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Huellas de una ausencia

2014, Historica

HVTORICR XXIII.2 (1999): 277-280 Huellas de una ausencia Margarita Suárez Pontificia Universidad Católica del Perú El domingo 14 de noviembre despedimos a Franklin Pease García-Yrigoyen. Fue difícil verlo salir por última vez de su biblioteca y dirigirse a la Iglesia de Fátima. Esta vez sus colegas sacerdotes -Armando Nieto, Jeffrey Klaiber y Manuel Marzal- no se reunían con Franklin para discutir sobre el mundo andino y los avatares de la profesión, sino para recordarnos cómo había enfrentado once largos meses de enfermedad para, finalmente, encarar el fin de la vida. La avasalladora presencia de familiares, colegas y amigos de incontables aventuras nos hizo sentir, por un momento, que él todavía se encontraba allí, vivo entre nosotros. Pero era una ilusión. En los cerros de La Molina, muy cerca de un antiguo cementerio prehispánico, tomamos conciencia de que este era el último adiós. Sin duda, la Universidad Católica ya no es la misma. Un profundo sentimiento de pérdida se ha apoderado de nosotros (y aquí me permito delatar a varios compañeros de trabajo). Muchos todavía tienen la sensación de que en cualquier momento lo verán aparecer por ahí, con sus mejillas encendidas y su porte severo, tan severo que más de un alumno se sentía intimidado ante su sola presencia. Y es que no era difícil encontrarse con Franklin Pease en nuestro habitual recorrido al firmar la asistencia a clase, al transitar por los pasillos de la Facultad o en el camino a la cafetería de Letras. Franklin nos abordaba con el comentario siempre preciso, la noticia inquietante y el libro recién publicado. La puerta de su oficina estaba constantemente abierta para todos los que, como él, compartían la pasión por la Historia. Allí se hablaba, por supuesto, de HVTORICR XXIII.2 historia andina, pero también de historia medieval, de arqueología, de la estrategia bélica de los romanos, del OllCellio de Leguía y hasta de los programas cómicos de la televisión peruana. Acompañados de una taza de café servida gentilmente por Ana María o Víctor, compartíamos su exquisita erudición entre el barullo del papeleo burocrático, las llamadas telefónicas, el escritorio siempre desordenado y su constante recurrir a Mariana. Pero la presencia de Franklin -a quien cariñosamente llamábamos el curaca- no se límitaba a las tertulias. Era un atento interlocutor y un crítico sagaz de nuestras investigaciones. Nunca dudaba en llevarnos a su casa con el fin de colocarnos en las manos el libro de indispensable lectura, pero que por un fatal descuido no habíamos consultado. Tampoco dudaba de encarrilamos cuando nuestra vida personal mostraba algún desliz peligroso. En suma, Franklin era un maestro que nos sometía a un constante reto intelectual y personal. Más de una vez tuvimos que escaparnos, pues su energía no conocía los límites del tiempo y, ciertamente, su actividad tampoco. Desde que Franklin obtuviera el título de Doctor en Historia a los 28 años, desempeñó numerosas actividades dentro de la Pontificia Universidad Católica del Perú, casa a la que dedicó cuarenta años de su vida. Allí se desempeñó no solo como profesor de Historia, sino como director del Fondo Editorial, director de la revista Histórica, decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas y miembro del Consejo Universitario. Los que fueron sus alumnos en Estudios Generales Letras probablemente nunca olvidarán esas clases en las que Pease nos introducía a la teoría de la Historia -incluso algunos recordarán su famosa pregunta: "Oiga usted, ¿se puede hacer historia sin fuentes?"- y en donde el maestro nos llevaba por el camino de la crítica edificante, el cuestionamiento implacable del tosco sentido común y el duro ejercicio de aprender a plantear la pregunta correcta. Una vez en la especialidad, los que nos aventuramos a seguirle los pasos a Clío encontramos en las clases de Pease horizontes escondidos. En pleno fervor de la llamada etllohístoria, Franklin se constituyó en uno de sus principales represen278 Suárez • Huellas de una ausencia tantes, junto con John Murra, María Rostworowski y Tom Zuidema. Súbitamente, las crónicas y las "visitas" se nos revelaban como herramientas poderosas que nos posibilitaban una nueva lectura de los "pueblos sin historia". La aproximación a las crónicas no solo implicaba seguir los tradicionales métodos heurísticos y hermenéuticos, sino que -haciendo un viraje hacia la antropología- nos llevaba hacia el análisis de las categorías mentales, el universo religioso, los diferentes conceptos de espacio y tiempo, o a entender el fenómeno del "otro". Los cronistas -insistía Franklin- más que conocer, "reconocieron" y proyectaron su realidad en el mundo andino; en consecuencia -concluía- es natural que las elaboraciones de la Historia de los cronistas tengan un sinfín de lugares comunes que nos hablan más del universo del hombre europeo que del indígena. Súbitamente, también las áridas visitas cobraron importancia, al brindarnos -gracias a la guía del maestro- información precisa sobre la cultura material y la organización social de los Andes. Así, varias generaciones de historiadores tuvimos la suerte de pasar por las aulas de Pease y, de esta manera, conocer y valorar los matices del ingenio de un gran investigador. Franklin nos mostró las intimidades del oficio del historiador y nos transmitió el fervor con el cual llegaba a los resultados de sus propias investigaciones: "la historia del Perú no puede comprenderse al margen de lo andino". Pero su vitalidad intelectual trascendió las aulas. Fue jefe de investigaciones y, luego, director de la revista Historia y Cultura del antiguo Museo Nacional de Historia, entonces dirigido por José María Arguedas. Recibió numerosas becas de investigación (Instituto de Cultura Hispánica, Fundación Ford, Comisión Fulbright, Fundación Guggenheim, entre otras), que lo llevaron a los archivos de España, México, Bolivia y los Estados Unidos. En 1984 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y, diez años más tarde, su gran labor docente fue premiada con las Palmas Magisteriales. Después de lo evocado, es fácil entender el porqué de este sentimiento comunitario de pérdida. Franklin no precisaba distraerse con rutinas improductivas. Su fuerza creadora se podía 279 HVTORICA XXIII.2 concentrar en reflexiones de largo alcance sobre los temas que ya habían logrado hacerle un lugar en la visión del pasado peruano. Al mismo tiempo, los lazos que lo unieron con su familia ofrecían una imagen de solidez ejemplar. Franklin Pease se fue cuando había alcanzado la plenitud de su actividad intelectual y vital. Y todas estas cosas hacen aun más hondas las huellas de su ausencia. 280