, incluso, el estudio fue su extensión, como un dispositivo de realidad aumentada en la que ella y luego la guitarra eléctrica cumplían la función de interfaz principal. Eso también ocurrió con mi voz. Llegaba a pasar literalmente días sorprendiéndome con lo que salía de los altavoces, aún sin aceptar plenamente que continuaba siendo yo mismo el responsable último de todo ello. Luego experimenté con mis propios límites. Quise trabajar con los sonidos más extremos, con los materiales del límite de lo que mi mente podía entonces llegar a soportar. Para estar convencido de que lo generado es lo que realmente quiero, como los medios electrónicos que empleo permiten tanto grado de perfección como se considere necesaria, cuando se trata de obras para soporte fijo, trabajo escuchando decenas, si no cientos de veces, los materiales que genero. En esas condiciones, uno es totalmente responsable de lo que termina sonando. No hay lugar para gestos involuntarios achacables a causas externas. Cuando haces el máster de una pieza para soporte fijo, lo que suena es lo que has sido capaz de hacer, así que en esa época en que probaba mis propios límites, por la intensidad del procedimiento, a cada cuarto de hora se hacía imperativo salir del estudio a tomar aire. Ahora, si alguien me viera en la intimidad del estudio, quizá pensara que estoy perdiendo el tiempo. De hecho, yo mismo me pregunto por qué no avanzo más deprisa, por qué no resuelvo antes cuestiones que me parecen totalmente triviales. Pero no me permito así como así soluciones que ya conozco. Permanezco en silencio, escuchando una y otra vez. Practico el ensimismamiento. Dejo fluir el tiempo y sólo en el último momento tomo las decisiones importantes. En 1999 concluí un ciclo de mi actividad musical con una pieza a la que llamé Dur. Todo su sonido procede de transformaciones de una muestra de unos pocos segundos de un material que sustraje de un track de un disco de Laurent Garnier. Dicho sea de paso, dada la aparente distancia entre Dur y su material de base, ni el propio Garnier podría demostrar que ello sea verdadero o falso. Me fascina que se trate de un caso de apropiacionismo que nadie estaría en situación de denunciar : el único en posesión de las pruebas del supuesto delito, los pasos del proceso que del sonido inicial lleva inequívocamente a la construcción definitiva de la pieza, soy yo. La composición duró apenas dos semanas. Los últimos cinco días estuve escuchándola una y otra vez. No daba crédito a mis oídos. Tras nueve días de aplicación mixta (computacional y manual) de un algoritmo que había determinado previamente, la escucha crítica y continuamente repetida de los 10 minutos obtenidos no conseguía hacer saltar ninguno de mis mecanismos habituales de alarma estética. Estaba fascinado. Pese a que el resultado fuera justo lo que estaba persiguiendo, mi sentimiento dominante era que no podía ser que hubiera terminado la pieza con tanta facilidad. Por eso pasé tantos días tratando de saber si lo que sonaba era en verdad algo que yo quisiera o si me hallaba frente a una alucinación inducida por el deseo. Cuando empecé a sentir que la vía de los soportes fijos podía llevarme a la saturación, orienté mi búsqueda a los dispositivos de adquisición de datos en tiempo real. Nuevamente, la guitarra eléctrica volvió a cobrar vida. Fue el primer sensor, el aparato perceptivo por el que llegaron las informaciones que mis ordenadores utilizaron para llevar a cabo los algoritmos que convertían en actividad sonora y, mucho más adelante, visual, cuando hace poco fueron suficientemente potentes como para generar ambas señales en simultaneidad. En mis trabaos actuales, el sonido condiciona el comportamiento de la imagen y viceversa. Los sensores se han multiplicado. Son cámaras de video, microscopios, detectores de movimiento, fuerza, controladores de juegos varios, el mismo Wiiremote o el Nunchuck. Todos me sirven para condicionar en los conciertos el comportamiento de las herramientas computacionales. Aunque tengo una idea mínima de electrónica, no me distingo por una habilidad especial para la soldadura. Mis cables nunca fueron ejemplo de pulcritud. La soldadura de componentes electrónicos es algo que me pone nervioso. En otro tiempo, sólo soldaba para reparar algunos aparatos, por necesidad, ya que, por anticuados, nadie hubiera querido repararlos y no hubiera podido encontrar réplicas en funcionamiento. Entonces ¿cómo fue que me dio por construir circuitos electrónicos para simular el comportamiento sincrónico de algunas colonias de luciérnagas? No hay ninguna razón más que el azar filtrado, lo caótico de la vida. Me fascinó verlas y en ese mismo instante me dije que tenía que construir algo que se comportara como ellas. Mi deseo no estaba orientado a la realización de ningún producto artístico. Sólo pretendía comprender. Durante el ensamblaje de los circuitos, me fui dando cuenta de sus propiedades plásticas. No antes. A priori más interesante, la parte más larga del proceso fue la documentación, que incluía búsqueda de información acerca del fenómeno en sí y de información electrónica suficiente para alcanzar el objetivo. Sin embargo, a pesar de mi precaria aptitud, lo que hubiera podido ser más tedioso, el ensamblaje, se convirtió en lo más interesante : como otras veces, un yo analítico se hizo consciente de lo que otro iba produciendo y decidió que eso podría ser objeto de una serie de productos artísticos, muchos de los cuales aún se hallan en fase de proyecto. Llámese música o cualquier otra cosa, sea lo que sea, lo esencial de mi actividad está en la búsqueda de un vago sentimiento de libertad al que trato de llegar a través de la pasión y la fascinación. Al final del proceso, lo crucial es decidir si deseo o no lo obtenido y en general, se trata de lo que no tengo o de lo que desconozco.