PARTIDO CARLISTA O PARTIDO UNICO
Introducción
Nadie parece discutir el papel que jugó el Carlismo en el acoso y derribo del proyecto
reformista de la Segunda República ni su aportación al esfuerzo militar del ejército rebelde
en la Guerra Civil. Pero su actuación bajo el Franquismo ha sido oscurecida por el
protagonismo de falangistas y tecnócratas, cuando no se ha visto diluido entre las corrientes
católicas o ha sido presentado como un grupo de oposición antifranquista.
Lo cierto es que el Carlismo conservó durante los cuarenta años de Franquismo su
autonomía organizativa, incluso después del Decreto de Unificación del mes de mayo de
1937, desarrollando una acción política específica, difundiendo su propaganda desde la
legalidad, y manteniendo una organización diferenciada, que incluía milicias armadas, al
margen del partido único de FET y de las JONS. Un grado de autonomía tan amplio en una
sociedad como la de la España franquista no habría sido posible sin la complicidad de la
Dictadura, que consentía la actividad política de un Carlismo que actuaba a plena luz,
mientras que otras corrientes ideológicas necesitaban refugiarse en la más estricta
clandestinidad, como era el caso de los grupos de la oposición política o sindical, o no
consiguieron una organización tan compleja, como les sucedió a otras familias del régimen.
El estudio de la documentación de la Comunión Tradicionalista es imprescindible
para poder conocer la historia del Carlismo bajo el régimen franquista, pero las vicisitudes
de sus organizaciones durante los años de la Transición han impedido que se conserven y
custodien sus archivos, que solo podemos conocer de forma fragmentaria y dispersa,
apenas un puñado de papeles aislados como los que han servido de base a esta
comunicación1.
1.- La Comunión Tradicionalista bajo el Franquismo
Al comenzar la década de los sesenta del pasado siglo, el Carlismo no era una
corriente ideológica inactiva, nostálgica de un glorioso pasado, satisfecha con un feliz
presente y despreocupada por un prometedor futuro. Por el contrario, su organización
política específica, que se había mantenido aletargada pero siempre en pie desde el Decreto
de Unificación, se revitalizó y se renovó en esos años, con el objetivo de transformar un
viejo partido de cuadros en una moderna organización de masas.
En primer lugar, se puede afirmar que la Comunión Tradicionalista, supuestamente
disuelta a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil, mantuvo su propia estructura
orgánica, débil pero diferenciada, durante las dos primeras décadas del franquismo, como
1
Todos los documentos a los que se hace referencia en este trabajo están depositados en el Archivo
Histórico Provincial de Guadalajara (año 2023).
se deduce de un Informe de la Jefatura Regional de León-Castilla a la Junta Nacional,
fechado en el mes de diciembre de 1962, en el que se puede leer que en Zamora “a pesar
de haber existido Jefe Provincial sin interrupción desde la guerra no existe prácticamente
organización y su actuación se reduce a la personal del Jefe”.
En esos momentos esta organización se parecía más a los viejos partidos de
cuadros decimonónicos que a las modernas agrupaciones de masas. En muchas provincias,
la Comunión Tradicionalista no contaba con más estructura que las correspondientes Juntas
Provinciales, y su acción política se desarrollaba sobre todo por medio de las relaciones
personales, basadas en vínculos nostálgicos o en lazos familiares forjados durante la Guerra
Civil. Así, hablando de la provincia de Salamanca, el citado Informe sostiene que “a pesar de
las dificultades por la frialdad de la gente y por tantos años sin organización, han empezado
[los carlistas] a actuar unidos al grupo de miembros de la AET”, aunque como reflejo de un
modo desfasado de hacer política, tan elitista como voluntarista, se concluía afirmando que
“dada la valía del Jefe espero que la organización se consolide este año”.
Más estructurado en las zonas con mayor peso histórico y más débil en las áreas en
las que la Comunión Tradicionalista había contado con un apoyo popular más reducido,
durante los primeros veinte años de la Dictadura el Carlismo había mantenido en pie un
entramado orgánico que seguía creciendo, como se reconoce en el Informe citado donde se
dice que en Palencia “siguen sus trámites para la apertura del [nuevo] Círculo”, nombre que
adoptaban las sedes carlistas. Esa estructura orgánica era sostenida con las cuotas de los
afiliados, como se prueba en una comunicación del Círculo Carlista de Madrid, firmada por
su Presidente, José María de Zavala, y su Vice-presidente, Gabriel Alonso, en la que se
informaba a los afiliados que “en breve y a través de la Sucursal más próxima a su domicilio
del Banco Central recibirá, en lo sucesivo, los recibos de cuota de asociado a nuestro
Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella”, carta que podemos fechar sin ninguna duda en
esos mismos años.
Esta organización no se limitaba a actuar a nivel local y a coordinarse de manera
más o menos difusa, como puede deducirse del referido Informe, pues se extendía por todo
el país y contaba con órganos ejecutivos en los distintos niveles territoriales. En una carta
enviada el 26 de agosto de 1965 por José María de Zavala, alma mater de la reorganización
carlista, al soriano Fidel Carazo, Jefe Provincial de la Comunión Tradicionalista, Delegado
de Requetés y Delegado de la Hermandad en esa provincia castellana, se decía que “los
próximos días 4 y 5 de septiembre tendrá lugar en Santander una Asamblea Regional de la
Comunión de Castilla la Vieja, a la cual serás o habrás sido convocado por el Jefe Regional
D. Fernando Bustamante”, concluyendo que “pueden asistir a dicha Asamblea, además, los
Jefes Comarcales y Locales. Así que esperamos una nutrida representación de Soria”. Por
lo tanto, nos encontramos ante una estructura vertebrada y jerarquizada en los ámbitos
local, comarcal, regional y nacional, que elegía directamente a sus respectivos comités, que
celebraba sus congresos con regularidad y que actuaba con publicidad.
A partir del año 1961 la Comunión Tradicionalista inició un proceso de reorganización
y fortalecimiento de sus estructuras que no fue espontáneo, pues nació fruto de una decisión
política adoptada por las más altas instancias del Carlismo. Por una parte, decidió
reconstruir su organización territorial, ampliando su afiliación e implantándose en todas las
provincias y, con ese fin, desde Madrid se mantuvieron contactos frecuentes y se hicieron
visitas asiduas a las provincias, como puede comprobarse en el Informe de la Junta
Regional redactado por el Jefe Regional castellano donde puede leerse que en Palencia “he
mantenido algunas entrevistas con el Jefe y tengo citada la Junta para una reunión el 2 de
Diciembre”, se informa que en Valladolid el Jefe Provincial, Valeriano Alonso Lahoz,
“mantiene un estrecho contacto conmigo”, se anuncia que en León “me reuní con la Junta el
25 de octubre”, etc.
Los resultados debieron ser muy satisfactorios, según se deduce de la
documentación consultada sobre Guadalajara. En el verano de 1964 estaban constituidos la
Junta Provincial, formada por ocho afiliados, y el Consejo Provincial, integrado por otros
cuatro militantes carlistas, además de designarse Jefaturas Comarcales en Pastrana
(Alcarria), Sigüenza (Serranía) y Molina de Aragón (Señorío), Jefaturas Locales en otras
veinticinco localidades y de nombrarse los Delegados Provinciales de la Hermandad de
Antiguos Combatientes de los Tercios de Requetés, de las Margaritas y de la Asociación de
Estudiantes Tradicionalistas.
Por otro lado, el Carlismo se dedicó a fortalecer su estructura partidaria central. En
1965 se inició “el estudio de un proyecto de constitución del Consejo Real”, se editó un
Boletín de Información, de carácter reservado y destinado a Jefes Regionales y Provinciales,
y se insistió en la coordinación “entre todas las Organizaciones, Jefaturas Regionales y
Provinciales de la Comunión”, centralizándose en Madrid toda la información sobre actos,
publicaciones y contactos con otros grupos políticos, según las instrucciones recogidas en
una comunicación de la Secretaría Técnica de la Junta de Gobierno fechada en octubre de
1965.
Como era habitual, se dedicó especial atención a los medios de comunicación, con el
nombramiento de responsables de Prensa y Propaganda en todas las Jefaturas
Provinciales, cuyos datos personales disponía la Junta de Gobierno para facilitar un
contacto más fluido y, en esa misma línea de trabajo, se procuró disponer de órganos de
prensa propios, sosteniendo diversas revistas de las que la zaragozana Esfuerzo Común fue
la que tuvo una vida más larga.
Por último, el Carlismo se decidió a ampliar su base social, incrementando la
afiliación por medio del desarrollo de organismos sectoriales específicos que actuaban en la
órbita de la Comunión Tradicionalista. Se constituyeron o reorganizaron la Hermandad
Nacional de Antiguos Combatientes de los Tercios de Requetés, la asociación de
Margaritas, nombre adoptado por la rama femenina del Carlismo en recuerdo de la esposa
de Carlos VII, la Asociación de Estudiantes Tradicionalistas, la filial juvenil carlista, y el
Movimiento de Obreros Tradicionalistas, que agrupaba a los trabajadores de la Comunión y
del que no hemos encontrado datos en la documentación consultada, lo que nos hace
pensar que estuvo mucho menos extendido, a causa de la débil implantación del Carlismo
en el ámbito sindical.
Para culminar toda esta labor, se coordinó y sometió a la disciplina partidaria a los
militantes del Partido que ocupaban distintos cargos institucionales en los diferentes
organismos del régimen franquista, desde alcaldes y concejales hasta procuradores en
Cortes; en esos años, algunos altos cargos políticos franquistas solicitaron permiso al
partido carlista antes de ocupar determinados puestos de responsabilidad.
En 1968 el Carlismo afirmaba tener medio millón de afiliados organizados en 7.000
juntas locales repartidas por todo el territorio nacional y decía que contaba con una treintena
de procuradores en las Cortes orgánicas, unas cifras que seguramente eran muy
exageradas pero que simbolizaban la fuerza de un partido que ese mismo año había logrado
reunir a varias decenas de miles de seguidores en las campas de Montejurra.
2.- El Requeté
Un análisis más detallado merece la reconstrucción de los Tercios de Requetés, la
milicia carlista que se había organizado durante la Restauración y que había resurgido con
fuerza en la Segunda República con el objetivo de conquistar el poder por medio de la lucha
armada y que, sorprendentemente, se recompuso en pleno Franquismo. No puede caber
duda de su carácter específico y diferenciado de la Hermandad que acogía a los antiguos
requetés que habían combatido en la Guerra Civil, pues nos encontramos ante una
organización abiertamente paramilitar, con misiones y objetivos que no podían ser
desempeñados por hombres que, mediados los años sesenta, ya se habían adentrado en la
edad madura.
Esta reconstrucción de la milicia carlista se extendió por todo el país, creándose
Jefaturas Provinciales de Requetés para dirigir a los diferentes Tercios que se habían
reconstituido en cada provincia; en la documentación consultada hay datos exhaustivos de
Madrid, pero también de otras regiones españolas como, por ejemplo, del riojano Real
Tercio Nuestra Señora de Valvanera y del Real Tercio Virgen Nuestra Señora de Nuria,
dependiente de la Comunión Tradicionalista del Principado de Cataluña; es fácil deducir que
los voluntarios serían mucho más numerosos en otras zonas, como por ejemplo en Navarra.
Este renovado Requeté mantenía la misma constitución militar que había tenido la
agrupación homónima fundada por la Comunión Tradicionalista treinta años atrás, tanto en
su estructura interna como en su aspecto externo. Una organización de carácter militar,
sometida a la jefatura política del Carlismo y al margen de la cadena de mando de FET y de
las JONS, organizada en Tercios que estaban capitaneados por una “Plana Mayor” de
“oficiales” que obedecían y transmitían órdenes de forma jerárquica y que imponían una
férrea disciplina a unos voluntarios uniformados que formaban las distintas “Secciones”
subdivididas en “Pelotones”, integrados por un Sargento, un Cabo y cinco boinas rojas.
¿Para qué necesitaba el partido carlista este Requeté? En primer lugar, esta milicia
podía ser vista como un elemento más de propaganda política en una España que aún tenía
resabios de la Cruzada; los requetés aparecían formando con sus uniformes y desfilando
con marcialidad en los actos convocados por el Carlismo, por ejemplo en la convocatoria
anual de Montejurra o haciendo guardia de honor en los Círculos carlistas o incluso en el
interior de los templos con motivo de las misas por los Mártires de la Tradición. Sorprende la
completa indumentaria que en cada ocasión se entregaba a los boinas rojas para su
atuendo: camisa, pantalón, boina con su borla, calcetines, guantes, botas, cinto, trinchas y
las correspondientes insignias: chapa, aspas y el Detente.
A pesar de este alarde paramilitar, nunca se alarmaron las fuerzas policiales del
régimen franquista y nunca fueron molestados los participantes; puede pensarse que esta
permisividad se debía al carácter meramente folclórico de la organización o a lo inocente de
sus actividades, pero lo cierto es que sus acciones iban más allá de los desfiles esporádicos
o de su presencia anecdótica en determinados actos políticos o sociales. De la
documentación que hemos consultado podemos deducir que el Requeté era una
organización fuertemente militarizada dedicada a la preparación castrense de sus miembros
y a la ejecución de acciones que no tenían nada de inofensivas.
Si la dirección del Carlismo había decidido reconstruir una organización armada que
agrupaba a numerosos militantes uniformados y jerarquizados, dirigida por sus propios jefes
y oficiales, muchos de los cuales eran militares en activo, y que se preparaba para participar
con violencia en conflictos políticos, difícilmente iba a limitar sus actividades a un plano
teórico o iba a quedar reducida a la pasividad. Sabemos que avanzó por la senda de acción
armada, por lo menos actuando en el interior de la Comunión Tradicionalista como fuerza de
choque de la dirección del partido en los conflictos internos o como servicio de información y
control.
En una documentación de la Plana Mayor del Requeté de Madrid, fechada el 29 de
enero de 1964 y encabezada por un sello que dice “Muy reservado y confidencial”, el Oficial
Jefe Julián Ferrari adjunta a sus superiores información recabada por los requetés bajo su
mando sobre algunos miembros de la Comunión Tradicionalista que estaban sometidos a
trámites de expulsión del partido o de los que no se tenían noticias recientes, demostrando
el papel desempeñado por el Requeté al servicio de la dirección política del partido.
De alguno de los militantes de los que se recabaron datos se informaba que “al
parecer actualmente frecuenta una tertulia de juanistas [seguidores de Juan de Borbón y
Battenberg]”, de otro se dice que “el día de la inauguración del Círculo fue obligado a
abandonarlo, por el entonces Jefe Provincial, y desde entonces no ha vuelto a aparecer” y
de alguno más se da cuenta que no había vuelto por el Círculo después de un reciente
incidente ocurrido en la localidad alcarreña de Molina de Aragón, donde se celebraba todos
los años en el mes de septiembre una reunión carlista en el Barranco de la Hoz, o que había
desaparecido tras la expulsión del partido del Comandante Vadim Klimenko, un ruso blanco
que fue oficial de requetés en la Guerra Civil y que en esa época dirigía el Tercio de
Requetés de Cristo Rey, lo que demuestra la crisis que vivía el Carlismo en esos años y la
utilización del Requeté como fuerza armada para el control del partido y de sus afiliados.
Al leer alguno de los expedientes de baja que hemos podido consultar, es fácil
comprobar el alto grado de organización del Requeté que disponía de su propia estructura
orgánica al margen de la Comunión Tradicionalista, pues en varios casos se dice de algún
afiliado que seguía militando en el partido pero que se había dado de baja como requeté.
Además hay que destacar lo nutrido de sus filas, pues parece ser que en Madrid había más
de un Tercio en activo, y lo complejo de las actividades desarrolladas por sus miembros,
entre las que se incluían el control, el seguimiento y la investigación de los carlistas
disidentes, la vigilancia sobre de los miembros de las otras corrientes monárquicas, y
prevenir que elementos hostiles se infiltrasen en el Carlismo, como puede comprobarse en
el expediente de baja de un boina roja en el que se dice que “de querer obrar en contra de la
Organización, se hubiese personado alguna vez en el Círculo, con objeto de obtener
información”.
Pero los Tercios de Requetés no se limitaron a jugar un papel activo en el seno del
Carlismo, también se reconstruyeron con el objetivo de servir como brazo armado del
partido en una lucha por el poder que, en los años 60, se preveía difícil. Para ello, se
impartía a los requetés una completa formación por medio de cursos teóricos que debían ir
necesariamente acompañados de un entrenamiento militar del que no hemos encontrado
datos.
El Tema 3 de uno de estos cursos llevaba por título La interpretación de la decisión
de un Jefe Provincial de Requetés ante una situación de emergencia, y en él se plantea un
supuesto teórico destinado a un jefe que cuenta con 20 oficiales y 200 soldados requetés. El
problema que se proponía a los cursillistas estaba redactado en los siguientes términos:
“Nos encontramos en una capital de provincias con 40.000 habitantes. La situación nacional
es confusa. Ha habido elecciones generales ganando las derechas, pero los partidos de
izquierdas, no conformes con este resultado, intentan provocar incidentes para ir a la
revolución. Se da la circunstancia de que el malestar en el orden social es grande. Los
grupos capitalistas utilizan a algunos altos mandos del ejército y a los partidos políticos de
las derechas para intentar un golpe e imponer el orden y de esta manera conseguir el triunfo
de sus intereses. Algunos activistas extremistas cometen algunos desmanes y violencias
contra personajes burgueses. Otro gran sector de la población no interpreta los deseos de
los grupos de derechas y ven el carlismo como una solución intermedia”. Después de una
descripción tan significativa del problema que se planteaba, se le pedía al jefe de requetés
que confeccionase un plano de su ciudad en el que figurasen los puntos neurálgicos sobre
los que debía actuarse, que preparase un estudio táctico en el que se ampliase la
información sobre los medios propios que disponía para la lucha y los del enemigo, y sobre
el terreno en el que se iba a combatir, que elaborase un proyecto de maniobras militares,
que incluyese un plan específico para la población civil, y un esquema para explotar el éxito
de este plan.
Como vemos, el Carlismo se preparaba a mediados de los años sesenta para
realizar acciones bélicas al margen del gobierno y del ejército, incluso en una situación de
normalidad democrática que, necesariamente, debía de alcanzarse después del esperado
colapso del Franquismo, sin renunciar los carlistas en ese caso al uso de la violencia y a la
consecución de sus objetivos mediante su propia organización paramilitar. Sin embargo, con
la excepción de algún leve altercado político, en alguna ocasión con el entonces príncipe
Juan Carlos como víctima, los Tercios de Requetés nunca pasaron de las palabras a los
hechos.
Naturalmente, la preparación y realización de estos cursillos exigía la participación de
mandos militares en activo y con experiencia que fuesen capaces de instruir a los futuros
oficiales requetés. Para nadie era un secreto que en esa época el Carlismo contaba con la
simpatía de numerosos jefes y oficiales de las tres armas, que habían participado en la
Guerra Civil desde las filas de los Tercios carlistas o que habían ingresado en el Ejército
desde las milicias de la Comunión Tradicionalista. Por poner un ejemplo, en el acta de la
asamblea celebrada en Guadalajara el 25 de marzo de 1963 por los más destacados
militantes del Carlismo de la provincia, figuran diez y siete asistentes, de los que dos eran
militares en activo (un Coronel de Intendencia y un Comandante Médico), otro era miembro
del Cuerpo General de Policía y un último participante era funcionario de Prisiones, lo que
representaba una elevada proporción de militantes vinculados con la milicia o los cuerpos
represivos, sin contar con los asistentes que habían sido jefes y oficiales del ejército entre
1936 y 1939, cuya experiencia era valorada en los nombramientos efectuados en el seno de
la Comunión.
3.- Carlismo y Franquismo
No es posible que en el Estado policial que fue la España franquista toda esta labor
pasase inadvertida para las fuerzas de orden público, sobre todo si tenemos en cuenta que
estas actividades se realizaban abiertamente, eran anunciadas previamente desde los
medios de comunicación y convocadas gracias a una propaganda ampliamente difundida y
que a ellas asistían personas de las llamadas “de orden”, con una vinculación muy estrecha
con el Régimen. Así, entre los diez y siete dirigentes provinciales de Guadalajara que
asistieron a la Asamblea celebrada en 1963 en el Hotel España, había dos militares, un
inspector de policía, un funcionario de Prisiones, cinco funcionarios (de Hacienda, Industria,
Abastos, Servicio Nacional del Trigo y un secretario de la administración local), tres
profesores, un Recaudador de Contribuciones, un director de sucursal bancaria y tres
empresarios.
A pesar de la descarada permisividad que disfrutaba el Carlismo, en contradicción
con la idea del Partido Único, hay que reconocer que la libertad que tuvo este entramado
organizativo carlista no se debió a la fuerza de la Comunión Tradicionalista, pues las
sucesivas escisiones carlistas gozaron de una tolerancia muy similar a pesar de sumar un
número de seguidores mucho más reducido y de tener una vida política mucho más corta.
Así por ejemplo, los llamados carloctavistas prácticamente doblaron la estructura carlista,
constituyendo Juntas Regionales, Provinciales, Comarcales y Locales, y formando su propio
Requeté, en el que destacaba un Batallón de Guías del Rey que protegía y rendía honores a
su pretendiente, conocido entre sus partidarios como Carlos VIII. Y los estorilos, es decir
aquellos carlistas que reconocieron los mejores derechos al trono de Juan de Borbón, el hijo
de Alfonso XIII, pudieron dar a conocer públicamente su reconocimiento al pretendiente de
la otra rama dinástica y difundir su propaganda, a pesar de que no eran especialmente
numerosos ni todos sus componentes eran necesariamente personajes significados.
Fue la legitimidad ganada el 18 de julio de 1936 por los requetés, con su aportación
tan temprana como decisiva al llamado Alzamiento Nacional, la que permitió a los carlistas
actuar a plena luz del día con sus organizaciones específicas, que operaban al margen del
Partido Único y de sus apéndices orgánicos, como la CNS, la Sección Femenina o la
Organización Juvenil Española, que estaban en manos de los falangistas. Fiel a su propia
fuente de legitimidad, el Franquismo agradecía a los carlistas los servicios prestados
durante la Guerra Civil permitiéndoles gozar de una cierta autonomía política y orgánica,
siempre y cuando fuesen leales al Régimen instaurado sobre la victoria militar que ambos
compartían.
Por su parte, la Comunión Tradicionalista también asumía con orgullo esta fuente de
legitimidad, entroncando el conflicto fratricida de 1936 con la herencia de las tres Guerras
Carlistas. En un escrito firmado por el Círculo de Excombatientes de Pamplona en 1946 se
decía “vosotros, heroicos veteranos, combatisteis a las órdenes de Carlos VII en Lácar, en
Montejurra, en Abarzuza, en Lumbier, en Monjardín y en Somorrostro. Nosotros, a las
órdenes del Caudillo, luchamos en San Marcial, en Lemona, en el Bizcargui, en Somosierra,
en Asturias, Teruel y Brunete. Seguimos vuestras huellas e imitamos vuestro ejemplo”.
Desde las filas carlistas se alardeaba de su aportación al ejército rebelde en la
Guerra Civil, presentándose como la vanguardia de la reacción armada contra la República
y ofreciéndose como garantía de un futuro sin cambios; en un panfleto distribuido en esos
años se proclamaba: “Que quienes no estuvieron presentes en la Cruzada, no tienen
derecho a pretender su herencia”. Además, tanto el Franquismo como el Carlismo
renunciaban a la herencia de la Restauración canovista y abjuraban de la monarquía liberal,
por lo que si descontamos las glorias del viejo Imperio español forjado por la monarquía
Habsburgo, la Dictadura no tenía otra fecha de nacimiento ni los carlistas otra victoria que
justificase su protagonismo que el 18 de julio de 1936, mito fundacional que unos y otros
compartían.
Esta complicidad con el Régimen no se limitaba a la organización interna del
Carlismo, pues se extendía también a la difusión externa de la propaganda carlista, que era
tan numerosa que desde la Secretaría Técnica de la Junta de Gobierno de la Comunión
Tradicionalista se remitió una circular a todas las Juntas en la que se exigía que todas las
publicaciones que se editasen desde las distintas instancias del carlismo, territoriales o
sectoriales, fuesen remitidas a la citada cúpula de la Comunión Tradicionalista para ser
supervisadas, lo que, por una parte, prueba la permisividad del régimen franquista hacia la
propaganda partidaria carlista, al margen de prohibiciones o suspensiones puntuales, y, por
otro lado, demuestra la inquietud de la dirección política del Carlismo por la fidelidad de sus
bases en un momento de desorientación ideológica.
Las otras familias del Régimen no gozaron de una organización tan desarrollada y
cohesionada ni, desde luego, tan numerosa. Los monárquicos partidarios del hijo de Alfonso
XIII, Juan de Borbón y Battenberg, no pasaron de formar Unión Española, una asociación
tan elitista como huérfana de apoyos, que no tenía más objetivo que la proclamación, a
cualquier precio, de Don Juan como sucesor del General Franco, por lo que careció de una
ideología coherente que sirviese de denominador común a sus partidarios, entre los que
convivían franquistas de viejo cuño, como Pedro Sainz Rodríguez o José María Pemán,
antiguos monárquicos liberales, como José Satrústegui, viejos políticos católicos, como José
María Gil Robles, o incluso socialistas, como Enrique Tierno Galván. Tampoco los
falangistas, incrustados en el Movimiento Nacional y en sus organismos subordinados
dispusieron de una organización específica que tuviese la fuerza y la trayectoria del
Carlismo, a pesar de los intentos de los núcleos hedillistas. Y los partidarios de una política
de orientación católica, que en parte recogían el legado de la CEDA, no pasaron de formar
pequeños núcleos con sobrada capacidad de teorizar pero con escasas fuerzas para actuar.
Conclusiones
Una de las características que se atribuyen al Franquismo es la de disponer de un
Partido Único, constituido después del Decreto de Unificación de 1937 a imagen y
semejanza de otros regímenes fascistas contemporáneos y sometido como fiel instrumento
a la voluntad del dictador. Sin embargo, hay que reconocer que el Carlismo mantuvo a lo
largo de los cuarenta años de dictadura franquista su propio partido político al margen del
Movimiento Nacional, y que conservó su autonomía organizativa hasta el comienzo de la
Transición.
Esta organización política alcanzó una gran complejidad tanto desde el punto de
vista territorial, con la constitución de Juntas Locales, Comarcales y Provinciales en todo el
país, como desde el sectorial, con la formación de agrupaciones específicas para jóvenes,
mujeres, trabajadores y antiguos combatientes, destacando el caso del Requeté, una
organización paramilitar, es decir, armada, jerarquizada y uniformada, que realizó ejercicios
teóricos y prácticos de formación para sus cuadros de oficiales y de entrenamiento para sus
miembros, los boinas rojas, en los que participaron militares en activo del Ejército.
La formación de este entramado asociativo se realizó a plena luz del día, lo mismo
que sucedió con su actividad orgánica, su acción política y su propaganda, y en él
participaron personas integradas o muy próximas al régimen franquista, por lo que no cabe
pensar en que se realizase en un clima de persecución o incluso dentro de la clandestinidad,
como posteriormente se ha pretendido sostener desde las filas del Carlismo, integrado
desde 1969 en las filas de la oposición democrática. Si ciertamente hubo limitaciones o, de
forma puntual, prohibiciones concretas se debieron al juego del palo y la zanahoria que el
sistema franquista sostenía con las llamadas “familias del régimen”. La cooperación del
Carlismo en la victoria militar de 1939, que legitimaba al Franquismo, justificaba la
permisividad del régimen con el Partido Carlista y su autonomía orgánica con respecto al
Partido Único.
JUAN PABLO CALERO DELSO
Fundación Anselmo Lorenzo (Madrid)
Aspas Rojas, Madrid, 1955
Las Libertades, Oviedo, 1951
Legitimidad, Madrid, 1960
¡Volveré!, Madrid, 1956-1963
ARCHIVOS
PUBLICACIONES PERIODICAS
BIBLIOGRAFIA
Autores Varios, El acto de Estoril, s.l., 1957.
Martín BLINKHORN, Carlismo y contrarrevolución en España. Barcelona. Editorial Crítica,
1979.
Carlos Hugo de BORBON PARMA, Un príncipe para el futuro. Zaragoza. S.U.C.C.V.M.
1967.
Javier de BORBON PARMA, Declaración al pueblo carlista. Madrid. Partido Carlista, 1971.
Jordi CANAL, El Carlismo. Madrid. Editorial Alianza, 2000.
Josep Carles CLEMENTE, Historia del carlismo contemporáneo. Barcelona. Editorial
Grijalbo, 1977.
Comunión Tradicionalista, Ante la gravedad e inminencia del peligro que amenaza la Patria,
la Comunión Tradicionalista reclama el Poder por ser la solución nacional y única garantía
de salvación patria. Madrid. Comunión Tradicionalista, 1943.
Enrique ENCISO y P. J. ZAVALA, ¿Qué es el carlismo? Zaragoza. S.U.C.C.V.M. 1966.
Melchor FERRER, Observaciones de un viejo carlista al Conde de Rodezno, Madrid,
Gráficas Legier, 1946.
Maximiano GARCIA VENERO, Historia de la unificación (Falange y requeté). Madrid.
Distribuidora Madrileña, 1970.
Javier LAVARDIN, El último pretendiente. París. Ruedo Ibérico, 1976.
Partido Carlista, Montejurra 68, s.l., Servicio de Prensa Carlista, 1968.
Manuel PEREDA DE LA REGUERA, Carlos e Irene. Santander. Inst. de Información, 1964.
Manuel REGO NIETO, El carlismo orensano (1936-1980). Vigo. Diputación de Orense,
1985.
Unión Española, Hacia la solución nacional. Montevideo. Españoles en América, 1962.
Comunicación presentada en el V Encuentro de Historiadores sobre el
Franquismo, organizado por la Universidad de Castilla-La Mancha y celebrado
en Albacete del 13 al 15 de noviembre de 2003. Publicada en formato CD
editado por la Universidad de Castilla-La Mancha (Depósito Legal: M-440332003)