RETÓRICA Y CORTESÍA
JAVIER DE SANTIAGO GUERVÓS
Universidad de Salamanca
En Dic, mihi, musa, virum. Universidad de Salamanca, 2010. pp. 629-637, ISBN:
978-84-7800-201-6
Lo que pasará es lo que ya pasó, y todo lo
que se hará ha sido ya hecho. ¡No hay nada
nuevo bajo el sol!
Eclesiastés, 1:9
Decir que la Retórica de Aristóteles es un compendio de disciplinas y
subdisciplinas que se fueron desarrollando con el paso de los años y que adquirieron
entidad por sí mismas no es nada original, o que no sólo la Retórica sino también la
Tópica o la Poética son de una modernidad que asusta tampoco es nada nuevo. Siempre
hay alguien que dice algo por primera vez pero luego son otros los que le ponen nombre
y se llevan la gloria del descubrimiento. La pragmática es una de esas disciplinas, y la
cortesía dentro de ella: ambas son retórica.
Como ya hemos apuntado en alguna ocasión (López Eire, A. y Santiago Guervós,
J., 2000), la retórica clásica, o, si se prefiere, la retórica a secas, parte de un concepto del
lenguaje como instrumento operativo cuya validez depende de su oportuno empleo en el
mundo externo y en el entorno social. Por ello, la retórica por su esencia y función no
tiene más remedio que ser pragmática, o la pragmática no tiene más remedio que ser
retórica, porque la retórica fue primero.
Efectivamente, la pragmática se presenta como una ciencia humanística que nace de
la conjunción de numerosas ciencias que se han ocupado del hombre y del hombre en
comunicación. Es decir, la pragmática es lengua en uso. Sus aplicaciones no solamente
afectan al ámbito de la lingüística sino que se establecen numerosas intersecciones con
otras muchas disciplinas no lingüísticas o no estrictamente lingüísticas. El contexto del
que hablaban Sperber y Wilson (1986) como elemento fundamental en la interpretación
de los intercambios comunicativos está basado en conceptos psicológicos, sociológicos,
antropológicos o etológicos que ya estaban en la Retórica. Recordemos que ambos
autores definían el contexto como “conjunto de premisas que se emplean para interpretar un
enunciado” (Sperber y Wilson, 1994: 28-29). El contexto es una construcción psicológica, un
subconjunto de los supuestos que el oyente tiene sobre el mundo. Estas suposiciones están
constituidas por informaciones de todo tipo: las creencias, los saberes culturales, la competencia
sociolingüística, la experiencia de la vida cotidiana, el conocimiento enciclopédico del mundo,
los recuerdos personales, las emociones, la identidad del sujeto, edad, sexo, origen geográfico,
étnico, nivel de instrucción, medio económico, entorno sociocultural, estatus social... Esta
información flota en nuestros intercambios comunicativos y permea los estímulos y respuestas,
los signos, las percepciones, los comportamientos, en definitiva, empapa todo el proceso
comunicativo.
Retórica y Pragmática se nutren de la misma fuente. Gran parte de la Retórica de Aristóteles
se dedica a describir la sociedad de su época, sus ideas, sus emociones, sus respuestas
inevitables a los estímulos argumentativos… La inventio, la dispositio, la elocutio, la actio, se
empapa de los datos que guarda el contexto. Ethos, pathos y logos completan la persuasión en el
discurso retórico que se alimenta del conocimiento del hombre y que sabe dónde provocar la
emoción para persuadir.
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La Retórica está plagada de citas donde se hace evidente esta íntima relación con
la base de comportamiento que alimenta el contexto pragmático. Si conoces cómo
procesa sus pensamientos y sus sentimientos el hombre, lo dominas: así, el principio de
previsibilidad que neutraliza la incertidumbre, la inseguridad y el miedo que mueve
nuestra conducta ya aparece en las páginas de la Retórica:
Las fábulas son adecuadas a los discursos políticos y tienen la ventaja de que, mientras que es
difícil encontrar acontecimientos ocurridos similares al que nos ocupa, es muy fácil aplicar fábulas, pues
se requiere, como en las parábolas, que se pueda advertir la semejanza, y ésta es de las cosas que se logra
a partir de la filosofía. (… los acontecimientos son más provechosos para la deliberación, pues la mayoría
de las veces lo que va a ocurrir es semejante a lo que ya ha ocurrido.
(Arist. Rh. 1394a)
La economía cognitiva que hace un mundo seguro y previsible:
Pero de todos los razonamientos, tanto los refutativos como los demostrativos, los más aplaudidos
son aquellos que, aun no siendo obvios a primera vista, permiten prever la conclusión una vez que se han
iniciado (pues los oyentes se sienten a la vez muy gratificados consigo mismos por haberse dado cuenta
de antemano), así como aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiempo que se tarda en decirlos.
(Arist. Rh. 1400b)
Otra línea se funda en la continuación; por ejemplo, en el Alejandro se dice que era altanero, pues
desdeñaba el trato con la gente y vivía sólo en el Ida, porque, como los altaneros se comportan así,
también él daría la impresión de serlo. O que si uno se pasea por la noche y bien arreglado es que es un
adúltero, porque este es el comportamiento de los adúlteros. Algo parecido ocurre con el hecho de que en
los templos los pobres cantan y bailan y de que a los desterrados les es posible vivir donde quieran; como
ambas cosas parece que están al alcance de quienes parecen ser felices, parecerían ser felices aquellos a
cuyo alcance estén. La diferencia reside en las circunstancias en las que se disfrutan, y por eso hay un
razonamiento falaz por omisión.
(Arist. Rh. 1401b)
Otra línea consiste en presentar como causa lo que no es causa, por ejemplo, lo que ha ocurrido a
la vez o después de otra cosa, pues el después de eso se toma por causa de eso, especialmente en los
asuntos políticos.
(Arist. Rh. 1402a)
La reciprocidad que evita caer en disonancia cognitiva y, por tanto, tener que
negociar una imagen a la que se amenaza con la culpa:
El rey Arquéalo le pidió a Sócrates que fuera a verlo. Se cuenta que Sócrates dijo que no quería ir
a verlo porque recibiría de él beneficios sin que pudiera corresponderle con otros similares.
(Arist. Rh. 1398a)
El gregarismo ancestral que protege del aislamiento y la marginación:
Por otra parte, generalizar sobre lo que no es general es especialmente adecuado para la
lamentación y para provocar la indignación, siendo en este caso posible tanto hacerlo al comienzo como
en la demostración.
Conviene recurrir a las sentencias más trilladas y corrientes si son adecuadas, pues por ser
corrientes, como todos están de acuerdo en ellas, dan la impresión de ser verdaderas.
(Arist. Rh. 1395a)
Como podemos comprobar, estos comportamientos estaban ya estudiados, de un
modo u otro, en la Retórica de Aristóteles cuyo mérito, en muchos casos, no está en
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descubrir sino en taxonomizar lo que ya se empleaba con éxito desde tiempos
inmemoriales. Cada vez es más evidente que, en numerosas ciencias humanas, como ya
se apuntaba en el Eclesiastés 1.9, “no hay nada nuevo bajo el sol”. Ya entonces no lo
había, y aún hoy no lo hay, como lo demuestra la modernidad de la Retórica. La
pragmática, ciencia tan moderna, se resume y de define perfectamente en aquella frase
del Talmud: “No vemos las cosas tal y como son, las vemos tal y como somos”, es
decir, la interpretación de los mensajes que recibimos pasa por el filtro del contexto que
no es, ni más ni menos, que el filtro de nuestra propia esencia, por genética y
socialización.
En esta misma línea de conocimiento del hombre, dentro de la pragmática, las
estrategias de cortesía (Brown y Levinson, 1987) son los medios por los que el
individuo aleja el riesgo de ser rechazado y repara su imagen. La mayoría de la gente se
niega a perder las ventajas que proporcionan las relaciones con los otros (Reardon,
1991: 47-49). Como apunta Escandell (1993: 163) la cortesía puede entenderse también
como un conjunto de estrategias conversacionales destinadas a evitar o mitigar
conflictos posibles en la interacción. La cortesía es una estrategia al servicio de las
relaciones sociales. El grupo nos protege. Nuestros estilos de vida señalan que somos
seres sociales necesitados de la compañía y la aprobación del otro.
La cortesía, por tanto, forma parte de las estrategias de comunicación ligadas al
concepto de imagen dentro de un grupo social concreto. A través de una expresión y de
una conducta cortés, el individuo que interactúa en comunicación pretende,
fundamentalmente, no perder los vínculos que le unen al grupo. Sin vínculos, el
individuo permanece aislado y es vulnerable.
- Si ante una emisión cortés se responde con descortesía, se puede entrar en un
proceso de disonancia cognitiva porque no hay una conducta recíproca, la imagen del
individuo se puede ver vulnerada y puede ser rechazado por el grupo, actitud que le
aísla.
- Si se actúa de forma cortés, se hace siguiendo las normas sociales de conducta
que permiten mantener la imagen del individuo para seguir vinculado al grupo. La
interpretación de tal actitud será positiva porque no se pone en peligro la imagen del
otro, lo cual provoca una retroalimentación cortés.
La cortesía tiene canas, y el concepto de imagen, también. La cortesía no es un
invento de la pragmática ni de la sociedad moderna. No solo la retórica, como veremos
más adelante, era plenamente consciente de su existencia y su valor allá por el siglo V
a.c. No hay más que ojear cualquier libro de antropología o de etología para mostrar, sin
ningún género de dudas, la importancia que en las sociedades primitivas posee el
comportamiento cortés. Eibl-Eibesfeldt (1993: 573) apunta que una de las reglas básicas
de las estrategias de filiación nace de manera inmediata del miedo a las pretensiones de
dominio del interlocutor. Dicha regla prescribe comportarse de modo que no se ponga
en peligro ni el decoro del interlocutor ni la propia imagen. Entre ellas, se encuentra la
especial regla de dejar abierta al interlocutor y, por tanto, a uno mismo, la posibilidad de
actuaciones alternativas. Esto es, como veremos más adelante, la cortesía más
elemental, ya en las tribus más olvidadas.
Ahora bien, la cortesía se constituye como disciplina cuando estos datos se
encauzan desde la perspectiva de la comunicación y la lingüística y no como principios
de conducta y descripción de la psicología humana, de la esencia del ser humano. Una
cosa es saber cómo somos, y otra saber cómo somos para poder persuadirnos, para usar
esa información con un fin persuasivo. Esa información sobre nuestra conducta cortés
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puede ser empleada para describir cómo se expresa lingüísticamente o para saber cómo
se expresa lingüísticamente con el fin de persuadir al otro conociendo su
comportamiento. En este segundo caso, ya es un arma retórica. Y ya como arma retórica
podríamos entrar en la cuestión de si esa cortesía es sincera, es decir, es una estrategia
al servicio de las relaciones sociales, o persigue la persuasión a través de la
manipulación de las emociones del destinatario. La retórica ya reconocía la falacia del
Ethos, es decir, la necesidad de mostrarse cortés aunque se falte al principio de
sinceridad. De esto, hablaremos más adelante, porque tanto la cortesía como la
descortesía pueden tener objetivos de dominación que se aprovechan del conocimiento
de la conducta humana.
Así pues, partimos del hecho de que la cortesía se explica para mantener la propia
imagen y respetar la imagen del otro1. La imagen es vulnerable y hay actos que resultan
amenazantes para ella, luego es necesario mitigarlos con el fin de no ponerla en peligro
para mantener las relaciones con los demás, o halagarla con el fin de obtener el favor
del interlocutor y, por tanto, persuadirlo.
Así pues, hemos de partir de la imagen para poder entender la comunicación
cortés. Aristóteles es muy consciente del concepto de imagen. De hecho, es un concepto
que, de forma expresa o tácita, baraja constantemente a lo largo de su obra como
elemento fundamental para la persuasión; sabe que una conducta cortés es necesaria
para no perder vínculos:
También hay cosas nobles peculiares de cada sitio y que son indicios de lo que se elogia en cada
uno; por ejemplo, en Lacedemonia es noble dejarse crecer el pelo, porque ello es indicio de que se trata de
un hombre libre, y es que no es fácil hacer trabajos a sueldo si uno se deja crecer el pelo.
(…)
Por otra parte, hay que tomar cualidades próximas a las que de hecho se tienen como si fueran las
mismas, y eso tanto para alabar como para reprobar, como por ejemplo, tomar al cauto por frío y
calculador, al cándido por hombre de bien o al insensible por tranquilo, y así mejorando la imagen de
cada uno a partir de las cualidades afines a las que tiene…
(Arist. Rh. 1367a)
Suponemos que debemos ser muy estimados por quienes son inferiores a nosotros (…) También
esperamos respeto por quienes suponemos que debemos ser bien tratados, es decir, aquellos a quienes
hemos tratado o tratamos bien.
(Arist. Rh. 1379a)
Nos irritamos (…) contra los que nos contestan con ironía cuando hablamos en serio, porque la
ironía es muestra de desprecio. Y contra los que tratan bien a los demás si no lo hacen con nosotros, pues
también es muestra de desprecio considerar que uno no es digno de lo mismo que los demás. También
puede provocar irritación el olvido, incluso de los nombres, por insignificante que eso sea, porque el
olvido parece ser muestra de menosprecio.
(Arist. Rh. 1379b)
Aristóteles sabe que la comunicación persuasiva pasa por tener un conocimiento
exhaustivo del hombre, de sus ideas innatas y de sus ideas sociales, de ahí que insista en
que es necesario conocer el comportamiento de los hombres y su cultura para poder
poner al interlocutor en una determinada disposición de ánimo con el fin de persuadirlo:
conocemos su imagen, conocemos su alma y, por tanto, lo dominamos.
1
Ahora bien, puede que los objetivos comunicativos persigan un uso descortés del lenguaje para
mantener una imagen de autoridad o para recoger la animadversión de otros hacia un individuo
concreto. Soy descortés y provoco miedo y sumisión. Soy descortés y provoco catarsis del grupo que
tiene emociones comunes conmigo.
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La retórica resulta ser una especie de ramificación de la dialéctica y del estudio de los
comportamientos al que es justo denominar política.
(Arist. Rh. 1356a)
De los argumentos procurados en los discurso hay tres especies: unos residen en el
comportamiento del que habla; otros, en poner al oyente en una determinada disposición; otros, en el
propio discurso, por lo que demuestra o parece demostrar.
(Arist. Rh. 1356a)
La retórica es una combinación de ciencia analítica y de las costumbre.s
(Arist. Rh. 1359b)
Ciertamente, la cortesía se formula de acuerdo con premisas que ya estaban en la
Retórica. Las ideas de Aristóteles aparecen —como tantas otras disciplinas que se han
desarrollado con posterioridad a su obra y tienen que ver con la comunicación y con la
lengua en uso— como el germen, y más que el germen, de la cortesía:
También apreciamos (…) a quienes están en disposición de ayudarnos (…) a los que elogian las
buenas cualidades que poseemos, especialmente las que uno teme no poseer. (…) y a los que no nos
echan en cara ni nuestros errores ni sus favores (…) a los que no nos llevan la contraria cuando estamos
enfurecidos o muy empeñados en algo. A los que nos toman en serio, en cierta forma, como los que nos
admiran, los que nos consideran interesantes, o se alegran de vernos (…) a quienes son semejantes a
nosotros o se ocupan de lo mismo (…) a los que incluso hablan de sus propios defectos.
(Arist. Rh. 1381a-1381b)
La descripción de las máximas de cortesía y de los principios pragmáticos
llevadas a cabo por Lakoff (1973), Leech (1983), Brown y Levinson (1978, 1987) o
Goffman (1973) no se alejan mucho de las palabras de Aristóteles que acabamos de
exponer ni de la propia definición de retórica: sea claro, sea cortés, no se imponga,
ofrezca opciones, refuerce los lazos de camaradería, evite tensiones que puedan dañar la
imagen del otro, etc. De estos principios, se deducen una serie de máximas (Leech,
1983):
I) Máxima de tacto: suponga que usted es el autorizado y su interlocutor es quien
debe autorizar.
II) Máxima de generosidad: minimice su propio beneficio; maximice el beneficio
de su interlocutor.
III) Máxima de aprobación: minimice el desprecio hacia el otro; maximice el
aprecio hacia el otro.
IV) Máxima de modestia: minimice el aprecio hacia sí mismo; maximice el
aprecio hacia el otro.
V) Máxima de acuerdo: minimice el desacuerdo con el otro; maximice el acuerdo.
VI) Máxima de simpatía: minimice la antipatía; maximice la simpatía.
Ciertamente, estas máximas ya estaban recogidas en la retórica clásica, que se
había encargado de acuñar el término de perspicuitas (Mortara, 19912: 152-153) para
referirse a un discurso claro y comprensible para el auditorio como ideal retórico.
Aristoteles adoraba la claridad como una virtud.
…definamos la claridad como una virtud de la forma de hablar.
(Arist. Rh. 1404b)
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Por eso conviene darle al lenguaje un tono algo fuera de lo común, pues se admira lo fuera de lo
común, y lo admirable resulta grato.
Es de nombres y verbos de lo que se compone el lenguaje (…) Las palabras raras, las compuestas
y las inventadas deben usarse poco y en pocos pasajes. (…) La palabra usual, las apropiadas y las
metáforas son las únicas adecuadas para la expresión en prosa.
(Arist. Rh. 1404b)
Podemos ver cómo quienes componen discursos en un tono poético producen, por su impropiedad,
ridículo y frialdad, además de falta de claridad por esa verborrea, pues amontonar palabras cuando ya se
entiende algo diluye la claridad, por acumulación de oscuridad.
(Arist. Rh. 1406a)
La expresión apropiada presta verosimilitud a lo que se dice, pues lleva los ánimos a la falsa
conclusión de que uno está diciendo la verdad porque otros se comportan así en tales circunstancias, de
suerte que creen que los hechos son como uno los cuenta, aunque no lo sean, ya que el oyente se
solidariza siempre con el que habla con sentimiento, aunque no diga nada de provecho.
(Arist. Rh. 1408a)
En el lado contrario, la sínquisis explica la oscuridad total, la construcción
caótica, siempre censurada en la prosa expositiva. Ya los sofistas, y Protágoras entre
ellos, censuraban a Homero cuando iniciaba sus obras con un “Canta musa” por la
brusquedad del introito y la descortesía mostrada. Como decíamos, la retórica reconoce
la falacia del Ethos como la necesidad de mostrarse cortés para no perder vínculos
aunque la esencia de la persona no sea de la bondad que muestran sus palabras. La
captatio benevolentiae no es más que un recurso cortés para obtener la simpatía del
interlocutor y forma parte de esa falacia del Ethos antes mencionada, al igual que la
atenuatio, la lítote y otras figuras retóricas que se ya se empleaban con profusión en
aquellos años persiguiendo los mismo fines que en la actualidad, prueba evidente de que
lo que hoy llamamos cortesía ya estaba en la retórica antigua, es una conducta universal
que presenta figuras retóricas igualmente universales, como la hipérbole, la epanalepsis
o geminatio, epanadiplosis, tan comunes, por ejemplo, en el discurso político. O la
ironía, la antífrasis, forma más agresiva y explícita de la ironía en el lado de la
descortesía.
… elogiar a las personas en su presencia es adulación; lo mismo hay que decir de alabar en exceso
las virtudes y paliar los defectos.
(Arist. Rh. 1383b)
Todos recurrimos a minimizar o a engrandecer, tanto en deliberaciones, como en elogios, censuras,
acusaciones o defensas.
(Arist. Rh. 1392a)
En el mundo de la retórica, la cortesía interesa, obviamente, como herramienta
persuasiva. El cuidado de la imagen, partiendo del conocimiento de la sociedad en la
que Aristóteles se desenvuelve, queda perfectamente expresado en las palabras del
Estarigita:
Conviene también tener en cuenta ante quiénes se hace el elogio pues, como dice Sócrates, no es
difícil elogiar a los atenienses entre atenienses. Hay que decir en cada sitio que una determinada persona
posee la cualidad que allí se estima, tanto si se trata de escitas o laconios como de filósofos.
(Arist. Rh. 1367b)
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Y si no tuvieras demasiado que decir de una persona, compárala con otros, como hacía Isócrates,
por su familiaridad con el discurso forense. Pero debe compararse con gente famosa, pues es noble y sirve
para amplificar ser mejor que personas excelentes.
(Arist. Rh. 1368a)
Esto es cortesía positiva, esto es reforzar lazos de camaradería, esto es máxima de
modestia, generosidad y aprobación (Leech, 1983).
… es necesario que no solo se atienda a que el argumento sea convincente y fidedigno, sino a
ponerse a sí mismo y al juez en una determinada disposición, pues tiene mucha importancia para la
persuasión, especialmente en las deliberaciones, aunque también en los juicios, la actitud que muestra el
que habla y que dé la impresión a los oyentes de que se encuentra en determinada disposición de respeto
a ellos y además que también se dé el caso de que ellos lo estén respecto al orador.
(Arist. Rh. 1377b)
Cortesía positiva y negativa, no se imponga, esto es máxima de tacto,
generosidad, aprobación, modestia (Leech, 1983)
Pero de todos los razonamientos, tanto los refutativos como los demostrativos, los más aplaudidos
son aquellos que, aun no siendo obvios a primera vista, permiten prever la conclusión una vez que se han
iniciado (pues los oyentes se sienten a la vez muy gratificados consigo mismos por haberse dado cuenta
de antemano), así como aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiempo que se tarda en decirlos.
( Arist. Rh. 1400b)
Luego las máximas de la cortesía también estaban ya recogidas en la obra de
Aristóteles.
Está claro que la psicología y la conducta son ingredientes fundamentales en la
comunicación retórica. La cortesía enumera principios de conducta. La imagen, se
escapa de la investigación puramente lingüística, por consiguiente, para interpretar si un
mensaje es cortés o no debemos tener en cuenta factores personales, sociales, culturales,
esenciales del interlocutor. Aristóteles fue consciente de la importancia del cuidado de
la imagen de nuestro interlocutor en la comunicación persuasiva y dio pautas para llevar
a cabo una comunicación cortés, pautas que, como hemos comprobado, fueron
recogidas con el paso de los años por los grandes gurús de la pragmática para crear una
subdisciplina dentro de ella. La imagen del emisor y del receptor entran en juego desde
las primeras páginas de la Retórica. Aristóteles describe los sentimientos para que el
orador sepa y pueda provocar estados de ánimo diversos. La imagen es fundamental. De
nuevo el Estarigita se erige en símbolo de modernidad.
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