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El tarro de las ausencias

2022

Novela de ambiente juvenil recomendada a partir de diez años y para el resto de edades, donde se muestran valores como la amistad, el compañerismo y el amor por la naturaleza, a través de las aventuras de una pandilla de chicos y chicas, en un pueblecito de la sierra, sin móviles ni otro tipo de tecnología que no sea la propia imaginación de los protagonistas.

El tarro de las ausencias Luis Joaquín Bermúdez López El tarro de las ausencias CAPÍTULO 1: Sábado 4 de diciembre Ya faltaba poco para que llegara el puente de la Constitución y todos los habitantes del pueblo estaban deseosos y alegres, ya que por fin podrían disfrutar de unos días de vacaciones que tanto anhelaban. Desde el verano tan solo tenían libres los fines de semana, y no siempre completos, porque algún adulto a veces tenía que trabajar los sábados, refunfuñando entre dientes, aunque con la boca pequeña para que pareciera a ojos de sus superiores que lo hacía encantado. En el fondo, estaba deseando mandar a hacer puñetas a su jefe, buscarse otro trabajo que no le absorbiera tanto, pasar más tiempo con su familia, o simplemente hacer lo que le diera la gana, como viajar, estar con sus amigos…, sin embargo era lo que había. Por otro lado estaban los niños, que si bien tenían todos vacaciones, lo que se llama más que puente, acueducto, algunos tampoco estaban muy contentos porque sus profesores les mandaban deberes para hacerlos en casa. —Joooooo, no es justo —decían algunos—; pero si no era bastante con lo que les mandaban del cole, a veces sus padres les encargaban odiosas tareas para hacer en casa. —¡Qué bien hijo!, por fin vas a tener tiempo para ordenar tu cuarto y ayudarme un poco con las tareas de la casa. —¡Qué rollo mamá! Valeeeeee, lo haré. Siempre había niños y niñas más contentos que otros, sobre todo uno que siempre estaba feliz, porque tenía pueblo a donde ir en vacaciones, donde se reencontraba con sus compañeros de cuando era más pequeño. Sus amigos de la ciudad le solían decir con cierta envidia sana: 1 —¡Qué suerte tienes Alhaja —que así se llama el protagonista de esta historia—, de tener pueblo y poder hacer cosas diferentes! Aquí siempre es lo mismo, y no podemos salir solos a la calle porque mi madre dice que es peligroso. Tú allí puedes salir y jugar en la calle sin peligro. Bueno, luego me cuentas qué has hecho en tu pueblo, que me alegro mucho por ti. En realidad su nombre era Alejandro, pero como su madre lo consideraba su alhaja, así lo llamaba, y él se sentía muy orgulloso de serlo. —Un día te invitaré a mi pueblo y jugaremos juntos en la calle y conocerás a mis amigos —le dijo Alhaja. —¿De veras?, qué bueno eres y qué gran amigo, ya me contarás qué has hecho por tu pueblo, que te lo pases bien. Sin sospecharlo siquiera, Alhaja no sabía que ese puente de la Constitución no sería como los demás, ya que iba a conocer a tres amigos nuevos: Rubito y dos gemelas, que se llamaban Vera y Sara. Los tiempos habían cambiado mucho desde que sus abuelos eran niños como él, entonces no había ni siquiera televisión, aunque si algo permanecía en los pueblos era ese aroma a tranquilidad, a confianza, a poder dejarte la puerta de la casa abierta ya que nadie iba a entrar sin permiso; si alguien lo hacía siempre era para algo agradable como llevarte un guiso una vecina, o un amigo buscando a otro para jugar en la calle, no con un móvil, sino con un aro, unas canicas, una goma o una simple cuerda, donde se pasaban las horas muy rápido, pero cuando apenas te dabas cuenta sonaba estridente un grito que atravesaba incluso los gruesos muros de las casas, que decía: —¡Alhajaaaaaa, veeeeeeen, que ya está la comida puesta en la mesaaaaaa! Esa señal de wifi nunca fallaba, superior al 5G, G de Grito de una madre. En apenas unos segundos se desmantelaba el tinglado, se recogían todos los objetos, y como si tocaran a rebato, unos dándose palmaditas en el lateral del glúteo simulando ser un caballo a la carrera, y ellas falda remangada para ir más rápido, antes de que terminara la madre de vaciar el aire de los pulmones ya estaban todos sentados en la mesa. —De eso nada, qué te tengo dicho, a ver las manos. 2 —Valeeee, mamá, voy a lavármelas, pero es que tengo mucha hambre. —Date prisa que mientras te las lavas te voy poniendo un buen plato de albóndigas con patatas fritas que tanto le gustan a mi alhaja. En el pueblo disfrutaba mucho, si bien eran otros tiempos y como no se podía estar siempre en la calle, y además también echaba de menos a sus amigos de la ciudad, charlaba con ellos mediante el móvil que le dejaba su madre, veía pelis, hacía vídeos cortos que colgaba en TikTok, o más largos y los subía a su plataforma de YouTube. Una noche, cenando, le dijo su madre que se había venido una familia de la capital a pasar unos días al pueblo, el marido intentaba desestresarse de tanto trabajo y buscaban la tranquilidad de lo rural, que le habían hablado muy bien de él y habían alquilado la casa de al lado, para pasar el puente de la Constitución, el cual estaba comenzando. —Sabes, Alhaja —dijo su madre—, mientras estabas en la calle con tus amigos ha venido la señora con sus tres hijos porque os ha visto jugar, y como son más o menos de la misma edad que tú quería ver si podían quedar contigo algún día. Le he dicho que por supuesto, que estarás encantado de que sean tus amigos, además son muy agradables. Son dos niñas gemelas, y un niño, que no sé cómo se llama pero como tiene el pelo rubio, su madre lo llamaba todo el tiempo Rubito, ellas sí sé que se llaman Vera y Sara. Los he invitado mañana a desayunar, así os conocéis y podéis luego salir juntos a jugar. —Me parece bien mamá, haré todo lo posible para que se lo pasen bien, les enseñaré el pueblo y jugaré con ellos, es lo que más me gusta hacer cuando estoy aquí, jugar, así que será un placer para mí hacerlo con Rubito y las gemelas. —Gracias, hijo, qué bueno eres. —Esa noche a Alhaja le costó un poco conciliar el sueño, pensando en qué le depararía el nuevo día con sus futuros amiguitos, y creyó que lo mejor era no hacer nada diferente, ni aparentar, simplemente se mostraría cómo es: amable, sociable, extrovertido y todo fluiría solo. Pensando en eso, le fue venciendo el sueño, y cuando quiso darse cuenta empezó a entrar por su cerebro un sonido que iba aumentando poco a poco que decía: 3 «ALHAJAAAAAA, levanta ya que estoy preparando el desayuno y tus nuevos amiguitos no tardarán en llegar». Fue escuchar esto, y como si tuviera un muelle, dio un salto que cayó de pie dentro de las zapatillas. Se aseó y bajó a la cocina. —Buenos días, mamá, ¿a qué hora van a venir los vecinos? —No tardarán, estoy haciendo churros que tanto te gustan. —Hummmmmm, ¡qué ricos! Sonó el llamador de la puerta de la calle, porque en las casas de los pueblos no había timbres, eso era de las ciudades, o de los señoritos, y hasta podían ver quién era por una cámara en un teléfono. En el pueblo se abría sin más y fuera quien fuera siempre era bienvenido. —Abre tú hijo que yo estoy echando los churros a la sartén y vigilando el chocolate. —Voy mamá. Abrió la puerta y sí, allí estaban los tres. –Hola, me llamo Alejandro, pero podéis llamarme Alhaja, vosotros debéis ser Rubito, Vera y Sara. Adelante, estáis en vuestra casa. —Gracias —dijeron al unísono los tres. —Hummmmmm, qué bien huele —añadió Rubito conforme se adentraba en la casa y saltaba a sus fosas nasales el aroma del chocolate recién hecho, y el olor de los churros al que acompasaba un gracioso chisporroteo que salía de una gran sartén. —Mamá, ya están aquí Rubito y las gemelas. —Sentaos en la mesa que ya está listo el desayuno. Los tres hermanos miraban con ojos llenos de curiosidad todo lo que estaba a su alrededor; lo que más les llamó la atención, donde los tres a la vez fijaron la vista y se quedaron inmóviles, fue una gran espetera repleta de sartenes, cacerolas y otros utensilios de cocina, la mayoría de los cuales jamás habían visto. —¿Qué es eso? —dijo Vera, señalando una sartén negra con tres patas. —¡Ja, ja, ja! —sonó una carcajada—, pero la madre de Alhaja, al ver sus rostros de sorpresa, se dio cuenta de que al ser de la capital, probablemente no hubieran visto 4 nunca una sartén de patas, unas trébedes, un badil, unas tenazas para la lumbre o unas simples parrillas, por lo que dulcificando su rostro y su voz les estuvo explicando a los niños lo que era cada uno de los objetos que había en la cocina, y que no sabían para qué se usaban. Sentados los cinco alrededor de una gran mesa antigua de madera maciza, cerca del fuego para calentarse, pues en esa época del año solía hacer frío, todos disfrutaron de un magnífico y nutritivo desayuno, mientras ella les iba explicando algunas particularidades de la vida en el pueblo. Terminaron rápido de desayunar porque lo que querían en realidad era ir fuera con Alhaja a jugar y conocer a sus amigos. —Nos vamos, mamá, he quedado con Zurcido y Canica para ir a jugar al antiguo establo. —Vale hijo, tened cuidado y no os acerquéis al río, coged las chaquetas antes de salir que hace frío. —Gracias por el desayuno señora —dijo Rubito, a la vez que asentían sus hermanas con la cabeza. Los tres salieron como alma que lleva el diablo, mientras se enfundaban en sus cazadoras, que estaban colgadas en un perchero de madera que había al lado de la puerta de la calle. —Qué nombres más raros tienen tus amigos —dijo Rubito. —¡Ja, ja! En realidad no son sus nombres. Una cosa que debéis saber es que en los pueblos todos tienen mote, yo Alhaja, y a mi amigo Zurcido lo llamamos así porque aunque es de mi edad, todos los de mi pandilla lo somos, él es mucho más grande que nosotros y encima tiene la cabeza un poco apepinada, similar a los huevos de madera que se usan para zurcir calcetines, y por eso lo llamamos así. En cambio Canica es lo contrario, es pequeño de estatura y juntos parecen un huevo de gallina y otro de paloma. Son muy amigos desde que nacieron y van siempre juntos a todos lados, no se separan para nada. Aquí nadie se toma a mal lo de los motes y los llevamos con orgullo, si venís más veces por el pueblo seguro que terminaremos por poneros alguno a vosotros tres, 5 aparte de las gemelas y Rubito, que en realidad también lo son, pero no puestos por nosotros, aunque los adoptaremos como propios. Con paso ligero, para entrar en calor, pero sin correr, se encaminaron los cuatro hacia un antiguo establo que había a las afueras del pueblo. Este solo se usaba en verano como lugar de almacenamiento de alpacas para dar de comer a los animales, porque ya vacas no había, debido a la gran crisis que hizo emigrar a muchos del pueblo a la ciudad, abandonando sus negocios de toda una vida llena de pasión por la agricultura y los animales, que habían dado de comer a tanta gente, pero ahora era imposible mantener tan altos costes de producción y vender la leche a precios tan bajos. Habían quedado en la puerta con Zurcido y Canica y justo llegaron los seis a la vez. Se quedaron mirándose unos a otros sin mediar palabra, hasta que Alhaja rompió el hielo: —Estos son los amigos de los que os he hablado, Vera, Sara y Rubito. —Hola —dijeron Rubito y sus hermanas—, a lo que respondieron con el mismo saludo los inseparables Zurcido y Canica. —Son de la ciudad, han venido a pasar el puente y he pensado que podría estar bien que les enseñemos el pueblo, las cosas que hacemos por aquí, nuestros juegos en la calle, sin tablet ni móviles. Podemos empezar por algo sencillo y que seguro que conocéis —dijo Alhaja dirigiendo la mirada hacia las gemelas y Rubito—. ¿Qué os parece si jugamos al escondite? —Vale, ¿dónde nos podemos esconder? —preguntó Vera. —Dentro del establo, que es grande y hay paja suelta, alpacas y algunos aperos de labranza que están muy bien para esconderse —añadió Alhaja—. Yo me quedaré fuera, contaré hasta veinte con los ojos cerrados y luego entraré a buscaros. Se tapó los ojos y antes de empezar siquiera a contar entraron corriendo al establo, pero cuál fue la sorpresa de Alhaja al abrir los ojos y ver que sus amigos Zurcido y Canica no habían entrado a esconderse. —¿Qué os pasa? 6 —Ya sabes que a nosotros no nos gusta entrar en el establo, preferimos quedarnos fuera, entra tú y búscalos, nosotros nos quedamos justo en la entrada. —No me acordaba. Bueno, entraré despacio a ver si los veo. Así lo hizo, entró lentamente intentando no hacer ruido, pero el establo estaba más lleno de paja que nunca y no era fácil enconar a alguien en esa situación. Estuvo muy cerca de las gemelas, de hecho estaban casi juntas y pasó por el medio de ambas varias veces, pero no las vio. Lo mismo le pasó con Rubito, todos estaban semienterrados en la paja, lo sobrepasó en varias ocasiones, mientras que sus amigos siempre se quedaban en la puerta, no entraron ninguna vez a ayudar a buscarlos. Ya empezó a estar un poco asustado porque entró y salió varias veces y no los veía, y aunque al principio se sentía muy bien buscándolos, llegó un momento en que se agotó de tanto entrar y salir, y se rindió, por lo que decidió gritar sus nombres y darles como ganadores. —Rubitooooo, Saraaaaa, Veraaaaaaa, por favor, salid, no os encuentro, habéis ganado. De repente, empezaron a removerse tres montones de paja, dos muy juntos, los de las gemelas, y otro un poco más abajo, pero también cercano, de entre los que aparecieron los tres hermanos, espolvoreándose la paja de encima, que se les había metido por todo el cuerpo y no hacían más que rascarse. —¿Entonces hemos ganado? —dijo Rubito. Sí, pero si os parece ahora vamos a ir a otro sitio, no me acordaba que a mis amigos no les gusta el escondite ni entrar al pajar, se han quedado en la puerta todo el rato mientras he entrado yo solo varias veces a buscaros. —Es raro que no nos hayas visto, estábamos juntas, has estado entre las dos varias veces, y a nuestro hermano lo has pasado casi por encima. —¿Qué otros juegos hacéis aquí en el pueblo que sean diferentes a los de la ciudad? —preguntó Rubito. —Aunque yo soy de aquí, también vivo en la capital y sé que allí no salimos a la calle si no es acompañados, por lo que tampoco solemos jugar al aire libre, a no ser que 7 sea montando en bici o patinando, o en el patio del cole cuando hacemos deporte, jugamos al fútbol, etc. Si hay algo que me gusta de mi pueblo es que cuando vengo no me acuerdo de la Playstation, de las Oculus Quest, de Internet, ni de conectarme en línea con mis amigos para jugar, eso ya lo tengo en la ciudad, aquí estoy deseando llegar para salir a la calle y jugar al fútbol, al pillapilla, al escondite, al clavo, al redondel, a los coneles, al tejo, al zompo, a las canicas… Siempre tenemos algo a lo que jugar, y si no, pues nos vamos cerca del río y vemos los peces o los pájaros; en verano hasta nos bañamos, aunque lo hacemos a escondidas ya que nuestros padres no quieren que nos acerquemos, puesto que puede ser peligroso. El año pasado se ahogó el hijo del carpintero, que tenía dos años más que yo, y todo el pueblo lloró su pérdida, grandes y pequeños. Yo tengo mucho cuidado, conozco bien el río, solemos ir a un remanso donde no cubre, pero ahora es imposible porque el agua está muy fría. Si venís en verano os llevaré y nos bañaremos. Hay un amigo que tiene un rifle de plomos y caza pájaros, aunque a mí no me gusta eso, un día de verano fui con él, me dejó disparar a los botes y era divertido, pero entonces me dijo poniéndose un dedo en los labios: —Chissssssss, calla, he visto moverse un gorrión en ese árbol. Se acercó, apuntó y disparó. El pajarito, tras un breve aleteo cayó muerto a mis pies, mi amigo estaba triunfante, lo recogí, pero en ese momento sentí algo en lo más profundo de mi corazón al verlo caer ensangrentado e inerte, como si se me helara, se me encogiera y me lo atravesaran a la vez. El pájaro se me estuvo apareciendo en sueños durante toda la noche, y me decía: —¿Por qué lo hiciste, tengo dos hijos que alimentar y ahora también morirán? Me desperté sudando y gritando: —Yo no queríaaaaaa, perdónameeeeee. Mi madre, al oír los gritos, entró en mi habitación, asustada, me abrazó y me calmó. Le conté lo que había pasado y ella me reconfortó diciéndome que tenía un gran corazón, y que nada más amanecer iría conmigo a ver si había algún nido cerca de 8 donde estaba el gorrión, cuando lo mató mi amigo, pero que probablemente se tratase de una simple pesadilla. Jamás volví a ir con él, de hecho guardé mi tirachinas en una caja y no lo saqué jamás ni para tirarle a los botes. Ya no pude pegar ojo, nada más entrar el primer rayo de luz por la ventana, me vestí corriendo y fui a buscar a mi madre. —Vamos mamá, despierta que ya ha amanecido y tenemos que salvar dos vidas. —Está bien hijo, me visto, preparo el desayuno y nos vamos a buscar el nido. —Noooo, mamá, ya desayunaremos luego, tenemos que ir a por los pajaritos y darles de comer, seguro que han pasado mucho frío esta noche sin el calor de su madre, y a la intemperie. —Eso si es que están vivos —refunfuñó la madre en voz muy baja, para que no lo escuchara Alhaja. —¿Qué dices mamá? —No, nada, que a lo mejor no hay tal nido y es un sueño nada más. —Sea como sea tenemos que ir a comprobarlo. Salieron bien abrigados porque era muy temprano y hacía bastante frío, la hierba crujía bajo los pies por el rocío de la noche. —Aquí es, mamá. Este es el árbol desde donde cayó el gorrión. Ambos empezaron a mirar alrededor del árbol por si veían algún nido, pero no se atisbaba nada; la madre, más alta, cogió un palo largo del suelo y removió la rama que le indicó su hijo, porque estaba muy tupida, y cuál fue su sorpresa al ver que apareció oculto detrás de ella un nidito, del tamaño de la palma de una mano adulta. —Mira hijo, aquí hay un nido. Despacio, con la atenta mirada de Alhaja, le dio con el palo muy suavemente al nido por debajo, por si hubiera algún pájaro adulto que diera la cara, o mejor dicho, que asomara el pico, con lo que descartarían que ese fuera el nido buscado. Pero no salió ningún pájaro. —Insiste mamá, pero ten cuidado no vayas a tirar a los pajaritos. 9 —Hijo, es posible que ese sea un nido abandonado de años anteriores, y si por casualidad fuera el de dos polluelos no creo que hayan sobrevivido al frío de la noche sin su madre. —Nooooooo —gritó Alhaja—. Están vivos, tienen que estarlo. —Cálmate hijo, se me ha ocurrido una idea. Traigo aquí un espejito de mano, lo ataremos a la punta del palo y miraremos con él dentro del nido a ver si vemos algo. Con un pañuelo ató el espejito, deseando que el nido estuviera vacío, porque encontrar dos polluelos muertos le crearía un gran trauma y sentimiento de culpabilidad a su hijo. Con cierta picardía de persona adulta le dijo a Alhaja que se apartara no le fuera a caer una rama encima, cuando en realidad lo que pretendía era que si había alguna cría de gorrión dentro del nido, y estaba muerta, no la viera su hijo, y ya buscaría la forma de ocultárselo, o colocar una cría viva a escondidas y volver con él más tarde. Acercó muy despacio el espejo al nido, asegurándose de que Alhaja no pudiera verlo, y lo pasó unos centímetros por encima. —¡Dios mío! —dijo, pero no en voz alta, sino mentalmente, a la vez que dirigía la mirada hacia su hijo—. Lo que vio fue el cuerpecito medio desplumado de la cría de un gorrión, pero no se movía. Con cuidado, intentó acercar el espejo al pájaro e incluso moverlo un poco para asegurarse de que estaba muerto, y así ganar un poco de tiempo mientras encontraba la manera de explicarle a Alhaja lo que estaba viendo. —¿Qué pasa mamá, ves algo? —No hijo, no se ve bien, el espejo está empañado con el frío, voy a tratar de moverlo un poco para ubicarlo mejor. Cuando lo acercaba vio removerse algo dentro del nido, y al fijarse bien se dio cuenta de que justo debajo del gorrión muerto había otro cuerpecito; asomaba una cabecita temblorosa y asustada, que empezó a piar de manera muy débil abriendo el pico, pensando quizás que el espejo le enviaba el reflejo de su propia madre que venía con comida. 10 Pronto, Joya, que así llamaban a la madre de Alhaja en el pueblo, se dio cuenta de la situación. Pensó que los dos pajaritos se vieron solos y desamparados y uno falleció de frío, pero este sacrificio sirvió para que su hermano usara como protección su cuerpo, metiéndose debajo, lo que le resguardó del frío de la noche. Es probable que la naturaleza nos diera una lección y que uno se sacrificara para salvar la vida del otro, puesto que si los dos hubieran permanecido en paralelo habrían fallecido sin remedio. Dentro de la tristeza por ver a uno muerto, el corazón de Joya se iluminó con la posibilidad de poder salvar al otro. —Alhaja, corre, ven, tenías razón hay dos pajaritos en el nido. —Qué bien, mamá, tenemos que llevarlos a casa y cuidarlos porque aquí morirán de frío y de hambre. —He visto que uno no se mueve, es probable que esté muerto pero el otro está vivo. Como no hay mucha altura, sube con cuidado, coge al pajarito y lo pones en esta bolsita de tela que está calentita. Dicho y hecho, Alhaja trepó como si fuera Spiderman, pero asegurándose bien dónde ponía cada mano, ya que el tronco del árbol aún estaba un poco resbaladizo por el rocío de la noche. Rápidamente llegó al nido y comprobó que el que permanecía arriba, al tocarlo, estaba totalmente helado y tieso, en cambio al palpar el que se encontraba debajo, notó que aunque estaba frío respiraba y su cuerpecito mantenía algo de calor. Lo cogió con toda la delicadeza que pudo y mirando sus ojitos se le saltó una lágrima al ver que el gorrioncito también lo miró y abrió el pico. Lo metió en la bolsa, se la colgó a la espalda y bajó del árbol muy despacio. Deprisa, casi a la carrera se encaminaron hacia la casa. —¿Mamá, crees que sobrevivirá? Lo cuidaré mucho, ya sé lo que voy a hacer. Le podré una camita en la buhardilla, en la parte alta, que está muy calentita. Llegaron a la casa, mientras Joya trataba de darle comida al pajarito, Alhaja corrió al botiquín y cogió una bolsa de algodón, sacó bastante e hizo una bola que fue moldeando con sus manos hasta obtener algo parecido a un nido. Buscó una caja de zapatos a la que hizo un agujero redondo a modo de ventana y colocó dentro el nido de algodón. 11 —Mira, mamá, ya le he hecho una casa a Pardillo. —¿Ya le has puesto nombre? me gusta, eres muy ingenioso. Poco a poco, el calor de la chimenea y la paciencia de Joya hicieron que Pardillo empezara a tomar alimento. La madre de Alhaja hizo una especie de pasta nutritiva que le ponía en el pico con una jeringuilla. —Mamá, he pensado que me quiero subir a dormir a la buhardilla unos días hasta que se recupere Pardillo, porque quiero cuidarlo, ¿me das permiso? —Claro hijo, esta tarde te prepararé allí una cama. A los tres o cuatro días Pardillo empezó a desarrollar su hermoso plumaje y estaba cogiendo poco a poco ese tono pardo de los gorriones adultos. Cada vez que oía llegar a Alhaja estiraba el cuello dentro de su cajita de zapatos para recibirlo. Ya había empezado a comer sólido y todas las mañanas Alhaja se levantaba muy temprano para ir a por lombrices cerca del río, se las traía a Pardillo que las engullía con gran entusiasmo. Una mañana, aproximadamente cuando habían pasado dos semanas desde que Pardillo estaba en la casa, se despertó Alhaja, que ya había vuelto a su dormitorio en la parte de abajo de la casa, y como cada día, lo primero que hizo fue ir a ver a Pardillo, antes de salir a por las lombrices. Se acercó a la caja pero no estaba, pensó que como ya era grande se había salido por el agujero, empezó a buscarlo por toda la buhardilla pero no lo encontró. Llorando, bajó corriendo, entró a la habitación de su madre, y gritando dijo: —Mamá, no está Pardillo en su casita. —Tranquilo hijo, ¿qué pasa? —Pardillo ha desaparecido. —¿Lo has buscado por la buhardilla? —Sí, y no está. Subieron ambos y Joya comprobó que su hijo tenía razón, Pardillo no estaba en su caja, lo buscaron pero no lo encontraron. Entonces le vino un mal presagio a la mente, y es que la buhardilla tenía una ventanita redonda en uno de los laterales, que 12 servía de ventilación, y la madre pensó que Pardillo, como ya era adulto y podía volar, se había ido. Tuvo que rebuscar mucho las palabras para explicárselo a su hijo, pero lo hizo y a duras penas este lo entendió. —Pardillo tiene que hacer su vida, ser libre, buscar pareja y tener crías, no podemos tenerlo aquí siempre. —Sí mamá, pero yo quería despedirme de él, no es justo, yo lo quería mucho, es un desagradecido, le salvé la vida, lo ODIOOOOOOOO. Alhaja se echó en los brazos de su madre, tembloroso, lleno de rabia, y lloró, lloró mucho, como el niño que era. Pronto, los brazos de la madre lograron calmar la desazón de Alhaja, y a pesar de que estaba muy enfadado con Pardillo, no había día que no subiera a la buhardilla con la esperanza de encontrarlo en su cajita, que dejó tal cual estaba cuando se marchó. Miraba por los tejados, por los árboles, y veía muchos gorriones pero ninguno era Pardillo, lo habría reconocido enseguida. Una tarde, después de comer, Joya pide a su hijo que le acerque un pantalón que se había manchado jugando, para lavarlo a mano; ella quería que la ayudara, y él siempre lo hacía encantado, por estar junto a su madre. —Vaya, no queda jabón, ¿me haces el favor de subir a por una pastilla? —Claro, mamá, voy. Alhaja subió los escalones de dos en dos hasta la buhardilla para buscar una pastilla de jabón casero, que su madre hacía con los restos del aceite, y que era muy bueno para la ropa y las manos. Cuando estaba rebuscando en la caja para coger una pastilla de jabón, por el rabillo del ojo vio unas pequeñas sombras en la ventanita, giró la vista y observó a dos gorriones posados que estaban mirándolo, uno de ellos abrió el pico y se puso a piar. Alhaja reconoció enseguida a Pardillo, y antes de que le diera tiempo siquiera a levantarse de donde estaba buscando el jabón, este emprendió el vuelo y se posó en su hombro. Lo cogió dulcemente con sus dos manos y simulando un nido lo acurrucó con 13 ternura. Los dos se quedaron mirando, Alhaja lo acercó a sus labios y con gran ternura le dio un beso en la cabecita. Joya, preocupada porque su hijo tardaba mucho, subió a la buhardilla para comprobar que no le hubiera pasado nada, y al asomarse encontró la escena. Se acercó a su hijo, lo abrazó, lo besó y ambos empezaron a llorar de emoción y alegría. Tras unos minutos se separaron. —¿Estás contento hijo? —Mucho, mamá. —Mira, ha venido con una amiguita. Pardillo, volvió a la ventana y se posó al lado del otro gorrión, se frotaron el pico, lanzó una última mirada a Alhaja y ambos gorriones emprendieron el vuelo juntos. —Ha venido a darte las gracias por todo y a despedirse. Madre e hijo se fundieron de nuevo en un abrazo… —Pero eso fue el año pasado —dijo Alhaja—, y ya no lo he vuelto a ver. —Seguro que ha formado una familia y está muy feliz —añadió una de las gemelas, enjugándose con disimulo una lágrima que le resbalaba por la mejilla. —Todavía queda mucho tiempo hasta la hora de comer, ¿qué os parece si vamos a buscar al resto de la pandilla y os presento a mis amigos? Los seis se encaminaron de nuevo hacia el pueblo y casa por casa fueron a buscar al resto, pero algunos no habían venido y no lo harían hasta el verano. Llamaron entonces a la puerta de los mellis. Eran un hermano y una hermana, mellizos, y por eso en el pueblo todos los llamaban «los mellis». Abrió la madre. —Hola Alhaja, Zurcido, Canica y… ¿estos niños tan guapos quiénes son? —Son nuevos en el pueblo, han venido a pasar el puente, han alquilado una casa que está junto a la mía, hemos salido a jugar y quiero presentarles al resto de la pandilla. ¿Están los mellis? —Sí, pasad, ya han desayunado hace un rato. —No, gracias, ¿les puede avisar de que estamos aquí? —Sí, claro. 14 Pero no hizo falta, en el momento en que escucharon a su madre hablar, ambos se acercaron a la puerta. —Hola, ¿qué hacéis aquí? y este niño y estas niñas… —Te lo explicaré más tarde, ¿os venís a dar una vuelta y a jugar? —Claro, nos vamos, mamá, vendremos para la hora de comer. —Tened cuidado, os quiero aquí antes de las dos. —Descuida, mamá, aquí estaremos. Una vez Alhaja hizo las presentaciones se encaminaron todos hacia la plaza del pueblo a comprar unas chuches y pensar en qué iban a hacer el resto de la mañana. —Esta es toda la pandilla, bueno no toda, es la que hay ahora, en verano somos más, nos juntamos hasta once, lo que pasa es que ahora hace mucho frío, hay menos días y muchos viven lejos. Todos somos de aquí, nuestros padres se tuvieron que ir porque ya no había trabajo, pero nos encanta juntarnos todos en el pueblo, ¿verdad chicos? —Sííííí —contestaron al unísono los mellis, Canica y Zurcido. Vera y Sara estaban muy contentas porque había otra chica en la pandilla. Se enteraron de que en realidad se llamaba Luna y su hermano Luis, por lo que a veces en el pueblo los llamaban los mellis Lulú, porque los dos nombres empezaban por Lu, pero a ellos no les importaba ya que se lo decían de modo cariñoso. —Yo llevo algo de dinero que me ha dado mi padre —dijo Rubito—. Me gustaría invitaros a unas chuches por ser tan amables con nosotros y acogernos en vuestra pandilla. —Vale —contestó Alhaja—; pero sin abusar, elegimos una chuche cada uno. —Mejor entro yo, cojo un surtido y las compartimos. Rubito entró en la tienda y se gastó todo lo que le había dado su padre en chuches para sus nuevos amigos, las cuales compartieron en la plaza dando cuenta de ellas con gran voracidad. Permanecieron todos un buen rato alrededor de una majestuosa fuente que no dejaba de manar agua, la cual se vertía en un gran pilón y este a su vez tenía un sistema de evacuación que la mandaba a un acuífero subterráneo. A 15 pesar de parecer que se desperdiciaba al estar todo el día cayendo, no era así, puesto que el acuífero servía después para redistribuir el agua entre los agricultores de la zona. Una vez acabaron de devorar el surtido de chuches, uno detrás de otro se acercaron a la fuente y saciaron su sed. —Hummmmm, qué fresquita y qué buena está —dijo Sara. —Sí, esta fuente tiene mucha fama en toda la comarca —añadió Canica—, es la mejor agua de la zona y mucha gente viene incluso a llenar garrafas para llevarse a casa. No tiene cloro y es muy sana. —Lo que pasa es que me la bebo yo toda y no le dejo a Canica que la pruebe, por eso crezco yo lo mío y lo suyo —dijo el grandullón de Zurcido, burlándose de su inseparable amigo Canica. —¡Ja, ja, ja, ja! —soltaron todos una carcajada acompasada, pero Canica no se lo tomó a mal, al contrario terminó por reírse también. Alhaja levantó la vista para ver la hora del hermoso reloj que adornaba la torre de la iglesia y vio que eran ya más de las doce del mediodía. —Chicos, nos quedan menos de dos horas para irnos a comer, ¿qué hacemos, se os ocurre algo? —Es sábado, ¿Por qué no vamos al huerto del restaurante para la recogida de las verduras, que la hacen a la una? —propuso Luis. —¿Qué tiene eso de divertido? —dijo Rubito. —¿Habéis estado alguna vez en un huerto donde hay zanahorias, alcachofas, lechugas, pimientos, tomates, etc.? En la ciudad todo eso lo vemos empaquetado, pero aquí lo puedes ver saliendo de la tierra en su estado natural, y eso es muy bonito. Además, si les ayudamos a recoger los productos para el restaurante, hoy sábado que va mucha gente, nos dan un lote que llevamos a casa a nuestros padres, se ponen muy contentos, y con ellos nos hacen unos guisos riquísimos. El restaurante estaba a la entrada del pueblo por lo que había que caminar un poco, pero tenían tiempo más que de sobra, pues aún quedaba más de media hora para la una. 16 Cuando estaban llegando a las últimas casas vieron al hijo del dueño del restaurante llorando, apoyado en la pared, desconsolado. —¿Qué te pasa Carlitos? —le preguntó Alhaja. —Mi padre me va a matar, siempre pasea mi hermano mayor a mi perro Thor y yo le digo que me deje sacarlo a mí que ya soy mayor. Hoy me ha dicho, toma hijo, como estamos en el pueblo y no hay el peligro de la ciudad puedes pasear tú hoy a Thor, pero ten cuidado. —¿Y qué ha pasado? —Nada más sacarlo de la casa, cuando aún no lo llevaba fuertemente cogido de la correa, se cruzó un gato por la acera de enfrente, dio un tirón, salió detrás de él, lo he buscado pero no lo veo. Me la voy a cargar como se entere mi padre. —Tranquilo Carlitos, para eso están los amigos. Alhaja tomó el mando de la Operación búsqueda de Thor. —A ver chicos, se suspende la recogida de productos de la huerta. ¿Estáis dispuestos a buscar a Thor? —Sííííí, por fin algo divertido —dijo Rubito. Carlitos se tranquilizó al comprobar que había tanta gente dispuesta a ayudarle y sobre todo al ver la resolución de Alhaja, su tranquilidad, capacidad de organización y manera de desenvolverse, parecía que lo tenía todo claro. —Somos nueve, ¿estáis dispuestos a hacer lo que yo os diga?, se me ha ocurrido una idea para atraerlo. —Sí, lo estamos —dijeron todos a la vez. —Carlitos, ve corriendo al restaurante, entra en la cocina sin que te vean y trae un buen trozo de carne. Canica, tú que eres muy rápido corriendo, ve a tu casa y te traes a tu perrita Fifí, si te ve tu madre le dices que quieres pasearla y no sospechará. En cinco minutos todos aquí de nuevo. —¿Cuál es tu plan? —dijo Vera. —El camino por el que se ha escapado Thor se bifurca a unos cincuenta metros, nos dividiremos en dos grupos de cuatro, mientras Carlitos se queda aquí por si vuelve Thor o sale su padre a buscarlo. Si lo ve sin el perro, le dirá que me lo ha dejado a mí 17 para pasearlo porque yo no tengo y me apetecía darle una vuelta. Así, si lo encontramos y a la vuelta vemos que está su padre con Carlitos, vosotros os escondéis y aparezco yo solo con Thor. Atentos chicos, este es el plan: Un grupo estará formado Sara, Vera, Zurcido y Canica («cualquiera los separa», pensó) e irán por el camino de la derecha con el trozo de carne, que lo moverán por el aire para ver si Thor capta el olor y acude a la comida. El otro grupo lo formaremos Rubito, los mellis y yo, que llevaremos a Fifí como reclamo; como es una perrita muy linda seguro que si la olfatea o la ve se le acercará. Mientras estaba dando las explicaciones de la operación apareció Carlitos con el trozo de carne y Canica con la perrita. Una vez ultimado y comentado el plan de manera rápida a los que estuvieron ausentes, todos se encaminaron juntos por el camino hasta que llegaron a la bifurcación. —Vosotros cuatro por allí y nosotros por aquí. Zurcido ató el trozo de carne a la punta de una cuerda de aproximadamente un metro y comenzó a agitarlo desde su mayor altura, a la vez que los cuatro gritaban el nombre del perro: «THORRRRRRRRR, DÓNDE ESTÁS, mira lo que tenemos para ti, hummmmm, qué rica está». Y así una y otra vez mirando uno para cada punto cardinal, casi espalda con espalda, para que no quedase ningún ángulo muerto. El otro grupo avanzaba por la parte izquierda del camino, también mirando en todas las direcciones y llamando a Thor en voz alta. Fifí no daba ni un ladrido, con lo cual no facilitaba la tarea. El tiempo apremiaba, si no encontraban pronto a Thor y volvía Carlitos a casa, podría preocuparse su padre y salir a buscarlo. Thor no aparecía por ningún sitio. Entonces, Alhaja se acordó de cuando se subió al árbol a por el nido y se le ocurrió una idea. A pocos metros había un gran árbol que no era difícil de trepar hasta las primeras ramas. Sacó una cuerda del bolsillo, hizo una especie de lazo que unió a la correa de Fifí, y empezó a trepar con la punta de la cuerda sujeta por su muñeca y en el otro extremo la perrita, que era su plan B si no podía ver a Thor desde lo alto. Una vez arriba volvió a gritar el nombre pero Thor no venía, miró a un lado y al otro desde la rama a la que se había encaramado, tampoco lo veía. Entonces empezó a 18 tirar de la cuerda para que subiera Fifí por si la podía ver desde lejos. La perrita, al verse separada del suelo, aunque estaba segura, se asustó y empezó a gemir. Sin pretenderlo, fue el gran reclamo para Thor, que nada más escuchar los gemidos acudió corriendo justo hasta los pies del árbol, donde empezó a lamerla con cariño. —Ha funcionado, Thor está aquí. Rubito, cógelo de la correa que no se vuelva a escapar. Alhaja descendió del árbol y a la carrera volvieron al cruce del camino, llamando a sus compañeros. —Venid, lo hemos encontrado. Todos acudieron a la llamada de Alhaja y cuando se encontraron salieron corriendo en busca de Carlitos, con la esperanza de que no hubiera salido aún su padre a buscarlo, y así fue. —Aquí está Thor, hemos dado con él, ha funcionado el plan. —Muchas gracias a todos —dijo Carlitos—. Me habéis salvado, sois estupendos. Mientras estaba agradeciendo la ayuda a sus amigos, el padre de Carlitos salió a buscarlo y llegó hasta donde estaban todos. —Carlos, hijo, por qué tardas tanto, estaba preocupado. —Lo siento, papá, es que me he encontrado con Alhaja y sus amigos y me he entretenido hablando con ellos. —No pasa nada, hola a todos, hace mucho frío para estar en la calle, acabo de hacer un caldito en el restaurante, os sentará bien una tacita para entrar en calor. Vamos, hijo, no te quedes ahí como un pasmarote, invita a tus amigos. —Ah, sí, perdón, venid conmigo. Entraron todos y tomaron junto a la chimenea una magnífica taza de caldo que les reconfortó el cuerpo y el alma. —Alhaja miró el reloj y dijo: ¡Mirad qué hora es!, tenemos que irnos a casa, son ya casi las dos. Gracias, Carlitos, por el caldo. —Gracias a vosotros, os debo una —les comentó, guiñando un ojo. 19 Salieron todos corriendo, cada uno se fue metiendo en su casa, contentos por encontrar a Thor y haber tenido una magnífica aventura. Las mellizas y Rubito se despidieron de Alhaja pero quedaron por la tarde, después de comer, en que fuera a buscarlos a su casa para jugar otro rato, y quién sabe si para tener otra aventura. —Ah, ya estáis aquí, ¿Qué tal la mañana? —preguntó su madre a Rubito y sus hermanas—. Lavaos las manos, llamad a vuestro padre y ayudadme a poner la mesa que la comida está lista. —Ha sido maravilloso —respondió Vera—, lo hemos pasado genial, hemos conocido a Alhaja y a sus amigos, son muy simpáticos y nos han acogido en su pandilla como a uno más. —Incluso hemos encontrado a un perro perdido —añadió Rubito. —Qué bien —dijo su padre, que ya se había unido a todos en la mesa. —Esta tarde vendrá Alhaja a buscarnos a casa, sobre las cuatro, y os lo presentaremos. —Estamos deseando conocer a ese chico tan famoso —manifestó la madre—. Entonces, ¿os está gustando la experiencia de pasar unos días en el pueblo? —Sí, mucho. —Creo que hemos tenido una buena idea, ha sido una gran decisión venir aquí, a tu padre también le vendrá bien alejarse un poco del ruido de la ciudad y del estrés del trabajo. Vamos a estar cinco días, hasta el 8 de diciembre, aprovechad los días que os quedan, pero si os gusta, hacéis amigos y lo pasáis bien, podemos venir también una semana en verano. —Sííííí —dijeron los tres hermanos a la vez mirándose unos a otros con cara de felicidad—, la misma que tenían sus padres al verlos tan contentos. —Ahora, después de comer, Rubito quita la mesa, Vera lava los platos y Sara los coloca, mientras tu padre y yo descansamos un ratito. Avisadnos cuando llegue vuestro amiguito que queremos conocerlo. —Sí, mamá, descansad tranquilos que nosotros nos ocupamos de todo, ya os avisamos cuando llegue Alhaja. 20 A las cuatro en punto, ni un minuto más ni uno menos, aporrearon con los nudillos la puerta de la calle. —Ya está aquí, avisad a papá y mamá, yo abro —dijo Rubito mientras se encaminaba hacia la puerta. —Hola Alhaja, pasa, mis padres quieren conocerte. —Gracias, pero no nos podemos entretener mucho que hemos quedado con Zurcido, Canica y los mellis para jugar un rato. Tenemos que aprovechar el tiempo ya que no podemos volver a casa más tarde de las siete, porque a esa hora ya es de noche y hace mucho frío. —Tú debes ser Alhaja, nuestros hijos nos han hablado muy bien de ti, y queremos darte las gracias por haberlos acogido en tu pandilla. —Ha sido un placer, ahora no somos muchos porque hasta el verano no vienen todos, así que para nosotros es mejor porque somos más. —Les he dicho que si se portan bien, hacen amigos y se divierten, podremos venir también unos días en verano. —Eso sería estupendo, nosotros venimos en agosto casi un mes entero, durante las vacaciones de mis padres y lo pasamos muy bien, porque hace buen tiempo y podemos estar hasta más tarde en la calle. —Venga, no os entretengo más, salid a jugar, pero no vengáis más allá de las siete, que anochece pronto y hace frío. —Descuide, señora, así lo haremos. Salieron los cuatro como hoja que lleva el viento hasta la fuente de la plaza, que siempre era el lugar de reunión y de partida. Poco a poco fueron llegando los demás. —Bueno, ya estamos todos —dijo Alhaja—, ¿qué os apetece hacer esta tarde? —Podemos ir al río a ver si cogemos algún pez —comentó Zurcido. —¿Pero no dijisteis antes que vuestros padres no querían que os acercarais al río solos porque podía ser peligroso? —preguntó Rubito. —Sí, pero tendremos cuidado, no bajaremos a la orilla, conocemos una parte donde hay un pequeño remanso de agua con un puente desde el cual se ven los peces nadar, y con un poco de suerte hasta podemos capturar alguno. 21 —Pero no tenemos caña de pescar —dijeron las gemelas a la vez. —No nos hace falta, tenemos un sistema que a veces da resultado. Chicos, entonces, ¿vamos al río? —Sííííí —contestaron al unísono. Comenzaron a caminar mientras la emoción de Rubito y sus hermanas iba creciendo a cada paso porque nunca habían pescado, y mucho menos sin caña. El río se encontraba a la salida del pueblo, justo en la parte contraria donde estaba el restaurante por lo que esa zona era nueva para los recién llegados. Las gemelas lo miraban todo con cara de curiosidad, y de vez en cuando le hacían alguna pregunta a Luna; por otro lado, Zurcido y Canica estaban a lo suyo, mientras Rubito no dejaba de preguntarle a Alhaja en qué consistía ese sistema de pesca sin caña, ya que lo tenía muy intrigado. Sin embargo, este, la única información que le daba, manteniendo así la emoción, era: —Ya lo verás cuando lleguemos —y se reía. Se estaban acercando porque empezaba a oírse la corriente del río y aunque este no era muy grande, en esta época bajaba mucha agua porque en otoño había llovido bastante. Fueron directos hacia el puente, era pequeño, de madera, de apenas un par de metros de ancho por tres de largo, resistente para el paso de motos y bicicletas pero no de coches. Se pusieron los ocho en fila apoyados en la barandilla, mirando hacia abajo donde había una especie de balsa de agua. —Chsssss, silencio —dijo Alhaja poniéndose el dedo índice en los labios—. Si no permanecemos callados no podremos ver a los peces. Todos se quedaron mudos de inmediato, inmóviles, con los ojos clavados en el agua, pero no se veía nada. Había llovido hacía poco y el río arrastraba algo de fango por lo que el agua no estaba muy clara, apenas se podía ver a un palmo por debajo, pero de pronto empezaron a aparecer unas burbujas de aire en la superficie y dos peces pegados a ella nadando muy tranquilos, sin darse cuenta de la presencia de los niños en el puente. Alhaja empezó a retroceder muy despacio sin hacer nada de ruido a la vez que hacía un gesto con la mano al resto de la pandilla para que imitasen sus movimientos. Se encaminó hacia la orilla y todos le siguieron. Una vez en tierra firme, cerca del río 22 pero lo bastante alejados como para poder hablar sin que los peces se alertaran, dijo que el momento había llegado, iban a intentar coger algún pez. —Biennnnn —dijeron las gemelas—. Y ¿cómo lo vamos a hacer? Alhaja se dirigió a una especie de matorral grande y tupido que había cerca de la orilla y empezó a rebuscar algo entre la maleza, con la mirada intrigante de Vera, Sara y Rubito. —¿La encuentras o te ayudo? —preguntó Canica. —Juraría que la dejé por aquí, ninguno de vosotros la ha cogido, ¿verdad?, no habréis venido a pescar sin mí. —Nooooo, somos todos para uno y uno para todos. Se acercaron Zurcido y Canica para ayudar en la búsqueda. Entre los tres rodearon el matorral, que debido a las lluvias había crecido bastante desde la última vez que estuvieron pescando, o intentando pescar. Empezaron a meter la mano uno por cada lado y a palpar pero ninguno decía nada. —¿Qué están buscando? —preguntó Sara a Luna. —Ahora lo verás, si es que está. Zurcido, que tenía los brazos más largos y fuertes, empezó a agitarlos como si fuera un molino de viento, apartando las ramas hasta casi meterse dentro del enorme matorral. Al ponerse de rodillas para rebuscar mejor, notó que puso una de sus rodillas encima de algo, miró hacia abajo y dijo: —Lo encontré, por fin. Salió de entre la espesura con una bolsa en la mano y se la dio a Alhaja, este la abrió y sacó lo que parecía una especie de canasta de baloncesto con una cuerda enrollada. —¿Eso qué es? —preguntó Rubito, sorprendido al ver aquel artilugio. —Lo hemos hecho entre todos —contestó Alhaja—. Cuando cambiaron las canastas de la pista deportiva del colegio cogimos los aros, le añadimos una red cerrada por abajo para que no se escapen los peces, donde le pegamos en el fondo una especie de gancho para sujetar la comida y un poco de plomo para que se hundiera; atamos 23 cuatro cuerdas al aro y otra más larga donde se juntan, para así poder cogerla desde arriba y tirar cuando entra algún pez. En la misma bolsa donde estaba la especie de cesta casera que habían confeccionado para pescar, había varios trozos de pan duro que servían de cebo. Antes de volver al puente la prepararon para desde arriba poder dejarla caer con cuidado. Igual de despacio que se fueron se colocaron de nuevo en las mismas posiciones que ocupaban antes en el puente, asomando todos a la vez la cabeza sin parpadear, esperando ver algún pez. La idea era bajar la cesta despacio, sumergirla un palmo aproximadamente, esperar a que un pez se dispusiera a comerse el pan y entonces de un tirón subirla con él dentro. La tarea no era nada fácil, ya que la red al mojarse se ponía bastante pesada y la mayoría de las veces al pez le daba tiempo a saltar de ella, al ser este mucho más rápido, pero alguna vez habían tenido suerte, ¿por qué no iba a ser hoy uno de esos días? Lo que sí tenían pactado era que eso solo lo hacían por diversión y por un reto personal más que por pescar para comer, ya que las pocas veces que habían logrado una captura usando ese rudimentario sistema, habían devuelto el pez al agua. En primer lugar porque todos eran de la opinión que los animales deben estar en su ambiente natural, y ya bastante estresaban al pobre pez con el susto inesperado de verse salir del agua, metido en una cesta e izado por el aire, como para encima después matarlo. Nadie se atrevería y además todos sufrían mucho cuando este daba bocanadas buscando un oxígeno que a él no le valía; y en segundo lugar porque al tener totalmente prohibido acercarse al río solos, si llegaban a casa con un pez, el castigo y la bronca sería de los de campeonato. Fue Alhaja el que bajó poco a poco la cesta hasta sumergirla lo suficiente como para que los peces pudieran pasar por encima y que se vieran desde la superficie, a pesar de estar algo turbia el agua. Para atraerlos le dijo a Rubito y a las gemelas que cogieran el pan, sacaran trozos pequeños a pellizcos y los arrojaran al río, y así lo hicieron, quedando todos a la espera. Como desde arriba tenían que tener la cuerda cogida con la mano, procurando mantener la cesta en la misma posición y moverla lo menos posible, y esto era bastante 24 cansado cuando llevabas un rato con ella, se iban turnando en periodos cortos de tres o cuatro minutos. Establecieron el orden y cuando llegó el relevo de Sara, como la cesta ya estaba empapada y pesaba decidió pedirle ayuda a su hermana Vera; cogieron la cuerda las dos a la vez, haciéndolo con una coordinación que solo dos gemelas serían capaces. Cuando estaba a punto de acabar su relevo y pasarle la cuerda a Canica, un gran pez empezó a girar alrededor de la cesta, por lo que la tensión se apoderó de los ocho, todos contuvieron la respiración, las gemelas ni parpadeaban. En un momento se dirigió hacia el centro de la cesta, donde estaba el pan, empezó a mordisquearlo y entendieron que ese era el momento por lo que tiraron con fuerza sacando la cesta del río, pero el pez iba la mitad dentro y la mitad fuera, con tan mala suerte que la parte que quedaba fuera de la cesta era la cabeza, por lo que dando un fuerte coletazo cogió el suficiente impulso como para salirse y volver al río, alejándose nadando a favor de la corriente, con la cara de decepción de las gemelas. —Uy, casi —dijo su hermano. —Para ser la primera vez lo habéis hecho muy bien —dijo Zurcido—. Yo que tengo bastante fuerza, también he perdido algunos peces, incluso ya casi estando arriba la cesta. Todos las animaron, porque las vieron un poco frustradas, como si pensaran que habían decepcionado a la pandilla al no poder ser capaces de sacar el pez, pero pronto cambiaron el semblante y se animaron al escuchar las bonitas palabras de sus nuevos amigos. —Le toca a Rubito —dijo Luis. Por fin —dijo mientras agarraba la cesta y colocaba un trozo nuevo de pan en el gancho del fondo—. La fue bajando despacio hasta dejarla sumergida esperando que algún pez se sintiera atraído por la comida. Dos peces surgieron desde la profundidad y empezaron a nadar pasando por encima y alrededor de la cesta, bajo la atenta mirada de todos, pero en especial de Rubito que enseguida puso sus brazos en tensión a la espera de dar el tirón definitivo. 25 No terminaban de acercarse a la comida, como si estuvieran desconfiados ante aquel bocado, se sumergían y aparecían de nuevo pero no acababan de ponerse en posición como para ser izada la cesta; además Rubito pensó que podría dar el golpe de mano definitivo y hacer algo que seguro nunca habría hecho nadie, como era capturar dos peces a la vez. En un momento dado tuvo uno de ellos a tiro pero no quiso izarla, porque el otro estaba cerca, pero dubitativo, y no se terminaba de meter en el radio que Rubito pensaba que podría ser el adecuado para sacarlos a los dos. Un pez empezó a merodear el pan pero el otro, más cauteloso, se ve que se lo pensó mejor y decidió recular perdiéndose lentamente por debajo del puente, hasta poco a poco ir desapareciendo de la vista de todos. Rubito, pensando que uno ya estaba en el bote, empezó a seguir al otro con la mirada hasta que desapareció por completo, y tanto fue siguiéndolo que sin darse cuenta apoyó todo su cuerpo en un palo que servía de baranda, el cual no debía de estar muy bien, con tan mala suerte que cedió, se rompió o se salió de su fijación, y Rubito cayó a la poza. Todos dieron un grito enorme al ver lo ocurrido, pero eran sus hermanas las que no paraban de gritar y de llorar. Al llevar tanta ropa, porque hacía mucho frío, esta una vez que se empapó de agua se volvió muy pesada, tanto que dificultaba mucho la tarea de mantenerse en la superficie a pesar de ser un buen nadador. Todo esto se agravaba con la baja temperatura del agua, por lo que si no lo sacaban pronto de allí podía peligrar seriamente su vida. No era tarea fácil, el tiempo pasaba muy rápido y era primordial actuar con rapidez, pero unos estaban gritando pidiendo una ayuda inútil ya que allí no había nadie más que ellos, y otros quedaron bloqueados sin reaccionar, en estado de shock. Los segundos se hacían eternos mientras Rubito luchaba por no hundirse, o lo que es peor, que se quedara sin fuerzas y la corriente lo arrastrara río abajo. Al instante Alhaja tomó el mando dando una fuerte palmada a Zurcido que lo sacó de su bloqueo, y le gritó: 26 —Ven conmigo, tenemos que bajar a la orilla y ver si podemos cogerlo de la mano. Mientras estaban descendiendo, las fuerzas de Rubito empezaron a flaquear y el braceo por mantenerse a flote en la poza era cada vez más débil, por lo que la corriente empezó a arrastrarlo lenta pero inexorablemente. Esto hizo que se espabilara un poco al verse desplazado y empezara a bracear de nuevo, intentando alcanzar una orilla que veía muy lejana a pesar de estar apenas a un par de metros. Cuando Alhaja y Zurcido llegaron a la poza era justo cuando empezó a ir río abajo, pero al menos pudieron comprobar que aún luchaba por salir de allí. Era imposible llegar a él desde la orilla y lanzarse al río era una temeridad mayor porque el riesgo sería doble. La cabeza de Alhaja se puso a pensar y lo hizo rápido, concluyendo que solo tendrían una oportunidad de sacarlo de ahí. Conocía el río perfectamente, por lo que sabía que unos cincuenta metros más abajo había un árbol en la orilla que una de sus ramas quedaba por encima del río, apenas a un metro, la cual usaban en verano para saltar desde ella; además había una cuerda atada a la rama que usaban para subirse desde el río y volverse a tirar. Como corriendo era mucho más veloz que la corriente del río, le dijo a Zurcido que lo siguiera, y en un momento llegaron al árbol mientras veían que lentamente seguía arrastrando la corriente a Rubito. Subieron los dos al árbol y se pusieron rápidamente en la rama que quedaba encima del río, cogió la cuerda, se ató una punta a la cintura y le dijo a Zurcido que lo atase por el otro extremo fuertemente a la rama, que intentaría coger a Rubito cuando pasase por debajo de él. Así lo hizo, y justo cuando estaba amarrado vio que se acercaba e iba a pasar por debajo, le hizo aspavientos y ambos gritaban mucho para que los viera. Cuando apenas faltaban cinco o seis metros para llegar a la rama, Rubito los divisó y empezó a bracear empleando las últimas fuerzas que le quedaban. Justo cuando se acercaba a la posición pudo sacar una mano del agua para dársela a Alhaja, pero al estar mojada resbaló, se le escapó y dio un giro en el agua, pero con la otra mano pudo agarrar el forro de la chaqueta a la altura del cuello. 27 —Agárrame Zurcido que me caigooooooooooo. Efectivamente, Alhaja cayó también al agua, pero abrazó fuertemente a Rubito y al estar unido por la cuerda, ambos quedaron en la corriente del río a unos metros de la rama pero sin ser arrastrados. Zurcido entrelazó fuertemente las piernas a la rama y agarrando la cuerda empezó a tirar, y tal era la adrenalina, sumada a la fuerza que de por sí ya tenía el grandullón que empezó a traerlos hacia sí hasta que estuvieron debajo de la rama. Una vez allí dio un último tirón subiendo a los dos lo suficiente como para agarrarse a la rama, poder trepar por ella y salir del agua. Se tumbaron exhaustos en la orilla mientras todos empezaron a correr hacia donde estaban. —¿Cómo estáis? —preguntaron las gemelas, mientras se abrazaban a su hermano. —Tenemos que quitarnos estas ropas y secarnos antes de coger una pulmonía, pero no podemos ir a casa así porque nuestros padres nos matarán si saben lo que ha pasado —dijo Alhaja. —Tengo una idea —añadió Luis—. Mis abuelos están en la ciudad y yo sé dónde hay una llave escondida, la cogeré, iremos a su casa, encenderé la chimenea para secar la ropa y entrar en calor. No hay tiempo que perder, voy corriendo para adelantarme y encender el fuego. Tenéis que ir ya, no podéis permanecer por más tiempo aquí. Salió lo más aprisa que pudo, Rubito no paraba de temblar, mientras que Alhaja, como había estado menos tiempo, tenía mucho frío pero estaba bien, dentro de lo que cabe. Se puso en pie y entre todos ayudaron a Rubito. Era muy importante que se espabilara porque hasta la casa de la abuela de Luis y Luna había un buen trozo, que tenían que recorrer cuanto antes, evitando ser vistos, esquivando a la gente para ocultar lo que les había pasado y que no se enterasen los padres de nadie de la pandilla. Encima, el tiempo apremiaba, a las siete tenían que estar todos en sus casas y eran ya casi las seis de la tarde cuando llegaron a la casa de la abuela de Luis, donde a 28 este le había dado tiempo a encender una gran fogata, y tenía incluso preparados unos albornoces de sus abuelos para ponérselos mientras se secaba la ropa. Se quitaron la ropa mojada y la extendieron sobre unas sillas al lado de la lumbre para que se secase, de la cual empezó pronto a salir bastante humo, señal de que se estaba secando. Mientras, su hermana había calentado un caldo de un tetrabrik que se estaban tomando Rubito y Alhaja, el cual estaba haciendo que entraran en calor por dentro también. Poco a poco se fueron recuperando. Decidieron que aquello quedaría en secreto y que jamás le contarían a nadie lo que había pasado esa tarde, ni siquiera al resto de la pandilla, cuando se vieran todos en verano. Una vez pasado el susto, ya reconfortados con el caldito y estando las ropas casi secas, llegaron a la conclusión de que había sido mala suerte lo del puente, que es probable que estuviera en mal estado, pero que dentro de lo malo y del gran susto, todo había salido bien, para lo que pudo haber pasado. Aún así, estuvieron de acuerdo en dejar una carta anónima en el buzón de la entrada del Ayuntamiento comunicando que el puente estaba roto, que podía ser peligroso; seguro que eso serviría para repararlo y revisarlo entero por si tenían que reforzar alguna otra parte. Luna miró el reloj y vio que apenas faltaban diez minutos para las siete, por lo que al ver que ya estaban las ropas secas se vistieron rápidamente. —Ahora, vámonos todos —dijo Luis—. Mañana vendré con mi hermana a revisar la casa y dejar las cosas como estaban, para que cuando mis abuelos vuelvan el lunes no noten que hemos estado aquí. Todos llegaron a sus casas apenas pasados quince minutos de las siete, pero nadie sospechó nada ya que ese era un tiempo que daban de gracia, porque aunque siempre decían que no llegaran más tarde de esa hora, hasta las siete y media era algo que admitían sin preocupación. —Holaaaaa, ya estamos en casa —dijeron las gemelas y Rubito. —¿Qué tal lo habéis pasado? —dijo su madre desde la habitación. 29 —Muy bien —contestó Rubito—, pero hace frío y me he manchado los pantalones jugando —dijo con picardía, al notarlos aún un poco húmedos—. Voy a darme una ducha y a ponerme el chándal, bajo enseguida. —No tardes, que a las ocho está la cena y os quiero a todos en la mesa. —Sí, mamá, descuida. Subió, se quitó la ropa de nuevo y se metió bajo la ducha, dejó caer el agua casi hirviendo, eso hizo que se reconfortara del todo y su cuerpo volviera a los treinta y seis grados y medio que había abandonado desde el momento en que cayó al río. Permaneció casi un cuarto de hora así, se vistió, bajó a cenar y nada más terminar se metió en la cama. Esa noche durmió como un tronco. 30 CAPÍTULO 2: Domingo 5 de diciembre La mañana del domingo casi todos los de la pandilla se despertaron muy temprano, a pesar de no haber quedado en verse a ninguna hora, debido a la precipitación con la que se separaron tras lo acontecido en el río. Antes que nadie, nada más entrar los primeros rayos de luz por la ventana, se levantaron los mellis Luis y Luna ya que tenían la intención de ir a revisar la casa de sus abuelos. Su madre, que aún permanecía en la cama ya que era domingo, y además estaban de vacaciones, pero tenía el sueño ligero, escuchó ruido y agudizó el oído por si se hubiera colado algún animal, descartando siempre que hubiera entrado algún ladrón, ya que desde que tenía uso de razón, jamás había entrado nadie a robar en ninguna casa del pueblo. De toda la vida había sido tradición, nada más levantarse, abrir las puertas sin ninguna preocupación, siendo los vecinos libres de entrar en cualquier casa con tan solo dar una voz desde el quicio de la puerta o cerca de una ventana; todo el mundo se conocía, se ayudaban unos a otros y se protegían, eso era lo mejor de vivir en una comunidad pequeña. Lo peor, bueno, lo que todo el mundo conoce, el chismorreo, las envidias, el no poder hacer nada sin que alguien te vea y lo sepa todo el pueblo antes de terminar de realizar la acción, sea la que sea, pero sobre todo si es algo malo, eso corre como la pólvora. Las cosas buenas, los agasajos, esos van más despacio, por un camino serpenteante y con pendiente; pero poniéndolo todo sobre una balanza, la parte de las ventajas supera con creces a la de los inconvenientes. Joya siempre le decía a su hijo Alhaja que su estado era el ideal, el haberse criado en un pueblo pequeño y vivir en la ciudad para su educación, acceso rápido a la sanidad, etc., pero tener un sitio con raíces adonde poder ir, disfrutar de los amigos, del estado de relajación que provoca la naturaleza en los adultos, el potencial de juegos que tiene para los niños y la influencia en su desarrollo tanto físico como mental, eso era muy importante y le enseñaba a valorarlo. 31 La madre de los mellis miró a su marido, que dormía profundamente a su lado y no quiso despertarlo. A pesar de estar segura de que no había ningún problema quiso tomar sus precauciones, se levantó despacio sin hacer nada de ruido, anduvo descalza hasta llegar a la puerta de su dormitorio, giró lentamente el pómulo y al escuchar el leve clic que indicaba que ya podía abrirse, tiró. Cuando hubo una rendija por la que poder acercar un ojo y mirar, lo hizo pero no vio nada: abrió un poco más, sacó la cabeza y al girarla vio pasar a su hijo por el pasillo ya vestido, lo cual la tranquilizó a la vez que se sorprendió. —Buenos días hijo, ¿qué haces tan temprano levantado, y ya vestido? —¡Qué susto me has dado! Hola mamá, hemos madrugado mucho Luna y yo porque queremos ir pronto a casa de los abuelos a ver si las bicis que hay en el desván todavía funcionan, para dejárselas a Rubito y las gemelas, que a lo mejor salimos esta mañana un rato con ellas. Queremos ir lo antes posible por si hubiera que limpiarlas o ponerlas a punto y para probarlas. —¿A quién has dicho que les vais a dejar las bicis? —Ah, es verdad que tú no los conoces, son Rubito y sus dos hermanas gemelas, Vera y Sara, que han venido a pasar unos días al pueblo, son de la ciudad y nos los presentó Alhaja, que han alquilado una casa cerca de la suya. Son muy simpáticos y ayer estuvimos jugando con ellos. —Muy bien, pero tened cuidado y no desordenéis nada de casa de los abuelos porque se enfadarán, ya sabes que a la abuela le gusta tenerlo todo muy recogidito. Además, antes tenéis que desayunar. —Está abajo Luna preparando el desayuno para toda la familia, para vosotros está haciendo café con tostadas y nosotros las tomaremos con un colacao. —Muy bien, dile a tu hermana que tenga cuidado con el fuego, me arreglo y bajo enseguida, voy mientras a ver si tu padre se ha despertado ya, si no, le dejaré dormir y luego que se caliente el café y desayune cuando se levante. Aunque la intención, conociendo a su abuela, era ir para ver que todo estuviera en orden, en realidad no estaba mintiendo a su madre, ya que como todos los amigos del pueblo tenían bici y solían quedar algún día para salir con ellas fuera del pueblo, pensó 32 en Rubito y las gemelas. Como ellos justo el año pasado recibieron bicis nuevas por los reyes, las dos que tenían seguro que servían para Sara y Vera que eran pequeñas de estatura; para Rubito, que era más alto, ya buscarían alguna solución, como por ejemplo pedírsela prestada a Carlitos que les debía un gran favor por haber encontrado a Thor. No habían acordado verse a ninguna hora con el resto de la pandilla, pero lo habitual era quedar en el lugar acostumbrado de la plaza sobre las diez y media, siempre que no fuera fiesta, como se daba el caso, ya que era domingo. Lo que se tenía por costumbre era que cada uno fuera acudiendo a partir de esa hora, los que pudieran, ya que algunos padres, a veces acompañados de sus abuelos, iban a misa y llevaban a sus hijos con ellos. Había dos turnos de quedada, siendo el segundo a partir de las doce y media que solía acabar la misa, si es que no se ponía el cura muy cansino y le daba por alargar el sermón, el cual dependía de si a lo largo de la semana había ocurrido algo de relevancia en el pueblo. Como estos días pasados habían sido tranquilos era de suponer que a las doce y media empezaran a salir corriendo los niños de la iglesia como si fuera el recreo del colegio, y al estar en la misma plaza donde quedaban, el encuentro era inmediato. Cuando Luis y Luna habían terminado de desayunar su madre aún no había bajado de la habitación, por lo que en voz alta dijeron que se iban. Desde arriba la madre les contestó que tuvieran cuidado y no volvieran a casa después de las dos. Cogieron la llave, apenas eran las ocho y media de la mañana cuando se dirigían de manera apresurada a casa de sus abuelos. Aunque estaban más o menos seguros de que la casa se había quedado bien querían comprobarlo con tranquilidad, ya que debido al estado emocional del día anterior algo se les podría haber pasado por alto, y su abuela era de una de esas personas que si le mueves una silla se da cuenta. No es que no quisiera que los nietos fueran a su casa mientras ellos nos estaban, lo que siempre les decía era que las cosas había que dejarlas como uno se las encuentra, eso es lo que quería inculcarles a sus nietos, igual que había hecho con su hija. Abrieron la casa y a simple vista todo parecía normal, salvo alguna silla que aún estaba pegada a la chimenea. Al acercarse a colocarlas en su sitio se dieron cuenta de que no habían limpiado los restos del fuego que hicieron para secar las ropas y 33 calentarse. Cogieron una escoba que estaba destinada solo para barrer las cenizas, un recogedor y las echaron en una caja. —Voy a llevarlas al contenedor que está en la calle —dijo Luis a su hermana—. Mira bien que no haya nada raro y cuando vuelva subimos al desván a ver las bicis. Mientras Luis volvía Luna fue a la cocina, colocó algún vaso que habían usado en su sitio, la escudriñó de arriba abajo y vio que todo estaba correcto por lo que volvió al salón e hizo lo mismo. Todo parecía normal. —Ya estoy aquí, vamos arriba a ver cómo están las bicis. La casa de los abuelos era una de esas de estilo pueblo, enorme, de dos plantas más altillo, que hacía las veces de desván; este era una habitación muy grande que había en la parte más alta de la casa, la cual se dedicaba retirar, como decía su abuelo. Ahí te podías encontrar de todo, pero a diferencia de muchas casas que usan el desván, o cámara, como la llamaban en el pueblo, como un cajón de sastre, la de los abuelos, a pesar de tener muchísimas cosas, estas solían estar más o menos ordenadas, bien colocadas. Eso era tarea de la abuela que obligaba a su marido a poner orden si no quería que le tirara las cosas. Este obedecía, murmurando por lo bajito alguna frase irrepetible entre dientes, porque sabía que lo haría, ¡menuda era la abuela! De hecho, alguna vez había echado de menos alguna cosa que estaba seguro dónde la había dejado, más o menos, pero no la encontraba y la abuela le decía que no se acordaría del sitio en que la había dejado, aprovechando la coyuntura para ponerlo a ordenar, por eso muchas veces aunque echara algo en falta se callaba y no le decía nada. La abuela aprovechaba todos los veranos el rato en que su marido se iba a echar la partida al bar de la plaza con los amigos, para subir y tirarle unos pocos trastos inútiles que iba almacenando, con la ayuda de sus nietos, a los que gratificaba con una buena propina, por lo que les encantaba ir, ya no solo por la recompensa, que esa la tendrían de una manera u otra porque la abuela era muy generosa con sus nietos, sino también porque se lo pasaban muy bien haciendo expurgo y hablando con la abuela de las cosas que iban tirando. Cada una de ellas, por insignificante que fuera, tenía su historia, y a Luis y Luna les encantaba escuchar los relatos de su abuela, mientras tomaban una sabrosa merienda, esperando que regresara el abuelo de la partida. 34 Siempre lo esperaban y nunca se iban sin despedirse de él con un beso, aunque a veces volvía de mal humor. Nada más verlo entrar por la puerta ya sabía su mujer con mirarle la cara un segundo cómo venía, y les decía a sus nietos en voz baja: «Hoy hay que despedirse rápido del abuelo que se le ha dado mal la partida de dominó». En cambio, otras veces volvía eufórico y alargaban más la despedida, e incluso se llevaban alguna propinilla de lo que había ganado en la partida, que era poco porque siempre decía que iba a jugar por divertirse, pero si ponían el aliciente de unas monedillas había más emoción, las cuales iban a parar a sus nietos, que tanto quería. La puerta de entrada a la cámara, o desván, siempre estaba cerrada con llave, pero esta permanecía colgada de un clavo que había en una alacenita de madera, justo antes de entrar, donde la abuela guardaba algunos enseres de su ajuar, a los que tenía mucho cariño, y ahí sí que no podía tocar nadie porque se la jugaba. Luna abrió la alacena, cogió una gran llave de tubo de color grisáceo, la metió en la puerta y la giró dos vueltas hacia su izquierda. Antes de colgarla se la pasó a su hermano que se la puso en el labio inferior, y exhalando un fuerte chorro de aire la hizo sonar como si fuera una especie de flauta desafinada. —No sé cómo haces eso, a mí nunca me sale —dijo Luna, a la vez que ambos soltaron una carcajada. Nada más entrar, en la pared había un armario de caza, sin puertas, con dos escopetas colgadas, dos cañas de pescar, una canana vacía en la parte derecha y una barja hecha de esparto que pendía de un gancho lateral, a la que el abuelo le tenía un cariño especial, porque ya la usaba de niño cuando iba con su padre a pescar al río. Hacía años que ni cazaba ni pescaba porque la abuela se lo tenía prohibido, pero él no se quería deshacer de nada, por lo que llegaron a un acuerdo, lo mantendrían siempre y cuando las escopetas, ya muy antiguas, de uno y dos cañones, estuvieran inutilizadas y no hubiera nada de pólvora, cartuchos, etc., que pudiera entramar algún peligro para sus nietos. A pesar de estar todo más o menos ordenado dentro de la gran cantidad de objetos que allí había, daba un poco sensación de agobio al entrar, aunque ya estaban acostumbrados y sabían dónde estaba cada cosa. 35 Era una habitación bastante grande, de forma cuadrada, techo no muy alto pero lo suficiente como para no darte en la cabeza. Todo el espacio estaba muy bien aprovechado, incluidas las paredes y hasta el techo. Este estaba dividido en dos zonas, la más cercana a la puerta de entrada tenía tres cuerdas de tender la ropa, y cuando hacía mal tiempo o llovía esta se tendía dentro, ya que los abuelos no tenían secadora, y además siempre decían que como mejor se secaba la ropa era al aire. Cuando ponían una lavadora, si hacía buen tiempo tendían la ropa en un patio, que estaba muy cerca. El abuelo la sacaba, la echaba en una cesta y se la iba pasando a su mujer que la colgaba, y esta siempre decía lo mismo: «Si nuestros padres levantaran la cabeza y te vieran ayudando en las tareas del hogar…»; a lo que su marido la miraba con gesto de ternura y quién sabe si de resignación, pero no decía nada. Después de la tercera cuerda de la pared de la cámara, a la misma altura de las cuerdas había dos palos reposando en sendos ganchos que bajaban del techo, terminados en un círculo donde entraban los dos extremos de cada palo. La primera vez que los vieron Luis y Luna les sorprendió y preguntaron a su abuela qué eran esos palos, esta se rio y les dijo que se llamaban barajones y que servían para en época de matanza colgar los chorizos, morcillas, salchichón, etc., para que se secasen, esos que tanto les gustaban a sus nietos. Hace muchos años que los abuelos ya no hacían matanza, ni sus padres tampoco, ahora lo compraban todo hecho de una carnicería que había en el pueblo, pero los palos seguían por si alguna vez hacían falta para algo. Había un vecino que sí hacía matanza y decía que como la cámara de los abuelos no existía otra en todo el pueblo para secar jamones. Era la más alta de toda la calle, no había nada de humedad y mantenía un ambiente seco, fresco, limpio, aireado y depurado que daba un toque especial a la curación de los jamones. Siempre le daba un jamón de los que secaba a los abuelos que estos compartían con sus nietos en la merienda. Al fondo, a la izquierda de la cámara, se vislumbraban las siluetas de las dos bicis juntas, cubiertas por una gran sábana vieja para protegerlas del polvo. Se acercaron, las descubrieron y al primer vistazo parecía que estaban bien, puesto que tan solo llevaban un año allí. 36 Antes de bajarlas al suelo, ya que estaban con las ruedas hacia arriba, apoyadas sobre el manillar y el sillín en una gran tabla, para proteger el contacto de las ruedas con el suelo y evitar el deterioro de la cubierta, comprobaron que estaban totalmente desinfladas. Como el abuelo tenía de todo, Luis encontró una bomba de dar aire con la que inflaron las ruedas turnándose para no cansarse. Una vez hinchadas, bajaron las bicis al suelo e hicieron la primera prueba en la misma habitación, viendo que iban perfectamente, por lo que las colocaron de nuevo donde estaban, listas para su futuro uso. Luna miró el reloj y vio que eran las diez y cuarto, cerraron la puerta de la cámara, dejaron la llave colgada en su sitio y salieron a la calle en dirección a la plaza. Sabían que Zurcido y Canica no iban hasta el segundo turno porque sus padres, que eran tan inseparables como sus hijos, los llevaban a misa los domingos, por lo que seguro que iría solo Alhaja. Decidieron desviarse un poco y pasar por su casa para ver cómo estaba, ya que a pesar de que todo pareció ir bien tampoco tenían noticia de si la noche la había pasado tranquilo o si por el contrario había cogido un resfriado. No podían ponerse en contacto con él mediante teléfono móvil porque sus padres aún no les dejaban usarlo, de todos modos en el pueblo no hacía falta ya que las distancias eran cortas, además sus padres siempre se quejaban de que no tenían buena cobertura y cuando había tormenta, a veces se iba la luz o se cortaba la señal de la televisión. Eran casi las diez y media cuando llegaron a la puerta de la casa de Alhaja. Antes de llamar intentaron asomarse por una de las ventanas que daban a la calle, pero como había un visillo por dentro no se veía casi nada, aunque se intuían algunas sombras moverse, señal de que había alguien en casa. Luis golpeó con los nudillos uno de los cuarterones de la puerta y a los pocos segundos se oyó que descorrían un pesado cerrojo. —Hola, ¿qué hacéis aquí? —preguntó un más que sorprendido Alhaja. —Hemos ido a casa de mis abuelos a comprobar que todo se quedó ayer en orden, porque vienen mañana y ya conoces a mi abuela cómo se pone si le desordenan sus cosas —contestó Luis. 37 —¿Y cómo estaba todo? —Bien, ya hemos aprovechado para ver las bicis que dejamos en la cámara cuando nos trajeron los reyes las nuevas, por si este puente salimos un día para poder dejárselas a las gemelas, y ya buscaríamos otra para Rubito. —Alhaja, hijo ¿con quién hablas? —sonó la voz de su madre desde el fondo de la casa. —Son los mellis, que han venido a buscarme, voy a salir. —Vale, pero abrígate que hace frío y para las dos como muy tarde te quiero de vuelta para comer, que ya sabes que a tu padre le gusta que estemos todos en la mesa. Hoy haré una paella que te gusta tanto. —Hummmmm, qué rica, tranquila mamá, volveré antes de las dos. Adiós. —¿Cómo estás? Nos hemos acercado por tu casa antes de ir a la plaza porque no sabíamos si ibas a ir. —He pasado una buena noche, me quedé frito rápido después de tantas emociones y he dormido de tirón. —¿No dijiste que Rubito y sus hermanas vivían cerca de tu casa? —dijo Luna. —Sí, tenía pensado pasar por su casa antes de ir a la plaza a ver qué tal están. Vamos los tres a buscarlos, es aquí a lado. No había terminado de decir la frase y ya estaban en la puerta. Luis realizó la misma operación que cuando fue a la casa de Alhaja, miró por una de las ventanas que dan a la cocina y allí estaban sentados los tres desayunando. Llamaron a la puerta y Rubito dio un salto queriendo salir a abrir, pero la madre lo paró: —Ahí quieto, hasta que no terminéis de desayunar no se mueve nadie, ya voy yo a abrir. —¿Quién es, mamá? —Es vuestro amigo Rubito, acompañado de un niño y una niña que se llaman… —Somos Luis y Luna. —Pasad —dijo la madre—, están desayunando. ¿Queréis una taza de chocolate mientras os calentáis un poco en la lumbre? 38 —Gracias, ya hemos desayunado, pero nos calentaremos un poco mientras esperamos. —Ya estamos acabando, nos lavamos los dientes y nos vamos —dijo Sara. Nada más poner los seis un pie en la calle se miraron Alhaja y Rubito y se preguntaron a la vez que cómo estaban, respondiendo ambos que bien. Decidieron ir a la plaza a esperar la llegada de Zurcido y Canica, pero era demasiado pronto, apenas eran las once y cuarto y hasta las doce y media no iban a estar sentados en la plaza pasando frío, por lo que Alhaja propuso algo para hacer tiempo. Les dijo a sus amigos que le acompañaran a su casa para escribir una nota anónima y comunicar que la barandilla del río estaba rota, para que la arreglen antes de que alguien pueda caer al agua; luego irían al ayuntamiento para echarla en un buzón de sugerencias que hay en la pared, junto a la puerta. Entraron en la casa, la madre de Alhaja se sorprendió de verlos allí tan pronto y les preguntó que si les pasaba algo. Echando una mentirijilla piadosa dijo que habían vuelto porque necesitaban papel y lápiz para un juego que iban a hacer más tarde con el resto de la pandilla. Alhaja cogió un folio, lo dobló por la mitad, lo partió y comenzó a escribir: La barandilla del puente del río está rota, por favor, arréglenla antes de que alguien se caiga al río y ocurra una desgracia. Firma un vecino. Gracias. —Nos vamos mamá, volveré para comer. —Vale, hijo, tened cuidado. Nada más salir de la casa se encaminaron hacia el Ayuntamiento, cuya fachada principal daba a la plaza donde solían quedar. Al ser domingo, aunque hacía frío, como encima era puente, había bastante gente en el pueblo y la plaza estaba concurrida. Eran ya cerca de las doce y los menos madrugadores se dirigían hacia los bares a desayunar, mientras que siempre había alguien a quien le gustaba empezar pronto con el aperitivo y coger sitio, ya que luego, a partir de la una, era más difícil; otros se iban acercando poco a poco a la iglesia y todo este ir y venir de gente hacía que se demorara lo de depositar la nota en el buzón. 39 Afortunadamente, estaba situado en una calle lateral que desembocaba en la plaza, no en esta directamente, por lo que les resultaría más sencillo dejar el anónimo sin ser vistos, ya que no querían que los identificaran como posibles autores de la rotura de la valla, a pesar de haber sido de manera involuntaria. Mientras estaban disimulando y rondando el buzón, en espera de que no pasara nadie para echar la nota, escucharon a unos niños que en la puerta del ayuntamiento decían en voz alta y de manera muy insistente: Queremos ir mamá, llévanos, andaaaaaa porfaaaaaa. Olvidándose por un momento del buzón, la curiosidad hizo que todos a la vez asomaran la cabeza por la esquina que daba a la puerta principal del Ayuntamiento, a la cual se fueron acercando poco a poco. Se plantaron delante del tablón de anuncios y vieron un gran cartel, muy colorido, que anunciaba con letras rojas lo siguiente: Día 6 de diciembre, a las 17 horas Por primera vez en este hermoso pueblo GRAN CIRCO UNIVERSAL Payasos, magos, animales, funambulistas, malabaristas... Precio reducido para menores de 14 acompañados. Instalado en la Era de las Mieses Doradas. —Eso es mañana —dijo Rubito—; pero, ¿dónde está ese sitio? —Es en la entrada del pueblo —contestó Luis—, en una zona llana donde hay unas eras en las que antiguamente se trillaba, pero que ya no se usan; una de ellas, la más grande, en verano la aprovechamos para jugar al fútbol, ponemos unas piedras a modo de porterías y montamos un partido rápido. 40 —Si el circo es mañana, ya tiene que haber algo instalado, o deben estar montándolo —dijo Alhaja—. Qué os parece si esperamos a que salgan Zurcido y Canica de misa y vamos a la era a ver lo que hay. —Buena idea —dijeron los mellis al unísono. A todo esto, con la distracción del circo, aún no habían echado la nota al buzón. Como eran seis, decidieron montar una especie de puesto amplio de vigilancia que abarcara todos los ángulos de visión, de manera que Alhaja se colocó pegado al buzón con el papel en la mano, Sara y Vera vigilaban el lateral de la puerta principal del Ayuntamiento mientras que Luna y Luis vigilaban dos callejones que desembocaban en la calle donde estaba el buzón. Rubito se puso en una esquina desde la que veía a todos y no hacía más que mover la cabeza de un lado a otro. Pasados unos minutos, ya cada uno en su posición, Sara y Vera empezaron a pasarse una mano por el pelo, al momento Luna y Luis hicieron los mismo, era la señal convenida de que nadie pasaba, por lo que había vía libre para que Alhaja depositara el anónimo en el buzón de sugerencias del Ayuntamiento. Hecho esto, todos se dirigieron hacia la fuente de la plaza, donde solían quedar. —Nosotros hemos visto alguna vez los payasos por la tele —dijo Rubito—, pero nunca hemos estado en un circo, ¿y vosotros? —Tampoco —contestó Alhaja—. Ahora cuando vayamos a inspeccionar, si vemos que nos gusta podemos decirles a nuestros padres que nos lleven. Mientras estaban hablando del circo, sentados en un banco que está pegado a la fuente, empezó a salir la gente de misa y al momento asomaron Zurcido y Canica que en apenas unos segundos, y a la carrera, se plantaron en el pilón junto a sus amigos. —Las doce y media justas, hoy no se ha puesto muy cansino el cura con el sermón —dijo Zurcido—. Queda hora y media hasta las dos, ¿habéis pensado algo? —Mañana hay circo en el pueblo —dijo Luna—, está instalado en las eras, queremos ir a inspeccionar. —Qué bien, me parece una buena idea. Vamos, que tenemos un buen paseo hasta llegar. 41 Bien abrigados porque hacía frío, comenzaron a andar a paso ligero ya que había casi dos kilómetros hasta llegar al lugar donde estaba anunciado el circo, y luego necesitaban otro tanto o más para volver y meterse cada uno en su casa antes de las dos del mediodía. Era poco antes de la una, ya estaban cerca cuando dijo Zurcido desde su mayor altura: —Ya se ve una estructura de hierros por arriba, están montando. Todos se pusieron a dar saltos para verla. —Es cierto —dijo Rubito, a la vez que comenzaron a correr en dirección hacia la carpa, que estaba aún en el armazón. En las eras más pequeñas y en una gran explanada que había a continuación, que hacía las veces de aparcamiento cuando se hacía algún acto, estaban estacionados dos camiones enormes, cuatro autocaravanas, una furgoneta, dos coches grandes con remolque y uno más pequeño, todo forrado con grandes pegatinas anunciando el circo, con dos altavoces en el techo. En la era grande estaban montando una enorme carpa, cuyo armazón de hierro necesitaba de una grúa, que se elevaba hasta más de quince metros. Había bastante movimiento de gente, la gran mayoría estaba dedicada al montaje de la carpa, pero también había otras personas ensayando. Sobre una especie de estructura consistente en dos trípodes de metal y un cable tenso que los unía, suspendida a un metro del suelo, había una chica de cuerpo frágil y menudo, a simple vista parecía una niña, que iba caminando de un extremo al otro del cable como cualquiera de nosotros lo haría por el bordillo de una acera. Todos se quedaron embobados y boquiabiertos contemplando la agilidad y destreza con que aquella niña se desenvolvía sobre el minúsculo cable, daba giros de ciento ochenta grados sin siquiera un leve titubeo, saltaba y caía sobre una pierna abriendo apenas un poco los brazos para equilibrarse. —Vaya, qué tenemos aquí, veo que os gusta el espectáculo —sonó una voz detrás de los niños, los cuales dieron todos un sobresalto debido a que se asustaron al escuchar la estridente voz—. Soy el jefe de pista del Circo Universal, podéis quedaros a 42 mirar pero no toquéis nada ni interrumpáis a los montadores o a los que están ensayando. Tomad unas entradas con descuento para la función de mañana, pero recordad que debéis venir acompañados de vuestros padres. Alhaja extendió la mano, las cogió y las empezó a repartir entre el resto de la pandilla. Mientras lo hacía vio al fondo en una pequeña explanada a dos hombres, uno frente a otro, a unos cinco o seis metros de distancia, que se lanzaban una especie de bolos los cuales iban recogiendo sin que se les cayese ninguno ni se chocasen en el aire. —Mirad allí —dijo al resto, al tiempo que todos dirigieron la vista hacia donde estaban los malabaristas ensayando. Recordando lo que les había dicho el jefe de pista, que igual de silencioso que vino desapareció, se olvidaron por un momento de la niña equilibrista para dirigir sus pasos, despacio, sin hacer ruido ni distraerla, hacia ellos. Cuando llegaron a una altura prudencial donde los podían ver bien, sin molestarlos, se detuvieron y se pusieron a contemplar el espectáculo sin parar de mover los ojos de uno a otro, intentando recorrer con la vista los bolos que iban por el aire sin chocarse, como si fueran las aspas de un ventilador. —¿Cuántos bolos contáis vosotros? —dijo en voz baja Rubito. Después de un rato mirando y poniéndose más de uno bizco al intentar abarcar más ángulo de visión del que podían, cada uno dijo una cifra, llegando a la conclusión entre todos de que se estaban lanzando sin parar uno a otro diez bolos, de los cuales siempre estaban viajando por el aire seis de ellos y los otros cuatro estaban uno en cada mano. Apenas llegaban dos bolos nuevos estos eran proyectados a la velocidad del rayo, porque enseguida venían otros dos, y lo hacían con tal precisión que a los niños les pareció asombroso, a la vez que casi imposible de creer, si no fuera porque lo estaban viendo. Tan embelesados estaban que ninguno se dio cuenta de que a unos metros había un chico joven tumbado sobre la espalda en una especie de cuña, encorvado y con los pies hacia arriba, con los que estaba dando vueltas a un rodillo, girándolo tan rápido que era imposible ver ni tan siquiera de qué color era. 43 Cuando quería lo paraba en seco, le daba vueltas por los extremos, con una pierna y con las dos, pero no teniendo bastante con eso cogió cuatro aros, dos con cada mano, y empezó a lanzarlos hacia el cielo, sin dejar de mover el rodillo. Mientras estaban contemplando el espectáculo de los malabaristas un fuerte y estridente ruido que salió de detrás de los camiones les llamó la atención. Todos volvieron hacia allí la vista pero no vieron nada, lo que fuese de donde provenía aquel sonido era ocultado por los enormes camiones aparcados. Se miraron unos a otros y se lo dijeron todo sin hablar. Alhaja echó un vistazo y vio que por la parte donde estaba la cabina de uno de los dos camiones no había nadie, por lo que se encaminó hacia allí muy despacio, seguido en fila por el resto. Se paró justo donde terminaba uno de los laterales del camón y empezó a asomar la cabeza con infinita curiosidad, quedándose ahí un buen rato sin decir nada, solo contemplando. Los demás permanecían en fila india, unos pegados a los otros, pero no podían ver nada mientras Alhaja miraba, tenía asomada media cabeza pero no decía ni media palabra. —Chicos tenéis que ver esto —dijo Alhaja saliendo de su silencio. Poco a poco se iba deshaciendo la fila y se fueron acercando hasta donde estaba Alhaja para de uno en uno ir asomando la cabeza, esta vez formando una cola lateral. Todos permanecían callados, con los ojos muy abiertos, de vez en cuando se miraban unos a otros con cara de asombro. Volvió a sonar el mismo ruido, si cabe con mayor estridencia que antes, pero esta vez no se asustaron porque tenían identificado el origen. —Me da mucha pena —dijo Alhaja un poco cariacontecido. —A nosotras también —añadieron Sara y Vera. —Y a nosotros —continuó el resto. Delante de ellos, apenas a unos metros, había una gran jaula y dentro de ella dos elefantes encerrados. El más grande llevaba una pata atada con una cuerda gruesa que terminaba en un clavo hundido en la tierra. Al fijarse bien, vieron que una especie de argolla rodeaba una de sus patas delanteras, sujeta por un candado. El más pequeño estaba suelto dentro de la jaula, parecían macho y hembra, pero sus ojos desprendían tristeza. El que estaba atado no dejaba de hacer durante todo el 44 tiempo que estuvieron mirando los niños el mismo movimiento repetitivo, como si se tratase de un tic nervioso. Levantaba del suelo la pata que tenía rodeada por la argolla y cuando notaba la tensión de la cuerda la volvía a poner en el suelo para a continuación volverlo a hacer. Su cabeza siempre hacia abajo, sus ojos solo miraban la pata presa. A los niños les pareció hasta que el elefante lloraba. La hembra frotaba su cabeza contra el lateral del voluminoso cuerpo del macho y de vez en cuando con su menuda trompa palpaba sobre la argolla como si tratara de liberarlo. A veces entrelazaban las trompas y ella empujaba con su cabeza hacia arriba, como si le estuviera diciendo que dejara de mirar la argolla y se centrase en ella. Como no podía liberarlo, la hembra parecía que intentaba distraerlo para que se olvidara de que estaba atado. En un momento en que todos estaban mirando la escena con un nudo en la garganta, la hembra pegó la cabeza a la del macho y empezó a frotarla, este pareció sentirse reconfortado y levantó algo la trompa, que hasta entonces había permanecido caída, inmóvil, casi inerte, como resignada a su suerte. Buscó la de ella y ambas trompas empezaron a entrelazarse formando una trenza. Luna sacó un paquete de pañuelos de papel y se lo fueron pasando porque de los ojos de todos los niños y niñas, sin excepción, empezaron a brotar lágrimas. Zurcido, que era el más corpulento, como si lo de llorar le pareciera de niñas, haciendo una especie de alarde de hombría, que no tenía, porque por grande que fuera no dejaba de ser un niño, rompió el silencio y dijo: —Ya hemos tenido bastante circo por hoy, vámonos que nos van a regañar si llegamos tarde a comer. Todo el camino de vuelta lo hicieron sin pronunciar ni una palabra, eran las dos menos cuarto cuando llegaron a la fuente de la plaza. Alhaja rompió el silencio. —¿Alguien va a querer ir al circo mañana después de lo que hemos visto? Todos a la vez, como si lo hubieran ensayado, contestaron con un NO rotundo. —Si no hubiera animales yo sí iría, lo demás me ha parecido bonito, pero lo de los elefantes me ha dado mucha pena —dijo Luna. De nuevo asintieron todos con la cabeza. 45 —Mi padre siempre dice que los animales deben estar sueltos en su ambiente natural —continuó hablando Luis—. Una vez fuimos de excursión con el colegio a un zoológico y nos dijo que salvo para evitar que una especie esté en peligro de extinción, y sea solo por su recuperación para reinsertarla luego en su ambiente natural, no debería haber animales encerrados en ningún sitio, por grande que este sea. Aquí en el pueblo hay mucha naturaleza, montañas, valles, árboles, seguro que esa pareja de elefantes sería mucho más feliz libre que en esa horrible jaula. —Tienes razón —dijo Alhaja—. Se me ocurre una idea, pero vamos a necesitar la colaboración de todos. Se nos ha echado el tiempo encima, esta tarde quedamos como siempre sobre las cuatro aquí mismo y os explico mi plan. —¿No nos puedes adelantar algo? —comentó Canica, mientas se iba disolviendo el grupo y cada uno se encaminaba hacia su casa. —Esta tarde os lo explico, aún tengo que madurarlo. Se fueron todos quedándose con la incertidumbre de qué se le habría ocurrido a Alhaja, pero los que lo conocían confiaban en él, en su astucia y su bondad, en que no haría nunca nada que pudiera perjudicar a nadie, al menos conscientemente. Todos fueron entrando a sus casas, con bastante hambre debido a la caminata y casi salivando como los perros de Pávlov, sabiendo que era domingo y ese día en todas las casas se solía hacer una comida algo especial, en familia. —Ya estás aquí Alhaja, justo a tiempo, lávate las manos y ve poniendo la mesa, acabo de apartar la paellita y mientras reposa cinco minutos vamos a tomar un aperitivo. Tu padre ha cortado un poco de jamón curado aquí en el pueblo y queso manchego; he hecho también guacamole casero que tanto te gusta, en el primer cajón hay nachos, pon una cerveza para tu padre, otra para mí y trae agua para ti. Esta mañana cuando he salido a dar un paseo he oído que había venido un circo al pueblo, ¿tú sabes algo de eso Alhaja? —Sí, mamá, hemos leído un cartel que había en la puerta del Ayuntamiento, es mañana a las cinco en las eras. —¿Lo has hablado con tus amigos?, a lo mejor queréis ir todos juntos, puedo acompañaros. 46 No vamos a ir, ya lo hemos hablado, queremos aprovechar el tiempo para jugar, por la mañana es probable que salgamos con las bicis y por la tarde ya pensaremos algo. —Bueno, de todos modos si queréis ir me lo dices, que hay tiempo, y hablo con los padres de tus amigos. —Vale, mamá. Qué rico está el guacamole, como siempre, te sale muy bien. —Gracias hijo, eres un sol. Todos los niños estaban muy a gusto comiendo en familia, cada uno en su casa, pero no se podían quitar de la cabeza lo que les había dicho Alhaja. Rubito no hacía nada más que mirar el reloj y su madre se dio cuenta. —¿Te pasa algo, Rubito, que no paras de mirar la hora? —Nada, mamá, es que hemos quedado con Alhaja y la pandilla a las cuatro y no queremos que se nos pase. Sus hermanas, como apoyándolo a la vez que echándole un capotillo, lo corroboraron mediante un movimiento de asentimiento con la cabeza, sin dejar de saborear un maravilloso pollo al horno con patatas fritas que había hecho su padre, que era un gran cocinero y los domingos se lucía especialmente. —¿A qué hora habéis quedado? —A las cuatro. —Aún queda más de una hora, no mires más el reloj y disfrutemos de esta rica comida que ha preparado papá. Debido a la curiosidad y al deseo de saber qué es lo que tenía en mente Alhaja, todos llegaron a la plaza antes de la hora convenida; eran las cuatro menos cuarto y ya estaban todos allí reunidos esperando, menos Alhaja. —¡Qué raro, con lo puntual que es siempre Alhaja y aún no ha venido! —dijo Canica. —Aún no son las cuatro, ya verás como no tarda en llegar —le contestó su inseparable Zurcido—. Mira, por ahí viene. —¿Ya estáis todos aquí? No son ni las cuatro aún, y yo que pensaba que iba a ser el primero. Todos soltaron una carcajada, tras la cual habló Rubito. 47 —Nos tienes a todos en ascuas, dinos cuál es tu plan para hacer felices a los elefantes. —Antes una cosa, tenemos que estar todos de acuerdo, si hay alguien que no quiere participar o no le parece una buena idea, lo dejamos, ¿vale? —Sí, pero ve al grano —le ultimó Rubito. —Después de comer he estado pensando en lo que dijo Luis que aquí en el pueblo hay mucha naturaleza para que puedan vivir los animales en libertad. He trazado un plan para liberar a los elefantes. Se hizo un prolongado silencio en el que empezaron a mirarse unos a otros sin saber bien qué decir. Alhaja también los miraba uno a uno intentando escudriñar en sus caras cómo les había caído la propuesta. Zurcido, que era el más valentón fue el primero que rompió el silencio. —Adelante, hagámoslo, a todos nos ha dado mucha pena ver a los pobres elefantes encerrados en una jaula, uno atado y mentalmente afectado; si los liberamos podrán vivir tranquilos en los montes que rodean el pueblo, tienen árboles y hierba para comer toda la que quieran, pueden formar una familia y tener elefantitos que podríamos visitar. Al fin y al cabo solo eran niños y hablaban desde el corazón, sin sopesar las consecuencias de su acto, si es que se llegaba a lograr, cosa que no era nada fácil; pero Alhaja, que era un niño inquieto, metódico, ingenioso y muy inteligente, había ideado un plan que él consideraba perfecto. Deliberaron y decidieron entre todos por unanimidad que estaban de acuerdo con la operación Liberar a Dumbo, que así la bautizaron, porque toda acción importante debía tener su nombre. Tras esto todos clavaron su mirada en Alhaja y este habló. —Mi plan es el siguiente, lo tengo todo muy bien estudiado: ¿Os habéis fijado cómo está cerrada la jaula?, tan solo tiene un cerrojo que va asegurado con un candado. Luis, si no recuerdo mal en casa de tu abuelo, en la cámara, hay herramientas de tu bisabuelo que era herrero, tenemos que ir a buscar una cizalla para cortar el candado. Lo hará Zurcido que es el que más fuerza tiene porque ha de ser rápido. 48 ¿Recordáis que no vimos la jaula de los elefantes hasta que no escuchamos el barrito de uno de ellos? Pues esa será nuestra ventaja, que la jaula está algo retirada de donde ensayan. Los que están montando la carpa andan muy alejados también, por lo que no hay gente cerca de la jaula. Tan solo tenemos que acercarnos como hemos hecho esta mañana, pero intentando no ser vistos, por lo que debemos entrar por la parte contraria a como lo hicimos antes. Iremos todos juntos, pero a la jaula tan solo nos acercaremos Zurcido y yo. Canica y los mellis vigilarán la parte derecha desde la distancia y Rubito con las gemelas la parte izquierda; al igual que hicimos cuando fuimos a echar el anónimo en el buzón, acordaremos la misma señal y cuando no haya nadie avanzaremos hacia la jaula, Zurcido cortará el candado, yo quitaré el cerrojo y abriré la puerta. Cuando los elefantes vean la jaula abierta saldrán y se dirigirán hacia las montañas. Serán libres y felices para siempre. Lo más importante de todo es que en la época en que estamos anochece muy pronto y eso juega la mejor baza a nuestro favor, porque en menos de dos horas empieza a anochecer, ese será el momento de actuar. A todos les pareció bien el plan, ninguno preguntó nada cuando Alhaja les conminó a que lo hicieran por lo que decidieron poner en marcha la operación. —Vosotros esperad aquí, Luis y yo vamos a casa de su abuelo a buscar una cizalla. La ilusión que tenían por la buena acción que iban a llevar a cabo les impedía tener un ápice de miedo, estaban seguros de su éxito y todos confiaban en Alhaja. Mientras este y Luis iban a casa de su abuelo los demás repasaron el plan, calcularon el lugar donde se iban a poner a vigilar e incluso planearon ir al día siguiente con las bicis a buscarlos, para comprobar que estaban bien, aunque fuera desde la lejanía. —Creo que mi abuelo guarda las herramientas en este armario, si no recuerdo mal la llave está escondida debajo de la chapa que hay en este mueble —dijo Luis, ante la atenta mirada de Alhaja. Al levantar una chapa que había encima de un mueble pequeño situado al lado del armario, apareció una especie de llavero antiguo de cuero del que pendían algunas 49 llaves cogidas por pequeños ganchos. Fueron probándolas todas hasta que dieron con una que entró justa y al girarla sonó un clic indicando que era la correcta. Abrieron el armario y allí había todo tipo de herramientas, la mayoría antiguas, usadas tanto para trabajar el hierro como la madera, ya que esta actividad era la gran pasión del bisabuelo de Luis, a la vez que su profesión. Había sierras, martillos de varios tamaños, tenazas, un yunque pequeño, pinzas grandes, cepillos, zarpas, punzones... y sí, también había no una sino dos cizallas. —Nos llevamos la grande —dijo Luis—, con la pequeña no creo que podamos cortar el candado. —Sí, además Zurcido es fuerte, seguro que puede hacerlo. Cogieron la cizalla grande y dejaron todo tal cual estaba, el armario cerrado y la llave en su sitio para que su abuelo no se diera cuenta, porque aunque él ya no usaba esas herramientas salvo en ocasiones contadas que abría el armario por si tenía que hacer alguna chapuza en casa, si le faltaba algo lo notaba. Cuando regresaron a la plaza eran ya casi las cinco y media de la tarde, por lo que tenían el tiempo justo para llegar al circo y preparar la operación con el ocaso. —Ya la hemos cogido, pongámonos en marcha —dijo Luis. La había liado en una sábana vieja y la llevaba escondida debajo de la cazadora. Se la pasó a Zurcido que era quien la iba a usar. Antes de las seis ya estaban divisando la punta de la carpa, pero esta vez la rodearon desde lejos para que nadie los viera, con la intención de entrar por la parte donde estaba la jaula y esperar a que se fuera poniendo el sol. Se detuvieron a unos ciento cincuenta metros de distancia, donde había algunos árboles, los cuales usaron como obstáculo para poder ver sin ser vistos. El sol empezaba a esconderse por el horizonte y todas las personas que trabajaban en el montaje de la carpa comenzaron a abandonar la tarea, volviendo hacia la zona donde estaban los coches y el resto de la gente. Los que estaban ensayando también lo dejaron. Poco a poco se fueron metiendo uno a uno en sus caravanas para asearse antes de la hora de cenar. Algunos lo hacían en compañía de otros, pero no había un cocinero para todo el circo o una carpa donde se reunían para las comidas y cenas. 50 Poco antes de las seis y media empezó a caer la noche, Alhaja había traído una linterna de camuflaje que tenía su padre guardada de cuando hizo el servicio militar, cuadrada, que se bajaba la tapa y solo salía un leve rayo de luz que iluminaba hacia el suelo para ver dónde pones los pies, y que desde lejos no se ve. La suerte estaba de su parte porque había algo de luna y para lo que iban a hacer se veía lo suficiente, sin necesidad de tener que encender la linterna, ya que al ser muy vieja les podría delatar. Repasaron por última vez el plan, no se veía a nadie rondando por los alrededores, todos estaban en sus caravanas. Era el momento idóneo por lo que Alhaja se apresuró a dar las últimas instrucciones. —Vosotros tres vais hacia aquel árbol y vigiláis que no haya movimiento de personas por la parte izquierda, mientras que los demás os quedáis aquí escondidos para ver que nadie salga por la derecha. Zurcido sacó la cizalla de donde estaba liada y con ella en la mano, agachado, casi reptando, empezó a avanzar hacia la jaula de los elefantes; mientras, Alhaja iba caminando en cuclillas pero de lado mirando que ninguno de los que vigilaban bajara la mano. Acordaron que mientras el terreno estuviese despejado permanecería uno de los del grupo con una mano en alto, pero en cuanto vieran a alguien bajarían la mano para alertar del peligro. A pesar de las incómodas posturas, iban avanzando bastante rápido, en apenas unos minutos ya estaban a menos de treinta metros de la jaula, pero de repente Rubito bajó la mano por lo que Alhaja tiró de la cazadora a Zurcido y ambos pusieron cuerpo a tierra. Se abrió la puerta de una autocaravana de la que salió un hombre bastante grande, que llevaba algo en la mano pero que no se veía bien por la oscuridad de la noche, porque la luna no alumbraba tanto como para distinguir objetos pequeños. El hombre empezó a desperezarse y a frotarse una abundante barriga haciendo círculos concéntricos. Alhaja y Zurcido se asustaron porque se quedó mirando fijamente hacia donde estaban ellos, por un momento pensaron que los habían visto. Los demás se escondieron todos detrás de los árboles. El miedo se acrecentó cuando mirando a un lado y a otro como buscando que no hubiera nadie empezó a caminar hacia donde 51 estaban tumbados. Cada uno de los pasos que daba el enorme hombre sonaba como un temblor de tierra, o al menos así se lo parecía a ellos. Zurcido empezó a sudar y los dientes le rechinaban de miedo. Alhaja también tenía mucho miedo pero intentó disimularlo pasando el brazo por encima de su amigo para tranquilizarlo. Cada vez estaba más cerca. Rubito, que se había escondido en uno de los árboles, presenciaba la escena asomando un poco la cabeza y vio que no tenían escapatoria; pensó en salir del árbol gritando para despistarlo y luego echar a correr, pero el miedo no le dejaba moverse, ese tío era enorme y… —Si nos pilla lo pasaremos mal —pensó. Cuando estaba a unos cinco metros de ellos se paró, empezó a mirar de nuevo hacia los lados como buscando algo o a alguien, volvió la cabeza también hacia atrás; si daba dos pasos más los pisaba, pero de repente dio un cuarto de vuelta y comenzó a dirigirse hacia unos matorrales que había a la derecha, lejos de ellos y de los vigilantes. En el giro Alhaja vio que en la mano llevaba un rollo de papel higiénico, se dirigió hacia los matorrales, se agachó, sonó un trueno y no había tormenta, estuvo unos minutos y al rato se levantó, volvió sin detenerse a paso ligero hacia la caravana en la que se metió. —Ufffff, ha estado cerca —susurró Alhaja al oído de Zurcido. Miraron ambos hacia sus amigos y vieron de nuevo dos manos levantadas, una en cada árbol, por lo que decidieron seguir con el plan. Llegaron a la jaula y allí estaban ya prácticamente solos, sin el apoyo de los compañeros, porque desde tanta distancia apenas sí los veían, pero no podían avanzar más porque eran los árboles más cercanos que había y si se adelantaban podían ser vistos. Había otro inconveniente y es que el cerrojo con el candado no estaba en la parte que daba al descampado por donde ellos accedían, sino en la otra, donde estaban las caravanas, pero al menos los camiones hacían de barrera. Alhaja se adelantó y le dijo a Zurcido que él vigilaría mientras este cortaba el candado. Era el momento, no había nadie, cogió la cizalla con las manos la abrió, la puso en el arco del candado y apretó pero no logró cortarlo, era de acero y no le hizo ni una muesca. 52 —Es imposible —le dijo a Alhaja—, abortamos la operación, no hay manera de cortarlo, he hecho toda la fuerza que he podido y no le he dejado ni marca. Alhaja se acercó y efectivamente vio que era así, pero no se iba a rendir tan pronto, si dejaba ahí a los elefantes no se lo perdonaría en la vida, por lo que empezó a ver otras posibilidades. La primera que se le pasó a la cabeza la descartó tan rápido como le vino, ya que se trataba de ir cortando los barrotes de la jaula uno a uno, lo cual además de llevarle mucho tiempo, produciría ruido y alertaría a los del circo. Al echarse un poco para un lado buscando una mejor visibilidad, observó que podían tener una oportunidad si lo que intentaban cortar era el cerrojo en vez del candado. Vio que estaba algo oxidado e incluso alguna zona bastante deteriorada. Pasó sus dedos por la superficie del cerrojo hasta parar en una parte porosa y bastante desgastada, cogió el dedo de Zurcido y dijo que lo pasara por ahí. No hizo falta que le dijera nada, acercó la cizalla y la colocó en esa parte, se preparó, hizo toda la fuerza que pudo y de un tajo certero partió el cerrojo. El ruido no fue lo suficiente como para que lo escucharan desde las caravanas, pero lo que sí hizo es que se removiera la hembra de elefante que estaba echada junto al macho. Abrió los ojos y vio a los dos niños, estos se asustaron, tiraron un poco de la puerta de la jaula, esta quedó entreabierta y salieron corriendo en dirección a sus amigos. Sin esperar a ver qué hacían los elefantes volvieron al pueblo ya que eran casi las siete y en invierno no podían llegar más tarde de esa hora. Todo había salido bien, por el camino le estuvieron explicando al resto cómo cortaron el cerrojo, que habían dejado la puerta abierta para que salieran y se fueran al monte. Desde la fuente de la plaza se despidieron y quedaron al día siguiente a las diez y media en el mismo sitio para ver qué hacían. Se fue metiendo cada uno en su casa a contar a sus padres qué habían hecho, pero todos hicieron un pacto de silencio respecto a la operación Liberar a Dumbo. Ninguno dijo nada. La casa de Alhaja no estaba muy lejos de la plaza, por lo que fue uno de los primeros en llegar. Eran las siete y diez, la noche estaba ya bastante cerrada. Su madre le preguntó qué tal con los nuevos amigos Rubito y las gemelas. Le dijo que muy bien y 53 que habían quedado todos por la tarde para dar una vuelta por el pueblo sin comentarle para nada lo que habían hecho con los elefantes. —Sube a darte una ducha y a cambiarte mientras voy preparando la cena, ahora cuando estés listo bajas y me ayudas a poner la mesa, tu padre no tardará en llegar, ya sabe que cenamos a las ocho. Cuando acababa de entrar a su habitación para ir a ducharse escuchó a través de la ventana alboroto de gente en la calle, cosa nada habitual puesto que el pueblo solía ser bastante tranquilo. Parecían voces de personas, gritos, que se oían desde lejos. Abrió la ventana, ahora sí se escuchaban más claros, y venían desde la plaza, una o varias personas estaban gritando, pedían socorro. Su madre, al igual que otros vecinos, se había asomado a la puerta al escuchar los gritos. Unos a otros se preguntaban qué estaría pasando cuando de repente vieron que venían corriendo por la calle dos mujeres gritando: —HAY DOS ELEFANTES SUELTOS EN LA PLAZAAAAAAA. Empezó a cundir el pánico cuando estos enfilaron la calle. Uno, el más grande llevaba una argolla en la pata de la que salía una cuerda que finalizaba en un gran clavo. La gente empezó a salir por los balcones y otros se arremolinaron en la plaza mirando hacia la calle. Acto segundo empezaron a escucharse sirenas, dos coches de la Guardia Civil bloquearon la salida de los elefantes por la calle y otros dos les impedían volver hacia la plaza. Por un momento, y tras apagar las sirenas, los dos elefantes se quedaron parados, tranquilos en medio de la calle al ver que no tenían salida. Llamaron al circo y al veterinario del pueblo para ver si les podían proporcionar unos dardos sedantes. Este acudió rápidamente a la plaza, pero le dijo a los agentes que lo más fuerte que tenía era para dormir un perro y que eso no le haría nada a los elefantes. Varias personas encargadas del circo se presentaron ante los agentes y dijeron que alguien había cortado el cerrojo de la jaula de los elefantes. Estos le apremiaron a que hiciera algo para que los elefantes volvieran al circo y que lo del incidente de la jaula ya lo verían después en el cuartel. 54 El encargado de los elefantes les dijo que no sería fácil retornarlos sin sedantes pero que ellos no tenían, que al macho había que vigilarlo porque era bastante nervioso. Tenían que sacar a la gente de las ventanas, que se metieran en sus casas e intentar aguantarlos mientras traían los sedantes desde la capital. Mediante gestos, un guardia civil por un lado y un policía local por otro, iban diciendo a la gente que se metiera en sus casas; los que estaban en la calle obedecieron, pero lo que hicieron fue entrar y asomarse a las ventanas. Alhaja lo estaba presenciando todo desde la ventana de su habitación, en la primera planta de la casa. Las ventanas de la calle estaban llenas de curiosos, y extrañamente los elefantes estaban tranquilos comiendo de un árbol que había en el borde de la acera. El cuidador advirtió a uno de los guardias que en el momento en que terminaran de comer, los elefantes intentarían buscar una salida y los coches no serían impedimento alguno, que él podía intentar acercarse para ver si cogía al macho de la cuerda y amarrarlo al árbol hasta que llegasen los sedantes. El guardia que mandaba no lo vio claro y creyó que lo más sensato era dejarlos mientras estaban tranquilos y así se lo transmitió al domador. Este le hizo ver que se equivocaba y que si los elefantes retomaban la marcha después de comer sería muy difícil pararlos. Como los sedantes aún podrían tardar media hora o más, el guardia se lo pensó mejor y autorizó al domador a que se acercara a los elefantes. Lo hizo sin látigo para no asustarlos y poco a poco se fue acercando a ellos. Sabía que si se ganaba a la hembra, que era más dócil, es probable que el macho obedeciera y se dejara amarrar al árbol. Con algo de comida en la mano se colocó apenas a unos metros de la elefanta. Los dos tiradores más certeros del cuartel se apostaron uno en cada lado de la calle, preparados para cualquier imprevisto, con un rifle cargado con balas de gran calibre, capaces de matar a un elefante. Le alargó la mano y la hembra empezó a comer mientras con la otra le acariciaba la cabeza. El macho dejó de comer del árbol y empezó a restregarse contra él como si se rascara. Parecía estar tranquilo, cuando de repente se escuchó una sirena de otro coche 55 que se acercaba a la escena. El elefante se asustó con el sonido y se alzó sobre sus patas traseras muy cerca del cuidador, al que derribó al suelo, aunque este no sufrió ninguna herida, tan solo un golpe en una pierna. Este se alejó de la escena cuando el macho se puso a mirar para el fondo de la calle agitando la cabeza de un lado a otro, pataleando. De nuevo se levantó sobre sus patas traseras e inició una carrera hacia donde estaban los guardias civiles y los coches obstruyendo la calle. —No dispares si no es estrictamente necesario —le dijo el jefe al tirador. Este cargó su arma y se puso en posición, pero el elefante a los pocos metros se paró y siguió agitándose en tono amenazante. De nuevo arrancó hacia los coches, esta vez con gran violencia, barritando y con la trompa levantada. Cuando estaba apenas a menos de diez metros, el guardia abrió fuego y el elefante cayó desplomado al suelo, brotando de su frente un gran chorro de sangre. La gente empezó a gritar desde las ventanas mientras un guardia pedía sabanas a los vecinos para taparlo. Alhaja se metió, cerró la ventana, se echó a la cama y empezó a llorar desconsoladamente y gritando: ¿Por qué no te fuiste al monte en vez de venir al pueblo, por qué? En ese momento se sintió culpable de la muerte del elefante, no podía parar de llorar. Su madre, que ya lo estaba echando de menos, subió y escuchó los sollozos de Alhaja a través de la puerta. La abrió, se sentó junto a él en la cama y empezó a acariciarle el pelo como solo una madre podría hacerlo. —¿Lo has visto, verdad? —Sí, mamá —dijo entre sollozos y lágrimas. —Es probable que así lo haya querido el destino hijo, el elefante estaba en un circo atado en una jaula, sufriendo, y las cosas no ocurren por nada. Puede que haya sido lo mejor para él. ¿Sabes lo que ha dicho el jefe de los guardias? —No, ¿qué ha dicho? —Han cogido a la elefanta y la van a llevar a una reserva donde los animales están en libertad, le van a buscar pareja; de no ser por la muerte de su compañero, ella seguiría en una jaula, ha sido un último acto de amor hacia su pareja. Me voy a enterar 56 dónde la van a llevar y si quieres en verano hacemos una excursión para visitarla. ¿Te parece bien? Poco a poco las palabras reconfortantes de la madre hicieron que una leve sonrisa asomara por los labios de Alhaja. —Si quieres no hace falta que bajes, cuando venga papá te subo la cena a tu habitación. —Gracias mamá, prefiero quedarme aquí sí. La madre lo dejó solo y a la media hora aproximadamente subió una bandeja con la cena, la dejó un momento en el suelo, abrió la puerta y vio a Alhaja tendido sobre la cama, estaba durmiendo tal cual lo había dejado antes de salir de la habitación. Lo tapó con un edredón, le dio un beso en la frente, apagó la luz y cerró la puerta. 57 CAPÍTULO 3: Lunes 6 de diciembre A las diez y media justas, como si hubieran sincronizado los relojes, Alhaja y el resto de la pandilla empezaron a entrar en la plaza, a la vez pero por diferentes calles. Mientras se acercaban al banco de la fuente donde solían quedar, unos a otros se iban dirigiendo miradas intentando vislumbrar en sus rostros cuál era el estado de ánimo, porque lo que estaba claro es que la noticia de la muerte del elefante era conocida por todos, incluidos los habitantes de los pueblos de alrededor, en un radio de varias decenas de kilómetros a la redonda. Alhaja sabía que él tenía que dar el primer paso pues fue quien ideó el plan, todos confiaban en él, no podía esconder la cabeza como un avestruz y por eso fue el primero en romper el hielo. —Imagino que todos estaréis al corriente de lo que pasó anoche. Se hizo un incómodo silencio, unos asintieron con la cabeza mirando hacia el suelo, otros fijaban su mirada en el rostro del que tenían al lado, pero ninguno decía nada. De nuevo Zurcido, el más echado para adelante, habló con voz rotunda, más propia de una persona adulta que de un niño. —Hicimos lo que teníamos que hacer, lo que nos salió del corazón, así que las cabezas arriba y no se hable más del asunto. ¿Qué planes hay para esta mañana? Ahora era Alhaja, quien reconfortado por las palabras de Zurcido y con una media sonrisa en la comisura de los labios, miraba uno a uno a sus amigos. Todos levantaron la cabeza y asintieron. Rubito y las gemelas dijeron que estaban muy orgullosos de lo que habían hecho, aunque el final no fuera el esperado. En la zona donde estaba el cartel anunciando el circo se volvieron a escuchar voces de niños, pero esta vez no eran de alegría sino de pesar. —Joooooo, yo quería ir —decía uno. Se acercaron caminando despacio, haciéndose hueco entre algunos niños y adultos que estaban también mirando. Encima del cartel que anunciaba la función habían pegado medio folio que contenía un escueto comunicado, escrito a mano con 58 rotulador azul, que Zurcido desde su casi metro ochenta leyó en voz alta, para que lo escuchara el resto de sus amigos: El Circo Universal lamenta comunicarles que suspende la función. Intentaremos volver en agosto. Como restando importancia al asunto, Zurcido continuó hablando y dijo que si en agosto volvía el circo sin animales irían. Ahora se está muy bien en el pueblo, pero hace bastante frío y no podemos hacer las mismas cosas que en verano, con mejor tiempo y los días más largos. Además, no está la pandilla completa, en agosto somos más. —Tenéis que venir —dijo Alhaja mirando a las gemelas. —Lo intentaremos —contestó Rubito—. Lo estamos pasando muy bien con vosotros y haremos todo lo posible para que nuestros padres dediquen al menos una semana de sus vacaciones para venir al pueblo. —Para eso aún queda mucho —interrumpió Luis—. Tengo una propuesta para esta mañana. —¿Qué has pensado? —dijo Canica, mientras los demás permanecían atentos a lo que iba a decir con la mirada clavada en Luis. —Cuando ayer fui con mi hermana a revisar la casa de mi abuela, probamos las bicis del año pasado y había pensado que serían ideales para Sara y Vera, ya que nosotros tenemos nuevas. Los demás de la pandilla todos tenemos bici. ¿Qué os parece si hacemos una excursión en bici hasta las afueras? A todos les pareció bien porque hacía tiempo que no salían en bicicleta. —Pero…, yo no tengo —dijo Rubito. —No te preocupes —contestó Luis—, también he pensado en eso y lo mejor es que vayamos al restaurante, estará allí Carlitos y como nos debe un favor seguro que te 59 presta la suya. Como está un poco lejos, es preferible que cojamos las bicis, quedemos aquí en la plaza y cuando estemos todos vayamos a buscar a Carlitos. Así lo acordaron, las gemelas y Rubito se fueron con Luis y Luna, pasaron primero por casa de su abuelo, ya que Luis había sido previsor y llevaba la llave encima, cogieron las dos bicicletas y continuaron hacia su casa para coger las otras dos. Apenas había pasado una media hora cuando ya estaban todos de nuevo en la plaza con las bicis. Sara se subió en una de las que le habían dejado, la que fue de Luna, Rubito cogió la bici vieja de Luis, aunque le quedaba un poco pequeña, pero era algo más grande que la de su hermana Luna y tenía una barra sobre la que sentó a Vera mientras él pedaleaba, así nadie tendría que ir andando. —¿Todos preparados? ¡Adelante! A buscar Carlitos —dijo Zurcido abriendo la fila. Dejaron las bicicletas en el aparcamiento del restaurante, en una zona habilitada para ellas, cuando a través de una de las ventanas Carlitos los vio, sorprendiéndose en primera instancia de que vinieran todos, pero a la vez curioso por saber qué querían. —Hola a todos, ¿qué hacéis? Le explicaron que tenían intención de salir con las bicis hacia la otra parte del pueblo, donde estaban las huertas, cerca del río, pero que les faltaba una para Rubito, que como él estaba ocupado ayudando en el restaurante habían pensado en que le podía prestar la suya. —Por el puente, como viene mucha gente al pueblo, mis padres han contratado personal nuevo y de momento no tengo que ayudar, así que me gustaría ir esta mañana con vosotros. El verano pasado, mi primo se dejó aquí su bici porque sus padres le compraron otra nueva. ¿Puedo acompañaros con la mía y le dejo a Rubito la de mi primo? —Claro —contestaron todos. —Acompáñame Rubito, vamos dentro y las cogemos, ya aviso de paso a mis padres que me voy. Una vez todos equipados iniciaron la marcha hacia la otra parte del pueblo. Cerca de la orilla del río y a lo largo de al menos dos kilómetros, desde donde se dejan 60 de ver las últimas casas, había numerosos huertos donde los lugareños sembraban productos como tomates, pepinos, pimientos, patatas, ajos, cebollas, habas, pipas de girasol…, que en temporada vendían en puestos callejeros colocados estratégicamente en varias calles del pueblo, así como en la plaza. Los que tenían huertas más grandes también ofrecían sus productos a través de un puesto en el mercadillo, que se hacía una vez a la semana, durante todo el año, y a veces iban a vender a los pueblos de al lado, si se había dado bien la recolección. Esto se hacía sobre todo en los meses de buen tiempo, desde abril hasta bien entrado el otoño. Era una manera de que entrara un buen dinerito a casa, además de autoabastecerse de productos naturales de primerísima calidad. En invierno, lo que primaba era la aceituna, había mucha gente que tenía olivos y en diciembre era la época de recolectar, llevarla a la almazara y obtener el precioso oro verde. También había muchos árboles frutales, muchos de ellos particulares, pero otros eran silvestres, habían nacido de manera natural y no eran de nadie, como por ejemplo algunas higueras que para agosto estaban repletas de higos; también había morales, castaños, perales, manzanos, cerezos, parras… En invierno pocos eran los árboles frutales que se podían aprovechar, pero había unos en concreto que a los niños les encantaban, y eran los caquis. A las afueras del pueblo, ya casi más cerca del siguiente, había varios que eran silvestres y que daban unas frutas muy grandes y jugosas, por lo que casi todos los años iban alguna vez a comer del propio árbol e incluso luego llevaban algunos a sus padres. Estaba lejos y por eso iban con las bicis, alguna de las cuales tenía una cesta delante donde echaban los caquis para llevarlos al pueblo. Llegaron a una zona cerca del río donde había bastante vegetación por la que no podían avanzar. Era el lugar donde solían dejar las bicicletas y seguir a pie unos quinientos metros hasta donde estaban los caquis silvestres. Rubito y sus hermanas estaban encantados con tanta naturaleza, en general con haber ido al pueblo, cada día era para ellos una experiencia y a cuál mejor. Sus amigos les explicaron qué frutos eran los buenos, los que estaban en su óptimo estado de maduración para comer en ese 61 momento, y cuáles para llevar. Estaban aprendiendo muchas cosas y cada día y hora que pasaba más deseos tenían de volver en verano. Canica, que era el más ágil, se subió a un árbol en apenas unos segundos y más rápido que lo habría hecho la mona Chita, para acceder a algunos caquis ya que los que estaban al alcance de la mano eran los primeros que cogía la gente. Los demás se pusieron debajo y se separaron en dos grupos, uno recogería los caquis que estaban listos para comer en ese momento y el otro los que iban a llevar al pueblo. Siempre cogían solo los que se iban a comer y algunos para llevar, sin ser egoístas y dejando para otras personas que pudieran venir detrás. Desde arriba, una vez arrancado el caqui, Canica gritaba maduro o verde y lo dejaba caer al grupo correspondiente, que lo recogía con una toalla agarrada por los picos, la cual tenían escondida entre los matorrales para la ocasión. Zurcido, que era un comilón, daba buena cuenta de tres caquis y los demás se comían uno solo, o si eran pequeños dos, y aparte se llevaban como un par de kilos cada uno a casa para sus padres. Degustaron la fruta a los pies del árbol, sentados sobre unas piedras, charlando entre risas y pensando qué iban a hacer por la tarde. Una vez habían acabado echaron el resto de caquis en varias bolsas y se dirigieron de vuelta a por las bicicletas. Cuando estaban cerca, Luna, que iba caminando de las primeras, se paró en seco porque le pareció oír como un ruido de voces; los demás, al verla, también se detuvieron quedando todos en silencio e inmóviles por un momento. —¿Habéis escuchado algo? —dijo Luna. Nadie hablaba, no hacían ruido, permanecían parados como estatuas intentando captar algún sonido, pero no oían nada. —Ha debido de ser algún animal, continuemos que ya estamos muy cerca de las bicis —dijo Sara. Al momento llegaron al lugar donde habían dejado las bicicletas y algo extraño percibió Alhaja. Notó como si las hubieran movido de sitio, la suya recordaba claramente que la había dejado apoyada en un árbol y ahora estaba tumbada en el suelo. Intentando restar importancia, cada uno se fue acercando a por la suya. 62 Zurcido dio un par de vueltas sobre sí mismo, como buscando alrededor, hasta que dijo en voz alta, casi gritando, y con aire de bastante enfadado: —Mi bici no está, alguien se la ha llevado. Si alguno de vosotros está intentando gastarme una broma y la ha escondido, os advierto que no ha elegido el día propicio, hoy estoy cabreado y será mejor que acabéis con esto ya si no queréis que me enfade más aún y si lo hago, que no suelo hacerlo casi nunca, no os gustará. —Tranquilo Zurcido, intentó calmarlo Alhaja, nadie de nosotros ha escondido tu bici, hemos llegado todos juntos y no nos hemos separado ni un momento. —¿Entonces dónde está mi puñetera bici, ehhhhhh? Detrás de unos matorrales cercanos empezaron a salir unos chicos, más o menos de la misma edad, en concreto diez, dos niñas y ocho niños. Tomó la delantera uno que parecía el jefe, con pelo peinado a cepillo y una especie de cresta en lo alto. Los demás se quedaron a su lado pero un paso detrás. Con aire un pelín chulesco, tal vez pensando en la superioridad numérica, se plantó a escasos metros de Alhaja y Zurcido, los miró desafiantes y dijo: —¿Qué pasa que habéis perdido alguna bici? —Y soltó una gran carcajada que secundó el resto de sus amigos. Zurcido hizo amago de abalanzarse sobre él, pero Alhaja lo paró. —Mirad, no queremos problemas, devolvednos la bici y tengamos la fiesta en paz, nos iremos a nuestro pueblo, vosotros al vuestro y todos tan contentos —dijo Alhaja. —El problema es que habéis invadido nuestro territorio, estáis en los límites de nuestro pueblo por lo que los caquis que os habéis comido y los que os lleváis nos pertenecen, así que los tenéis que pagar. Nos dais ahora mismo veinte euros o nos quedamos con la bici como fianza hasta que nos paguéis. Y os la vendemos barata, apenas tocáis a dos euros por cabeza. ¡Ja, ja, ja! En caso contrario me quedaré con ella porque me va a venir bien para el año que viene cuando crezca, que es una bici alta. ¿Es tuya, grandullón? —le dijo, señalando con el dedo a Zurcido. Fue la gota que colmó el vaso, conforme lo estaba señalando, Zurcido lo agarró por la manga de la cazadora y como quien levanta un gatito lo elevó en el aire por 63 encima de su cabeza; cogiéndolo por debajo de los sobacos, se dio media vuelta y lo colgó de una rama que salía del árbol más cercano, enganchándolo por la cazadora. Lo dejó ahí pataleando, se volvió y dijo: —A ver, ¿quién quiere ser el siguiente? Empezaron todos a recular con la cara más blanca que una pared recién encalada, a la vez que Zurcido avanzaba hacia ellos desafiante y con cara de estar muy cabreado. El chico que estaba colgado de la rama no dejaba de patalear intentando liberarse, pero al moverse la tela se iba desgarrando y resultaba más difícil soltarse. En apenas un momento pasó de la chulería a un estado de miedo tal que no podía ni articular palabra. —¿Cómo se llama vuestro amigo el que está en la percha? —les dijo Zurcido. Nadie hablaba, estaban temblando de miedo. Volvió a repetir la pregunta gritando aún más fuerte. —Me llamo Antonio —sonó un hilo tembloroso de voz a la espalda de Zurcido. Sin volverse, dijo Zurcido: —Así que Antoñito es el jefe de esta pandillita de cobardes. Ya les estás diciendo a estos que traigan la bici, y por cada minuto que pase sin que la vea delante de mí te voy a ir colgando una rama más arriba. No hizo falta que dijera nada, en menos de medio minuto ya había ido un niño a un matorral cercano y la había sacado poniéndola delante de Zurcido. Este la revisó y vio que todo estaba correcto. Se dio media vuelta, vio que sus amigos tenían todos los ojos clavados en él, abiertos de par en par, con cara de asombro y les guiñó un ojo que les infundió tranquilidad. —¿Tengo monos en la cara o qué? —dijo soltando una carcajada que fue acompañada por el resto de sus amigos. Una de las dos niñas, muy pequeñita, se acercó a Zurcido sin que este la viera llegar, le tiró de la manga de la cazadora y le dijo con una vocecita que apenas le salía del cuerpo, pero sin ningún atisbo de miedo en el rostro: —¿Puedes bajar a mi hermano de ahí, por favor? 64 Esto le sirvió para que se relajara y mostrara cierta ternura ante la mirada limpia de aquella pequeña que luchaba a su manera por su hermano, demostrando tener más valor que el resto, que seguían atenazados sin moverse del sitio. Zurcido se dio la vuelta, agarró a Antonio por la cintura, lo levantó hasta descolgarlo de la rama, lo llevó en volandas hacia donde estaba su hermanita y le dijo poniéndolo a su lado: —Aquí lo tienes. —Menuda bronca te va a echar mamá cuando vea cómo está la cazadora nueva —dijo la niña señalando a la espalda de su hermano, donde había una considerable raja. —Creo que es hora de volver, son casi las dos y no podemos llegar tarde a comer —dijo Alhaja. Se montaron y diciendo adiós con la mano emprendieron el camino de vuelta. Quedaron en dejar las bicicletas de Rubito y las gemelas en casa de Alhaja, ya que era más grande, por si acaso salían otro día. Llegaron a la plaza quince minutos antes de las dos por lo que aún les quedaba tiempo para charlar un ratito antes de irse cada uno a su casa, además como iban en bicicleta llegarían en apenas unos minutos. Las gemelas se dieron cuenta de que en la puerta del Ayuntamiento, junto al cartel donde se anunciaba la suspensión de la función del circo, habían puesto otro. Se acercaron a ver qué ponía y decía lo siguiente: 65 Con motivo del aniversario de la Constitución, y en sustitución del circo, el Ayuntamiento ha programado un concurso de búsqueda del tesoro. Se esconderá un tesoro en algún lugar del pueblo y quien lo encuentre lo podrá canjear por un premio. Inscripciones a partir de las 16 horas en la puerta del Ayuntamiento. La búsqueda comenzará una vez que se hayan inscrito todos los grupos, que se compondrán de un máximo de cuatro personas, niños y niñas entre 10 y 14 años. —Mirad esto —dijeron las dos a la vez en voz alta. Acudieron a la llamada de las gemelas y todos leyeron el cartel. —Sois ocho, podéis apuntaros vosotros en dos grupos, yo prometí ayudar esta tarde a mi madre a preparar unas cosas en el restaurante —dijo Carlitos. —Vale, un poco antes de las cuatro nos vemos todos en la puerta del Ayuntamiento, hacemos dos grupos y nos apuntamos, ¿os parece bien? —preguntó Alhaja. —Sí, será divertido, pero vámonos que son las dos menos cinco —decían los mellis a la vez que se subían en las bicicletas y empezaban a pedalear. —Ya estoy en casa —gritó Alhaja mientras cerraba la puerta tras haber dejado su bici, la de Rubito y las gemelas. —¿Qué tal la mañana, dónde habéis ido? —A las huertas de la salida del pueblo, he traído unos caquis que tanto os gustan a ti y a papá. 66 —Gracias, hijo, ¿No los habrás cogido de algún huerto privado? —No, mamá, ya sabes que hay una zona donde crecen que no son de nadie y todo el que quiere va y coge. Como han suspendido el circo esta tarde van a hacer en su lugar una caza del tesoro en grupos de cuatro y nos vamos a apuntar. He quedado con la pandilla antes de las cuatro que comienzan las inscripciones. —Vale, pero ahora vamos a comer. Avisa a tu padre que está en el porche arreglando una silla que se ha roto. He preparado albóndigas caseras con salsa de tomate de la que hice este verano con los tomates del pueblo, que todavía me quedan unos pocos botes. Si algún día te quieres hacer macarrones con tomate casero, los botes están en la despensa grande, en una alacena. Ten cuidado y no te equivoques cuando vayas a coger uno que justo al lado hay un montón de botes de perdices en escabeche de las que cazaba tu abuelo, y aún quedan muchos. No eran todavía ni las cuatro menos cuarto cuando ya estaban todos en la plaza. Había varios niños, algunos solos, otros acompañados de sus padres, que también iban para apuntarse a la caza del tesoro. La mayoría era del pueblo, que vivían en él todo el año, pero de otras pandillas. Solía haber varios grupos de amigos, y aunque todos se pudieran juntar en ocasiones especiales, como por ejemplo para jugar un partido de fútbol, no se solían mezclar. Generalmente había pandillas como la que formaba Alhaja, cuyos niños habían nacido en el pueblo y sus antepasados también, pero todos sus miembros incluso siendo naturales de allí vivían fuera, en la ciudad o en otras provincias, e iban en periodos vacacionales. Los que residían en el pueblo durante todo el año formaban sus propias pandillas, que se mantenían para siempre. Aunque no había peleas entre las diferentes pandillas, sí había piques y, por supuesto, cuando jugaban unos contra otros al fútbol o a lo que fuera, todos querían ganar, por lo que seguro que en esta ocasión también habría rivalidad. Nadie sabía el premio para el grupo ganador, pero corrió la noticia de que sería bueno, por lo que algunos niños de los pueblos de al lado se habían enterado y se iban acercando para apuntarse. Muchos de ellos eran conocidos porque iban al colegio del pueblo, al ser este el más grande e importante de todos los que había alrededor. 67 Estaban esperando los ocho sentados en el bando cerca del pilón de la plaza, ya eran las cuatro menos cinco y había como una veintena de niños revoloteando cerca de la puerta del Ayuntamiento, pero estas no se abrían ni salía nadie para explicar el juego. En un momento dado dijo Zurcido señalando hacia una de las calles que desembocan en la plaza: —Anda, esta sí que es buena, mirad quién viene por ahí, voy a saludar. Todos fijaron la vista hacia donde estaba señalando con el dedo. Alhaja se levantó y dijo a Zurcido: —Voy contigo, no quiero que cometas ninguna tontería. —Tranquilo Alhaja, si solo quiero saludar y desearles suerte. Se acercaron hacia ellos y dijo Zurcido: —Buenas tardes, Antoñito y compañía, ¿qué te trae por aquí? Este es nuestro territorio, no vendrás a apuntarte a la caza del tesoro. —Bueno, en realidad, me han traído mis padres para apuntarme sí, pero si quieres —dijo temblando—, nos vamos. —No hace falta —dijo Alhaja—. ¿Verdad Zurcido que vamos a ser buenos chicos, les vamos a dejar inscribirse y que gane el mejor? —Sin rencores, adelante —contestó Zurcido, mientras se escuchaba a una persona que en voz alta desde la puerta del Ayuntamiento estaba llamando a los participantes para que se acercaran. Todos los niños y niñas empezaron a rodearlo y cuando estuvieron en silencio empezó a hablar. —Bienvenidos, el Ayuntamiento ha organizado una caza del tesoro, donde os podéis apuntar en grupos de cuatro personas, niños y niñas mezclados; el premio solo se dirá al final y será uno solo para el equipo ganador. Una vez que os hayamos inscrito se os dará un sobre con una pista o prueba que os llevará a la siguiente y así sucesivamente, hasta llegar al cofre del tesoro. El equipo que lo encuentre en primer lugar deberá traerlo al Ayuntamiento. Habrá cuatro pruebas en total y se valorará con un punto cada una de ellas, que se dará al equipo que logre resolverla en primer lugar; la última, la que lleva hasta el cofre, valdrá dos puntos. 68 Para que no hubiera discusión, como la pandilla la componían ocho personas, ya que Carlitos no podía participar porque tenía que ayudar en el restaurante, en el banco de la plaza realizaron un sorteo quedando un equipo formado por Alhaja, Rubito, Luna y Sara y el otro por Zurcido, Canica, Luis y Vera. —Vaya, no me despego de ti ni con agua caliente —dijo Canica a Zurcido, a lo que todos soltaron una carcajada. Había tres grupos más, dos del pueblo y el capitaneado por Antoñito. Una vez todos tuvieron claras las explicaciones, les dijeron que tendrían aproximadamente tres horas para lograr encontrar el tesoro, hasta las siete que ya se hacía de noche. Cerca de las cuatro y media, en la puerta del Ayuntamiento, cada capitán con su sobre en la mano, lo abrió a la vez a un toque de campanilla que daba la señal. Prueba número 1: En el parque norte hay un árbol entre todos que destaca por algo sobre los demás. Debes encontrarlo y mirar a su alrededor, exactamente a 15 pasos de niño verás tres piedras pequeñas que forman un triángulo. Debajo, a poca profundidad, hay enterrada una cajita de metal que deberás llevar hasta el punto de salida, a la puerta del Ayuntamiento. Una vez leído el sobre todos los niños salieron corriendo en dirección hacia el parque, que no quedaba lejos de la plaza. Llegaron y unos se pusieron a mirar entre los árboles buscando algo que los diferenciara, pero todos parecían iguales. Otros iban corriendo de árbol en árbol. Zurcido, desde su mayor altura intentó divisar lo que otros no podían ver pero no observó nada que se saliera de lo normal. Alhaja pensó que en vez de estar correteando entre los árboles sin ninguna lógica, había que reunir al grupo y planificar una estrategia de búsqueda. Así lo hizo. —Creo que estar aquí en medio del parque entre tanto árbol no nos va a dar la respuesta de cuál es el diferente a los demás. De todos modos, lo mejor es que dos os quedéis dentro mientras otros dos nos alejemos un poco y observamos desde la distancia. Sara ven conmigo, y vosotros, dirigiéndose a Rubito y Luna, id mirando por los árboles a ver si veis algo diferente en alguno. 69 Alhaja, sin conocer el refrán, era consciente de que los árboles no le dejaban ver el bosque; estaba buscando una posición desde lejos donde poder ver los árboles en su conjunto. Se alejaron de la arboleda unos veinte metros para tener una visión global, todos les seguían pareciendo iguales. Comenzaron a girar alrededor pero ninguno parecía destacar entre los demás. Pensó que iba a resultar más fácil, pero lo que él no sabía, ni ninguno de los niños del pueblo que estaban más acostumbrados a visitar el parque, es que esa misma mañana el Ayuntamiento había instalado una caseta de madera, que era un nido de pájaros, y estaba colgada de una de las ramas de un árbol, pero esta no se podía ver desde abajo porque las mismas ramas la tapaban, así que mientras andaban rodeando los árboles Sara se detuvo y fijó su mirada en un punto elevado. —¿Qué pasa, por qué te detienes? —Creo que he dado con el árbol. Alhaja retrocedió hasta la posición donde estaba Sara, siguió su mirada y vio la pequeña caseta que pendía de una rama. —Sí, este tiene que ser el árbol. Vayamos corriendo a decírselo a Rubito y a Luna. Pero tenemos que hacerlo despacio, con cuidado y disimulando, si se dan cuenta los demás equipos que hemos encontrado en árbol todos irán hacia él y pueden encontrar la lata antes que nosotros. —Es cierto, vayamos despacio, los demás jamás verán la caseta. Se adentraron de nuevo en el parque, que seguía siendo un ir y venir de niños dando bandazos de un lado a otro como una pelota de tenis. Divisaron a Rubito y a Luna y poco a poco se fueron acercando a ellos. —Disimulad, sabemos qué árbol es pero ahora hay una dificultad añadida. Tenemos que andar los quince pasos que dice la prueba sin que se den cuenta los demás de que lo estamos haciendo, pero tampoco sabemos en qué dirección darlos. Poco a poco, haciéndose los despistados, se fueron acercando hasta el árbol. Una vez debajo de él miraron para arriba y comprobaron que no se veía la caseta. Decidieron ponerse los cuatro dando la espalda al árbol y comenzar a andar disimuladamente, 70 parándose cada dos o tres pasos, pero sin desviarse, mirando a los lados como si estuvieran despistados para no llamar la atención del resto. —Creo que será mejor que lo hagamos de dos en dos, si comenzamos a andar los cuatro a la vez en forma de cruz se van a dar cuenta —dijo Rubito—. Empezaremos Luna por el norte y yo por el sur contando los pasos, y si alguno viera las tres piedras en el suelo en forma de triángulo, levanta la mano izquierda y se toca el pelo como señal para que acuda el resto. Así lo hicieron, empezaron a caminar muy despacio parándose y disimulando. Rubito incluso cada cinco pasos hacía una marca con el pie en el suelo, se desviaba y al momento volvía a ella para dificultar más el poder ser descubierto por sus competidores. Llegaron a los quince pasos, se detuvieron, miraron hacia sus pies, no había marca ninguna, piedras sí pero todas a su libre albedrío. Dieron varias vueltas sobre sí mismos mirando alrededor. Echaron un par de pasos hacia atrás por si los habían dado demasiado largos paro nada, hicieron lo mismo hacia delante por si los habían dado demasiado cortos, pero tampoco. Volvieron a su posición junto árbol. —¿No habéis visto nada? —dijo Alhaja. —No, a ver si vosotros tenéis más suerte —contestó Luna. Sara comenzó a dar los primeros pasos en dirección oeste a la vez que Alhaja lo hizo hacia el este, intentando ambos disimular, sobre todo cuando algún niño de otro equipo pasaba cerca. Los inseparables Zurcido y Canica vieron a Alhaja parado y se acercaron hacia él. ¿Qué haces aquí quieto, por qué no buscas? —dijo Zurcido. —Lo estoy haciendo, lo que pasa es que me he parado a descansar —respondió mientras con el talón hacía una marca y con el otro pie salía de la dirección en la que iba—. No perdamos tiempo, a ver si vuestro grupo o el nuestro encuentra antes la primera pista. —Tienes razón, sigamos buscando. Vamos Canica, sígueme, no podemos estar aquí de charla. Cuando se perdieron entre los árboles Alhaja volvió a la marca con intención de retomar el camino. Levantó la cabeza y vio que Sara le llevaba la delantera. Se disponía 71 a reanudar los pasos cuando esta levantó la mano y empezó a pasársela por la cabeza. Al verla, Alhaja fue rápidamente en dirección hacia ella, quien le señaló hacia el suelo. Estaba lleno de piedras, todas tenían un tono grisáceo, pero había tres en concreto que eran blancas y redondeadas que formaban un triángulo equilátero perfecto. Mientras estaban mirando ambos las piedras llegaron Rubito y Luna, ya que habían visto desde su posición cómo Sara se pasaba la mano por el cabello. Tiene que ser aquí, no hay ninguna duda. Rubito se puso de rodillas, retiró las piedras y empezó a apartar la arena con la palma de la mano. Al momento, y sin apenas excavar nada, apareció un dibujo como en una cajita. Golpeó con los nudillos y sonó algo metálico. Cogió un palo del suelo con el que marcó el contorno de la caja, empezó a rodearla hasta que haciendo un poco de palanca la logró sacar. —TENEMOS LA PRIMERA PISTA —gritaron los cuatro a la vez, para que todos los escucharan y dejaran de buscar. En un momento empezó a acudir el resto de los grupos y pronto se vieron rodeados por un montón de niños, que llenos de curiosidad les preguntaban cómo la habían encontrado. No quisieron responder para no dar pistas sobre su manera de actuar. Lo que sí hicieron fue salir corriendo hacia la plaza para llevar la lata, seguidos de todos los demás. Llegaron a la puerta del Ayuntamiento y entregaron la lata al organizador de la caza del tesoro, quien corroboró que la pista encontrada era correcta. —Según las reglas del juego, el grupo capitaneado por Alhaja obtiene un punto —dijo mientras abría la lata y sacaba cinco sobres—. Ahora entregaré un sobre a cada uno de los capitanes, donde se explica la siguiente prueba. Todos lo abrieron a la vez y fue leído por cada capitán, rodeado de sus tres acompañantes. Prueba número 2: Hace exactamente un mes una persona del pueblo fue noticia a nivel provincial por algo, tenéis que averiguar por qué, y una vez descubierto debéis llevar a esa persona especial lo que más le gusta, que lo obtendréis de la única mujer que os lo puede ofrecer en todo el pueblo. A cambio, su hija os dará cinco sobres que deberéis traer, los cuales contienen la siguiente prueba. 72 Los dos grupos capitaneados por Alhaja y Luis pensaron que en esta segunda prueba había algo de tongo porque seguro que los grupos del pueblo sabrían a qué noticia se refiere, si esta había sido tan importante. En parte, no les faltaba razón, pero a medias, y es que la prueba estaba preparada de tal manera que aunque supieran sin preguntar qué persona fue noticia y por qué, era difícil saber qué es lo que le gustaba si no habían leído la prensa, ya que ahí es donde lo explicaba. Los niños no leen periódicos, por lo que al final todos tendrían que recurrir de un modo u otro al boca a boca, hasta encontrar a alguien del pueblo que les informara de qué persona era la especial, pero sobre todo qué es lo que le gustaba para llevárselo, y no menos importante era dónde conseguirlo. Podríamos decir que eran varias pruebas en una. El 6 de noviembre, o sea hacía un mes justo, la prensa provincial publicó la noticia a la que hacía referencia la prueba, tras hablar de la importancia de la localidad continuaba el periodista diciendo: Los habitantes de este bello pueblo están de enhorabuena pues tienen entre sus paisanos a la persona más longeva de la provincia, que acaba de cumplir hoy ciento siete años. Como todos los años desde que cumplió los cien, el Ayuntamiento, con asistencia de la corporación en pleno, la obsequió con lo que más le gusta que es un ramo de rosas rojas, escogidas cuidadosamente por nuestra florista local. Los grupos de Alhaja y Rubito no tenían ni idea de qué noticia podría tratarse y probablemente si sucedió hace un mes ni siquiera sus padres lo sabrían, por lo que a diferencia de los dos grupos del pueblo ellos tendrían que empezar a preguntar o por las casas o por los negocios. Teniendo en cuenta que los únicos que estaban abiertos eran los bares, y ellos al ser menores no podían entrar, por lo que la cosa se les complicaba por momentos. La opción de preguntar a gente que caminara por la calle era bastante descartable porque siendo la hora que era, las cinco menos cuarto de la tarde, y el frío que hacía, no había nadie, tan solo los niños de la búsqueda del tesoro y el que organizaba el juego, que obviamente no iba a decir nada. Entre tanto, los dos grupos del pueblo ya se habían encaminado a sus casas a preguntar a sus padres. El equipo de Antoñito estaba aún más perdido. Por fin se 73 decidieron a ponerse en marcha y el equipo de Zurcido se encaminó hacia la puerta del bar por si salía o entraba alguien, mientras que el de Alhaja fue a llamar por las casas. A la primera casa que tocaron ni les abrieron. De la segunda salió una mujer muy mayor que la pobre no se enteraba de nada de lo que decían, además estaba un poco sorda. En la tercera abrió otra mujer que dijo no saber nada y que su marido estaba echando la siesta. Rubito y los demás tampoco tenían suerte, no entró ni salió nadie del bar en quince minutos. A la cuarta casa que llamaron salió un adolescente graciosillo quien des dijo que se habían equivocado de fecha, que el aguinaldo era en Navidad y Halloween ya había pasado, y empezó a reírse. La madre desde dentro que lo escuchó salió a ver qué pasaba y le dijo a su hijo que ya atendería ella a esos niños tan guapos. —¿Qué queréis? —Buenas tardes, señora, gracias por atendernos, estamos haciendo un juego de la búsqueda del tesoro, tenemos que hacer una prueba y estamos preguntando por las casas —dijo Alhaja. —¿Y de qué prueba se trata, cómo puedo ayudaros? —¿Hace un mes hubo algún acontecimiento en el pueblo que saliera en los periódicos? —siguió indagando Alhaja. —Aquí en este pueblo nunca pasa nada y mucho menos para que salga en la prensa. Como no sea lo de la Cardelina, otra cosa no se me ocurre. Eso sí salió en el periódico. Es una vecina del pueblo que es la que más años tiene de toda la provincia, cumplió hace más o menos un mes ciento siete años. Vino hasta la televisión, todos los del Ayuntamiento le trajeron un ramo de rosas rojas que le gustan mucho porque cuando era joven el que fue su marido, que ya falleció hace muchos años, se presentó un día en casa de sus padres a pedir su mano para casarse, y lo hizo llevando un hermoso ramo de rosas rojas; es por eso que desde entonces le gustan tanto. A los cuatro del grupo se les encendió rápidamente la bombilla y pensaron que ya tenían casi resuelta la segunda prueba, solo debían averiguar dónde vivía esa mujer, quién vendía flores en el pueblo, ir a por el ramo, que seguramente ya estaría preparado, llevarlo a la casa y recoger los sobres. 74 La mujer que los estaba atendiendo en la puerta les indicó la dirección, también les dijo que el único sitio donde vendían flores era un vivero que había a la entrada del pueblo, cerca de las eras, que tenía una pequeña tienda con venta directa al público, y se llamaba De flor en flor. —Eso es cerca del circo, ya sé dónde está esa floristería, vayamos corriendo, no podemos perder tiempo, gracias señora, muy amable —dijo Alhaja. Emprendieron los cuatro la carrera directos hacia la floristería, cuando les faltaban apenas unos quinientos metros, como no habían visto a ningún niño, decidieron parar de correr y seguir caminando a paso normal. Al doblar la última casa, antes de verse la floristería, se toparon de frente con uno de los dos equipos del pueblo, que volvía llevando su capitán un ramo de rosas rojas en la mano. —¿Acaso vais a buscar esto? ¡Ja, ja, ja! Empezaron a venir los otros grupos, pero viendo que ya llevaban el ramo, todos se volvieron juntos hacia la puerta del Ayuntamiento, a esperar. El grupo ganador se acercó a la casa, el capitán golpeó la puerta levantando un pesado llamador, tras lo cual abrió una chica de unos veinte años. —Buenas tardes, ¿está la señora Cardelina? —Pasad, os estábamos esperando, es mi bisabuela, está sentada en su sillón favorito. Tenéis que hablar alto porque no oye bien. Hace un mes cumplió ciento siete años, le va a venir bien el ramo de rosas porque el que le trajeron para su cumpleaños ya está marchito. —ABUELAAAAA, mira han venido unos niños a traerte un regalo. —Qué niños más majos —dijo Cardelina—, y qué flores tan bonitas, son mis favoritas. ¿Queréis un chocolate? —No señora, muchas gracias, solo hemos venido a traerle este ramo de rosas y a desearle feliz cumpleaños. La bisnieta les dio los cinco sobres, se despidieron de la encantadora Cardelina y se dirigieron hacia la puerta del Ayuntamiento, donde ya estaba esperando el organizador, que recogió los sobres, y el resto de equipos. 75 Un punto tenía el equipo de Alhaja y otro el capitaneado por Canito, que así le decían en el pueblo. —Quedan dos pruebas, recordad que la última vale dos puntos y en caso de que haya empate el premio deberá ser compartido por los dos grupos —dijo el organizador, a la vez que repartía un sobre a cada capitán. Prueba número 3: En el cielo del pueblo hay una casa vacía esperando que algún año regrese su morador. Para acceder a esta casa, dentro de la cual están los cinco sobres de la última prueba, solo hay una llave que deberéis conseguir. Pista: el dueño de la llave también está cerca del cielo. Todos los grupos escucharon la lectura de boca de su capitán, se miraban unos a otros con cara de no saber muy bien a qué se refería el texto. Volvieron a leerlo de nuevo, más despacio, y uno de los equipos del pueblo se puso en camino como si hubieran logrado descifrar la pista. Los demás se quedaron mirando para ver por dónde se iban, siendo seguidos por otros dos equipos. Como no podían colaborar entre grupos, el de Rubito se acercó a vigilar la dirección que tomaban los que ya se habían marchado. Alhaja preguntó si a alguien se le ocurría por dónde empezar a buscar. Volvieron a leer parando en cada párrafo. Tras el primero, dijo Sara que cuando hablaba de una casa en el cielo es probable que se refiriera a alguna que hubiera construida en un árbol, o sea, en alto. Luna y Alhaja, que conocían bien el pueblo, se miraron y dijeron que entendían lo que decía, que tenía sentido, pero que no les sonaba que hubiera tal casa en ningún árbol de los del pueblo. —¿Y si a lo que se refiere es a algo que está más arriba? Habla de una casa en el cielo —dijo Rubito. —¿Pero qué hay más arriba que una casita en un árbol? —preguntó Luna. —Un nido —contestó Rubito. 76 Nada más escuchar la respuesta de Rubito a Alhaja se le iluminaron los ojos, como si al momento le hubiera venido la inspiración. —Lo tengo —dijo Alhaja—. Rubito ha dado con la solución, efectivamente, se trata de un nido. Me dijo mi padre que en la torre del campanario, que es la parte más alta del pueblo, durante muchos años estuvo anidando una pareja de cigüeñas, pero para que no estropearan el tejado de la torre, los bomberos hicieron una estructura en una de las ventanas, protegida por una reja, donde pusieron el nido, que siguieron usando hasta que un año dejaron de venir. El Ayuntamiento decidió mantener el nido cuidado por si esta pareja decidía volver, u otra diferente lo quería utilizar. El acceso a la torre está cerrado con llave, la tiene el cura del pueblo, de ahí lo de la pista, que la persona que tiene la llave está cerca del cielo. Tenemos que ir a buscar al cura a su casa, Luna y yo sabemos dónde vive, seguidnos. Cuando se estaban acercando, el grupo de Canito iba corriendo en sentido contrario y al verlos aceleraron el paso. El otro equipo del pueblo estaba llamando a la puerta y algunos niños intentaban mirar por la ventana por si veían al cura dentro, ya que este era muy mayor, estaba un poco sordo y puede que no escuchase el timbre. —¿Qué hacéis aquí? —dijo Alhaja. —¿Tú qué crees, listillo? —contestó el capitán—; pues lo mismo que vosotros, pero parece que el cura no está. Alhaja miró su reloj y vio que eran ya más de las cinco y media, por lo que pensó que el cura debería estar en la iglesia preparando la misa de las seis, ya que era fiesta. Los domingos y festivos había misa a las doce y a las seis. Llegaron rápido puesto que la iglesia no estaba demasiado lejos de la casa del cura, entraron tranquilos y despacio, vieron que apenas había algunas personas mayores vestidas de negro, pero el cura no estaba allí. Se acercaron a la sacristía que estaba en un lateral del altar mayor, entraron por la puerta pero tampoco vieron a nadie. A la izquierda divisaron otra puerta más pequeña de la cual salió un niño vestido de monaguillo. —¿Venís a por la llave de la torre? —les dijo el monaguillo. —Sí. 77 —Pues llegáis tarde, otro grupo se os ha adelantado y se la he dado, pero les he dicho que me la devuelvan que si no el cura se enfadará conmigo. No le dio tiempo a terminar la frase que ya estaban corriendo hacia la torre, la cual partía desde dentro de la propia iglesia. La puerta de acceso estaba abierta, entraron y empezaron a subir de uno en uno porque la escalera de caracol era muy estrecha, solo cabía una persona. La subida no era muy complicada, hacia la mitad de la torre había un acceso a una galería que hacía las veces de mirador, desde el que se tenía unas maravillosas vistas de casi todo el pueblo; pero no podían detenerse, debían seguir por si acaso eran los primeros, cosa difícil pero no imposible. Continuaron el ascenso, escucharon voces de otros niños pero venían de abajo, por lo que aceleraron el ritmo. Casi se marean por la rapidez con la que estaban dando vueltas. Llegaron a la parte final de la escalera de caracol, pero aún les quedaba un poco más. El último tramo, el que llevaba a la zona donde estaban las campanas, las ventanas y el nido de cigüeñas, se hacía con una escalera móvil de no más de diez peldaños que desembocaba en una especie de trampilla abierta. Se pararon un momento y Alhaja les dijo a los tres que permanecieran en silencio. No se habían cruzado al equipo de Canito, que supuestamente les llevaba la delantera, agudizaron el oído y tan solo se escuchaba el zureo de los palomos. Alhaja empezó a subir despacio, llegó al final y asomó la cabeza. —Vaya, otra vez llegáis tarde, llevamos aquí ya un buen rato esperando —dijo Canito, con aire chulesco usando los cinco sobres abiertos a modo de abanico—. Id bajando que no cabemos todos. Con cara de decepción empezó a descender y les dijo a los demás que habían subido antes. El otro grupo del pueblo también estaba llegando y más abajo se oían voces de otros niños subiendo. Se juntaron todos los equipos que poco a poco se iban dando la vuelta para iniciar el descenso. Llegaron al final en fila india y fueron asomando uno detrás de otro por la puerta que da a la iglesia, la misma por la que habían subido, los diecinueve más Canito que fue el último en salir. El monaguillo les estaba esperando abajo porque la misa estaba a 78 punto de comenzar. Canito le devolvió la llave guiñándole un ojo, se acercó y le dijo al oído: —Gracias colega, te debo una. Salieron todos de la iglesia y dirigiéndose hacia la puerta del Ayuntamiento le dieron los sobres al organizador. —Otro punto para el equipo de Canito, que ya lleva dos —dijo este con los sobres en la mano—. Con un punto está el grupo de Alhaja y el resto con cero. Recapitulando, queda la última prueba que está explicada en el sobre que os voy a repartir a continuación. En vista de los resultados que tenemos hasta ahora, solo se pueden dar dos posibilidades: Si el equipo de Alhaja gana obtendrá tres puntos y será el vencedor final, porque os recuerdo que esta última prueba vale dos puntos, en cualquier otro supuesto el equipo ganador será el de Canito. En caso de que los grupos estén dispersos si alguien llega con el sobre del tesoro, para avisar al resto de que la prueba ha finalizado haremos sonar la campana más famosa que tenemos en el pueblo, que solo se toca en ocasiones especiales, sonará cuatro veces, una por cada prueba. Repartió los sobres dando uno a cada capitán y les dijo que al ser la prueba definitiva sería un poco más complicada de descifrar que las anteriores, y que no los abrieran hasta que iniciara una cuenta atrás: —Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Ya! Los capitanes, rodeados por los miembros de su equipo, abrieron los sobres a la vez, estos hicieron una primera lectura mental, poniendo cara de no entender nada. Apremiados por los demás, cada uno leyó lentamente el contenido del sobre al resto: Prueba número 4: En la gran sala donde todos descansan de pie sobre literas de cinco camas, en la tercera litera de la sexta fila hay un ejemplar que reposa tumbado. En él hallarás un gran sobre con el que habrás legado al final del trayecto de la búsqueda del tesoro. Nadie se movía, todos los niños se miraban unos a otros para ver si a alguno se le encendía una bombilla y sabía a qué se refería lo que ponía en el sobre. Los capitanes 79 levantaron la cabeza casi a la vez para ver qué hacía el resto de grupos; todos permanecían de pie con cara de no saber por dónde empezar. Los tres miembros de cada uno de los equipos tenían la mirada clavada en su capitán, esperando que este les dijera algo. La mayoría lo que hizo fue leer de nuevo el contenido del sobre, más despacio. —Analicemos dónde puede haber una gran sala con camas en el pueblo —dijo Canito a los miembros de su grupo—. Si no ganamos nosotros, al menos tenemos que poner todas las trabas posibles para que no lo haga el equipo de Alhaja. Sara, que tenía el oído muy fino, escuchó lo que dijo y se lo transmitió al grupo, tras lo cual Alhaja añadió que había que llevar cuidado con Canito porque lo conocía bien y no le gustaba perder a nada: —Hará cualquier cosa para que no ganemos nosotros. Se separaron un poco más del grupo para que no oyera lo que tenía que decir a los suyos y Alhaja empezó a hablar: —Es cierto que hay varios sitios en el pueblo donde hay habitaciones con camas, se me ocurre por ejemplo el albergue juvenil, que se utiliza como alojamiento entre semana para algunos niños y niñas que estudian en el pueblo; los fines de semana y en verano se usa como hotel. Luego tenemos el hostal que también tiene habitaciones, aunque no las usan porque está a falta de realizar reformas y solo funciona como restaurante. El centro de salud no tiene habitaciones porque es pequeño. —¿Cuál de esos sitios crees que puede ser? —dijo Luna. —Creo que ninguno, de hecho esa va a ser nuestra ventaja respecto al resto de equipos. Todos van a intentar buscar en los que os acabo de mencionar, pero me parece que esta prueba es parecida a la del nido, donde hablaba de una casa en el cielo como una metáfora del nido de la cigüeña, pero algo más complicada. Tenemos que ponernos en la cabeza del que ha diseñado el juego, por lo que cuando habla de una gran sala con literas donde se descansa creo que no se refiere a camas sino a otra cosa, porque en ningún momento habla de que son personas las que descansan. Además, dice literas de cinco camas, eso es mucha altura, nunca he visto más de tres, aunque no digo que no las haya, aquí en el pueblo no existen. 80 A ninguno se le ocurría nada, lo que había dicho Alhaja casi les desorientaba más que les ayudaba a encontrar la solución. Se hizo un silencio, todos estaban pensando, el resto de equipos estaba ahí plantado, no se había movido nadie; esperaban a que alguien diera el primer paso para ver hacia dónde se dirigían, sobre todo Canito no quitaba ojo al grupo de Alhaja. Luna empezó a esbozar una sonrisa y dijo al resto del grupo: —Dejad un momento que me concentre, voy a cerrar los ojos, tengo que visualizar algo. Se alejó un poco buscando un sitio sin ruido, entornó los ojos ante la atenta mirada de los demás que se quedaron esperando. Tardó apenas dos o tres minutos que se hicieron eternos, abrió los ojos y llamó a sus compañeros para que se acercaran a donde estaba ella, alejándose así más del resto de equipos para que no pudieran escuchar lo que iba a decir. Alhaja, Rubito y Sara la rodearon, esperando a que hablara. —Creo que sé dónde está el sobre del tesoro —dijo mientras le brillaban los ojos de felicidad—. Rubito y Sara no lo saben porque aún no me conocen bien y no son de aquí del pueblo, pero ¿cuál es mi afición preferida cuando no estamos con la pandilla y el sitio que más me gusta del pueblo? —continuó, dirigiendo la mirada a Alhaja. —Te encanta leer y el sitio donde sueles ir cuando no estamos juntos es la biblioteca del pueblo. Siempre dices que allí encuentras mil mundos en uno, que cada libro es una aventura, y por eso vas allí. A veces te acompañamos pero tú nos ganas a todos. —Cuando he cerrado antes los ojos lo que he hecho, pensando en lo que dijiste sobre la prueba del nido, ha sido visualizar mentalmente la biblioteca. Es una gran sala, hay exactamente once estanterías y cada una de ellas tiene cinco lejas o baldas donde están los libros, o sea donde reposan de pie. Creo que las camas son las lejas y las literas las estanterías, además es imposible equivocarse, da igual por donde se empiece a contar ya que dice sexta fila y tercera litera; al haber once estanterías es la que hace seis de las once y la tercera fila es la que hace tres de las cinco, se empiece por donde se empiece a contar, izquierda o derecha y arriba o abajo siempre llegaremos a una sola estantería y a la leja correcta. 81 Mi memoria mental no llega a tanto como para visualizar la leja en concreto y qué libros hay, por lo que tendremos que ir a comprobarlo. Lo que sí recuerdo es que hacia la mitad están los de geografía e historia, es normal que en esta sección haya libros que son muy altos y no quepan de pie, por lo que la bibliotecaria los suele poner tumbados. Imagino que en esta leja en concreto habrá varios libros de pie y uno tumbado, ese será el que buscamos. Se quedaron los tres pasmados, con los ojos abiertos de par en par, no dejaron de escuchar a Luna todo el rato con atención y asombro a cada cosa que decía. —Eres increíble Luna —dijo Alhaja—. Te prometo ir más a la biblioteca. —Y nosotros también —dijeron Rubito y Sara, soltando una carcajada. —Bien, todo lo que has dicho tiene sentido y estamos seguros de que ahí está el sobre que nos dará la victoria —continuó Alhaja—, pero ahora tenemos un problema. Los demás equipos siguen absolutamente perdidos, no tienen ni idea de por dónde empezar. Cuando comencemos a movernos lo más normal es que vengan detrás de nosotros, al menos el equipo de Canito seguro, y lo peor es que intentarán hacer todo lo posible para echarnos delante, son capaces incluso hasta de robarnos el sobre una vez lo hayamos cogido si nos siguen hasta la biblioteca. Sé de lo que es capaz Canito con tal de no perder, y menos contra mí, ya que tenemos gran rivalidad porque aunque seamos de aquí tanto como él y su grupo nos consideran un poco forasteros ya que vivimos fuera y solo venimos de vacaciones. —Entonces qué vamos a hacer para que no nos sigan, porque en cuanto echemos a andar hacia la biblioteca se nos van a pegar —dijo Rubito. —Tengo una idea y un plan para despistarlos pero hay un problema añadido. Solo Luna y yo sabemos dónde está la biblioteca, sobre todo ella. ¡Je, je! Vosotros no sois de aquí y no conocéis bien el pueblo aún. Desde aquí a la biblioteca no hay mucha distancia, tenemos a nuestro favor que hay que atravesar varias calles y podemos ir hacia ella en zigzag para despistar, pero aún así si los llevamos muy pegados será difícil que nos los quitemos de encima. He pensado en lo siguiente: Lo primero que vamos a hacer es dividirnos en dos parejas, Luna irá con Rubito y seréis vosotros los que vayáis a la biblioteca, Sara vendrá 82 conmigo e intentaremos despistar al grupo de Canito yendo hacia el albergue, que es el sitio donde creen que puede estar el sobre ganador. Él me va a seguir a mí casi seguro. Ahora, cuando nos pongamos en marcha, los cuatro saldremos muy despacio por la calle Mayor, pero nada más doblar la esquina nos dividimos y a la carrera nosotros cogemos la calle que va directamente al albergue y vosotros iréis hacia la biblioteca pero no directamente, lo haréis entrando por la primera de la izquierda para luego volver por la siguiente o la otra. Todos lo tuvieron claro y decidieron poner el plan en marcha. A la de tres empezaron a caminar muy lentamente en dirección hacia la calle Mayor, mirando de reojo qué hacía el resto de equipos. El de Zurcido y el de Antoñito no hicieron nada, pero Canito y su grupo se pusieron en marcha vigilándolos a cierta distancia, seguidos a su vez por el otro equipo el pueblo, que aunque ya no tenían nada que hacer para ganar, seguro estaba Alhaja de que habrían tramado algo con Canito para entorpecer su posible victoria. Nada más enfilar la calle Mayor, en un momento en el que perdieron de vista a Canito, a la voz de «ya», salieron corriendo a toda velocidad dividiéndose en dos. Cuando Canito enfiló la calle pensando en que estarían muy cerca se encontró con la sorpresa de que no había nadie. Lo único que pudo llegar a atisbar fue a Sara doblando la esquina de la calle que llevaba hacia el albergue. Pensando que los cuatro se habrían ido por el mismo sitio salieron corriendo detrás para ver si les daban alcance, a la vez que en voz alta decía Canito: —Os lo dije, creo que van hacia el albergue donde están las habitaciones, seguro que hay alguna grande con literas, sigámoslos. La bajada hacia el albergue no era en línea recta por lo que este hecho jugaba a su favor, tenían que ir sorteando callejones estrechos y además lo iban haciendo en zigzag para dificultar más el seguimiento. Alhaja, sin parar de correr, miró hacia atrás y en uno de los giros le pareció ver asomar la cabeza de Canito. 83 —Nos están siguiendo, el plan está funcionando, esperemos que no hayan visto a Luna y Rubito y puedan llegar a la biblioteca —dijo sin parar de correr entre callejones, seguido por Sara. Luna se paró en una esquina y asomando la cabeza vio que no los seguía nadie, estuvo así durante un par de minutos para asegurarse. —Creo que el plan de Alhaja ha funcionado, no parece que nos sigan, aún así no bajaremos a la calle Mayor por la siguiente, lo haremos por otra más adelante que aunque baja recta, hacia la mitad sale una bocacalle que dificulta que podamos ser vistos, desde la cual podremos empalmar con otra que sí desemboca ya en la calle Mayor, cerca de la biblioteca. Siguieron por la calle del Teatro, que va paralela a la calle Mayor, pero por encima, hasta llegar a la calle Vadillo, por la que descendieron; hacia la mitad de la misma, giraron a la izquierda por un callejón más estrecho del mismo nombre, que desembocaba en una plazoleta desde la que partía otra calle llamada de la Iglesia, por haber allí una muy antigua, y que descendía hacia la calle Mayor. —Mira Sara, aquí nací yo y me crie —dijo Alhaja, señalando a una casa que había en la plazoleta pegada a la torre de la iglesia—. Era de mis abuelos, pero la vendieron; ahora no tenemos tiempo, pero si venís en verano ya os enseñaré esta parte del pueblo, donde jugaba yo de pequeño. Cuando llegaron a la esquina de la calle de la Iglesia con la calle Mayor, Luna asomó la cabeza con mucho cuidado, poco a poco para que no la vieran, a la vez que ella podía observar si venía algún grupo. Miró hacia un lado y no vio a nadie, miró hacia el otro y tampoco, pero literalmente. La noche estaba empezando a caer y había bajado bastante la temperatura, encima empezó a chispear, por lo que no había nadie por las calles. Rubito se quedó detrás de Luna esperando una señal para continuar. —Adelante, sígueme, no viene nadie y la biblioteca está apenas a cincuenta metros. En un momento estaban en la puerta y vieron que estaba cerrada. —Claro, hoy es fiesta —dijo Rubito—, no está abierta. A ver si nos hemos confundido y no es este el lugar donde está el sobre del tesoro. 84 —Qué raro, estoy casi segura al cien por cien que la pista nos lleva hasta la biblioteca —contestó Luna, mientras su cerebro empezó de nuevo a repasar mentalmente y en silencio lo que decía el texto de la prueba. Rubito, un poco decepcionado, la dejó en su estado de meditación a la vez que se apoyaba en la puerta, intentando refugiarse un poco del agua que empezaba a caer con algo más de intensidad; incluso le pareció ver al trasluz de una farola que eran chispas de agua mezclada con nieve. Intentando resguardarse algo más giró el cuerpo quedando su cara casi pegada a la puerta de entrada a la biblioteca. Al lado del cartel donde figuraba el horario había otro que le llamó la atención: Hoy 6 de diciembre día de la Constitución la recomendación para leer es el libro La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Si buscas un tesoro nada mejor que un libro para hallarlo. Llama y te abrirá la guardiana del templo donde hallarás el tesoro. —Mira Luna —le dijo Rubito todo emocionado dándole un codazo que la sacó de su letargo—, es aquí y parece que hemos llegado los primeros. Alhaja aminoró el paso consciente de que era seguido por los dos grupos del pueblo, por lo que sus compañeros lo más probable es que teniendo vía libre habrían llegado ya a la biblioteca. Apenas les quedaba ya el último callejón que desembocaba en una carretera que hacía las veces de circunvalación, desde la cual se podía divisar el albergue. Antes de atravesarla echó una mirada hacia atrás, aprovechando que tenía que girar la cabeza a ambos lados de la carretera para comprobar que no venía ningún coche, aunque estaban para cruzar por un paso de cebra. Efectivamente, comprobó que les seguían, aunque estos escondieron la cabeza detrás de la esquina de la última casa antes de llegar a la carretera. Alhaja y Sara pasaron al otro lado y ya sin mirar atrás llegaron hasta la puerta de entrada al albergue. Alhaja le susurró algo al oído y esta lo siguió. Se dispusieron a rodear el albergue con la 85 sola intención de que Canito y el resto, viéndose libres, se apresuraran y llegaran a la puerta. Cuando dieron la vuelta completa al edificio estaban los dos equipos completos en la puerta principal. —Vaya, qué mala suerte habéis tenido, hemos llegado nosotros primero, el tesoro será nuestro y mi equipo se proclamará ganador —dijo Canito. —De eso nada —contestó Alhaja, siguiéndole la corriente y figurando estar enfadado—. Nosotros hemos llegado antes, estábamos detrás por si había otra entrada de acceso al tesoro. —¿Qué pasa que te vas a poner chulito ahora? Mira Alhajita —dijo en tono despectivo—, tienes dos opciones: o te vas por donde has venido y entro tranquilamente a por el sobre del tesoro o aquí mis amigos y yo, que en total somos ocho, te ponemos un ojo morado, eso sí, como soy muy generoso, te dejamos el otro sano para que puedas ver por dónde volver a la plaza. A tu amiguita no le haremos nada porque como no es del pueblo para que no piense que aquí nos portamos mal con los forasteros. ¿Verdad chicos que somos muy buenos y recibimos muy bien a los turistas? —dijo a la vez que todos soltaban una gran carcajada—. Por cierto, y los otros dos, ¿qué pasa que les da miedito la oscuridad y la lluvia y se han ido con mamita? ¡Ja, ja, ja! —Está bien, nos iremos, volveremos a la plaza y os esperaremos allí, sé reconocer mi derrota —respondió Alhaja. —Así me gusta, id yendo que nosotros tenemos un tesoro que buscar, enseguida vamos a la puerta del Ayuntamiento a recoger el premio. Rápidamente, mientras comenzaban a caminar por donde habían venido, Sara comprendió que Alhaja había estado ganando tiempo. Se quedaron los dos grupos llamando al albergue mientras Alhaja y Sara ya estaban cruzando la carretera de nuevo, pero en sentido contrario, o sea en dirección al pueblo. Nada más llegar al comienzo del callejón, cuando comprobaron que ya no podían ser vistos, emprendieron a la vez la carrera en dirección a la biblioteca. Luna empezó a leer el cartel que le estaba indicando Rubito, estaba escrito con letras azules muy llamativas, como queriendo atraer la atención. —Sí, es aquí, tenía razón —decía mientras estaba buscando el timbre. 86 Llamaron y al momento salió la bibliotecaria, a quien conocía bien Luna. Iba vestida de pirata con un parche en un ojo y un garfio en la mano izquierda. —¿Quién osa perturbar la paz de este templo de sabiduría? —dijo poniendo voz grave la bibliotecaria. —Somos nosotros, venimos a por el sobre del tesoro —contestó Luna. Se levantó el parche del ojo porque para el disfraz se había tenido que quitar las gafas y no veía bien. Miró a los niños y dijo: —Pero si es mi Lunita, la niña más lectora de todo el pueblo, no sabes la alegría que me llevo de ver que es tu grupo quien ha descifrado la última pista para acceder al tesoro. Adelante entrad, ¿Sabes dónde buscar? Yo no os puedo ayudar. —Lo sé perfectamente, me conozco muy bien la biblioteca, gracias Entró y empezó a contar las estanterías, una, dos, tres, cuatro, cinco y seis, esta debe de ser; miró hacia arriba y vio un cartel que ponía J-91 Geografía general. Lo sabía, esta es la sección de geografía, empezó a contar las lejas, una, dos y tres. La miró con detenimiento y vio que todos los libros estaban colocados de pie, con el lomo hacia fuera y con una etiqueta blanca abajo. A la derecha había uno de gran formato que estaba tumbado porque no cabía de pie. Lo cogió y lo puso sobre una mesa cercana, bajo la atenta mirada de Rubito y la bibliotecaria. Era un atlas de los países del mundo, miró el lomo por la parte donde se abre y vio que hacia la mitad parecía que no estaba bien cerrado, como si hubiera algo dentro que se lo impidiera. Acercó la mano derecha y puso cuatro dedos, salvo el pulgar, en la parte donde no estaba bien cerrado. Lo abrió y dentro estaba el libro de Stevenson La isla del Tesoro. Lo sacó y parecía ocurrir lo mismo que con el atlas pero en menor escala, algo había por la mitad impidiendo que el libro estuviera cerrado del todo. Realizó la misma operación y apareció un sobre que ponía: Enhorabuena has encontrado el gran sobre del tesoro, llévalo a la puerta del Ayuntamiento y entrégalo al organizador. —Lo tenemos —gritó Luna con gran emoción. —Enhorabuena —dijo la bibliotecaria—. La lectura te ha ayudado a ser una niña muy despierta, te ha hecho pensar y razonar hasta llegar a encontrar el sobre del tesoro. 87 No hay mejor y mayor tesoro que leer…, pero no os quiero entretener, id al Ayuntamiento y recoged vuestro premio. Alhaja y Sara llegaron exhaustos a la puerta de la biblioteca. Esta seguía cerrada pero el cartel había cambiado: Recupera ya el aliento Si quieres ver el tesoro, Un libro era y no oro Y está en el Ayuntamiento. —Biennnnnn —dijo Alhaja—, ya tienen el sobre. Fue terminar de decir la frase cuando sonó como un estruendo un toque de campana. —Son las siete y diez —dijo Sara mirando su reloj de muñeca—. No puede ser el reloj de la torre —cuando sonó un segundo toque. —Es el aviso de que Luna y Rubito han llegado con el sobre al Ayuntamiento, vamos para allá —dijo, mientras sonaba un tercero. Los dos grupos que seguían intentando entrar en el albergue, que estaba cerrado, cuando oyeron los tres toques de campana se quedaron como pasmarotes, con la boca abierta y cara de tontos, deseando que no sonara un cuarto. Pero lo hizo, retumbó en las cabezas de los ocho como si les hubieran puesto un petardo en los pies. —No puede ser —dijo Canito—. Es imposible. Todos lo miraron con resignación, hasta que uno de los niños dijo: —Lo mismo tenemos suerte y ha encontrado el sobre el otro grupo, no el de Alhaja. Canito lo miró con una cara que se le quitaron las ganas de volver a abrir la boca: –¿Tú eres tonto? Anda, vamos para el Ayuntamiento. 88 Los ocho llegaron a la puerta donde ya estaban esperando los otros tres equipos. Canito miró fijamente a Alhaja y este esbozó una sonrisa que se le metió en el alma, pero no pudo hacer otra cosa que reprimirse y esperar a tener una oportunidad de vengarse en los juegos que se hacían en el verano. —El ganador de esta última prueba ha sido el equipo de Alhaja —dijo el organizador—; con lo que las puntuaciones globales quedan como sigue: Dos puntos el equipo de Canito y tres el de Alhaja, que se proclama vencedor de la caza del tesoro. ¿Queréis saber en qué consiste el premio? —dijo mientras abría el sobre—: El equipo ganador de la caza del tesoro tendrá el día ocho de diciembre una comida gratis en el restaurante a la que cada miembro del grupo podrá llevar un acompañante. Pero aquí no pierde nadie, esto es solo un juego para pasarlo bien, así que ahora todos los participantes vais a disfrutar de un magnífico chocolate que estamos preparando, acompañado de nuestro producto más típico, las famosas fritillas, pero las tomaremos dentro del Ayuntamiento que aquí hace mucho frío y esta lloviznando. —Hummmmm qué ricas —dijo Alhaja. —¿Qué es eso? —preguntaron las gemelas. —Ah, es verdad, que vosotros no lo sabéis —contestó Luna—. Digamos que es una cosa parecida a los churros pero aplastados en forma de torta, en vez de alargados. —Seguro que nos encantan. Alhaja miró su reloj y vio que eran ya casi las siete y media. Todos los días tenían que llegar a casa a las siete o un poco más, aunque hoy podrían llegar más tarde porque todos los padres ya sabían que sus hijos iban a participar en el juego de la búsqueda del tesoro, pero si se quedaban a hacer la merienda-cena en el Ayuntamiento sus padres se preocuparían. Así se lo hizo saber al organizador. —Tienes razón Alhaja, estás en todo, en parte es culpa nuestra por no haber anunciado antes lo del chocolate y las fritillas, pero te preocupes porque lo que queríamos era que fuera una sorpresa para vosotros y que no os distrajerais durante el juego pensando en la merendola de después. Cuando tuvimos los nombres de los participantes, como os conocemos a todos, mientras se desarrollaba el juego, hemos llamado por teléfono a vuestros padres para decirles que no os preparasen cena porque 89 os la daría el Ayuntamiento. Tu madre me dijo que se lo transmitiría a los padres de tus tres amigos. Así que todo está arreglado. Ahora a disfrutar de la merienda. Por cierto, toma el sobre, aquí están los ocho vales para la comida de pasado mañana, ya os tendrán una mesa preparada, es a las dos. —Gracias, me quedo más tranquilo. Alhaja cogió el sobre y lo guardó bien dentro de un bolsillo de su plumífero que se cerraba con cremallera. Los veinte niños siguieron al organizador, que entró en el Ayuntamiento, subieron unas escaleras y en la segunda planta había un gran salón donde estaban preparadas unas mesas llenas de vasos de chocolate calentito y varias bandejas de fritillas recién hechas. Fueron recibidos nada más y nada menos que por el mismísimo alcalde y la concejala de festejos, que repartieron a cada niño un ejemplar de la Constitución en una edición juvenil. —Seré breve porque no quiero que se os enfríe el chocolate —dijo el alcalde, mientras miraba a los que no conocía—. Es un orgullo para este pueblo recibir niñas y niños nuevos, como los que tenemos hoy aquí. Guardad bien el libro no lo vayáis a manchar ahora con el chocolate. Espero que lo hayáis pasado bien con el juego de la búsqueda del tesoro, ya sabéis que para el verano hacemos otro tipo de juegos en los que esperamos que participéis porque también habrá regalos. —Yo seré más breve aún —dijo la concejala, recibiendo la palabra del alcalde con una mirada—. Para antes del verano estamos preparando algunas actividades sobre las que iremos informando a vuestros padres. Ahora disfrutad de la merienda y gracias a todos por participar. Alhaja, antes de empezar con la merienda, les dijo que irían los ocho que habían participado a la comida, y todos estuvieron de acuerdo a la vez que encantados. 90 CAPÍTULO 4: Martes 7 de diciembre Estuvieron degustando la merienda-cena hasta más allá de las nueve de la noche, en un ambiente muy distendido, sin preocuparse por la hora de llegada al saber que sus padres ya estaban avisados. Aún así, se formaron tres grupos alrededor de la mesa donde se servía el chocolate con las fritillas. Por un lado, en la esquina, estaban los niños que vivían permanentemente en el pueblo, quedando en medio Antoñito y sus amigos; en la otra esquina estaban los equipos de Alhaja y Zurcido. De vez en cuando, Canito echaba una mirada desafiante hacia Alhaja que este intentaba esquivar. Es probable que en vez de disfrutar de aquel momento pensara que la venganza es un plato que se sirve frío, y que su pequeña mente retorcida empezara ya a maquinar algún plan que estuviera a la altura de un rival como Alhaja, noble pero astuto e inteligente. A ninguno de los dos le gustaba perder, pero la ventaja que tenía Canito es su falta de escrúpulos. Quien lo conocía sabía perfectamente que para él siempre el fin justificaba los medios. También tendría la ventaja de enterarse antes que Alhaja de qué juegos se harían en verano, por lo que podría anticiparse e incluso contar con ayuda externa para no sufrir una nueva humillación delante de sus amigos, que pusiera en entredicho su madera de líder, ser el número uno del grupo, pero para eso todavía quedaba mucho tiempo. Alhaja se acercó a Zurcido y le comentó algo al oído. Este puso cara de circunstancias pero acto seguido se acercó a Antoñito y le dijo que se unieran con ellos, a lo que este asintió. —Traed vuestro plato de fritillas que a nosotros nos quedan pocas —añadió Zurcido señalando con su dedo índice una bandeja que había en el centro de la mesa. Este hecho no le hizo ninguna gracia a Canito porque en un primer momento pensó que los podría tener como aliados, ya que eran del pueblo vecino y estaban como ellos en el lado de los perdedores, pero no todos tenían una mente maquiavélica como Canito. De hecho, aún le fastidió más ver que en apenas un par de minutos se estaban 91 tratando todos con una gran familiaridad, entre risas, charlando como si se conocieran de toda la vida. —Ya se me ha adelantado el enteradillo de Alhaja, ¡qué asco le estoy tomando!, pero reíd, reíd, que quien ríe el último ríe mejor —pensó Canito. Después de tanto esfuerzo realizado en la búsqueda del tesoro, el frío y el hambre que tenían se fue aplacando poco a poco, tanto que pasadas las nueve no quedaba encima de la mesa nada, ni un trozo de fritilla. Las tres chocolateras que sacaron llenas se las llevaron totalmente vacías. —Bueno niños, ha sido un placer teneros aquí, espero que hayáis disfrutado mucho —dijo el alcalde—. El padre de Antoñito está en la puerta esperando con el coche, los demás abrigaos bien, no olvidéis vuestros chaquetones que está empezando a nevar y hace mucho frío. Nada más oír eso, rápidamente todos los niños fueron a descorrer las enormes y pesadas cortinas que cubrían los ventanales que daban a la calle. Pegaron la cara al helado cristal y fijaron sus miradas en un farol que estaba cerca de los balcones, viendo cómo lo que hacía un rato eran chispas de agua mezclada con nieve, se habían convertido en hermosos copos blancos, grandes, que caían como una pluma. Salieron disparados hacia las perchas y sillas que estaban cerca de las mesas, donde habían puesto sus prendas de abrigo, cogieron sus chaquetones, gorros, bufandas, guantes, etc., y enfilaron la salida hacia la planta de abajo donde estaba la puerta de la calle. Deseosos de ver la nieve, algunos niños bajaron los escalones de tres en tres. Una vez fuera todos miraron hacia arriba para ver y sentir los copos cayendo sobre su cara. Cuando veían que estaba llegando alguno grande lo seguían, esperándolo con la boca abierta para cazarlo al vuelo. —¡Qué bonito! —dijeron las gemelas a la vez—, nosotras no hemos visto nunca nevar, en la ciudad donde vivimos no nieva nunca. —A lo mejor tenemos suerte —dijo Alhaja—. Si sigue nevando es probable que cuaje y mañana cuando despertemos estará todo blanco. Haremos una cosa, como solemos quedar a las diez y media en el pilón de la plaza, nos levantaremos un poco antes y si al asomarnos por la ventana está el suelo blanco, nos vemos en la plaza a las 92 diez, media hora antes, que tengamos más tiempo para jugar. Ahora está nevando pero no sabemos lo que pasará, puede que dentro de un rato pare y mañana no haya nieve o que siga y tengamos un buen manto blanco. —Así lo haremos —secundó Luna—. Además, si cuaja subiremos a la parte alta del pueblo desde donde hay unas vistas preciosas y haremos fotos que guardaremos de recuerdo. Le pediré un móvil viejo que tiene mi madre que hace buenas fotos. —Además —siguió Luis, mirando a las gemelas y a Rubito—, cuando nieva podemos jugar a muchas cosas, nos lo pasamos en grande. Hacemos construcciones, no solo muñecos, ya que aquí desde pequeños nos enseñan a hacerlos sirviendo de aprendizaje para con el tiempo hacer figuras más elaboradas, incluso se organizan concursos de esculturas en el pueblo para Navidad. También tenemos trineos con los que nos tiramos por algunas pendientes que hay cerca del pueblo o incluso por los callejones, lo que pasa es que dentro del pueblo se deshace la nieve antes por los coches y las personas que la pisan. Sara, Vera y Rubito estaban que no parpadeaban mirando a Luis hablando de la nieve y de todas las posibilidades que ofrecía. Si ya estaban emocionados solo con ver nevar, lo de poder disfrutar de todo eso que contaba debía de ser maravilloso. —Debemos irnos —dijo Canica—; además, me estoy quedando helado aquí en la calle. Mañana nos vemos en la plaza a las diez y media, como siempre, pero si hay nieve a las diez. —Sí, vámonos que el enano se nos convierte en estatua de hielo. ¡Je je! —dijo Zurcido, a la vez que el resto le secundó con sonoras carcajadas. Cada uno se dirigió hacia su casa, Alhaja iba acompañando a Rubito y las gemelas, que vivían cerca; estas no dejaban de mirar al cielo para ver cómo caían los copos, pero estaba empezando a aflojar. —Oye Alhaja, parece que ahora nieva menos, no dejará de nevar tan pronto con las ganas que tenemos de disfrutar mañana de la nieve —preguntó Vera. —Espero que no, pero no lo podemos saber, a veces parece que ha parado y al rato empieza a nevar con más fuerza, o ya no nieva más y en unos minutos no queda ni rastro de lo que ha caído. Ahora hay un poco encima de los coches y en los tejados pero 93 si no sigue nevando mañana no habrá nada. Vamos a dormir y a esperar que siga nevando. Eran ya casi las diez de la noche cuando se despidieron y cada uno entró en su casa. —Ya estoy aquí, mamá. —Hola Alhaja, ¿qué tal lo habéis pasado? —Genial, ¿a que no sabes quién ha sido el ganador del juego de la búsqueda del tesoro? —No me digas que tú, hijo. —Bueno, mi equipo, éramos cuatro y lo mejor es que el premio es una comida en el restaurante de Carlitos para ocho personas, por lo que vamos a ir todos los de la pandilla, incluido Rubito y sus hermanas. Mira, aquí tengo las ocho invitaciones. La madre las cogió y empezó a leer una de ellas: Vale por un menú infantil, a las catorce horas del día ocho de diciembre. —Estupendo, has hecho muy bien en decírmelo con tiempo, prepararé comida para papá y yo. Pero eso es pasado mañana, aún estamos a seis, aunque ya es muy tarde. —Estoy muy cansado, mamá, me voy a la cama. —Buenas noches, Alhaja, que descanses. Sara y Vera entraron tan contentas a casa que cuando su madre les preguntó no pararon de hablar durante un buen rato. Le contaron lo de la búsqueda del tesoro, la cogieron de la mano y la acercaron a la ventana para ver cómo nevaba, pero en ese momento apenas caían unos copos diminutos. —Si sigue nevando esta noche, mañana quedaremos antes para ir a jugar, hacer muñecos de nieve, tirarnos con los trineos… ¡Qué ilusión! —dijo Sara. La casa que habían alquilado los padres de Rubito era bastante grande, aún así Sara y Vera dormían en la misma habitación, en dos camas que juntaron para estar más cerca. A pesar de estar muy cansadas hicieron un esfuerzo para no quedarse dormidas. Charlaban sobre lo bien que se lo estaban pasando, lo estupendos que eran todos los de la pandilla… 94 —Sobre todo Alhaja —dijo Vera esbozando una sonrisa de niña picarona—, que he visto cómo lo mirabas cuando te ofreció la última fritilla. Sara se puso colorada y cambió rápidamente la conversación. Miró el reloj y acordaron que cada diez minutos irían a la ventana a ver si nevaba. —El primer turno lo hago yo —dijo Sara saliendo de la cama y yendo hacia la ventana—. Parece que están cayendo copos algo más grandes de nuevo. Eran las casi las once de la noche y estaban agotadas de tanta emoción como había tenido el día, pero no querían dormirse, la ilusión por la nieve, de momento era más fuerte que el sueño. —Me toca a mí —dijo Vera—. Está nevando más fuerte, se está poniendo la calle blanca y no hay nadie. Se volvió a meter en la cama y se echó el edredón hasta la barbilla, ajustándoselo alrededor del cuello. Ambas estaban muy ilusionadas planeando hacer un gran muñeco de nieve. —Mañana tenemos que buscar una zanahoria que haga de nariz —continuó hablando Vera—, unas canicas grandes para los ojos, coger ramas secas para los brazos y un gorro que me pareció ver en el armario, ¿lo has visto también? Como su hermana no contestaba se volvió para mirarla y vio que estaba profundamente dormida. Se levantó sin hacer ruido para echar un último vistazo por la ventana, regresó a la cama y nada más taparse cerró los ojos entrando al instante en un sueño reparador. Normalmente, sabiendo que solían quedar a las diez y media, la madre las despertaba una hora antes para que les diera tiempo a asearse y tomar un desayuno nutritivo compuesto de leche, cereales y fruta. —Arriba dormilonas —dijo suavemente la madre desde los pies de la cama. Sara y Vera empezaron a removerse, desperezarse, dar la vuelta, arroparse más, pero sin abrir ninguna ni un ojo. —Joooooo, mamá, tenemos mucho sueño, déjanos un poco más —dijo Sara mientras sacaba una mano para mirar su reloj—. Son solo las nueve y siempre nos 95 llamas a las nueve y media —dijo, sin caer aún en cuál era el motivo de la media hora de adelanto. —Buenooooooo —susurró la madre con cierto tono de intriga—, podéis seguir en la cama hasta cuando queráis pero como me dijisteis anoche que si amanecía con nieve ibais a quedar a las diez… No le dio tiempo casi ni a terminar la frase cuando las dos a la vez, retirando el edredón, dieron un enorme salto saliendo de la cama y plantándose en la ventana, descorrieron la cortina y se les pusieron los ojos como platos. No articulaban palabra, solo miraban por la ventana, luego se miraban ellas, y así un par de veces, hasta que la madre las sacó de su letargo. —¡Qué bonito! ¿Verdad? Se abrió la puerta de la habitación y entraron Rubito y su padre. Los cinco se pusieron a mirar por la ventana. El espectáculo que tenían ante sí se les notaba en el brillo de sus ojos, el de los padres por ver así de felices a sus hijos y el de ellos por aquella estampa tan maravillosa que estaban contemplando. Los tejados y toda la calle estaban de un blanco impoluto, aún era muy pronto y no había pasado nadie por lo que era nieve virgen, sin pisar, de un blanco que cegaba debido al reflejo del sol. Ya no nevaba pero lo había estado haciendo toda la noche, por lo que había una capa de nieve de casi veinte centímetros. —¿Os vais a quedar aquí todo el día mirando por la ventana? Ha dicho vuestra madre que habéis quedado a las diez, id a lavaros mientras mamá y yo preparamos el desayuno. A las diez menos diez ya estaban Rubito y sus hermanas esperando en la plaza a que viniera el resto de la pandilla. —Crees que se habrán quedado dormidos y no han visto la nieve —dijo Sara—. Son ya casi las diez y aún no ha venido nadie. —Mirad, por ahí vienen ya Canica y Zurcido —señaló Rubito. Al momento llegaron Luis y Luna. Ya solo faltaba Alhaja. 96 Tras saludarse, todos dirigieron la mirada hacia la calle por donde este tendría que llegar pero no venía. Eran ya las diez y diez. Se levantaron y se acercaron hacia la entrada de la calle pero no lo veían. Se empezaron a preocupar. —¿Le habrá pasado algo? —dijo Luis. —Cuando pasamos por su puerta de camino a la plaza estuve a punto de llamarlo —añadió Rubito—, pero como era demasiado pronto pensé que aún estaría desayunando. De todos modos no observé nada raro en la casa cuando al paso miré por la ventana, todo parecía normal. —Ya le veo la cabecita asomar por el fondo de la calle —dijo Zurcido desde su altura y puesto de puntillas. Cuando Alhaja vio que todos estaban esperándolo al final de la calle, donde esta desemboca en la plaza, aceleró el paso dando incluso una carrerita. —Perdonad chicos, anoche estuve un rato hablando con mi madre, luego estuve viendo la nieve y me he quedado dormido. —No importa, ya has venido, pero estábamos preocupados por si te había pasado algo —dijo Sara, que parecía estar un poco más interesada que los demás. —Ya estamos todos aquí —concluyó Alhaja—, hay mucha nieve, tenemos que organizarnos y ver cómo vamos a planificar la mañana, pero hemos de actuar rápido porque son casi las diez y media. Luna, ve con tu hermano a tu casa y te traes el móvil de tu madre, ese que dijiste que te dejaba para hacer fotos, porque tenemos que inmortalizar el momento, y de paso os traéis el trineo que os hizo vuestro abuelo porque es el mejor de todos y además de dos plazas. Zurcido irá a por el suyo, que también es grande y caben dos. Acompáñalo tú Canica no vaya a ser que se pierda por el camino, se equivoque de pueblo, se vaya al de al lado y se ponga a jugar con su nuevo amigo Antoñito. ¡Je, je! —Muy gracioso —dijo Zurcido con cara de enfadado, tras escuchar un buen rato de carcajadas del resto. —Es broma —dijo Alhaja—, sabes que te queremos mucho en la pandilla. Venga, pongámonos en marcha y no perdamos más tiempo. Yo iré también a por mi trineo. 97 —Pero nosotros no tenemos nada que aportar —comentó Rubito. —No pasa nada, con lo que pongamos todos hay más que de sobra para divertirnos. Venid conmigo, ya que vivimos cerca, y así no os quedáis solos aquí esperando, que hace frío. —Bueno, se me ocurre una idea, cogeremos algunas cosas de casa para vestir un muñeco de nieve, si os parece bien —dijo Vera. —Buena idea —añadió Luna—. Yo os ayudo a hacerlo mientras los cafres estos se tiran con los trineos por la cuesta abajo y se estrellan contra alguna pared. ¡Je, je! Nosotras lo haremos por pendientes más suaves. Cada uno fue a su casa a por lo acordado y en apenas veinte minutos ya estaban todos de vuelta en la plaza. Decidieron alejarse un poco del pueblo, buscar primero las mejores vistas y luego una buena pendiente para tirarse con los trineos. Alhaja vio que Luis traía el trineo pero su hermana llevaba en la mano algo envuelto en unos plásticos y le preguntó qué era eso. —Ah, esto, nunca los hemos usado pero son unos esquís que también hizo mi abuelo hace muchos años, cuando él era joven, que le gustaba esquiar; los vimos el otro día y hemos pensado que estaría bien probarlos. —Estupendo, puede resultar divertido. Salieron de la plaza por una calle lateral que llevaba hacia la parte alta del pueblo, por la cual apenas subías unos trescientos metros tenías unas vistas maravillosas de todo el pueblo y de parte de las montañas que lo rodeaban. Subían cargados y prácticamente no miraron hacia atrás durante el ascenso, iban en fila india, abriendo el camino Zurcido con su gran trineo al hombro, que portaba como si fuera una pluma. Detrás iba el resto y aunque no era mucha la distancia ni tampoco la pendiente, al haber bastante nieve costaba avanzar porque los pies se hundían a cada paso. Una vez llegaron arriba, todos dejaron las cosas en el suelo, ya relajados y descansados se volvieron y contemplaron un maravilloso espectáculo. Se veía el pueblo entero con los tejados nevados, la plaza desde arriba y las montañas. Hasta donde les alcanzaba la vista todo era blanco. Rubito y las gemelas, que nunca habían visto la nieve así, se quedaron boquiabiertos con los ojos de par en par y con una cara de felicidad que 98 se desbordaba por sus pupilas cristalinas. Luna aprovechó para hacerles unas fotos sin que siquiera se dieran cuenta. Una vez arriba había una llanura con escasa pendiente, y al lado otra con un poco más pero fácil y apta para principiantes. La cuesta por la que habían subido era la más pronunciada y encima con curvas, por lo tanto las más divertida para lanzarse con los trineos. Es la que le gustaba a Zurcido, Canica, Alhaja y Luis, por la que Luna nunca se tiraba, y por eso los llamaba cafres, pero con cariño. Jamás hubo ningún problema porque los trineos tenían una especie de palos laterales con los que se podía frenar, y si no también estaban los pies. Alguna caída siempre era inevitable en las curvas, pero la propia nieve actuaba de colchón amortiguador. Aunque hace dos años Alhaja se rompió un brazo al salirse en una curva, no pudo frenar y fue a dar contra una pared. Estuvo un par de meses escayolado por lo que desde entonces suele tener más cuidado, si ve que el trineo se embala mucho lo intenta frenar un poco, pero sobre todo ya no toma las curvas con tanta velocidad. Antes de lanzarse por la gran pendiente, para practicar y entrar un poco en calor, decidieron empezar en el tramo que estaba cerca de la llanura, que era corto y no tenía ningún peligro. Tampoco querían que sus invitados volvieran a casa magullados, así que cogieron los tres trineos, el de Zurcido y Luis, que al ser dobles los usaron uno las gemelas y el otro Rubito y Luna. Se pusieron en posición y se lanzaron despacio hasta llegar al final donde los dos trineos terminaron volcando y revolcados los cuatro por la nieve, ante las risas de sus amigos. —Os voy a explicar cómo hay que hacer para dirigir el trineo, arrancar, efectuar curvas, frenar, reducir la velocidad y parar sin caerse —dijo Zurcido. Se montó sobre su trineo y empezó la clase magistral explicando paso a paso de manera teórica y práctica cómo conducir un trineo. Todos miraban pero los que más atención le prestaban eran Rubito y las gemelas, al ser novatos. Efectuó un corto viaje con cada uno de ellos sentado detrás, a quien le iba explicando cada una de las maniobras efectuadas. 99 —Cuando ya tengas práctica podrás hacer esto —dijo a Rubito, efectuando un derrape en el que el trineo quedó atravesado, lo cual hizo que este se agarrara como pudo para no caerse. Una vez creyeron tener los conocimientos básicos se lanzaron de nuevo, pero solos, con el trineo de Alhaja, demostrando haber aprendido bien las lecciones de Zurcido. Sara, Vera, Luna y Rubito se tiraron varias veces más, intercambiando las parejas cuando usaban los trineos dobles, y con cada bajada mejor manejaban el trineo. —Bueno, creo que ya está bien, ahora nos toca divertirnos a nosotros —dijo Canica, señalando con una mano el trineo de Zurcido y con la otra la gran pendiente. —Es cierto, tenéis razón —dijo Luna—, nosotras nos quedaremos aquí y haremos un gran muñeco de nieve, mientras vosotros os tiráis con los trineos por la pendiente grande. —Os acompaño —añadió Rubito—, quiero probar esa famosa gran pendiente, pero primero lo haré bajando detrás con Luis o Alhaja. Luego, si me veo capacitado, lo intentaré solo o con alguien detrás de mí, si se atreve, claro. ¡Je, je! —¿Cómo vamos a hacer el muñeco de nieve? —preguntó Sara—. Nosotras nunca hemos hecho ninguno. —Tranquilas, dejad que os enseñe, la gente se piensa que es sencillo, pero hacer un buen muñeco con su gran cuerpo redondeado, su cabeza y sus extremidades no es fácil. El fallo está en ir acumulando nieve sin ton ni son como haciendo muchas bolas e ir pegándolas unas a otras, porque al final no te quedará bien. Eso puede servir para modelar figuras, que también las hacemos aquí y el año pasado mi grupo quedó segundo en el concurso. —Entonces, ¿cuál es el truco para hacer un estupendo muñeco de nieve, con cabeza y cuerpo redonditos? —Mirad a vuestro alrededor, estamos justo donde hay una pendiente de poca inclinación y de unos veinte metros de longitud, que lleva a esa llanura de ahí donde vamos a hacer nuestro muñeco. —Vale, entonces vamos —dijo Vera comenzando a caminar. 100 —Ese es el gran fallo de todo principiante, acumular la nieve donde se va a hacer el muñeco es un gran error. Estamos en el lugar indicado, haremos aquí arriba una bola y la iremos bajando por la cuesta, ella sola irá creciendo, cuando llegue abajo será grande y tan solo tendremos que modelarla un poco. Cada una hizo una bola de nieve con las manos, protegidas por guantes, pero sin apretarla mucho, tal cual les había explicado previamente Luna. Sara y Vera le pasaron la bola a esta que las juntó con la suya, las puso en el suelo y formó una más grande, como del tamaño de tres pelotas de tenis. Cuando la dejó bien redondeada y prieta, ante la mirada atenta de las gemelas, la colocó justo donde empezaba la pendiente, se levantó y habló. —Esta es la parte más importante, ahora la vamos a empezar a rodar pero muy despacio, al principio la iremos moviendo nosotras con las manos, intentando que mantenga una línea recta y que no se pare. Si vemos que ella sola toma velocidad, la dejaremos que llegue hasta el final y que pare. Sara y Vera se pusieron cada una a un lado de la bola y Luna delante, a medio metro, acompañándola por si se desviaba para poder pararla. A la de tres empezaron a rodarla, poco a poco fue bajando pero despacio porque al principio había muy poca pendiente; aún así, Luna la paró porque se estaba desviando, la redondeó un poco y les dijo que la impulsaran de nuevo. Siguió avanzando y a los cuatro o cinco metros ya parecía un balón de fútbol, la bola empezó a crecer y a tomar velocidad, tanto que las gemelas se quedaron atrás y Luna viendo que era el momento justo se apartó y dejó que la bola fuera rodando ante la mirada de las gemelas, que se dirigía a la bola y a Luna alternativamente, porque no sabían si lo habían hecho bien o mal. Cuando la bola llegó al llano y se paró, las gemelas se quedaron mirando a Luna esperando a ver cuál era su reacción. —Perfecto, ya tenemos el cuerpo, ha quedado genial de tamaño y de forma. Vamos para abajo hay que redondearla bien. Suspiraron aliviadas al comprobar que todo había salido bien y la siguieron en dirección hacia la bola. Luna sacó de un bolsillo interior que llevaba en la cazadora un objeto entre paleta de playa y espátula de pintor. 101 —¿Qué es eso? —preguntó Sara. —Es para modelar el muñeco, aunque se puede hacer con las manos es mejor con esto, queda más fino y bonito. Yo creo que aquí donde está es buen sitio —continuó Luna mientras empezaba a redondear la bola con la espátula. Una vez formada una bola perfecta, que haría las veces de tronco del muñeco de nieve, se encaminaron hacia el punto de partida y cuando iban aproximadamente por la mitad Luna se paró. —¿Por qué te detienes?, ¿estás cansada? —dijo Sara. —Tenéis que pensar un poco, a ver si sabéis por qué me he parado aquí en vez de llegar hasta el final. Las dos hermanas se miraron con cara de extrañeza, hasta que las dos a la vez dijeron: —Lo tengo, sé por qué nos hemos parado justó aquí —dijo Sara. —Es para hacer la cabeza —continuó Vera—, como es más pequeña que el cuerpo si subimos hasta arriba nos saldrá otra bola igual de grande, pero desde aquí haremos una la mitad de tamaño. Realizaron la misma operación y la nueva bola que iba a hacer las veces de cabeza se paró justo al lado de la grande. —¿Quién quiere modelarla? —preguntó Luna con la espátula en la mano. —Yo —dijo Sara, que la cogió y empezó a quitar el sobrante. Poco a poco fue dándole forma, pasándole la espátula también a su hermana, y entre las dos hicieron una cabeza perfecta que colocaron encima del cuerpo. —Ya tenemos lo más difícil, ¿qué habéis traído de casa para adornar el muñeco? Sara abrió una bolsa que había dejado en el suelo y sacó un saquito con botones grandes negros, que usaron para ponerlos en fila en el cuerpo, simulando que llevaba una chaqueta abotonada. Dos canicas grandes, de cristal, las usaron como si fueran ojos y le pusieron también una gran zanahoria a modo de nariz. Una bufanda roja con rayas negras y un sombrero completaban el atuendo. Para los brazos cogieron unas ramas que había en el suelo de unos árboles cercanos. 102 —Este momento hay que inmortalizarlo —dijo Luna mientras sacaba el móvil del bolsillo y les indicaba que se pusieran a los lados del muñeco. Hicieron varias fotografías intercambiando las posiciones. Cuando Luna consideró que ya eran suficientes se lo guardó de nuevo y aprovechando que estaba pegada al muñeco y las gemelas algo despistadas, con disimulo se agachó e hizo un par de bolas de nieve, pero sin apretar mucho para no hacer daño. Puso las manos en su espalda escondiéndolas, llamó la atención de las gemelas que estaban hablando entre ellas emocionadas y no se habían dado cuenta de la acción de Luna. Se colocó detrás del muñeco y les dijo: —Hay algo que es muy importante cuando nieva, ¿a que no sabéis qué es? Mientras se quedaron mirando sin saber qué contestar Luna salió de detrás del muñeco y les lanzó una bola de nieve a cada una, demostrando tener una gran puntería, al grito de: —La pelea de bolas de nieve es lo que no puede faltar, a la vez que se cubría de nuevo tras el muñeco y recargaba. Sara y Vera se separaron y empezaron a hacer bolas, la rodearon una por cada lado del muñeco, no sin antes haber recibido otro bolazo. Cuando la tuvieron a tiro ambas le lanzaron dos bolas que impactaron de lleno en el cuerpo de Luna. —No vale, eso es trampa, vais dos contra una, me rindo —dijo hincando las rodillas en el suelo. Las gemelas dejaron de lanzar bolas, se acercaron a Luna, se arrodillaron junto a ella, se abrazaron las tres y con cara de enorme alegría se dejaron caer y empezaron a rodar juntas por la nieve. Tras varias vueltas y con el cuerpo lleno de nieve, quedaron las tres tendidas, juntas, boca arriba mirando el cielo. Las tres se miraron con ojos radiantes, se volvieron a abrazar en el suelo y por sus mejillas resbaló una lágrima de felicidad. Como Zurcido era siempre el más echado para adelante, el más valentón, cogió su trineo se puso en lo alto de la pendiente y dijo: —El que quiera que se monte detrás, estoy dispuesto a batir mi récord del año pasado. 103 Rubito no es que fuera un miedica, pero no lo vio claro porque Zurcido ya había demostrado antes ser un poco temerario, por lo que se hizo un poco el despistado a ver si había otro viaje con perspectivas más halagüeñas de salir sin un rasguño. Alhaja, que no se le escapaba una, se dio cuenta de la situación y le echó una mano a Rubito. —Canica, no irás a dejar solo a tu inseparable, ya sabes que Zurcido sin tu sabiduría como timonel está perdido, sois el mejor equipo, él es la fuerza, la valentía, la osadía y tú eres su complemento perfecto porque aportas calma, astucia y experiencia. —Vale, intentaré que no nos abramos la cabeza, al menos en la primera bajada. —Otra vez tú —dijo Zurcido—, venga anda monta y calla que estoy deseando tirarme. Se agarró a la cintura, pusieron los pies sobre las patas del trineo, cogieron impulso y empezaron a descender, aumentando poco a poco la velocidad. Se habían lanzado ya un montón de veces en años anteriores por esa cuesta y por otras del pueblo. La verdad es que dominaban el trineo de maravilla, parecían un solo cuerpo al tomar las curvas, sabiendo la velocidad justa a la que descender en cada momento. Fue visto y no visto, en apenas un momento llegaron al final frenando mediante un medio giro del trineo, derrapando y quedando a un metro escaso de la pared, la cual se llenó de nieve lanzada por el trineo al derrapar, pareciendo que había sido pintada al gotelé. ¡Madre mía! Menos mal que no me he tirado con él —pensó Rubito, cuando los vio descender. —¿Quieres bajar conmigo? —dijo Luis, dirigiéndose a Rubito—, no te preocupes que yo no soy tan osado como Zurcido. —Os acompaño al lado con mi trineo y bajamos los tres. Se pusieron en paralelo y al ver desde abajo que iban a lanzarse, Zurcido y Canica recogieron el trineo, empezaron a subir pero apartados hacia un lado para no molestar ni ser ningún obstáculo. —Una, dos y tres: ¡Ya! —dijo Alhaja. Los dos trineos comenzaron el descenso a la vez, bastante más despacio que lo habían hecho antes sus amigos. Rubito pronto le cogió el tranquillo y agarrado a Luis 104 simplemente hacía lo mismo que él. Si Alhaja veía que se adelantaba un poco frenaba para ir en paralelo. Cuando iban a pasar a la altura de Zurcido y Canica, aflojaron, frenaron un poco para saludarlos al paso. Levantaron una mano dirigiéndose a ellos. Zurcido y Canica hicieron ademán de devolverles el saludo, pero lo que tenían cada uno en su mano derecha era una gran bola de nieve que estamparon una en el cuerpo de Alhaja y la otra, que iba directamente a la cara de Luis, al verla se apartó dando de lleno en la cara de Rubito, que ni la vio venir. Llegaron abajo, pararon los trineos y empezaron a reírse, diciendo que deberían haber imaginado que algo así tramarían. Bajar se hacía de maravilla, lo peor era que luego había que volver con los trineos a cuestas. Se tiraron todos varias veces, Rubito lo hizo en solitario con el trineo de Alhaja, también acompañado con Canica, pero faltaba la gran prueba de fuego, un descenso con Zurcido. Todos estaban ya cansados, miraron los relojes y vieron que aún quedaba casi una hora para las dos, que era cuando tenían que ir a casa, aunque si llegaban un poco más tarde tampoco pasaba nada, pero no mucho más. —Bueno, qué, nadie va a decirlo —dijo Zurcido. Todos miraron a Rubito. Este se dio por aludido y dijo, dando un paso adelante: —¿Quién conduce tú o yo? —Así me gusta, pero te voy a dejar clara una cosa, mi trineo solo lo conduzco yo. Otra cosa es que quieras echar una carrera y bajemos los dos en paralelo a ver quién gana. —No abuses, Zurcido —de nuevo salió al paso Alhaja—. Tú llevas muchos años montando en trineo, tienes más peso, y eres de los más rápidos del pueblo. Rubito está aprendiendo y ha demostrado no tener miedo, lanzándose varias veces solo y acompañado. —Era broma, venga monta atrás que no correré mucho —dijo Zurcido dirigiendo la mirada a Rubito, a la vez que daba unas palmadas detrás de él, en el hueco que quedaba libre. Este se acercó y se montó. No le había dado tiempo casi a colocarse cuando Zurcido tomó un gran impulso y el trineo salió disparado pendiente abajo. Tras casi 105 caerse en la arrancada, Rubito se recompuso y se pegó como una lapa a Zurcido, que no paraba de dar impulso con los pies al trineo. Llegaron a la primera curva y la tomaron bien. Rubito había aprendido que la clave era hacer el mismo movimiento de inclinación que quien iba delante, fundirse en un solo cuerpo para llevar equilibrado el trineo. Siguió acelerando, el viento gélido le daba de lleno en la cara y le costaba abrir los ojos, se guiaba casi más por los movimientos de Zurcido que por su propia visión. A la siguiente curva entraron más rápidos que en la anterior y así sucesivamente, pero las iban tomando bien hasta llegar a la última, en la que el trineo se levantó de un lado, a lo cual respondió Zurcido con un movimiento de contra curva. Usando el peso de todo su cuerpo y su maestría, logró poner de nuevo toda la base del trineo sobre la nieve, no sin oír antes una palabra irreproducible que salió por boca de Rubito: —(Palabrota gorda seguida de) que nos matamooooos; a lo que Zurcido respondió con un derrape final que dejó el trineo mirando hacia el punto de salida, dando un giro de ciento ochenta grados. —¿Qué tal Rubito, te ha gustado el descenso? —No ha estado nada mal, eres todo un experto, gracias por la experiencia. Iniciaron el ascenso y desde abajo vieron que ya habían venido las chicas. Al llegar arriba fueron todos a ver el muñeco de nieve que habían hecho y se quedaron maravillados. —Eres la mejor hermanita —dijo Luis—. Y vosotros porque no la habéis visto haciendo esculturas. Hicieron más fotos junto al muñeco y luego quedaron en pasárselas. Luis miró el reloj y vio que aún quedaba tiempo por lo que propuso coger los esquís y probar. —Es verdad, no me acordaba —dijo Canica—, yo quiero aprender a esquiar. Como había bastante nieve, pensaron que sería una buena idea intentarlo en la pequeña pendiente por donde habían deslizado las bolas para hacer el muñeco, por la parte donde aún se mantenía intacta. Luis sacó los esquís de la bolsa y dos bastones de madera que había hecho también su abuelo. En la base había una zona para ajustarse los pies que se desplazaba y se amoldaba a cualquier número de calzado. Empezó Canica, que era el que más ganas 106 había mostrado, el más ligero y el que más agilidad tenía. Se colocó arriba, justo donde empieza a descender el terreno. —Dame un pequeño impulso Zurcido. —Mejor deja que te lo dé yo —dijo Alhaja—, que lo mismo este te manda directamente al pueblo sin tocar el suelo. ¡Je, je! Empezó a esquiar muy despacio y la verdad es que no parecía que fuera la primera vez que se calzaba unos esquís, si se abría un poco él mismo corregía la posición de las piernas y volvía a ir recto con los esquís en paralelo. Viendo que la cosa le resultaba sencilla, él mismo se animó y se impulsó con los bastones aumentando la velocidad, la cual siguió creciendo conforme iba pendiente abajo. En un momento vio que se le estaba yendo de las manos y cuando quiso frenar no supo cómo hacerlo, en vez de eso giró y aumentó la velocidad, dirigiéndose directamente hacia el muñeco de nieve. —Que me lo quiten que me lo tragoooooooo —gritó. Pero no le dio tiempo, se abalanzó justo encima del muñeco, pero un segundo antes soltó los palos abrazándose a él y quedando en el suelo con la cabeza en la mano, la zanahoria en la boca y el muñeco de nieve destrozado. Todos bajaron corriendo a ver si se había hecho daño porque había quedado en el suelo sin moverse. Cuando llegaron le dieron la vuelta, se quitó la zanahoria de la boca y dijo: —Ya era hora, ¿pensabais dejarme aquí todo el día? Por fin mi madre ha conseguido lo que quería, que coma verduras. —¡Ja, ja, ja! —soltaron todos una enorme carcajada. —Siento lo de tu muñeco Luna. —No pasa nada, ya nos habíamos hecho fotos con él. —Son casi las dos —dijo Alhaja—. Recojamos todo, vamos a la plaza y nos despedimos hasta esta tarde. Llegaron a la plaza cansados pero contentos de haber pasado una mañana tan buena disfrutando de la nieve. Zurcido se quedó mirando la zona de la puerta del Ayuntamiento donde ponían los carteles informativos, vio que ya habían quitado el de la búsqueda del tesoro, pero habían puesto uno nuevo que dos niños estaban mirando 107 con cara de cierta curiosidad. Se acercó y se puso a leer por encima de las cabezas de los dos niños. —Venid aquí, tenéis que ver esto —dijo Zurcido a los demás, que seguían charlando y no se habían percatado de su ausencia. Se acercaron y al momento empezaron a asomar algunas sonrisas en las caras, tras ver el cartel. Debido a la nevada inesperada, esta tarde a las cuatro se organizará un concurso de esculturas de nieve, modalidad infantil con dos ayudantes entre 10 y 14 años; una carrera de trineos individual y otra por parejas. Inscripciones en la puerta del Ayuntamiento. Premio para los ganadores en las diferentes modalidades: Un trineo doble, un trineo simple y un conjunto de herramientas para realizar esculturas de nieve. —No hay tiempo que perder —dijo Alhaja—. Antes de las cuatro todo el mundo aquí. Yo participaré en la modalidad individual, Zurcido y Canica junto a Luis y Rubito en la de dobles, Luna lo hará en el de estatuas de nieve, ayudadas por Sara y Vera. Que no se os olvide traer los trineos y las demás cosas que hacen falta para participar. ¿Os parece bien? —Sí —contestaron todos al unísono, a la vez que emprendían a la carrera el camino hacia sus respectivas casas. —Ya he llegado mamá —dijo Alhaja nada más cerrar la puerta tras de sí. —Pon la mesa mientras voy a llamar a tu padre, la comida está lista. Como siempre que volvía a casa, sus padres le preguntaron durante la comida qué tal había ido la mañana y qué planes tenían para la tarde. Les contó lo bien que se lo habían pasado en la nieve, que cada vez se sentía más a gusto con los nuevos amigos y vecinos Rubito, Sara y Vera, que estos a su vez estaban disfrutando mucho del pueblo, 108 que no habían visto nunca la nieve y que iban a hablar con sus padres para volver en agosto una semana por lo menos. —Por cierto, papá, esta tarde hay una carrera de trineos y voy a participar en la modalidad individual. —Muy bien hijo, entonces haremos una cosa, nada más terminar de comer lo revisaré para ver que todo esté bien, le lijaré un poco las patas y le pondré un producto que lo hace resbalar más por la nieve y será un poco más rápido. —Gracias papá. —Y recuerda que lo importante es pasarlo bien, disfrutar, no arriesgar para no tener ningún percance como te pasó la otra vez cuando te rompiste un brazo. —Vale, descuida papá, tendré cuidado. El resto de la pandilla contó a sus padres las aventuras que tuvieron por la mañana y lo del concurso, siendo aconsejados del mismo modo, que jugaran y disfrutaran de la nieve pero con cuidado. A las cuatro menos cuarto Alhaja fue el primero en llegar a la puerta del Ayuntamiento con su flamante trineo, recién revisado y puesto a punto por su padre. Ya había algunos niños del pueblo cerca de la puerta, esperando que alguien saliera a explicar en qué iban a consistir las carreras de trineos y las esculturas de nieve, pero aún no se veía movimiento. Alhaja se sentó en el banco, cerca de la fuerte donde solían quedar, el día estaba espléndido, lucía el sol y la nieve brillaba, no hacía mucho frío. Poco a poco la plaza se fue llenando de niños, algunos iban solos y otros con sus padres que cargaban con los trineos, sobre todo los dobles, ya que algunos eran pesados. Rubito y sus hermanas llegaron al banco donde estaba Alhaja, que no los vio venir porque estaba mirando hacia otra parte, se saludaron y esperaron a que viniera el resto de la pandilla. Luis entró a la plaza acompañado de su hermana, la cual llevaba una gran bolsa con todo lo necesario para realizar las esculturas de nieve. El trineo doble lo cargaba su padre. —Hola Alhaja, ya me han contado mis hijos que esta tarde tenéis carrera de trineos y concurso de esculturas de nieve. Estos deben ser vuestros nuevos amiguitos. A 109 ver, voy a empezar por lo más fácil: Tú eres Rubito, que vas a participar con Luis en la carrera en la modalidad de dobles. —Hola, encantado de conocerle, sí, soy Rubito. —Y ahora voy a ver si acierto, tú tienes cara de Sara —dijo dirigiendo la mirada a una de las dos gemelas. —No, Sara soy yo —dijo ante las risas de todos. —Vaya, a ver si la próxima vez tengo más suerte. Por cierto, no veo a Zurcido y a su inseparable Canica. —Hablando del rey de Roma por la puerta asoma —dijo Alhaja—. Por ahí vienen ya. Zurcido se había echado el trineo doble al hombro y lo transportaba como si fuera de cartón, sin notársele el más mínimo esfuerzo en la cara. —Vaya, Zurcido, como sigas creciendo te vas a dar con las ramas de los árboles en la cabeza, pero si eres ya más grande que yo —dijo el padre de Luna, esbozando una amable sonrisa—. Bueno, os dejo y tened cuidado. —Ya estamos todos —dijo Alhaja echando una mirada de reconocimiento a la plaza. El rato que estuvieron entretenidos hablando con el padre de Luis y Luna no se dieron cuenta de que la plaza se había llenado de gente. Empezaron a mirar y contaron cinco trineos dobles y ocho individuales. —Anda mira quién ha venido a participar —dijo Zurcido—: Mi amigo Antoñito. Se acercaron a él y les comentó que iba a participar en la modalidad de dobles con uno de sus amigos. Otros dos lo harían en la individual y se desearon suerte, lo pasado ya había quedado en el olvido y la situación se estaba encarrilando hacia una amistad sincera. Mientras estaban entretenidos charlando con Antoñito, a Alhaja le tocaron por detrás en la espalda y al volverse se topó con la cara de Canito, que esbozaba una media sonrisa. —Hombre, Alhaja, veo que vas a participar en la modalidad individual, no sabes la alegría que me das, porque yo también lo haré, y estos amigos míos —dijo Canito, 110 señalando a otros diez niños que iban con él, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. La tensión que flotaba en el ambiente entre Alhaja y Canito se rompió cuando se abrieron las puertas del Ayuntamiento. Un empleado montó una mesa en la entrada y dijo a los niños que fueran haciendo tres filas, una para la carrera individual, otra para la de dobles y la última para las esculturas. Cuando estuvieron hechas las filas vio que cuatro de los amigos de Canito se apuntaron a dobles, mientras que este y otros cuatro más lo hicieron en individual. Hubo dos amigos más que no se apuntaron a nada. Alhaja en seguida comprendió que no le iba a resultar nada fácil ganar, es probable que no intentaran nada contra Zurcido, porque este les imponía bastante respeto, y que se volcaran contra él con todo tipo de artimañas, tanto desde dentro como desde fuera de la carrera. Él estaría solo, no tenía a nadie que le ayudara, tan solo contaba con su habilidad para manejar el trineo y su astucia, pero iba a luchar contra cinco, de los que cuatro harían todo lo posible por sacarlo de la carrera con malas artes, para ponerle la victoria en bandeja a Canito. Se inscribieron en la carrera individual, aparte de Alhaja, dos amigos de Antoñito, Canito y cuatro amigos más para un total de ocho participantes. Para la de dobles, junto a las parejas formadas por Zurcido, Canica, Luis y Rubito, se apuntaron Antoñito con un compañero y otros cuatro amigos más de Canito. Para el concurso de esculturas se inscribieron Luna, Sara y Vera junto a tres grupos más, niños y niñas mezclados. Había un capitán o capitana y dos ayudantes por equipo. —El concurso de esculturas se realizará en la Era de las Mieses Doradas, donde hemos preparado varios montones de nieve divididos en parcelas —dijo el organizador en voz alta—, una vez que se habían inscrito los equipos. Cuando demos la señal de inicio tendréis una hora y media para realizar la escultura del tema que queráis, no pudiendo tener más de un metro y medio de alta. Las carreras se realizarán en el camino sin asfaltar que hay paralelo a la carretera de la entrada sur del pueblo, que tiene una suave pendiente con una doble curva cerrada que rodea la carpintería. Primero se realizará la prueba doble y seguidamente la individual. 111 Todos los participantes de la carrera se dirigieron hacia el lugar indicado por el organizador, acompañados por un trabajador del Ayuntamiento que hacía las veces de árbitro y vigilante para que todo se desarrollara en buenas condiciones. Este les indicó que en primer lugar se realizaría la carrera de dobles. Como el camino era ancho la salida sería en paralelo. El trazado no era largo, de unos ochenta metros, y aunque la pendiente era pronunciada, esta se mitigaba debido a la doble curva que había. Se empezaba con una recta en una zona que habían ensanchado como punto de salida, descendía unos veinte metros donde el trineo solía coger velocidad hasta que llegaba la primera curva. Si no eras muy hábil y entrabas demasiado rápido tenías el peligro de salirte del trazado, porque la curva era pronunciada y enlazaba con otra en sentido contrario formando una ese, donde el conductor del trineo tendría que mostrar toda su pericia. Finalmente se volvía a una recta de unos treinta metros, donde la pendiente se iba suavizando hasta acabar en una llanura paralela al comienzo de la carretera que entraba al pueblo, donde habían colocado un gran cartel con la palabra META y grandes montones de nieve acumulada que actuaban a modo de freno. Se sorteó la salida y cuando el responsable dio su visto bueno, viendo que ninguno sobrepasaba una línea roja que habían pintado con espray, hizo sonar un silbato y todos se pusieron en marcha. Cuando iban más o menos en paralelo por la mitad de la recta, Zurcido dijo en voz alta a Canica que se agarrara fuerte. Bajó los pies de encima del trineo y dando varios golpes en el suelo para tomar impulso avanzó vertiginosamente hacia la primera curva, sacando a todos varios metros de ventaja, pero justo en la entrada de la curva activó el freno de manera tan hábil que a la vez que hizo disminuir la velocidad del trineo, este derrapó encarando de frente el sentido correcto de la curva, que tomaron derrapando. Trazando la curva le dio tiempo a mirar por dónde iban sus perseguidores y vio que les sacaba bastante ventaja. También observó que dos amigos de Canito que iban en un trineo tomaron la curva demasiado fuerte volcando y llevándose por delante el trineo de Luis y Rubito, que quedaron fuera de carrera. 112 Enfilando el final de la curva Zurcido dio un gran vuelco con su cuerpo hacia el otro lado del trineo, seguido por Canica, que iba agarrado a su cintura, equilibrando el contrapeso para tomar la curva a la velocidad del rayo, teniendo que sacar un pie para no volcar. Por el rabillo del ojo vio que Antoñito iba en paralelo al trineo de los otros amigos de Canito, pero como no había segundo premio y aquel no tenía claro que lo del vuelco del trineo que se llevó por delante el de Luis no hubiera sido intencionado, optó por lo más prudente frenando un poco y dejando que pasaran por delante, teniendo claro que el ganador iba a ser Zurcido. Cuando estaban saliendo de la segunda curva para enfilar la recta final ya estaban Zurcido y Canica entrando en la meta levantando los brazos, con un magistral derrape que dejó clavado el trineo apenas a unos centímetros del montón de nieve que hacía las veces de barrera protectora. Canica lo miró entusiasmado y lo felicitó por su pericia al haber dejado el trineo tan cerca, sin llegar a caerse ni llenarse de nieve. —Eso es lo que te has creído enano —dijo Zurcido, a la vez que agarraba el trineo con las dos manos por un lado, volcándolo hacia el montón de nieve quedando ambos revolcándose en la blanca nieve llenos de felicidad, al grito de: —Hemos ganado Canica, somos los mejores. Un buen rato después Luis y Rubito llegaron a la meta como pudieron, pues al no haber sufrido ningún daño en la caída ni ellos ni el trineo, pudieron continuar para celebrar con sus amigos la victoria ante la mirada del resto de competidores. Fueron también felicitados por Antoñito, pero no por los amigos de Canito, que cabizbajos agarraron sus trineos y emprendieron el camino de vuelta hacia el punto de partida. Llegaron a la era los cuatro equipos para realizar la escultura de tema libre, se sortearon las parcelas que contenían los montones de nieve, sin ningún tipo de forma, de los que tenían que servirse para el modelado. El organizador hizo sonar un silbato y dijo que a partir de ese momento disponían de hora y media para realizar la escultura, para lo cual podían llevar todo lo que quisieran de materiales: Paletas, cubos, moldes, tablas… Las diferentes parcelas estaban separadas por biombos para que ningún equipo pudiera ver lo que hacían los otros tres. A pesar de haber participado ya en tres 113 ocasiones, Luna no podía tener en cuenta lo que habían ido construyendo otros años, no le servía de referente porque cuando se organizaba para Navidad siempre se partía de un tema. Por ejemplo, un año fue «Animales domésticos», otro «Naturaleza», otro «Construcciones típicas del pueblo». El primer año que participó se quedó la tercera, que no estaba mal para ser novata, aprendió mucho, y cogió experiencia, supo lo que los jueces valoraban más. Dos años atrás fue la ganadora recreando el edificio de la biblioteca que tan bien conocía, donde destacaba su fachada, la cual realizó sin ningún tipo de guía visual. Fue el asombro de los jueces, pero el año pasado le quitó el premio una niña que también era una gran escultora, realizando un magnífico caballo que parecía que iba a echar a correr, por lo que no le quedó más remedio que felicitarla. Tenía claro que su rival iba a ser de nuevo Andrea, que así se llamaba la niña, capitana de un grupo formado por ella y sus dos hermanas, curiosamente también gemelas, un año menores que ella, y con las que se complementaba de maravilla. Como Luna tenía muy claro que Andrea participaría en el concurso, después de comer estuvo dando vueltas a su cabeza pensando en qué escultura podría hacer, en vistas a preparar las herramientas y todo lo necesario para realizarla. Pensó que Andrea repetiría con algún otro animal en vista del éxito del año anterior, pero no lo tenía claro. Finalmente se decidió por recrear alguno de los monumentos que había en el pueblo para llamar la atención del jurado. Pensó en hacer una réplica de la iglesia con su torre campanario, también en recrear el castillo, que aunque estaba bastante deteriorado había tenido mucha importancia en la antigüedad. También se le pasó por la cabeza realizar otra fachada como por ejemplo la de alguna casa señorial que había en la calle mayor, pero lo desechó por ser edificios particulares, incluso creyó que podría ser una buena idea hacer el escudo del pueblo, con su inscripción y todo, pero lo vio demasiado simple. Finalmente se le encendió la bombilla: Pero cómo no he caído antes, ¿seré tonta?, se dijo a sí misma. Llevaba todo el rato visualizando monumentos que estaban en el casco urbano sin darse cuenta de que una de las esculturas más bonitas, impresionantes y representativas del pueblo, estaba en lo alto de un gran cerro, y se veía 114 a varios kilómetros. Se trataba de un cristo realizado hacía muchísimos años por un escultor famoso del pueblo, que salió hasta en la prensa nacional, según le dijo su padre. Era enorme, parecido al de Brasil pero sin tener los brazos en cruz, este los tenía hacia abajo algo separados del cuerpo y con las manos abiertas, por lo que sería aún más fácil de construir sin que se le cayera. Además, iba sobre un gran pedestal y todo era blanco con lo que más a su favor. Lo tuvo claro en seguida y lo visualizó en su mente. Como la escultura tenía dos partes, aprovecharía las medidas que les habían dado, la base tendría un metro, un primer pedestal más ancho de medio metro sobre el cual haría otro de la misma medida. El cristo al final, también de cincuenta centímetros, que en total sumaría el metro y medio permitido como altura máxima. Cuando sonó el silbato, lo primero que hizo fue sacar una fotografía del cristo porque no se veía bien desde tan lejos, ella solo había subido una vez y no se acordaba bien de algunos detalles. —Esto es lo que vamos a construir —le dijo a las gemelas. —Estás segura —dijo Sara—. Parece muy difícil. —¿Esa es la escultura aquella que hay en la montaña? —preguntó Vera señalando hacia el cristo. —Esa es sí, pero no perdamos más tiempo que tenemos mucho trabajo que hacer —dijo mientras abría una gran bolsa y extendía por el suelo, cerca del montón de nieve, su contenido. Había tres cubos cuadrados dos mayores y uno más pequeño, diferentes herramientas para modelar, brochas, espátulas, punzones de madera de varios tamaños… —Lo primero que tenemos que hacer es un cuadrado en el suelo de metro y medio por cada lado —dijo Luna cogiendo un metro. Sara cogió la punta del metro mientras Vera lo sostenía por el otro lado. Midieron metro y medio y Luna hizo una raya en la nieve con uno de los punzones, el más grande, siguiendo la cinta métrica, así hasta obtener un cuadrado perfecto de ciento cincuenta centímetros por cada lado. 115 —Esta será la base, coged una pala y detrás de cada una de las líneas vais cogiendo nieve y la echáis hacia dentro del cuadrado —dijo Luna ya ubicada en el centro con una pala grande y una maza con la que iba extendiendo la nieve, aplastándola después para obtener una base firme que sostuviera la escultura. Se quedó un cuadrado de unos veinte centímetros de altura, bien apretado, sobre el que había que poner la primera parte del pedestal. Este debía tener un metro por cada lado y medio metro de alto. Cogió los dos cubos grandes que tenían veinticinco centímetros de altura, le dio uno a Sara, otro a Vera y les dijo que los fueran llenado de nieve bien apretada con las mazas. Luna estaba encima de la base e iba vaciando los cubos, primero uno encima del otro que iba uniendo en uno solo mediante una espátula, para obtener la altura deseada de cincuenta centímetros. Tuvo que repetir la operación cuatro veces por cada lado, por lo que usó bastantes cubos solo para cerrar el cuadrado que formaría la primera parte del pedestal. Se salió y fue poniendo más cubos de nieve dentro hasta que formó un cuadrado perfecto de medio metro de alto por uno de base, que revisó, alisó y comprobó que estaba firme, antes de seguir con la segunda parte del pedestal. Con los mismos cubos realizó la operación de nuevo, pero esta vez usó menos porque el pedestal que iba encima era un cubo perfecto de cincuenta centímetros por cada lado, por lo que tan solo tuvo que usar ocho cubos de nieve y uno más para rematar el modelado. Ya estaban hechas tanto la base como el pedestal doble, pero aunque aquella tuviera veinte centímetros no contaría para la altura, ya que se empezaba a medir desde el pedestal, por lo que el cristo tendría cincuenta centímetros de alto. Para el cuerpo usó un cubo de los grandes y otro de los pequeños que fue modelando con unos cinceles de madera y otros objetos, hasta dar forma a una especie de ropa holgada tipo sotana, debajo de la cual se intuía un cuerpo bien definido. Marcó incluso una de las piernas que simulaba estar flexionada, destacando la rodilla por encima de la vestimenta, detalle que dejó boquiabiertas a las gemelas. Era muy complicado hacer los brazos separados del cuerpo por lo que decidió ponerlos pegados a él pero modelados. Cogió un tubo que llenó de nieve y una vez 116 apretada la sacó empujando por un lado con una maza. Repitió la operación, los pegó al cuerpo saliendo de la parte alta y les fue dando forma hasta definir dos brazos. Finalmente, cogió un par de guantes de goma, los llenó de nieve, los rajó y se la unió a la parte final del brazo, con las palmas hacia fuera, sobre las que señaló hasta las rayas de la mano. Todo parecía sujetarse bien, pero faltaba lo más difícil, la cabeza. —Queda media hora —dijo en voz alta el organizador a los equipos participantes. —No nos pongamos nerviosas, hay tiempo de sobra —dijo a las gemelas mientras les daba un cubo normal, pequeño, de los que llevan los niños a la playa—. Llenadlo de nieve bien apretada y traedlo aquí. Lo hicieron lo más rápido que pudieron, Luna puso un cajón sobre el que iba modelar la cabeza. Empezó a modelarla, primero quitando partes con una espátula grande; cuando la dejó con forma similar a una cabeza cogió un objeto más pequeño y en apenas unos minutos le hizo el pelo con media melena. Siguió por la cara donde talló los ojos, la nariz, la boca y la barbilla, dejando una parte final que haría de cuello. —Qué rostro más bonito te ha quedado —dijo Vera, que llevaba un rato sin parpadear. —Ahora queda lo más difícil —dijo Luna—. Hay que montar el cuerpo sobre el pedestal y luego poner la cabeza, sin que se rompa nada. Entre las tres, con mucho cuidado y bastante miedo, levantaron el cuerpo y lo colocaron sobre el pedestal. Luna revisó toda la escultura dando una vuelta y vio que estaba todo perfectamente ensamblado. Afinó la base para que pareciera de una pieza. —Ahora la cabeza, pero esta la pondré yo sola —dijo Luna. La cogió con sumo cuidado, la llevó hasta el cuerpo y la colocó encima. Una vez que la repasó y la pulió por la parte del cuello, quedó perfecta. Dio de nuevo otra vuelta llevando un cepillo en la mano que fue usando en diferentes partes para eliminar impurezas, hasta que dio el visto bueno. —¿Qué os parece? Vera y Sara estaban tan boquiabiertas contemplando aquella escultura maravillosa hecha de nieve, que no se dieron cuenta ni de que Luna les estaba hablando. 117 —Vamos, despertad y traed el metro que la midamos —les dijo mientras chasqueaba los dedos delante de su cara. Midió la escultura y tenía exactamente un metro con cuarenta y cinco centímetros. —¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Luna. —Nueve minutos —contestó Sara. Rápidamente, Luna se agachó, cogió unos conos diminutos y le dijo a las gemelas que los llenaran de nieve y se los fueran pasando. Eran cinco, los cogió, los fue poniendo alrededor de la cabeza e hizo una corona preciosa. Midió de nuevo, la escultura medía metro y medio justo. —Tiempoooooooo, todo el mundo tiene que dejar lo que está haciendo y venir hacia aquí —dijo en voz alta el organizador. Dos personas más del Ayuntamiento se habían acercado y formarían parte del jurado. También había varios padres y otros habitantes del pueblo a quienes les encantaba el concurso de esculturas. Empezaron apartando el biombo del primer grupo, habían hecho una especie de panorámica del pueblo nevado con un grupo de casas y la iglesia, que gustó a la gente y aplaudió, aunque estaba hecho de forma un poco tosca. El segundo grupo presentó la fachada del Ayuntamiento, que era un edificio antiguo de dos plantas, que gustó menos porque algunos balcones estaban algo torcidos y se notaba que se le había caído alguno durante la construcción, no obstante la gente aplaudió. Llegó el turno del grupo de Andrea y cuando retiraron el biombo se escuchó un prolongado «ohhhhhhhh» seguido de aplausos. Otro de los monumentos importantes del pueblo era un acueducto del cual ya solo quedaban dos arcos y la columna de un tercero, que también se veía desde lejos y por la noche iluminado era una preciosidad. Andrea y sus hermanas lo habían esculpido en nieve incluso con el foco a sus pies. Los dos arcos, uno pegado al otro, con su gran ojo en medio, que la gente miraba con admiración y el jurado le daba la vuelta para ver cómo podía sostenerse. Tomaron nota en sus libretas y se dirigieron a retirar el biombo que ocultaba la escultura del cristo de Luna. 118 Al hacerlo el asombro fue igual si no mayor que con los restos del acueducto, hubo grandes halagos y fuertes aplausos, la gente se acercaba porque quería verlo bien. Los miembros del jurado tuvieron que poner orden. —Tenemos que deliberar durante unos minutos —dijeron apartándose unos metros. —La verdad es que merecerían el premio tanto el equipo de Andrea como el de Luna —dijo el organizador—; pero tenemos que elegir una escultura como ganadora. No puede haber empate según el reglamento, además solo hay un premio. Votemos. Uno eligió la de Luna y el otro la de Andrea. —Me lo estáis poniendo difícil, habéis dejado en mis manos la decisión y la verdad es que está la cosa complicada. Mientras estaba pensando a quién dar su voto se oyó un ruido fuerte y un murmullo de personas que se lamentaban. El jurado se acercó al corrillo de gente y vio que de la escultura de Andrea se había desplomado un arco, sin que nadie lo tocara, fue solo. La cosa estaba clara, el organizador dijo que según el reglamento hasta que no hubiera una decisión firme sobre la escultura ganadora, esta podía ser revisada por los miembros del jurado, por lo que sintiéndolo mucho la ganadora era Luna. Andrea se puso a llorar desconsoladamente, y sus dos hermanas, lejos de calmarla, la abrazaron pero para unirse al lloro. Algunos adultos empezaron a ponerse de parte de las niñas más que del jurado, pero este se mantuvo inflexible y en un acto acelerado de entrega de trofeos, allí mismo llamaron a las ganadoras y les entregó el premio, en una especie de pequeña tribuna que habían montado para el acto. Cuando Luna cogió el premio, junto a Sara y Vera le dijo al organizador que si podía pronunciar unas palabras. —Sí, claro, puedes decir lo que quieras. Todos permanecieron en silencio, solo se escuchaba de fondo algún sollozo de Andrea, que no dejaba de llorar. —Quiero decir que estoy muy contenta con el premio y me siento muy orgullosa de mi escultura, pues sé que me ha quedado muy bien. Pero también sé reconocer el 119 talento que tiene Andrea y aunque estas cosas pasan quiero invitarte a que subas con tus hermanas a este estrado. Se echaron a un lado las tres para dejarles sitio y Luna extendió las manos a Andrea para que subieran. Se miraban las tres hermanas sin saber qué hacer, cuando recibieron un pequeño empujoncito que las acercó. Luna seguía con las manos extendidas que ofreció a Andrea agachándose un poco, esta las tomó, dio un saltito y subió acompañada por sus hermanas. Sin soltarle la mano, las dos en el centro, Luna siguió hablando. —Quiero compartir este premio con mi mejor competidora y espero que de aquí en adelante también amiga, las dos tenemos mucho que aprender una de la otra. De nuevo comenzaron a brotar lágrimas de los ojos de Andrea, pero esta vez eran diferentes, de alegría y emoción. Ambas se miraron a los ojos y se fundieron en un abrazo. Cada asistente expresó su alegría como quiso, con gritos, lágrimas, aplausos… Los miembros del jurado estaban casi más felices que las niñas, pues se dieron cuenta de que les habían dado una lección. Lo que no supieron arreglar ellos desde su adulta sensatez lo hizo una niña desde su cándida inocencia. La carrera individual se retrasó un poco porque tuvieron que agrandar la explanada desde donde salían los ocho participantes, puesto que en paralelo no cabían. Intentaron que partieran cuatro delante y cuatro detrás y que estos entraran por la parte interna de la curva pero no lo tenían claro. También se barajó hacer dos carreras de cuatro y que ganara el menor tiempo, pero tampoco gustó, por lo que ensancharon la salida con más nieve que añadieron unos empleados del Ayuntamiento. Sorteadas las posiciones Canito salía en quinto lugar y Alhaja en el tercero, por lo que este tendría ventaja a la hora de tomar la primera curva que era a izquierdas. Sonó el silbato y el trineo de Alhaja volaba con los arreglos que le había hecho su padre; se deslizaba más suave que por la mañana, iba como flotando por encima de la nieve. Era la táctica que mejor resultado le iba dar a Alhaja ya que tenía claro que uno de los amigos de Canito, como estuviera cerca de él, lo intentaría derribar para dejarle el camino libre. 120 Alhaja vio que Canito le seguía pero a varios metros por detrás, por lo que ninguno de sus compinches podría jugarle una mala pasada, ya que iban aún más retrasados y Canito no se iba a arriesgar a derribarlo porque al final perderían ambos. Aún así aceleró antes de llegar a la primera curva a riesgo de derrapar y caerse, pero había estado hablando con Zurcido que le explicó a qué altura debía frenar para entrar en la curva sin volcar el trineo. Llegó al primer giro y unos metros antes, tomando como referencia la chimenea de la fábrica de madera que empezaba en esa curva, comenzó a frenar y la trazó perfectamente, sacando incluso más ventaja a Canito. Mientras tanto este la pasó bien, sin acelerar mucho, dejando distanciarse a Alhaja como si tuviese un plan B. Este no se percató de que Canito aflojaba y no arriesgaba en la curva, simplemente pensó que su trineo era más rápido, por lo que se volvió a concentrar en la carrera. Uno de los amigos de Canito vio que al bajar este el ritmo, otro participante, un amigo de Antoñito, se le estaba acercando peligrosamente, por lo que al llegar a la primera curva se abalanzó sobre él y lo derribó, quedando los dos fuera de la carrera. Alhaja terminó de trazar la primera curva y cuando se disponía a cambiar de postura sobre el trineo para tomar la segunda, que rodeaba el edificio de la fábrica, por detrás de la pared asomaron dos niños los cuales lanzaron dos grandes bolas de nieve sin que nadie los viera desde la salida. Esa parte estaba oculta. Una de las bolas pasó rozando su cabeza paro la otra impactó de lleno sobre su cara, lo cual hizo que Alhaja perdiera el control del trineo, se cayera y diera varias vueltas por la nieve hasta dar contra la pared de la fábrica de muebles. Afortunadamente, a pesar de no poder evitar el golpe contra la pared, pudo pararlo con los pies, por lo que quedó más herido en su orgullo que físicamente. Canito contempló lo ocurrido ya que iba detrás y, por supuesto, no se paró a auxiliar a Alhaja puesto que fue él quien había preparado esa acción como plan B, en caso de que fallara el derribo en carrera, como así fue. Tomó la segunda curva despacio, mirando incluso hacia atrás para observar que nadie le seguía, cuando pasó cerca de Alhaja esbozó una gran carcajada y le dijo en voz alta para que lo escuchara bien y sin preocuparse de si había sufrido algún daño: Esta carrera no la ganas, listillo. 121 Entró despacio a la meta, recreándose, levantando las manos, haciendo la señal de la victoria con los dedos índice y corazón en forma de V. Tras él fueron llegando el resto de participantes que cogieron en volandas a Canito y lo auparon a hombros, todos excepto los amigos de Antoñito. Se unieron al grupo los dos niños que tiraron las bolas de nieve a Alhaja. Los seis, con Canito a hombros, como si fuera una estrella del deporte, del rock o de la tauromaquia, comenzaron el ascenso entre vítores y aplausos, en un paseíllo donde en lo alto Canito lucía una sonrisa entre malvada y socarrona, llena de orgullo inmerecido. Alhaja no dijo absolutamente nada en la entrega de premios, a pesar de que Zurcido quería coger a Canito y darle su merecido. Todos volvieron a casa y quedaron en la plaza al día siguiente a las diez y media de la mañana. 122 CAPÍTULO 5 y último: Miércoles 8 de diciembre —Mamá, ya estoy en casa. —¿Qué tal ha ido la tarde? —Muy bien, Luna ha ganado el concurso de esculturas de nieve, luego te enseñará las fotos, y Zurcido ha vencido en la carrera doble de trineos. Su padre, que en ese justo momento entraba por la puerta, le preguntó a Alhaja qué tal se había dado la carrera y le dijo que el trineo era un rayo, que se lo había dejado estupendo, mucho más rápido que por la mañana, pero que eso mismo le había pasado factura porque iba primero en la carrera, debido a la gran velocidad de su trineo, pero cuando llegó a la primera curva, que era bastante cerrada, no calculó bien la velocidad, metió el freno y su trineo volcó, pero que era culpa suya no del trineo. —¿Pero tú estás bien? —dijo su padre. —Sí, ya practicaré más con el trineo para hacerme con su nueva velocidad. —¿Habéis hablado de lo que vais a hacer mañana por la tarde después de la comida? —preguntó su madre—. Por la mañana ya está todo arreglado y listo, según hemos planeado, ahora queda la parte de tus amigos. —Está todo controlado, hemos quedado a las diez y media como siempre pero no hemos planificado nada en especial por la tarde. De todos modos, mañana será un día muy alegre pero a la vez también muy triste. —¿Por qué dices eso hijo? —Será un día de mucha felicidad para todos los de la pandilla porque es la comida del premio que ganamos con la búsqueda del tesoro. —Es verdad, hijo, que no se me olvide darte luego los vales, porque imagino que desde la calle ya iréis directamente al restaurante. —No hemos quedado en nada pero sí, eso haremos, ya vendremos por la tarde. —Ya sé por qué dices que mañana será un día triste —interrumpió su padre—. Es el último día, todos vosotros, incluidos tus amigos los nuevos, os tenéis que separar, 123 pero hijo piensa en los días tan maravillosos que habéis pasado juntos, además las vacaciones de Navidad están muy cerca y volveremos al pueblo unos días. —Sí, pero ya no estarán Rubito, Vera y… —tras una pausa— Sara. —Uyyyyy, Alhaja que se nos ha enamorado —dijo la madre, agarrándolo de la cabeza y dándole un beso en su cara que se estaba poniendo colorada—. Esta mañana he estado hablando con la madre de Rubito y las gemelas y me ha dicho que sus hijos están encantados, que no le cuentan nada más que cosas buenas de la pandilla, y sobre todo de ti, que eres un encanto de niño. ¿Y sabes lo que me ha prometido? —¿Qué, mamá? —Como ella también ha estado muy a gusto en el pueblo, pero sobre todo su marido, a quien le han venido de maravilla estos días lejos del estrés del trabajo y de la gran ciudad, me ha dicho que en agosto van a intentar volver por lo menos una semana. Me ha preguntado que cuándo íbamos a estar nosotros en el pueblo para hablar con la dueña de la casa y reservarla ya para agosto. —Qué bien, me alegro mucho, además en verano seremos más en la pandilla y podremos hacer muchas más cosas y diferentes. —Aunque eres muy buen estudiante, por ello papá y yo estamos contentos contigo, no te puedes despistar y debes seguir así para pasar un buen verano. —Claro, así lo haré, estudiaré mucho. —Y ahora, mis dos hombretones van a poner la mesa que voy a traer la cena. Un magnífico pollo al horno con patatas y cebolla que tanto te gusta. Terminaron de cenar y la madre le metió los vales del restaurante dentro de un monederito de piel, para que no se estropearan; le dijo que los guardara en el bolsillo de su cazadora para que no se le olvidase llevárselos por la mañana. Alhaja se fue a la cama, pero le costó coger el sueño porque sabía que mañana era su último día de vacaciones y no volvería a ver a sus amigos hasta pasado mucho tiempo. Poco a poco el cansancio le fue venciendo y se quedó dormido. A las diez y media llegó Alhaja a la plaza, estaban todos en el banco esperando, pero a lo lejos ya notó que algo de melancolía flotaba en el ambiente. —Buenos días, a qué vienen esas caras —dijo Alhaja. 124 —Hoy es nuestro último día juntos —explicó Rubito—, y os vamos a echar mucho de menos. Mis padres nos han prometido que volveremos en agosto, pero para eso aún queda mucho tiempo. —Nosotros también nos vamos a acordar mucho de vosotros —comentó Alhaja—. Al pueblo, para esta época de puentes, Navidad, Semana Santa y verano, viene mucha gente, la pandilla ha conocido a otros niños y niñas de fuera que han venido a pasar unos días, los hemos acogido, han jugado con nosotros, pero ninguno ha sido como vosotros, y la mayoría ya ni ha vuelto. —Mis hermanas y yo sí que pensamos volver —dijo Rubito. —Hay que levantar los ánimos, además queda toda la mañana de hoy y parte de la tarde. ¿Sabéis lo que llevo aquí en esta carterita que me ha dado mi madre? Son los vales para la comida de hoy, así que vamos a estar mucho más tiempo juntos que en los días anteriores. —Mi padre ha dicho que no podemos llegar más tarde de las cinco y media porque nos vamos a las seis y el viaje es largo —dijo Rubito. —Nosotros nos vamos todos también esta tarde, aunque estamos más cerca y saldremos un poco después de esa hora. Pero para eso aún queda mucho tiempo. ¿Alguien ha pensado qué hacer esta mañana hasta la hora de ir al restaurante? Todos se miraron, estaban algo tristes, no tenían muchas ganas de hablar. —Yo tengo que irme a casa, mi padre me ha dicho que debo ayudarle en una tarea antes de ir al restaurante —dijo Zurcido—. Nos vemos allí a las dos. Dio media vuelta, se fue cabizbajo y algo apesadumbrado. —Espera, Zurcido, yo también me tengo que marchar a ayudar a mi madre con las maletas —dijo Canica echando a correr detrás de él. —Luna, nosotros tenemos que ir a visitar a los abuelos, que vinieron el lunes por la tarde y aún no los hemos visto —dijo Luis levantándose y llevándose a su hermana con él. —¿Les pasa algo a todos, hemos hecho o dicho algo que haya molestado a tus amigos? —preguntó Rubito. 125 —Qué va —respondió Alhaja—, hay que entenderlos, están algo tristes por ser día de despedidas, ya se les pasará en la comida. Sara y Vera se miraban sin saber bien qué decir. —Os propongo algo para hacer tiempo hasta la hora de ir al restaurante —dijo Alhaja. Rubito no dejaba de darle vueltas a la cabeza por si había hecho algo que les hubiera podido enfadar, pero no encontraba nada, estuvo repasando todo lo que hicieron juntos con la pandilla desde el primer día y cada vez se sentía más contrariado. —¿Estás seguro de que todo va bien? —volvió a preguntar Rubito. —No le des más vueltas ya verás como cuando estemos en la comida todo vuelve a la normalidad. Si os parece bien, me gustaría enseñaros una zona de mi casa a la que le tengo mucho cariño. Es la parte alta, la buhardilla, allí le salvé la vida a Pardillo. A veces subo en verano y me echo un rato la siesta hasta que se quita un poco el calor y podemos salir a la calle a jugar. Allí guardo cosas que me traen muy buenos recuerdos de cuando era más pequeño, como juguetes y objetos personales a los que les tengo mucho cariño. —Nos parece bien —dijeron las gemelas—; pero ¿estás seguro de que no les pasa nada a tus amigos? —No le deis más vueltas, vamos a mi casa. —Vale —dijo Rubito. Después de un buen rato en la plaza solos, los cuatro se encaminaron a casa de Alhaja, quien vio en los rostros de Rubito y sus hermanas que algo no iba bien, estaban reflexivos. Durante el corto trayecto intentó que se olvidaran de sus amigos, contándole las cosas tan divertidas y diferentes que harían en verano. Cuando llegaron a la puerta de la casa de Alhaja eran ya casi las doce del mediodía. Este sacó la llave de un bolsillo de la cazadora y entró seguido por Rubito y sus hermanas. Colgaron las chaquetas, gorros y bufandas en una gran percha que había en la entrada. —¿No están tus padres? —dijo Rubito. 126 Me dijeron que iban a salir a comprar algo, no creo que tarden. Seguidme, os enseñaré dónde está la buhardilla, es en la parte alta de la casa, hay que subir unas cuantas escaleras. Subió muy despacio, hablando sobre la casa, lo grande que era y lo mucho que se divertía cuando era más pequeño jugando al escondite con sus amigos. Dijo que hablaba alto porque la escalera era estrecha e iban subiendo en fila india. —Ya hemos llegado, aquí es —dijo Alhaja parándose delante de una puerta de madera cerrada—. Poneos aquí junto a mí los tres pegados a la puerta, que la primera impresión es la mejor —les dijo subiendo todos al último escalón—. ¿Estáis listos para ver mi buhardilla? —Sí —contestaron los tres a la vez. —Preparados, listos…, ya. En ese justo momento abrió la puerta y se oyó al unísono un enorme: «SORPRESAAAAAAAAAAA», a la vez que lanzaban confeti y tiras de papel sobre los cuatro. Allí estaban esperando en absoluto silencio los padres de Alhaja, los de Rubito y las gemelas, Zurcido, Canica, Luis, Luna, y hasta Carlitos y Antoñito, que al abrir la puerta los recibieron de esa manera. Los tres se quedaron boquiabiertos sin saber qué decir, estaban parados delante de la puerta mirando la buhardilla, que había sido decorada como para una fiesta con globos y farolillos, además de un gran cartel que ponía con grandes letras de colores: QUEREMOS QUE VOLVÁIS EN AGOSTO Sus padres fueron los primeros que se les acercaron y se abrazaron los cinco en un apretado círculo. 127 —Habéis visto qué amigos más maravillosos tenéis —dijo la madre, mientras se enjugaba una lágrima que resbalaba por su mejilla. No querían dejaros ir sin daros una pequeña fiesta de despedida, y como esta tarde era muy difícil la han organizado ahora. El padre de Rubito se dirigió a los padres de Alhaja y al resto de sus amigos y comenzó diciendo que aunque sabía que tenía unos hijos maravillosos, era gracias a personas como los que estaban en esta buhardilla. Dio las gracias personalmente a los padres de Alhaja y después se dirigió al resto para agradecerles también que los hayan acogido de esa manera, que ni sus hijos ni ellos olvidarán jamás. —Bueno, ya está bien, ahora disfrutemos de un rico chocolate que he preparado, sin nada para acompañar que si no luego no coméis en el restaurante —dijo Joya. Todos se sirvieron una taza de chocolate que vino muy bien para entrar en calor. Los cuatro adultos estuvieron un poco charlando de pie hasta que decidieron bajar a la chimenea y dejar solos a los niños. —No os entretengáis mucho, recordad que a la una y media tenéis que ir para el restaurante. —Descuide señora —dijo Carlitos—; además ya he hablado con mi padre y va a poner mesa para diez, he invitado a Antoñito y vamos a ir los ocho del premio más nosotros dos, por lo que ha preparado un par de menús más, pero iguales. —Me teníais preocupado —dijo Rubito—, y ahora lo que me tenéis es emocionado. Muchas gracias a todos, de verdad, están siendo las mejores vacaciones de mi vida y todo gracias a vosotros. —Es cierto —dijo Sara—, nosotras también lo estamos pasando muy bien y os prometemos volver en agosto, sois estupendos. —Quiero que sepáis una cosa muy importante —dijo Alhaja, señalando a todo el grupo. —¿Qué es? Nos tienes intrigados, habla ya —dijo Luis. —De aquí no se va nadie al restaurante sin haber limpiado todo esto que si no luego me lo como yo solo. ¡Ja, ja, ja! Todos empezaron a reír y no podían parar. 128 A la una empezaron a recoger los farolillos y demás colgantes, se repartieron tres escobas para barrer el confeti entre Zurcido, Canica y Luna. Como eran tantos, poco antes de la una y media estaba la buhardilla mejor que antes de la pequeña fiesta. Ya solo quedaba el cartel que entre Luis y Zurcido descolgaron con cuidado. Se lo pasaron a Alhaja, este le ofreció una punta a Sara, la otra a Vera y le dijo a Rubito que lo sujetara por el centro. Así quedó extendido, cuando Luna sacó el móvil viejo de su madre e hizo una foto que dijo ser la promesa de que volverían en agosto. —Ahora lo doblaremos bien y lo guardaréis de recuerdo para traerlo con vosotros en verano —dijo Ahaja—. Y vámonos ya que es la una y media. Todos se pusieron su ropa de abrigo, se despidieron de los padres, que aún seguían charlando frente a la chimenea; estos les dijeron a Rubito y a las gemelas que los esperaban en casa antes de las cinco y media para terminar de preparar las maletas, que iban a comer los cuatro juntos, invitados por los padres de Alhaja. A las dos menos diez llegaron al restaurante, Alhaja sacó los vales y se los dio al padre de Carlitos, este los llevó a un salón donde había una mesa redonda, preciosa, montada para diez personas, y en el centro un baulito dorado con una nota que ponía: Enhorabuena a los campeones, este es ahora vuestro tesoro, disfrutad de la comida. Encima ya había puestas dos espléndidas ensaladas que llevaban de todo, tomate, lechuga de dos clases, pepino, zanahoria picada, espárragos, huevo duro, atún y aceitunas sin hueso. —Como yo no vea las ensaladas totalmente vacías dentro de un rato no saco nada más —dijo el padre de Carlitos—. Para beber había varias botellas de agua mineral de litro y medio, así como diferentes refrescos de cola, naranja y limón. Todos se repartieron un poco de ensalada en su plato hasta quedar los dos cuencos vacíos. Como vio que se estaban comiendo bien la ensalada, el padre mandó a dos camareros con varias bandejas de canapés y sándwiches de salchichón, paté, chorizo, queso y jamón, que devoraron conforme iban cayendo en la mesa. Poco después les llevaron una fuente con un surtido de croquetas, empanadillas y nuggets de pollo que se fueron repartiendo. Como plato principal les pusieron unos filetes de pollo empanados con patatas fritas, que fueron la delicia de todos. 129 —¿Canica, no te vas a terminar el trozo de pollo? —dijo Zurcido, quien no dejaba de mirar su plato. —Cógelo, yo ya estoy lleno. —¿Las patatas tampoco las quieres? —volvió a decir el comilón de Zurcido. De postre sacaron flanes y natillas, a elegir. Lo estaban pasando en grande comiendo, era lo único que hasta ahora no habían hecho juntos y estaba siendo toda una experiencia. Durante la comida estuvieron charlando sobre lo que solían hacer habitualmente mientras no estaban en el pueblo de vacaciones, hablaron de cómo les iba el curso, todos hicieron la promesa de esforzarse y estudiar mucho para sacar buenas notas y así no fallar ninguno en verano. Sabían que si suspendían alguna asignatura el castigo era quedarse sin pueblo, estar estudiando o recibiendo clases particulares durante los meses de julio y agosto, para aprobar en septiembre. El tiempo pasaba volando entre risas y bromas, cuando se quisieron dar cuenta eran ya las cuatro de la tarde. El padre de Carlitos, y dueño del restaurante, pasó para preguntar cómo iba todo y si les había gustado la comida. —Todo estupendo y muy bueno —respondió Alhaja, que se erigió en portavoz del grupo, asintiendo todos con la cabeza. —A las cuatro y media tenéis que haber terminado del todo porque cerramos el restaurante, nos vamos a descansar unas horas y luego tenemos que prepararlo para dar las cenas. —No se preocupe, hace un rato que hemos acabado, de hecho estábamos hablando ya de marcharnos porque aún tenemos que despedirnos, todos nos vamos esta tarde ya del pueblo y no volvemos hasta Navidad. Ha estado todo muy rico y lo hemos pasado en grande. —Gracias Carlitos, por haberme invitado —dijo Antoñito, a quien ya estaban esperando sus padres en la puerta para recogerlo. Carlitos se quedó en el restaurante y Antoñito se volvió a su pueblo. Los demás quedaron en ir a la plaza y despedirse hasta la próxima. Una vez todos en el banco de la 130 fuente Alhaja les dijo que quería hacer una despedida especial, ya que no era como otras veces que iban al pueblo. —¿Qué has pensado —dijo Rubito? —Os voy a plantear algo para asegurar que todos volveremos en agosto, sobre todo tú y tus hermanas. Como aún queda tiempo, que no son las cinco y hasta las seis no os vais, he pensado en lo siguiente a ver qué os parece. —Qué misterioso estás —comentó Luis—. Habla ya. —Quiero que vayáis a casa y cojáis un objeto pequeño, pero que signifique mucho para vosotros, que sea algo especial, del cual no os desprenderíais jamás, y lo traigáis a la plaza. Nos vemos aquí en media hora, después os seguiré explicando, si os parece bien. —Vale, qué interesante parece todo —dijo Luna—. Adelante, hagámoslo. Cada uno se dirigió a su casa, a los veinte minutos ya estaban todos de nuevo en la plaza. Alhaja llevaba una bolsa de tela grande que no dejaba ver lo que había dentro. —No decías que el objeto tendría que ser pequeño —preguntó Vera. —En esta bolsa hay algo que descubriré al final, aquí no está mi objeto. —Esto cada vez se pone más emocionante, nos tienes en ascuas —dijo Canica. —Bien, ahora de uno en uno tenéis que ir sacando el objeto que habéis traído, explicar por qué lo habéis elegido, y dármelo a mí. ¿Quién quiere empezar? —Empiezo yo —dijo Zurcido—. He traído un metro que llega hasta los ciento cincuenta centímetros, hace mucho tiempo que lo guardo como un gran recuerdo, desde que sobrepasé esa altura. Me lo compró mi padre cuando apenas llegaba al metro de estatura porque veía que estaba creciendo mucho y siempre iba dejando marcas por todas las puertas de la casa, pues no hacía más que medirme. Fue un regalo que me hizo mucha ilusión y quiero conservarlo para siempre. —Estupendo, Zurcido, me parece una gran elección la que has hecho, es algo que te identifica, y como sigas creciendo te prometo que si sobrepasas los dos metros te regalamos entre todos uno de doscientos cincuenta centímetros. ¿Verdad chicos? —Sí —respondieron a la vez, entre carcajadas. 131 —Como siempre decís que somos inseparables quiero ser yo el siguiente —dijo Canica—. Todos sabéis que me llaman Canica, pero lo que desconocen Rubito y sus hermanas es que no es solo porque sea menudo, bajito y delgado, sino también porque soy un experto jugando a las canicas. Pueden corroborarlo todos los del pueblo, puesto que jamás me ha vencido nadie y tengo en mi casa centenares de canicas de todos los tamaños y colores, que las he ido ganando. De hecho, tengo tantas que los chicos del pueblo en vez de ir a comprarlas a la tienda vienen a que se las venda yo, porque las doy mucho más baratas y encima les dejo elegir, escogiendo a veces las mismas que han perdido en competición conmigo. De todas las que tengo hay una muy especial y única para mí. Cuando mi padre conoció mi pasión por este juego y lo bueno que era, porque ya se iba comentando por el pueblo, me cogió un día y me dijo: «Dicen por aquí que eres muy bueno jugando al Gua», que es como se llamaba el juego más popular entre los chicos del pueblo. —¿Cómo se juega al Gua? —interrumpió Rubito. —Hay varios juegos de canicas pero ese es el que más nos gusta. Uno de ellos consiste en hacer una raya, todos los participantes desde cierta distancia lanzan su bola y el que más cerca se quede se las lleva todas, siempre sin pasarte. Otro consiste en trazar un gran círculo sobre una superficie de tierra y colocar tantas canicas dentro como jugadores van a participar. Cada jugador tira con otra canica desde fuera y si acierta a dar a alguna de las que hay dentro se la queda. Finalmente, está el Gua, cuyo nombre en este juego significa agujero, ya que se hace uno en el suelo. Los jugadores, por orden de salida, que se hace siendo quien más acerque la canica a la raya, tiran su bola hacia el agujero, desde muy lejos para que sea casi imposible colarla a la primera. El que se queda más cerca comienza y elige una bola sobre la que debe dar tres toques pequeños impulsando la suya con el dedo corazón o pulgar, luego da otro toque más donde debe caber un pie entre ambas bolas antes de pasar al último toque que suele ser muy fuerte para alejar la canica del contrario lo más posible del agujero. Para concluir, si metes la tuya en el gua te quedas con la del contrario y vas a por otra bola. Si durante este proceso fallas en algún golpe, pasa el turno a la persona que se ha quedado más cerca del gua en el primer lanzamiento. 132 —Suena divertido, en verano traeré canicas y me enseñas a jugar —dijo Rubito, que estaba escuchando con mucha atención las explicaciones de Canica. —Será un placer, además no te cobraré por las clases, eso sí, trae muchas canicas que al segundo día ya competiremos —dijo entre risas—. Pero sigo con lo que me estaba diciendo mi padre, que me voy del tema. Le dije que sí era muy bueno y le enseñé una gran bolsa llena de canicas que había ido ganando —Sabes, has debido de sacar mis genes porque yo de niño era muy bueno jugando a las canicas y también tenía una gran bolsa, lo que ocurre es que con el paso de los años la he perdido, si lo llego a saber la hubiera guardado para ti. —No pasa nada, tengo muchas. —Pero sí que quiero darte algo muy especial para mí, le dijo a su hijo poniendo una cajita sobre la mesa. Ábrela. La abrió, se quedó observando lo que había dentro y luego miró a su padre. —¿Qué es? —le preguntó. Su padre cogió una bola plateada muy brillante, del tamaño de una canica normal o algo más grande, y la puso sobre la palma de la mano de su hijo. —Ahora es tuya, quiero que la tengas tú y la conserves como lo he hecho yo. Mi padre me la regaló cuando yo tenía tu edad porque también se enteró de que se me daba muy bien jugar a las canicas. Se trata de una bola que va dentro de los cojinetes de algunas piezas. Ya sabes que el abuelo era mecánico y esta canica de acero la sacó de un cojinete, la limpio, la pulió y me la regaló. Me hizo mucha ilusión y por eso quiero que sea tuya. Mientras contaba esto, Canica se estaba emocionando, a la vez que la sacó del bolsillo envuelta en un paño y se la dio a Alhaja, ante la mirada atenta del resto de la pandilla. —Como la pierdas te mato —dijo bromeando. —Espero que no, al final os contaré que vamos a hacer con todos los objetos. —Ahora me toca a mí —dijo Luis—. Como mi abuelo era carpintero, cuando todos los niños del pueblo empezamos a jugar con los zompos, o trompos, que llaman en otros pueblos, le dije que si me compraba uno por mi cumpleaños, pero lo que hizo 133 fue fabricarme uno de una pieza de madera, precioso, que pintó con mi color favorito y le puso mi nombre. Ya está un poco deteriorado y se le ha ido parte de la pintura pero le tengo muchísimo cariño. Toma Alhaja —dijo sacándolo de un bolsillo y dándoselo, quien lo puso en una bolsa junto a los demás. —Yo también quiero dejar un regalo especial que me hizo mi abuelo —dijo Luna—. Es un colgante de madera en forma de corazón con una fotografía de mis abuelos conmigo en brazos poco después de nacer, con una inscripción grabada detrás que pone: Para la nieta más guapa del mundo, de tus abuelos. —Sé lo que significan para vosotros estos dos objetos que habéis traído porque queréis mucho a vuestros abuelos, estáis muy unidos a ellos y son encantadores. Ya solo quedáis vosotros tres —dijo Alhaja dirigiendo la mirada hacia Rubito y sus hermanas—. Yo me reservo para el final y a la vez os diré por qué os he pedido que traigáis estas cosas tan especiales para vosotros. —No ha sido fácil porque la mayoría de las cosas importantes las tenemos en la casa de la ciudad —dijo Rubito—, pero quiero dejar algo muy especial para mí que siempre llevo conmigo allá donde quiera que vaya. Se trata de la primera carta que me escribió mi madre, siendo muy niño, el primer verano que me fui con el colegio dos semanas de vacaciones a la playa, muy lejos de casa, con varios niños más. Era muy pequeño y estaba algo asustado, pero al poco tiempo de estar allí me llegó esta carta que me reconfortó y me animó; a partir de aquel momento disfruté mucho más de las vacaciones. Desde entonces la guardo conmigo y la leo todos los días. —Qué historia más bonita —dijo Alhaja—, cogiendo la carta con sumo cuidado. —No sabíamos la historia de la carta —dijo Vera, dirigiéndose a su hermano muy emocionada y casi a punto de saltársele una lagrimita—. Yo lo que quiero dejar lo llevo encima, es esta simple cinta de color amarillo que mi madre me puso cuando éramos pequeñas, para distinguirme de mi hermana, pero no ella a la que no le hace falta nada, porque es echarnos la vista encima y ya sabe quién es cada una, sino mi padre que no hay manera de que nos distinga ni incluso ahora, por eso la sigo llevando. Se la quitó y se la dio a Alhaja que la puso con el resto de objetos, mirando a Sara que era la última. 134 —Qué casualidad, cómo se nota que somos gemelas, no hemos hablado nada del objeto que iba a traer cada una y yo había pensado dar también mi cinta de color rojo que me puso a la vez que a mi hermana. De vez en cuando nos la cambiamos y a mi padre lo sacamos de quicio. ¡Je, je!, pero con mi madre no podemos, nos mira las pulseras y dice: Ya vais a liar a vuestro padre. Recuerdas una vez que te dejaste la pulsera, fui a pedirle dinero, luego me la cambié y le volví a pedir diciendo que eras tú. —Claro que me acuerdo, como que por la tarde fui a pedirle yo y no me quiso dar porque dijo que ya me había dado por la mañana, hasta que te descubrí y tuviste que darme mi parte. ¡Je, je! —Ahora te toca a ti, Alhaja —dijo Luis, ante la mirada expectante de los demás. —Está bien, es mi turno. Abrió la bolsa de tela y sacó una libreta pequeña de la que arrancó ocho hojas que fue pasando para que cogieran una cada uno, quedándose él con la última. Como para mí, ahora mismo lo más especial sois vosotros quiero que en esa hoja cada uno cuente lo que le han parecido estos días que hemos pasado juntos, sus emociones, sus sentimientos, lo que le salga de dentro. Una vez escrito lo dobláis y me lo dais sin que nadie lo lea. Así lo hicieron, se fueron pasando un pequeño bolígrafo y conforme terminaban de escribir iban doblando el papel y se lo fueron dando a Alhaja. Cuando tuvo los ocho este metió de nuevo la mano en la bolsa y sacó un frasco grande de cristal con una tapa de metal de rosca. Todos se quedaron mirando, preguntándose qué era aquello y para qué servía. —Voy a poner todos los objetos en este frasco y os voy a pedir que vengáis conmigo a un lugar cerca de donde le robaron la bicicleta a Zurcido —dijo Alhaja, comenzando a caminar, seguido por sus siete amigos. Llegaron a un sitio que estaba justo a las afueras del pueblo, cerca del río, donde había vegetación, varios árboles, pero no casas. Alhaja se detuvo, rebuscó entre unos matorrales y tras unos segundos sacó una pala pequeña. Todos lo seguían con la mirada, pero nadie decía nada esperando que fuera él quien diera explicaciones de por qué estaban allí, y sobre todo para qué. 135 —Zurcido, tú que tienes más fuerza, ¿puedes cavar un agujero aquí junto a este árbol donde quepa el frasco? Si os parece bien, vamos a enterrarlo y solo lo abriremos en agosto, cuando estemos todos, para recuperar los objetos que hemos depositado en él y leeremos lo que hemos escrito en los papeles. Todos estuvieron de acuerdo porque así pensaron que se obligaban a volver. Tras hacer el agujero Alhaja sacó de la bolsa de tela un rotulador negro permanente y una etiqueta blanca adhesiva, la pegó en el frasco y escribió algo. Estaban intrigados, pero se emocionaron y se dieron un abrazo formando un círculo cuando Alhaja le dio la vuelta para que pudieran ver lo que había escrito: El tarro de las ausencias. 136