UN 68 EN EL PAÍS VASCO1
A 68 in the Basque Country
ELIXABETE ANSA-GOICOECHEA2
Resumen: La década de 1960 en el País Vasco se ha analizado principalmente como
el periodo que vio resurgir el nacionalismo vasco. Si bien este factor fue primordial
en la producción política y cultural de aquella época, en este ensayo nos proponemos
analizar dicha producción a través del imaginario principal del llamado Mayo del 68
francés; es decir, a través de los discursos que elaboraron un horizonte de expresión
cultural y política vasca en base a la exclusión y opresión del sujeto “colonial” y el
trabajador (los dos sujetos “otros” del capitalismo según Kristin Ross). Los principales
autores que se estudian son la organización Euskadi Ta Askatasuna [País Vasco y Libertad] y Txabi Etxebarrieta, en el ámbito político; Joxean Artze y Ramón Saizarbitoria,
en el ámbito literario; y Jorge Oteiza en el ámbito artístico.
Palabras clave: Mayo del 68, transición, País Vasco, ETA, Txabi Etxebarrieta, Ramón
Saizarbitoria, Joxean Artze, Jorge Oteiza.
1
2
Este artículo no hubiera sido posible sin el espacio académico que me brindó el Departamento de Teoría de las Artes en el contexto del programa MECESUP UCH0705 de la Universidad de Chile (Santiago de Chile). Quisiera también agradecer al Department of French,
Hispanic, and Italian Studies de University of British Columbia por su permanente apoyo.
Recepción: 08, enero, 2013 || Aceptación: 30, julio, 2013
Cita recomendada: ANSA-GOICOECHEA, Elixabete (2013). “Un 68 en el país vasco”.
Prosopopeya. Revista de crítica contemporánea. Número 8. Pp. 123-154.
Biodata: Assistant Professor de Literatura y Cultura Hispanoamericana y Vasca de University of British Columbia (Vancouver, Canadá). Egresada de la Carrera en Filología Inglesa
de la Universidad de Deusto (Bilbao, España) y del Magíster y Doctorado en Estudios Hispanoamericanos de Indiana University (Bloomington, EEUU). Es co-autora de Vértigo de
la política: Formas de pensar la izquierda (Escaparate y Universidad de Los Lagos, 2010) y coeditora de Efectos de imagen ¿Qué fue y qué es el cine militante? (LOM Ediciones y Universidad
Metropolitana de Ciencias de la Educación, 2013), entre otros. En la actualidad se encuentra
trabajando en un libro monográfico titulado Jorge Oteiza: estéticas de la desocupación (19501970) y en un texto de crítica cultural sobre El 68 vasco: el devenir del arte, la literatura y la
política.
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University of British Columbia
[email protected]
Elixabete Ansa-Goicoechea
Summary: The 1960s in the Basque Country have been approached as a period that
saw the re-emergence of Basque nationalism. Even though this was a primordial
factor in the cultural and political production of the time, this essay analyzes such
production within the wider scope of the main imaginary of the so-called French
May ’68; that is, taking into account the discourses that elaborated a horizon of Basque cultural and political expression based on the exclusion and oppression of the
colonial subject and the worker (the classical two “others” of capitalism according to
Kristin Ross). The main authors studied in this essay include the following: Euskadi
Ta Askatasuna [Basqueland and Freedom] and Txabi Etxebarrieta in politics; Joxean
Artze and Ramón Saizarbitoria in literature; and Jorge Oteiza in art.
Key-words: May 68, transition, Basque Country, ETA, Txabi Etxebarrieta, Ramón
Saizarbitoria, Joxean Arte, Jorge Oteiza.
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1. Introducción
En este ensayo nos proponemos analizar cierta producción literaria, artística y política vasca de finales de la década de 1960. El tema principal que se
estudia parte del imaginario social y político del llamado Mayo del 68 francés,
un imaginario que en nuestra lectura (Badiou, 2010; Ross, 2002) se nutre de
dos ejes fundamentales: los discursos anti-imperiales y anti-capitalistas del
momento, por un lado, y la posibilidad que se planteó en aquella época de un
acontecimiento que provocara una ruptura radical con las estructuras sociales
establecidas, por otro. Para ello, analizamos textos políticos, literarios y artísticos que nos ofrecen un panorama básico de lo que en el País Vasco se produjo
a fines de los sesenta en torno al imaginario citado del 68 francés. Los principales autores de estos textos son Euskadi Ta Askatasuna [Euskadi y Libertad,
1959] y Txabi Etxebarrieta (1944-1968), en el campo político; Joxean Artze
(Isturitzetik Tolosan barru, 1969) y Ramón Saizarbitoria (Egunero hasten delako,
1969), en el campo literario; y Jorge Oteiza (“Pietá: madre con hijo muerto
gritando al cielo”, 1968-1969) en el campo artístico, entre otros. A partir de
esta lectura nos proponemos pensar que hubo un 68 vasco, no tanto por la
influencia directa de ninguna tradición francesa en el País Vasco —aunque
también la hubo, especialmente en la zona francesa del País Vasco—, sino por
la afinidad en los horizontes de transformación social que observamos entre
el 68 francés y la producción político-cultural vasca del momento.
En su libro L’hypothése communiste (2008) [The Communist Hypothesis,
2010], Alain Badiou revisita la década de 1968-1978 para comentar el cambio
político al que se aspiraba en torno al Mayo del 68 francés. Badiou propone
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analizar Mayo del 68 como un acontecimiento complejo (no homogéneo)
que supone como insuficientes las tres lecturas más comunes que ha habido
sobre aquel periodo: el Mayo del 68 como 1) el movilizador del inconformismo
estudiantil tanto en la universidad como en la educación secundaria; 2) como
el momento de mayores huelgas laborales en Francia, las cuales se estructuraron alrededor de grandes fábricas y se organizaron a través de sindicatos; y 3)
como lo que puede denominarse el Mayo libertario aludiendo al cambio en
los principios morales, en las relaciones sexuales y en la libertad individual
(Badiou, 2010: 46-51). Badiou propone una cuarta lectura que engloba de
alguna forma a todas y tiene que ver con la conciencia que tuvieron todos los
grupos sociales para que hubiera un cambio político: “The difference between
this fourth element and the first three is that it was completely obsessed with
the question: ‘What is politics?’” (Badiou, 2010: 52). La pregunta por lo político requiere la transformación completa de la sociedad:
At that point, we realized, without really understanding it, that if a new emancipatory politics was possible, it would turn social classifications upside down. It
would not consist in organizing everyone in the places where they were, but in
organizing lightening displacements, both material and mental… What inspired
us was the conviction that we had to do away with places. (Badiou, 2010: 60)
Esta afirmación del Mayo del 68 poco tiene que ver con la insatisfacción
fragmentaria de un único grupo social sino con la convalecencia de una gran
mayoría de la sociedad francesa que expresó su disconformidad a través de un
mismo deseo de crear fugas en las clasificaciones sociales establecidas.
La lectura filosófico-política que ofrece Badiou tuvo en el campo políticocultural una lectura parecida en un texto anterior: May’68 and Its Afterlives
(2002) de Kristin Ross. Este texto analiza minuciosamente las lecturas que
se han hecho del Mayo del 68 francés para criticar aquellas interpretaciones
que terminaron por entender esta época como un momento en que realmente
no pasó nada sustancial y que en todo caso, sólo consiguió la exaltación de
cierto grupo social (fueran estudiantes, mujeres o argelinos) y la celebración
de su identidad particular. Tras un cuidadoso análisis de varios testimonios de
aquella época en forma de textos literarios, ensayos políticos, gestos artísticos
y artículos periodísticos —además de analizar la reproducción mediática de
las conmemoraciones del 68—, Ross plantea una tesis similar a la que Badiou
desarrollaría en el campo de la filosofía-política unos años más tarde:
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May’68 had less to do with the identity or interests of ‘students’ per se, than
with a disjuncture or fissure created within that identity. That disjuncture, as
Rancière has suggested elsewhere, took the form of a political opening to otherness (represented by the two classical ‘others’ of political modernity, the worker
and the colonial subject) that was itself the result of that generation’s particular
historical and political memory, a memory bound up with and inscribed in decolonization… It was that disjuncture that allowed students and intellectuals to
break with the identity of a particular social Group with particular self-interests
and accede to something larger, to politics in the sense that Rancière gives it, or
to what Maurice Blanchot has singled out as the specific force of May: ‘in the socalled ‘student’ action, students never acted as students but rather as revealers of
a general crisis, as bearers of a power of rupture putting into question the regime,
the State, society.’… It was an event, in the sense that Alain Badiou has given
the term: something that arrives in excess, beyond all calculation, something that
displaces people and places, that proposes an entirely new situation for thought.
(Ross, 2002: 25-6)
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Citando a Jacques Rancière (“Democracy Means Equality”) y a Alain Badiou (“Penser le surgissement de l’événement”), Ross enfatiza por un lado la
relevancia de los dos “otros” del 68 —el proletariado y el sujeto colonial— y
por otro, el carácter acontecimental del 68, es decir, la posibilidad de romper
con los lugares establecidos de la política y la sociedad3. Ross concluye que
este periodo no fue tanto la afirmación de una identidad en particular (de los
estudiantes, mujeres, argelinos, trabajadores, etc.) sino de la voz de protesta
contra-estatal y exigencia de cambio político común a todos ellos, sobre todo
con respecto a las divisiones de clase y de estructura colonial.
En el contexto del País Vasco, las provincias de la zona francesa —Labort,
Baja Navarra y Sola— han sido últimamente analizadas como una región
que tuvo su grado de incidencia en el ánimo general de las manifestaciones
del 68. Este estudio ha estado marcado por un interés por descentralizar los
análisis del 68 en coherencia con los postulados anticoloniales del horizonte
político señalado arriba (Lougarot, 2008). Sin embargo, la región del País
3
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Aunque Ross no se adentre a analizar las diferencias de ambos pensadores, podríamos brevemente comentar que una de las principales diferencias entre Badiou y Rancière a la hora
de pensar lo político tiene que ver con la necesidad que ve el último de re-pensar la “democracia” como una política en base a los que no tienen parte, y con la necesidad del primero
de re-pensar la Idea de lo común como una política que reinstaura la hipótesis comunista en
tanto política de la emancipación. Véase Badiou, 2010 y Rancière, 2004.
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Vasco español, y España en general, es descrita como un territorio que poco
tuvo que ver con el Mayo del 68 francés. La propia Ross explica que tanto
España como Noruega no tuvieron un Mayo del 68 (Ross, 2002: 185). De esta
forma, en algunos textos en los que se ha estudiado el Mayo del 68 francés y su
incidencia mundial, las referencias a su influencia en España se han reducido a
breves comentarios que recogen principalmente las protestas estudiantiles en
la Universidad Complutense de Madrid. Es el caso del texto El 68: las revoluciones imaginarias (1988) de Eduardo Haro Tecglen. El análisis que ofrece Haro
se reduce al estudio de una revolución meramente “imaginaria” con mínima
incidencia en España. En otras palabras, la referencia a una revolución es
más ilusoria que “real” y por lo tanto, sin incidencia concreta en el panorama
socio-político español. En una breve lectura posterior al texto de Haro, Teresa
Vilarós en El mono del desencanto (1998) recoge con precisión el silencio que
se guardó con respecto a este evento no sólo en el texto mencionado, sino
en España en general:
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No se trata solamente que uno de nuestros mejores críticos políticos [Haro] repita
de forma inconsciente la estrategia a la que tuvieron que acogerse en la época los
periodistas de revistas como Triunfo, causada por la rígida censura franquista. Si en
su libro Haro deja a España fuera de toda una serie de capitales sucesos [ej. Mayo
del 68] es porque no puede, y con él todo el país, desprenderse de la convicción de
que esos sucesos, debido a la poca incidencia española en la política internacional
del momento, fueron vistos y vividos en España siempre desde un segunda línea,
siempre de segunda mano. (Vilarós, 1998: 64)
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En esta crítica, Vilarós explica los límites de España frente a Francia con
respecto a la diferencia de gobierno que existe entre los dos países. En España,
para finales de 1960, aunque se haya fomentado una apertura cultural en relación a las primeras décadas del franquismo, dicha actividad es todavía víctima
de las restricciones franquistas, las cuales vienen fuertemente marcadas por
el proyecto de apertura económica que se instaura en 1959 con el Plan de
Estabilización Económica. Así, Vilarós empareja la lectura de Haro y del Mayo
del 68 en España, con la evolución de la revista Triunfo (1962-1982), la cual
dejó el historicismo marxista propio de los primeros años de impresión, por
una tendencia más afín al imaginario de pertenencia a las dinámicas globales
del capitalismo tardío. Lo resume así:
Una crítica cultural de los últimos veinte años revela lo que la narrativa histórica
palia desde los estudios provenientes de las ciencias políticas: que la voluntad
social que exige una restauración democrática pasa sobre todo por la querencia de
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integración de la sociedad española en el aparato económico global impulsado por
el capitalismo tardío. Querencia que está incrustada también, naturalmente, en el
amplio sector intelectual que acoge a Triunfo como su revista. No me es posible
de otra forma entender el brutal desencanto —conocido también en los primeros
años de la transición como pasotismo político— con el que la población española
(y con ella gran parte de la izquierda) dio la espalda a los proyectos políticos que
pasaban por el historicismo marxista. (Vilarós, 1998: 62)
Vilarós analiza con gran precisión el cierre que se vivió en el pensamiento
y en las revistas de izquierda de mayor alcance nacional; el horizonte principal
de aspiración es la integración de España en los circuitos de economía global.
He aquí la lectura que pasados los sesenta se percibe de aquella época, denominada en España periodo transicional en cuanto que abarca el proceso de
paso del régimen autoritario franquista a la estabilización democrática con el
socialismo de Felipe González (1982-1996). El cierre de la revista Triunfo —a
la que habría que sumar Cuadernos para el Diálogo (1963-1976) o la vasca Punto
y Hora de Euskalerria (1976-1990)— se enmarca en lo que Vilarós denomina
“desencanto” refiriéndose a la crisis del gran relato que llegó a constituir el
marxismo en los intelectuales de los 60 y 70, y el deseo de la España oficial
por entrar en el marco global del capitalismo tardío.
En esta línea de pensamiento cabe comentar otros dos textos que cita
Vilarós: Mayo del 68. Una educación sentimental (1993) de Gabriel Albiac
y Crónica sentimental de la transición. Los desnudos, los vivos y los muertos de
una transición que no sólo ha sido política (1985). El primero concluye que “a
veinticinco años de distancia, me afianzo, cada vez más, en la convicción
de que, contra lo que pudiéramos soñar entonces, el 68 fue más el cierre de
una época, ya condenada a no tener continuidad que la apertura de un ciclo
histórico nuevo” (Albiac, 1993: 177). Vázquez Montalbán, por otro lado, recopila varios artículos reeditados que él mismo publicó en 1969 en la revista
Triunfo bajo el título Crónica sentimental de España. Tal y como describe el
autor, estos textos reflejan “con hechos de la vida cotidiana, la evolución de
la sentimentalidad de la gente, la evolución del tono moral desde la sociedad
paternalista y autoritaria hasta, quizá, la búsqueda de un nuevo padre, un
padre democrático” (Vázquez Montalbán, 1985: 5). La línea pesimista o de
cierre común de los análisis transicionales confluyen con esta idea de Montalbán de crítica de la euforia “sentimental” de fin de dictadura (fin de la figura
patriarcal y autoritaria de Franco) con la búsqueda de la sociedad española,
no de una transformación política, sino de otra figura paternalista, aquella
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que podríamos relacionar con “el aparato económico global impulsado por el
capitalismo tardío” al que Vilarós se refería (Vilarós, 1998: 62).
Este análisis muestra las claves críticas que desvelan la integración de España en el marco global de las democracias occidentales. Desde un presente
acosado por la crisis financiera mundial (2007-2013), proponemos una lectura de los restos literario-culturales y políticos que provienen no tanto de la
transición española propiamente dicha —es decir del periodo que abarca la
muerte de Franco y hasta la inserción de España en la Comunidad Europea
(1986)—, sino de lo que Ramón Buckley ha denominado “pretransición”
española (década de 1960 y en especial, el fin de la misma) para analizar lo
que pudieran proponer de crítica frente al establecimiento de la denominada
“lógica cultural del capitalismo tardío” (Jameson, 1991: 1).
2. El 68 político vasco
En el marco de los eventos políticos que encontramos en el País Vasco,
tanto en la zona norte (francés) como sur (español), el 68 vasco nacionalista
está marcado por la muerte del guardia civil José Pardines y el militante de
ETA Txabi Etxebarrieta, el 7 de junio de 1968, y la acción de ETA contra
Melitón Manzanas el 2 de agosto del mismo año, éste último, notorio torturador y jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa4. Con la intención de
revisitar este año desde la crisis financiera del presente, nuestro interés en este
artículo no radica tanto en los efectos de estas muertes, que sin duda fueron
claves en la espiral de violencia que desencadenaron, sino en lo que para aquel
año circulaba como base ideológica de un nacionalismo vasco abierto a un
pensamiento afín con los dos “otros” que señalaba Ross (el sujeto anti-colonial
y el trabajador) y cercana a la posibilidad del acontecimiento badioudiano.
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En Pays Basque nord: Mai 68 en mémoires (2008), Gisèle Lougarot explica así el impacto de
este evento en el País Vasco francés: “‘Quel est l’événement de cette d’année écoulé qui vous a
le plus marqué?’ Si cette question avait été posée en fin d’année 1968 aux jeunes nationalistes basques du Nord, nombre d’entre eux auraient répondu, sans l’ombre d’une hésitation,
‘la mort de Txabi Etxebarrieta’, et ‘l’action d’ETA contre Manzanas’, du nom de ce chef de la
brigade politique spéciale de la police du Guipuzcoa, réputé pour ses tortures sur les militants
basques arrêtes, et premier policier tué par un commando d’ETA au tout début du mois d’août
1968. Un peu rares probablement auraient été ceux répondant par ‘les événements de Mai 68’”
(Lougarot, 2008: 14).
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En este sentido, será de gran importancia el alcance mundial de otro evento
importante de esta época, como fue el Sumarísimo 31/69, más conocido como
El Proceso de Burgos, un juicio militar a 16 miembros de ETA con el que ETA
y el País Vasco suscitaron interés y solidaridad mundial.
Uno de los análisis más detallados del nacionalismo vasco de ETA lo ofrece
Gurutz Jáuregui en Ideología y estrategia política de ETA. Análisis de su evolución
entre 1959-1968 (1981) y ha sido recientemente reanudada por el colectivo
Lapiko Kritikoa [http://basque.criticalstew.org/] en un documento escrito por
Unai Apaolaza bajo el título “Abertzaletasun esentzialistatik dialektikora” [Del
nacionalismo esencialista al dialéctico]5. Tal y como se refleja en el título del
documento de Apaolaza la clave de la ideología nacionalista de fines de los
sesenta radica en la transformación de un nacionalismo anclado en postulados
esencialistas y católicos —recordemos el lema de Sabino Arana Goiri, “Jainkoa
eta lagi zaharrak” [Dios y los fueros] y los elementos que para éste componen
la nación vasca: la raza, la lengua, el gobierno y las leyes, el carácter y las
costumbres, y, finalmente, la personalidad histórica (Arana, 1965: 606)— en
un nacionalismo “dialéctico” donde se lleva a cabo “euskal nazionalismoa eta
ezkertiartasunaren sintesia” [la síntesis del nacionalismo vasco y la izquierda]
(Apaolaza, 2010: 20), entendiéndose por izquierda un horizonte socialista
donde se da cabida al proletariado que puebla las fábricas y empresas vascas6.
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Estos no son más que dos ejemplos de la infinidad de crítica que se ha escrito sobre el tema.
Brevemente podemos mencionar que en los años de la transición, destaca por la cercanía y
participación del autor en varios actos de la organización, Historia de Euskadi: el nacionalismo
vasco y ETA (1975) de Francisco Letamendia, “Ortzi”, y los estudios de Joxe Azurmendi, Nazionalismo/Internazionalismo euskadin (1979) o Arana goiri-ren pentsamendu politikoa (1979).
En las décadas de los 80 y 90 cabe destacar la labor de Juan Aranzadi, Milenarismo vasco
(1981), analizando críticamente los restos esencializantes en el discurso del nacionalismo
vasco. A partir de aquí se puede discernir una bipolaridad fuerte entre cierta crítica nacionalista vasca y lo que, siguiendo la beta abierta por Aranzadi, se convierte en una crítica que
pretende desmantelar el nacionalismo vasco venga de donde venga o se expresa donde se
exprese. Quizás el texto más paradigmático de esto último lo encontremos en El bucle melancólico (1998) de Jon Juaristi, ex-militante de ETA que da un giro radical hacia el Partido
Popular. El texto descarta cualquier política nacionalista vasca a través de una lectura psicoanalista de los “padres” del nacionalismo vasco que padecieron de una melancolía patológica
por la muerte de sus padres biológicos, pérdida que terminaron sustituyendo por una patria
que nunca existió.
Fusi describe esta ebullición económica como una “segunda revolución industrial”: “[Para
1970], la región vasco-navarra vivió durante la citada década una segunda revolución industrial, más radical, amplia e intenso que la primera, la que se produjo en Bizkaia a partir de las
décadas de 1880 y 1890, y en Gipuzkoa, desde los primeros años del siglo XX” (Fusi, 1995: 19).
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Esta síntesis dialéctica se distanciaba del Partido Nacionalista Vasco en su
carácter aconfesional y su acercamiento hacia propuestas de organización
socialistas. El texto que mejor recoge este acercamiento y será bien acogido
dentro por la organización es Vasconia (1964) de Federico Krutwig, donde
el nacionalismo vasco se enmarca dentro de una concepción “dinámica” de
lo nacional —abierta a las transformaciones del presente— y dentro de un
horizonte político federalista y comunista (Krutwig, 2006: 207-325).
Sin embargo, a esta síntesis dialéctica no se llega de golpe, ni con uniformidad por parte de todos los miembros de la organización. Desde su creación
en 1959 hasta la V Asamblea que se organiza en 1966-1967, la organización
reúne a militantes que si bien coinciden en el distanciamiento con el Partido Nacionalista Vasco, simpatizan de forma heterogénea con los postulados
socialistas del proletariado internacional. A lo largo de los sesenta, Jáuregui y
“Ortzi” llegan a identificar tres grupos dentro de la organización: los “etnolingüistas” (Jáuregui, 1981: 294) o “culturalistas” (Ortzi, 1978: 313) por un lado,
enfatizando el aspecto étnico de la lucha nacional en torno al idioma, grupo
encabezado por Txillardegi y Benito del Valle; los “tercermundistas” (Jáuregui,
1981: 295) o “partidarios de la lucha armada” de liberación nacional, afín a
otros movimientos de liberación nacional (Ortzi, 1978: 319), encabezados por
José Luis Zalbide; y los “obreristas” (Jáuregui, 1981: 295; Ortzi, 1978: 309) con
menos énfasis nacional y militar, y mayor en los problemas de clase, un grupo
encabezado por Francisco Iturrioz. Debido a las contingencias políticas del
momento —el exilio y arresto que van a tener que enfrentar varios miembros
del grupo— y a diferencias ideológicas irreconciliables, la V Asamblea termina
por reforzar la rama “tercermundista”, liderada por Txabi Etxebarrieta, el estudiante de económicas que en diciembre de 1966 y en marzo de 1967 dirige las
dos partes de la V Asamblea dejando a su paso las actas bajo el título “Ideología oficial de Y”, publicadas en el número 44 de la revista clandestina Zutik.
Aquí, ETA se define como un “Movimiento Socialista Vasco de Liberación
Nacional”, estandarte del denominado “Nacionalismo Revolucionario” (ETA,
1967: 3). Es un documento importante por cuanto redefine la base ideológica
de ETA a partir de seleccionar y poner en conjunto diferentes aspectos de
la organización que formulan una nueva posición tomando como base una
relación clara y más compleja entre nacionalismo e internacionalismo. En este
texto se observan los siguientes puntos: 1) la negación total de las estructuras
capitalistas en base a los estados español y francés, 2) el establecimiento del
“euskera” (idioma vasco) como eje principal de la etnia vasca, 3) el fomento
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de conciencia de clase y el llamado al “Pueblo Trabajador Vasco” (compuesto
por proletariado urbano y proletariado de “campo”, local e inmigrante) para
llevar a cabo la “negación total” del sistema, 4) el llamamiento a la pequeña
burguesía, el pequeño propietario y a los intelectuales a sumarse al Nacionalismo Revolucionario, y 5) la implantación de un método de acción de “espiral
ascendente de acción-represión en los cuatro frentes que componen la lucha
revolucionaria de un país oprimido (cultural, político, económico y militar)
para la toma del poder vasco por la clase trabajadora vasca” (ETA, 1967: 3).
A diferencia de los anteriores pronunciamientos de ETA, el inmigrante es
acogido como un “humano explotado” más, que de integrarse “en el proceso
de desalineación del Pueblo Vasco, forman parte de éste” (ETA, 1967: 3). Es
decir, el inmigrante es considerado ahora como un sujeto potencial de la lucha
nacional vasca, siempre y cuando apoye la promoción del euskera (idioma
vasco)7. Cabe precisar que en ese número, aparte de la primera mención a
la etnia vasca en torno al idioma vasco, no hay ninguna otra reivindicación
(o “mito”) histórico-cultural de la diferencia nacional vasca, un gesto que
aleja a la organización de dar demasiada primacía a las características diferenciales de lo vasco8. Es directa también en este texto, la simpatía hacia el
“Internacionalismo Proletario” definiéndolo como “la lucha de Liberación
de todos los Pueblos del Mundo para conseguir, entre todos los Pueblos y
todos los Hombres, una igualdad y un desarrollo armónico” (ETA, 1967: 3).
7
8
132
La convivencia entre el nacionalismo vasco de los sesenta y el proletariado emigrante no
siempre ha sido satisfactoria. Cabe recordar la novela Cacereño (1969) de Raúl Guerra Garrido, donde se da cuenta de la discriminación de un trabajador inmigrante, solo paliada por el
amor de su mujer e hija, quien nace en el País Vasco.
La apelación a los mitos de un “igualitarismo vasco” (Stanley Payne; Juan Aranzadi), existente antes de la abolición de los fueros, es un recurso común en los discursos nacionalistas
vascos, incluido el texto Vasconia. En él Krutwig afirma la relación directa entre el “soviet”
ruso y las “biltzarrak” o asambleas vascas en la época de los fueros: “La palabra rusa “soviet”
no significa otra cosa que la vasca “biltzar”, (“Batzar”, en vizcaíno). Una república soviética
no es otra cosa que una república de biltzarres y esto eran precisamente los Estados vascos, es
decir, repúblicas de Biltzarre. Los biltzarres locales ejercían la soberanía y enviaban delegados
al Biltzar superior de la república, aunque no cedían a éste la soberanía. La organización de
los Estados vascos en este sentido era un modelo de organización comunista, mucho más
avanzada que la dictadura del proletariado, que es meramente una situación “obligada” pero
no “deseada”, para llegar al comunismo, que consistiría en la abolición del Estado” (Krutwig,
2006: 226). Lo más significativo de esta descripción no sería para nuestro caso el mito del
igualitarismo vasco, sino el deseo de que el nacionalismo vasco se entienda como un “enemigo absoluto” del estado parlamentario y como una Idea que instaura el comunismo como
posibilidad.
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En este sentido, el hecho de buscar la liberación nacional vasca no pretende
reivindicar lo local dentro del sistema establecido, sino una solidaridad y
un plan de acción internacional, que basándose en el proletariado, consiga
la liberación de todos. De aquí extraemos un deseo claro del nacionalismo
vasco como una Idea que instaura la necesidad de lo común en contra del
sistema establecido. Este horizonte no se lleva a cabo reivindicando ningún
romanticismo araniano. De esta reivindicación sólo se mantiene el horizonte socio-económico, sin aseverar la existencia del mismo en ningún pasado
histórico del País Vasco. Se deja de lado, por lo tanto, el énfasis principal que
los etnolingüistas le concedían a la reivindicación histórico-cultural vasca, sin
que ello deje de lado el trabajo cultural que aquella ETA de la V Asamblea
pretende llevar a cabo en base a la lengua9.
En esta rama tercermundista, en la que priman los dos “otros” que Ross
asociaba al 68 francés (el trabajador y el sujeto colonial), el aspecto más
problemático no deja de ser el “anti-colonialismo” y la fuerte simpatía que se
mantiene con países cuya liberación sí se clama desde estados de colonización
tradicional (i.e. Cuba, Argel, Vietnam, etc.). Jáuregui da cuenta detallada de
esta problemática y expone que, independientemente de la superioridad de
condiciones de desarrollo social que tiene el País Vasco en comparación con
aquellos países cuya dependencia colonial y condición de desarrollo es más
precaria, es importante recordar las condiciones políticas que rodean estas
reivindicaciones. Aquí es de vital importancia la muerte de Etxebarrieta y el
atentado de ETA contra el jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa
Melitón Manzanas ya que la represión política y social que suscita esta muerte,
aparte de la ya conocida prohibición del idioma vasco, es percibida a la manera
de un autoritarismo colonial. En “Los años 60: los años de la ruptura”, Juan
Pablo Fusi lo describe de la siguiente manera:
Aquellos acontecimientos fueron decisivos. El régimen de Franco, que como respuesta al atentado contra Manzanas declaró el estado de excepción en Gipuzkoa,
no supo ofrecer frente a la escalada de ETA más política que la represión indiscriminada. Se alineó, de esa forma, a buena parte de la opinión vasca, incluso a
aquella que, en principio, había sido indiferente, si no hostil, a ETA. El franquismo
fue víctima de su propia lógica autoritaria y represiva. Sus fuerzas policiales actuaron durante los periodos de excepción como si fueran un ejército de ocupación:
9
En estas actas se reflejan preocupaciones que se mantienen en todos los escritos de Etxebarrieta, recopilados en Espinosa y Etxebarrieta, 1993.
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en 1968, fueron detenidas 434 personas; en 1969, 1.953; en 1970, 831. En 1970,
el número de personas encarceladas por presunta vinculación a ETA era de 328;
casi otras 500 habían huido al sur de Francia. (Fusi, 1995: 37; Énfasis añadido)
Prosopopeya 2013-2014 Nº 8, pp. 123-154
La ideología tercermundista y la represión, aquí descrita como “si fueran
un ejército de ocupación”, se alimentaban mutuamente y reforzaron la simpatía que tenían los primeros hacia otros pueblos que estaban llevando a cabo
movimientos de liberación nacional.
No hay que olvidar que a estos sucesos les sigue el Sumarísimo 31/69, más
conocido como el Juicio de Burgos (diciembre de 1970) donde las ideas de un
vasquismo anti-capitalista y anti-colonial van a atraer la atención del mundo.
Un tribunal militar juzga a 16 militantes de la organización —entre ellos tres
mujeres (Itziar Aizpúrua, Juana Dorronsoro y Arantza Arruti) y los sacerdotes
Etxabe y Kalzada— pidiendo para ellos 9 penas de muerte (para los procesados
Izko de la Iglesia, Uriarte, Gorostidi, Onaindia, Larena y Dorronsoro) y un
total de 518 años de cárcel. Es un momento en el que el régimen atraviesa
por un doble interés perverso: reforzar la apertura económica hacia Europa y
EEUU, mientras mantiene un autoritarismo que oprime de forma dictatorial.
El juicio será retransmitido públicamente y narrado posteriormente por la
franco-tunecina Gisèle Halimi en Le Procès de Burgos (1971), con prólogo de
Jean-Paul Sartre. Lo más destacado de esta retransmisión es el párrafo con el
que Sartre termina su prólogo. En él enmarca el debate dentro de los efectos
que el capital tiene en el hombre/mujer y en la necesidad de aunarse con los
acusados para afirmar la liberación de los mismos:
Lo que la E.T.A. nos revela es la necesidad que tienen todos los hombres, hasta los
centralizadores, de reafirmar sus particularidades contra la universalidad abstracta:
escuchar la voz de los vascos, de los bretones, de los occitanos, y luchar junto a
ellos para que puedan afirmar su singularidad concreta, es, como consecuencia
directa, luchar nosotros también, franceses, por la verdadera independencia de
Francia, que es la primera víctima de su centralismo. Pues existe un pueblo vasco
y un pueblo bretón, pero el jacobinismo y la industrialización han liquidado a
nuestro pueblo: ya no hay, hoy día, sino masas francesas. (Sartre, 1972: 29)
La lucha por la singularidad vasca viene apoyada por Sartre por lo que
ésta persigue: la liberación del hombre/mujer de los males que trajo la denominada “universalidad abstracta” o el carácter del capital (post)industrial,
y la forma en que materialmente ésta se sostiene en la sociedad, a saber, la
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estructura estatal jacobina. Lo “abstracto” se asocia con la característica
propia de la fetichización de los objetos en la circulación mercantil, y para
poder librarse de ella, Sartre hace un llamamiento a que se parta por la
liberación del hombre/mujer a través de su singularidad (vasca, bretona u
occitana). La libertad de los franceses está directamente relacionada con
la afirmación principal de los pueblos que componen el país. Así, Sartre
critica abiertamente la configuración “jacobina” estatal. En esta explicación
encontramos similitudes con el concepto de “lucha nacional” que explicaba Etxebarrieta, en cuanto que ambos hacen hincapié en la necesidad de
singularizar (como expresa conceptualmente Sartre) o nacionalizar (como
expresa políticamente Etxebarrieta) el camino a la liberación del hombre/
mujer. Las reivindicaciones regionales no son, por lo tanto, meras reivindicaciones identitarias, como las denominaría Ross, sino voces que desde su
singularidad buscan la liberación del hombre frente a la hegemonía tardocapitalista que empieza a imperar en los 60.
3. El 68 artístico vasco
Los sesenta constituyen además, una década de gran producción para la
literatura, la música, el cine y el arte vascos. La imagen que quizás mejor
sintetiza todas estas expresiones es la de la basílica de Aránzazu; una basílica
franciscana que da nombre a la primera obra literaria en vasco tras la Guerra
Civil, Arantzazu: euskal-sinismenaren poema [Aránzazu: poema de la fe vasca]
(1949) de Salbatore Mitxelena. La basílica es remodelada por la labor colectiva de Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Agustín Ibarrola, Néstor Basterrechea
y Javier María de Eulate durante 1951-4 y 1968-9. Este grupo, denominado
“Grupo Aránzazu” (Guasch, 1985: 289), da comienzo a las publicaciones de la
revista en vasco Jakin a partir de 1956 y acoge a Euskaltzaindia [la Real Academia de la Lengua Vasca] en 1968 para dar forma al Euskara Batua [idioma
vasco oficial]. La importancia de este lugar es, por lo tanto, sin igual para el
desarrollo de la cultura vasca tras el revés de la Guerra Civil y el imaginario
nacional-católico español instaurado en consecuencia. No obstante, en lo que
nos concierne analizar aquí —el imaginario anti-colonial/anti-capitalista de
las expresiones artísticas de los sesenta—, la basílica y su influencia presentan
ciertas dificultades conceptuales, debido al carácter religioso de la misma.
Si bien se presenta muchas veces afín y colaboradora con el nacionalismo
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revolucionario vasco descrito arriba10, no deja de plantear la necesidad de
matizar en cada caso los límites que conlleva. El principal obstáculo al que nos
referiremos en el espacio de este artículo es la figura de la Virgen de Aránzazu
[Virgen Madre de los Espinos], una madre sublimada —hasta cierto punto
similar a las “madres” del Franquismo11— que representa la fundación de la
comunidad vasca cristiana, más afín a los discursos aranistas de fin de siglo
que a las expresiones de inconformismo nacional de los sesenta. Encontramos preciso, por lo tanto, matizar las diferentes interpretaciones acerca de
la Virgen de Aránzazu que se llegaron a convocar en la variada producción
cultural vasca de la época.
Julia Kristeva, a finales de la década de los setenta, analizó precisamente
el tema de la maternidad y más particularmente, el culto mariano en “Stabat
Mater” (1977). El interés de Kristeva radica en la constatación de que el
cristianismo fue el último discurso inmanente (englobador) que integró la
maternidad en un imaginario capaz de reducir la angustia social de la muerte
y de gratificar tanto a hombres como a mujeres en el imaginario cristiano que
proyectaba de ambos. Una de las características principales que señala Kristeva
a propósito de esta virgen mariana es su cualidad a-corpórea y sublimada; es
decir, la imagen mariana es una figura distanciada de toda insinuación carnal/
sexual y a la vez, de su mortalidad (Kristeva, 1986: 164). La figura mariana es
también la que simboliza el poder: la consagración de María como reina de
los cielos y por extensión, de la tierra como guardiana del representante de la
Cristiandad en ella (la Iglesia) (Kristeva, 1986: 170). Una tercera dirección
que toma el culto mariano es la concerniente al tipo de relaciones que estable10
11
136
Podríamos comentar varios casos en los que cierta parte del clero mostró su solidaridad con
la falta de libertades que se vivía bajo el franquismo e incluso con la lucha nacional vasca
de fines de los sesenta como lo demuestra la participación de los sacerdotes Etxabe y Kalzada
en la organización ETA, procesados en el Juicio de Burgos (1970). Fusi recoge que en 1960,
“339 curas vascos habían firmado una carta reclamando el restablecimiento de determinadas
libertadas” (Fusi, 1995: 32) y “Ortzi” señala que 500 curas vascos redactaron una carta en el
verano de 1963 con similares propósitos, dirigida al Concilio Vaticano II y afirmando que
“la causa principal, aunque no la única, del abismo abierto entre la Iglesia y el pueblo, es el
hecho de estar la Iglesia en España exclusivamente ligada al Estado, por lo que se hace responsable a la Iglesia de la actuación del régimen franquista” (Ortzi, 1975: 291). Aunque se
pueda dar cuenta de estos casos, Fusi también señala que “la Iglesia local aparecía, igualmente,
bajo el control de prelados inmovilistas o conservadores y, en cualquier caso, alienados con el
franquismo” (Fusi, 1995: 32 énfasis añadido).
Helen Graham nos recuerda en “Women and Social Change” los usos modélicos de la Reina
Isabel la Católica o Santa Teresa de Jesús durante el Franquismo (Graham, 1995: 184).
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ce la figura maternal: el amor cortés ideal o el amor filial (de la madre hacia el
hijo, y viceversa) y que cubre todas sus posibles versiones “from sublimation
to asceticism and masochism” (Kristeva, 1986: 165).
Según Kristeva, la imagen mariana que más gráficamente muestra la dimensión englobadora del discurso cristiano es la Piedad, imagen que precisamente
corona la remodelación de la basílica de Aránzazu, como comentaremos en
breve. La Piedad está formada por una Stabat Mater Dolorosa que aparece
sosteniendo en los brazos a su hijo muerto. En ella Kristeva encuentra la respuesta cristiana a la angustia social y existencial principal del ser humano: la
muerte. En la escena de la Piedad, la Virgen Madre se revela como morada
del hombre que padece la angustia del fin de su vida:
[W]hen this cry burst forth, referring to Mary facing her son’s death, ‘Eia Mater,
fons Amoris!’ (‘Hail mother, source of love!’) was it merely a remnant of the period? Man overcomes the unthinkable of death by postulating maternal love…,
psychologically is perhaps a recall, on the near side of early identifications, of the
primal shelter that ensured the survival of the newborn. Such a love is in fact,
logically speaking, a surge of anguish at the very moment when the identity of
thought and living body collapses. The possibilities of communications having
been swept away, only the subtle gamut of sound, touch and visual traces, older
than language and newly worked out, are preserved as an ultimate shield against
death. It is only ‘normal’ for a maternal representation to set itself up at the place
of this subdued anguish called love. No one escapes it. (Kristeva, 1986: 177)
Kristeva nos describe aquí el momento de mayor logro en la formación
de la subjetividad cristiana. La Piedad simboliza la subyugación más íntima
entre el hombre o la mujer (cada uno con su rol dentro de la Piedad) y el
Cristianismo, ya que no precisa de discursos o formas abiertamente patriarcales
y autoritarias para formar dicha comunidad; sólo el susurro, el tacto y ciertas
marcas visuales. A estos gestos “nadie escapa”, todos pertenecen, desde la
intimidad, a la comunidad cristiana.
El aspecto más intrigante que suscita esta imagen, y las demás del culto
mariano, es para Kristeva la subyugación de la mujer a la misma. La crítica
identifica cinco momentos a partir de los cuales cree entender cómo el cristianismo y su imaginario mariano consiguen satisfacer a la mujer. Primero
comenta que el deseo del cuerpo masculino en la mujer es compensado por
la unión que el discurso e imaginario mariano sostiene entre ella (la Virgen
María) y Dios o el Espíritu Santo. En lugar de concebir a Jesús a través de José,
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éste es concebido a través de Él (Dios o el Espíritu Santo). La aparición de un
tercero es clave aquí ya que facilita el deseo a-corpóreo en la mujer (Kristeva,
1986: 180). Segundo, el imaginario mariano tradicional complace el deseo de
poder de la mujer ya que se la nombra reina de los cielos y de la Iglesia (Kristeva, 1986: 180). Tercero, la Virgen María se presenta como un eje principal
a la hora de disciplinar el cuerpo social ya que consigue obstruir el deseo de
matar o devorar a través de la catéxis oral (el pecho), una fuerte valorización
del dolor (el sollozo enérgico de la Mater Dolorosa) y la incitación a sustituir
el cuerpo sexuado por el entendimiento, una habilidad ilustrada por la sublimación del oído/oreja (Kristeva, 1986: 180-1). Cuarto, la Virgen sucumbe al
hecho de ser excluida de la muerte por la halagadora opción de la Asunción
(Kristeva, 1986: 181). Y finalmente, como quinto momento, Kristeva explica
que la Virgen “colabora” en el repudio de otras mujeres (terrenales) por la
posibilidad de sugerir la imagen de La Única Mujer, libre de pecado (Kristeva,
1986: 181). Como consecuencia, su figura es contraida por aquellas mujeres
que se someten a un continuo sacrificio: las monjas, las mártires o, en caso de
que estén casadas, las mujeres que se distancian totalmente de todo aquello que
las ata a condiciones “terrenales” y se consagran a la mayor sublimación de su
cuerpo. Este sacrificio se lleva a cabo de forma disciplinaria, según Kristeva,
para poder obtener el premio que el pensamiento cristiano guarda para ellas:
“the promised jouissance”, el goce que el deseo a-corpóreo y sublimado de la
mujer ofrece dentro del discurso cristiano (Kristeva, 1986: 181).
Esta lectura de Kristeva esboza de forma muy detallada las formas que
la Virgen en general, y la “Stabat Mater Dolorosa” en particular adoptan
dentro de la inmanencia cristiana, el imaginario hegemónico por excelencia
en el mundo occidental hasta su crisis (una crisis que se prolonga desde la
Ilustración y que Kristeva da por concluida en la segunda mitad del siglo
XX). A través del imaginario mariano virginal y maternal, Kristeva revela
por un lado la encrucijada en la que se encuentra la mujer en aquel discurso
patriarcal: una situación de opresión perversa. Aunque tuviera que reprimir
sus deseos corporales, la mujer gozaría a la vez de esta represión debido a la
posición estratégica que en dicho imaginario se le otorgaba a ella, a manera
de Virgen Madre de Jesús. El texto de Kristeva revela cierta admiración hacia
el discurso e imaginario cristiano ya que es capaz de paliar la angustia social y
existencial del ser humano a través de ofrecer un imaginario que satisface los
deseos perversos de la mujer en los mismos. Kristeva concluye así, planteando
la necesidad de “actualizar” dicho discurso, es decir, de dar forma a un discurso
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que igualmente pueda satisfacer los deseos de la mujer como madre sin que ello
suponga sucumbir a un discurso ético patriarcal como el que ofrece el cristianismo.
Kristeva va a denominar a esta posibilidad ética “nueva” y “femenina” —las
comillas marcan la posibilidad aporética que suponen— como “ética hereje” o
“herética” (Kristeva, 1986: 185), una ética sin moral o sin principio regulador
patriarcal.
Esta misma posibilidad es la que Oscar Ariel Cabezas analiza en su libro
Postsoberanía. Literatura, política y trabajo (2013), donde se elabora sobre la
forma en que los restos teológicos del Cristianismo estructuran la propia
constitución del estado soberano moderno e incluso lo que el autor denomina
“postsoberanía”, la época actual de soberanía absoluta del capital. Siguiendo
la tesis de Carl Schmitt de que todos los conceptos de la moderna ciencia
política son conceptos teológicos secularizados, Cabezas sostiene que la subjetivación cristiana encuentra su continuum en el capitalismo tardío. A través
de un análisis detallado del libro La Cosa y la Cruz: cristianismo (en torno a
las Confesiones de San Agustín) (2001) del filósofo León Rozitchner, Cabezas
arguye que la soberanía moderna da continuidad al aparato regulador de la
Trinidad cristiana desplazando a la “madre materialista”:
Con el fin de hacer a la Trinidad amada y temida a la vez, San Agustín tiene que
construir un instrumento metafísico del cual los sentidos y la carne permanezcan
excluidos. Dado que el poder eterno de Dios no reconoce el mundo externo, la
madre arcaica es transformada en la Virgen sublime; así, deviene en madre del
Hijo sublime. Y sólo bajo la condición de un “devenir” sublime o una “negación
de la negación” de la madre materialista puede el niño divino ser concebido por
un Padre-inmaterial, es decir, la ley va del padre al Hijo y del Hijo a la ley del
padre. En este sentido, la doctrina de la Trinidad es el resultado de una “doble
negación” de la madre: la negación como una madre sensible y la negación como
madre que disfruta la carne de un padre corpóreo. (Cabezas, 2013: 168)
La madre materialista sería la alternativa “herética” que buscaba Kristeva
al aludir a aquello que el goce cristiano rechaza en su fundación de la ley del
padre. La doble negación de la que aquí da cuenta Cabezas remite a las formas
en que el imaginario mariano sublima y des-carna a María.
Pero si bien Kristeva veía una crisis de estos presupuestos a mitad del siglo
XX, Cabezas señala que la entelequia estructurante de la Trinidad encuentra
continuación en la actual soberanía absoluta del capital:
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La Sagrada Familia todavía moldea nuestra subjetividad, precisamente porque la
Trinidad permanece a través del sistema monetario como abstracto y universal.
En La Cosa y la Cruz de Rozitchner, el lugar vacío está ocupado por la figura abstracta del capital, desplazando completamente a la madre materialista. Rozitchner
clama por la liberación de la madre materialista, quien ha sido detenida, castrada,
neutralizada por la figura cristiana de la Cosa abstracta. La actualización de la cosa
en sí es el dinero-capital; ésta es la razón por la que Marx dice que “el dinero es…
el dios entre las mercancías”. También explica en el cuarto capítulo de El Capital
que: “una mercancía parece a primera vista como una cosa trivial extremadamente
obvia. Pero su análisis saca a relucir que es una cosa muy extraña, rica en sutilezas
metafísicas y en delicadezas teológicas… Tan pronto emerge como una mercancía,
se convierte en una cosa que trasciende la sensualidad”. (Cabezas, 2013: 181)
La sublimación mariana se convierte con la (post)soberanía moderna en
la abstracción del capital-dinero y todas aquellas “sutilezas metafísicas” que
acompañan al fetichismo de las mercancías.
Si hemos de pensar en la posibilidad de un 68 vasco artístico donde se
exprese cierta apelación a lo vasco desde una perspectiva anticolonial y anticapitalista, y en donde la Idea del comunismo se instale como posibilidad, la
principal tarea deconstructiva estaría dirigida al imaginario y discurso cristiano
que inunda la producción vasca de posguerra. Me refiero sobre todo al poemario Arantzazu: euskal sinismenaren poema (1949) de Salbatore Mitxelena, pero
también a lo que Xabier Lete denominó como “existencialismo cristiano” al referirse, por ejemplo, a la poesía de Bitoriano Gandiaga: “Gandiagaren poemak,
azken urteotan Euskal Herriko poesian nabarmendu den joera batekin loturik
badute: kristau existentzialismo delako batekin, hain zuzen… existentzialtasun
hori, berriro esan behar da, Herri urratu eta bortxatu baten kontesto haundi
eta oso baten barruan ikusten da” [Los poemas de Gandiaga están unidos a
una tendencia que está resaltando en la poesía del País Vasco de los últimos
años: nada más y nada menos que el llamado existencialismo cristiano… ese
existencialismo, debo repetirlo, hay que verlo dentro del contexto mayor y
completo de un Pueblo desgarrado y violado] (citado en Iturbide, 2000: 21).
Lo mismo podríamos decir de uno de los fundadores de ETA que formará parte
de lo que hemos analizado como rama “etnolingüista” o “culturalista”, y que
publicó en 1957 Leturiaren egunkari ezkutua [El diario secreto de Leturia]. De
esta novela testimonial podríamos extraer cierto inconsciente político vasco
arraigado más que en restos, en una narrativa claramente cristiana. Desde la
elección de los nombres de los protagonistas —Joxeba y Miren [José y Ma140
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ría]—, hasta los viajes que articulan la narración —la salida del protagonista
de un pueblo imaginario vasco a París, y de allí, de regreso a la patria natal
como hijo pródigo— están condicionados por el relato bíblico, mostrando al
País Vasco como una Mater Dolorosa, fundada por Mitxelena en Arantzazu y
renovada por Txillardegi a través de una modernidad formal en la narrativa
en vasco.
Los primeros visos de suspensión del discurso cristiano e incluso capitalista, los podríamos encontrar en el poemario Harri eta Herri [Piedra y pueblo]
(1964) de Gabriel Aresti. Si bien el vocabulario cristiano todavía puebla
la palabra del poeta, éste abre su significado a momentos que destellan la
suspensión del mismo. Paradójicamente, Aresti alimenta por un lado, cierto
discurso sacrificial y moral cristiano —cabe recordar el famoso poema “Nire
aitaren etxea defendituko dut” [Defenderé la casa de mi padre], poema que
se ha asociado al nacionalismo vasco de forma más inmediata—, a la vez que
denuncia la caída del arte vasco en la circulación mercantil, “Aquí hasta la
escultura de Jorge de Oteiza,/hasta la pintura de Agustín Ibarrola,/hasta la
poesía de Gabriel Celaya, se compra y se vende” (Aresti, 1979: 333). Ibon
Sarasola sintetiza así los cuatro aspectos más relevantes del cambio radical que
Aresti supone con respecto a la poesía anterior: 1) el cambio de temática que
se realiza al sustituir el paisaje natural por el ciudadano de la Bilbao industrial, 2) una ruptura con la antinomia purismo-vulgarismo; Aresti establece
los cimientos de una auténtica literatura popular, 3) el cultivo de la denominada “poesía social” colocando la literatura vasca dentro de las corrientes
literarias contemporáneas, y 4) un aspecto que nos resulta en este artículo de
mayor importancia, Aresti anula o intenta anular, la eterna identificación de
“euskaldun-fededun” [vasco-creyente] rompiendo la asociación de la literatura
con su orientación clerical y abriéndose a una literatura más ligada con la
realidad (Sarasola, 1976: 108-9).
Aresti es un buen ejemplo de lo ligado que ha estado el nacionalismo vasco
al imaginario cristiano. Desde la fundación del nacionalismo vasco y la aparición del partisanismo en 1833 (Schmitt, 1984), la lucha nacionalista que
emprendieron los carlistas a lo largo del siglo XIX (que sirve como imaginario
de lucha también para parte de aquella ETA de los sesenta) está imbuido de
un cristianismo anti-liberal. El anti-liberalismo se transforma a mitad del siglo
XX en el anticolonialismo/anticapitalismo que venimos analizando, pero el
resto teológico de estas luchas nacionalistas es algo que persiste incluso en
141
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el presente y ha de matizarse con precisión en cada caso político o expresión
artística que se quiera comentar12.
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Quizás el poeta que más radicalmente rompe con este “euskaldun-fededun”
es Joxean Artze, con su Isturitzetik Tolosan barru [Desde Isturitz, adentrándonos
en Tolosa] (1969, Isturitzetik en adelante) y junto a él, Ramón Saizarbitoria,
con su novela Egunero hasten delako [Porque empieza todos los días] (1969,
Egunero en adelante). Ambos textos podrían estar influidos por los sucesos
socio-políticos que acaecen en el País Vasco en 1968. El poeta y clérigo Juan
Mari Lekuona, en “Poesigintza eta kanta gerraostean” [Poesía y canto en la
posguerra] (1978), describe lo que podríamos denominar como un “68 artístico vasco”, un momento de ruptura en la producción cultural vasca debido
a los cambios que se sufren en el contexto socio-político de la región con la
aparición de ETA en 1959 y la muerte de Txabi Etxebarrieta en 1968:
Euskal Herrian, batez ere 1968. urtean hasiz, jarrera berri bat nabarmendu zen
gazterian; poesigintzan ukaezinezko eragina izanen duen jarrera. Gogortu egin
zen euskaldunen jokabidea arlo politiko eta sozialetan. Eta gogorragoko ekintza
honek —orduko legeen aginduz—, gogorragoko errepresioa ekarri zuen agintarien
aldetik, eta —bidezkoa den bezala— eskakizun handiagoa herriaren aldetik soziokultur mailako jokabideetan. (Lekuona, 1978: 18)13.
La principal innovación que encontramos en los textos escogidos y que
proponemos como fundamentales para el pensamiento de un 68 vasco es la
aparición de lo que podríamos denominar, siguiendo el pensamiento de Cabezas, madres materialistas; es decir, el destrabajo de la imagen mariana —de
su alo subliminal/fetichista clave en el eje trinitario del cristianismo y en la
circulación capitalista— y la suspensión de los discursos cristiano y capitalistas
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142
Begoña Aretxaga dedicó gran parte de su carrera académica a desocultar los momentos de
mayor incidencia teológico-cristiana en los discursos nacionalistas vascos. La dificultad de
que una madre materialista tuviera cabida en la militancia del nacionalismo vasco la demuestra en “La muerte de Yoyes: discursos culturales de género y política en el País Vasco”.
“En el País Vasco, sobre todo empezando en 1968, se percibe una nueva tendencia entre los
jóvenes; una tendencia que tiene un impacto innegable en la poesía. Se fortaleció la postura
de los vascos en el campo social y político. Y este fortalecimiento —con las leyes de aquel
entonces— supuso una mayor represión por parte de las autoridades, y —como es lícito—
una mayor exigencia por parte del pueblo en sus posturas socio-culturales” (Lekuona, 1978:
18).
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que reinan a finales de los sesenta, aquello que Jean Luc-Nancy denomina
“comunismo literario” (Nancy, 1991: 124)14.
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Sea a través de hacer gráfica la mater-ialidad de la mujer y la madre, como
ocurre en Isturitzetik, o creando un personaje que desafía el control de su
maternidad por la moral cristiano-burguesa, como ocurre en Egunero, Artze y
Saizarbitoria consiguen en sus obras acercarse a la suspensión de los discursos
cristiano y capitalista. El poemario de Artze es posiblemente el trabajo más
experimental que se haya llevado a cabo en la poesía vasca. Desde las tapas,
plagadas de imágenes en azul que representan los discursos oficiales y de imágenes en rojo que se acercan a la suspensión de los mismos —imágenes en las
que resaltan mujeres voluptuosas, cabras que apelan a un paganismo vasco y
a artistas, escritores, bertsolariak, que confirman, según un criterio arbitrario
del poeta, las afinidades con su poesía—, hasta los propios poemas visuales
donde se arremete literalmente contra el “euskaldun-fededun” o al trabajo que
mata madres (“nire ama hil zait/lanak itota./lanaren amoreagatik/hil zait” [se
me ha muerto la madre/ahogada por el trabajo./por sucumbir al trabajo/se me
ha muerto]), Artze desafía los discursos hegemónicos de la (post)soberanía.
Estos adquieren forma de discurso católico y colonial, aludiendo incluso al
periodo de las conquistas (“zenbat izerdi, odol eta nigar/kosta ote zitzaizkien
Ameriketako Inditarreri…” [“¿cuánto sudor, dolor y llanto/les habrá costado
a los indígenas americanos?”]), de lo cual podemos concluir que Artze ofrece una crítica a la (post)soberanía, a su trazado católico e imperial, y como
contrapartida abre la expresión a la madre materialista, aquella muerta por el
trabajo. El periodo colonial cristiano-imperial y la actualidad tardo-capitalista
constituyen discursos hegemónicos de un mismo presente que Artze deconstruye con su poesía.
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Nancy denomina “comunismo literario” a la posibilidad de interrumpir la capacidad trascendente que el Verbo pueda tener y la inmanencia absoluta que tenga por objeto inscribir al
hombre/mujer en la comunidad operante (como por ejemplo el Cristianismo o el Capitalismo). Para Nancy, la literatura puede interrumpir el mito de la comunidad que opera sin comparecencia, “es en ello que, esencialmente, es literatura (escritura) y no mito. O mejor dicho:
lo que se interrumpe —discurso o canto, gesto o voz, relato o peripecia— eso es la literatura
(o la escritura). Lo mismo que interrumpe o suspende su propio mythos (es decir su logos)”
(Nancy, 1991: 124). La interrupción de todos los aspectos relacionados a cierta colectividad
operante (que obra en torno a un destino), se convierte así, en el elemento sin equa non de
la comunidad inoperante nancyana. La literatura que confluye con este acto de interrumpir
es lo que Nancy denomina “comunismo literario”. Su doble exigencia es “desafiar tanto la
inmanencia sin habla como la trascendencia de un Verbo” (Nancy, 1991: 135).
143
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A propósito de las mujeres que cubren la portada y contraportada, me
sumo a la crítica que Iratxe Retolaza formula de Artze cuando comenta que
es necesario volver a los sesenta para analizar la poesía de éste, quien a diferencia de Aresti —uno de los poetas más estudiados de esta época—, ofreció
una redefinición más radical de la mujer. Retolaza analiza brevemente los
versos que se incluyen en la portada del poema “Emakumearen fabore” [Favor
de mujer] de Bernard Etxepare (1545). En estos versos, comenta Retolaza,
“gizonezkoen ikuspuntutik kontaturiko haragizko harremanaz hitz egiten da,
baina, haragizko harreman hori goraipatuz (Trentoko Kontzilioaren aurreko
maitasunaren ikuspuntua, eta emakumearen irudia ere aldarrikatuz)” [se habla
sobre las relaciones carnales desde la perspectiva del hombre, pero admirando
dichas relaciones (una perspectiva del amor anterior al Concilio de Trento
y que defiende la imagen de la mujer)] (Retolaza, 2007: 1). Retolaza resalta
la relación corporal entre hombre y mujer. Vista desde nuestra lectura, esta
mención abierta a la corporeidad de la mujer rechaza la sublimación de las
relaciones entre hombre y mujer, y rompe la lógica perversa que Kristeva
analiza a propósito del amor cortés o del amor filial de la Mater Dolorosa en el
pensamiento cristiano. En cuanto a la contraportada y a la solapa de la portada,
Retolaza observa acertadamente las imágenes de unas mujeres voluptuosas
que están prácticamente desnudas. La crítica comenta que es importante
precisar la perspectiva desde la cual aparecen enfocadas estas imágenes, desde
abajo hacia arriba, lo que consigue ensalzar la imagen corpórea de la mujer
(su voluptuosidad es relevante en este sentido). Retolaza también observa el
acompañamiento que en estos espacios ofrece la cabra a la mujer, un diálogo
que interpreta de la siguiente forma: “akerraren gainean jarritako emakume
biluziaren irudiak ere, emakumeari leku garrantzitsua ematen zaiola aldarrikatzen da, sorginen tradizio hori gogora ekarriz, eta sorginen irudi hori goratuz”
[al colocar la imagen de la mujer desnuda encima de una cabra, reivindica un
espacio importante para la mujer, recordando la tradición de las brujas y la
propia imagen de las brujas] (Retolaza, 2007: 1). En total acuerdo con Retolaza,
aquí la representación de la mujer enfatiza por un lado una perspectiva carnal
y, por lo tanto, anti-sublimante de los discursos imperantes (cristianismo y
tardo-capitalismo) y por otro, el recuerdo de un conocimiento subyugado,
representado aquí por la referencia a la sabiduría pagana de las brujas.
En Egunero, la madre materialista adquiere forma de renuncia a que su
maternidad caiga en manos de la comunidad cristiano-burguesa de finales de
los sesenta. Narra la situación de una estudiante de filosofía francesa, Gisèle
144
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Sergier, que tras un encuentro sexual esporádico se queda embarazada y desea
abortar. En esta breve sinopsis de la novela encontramos dos factores importantes que conviene analizar con respecto a la madre materialista que venimos
analizando: por un lado, el hecho de que la protagonista sea una madre cuyo
estado de maternidad se impone como problema principal de la novela y por
otro, la influencia de Francia y en concreto, de los movimientos de liberación
sexual de la mujer que empiezan a elaborarse a partir de Mayo del 68. Ignacio
Aldekoa resalta estos aspectos temáticos de la siguiente forma:
A pesar del objetivismo que domina la narración de la historia de Gisèle, con un
narrador extradiegético, cuya mirada se nos antoja a veces neutra, la novela no
disimula su simpatía y comprensión por el destino de la protagonista. No en vano
el debate sobre el aborto —la liberación sexual en general— estaba a la orden
del día en el resto de los países europeos modernos (España estaba lejos de serlo)
y formaba parte de una nueva sensibilidad antiautoritaria que encontraría en el
Mayo del 68 su cauce de expresión. Egunero hasten delako fue un libro que marcó
la sensibilidad de una generación joven de escritores vascos. (Aldekoa, 2004: 176)
Efectivamente, Egunero se sitúa precozmente en medio de los debates que
los movimientos feministas incorporarán en España a partir de la muerte de
Franco en el Primer Congreso por la Liberación de las Mujeres (diciembre de
1975) y en el Primer Congreso de Mujeres Catalanas en Barcelona (mayo de
1976). Estos debates serán principalmente dos: 1) la comprensión del origen
de la opresión de la mujer para establecer las prioridades de la lucha por su
liberación y 2) la sexualidad y el control sobre el cuerpo de uno (Bullen, 2003:
295). En Egunero, estos debates, sin embargo, no se posicionan únicamente
en la reivindicación de los derechos de la mujer, sino como denuncia de la
alienación propia de la sociedad del capitalismo tardío —a propósito de una
Francia industrial de “parques perdidos” y “fuentes alienadas” (Saizarbitoria,
1969: 59)— y como tal, en diálogo con un paisaje de denuncias que tiene
como tela de fondo la crítica a los restos teológicos de la (post)soberanía.
Esta crítica se hace evidente a través de los médicos que la protagonista
consigue visitar para poder practicarse el aborto; el primero es católico y el
segundo, protestante. Ambos igual de moralistas e indignados frente a la decisión de Gisèle, no la aceptan, “[a]bortatzea legeen kontra doa. Ni gainera
katolikoa naiz. Operazioa oso da erreza… Baina debekatua dago, Elizak eta
Estatuak debekatzen didate… Elizak eta Estatuak” [Abortar va en contra de
la ley. Además, yo soy católico. La operación es muy sencilla… Pero está
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prohibida, me la prohíben la Iglesia y el Estado… La Iglesia y el Estado] (Saizarbitoria, 1969: 112). Es solo a través de un tercer médico, recomendado por
un amigo, que consigue llevar a cabo el aborto. En el “diálogo” que Gisèle
mantiene con éste se nos revela un discurso liberal y humanista:
Prosopopeya 2013-2014 Nº 8, pp. 123-154
Gurasoak, gizartea, zerorri ere, ez zaudete holako haur bat onartzeko prestatuak.
Tamala da, badakit. Estudioak utzi beharko zenituzke, gau batean ilusio bat bezala
maite izan zenuen gizonari lotu bizitza guztirako, berak nahi lukeen kasuan. Ez dira
arabeak bakarrik birjinatasuna esijitzen dutenak… eta haur bat izateak… barkatu horrela hitzegitea, baina ezkontzaren merkatuan zure prezioa asko gutxituko
luke. Berriro ere eseri egiten da boligrafo batekin eskuetan jolasten. Telefonoaren
tinbrea entzuten da. Bai, bihar hamarretan hospitalean. Prestatu ekipoa. Kolgatu
eta isilik geratzen da. “Deux cadavrez de femmes avortées arrivent par semaine
à l’institut médico-légal…”. Ni ginekologoa naiz, badakit emakumeak haur bat
izatean iristen duela bere alabehar fisiologikoa. Gure artean: hitzak. Horrela esanda
sinplea eta polita da. Nik ezagutzen ditut haur bat ezkon aurretik izandakoak eta
gero beste norbaitekin ezkondu direnak. Ezkontzak ez dira gaizki joan, ezkontza
gehienak, hori, joan egiten dira bakarrik. Joan. Senarrak, konprensiorik handienaren jabe bada ere, ez du barkatzen. Gorbata itsusi bat erostea aski arrazoi izan
ohi da gehienetan ezko aurretioko “erortze hori” aipatzeko. Zuk filosofia estudiatu
behar duzu. Andereino —medikua haur bati hitzegiten zaion era berean mintzatzen
zaio— jolasa oso da arriskutsua, baina emakumeek badituzue orain egitan libre
izateko medioak… Orain abortatu besterik ezin dezakegu egin… (Saizarbitoria,
1969: 157)15.
15
146
“Los padres, la sociedad, usted misma, no están preparados para aceptar este hijo. Es lamentable, lo sé. Tendrías que dejar los estudios y atarte de por vida, tal y como él querría, a un
hombre que amaste ilusoriamente por una noche. Los árabes no son los únicos que exigen
la virginidad… y tener un hijo… perdone que hable así, pero bajaría mucho su precio en el
mercado del matrimonio. Se sienta de nuevo y juega con un bolígrafo. Suena el timbre del
teléfono. Sí, mañana a las diez en el hospital. Prepara el equipo. Cuelga y se queda callado.
“Llegan al Instituto Médico Legal dos cadáveres por semana que han sufrido abortos…” Yo
soy ginecólogo, sé que a la mujer le llega su destino fisiológico cuando tiene un hijo. Entre
nosotros: palabrería. Dicho así, suena muy simple y bonito. Conozco a mujeres que han tenido un hijo antes de casarse y que, luego, se han casado con otro hombre. Los matrimonios
no han ido mal, pero la mayoría de los matrimonios, pues eso, se han ido simplemente. Se
van. El marido, aunque sea el más comprensivo del mundo, no perdona. En la mayoría de las
veces, basta con comprar una corbata fea para que el marido mencione la “caída” que tuvo la
mujer antes de casarse. Tú tienes que estudiar filosofía. Señorita —el médico le habla como
si estuviera hablando a un niño—, el juego es muy peligroso, pero las mujeres ahora tenéis los
medios para ser verdaderamente libres… Ahora sólo queda que llevemos a cabo el aborto…”
(Saizarbitoria, 1969: 157).
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Tal y como ocurría con los ginecólogos anteriores, el tono patriarcal no
se abandona en absoluto en esta intervención del Dr. Rossier, y tampoco se
niega o se rompe con el sistema social vigente. El Dr. Rossier es simplemente
un reformista que dentro de los parámetros sociales acomoda la posibilidad
del aborto para las mujeres que lo deseen. Gisèle apenas habla u opina, simplemente asiente, y lo hace con cierto consuelo porque al fin y al cabo podrá
abortar. Estos diálogos o, más bien monólogos médicos, dejan en evidencia la
denuncia de Saizarbitoria con respecto a la incapacidad con la que la mujer
puede hablar realmente desde su cuerpo y sus preocupaciones existenciales.
Sin embargo, este pasaje también desvela la hipocresía que, aunque provenga desde un carácter reformista, desvela el Dr. Rossier. Esto es, los discursos
“civilizados” de occidente frente a la “barbarie” árabe dejan en evidencia
una tendencia fundamentalista, en lugar de dejar en evidencia una postura
más “humana” y “civilizada” del país considerado como centro histórico de
la lucha por los derechos humanos (no olvidemos que la novela transcurre
en Francia). Desvela también, las consecuencias de dicha ideología hipócrita
cuando, en la narración del doctor, se intercala la del titular de un periódico
que afirma la continua defunción de mujeres que llevan a cabo el aborto de
forma ilegal. En otras palabras, Saizarbitoria, a través de este tipo de narración dialogada que recuerda la forma del cuadro de costumbres, denuncia con
sarcasmo el reducido espacio que la sociedad deja a la agencia de los sujetos,
y más concretamente, a la agencia de las mujeres frente a su propio cuerpo.
Podríamos sugerir que la “madre materialista” que Cabezas describe en torno
a la lógica cultural del capitalismo tardío podría expresarse en Egunero por
Gisèle, en su cuerpo materialista, que en este caso renuncia a ser madre y con
esta decisión rompe y critica, igualmente, la inmanencia cristiana/capitalista
en la que está estructurada la sociedad. La corporeidad de Gisèle se expresa
no tanto en la aceptación de ser madre, sino en la decisión de no serlo, de
querer hacerse cargo de su cuerpo y rechazar cierta figura ideal de madre que
los médicos cristiano-burgueses que visita representan.
4. Conclusiones: política y arte
Para concluir me centraré a comentar brevemente la pieza que yace en
lo alto de la fachada de Aránzazu, esculpida por Oteiza en 1968, en el que
el carácter político y artístico que hemos analizado hasta ahora convergen:
“Pietá: madre con hijo muerto gritando al cielo”, una obra esculpida tras la
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muerte de Etxebarrieta. El escultor da testimonio de ello en la biografía conversada que publica Miguel Pelay Orozco en 1978: “7 de junio, sacrificado
en Benta-aundi, el primero de nuestra Resistencia última… cuando subo el
1 de noviembre [de 1968] a Aránzazu, ya he decidido que pondré en lo alto
del Muro, el Hijo muerto, a los pies de la Madre, que estará mirando al cielo,
hablando, no sé…” (Pelay Orozco, 1978: 516). Arte y política adquieren
en esta reflexión uno de los momentos más significativos de la vanguardia
vasca; Oteiza responde sin remordimientos a la muerte de Etxebarrieta y lo
hace otorgándole la figura central de su obra, como “hijo muerto” a los pies
de la virgen. La lectura teológico-sacrificial de esta Pietá es inevitable y ha
sido estudiada en gran detalle (Zulaika, 1988; Juaristi, 2000; Arana Cobos,
2006). Esta lectura contempla el arte de Oteiza con respecto a la figura de la
madre y la cultura vasca en general, como una lectura mítica esencialista que
confiere a la madre un rol mariano: me refiero a la función de ejercer lo que
Julia Kristeva analizaba como el amor filial entre Madre e Hijo. Juan Arana
estudia esta función en la Pietá de Aránzazu y matiza que Oteiza otorga a
la madre vasca esta función mariana incluso cuando su principal referente
conceptual es la figura pagana vasca Mari de Anboto16. Este sincretismo entre
paganismo y cristianismo no es fácil de reconciliar en el pensamiento estético
de Oteiza, y si bien el resto teológico-cristiano de la Pietá es prácticamente
innegable (sobre todo si tenemos en cuenta que la escultura yace en lo alto
de una basílica franciscana) el estilo estético y el contexto socio-político en
el que fue creada pueden dirigir nuestra interpretación hacia otros horizontes.
El estilo vasco que Oteiza analiza y elabora en Quousque Tandem…! lo podríamos definir como un carácter femenino y deconstructivista de un pueblo
(el vasco) frente a los presupuestos imperiales de una modernidad nihilizante y
capitalista, proveniente principalmente del régimen franquista, en el contexto
de los años sesenta. Inspirándose en la estructura del cromlech neolítico y su
vacío —una composición funeraria compuesta por piedras de unos dos metros
de altura y alienadas en un círculo vacío de dos a cinco metros de diámetro—
Oteiza define lo vasco de forma paradójica o más específicamente, aporética;
16
148
Mari de Anboto es una figura mitológica vasca asociada a la naturaleza o la tierra. José Miguel
Barandiaran la describe así: “Mari es un numen de sexo femenino, que ocupa moradas subterráneas, dotado de funciones peculiares, tanto propias como de otros personajes míticos de
Vasconia. Es considerada como jefe de los demás genios o númenes subterráneos. Así pues, la
Tierra que es madre del Sol y de la Luna y visitada por éstos todos los días, es también morada
de Mari y de numerosos genios asociados a ella” (Barandiaran, 2007: 21).
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es decir, como una relación sin relación a lo “vasco”, donde aquello “vasco”
supone una completitud existencial del ser. Así, a diferencia de los presupuestos nacionalistas tradicionales que definen el carácter nacional a través
de una serie de elementos (territorio, raza, lengua, tradiciones, etc.), el estilo
vasco de Oteiza está definido de forma existencial y anti-esencialista incluso
cuando a dicho estilo se le adhiere un nombre concreto, como es el “vasco”.
Estilo vasco quiere decir privación de un sentimiento (el sentimiento trágico de la
existencia, precisamente) que ha sido curado en el proceso artístico prehistórico
elaborado con esa finalidad y concluido victoriosamente en la nada-cromlech
del neolítico… el cromlech vasco, es un pequeño cromlech interiormente vacío,
construcción estética (estatua vacía) de protección espiritual, con el que finaliza
el proceso artístico de nuestra prehistoria. (Oteiza, 1970: 14, 36)
En esta explicación del estilo vasco resuena el eco de Unamuno (En torno
al casticismo, 1895) y su sentimiento trágico de la vida, algo que, tal y como
analizábamos con Kristeva, es también crucial a la hora de pensar el amparo
englobador de la imagen mariana. Pero a diferencia de Unamuno y del imaginario mariano tradicional, el estilo vasco no tiene la España imperial como
referente, ni tampoco la tradición cristiana, sino a una actitud existencial que
des-trabaja el espacio, ocupado como está por afirmar un horizonte nacional
español imperial y un sistema socio-económico tardo-capitalista.
El des-trabajo o, como el propio Oteiza denomina, desocupación de este
espacio fue el principal motivo de experimentación en la obra de Oteiza,
quien comienza su carrera esculpiendo obras que resaltan una materialidad
pesada, pero concluye hacia fines de la década de 1950 con obras de carácter
más abstracto que dialogan con su interpretación estética de la desocupación.
La Pietá (1968) habría que interpretarla como un regreso a la materialidad,
pero a la vez, dentro de una técnica artística que busca el vaciamiento que
sugieren las curvas cóncavas de su figura. El regreso a la materialidad nos
parece importante en este artículo porque supone dar “materialidad” a una
imagen mariana que de por sí, siguiendo a Kristeva, es esencialmente sublime. La Pietá de Oteiza no. Al igual que los 14 apóstoles que se yerguen en el
friso, es pesada y apenas se diferencia de las demás figuras masculinas. Lejos
de mostrar a una virgen estilizada, llorona, cabizbaja y ataviada con adornos
que muestren el poder adquisitivo de la Iglesia, la “Pietá” es pesada, austera
y grita por el dolor del hijo muerto, lo que otorga a esta madre una agencia y
presencia mayor que el que proyecta la Mater Dolorosa tradicional. El regreso
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a la materialidad tiene además un valor político mayor si tenemos en cuenta
que desafía la conformidad que el régimen había mostrado con la vanguardia
artística española (el llamado “Informalismo”). Debido al carácter abstracto
de las obras de este movimiento —una característica que se aleja de proyectar un mensaje político claro o inmediatamente discernible— el arte de
vanguardia español no intercedía directamente con los proyectos de apertura
internacional del régimen; al revés, alimentaban sus lazos aperturistas17. Pero
quizás lo más radical de esta Pietá no deje de ser el diálogo que Oteiza confiesa establecer entre su obra y Etxebarrieta, un militante de una ETA que si
bien difiere en su programa nacional de la desocupación deconstructiva del
estilo vasco oteizano, no deja de constituir uno de los momentos de mayor
apertura e inclusión del nacionalismo vasco18. La Pietá puede constituir así
lo que hemos descrito como “madre materialista”, ya que el énfasis en la
materia desafía los efectos subliminales de la imagen mariana tradicional y
además, dialoga con proyectos anticapitalistas del momento, al igual que las
mujeres de la portada de Isturitzetik de Artze o la Gisèle de Saizarbitoria, por
mencionar sólo algunos ejemplos que, a mi parecer, son más importantes en
la producción cultural vasca del momento.
En la biografía conversada de Orozco de 1978, Oteiza añade dos comentarios más con respecto a la Pietá. Primero advierte que la “Pietá” fue apropiada
en forma de fotografía por un grupo de nacionalistas que denunciaron con ella
la muerte del militante Josu Zabala el 8 de septiembre de 1976. La fotografía
incluye una reproducción de la Pietá y aparece situada en el lugar donde murió Zabala, en Fuenterrabia (Guipúzcoa). Dice lo siguiente: “hemen Zabala
hil zuten” [“aquí mataron a Zabala”]. Se señala además, el lugar donde fue
a parar la bala que lo mató. La segunda anécdota, que Oteiza terminará por
relacionar con la primera, cuenta la destrucción del Sabin-Etxia en Bilbao en
diciembre de 1960. Lo que relaciona ambos actos es que tanto la fotografía
en memoria de Zabala como la casa natal de Arana fueron destruidas por las
Fuerzas de Orden Público. Para Oteiza este acto de destrucción no supone un
ataque a los proyectos de reconstrucción nacional, sino que es explicada como
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En 1960 por ejemplo, España llega a exhibir en el Museo de Arte Moderno de Nueva York
(MOMA) New Spanish Painting and Sculpture. Para más información sobre esta exposición,
consúltese Museum of Modern Art, 1960.
La principal diferencia entre ambas es la primacía del lenguaje vasco en ETA como marca
de identidad nacional y la omisión de la misma como eje estructurante del estilo vasco de
Oteiza.
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“ruina” cuyos rastros dejan en evidencia una “desocupación espacial perfecta,
nuestro espacio vacío sagrado, un Vacío-cromlech, la perpetuación estética de
la memoria que se quiso borrar” (Pelay Orozco, 1978: 516). En su intento por
borrar todo gesto oposicional vasco, las Fuerzas de Orden Público (FOP), con
su “desocupación” del espacio ocupado por la reproducción de la Pietá, son
incapaces de borrar aquello que ya esta desocupado; a saber, el estilo vasco: “[l]
o que habéis querido borrar, lo que borréis aquí, como sagrado y en tradición
nuestra reaparecerá” (Pelay Orozco, 1978: 516). En 1957, Oteiza culminaba
su carrera artística en la Bienal de São Paulo con unas palabras similares: “Lo
que estéticamente nace como desocupación del espacio, como libertad, trasciende como un sitio fuera de la muerte. Tomo el nombre de lo que acaba de
morir. Regreso de la Muerte. Lo que hemos querido enterrar [la completitud
estética o espiritual], aquí crece” (Oteiza, 2007: 12). En la biografía de Pelay
Orozco de 1978, lo que cambia principalmente es la intervención política del
segundo momento y la condición de vaciamiento, ya que se expone como una
condición impuesta; las FOP han vaciado el espacio. Lo que no cambia es la
lectura de esa apertura espacial. En lugar de exponer la necesidad de volver a
llenar ese espacio, Oteiza interpreta ambos como un reforzamiento del “estilo
vasco”, lo que aquí denomina como “personalidad histórica original” (Pelay
Orozco, 1978: 516), y, por lo tanto, confirma en la reacción a la destrucción
de ese espacio, el carácter anti-capitalista/anti-imperialista del estilo vasco:
la negación del gesto de “llenar” y la apropiación del vacío como la forma
que procura la relación aporética entre la obra (la “desocupación” propiciada
por las FOP) y lo sobrenatural, el carácter existencial infinito (Oteiza añade
que lo “sagrado”) del estilo vasco. Oteiza está marcando el vacío material de
estos actos como “Vacío-cromlech” y, por lo tanto, exigiendo que tanto su
obra como la figura de Etxebarrieta se recuerden o se reivindiquen siguiendo
una misma condición de vacío que él propone en su interpretación estética.
Esta postura es radical por cuanto desafía la proliferación material-capitalista
de la memoria histórica reducida a lógica de intercambio mercantil. Así como
el estilo vasco des-narrativiza el nacionalismo de todo carácter particular, de
igual forma la memoria de dicho estilo sólo es presentable en la figuración
del vacío. De esta forma, concluimos que Oteiza y parte de la producción
cultural y política de los sesenta, desafían no sólo los intentos del régimen de
oprimir las expresiones de simpatía popular frente a los militantes de ETA,
sino los posibles intentos de la izquierda nacionalista de crear una narrativa
martirológica “comercial” por medio de la construcción de símbolos icónicos
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en la década de 1960.
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