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La Autoridad Pedagógica

En el marco de la Maestría de Psicología y Educación se realizó este trabajo final, que presenta algunas tensiones para pensar la relación existente entre la Autoridad, la Educación y sus propios malestares

"Teoría curricular. La constitución de las disciplinas escolares". Profesor/a: PhD. Marcelo Ricardo Pereira - UFMG, Brasil Maestría en Psicología y Educación – Cohorte 2013 UDELAR Maestrando: Sergio Vulcano – 4.053.139-0 En el terreno educativo la autoridad está por todos lados. Se rechaza, teme y desea. Se añora y combate. Se afirma que falta y/o sobra. Se denuncian sus excesos y su inacción. Se hacen esfuerzos por calibrar su forma, su justa medida, su dosis necesaria Estanislao Antelo (2001) La Autoridad Pedagógica Introducción En este trabajo se presentarán las principales tensiones que se suscitan en relación a la autoridad del rol docente. El análisis respecto a sus malestares a partir de la interpelación que se viene realizando en las últimas décadas servirá para mapear el estado actual de esta particular faceta del acontecer educativo. Sin duda, la Autoridad es un problema pedagógico, (no siendo exclusivo) y como tal ha sido bastamente abordado, siendo en los últimos años puesto a disposición de otras disciplinas (como ser la psicología y la sociología) para poder tener más y mejores aproximaciones a esta problemática. En suma, este trabajo lejos de proponer soluciones y afirmaciones categóricas, pretende contribuir a seguir problematizando la autoridad docente, intentando seguir cuestionando el quehacer docente, su autoridad, la gestión del malestar que esto provoca y las instituciones que lo cobijan. Palabras claves: Autoridad, Autoridad Pedagógica, Malestar docente. Aproximación al concepto de Autoridad El origen etimológico de la palabra Autoridad, deviene de auctoritas (Ponce de León; 2008; 83) de raíz augure que significa de potencial creador, y como tal cumple con superioridad su función, asociándolo a la facultad de ayudar a hacer crecer. Por otra parte podemos aseverar que la Autoridad es una construcción social y como tal ha devenido modificándose en el tiempo histórico. Por siglos se afirmó que la Autoridad era un acontecimiento natural y por lo tanto tenía un origen divino, siendo leyes ajenas a la humanidad las que la controlaban. Sin duda, es en las últimas décadas que se ha interpelado esta visión, haciendo énfasis en la muerte de la representación de mayor autoridad: dios. En palabras de Pereira “no pronuncio nietzchano de que Deus está morto” (Pereira: 2008: 22), la ciencia moderna que se ha encargado de tachar a ese dios, y para Arendt la modernidad ha negado todo tipo de autoridad a partir de la política moderna. En palabras de Ponce de León: “la suerte que tuvo (la autoridad) en la modernidad que, podemos adelantar, ha sido en su opinión fatal. Las primeras líneas de ¿Qué es la autoridad? son contundentes: «la autoridad se ha esfumado del mundo moderno». Para Arendt, no hay más autoridad, la palabra se vació de referencia y no sólo en el ambiente político sino también en la esfera de la educación y las relaciones familiares.” (Ponce de León; 2008; 83). Queda en evidencia que las principales agencias de autoridad han sido derribadas, dios, la política, entonces urge preguntarse, si cayeron tan potentes representantes de la autoridad ¿por qué no han de caer también las figuras del maestro y del padre? Las instituciones como la familia y la escuela son fuertemente criticadas a diario y son el foco de cualquier discurso que asocie las nuevas formas de habitar estas instituciones con la crisis que éstas atraviesan. La Autoridad en Pedagogía en su acepción autoritaria: La palabra Autoridad, puede ser entendida, en una de sus acepciones, como ejercicio de poder por el cual uno domina y el otro acepta la sumisión; existe cuando una persona es revestida con autoridad al tener el derecho a dar órdenes y ser obedecido. El poder sería entonces la facultad de exigir sin necesidad de argumentar. Existe un reconocimiento por ambas partes involucradas en la relación (y por la sociedad en general) que avalan y legitiman dicha autoridad. Se asocia la palabra Autoridad con orden, y al orden con el progreso, y de esa forma se acepta sin cuestionamientos. Para la pedagogía libertaria, con la existencia de la autoridad se pierde la igualdad al revestirse con poderes a ciertas personas. Para Foucault (1976) las sociedades disciplinarias, han generado determinados dispositivos (entre éstos la autoridad y estructuras verticales), que generan docilidad, la sumisión de los cuerpos y junto a este las personas mismas. Es decir se interiorizan normas, pautas y valores que permiten la aceptación de la autoridad. La pedagogía libertaria, principal corriente que ha pensado la autoridad, propone que la libertad nace con la educación en clave de igualdad, tanto social, política y económica. Un ejemplo, es Neill (1978), que nos menciona que un niño sin libertad está inclinado a obedecer la autoridad, “acepta lo que le han enseñado casi sin hacer preguntas, transmite todos sus complejos, temores y frustraciones a sus hijos” (Neill: 1978; 90). La pedagogía libertaria se opone a cualquier tipo de autoridad de la que se inviste a la persona. Hay que establecer la diferencia entre el derecho a dar órdenes (autoridad) con el argumento persuasivo. Cuando se me ordena hacer algo, puedo elegir obedecer, porque se trata de algo que debo hacer. Si es ese el caso, entonces no estoy obedeciendo una orden, sino más bien reconociendo la fuerza de un argumento (La persona no tiene autoridad sobre mí, lo que si tiene autoridad es su argumento). La Autoridad epistémica o la apuesta que debería dar la Pedagógica: En los últimos años se desplegó una línea de pensamiento pedagógico que toma como base la diferencia entre autoridad y autoritarismo, entre estos Socolinsky (1994), que aclara que “autoritario es aplicado a las personas y a su modo de actuar, que impone o procura imponer a otros su autoridad, que no le permite la participación de otros en sus resoluciones.” (Socolinsky; 1994: 24). Continúa describiendo dos tipos de autoridad, la determinada por lo formal (lo institucional) “y las conferidas por los sujetos a otra persona, en función de los sentimientos que ésta inspira” (Socolinsky; 1994: 24). Ésta última debe suponer un “acto voluntario” por parte del educando, la autora expresa que al educador se le confiere verdaderamente autoridad cuando: “-Escucha y desde allí interviene. -Sabe, pero no sólo los contenidos académicos, sino también la modalidad apasionada de transmitirlos. -No inspira temor al preguntar. -Tiene lenguaje accesible. -Es generoso con su saber y no descalifica cuando nos equivocamos. -Pide respeto desde el respetarnos como seres humanos” (Socolinsky; 1994: 25). Por su parte Freire (1997) introduce un término sumamente interesante, la -Autoridad auténticamente democrática-, como contrapuesta a la -Autoridad docente Mandonista-. Nos habla de que: “la autoridad docente mandonista, rígida, no supone ninguna actividad creativa en el educando” (…) sin embargo (…) “la autoridad coherentemente democrática, que se funda en la certeza de la importancia, ya sea de si misma, ya sea de la libertas de los educandos para la construcción de un clima auténtica disciplina, nunca minimiza la libertad. Por el contrario, le apuesta a ella. Se empeña en desafiarle siempre y siempre; nunca se ve, en la rebeldía de la libertad, una señal de deterioro del orden.” (Freire; 1997; 89) Se evidencia en sus palabras la existencia de una autoridad positiva, que aplicada coherentemente lleva a la creación sucesiva de las distintas autonomías de todos y en este proceso de formación de la autonomía se basa la responsabilidad que va siendo asumida. Luego nos indica que “en el fondo, lo esencial de las relaciones entre educador y educando, entre autoridad y libertades, (...) es la reinvención del ser humano en el aprendizaje de su autonomía” (Freire; 1997; 90). En resumidas cuentas, encontramos las bases de un sostenimiento teórico acerca de que la Autoridad caracterizada y distinguida claramente del autoritarismo, es funcional a la constante y gradual formación de la autonomía. Y por sobre todas las cosas esta autoridad nunca arrebata o disminuye la libertad. Para cerrar este concepto García Molina (1999) al respecto llama autoridad epistemológica en educación a la profesionalidad “especializada en la transmisión de dones que conoce el contenido a transmitir y que sabe cómo hacer que el sujeto se apropie de él. La función educativa remite al sostenimiento de una autoridad epistemológica cuyo saber pueda generar interés de otro sujeto por apropiarse de ello y establecer un vínculo donde la mediación y la transmisión puedan ser efectivos”. (García Molina: 1999: 3). La autoridad es, en este caso, el saber disciplinar, por ejemplo, al momento de operarnos cualquier persona acepta la intervención del cirujano, porque tiene la “autoridad” para hacer eso, es decir los conocimientos y el saber científico acorde a su tarea. A si mismo el docente-educador. Este autor establece un análisis a partir de Bochenski (1989), que “argumenta que nadie puede ser siempre una autoridad epistemológica (la que se basa en el saber) en todo ámbito de conocimiento ni una autoridad deontológica (basada en el mando) fuera de la institución que reconoce ese poder sobre el otro. Es decir, el despliegue y el reconocimiento de la autoridad se limita a uno o varios, pero en cualquier caso no todos, campos del saber o del poder” (García Molina: 1999: 4). Malestar docente o el origen de una permanente interpelación que da oportunidades No es fácil encontrar una sola razón por las cuales los docentes-educadores sienten o están atravesando un malestar. Para Pereira “los profesores se sienten "desvalorizados", "desmoralizados", "desrespetados" y, sobre todo, "desautorizados" ” (Pereira; 2008; 20). No es intención hacer un vasto recorrido de las posibles hipótesis pero sí presentar algunos puntos que ayuden a pensar en torno a esto. Las instituciones del estado nación han sido todas colocadas en tela de juicio, ya no convence ni el mandato o contrato fundacional, y menos aún al no cumplir con los objetivos por los cuales fueron creadas (Paradigmático es el ejemplo de la Cárcel que lejos de ser una “solución” para reducir la delincuencia, la ha estimulado e incrementado). Los docentes se encuentran perplejos por múltiples movimientos y direcciones de la violencia, por las críticas, porque los estudiantes no aprenden, porque los mandatos son muchos y de muy variada índole, porque a la educación se le ha pedido que resuelva problemas sociales que los exceden, y podríamos seguir enumerando. Todo esto produce un escenario incierto para los docentes y esto “inhibe la posibilidad de hacer algo diferente con lo que se presenta” (Minnicelli; 2013; 47); lo interesante es entender esta incertidumbre como el terreno propicio para pensar, reflexionar, accionar y hacer. “Los dichos y hechos que enuncian el malestar expresan que allí mismo está lo por hacer, que siempre parte de la pregunta que interroga lo establecido, habilitando el juego significante y la creación de otras alternativas que cuenten con fundamentos teóricos que provienen del psicoanálisis y se nutren del aportes de otras disciplinas sociales” (Minnicelli; 2013; 47) La educación no es otra cosa que habitar un mundo complejo, que debe invitar al que está llegando a ser parte del mismo, a que sea protagonista de su vida, y de su entorno. La modernidad ha creado instituciones que en su origen tenían sentido por la coerción, por la apuesta a la normalidad y a lo homogéneo (que por cierto quedaba excluido un importante sector de la población). En la hipermodernidad, si bien lo económico ha generado más profundización de concentración del capital y por ende más exclusión, la educación ha virado a ampliar sus propuestas y ha captado poblaciones que antes no ingresaban en los sistemas (ejemplo es la universalización del nivel secundario). La nueva apuesta debería antes que nada, no negar las complejidades que se encuentran en el escenario educativo, como ser la violencia. Debiera pensarse la violencia como un sentido más entre otros, poder integrarla para reflexionar en torno a ella y a partir de ahí generar transformaciones. Si negamos estas complejidades, apartamos el problema y en definitiva negamos (y apartamos) al sujeto, renunciando a la posibilidad de hacer lugar a los que vienen llegando. La educación debe intentar ofrecer “alguna forma de resistencia a lo que se presenta como inexorable, afianzando la idea freudiana sobre educación, analizad y gobernar como imposibles; es decir, si bien no podemos garantizar por anticipado los resultados, por ello mismo y sin garantías, no podemos renunciar a la tarea de educar, analizar y gobernar” (Minnicelli; 2013; 48). La educación de hoy debe pensar la incertidumbre, mapear las principales tensiones, cartografías las posibilidades y los trayectos que pueden darse. El docente debe tensionar dos máximas que en algún punto tienen una oposición. Por un lado, instituir un vínculo de respeto por el otro, más allá del devenir de la institución y los avatares que esta sufra. La pedagogía de hoy debe erguirse en dialogo con los sujetos todos, saber escuchar, pero sobre todo con propuestas que vinculen, conecten, que se mueva en los “imposibles” y que reconviertan nuevos lazos de ser y estar en el mundo, analizándolo y modificándolo. La caída de las antiguas autoridades debe permitir nuevas referencias, no quedarnos con la pregunta acerca de qué le pasó al padre-maestro-dios; ni en la preocupación de cómo construir a éstos, sino en generar instancias de cuidado y respeto hacia el otro como a uno mismo, el otro sujeto como uno de los nuestros. La educación no debiera apostar al acatamiento de la ley, sino a la reflexión sobre la misma, para ver si la hago propia o no, en discusión con otros, en debate abierto. Por otro lado, e igual de cierto, es que la educación (como una forma de cuidado), debe erguirse con la oposición, con el no, con las formas de mantener una tensión que mantenga la relación educativa, porque las nuevas generaciones deben diferenciarse, generar identidades propias, contar y darles la posibilidad de revelarse. Entre estas dos máximas se encuentra el ejercicio de autoridad de la educación. Bibliografía Antelo, E. (2001). La pedagogía y la época. 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