ES LA DESIGUALDAD,
TAMBIeN EN CULTURA
NICOLÁS BARBIERI1
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La cultura es la dimensión relegada de la desigualdad. Ni los derechos culturales tienen un
papel significativo en las estrategias para
abordar la creciente desigualdad en las ciudades ni la equidad es la prioridad en la agenda
de las políticas culturales. Aunque también es
limitada la investigación que se desarrolla
sobre estos temas, sabemos que existen (y
persisten) desigualdades en la participación,
la creación o la producción cultural, al menos
en el ámbito en que intervienen las políticas culturales. Y que estas desigualdades
importan. Este artículo desarrolla dos ideas
sobre las desigualdades en el ámbito de los
derechos culturales. La primera es que estas desigualdades son multidimensionales y
multifactoriales. Se explican por múltiples
factores resumidos en tres conceptos: la
diferencia, los recursos y la conexión. La
segunda idea es que las respuestas a las
desigualdades en los derechos culturales
necesitan ser integrales: públicas (pero no
sólo institucionales) y desde la diversidad. Ni
lo público se reduce a lo administrativo institucional, ni hacer frente a las desigualdades
significa homogeneizar.
ABSTRACT
Culture is the overlooked dimension of inequality. Cultural rights do not have a significant place in strategies for addressing
growing urban inequalities. Nor equity is the
main concern in cultural policies agenda. Even
if research is also underdeveloped, we know
inequalities in cultural participation, creation
and production exist (and persist), at least in
the field of cultural policies. We know these
inequalities matter. Thus, this paper develops two main ideas regarding inequalities
in cultural rights. First, these inequalities are
multidimensional and multifactorial. They
depend on several factors summarized in
three concepts: difference, resources and
connection. Second, responses to inequalities
on cultural rights need to be integral: public
(not just institutional) and based on diversity. The public sphere amounts to something
more than just administrative/institutional
matters. And addressing inequalities does
not entail homogenization.
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Al visitar los museos de Moscú, la mejor sorpresa es contemplar cómo los
niños y trabajadores se van moviendo con normalidad. No se ve ese desánimo de los muy escasos proletarios que apenas se atreven a mostrarse
a los demás visitantes de nuestros museos. En Rusia el proletariado ha
empezado realmente a tomar posesión de la cultura burguesa, mientras
que en Alemania los pocos proletarios que lo intentan parece que estuvieran
preparándose para un robo. (Walter Benjamin, Moscú)
La cultura es la dimensión relegada de la desigualdad. Pensemos, por un lado, en las estrategias
para abordar la creciente desigualdad en las ciudades. ¿Ocupan los derechos culturales un papel
significativo? Reflexionemos, por su parte, en relación al lugar que tiene la desigualdad en la
agenda de las políticas culturales. ¿Acaso la equidad está entre las prioridades del orden del día?
Pero este lugar secundario que tiene la desigualdad en el ámbito cultural no es responsabilidad
exclusiva de los gobiernos. También es menor la investigación que se desarrolla sobre este tema.
En el ámbito de las políticas y los derechos culturales, tenemos mucho menos conocimiento
que en campos de estudio como el de las desigualdades en salud o la segregación escolar, por
citar dos ejemplos. ¿Acaso evaluamos de forma sistemática qué impacto tienen las políticas
culturales en términos de equidad? Aun así, sabemos que existen (y persisten) desigualdades
en la participación, la creación o la producción, al menos en el ámbito en que intervienen las
políticas culturales.Y que estas desigualdades también importan a la hora de entender por qué
vivimos en sociedades con estructuras desiguales.
El tema de la desigualdad en cultura es tan complejo como relevante. Por una cuestión de
espacio, en este artículo voy a centrarme en la desigualdad que se produce en el ámbito de
los derechos culturales. La cultura no se limita ni mucho menos a la actividad que promueven
las administraciones públicas, pero las políticas culturales tienen un papel clave en el real y
efectivo cumplimiento (o no) de los derechos culturales. En este sentido, voy a desarrollar dos
ideas. La primera es que la desigualdad en el ámbito de los derechos culturales es multidimensional y multifactorial. Existe desigualdad en cada una de las tres dimensiones de los derechos
culturales (participación, producción y decisión), con vínculos evidentes entre unas y otras.
Estas desigualdades (en plural) se explican por la suma de diversos factores que podemos
resumir en tres conceptos: la diferencia, los recursos y la conexión. Por su parte, la segunda
idea que voy a exponer es que la respuesta a la desigualdad en los derechos culturales debe
ser integral: pública (pero no sólo institucional) y diversa. Fomentando la igualdad sustantiva
de oportunidades y recursos, y no simplemente la igualdad de posibilidades.
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE DESIGUALDAD?
El 8% de la población más rica, mejor educada y menos diversa étnicamente conforma el
segmento más “culturalmente activo” del Reino Unido. Esta es una de las conclusiones más
importantes de un informe elaborado por la Universidad de Warwick (2016). Ciertamente esta
cifra se refiere a la participación en las actividades que reciben financiación pública, lo que
abre un debate que abordaremos en las últimas páginas de este artículo. En cualquier caso, nos
encontramos ante un claro indicador de desigualdad en la participación cultural (al menos un
tipo de participación, no poco relevante). Pero además, el mismo informe recoge datos sobre
la práctica grupal amateur y el asociacionismo, donde sólo el 2% de las personas participantes
son negras, asiáticas o de alguna minoría étnica (concepto de BAME en inglés), el 3% tienen
alguna discapacidad y el 6% están en situación de desocupación.
ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
Al mismo tiempo, el Reino Unido presenta evidentes signos de desigualdad en la producción y
comunicación cultural. Numerosos estudios (véase por ejemplo, Taylor y O’Brien 2017 o Brook,
O’Brien y Taylor 2018) demuestran las desigualdades acumuladas de clase, género, etnia y diversidad funcional, que provocan dinámicas de exclusión en el empleo cultural. Esas desigualdades
en el sector cultural profesional están relacionadas también con las condiciones laborales, como
por ejemplo la proliferación del trabajo no remunerado. Pero incluso, las actitudes y valores de
parte de los trabajadores del sector estarían reforzando las desigualdades sociales.
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Desigualdad
Cultura
Políticas públicas
Derechos culturales
KEYWORDS
Inequality
Culture
Public politics
Cultural rights
Pero el relato no termina aquí, ya que en el Reino Unido las desigualdades también se reproducen en los espacios de toma de decisiones sobre las políticas culturales. A pesar de que existe
menos investigación sobre quiénes toman dichas decisiones (o quienes pueden influir en ellas),
un estudio reveló que sólo el 10% de los teatros nacionales y el 9% de los museos están dirigidos
por mujeres (Counting Women In Coalition, 2014)
¿Qué nos indican estos datos? Varias cuestiones. Por un lado, la existencia de desigualdades
en cada una de las tres dimensiones clave de los derechos culturales (ver imagen 1), es decir:
-La participación, incluyendo tanto la asistencia a actividades culturales como la práctica
expresiva, creativa, formativa y asociativa.
-La producción, en este caso en el ámbito profesional, incluyendo las condiciones de ocupación
en el mercado laboral.
-La decisión, es decir, la posibilidad de ejercer o influir en la toma de decisiones respecto a
las políticas públicas de cultura.
Parte de estas reflexiones están
relacionadas con dos proyectos de
los que formo parte y a los cuales quiero
agradecer. El primero, el grupo de trabajo
"Cultura y desigualdad en Barcelona",
donde también participan Ramon Canal,
Pablo Fernández, Assumpta Manils, Ernesto
Morales, Nus Teatre (Rocío Manzano),
Adriana Partal, Jordi Pascual, Bernat
Quintana, Yuni Salazar y Montse Tort. Se
trata de un grupo abierto a la participación
de las personas interesadas (correo de
contacto: culturaidesigualtat@gmail.
com). El segundo de los proyectos es la
investigación "Políticas culturales locales
y equidad", impulsado por el Centre
d'Estudis i Recursos Culturals (CERC),
de la Diputació de Barcelona, y la
participación de los municipios de
Igualada, El Prat, Sabadell y Tiana.
1
Derechos culturales: dimensiones y factores condicionantes de la desigualdad.
Fuente: elaboración propia. Diseño: Águeda Muttis.
2
ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
Ahora bien, los datos no sólo demuestranque la desigualdad se manifiesta en la participación,
en la producción y en la toma de decisiones, sino que permiten ir más allá. Lo que pretendemos
argumentar es la conexión, los vínculos que existen entre estas dimensiones. En definitiva, el
carácter multidimensional de la desigualdad en los derechos culturales. Las desigualdades se
refuerzan y explican entre ellas. Sólo un ejemplo de estos posibles condicionamientos: espacios de decisiones públicas marcados por la desigualdad, que condicionan la programación de
actividades donde se participa de forma desigual, producidas por un mercado laboral desigual.
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¿Podemos trasladar esta idea al caso de España? Estamos lejos del conocimiento que se tiene
en otros países sobre este tipo de desigualdades, pero ha habido trabajos relevantes que
nos permiten avanzar en la reflexión (y esperemos, la acción). Nuevamente citamos algunos
ejemplos que evidentemente no agotan todo lo publicado. Así, en lo que refiere a la dimensión
de la participación, un amplio conjunto de la población (casi el 50%) está hoy excluida de la
oferta cultural, al menos en su vertiente institucional, no asistiendo nunca o casi nunca a sus
representaciones o no comprando nunca o casi nunca sus productos (Callejo 2017). El perfil de
estas personas no es un dato banal: se trata en su mayoría de personas con baja formación, en
situación de paro o jubiladas. Puede decirse además que la desigualdad se ha ido recalificando:
si bien crecen las personas que asisten a alguna actividad cultural, cae el porcentaje de aquellos
que lo hacen con mayor frecuencia (Ariño 2016).
Si abordamos la dimensión de producción y comunicación, el sector cultural profesional también
está cruzado por importantes desigualdades en España. Por un lado, una industria marcada
por la concentración de intermediarios, hegemónicos en sus campos de negocio y de muy alta
valoración bursátil (financiarizadas) respecto a sus ingresos efectivos (Zallo 2017). Por otro, un
sector sobreafectado por la crisis económica y los recortes de financiación pública, que repercuten directamente sobre el empleo y sus condiciones. Dos ejemplos en este sentido. Pese
a ser mayoritarias en la formación ligada a la cultura, las mujeres han continuado perdiendo
lugar en el empleo cultural (de por si minoritario). La crisis (y las decisiones en ese contexto)
han tenido más y más graves consecuencias para las mujeres (Corredor Lanas y Corredor Lanas
2017). A su vez, numerosos estudios han señalado la precariedad laboral y de condiciones de vida
en el sector artístico. El I Congreso Internacional Prekariart, organizado recientemente por la
Universidad del País Vasco, permitió analizar este problema desde un enfoque multidisciplinar.
Un debate que reaparece con el Informe de la Subcomisión para la Elaboración de un Estatuto
del Artista, del Congreso de Diputados.
Por último, aunque todavía falta mucha investigación en la dimensión de la toma de decisiones,
comenzamos a conocer desigualdades también en este ámbito. ¿Quién puede influir sobre lo
que se considera un problema público en el ámbito cultural? ¿Quién puede formar parte de los
agentes que formulan, implementan y evalúan las políticas culturales? Han sido las mujeres
las que primero se han organizado en España para analizar la desigualdad de género en las
instituciones culturales y sus órganos de decisión, señalando los techos de cristal y los muros
de hormigón2. Cabe esperar que avancemos también en el conocimiento sobre los sesgos de
clase social, origen o formación en los organismos y procesos de políticas públicas.
Por destacar simplemente algunos
ejemplos se puede mencionar el trabajo
realizado por la Asociación Mujeres en
la Industria de la Música (MIM) o las
plataformas Dones i Cultura y Dona’m
escena.
2
3
En definitiva, la desigualdad en el ámbito de los derechos culturales se evidencia más allá de un
contexto determinado. La desigualdad en los derechos culturales significa que las diferencias
en la participación, en la producción y en la toma de decisiones se asocian de forma sistemática
a determinados factores y procesos sociales, provocando una relación que entendemos como
injusta. Así, la desigualdad es multidimensional y multifactorial. Las desigualdades en los derechos culturales se explican por la suma de diversos factores a los cuales hemos ido haciendo
referencia hasta aquí. Propongo resumirlos en tres conceptos: la diferencia, los recursos y la
conexión (ver imagen 1).
En ocasiones (muy frecuentemente), la diferencia se interpreta de manera que se acaban
generando procesos de desigualdad. Hemos ejemplificado con los casos del Reino Unido y
España las desigualdades de género, origen, etnia o diversidad funcional en el ejercicio de los
derechos culturales. Otro factor condicionante es el territorio. Podríamos decir que, a la hora
de ejercer nuestros derechos culturales, nuestro código postal es tan o más importante que
nuestro código genético. La evidencia con la que contamos demuestra que vivir en un determinado barrio (ciudad o pueblo) puede resultar un factor que explica las desigualdades en la
ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
participación y producción cultural. Un efecto que se produce no sólo porque nos encontramos
con menos equipamientos culturales, recursos para la producción u oportunidades para la
toma de decisiones públicas, sino porque las condiciones de vida en estos territorios influyen
directamente en el ejercicio de los derechos culturales. Lo que nos demuestra la relación que
existe entre factores condicionantes de la desigualdad. En este caso, entre la interpretación
de la diferencia y el acceso a recursos (materiales y simbólicos).
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Los estudios ya clásicos de Pierre Bourdieu (y otros en su línea) demostraron que el acceso a
determinadas obras e instituciones artísticas está condicionado por los recursos económicos
y simbólicos (especialmente el nivel educativo formal), así como por una familiaridad previa
con el capital artístico. Además, Bourdieu llamó la atención sobre el uso diferente de los bienes
según la clase social. Para las clases privilegiadas, obras e instituciones artísticas permiten la
distinción en relación con otros grupos sociales. Más allá de las críticas y matizaciones que esta
perspectiva ha recibido, la renta, el nivel educativo formal, el tiempo disponible y la capacidad
cognitiva son factores determinantes de las desigualdades en los derechos culturales. Y lo
son en las tres dimensiones que hemos identificado: en el tipo e intensidad de la participación
cultural, en la producción y comunicación profesional y en la posibilidad de ejercer o influir en
la toma de decisiones respecto a las políticas públicas de cultura.
Pero en la interacción entre factores que condicionan la desigualdad en los derechos culturales es importante considerar un tercer elemento. La diferencia y los recursos se relacionan
también con la conexión. Hablamos de elementos tan diversos como el apoyo e interacción
social, la movilidad y proximidad o el acceso a redes de información y conocimiento. Hablamos
también de conectividad digital. En este sentido, si bien las tecnologías digitales ofrecen nuevas
posibilidades para la realización de los derechos culturales, no superan desigualdades prexistentes. Si la conexión digital impulsa una cierta masificaciónen el consumo, la difuminación de
los límites entre acceso y producción e incluso la aparición de nuevas vías de conexión con las
instituciones culturales, eso no significa la desaparición de las desigualdades. Más bien asistimos
a la reproducción de algunas de esas viejas desigualdades y la aparición de nuevas formas de
exclusión. Por ejemplo, como afirma Ariño (2016), el cambio tecnológico transforma el acceso,
pero no la distribución de competencias educativas necesarias para el mayor y más complejo
provecho de aquello a lo que se accede. Así, las desigualdades combinadas y reforzadas de
capital educativo y digital suponen una de las mayores amenazas para la ciudadanía cultural. En
definitiva, para el ejercicio pleno y efectivo de los derechos culturales. Algo que ya hace tiempo
explicaba John Berger en su libro Modos de ver. Los mismos medios de reproducción que han
desnudado al arte de su reserva, de su principio de autoridad, son utilizados en la construcción
de la illusión de que nada ha cambiado.
Llegados a este punto, la pregunta es si las políticas públicas deben intervenir para hacer frente
a las desigualdades en los derechos culturales. ¿Debe este tema ocupar un lugar central en la
agenda de las políticas culturales? En algunos casos, se ha considerado injustificada y excesiva la preocupación política por la desigualdad en este ámbito. Se argumenta, no por pocos
agentes, que la política cultural tiene otros objetivos prioritarios (experimentación artística,
producción de calidad, protección de la identidad, desarrollo económico). Incluso, en el caso de
la participación cultural, se presentan las desigualdades como resultado de una elección, donde
el desinterés por las actividades culturales sería expresión exclusiva de la subjetividad personal.
4
Este tipo de argumentación parece ignorar (o no aceptar) varias cuestiones relacionadas con
la falta de interés. Por un lado, en ocasiones, ese desinterés es en realidad una expresión de
la desconexión entre la oferta de actividades institucionales y las necesidades de la ciudadanía. La participación cultural se concibe como el encaje entre la oferta de servicios (de unas
instituciones) y la demanda (de un público). Y las políticas culturales se concentran en hacer
concordar la segunda con la primera. En definitiva, la cuestión del derecho a la participación
en la vida cultural se piensa casi exclusivamente desde el punto de vista de las instituciones
culturales que generan la oferta. Y cuando “el público” no responde, estas instituciones lo experimentan como frustración. No vienen, no están interesados, no están implicados o no están
calificados. Hay muchas razones para pensar que este diagnóstico es a veces incompleto y
otras directamente equivocado. En cualquier caso, la responsabilidad continúa del lado de la
administración pública y demanda cambios en las políticas culturales.
ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
Por otro lado, el desinterés resulta en no pocas oportunidades la expresión de una relación social,
ciertamente injusta. Quienes presentan la falta de participación como resultado exclusivo de la
percepción individual ignoran que existe una relación intrínseca entre subjetividad y condiciones
materiales. La desigualdad en el ejercicio de los derechos culturales es resultado del efecto de
factores estructurales, como por ejemplo la posesión de determinados recursos, que facilitan
o restringen una elección. Pero sobre todo es resultado de la interacción entre estos factores
y la posibilidad de agencia, es decir, decisiones con relativa autonomía, como por ejemplo un
determinado tipo de consumo cultural o una determinada interpretación de la diferencia.
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La pregunta que debería interesarnos entonces es por qué se reproducen las desigualdades
en el ejercicio de los derechos culturales, por qué persisten con el paso del tiempo. Por qué la
participación, producción y toma de decisiones públicas en el ámbito de la cultura mantienen
y reproducen importantes sesgos de clase, género, territorio, etc. Por ejemplo, por qué, como
demuestran Gayo y Teitelboim (2010), la reproducción de capital cultural entre madres e hijos
aumenta la brecha entre clases, es decir, la capitalización cultural es fuertemente desigual
o asimétrica. Necesitamos pensar por qué ocurre todo ello a pesar de (o en relación con) la
existencia ya desde hace tiempo de un corpus de políticas culturales. Así, el interrogante no es
si necesitamos o no políticas culturales para hacer frente a las desigualdades, sino más bien
qué tipo de políticas hacen falta.
POLÍTICAS CULTURALES: PARA QUÉ Y CÓMO
La desigualdad en el ámbito de los derechos culturales es multidimensional y multifactorial.
Más que pensar en intervenciones para abordar de forma aislada cada una de esas dimensiones y factores, lo que necesitamos es considerar su interseccionalidad. Por eso, la respuesta
a las desigualdades debe ser integral. Por un lado, necesitamos políticas públicas que eviten
dos confusiones que se suelen dar en el ámbito cultural. La primera es pensar que lo público
se reduce a lo administrativo institucional, cuando muchas organizaciones culturales también
entienden su acción como pública, más aun en el ámbito del trabajo por la equidad. La segunda confusión es creer, como alerta Joan Subirats, que hacer frente a la desigualdad significa
homogeneizar. Probablemente más que cualquier otra política pública, las políticas culturales
necesitan trabajar desde la diversidad, también en sus contenidos y formas. Desgranemos
estas ideas.
Necesitamos políticas públicas que comprendan que los derechos culturales forman parte de los
derechos humanos y son parte del camino que nos lleva a su efectivo cumplimiento. No hemos
tenidos políticas culturales estructurales que partieran de esta base y situaran la equidad en el
centro de su agenda. No alcanza con promover la igualdad de posibilidades. Contar con políticas
e instituciones que promuevan libertades y normas legales básicas es importante, pero muchas
veces insuficiente para avanzar en la equidad sustantiva. Es necesario, pero no suficiente. La
promoción de la equidad implica desarrollar intervenciones específicas en función de las diferentes necesidades, con el objetivo de reducir las desigualdades en la participación, producción
y toma de decisiones. Pero hacer frente a las desigualdades, si hablamos de justicia social, no
puede limitarse a favorecer la “movilidad cultural”. Menos aún la de unos pocos. No se trata de
reducir la desigualdad por la desigualdad. El objetivo es reducir la brecha en las condiciones
de vida y trabajo vinculadas a los derechos culturales, la desigualdad de oportunidades pero
también de resultados.
Para este objetivo, el paradigma del acceso no es suficiente. Las políticas tradicionales de acceso
a la cultura (es decir, acceso a una oferta cultural basada en productos y servicios generados
por la administración y los agentes sectoriales) han tenido muchas dificultades para hacer
efectivo el objetivo de la democratización. Un objetivo que muchas veces se ha asociado a la
homogeneización y no a la equidad en la diversidad. Así, a pesar de determinadas voluntades
de ampliar la base en el acceso y la participación, los efectos en términos generales han podido
ser regresivos (Barbieri 2017).
5
Además, la idea de acceso amaga sus propias limitaciones. Acceder no significa necesariamente
apropiación social, en tanto esta requiere comprensión, participación y disputa de sentidos
(Cerdeira y Lacarrieu 2017). En definitiva, el acceso no asegura la agencia. Como afirma García
ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
Canclini (1999), no basta con que los museos y otras instituciones culturales estén abiertos y
sean gratuitos cuando desconocemos las diferencias y las desigualdades en relación con el
capital cultural, y lejos estamos de socializar y democratizarlo.
Por último, el paradigma del acceso se ha prestado a la instrumentalización. La accesibilidad no
sólo no garantiza la agencia, sino tampoco la efectiva y real inclusión. Podemos hablar en estos
casos de falsa inclusión (Asensio et al. 2016)3, ya que la participación cultural se reduce a una
visita de un día a un equipamiento, de forma segregada, y sin que ello comporte transformación
personal, colectiva e institucional alguna. La instrumentalización se manifiesta también en el
discurso del impacto social de las políticas culturales (Barbieri et al. 2011), que ha demostrado
sus limitaciones para hacer frente a las desigualdades en los derechos culturales, como por
ejemplo en las políticas del new labour británico.
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Necesitamos entonces problematizar las categorías con las que trabajamos. Un ejemplo es el
de las encuestas e indicadores que generamos, muchas veces reducidos a la dimensión de la
asistencia o el consumo cultural. Si queremos hacer frente a la desigualdad en los derechos
culturales, necesitamos conocer algo más que las visitas a los museos o al cine, el número de
trabajadores en la industria o el de las reuniones organizadas en la elaboración de un plan de
cultura. Estas categorías reflejan y reproducen nuestras limitaciones en la concepción de los
derechos culturales y las obligaciones de gobiernos y agentes culturales. Necesitamos, por
ejemplo, una encuesta de cultura pública, al estilo de las que existen en el ámbito de la salud
pública. Que refleje la diversidad de manifestaciones culturales que hoy no se recogen en las
métricas que utilizamos. Nos hace falta detectar necesidades culturales, que permitan valorar
el (in)cumplimento de los derechos culturales. Esto incluye evidentemente las condiciones en
que se produce cultura en el ámbito profesional.
Esto nos lleva a la cuestión de la diversidad. Hacer frente a la desigualdad en los derechos
culturales difícilmente tenga sentido si trabajamos con una idea reducida de cultura. Como por
ejemplo pensar que la actividad cultural se reduce a la actividad de la administración pública
cultural. La paradoja es que lo contrario, ampliar indiscriminadamente el campo de intervención, tampoco aseguraría la efectividad de las políticas públicas. Parece evidente entonces
la necesidad de trabajar desde la diversidad, asumiendo que hay mucha más participación,
producción y decisión en cultura de la que solemos considerar en las políticas culturales. Una
diversidad que no siempre está exenta de desigualdad, pero que al mismo tiempo es una activo
fundamental para cualquier estrategia en favor de la equidad.
Acabo apuntando (simplemente eso) dos líneas de trabajo para las políticas públicas. Ámbitos
donde existen experiencias relevantes de las que aprender, pero donde todavía no contamos
con políticas estructurales, es decir, que aborden de manera integral la desigualdad multidimensional y multifactorial que afecta a los derechos culturales.
3
Agradezco a Lluís Noguera esta referencia.
El primero es el de las políticas culturales educativas. Se ha dicho que la mejor política cultural
es una política educativa. Pero la evidencia demuestra que el sistema educativo (al menos el
escolar) es insuficiente para hacer frente a la desigualdad en los derechos culturales. Aquí es
donde la política cultural, en colaboración con la política educativa y adoptando un enfoque
integral, tiene relevancia y una ineludible responsabilidad. El segundo de los ámbitos de necesaria
acción es el de las políticas de industrias culturales. Qué duda cabe que necesitamos políticas
públicas que aborden las evidentes desigualdades que existen en el seno de estas industrias y
sus consecuencias para las otras dos dimensiones de los derechos culturales.
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ES LA DESIGUALDAD, TAMBIÉN EN CULTURA / NICOLÁS BARBIERI
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NICOLÁS BARBIERI
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA
[email protected]
Nicolás Barbieri es Doctor en Ciencia Política y Licenciado en Humanidades. Investigador del Instituto
de Gobierno y Políticas Públicas y profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su investigación se centra en el análisis de las políticas públicas, particularmente
en el campo de las políticas culturales y sociales. Ha desarrollado proyectos de investigación sobre
políticas y gestión cultural, bienes comunes, valor público y análisis de las desigualdades en el ámbito
cultural. Ha realizado diferentes trabajos de asesoramiento y formación para instituciones públicas y
comunitarias. Es autor del blog http://ubicarse.net