I Jornadas para Jóvenes Investigadores en Derecho y Ciencias Sociales
“Sociedad, Derecho y Estado en cuestión”
Área “Filosofía, Política y Derecho”
NACIMIENTO Y MUERTE DE LA BIOPOLÍTICA
Autores:
Pablo Esteban Rodríguez
Licenciado en Comunicación (UBA). Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Magíster de la Ecole Doctorale de Sciences Politiques (Université Paris 1). Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Correo electrónico:
[email protected]
Natalia Ortiz Maldonado
Licenciada en Derecho (UBA). Magíster en Ciencias Sociales y Políticas (FLACSO). Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA-Fsoc). Becaria investigadora del CONICET. Docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lanús.
Correo electrónico:
[email protected]
Agostina Marchi
Licenciada en Ciencia Política (UBA). Maestranda en Comunicación y Cultura (UBA-Fsoc). Docente de la Universidad de Buenos Aires (Facultad de Derecho y Facultad de Ciencias Sociales).
Correo electrónico:
[email protected]
Gonzalo Sebastián Aguirre
Licenciado en Ciencia Política (UBA). Magíster en Crítica de la Cultura y Doctor en Filosofía y Estética por la Universidad de Barcelona. Profesor e Investigador de Filosofía Política y Filosofía de la Cultura en la Universidad de Buenos Aires (Facultad de Derecho y Facultad de Cs. Sociales).
Correo electrónico:
[email protected]
El grupo que presenta esta ponencia integra el Proyecto Ubacyt S609 "Políticas de la información, políticas de la vida", dirigido por Pablo E. Rodríguez y radicado en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
En el marco de este proyecto se estudian las implicaciones del auge actual de la noción foucaultiana de biopolítica.
NACIMIENTO Y MUERTE DE LA BIOPOLÍTICA
Birth and death of biopolitics
Resumen
Cada proceso maquínico genera sus propios modos de percepción (omnitudo), según el modo resultante (autónomo o heterónomo) de enseñoreamiento de potencias o impulsos. Cada subjetivación implicará la estabilización de un principio de producción (remissio) por donde pasa la potencia (latitudo) que, justamente, estabiliza esa subjetivación según un modo de percepción. Algo va a pasar, algo está pasando ya, pero no hay que confundir lo que pasa ni con la zona de pasaje ni con lo que está pasando. De allí que la serie provisoria de voces que aquí se presenta, constituya un experimento discursivo que intenta distinguir, del actual pasar académico de la noción de “biopolítica”, algo que está pasando de manera tal que afecta y desestabiliza la composición básica de la propia zona de pasaje y, por lo tanto, de su modo de subjetivación.
Palabras clave
Biopolítica – Modos de subjetivación – Régimen de verdad – Registros perceptivos – Expresión
Abstract
Each machinic assemblage brings about its own range of perception (omnitudo) according to the outcoming way (autonomous or heteronomous) in which potencies or impulses govern. Each subjectivation will entail, therefore, the stabilization of a principle of production (remissio) within which the potency (latitudo) that actually stabilizes such mode of subjectivation according to a particular range of perception will eventually happen. Something is going to happen, something is happening already; but we should not mix up what happens with the place within which it happens or with what is happening. Thus, the provisional series of voices we herein introduce is no more than a discursive experiment that intends to distinguish (since it seems to be both affecting and destabilizing the basic composition of the principle of production itself and, therefore, also the mode of subjectivation such principle sustains) what happens within the current academic happening of the concept “biopolitics”.
Key words
Biopolitics – Modes of subjectivation – Regime of truth – Ranges of perception – Expression
“… podría ser que el problema concerniese ahora a la existencia de aquel que cree en el mundo, ni siquiera en la existencia del mundo, sino en sus posibilidades de movimiento e intensidades para hacer nacer otros modos de existencia todavía nuevos, más próximos a los animales y las piedras.”
Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?
Debes comprender que el actual auge de la noción de “biopolítica” en torno a cuyo calor crecen danzas de euforia académica no es otra cosa que el auge y la danza del vestigio. Una vez más nos contentamos con los restos. Pues si prestas atención a los avatares académicos, especialmente en la zona conocida como “Humanidades” o “Ciencias Sociales”, podrás notar que cíclicamente se encienden fogatas de comprensión y liberación. Lo que nos pone sobre la pista de un malestar infantil que intenta ser cíclicamente sosegado.
Lo que podría decirte, rápidamente, es que las “humanidades” y las “ciencias sociales” son uno de los productos más acabados de lo que llaman “biopolítica”. Tal vez, justamente, esta vez el entusiasmo radique en que han descubierto lo que ellos llamarían su “padre” o su “madre” (no estoy seguro); pero que tú y yo dejaremos lo más discretamente posible en “procedencia”. Llama la atención como estos aplicados lectores de la obra de Michel Foucault hacen insistente caso omiso a la constatación de que la biopolítica es el resultado de un modo de conocer llamado Polizeiwissenschaft. Este modo de conocimiento y también de conciencia se caracteriza por captar toda afección y percepción en relación a alguna utilidad o fin realizable físicamente y medible estadísticamente. Como sabrás, tal modo procede conceptualmente del señor Descartes y se consuma prácticamente con la Segunda Guerra Mundial. Por lo que la “biopolítica” en tanto conjunto de políticas operativas sobre los cuerpos a los efectos de regular y administrar de modo seguro, previsible y útil las afecciones y percepciones o, dicho de otro modo, en tanto productora, gestionadora y patrocinadora de una vida práctica lista para ser vivida, tiene logrado y consumado su cometido hace aproximadamente un siglo. De allí que tu sospecha ante el regocijo “biopolítico” actual esté plenamente justificada. Entre otras cosas porque, como se deriva de lo que te decía antes, las “Humanidades” habrán quedado obsoletas como mínimo ya para la década de 1950… No me mires así…
Si asumimos que las “ciencias sociales” forman parte del “riñón de arranque” de la “Ciencia de la Policía” y asumimos que esta ya ha logrado y consumado con creces su tarea inicial, no puede extrañarnos que ese “riñón” sea ya hace tiempo irrelevante. Incluso podría decirse que al no asumir esa irrelevancia, y al insistir con sus métodos iniciales, la “Ciencia de la Policía” desembocó en una inflación policial (las SS más precisamente) que terminó consumando catastróficamente su política inicial de administración de afecciones.
Por más sorprendente que te parezca, todo esto en torno a lo cual ahora danzamos ha ocurrido hace ya mucho tiempo. Y claro que hoy día es fácil encontrar ejemplos y pruebas de “biopolítica”, de “cuerpos biopolitizados”. Pero lo es por el simple hecho de que esos cuerpos han sido masivamente abandonados… como muy tarde después de los bombardeos y exterminios masivos concentrados en la fulguración nuclear de pasaje a una nueva dimensión. Como siempre, vivimos lejos del mundo que nos corresponde, arruinados nos relacionamos con ruinas, y danzamos deshilachadamente en torno a restos. Y es que el brujo nos ha abandonado (más bien lo hemos echado a patadas) y hace rato venimos haciendo lo que podemos…
(Otto mira por la ventana mientras comienza a liarse un pitillo.)
Si la biopolítica que Foucault imaginó nos fuerza a una mántica adivinatoria, a una captación y un recorrido por lo inadvertido del detalle, junto a su muerte podemos preguntarnos por su fertilidad, por los ecos de la danza alrededor del vestigio. La reverberancia y la iterabilidad. Foucault lo supo y a su manera lo dijo en los cursos de 1979. La biopolítica moría en el momento en que era dicha y allí mismo (simultánea pero no paradójicamente) nacía un novedoso aparato de captura del que era posible y necesario desplazarse. No es la primera ni la segunda vez que Foucault abandona un término e instaura otro argumentando que “se trataba de otra cosa”. En este caso bien podría tratarse de la conjura a un nuevo dios (pequeño y poco pretensioso, pero dios al fin) que atrapa a lo viviente ocultando que, en definitiva, la vida es “aquello que es capaz de error”. Cuando el poder deviene inmanente lidiar con un dios es irrisorio, (excepto para quienes gustan de la tristeza de la sátira y de los avatares del juicio), pero también es eficaz, porque funda y moraliza una batalla. Hacer una inmanencia, en cambio, requiere creer en las intensidades impensadas de este mundo, perseguir los filamentos de la vida allí donde se indistingue hasta el punto en que escapa a su nombre. Deleuze y Guattari lo supieron y lo dijeron a su manera, dar consistencia sin perder nada de lo infinito. Hacer nacer, decían, modos de existencia todavía nuevos…
(Nelly vacía el cenicero).
Quien sabe nuestro problema no sea otro que el de no poder concentrarnos, alcanzar un grado de contemplación que disperse de modo discreto y elegante todo aquello que a veces nos obsesiona despejar y nos incita al ataque frontal.
Y es que hay un cansancio pero también hay un agotamiento, y cada vez que intento llegar al segundo me anego en el primero. No sé hace cuanto tiempo, tal vez tú puedas decírmelo, ando diciendo y diciéndome que hay que lograr una sobriedad de expresión y con suerte alcanzo una expresión sobria que, se nota, evita adrede la “embriedad”. Es notable, y merece la pena un elogio para el dispositivo, el modo en el que no dejamos de ser la radiación que intentamos conjurar. Hace un rato te hablaba de los arruinados y de las ruinas pero ciertamente no logro dar con una palabra que se entregue a la ruina sin estar arruinada de antemano. Pero, ¿nos sería lícito aspirar a una expresión mántica? ¿O es más bien que tal vez sea lo único a lo que nos sería lícito aspirar? Justo ayer me contaban de Epiménides, uno de los siete sabios de la Antigua Grecia y por lo tanto un adivino. Con el siguiente detalle: Epiménides adivinaba el pasado, lo que había pasado en lo que estaba pasando. Sospecho que esto sería casi lo mismo que adivinar el futuro pero ese “casi” me hace señas. Sí, lo que estás pensando: Foucault era un adivino de esa estirpe: alguien que adivinaba lo que había pasado en lo que estaba pasando. Entonces nociones como “biopolítica” debieran captarse y asumirse como mantra, como vórtice repetitivo justo en la cresta del presente que rompe en lo más alto de la escollera. Sabes lo que digo. Que ya sea esotérica o exotéricamente los oídos responden al culto más allá de su modo de equilibrarse. Lo único que debiera interesarnos es la invocación “biopolítica”. El adivino no controla su ceremonia ni puede nada contra los seguidores. El que ve es visto por los que no ven y repiten el mantra del que ni siquiera el adivino (y mucho menos él) podría saber algo. “Biopolítica” (y sigue la invocación) no sería tanto una noción como un conductor. De hecho creo recordar que Deleuze indicaba que un “concepto” es un estabilizador de fuerzas o algo así. En tanto tal “biopolítica” rinde estabilizando y conduciendo, no explicando. Con justa razón decías “dios pequeño y pretencioso”. Pero ¿qué dios no lo sería? A lo que voy: ¿cómo lograr una sobriedad conceptual, de pretensión y aspiración? ¿No sería la obra de Foucault (y varios más) un intento en ese sentido a través de la escritura del pensamiento? Piensa si quieres en la “cárcel”. Apenas un ejemplo al pasar, una punta para seguir hasta el templo adivinatorio. Y sin embargo esa mísera puntita ha conocido también lo que es el destino de una erección divina, de una columna de apoyo. Si Foucault puede ser un especialista en cárceles o Deleuze en Spinoza, cómo no podría también hablar de biopolítica… (“Fulano habla de…” extraña manía expresiva…)
Es el mantra, no hay que perderlo de vista ni de oídos. La situación actual de la noción de “biopolítica” es su repetición en el culto académico. Algo podemos aprender de ello, nosotros que tendemos a vaya a saber uno qué reconocimiento. Algo que tal vez nos esboce una sonrisa también irrisoria y nos acerque un poco más a la contemplación de sí y, como has dicho bellamente, a hacer nacer aunque sea un poco de mundo.
(Justo pasa el mozo y Otto pide dos medialunas. De manteca, si quedan)
Me dice Foucault, como al pasar: “Cada una de mis obras es parte de mi propia biografía. Por algún motivo he tenido ocasión de vivir y sentir estas cosas”. No le creo a Michel. En todo caso, si resulta que es un adivino, no estaría de más pensar que también es un chamán. Que la biopolítica se trasmuta en biografía. Que escribir la vida es la vida misma fuera de lo que es la verdad, aquello que imanta a los modernos, aquello que todavía buscan los que se encuentran atrapados en la industria conceptual. ¿No se escribe, acaso, para disponer aireadamente de un laberinto en el cual perderse? ¿Pero cómo, ahora le vamos a pedir coherencia al intelectual? ¿Le vamos a exigir que se esconda detrás de nociones pulcras, que sea siempre el mismo, que sea esclavo de sus principios? Así fue durante mucho tiempo; así nos fue. Y Foucault de nuevo me pregunta: ¿no puedo encontrarme anónimo en el flujo de un discurso cuya voz se apaga, y sin embargo está siempre ahí, auscultándome? ¿No puedo escabullirme en el homenaje a esas fuerzas, en el conjuro de su potencia, quién dijo que tengo que tener siempre el mismo rostro?
No te creo, Michel, porque sos del todo creíble, y porque tus jugarretas son a muerte. Tantos años de paciente documentalista, tanto lidiar aquí y allá, tanto despotricar, y al fin de cuentas todas tus palabras se cristalizan en la halitosis de quienes hablan en tu nombre, porque no tienen nada que decir en el suyo. Quizás a ellos no les pase nada, no tengan biografía, y por eso la biopolítica resultante es industria y no arte. Ahora trato de cavilar en la cavidad de tus interrogantes, y se me aparece que te obsesionó la verdad porque nosotros, que quizás sí hemos sido modernos, le pedimos a ella que nos defina. Delegamos la vida, y así fue como nació la biología. Delegamos luego la biología, y así fue como nació la biopolítica. Delegamos más tarde la biopolítica, y así fue como nos quedamos inermes, como corderitos, esperando que los pastores de antes y de siempre, los viejos pastores del alma y los nuevos pastores del soma, nos digan qué tenemos que hacer, qué tenemos que pensar, cómo catar vinos. Mansos corderitos de la verdad, eso somos. Y entiendo que te pusiste a trasmutar la biopolítica en biografía para dejar de obedecer a la verdad, para ver si había algo de eso que pomposamente llaman “sujeto” que no pasaba por ella. Lo van a llamar “ética” por ahí. ¿Pero se puede escuchar eso en el ruido de un taller, de un congreso, de un coloquio donde los catadores de vinos se reúnen alrededor de una degradación de la verdad, de una pantomima hecha para aspirantes de catadores? Te pregunto, Foucault, Michel, Paul, si podías imaginar semejante interrupción del flujo, tamaña irrupción en la memoria del adivino, semejante diatriba contra el chamán. Después no se quejen si nos parte un rayo: ustedes lo buscaron. Ríanse de las fuerzas y así nos va a llevar todo, vamos a quedar todos puestos, patas para arriba.
A nosotros nos queda seguir la veta de la madera, respetar a la mina, hablar cuando sea necesario, ver cuando eso no sirva y prometer cuando ya no quede más remedio. ¿Cómo, me pregunta Nietzsche, quién hace esa pregunta? ¿Quién dice “cómo”? Yo te lo digo, le dice Foucault y yo me quedo mirando, esperando que se le ocurra, por una vez, no enojarse y portarse como un viejo sabio, calibrar la apuesta, si después de todo es la veta la que nos lleva.
(Otto y Nelly se fastidian porque las medialunas no llegan)
Entiendo perfectamente lo que dices. Puesto en términos de adivino sería así:
“Al ascender por la veta del desaprendizaje hasta la fuente de lo que sabes encontrarás una fuente falsa en todo verdadera. A esta fuente la llamamos “biopolítica” y es exactamente tal y cómo te imaginas una fuente. Y es que es ella, en efecto, la fuente de tus imaginaciones. Llegado a ese punto, entonces, que es del todo imposible que reconozcas, debes zambullirte en la fuente y sumergirte sin miedo hasta el fondo (pues, te recuerdo, esa fuente es falsa) hasta salir de nuevo a superficie por el lado de la fuente que llamamos “vida”. Recién entonces podrás comenzar tu camino y descubrir tu grafía.”
(Llegan las medialunas. Arismendi pide un carajillo)
Puesto en términos del chamán quedaría así:
“Entre nosotros nadie hay que haya iniciado siquiera el camino hacia la fuente falsa en todo verdadera. Entre nosotros no se tienen noticias de tal fuente, y si se las tiene se las reputa de “mito”, sin tener otra noción del “mito” que la que emana de la fuente falsa en todo verdadera que desconocemos.
Entre nosotros la estela de la palabra intoxica el aire ya apenas respirable. Una central nuclear no produce menos desechos tóxicos que nosotros al hablar. No cabe ya duda que la vieja máscara griega se ha transformado en una máscara de gas, de esas que ayudan a respirar pero no a proyectar la voz. Como si no quedara espacio para proyectar la voz y aire para que esta se propague. Escribimos en esa ausencia de aire y así todas nuestra biografías son biopolíticas, proceden de la fuente falsa en todo verdadera.”
A Nelly seguro le gustaría recordar aquel palindroma latino que por ahora será mejor no invocar: “in girum imus nocte et …”
No sé Arismendi.
(Arismendi tantea su carajillo, enciende un pitillo y pregunta por Salamandrina)
¿Qué? ¿El mito? El día en que eso que llamamos desacatada e imprudentemente “mito” dejó de circular, dejó de valer, listo: ruinas, estatuas, restos arqueológicos que ni siquiera sabemos cómo mirar respetuosamente. La obsesión perversita del perforador de pirámides… ¿No viste? No pueden parar de hacerles agujeros como si lo que ellos mismos llaman “misterios”, “secretos” de las pirámides fuesen a estar ahí nomás abajo de 10 o 20 pedazos de piedra… Pobres pirámides… Y encima, mientras las penetran con toda la saña posible (“No me vas a ganar maldita pirámide”), salen en la tele diciendo que todo eso es “por la pirámide”, que todo lo que hacen es sólo para que la pirámide “pueda develar sus secretos”… ¿¡Develar sus secretos!? ¿¡No se dan cuenta de que si la vibración del secreto es tan patente que hasta ellos, que son “científicos”, que no creen en los misterios, la perciben después de quichicientosmil años es justo porque la pirámide no quiere revelarle nada a nadie?! ¿¡No ven que la pirámide está justo ahí para recubrir el secreto y, en esa profilaxis, afirmarlo, darle expresión?! Al final Hollywood entiende un montón… Los secretos de las pirámides y demás templos arqueológicos no se le revelan nunca a nadie, al final siempre se cae todo a pedazos y el “secreto” se pierde… (Está bueno: el “secreto” sigue ahí, pero la pretensión cientificista obligó a la pirámide a desplomarse y ahora lo que no hay es monumento que rememore el misterio, velo que haga recordar, construcción que haga memoria…) Bueno, quepa la excepción de Indiana Jones, por supuesto. Indy es claramente un tipo respetuoso y un iniciado… Sólo podemos ser viles arruinados hablando de ruinas porque, primero que todo, somos ruinas nosotros mismos, vida disecada, puro formol. Y segundo que, pasada, presente o futura, mientras nos acerquemos a la vida (que de momento para nosotros no puede ser más que la “fuente falsa en todo verdadera”) con la palabra muerta que nos mantiene erguidos y que es la única que tenemos, no vamos a poder más que matar todo lo que toquemos… Es un problema de contagio… Y lo peor es que ni nos damos cuenta. Nada de nada: eso sabemos de la palabra que nos constituye…
(Salamandrina se desanuda la bufanda, saluda y se sienta. “Cortado en jarrito y dos medialunas por favor”.)
La mántica adivinatoria sólo sigue materiales (voces, cuerpos, afectos) sin detenerse en la pregunta por su propia posibilidad. Una razón pneumática que persigue el hálito donde se entrelazan las plantas, los animales, los hombres, los minerales. Una razón vibrátil me dirás y tendrás razón. Los estoicos lo sabían: la razón pneumática expande las posibilidades de lo viviente, no persigue la detección de la enfermedad ni separar al cuerpo de sus potencias (la tristeza biopolítica…). Al-Kindi, el bello astrólogo y filósofo árabe del siglo XII, también lo supo y lo dijo a su manera: las estrellas comparten con todas las cosas un contacto sensible, una vibración diferencial. Dirás entonces que creo que sólo podemos vibrar el mantra biopolítico y “casi” te diría que sí. Porque quizá para hacer nacer un mundo creyendo en las posibilidades infinitas de este mundo, haya que atravesar al mantra. Bastaría con seguirlo por algún lugar, según se dice, para hacerle un mundo, una intensidad nueva donde la noción de biopolítica no tuviese ya ningún sentido. La inmanencia y sus bemoles…
(Nelly observa el comienzo de una tormenta en la noche de San Telmo. Las voces se acallan y se asoman un poco al cielo mientras respiran el silencio de esa expectativa inminente.)
Referencias bibliográficas
BERGSON, H. (1896) Materia y memoria, Buenos Aires, Cactus, 2006.
-------------------- (1899) La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico, Madrid, Alianza,1999.
COLLI, G. (1982) El libro de nuestra crisis, Barcelona, Paidos, 1991.
DELEUZE, G. (1969) Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1994.
------------------- (1993) Crítica y clínica, Barcelona, Anagrama1997.
----------------- y GUATTARI, F. (1991) ¿Qué es la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 2006.
---------------------------------------- (1980) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-textos, 2002
FOUCAULT, M. (2004) Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, FCE, 2007.
--------------------- (1984) Historia de la sexualidad. El uso de los placeres, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.
--------------------- (2001) Hermenéutica del sujeto, Buenos Aires, FCE, 2008.
MOREY, M. (1994) Deseo de ser piel roja, Barcelona, Anagrama, 1999.