Historia familiar y peronismo (4)
Hacia 1945, mis padres conocieron al Swami Vijoyananda. Este monje hindú había llegado al país en 1932, de la mano de Adelina del Carril de Güiraldes (1889-1967).
Adelina Tiburcia del Carril Iraeta. Luego del fallecimiento de su esposo Ricardo en 1927, ella entró en una depresión y se acercó a las filosofías orientales: él le había transmitido las experiencias del viaje que hizo a la India en 1912. Viajó viajó a Calcutta y allí se consolidó su atracción por las ideas de la Vedanta, una de las tantas religiones de ese país basada en los Vedas. Ella vivía muy modestamente en la propiedad de aproximadamente media hectárea de Gaspar Campos 1149, Bella Vista, donación de la señora Ninón Wolf de Kahn. Allí se instaló el Ashrama, u Hogar Espiritual de Ramakrishna, filial argentina de esa organización. El resto de la gran casona, fue acondicionada para hospedar al Swami y al personal asistente, y para las instalaciones propiamente religiosas (el templo) donde se oraba.
El swami les habla a mis padres sobre la espiritualidad. En esas circunstancias, ellos debían aspirar a algún destino religioso; mi padre, quizás monje vedantista; mi madre, quizás monja. Pero… ¡yo ya estaba en camino! Se casan en abril de 1946, y nazco el 2 febrero de 1947 en la Maternidad Sardá, ya como una especie de niño hindú. En la Ramakrishna Ashrama pasé buena parte de mi infancia y me apodaron Robí, que significa sol en sánscrito. Se esperaba que en el futuro fuera un monje o en su defecto un músico clásico. Era tratado como una especie de “principito”, y se esperaba que en el futuro fuera un monje (o en su defecto, un músico). Adelina era algo así como mi abuela-madrina, y me contaba cuentos y anécdotas, que luego supe estaban inspiradas en relatos de Ricardo Guiraldes.
Esta carta, que estaba adherida a uno de los cinco libros mecanografiados “Recuerdos de Vijoyananda”, representa una especie de ‘carta astral’. La fecha es del 17 de enero de 1946: a menos de tres meses de los acontecimientos estudiantiles de octubre de 1945 donde mi padre fue detenido. Se advierte que ambos ya se han carteado con Vijoyananda, iniciando el vínculo. Se casan en abril, y yo nazco el 2 de febrero de 1947. En ese lapso han abandonado el comunismo y adoptado el hinduísmo.
Recuerdo perfectamente cuando un alto funcionario religioso hindú que estaba de visita en el Ashram les preguntó a mis padres, estando yo presente, cuándo me habían iniciado con el mantra.
El objetivo del mantra era la repetición continua de dos palabras sagradas, supuestamente para llegar al samādhi. Allí lo designaban como “mantram”. También se lo conoce en su acepción “mantras”. Le contestaron que había sido recientemente, a mis cinco años. Todavía me resuena su respuesta en voz muy alta:
Señor Morgado, ya es muy tarde. El mantra debe ser enseñado antes de los tres años.
Todas las religiones utilizan métodos iniciáticos con el objeto de tratar de fidelizar a las personas: son típicos procedimientos adoctrinantes. Aplicados en niños pequeños, los efectos pueden ser muy dañosos para el desarrollo de las incipientes personalidades. Con el transcurrir del tiempo, me fui dando cuenta de que esa era una meta imposible o al menos inútil. Y fue precisamente el ajedrez, que aprendí a los 8 o 9 años, lo que me permitió ir saliendo lentamente de esa situación de verticalidad y dependencia derivada de las circunstancias de nacimiento. Por otro lado, también comencé a aborrecer el catolicismo, al ver a mis amigos del barrio cuando eran reprimidos por no recitar correctamente el catecismo. Era un castigo físico bastante común hacer arrodillar a los niños sobre granos de maíz, tanto de las monjas como de los propios familiares.
Estando mis padres ya totalmente identificados con la vedanta, en 1951 deciden mudarse desde Olivos hasta una zona bastante inhóspita de Bella Vista. Su objetivo era “estar más cerca del Ashrama”. Tengo un nítido recuerdo de esa mudanza, que me resultó en absoluto desagradable; tenía cuatro años, y recién había conseguido un amiguito vecino, Zdenko, cuando me dieron la noticia. La excusa fue que “la abuela María necesitaba cambiar de aire”, pero ella murió poco antes del traslado. Visto desde la distancia, es poco comprensible haberse radicado en ese desapacible lugar: calles de tierra sin veredas, Gaspar Campos de tres metros de ancho, baldíos, vecindario primitivo, sin teléfono, sin líneas de colectivos, tren San Martín a 12 cuadras. Estábamos recién instalándonos en la vieja y deteriorada propiedad, cuando a los pocos días nuestro portón tipo tranquera fue atacado con una bomba de alquitrán. Según parece, alguien –luego se supo que era “el jefe de manzana”, un integrante de la familia V, vecino– había averiguado la filiación no-peronista de mis padres y enviaba una advertencia. No necesitaron demasiada inteligencia para averiguarlo: a través del escaso cerco de ligustro no se divisaba ningún retrato de Perón ni Eva, como era habitual en otras casas de la cuadra.
Los vecinos nos miraban con mucha curiosidad y algo de desconfianza. Éramos vistos como bichos raros. Mediante conversaciones en voz baja, rumores y habladurías, se fueron forjando algunas ideas acerca de nosotros. Las conclusiones a las que llegaron fueron:
–que no éramos peronistas, ya que no se había colocado ningún retrato de Perón ni de Eva en la casa.
–que debíamos disponer de algún dinero, ya que teníamos una casa más grande que las comunes de la zona, y con dos lotes agregados, aunque los desorientaba el hecho de que no tuviéramos coche, y que no estuviéramos interesados en la TV, que era la novedad del momento.
–que éramos medio cogotudos, ya que escuchábamos música clásica;
–que no éramos católicos, sino algo parecido a budistas;
–que yo no jugaba a la pelota, me dejaban salir poco, no iba a estudiar el catecismo, y no festejaban mis cumpleaños;
–que no íbamos a la carnicería a comprar carne, y por lo tanto debíamos ser vegetarianos.
En los años siguientes el intercambio con los vecinos se hizo más fluido, y algunos de los resquemores comenzaron a desaparecer. Los vecinos ya sabían que mi padre Antonio era un simple empleado en la CAP (Corporación Argentina de Productores), que mi madre Mafalda ha comenzado a hacer trabajos de costura en la misma casa, que no tienen coche, que el Abuelo José utiliza el terreno grande para hacer una huerta y tener árboles frutales porque son vegetarianos, que tienen algunos gustos distintos a los habituales pero son inofensivos, que no son peronistas pero son buenos vecinos, que son medio budistas pero aceptan a los católicos; en fin, que se trata de vecinos de costumbres algo inusuales, pero se puede convivir con ellos.
Las visitas de mis padres al Ashrama pasaron a ser frecuentes –casi un segundo hogar–, ya que el swami le había otorgado a él la responsabilidad como Revisor de Cuentas y la atención de la correspondencia administrativa, cargo que ejerció durante más de 30 años. Este peculiar domicilio implicaba un serio sacrificio para mi padre, ya que debía realizar diariamente un viaje mucho más largo para llegar a su trabajo en la CAP. Tenía que caminar diez cuadras hasta Muñiz, tomar el tren hasta Retiro, y desde allí un colectivo hasta Avellaneda. Él había ascendido hasta el puesto de primer auditor contable, y solía viajar a Bahía Blanca para verificar el frigorífico La Negra. A raíz de un conflicto con un “inspector” por negarse a la portación de un luto oficial la última semana de julio de 1952, fue despedido. Entonces debió buscar otro trabajo, e ingresó a Automotores Rivadavia (Rivadavia al 6100), donde eran gerentes ex compañeros de la secundaria. Allí se jubiló en 1962. Su tarea era la de un contador de alta confianza, encargado de los movimientos bancarios.
Mis padres deseaban que me dedicara a la música, y por eso pensaron en llevarme al Collegium Musicum, donde el Ernesto Eppstein y su esposa daban clases a un numeroso grupo de niños. Concretan ese propósito en septiembre de 1952. Para hacerlo, deben viajar en tren hasta la estación Palermo, y desde allí unas dos cuadras hasta la calle Charcas. Allí me inician en la lectura de la música, participo en coros de niños, y aprendo a tocar instrumentos sencillos. Sin embargo, no me gustaban nada los Eppstein. Especialmente, odiaba el momento de la entrada a clase, en el que los niños eran agrupados en un pasillo, y al fondo del salón, a unos quince metros, eran colocados los instrumentos que utilizarían los alumnos ese día. Había flautas, flautines, panderetas, platillos, y también simples palillos de madera, de los que se usan para percusión. La señora de Eppstein abría la puerta, gritaba ¡Ahora! y los niños corrían en estampida: el que llegaba primero elegía el mejor; al que llegaba último le quedaban generalmente los palillos, que eran algo así como las sobras. Estos pequeños sinsabores, agregados a lo largo y pesado del viaje en tren, fueron haciendo perder el interés de mis padres, y luego de finalizar el período de clases en noviembre, decidieron cancelar el compromiso.
Años después estudié piano aproximadamente entre los 11 y 12 años con el profesor Oreste Castronuovo.
Orestes Castronuovo (1901-1965) fue un pianista argentino discípulo de los maestros Luigi Romaniello y Eduardo Turco. Alternó actividades docentes con conciertos. La mayoría de sus actuaciones están grabadas en disco y cinta magnetofónica. Viajaba solo hasta la estación Devoto en tren con un pequeño portafolio que tenía el Czarny, y caminaba hasta la calle Segurola al 4000. Él tampoco era muy didáctico, y entre gritos y algún sopapo causado por mi inhabilidad para el instrumento, mis padres se dieron cuenta de que el piano tampoco era para mí.
En el propio Ashram también aprendí inglés, conocimiento que, en cambio, me resultó muy útil en la vida posterior. Fue en matutinas sesiones con Humberto Barrea, un profesor particular que a la vez era un monje. Comencé a jugar ajedrez allí con algunos parroquianos como el peluquero Félix Liechtenstein y el brahmacharia
Monje que aún no ha hecho los votos finales. Hans Schulz. Vijoyananda jugaba frecuentemente al dominó y lo invité a aprender, pero no aceptó.
Schultz, Hans – Morgado, Juan Sebastián [D20]
Ramakrishna Ashrama, Bella Vista, 1962 [Juan S. Morgado]
1.d4 d5 2.c4 dxc4 3.Cc3 e5 4.e3 exd4 5.exd4 Cf6 6.Axc4 Cbd7 7.Cf3 Cb6 8.Ab3 Ae7 9.Ce5 0-0 10.Af4 a5 11.Dd3 g6 12.Ah6 a4 13.Cxg6… [13.Axf8 Rxf8 14.Axf7 Cg4 15.Cxg4 Axg4 16.h3+=] 13...Te8 [13...axb3 14.Cxf8 Axf8 15.Dg3+ Cg4 16.Axf8 Rxf8 17.0-0 bxa2 oo] 14.Axf7+ Rxf7 15.Ce5+ Rg8 16.0-0 Cg4 17.Df3??... [17.Cxg4 Axg4 18.Dg3→] 17...Cxe5?? [17...Cxh6 18.Dh5 Af8-+] 18.dxe5 Rh8?? [18...Dd7→] 19.Df7?... [19.Tad1+-] 19...Af8 20.Tad1 De7 21.Dh5 Axh6 22.Dxh6 Dxe5? [22...a3-+] 23.g3?... [23.Tde1=] 23...Dg7 24.Dh5 Ag4-+ 25.Dc5 Axd1 26.Txd1 Te5 27.Dd4 Te1+ 0-1
Schultz, Hans – Morgado, Juan Sebastián [B10]
Ramakrishna Ashrama, Bella Vista, 1962 [Juan S. Morgado]
1.e4 c6 2.Cf3 d5 3.Cc3 Cf6 4.e5 Cfd7 5.d4 e6 6.Cg5 h6 7.Cxe6 fxe6 8.Dh5+ Re7 9.Ag5+ hxg5 10.Dxh8 De8 11.Dh3 Rd8 12.Dg4 Ae7 13.g3 Cb6 14.a4 a5 15.0-0-0 Df8 16.h4 Dxf2 17.hxg5 De3+ 18.Rb1 Dxg5 19.Df3 Rc7?? [19...Df5 oo] 20.Df7+- Ad7 21.Th5 Dxh5 22.Dxh5 g5 23.Df7 Ab4 24.Ae2 Axc3 25.bxc3 Cxa4 26.Td3 c5 27.Te3 c4 28.Ag4 Cb6 29.Axe6 a4 30.Ra2 Cc6 31.Axd7 Cxd7 32.e6 1-0
Liechtenstein, Félix – Morgado, Juan Sebastián [C02]
Ramakrishna Ashrama, Bella Vista, 1962
1.e4 c5 2.e5 d5 3.d4 e6 4.c4 dxc4 5.Axc4 Dxd4 6.Dxd4 cxd4 7.Cf3 Cc6 8.0-0 Ac5 9.a3 a6 10.b4 Aa7 11.b5 axb5 12.Axb5 Cge7 13.Cbd2 Ad7 14.Cb3 Cxe5 15.Axd7+ Cxd7 16.Cfxd4 Td8 17.Cb5 Ab8 18.Ae3 Cd5 19.Ad4 0-0 20.Cc5 Cxc5 21.Axc5 Tfe8 22.Tab1 b6 23.Ab4 Cxb4 24.Txb4 Ad6 25.Td4 Ac5 26.Txd8 Txd8 27.g4 Td2 28.Rg2 g6 29.a4 Ta2 30.Cc3 Ta3 31.Tc1 Ab4 32.Cb1 Txa4 33.Tc4 b5 34.Tc8+ Rg7 35.Cc3 Axc3 36.Txc3 Txg4+ 0-1
Como puede verse, son partidas de principiantes. En mi caso nunca había leído todavía un libro de ajedrez: solamente disponía de los artículos de Julio Bolbochán en La Nación.
Escuché música clásica desde la cuna. Quizás por sobredosis, comencé a escuchar música folclórica desde aproximadamente los siete años, en Radio del Estado: Bach, Beethoven, Mozart, Vivaldi, Los hermanos Ábalos, Los hermanos Abrodos, Alberto Castelar, Chalchaleros, Fronterizos, Yupanqui, Huanca Huá.
Una somera descripción del ambiente familiar durante los primeros años sería esta: casona tipo chorizo con galería descubierta que ocupaba 30 metros de frente por 90 de fondo, altillo al fondo que utilizó el militar propietario anterior como caballeriza, diario La Nación, La Vanguardia, National Geographic Magazine, Así es Boca, revistas mexicanas, literatura hindú Prabuddha Bharata, anuarios del Reader’s, cuentos de Tolstoi, libros y cartas de Pablo Casals, conciertos de órgano por Héctor Zeoli en el Colegio Nacional,
Héctor Zeoli (1919-1983). Se graduó en la Juilliard School of Music de Nueva York y en la Universidad de Columbia. Fue director del coro y organista del Colegio Nacional Buenos Aires (1957-92) y de la Orquesta de Cámara de la UBA. enciclopedias ilustradas, diccionario Sopena, cantidades de vinilos clásicos que reemplazaron a los viejos discos de pasta, globos terráqueos y atlas, una radio, damas, dominó, senku, ludo, payana, soldaditos, fútbol vecinal cabeza con pechito,
En vista de mi escasa habilidad futbolera, mi vecino Carlitos inventó una manera de jugar que me posibilitaba participar en picados con pelotas de goma. En cualquiera de los numerosos terrenos ociosos disponibles se armaban dos arcos confeccionados con cañas como postes del arco y un hilo como travesaño, ubicados a unos 10 metros entre uno y otro. Jugábamos uno contra uno o dos contra dos, en función de arqueros. Solamente se podía utilizar el cabezazo, pero en caso de que uno de los participantes frenara la pelota con el pecho, adquiría el derecho de jugarla con el pie facilitándole la tarea de hacer un gol. espectador de fútbol los domingos en la cancha detrás de la Estación Muñiz, figuritas, comida vegetariana de la huerta propia, naranjos, mandarinos, ciruelos, higueras, kakis, durazneros, gallinas ponedoras, meriendas con maicena, tres colmenas que proveían miel de abejas, medicina natural, barriales de Pardo y propinas por autos atascados en el barro, cercos de ligustro, cactus, rosales, Santa Rita, tilo gigantesco, molino funcionando, bicicleta para el transporte básico, fracasado biciclo con sidecar de mi padre, enormes campos con vacas entre Gaspar Campos y el arroyo Los Berros que servían para organizar partidos ‘picados’, baldíos por doquier que eran robados mediante supuestas posesiones treintañales, grandes quintas como El Retiro y otras habitadas por millonarios como Grüneisen, vecinos cazadores de pajaritos con honda o rifles de aire comprimido, Club (bailanta con muchos borrachos) Defensores de Estrella del Oeste improvisado con bolsas de arpillera, hieleros con tronsador, cartero regalón en bicicleta multi premiado a fin de año, botelleros, heladeros de Laponia, silleteros en carros con tracción a sangre.
Clemente Lagomarsino fue un personaje notable. Este canillita, sabio escarnecido por su patrón, fue el diariero del barrio. Era un hombre flaquito, de no más de 45 o 50 kilos, que hacía a pie el recorrido desde la Estación Bella Vista (Riccheri) hasta mi casa (Pardo y Gaspar Campos), pasando entre otros lugares por la casa de Eduardo Niscovolos (Entre Ríos y Moreno). Este hombrecito tenía una marcada discapacidad física (era muy rengo, super miope; usaba anteojos de varias birolas) y en parte también intelectualmente débil, pero era increíble su lucidez para analizar temas sociales y políticos.
Era muy maltratado por su proveedor (dueño del kiosco de la estación Bella Vista, señor DM), y vivía con su madre en un ranchito del Parque Mattaldi. Nadie podía explicarse cómo podía cargar el enorme peso que implicaban unos 60 diarios y además muchas revistas, hiciera calor o frío, o lloviera. Este hombre era hincha fanático de Acassuso, un equipo de fútbol de la 4ª división. Tenía el hábito de jugar semanalmente a la lotería, siempre al mismo número. Lo venía haciendo desde hacía más de 20 años, y un día, allá por fines de los ’50 ¡ganó el premio mayor! Suponíamos que él dejaría de trabajar, pero continuó con su reparto. Colocó el dinero en la famosa financiera TUCMA y a raíz de su quiebra perdió todo. Su madre falleció, y al poco tiempo él también. Típica víctima de los invariantes argentinos estradianos desprecio a la ley y viveza criolla.