59
Bogotá - Colombia
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes
http://res.uniandes.edu.co
enero-marzo 2017
ISSN 0123-885X e-ISSN 1900-5180
Editorial
Gabriel Gatti
María Martínez
Martha Lux
Ana Pérez
Dossier
Estela Schindel
Carol Chan
Carolina Angel-Botero
Juliane Bazzo
Caterine Galaz V.
Paz Guarderas A.
Ana Guglielmucci
Isabel Piper Shair
Marisela Montenegro
Otras Voces
Óscar Iván Salazar Arenas
Documentos
Danilo Martuccelli
Pilar Calveiro
Debate
Sandrine Lefranc
Alejandro Castillejo
Lecturas
Daniela Fazio Vargas
Gabriel Gatti
Los ciudadanos-víctima. Problematización teórica y
revisión crítica de una identidad transnacionalizada
Revista de Estudios Sociales No. 59
EDITORIAL
OTRAS VOCES
Presentación: El ciudadano-víctima. Notas para iniciar
un debate
Cultura del automóvil y subjetividades en Colombia
(1950-1968) • 111-123
Gabriel Gatti – Universidad del País Vasco, España
María Martínez – University of California, Santa Barbara,
Estados Unidos
Óscar Iván Salazar Arenas – Universidad Nacional de Colombia
Carta a los lectores
8-14
DOCUMENTOS
DOSSIER
Semánticas históricas de la vulnerabilidad • 125-133
Migrantes y refugiados en las fronteras de Europa.
Cualificación por el sufrimiento, nuda vida y agencias
paradójicas • 16-29
Danilo Martuccelli – Université Paris Descartes, Francia
Víctimas del miedo en la gubernamentalidad
neoliberal • 134-138
Pilar Calveiro – Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Estela Schindel – Universität Konstanz, Alemania
Migrantes como víctimas y héroes nacionales:
cuestionando la migración como camino al desarrollo en
Indonesia • 30-43
DEBATE
Carol Chan – University of Pittsburgh, Estados Unidos
La venganza de las víctimas • 140-144
Reproduciendo diferencias: la negociación de identidades
ciudadanas en el marco de la justicia transicional • 44-55
Sandrine Lefranc – Institut des Sciences Sociales du Politique,
Francia
Carolina Angel-Botero – Universidad de los Andes, Colombia
Memórias revisitadas: sobre os testemunhos das vítimas
retroativas de bullying no contexto brasileiro • 56-67
Juliane Bazzo – Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil
La intervención psicosocial y la construcción de las
“mujeres víctimas”. Una aproximación desde las
experiencias de Quito (Ecuador) y Santiago (Chile) • 68-82
Las policromías del terror: mediaciones entre la tecnología,
la confesión y la experiencia de la víctima en la Colombia
de justicia y paz • 145-149
Alejandro Castillejo – Universidad de los Andes, Colombia
LECTURAS
Caterine Galaz V. – Universidad de Chile
Paz Guarderas A. – Universidad Politécnica Salesiana, Ecuador
El concepto de víctima en el campo de los derechos
humanos: una reflexión crítica a partir de su aplicación en
Argentina y Colombia • 83-97
Ana Guglielmucci – Conicet, Argentina
Ni víctimas, ni héroes, ni arrepentido/as. Reflexiones
en torno a la categoría “víctima” desde el activismo
político • 98-109
“Corazón, canta y no llores, no llores que los dolores hay
que espantarlos bailando” • 151-161
Daniela Fazio Vargas – Universidad de los Andes, Colombia
Juan Pablo Aranguren Romero. 2016. Cuerpos al límite:
tortura, subjetividad y memoria en Colombia
(1977-1982) • 162-163
Gabriel Gatti – Universidad del País Vasco, España
Isabel Piper Shafir – Universidad de Chile
Marisela Montenegro – Universitat Autònoma de Barcelona,
España
Publicaciones · Facultad de Ciencias Sociales · Universidad de los Andes
Carrera 1 No. 18A-12 Bogotá, D.C., Colombia · Tels: +571 3394999 Ext 5567 Fax: +57(1) 3324539
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140
La venganza de las víctimas*
Sandrine Lefranc**
DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res59.2017.12
*
**
Traducción de Vicente Torres, Doctor en Littérature et
Civilisation Françaises por la Université Sorbonne Nouvelle Paris 3 (Francia), profesor asociado de la Universidad de los
Andes (Colombia).
Doctora en Ciencia Política por el Institut d’Études
Politiques de Paris (Francia). Investigadora científica
del Institut des Sciences Sociales du Politique, CNRS/
Université de Paris Ouest/École Normale Supérieure de
Cachan. *
[email protected]
Las víctimas de violencia política sueñan con la
venganza. ¿Quién lo imaginaría? ¿Qué más puede
desearse después de haber sido envilecido, aterrorizado, desposeído de cuanto se tenía y de lo que se era,
después de saber que sus parientes fueron torturados,
asesinados y sus cuerpos “desaparecidos”, o después de
haber padecido uno mismo la tortura y la degradación?
Vengarse de quien nos ha hecho sufrir se revela como
una pulsión universal del individuo. “Revenge […] is
a universal phenomenon […] much revenge behavior
is impulsive, conceived and executed in the rage of
the moment” (Elster 1990, 862). En contextos donde
siguen conviviendo quienes han ejecutado y padecido
una violencia extrema —como suele ocurrir después de
represiones, guerras civiles o genocidios—, este apetito
de venganza puede parecer legítimo para algunos,
mientras que para otros aparece como una amenaza
que se debe encauzar. Quienes en particular intervienen en el seno de organizaciones internacionales
cuando un conlicto llega a su in piensan a menudo
que es necesario luchar contra la voluntad de venganza
de las víctimas. Temen las consecuencias que puedan
tener tales represalias —que se presumen desestabilizadoras— en el nuevo marco político.1
Y, sin embargo, sería difícil airmar que las víctimas
de la violencia política en realidad llevan a cabo actos
de venganza. Muy a menudo esta es evocada pero de
manera puramente teórica. Claro que algunos hombres
que cometieron u ordenaron crímenes políticos fueron
asesinados. Tal fue el caso de Jaime Guzmán Errázuriz,
actor importante del Gobierno chileno de Pinochet,
asesinado en 1991, o de algunos ejecutantes del genocidio
judío cometido bajo el Tercer Reich. Pero no son muchos,
a fortiori, si se tiene en cuenta el número de sus víctimas.
Los pocos casos que han sido identiicados como represalias contra criminales políticos tienen además poco
que ver con una pulsión vengativa de las víctimas. Rara
vez la venganza es el hecho de una víctima contra quien
le ha causado daño. Hay quienes lo hacen en su propio
nombre —grupos militantes o militares, como es el caso
del grupo Berih’ah d’Abba Kovner, que se unió además
al Ejército israelita— (Segev 1993, 140-152). No lo hacen
de una manera impulsiva sino más bien colectiva y
1
Dos ejemplos, entre otros posibles: una conferencia
organizada en Bogotá por la revista Semana, y la cual
reunió a altos responsables con motivo de la negociación
de los acuerdos de paz en Colombia http://colombia-kaf.
ictj.org/role-truth-peacebuilding-complexities-contributions-and-myths, y el informe 2011 del Centro Internacional
para la Justicia Transicional (respecto a Túnez, https://
www.ictj.org/sites/default/files/ICTJ-Global-Annual-Report-2011-English_0.pdf
DEBATE
organizada, y por una causa que sin duda va más allá del
pago de una deuda de sangre. Se trata de actos políticos.
En cuanto a las grandes iguras de “vengadores” (como
Simon Wiesenthal o la pareja Klarsfeld), acorralan a los
criminales de guerra para llevarlos ante los tribunales
de justicia. Y la justicia de Estado no es la venganza.
Por un lado, la certeza de una pulsión irresistible de
venganza; por el otro, la escasa frecuencia con la que
se constatan los hechos de venganza. ¿Qué le sucede a
la víctima para que no desahogue su sed de venganza?
Este problema llama la atención sobre un malentendido
de los usos contemporáneos del apelativo de víctima, en
el marco de las políticas posteriores a la violencia, como
suele ocurrir en la universidad… Muchos social scientists —en ocasiones agobiados por disposiciones, clases
y categorías sociales, y preocupados por humanizar
su profesión— se interesan en las víctimas, con la
esperanza de descubrir en ellas a personas singulares y
abatidas. Para ellos, las víctimas aparecen como seres
traumatizados, vulnerables, con identidades perturbadas, susceptibles de cuestionar los referentes identitarios, políticos y cientíicos existentes. Los expertos
en políticas del posconlicto también expresan su
deseo de querer estar lo más cerca posible de la verdad
“subjetiva” de las víctimas, a las que sitúan en el centro
de la experiencia de las comisiones de la verdad.
Desde esta perspectiva, la venganza de las víctimas es,
en parte, un fantasma de universitarios y expertos. Las
víctimas de violencias políticas son omnipresentes,
pero de hecho, ausentes como personas. Son, ante todo,
iguras producidas por un trabajo político. La víctima
es una igura política y jurídica cuya importancia
es reciente. Durante mucho tiempo, las víctimas no
fueron consideradas centrales en las políticas relativas
a las violencias masivas. Sacriicadas en el altar de los
“héroes” (el militante sionista en Israel, el vencedor de
la guerra en Estados Unidos, el militante de la resistencia en Francia, etcétera), las víctimas de la Segunda
Guerra Mundial tuvieron que permanecer en silencio.
Los procesos penales nacionales apenas comienzan a
considerarlas como actores legítimos, mientras que
la Corte Penal Internacional se propone, desde 2002,
hacerles desempeñar un papel que ya no sea solamente
el de testigos.
Sería erróneo, por lo demás, creer que esta víctima que
ahora ocupa el centro es el legado, o más bien, el residuo
único de las violencias políticas masivas. Su invención
ha sido alimentada por procesos propios del derecho y
movilizaciones en otros sectores sociales. Las movilizaciones feministas, así como las de otras minorías, han
contribuido ampliamente. De índole política contestataria, la víctima se ha convertido con rapidez en una
categoría académica, política, administrativa; y ha sido
utilizada por expertos “multiposicionados” (es decir,
que desempeñan papeles en sectores sociales diversiicados) que hablan un lenguaje híbrido. Los dispositivos
internacionales posteriores a los conlictos —la justicia
llamada transicional o los programas de peacebuilding—
se han inspirado así, en parte, en prácticas psicoterapéuticas —incluida su forma de inspiración religiosa,
como en las técnicas de Alcohólicos Anónimos— o
en otros métodos de resolución de conlictos. Dichas
políticas de posconlicto se encuentran asimismo articuladas a movilizaciones que buscan reformar las prácticas
jurídicas en países donde la paz está más arraigada. De
este modo, la víctima se convierte en el actor central
de una justicia restauradora, de manera paradójica
cuando la crítica del derecho penal estadunidense,
juzgado demasiado represivo, alimenta la atenuación
de la justicia —por lo general poco represiva— contra
los perpetradores de violencias masivas.
Sin embargo, trátese ya de una causa política subversiva
o de un estatus administrativo, la víctima siempre es
percibida a través de su sufrimiento —por estar herida,
traumatizada o enlutada—. Un sufrimiento que, para
algunos autores como Butler (2010) y otros ilósofos
anglosajones, se trata de reconocer en su airmación
singular —al precio tal vez de cierto aislamiento—, y
para otros, especialmente historiadores y sociólogos
franceses como Todorov (1998), se trata de denunciar
cuando ese sufrimiento no se abre al de los demás,
convirtiéndose en el caballo de Troya del comunitarismo, en una brecha en la ciudadanía y en una amenaza
para la unidad nacional. ¡Las ciencias humanas y
sociales muy a menudo se apresuran al volver a tomar
esa libertad que habían cuidado en dar a las víctimas
—ya sea que velen por ellas o las protejan— para que
escribieran su historia, incluso la Historia! Cuando
las víctimas escriben su Historia, los universitarios
aplauden el in de la dominación del relato del verdugo.
Pero velan también por defender su monopolio sobre la
escritura de una Historia objetiva y común.
Ese buen testigo, convertido en teoría por las ciencias
sociales, aparece bajo los rasgos de la víctima razonable
a quien protegen las políticas de paz y memoria contemporáneas. Comisiones de la verdad u otras modalidades
que buscan establecer una “verdad” sobre el pasado
violento, reparaciones simbólicas y materiales para
las víctimas, justicia llamada transicional que da lugar
a persecuciones penales pero solamente “en la medida
de lo posible”: estas políticas de factura contemporánea
han puesto a las víctimas en el centro de la escena,
invitándolas a tomar la palabra para narrar la manera
en que vivieron los crímenes perpetrados contra ellas o
sus parientes, “con sus propias palabras” (cito aquí a los
miembros de la Truth and Reconciliation Commission
de Sudáfrica).
Pero ese derecho a la palabra está estrictamente
regulado. De hecho, el objetivo de dichas políticas no
es sólo el reconocimiento de la víctima. Deben también
contribuir a la consolidación de la paz y estabilización
del nuevo orden político, al igual que las leyes de
La venganza de las víctimas | Sandrine Lefranc
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DEBATE
amnistía o los acuerdos establecidos entre gobiernos
nuevos y “salientes”. La búsqueda de lo que se denomina
reconciliación implica a menudo, por ejemplo, la participación de “todas las víctimas”, puesto que su estatus
emana de una violencia física padecida. Los soldados y
policías que conducen una política represiva parcialmente ilegal podrían pretender ese estatus, así como
los antiguos “subversivos”. Tal fue el caso en Chile
y Sudáfrica. Además, se sugiere a las víctimas que no
formulen denuncias políticas ni revelen el nombre de
los verdugos. Deben mantener sobre todo —volveré
sobre esto— un lenguaje de lamentación y sufrimiento que acentúe el traumatismo y la diicultad para
“elaborar el duelo”.
Cientíicos y expertos han querido expresar su interés
por la persona de la víctima, incitada a decir lo que ha
vivido en su propio nombre, en su lenguaje y a través de
sus emociones. Pero en su lugar hacen hablar a las iguras,
reguladas además por fuertes restricciones políticas. Ese
malentendido pone al descubierto una tercera encarnación de las víctimas de violencia política: las víctimas
son iguras políticas y personas; pero esas personas
singulares desempeñan papeles, diversos papeles.
Si las víctimas recurren poco a la venganza, o no lo hacen,
es tal vez porque no lo desean. Así como probablemente
tampoco deseen a menudo “reconciliarse”, contrario a
lo que nos quieren hacer creer algunos actores de las
políticas de paz cuando insisten en su magnanimidad
(Tutu 1999). Cuando las ciencias sociales deciden dar
cuenta de las expectativas y los actos de las víctimas,
se ven muy a menudo tentadas a reducirlas a personas
simples y sinceras —petriicadas en el traumatismo
o movidas por un deseo vengador— o a rebajarlas al
nivel de iguras que pueden ser tanto subversivas como
razonables. Ahora bien, las víctimas son tan plurales
como otros individuos que han sido menos golpeados por
la violencia política. Ellas viven —como todos nosotros—
vidas múltiples, sectorizadas, lo que es normal sobre
todo en sociedades diferenciadas. Las víctimas viven
varias vidas de forma sucesiva y paralela.2
No quisiera solamente recordar que el nombre de
víctima es una etiqueta que se otorga durante un proceso
social y político, a la vez complejo y competitivo, en el
cual intervienen autoridades y numerosos expertos,
las víctimas, sus representantes, otras víctimas concurrentes (Hacking 1991; Lefranc y Mathieu 2009). Por otro
lado, no conocemos a ciencia cierta el punto de partida.
¿Estamos seguros de que tan sólo es la experiencia de la
violencia, y nada más que esta, la que hace a la víctima?
2
“La producción de habitus homogéneos en todas las esferas
de la vida es un sueño de profesor: Lahire (2001) —citando a
Roger Benoliel y Roger Establet—: la unicidad del yo es una
ilusión ordinaria puesto que vivimos y somos socializados
en una pluralidad de mundos sociales” (Lahire 2001, 31 y 50).
Ver también Veyne (2014 [1983]).
Antes de ella, empero, algunos podrán destacar que
las condiciones en que se padece la violencia determinan su capacidad para convertir a un niño en víctima
(Peschanski y Cyrulnik 2012). Un bombardeo traumatiza
porque la madre está ausente, y al niño le parece un
juego cuando ella está ahí para tranquilizarlo. ¿La
víctima nace de la reacción traumática a esa violencia?
¿O de su percepción como víctima que tienen de ella los
otros? ¿O aun de un proceso de consagración oicial? ¿Y
qué decir entonces de las víctimas indirectas y de los
descendientes de las víctimas?
Por otro lado, sabido es que las fronteras entre víctimas y
verdugos no son impermeables. Cabría también mencionar
que las instituciones del posconlicto autorizan un uso de
estas categorías que en ocasiones tiene poco que ver con
los actos objetivos y las pretensiones legítimas en el plano
moral o político. El culpable puede así verse estimulado y
pretenderse como víctima, al igual que Jefrey Benzien,
policía sudafricano convertido bajo el apartheid en
verdugo de los opositores, quien ante el comité de
amnistía de la Truth and Reconciliation Commission,
y con la ayuda de la terapeuta que trataba su depresión,
se presentó como víctima de una situación política y
presa a la vez de recuerdos traumáticos. Frente a él, las
víctimas —que él mismo había torturado— se rehusaban
en cambio a asumir el papel de víctimas. Esos antiguos
militantes del Congreso Nacional Africano preferían,
de hecho, presentarse como los vencedores de una
guerra justa y evocar que eran responsables políticos
importantes, para inalmente gozar del estatus de
superiores jerárquicos directos y ser así candidatos a
la amnistía (Lefranc 2014b).
Lo mismo aconteció en el Comité de Violaciones de
los Derechos Humanos de la Comisión, delegado en
1995 y 1996 para escuchar a las víctimas de violaciones
graves de derechos humanos —cometidas entre 1960 y
1994— y poder reconocerlas integrando sus relatos en
un informe y recomendando a la vez el otorgamiento de
reparaciones. Las audiciones organizadas por el Comité
a lo largo del país fueron el centro de un dispositivo
considerado como un éxito a escala internacional. De
hecho, se le concedió el poder de tratar a las víctimas y
dar al mismo tiempo al país una unidad de la que jamás
había gozado. Las víctimas —unas 2.000 personas— eran
calurosamente invitadas a narrar durante las audiciones
lo que les había sucedido y daban libre curso a todas las
emociones que nacían del desbloqueo del traumatismo
que había sido enterrado después del suceso violento.
Lloraban, eran presa de convulsiones y inalmente eran
consoladas por psicólogas profesionales puestas a su
servicio. Esas emociones, expresadas de manera “libre”
y “espontánea”, debían ser comunicadas a los ofensores
—en un diálogo que, de hecho, ha tenido lugar muy pocas
veces—, al público y, a través de los medios de comunicación, a toda la nación. La hipótesis de un contagio
de individuos liberados de sus traumas a una sociedad
aún obsesionada por prejuicios etnorraciales está mal
rev.estud.soc. No. 59 • enero-marzo • Pp. 140-144 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 · DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res59.2017.12
DEBATE
fundada (Lefranc 2014a). Pero lo que se omite en este
escenario —y me interesa más aquí— es la capacidad que
tienen las víctimas para experimentar, como todos los
demás, emociones variadas y para alimentar expectativas diversas.
¿Por qué las víctimas deberían sentir y expresar
emociones menos profusas que otras personas? ¿Por
qué deberían ser privadas de la posibilidad de desempeñar papeles tan variados según los espacios sociales
que frecuentan? ¿Por qué tendrían que aparecer ante
las instituciones de paciicación sólo como personas
francamente afectadas por recuerdos traumáticos o
por un duelo inconcluso, o, de manera simétrica y
en escenarios más políticos, ser tan sólo percibidas
como llevadas por la cólera? Toda una multiplicidad
de actitudes fue expresada ante la Truth and Reconciliation Commission: desde la militante ansiosa por
denunciar a los criminales y evocar la causa, al leer
sus notas, hasta la mujer preocupada, sobre todo,
por el presente de una situación social muy difícil,
pasando por aquella viuda encerrada en el recuerdo
traumático y hacia la cual iba la preferencia de los
miembros de la Comisión.
Esas mujeres y esos hombres acogidos como víctimas
no solamente tienen formas diferentes de construir y
presentar su experiencia, sino que todos, ya lo hemos
dicho, no se perciben como víctimas. Pueden ser
militantes, sobrevivientes, hombres que se enfrentan
a diicultades cotidianas, etcétera. Las instituciones —y
con ellas, a menudo, las ciencias sociales— intentan la
mayoría de las veces minimizar esta diversidad, para
quedarse sólo con el lamento de una víctima que sufre
las consecuencias de la violencia física. Orientación
bien pensada: la expresión del sufrimiento puede
adaptarse a los imperativos de una situación política
marcada —ya lo hemos visto— por el compromiso
entre antiguos enemigos y por el hecho de apaciguar al
mismo tiempo a una víctima percibida como si estuviera
animada por una pulsión vengadora. Por eso es que los
miembros de la Comisión sudafricana privilegiaron un
registro terapéutico, llevando a las víctimas a evocar
más sus pesadillas que sus acusaciones3 o compensaciones materiales. Privilegiar el dolor moral y psicológico permite, de hecho, individualizar su expresión,
desalentar las reivindicaciones colectivas y, para usar
una palabra fuerte, domesticar mejor las cóleras, los
sufrimientos, las exigencias, etcétera. La inquietud de
las víctimas expresada por las instituciones de justicia
transicional —que las incitan a decir su sufrimiento— es
un arte de la domesticación, así como las persuasiones
3
En Ladybrand, el 26 de junio de 1997, un miembro de la
Comisión evocaba así a una víctima-testigo: “You should not
make personal insults against people. We have given notice to
him about allegations that have been made against him, and
it’s not the correct place now to trade insults with somebody”.
Ver: http://www.justice.gov.za/trc/hrvtrans/index.htm
al silencio acatadas por los sobrevivientes de la Shoah
después de la Segunda Guerra Mundial, por lo menos en
el espacio público (Diner 2009).
En efecto, las emociones son convenciones sociales.
Son el producto de coacciones e interacciones —con los
representantes de la institución, el público, los parientes,
los otros…—, y no la emanación directa de estados
psicológicos solitarios, internos. Traducen el papel que
desempeña una víctima en un entorno determinado,
como el contexto inmediato donde le son enviadas
órdenes para que se apacigüe —o, por el contrario,
aunque es poco común, para que se encolerice—, o en un
entorno más amplio que no exhorte a la venganza. La
pulsión vengativa que se sigue prestando a las víctimas
y, en un sentido más amplio, a los sufrientes ha sido, de
hecho, elaborada durante largo tiempo por numerosas
instituciones, en primer lugar por las religiones y los
Estados, a través de su dispositivo de justicia (Verdier
2004). Si damos fe a la psicología social experimental,
esas prohibiciones han sido incorporadas muy eicazmente. Sólo una minoría de individuos, sin duda más
desconiados y competitivos que otros (Eisenberg et al.
2004; Zdaniuk y Bobocel 2012, 641), experimentarían
una necesidad de reparación a través de la venganza,
y la venganza no logra sosegarlos (Bushman 2002;
Carlsmith, Wilson y Gilbert 2008). La mayoría ha
acogido la interdicción de la venganza y delega claramente al Estado el poder para sancionar (Dray 2004). Si
este no responde a las expectativas —por falta de seguimiento a las infracciones de derecho común o falta de
procedimientos penales contra los crímenes políticos—,
las víctimas de tales hechos tampoco maniiestan una
pulsión de venganza, que se supone es universal en
términos de actos.
La venganza de las víctimas de violencias políticas
atemoriza casi en todo lugar. Y sin embargo no tiene
lugar. Esta paradoja pone en evidencia un malentendido
común en las ciencias sociales y los expertos en posconlictos. Dan por hecho que sitúan a las víctimas en el
centro de los procesos y relatos, pero muy a menudo
sólo quieren escucharlas si ellas se ciñen al reparto
esperado: Erinias o Euménides, héroes vengadores o
sabios que trabajan por la paz. No se escucha tanto a las
personas; más bien se representa a las iguras llamadas
a mantener el papel político que se les ha prescrito. En
el marco de las políticas contemporáneas de justicia
transicional, las víctimas de violencias políticas son
exhortadas sobre todo a llorar, a decir su sufrimiento
moral, a liberarse de las emociones traumáticas, más que
a denunciar, expresar su cólera o reclamar una compensación material. Ese malentendido nos impele a estar
más atentos a lo que dicen las víctimas en los escenarios
públicos donde se evocan los pasados violentos. Y ante
todo, a tener en cuenta su capacidad para mantener
diferentes discursos, desempeñar papeles diversos,
por la simple y llana razón de que ellas son, como todos
nosotros, individuos plurales que habitan diferentes
La venganza de las víctimas | Sandrine Lefranc
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DEBATE
mundos sociales. Lo que una sociología banal se
propone examinar para gente del común, en circunstancias normales, a eso debemos seguir prestando
atención, si el desafío nos sensibiliza y despierta en
nosotros la inquietud moral o la cólera política. El erigir
a las víctimas en igura central de las políticas de paz y
memoria puede tener un resultado paradójico: fuera del
hecho de que todas las víctimas no aceptan entrar en
el espacio público, las víctimas se vengan… rehusando
llorar, rehusando aparecer públicamente para recordar
mejor su causa política, su exigencia de justicia o incluso
su resignación. Y, no obstante, sin vengarse.
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Referencias
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Lefranc, Sandrine. 2014a. “Pleurer ensemble restaure-t-il le lien social? Les commissions de vérité,
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pénale face aux crimes de masse. Approches critiques,
dirigido por Raphaëlle Nollez-Goldbach y Julie Saada,
199-226. París: Pedone.
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victimes’. La Truth and Reconciliation Commission
sud-africaine, entre émotions et froideur juridique”.
En La vérité en procès. La vérité en procès. Les juges
et la vérité politique, dirigido por Julie Allard, Olivier
Corten, Martyna Falkowska, Vincent Lefebvre y
Patricia Naftali, 213-234. París: L.G.D.J.
Lefranc, Sandrine y Lilian Mathieu, dir. 2009. Mobilisations de victimes. Rennes: Presses Universitaires
de Rennes.
Peschanski, Denis y Boris Cyrulnik. 2012. Mémoire et
traumatisme: l’individu et la fabrique des grands récits:
entretien avec Boris Cyrulnik. Bry-sur-Marne: Éditions
de l’INA.
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Hill and Wang.
Todorov, Tzvetan. 1998. Les abus de la mémoire. París:
Arléa.
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Londres: Rider.
Verdier, Raymond, ed. 2004, Vengeance: le face-à-face
victime/agresseur. París: Autrement.
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mythes? Essai sur l’imagination constituante. París:
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Zdaniuk, Agnes y Ramona Bobocel. 2012. “Vertical
Individualism and Injustice: The Self-Restorative
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Psychology 42 (5): 640-651. http://dx.doi.org/10.1002/
ejsp.1874
rev.estud.soc. No. 59 • enero-marzo • Pp. 140-144 • ISSN 0123-885X • e-ISSN 1900-5180 · DOI: https://dx.doi.org/10.7440/res59.2017.12