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espacios de relación y narratividad

Este artículo aborda la construcción narrativa del mundo desde una aproximación psicosocial socioconstruccionista que tiene en su punto de mira la acción social y su carácter dilemático y político.

Anàlisi 25, 2000 61-94 Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Teresa Cabruja Universitat de Girona. Departament de Psicologia [email protected] Lupicinio Íñiguez Félix Vázquez Universitat Autònoma de Barcelona Departament de Psicologia de la Salut i de Psicologia Social [email protected] [email protected] Resumen Este artículo aborda la construcción narrativa del mundo desde una aproximación psicosocial socioconstruccionista que tiene en su punto de mira la acción social y su carácter dilemático y político. El texto plantea el carácter construido y constructor de la narración en las prácticas comunicativas. En este sentido, tiene un papel fundamental la consideración de la narrativa como dispositivo donde se entrecruzan la dimensión relativista, su creación en la acción conjunta y su carácter pragmático. Palabras clave: acción conjunta, dispositivo de verdad, pragmática, relativismo, estrategias narrativas. Abstract. How we construct the world: relativism, relationship spaces and narrative This article approaches the narrative construction of the world from a psycho-social socioconstructionist perspective, focussed on social action and its problematic and political character. The text argues for the constructed and constructive nature of narration in communicative practices. In this sense it is fundamental to consider narrative as a mechanism where its relativist dimension, its creation in joint action and its pragmatic character are interlinked. Key words: joint action, mechanism of truth, pragmatic, relativism, narrative strategies. 62 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez Sumario 1. Narratividad como dispositivo I 2. Narratividad como dispositivo II 3. Acciones narrativas, construcción de factualidad y producción de verdad 4. Una ilustración: la memoria como narración 5. A modo de síntesis Narratividad y psicología social: breve acervo bibliográfico Bibliografía La noción de narrativa1, como todos los conceptos que se han producido en ciencias sociales, posee un carácter polisémico. Si se hace un repaso de los diferentes significados y sentidos que ha recibido esta noción, nos encontramos con tratamientos divergentes e incluso antagónicos. Evidentemente, la lingüística, la hermenéutica y la crítica literaria han sido los campos de conocimiento que mayores contribuciones han hecho a la dilucidación y explicación de esta noción, y es ya aquí que nos encontramos diferentes tratamientos en los que se hacen intervenir distintos niveles de análisis. Así, tenemos los planteamientos de Paul de Man, de Greimas, de Ricoeur, de Bajtín... No obstante, el carácter heurístico que posee la noción de narrativa la ha hecho trascender el ámbito estrictamente lingüístico y discursivo, y ha convertido su utilización en una noción articuladora de diferentes discursos en otras áreas. Así, tenemos por ejemplo la utilización que hacen Lyotard, White, Ferrarotti, Lowenthal... Esta utilización diversa, siendo extraordinariamente positiva y productiva, introduce tal nivel de complejidad en su manejo que podría pensarse que es necesario tratar de precisar qué se entiende por tal noción. Sin embargo, no parece ésta una operación excesivamente interesante ni pertinente para el argumento que queremos desarrollar en este artículo. En efecto, tratar de buscar el verdadero significado de la palabra narrativa reduce la noción y le resta su capacidad de elemento de articulación y producción de sentido en los discursos. Parece más oportuno interrogarse por lo que las personas hacen, qué efectos tratan de producir al utilizar narraciones y qué papel desempeña la narrativa en sus relaciones. En este sentido, es oportuno señalar que en las narraciones el manejo de situaciones, conceptos y hechos es un asunto polémico, ya que 1. Aunque de modo extraordinariamente sintético y sin intención prescriptiva, parece adecuado establecer algunas precisiones conceptuales en relación con las nociones de narratología, narración y narratividad que permitan hacerse una idea aproximada del vasto y complejo dominio en que nos encontramos. Desde nuestro punto de vista, la narratología alude al estudio teórico y metodológico centrado en el análisis de la construcción, regulación y funcionamiento de la narrativa. La narración hace referencia a las prácticas de producción de articulaciones argumentativas organizadas en una trama y enmarcadas en unas coordenadas espaciotemporales. Por último, la narratividad se sitúa en relación con las cualidades que modulan los discursos narrativos atendiendo a sus transformaciones y a sus producciones de sentido en una matriz temporal. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 63 en los discursos no sólo se hace referencia a lo que las cosas son, sino a lo que podrían ser, introduciendo con ello la necesidad de precisar para cada ocasión qué trata de significarse y cómo se persiguen efectos de verdad y/o credibilidad o se conjuran y/o contrarrestan otros discursos. Esto nos remite directamente a la polémica cuestión del relativismo2 y a su articulación en términos de verosimilitud-falsedad, realidad-ficción, representación-construcción, etc. Esta cuestión plantea, necesariamente, otra. Cuando nos referimos a la narrativa o, más concretamente, a la utilización de narraciones, ¿estamos aludiendo a la representación de la realidad, a su reflejo o, por el contrario, estamos señalando el carácter construido de la realidad? Parece oportuno plantearse esta interrogación, ya que, dependiendo de nuestra inclinación por una postura u otra, situaremos la noción de narrativa en una posición de centralidad o en una posición de subordinación respecto de los discursos y las prácticas sociales. Todas estas posiciones diferenciadas tienen su propia expresión en la psicología en general, y en la psicología social en particular, ámbito académico y disciplinario desde el que hablamos. En efecto, desde las posturas más convencionales de la psicología social no existen demasiadas dudas al asumir que la narrativa es un aditamento, un ornamento de la representación de la realidad. Es un elemento de mediación necesario, pero en absoluto determinante del significado que adquiera la realidad. Dicho con otras palabras, la realidad posee una existencia incontrovertible y los seres humanos recurrimos a la narración para dar cuenta de la misma. Evidentemente, pueden existir divergencias en cuanto a los relatos, pero éstas siempre serán asumidas como inexactitudes, imprecisiones, errores de percepción o falta de pericia en la utilización del objeto de mediación entre la realidad y nuestras explicaciones de la misma. Es decir, desde estas posturas la realidad es lo que es, con independencia de nuestras explicaciones sobre ella. No obstante, las explicaciones que producimos sobre la realidad son, en muchos casos, tomadas en su «literalidad». No por ser ésta la postura que más dominio y predicamento posee en psicología social es la única existente. Las llamadas «orientaciones críticas» en psicología social3 constituyen no sólo un contrapunto, sino una alternativa a la postura más convencional. En éstas, narrativas y narraciones ostentan una posición de centralidad. No se trata de que los seres humanos recurran a una herramienta de mediación para representar el mundo, sino que el mismo mundo y los mismos seres humanos existen en virtud de su construcción lingüística y discursiva4. 2. EDWARDS, D.; ASHMORE, M.; POTTER, J. (1995). «Death and Furniture: The Rhetoric, Politics and Theology of Bottom Line Arguments against Relativism». History of the Human Science, 8, p. 25-49; RORTY, R. (1979). La filosofía y el espejo de la naturaleza. Madrid: Cátedra, 1983. 3. IBÁÑEZ, T.; ÍÑIGUEZ, L. (eds.) (1997). Critical Social Psychology. Londres: Sage. 4. GERGEN, K.J. (1994). Realidades y relaciones. Aproximaciones al construccionismo social. Barcelona: Paidós, 1996. 64 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez Consecuentemente con esta postura se dan algunas de las características que permiten su articulación y que nos parece oportuno enfatizar: — La focalización sobre la dimensión simbólica de lo social: la relevancia que ostentan la creación de significados y la co-construcción de los mismos5. — Una concepción de ser humano como ser propositivo y autodeterminante frente a las concepciones esencialistas y deterministas de las posturas más convencionales y dominantes6. — La importancia de la interpretación como dispositivo relacional fundamental7. Obviamente, la asunción de estas características implica un distanciamiento radical de cualquier planteamiento lineal, unidimensional o exclusivista. El punto de partida es la consideración del mundo social como una construcción erigida en base a significados8. Ello implica el volcarse en el análisis de esa construcción y de esos significados. Para ello, es esencial tener en cuenta diferentes aspectos: — La relevancia de la vida cotidiana y la participación simultánea de las personas en diferentes espacios de relación. — La intersubjetividad: los significados se crean en o provienen de las relaciones. Es decir, las personas actuamos en función de otras, con relación a contextos, significados y producciones sociales (instituciones, costumbres, discursos, prácticas, etc.). — La indexicalidad: un mismo fenómeno cambia de sentido en diferentes situaciones. — La reflexividad: es en la propia relación entre las personas cuando se crea la situación, y es la situación creada la fuente y el tema que propicia la relación. — Los escenarios y las acciones humanas: éstas sólo tienen sentido en marcos sociales, y son estos marcos los que permiten entender los cambios de sentido y/o las elaboraciones y reelaboraciones de significados. — El carácter político de la acción social: ésta es inseparable de la producción de efectos, de las relaciones de poder y de su dimensión ética. 5. BRUNER, J. (1990). Actos de significado. Madrid: Alianza Editorial. 6. HARRÉ, R. (1979). El ser social. Madrid: Alianza Editorial, 1982; IBÁÑEZ, T. (coord.) (1989). El conocimiento de la realidad social. Barcelona: Sendai. 7. TAYLOR, C. (1971). «Interpretation and the Science of Man». The Review of Metaphysics, 25, 1; TAYLOR, C. (1985). Human Agency and Language. Phylosophical Papers, vol. 1. Cambridge: Cambridge University Press. 8. GERGEN, K. (1985). «The Social Constructionist Mouvement in Modern Psychology». American Psychologist, 40, 3, p. 266-275. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 65 1. Narratividad como dispositivo9 I El mundo está atravesado por narrativas y narraciones, pero es precisamente este «atravesamiento» lo que constituye el mundo. En efecto, para hacer inteligible la realidad, los seres humanos necesitamos recurrir a una narración de la misma, pero son a su vez las narraciones y narrativas que se entrecruzan y dialogan entre ellas las que otorgan realidad al mundo en el que vivimos. Cuando nacemos lo hacemos en un mundo ya construido. Esto significa que el lenguaje nos incorpora y nos vamos incorporando al lenguaje mediante la adopción compartida de conceptos y categorías que nos permiten explicar el mundo. Son estos conceptos y categorías que preexisten los que nos permiten ir «asimilando» y dando cuenta de la realidad. Mediante nuestras relaciones y prácticas accedemos a un mundo construido, pero, simultáneamente, contribuimos a su construcción. Esto nos permite establecer una distinción entre dos formas de construcción de la realidad. Como señala Potter: La metáfora de la construcción funciona en dos niveles cuando se aplica a las descripciones. El primero es la idea de que las descripciones y los relatos construyen el mundo, o por lo menos versiones del mundo. El segundo es la idea de que estos mismos relatos y descripciones están construidos. Aquí, «construcción» sugiere la posibilidad de montaje, fabricación, la expectativa de estructuras diferentes como punto final, y la posibilidad de emplear materiales diferentes en la fabricación. Esta noción destaca que las descripciones son prácticas humanas y que podrían ser diferentes. No hay mucho que hacer con el reflejo en un espejo; podemos limpiar el espejo, comprobar que sea plano y liso, pero esto sólo está relacionado con su capacidad de recibir pasivamente una imagen. Sin embargo, una casa es construida por personas, y podría tener tres chimeneas y montones de ventanas, o podría carecer de chimeneas y tener varias contraventanas. Podría construirse a base de cemento, ladrillos o vigas y cristal, y podría ser muy fuerte o más bien frágil. ¿Qué fuerza tiene la construcción en esta metáfora? Según la versión más fuerte de esta metáfora, el mundo literalmente pasa a existir a medida que se habla o se escribe sobre él. ¡Algo totalmente ridículo! Quizá sí, pero yo deseo optar por algo casi igual de fuerte. La realidad se introduce en las prácticas humanas por medio de las categorías y las descripciones que forman parte de esas prácticas. El mundo no está categorizado de antemano por Dios o por la Naturaleza de una manera que todos nos vemos obligados a aceptar. Se construye de una u otra manera a medida que las personas hablan, escriben y discuten sobre él (énfasis nuestro)10. Este mismo proceso de construcción de la realidad social, de construcción del mundo a partir de la narratividad, sus versiones y posibilidades ha conlle9. Entendemos la noción de dispositivo en el sentido que le da FOUCAULT, M. (1976). Historia de la sexualidad. I. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI, 1984. 10. POTTER, J. (1996). La representación de la realidad. Discurso, retórica y construcción social. Barcelona: Paidós, 1998, p.130. 66 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez vado el pasar a considerar de forma radicalmente distinta otros objetos de estudio del campo de la psicología que están, además, íntimamente relacionados. En concreto, aunque no los abordaremos en este texto, nos referimos, por ejemplo, a las construcciones de la «identidad», del «yo», de la «otredad», elaborados en y a través de las múltiples narraciones que nos contamos, nos cuentan y contamos a las otras personas, sobre nuestras vidas y las múltiples narraciones que hemos oído contar de las vidas de las otras personas. Lo cual conduce al interés hacia la forma en la que se convierte en comprensible o inteligible una narración como proceso social de inteligibilidad mutua. En palabras de Gergen: […] las exposiciones narrativas están incrustadas en la acción social; hacen que los acontecimientos sean socialmente visibles y establecen característicamente expectativas para acontecimientos futuros. Dado que los acontecimientos de la vida cotidiana están inmersos en la narración, se van cargando de sentido relatado: adquieren la realidad de «un principio», de «un punto grave», de un «clímax», de un «final», y así sucesivamente11. De ahí que estas exposiciones narrativas proporcionen, además, ciertas formas de inteligibilidad de las emociones, identidades, acciones, etc. en el tiempo; estableciendo ciertas secuencias que participan directamente en su comprensión y que, a su vez, las constituyen. Ya sean narraciones «identitarias», memorísticas u otras, todas ellas contienen de algún modo un sentido de continuidad, o si se quiere también de discontinuidad, que actúa integrando las acciones en pasado, presente y futuro y dotándolas de cierta consistencia y secuenciación. En definitiva, incorporando y creando el tiempo del relato. De hecho, la narración procura una unidad de visión que recoge los acontecimientos y los fuerza a entrar en una continuidad que no es sino la de la misma escritura12. El tiempo supone la producción de cambios en tanto que, en los diferentes momentos históricos, se promueven unas modalidades narrativas frente a otras. Además, permite la creación de las bases que posibilitan la selección y ordenación de los componentes del relato, así como el hecho de que sea posible tomar una forma lineal concreta, entendida, por ejemplo, como «cambios evolutivos a lo largo del tiempo» que incorpora cualquier trama13. Objetividad y verdad como construcción narrativa Prestar atención a cómo construimos el mundo requiere que no omitamos cómo se construye el mundo justamente desde discursos y prácticas sociales 11. GERGEN, K.J. (1994). Realidades y relaciones. Aproximaciones al construccionismo social. Barcelona: Paidós, 1996. p. 232. 12. LOZANO, J. (1987). El discurso histórico. Madrid: Alianza Editorial. 13. GERGEN, K. (1994), op. cit., p. 242. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 67 que ocupan un lugar de enunciación privilegiado. Así pues, la construcción del mundo o incluso las construcciones del mundo que provienen de la ciencia contienen ciertas características que ya han sido objeto de estudio y de explicitación por parte de las teorías más recientes de la sociología del conocimiento científico14, la epistemología feminista15 y la psicología discursiva16, entre otras, mostrando su retórica, sus sesgos y sus efectos. ¿Qué relatos nos proporcionan sobre el mundo estos discursos erigidos en verdaderos? ¿con qué consistencia y poder? ¿cómo afectan al funcionamiento social? Estas y otras preguntas nos conducen hasta el análisis de cómo se construye lo objetivo y lo verdadero, cómo ello va más allá de señalarles un carácter ideológico y cómo, consecuentemente, las relaciones entre narración, ciencia y sociedad merecen, aunque sea breve, un pequeño comentario. Entre ellas toman especial relevancia la consideración de la objetividad y la verdad como construcciones narrativas y sus supuestas funciones referenciales como elementos de intercambio comunicativo insertos en una poderosa comunidad, como es la científica17. Los trabajos de Foucault18 sobre las prácticas discursivas y las relaciones de poder, o los de Lyotard19 sobre la condición postmoderna en tanto que incredulidad hacia «las metanarrativas»20 son extraordinarias aportaciones en tanto 14. LATOUR, B. (1987). Science in Action. Milton Keynes: Open University Press; LATOUR, B.; WOOLGAR, S. (1986). Laboratory Life: The Construction of Scientific Facts, 2ª ed. Princeton, N.J.: Princeton University Press.; WOOLGAR, S. (1988). Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona: Anthropos, 1991. 15. FOX-KELLER, E.(1985). Reflexiones sobre género y ciencia. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1991; HARDING, S. (1986). The Science Question in Feminism. Stratford: Open University Press; LONGINO, H.E. (1990). Science as Social Knowledge, PUP: Princeton. 16. EDWARDS, D. (1997). Discourse and Cognition. Londres: Sage; EDWARDS, D.; POTTER, J. (1992). Discoursive Psychology. Londres: Sage. 17. Por ejemplo, en la psicología social convencional, los criterios de admisión y publicación de textos en las revistas del área se rigen de acuerdo con unos mecanismos de control y regulación de su admisión basados en los conceptos citados anteriormente, es decir, en su carácter experimental. En una exhaustiva investigación, Ibáñez pone de manifiesto tres funciones que materializan estas exigencias: La primera consiste en perpetuar los «paradigmas comunidad» vigentes, en el sentido de Apfelbaum, o, si se prefieren otras palabras, los grupos de poder que se situaron en posiciones estratégicas dentro de la disciplina, aprovechando la oleada neopositivista. La segunda consiste en intentar conseguir que la psicología social participe de los beneficios y privilegios que acompañan actualmente a la producción del «discurso científico» de corte científico-naturalista. Por fin, la tercera función consiste en neutralizar el potencial socio-emancipador de la investigación psicosocial, obligándola a equiparse con unos instrumentos y con unos procedimientos de análisis que impiden abordar efectivamente las cuestiones socialmente significativas. 18. FOUCAULT, M. (1970). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets, 1983; FOUCAULT, M. (1976), op. cit. 19. LYOTARD, J-F. (1984). La condición postmoderna. Madrid: Cátedra. 20. Para Lyotard habría «narraciones contextualizadas» o «narraciones más micro» que se sitúan continuamente en contraposición a las metanarraciones. 68 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez que socavan los fundamentos del conocimiento positivista y las bases metafísicas del pensamiento moderno21. Ambas posiciones, surgidas del postestructuralismo y de la crítica postmoderna, y comúnmente categorizadas como relativistas, cuestionan radicalmente los pilares que sostienen los discursos de verdad. Como señala Rorty, La invocación ritual de la «necesidad de evitar el relativismo» puede entenderse mejor como expresión de la necesidad de mantener ciertos hábitos de la vida europea contemporánea. Éstos son los hábitos alimentados por la Ilustración, y justificados por ésta en términos de apelación a la Razón, concebida como capacidad humana transcultural de correspondencia con la realidad, una facultad cuya posesión y uso vienen demostrados por la obediencia a criterios explícitos22. En efecto, la cuestión reside, en gran medida, en si la concepción que defendemos de sociedad incluye estas narraciones como representaciones de la realidad o, por el contrario, como maneras de construirla. Como prácticas discursivas, las narraciones no sólo son palabras sino acciones que construyen, actualizan y mantienen la realidad. La confianza en la narración y en su potencialidad creadora y, eventualmente, en su capacidad como medio para mantenerla o modificarla es fundamental. La «necesidad de evitar el relativismo», como dice Richard Rorty, ha sido uno de los grandes enemigos que los poderes de las sociedades occidentales han conjurado, ignorando que el relativismo, […] no desemboca sobre ningún precipicio ético y no conduce a la inhibición política. Al contrario, exige un compromiso más combativo que cuando se adopta una opción normativa. No nos desarma ante las opciones y no hace inútil el debate. Al contrario, nos hace responsables de nuestras elecciones y estimula el debate. Parece que todos los ataques que han sido instruidos contra el Relativismo no le perdonan el haber asestado un golpe mortal al principio mismo de autoridad en aquello que le es más fundamental. Si el ser humano es, en tanto que ser social, la medida última de todas las cosas, ¿a quién apelar para suscitar su sumisión?23. 21. Es decir, especialmente las pretensiones de emancipación progresiva característica del proyecto en función de la potencia de su dispositivo narrativo, la pérdida de credibilidad de estas narraciones con pretensiones de legitimación universalista y de producción de verdad. 22. RORTY, R. (1991). Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona: Paidós, 1996, p. 48-49. 23. IBÁÑEZ, T. (1995). «Toute la vérité sur le relativisme authentique». Barcelona. Policopiado, p. 10. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 69 2. Narratividad como dispositivo II Acción social e inteligibilidad narrativa en las prácticas de comunicación cotidianas La función principal del discurso no consiste en representar el mundo sino en dar forma a nuestras acciones sociales y coordinarlas24. Cuando construimos una narración es especialmente relevante el momento histórico en el cual lo hacemos y cómo lo hacemos. Todos los seres humanos nos incorporamos a un medio articulado donde preexisten los conceptos, las maneras de construir narraciones socialmente aceptables, cuyos efectos podemos manejar estratégicamente y mediante las cuales podemos coordinar nuestras acciones con las demás personas. La manera en que utilizamos las narraciones no tiene como función representar el mundo o dar cuenta de los elementos básicos que lo constituyen. Mundo y carácter básico de los hechos se construyen en la narración. Por lo tanto, no es representar mundo y hechos sino sustentar ciertas modalidades de orden social lo que caracteriza a las narraciones que utilizamos. En efecto, cuando hablamos lo hacemos dentro de las coordenadas de un canal de comunicación que impone determinadas exigencias que le son propias. En nuestras prácticas comunicativas, como por ejemplo cuando utilizamos la narración, debemos amoldarnos a ese canal, lo que implica la reproducción de un orden social ya establecido25. Dicho con otras palabras, cuando producimos una narración, ésta debe satisfacer ciertos requisitos para ser aceptada por nuestros/as interlocutores/as, para ser merecedora de crédito y resultar legítima, concebible e inteligible26. El respeto de estos criterios, es decir, su reproducción, constituye, simultáneamente, la reproducción del orden social. Como señala Shotter: Nuestras formas de hablar dependen del mundo en la medida en que lo que decimos está enraizado en lo que los hechos del mundo nos permiten decir. Pero, simultáneamente, lo que tomamos como naturaleza del mundo depende de nuestra forma de hablar de él. De hecho, ambos aspectos deben su existencia separada a su interdependencia27. 24. SHOTTER, J. (1984). Social Accountability and Selfhood. Oxford: Blackwell; SHOTTER , J. (1993a). Cultural Politics of Everyday Life. Londres: Open University Press; SHOTTER, J. (1993b). Conversational Realities. Londres: Sage. 25. SHOTTER, J. (1984), op. cit.; SHOTTER, J. (1990). «La construcción social de recuerdo y del olvido». En MIDDLETON, D.; EDWARDS, D. (comp.). Memoria compartida. La naturaleza social del recuerdo y del olvido. Barcelona: Paidós, 1992, p. 137-155.; SHOTTER, J. (1993b), op. cit. 26. Refiriéndonos a cómo damos cuenta del mundo y de nosotros/as mismos/as, uno de los puntos centrales es la inteligibilidad de las estructuras del relatar, de las formas narrativas y de sus géneros (ficción, autobiografía, etc.). Ello permite la utilización de los textos y discursos disponibles culturalmente que incorporan, a la vez, tanto sus mutaciones estructurales y formales, como las que se producen en el mismo contexto de comprensión. 27. SHOTTER, J. (1990), op. cit., p. 142. 70 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez Mediante el lenguaje coordinamos acciones sociales, ya que en su utilización no damos cuenta de algo que existe previamente; ocurre, más bien, que el lenguaje y nuestras narraciones son tomados por las personas con las cuales nos relacionamos como indicios de acciones28. Las narraciones como acción conjunta Cuando actuamos lo hacemos sobre la base de nuestras pretensiones y estrategias particulares, pero también coordinamos nuestras acciones con las de las demás personas: nos valemos de las oportunidades que las acciones de los otros seres humanos nos despejan y rechazamos aquéllas otras que coartan nuestras propias acciones. Sin embargo, esta coordinación posee características peculiares29 y se articula en gran parte por los tratamientos narrativos que recibe. En efecto, al actuar, las propuestas y respuestas que dirigimos a las demás personas, aunque pretenden trasladar nuestras pretensiones, no siempre producen como consecuencia aquello que deseamos, sino que, como resultado de la acción conjunta, se generan resultados involuntarios e impredecibles30. La particularidad de estos resultados involuntarios reside en que generan un entorno organizado donde se despliegan las acciones de todos los hombres y mujeres participantes. Sin embargo, este entorno organizado no pertenece y/o no puede ser atribuido a las intenciones de ninguna de las personas participantes en particular. A pesar de ello, cada una de ellas confiere a dicho entorno una cualidad intencional: los hombres y mujeres participantes interactúan en una situación concreta definida por el hecho de actuar juntos y supeditada al marco de esa actividad. Es decir, tanto las limitaciones como las facilidades que generan sus prácticas en esta situación estimulan las acciones subsiguientes que podrían desarrollarse. Estas acciones, que se desprenden de las prácticas que constituyen las relaciones, actúan como retroalimentación sistemática que, aunque no se reconozca como tal, propicia la permanente construcción de actos futuros. Sobre estas concepciones del interés narrativo y de los cambios substanciales que han originado pivotan, asimismo, otros procesos básicos tratados habitualmente por la psicología social, como pueden ser los de recuerdo y olvido, las emociones o las actitudes. Así, por ejemplo, la memoria como práctica social de construcción del pasado colectivo o personal, como acción conjunta, como argumentación, etc. tiene sus funciones y actúa en el presente: condiciona estrategias, abre espacios para compartir, genera contextos de expresión y comunicación, permite justificaciones, mantiene determinados órdenes sociales, genera sentimientos compartidos, produce valoraciones morales y éticas y, en definitiva, proporciona las bases de una acción futura y de su legitimación, 28. SHOTTER, J. (1984), op. cit.; SHOTTER, J. (1993a), op. cit.; SHOTTER, J. (1993b), op. cit. 29. Por esta razón, nos parece de especial interés detenernos un poco en estas ideas, ya que se presentan como una intersección crucial entre narratividad y acción. 30. SHOTTER, J. (1993a), op.cit.; SHOTTER, J. (1993b), op.cit. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 71 como se verá en el ejemplo que desarrollamos al final. En otras palabras, las narraciones, con toda su diversidad, funcionan como formas de poder y de control en las distintas situaciones o contextos de comunicación31. La acción conjunta se constituye en base a los contenidos que propician la relación pero que, simultáneamente, crean el contexto donde ésta se desarrolla. Este contexto y estos contenidos pueden tener como marco de desarrollo un espacio referencial. No obstante, este espacio no tiene por qué ser una representación de una realidad que presuntamente se encontraría en una posición de exterioridad a esta acción conjunta. En efecto, el recurso a la referencialidad es fundamentalmente una presunción y una construcción que se desprende de la performance que se desarrolla, como nos han enseñado la pragmática32 y la etnometodología33; pero es así mismo resultado del género narrativo que en cada contexto de interacción está al alcance de las personas participantes34. Aludir a la narratividad implica hacer referencia a los géneros narrativos. Evidentemente, como suele ser usual, puede establecerse una distinción entre narraciones entroncadas dentro del ámbito de lo ficcional o de lo no ficcional. No obstante, aunque en algunos casos pueda ser útil apelar a esta distinción o incluso hallemos instituciones sociales que se basan en ella (iglesia, ciencia, círculos literarios, grupos políticos...), en el ámbito de las relaciones humanas no siempre resulta manifiesta, al menos en un sentido intrínseco. En efecto, las relaciones humanas se constituyen en base a un conjunto de normas y convenciones insertas en un contexto sociocultural donde «fondo» y «forma» de la comunicación son inseparables. De hecho, los diferentes géneros narrativos están estrechamente vinculados a las modalidades de relación y a los efectos que se trata de producir: a nuestras prácticas comunicativo-pragmáticas. Nuestras prácticas discursivas son múltiples y carecen de cualquier jerarquización aunque la pretendan; tan sólo puede apelarse a ellas en función de la pertinencia que ostentan en relación con la interacción que se está produciendo. Así, tenemos a nuestro alcance diferentes discursos: el discurso literario, el discurso histórico, el discurso periodístico, el discurso científico, el discurso publicitario, etc. Utilizamos uno u otro en función de los juegos de lenguaje35 en los que participemos. Pero también participamos de los géneros narrativos en nuestras relaciones más cotidianas. En ellas también es importante la competencia narrativa. Es decir, las habilidades que desplegamos para producir e interpretar textos: sabemos cómo interpretar y producir un relato de memoria, una autobiografía, un informe, un discurso utópico, etc. Asimismo, 31. Todo ello muestra también la forma tan distinta de incorporar y entender el contexto de forma inherente y no como una variable influenciadora o interviniente, ampliando su conceptualización al contexto de producción, las condiciones de producción, las relaciones con otros textos (intertextualidad), su carácter formativo y no referencial, etc. 32. LEVINSON, S.C. (1983). Pragmatics. Cambridge: Cambridge University Press. 33. GARFINKEL, H. (1967). Studies in Ethnomethodology. Nueva York: Prentice-Hall. 34. POTTER, J. (1996), op. cit. 35. WITTGENSTEIN, L. (1958). Investigacions filosòfiques. Barcelona: Laia, 1983. 72 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez cuando participamos en una relación esperamos una narración acorde con el contexto y las circunstancias comunicativas en las que ésta discurre: esperamos un determinado manejo del tiempo, una construcción factual que reúna las características de verosimilitud socialmente admitidas, una trama que interrelacione los diferentes hechos, etc. En este sentido, el hecho de considerar las narraciones como acciones de formación y transmisión no las afirma como inamovibles o inquebrantables, sino que mantiene una cierta dualidad en sus relaciones de dependencia para garantizar la comprensión, por una parte, y permitir la improvisación o la creación, por otra. No obstante, las enmarca clara y firmemente como situadas socioculturalmente, vinculadas con su contingencia histórica y relacionadas con una pragmática cotidiana de comunicación en la cual se incorporan miríadas de pragmáticas ya existentes y otras contextuales. Así pues, la narración está estrechamente ligada a la acción más que a la elaboración de una historia, un relato o un testimonio, en el sentido que habitualmente suelen dárseles a estos términos. La narración tiene que ver, fundamentalmente, más con un entramado argumentativo que con una simple referencia o representación de los hechos. O como decíamos más arriba, las narraciones permiten la coordinación de acciones sociales. En efecto, cuando se produce o se crea una narración, lo importante, además de lo narrado, son las circunstancias sociocomunicativas que circunscriben y localizan el proceso narrativo. 3. Acciones narrativas, construcción de factualidad y producción de verdad En este apartado centraremos nuestra atención en algunas de las prácticas, tácticas y recursos que intervienen en la construcción de las narraciones, lo que nos permitirá poner de manifiesto la estrecha relación que existe entre su dimensión retórica y de acción. La retórica se manifiesta especialmente en dos aspectos vinculados entre sí. Por una parte, la vocación de cualquier narración de conseguir un efecto de verdad, credibilidad e imparcialidad, tanto en nuestras prácticas comunicativas cotidianas como institucionales. Por otra, el intento de evitar cualquier eventual socavamiento de la narración y de conjurar interpretaciones que abran la puerta a su relativización, excesiva subjetividad o falta de veracidad. En este sentido, el entender la narración como dispositivo, tal como lo hemos desarrollado anteriormente, nos permite ahora abordar su construcción retórica incorporando tanto sus bases sociales y axiológicas como sus componentes de acción social en su dimensión más pragmática (el privilegio de verdad, la acción conjunta y la inteligibilidad narrativa). Por esta razón, enfatizaremos algunas características que fundamentan la construcción de la credibilidad y la construcción de hechos. Ambas tienen que ver con estrategias y perspectivas narrativas y procesos de creación de efectos de verdad. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 73 Acciones narrativas y discursividad En este apartado abordaremos la construcción narrativa de la objetividad. En otro lugar36 determinamos cuatro órdenes que configuran tanto la condición de producción de la objetividad como los elementos retóricos que la hacen posible en una cultura dada. Estos órdenes participan tanto en su enunciación como en la propia medida de su objetividad, y se corresponden con la autoría, la institucionalización, los hechos y las prácticas. El entramado que constituyen, junto con las dos dimensiones de la objetividad (verdad de lo que se dice y del cómo se dice), configuran los ejes definitorios de la narración objetiva y, consecuentemente, de su opuesto, la subjetividad. Esta dicotomía fundamenta el argumento acerca de la producción del discurso de la objetividad y sus efectos de verdad como producto de unas prácticas sociales concretas y, por lo tanto, inscrito en una cultura y unos valores determinados, en unas condiciones sociohistóricas que lo posibilitan al mismo tiempo que lo reproducen. Los trabajos de Bajtín37 sobre la teoría del discurso y la cultura, y sus conceptos de dialogismo, polifonía e intertextualidad están en la base de las relaciones que se establecen entre los distintos órdenes mencionados y su especificidad. En efecto, la intertextualidad se concreta aquí entre las personas interlocutoras y las distintas relaciones dialógicas que se establecen y que son por todas ellas conocidas: contraposición, elogio, referencia, crítica, autointerpelaciones e interrogaciones públicas, autorrespuestas, etc., haciendo posible, de esta manera, anudar lo que sería la relación de La Verdad de los sujeto(s) y de los objetos38. En definitiva, la articulación de unos valores a partir de la confrontación, en relación con la intersubjetividad y la comunidad concreta de pertenencia y/o de enunciación referidas. Trataremos muy escuetamente algunos de estos órdenes. El orden de la autoría, es decir, la construcción que se hace en torno a la figura del autor o de la autora como portadora de valores, significaciones y principios que caracterizan a una comunidad concreta constituye uno de los principios de agrupación del discurso: el que otorga unidad y coherencia a éste39. El orden de la institucionalización, por su parte, es el que se encarga de regular y administrar las formas de circulación de los discursos, consistente en la organización de un poder y el establecimiento de unas relaciones que le procura los órganos necesarios para su funcionamiento: lo que se puede pensar y lo que se puede hacer; lo que se puede decir y cómo se ha de decir. Incluso si ese discurso existe o no. La objetividad que reclama el texto en sus dos dimensiones, verdad de lo que se dice y verosimilitud del cómo se dice, se encuentra en la encrucijada del proceso de institucionalización o, lo que es lo mismo, del 36. CABRUJA, T.; VÁZQUEZ-SIXTO, F. (1995). «Retórica de la objetividad». Revista de Psicología Social Aplicada, 5(1/2), p. 113-126. 37. BAJTÍN, M. (1979). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI, 1998. 38. FOUCAULT, M. (1969), Arqueología del saber, México: Siglo XXI, 1985; FOUCAULT, M. (1970), op. cit. 39. FOUCAULT, M. (1970). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets. 1983. 74 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez proceso de inserción en la comunidad que concede reconocimiento de discurso científico y asigna un estatus dentro de los discursos que es posible enunciar. Se trata de la audiencia concreta a la cual el discurso se dirige y de la cual reclama legitimación y de la audiencia que, precisamente por no ser destinataria directa y explicitada del mensaje, también ayuda a categorizarlo y a definirlo. Desde luego, tal como hemos sostenido en otros momentos, las convenciones sostenidas por la comunidad científica son paradigmas ejemplares de este caso40. El orden de los hechos pone de manifiesto el núcleo fundamental en el cual se asienta la esencia de lo que conocemos por objetividad, es decir, la defensa de un acceso independiente y libre de cualquier condicionante social e histórico a una realidad exterior. Desde la retórica de la objetividad, los hechos existen independientemente de las prácticas y permanecen a disposición de alguien que los descubra y los explique. Los hechos y las situaciones son reificados y reducidos a actos lingüísticos concretos a los que recurren los investigadores y las investigadoras, como, por ejemplo: «De los hechos se desprende que...», «El análisis dio cuenta de...», «Los resultados obtenidos permiten asegurar que...», etc. Son estas fórmulas, y no la constatación de una realidad exterior, las que confieren objetividad a los hechos. En efecto, en las objetivaciones de los hechos presentadas en los textos científicos, éstos se presentan virtualmente desmarcados del contexto para referirlos de otra forma y establecer una separación a partir de la aparente posición de observación distante. Sin embargo, éste no es más que un recurso, ya que la narración de los hechos constituye una construcción textual41. Este tipo de construcciones textuales se distinguen, entre otras, porque poseen dos características: la de seleccionar hechos y la de establecer una lógica narrativa. La selección de ciertos elementos y su presentación posterior transmite a los destinatarios y destinatarias la importancia y pertinencia que éstos tienen en el debate o en la situación que se intenta explicar, ya que la presencia de ciertos elementos da cuenta de la relevancia de éstos en el discurso, al tiempo que la ausencia de otros también nos está comunicando qué es lo que se dirime en ese momento del discurso. En efecto, tanto la presencia como la ausencia de ele40. Son las que posibilitan la creencia en el texto como científico en base al tipo de formas discursivas que utiliza, cómo presenta los hechos, cómo establece la sucesiones de acontecimientos, cómo hace desaparecer al autor o autora nominal y hace surgir al sujeto reificado. Ciencia, productor y producto de Verdad que no es sino la metáfora de la edificación científica que es, en primera y última instancia, el único referente al que se puede acudir, pues es la plasmación material de su poder: su substancia y su ser en potencia. Es la retórica de la objetividad la que da autoridad al texto, su estatus reconocido institucionalmente como artículo científico, informe o producción crucial. Sin embargo, el contenido de lo retórico no se acaba aquí: toda referencia, toda citación, toda réplica, toda actualización... que se establece entre los textos es un peldaño más cara a su institucionalización o afirmación. 41. WOOLGAR, S. (1988), op. cit. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 75 mentos42 constituyen un factor esencial de la argumentación y, más concretamente, de la conducción y construcción de la retórica de la objetividad. Dadas las particularidades y singularidades del discurso científico, resulta evidente que su producción, tal como hemos ido indicando al desarrollar los órdenes anteriores, adquiere fundamentalmente su sentido, aunque no únicamente, en el seno de la comunidad concreta en la que se produce, que es, entre otras, la que le procura sus condiciones de posibilidad. Las prácticas, aunque poseen entidad propia como orden, son las que garantizan el engarzamiento de todos ellos. Éstas, como acciones básicas de la producción y generación de sentido, son fundamentales en el análisis de la retórica que vehicula el discurso de la objetividad. Es el orden de las prácticas el que permite la generación y la permanente revisión de la relaciones entre los objetos sociales. Así mismo, es en este orden donde se ponen de manifiesto los compromisos ontológicos sobre la naturaleza del mundo y los principios metodológicos inexcusables para acceder a ella. En efecto, en la retórica de la objetividad no sólo se hace imprescindible una determinada modalidad de enunciación, sino que, a su vez, se convierte en algo básico la explicitación de cómo es que se ha conseguido acceder a un determinado conocimiento, con qué medios, qué se ha comprobado o falsado y cómo se compenetran teorías y métodos con la realidad. Para ello es imprescindible borrar cualquier marca humana y, en este sentido, como señalan Perelman y Olbrechts-Tyteca: […] es indispensable suministrar pruebas, no de nuestra objetividad, lo cual es irrealizable, sino de nuestra imparcialidad, indicando las circunstancias por las que, en una situación análoga, hemos actuado contrariamente a lo que podía parecer que era nuestro interés, y precisando lo más posible la regla o los criterios que seguimos, los cuales serían válidos para un grupo mayor que englobaría a todos los interlocutores y, en última instancia, se identificaría con el auditorio universal43. La objetividad posee una definición necesariamente social. Es decir, son criterios humanos los que definen el acuerdo con la manifestación de lo que nosotros mostramos como evidencia, con los cálculos que presentamos y con los criterios de comparación. Es así que las diferentes modalidades de expresión, las distintas figuras utilizadas, las formas de presentación de las secuencias de acontecimientos, la selección de los hechos, etc.; en una palabra, la retórica utilizada y no la lógica de la investigación es la que proporciona los criterios para decidir si un discurso es científico y, por lo tanto, objetivo o no. El discurso científico, como cualquier otro, depende de formas lingüísticas. En efecto, son las narraciones y los discursos los que hacen aparecer como 42. PERELMAN, Ch.; OLBRECHTS-TYTECA, L. (1989) Tratado de la argumentación. Madrid: Gredos. 43. PERELMAN, Ch.; OLBRECHTS-TYTECA, L. (1989), op. cit. 76 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez plausibles, verosímiles o verdaderos, enunciados que tienen su máxima fundamentación en una buena lógica argumental, un razonamiento coherente, unas creencias justificables o unos hechos construidos al hilo del relato o de una narración que incide sobre los resortes de lo que socialmente se considera un discurso objetivo. La construcción de hechos En nuestras relaciones más cotidianas son frecuentes las alusiones a una realidad dicotómica donde el estatus atribuido a unos hechos, la manera de referirnos a ellos y su organización discursiva les otorgan calidades y una entidad reificada, lo que propicia una acreditación de su carácter objetivo o subjetivo. Como resulta obvio, poseer una u otra acreditación no es indiferente, ya que, según seamos codificados o codificadas en la capacidad de poder producir y conducirnos en uno u otro tipo de enunciación, así serán los efectos sociales que se desprendan. Los hechos no preceden a las narraciones, sino que se convierten en tales en virtud de la elaboración del entramado mismo de la narración, a través de la cual adquieren su factualidad. Los recursos disponibles para construir una descripción como si fuera un relato factual son múltiples44, pero la mayoría de ellos intenta cosificar las descripciones para hacer que parezcan más sólidas y más literales: El proceso de construcción de hechos intenta cosificar las descripciones para que parezcan sólidas y literales. El proceso opuesto de destrucción intenta ironizar las descripciones para que parezcan parciales, interesadas o defectuosas en algún sentido. Naturalmente, todo esto se combina para establecer la veracidad de una versión a expensas de otra […]. Si concebimos esta jerarquía como un ascensor, los procesos de cosificación intentan hacer que la descripción ascienda la jerarquía, y los procesos de ironización intentan hacerla descender45. Estos recursos pretenden incidir pragmáticamente sobre el interlocutor o la interlocutora o, eventualmente, sobre el lector o la lectora de una narración. Su uso depende del manejo de las propias estrategias narrativas, del empleo de los géneros pertinentes a la comunicación que trata de establecerse, de la utilización de la organización temporal, de la adecuación al contexto y de los efectos que se pretenden producir sobre una persona narrataria o unas personas narratarias concretas. 44. «Las personas disponen de una amplia gama de recursos para ironizar descripciones presentándolas como mentiras, ilusiones, errores, halagos, engaños, desnaturalizaciones, etc. y pueden recurrir a estos recursos para socavar la exactitud de una descripción. Ante la existencia de estos recursos para socavar versiones factuales, no es sorprendente que también exista un conjunto de recursos contrarios orientados a elaborar la factualidad de una versión y a dificultar su socavación: son los recursos que se emplean para construir una descripción como si fuera un relato factual» (Potter, 1996: 147). 45. POTTER, J. (1996), op. cit., p. 147. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 77 Son numerosos los recursos que podrían citarse. Sin embargo, ello excedería, con mucho, las intenciones y la extensión de este trabajo. Destacaremos, entre ellos, los que tienen que ver con la distancia y la independencia que se establece entre la narradora o el narrador, el objeto de la narración y el narratario o la narrataria, y los que permiten el fortalecimiento del autor o la autora del relato por la vía de su autoridad o su conocimiento. Para ilustrar estos recursos, examinaremos brevemente tres tipos de estrategias narrativas: la del discurso empirista, la de la construcción de corroboración y de consenso, y la del ofrecimiento de detalles en el relato. La primera, la empirista, es un prototipo de narración factual difícil de cuestionar o socavar. Se trata de un tipo de discurso en el cual los datos son presentados como primarios, y las acciones y/o las creencias del narrador o no están presentes o son muy generales. La segunda, el consenso y la corroboración, se presenta en el relato como garantía de verdad. En efecto, que «todo el mundo» esté de acuerdo en algo o que «otras personas» hayan sido testigos de ello, constituyen pruebas de que aquello que se afirma es cierto y, por tanto, creíble. La tercera y última, el ofrecimiento de detalles, es utilizada muy frecuentemente para elaborar la factualidad del relato. En efecto, los detalles generan la impresión de que la narradora o el narrador ha estado presente o dispone de información de primera mano, pues conoce aspectos que también habrían sido directamente observables y evidentes para cualquier persona que hubiera estado allí. Aunque sean anecdóticos y superficiales, los detalles pasan a ser tan importantes en la narración que se funden con la narración misma y su organización, al mismo nivel que los aspectos más relevantes de lo ocurrido. Se pueden organizar detalles de este tipo para proporcionar una estructura narrativa a un relato: el orden de los acontecimientos, quiénes son los personajes, etc. La organización narrativa se puede utilizar para aumentar la credibilidad de una descripción particular, inscribiéndola en una secuencia donde lo que se describe se convierte en algo esperado o incluso necesario46. 4. Una ilustración: la memoria como narración Los relatos sobre el pasado son un ejemplo paradigmático de narración. Constituyen asimismo una construcción en la que el carácter referencial de la narración está sujeto a controversia y, por lo tanto, las personas participantes en la construcción narrativa se ven obligadas a definirla y a argumentarla. Este aspecto es de capital importancia, porque permite ilustrar muy claramente el carácter construido de la realidad, en la medida en que los narradores y las narradoras no disponen de ningún referente al cual puedan apelar para elaborar su narración. Esto les obliga a construir un contexto donde se ubica la pro46. POTTER, J. (1996), op. cit., p. 154-155. 78 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez pia narración, pero que, asimismo, no puede ignorar el contexto social donde esta narración se inserta y adquiere significado. El hecho de no disponer de un metanivel desde el cual poder construir una narración incuestionable introduce directamente en el relativismo que caracteriza y hace posible cualquier narración. En efecto, es el hecho de que una narración pueda ser cuestionada o, dicho de otra manera, construida mediante versiones alternativas e incluso antagónicas lo que obliga a las narradoras y narradores a desplegar todo un conjunto de estrategias que doten de verosimilitud y/o verdad a su relato. Estas estrategias son constitutivas de la acción social, es decir, poseen una dimensión pragmática y se producen en el marco de la relación comunicativa; no precisan de autoría, aunque, eventualmente, se puede negociar o utilizar como recurso. Así pues, las narraciones de memoria se ciñen a las condiciones de género narrativo, acción conjunta, establecimiento del contexto, retórica de la descripción y factualidad, entre otras. En la ilustración que sigue, utilizamos como ejemplo un estudio sobre la memoria social de la guerra civil española47, en el que siete grupos de escolares entre doce y catorce años realizaron distintas actividades tendentes a recoger relatos y testimonios de la guerra civil que fueron registrados y, posteriormente, objeto de análisis48. Presentamos una parte del análisis que, siguiendo a Potter49, hemos estructurado en torno a los tres recursos de factualidad aludidos: a) discurso empirista, b) ofrecimiento de detalles y c) consenso y corroboración; y reflexionamos sobre sus consecuencias sociales. a) Discurso empirista En este caso concreto, el discurso empirista se puede observar, entre otras, en las siguientes cuatro estrategias: la estandarización y cronologización de la narración, la creación de distancia entre la persona narradora y el hecho narrado, la evitación de categorización de los actores y la ausencia de interpretaciones axiológicas. Así, por ejemplo, en los discursos que pretenden definir la guerra explicando o justificando las causas de su ocurrencia, la contextualización temporal constituye parte de la definición: PROFESORA: […] ¿qué fue la guerra civil? ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo tuvo lugar? 47. DÍAZ, C.; GIL, E.; ÍÑIGUEZ, L.; MIRALLES, L.; MIRÓ, X.; MONTERO, J.; TORRENS, M.; VÁZQUEZ, F. (1999). «The memory of the Spanish War of 1936: Narratives and daily life». Paper sent to Narrative Inquire. 48. Se trataba en realidad de un conjunto de actividades programadas en sus escuelas en torno a la guerra civil. Estas actividades fueron muy variadas: desde encuestas sobre lo que fue, elaboración de murales sobre la guerra, hasta organización de debates en el aula. En cada escuela registramos la actividad que se programó. 49. POTTER, J. (1996), op. cit. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 79 A1: La guerra fue el 18 de julio del 36 y acabó el 14 de abril del 39. Bien, en España del 1936 al 1939 sucedió la guerra civil española que dividió en dos bandos toda España (T4, I1)50. La mención de fechas sitúa el enfrentamiento en unas coordenadas temporales y contextuales concretas. Su efecto es el de atribuir a esta fecha un estatus causal. La omisión de detalles sobre los orígenes de la guerra, los motivos o sus causas evitan el posicionamiento del autor. Otra estrategia de separación de la autoría y el hecho narrado es la ausencia de descripciones de procesos políticos o caracterizaciones de los bandos enfrentados: no se encuentran referencias a la militancia en un bando u otro, a ningún tipo de institución social o política, ni a cómo se organizó la gente ante los problemas surgidos a partir del conflicto. Las descripciones de los hechos que realizan no sugieren ningún intento de comprensión de un enfrentamiento político que pueda trascender lo puramente salvaje de un conflicto armado. En los siguientes dos extractos, por ejemplo, se produce una focalización sobre hechos convencionales, muy vivenciales, organizados acrónicamente pero vinculados significativamente. Se puede ver la creación de una trama narrativa mediante elementos relacionados temáticamente, aunque posiblemente separados en el tiempo. ELISABETH: Sí, mmm, mi abuela que tenía nueve o diez años de... en.... Badajoz y... y... los aeroplanos empezaban a tirar bombas y ella se tuvo que refugiar en una casa y... se ve que había una mujer muy mala que se dedicaba a apuntar a la gente que ella quería para que al amanecer los los la los hombres la matasen. Y... los hombres iban a las casas cogían a los a los el que dormían y los llevaban al cementerio y los fusilaban (T3, I20). J.: El padre de mi abuelo murió en la guerra civil en Andalucía y muchos de los suyos fueron fusilados. (porque) no había comida y la poca que había la Guardia Civil se la quitaba. Al morir el padre de mi abuelo se ocupó de su familia, con sólo dieciséis años, quince o dieciséis años, pero esto era corriente era corriente, que el padre de una familia estuviera muerto y el hijo mayor se ocupara del resto de su familia (T1, I50). Por último, como muestra el siguiente extracto, el narrador adopta una posición de pretendida objetividad relatando unos acontecimientos descontextualizados y vacíos de interpretaciones axiológicas e ideológicas. Esto resulta manifiesto si atendemos a las condiciones de objetivación: presencia de personajes, visiones unívocas, explicación que remite a la causalidad, reducción del proceso a la mención de unos cuantos elementos, relato secuencial de acontecimientos y énfasis descriptivo: 50. Todas las actividades recogidas han sido transcritas en el idioma original en que se han producido, mayoritariamente catalán, pero también castellano. Presentamos, sin embargo, todos los extractos en castellano. 80 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez H.: Se produjo la guerra porque los soldados dijeron que los republicanos no administraban bien y por eso se sublevaron el general Franco, decían que se había llegado a una anarquía. Pero los republicanos decían que no estaban de acuerdo. El consumo se hacía excesivo pero en las ciudades no había comida, sólo en las zonas agrícolas se autoalimentaban. Pero en las industrias no había comida (T5, 91: 94). b) Ofrecimiento de detalles El ofrecimiento de detalles es una de las estrategias que permiten proporcionar verosimilitud al relato. Éste adquiere dos concreciones. La primera es la efectiva mención de datos directamente identificables y fácilmente reconocibles; la segunda está relacionada con la propia forma de elaborar la narración, creando una trama mediante la cual se genera un contexto de familiaridad extraordinariamente vivencial y fácilmente accesible y comprensible para los narratarios y las narratarias: 41. Ahh, mis abuelos tenían una mercería y un día que estaba mi abuelo... dentro de la mercería detrás del... bueno, detrás del mostrador, pues entraron unos y los echaron fuera y a mi abuelo le hicieron, le rompieron el brazo y tiene una cicatriz aquí, y mi abuela estuvo... muchos días preocupada y... y no podía dormir, y no podía dormir. Y tenía depresiones y cosas así (T1, I1). La minuciosidad es extraordinariamente patente en el siguiente fragmento que incorpora, además, el relato de vivencias, de experiencias, de emociones y de sentimientos que permiten la elaboración de un relato complejo apoyándose en la prolijidad51: Ella fue hacia la cocina a dejar los encargos y... cinco minutos después comenzaron el bombardeo, no […] porque a veces hacían cuatro horas de cola para: para que te diesen una lata de sardinas […] y justo en aquel momento que ella pedía comida vinieron los aviones y… y bombardearon y... y la mataron (T’4). c) Consenso y corroboración Los siguientes fragmentos permiten mostrar cómo operan las estrategias de consenso y corroboración características de muchas narraciones en las que está instalada la controversia y la polémica: 51. Como señala Robin, una de las características de la memoria social es que «[…] yuxtapone la agudeza del detalle en la cotidianeidad y el vacío de la memoria sobre el acontecimiento preciso». Así, es en el acto mismo de narrar o conversar que se reconstruye el pasado, creando y enfatizando las dimensiones espacial y temporal para hacer vívidas las situaciones, caracterizadas por su íntima vinculación a la historia más personal y que, por lo tanto, incluyen referencias a la parte más afectiva de la propia historia. ROBIN, R. (1989). «Literatura y biografía». Historia y Fuente Oral, 1, p. 69-85. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Anàlisi 25, 2000 81 El saqueo no, el hecho de buscar el botín también es propio de todas las guerras, las guerras modernas no son la excepción... (T1, I50). Claro no olvidamos que... dentro de la estrategia de la guerra el hecho de tener la zona enemiga, digamos falta de... alimentos, es una forma de socavar la resistencia... de... tocar la moral digamos del enemigo, no? (T2, 31: 35). El recurso a la destrucción de la cotidianidad aporta un sentido compartido de guerra. Junto a él, el relato del impacto afectivo refuerza todavía más una idea común de los efectos de la guerra, reduciendo el efecto de distancia entre narrador y narratario. Ambos recursos construyen una narrativa que relega otras, como, por ejemplo, las fundamentadas en un análisis político-ideológico del conflicto. Todo ello provoca un conjunto de efectos «estandarizados» de condolencia, solidaridad, etc. Es decir, estas mismas características «de sentido común» son aplicables a cualquier guerra, lo que, eventualmente, puede tener un papel normativo. Aceptar el punto de vista «de sentido común» podría suponer omitir la búsqueda de explicaciones comprensivas de cualquier conflicto armado y crear argumentos disuasorios ante una eventual confrontación, ya que todos ellos se basan en un conjunto de implícitos en las narraciones. 5. A modo de síntesis Desde una posición socioconstruccionista hemos destacado la importancia que tienen las narraciones en la producción y vehiculación de conocimientos, así como el papel que tienen en los nexos relacionales de la vida social. En este sentido, es relevante destacar la importancia que reviste adoptar un punto de vista relativista en la medida en que introduce la polémica, la controversia y la diversidad de versiones que sólo pueden dirimirse a través de las prácticas sociales, sin ampararse en un metanivel extrasocial que le otorgue legitimidad. Las narraciones son construidas por, y constructoras de, los procesos sociales y de la misma realidad social. Asimismo posibilitan diferentes inteligibilidades de los actores y las actoras sociales y generan contextos de relación e interpretación. Mediante el uso que hacemos de las narraciones construimos la subjetividad, la objetividad, la realidad, la ficción. Las prácticas sociales son los espacios donde se construyen las narraciones creando el marco referencial, los relatos y los hechos mismos. La verdad, pues, no existe con independencia de ellas. La objetividad no se establece por su proximidad a la verdad, sino por ser un efecto de las construcciones narrativas. Las narraciones son deudoras del contexto sociocultural que pone al alcance de las personas diferentes discursos y géneros narrativos que contribuyen a la reproducción del orden social, pero abren así mismo posibilidades para su transformación. 82 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez Narratividad y psicología social: breve acervo bibliográfico A continuación, como complemento del artículo de Lupicinio Íñiguez, Teresa Cabruja y Félix Vázquez, se presenta un breve aunque muy significativo elenco bibliográfico, integrado por tres obras relacionadas con el tema de este monográfico que cabe considerar claves desde la perspectiva de la psicología social contemporánea. BRUNER, Jerome Actos de significado Harvard University Press, 1990 Madrid: Alianza, 1991. 153 p. Trad. Juan Carlos Gómez Crespo y José Luis Linaza No es extraño encontrar que, desde distintas partes de la psicología (cognitiva, evolutiva, social), se reclamen las contribuciones de Jerome Bruner como propias. En efecto, Bruner es responsable de contribuciones tan variadas y heterogéneas como es el mostrar el papel no sólo modulador, sino constitutivo, de lo social en la percepción y el recuerdo; el papel determinante que las teorías implícitas que tenemos sobre cómo son las personas condiciona su percepción y juicio; cómo la comunicación y los patrones de relación entre padres e hijos son responsables de la constitución de personas en miembros de una cultura. A pesar de la variedad, y sabiendo que siempre es una falacia intentar describir a posteriori la trayectoria de un autor imponiendo coherencia, es posible leer la obra de Bruner encontrando un hilo conectivo entre sus distintas aportaciones, en este caso, el interés por lo cultural en tanto que constitutivo de lo humano. Esta misma preocupación la encontramos también en Actos de significado, donde Bruner abordará el carácter necesariamente cultural de una psicología que intente entender cómo las personas damos sentido a nuestro mundo. Aunque más que del carácter cultural de la psicología, deberíamos hablar, como propone Bruner, de unas ciencias humanas culturales, puesto que para él las divisiones entre disciplinas son más una cuestión administrativa que de «sustancia intelectual». Pocos libros tienen títulos en los que se resume tan acertada y sintéticamente las tesis que se hallarán en sus páginas como éste, de modo que acercarse a sus dos conceptos, «actos» y «significado», es una de las mejores maneras de aproximarse al libro. Respecto a éste último, Bruner argumentará la necesidad de revivificar el giro —iniciado pero perdido a mitad de camino por la revolución cognitiva de los cincuenta—, hacia un enfoque centrado en el significado. En efecto, Bruner propondrá que la psicología debe abandonar una aproximación a las personas en términos de leyes deterministas y enfoques positivistas, que sólo consiguen diseminar y anular el propio objeto de estudio debido a las exigencias metodológicas cientificistas. Más bien, la tarea de la psicología sería entender cómo las personas interpretan, construyen y dan sentido a sus vidas, a sus mundos. En otras palabras, la tarea de la psicología es analizar seriamente la psicología popular, es decir, el sentido común o aquellos sistemas de creencias o interpretación cultural, más o menos normativos, mediante los cuales la gente organiza su experiencia, conocimiento y transacciones relativos al mundo social. Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad Bruner se desmarca así de una psicología cognitiva —a la que el propio Bruner contribuyó en un inicio—. En un mordaz análisis sin desperdicio, recrimina a la revolución cognitiva haber sacrificado su interés por el significado en aras de la metáfora de la computación: así, pronto se pasó de «construcción del significado» a «procesamiento de la información», eliminando del análisis conceptos como mente, agentividad o estados intencionales. De este modo, lo que estos enfoques olvidan, dirá Bruner, es que el significado no puede abordarse desde un punto de vista individual, sino que implica automáticamente un reconocimiento del papel constitutivo —y no simplemente moldeador— de la cultura. Efectivamente, la cultura, entendida en Bruner como producto de la historia más que de la naturaleza, se constituye como un sistema simbólico que «ya está ahí», previo al individuo. Este sistema simbólico nos proporciona las herramientas simbólicas para dar sentido a nuestro mundo, condicionando nuestras interpretaciones, determinando qué es lo que va a ser o no significativo para determinado grupo. En otras palabras, lejos de ser algo individual y subjetivo, el significado es algo público y compartido. Y justamente en la medida que es público y compartido va a ser interiorizado. Es decir, cual relación circular, no sólo creamos significado, sino que el propio significado nos constituye. Es en este sentido que podemos decir que estamos constituidos por la propia cultura, que no nos podemos pensar al margen de ella. Por eso, argumenta Bruner, toda psicología debería ser cultural. ¿Pero por qué hablar de acto de significado? Pues porque todas estas negociaciones y construcciones que dan lugar al significado no se realizan en el vacío, sino justamente en y a través de la acción, de la acción compartida o inter-acción. El significado surge entre personas, como práctica relacional y, por lo tanto, el sig- Anàlisi 25, 2000 83 nificado es praxis, acción situada —y no un proceso mental—. He aquí el porqué de actos de significado. Y el concepto mediador, el concepto que permitirá a Bruner vincular significado y acción, es el de «instrumento». Es precisamente a través de la acción conjunta con otros y otras significativos y significativas, a través de nuestra participación en las prácticas de una cultura, que nos apropiamos de instrumentos simbólicos que nos permiten crear y negociar los significados. Y al revés, es precisamente porque podemos apropiarnos de instrumentos simbólicos que podemos participar en y de lo colectivo. Será, pues, el uso de instrumentos simbólicos, con fines comunicativos, lo que llevará a la entrada a la cultura y al lenguaje. Si éste es el marco en el que Bruner se sitúa, y desde el que deben leerse sus propuestas, su principal contribución va a ser un enfoque narrativo. Para abordar la construcción simbólica del mundo, argumentará, el principal instrumento de que disponemos las personas para negociar socialmente es la narración, o formas canónicas de interpretación. En efecto, si analizamos la psicología popular o el sentido común, el conjunto de nuestras creencias y el tipo de explicaciones que damos sobre las cosas, veremos que su organización es narrativa, y no lógica o categorial: la psicología popular está constituida por narraciones. Narraciones o relatos con una trama en la que —y aquí Bruner sigue a Burke— se nos habla de un actor llevando a cabo una acción, con una meta, en un escenario, a partir de unos instrumentos. Un punto muy importante a resaltar es que dichas narraciones no obtienen su sentido en función de cuán bien reflejan una supuesta realidad externa. Más bien, una narración cobra sentido a partir de una lógica interna, su coherencia argumentativa y el uso de tropos como la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la implicación, etc. No es una fiel repre- 84 Anàlisi 25, 2000 sentación de la realidad lo que las hace verdaderas, sino su verosimilitud, su «literariedad». Es decir, las narraciones cuestionan una epistemología representacional, y hacen muy evidente que en tanto que instrumentos simbólicos, las narraciones no son simples maneras de contar las cosas, sino que condicionan cómo aprehendemos y construimos el mundo. Así, las narraciones influyen en cómo percibimos y organizamos la experiencia, en cómo organizamos y manejamos el recuerdo, en el tipo de explicaciones que damos de los fenómenos que vivimos y del tipo de personas que somos, etc. En definitiva, las narraciones son aquellos instrumentos a través de los cuales damos sentido a nuestro mundo, constituyéndolo como significativo para nosotros. La narración es, pues, una de las principales herramientas de construcción de la realidad simbólica. Pero, sobre todo, al ser recursos interpretativos compartidos y elaborados socialmente, las narraciones nos permiten esa negociación de significados, la negociación de la vida colectiva, evitando interrupciones, divisiones y confrontación. Es decir, las narraciones son uno más de estos actos de significado, praxis, una acción conjunta o compartida que permite la emergencia de lo social. Y en tanto que acción, son —como es siempre la acción en Bruner— acción situada. Es decir, las narraciones no tienen un significado unívoco y fijo, sino que éste va a depender, como en cualquier otra acción, del contexto: el marco de interpretación, el escenario que nos ayudará a otorgar un sentido a nuestros actos. Al estar contexto y significado intrínsecamente unidos, no podemos entender una narración sin tener en cuenta qué se hace o consigue con ella, en qué escenario surge, cuáles son las intenciones expresadas por los narradores, etc. Teniendo presentes estas consideraciones sobre el contexto, es cuando se hace evidente que la mayoría de las Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez narraciones aparecen en escena precisamente en los momentos en que las convenciones se violan, con la finalidad de dar cuenta de la desviación respecto a la norma. Como Bruner argumentará de forma convincente, a través de la presentación de datos obtenidos a partir del estudio de narraciones en niños, las narraciones establecen vínculos entre lo excepcional y lo corriente, se construyen alrededor de las desviaciones de los patrones culturales. En otras palabras, y como una manifestación más de su naturaleza social, se hace evidente el carácter canónico de las narraciones. No sólo describen sino que también dicen cómo deberían ser las cosas, de manera que a través de ellas se va constituyendo nuestro mundo. Por lo tanto, las narraciones no son neutras, sino que siempre nos hablan (al tiempo que construyen) desde un punto de vista moral. Dada la importancia constitutiva de la narración, no es de extrañar que Bruner sitúe en la entrada en la narración —es decir, en los recursos interpretativo-narrativos— la entrada también en la cultura. Y de hecho en Bruner esta afirmación es válida, tanto a nivel ontogenético como filogenético, siendo que la capacidad de negociar significados a partir de la interpretación narrativa es vista como uno de los logros más sobresalientes del desarrollo humano. Hay ciertamente una dimensión fuertemente evolutiva en el pensamiento de Bruner. Desde una perspectiva filogenética, Bruner apuesta por un origen social de los sistemas simbólicos, como función de las necesidades comunicativas de la especie, de la aparición de la cultura. Ontogenéticamente, la adquisición de los sistemas simbólicos a través de su uso en un contexto comunicativo marcaría la entrada en la cultura y el lenguaje. Bruner apuesta fuertemente por una versión evolutiva de la comunicación y la narración. Después de años trabajando Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad las interacciones entre padres e hijos, Bruner se mueve con comodidad entre datos que mostrarían una habilidad de los bebés hacia lo comunicativo, incluso antes de la adquisición del lenguaje. Esto le llevará a rechazar una discontinuidad entre lenguaje y no lenguaje: según él, las habilidades interpretativo-narrativas están en relación de continuidad —no formal, sino funcional— con formas protolinguísticas, protocomunicativas, halladas ya en bebés de meses, como son la atención conjunta a un referente putativo, la adopción de turnos y el intercambio mutuo. Y Bruner apoya esta tesis en estudios evolutivos de un modo suficientemente convincente como para hacerla digna de seria consideración. Y es precisamente este aspecto evolutivo lo que conducirá a Bruner a una atrevida hipótesis, no libre de polémica. La existencia de una protocomunicación en estadios pre-linguísticos le llevará a postular una tendencia innata hacia la comunicación, la existencia de un «bioprograma», una disposición que nos predispone y prepara, filogenética además de ontogenéticamente, hacia el significado. Se trataría de una capacidad cognitiva primordial para reconocer y explotar las creencias y los deseos de sus congéneres, una teoría de la mente, y que en otros momentos llama «una forma primitiva de psicología popular», e incluso, un «impulso narrativo o a organizar narrativamente nuestra experiencia». Aunque controvertida, esta propuesta puede leerse como un intento de Bruner para concebir la importancia radical del lenguaje en la vida humana sin situar la adquisición del lenguaje ni como un acto espontáneo de madurez cognitiva, ni un «punto cero en» el que situar el origen de lo humano. Con ella aborda, pues, la peliaguda cuestión de cómo vincular el lenguaje con formas pre-lingüísticas. Sin embargo, el efecto es paradójico: mientras que al inicio del libro Bruner afirma que la biología no es la causa de la acción, Anàlisi 25, 2000 85 sino una restricción o una condición de ella, parece que al final Bruner no resiste la tentación de anclar su narrativa en una biología que no parece tener mucho de enfoque narrativo. Si ya sus tesis sobre el papel constitutivo de la cultura y la consecución de significado a través de la narración nos dibujan un homo narrans narrantur, en expresión de Christie y Orton (1988, en Curt, 1994, p. 5), dicha expresión cobra más tintes literales a raíz de este relato evolucionista. Naturalmente, Bruner no especifica cómo tal programa sería transmitido de generación en generación, quedándonos con la duda de si Bruner no habrá sucumbido también a la magia de los mecanismos de transmisión genética, o incluso, a la de los «impulsos». Pero sus aventuradas hipótesis —como él mismo acepta en el libro— no quitan atractivo a su visión evolutiva más general, que, como decíamos, intentan cubrir el espacio teórico entre el niño incapaz de manejar el lenguaje hasta el niño con lenguaje, o el espacio teórico entre los primates y el ser humano; y que se sitúan muy en la línea de las aportaciones vygotskyanas a las nociones de desarrollo. Más problemático para sus tesis generales sobre la narración resulta el que cuando Bruner expone el desarrollo evolutivo de dichas capacidades comunicativas, en ningún caso se cuestione si la propia noción de evolución o desarrollo ontogenético no podría ser vista como un tipo particular de narración, una vez más creadas en y por una cultura particular. Al no hacerlo, acaba otorgando a las explicaciones evolutivas del pensamiento científico un carácter distinto respecto a las narraciones constitutivas de la psicología popular, incrementando pues una diferencia que en un principio él parecía querer poner en cuestión. Algo parecido sucede con sus propuestas de recuperación de los estados intencionales y la dimensión mental. 86 Anàlisi 25, 2000 Efectivamente, después del alegato de Bruner por el carácter culturalmente constituido de las nociones psicológicas, desorientará a algunos su firme creencia en la mente como entidad ontológica. Si bien la mente es concebida como constituida culturalmente a través de instrumentos simbólicos, no es ella misma vista como producto de una cultura en concreto, cuya existencia no puede darse por descontado entre otras «culturas». La mente aparece como una entidad propia de todo ser humano en todas partes de este nuestro mundo, y no una particular manera de entender la persona en Occidente. Se echa de menos, pues, un movimiento reflexivo que reconozca el carácter narrativo de los conceptos en que Bruner o el pensamiento científico se apoyan. Y quizá algunos considerarán su noción de cultura como una entidad teórica demasiado constituida, acabada, que, como él mismo dice, «ya está ahí». Si bien es útil pensar en la cultura como sistema simbólico que proporciona herramientas para negociar, cabe pensar que las propias negociaciones en las que los miembros de esta cultura participan pueden a su vez alterar los propios instrumentos de negociación. Si bien esta posibilidad no está cerrada en Bruner, es poco explícita. Dicho de otro modo, la utilización de la noción de «cultura» como concepto explicativo tiende a veces hacia una sutil reificación de dicha noción, dando demasiado por supuesta su existencia unitaria, su influencia no ambigua sobre las personas. Hay otras múltiples cuestiones, derivadas de los temas eje del libro, a las que Bruner intenta dar respuesta, o al menos, provocar el pensamiento del lector y la lectora. Sólo por poner algunos ejemplos sugerentes, encontramos reflexiones alrededor de la incapacidad de la psicología cognitiva para hacer frente a la vaguedad, la polisemia o las conexiones metafóricas y connotativas. Bruner llega Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez incluso a sugerir que la revolución cognitiva dio cobijo a aquéllos que habían estado trabajando en psicología desde otros paradigmas: quizá entre considerar la psicología como «ciencia que estudia la conducta» y analizar cómo los «estímulos» provocan «respuestas», o entenderla como «ciencia que estudia el procesamiento de información» y analizar cómo de los inputs se producen outputs, no haya una extraordinaria diferencia. Pero hay otros temas, como la supuesta dualidad entre lo que las personas dicen y lo que hacen, que Bruner verá en cambio como una unidad funcionalmente inseparable; el problema del relativismo, la interrelación entre acción y contexto, por mencionar sólo unas cuantas. Y para los que estén interesados en ver cómo Bruner desarrollaría sus propuestas a un nivel más empírico, el libro ofrece un interesante capítulo en el que se intenta mostrar cómo una psicología cultural, desde un enfoque narrativo, abordaría uno de los temas clásicos de todas las psicologías, del signo que sean, como es el del concepto del «Yo», interpretado en Bruner como «Yo distribuido». Un libro que ofrece mucho es también, generalmente, un libro arriesgado, en tanto que elabora algunas de sus propuestas mejor que otras. El de Bruner es un libro brillante en su crítica a la psicología cognitiva, en su reivindicación de la noción de significado y de los estados intencionales, en la consideración del papel constitutivo de la cultura y la acción conjunta. Es quizá menos convincente en su propuesta de mecanismos explicativos subyacentes a todas estas consideraciones, así como en el movimiento reflexivo de considerar sus propios conceptos (mente, estado intencional, desarrollo) como «logros narrativos». Sin embargo, el riesgo que Bruner toma en este libro se agradece: la controversia que algunas de sus afirmaciones pueden despertar no resta, más bien al contrario, ni atractivo ni cohe- Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad rencia a las propuestas de Bruner. Sugerente por su planteamiento crítico y por las sugerencias para trabajos futuros, éste es un libro que no puede dejar de leerse si se está de acuerdo con Bruner en que «los psicólogos sólo podemos hacer justicia al mundo de la cultura mediante la aplicación de la interpretación» (p. 132). Anàlisi 25, 2000 87 Bibliografía CURT, B. (1994). Textuality and Tectonics. Troubling social and psychological science. Buckingham: Open University Press. Cristina Pallí Monguilod Universitat Autònoma de Barcelona LOWENTHAL, David El pasado es un país extraño Cambridge University Press, 1985 Madrid: Akal, 1998. 683 p. Trad. Pedro Piedras Monroy El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente J.L. Borges El pasado está en todas partes, se nos aparece de diferentes formas. Textos, contextos, artefactos, novelas dan cuenta del pasado, de su anatomía diversa, de su espacio ubicuo. Sin embargo, de corriente, el pasado se nos presenta como un lugar inaccesible e inalterable, que nos constriñe y, a la vez, define las posibilidades de acción presentes. David Lowenthal (profesor emérito de la University College of London) nos invita a un viaje a través del tiempo para hacer presencia y vivir el pasado, desde el único país conocido y habitual: el presente. Nos coloca en la (dis)tensión pasado-presente, en ese movimiento de recorrido permanente que transita entre lo viejo y lo nuevo, lo primero y lo último, la tradición y la moda, la nostalgia y sus no-opuestos. En el fondo, nos introduce en una visión novedosa de un país conocido. Tres grandes apartados conforman este libro. En un primer momento, el autor nos sitúa en la pregunta sobre la necesi- dad del pasado, cuándo y por qué necesitamos y hacemos uso de él. En qué momentos, de qué manera y por qué motivos nos acercamos al pasado y qué efectos, en términos de beneficios y cargas, contempla este ejercicio. En un segundo momento, nos introduce en la pregunta sobre cómo conocemos el pasado, de qué forma llegamos a él, qué procesos nos permiten dar cuenta del pasado. Aquí se realiza un recorrido por la memoria, la historia y las reliquias como formas de reportar el pasado, los diversos caminos que transitan hacia él, sus particularidades y conexiones. Por último, se aborda la noción de cambiar el pasado, las diversas formas en que lo alteramos, en que lo hacemos otro y los usos que permite esa modificación. De manera transversal, el libro realiza un viaje por diferentes lugares y épocas, atravesando la función del pasado y su relación con el presente. Así, se plantea que el pasado no siempre ha sido entendido, tratado y usado de la misma manera; con esto se va construyendo un viaje heurístico a través de las modificaciones y variaciones de la categoría temporal referida. Este libro se aventura a dejar de lado la idea de un pasado único e inalterable, 88 Anàlisi 25, 2000 con lo cual se abandona el carácter singular que usualmente se le confiere para introducirnos en una visión plural, diversa y heterogénea del mismo. Para el autor, especialista en Historia, Geografía, Arquitectura y Medio Ambiente, el pasado, más que una cronología, que una acumulación de acontecimientos, es una producción. El hacer memoria, la conservación y renovación de reliquias y la documentación y registro históricos son procesos que (re)producen el pasado desde y para los intereses y las necesidades presentes. Acota Lowenthal: el pasado cumple una función que varía según las definiciones del hoy, según los marcos de referencia presentes, según los prismas interpretativos vigentes y de acuerdo con los horizontes de posibilidad. El pasado lo hacemos desde el presente. Al hablar del pasado no hablamos de otra cosa que no sea de nosotros mismos, de lo que fuimos, de lo que hacemos y de lo que queremos. El texto se embarca en un trabajo de interpretación de diversas narraciones que atraviesan distintos territorios que escapan al clásico recorrido cronológico, historiográfico y monodisciplinario. El autor trabaja materiales heterogéneos (novelas, entrevistas, autobiografías, documentos arquitectónicos), diversidad que le permite pasearse por diferentes áreas, tales como los viajes en el tiempo de la ciencia ficción, los escritos psicológicos, la conservación y renovación arquitectónicas, con el propósito de dilucidar en ellos el pasado. De este modo, las fuentes y referencias utilizadas presentan una coherencia y un ensamblaje precisos con la noción del pasado como producción del pasado, en tanto secuencia narrativa. Tal multiplicidad de discursos, sacada de áreas disímiles, objetos de conocimiento, conforma las visiones hacia y del pasado, para ir tejiendo y destejiendo los hilos del tiempo. Hay que advertir al lector que la riqueza de este texto —minado de citas muy Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez finas, las cuales marcan incluso un estilo particular de escritura—, obsequia generosamente detalles y precisiones cabales de distintos géneros, épocas y espacios, pero, a la vez, puede distraerle de los asuntos centrales de la lectura, al verse seducido por el preciosismo de aquellos pormenores. Las lecturas posibles, al aproximarse a este texto, demandan un lector atento, en caso contrario será fácil perderse entre alusiones sumamente eruditas, referidas en su mayoría a la cultura anglosajona. Este libro revela el recorrido por diferentes pasados; parafraseando a Lowenthal, los pasados que hemos perdido dan cuenta de los pasados que hemos ganado. En esta obra se habla de un tiempo donde pasado y presente apenas se distinguían, donde la tutela de la temporalidad no era cronológica, donde lo acontecido no se distanciaba de lo que estaba sucediendo. El pasado tornábase similar al presente, pues la condición de una naturaleza humana permitía entender el curso del tiempo como efecto de esta cualidad, es decir, de las mismas pasiones y prejuicios que a ella se atribuían. Será a partir del siglo XVIII, según el autor, que los aires de la modernidad separarán el pasado del presente para establecer una diferencia inédita; empieza a privilegiarse lo nuevo en detrimento de lo viejo, lo cual rompe con todo lazo que uniera a otro tiempo; esto genera una angustia, un movimiento oscilante entre desechar el pasado y percatarse de su pérdida, por ello es necesario que se establezca el ejercicio de su recuperación. Impreso el carácter de legado sobre el pasado, luego se lo restaura, se lo rehabilita, se lo conserva, en fin, se lo exalta. De allí, las excursiones hacia ese lugar extraño, a propósito de conservar ese espacio desconocido: aquel pasado exótico frente al presente ordinario y común. La nostalgia se vuelve práctica, los revival se vuelven moda, la conservación del pasado se vuelve un ejercicio anacrónico. Esto gesta una conciencia del pasado, ya no es el pasado Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad sino la condición como tal lo que está presente, y ello nada dice o no se le puede escuchar, en tanto no tiene forma de ser oído. Hemos hecho extraño el pasado y en eso lo extrañamos. Hacemos del pasado algo ajeno y en ese hacer lo añoramos, echándolo de menos. En aquella medida en que se lo intenta rescatar de las fauces devoradoras de un tiempo inclementemente progresivo, pretendemos extraerlo como una materia intacta; en medida semejante nos desapropiamos de él, lo hacemos extraño, lo excluimos de nosotros, lo dejamos por fuera; de ahí la añoranza. Apartándonos del pasado, haciéndolo lejos surge al mismo tiempo su reclamo. Tensión que recrea la paradoja del anacronismo creativo señalada por Lowenthal. Cada avance en el conocimiento del pasado lo hace más lejano, menos cognoscible. La conciencia de la diferencia, distancia y separación entre presente y pasado nos desvincula de él. Se busca el pasado, con la pretensión y aspiración de traerlo tal como fue, fosilizando su naturaleza. Obligamos al pasado a sedimentarse en ciertas cosas, ciertos momentos y ciertos lugares. Suponemos que en alguna parte, en relación con alguna época, el pasado dice cómo fue, tal cual pudiera haber sido y ser con independencia de nosotros. Lowenthal sugiere que el pasado es materia del presente y con Anàlisi 25, 2000 89 ello formula una manera distinta de participar de él. De este modo, vencemos el extrañamiento, abolimos la distancia y hacemos humanamente borrosa aquella falsa separación que promete un tiempo artificialmente lineal. Cuestionamiento sobre el pasado, sobre los viejos tiempos que están por venir. Convidamos al lector a realizar este viaje por construcciones de pasado: de memorias, de historias, trazas recuperables desde el presente, ya que el tiempo es una dimensión de la existencia que ha permitido sabernos sujetos de cambio. No son pasado/presente/futuro categorías selladas ni excluyentes; por el contrario, lo que soñamos afecta a la acción presente tanto como aquello que invocamos incide sobre su sola posibilidad. Las nociones de pasado fundan identidades en tanto juegos dialógicos, suerte de estabilidad cambiante, nos da permanencia y cambio, permite ser lo que fuimos y haber sido lo que somos. Metáfora del escalón, que asienta la pisada al tiempo que proyecta su decurso; cambio de lugar, lugar de cambio. Espacio de agencia, que hace el pasado nuestro. Paz Vergara Reyes Universidad Diego Portales de Chile Janicce Martínez Richard Universidad Central de Venezuela SHOTTER, John; GERGEN, Kenneth J. (eds.) Text of Identity Londres: Sage Publications, 1989. 244 p. Alguien interesado en la psicología, ya sea como materia de estudio, como ejercicio profesional o como afición, podemos suponer que se sentirá atraído por las relaciones sociales y las llamadas «maneras de ser», «identidades» o «personalidades»: sus variedades, posibilidades y profundidades. En este sentido, algo que desde siem- pre me sorprendió durante mis estudios de psicología fue lo poco que finalmente se hablaba de ello y cómo, acostumbrados y acostumbradas como estábamos a intentar entender-explicar-aproximarse a lo humano, éste se alejaba terriblemente de nuestros estudios. Quizá parezca ésta una introducción un poco extraña para 90 Anàlisi 25, 2000 reseñar un libro. Pero tiene mucho que ver con las razones por las cuales la lectura de Text of Identity, cuando se publicó en 1989 y en plena lucha por lo que constituiría un acercamiento distinto a la construcción de la subjetividad, supuso de alivio y punto de unión para las aún ahora difícilmente vinculables aportaciones desde distintas disciplinas sobre el estudio de la subjetividad. En el libro ya aparecen esfuerzos para incorporar la teoría crítica literaria, la sociología del conocimiento científico, la filosofía (deconstruccionismo, hermenéutica...), la antropología (interpretativa, especialmente), el feminismo postpositivista, etc., como algo más que meros ejemplos ilustrativos en sus posibilidades, tanto epistemológicas como prácticas. Texts of Identity constituye, de hecho, una contribución clave para entender desde las ciencias sociales la formación, transmisión y negociación de la «identidad» en las continuamente en movimiento relaciones sociales. No es que anteriormente no se tuvieran en cuenta los estudios desde otras disciplinas, nunca se me ocurriría sugerir algo así, como tampoco puede afirmarse que el actual interés por el lenguaje del llamado «giro lingüístico» o «giro interpretativo» y los trabajos que ha generado haya surgido de repente. Sin embargo, a mi modo de ver, la cuestión es cómo, de qué forma, se intenta ir a fondo con las posibilidades del lenguaje cuando nos referimos a la «psicología del yo». A menudo, y a pesar de los múltiples y diversos esfuerzos realizados, éste se toma con una transparencia de la cual ya nos habló Rorty en su libro La filosofía y el espejo de la naturaleza. En la mayoría de trabajos, excepto en las aproximaciones psicoanalíticas, el interaccionismo simbólico y las más recientes perspectivas sistémicas, se ha tomado el lenguaje como el retransmisor directo de la mente o como conducta verbal transparente e incluso, en las excepciones citadas, se depende especialmente de una Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez teoría del sujeto. Ya sin entrar en lo que esto comporta respecto a la visión de ser humano que se mantenga y sus implicaciones ideológicas o efectos, parece claro que hay un espacio, un lugar, tan increíblemente intocable a pesar de su gran importancia, como es el lenguaje. En el quehacer psicológico, a menudo se utiliza el lenguaje para llegar a la «identidad» de alguien: adulto o adulta, infantil, de un grupo, de una cultura, etc. o incluso para intervenir en función de la «voz» de alguien (individual o colectiva). De hecho, hay un gran abismo entre lo que se teoriza a propósito de las complejidades y sutilezas de la vida subjetiva y relacional y lo que se recoge en entrevistas, tests, experimentos y análisis estadísticos para hablar de la gente. Difícilmente, incluso desde orientaciones interesadas por los símbolos a partir de la herencia cultural, se acaba «yendo hasta el final» en lo que ello conlleva. No se trata solamente de que utilicemos el lenguaje y que éste esté plagado de marcas culturales y simbólicas, tampoco que utilizando palabras «hagamos cosas», ni que haya una variedad de «juegos del lenguaje», ni que contemos relatos acerca de nosotros mismos según los patrones culturales heredados colocándonos como víctimas, héroes, etc., siguiendo las tradiciones narrativas de cada cultura. Son estos aspectos, efectivamente, importantísimos, pero también es mucho más: es aceptar nuestra subjetividad como producida y constituida por el lenguaje, por lo cual resulta difícil ubicarla en concreto en alguna «identidad» o lugar. Se manifiesta, se forma, pero no se encuentra en si. Lo que quiero decir es que además de entender las formas de expresar la «identidad» o la configuración lógicamente simbólica de la misma mente, la «mente» y la «identidad» ya no pueden seguir postulándose o dándose por sabidas, intocables, cuando nos acercamos con radicalidad a lo que conlleva una concepción «textual» de ellas. Y lo más importante: Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad la condición política de la construcción social de la subjetividad. Justamente: «textualidad», porque la metáfora del texto es la utilizada en el título del libro para referirse a las identidades no como lingüísticas, sino como textuales, en el sentido de que están insertas materialmente en los discursos, a la vez constrictoras y potenciadoras sea cual sea la forma de comunicación interpretada y, además, en continuo proceso. Aún a pesar también de las limitaciones que actualmente se están planteando de este mismo «giro lingüístico», sus consecuencias son, a mi modo de ver, ineludibles para la psicología y, si se nota cierto apasionamiento, es porque considero, sinceramente, que ya nada es lo mismo después del intento, ensayado a fondo, de entender de otra forma a las personas. Más especialmente, la regulación de las relaciones sociales, partiendo del saber producido sobre ellas, subrayando el rol de las construcciones lingüísticas en la vida social, haciendo inteligible la interacción cotidiana, la regulación política de la intersubjetividad y rompiendo con una idea de fijeza o de fondo reconocible en la «identidad». De hecho, Text of Identity reúne a diversos autores de la corriente socioconstruccionista con ya sólidos libros en su haber e incorpora nuevas aportaciones como encrucijada variopinta y valiente, en tanto que constituye el segundo volumen de la colección «Inquieres in Social Construcción» de la editorial Sage. Mucho ha llovido, como suele decirse, en esta última década y aún así Text of Identity constituye un ineludible punto de partida para todas aquellas personas interesadas en aproximarse a «esa cosa llamada identidad»: esa gran desconocida... Numerosas líneas de investigación se han generado alrededor de la idea base del libro, extendiéndose hasta la más actual cyberpsicología, pasando por estu- Anàlisi 25, 2000 91 dios posteriores desarrollados por los autores y autoras que participaron en este primer volumen y se han ampliado, asimismo, los campos de aplicación posibles. Difícil es desde estas líneas trazar un recorrido por lo que nos proporciona y sugiere el libro. Quizás deba referirme, al menos, a la íntima relación establecida entre los textos de la identidad o la identidad narrada y discursiva con las instituciones y prácticas sociales, es decir, con las relaciones de poder y las formas de autoentenderse o autoconcebirse una misma persona y las demás. Esta característica los aleja radicalmente de otras aplicaciones de la narratividad, que a base de desarraigarla de su contexto social anulan sus bases en términos de poder y utilizan desde un relativismo de significado otorgado desde «ningún lugar» o «cualquier lugar». En este contexto de quehacer sobre cómo abordar la construcción de la subjetividad y yendo erráticamente de un texto a otro, de una disciplina a otra, de una terminología a otra y de un estudio a otro, nos hallamos ante una selección de artículos que, cada uno a su manera y muy distintamente unos de otros, comparten justamente «eso», el interés en aplicar a los estudios psicológicos de la «identidad» la textualidad y la crítica cultural. Sencillamente, y tal como se nos avanza en la introducción «hay un sorprendente grado de uniformidad en su aproximación […] Se preocupan por las maneras en que las identidades personales están formadas, constreñidas y delimitadas en las cambiantes relaciones» (p. 40)1. No podría concluir sin afirmar que en Text of Identity se encuentra un cambio radical respecto a la forma tradicional de entender la identidad en psicología, pasándose de asumirla como 1. Traducción personal de las citas de los autores y las autoras de los capítulos. 92 Anàlisi 25, 2000 propiedad exclusiva del individuo que la posee, a entenderla como explicaciones disponibles en un contexto sociocultural dado, con claras funciones sociales y políticas. El libro ha servido, pues, para abrir numerosas vías de trabajo interdisciplinario que permiten redimensionar los análisis presentados y entablar «puentes» entre los desarrollos procurados por la hermenéutica, la crítica literaria y las mismas producciones culturales y artísticas. Estos esfuer- Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez zos sirven como herramientas que nos ayudan a ir más allá de los cánones establecidos y entender, por lo tanto, el lenguaje como práctica social inseparable de la construcción de la subjetividad. Dicho de otra forma, posibilitan seguir la misteriosa trama del self en psicología y su ineludible intertextualidad disciplinaria, material y social. Teresa Cabruja i Ubach Universitat de Girona Bibliografía BAJTÍN, M. (1979). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI, 1998. BRUNER, J. (1990). Actos de significado. Madrid: Alianza Editorial. CABRUJA, T.; VÁZQUEZ-SIXTO, F. (1995) «Retórica de la objetividad». Revista de Psicología Social Aplicada, 5(1/2), p. 113-126. DÍAZ, C.; GIL, E.; ÍÑIGUEZ, L.; MIRALLES, L.; MIRÓ, X.; MONTERO, J.; TORRENS, M.; VÁZQUEZ, F. (1999). «The memory of the Spanish War of 1936: Narratives and daily life». Artículo enviado a Narrative Inquire. EDWARDS, D. (1997). Discourse and Cognition. Londres: Sage. EDWARDS, D.; POTTER, J. (1992). Discoursive Psychology. Londres: Sage. EDWARDS, D.; ASHMORE, M.; POTTER, J. (1995). «Death and Furniture: The Rhetoric, Politics and Theology of Bottom Line Arguments against Relativism». 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Profesora titular de Psicología Social de la Universitat de Girona. Sus líneas de investigación se centran en la producción de subjetividades y las relaciones de poder. Ha publicado, entre otros, «Postmodernismo y subjetividad: construcciones discursivas y relaciones de poder», en L.A. GORDO y J. LINAZA (dirs.) (1996). Psicología, discurso y poder. Madrid: Visor. 94 Anàlisi 25, 2000 Teresa Cabruja; Lupicinio Íñiguez; Félix Vázquez Lupicinio Íñiguez. Profesor titular de Psicología Social de la Universitat Autònoma de Barcelona. Su trabajo de investigación se centra en el análisis de la memoria colectiva y la acción política, y está interesado en métodos cualitativos de investigación, como el análisis del discurso. Ha editado, junto con T. IBÁÑEZ (1997). Critical Social Psychology (Londres: Sage). Félix Vázquez. Profesor titular de Psicología Social de la Universitat Autònoma de Barcelona. Una de sus líneas de investigación está centrada en el estudio de la creación, mantenimiento y distribución de la memoria y olvido sociales, y en la vinculación que mantienen con la gestión de los procesos políticos. Próximamente publicará La memoria como acción social: relaciones, significados e imaginario (Barcelona: Paidós).