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EL EXAMEN EN LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales, nº 15, 3-21. ISSN: 0214-4379.
F. Javier Merchán Iglesias (IRES-FEDICARIA)
En este artículo se trata sobre la influencia del examen en la enseñanza de la Historia, tanto en
lo que respecta a la configuración del conocimiento histórico escolar -que termina adoptando
características apropiadas al hecho examinatorio- como a las prácticas pedagógicas y a la
actuación de alumnos y profesores en la clase, que resultan asimismo determinadas por esta
circunstancia. El análisis del papel del examen se vincula con la función crediticia del sistema
escolar y con las circunstancias concretas en las que se produce su elaboración y corrección en
el contexto escolar.
Palabras: Examen, conocimiento escolar, enseñanza de la Historia, escuela y sociedad,
alumnos, profesores.
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Al tratar sobre las funciones sociales de la institución escolar, un hecho que parece
incuestionable es el de que a través de la educación es posible alcanzar un determinado estatus
en la sociedad, si bien otra cosa muy distinta -y muy discutible- es si realmente la escuela
ofrece a todos las mismas oportunidades para ello y sirve, por tanto, para la movilidad social.
Según el enfoque credencialista (vid. Collins, 1988), la forma en que la escuela proporciona a
los individuos el medio para alcanzar un determinado nivel socio-económico y estatus es a
través de la concesión de títulos.
2
Desde esta perspectiva se afirma que lo que ofrece la escuela a la hora de encontrar un
empleo no son conocimientos sino títulos, de manera que en el mercado laboral se prefiere más
a las personas con títulos que sin ellos, no tanto porque expresen cualidades cognitivas sino
ciertas capacidades de adaptación y ciertas actitudes; asimismo, desde la perspectiva de los
estudiantes
y de las familias -especialmente de ciertos estratos sociales- diríamos que se
identifica la consecución de un estatus elevado con la posesión de los títulos que otorga la
institución escolar. Es a través de la concesión de estos títulos como la institución escolar sirve
para reproducir la división social del trabajo, distribuyendo a los individuos en grupos
desiguales en la sociedad. A este respecto Parkin (1999) considera que se trata de un medio para
controlar la entrada a posiciones claves en la división del trabajo, advirtiendo que el objetivo de
esta estrategia es el de limitar y controlar la oferta de aspirantes a una determinada ocupación
con el propósito de mantener o mejorar su valor en el mercado.
Así, el proceso consistiría en profesionalizar determinadas actividades y restringir el
acceso a los puestos que se ocupan de ellas, para lo cual se titulariza la posibilidad de su
desempeño trasladándose a la institución escolar el mecanismo de selección, pues es aquí donde
la concesión de los títulos se hace de tal forma que, siendo selectivo, aparece como un proceso
basado en el mérito y la capacidad de cada individuo1. Como afirma Parkin, mucho antes de que
fuera masivo el acceso a la educación Weber había señalado el uso creciente de este tipo de
prácticas, indicando que "Cuando se escuchan desde todos los ángulos las demandas de que se
introduzcan programas de estudios y exámenes especiales, la razón que hay tras ello no es una
súbita <<sed de educación>> sino el deseo de reducir la oferta para esos puestos y de
monopolizarlos quienes posean los certificados de estudios. En la actualidad, el <<examen>>
constituye el instrumento universal para dicha monopolización y en virtud de ello avanza
irresistiblemente" ( Ibíd. pág.266).
El examen, o cualquier otro instrumento de calificación, se convierte entonces en el
nexo de unión entre la función crediticia del sistema escolar y las prácticas pedagógicas; de esta
forma toma cuerpo en el aula la clasificación entre quienes ocuparán unos u otros puestos en la
jerarquía social.
Respecto a este mismo asunto, algunos autores (Carnoy, 1985; Levin, 1978; Bourdieu,
1999 y 2000) han señalado cómo en los últimos tiempos se ha producido una evolución que
afecta de modo significativo al proceso de concesión de títulos y a su valor de cambio. Diversas
circunstancias han dado lugar a lo que se ha denominado una inflación de títulos; por una parte 1
Obsérvese a este respecto lo ocurrido en los últimos años en España con el ejercicio de la profesión
periodística y la institucionalización de los estudios de periodismo como carrera universitaria.
3
afirma Carnoy- las empresas tienden a sustituir a los trabajadores de más edad por otros más
jóvenes y con más estudios, creciendo de esta forma la demanda de títulos. Al mismo tiempo
esto ha estimulado la convicción de que el único modo de tener éxito en la sociedad es
conseguir el máximo de educación posible, de manera que lo que hasta mediados de este siglo
era privativo de una minoría -la demanda de educación y de títulos- se ha extendido
prácticamente a toda la población.
Pero no sólo desde las clases inferiores se ha producido una mayor incorporación a la
carrera para la obtención de títulos sino que también -señala Bourdieu (1999, págs. 243-244)ciertas fracciones de la clase dominante más ricas en capital económico, para asegurar su
reproducción, se han volcado en el sistema educativo, algo que antes era menos frecuente.
De una u otra forma, es evidente que con la escolarización masiva se ha producido una
"inflación de titulaciones académicas" (Ibíd., pág. 243), en el sentido de que la economía es
incapaz de absorber el aumento del número de personas con título universitario. Las
consecuencias de este hecho en el campo laboral pasan, en primer lugar, por la pérdida del valor
de cambio de los títulos, es decir, por su devaluación, lo cual tiene implicaciones de tipo
económico y social fácilmente apreciables (Grignon, 1998) y sobre las que no es el caso
extenderse2. Con ser importante en sí mismo, la devaluación no es la única consecuencia
originada por la inflación de títulos universitarios; Carnoy indica que, en estas circunstancias,
"los jóvenes con formación universitaria tendrán que aceptar cada vez más aquellos puestos de
trabajo ocupados tradicionalmente por personas con mucha menos formación" (Ob. cit.,pág.
171).
Según esto, sostiene Bourdieu (1999, pág. 245) que la inflación de títulos afecta de
forma particular a aquellos que ingresan en el mercado laboral sin ninguno, puesto que el campo
de acción de los que poseen títulos se extiende hacia puestos de trabajo en los que antes no era
necesaria titulación alguna. De manera que, si bien de esta forma se limita el efecto de la
devaluación del título, se hace al precio de empeorar las condiciones socioeconómicas de
quienes lo poseen y de restringir las posibilidades de quienes no lo tienen. Son estas y otras
consecuencias en el ámbito laboral las que hacen plantearse a Levin (1978) el dilema de las
reformas denominadas comprensivas de la Educación Secundaria, pues sus efectos sobre las
oportunidades reales de movilidad social son más que dudosos debido a los efectos de la lógica
del mercado, llegando a afirmar que la futura posición económica y social de los jóvenes seguirá
siendo determinada por su origen social.
2
Para más detalle sobre las características y consecuencias inmediatas de este fenómeno de la
devaluación de los títulos puede consultarse, por ejemplo, Bourdieu (2000).
4
Pero las consecuencias del conflicto que se produce entre las expectativas de movilidad
social a partir de la obtención de títulos en el sistema educativo y su devaluación cuantitativa y
cualitativa pueden notarse, no sólo en el ámbito socioeconómico, sino también en la propia
escuela y llegan hasta el interior de las aulas. Al tratar del desajuste entre las aspiraciones que la
escuela promete y las oportunidades que realmente ofrece, Bourdieu (1999, pág. 250) habla de
una "generación engañada", puesto que si en otro tiempo sí se daba una correspondencia entre
educación y estatus social, hoy parece esfumarse esa equivalencia. Las consecuencias de esta
"desilusión" revisten formas distintas según las clases sociales, pero, en todo caso -afirma
Bourdieu- está en la base de la "contra-cultura" adolescente y se manifiesta en el rechazo "a los
dogmas
fundamentales
del
orden
pequeño-burgués,
<<carrera>>,
<<situación>>,
<<promoción>>, <<progreso>>" (Ibíd., pág. 251) y, claro está, en el rechazo a la cultura
escolar.
En este sentido Carnoy (1999, pág. 174) observa un descenso en el esfuerzo e interés de
los estudiantes, relacionándolo con el descenso del valor de cambio de los títulos, ya que
considera que los jóvenes se guían en su disposición hacia el aprendizaje escolar más por
motivos extrínsecos que por su utilidad intrínseca, de manera que "el esfuerzo que el estudiante
hará por adquirir una determinada educación declinará también al declinar la recompensa
económica y la del prestigio". A lo que podríamos añadir que es más que probable que todo ello
tenga su incidencia en el desarrollo de las clases, particularmente en el gobierno de los alumnos,
pues de esta forma el sistema de notas deja de ser adecuado para controlar a los estudiantes.
Efectivamente, en muchos casos la calificación constituye un medio de control de los
estudiantes, puesto que en buena medida el obtener buenas notas está de hecho relacionado con
el buen comportamiento. Sin embargo la devaluación de los títulos escolares ha provocado entre otras cosas- una disminución del interés de los alumnos por las calificaciones, de manera
que con ello las notas han perdido capacidad como medio de control de los alumnos. Por otra
parte, como señalaba Willis (1988), entre los alumnos de clase obrera no existen grandes
expectativas para obtener unos títulos que, generalmente, no son necesarios para ocupar el tipo
de trabajo al que aspiran, de manera que el temor a una mala calificación no es motivo
suficiente como para practicar una determinada conducta.
La importancia del examen como medio de calificación
Es evidente que el propósito de calificar está muy presente en el desarrollo de las clases
de manera que la evaluación de los alumnos es, junto con el control de sus conductas y la
5
transmisión de información, una de las claves que permiten comprender las prácticas
pedagógicas más habituales en el aula. De hecho, afirma Blanco (1992) que el intercambio de
información (entre profesores -expertos- y alumnos -legos-) no tiene lugar para compartirla sino
para que "el experto pueda conocer si la que tiene el lego es relevante o no" (pág. 214). De esta
forma, en el aula el patrón de la comunicación responde generalmente a un esquema preguntarespuesta-evaluación, siendo este último un componente esencial en la enseñanza, incluso para
los alumnos, ya que les "proporciona información respecto a las intenciones del profesor así
como a la negociación de la respuesta aceptable" (Mehan, 1986, citado en Blanco, ob. cit.,
pág., 211).
Las preguntas en clase y los ejercicios escritos tienen frecuentemente esta función
examinatoria, pues, como afirma Blanco (1992, pág. 217), " el profesor no pregunta porque no
sepa la respuesta, sino porque quiere saber si los estudiantes la conocen"; afirmación similar a
la que hace Barnes (1994) para referirse a la realización de ejercicios escritos por parte de los
alumnos: "Ciertamente no están dando nueva información al enseñante que ha planteado la
pregunta. Es probable que escriban para mostrar a su enseñante que han realizado la tarea que
se les ha encomendado" (pág. 129). En general, como afirma Galindo (1997), los profesores se
sirven de las preguntas orales y de las distintas actividades que realizan los alumnos para
obtener información que revertirá en la calificación.
Pero no cabe duda de que el examen es el principal recurso que utilizan los profesores
para calificar a los alumnos. Refiriéndose también al papel del sistema educativo en la
concesión de títulos y, por tanto, de un status socioeconómico determinado y al lugar que le
corresponde a los exámenes en este proceso, Parkin observa que, efectivamente, este
mecanismo es el más apropiado para garantizar que quienes poseen el "capital cultural" tengan,
de esta forma, más oportunidades de trasmitir a sus hijos los beneficios de su estatus
profesional. La razón de ello estriba, según este autor, en las características de los exámenes.
Así, sostiene Parkin, "los títulos se conceden sobre la base de exámenes destinados más a medir
determinados atributos y cualidades propios de una clase que aptitudes y habilidades prácticas
que difícilmente se pueden transmitir por vía familiar" (Parkin, 1999, pág.267).
Parkin ilustra su tesis analizando el caso de profesiones para cuyo ejercicio se requieren
habilidades que no pueden fácilmente ser transmitidas de padres a hijos; así ocurre, por ejemplo,
con los deportistas de éxito, o las celebridades de la escena y la pantalla, casos en los que -según
Parkin- las condiciones necesarias para el desempeño destacado de la profesión se adquieren,
generalmente, en el ejercicio mismo de la actividad profesional. De esta forma, observa este
autor, a pesar de que estas profesiones gozan de elevado prestigio social, no se utiliza el
6
mecanismo de exámenes y títulos para restringir el acceso a ellas, un hecho que pondría de
manifiesto las peculiares características de los exámenes en el contexto escolar y su vinculación
a la reproducción de un determinado status social.
Aunque los argumentos de Parkin resultan discutibles3, no dejan de ser interesantes sus
observaciones sobre las características que tienen los exámenes escolares en virtud del objetivo
que -en última instancia- persiguen, pues si de lo que se trata es de mediar en el proceso de
transmisión del capital cultural y su objeto es, por tanto, un tipo de conocimiento fácilmente
transmisible socialmente, es lógico pensar, como afirma, por ejemplo, Julia Varela (1990), que
los grupos sociales traten de influir, e influyan de hecho, en la determinación del conocimiento
escolar en el sentido de impregnarlo de características propias de la cultura específica de su
medio. Asimismo, esto significaría -como afirma Bernstein (1998)- que los alumnos
precedentes de estratos sociales con menos oportunidades para influir en ese proceso de
determinación, tendrían más dificultades para acceder al conocimiento que la escuela considera
válido y del que realmente examina, ya que no cuentan con el apoyo de la transmisión que se
realiza a través del medio social en el que viven.
Stodolsky (1991) ha destacado la importancia que tienen los exámenes en la enseñanza,
especialmente -aunque no sólo- los "exámenes externos"; según su punto de vista la
preocupación por el rendimiento de los alumnos hace que la enseñanza se centre en buena
medida en la preparación para superar los exámenes, lo cual tiene implicaciones significativas
sobre el contenido.
En el caso de que existan exámenes externos, la presión sobre el contenido y sobre las
prácticas pedagógicas es evidente; en este sentido afirma Stodolsky que "en muchas escuelas se
produce un desarreglo de la enseñanza con el fin de <<preparar>> a los estudiantes para los
exámenes estandarizados. Son comunes las lecciones dedicadas a revisar el contenido que
supuestamente tendrán tales exámenes y a practicar con formato de exámenes" (Stodolsky, ob.
cit., pág. 130). Pero tiendo a pensar que para los alumnos todos los exámenes son "externos", de
manera que, puesto que para ellos el aprendizaje tiene como objetivo aprobar los exámenes, el
estudio y la preparación que hagan de la asignatura se orientara en función de responder al tipo
de preguntas habituales en los exámenes, incluso demandarán a los profesores que les
3
De hecho no son esporádicos los casos en los que este tipo de profesiones se transmiten también de
padres a hijos, si bien es cierto que las garantías de éxito no están aseguradas por esta forma de
transmisión. Por lo demás -como el mismo autor afirma- es cada vez más frecuente que para el ejercicio
de algunas de estas profesiones se haya institucionalizado algún tipo de titulación aunque -a diferencia de
lo que habitualmente sucede con las profesiones intelectuales- tampoco la posesión del título garantiza en
estos casos el estatus que se persigue.
7
transmitan la información apropiada y de forma adecuada a ese objetivo, al margen (o, en todo
caso, en paralelo) de cualquier proceso "interno" de aprendizaje.
Es de notar que la centralidad del examen en la práctica escolar varía en función de los
niveles de enseñanza. En este sentido puede afirmarse, siguiendo a Sadovnik (1992), que en los
cursos superiores en los que está próximo el ingreso en la Universidad o en la vida laboral, o
incluso en los cursos terminales de etapa, adquiere mayor relevancia la obtención del título y,
por tanto, la comprobación mediante exámenes de la posesión de la oportuna cantidad y tipo de
conocimientos. De hecho suele ocurrir que en estos cursos se incrementa la cantidad y
complejidad de los conocimientos que deben adquirir los alumnos, haciéndose, en todo caso,
más difícil la superación de los exámenes, de manera que puede hablarse de cierta
correspondencia entre el tipo, cantidad y dificultad de los exámenes en función del valor de
mercado del título que se obtiene con su superación.
Según esto, cabe pensar que a medida que se ha ido extendiendo la edad de la
escolarización obligatoria, los títulos que se obtienen en los primeros tramos de la enseñanza
han ido perdiendo valor de cambio, al ampliarse notablemente las posibilidades que los
estudiantes tienen de acceder a ellos y al aplazarse el momento de incorporación al ámbito
laboral o a estudios no obligatorios. Así, el examen tiene menos trascendencia en estos niveles
de enseñanza puesto que de todas formas el paso de unos cursos a otros no depende
exclusivamente de la cantidad de conocimientos acumulados, si bien debido a la saturación de
títulos es posible advertir recientemente una vuelta a la práctica examinatoria incluso en niveles
de enseñanza obligatorios con el fin de restringir el acceso a estudios posteriores.4
Pero observando en su conjunto el itinerario escolar y considerando la función crediticia
del sistema escolar, la trayectoria académica de los estudiantes puede verse como una carrera
para obtener las calificaciones y títulos que facultan para el acceso a los diversos tramos en que
se suele organizar la enseñanza, hasta alcanzar, finalmente, el que posibilita su inserción en el
mercado de trabajo. En este proceso es el propio sistema escolar el que se encarga de determinar
los requisitos que permiten obtener las sucesivas acreditaciones, así como de valorar si los
aspirantes cumplen o no con esos requisitos.
Señalemos, por una parte, que, aunque no es único, el principal requisito que establece
el sistema escolar para la concesión de títulos se refiere al grado de posesión que los estudiantes
tienen de un determinado conocimiento –y no de otro-, que es al que algunos autores denominan
4
Así puede interpretarse, por ejemplo, el proyecto de examen de reválida anunciado por el MEC.
8
"conocimiento oficial" o "conocimiento legítimo"5. Por otra parte, como ya se ha dicho, la
forma en que el sistema escolar procede a la hora de comprobar la posesión del conocimiento
suele ser mediante la realización de exámenes, una práctica que, por lo tanto, está presente de
manera continua en la vida escolar.
Obsérvese que la práctica examinatoria nada tiene que ver con la enseñanzaaprendizaje, sino que deriva del carácter social de la institución escolar, y, más concretamente
del hecho de que el título acredita la posesión de un capital que puede ser intercambiado por
otro (Bourdieu, 2000). En cualquier caso, parece que, de esta forma, el conocimiento escolar
adquiere un determinado valor de cambio y es en este sentido en el que puede interpretarse la
idea de Bernstein cuando afirma que "el conocimiento no es como el dinero, es dinero", lo cual
implica que "está separado de las personas, de sus compromisos, de sus dedicaciones
personales, que se convierten en impedimentos, en restricciones del flujo del conocimiento e
introducen deformaciones en el funcionamiento del mercado simbólico" (Bernstein, 1998, pág.
113).
En general, el hecho de que en la fase más reciente de la Historia de las sociedades
capitalistas, la obtención de los títulos que otorga el sistema escolar se haya convertido en una
de las principales vías de acceso a profesiones y estatus deseables en la jerarquía social, ha
ocasionado que la actividad escolar se polarice cada vez más en torno a este objetivo. Lo que en
la práctica significa que la enseñanza-aprendizaje de las materias del currículo, está cada vez
más centrada en la adquisición de los requisitos necesarios para acceder a los títulos y en la
comprobación de la posesión de esos requisitos, es decir, en la realización de los exámenes
(Lerena, 1986). De esta forma la relación de alumnos y profesores con el conocimiento escolar
y con la enseñanza-aprendizaje está notablemente determinada por la lógica examinatoria
Para los alumnos lo importante es proveerse de los recursos necesarios para enfrentarse
al examen, averiguando en primer lugar cuál es el conocimiento necesario para ello -qué es lo
que realmente entra en el examen- y dónde reside esa información, si en las explicaciones del
profesor en los apuntes dictados o, más comúnmente, en el libro de texto. El estudio
se
convierte en preparación de los exámenes y tiene como objetivo su superación, generalmente
consiste en memorizar informaciones que suelen tratar sobre hechos históricos que se repiten un
año tras otro. Para facilitarse esa tarea de memorización, demandan a los profesores que la
información sea sintética y se encuentre fuertemente estructura y sea así más asequible a la
5
No está de más recordar aquí la importancia que tiene la determinación del conocimiento oficial, pues,
según sus características, serán distintas las posibilidades que tienen de acceder a él alumnos provenientes
de unos u otros estratos sociales.
9
repetición memorística y, por supuesto, reclaman que no quepa lugar a ambigüedades, es decir,
a preguntas cuyas respuestas no esté suficientemente descritas en el libro o los apuntes.
No obstante, la importancia que los alumnos conceden a la obtención del título y, por
tanto a la superación de los exámenes, no es homogénea, sino que parece tener relación con su
nivel socioeconómico. Efectivamente, numerosos estudios (ver, por ejemplo Anyon, 1999)
coinciden en afirmar que las expectativas y posibilidades que los alumnos tienen –transmitidas
por su contexto familiar y social- de promoción social por la vía del sistema escolar, es más
intensa en unos estratos sociales que en otros, de aquí que su disposición hacía la superación de
los exámenes y la obtención de calificaciones positivas sea más o menos favorable. Y,
consecuentemente, su actitud en la clase, pues no sólo se trata de adquirir todo el conocimiento
que pueda servir para ello, sino también de manifestar buena conducta en el aula, aspecto éste
nada secundario en la tarea.
En lo que respecta a los profesores puede afirmarse que, generalmente, su actividad
profesional se ve atrapada también en el magma de las calificaciones sin que ofrezcan a veces
mucha resistencia, quizás porque el hecho examinatorio otorga al conocimiento que transmite y, por ello al docente- un plus de prestigio, quizás también porque pone en sus manos un
instrumento -no siempre útil-. de control de la conducta de los estudiantes y de gobierno de la
clase. El hecho es que para dar respuesta a las demandas del alumnado, forzados ellos mismos
por la fuerza invisible del examen que impregna toda la actividad escolar, se convierten -a veces
a su pesar- en gestores de un conocimiento burocratizado, realizando tareas -como decirle a los
alumnos lo que deben decir en el examen- que se resuelven cada vez mejor en los libros de
texto lo que cuestiona su papel en la enseñanza y, de paso, su autoridad en la clase. Así, el
examen viene a ser un elemento que organiza la relación, no sólo de los alumnos, sino, también,
de los profesores con el conocimiento histórico escolar, distorsionando en muchas ocasiones los
intentos renovadores de la práctica profesional.
Las condiciones en las que se preparan y realizan los exámenes
La importancia del examen como medio de comprobación de la idoneidad de los
estudiantes para obtener calificaciones y títulos, hace que las formas que se adoptan en su
realización no sea un asunto baladí, algo que es absolutamente inseparable de las condiciones
concretas que determina el contexto escolar. La observación reflexiva de la realización de los
exámenes en cualquier centro de Enseñanza Secundaria, nos sirve para introducirnos en los
rituales y características propias de esta práctica pedagógica que, según la hipótesis que vengo
10
desarrollando, resultan determinantes en la configuración del conocimiento escolar y en las
interacciones entre alumnos y profesores.
Consideremos, de entrada, que el examen es un acto individualizador (Foucault, 1978) que
ha de realizarse individualmente aunque los alumnos estén agrupados en un mismo espacio.
Después de un período de enseñanza, cada estudiante ha de rendir cuentas ante el profesor del
conocimiento adquirido, a fin de que éste haga las oportunas mediciones y conceda o no el visto
bueno que permita al alumno ingresar en el siguiente nivel del proceso hasta obtener la credencial
necesaria o deseable para presentarse en el mercado de trabajo. De sobras es conocido que en la
realización del examen está duramente penalizado acudir a cualquier fórmula de cooperación, pues
de lo que se trata no es de producir conocimiento sino de proporcionar información al profesor
acerca del que cada uno posee.
El carácter individual e individualizador de la práctica examinatoria no sólo afecta a la
separación e incomunicación de los estudiantes entre sí sino a la tajante prohibición de usar
cualquier otro recurso que no sea el bolígrafo y el papel con el que expresar lo que se sabe; la
negación de la cooperación se extiende más allá de la que pueda hacerse entre los examinandos,
alcanzando a la que pudiera establecerse con otros a través de sus escritos o incluso con uno mismo
en otro tiempo a través de las notas de lecturas propias, apuntes o registros similares. El examen, en
cuanto acto individual, nos aparece así como algo muy distante de la forma en que realmente se
trabaja con el conocimiento, no ya en el mundo de la producción científica sino también en el
propio mundo de la clase.
Es cierto que en algunos tipos de exámenes se les concede a los alumnos y alumnas la
posibilidad de utilizar materiales y romper así el aislamiento al que normalmente les somete la
prueba. Pero este caso parece poco frecuente; en el paisaje más común del aula en la que se celebra
un examen aparecen suficientemente distante los alumnos unos de otros y de ellos los libros y
apuntes, esparcidos por el suelo o en la puerta de entrada; si en algún caso se permite romper el
carácter individual nunca se hace permitiendo la cooperación entre los alumnos y muy pocas veces
el uso de materiales auxiliares, salvo que éstos se requieran puntualmente con el fin de paliar algún
problema técnico para el desarrollo de la prueba.
Pues bien, para garantizar la individualidad de la prueba y el aislamiento del individuo, el
examen ha de realizarse bajo la vigilancia del profesor y esto sólo es posible si se hace en un lugar
y tiempo determinado -el que dicta el contexto escolar. La impronta individualizadora se refuerza
con el escenario que requiere el ritual examinatorio; en muchos centros de enseñanza la ceremonia
se desarrolla todavía en un lugar específico, el "aula de exámenes". Se trata de una dependencia
11
distinta del lugar en el que se desarrollan las clases diariamente, de mayores dimensiones, pues,
mientras en el quehacer de cada día es admisible cierta "promiscuidad", a la hora del examen se
hace necesario distanciar a los alumnos unos de otros y eso requiere, lógicamente, mayor número
de metros cuadrados disponibles.
Sea en uno u otro lugar, el caso es que la geografía del examen se compone mediante la
separación de las mesas y sillas de los alumnos que antes, momentos antes, estaban unidas, y ello
para garantizar la individualización de la tarea subrayando en las conciencias de los estudiantes, y
de los profesores, que en la enseñanza es posible admitir una cierta dosis de cooperación y
promiscuidad, pero que a la hora de la verdad, cuando tienen que dilucidarse cuestiones
importantes -y el examen ya hemos visto que lo es- la cosa ha de resolverse en la soledad de la
individualidad: todo un mensaje sobre la vida social.
Por otra parte, derivado del carácter individual del examen y la necesidad de su vigilancia,
un hecho que a primera vista puede parecer irrelevante es el de que los exámenes deben atenerse a
un tiempo limitado, generalmente una hora -a veces entre una y dos-, y si, como es habitual, son
varias las preguntas que los alumnos deben responder, es más probable que se refieran a unidades
muy sintéticas de información, más que a reflexiones sobre algún hecho o problema, de manera que
las respuestas sean viables. En este sentido es evidente que el escaso tiempo del que habitualmente
se dispone para responder influya en el tipo de preguntas, y, por consiguiente, en el tipo de
conocimiento objeto del examen y, en definitiva, en el mismo contenido de la asignatura y en la
preparación que los estudiantes hacen de los exámenes.
De esta forma es más probable que ante la limitación temporal y espacial, las preguntas
apelen a los recursos memorísticos pues resulta más rápido vaciar una información que reflexionar
sobre una información para abordar un problema. A mi entender esta limitación cronológica y
espacial6, que tiene su origen en el carácter individualizador del examen, influye en que las
preguntas tomen un sesgo determinado e induzcan en los estudiantes una forma de preparación que
poco tiene que ver con el desarrollo de las competencias intelectuales que pueden potenciar la
formación histórica.
Junto a la filosofía individualista que subyace en el carácter examinatorio del
conocimiento escolar y las consecuencias que ello tiene sobre las formas de realización, del
examen, hay otras circunstancias concretas que merecen alguna consideración por nuestra
6
Que podría superarse si se practicase, por ejemplo, un tipo de prueba cooperativa o en la que los alumnos
pudieran disponer de fuentes de información, de un tiempo menos restringido y de un espacio también menos
acotado.
12
parte. Observemos, por ejemplo, que el número de exámenes que hacen los alumnos y tienen
que corregir los profesores a lo largo de un curso, no es asunto despreciable. En una estimación
aproximativa puede afirmarse que, por término medio, un alumno realiza siete exámenes a lo
largo del curso, si bien en muchos casos el número de los que debe corregir el profesor es
superior a la media de 7 por cada estudiante7
Habida cuenta de que, por término medio, un profesor de Secundaria imparte sus clases
aproximadamente a 4,5 grupos de alumnos (la cifra varía entre cuatro y seis), es decir a un total
aproximado de 135 alumnos (considerando 30 en cada grupo); si suponemos, además, que cada
examen podría constar de una media de 2,5 folios, el profesor o profesora debe leer 75 folios
por cada uno de los grupos a los que examina y la cantidad de algo más de 300 folios cuando
corrige los exámenes de todos los grupos a los que imparte sus clases. Si consideramos la media
de 7 exámenes que se realiza en cada grupo de alumnos a lo largo del curso, tendríamos que, en
total, para proceder a su corrección el profesor debe leer algo más de 2.100 folios de examen,
lectura que al no ser habitualmente placentera requiere un notable esfuerzo por su parte.
Con esta apresurada estimación, quiero poner de manifiesto el hecho de que siquiera sea
para aligerar la tarea, resulta más que probable que los profesores tiendan a simplificar las
preguntas con el fin de que se simplifiquen las respuestas y la corrección de los exámenes sea lo
menos gravosa posible. En casos en los que los examinandos constituyen un número elevado por ejemplo en determinadas oposiciones- sabemos que para afrontar el coste de la corrección se
suele recurrir a preguntas de tipo test y a la corrección mediante plantillas o ingenios similares;
en el caso de los exámenes de Historia no parece frecuente acudir a este tipo de recursos,
aunque no puede descartarse que de forma minoritaria se pueda utilizar. Sin embargo, es
razonable pensar que los profesores se vean influenciados por este tipo de pruebas a la hora de
redactar sus preguntas y que la información que se les suministra a los estudiantes –a través del
libro de texto o de los apuntes de clase- se adapten a formatos que faciliten la corrección de los
exámenes. A este respecto, Torrance y Myers (1976), en un estudio sobre las preguntas que
realizan los profesores a los alumnos, señalan que algunos tipos -como, por ejemplo, las
"preguntas para completar", las de "elección múltiple" o las de "emparejamiento"- abrevian el
tiempo que el profesor dedica a corregir examen, afirmando incluso que exámenes con
preguntas de este tipo, pueden ser corregidos por "cualquier persona competente" (Ob. cit., pág.
204).
7
La cifra es estimativa, no es mi intención proponer un número exacto. Se considera que se hacen dos
exámenes por trimestre -o evaluación- más algún otro de carácter final o de recuperación.
13
La corrección y calificación de los exámenes no plantea sólo problemas de tiempo a los
profesores,
sino, también, de objetividad en su juicio. Para los profesores, disponer de
fundamentos objetivos para justificar la calificación que merece el examen, se ha convertido en
los últimos tiempos en una necesidad cada vez más apremiante y en un condicionante a la hora
de redactar las preguntas. En el sistema educativo se ha extendido cada vez más el derecho de
los alumnos -legítimo, por cierto- a reclamar sobre las notas que los profesores ponen en sus
exámenes.
El hecho es que las decisiones que los profesores toman en asunto tan importante como
las notas, son hoy más vulnerables que tiempos atrás. Y es probable que esta situación influya
en la confección de las preguntas de los exámenes, pues parece conveniente que se reduzca al
máximo posible la subjetividad, a fin de que las calificaciones resulten menos cuestionables.
Tarea que resulta difícil cuando se trata de exámenes en los que, por ejemplo, se les pide a los
alumnos un discurso reflexivo sobre algún asunto, ya que entonces se difumina, o no es
claramente objetivable, la diferencia entre la respuesta correcta o la incorrecta; de aquí que sea
razonable pensar que los profesores -si quieren eliminar los riesgos que se derivan de la
subjetividad- tiendan a formular preguntas en cuyas respuestas quede meridianamente claro qué
es lo que está bien y qué lo que está mal, lo cual, a mi entender, tiene, al menos, dos
consecuencias sobre las características de lo que se pregunta.
Una es que será preferible formularlas sobre los aspectos menos controvertidos de la
asignatura, es decir, sobre las afirmaciones mejor que sobre las disquisiciones o sobre los
consensos mejor que sobre lo opinable, pues, de esta forma, es más factible comprobar la
corrección o incorrección de las respuestas y asegurarse de que se pone una calificación
adecuada. La segunda es que será preferible preguntar por los aspectos del contenido que
quedan registrados por escrito, bien sea en los apuntes dictados por el profesor, o bien en el
libro de texto; ello en detrimento de los aspectos que son objeto de comentario en las clases (las
cuestiones de actualidad, por ejemplo) pero que no aparecen en el libro de texto o no son
dictados, ya que a la hora de corregir y calificar las respuestas es mejor disponer de referencias
escritas con las que contrastarlas.
En este punto, el interés de alumnos y profesores puede ser convergente. De hecho los
alumnos generalmente prefieren que el enunciado de las preguntas de los exámenes sea el
mismo que el de los epígrafes del libro de texto, quejándose cuando se formulan preguntas que
no se corresponden exactamente con el libro o los apuntes de clase. Puede decirse que los
estudiantes se sienten más cómodos cuando las preguntas de los exámenes responden a estas
características. Ello se debe a que de esta forma está claramente delimitado que lo que ha de
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saberse para superar la prueba es el contenido de un texto cuya ubicación -en el libro o en los
apuntes- está también suficientemente definida.
De hecho, como ya se ha dicho, son los propios alumnos los que, de forma implícita o
explícita, demandan esta relación entre examen y texto como la mejor forma de resolver con
éxito el trance examinatorio, una demanda que coincide con el interés de los profesores en
facilitarse la objetividad en la calificación de las respuestas. Es probable, entonces, que estos
deseos de los estudiantes terminen influyendo en los profesores, aunque sea de forma indirecta o
implícita. Pues, con el paso del tiempo la experiencia profesional -compartida en las reuniones
de los Departamentos o en las conversaciones informales de las Salas de profesores- advertirá
de la dificultad que los alumnos tienen para desarrollar otro tipo de preguntas que no se refieran
claramente a un texto ya escrito y aconsejará formulaciones del tipo antes referido, sobre todo
si, además, se tiene en cuenta que cuando la pregunta se refiere a algo que ya se ha dicho, será
más fácil corregir la respuesta y más indiscutible la calificación.
Es cierto que generalmente los profesores tienden a rechazar la situación anteriormente
descrita, pues en buena medida les resta protagonismo y autoridad en el gobierno de la clase en
beneficio del libro de texto, de forma que cuestiona su identidad profesional; pero no es menos
cierto que las circunstancias imponen su lógica a la hora de afrontar la preparación y corrección
de los exámenes
En definitiva, puede decirse que esas
circunstancias que rodean la preparación,
realización y corrección de los exámenes en el contexto escolar, condicionan las características
de las preguntas que en ellos se formulan, lo que a su vez tiene implicaciones sobre el contenido
objeto de examen -que tiende a ser un contenido "examinable"- y, por supuesto, sobre la forma
en que los estudiantes se apropian de ese conocimiento mediante el estudio y preparación de los
exámenes.
Generalmente las preguntas de los exámenes obedecen a un patrón similar al de las
preguntas orales y de los ejercicios escritos. Haney (1984, citado por Stodolsky, 1991 en pág.
131) señala a este respecto que, al menos en la enseñanza primaria en Estados Unidos, la
mayoría de las preguntas de los exámenes ponen el énfasis en informaciones relacionadas con
hechos e insisten poco o nada en procesos de alto nivel intelectual. Por su parte Buros (1977,
citado por Stodolsky en pág. 131), en un estudio sobre las preguntas de los exámenes observa
que tratan más de que se expresen respuestas correctas estandarizadas y menos de que se
desarrollen ideas por escrito; además, afirma que la expresión de opiniones o puntos de vista es
un asunto que generalmente es ajeno a la cultura del examen.
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Si pensamos en el caso concreto de la Historia, una muestra de preguntas de exámenes
recogidas en la investigación que sobre el tema he realizado (Merchán, 2001) revela que,
efectivamente, en realidad piden a los alumnos que digan lo que de una u otra forma se les ha
dicho y que la preparación de este tipo de exámenes -que es a lo que los estudiantes suelen
llamar estudiar- consistiría en repetir una y otra vez, de una u otra forma, el texto en cuestión
hasta su coyuntural memorización.
Implicaciones en el currículo
Aceptando el peso que la lógica examinatoria tiene sobre la actividad escolar, parece
pertinente preguntarse por la incidencia que este hecho tiene sobre el currículo. En este sentido,
algunos autores han señalado que existe una significativa relación entre el hecho examinatorio y
la determinación del conocimiento que se convierte en disciplina escolar. Así, Michael Young
(1971) indica que en el proceso de construcción de las disciplinas escolares se fueron
seleccionando aquellos tipos de conocimiento que pudieran ser "objetivamente evaluables". Por
su parte Goodson (1995), analizando la Historia del currículo, observa que la educación estatal
formal en el período contemporáneo se configura en tres dimensiones: la pedagogía, el currículo
y la evaluación, y que este último aspecto se desarrolla en Gran Bretaña en la década de 1850.
Para Goodson este proceso -el nacimiento de los exámenes en la enseñanza secundaria- está
ligado a la configuración del conocimiento escolar como "disciplina", afirmando que "el
proceso de convertirse en una disciplina escolar caracteriza la evolución de la comunidad que
la imparte de una que promueve propósitos pedagógicos y utilitarios a otra que promueve la
disciplina como una <<disciplina>> académica, que mantiene lazos con los catedráticos
universitarios" (Ibíd., pág. 35).
Es en este sentido el que -continúa Goodson- el sistema de exámenes creado por las
universidades británicas juega un papel fundamental, de forma que -en la misma línea que
sostiene Young- el examen empezaba a ejercer una influencia considerable sobre el currículo de
la escuela secundaria puesto que alcanzarían un estatus superior -similar o próximo al rango
universitario- los "cuerpos de conocimientos susceptibles de someterse a examen" (Ibíd., pág.
36). Además, de esta manera, en el sistema de enseñanza se iba produciendo una diferenciación
del currículo entre los conocimientos susceptibles de someterse a examen y aquellos que no
tenían que responder a este requerimiento; los primeros irían configurando la enseñanza
secundaria, mientras que los segundos se reservarían a la enseñanza primaria, actuando el
currículo como elemento de diferenciación social.
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Con el tiempo, a medida que el sistema escolar se iba convirtiendo cada vez más en un
instrumento de promoción social y se universalizaba la educación obligatoria, el hecho
examinatorio terminaría impregnado también al currículo de la enseñanza primaria. En este
punto el hecho que me interesa destacar es el de que el examen termina incidiendo de forma
notable en las características del conocimiento escolar puesto que -como afirman los autores
citados- en el proceso histórico de determinación del currículo se fueron configurando como
disciplinas escolares aquellos conocimientos, como el conocimiento académico, que tienen
características apropiadas para poder ser objeto de examen, en detrimento de otros que
estuvieran relacionadas, por ejemplo, con su utilidad práctica.
Por otra parte la influencia de la lógica examinatoria no sólo es visible en la
configuración de las disciplinas escolares sino también en las características del conocimiento
que se transmite a los alumnos. A este respecto las investigaciones de McNeil (1986) -citadas y
comentadas por Nieves Blanco (1992)-, realizadas en centros de enseñanza secundaria de
Estados Unidos, llegan a la conclusión de que los profesores utilizan determinadas estrategias
de enseñanza8 y formas de transmisión de información a los alumnos que están influenciadas
por el hecho del examen y del rendimiento escolar. Siguiendo a Blanco diremos que, según
Macneil, la "fragmentación" es la más importante de estas estrategias de enseñanza. Consiste en
reducir la información a "fragmentos o <<piezas>> informativas que con frecuencia adoptan
la forma de enumeración de hechos, nombres, fechas, leyes, causas...(...) Se enfatizan los
hechos de manera fundamental y la enumeración es más evidente cuando se trata de
información central, como es el caso de las causas y consecuencias, que de hecho se numeran y
se dictan de esta forma" (Blanco 1992, pág. 430). La fórmula -afirma Blanco- tiene la ventaja
de que facilita a los estudiantes la adquisición del conocimiento del que deben dar cuenta en los
exámenes y, al mismo tiempo, facilita el trabajo del profesor, puesto que controla el contenido en el que no caben interpretaciones- y se ahorra esfuerzo en la preparación de las clases -ya que
la información es la misma para todos los casos.
Junto a la fragmentación, Mcneill habla de la "simplificación defensiva" para referirse a
otra de estas estrategias. Consiste en "simplificar la información, su complejidad o las
demandas que el profesor exige de manera que se evite el conflicto que pudiera derivarse de la
no cooperación de los estudiantes en un trabajo complicado y laborioso" (Ibíd., pág.433). Es
decir, según esto, los profesores simplifican la información con el fin de que los estudiantes
8
Mcneil denomina a estas estrategias "defensivas", pues considera que los profesores las utilizan para
"defenderse" del control que sobre ellos ejerce la institución escolar.
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obtengan unos resultados aceptables, y esta simplificación sería mayor mientras más
dificultades y falta de interés perciben en los alumnos.
En el caso de la Historia escolar no es difícil ver este tipo de prácticas derivadas del
hecho examinatorio. Así, aprender Historia -es decir, responder a lo que piden los profesoresconsiste en memorizar una serie limitada de informaciones sobre hechos históricos (las causas,
las etapas, la política, la economía...) informaciones que son las que proporciona el profesor en
sus explicaciones o pueden obtenerse del libro de texto. De esta forma, la memorización generalmente mediante la repetición- de informaciones sobre hechos históricos que a su vez se
repiten un año tras otro constituye la actividad intelectual más habitual a la hora de aprender la
asignatura.
Vemos, según esto, que el conocimiento histórico al que se refieren los discursos
profesionales y oficiales suele acabar convirtiéndose, por obra del mercado, en una cápsula lista
para ser engullida por los estudiantes más dispuestos al esfuerzo de la cultura escolar y del éxito
académico, pues sólo de forma comprimida y a la vez fragmentado en causas, consecuencias,
política, sociedad... puede ser memorizado
y
posteriormente vomitado en el trance
examinatorio.
Desde luego no resulta fácil presentar una alternativa al estado de cosas que la lógica
examinatoria impone en la enseñanza de la Historia. La posibilidad de que el conocimiento que
se distribuye en la escuela sea ajeno a la posición social y el nivel económico que los individuos
tengan en el futuro es algo impensable a corto plazo pero no del todo descartable como objetivo
de una Didáctica crítica (Cuesta, 1999). Quizás de forma inmediata pueda actuarse sustituyendo
el examen por otras formas más racionales de evaluación del rendimiento escolar9 propiciadoras
de un conocimiento histórico más reflexivo, claro que quizás esto no es viable si no cambian las
condiciones en las que se desarrolla el trabajo de los profesores.
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9
A este respecto puede verse, por ejemplo, el caso de las Escuela democráticas (Apple, 1986)
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