STO C KHOLMR EVI EWOF L ATI N AM ER I CA N STU DI ES
IssueNo.5,September2009
Loslegadosautoritariosen
elChilepostPinochet
AuthoritarianLegaciesin
post-PinochetChile
FernandoCamachoPadilla,guesteditor
Institute of
Latin American Studies
The Stockhol m Re v ie w of La tin A me r ica n Stud ie s d is s e mina te s s chol a r l y v ie w s
on conte mp or a r y is s ue s w ith r e l e v a nce to p e op l e in La tin A me r ica n countr ie s .
It d if f e r s f r om mos t conv e ntiona l jour na l s in its cr os s - d is cip l ina r y s cop e a nd
b y of f e r ing b oth w r ite r s a nd r e a d e r s a mor e imme d ia te a cce s s to a La tin
Ame r ic a nist forum for int el l ectua l r eflection a nd cr itiq ue.
E a c h is s u e is c ompil ed by gu est ed itor s r esp onsib le for its coher ence a nd f or
in t r o d uc ing it s set of essays. A uthor s r eta in full cop yr ig ht a nd a lthough t he
jo ur n a l ’s edit orial group evalua tes a nd a ssesses the schola r ly or ig ina li t y of
e a ch contr ib ution p r ior to p ub l ica tion, ne ithe r the e d itor s nor the Ins titute of
L a tin A me r ica n Stud ie s a t Stockhol m U niv e r s ity a r e r e s p ons ib l e f or the v ie w s
e xp r e s s e d b y ind iv id ua l a uthor s .
The Stockhol m Re v ie w of La tin A me r ica n Stud ie s is pa r t of the La tin A me r ica n
F ut ur e s r esearc h environment a nd wa s found ed with the fina ncia l sup por t of
the Sid a /A s d i De p a r tme nt f or Re s e a r ch Coop e r a tion (SA REC).
P ub l is h e d by t he I nst it ut e of La tin A mer ica n Stud ies, Stockholm Univer s i t y, S w e d e n.
Se e onl ine v e r s ion w w w. l a i. s u. s e
© The a uthor s
Al l r ig h t s reser ved
E d it o r ia l group: Laura Ál varez Lóp ez, Silje Lund g r en, Tha ïs Ma cha d o- Bor ge s a nd
J a c q ue l ine Nunes.
L a y o ut a nd t ypeset t ing: B Adolfsson Desig n
C o v e r p hot os for t his issue: B a nco d e imá g enes d el Chilekommitté d e S u e c i a
( p h o t o 1 from t he l eft ) ; Arc hivo G ener a l Histór ico d el Minister io d e Re la c i one s
Exte r ior e s d e Chil e (2 nd p hoto f r om the l e f t); Fe r n a nd o Ca ma cho Pa d il l a (3 r d
a n d 4 t h phot os) .
I S S N 1 6 5 4-0 204
Contents
Introduction/Introducción
3
Fernando Camacho Padilla
1. La larga sombra del dictador
5
Álvaro Soto Carmona
2. Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’
of Santiago de Chile
17
Alison J. Bruey
3. Las prisioneras políticas bajo la dictadura militar
29
Javier Maravall Yáguez
4. Cuando el báculo es la voz de los sin voz:
El papel de la Iglesia Católica tras el 11 de
septiembre de 1973
43
Gilberto Aranda Bustamante
5. Desde los espectros de Pinochet: Los jóvenes y la
movilización política en Chile
55
Romané Landaeta Sepúlveda
6. Una aproximación a las relaciones bilaterales entre 67
Chile y Estados Unidos en la era post Pinochet
María Elena Lorenzini
7. ‘¡Adiós, mi general!’ La derecha y Pinochet en
democracia
77
José Iván Colorado García
8. Combates entre la memoria y la historia de Chile:
Conflictos sobre el pasado reciente
Fernando Camacho Padilla
S T OC K H OLM R E VI E W O F LATIN A MERICA N STUDIES
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87
L OS L E G AD O S AUT O R I TAR I OS EN EL CH ILE POST PIN OCH ET
AU T H OR I TAR I AN LE GACI E S I N POST- PIN OCH ET CHILE
Introduction
Following Pinochet’s death in December 2006, Chile began a new
historical era despite the long shadow cast by his name and the different authoritarian legacies that still endure today after being imposed
during 17 years of military rule (1973-1990). For these reasons, 19
years after the arrival of “la Concertación”, we can ask: has Chile
consolidated a real democracy, or, is it still pending?
Pinochet’s 1980 Constitution defines both the political and economic systems, thus affecting the entire Chilean society. The immediate consequence is a confrontation between those Chileans who
want real change, on one side, and those of the upper classes who
continue to benefit from today’s status quo.
This edition of the Stockholm Review of Latin American Studies focuses on what remains of Pinochet’s legacies. We have contributions from authors from Argentina, United States, Spain, and, of
course, Chile. These articles explore the transformation of Chile from
the military coup of September 11th 1973 up to the present time.
The first article by Alvaro Soto exposes the most significant challenges the new democracy posed to the government of Patricio Aylwin with Pinochet still as Commander in Chief. Next, Alison Bruey
presents the different strategies imposed by the armed forces upon
the lower classes in order to ensure the success of their economic
policies. Javier Maravall recounts the humiliating treatment to which
the security forces subjected female activists who were detained in secret detention camps. Gilberto Aranda presents the significant role of
the Catholic Church during the dictatorship and the compromises it
made regarding human rights, tracing its evolution up to today’s new
positions. Romané Landeta describes the role of the Chilean youth
during the military regimen and their struggles during the demonstrations of the 80s. José Iván Colorado analyses the political evolution
of right-wing parties after 1990 and their position towards Pinochet.
María Elena Lorenzini examines the main issues that faced bilateral
relations between Chile and United States at the beginning of the
democratic transition. To conclude this issue, I expose the difficulties
and challenges but also significance of writing the history of complex
and sensitive processes such as Human Right violations in Chile.
Fernando Camacho Padilla
Stockholm, August 15th, 2009
S T OC K H OLM R E VI E W O F LATIN A MERICA N STUDIES
I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
3
L OS L E G AD O S AUT O R I TAR I OS EN EL CH ILE POST PIN OCH ET
AU T H OR I TAR I AN LE GACI E S I N POST- PIN OCH ET CHILE
Introducción
El fallecimiento de Pinochet en diciembre de 2006 ha supuesto para
Chile el inicio de una nueva fase histórica a pesar de la carga simbólica que aun representa su figura y los legados que fueron impuestos
durante los 17 años de la dictadura militar (1973-1990). Por esta
razón, 18 años después de la llegada del gobierno de la Concertación,
nos podemos cuestionar si se ha logrado consolidar un modelo plenamente democrático o si bien todavía se trata de una tarea pendiente.
Por un lado, tanto el sistema político como el económico y la estructura social por otro, se encuentran parcialmente condicionados por
la Constitución instaurada por Pinochet en 1980. Ello se traduce en
una permanente confrontación social entre quienes apuestan por un
cambio real y aquellos que lo evitan por beneficiarse con el régimen
imperante.
La presente edición de la Stockholm Review of Latin American
Studies está dedicada a la herencia de Pinochet en el Chile de hoy.
Para ello hemos contado con contribuciones de autores de Argentina,
Estados Unidos, España y, por supuesto Chile, que presentan la transformación que ha vivido el país desde el quiebre de la democracia a
partir del 11 de septiembre de 1973 hasta la actualidad.
En el primer artículo, Álvaro Soto nos revela los principales amarres impuestos por Pinochet que tuvo que afrontar la naciente democracia así como la dificultad en cambiarlos. A continuación, Alison
Bruey nos muestra las estrategias que aplicaron los militares con los
sectores más pobres con el fin de implementar el modelo económico
neoliberal. Por su lado, Javier Maravall narra el trato vejatorio que
tuvieron las fuerzas de seguridad con las mujeres militantes que permanecieron detenidas en los centros clandestinos de reclusión. Gilberto Aranda nos expone los niveles en los que trabajó la Iglesia Católica
en la defensa de los derechos humanos tras el golpe militar, su enorme
trascendencia y su evolución hasta el día de hoy. Posteriormente Romané Landeta destaca la importancia que tuvieron los jóvenes en la
oposición contra la dictadura durante la década de los ochenta. Por
otro lado, José Iván Colorado muestra la evolución que ha hecho la
derecha frente a la figura de Pinochet a la hora de presentarse públicamente como una verdadera alternativa democrática. En el plano
internacional, Maria Elena Lorenzini profundiza en la normalización
de las relaciones entre Chile y Estados Unidos durante la década de
los noventa así como los principales temas bilaterales que se trataron.
Para terminar este número, presento una serie de reflexiones sobre las
dificultades metodológicas que tenemos los historiadores a la hora de
investigar procesos complejos y sensibles como lo son las violaciones
a los derechos humanos en Chile.
Fernando Camacho Padilla
Estocolmo, 15 de agosto de 2009
4
S T OCK H OL M REV IEW OF L AT IN AM ERICAN S T UD IES
Is s u e No. 5, S e p t e m b e r 2009
STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
1 La larga sombra del dictador
Álvaro Soto Carmona
Álvaro Soto Carmona es catedrático del Departamento de
Historia Contemporánea de la
Universidad Autónoma de Madrid. Correo electrónico: alvaro.
[email protected]
La transición a la democracia en Chile ha sido uno de los episodios más
complejos de su historia reciente debido a la presencia y el protagonismo que mantuvo el ex dictador en la vida política del país. Por ello, la
muerte de Pinochet no implicó la desaparición de su influencia en la vida
de los chilenos puesto que dejó una profunda huella en las instituciones,
la conciencia moral del país, las mentalidades y los comportamientos
políticos. Sin embargo, ello no impidió que se avanzara hacia la consolidación de la democracia aunque siempre estuvo condicionada por
un pasado reciente, que se proyectaba como una larga y persistente
sombra sobre Chile. Este artículo presenta, por un lado, los principales
obstáculos que tuvo que afrontar la nueva democracia, y por otro lado,
la herencia de la dictadura en el Chile de hoy.
Palabras claves: Pinochet; transición a la democracia; dictadura; represión; Aylwin
Álvaro Soto Carmona is Professor, Department of Contemporary History, Universidad
Autónoma de Madrid. E-mail:
[email protected]
The transition to democracy in Chile has been one of the most complex
episodes in its recent history due to the presence and the leadership that
the former dictator has maintained in the country’s politics. Even after his
death Pinochet continues to influence the life of Chileans due to the deep
mark he has left on the country’s institutions, moral awareness, attitudes
and political behavior. While this has not prevented the consolidation
of democracy in Chile, the process has been shaped by the recent past
which projects a long and lingering shadow over the country. This article
presents, on one hand, the main obstacles that faced the new democracy,
and on the other hand, the legacy of the dictatorship in Chile today.
Keywords: Pinochet; Transition to Democracy; Dictatorship; Repression; Aylwin
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5
L a l a r g a sombra del dic t ador
Introducción
Yo no amenazo. No acostumbro a amenazar.
No he amenazado en mi vida. Yo sólo advierto una vez ‘nadie me toca a nadie’. El día
que me toquen a algunos de mis hombres se
acabó el Estado de Derecho. Eso lo he dicho
una vez y no lo repito más, pero que sepan
que va a ser así. Bien clara la cosa (Augusto
Pinochet, 13/10/1989)1.
La muerte de Augusto Pinochet el 10 de diciembre
de 2006, no implicó la desaparición del mismo ya
que su presencia se encuentra al menos asegurada por la huella que dejó en las instituciones, en
la conciencia moral del país, en la mentalidad y en
los comportamientos políticos. Todo ello hace que
en Chile, pese a ser uno de los países más estable
y prósperos de la región, sigue existiendo un considerable apoyo al régimen autoritario, y aún muchos consideran que “da lo mismo” la democracia
o el autoritarismo (Huneeus y Maldonado, 2003:
9-49).
No es la Historia la encargada de realizar un juicio sobre la persona de Pinochet y su dictadura2. Ese
papel corresponde a los tribunales de Justicia. A la
Historia le corresponde contar lo sucedido “como
realmente fue” (wie es eigentlinch gewesen ist) tal
y como nos enseño el maestro Leopold von Ranke.
Nuestro papel es estudiar, investigar, analizar – entre otras tareas – la dictadura militar iniciada el 11
de septiembre de 1973, también sus “herencias” e
influencias sobre la vida de los chilenos, sólo así
conoceremos “como realmente fue”, para poder a
continuación valorarla en un determinado contexto
histórico.
El 5 de octubre de 1988 la mayoría de los chilenos, inscriptos en los registros electorales, votaron
contra la dictadura, iniciándose así la transición a
la democracia (Soto, 2003: 63-73). El 16 de octubre
de 1998, es decir, diez años después, la transición
finalizaba con la detención en Londres de Augusto
Pinochet. El criterio que debe de tenerse en cuenta
a la hora de establecer la cronología en los procesos
de transición política es la persistencia o no de incertidumbres sobre el sistema político.
6
Álva r o S ot o Ca r m ona
La gran incertidumbre de la transición en Chile
fue la presencia del general Pinochet, primero como
presidente de la República hasta el 11 de marzo
de 1990 (fecha de la toma de posesión de Patricio
Aylwin como nuevo presidente), luego como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, desde ese
día hasta el 10 de marzo de 1998, y por último,
como senador vitalicio. La presencia de Pinochet
va a ir condicionando la vida política. Aún siendo
senador ejercerá cierta tutela sobre el ejército chileno que tenderá a disminuir, para convertirse en
testimonial y nostálgica tras su detención. Este último hecho supuso el fin de la impunidad y la caída
simbólica y real del poder que había detentado. La
incertidumbre había sido despejada. Por último, el
descubrimiento por parte del Senado de los Estados Unidos, de cuentas secretas en el Banco Riggs3
dinamitó la posición de “prestigio” que le quedaba
en ciertos sectores de la derecha chilena, pasando a
constituir una pesada carga para el conjunto de la
sociedad.
La sistemática violación de los derechos humanos fue una de las señas de identidad de la dictadura, por eso el impedir que se siguieran produciendo
y conocer la verdad sobre lo ocurrido fue uno de
los objetivos centrales de la oposición democrática.
La Concertación de Partidos por la Democracia se
planteó el esclarecimiento de la verdad y la justicia
en materia de derechos humanos. Se dieron pasos
muy importantes en el conocimiento de la verdad,
lo que evito el olvido, en cambio la justicia se convirtió, en ocasiones, en una incómoda compañera
de viaje para el Gobierno, que situó como eje prioritario de su actuación la consolidación de la democracia.
Las reformas realizadas en el sistema económico tras el golpe por los militares respondieron a la
búsqueda de alternativas a las políticas anteriores y
quienes las ofrecían con mayor ahínco, elaboración
y sintonía política con la dictadura eran Sergio de
Castro y sus seguidores. El nuevo modelo se basaba
en un patrón de acumulación que se asentaba en la
especialización de la economía nacional como exportadora de recursos primarios con ventajas comparativas en el mercado (Goicovic, 2006: 10).
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L a l a r g a sombra del dic t ador
La puesta en marcha del nuevo modelo sólo se
pudo realizar en un marco autoritario y represivo,
debido a los altos costes sociales que generó. Sus
consecuencias, aunque no todas negativas, fueron
muy intensas sobre la mentalidad de los chilenos ya
que contribuyó a la ruptura de las redes sociales y la
desarticulación de la sociedad, primando al individuo consumidor frente al ciudadano solidario. Los
gobiernos democráticos aceptaron el modelo con
escasas variaciones.
El golpe de Estado va a acompañar la vida política de muchos chilenos entre ellos la de Patricio
Aylwin, que lo justificó. Años más tarde trató de
lavar lo sucedido en dichos días4. Ello no fue obstáculo para que el mismo Aylwin fuese una pieza fundamental en el retorno de la democracia en Chile.
Esa era su grandeza, pero también su miseria. Hay
que recordar que una parte de las élites políticas
justificaron el golpe de Estado, y aunque algunos
más tarde se opusieron a la dictadura, dicha justificación ensombreció y condicionó sus comportamientos posteriores.
La huella institucional
El 21 de octubre de 1980, tras un plebiscito sin
garantías democráticas, se procedió a la aprobación de una nueva Constitución elaborada por una
Comisión nombrada por la Junta de Gobierno. La
misma abría un periodo de ocho años (del 11 de
marzo de 1981 al 11 de marzo de 1989) en la que el
general Pinochet ocupaba la presidencia de la República y la Comandancia en Jefe del Ejército, aunque
debería hacerse representar en la Junta de Gobierno
por el oficial que le seguía en antigüedad, pero con
la prerrogativa de poder reemplazarlo en cualquier
momento.
A lo largo de esos ocho años se convocaría un
plebiscito en el que los ciudadanos se pronunciarían
a favor o en contra del candidato designado por la
Junta de Gobierno5, para que ocupara el cargo de
presidente de la República durante ocho años. El 30
de agosto de 1988, la Junta de Gobierno designó a
Augusto Pinochet como candidato, convocándose
el plebiscito para el 5 de octubre y derogándose el
“Estado de Excepción”.
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Álva r o S ot o Ca r m ona
La mayor parte de la oposición a la dictadura
había decidido tras el agotamiento de las protestas
nacionales y el atentado frustrado contra Pinochet,
cambiar la estrategia de la confrontación, por otra
que combinarse la movilización y la negociación,
aceptando la vía reformista pese a mantener un programa rupturista.
Este cambio de estrategia ya había sido propuesto en 1984 por Aylwin al mostrarse partidario de
la utilización de la Constitución. A dicha postura
se fueron sumando el partido Demócrata Cristiano, los radicales y diversos grupos socialistas. El
dato más sobresaliente era que por primera vez en
la historia de la izquierda chilena, la mayor parte
de los socialistas decidían aliarse expresamente con
los demócratas cristianos y no con los comunistas.
Sin duda, en esa decisión tuvo mucho que ver el
creciente radicalismo del Partido Comunista de
Chile (PCCH), con su apoyo a la lucha armada, la
Internacional Socialista y la posición de los Estados
Unidos.
El 2 de febrero de 1988 fue suscrito por la mayor
parte de la oposición un acuerdo por el que decidían trabajar juntos por el “No” en el plebiscito, todavía no convocado. El documento fundacional de
la Concertación por el No6 mostraba su temor por
la limpieza de la consulta y realizaba un llamamiento a las organizaciones sociales para que “con su
capacidad movilizadora y acción cotidiana logren
que los chilenos se inscriban en los registros electorales, concurran luego a votar el día del plebiscito
y colaboren en el control del proceso plebiscitario”.
Remisos con la participación en el mismo se encontraban un sector de Izquierda Unida integrado por
el PCCH, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Partido Socialista Histórico.
Se temía que Pinochet no aceptara el resultado
en caso de que fuera contrario a sus intereses7, falseándolo o creando una situación de violencia que
permitiera la anulación de la consulta. En realidad, pese a decir “Yo no me voy” (Arancibia y de
la Maza, 2003: 402 y 408), una vez conocida su
derrota, no pudo resistir la fuerza de los votos y
la atenta mirada de la comunidad internacional. El
“No” triunfó con un 52,2 por ciento de los votos.
7
L a l a r g a sombra del dic t ador
Álva r o S ot o Ca r m ona
A partir de ese momento, el gobierno autoritario puso en marcha la reforma de la Constitución
de 1980, promulgando numerosas leyes de amarre
y creando enclaves autoritarios que le permitieran
alargar su poder y dificultad la actividad del próximo gobierno.
La reforma constitucional fue para el gobierno
una necesidad, ya que la Constitución estaba pensada para Augusto Pinochet como presidente. Esta
necesidad no fue suficientemente aprovechada por
la oposición, ya que su principal negociador, Patricio Aylwin, fue cediendo para facilitar su acceso
al gobierno con la esperanza de que una vez en la
presidencia de la República se pudiera reformar de
nuevo la Constitución.
Se introdujeron hasta 54 reformas constitucionales, algunas de ellas positivas, pero también hubo
otras que dificultaron la posibilidad de nuevos cambios, como las referidas a los artículos 65 y 68, que
“reforzaron, en lugar de debilitar, el sistema político, económico y social, dejado por la dictadura”
(Portales, 2000: 43).
Entre dichas situaciones merece la pena citar el
hecho de que la Cámara de Diputados no pudiera
acusar constitucionalmente a los altos funcionarios
del Estado que habían colaborado con la dictadura8. Al mismo tiempo que se aseguraba la “independencia” económica de las Fuerzas Armadas respecto
al Poder Ejecutivo. También se dotaba de amplia
autonomía al Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas, que era inamovible, y tenía plena competencia para decidir los ascensos y los retiros de
los oficiales.
Se controló, desde posiciones autoritarias, la
composición de la Corte Suprema, aumentando el
número de sus integrantes de trece a dieciséis, lo
que permitió el nombramiento de tres nuevos magistrados. A continuación se ofreció una “golosa”
jubilación anticipada con una indemnización pagada al contado (Ley Rosende) equivalente a veintiocho sueldos. Dicha iniciativa fue aceptada por un
tercio de los miembros del máximo Tribunal de la
República. Como resultado de dichas prácticas, el
día en que se produjo la toma de posesión de Patricio Aylwin como presidente de la República, catorce de los dieciséis ministros de la Corte Suprema
habían sido nombrados en dictadura.
Como consecuencia de lo anterior, una vez en
marcha el gobierno democrático, las quejas sobre el
comportamiento de la Corte Suprema no se hacen
esperar: “La actual estructura de la Corte Suprema constituye, junto a los senadores designados, el
Consejo de Seguridad Nacional y el Tribunal Constitucional un enclave autoritario que multiplica, al
margen de la soberanía popular, la influencia política de la derecha chilena”9.
Ni los senadores designados o el comportamiento del Tribunal Constitucional favorecieron el
desarrollo de la democracia. Los primeros fueron
establecidos por el artículo 45 de la Constitución
Tabla 1: Labor legislativa del Régimen Militar tras el Plebiscito de 1988
Disolver la democracia protegida
Amarre
Administración
Total
Regulatorias económicas
22
24
7
53-23%
Regulatorias políticas
51
33
24
108-48%
Regulatorias FF.AA.
10
9
4
23-10%
Distributivas
15
2
7
24-11%
Otras
12
1
5
18-8%
TOTAL
110-49%
69-30%
47-21%
226-100%
Fuente: “Cuadro XII-1” (Huneeus, 2000: 611)
8
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Is s u e No. 5, S e p t e m b e r 2009
L a l a r g a sombra del dic t ador
de 1980 y convivían junto a los senadores elegidos.
Los senadores no electos10 tenían un mandato de
ocho años, con excepción de los ex presidentes de la
República que tenían carácter vitalicio. Dicha institución se mantuvo, permitiendo que Pinochet fuera
senador una vez que dejó el cargo de Comandante
en Jefe. La existencia de senadores designados fue
un elemento distorsionador de la voluntad nacional11. El Tribunal Constitucional no facilitó el desarrollo de la democracia, tanto su composición como
por su actuación12.
La imposibilidad de llevar a cabo las reformas
constitucionales, dada la oposición de la derecha,
se fue convirtiendo en una rémora para el funcionamiento del sistema político, pese a que el mismo
tendía a situarse cada vez más en una línea democrática. Esta situación se prolongó hasta agosto del
2005, siendo presidente Ricardo Lagos, cuando se
pusieron en marcha las reformas constitucionales
que acabaron con los “enclaves autoritarios”. Por
150 votos a favor, tres en contra y una abstención,
el Congreso Pleno ratificó las reformas constitucionales.
Las 58 enmiendas aprobadas terminaban con los
senadores designados y vitalicios, restituían la facultad presidencial para remover anticipadamente
a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y
al general director de Carabineros, se trasformaba
el Consejo de Seguridad Nacional y se modificaban
la integración y funciones del Tribunal Constitucional. También se acortó el periodo presidencial sin
reelección inmediata, pasando de seis a cuatro años,
disminuyó la edad para ser elegido presidente de la
República y Senador (de 40 a 35 años) y se puso
fin al número fijo de regiones. Por último, el tan
criticado sistema electoral pasó a ser Ley Orgánica
Constitucional, no formando así parte de la Constitución, por lo que la desaparición del sistema binominal, aún vigente, podría modificarse con mayor
facilidad.
La huella en la conciencia moral
Uno de los temas fundamentales del programa de la
Concertación fue “el esclarecimiento de la verdad y
la justicia en materia de derechos humanos” (Solari,
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Álva r o S ot o Ca r m ona
1996: 265). Este compromiso implicaba afrontar el
tema de las violaciones de los derechos humanos,
buscar la verdad y las formas de establecer la reparación para las víctimas y familiares, solucionar los
problemas del exilo, liberar a los presos políticos y
compensar a los exonerados por motivos políticos.
Para los distintos gobiernos de la Concertación
el objetivo central fue transitar hacia la democracia
y consolidarla, por lo que la búsqueda de la verdad y sobre todo la justicia se hizo “en la medida
de lo posible”, en palabras de Aylwin. De hecho,
mientras que fueron indudables los avances en el
conocimiento de la verdad (Informe Rettig e Informe Valech), en el campo de la justicia fueron más
limitados y en ocasiones desalentadores.
El objetivo inicial de la Concertación fue anular
la ley de amnistía de 1978, ya que la misma afectaba a los crímenes cometidos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978. Pero poco
después de que Aylwin tomase posesión se abandonó dicha idea, aunque éste último insistió ante los
tribunales para que las investigaciones judiciales
continuasen hasta llegar a identificar a los culpables, como paso previo a la aplicación de dicha ley
y como una contribución a la aclaración del destino
de los detenidos-desaparecidos.
Aylwin apostó por la idea de formar una comisión que tendría la facultad de investigar, buscando
establecer la verdad, no de enjuiciar, ya que dicha
función era competencia exclusiva de los tribunales. Se investigarían sólo los casos de violaciones de
los derechos humanos con resultado de muerte. Se
denominó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (CNVR), y también conocida como la
Comisión Rettig.
La elección de los integrantes de la CNVR fue
responsabilidad exclusiva del presidente, algunos
de los invitados rechazaron forma parte de la misma (Francisco Bulnes, Ricardo Rivadeneira, entre
otros). Su composición final13 mostraba los equilibrios que Aylwin deseaba y su trabajo debe ser
considerado como decisivo para evitar el olvido y
buscar la verdad.
Los objetivos concretos de la CNVR fueron:
a) establecer un cuadro lo más completo posible
9
L a l a r g a sombra del dic t ador
sobre los graves hechos referidos, sus antecedentes y circunstancias;
b) individualizar a sus víctimas y establecer su
suerte o paradero;
c) recomendar las medidas de reparación y reivindicación; y
d) recomendar las medidas legales y administrativas que, a su juicio, deban de adoptarse para
impedir o prevenir la comisión de hechos semejantes.
La parte más cuestionada de su informe fue la descripción del contexto histórico, que no respondió
a lo sucedido, además de ser innecesaria, pero ello
sirvió para justificar la actuación de Patricio Aylwin
durante los días anteriores y posteriores al golpe
de Estado. El “marco histórico” fue realizado por
Gonzalo Vial, que había sido ministro de Pinochet
y uno de los autores del Libro blanco del cambio de
gobierno en Chile.
La CNVR calificó a las victimas en dos categorías, lo que no dejaba de ser una cesión a los militares, los que cayeron en virtud de violaciones a sus
derechos humanos, y los que fueron ultimados en el
contexto de la violencia política. Así, en el informe
final entraron tanto los agentes del Estado caídos
en actos de servicios como los civiles muertos en
manifestaciones callejeras. Considerando esta tipificación, la CNVR identificó 2.279 víctimas entre
el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de
1990, de las cuales 164 correspondían a víctimas de
violencia política y el resto a víctimas de violaciones
a los derechos humanos.
Poco después la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación elevó el número de víctimas
a 3.197. Los datos de desaparecidos y muertos fueron completados con los que sufrieron prisión política, que se acercaban a los treinta mil y padecieron tortura, el 94 por ciento de los detenidos, como
puso de manifiesto el Informe Valech. Ello suponía
que la tortura se utilizó de forma sistemática.
La publicación del Informe Rettig provocó numerosas reacciones. Las Fuerzas Armadas se sintieron inculpadas, así el almirante Martínez Busch
remitió un “comunicado confidencial”14 a sus subordinados en el que justificaba la actuación de la
10
Álva r o S ot o Ca r m ona
Armada. Afirmaba que la intervención del 11 de
septiembre “fue pedida por la Nación y como tal,
constituyó un mandato y expresión de la voluntad
ciudadana”. Igualmente duros fueron los comunicados del Ejército y Carabineros, mientras que el
de la Fuerza Aérea se sitúo más en línea con el Gobierno. Estaba claro que las Fuerzas Armadas no
estaban dispuestas a reconocer lo sucedido y dificultarían los intentos por conocer la verdad, como se
evidenció con su comportamiento durante la Mesa
de Diálogo propiciada por Frei Ruiz-Tagle, a la vez
que obstaculizaban la labor de la justicia.
En unas declaraciones el general Pinochet declaró que el Ejército no tenía nada de que arrepentirse,
mostrando su “fundamental discrepancia” con el
contenido del Informe Rettig, ya que según Pinochet, el Ejército “fue llamado a intervenir en la crisis
institucional en que el país se encontraba”. Rechazó
la afirmación de que en Chile no hubo estado de
guerra, valiéndose de una declaración de Patricio
Aylwin realizada en octubre de 1973, en la que se
indicaba que lo que pasó el 11 de septiembre fue un
anticipo a un autogolpe (La Época 28/3/1991).
La opinión pública, que apoyó de forma masiva
la creación de la CNVR (Huneeus, 2003: 176-178),
se encontró impresionada por el contenido del Informe Rettig. El poder legislativo lo apoyó, pero no
el poder judicial, que estimó que la CNVR se había
extralimitado en sus funciones y que colocaba “a
los jueces en un plano de responsabilidad casi a la
par con los propios autores de los abusos contra
los derechos humanos.”15 Por último, la derecha, en
especial la UDI, justificó plenamente las violaciones
de los derechos humanos.
El exilio había sido una forma de escapar de la
dictadura. En torno a un millón de personas se exiliaron y a unas diez mil se les prohibió ingresar de
nuevo en Chile. El 1 de septiembre de 1988, poco
antes de la celebración del plebiscito, el gobierno
dispuso el fin del exilio, quedando sin efecto a partir
de dicha fecha todas las prohibiciones de ingreso al
país. El gobierno Aylwin creó en agosto de 1990 la
Oficina Nacional de Retorno con el fin de facilitar
la vuelta de los exiliados. En abril de 1993, habían
retornado a Chile más de cuarenta mil personas,
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aunque las dificultades que encontraron fueron numerosas (vivienda, trabajo, salud, legalización de
documentos, por citar algunos ejemplos). Pero el
mayor problema que hubo fue que la mayoría de
los retornados habían permanecido fuera de Chile
desde 1973 o 1974, por lo que desconocían la realidad del país. Ello les provocaba desorientación e
impotencia.
Al comienzo del gobierno democrático había un
total de 460 presos políticos16, unos días antes de
que el presidente Aylwin cediese la banda presidencial a su sucesor, Eduardo Frei-Ruiz Tagle tan sólo
quedaban 8. Aylwin a través de una serie de reformas legislativas (Leyes Cumplido) pudo ir dando
solución al tema; a la vez, que gracias a un acuerdo
con Renovación Nacional, tuvo la facultad de indultar a los condenados por delitos terroristas cometidos con anterioridad al 11 de marzo de 1990.
Entre los 8 presos políticos habían quienes participaron en el atentado contra Pinochet, mientras
otros estaban involucrados en el atraco a Michaely
y el ataque al retén Los Queñes. De ellos seis habían
solicitado el indulto, cuatro del Frente Patriótico
Manuel Rodríguez y dos del Mapu-Lautaro. Pese a
la oposición de Pinochet y las críticas de la derecha,
Aylwin los indultó sustituyendo las penas de prisión
por las de extrañamiento. Con ello no trasladaba el
problema a su sucesor y ponía fin a una situación
incompatible con los nuevos tiempos. Por último,
hizo frente al tema de los exonerados políticos y
aunque buscar una solución fue complicado y no
satisfizo plenamente a los exonerados, se aprobó
una ley en 1992, que entró en vigor un año después.
Esta ley permitió cubrir en términos de previsión a
aquellas personas que habían sufrido algún tipo de
represalia, a la vez que se establecieron una serie
de beneficios (jubilaciones, pensiones, entre otros) a
los que se podían acoger.
La huella en la mentalidad
Los cambios radicales en materia económica introducidos durante la dictadura tenían como fin
terminar con el intervencionismo estatal, reducir el
Estado, ya que éste era el problema y no la solución, asignándole un papel subsidiario en la activi-
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dad económica, dejando así al mercado que actuase
libremente. Se trataba de transformar las bases del
sistema económico a través de profundas reformas.
El modelo económico “impuesto a punta de bayoneta” (Fazio, 1996: 11) no respondía al agotamiento del modelo anterior, sino a la necesidad de
la dictadura de buscar políticas diferenciadas que
le permitieran obtener, por un lado, la legitimación
por la eficacia y, por otro, crearse una clientela política con los beneficios obtenidos por las privatizaciones.
En cuanto a lo primero, el fracaso económico de
la época de la Unidad Popular les facilitó el camino. Los militares, pese a alguna reticencia, dieron su
apoyo a un grupo de tecnócratas, conocidos como
los Chicago boys (Valdés, 1989 y 1995). Estos últimos procedieron a una reorganización de la estructura económica, donde el mercado se constituyó
como la única autoridad objetiva.
Junto a ello se produjeron varios procesos de reprivatización de las empresas y tierras que habían
pasado a manos del Estado y de los trabajadores
durante la época de la UP, quedando en el sector
público a fines de 1980 “unas 45 empresas” (Meller, 1996: 187), siendo transferidas 32 al sector
privado entre 1986 y 198917; a la vez se procedió
a la enajenación “masiva e indiscriminada de inmuebles del Estado” (Mensaje Presidencial, 1990:
144). Este proceso implicó que los grupos económicos beneficiados por la venta del sector público
se convirtieran en fieles aliados políticos, por lo que
las privatizaciones en Chile favorecieron los apoyos
al régimen autoritario, a la vez que se produjo un
importante quebranto de las arcas públicas.
Las nuevas políticas económicas dieron lugar
a una marcada tendencia a la “desestructuración”
de la sociedad (León y Martínez, 1998: 285-311),
acompañadas del abandono de las políticas públicas referidas a educación, obras públicas o sanidad,
lo que originó un creciente deterioro de las mismas.
Por ejemplo, el gasto fiscal per cápita en salud registró una reducción entre 1974 y 1989 en término reales del 43 por ciento (Mensaje Presidencial,
1990: 172). Poco después de acceder Aylwin a la
presidencia, así describieron las nuevas autoridades
la situación del sistema educativo:
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En síntesis, un sistema educacional que en
conjunto presenta problemas agudos de cobertura, articulación, calidad e iniquidad. En
los extremos, (prebásica y superior) el problema es principalmente de desarticulación
y cobertura. En básica, el principal problema
es de calidad por falta de recursos públicos y
equidad. En media, el problema es de fines y
orientaciones, como asimismo de equidad. No
es posible un diagnóstico en el plano cultural
global. [...] han predominado los criterios
libre mercadistas y utilitarios en detrimento
de una cultura nacional abierta al desarrollo
universal. [...], los recursos estatales en materia cultural han estado dispersos y carentes de
toda coordinación. En el plano del desarrollo
y tecnológico, el actual nivel de las ciencias en
Chile es, en gran medida consecuencia del esfuerzo personal de los propios investigadores
(Mensaje Presidencial, 1990: 91).
A ello se le debe de añadir el profundo cambio en
el mercado laboral, a favor de una mayor flexibilización y desregulación, la pérdida de poder de los
sindicatos, o la transformación del sistema de pensiones basado en la capitalización individual con
administración privada lo que dio lugar a una baja
cobertura. En 1998 la proporción de los cotizantes
sobre los afiliados no alcanzaba el 50 por ciento,
por lo que más de la mitad de la población se encontraba desprotegida (Ruiz-Tagle, 1999: 1-8).
La llegada de la Concertación al Gobierno supuso la aceptación del modelo económico legado
por la dictadura, con algunos retoques que favorecían la “justicia social”. Se trataba según sus autores de buscar un “crecimiento con equidad”, que
en realidad consistió en apostar por lo primero y
olvidar lo segundo. Así, durante los dos primeros
gobiernos democráticos la economía creció “a una
tasa promedio del orden del 7% anual” (Vial, 1998:
183), aunque la distribución del ingreso permaneció constante y se concentraba claramente en los
quintiles superiores (Vial, 1996: 23).
La consecuencia de estos cambios fue el reforzamiento del consumismo, acompañado de una im-
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Álva r o S ot o Ca r m ona
portante expansión del crédito, donde el individuo
abandona las prácticas del grupo y de la solidaridad, y el mercado se convierte en el lugar donde
se realiza la integración social, abandonándose el
espacio político. Chile aparece más como un país de
consumidores que de ciudadanos (Moulian, 1997:
81-123).
La huella en los comportamientos políticos
A diferencia de otras transiciones donde se idealiza
el anterior periodo democrático, en el caso chileno
existía una visión muy crítica del periodo de la presidencia de Salvador Allende. Esta situación afectaba de forma especial a la democracia cristiana y al
propio presidente Aylwin, ya que sectores de dicho
partido justificaron y/o apoyaron el golpe de Estado
del 11 de septiembre de 1973.
Al día siguiente del golpe de Estado, la democracia cristiana (PDC) emitió una declaración de respaldo a lo realizado por las Fuerzas Armadas:
Los hechos que vive Chile son consecuencia
del desastre económico, el caos institucional,
la violencia armada y la crisis moral a que el
Gobierno depuesto condujo al país, que llevaron al pueblo a la angustia y a la desesperación; los antecedentes demuestran que las
FF.AA. y Carabineros no buscaron el poder.
Sus tradiciones institucionales y la historia
republicana de nuestra Patria inspiran la confianza de que tan pronto sean cumplidas las
tareas que en ellas han asumido para evitar la
destrucción y totalitarismo que amenazan la
nación chilena, devolverá el poder al pueblo
soberano para que libre y democráticamente
decida sobre el destino patrio (Ortega Frei,
1992: 42-43).
En ese momento el presidente del partido era Patricio Aylwin que firmó la declaración junto a Osvaldo Olguín (primer vicepresidente) y Eduardo
Cerda (secretario general). Para Aylwin, aunque
la situación “repugnara nuestras convicciones democráticas”, era evidente que “la solución militar
respondía a lo que la mayoría de los chilenos espe-
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L a l a r g a sombra del dic t ador
raba y quería en ese momento” (Aylwin, 1998: 31).
De la misma opinión fue Eduardo Frei Montalva al
afirmar que “las fuerzas militares han salvado realmente al país de su total aniquilamiento” y aunque
la Democracia Cristiana no deseaba el golpe como
“Usted no desea operarse de un cáncer, pero llega
un momento en que Ud. tiene que operarse el cáncer. Nuestros cirujanos son las Fuerzas Armadas y
el pueblo solicitó su intervención insistentemente,
estruendosa y heroicamente”18.
No deja de ser llamativo el “desconocimiento”
de una larga serie de hechos, en los que se ponía
de manifiesto una constante línea de pensamiento
y acción favorable a la intervención de las Fuerzas
Armadas. Además, el propio Aylwin era consciente de la presión que estaban recibiendo las Fuerzas
Armadas para intervenir dos meses antes del golpe de Estado: “la violencia empuja cada día a más
chilenos a pensar que sólo una dictadura castrense
puede restablecer en Chile el orden y la autoridad
indispensable para salvar nuestro porvenir como
nación” (Aylwin, 1998: 25). El 24 de septiembre,
trece días después del golpe de Estado, Aylwin declaraba: “No, nosotros fuimos muy claro, nosotros no hemos participado en ninguna negociación
preparatoria de lo que ocurrió. Lo que ocurrió, se
rumoreaba mucho, pero nosotros no hemos tenido
parte alguna en ello, es una decisión de las Fuerzas
Armadas”19.
Tan errática como la anterior es la afirmación de
¿qué los golpistas “no buscaron el poder”. Entonces
¿qué buscaban? El justificar a los que quiebran el
orden constitucional con una supuesta “angelical”
voluntad no es propio de responsables políticos democráticos; a no ser que se considerase al gobierno
constitucional como un enemigo y a las Fuerzas Armadas como garante del sistema constitucional.
En contra del golpe se manifestaron, junto a las
organizaciones de izquierda, un grupo de dirigentes demócrata cristianos que afirmaban que hubo
otras alternativas antes que “la solución de fuerza”.
Radomiro Tomic calificó el golpe de septiembre de
1973 de “desastre incomensurable”20 y contesta con
claridad y contundencia a la pregunta clave:
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¿Era un deber de las Fuerzas Armadas derrocar al Gobierno, como se ha sostenido
por algunos democratacristianos e insinuado en algunas declaraciones de la propia
Directiva o de algunos de sus miembros? La
respuesta para algunos de nosotros es categórica: ¡No! En primer lugar, porque ello
contradice la posición oficial, reiterada en
numerosas ocasiones desde Mayo en adelante por la Directiva Nacional y el Presidente
camarada Aylwin de que “la Democracia
Cristiana estaba y estaría contra el golpe,
venga de donde venga”. Tal posición es incompatible con la afirmación posterior al 11
de Septiembre de que las “Fuerzas Armadas
tenían el deber moral de actuar como actuaron [...]”, que salvaron a Chile [...]” etc., etc.
Menos aún, si se arguye que “este imperativo” nace de los principios de la moral cristiana.21
Tomic, en julio de 1973, ya había advertido a
Aylwin “que la marcha hacia el abismo del golpe de
Estado y la dictadura se hace vertiginosa, sin que el
PDC aparezca todavía con una postura nítida, cada
día más necesaria, ante sí mismo y ante el juicio de
la opinión pública nacional e internacional”22.
A modo de conclusión
Podemos concluir que el fin de la transición a la
democracia se produce tras la detención del dictador en Londres, las reformas constitucionales del
2005, y los cambios que se vienen produciendo en
la derecha chilena. Todos éstos son signos inequívocos del reforzamiento de la democracia en Chile.
Pese a ello, los años de dictadura dejaron un pesado legado de rencor, comportamientos antidemocráticos, actitudes insolidarias y visiones políticas
autojustificativas que marcaron una época si bien
es cierto que todavía hoy siguen estando de alguna
manera presentes en la sociedad chilena. Así, el reto
más inmediato de la clase política es acabar con estas actitudes a la vez que se construye el Estado del
bienestar.
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Notas
1
Cita de Pinochet. Fuente: Discurso de Pinochet en la ciudad de
Coyhaique, 13 de octubre de 1989. Citado en Brian Loveman y
Elízabeth Lira (2002:194).
2 No comparto la búsqueda de un “Juicio de la Historia” por parte
de una serie de profesionales. Me refiero al “Tercer Manifiesto de
Historiadores: La Dictadura Militar y el Juicio de la Historia”,
Santiago, abril 2007.
3 United States Senate Permanent Subcommittee on Investigations
of the Committee on Governmental Affairs: “Levin-Coleman
Staff Report Discloses Web of Secret Account Used by Pinochet”,
Press Release. US Senate Committee on Homeland Security and
Governmental Affairs. (http://www.senate.gov/~levin/newsroom/
release.cfm?id=233631 [16/03/2005]).
4 En unas declaraciones que realizó al diario El Mercurio afirmaba
que “lamenta no haber condenado el golpe de estado de 1973
y afirmó que Salvador Allende era un demócrata”, pero su
subconsciente le seguía jugando malas pasadas al decir: “No
imaginamos que la dictadura iba a ser tan prolongada ni que
ocurrirían tan brutales violaciones a los derechos humanos”, toda
una declaración de principios (El Mundo 25/8/2003).
5 La designación del candidato por la Junta de Gobierno requería
de la unanimidad de sus miembros, si trascurridas 48 horas no
se hubiera alcanzado la unanimidad exigida, la designación correspondería al Consejo de Seguridad Nacional.
6 Suscrito por los siguientes partidos: Demócrata Cristiano;
Socialista-sector Almeida; MAPU Obrero y Campesino; MAPU;
Radical; Izquierda Cristiana; Socialdemócrata; Socialista-sector
Núñez; Democrático Nacional; Humanista; USOPO y la Unión
Liberal Republicana. Luego se sumaron los sectores mandujano e
histórico de los socialistas.
7
Según un informe desclasificado por la CIA, poco antes del plebiscito el embajador Harry Barnes envió el siguiente informe a Ellit
Abrams, secretario adjunto para Asuntos Latinoamericanos: “El
Plan de Pinochet es simple: a) en caso de el Si vaya ganando, todo
bien. b) si la carrera es muy estrecha, basarse en el fraude y en
la coerción. c) en caso de que el No tuviese posibilidad de ganar,
usar violencia y el terror para detener el proceso. […] Para ayudar
a crear el ambiente la Central Nacional de Información (CNI),
tendrá la tarea de promover la violencia antes y después del 5 de
octubre. Como sabemos que los consejeros más cercanos a Pinochet están conscientes de la posibilidad de la derrota, creemos que
la tercera opción es la más probable de ponerse en efecto, con un
número sustancial de pérdidas de vida” (La Tercera 14/11/2000:
5).
8 De acuerdo con el artículo 49, nº 2, lo cual estaba impedido por
la Ley Orgánica Constitucional del Congreso Nacional (artículo
3º transitorio) que establecía que dicha facultad podía ejercerse
con “motivo de actos realizados a contar del 11 de marzo de
1990”.
9 Ministerio Secretaría General de la Presidencia, Informe de
Análisis. Al 7 de marzo de 1992, en Corporación Justicia y
Democracia-Archivo Periodo Presidencial (en adelante CJD-APP),
documento 002535.
10 Los senadores no electos eran los siguientes: a) Los ex presidentes de la República que hayan desempeñado el cargo durante
seis años de forma continua (por derecho propio y con carácter
vitalicio); b) Dos ex ministros de la Corte Suprema, elegidos por
ésta en votaciones sucesivas, que hayan desempeñado el cargo a
lo menos por dos años continuos; c) Un ex contralor general de la
República que haya desempeñado el cargo al menos por dos años
continuos, elegido por la Corte Suprema; d) Un ex comandante
en Jefe del Ejército, uno de la Armada, otro de la Fuerza Aérea y
un ex general director de Carabineros que hayan desempeñado el
cargo a lo menos por dos años, elegidos por el Consejo de Seguridad Nacional; e) Un ex rector de la Universidad estatal o reconocida por el Estado que haya desempeñado el cargo por un periodo
14
11
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18
19
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22
no inferior a dos años continuos, designado por el Presidente de
la República, y; f) Un ex ministro de Estado que haya ejercido el
cargo por más de dos años continuos, en períodos presidenciales
anteriores a aquel en el cual se efectúa el nombramiento por el
presidente de la República.
La Concertación hizo un informe sobre la posición de los
senadores designados y se comprobó que prácticamente en cada
votación y en la gran mayoría de los casos, se posicionarion
totalmente en contra de las propuestas del gobierno. En Secretaría
General de la Presidencia, Informe de Análisis. Al 9 de noviembre
de 1990, en CJD-APP, documento 002526.
Al igual que los senadores designados, el Tribunal Supremo de
Justicia obstaculizó la democratización del país. El gobierno de
la concertación elaboró un informe detallado sobre la posición
política sobre los jueces que lo integraban. En Secretaría General
de la Presidencia, Informe de Análisis. Al 7 de diciembre de 1990,
en CJD-APP, documento 002529.
Raul Rettig (Presidente), Jaime Castillo, José Zalaquett, Ricardo
Marín, Gonzalo Vial, Laura Novoa, Mónica Jiménez, José Luis
Cea y Jorge Correa (Secretario).
“Comunicado confidencial del Comandante en Jefe de la Armada
que se encuentra adjunto a una carta de Patricio Aylwin Azocar al
Sr. Almirante D. Jorge Martínez Busch Comandante en Jefe de la
Armada. Santiago, 1 de marzo de 1991.”, en CJD-APP, documento
007120.
“Poder Judicial. Corte Suprema. Informe sobre la Comisión de
Verdad y Reconciliación. Santiago, 15 de mayo de 1991”, en CJDAPP, documento 007287.
Según las estadísticas de la Fundación de Ayuda Social de las
Iglesias Cristianas (FASIC), el 31 de diciembre de 1988, los presos
políticos encarcelados en Chile eran 384 hombres y 52 mujeres,
es decir 436 en total, en “Agrupación de Abogados de Presos
Políticos. La problemática de los presos políticos. Bases para
su liberación. 30 de marzo de 1989”, en CJD-APP, documento
007926. A ese total, deberían agregarse otros 24 que la Vicaría
de la Solidaridad registraba como procesados y encarcelados. Por
tanto, el total era 460.
“Memorándum reservado. Pautas para la modernización de
CORFO. (Propuestas de Comisión ad-hoc). 5 de septiembre de
1990”, en CJD-APP, documento 007748.
Declaraciones al diario español ABC el 10 de octubre de 1973
(Gazmuri, 2000: 858-859).
“Entrevista a Patricio Aylwin realizada el 24 de septiembre de
1973 por José Jul, corresponsal de las agencias noticiosas N.C.
News Service de Washington y Bonn” (Retamal, 1990: 263).
“Radomiro Tomic, ‘Para llegar a la verdad hay que partir de
la verdad’. Carta personal enviada a D. Patricio Aylwin desde
Geinbra (sic) el 27 de septiembre de 1991, que adjunta dicho
documento, p. 3.”, en CJD-APPP, documento 009037.
“Después del desastre. La dictadura en Chile y la política del PDC
antes y después del 11 de septiembre de 1973. Exposición hecha
por Radomiro Tomic ante el Consejo Nacional del P.D.C. el 7 de
noviembre de 1973” (Donoso 1988: 478).
“Estamos asistiendo a los estertores del Régimen Constitucional
Chileno. Carta de Radomiro Tomic a Patricio Aylwin, Presidente
Nacional del PDC. Santiago, 7 de julio de 1973” (Donoso, 1988:
456).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
2 Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’
of Santiago de Chile
Alison J. Bruey
Alison J. Bruey, doctora en Historia, es profesora asociada en
Historia en la Universidad de
Florida del Norte. Correo electronico:
[email protected]
Este artículo examina el rol del estado en la transición chilena al neoliberalismo y por lo tanto interroga la relación entre democracia, neoliberalismo y el rol del estado en el modelo neoliberal. Este estudio se
enfoca en los mecanismos represivos de los cuales dependió la implementación del sistema neoliberal, especialmente la represión masiva de
las poblaciones (los barrios donde vivía la mayoría de la clase pobre
y trabajadora) entre el golpe de estado de 1973 y 1975, el año que
más claramente inició la transición al neoliberalismo. Específicamente
discute los métodos que usó el Estado para reprimir a los habitantes
de las poblaciones en un esfuerzo para “empujar a nuestros compatriotas a volver a vivir de manera tradicional”, para que los pobres y las
clases trabajadoras no supusieran una amenaza para las élites políticas
y económicas, principales beneficiarias de la revolución neoliberal.
Palabras claves: Chile; derechos humanos; represión; poblaciones; neoliberalismo; democracia
Alison J. Bruey PhD in History,
is Assistant Professor of History,
University of North Florida. Email:
[email protected]
This article examines the Chilean state’s role in Chile’s transition to neoliberalism, and, in doing so, analyses the relationship between democracy, neoliberalism, and the state’s role in the neoliberal system. This
study focuses on the social and political mechanisms upon which the
implementation of the Chilean economic model depended, especially the
mass repression of the poblaciones (the neighborhoods in which most
of Santiago’s poor and working classes lived) between the 1973 coup
d’état and 1975, the year that clearly initiated Chile’s transition to neoliberalism. Specifically, it discusses the methods that the state used to
repress en masse the residents of the poblaciones in an effort to “make
our compatriots return to the traditional ways” which would prevent the
poor and working classes from posing a threat to the power of the political and economic elites who stood to gain the most from the neoliberal
revolution.
Key words: Chile; Human Rights, Repression, Poblaciones; Neoliberalism; Democracy
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I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
17
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
Introduction
On September 11, 1973, the Chilean armed forces
overthrew socialist President Salvador Allende’s Popular Unity coalition government. Thus began one
of the most notorious dictatorships in Latin American history. A military junta led by army General
Augusto Pinochet ruled the country with an iron
fist for seventeen years (1973-1990). During this
period the dictatorship and its civilian collaborators carried out what was arguably the first, and
most radical, neoliberal economic experiment in the
world. Today, Chile is lauded as a success story to
be emulated in an era when liberals equate neoliberalism with democracy.
However, Chile’s transition to neoliberalism
was explicitly anti-democratic: it was literally imposed under a state of siege. The economists responsible for the model’s implementation admitted
that its installation would have been impossible in
democracy (Meller, 2007: 195). The architects of
supporting legislation such as the 1979 labor reform, which gutted Chile’s worker-friendly labor
code, were of the same mind. Ex-President Jorge
Alessandri (1958-64), a member of Pinochet’s State
Council, opined that the passage of the new labor
code would be impossible in a democratic system
but that it was possible under “a government like
this one.”2
At the time of the coup, the few things that the
junta and its civilian collaborators agreed upon
in the economic realm were that capitalism was
the only acceptable option and that most public
enterprises and agrarian estates expropriated by
previous administrations should be re-privatized
(Winn, 2004: 25). In short, they agreed that recent
trends in progressive wealth redistribution should
be reversed, and they moved to transfer property,
capital, and power back into the hands of the economic elite and the private sector. The regime acted
quickly: in 1974 it reprivatized 257 companies and
3,700 agrarian estates (Meller, 2007: 185). Such
drastic change required that the popular sectors be
disciplined, and their organizations crushed, to prevent them from mounting resistance to the process
of dispossession.
18
Alison J. Bruey
This article focuses on the regime’s assault on the
urban popular sectors through the use of mass repression in poblaciones – the neighborhoods where
most of Santiago’s poor and working class lived at
the time of the coup. Combined with the more selective torture, murder and exile of labor activists
and leftists, mass repression in poblaciones ultimately facilitated the neoliberal transformation by
demobilizing and marginalizing vast sectors of the
population; specifically, those who would “[pay]
the social cost”3 of structural adjustment measures.
Studies of the dictatorship’s effects on the poor
and working class usually focus on repression of the
labor movement and the political Left. Repression
in poblaciones is rarely taken into account although
pobladores constituted a much broader swath of the
population and also constituted a pillar of Allende’s
support base. Ongoing mass repression in poblaciones was an integral part of the regime’s attempt
to “make our compatriots return to the traditional
ways,”4 in which poor and working class citizens
were treated as labor-input units to be used, abused, and disposed of as profit-maximizing schemes
dictated. Mass repression in poblaciones, especially
the hated mass allanamiento (break-in and search
operation), served to terrorize and demoralize an
important sector of the Popular Unity’s support
base and the regime’s potential opponents by extending political persecution from factory floors, union
halls, and political-party headquarters to community soccer fields and children’s bedrooms. Thus were
the architects of Chile’s neoliberal transition able
to implement far-reaching structural adjustment
measures in the absence of any effective opposition.
Despite the lofty philosophical rhetoric underlying
neoliberal theories – that humankind’s freedom
depends, above all else, on the preservation and
promotion of private property and the free market
– the first national transition to neoliberalism was
imposed at gunpoint in Pinochet’s Chile.
Applied economic models do not exist in a vacuum, nor do they exist in nature. “The market,”
as used in free-trade parlance, is not a natural
phenomenon. Markets and economic models are
created, developed, and maintained by people and
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institutions that operate in concrete social and political contexts. Neoliberalism is no exception. Proponents of neoliberalism often refer to state nonintervention in the economy as one of the model’s
hallmark characteristics, the antithesis of – and the
antidote to- the centralized, “statist” models of economic organization that developed under European
fascism, Soviet communism, and capitalist welfare
states. However, as has been amply documented in
other studies, despite its anti-interventionist rhetoric
neoliberalism depends on massive state intervention
for its implementation and survival (Harvey, 2005).
It is the state that installs and enforces the central
features of neoliberal economies: deregulation, privatization, aperture of national markets, and cuts in
public social spending. Only the state can eliminate
government oversight of financial markets; provide
corporate tax incentives; broker international freetrade agreements; sell public enterprises to private
companies; and promulgate and enforce labor legislation designed to provide private corporations with
an inexpensive, docile labor force. In addition, the
state sends public security forces to put down social
and political challenges to the economic model.
Chile’s domestic neoliberal economists were
known as the “Chicago Boys” because they had
studied at the University of Chicago under Milton
Friedman and Arnold Harberger, both of whom later advised the Pinochet regime in varying capacities (Winn, 2004: 26; Valdés, 1995: 36; Levy, 1999:
n.p.). Until the 1970s, in both the U.S. and Chile,
neoliberals were for the most part marginalized
from the realm of public policy-making. Nevertheless, from their roosts in the ivory tower U.S.-based
neoliberals trained protégés with the support of
U.S. federal scholarship monies and private foundation grants. Some of the very first students thus trained in neoliberal theory included the Chicago Boys,
who upon their return to Chile became prominent
in the Catholic University where they worked to
promote their particular brand of economic theory.
By 1963 twelve of the thirteen full-time professors
at the Catholic University’s School of Economics
had received graduate training at Chicago (Valdés,
1995: 127, 165).
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In the early 1970s, Chile traversed a period of severe political and economic upheaval. The election
of Allende to the presidency in 1970 incited the wrath of the Chilean right, U.S. multinational corporations, and the Nixon administration. The Christian
Democrats and the military become restless as political polarization intensified and as the economy fell
prey to rising inflation and consumer-goods shortages. The government successfully nationalized the
copper industry, expanded government control to
other productive enterprises, and accelerated land
reform measures initiated under the previous administration. Perhaps most disturbing to Allende’s
opposition was the shifting political and economic
power balance: in 1970-71, real wages increased an
average of thirty percent, and there was a “nearly
10 percent shift of national income from capital to
labor” (Winn, 2004: 17). A U.S. boycott, support
for the opposition, and covert operations aimed at
destabilizing the government contributed significantly to the volatile situation. On September 11,
1973, the armed forces overthrew the constitutional government and put an abrupt end to the “Chilean Road to Socialism.”
Between 1971 and 1973, with funding from
the U.S. and Chilean and Latin American business
associations, a group of Chicago Boys prepared a
roadmap for economic policy in a post-Allende future. Requested by the Navy and nicknamed “The
Brick” for its heft, the study laid out a plan for the
neoliberal transformation of Chile’s economy. The
last installments were printed on September 12,
1973 and distributed to the military officers then
in government (Valdés, 1995: 18, 249, 252, 282).
Thus, at the time of the coup the neoliberals’ policy
recommendations were on the table, and the Chicago Boys were among the junta’s economic advisers.
Also in the mix were developmentalist Christian
Democrats and military men, including junta member General Gustavo Leigh, who called for significant state participation and a mixed economy; and
conservative businessmen who advocated an open
market but with protections for domestic industry.
The junta initially followed the advice of the latter
group, the “pragmatic conservatives,” in an effort
19
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
to stabilize the economy (Winn, 2004: 25-26). The
regime froze wages, freed prices, and slashed public
spending in an attempt to alleviate consumer shortages, reduce the deficit, and bring down inflation,
without much success.
In 1975 Chile’s industrial production dropped
28 percent, the GNP fell 13 percent, unemployment
nearly doubled, and inflation remained in the triple digits. Real wages continued to contract: from
1973 to 1975, they fell by over 30 percent (Winn,
2004: 28; Meller, 2007: 187, 190). In this context,
the Chicago Boys’ exhortations to apply more drastic measures bore fruit. Pinochet was convinced by
their arguments and by his talks with Milton Friedman, who had flown to Santiago to back his protégés’ quest to test their neoliberal model. Pinochet
ended the competition between the developmentalists, pragmatic conservatives, and neoliberals by
declaring the Chicago Boys the winners by “decision of the commander in chief” (Winn, 2004: 26).
Chicago-trained Sergio de Castro was appointed
Minister of the Economy and the sympathetic Jorge
Cauas, Finance Minister.
The renovated economic team imposed draconian “shock” measures in an effort to control inflation and reactivate the economy. In the midst
of the crisis, Leigh announced that human suffering
was a “social cost” the regime was willing to pay to
reorganize the economy:
To control inflation today in Chile a social
cost must be paid […]. The replacement of
statism for the principle of subsidies, the reestablishment of private property over the
means of production in general, and the impulse of private initiative in the socioeconomic field are pillars of action that the current
Government will not renounce for any reason
(La Tercera, en adelante LT, 21/5/1975).
This was old news to the hundreds of thousands of
pobladores who inhabited Santiago’s poblaciones
and who since the coup had borne the brunt of the
regime’s attempts to roll back decades of struggle to
access social services, political power, and a living
20
Alison J. Bruey
wage. Many pobladores also suffered heavy blows
to the sense of community pride, solidarity, and personal dignity that decades of organization and collective action had helped to promote and sustain,
as state security forces destroyed their organizations
and persecuted their leaders, sometimes on tips provided by local informants and vindictive neighbors.
Between 1973 and 1990, at least 52.3 percent of
all officially recognized victims of state-perpetrated
torture, killing, and disappearance were workingclass people (Bruey, 2007: 101-102). The relative
majority of torture victims (35.2 percent) and a solid majority of dead and disappeared (60.2 percent)
were from Santiago (ICNPPT, 2004: 204-205, 207;
ICNRR, 1996: 576-577, 581). This geographic and
demographic bias meant that repression fell heavily
on Santiago’s poblaciones. The 1975 economic crisis and the application of severe “shock” measures
added the threat of starvation to the already dire
situation in the poblaciones. If before the coup the
poblaciones were hardscrabble neighborhoods characterized by popular organization and social and
political effervescence, afterwards they became deadly minefields of repression and devastating economic misery.
Initially, the regime met with no effective opposition from those most severely affected by the “social
cost” exacted by the neoliberals’ economic policies.
This was not because the people who were paying
the “social cost” agreed with the neoliberals or the
dictatorship. Rather, it was because since the coup
outright repression and campaigns aimed at delegitimizing the popular sectors as organized social and
political protagonists had taken their toll.
Repression in Poblaciones
Upon taking power the junta knew that it needed to
repress potential opposition before instituting any
kind of economic shift, given the popularity of reforms that, during the 1960s and early 1970s, provided poor and working-class Chileans with unprecedented access to food, education, housing, and
political influence. The junta viewed poblaciones
as a threat because they were sites of widespread
social and political organization before the coup.
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Poblaciones were heterogeneous communities, but
they did house a significant portion of organized
industrial workers, community organizers, and
much of the Left’s rank and file. The wave of mass
repression immediately following the coup was not
indiscriminate: it was directed primarily against
poor and working-class people in their workplaces
and neighborhoods.
Throughout the 1970s and 1980s the authorities
carried out mass allanamientos in poblaciones. During these mass allanamientos, state agents cordoned off and searched entire neighborhoods for leftists, community leaders, and common delinquents.
Mass allanamientos were systematically and repeatedly applied only to poblaciones, not to middleand upper-class neighborhoods. Between 1973 and
1990, taking into account only sixteen of Santiago’s
hundreds of poblaciones, at least 98,000 men over
the age of fifteen were arbitrarily detained during
mass allanamientos (Moya, 2005: 80). Mass allanamientos were most often directed at poblaciones in
what were historically the most mobilized workingclass areas of Santiago, especially the southern zone
of the city.
The exact details varied, but what all mass allanamientos had in common was that pobladores
were subjected to arbitrary detention and home
invasions because the dictatorship considered their
neighborhoods “bedroom communities of delinquents,” and “breeding grounds for Marxism.”5
Delinquents operated outside the official state rules
of economy and legality and were not considered a
docile or reliable – and therefore desirable – source
of labor or political support. The regime sought to
eliminate delinquents because it considered them a
threat to public order and calculated that it could
garner public support by cracking down on them.
Marxists, on the other hand, proposed a competing
economic model and vision for society, one that the
regime was trying to eliminate.
In the typical mass allanamiento, state agents
cordoned off the neighborhood during curfew, as
early as three or four o’clock in the morning. Nobody was allowed to enter or exit the población for
the duration of the search. The community awoke
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to bullhorns ordering all the men age fifteen and
older out of their homes. The men were then transported to the soccer field, plaza, sports stadium, or
corrals built for the occasion (Moya, 2005: 85).
There, they were forced to stand for hours, exposed to the elements, while state agents checked
their identification papers and interrogated them.
Beatings and abuse were not uncommon, and those
who were carted away to police stations and military installations to undergo further interrogation
were sometimes never seen again.
One of the first mass allanamientos was that of
La Legua. During the early morning hours of September 16, the military and police surrounded the
neighborhood of about 20,000 residents and blocked all exit routes. At seven in the morning long lines of troops entered La Legua and adjacent neighborhoods on foot. Soldiers stationed machine guns
at twenty-meter intervals in the neighborhood’s
streets, and the operation began in earnest (LT
17/11/1973).6 Soldiers searched the houses one by
one and interrogated the inhabitants. After a preliminary sweep they returned with lists of names
supplied by local informants. Searches then shifted
from cursory to destructive, and treatment from
cautious to abusive:
First the soldiers came through here, and a
colonel very nicely asked me several things
about life in the población, and I answered
him, and he said, “Look, sir, try not to get involved in these things anymore. We’re going
to leave; we don’t have anything to do [here].”
About ten minutes later a man from the Air
Force with the face of a fascist -because his
eyes were bulging- came with a list a neighbor
from Fuerza St. made for him or gave to him
[…]. I was first on the list. He entered, gave
the door a kick, and said, “Who’s Luis?” “I
am.” “Outside!” he said.7
Outside Luis joined two young neighbors whom the
soldiers had also taken prisoner.
While one group of soldiers sacked Luis’ house
and dumped his family’s food on the floor, another
21
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
took the prisoners to La Legua’s central plaza, threw
them on the gravel, and beat them. Meanwhile, yet
another group of soldiers dragged more people out
of a nearby house.8 They made the prisoners place their hands behind their heads and walk to the
nearest thoroughfare. There, the soldiers beat and
tortured the men in full view of the residents of a
neighboring población:
There were people looking out their windows, so the soldiers started to spray machine
gun fire at the windows [...].9 […] There were
some torturers they called The Dogs who
were youngsters with nightsticks, and they hit
us on the knees and wherever they could, and
it occurred to one policeman to cut the hair of
this neighbor from La Emergencia [a sector of
La Legua] […]. They started to cut everyone’s
hair, and they made them eat their hair.10
Then two trucks came, damn are they evil,
the trucks were full of pig shit, and they threw
us all in there, one on top of the other.11
The prisoners were eventually imprisoned in the
National Stadium, where they were abused for weeks.12
When women were not detained with the men,
they were subjected to the home invasions that followed. Inside the modest homes, allanamientos
were often physically, psychologically, and sexually
violent. In addition to lewd behavior and insulting
comments, the attackers destroyed food supplies
and broke or stole valuable household goods as
a further threat to pobladores’ survival in a time
of high unemployment and economic misery.13
They made a show of their violence to intimidate
as many people as possible. As one woman recalls,
“First came the beatings, the yelling […]. They ripped down the dining room curtains. The neighbors
across the way saw what they were doing to me.”14
They then took her to a police station and tortured
her. Women who went to police stations to find
family members were also mistreated: “When Luisa
went to the police station they tried to impede her
entrance, and, faced with her decided attitude, ca-
22
Alison J. Bruey
lled her “terrorist,” “slut,” “ignorant,” and said that
because of her they weren’t going to free her son”
(CODEPU, 1986: 28).
Social Control and Criminalization
During mass allanamientos the authorities used
community buildings, public plazas, and soccer
fields as temporary detention and interrogation
centers (Moya, 2005: 85). Thus, the very installations that previously served as places for relaxation,
organization, and political and social interaction
became tools to crush precisely what they were
meant to facilitate. State agents targeted leftists and
community activists for public displays of violence
to dissuade others from social and political organization:
The community activists were detained and
beaten in their own homes, until they were
entirely broken, like the [neighborhood
council’s] president, a comrade who was a
Communist Party militant. They broke him
entirely, all his ribs, his arms, his legs, in full
daylight, in front of everyone, in the front
yard of his house.15
The officially-sanctioned press first presented allanamientos as necessary to eliminate “extremists”
and confiscate weapons. Soon after the coup, the
junta promoted a widespread media campaign to
justify its actions by showing as many photographs as possible of heavy weaponry allegedly found
during allanamientos. Privately, the junta admitted
that very few weapons had actually been found.16
By November 1973, the regime was unable to justify mass repression on the grounds of weaponry and
leftists alone, because the civilian population was
disoriented and afraid, the concentration camps
were filled with political prisoners, and armed resistance was virtually nonexistent.
Since the coup, however, regime representatives
had also announced a campaign against delinquency. As mass allanamientos against “extremists” became increasingly difficult to justify, the officiallysanctioned press began to bill them as operations to
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detain “delinquents.” The language used to describe
these activities was severe. The authorities and the
press declared that the regime would “liquidate
the delinquents,” in a “total struggle to the death
against delinquency.”17 Subsequent raids against
“delinquents” were strikingly similar to the mass
allanamientos. They were designed to instill fear
and to treat all pobladores as if they were guilty
of crimes:
Military personnel cordoned off the sector
up to the highway loop Américo Vespucio
at eight in the morning until approximately
eleven. They searched all the houses, and individuals who had scars on their abdomens or
arms [presumably from knife fights] were separated and taken in vehicles to the [military]
base [...] (LT 17/3/1974).
Leftist, Delinquents and Pobladores
Delinquents were but one of a wide gamut of people
– in addition to leftists – whom the regime labeled
“antisocials.” “Antisocials” included unlicensed beggars, drug addicts, alcoholics, homosexuals, vendors of “goods of dubious provenance,” and habitual recidivists. The category also included “those
who, not having a fixed home, or living in that of
another person by mere tolerance or complaisance, lack licit means of subsistence, and, without
being [physically] impeded from working, do not
habitually exercise their profession or trade.”18 In
Chile, the homeless generally lived with friends and
family. This broad operating definition meant that
the homeless and unemployed could easily be accused of delinquency.
Children and adolescents were not exempt from
discrimination: the regime considered them part of
the problem. In April 1974, an ex-member of the
National Advisory Board for Minors (1966-1970),
retired police officer Colonel Vicuña, and the Minister of Justice, Gonzalo Prieto, explained to the
junta that poor children were animals and future
delinquents. They also claimed that children in an
“irregular situation” – lacking adequate access to
culture, education, health care, and food, which ac-
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curately described the general situation in the poblaciones – constituted a breeding ground for Marxism and delinquency:
When things go badly, the upper class becomes middle class and the middle [class] becomes lower class, and the lower class descends
to a stratum that has never been studied,
which is the animal stratum. […]. These children, who live in subhuman conditions, are
true little animals. The result is two subproducts: infantile-youth delinquency…and
lumpen. When they’re adults they’re called
lumpen. […] The child in an irregular situation is a breeding ground for Marxism, and
this necessarily leads us to deduce that this
problem cannot be attacked with the traditional structures. That is impossible.19
Thus, the regime justified to itself the criminalization of Santiago’s poor and working class, from
childhood to adulthood. The authorities considered
everyone in poblaciones, especially young men, potential criminals and/or Marxists.
The Director of Investigations, General Ernesto
Baeza, linked delinquency directly to poblaciones
and the Left. In the context of a conversation about
a mass allanamiento in a población in northern
Santiago, he said, “These criminal foci, according
to the country’s new authorities, will have to be
eliminated for revealing the degree of moral and
social decomposition to which the Marxist regime
had driven [society].”20 La Tercera was more direct,
claiming, “The leftist extremists always helped murderers and criminals” (LT 26/11/1973). Later media
reports drew unsubstantiated links between leftists
and drug users in poblaciones, in one case quoting
regime-approved community representatives who
claimed that, “Among these [marijuana users] there are many extremists who continue acting. We
publicly request a raid against these elements” (LT
18/5/1974). Thus, by 1974 readers were presented
with hand-picked pobladores who requested the
raids that so many repudiated and feared.
The criminalization of the poor and working
class led to one of the most common quotidian
23
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
abuses: “detention for suspicion.” Over the course
of one mid-1974 weekend alone, the police stopped
10,000 people for suspicion, nation-wide. According to the police, 10,000 represented a weekend’s
“normal labor” (LT 24/7/1974). Between July 21
and December 19, 1974, at least twenty-one poblaciones were subjected to such raids. Among
those affected were 200 people from João Goulart,
El Pinar, and El Esfuerzo detained by the “Brigade Against Vice;” and thousands more who endured a six-hour allanamiento in Pablo de Rokha
and San Rafael, in which the Air Force and police
agents searched 5,000 people and 800 houses (LT
21/7/1974 & 26/8/1974). Newspaper reports routinely announced high numbers of arrests, the vast
majority for suspicion. For example, between late
July and late August 1974, at least 1,900 people
were arrested, 1,340 for suspicion (LT 31/7/1974;
2/8/1974 & 25/8/1974). The regime’s conflation of
delinquents, leftists, and poblaciones suggests that
pobladores were disproportionately subjected to
arbitrary detention for “suspicion.”
The definition of suspicious behavior was a grey
area left to the discretion of police officers, and in
practice the descriptor applied to many common
behaviors. Suspicious activity included staring at a
house while standing on a corner; evading or giving
unconvincing explanations under police questioning; and gathering in groups of more than two (LT
13/3/1975). It also included long hair on men, untrimmed beards, artisan or “extravagant” clothing,
and “hippie- style backpacks,” all of which the regime associated with “criminal or extremist groups”
(LT 17/1/1974).
Socializing in the streets was widespread in poblaciones because of the neighborhoods’ small houses,
tiny or nonexistent yards, and lack of parks. Thus,
customary social behavior made young people in
particular prime targets for detention for suspicion.
In La Legua, police routinely arrested young men
for no reason other than that they were walking
down the street or standing on a corner:
I was fourteen the first time, and they took me
24
Alison J. Bruey
every weekend until I was twenty. By then I
was tired of it. […] You’d be coming from
school or work and they’d still arrest you.
And another thing: When they stopped you
they were violent. They pointed the pistol at
your head, they didn’t just stop you.”21
Detention for suspicion often resulted in the creation of a police file, which meant that victims were
more likely to be detained in the future, thereby falling into a vicious cycle of arbitrary abuse.
Disappearing Marx and Hiding the Poor
In addition to physical violence and criminalization,
the regime took concrete measures to erase evidence of leftist working-class history and struggle from
the cityscape, to prevent these and related ideas
from passing to the next generation.22 After the
coup, the regime instructed citizens to whitewash
political graffiti and fly Chilean flags. During allanamientos, police and soldiers confiscated Popular
Unity-era publications, posters, pamphlets, books,
and “hippie” clothing and decorations. A statue of
Che Guevara, which stood on the Gran Avenida in
the working-class district of San Miguel, was removed. Newspapers photographed pobladores who
painted their homes and flew flags in an effort to
create the illusion that the poor and working class
as a whole supported the new regime and shared its
ideas (LT 15/91973 & LT 13/9/1973).23
However, it was teams of students from the Catholic University’s student federation and other,
unspecified, “youth groups” that regime-appointed
municipal authorities relied upon to invade poblaciones and industrial corridors to eliminate political
signage and murals (LT 20/9/1973). The media referred to these miniscule groups as if their members
represented all Chileans: “As if Chileans wanted to
forget and leave behind an era of moral and material deterioration, enthusiastic groups of youngsters
have taken to the streets armed with paint and brushes to erase from walls and monuments the offensive political slogans and filth” (LT 19/9/1973). When
workers participated in the cleaning campaigns, the
media was careful to declare that their participation
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Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
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was voluntary (LT 18/9/1973). Factories belonging
to Cristalerías Chile, Calcetines Monarch, Elecmetal, and Mellafe y Salas, and the walls of “almost all
the industries of corridor Vicuña Mackenna” were
painted to erase the “bastion of political thinking”
they reflected (LT 18/9/1973).
The regime renamed neighborhoods across the
country to eliminate references to the Left and popular-sector social movements. They also re-designated campamentos (encampments) as poblaciones
or villas, in a superficial attempt to mask some of
Chile’s worst housing conditions. In Santiago, the
authorities renamed campamentos Juntos Venceremos, Angela Davis, San Marcos, Gabriela Mistral,
Mireya Baltra, and 20 de Mayo “Remodelación
Américo Vespucio.” The new name made the area
sound more like a modern urban renewal project
than a vast warren of tents and flimsy wooden
shacks prone to flooding and deep mud. In 1979
the Remodelación was renamed Villa Héroes de la
Concepción (Heroes of Concepción), to commemorate a battle during the War of the Pacific, but residents instead referred to themselves as “Héroes del
Barro” (Heroes of the Mud) and continued calling
their neighborhood Angela Davis.24 Other Santiago
neighborhoods came to be known by their new names, effectively erasing an important part of their
history from the urban landscape and vocabulary.
For example, Campamento Nueva La Habana
(New Havana) became Población Nuevo Amanecer
(New Dawn).
The regime did not succeed in completely eliminating the Left, erasing all traces of poor and working-class history, or destroying pobladores’ capacity for organization. However, it wreaked extensive
damage. The repression severely disabled traditional popular-sector organizations, and it took antiregime pobladores and their allies’ years to rebuild
the social and political fabric that repression and
fear had shredded. The systematic repression demonstrated to poor and working-class citizens that
at any time and for any reason state agents could
enter and search their neighborhoods and private
property; steal and destroy their belongings; physically attack them; detain them at will; and remove
family members from the home. State agents could
abuse, torture, and kill with impunity; and news reports suggested that public sympathy would not be
forthcoming given that the “forces of order” were
acting against “extremists” and “delinquents.” The
repression sent the message to poor and workingclass members of society that their property, bodies,
histories, lives, and futures were not theirs to define
or control.
S T OC K H OLM R E VI E W O F LATIN A MERICA N STUDIES
I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
Concluding Remarks
Neoliberalism in Chile was not the result of, nor
has it been a motor for, democracy. The two concepts – neoliberalism and democracy – must not be
conflated. However, they are related: neoliberalism
in Chile is a product of the absence of democracy.
The implementation of Chile’s neoliberal model depended on state-led and state – financed campaigns
to destroy the poor and working-class’ ability to
influence policy through labor unions, leftist parties, and community organizations. The regime’s
ongoing attempts to discipline the popular sectors
dovetailed well with the new economic model.
Upward redistribution of income and the restoration of upper-class power is a hallmark trait
of neoliberalism, some would argue its reason for
being (Harvey, 2005), and Chile was no exception.
After nearly two years of intense repression, when
Pinochet handed the reins of the economy to the
Chicago Boys in 1975 and implemented “shock”
measures in the midst of the country’s worst economic crisis since the Great Depression, the popular
sectors that paid the “social cost” were in no condition to protest. Further neoliberal reforms also
benefitted from the mass repression that prevented
poor and working-class citizens from putting a halt
to their progressive dispossession. Wealth transfer
measures included the privatization of social security, which placed workers’ pension capital in the
hands of private-sector business elites; and the 1979
Labor Plan, which overturned Chile’s pro-worker
1931 Labor Code and replaced it with pro-business
legislation (Winn, 2004: 31). Among other measures that reduced workers’ control over their working conditions and access to economic stability,
25
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
the 1979 Labor Plan provided for dismissal without
cause; twelve-hour workdays without overtime pay;
and scant protection in cases of illness or pregnancy
(Winn, 2004: 32-33). It severely restricted collective
bargaining and gave employers the upper hand in
situations of strike or work-stoppage. Protest from
what remained of the organized labor movement
was insufficient to halt or reverse the legislation.
Between 1969 and 1988, the upper 20 percent of
Santiago families increased their share of income
from 44.5 percent to 55 percent. During the same
period, the bottom 40 percent’s share of income
dropped from 19.4 percent to 12.6 percent. The
middle 40 percent dropped from 36.2 percent to
32.6 percent (Meller, 1992: 48). In other words, income was redistributed primarily from the bottom
40 percent of the population to the upper 20 percent of the population.
The “Chilean Economic Miracle” of 1977-81
is generally lauded as proof of the “success” of
the neoliberal model in Chile. The Chicago Boys’
measures did bring down inflation, and some businessmen became very wealthy. Foreign loans
and easy credit fueled a construction and luxuryimport boom that lent a shiny veneer to Santiago’s
increasingly smoggy urban landscape, especially in
the upper-class neighborhoods of eastern Santiago.
However, in the words of one observer, the “Chilean economic miracle” was “rather like donning
a designer suit when one hadn’t bathed for several
days” (Spooner, 1999: 165-66). Despite appearances, the growth rate averaged only 1.4 percent between 1974 and 1981,25 foreign debt increased considerably, and unemployment was chronically high
(Winn, 2004; 28; Meller, 2007: 187). In essence, the
“miracle” was a house of cards built on speculative
short-term capital investments and consumer goods
bought with foreign credit.
The Chicago Boys’ model crashed in 1982, taking
the deregulated Chilean economy with it. In 1982
unemployment spiked to 26 percent, the GNP fell
by 14 percent, and over 800 firms went bankrupt.
In 1983 unemployment climbed to 31 percent and
bankruptcies continued (Meller, 2007: 199). Pinochet showed Finance Minister Sergio de Castro the
26
Alison J. Bruey
door and initiated a massive economic intervention.
The state liquidated three banks and took over most
of the remaining private financial system, thereby
socializing the private debt. It imposed tight regulatory measures on the financial institutions it had
snatched from the jaws of bankruptcy. In the context of massive popular protest (1983-87) a more
cautious neoliberal model was gradually resurrected with more heterodox, pragmatic policy-makers
at the helm. Massive state intervention may have
saved the bankrupt private financial sector and the
neoliberal economy from total ruin, but the cost of
the crisis was high: by 1986 the Chilean peso had
undergone 80 percent devaluation, and, despite several years of economic recovery, by 1990 nearly 40
percent of the population lived in poverty (Winn,
2004: 42; Drake, 2004: xi).
Post-1990 civilian governments have not significantly changed the dictatorship’s economic model,
although they have significantly reduced the poverty rate, instituted social welfare programs, and stimulated macroeconomic growth. However, Chile’s
income gap is one of the largest in the world, and
it continues to grow. In 1990, the poorest 20 percent of the population received less than 4 percent
of national income, while the richest 20 percent received 56 percent (Drake, xi). Ten years later, the
wealthiest 20 percent received 62.2 percent of the
national income while the poorest 20 percent’s cut
dropped to 3.3 percent (UNDP, 2005: 270). A 1998
poll found that 83 percent of the population did not
think that their lives had improved under democracy (Drake, 2004: xi).
Because inequality tends to generate social and
political unrest, post-1990 governments have maintained antidemocratic policies in the interest of
servicing the neoliberal economy by marginalizing
opponents and critics of the current economic system. For example, much of the Left and the working
class are deliberately excluded from political and
economic power through the continued implementation of the – albeit reformed – 1980 Constitution
and the 1979 Labor Code, which limit political participation and curtail labor’s collective bargaining
power. The political and economic elite continues to
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Is s u e No. 5, S e p t e m b e r 2009
Neoliberalism and Repression in ‘Poblaciones’ of Santiago de Chile
rely on brute force to disband public protest.
Neoliberalism is not the only economic model
that produces inequality and provokes discontent.
However, it is the one responsible for the current levels of social and economic inequality in Chile. It is
important to be wary of those who tout the Chicago Boys’ model as an example to follow. Appraisals
of the Chilean economy should of course include
comparison with other countries in the region, but
assessments of its potential for wider application
must be tempered with historical fact. Narrow
focus on Chile’s relatively strong macroeconomic
indicators deliberately ignores the social and political aspects of the economic model itself, especially
the violent, undemocratic conditions that even its
proud architects admitted were essential to its implementation and survival.
Notes
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
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18
19
20
21
22
23
I would like to thank the Stockholm Review’s anonymous reader,
Bethany Moreton, Manuella Meyer, John T. Way, and Thomas
Bruey for their comments on drafts of this essay. Parts of this essay appear in Bruey (2007).
Actas del Consejo de Estado (ACE), 16a sesión, martes 26/
IV/1977, pp. 56-57.
Gustavo Leigh in La Tercera (LT) (21/5/1975).
Pinochet in LT (27/9/1973).
Revista Mensaje, 310 (July 1982), p.334; Actas de las Sesiones de
la Honorable Junta de Gobierno (ADJ), Acta #112, (15/4/1974),
Sesión Secreta, pp. 1-8.
Interview with M.I., La Legua, 15/10/2000, ECO: Educación y
Comunicaciones (ECO). Interviews were conducted by the author
unless otherwise noted.
Interview with L.D., La Legua, 27/11/2000, ECO.
Interview with L.D., La Legua, 18/5/2005.
See note 8.
Interview with L.D., La Legua, 27/9/2000, ECO.
Interview with L.D., La Legua, 11/11/2002, ECO.
Interview with L.D., La Legua, 27/9/2000, ECO; and Carlos, La
Legua, 29/9/2000, ECO.
Group Interview, Santa Adriana, 21/11/2004; and Group Interview, Villa Francia, 5/6/2004.
Group Interview, Villa Francia, 5/6/2004.
Group Interview, Santa Adriana, 21/11/2004.
ADJ, Acta #14, 3/oct/73, 10:00h-19:55h, Sesión Secreta, p. 3.
Revista Ercilla, 1991 (September 26-October 2, 1973), p. 47.
Comité Pro Paz (COPACHI), Dept. Penal, “Informe en derecho
sobre la situación de las personas arrestadas y trasladadas a los
campos de detenidos de Pisaguas y Chacabuco […]”, p. 3.
ADJ, Acta #112, 15/4/74, 16:00-20:00h, Sesión Secreta, pp. 1-8.
Revista Ercilla, 1991 (September 26-October 2, 1973), p. 47.
Interview with Pato et. al., La Legua, 18/11/2000, ECO.
The disappearance of human beings was one of the most vicious parts of this campaign. Gross human rights violations are
discussed elsewhere; a detailed discussion does not fall within the
scope of this article.
ADJ, Acta #3, 16/9/73, Sesión Secreta, p.2; photos in LT
(17/9/1973).
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Alison J. Bruey
24 Group Interview, Angela Davis I & II, winter 2004.
25 The average annual growth rate is better calculated based on
1974 statistics. The government’s calculations report much higher
growth rates, but they use the 1975 recession as the base. While
the official statistics are not incorrect, they indicate recovery from
recession rather than economic expansion (Winn, 2004: 28).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
3 Las prisioneras políticas bajo la dictadura militar
Javier Maravall Yáguez
Javier Maravall Yáguez es Licenciado en Historia y candidato a Doctor en Histórica Contemporánea por la Universidad
Autónoma de Madrid. Correo
electrónico:
[email protected]
Desde la perspectiva histórica feminista, el artículo analiza el impacto
que la represión de la dictadura militar del general Augusto Pinochet
Ugarte (1973-1990) causó a las mujeres que conformaron la oposición
política. La tortura sexual se definió como una estrategia dirigida y pensada contra las prisioneras en los diversos campos de concentración que
se extendían a lo largo de Chile. Este hecho, invisibilizado durante años
por los diversos estudios entorno a los derechos humanos, se reconoció
de forma oficial cuando en 2004 se publicó el Informe de la Comisión
Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Informe Valech), un documento
pionero que recogía 4000 testimonios de mujeres supervivientes.
Palabras claves: género; derechos humanos; represión: tortura; Chile
Javier Maravall Yáguez, BA in
History and PhD candidate in
Contemporary History, Universidad Autónoma de Madrid.
E-mail: javamaravall@hotmail.
com
The article analyses from a feminist historical perspective the impact of
the repression of women from the political opposition during the Pinochet dictatorship (1970-1990). Sexual torture was a specific strategy
carried out in the military concentration camps that existed throughout
Chile. However, this was not known until the publication in 2004 of the
National Commission on Political Imprisonment and Torture Report (the
Valech Report), a pioneering investigation that recognised sexual torture
as a specific torture against prisoners and brought together the testimonies of 4000 female survivor
Keywords: Gender; Human Rights; Repression, Torture; Chile
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L a s p r is ioneras pol ít ic as bajo la d icta d ur a milita r
Introducción
La represión política hacia las mujeres en América
Latina ha sido una cuestión muy poco tratada por
las disciplinas que se encargan de estudiar el impacto que las dictaduras militares tuvieron en la población civil y en la oposición política en el marco de
los derechos humanos. Los lastres del patriarcado1
en todos los ámbitos de la sociedad han conllevado,
una vez más, a la invisibilización de la mujer en la
historia reciente de este continente.
Chile se ha perfilado como un caso paradigmático en la medida en que han ido apareciendo, en los
últimos años, estudios que han incorporado la perspectiva de género en materia de represión política
durante la dictadura de Augusto Pinochet (19731990). Este hecho ha obligado necesariamente a deconstruir el androcentrismo, todavía muy presente
en la historiografía latinoamericanista, como paso
previo para la recolocación de la mujer como sujeto
de historia.
La mujer militante, desde el gobierno de Salvador
Allende al golpe de Estado
A finales de la década de los sesenta, Chile vio nacer
a una generación de mujeres que empezó a ganar
espacios en el ámbito político, público y universitario. Por primera vez, las instituciones empezaban
a abordar la discriminación de la mujer en algunos
ámbitos de la sociedad civil, legislando nuevas medidas de protección estatal que incluían mejoras
sustanciales en el ámbito laboral y económico.
El punto álgido de este proceso desembocó en
el gobierno de Salvador Allende Gossens (19701973), donde se trataron de impulsar, en un período
de tiempo muy corto, políticas públicas destinadas
a mejorar la situación general de las chilenas y a
fomentar la incorporación de la mujer en la universidad, en los sindicatos y en los partidos políticos.
En el programa electoral de la Unidad Popular
(las 40 medidas de la UP2) ya aparecerían interesantes medidas que abarcaban diversos frentes de
actuación. La formación educativa de mujeres del
ámbito popular, la creación de jardines infantiles y
comedores comunes, el impulso de los Centros de
Madres3 (CEMAS), la creación de la Junta de Abas-
30
Ja vi e r M a r a va ll Yá gu e z
tecimientos y Precios (JAP) y el intento de abolir el
régimen de sociedad conyugal como paso previo a
la igualdad jurídica, fueron algunos de los proyectos más destacados que quedaron inconclusos.
Si bien las medidas en cierto grado reproducían
los roles de género tradicionales dado que las áreas
prioritarias fueron salud, maternidad y familia, lo
cierto es que supusieron el primer intento serio desde el Estado por mejorar la situación de precariedad
de las mujeres.
El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973
significó la interrupción de los procesos de transformación social y política que se iniciaron durante
el corto mandato de Salvador Allende y ello afectó
de manera muy particular a las chilenas. La Junta
Militar recuperó los principios del patriarcado a
la hora de asignar los roles de género quedando la
mujer relegada al ámbito doméstico y a su función
maternal.
Para ello, el régimen militar cambió de raíz el
modelo económico anterior, es decir, se pasó de
la activa intervención del Estado en las cuestiones
económicas a las políticas de libre mercado. El objetivo era conseguir la implantación de un modelo
que combatiera la inflación y permitiera el control
económico del ejército y las élites. Esto tendrá una
consecuencia inmediata: la reducción drástica de
los servicios públicos a través del recorte de los
servicios sociales, especialmente en las políticas de
subvenciones en la educación y en la sanidad.
Concretamente, las mujeres se irían concentrando en los sectores más bajos de la economía, principalmente en servicios domésticos (el 25% en 1987).
Por otro lado, el índice de mujeres empleadas en
trabajos irregulares era considerablemente más alto
que el de los hombres, ya que muchas mujeres provenían del campo y se tuvieron que incorporar en el
mercado laboral por primera vez “sin ningún tipo
de preparación”4 y con la ausencia de programas de
inserción laboral.
La política gubernamental no sólo no favoreció
unos mínimos mecanismos de inserción en el mercado laboral, sino que además, las mujeres que lograban un empleo lo hacían sin gozar de unas prestaciones de protección básicas. El decreto ley 2.200
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del 15 de junio de 1978 posibilitaba el despido de
las trabajadoras embarazadas por vencimiento de
plazo o la conclusión del trabajo o servicio. En otras
palabras, se eliminó el fuero maternal que la legislación de la Unidad Popular había aprobado y que
garantizaba la protección a la mujer trabajadora.
Por otra parte, Augusto Pinochet militarizó la
universidad y muchos de los cargos administrativos
y de control fueron ocupados por militares destituyendo a gran parte de los funcionarios e intelectuales “subversivos”. En este sentido, incluso algunas mujeres vinculadas al régimen (en su mayoría
esposas de militares o miembros de la clase alta
chilena) que ocuparon algún puesto de responsabilidad sufrieron los efectos de ese dirigismo y control
pinochetista. Tal es el caso de Mónica Madariaga,
Ministra de Justicia y Educación en la dictadura:
“yo tenía el desempeño ministerial de labores de
asesoría jurídica al general Pinochet, tenía la versión oficial de los hechos, la denominada burbuja,
que me proporcionó un grato microclima, donde
cada inquietud tenía una respuesta, cada interrogante era gratamente respondido”5. Como Ministra
de Educación se opuso a que los militares fueran
rectores de la universidad, lo que le costó la salida
del ministerio.
La política de control universitario tuvo un doble efecto para la mujer, el primero fue la pérdida
de su presencia en puestos de relevancia por los que
se había luchado tanto en el pasado, en segundo
lugar, el forzamiento a tomar o bien el exilio o bien
aceptar las nuevas normas del mercado laboral, lo
que significaba trabajar en el ámbito doméstico o en
tareas tradicionales.
Esta política de intervención se aplicó en otros
terrenos como en la sanidad, en dónde la presencia
de la mujer en puestos administrativos era importante. La privatización obligó a muchas mujeres a
buscar un nuevo empleo renunciando a sus expectativas de promoción. Todo esto tuvo una trágica
consecuencia: el desplazamiento de un importante
sector de mujeres de clase trabajadora a la marginación y trabajos “mal remunerados”6.
El desempleo y la marginación trajeron consigo
un efecto no esperado por el gobierno militar, es
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decir, la desesperación de las mujeres conllevó la
aparición de nuevas estrategias de supervivencia
económica a través de las llamadas Organizaciones Económicas Populares7 (OEP): ollas comunes,
productos caseros y pequeños cultivos, políticas
de solidaridad y reparto de productos de primera
necesidad entre la comunidad de vencidos, tiendas
colectivas, entre otras.
Estas organizaciones espontáneas de supervivencia reflejaron la situación generalizada de pobreza
en el país y la falta de una infraestructura estatal
para atender las más básicas necesidades sociales
como la sanidad, la educación o el empleo, constituyéndose, por otra parte, en un mecanismo de
regeneración social:
La dictadura destruyó el tejido social que poco
a poco se fue reconstruyendo desde las bases.
La gente empezó a reunirse en los barrios, y
las organizaciones sociales adquirieron protagonismo. La movilización y organización
fue extraordinaria, la dictadura dejó fuera a
la mayoría, había cinco millones de pobres
en Chile. Las mujeres se organizaron en las
ollas comunes para sobrevivir y ayudar a los
sectores populares, ayudando a los hijos que
sufrieron la represión8.
A todo este proceso de invisibilización y precarización laboral hay que añadir el saldo represivo
que afectaría enormemente a aquellas que habían
logrado posicionarse en la estos espacios. Funcionarias, militantes de izquierda, profesoras de universidad, dirigentes poblacionales y estudiantiles y,
en definitiva, aquellas que tuvieron alguna vinculación con el gobierno democrático derrocado serían
encarceladas, torturadas o hechas desparecer para
siempre.
Mujeres en movimiento: la respuesta a la represión
La represión militar trajo consigo una respuesta
inesperada por el tejido social más desfavorecido
que comenzaba a denunciar ante los organismos
internacionales la violencia política desatada por
todo el país. Este movimiento social heterogéneo,
31
L a s p r is ioneras pol ít ic as bajo la d icta d ur a milita r
en buena medida liderado por mujeres, exigía prioritariamente conocer el paradero de los detenidosdesaparecidos y ejecutados políticos en los procesos
sumarísimos.
De esta forma nacieron diversas organizaciones
como la Agrupación de Familiares de Detenidosdesaparecidos (AFDD, 1974), Mujeres Por la Vida
(1978), el Movimiento Pro-emancipación de la Mujer (MENCH, 1983) o la Casa La Morada que, a través de diversos medios, “comenzaron a denunciar”9
la situación de las presas políticas en las cárceles y
la desaparición de centenares de ellas:
Las mujeres convivían en unas celdas denominadas Corvi, allí solían hacinarse entre 4
y 6 presas por pieza. Las Corvi eran habitaciones de un metro cuadrado por ochenta
centímetros de alto y el único respiradero era
un diminuto agujero situado en la puerta que
no alcanzaba los dos centímetros de diámetro[…] las mujeres se turnaban para descansar, mientras que unas se sentaban en el suelo
las otras dos permanecían de pie10.
La experiencia de reclusión y tortura en muchos casos trajo consigo, además de la aparición de estrategias de supervivencia y organización en el interior
de las cárceles, la recopilación de información sobre
el último paradero de muchos detenidos-desaparecidos. Un ejemplo de ello lo encontramos en el caso
de los 119 detenidos-desaparecidos11 en donde la
labor de las mujeres fue fundamental, puesto que
fueron ellas quienes recopilaron información vital
que posteriormente era transmitida a las visitas y
enviada a los organismos de derechos humanos:
“La información procesada la escribíamos en pequeños pedazos de tela con la que, a su vez, sacaban
nuestras visitas, para llevarlas a la Vicaría y enviarlas a la Comisión de la OEA” (Rojas, 1978: 92).
Las mujeres ligadas a las organizaciones de derechos humanos tuvieron que romper diversas barreras y ocupar el espacio público para exigir información sobre el paradero de sus familiares (Pisscheda,
1990: 85).
En la nueva etapa que se abre el gobierno Aylwin,
32
Ja vi e r M a r a va ll Yá gu e z
Augusto Pinochet estaba al frente de la comandancia de las Fuerzas Armadas. Asimismo, otro handicap en lo relativo a la aclaración de las violaciones
de los derechos humanos era el vacío legal sobre
estas cuestiones y la documentación necesaria para
clarificar los hechos represivos.
En segundo lugar, muchos cargos del Ministerio
de Justicia seguían ocupados por funcionarios del
régimen militar o personas afines a la dictadura sometidos a la “presión de la amenaza” (Pisscheda,
1990: 85)12.
La mayoría de las mujeres supervivientes de la
represión participaron activamente en los movimientos de derechos humanos, concretamente con
la Vicaría de la Solidaridad, así como en otras organizaciones de denuncia como la Agrupación de
Familiares de Detenidos-Desaparecidos (AFDD),
Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos
(AFEP), Agrupación de Familiares de Presos Políticos (AFPP) y Comité de Defensa de los Derechos del
Pueblo (CODEPU).
Es significativo el caso de la creación del CODEPU en 1984, puesto que allí se organizó el primer departamento de trabajo con mujeres en donde
se abrieron espacios de reflexión y debate sobre la
condición de la mujer, en la militancia política y en
el exilio. Esta iniciativa se creó gracias a la aportación de quiene que habían estado fuera de Chile
y que incorporaban nuevas ideas como la de asumir la problemática específica de la condición de
la mujer no sólo a nivel partidario sino en el hecho
represivo.
Otro caso revelador es el de la AFDD, organización que tuvo su génesis en 1974 como consecuencia de las numerosas desapariciones en los primeros
meses de la dictadura. La iniciativa partió de mujeres, esposas, madres y hermanas de los militantes de
la oposición.
En sus primeros pasos contó con el apoyo del
Comité Pro-Paz, fundado por la Iglesia Católica y
otras congregaciones religiosas, que tras ser prohibido por la dictadura (1975) pasó a denominarse
Vicaría de la Solidaridad. Desde este organismo se
asesoró jurídicamente a los familiares a formalizar
las denuncias.
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A mediados de la década de los ochenta, la
AFDD adquirió consistencia y se estructuró en una
directiva con seis comisiones de trabajo (Extensión
y Comunicación, Relaciones Públicas, Formación y
Capacitación, Comisión Jurídica y Administrativa y
Comisión Juvenil) una secretaría general con presidente y una secretaría de finanzas.
De entre las políticas más destacadas puestas en
marcha desde la agrupación destacaron las huelgas
de hambre. La primera se llevó a cabo en junio de
1977 con una duración de diez días. La segunda
huelga, realizada en diciembre de ese mismo año
duró tres días y en ella participaron ochenta familiares. Una tercera huelga de hambre se llevó a cabo
el 22 de mayo de 1978 con una participación de
más de doscientas personas entre las cuales había
familiares y otras personas de diferentes sectores
sociopolíticos como dirigentes sindicales, trabajadores y presos políticos.
Finalmente, hay que destacar la activa participación de las mujeres en la AFEP. Al igual que la
AFDD, la AFEP estuvo liderada por mujeres que
habían sufrido la represión de algún familiar. Entre
1973 y 1975 se ejecutaron en Chile a más de 1200
personas. Así, en noviembre de 1978 se fundó la
AFEP como una iniciativa de tratar los casos de ejecutados de forma independiente.
La perspectiva de género en los informes sobre violaciones de derechos humanos: del Informe Rettig al
Informe Valech (1991-2004)
El Plebiscito de 1988 iniciaba la transición política
y el progresivo desmantelamiento de la estructura institucional de la dictadura. La cuestión de la
violación de los derechos humanos se trató, en un
primer momento bajo un clima de presiones por
parte de los funcionarios y personal militar con una
fuerte presencia en las instituciones y en el ámbito
Tabla 1: Víctimas según sexo
Sexo
Número de Víctimas
Porcentaje
Mujeres
126
5.5%
Hombres
2.153
94.5%
Total
2.279
100%
Sexo
Número de Víctimas
Porcentaje
Femenino
191
6.0%
Masculino
3002
93.9%
Nonatos
4
0.1%
Total
3197
100%
Fuente: ICNVR, Tomo II, (1991: 884)
Tabla 2: Víctimas según sexo
Fuente: ICVVDHVP (1996)
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L a s p r is ioneras pol ít ic as bajo la d icta d ur a milita r
judicial. Por este motivo, la primera comisión encargada de elaborar un informe sobre la violencia
política y la desaparición forzada de personas tuvo
esta limitación que trajo consigo importantes lagunas en la tarea investigadora.
En 1991 se publicó el Informe de la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación (ICNVR,
también conocido como Informe Rettig13) que establecía una primera aproximación de la represión
con resultado de muerte o desaparición durante
la dictadura introduciendo la variante de género.
Concretamente, sólo se reconocía la desaparición
de 126 mujeres pertenecientes a las diferentes formaciones políticas de la oposición. Esta cifra aumentó significativamente en 1996 cuando salió a la
luz un nuevo informe que incorporaba otros casos
no recogidos en el inicial. Así, el Informe sobre Calificación de Víctimas de Violaciones de Derechos
Humanos y de la Violencia Política (ICVVDHVP)
recogía 191 casos. Tres años después, una revisión
corregida y actualizada del Informe Rettig (Comisión de los Derechos Humanos / Fundación Ideas,
1999) aumentaba en 199, cifra todavía muy inferior a las que barajan las diferentes agrupaciones de
mujeres que todavía operan en Chile.
Lo cierto es que estos trabajos dejaban de lado
la cuestión de la tortura y la represión sufrida por
quienes sobrevivieron a la reclusión y en este punto
entraba la invisibilización de la tortura sexual como
forma de represión específica contra las mujeres que
se practicó en muchas casas secretas de la Dirección
de Inteligencia Nacional14 (DINA) y de la Central
Nacional de Informaciones15 (CNI).
El alcance que la represión tuvo sobre las mujeres
causó un gran impacto social cuando los primeros
testimonios empezaron a difundirse y publicarse en
diversos medios. Las atrocidades cometidas contra
las prisioneras políticas mostraron que esta clase de
prácticas no obedecían a hechos aislados y espontáneos del personal militar de bajo rango sino que se
trataba, más bien, de una estrategia calculada que
no escatimaba ni en medios ni en métodos:
Instada a tener relaciones sexuales con la
promesa de una pronta liberación; obliga-
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da a desvestirme, acariciada en los pechos y
amenazada de recibir las visitas nocturnas
del interrogador; golpes de electricidad en la
espalda, vagina y ano; ratones y arañas fueron instaladas y dispuestos en la vagina y ano
[…]; se obligó a dos médicos prisioneros a
sostener relaciones sexuales conmigo, ambos
se negaron, los tres fuimos golpeados simultáneamente; fue conducida a lugares donde
era violada incontables y repetidas veces […]
(ICNPPT, 2004: 243-244).
Durante la década de 1990, las agrupaciones continuaron trabajando para que la represión no quedara impune. Con la detención de Augusto Pinochet en Londres en 1998, se abrieron nuevos cauces
legales que fueron un impulso en el estudio de las
violaciones de los derechos humanos. De esta forma, en marzo de 2001 una comisión liderada por
el obispo Sergio Valech propuso a Ricardo Lagos
la puesta en marcha de una investigación que abordara el verdadero alcance de la tortura en el país,
incluyendo la perspectiva de género.
El gobierno no hizo oficial este proyecto hasta
2003 y un año después, en noviembre de 2004, se
publicó el Informe de la Comisión Nacional sobre
Prisión Política y Tortura (ICNPPT, también conocido como Informe Valech16). La aparición de este
documento supuso, entre otras cosas, el reconocimiento de la tortura sexual como estrategia organizada, definida y aplicada contra las mujeres en la
mayoría de los centros de reclusión.
Este hecho conllevó a la puesta en marcha del
Programa de Apoyo Estatal a las Víctimas17 a través de indemnizaciones, cumpliendo de esta forma,
parte de las demandas de las agrupaciones y organizaciones de derechos humanos en materia de reparación.
De 27.153 casos que recogió la Comisión Valech,
3.399 corresponden a mujeres (12.5% del total de
las declarantes), cifra que se estima muy inferior a
la real (la AFDD sitúa la cifra en 10.000 casos) si se
tiene en cuenta que muchos testimonios quedaron
fuera por la limitación de los plazos que se determinaron para tal efecto. En relación a la tortura
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sexual, 316 mujeres alegaron haber sido violadas y
cerca de 3000 haber sufrido algún tipo de agresión
o vejación sexual.
Especial crudeza adquieren los casos de mujeres
embarazadas que fueron detenidas ya que un total
de 229 denunciaron que cayeron presas en estado y
11 de ellas reconocieron que sufrieron violaciones y
agresiones sexuales.
Efectivamente, el ICNPPT viene a constatar estos hechos como elementos presentes en la mayoría
de los centros y campos de concentración y afirma
que las consecuencias de esta práctica con un claro
componente de género fueron irreparables:
Debido a las torturas sufridas, 20 abortaron y
15 tuvieron a sus hijos en prisión. 13 mujeres
dijeron expresamente que quedaron embarazadas de sus violadores. De esos embarazos, 6
llegaron a término (ICNPPT, 2004: 245).
Se establecen hasta trece formas de violencia y tortura sexual (tabla 3).
Finalmente, el informe establece una periodización de las detenciones de mujeres. Así, entre el 11
de septiembre de 1973 y el 31 de diciembre 1.174
mujeres fueron detenidas (52.19% del total de las
mujeres que cayeron presas). Entre enero de 1974 y
Tabla 3: Tipologías de métodos de tortura
1. Agresión verbal con contenido sexual
2. Amenazas de violación de su persona o de familiares suyos
3. Coacción para desnudarse con fines de excitación sexual del agente
4. Simulacro de violación
5. Obligación de presenciar u oír la tortura sexual de otros detenidos o de familiares
6. Obligación de ser fotografiadas en posiciones obscenas
7. Tocamientos
8. Introducción de objetos en ano o vagina
9. Violación en todas sus variantes (penetración oral, vaginal, anal)
10. Violaciones reiteradas, colectivas o sodomíticas
11. Forzamiento a desarrollar actividades sexuales con otro detenido o un familiar
12. Introducción de ratas, arañas u otros insectos en boca, ano o vagina
13. Violaciones con perros raza bóxer adiestrados para este tipo de tortura
Tabla 4: Víctimas de la prisión política y tortura por períodos según sexo
Período
Mujeres (%)
Hombres (%)
1973
9.66
90.34
1974-1977
17.58
82.42
1978-1990
19.28
80.72
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos ofrecidos por el ICNPPT (2004)
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diciembre de 1977, un total de 926 mujeres fueron
aprehendidas por los organismos de la dictadura
(27.24%). Finalmente, la cifra se reduce sustancialmente en el tercer período, entre 1978 y el 11 de
marzo de 1990, en donde fueron detenidas 699 mujeres, lo que viene a suponer un 20.56% del total.
Una forma de represión específica contra las mujeres:
la tortura sexual
Una manera de empezar a desgranar el concepto de
tortura sexual puede ser a partir de las formulaciones expuestas por la antropóloga Ximena Bunster18
en donde se ponen de relieve algunas directrices
interesantes sobre el proceso de tortura contra las
prisioneras políticas. Bunster afirma que en los regímenes militares del Cono Sur se idearon pautas de
castigo específicas dirigidas al conjunto de mujeres
militantes del disentimiento político o sospechosas
de pertenecer al él.
La autora denomina la acción que emprendieron las dictaduras cómo esclavitud sexual femenina fomentada por el orden patriarcal arraigado
en el contexto castrense latinoamericano. Bunster,
siguiendo las tesis de Kathy Barry, en su trabajo
Female Sexual Slavery (Barry, 1979) expone que la
represión contra las presas estaría diseñado de antemano y actuaría bajo dos parámetros: el físico y
el psíquico: “La combinación de degradación moral
culturalmente definida y el maltrato físico constituyen un escenario demencial en el cual la prisionera
es sometida a una rápida metamorfosis de Madame
(mujer respetable y/o madre) a prostituta” (Bunster,
1983: 152).
No obstante, se dan otras claves explicativas
como que la aplicación de la tortura sexual podría
obedecer también a un castigo a “sus hombres”
(parejas sentimentales, esposos, hermanos, padres,
hijos, etc.), no sólo para hallar el paradero de un
opositor político sino también como castigo hacia
“los enemigos de la Junta”:
La mujer es usada también como rehén o elemento de presión por parte de los torturadores con el fin de obtener información […]se la
usa como sujeto activo de las torturas”. “La
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Ja vi e r M a r a va ll Yá gu e z
detención de un pariente cercano trae para la
mujer sufrimientos adicionales. Así, en muchas ocasiones, se la detiene para presionar
psicológicamente al pariente o bien se la somete a tensiones como allanamientos domiciliarios, llamadas telefónicas, visitas domiciliarias con el detenido en precarias condiciones
físicas y psicológicas (Comité de Cooperación
para la Paz en Chile , 1975).
Otro elemento que introduce Bunster en su análisis
es la cuestión de clase. Según la autora “la tortura
a las mujeres en América Latina atraviesa las clases
sociales y afecta a toda clase de mujeres, proletarias,
de clase media y clase alta” (Bunster, 1983: 26). Sin
embargo, la autora expone que el principal blanco
de tortura sexual fueron aquellas mujeres del ámbito público que habían conseguido una cierta autonomía, que ejercían o desempeñaban una función
laboral en el ámbito extradoméstico y que por tanto
rompían con ese mundo tradicional y conservador
que ligaba el papel de la mujer a la esfera doméstica.
En este sentido, el análisis actuaría sobre dos
categorías: las mujeres con un papel en el ámbito
público-político con una claro nivel de formación
e independencia económica, y en segundo lugar,
aquellas mujeres que de alguna forma habían caído
presas por estar vinculadas sentimentalmente a un
militante masculino, por lo general un dirigente:
La violación colectiva y la violación tumultuaria se transforman en el mecanismo y norma
fija de tortura para lograr el control social de
las mujeres encarceladas. Las mujeres comprometidas políticamente así como aquellas
activas que han osado tomar el control sobre
sus propias vidas luchando contra el régimen
opresor, se transforman en blanco de tortura
sexual. Una de las ideas esenciales que yacen
tras la esclavitud sexual de la mujer en la tortura es enseñarle a que debe quedarse dentro
de su casa y desempeñar el papel tradicional
de esposa y madre (Bunster, 1983: 157).
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Desde una perspectiva comparativa de género nos
encontramos con la existencia de algunos elementos
comunes en la tortura que se reprodujeron tanto
en los presos como en las presas. La principal diferencia vendría dada, según Bunster, en que la tortura dirigida a los hombres no tenía como objetivo
la extinción de su identidad sexual como sí lo fue
para las presas aunque existan casos de hombres
víctimas de violaciones y vejaciones de tipo sexual.
Hay otra cuestión que aparece en los procesos de
tortura y que se acentúa muy especialmente en las
presas: la tortura psicológica mediante la amenaza
con algún miembro de la familia, especialmente con
los hijos. Este hecho se dio con ambos sexos pero
quizá el tema de los hijos adquirió un carácter más
significativo y específico con las madres en reclusión.
La utilización de esposas, compañeras e hijas
en los interrogatorios dirigida a un preso político
masculino fueron hechos frecuentes: violaciones y
torturas hacia las hijas y esposas para obligar al
preso a dar la información requerida. También fueron usuales los casos de militantes masculinos de la
oposición que estuvieron escondidos y que allanaron su casa, llevándose a sus hijos u esposas. Se tortura primero a la esposa para que diera el paradero
de su marido o compañeros.
Generalmente, si la mujer se niega a dar la información se pasa a la amenaza con los hijos si los
tuviere. Es decir, existían dos pasos. Esto enfrenta
a la mujer a un terrible dilema, optar por dejarse
torturar para proteger al hombre buscado o bien
entregarle con la carga emocional y psicológica que
ello conlleva. Bunster lo define como confrontación
de lealtades. En la mayoría de los casos las mujeres
se “quiebran” cuando se utilizan a sus hijos en los
procesos de amenazas, torturas y violaciones.
En cuanto a la tortura física en la totalidad de
los casos analizados en los que aparece la tortura
existe algún tipo de abuso, vejación, o tortura de
carácter sexual. Normalmente, los desnudos, los
tocamientos y manoseos y los insultos destinados
a la humillación de la anatomía femenina fueron
frecuentes.
En los casos de tortura con electricidad, también
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denominada la parrilla, se coincide en el hecho de
que esta clase de tortura estaba enfocada primordialmente sobre los órganos genitales de la mujer
y los pechos. Estos casos, se dan en todos los testimonios analizados. Dentro de esta categoría de
tortura incluirían ciertas presiones para tener relaciones sexuales a cambio de dar información sobre
el paradero de su conocido o familiar, como esposo,
pariente, hijo, entre otros.
En lo referente a las consecuencias de la tortura
físico-sexual, se produce una disociación mentecuerpo como consecuencia de la tortura, violación,
vejación e intimidación que la mujer presa recibe.
Estamos hablando de una despersonalización en el
plano psicológico que coloca a la mujer fuera de su
cuerpo al vivir este proceso torturador: “yo sabía
que mi cuerpo me lo destruían pero yo no estaba
ahí […] éramos dos personas, a lo que ellos vejaban
y yo que miraba sin dolor, desde lejos” (Castillo,
1990: 9).
La tortura psicológica adquiere un carácter de
género por dos motivos. En los testimonios de mujeres con hijos o en período de embarazo aparece
como hecho habitual la amenaza y el amedrantamiento con los hijos. En los casos de mujeres que
no estuvieron en esta situación la amenaza se torna
sobre dos variables, la amenaza con la pareja sentimental o el esposo de la presa y el amedrantamiento
con otros familiares, especialmente con los padres.
Aunque esta última variable no entraría en ese carácter de género, lo cierto es que la amenaza con
la pareja o compañero sí tiene este componente al
entrar en juego la posición de la mujer como compañera o esposa del detenido.
Asimismo, se habla de crisis nerviosas producidas por las constantes amenazas contra seres queridos. La pérdida de apetito o la enajenación son
hechos constantes en las prisioneras más sensibles.
Hay algunos casos de intentos de suicidio de mujeres que no soportaron la tortura. En estos extremos
las presas alentaban a la mujer a que hablara para
evitar su propia muerte: “la Lumi sufrió el atroz
tormento de ver a su hijo en tortura. Eso quebró su
resistencia. Murió una noche en tortura, cuando el
Romo, tratando de forzarla, la estranguló” (Rojas,
1978: 4).
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La maternidad en cautividad
Como demuestra el ICNPPT, la aplicación de la tortura sexual, mayoritariamente en mujeres, no tuvo
ningún tipo de limitaciones ni restricciones dado
que se perfiló como un mecanismo utilizado con diversos fines dependiendo de cada caso.
Durante el primer periodo represivo (19731978), los arrestos tuvieron un carácter masivo y,
en muchos casos, se hicieron sin ningún tipo de limitación como respuesta a la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional19 contra un enemigo
que la Junta Militar consideraba estaba en todos
los rincones del país y en todos los estratos sociales.
Ello conllevó, además de la masificación de algunos
campos de concentración y la falta de condiciones
sanitarias mínimas, dificultades a la hora de establecer con exactitud el número de mujeres que pasaron
por estos centros.
En el plano de la maternidad, la Comisión Valech ha reconocido numerosos casos de personas
que nacieron en cautiverio estableciendo que las
consecuencias físicas y psicológicas en los menores
constituyen una forma de tortura (“la detención y
la tortura de una madre ha tenido efectos devastadores en los hijos cuando se la torturó estando en
gestación”20) y en consecuencia, aquellas que lo han
sufrido son beneficiarias de las medidas de reparación que se establecen para tal efecto. Este hecho
ha significado un importante avance incorporando
miles de casos que habían quedado pendientes de
calificar.
Los testimonios de los hijos víctimas de la tortura y la prisión política han sido determinantes a
la hora de aclarar los hechos delictivos aportando
información relevante sobre el modus operandi de
la tortura sexual.
El ICNPPT también recogió casos de mujeres
que quedaron embarazadas en prisión como resultado de la violación. Los testimonios reflejan fuertes
trastornos emocionales y de personalidad:
Fui agredida sexualmente y a consecuencia de
este abuso sexual se gestó un embarazo no
deseado, el que posteriormente decidí abortar, lo que me ha traído muchas secuelas psi-
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Ja vi e r M a r a va ll Yá gu e z
cológicas por los sentimientos de culpabilidad
y me provoca grandes depresiones (ICNPPT,
2004: 255).
Para calificar los casos de violaciones de derechos
humanos entorno a la maternidad la Comisión Valech se apoyó en derecho internacional (convenio
de Ginebra de 1949) para prestar una protección
especial a las mujeres embarazadas, a las madres
lactantes y a las madres en general, y presentar la
cuestión de la vulnerabilidad de las mujeres ante la
violencia sexual en tiempo de conflicto armado.
Conclusión
Desde los organismos represores se diseñó una estrategia bien definida con un claro componente de
género. Los represores veían a las reclusas no sólo
como elementos de oposición al régimen militar
sino que además se consideraba que habían trasgredido de forma peligrosa el rol natural que la sociedad “debía preservar para ellas”. La militancia
en los partidos de la izquierda suponía desnaturalizar su papel como mujer, madre y sostenedora del
propio orden moral del régimen. Por ello, el factor
sexual en los interrogatorios y torturas iba a estar
muy presente como forma de perpetuar el orden de
dominación masculina.
Las mujeres que cayeron presas o sufrieron la reclusión en los diferentes campos de concentración,
casas secretas y cuarteles de las fuerzas de seguridad
sufrieron un tipo de represión específica. Esta especificidad se dio por diferentes razones. La primera
por el marcado carácter sexual que existió en los
procesos de detención, interrogatorios y reclusión
en los centros de detención. Este hecho vino parejo
con la reproducción cultural del sistema patriarcal.
Aunque los presos sufrieron en algunos casos este
tipo de degradación, lo cierto es que no fue una
práctica frecuente o por el momento no se ha podido comprobar lo contrario.
En segundo lugar, esta diferenciación se sostiene por otro tipo de represión específica como es
la tortura psicológica aplicada a las presas por su
condición de madres. La amenaza constante contra la integridad de sus hijos para la obtención de
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información en los procesos interrogatorios fue un
hecho usual. Asimismo, la mujer fue utilizada como
instrumento de presión por las autoridades de los
campos de concentración para sonsacar información a los presos políticos mediante la amenaza con
la violación.
Especial simbolismo en este tipo de tortura tuvieron los casos de mujeres que cayeron presas estando embarazadas. De los testimonios recogidos
aparecen varios casos de mujeres que perdieron a
sus bebés por un aborto forzado en la tortura. En
los casos de embarazos que siguieron su curso durante la estancia en la reclusión aparece otra grave
consecuencia fruto de la tortura: el deterioro de la
presa, tanto físico como psicológico tuvo graves
consecuencias para el futuro desarrollo normal del
niño.
Al desposeer a las presas políticas de su condición de mujer “normal” (Ángel del Hogar, madre
sostenedora de la esfera doméstica y fiel transmisora de los valores cristianos y marianos) permitió
que los agentes represores aplicaran todo tipo de
aberraciones a modo de castigo. Por ello, la tortura
sexual estuvo organizada, estudiada y estructurada
por el Estado nacido con el advenimiento del golpe
del 11 de septiembre de 1973 y no correspondieron
a hechos puntuales o abusos concretos de los agentes de menor rango militar.
La Comisión Valech considera las diferencias en
las secuelas de la tortura entre hombres y mujeres,
estableciendo que mientras los hombres insistían en
las secuelas físicas con prescindencia de alusiones a
los sentimientos relativos a sus experiencias extremas, las mujeres eran más proclives a ocuparse también del costo emocional, refiriéndose con mayor
profundidad a las secuelas psicológicas de la prisión
política y tortura. Más allá de este hecho revelador,
el ICNPPT es determinante al alegar que estas experiencias causaron terribles efectos en las mujeres
sobrevivientes sobre su autoestima, su sentimiento
de dignidad, de integridad moral y emocional, su
identidad, su capacidad para la intimidad sexual y,
por ende, sobre las relaciones de pareja.
Las violaciones de los derechos humanos de las
mujeres sólo pueden entenderse bajo los paráme-
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tros de subordinación patriarcal a la que han estado
sometidas desde los primeros tiempos de la historia
de la humanidad. El hombre, históricamente, ha dominado los medios de violencia (guerras, ejércitos, u
otras estrategias) imponiendo el papel que “sus mujeres” debían desempeñar en una u otra sociedad.
Precisamente, en los períodos de irrupción militar como cortapisa a los intentos de democratización, ampliación de derechos de ciudadanía y de
transformación social en un determinado país, las
mujeres han sufrido y sufren un doble handicap que
las sitúa en una situación de especial vulnerabilidad
e invisibilidad por su condición de mujer, en donde
el factor sexual viene a ser un elemento determinante a la hora de reproducir dicho sistema de dominación. Ello obliga a repensar y a buscar un nuevo
enfoque en el estudio de las violaciones de los derechos humanos allí donde se produzcan, como paso
previo a la reconstrucción de la memoria histórica
en términos de equidad y objetividad.
Notas
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Las bases del Patriarcado tienen su origen en la organización
social y cultural androcéntrica: papeles diferentes asignados a
hombres y mujeres desde su nacimiento (Fernández, 2005: 757).
En el programa electoral de la Unidad Popular (17 de diciembre
de 1969), la medida 11 destacaba la creación del Ministerio de la
Familia que regulara los derechos de las chilenas en materia laboral, maternidad y ayudas estatales a la familia (Corvalán, 2003).
El Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile
(MEMCH, 1935) fundó en 1940 los primeros CEMAS como
respuesta al aumento de pauperización de las zonas populares de
Santiago. Los centros de madres tuvieron una fuerte expansión
durante el gobierno del demócrata cristiano Eduardo Frei, entre
1964 y 1970 (Cleary, 1987).
A diferencia de otros países en los que a partir de las décadas
de 1970 y 1980, las diferencias entre hombre-mujer se van
reduciendo en materia de educación media y superior, en Chile a
mediados de los 80 todavía el porcentaje de mujeres escolarizadas
no llegaba al 50%.
Declaraciones de Mónica Madariaga, rectora de la Universidad
Nacional Andrés Bello. Paradójicamente, fue un caso de mujer que
tuvo una clara responsabilidad política en el proyecto pinochetista
(redactó la ley de Amnistía que impide que los crímenes cometidos
entre 1974-1978 sean juzgados) y a su vez un ejemplo de oposición política a la Junta por suponer una forma de cuestionamiento de las políticas emprendidas en el ámbito de la Educación
(Sarmiento, 1992).
En el estudio realizado por Jaquette se afirma que el grupo
social más perjudicado desde la instauración de la Junta Militar
fue el colectivo de mujeres de los estratos sociales más bajos. El
desempleo y la viudez les afectaron particularmente dado que sus
maridos, muchos dirigentes del Partido Comunista y del MIR,
fueron asesinados en los primeros meses de la dictadura. El efecto
inmediato fue el desamparo económico por ser mujeres económicamente dependientes, lo que obligó a muchas de ellas a dedicarse
a la prostitución (Chuchryk, 1994: 65-95).
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18
En 1982 existían 495 OEP en el municipio de Santiago.
Declaraciones de María Antonieta Sad, socialista y feminista
chilena con motivo de la celebración del décimo aniversario de la
olla común en 1991 (Sarmiento, 1992).
El Informe de la Federación Democrática Internacional de
Mujeres envió una comisión a Santiago en los primeros meses
del 1974 para visualizar de qué manera estaba afectando a las
mujeres chilenas los arrestos masivos realizados durante el primer
año de gobierno militar (Rojas, 1978: 98).
Entrevista del autor realizada a Rosa Elvira Lizama. En Santiago
de Chile, noviembre de 2003.
En Enero de 1974, 119 presos políticos abandonaron en un
camión militar el centro de tortura Villa Grimaldi con destino
desconocido. Semanas después, aparecieron sus cuerpos en los
Andes. La prensa del régimen recogió este suceso como un enfrentamiento armado entre los propios militantes del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria. En cuanto a los lazos de solidaridad
entre las presas en algunos centros como Tres Álamos y Cuatro
Álamos se estableció una autoridad máxima denominada Consejo
de Ancianas por donde pasaban todas las decisiones en lo relacionado a la convivencia en el campo y las actividades políticoclandestinas que pudieran existir. Información contenida en la
entrevista realizada por el autor a Margarita Iglesias Saldaña. En
Santiago de Chile, noviembre de 2003.
“Están dispuestos a cualquier cosa para que se eche tierra sobre el
problema de los Derechos Humanos…por otro lado, algunos sectores de la concertación consideran que sobre este tema hay que
privilegiar lo que se ha logrado y que es extremadamente frágil…
sin embargo tarde o temprano la verdad tendrá que salir a la luz”.
Así define Alejandra Adoum la problemática de temor de algunos
agentes políticos y judiciales ante la aclaración y depuración de
responsabilidades en los primeros tiempos del gobierno de la
Concertación (Pisscheda, 1990: 85).
El Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación
(ICNVR), entregado el 9 de febrero de 1991, estuvo coordinado
y sesionado por el jurista Raúl Rettig Guissen (1909-2000), quien
fuera embajador en Brasil durante el gobierno de Salvador Allende
Gossens (1973-1990) y presidente del Colegio de Abogados de
Chile hasta 1987.
La Dirección de Inteligencia Nacional se creó formalmente el 14
de junio de 1974 por el decreto ley Nº 521. Desde ese momento
la DINA fue el principal organismo responsable de la represión
política hasta el año 1977. Su dirección corría a cargo del coronel
del ejército Manuel Contreras Sepúlveda (Agger, 1996: 104-107).
La Central Nacional de Informaciones se creó en agosto de 1977
mediante el decreto ley Nº 1878, previa disolución de la DINA
mediante el decreto ley Nº 1876 y funcionó hasta febrero de 1990
(ICNVR, 1991: 627).
La Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura creada en
septiembre de 2003, fue presidida por Monseñor Sergio Valech
Aldunate (Santiago, 1927). Valech fue el último vicario de la Fundación Vicaría de la Solidaridad, organismo encargado de asesorar
y atender a las víctimas de la dictadura. Asimismo, la Comisión
Valech estuvo compuesta por destacadas expertas en derechos
humanos como María Luisa Sepúlveda y Elizabeth Lira (ICNPPT,
2004: 5-18).
El exmandatario Ricardo Lagos Escobar, en su discurso de
presentación de la Comisión Valech, dijo que las víctimas iban
a recibir una “reparación austera y simbólica” como parte de la
responsabilidad institucional en materia de derechos humanos.
Tras diversas negociaciones, se estableció una ayuda mensual de
120.000 pesos chilenos a todas aquellas personas que sufrieron
el rigor de la tortura y la prisión durante la Dictadura Militar
(Verdugo, 2004: 11).
Ximena Bunster, socióloga y feminista chilena, ha realizado numerosos trabajos en los que se refleja la problemática de la tortura
de prisioneras políticas bajo la Junta Militar (Bunster, 1983).
40
Ja vi e r M a r a va ll Yá gu e z
19 Bajo la Doctrina de Seguridad Nacional el aparato represivo de
la dictadura estableció un marco en el que no existía la separación
de poderes. La capacidad de legislar se concentraba en las Fuerzas
Armadas y no en un poder estatal diferenciado (Moulian, 1998:
223).
20 El ICNPPT dedica un apartado a la violencia sexual contra
mujeres embarazadas estableciendo que “los niños que se encontraban en el vientre de sus madres, son víctimas de padecimiento,
dada la unidad biológica entre ambos” y los efectos de la tortura
sobre la madre afectan de manera directa al feto, alterando irremediablemente su ciclo de gestación. La consecuencia más visible
según los estudios realizados es que las madres tienen “hijos más
pequeños y vulnerables” (ICNPPT, 2004: 255).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
4 Cuando el báculo es la voz de los sin voz:
El papel de la Iglesia Católica tras el 11 de
septiembre de 1973
Gilberto Aranda Bustamante
Gilberto Aranda Bustamante es
profesor asistente y coordinador académico del Instituto de
Estudios Internacionales de la
Universidad de Chile. Correo
electrónico:
[email protected]
Este artículo examina el papel de la Iglesia Católica durante el período
del Régimen Militar en Chile. Para ello, este trabajo está fundamentado en los siguientes puntos: 1) Se analiza la postura oficial a través
de la lectura de los documentos emitidos por la Conferencia Episcopal
de Chile; 2) Se presentan las principales iniciativas de tipo burocrático
llevadas a cabo por los obispos en sus respectivas diócesis para poder
atender a las víctimas de la represión política; 3) Se evalúa la participación de la base eclesiástica (sacerdotes, diocesanos, monjas y laicos)
en las distintas organizaciones de defensa de los derechos humanos. En
la parte final del artículo se hace referencias al nuevo papel asumido por
la Iglesia Católica durante la transición a la democracia, constatando
ciertos cambios y continuidades.
Palabras claves: Iglesia; derechos humanos; Régimen Militar; Vicaría de la Solidaridad; Conferencia
Episcopal de Chile
Gilberto Aranda Bustamante
Lecturer and Academic Coordinator, Institute of International
Studies, Universidad de Chile.
E-mail:
[email protected]
This article examines the role of the Catholic Church during Chile’s military rule. It therefore, comprises the following sections: 1) an analysis of
the Church’s official position based on documents issued by the Synod of
Chile; 2) an investigation of the principal bureaucratic initiatives pursued
by bishops in their respective dioceses in order to protect the victims of
political repression; 3) an evaluation of the participation of lower members of the church (priests, diocesans, nuns and lay people) in human
rights organizations. At the end of the article I refer to the new role assumed by the Catholic Church during the transition to democracy, noting
what has changed and what has stayed the same.
Keywords: Church; Human Rights; Military Regime; Vicary of Solidarity; Synod of Chile
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Cua nd o e l b á cul o e s l a v oz d e l os s in v oz : El p a p e l d e l a Ig l e s ia
C a t ó l ic a t ras el 11 de sept iem b r e d e 1973
Introducción
[…] hay derechos que tocan la dignidad misma de la persona humana, y ellos son absolutos e inviolables. La Iglesia debe ser la voz
de todos y especialmente de los que no tienen voz (Documentos del Episcopado: Chile
1974-1980)2
La Iglesia Católica es una de las instituciones más
señeras y relevantes en la historia de Chile. Desde
1541, por acción u omisión, fungió como uno de
los actores principalísimos de la arena social y política chilena y, aunque en 1925 Iglesia y Estado se
separaron oficialmente, los agentes eclesiásticos han
continuado jugando un papel destacado en el país.
En ese contexto, una de las mayores pruebas para
la Iglesia Católica se derivó de las consecuencias del
golpe de Estado de 1973. El quiebre institucional
chileno comportó el cierre abrupto de todo espacio de crítica y disenso por medio de la clausura de
los escenarios políticos como Congreso Nacional,
partidos políticos y sindicatos. Desde entonces las
Fuerzas Armadas e Iglesia quedaron frente a frente
como actores influyentes.
Internacionalmente existe conocimiento sobre la
posición que adoptó la Iglesia Católica en Chile en
respuesta a las violaciones a los derechos humanos,
fundamentales desde la defensa jurídica, la denuncia internacional y el servicio a las víctimas. Aunque
una parte del clero de base, a través de la denominada corriente popular o liberadora, tuvo desde siempre una posición crítica con Régimen Militar. Así,
antes de que las referidas tareas fueran asumidas
por la Iglesia Católica, fue necesario un giro actitudinal de la jerarquía eclesiástica respecto a la evaluación del gobierno militar. Cuando este cambio
ocurrió, fue elaborada una respuesta institucional
para enfrentar el asalto a los derechos humanos. Y
aunque el nivel episcopal no ha representado históricamente a toda la Iglesia, la posición que asumió
la jerarquía condicionó las relaciones Iglesia-Estado
y delineó su acción legitimadora y/o evaluadora de
la autoridad pública.
A partir de este cambio producido de manera
44
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
gradual en la cúspide eclesiástica, podemos reconocer niveles o áreas en el compromiso de la Iglesia
Católica en la defensa de los derechos humanos:
el nivel jerárquico, indispensable en la generación
de consenso al interior de la Iglesia respecto de un
tema y en el diseño de políticas específicas; el nivel
burocrático, ejecutor de dichas políticas emanadas
de los prelados y en contacto directo con víctimas y
con fuentes y recursos de poder externos; y la base
eclesiástica, formada por sacerdotes, religiosos y
laicos que desde sus convicciones y conciencias enfrentaron al Régimen Militar por medio de instancias no siempre bien miradas por el conjunto de los
obispos3. En lo central, esta respuesta cesó con la
transición a la democracia, dejando la persecución
de los delitos a las nuevas instituciones políticas y
judiciales remozadas, priorizándose la verdad y la
reconciliación nacional. En el nuevo milenio existen
indicios de revisión de dicha postura. El presente
trabajo pretende enunciar y evaluar dichos niveles,
preguntándose hasta qué punto se proyectaron después del regreso al régimen civil, constatando giros
y continuidades.
La jerarquía, de la legitimación al cuestionamiento
Como se adelantó previamente, para que la Iglesia en su conjunto adoptara una posición crítica al
Régimen Militar fue necesaria una evolución en la
diagnosis de la jerarquía eclesiástica de la naturaleza del régimen de facto instalado en septiembre
de 1973.
Durante la primera época del Régimen Militar,
la jerarquía de la Iglesia Católica no actuó como
un bloque monolítico en contra del nuevo gobierno, existiendo matices entre aquellos que respaldaron plenamente y sin más de otros que observaron
con ojo precaución e incluso temor. De tal manera
que en una primera fase de instalación del Régimen
Militar, los esfuerzos de los obispos se orientaron a
la misión humanitaria de protección a las vidas sin
cuestionar la situación de facto, como una manera
de privilegiar la reconciliación nacional de los chilenos (Gómez de Benito, 1995: 198). Muchos obispos
expresaron su respaldo categórico a la Junta Militar
que pasó a dirigir los poderes ejecutivos y legisla-
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C a t ó l ic a t ras el 11 de sept iem b r e d e 1973
tivos del país. “En 1973, no sorprendió que poco
después del Golpe Militar, varios Obispos hubieran
dado gracias a Dios por lo sucedido, y que también
alguno hubiera donado su anillo episcopal para la
reconstrucción nacional” (Yáñez, 1988: 45).
Para muchos obispos el crispado ambiente antes
del golpe militar constituía evidencia de un deslizamiento hacia una sublevación de la población en
contra de las autoridades públicas. En consecuencia, la Iglesia Católica enfatizó su opción por la
vía pacífica de resolución de conflictos, concepción
basada en la premisa de que toda violencia afecta negativamente los derechos fundamentales de la
humanidad.
Dicha perspectiva que privilegiaba la pacificación del país y la reconstrucción nacional sobre
la base del derecho se siguió manifestando en las
declaraciones de los obispos después del golpe de
Estado de 1973. En ese año, el Comité Permanente del Episcopado Chileno estaba presidido por el
Cardenal Raúl Silva Henríquez y lo integraban los
obispos Sánchez, Santos y Piñera, y el Monseñor
Carlos Oviedo era el secretario. La primera declaración del organismo episcopal fue publicada el 13
de septiembre haciéndose un llamado a población
a cooperar con las nuevas autoridades, y a éstas a
respetar a los vencidos y caídos, evitando derramamiento de sangre (Cavallo, 1990: 285-286).
El Vaticano, en cambio pareció bastante más
contrario en un principio a los hechos de violencia
gubernamental que tempranamente se registraron
en el post 11 de septiembre de 1973. A este respecto es sintomático que el Papa Paulo VI enviara una
carta al episcopado chileno donde hacía agudos comentarios acerca de la situación de los prisioneros
políticos y la vulneración de los derechos humanos
a partir de septiembre de 1973. Supuestamente dicha carta se remitió para hacerse pública, por lo que
el cardenal Silva Henríquez y el Nuncio Apostólico,
Monseñor Sotero Sanz, convencieron al pontífice de
retirar su denuncia, en un hecho que pesaría más
tarde al pastor de la Iglesia Católica de Santiago
(Cavallo, Salazar y Sepúlveda, 1997: 86-91).
Dicha iniciativa prefiguraba el tenor general de
la posición del Vaticano en las cuestiones de política
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Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
chilena. Aún cuando el Papado dispuso de múltiples
fuentes e información precisa por parte de ordenes
y congregaciones, se dio un alto margen de acción
al episcopado chileno para hablar en nombre de la
Iglesia Católica Universal en asuntos domésticos.
La tendencia fue reforzada durante el pontificado
de Juan Pablo II, puesto que desplegó un papel proactivo de denuncia respecto a los temas de violaciones a los derechos humanos en Europa del Este.
Su historia personal influyó notablemente en estas
definiciones. Aún así, el Papa, de origen polaco, no
tuvo reparos en motejar de “sistema dictatorial” al
Régimen Militar aunque a reglón seguido subrayo
la “temporalidad transitoria” del mismo (Cavallo,
1997: 447). Además, se debe señalar que las grandes mediaciones en materia de derechos humanos,
por un lado, y de naturaleza política, por el otro
lado (tales como el Acuerdo Nacional), principalmente fueron iniciativas llevadas a cabo por la Iglesia Católica (Huneeus, 2000: 519-525).
Desde esta perspectiva, a finales de 1975, las relaciones de la Iglesia con el gobierno sufrieron un
progresivo deterioro, porque todavía cuestionaba
su llegada al poder. Hubo que esperar a la declaración “Nuestra Convivencia Nacional”, del 23 de
marzo de 1977, con ocasión de la auto-calificación
del gobierno militar como “un régimen humanista
cristiano”, para que los obispos objetaran dicha
definición alegando que dicha naturaleza debería
basarse en el respeto a la dignidad de la persona
humana, lo que equivalía según los obispos en la
independencia del poder judicial y esclarecimiento
de la situación de los desaparecidos desde el golpe.
Los conceptos presentes en “Nuestra Convivencia
Nacional” fueron reiterados en el documento episcopal “Humanismo Cristiano y Nueva Institucionalidad” del 2 de octubre de 1978.
La Iglesia Católica consideró que las condiciones
político económicas vigentes durante el Régimen
Militar importaban la vulneración sistemática a la
dignidad humana por parte de una política institucional segregadora de cualquier tipo de participación. Para los obispos, Chile era un país desgarrado
por la polarización y la violencia (Gómez de Benito,
1995: 260-269). Así, en el diagnóstico episcopal,
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Chile experimentaba una crisis que podía ser solucionada sólo en la medida que se estableciera un
orden ético basado en los derechos humanos.
En consecuencia, el lema episcopal de la reconciliación nacional de inicios del Régimen Militar,
dejó de ser un mero juicio moral de orden axiológico para constituirse en testimonio para incidir sobre
las estructuras políticas y los hechos históricos. De
tal manera que la respuesta de una Iglesia, encabezada por el cardenal Silva Henríquez y de diferente
forma, aunque con igual fondo por su sucesor Juan
Francisco Fresno, fue el diálogo y la más amplia
participación social.
De esta manera, el discurso altamente complaciente con la autoridad militar de la primera etapa
(1973-1976), se transformó en un llamado de atención más severo, con ribetes de denuncia, aunque
sin abandonar la posibilidad de interlocución con
los impugnados, para la búsqueda de una solución
común.
El valor de la solidaridad en el pensamiento de
prelados como Silva Henríquez, adquirió materialidad por medio de la acción política que procuró
resguardar la dignidad humana a través de la defensa de los derechos humanos. Esta apelación se
reveló al poder como un elemento aglutinante para
la movilización de actores no siempre identificados
con la Iglesia Católica o el cristianismo, pero que
sin embargo se sentían luchando por una común
causa justa. Como explica Garretón:
[Durante los años de Régimen Militar] se creó
un espacio semi opositor a través de la Iglesia Católica. La función oficial de ésta fue la
defensa de los xperseguidos por la represión
y la acumulación y difusión de información
al respecto. Pero cumplía también la función
de ser espacio donde material y culturalmente
se encontraban los restos de los actores políticos y sociales en busca de reconstitución.
En este período la Iglesia aparecía como el
único actor frente al poder estatal-militar
(Garretón, 1992: 397-398).
Al constituirse en una instancia de disenso con la
46
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
autoridad militar, la Iglesia cobijó a grupos heterogéneos de personas: ex dirigentes sindicales y
gremiales, líderes de los desarticulados partidos de
izquierda, víctimas directas de torturas, familiares
de secuestrados, todos con la experiencia común
de la represión y la necesidad de refugio. La Iglesia
Católica pasó a constituirse de hecho en el símbolo
principal de la oposición activa al Régimen Militar.
La institucionalización progresiva del régimen
como una situación permanente por medio de sendos actos electorales, aunque sin garantías mínimas
(1978 y 1980), consolidó gradualmente la desconfianza de los obispos que consideraban a la carta
constitucional emergida del plebiscito de 1980
como una “ficción democrática” (Lira y Loveman,
2000: 429). Como constata Cruz, durante las jornadas de protestas de mediados de la década de 1980,
la Iglesia Católica legitimó las movilizaciones como
forma de expresión no violenta del descontento
popular (Cruz, 2004: 20). Desde dicha posición, la
Iglesia colaboró en la rearticulación del movimiento
político y social chileno bajo la forma de contestación al Régimen Militar. Es más, la Iglesia fue parte
del motor de la oposición civil al Régimen Militar.
El nivel burocrático
Con el propósito de satisfacer las necesidades
producto de la violencia política ejercida desde el
Estado, la Iglesia Católica diseñó una serie de respuestas, con carácter provisional primero y permanente después4, de corte ecuménico originalmente,
aunque asumiendo la responsabilidad organizativa
cuando el gobierno militar presionó las estructuras
ecuménicas.
La primera respuesta, pocos días después del golpe de Estado, reunió a la Iglesia Católica más otras
iglesias cristianas y a la comunidad judía. Juntas
crearon el Comité Nacional para Refugiados, cuyo
objetivo era prestar ayuda a los numerosos exiliados de Chile, contando con la colaboración del Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El arzobispado de Santiago abordó
la situación en amplia colaboración con las nuevas
autoridades militares. Sólo a un mes de la llegada
de los militares al poder, el Arzobispado de Santia-
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go dictó un decreto eclesiástico, el 9 de octubre de
1973, que anunciaba la formación de otra comisión
especial, esta vez con la misión de atender a las personas que, a consecuencia de los acontecimientos
políticos, se encontraran en grave necesidad económica o personal: el Comité de Cooperación para la
Paz en Chile. Este organismo ecuménico había nacido para dar refugio a los “vencidos” por el golpe
de Estado de 1973.
La tarea del Comité Por la Paz creció rápidamente, producto de las apremiantes circunstancias, lo
que obligó a diversificar funciones y prestaciones
de servicios. El resultado fue un incremento en el
número de sus funcionarios, pasando de ser un pequeño centro de cinco miembros al comenzar sus
labores, a 103 funcionarios en la capital y 95 en
provincias a mediados de 1974.
Paralelamente, el arzobispado de Santiago abrió
otros espacios públicos para suplir los nichos tradicionales cerrados por el Régimen Militar. Cuando
toda actividad sindical fue prohibida, el Cardenal
Silva respondió con la creación en 1977 de la Pastoral Obrera. La disidencia intelectual exonerada
desde las universidades públicas fue acogida en la
naciente Academia de Humanismo Cristiano.
Una vez que los comités formados por las iglesias
responsabilizaron en las violaciones de derechos
humanos a los servicios de inteligencia del Régimen
Militar, fue inevitable un conflicto entre la Iglesia y
el gobierno. Específicamente se indagó el quehacer
de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA),
creada en 1974, a cargo del coronel Manuel Contreras. El Comité por la Paz comprendió que la
DINA estaba involucrada en el secuestro de opositores a las nuevas autoridades, y que su táctica era
distorsionar la información o negarles todo valor a
las denuncias de los familiares de los secuestrados.
Por su parte, los servicios de inteligencia interpretaron como subversión los vínculos de funcionarios
del comité con embajadas y organismos internacionales. Por consiguiente, se iniciaron las acciones de
hostigamiento que lograron poner fin a las labores
del comité por la Paz el 31 de diciembre de 1975.
El 1 de enero de 1976, al día siguiente del cierre
del Comité por la Paz, el cardenal Raúl Silva Hen-
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I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
ríquez creó la Vicaría de la Solidaridad (VS). Dicho
organismo, jurídicamente instituido como una delegación directa del arzobispo, continuaría la labor
del comité (Cavallo, 1997: 110-111).
En torno a la germinal VS, se reunieron los fragmentos diseminados de una oposición para defender los derechos básicos de las personas5. En efecto,
la violación a los derechos humanos emergió como
elemento aglutinador de los afectados por la represión, al tiempo que el tema fue el articulador de las
demandas y el accionar de los actores colectivos
opositores al Régimen Militar. La influencia de la
VS, que emanaba del prestigio de una institución
de desarrollo hegemónico en sentido gramsciano6 y
que escapaba al control del Régimen Militar, posibilitó a las víctimas contrarrestar de alguna manera
el poder omnímodo que disfrutaban en ese momento las Fuerzas Armadas7.
La VS, en tanto organización de derechos humanos, ocupó el vacío vincular entre la población y el
sistema político dejado por la ausencia de organizaciones de representación e intermediación, partidos
políticos y los gremios, proscritos por las autoridades militares. El objetivo principal de la VS fue la
promoción y defensa de los derechos fundamentales
asumidos integralmente, en el sentido que los derechos civiles y políticos de las personas no estaban
escindidos de los derechos económicos, sociales y
culturales, sino que por el contrario, la realización
de unos era interdependiente de los otros.
La VS privilegió la asistencia directa, basada
en el concepto de “servicio al y en el mundo” de
acuerdo a las innovaciones asumidas en el Concilio
Vaticano II. La función asistencial a los perseguidos
y marginados, en un primer momento se manifestó
en la dimensión jurídica y se centró en la defensa judicial de presos políticos y de conciencia, así como
en la búsqueda de los detenidos desaparecidos, por
medio de la interposición de recursos judiciales.
Respecto del tema de las violaciones a los derechos humanos, la VS entendió como tal las acciones
perpetradas y ejecutadas por agentes del Estado en
contra de particulares (Arzobispado de Santiago,
S/F: 17). Del mismo modo, la VS se dotó de departamentos especializados en la divulgación de la
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información. Estas tareas fueron cubiertas por las
unidades de Revista Solidaridad y de Educación Solidaria. Estos medios correspondieron a los canales
institucionales a través de los cuales la VS sacó a la
luz pública su información con tres rótulos: formación, reflexión y testimonio. Lo anterior retrata una
de las principales tareas de la VS: acopio y organización de la información. De esta forma “el rumor
inicial” de los desaparecidos adquirió consistencia
humana y se hizo visible.
La información recabada por los directivos, profesionales y colaboradores de la VS fue entonces
más allá de la vía puramente judicial, orientándose
a la generación (y conservación) de una plataforma
de recursos humanos, afincada desde diferentes sitios y escenarios, en favor de las víctimas chilenas
de violaciones a los derechos humanos.
En esta tarea destacó un grupo que constituyó el
núcleo “duro” de apoyo, colaboración y asistencia a
la VS: El Consejo Mundial de Iglesias, organización
ecuménica que agrupaba formalmente desde 1946
a denominaciones protestantes y cristiana ortodoxa
orientales. Dichas organizaciones, sumadas al patrocinio de la Iglesia Católica local, incidieron en la
defensa de los derechos fundamentales asaltados.
La configuración de la institución que albergó
a la VS, la Iglesia Católica, también influyó en su
respuesta. Aunque la VS era una unidad administrativamente dependiente de la Iglesia Católica local
y, como tal, no podía participar “formalmente” del
activismo político8, la singular contribución de sus
directivos fue relevante para la emergencia de un
movimiento chileno de derechos humanos, que se
proyectó al exterior de las fronteras del país. Sin
duda que un factor clave en la capacidad de la VS
para desarrollar su estrategia de defensa de los derechos humanos, fue la ayuda que recibía del extranjero.
La VS fue capaz de movilizar los recursos externos provenientes de más de cuarenta organizaciones humanitarias en el exterior en virtud de la
disposición de un capital social relevante entre su
membresía. En la labor de recolección de ayuda pecuniaria la VS contó con la cooperación de misiones
diplomáticas tales como Austria, Canadá, Francia,
Italia y Suecia (Aldunate, 2000).
48
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
La contribución de la base eclesial
Durante los años setenta y ochenta, la oposición
moral a las violaciones a los derechos humanos estuvo liderada principalmente por la VS e incluyó a
comunidades eclesiales de base, religiosos y laicos,
y postuló la reinstalación de los derechos fundamentales como el centro de la convivencia nacional.
Como explica Cruz:
Dicha corriente, que también se conoce como
Iglesia popular o Iglesia liberadora, corresponde al sector de la Iglesia Católica que se
identifica con la Teología de la Liberación. Se
trata de un grupo heterogéneo que incluye a
sacerdotes, religiosas/os, seminaristas y novicias con una fuerte presencia en los sectores
más pobres, desempeñando labores pastorales
en sus parroquias. Además la integran sacerdotes obreros/as que subsisten de su trabajo
no eclesial y que viven en los barrios populares […]. A ellos se suman otros/as que ya no
viven en las poblaciones, pero que acompañan
el trabajo social y pastoral que allí se realiza.
Están también quienes desempeñan trabajos
pastorales ligados al mundo sindical y los teólogos de la liberación insertos en instituciones
vinculadas a esta corriente. Los laicos, por su
parte, son en su mayoría pobladores que participan en las parroquias y en las comunidades cristianas de base, más algunos católicos
de sectores profesionales comprometidos con
esta corriente eclesial (Cruz, 2004: 23-24).
El sentimiento común que compartían estos
miembros de base de la Iglesia Católica fue la demanda permanente al gobierno de un comportamiento acorde con la declaración universal de derechos humanos adoptados por Naciones Unidas en
1948, y al conjunto de valores culturales recogidos
en la tradición Judea-Cristiana. La misión que se
auto-asignaron fue responder con caridad, lo que
el lenguaje evangélico denominó “testimonio”, a la
agresión que se cometiera contra los derechos fundamentales de la persona.
Desde diversas organizaciones de base se imple-
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mentaron un conjunto de acciones no violentas en
el sentido de “metodologías activas para influir en
el curso y en el resultado (pacífico) de un conflicto”
(López, 2001: 185). Con ello, los miembros de la
Iglesia Católica que participaron en la oposición y
denuncia al Régimen Militar se aproximaron a la
no violencia en orden a intentar un reequilibrio de
poder entre las partes del conflicto, destacando los
componentes más positivos de cada una de estas;
esto es, optando por la conciliación sobre el enfrentamiento.
Del seno de la VS también emergieron organizaciones de derechos humanos con distintos perfiles. Mientras algunas heredarían algunos de los
principales rasgos de la VS respecto a su carácter
no gubernamental y transnacional, como el pequeño conjunto de personas que se organizarían en la
Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), otras serían integradas por miembros
prominentes de los proscritos partidos políticos entre otros el conjunto de abogados que organizó el
llamado Grupo de los 24, abocado al estudio de la
constitución de 1980. De esta manera se comenzó a
trazar cierta oposición9.
El clero religioso fue un elemento crucial en
cualquier estrategia de defensa de los derechos humanos. Sacerdotes como José Aldunate, sacerdote
jesuita y Miguel Donaban, salesiano de Don Bosco,
más un obispo luterano, se arriesgaron hacia julio
de 1974 para lograr contactos con obispos extranjeros que les permitieran ayudar a sacar perseguidos
políticos de Chile10.
Ciertas congregaciones religiosas llegaron a prestar casas y dependencias para improvisar refugios a
la persecución política. Los religiosos, especialmente misioneros extranjeros en Chile, colaboraron en
dichas funciones. Sacerdotes norteamericanos de la
sociedad misionera columbana y las congregaciones
de la Holy Cross y la Preciosa Sangre, admitieron
haber explicado la situación chilena a políticos norteamericanos (Aranda, 2002: 148). Otros columbanos e integrantes de la congregación de Maryknoll fueron activos organizadores de conferencias,
seminarios y mesas redondas con participación de
líderes poblacionales, sacerdotes, dirigentes de par-
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Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
tidos políticos y sindicatos para discutir acerca de
derechos civiles y políticos, así como de la crisis
económica.
También hay que mencionar la activa participación de religiosos y religiosas de base en organizaciones cívicas sin lazos religiosos explícitos, aunque
con carácter ético y moral. Uno de los casos más
emblemáticos fue el Movimiento Contra la Tortura
Sebastián Acevedo, creado en 1983. Ese movimiento se nutrió de los referidos seminaristas, novicias
y laicos, quienes complementaron sus tareas pastorales con la participación en dicha instancia. Este
compromiso con el Movimiento Sebastián Acevedo
marcó una nueva etapa en las jornadas de movilizaciones y protestas que experimentó Chile a partir
de 1983-1984, cuyo eje central fue la creación de
una conciencia nacional de rechazo a la tortura y el
compromiso con un cambio social profundo (Vidal,
2002). Al mismo tiempo, la base eclesiástica colaboró en la creación de la Coordinadora de Comunidades Populares e idearon el Vía Crucis en la calle en
Semana Santa, vigilias y otras celebraciones, como
instancia de crítica y compromiso social.
Finalmente, la Iglesia acompañó al renaciente
movimiento social en sus demandas desde la periferia de las poblaciones marginales, promoviendo y
organizando comedores populares, bolsas de trabajo, centro de producción de artesanía, y por cierto
sufriendo solidariamente la violencia que aplicaba
el Estado para ahogar todo síntoma de cuestionamiento político y social. La muerte del sacerdote
André Jarlan en la población La Victoria constituyó
un momento de identificación entre el movimiento
social y la Iglesia de base en sus estrategias de espiritualidad (oración) y acción (movilización – resistencia), al punto de comprender como mártir de la
causa al asesinado sacerdote. Tres años antes de la
llegada de la democracia, 150 sacerdotes y religiosas publicaron una declaración contra el Régimen
Militar y su aparato represivo.
La Iglesia Católica en el régimen civil:
cambios y continuidades
La transición a la democracia significó un nuevo
contexto para los códigos con los que la Iglesia se
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C a t ó l ic a t ras el 11 de sept iem b r e d e 1973
había desenvuelto durante los 17 años de régimen
autoritario. No obstante, las distintas estrategias de
adaptación no se tradujeron en un cambio sustancial y definitivo respecto de los ejes temáticos u objetivos fundamentales trascendentes con los que la
Iglesia desarrollaba su labor. Más bien, se vaciaron
del contenido tradicional para, en forma gradual,
darle un nuevo sentido. Es decir, existe una continuidad en los grandes ejes temáticos, pero un cambio en los contenidos de éstos.
Durante el período en que la persecución política
había desembocado en desaparición forzada y asesinatos, uno de los grandes ejes temáticos de la Iglesia Católica fue la defensa de la vida. Una vez que
los abusos por parte del Estado cesaron, la defensa
de la vida no dejó de ser un pilar dentro del discurso
de la Iglesia, constatándose así una importante continuidad. Pero si antes resultaba central el respeto a
los derechos fundamentales de los detenidos por el
Régimen Militar, ahora pasaba a ser el respeto por
los derechos de los no nacidos. Los sucesivos arzobispos de Santiago durante los años de régimen civil, el cardenal Carlos Oviedo Cavada y el cardenal
Francisco Javier Errázuriz, así lo manifestaron en el
ejercicio de su magisterio. El Cardenal Errázuriz lo
planteó de la siguiente manera:
Un país como el nuestro, que aún no se repone de las heridas causadas por muy graves
violaciones de los derechos humanos, sobre
todo del derecho a la vida, quiere construir
su futuro con clara conciencia de aquellas actitudes y acciones del pasado que nunca más
deben darse entre nosotros. Por eso, con la
mayor coherencia y decisión, quiere optar por
la vida […]. El respeto a la vida humana no
admite discriminaciones. Ya tenemos dolorosas experiencias del pasado, como si unasx vidas fuesen respetables y otras no merecieran
respeto alguno. No podemos caer en esa intolerancia. Hemos de respetar la vida del hombre y de la mujer, del recién concebido, del
niño y del anciano, del pobre y del enfermo,
del inmigrante, del enemigo y del encarcelado
(Errázuriz, 2001).
50
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
Asimismo, la defensa de los no nacidos también
se puede apreciar en las palabras de Monseñor Juan
Ignacio González quien hace alusión a la defensa
de los que “no tienen voz”, expresión tomada de
las consignas de la Iglesia durante los años de la
dictadura:
Entre los temas ocupa un lugar esencial, como
lo hemos señalado los Obispos, está el pleno
respeto a la vida humana desde el momento
de la concepción hasta la muerte, lo que implica que cualquier tipo de aborto es contrario a la dignidad de la persona humana […].
También ellos [los laicos], como nos consta
por el trabajo pastoral en los sectores más
necesitados del país, son objeto de políticas
abusivas, como las que se llevan a efecto en
materia de educación de la afectividad, de limitaciones a la natalidad, de esterilizaciones y
tantas otras en que la Iglesia se presenta como
defensora de quienes no tienen voz para hacerse oír (González, 2006).
Este cambio paulatino pero constante respecto al
contenido del objetivo de defender la vida, se vincula en forma directa con ciertas posiciones más
conservadoras en el plano ético-moral, que se ven
amenazadas por gobiernos con posiciones más bien
progresistas respecto de las tradicionales posturas
chilenas, simbolizadas en el tránsito de gobiernos
democristianos a socialistas, como las discusiones
en torno al divorcio, la regulación de las uniones
homosexuales o el uso del preservativo en las campañas contra el sida.
Otro eje temático fundamental que fue reinterpretado sobre el rol asignado durante la dictadura,
ha sido la solidaridad social. El contenido político que se le atribuía al quehacer solidario y cuya
expresión encontraba asidero en la ayuda al más
necesitado, comprendido como el perseguido político. En los gobiernos civiles el menesteroso dejó de
ser el opositor político para encarnarse en el sujeto
pauperizado, marginado o en riesgo social por las
condiciones estructurales que determina el modelo
económico. Lo anterior se relaciona directamente
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Is s u e No. 5, S e p t e m b e r 2009
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con el fin de la VS, acaecido hacia agosto de 1992,
y la emergencia de la Vicaría de Pastoral Social, ese
mismo año, a cargo de implementar acciones de
promoción y atención para personas y grupos de
mayor pobreza provenientes de los sectores populares de Santiago.
Por su parte, la creación de la Vicaría de Pastoral Social muestra cómo, tras el cambio de
régimen político, las autoridades eclesiásticas
buscarán reinscribir la “solidaridad” de la
Iglesia Católica dentro de un marco menos
politizado que el que tuvo durante la dictadura. El mensaje parecía ser que los tiempos
eran otros, y por ende, también sus necesidades, lo prioritario ahora era solidarizarse con
los pobres (Cruz, 2004: 39).
Este papel renovado de la Iglesia en el ámbito social
puede percibirse, por ejemplo, sobre el nivel burocrático, particularmente en un tema tan contingente
y universal como el de las migraciones contemporáneas y su impacto en la última frontera de los derechos humanos: las diferencias que hacen los estados
entre ciudadanos nacionales y los inmigrantes. En
un país que tradicionalmente podía definirse como
centrífugo en la movilidad de su población, es decir, una fuente de emigrantes más que un país receptor, operó un cambio debido a la mejora de las
condiciones económicas en relación su el resto de la
región. El Instituto Católico para las Migraciones
(INCAMI), organización que desde su fundación en
1955 en Chile implementa la Pastoral Migratoria
de la Iglesia Católica, ha destacado por la multiplicidad de sus quehaceres en un país que hacia la
mitad de los noventa del siglo XX comenzó a recibir corrientes migratorias de poblaciones principalmente argentina y peruana. INCAMI ha orientado
sus tareas a la recepción de extranjeros en Chile así
como a la acogida y promoción social de los chilenos en el exterior, por medio del contacto con su
símil en diversos países de residencia de chilenos.
Respecto a la cooperación con instituciones de
otros países, desde el norte de Chile, INCAMI consulta y colabora en la pastoral de migración trans-
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I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
nacional con los Departamentos de Pastoral de Movilidad Humana de las conferencias episcopales de
Perú y Bolivia. Los centros episcopales abogan por
modificar la percepción de una frontera de conflicto
y su reemplazo por el concepto de espacio de integración.
En el ámbito de la preservación de las identidades de origen, INCAMI se esfuerza para que las
distintas comunidades de inmigrantes (italianos,
argentinos, brasileños, bolivianos, peruanos, nicaragüenses, colombianos, ecuatorianos, paraguayos,
croatas, chinos, coreanos, libaneses, alemanes, españoles, palestinos, entre otras) cuenten en Santiago
con capellanías especiales donde se puedan reunirse. De esta manera, INCAMI orienta su acción a
crear espacios de inserción del inmigrante para su
promoción humana integral, para que cada persona
pueda preservar y seguir desarrollando su cultura
de origen, lo que constituye una concepción de derechos humanos no sólo acotados a la dimensión
civil o política, sino que también a la faceta económica, social y cultural. En Chile, un país con una
política migratoria en pañales, el INCAMI está jugado un importante papel en la exigencia al Estado
de asumir sus responsabilidades de manera coherente y efectiva.
Del mismo modo, los mayores cambios producidos en la Iglesia tras el fin de la dictadura operaron
sobre el nivel de base. La gran movilización sociopolítica del clero de la corriente popular, o cercana
a la misma, fue desautorizada por la jerarquía de la
Iglesia desde fines del Régimen Militar. Como consecuencia de lo anterior, párrocos y religiosos comprometidos en el movimiento de derechos humanos
fueron desplazados desde sus poblaciones y centros
de estudio para neutralizarlos en una etapa en que
la dirección de la Iglesia había decidido priorizar la
reconciliación nacional por sobre otros tópicos que
pudieran generar confrontación en una sociedad
que experimentó 17 años de un gobierno autoritario. Posteriormente, algunos de sus miembros prosiguieron en la tarea de construcción de la memoria
social de la represión. Su labor fue más comprendida cuando la propia jerarquía de la Iglesia, al igual
que la clase política chilena, debió enfrentarse a la
detención de Pinochet en Londres.
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Después de la detención de Pinochet, la “herida abierta” vuelve a referirse a los efectos
de la represión. Sin embargo, aunque con
esta metáfora la CECH recuerda las huellas
del pasado que siguen ahí, candentes, paradójicamente llama a no debatir sobre el tema,
en tanto ello merma la “convivencia” (Cruz,
2004: 127).
Una serie de iniciativas como la mesa de diálogo, en
primer lugar, y una comisión nacional establecida
para establecer la verdad de las torturas y apremios
ilegítimos, junto con su correspondiente reparación,
fueron establecidas por los gobiernos de Eduardo
Frei y Ricardo Lagos en 1999 y 2003 respectivamente. En el último caso, un obispo ex vicario de
la Solidaridad, Monseñor Sergio Valech, presidió la
comisión que entregó sus resultados en noviembre
de 2004.
Consideraciones finales
A partir de 1973, y por lo menos hasta 1990, el
liderazgo episcopal Iglesia Católica jugó un papel
central en la defensa de los derechos humanos ante
las estructuras gubernamentales dirigidas por el Régimen Militar. Dicho proceso, sin embargo, no fue
inmediato observándose claramente algunas fases:
Entre 1973 y 1975 las respuestas fueron temporalmente acotadas y provisorias. El episcopado expresaba preocupación sin críticas de fondo al gobierno
militar animado por la idea del carácter transitorio
del mismo. La constitución de la VS en 1976 y las
declaraciones episcopales que cuestionan las políticas represivas en 1977, abrieron un camino institucional de oposición moral y activo a las prácticas
gubernamentales lesivas a los derechos humanos.
Hasta 1985 se privilegia dicha acción, fecha en
que la jerarquía de la Iglesia Católica comienza a
colaborar en la reconstitución de la sociedad civil
opositora mediante acciones como el Acuerdo Nacional que, bajo el patrocinio del cardenal Fresno,
congregó a políticos de derecha e izquierda para
proponer una vía de transferencia del poder a la civilidad. Aunque la defensa de los derechos humanos
no menguo y la política de asistencia a las víctimas
52
Gi lb e r t o Ar a nd a Bu s t a m a nt e
de represión fue preservada, la Iglesia se concentró
en la preparación de condiciones para una transición política pacífica.
La postura de la Iglesia fue interpretada por muchos como un retorno eclesiástico a la sacristía sin
más. Sin embargo, la Iglesia Católica continúa siendo un actor de primer orden en la escena política
chilena. Así lo testimonia sobre todo el conjunto
de instituciones sociales y educación que mantiene
dicha institución a lo largo de Chile. Decenas de colegios y ocho universidades (dos pontificias) permiten evidenciar el prestigio de la institución clerical y
su papel en la formación de liderazgo. Tampoco se
puede omitir el aporte que hacen grupos y congregaciones religiosas en el servicio social, haciendo especial mención a la Sociedad de Jesús, articuladora
de una de las instituciones más relevante del país en
el cuidado de personas en riesgo social, El Hogar de
Cristo, así como de un programa para dotar de vivienda a miles de familias que carecen de la misma,
Un techo para Chile.
Por todas estas razones, donde se añade la capacidad de adaptación de la Iglesia a las nuevas condiciones sociales (mayoritaria adhesión religiosa de
la población en un 70% según el censo de 2002),
desde 1990 los gobiernos civiles han sido particularmente sensibles en su interlocución con la Iglesia.
La propia administración de la Presidente socialista
Michelle Bachelet parece haberlo entendido así al
designar a José Antonio Viera Gallo, un socialista
católico practicante, en el cargo de Ministro Secretario General de la presidencia en marzo de 2007.
Uno de cuyos primeros actos fue una reunión con
el Arzobispo de Santiago, Monseñor Errázuriz, y
el presidente de la Conferencia Episcopal Chilena,
Monseñor Goic, quien adicionalmente puso en el
debate el tema del “salario ético” para los trabajadores. Lo anterior confirma que se trata de una
iglesia que combina tradición y modernidad, sin renunciar a una clara vocación pública.
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Notas
1
2
3
El autor agradece la ayuda prestada a Cristóbal Reig Salinas.
Cita de Episcopado de Chile: Camus et al (1975:154).
En lo relativo a los dos primeros niveles, el jerárquico y el burocrático este trabajo sigue los lineamientos de un anterior trabajo
(Aranda, 2004).
4 La respuesta fue con organismos transitorios y provisionales al
considerar que después de un breve tiempo las Fuerzas Armadas
traspasarían el poder a los civiles.
5 Las violaciones graves y sistemáticas a los derechos humanos
articularon los diferentes gérmenes opositores que habían en universidades y sindicatos, y los congregaron bajo una causa común
(Guillaudat, 1998: 119).
6 En sentido gramsciano está dado por la producción y reproducción de hegemonía traducida en la capacidad de generar dirección
moral e intelectual en la sociedad chilena.
7 Para Cleary, este contrapeso es un de los instrumentos relevantes
que tienen las organizaciones de derechos humanos. Mediante
contrapesos, personas comunes sin poder político convencen a
otro actor más poderoso para tratar con las autoridades. (Cleary,
1997: 119).
8 Cuestión puesta en duda (Klaiber, 1997).
9 Algunas de estas organizaciones se definirían en el campo del
activismo de la causa (como la propia AFDD) mientras otras combinarían la militancia con la prestación de servicios profesionales
y de apoyo, en directa relación con las prácticas que cumplió la VS
(como la Comisión Chilena de Derechos Humanos).
10 Dichas experiencias tuvieron por telón de fondo la urgencia de
sacar del país a perseguidos. Para ello, fueron contactados obispos
extranjeros que fueron la voz oficial en la petición de asilo en el
país donde estuviera su diócesis.
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
5 Desde los espectros de Pinochet: Los jóvenes y la
movilización política en Chile
Romané Landaeta Sepúlveda
Romané Landaeta Sepúlveda es
licenciada en Historia, Magíster
en Estudios de Género y Cultura, Magíster en Historia Contemporánea y candidata a doctor en Historia Contemporánea
por la Universidad Autónoma
de Madrid. Correo electrónico:
[email protected]
El presente artículo analiza las formas de intervención y movilización
política de los jóvenes chilenos tomando como itinerario la ruta impuesta
por la dictadura militar. A través de la idea metafórica de la captura
fotográfica, se extraen desde el pasado, tres escenas de lucha y protesta
en que se observan las prácticas y lugares que permiten visibilizar la
participación juvenil. Para ello, este estudio también presenta los lugares
donde tuvieron lugar estas protestas así como las principales consignas
de los jóvenes para poder interpretar su significado. De ese modo, este
análisis permite comprender la similitud existente entre las manifestaciones de la década de 1980 y las actuales.
Palabras claves: juventud; estudiantes; protesta; dictadura; transición política
Romané Landaeta Sepúlveda,
BA in History and MA in Culture and Gender as well as in
Contemporary History. She is a
PhD candidate in Contemporary
History, Universidad Autónoma
de Madrid. E-mail:
[email protected]
This article analyzes the forms of political intervention and mobilization
of Chilean youth by assessing their reaction to coercion by the military
dictatorship. Using photographs from the period of Pinochet’s rule, this
article considers three scenes of struggle and protest, in which one can
see the settings and circumstances to which the Chilean youth contributed. In order to comprehend their participation, this paper also presents
the places where the protests took place as well as the main slogans of
the young. This analysis therefore facilitates a comparison between the
manifestations of the 1980s and the present day.
Keywords: Youth, Students; Protest; Dictatorship; Political Transition
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D e s d e l o s espec t ros de Pinoc het: Los jóv enes y la moviliza ción p olítica e n Chi le
Introducción
No son recuerdos los que se han cruzado. Ni
es la paloma amarillenta que duerme en el
olvido. Sino caras con lágrimas, Dedos en la
garganta, Y lo que se desploma de las hojas:
La oscuridad de un día transcurrido, Un día
alimentado con nuestra triste sangre. Pablo
Neruda (1996[1925-1932])
Al dirigir nuestra mirada a la sociedad chilena, intentado pesquisar los escenarios de participación
política de los jóvenes una vez vuelta la democracia, resulta sino complejo, al menos escabroso dar
cuenta de los contextos y las prácticas en que podemos situarlos, por cuanto, la sociedad chilena en su
conjunto aún no se ha liberado de las sombras que
la fallecida imagen del ex dictador impune provoca. De las muchas explicaciones que encontramos,
existen aquellas asociadas a la propia política que
con el reconocido énfasis económico y la lógica globalizada sobre la que descansa, ha cimentado sus
bases legales en aquellos ordenamientos impuestos
entre gallos y medianoche por el ex dictador en los
inicios de los noventa, momento en que abandona
el palacio presidencial.
Si tenemos como telón de fondo esta sombra, la
historia reciente de Chile se puede identificar a través de la materialización que adquieren las estrategias de pacto político, y que coinciden con aquellas
transiciones políticas negociadas o pactadas. Como
señala Barahona: “En estos casos, las autoridades de
los regímenes represores, salientes suelen conservar
tal magnitud de poder que la nueva elite democratizadora tiene que coexistir y negociar constantemente el cambio con la vieja guardia” (Barahona et al.,
2002: 42). Es en este espacio temporal que el acto
fotográfico como metáfora, a través del obturador
del recuerdo-memoria, capta tres escenas que visualizan a los jóvenes chilenos principalmente en los
espacios públicos; en la calle, en la protesta, sobreviviendo a la impronta represiva estatal. Intentamos
por tanto, capturar “el olvido que en suma, es la
fuerza viva de la memoria y el recuerdo el producto
de ésta” (Augé, 1998: 28).
56
Rom a né L a nd a e t a S e p ú lve d a
El objetivo de este texto es ofrecer una visión
panorámica de la participación de los jóvenes en
Chile a través de tres acontecimientos particulares,
que en diferentes contextos, alcanzaron gran visibilización nacional tanto a través de los medios de
comunicación, como a nivel del debate político que
lograron instalar. Aunque nuestro interés no es analizar los movimientos estudiantiles, creemos interesante reflexionar a partir de determinados hechos,
la importancia que ha tenido la movilización juvenil, tanto en la lucha contra la dictadura en Chile
(1973-1990), como en las críticas que han realizado
a la forma de conducción política de los gobiernos
de la transición a la democracia, sobre todo en materia de Educación. Por ello, nuestras preocupaciones están centradas en indagar a través de las escenas propuestas, los contextos en que los jóvenes son
visibilizados en la arena pública, y los mecanismos
a través de los cuales han logrado cierta cohesión de
grupo. Sin duda, la movilización social y las formas
de intervención política de los estudiantes y jóvenes,
en el Chile autoritario como en el de la transición
a la democracia ha sido fundamental, sobre todo,
por la importancia que adquirió la valentía y tragedia que cubrieron los oscuros años de la dictadura
de Pinochet. Sin embargo, es interesante observar
cómo estos grupos, al igual que en el resto de América Latina, una vez alcanzada la democracia, tienden a replegarse, caracterizando a las nuevas democracias de un escasa participación juvenil2.
El nuevo ropaje de aquella civilidad definida
por la propia dictadura, y que podemos observar a
través de su figura emblemática, Augusto Pinochet,
asume la máscara democrática y protectora que en
calidad de Senador vitalicio en 1998 enfrentó la detención en Londres, para luego ser desaforado en
Chile, pero nunca condenado. Esta es la matriz sobre la que se organiza la alianza política y social que
caracteriza a la transición chilena, plasmada en el
tipo de democracia paradójica que Chile vive desde
los noventa, y que como una sombra tendida sobre
el presente (Pérotin-Dumon, 2005), ha marcado las
experiencias de varias generaciones en la historia
del país, pero también, ha permitido tanto la reflexión como la condena ante un presente que bajo
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nuevos trajes y rostros, una vez desmantelado, da
cuenta de un continuo definido por la exclusión, el
dominio del mercado en lo social y las prácticas políticas autoritarias. Desde el golpe militar de 1973,
se impuso, entre otros, una hegemonía de mercado
como nuevo orden, el que no se erigió como sinónimo de paz social, sino más bien, como equivalente
de la exclusión y represión de los sectores populares
en Chile. En efecto, dicho reordenamiento mercantil estuvo acompañado durante la dictadura, de movimientos sociales (reprimidos) y de organización
popular en función de la subsistencia (Illanes, 2003:
193).
Los escenarios de la movilización
Desde una óptica panorámica, observamos las formas en que los jóvenes de finales del siglo XX en
Chile han desbordado aquellas coordenadas, tejidas
clandestinamente desde las primeras décadas de la
dictadura, las escenas capturadas a través del lente memoria-historia, nos dan algunas luces sobre
aquella participación. El despliegue de las imágenes
en su calidad de soporte de las múltiples memorias,
permite identificar una constante en sus demandas
tanto en el contexto de la dictadura como en democracia, que se develan desde diferentes lugares
y momentos.
Dentro de los movimientos sociales en Chile, ya
ampliamente estudiado3, las movilizaciones estudiantiles de la década de los ochenta, las universitarias de los noventa y la primera movilización de
estudiantes secundarios del siglo XXI, ocupan un
espacio de historicidad no menor, por cuanto tienen
como lugar de enunciación la repulsa, rabia y exigencia reivindicativa frente a un pacto político de
gobernabilidad construido desde la negación y la
represión tácita, la que se disfrazó de participación
ciudadana, delimitada a sangre y fuego por el ex
dictador y maquillada por la ilusión democrática
concertacionista. No es que nuestra sociedad haya
dejado de ser represiva, de ninguna manera. Incluso
nuestros uniformados de verde, la policía nacional,
que proliferan día a día en las calles de la “democracia”, da cuenta de su eficacia, arremetiendo con
saña contra todo lo que huela a manifestante.
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Rom a né L a nd a e t a S e p ú lve d a
En esta perspectiva, los hechos enunciados se
fraguan en una línea de continuidad sobre generaciones diferentes, donde la resignificación del
terrorismo de Estado vivido en Chile, va tomando
matices e involucrando otras demandas las que sin
duda, tienen un basamento común; exigir la justicia nacional. Las reivindicaciones que se comienzan
a cuajar desde los jóvenes, tienen como hilo conductor aquella trayectoria trazada desde los años
sesenta en un contexto internacional, donde la movilización estudiantil caló hondo en las prácticas de
intervención y organización política de las futuras
generaciones, transformándose en motor de acción,
en que militancia y movimiento juvenil fueron de
la mano, y que alcanzó una importancia mayor durante el gobierno de Salvador Allende. Los grupos
que conformaron la Unidad Popular, a pesar de
discrepaban respecto a las tácticas a seguir, compartían un objetivo común, el de instalar por la vía
democrática y constitucional un gobierno socialista, en reemplazo del régimen existente (Loveman y
Lira, 2000: 338).
Con el aplastante establecimiento del sistema
neoliberal en Chile, desde los primeros años de la
dictadura militar, las atribuciones del Estado fueron
mermadas, situación que se observó también en la
educación, donde la municipalización de los establecimientos educacionales, impuso una abismante
distancia entre colegios estatales y privados, generando por tanto una educación desigual, en que los
sectores más acomodados de la sociedad chilena se
beneficiaron y potenciaron y los pobres se perpetuaron.
En alguna medida, han sido estos resultados los
que sumados a otros de larga data, han llevado entre otras demandas, a exigir una educación tanto
de calidad como de equidad para todos y todas.
Exigencias que en contextos y épocas disímiles han
conducido con diferentes énfasis, a la manifestación
pública a través de las protestas estudiantiles. En
ellas identificamos algunas constantes, sobre todo
en las formas de organización y acción, es decir, en
el guión que las convoca. Entre éstas tenemos, de un
lado, las que alcanzaron la visibilización, a través de
ciertos los lugares donde se materializó la acción,
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D e s d e l o s espec t ros de Pinoc het: Los jóv enes y la moviliza ción p olítica e n Chi le
sea en la calle como en instituciones oficiales, las
que buscaron a través de estas acciones intervenir
en los espacios públicos, quebrando la pasiva cotidianidad. Según Grau:
Los estudiantes del campus universitario ocupan su territorio, fabrican sus barricadas; despliegue de neumáticos, de ramas, de piedras,
pañuelos que atraviesan el rostro, gorros pasamontañas. Indumentaria mínima, los cuerpos desprotegidos, sólo paños que los recubren. La capucha de lana o de paño, contrasta
con la rigidez del casco defensivo que cubre
poderosamente la cabeza del protector de la
ley. La capucha cubre una cabeza vulnerable,
el casco, una cabeza protegida institucionalmente (Grau, 2006: 199).
Por otro lado, también encontramos como práctica,
la necesidad de tensionar desde los límites, desde
los márgenes, el orden imperante, más aún, cuestionando la credibilidad de la administración de turno,
situación que cobró mayor relevancia durante los
gobiernos democráticos chilenos. Esto adquiere mayor relevancia, puesto que todos han tenido como
telón de fondo, aquella imagen espectral del ex dictador que se delataba tanto a través de las formas
de conducción del proceso político, como del andamiaje represivo que heredó la llamada democracia
tutelada, y que también podemos observar en aquellas formas de lenguaje y acción, que adoptaron los
otrora defensores de la justicia y la libertad.
Los cuerpos
La categoría de joven que instalado en cuerpos
disímiles y lugares diversos, fue objeto de la mirada disciplinadora durante los diecisiete años de la
dictadura militar en Chile. Ser joven te convertía
en sospechoso, y esta desconfianza fue respaldada
legalmente a través de la Constitución de 19804. La
llamada detención por sospecha, que posibilitó la
retención de miles personas, a través de la cual el estado de impunidad justificó tanto la represión como
la tortura, y en muchos casos, la muerte y posterior
desaparición.
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Rom a né L a nd a e t a S e p ú lve d a
Aquel proyecto político que había llevado al país
a la primera experiencia socialista en el mundo por
vía democrática, congregó a cientos de chilenos y
chilenas que, coincidiendo con las ideas del presidente Salvador Allende, adhirieron al movimiento
del poder popular, pues allí veían un mejor futuro
para las expectativas de sus vidas, marcadas por la
precariedad y marginación.
[…] lo que triunfó con Allende fue lo que podríamos llamar la “apropiación revolucionaria popular de la historia”, que formaba parte
de nuestra tradición cultural. Este “ser nuestro siglo” tuvo su máxima expresión histórica
en el período que va entre el 4 de septiembre
de 1970 y el 10 de septiembre de 1973, lo
cual quedó estampado en un cartel que portaba un poblador que marchaba frente al palacio de la Moneda y que decía “este gobierno
es mío”. En eso consistió la ‘revolución democrática y popular’ (tal como la definió Allende): en la apropiación e instalación del pueblo
en el centro o en el escenario principal de la
historia. Después de eso, el abismo (Illanes,
2003: 251).
Entre ellos, los jóvenes fueron y han sido un conglomerado importante de participación, sea como
simpatizantes o militantes a las propuestas que el
propio escenario internacional daba mayor relevancia.
Desde la segunda mitad de la década de 1960,
coincidente con la oleada revolucionaria que
se desencadenó tanto en Europa como en los
Estados Unidos, la sociedad chilena se precipitó en un torbellino de agitación’ (Correa y
Figueroa, 2001: 253).
Estas circunstancias daban una impronta particular a la sociedad chilena, tanto de forma como de
fondo, adquiriendo especial preeminencia en el acto
de habla (De Certeau, 2006), el significado y simbolismo de palabras que como Revolución, compañero, compañera, el Che, Cuba, y la URSS, por solo
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nombrar algunas, eran parte de esa cotidianeidad
que sin duda bebía de las influencias externas, y
que circulaban en el espacio público. Sin embargo,
a partir del 11 de septiembre de 1973, debieron
ser enunciadas desde el susurro, las señas y gestos,
las que sin duda, alcanzaron su máximo eco en la
reunión clandestina y en las protestas, que poco a
poco fueron inundando las calles desde los ochenta. Pese a ello, otras palabras se hicieron muy necesarias, adquiriendo gran valor debido al contexto
bajo el cual se enunciaban. Entre ellas la expresión
cuídate, tenía una especial connotación, si observamos el estado de excepción como una constante durante la dictadura militar en Chile, y donde el toque
de queda5 unido a aquella sospecha facilitaban todo
abuso de poder.
En este escenario, los jóvenes que se identificaron
con estas ideas eran reconocibles materialmente a
través de aquellos adminículos del gusto (Bourdieu,
1998), los que fueron adquiriendo una connotación
política e ideológica que los distinguía y permitía
la existencia de una cierta estética que los delataba.
Aún cuando bastaba la pobreza para que la desconfianza de los militares validara tanto la detención
por sospecha como los golpes, que con cierta distancia, aun se pueden observar por parte del accionar policial nacional, y que frente a las marchas
de los desaparecidos y presos políticos, lograban
filtrar los escenarios centrales para ser rápida y violentamente reprimidos. Son estas nuevas políticas
de control social que en otro registro, permiten ver
los discursos de seguridad ciudadana que bajo la
impronta de mantención de la tranquilidad pública
encarnada en el tipo de democracia pactada y restringida, intentan disciplinar desde los cuerpos de
las trabajadoras sexuales y travestis hasta las tribus
urbanas, que día tras día forman parte de la crónica
roja; vigilancia que lleva incluso a que alcaldes intenten sanear los barrios en que viven supuestamente ciudadanos honrados que pagan sus impuestos6.
Uno de los resultados de las nuevas formas de
disciplinamiento social que adquiere el período de
la transición chilena, es el “vaciamiento de la participación principalmente popular y juvenil en la
política” (Guerrero, 2000: 129). Sin embargo, y tal
como lo plantea Salazar:
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[…] la memoria para la acción puede estar
contextualizada y cercada por una derrota
[…], pero eso no implica restar jerarquía, ni
empírica, ni histórica, a las acciones contrafactuales que han brotado y brotan, después
de la derrota de esa memoria (Salazar, 2000:
260).
Pese a ello, tienden a ser rotulados y calificados
como conductas desviadas, sobre las cuales se debe
aplicar un tipo de control y neutralización.
De allí que a partir de la década de los noventa,
observemos un despliegue de investigaciones que
analizan los diversos escenarios de participación
juvenil no sólo en el ámbito de la política. Éstas
corresponden a trabajos venidos desde entidades
gubernativas7, así como de universidades y organismos no gubernamentales, los que otorgan una
visión global tanto de la problemática sobre la que
nacen, como de las dinámicas de organización en
las que se sustentan. En la mayoría de ellas, se expone que una vez iniciado el proceso de transición
democrática, la participación juvenil ha experimentado una constante disminución, aunque se
pueden observar ciertos matices que hacen variar
el histórico comportamiento electoral de los jóvenes. Ejemplo de ello, fue la masiva inscripción en
los registros electorales en 1988, año del plebiscito
y el 2006, donde la postulación de la actual presidenta de la República, Michelle Bachelet, generó
una masiva inscripción electoral, sobre todo de las
mujeres jóvenes. Si bien, los estudios realizados en
torno a la participación política de la juventud en
Chile, tienen como foco central de análisis la clásica
y restringida ciudadanía electoral, otros dan cuenta
que la intervención de los jóvenes en política tiene
canales diversos de colaboración, por cierto, no en
los marcos oficiales. Esto da cuenta de que existe
una preocupación política por parte de los jóvenes,
pero que sus demandas se canalizan a través otras
vías, y no mediante los conductos tradicionales de
participación política, entendiendo por estos el voto
y los partidos políticos, entre otros8.
Las escenas que observamos, así como la punta
de un iceberg, tienen precedentes mucho más pro-
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D e s d e l o s espec t ros de Pinoc het: Los jóv enes y la moviliza ción p olítica e n Chi le
fundos, aunque también poseen elementos que los
hacen absolutamente únicos en la forma de acción.
Sin embargo, el último levantamiento estudiantil
que durante los meses de mayo y junio del 2006
sacudió al conjunto de la sociedad chilena, resultó
particularmente interesante de analizar, por cuanto informa no solo de sus demandas en torno a la
educación, sino que cuestiona las formas de conducción de los dieciséis años de democracia pactada, poniendo en jaque tanto al gobierno como a los
partidos de oposición. Este movimiento estudiantil,
semillero sin duda alguna de los futuros políticos
de Chile, acaparó por varios días la atención de la
prensa nacional e internacional.
Las llamas
La década de los ochenta en Chile se caracterizó
por la implantación del modelo neoliberal (Salazar,
2000: 258), que se manifestó a través de una profunda crisis económica expresada en la agudización
de las protestas sociales, y que a partir de 1983 movilizaron gran parte de la población nacional. Entre
éstas cabe destacar las desarrolladas por los estudiantes secundarios, que llevaron a cabo una sistemática toma de sus recintos educacionales entre
1983 y 1984, teniendo ecos aún en 1988.
Las principales demandas, estaban orientadas
fundamentalmente con el derecho de tener Centros
de Estudiantes elegidos democráticamente, instancias que habían sido prohibidas por la dictadura,
y junto a ello, denunciar la sistemática represión
militar que no solo padecían los jóvenes sino la
sociedad en su conjunto. Como muchos anónimos
chilenos y chilenas, salieron a la calle, espacio público donde se posibilitaba el encuentro con los otros
en un contexto de control permanente, no solo por
el toque de queda sino también porque la sociedad
se había transformado, con justa razón, en temerosa de transitar libremente por sus calles. Consignas
como Libertad para estudiar y seguridad para vivir9
inundaron desde la vociferación muchos centros de
educación dominados por el silencio impuesto por
una pedagogía del terror, y que décadas más tarde
serían el ejemplo a seguir por otros estudiantes secundarios.
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Rom a né L a nd a e t a S e p ú lve d a
En medio de consignas como ¡Basta de asesinos,
basta de tortura, basta de dictadura…! los asesinatos y la detención de personas opositoras al régimen,
no importando edad ni sexo, si bien se transformaron en un hecho cotidiano durante la dictadura militar, tuvieron como principal objetivo, la represión
sistemática y masiva de aquellos jóvenes que veían
en las ideas de la Unidad Popular, mejores expectativas para la juventud chilena. El régimen militar
intentó socavar a la población chilena, y más aún
a los jóvenes, evidencia de ello son los registros de
muertos, desaparecidos, torturados y sobrevivientes, donde la edad promedio de las víctimas se sitúa
entre los 18 y 30 años, ello sin contar a un número
no despreciable de menores de edad muertos10.
Dentro de los muchos casos de víctimas, se encuentran los adolescentes ultimados en las movilizaciones estudiantiles de los años 1983 y 1984,
todos menores de 18 años. El asesinato de los hermanos Vergara (Rafael de 18 años y Eduardo de 20
años) en 1985 durante un operativo realizado en la
población Villa Francia es un claro ejemplo11. Poco
después, sobre el caso de los Quemados, Pinochet
declaró:
No se sabe nada, pero es muy curioso que la
marca que tenía el joven que murió, no estaba quemada por fuera, la quemadura estaba
por dentro. No quiero pensar mal, sería malo
que pensara de un muerto mal. Pero me da la
impresión que a lo mejor llevaba algo oculto y se le reventó y le provocó la quemadura
[…]12.
En esta ocasión se trató de dos jóvenes, Carmen
Gloria Quintana y Rodrigo Rojas De Negri, menores de 25 años, que en 1986 fueron quedamos vivos
por fuerzas militares. Solo Carmen pudo sobrevivir
al horror. Su testimonio así lo confirmaba:
La mañana del 2 de julio fuimos arrestados,
golpeados, vejados, luego impregnado todo
nuestro cuerpo con bencina. Para hacernos
arder en llamas, y luego dejarnos abandonados a más de 25 kilómetros desde dónde
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habíamos sido quedamos por los militares.
Ha pasado un año y están todos los militares
libres por las calles, ha pasado un año y Rodrigo ya está muerto13.
Carmen Gloria Quintana se debió someter a más
de cuarenta intervenciones quirúrgicas y, posteriormente, viajó a Canadá para seguir un tratamiento
especializado. Sin embargo, son muchas aquellas
personas anónimas que también fueron muertas,
golpeadas y ultrajadas por la policía de Estado, todos son casos de especial relevancia que evidencian
la sistematicidad de la violencia durante la dictadura militar.
A pesar de que la sociedad chilena en su conjunto fue la que vivió el miedo, son los sectores populares y la juventud simpatizantes de aquellos mil
días del gobierno popular, los que más tarde serían
desde las bases, activos oponentes a la consolidación de la dictadura militar, donde la impronta del
terror se agudizó. Poblaciones como la Victoria y la
Legua, de larga tradición política en sus múltiples
manifestaciones, experimentaron en forma absolutamente dramática la arbitrariedad de las fuerzas
militares (Garcés y Leiva, 2005). Ello sin contar con
el abuso de poder, con que la mayor parte de los
integrantes de las instituciones militares operaba en
todos los rincones de la intrincada geografía natural
y humana del país; en los espacios rurales, la violencia adquirió connotaciones especiales, por cuanto
la represión tomó particular significación hacia las
minorías étnicas y sectores mucho más pobres, y
por tanto más vulnerables.
Una de las tantas pancartas donde la frase, Gritemos la verdad al Papa. ¡En Chile se tortura!, daba
cuenta de los agitados días que vivía el país durante
la visita de Juan Pablo II en 1987, ya que posibilitó
en cierta medida, la toma del espacio público para
gran parte de la población que experimentaba en
carne propia una política sistemática de tortura y
desaparición, promovida por el Estado que oficiaba
de anfitrión. Los escenarios escogidos por la delegación del Sumo Pontífice, fue en la Bandera, una de
las poblaciones de Santiago más pobres y emblemáticas en la lucha contra el régimen militar. En esta
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elección se incluyó también al Estadio Nacional14,
espacio deportivo que hasta esa fecha se mantenía
cerrado para eventos públicos, y que carga con el
peso material y simbólico de la muerte, junto a la
acción genocida del régimen terrorista, que buscaba
dar forma a la nueva comunidad imaginada de carácter autoritario en lo político, conservador en lo
ético y fuertemente liberal en lo económico.
En la Bandera, miles de personas, fundamentalmente de los sectores populares, se hicieron presentes. Trabajadores, jóvenes y mujeres asistieron
a esta masiva reunión, entre ellas, una mujer, Sola
Sierra, quieb desde 1977 formaba parte de la Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos
por la desaparición de su esposo. En el escenario
preparado para esta actividad, y donde se encontraba el Papa Juan Pablo II, su voz denunció la violencia e ignominia que el pueblo chileno sufría. Sin
embargo, cuando el Sumo Pontífice salía del lugar,
un tímido cuerpo lo abordaba, era Carmen Gloria
Quintana, la joven que con solo 19 años de edad
había logrado sobrevivir a las llamas, y mostraba
al mundo el rostro de Chile, las cicatrices del fuego
aún se dibujaban en su cuerpo.
La juventud chilena desbordó el principal centro
deportivo del país, ex recinto de detención y tortura, donde otros jóvenes alzaron su voz, revelando
la violencia e impunidad que vivía Chile. Durante
esta visita, las familias chilenas fueron convocadas
en el Parque O’Higgins, nombre del mítico fundador de la nación chilena, espacio también de celebración de la chilenidad y de las Fuerzas Armadas
y de Orden. Este había sido el lugar elegido por las
autoridades de la época, donde se congregaron gran
cantidad de niños y jóvenes en la compañía de sus
padres, los que momentos después de iniciada la
ceremonia por Juan Pablo II, fueron violentados,
debido a la acción injustificada de la fuerza policial
que allí se encontraba. En todas estas convocatorias, el miedo de salir a reunirse era una constante,
no obstante, la rabia y el creer que aquella era una
gran oportunidad para poder manifestarse, hicieron
que muchos pobladores y sus familias asistieran a
los masivos actos, que terminaron con una gran represión militar15.
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Fue esta misma juventud la que se organizó para
movilizar al resto de la población en el plebiscito
de 1988, luego que la oposición política aceptara y
consensuara el itinerario constitucional que Pinochet había preparado junto a sus brazos civiles, y
que llamó a votar por el NO. Pese a ello una parte
de la izquierda radical no confío en el plebiscito y
se marginó del proceso. En el lapso que va desde el
año 1984 y 1988, aproximadamente, el tema de las
protestas universitarias y la movilización estudiantil
fue fuente de numerosos titulares de prensa. A través
de ella los jóvenes expresaron su descontento con el
régimen imperante en el país, y apoyaron masivamente la campaña de la opción NO en el plebiscito
de 1988, y en las elecciones de diciembre de 1989
dando su respaldo a la Concertación de Partidos
por la democracia16. Finalmente, en ese mismo año,
los jóvenes, en la antesala de la democracia, terminan por organizarse para manifestar sus demandas
y reivindicaciones (Correa y Figueroa, 2001: 256).
Las calles y las movilizaciones en democracia
El segundo gobierno de la Concertación, tuvo que
hacer frente a dos importantes momentos, el cierre
definitivo de la histórica mina de carbón de Lota, y
la movilización universitaria que llevó a que estudiantes y obreros, marcharan por las grandes alamedas. Jóvenes que llevaron a que la sociedad se
sacudiera de aquella inercia de tranquilidad y orden
en que estaba sumergida, detenida bajo aquella figura que desde las sombras vigilaba espectralmente.
El levantamiento de los estudiantes de universidades estatales chilenas en 1997 extendida por algo
más de ocho semanas, contó con el apoyo de gran
parte de académicos, docentes y funcionarios. El
proceso cuestionaba nuevamente los cimientos del
sistema de educación impuesto por la dictadura y
mantenido, en lo esencial, por los gobiernos de la
Concertación a la fecha, de Patricio Aylwin (19901994) y Eduardo Frei (1994-2000), a través de una
de las principales leyes de amarre dejadas por la dictadura, que era el resultado de las políticas neoliberales implementadas en el ámbito de la educación.
Se trataba de la Ley Orgánica Constitucional de
Enseñanza (LOCE) que sentó las bases de la actual
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Rom a né L a nd a e t a S e p ú lve d a
administración y financiamiento del sistema educativo chileno.
Esta movilización, que intervino en forma directa en el espacio público a través de marchas, barricadas, tomas de universidades y recolección de
monedas, coincidió como hemos enunciado con el
cierre de la mina de carbón de Lota17, lugar histórico de la lucha de los trabajadores en los dos últimos
siglos de la historia social de Chile. Muchos de los
obreros que por años habían vivido de la extracción
de este mineral quedaron sin su fuente de trabajo.
Sus demandas los llevaron a dejar sus hogares, recorriendo algo más de 500 kms, desde el sur del
país a la capital, para marchar junto a los estudiantes. Los cientos de universitarios que mantenían las
universidades tomadas recibieron en sus aulas a los
trabajadores a quienes acogieron en estas casas de
estudio, donde además compartir el pan y el techo,
elaboraron escritos, pancartas y declaraciones exigiendo sus derechos laborales, y denunciando un
sistema político social que embelesado por los éxitos económicos aún no se miraba a sí mismo.
Casi diez años más tarde, en el 2006, nuevamente los estudiantes de Santiago y luego en casi
todo el país, colgarían lienzos en el frontis de los
establecimientos educacionales con la frase El cobre
por el cielo, la Educación por el suelo, aludiendo al
excelente momento económico que experimentaba
el país, producto de las divisas generadas por este
mineral. Esta movilización congregó a cientos de
estudiantes secundarios que durante casi dos meses
llevaron a que más de cien colegios de todo el país
adhirieran a sus demandas, éstas tenían origen en la
citada ley Nº 18.962 (LOCE) promulgada por Pinochet el 07 de marzo de 1990, y publicada el 10 de
marzo de 1990, que permitió entre otros, que el Estado actuara como regulador y no como protector
de la educación, otorgando gran responsabilidad a
organismos privados. Este movimiento, fundamentalmente juvenil-popular, fue capaz de integrar legítimas reivindicaciones tanto económicas como de
infraestructura. Como señala González: “Este modelo de administración así como el modelo de financiamiento de la educación, al amparo de la citada
ley constitucional, han permitido la privatización
de las escuelas en Chile” (González, 2006: 1).
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Sin lugar a dudas, el escenario de movilización
y visibilización de los jóvenes ha seguido siendo la
calle, espacio público por excelencia, donde la búsqueda por la recuperación de las múltiples ciudadanías y formas de participación, da cuenta de la
necesidad de transmitir a la sociedad chilena, sus
demandas, así como las promesas no cumplidas, y
las fisuras de un sistema democrático tutelado.
Por otro lado, las prácticas del accionar de aquellos derechos que fueron adquiridos, como el de
tener Centros de Estudiantes elegidos por votación
popular, nos indican otras formas de operación participativa, aunque si bien se enmarcan en demandas
similares, generan nuevamente en el espacio público civil un debate en toda la sociedad. La última
toma de liceos y escuelas efectuada por estudiantes menores de 18 años en Chile, y las formas de
organización e impacto mediático que alcanzaron,
bajo las sombras del general moribundo y con senil
demencia, tuvieron grandes repercusiones, no sólo
por las demandas y críticas al sistema educacional
chileno, aceptadas en su mayoría por gran parte de
todos los sectores políticos, sino también porque
permitió quebrar la desidia que desde sus primeros
años caracterizó a la transición chilena. Sin duda,
este ejemplo nos permite entre otros, cuestionar
la forma hegemónica y aceptada de política, principalmente aquella que impuesta por la Concertación desde el gobierno de Patricio Aylwin, es decir,
la política de los consensos, enmarcada con aquella
clásica frase del ex presidente, de que todo en Chile
se hace en la medida de lo posible.
A modo de conclusión
Al observar las fotografías de los escenarios en que
localizamos a los jóvenes visualizamos que este movimiento tiene tanto elementos de cambio como de
permanencia. Entre los primeros, fundamentalmente que la militancia y el movimiento juvenil no van
hoy necesariamente unidos. Respecto a lo segundo,
que permanecen las formas de represión y contención. De allí que podemos evidenciar cómo la movilización que había quedado neutralizada por la propia transición, en pos de alcanzar su consolidación,
pacta la forma más no el fondo con la dictadura.
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Se instala para unos, la idea de derrota y para
otros, la de apatía. Si para los jóvenes que marchaban en los ochenta importaba la vivencia colectiva,
y el propio fin de la dictadura, la lógica del actual
sistema basado en el éxito, se desplaza hacia la vivencia del triunfo. Por tanto, otro resultado del sistema imperante, es que el declive de la movilización
estudiantil, se puede reflexionar desde la aceptación social del modelo económico y el triunfo de
un tipo de sociedad más individualista que resulta
rentable a los dispositivos instalados por la matriz
de corte neoliberal analizada, que unido a la poca
credibilidad de la política, coincide con que ese intento de vida democrática, comience con el término
de la guerra fría, y la caída de las certezas que habían sustentando gran parte del siglo XX.
Es interesante observar entre todo aquello que
se ha escrito a propósito de la primera gran movilización estudiantil del siglo XXI en Chile, y que
abarcó gran parte del territorio nacional, que estos
movimientos diversos de jóvenes, pusieron en tela
de juicio lo hecho tanto por los partidos de gobierno como por aquellos de oposición, logrando ingresar en la agenda nacional, el modo, la calidad
y las perversidades de las formas actuales de hacer
política en Chile, diecisiete años después de haber
obtenido la democracia.
Las escenas capturadas a través de la metáfora graficada en el acto de fotografiar a través del
entramado que otorga el proceso dialéctico de la
memoria, ofrece tres escenas que llevan a re-pensar
aquellos espacios materiales en que encontramos a
los jóvenes y la movilización política. Bajo la tríada
de los cuerpos, las llamas y las calles, hemos querido representar aquellas ideas que desde los márgenes de su accionar, lograron instalarse en ciertos
momentos de la historia reciente de Chile, como
protagonistas del proceso social mayor, a saber, la
transición chilena, cuestionando en algunos casos,
ese estado de abulia y temido orden, y en otros, las
formas en que se ha conducido la actual democracia. Muchos de ellos quedaron en el camino, sin un
lugar físico donde poder recordarlos, otros llevan
las secuelas de la derrota inscritas en sus cuerpos, sin
embargo, las nuevas generaciones de jóvenes vienen
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mostrando que existe una amplia gama de participación, tan diversa y variada como ellos, ejemplo de
estas nuevas prácticas son los centros culturales y
grupos ambientalistas entre otros. La juventud chilena, aún cuando que se ha tejido bajo la sombra
espectral del difunto ex dictador, ha logrado sortear aquel olvido, instalándose como aquel presente
continuo que bajo la impronta de los Nunca Más,
y con la esperanza que otorga la juventud, nos permite pensar que otro Chile es posible.
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9
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Notas
1
2
3
4
5
6
7
Agradezco las sugerencias y los comentarios del profesor Pedro
Martínez Lillo y de Víctor Rocha Monsalve.
Entre los clásicos autores analizan estos temas, véase; Escobar
(1991); Mc Adam, Mc Carthy, Mayer (1990); Melucci (1990);
Tarrow (1997); Di Tella (2001).
Para un análisis del movimiento social y las protestas entre 1983
y 1984 en Chile, véase; Brodsky (1988); De la Maza, Garcés
(1985); García (2006); Garretón (1984, 1985, 1987); Salazar
(1990); Weinstein (1998).
El 31 de mayo de 1989, el General Pinochet dirigió un mensaje
a la nación en el cual anunciaba el consenso concretado entre el
Gobierno y la oposición en orden a proponer los puntos encaminados a perfeccionar la Constitución Política. Como lo indicaba la
vigésima primera disposición transitoria de la carta fundamental,
en su inciso primero letra d), el Ministerio del Interior a través del
decreto del Nº 939 de 15 de Junio de 1989, convocó a plebiscito
para el día 30 de Julio de ese mismo año, con el objeto que se
votaran las reformas constitucionales. La ciudadanía aprobó el
proyecto de reforma con un 85,7%. Estos cambios constitucionales se formalizaron a través de la ley Nº 18.825, que efectuó 54
importantísimos cambios en al Constitución de 1980. Entre ellas,
el artículo octavo del Capítulo Primero, que señalaba: “Todo acto
de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten
contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la
sociedad, del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o
fundada en la lucha de clases, es ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República. Las organizaciones y los movimientos o partidos políticos que por sus fines o por la actividad
de sus adherentes tiendan a esos objetivos, son inconstitucionales”
(www.justicia.cl, www.gobiernodechile.cl [24-05-2009]).
Dentro de los Bandos establecidos por la Junta Militar chilena,
el Nº 16 se refería al “toque de queda”, en el que establecían las
características, horarios, lugares y circunstancias de la restricción
de desplazamiento de la sociedad chilena en el territorio nacional
(Loveman y Lira, 2002: 324).
Francisco de la Maza, alcalde de la acomodada comuna de Las
Condes, intentó a través de un plebiscito cerrar el barrio del Golf
para combatir el comercio sexual existente en la zona. Para ello,
toda persona que viviera en este lugar debía tener un tipo de identificación que le permitiría ingresar a dicho lugar. Sin embargo,
la Corte de apelaciones por una unanimidad ratificó el fallo de
mediados de noviembre del 2006 que aseveraba que la medida era
“arbitraria e inconstitucional”, porque atentaba contra la garantía
de igualdad ante la ley. (http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/
site/artic/20061114/pags/20061114214412.html [10/05/2009]).
El Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) inició sus funciones
el 16 de febrero de 1991 bajo la administración del Presidente
Patricio Aylwin. Desde sus inicios, el INJUV fue concebido como
un servicio público funcionalmente descentralizado, dotado de
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personalidad jurídica y patrimonio propio, que se relaciona con el
Presidente de la República a través del Ministerio de Planificación
y Cooperación (Mideplan). El INJUV es un organismo técnico,
encargado de colaborar con el Poder Ejecutivo en el diseño,
planificación y coordinación de las políticas relativas a los asuntos
juveniles.
Existe un gran número de organismos que periódicamente
entregan informes sobre participación política de los jóvenes,
entre ellas el INJUV y la Corporación Participa, entre otros. De
las muchas investigaciones realizadas ver los trabajos de: Duarte
(2003), Thezá (2003) y Osorio (2003).
El documental “Actores secundarios” (Pachi Burgos, 2005)
da cuenta de estas movilizaciones estudiantiles. En Chile, esta
realización tuvo un gran éxito sacando a la luz pública el poder de
convocatoria de los jóvenes y coincidiendo con las movilizaciones
de estudiantes secundarios en los meses de mayo y junio de 2006.
Datos entregados, por el Informe de la Comisión Nacional de
Verdad y Reconciliación (ICNVR) (1991). Informe de la Comisión
Nacional sobre Prisión Política y Tortura (ICNPPT) (2005).
Los hermanos Vergara Toledo, militantes del Movimiento de
Izquierda Revolucionaria, fueron asesinados el 29 de marzo de
1985. A raíz de este hecho, los militantes de este movimiento
político decretaron esta fecha como el día del joven combatiente.
Desde entonces, todos los años se realizan manifestaciones en diversos recintos de educación y en Villa Francia, lugar donde vivían
junto a sus padres. Revista Punto Final nº 615.
Declaración dada a través de Televisión Nacional de Chile en
1986. Datos extraídos del documental “Imágenes de una dictadura” (Patricio Guzmán, 1999).
Entrevista de prensa dada en Televisión Nacional de Chile
en 1987. Datos extraídos del documental “Imágenes de una
dictadura” (Patricio Guzmán, 1999). El proceso que se inició por
el “Caso Quemados”, como los denominó la prensa, culminó
con la condena del capitán Pedro Fernández Dittus a 600 días de
presidio por ser el autor del cuasidelito de homicidio de Rodrigo y
cuasidelito de lesiones graves contra Carmen Gloria Quintana. En
agosto de 1997, el 28 Juzgado Civil de Santiago condenó al Fisco
a pagar 240 millones de pesos por daños morales y 11 millones de
pesos por daños directos en favor de Carmen Gloria Quintana. El
Consejo de Defensa del Estado apeló de esta resolución y el caso
aún se encuentra en estudio. Sin embargo, el Gobierno por decreto
Nº 318 de 1992 le otorgó una pensión por gracia (http://www.
fasic.org/bol/bol00/bol0010.htm [22/06/2009]).
El ICNPPT (2004) establece que entre el 11 de septiembre
de 1973 y el 10 de marzo de 1990, se reunieron antecedentes
respecto de 1.132 recintos utilizados como lugares de detención
en las trece regiones de Chile. De ellos, 221 se localizaron en la
Región Metropolitana. Entre éstos, el campo de prisioneros del
Estadio Nacional; “Este recinto estuvo a cargo del Ejército. Hubo
detenidos allí entre septiembre y noviembre del año 1973. El día
22 de septiembre, según la Cruz Roja Internacional, había 7.000
detenidos”. El informe agrega que “hubo entre 200 y 300 extranjeros de diversas nacionalidades. Miles de detenidos, hombres y
mujeres, provenientes de distintos lugares” (ICNPPT, 2004: 513
– 524).
El 16 de julio de 1985, los Obispos de Chile firmaron una carta
solicitando la visita pastoral de Juan Pablo II. Tres meses más
tarde, el 21 de octubre del mismo año, se manifestaba el propósito
que el Santo Padre tenía de visitar Chile y Argentina durante el
primer trimestre de 1987. Finalmente, durante los seis días que
duró su visita (del 1 al 6 de abril), recorrió la geografía de chilena.
La mañana del 2 de abril se reunió con los pobladores de la zona
sur de Santiago, y en la tarde, con los jóvenes en el Estadio Nacional. El día tres se realizó en el Parque O’Higgins la eucaristía
de la reconciliación y beatificación de Sor Teresa de los Andes
(www.iglesiadechile.cl[16/06/2009]).
En el plebiscito del 5 de octubre de 1988 la opción NO obtuvo el
55,99% de los votos y el SI con 44,01% (Navia, 2004: 81-103).
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17 En el 2007 se cumplieron diez años desde que el gobierno de
Eduardo Frei ordenó el cierre de las minas de Lota. Cerca de
1200 mineros quedaron cesantes, y pese al apoyo económico al
sector, Lota tiene los índices más altos de cesantía del país (http://
www.lota.cl [10/06/2009]).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
6 Una aproximación a las relaciones
bilaterales entre Chile y Estados Unidos
en la era post Pinochet
María Elena Lorenzini
María Elena Lorenzini es candidata a Doctor por la Universidad Nacional de Rosario
(Argentina). Asimismo es profesora adjunta de teoría de las
relaciones internacionales en
la Facultad de Ciencia Política
y Relaciones Internacionales de
la misma universidad y becaria
doctoral del Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas
y Técnicas. Correo electrónico:
[email protected]
A partir de la década de los noventa, las relaciones bilaterales entre
Chile y los Estados Unidos han tenido que superar los legados autoritarios dejados por Pinochet. Tales vínculos partían de una situación conflictiva y caracterizada por una ‘agenda negativa’ como consecuencia
del desinterés del régimen militar en iniciar un proceso de apertura
política. La transición a la democracia marcó un punto de inflexión entre
Santiago y Washington, y viabilizó el cambio en el patrón de la vinculación bilateral. El objetivo de este trabajo es realizar una aproximación
sobre los legados de Pinochet sobre las relaciones bilaterales entre los
dos países haciendo un seguimiento sobre hechos más significativos y
marcando las distintas etapas que han atravesado desde 1990. La superación de la primera etapa de ‘normalización’ abrió paso a una relación
renovada, más cooperativa cuyo corolario fue la firma del TLC luego de
doce años de arduas negociaciones. Finalmente, abordamos la posición
de los partidos políticos chilenos frente a las relaciones con los Estados
Unidos a fin de ejemplificar la mayor reticencia inicial de aquellos sectores más cercanos al régimen saliente en 1990.
Palabras claves: Chile; relaciones bilaterales; Estados Unidos; Caso Letelier; partidos políticos
María Elena Lorenzini, PhD candidate and Lecturer in Theory of
International Relations, Faculty
of Political Science and International Relations, Universidad
Nacional de Rosario, Argentina. She has a doctoral scholarship from the Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas
y Técnicas (National Council
for Scientific and Technical Research). E-mail: male_lorenzini
At the start of the nineties bilateral relations between Chile and the United
States had to overcome the authoritarian legacy left by Pinochet. These
relations had been based on conflict and characterized by a ‘negative
agenda’ due to the military regime’s lack of interest in opening up the
political process. The transition to democracy marked a turning point between Santiago and Washington, facilitating a change in the pattern of
bilateral links. The aim of this paper is to consider the impact of the legacies of Pinochet upon relations between the two countries by following
the most significant topics and explaining the different stages they have
experienced since 1990. The first phase of 'normalization' opened the
way for a new, more cooperative era during the EFTA was signed after
twelve years of arduous negotiations. Finally, we address the position
of Chilean political parties with regard to their relations with the United
States to illustrate the greater initial reluctance of those sectors closest to
the outgoing regime in 1990.
Keywords: Chile; Bilateral Relations, United States, Letelier case, Political Parties
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U n a a p r oximac ión a l as rel aciones b ila ter a les entr e Chile y Esta d os
U n id o s e n l a era post Pinoc het
Introducción
Las relaciones bilaterales entre la República de Chile y los Estados Unidos han transitado por distintos
momentos en las últimas dos décadas. El cambio
en el patrón de vinculación se observa claramente
a partir del proceso de transición a la democracia
iniciado en 1990. Así, la política exterior en general
y las relaciones chileno-norteamericanas en particular, constituyen dos áreas en las cuales se observan legados autoritarios en el Chile post Pinochet.
En esa dirección, cabe señalar que a principios de
los noventa, Chile atravesaba por una situación de
aislamiento en el sistema internacional y que las relaciones con la potencia hegemónica en el hemisferio se caracterizaban por un deterioro significativo.
Sin embargo, el vínculo chileno-norteamericano se
fue reconstruyendo aunque no estuvo exento de la
emergencia de situaciones de tensión.
Desde nuestro punto de vista, es posible identificar, al menos, dos momentos en la era post Pinochet. Por un lado, el novel período histórico que se
inició con el proceso de transición a la democracia inaugurado por la administración de Patricio
Aylwin. Por el otro, la apertura de una fase histórica
luego del fallecimiento de Augusto Pinochet. En este
artículo enfatizamos el primero de ellos, puesto que
fue el momento en el cual la agenda negativa, heredada por el primer gobierno de la Concertación,
se proyectó con mayor intensidad sobre el margen
de maniobra para rediseñar la política exterior así
como sobre los vínculos chileno-norteamericanos.
Además, entendemos que la defunción del ex Presidente de facto tuvo un valor más bien simbólico ya
que no generó cambios sustanciales en el escenario
político doméstico, en el diseño de la política externa ni en las relaciones entre la Moneda y la Casa
Blanca.
El objetivo de este trabajo es realizar un seguimiento de los legados del régimen autoritario sobre
las relaciones bilaterales entre Chile y los Estados
Unidos tomando en consideración hechos muy
significativos y marcando las distintas etapas por
las que éstas han atravesado desde principios de
la década pasada. Inicialmente, la relación estuvo
signada por un conjunto de conflictos bilaterales
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M a r í a Ele na L or e nz i ni
suscitados durante los años del régimen militar,
como el “caso Letelier” y el de las “uvas envenenadas1”, entre los más destacados. Esto desembocó en la exclusión del país trasandino del Sistema
Generalizado de Preferencias Arancelarias (SGP), la
suspensión de los seguros de la Corporación para la
Inversión Privada en el extranjero (OPIC), la aplicación de la “Enmienda Kennedy”2, las cuales afectaron de modo negativo a Chile. Luego de arduas
negociaciones todos los temas de la ‘agenda negativa’ fueron resueltos satisfactoriamente. La superación de esta primera etapa denominada de ‘normalización’ abrió paso a una relación renovada, más
cooperativa y menos conflictiva. En ese marco, se
inició un proceso de negociación de un Tratado de
Libre Comercio entre Chile y los Estados Unidos,
el cual, finalmente, se firmó luego de doce años de
negociación, el 11 de diciembre de 2002. Asimismo,
nos interesa mostrar cuál ha sido la posición que
los partidos políticos chilenos asumieron frente a la
relación con Estados Unidos, especialmente en los
primeros años de la era post Pinochet.
La normalización de las relaciones chileno-norteamericanas: la superación de la agenda heredada
En los años iniciales de la década de los noventa,
las relaciones entre los dos actores partían de una
situación de discordia3 que se evidenciaba en, al menos, dos conflictos muy significativos: el caso Letelier y el caso de las uvas envenenadas. Sin embargo,
los gobiernos de Chile y Estados Unidos lograron
reencauzar la relación bilateral a través de un arduo proceso de negociación y de coordinación de
políticas que derivó en una relación signada por la
cooperación4. Esto se plasmó en el levantamiento
de todas las sanciones antes mencionadas y en la
suscripción de un Acuerdo Marco de Cooperación
Económica, los cuales fueron abriendo el camino
para la posterior firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) en diciembre de 2002. De ese modo,
Chile se convirtió en el primer país sudamericano
en concluir un TLC y ello le significó el logro de su
plena inserción hemisférica.
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La búsqueda de una solución definitiva al Caso Letelier
En primer lugar, nos interesa dar cuenta de cuáles
fueron las implicancias de la resolución del caso Letelier sobre la relación bilateral puesto que fue un
hito en el proceso de normalización de las vinculaciones chileno-norteamericanas, aunque este evento
no sea minuciosamente analizado puesto que excede los objetivos de la investigación.
El 21 de septiembre de 1976, Orlando Letelier5
y su ayudante, la ciudadana norteamericana, Ronni
Moffit fueron asesinados en Wahington D. C. por
agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional
(DINA), la policía secreta de Chile durante los primeros años de la dictadura. Este acontecimiento fue
calificado por el gobierno de los Estados Unidos
como uno de los actos terroristas más graves acaecido en su propio territorio con anterioridad a los
ataques del 11 de septiembre de 2001 (Fermandois
y Rojas Aravena, 1991).
Frente a esta situación, los Estados Unidos decidieron iniciar una investigación judicial destinada
a esclarecer el asesinato de Letelier-Moffit, con el
objetivo de hallar a los responsables materiales e
intelectuales del hecho. Luego de algunos años, el
Departamento de Justicia de los Estados Unidos
encontró a los responsables materiales. Así fueron
identificados un grupo de cubanos anti-castristas
residentes en los Estados Unidos y un grupo de
exfuncionarios de la DINA: Michael Townley, el
teniente (r) Armando Fernández Lario, el teniente
coronel (r) Pedro Espinoza y el general (r) Manuel
Contreras. Los dos primeros fueron juzgados por la
justicia norteamericana y debieron cumplir sus respectivas sentencias, mientras que Espinoza y Contreras fueron juzgados en Chile dado que la Corte
Suprema de Justicia denegó el pedido de extradición (Insulza, 1991).
Por su parte, en 1993, la Corte Suprema de Chile
condenó a Contreras y Espinoza por el crimen de
Orlando Letelier y Ronni Moffit. Esta sentencia fue
confirmada, luego de un proceso de apelación, el 30
de mayo de 1995. Las penas estipuladas por la justicia trasandina fueron de siete años de prisión para
Contreras y seis años para Espinoza lo cual generó
numerosas críticas puesto que algunos sectores de
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la sociedad trasandina pensaban que la duración de
éstas era reducida (Amnistía Internacional, 1995).
En tanto, la justicia norteamericana no había cerrado la causa judicial por la cual se investigaba el
caso Letelier-Moffit por considerar que los responsables intelectuales no habían sido sancionados aún.
En esta dirección, la detención de Augusto Pinochet
en Londres en 1999 vino a constituir la reactivación
de la causa en cuestión. En aquel momento, existía la posibilidad cierta de llevar ante los tribunales
al propio Pinochet. Sin embargo, esta situación no
generó grandes repercusiones en los vínculos bilaterales por varias razones: Estados Unidos y Chile
habían logrado normalizar sus relaciones bilaterales, el contexto internacional había cambiado, los
intereses de ambos Estados se habían tornado más
convergentes y la institucionalidad democrática
se había fortalecido en Chile. En tal sentido, cabe
preguntarnos ¿por qué el caso Letelier constituyó
un motivo de discordia en las relaciones bilaterales
chileno-norteamericanas? y ¿cuáles fueron las consecuencias de su resolución?
El caso Letelier era un tema conflictivo en la
agenda bilateral pues durante los años del régimen
militar el gobierno de Chile se había negado a cooperar con la justicia norteamericana en el esclarecimiento del episodio. El inicio de la transición
democrática marcó un cambio de posición respecto
del caso Letelier ya que la Concertación se mostró
dispuesta a cooperar. Ello se evidenció en el inicio
de un proceso judicial sobre los responsables por
parte de la justicia chilena. Pese a ello, los Estados
Unidos mostraron una posición ambivalente, reconociendo algunos avances al mismo tiempo que
sostenía que Chile no había colaborado de modo
suficiente para el esclarecimiento definitivo del
caso. Esta disconformidad por parte de la potencia
hemisférica, colocaba a Chile en una situación muy
complicada teniendo en cuenta que ello sucedía en
un contexto político-institucional peculiar signado
por los legados autoritarios impuestos por la Constitución de 1980 al gobierno de la Concertación. De
esta manera, Patricio Aylwin avanzó notablemente
puesto que reabrió el sumario interno por el tema
de los pasaportes y firmó un acuerdo6 que indem-
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bizaba a los familiares de Orlando Letelier y Ronni Moffit. A pesar de ello tuvo que responder a las
duras críticas provenientes de la oposición política, quienes estimaban que los grandes esfuerzos no
eran lo suficientemente valorados por Estados Unidos puesto que Chile continuaba excluido del SGP
y se mantenía vigente la Enmienda Kennedy como
consecuencia de la ‘política de certificación’7.
De acuerdo con José Miguel Insulza, el encuentro presidencial de octubre de 1990 en Washington,
fue el punto de inflexión que marcó el inicio del
proceso de normalización de las relaciones entre
ambos países. En esa ocasión, el presidente Patricio Aylwin comunicó a su homólogo George Bush,
que sería indispensable que la administración norteamericana comenzara a mostrar señales claras de
normalización, porque en su defecto, el frágil equilibrio doméstico enfrentaría serios riesgos y, podría
comenzar a resquebrajarse.
La primera señal positiva fue el restablecimiento de los seguros OPIC8 para las inversiones norteamericanas. La segunda, fue la firma de un Acuerdo Marco que tuvo lugar el 2 de octubre de 1990
entre el Ministro de Hacienda de Chile, Alejandro
Foxley y la Representante de Comercio, Carla Hill.
Con él se creó el Consejo Bilateral sobre Comercio
e Inversión. Otro hecho relevante fue la autorización norteamericana que habilitaba la exportación
de peras asiáticas provenientes de Chile así como el
reconocimiento de país ‘libre de aftosa’9. Esta medida permitió la reanudación de las exportaciones
de carnes con destino al mercado norteamericano.
También, el Departamento de Comercio eliminó el
arancel compensatorio que aplicaba a las exportaciones trasandinas de flores frescas. A ello se sumó,
la reincorporación de Chile al SGP10 que tuvo lugar
luego de que el país modificara algunas normas legislativas relativas al tema de patentes industriales,
normas laborales, patentes farmacéuticas y propiedad intelectual, tal como lo reclamaba Estados
Unidos. Por último, el presidente Bush anunció el
envío al Congreso de la certificación, para levantar
la Enmienda Kennedy en víspera de su visita oficial
a Santiago11.
Finalmente, la normalización de las relaciones
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M a r í a Ele na L or e nz i ni
fue anunciada oficialmente durante la visita del 6
de diciembre de 1990 de George Bush a Santiago a
pesar de que no se había solucionado el ‘caso Letelier’ (el ‘caso de las uvas envenenadas’ perdió vigencia con el paso del tiempo puesto que ninguno de
los estados asumió la responsabilidad). De acuerdo
con Patricio Silva Echenique, entonces Embajador
de Chile en Estados Unidos, la normalización de
las relaciones bilaterales se había alcanzado porque Chile cumplía con tres condiciones básicas que
trascendían la solución de cada caso: 1) Durante la
transición se estaban respetando los derechos humanos; 2) El Estado chileno no daba cobijo al terrorismo internacional; 3) El gobierno de Chile estaba
haciendo los mayores esfuerzos para llevar a juicio
a los responsables del doble asesinato de Letelier y
Moffit (FLACSO, 1991: 129-130).
De la normalización de las relaciones a la firma del TLC
Este período se inició, luego de la visita oficial del
Presidente de Estados Unidos, y el acontecimiento
simbolizó, el comienzo de una nueva etapa en la
relación bilateral, superadora de la anterior.
El proceso de normalización de las relaciones
tuvo lugar en un contexto global y regional renovado, marcado por un clima de optimismo, como
resultante de la finalización de la Guerra Fría y el
consecuente inicio de un nuevo orden internacional.
Esta situación se puso de manifiesto en el establecimiento de una nueva ‘agenda positiva’ formada por
múltiples issues. Algunos de los temas más relevantes fueron, por ejemplo: fortalecimiento de la democracia, derechos humanos, libertades individuales,
estado de derecho, cooperación bilateral, participación en los organismos internacionales (multilaterales como el caso de la ONU y regionales como la
OEA), economía de mercado, libre comercio, inversiones, medio ambiente, entre otros.
La llegada de una nueva administración republicana en 1989 produjo nuevos cambios, tales como
la realización de algunos ajustes en la formulación
de la política norteamericana hacia América Latina.
Desde nuestro punto de vista, el conjunto de políticas, implementadas durante la gestión de George
Bush hacia la región, puede ser identificado como
un condicionante exógeno12.
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U n a a p r oximac ión a l as rel aciones b ila ter a les entr e Chile y Esta d os
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El proceso de reorientación de la política norteamericana respecto de América Latina contempló
una amplia gama de propuestas de acuerdo con la
problemática específica de las distintas subregiones.
En este contexto, sobresalen la ‘Iniciativa de las
Américas’, anunciada en el mes de junio de 1990,
y la intención de iniciar un proceso de negociación
de un Acuerdo de Libre Comercio de América del
Norte (TLC) entre Estados Unidos, Canadá y México (Hakim, 1992).
Esta primera propuesta norteamericana fue muy
bien recibida por la administración de Aylwin y fue
percibida como una oferta tentadora, sobre todo
teniendo en cuenta que Estados Unidos era el principal socio comercial y el principal inversor para el
país trasandino. Además, los procesos de negociación del TLC constituían uno de los objetivos prioritarios de la estrategia de inserción internacional
de Chile.
En 1992, la administración Bush reiteró la invitación a su par chileno para negociar un TLC después
de haber anunciado el proyecto para conformar el
Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)
(Richard, 2004). Inicialmente, la reiteración de la
propuesta a Chile renovó las expectativas y generó
un nuevo clima plagado de optimismo, el cual no
se tradujo en resultados tangibles. Así, la administración republicana concluyó su mandato sin haber
logrado hacer realidad el TLC.
Las elecciones norteamericanas de 1993 otorgaron el triunfo al candidato del partido demócrata,
William Clinton. La nueva administración retomó,
en su política hacia América Latina, el proyecto de
conformar un Área de Libre Comercio de las Américas, que se extendería desde Alaska hasta Tierra
del Fuego y fue anunciada en la I Cumbre de las
Américas realizada en Miami en 1994. En esa ocasión, los presidentes de Estados Unidos, Bill Clinton,
de México, Carlos Salinas de Gortari, y el primer
ministro canadiense, hicieron pública su intención
de negociar el acceso de Chile al TLC una vez que
finalizara el proceso de ratificación del tratado con
México que estaba teniendo lugar en el Congreso
de los Estados Unidos (Vargo, 2004). Esto condujo
al desarrollo de varias rondas de negociaciones du-
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M a r í a Ele na L or e nz i ni
rante 1995, de las cuales Chile, finalmente, se retiró
frente a las dificultades que experimentaba la administración demócrata para obtener el fast track
que la habilitara para negociar nuevos acuerdos
comerciales.
Cabe destacar que, durante los ocho años que
duró el mandato de la administración Clinton, éste
no pudo obtener fast track por parte del Congreso.
Sin embargo, “fue el propio Clinton, en noviembre
de 2000 y casi al término de su mandato, quien decidió enmendar lo que muchos consideraban como
una deuda de los Estados Unidos con Chile” (Marisco Cougat, 2004: 80).
Así, “los presidentes Lagos y Clinton anunciaron
– de manera algo sorpresiva y a través de sendos
comunicados dados a conocer en forma simultánea
en San José (California) y Washington – su intención de negociar un tratado de libre comercio […]”
(Bianchi, 2004: 27). En opinión de Andrés Bianchi,
entonces Embajador de Chile en Washington, la decisión de su país de retomar las negociaciones con
la potencia hegemónica sin que ésta contara con el
fast track, fue una elección osada puesto que si el
Congreso no le concedía tal autorización, los esfuerzos serían estériles.
En 2002, el Capitolio otorgó al nuevo presidente, George W. Bush, el Trade Promotion Authority
(TPA) lo cual abrió paso a las últimas tres rondas
de negociaciones del TLC. Cabe agregar que el proceso de negociación del TLC Chile-Estados Unidos
se desarrolló a través de 14 rondas de negociaciones
a lo largo de doce años y se llevaron a cabo alternadamente en Santiago y en Washington. La última
ronda de negociaciones concluyó en la madrugada
del 11 de diciembre de 2002 en la capital norteamericana. Se logró así lo que había sido “el sueño de
una década para los dirigentes políticos chilenos y
norteamericanos” (Vargo, 2004: 72).
Una vez que finalizaron las negociaciones, el TLC
chileno-norteamericano fue firmado en la Mansión
Vizcaya el 6 de junio de 2003 por María Soledad
Alvear, Ministro de Relaciones Exteriores de Chile
y Robert Zoellick, el Representante Comercial de
Estados Unidos (United States Trade Representative). Posteriromente se inició una nueva fase cuyo
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máximo desafío consistió en obtener la aprobación
del acuerdo en el Congreso de Estados Unidos. En
esta fase, la Embajada de Chile jugó un rol clave y
llevó adelante un conjunto de iniciativas, perfectamente articuladas, en torno al objetivo central: la
construcción de un amplio consenso en el Congreso
norteamericano para lograr la aprobación del TLC.
Así, la Embajada se ocupó de transmitir un mensaje
único: Chile tenía el potencial para convertirse en
un socio confiable para los Estados Unidos. Además, el TLC no sólo sería beneficioso para Chile
sino también para su contraparte puesto que la embajada logró demostrar que desde 1996, los exportadores norteamericanos habían perdido posiciones
en el mercado trasandino y ello se debía, por un
lado, a que Chile había firmado durante la década
de 1990 varios Acuerdos de Libre Comercio con los
países andinos, los del MERCOSUR, Canadá, México y Centroamérica. Es decir, durante el período de
1995 a 2002, la participación de las exportaciones
norteamericanas a Chile había experimentado una
fuerte caída, que iba del 25% de 1995, al 16% de
2002. La razón se explicaba por la inexistencia de
un TLC.
En segundo lugar, la Embajada llevó adelante
contactos y entrevistas con congresistas y asesores
lo que contribuyó a proyectar una imagen de Chile
como país serio, moderno, maduro, confiable y responsable. Por último, la Embajada decidió que no
contrataría los servicios de una empresa de lobby
porque consideró que los servicios que éstas ofrecían podían ser prestados con igual eficiencia por
los funcionarios de la Embajada. De este modo, la
Embajada podría ahorrar una importante suma de
dinero al mismo tiempo que asumía un alto riesgo
en el caso de un eventual fracaso (Bianchi, 2004:
29-43).
En relación a este tema, cabe destacar que Chile no apoyó la iniciativa norteamericana de invadir Irak en marzo de 2003 cuando se desempeñaba
como miembro no permanente en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas. Esta situación
dio lugar a múltiples especulaciones respecto del
resultado final de la votación del TLC en el Congreso de Estados Unidos. Por un lado, se sostenía
72
M a r í a Ele na L or e nz i ni
que Chile sería sancionado con la no aprobación
del TLC, por no haber apoyado la iniciativa de Estados Unidos. Por el otro lado, se afirmaba que si
el TLC era rechazado, se enviaría una señal negativa, para la consecución del ALCA, al resto de los
países de la región latinoamericana. Desde nuestro
punto de vista, el TLC con Chile representaba para
Washington varias cosas a la vez: la transición democrática había sido exitosa; era uno de los pocos
países latinoamericanos que había logrado estabilidad económica por un período prolongado; exhibía
una macroeconomía ordenada; y era un país muy
abierto desde el punto de vista comercial. Además,
el TLC servía para demostrar al resto de los países
latinoamericanos que los acuerdos norte-sur son
posibles y, de ese modo intentar subsanar la ‘ausencia’ norteamericana en la región. Chile emergió
como un socio natural, teniendo en cuenta el nivel de apertura de la economía, y estratégico, dado
que estaba sentando un precedente para sus pares
regionales y el acuerdo podría transformarse en la
base de futuras negociaciones. Evidentemente, la
administración Bush buscaba dar ejemplo y envió
un mensaje claro de cara a futuras negociaciones:
lo que Estados Unidos no concedió a Chile, a pesar
de los compromisos asumidos por este último, tales
como el levantamiento de los mecanismos antidumping, no se lo otorgaría a otros países.
Finalmente, el TLC fue aprobado el 24 de julio
de 2003 en la Cámara de Representantes por 270
votos a favor y 156 en contra, mientras que el Senado lo aprobó una semana más tarde por 65 votos a
favor y 32 en contra (Bianchi, 2004). En el caso de
Chile, el convenio fue aprobado el 7 de octubre de
2003 en la Cámara de Diputados con 87 votos a favor, 8 abstenciones y 8 en contra13. El 22 de octubre
del mismo año por la Cámara de Senadores daba
el visto bueno con 34 votos afirmativos, 5 votos en
contra y 5 abstenciones14.
Los partidos políticos y la relación con Estados Unidos
En este apartado, nos interesa mostrar cuál ha sido
la posición que los partidos políticos chilenos, como
actores del sistema político doméstico, asumieron
frente a la relación con Estados Unidos. Sin embar-
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go, cabe aclarar que los partidos políticos son actores importantes pero no desempeñan un rol muy
activo en el proceso de formación de la política exterior. Esto es así puesto que, en el sistema político
trasandino, la política exterior tiene una impronta
presidencial muy fuerte al igual que en numerosos
países latinoamericanos. En el caso de Chile, es la
Constitución de 1980 la que establece que el Presidente de la República “es el actor central y quien
formula la política en este campo, auxiliado por el
Ministerio de Relaciones Exteriores” (Rojas Aravena, 1997: 401).
Ahora bien, el análisis de las posiciones asumidas por los principales partidos políticos frente a las
relaciones con Estados Unidos resulta interesante
por dos razones principales. La primera, que durante los primeros años de la transición democrática en
Chile existió, lo que se conoce como la ‘anomalía
de la posición de la derecha’15. Esta anomalía es observable en dos niveles: el regional y el doméstico.
En el nivel regional, los partidos de derecha en la
mayoría de los países de América Latina, han mostrado una posición favorable hacia Estados Unidos.
Por el contrario, en el caso de Chile, las fuerzas políticas alineadas a la derecha del espectro político
exhibieron cierto grado de distancia hacia Estados
Unidos, particularmente en los primeros años de la
década de 1990. En el nivel doméstico, la Alianza
por Chile se hallaba frente a la siguiente paradoja:
“si bien no derrochan amor por los Estados Unidos,
son conscientes de que desde el punto de vista de los
negocios que importan fundamentalmente a su electorado, es preciso mantener excelentes relaciones
con Estados Unidos” (Bustamante, 1991: 34). La
derecha se debatía entre el anti-norteamericanismo
arraigado en el resentimiento por el rol desempeñado por Washington en cuanto a la promoción del
proceso de transición a la democracia y los intereses
económicos y comerciales que los grupos aglutinados en este sector poseían.
La segunda razón, se encuentra vinculada al proceso de articulación del consenso político en torno
al modelo de inserción internacional de la República de Chile, siendo la aprobación del TLC entre el
país trasandino y la potencia hegemónica uno de los
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ejemplos representativos. En esa ocasión, se puso de
manifiesto, una vez más, el sólido consenso entre la
Concertación y la Alianza por Chile, que ha contribuido a hacer de la política exterior una política
de Estado.
La derecha chilena y su percepción de las relaciones
bilaterales con Estados Unidos
Durante la primera mitad de la década de 1990, los
partidos de la Concertación y los de la Alianza por
Chile tenían percepciones disímiles respecto del tipo
de vinculaciones que deberían establecerse con Estados Unidos. Las fuerzas políticas agrupadas a la
derecha tenían una percepción negativa de Estados
Unidos. Ello se explica, en parte, por las implicancias derivadas del cambio de la ‘tesis Kirkpatrik’,
durante la segunda administración republicana de
Ronald Reagan, lo cual significó un duro golpe para
el régimen militar chileno. La implementación de la
tesis Kirkpatrick simbolizó el fin del apoyo norteamericano a los dictaduras militares en América Latina y su reemplazo gradual a través del fomento de
procesos de transición democrática, especialmente
en los países del Cono Sur. Además, la administración Reagan aplicó algunas medidas ya mencionadas que perjudicaron a la dictadura de Augusto Pinochet y que implicaron un mayor grado de tensión
en las relaciones bilaterales. Todas ellas fueron debilitando el régimen militar y junto con otros acontecimientos suscitados en el plano doméstico. Los
resultados del plebiscito de 1988 y la celebración de
elecciones libres en 1989 coadyuvaron al inicio del
proceso de transición.
Como sostiene Fernando Bustamente, resulta
muy llamativa la oposición manifestada por Renovación Nacional y la Unión Democrática Independiente respecto de los Estados Unidos, teniendo en
cuenta que, tradicionalmente, la derecha le era muy
afin. Así, en los primeros años de la década de 1990,
la percepción de algunos observadores era que Estados Unidos se estaba convirtiendo en la “bete noire
de la derecha” (Bustamante, 1991: 33)16. Del mismo modo, Bustamente advierte que al interior de
los partidos de derecha se había formado “una verdadera cultura política conservadora anti-yanqui,
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que se manifestó en el rechazo al ‘intervencionismo’
de Washington en los asuntos internos del país y en
prácticas comerciales consideradas hostiles” (Bustamante, 1991: 34).
La visión de la centro-izquierda en Chile
Las fuerzas políticas alineadas en la centro-izquierda del espectro político, los partidos que conforman la Concertación, parecían haber logrado “una
verdadera reconciliación con los Estados Unidos, y
desarrollaron numerosos y amigables contactos con
dicho país” (Bustamante, 1991: 34). Para los partidos de la centro-izquierda chilena, las relaciones
bilaterales con la potencia hegemónica fueron analizadas desde una perspectiva más positiva que para
la derecha y, también más pragmática ya que logró
procesar y superar la discutida participación norteamericana en el golpe de Estado de 1973. El cambio
de percepciones en la Concertación se basó, en parte, en el grado de apoyo que Washington prestó al
proceso de transición democrática. De acuerdo con
Bustamante, el rol de Washington respecto del proceso de redemocratización en Chile fue clave para
modificar las percepciones tradicionales de estos
grupos políticos.
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por Chile y la Concertación en torno de la política
exterior en general, y de las relaciones entre Santiago y Washington, en particular.
Durante el periodo presidencial de Ricardo Lagos fue cuando se firmó el esperado TLC y, un año
después, se logró a través del consenso bipartidista
la ‘liberación de la democracia chilena de su chaleco
de fuerza’, que modificó la mayoría de los enclaves
autoritarios plasmados en la Constitución de 1980.
El proceso de negociación del TLC con los Estados Unidos fue el más extenso en términos comparados con similares procesos con países del Cono
Sur, prolongándose por más de una década, atravesando así las tres administraciones trasandinas y las
tres últimas administraciones norteamericanas.
Desde nuestro punto de vista, la constancia en
torno al TLC con Estados Unidos y la paciente
construcción de consensos domésticos por parte de
los distintos gobiernos trasandinos, es una muestra
de que la política exterior de Chile es una política
de Estado que ha trascendido los vaivenes políticos
domésticos, superando así los legados autoritarios
en la era post Pinochet.
Conclusión
La administración Aylwin logró satisfactoriamente
su primer gran objetivo que consistió en la normalización de las relaciones bilaterales. Esto repercutió
positivamente en la esfera doméstica y habilitó el
inicio de un proceso de coordinación de políticas
que descomprimió paulatinamente la alta tensión
acumulada en las últimas dos décadas. El levantamiento de las sanciones y la resolución de algunas
otras cuestiones ligadas a la dimensión de las relaciones comerciales, contribuyeron eficazmente a
disminuir las tensiones preexistentes.
La administración de Eduardo Frei logró comenzar a gestionar los conflictos políticos domésticos
y superar algunos de los legados autoritarios para
construir un consenso nacional que garantizara la
continuidad del proyecto de inserción internacional
de Chile. Ello se evidenció en la formación embrionaria de cierto grado de consenso entre la Alianza
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Notas
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4
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6
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12
13
Si bien este trabajo no profundiza en el caso de las ‘uvas envenenadas’, es necesario resumir brevemente lo ocurrido. El escándalo
de las uvas envenenadas estalló en 1988 tras realizarse los controles de calidad de la fruta que ingresa al mercado norteamericano. En ese momento se detectaron algunas unidades envenenadas
con cianuro. Como consecuencia, el gobierno de Estados Unidos
restringió la importación de fruta procedente de Chile.
La Enmienda Kennedy fue una medida unilateral aplicada por el
gobierno de Estados Unidos que prohibía la asistencia militar y
la venta de armas a Chile. La aplicación de esta enmienda surgió
como consecuencia de las tensas relaciones bilaterales durante el
período de la dictadura pinochetista.
Siguiendo a Robert Keohane, discordia es aquella situación en
que los actores, ya sean gubernamentales o no, poseen intereses
encontrados y no manifiestan la voluntad necesaria para iniciar y
llevar adelante un proceso de adaptación de políticas (Keohane,
1988: 73-75).
Keohane sostiene que la cooperación tendrá lugar cuando las
acciones de los individuos u organizaciones, que no se hallaban en
armonía preexistente, se adecuen mutuamente por medio de un
proceso de negociación, al que generalmente se designa “coordinación de políticas”. Se puede decir entonces que la cooperación
ocurrirá cuando los actores ajusten sus conductas a las expectativas presentes o anticipadas de otros, a través de un proceso de
coordinación de políticas (Keohane, 1988: 73-75).
Orlando Letelier se había desempeñado como funcionario del gobierno de la Unidad Popular y había ocupado diversos ministerios
durante la presidencia de Salvador Allende: fue Embajador de la
República de Chile en Estados Unidos, luego fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores y, por último Ministro de Defensa.
Dicho acuerdo tenía tres puntos destacados: 1) El pago ex gratia
de la indemnización a los familiares; 2) La constitución de una
comisión en concordancia con lo establecido por el Tratado
Bryan-Suárez para la solución pacífica de controversias; 3) Chile
se comprometió a iniciar acciones legales para juzgar a los responsables (Insulza, 1991: 24).
La política de certificación es un procedimiento unilateral de evaluación del cumplimiento de determinados stándares en diversas
áreas de cuestiones. En el caso de Chile, el gobierno de Estados
Unidos “no certificaba que Chile ha dado los pasos adecuados
para llevar ante la justicia a los culpables del asesinato de Orlando
Letelier” (Insulza, 1991: 24).
La reincorporación de Chile al sistema de seguros para las inversiones norteamericanas (OPIC) se produjo el 3 de octubre de 1990
(FLACSO, 1991: 75).
Chile fue declarado país libre de aftosa el 28 de septiembre de
1990 (FLACSO, 1991: 70)
La comunicación oficial de la reincorporación del país trasandino
al SGP tuvo lugar el 29 de noviembre de 1990 (FLACSO, 1991:
117).
La Enmienda Kennedy se levantó parcialmente para la Fuerza
Aérea de Chile (FACH) el 21 de octubre de 1990. Finalmente, el
poder ejecutivo norteamericano decidió el levantamiento total de
la Enmienda Kennedy el 2 de diciembre de 1990, contribuyendo
así a generar un mejor clima ante la inminente visita oficial del
presidente George Bush del 6 de diciembre de ese mismo año
(FLACSO, 1991).
En esta dirección, Luis Maira señala que “para América Latina,
por su clara ubicación en la zona de influencia más directa de los
Estados Unidos, las modificaciones en la capacidad hegemónica
de la potencia que determina más directamente que ninguna otra
nuestros espacios de poder y negociación internacionales son
un elemento cuya dilucidación exacta constituye un asunto de
primera importancia” (Maira, 1986: 15)
“Cámara de Diputados aprobó Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos” (Comunicado de Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, 2003).
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14 “Senado votó a favor del Acuerdo con EE.UU. Canciller Alvear
ante aprobación del TLC: Hoy es un gran día para Chile” (Comunicado de Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Chile, 2003). Véase también: Diario de Sesiones del Senado de la
República de Chile (2003) Legislatura 350ª extraordinaria, Sesión
6ª, miércoles 22 de octubre de 2003 (http://sil.congreso.cl/docsil/
diar4486.doc [10/8/2004]).
15 En el debate sobre la aprobación del TLC Chile-Estados Unidos
en la Cámara de Senadores, el senador Lavandero (DC) sostuvo
lo siguiente: “Eduardo Galeano, el célebre escritor uruguayo,
en una obra de publicación reciente, dice que Alicia después de
visitar el País de las Maravillas se metió en un espejo para mirar
el mundo al revés. Ahora le bastaría asomarse por la ventana a
nuestra realidad. Vería a la izquierda en la derecha, al ombligo en
la espalda, a los pies en la cabeza” (Diario de Sesiones del Senado
de la República de Chile, 2003: 62).
16 Cabe agregar, a modo de ejemplo, que RN ha presionado a la
Cancillería con el objeto de defender los derechos de los exportadores de frutas los cuales tenían muy restringido el ingreso de
sus productos al mercado norteamericano después del ‘caso de las
uvas envenenadas’. Los líderes de RN han reclamado asimismo
una gestión más activa en contra de las prácticas proteccionistas
de Estados Unidos, las cuales afectaban a los intereses de los grupos de exportadores de productos agrícolas (Bustamente, 1991:
33).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
7 ‘¡Adiós, mi general!’ La derecha y Pinochet en
democracia
José Iván Colorado García
José Iván Colorado García es
Licenciado en Historia y Master
en Historia Contemporánea por
la Universidad Autónoma de
Madrid. Su tesis de master fue El
pensamiento político de Jaime
Guzmán y el conservadurismo
chileno (1958-1991). Correo
electrónico:
jivancolorado@
gmail.com
En este trabajo se pretende analizar cómo influye en los partidos de la
derecha chilena, principalmente en la UDI, el llamado ‘factor Pinochet’
una vez recuperada la democracia en 1990, así como las causas que
llevaron a este partido a iniciar una estrategia de distanciamiento del
antiguo dictador a partir de la campaña presidencial de 1999. La UDI y
RN, el otro partido de la derecha, muestran diferencias y coincidencias
en cuanto a su formación, a su relación con el dictador y a la valoración
de la obra de su gobierno que se ponen de manifiesto en este trabajo en
el análisis de sus respectivas trayectorias. La UDI fue el grupo de poder
civil más importante de la dictadura, lo que supone un punto de partida
claramente diferenciador entre ambos partidos, y en la relación de cada
uno con Pinochet.
Palabras claves: Augusto Pinochet; Renovación Nacional; Unión Demócrata Independiente; democracia;
derechos humanos.
José Iván Colorado García,
BA in History and MA in Contemporary History, Universidad Autónoma de Madrid.
His Master’s dissertation was
The Political Thought of Jaime
Guzmán and the Conservatives
in Chile (1958-1991). E-mail:
[email protected]
The article seeks to analyze how the so-called ‘Pinochet factor’ has influenced right-wing political parties, particularly the UDI, in Chile since the
transition to democracy in 1990; and, to investigate the factors behind
the UDI’s decision to distance itself from the former dictator since the
1999 presidential campaign. By analyzing the trajectories of the UDI and
the RN, the other right-wing party, the article highlights the differences
and similarities in their backgrounds and party-building processes, their
relationship with the dictator, and their evaluation of his government. The
UDI was the most important civilian group throughout the dictatorship.
This sets a clear distinction between the two parties, and in their respective relationships with Pinochet.
Keywords: Augusto Pinochet; Renovación Nacional; Unión Demócrata Independiente; Democracy;
Human Rights.
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‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
Introducción
Poco después de la muerte del viejo dictador, su
nieto, Rodrigo García Pinochet, manifestaba a una
emisora chilena que la derecha había emprendido
hacía tiempo un alejamiento calculado de su abuelo
con el fin de aumentar su apoyo electoral, pero que
mantenía aún un apego hacia su gobierno2. Insistía, además, en algo que resultaba obvio para quien
siguiese más o menos de cerca los vaivenes de la
política chilena: el distanciamiento se convirtió en
definitivo a raíz del escándalo de las cuentas secretas de Pinochet en el banco estadounidense Riggs.
Más allá del resentimiento, principalmente hacia la
Unión Demócrata Independiente (UDI), estas declaraciones resumen esquemáticamente la influencia
de Pinochet en los partidos de la derecha chilena y
su evolución.
El pinochetismo no se ha desarrollado como un
partido político en Chile. El giro de Pinochet hacia la política no consistió en la fundación de un
partido político, sino en la toma de posesión como
senador vitalicio3. Sin embargo, ha tenido un fuerte
impacto en los partidos de derecha, principalmente en la UDI, a quien podríamos considerar como
un partido político nuevo que recibió entre sus influencias ideológicas la obra de Pinochet. El autoritarismo del gobierno militar le permitió a la derecha
construir un modelo político-económico capaz de
trascender los límites de la propia dictadura.
La UDI, como expondremos en este trabajo,
tuvo un gran protagonismo en la construcción de
ese modelo. El otro partido de la derecha, Renovación Nacional (RN), representa la continuación
del Partido Conservador, disuelto en 1973, algunos
de cuyos miembros más notables ocuparon cargos
importantes dentro de gobierno de Pinochet, como
Sergio Onofre Jarpa, Ministro del Interior entre
1983-1985. Sin embargo, la paternidad del modelo
que surge de la dictadura se debe eminentemente a
la UDI, lo que imprime una diferencia sustancial de
base entre los dos partidos de la derecha.
Este artículo tiene el objetivo de analizar cómo
se enfrentan los partidos de derecha “al factor Pinochet”. Es decir, por un lado entender las distintas posturas que toman cada uno de los partidos
78
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
de derecha frente al exdictador, y por el otro lado
analizar las causas que llevaron a la UDI, el partido
tradicionalmente más vinculado con la dictadura,
a distanciarse de Pinochet (Angell, 2005a: 95-119).
Hablar de factor Pinochet puede resultar sumamente amplio, tanto como decir factor O’Higgins, o factor Allende, y por lo tanto exceder los propósitos de
este trabajo. Alan Angell define como factor Pinochet una de las particularidades más evidentes de la
transición chilena a la democracia: el protagonismo
del antiguo dictador en cada momento de la vida
política, militar e institucional de Chile.
A diferencia de otros países que han sufrido
dictaduras a lo largo del siglo XX, el régimen militar chileno finaliza cuando el dictador pierde el
Plebiscito de 1988 donde se decide continuidad
en la presidencia. Pero este hecho no significó la
desaparición de Pinochet de la vida chilena. Cabe
preguntarse cómo condicionó esta peculiaridad el
comportamiento de los partidos de la derecha chilena y por qué la derecha más pinochetista optó por
distanciarse progresivamente del dictador.
Cuando el nieto matiza que aún existe un apego
hacia el gobierno de su abuelo, está poniendo de
manifiesto la evolución de la influencia del factor
Pinochet en la derecha, principalmente en la UDI,
puesto que fue esta formación la que mostró en un
principio una clara identificación con la obra y la
figura del dictador. Debemos, pues, hablar de una
doble evolución. De un lado, la relación de Pinochet
con la derecha después de 1990; y de otro lado, la
aceptación crítica por parte de ésta de la obra del
gobierno militar. Es decir, de una defensa sin reservas de su gobierno y de su figura, la UDI evoluciona hacia un distanciamiento evidente del dictador
y a una aprobación con matices de su gobierno: se
condenan las violaciones a los derechos humanos
pero se aprueban las transformaciones económicas,
principalmente la implantación en Chile de políticas neoliberales partir de 1975, y se defienden las
nuevas bases institucionales que la Constitución de
1980 otorgó al país.
La Real Academia Española define distanciamiento en su tercera acepción como “alejamiento
afectivo o intelectual de alguien en su relación con
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‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
un grupo humano, una institución, una ideología,
una creencia o una opinión” (RAE, 2001). Por lo
tanto, cuanta mayor cercanía afectiva o intelectual
haya habido, más sentido tiene emplear la tercera
acepción que nos propone el diccionario. Este es el
caso que nos ocupa: la relación entre Pinochet y la
UDI.
UDI, el partido que emergió de la dictadura
La UDI fue fundada en 1983 por Jaime Guzmán,
estrecho colaborador y arquitecto institucional
la dictadura. Fue, además, el principal artífice de
la Constitución de 1980 (Cristi, 2000). Si bien el
carácter fundacional de la UDI sobrepasa el legado de Pinochet, tanto en su obra como su persona, la recuperación de la democracia no fue impedimento para seguir mostrándole al dictador una
clara admiración y simpatía. Era el sentimiento de
agradecimiento de quienes habían formado el grupo de poder civil más importante de la dictadura:
el Movimiento Gremial. El Gremialismo, también
fundado por Jaime Guzmán en 1967, defendía unos
principios corporativistas en materia económica y
un orden social basado en los principios de la doctrina social de la Iglesia. Este movimiento logró introducirse en los espacios emergentes de poder de la
dictadura, y desde ellos dirigir la construcción de un
nuevo proyecto histórico. Éste fue el resultado de
la “combinación de un autoritarismo político, una
economía liberal, una sociedad jerarquizada y una
cultura conservadora” (Gazmuri, 2001: 2).
El corte que supuso el establecimiento de la dictadura militar quedó claro desde el momento en
que se constituyó la comisión para redactar una
nueva constitución, de la que el fundador de la UDI
formó parte desde su creación el 12 de noviembre
de 1973. La creación de la Comisión de Estudios
para la Nueva Constitución mostró la existencia de
un proyecto político previo que dejaba en suspenso
la restauración de la vieja institucionalidad. El 11
de septiembre de 1975 la Junta Militar declaró que
procedería a dictar un conjunto de Actas Constitucionales. Como miembro de la comisión, Jaime
Guzmán fue uno de los grandes impulsores de la
teoría del poder constituyente, tomada del jurista
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I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
del pensamiento nazi, Carl Schmitt, en virtud del
cual a la Junta de Militar le correspondía asumir
la elaboración de un nuevo texto constitucional.
Para Jaime Guzmán, el carácter fundacional de la
dictadura nunca estuvo en duda. Al mismo tiempo
que denunciaba la destrucción de la democracia por
el gobierno de Allende, era plenamente consciente
de que se abría un nuevo período que en ningún
caso debía de suponer la vuelta al antiguo sistema.
Al momento del golpe “ya no cabía defender una
democracia que no existía, que había sido deliberadamente destruida” (Guzmán, 1992: 94).
El éxito para dominar los espacios de poder
consistió en presentarse como apolíticos. Volvió a
aflorar de nuevo la vieja resistencia del conservadurismo a reconocerse como ideología y la pretensión
de mostrarse como una vía alternativa a la división
de la política en derecha e izquierda, como ya lo
habían ensayado los agraristas en la década del cuarenta y la candidatura de Alessandri Palma en 1958,
según han puesto de manifiesto respectivamente
Cristian Garay (1990) y Alan Angell (1993). Tan interiorizada estaba esta estrategia en el gremialismo,
que Jaime Guzmán declaraba en una entrevista en
1987, habiendo ya fundado la UDI, que “el término
derecha es un término sobrepasado, hueco e irrelevante, lo mismo que los términos centro e izquierda” (Guzmán en Fontaine, 1991: 543). La fuerza
renovada que cobró el discurso apolítico en la derecha chilena se acentuó con la asunción de las tesis
del liberalismo económico. Desde los años sesenta,
dentro del marco de la Universidad Católica, se fueron tejiendo fuertes vínculo entre los profetas del
neoliberalismo en Chile, los llamado Chicago boys,
estudiantes de economía enviados a la Universidad
de Chicago a estudiar a Frederick von Hayek, Milton Friedman y Arnold Harberger, y los gremialistas, quienes abandonaron su viejo corporativismo y
abrazaron la nueva fe económica con la pasión de
los conversos. El autoritarismo creó las condiciones
ideales para que comenzase una mutua y fructífera
inseminación ideológica entre ambos grupos como
han estudiado Juan Gabriel Valdés (1989) y Carlos
Huneeus (1998).
79
‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
La UDI fue articulando la construcción en Chile
de lo que hemos denominado, siguiendo a Gazmuri,
un “proyecto histórico de la derecha”, lo que nos
explica a su vez que tenga más relevancia situar en
el centro de este artículo el análisis de las relaciones
entre la UDI y Pinochet, que entre el otro partido de
la derecha y éste. Dentro de RN el pinochetismo fue
importante para determinadas facciones, pero en
modo alguno para la totalidad del partido. Esta es
la primera diferencia importante entre los dos partidos que forman la Alianza por Chile respecto al
legado de Pinochet y más específicamente, respecto
a la figura del dictador.
La UDI comenzó su andadura política favorecida por la propia dictadura. El 48% del total de
diputados de este partido, elegidos durante las tres
elecciones posteriores al plebiscito, habían sido alcaldes durante el régimen anterior y un 24% había
ocupado otros cargos de diverso rango en la administración del Estado, entre los que se encuentran
varios ministros. Entre los diputados de RN también había exalcaldes de Pinochet, pero su porcentaje, un 31%, era muy inferior al de la UDI (Huneeus,
2001: 38). Este hecho es sumamente relevante para
comprender algunos rasgos del carácter político de
este partido ya en democracia. Favorecida por la
ausencia de libertad política y por el control de los
ayuntamientos que le otorgó la dictadura, la UDI
logró introducirse en sectores populares que habían
sido un bastión tradicionalmente democratacristiano. De este modo pudo ganar un considerable
apoyo entre los sectores más humildes, que imprime en ocasiones un marcado carácter populista a
su discurso.
Su participación en la dictadura no sólo se limitó al poder municipal, sino que se concentró
también en importantes organismos del Estado, lo
que permitió a la UDI contar con un fuerte apoyo
de Pinochet. El Gremialismo controló la Secretaría
General del gobierno y, a través de este organismo
los medios de comunicación, la movilización de los
apoyos de la ciudadanía. La influencia económica
se llevó a cabo desde la Oficina de Planificación
Nacional (ODELPLAN), donde colaboró con los
Chicago boys en las reformas económicas. A tra-
80
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
vés de los Secretarios Regionales de Planificación
(SERPLAC) apoyaron la gestión de los gobiernos
regionales.
Durante la dictadura se diseñaron las bases de
la futura democracia, que sería protegida y autoritaria. Jaime Guzmán, tenía, pues, como mentor
de la Constitución de 1980, uno de los mayores
protagonismos en la construcción del nuevo escenario político–institucional, paradigma de lo que se
ha dado en llamar nuevo autoritarismo. Según la
UDI, la dictadura había creado un nuevo Chile y
nuevos chilenos. La obra de Lavín Chile Revolución
Silenciosa es un canto al nuevo modelo económico
implantado. El viejo estatismo chileno había sido
derribado por la implantación benéfica del nuevo
modelo. La derecha, representada tanto por la UDI
como RN, tenía en la obra de Pinochet la versión
nacional de un regeneracionismo exitoso. La pervivencia del nuevo modelo económico y político debía
de estar por encima de las alternancias políticas. Ese
era el sentido de la democracia protegida y autoritaria: impedir la alteración sustancial del modelo, –
la UDI mantiene una fuerte oposición a la reforma
del sistema binominal, al que considera garantía de
la pervivencia del modelo político, mecanismo que
impide una auténtica representatividad –, y mantener así “las riendas del poder”. Esa es la tesis de
Sofía Correa (2005): la derecha asentó un modelo
económico que la Concertación administra y protege favorablemente.
Para la derecha, el golpe no sólo había impedido la construcción del socialismo en Chile, sino
que había dado la posibilidad de construir un nuevo Chile. Jaime Guzmán no duda en aconsejar a la
Junta Militar cómo debe actuar a fin de cumplir tan
elevado objetivo. Poco después del 11 de septiembre de 1973, Guzmán hace unas declaraciones en
las que parece estar dialogando con ese cirujano de
hierro llamado a regenerar a Chile:
El éxito de la Junta está directamente ligado a
su dureza y energía, que el país espera y aplaude. Todo complejo o vacilación a este propósito será nefasto. El país sabe que afronta una
dictadura y lo acepta. Sólo exige que ésta se
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‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
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ejerza con justicia y sin arbitrariedades. Véase
si no la increíble pasividad con que se ha recibido por el estudiantado la intervención de
las Universidades, medida que en todas partes
ha suscitado violenta resistencia. Transformar
la dictadura en “dicta–blanda” sería un error
de consecuencias imprevisibles. Es justamente
lo que el marxismo espera desde las sombras
(Guzmán, citado en Huneeus, 2001: 15).
Junta Militar argentina, cuyo gobierno alcanzó altos niveles de rechazo. Huneeus y Maldonado explican que por estas razones en Chile se registran
menores apoyos a la democracia que en otros países de América Latina y también por qué una parte considerable de la población no rechazaría a un
gobierno autoritario (Huneeus y Maldonado, 2003:
34-37).
En 1989 no tiene sentido hablar de ninguna estrategia de alejamiento del dictador, pero es importante señalar que la UDI comenzó a manifestar sus
primeras críticas, de forma indirecta, hacia aquellos
aspectos del régimen que ocuparon un lugar central
en las denuncias de la Concertación: las violaciones a los derechos humanos durante el gobierno de
Pinochet. Desde prácticamente el primer momento
se produjeron enfrentamientos entre Manuel Contreras y Guzmán, pero por primera vez, durante su
campaña por la senaduría de Santiago Poniente, éste
acusó públicamente al antiguo jefe de la Dirección
de Inteligencia Nacional (DINA), y declaró haber
avisado numerosas veces a Pinochet de que “Contreras había perdido todo sentido moral” (Guzmán,
citado en Huneeus, 2001: 34). Para Huneeus estas
declaraciones tienen un sentido puramente electoralista (Huneeus 2001: 34). Es cierto que Guzmán había criticado desde hacía tiempo a Contreras por los
excesos de la DINA, pero ello no deja de ser cuando
menos chocante, teniendo en cuenta que aconseja
a la Junta actuar con “energía y dureza” para no
degenerar en una dicta-blanda.
Cabe preguntarse cuál era la fórmula magistral
de Guzmán para que el régimen se mantuviese en
un justo punto medio en cuestión de represión. Su
actitud y las declaraciones que hace durante la campaña senatorial esconden no sólo interés electoralista sino un cierto cinismo.
A diferencia de lo que ocurrirá en elecciones posteriores, el candidato de la derecha en esta primea
elección presidencial, Hernán Büchi, quedó absorbido por los dos partidos del bloque. Pinochet no
manifestó opinión pública alguna sobre él, pero
presumiblemente se sentía cómodo con Büchi, no
sólo porque había sido ministro suyo de Hacienda,
y por tanto daba garantías de que el modelo econó-
De este modo, con estas declaraciones, Guzmán
plantea abiertamente la necesidad de establecer un
gobierno de naturaleza muy autoritaria, tal como
finalmente ocurrió.
La campaña presidencial de 1989
La cuestión de la posición que deberían de asumir
los partidos de derecha respecto de Pinochet y su
gobierno comenzó a plantearse como dilema para
este sector ya en la campaña presidencial de 1989.
El principal partido de aquel momento, RN, se
identificó con el modelo económico de la dictadura, pero se mostró crítico con algunos aspectos de
la estructura institucional del régimen. Antes de la
celebración de las elecciones, RN inició conversaciones con la Concertación de Partidos por la Democracia sobre posibles reformas políticas. La UDI,
por el contrario, se mostró en este momento como
un partido totalmente identificado con el régimen
de Pinochet y evidenció una posición inmovilista
en materia de reformas legislativas. El dilema tenía,
además, una clara connotación electoralista puesto
que el propio Pinochet no había obtenido más que
un 43% de los votos en el plebiscito del año anterior, por lo tanto cabía preguntarse qué posibilidades reales de triunfo tenía el bloque de la derecha si
buscaba su horizonte político sólo en los seguidores
del dictador (Angell, 2005b: 412).
Cuando Pinochet dejó el poder, su popularidad
era considerable. El general era visto por sus seguidores como un gobernante exitoso que había hecho
crecer la economía de forma notable y constante. El
empresariado tenía una elevada opinión de su gobierno. Este hecho marca una clara diferencia con
otros dictadores de la región, como ocurrió con la
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‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
mico iba a ser bien protegido, sino porque Büchi no
tenía experiencia política ni aspiraciones propias de
ser Presidente de Chile, lo que a ojos de Pinochet
resultaba muy seductor por cuanto sería un presidente fácilmente manipulable.
Cuando el gobierno de la Concertación, presidido por Patricio Aylwin, asumió el poder, se encontró
con la imperiosa necesidad de acometer una serie de
reformas políticas que permitiesen avanzar tanto en
el camino de la reconciliación nacional como en el
de los derechos humanos. Es precisamente en este
escenario donde mejor quedan reflejadas las diferentes actitudes políticas de los dos partidos de la
derecha.
Desde fines de 1990 se discutía sobre una reforma constitucional que devolviese al Presidente de
la República la capacidad de conceder indulto a
aquellos presos acusados de terrorismo antes del 11
de marzo de 1990. En enero de 1991 con los votos
de la Concertación y de RN, se logró aprobar esta
reforma.
Teodoro Ribera, diputado de RN, defendió esta
reforma constitucional, la primera, argumentando
que:
Renovación Nacional impulsó y apoyó esta
reforma, y lo hizo sobre la base de que Chile necesita reconciliación y de que somos un
país basado en la tradición judeo – cristiana,
en la que el perdón es uno de los elementos
esenciales. Solamente los seres humanos, con
su racionalidad, pueden perdonar, las especies
animales no son capaces de ello; sólo les está
permitido el olvido (Teodoro Ribera, citado
en Loveman y Lira, 2000: 510).
Jaime Guzmán, presidente de la UDI, justificó la
oposición de su partido a la reforma, declarando
que:
Esta reforma tiene como potenciales beneficiarios a los integrantes del grupo más peligroso de los mal llamados “presos políticos”,
porque el eventual indulto de todos los demás
no requeriría en absoluto de esta modificación
82
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
de la Carta Fundamental (Guzmán, citado
en Loveman y Lira, 2000: 508).
La UDI pretendía equiparar las violaciones a los
derechos humanos cometidas durante la dictadura
con los crímenes de grupos opositores a ésta. En
cambio, RN, aprovechándose de la posición hegemónica que le daban sus 32 diputados frente a los
14 que tenía la UDI, mostró un talante dialogante
con el gobierno a fin de llegar a acuerdos más amplios, lo que reforzó en esta legislatura (1990-1994)
su condición de interlocutor dentro de la oposición
y le permitió crear una imagen de partido nuevo
y desvinculado del pasado a diferencia de la UDI,
que siguió ofreciendo una imagen de partido pinochetista.
La campaña de 1999: el comienzo del largo adiós
El alejamiento progresivo de la UDI de la figura de
Pinochet tiene su punto de partida en la campaña
de la elección presidencial de 1999-2000, cuando el
candidato de la Alianza por Chile y miembro de la
UDI, Joaquín Lavín, inicia un distanciamiento estratégico del pinochetismo a fin de ampliar su base
electoral y reducir la corta distancia que lo separaba
de su rival, Ricardo Lagos, en intención de voto. Por
primera vez desde la recuperación de la democracia
tenía lugar una elección presidencial con Pinochet
ausente debido a su arresto en Londres el año anterior. Este hecho – de enorme importancia real y
simbólica – se sumaba a que esta elección no tenía
lugar junto a las parlamentarias, lo que permitía al
candidato de la derecha situarse a nivel discursivo
por encima de los partidos que lo apoyaban y reforzar su estrategia rupturista en un claro guiño al
electorado centrista.
La detención del senador vitalicio puso a la derecha chilena en una situación delicada, puesto que
los simpatizantes de Pinochet, votantes potenciales
de la Alianza por Chile, esperaban que los políticos
de la derecha dirigiesen la campaña para presionar
al gobierno de Eduardo Frei, a fin de que consiguiese la liberación del senador y su traslado a Chile. Lo
cierto es que más allá de declaraciones rimbombantes sobre la supuesta violación de la soberanía de
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‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
Chile y de decisiones que producían más hilaridad
que preocupación, como la del alcalde de Las Condes de dejar sin servicio de recogida de basura a
la Embajada de España, Pinochet estuvo al margen
de la campaña presidencial. Joaquín Lavín lo visitó
una vez en su casa de Londres y le entregó una carta
a Juan Pablo II en la que le pedía que intercediese a
favor del dictador pero aprovechó el momento para
profundizar en su estrategia del distanciamiento.
Mientras que desde las filas de la Concertación
se le criticaba por su colaboración con la dictadura y por apologista convencido en su libro Chile
Revolución Silenciosa, Lavín “no trepidó en tomar
distancia de Pinochet, condenar las violaciones a los
derechos humanos, rechazar nuevas privatizaciones
y la reducción del tamaño del Estado, visitar a Fidel
Castro en Cuba, entre otras iniciativas orientadas
en la misma dirección” (Tironi, citado en Dussaillant, 2005: 481).
Una encuesta de MORI, a mediados de noviembre de 1998, dejaba claro que Pinochet era para la
mayoría de los chilenos un actor secundario con
muy poca capacidad para alterar la contingencia
política nacional4.
La derecha, y particularmente Lavín, estaba asumiendo por primera vez desde la recuperación de la
democracia, que Pinochet no era un actor esencial
para la vida política chilena, y que si bien no podía dejar de prestarle un discreto apoyo, en modo
alguno podía convertirse en el centro de ninguna
campaña. La Alianza por Chile era consciente de
las enormes posibilidades de triunfo que le daba el
47.51% de los votos, muy cerca del 47.96% que
recibió Ricardo Lagos en la primera vuelta, y de que
éste consistía en el mantenimiento del pasado en el
lugar que le corrrespondía. La prudencia del Ejército y de su Comandante en Jefe, Ricardo Izurieta,
reforzó la sensación de normalidad institucional y
el carácter ajeno de Pinochet a la vida pública nacional.
Hasta este momento, la UDI y algunas facciones
de RN habían asumido la violación a los derechos
humanos como hechos derivados de la situación de
guerra civil que, según la extendida versión oficial,
atravesaba el país en 1973. Mantenían una fideli-
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I s s ue N o . 5 , Sept ember 2009
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
dad al gobierno de Pinochet como la que le profesaban las ramas de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, pocos días después de su detención en Londres
importantes líderes de la derecha chilena le pidieron
al dictador que pidiese perdón por las violaciones a
los derechos humanos cometidas bajo su gobierno.
Carlos Cantero, senador de RN, le exigió que pidiera perdón por el posible dolor causado, así como
que pusiera fin a su vida política en pro de la unidad
de Chile. A las declaraciones de Cantero se sumaron
las de los presidentes de los dos partidos de la Alianza por Chile, Joaquín Lavín y Alberto Espina5.
Poco antes de que se crease en Chile la Mesa de
Diálogo en agosto de 1999, los dos partidos de la
derecha habían iniciado contactos con el gobierno
de Eduardo Frei a fin de encontrar soluciones que
permitiesen avanzar en el camino del diálogo y la
reconciliación, y en la búsqueda de medidas eficaces que diesen cuenta de la suerte de los detenidos–
desaparecidos. Como señala Zalaquett, quien participó en las conversaciones con la UDI por encargo
de algunos ministros del Presidente Frei, más allá
de las diferencias importantes en algunos puntos,
hubo coincidencia en materias fundamentales que
después se tratarían en la Mesa de Diálogo (Zalaquett, 2000: 13).
El 28 de noviembre de 2004, el Presidente de la
República, Ricardo Lagos, dio a conocer al país el
Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, más conocido como Informe Valech, en alusión al obispo Sergio Valech, presidente
de dicha Comisión. Este informe cierra un ciclo que
abrió el Informe Rettig después de ser publicado
poco después de la recuperación de la democracia
(Comisión Chilena de Derechos Humanos / Fundación Ideas, 1999). Si el Informe Rettig había tenido
como objetivo esencial mostrar que durante el régimen de Pinochet hubo represión con asesinatos y
desapariciones, el Informe Valech le dio la palabra a
los testimonios vivos: 35.865 personas residentes en
Chile y en el extranjero declararon haber sido torturados durante la dictadura (ICNPPT, 2004). Este reconocimiento del Estado pretendía también superar
una etapa perversa: la negación de los hechos.
83
‘ ¡ Ad ió s , m i general !’ La derecha y Pinochet en d emocr a cia
La reacción de los distintos actores públicos ante
el informe confirma que esa etapa perversa había
llegado a su fin. El Comandante en Jefe del Ejército,
Juan Emilio Cheyre, manifestó:
Y al mismo estilo de conducta (el compromiso institucional para el esclarecimiento de la
verdad) ha correspondido nuestro decidido
compromiso y colaboración con la Comisión,
cuyo contenido y conclusiones asumiremos
con la misma serenidad y responsabilidad
con que hemos actuado hasta ahora (La Tercera, 5/11/2004).
Esta nueva realidad se separa abismalmente de la
actitud con que las Fuerzas Armadas, la Corte Suprema y la derecha más pinochetista habían acogido el Informe Rettig en 1990. La Corte Suprema lo
rechazó por “formular un juicio apasionado, temerario y tendencioso” (Respuesta de la Corte Suprema al Informe de la Comisión Nacional de Verdad
y Reconciliación, 1991). Para la derecha ya no era
posible hablar de simples “excesos”, término que
empleaban al momento de referirse a las violaciones de los derechos humanos hasta no hacía mucho tiempo. A partir de ahora, las FFAA reconocen
la violación sistemática de los derechos humanos
durante la dictadura. Esto inevitablemente tendrá
unas consecuencias en Pinochet.
Como hemos expuesto a lo largo del artículo, RN, más allá de las alianzas electorales con la
UDI, inició su propio camino. Este partido nunca
exhibió una identificación con la figura de Pinochet
similar a la UDI, por lo tanto su distanciamiento
se entendió como el resultado de una evolución política natural. Esta realidad se hizo evidente en la
elección presidencial de 2005, cuando el candidato
de la Alianza y miembro de RN, Sebastián Piñera,
emprendió una estrategia para romper la unidad de
la Concertación, y atraer a la Democracia Cristiana
hacia la Alianza. Tanto él como su oponente, Michelle Bachelet, coincidieron en señalar a Pinochet
como el peor presidente de la historia de Chile en su
último debate televisado. Sebastián Piñera también
incluyó en la lista a Salvador Allende. En cambio, el
84
Jos é Ivá n Color a d o Ga r c í a
distanciamiento de la UDI era visto como un matar
al padre.
A comienzos de 2005 se conoció el escándalo
de las cuentas secretas que a nombre de Pinochet,
su familia, militares y sociedades falsas existían en
el Riggs Bank de Estados Unidos. De la fortuna de
Pinochet y su familia en estas cuentas no se tenía conocimiento en Chile, por lo que causó gran escándalo la noticia de que Pinochet podría haber amasado una fortuna bajo su gobierno calculada en más
de diez millones de dólares, según reveló el propio
Riggs Bank (La Nación, 27 de enero de 2005). Para
Chile en general y para la UDI particularmente, esta
noticia significó la caída del mito. Ya no era posible,
tan siquiera, salvar su honradez. Las declaraciones
de Lavín al Canal Regional de Concepción, que recoge el diario La Nación, nos dan cuenta del definitivo ¡adiós, mi general!
Siento una desafección –manifestó Lavín–
cada vez mayor con lo que fue ese período de
nuestra historia [...]. Se ha roto una tradición
de los Presidentes de Chile, pues ellos se iban
para la casa más pobres (Lavín, entrevistado
en Canal Regional de Concepción, citado en
La Nación, 8/5/2005).
Cuando Augusto Pinochet falleció en diciembre de
2006 parecieron reavivarse las cenizas del mito. Las
imágenes de la televisión nos mostraron a miles de
personas desfilando ante el féretro del viejo general. La negativa de la Presidenta de la República,
sobreviviente de Villa Grimaldi, de concederle un
funeral de Estado encendió las iras de sus seguidores. Algunos miembros de la UDI, como Iván Moreira6, que se había mostrado especialmente crítico
con el alejamiento de la derecha de su otrora protector, aprovecharon el momento para renovar su
adhesión incondicional al “salvador de Chile”. Pero
más allá de declaraciones póstumas de amor y de
estatuas que honren su memoria, es difícil imaginar
que el que un día fue considerado como el nuevo
Portales chileno regrese a la memoria colectiva de
Chile en Gloria y Majestad.
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Consideraciones finales
Los dos partidos de la derecha chilena mantienen
una alianza política inspirada en un mismo proyecto de país. Su composición, su carácter y su espíritu
son diferentes, y a veces, hasta opuestos pero ambos
comparten una valoración bastante semejante de la
dictadura de Pinochet y de su sentido histórico.
A pesar de la convergencia que muestran en muchos aspectos del pasado reciente chileno, ambos
partidos han tenido una trayectoria muy diferente
desde la restauración de la democracia. En gran
parte ha estado marcada por la mayor o menor
influencia que el factor Pinochet ha ejercido sobre
ellos.
La UDI fue el grupo de poder civil más importante de la dictadura. Por esta razón, ha sido y es
aún identificada con la dictadura y con Pinochet.
El legado de Pinochet se convirtió en su marca electoral. No sólo defendió – y defiende – las reformas
económicas y políticas emprendidas por la dictadura como el gran éxito de Chile, sino que atribuyó
a Pinochet las cualidades de un prócer salvador de
la patria.
Recuperada la democracia, la UDI se interesó especialmente por la conservación intacta del legado
de Pinochet, ese que canta Lavín en su revolución.
Para este partido, las violaciones a los derechos fundamentales, cuya denuncia institucional inauguró el
Informe Rettig, fueron fruto de la violencia propia
de una guerra civil. Esta versión distorsionada de la
historia escondía la justificación de las violaciones
a los derechos humanos cometidas por los órganos
represivos de la dictadura.
En cambio, RN compartió una defensa del modelo económico de la dictadura, pero se mostró más
crítica en cuanto a la violación de los derechos humanos, y más dispuesta a colaborar con el gobierno
de Aylwin.
La campaña presidencial de 1999 significó un
cambio en la relación de la UDI con el legado de
la dictadura y con Pinochet mismo. A partir de este
momento, Lavín dirigió una estrategia de distanciamiento del dictador, aprovechando su detención en
Londres. La búsqueda de los votos del electorado
centrista que le permitiesen vencer a su rival Ricar-
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do Lagos en las elecciones nos mostró un Lavín capaz de travestirse políticamente sin pudor. A partir
de entonces, y como si ya no hubiera posibilidad de
retorno, este partido se fue alejando cada vez más
de un dictador asediado por las querellas criminales
en su contra y que ya no era sino la sombra del que
dirigió Chile con poder omnímodo. Cuando el viejo
dictador perdió todo poder, su presencia se convirtió en una rémora para la derecha.
El descubrimiento de las cuentas secretas en el
Banco Riggs dejó sin argumentos, incluso a quienes todavía los hallaban para explicar las torturas
y desaparición de personas. Pero más allá del factor
Pinochet, cabe preguntarse ¿se ha renovado realmente la derecha chilena?
Notas
1
2
3
4
5
6
Agradezco a Raúl Vallejo Cruz la atenta lectura del borrador de
este artículo. Sus sugerencias y discrepancias respecto de algunas
ideas han supuesto una valiosa contribución.
Entrevista realizada en Radio Cooperativa (22/3/2007).
Renuncia como senador en julio de 2002.
La encuesta preguntaba “si la detención de Pinochet había
tenido algún efecto en usted y su familia. Las respuestas fueron
las siguientes: ningún efecto en absoluto, 71 por ciento; me hizo
feliz, 6 por ciento; y me hizo enojar, 7 por ciento. Al consultar si
como resultado del arresto la democracia estaba en peligro, el 66
por ciento de los encuestados respondió que no y el 27 por ciento
que sí. Al preguntar si era bueno o malo que Pinochet hubiera
sido arrestado, un 44 por ciento dijo que era bueno, y un 45 por
ciento que era malo. Al preguntar si los encuestados pensaban si
Pinochet era culpable, 63 por ciento dijo que sí, y 16 por ciento
dijo que no” (Angell, 2005a: 115-116).
Este hecho tuvo gran repercusión dentro y fuera de Chile, tal
como se reflejó en los diários españoles (El Mundo, 3/11/1998).
Entrevistado en Radio Cooperativa (4/12/2006).
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STOCKHOLM REVIEW OF LATIN AMERICAN STUDIES
Issue No. 5, September 2009
8 Combates entre la memoria y la historia de Chile:
Conflictos sobre el pasado reciente
Fernando Camacho Padilla
Fernando Camacho Padilla es
profesor del Departamento de
Español, Portugués y Estudios
Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo (Suecia).
Licenciado en Historia por la
Universidad de Sevilla y título
de postgrado en “Especialista
en América Latina” por la Universidad Autónoma de Madrid. Candidato a doctor por
la misma universidad y por la
Pontificia Universidad Católica
de Chile. Correo electrónico:
[email protected].
Con el restablecimiento de la democracia en Chile, se ha vivido un intenso debate sobre los sucesos del pasado reciente, especialmente en
materia de derechos humanos. Desde ese primer momento, el gobierno de la Concertación ha estado realizado determinados esfuerzos en
descubrir la verdad de la represión ejercida por las fuerzas de seguridad nacional a través de distintas comisiones que recogían testimonios
de víctimas y de sus familiares. Esta labor ha sido contrarrestada por
la derecha política vinculada a la dictadura y a las Fuerzas Armadas,
dándose así un intenso conflicto mediático durante veinte años sobre el
gobierno de Salvador Allende y el Régimen Militar. De esta manera, se
han generado una gran diversidad de información que ahora, a través
de su confrontación, permiten al historiador no sólo reconstruir de manera rigurosa el operativo del terrorismo de estado en toda su dimensión
sino además explicar cómo una buena parte de la sociedad civil chilena
permitió dicha situación. En este artículo se presenta, por un lado, la
base metodológica para estudiar el pasado reciente en Chile y, por el
otro, lado la discusión social sobre cómo hacerlo.
Palabras claves: Chile; derechos humanos; memoria; historiografía; Régimen Militar
Fernando Camacho Padilla is
a Lecturer at the Department of
Spanish, Portuguese and Latin
American Studies, Stockholm
University. He holds a BA in
History of the Americas from
the Universidad de Sevilla and
a postgraduate degree from
the Universidad Autónoma de
Madrid. He is a PhD candidate
at the same university and at the
Pontificia Universidad Católica
de Chile. E-mail: camacho_f@
lai.su.se.
The reestablishment of democracy in Chile has seen an intense debate
about the events of the recent past, especially on the issue of human
rights. From the very beginning, the Concertacion Government has been
determined to discover the truth of the repression carried out by the national security forces with a series of commissions that have gathered the
testimonies of victims and their relatives. These efforts have been resisted
by conservative sectors linked to the dictatorship and the Armed Forces.
There has been intense conflict in the media during the past 20 years
about events that occurred during the rule of Salvador Allende and the
Military Regime. In this regard, a great diversity of information has been
produced which, together with the debate evoked, has enabled historians not only to rigorously and thoroughly reconstruct the operation of the
state terror but also to explain how a significant sector of Chile’s civil society allowed that situation. This article presents, on one hand, different
methodological tools in order to study the recent past and, on the other
hand, the social discussion on how to do it.
Keywords: Chile; Human Rights; Memory; Historiography; Military Regime
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Comb a te s e ntr e l a me mor ia y l a his tor ia d e Chil e : Conf l ictos
s o b r e e l p asado rec ient e
Introducción
En Chile, al igual que en el resto de los países que
conforman el Cono Sur, se vive una batalla permanente sobre cómo abordar a través de la memoria
y de la historia los hechos ocurridos durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) y especialmente el Régimen Militar (1973-1990). La razón
está en la complejidad y el horror del pasado junto
con el hecho de que todavía vivan una buena parte
los responsables, los cuales apuestan por “borrón y
cuenta nueva”, es decir, olvidar la historia y mirar
adelante. No obstante, el drama de Chile debe insertarse en un contexto más global, es decir, con los
sucesos acontecidos en el mundo durante siglo XX
y de los cuales Hobsbawn afirma lo siguiente:
The destruction of the past, or rather of the
social mechanism that link one’s contemporary experience to that of earlier generations,
is one of the most characteristic and eerie phenomena of that late twentieth century. Most
young men and women at the century’s end
grow up in a sort of permanent present lacking any organic relation to the public past of
the times they live in. This makes historians,
whose business it is to remember what others
forget, more essential at the end of the second
millennium than ever before. (Hobsbawn,
1996: 3)
Chile aparece así como un claro ejemplo de la reflexión de Hobsbawn. El enfrentamiento cotidiano
en que se ve inmerso el conjunto de la sociedad
sobre sus posturas políticas y sus tradiciones, conforman en sí una serie de variables que se cruzan
transversalmente según el lado en que les tocó vivir
durante las décadas de los setenta y ochenta, condicionando así su modo de narrar la historia. Entonces, si la izquierda, víctima de la represión ejercida
por Pinochet, se dirige principalmente al recuerdo y
a la reivindicación de esos hechos, la derecha hace
exactamente lo mismo sobre la crisis desatada durante el gobierno de la Unidad Popular, justificando
su intervención en la necesidad de salvaguardar la
libertad, los ciudadanos, el bien de la república, la
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F e r na nd o Ca m a c ho P a d i lla
constitución o cualquier otro valor que tenga relación con el Estado. Como bien destaca Hobsbawn,
la relación entre gobiernos civiles y Fuerzas Armadas (FFAA) ha sido uno de los principales problemas de la era contemporánea en muchos países
(Hobsbawn, 2001: 212), y Chile es uno de ellos.
Durante la dictadura, la izquierda fue víctima
permanente de violaciones a los derechos humanos,
de exclusión de la vida política y social, y también
objetivo de duras campañas gubernamentales y mediáticas de desprestigio. La marginación de la oposición en la vida cotidiana iba marcada por el no
reconocimiento de sus condiciones desfavorables y
por la permanente humillación.
Con el restablecimiento de la democracia en
1990 y la llegada de la oposición al poder se reconoció oficialmente la responsabilidad del Estado en
las violaciones a los derechos humanos con el fin
de lograr un objetivo primordial: la reconciliación
nacional. Esta nueva realidad definió las reivindicaciones de los dos núcleos opuestos. Si un sector
mayoritario de la sociedad reclamaba memoria,
verdad y justicia, el otro, menos numeroso pero
más fuerte económicamente y militarmente, dueño
además de los principales medios de comunicación,
apostaba por el perdón y el olvido como únicos
mecanismos para lograr la reconciliación anhelada
por el gobierno de la Concertación. Si bien es cierto
que todavía existen quienes niegan el terrorismo de
Estado, la mayor parte de la derecha y de las FFAA
admite en parte lo ocurrido2. Por dicha razón, este
grupo argumenta que el perdón y el olvido son la
mejor opción, principalmente para no ser procesados ante la justicia pero posiblemente también por
el peso psicológico de culpabilidad de las acciones
represivas. En cualquier caso, no es de extrañar que
estas dos contrapartes no tengan por qué guardar
relación directa con su propia condición ideológica
dado que son numerosas las víctimas que han optado por no revivir el trauma de la tortura y/o muerte
de algún ser cercano por el dolor que conlleva.
Este artículo presenta las herramientas metodológicas necesarias sobre los usos que se pueden
hacer de la memoria y también de cómo escribir la
historia de hechos complejos y sensibles como son
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las violaciones a los derechos humanos del pasado
reciente de Chile. Además, analiza el protagonismo
que tienen las dos memorias confrontadas dentro
de la sociedad chilena y en qué manera las instituciones que las representan influyen en ella. Para ello
se citan algunos de los autores que más han investigado este tema desde su propia disciplina historiográfica, como Hobsbawn, Jelin, Aróstegui, Ricoeur,
Sarlo o Stern, entre otros3.
Los desafíos historiográficos de la memoria
En este momento, transcurridos veinte años de la
recuperación de la democracia, con una mayor distancia temporal con respecto a los crímenes de lesa
humanidad y muerto Pinochet, es cuando la memoria de estos hechos adquiere o se transforma en
una nueva dimensión con valor histórico. Un claro
ejemplo puede verse en la reflexión sobre los homenajes que se realizan a la figura del ex dictador
ya fallecido. En un inicio, los conflictos en torno
a Pinochet post mortem se generaron sobre cómo
debía realizarse su funeral, demostrando las divisiones todavía vigentes en la sociedad chilena. Sin
embargo, resulta todavía más interesante observar
el desarrollo que está recorriendo la imagen de Pinochet en la actualidad, situación que permitiría
publicar un nuevo volumen de su propia serie autobiográfica “Camino Recorrido. Memorias de un
soldado” (Pinochet, 1994). Hoy día son escasos los
políticos de la derecha que acuden a los homenajes
a Pinochet exceptuando aquellos que tuvieron un
pasado dentro de las FFAA o un rol determinante
en el Régimen Militar. Curiosamente, la crítica que
realizan los más fieles a la familia Pinochet no va
dirigida a la Concertación o los partidos de izquierda, sino a los dirigentes de la Alianza por Chile4
que apuestan por la búsqueda de un entendimiento.
Entre las figuras más sobresalientes por su violencia
verbal y ataques a la propia derecha se encuentra
Luis Valentín Ferrada, quien afirma:
Lo novedoso, lo sorprendente, lo increíble,
ha sido comprobar que del secuestro de la
memoria nacional y de las adulteraciones
groseras sembradas en nuestra conciencia
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ciudadana, hayan resultado grandes colaboracionistas unos ciertos chilenos - dirigentes
políticos - que abandonando indignamente sus convicciones y posiciones, nos hayan
prodigado en estos años todas las demostraciones posibles de una auténtica política de
idiotas […]. Creación a nivel nacional, de un
Consejo de Defensa de los Soldados y Policías
chilenos. Integrado por abogados voluntarios
de todo el país, gratuitamente, este Consejo
asumirá la defensa de todos los soldados y
policías injustamente perseguidos o que se
encuentran actualmente encarcelados como
presos políticos5.
En este discurso, Luis Valentín Ferrada comete el
grave error al confundir memoria con historia, y
resulta curioso observar cómo los uniformados se
presentan como víctimas de persecuciones injustas
por parte de la clase política, repitiendo los argumentos pinochetistas en donde las FFAA aparecen
como los grandes héroes de la nación al haber salvado Chile del comunismo. Son las mismas tesis de
los militares de los países vecinos que han sufrido
regímenes parecidos (Marchesi, 2005: 201). Se trata
de una estrategia utilizada con bastante frecuencia
por los seguidores de Pinochet para conseguir que
la sociedad solidarice a su favor, pero no con demasiado éxito.
Cualquier sociedad, o los individuos que la conforman, pueden hacer memoria de procesos del pasado pero la capacidad y los medios para escribir la
historia los poseen unos pocos. Con ello, es evidente
que la memoria por sí sola no es historia, si bien
ambas tienen características y objetivos similares
frente al olvido. Es innegable que la memoria es un
primer paso totalmente necesario para poder hacer
historia, pero la memoria, especialmente cuando es
de transmisión oral, debe ser confrontada cuando
sea posible con la documentación disponible sobre
el tema y el periodo de estudio. Estas fuentes escritas deben estar dentro de los parámetros de seriedad académica y ser sometidas al sentido común del
investigador puesto que no todos los documentos
tienen el mismo valor. Como señala Winn:
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Historizar la memoria significa someterla a
un análisis histórico crítico, y hasta reconstruirla. Y los resultados de ese análisis pueden poner en entredicho la memoria colectiva
estudiada, mostrarla como una construcción
social o política y no como la verdad sin tacha
que sus partidarios atesoran como un artículo
de fe (Winn, 2007: 28).
Así, la memoria, como ejercicio mental, es totalmente subjetiva dado que se expone a los hechos que el
individuo y/o el colectivo recuerda o quiere recordar en base a sus propias experiencias o demandas6.
En este sentido, la memoria no es que únicamente
pueda estar confundida o falsificada, sino que sea
incompleta en distintos aspectos según la experiencia vivida y según las propias necesidades vitales de
cada individuo o grupo (Stern, 2004: xxvii). De este
modo, la memoria tiene que ser trabajada según las
pautas académicas y sometida a crítica (Hobsbawn,
1997: 206-207), y muy especialmente cuando el
historiador encuentra discursos muy contrarios entre sí. Igualmente, dado el alto valor histórico que
se le otorga a la memoria, es necesario recordar que
el fin de escribir la historia del horror no es sencillamente investigar los hechos por sí solos, sino
explicarlos para dar a entender cómo fueron posible dentro de su propio contexto (Sarlo, 2005). Es
evidente que antes es necesario conocer los hechos,
y para ello se tiene que recoger la mayor cantidad
posible de información detallada de distintas fuentes y en todas sus dimensiones, por muy dispares
que sean las experiencias. Sobre este aspecto señala
Ricoeur:
A la memoria le queda la ventaja del reconocimiento del pasado en como habría sido,
pero que ya no es; a la historia le corresponde
el poder de ampliar la mirada en el espacio y
el tiempo, la fuerza de la crítica en el orden
del testimonio, explicación y compresión, el
dominio retórico del texto y, más que nada, el
ejercicio de la equidad respecto de las reivindicaciones de los distintos bandos de memorias heridas y a veces ciegas a la desgracia de
los demás (Ricoeur, 2000: 747)7.
90
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En definitiva, se trata de lograr un discurso coherente del pasado, en el que han de integrarse todas
las voces de sus protagonistas. El problema radica
en que la historia, al igual o incluso más que otras
disciplinas, se escribe frecuentemente con fines e
intereses políticos o sociales, ya sea para justificar
procesos o para esconderlos, y eso ocurre especialmente fuera del mundo de la academia (Thompson,
2000: 1).
La calma social ascendente que se está desarrollando en Chile, consecuencia del cambio generacional y del paso del tiempo, va unida al interés
que se ha ido generando en Chile durante las dos
últimas décadas por estudiar la historia social y cultural de las minorías y de los grupos subalternos,
quienes además constituyeron la mayor parte de las
víctimas mortales de la represión y una buena parte
de los sobrevivientes de la prisión política y de la
tortura. La razón está en que fueron ellos quienes
militaron mayoritariamente en los partidos de izquierda8. Por consecuente, se debe retomar el debate historiográfico de cómo escribir y, especialmente,
explicar los acontecimientos ocurridos durante estos años, sin caer en sensacionalismos ni posicionamientos políticos para lograr así una mayor objetividad. Sin lugar a duda, se trata de un ejercicio
complejo el evitar reclamar a favor de las víctimas
dada su injusta condición. Además, no se trata de
un tema de investigación con una larga tradición
historiográfica.
Se debe recordar que fue después del gran desastre ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial cuando los historiadores franceses empezaron
a preocuparse por primera vez sobre un periodo tan
cercano, para poder así entender cómo se llegó a tal
situación. En este aspecto se incluyó por primera
vez el tema de los derechos humanos y los crímenes
de lesa humanidad ocurridos bajo el régimen nazi.
La necesidad de diferenciarse y posicionarse dentro
de la historiografía occidental, pero también frente
a otras disciplinas académicas como la Sociología
o la Ciencia Política, materias más enfocadas al
estudio de la contemporaneidad, les llevó a crear
la especialidad de “historia del tiempo presente”
(Aróstegui, 2004: 21). Como tema novedoso, una
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de las principales críticas que tuvieron que afrontar
los historiadores que empezaron a abordar este periodo fue la dificultad en mantener la frialdad y la
imparcialidad sobre una época de la que ellos mismos eran parte, para lograr así la objetividad que
les era cuestionada y exigida por la historia como
cualquier otra disciplina académica. Este sentimiento ha sido el común denominador de grandes historiadores que reconoce las limitaciones que implica
investigar el siglo XX (Hobsbawm, 1996).
Dentro de estudios sobre esta temática, los historiadores generalmente no disponen de la cantidad suficiente de fuentes necesarias que guarden
relación con el objeto de estudio, de modo que no
se puede historiar en toda su dimensión. Un claro
ejemplo resulta ser la última fase de la solución final
del nazismo, pues al no quedar ningún sobreviviente de quienes pasaron por las cámaras de gas, nos
disponemos de testimonios de lo ocurrido (Primo
Levi, 2005). En el caso de Chile se repite el fenómeno con aquellos que no sobrevivieron la tortura, quienes fueron ejecutados y/o lanzados desde el
aire. No obstante, con esto no se quiere decir que
se debería escatimar la investigación o menospreciar la validez académica del trabajo historiográfico
puesto que una cosa es hacer investigación rigurosa
a partir de las fuentes de las que el historiador dispone y otra cómo se aplica el método historiográfico. Además, la principal labor del historiador es estudiar y profundizar aquellos procesos que resultan
ser más desconocidos para la sociedad partiendo de
la idea de que nunca se podrá contar del todo, que
no se podrá cerrar definitivamente y que siempre se
generarán distintas versiones y posiciones frente al
pasado.
Una segunda rama relativamente reciente de la
historia, y vinculada al presente tema de estudio, es
la microhistoria. Esta modalidad analiza cualquier
tipo de evento, fenómeno o individuo del pasado y
su principal característica es la reducción de la escala, es decir, investigar al más mínimo detalle todo
aquello que rodea su objeto de estudio, pues por
intrascendente que parezca es posible que tenga una
gran trascendencia. Es decir, se analizan los sucesos
individuales dentro de su propio contexto y espe-
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cialmente dentro de su cotidianeidad. Así, Serna y
Pons destacan:
[…], una inspección superficial revela […] la
falta de una auténtica precisión conceptual,
de modo que los espectadores y los posibles
seguidores proponen definiciones no siempre
coincidentes. Esto es, no hay un todo conocido, incontrovertible y universal. Por el contrario, con aquello con lo que contamos es
con fragmentos que pueden darnos idea de
una totalidad que está por revelar (Serna y
Pons, 2000: 16).
En lo que se refiere a escribir historia sobre procesos
políticos autoritarios y especialmente sobre violaciones a los derechos humanos, la microhistoria adquiere un rol muy significativo para que se puedan
entender procesos complejos y asimismo poco conocidos por haberse mantenido en secreto dada su
propia naturaleza. Si los detalles importan para entender los procesos históricos, en este caso tendrían
aún más relevancia. La clandestinidad y la complejidad en la que operó la represión obligan al historiador a buscar hasta el más mínimo detalle para
poder entender así la lógica del operativo del terror,
donde el factor psicológico tenía, además, funciones represivas específicas. Por otra parte, fuera de
su contexto no se puede vislumbrar la magnitud de
estos hechos. El problema que enfrenta el académico a la hora de hacer microhistoria de la represión
es la dureza de conocer las técnicas del secuestro, la
tortura, la violación y el asesinato, entre otros procedimientos. La obligación del historiador de tener
que trabajar con fuentes primarias sobre estos acontecimientos es un trabajo difícil de realizar dada su
sensibilidad y constituye una razón importante por
la cual buena parte de los historiadores prefieren no
tratarlo. Por eso, no ha de extrañar si entre ellos se
encuentran investigadores que estuvieron envueltos
en el proceso en algún momento de su vida.
Hacer historia de procesos con poca documentación escrita, como fue la represión en Chile, obliga al historiador a entrevistar al mayor número
posible de personas que se vieron envueltas en él,
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tanto víctimas como verdugos, lo que le conduce a
insertarse en la técnica y metodología propias de la
historia oral. De esa manera, el historiador adquiere
el conocimiento de cómo debe realizar entrevistas
que le proporcionen la información realmente necesaria sin perderse en otros temas que le llevarían a
una pérdida de tiempo o a la confusión. Igualmente,
reflexiona no sólo sobre las respuestas en sí, sino
sobre la manera en que el entrevistado responde,
lo que quiere expresar mediante la comunicación
no verbal a través de gestos o silencios que en temas como éste adquieren gran significación. Así,
la historia oral ofrece variables y aspectos que por
lo general no se encuentran en la documentación y
que resultan de extremo interés para comprender el
proceso de análisis y que por determinadas razones
han quedado excluidas de la documentación escrita
(Thompson, 2000).
En cualquier caso, la información recibida es
filtrada a través de los mecanismos metodológicos
académicos y contrarrestadla con otras fuentes. En
ocasiones simplemente se somete al juicio del sentido común porque la experiencia brutal a la que
fueron expuestas las víctimas de la represión les
ha llevado a desequilibrios psíquicos que alteran
sus propias concepciones de la realidad, y en otras
ocasiones, especialmente las declaraciones de los
verdugos, aparecen claramente como justificantes
de su actuación. Con las entrevistas se observa que
hay víctimas que tienden a aumentar la jerarquía
que tenían dentro de sus organizaciones políticas y
también a magnificar las vejaciones a las que fueron
sometidas. En otros casos resulta todo lo contrario,
altos dirigentes tienden a minimizar la responsabilidad que tenían e igualmente la intensidad de las
torturas a las que fueron sometidos. Este fenómeno ocurre con más frecuencia entre las mujeres que
sufrieron violaciones por agentes de las fuerzas de
seguridad y que esconden tales delitos por el peso
psicológico que les supone reconocerlo (ICNPPT,
2004: 252).
Del mismo modo, el historiador está condicionado a los límites impuestos por los códigos de ética
en los que se tiene que regir la investigación puesto que, en ocasiones, descubrir y difundir algunos
92
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acontecimientos de la historia puede tener consecuencias negativas para determinadas personas o
instituciones. El historiador se enfrenta con el dilema de mostrar la cruda realidad de determinados
procesos o ser cómplice de su silencio y olvido. Así,
la confidencialidad de los testimonios ocasionalmente pone en entredicho la validez de sus descubrimientos, puesto que no puede mencionar la fuente. Además, con frecuencia se le pide al investigador
no revelar determinada información, especialmente
en hechos relacionados con dinero y/o violencia que
todavía hoy podrían ser presentados ante la justicia o utilizados como argumentos sólidos por sus
opositores.
La construcción de la memoria en Chile
Mientras transcurre el paso del tiempo, todas las
sociedades reflexionan y sacan conclusiones de los
hechos recientemente vividos. En países donde no
hay grandes diferencias ideológicas y donde no
se han vivido procesos violentos internos se suele
reconstruir la historia con posturas no demasiado
dispares las unas de las otras. Por el contrario, en
países donde se han pasado por violentas experiencias entre distintos grupos, ya sea por razones políticas o étnicas, y donde todavía ambos coexisten
en importante número, las visiones de los hechos
rara vez no son contrapuestas. Los estados suelen
realizar esfuerzos en construir una historia común
haciendo concesiones a ambos bandos, por lo general favoreciendo al más fuerte. Este es el caso de la
mayoría de los países de América Latina que han
sufrido duras dictaduras militares durante la década de los sesenta, setenta y ochenta, como son los
casos de Argentina, El Salvador, Guatemala, Uruguay, Brasil o Chile.
Desde el retorno de la democracia se han vivido
distintos periodos de recuperación de la memoria,
habitualmente vinculado a factores políticos y judiciales. Durante el Régimen Militar varios académicos comenzaron a publicar trabajos sobre las violaciones a los derechos humanos, principalmente en
el extranjero. A partir de 1990, aparecen también
en Chile aunque en un primer momento su repercusión no resultó ser muy significativa. Por ello se
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puede afirmar que el mayor impacto en la sociedad
vino del esfuerzo realizado por el gobierno a través
de las distintas comisiones de la verdad, exceptuando la enorme trascendencia que tuvo la fortuita
detención de Pinochet en Londres en 1998, y que
causó un “boom” literario en la temática al cabo de
pocos meses9.
Resulta interesante observar como poco después
de producirse el golpe, la mayor parte de la izquierda
chilena logró hacer una autocrítica preguntándose
qué salió mal, donde ya los factores externos no
eran los únicos causantes del fracaso de la Unidad
Popular. La autocrítica ha ido evolucionado desde
entonces hasta el día de hoy y por la misma razón
muchos abandonaron las tesis marxistas de la década de los sesenta y setenta, y cuyo ejemplo político
se encuentra en la misma Concertación. La derecha,
por el contrario, no hizo una autocrítica hasta varios
años después del cambio de gobierno, posiblemente
por la dificultad de reconocer las violaciones a los
derechos humanos y civiles. Es decir, los errores de
la izquierda son insignificantes frente a la gravedad
de aquellos cometidos por la derecha. Además, la
permanencia del modelo político y económico impuesto por Pinochet después de 1990 les permitió
conservar su actitud durante varios años. No obstante, la gran cantidad de información aparecida
en las últimas dos décadas sobre las violaciones
a los derechos humanos a través del trabajo de la
justicia, de las distintas comisiones de la verdad y
de los propios testimonios de represiones ha hecho
innegables los crímenes cometidos. Por ello, varios
líderes de la derecha conscientes de sus objetivos, y
posiblemente con fines electorales, han condenado
los hechos del pasado en busca de lo políticamente
correcto.
En las explicaciones de las FFAA sobre las violaciones a los derechos humanos se encuentra una
contradicción muy interesante a destacar. Por un
lado, Pinochet, los restantes Comandantes en Jefe
y altos oficiales, afirman que las muertes y torturas
producidas en cautiverio fueron el resultado de los
excesos perpetrados por sus subalternos mientras
ejercían sus funciones durante la guerra contra la
subversión, de los que, evidentemente, no tenían
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ningún conocimiento. Por el contrario, la oficialidad baja y media argumenta que simplemente siguieron las órdenes de sus superiores y de los manuales
de guerra estudiados en las academias militares. En
cualquier caso, tanto los testimonios de los sobrevivientes como las confesiones de algunos uniformados, demuestran que ambos argumentos son
correctos y por lo tanto todos culpables.
Entre los factores políticos de la búsqueda de la
verdad, se encuentra el compromiso personal de los
presidentes que han gobernado desde 1990 hasta la
actualidad. Frente a ello, un factor condicionante
ha sido la posición mantenida por las FFAA, factor
que ha dependido principalmente del grado de autonomía que los militares disponían en ese instante,
aunque claramente decreciente desde su misma salida del poder. El avance de las causas abiertas en los
tribunales de justicia en Chile, y muy especialmente
a partir de la detención de Pinochet en Londres en
1998 y su posterior procesamiento en Chile, ha hecho que se recupere numerosa información sobre el
operativo represor, vital para los familiares y también para los historiadores.
El derecho a la verdad se encuentra además contemplado como uno de los derechos fundamentales
del hombre por la declaración de las Naciones Unidad de 1948. Por esta razón, el derecho a la verdad
ha sido desde los primeros casos de tortura, desaparición y asesinatos, una reivindicación permanente
para la mayor parte de la sociedad civil y especialmente para los distintos organismos de derechos
humanos y las asociaciones de familiares de las víctimas del terrorismo de Estado. Según Todorov:
Los individuos y los grupos tienen el derecho
de saber, y por lo tanto de conocer y dar a
conocer su propia historia; no corresponde
al poder central prohibírselo o permitírselo.
[…]. No corresponde a la ley contar la Historia; le basta con castigar la difamación o la incitación al odio […] (Todorov, 2000: 16-17).
Como se comentó anteriormente, rescatar los hechos del olvido crea enfrentamiento entre quienes
tienen distintas versiones de lo ocurrido, especial-
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mente cuando representan a sectores opuestos. La
memoria se utiliza en estos casos para defender,
justificar o reivindicar el honor de los dos grupos
opuestos. Desde el Estado se ha buscado una neutralidad de los hechos con el objetivo de lograr la
reconciliación, donde se reconocen y denuncian
distintas posturas de ambos grupos. No obstante,
resulta interesante observar la progresiva evolución
de esta postura oficial durante los últimos años, relacionada además con la entrada en retiro de los
principales responsables de la represión y la consecuente progresiva subordinación de las FFAA al
poder civil. Si el informe de la Comisión Nacional
de Verdad y Reconciliación (CNVR) hacía numerosas concesiones a los militares minimizando el
número de víctimas e incluyendo a su equipo figuras vinculadas con la derecha, en el siglo XXI la
realidad es bien diferente. La Comisión Nacional
sobre Prisión Política y Tortura no incluyó a ninguna personalidad vinculada con el mundo castrense y
las conclusiones de su informe fueron más tajantes
contra las FFAA sobre su responsabilidad durante
el terrorismo de Estado.
El peso y el poder de las dos memorias
en la actualidad
Una característica de la sociedad que diferencia a
Chile de otros países con experiencias similares es
el alto porcentaje de ciudadanos que mantienen
su fidelidad electoral a los responsables y colaboradores del Régimen Militar. Si bien es cierto que
durante los años de la dictadura una buena parte
del proceder del aparato represor era conocido por
un considerable núcleo de la sociedad chilena, la
relación mayoritaria de las víctimas y de las organizaciones de derechos humanos con sectores de
izquierda condicionaba su veracidad para los sectores no politizados por no mencionar quienes estaban cercanos a las FFAA. Éstos representan hoy un
núcleo nada desestimable tal como se muestra más
adelante. Por lo tanto, debido a la magnitud de los
dos grupos contrapuestos prevalecientes en el país y
siguiendo el término de “las dos Españas” definido
recientemente por Santos Juliá (2004), en el caso
que aquí se presenta, igualmente puede hablarse de
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“dos Chiles”, uno conservador y tradicionalista, y
otro libertario y progresista, “que usan el pasado,
colocando en la esfera pública de debate interpretaciones y sentidos del mismo. La intención es establecer / convencer / transmitir una narrativa, que
pueda llegar a ser aceptada” (Jelin, 2002: 39). No
obstante, no se puede olvidar que la división política de la sociedad chilena empezó a acentuarse en un
mayor grado desde principios del siglo XX, aunque
Chile siempre se caracterizó por la enorme diferencia económica entre la oligarquía y el proletariado.
En cualquier caso, durante el siglo XX existió la
alternativa de centro, en un primer momento con
el Partido Radical y posteriormente con la Democracia Cristiana, concentrando aproximadamente
un tercio del electorado. Esta situación se fue modificando con la politización ocurrida durante el
gobierno de Salvador Allende y especialmente el
Régimen Militar, prevaleciendo hasta el día de hoy.
La división sobre la memoria pasado es la variable
que más confronta a los chilenos en la actualidad
(Huneeus, 2004).
Esta polarización de la sociedad chilena puede
visualizarse con claridad a través de las distintas
elecciones realizadas en los momentos clave del gobierno de la Unidad Popular y el fin del Régimen
Militar. Por citar algunas de ellas, se observa como
en marzo de 1973 las elecciones parlamentarias dieron un 43,7% de los votos para el gobierno de
la Unidad Popular y un 54,7% para la oposición
denominada Confederación Democrática, donde se agruparon el Partido Nacional y el Partido
Demócrata Cristiano (Arrate y Rojas, 2003: 109),
faltando así una tercera alternativa. En la elección
del Plebiscito de 1988, después de quince años de
dictadura, el 54,7% votó a favor de la Concertación por el NO y un 43% a favor de Pinochet
(Huneeus, 2002: 587). Curiosamente encontramos
las mismas cifras invertidas pero la característica
más importante es que en la elección de marzo de
1973, la Democracia Cristiana era opositora a la
Unidad Popular y por sí sola recibió más del 29%
de los votos, mientras que en 1988 se presentaron
como opositores a Pinochet. Este dato refleja que la
izquierda y el centro político perdieron un número
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significativo de votos a favor de la derecha, que a
pesar de perder en 1988, creció en número de seguidores. En cualquier caso, la disminución de votos de izquierda en 1988 se debió a razones como
la no aceptación del Plebiscito por un sector que
lo consideró como una estrategia más de Pinochet
para mantenerse en el poder, y por lo tanto se abstuvieron de votar. Además, los chilenos que vivían en
el exterior, unos 500.000, no podían participar en
el referéndum según la nueva Constitución de 1980,
por no mencionar aquellos que habían sido por entonces asesinados. Igualmente, Pinochet pudo hacer
una campaña más extensiva porque contó con más
recursos económicos y el apoyo de los principales
medios de comunicación del país. La Constitución
favoreció además el bipartidismo político en el país,
imitando el modelo norteamericano con el fin de
“generar más estabilidad política”.
Curiosamente hoy día la diversidad de los medios de comunicación ha empeorado en Chile respecto a finales de la década de los ochenta y la década de los noventa en beneficio de la derecha. La
razón está en que la mayor parte de las revistas y
diarios de izquierda han desaparecido al no contar
con ingresos económicos. Dentro del actual sistema
democrático no reciben más la ayuda proveniente
del exterior destinada a las voces alternativas al
régimen dictatorial. Además, las principales empresas del país, cuando no son directamente las propietarias de los medios, únicamente hacen gastos de
publicidad en aquellos ideológicamente afines a sus
intereses, revelándose así como uno de los poderes
fácticos del país. El Estado por su parte también
concentra su publicidad en los principales diarios
del país controlados por la derecha, El Mercurio10
y La Tercera y en su propio periódico La Nación.
Frente a ello se ha alzado el director la revista Punto
Final, Manuel Cabieses, denunciando la situación
en la Fiscalía Nacional Económica11. Así, la memoria del Chile conservador tiene más cabida y voz
en el día a día que quienes sufrieron su represión.
Además, dichos medios poseen la capacidad de ocultar los avances de la justicia, de imponer modas
y necesidades claramente ficticias, de crear corrientes de pensamiento y de desviar la atención de la
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sociedad a otro tipo problemas, por lo general, no
relevantes. Es decir, distraen a los lectores con otros
tipo de información para conseguir el olvido de sus
crímenes o de sus responsabilidades históricas. Ello
forma parte de un interesante fenómeno universal
que hace unos años fue denunciado en el trabajo
“La tiranía de la comunicación” (Ramonet, 1999).
La educación es igualmente responsable de narrar y explicar lo sucedido durante el pasado reciente. Pero la Educación Superior en Chile es
costosa y la mayor parte de las universidades son
privadas. Si bien hay universidades que enseñan
en profundidad los hechos ocurridos durante los
últimos 40 años en el país, éstas no corresponden
al sector mayoritario. Entre aquellas que se ofrecen cursos de especialización en temas de memoria,
derechos humanos e historia del tiempo presente, se
pueden destacar a la Pontificia Universidad Católica
de Chile, la Universidad de Chile, la Universidad de
Santiago de Chile, la Universidad Diego Portales, la
Universidad Academia Humanismo Cristiano y la
Universidad Arcis12. Sin embargo, la mayor parte de
las universidades privadas del país están vinculadas
al empresariado, y si bien no hay censura reglamentada para el profesor, tienen la libertad de contratar
a quien consideren más “adecuado” para el puesto.
Por lo general es un individuo que presenta la visión
de la historia de sus propios mecenas, ya sea de manera voluntaria o no, por la simple precariedad del
empleo y por los riesgos a ser despedido. Además,
estas universidades están controladas directamente
por partidos políticos de derecha o incluso organizaciones religiosas ultraconservadoras. Conocidos
ejemplos son la Universidad del Desarrollo, dependiente la Unión Democrática Independiente; la Universidad de los Andes, del Opus Dei; y la Universidad Finis Terrae, controlada por los Legionarios de
Cristo (Monckeberg, 2005). La propia Fundación
Pinochet tiene un extenso programa de becas en colaboración con varias universidades en Chile, entre
ellas la Universidad del Desarrollo, además de otros
reconocidos centros de educación superior.
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Conclusión
Este artículo ha intentado presentar algunas soluciones a las dificultades metodológicas que debe
afrontar el historiador a la hora de investigar las
causas y el desarrollo del terrorismo de Estado en
Chile. Por las propias características de los hechos,
resulta necesario desenmascarar todas las variables
que hicieron posible que crímenes semejantes se
pudieran perpetrar durante periodo de tiempo tan
largo en una época que el desarrollo de la información y de las comunicaciones alcanzaba dimensiones hasta entonces desconocidas. Era el inicio de
una fase donde los procesos históricos empezaban a
desarrollarse a gran velocidad y en la que se difunde la información masivamente. La contraparte de
este proceso es la minimización y el rápido olvido
de los acontecimientos ocurridos por la llegada de
otros nuevos.
Como se comentó, la represión en Chile fue una
realidad conocida por la sociedad aunque silenciada por un amplio sector. La libertad, la facilidad y
la frecuencia con la que la dictadura reprimía a la
oposición o a cualquier persona bajo sospecha de
perecer a ella, no habría sido posible sin el apoyo
social del que gozaban los militares. Y para poder
entender este llamativo fenómeno resulta vital no
excluir a este sector del análisis histórico de este
proceso. El propósito de la historia en este sentido
no es otro que evitar la repetición de acontecimientos semejantes mediante la previsión y el entendimiento entre los distintos sectores. No obstante,
tanto los historiadores como académicos de las
ciencias sociales han de mantener la aparente imparcialidad que les es exigida por la academia pero
no por aquella de fines políticos.
El objetivo gubernamental de alcanzar la reconciliación nacional entre los distintos sectores de la
sociedad no es más que el instrumento discursivo
para conceder a los responsables y sus colaboradores el silencio deseado. Así quedó demostrado
con el trabajo de las distintas comisiones al no entregar a la sociedad los nombres de los responsables
de tales delitos. Además, la documentación generada durante su existencia ha quedado guardada
sin la posibilidad de ser consultada por los investigadores. Es por ello que los investigadores deben
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presionar al ejecutivo para lograr acceder a dicha
documentación y complementarla o contrarrestarla
con los testimonios de los sobrevivientes antes de su
fallecimiento.
En cualquier caso, la reconciliación nacional es
una meta imposible de lograr tal como ha ocurrido en otros países con experiencias similares.
En el caso de España, los protagonistas de la transición pertenecían a una generación posterior a la
que luchó durante la Guerra Civil como resultado
de los 39 años en los que Franco se mantuvo en
el poder. Esa situación permitió que todos los partidos políticos participaran en las negociaciones
de la restauración de la democracia guardando los
viejos rencores. La reconciliación no puede darse
entre sectores que han sido directamente víctimas
o victimarios de asesinatos, tortura o prisión por razones políticas por la sencilla razón de la gravedad
de los hechos y las consecuencias psicológicas que
generan. Por ello, la historia tiene un compromiso
fundamental en narrar y explicar todos los acontecimientos en todas sus dimensiones con el fin de
lograr un acuerdo y entendimiento entre las futuras
generaciones. El silencio y el olvido siempre generan reacciones opuestas, es decir, incentivan la curiosidad en conocer la realidad de los que se intenta
esconder.
El propio gobierno es consciente que la magnitud de la represión alcanzó un grado mayor que la
presentada por las distintas comisiones de la verdad. Y así, resulta incomprensible que éstas tuvieran existencias tan breves puesto que no pocos
casos lograron presentarse a tiempo, y por lo tanto
no se les consideró dentro de los informes, tanto
en el número de detenidos-desaparecidos, de ejecutados políticos y de sobrevivientes de la tortura
y la prisión política. En este punto en concreto, los
historiadores deben acompañar las reclamaciones
de los organismos de derechos humanos con el fin
de descubrir la verdadera historia de los hechos del
pasado. Así, dichas comisiones deben ser reabiertas
puesto que sin el apoyo gubernamental nunca se
crearán equipos de trabajo tan numerosos y profesionales capaces de investigar en profundidad los
crímenes masivos del pasado.
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Notas
1
El autor agradece a Alejandro González sus comentarios en la
elaboración del presente artículo.
2 En noviembre de 2004 el Comandante en Jefe del Ejército de
Chile, Juan Emilio Cheyre, publicó un artículo titulado “Ejército
de Chile: fin de una visión” donde, por un lado reconocía los
abusos cometidos por las Fuerzas Armadas, y por el otro insistía
en la necesidad de desvincular a su institución de ese triste pasado.
Entre otras afirmaciones Cheyre destacó que “las violaciones a los
derechos humanos nunca y para nadie, pueden tener justificación
ética” (La Tercera 5/11/2004). La declaración de Cheyre fue, sin
duda, un esfuerzo importante al proceso de reconciliación nacional. No obstante, sectores castrenses y dirigentes de los partidos de
derecha, así como un sector de la sociedad, no han aceptado el
“mea culpa” de Cheyre y siguen defendiendo el rol asumido por
Pinochet tras el golpe de Estado de 1973.
3 En este punto se presenta el debate historiográfico sobre los métodos de escribir historia de procesos complejos y sensibles como
son las violaciones a los derechos humanos. Es por ello que en este
artículo se destacan los historiadores que más se han destacado en
esta discusión a nivel internacional. En Chile, este debate es más
reciente y son pocos los historiadores que han participado en él,
generalmente con posiciones de izquierda. No obstante, se deben
citar a Tomás Moulián, Nelly Richard, Elizabeth Lira, Mario
Garcés, Manuel Antonio Garretón, Raquel Olea o Pablo Milos,
entre otros. Dentro de la corriente de historia del tiempo presente,
se destacan los académicos Ángel Soto y Alfredo Riquelme.
4 Coalición formada por los partidos conservadores Renovación
Nacional y Unión Democrática Independiente.
5 Discurso obtenido de Despierta Chile (http://despiertachile.wordpress.com [18/3/2008]). Los abogados Luis Valentín Ferrada y, su
hijo, Luis Valentín Ferrada Walker son conocidos por los distintos
organismos de derechos humanos por ser los defensores de figuras
castrenses con una alta responsabilidad de las violaciones a los
derechos humanos, como el brigadier (R) Miguel Krassnoff y
los oficiales Eric Silva, Rodrigo Pérez, Aquiles González Cortés y
Fernando Lauerani. Entre sus clientes también se encuentran militares procesados por el Caso Riggs. El discurso de Luis Valentín
Ferrada recoge la posición de un grupo favorable de Pinochet,
claramente antidemocrática y nostálgica de las políticas represivas
de la dictadura.
6 Existen numerosos trabajos académicos sobre el uso de la
memoria en el Cono Sur, razón por la que en este artículo no se
entra en una larga discusión conceptual. Entre ellos, se destaca la
serie de publicaciones Los Trabajos de la Memoria, dirigida por la
socióloga argentina Elizabeth Jelin (2002).
7 Traducción del autor.
8 En cualquier caso tampoco se debe olvidar que numerosos líderes
de los partidos integrantes de la Unidad Popular provenían de
la clase media o media alta, pero muchos de ellos lograron salir
del país con más facilidad gracias a sus medios económicos y sus
contactos en el extranjero.
9 Un estudio previo de este fenómeno donde se incluyen varias
reseñas de las principales obras publicadas a partir de la detención
de Pinochet se encuentra en el artículo “Los frutos literarios del
caso Pinochet” (Camacho, 2005).
10 En este aspecto no es necesario recordar como los diarios
conservadores fueron claros opositores al gobierno de la Unidad
Popular, entre los que se destacó El Mercurio, controlado por la
familia Edwards.
11 El proceso abierto por Punto Final se puede seguir fácilmente
desde internet (http://www.puntofinal.cl/634/denuncia.htm
[3/10/2008])
12 Las universidades Academia Humanismo Cristiano y Arcis tienen
dificultades económicas y, por lo tanto, cuentan con muy bajos
recursos para la investigación en estas y otras disciplinas.
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