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"El federalismo argentino. Una cuestión irresuelta"

2014, Diario Epoca

El articulo periodístico plantea cuestiones vinculadas al federalismo argentino y argumentos pendientes para su realización.

Diario Época, “El federalismo argentino. Una cuestión irresuelta”, Corrientes, 4 de Julio de 2014. http://diarioepoca.com/2014/07/04/el-federalismo-argentino-una-cuestionirresuelta/ El federalismo argentino, una cuestión irresuelta Dardo Ramírez Braschi Prof. Titular cátedra Historia Constitucional Argentina (UNNE) Desde el momento mismo originario de la República Argentina como Estado, surgieron dos cuestiones que fueron centro de debate: la forma de gobierno republicano y la determinación de una forma de Estado. La primera de ellas fue rápidamente consensuada y legitimada desde los primeros años institucionalizados. La segunda es una cuestión todavía pendiente, inconclusa aún. Un Estado federal implica acciones que estén vinculadas a la igualdad de las partes que conforman ese Estado, equidad en el trato y el vínculo integrador entre las partes y el todo. El protofederalismo se construyó con aquella idea, que fue la de Artigas, Ferré, Alberdi, Sarmiento, entre otros precursores del siglo XIX. Pero cabe preguntarnos por qué en la Argentina el federalismo no adquirió fortaleza ni pudo consolidarse a partir de su maduración, sino más bien contrariamente, se fue devaluando y atrofiando, hasta alcanzar las percepciones insignificantes de la actualidad. Ocurre que los federalismos son únicos, irrepetibles, casi personalizados para cada caso. Así, el federalismo de Estados Unidos no es el mismo que el de Argentina, o el de Brasil si comparamos con el de México. En la conformación de un Estado federal intervienen muchos factores y uno de ellos es el geográfico. Por ejemplo en Estados Unidos los trece Estados fundadores no contaban con un puerto único para el manejo de los recursos exportables e importables. La mayoría tenia una salida propia al mar y su consecuente autodecisión en la materia. En las Provincias Unidas del Río de la Plata en su origen había más de un puerto con salida al mar (Montevideo y Buenos Aires), pero hubo uno que influyó decididamente para que el otro busque la secesión. Este proceso y la pérdida definitiva de territorio (del Cuareim hacia el Norte) sellaron la suerte del federalismo argentino. Si a este pensamiento le agregásemos la posibilidad que tenían las Provincias Unidas de salida al Pacifico con el Alto Perú, entreveríamos las enormes posibilidades que un federalismo sólido se hubiese gestado en la región. Es evidente que el desinterés porteño será la causa del famélico federalismo argentino al mostrar desprecio por espacios periféricos que daban salida al mar, todo en aras de la preservación de su unicato. Las restantes trece provincias, todas mediterráneas, se vieron condenadas a depender de las arbitrariedades que el Puerto erigido en único decidiera. Aquí está la primera y fundamental diferencia en la construcción federal de Estados Unidos de Norteamérica y la Nación Argentina. Pero la configuración particular del federalismo argentino deriva de diferentes razones y múltiples causas. No hay factores aislados que puedan dar una explicación integradora del fenómeno. La característica principal de la conformación del federalismo con sentido nacional ha sido la construcción en derredor del Puerto único. Con la implementación de la Constitución Nacional de 1853-1860, Buenos Aires pasará de hecho a ser la rectora de la vida nacional, como si fuese Buenos Aires en la etapa preconstituyente. Los intereses del Puerto se mutarán y se perfeccionarán en el accionar del Estado federal constituyente que, acompañado de una acorde arquitectura legislativa, logrará hacer de la Argentina un Estado cuasifederal, donde la idea originaria de federalismo pasará a ser una alquimia virtual, casi inexistente. El federalismo que pensaron los primeros hombres en la naciente Argentina de mediados del siglo XIX, nunca nacerá. El período preconstitucional argentino se caracterizará por la hegemonía de la Provincia de Buenos Aires que, con su Puerto, controlaba el destino económico de las restantes provincias. A partir de la década de 1860, estando ya el Estado nacional constituido, fue ese mismo Puerto manejando los ribetes políticos y económicos de las Provincias, transformándose en el rector de las economías locales. A partir de la batalla de Pavón (1861), se producirá una mutación en la figura representativa del poder político-económico, afianzándose en lo que será el Estado Nacional el que, con el transcurrir de las décadas, adquirirá poderes desmesurados y desproporcionados, al extremo de lograr actualmente un Estado Nacional rico en recursos y Provincias pobres o empobrecidas. Se produjo un desfasaje en donde las Provincias fundadoras -creadoras del Estado Nacional a través de la Constitución de 1853-, hoy conforman meras administraciones que han delegado sus más preciados intereses autonómicos con el único objeto de sobrevivir en la distribución financiera controlada por el Estado Nacional. Pereciera ser, de acuerdo a la experiencia histórica, que Buenos Aires ha convertido y mutado en Estado Nacional, estando destinado a absorber hasta las fibras más íntimas de las Provincias fundadoras. Desde los orígenes de la República, la "ciudad tentacular", al decir de Manuel Gálvez, o "la cabeza de Goliat" de Exequiel Martínez Estrada, ha seducido a propios y extraños, incluyendo provincianos que, en representación de sus Estados originales, se sumergieron en el vaho de la ciudad-puerto, olvidándose de sus ideas primeras. Extraña atracción ejerció el Estado porteño nacional, que causó la amnesia más profunda en aquéllos que pregonaban por las provincias, y que una vez vinculados con Buenos Aires se confundieron en el más reaccionario centralismo político, económico y fiscal. Qué distante están los planteos del correntino Pedro Ferré que, en 1830, describía claramente los intereses del Puerto, manifestando que es imposible la construcción de un Estado político federal sin una clara aplicabilidad de un federalismo económico real. En aquellos años, donde todo estaba por hacerse y transcurrían momentos de invención, Ferré fue el gran innovador que, con las propuestas de proteccionismo económico y la distribución de la Renta aduanera, propuso que éstas eran los motores propulsores para la viabilidad existencial de las Provincias. El diagnostico de Ferré fue el correcto; en cambio, su propuesta no fue considerada en la primigenia etapa de Pactos y Acuerdos preexistentes. Pero hay una maniobra política definitiva que terminará por imponer el proyecto hegemónico del Estado Nacional (daría igual decir Buenos Aires) sobre la miseria de las Provincias: La reforma constitucional del año 1866. En aquella reforma, que duró tan sólo tres días, se modificaron los originarios Artículos 4 y 67, inc. 1, que facultaban provisoriamente, desde la reforma de 1860, al Estado Nacional, a percibir los derechos de exportación tan sólo hasta el año 1866. La reforma de 1866 suprimió el párrafo de ambos artículos que establecían el año tope (el 66), quedándose el Tesoro nacional con la recaudación de impuestos tanto de importación como exportación. Con esta maniobra, las Provincias perdieron definitivamente la posibilidad de fiscalizar la recaudación por los derechos de exportación y con ello se diluyó toda posibilidad que manejen directamente sus recursos sin la Administración del Estado Nacional. Esta reforma exigida entonces por el Estado Nacional administrado por Bartolomé Mitre, permanente defensor de los intereses centralizados, se impuso tan sólo por tres votos de diferencia -22 a 19-, teniendo en cuenta que los Electores de la Provincia de Corrientes no asistieron, cuyo Gobierno –presidido por Evaristo Lópezestaba en contra de la reforma. A partir de entonces la tragedia argentina se agigantará, adquiriendo dimensiones de tal magnitud que lo hace casi incomprensible. Hoy ya no existe el Puerto único; ya no existe el monopolio de la Renta aduanera por parte de Buenos Aires. Pero sí existe un Estado Nacional, con sede en Buenos Aires que, desde la segunda mirad del siglo XIX adquirirá la personalidad y la centralización de los intereses de toda la nación. Lo que antiguamente confeccionaba Buenos Aires para con las Provincias, hoy lo hace el Estado Nacional, por eso Exequiel Martínez Estada claramente lo identifica como la Cabeza de Goliat. Debemos repensar un nuevo federalismo, que contenga las exigencias actuales. La aplicabilidad del Federalismo está fuertemente vinculada con la equidad con la cual deben considerarse a las provincias, antiguos Estados que preexistieron a la Argentina y que dieron nacimiento a ésta. Paradójicamente, los Estados fundadores se transformaron con el tiempo en víctimas sumisas del Estado creado. Los derechos delegados oportunamente por las provincias al Estado nacional fueron desmedidos y agigantados. Fue tal esa desmedida que jamás pudo imaginarse que llevaría a una dependencia inexplicable de las autoridades nacionales. Federalismo implica equidad; es igualdad; es tratamiento símil a provincias que por naturaleza son iguales, pero las cuales lamentablemente no lo son. No hay provincia que tenga un valor agregado, una cuota extra que otra. El espíritu del Pacto constituyente originario fue resguardar los derechos de las provincias, preservando la condición de igualdad de unas con otras. La República Argentina, a lo largo de su historia política y constitucional, creó una ficción jurídica que de federalismo sólo quedó su denominación. Esto nos lleva a que debemos repensar el federalismo argentino, ya que éste nunca llegó a perfeccionar su construcción política ni jurídica, por ello el tema está siempre en debate y discusión. Pero el debilitamiento del federalismo está dado por dos factores: el uso desmedido de la Intervención federal a las provincias (de esto Corrientes conoce bastante, ya que fue una provincia recurrentemente intervenida); y distribución inequitativa de los recursos del Estado, de acuerdo a pautas políticas y no la equidad federalista. Mención particular merece la invención de la denominada Coparticipación federal, cuya Ley debería ser propuesta por el Senado de la Nación por mandato constitucional de 1994, la que debería haber estado sancionada antes de 1996. Con la excusa de la falta de consenso político, ningún proyecto prosperó. Pero en política los consensos no surgen naturalmente, sino que se construyen. Relata el poeta romano Virgilio en La Eneida la apreciación del río Leteo, que fluye por los Campos Elíseos, siendo aquél el río del olvido, donde las almas beben de allí para borrar los recuerdos de su vida pasada y prepararse para habitar un nuevo cuerpo. Parecería que el federalismo argentino tiene la necesidad imperiosa de este baño, para olvidar el virtual federalismo que logró construir hasta hoy, y dar lugar a otro que, paradójicamente, esté más vinculado a los orígenes de la nacionalidad.