Repensar
a Dios
El
evangelio
para el
siglo XXI
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI
Cátedra Gonzalo Báez Camargo 2013
de la Comunidad Teológica de México
Al recordar la vida y el trabajo de don
Gonzalo Báez Camargo hoy, hay muchos aspectos
que podríamos recordar y celebrar. Sin embargo,
en lo personal, lo que a mí me llama mucho la
atención es el hecho de que su gran interés en los
temas políticos y sociales de su tiempo lo llevó a
seguir profundizando en su estudio de la Biblia y
la teología. Al mismo tiempo que escribía artículos
en el periódico El Excelsior tocando temas políticos,
sociales y económicos y abogando por una
sociedad diferente, seguía publicando libros y
artículos sobre temas como el canon bíblico, los
rollos del Mar Muerto y la teología de Juan
Wesley.1 Para mí, eso da testimonio de su
convicción de que, si uno quiere trabajar para
transformar la sociedad y el mundo, no puede
dejar a un lado la teología. Al contrario, la
reflexión teológica y bíblica es indispensable, pues
es ahí donde uno encuentra la fuente y las bases
necesarias para visualizar ese mundo distinto.
En otras palabras, si realmente queremos
luchar contra los males y las injusticias de nuestro
tiempo y trabajar a favor de una visión alternativa
de la sociedad y la vida humana, necesitamos
mantener nuestras raíces firmemente plantadas en
la reflexión bíblica y teológica, porque desde esas
raíces van a fluir las ideas que permitirán que las
transformaciones que buscamos se hagan realidad.
De otra forma, simplemente caemos en un
activismo social que no tiene la firmeza y la solidez
que debe por carecer de un fundamento sólido. El
estudio serio de la Biblia y la teología no es una
pérdida de tiempo o algo irrelevante para nuestra
realidad, como muchos piensan en nuestro mundo
moderno. Al contrario, más que ninguna otra cosa,
1
Una bibliografía de las obras de Gonzalo BáezCamargo se encuentra en Jean-Pierre Bastián, Una
vida en la vida del protestantismo mexicano: Diálogos con
Gonzalo Báez-Camargo (México, D.F.: Publicaciones El
Faro, 1999), pp. 12-15.
la teología es lo que en el fondo da forma y sentido
a todo lo que los seres humanos hacemos y
construimos en la vida, aunque muchas veces no
estamos conscientes de esto porque aceptamos las
teologías populares que hemos recibido de manera
acrítica. Por eso, como evidencía la obra de don
Gonzalo Báez Camargo, si queremos una sociedad
más justa y un mundo diferente, tenemos que
hacer teología, y la tenemos que hacer bien.
La tesis que quiero desarrollar y defender en
esta cátedra parte de esa misma convicción. Y ésta
es que, en pocas palabras, si realmente queremos
ver este mundo transformado en un mundo
distinto, más justo y mejor, tenemos que
transformar primero nuestro concepto de Dios.
Quiero argumentar que en la tradición occidental,
tanto en la Iglesia Católica Romana como en las
iglesias protestantes y evangélicas, hemos
heredado un concepto muy problemático de Dios.
Este ha influido de manera negativa tanto en
nuestra interpretación de la Biblia y nuestra labor
teológica como en el tipo de iglesias y sociedades
que hemos construido en base a ese Dios. Y por
eso, nuestra tarea más urgente como teólogos y
teólogas y líderes en las iglesias es rechazar los
dioses falsos que hemos heredado y que existen
por dondequiera en nuestro mundo para anunciar
un Dios diferente, un Dios capaz de transformar
nuestra realidad para bien, tanto en nuestras
iglesias como nuestra sociedad. De ahí el título que
he elegido para la Cátedra de este año: “Repensar
a Dios: El evangelio para el siglo XXI.”
El Dios de San Anselmo
Para hablar de este Dios problemático que
hemos heredado en el cristianismo de occidente,
quiero empezar con una obra de San Anselmo,
Arzobispo de Cantórbery a fines del siglo XI y
principios del siglo XII. Esta obra lleva como título
en latín Cur Deus homo, generalmente traducido
como “¿Por qué Dios se hizo hombre?” Esa es la
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 2
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
pregunta a la que Anselmo pretende responder:
¿Por qué fue necesario que en Cristo Dios se
hiciera hombre y muriera para salvarnos? Aunque
aquí no es posible entrar en todos los pormenores
del argumento de Anselmo, en forma muy
resumida, Anselmo afirma que, por su justicia,
Dios exige que todos los seres humanos le den el
honor y la obediencia que él se merece, haciendo
su voluntad. “El que no da a Dios este honor
debido, quita a Dios lo que es suyo, y le deshonra;
y esto es precisamente el pecado. Y mientras no
devuelve lo que ha quitado, permanece en la
culpa.... Así, pues, todo el que peca debe devolver
a Dios el honor que le ha quitado, y ésa es la
satisfacción que todo pecador debe dar a Dios.”2
Según Anselmo, Dios exige esto no por causa de él
sino por el bien de todos, pues si simplemente
perdonara libremente a todos los que no le dan el
honor y la obediencia que le deben, habría un caos.
Cuando el ser humano no se somete a la voluntad
de Dios, pagándole lo que debe, “perturba en lo
que está de su parte el orden y la belleza del
universo.”3
Según Anselmo, la realidad es que los seres
humanos no le han dado a Dios el honor y la
obediencia que le deben. Más bien, han pecado,
contrayendo una deuda enorme que no pueden
pagar. Y debido a su naturaleza perfectamente
justa, Dios tiene que exigir que paguen esa deuda.
No puede simplemente perdonar o pasar por alto
el pecado humano. Eso sería injusto de parte de
Dios, y por naturaleza es imposible que Dios haga
algo injusto. En las palabras de San Anselmo,
debido a que “hay desorden cuando se descuida el
castigo,” “no conviene que Dios deje en su reino
algo desordenado” ni que “deje el pecado humano
impune.”4 Por lo tanto, “si no conviene que Dios
Anselmo, Cur Deus Homo (CDH) 1.11. Las citas de
Cur Deus Homo son tomadas de las Obras Completos de
San Anselmo, P. Julián Alameda, ed. y trad. (Madrid:
Biblioteca de Autores Cristianos, 1952), Vol. 1, pp.
741-891.
2
3
4
haga algo injusta o desordenadamente, no puede
su libertad, o benignidad, o voluntad perdonar al
pecador que no da a Dios lo que le quitó.”5 Por la
gravedad del pecado,6 sería una burla que Dios
simplemente fuera misericordioso y perdonara el
pecado: “esta misericordia de Dios es demasiado
contraria a su justicia, que no permite más que [el
castigo] debido al pecado. Por lo cual, así como es
imposible que Dios se contradiga, así también lo es
que sea misericordioso en esa forma.”7 “Por
consiguiente, es necesario que a todo pecado le
siga la satisfacción o la pena,” el castigo.8 Esas son
las únicas dos alternativas: o los seres humanos le
pagan a Dios lo que le deben, o él tiene que
castigarlos.
Aquí vemos una especie de dilema dentro de
Dios: por una parte, en su amor quiere perdonar a
los seres humanos, pero su justicia se lo impide.
Antes de que Dios actúe en amor, su justicia tiene
que ser satisfecha. La única forma de resolver este
problema era que el Hijo de Dios se hiciera
hombre y que le diera a Dios la satisfacción que su
justicia exigía. Según Anselmo, esto lo hizo
Jesucristo en su vida, pasión y muerte, cuando le
pagó a Dios el honor y la obediencia que los seres
humanos le debían, y hasta más;9 perseveró “con
tanta constancia” en la justicia que “por ella
incurrió en la muerte.”10 Ya que nuestra deuda con
Dios ha sido pagada por medio de Cristo, quien
hizo satisfacción por nuestros pecados, el ser
humano está “libre de pecados, de la ira de Dios,
del infierno y del poder del demonio.”11
Tal vez muchos de los que estamos presentes
estamos familiarizados con este argumento de
Anselmo, pero hay un par de puntos de su
argumento que muchas veces se pasan por alto. El
5
Anselmo, CDH 1.12.
6
Anselmo, CDH 1.21.
7
Anselmo, CDH 1.24.
8
Anselmo, CDH 1.15.
9
Anselmo, CDH 2.18.
Anselmo, CDH 1.15.
10
Anselmo, CDH 1.9.
Anselmo, CDH 1.12.
11
Anselmo, CDH 1.6.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 3
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
primero es que, aunque en un principio Anselmo
afirma que Dios tiene que exigir que le den el
honor y la obediencia que se merece por el bien de
los mismos seres humanos, pues sólo así se puede
preservar el orden y la belleza en el universo, al fin
de cuentas la obra de de Jesucristo no logra que
nosotros los seres humanos le demos a Dios ese
honor y esa obediencia. Después de que Jesucristo
ha pagado nuestra deuda, nosotros seguimos
siendo los mismos pecadores que antes y el mundo
no se ha convertido en el lugar de orden y belleza
que Dios quiere; pero aun así, Dios está satisfecho
porque Cristo ha pagado en nuestro lugar lo que le
debíamos. En realidad, lo que se logra no es que los
seres humanos dejen de pecar y destruir con su pecado
el orden y la belleza del mundo; más bien, lo que se
logra es que Dios ahora pase por alto ese pecado
destructivo. Y eso significa que Dios termina
haciendo lo que no podía hacer en un principio:
antes por su justicia no podía perdonar el pecado y
la desobediencia, pero ahora sí puede perdonarlo.
El que ha cambiado es Dios y no los seres
humanos.
En un esfuerzo por resolver este problema,
San Anselmo cae en otra dificultad igualmente
seria. Por una parte, en determinados momentos,
Anselmo afirma que Cristo hizo satisfacción por
todas las deudas de todos los seres humanos, o que
pagó lo que era debido por los pecados del mundo
entero: “la vida de este hombre” fue “tan sublime,
tan excelente” que “era más que suficiente para
satisfacer por los pecados del mundo entero, aunque
hubiesen sido infinitos.”12 Cristo “dio a Dios tal
honor como no le pudo dar ninguna criatura y...
satisfizo por los pecados de todos los hombres.”13 Sin
embargo, en otro pasaje, Anselmo afirma que
Cristo sólo hizo satisfacción por pecados pasados.
Según Anselmo, si el ser humano vuelve a pecar
después de haber quedado “libre de las culpas
pasadas” gracias a la satisfacción hecha por Cristo,
será “perdonado de nuevo... con tal de que quiera
corregirse y satisfacer dignamente.”14 Esta última
frase es importante: Cristo hizo satisfacción y pagó
por los pecados pasados, pero si volvemos a caer en
pecado, nosotros mismos tenemos que hacer
satisfacción y pagar por ese pecado. Eso significa
que los seres humanos tenemos que seguir pagando
por nuestros pecados actuales, haciendo satisfacción por ellos, aun cuando la satisfacción imperfecta que hacemos es aceptada por Dios en virtud
de la satisfacción perfecta que hizo Cristo por
nosotros.
El Dios de la Reforma Protestante
La obra de San Anselmo sirvió como base
para el pensamiento catolicorromano sobre la
satisfacción y la remisión de pecados que predominó en los siglos anteriores a la Reforma. Según
esta doctrina, articulada de manera más clara en el
Concilio de Trento, en el bautismo los creyentes
reciben el perdón por el pecado original y
cualquier otro pecado cometido anteriormente.
Pero cuando vuelven a pecar, tienen que hacer
satisfacción por esos pecados.15 Según la tradición
catolicorromana, esto lo pueden hacer a través de
oraciones, penitencias, misas, ayunos, limosnas,
peregrinaciones, indulgencias, la veneración de
reliquias, o tomando votos monásticos, entre otras
cosas.
Al
mismo
tiempo,
en
la
teología
catolicorromana popular, se manejaba la idea de
un Dios perfectamente santo y justo que no tolera
el pecado sino que lo castiga severamente tanto en
esta vida como en el otro mundo, donde inclusive
los mismos creyentes deben sufrir horribles
castigos durante muchos siglos en el purgatorio
pagando por sus pecados antes de poder entrar al
cielo. Se manejaba la misma imagen de Jesucristo:
en lugar de ser el que nos salva del castigo divino,
muchas veces también era representado como un
juez igualmente severo que Dios su Padre, amena14
12
Anselmo, CDH 2.17.
13
Anselmo, CDH 2.18.
Anselmo, CDH 2.16.
Ver los Cánones y Decretos del Concilio de Trento,
Sesión 6, Decreto sobre la justificación, Caps. VI-VII,
XIII-XIV.
15
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 4
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
zando a los pecadores con terribles castigos. En
este sistema, los que servían como mediadores
para aplacar la ira de Dios y de Jesucristo eran más
bien los santos, incluyendo en particular la virgen
María, madre de Dios.
Esto lo vemos en la historia de Martín Lutero.
Los que conocen esa historia se acordarán que
Lutero entró al monasterio a raíz de la experiencia
que tuvo una noche al estar caminando en el
campo abierto, cuando le sobrevino una gran
tormenta eléctrica. Cayó un rayo muy cerca de él,
y temiendo por su vida, Lutero clama,
“¡Auxíliame, Santa Ana, y me haré monje!”
Notemos a quién pide ayuda. No a Dios—¿cómo
iba a pedir ayuda directamente a Dios, el juez
airado? Dios era más bien el que estaba lanzando
los rayos. Tampoco le pide ayuda a Jesucristo ni a
su madre María. Le pide ayuda a Santa Ana—la
madre de María. Aquí se ve la cadena de
mediadores: se da a entender que Ana puede
salvar a Lutero porque intercede ante su hija
María, María intercede ante su hijo Jesús, y Jesús
intercede ante Dios su Padre, que está muy lejos y
fuera del alcance de los pecadores mortales como
Lutero.
Una vez dentro del monasterio, Lutero seguía
conservando esa imagen de Dios. Vivía en
constante temor no sólo de Dios sino también de
Jesucristo. Más tarde, al describir esta etapa de su
vida, Lutero escribió: “Cuando yo estaba en el
monasterio metido en mi cogulla era tan enemigo
de Cristo que, si veía una escultura o pintura que
lo representase colgado en la cruz, me
aterrorizaba, de manera que cerraba los ojos y
hubiera preferido ver al diablo.” “Al solo nombre
de Jesucristo nuestro Salvador, temblaba yo de
pies a cabeza.” “Yo recuerdo muy bien cuán
horriblemente me amedrentaba el juicio divino y la
vista de Cristo como juez y tirano.” “Cuando
contemplaba a Jesús en la cruz, me parecía que me
fulminaba un rayo, y cuando se pronunciaba su
nombre, hubiera preferido oír el del demonio.” ...
“[Q]uién puede amar a quien trata a los pecadores
según justicia?” “La sola expresión justicia de Dios
despertaba en [mí] sentimientos de horror y de
odio.”16
Sin embargo, con el tiempo va cambiando el
concepto que Lutero tiene de Dios y de Jesucristo,
en gran parte debido a su estudio de las Escrituras.
Y lo que empieza a manejar es que, por la muerte
de Jesucristo en la cruz, Dios ha dejado de estar
airado con nosotros. Aunque el pensamiento de
Lutero sobre la obra de Cristo no es sencillo,17 en
términos generales, Lutero afirma lo que se llama
la substitución penal. Según esta idea, la muerte de
Cristo nos salva porque toma sobre sí la ira divina
y el castigo que merecían nuestros pecados como
nuestro substituto, “satisfaciendo” así la justicia de
Dios. De esa manera, somos librados de esa ira y
ese castigo. Lutero escribe, por ejemplo, que Cristo
“se interpuso como mediador entre Dios y
nosotros; tomó sobre sus espaldas nuestros
pecados y sufrió el castigo de la muerte por ellos
en la cruz.”18 “El evangelio nos presenta [a Cristo]
como el único que aplacó la ira de Dios por su
propia sangre.”19 “Sólo una pequeña gota de esta
sangre inocente hubiera sido más que suficiente
por el pecado del mundo entero.”20 “Así [Cristo,]
el hombre justo e inocente debe temblar y
angustiarse como un pobre pecador condenado y
en su corazón tierno e inocente sentir la ira y el
juicio de Dios contra el pecado, probar por
nosotros la muerte eterna y condenación y en
Las citas anteriores son tomadas de Ricardo
García-Villosalada, Martín Lutero: El fraile hambriento
de Dios (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
2008), Vol. 1, pp. 296-97.
16
Sobre lo que sigue, ver mi libro Fortress Introduction
to Salvation and the Cross (Minneapolis, Minnesota:
Fortress Press, 2007), 88-102.
17
Martín Lutero, D. Martin Luthers Werke, Kritische
Gesamtausgabe (WA, por Weimarer Ausgabe), J.F.K.
Knaake, Karl Drescher, y Konrad Burdach, eds.
(Weimar: Boehlau, 1883), Vol. 40/II, p. 289.
18
19
Lutero, WA 40, p. 544.
20
Lutero, WA 12, p. 291.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 5
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
suma sufrir todo lo que un pecador condenado ha
merecido y debe sufrir eternamente.”21
Esta misma idea aparece en los escritos de
otros reformadores. Felipe Melanchton escribe en
su Apología a la Confesión de Augsburgo que “la ley
condena a todos los hombres, pero Cristo, quien
estando sin pecado sufrió el castigo del pecado y
fue hecho víctima por nosotros, quitó a la ley el
derecho de acusar y condenar a los que creen en él,
porque él hizo propiciación por ellos.”22
Asimismo, Juan Calvino escribe en su Institución:
“Dios ha sido enemigo de los hombres, hasta que
fueron restaurados a su gracia y favor por la
muerte de Cristo,” quien “tomó sobre sus espaldas
[el castigo] y pagó todo lo que los pecadores
habían de pagar por justo juicio de Dios.... [E]xpió
con su sangre todos los pecados que eran causa de
la enemistad entre Dios y los hombres”; “con esta
expiación se satisfizo al Padre y se aplacó su ira,”
pues “Dios está en cierta manera airado can
nosotros, cuando no tenemos a Jesucristo de
nuestra parte.... [S]u mano está preparada para
hundirnos en el abismo.”23 “El castigo a que
estábamos obligados nosotros, le ha sido impuesto
al inocente.”24 Las mismas ideas aparecen en casi
todos los escritos confesionales protestantes. Por
ejemplo, la Confesión de Fe Bautista de 1689 afirma
que Cristo “sufrió el castigo que nos tocaba a
nosotros y que debíamos haber sufrido, pues él
llevó nuestros pecados.”25
Aunque podemos notar mucha continuidad
con la enseñanza de San Anselmo en estas
afirmaciones, hay dos diferencias importantes.
Primero, Anselmo había enseñado que Cristo
21
Lutero, WA 45, p. 240.
Felipe Melanchton, Apología a la Confesión de
Augsburgo, Art. IV, 179.
22
Juan Calvino, Institución de la religión cristiana (Inst.)
2.16.2. Las citas son tomadas de Juan Calvino,
Institución de la religión cristiana, 5ª. ed. inalterada
(Rijswijk, Paises Bajos: Fundación Editorial de
Literatura Reformada, 1999).
23
24
Calvino, Inst. 2.16.5.
25
Confesión de fe Bautista de 1689, 8.4.
satisfizo la justicia de Dios en su muerte dándole a
Dios el honor y la obediencia que los seres
humanos le debían, mientras Lutero y los otros
reformadores enseñaron que Cristo sufrió el castigo
que todos merecían. La idea es diferente. Para
explicar la diferencia, podemos dar un ejemplo: si
todos nosotros hemos contraído una deuda tan
enorme que no la podemos pagar, y como
consecuencia estamos en la prisión sentenciados a
muerte, hay dos formas distintas en que alguien
nos podría liberar. Una persona sumamente rica
podría venir a pagar esa deuda en nuestro lugar, y
así ya no estaríamos sujetos a castigo. Esa es la
enseñanza de San Anselmo. La otra forma sería
que alguna persona perfectamente justa e inocente
sufriera el castigo de muerte que todos
merecíamos en nuestro lugar. Así seríamos
nosotros librados de ese castigo. Esa es la idea de
Lutero y los demás reformadores, y es distinta a la
enseñanza de Anselmo.
La otra diferencia entre Anselmo y Lutero es
más importante: Lutero, junto con otros
reformadores, insistió que Cristo había hecho
satisfacción por todos los pecados de los seres
humanos. De esta manera, contrario a la doctrina
catolicorromana, los creyentes ya no tenían que
hacer satisfacción por sus propios pecados ni tenían
que preocuparse por su salvación eterna ni por
sufrir en el purgatorio, pues gracias a Cristo tenían
el perdón de todos sus pecados: pasados, presentes y
futuros.
En un principio, esta doctrina parecía muy
liberadora. Si Cristo pagó el precio por todos
nuestros pecados, no tenemos que estar pagando
ningún precio nosotros a lo largo de nuestra vida.
Ya no tenemos que preocuparnos por la ira ni el
juicio de Dios. Contrario a la doctrina catolicorromana, ya no es necesario que constantemente
hagamos obras como todas las que mencioné hace
un momento para hacer satisfacción por nuestros
pecados. Ya tenemos asegurado el perdón de
todos nuestros pecados y de esa manera la
salvación también, si solamente aceptamos por la
fe lo que Dios nos ofrece en Cristo.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 6
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
Pero por otra parte, al afirmar esta forma de
entender la obra de Cristo, los reformadores
mantuvieron el mismo concepto de Dios que
encontramos en Anselmo: un Dios que no puede
remitir libremente los pecados debido a su
naturaleza santa y justa. Nuevamente, encontramos este concepto de Dios a través de los
escritos de casi todos los reformadores y en las
confesiones de fe y catecismos protestantes. El
Catecismo de Heidelberg, por ejemplo, expresa muy
bien esta idea: “[La ira de Dios] se engrandece
horriblemente, tanto por el pecado original como
por aquellos que cometemos ahora, y quiere
castigarlos, por su perfecta justicia, temporal o
eternamente.... Dios es misericordioso, pero
también es justo. Por tanto su justicia exige que el
pecado que se ha cometido contra la suprema
majestad de Dios sea también castigado
severísimamente, con el castigo eterno del cuerpo
y del alma.”26 Y Calvino escribe: “la ira y
maldición de Dios tienen siempre cercados a los
pecadores, hasta que logran su absolución; porque
siendo él justo juez, no consiente que su ley sea
violada sin el correspondiente castigo.”27
En afirmaciones como éstas, podemos ver la
misma dicotomía entre la justicia y la gracia de
Dios que vimos en San Anselmo. Por una parte
tenemos un Dios perfectamente santo y justo, que
no puede tolerar ni perdonar libremente los
pecados por su misma naturaleza. Pero por otra
parte, tenemos un Dios de amor y gracia, que
envía a su Hijo Jesucristo a tomar sobre sí el
castigo de nuestros pecados para salvarnos. ¿Es un
Dios de amor y gracia? Sí, pero sólo hasta cierto
punto, porque también tiene su justicia, que es
contraria a su amor y gracia.
De hecho, según esta forma de pensar, la
gracia de Dios tiene que salvarnos de la justicia de
Dios. La justicia de Dios exige el castigo; la gracia
de Dios satisface esa exigencia por medio de
Jesucristo. Siempre me ha llamado la atención un
pasaje que encontré hace muchos años en un libro
de un teólogo luterano japonés, Kazoh Kitamori,
titulado El dolor de Dios. Este libro fue muy leído y
comentado en su tiempo, al grado que fue
traducido a varios idiomas, incluyendo el español,
y utilizado por teólogos como Jürgen Moltmann y
Emil Brunner. Al discutir el tema del amor y la ira
de Dios, Kitamori narra esta “parábola”:
Un viajero camina por un campo durante el
verano, cuando súbitamente una aparatosa
tormenta se presenta sobre él. No hay a mano
árbol alguno o techado bajo el que guarecerse: el
viajero tiene que seguir andando, él solo, en
peligro de quedar fulminado por un rayo en el
momento menos pensado. Alrededor de él los
relámpagos seguidos de rayos se suceden unos a
otros a su alrededor; en cualquier momento
puede quedar muerto en el acto. ¡Pero mirad!
Una mano misteriosa se extiende sobre el
viajero, cubriéndole y protegiéndole. Protegido
por esta amorosa mano, puede atravesar por en
medio de la tormenta sano y salvo. Por causa de
esta mano ningún rayo le alcanzará. Pero seguid
mirando. Como un lienzo acribillado por
incontables balas, la mano que protege al viajero
queda repetidamente alcanzada por el rayo. Esta
mano protectora capta e intercepta los rayos,
que de otra manera alcanzarían finalmente al
viajero.
En seguida continúa Kitamori: “El significado
de esta alegoría resulta obvio. Los rayos de la ira
de Dios intentaban acribillarnos, a nosotos los
viajeros... Pero la ira de Dios nunca llegó a abatirse
sobre nosotros.... ¿Pero qué transforma a este Dios
de ira en un Dios de amor? Nadie sino el propio
Jesús... que fue quien en definitiva soportó sobre
sus hombros la ira de Dios y llegó a morir en la
cruz.”28
Aquí tenemos un Dios que con una mano está
lanzando rayos y echando relámpagos. Es como el
Dios que describe Calvino, que está con la mano
alzada, “preparada para hundirnos en el abismo,”
como si fuera nuestro enemigo.29 Pero luego, con
26
Catecismo de Heidelberg, Preguntas 10 y 11.
Kazoh Kitamori, Teología del dolor de Dios
(Salamanca: Sígueme, 1975), pp. 178-179.
27
Calvino, Inst. 2.16.1.
29
28
Calvino, Inst. 2.16.2.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 7
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
la otra mano, que representa a Jesucristo, Dios
mismo está interceptando esos rayos. Aquí Jesús
está salvándonos de Dios—o más bien, a través de
Jesucristo, Dios está salvándonos de sí mismo. En
otras palabras: de lo que tenemos que ser salvos es de
Dios, cuya justicia le obliga a castigar nuestros pecados.
Tanto en la tradición catolicorromana como
las tradiciones protestantes y evangélicas, se ha
seguido manejando este concepto de Dios. Aunque
en principio es un Dios de gracia y amor, también
es un Dios justo que se llena de ira cuando no le
obedecemos. Podríamos decir que si uno hace lo
qué él quiere, él responde con amor y gracia; pero
si no, responde con ira. En otras palabras, su amor
es condicional. Eso significa que no siempre es gracia
y amor. De hecho, en todas estas tradiciones, se
afirma que es necesario ganar o merecer la gracia de
Dios. Y ya que nosotros mismos no lo podemos
hacer, Cristo lo tuvo que hacer en nuestro lugar.
En su Catecismo Mayor, por ejemplo, Lutero afirma
que “la gracia de Dios ha sido adquirida por
Cristo.”30 La Confesión de Augsburgo afirma que por
el mérito de Cristo tenemos un Dios de gracia y
habla también de la gracia “adquirida” por
Cristo.31 Asimismo, Calvino escribe: “Que
Jesucristo nos ha ganado de veras con su
obediencia la gracia y el favor del Padre, e incluso
que lo ha merecido, se deduce clara y
evidentemente de muchos testimonios de la
Escritura.”32
Si nos ponemos a reflexionar, es muy
problemático hablar de “adquirir” o “merecer” la
gracia. ¿No es la gracia por definición algo que se
da de manera gratuita? Si es gratuito, es un regalo,
algo inmerecido. Pero si es inmerecido, ¿cómo se
puede decir que Cristo adquirió la gracia divina o
que obtenemos esa gracia por los méritos de Cristo?
Lutero, Catecismo Mayor, Explicación del Tercer
Artículo del Credo. Ver también, por ejemplo, Obras
de Martín Lutero (Buenos Aires: Publicaciones El
Escudo, 1967-1985), Vol. IV, pp. 317-318; Vol. VI, p.
149.
30
31
Confesión de Augsburgo, Arts. V, XII.
32
Calvino, Inst. 2.17.3; cf. 2.17.4.
Eso significa que Cristo tuvo que merecer la gracia
de Dios por nosotros. Tuvo que convertir a un
Dios que no podía mostrarnos su gracia y
perdonarnos en un Dios que sí puede mostrarnos
su gracia y perdonarnos. En otras palabras, antes
de que Dios pueda mostrarnos gracia, Cristo tiene
que satisfacer su justicia.
Pero tenemos otro problema: según los
reformadores, para ser salvos del juicio y la ira de
Dios, hay que tener fe. Los que no tienen fe
permanecen bajo el juicio y la ira de Dios. Entonces,
¿cómo se puede afirmar que Cristo aplacó la ira de
Dios en su muerte si esa ira no es quitada hasta
que uno llegue a la fe? Parece claro que lo que
realmente nos salva del castigo divino no es lo que
hizo Cristo, sino nuestra fe. Los que tienen fe son
libres de castigo, y los que no tienen fe
permanecen bajo el castigo divino, aun si se afirma
que Cristo también murió por ellos.33
De todo esto, es evidente que los
reformadores siguieron trabajando con la misma
idea básica de Dios que Anselmo y la teología
catolicorromana: tenemos un Dios que no es puro
amor. Al lado de su amor está su perfecta santidad
y justicia, que es contraria a su amor; y esa justicia
tiene que ser satisfecha antes de que el amor de
Dios pueda salvarnos. En su justicia, Dios sigue
castigando el pecado; y en su amor, por medio de
Cristo nos salva de su misma justicia e ira. Cristo
obtiene para nosotros la gracia de Dios, de la cual
no podríamos gozar sin él. En Cristo, Dios nos
salva de sí mismo. Ese es el “evangelio.”
Yahvé, el Dios de Israel
Ahora, cuando los reformadores enseñaban
esto, estaban plenamente convencidos que ésa es la
enseñanza de la Biblia y que ése es el concepto de
Dios y de la persona y obra de Cristo que tenemos
ahí. Pero, ¿en verdad es así? Eso es lo que quisiera
explorar ahora.
Sobre este problema, ver mi libro Redeeming the
Gospel: The Christian Faith Reconsidered (Minneapolis,
Minnesota: Fortress Press, 2011), pp. 68-70.
33
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 8
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
Si examinamos la Biblia, podemos encontrar
muchísimos pasajes en los que se habla de la ira y
el castigo de Dios. Eso es innegable. Pero raras
veces nos hacemos la pregunta: en el pensamiento
de los autores bíblicos, ¿por qué se enoja Dios?
¿Qué es lo que lo mueve a enojarse?
En términos generales, parece claro que a
través de la Biblia, lo que suscita la ira de Dios es
la violación de su ley, la desobediencia a sus
mandamientos y su voluntad. Pero eso nos lleva a
otras preguntas: ¿Por qué quiere Dios que se
observe la ley y se guarden sus mandamientos?
¿Qué busca? ¿Y para quién o quiénes? ¿Busca algo
para sí mismo o para otros? En otras palabras,
¿exige Dios obediencia y castiga la desobediencia
por causa de él o por causa de los seres humanos?
Para responder a estas preguntas, tenemos
que examinar la misma ley. La ley de Moisés
manda cosas como no matar, no cometer adulterio,
no robar, no dar falso testimonio, y no hacerles
daño a los demás de otras formas sino amarlos y
procurar su bien (Ex 20:2-17; Lev 19:18-19). Hay
leyes que pretenden promover la salud física,
regulando lo que se debe ingerir y cómo se debe
controlar las enfermedades (Levítico 11, 13-14;
Núm 5:2). El mandamiento sobre el día de reposo
tiene como fin que todos descansen y sean
“refrescados” (Ex 31:12-17; Dt 5:14). También se
manda que la misma tierra descanse (Lev 26:34).
Igual que los mandamientos sobre honrar a los
padres y no cometer adulterio, hay otros
mandamientos que tienen como finalidad
preservar el bienestar y la integridad de la familia
(Lev 18:6-20; 20:10-20; Dt 22:13-30; 23:17).
Hay que entender la idea bíblica de la justicia
dentro del contexto de ideas como éstas. Sobre
todo, según la ley, había que cuidar a los más
pobres y desprotegidos, como las viudas, los
huérfanos y los extranjeros (Lev 19:15; Dt 1:16-17;
16:18-20; 27:19). Los que recogían la cosecha tenían
que dejar parte de su campo sin cosechar para que
los pobres tuvieran qué comer (Lev 19:9-10). Los
que tenían esclavos o siervos no debían oprimirlos
sino tratarlos bien y había que pagar a los obreros
el mismo día en que habían trabajado (Dt 24:1415). Había que usar balanzas justas y no se debía
cobrar usura (Lev 19:35-36; 25:35-37). Las leyes del
jubileo ordenaban que cada siete años las
propiedades regresaran a su dueño anterior, que
se perdonaran todas las deudas, y que los que
habían tenido que venderse como esclavos fueran
liberados (Lev 25; Dt 15). Todo esto servía para
promover la equidad, evitando que unos se fueran
haciendo cada vez más ricos y otros más pobres.34
Inclusive, hay que entender la ley del talión, “ojo
por ojo y diente por diente” (Ex 21:24-25), no como
un principio de venganza sino como una forma de
evitar juicios injustos en los que la retribución
exigida sea excesivamente alta o muy poca.35
En fin, la misma ley afirma cuál es su
propósito: “no habrá pobres entre ustedes” (Dt
15:4). Dios les dice que quiere que guarden las
leyes “para que prosperen en todo lo que hagan”
(Dt 29:9). Y el pueblo reconoce: “tendremos justicia
cuando cuidemos de poner por obra todos estos
mandamientos delante de Yahvé nuestro Dios” (Dt
6:25). Ese es el propósito de la ley: que haya
justicia, que podemos definir como shalom o
bienestar integral para todos y todas sin excepción.
Por eso, la ley de Dios es vista a través de la
Biblia Hebrea como algo bueno. De hecho, no se
entiende tanto como ley sino como Torá: guía,
instrucción, algo que Dios le da al pueblo para
mostrarle el camino que debe seguir por su propio
bien. Según esta perspectiva, la ley es un gran
regalo que Yahvé, Dios de Israel, da movido por su
amor y su deseo de que el pueblo experimente el
bienestar que quiere para todos. Esto lo vemos
claramente en las palabras que el salmista le dirige
a Yahvé: “Yo en tu ley me he regocijado.... Mejor
34 Sobre estas cuestiones, ver Yairah Amit, “The
Jubilee Law — An Attempt at Instituting Social
Justice,” en Henning Graf Reventlow y Yair
Hoffman, eds., Justice and Righteousness: Biblical
Themes and their Influence (Sheffield: Academic Press,
1992), pp. 50-53, 59.
Ver Hans Jochen Boecker, Law and the
Administration of Justice in the Old Testament and
Ancient East (Londres: SPCK, 1980), pp. 173-175.
35
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 9
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
me es la ley de tu boca que millares de oro y
plata.... [T]u ley es mi delicia.... ¡Oh, cuánto amo yo
tu ley!... Mucha paz (mucho shalom) tienen los que
aman tu ley... porque todos tus mandamientos son
justicia (Sal 119:70, 72, 77, 97, 165, 172).
Este concepto de justicia y la ley es muy
diferente del que acabamos de ver con Anselmo y
los reformadores. Por ejemplo, el salmista se alegra
y se regocija cuando dice: “eres justo, oh Yahvé, y
tus juicios son rectos.... A medianoche me levanto
para alabarte por tus justos juicios.... [T]us
mandamientos han sido mi delicia; justicia eterna
son tus testimonios.... Siete veces al día te alabo a
causa de tus justos juicios” (Sal 119:137, 62, 143-44,
164) . Decir que los mandamientos de Dios son
justos no significa que reflejan un atributo de Dios
según el cual es perfectamente santo y justo en sí
mismo, por lo cual no puede pasar por alto el
pecado, como se maneja en la teología cristiana
tradicional. Eso no sería motivo de gozo ni tendría
al salmista levantándose a la medianoche para
alabar a Dios, sino que lo tendría temblando de
miedo. No—decir que los mandamientos y juicios
de Dios son justos significa que promueven el
bienestar y la felicidad, el shalom, para todos los
que los obedecen. Son buenos. Eso es lo que tiene al
salmista despierto en la noche alabando a Dios.
Por eso, en lugar de ver la justicia como algo
opuesto o contrario al amor, la gracia y la
misericordia de Dios, en la Biblia estos conceptos
tienden a ser casi sinónimos. Esto lo podemos ver
en los paralelismos que encontramos en los
Salmos: “[Dios] ama justicia y juicio; de la
misericordia de Yahvé está llena la tierra” (Sal 33:5).
“No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he
publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu
misericordia y tu verdad en grande asamblea” (40:910; cf. 89:14). “Yahvé es clemente, y justo; sí
misericordioso es nuestro Dios” (Sal 116:5).
“Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad, y
cantarán tu justicia” (Sal 145:7). “Justo es Yahvé en
todos sus caminos, y misericordioso en todas sus
obras” (Sal 145:17). Aquí la justicia de Dios es su
misericordia, su clemencia, su fidelidad, su
salvación, su inmensa bondad, porque en todo
momento está buscando el bienestar y el shalom de los
seres humanos, y sobre todo los que más necesitan
de él.
Ahora, hay muchas cosas que impiden ese
bienestar y shalom; sobre todo, la opresión y la
injusticia. Ser justo o juzgar es quitar las opresiones
y las injusticias para establecer el shalom. Por eso,
decir que Dios juzga es decir que Dios salva, y eso
es motivo de alegría y regocijo para Israel y los
demás pueblos: “Alégrense y gócense las naciones,
porque juzgarás los pueblos con equidad, y
pastorearás las naciones en la tierra” (Sal 67:4). “Mi
boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación
todo el día, aunque no sé su número” (Sal 71:15).
“Te levantaste, oh Dios, para juzgar, para salvar a
todos los mansos de la tierra” (Sal 76:9). Hacer
justicia es ayudar a los que padecen necesidad:
“Yahvé hace justicia a los agraviados [y] da pan a
los hambrientos. Yahvé libera a los cautivos; Yahvé
abre los ojos a los ciegos; Yahvé levanta a los
caídos; Yahvé ama a los justos; Yahvé guarda a los
extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene, y el
camino de los impíos trastorna” (Sal 146:7-9).
“Defiendan al débil y al huérfano, hagan justicia al
afligido y al menesteroso, libren al afligido y al
necesitado; líbrenlo de mano de los impíos” (Sal
82:3-4). Cuando Dios hace justicia, está actuando por
amor, gracia y misericordia.
Si volvemos a considerar el tema de la ira de
Dios en este contexto, podemos entender que en la
Biblia Hebrea esa ira es vista como una
manifestación del amor de Dios. Yahvé se enoja
cuando se practica la injusticia, cuando unos les
hacen mal y lastiman a otros, y cuando se niegan a
hacerle caso después de que les ha dicho
repetidamente que dejen de hacerlo. Esa es la
historia que vemos repetidamente a través del
Antiguo Testamento. Eso es lo que los profetas
constantemente reclaman al pueblo. Miqueas
clama: “Oigan ahora, príncipes de Jacob, y jefes de
la casa de Israel: ¿No les concierne a ustedes saber
lo que es justo? Ustedes que aborrecen lo bueno y
aman lo malo, que les quitan su piel y su carne de
sobre los huesos, que comen asimismo la carne de
mi pueblo, y les desollan su piel de sobre ellos, y
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 10
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
les quebrantan los huesos y los rompen como para
el caldero, y como carnes en olla” (Miq 3:2-3).
Cuando luego Miqueas continúa: “Entonces
clamarán a Yahvé, y no les responderá” (v. 4), el
hecho de que no los oirá no es porque sea un Dios
malo, sino precisamente porque insiste que si
quieren invocarlo como Dios y presentarle
peticiones, tienen que practicar la justicia.
Escuchamos la misma indignación de Miqueas en
la voz de Amós: “vendieron por dinero al justo, y
al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el
polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y
tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su
padre se llegan a la misma joven, profanando mi
santo nombre” (Am 2:6-7). Todo eso es lo que
Yahvé continuamente le está reclamando a su
pueblo y sus gobernantes: la forma en que
oprimen y cometen toda clase de abuso e injusticia,
y para colmo, el hecho de que lo hacen en su
nombre, como si él aprobara esas cosas. En el
Antiguo Testamento, entonces, cuando arde la ira
de Dios, es precisamente porque ama a su pueblo
y le duele profundamente ver la forma en que
están practicando la violencia y destruyendo tanto
su propio bienestar como el de los demás. Se llena
de ira porque los ama y quiere que les vaya bien,
pero mientras hagan tantas maldades, ¿cómo les
va a ir bien? Por eso, insiste que le obedezcan, que
dejen lo malo y sigan lo bueno: no por él, sino por
ellos.
Cuando el Antiguo Testamento habla de
castigo y venganza y retribución, también hay que
verlo dentro de este contexto. ¿Qué debe uno hacer
cuando hay personas que están cometiendo
muchas injusticias, lastimando no sólo a otros sino
también a sí mismas? Lo primero que hay que
decirles es, “Dejen de hacerlo.” Y eso es lo que
hace Dios a través de sus profetas. Así hay que
entender el arrepentimiento: Dios los llama a
cambiar su conducta, dejando de hacer el mal para
hacer mejor el bien. Pero si no oyen, ¿qué hace
uno? Sigue intentando—hay que ser paciente,
“tardo para la ira,” para usar una frase bíblica
común. Y cuando eso no funciona, ¿qué hacer
entonces? En el pensamiento del Antiguo
Testamento, se les castiga de alguna forma para
que reaccionen y dejen de hacer el mal para hacer
el bien. Pero si uno los castiga y todavía se niegan
a dejar sus maldades e injusticias, ¿qué se puede
hacer? ¿Más castigos? ¿Castigos más severos? Y si
ni con eso cambian, ¿qué más? ¿Destruir una parte
del pueblo para ver si los que quedan cambian?
¿Quitarles todo lo que tienen? ¿O mejor hay que
darse por vencido y dejarlos seguir el camino a su
propia destrucción? Pero, ¿cómo puede uno darse
por vencido si los ama? ¿Cómo va a simplemente
abandonarlos o destruirlos del todo? Pero, si uno
no se va a dar por vencido ni abandonarlos, ¿qué
más puede hacer?
Esa es la interpretación de la historia de Israel
en el Antiguo Testamento. En Levítico 26, por
ejemplo, Dios les dice, en pocas palabras, “Si
ustedes me obedecen, les voy a dar abundancia de
shalom. Pero si no me obedecen, enviaré
sufrimiento y enfermedad sobre ustedes (vv. 1-13);
y si ni con eso me hacen caso, les castigaré otras
siete veces, haciendo que la tierra se vuelva infértil
(v. 18); y si ni así me hacen caso, enviaré más
plagas y bestias feroces (vv. 21-22); y si ni con eso
son corregidos, traeré sobre ustedes la espada y el
hambre siete veces más (vv. 23-26); y si aun así no
dejan de oponerse a mí, pasarán por la destrucción
y el exilio en la tierra de sus enemigos (vv. 27-41).”
O sea, vemos aquí a un Dios que intenta una cosa
tras otra para hacerlos practicar la justicia. Al
mismo tiempo, observen lo que el pasaje dice al
final: “Pero aun con todo esto, yo no los desecharé
ni los abominaré para consumirlos” (v. 44). Por su
amor, Yahvé no puede simplemente abandonarlos
o destruirlos.
Encontramos el mismo tipo de ciclo en otros
pasajes, como Amós 4:6-11, donde dice Dios, en
resumidas cuentas: “Hice que faltara el pan en
todos sus pueblos y ciudades, pero no se volvieron
a mí; les detuve la lluvia tres meses, mandando
sequía, y no se volvieron a mí; les mandé insectos
para destruir sus campos y viñedos, pero no se
volvieron a mí; les envié contra ustedes
enfermedades y espada y muerte, y no se
volvieron a mí; les mandé una catástrofe igual
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 11
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
como la que mandé sobre Sodoma y Gomorra, y ni
así quisieron volverse a mí; entonces, ¿qué haré?”
Aquí vemos a un Dios molesto, frustrado,
preguntándose qué tiene que hacer para que su
pueblo deje de hacer el mal y practique la justicia
por su propio bien. Y como estos pasajes, se podría
citar muchos más, donde Dios intenta de todo para
que su pueblo le obedezca—no por causa de él sino
por causa de ellos mismos.
Esa es la explicación que se da a lo que sufre
Israel en muchos pasajes. En Jueces, se repite
varias veces el ciclo según el cual Yahvé bendice el
pueblo, pero luego el pueblo peca. Cuando Yahvé
los castiga, se arrepienten y claman a él, él les
ayuda; pero luego vuelven a lo mismo, hasta que
Yahvé dice, “Ya estoy harto; vayan y clamen a sus
otros dioses”; pero aun así termina ayudándoles
nuevamente (Jue 2:18-20; 3:7-15; 4:1-3; 6:1-10; 10:116). Al narrar la destrucción de Jerusalén y el exilio
de Judá, el Cronista escribe: “Y Yahvé el Dios de
sus padres envió constantemente palabra a ellos
por medio de sus mensajeros, porque él tenía
misericordia de su pueblo y de su habitación. Pero
ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y
menospreciaban sus palabras, burlándose de sus
profetas, hasta que subió la ira de Yahvé contra su
pueblo, y no hubo ya remedio, por lo cual trajo
contra ellos al rey de los caldeos” (2 Cr 36:15-17).
En fin, aquí se ve un Dios que en su amor y
misericordia busca cómo hacer que su pueblo le
obedezca, practicando la justicia por su propio
bien, pero ese pueblo se niega a hacerlo.
Aunque en muchos de estos pasajes se usa la
palabra “castigo,” es evidente que ese castigo tiene
como fin corregir o disciplinar para provocar un
cambio. Por ejemplo, en su libro La justicia en el
Antiguo Testamento,36 Gérard Verkindère nota que
la palabra “visitar” (paqad en hebreo) muchas veces
es traducida como “castigar,” pero realmente
significa “intervenir, hacer que se rinda cuenta.”
Por eso, cuando Dios le dice a Israel al dar los
Gérard Verkindère, La justicia en el Antiguo
Testamento (Estella, Navarra: Verbo Divino, 2001), pp.
35-51.
36
mandamientos que “visita la maldad de los padres
en los hijos hasta la tercera y cuarta generación” lo
que significa es “para que se interrumpa la falta
del padre en las generaciones siguientes.”
Verkindère también observa que la idea de la
“venganza” no es la misma que manejamos
nosotros hoy, sino más bien significa reivindicar la
relación de justicia que debe haber. Luego agrega:
El lenguaje que habla de un castigo de Dios que
amenaza, que persigue hasta caer sobre un
inocente, no tiene nada que ver con la justicia de
Dios. Esta noción de un Dios terrorífico,
justiciero, no es la del Señor que se revela a
Israel. El hebreo bíblico no conoce una palabra
para expresar la noción de castigo. Los
comentarios a la Biblia o las traducciones del
hebreo que introducen la noción de punición o
de castigo como sanción de una falta imponen
una teología que va en contra de la justicia de
Dios. Ya nos hemos encontrado el verbo paqad,
que significa la «visita» del Señor a su pueblo o
su
«intervención»
ante
él.
Traducirla
sistemáticamente por «punir, castigar» fuerza su
sentido. El término hebreo más próximo a la
noción de «castigo» proviene del lenguaje de los
sabios: es musar, de la raíz yasar. El primer
sentido de este verbo es «corregir, reprender,
llamar al orden, enseñar». La traducción del
sustantivo musar es «corrección, reprensión,
lección» (Prov 9,7; 19,18). Sin duda, en una
buena pedagogía, el castigo puede formar parte
de la educación, pero sería abusivo reducir
cualquier corrección, reprensión o lección a un
castigo.
Todo esto significa que, en el pensamiento del
Antiguo Testamento, los propósitos de Dios al
disciplinar a su pueblo son vistos como amorosos y
misericordiosos. Así lo maneja, por ejemplo, el autor
de Lamentaciones al afirmar que Yahvé “no aflige
ni entristece voluntariamente a los hijos de los
hombres” (Lam 3:33). Hay muchos otros pasajes
que mencionan el dolor de Dios de que su pueblo
no quiere recibir la corrección. En el Salmo 81, por
ejemplo, tenemos una especie de lamento en boca
de Dios: “Mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me
quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 12
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
corazón; caminaron en sus propios consejos. ¡Oh,
si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos
hubiera andado Israel! En un momento habría yo
derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano
contra sus adversarios.... Les sustentaría con lo
mejor del trigo, y con la peña les saciaría” (81:1114, 16). Algo parecido encontramos en Oseas:
“Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de
Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más yo los
llamaba, tanto más se alejaban de mí.... Con
cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de
amor.... Pero mi pueblo está adherido a la rebelión
contra mí.... ¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?
¿Te entregaré yo, Israel?.... Mi corazón se
conmueve dentro de mí, se inflama toda mi
compasión” (Os 11:1, 2, 4, 7-8).
Por supuesto, al ver muchos de estos pasajes,
tenemos que tener mucho cuidado, reconociendo
que afirman ideas que hoy tendríamos que
considerar problemáticas. Ante todo, manejan una
teología según la cual Dios siempre bendice la
obediencia y castiga la desobediencia. Aun cuando
se entienda esto como expresión del amor de Dios,
que quiere el bien para su pueblo y busca
corregirlos cuando hacen mal, pensar hoy día que
Dios está detrás de las cosas malas que suceden en
el mundo y que sufrimos nosotros es muy
problemático. Si sucede una desgracia como un
temblor o tsunami, o si alguien muere repentinamente de una infección o infarto o pierde a un
ser querido en un accidente, decir que Dios hizo
que eso sucediera porque quiere castigar a la gente
por su pecado o inclusive corregirle y llamarle al
arrepentimiento nos parece cruel e inhumano. Hoy
día, tenemos otras explicaciones naturales:
sabemos que son otras las causas de un
movimiento telúrico y que las infecciones, infartos
y accidentes también tienen causas naturales.
Asimismo, afirmar que Dios castigó a los israelitas
por sus pecados a través de otros pueblos como los
asirios y babilonios, dejando por ejemplo que los
babilonios pusieran sitio a Jerusalén tanto tiempo
que los habitantes de la ciudad creían finalmente
no tener otra alternativa que comerse a sus propios
hijos, como dice la Biblia Hebrea, nos parece hoy
totalmente inaceptable. Sostener esa idea sería
equivalente a decir que los nazis fueron los instrumentos de Dios para castigar por sus pecados a los
judíos, gitanos, polacos y homosexuales que
murieron en el holocausto. Hoy día, no podemos
creer en un Dios que actúe de esa forma, y mucho
menos creer que lo que lo mueve a actuar de esa
forma sea el amor. Para nosotros, esa idea es atroz
y repugnante.
Pero sería demasiado pedirle a la gente de
tiempos antiguos ver el mundo como lo vemos
hoy después de todos los avances modernos y los
descubrimientos científicos. Ellos todavía no
podían tener el concepto de leyes naturales que
operan por sí mismas. No sabían nada de placas
tectónicas ni bacterias y virus ni el colesterol alto
que provoca infartos. Y por eso, las únicas
explicaciones que podían dar a los eventos eran
explicaciones que hoy llamaríamos sobrenaturales:
había fuerzas divinas o demoniacas que estaban
actuando. ¿Qué otra explicación podían darles a
las cosas? Y por eso, en lugar de que veamos hoy
todas las cosas malas que describe el Antiguo
Testamento como contrarias al amor de Dios—
como prueba de que el Dios que actúa ahí es cruel
o justiciero o vengativo—más bien, debemos
concluir lo contrario: dentro del pueblo de Israel, a
pesar de todas las cosas malas que sufrían—las
hambrunas y las guerras y las plagas y el haber
tenido que comerse a sus propios hijos al estar bajo
sitio por un poder enemigo—a pesar de todo eso,
los que creían en el Dios de Israel no podían creer
que les había dejado de amar. Se negaban a
concluir que su Dios los había abandonado, o que
se había dado por vencido con ellos, o que ya no
los amaba. Tan firme era su convicción de que su
Dios Yahvé era un Dios de amor que, aun cuando
les sobrevenían las peores tragedias y los
sufrimientos más horrendos, solamente podían
interpretar lo que pasaba como el esfuerzo de un
Dios amoroso por corregirlos y hacerlos enderezar
su camino. En otras palabras, nada de lo que
ocurría podía quebrantar su fe en un Dios bueno y
amoroso que buscaba en todo momento y bajo
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 13
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
toda circunstancia su bienestar y felicidad, su
shalom.
Y esto nos lleva a otro punto de suma
importancia: cuando comparamos a Yahvé, el Dios
de Israel, con los otros dioses de la antigüedad,
vemos que hay una diferencia fundamental: Yahvé
es un Dios de amor incondicional que al actuar
busca únicamente el bien de los seres humanos;
pero, hasta donde he podido investigar yo, eso no
se puede decir de otros dioses de la antigüedad.
Sin duda, casi todos los dioses hacen favores a los
seres humanos y en algunos momentos les
ayudan, los protegen, y les bendicen de diferentes
formas. Pero por lo general esto ocurre dentro de
una relación de do ut des: yo te doy para que tú me
des. Aunque a veces uno de estos dioses o diosas
podía actuar por compasión, era más común que
concediera favores a los que le daban a él o ella lo
que quería o necesitaba. Y así también se concebía
la relación de la gente con el dios o la diosa: le
daban al dios o la diosa lo que quería o necesitaba
para que ese dios o esa diosa les diera lo que ellos
querían o necesitaban. De ambos lados, era do ut
des.
Si vemos, por ejemplo, el Enuma Elish, poema
babilónico que narra los orígenes del mundo,
¿cómo son los dioses? ¿Acaso son dioses que
actúan por amor y compasión? Al contrario, entre
ellos hay puras envidias y luchas y hasta
matanzas. Y de acuerdo al poema, la razón por la
cual los dioses crearon a los seres humanos es
egoísta: los crearon para que sirvieran a los dioses
como sus siervos o esclavos. Obviamente, vemos
los intereses de los sacerdotes y las castas altas
aquí, pues la forma en que la gente servía a los
dioses era trayéndoles ofrendas de diversos
tipos—y por supuesto, los que se quedaban con las
ofrendas eran los sacerdotes y poderosos. O si
consideramos los baales, los dioses de los
cananeos, ¿qué quieren? Según los datos que
tenemos, el baal quiere que le rindan homenaje y
que le paguen tributo, además de dominar sobre
otros para satisfacer sus propias necesidades.37
37
Ver James B. Pritchard, ed., The Ancient Near East:
Para obtener algo del baal, hay que traerle
ofrendas y en algunos momentos apelar a sus
deseos carnales. Podríamos ver cosas parecidas
con los dioses egipcios o griegos o romanos,
aunque por supuesto no sería correcto generalizar
demasiado. Pero en muchos casos, eran dioses
caprichosos, dioses que buscaban imponer su
voluntad y establecer su dominio sobre la gente.
Cuando estos dioses se enojaban, también
mandaban hambrunas y desastres naturales y
enfermedades, igual que Yahvé. Pero, ¿qué había
que hacer para apaciguar a estos otros dioses y
ganar su favor? Había que traerles alguna ofrenda
o presentarles algún sacrificio. Se aplacaba su ira
con oro o sangre o carne o inclusive con un hijo,
como el caso de Moloc. Estos no eran dioses que
amaban a la gente de corazón. No se decía “Baal te
ama” ni se cantaba “Moloc es mi pastor; nada me
faltará.” Tampoco tenían como preocupación
principal el bienestar de los seres humanos y la
equidad y la justicia entre ellos. ¿Cuál de esos
dioses decía, como Yahvé en el libro de Oseas: “Lo
que quiero de ustedes es misericordia, y no que me
hagan sacrificios; que me reconozcan como Dios, y
no que me ofrezcan holocaustos” (Os 6:6)? ¿Cuál
de esos dioses es como Yahvé, de quien Miqueas
dice: “¿Se agradará de millares de carneros, o de
diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito
por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el
pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado
lo que es bueno, y qué pide Yahvé de ti: solamente
hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte
ante tu Dios” (Miq 6:7-8)? ¿Cuál de los baales o los
dioses de Egipto o Babilonia o Asiria o Grecia dice
como Yahvé en Amós, “Por tanto, puesto que
ustedes pisotean al pobre y le cobran impuestos de
trigo, edificaron casas de piedra labrada pero no
las habitarán; plantaron hermosas viñas, pero no
beberán el vino de ellas. Porque yo sé de sus
An Anthology of Texts and Pictures (Princeton, New
Jersey: Princeton University Press, 1958), pp. 93-118.
Sobre los baales y otros dioses del antiguo medio
oriente, ver también Martín Noth, El Mundo del
Antiguo Testamento (Madrid: Ed. Cristiandad, 1976),
pp. 289-303.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 14
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
muchas rebeliones y sus grandes pecados; sé que
afligen al justo, y reciben sobornos, y en los
tribunales hacen a los pobres perder su causa....
Aborrecí, abominé las solemnidades de ustedes, y
no me complaceré en sus asambleas. Y si me
ofrecen sus holocaustos y ofrendas, no los recibiré,
ni miraré las ofrendas de paz de sus animales
engordados. Quiten de mí la multitud de tus
cantares, pues no escucharé las salmodias de tus
instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y
la justicia como impetuoso arroyo (Am 5:11-12, 2124)? ¿O cuando escuchamos que los dioses de los
demás pueblos digan como Yahvé en Isaías: “¿Para
qué me sirve... la multitud de sus sacrificios?
Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de
sebo de animales gordos; no quiero sangre de
bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién
demanda esto de sus manos, cuando vienen a
presentarse delante de mí para hollar mis atrios?
Ya no me traigan más vana ofrenda; el incienso me
es abominación; luna nueva y día de reposo, el
convocar asambleas, no lo puedo soportar, son
iniquidad las fiestas solemnes de ustedes. Sus
lunas nuevas y sus fiestas solemnes las tiene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado
estoy de soportarlas. Cuando extiendan sus
manos, yo esconderé de ustedes mis ojos;
asimismo cuando multipliquen la oración, yo no
oiré; sus manos están llenas de sangre. Lávense y
límpiense; quiten la iniquidad de sus obras de
delante de mis ojos; dejen de hacer lo malo;
aprendan a hacer el bien; busquen el juicio,
restituyan al agraviado, hagan justicia al huérfano,
amparen a la viuda” (Is 1:11-17)? ¿Dice algo
parecido Baal? ¿O Marduk? ¿Moloc? ¿Zeus? ¿O
Júpiter?
Ahora podemos entender por qué Yahvé, el
Dios de Israel, se enoja cuando sirven a otros
dioses: porque ninguno de esos dioses busca el
bien de la gente. Esos dioses son egoístas y
ególatras. En el fondo, lo que piden no es que los
seres humanos practiquen la justicia y el amor al
prójimo y que ayuden a los necesitados y
desamparados. Eso no es lo que les satisface. En
cambio, eso es lo único que satisface a Yahvé, Dios
de Israel—no los sacrificios en sí, ni la sangre, ni
las ofrendas, ni los homenajes y tributos y las
fiestas en su honor, sino el practicar la justicia y la
misericordia.
Sin duda, Yahvé comparte muchos atributos
con estos dioses. Como ellos, pide sacrificios.
También quiere ser alabado y glorificado por el
pueblo y quiere reinar sobre todos. Pero hay una
diferencia fundamental: todo eso lo quiere, no por
sí mismo, sino por el bien de su pueblo al que ama. Si
exige que practiquen justicia y dejen el pecado y la
maldad, no es por causa de su santidad inviolable
o su naturaleza perfecta, sino por causa de ellos
mismos, para que tengan shalom y bienestar. Si dice,
“Yo soy un Dios celoso y no tendrán ningún otro
dios en mi presencia,” lo dice, no por causa de él sino
por causa de ellos. Si dice, “quiero que me sirvan y
alaben y den gracias y que me traigan sus
ofrendas,” no lo hace porque eso le haga falta ni
por su propia causa sino por el bien del pueblo. Si
Yahvé exige diezmos y ofrendas es para recordarle
al pueblo que todo lo que hay en el mundo es de él
como soberano; y si todo es de él, todo tiene que ser
usado y distribuido, no como ellos quieran según
sus caprichos y egoísmos, sino como él desea y
manda, de manera justa y equitativa para el
bienestar de todos. Si Yahvé quiere reinar de mar a
mar, no es por él sino por ellos: porque sólo cuando
reina él y todos se someten a él y hacen su
voluntad puede haber bienestar y paz y justicia y
prosperidad para todos y todas sin excepción.
Asimismo, si Yahvé es un dios celoso que no
admite que sirvan a otros dioses, es porque no
quiere que anden sacrificando a sus hijos a Moloc
o cortándose las venas para ofrecerle a Baal su
sangre, como los profetas de Baal frente a Elías (1
Re 18:28), o cometiendo toda clase de injusticias
para justificarlas en nombre de sus dioses. Yahvé
es celoso, no por causa de sí mismo, sino por causa
de ellos, porque ningún otro dios los ama como él
ni está comprometido con su bienestar y felicidad
como él. Por eso se enoja tanto cuando lo
abandonan por otros dioses y fabrican sus ídolos:
porque los ama y quiere que estén bien. Y como
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 15
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
hemos visto, nada ni nadie puede hacer que deje
de amarlos y querer únicamente su bien.
En fin, al ver a este Yahvé, Dios de Israel,
podemos preguntarnos: ¿Qué tiene que ver este
Dios con el Dios de Anselmo? ¿Es el mismo Dios o
un Dios diferente? ¿Y qué tiene que ver con el Dios
que encontramos en Jesucristo? Para responder a
estas preguntas, tenemos que examinar ahora el
Nuevo Testamento.
El Dios de Jesús y sus primeros seguidores
Para entender quién era Dios para Jesús,
debemos empezar contemplando lo que hace en su
ministerio. ¿A qué se dedicó Jesús? Ante todo, lo
vemos sanando a enfermos y a personas que
tenían alguna discapacidad física y también
echando fuera a demonios que oprimían a la gente.
En dos ocasiones, también alimenta de manera
milagrosa a las multitudes (Mc 6:30-44; 8:1-10).38
Los Evangelios afirman que hacía esto movido por
amor y compasión por los demás (Mt 9:36; 20:34;
Mc 1:41; 6:34; 8:2; Lc 7:13). Si consideramos la
forma en que Jesús se dedicó a esta tarea, parece
evidente que lo que buscaba era el bienestar de los
demás—que pudieran gozar del shalom en cuerpo
y alma que su Dios quería para todos.
La otra tarea a la que se dedicó Jesús fue la de
enseñar. Si vemos el contenido de su enseñanza, es
claro que tenía el mismo fin: promover el bienestar
integral de los demás. Aparte de enseñar cómo hay
que buscar el bien de otros en amor, perdonando a
los demás y sirviendo a los que padecen
necesidad, también enseñó a todos que hay que
confiar en Dios en todo momento. Estas dos cosas
están íntimamente relacionadas: para poder amar
a los demás, dando de nosotros mismos y
compartiendo lo que tenemos, necesitamos confiar
en que Dios nos seguirá dando lo que nos hace
falta en nuestra propia vida. Si estamos agobiados
por la inseguridad, la incertidumbre, la escasez y
Al citar las referencias de los Evangelios Sinópticos,
no se incluyen los pasajes paralelos, los cuales
pueden ser consultados en cualquier versión crítica
del Nuevo Testamento.
38
otras
preocupaciones,
nos
es
imposible
preocuparnos por otros y buscar su bien. Al
mismo tiempo, confiar en Dios significa no sólo
confiar en que él nos sostendrá, sino también hacer
lo que nos manda. Cuando confiamos en alguien, y
esa persona nos dice, “Haz esto,” lo hacemos. Y
por eso, confiar en Dios por definición significa
hacer lo que Dios nos pide.
El contenido principal de la enseñanza y
predicación de Jesús fue el reino de Dios. A pesar
de todos los esfuerzos y las investigaciones que
han hecho los biblistas durante varios siglos,
todavía no han podido llegar a ningún consenso en
cuanto a lo que Jesús entendía por reino de Dios.39
Sin embargo, parece que para Jesús el reino de
Dios no tiene que ver tanto con un lugar o espacio
como generalmente entendemos al escuchar la
palabra “reino,” sino más bien con una acción, la
acción de Dios de reinar. Por eso, algunos
prefieren hablar del “reinado” de Dios en la
enseñanza de Jesús.40 Y el propósito de Jesús al
anunciar el reinado de Dios parece haber sido
básicamente el mismo que acabamos de señalar
con respecto a su actividad de sanar y enseñar:
darle esperanza a la gente, anunciándoles el shalom
y la justicia que Dios prometía traer y animándolos
a confiar plenamente en ese Dios.
Sin embargo, casi desde un principio, los
Evangelios nos hablan de conflictos entre Jesús y
otros, sobre todo los líderes religiosos judíos. Por
ejemplo, cuando los discípulos de Jesús recogen
espigas en el día de reposo, los fariseos se
molestan con Jesús por permitirlo (Mc 2:23-28).
Luego, cuando se presenta un hombre con una
Para las diferentes perspectivas sobre esta cuestión,
ver por ejemplo Bruce Chilton, “The Kingdom of
God in Recent Discussion,” en B. Chilton y Craig
Evans, Studying the Historical Jesus (Leiden: Brill,
1994), pp. 255-80; Dale Allison, The End of the Ages has
Come (Minneapolis, Minnesota: Fortress Press, 1985),
pp. 101-14.
39
Ver Allison, p. 114: Hartmut Stegemann, The
Library of Qurmaon, on the Essenes, Qumran, John the
Baptist, and Jesus (Grand Rapids, Michigan:
Eerdmans, 1998), p. 235.
40
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 16
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
mano paralizada ante Jesús en una sinagoga en el
día de reposo y Jesús pretende sanarlo,
nuevamente se molestan los fariseos. Pero Jesús les
pregunta: “¿Qué está permitido hacer en el día de
reposo: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o
destruirla?” Y luego, enojado con los fariseos, sana
al hombre. Según Marcos, ellos inmediatamente
hacen planes para matarlo (Mc 3:1-6).
En estos y otros relatos, podemos ver dos
Dioses distintos, aunque ambos supuestamente
son el Dios de Israel. El Dios de Jesús quiere que él
sane a los que padecen necesidad y que sus
discípulos satisfagan su hambre recogiendo
espigas en el día de reposo, mientras el Dios de los
fariseos se opone a estas cosas, pues según ellos
van en contra de la voluntad de Dios expresada en
la ley de Moisés. Aquí y en otros pasajes, podemos
ver que lo que más le importa a Jesús es el
bienestar de la gente: según él, en el fondo, eso es
lo que manda la ley. Por eso, desde su perspectiva,
los fariseos eran los que estaban violando el
mandamiento del día de reposo, mientras él lo
estaba cumpliendo.
Vemos otro conflicto parecido en relación al
paralítico que algunos bajan del techo para que lo
sane Jesús (Mc 2:1-12). Jesús empieza declarándole
que sus pecados son perdonados, cuestionando de
esa manera la la idea de que, cuando uno sufre
desgracias, es porque ha pecado y Dios lo está
castigando. Pero los fariseos se enojan y se
escandalizan ante las palabras de Jesús. En este y
otros pasajes, vemos que Jesús afirma que el Dios
de Israel lo ha enviado a cumplir con el ministerio
que
estaba
realizando,
sirviendo
como
instrumento de ese Dios para traer salud y
bienestar a la vida de los demás; pero para los
adversarios, el Dios de Jesús no es el verdadero
Dios de Israel. Más bien, afirman que Jesús está
sirviendo como instrumento de Beelcebú, Satanás
(Mc 3:22; Mt 9:34; 10:25; 12:24). En cambio, Jesús
les dice a sus adversarios que, contrario a lo que
ellos afirman, su padre no es Dios sino el diablo,
padre de todas las mentiras (Jn 8:41-44). No sólo
son dos dioses muy distintos el Dios de Jesús y el
Dios de sus adversarios, sino que el Dios de uno es
el diablo del otro.
Encontramos el mismo choque entre dioses en
la proclamación de Jesús acerca del reinado de
Dios. Esto no es solamente porque el Dios cuyo
reinado proclama Jesús es muy distinto al Dios de
los fariseos y maestros de la ley. También se debe a
que la proclamación de Jesús del reinado de Dios
representa una crítica muy fuerte a las autoridades
del sistema dominante de su tiempo. Si Dios aún
tiene que venir para establecer su reinado, eso
significa que en el presente no está reinando; y si
Dios no está reinando, no está con las autoridades
que están en el poder. Más bien, al venir, Dios los
quitará del poder, porque no le están sirviendo a él
sino que son siervos del mal. Esto lo vemos en el
relato de las tentaciones de Jesús: Satanás le
muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y le
dice, “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de
ellos, porque a mí me ha sido entregada, y a quien
quiero la doy; si postrado me adoras, todos serán
tuyos” (Lc 4:5-6). Hay que ver esto en el contexto
de la situación política de aquel tiempo. ¿Quién
había establecido su reinado sobre casi toda la
tierra? Sobre todo, Roma. Entonces, según este
pasaje, si los romanos están reinando, es porque
Satanás está detrás de ellos, entregándoles la
potestad que le ha sido entregada a él. El reinado
de Roma es el reinado del diablo, y el reinado de
Dios que proclama Jesús entonces es contrario al
reinado de Roma y el reinado del diablo.41
Aquí y en otras partes de los Evangelios,
también hay una crítica implícita de Jesús hacia el
templo de Jerusalén.42 Era bien sabido que el sumo
Ver Warren Carter, Matthew and Empire: Initial
Explorations (Harrisburg, Pennsylvania: Trinity Press
International, 2001), p. 80.
41
Ver Sean Freyne, Galilee, Jesus, and the Gospels
(Minneapolis, Minnesota: Fortress Press, 1988), p.
238; Bruce Chilton, The Temple of Jesus: His Sacrificial
Program within a Cultural History of Sacrifice
(University Park, Pennsylvania: Pennsylvania State
University, 1992), pp. 130-32; Richard A: Horsley,
“The Dead Sea Scrolls and the Historical Jesus,” en
James H. Charlesworth, ed., The Bible and the Dead Sea
42
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 17
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
sacerdote judío dependía de Roma, pues eran los
romanos los que ponían y destituían a los sumo
sacerdotes. Por eso, como los sumo sacerdotes en
realidad estaban obedeciendo y sirviendo a Roma,
de quien dependían, no estaban sirviendo a Dios.
Al mismo tiempo, al ser el instrumento de Dios
para restaurar a la gente a la salud e instruirle
acerca de la voluntad de Dios, Jesús estaba
asumiendo la función del templo. La gente iba al
templo para encontrarse con Dios y pedirle salud y
bienestar, así como el perdón de sus pecados.
Ahora debían buscar y encontrar todo eso en Jesús.
Jesús no llama a la gente a ir al templo sino venir a
él. En lugar de estar presente en el templo, Dios
estaba presente en Jesús, de modo que quien
buscaba su bendición y el shalom debía acercarse a
él más que al templo.
Aparte de sanar y enseñar a otros
personalmente, los Evangelios indican que Jesús
preparó a discípulos para hacer las mismas cosas
que él hacía. No sólo los instruía sino que los
enviaba a otros lugares para poner en práctica lo
que les había enseñado. Esto indica la intención de
Jesús de iniciar un movimiento o comunidad de
seguidores que permitiría que su ministerio de
traer shalom y bienestar se extendiera a todavía
más personas y lugares. El hecho de que tanto
Jesús como sus discípulos eran itinerantes,
viajando de una aldea a otra, también refleja una
mentalidad según la cual había que salir en busca
de la gente, en lugar de esperar que la gente
viniera a él, como había hecho Juan. Para Jesús,
buscar el shalom de Dios para todos era una tarea
activa y apremiante.
Según los Evangelios Sinópticos, después de
algún tiempo de realizar este ministerio, Jesús
reúne a sus discípulos en Cesarea de Filipo y les
pregunta qué dicen otros y ellos mismos de él.
Simón Pedro le responde, “Tú eres el Cristo, el
Mesías” (Mc 8:27-30). El nombre del lugar donde
esto ocurre es significativo: Cesarea de Filipo,
ciudad de César, emperador romano, y de Felipe,
hijo de Herodes el Grande. Aunque Jesús es el
Cristo o Mesías, el rey liberador que esperaban
muchos judíos, es un rey muy distinto a los reyes y
gobernantes de este mundo, como César y
Herodes. En seguida de la confesión de Pedro,
Jesús anuncia a sus discípulos que van a subir a
Jerusalén y que ahí él va a sufrir y morir (Mc 8:3133). Eso no se esperaba de un Mesías. En el camino
a Jerusalén, Jesús les dice a sus discípulos,
“Ustedes saben que los que son tenidos por
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas,
y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no
será así entre ustedes, sino que el que quiera
hacerse grande entre ustedes será su servidor, y el
que de ustedes quiera ser el primero, será siervo
de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos” (Mc 10:42-45). Esto es lo que
define a Jesús: vino a servir y dar su vida en
rescate por muchos.
Esta idea de un rey alternativo aparece de
nuevo en su entrada a Jerusalén, cuando entra a la
ciudad montado en un burro (Mc 11:1-11). Esto
representaba una especie de parodia de cómo
entraban a las ciudades de aquel tiempo los
grandes reyes y gobernantes en procesiones
ostentosas con sus ejércitos y caballería.43 Jesús
será un rey, pero es todo lo contrario de lo que son
los demás reyes.
¿Qué pretendía Jesús en Jerusalén? ¿Por qué
subió a la ciudad? Ese tema ha sido muy discutido
entre biblistas e historiadores. Siguiendo a Albert
Schweitzer, muchas veces se ha preguntado si lo
que Jesús quería era trabajar o morir.44 Pero,
¿debemos manejar ese tipo de alternativa? Para
Ver Marcus J. Borg y John Dominic Crossan, The
Last Week: A Day-by-Day Account of Jesus’s Final Week
in Jerusalem (San Francisco: Harper San Francisco,
2006), pp. 2-5; David R. Catchpole, “The ‘triumphal’
entry,” en Ernst Bammel y C.F.D. Moule, Jesus and the
Politics of his Day (Cambridge: Cambridge University
Press, 1984), pp. 319-22.
43
Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus:
A Critical Study of its Progress from Reimarus to Wrede
(Londres: A. & C. Black, 1954), p. 389 n.1.
44
Scrolls (Waco, Texas: Baylor University Press, 2006),
pp. 48-52.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 18
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
entender los motivos de Jesús, creo que tenemos
que ver lo que había estado haciendo en Galilea y
al mismo tiempo lo que hizo en Jerusalén. Ya
hemos visto lo que había estado haciendo en
Galilea, dedicándose a traer sanación y shalom a la
vida de otros y capacitando a discípulos para
seguir adelante con ese trabajo. Pero también
podemos ver esto en términos de formar una
comunidad alternativa. Sería una comunidad
comprometida con los mismos objetivos y valores
que Jesús—una comunidad que pusiera en
práctica lo que él había enseñado en palabras y
hechos y que siguiera adelante con lo que él había
estado haciendo. Por esa misma razón, sería una
comunidad que creyera en el mismo Dios que
Jesús proclamaba y encarnaba.
Y creer en ese Dios significaba entrar
nuevamente en conflicto con los poderes y
autoridades de este mundo, que verían sus
intereses afectados por ese Dios de Jesús. Decir Sí
al reinado de Dios y al proyecto de Jesús
significaba decir No a otros reinados y proyectos.
Decir Sí al Dios de Jesús es decir No a los otros
dioses. Esto lo vemos en los últimos días de Jesús
en Jerusalén. Mientras Jesús enseña en el templo,
sus adversarios lo buscan para encontrar algo en
su contra y ver cómo silenciarlo o acusarlo. Le
preguntan, por ejemplo, si estaba bien pagarle
tributo a César, pensando atraparlo así (Mc 12:1317); pues si decía que no, tendría problemas con
Roma, y si decía que sí, quedaría desprestigiado
entre la gente judía. La respuesta de Jesús, “Den a
César lo que es de César y a Dios lo que es de
Dios” no es una forma de evadir la pregunta sino
refleja de manera más profunda la forma de
pensar de Jesús.45 Cuándo le hacen la pregunta,
Jesús les pide que le muestren una moneda, que
traía una imagen del César, algo que para los
Ver William Herzog, “Onstage and Offstage with
Jesus of Nazareth: Public Transcripts, Hidden
Transcripts, and Gospel Texts,” en Richard A.
Horsley, ed. Hidden Transcripts and the Arts of
Resistance: Applying the Work of James C. Scott to Jesus
and Paul (Atlanta: Society of Biblical Literature, 2004),
pp. 49-59.
45
judíos
supuestamente
era
prohibido.
Es
importante observar que Jesús no trae ninguna
moneda; son ellos los que la traen. Entonces, la
respuesta de Jesús también es una acusación
contra ellos; es como decir, “Ustedes son los que
traen la moneda, y por usar esa moneda, se ve que
ustedes reconocen el señorío de César. Yo no. Por
eso yo no traigo la moneda. Para mí, el señorío del
César es ilegítimo, pues el Dios al que yo sirvo y
cuyo reinado proclamo es el único soberano. Yo no
doy tributo a nadie más, porque para mí, todo le
pertenece sólo a él, pero ustedes que reconocen la
legitimidad del César y su moneda, dénle a él su
moneda como el tributo que ustedes le dan
siempre en todo como sus siervos.”
Así como para Jesús el César de Roma no
representa a Dios, como señalamos brevemente
antes, Jesús tampoco acepta como representantes
del verdadero Dios al sumo sacerdote y los demás
líderes del pueblo judío en cuyas manos estaba el
templo. El templo generaba enormes riquezas para
el sumo sacerdote y su familia. Pero una de las
primeras cosas que hace Jesús al entrar en
Jerusalén es ir al templo, echar fuera a los que
vendían y compraban, y derribar las mesas de los
que cambiaban dinero y vendían (Mc 11:15-18). Al
decir que habían convertido la casa de Dios en una
“cueva de ladrones,” Jesús no se estaba refiriendo
sólo a los que vendían y cambiaban dinero sino a
los sumo sacerdotes para quienes estaban
trabajando los vendedores y cambistas.46 Jesús
también predice la destrucción del templo,
condenando así lo que ocurría ahí: “No va a
quedar de ellos ni una piedra sobre otra, pues todo
será destruido” (Mc 13:2). Además narra la
parábola de los labradores malvados, que
maltratan y matan a los siervos que les envía el
dueño de una viña y finalmente matan al mismo
hijo del dueño. Al final de la parábola, esta vez
dice Jesús que lo que sería destruido no es el
Ver Richard A. Horsley, “The Politics of Disguise
and Public Declaration of the Hidden Transcript:
Broadening our Approach to the Historical Jesus
with Scott’s ‘Arts of Resistance’ Theory,” en R.
Horsley, ed. Hidden Transcripts, pp. 75-77.
46
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 19
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
templo sino los mismos labradores malvados, y los
evangelistas dicen que los sumo sacerdotes,
escribas y ancianos judíos sabían muy bien que
Jesús estaba hablando de ellos.
Es evidente que para Jesús, el Dios que
representaban estas autoridades era un Dios falso.
No era el verdadero Dios de Israel. Ellos se
aprovechaban de la gente, practicando la
corrupción, el abuso y la opresión y justificándolo
todo en el nombre de Dios, a quien decían servir, y
eso no lo pudo tolerar Jesús.
Al final de esa misma parábola, Jesús cita el
salmo 118 para afirmar que “la piedra que
desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza
del ángulo” (Mc 12:10). Aquí Jesús no sólo estaba
refiriéndose a sí mismo como la piedra desechada,
sino que estaba hablando de la construcción de
algo nuevo: un nuevo templo, una nueva
comunidad, un nuevo sistema.47 No sólo Jesús
mismo, sino su muerte, constituiría el inicio de una
nueva realidad. Esta nueva realidad estaría
centrada en Jesús; y la forma en que sería
establecida era a través de su rechazo por parte de
los líderes judíos y su muerte a mano de ellos.
Difícilmente podemos dudar que Jesús sabía
muy bien cuáles serían las consecuencias de lo que
estaba enseñando y lo que había hecho en el
templo. Cualquiera podía saber que Jesús pagaría
con su vida por lo que estaba haciendo y diciendo,
pues las autoridades no lo iban a tolerar mucho
tiempo. Pero al mismo tiempo, Jesús no toma
medidas para evitar el conflicto o salvar su vida,
sino que simplemente se mantiene firme,
presentándose abiertamente en el área del templo
para enseñar todos los días. Sabe que las
autoridades lo buscan para matarlo, pero no les
tiene miedo. Curiosamente, más bien ellos son los
que le tienen miedo a Jesús; según San Marcos, no
lo arrestaron después de su acción en el templo
“porque le tenían miedo” (Mc 11:18). No querían
arrestarlo públicamente por temor a cómo
Timothy C. Gray, The Temple in the Gospel of Mark: A
Study in its Narrative Role (Tübingen: Mohr Siebeck,
2008), pp. 91-92.
47
reaccionaría la gente. Más tarde, Jesús mismo
enfatiza el hecho de que eran ellos los que le tenían
miedo a él, y no él a ellos. Cuando llegan para
arrestarlo, les dice: “¿Como contra un ladrón han
salido ustedes con espadas y palos para
arrestarme? Todos los días estaba con ustedes
enseñando en el templo, pero ahí no me
arrestaron” (Mc 14:48-49). En efecto, estaba
señalando qué tipo de personas eran: estos
supuestos grandes líderes del pueblo eran unos
cobardes que hacían sus fechorías de noche a
escondidas del pueblo, en contraste con Jesús, que
hablaba y obraba de forma abierta y transparente.
Antes de eso, sabiendo lo que iba a pasar,
Jesús reúne a sus discípulos para una última cena.
Según el Evangelio de San Juan, sorprende a sus
discípulos al fajarse una toalla a su cintura y
comenzar a lavarles los pies—uno de los trabajos
más deshonrosos y denigrantes que había en ese
tiempo. Al mismo tiempo les dice, “Ustedes me
llaman Señor y Maestro, y lo soy; pero así como
yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies, así
ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros”
(Jn 13:1-16). Un poco antes, les dice, “Si un grano
de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo;
pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn 11:24). Según
los sinópticos, en medio de la cena, Jesús tomó del
pan y dijo, “Esto es mi cuerpo,” y luego tomando
el cáliz, dijo, “Esto es mi sangre del nuevo pacto,
derramada por ustedes y por muchos” (Mc 14:2224) San Mateo agrega la frase, “para la remisión de
los pecados” (Mt 26:28). En esta acción de Jesús,
podemos notar dos ideas: en el pan y la copa, él se
da a sus discípulos, quienes reciben lo que Jesús les
ofrece, pero también se da por ellos y otros.
¿Cómo hay que entender esto? ¿Significa que
Jesús creía que iba a sufrir el castigo de Dios por
los pecados de la humanidad para que Dios nos
pudiera perdonar? No hay ningún indicio en los
textos de que sea así. Más bien, debemos
interpretar las palabras de Jesús en el contexto de
lo que ya hemos visto sobre lo que buscaba. En su
muerte, Jesús buscaba lo mismo que había buscado
durante todo su ministerio. Quería seguir
formando e integrando esa comunidad alternativa,
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 20
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
una comunidad que creyera y confiara en el
mismo Dios que él había venido anunciando y
encarnando, una comunidad donde cada uno
estuviera comprometido con el bienestar y el
shalom de los demás. Pero Jesús también sabe que
él es el que ha recibido de Dios la tarea de formar e
integrar esa comunidad como su cabeza. Jesús
busca llegar al poder—pero a diferencia de los
demás gobernantes de su época, no busca ese
poder para sí mismo, para servir sus propios
deseos e intereses. No, más bien busca el poder
para poder servir a los demás y cumplir con su
anhelo de ser el instrumento de Dios para
establecer en el mundo su reinado, un sistema
alternativo en el que todos y todas asuman el
compromiso de vivir de acuerdo a la voluntad de
Dios para su propio bien y el de los demás. Jesús sí
quiere reinar como Mesías, pero quiere reinar
porque sólo así podrá darse por entero a los demás
y lograr esa comunidad alternativa y sistema
alternativo que ha sido su anhelo durante todo su
ministerio.
Eso significa que Jesús no quiere morir sino
vivir.48 Quiere seguir sirviendo y entregándose a
los demás como su Señor y Maestro para que sean
transformados en otras personas que también
sirvan y se entreguen a otros juntamente con él.
Quiere seguir firme en el mismo proyecto al que se
ha dedicado en cuerpo, alma y espíritu desde
Galilea—pero al mismo tiempo, debido al conflicto
que ese proyecto ha generado con los que están en
el poder, sabe que seguir firme en ese camino
significará morir.49 Si sigue haciendo y diciendo lo
que ha estado haciendo y diciendo, los que están
en el poder lo van a matar en nombre de su Dios
falso.
Entonces, ¿qué opciones tiene? Podría correr o
esconderse o callarse. Pero eso significaría poner
Ver Leonardo Boff, Jesucristo y la liberación del
hombre, 2ª. ed. (Madrid: Ed. Cristiandad, 1987), pp.
339-40.
48
Ver Jon Sobrino, Cristología desde América Latina
(México, D.F.: Centro de Reflexión Teológica, 1977),
pp. 181-82.
49
fin al proyecto del reino al cual ha dedicado su
vida. Esa no es opción. Además, si él no sigue
firme con ese proyecto, ¿cómo puede esperar que
sus discípulos sigan firmes en ese proyecto? Si él
predica que hay que entregarse de todo corazón a
los demás en amor y dejar atrás lo que uno más
valora para dedicarse a buscar su bien, pero en el
momento de la verdad él mismo se echa para atrás
motivado por el miedo, dejando de pensar en los
demás para ver cómo salva su propia vida, ¿cómo
va a esperar que sus seguidores amen de corazón a
los demás y se dediquen a buscar su bien? Si él se
vuelve cobarde por el miedo, ¿cómo va a querer y
esperar que su comunidad no esté llena de pura
gente cobarde igual que él? Si Jesús no está
dispuesto a beber hasta las heces la copa que está
ante él, a darlo todo por ese proyecto del reino,
¿cómo puede esperar que otros estén dispuestos a
darlo todo por ese proyecto? ¿Y cómo puede
entonces esperar que ese proyecto siga adelante?
De esta manera, Jesús sabe que tiene una sola
opción: tiene que morir. No es lo que quiere. Lo
que quiere es continuar con la tarea que ha estado
haciendo. Pero debido al conflicto que su actividad
ha generado con los poderes de este mundo, no
hay otra alternativa. Elige dar su vida. Así hay que
entender sus palabras cuando dice, “Nadie me
quita mi vida, sino yo de mí mismo la pongo” (Jn
10:18). Va a dar su vida porque es la única forma
en que todo lo que ha buscado en su ministerio
puede hacerse realidad. No es que no le duela
morir. Al contrario, le duele profundamente—no
sólo por lo que él sufrirá sino también por lo que
sufrirán los que lo aman. Todos los Evangelios
presentan a Jesús lleno de angustia en esos últimos
momentos. En el Evangelio de Juan, dice: “Ahora
mi alma está turbada—llena de angustia. Pero,
¿qué voy a decir? Padre, ¿¡líbrame de esta hora!?
Pero, ¡si precisamente para esto he llegado a esta
hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12:27-28).
Pone su vida en manos de su Padre. En Mateo
leemos que Jesús, llevando a Pedro, Juan y Jacobo
a un lugar aparte en el huerto de Getsemaní,
“comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera, y les dijo, ‘Mi alma está muy triste, hasta
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 21
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
la muerte’” (Mt 26:38-39). Luego, según los
Sinópticos, se pone a orar, “Abba, Padre, todas las
cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa;
pero no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mc
14:36). Jesús no quiere morir. Quiere vivir. Pero
dará su vida si ésa es la única forma en que todo lo
que ha estado buscando para los demás se haga
realidad. Oigamos otra vez sus palabras: “si el
grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda
solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn 12:24).
Si Jesús quiere ver el fruto de toda su labor, tiene
que morir.
En base a esto, podemos volver nuevamente
adonde estábamos hace algunos momentos—con
Jesús y los discípulos en la última cena. En medio
de toda esa angustia frente a la muerte que ya está
encima, en los momentos más difíciles de su vida,
¿qué hace Jesús? Toma una toalla y agua y se pone
a lavar los pies de sus discípulos. Y les dice, “Así
como estoy haciendo yo, su Señor y Maestro, así
tienen que hacer ustedes.” Y luego toma el pan, y
les dice, “Tomen. Coman. Esto es mi cuerpo, dado
por ustedes....” Es como si dijera: “Así como les
estoy dando este pan, yo estoy entregando mi
cuerpo, mi ser entero, por ustedes, para que
ustedes sean esa comunidad de personas
comprometidas con todo lo que les he enseñado y
encarnado. Me estoy entregando por ustedes, pero
también a ustedes, porque así como he vivido por
ustedes, ahora muero por ustedes.” Juan presenta a
Jesús diciendo lo mismo con otras palabras:
“Padre, por ellos me consagro a mí mismo” (Jn
17:19). Y luego, Jesús toma en sus manos la copa y
dice, “Esto es mi sangre, derramada por ustedes y
por muchos, por todos los que anhelo que lleguen
a formar parte de esta comunidad algún día. Estoy
entregando mi vida, dejando que mi sangre sea
derramada, para hacer con ustedes un nuevo
pacto, para formar esa nueva comunidad
alternativa integrada por personas comprometidas
con el mismo proyecto por el que he vivido y por
el que ahora voy a morir.” Eso es lo que significan
las palabras de Jesús. Por eso, según San Lucas,
Jesús agrega, “Hagan esto en memoria de mí” (Lc
22:19). No se trata simplemente de recordar a
Jesús, sino de recordar la inmensidad de su amor
por ellos y todo lo que estaba buscando para ellos.
Pablo más tarde afirma “todas las veces que coman
este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del
Señor hasta que venga” (1 Co 11:26). Anunciar la
muerte del Señor no es simplemente anunciar que
murió, sino anunciar y recordar cómo murió
entregando su vida por los que amaba, entregando
todo lo que era y todo lo que tenía, para que esa
nueva comunidad alternativa pudiera hacerse
realidad.
¿Y cómo responde ese Abba, el Dios y Padre
de Jesús, frente a todo esto? ¿Qué hará él?
¿Intervendrá desde el cielo para arrebatar a su Hijo
y salvarlo del sufrimiento y la muerte? Pero,
¿cómo podría hacer eso? Si el proyecto de formar
esa comunidad alternativa no es simplemente el
proyecto de Jesús—es el proyecto de Dios mismo,
que envió a Jesús para llevarlo a cabo. El amor
inmenso e inagotable por los demás que Jesús ha
estado proclamando y encarnando no es solamente
su propio amor; es el mismo amor de Dios por
toda la humanidad. Si Jesús está dispuesto a darlo
todo, sufriendo las consecuencias de ese amor y
pagando el precio de su vida, ¿cómo va a
intervenir el Padre para salvar a Jesús de esa
muerte y esas consecuencias? Si el Padre realmente
anhela que esa nueva comunidad alternativa se
haga realidad, ¿no tiene él mismo que estar
dispuesto, igual que Jesús, a sacrificarlo todo—
todo, incluyendo a su propio Hijo, su Hijo
unigénito, su Hijo amado? Si el Hijo no se va a
echar para atrás en el proyecto que ha recibido de
su Padre, ¿el Padre se va a echar para atrás en ese
proyecto, salvando a su Hijo de la muerte, porque
ama a su Hijo más que nos ama a nosotros, y no
está dispuesto a sacrificarlo por nosotros para que
todo lo que ha buscado por nosotros a través de
Jesús se haga realidad? Entiendan ahora lo que
dice San Juan, “Porque de tal manera amó Dios al
mundo que ha dado—ha entregado—a su Hijo
unigénito” (Jn 3.16) y lo que dice San Pablo, “El
que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará
también con él todas las cosas?” (Rom 8:32). Por
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 22
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
eso, ahí mismo escribe San Pablo, “Si Dios está de
nuestra parte, ¿quién puede estar en nuestra
contra?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre,
o desnudez, o peligro, o espada? ... Estoy seguro
de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por
venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8:3139).
gloria y poder sobre todo y sobre todos desde la
diestra de Dios es el mismo que soportó las
humillaciones y las burlas y los golpes y la saliva
escupida en su cara; éste, cuya corona está hecha
no de oro sino de espinas; éste, cuyo trono no es
una silla majestuosa sino una vil cruz de madera;
éste, cuyas manos no están adornadas con anillos
finos y costosos sino traspasadas con clavos de
fierro: éste es nuestro Rey y Señor. Este, y ningún
otro. Todo eso lo sufrió y soportó para poder ser
quien es ahora para nosotros.
Por eso, por ese amor, Jesús muere. Y el Padre
lo entrega a la muerte en lugar de salvarlo en ese
momento. Sin duda, tres días después el Padre lo
resucitará y lo exaltará a su derecha como Cristo,
Mesías, Señor y Salvador. Pero primero Jesús tiene
que morir. Porque si no hubiera muerto, no podría
ser quien es ahora por nosotros y para nosotros. No
podría ser el Señor de todos, un Señor que existe
sólo para nosotros, un Señor totalmente
consagrado a que se haga realidad entre nosotros
todo lo que buscó para nosotros en vida y en
muerte. Por eso, sus seguidores lo aclaman como
Señor de Señores y Rey de Reyes (Ap 17:14),
porque es totalmente distinto a todos los demás
señores y reyes de la tierra. Oigan otra vez sus
palabras: “Ustedes saben que los que son tenidos
por gobernantes de las naciones se enseñorean de
ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad.
Pero no será así entre ustedes, sino que el que
quiera hacerse grande entre ustedes será su
servidor, y el que de ustedes quiera ser el primero,
será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no
vino para ser servido, sino para servir, y para dar
su vida en rescate por muchos” (Mc 10:42-45). Ese
mismo hombre es el que ahora está a la diestra de
Dios, con todo poder y toda autoridad, como Rey
de Reyes y Señor de Señores, el mismo que se ciñó
una toalla y lavó los pies sucios de sus discípulos.
Esa es la ironía que quieren resaltar los relatos de
su Pasión en los Evangelios:50 éste que reina en
Y si es así, ¿qué significa confesar, “Jesucristo
es Señor—es nuestro Señor y mi Señor”? Significa
que no podemos confesarlo como Señor si no
estamos comprometidos con el mismo Dios que el
proclamó y encarnó. No podemos decir que es
nuestro Señor si nos negamos a buscar todo lo que
él mismo buscó en vida y muerte. Oigan bien lo
dice Jesús: “Si alguno viene en pos de mí, tome su
cruz cada día, y sígame... Y el que no lleva su cruz
y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”
(Lc 9:23; 14:27). Tener a ese mismo Jesús como
Señor significa seguirle como miembros de esta
comunidad alternativa, este nuevo pacto que
estableció a través de su vida, muerte, y
resurrección,
este
grupo
de
personas
comprometidas hasta las últimas consecuencias
con sus mismos valores y su misma forma de ser,
así como su misma visión de Dios y de la vida.
Ver, por ejemplo, Frank J. Matera, Passion
Narratives and Gospel Theologies: Interpreting the
Synoptics Through Their Passion Stories (Eugene,
Oregon: Wipf and Stock, 2001), pp. 38-44.
50
En base a todo esto que acabamos de ver,
podemos ahora entender todas las fórmulas que
emplea el Nuevo Testamento para hablar del valor
salvífico de la muerte de Jesús.51 Por ejemplo,
cuando Jesús dice que ha venido “no para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos,” esto no tiene nada que ver
con la idea de que tuvo que morir para satisfacer a
Dios y su justicia. No teníamos que ser rescatados
de Dios o su ira; más bien, como dice 1 Ped 1:18,
teníamos que ser rescatados “de nuestra vana
Sobre los siguientes pasajes, ver mi libro Paul on the
Cross: Reconstructing the Apostle’s Story of Redemption
(Minneapolis, Minnesota: Fortress Press, 2006), pp.
33-62, 103-150.
51
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 23
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
manera de vivir.” Eso es lo que ha logrado Jesús a
través de su sangre. Cuando el Nuevo Testamento
habla de la sangre de Jesús, no se está refiriendo al
líquido que corría por sus venas sino de su entrega
hasta la muerte, su compromiso total con la
voluntad de su Padre. Cuando se dice que su
sangre nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:7), la idea
es que esa entrega de sí mismo que hizo por
nosotros nos transforma en personas que somos
aceptables a Dios. Cuando Hebreos dice que la
sangre de Cristo “limpiará nuestras conciencias de
obras muertas para que sirvamos al Dios vivo”
(Heb 9:14), la idea es que, al identificarnos con
Cristo como nuestro Señor y con la entrega que
hizo de sí mismo, llegamos a ser puros por dentro,
convirtiéndonos en gente diferente. Así hay que
entender la idea de que hemos sido redimidos por
Cristo y su sangre (Ap 5:9; cf. Ef. 1:7) y hemos sido
“reconciliados con Dios mediante la muerte de su
Hijo” (Rom 5:10): gracias a que Cristo estuvo
dispuesto a entregar su vida para hacer realidad
esta comunidad alternativa, donde todos los
miembros le siguen como su Señor, ahora hemos
sido redimidos de una vida que sólo llevaba a
muerte y reconciliados con Dios, con quien ahora
tenemos paz. Lo dice muy bien la Epístola a Tito:
Jesucristo “se entregó a sí mismo por nosotros,
para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí
un pueblo propio, empeñado en hacer el bien” (Ti
2:14).
La idea de que hemos alcanzado el perdón de
los pecados mediante la muerte de Cristo también
tiene que ser entendida dentro del contexto de
todo lo que acabamos de ver. En su amor, Dios
quiere que vivamos buscando el bien de los demás
juntamente con el nuestro, comprometidos con su
anhelo de shalom y justicia para todos y todas. Eso
es lo que quiere por nuestro propio bien, porque
nos ama. Entonces, cuando nos negamos a vivir así
y, a pesar de que nos llama y ruega a cambiar,
insistimos en seguir tercamente otro camino que
destruye tanto nuestro propio bienestar como el de
los demás, movido por su gran amor por nosotros
y los demás, podemos decir que Dios se enoja. Lo
que hace falta no es simplemente que Dios diga,
“Les perdono todo,” porque eso no cambiaría la
situación; a lo mejor sólo la haría peor. En eso,
tenía razón Anselmo al afirmar que para preservar
el orden, la belleza y la justicia en el mundo, Dios
no puede simplemente perdonar los pecados. Hay
que recordar que amar no es lo mismo que
perdonar. Sin duda, siempre hay que perdonar en
el sentido de no guardar rencor a los demás. Pero
en otro sentido, a veces amar a otro significa no
perdonarle en el sentido de exigirle que tome
responsabilidad por sus actos y deje de hacer lo
malo por su propio bien y el de los demás. Sólo
cuando ha hecho eso hay perdón.
Pero a diferencia de San Anselmo, lo único
que podía satisfacer a Dios y quitar su ira es que
fuéramos transformados en personas distintas,
personas que dejamos de destruirnos a nosotros
mismos, a los demás, y al mundo que Dios ha
creado, para convertirnos en personas nuevas,
comprometidas con la voluntad amorosa de Dios
en el mundo. Lo que satisfizo a Dios no es el hecho
de que Jesús murió y derramó su sangre—¿cómo
podía la muerte cruel y violenta de su Hijo amado
ser motivo de satisfacción para él? Igual que vimos
ayer, lo único que podía satisfacer a Dios es que
dejáramos de practicar la injusticia y la maldad y
que comenzáramos a hacer lo que contribuye al
bienestar de todos. En un sentido, también
podemos decir que la muerte de Jesús satisfizo a
Dios—pero no su muerte en sí sino la fidelidad y el
compromiso absoluto que Jesús mostró en vida y
muerte con el proyecto de formar esta nueva
comunidad alternativa y hacer posible una
realidad nueva y distinta. Lo que le agradó a Dios
es la entrega que Jesús hizo de sí mismo, ya que
esa entrega ha hecho posible que lo que Dios
siempre quería se haga realidad: una comunidad
distinta, el pueblo empeñado en hacer el bien,
como dice Pablo a Tito.
Esa es la forma en que Jesucristo obtiene para
nosotros el perdón a través de su muerte. Eso es lo
que significa decir que murió por nuestros
pecados, que ha obtenido el perdón por nosotros
en su muerte, o que su sangre ha sido derramada
para la remisión de nuestros pecados. En virtud de
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 24
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
la fidelidad de Cristo hasta la muerte en formar
esta comunidad nueva, su compromiso hasta el
derramamiento de su sangre en fundar esta nueva
alianza en la que vivimos, ahora Dios nos acepta y
perdona. Todo lo malo que hemos hecho en el
pasado queda en el olvido. Por supuesto, en el
presente, todavía estamos lejos de ser las personas
que Dios quiere que seamos por nuestro propio
bien. No seguimos a Jesús como debemos.
Seguimos negándole, como Pedro, y echándonos
para atrás, como hicieron también los otros
discípulos en la hora de la verdad. Pero en su amor
y misericordia, Cristo sigue fiel a nosotros igual
como siguió fiel a sus discípulos, perdonándonos
como los perdonó a ellos y a Pedro, y llamándonos
a retomar el camino junto con él. El Nuevo
Testamento también afirma que Cristo intercede
por nosotros ante su Padre (Rom 8:34; Heb 7:25;
9:24), obteniendo para nosotros el perdón. Pero al
hacer esto, no está intercediendo ante un Dios
airado que no nos ama y cuya justicia perfecta le
impide perdonarnos. Al contrario, según el
pensamiento del Nuevo Testamento, Jesús está
intercediendo ante un Dios que nos ama tanto que
no quiere tolerar que sigamos lastimándonos a
nosotros mismos y a otros a quienes también ama
igual que nosotros. Jesús intercede ante un Dios
que exige que seamos perfectos en amor por
nuestro propio bien. Intercede ante Dios por nosotros
en virtud de lo que ha hecho y seguirá haciendo en
nosotros, convirtiéndonos en gente diferente,
gente que sí es como el Padre quiere que seamos.
Repensar a Dios a la luz de Jesucristo
Entonces, ¿de qué somos salvos? ¿De Dios?
¿De un Dios que está con la mano levantada, lista
para “hundirnos en el abismo”? ¿Vino Cristo a
salvarnos de un Dios perfectamente justo que
exige que nuestros pecados sean castigados? ¿Está
Dios con una mano lanzándonos rayos y con la
otra interceptando esos rayos para que no nos
alcancen? Por supuesto que no.52 Dios no envió a
su Hijo para salvarnos de él: lo mandó para
salvarnos de nosotros mismos—nosotros que
constantemente destruimos el bienestar que Dios
quiere para nosotros, nosotros que hemos echado a
perder nuestro propio shalom y felicidad, nosotros
que tercamente insistimos en hacer cosas que
lastiman a otros y nos lastiman a nosotros mismos.
Así hay que entender el pecado: pecar no es
simplemente transgredir algún mandamiento o
prohibición que Dios nos ha dado movido por su
justicia y santidad eternas e inviolables. El pecado
es todo lo que hacemos y dejamos de hacer que
destruye nuestro bienestar y el de los demás. Por
eso, Dios prohibe que pequemos, no por causa de él
o su supuesta justicia perfecta sino por causa de
nosotros, porque nos ama y quiere lo mejor para
nosotros. El pecado consiste en no amar como Dios
nos ama, de manera incondicional; pues Dios sabe
que si no amamos así, nunca podremos tener en
nuestra vida y nuestro mundo el bienestar integral
que quiere para todos y todas sin excepción.
Aquí es importante aclarar lo que debemos
entender por el amor y qué significa amor
incondicional. En nuestra cultura moderna,
cuando pensamos en amor pensamos en cariño y
apapachos y sentimientos de afecto y ternura. Pero
cuando la Biblia habla del amor, lo define en otros
términos: en pocas palabras, el amor es buscar el
bien de otros juntamente con el nuestro. San Pablo
dice, por ejemplo, “Ninguno busque sólo su
propio bien, sino el del otro” (1 Co 10:24), y afirma
que cada uno debe mirar “no sólo por lo suyo
propio, sino cada cual también por lo de los otros”
(Fil 2:4). Eso es lo que es el amor: es buscar el bien
para otros en cuerpo y alma, buscar que tengan
todo lo que necesitan, buscar su felicidad, buscar
que puedan gozar de ese shalom que Dios quiere
para todos y todas sin excepción. Pero decir que
Dios quiere shalom y bienestar y felicidad para
todos y todas significa que también quiere shalom y
bienestar y felicidad para mí y para ti. El ideal no es
Mucho de lo que sigue está basado en el argumento
de mi libro Redeeming the Gospel, pp. 180-207.
52
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 25
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
que otros estén bien y que yo esté mal; al contrario,
el ideal es que todos estemos bien. Por eso, la
última frase de esta definición es indispensable:
amar es buscar el bien de otros juntamente con el
mío, porque Dios me ama a mí igual como ama a
los demás—ni más, ni menos.
Pero al mismo tiempo, hay que recordar que
ese bien consiste no sólo en recibir sino en dar. Sólo
podemos estar bien cuando estamos dando de
nosotros mismos en amor. Sólo podemos vivir
felices cuando vivimos buscando el bien de otros
juntamente con el nuestro. Por eso, cuando Dios
nos manda amar, lo hace por nuestro propio bien. Y
eso significa también que amar a otros y buscar su
felicidad significa llamarlos e instarlos a dar de sí
mismos en amor, también, juntamente con
nosotros. Amar a otros es exigir algo de ellos: que
ellos también amen, comprometiéndose con el
bienestar integral de todos y todas sin excepción.
Si no hacemos ese llamado, no estamos amando a
los demás ni estamos realmente buscando su
bienestar y felicidad.
Cuando hablamos de amor incondicional,
entonces, no estamos hablando de siempre sentir
cariño y afecto por los demás, hagan lo que hagan.
Sin duda, en muchos momentos al amar a otros
sentimos eso, pero no siempre, pues todos
sabemos que no toda la gente nos va a caer bien. El
amor incondicional no es un sentimiento sino un
compromiso. El amor incondicional es buscar el bien
de los demás sin ponerles ninguna condición. Es
estar comprometidos a hacer lo que contribuye al
bienestar integral de los demás, hagan lo que
hagan, digan lo que digan, pase lo que pase. Por
supuesto, generalmente eso significará mostrar y
sentir afecto, disfrutar de la compañía de otros y
vivir en paz y armonía con ellos y ellas. Pero no
siempre. Cuando alguien está haciendo algo que
lastima o perjudica a otros o a sí mismo, amar a esa
persona—buscar su bien—es decirle que deje de
hacer lo que está haciendo. Y si se niega a dejar de
hacerlo, es seguir insistiendo, y a veces hasta llegar
a enojarnos. Pero ese enojo es expresión de nuestro
amor por esa persona y por los que son afectados
por sus acciones. Como ya señalamos arriba, a
veces amar a otra persona es no perdonarle sino
exigir que asuma responsabilidad por sus actos y
que cambie. Pero eso lo hacemos porque queremos
su bien, juntamente con el nuestro y el de los
demás. Lo hacemos por amor.
Por supuesto, hay que estar conscientes de
que existe un peligro aquí: el de definir nosotros
de manera unilateral lo que es para el bien de
otros. Ninguno de nosotros tiene el derecho de
hacer eso. Es muy fácil que yo defina lo que
considero que es para tu bien cuando en realidad
desde tu perspectiva y la de otros no es así.
Muchas veces afirmamos estar buscando el bien de
otros cuando en el fondo estamos persiguiendo
otros intereses ocultos, a veces hasta sin darnos
cuenta, o cuando definimos el bien de otros sin
entrar en diálogo con ellos y otras personas acerca
de lo que realmente constituye ese bien. Según la
Biblia, sólo a Dios le corresponde definir el bien y
el mal—y ninguno de nosotros podemos ni
debemos ponernos en el lugar de Dios, como si
habláramos por él de manera exclusiva.
Lamentablemente, frente al mal, a veces el
amor tiene que tomar formas que no quisiéramos.
Por ejemplo, buscar el bien de una persona adicta
al alcohol o las drogas no es fácil, sobre todo
cuando se niega a reconocer su problema.
Asimismo, cuando hay una persona que insiste en
practicar la violencia física o emocional, a veces
buscar su bien juntamente con el nuestro y los
demás significa encerrarlo o excluirlo de nuestros
espacios para que ya no pueda seguir lastimando a
otros. A veces uno tiene que lastimar a una
persona para buscar su bien, como el médico que
tiene que cortar o lastimar el cuerpo de alguien
para poderlo sanar. Ese es un tema complejo, y
desafortunadamente no tenemos tiempo para
examinarlo más a fondo aquí.
Sin embargo, lo menciono porque hay que
tenerlo en mente al considerar los pasajes del
Nuevo Testamento que hablan de la condenación y
el castigo de Dios. Es difícil reconciliar esos pasajes
con el amor incondicional de Dios, pero hay que
recordar lo que acabamos de decir: frente al mal, a
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 26
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
veces el amor incondicional no puede tomar la
forma que quisiera. El Nuevo Testamento afirma
que Dios quiere que todos sean salvos (1 Tim 2:4),
que tengan ese shalom o bienestar integral que nos
da en Cristo tanto en el presente como en el futuro.
De eso no cabe duda. Pero por lo que acabamos de
ver, para tener ese shalom o bienestar integral,
necesitamos aprender a amar como Dios nos ama,
de manera incondicional. Hasta cierto punto, todos
tenemos que ser salvados de nosotros mismos,
pero eso sólo es posible si reconocemos que
estamos mal para que Dios pueda hacer su obra en
nosotros a través de su Hijo y su Espíritu Santo y a
través de nuestros hermanos y hermanas en la fe.
Al mismo tiempo, como enseña Jesús, a nosotros
no nos toca juzgar a nadie; lo único que nos toca es
seguir comprometidos con el deseo de Dios de que
todas las personas gocen del bienestar que quiere
para ellas y ellos. No somos llamados a juzgar a los
demás sino sólo a amarlos. Lo demás, su destino
futuro y lo que les espera en el mundo venidero, lo
dejamos en manos de Dios, el mismo Dios que
ama a todos y todas por igual.
A la luz de todo lo que hemos visto, hay que
preguntar: ¿Podemos hablar de un Dios de puro
amor y pura gracia? Para mí, si vamos a ser fieles a
lo que encontramos a través de ambos
testamentos, pero sobre todo en Jesús, no sólo
podemos hablar de un Dios de puro amor y pura
gracia sino también tenemos que. Sin duda, a veces
esto es problemático, pues no entendemos todos
los caminos de Dios, y la existencia del mal en el
mundo y en todos nosotros sigue siendo un
enigma frente a este Dios amoroso y
todopoderoso. Pero más que simplemente hablar
de un Dios de puro amor y gracia, tenemos que
encarnarlo.
Y eso nos lleva al evangelio. Entender a Dios
de la manera en que he propuesto aquí significa
entender el evangelio en términos distintos a los
tradicionales. En mi tradición luterana, por
ejemplo, una de las doctrinas más básicas es la
distinción entre ley y evangelio. Según esta idea,
no se puede proclamar el evangelio sin proclamar
primero la ley. Uno de los escritos confesionales
luteranos, la Fórmula de Concordia dice así:
la ley en su sentido estricto es una doctrina
divina en la que se revela la justa e inmutable
voluntad de Dios en lo que respecta a cómo ha
de ser el hombre en su naturaleza, pensamientos, palabras y obras, para que pueda
agradar a Dios; y ella amenaza a los
transgresores de los preceptos divinos con la ira
de Dios y el castigo temporal y eterno.... [Y]a
que el hombre no ha guardado la ley de Dios,
sino que la ha traspasado y la combate por
medio de su corrupta naturaleza, sus pensamientos, palabras y obras, razón por la cual está
sujeto a la ira de Dios, la muerte, todas las
calamidades temporales y el castigo eterno del
infierno, el evangelio en su sentido estricto es la
doctrina que enseña lo que el hombre debe creer
a fin de que obtenga de Dios el perdón de los
pecados; esto es, debe creer que el Hijo de Dios,
nuestro Señor Jesucristo, ha cargado sobre sí la
maldición de la ley, ha expiado por completo
todos nuestros pecados, y que sólo por medio de
él nos reconciliamos con Dios, obtenemos
perdón de los pecados mediante la fe, somos
librados de la muerte y de todos los castigos del
pecado y por fin recibimos la salvación
eterna.”53
Así es como se ha entendido tanto la ley como
el evangelio en mi tradición. Pero por varias
razones, tengo que decir: eso no está bien. Para mí,
ése no es el evangelio. Y tampoco es ése el Dios en
quien yo creo y a quien proclamo. En base a lo que
hemos visto aquí, tenemos que cambiar lo que
entendemos por ley y evangelio. Así como vimos
arriba, la ley de Dios es gracia. Lo que nos pide y
exige Dios es por nuestro propio bien, porque quiere
que seamos felices y tengamos justicia y shalom. Al
decir eso, hay que aclarar que, al hablar de ley, no
me estoy refiriendo a la ley de Moisés en sí, ni
siquiera a los Diez Mandamientos, sino a todo lo
que Dios nos manda por nuestro bien. Si Dios nos
dice, “Quiero que me obedezcas. Quiero que hagas
lo que te diga, confiando en mí,” es porque nos
53
Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, 5.17.20.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 27
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
ama de manera incondicional y únicamente quiere
que estemos bien. Eso significa que la ley de Dios,
entendida así, también es gracia. La ley no es contraria
al evangelio, sino más bien ES evangelio.
Esa definición tradicional del evangelio
tampoco está bien. El verdadero evangelio no dice,
“La muerte de Cristo aplacó la ira de Dios para
que Dios te pueda perdonar tus pecados y puedas
ir al cielo en lugar de ser condenado al infierno.”
Ese no es el evangelio que predicó ni Jesús ni
Pablo. Sin duda, el evangelio incluye el perdón de
los pecados, la aceptación misericordiosa de Dios,
pero no se puede limitarlo a eso. Es mucho más. El
evangelio proclama que a través de su Hijo Dios
nos convierte en nuevas personas que amamos y
somos amados de manera incondicional. El
evangelio proclama que en Cristo Dios está
totalmente comprometido con nuestro bienestar y
felicidad y con el bienestar y felicidad de todos y
todas sin excepción, y que no hay nada—ni vida ni
muerte, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto ni lo
profundo—nada que pueda separarnos jamás de su
amor ni hacer que desista de su compromiso
inquebrantable de hacer todo lo que está en su
poder para lograr el bienestar y la plenitud de vida
para cada uno de nosotros. El evangelio proclama
que Dios nos da una comunidad de hermanos y
hermanas que también están comprometidos con
nuestro bien y el de los demás, y que no hay nada
más hermoso en la vida ni nada que nos pueda
hacer más felices que vivir unidos a ellos y ellas en
ese mismo compromiso. Todo eso es el evangelio.
El evangelio no es simplemente perdón: es
transformación, vida plena en comunidad con otros
aquí y ahora y no sólo en el futuro.
Por eso mismo, la proclamación “Arrepiéntanse y crean el evangelio” no es una amenaza de
ira y castigo sino un mensaje de gracia. Arrepentirse
es decir, “Estoy mal y necesito cambiar. Quiero ser
otra persona, dejando de hacer lo que me lastima y
lastima a otros para hacer lo que es para mi bien y
el de los demás. Y necesito ayuda de Dios y de los
demás para que eso ocurra.” Eso es el
arrepentimiento. Por eso, proclamar “Arrepiéntete” es pura gracia. Y asimismo, “crean el
evangelio” es pura gracia. Es una invitación a
confiar en el Dios de Jesucristo, el Dios de puro
amor y gracia, una invitación a aceptar ese amor
incondicional y esa nueva vida transformada y esa
comunidad de hermanos y hermanas que Dios nos
ofrece en Cristo. Eso es creer en el evangelio.
Hay que entender de la misma manera las
palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida,
la perderá; y todo el que pierda su vida por causa
de mí y del evangelio, la salvará” (Mc 8:34-35). Eso
tampoco es una amenaza ni una imposición, como
si Jesús nos pidiera hacer algo que no está en
nuestros propios intereses para alcanzar un
premio en el cielo. Al contrario, eso es puro
evangelio. Seguir a Jesús y cargar la cruz es pura
gracia, porque lo que uno recibe al dar de sí mismo
en amor es una vida llena de todas las bendiciones
que Dios quiere para nosotros. Sin duda, a veces es
pesado, es difícil, cuesta trabajo. Como vemos en el
caso de Jesús, las consecuencias pueden ser muy
dolorosas. Pero la alternativa, el no tomar la cruz,
es mucho peor. Porque sólo si estamos dispuestos
a sufrir las consecuencias del amor incondicional
podremos obtener a cambio la vida de plenitud
que Jesús describe como una perla de gran precio o
un tesoro escondido en el campo que uno sacrifica
todo por adquirir (Mt 13:44-46). Por eso, como dice
Jesús, perder la vida de esa manera es encontrarla;
es obtener la verdadera vida que no tiene
comparación. Ese es el evangelio.
¿Qué podemos concluir de todo esto? Inicié
con la siguiente afirmación: “nuestra tarea más
urgente como teólogos y teólogas y líderes en las
iglesias es rechazar los dioses falsos que hemos
heredado y que existen por dondequiera en
nuestro mundo para anunciar un Dios diferente,
un Dios capaz de transformar nuestra realidad,
tanto en nuestras iglesias como nuestra sociedad.”
Lamentablemente, aquí no hay espacio suficiente
para entrar de lleno en esa afirmación. Por lo tanto,
termino con una observación final y algunas
preguntas.
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 28
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
La observación es ésta: en nuestro mundo
moderno, donde todo se vale, donde se nos enseña
que hay que tolerar todas las perspectivas y evitar
absolutismos, yo estoy convencido que tenemos
que afirmar con firmeza: “Ese Dios de pura gracia,
ese Dios de amor incondicional que encontramos
en Jesucristo, ese Dios es el único. No hay otro.
Cualquier otro Dios aparte de ese Dios de amor
incondicional, comprometido hasta las últimas
consecuencias con el bienestar integral de cada
uno de nosotros, es un Dios falso.” Necesitamos
decir firmemente y con toda convicción Sí a este
Dios. Pero como hemos visto ayer y hoy, eso
también significa decir No a otros dioses, los dioses
que no son pura gracia y amor incondicional, los
dioses que son ídolos que los seres humanos nos
hemos fabricado con otros fines. Esos dioses
existen alrededor de nosotros en la sociedad y en
muchas tradiciones religiosas, dioses que no dan
vida y shalom ni exigen justicia por causa de todos
nosotros sino más bien promueven las injusticias, la
opresión, la manipulación de unos por otros, los
egoísmos y la destrucción de la verdadera vida. Si
vamos a decir Sí a un Dios diferente, tenemos que
pronunciar al mismo tiempo un No contra los
dioses que no son pura gracia y amor
incondicional.
Pero, como hemos visto aquí, tenemos que
reconocer que esos dioses existen dentro de nuestras
propias tradiciones como cristianos y nuestras propias
iglesias. Y por eso, decir No a esos dioses significa
decir No a ciertas cosas que están en nuestras
confesiones y credos y catecismos y en los escritos
de nuestros teólogos como Lutero, Calvino y
Wesley. En mi experiencia, he visto que casi en
todas las tradiciones, se trata a los escritos de los
grandes teólogos y las confesiones de la iglesia
como si fueran infalibles, más allá de cualquier
cuestionamiento. Pero cuestionarlos no es
desecharlos. Como luterano, por ejemplo, leo
mucho de Lutero que me inspira y me maravillo
de la forma en que captó el evangelio para su
tiempo. Repetidamente encuentro en sus escritos a
ese Dios de pura gracia y amor que para mí es el
Dios verdadero. Pero también a veces encuentro
otro Dios, un Dios al que tengo que decir No. Y es
importante señalarlo, porque no podemos decir Sí
al Dios verdadero si no estamos dispuestos a decir
No a los dioses que no son pura gracia y amor.
Decir No a esos dioses en nuestra propia
tradición significa decir No a esos dioses cuando
los encontramos en otras tradiciones, también. Al
mismo tiempo, tenemos que reconocer que ese
Dios en el que creemos, el Dios que está
comprometido con el shalom y la justicia para
todos y todas, se ha revelado no sólo en nuestra
propia tradición de fe sino también en otras, tanto
cristianas como no cristianas. Por eso, no se trata
de condenar las demás tradiciones por no tener al
Dios verdadero, sino discernir junto con otros
tanto en nuestras propias tradiciones como otras
dónde encontramos a ese Dios verdadero, el Dios de
pura gracia y amor incondicional, para decir Sí a
ese Dios y decir No a los otros dioses que están no
sólo en otras tradiciones sino también las nuestras.
Para eso, es importante dialogar y escuchar. Pero
hacemos esto en un espíritu de absoluto compromiso con ese proyecto que vemos en el Dios de
Jesucristo, el proyecto de bienestar integral para
todos y todas sin excepción. Ese es el único Dios en
el que creemos y el único Dios al que servimos.
Y para terminar, quisiera considerar muy
brevemente cuál sería el impacto de repensar
nuestra visión de Dios y dedicarnos a compartir
ese Dios de pura gracia y amor en nuestro mundo
hoy. Si creemos en un Dios que no busca otra cosa
que nuestro bienestar y el de todo el mundo y si
confesamos como Rey y Señor al que dio su vida
para hacer posible una comunidad nueva y
alternativa en la que todos estén comprometidos
con el shalom y la justicia y el amor incondicional,
¿qué significa eso para la vida de cada uno de
nosotros, para nuestras iglesias y nuestra
sociedad? ¿Cómo será un matrimonio y una
familia donde todos están comprometidos con esa
misma visión? ¿Cómo será una iglesia en la que se
espera de cada miembro que asuma ese mismo
compromiso con los demás? ¿Cómo será una vida
en la que el criterio para definir todo lo que
94t.mx
Repensar a Dios: El evangelio para el siglo XXI | 29
¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯¯
hacemos y decimos es el amor de Dios que vemos
en la vida y muerte de Jesucristo?
¿Qué significaría esta manera de entender a
Dios para la forma en que se ejerce la autoridad en
el hogar, la iglesia, la escuela, el gobierno, el
trabajo, otras comunidades, y la sociedad en
general? ¿Cómo sería nuestro sistema económico y
político si el amor incondicional que encontramos
en este Dios constituyera su base y fundamento?
¿Cómo serían nuestros sistemas legales y penales
si entendiéramos la justicia, no como algo contrario
al amor sino como algo que tiene que ser expresión
del amor? ¿Cómo sería nuestra vida y nuestro
mundo si realmente creyéramos en el Dios que
hemos descrito ayer y hoy?
Yo sé que esas preguntas pueden sonar muy
idealistas y utópicas. Pero estoy convencido que
ésa fue la visión de Jesús y de los primeros
cristianos en base a la fe que tenían en un Dios de
pura gracia y amor incondicional, plenamente
entregado y comprometido con el bienestar
integral para todas sus criaturas. Y por eso mismo,
estoy convencido también de que ningún otro Dios
que ése tiene el mismo poder para transformar de
manera radical nuestra vida y nuestro mundo.
Para mí, ése es el poder del evangelio; y ése es el
evangelio que nos urge proclamar y compartir hoy
en el siglo XXI.
David Brondos
Publicado en 94t.mx el 31 de octubre de 2017
Imagen: upperroomhome.ca