EIDON, nº 39
enero-julio 2013, 39:2-12
DOI: 10.13184/eidon.39.2013.2-12
La Invención de la Autonomía 1
Jesús Conill Sancho
Catedrático de Ética. Universidad de Valencia
Resumen
El término autonomía dista de tener un solo significado. De hecho, éste ha ido
evolucionando a lo largo de la cultura occidental. En la Grecia clásica, la autonomía se
entendió en sentido básicamente político, como la capacidad de una pólis de establecer sin
injerencias externas sus propias leyes. Hay que esperar a Kant para que la autonomía
alcance el sentido de capacidad de la voluntad humana de determinarse libremente, sin
ningún tipo de motivación externa. La autonomía kantiana es, por eso, “trascendental” y
“pura”. Fue Nietzsche el que criticó este modo de entender la autonomía, por hallarse
basada en un tipo de razón “pura” más trascendental que real. La razón impura es la razón
que funciona “siguiendo el hilo conductor del cuerpo”. El siglo XX, por su parte, ha puesto
énfasis, quizá más que nunca antes, en la “autonomía intersubjetiva”, que desde la razón
cordial busca el reconocimiento recíproco y la compasión.
Abstract
The word autonomy is far from having a single meaning. In fact, it has evolved throughout
Western culture. In classical Greece, autonomy was only understood in political sense, as
the ability of a pólis to set its own laws without external interference. It is necessary to wait
th
until the 18 century, to see how autonomy begins to mean the competence of the human
will to be determined freely, without any external motivation. Kantian autonomy is, therefore,
"transcendental" and "pure". Nietzsche was one of the most outstanding critics of this type of
autonomy, for being based on a kind of "pure" reason, perhaps not strictly human. Human
reason is “impure”, working always "following the thread of the body." The twentieth century,
meanwhile, has emphasized, perhaps more than ever before, the concept of "interautonomy", which through the cordial reason seeks mutual recognition and compassion.
J. Conill-Sancho ()
Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política
Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación
Universidad de Valencia
e-mail:
[email protected]
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La invención de la autonomía
Jesús Conill
1. Introducción
Por “autonomía” se entiende normalmente la capacidad de regirse por una ley propia y de
tomardecisiones por uno mismo, sin dejarse influenciar por los demás; la capacidad de ser
responsable de nuestro propio comportamiento y de conducir la propia vida, de acuerdo con la
propia conciencia. En la autonomía lo que rige son los principios propios, tras haber
reflexionado y elegido. Autonomía equivale a libertad.
Convertir la autonomía en principio de un nuevo orden moral ha sido fruto de un
desarrollo histórico muy considerable (Gracia, 2007: 121-197). Implica la crítica y superación de
la idea de la naturaleza entendida como un orden fundamental y principio de la moralidad
(Gracia, 2004: 405). Desde el principio de la autonomía, el orden de la naturaleza queda
sobrepasado por el orden de la razón moral, que se entiende también como voluntad racional.
La autonomía moral constituye un ideal vital y está en íntima relación con lo que se ha
denominado “la voz de la conciencia”, con la conciencia moral y la libertad de conciencia. Es la
capacidad que tienen las personas para adoptar una actitud y juzgar la moralidad de las
acciones, tanto de las propias como las de los demás. Se presenta como una cierta “voz
interior”, que puede inspirar, juzgar y obligar. En cambio, en la heteronomía los principios nos
vienen dados desde fuera y los asumimos sin reflexión. Aquí lo que guía y domina son los
instintos, las apetencias, la autoridad y/o la tradición.
La perspectiva que se me ha adjudicado dentro del propósito del Ateneo es la de definir
filosóficamente el concepto de autonomía, a diferencia de su definición jurídica y de su
aplicación práctica en el ámbito clínico. Y el título propuesto, “La invención de la autonomía”,
corresponde al de un libro de Schneewind (2009), en el que se expone la historia del concepto
desde la Antigüedad hasta Kant, que ha sido el decisivo punto de inflexión en el tema de la
autonomía. Recuérdese el comienzo del primer capítulo de la Fundamentación de la metafísica
de las costumbres: “Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible
pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena
voluntad” (Kant, 1992: 21). Sin el presupuesto de la libertad no podría hablarse de la buena
voluntad. Lo bueno radicalmente vendrá de la voluntad, cuya condición última es la libertad. En
ese orden de la libertad, más allá del orden natural, está el valor moral por antonomasia. Ése
es el nuevo orden de la autonomía moral, más allá de todas las posibles heteronomías.
A mi juicio, el modo de entender lo que significa la autonomía depende del modelo o
tipo de razón con el que esté conectada. 1) Si nos atenemos al modelo del lógos como
prudencia (phrónesis), el ámbito de lo que pueda entenderse por autonomía viene dado por la
elección (proaíresis), dentro de lo voluntario (Aristóteles, 1999). El marco es el de la naturaleza
(physis) y las consiguientes formas de comunidad (koinonía) en la pólis. 2) La autonomía
moral, en sentido estricto, es la posibilitada por el modelo de la razón pura, al estilo kantiano. 3)
Los modelos de razón impura complican y dificultan mucho la pretensión de la autonomía
moral, pero no necesariamente la anulan, de tal manera que podría llegarse a una cierta noción
de “coautonomía”, que fuera capaz de incorporar la intersubjetividad (practicada mediante la
deliberación) y el trasfondo vital de la cordialidad (emociones y sentimientos). Pero ¿no vendría
a ser esta peculiar coautonomía una especie de autonomía con cuentagotas?
2. Breve historia del concepto de autonomía
Para los griegos, el concepto de “autonomía” era una categoría política central. La autonomía fue
desde mediados del siglo V a.C. la meta de las ciudades griegas, mediante la que éstas buscaban
preservar cierta independencia, especialmente el derecho a poder determinar sus propios asuntos
internos. Herodoto entiende la autonomía como libertad (eleuthería) política externa (no depender
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de un dominio extranjero) e interna (en contraposición al estado de los tiranos). Tucídides usa el
concepto de autonomía en su informe sobre el tratado de paz entre los atenienses y los
lacedemonios en un sentido más restringido, al distinguir la autonomía como propia legislación
interna de la soberanía financiera, así como de la propia capacidad de administrar justicia.
También Jenófanes entendía la autonomía como independencia de las ciudades (frente a las
diversas formas de sometimiento) (Pohlmann, 1971: 701-720).
Aunque el concepto de autonomía es usado por los griegos las más de las veces en
sentido político, también se encuentra, aunque esporádicamente, en sentido ético. Así, Sófocles, a
través del Coro, caracteriza la actitud interna de Antígona como “autonomía” (mediante el término
autónomos), traducido en ocasiones como “por propia voluntad” (Sófocles, 1972: 821), o bien
“nach eignem Gesetz” [por una ley propia]) (Pohlmann, 1971: 702). Pero, al parecer, escritores
romanos como Livio y César no adoptaron el término “autonomía”, sino que lo modificaron
mediante expresiones como “potestas vivendi suis legibus” o “potesstas utendi suis legibus”; sólo
Cicerón usa la palabra “autonomía”, pero en un sentido político, referido a las ciudades que tienen
sus propios tribunales y viven conforme a sus propias leyes.
El concepto de autonomía jugó un papel decisivo en la disputa “confesional” sobre la
interpretación de la paz religiosa de la dieta de Augsburgo (1555). En su escrito De Autonomia
(1586) Franciscus Burgcardus (el pseudónimo de un consejero imperial) recurre al término griego,
en vez de a los términos latinos libertas
(libertad) o licentia credendi (libertad de
creencia), para expresar la exigencia
El término “autonomía”
protestante de libertad religiosa, debido a
que en él van incluidas también las
es en nuestras lenguas
connotaciones políticas, además del
sentido religioso. Pues autonomía significa
una mera transliteración
discrecionalidad o libre arbitrio, la facultad
de una palabra griega
de aceptar, hacer, defender y creer lo que
cada cual quiere y le parece bueno y le
que en la época clásica
gusta (Burgcardus, 1586: 2; Pohlmann,
1971: 703). Burgcardus contrapone el
tuvo sentido
principio protestante de la libertad basada
en el sujeto y su conciencia a la
fundamentalmente
concepción medieval del orden y la ley, ya
político, como la libertad
sea la ley natural o la del Estado. En lo
sucesivo, la autonomía se fue entendiendo
de las ciudades para
como el logro o la adquisición de la libertad
religiosa y de la libertad de conciencia;
darse sus propias leyes.
pero también designó, ateniéndose al
término mismo, “potestas vivere propiis
legibus”, “libertas suis utendi legibus”, “die
freyheit zu leben vor sich selbst”.
“Autonomus: qui est sui juris, qui nullius
2
imperio subest, der sein eigen herr ist” (Pohlmann, 1971: 702-703) .
3. El concepto filosófico de autonomía
En la edad moderna, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, comienza el concepto de autonomía a
tener un nuevo sentido dentro de las ciencias jurídicas, aunque Wolff todavía lo usaba en su
Philosophia civilis sive politicae (§ 485) de 1756 con su significado general, corriente en su tiempo,
de autodeterminación política. Fue con la teoría kantiana de la autonomía cuando alcanzó una
amplia relevancia filosófica y sólo con Kant logra el concepto un significado central para la filosofía:
la posibilidad del ser humano de determinarse a sí mismo por sí mismo en virtud de su capacidad
racional.
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La invención de la autonomía
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Esta idea de la autonomía se dirige contra las teorías naturalistas del hombre y contra toda
clase de determinación externa mediante algún sometimiento u opresión. Es más, la autonomía,
en el sentido de una autolegislación mediante la razón, puede entenderse como principio
estructural de la filosofía kantiana entera: “Toda filosofía (…) es autonomía” (Kant 1936: 106). Para
Kant, “la filosofía transcendental es autonomía”, en la medida en que la razón establece sus
principios y traza su alcance y límites en un sistema, como lo explicita Kant en el Opus postumum.
Pero esta caracterización posterior se afianzó en el marco de su Filosofía Moral como
autodeterminación de la razón práctica. De hecho, parece que Kant usa “autonomía” por primera
vez en la Grundlegung (1785), donde caracteriza la autonomía de la voluntad como “principio
supremo de la moralidad (Sittlichkeit)” y como manifestación de la libertad del hombre como ser
racional. Por “autonomía de la voluntad” Kant entiende “la constitución de la voluntad, por la cual
es ella para sí misma una ley –independientemente de cómo estén constituidos los objetos del
querer−. El principio de la autonomía es, pues, no elegir de otro modo sino de éste: que las
máximas de la elección, en el querer mismo, sean al mismo tiempo incluidas como ley universal”
(Kant, 1992: 78).
El principio de la autonomía es “el único principio de todas las leyes morales y de los
deberes conformes a ellas”, pues “la ley moral no expresa nada más que la autonomía de la razón
pura práctica”, es decir, de la libertad. Si no, si la voluntad se deja determinar en la formación de
sus máximas por la constitución de alguno de sus
objetos, se da la “heteronomía del albedrío, o sea
dependencia de la ley natural de seguir cualquier
Es en el siglo XVIII,
impulso o inclinación” (Kant, 1994: 52-53).
Si el ser humano fuera solo un miembro del mundo
por obra de Kant,
sensible, sus acciones “tendrían que ser tomadas
enteramente de acuerdo con la ley natural de los
cuando la
apetitos e inclinaciones y, por tanto, de la
autonomía pasa a
heteronomía de la naturaleza”, pero como ser
racional el hombre tiene la posibilidad de actuar
cobrar verdadero
independientemente del mecanismo de la
causalidad natural y conformar sus acciones “al
sentido ético.
principio de la autonomía de la voluntad pura”, es
decir, realizarlas libremente (Kant, 1992: 94). Al
concepto positivo de libertad lo caracteriza Kant
también como “autonomía mediante la razón”
[Autonomie durch Vernunft] (Kant, 1924/28: 443): “Pues la libertad y la propia legislación de la
voluntad son ambas autonomía, por tanto, conceptos intercambiables” (Kant, 1992: 90).
Junto a la autonomía del entendimiento (con respecto a las leyes de la naturaleza) y la
autonomía de la razón con respecto a las leyes prácticas de la libertad, también hay para Kant
una autonomía de la capacidad de juzgar reflexivamente para nuestro uso subjetivo de la razón,
caracterizada por Kant como “heautonomía” (Kant, 1981: 85). Heautonomía es la legislación dada
por el sujeto a sí mismo. El juicio también tiene un principio a priori, pero sólo en relación subjetiva,
por medio de la cual prescribe una ley, no a la naturaleza (como autonomía), sino a sí mismo
(como heautonomía) para la reflexión sobre aquélla.
Fichte y Schelling radicalizan la teoría de Kant, entendiendo por autonomía la legislación
“absoluta” y “originaria”, de la razón. Pero a la teoría kantiana de la autonomía se enfrentarán
Jacobi, Reinhold, Schlegel y von Baader, con el argumento de que el concepto de la autonomía en
el sentido de una autodeterminación mediante la razón niega de un modo inadmisible la
vinculación del hombre y su moralidad con Dios. La autonomía habría sido el “error fundamental”,
una presunta “independencia quimérica” (eingebildete Unabhängigkeit) y un “abismo” (Abgrund),
producto del “egoísmo” humano. La ley moral estaría anclada en Dios y, por tanto, sería
rechazable la fundamentación de la moral de Kant y Fichte “a partir de la autodeterminación de la
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razón”. Pues, además, todas las nuevas doctrinas morales construidas desde Kant sobre el
concepto de una autonomía absoluta serían una copia de la doctrina de la soberanía del pueblo,
según la cual el hombre es libre como lo es cada ciudadano, porque no tiene a nadie por encima
de sí.
4. ¿La invención de la autonomía?
“Kant inventó el concepto de la moralidad como autonomía” (Schneewind, 2009: 23). Este autor
justifica su utilización de la noción de invención recurriendo al uso que hizo Kant del mismo en una
observación de su juventud sobre Leibniz: “Leibniz concebía una sustancia sencilla… Era una
mónada que no había explicado, sino inventado (erdacht); pues tal concepto no le fue dado, sino
que fue creado (erschaffen) por él” (Kant, 1902: 2.277; Kant, 1983: A729 B757).
La autonomía requiere libertad contracausal; y Kant creía que en la conciencia del deber
moral nos es “dado” un “hecho de la razón”, que muestra que tenemos libertad por ser miembros
del reino de lo nouménico. Quienes, como Schneewind, sostengan que nuestra experiencia del
deber moral no muestra tal cosa considerarán que la concepción kantiana de la autonomía es una
invención y no una explicación.
Ahora bien, todo depende de qué se entienda por “invención”; si se considera que inventar
significa “fingir hechos falsos”, otros preferirían hablar de “descubrimiento” de la autonomía, porque
lo que hizo Kant fue, más bien, hallar, encontrar o descubrir algo no conocido, creando un nuevo
concepto filosófico (como los poetas y los artistas, a su modo, crean sus obras). Según Kant,
somos seres racionales que espontáneamente imponemos la legalidad racional en el mundo en
que vivimos y de ese modo creamos un nuevo orden. Kant logró “inventar” esta idea revolucionaria
y explicar así el sentido de la moralidad. A mi juicio, más que de invención habría que hablar de
reconstrucción reflexiva y crítica, lo cual plantea la cuestión del método filosófico en Kant y, por
tanto, la aportación del criticismo transcendental.
De hecho, el propio Schneewind afirma, en su exposición de la historia de la filosofía moral
moderna, que Kant abrió una nueva perspectiva nacida en el siglo XVIII: la creencia en que todos
los individuos son igualmente capaces de convivir ateniéndose a una moralidad de autogobierno,
que todos tenemos igual capacidad para percibir por nosotros mismos los mandatos de la moral y
que somos capaces por igual de actuar de acuerdo con ellos. Se trata de la visión de un nuevo
modo de vida, producido por el cambio social moderno, una nueva forma de entendernos como
agentes morales. No obstante, por su parte, Nietzsche pondrá en cuestión esta presunta igual
capacidad humana, que constituye uno de los presupuestos más arraigados de la concepción
moderna.
Schneewind alude a las distintas concepciones de la moralidad como autogobierno. Ya
desde Maquiavelo y Montaigne hay pensadores que rebasan la moralidad como obediencia, que
es la que ha predominado hasta la época moderna, según Schneewind. Pero es en el siglo XVIII
cuando se ofrece una teoría de la moralidad como autogobierno, sobre todo para dar mejor cuenta
de la dignidad humana, articulando la creencia normativa sobre la dignidad del individuo, que
desemboca en las concepciones de la moralidad como autogobierno. Según Schneewind, la
explicación que dio Kant de esta creencia era la más completa y radical, constituyendo una
revolución en el orden de la moralidad. “Nos autogobernamos porque somos autónomos”
(Schneewind 2009: 26). Somos nosotros mismos quienes legislamos la ley moral en virtud de la
acción legislativa de nuestra voluntad, que permite que cada uno la observe.
La invención kantiana de la autonomía aporta un nuevo orden de la moralidad, que no
está supeditado a la religión ni fundamentado en ella; lo cual no implica que no necesite para nada
la religión, por ejemplo, en el nivel de la motivación (Kant, 1969: 19-22). La moralidad se centra en
una ley que los seres humanos se imponen a sí mismos, y al hacerlo se proporcionan un motivo
para obedecer. Kant llama autónomos a los agentes que se autogobiernan de este modo. Es un
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término que tomó del pensamiento político de los siglos XVII y XVIII, en los que se empleaba al
hablar de los Estados como entidades que se autogobiernan. Ahora bien, la idea del autogobierno
moral se remonta por lo menos a San Pablo en Romanos 2, 14, cuando dice que los gentiles “para
sí mismo son ley”: tienen esa ley escrita en el corazón, como lo atestigua su conciencia. He aquí
uno de los momentos fundamentales de la noción de la conciencia moral, que llega a Kant y
perdura hasta la actualidad como decisivo punto de referencia moral, en el que se expresa la
libertad humana. Kant aprovechó esta idea de la conciencia moral en relación con la autonomía,
incorporándola en su sistema filosófico de un modo innovador: la moralidad como autonomía.
5. Autonomía en la razón pura práctica
La explicación de esta nueva forma de entender la moralidad no puede venir del naturalismo, sino
de otra fuerza distinta: la fuerza moral de un mundo libre, que es la que se expresa en la noción de
autonomía. Se trata de la moralidad como autonomía, cuya motivación moral última proviene de la
misma razón, una razón capaz de movernos a querer (poder querer) y actuar. Esta es la
revolución kantiana en la filosofía moral: descubrir que, más allá del impulso natural hacia la
felicidad, puede tener primacía el principio de la autonomía de la razón moral. Por eso nos
consideramos capaces de autolegislarnos (autogobernarnos) y, por tanto, de ofrecer una
alternativa a la heteronomía, porque, en virtud de
la capacidad moral humana, podemos reflexionar
para orientarnos en la vida. Somos agentes
morales, cuya libertad transcendental nos posibilita
El concepto
estar en alguna medida más allá de las causas
naturales y ser conscientes de la obligación
kantiano de
categórica de la ley moral.
autonomía se dirige
contra las teorías
naturalistas del
hombre y contra
toda clase de
determinación
externa mediante
algún sometimiento
u opresión.
Por consiguiente, el fundamento de la
obligación moral no está ya en la naturaleza del
hombre (metafísica tradicional), ni en las
circunstancias (reglas prácticas), sino en un orden
de lo que debe ser, expresado en una ley con
valor moral, que, según Kant, tiene carácter a priori
en la razón pura y que somos capaces de
concebirla en una metafísica de las costumbres,
que habría que entender como metafísica de la
libertad (Conill, 1991: 62; Conill, 2006: 41 ss.).
La autonomía expresará lo que significa la
buena voluntad, que será buena por la forma del
querer: sólo siendo buena en sí misma, tendrá
valor absoluto, valor moral. Para “desenvolver” el
concepto de una voluntad digna de ser estimada
por sí misma, buena sin restricción, hay que
considerar el concepto del deber. Actuar por deber (y no por inclinación) es lo que otorga valor
moral, de manera que el principio del querer es la libertad como autonomía de la voluntad. En la
“encrucijada” de cómo esté determinada la voluntad es donde Kant recurre radicalmente a la
autonomía, porque, o bien la voluntad está determinada por algo, lo cual implica volver a alguna
forma de heteronomía, o bien lo que determina la voluntad es el poder querer según un principio
formal que garantiza la autonomía. Para que el querer sea moralmente bueno hace falta poder
querer de este nuevo modo: con autonomía de la voluntad. Es así como podrá hablarse de
voluntad (Wille) racional y libre, a diferencia del libre albedrío (Willkühr).
Kant expone el principio de la “autonomía de la voluntad”, oponiéndolo a toda forma de
“heteronomía”. “Veíase al hombre atado por su deber a leyes; mas nadie cayó en pensar que
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estaba sujeto a su propia legislación, si bien ésta es universal…” (Kant, 1992: 69). Su modo de
proceder es “analítico” [transcendental]: “por medio de un análisis de los conceptos de la
moralidad”, muestra que el “principio de la autonomía es el único principio de la moral”, al hallar
que “su principio debe ser un imperativo categórico”, el mandato de la autonomía (Kant, 1992: 78).
“La autonomía de la voluntad” se revela como el “principio supremo de la moralidad”. “La
autonomía de la voluntad es la constitución de la voluntad, por la cual es ella para sí misma una
ley”: una ley universal, un imperativo categórico, el cual manda esa autonomía. “El principio de la
autonomía es, pues, no elegir de otro modo sino de éste: que las máximas de la elección, en el
3
querer mismo, sean al mismo tiempo comprendidas (mit begriffen) como ley universal”.
En cambio, “la heteronomía de la voluntad” es el “origen de todos los principios ilegítimos
de la moralidad” (Kant, 1992: 79). Todos los principios que pueden adoptarse son, o empíricos, o
racionales. Los primeros, derivados del principio de la felicidad; los segundos, derivados del
principio de la perfección. Los principios empíricos no sirven nunca para fundamento de leyes
morales, pues carecen de universalidad y necesidad incondicionada. “Es muy distinto hacer un
hombre feliz que un hombre bueno” (Kant, 1992: 80). Entre los principios racionales de la
moralidad Kant dice preferir el concepto ontológico de la perfección, porque al menos conserva la
idea indeterminada de una voluntad buena en sí, aun cuando acaba estableciendo alguna forma
de heteronomía de la voluntad como fundamento de la moralidad. Pues “dondequiera que un
objeto de la voluntad se pone por fundamento para
prescribir a la voluntad la regla que la determina,
es esta regla heteronomía” (Kant, 1992: 82), ya
Autonomía es, para
que no puede mandar categóricamente, sino
condicionadamente (“porque” o “si” se quiere tal
Kant, la capacidad
objeto). Así pues, ya sea que el objeto determine
la voluntad por medio de la inclinación (según el
de la razón humana
principio de la felicidad), ya sea que la determine
pura de darse sus
por la razón (según el principio de la perfección),
“resulta que la voluntad no se determina a sí
propias leyes. La
misma inmediatamente por la representación de la
acción,
sino sólo por los motores que actúan sobre
autonomía así
la voluntad en vista del efecto previsto de la
acción: debo hacer algo, porque quiero alguna otra
entendida, como
cosa”. Por tanto, se trata siempre de alguna forma
autolegislación
de “heteronomía de la voluntad; la voluntad no se
da a sí misma la ley, sino que es un impulso
mediante la razón,
extraño el que le da la ley” (Kant, 1992: 83).
puede entenderse
como el principio
estructural de la
filosofía kantiana
entera.
Tras su análisis del concepto de la
moralidad,
Kant
afirma:
“La
voluntad
absolutamente buena, cuyo principio tiene que ser
un imperativo categórico, quedará, pues,
indeterminada respecto de todos los objetos y
contendrá sólo la forma del querer en general,
como autonomía; esto es, la aptitud de la máxima
de toda buena voluntad para hacerse a sí misma
ley universal es la única ley que se impone a sí
misma la voluntad de todo ser racional, sin que
intervenga como fundamento ningún impulso e
interés” (Kant, 1992: 83).
Hasta aquí Kant se ha limitado a “exponer” de un modo “analítico” [transcendental], a
través del desarrollo del concepto de la moralidad, “que una autonomía de la voluntad
inevitablemente va inclusa en él [en el concepto de moralidad] o, más bien, le sirve de base. Así,
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pues, quien tenga a la moralidad por algo y no por una idea quimérica desprovista de verdad,
habrá de admitir también el citado principio de la misma” (Kant, 1992: 84).
Pero Kant no se queda satisfecho con su exposición analítica y considera que, “para que
la moralidad no sea un fantasma vano (…), hace falta un uso sintético posible de la razón pura
práctica” (Kant, 1992: 84), lo cual requiere una “crítica de esa facultad”, y a tal efecto dedica el
tercer capítulo de su Grundlegung, aunque sólo sea en unos términos limitados, que en su
prosecución desarrollará en la Crítica de la razón práctica. En ese tercer capítulo, titulado “Último
paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica”, Kant recurre al
“concepto de la libertad” como “la clave para explicar la autonomía de la voluntad” (Kant, 1992:
85). La libertad de la voluntad será autonomía: propiedad de ser ley para sí misma. Ésta es, en
definitiva, la fórmula del imperativo categórico y el principio de la moralidad, de tal modo que
“voluntad libre y voluntad sometida a leyes morales son una y la misma cosa”: autonomía de la
voluntad racional.
Esta libertad como propiedad de la voluntad, según Kant, “debe presuponerse en todos
los seres racionales” y atribuirse al ser racional la “propiedad de determinarse a obrar bajo la idea
de su libertad” (Kant, 1992: 87-88). “Parece, pues, como si en la idea de la libertad supusiéramos
(…) el principio mismo de la autonomía de la voluntad” (Kant, 1992: 89). Y es que “la libertad y la
propia legislación de la voluntad son ambas autonomía”, pues se trata de “conceptos
transmutables” (Kant, 1992: 90). De tal manera que, para evitar la apariencia de un “círculo
vicioso”, Kant propone considerar al ser racional desde dos “puntos de vista” (a mi juicio, una
especie de perspectivismo transcendental): 1) como perteneciente al mundo sensible, sometido a
las leyes naturales y sus efectos, por tanto en el orden de la heteronomía; y 2) como perteneciente
al mundo inteligible, bajo leyes que se fundan en la razón, en una especie de causalidad de la
voluntad bajo la idea de la libertad, por tanto en el orden de la autonomía, como principio universal
de la moralidad. Así pues, con la idea de la libertad se halla inseparablemente unido el concepto
de autonomía y con éste el principio universal de la moralidad (Kant, 1992: 93), que se convierte
además en “el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional”
(Kant 1992: 73).
6. Autonomía en la razón impura
Desde la razón corporal: soberanía supra-ética (o superética)
El criticismo genealógico nietzscheano transmutó la razón pura en impura, siguiendo el hilo
conductor del cuerpo humano. Con lo cual no se renuncia a la razón, sino que se la entiende como
una razón radicada en el cuerpo (Conill, 1997) y transformada desde la raíz vital por su carácter
creativo, transvalorador e interpretador. En este contexto de “la gran razón del cuerpo”, de donde
emanan todas las posibles interpretaciones, la presunta autonomía cambia de figura y se sitúa en
el ámbito de la libertad como “voluntad de poder”, como creación de perspectivas para el
crecimiento: “crearse libertad para un nuevo crear”.
La existencia humana tiene un carácter perspectivista e interpretador; como que lo
perspectivo es “condición fundamental de toda vida” y constituye un camino liberador frente a todo
dogmatismo. El punto de partida de las perspectivas y los ensayos liberadores es el cuerpo. No
hay ninguna instancia por encima de la vida, de manera que el hombre no tiene más que su
perspectiva, desde la que puede convertirse en “individuo soberano”. He aquí la nueva figura de la
autonomía, la del “individuo autónomo supra-ético (übersittlich)”, con auténtica “conciencia de
poder y libertad”, con el “privilegio extraordinario de la responsabilidad, porque en su perspectiva
(“desde sí mismo”) tiene “su medida del valor” y logra una especie de “ley individual”. Se trata de
un individuo autónomo “supra-ético”, según Nietzsche, porque “autónomo” y “ético” se excluyen,
dado que el individuo verdaderamente autónomo e independiente está situado por encima de la
eticidad, viviendo la plenitud de una libertad más allá de la “eticidad de la costumbre” y de las
exigencias del rebaño moderno.
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La invención de la autonomía
Jesús Conill
Sólo entonces, tras liberarse de la eticidad de la costumbre, será posible la tarea de criar
al animal humano “de la duradera voluntad propia, independiente, al que le es lícito hacer
promesas”. En él encontraremos “una auténtica consciencia de poder y libertad, un sentimiento de
plenitud del hombre en cuanto tal. Este hombre liberado, al que realmente le es lícito hacer
promesas, este señor de la voluntad libre, este soberano”, con “dominio de sí mismo” y “de las
circunstancias”, posee “una voluntad duradera e inquebrantable”, “su medida del valor: mirando a
los otros desde sí mismo, honra o desprecia”, se sabe fuerte para mantener su palabra frente a las
adversidades, incluso “frente al destino” (Nietzsche, 1978: 67-68).
El perspectivismo nietzscheano prosigue así el kantiano hasta una nueva raíz, mostrando
ahora que la capacidad autolegisladora, que constituye la propia “soberanía”, es “una fuerza de
autodeterminación, una libertad de la voluntad por la cual el espíritu desecha toda fe, todo deseo
de certeza, ejercitado como está en poder sostenerse sobre cuerdas y posibilidades ligeras y
hasta bailar sobre los abismos” (Nietzsche, 1984: 69-70).
Desde la razón cordial: reconocimiento intersubjetivo y compasión
Desde la razón cordial la autonomía queda intersubjetivizada a través del reconocimiento
recíproco y repleta de sentimiento por medio de la compasión. A mi juicio, en la interacción
comunicativa y lingüística se va conformando una coautonomía experiencial, comunicativa y
compasiva. Ciertamente en esta nueva
versión de la autonomía se corre el peligro
de la sociologización en todas sus
El criticismo genealógico
variantes, como ya quedó patente desde
hace tiempo en el interaccionismo
nietzscheano transmutó la
simbólico; un peligro acrecentado cada día
más por el imparable proceso de las
razón pura en impura,
innovaciones tecnológicas. Pero, en sus
siguiendo el hilo
auténticos
términos,
la
interacción
comunicativa y la compasión permitirían
conductor del cuerpo
mantener el posible -y crucial− momento
de
la autonomía a través del proceso de la
humano. Lo cual no
(re)construcción social del reconocimiento
recíproco que incorpora la experiencia
supone la renuncia a la
compasiva. Una de las vías de este
razón, pero sí que ésta
dinamismo comunicativo en que se inserta
el nuevo sentido de la autonomía es la de
haya de entenderse como
los procesos discursivos de argumentación
y deliberación, en los que han de ejercer
una razón radicada en el
su vigor crítico las pretensiones de validez,
cuerpo.
que tanto ha destacado la ética del
discurso (Apel, 1985; Habermas, 1985).
Por tanto, no sólo debe afirmarse
que “autonomía obliga” (Cortina, 2007:
101-128), sino también que obliga la coautonomía que genera el dinamismo de la razón cordial del
reconocimiento recíproco y la compasión. La autonomía es la capacidad para darse leyes a sí
mismos y vivir según ellas. Más allá de la independencia frente a las intervenciones ajenas, la
libertad como autonomía consiste en la capacidad de auto-obligarse a cumplir las leyes que se da
el hombre a sí mismo. Leyes dignas de convertirse en leyes de la humanidad, expresivas de la
humanidad, por tanto, leyes morales.
Pero esta obligación de la coautonomía requiere la existencia de un cierto ideal de
humanidad, al que nos sentimos vinculados. El vínculo que constituye la fuente de la obligación
moral no es el creado por el interés calculado, tampoco la mera simpatía, sino el doble vínculo de
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La invención de la autonomía
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la autonomía (convertida ahora en coautonomía): el vínculo con uno mismo (capacidad de autoobligarse) y con los demás seres humanos (leyes que cada cual querría para toda la humanidad).
La capacidad de auto-obligarse en el contexto de la interacción comunicativa con razones
nos constituye como seres humanos vinculados e interdependientes. Porque no se trata de una
autonomía ideal y transcendental en el ámbito de la autoconciencia, sino de una autonomía de
carne y hueso, en la que la razón arraiga en el corazón y donde la obligación moral está vinculada
al sentimiento de respeto (por la dignidad) y a la compasión cordial por lo vulnerable. Por tanto,
¡coautonomía obliga!
Nos creemos autónomos y tal vez no lo seamos tanto como nos lo figuramos; aunque
no haya más remedio que actuar “como si” lo fuéramos, vivir de esa preciosa ficción o ilusión
(¡de ilusión también se vive!), y aceptar que la autonomía es una rara avis, que sólo puede
tomarse con cuentagotas.
La autonomía no sería, entonces, una mera invención, en el sentido de una ficción
artificiosa; ni un mito, en el sentido de una narración para hacerse falsas ilusiones; ni siquiera una
mera metáfora, en el sentido de que no tuviera que ver con la realidad, puesto que las metáforas
pueden estar expresando una verdadera y auténtica realidad. Frente a tantas y variadas
heteronomías a lo largo de la historia, incluso ante la nueva forma de heteronomía de carácter
neurofisiológico (Rubia, 2009), cabe defender la
“indeclinable libertad” del hombre (Cortina, 2011).
No somos siervos de la naturaleza, por mucha
Desde la razón
dependencia que tengamos de esa vertiente de la
realidad, sino que la realidad humana tiene la
cordial la
capacidad de rebasar ese orden abriéndose a
nuevas
perspectivas, como la que descubre el
autonomía queda
criticismo transcendental kantiano y que, de un
intersubjetivizada a
modo
más
modesto
(¡autonomía
con
cuentagotas!), queda en algunas versiones
través del
contemporáneas de la razón impura, como ocurre
en ciertas filosofías hermenéuticas: algunas de
reconocimiento
orientación nietzscheana, otras más gadamerianas
(con preponderancia aristotélica), o bien
recíproco y repleta
rawlsianas
(proclives
al
deliberacionismo
de sentimiento por
pragmatista) y otras como la hermenéutica crítica
conectada con la ética discursiva en su versión
medio de la
más cálida y cordial.
compasión.
Notas
1
Ponencia presentada en el XIII Ateneo de Bioética “La Autonomía a Examen” (Zaragoza,
7 de noviembre de 2012). Este estudio se inserta en los Proyectos de Investigación
Científica y Desarrollo Tecnológico FFI2010-21639-C02-01, financiado por el Ministerio de
Ciencia e Innovación (actualmente Ministerio de Economía y Competitividad) y con Fondos
FEDER de la Unión Europea, y en las actividades del grupo de investigación de excelencia
PROMETEO/2009/085 de la Generalidad Valenciana.
2
Citando a Micraelius (1662), Fabri (1726) y Grotius (1782).
3
Grundlegung, Akademie-Ausgabe, 4, 440.
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Puntos Destacados
El término “autonomía” es en nuestras lenguas una mera transliteración de una palabra
griega que en la época clásica tuvo sentido fundamentalmente político, como la libertad de
las ciudades para darse sus propias leyes.
Es en el siglo XVIII, por obra de Kant, cuando la autonomía pasa a cobrar verdadero sentido
ético.
El concepto kantiano de autonomía se dirige contra las teorías naturalistas del hombre y
contra toda clase de determinación externa mediante algún sometimiento u opresión.
Autonomía es, para Kant, la capacidad de la razón humana pura de darse sus propias leyes.
La autonomía así entendida, como autolegislación mediante la razón, puede entenderse
como el principio estructural de la filosofía kantiana entera.
El criticismo genealógico nietzscheano transmutó la razón pura en impura, siguiendo el hilo
conductor del cuerpo humano. Lo cual no supone la renuncia a la razón, pero sí que ésta
haya de entenderse como una razón radicada en el cuerpo.
Desde la razón cordial la autonomía queda intersubjetivizada a través del reconocimiento
recíproco y repleta de sentimiento por medio de la compasión.
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