Atenea
ISSN: 0716-1840
[email protected]
Universidad de Concepción
Chile
Pérez León, Dermis
Ciro Beltrán: Hacia una pintura del silencio
Atenea, núm. 488, segundo semestre, 2003, pp. 185-208
Universidad de Concepción
Concepción, Chile
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=32848810
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ISSN 0716-1840
C i r o Be l t r á n :
h a c ia u n a pin t u r a
d el s il en c io
D ERM I S P ÉREZ LEÓ N *
En su pintura abstracta convergen dos tipos de tradiciones –la geométrica y la
expresionista– pero contaminadas entre sí: una interfiere a la otra, la doblega
o la apoya en su relación entre planos, figura/fondo o forma/mancha.
... el desarrollo de la pintura de Beltrán... ha sido la de una relación de oposiciones. Esta relación se ha dado entre imágenes abstractas “puras” y otra
figurativa; entre la geometría y el orden y el aparente caos de la mancha;
entre la línea del contorno del dibujo y la suavidad y sutileza de las atmósferas creadas por las veladuras de color; entre el empaste, el uso de la arena
para crear texturas y la mancha libre y difuminada; entre la radiante paleta
de los rojos, amarillos, naranjas y la opacidad de los grises, los verdes azufrados
o olivos, el negro y el blanco 1.
E
N UN TEXTO anterior aparecido en la revista Art Nexus, en el año
2002, escribí varias frases sobre la pintura de Ciro Beltrán que resultan relevantes en el momento de analizar su obra retrospectivamente. Una se refería a la convergencia de dos tipos de tradiciones de pintura
abstracta en su obra y la otra a esa permanente búqueda en su pintura resuelta sobre la base de una relación de oposiciones. La primera se fundamenta en las influencias definitivas sobre su obra durante los años formativos de los 80, las cuales se hacen evidentes en la estructura y composición de
*Curadora y crítico independiente residente en Düsseldorf. Master en Estudios Curatoriales y
Arte Contemporáneo del Center for Curatorial Studies, Bard College, Nueva York y Licenciatura
en Historia del Arte, Universidad de la Habana, Cuba.
1
Pérez-León, Dermis, “Ciro Beltrán”, en Art Nexus Nº 47, Vol. I, 2003, pp. 138-139.
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su obra basadas en la tensión de la geometría y la mancha expresionista. La
otra afirmación, que tiene que ver con la primera, se sostiene sobre una
percepción formal de su obra, que sin embargo requiere de una respuesta
mucho más compleja y una investigación mucho más profunda en las ideas
filosóficas de Beltrán sobre la pintura y su percepción del entorno.
En esas pesquisas casi detectivescas encontré que no existía un texto en
el cual podría sostener el argumento que me he fabricado a lo largo de estas
líneas. Me sorprendió que, en estos años de la extensa y prolífera carrera de
Beltrán, no hubiese una crítica que analizase su obra en profundidad, excepto un breve texto del crítico de arte Gaspar Galaz en 1989. He tenido que
rastrear crónicas sociales, entrevistas y alguna que otra cita al artista en diarios y revistas nacionales para poder construir su carrera en los años 80 y 90.
Tal vez estas omisiones coincidan con un período de ausencia de diálogo
crítico –no ideológico o político– en el ámbito cultural chileno. Quizás se
deban al desinterés por parte de los críticos en destacar una vertiente del
arte en Chile que no sostenía formalmente el debate posterior de las tendencias que internacionalmente serían reconocidas como el arte postconceptual y politizante de artistas como Eugenio Dittborn, Gonzalo Díaz y sus
seguidores. En todo caso, las discusiones no las podemos seguir centrando
entre tradición pictórica y vanguardismo crítico, como sucede en muchos
rincones de Latinomérica
Y para este texto es fundamental señalar que en el caso de Beltrán estas
experiencias “postconceptuales” están presentes en su manera de pensar la
pintura. Crear un puente entre una tradición pictórica presente en la escuela de la Universidad de Chile, la libertad en el tratamiento de la obra del
expresionismo abstracto, las provocativas experiencias del performance, el
conceptualismo en los años 60 y 70 en los Estados Unidos y con posterioridad el arte alemán de esas mismas décadas (que luego fueron recepcionados
como la generación de los 80) fueron sin duda la base de la obra de Beltrán.
¿Sería raro mencionar en un escrito académico que un artista decide dedicarse a la pintura luego de ver un documental sobre la libertad y experimentación del arte americano en las décadas 60 y 70 e impresionándose con esos
conceptos de “creación” iría al taller de pintura y desabolladura de su padre y
empezaría a mezclar pintura y a “embarrar” la superficie de pedazos de planchas de pizarreño? Y luego, después de luchar entre el deseo de sus padres de
verlo como abogado y su decisión de ser artista, decidir por lo último2. Estos,
sin duda, fueron gestos definitorios en la actitud de Beltrán ante su formación
académica como artista y su negativa a seguir la enseñanza tradicional de aprender a dibujar la consabida manzana o el atractivo cuerpo de una modelo.
Para Beltrán, el problema de pensar la fisicalidad matérica de la pintura y el
color como universo independiente fue el centro y eje de su aprendizaje.
Información basada en conversaciones con Ciro Beltrán en Düsseldorf, agosto 2003.
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Como he señalado, ubicar el período de formación artística de Beltrán
dentro del contexto artístico chileno se ha basado en algunas pistas en las
cuales no me siento del todo conforme. Resulta demasiado sencillo, aunque
suene complicado por la terminología, aceptar esos cerrados caminos de
definiciones del crítico Justo Pastor Mellado en su intento de conceptualizar
el campo plástico chileno. Basándose en la idea de las transferencias informativas, Mellado legitima históricamente una línea artística que él califica dentro de lo que se llamarían el arte de la huella, dividido en dos clasificaciones:
la del signo y el gesto de José Balmes y el arte de la excavación y la fotomecánica de Eugenio Dittborn. Ambas conducirán hacia un artista bastante referido por Mellado: Gonzalo Díaz3. La impronta dejada por José Balmes y el
Grupo Signo en la Universidad de Chile siguió su existencia paralela a las
otras tendencias que rivalizaban en la década de los 80, posterior al golpe
militar del 1973: las oficialistas surrealizantes dentro de la enseñanza universitaria y la conceptual y crítica al margen de la academia. Digamos que
justo es en esta década de los 80 donde, según Mellado, entra en Chile la
pintura neoexpresionista como un referente contrario a las dos clasificaciones anteriores del signo y la huella. Habría que decir además que la Universidad de Chile contaba con profesores como Gonzalo Díaz y Rodolfo Opazo,
mientras que, fuera de los predios universitarios, los ex-alumnos Samy
Benmayor y Bororo influenciaban a una generación de artistas con la referencia a la pintura de Roberto Matta. Es en este contexto donde ubico el
desarrollo inicial del artista Ciro Beltrán.
Como referí anteriormente, la negativa de aprender pintura dentro de
los moldes acádemicos sería fundamental en la manera en que Beltrán asumió la pintura. Pintura industrial como el esmalte aplicados sobre el papel
fueron sus primeras experimentaciones en la búsqueda de aquellos colores
que expresaran simbólicamente su propia naturaleza: la calidez o la frialdad. Luego, llegó el dibujo y la línea sobre un fondo de formas abstractas. El
dibujo como unidad y centro de la composición o el dibujo oponiéndose a
la mancha libre. Pero también el dibujo interfiriendo el tejido de la pintura,
saliendo de ella y entremezclándose en distintos planos pictóricos.
Su experiencia social de pertenecer a grupos pacifistas y ecologistas como
el Instituto de Ecología Política, su “rayado” de muros públicos y los primeros viajes fuera de Chile abrirían un camino de experiencias fuera del am3
Estas terminologías que el crítico Pastor Mellado define son insistentemente repetidas y
sistematizadas en los siguientes textos consultados: “Algunas hipótesis sobre las dos grandes transferencias del arte chileno contemporáneo”, en: “Chile. Antología de la poesía contemporánea con
una mirada al arte actual”, revista Litoral, S.A. Torremolinos, Málaga, 1999, pp. 255-265; “La novela chilena de José Balmes”, en Balmes. Viaje a la pintura (catálogo), Gonzalo Badal, Ocho Libros
Editores, Santiago de Chile, marzo de 1995, pp. 249-258; “La faena del texto” en: Unidos en la gloria
y la muerte Gonzalo Díaz (catálogo), Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile, diciembre
1997, pp. 19-38.
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biente universitario. En Vancouver, Beltrán encontrará los graffitis de un
artista en la calle que lo motivará con posterioridad a intervenir el Muro de
los Leones entre 1986-1998 y otros en distintas partes de la ciudad y el recinto universitario. Y su primera exhibición significante en Chile Por el curso del agua en Espaciocal mostrará una pintura de paisajes simbólicos en
una simbiosis de naturaleza-color. Su acción será más radical cuando en
1989 en la exhibición El glorioso día que me besaste, donde presentó pinturas
e instalaciones, entregó al público árboles nativos chilenos –boldos, pimientos, peumos y quillayes– para estimular una conciencia ecologista y la plantación de árboles en casas y barrios.
El Muro de los Leones con sus dibujos de gruesas líneas negras, grafías
“rellenas” de color de tierra oscura como de barro o amarilla, crearían un
mundo de figuras geometrizantes y de animales arcaicos (Figura 1). Las figuras eran un compendio o bestiario que sugerían más la huella de petroglifos
en el contexto urbano que graffitis. Ellas construirán una estructura visual
de la cual su pintura volverá una y otra vez (Figura 2).
El muro con sus accidentes y texturas incorporadas al dibujo se repetirá
sensiblemente en esa insistencia arqueologizante de su pintura posterior, en
el uso de la arena para crear superficies texturantes, la superposición de
planos, las veladuras y los rayados. El Muro de los Leones llevará a Beltrán a
su inclusión en la muestra de arte chileno Cirugía Plástica presentada en
Berlín durante el año de 1989. Aquí el muro fue sustituido por una tela de
14 metros que llenó con sus dibujos caligráficos de gruesas líneas negras
presentando las figuras estilizadas de animales.
A este mundo visual se sumaría la importancia de la palabra poética. En
1987 Beltrán publicaría su primer libro de poesía, The Yellow Yuyo. Más que
libro fue un objeto lleno de imágenes y figuras como de graffiti; mezcla de
poema visual y “rayado” sobre papel de fotocopia. El libro, hecho a mano con
un dibujo original en cada una de las portadas, circuló limitadamente (75 ejemplares) primero por librerías y círculos universitarios. El impacto que tuvo por
su inusual presentación y uso de la fotocopia como recurso expresivo y
material poético llevó a Beltrán a re-editar 200 copias más. El libro se convirtió en un material de referencia en aquellos años de cambios y movilización
social. También en esos años, 1987-1992, Beltrán organiza en la Universidad
de Chile una publicación poético-literaria-visual: La Preciosa Nativa4.
4
La Preciosa Nativa, periódico poético-literario-visual, surge en la Facultad de Arte de la Universidad de Chile, después de las elecciones del centro de alumnos, en el año 1987. La llamada
Lista Alternativa publica al final del proceso electoral la Carta Alter-Nativa como una declaración.
Posteriormente, esta publicación será la referencia al nombre La Preciosa Nativa, cuyo núcleo básico editorial lo formarían Ciro Beltrán, Hans Braumüller y Rony Gulle. La publicación invitaba a
participar sin restricciones ni censuras a todos los que quisiesen, y sus colaboradores fueron numerosos. En esos años fueron publicados 10 números, que fueron distribuidos en librerías y el
circuito universitario.
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The Yellow Yuyo podía ser definido usando las mismas palabras que Gaspar
Galaz escribiera para la exhibición El glorioso día que me besaste al referirse
al dibujo y el color en la obra de Beltrán. En el texto, Galaz describe al dibujo
como elemento determinante en la organización de la superficie; el dibujo
es como un trazo o huella, significante, escritura o lenguaje. El color es materia, luz y sombra; es contenido a la vez que relleno entre las líneas del
dibujo 5. Pero no es sino en su libro posterior, Cartas de navegación y referencia, en 1990, donde esta síntesis está mejor lograda, no sólo a nivel poético
sino plástico. Finamente, los grafismos del Muro de los Leones se mezclan
con la palabra y, ésta a su vez, nos devuelve una imagen visual.
Por el curso del agua fue la primera exhibición importante de Beltrán en
Chile en 1989. Por vez primera encontraremos una síntesis en su trabajo
definitoria para la pintura posterior de la década de los 90. Es cuando el
dibujo se transforma en las formas estilizadas de la arquitectura de los templos trabajados sobre fondos de color (por lo general monocromáticos) de
rojos encendidos, amarillos, verdes y naranjas. El uso del color tiene aquí un
valor de equilibrio entre los primarios y los complementarios. La línea construye planos geometrizantes de estructuras arcaicas, en perspectiva, superponiéndose a un paisaje inventado o incluyéndolo (Figuras 3 y 4). Una arquitectura imaginada, existente en la memoria de los tiempos, una perfección geométrica que contiene la geografía que se visualiza imponente desde
cualquier punto de la ciudad de Santiago: la Cordillera de los Andes y en la
lejanía, la presencia tormentosa del Océano Pacífico. El agua contenida por
el estático templo es un elemento de trascendencia espiritual. Es del paisaje
su presencia más palpable. Su luminosidad y fluidez contrasta con la fijación de la línea en su trazado grueso y marcado de las formas arquitectónicas. El agua es el color que corre fluyente entre las arcadas y columnas rígidas del templo y el paisaje estructurado de la montaña. El templo es la casa
pero en su sentido sacro; es el resguardo erigido sobre la tierra, es el lugar de
descanso y la meditación que sin embargo guarda a la naturaleza misma.
De estas obras de imágenes visuales reconocibles por el uso de la perspectiva en el juego de planos y líneas, José Balmes diría: “Nos propone espacios donde se desarrollan en encadenamiento automático, grafismos plenos
de significación y enigmas; a través de un arte hecho de complejidades y de
síntesis”6. Existe una síntesis no solamente en la relación del dibujo con la
pintura y el paisaje, sino además en la asimiliación de la obra de otros artistas como Bororo. Sutilmente observamos (en la Figura 5) la influencia de
Bororo en el trazado de la línea dentro del tejido de la pintura, la mancha y
el intrincado dibujo que pareciera salirse del uno dentro del otro. También
5
Galaz, Gaspar, referencia al texto aparecido en catálogo El glorioso día que me besaste, Galería
Enrico Bucci, 1989.
6
Balmes, José, Ibid.
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en cierto chorreado del color y las atmósferas creadas encontramos a Samy
Benmayor. Sin embargo, la centralidad de la composición de Beltrán, la cierta
rigidez de la línea gruesa del dibujo y el uso más puro del color iba haciendo
a su obra más personal.
La presencia de la arquitectura en planos de perspectiva y su sentido
simbólico tienen un referente en la obra de Anselm Kiefer durante los 80.
De la arquitectura fascista interpretada por Kiefer y el misterio de sus atmósferas, Beltrán tomará la manera de trabajar los espacios imaginarios de
sus estructuras arquitectónicas. Los templos de Beltrán no tendrán el sentido de revisión histórica de Kiefer, tampoco tomará esas atmósferas enrarecidas del pintor alemán, sino que sus templos se alzarán en susperficies de
colores brillantes y su simbología responderá a ideas filosóficas particulares.
De las arquitecturas saldrán posteriormente formas antropomórficas que,
al igual que su bestiario del Muro de los Leones, parecerán ser figuras arcaicas de petroglifos. Las mismas arquitecturas parecieran antropomorfizarse
en geometrías corporales, en máscaras y rostros que se perfilaban en los
ángulos y perspectivas de las columnas o frontispicios de los templos (como
en las Figuras 6 y 7). Las estructuras arquitéctonicas se hicieron menos realistas y devinieron en síntesis geométricas de sus formas iniciales, unidas a
estas apariencias de máscaras-rostros. Beltrán unía dos motivos formales
dentro de su obra que habían estado separados por el soporte: uno en la
pintura. El otro en el muro, la geometría de los templos y las formas antropomórficas que anteriormente se limitaron a animales. Tendría que esperar
hasta 1995 para que la crítica comentara sobre estas figuras geométricasarcaizantes, cuando Beltrán presentó un grupo de obras centradas en los
motivos de los rostros-máscaras en su exhibición Espíritu de las Formas en
la Galería Praxis. En realidad, esta investigación había comenzado en 1991 y
fue una consecuencia de su trabajo sobre el muro y su reflexión alrededor
de la geometrización y estilización de las formas.
Si bien Beltrán no se había aventurado antes hacia una figuración o trabajo con el cuerpo humano, fueron estas obras únicas, que alcanzarían su
desarrollo cumbre y terminarían en 1995, su excepción. Aún así, había una
voluntad de reducir y estilizar el mismo referente hasta llegar a la abstracción geométrica de su forma. Las formas arquitectónicas siguieron presentes. Más aún, diría que es la geometría detrás de estas construcciones que
guían e interesan al artista formalmente. Máscaras africanas en su taller,
algunas referencias a la cerámica o tal vez ese mismo arcaísmo presente en la
cultura suramericana y la obra de Jean-Michel Basquiat le inspirarían. Pero
su conexión e interés aquí no es sólo formal sino también metáfisico; es esa
unidad entre la obra humana perfecta: la arquitectura de los templos y la
concepción de la geometría, valores del pensamiento abstracto y simbólico
del hombre.
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Buscando la síntesis en su pintura, paralelamente a la aparición de sus
arquitecturas-máscaras, Beltrán comenzará a dividir la superficie en planos
delimitados como cuadrantes. De los templos vacíos-contenedores de superficies líquidas deviene la separación y división rectángular o ajedrezada
de la serie de Catálogos de Paisajes. En cada partición Beltrán centra un motivo
diferente o el mismo en múltiples variantes. Superficies de síntesis en las
cuales hace un compendio de formas trabajadas hasta entonces. En ese inventario-síntesis dibuja las ya conocidas arquitecturas y las primeras figuraciones humanas geometrizantes sobre fondos monocromos o con dos o tres
tonos de colores complementarios (como en la Figura 8). Seguirán siendo
los amarillos, los rojos, los naranjas, los verdes y azules sus colores preferidos para realzar el dibujo-forma. Esta serie seguirá trabajándola durante
todos estos años de carrera como forma de compendio, de resumen y búsqueda.
Las superficies texturadas de los muros intervenidos anteriormente pasan a las telas en forma de superficies empastadas con arena. En su primera
exhibición de la Galería Praxis, Beltrán introduce la materia. Las formas
arquitectónicas se hacen más estilizadas y menos referenciales. Hay un juego de perspectivas en las líneas de sus dibujos en función de sugerir la existencia de una estructura más que enunciar la figura de un templo (Figura
9). Las formas geometrizantes devienen en prismas, cubos, cuadrados sobre
el espacio de la superficie pictórica que se ha bidimensionalizado aún más.
De los cursos del agua a la expansión de la mancha, el color y la textura. La
línea del dibujo es menos gruesa; los efectos son más ópticos con la textura
y el dibujo de planos en el espacio. El interior de la arquitectura deviene
paisaje, mientras que las formas externas se hacen planos de superficie. Es la
construcción arquitectónica en un plano ideal, mencionaba Beltrán en una
entrevista7.
En esa misma entrevista Beltrán insiste en la naturaleza simbólica y el
valor trascendente de los elementos usados como el agua. Más aún, estas
ideas sobrepasaban lo formal y permeaban también la conceptualización
del color al sustituir la teoría fenomenológica de los primarios y secundarios de Newton por una moral y trascendente de Goethe basada en valores
contrarios: la luz del amarillo y la oscuridad del azul. Los colores predominantes siguen siendo el intenso amarillo y rojo, los tonos de azul y los verdes. Era como si buscara representar con color los cuatro elementos: el fuego, la tierra, el agua y el aire.
¿Dónde podríamos ubicar entonces la obra de Beltrán en el contexto del
arte chileno en 1993? El mismo artista plantea ser un puente entre las ten-
7
Beltrán, Ciro, “Vertientes y templos ideales”, entrevista con Ana María Risco, La Nación, 2 de
febrero del 1993.
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dencias contrarias en ese momento de Bororo, Benmayor, Domínguez y el
arte conceptual de Dittborn y Díaz, este último su profesor en la Universidad de Chile, el cual no vería en Beltrán a uno de sus seguidores. Lo percibo
como un artista que buscaba esa síntesis y cuya postura filosófica lo aislaba
de las controversias del momento, al mismo tiempo que lo situaba como
una figura aparte del arte chileno, más conocido en el exterior con posterioridad.
Su reafirmación como artista independiente vendría después, luego de
un largo viaje por Europa en 1993, a raíz de un premio que le facilitaba un
pasaje a New York de ida y vuelta. Francia, Italia y por último Berlín le permitirían salirse del contexto chileno y de la “muralla” de los Andes. El resultado de ese viaje fue uno de sus mejores libros de poesía: Inundaciones y su
decisión de regresar a Alemania luego de siete meses de vivir en una casa
tomada convertida en centro cultural, el Tacheles de Berlín 8.
Su color cambiaría en tonalidades; “pasa de los colores radiantes casi
caribeños usados en Chile a la reducida paleta de la opacidad del gris, los
tonos del café y el negro”9. Otras materias como la paja y tierra se incorporan a la superficie de los cuadros. Las figuras-máscaras vuelven a aparecer,
pero esta vez con un carácter simbólico muy fuerte y hasta premonitorio.
Mezcla de geometrías de remanentes de los templos, grafías del Muro de los
Leones, y rostros geométricos van haciendo la iconografía de esos años del
94 y 95.
Los Espíritus de la Forma dominan temporalmente esta etapa de fuertes
cambios en la vida de Beltrán cuando respectivamente pierde a su padre y
nace su hija Clara. En la Galería Praxis presenta finalmente la serie de las
máscaras en 1995, la cual es prácticamente única en su carrera. Lo que Beltrán
se referiría como la serie de Olmué, por terminarla durante su residencia
allí, muestra finalmente toda una iconografía simbólica de rostros-máscaras y valores numéricos. La pintura y el color devienen elementos trascendentes y simbólicos: amarillo-expansivo, rojo-activador, azul y verde-curativo.
La superficie pictórica sería el sitio donde expresar otro nivel de conciencia: imágenes que aparecen entre el sueño y lo cotidiano. Destacándose
sobre fuertes planos de color, los rostros-estructuras geometrizantes adquieren un valor de resonancia mística: se convierten en íconos, no sólo por su
significado sino por su obvia referencia religiosa. Beltrán usa la numerología
en un sentido místico con la presencia de la trilogía cristiana y el uso de
arquetipos como la llama purificadora. Las líneas de los rostros se superpo8
Con la caída del muro en Berlín muchas casas y edificios abandonados fueron ocupados por
jóvenes que organizaron diferentes proyectos culturales. Tacheles fue el más grande de ellos y uno
de los que todavía permanecen.
9
Pérez-León, Dermis, Ibid, p. 139.
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nen unas sobre otras en perspectivas profundas, conteniendo un rostro sobre el otro como el agua trascendente de los templos (Figura 10). El valor
metáfisico de su pintura lo expresa en una entrevista con la pregunta de si el
público entiende el “valor agregado” de sus cuadros. La respuesta de Beltrán
no deja lugar a dudas: “Yo soy el mediador que plasma elementos universales para el resto”10.
Luego de la exhibición parte por segunda vez a Alemania, donde permanecerá hasta finales de 1996. A partir de 1997 y 1998 Beltrán divide su tiempo entre Chile y Alemania. La Kunstakademie de Düsseldorf, donde todavía
se respiraba la presencia de Joseph Beuys, lo había aceptado en 1995 como
alumno del profesor Konrad Klapeck. La influencia del arte alemán en su obra
de comienzos de los 90 se hace más palpable a partir de 1997 en el uso de los
colores aunque su iconografía estaría definida y sería identificable.
Durante estos años sus obras son como arqueologías de formas trabajadas durante toda la década de los 90. Los fondos se convierten en palimpsestos
enriquecidos por motivos característicos de su pintura totalmente depurados y estilizados. La experiencia de dos mundos visuales paralelos presentes
en el color (la escuela chilena y los llamados “Nuevos Salvajes” alemanes) se
van mezclando hasta crear esa unidad y síntesis de las pinturas realizadas entre los años 1997 y 1998 (Figuras 11 y 12). El pintor dirá en una entrevista, a
propósito de su muestra El susurro del camaleón en la Galería Caballo Verde:
Lo que he estado desarrollando es cada vez más abstracto y sale a partir de
mi propio trabajo. Ese avanzar en mi obra es como si pintara siempre el
mismo cuadro. Y la cantidad de cuadros que voy agregando es como ir metiéndose cada vez más adentro de la forma. Es como un trabajo que se
entromete más al interior de sí mismo, que va más hacia el silencio, que va
más hacia una forma que te resuena o vive internamente en un lugar que
trata de ser carente de situaciones externas11.
Aparecerán formas cada vez más abstractas de motivos de templos, paisajes y máscaras hasta llegar a una geometría en expansión. Estas estructuras romperán la rigidez de la línea y luego se quebrarán haciéndose curva,
construyendo formas que no tienen un referente directo de la realidad. Las
imágenes se desarrollarán dentro de su propia lógica, en la realidad misma
de la pintura.
Recurrentes son las ideas del artista cuando insiste en la naturaleza de
estas formas, cuando las imagina en movimiento interno perpetuo. La pintura es siempre una manera de meditación, de crecimiento espiritual y sen10
Beltrán, Ciro, entrevista realizada por Gloria Muler, “Y apareció el hombre”, en “Vivienda y
Decoración”, suplemento del diario El Mercurio, 22 de abril de 1995, p. 36.
11
Beltrán, Ciro, en entrevista-artículo “Hacia un lenguaje silencioso”, de Ximena Cortés Oñate,
en diario El Sur, 1998.
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sible del espíritu. Desde luego, visualmente, sin tomar en cuenta lo importante que es para Beltrán la naturaleza de sus ideas, seguirá viéndose como
“constante… los dibujos de formas estructurales que sugieren abstracciones de arquitecturas como evocadas por el recuerdo, o formas orgánicas
flotando sobre masas de color”12 (Figura 13). Pero están los títulos que le irá
dando a sus exhibiciones para ratificar su interés filosófico en la pintura
más allá de lo formal: Innumeralis, The geöffenete sky (2000) y La presencia
del silencio (2002). A finales de los 90 la pintura de Beltrán adquiere una
madurez en su investigación de la forma y el color que le permite seguir
experimentando sobre los mismos motivos y formatos que había estado trabajando. Sus primeras incursiones en las “shape paintings” (pinturas-formas) provienen de 1994, cuando participó en la IV Bienal de Pintura de Cuenca, Ecuador. Desde entonces, la pintura se ha objetualizado y el soporte pasaría a ser parte de la superficie que se tridimensionaliza (Figuras 14 y 15). Estas
experimentaciones las sigue expandiendo hacia otros campos plásticos como
el escultórico.
Partiendo de la objetualización de la pintura y la adaptación al contexto
alemán, Beltrán incluye la alfombra como material en su obra. El spermüll,
fenómeno particular alemán, consiste en poner sobre la acera objetos, muebles y otros artefactos que no necesita13. De aquí surge la idea de trabajar
con las alfombras usadas por otros, con los restos y huellas de la vida dejada
sobre ellas. Sobre la marca de muebles, líquidos derramados y suciedad de
los años, Beltrán superpone un dibujo elegante, abstracto, producto de una
síntesis de las formas que caracterizan a su pintura. El dibujo se expandirá al
frente y reverso, al soporte y dobleces de la alfombra (Figura 16). La superficie pictórica ha dejado de serlo para convertirse en un objeto intervenido,
no un ready-made, pero sí algo que abandona la opticalidad bidimensional
de la pintura (Figura 17). La alfombra podrá colgarse del techo, ponerse en
el suelo o mirarla como un cuadro tradicional. Es pintura, pero tampoco ha
dejado de ser alfombra.
Habrá una constante investigación en el color y la forma en su obra posterior de los comienzos del nuevo siglo que romperán nuevamente con las
imágenes acumuladas como palimpsestos. Su pintura se expandirá en atmósferas y transparencias de manchas superpuestas, o planos cruzados como
de ajedrez. Las superficies serán a veces cargadas de materia o flotarán las
formas y dibujos en aguadas atmósfericas. El color traspasará al dibujo que
perderá poco a poco su centralidad tan marcada y sus trazos negros y anchos. Sigue igual el contraste y el juego entre dibujo y mancha, entre colores
Pérez-León, Dermis, Ibid, p. 139.
Beltrán, Ciro, Pintura sobre alfombra, catálogo, Matko Ediciones Ltda., Santiago de Chile,
junio 1998, p. 7.
12
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fríos y cálidos, entre soporte y pintura. Letras aparecerán en algunas superficies como remanentes lingüísticos o esperanto de palabras que no tienen
un idioma específico (Figura 18). La poesía acompañará a la pintura en sus
títulos que nada tendrán que ver con la imagen pictórica14.
Y la pregunta vuelve a surgir: ¿Dónde podríamos ubicar al artista Ciro
Beltrán luego de esta trayectoria? En el campo plástico chileno, el alemán o
simplemente como una figura que se hizo independiente de ambos en su
insistente búsqueda en el color, la forma y la trascendencia espiritual? Habría que esperar por una respuesta en los próximos años cuando veamos
hacia dónde le conducirán sus nuevas investigaciones dentro del mundo
visual que se sigue construyendo.
Düsseldorf, octubre, 2003
Ciro Beltrán
14
En este párrafo he hecho alusión directa a algunos comentarios publicados en el artículo
sobre la obra de Ciro Beltrán para Art Nexus Magazine.
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Figura 1. Muro de Los Leones, tierra de color sobre muro,
calle Los Leones entre Simón Bolívar y Sucre, ambos lados.
Santiago de Chile. 1986-1998. Foto 1986.
Figura 2. Muro de Los Leones, tierra de color sobre muro, calle
Los Leones entre Simón Bolívar y Sucre, ambos lados. Santiago
de Chile. 1986-1998. Foto 1989.
Figura 3. El templo interior, acrílico sobre tela, 200
x 200 cm. 1990.
Figura 4. Pretemplos, pintura industrial
sobre papel, 77 x 55 cm. 1989. Colección
Isabel Klotz, Santiago de Chile.
Figura 5. De los cursos del agua, pintura industrial sobre papel, 77 x 55 cm. 1989.
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Figura 6. Animal-mueble, acrílico sobre tela, 85 x 105
cm. 1991. Colección Alejandro Quiroga, Santiago de
Chile.
Figura 7. Hombre Boca de Coliseo,
acrílico sobre tela, 91 x 77 cm. 1991.
Figura 8. Catálogo de paisaje, acrílico
sobre tela, 160 x 140 cm. 1992
Figura 9. La silla roja II, acrílico y arena sobre tela, 160 x 120 cm. 1992. Colección privada, Santiago de Chile.
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Figura 10. Los espíritus de la forma, acrílico, arena y silicona sobre tela, 160 x 140 cm. 1995.
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Figura 11. Sin título, acrílico sobre tela, 125 x 105 cm. 1997. T-9735.
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Figura 12. Sin título, acrílico sobre tela, 125 x 105 cm. 1997. T-9752.
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Figura 13. Riverazo, acrílico sobre tela, 200 x 160 cm. 1999. T-9951.
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Figura 14. Shape Painting, acrílico y arena sobre tela, 200 x 200 cm. 1999-2000. T-0030.
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Figura 15. Shape Painting, acrílico y arena sobre tela, 190 x 188. 1999-2000. T-0029.
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Figura 16. Pintura sobre alfombra N ° 15 (reverso), acrílico, arena y madera sobre
alfombra, 200 x 140 cm. 1997.
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Figura 17. Pintura sobre alfombra N ° 24, acrílico sobre alfombra, 300 x 190 cm. 2000
T-0006.
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Figura 18. Barilochjxe, acrílico sobre tela, 200 x 160 cm. 1999. T-9953. Colección privada, Alemania.
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Figura 19. Una perifería circular, acrílico sobre tela, 98 x 75 cm. 2002. T-0230.
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Figura 20. Posiciones paralelas, acrílico sobre tela, 160 x 125, 2003. T-0317.
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