Año 2003. El doctor Kaldone G. Nweihed, fotografiado a orillas del Gran Lago de Van (Turquía).
Vigencia del mar, vigencia
de Kaldone G. Nweihed
Sergio Foghin-Pillin
UPEL-IPC-CIEMEFIVE
[email protected]
Resumen
Gran parte de la vasta obra de Kaldone G. Nweihed (Jerusalén, 1929 - Caracas,
2020) está dedicada al Derecho del Mar y temas conexos. Dicha obra inicia con
los dos volúmenes de La vigencia del mar (1973/1974), en los que el autor diserta
extensamente sobre los aspectos históricos, jurídicos y oceanográficos que abarca esta
amplia temática, incluyendo lo atinente a Venezuela. En este artículo se comenta la
obra de Nweihed y se propone la enseñanza de los principios y conceptos expuestos
en ella, adaptados a los objetivos de las distintas opciones educativas que se ofrecen
a las comunidades marítimas venezolanas.
Palabras clave: Venezuela; Derecho del Mar; Kaldone G. Nweihed;
microhistoria; educación; sostenibilidad.
Validity of the Sea, validity of Kaldone G. Nweihed
Abstract
Much of Kaldone G. Nweihed’s (Jerusalem, 1929 - Caracas, 2020) vast work is
devoted to the Law of the Sea and related subjects. This work begins with the two
volumes of La vigencia del mar (1973/1974), in which the author lectures extensively
on the historical, legal, and oceanographic aspects covered by this broad subject,
including those relating to Venezuela. This article comments on Nweihed’s work
and proposes the teaching of the principles and concepts presented in it, adapted
to the objectives of the different educational options offered to the Venezuelan
maritime communities.
Keywords: Venezuela; Law of the Sea; Kaldone G. Nweihed; Microhistory;
Education; Sustainability.
Recibido:10.7.20 / Revisado:20.7.20 / Aprobado: 25.7.20
Humania del Sur 73
Debate
Humania del Sur. Año 15, Nº 29. Julio-Diciembre, 2020. Sergio Foghin-Pillin
Vigencia del mar, vigencia de Kaldone G. Nweihed... pp. 73-102.
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Tanto el mar como la laguna parecen ser los mismos
que he contemplado desde mi infancia.
Este pensamiento me consuela…
Manuel Rafael Gutiérrez (1931-2007)
1. Pórtico. El mar: múltiples conceptos, problemas y enfoques
Los océanos y mares del mundo cubren más del setenta por ciento
de la superficie del planeta y en los globos terráqueos y planisferios suelen
representarse como una extensión azul continua, sin más límites que las líneas
de ribera que los circunscriben. Esta vasta extensión acuática, conformada
por los Siete Mares referidos tradicionalmente por los navegantes, comprende
los océanos Atlántico, Pacífico, Índico, Ártico y Antártico, además del mar
Mediterráneo y el mar Caribe, los cuales, en conjunto, totalizan más de
trescientos treinta y dos millones de kilómetros cuadrados.
Las ciencias oceanográficas han logrado precisar que la vida comenzó
en el mar, al constituirse los más simples organismos unicelulares hace unos
3.500 millones de años, para luego evolucionar hacia formas cada vez más
complejas, en un proceso que se aceleró a raíz del evento conocido como
“explosión cámbrica”, hace unos 550 millones de años, a partir del cual
los seres vivos comenzaron a poblar continentes e islas (Kauffman, 1995;
Peters y Gaines, 2012).
Sin embargo, acerca de la formación de esas inconmensurables masas
de agua salada no existe aún pleno consenso entre la comunidad oceanográfica mundial, aunque las investigaciones apuntan a un origen extraplanetario,
a través de innumerables impactos de cuerpos celestes, como meteoritos y
cometas, constituidos por enormes volúmenes de hielo, en las épocas cuando
la Tierra aún se encontraba en fase de formación, unos 3.900 millones de
años antes del presente (Kasting, 1998; Redfern, 2001).
En líneas muy generales, puede afirmarse que el largo proceso evolutivo culmina con la aparición de los homínidos, quienes hace cerca de un
millón cuatrocientos mil años, con la especie Homo erectus (Boaz, 1992),
lograron el control del fuego y fueron los antecesores de los humanos modernos, la especie Homo sapiens, que apenas diez milenios antes del presente
comenzó a establecerse en comunidades sedentarias. Esos grupos humanos
iniciaron la agricultura y la domesticación de animales, prácticas que, conjuntamente con la división del trabajo, dieron origen a las más antiguas
civilizaciones, las cuales, al idear las primeras formas de escritura, marcaron
la frontera entre la prehistoria y la historia (Childe, 2010).
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Vigencia del mar, vigencia de Kaldone G. Nweihed... pp. 73-102.
A partir de entonces, no cesaría de aumentar la preeminencia de las
tierras emergidas sobre el vasto océano mundial. Puede afirmarse, así mismo,
que el balance de esas interacciones ha sido crecientemente desfavorable
para el medio acuoso donde se originó la vida.
Las relaciones que los primitivos seres humanos establecieron con
el mar estuvieron vinculadas casi exclusivamente con la alimentación.
Así lo prueban los abundantes restos de peces y moluscos encontrados
en numerosos sitios arqueológicos paleolíticos (Buitrago, 1996). Fueron
aquellos H. sapiens, y los H. neanderthalensis con los que convivieron por
algún tiempo, los primeros humanos en valorar el mar como despensa, es
decir, el mar-recurso en la particular nomenclatura de Kaldone G. Nweihed (1973a), y solamente en los tiempos propiamente históricos existen
evidencias arqueológicas del uso del mar-barco y del mar-puerto, según la
misma categorización.
Desde la Edad Antigua, la frecuente navegación litoral en aguas del
Mediterráneo, así como del Atlántico septentrional y de las costas africanas,
fue determinante en el surgimiento y expansión de sociedades talasocráticas
como la fenicia, la griega, la cartaginesa y la romana, tal lo atestiguan los
numerosos restos de naufragios descubiertos e investigados en dichos mares.
Siglos más tarde, las denominadas “repúblicas marítimas”, como Amalfi, Pisa,
Génova y Venecia (Benvenuti, 2007), competirían por el dominio de los
mares conocidos y, a consecuencia de muchas batallas navales, contribuirían
notablemente al enriquecimiento de los tesoros arqueológicos submarinos
del denominado Mare Nostrum, los que quizá darían base para poder hablar
también del mar-historia.
En el Sur, mucho antes de los viajes de Cristóbal Colón, entre los
arenales de sus costas e islas, el Caribe documentaba su propio archivo sobre
las relaciones de los grupos humanos con el mar (Antczak y Antczak, 2006;
Cruxent y Rouse, 1982). Tras la llegada del gran explorador genovés, cuando
“el Caribe pasó, de súbito, a ser cruce de todos los caminos” (Arciniegas,
1964, p. 22), huracanes y combates navales –el “mar marino” y el “mar marítimo”, como remarcaba frecuentemente Kaldone G. Nweihed– aportarían
a las profundidades caribeñas ricos testimonios de las crecientes relaciones
humanas con el mar-océano (Arciniegas, ob. cit.; Morison, 1991; Pérez,
2019). Las interacciones ya no se limitaban a los usos más o menos locales
del mar-despensa y del mar-puerto. En pocos decenios esas relaciones se
establecerían con el mar-puente intercontinental, con crecientes, dramáticas
y trascendentales consecuencias.
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Desde los inicios de la navegación marítima, en los espacios acuáticos
conocidos y en los que se iban progresivamente incorporando a las cartas
náuticas, como norma prevaleció la libertad en el ejercicio de la navegación
y de la pesca, las dos actividades marítimas fundamentales. Este principio
de libertad fue defendido por el jurista neerlandés Hugo Grocio, a inicios
del siglo XVII, en su célebre obra Mare Liberum, en la cual se opone a las
pretensiones de monopolio en el océano Índico, por parte de Portugal y
España (Martínez, 2017).
A comienzos del siglo XVIII sería Cornelius Van Bynkershoeck, otro
jurista neerlandés, quien propondría la plena soberanía por parte de los
Estados ribereños sobre una franja de aguas costeras de tres millas náuticas,
concepto que, a finales del mismo siglo, el sardo Domenico Alberto Azuni
designaría como mar territorial (Nweihed, 1973a), figura jurídica aún en uso
y de aceptación prácticamente mundial, aunque con una anchura de doce
millas náuticas, establecida en 1982 por la Convención de la Organización
de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (ONU, 1982). Dicha convención fijó, así mismo, la extensión de la zona contigua en otras doce millas
náuticas, a partir del límite exterior del mar territorial, además de la zona
económica exclusiva en 200 millas náuticas y de la plataforma continental
hasta los 200 metros de profundidad (Jacobson y Rieser, 1998).
Los acuerdos fijados por la Convención de 1982, en Montego Bay
(Jamaica), se lograron luego de varias reuniones internacionales, las cuales
comenzaron en 1958 e incluyeron la etapa inicial de la Tercera Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, efectuada en Caracas a
mediados de 1974. En dicha reunión, Kaldone G. Nweihed, investigador
entonces adscrito al Instituto de Tecnología y Ciencias Marinas de la Universidad Simón Bolívar (INTECMAR-USB), tuvo participación como
miembro principal de la delegación de Venezuela y como activo divulgador
de los temas relacionados con el evento, el cual durante diez semanas hizo
de Caracas la “Capital del Mundo del Mar” (Nweihed, 1973c, p. 6). Es
importante destacar que la Convención de 1982 no fue suscrita por Venezuela, tal como lo explica el profesor Nweihed (2004, p. 35):
Puede resultar extraña semejante situación, máxime cuando fue Venezuela
el país que más se identificara con el proceso del Derecho del Mar en la
década de los 70. (…) dos obstáculos privaron: uno, las normas aplicables a
la delimitación marítima (tomando en cuenta el diferendo con Colombia)
y la definición de islas (viendo de soslayo nuestra solitaria Isla de Aves en
pleno Caribe y lo vital que sería su status de “isla” y no de “roca” como lo
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dictaría el artículo 121); dos, la restricción a reservar artículos como había
sido el caso en las Convenciones de Ginebra de 1958. (…) ya no se podría
aprobar la Convención, haciendo excepción de tal o cual artículo.
Además de Venezuela, tampoco firmaron la Convención los Estados
Unidos de Norteamérica, Israel y Turquía. Aunque cada país actuó por razones propias, en conjunto dichas negativas constituyen un indicador de los
complejos conflictos de intereses que privan en esta materia, en particular
desde que en 1945 el presidente Harry Truman emitiera las proclamaciones que llevarían su nombre, “una extendiendo la soberanía de la Unión
norteamericana a los recursos minerales de la plataforma submarina, y la
otra reglamentando, a objeto de conservación, las pesquerías contiguas a
las costas más allá de las aguas territoriales” (Nweihed, 1974a, pp. 68-69).
En lo sucesivo, los mares del mundo ya no serían completamente
libres, como abogaba Grocio (Martínez, 2017) y además sufrirían el creciente empobrecimiento de las grandes pesquerías de alta mar, por causa
de la sobrepesca (Dorst, 1972; Safina, 1998; Safina y Klinger, 2008), a la
vez de los impactos ambientales derivados de la contaminación, tanto de
origen continental por causa de diferentes vertidos (Graterol, 2009; Hachiya,
2006), como la generada por derrames petroleros en el mar, a consecuencia
de accidentes de tanqueros, plataformas de perforación y oleoductos (Dorst,
1972; Nixon, 1998; Nweihed, 1978; Rodríguez, 2000).
En aguas del lago de Maracaibo, la historia contemporánea de Venezuela registra uno de los primeros accidentes graves de contaminación
marina en aguas interiores, con el incendio del poblado de Lagunillas de
Agua, el 13 de noviembre de 1939, al inflamarse el petróleo derramado
por la ruptura de un oleoducto. Dicho evento fue incorporado a la ficción
literaria por Rómulo Gallegos, en la novela Sobre la misma tierra (1943).
Su consecuencia geográfica inmediata fue la fundación de las poblaciones
de Ciudad Ojeda y de Lagunillas, en la costa oriental del Lago y, aunque la
tragedia costó la vida a cientos de seres humanos, no redundó en la toma
de medidas que evitaran otros derrames de hidrocarburos en el delicado
sistema lacustre, como lo prueba el hecho de que “a menudo pueden verse
manchas de petróleo que circulan en el Lago” (Rodríguez, 2000, p. 99).
Más recientemente, como consecuencia del cambio climático, los
océanos se ven afectados también por el problema del aumento de su nivel,
con las consiguientes serias amenazas para extensas tierras litorales de gran
parte del planeta (Lynas, 2004; Schneider, 1998). En el caso de Venezuela,
el aumento del nivel del mar, aun moderado, podría significar la pérdida de
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territorios insulares como isla de Aves y el archipiélago de Los Monjes, de
gran valor desde el punto de vista de la extensión de sus aguas jurisdiccionales, además de la amenaza que representaría para los humedales costeros y
para la estabilidad de muchas poblaciones litorales (Naveda, 2010; Nweihed,
1974c; Olivo, Martín, Sáez-Sáez y Soto, 2011).
Conviene recordar que, desde tiempos precolombinos, para Venezuela
el mar ha representado un factor geográfico de suma importancia a escala
regional, tanto en lo referido a los desplazamientos de población como a
sus asentamientos y, en consecuencia, para la aparición de importantes manifestaciones culturales. Tal es el caso de la frecuente navegación de grupos
indígenas, desde la región del lago de Valencia hasta el archipiélago de Los
Roques (Antczak y Antczak, 2006), durante los siglos XIII y XIV.
Una centuria más tarde, Alonso de Ojeda navegaba en aguas del “mayor
golfo de la Tierra Firme, conectado directamente con un lago dulce –algo único
en el mundo− y para mayor abundamiento, con pueblos tercamente metidos
en el agua a la veneciana” (Socorro, 1996, p.15). Pocos lustros después, la
presencia de los ostiales perlíferos en las costas nororientales sería fundamental
en los inicios del poblamiento colonial de Tierra Firme y de sus islas. “En la
plataforma marina en la que sobresalen Margarita y Araya, asoma Cubagua y
más al oriente Coche. El hábitat de los fondos que rodean estas islitas (…) es
excelente para el desarrollo de los ostiales” (Vila, 1969, p. 83).
Desde aquellos tiempos primigenios, la plataforma continental
reveló su importancia geoeconómica y geopolítica, al tiempo que la sobreexplotación y agotamiento de los placeres perlíferos constituyó uno de
los primeros casos, en el llamado Nuevo Mundo, que luego justificarían la
preocupación de Andrés Bello, quien en 1852 señaló la sobrepesca como
una práctica perjudicial y recomendó controles por parte de los Estados
ribereños (Nweihed; 1973b).
Al igual que en el caso de los primeros derrames petroleros en el lago
de Maracaibo, el dramático episodio de la temprana extinción de los placeres
perlíferos nororientales, tampoco tuvo algún efecto aleccionador, ya que,
muy avanzado el siglo XX, la vigencia de la preocupación de Andrés Bello
quedaba manifiesta en casos como la sobrepesca del camarón en el Golfo de
Venezuela, uno de los tantos problemas que Kaldone G. Nweihed abordara
en la prensa nacional (1973d).
Lo expuesto hasta aquí no deja lugar a dudas respecto a que el mar,
en sus dos vertientes, la natural y la humanizada, ha estado desde siempre
asociado al devenir histórico y geográfico de Venezuela, esa parte del globo
que irrumpió en la cartografía universal el año de 1500, con un topónimo
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inspirado en la célebre potencia naval adriática y en la expresión geográfica
de la interacción del ser humano con su medio: los asentamientos palafíticos
del lago de Maracaibo (Socorro, 1996; Wagner, 1980), seguramente una de
las primeras imágenes de la Humania del Sur.
El “mar marino” y el “mar marítimo”, ambos aspectos del piélago
mundial, especialmente en lo tocante a las extensiones acuáticas que el Derecho del Mar, ocuparon desde principios de la década del setenta del siglo
pasado, creciente atención por parte del destacado investigador, docente,
escritor y diplomático, doctor Kaldone G. Nweihed, especialista en ciencias
políticas y estudios internacionales.
Considerando exclusivamente sus publicaciones dedicadas al mar,
la foja científico-académica de Nweihed incluye siete libros que totalizan
unas 2.900 páginas; dos títulos en coautoría con un total de 680 páginas;
otras 600 repartidas en distintos capítulos de libros colectivos; unos cuarenta trabajos publicados en revistas especializadas y más de un centenar
de artículos de divulgación en periódicos y revistas de circulación nacional
e internacional, muchos de ellos enfocados desde la óptica del entonces
llamado Tercer Mundo, denominación a la que el autor contrapuso la de
Humania del Sur (Nweihed, 2006).
A dichas publicaciones hay que agregar la participación del Dr.
Nweihed como ponente en numerosas reuniones de expertos a nivel mundial, entre las que destacan tres eventos Pacem in Maribus (1982, 1983 y
1985),1 así como innumerables conferencias, a distintos niveles, sobre los
temas mencionados.
La publicación en dos tomos (1973/1974) intitulada La vigencia
del mar. Una investigación acerca de la soberanía marítima y la plataforma
continental de Venezuela dentro del marco internacional del Derecho del Mar,
representa el primero y fundamental aporte de Kaldone G. Nweihed a esta
importante y compleja temática.
Treinta años después de la aparición del segundo tomo, a solicitud
de los editores de la revista Aula y Ambiente (UPEL-IPC), Nweihed (2004)
escribió, con el mismo título, un exhaustivo artículo sobre el proceso global del Derecho del Mar; un documento histórico, “parte significativa de
las memorias de un eminente intelectual venezolano, quien fue testigo de
excepción y activo protagonista de una época en la cual Venezuela alcanzó
posiciones cimeras en el ámbito marítimo y geopolítico mundial”2 (FoghinPillin, 2004, p. 7). En la sección que sigue se comentará, en “rápidas pinceladas”, esa extraordinaria obra, a la luz de la historia que tres décadas más
tarde relatara su autor, Kaldone G. Nweihed.
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2. Dos libros, una historia y otros libros
El primer tomo de La vigencia del mar se publicó con el sello editorial Equinoccio, de la Universidad Simón Bolívar (Caracas), a finales de
septiembre de 1973. Refiere su autor que el libro fue bautizado con aguas
del lago de Maracaibo. En sus riberas, sólo tres años y medio antes, Nweihed (2004, p. 16) se había planteado: “Si estas aguas son la continuación
de aquellas, ¿qué es lo que Colombia pretende en el Golfo de Venezuela?”.
Una “sencilla pregunta”, según sus propias palabras, que fue el inicio de la
larga carrera de Nweihed como investigador.
El segundo tomo fue presentado el 12 de julio de 1974, durante la
Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, y
fue bautizado con agua del golfo de Paria. Una manera, diríase, de abarcar
simbólicamente las costas venezolanas de un extremo al otro, pero también
de recordar la importancia del Tratado del Golfo de Paria, del año 1942,
cuando Venezuela sentó jurisprudencia en materia de Derecho del Mar
(Nweihed, 1974b). Con referencia a los ilustres invitados a la presentación
del segundo tomo, Nweihed (2004, p. 34) destacó la asistencia del “propio
Dr. Arvid Pardo, autor de la proposición de la internacionalización de los
fondos marinos (…) que disparara todo ese proceso.”
Dos años antes de la aparición del primer tomo de la citada obra
de Nweihed, había sido editado el libro de Rubén Carpio Castillo (1971)
referido al mar territorial y a la plataforma continental en el Golfo de Venezuela, uno de los primeros publicados en el país sobre estos temas, como
puede comprobarse en las exhaustivas listas de referencias que acompañan
los dos volúmenes de La vigencia del mar, las cuales suman 468 entradas.
Por aquellos años, en el marco del Proyecto de Investigación y Desarrollo Pesquero MAC-PNUD-FAO se editaron, sólo entre 1968 y 1971,
treinta y siete informes técnicos que incluyeron variados aspectos, tales como
las diferentes artes y métodos de pesca empleados en los mares venezolanos
(Ewald, Díaz y Cadima, 1971; Nemoto, 1968), la construcción de embarcaciones pesqueras en el país (Lundberg, 1970), la población y la mano de
obra pesquera en Venezuela (Nascimiento y Hernández, 1970) y la pesca de
especies de gran valor comercial tanto en aguas costeras venezolanas (Salaya,
1971), como en alta mar (Mihara y Griffiths, 1971). Indudablemente en el
país estaba en pleno apogeo la valoración del mar-recurso, o mar-tesoro, con
su visión eminentemente utilitaria (León, 1981; Nweihed, 1973a; 1983).
En la esfera internacional, por otra parte, en 1972 aparecía la edición
en español del libro Antes que la Naturaleza muera, obra fundamental del
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profesor Jean Dorst (1924-2001), en la que dedica un extenso capítulo al
problema de la sobreexplotación de las pesquerías mundiales, muchas de las
cuales ya mostraban preocupantes signos de decaimiento, problemática que
en aquellos años también afectaba algunos recursos pesqueros venezolanos
(Nweihed, 1973d).
En 1971, el profesor Seiya Uyeda había publicado el libro que en
su edición en inglés se intituló The New View of the Earth (1978), notable
aporte para la comprensión de temas, entonces novedosos, relacionados
con la expansión de los fondos marinos a partir de las dorsales mesooceánicas, el origen de las fosas y de los arcos de islas, así como otros aspectos
referidos a la tectónica de placas, conceptos geológicos a los que Nweihed
(1974a, pp. 265-267) alude brevemente bajo el subtítulo, “Más allá del
pre-continente”. Estos aspectos oceanográficos, en décadas más recientes
han cobrado importancia por haberse descubierto manantiales de aguas
calientes, saturadas de minerales de gran valor, en los fondos marinos aledaños a las áreas de contactos de placas tectónicas (Binns y Dekker, 1998),
lo que permite conjeturar su posible presencia en las profundas aguas de la
fosa de Cariaco, zona afectada por sistemas de fallas activas, con notorias
manifestaciones volcánicas secundarias (Vila, 1960) y, tanto en lo físico
como en lo jurídico, ventajosamente situada en la plataforma continental
de Anzoátegui y Sucre (Nweihed, 1974a, pp. 211 y 253).
La investigación que culminaría el siete de junio de 1974, con la
salida del segundo tomo de La vigencia del mar de las prensas de Gráficas
Armitano, se había iniciado el primero de enero de 1972 “en Juangriego
frente al ancho mar. Margarita, Nueva Esparta, Oriente (…), un Juan que
era griego, de una nación milenaria entre el Egeo y el Mediterráneo, que
surcando los mares, inventó la talasocracia. Algo simbólico y necesario”
(Nweihed, 2004, p. 18).
La redacción de las mil doscientas cuarenta y seis páginas que conforman los dos tomos de La vigencia del mar, con un aparato crítico que
incluye 916 notas, llevó a su autor a visitar seis bibliotecas en Caracas y varias
otras en Ginebra, La Haya, Nueva York, Washington, Alexandria (Virginia,
EE.UU), Addis Abeba, Rhode Island y Santo Domingo. No se exagera, ni
se incurre en lugar común, al calificar este trabajo como una odisea, tampoco exenta de estrechos pasajes entre Escilas y Caribdis varios. También
acompañada de anécdotas que resaltan rasgos de sociedades organizadas,
en el Norte así como en el Sur.
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Bajando a tomar agua en una estación del tren que me llevaba a Ámsterdam,
éste arrancó con mis fotocopias y yo impotente en el andén. Pero esos son
países que funcionan. El jefe de la estación llamó a su colega en la siguiente
y éste subió al vagón indicado y bajó los paquetes para guardármelos.
(Nweihed, 2004, p. 21)
Los documentos acopiados por el investigador eran abundantes y
de gran valor:
En Ámsterdam no conseguí quien me ayudara a arrastrarlos al hotel (…) Pero
toda esa penuria me la compensaron los representantes de la C.A. Venezolana
de Navegación, cuando les llevé el material, además de unos 40 libros, para
llevarlos a Venezuela (…) Un mes después la preciosa carga de papel y tinta
llegó a La Guaira y la diligencia de nuestro Jefe de Servicios Generales (…)
me la colocó en el Valle de Sartenejas.3 (Nweihed, 2004, pp. 21-22)
Sin lugar a dudas, la historia de los dos tomos de La vigencia del mar
“constituye una invalorable lección para los jóvenes investigadores (…) a
través de la cual resaltan el sacrificio, la dedicación, la constancia y la pasión
por Venezuela, como valores fundamentales para lograr las metas anheladas” (Foghin-Pillin, 2004, p. 7-8). Dado que ambos tomos se encuentran
agotados desde hace muchos años y que su presencia no es común en las
bibliotecas públicas, aquí se describirá someramente su estructura y se
anotarán sus principales acápites.
La obra está organizada en cuatro partes: la primera y la segunda
integran el tomo I –de portada azul, como gustaba recordar su autor‒ y
llevan por subtítulos, respectivamente, “La historia y el mar” y “El espacio
marítimo”. Las partes tercera y cuarta conforman el segundo volumen –de
portada verde– y se subtitulan “El espacio marino” y “El espacio submarino”.
2.1. Tomo I
Los capítulos que conforman la primera parte llevan los siguientes
encabezamientos: I) “Talasa, Talasa”; II) “La continuidad del fenómeno
talasocrático”; III) “La circunvalación de Mare Nostrum”; IV) “A mayor
distancia, más poder”; V) “Sin ideología, sin profeta”; VI) “Hecho y Derecho”; VII) “Los antiguos Códigos del Mar”.
La segunda parte, en su primera sección subtitulada “La alta mar”,
incluye los capítulos siguientes: I) “AM + MT + AA II = EM” [los términos
de esta particular ecuación expresan: Alta Mar + Mar Territorial + Aguas
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Interiores = Espacio Marítimo]. II) “Mare Liberum”; III) “Mare Britannicum”. IV) “La Colombia de Bolívar, la América Latina y el mar en el siglo
XIX”. V) “Hacia un ordenamiento jurídico en alta mar”. VI) “La alta mar
en la Convención de Ginebra”. VII) “Los pasos estrechos en alta mar”. VIII)
“Las tierras sin mar y la orientación marítima de Venezuela”.
De esta parte resultan de particular interés nacional los puntos “Bolívar y la América Latina”, “El origen marítimo del nombre Venezuela”,
“El bloqueo impuesto por Bolívar”, “El Golfo de Venezuela testigo de su
historia” “Bolívar ¿talasocrata?” y “Venezuela, país volcado al mar”.
La segunda sección, bajo el encabezamiento “Las aguas jurisdiccionales”, agrupa los capítulos que siguen: I) “El mar territorial: naturaleza y
régimen”. II) “La anchura del mar territorial”. III) “La medición del mar
territorial”. IV) “Las aguas interiores”. V) “Las aguas históricas”. VI) “La
zona contigua”. De específico interés nacional, en esta parte, destaca el punto
referido a la posición de Venezuela, en común con México, en la Segunda
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar (Ginebra, 1960),
así como lo tocante al régimen portuario y a la zona contigua en Venezuela.
Cabe destacar que en esta parte del libro habría tenido cabida lógica
la discusión sobre el diferendo con Colombia, por la delimitación en el
Golfo de Venezuela. El autor explica las razones por las que se omitió este
importantísimo punto:
el Canciller Calvani fue de la opinión de no incluirlo en un libro de búsqueda
universal en plena Conferencia del Mar, y ello en deferencia a la hidalguía
del país anfitrión al evitar que se diga que Venezuela se aprovechó de la
Conferencia mundial para enfocar un tema bilateral que concierne a un
país hermano. (Nweihed, 2004, p. 45)
El tema en cuestión sería ampliamente desarrollado por Nweihed
(1975) en otra obra, publicada con el título de La delimitación marítima al
noroeste del Golfo de Venezuela, libro de 124 páginas en el que se abordan
detalladamente los temas “Venezuela y Colombia, deslinde terrestre”, en su
primera parte, y “Venezuela y Colombia, deslinde marino y submarino”,
en la segunda.
2.2. Tomo II
Como ya se apuntó, el segundo tomo de La vigencia del mar se
inicia con la tercera parte de la obra, bajo el subtítulo “El espacio marino”.
El primer capítulo se intitula “Peri Okeanon” y pasa revista a los estudios
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oceanográficos desde la antigüedad, incluyendo los puntos atinentes a
Venezuela. El segundo capítulo, “Haliéutica: de lo biológico a lo jurídico”,
trata de la pesca, pesquerías y criterios de clasificación de estas actividades.
El tercer capítulo presenta el tema “La pesca en aguas jurisdiccionales”. En el
capítulo cuarto se discute “La pesca en alta mar” y en el quinto se expone la
temática relativa a la “Convención de Ginebra sobre pesca y conservación”,
en la que se incluye la protección de la pesca en la legislación venezolana.
El sexto capítulo (pp. 177-204), dedicado a “La pesca en Venezuela”,
parte de la interrogante “¿Es Venezuela un país pesquero?”. Se discuten,
entre otros, importantes aspectos como las áreas pesqueras en Venezuela;
los puertos pesqueros; las artes y barcos pesqueros; las características de
la pesca en diferentes regiones costeras del país y los hábitos de consumo
relacionados con este rubro, en Venezuela.
Los temas relacionados con la pesca en la región del Caribe serían
luego considerablemente ampliados por Nweihed (1983), en una investigación acerca de las pesquerías en México, Belice, Honduras, Costa Rica,
Guatemala, Cuba, Puerto Rico, Martinica, Curazao, Trinidad, Guyana y
Surinam, además de Venezuela, y presentados en una obra de 836 páginas,
en dos tomos, editada con el apoyo de la Canadian International Development Agency.
El séptimo capítulo del segundo tomo de La vigencia del mar, lleva
por encabezamiento “La contaminación del medio marino” y comienza
presentando el ejemplo del lago de Maracaibo como cuerpo de agua sujeto a diferentes factores contaminantes, desde los primeros tiempos de la
explotación petrolera. Se discuten, asimismo, los asuntos relacionados con
la contaminación y el Derecho Internacional, concluyendo con el punto
referido a la legislación venezolana en esta materia.
Nweihed retomó el tema de la contaminación marina en su tesis
doctoral, presentada ante la Universidad Católica de Córdoba, República
Argentina, en noviembre de 1976. Este trabajo se convirtió en un libro de
515 páginas, publicado en 1978 en las Ediciones de la Presidencia de la
República de Venezuela, con el título de La contaminación marina ante el
Derecho Internacional. La protección y limpieza de los mares para nuevos principios y normas jurídico-internacionales. El libro se estructura en tres partes: I)
“El océano ambiente”. II) “El océano ley”. III) “Evaluación y conclusiones”.
La cuarta parte de La vigencia del mar, con el subtítulo “El espacio
submarino” y la primera sección bajo el encabezamiento de “La plataforma
continental”, está integrada por siete capítulos: I) “La realidad geológica”.
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Humania del Sur. Año 15, Nº 29. Julio-Diciembre, 2020. Sergio Foghin-Pillin
Vigencia del mar, vigencia de Kaldone G. Nweihed... pp. 73-102.
II) “De lo geológico a lo económico, de lo económico a lo jurídico”. III) “El
tratado precursor del golfo de Paria”. IV) “La Proclamación Truman y sus
secuelas”. V) “De Lege Ferenda: a nivel de OEA y de ONU”. VI) “De Lege
Lata: la Convención de Ginebra”. VII) “La delimitación de la plataforma
continental: convención y jurisprudencia”.
Respecto al tercer punto, referido al tratado anglo-venezolano del
golfo de Paria, suscrito en 1942, ya se ha citado un enjundioso artículo de
Nweihed, de veintinueve páginas más un mapa, en el que el autor resalta
el hecho de que el país que sería anfitrión de la Tercera Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, podía enorgullecerse de haber
formulado, exitosamente, uno de los reclamos más antiguos y respetables
en América Latina, en relación con el orden legal de los océanos (Nweihed,
1974b, p. 603).
La segunda sección de la cuarta parte del segundo tomo de La vigencia
del mar, lleva por título “El mar patrimonial” y presenta un capítulo único
denominado “Venezuela y el mar patrimonial”. Tras revisar los antecedentes
mundiales, se pasa revista a los antecedentes latinoamericanos, temática que
se desarrolla en los puntos: “Río de Janeiro, 1965”; “Montevideo, 1970”;
“Jamaica y San Vicente, 1970”; “Lima, 1970”; “La voz de Venezuela en
Ginebra, 1971”; “La voz de Bello desde Santiago”; “Reunión de cancilleres
en Caracas, 1971”; “Comisión preparatoria en Bogotá, 1972” y “Santo
Domingo de Guzmán, 1972”. El capítulo concluye con el anexo de la
Declaración de Santo Domingo y cierra con un epílogo.
Cabe recordar que la Declaración de Santo Domingo se emitió en
la capital de la República Dominicana, el día nueve de junio del año 1972,
como corolario de la Conferencia Especializada de los Países del Caribe
sobre los Problemas del Mar, cuando Nweihed se encontraba en pleno
proceso de investigación para la redacción de La vigencia del mar. Valga la
siguiente anécdota, referida por el autor de dicha obra, como testimonio de
su dedicación y de la minuciosidad de su quehacer investigativo:
Para redondear la investigación y completarla, juzgué necesario ampliar la
búsqueda hasta Santo Domingo e incluir el concepto del mar patrimonial en
la monografía que ya venía sospechando no poderla contener. El CONICIT
sólo me exigiría lo que se había aprobado, en los términos aceptados por la
Universidad y por el investigador. Pero yo decidí que sería una traición a
mi conciencia, a la Universidad y al país no perseguir esos acontecimientos
cambiantes, como si fuera a editar un periódico, además de publicar la
investigación. No sé cómo ni con el permiso de quién, pero ya me encontraba
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Humania del Sur. Revista de Estudios Latinoamericanos, Africanos y Asiáticos.
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en Santo Domingo, a los pocos días de haberse realizado la Conferencia, en
busca de los recortes de sus periódicos. (Nweihed, 2004, p. 24)
Por último, también es relevante señalar que ambos tomos de La
vigencia del mar, así como La delimitación marítima al noroeste de Venezuela
y La contaminación marina ante el Derecho Internacional, incluyen al final
numerosos anexos con textos jurídicos y apéndices cartográficos, además
de extensos índices onomásticos, índices geográficos e índices de naves.
2.3. Orillas propias
Podría concluirse que una obra de tal magnitud como la que llevó a
cabo Kaldone G. Nweihed, aseguraría amplia proyección y larga vigencia en
el marco internacional del Derecho del Mar, tanto a su autor como al país
que ha tenido la fortuna de contarlo entre sus más destacados intelectuales,
investigadores y docentes universitarios. Cabría pensar, así mismo, que
contar en este campo con tal acervo científico y cultural, podría garantizar
a Venezuela la tutela y preservación no sólo de los intereses relativos a su
jurisdicción marítima, sino también de los valores históricos, geográficos y
ecológicos vinculados a sus espacios marinos y costeros.
Pero dar por descontados tales provechos, supondría no tomar en
consideración la ausencia, en esta ecuación, del factor educativo, cuya desconexión con la temática que aquí se está discutiendo ha sido una constante
durante muchos años, al punto que ni siquiera en los textos de Geografía e
Historia de Venezuela de más reciente publicación, se cita la fundamental
obra de Kaldone G. Nweihed, aunque dichos manuales presentan algunos
contenidos relacionados con el espacio geográfico marítimo e insular de
Venezuela, lo cual puede comprobarse con los materiales disponibles en
línea, a más de tres lustros de cuando el capitán Honoris Causa de la marina
mercante venezolana, desde Ankara, señalara:
De Venezuela me llegan muchas publicaciones (…). Ya presiento que mi
modesto papel en acompañar a su desarrollo marítimo y servir de enlace
autonombrado entre el océano mundial y mi país, está llegando a su término
natural (…) Otros están esperando para hacerlo mejor. Ya no me importa que
lleguen folletos y escritos sobre mi tema durante 30 años, sin una sola cita de
mi modesta obra. Ya no me duele que me olviden, porque el que recuerda con
gratitud y emoción, siempre seré yo. Ya no importa que el ser mortal y pasajero
pierda vigencia, siempre que el país la mantenga intacta: vigencia de gente,
vigencia de tierra, vigencia de bandera, vigencia de mar. (Nweihed, 2004, p. 75).
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Vigencia del mar, vigencia de Kaldone G. Nweihed... pp. 73-102.
Así reflexionaba Kaldone G. Nweihed, desde “la pureza turca de
la meseta”, para concluir con una cita –apotegma de su predilección–, de
Eugenio D’Ors (1881-1954): “Hay que volar a todos los vientos de todos
los mares, pero hay que procrear en un nido”. Ya en la primera edición de
su obra Frontera y límite en su marco mundial (1990), Nweihed había interpretado, en clave marítima, el significado de las palabras del intelectual
catalán. Según Nweihed, D’Ors sintetizó de manera alegórica las realidades
fundamentales que rigen el espacio marítimo.
El imperativo de volar a todos los vientos de todos los mares no es más que el
eterno circular del poderío naval y marítimo, uniendo lo distante, acercando
lo remoto y uniformando la visión comunicacional de un planeta condenado
por el poder terrestre al distanciamiento, parcelamiento y multiplicidad de
intereses. El otro imperativo paralelo, procrear en un nido, no es más que
la necesidad que tienen los Estados de desenvolverse desde una base propia
y protegida, implícitamente separada de otras similares, pero integradora
del mismo bosque. La diferenciación entre los nidos implica una cierta
delimitación del bosque y el nido conduce, a su vez, al ambiente común
de los vientos y mares.
El desarrollo de los usos que rigen este ambiente común ha hecho necesario
que las aguas más próximas a los nidos también sean parceladas, sin perder
su condición natural. Por este rumbo va el Derecho del Mar, al pretender
fijarle a los Estados, principios y normas capaces de permitir que cada nido
se asome a orilla propia. (Nweihed, 1990, p. 361)
Parece claro que la visión de Nweihed contempla dos escalas espaciales
recíprocamente dependientes, que corresponden a los ámbitos internacionales y nacionales en los cuales se enmarcan las interrelaciones que las
sociedades organizadas establecen con el mar. Sin embargo, se ha observado
que “cada nido” y cada “orilla propia” alcanzan su expresión geográfica mejor definida a escala local –igualmente integrada al “mismo bosque”−, tal
como lo destacara Úslar Pietri (1965, p. 176) al describir los paisajes de la
isla de Margarita (estado Nueva Esparta): “Cada pueblo es distinto. Tiene
su fisonomía, su leyenda, su oficio, su tradición”.
Esa diversidad, que implica “la singularidad de los procesos sociales
locales, la habilidad de las personas para adaptarse y responder, de manera
creativa y diversa, a las vicisitudes que ayer, hoy y siempre han estado presentes en sus terruños y en sus vidas” (Arias, 2006, p. 186), se basa, a su
vez, en los rasgos particulares que presenta su “orilla propia”, puesto que,
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cada ensenada es diferente. El mar, la tierra y la vegetación se combinan en
todas las formas imaginables. Pampatar, que mira a la costa de Paria, no se
parece a Juan Griego, que todas las tardes ve ahogarse el sol en el Caribe
abierto en la más prodigiosa fiesta de luces y colores (…). A un lado de Juan
Griego se alza La Galera redonda, y al otro azulean las lejanías de Macanao.
(Úslar Pietri, p. 176)
Además de su fisonomía ‒la geografía local‒, Úslar Pietri precisa
como rasgos distintivos de “cada nido”, de cada “orilla propia”, “su leyenda,
su oficio, su tradición”, lo que es decir, su historia; historia así mismo local,
desde luego, llamada también microhistoria. “El estudio microhistórico
es una manera válida y eficaz de entender las permanencias pero también
las transiciones y transformaciones sociales”, señala Arias (2006, p.186)
al comentar la obra del historiador mexicano Luis González y González
(1925-2003).
Aquí se propone, pues, el estudio de la historia y de la geografía
de cada “orilla propia”, como fundamentos para que “su mar” mantenga
–o recupere, si fuese el caso−, la vigencia que deriva de “esas vicisitudes que
ayer, hoy y siempre han estado presentes en los terruños y en las vidas de las
personas”. Así entendida, la vigencia del mar representa las condiciones de
base para que las “transiciones y las transformaciones sociales”, impulsadas
por “la habilidad de las personas para adaptarse y responder, de manera
creativa y diversa”, redunden en mejores niveles de vida para los moradores
de cada nido que se asoma a orilla propia: a “su mar”.
Lo antedicho significa conceptuar la vigencia del mar como factor
para promover el desarrollo socioeconómico a escala local, partiendo de
la premisa planteada –¡desde el Sur!– por Mario Rosales (2006, p.169), la
cual expresa que “el desarrollo lo hacen las personas y las comunidades” y
que “éstas no pueden ser suplantadas en esa tarea, a menos que lo que se
pretenda no sea desarrollo sino implantación de modelos externos”. Es un
tipo de desarrollo endógeno el aquí propuesto, que se basaría en los recursos
marinos y se fundamentaría en la creatividad propia de los habitantes del
espacio local, rigiéndose por reglamentaciones adecuadas a esta escala, las
cuales podrían identificarse con las ordenanzas municipales, en concordancia, naturalmente, con la legislación marítima nacional e internacional que
debe servirles de marco y a la que Kaldone G. Nweihed dedicó gran parte
de su extensa obra.
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Vigencia del mar, vigencia de Kaldone G. Nweihed... pp. 73-102.
3. ¿Enseñar qué, a quién?
El encabezamiento de este punto, en el que se bosquejan algunas
ideas concretas relacionadas con el estudio y la enseñanza de la historia y la
geografía de la Venezuela marina y marítima, a escala local, quiere recordar
el primer artículo de prensa que el profesor Nweihed dedicara al tema de
la delimitación de las áreas marinas y submarinas de Venezuela, escrito de
notable impacto mediático y académico en su época, intitulado ¿Delimitar
qué? ¿Con quién? (1972).
A lo largo de los más de 4.000 kilómetros de costas venezolanas, son
muchos los “nidos” que se asoman, o se han asomado, a “orilla propia”.
Como se ha señalado, desde la época colonial la dinámica geográfica del
mar y de sus riberas, ha sido factor de primer orden en la historia del país.
Lo ilustran los casos de la explotación y rápido agotamiento de los placeres
perlíferos en aguas del actual estado Nueva Esparta (Vila, 1969), así como
la presencia, desde tiempos precolombinos hasta hoy, de las inagotables
salinas de la península de Araya (Cervigón y García, 2005).
Las particulares características fisiográficas de la región nororiental
–geología, vientos, surgencia costera, salinidad, temperatura− han determinado la existencia en sus aguas litorales de importantes especies pelágicas,
entre las cuales sobresale la sardina (Sardinella aurita) y demersales, como la
pepitona (Arca zebra), de tal abundancia que han condicionado el surgimiento y arraigo de asentamientos y comunidades con larga tradición marinera,
elementos que, a su vez, dieron origen a núcleos culturales locales, cuyo
estudio es de gran interés a los fines de lograr la fijación de sus habitantes
y la mejora de sus condiciones de vida.
En la península de Araya, por ejemplo, se localizan pueblos rara vez
−si alguna−, mencionados en los manuales de Geografía de Venezuela, como
El Rincón, Taguapire, Los Cachicatos, Chiguana, La Angoleta y Manicuare,
este último más conocido, quizá, por ser cuna y tumba del poeta Cruz María
Salmerón Acosta (1892-1929). Asentamientos donde las actividades pesqueras
de larga tradición, como la carpintería de ribera destinada a la construcción de
pequeñas embarcaciones, la elaboración de redes y nasas, el eviscerado y salado
del pescado, el procesamiento primario a nivel familiar de las pepitonas, entre
otras, ante unas condiciones terrestres desfavorables –clima desértico, aislamiento geográfico–, promovieron “la adaptación del hombre para el trabajo
en el mar: intuición para localizar los cardúmenes, habilidad para el manejo
de las embarcaciones y artes, conocimiento de ciertas manifestaciones del
comportamiento de los peces, etc.” (Cervigón y García, 2005, pp. 15-19).
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Sin embargo, falta un “eficiente programa de formación que aproveche el conocimiento tradicional del pescador y su adaptación para el trabajo
en el medio marino, y lo proyecte a niveles técnicos de mayor eficiencia y de
mejor calidad de vida” (Ídem. p. 19). Serán, entonces, esos conocimientos
los que habrá que privilegiar, a través de ejes transversales en asignaturas
como Historia y Geografía de Venezuela, Biología, Lengua y Literatura, etc.,
estructurados en los cursos que se impartan a aquellos “muchachitos que
convergen hacia la escuela (…) Serios, circunspectos, con sus paquetes de
libros y cuadernos a cuestas (…) enjambres de niños y niñas, que llenan de
alegría y esperanza todos los pueblos de la península” (Cervigón y García
2005, p. 79).
Pero la península también podría ser Macanao (Cervigón, 2013;
Narváez, 1986). O Paraguaná –“conuco en medio del mar”, en lengua
indígena–. Cambian algunas condiciones fisiográficas, pero la situación
socioeconómica de los pescadores y de sus familias es muy similar.
Uno de los problemas de mayor significación en la vida del pescador, es
el arrastre4 (…) La violencia destructiva del arrastre no está circunscrita
únicamente al Golfo de Venezuela, en oriente es también un problema de
repercusiones severas. La situación se ha agravado tanto que ya no se trata de
una simple controversia entre el arrastre y las demás pesquerías, se trata de
frenar racionalmente, por la vía política y legal, una agresión no controlada
al ecosistema marino y, por tanto, a los recursos naturales del país. (Suárez,
Bermúdez y Segall, 1988, pp. 39-41)
Evidentemente, ante este tipo de problemas los grandes instrumentos
jurídicos internacionales sobre el Derecho del Mar, no pueden ofrecer soluciones satisfactorias. Probablemente tampoco las leyes-marco nacionales,
sobre todo si no están debidamente reglamentadas, como sucede con la
Ley de Pesca y Acuacultura (Gaceta Oficial No. 37.323, del 13/11/2001).
No obstante, la citada ley establece, en su artículo sexto, que además de los poderes públicos nacional y estadal, son también competencias
recurrentes de los órganos del Poder Público Municipal, dictar medidas
dirigidas a: 1) “Promover la pesca y la acuacultura, de acuerdo a las políticas
establecidas por el Ministerio de adscripción”. 2) “Organizar, desarrollar y
consolidar, los asentamientos y las comunidades de pescadores artesanales”.
3) “Establecer incentivos financieros, comerciales, de capacitación, de infraestructura y de transferencia tecnológica.” 4) “Las relativas a la vigilancia
de las actividades de pesca, acuacultura y las que le fueren conexas”. Res-
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ponsabilidades, pues, que pueden ser legalmente asumidas por las instancias
municipales, es decir en el ámbito local.
Las competencias expresadas en el segundo punto, parecieran admitir
también los aspectos relacionados con los particulares objetivos y contenidos
que deberían contemplar los programas educativos en estas comunidades
que se asoman “a orilla propia”. Entonces, las respuestas a las preguntas ¿qué
enseñar, a quién? son estas: enseñar la historia y la geografía de los pueblos
que jalonan las costas continentales e insulares venezolanas, incorporando
los contenidos pertinentes a los programas de todos los niveles educativos,
con las adaptaciones que correspondan, partiendo de la convicción de que
“el programa lo hace el profesor” (Tovar, 1969).
4. Mare Nostrum
Gran parte de la obra de Kaldone G. Nweihed está dedicada al estudio
de los aspectos históricos, geográficos y jurídicos de los mares del mundo.
Millares de páginas que conforman un extraordinario marco de referencia,
para cualquier investigación sobre esta compleja temática. La historia, la
geografía y los derechos jurisdiccionales de cada asentamiento y comunidad
costera también se inscriben en ese amplio marco, desde luego. Pero reclaman
la obra que trate de “su orilla propia”: su microhistoria, inseparable de las
coordenadas geográficas que la delimitan, como lo señalara, ya en 1570,
Abraham Ortelius.
Considérese, a manera de ejemplo, el siguiente caso. En el estado
Miranda, cerca de los 65º48’ de longitud occidental y 10º15’ de latitud
septentrional, la regularidad del borde costero se interrumpe y forma un extenso humedal poblado de manglares, en intermitentemente comunicación
con el mar Caribe. Se trata de “una albufera en la que penetra el mar por
una boca ancha y que se alimenta también de agua de ríos” (Úslar Pietri,
1965, p. 65). Este ecosistema de extraordinaria riqueza, en el que abundan
peces y crustáceos, es la laguna de Tacarigua, en cuyas riberas se localiza el
pueblo de Tacarigua de la Laguna: el mar marino y el mar marítimo –diría
el profesor Nweihed–, en un intercambio de topónimos.
A Tacarigua de la Laguna, Manuel Rafael Gutiérrez, artista plástico y
docente universitario, legó su microhistoria: un conjunto de valiosas observaciones basadas en recuerdos y en numerosas referencias, que abarcan los
aspectos ambientales, orígenes y evolución del asentamiento, su economía,
tradiciones, problemas. Bajo el subtítulo Rasgos biográficos de una comunidad
de pescadores –rasgos con los que entreteje su propia biografía–, a lo largo
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de toda su obra, Gutiérrez (2007), insistentemente, resalta la “interrelación
entre la tierra y el hombre que la camina”, en palabras del obispo Iturriza
Guillén (1979), también cultor de la geografía regional venezolana.
La tierra de la que habla Gutiérrez se localiza en el estrecho cordón
arenoso que separa la laguna del mar. De su terruño, el artista tacarigüeño
levantó un detallado plano, “a mano alzada”, en el cual identificó calles,
viviendas familiares, pulperías, botiquines, galleras, plazas, jagüeyes y otros
elementos topográficos, que hasta mediados del siglo pasado conformaban
aquel poblado.
El mar-tesoro y el mar-puente, que evocara en muchas de sus páginas Kaldone G. Nweihed, también se configuran a escala local, como lo
testimonia Gutiérrez (2007, p. 431): “Los tacarigüeños tenían en su laguna
no sólo la fuente de su alimentación, sino que ésta le servía también como
eje comunicacional con los pueblos situados al otro lado”. Destaca el autor
que “el pueblo está ubicado frente a un mar abierto, de mucho oleaje, muy
diferente a las costas de remansadas aguas de algunos pueblos mirandinos
y orientales” (Gutiérrez, 2007, p. 94). Asevera así mismo que, debido a
dichas condiciones fisiográficas, el pescador tacarigüeño siempre ha preferido
“la seguridad y mansedumbre de las aguas de su laguna, donde solamente
necesita de un bote común, una palanca y su atarraya” (Ídem).
La seguridad, sin embargo, no estaba del todo garantizada, tal como
lo reseña Gutiérrez en su crónica: “En 1941 la pesca en la laguna llegó a
ser tan escasa, que no daba ni para la comida” (Ídem). El autor refiere que
“ante tal calamidad algunas personas fueron a pescar a (…) la laguna de
Unare”, la cual dista un centenar de kilómetros de Tacarigua, ya en el estado
Anzoátegui; por lo que cabe preguntarse: ¿variaron sólo localmente las condiciones ambientales que determinaron el colapso de la pesca en la laguna
de Tacarigua, aquel año? ¿Qué clase de factores explicarían esas diferencias?
El muy cercano Caribe también podía generar amenazas para la comunidad lagunar, como ocurrió en múltiples oportunidades cuando “el mar
se metió en el pueblo” y “las olas irrumpieron en el caserío penetrando por
las empalizadas de las casas” (Gutiérrez, 2007, pp. 92-93). ¿Tsunamis? ¿Marejadas ciclónicas? Lo cierto es que si actualmente ocurriera algún fenómeno
similar en Tacarigua, advierte Gutiérrez, “los daños serían cuantiosos para
los dueños de las nuevas viviendas que se han construido en la cercanía del
mar, espacios que estaban destinados a los pozos y a la recreación” (Ibídem,
p. 95). Observaciones de indudable valor a los efectos de “la capacidad de
desarrollar y conducir una propuesta de intervención consciente, concertada y planificada, para prevenir o evitar, mitigar o reducir el riesgo en una
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Humania del Sur. Año 15, Nº 29. Julio-Diciembre, 2020. Sergio Foghin-Pillin
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localidad o en una región, para llevarla a un desarrollo sostenible”; es decir,
lo que la Norma Covenin 3661 (2001) define como gestión de riesgos.
El encomiable trabajo de Manuel Rafael Gutiérrez sobre Tacarigua
de la Laguna, ofrece un claro ejemplo del “nido” que se asoma “a orilla
propia”, en términos con los que probablemente concordaría Kaldone G.
Nweihed, a la vez que del estudio microhistórico como “una manera válida
y eficaz de entender las permanencias pero también las transiciones y transformaciones sociales”, tal como lo conceptuara Luis González y González
(Arias, 2006, p. 186).
5. A modo de conclusión. El mar de Venezuela: educación, sustentabilidad y vigencia
En las páginas anteriores se comentó la fecunda obra investigativa
de Kaldone G. Nweihed, en particular aquella relacionada con el Derecho
del Mar y temas conexos. No obstante, hay que resaltar que Nweihed fue
también, a lo largo de toda su carrera y en diferentes niveles, un destacado
docente y un incansable divulgador de los temas de su especialidad, tanto a
través de conferencias como de artículos publicados en revistas y periódicos.
Sin lugar a dudas, el profesor Nweihed tenía plena conciencia acerca
de la importancia de la educación para que los instrumentos jurídicos proporcionados por el Derecho del Mar pudiesen encontrar aplicación en el ejercicio
efectivo de la soberanía sobre los espacios marítimos jurisdiccionales, así como
en la tutela eficiente y el aprovechamiento racional de los recursos marinos,
tanto bióticos como abióticos. En otras palabras, el Derecho del Mar concebido
como instrumento para el desarrollo sustentable. Visión, esta, compartida por
el geógrafo y académico Pedro Cunill Grau (1985, p. 29):
Debería ser tarea prioritaria en los diferentes niveles de la educación, apoyada
además por los medios de comunicación pública, difundir masivamente en
la población venezolana los conceptos básicos de comportamiento ambiental
ante las potencialidades de los territorios y recursos que se expresan en el
mar venezolano, tanto en sus litorales como islas y en sus abiertos espacios
marinos y submarinos. (Cunill, 1985, p. 29)
Las potencialidades a las que se refiere este autor, adquieren una
dimensión geográfica precisa en la exposición que Nweihed encabezara
con la frase, “Venezuela, país volcado al mar” (1973a, pp. 349-351), punto
de notable interés en el que se destaca la particular situación geográfica de
Venezuela, la cual determina que más de la mitad de las entidades federales
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disfruten de acceso directo a alta mar;5 mientras que los estados de localización continental, tienen también buenas posibilidades de comunicación
con el océano, a través del sistema fluvial del Orinoco.
Estas condiciones otorgan al país accesibilidad, más o menos expedita, a unos 450.000 kilómetros cuadrados de territorio marítimo, con sus
correspondientes áreas submarinas y columnas de agua, sobre cuyos recursos
Venezuela ejerce soberanía, por lo cual “es absolutamente necesaria una concientización colectiva en la preparación de la incorporación, penetración y
adecuado aprovechamiento de estos nuevos territorios” (Cunill, 1985, p. 29).
La primera condición para alcanzar los propósitos señalados por
Cunill, pareciera ser el conocimiento de los instrumentos jurídicos que
garantizan dicha soberanía, aspecto en el cual resulta imprescindible la
amplia obra de Kaldone G. Nweihed. En segundo término, se requeriría el
estudio y divulgación de las condiciones geográficas de los espacios costeros,
insulares y marinos sujetos a dicha soberanía, propósito para el cual son de
valor, entre otros, libros como: la Geografía de la región insular y del mar
venezolano (Olivo Chacín, 1989) y Las Dependencias Federales (Cervigón,
1995), además de obras generales como las ya clásicas Geografía de Venezuela
de Pablo Vila (1960/1965) y Venezuela y sus recursos de Levi Marrero (1964),
que incluyen los conceptos jurídicos relacionados con las fronteras marítimas
venezolanas, conceptos actualizados, luego, en textos más recientes, como la
Geografía de Venezuela de Cárdenas, Carpio y Escamilla (2000), al igual que
obras de referencia, como el Diccionario del mar venezolano (Delgado, 1998).
Por otra parte, en páginas anteriores se ha enfatizado en la importancia de los estudios históricos y geográficos a escala local, como fundamentos
para emprender las acciones tendientes a mejorar la calidad de vida de los
habitantes de los asentamientos costeros e insulares, con la convicción de que
“son los grupos locales de base y sus gobiernos municipales los que deben y
pueden definir qué hacer con su territorio” (Rosales, 2006, pp. 167-168).
En el caso de las comunidades marítimas venezolanas, entre esos
“grupos locales de base”, además del caso ya comentado de Tacarigua de la
Laguna, podría citarse el ejemplo del archipiélago de Los Roques, complejo
de arrecifes donde se localizan asentamientos pesqueros con antecedentes
históricos de larga data y rasgos culturales bien definidos, desarrollados sobre
las bases de un medio ambiente marino tropical, reconocido entre los de
mayor biodiversidad a nivel mundial. Sobre estos particulares ecosistemas,
que comprenden costas rocosas y arenosas, praderas de thalassia, terrazas de
marea, albuferas, manglares y arrecifes coralinos, entre otros, también existen
variadas publicaciones de indudable valor como recursos para la enseñanza
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de la historia y la geografía locales (Antczak y Antczak, 1988; Cervigón,
1995; Cervigón y Ramírez, 2003; Méndez, 1978).
Como se ha apuntado, los islotes que conforman este archipiélago
fueron visitados frecuentemente, desde tiempos precolombinos, por
grupos aborígenes procedentes de tierra firme, los cuales encontraban
sustento en especies particularmente abundantes en las aguas del archipiélago, como es el caso del molusco denominado botuto (Lobatus
gigas), cuyas conchas, acumuladas en enormes amontonamientos durante
siglos, han contribuido a modelar la topografía de algunos de los cayos.
Sin embargo, ha sido la irracional explotación con fines comerciales,
iniciada a mediados del siglo XX, la actividad responsable de la drástica declinación de las poblaciones de dicho molusco, hasta el punto
de comprometer la capacidad de recuperación de este valioso recurso
natural (Antczak, Antczak y Posada, 2012; Cervigón, 1995; Delgado,
1998; León, 1981; Rodríguez y Rojas-Suárez, 2015).
Las aguas del archipiélago de Los Roques, con cerca del 98% de la
producción nacional (Suárez y Bethencourt, 2002), son también la principal
área de extracción de langostas (Panulirus argus), especie que, al igual que
el botuto, tiene gran demanda sobre todo en el mercado de las islas del Caribe. La presión comercial sobre las poblaciones de este crustáceo, también
puede incidir negativamente sobre la sostenibilidad de este recurso, que
actualmente se considera sobreexplotado (Rodríguez y Rojas-Suárez, 2015).
Los dos casos anteriores, conjuntamente con las pesquerías de sardinas
en las aguas costeras de los estados Sucre y Nueva Esparta (Gómez, 2018),
constituyen, entre otros, claros ejemplos de la riqueza del mar venezolano
‒parte del “Caribe de la pesca”, sobre el que disertara extensamente Kaldone
G. Nweihed‒, en lo que respecta a recursos naturales renovables, los cuales,
administrados de acuerdo a planes de manejo que garanticen su sostenibilidad, pueden constituir las bases económicas que permitan fijar las comunidades arraigadas en numerosos asentamientos costeros (Nweihed, 1983).
De no ser así, “estas pesquerías pueden decaer hasta su eventual abandono y
una vez más seremos testigos de la desaparición o estancamiento de una actividad productiva básica” (Cervigón y García, 2005, p. 19) y con ella –cabe
agregar–, de la pérdida de valiosas manifestaciones culturales autóctonas.
Así, en estas “orillas propias” la vigencia del mar (concepto sociohistórico)
se revela como consustancial con la sostenibilidad (concepto ecológico).
Además de los peces y moluscos, entre los recursos naturales renovables ligados a los ambientes marino-costeros venezolanos, se cuentan las
extensas áreas de manglares (Pannier y Fraíno de Pannier, 1989; Villamizar,
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2012); los arrecifes coralinos, con su rica biodiversidad (Cervigón y Ramírez,
2003); la avifauna propia de los humedales costeros; las productivas salinas,
con formaciones naturales como la Laguna Madre, en la península de Araya
(Cervigón y García, 2005) y, desde luego, las playas de todo tipo, reputadas
entre las mejores del mundo.
A dichos recursos hay que agregar las manifestaciones culturales, las
cuales van desde yacimientos arqueológicos únicos en la región del Caribe
(Antczak y Antczak, 2006), los poblados aborígenes palafíticos (Socorro,
1996; Wagner, 1980), las actividades artesanales típicas como la carpintería
de ribera (Cervigón y García, 1988), hasta la música y las cocinas regionales
(Santiago, 1991); valores todos, tangibles e intangibles, de alto potencial
como atractivos para las diferentes categorías de turismo, nacional e internacional (Cunill, 1985).
La industria turística, acertadamente organizada y administrada,
debería perseguir el propósito de beneficiar principalmente a las comunidades locales, evitándose convertir los ambientes marino-costeros en
sitios de esparcimiento exclusivo para pequeños grupos de visitantes,
circunstancialmente privilegiados, que suelen considerar dichas áreas meros “salones de fiesta”, tal como ocurre, por citar sólo algunos ejemplos,
en sectores de la isla de Coche y de los parques nacionales Los Roques y
Morrocoy (estado Falcón).
En relación con los temas comentados en los párrafos precedentes,
es obligatorio resaltar las labores de investigación, divulgación y enseñanza
que han desplegado desde su creación y durante muchos años, la Fundación La Salle de Ciencias Naturales y la Fundación Científica Los Roques,
meritorias instituciones cuyos nombres también estarán siempre asociados
a la sostenibilidad y, por tanto, a la vigencia del mar de Venezuela.
Precisamente, con la expresión El mar de Venezuela, Kaldone G.
Nweihed (1973e) tituló uno de los artículos de la serie que publicara en
la prensa nacional, durante los meses previos a la celebración de la Tercera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, en Caracas,
escrito en el que destaca la importancia de los espacios marítimos para el
país, por aquellos años cuando aún faltaba una década para la aprobación
de la Convención de Montego Bay.
El mar de Venezuela, como se ha visto, puede ser historia y despensa,
puente y puerto, frontera y límite. Kaldone G. Nweihed dedicó gran parte
de su vida al estudio de todas esas funciones ‒marinas y marítimas‒ del mar
del país, en el marco del piélago mundial. Para el intelectual y el diplomático,
el investigador y el docente, el maestro y el venezolano apasionado ‒“¡hay
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que ver cómo le duele Venezuela!”‒,6 esa ingente obra debería bastar para
asegurar plena vigencia.
Pero ‒como se ha argüido en estas cuartillas‒ la vigencia del mar debe
partir de cada “orilla propia”; es decir, de todo lugar donde un venezolano o
venezolana con “raíces tan profundamente hundidas como las del mangle”,7
sienta el mismo dolor ante la indiferencia, el abandono y el expolio que,
desde largo tiempo, sufre el mar de Venezuela. Sólo entonces, la lúcida obra
de Kaldone G. Nweihed, consustanciada con su admirable trayectoria vital,
adquirirá perdurable vigencia.
Notas
1
2
3
4
5
Reuniones internacionales de especialistas en temas marinos y marítimos,
organizados por Elisabeth Mann Borgese (1918-2002), reconocida experta
en Derecho Marítimo y en políticas de protección ambiental. Sobre ella,
Nweihed (2004, p. 41) expresó: “Me debo felicitar, una y otra vez, por haber
conocido en la sesión de Caracas de la Conferencia del Mar a una maravillosa
mujer, incansable como pocas hay, gran organizadora y de prestigio universal:
Elisabeth Mann Borgese”.
Refiriéndose a esa época, Nweihed (2004, p. 14) asevera: “A partir de 1970,
una combinación de hechos y circunstancias determinó que Venezuela hiciera
un viraje en su política marítima (…) inspirada en el conjunto de sus intereses
legítimos y urgentes, además de su tradicional preocupación por la seguridad
de sus rutas petroleras”. Al impulso de ese renovado interés por los temas
relacionados con el mar, en los años sucesivos se producen hechos que van
desde la creación de instituciones como el INTECMAR (1970); la publicación
del primer volumen de la Carta pesquera de Venezuela (Mandazén, 1972) y de
la Primera evaluación de los recursos demersales del Golfo de Venezuela (Racca
y Griffiths, 1972); la declaratoria del Año de la Reafirmación Marítima de
Venezuela (1973), hasta la motivación por los estudios oceanográficos de
postgrado, que concluyeron en importantes investigaciones de jóvenes biólogos
marinos venezolanos (Barrientos y Laverack, 1986).
Área de Caracas donde se localiza la Universidad Simón Bolívar y el Instituto
de Tecnología y Ciencias Marinas (INTECMAR).
“La verdadera pesadilla de los pescadores artesanales es la actividad de las
embarcaciones de arrastre camaroneras, las cuales invaden su espacio, interfieren
con sus operaciones, compiten ventajosamente por los mismos recursos y
frecuentemente dañan sus artes” (Cervigón y García, 2005, p. 19).
A pesar de que muchos de los principales centros urbano-industriales del país
tienen acceso directo al mar, el transporte marítimo, tanto de carga como de
pasajeros, a lo largo de las costas venezolanas, es en la actualidad prácticamente
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6
7
inexistente, por lo que debería habilitarse “una fluida navegación de cabotaje
que asegure la comunicación permanente y segura entre los diversos núcleos de
poblamiento marítimo” (Cunil, 1985, p. 31). Por lo que atañe específicamente
a la capital venezolana, se ha señalado que “inexplicablemente hemos olvidado
que Caracas posee la fortuna continental de un frente marítimo en su lado
anverso abierto hacia el Caribe” (Niño, 2000, p. 50). En particular para el
eje litoral Catia La Mar-Maiquetía-La Guaira-Macuto-Los Caracas, se ha
propuesto, entre otras acciones, la implementación de “un sistema de circulación
marítima paralela a la costanera” (Niño, Ibídem, p. 53).
Frase pronunciada por el Dr. Ramón J. Velásquez refiriéndose a Kaldone G.
Nweihed, en la presentación del libro de este último (en coautoría), Panorama
y crítica del diferendo (1981). La expresión es recordada por Nweihed con el
comentario: “Estos son los premios que nunca pierden valor” (2004, p. 48).
“En el pueblo de Tacarigua están mis raíces tan profundamente hundidas
como las del mangle, que sólo en apariencia flota sobre el agua” (Gutiérrez,
2007, p. 18).
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