Castizo versus Mestizo: Un Debate Historiographico
Juan Ricardo Rey-Márquez
Doctorando de la Universidad de Buenos Aires
Investigador del Centro de Investigación en Arte, Materia y Cultura (IIAC-UNTREF)
Este artículo propone una exploración de las ideas estéticas subyacentes en textos sobre
arte colonial aparecidos en Colombia entre 1861 y 1975, a partir del concepto de barbarie de
Walter Benjamin en relación con posturas racistas y eurocéntricas detrás de la articulación
histórica. En dicho período, transcurrido entre las guerras civiles del siglo XIX y la violencia
política del siglo XX, se mantuvo una confrontación entre los conceptos de lo mestizo y lo castizo,
entre la mezcla impura y la pureza mediocre. Tal paradoja lleva a una reflexión a partir del
pensamiento del filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936), quien distingue entre la
Historia de los grandes acontecimientos y lo que denomina Intra-historia, en alusión a la vida
histórica en períodos temporales extensos.
RESUMEN
PALABRAS-CLAVE
Historiografía del arte colonial, Colombia, Castizo, Mestizo.
Fig. 1: Luis García Hevia. Iglesia de San Agustín, después de la toma de la ciudad en 1862.
Daguerrotipo, El Gráfico. 25 de febrero de 1911. Ubicación desconocida.
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
87
Fig. 2: Manuel Doroteo Carvajal (1819-1972). San Agustín. Vista del interior de la Capilla arruinada,
tomada del lado sur desde el mismo sitio en donde estaba la efigie de Jesús Nazareno. Álbum de
dibujos y acuarelas de Manuel D. Carvajal, Marzo 11 de 1862. Acuarela sobre papel. Colección Museo
del Siglo XIX – Fondo Cultural Cafetero, reg. 976 (folio 134). Reproducción fotográfica ©Museo
Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra
88
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
Fig. 3: Manuel Doroteo Carvajal (1819-1972). San Agustín. 25 i 26 de febrero de 1862. Puerta i parte del
interior de la Capilla de Jesús Nazareno arruinada por el indencio i la metralla de las tropas de
Leonardo Canal. Álbum de dibujos y acuarelas de Manuel D. Carvajal, Marzo 11 de 1862. Acuarela
sobre papel. Colección Museo del Siglo XIX – Fondo Cultural Cafetero, reg. 976 (folio 134).
Reproducción fotográfica ©Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
89
Fig. 4: A la izquierda, detalle de la fig. 3; a la derecha, atribuido a Gregorio Váquez de Arce y Ceballos
(1628-1711), Martirio de san Esteban, ca. 1700, óleo sobre tela, 223,5 x 148,5 cm, Museo Nacional de
Colombia, reg. 2093. Reproducción fotográfica ©Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve
Parra.
Bogotá, febrero de 1862. Después de casi un año de guerra, el Partido liberal toma el gobierno y limita
la influencia de la iglesia con la desamortización de bienes de manos muertas y la tuición del culto, es
decir a través de la subordinación de la Iglesia al Estado. En medio de la confusión y los combates
entre partidos políticos, la guerrilla conservadora de Guasca, población cercana a Bogotá, entra
sorpresivamente a la capital y toma la Casa de Moneda para atacar luego al convento de San Agustín,
donde se refugiaban los liberales. El convento en ruinas, fotografiado por el artista Luis García Hevia
(Fig. 1) dejó expuestos sus tesoros como se aprecia en los dibujos de Manuel Doroteo Carvajal. Detrás
de las techumbres caídas, en la Capilla del Jesús Nazareno (Fig. 2) llama la atención el bosquejo de una
pintura. Se trata de un Martirio de San Esteban que se salvó de los estragos del combate, la metralla y el
incendio que se desató con el enfrentamiento (Fig. 3) y que, gracias al pintor Ramón Torres Méndez,
llegó a la colección del Museo Nacional de Colombia donde ahora se encuentra (Fig. 4).
90
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
Este pequeño relato es la metáfora de una época en la que se intentaba dejar atrás la influencia
hispánica para establecer un nuevo orden. La fotografía de García Hevia, el dibujo de Carvajal y el
rescate de Torres Méndez implican miradas diferentes del patrimonio colonial. La fotografía muestra un
ala del convento demolida en el siglo XX, así como el afianzamiento del procedimiento fotográfico de
producción de imágenes – Garcia Hevia era pintor –; tre tanto el dibujo pertenece a la iconografía de
las luchas políticas del siglo XIX al tiempo que evidencia una práctica testimonial de los dibujantes
costumbristas del momento; por último la pintura religiosa colonial descontextualizada en una sala de
museo, es una obra de arte ante los ojos del siglo XX que nos remite al momento de su ejecución –
finales del siglo XVII – y por ello a una práctica devocional. De esta forma surgen tres temporalidades
distintas para la articulación histórica en relación al arte neogranadino: primero la construcción de un
repertorio de imágenes fotográficas que constituirían con el tiempo parte de un discurso histórico; en
segundo lugar, la vivencia del patrimonio arquitectónico neogranadino – el convento- y sus restos – la
pintura- como escenario del devenir histórico de la Republica de Colombia y finalmente la conversión
de las producciones artísticas del período hispánico en Patrimonio Nacional. El nexo que liga los tres
documentos (dibujo, fotografía y pintura) y sus temporalidades remite a las Tesis de filosofía de la historia
de Walter Benjamin. Acabamos de adueñarnos “…de un recuerdo tal como éste relampaguea en un
instante de peligro…”, estamos volando hacia el futuro con el rostro hacia el pasado como el ángel de
la historia inspirado en el Angelus Novus de Klee, para constatar que en el proceso de articulación
histórica como lo define Walter Benjamin “No existe documento de cultura que no sea a la vez un
documento de barbarie” (Benjamin, 2001: 45-46). En nuestro caso ¿Cuál es la barbarie detrás de los
documentos citados? Además de la guerra civil, en el momento del que nos ocupamos se discutían en
Colombia diversas miradas de la colonia en procura de entender el presente. Como en la guerra civil los
historiadores se dividieron entre dos bandos: los que tomaron partido en favor de la colonia – los
conservadores – y en contra, los liberales. Unos y otros produjeron una historia acorde a sus intereses
políticos que encontró en la variable de la raza una respuesta a la confrontación del momento. En 1861
el liberal José María Samper publicó en París su Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
repúblicas colombianas (Imprenta de Thunot). Samper condena la actuación española en América pues:
“…mientras la conquista destruía o embrutecía completamente a las razas fecundas y accesibles de
Colombia, excluyéndolas de toda personalidad y todo cruzamiento con las razas peninsulares…” los
conquistadores fundaban “…una sociedad viciosa, profundamente pervertida por el hábito de la
violencia, y que tenía todos los defectos sin ninguna de las virtudes civiles del mundo europeo”
(Samper, 1861: 23). En 1868 Sergio Arboleda – conservador – publica La república en la América española,
libro en el que postula que la religiosidad hispánica, influyó positivamente en el “genio, carácter e
historia de nuestra raza” (Arboleda, [1869] 1951: 58). Mientras Samper condena al carácter de la raza
latina – denominación reciente de origen francés – por el contrario Arboleda destaca la hispanidad, y así
lo que para uno es el error del fanatismo católico, para el otro es la virtud en la que se asienta la cultura
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
91
colombiana. De estas dos la postura conservadora sería la dominante. En el primer ensayo sobre arte
neogranadino, una biografía del pintor del siglo XVII Gregorio Vásquez de Arce – autor del Martirio de
San Esteban mencionado- José Manuel Groot explica que la iglesia católica propendía por el progreso de
las artes. Para probarlo cita una biografía de Guido Reni concluyendo que las obras de arte piadosas
están destinadas a una “exposición perenne” pues comisionar obras sagradas es como “reclamar para
Dios un milagro del pincel” lo cual en efecto ocurría en la colonia, pues “los artistas tenían fe”] (Groot,
1859: 6). En cambio los pintores modernos -es decir los del siglo XIX- no logran éxito con sus
imágenes sagradas por haber sustituido el necesario espiritualismo por el materialismo, es decir, por
preocuparse de lo puramente plástico (Groot, 1859: 6-7). Así que una condición necesaria para ser buen
artista es ser piadoso, tener unción en palabras de Groot. Pero parece haber otra condición más. Groot
cita en su texto una conversación con el cónsul inglés y artista amateur Edward Walhouse Mark, a
quien le era difícil creer: “…que estas pinturas no fueran traídas de Europa o que Vásquez no hubiera
sido europeo, porque de otro modo era imposible, que sin salir del país, hubiera tenido ideas tan justas
de las artes…” (Groot, 1859: 24). Así se homologa al buen arte con Europa por lo cual resulta
imposible pensar que un americano produjera tales pinturas. Esto lo refrenda Groot al decir que
Vásquez pintaba “…en una sociedad sin gusto ni ideas, i solo en fuerza de su jenio pudo llegar al grado
de perfección que admiramos en sus obras de primer órden…” (Groot, 1859: 24). Entonces el genio
artístico es el que explica la capacidad del artista para tener una producción que se asemeja a la europea.
Como vemos, la mirada de Groot está en la misma línea de la de Arboleda, pues para ambos en la
civilización católica se funda la cultura colombiana. Samper, por su parte, le reprochaba a los europeos
mirar con desdén hacia América, cuando su cultura era producto de la conquista europea. Por ello
hablaba de una república hispano-colombiana. Pero este punto de vista no tuvo tanta fuerza como el
conservador, porque Samper como los pensadores liberales cayó en desgracia al final del siglo XIX
cuando el partido conservador – en el poder para entonces- restableció su alianza con la iglesia católica.
Estas discusiones pasaron al siglo XX no solo por la re-edición en 1951 la obra de Arboleda
(ministerio de educación) y en 1969 la de Samper (Universidad Nacional de Colombia) o por un
renovado interés en el estudio del arte neogranadino y por ende en su primer investigador, José Manuel
Groot. Los autores citados reflejan una discusión más profunda. Se trata de la tensión entre lo “castizo
y lo mestizo”, entendidos como categorías de análisis que excedieron la historiografía de artística. Por
castizo entiéndase la herencia española, contrapuesta a lo mestizo que remite a lo americano. En el siglo
XIX – y aún en el XX- lo castizo nos lleva al pasado lamentablemente perdido, a la “tranquilidad”
emanada de la religión. Mientras que lo mestizo designa la herencia de la mezcla entre español e indígena
y – en menor medida – con el descendiente de africano. Pero además lo mestizo es problemático, pues
la mezcla implica una disminución de los valores originales de las razas mezcladas para el pensamiento
del siglo XIX.
92
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
En el que fue el manual más importante de historia de Colombia en la primera mitad del siglo
XX, la “Historia de Colombia para la enseñanza secundaria” ([1911] 1920) sus autores Jesús María
Henao y Gerardo Arrubla refuerzan las ideas sobre la cultura en términos raciales; por una parte
aparece la colonia “religiosa” tranquila en contraste con la República políticamente turbulenta:
Nuestros mayores tenían muy arraigado el sentimiento religioso; cuidaban de la pompa del
culto externo, y mezclaban en él lo profano con lo espiritual. Algunas de sus fiestas eran muy
aparatosas y su recuerdo perduraba formando época en la colonia. No sería aventurado decir
que señalaban los años por las solemnidades públicas que les daban tranquilo deleite: sus
descendientes marcan el tiempo con el recuerdo de las contiendas fratricidas (Henao y
Arrubla, [1911] 1920: 209).
Ahora veamos el caso de lo mestizo las producciones artísticas. En el mismo manual de
historia, se relata que el filólogo Rufino José Cuervo, quien residió en París en la segunda mitad del
siglo XIX, tuvo la idea de llevar obras de Vásquez a Francia para mostrar la superioridad de un artista
que se comparaba en Colombia con maestros italianos y sevillanos. Pero las críticas negativas recibidas
por la obra del neogranadino hicieron cambiar la imagen que tenía Cuervo, por lo cual Henao y Arrubla
en su obra dicen que “A Vásquez […] no debe dársele sino la gloria que le corresponde” y a
continuación citan el relato de Cuervo:
Desgraciadamente la opinión que tenemos de él [Vásquez] es en extremo exagerada. El
mérito de nuestro pintor es relativo: grande para nosotros si se ve la época y el teatro en que
trabajó, pero pequeño, insignificante, al lado de los maestros inmortales… Las pinturas de
Vásquez son para nosotros de suma importancia y necesarias para la historia del arte en
nuestro suelo, y deben conservarse como monumento, pero nunca como obras acabadas,
pues si en Vásquez se deben admirar el talento y la fecundidad, también se deben deplorar
defectos que no cuadran con la idea que se tiene de un pintor excelente (Henao y Arrubla,
[1911] 1920: 184-185).
Desde entonces los valores del arte neogranadino se pusieron en duda, pues si por un lado se
reconocía la labor civilizatoria de España, por otro la precariedad neogranadina se convirtió en un
paradigma: “…el valor de nuestros pintores es relativo, dado el atraso en que vivió la colonia” dicen los
autores “El medio en que se desarrolla la pintura exige opulenta civilización, y los hijos de Santa Fe
[Bogotá] no podían tener ideas muy elevadas de lo que es la belleza” (Henao y Arrubla, [1911] 1920:
184). De hecho esta mirada explica las transformaciones que sufrió la arquitectura neogranadina y la
pérdida de muchas obras de arte por venta o directamente destrucción. Este es el caso de la catedral de
Tunja, afrancesada en su interior y cubierta su fechada por placas de piedra, como lo denunció el
historiador de la arquitectura colombiana Carlos Arbeláez Camacho.
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
93
Tres décadas después Gabriel Giraldo Jaramillo en su libro “La pintura en Colombia” (1948),
acoge el paradigma de mediocridad asegurando que era imposible, dada la precariedad del medio
material: “[que] pudiese florecer una gran cultura artística…” pues desde un punto de vista que mezcla
a Hegel con Hippolyte Taine “todo se oponía al desarrollo superior del espíritu” por lo cual “la
aparición de un gran valor intelectual hubiera sido un contrasentido” después de lo cual sentencia:
“mediocre fue el ambiente y mediocres todas las manifestaciones de quienes en él vivieron” (Giraldo
Jaramillo [1948] 1980: 73).
En suma lo que había de rescatable en el Nuevo Reino de Granada se debía a la civilización
católica; pero la pobreza material del territorio, primero como audiencia unida al Virreinato del Perú y
luego como Virreinato en propiedad, impedía el desarrollo artístico y cultural, siguiendo a los autores
anteriormente citados. Esto se explica en parte por la admiración que despertaron en el medio
colombiano Inglaterra y después Francia, desde mediados del siglo XIX. En consecuencia los valores
castizos se relativizaron en las artes y en cambio se vio mayor esplendor en la lengua y la religión. El
libro citado de Giraldo Jaramillo es el primer estudio histórico en profundidad de la pintura
neogranadina en el siglo XX, pero en muchos aspectos se ve unido al siglo anterior: en primer lugar en
su análisis se establece una mirada evolucionista en la cual los artistas de los siglos XV y XVI
representan los “balbuceos de un niño” que dan lugar al surgimiento de maestros primitivos en el XVII, a
los que pertenece Vásquez (Giraldo Jaramillo [1948] 1980) Ahora ¿cómo se puede ser al mismo tiempo
maestro y primitivo? La obra del pintor neogranadino se explica por “…el genio de la raza que vino a
cristalizar en su selecto espíritu” tema en el que profundiza más adelante: “Hemos dicho que Vásquez
encarna la vida toda del coloniaje en sus varios aspectos; pero no fue solamente el traductor fiel y
elocuente de su época y de su raza, sino que como todos los auténticos artistas, fue un anticipado que
marchó a la vanguardia de sus contemporáneos…” (Giraldo Jaramillo [1948] 1980).
Contrario a lo que podría pensarse, esta perspectiva no se transformó en las siguientes
décadas, sino que se fortaleció en medio de un escenario de guerra partidaria, que enfrentaría de nuevo
a liberales y conservadores. El 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá el líder Jorge Eliécer Gaitán y
de nuevo la ciudad fue destruida. De nuevo el partido conservador se consolidó en el poder en alianza
con la iglesia católica. En este proceso desaparecieron muchos edificios coloniales, pues para qué
conservar lo mediocre. A diferencia del siglo XIX, el conservatismo no protegió las producciones
coloniales lo cual sumado a que el liberalismo propendía por la modernización llevó al notable descuido
del patrimonio cultural. Por ello no extraña que el historiador y ensayista liberal Germán Arciniegas
siendo ministro de educación (1942-1946), defendiera la idea de demoler el Convento de Santo
Domingo con una frase que pasó a la historia: “para claustros los de España”. Curiosamente durante su
gestión se fundó el Museo de Arte Colonial. Las confrontaciones políticas se recrudecieron y hubo que
94
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
esperar hasta la década de 1960 para que se re-iniciaran los estudios sistemáticos de la historia del arte
colonial.
Para los fines de brevedad, para finalizar nuestro análisis nos concentraremos en una serie de
textos en los que reaparece con fuerza la dicotomía castizo/mestizo. Quince años después del libro
pionero de Giraldo Jaramillo el historiador español Francisco Gil Tovar, llegado a Colombia en la
década de 1950, escribe el artículo “Para una historia del arte en Colombia. Los pobres cimientos de
nuestro humilde arte colonial” en 1963. Gil Tovar explica que el Nuevo Reino de Granada no tuvo la
fortuna de los virreinatos novohispano y peruano, como tampoco la de la audiencia quiteña. La
inferioridad neogranadina, según Gil Tovar, no se comparaba ni siquiera con el caso de Buenos Aires.
El autor especula que esto se debió posiblemente a que “España no halló en esta tierra [el Nuevo
Reino] una raza fuerte y una cultura indígena que mereciera el honor de competir con ella” (Gil Tovar,
1963). Este aspecto de “competencia” entre culturas le interesa particularmente, y por ello luego agrega:
“…el indio que formó la población básica – exceptuando en lo que tenía de orfebre – no mostró
capacidades de trabajo artístico de altura” pues para Gil Tovar no había grandes mitos entre los
indígenas del territorio neogranadino, a comparación con los nativos de otros territorios, hasta el punto
que los españoles no construyeron sobre las ruinas de edificios indígenas pues ellos no tenían ninguna
ambición arquitectónica. Solo templos de barro y paja. A esto se sumaría que “las familias poderosas
españolas no enviaron a sus miembros a este territorio de que recibían […] escasas noticias poco
capaces de mover a entusiasmo”. En cambio hubo según el autor “solo segundones sin fortuna” de lo
que concluye “el arte colonial en Colombia desarrollóse, humilde y esforzadamente, dentro de este
cuadro y dentro de él […] produjo lo que podía esperarse y quizá algo más” (Gil Tovar, 1963)
Poco tiempo después otro historiador español, Santiago Sebastián, parece responder con el
artículo “Problemática de la arquitectura neogranadina. Autenticidad y valor del arte colonial” (1963).
Sebastián, llegado a Colombia para culminar sus estudios de doctorado, remite su texto al curso sobre
arte hispanoamericano dictado por el arquitecto argentino Mario Buschiazzo, quien junto a Enrique
Marco Dorta y Diego Angulo Iñíguez visitaron Cali y Popayán en la década de 1960 (AA. VV., 2006:
28). Lo trascendente de la perspectiva de Sebastián es que propone no interesarse en la búsqueda de la
“belleza pura” sino en lo que llama las “bellezas impuras, históricas y particulares de la arquitectura
neogranadina” (Sebastián, 1963). A diferencia de las especulaciones sobre la raza de Gil Tovar,
Sebastián cita una real cédula de 1550 según la cual la corona dispone para el Nuevo Reino de Granada
“que las casas sean humildes y no haya en ellas superfluidades”, refrendada por otra real orden de 1788
que manda que el templo de San Francisco en Popayán no se adorne con figuras extraordinarias para
no ofuscar el conjunto (Sebastián, 1963). La conclusión del historiador, se dirige a la injerencia de la
corona española en la estética neogranadina. En el resto de su trabajo busca demostrar las
particularidades de la arquitectura y defenderla de las incomprensiones de analistas del siglo XIX, en
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
95
referencia a autores alemanes, ingleses, franceses y norteamericanos, tan alejados y críticos con la
estética colonial.
En escritos posteriores como “Problemas de la estética neogranadina. La influencia francesa
en nuestro arte colonial” (1964) y “Relaciones artísticas entre México y la Nueva Granada. Formas y
elementos en nuestro arte colonial” (1965) Sebastián continúa con sus análisis esquivando el problema
del mestizaje artístico o de los estilos mestizos, para hacer hincapié en las relaciones existentes entre los
artistas activos en la América Hispana y la diversidad de fuentes y modelos que fueron tomados y
adaptados en sus trabajos. La conclusión más clara al respecto queda plasmada en una pequeña guía de
arte neogranadino titulada “Itinerarios artísticos de la Nueva Granada”, aparecida en 1965, donde
explica:
[…] pienso que el término de arte mestizo no es del todo adecuado por cuanto puede llevar a
la confusión de lo estético con lo étnico, ya que se tiene demasiado presente el fenómenos
biológicos, y de la misma manera se quiere explicar el hecho artístico. Allí donde hay una
forma mestiza se piensa en seguida en un artista indio o criollo. No debemos olvidar que un
estilo se determina por sus características y no por sus artífices. Los primeros mestizos no
fueron los hijos de blanco e india, sino los españoles que se sintieron embrujados por la
tierra americana. También acá se repitió tímidamente – diríamos – el Graecia capta de
Horacio, y los conquistadores fueron conquistados (AA. VV., 2006: 67).
Este enfoque claramente formalista, a lo Wölfflin, es una historia de arte sin artífices – ya
sabemos que tiene pocos nombres conocidos el arte colonial – lo cual aparentemente acabaría con la
discusión de lo mestizo/castizo. Pero líneas más adelante Sebastián explica que había una fusión cultural
en el Nuevo Reino de Granada en la que la cultura europea por estar mejor estructurada, prevaleció
sobre la indígena (AA. VV., 2006: 67).
Gil Tovar por su parte, re elaboró sus posturas y las radicalizó. Para el Congreso Eucarístico
Internacional de 1968, Francisco Gil Tovar y Carlos Arbeláez Camacho publicaron el libro El arte colonial
en Colombia. En la introducción, Gil Tovar explica que el mestizaje y criollismo artístico neogranadino
surgió de una doble mediocridad: la inexistencia en Nueva Granada de una “tradición brillante” como
la azteca o la inca y la carencia de “altos blasones que temieran la impureza de sangre” en los españoles
que la conquistaron y habitaron. El resultado fue “un pueblo medio, dispuesto a dar un arte a su
medida” (Gil Tovar, 1968: 11) con una débil voluntad de forma y por ello tan distante del caso mexicano y
peruano (Gil Tovar, 1968: 12-13), en suma un “mestizaje sin mestizaje” autor de un arte de la impericia
asimilable a las castas. En su artículo “Mestizaje artístico” de la Enciclopedia Salvat de Arte Colombiano,
aparecida en 1975, Gil Tovar explica que los artistas activos en América se adecúan y apartan del
modelo español simultánea e inconscientemente al aceptar “soluciones y propósitos [hispánicos] nunca
bien comprendidos del todo” sobre los que realizan variaciones; para Gil Tovar el arte colonial era el
96
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
resultado de una hibridación, en la que predomina lo blanco sobre lo indio y lo africano, es decir “Biológica
y antropológicamente habría de ser el hijo híbrido de padres de distinta raza” del que deriva una
clasificación taxonómica de arte Hispanoindio y Lusoindio, y en menor medida arte indoafricano,
afroindio, euroindio, indoeuropeo, hispanoindoafricano, afrohispánico e indoafroespañol; en
conclusión todo un sistema de castas estéticas, en el que la dominante de una “forma expresiva”
determina cual prefijo esté primero. En Nueva Granada, según Gil Tovar, el “mestizaje hispanoindio
neogranadino” produjo el “arco-diadema” que desde una perspectiva europea sería un “arco
semicircular mal hecho y adornado con dudoso gusto” pero para la investigación “histórico-artística,
apoyada ahora por la antropología y por la semiología” resulta un “singular signo de mestizaje, al
margen de que guste o no y de que estéticamente pueda tener o no alguna importancia”.
Para concluir esta exploración de las ideas estéticas en textos aparecidos entre 1861 y 1975,
podríamos pensar que la barbarie detrás de la articulación histórica del arte colonial – siguiendo a
Benjamin – osciló entre el abierto racismo y el eurocentrismo. En medio de las guerras civiles del siglo
XIX o la violencia política del siglo XX, se mantuvo una confrontación no menos estrepitosa entre lo
mestizo y lo castizo, entre la mezcla impura y la pureza mediocre. Esta paradoja remite al pensamiento del
filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936), muy citado por Sebastián, quien distingue entre la
Historia de los grandes acontecimientos en tiempos breves de cambio y lo que denomina Intra-historia,
en alusión a la vida histórica en períodos temporales extensos; la Historia es el acontecer político de los
grandes cambios narrado en la agitación de la prensa escrita, mientras que la Intra-historia es la tradición
entendida como la sedimentación de los siglos, su legado traído a nosotros por transmisión silenciosa
de “hombres sin historia” (Unamuno, [1895] 1916: 38-40). Estas dos dimensiones temporales traen a la
memoria la longue durée de Braudel (1958), aunque cabe señalar que la formulación de Unamuno
antecede a la del historiador francés por medio siglo. La dialéctica entre Historia e Intra- historia apareció
en el ensayo “La tradición eterna” que hace parte de En torno al casticismo (1895). En dicho ensayo
Unamuno reflexiona sobre el problema de la pureza cultural frente a la renovación y al cambio,
entendidos éstos como caras de una misma moneda: “…el sol del porvenir […] dibuja la sombra del
pasado…” (Unamuno, [1895] 1916: 26). Lo puro, es decir lo castizo, sostiene el filósofo, no es lo
“original” lo propio de una nación, sino lo “originario”, lo común a toda la experiencia humana. Por
ello es más importante lo humilde de la vida cotidiana que la grandilocuencia de la representación
artística: “preferimos el arte a la vida, cuando la vida más oscura y humilde vale infinitamente más que
la más grande obra de arte” (Unamuno, [1895] 1916: 40) Y así, parafraseando a Benjamin y Unamuno,
como el ángel de la historia que mira hacia atrás lo que se destruye, vamos construyendo miradas
historiográficas sobre la cuales proyectamos nuestras inquietudes más actuales pues el sol del porvenir
dibuja nuestra sombra sobre el pasado.
RHAA 24 - JUL/DEZ 2015
97