Diez poetas franceses*
Dossier
Selección y traducción: Osvaldo Cleger
* Publicado en El Caimán Barbudo (308): 15-18. 2002.
1
Yves Bonnefoy (1923)
Considerado por la crítica una de las voces más influyentes en la poesía francesa de las últimas
décadas; su libro Du mouvement et de l'immobilité de Douve, aparecido en 1953, significó una
ruptura radical con la poesía francesa de entonces - escindida entre los fuegos de artificio
surrealistas, por un lado, y la poesía de la Resistencia, por otro - al proponer una poética que,
antes que esmerarse en la elaboración de imágenes, se preocupaba por la búsqueda de "la
presencia". Muchas de sus propuestas estéticas de entonces siguen en boga en la actualidad.
Otros títulos suyos son: Hier régnant désert (1958); Pierre Écrite (1965); Dans le leurre du seuil
(1975). Posee además una importante obra ensayística.
Sitio verdadero
Que un lugar sea hecho para aquél que se acerca,
Personaje con frío y privado de casa.
Personaje tentado por un ruido en la lámpara,
Por el umbral iluminado de una aislada pensión.
Y si llega extenuado con angustia y fatiga
Que repitan para él las palabras de cura
Qué hace falta a ese pecho que el silencio devora
Si no palabras que sean el signo y la oración,
Y algún poco de fuego de repente en la noche,
Y la mesa entrevista de una pobre pensión.
Du mouvement et de l' immobilité de Douve (1953)
Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995)
Traducción: Osvaldo Cleger
2
La luz, cambiada
Ahora nos contemplamos bajo una luz distinta
Ya no tenemos los mismos ojos, las mismas manos.
El árbol está más próximo y la voz de las fuentes
Más viva, nuestros pasos son más profundos, entre los muertos.
Dios que no existes, pon tu mano en nuestro hombro,
Esboza nuestro cuerpo con el peso de tu retorno,
Acaba de mezclar con nuestras almas esos astros,
Esos bosques, esos gritos de pájaros, estas sombras y estos días.
Renuncia a ti en nosotros como un fruto se rompe,
Bórranos en ti. Descúbrenos
El sentido misterioso de lo que es sólo simple
Y que cayó sin fuego en palabras sin amor.
Pierre Écrite (1965)
Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995)
Traducción: Osvaldo Cleger
3
La misma voz, siempre
Soy como el pan que quebrarás
Como el fuego que encenderás, como el agua pura
Que te acompañará por la tierra de los muertos.
Como la espuma
Que maduró para ti la luz y el puerto.
Como el pájaro de la tarde, que borra las orillas,
Como el viento de la tarde de repente más violento, más frío.
Hier Régnant Désert (1958)
Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995)
Traducción: Osvaldo Cleger
4
En el señuelo del umbral
(Fragmento)
"Has venido para beber de este vino,
Yo no te permito que lo bebas.
Has venido para saber de este pan
Sombrío, quemado al fuego de una promesa
Yo no te permito que hasta él lleves tu luz.
No será que has venido para
Que el agua te sosiegue, un poco de agua tibia, bebida
En medio de la noche después que otros labios
Entre la cama deshecha y la tierra sencilla,
Yo no te permito que toques ese vaso.
Has venido para que el niño resplandezca
Por encima de la llama que lo fija
En la inmortalidad de la hora de abril
Cuando él y tú reír pueden, cuando el pájaro se posa
En la hora que lo acoge y que no tiene nombre,
Yo no te permito que levantes tus manos por encima del brasero
Donde yo claro reino.
Has venido,
Yo no te permito que aparezcas.
Preguntas,
Yo no te permito que conozcas el nombre que tus labios
dibujan."
Dans le Leurre du Seuil (1975)
Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995)
Traducción: Osvaldo Cleger
5
Michel Butor (1926)
Poeta, ensayista y novelista de muy amplia producción. Su voluminosa obra abarca
cronológicamente toda la segunda mitad del siglo XX y deja ver huellas de casi todas las
tendencias poéticas que atraviesan la historia de la literatura francesa en este período. Algunos
de sus poemarios más representativos son: Degrés, Illustrations I, II, III, IV, Dans les flammes,
Herbier lunaire, A la frontière.
Del otro lado del horizonte
Del otro lado del horizonte el rojo es más rojo, la mirada más
viva,
el oro es lo que algunos creían mientras lo buscaban, el
paso entre las olas y la playa se hace pausadamente, las flores
se abren en el fondo del mar y las algas se agitan suavemente
sobre las techumbre de ladrillos como la cabellera de una hiedra.
Del
otro
lado
ordenanzas,
ni
del
horizonte
discursos
no
existen
electorales
ni
formalidades
ni
fabricación
de
armamentos, los helicópteros no hacen el menor ruido, los niños
juegan con las llamas, y los pájaros arrojan artísticamente bolas
de estiércol de fragantes colores sobre los betunes fosforescentes.
Del otro lado del horizonte hay otros horizontes donde los
pámpanos de los próximos días irrumpen en los jardines de la
espera, donde el tiempo se vuelve para apaciguar los aterradores
reclamos de otro tiempo y las llamas de los muertos se reaniman
en sus órbitas para poblar el espacio invitando a los aventureros,
donde la paciencia de tantos siglos cobra en fin su recompensa y
podemos sacudir los harapos de la antigua humanidad casi sin
pena.
À la frontière
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
6
Pequeñas liturgias: la multiplicación de las manos
En Escandinavia, en Nochebuena, en el campo raso encendemos
un gran fuego; al mediodía, cuando no queden ya sino unas
brasas, nos situamos al sur, de cara al sur,
izquierda en
con la mano
dirección del Levante, y la derecha en la del
Poniente. Sin moverlas, hacemos deslizar sus palmas en sentido
contrario, luego las acercamos poco a poco, la una de la otra,
detrás nuestro
en torno a la fuente de calor, hundimos la
izquierda en la derecha como en un guante, luego agarramos los
carbones encendidos, los hacemos penetrar al interior apretando
el puño y señalamos el norte con el índice. Obtendremos así los
tres puntos episcopales.
En la Antártida, la noche de San Juan, a la orilla de un río de
lava que aún llamea, plantamos una ortiga de los Alpes en el
hielo; al mediodía, cuando la corriente ya esté sólida y obscura, y
los pétalos floten sobre el lodo, nos situamos al norte, de cara al
norte, con la mano izquierda en
dirección del Levante, y la
derecha en la del Poniente. Sin moverlas, hacemos deslizar sus
palmas en sentido contrario, luego las acercamos poco a poco, la
una de la otra, detrás nuestro
en torno a la fuente de las
semillas, hundimos la izquierda en la derecha como en un
guante, luego agarramos la ortiga, la hacemos penetrar al interior
apretando
el
puño
y
señalamos
el
sur
con
el
índice.
Obtendremos así los tres puntos espinosos que, combinados con
los precedentes, conformarán un primer esbozo del cardo de las
tormentas.
En Oceanía, la noche del equinoccio de primavera, con un pie a
cada lado del ecuador sumergidos hasta el tobillo en el agua de
7
una laguna coralina, de cara al sol del Levante, con la mano
izquierda en dirección del polo sur, la diestra en la del polo norte,
sostenemos la extremidad de una plomada entre los dientes y
hacemos que el
peso descienda hasta la superficie límpida. A
mediodía, en el instante del equinoccio de otoño, cuando las
madréporas la hayan completamente recubierto, de cara al sol
del Poniente, con las manos en dirección de los polos, hacemos
deslizar en sentido contrario las palmas de sus reflejos, luego las
acercamos poco a poco, la una de la otra, como adoptando su
materia, en torno a la fuente de la pesadez, hundimos la derecha
en la izquierda como en un guante, luego agarramos el núcleo de
opacidad, lo hacemos penetrar al interior apretando el puño y
señalamos el nadir con el índice. La nueva mano será entonces
duradera. Obtendremos así los tres puntos de albergue que,
combinados con los seis precedentes, conformarán un primer
esbozo del átomo de las elevaciones, en un espacio con nueve
direcciones principales.
Illustrations III (Gallimard, 1973)
Tomado de: Illustrations III (Gallimard, 1973)
Traducción: Osvaldo Cleger
8
Pequeñas liturgias: la estrella umbilical de los sentidos
Ver el centro de la tierra.
Escuchar la eclosión de una rosa.
Aspirar el aroma de los fósiles.
Gustar las llamas de los gases raros
Palpar las nubes.
Illustrations III (Gallimard, 1973)
Tomado de: Illustrations III (Gallimard, 1973)
Traducción: Osvaldo Cleger
9
André du Bouchet (1924-1997)
Escritor más representativo de la tendencia poética conocida como minimalismo, que dominó el
panorama de la poesía francesa durante los años setenta. Algunos críticos como Jean Orizet
consideran su obra una especie de derivación de la experiencia mallarmeana de Un Coup de
Dés... Es autor de importantes cuadernos como Dans la chaleur vacante, Où le Soleil, Poèmes et
proses. Se destaca igualmente como traductor de Hölderlin al francés.
Estación
El día,
morada al borde del primer camino.
Y
esta mirada de enemistad ardiente en nuestro rostro,
el rostro del verano.
No somos nosotros los que andamos, es
el fuego el que marcha.
El verano,
quizás
el que entra en pleno día
en el hogar, como una nube que avanza por encima de
las blancas fachadas.
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El viento
como mayal de piedra aparejado
en un rincón de la huerta.
Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Traducción: Osvaldo Cleger
11
Plato
(Fragmento)
Cuando digo carbón
quiero decir
invierno
es lo que él había querido decir
por esta borrasca
la tos
las contusiones
todo ha sido propuesto como una herida
el plato inmóvil
los objetos nacidos de las manos
se abren
en el fondo del aire
que escuece.
Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Traducción: Osvaldo Cleger
12
Eclipse
Pero siempre contra el mismo camino
sobre nuestros pies
de cuerda
Las cajas
han sido clausuradas a martillazos
antes de que, en las vidrieras de la fachada, arda
esta lámpara que el viento
ha derribado.
Mi mujer
en pié detrás del muro,
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retira uno a uno
los lienzos del poniente
y los amontona sobre su brazo
libre.
Desaparezco hasta el sol por esta ruta que no conduce
a ninguna morada.
El paisaje me explica
la lana del camino
tira
y se inflama.
Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968)
Traducción: Osvaldo Cleger
14
Emmanuel Hocquard (1940)
Al lado de Anne Marie Albiach y Claude Royet-Journoud figura como uno de los principales
escritores que comenzaron a producir su obra poética en los años setenta. Su obra se inscribe
en un espacio que, al tiempo que hereda algunas de las propuestas estéticas minimalistas, se
entrega a la búsqueda de "una literalidad tan radical como sea posible". Es autor de: Théorie
des tables, Tout le monde se ressemble, Les élégies.
Elegía 3
(Fragmentos)
I
Éste es el hombre
en la inmovilidad heráldica de las cosas
caducas
espino albar
ruiseñor
leche de cabra
su historia disecada
engullida en el vientre de los animales sagrados
las manos del embalsamador
el jardín
(es) un jardín de invierno
sicomoros
tetradracmas
delfines de Siracusa
Éste es el hombre
escuchando raer las limaduras de hierro
15
en el fondo de sus venas
y llora
mientras monta una guardia triunfante
bajo los muros vacíos
"Soy un jovenzuelo de sangre bárbara
nada comprendo en los cantos de los Han"
a menos que llamemos un castillo
a esta choza de piedra seca
abandonada y mi amor
un cementerio disciplinado
II
Abuela escarabajo te saludo!
te lego pan blanco
así como mi biblioteca
con tres plantas de plátano estériles mas
buenas para sombra
así como las cóncavas naves de los Aqueos
y toda mi ternura
además del catálogo
tú harás
buen uso de mi ciencia pues comprendes
(mi loco corazón)
tú cuya experiencia
está inscrita en la corteza terrestre
!Abuela escarabajo escucha!
el sauce frágil soporta mejor
que el sauce blanco las tierras fuertes y frías
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Escucha aún:
y si el viento hubiera arrojado abundancia de hojas
en fardos mojados
y de piedras
bajo el vientre-leopardo de los árboles en la tormenta,
ya nunca alcanzarían bajo su vestido los besos
su cuerpo magro
Oh! abuela escarabajo y
desde la otra orilla del río yo me descubro y te saludo
muy bajo
En este asunto haberme identificado con Propercio
no me ha ayudado a avanzar una pulgada.
Les élégies (P.O.L éditeur, 1990)
Tomado de: Les élégies (P.O.L éditeur, 1990)
Traducción: Osvaldo Cleger
17
Yves Buin (1939)
Dotado de indiscutible originalidad y espíritu renovador, Yves Buin constituye una de esas
voces presentes en cualquier literatura, cuya singularidad torna imposible cualquier esfuerzo
por afiliarla a una determinada tendencia, escuela o "capilla" literaria. La lectura de sus textos
nos deja la impresión de hallarnos frente a una rara síntesis de valores y registros. Es autor de
obras como: Les Alephs, Les Environs de minuit, La nuit verticale, Bornéo après la nuit.
Alguien
Era el tiempo de las guitarras aproximativas,
del dandismo marginal,
del sueño azul.
Era el tiempo de los sábados,
de las mañanas,
de la calle del Oeste.
Alguien buscaba su vida en los cafés.
Tímido,
con sigilo anhelante,
la iluminación enmascarada,
loco interior,
en el amor de la poesía,
dilapidado,
violento.
Alguien deseaba la aristocracia
y la pobreza,
el alcohol nocturno de la calle de Odesa
y la pureza de un exilio de montaña,
la sonata sutil,
y la canción del metro,
la página helada de la revista de lujo,
y las palabras arrojadas de prisa en el papel de ocasión,
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la puerta oceánica
y los pasos perdidos,
conocer el más allá de las realidades visibles
y pasearse entre los artistas fecundos,
los escritores,
los infrecuentables.
Alguien era el eco de músicas negras,
de los descendientes bárbaros de la noche occidental, sensuales,
guijarroso
diamantíferos.
Unos nombres corrían en sus labios
como los mensajeros fieles
de las inolvidables melodías,
de los pequeños milagros,
en la corte esotérica del rey Dionisos.
Alguien estaba al borde de los indecisos,
en el espacio inédito,
las emociones,
las impotencias,
los fracasos,
las repeticiones,
escogiendo las máscaras,
las ingenuidades,
las apariencias,
para escapar.
Alguien se ocupaba de los grandes problemas del espíritu.
Alguien esperaba por las revelaciones del ser
y miraba desde el ángulo de los iniciados
de las viejas almas,
de las miradas de Oriente,
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de los que no pueden decir.
Alguien abría la puerta de los silencios meditativos,
y hallaba la caricia engañosa del exotismo,
los hacedores emboscados de la Última,
pues la realidad no es cosa simple,
y la poesía pequeño asunto.
Demasiada inquietud nos extravía.
Alguien preguntaba su camino.
Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
20
Gil Jouanard (1937)
Prosista delicado. Hábil en la captación de los matices, los instantes y las sensaciones más
raras e inefables, al tiempo que las más familiares y ordinarias, Gil Jouanard lleva años
proponiéndonos una poesía compuesta a manera de himno de la existencia cotidiana. Toda su
producción se articulan en torno a semejante propuesta, como se pone de manifiesto en los
mismos títulos de algunos de sus cuadernos: Le Goût des choses, C'est la vie, Le Jour et l'Heure.
Jornada sin evento
Cuando nos encontramos en un taxi, detenidos en el semáforo que se halla
a la altura del Hôtel-Dieu, a la entrada de la Plaza de la Catedral de NotreDame, una perspectiva se abre a la mirada: la de la calle Saint-Jacques
que se prolonga, más allá de la subida que vemos desde lejos, hacia un
pasaje de la barriada de Saint Jacques. Cuesta creer que entre esos
inmuebles burgueses del siglo XIX se perpetúe la pista por la cual, al
declinar la tarde, venían los mamuts cotidianamente a abrevar en el Sena.
¿Desde qué altura descendían hasta la sabana? Pacían mansos, durante el
día, entre la Montaña de Sainte-Geneviève y Vaugirard? O bien, con su paso
que nada detenía, cruzaban de senderos la espesa selva ininterrumpida
desde los Pirineos hasta los Ardennes?
preguntarse,
He aquí lo que uno puede
abatido, al fondo del taxi que nos conduce hacia otras
reverberaciones.
París, marzo de 1992
En la Meseta Negra, que se inserta entre el grandioso Méjan y el
pintoresco Larzac, existe un arroyuelo más bien modesto, pero que basta,
no obstante, para excavar una protuberancia calcárea en un determinado
sitio del paisaje, al punto de perforar allí un alto y largo túnel, al cual los
hombres no le atribuyeron un nombre banal, pues lo llamaron
Bramabiau, es decir, Brama-Buey, a causa del rumor ronco y sordo que
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el paso de las aguas suscita, bajo la bóveda que ellas mismas han
lentamente excavado.
Este ínfimo arroyuelo que, antes de acometer esa hazaña subterránea,
atraviesa zigzagueando la verdeante meseta, ha sido dotado con un
nombre completamente inesperado, que pareciera no haber servido
jamás, en parte alguna,
para designar un sitio, sino más bien para
significar esa zona de plenitud interior, de origen y naturaleza complejos,
estado ideal en cuya constitución entran la felicidad del cuerpo y la
beatitud del espíritu. Ese nombre completamente inusitado en toponimia
como en hidrografía, es: Dicha. Así pues, el arroyuelo sin pretensión se
llama: La Dicha. Un cartel de señalización, claveteado a la entrada del
puente de piedra por el cual el camino de Meyrueis a Valleraugue lo
franquea, nos da fe de esta designación que, al caminante ilustrado, le
parecería salida de una mítica cartografía de lo Tierno.
De tal forma, eso es la Dicha: un arroyuelo sin historia, que recorre un
paisaje sin recuerdo. La memoria densa y tupida, ligeramente musical, de
nada.
Meseta Calcárea de Méjan, este viernes 9 de agosto de 1996
Son las ocho en los Arcos de San Pedro. En un claro de bosque, al centro de
estas ruinas inmemoriales, el sol horada crudamente el silencio que todo lo
colma, tan lejos como podamos escucharlo. A excepción de un cuervo que
aventura de pronto su graznido, pero que en seguida se detiene, turbado
por el
mutismo de esta mañana que se ha abierto de par en par, no
obstante. Y ellos están allí, todos los que dieron a este lugar sin fe ni ley la
prestancia y el prestigio de su anonimato. Ellos están allí, escondidos entre
las raíces de sus palabras exactas arrancadas a la obscuridad del sentido.
Y escuchan nuestros pasos venir por los peñascos sonoros; escuchan
nuestra voces que se extasían, luego que, bajo el empuje de tanta dignidad,
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se dispersaran y acabaran por debilitarse y por extinguirse completamente.
Solos, entre los rayos de luz, los arcos continúan decorando la flecha de su
enigma en dirección del sol o del cielo, o de nada, al azar.
Arcos de San Pedro, Meseta (calcárea) de Méjan,
este domingo 10 de agosto de 1996
Tras las últimas hojas de los olmos, cuyo amarillo oxidado resplandece
con una postrera lucecilla solar, la pequeña iglesia romana continúa
hundiéndose en el silencio sin remisión sobre el que se destila la
memoria de la aldea. A un nivel inferior, se encuentra la Meseta, tan
desierta como la música repetitiva del cielo. Al este, el monte Aigonal, en
el resplandor de la mañana, dirige una ronca celebración, de la que no es
ya capaz el edificio perdido en su remordimiento gregoriano. Una vez
pronunciada y olvidada la misa, nos queda esta belleza anticuada que se
aferra como el liquen a estas piedras hechas del mismo mutismo de la
Meseta que las circunda y que constituye su substancia. De tal forma,
del verde amarilleante del follaje y del gris palideciente de los muros
desusados, renace un sentido sagrado del mundo, del que la religión
quedó excluida.
Saint-Pierre-des-Tripiés, 12 de noviembre de 1994
Le Jour et l'Heure (Verdier)
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
23
Jacques Darras (1939)
Junto a André Velter y varios otros autores, representa una tendencia de la poesía de expresión
francesa interesada en la oralidad, es decir, en una poesía que - tal y como la define André
Velter - sea como "un canto del pensamiento". Algunos títulos suyos son: Le Petit Affluent de la
Maye, Van Eyck et les rivières, Petite somme sonnante. Ha sido traductor de Walt Whitman y
Malcom Lowry, entre otros.
Nombrar Namur
II
En el hombre a la voz que canta se la escucha por debajo de la voz que
habla.
La voz del canto se halla en el fondo de la garganta más cercana de los
pulmones que la palabra,
la que se encuentra más hacia la fachada, en el exterior, muy próxima de
los dientes,
más cercana al exterior.
La voz del canto está detrás, más hacia tras, en el desfiladero por el cual
se desliza el hálito al salir de los pulmones.
Los que han sido, a su vez, alimentados por el corazón y la pulsación de la
sangre.
La voz del canto es como un clima interior.
Un cielo interior.
Sangre y hálito generan una suerte de microclima que asemeja un poco al
de las playas litorales.
El mar, la sangre.
El viento, el hálito.
Las olas, la onda del canto.
El cielo ¿cuál sería el cielo en este caso?
El cielo sería el oído que escucha.
La voz del canto es calentada directamente por la sangre de las arterias
pulmonares.
Lo que hace que los hombres tengan la voz más o menos cálida,
proviene del corazón, proviene de la sangre.
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Vean si no como nos instruyen bien esos aparatos teléfono o micrófono
que son en cierta medida instrumentos medicales para auscultar la voz.
Lupas, filtros para localizar, para concentrar lo que en las voces proviene
verdaderamente de la pequeña caja pulmonar de resonancia vocal.
Con exclusión de todo parásito.
Al abrigo de toda interferencia externa como el coeficiente de enfriamiento
de la palabra al contacto del aire.
Como el coeficiente del ángulo de incidencia de la penetración de la
palabra en el aire.
De este modo, tomándome de ejemplo, percibo que en la conversación
habitual mi voz es sorda.
Me doy cuenta de que no se la escucha.
Me doy cuenta también de que no me importa tampoco demasiado lo que
se escucha.
Una cosa explica la otra.
Conservo lo más cálido de mi voz cálida en lo cálido,
en el interior.
En su cielo, en mi clima interno.
Hay una intimidad de la voz.
Una intimidad oculta, un pudor de la voz.
Un pudor casi sexual o amoroso de la voz.
No me sirvo todo el tiempo con todo el mundo de mi voz.
De mi playa de olas vocales.
De mi sangre.
No soy un dador de sangre vocal universal.
No soy un tenor ligero en permanente arrullo.
Soy un barítono claro.
Barus, en griego, quiere decir grave.
Grave pero claro.
Soy muy sensible al barómetro.
Pongo más o menos presión, y calor en mi voz según las circunstancias.
Atizo más o menos la caldera.
La voz es un órgano de seducción.
25
La voz es un órgano sexual.
Del cual tiene a demás casi la forma y los atributos.
Órgano sexual de la zona alta.
En los pájaros el canto sirve al apareamiento.
¿Mas para qué sirve pues la voz cuando se es poeta?
¿A cuál apareamiento puede servir la poesía?
Sobre todo cuando ya no canta.
Cuando no desea más oír que alguien confunde la voz del canto con la voz
de la palabra.
Cuando ésta se quiere poema no cantante.
Cuando casi llegaba a encontrar su ritmo interno prosódico irreprimible
un parásito.
Un parásito de la sangre vestigial antigua.
Pues ¿qué es una poesía que se propone no dejarse transportar ya por el
canto?
Es decir, por el corazón, la sangre, el clima pulmonar?
¿Puede uno no querer seducir en poesía?
Sin duda, si se desea permanecer célibe.
En el celibato del poema.
Sin duda.
En tales condiciones el pudor climático no es suficiente.
Es necesario hacer descender el barómetro.
Ajustar de diferente modo la caldera pulmonar.
Del pudor pasar a la frialdad.
¿Gregoriana?
¡No sería aún bastante riguroso!
¿Comprendes a Reverdy?
Queridito, aprieta con una muesca tu sayal de Solesmes!
Considero todavía demasiado exceder tu intimidad.
Tus pulmones se arrastran por la tierra, sucio pequeño surrealista.
Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
26
Zeno Bianu (1950)
Aunque cronológicamente pertenece a la generación de poetas que en los años ochenta fueron
conocidos como "los nuevos líricos", la obra de Zeno Bianu incorpora elementos diversos, que le
dan un timbre más personal, en relación con sus contemporáneos. Ecos de la experiencia de
los minimalistas (si bien de un minimalismo desprovisto de toda sequedad) pueden ser
percibidos en varias de sus composiciones. Es autor de: Manifeste électrique, La Danse de
l'effacement, Fatigue de la lumière, Le Ciel intérieur.
Una esfera de puro amor
Es el instante, por excelencia
Descenso del día, caída del mundo.
En que la mirada deviene una energía.
El día se ahoga en la noche plena.
Entre el perro del sueño y el lobo de la vigilia.
Declina, cae, desaparece.
Es la hora tardía.
Es al atardecer anonadado.
Es cuando el espíritu respira.
La división de los abismos.
Es el instante de una presencia orgánica.
La tinta de la soledad.
En que las palabras llevan las cosas.
El instante en que nos despoblamos.
En que rebasamos un peldaño.
En que nos ofrecemos a lo desconocido.
27
El resplandor exacto
La palabra del mundo agujereada
El instante de un resurgimiento
De la pura puesta en noche.
En que medimos el fervor.
Desde el más alto abandono.
Le Ciel intérieur (Fata Morgana)
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
28
Phillipe Delaveau (1950)
Junto a Jean-Pierre Lemaire, James Sacré, Benoît Conort y Guy Goffette, entre otros, emerge
Phillipe Delaveau como representante de los llamados nuevos líricos, que a principios de los
ochenta intentan una renovación de la poesía francesa. Su obra pone de manifiesto esa
distancia irónica que separa las propuestas estéticas de los nuevos líricos de las realizadas por
el romanticismo decimonónico. Algunos de sus títulos más importantes son: Eucharis, Les
Secrets endormis, Cent sous pour la Reine Mab.
Un brindis por Elvira
Los poemas que siguen se considera que fueron escritos por Elvira van der Krug,
antigua comediante del Teatro Francés, la cual habría confiado su publicación a
Philippe Delaveau...
1
Aquel año tuve dos amantes
Uno era ministro: ¿gané algo en ello?
No fui por eso mucho más feliz
Moliere tampoco. Las hojas
de los árboles no se tiñeron menos de amarillo.
“¿Necesita el poema de un ministro?
- uso adrede de esa palabra
para dar a la frase un poco más de solemnidad
como hacen esas marchas militares en las avenidas
cuando un oficial conmemora un acontecimiento
sublime, algo del género
militar con flores y redobles –
Nicole habría dicho: que maestro de esgrima tan alto y
desgarbado
Francamente, me pregunto
si no convendría escribir una oda
para celebrarlo, una oda
con de Esto y de Aquello y Aleluyas
29
“con una ¡Oh! delante como una rueda de carretilla
mas ¿para qué cargamento: de flores o de estiércol?”
Veamos, Píndaro, dónde está Píndaro
Píndaro es mi perro. La gente dice:
no le falta
sino hablar.
¿Había visto antes eso:
un perro que hable griego?
Por mi parte,
me complazco con una lengua aproximativa.
Perdóneme si se encuentra aquí o allá
algunas ingenuidades y gotas de saliva.
En cuanto a las palabras algo ligeras, las asumo.
2
Ser Sara o nada
Ser Sara o nada, escribía yo antaño
con mi creyón de labios en el espejo
"igual que Víctor Hugo : ‘Chateaubriand ou rien’
se es un tonto a esa edad,
tonto, pero no bien malvado.”
Todos esos bustos me observan
en cada piso con sus pupilas blancas
cuando subo de regreso al camerino
-
piso de Marte: un canapé Imperio
dos o tres sillas
y este espejo en la pared donde me exhibo
con los ojos y la cara en desorden
En una palabra: lucía completamente ridícula!!!
“¡Comenzamos en un cuarto de hora!”
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anuncia Augusto con su voz imperiosa,
y yo ocupo mi sitio en mi lugar de muerta
burlada a cada instante por el Doble: él imita
a la perfección eso que somos
que es nosotros mismos extrañamente
por medio de la deposición, antes de la encarnación
en el otro.
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Camerino en el palacio Chigi
En Siena en el palacio Chigi es diferente: allí me gusta
tendidamente desde mi camerino y sin un ruido
(sólo la otra tarde aquel canto de tórtolas)
la forma en que la noche desciende sobre los viejos techos
de teja
de un rojo pardo que parece de oro,
y algo aún más tímido:
una limpidez purísima en la tarde.
Es aquí que me recuerdo de yo no sé cuál tierra
feliz, jamás visitada solamente entrevista
como en sueño:
sin un ruido, sin una emanación
me quedo inmóvil
en esta aquiescencia del Crepúsculo
que no es en absoluto lo que será la muerte
ni en absoluto lo que fue la vida.
Inerte entre esos techos quemantes como la santa de ojos
que fugan de sus órbitas bruscamente en un éxtasis.
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Invierno ruso
Frente al puente Kirov, me envolví en mi abrigo de pieles
y lancé esta palabra: nieve – una palabra blanca, una palabra
inconcebible.
Descendemos hasta el Neva por una escalera circular
y he aquí que bajo el puente del palacio, han desaparecido los
alcoholes y salutaciones
y los hoteles, con su personal obsequioso y las inevitables
flores.
El invierno es una casa demasiado grande y me hallo sola
en ella
desde que la puerta se abrió: espejos
maniobrados por el frío.
“Y allá abajo qué hay”, yo preguntaba
pero a quién podía decir:
“Y entonces qué hay allá abajo nieve o nieve?”
puesto que solamente un vapor se escapaba de mi boca,
letra blanca, vapor o nada, y lloraba yo de éxtasis.
“Elvira, va a coger un resfriado”,
reprocha amablemente
el embajador, mostrando la berlina,
un coche oficial y negro a lo largo de la calzada.
¿Cómo testimoniar el esplendor de las cosas?
“Lo absoluto – digo – es inefable
mas por instantes visible, tan próximo inclusive”
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mostrándoles la nieve.
La nieve toda en derredor:
La palabra espléndida: nieve.
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Unas onzas de cordura
Envía a tus santos sobre todo a la pequeña Teresa,
no serán demasiados para ayudarme a subir
si tu cielo se eleva de tal modo
con una escalera a falta de ascensor
“Una escalera mecánica sería una verdadera gloria
diles pues allá arriba,
con un pasamanos al costado que se desliza”
He pecado mucho, Señor, me gustó demasiado la carne
los dulces – exquisitos los dulces: me gustaban los pastelillos
y esas cosas que están llenas de crema –
he debido mentir a menudo, el oficio
fue en tales casos algo responsable.
Me he detestado, he amado mi desorden.
Hoy ante ti hago correr mi vida
¿qué queda de ella? Nada. Fui dura de cabeza,
“No mujer dura, insisto en esa diferencia.”
Quisiera,
Si queda tiempo, redimirme entre los pobres.
Ofrezco todo lo que tengo: nada conservaré
y si es menester que arroje también estas páginas dímelo
lo haré sin demasiada vacilación de un golpe
en el latón o el cesto,
sin una consideración para mis locuras ni para mis palabras.
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“aún cuando el gesto cueste: en el fondo, seamos justos
¿me costaría?”
Pero tal vez deba conservarlas Señor
para que los que en otro tiempo reían
se digan: la loca
se ha vuelto algo juiciosa
y vean los signos de tu gracia
en esta historia que termina
humildemente a tus pies.
Cent sous pour la Reine Mab (La Différence)
Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999)
Traducción: Osvaldo Cleger
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Guy Goffette (1947)
Escritor de origen belga, figura como una de las voces más prominentes del nouveau lyrisme.
En la obra de Goffette, así como en la de los otros representantes de esta tendencia, se puede
percibir eso que Maulpoix define como una búsqueda "orientada por un deseo de síntesis entre
la tradición y la modernidad". Su libro, La vie promise, es quizás una de las producciones más
bellas aportadas por el nouveau lyrisme. Otros títulos suyos: Le Pêcheur d'eau, Solo d'ombres,
Eloge pour une cuisine de province, Partance.
Un poco de oro en el cieno
I
Yo también me decía: vivir es otra cosa
que este olvido del tiempo que pasa y los destrozos
del amor, y la usura – lo que hacemos
de la vigilia al sueño, hender el mar,
hender la tierra, el cielo, sucesivamente pájaro
pez, topo, finalmente: jugando a remover el aire
el agua, los frutos, el polvo; obrando como,
quemante por, andando hacia, recolectando
qué? el gusano en la manzana, el viento por los trigales
porque todo vuelve a caer siempre, porque todo
recomienza y nada es semejante jamás
a lo que ha sido, ni peor ni mejor,
quien no cesa de repetir: vivir es otra cosa.
II
Es el tiempo de que nos levantemos verdaderamente, de
que digamos
sí desde la punta de los pies hasta la cima
del cráneo, sí a este día nuevo arrojado
en el cesto del tiempo, llueve.
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Oh la exacta fotografía del alma, esas dos palabras
que nos penetran en los ojos como uñas
en la carne: llueve. La sangre de la hierba
es verde insoportablemente y es en nosotros
que llueve, en nosotros que un dique roto
contempla desplomarse poco a poco, tras los cristales
y entre los velámenes, con lienzos de viejas
lamentaciones, de esperas fatigadas
las razones de partir y de abrigar el frío.
III
Y todavía, si el fuego andara mal, si la lámpara
manara una miel amarga, podrías tú decir: sufro de frío,
y robar el corazón del ahogado calvo, el
del caballo de labor que ya no tiene adónde ir
y que va de un borde al otro de la lluvia
como tú en la casa, abriendo un libro,
puertas, cerrándolas de nuevo: tierra abrasada, ciudad
abierta donde el hambre se difumina y grita
como esos racimos de frutas rojas en la mesa,
vida extranjera, inaccesible presente
para quien ya no sabe en adelante
otra cosa que pisotear en el mismo surco
la negra y pesada arcilla de las fatigas.
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IV
Tal vez haría falta descorrer la cortina, dejar
el cuerpo entero fluir en la fatiga
desanudarsese los arabescos de las ideas, la negra
opresión de las algas, cortar de un tajo
con tu propia muerte, lo que ha sido y no es más,
y con lo que vendrá, la ineluctable
marea de sonidos y de imágenes que los ahogados - dicen no transportan, dejar el tiempo
como la lluvia batir tu frente
hasta que todo vuelva al polvo nuevamente
en la cámara de muerte: vaciamos las gavetas,
barremos y por la puerta abierta la luz
se hace carne un instante y se estremece.
V
Hay quien dice: el sol detrás de la lluvia, la mar
tras la montaña, el amor detrás
y marcharse, marcharse. Mañana, cuando todo será,
cuando todo habrá, cuando.
Promesas de los muertos si vivir es más
que esperar, que esperanzarse. Cenizas arrojadas
sobre el fuego que rezonga un instante, luego calla
sin consolación: la noche
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cae, el alba se levanta, un verano ha pasado.
Ya, dicen las humaredas de la aldea
en tanto que unos animales sin cólera prosiguen
atesorando el oro del tiempo, el oro
de nuestros ojos ávidos y tan pronto cerrados.
VI
Y tu terminas por colocar el libro, allá arriba,
en su lugar exacto, ese pequeño hueco de sombra y de olvido
como el rincón de tierra que te agrada.
Tu regresas también
a tu lugar, enfrente a la ventana, la mesa
ese cuadrado de nieve que ninguno ha vencido
y que va en todos los sentidos como tu vida
entre las palabras, los muertos.
Tú sabes bien que ningún signo cura de la ausencia
no más de lo que puede el mirlo mientras cae invertir
el eje de la tierra, mas persistes, oh escriba,
con tus ángeles a sueldo:
un poco de oro en el cieno, te dices, queda la noche abierta.
VII
Si he buscado - ¿he hecho algo distinto? ha sido como cuando descendemos una calle en pendiente
o porque de repente los pájaros
ya no cantaban. Ese hueco en el aire
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entre los árboles, ni mi aliento o mis ojos
lo han colmado – y yo voceaba a menudo
en medio de las hierbas, mas no esperaba
nada, me decía: heme aquí,
habito el mundo, el cielo es azul, nubes,
las nubes y qué importa el grito sordo de las manzanas
sobre la tierra dura: la belleza es que todo
va a desaparecer y que, sabiéndolo,
no cesan, sin embargo, de vagar estas cosas.
VIII
Hacia el oeste, con los últimos rayos encarnados,
siguiendo bien la flecha en lo bajo demasiado tenso
de la noche que se inclinó para meter
el avión en su bolsillo, he aquí
lo que todavía te sostiene, con los ojos al cielo, de pie
en ese estacionamiento donde hilas en lo gris
tus velas de Colón, tus rutas de la seda
y de la sal y de la soledad, mientras esperas.
Mientras esperas que todo termine (todo, dices
como quien silva para guardar su sombra
a sus costados en la callejuela oscura) todo: ese beso
-
apenas – del poniente en los labios
de la que se retira dejándote en el muelle.
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IX
Lo que he querido, lo ignoro. Un tren
marcha en la noche: no estoy dentro
ni fuera. Todo transcurre como si
me alojara en una sombra
que la noche extiende como una sábana
y arroja al pie del talud. En la mañana,
estirar el cuerpo, un brazo luego el otro
con el tiempo en la muñeca
que bate. Lo que he querido, un tren
lo lleva: cada ventana ilumina
distinto pasajero en mi
que aquél del que tomo prestado al despertarme
el rostro de madera, los contratiempos, la muerte.
X
Me decía: es necesario aún, es necesario –
y las palabras corrían delante de mi, sorbían
la carretera, el cielo, los helechos, el vientre
mal abotonado de las colinas
luego volvían, trayéndome un pedazo de piel
calcinada, un fragmento de hueso: esta vieja
y siempre desgarradora pregunta
del por qué aquí, yo, por qué?
- ir venir esperar como el comisionado
de las partidas, que abre y cierra el horizonte,
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esperar al último viajero
antes de girar de nuevo la pizarra, para escribir:
cerrado por causa de pereza.
Tomado de: La vie promise (Gallimard,
)
Traducción: Osvaldo Cleger González
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