Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Tiempo HisTórico.
N°1 /107-132/. Santiago-Chile. 2010
LA REPÚBLICA PATRICIA
FRENTE AL ABISMO PLEBEYO: CHILE, 1818
Leonardo León Solís*
RESUMEN
ABSTRACT
Este artículo estudia los sucesos
ocurridos después del triunfo patriota de
Maipú, especialmente aquellos que tienen
relación con la reacción del bajo pueblo
frente a la situación de crisis militar y política que se vivía en Chile central en 1818.
Dicha reacción estuvo marcada por la deserción, el robo y la formación de montoneras
que atacaban sin piedad a quienes pudieran
proporcionarles algo que los beneiciara sin
importar su bando. Por su parte, los triunfantes generales de la patria comenzaron un
rudo proceso de persecución y castigo, el
que fue dirigido no solo contra quienes aun
defendían la causa del rey, sino contra todos
aquellos que con sus violentas y desinhibidas acciones llevaban el caos y el temor a los
campos y villas del país.
his article studies the events after
the patriot?s victory of Maipú, especially
those that have relation with the reaction
of the lower class people towards the situation of military and political crisis of 1818
in central Chile. Such reaction was marked
by desertion, theft and formation of herds
that mercilessly attacked those who could
provide them with something no mater
their side. In turn, triumphant patriot generals began a rude process of prosecution
and punishment, directed not only against
those who defended the cause of the king,
but also against anyone who with his violent and uninhibited actions brought chaos
and fear to the countryside and villas.
PALABRAS CLAVE
KEY WORDS
Bajo pueblo, deserción, batalla de Maipú.
*
Low people, desertion, battle of Maipu.
Profesor Universidad de Chile. Proyecto Fondecyt 1090144.
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La república patricia frente al...
L
a victoria patriota del 4 y 5 de
abril en Maipú fue considerada
por los miembros del liderazgo
revolucionario como el inicio de una
nueva era. Pero no todo era tan plácido
bajo el sol de la joven República pues
aún persistía el problema que planteaba
la apatía popular hacia la causa nacional.
Tanto San Martín como O’Higgins, teniendo presente los desmanes plebeyos
ocurridos en 1814, habían preparado la
capital para el peor caos en caso de una
derrota militar. “Los unos y los otros, así
los partidarios del Rey y los indiferentes
como los patriotas, temían las violencias
de la plebe que, según se creía, estaba
ávida de saqueo…..”1. La batalla, que
se libró con furor entre ambos ejércitos
y que dejó sembrado el campo con casi
tres mil muertos, tampoco estuvo exenta de las acciones del populacho que, a
la zaga de los destacamentos victoriosos,
se dedicó a rematar a los heridos y procedió al despojo de cadáveres y al robo
de armamentos. El escenario que lució
Maipú al atardecer fue dramático, escribió Barros Arana, con la “presencia de
numerosos rateros de la ciudad y de los
campos que acudían a desnudar los cadáveres para llevarse la ropa….”2.
Políticamente, las autoridades revolucionarias debían enfrentar una amenaza mucho más grave que la que había
hasta allí planteado la deserción popular.
1
2
3
4
5
Se trataba ahora de controlar los movimientos de una plebe armada y veterana
en los asuntos de guerra que no estaba
dispuesta a entregar sus armas y someterse. “Se quejan generalmente los vecinos”, escribió Fontecilla De la Cruz a
ines de abril de 1818, “y muy especialmente los hacendados de los desórdenes
que experimentan por el uso de armas,
que indebidamente retienen varios particulares que carecen de excepción y privilegio para cargarlas…”3. Reiriéndose a
los nuevos desafíos que debió enfrentar
el liderazgo nacional, Torrente señalaba
que entre los obstáculos que acosaban sus
esfuerzos para consolidar su presencia en
el Chile tradicional, los más importantes
eran “el estado de sublevación en que se
había constituido el país, y las ininitas
bandas armadas que los hostigaban por
todas partes…”4. Innumerables partidas
de soldados recorrían los campos y haciendas aledaños a la ciudad, saqueando,
robando y despojando a sus dueños de
ganados y caballos. Frente a esta situación, O’Higgins ordenó a comienzos de
mayo: “Ordeno: que en adelante ningún
Juez autorice a persona alguna de palabra, ni por escrito, para sacar especie alguna de prorrata; los propietarios sean
hacendados o traicantes, podrán resistir
su entrega, aprehender o denunciar a los
que las pidieren, para que las justicias les
impongan el más severo castigo”5.
Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile, Vol. XI. (Santiago: Rafael Jover, editor, 1884-1902), 317.
Barros Arana, Historia Jeneral de...332.
Francisco de Borja Fontecilla al general Luís de la Cruz. 23 de abril de 1818, en: Archivo Nacional Histórico. Fondo Ministerio de Guerra (En adelante: ANHMG). Vol. 17, foja 144.
Mariano Torrente, Historia de la revolución de Chile (1810-1828), en; Colección de Historiadores y documentos relativos
a la Independencia de Chile (En adelante: CHDICh) Tomo IV (Santiago, 1900), 183.
Bando del Director Supremo General Bernardo O’Higgins. Santiago, 9 de mayo de 1818, en; Archivo de don Bernardo
O’Higgins (En adelante ABO) Tomo XI (Santiago, 1946), 26.
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La victoria de Maipú produjo un
relajo explicable en las ilas del ejército
revolucionario. La ciudad de Santiago,
cuartel provisorio de las tropas victoriosas de Maipú, fue el escenario inesperado
de escándalos y reyertas protagonizadas
por una soldadesca que rehusaba someterse a las autoridades. “Tengo entendido que vagan por la ciudad”, informó el
general González Balcarce al gobierno,
“varios soldados del Ejército, que olvidados de su deber y obligaciones, aún
no se han presentado en sus respectivos
cuarteles. Es urgente estrecharlos a que
lo veriiquen, para asegurar la disciplina y el mejor orden…”6. Apenas el día
previo, el mismo general manifestó en
una Orden del Día: “Habiéndose observado que algunos grupos de soldados se
han introducido ayer por los arrabales
de esta capital en varias quintas, originándose extorsiones a los respectivos
propietarios, se recomienda a los jefes
dediquen el mayor celo en precaución
de semejante desorden, debiendo destinar patrullas a cargo de oiciales de
conianza que persigan a los que las
repitan, para que sean escarmentados
con la severidad que reclama el orden
y disciplina militar”7. Para el gobierno,
que recién se recuperaba del descalabro
militar y político experimentado en las
provincias del sur y que no salía de la
sorpresa que les causó la imprevista victoria en Maipú, era difícil imponer el
orden sobre una tropa triunfante que,
6
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8
9
carente de recursos y provisiones, se
desperdigaba cometiendo los atropellos
más atroces. Más todavía, cuando los
regimientos más simbólicos o insignes
llevaban la batuta en estos asuntos. “Por
el Teniente de Policía se me ha intimado”, informó Fontecilla a O’Higgins en
junio de 1818, “que a pesar del último
Bando publicado sobre la limpieza y
aseo de calles, no puede conseguir que
los asistentes de los oiciales que ocupan
casas dejen de arrojar diariamente las basuras a las calles causando la inmundicia
aún en el mismo día que se barren. Esto
se ha ejecutado muy especialmente por
los asistentes del coronel don Ramón
Freyre…”8. Enfrentado a las acusaciones
que formulaba el Cabildo de Santiago
contra los destacamentos asentados en
la ciudad, el general González Balcarce
reconocía en junio que “los soldados
siguen en la antigua costumbre de quitar animales de prorrata….perjudican a
los comerciantes en las tiendas, roban
en la Plaza y causan extorsiones en todas partes…”9. Pocos días antes, con el
propósito de defender a los hacendados
vecinos a la ciudad de las arbitrariedades
que cometían los comandantes militares, O’Higgins decretó que los caballos
y yeguas que se enviaran a los potreros
de pasturaje se remitieran siguiendo un
orden, pues de otro modo “resultará la
ruina de muchos fundos con perjuicio
no sólo de sus dueños, sino del Erario,
cuyo mayor ingreso consiste en su ade-
El general Antonio González Balcarce al Director Supremo Delegado. Santiago, 8 de abril de 1818, en: ANHMG. Vol. 68,
foja 207.
Orden del día emitida por el general González Balcarce. 7 de abril de 1818, citada por: Barros Arana, Op. cit., Vol. XI,
p. 339.
Francisco de Borja Fontecilla al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 11 de junio de 1818, en: ANHMG. Vol. 17,
foja 152.
El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 18 de junio de 1818, en: ANHMG. Vol. 68,
foja 336.
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lanto”. Y luego agregaba: “En lo sucesivo, los que destinaren cabalgaduras a
cualquier predio serán responsables a sus
dueños de los daños y perjuicios que les
causaren”10.
La incapacidad del naciente Estado de controlar incluso a sus tropas,
el desorden generalizado que se vivía en
la capital a causa del arribo durante la
temporada estival de miles de refugiados y el desbarajuste que provocaba el
cambio de autoridades, producían una
situación de anarquía que estimulaba la
deserción del paisanaje. “El Batallón de
Cazadores de este Estado”, reportó con
alarma su comandante, “de pocos días
a esta parte ha tenido una deserción escandalosa…”11. Muchos de los fugados
simplemente lo hacían para volver a sus
terruños y continuar con su vida cotidiana. Así lo hizo ver en defensa de su
marido la señora Dolores Roxas, a mediados de abril de 1818:
“Excelentísimo Señor
Doña Dolores Roxas por mi marido
Don Gabriel Donoso preso en esta
cárcel con mi mayor respeto represento a V. E:
Que este hombre después de la ultima acción salió de la Capital á Pichidegua acompañado de un pariente
suyo militar de la Legion de Honor,
autorizados ambos con Pasaporte: El
Teniente Gobernador de Rancagua le
hizo preso, y lo remitió con otros dos
reos, imputándole que había estado
con el Ejército enemigo: Este es un
engaño de fácil esclarecimiento: Mi
marido probará con las personas idedignas que se ha versado la más completa coartada: El mismo día de la acción ha comido conmigo en mi casa,
y antes emigró desde la Jurisdicción
de San Fernando, abandonando sus
cortos intereses reducidos al beneicio de unos pocos animales: colectar
los restos de su perdida, fue el objeto
de su ultima expedición. No tiene
delito, y es un Americano honrado;
pero mientras lo esclarece como lo
protesto, no puede soportar los horrores de un calabozo, en donde se
halla confundido con los Ladrones, y
hombres mas criminosos”12.
Concluía la solicitud de la señora
Rojas pidiendo que su marido fuese encerrado en un cuartel mientras se probaba su inocencia. O’Higgins, que en muchas ocasiones no trepidó en actuar con
rigor frente a los desertores, aceptó la
versión presentada por la mujer de Gabriel Donoso y ordenó que se le pusiera en libertad bajo ianza. Sin duda, los
soldados movilizados durante los meses
más crítico de la guerra pensaron que
una vez superada la instancia sublime
–la batalla de Maipú– había llegado el
tiempo de volver a sus tierras para cuidar
de sus escasos bienes. Pero otros actuaron inspirados por pensamientos más
insumisos y rebeldes. Esos fueron los
desertores patriotas y fugitivos realistas
que sumaban números y conformaban
bandas armadas para asolar la insegura campiña. Al tanto de esta situación,
y como una forma de apoyo a las divisiones patriotas que se dirigían hacia
Concepción para expulsar a los últimos
10 Decreto del general Bernardo O’Higgins sobre pasturaje. Santiago, 27 de mayo de 1818, en: ABO. Tomo XI, p. 54.
11 El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 29 de abril de 1818, en: ANHMG. Vol. 68, p. 255.
12 Dolores Roxas a O’Higgins. Santiago, 15 de abril de 1818, Capitanía General Vol. 89, foja 131.
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realistas, Chile central fue cruzado por
innumerables partidas de tropas patriotas cuyo principal objetivo consistía en
“aprehender desertores dispersos, prófugos del enemigo y recoger armas…”13.
El bajo pueblo, que se había mantenido al margen de la guerra y las campañas militares, continuaba consumiendo
los escasos ganados vacunos y caballares
que había dejado el esfuerzo bélico y
que vagaban sin vigilancia por los campos. “Es sumamente doloroso observar
como se derraman por estos campos”,
escribió desde Aconcagua el comandante Jaime de la Guarda a O’Higgins,
“innumerables partidas de desertores
que marchan cometiendo toda clase de
excesos”14. Por este motivo, el gobierno
de la capital decidió hacer aún más rigorosa la persecución de este nuevo tipo
de ‘criminales’. Al respecto, a mediados
de mayo de 1818, apenas un mes después de la victoria de Maipú, O’Higgins
instruyó a los comandantes encargados
de vigilar los pasos cordilleranos que
quedaban “plenamente autorizados para
perseguir, aprehender y escarmentar a
cuantos [desertores] se encuentren en
su jurisdicción, y que llegando estos al
número de cinco podrá quintarlos, y al
que le tocase la suerte, pasarlo por las
armas…”15. Corroborando la naturaleza sumaria que debía asumir la justicia
en esas instancias, la máxima autoridad
del país encargó a los comandantes que
no omitieran diligencias para “limpiar
aquel partido de esta clase de malvados, seguro de que este gobierno aprobará cuanto hiciere…”. No obstante, la
severidad de las penas no consiguieron
escarmentar totalmente a la población,
pues unos meses más tarde, de la Guarda
notiicó al ministro de Guerra que había
remitido diversas partidas de soldados
“que corran toda la provincia, para que
aprehendan todo hombre vago o desertor…”, para remitirlos a servir sus sentencias en la capital16. De todos modos,
los crímenes cometidos por las tropas y
desertores no menguaban. “Son tantos
y tan frecuentes las quejas particulares
y en general de todo el pueblo, por los
robos y nocturnos salteos, que no hallo
casi contestar”, informaba al Director
Supremo el teniente gobernador, “en
mucha parte se atribuye a la tropa este
defecto, y aunque no puedo dudar que
a la sombra de uno que otro que habrá
de malas propiedades, se hallan un bello
campo los facinerosos y perversos para
incomodar a los vecinos honrados…”17.
Justamente, para impedir que la
deserción se expandiera como una plaga y que las montoneras compuestas por
desertores lorecieran en las campañas,
O’Higgins y sus subalternos introdujeron drásticas medidas disciplinarias
y de escarmiento. Dando cuenta de la
13 El Gobernador intendente de Rancagua José María Palacios al general Bernardo O’Higgins. San Fernando, 27 de abril de
1818, ANHMG Vol. 20, foja 171.
14 El comandante Jaime de la Guarda al general Bernardo O’Higgins. San Felipe, 5 de mayo de 1818, ANHMG. Vol. 16,
foja 304.
15 El general Bernardo O’Higgins al comandante Jaime de la Guarda. Santiago, 16 de mayo de 1818, ANHMG. Vol. 16,
foja 304.
16 El comandante Jaime de la Guarda al Ministro de guerra Ignacio Zenteno. San Felipe, 7 de septiembre de 1818, ANHMG.
Vol. 16, foja 325.
17 Francisco de Borja Fontecilla al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 11 de junio de 1818, ANHMG. Vol. 17, foja 148.
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responsabilidad que caía a cada uno de
los desertores involucrados en el motín
de Pras, y denotando que por lo menos
tres de los cinco sobrevivientes se habían
unido a la gavilla por “temor de la ferocidad de los dos primeros y de los que
fallecieron”, el Consejo de Guerra presidido por Cruz sentenció “a ser pasados
por las armas el Cabo 2do José Ignacio,
y al soldado José Delgado, siendo descuartizados sus cuerpos y puestos a la
expectación pública en los parajes donde fueron sus hechos…”18. Los otros tres
involucrados fueron castigados con “200
azotes por las calles públicas y destinados por dos años a obras públicas…”. Al
enterarse de esta sentencia, O’Higgins
escribió escuetamente al margen: “Conformado. Ejecútese a las cuatro horas de
su intimación.” Las ejecuciones, en que
se practicaba públicamente el castigo
de renegados, espías y traidores, iban
adquiriendo una esceniicación que se
repetía en cada pueblo y ciudad. Por
sobre todo, lo que primaba era usar la
ejecución de los desertores como un medio para escarmentar al resto de la población. El crimen pudo haber sido de
índole privada, pero el castigo asumía la
forma de un evento público en que se
castigaba a toda la comunidad.
La situación que generaba la deserción hacía crisis a lo largo y ancho del
territorio controlado por los revolucionarios. Por ese motivo, la mera represión
con cárcel y destierro fue reemplazada
por la imposición de la pena capital. “Por
mérito del proceso y para ejemplo de los
prisioneros que sucesivamente se están
desertando”, reza una sentencia a muerte
emitida en 1818 por Mariano Palacios,
gobernador intendente de Rancagua,
“condenase a muerte a Juan Pérez, maturrango prisionero, dentro del término
de 12 horas, en las que se le prestarán
todos los auxilios espirituales que exige
nuestra Catholica Religión. Las circunstancias de la guerra, las criminalidades
de este individuo piden un ejemplar
instante: continúe la persecución de sus
dos compañeros, y de lo hasta aquí obrado dese cuenta a la Suprema Autoridad
del estado para su superior aprobación,
y por esta mi sentencia así lo pronuncio
y mando”19. Al enterarse O’Higgins del
contenido de este decreto, no trepidó en
aprobar la gestión del teniente gobernador. Sin embargo, quizá con el afán
de morigerar el celo del comandante, el
Director Supremo escribió: “Prevéngasele al teniente gobernador oiciante que
aunque es autorizado para pasar por las
armas a esta clase de delincuentes, sólo
lo veriicará con aquellos que después de
examinados no ofrezcan ya esperanza alguna de adelantar el Sumario, ni menos
de descubrir a sus cómplices…”20.
En julio de 1818, las autoridades
de Rancagua fueron instruidas para bloquear el paso de desertores y fugitivos
que huían de modo creciente hacia las
tierras libres del sur. El mismo día, en
Talca, el comandante José Zapiola iniciaba la persecución de “desertores y
18 Sentencia del Consejo de Guerra. Talca, 22 de abril de 1817, ANHMG. Vol. 7, foja 57.
19 El Gobernador intendente Mariano Palacios al general Bernardo O’Higgins. Santa Cruz, 18 de agosto de 1818, ANHMG.
Vol. 17, foja 396.
20 El general Bernardo O’Higgins al Gobernador intendente Mariano Palacios. Santiago, 5 de noviembre de 1818, ANHMG.
Vol. 17, foja 417.
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hombres sospechosos” que proliferaban
por aquel partido. En San Fernando, las
tropas milicianas que gozaban del fuero
concedido por O’Higgins, se amotinaron “y enteramente se niegan al servicio
más urgente de la Patria, prestando sólo
el que quieren”21. Interesado en poner
coto a la indisciplina de la plebe, el comandante Feliciano Silva dispuso en esa
misma fecha que se organizaran dos columnas de diez soldados “con el in de
perseguir y aprehender a desertores, prisioneros prófugos y toda clase de hombres sospechosos”22. En Agosto, siguiendo las disposiciones ordenadas desde
Santiago, Silva intensiicó aún más la represión de los ‘indeseables’, procediendo a la publicación de un bando que
disponía “la aprehensión de todo vago
que viaje sin pasaporte….”23. Un mes
más tarde, Talca, Curicó y San Fernando fueron testigos de un nuevo proyecto
de leva de ‘vagos y ociosos’, acción que
las autoridades reiteraron en enero de
1819. En octubre, se comisionó a Pedro
Barnachea para que realizara una leva en
San Fernando y Curicó con instrucciones de reclutar “cuanta gente pueda”24.
A ines de 1818, para nadie era ya un
secreto que los presidios comenzaban a
atiborrarse con los hombres pobres cuyo
principal crimen había salido rehusar a
participar en una guerra que no sentían
suya. Lo cierto es que la ruta de los ejércitos combatientes iba quedando regada
de sangre y cadáveres, no siempre de sus
enemigos sino también de criminales.
Los generales se preocupaban tanto de
la cuestión militar como de la paz social, del orden y de la disciplina de las
amplias masas populares. La elite, que se
había dividido con motivo de la guerra
revolucionaria, comenzaba una vez más
a cerrar ilas en torno al gobierno para
lograr la estabilidad que les permitiera
ejercer un control más directo sobre la
plebe.
“No somos oiciales mercenarios o
aventureros, cuyo bienestar los mueve las más veces a tomar un partido
cualquiera”, escribió el vecino de
Penco Ambrosio de Acosta en representación de sus coterráneos, “tenemos familias y hogares, y solo un
pleno e íntimo convencimiento nos
hace aventurarlo todo….la consternación y descontento general en que
ha quedado la ciudad de Concepción
a consecuencia de un bando relativo
a la pronta evacuación de todos los
habitantes de ella so pena de la vida
y el desamparo de toda gente de armas de aquella ciudad, nos inducen
a creer que cualquiera tropa de la Patria será recibida con el mayor júbilo….”25.
El enganche forzado de ‘vagos y
ociosos’ producía un continuo desgaste humano, desmovilizaba al peonaje e
interrumpía los ciclos económicos que
debían seguirse para conseguir la recuperación de la alicaída economía agrícola. Por ese motivo, y teniendo presente
21 El comandante Feliciano Silva al general Bernardo O’Higgins. San Fernando, 21 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 20,
foja 181.
22 El comandante Feliciano Silva al general Bernardo O’Higgins. San Fernando, 21 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 20,
foja 192.
23 El comandante Feliciano Silva al general Bernardo O’Higgins. San Fernando, 21 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 20,
foja 200.
24 Decreto del general Bernardo O’Higgins. Santiago, 21 de octubre de 1818, ANHMG. Vol. 63, foja 103.
25 Ambrosio de Acosta al Teniente gobernador de Quirihue. 21 de noviembre de 1818, ANHMG. Vol. 48, foja 48.
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las exigencias que recaían sobre un enlaquecido erario nacional, O’Higgins
decretó, a mediados de mayo, que “se
prohíba absolutamente se recluten mineros en los minerales del norte, ni para
el servicio del ejército, ni para el de la
marina”26. Con la exclusión de los pirquineros y apires, la presión sobre labriegos y gañanes rurales aumentaban
considerablemente. Para ellos, el galopar de las partidas de reclutamiento era
el anuncio de un período de tensión y
angustia, pues mientras no se llenara
la cuota de hombres exigidos desde los
centros de poder, los habitantes de las
campañas vivían expuestos a ser movilizados por la fuerza. “No es posible conseguir ningún individuo voluntario”,
escribió González Balcarce a O’Higgins
a ines de junio, “podría ser oportuno se
expidiese orden a los jueces territoriales
y comandantes de las milicias de aquella
jurisdicción [Aconcagua], para que diesen aplicación a las armas en el referido
Batallón a todos los individuos que no
tengan allí domicilio o que comprenda que son vagabundos o perjudiciales
al orden y tranquilidad pública”27. La
situación que enfrentaban las levas de
conscripción en los distritos septentrionales era desesperada, pues no se conseguía reclutar hombres ni voluntarios ni
por la fuerza. “A pesar de haber tocado
todos los recursos que han estado a mi
alcance”, reportó el comandante Juan de
Dios Rivera ese mismo mes, “apenas he
logrado cien hombres y la mayor parte
de ellos forzados”28. En diciembre de
1818, cuando ya habían concluido las
campañas más cruciales de la guerra,
ante una solicitud del gobierno de enviar 100 reclutas a la capital, el comandante de San Felipe señalaba:
“Tengo el dolor de contestar anunciando la falta grandissima [sic]
que se nota en todo el de gente útil
para el servicio, fuera de la que actualmente componen los cuerpos de
milicias. Con la estación dilatada
en este pueblo del Primero de Chile,
para completarse, se fue ausentando
la juventud de modo que en el día
no se halla un gañan ni aún para el
cultivo de los campos en la parte más
precisa como en los sembrados. Hay
noticias ciertas de haberse retirado
en gran número a los minerales del
Norte, y aún de haber trastornado
varias partidas la Cordillera…no ha
quedado acaso uno en la provincia,
ocultándose con el mayor cuidado el
que pudiera haberlo hecho…”29.
En esos mismos días, el teniente
gobernador de Quillota remitía a Valparaíso más de cuarenta pescadores de su
distrito para que sirvieran en las fuerzas
de marina. Reiriéndose a los orígenes
humildes del contingente, el veterano
militar apuntaba: “Y siendo la clase de
estos hombres de una suerte bastante
mísera, casados, con hijos, que el día
que trabajan solo adquieren el diario
sustento, por lo que apenas sienten la
leva cuando huyen precipitadamente a
26 Gazeta Ministerial de Chile. 30 de mayo de 1818, en: Colección de Antiguos Periódicos Chilenos (En adelante: Gazeta
Ministerial), (Santiago, 1952).
27 El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 27 de junio de 1818, ANHMG. Vol. 68, p. 350.
28 El comandante Juan de Dios Rivera al general Bernardo O’Higgins. San Felipe, 22 de junio de 1818, ANHMG. Vol. 68,
p. 351.
29 El comandante Jaime de la Guarda al ministro de guerra Ignacio Zenteno. San Felipe, 8 de diciembre de 1818, ANHMG.
Vol. 16, foja 333.
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los montes, que se hace muy diicultoso el hallarlos…”30. “La deserción de los
soldados que se me dieron”, escribió el
comandante de la guarnición de Los Andes a O’Higgins en junio de 1818, “ha
llegado a tanto, que hoy solo cuento con
diez….de esto me ha resultado la fuga
de 18 prisioneros…”31. Desde Quillota, el teniente de gobernador Benavides
comunicaba a las autoridades centrales
que había “oiciado a todos los jueces y
hacendados” del distrito bajo su mando
“para que ejerciten toda su vigilancia en
celar los caminos de sus pertenencias,
aprehendiendo a cuantos desertores pasen por ellos, teniendo igual atención
con los que transitan sin el correspondiente pasaporte...”32.
La indisciplina y la deserción no
eran fenómenos que afectaran solamente a los regimientos septentrionales.
Hacia el sur la situación era igualmente delicada. Al respecto, dando cuenta
del ‘desarreglo’ en que se encontraba el
regimiento de Milicias de Rancagua,
quienes rehusaban a prestar auxilio al
teniente gobernador cuando se les solicitaba, viéndose éste “obligado a tomar cuanto hombre he topado por las
calles…”33. Una situación similar enfrentaba el teniente gobernador de Melipilla, cuyo interés por engrosar las ilas
del laqueciente [sic] Batallón N°. 1 de
Chile le llevó a reclutar “la gente soltera que se ha podido…”34. Un mes más
tarde, el mismo oicial expresaba la falta
crónica de reclutas que experimentaba
la villa, “por andar toda la gente altanera”. Obligado a engrosar las tropas a su
cargo por el posible desembarco de una
lota española en la costa de San Antonio, el teniente gobernador de Melipilla
se dirigió hacia el distrito de Casablanca
con el objeto de sorprender impávidos.
“En su sorpresa a la iglesia sólo tomó
cinco”, denunció el teniente gobernador de Casablanca, “y los más artesanos
y labradores, vecinos del partido de Tapihue, cuya clase es siempre respetada
por todo funcionario público, aún en
las urgencias mayores…”35. Justiicando
su actuación, el teniente gobernador de
Melipilla airmó en su defensa que había incursionado en las tierras vecinas,
porque se habían fugado de su jurisdicción “los desertores y paisanos…”. Sin
duda, la gesta de los renegados merecía
una historia aparte. Refugiados en las
montañas y en las quebradas más inhóspitas, permanecían en continua alerta
frente a las partidas de reclutamiento o
a las guerrillas, que removiendo la tierra
buscaban dar con su paradero. Debido
al severo disciplinamiento e instrucción
que se les daba una vez incorporados al
30 El Teniente gobernador de Quillota José Miguel de Benavides al ministro de guerra Ignacio Zenteno. Quillota, 3 de diciembre
de 1818, en: ANHMG. Vol. 16, foja 470.
31 El Comandante de la guarnición de Los Andes al general Bernardo O’Higgins. Los Andes, 2 de junio de 1818, AHMG. Vol.
16, foja 356.
32 El Teniente gobernador José Miguel de Benavides al general Luís de la Cruz. Quillota, 19 de enero de 1818, ANHMG. Vol.
16, foja 404.
33 El Gobernador intendente José María Palacios a Francisco de Borja Fontecilla. Rancagua, 27 de septiembre de 1818, ANHMG. Vol. 17, foja 182.
34 El Teniente gobernador de Melipilla Manuel Valdés al ministro de guerra Ignacio Zenteno. Melipilla, 22 de julio de 1818,
ANHMG. Vol. 17, foja 293.
35 El Teniente gobernador de Casablanca Lorenzo Montt al general Bernardo O’Higgins. Casablanca, 10 de septiembre de 1818,
ANHMG. Vol. 17, foja 213.
115
La república patricia frente al...
ejército, los campesinos, observaba el
teniente gobernador de Melipilla, se habían “intimidado, de modo que desamparando casi sin distinción sus familias
y hogares, viven en los montes y sierras
más impenetrables, sin que alcance arbitrio humano a colectar uno, y con el
doble mal del desamparo de sus casas,
y que en la situación única y precisa del
año ni siembran ni aún trabajan en las
labores del campo”36.
Un elemento que complicaba aún
más el problema de la deserción popular
tiene relación con la continua fuga que
protagonizaban los prisioneros realistas
de los depósitos y prisiones en que se hallaban coninados. “Se me hace preciso
poner en consideración de Vuestra Excelencia”, escribió el comandante Mariano
Palacios desde Rancagua,
“que me hallo en esta sin el menor
auxilio para la seguridad de los reos
de la Cárcel, hallándose ésta sin seguridad ni para patrullar de noche
y evitar con esto los desórdenes que
se observan generalmente por los ladrones de los que se halla llena esta
ciudad y toda la Provincia, siendo
muchos de estos desertores, es cual
es moralmente inútil azotarlos si no
se escarmientan, y sólo será facultándome Vuestra Excelencia para que los
fusile a alguno de ellos, si fuere de su
superior agrado”37.
El depósito y traslado seguro de
los prisioneros se convirtió en una tarea
fundamental para las autoridades patriotas, toda vez si se pretendía de ese modo
detener el lujo de veteranos para la guerra del sur o para engrosar las cada vez
más osadas gavillas y montoneras que
asolaban Chile central. “Tengo partidas
de gentes destacadas por varios puntos
de la Provincia y en todos los caminos”,
informó el comandante de San Fernando en noviembre de 1818, “por donde
se pueda transitar, con el objeto de lograr la aprehensión de los prisioneros de
guerra que han fugado”38. “Prevendrá a
todo prisionero”, instruyó O’Higgins al
comandante del depósito de prisioneros
recientemente establecido en Rancagua,
a ines de febrero de 1819, “que todo el
que se aprehendiere después de fugado,
será irremisiblemente pasado por las armas, y por cada uno que se fugue, bien
sea oicial o de las demás clases, echará
suertes para sufrir una cadena ínterin el
prófugo sea tomado”39.
Si los soldados de la Patria sufrían
por la falta de pertrechos, las condiciones de vida de los prisioneros eran insufribles. En Santiago, “los prisioneros
de guerra alojados en el patio de la cárcel”, informó el Cabildo al gobierno,
“peligran por la opresión, inmundicia
36 El teniente gobernador Manuel Valdés al ministro de guerra Ignacio Zenteno. Melipilla, 24 de septiembre de 1818, ANHMG. Vol. 17, foja 324.
37 El Comandante Mariano Palacios al general Bernardo O’Higgins. Rancagua, 26 de junio de 1818, ANHMG Vol. 17,
foja 373.
38 El Comandante Feliciano Silva al general Bernardo O’Higgins. San Fernando, 10 de noviembre de 1818, ANHMG. Vol.
20, foja 206.
39 Instrucciones que deberá observar el Teniente coronel don Agustín López. Santiago, 26 de febrero de 1819, ANHMG. Vol.
88, sin foliar.
116
Leonardo León S.
y pestilencia, contaminan las salas consistoriales y ya se han puesto inhabitables...”40. Desde el punto de vista de la
higiene, los prisioneros se encontraban
expuestos a enfermedades, gangrena y
sarna. No obstante, cuando se presentó en Santiago un enviado especial del
virrey Pezuela con el propósito de conseguir su liberación, las autoridades nacionales no reconocieron los títulos del
representante del virreinato. “El Supremo Director le representó a aquel comisionado”, de quien se decía que traía
diez mil pesos para conseguir su objetivo, “que aquí había más de seiscientos
soldados desnudos del ejército real, y
que cuando menos, y por un impulso de
humanidad, debían vestirse por el Virrey; que dejase siquiera con que comprarles unas mantas para cubrirlos”41. La
negativa del comisionado signiicó que
los escuálidos prisioneros realistas continuasen viviendo en la destitución y la
pobreza. En septiembre, las autoridades
apretaron aún más el nudo que se cernía
sobre las vidas de los infaustos prisioneros. El día 4 de ese mes, el gobernador
intendente de Santiago Francisco de
Borja Fuentecilla, en su condición de
Juez Mayor de Alta Policía y a cargo de
la “seguridad pública”, ordenó la recolección de los prisioneros “que no estén
destinados a las obras públicas”, con la
amenaza de presentarse dentro del término de 48 horas, so pena de sufrir una
pena de 200 azotes en ‘el rollo’ de la plaza de armas. “Se encarga especialmente
a los Inspectores y Alcaldes de barrio,
con los demás Jueces la más escrupulosa
indagación del paradero y existencia de
los prisioneros, cuidando de su remisión
a mi disposición para la imposición de
la pena. Quedan autorizados los mismos
Jueces para la aprehensión y captura de
cualquier prisionero que se halle en las
calles públicas de esta Capital”42.
No sorprende, después de las sanguinarias matanzas registradas en las
Casas de Lo Espejo y en la persecución
encarnizada que protagonizaron el general Ramón Freire y el Sargento Mayor
Francisco Javier Molina contra los restos
del contingente realista que huía rumbo
a Concepción una vez concluida la batalla de Maipú, que los soldados del Rey
usaran todos los medios para huir de sus
captores. La cuantiosa sangre derramada
y el terror que sembraron los milicianos
populares entre los heridos y prisioneros, solamente inlamaban su afán de
escapar. El destierro a Cuyo de lo más
granado del contingente prisionero y la
remisión de los hombres de tropa para
servir como trabajadores forzados en
las granjas de sus antiguos enemigos,
también operaron como poderosos incentivos para la fuga. Sin embargo, las
autoridades estaban concientes de que
los prisioneros fugados y los nuevos desertores eran hombres expertos en las artes bélicas, veteranos de múltiples escaramuzas y batallas, aventureros y osados,
cualidades que les convertían en líderes
naturales de la plebe. Por esa razón, una
vez que consumaban su fuga rápidamen-
40 El Cabildo de Santiago al Supremo Gobierno. 9 de abril de 1818, ANHMG. Vol. 51, foja 50.
41 Gazeta Ministerial. 13 de junio de 1818.
42 Bando sobre presentación de prisioneros ante el intendente. Santiago, 4 de septiembre de 1818, Gazeta Ministerial de 5 de
septiembre de 1818.
117
La república patricia frente al...
te asumían el liderazgo del descontento
popular, encabezando pequeñas partidas
de montoneros cuyo principal objetivo
consistía en mermar la autoridad del
gobierno nacional, capturar recursos y
marchar hacia el sur para engrosar las
ilas realistas que aún pululaban en la
frontera del río Bío-Bío y la Araucanía.
Hacia el sur, más cerca del escenario de guerra, la situación era igualmente
delicada. Para el gobierno revolucionario, que pretendía paciicar Chile central
y desmovilizar al campesinado, se hacía
imprescindible reprimir a los prisioneros fugitivos y a los desertores, al mismo
tiempo que sus guerrillas limpiaban las
guaridas realistas situadas en Teno, Tinguirica, Colliguay, San Fernando y Curicó. Por sobre todo, se trataba de cortar las vías de abastecimiento y detener
deinitivamente a las incipientes fuerzas
contra revolucionarias. El general San
Martín, entonces a cargo del ejército nacional, remitió a comienzos de abril de
1818 un reglamento en el cual se estipulaban las penas que debían imponerse a
los prisioneros realistas fugitivos. “Se les
hará entender a los oiciales prisioneros”,
puntualizaba el acápite tercero, “que por
cada uno que se fugue, se echarán suerte
entre todos para que uno de ellos vaya
a trabajar a la maestranza con cadena…
que todo oicial que se fugue y sea aprehendido, será pasado por las armas inmediatamente…”43. En Parral, con motivo de la ocupación que hizo de la villa
el montonero Manuel Bulnes a ines
de mayo, a causa del encarnizado combate que libró éste con el comandante
revolucionario José Zapiola, quedaron
muertos más de doscientos montoneros,
incluido su comandante. “Con ocasión
de estar la milicia junta han saqueado el
pueblo llevándose muchas haciendas”44.
Apenas un par de semanas más tarde, el
teniente Juan Esteban Rodríguez salió
en persecución de una segunda montonera que asolaba el partido de Quirihue,
“causando los mayores desórdenes y exterminando aquel partido….los tiroteé
por hora y media, les incendié la casa,
habiéndoles mandado un parlamentario
se consiguió la rendición, siendo rendidos treinta y seis…”45. En julio, las
autoridades patriotas habían dispuesto
la formación de una partida al mando
del comandante Felipe Meneses para
perseguir a los desertores que infectaban
el país. “Atendiendo a la necesidad de
contener los desertores, y los perjuicios
que ellos originan al Estado y al vecindario por los excesos a que se entregan
los culpables de un vicio tan horrible…
de que persiga y arreste a todo individuo desertor de mar y tierra, vagando
o perturbando el orden público…”46.
Esta partida, seguía de cerca los pasos
de la expedición que encabezó el propio
Zapiola a ines de abril de 1818 para
ocupar Talca y proteger la frontera del
Maule. “Una de sus primeras atenciones”, escribió Barros Arana, “fue desar-
43 Reglamento para los oiciales prisioneros que viajan rumbo a Mendoza. 14 de abril de 1818, ANHMG. Vol. 16, foja 294.
44 Dionisio Sotomayor al comandante José Zapiola. Orillas del Maule, 21 de mayo de 1818, Gazeta Ministerial Extraordinaria,
1º de junio de 1818.
45 El teniente Juan Esteban Rodríguez al coronel mayor Matías Zapiola. Cauquenes, 2 de junio de 1818, en: Gazeta Ministerial, 13 de junio de 1818.
46 Nombramiento del comandante Felipe Meneses para perseguir desertores. Santiago, 7 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 63,
foja 91.
118
Leonardo León S.
mar o regularizar algunas de las bandas
de campesinos que se habían formado
para perseguir a los fugitivos, y que con
este pretexto cometían lamentables extorsiones, hostilizando a vecinos pacíicos…”47. El 1° de agosto, el comandante Miguel Cajaravilla, al mando de un
aguerrido contingente de granaderos
de la Patria, asaltó la ciudad de Chillán
defendida por Clemente Lantaño. “Le
intimé rendición”, informó Cajaravilla
a su comando, “me contestó que no era
de caballeros el rendirse, en el momento
marché sobre ellos y emprendieron su
retirada”48.
A ines de agosto desapareció uno
de los factores que ejercían presión sobre el gobierno de O’Higgins. Mariano Osorio, quien se había refugiado en
Talcahuano, zarpó con rumbo a Lima,
“dejando quemados todos los castillos
y fortalezas”; el general Francisco Sánchez, que hasta allí tenía bajo su control Chillán, también abandonó sus
posiciones para dirigirse hacia Valdivia.
Por primera vez, Chile central quedaba
completamente bajo la jurisdicción del
gobierno republicano. “De aquí debemos sacar que convencidos los opresores
de su absoluta impotencia”, escribió el
Gobernador Intendente de Santiago, “y
de serles imposible extinguir la opinión
y hacer sofocar la respetable voz de la Libertad, que resuena por toda la América,
huyen de los valientes guerreros que han
sabido repetidas veces contener su orgu-
llo”49. Desde un punto de vista político,
la salida de Osorio marcó el in de la
guerra formal entre patriotas y realistas.
Por supuesto, los propagandistas del régimen denunciaron la salida de Osorio
como una fuga, causada por los preparativos que se hacían en Valparaíso para
organizar la primera Escuadra Nacional.
“Desmanteló y abandonó a Talcahuano,
después de haber cometido en la desgraciada Provincia de Concepción inauditos destrozos, horrores y crueldades”50.
Militarmente, sin embargo, comenzaba
una de las peores etapas de la conlagración, porque se debían erradicar las
múltiples partidas de prófugos y renegados que, sin un propósito político o
militar claro, continuaban asolando las
haciendas y distritos rurales, en una tarea de hostigamiento que tenía algo de
estratégico pero que más bien obedecía
al afán de botín, saqueo y revancha de
los hombres derrotados en Maipú. Las
montoneras estaban constituidas por
una mezcla impensada: los desertores
que no tendrían un lugar en la nueva
Patria, los realistas prófugos y prisioneros escapados de las cárceles en que se les
mantenía, los innumerables gavilleros y
bandidos de antaño que, armados hasta
los dientes, seguían viviendo al margen
de la justicia, y un contingente variable
de mapuches que volvían a incursionar,
después de más de dos siglos de paz, en
los fértiles terrenos de Chile central.
Modos de vidas, mentalidades, culturas
y propósitos heterogéneos que tenían un
47 Barros Arana, Op. cit., Vol. XI, 341.
48 Oicio del capitán de granaderos a caballo don Miguel Cajaravilla al coronel mayor José Matías Zapiola. Gazeta Ministerial
Extraordinaria, 11 de agosto de 1818.
49 Bando de Francisco de Borja Fontecilla. Santiago, 10 de septiembre de 1818, ABO. Tomo XI (Santiago, 1946), p. 176.
50 Gazeta Ministerial. 2 de enero de 1819, p. 6.
119
La república patricia frente al...
factor común: el compartido desprecio
hacia las autoridades del nuevo Estado.
Las autoridades republicanas enfrentaron esta diversidad con un criterio
pragmático. En primer lugar, dirigieron
su atención contra el enemigo doméstico: los plebeyos que transitaban libremente por los territorios del Estado.
Para ejercer un control más directo sobre
ellos ordenaron la introducción de pasaportes. “El uso de los pasaportes conviene a la Policía de los Pueblos”, señaló el
decreto fechado el 19 de agosto, “pues
contiene en mucha parte la introducción
en ellos de gentes viciosas, y de los desertores, que ocasiona perjuicios a la sociedad”51. La introducción de pasaportes o
salvoconductos tenía, durante los días
de guerra, un signiicado especial pues
impedía el tráico de espías o enemigos;
también se transformaba en un eicaz
instrumento de vigilancia social, toda
vez que coartaba el vagabundaje del bajo
pueblo. Desde ese momento, según establecía el decreto, “todo individuo que
tenga que salir del territorio del partido
a que pertenece, debe sacar precisamente pasaporte del Juez superior de él….si
no lo hiciere, será penado en cincuenta
pesos de multa aplicados para el fondo
público, siendo persona pudiente y libre
de toda sospecha. Si fuere pobre, sufrirá
un mes de prisión….siendo de la clase
de desertores, los jueces territoriales que
los aprehendiesen, quedarán obligados a
remitirlos con la seguridad conveniente
a disposición de sus comandantes res-
pectivos”. Junto con esta medida, se dispuso castigos adicionales para quienes
encubrieran a los desertores. “Que toda
persona que indujere, o de cualquier
modo protegiere la deserción de las tropas de marina, de los marineros y demás
individuos correspondientes al rol del
servicio marítimo, sufrirá por la primera
vez, siendo pudiente, la multa de quinientos pesos, y no lo siendo el castigo
de cinco meses de presidio, y por la segunda, destierro perpetuo del territorio
del estado, coniscación de bienes, y declarado solemnemente por enemigo de
la Patria”52. Un bando complementario
de los que vamos citando fue publicado
el 10 de septiembre, estableciendo que
todos los sujetos que hubiesen estado
enlistados en el Cuerpo de Nacionales,
debían presentarse a ejercicios militares, orden que se hizo extensiva a todos
los hombres cuya edad luctuase entre
los 14 y los 50 años. Luego de recibir
la instrucción militar, los comandantes
les entregarían una papeleta atestiguando el servicio. “Previniéndose que al que
pasado el plazo señalado se le aprehendiese por las Rondas o comitivas sin la
competente papeleta, se le destinará al
servicio de la Marina”53. Exhortando a
los ciudadanos a cumplir con sus obligaciones, el bando concluía: “Cuando
se trata de sostener los derechos de la
libertad no debe haber un solo hombre
que quede excusado de prestar el servicio que exige la Patria a sus hijos…”. De
modo simultáneo, se lograba mantener
un registro de los hombres con instruc-
51 Decreto sobre el uso de pasaportes. 19 de agosto de 1818, Gazeta Ministerial. 22 de agosto de 1818, p. 153.
52 Decreto sobre encubridores de desertores de la Marina. Santiago, 28 de agosto de 1818, Gazeta Ministerial. 22 de agosto de
1818.
53 Decreto sobre papeletas. Santiago, 10 de septiembre de 1818, Gazeta Ministerial. 12 de agosto de 1818.
120
Leonardo León S.
ción militar, reconocer sus lugares de
residencia y mantenerlos bajo la mirada
de sus oiciales. De ese modo se prevenían revueltas, motines o fugas masivas
de hombres que probaron ser eicaces en
el arte militar.
La legislación republicana tendiente a ejercer una vigilancia más prolija sobre la plebe, que simbólicamente
se despachaba durante el mes del aniversario ‘Patrio’, fue coronada apenas cinco días más tarde con un nuevo decreto
que establecía la obligación universal,
sin distinción de clases, a prestar auxilio
a los Alcaldes de Barrio “para las rondas
que salen todas las noches en el ínterin
no se acuerda el acuartelamiento”. Ante
la negativa de muchos “a prestar servicios a la Policía, negándose a concurrir
a las Rondas de los Alcaldes de Barrio”,
el gobernador Intendente Francisco de
Borja insistió en convocar a los miembros de la Guardia Nacional, amenazándolos con ocho días de presidio en caso
de ausencia. Luego agregaba el decreto:
“Si el sosiego público y la seguridad individual se aianza, mediante las rondas,
no debe vecino ni persona alguna, estante o habitante en esta Capital, resistirse
a una medida que se dirige al particular
y general beneicio”54. Mientras aún se
mantenía la crisis, era difícil establecer
la verdadera intención de estas medidas.
En otras palabras, se confundían el interés público con los objetivos políticos de
la administración. Eso sí, comenzaban
también a delinearse los principios doc-
trinarios que sustentarían al nuevo orden social. Como bien señalara el jurista
Mariano Egaña con motivo de la promulgación de la Constitución Provisoria
del Estado Chileno, persistía en el ánimo de la elite una actitud disciplinante
e inlexible ante la plebe. “Transformar
las virtudes en costumbres, desterrar los
vicios, o hacer por lo menos que ellos
existan afrentados con la multiplicidad y
recompensa de los ejemplos de probidad
y patriotismo”55. En tanto que desde antaño se concebía al populacho como la
matriz social de los ‘vicios’, la lectura del
discurso de Egaña no dejaba espacios de
ambigüedad.
La necesidad de sofocar los remanentes del ejército realista fue conseguida una vez que las fuerzas patriotas recuperaron Concepción a ines de 1818. El
arribo del ejército regular republicano a
la provincia de Penco fue seguido, casi
de inmediato, por la promulgación de
un decreto de amnistía general que liberaba de sus pasados crímenes a los habitantes de la frontera. En su cuerpo central, el Bando promulgado por el general
brigadier Antonio González Balcarce,
quien tenía a su cargo el ejército de operaciones del sur, procuraba terminar con
la guerra y dar conianza a los penquistas respecto de que no habría represalias contra quienes se habían opuesto a
la causa nacional en los pasados meses.
Responsabilizando a los españoles de los
excesos por la casi completa destrucción
de la provincia, Balcarce manifestó:
54 Decreto sobre rondas nocturnas. Santiago, 15 de septiembre de 1818, Gazeta Ministerial. 3 de octubre de 1818.
55 Arenga de Mariano Egaña con motivo de la ceremonia en que el Director Supremo entregó a los Tribunales y Corporaciones del
Estado la Constitución provisoria. 23 de agosto de 1818, Gazeta Ministerial. 24 de octubre de 1818.
121
La república patricia frente al...
“1º = Cuantos quieran restituirse a
sus casas y hogares uniformando sus
ideas al sagrado objeto de consolidar
la libertad, que sostiene el resto de los
habitantes del Estado, pueden veriicarlo con la completa seguridad de
que ninguno será perseguido ni molestado por las opiniones anteriores,
ni experimentará jamás por ellas en
su persona y bienes extorsión alguna.
2º = Se concede un indulto y perdón
general para los crímenes de cualquier clase que se hubieren cometido
al abrigo de las armas de los tiranos,
con calidad de que deben presentarse
los que hayan de disfrutar de esta gracia al juez del partido a que correspondan, en el perentorio término de
quince días contados de esta fecha.
3º = Por parte del ejército y del gobierno de esta provincia se facilitarán
todos los arbitrios que sean posibles
para cuantos quieran despachar comunicaciones a sus parientes, amigos
o conocidos residentes en el ejército
enemigo, con el designio de imponerles la seguridad con que pueden
restituirse a sus casas, sin recelo alguno de ser perseguido”56.
La amnistía general dictada por
Balcarce para aquietar los ánimos de los
penquistas que apoyaron con fervor la
causa realista, y el deseo de comenzar a
establecer el sistema republicano en la
indócil provincia del sur no fue totalmente efectiva. “Los orgullosos insurgentes”, escribió Torrente, “mancharon
la victoria con varios actos de crueldad
sobre los desgraciados prisioneros…
prisiones, destierros, saqueos, suplicios,
persecuciones y toda clase de angustias
fueron el premio de su constancia”57. En
ese escenario, y cuando aún los defensores de la causa monárquica contaban
con casi dos mil hombres movilizados si
bien dispersos y con ausencia de oiciales
que dirigieran sus operaciones militares,
surgieron en la frontera del Bío-Bío y
sus distritos aledaños la montonera de
los Pincheiras y las guerrillas de Vicente
Benavides, anunciando el surgimiento de un nuevo frente militar interno,
más huidizo e informal, más despiadado
y brutal. Uno de los prófugos realistas
dejó un testimonio bastante vívido de
aquellos días. Nos referimos al oicial
español Pedro María Arias, quien debió
seguir las órdenes de Sánchez antes que
este abandonase Nacimiento.
“Oculto en el bosque llamado la
Montanilla, al pie del camino real del
Nacimiento y Santa Juana, a tiempo
que casi todos los emigrados y aquellos naturales se habían internado en
lo más fragoso de la Cordillera, y lisonjeado de no haber tomado las armas contra la Patria; esperaba alguna
partida que allanase mi paso, interceptado por los pelotones de huasos
y desertores, cuando a los veinte días
retrocede y se presenta con unos cien
soldados, Benavides, que prevenido
contra mí por el general Sánchez e
instruido de mi paradero, me pasó un
oicio, que obra en la causa, para que
inmediatamente marchase a Valdivia;
por lo que, y noticioso de que se me
quería conducir preso, e informado
por mi esposa de su carácter humilde y bajo, tuve que presentarme; mi
igurada enfermedad fue lo único
con que pude algún tanto escudarme, y el resultado mandarme retirar
y pasarme otro oicio para que me
56 Bando del general Antonio González Balcarce, general en jefe del Ejército de operaciones en el sur del Maule. Chillán, 28 de
diciembre de 1818, en: Archivo Nacional Histórico, Fondo Intendencia de Concepción (En adelante: ANHIC).Vol. 51, sin foliar.
57 Torrente, “Historia de la revolución de Chile…” 183.
122
Leonardo León S.
incorporase a él. En tal alternativa y
apuros ¿qué hacerme? Ceder a las circunstancias y sujetarme a su duro imperio, conservando mi persona para
emplearla más oportunamente”58.
Otro desertor realista que corrió
una suerte similar fue Narciso Carvallo,
capitán del batallón de infantería de Valdivia, arribó con Arias y el regimiento
de Cantabria a Talcahuano en diciembre
de 1818. Desde un primer momento expresó sus deseos de desertar, siempre a la
espera de una oportunidad que le permitiera salir con vida. Vigilado de cerca
por el general Sánchez, logró inalmente
unirse a las ilas republicanas.
“Yo escribí desde Santa Juana al señor general Balcarce y al coronel D.
Ramón Freire, quien en virtud de
mis avisos dirigió una partida sobre
aquella plaza, que desgraciadamente
cayó en poder de Benavides por haberse reforzado considerablemente.
Este perverso ya algunos días antes
me había desarmando y amenazado;
y yo no podría haber veriicado mi
fuga, si no sucede la acción de Curalí
que me la proporcionó, marchando a
presentarme enseguida a dicho coronel señor Freire, que encontré en la
plaza de Santa Juana”59.
Mientras se producía el caos y se
generaba el desbande de las fuerzas monárquicas, los elementos más díscolos
e insubordinados de la plebe se unían
a los últimos contingentes del ejército
monárquico, forzando al gobierno a rea-
lizar un cambio radical en sus modalidades políticas. Ya a ines de abril, desde
Santiago se había ordenado publicar una
proclama en la provincia de Penco dirigida a los “prófugos” para “que se restituyan a sus hogares, sin recelo de que
se les persiga por incursos en las penas
que impuso el Bando en que se previno
la emigración...”60. Por primera vez, después de un año de relativa calma, las tropas patriotas debían desplazarse en busca de un enemigo artero y furtivo, que
no daba cuartel. “Creo es un deber de
mi obligación”, escribió el comandante
patriota José Matías Zapiola desde Talca
en octubre de 1818, “hacer presente a V.
E. que siéndome de necesidad retirar todas las tropas de esta ciudad para obrar
en la Provincia de Concepción, queda
la ciudad exhausta de toda fuerza, y por
consiguiente expuestas las autoridades a
ser despreciadas y el pueblo a ser insultado por vagos y desertores que a pesar de
los castigos no se ha podido lograr su absoluto exterminio. Es pues de necesidad
crear una fuerza cívica para el sostén de
las autoridades y orden del pueblo…”61.
La justicia comenzó a reprimir con fuerza a los desertores, fugitivos y renegados
que al alero de las guerras independentistas habían lorecido a los largo de Chile central. Así, una vez que el polvo de
las batallas comenzó a asentarse y cuando las autoridades comenzaban a ejercer
su nuevo poder sin disputa, se iniciaron
las cabalgatas para capturar a los últi-
58 Oicio de Pedro María Arias al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 17 de diciembre de 1819, Gazeta Ministerial. 8 de
enero de 1820, p. 256. Arias tuvo más suerte que otros realistas poco convencidos de la causa monárquica. Sirviendo al mando
de Benavides, tuvo inalmente la oportunidad de desertar de las ilas del rey y en mayo de 1819, logró pasarse al bando
patriota, donde quedó en custodia hasta diciembre. A ines de ese año fue indultado por O’Higgins.
59 Oicio de Narciso Carballo. Sin fecha, Gazeta Ministerial. 15de enero de 1820, p. 264.
60 El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 1º de mayo de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 264.
61 El comandante José Zapiola al general Bernardo O’Higgins. Talca, 28 de octubre de 1818, ANHMG. Vol. 21, foja 368.
123
La república patricia frente al...
mos restos de un tiempo de guerra que
dejó una feroz cicatriz en el vida social
del país; también se inició en esos años
la deportación de los reos con rumbo a
los presidios septentrionales, en una forma novísima de desarraigo que buscaba
eliminar los crímenes a través de la expulsión de los bandidos. “Acompaño a
Us. la lista de reos pertenecientes a mi
Juzgado”, escribió el severo juez Guzmán a mediados de noviembre de 1818,
“para que en su vista se sirva destinarlos
con toda la seguridad correspondiente,
a efecto de librar este País de una langosta tan devorante”62. La lista adjunta
por Guzmán incluía 41 hombres, entre
los que se contaban 22 desertores, 7 salteadores, 13 ladrones, y dos homicidas;
Santos Grandón, uno de los incluidos,
iguraba como “jefe de ladrones con llave
maestra”, y Francisco López, como “ladrón incorregible”63. Desde Rancagua,
ese mismo mes, se remitieron a Santiago
“nueve prisioneros salteadores”64. Entre
abril y junio de ese mismo año, el total
de desertores remitidos desde allí a la capital subió a 35 hombres.
La creciente presencia de renegados y forajidos en la campaña de la
ciudad, llevó al Intendente a formular
un plan ante las autoridades superiores,
consistente en la recluta de 400 milicianos de la localidad de Renca que,
armados, se encargarían de recorrer los
campos vecinos invadidos de bandidos.
Para el intendente, la recluta serviría
para crear mayor seguridad en el campo
y disciplinar socialmente a los paisanos.
“Yo entiendo que al verse estos hombres
alistados en un cuerpo distinguido, con
un título honroso, y ornados con el uniforme que designa la Patria a los que se
emplean en sus servicios, ansiarán por el
momento que se les llama para auxiliarla, máximo cuando de este modo consiguen ser ellos mismos los centinelas y
defensores de sus propiedades contra los
asaltos de los inicuos y malvados…”65.
En Casablanca, apenas unos kilómetros
al poniente de la ciudad, las autoridades
disponían el envío de “dos o tres partidas de a diez hombres cada una…con el
objeto de perseguir y aprehender desertores de mar y tierra y prisioneros prófugos”66.
La mayor disciplina social que
dispuso el gobierno patriota a ines de
1818 coronó una política cada vez más
dura de represión a la plebe, cuyos desórdenes e invariable subordinación, se
veía como el origen de la deserción y
el incipiente bandidaje rural. Sin embargo, la realidad era más compleja. Así
lo entendió el general Luis de la Cruz
cuando enfrentó un motín de la tropa
que rehusaba marchar hacia Penco. Alegando que no tenían vestuarios porque
se les había ordenado desnudarse para
entrar en acción y luego se les había ordenado caminar sin ser provistos de ro-
62 Razón de los reos que han sacado para el Presidio y asisten en la cárcel pertenecientes a mi Juzgado, a saber, sus nombres y delitos.
Santiago, 22 de noviembre de 1818, ANHMG. Vol. 17, foja 189.
63 Razón de los reos..., ANHMG. Vol. 17, foja 190.
64 El comandante José María Palacios al Gobernador Intendente de Santiago. Rancagua, 7 de diciembre de 1818, en: ANHMG. Vol. 17, foja 213.
65 Francisco de Borja Fontecilla al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 3 de noviembre de 1818, ANHMG.
Vol. 17, foja 191v.
66 Pedro José Pérez al general Bernardo O’Higgins. Casablanca, 13 de agosto de 1818, ANHMG. Vol. 17, foja 228.
124
Leonardo León S.
pas, el general señalaba: “Esto es lo que
han dicho ayer al tiempo que los mandé
callar y que caminasen, pero con la mayor sumisión y vertiendo algunas lágrimas…”67. El mismo general informaba
un mes más tarde: “Ayer he visto con
dolor que porción de soldados no ha
podido oír misa por falta de pantalones.
Está la tropa enteramente desnuda, y no
hay aquí ni bayetas para remediar este
mal”68. Ramón Freire, a cargo de las tropas que marchaban hacia el sur, escribía
a San Martín con un tono de urgencia:
“la escasez de víveres es insoportable en
el ejército”69.
Las diicultades que enfrentaba el
Estado naciente para apertrechar a sus
tropas fue solamente uno de los escollos
que debió superar para consolidar su poder a través de Chile central. Otro factor
que continuaba actuando como un poderoso obstáculo fue la creciente agresividad que mostraban los sectores populares hacia su gestión, fenómeno que se
traducía en una deserción generalizada
de las tropas. No obstante, al referirse
negativamente a este fenómeno, ningún líder del nuevo régimen se preguntó
cuáles fueron los beneicios reales que
derivó la plebe de las victorias de Chacabuco y Maipú, ni tampoco relexionó
sobre los potenciales frutos que podría
cosechar el populacho con la instauración del nuevo orden social. Se daba por
descontado que la abolición de la monarquía favorecía a todo el mundo y que
los intereses de la plebe coincidían con
aquellos que defendía la minoría aristocrática. Los discursos que pronunciaron
los jefes republicanos en los salones de
la elite anunciando el surgimiento de la
nueva fueron, en este sentido, bastante
elocuentes, pero no por enunciarse los
principios de “igualdad” y “Libertad”
a los cuatro vientos dejaron de ser palabras vacías para los plebeyos que los
escucharon. Para hacendados, banqueros y comerciantes, el nuevo orden republicano les ofreció un amplio espacio
para ser hombres libres, aumentar sus
haciendas y proteger directamente sus
intereses. Aquellos que genuinamente
tenían un espíritu de emprendimiento y
ascenso social, se vieron sofocados por
las restricciones y límites que impuso
el tutelaje imperial. La segunda conquista de América, como la describió el
profesor John Lynch, afectó seriamente
sus aspiraciones y no les prometió nada
a cambio. Eso fue, lo que, en síntesis,
había cambiado en la sociedad. Comerciantes, inancistas, mineros y empresarios podían efectivamente respirar los
nuevos aires de Libertad, mientras los
intelectuales y políticos, la gente culta y
sus entornos más cercanos disfrutaban
de las lecturas, lujos y comodidades que
les ofrecía el comercio libre con todas
las naciones del mundo. Sin embargo,
las clases populares, desprovistas de la
protección que hasta allí les brindó el
Estado monárquico y sin ningún beneicio aparente, enfrentaban virtualmente
solos el hambre, el desarraigo y las cicatrices físicas y espirituales que les dejó
67 El general Luís de la Cruz al general González Balcarce. Talca, 5 de mayo de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 277.
68 El general Luís de la Cruz al general González Balcarce. Talca, 1º de junio de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 327.
69 El coronel Ramón Freire al general José de San Martín. Talca, 23 de noviembre de 1818, en: ANHMG. Vol. 68, foja 512.
125
La república patricia frente al...
como un desastroso legado una guerra
feroz y brutal.
“Vengo de ver el hospital militar”, escribió González Balcarce a O’Higgins
dos días después de la gloriosa batalla, “y mi alma ha quedado extremadamente contristada con el espectáculo que he observado. Están allí los
bravos que han derramado la sangre
en el campo del honor por aianzar
la libertad de Chile, tan enteramente
abandonados, que no sólo carecen de
quien les sirva los auxilios que necesitan, sino que se hallan mezclados
entre varios cadáveres, que no ha habido quien los saque a sepultura. La
humanidad se resiente de una situación semejante…”70.
Casi un mes más tarde, el mismo
general volvía al tema: “En el Hospital
San Borja no hay absolutamente sitio
para los enfermos que tiene. Está mucha
parte de ellos, por esta causa, tirada en
los corredores…”71. En julio, la situación de los heridos patriotas no había
mejorado sustancialmente.
“La falta de cuidado que se experimenta ellos [sic] hospitales militares
da lugar a que los soldados enfermos
que se remiten a dichos hospitales se
salgan de ellos a buscar por fuera que
les administren los auxilios necesarios
para su curación….las tropas viéndose en aquel estado de miseria y fuera
de sujeción, desertan, quedándole
siempre el pretexto que han estado
curándose en aquellas casas…”72.
Informado de esta situación, el
general González Balcarce reportó a
70
71
72
73
74
O’Higgins: “En el Hospital Militar estamos perdiendo muchos de los mejores soldados del Ejército, porque su
estado de miseria es tan considerable
que se hallan los infelices enfermos, envueltos en la inmundicia y cubiertos de
piojos…”73. La dramática descripción
hecha por el connotado general fue corroborada en esos mismos días por un
extenso Informe que hizo llegar a las
manos de San Martín el cirujano Diego
Paroisien. Este, en su acápite principal,
observaba:
“Sería muy criminoso si no volviese
a exponer a Us. (a pesar de lo mucho
ya dicho) el estado de suma miseria
en que quedan los hospitales del ejército. Actualmente, para asistir a 319
enfermos, no hay sino dos cirujanos y
seis practicantes y ayudantes, un número enteramente incompetente al
buen desempeño de sus obligaciones:
y mucho me temo que los miserables
establecimientos que aquí se tienen,
bajo el título de hospitales militares,
serán dentro de poco tiempo reducidos a un calvario…me he quejado
antes de la falta de vendas, de hilas,
de ropas, de medicinas, y en una palabra de todo lo que podía inluir en
la mejoría de los soldados…”74.
Los muertos y heridos que dejó
como saldo la victoria de Maipú subieron de 3.000 hombres, de acuerdo a los
cálculos más moderados. Esa cifra se
multiplicaba por cuatro o cinco, cuando
se sumaban la mujer y los hijos del desvalido. En esas circunstancias, se puede
decir que un alto porcentaje de la pobla-
El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 7 de abril de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 206.
El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 29 de abril de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 250.
Mariano Necochea al general González Balcarce. Santiago, 21 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 377.
El general González Balcarce al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 22 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 388.
El cirujano Diego Paroisien a San Martín. Santiago, 21 de septiembre de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 449.
126
Leonardo León S.
ción activa del país sufría el lagelo de
la guerra, sin que el Estado lograra implementar una política formal de reparaciones por las pérdidas que provocaron
el reclutamiento, el servicio militar o los
desplazamientos forzados. ¿Qué pasaba
por la mente de los generales cuando
prohibieron el ingreso de mujeres a los
Hospitales Militares, alegando ‘justas
consideraciones?75; ¿Acaso no eran ellos
mismos testigos de la situación calamitosa en que se encontraban los miserables
héroes de numerosas jornadas y batallas?
¿Valía la pena tener remilgos morales o
doctrinarios frente a sujetos que enfrentaron a pecho descubierto la metralla del
enemigo? Para los hombres de la guerra,
se producía una profunda tensión moral y ética que, simplemente, no estaba
en sus manos resolver: carecían de los
recursos materiales, no tenían la voluntad política de expropiar y repartir y, por
sobre todo, estaban también atrapados
por las suaves cadenas de indiferencia y
desprecio hacia los pobres que prevalecía en esa época. Reconociendo públicamente el arrojo y valentía con que se
había desempeñado el bajo pueblo en la
batalla de Maipú, el general San Martín
escribió: “La constancia de nuestros soldados y sus heroicos esfuerzos vencieron
al in….me queda solo el sentimiento
de no hallar como recomendar suicientemente a todos los bravos, a cuyo esfuerzo y valor ha debido la Patria una
jornada tan brillante”76. ¿Pensaba San
Martín que sus meras palabras compensaban la miseria en que se encontraban
cientos de familias?; ¿Por qué no dio un
paso más atrevido y procedió a la radicación de viudas, huérfanos y desvalidos
en las tierras propias o aquellas que fueron expropiadas a los realistas? ¿Qué razones llevaron al liderazgo republicano a
concentrarse en la apertura de un nuevo
frente militar en el virreinato peruano,
ignorando las peripecias y desgracias de
su propia gente? Militarmente, era correcto asegurar el lanco marítimo del
reino, pero políticamente la negligencia
que mostraron hacia el bajo pueblo fue
la mejor receta para un desastre social de
magnitud y trascendencia. Se cavó así el
profundo cisma que marcó la relación
entre el Estado y el populacho durante
varias décadas.
Lo que más pesó en la conlictiva
relación entre la elite y el bajo pueblo
durante el período formativo de la República fue la arrogante visión desarrollada
por el liderazgo patriota de pensar que
la plebe debía seguir sus órdenes como
mandamientos sagrados. No se buscaba
el consenso del pueblo ni su apoyo, solo
se perseguía el más completo respeto,
lealtad y obedecimiento. “La sublevación que tuvo una parte del batallón a
mi cargo”, escribió el comandante Agustín López mientras desplazaba sus tropas
hacia el sur, “hubiese sido en el momento castigada si aquella parte no me hubiese obedecido en el momento en que
me presenté a ellos…”77. Frente al rigor
y severidad que mostraban los jefes militares, lo que estaba en juego para vastos
sectores del populacho movilizado oscilaba entre la metralla y el sometimiento.
75 Gazeta Ministerial. 11 de julio de 1818, p. 104.
76 El general José de San Martín al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 9 de abril de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 214.
77 El comandante Agustín López al general González Balcarce. San Fernando, 29 de julio de 1818, ANHMG. Vol. 68,
foja 404.
127
La república patricia frente al...
¿Era aceptable tanta miopía entre quienes se habían propuesto cambiar el régimen de vida en todo el reino?; ¿Podían
los plebeyos tener conianza en jefes que
no estaban dispuestos a dialogar y que
no cesaban en demandar nuevas exigencias y sacriicios al bajo pueblo, mientras
con la otra mano favorecían abiertamente a la oligarquía patronal? Algunos jefes
patriotas no fueron totalmente ajenos a
estas consideraciones como lo demuestran diversos documentos.
“En la inteligencia de que el mayor
número de los enemigos se compone
de hijos del país”, instruyó González Balcarce al comandante de guerrillas José Zapiola al dar inicio a lo
que después se coniguraría como la
‘Guerra a Muerte’, “es necesario que
tenga mucho juego la política para
ver si pueden ganarse. En medio de
la obstinación que hasta ahora han
acreditado, no debe faltarles algún
sentimiento de americanos, que les
inclina más bien a mirar por la suerte de su Patria que por el sostén de
los que por impotentes los han abandonado, dejándolos envueltos en las
desgracias más dolorosas…”78.
El propio Balcarce, cuya cercanía con la tropa quedó demostrada en
numerosas ocasiones y le dejaba en una
posición envidiable para hacer un diagnóstico de la situación que se vivía fuera
de la capital, escribió a ines de octubre:
“No debiendo dudarse de que son enemigos la mayor parte de los habitantes
de la Provincia de Concepción”79. San
Martín tampoco ignoró la magnitud
del descontento popular. ¿Qué se podía hacer contra los aguerridos soldados
de antaño convertidos en delincuentes?
Desalentado por las continuas fugas del
populacho uniformado, San Martín airmó a ines de diciembre de ese año: “La
mucha detención en los grandes pueblos, siempre ha ocasionado perjuicio a
la moralidad del soldado, a su disciplina,
y también a su salud…”80. Enfrentado a
un balance tan negativo para el futuro
del país, ¿cómo es posible que el general en jefe de los ejércitos unidos y los
líderes políticos de la república siguieran
actuando como patrones en su fundo y
no se percataran que sembraban las semillas del descontento popular? Ciertamente, al revisar las fuentes, se descubre
que las manifestaciones públicas de apoyo de la plebe, que se sucedían cada vez
que algún general entraba a una villa o
ciudad, fueron un antecedente suiciente para la elite al calibrar el entusiasmo
de los pobres. “Iluminaciones, refrescos,
saraos, vivas, pirámides, arcos triunfales,
y el entusiasmo más puro han sido las
demostraciones que ha recibido el General San Martín del amor y veneración
que todos le profesamos”81. Con palabras como estas, el redactor de la Gazeta describió en numerosas ocasiones las
espontáneas reacciones populares frente
a los jefes revolucionarios. ¿Pero no se
daban cuenta acaso que esos momentos,
llenos de jolgorio y chispeantes de sana
alegría, eran los remansos en los cuales,
por décadas, se había acunado la socia-
78 El general González Balcarce a Zapiola. Santiago, 24 de septiembre de 1818, ANHMG. Vol. 68, foja 454.
79 El general González Balcarce al ministro de guerra Ignacio Zenteno. Santiago, 23 de octubre de 1818, ANHMG. Vol. 68,
foja 485.
80 El general José de San Martín al general Bernardo O’Higgins. Santiago, 21 de diciembre de 1818, ANHMG. Vol. 68,
foja 546.
81 Gazeta Ministerial. 23 de octubre de 1818, p. 238.
128
Leonardo León S.
bilidad popular, cada vez que lograba
expresarse en el espacio público?
Sin duda que las funciones y actos
públicos, masivamente atendidos por el
populacho, podían interpretarse como
manifestaciones de auténtico apoyo político. Al in de cuentas, no faltaban las
aclamaciones, las arengas y los estribillos que coreaban multitudes siguiendo
las costumbres engendradas durante el
siglo XVIII. Pero no se puede ignorar
que también durante esas iestas, la plebe reproducía sus patrones conductuales
más arcaicos, redescubriendo sus raíces
y desplegando su ser social. En una palabra, esos eran los momentos en que
se forjaba, públicamente, su identidad.
Así por lo menos lo visualizaron algunas autoridades de gobierno que, frente
a estos eventos de habitual recurrencia,
comenzaron a ordenar su proscripción.
“La construcción de ramadas en las festividades de Pascuas y de los patronos de
los pueblos”, se lee en un decreto de mediados de diciembre, “sirven para atraer
multitud de gentes de ambos sexos que
se entregan a la embriaguez, al juego, y
a los demás excesos consiguientes a un
concurso permanente a todas horas del
día y de la noche. Para evitar estos males se ha decretado su prohibición por
la sinodal del arzobispado y por bandos
de gobierno”82. Sin embargo, agregaba
el bando, “con el transcurso del tiempo
se han visto renovadas por un reprensible disimulo de los Jueces territoriales o
por ignorancia de tales prohibiciones. A
in de que no continúe este abuso, man-
do a todos los jueces del Estado tengan especial cuidado en observar dicha
prohibición, haciendo que se publique
por bando en sus respectivos territorios
este decreto.....O’Higgins.-Echeverría”.
Como bien señaló la joven historiadora
Carla Alegría, fue el momento en que se
acabó la iesta y comenzaba la historia
en serio.
Otra medida gubernamental que
afectó directamente a los plebeyos, fue
las visitas semanales a las cárceles de
villas y ciudades, para evitar la demora
que experimentaba “la substanciación
de las causas criminales que se forman
en las ciudades y villas para escarmentar
a los delincuentes; y sabiéndose que no
pocas veces se dilata el castigo del agresor y suele mortiicarse al inocente”83.
La agilización de los procedimientos y
el mayor celo que mostraban los jueces
rurales en sus tribunales dejaba un saldo
negativo para los criminales plebeyos,
toda vez que tenían menos tiempo para
argumentar en su defensa o presentar un
nutrido cuerpo de testigos que declararan en su favor. El proceso expedito era
más bien un signo de rigor y severidad
más que de diligencia jurídica. Apenas
un mes más tarde, José María Guzmán,
uno de los jueces más implacables de los
plebeyos capitalinos, solicitó al Senado
que autorizara la realización de procesos
sumarios para “extinguir a los facinerosos que infestan el camino de Maipú”,
argumentando que se contradecía el
interés de la seguridad pública por la
larga tramitación judicial84. El Senado,
82 Decreto prohibiendo ramadas en iestas de Pascua. Santiago, 12 de diciembre de 1818, Gazeta Ministerial. 19 de diciembre
de 1818, p. 311.
83 Decreto sobre visitas semanales a las cárceles. 12 de noviembre de 1818, Gazeta Ministerial. 26 de diciembre de 1818.
84 Gazeta Ministerial. Santiago, 30 de enero de 1819, p. 44.
129
La república patricia frente al...
a través de Francisco Antonio Pérez y
José María Villarreal, respondió airmativamente a esta solicitud, manifestando
que le parecía “conveniente que en los
delitos de robos y salteos en que debe
formarse sumario para imponer a los delincuentes la pena ordinaria de muerte,
o la de destierro, puedan los Jueces ordinarios de la Capital y los Gobernadores Intendentes de Provincia examinar
verbalmente a los testigos por sí y con
asistencia del escribano…”85. Solamente
los casos de pena de muerte debían ser
remitidos al Senado para su ratiicación,
la que se despacharía con preferencia y a
la “mayor brevedad”.
Hacia ines de octubre de 1818,
el ejército nacional sumaba más de
7.000 hombres los cuales se distribuían
en 5.113 hombres de infantería, 1.602
de caballería y 732 del arma de artillería. La infantería estaba dividida en diez
batallones, mientras que los de caballería se distribuían en tres regimientos:
Granaderos de los Andes, Cazadores y
Escolta Directorial. Del total, más de
4.000 eran soldados oriundos de Chile,
mientras el resto lo componían reclutas
provenientes de las Provincias Unidas y
de Cuyo. Se sumaban a estas fuerzas los
regimientos de milicianos de Rancagua,
San Fernando, Los Andes, Aconcagua,
Quillota, Melipilla y Casablanca. Si
bien se desconoce su número total, estos
regimientos estaban formados por reclutas cuya edad luctuaba entre los 14 y los
50 años. “En la generalidad de los casos”, escribió Bulnes, “estas milicias no
tenían uniformes y muy pocas veces armamento de fuego”86. Con todo, 1818
terminó con buenos augurios para los
revolucionarios en el frente militar del
sur. En efecto, en vísperas de la Navidad,
un contingente comandado por Manuel
Encalada logró sorprender a una numerosa partida conformada por más de
400 montoneros. “El capitán Cajaravilla, que había atravesado y reconocido
el pueblo para evitar alguna emboscada,
se aprovecha de su confusión, y con su
acostumbrada intrepidez, los carga, los
persigue, les mata más de treinta hombres, toma 20 prisioneros, muchas armas que arrojaban en su fuga, algunas
cargas y más de 60 caballos sueltos”87.
Con esa acción, la ciudad de Chillán
quedó, una vez más, bajo el control del
ejército republicano.
Militarmente, el balance del año
1818 que podía hacer el liderazgo republicano tenía a su haber la paulatina
consolidación de su control sobre los territorios situados entre Copiapó y Concepción. Por cierto, desde diversos rincones surgían las montoneras y las bandas
de renegados, y se vivía bajo el constante
temor de una nueva invasión virreinal,
pero la captura de la fragata María Isabel
y de los transportes de tropas enviados
desde España, mejoró sustancialmente
la posición de la escuadra chilena, la cual
inició sus operaciones con un gran golpe
85 Francisco Antonio Pérez y José María Villarreal al Director Supremo. Santiago, 30 de diciembre de 1818, ABO. Tomo XII
(Santiago, 1946), p. 46.
86 Gonzalo Bulnes, Historia de la Expedición Libertadora del Perú (1817-1822) Rafael Jover editor Vol. 1 (Santiago,
1888), 97.
87 Parte del Comandante Manuel Encalada al coronel Ramón Freire. Chillán, 24 de diciembre de 1818, Gazeta Ministerial.
2 de enero de 1819.
130
Leonardo León S.
de suerte a principios de octubre. Políticamente, sin embargo, el balance no
fue tan halagüeño. La deserción plebeya continuaba aumentando y aún no se
contaba con los medios materiales que
pudieran mejorar las condiciones generales de las tropas movilizadas. Peor aún,
un fantasma del pasado volvía a hacer
su presencia en el Chile liberado. “Excmo. Señor: existen en mi poder cartas
y otros documentos de don José Miguel
Carrera residente en Montevideo”, escribió O’Higgins al Senado a mediados de
noviembre, “dirigidas a conidentes suyos de esta capital en que preliminares
de la subversión del actual gobierno con
que amenaza, les encarga asesinar a las
primeras autoridades civiles y militares
del país”88. De acuerdo al redactor de la
Gazeta Ministerial, entre los papeles incautados a la fragata María Isabel, venía
una carta dirigida desde Madrid al virrey
Pezuela en la cual se le instruía que reforzara las divisiones en el bando republicano generando tratos políticos con
los generales Carrera y Alvear. “Se presenta la mejor oportunidad para debilitar las fuerzas de Buenos Aires y Chile,
protegiendo los partidos de los Carrera y
de Alvear que resentidos con los actuales
dominantes de aquellos países no deben
dejar de obrar en su contra....si V. E.
Pudiese, valiéndose de manos diestras,
auxiliar abierta u ocultamente a estos sujetos, no excusará diligencia ni sacriicio
para conseguirlo...”89. Anunciando estas
informaciones, el redactor de la Gazeta
manifestó:
“Por ella vendrá todo el mundo en
conocimiento de los motivos que estimulan a José Miguel Carrera en sus
planes subversivos y en sus escritos
tan incendiarios como anti-patrióticos. Es evidente que aquel hombre
infame está vendido al gabinete Español, llegando a tal extremo su ambición del mando que preiere que su
Patria sea subyugada antes que verla
libre por los esfuerzos de otras personas más dignas y virtuosas que él.
¡Miserable!”.
Un mes más tarde, luego de una
revisión sumaria de los antecedentes
reunidos, se procedió al castigo de los
supuestos corresponsales en Chile de
Carrera. José Conde fue expulsado del
país; José Tomás Urra fue expulsado a
Patagónicas; Rosa Valdivieso fue coninada al Monasterio de la Enseñanza en
Mendoza; Ana María Cotapos fue coninada a la doctrina de Barrasa; Miguel
Ureta fue condenado al exilio en Córdoba; José Mauricio Mardones al exilio en
San Luis; el presbítero José Peña a Mendoza; Juan Bravo fue sentenciado a dos
meses de arresto en los cuarteles de la
capital. “Se extenderán las coninaciones
(excepto lo resuelto sobre Conde) por el
tiempo en que tranquilizado el Estado, y
extinguidas las facciones subversivas del
orden no quede motivo de recelo”90. Si
acaso se había logrado capturar a todos
los implicados en el supuesto complot
de Carrera es algo difícil de determinar;
lo cierto es que, después de tantos años,
la presencia de los hermanos Carrera
continuaba proyectando sombras sobre
88 El general Bernardo O’Higgins al Senado del Estado. Santiago, 16 de noviembre de 1818, ABO. Tomo XI (Santiago, 1946), 273.
89 Erguía al virreydel Perú Joaquín de la Pezuela. Madrid, 22 de abril de 1818, ABO. Tomo XI (Santiago, 1946), 278.
90 Decreto del general Bernardo O’Higgins. 20 de enero de 1819, ABO. Tomo XII (Santiago, 1946), 191.
131
La república patricia frente al...
la República de O’Higgins y sus aliados.
Solo el tiempo demostraría si el peligro
de un golpe de estado encabezado por
los miembros del inquieto círculo había
terminado para siempre.
BIBLIOGRAFÍA
Manuscritos
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O´Higgins. Santiago, Editorial Nascimento, 1946. Tomos XI-XII.
Fuentes impresas
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Santiago,
Libros y artículos
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Bulnes, Gonzalo. Historia de
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Santiago, 1888), Volumen 1.
Torrente, Mariano. “Historia de
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132