INTRODUCCIÓN GENERAL AL DESARROLLO II
Gregorio Escalante
Centro de Investigaciones Psicológicas. ULA
El punto de vista de Freud
El psicoanálisis es un sistema teórico cuyo interés fundamental no es el desarrollo motor o
cognitivo sino (a) la indagación en los orígenes históricos de la personalidad individual y (b) la
explicación dinámica de su desarrollo. Para lo primero nos ofrece una serie de secuencias (etapas) en
el desarrollo psicosexual: oral, anal, fálica, latente y genital. Para lo segundo nos entrega sus
nociones de ello (la parte más primitiva de la personalidad que contiene los reflejos biológicos
elementales e instintos, y cuya finalidad esencial es maximizar el placer y minimizar el dolor); el yo
(cuyas funciones son la obtención de juicios confiables sobre la realidad y convertirse en una agencia
reguladora de impulsos); y el superyo (un subproducto de la crisis edípica cuya función mayor es la
integración de las normas sociales) y que Freud entiende como planteado en dos instancias: una
punitiva, negativa y crítica, denominada consciencia, que nos dice lo que no debemos hacer y nos
castiga con sentimientos de culpa cuando violentamos sus demandas, y el ego ideal, que tiene mucho
que ver con las aspiraciones positivas que tenemos.
Freud es un ‘desarrollista’ convencido de que las reorganizaciones estructurales de la
personalidad ocurren en momentos cruciales de la vida individual. Afirma que tales momentos
(etapas) son características universales de todos los seres humanos; que cada etapa suele estar
dominada por urgencias biológicas instintivas de tipo hedonista; y que las fundaciones de la
personalidad adulta deben ser rastreadas, igual que la psicopatología, hasta la niñez temprana. La
naturaleza del presente capítulo exige que nos dediquemos solamente al tratamiento de las etapas del
desarrollo psicosexual, cruciales para comprender la posición freudiana con relación al desarrollo de
la personalidad infantil.
Conforme al esquema freudiano original, el término que designa la energía sexual general es
libido. Cualquier parte del cuerpo en la cual esta energía esté focalizada se denomina zona erógena.
Durante la niñez las zonas erógenas más importantes son la boca, el ano y los genitales que,
sucesivamente, se convierten en el centro del interés sexual infantil en etapas específicas del
desarrollo, entendido éste como un proceso maduracional de raíces biológicas, en el cual juegan un
papel importante las experiencias del niño. Brevemente, las etapas del desarrollo psicosexual son:
Etapa oral
En el primer año de la vida la boca es el lugar más importante de intercambio con el
mundo. El acto de chupar, mamar o succionar es vital porque no sólo así se nutre el niño
sino porque también obtiene placer del acto mismo. Durante los primeros meses el niño no
reconoce la existencia separada de los otros (libido sin objeto o narcicismo primario,
según Freud (1959) y parece concentrarse en su propio cuerpo. Es más o menos a los seis
meses que comienza la noción de la existencia separada y necesaria de la madre. Las
fortuitas separaciones de la madre, o su reemplazo por extraños, resultan ansiogénicas
para el niño. De este modo la vida, desde el comienzo, es compleja y generadora de
dificultades. Dependiendo de si hay una integración acertada o contrariada de los impulsos
libidinales ligados a la etapa oral, los niños resultantes pueden ser felices y apacibles o
tiránicos y exigentes.
Las nociones de fijación y regresión son básicas en la comprensión del modo como la
experiencia temprana afecta el desarrollo lineal de la personalidad. Si los impulsos básicos
del niño no son gratificados durante las interacciones con los padres en una etapa
determinada, sin importar lo avanzado que se halle el niño en su desarrollo psicosexual,
siempre mantendrá preocupaciones duraderas por los placeres y eventos de etapas
anteriores (fijación) y su capacidad adaptativa se verá menguada. Si las gratificaciones
recibidas en etapas posteriores no son suficientes o son frustradas, el niño retrocederá
hasta patrones anteriores de conducta (regresión) * . La noción moderna admite a la
regresión como el retorno a las fases anteriores del desarrollo libidinal, de las relaciones
objetales o de períodos identificatorios que tienen consecuencias conductuales.
Etapa anal
Entre uno y medio y tres años la zona anal se convierte en el centro de los intereses
sexuales. La excitación esfinteriana producida por los movimientos de las heces en el
tracto intestinal se percibe como un evento placentero. En la concepción freudiana original
esta es una forma elegante de describir la expulsión por el esfínter, que es la verdadera
fuente de estímulos placenteros. A mayor cantidad, dureza y tamaño de las heces, mayor
intensidad en las sensaciones. A medida que mejora el control maduracional sobre los
músculos correspondientes, el niño aprende a diferir la emisión fecal hasta el último
momento, con lo cual incrementa la presión en el recto y hay más placer en la deposición.
Jugar con las heces también produce satisfacción.
Es precisamente en esta etapa que el niño empieza a recibir solicitudes para que 'corrija'
sus maneras, formuladas de modo dramático por adultos bien socializados. No puede
permitirse al niño que se dedique a la repugnante tarea de juguetear con sus heces, y bien
pronto la repugnancia sentida por los padres es trasmitida al niño. El entrenamiento es una
solución que, abreviadamente, debe conducir al niño a rechazar cualquier cosa sucia y
maloliente y a convertirse en un ‘modelo’ de autocontrol. El resentimiento derivado de esa
sumisión a la autoridad parental no suele ser expresado abiertamente. Y en su lugar el
individuo desarrollará cierta obstinación pasiva e insistirá en hacer las cosas a su modo.
Más adelante se hará frugal, muy ordenado, puntual, o se volverá tacaño…
* El propio Freud admite no estar del todo seguro acerca de las causas de la fijación, pero en general se cree que la misma es
producida por una gratificación excesiva o una excesiva frustración en una determinada etapa. La tendencia a la regresión estaría dada
tanto por la fuerza de las fijaciones infantiles como por la magnitud de la frustración que el niño experimenta. Si lo que existe es una
fuerte fijación oral, por ejemplo, una pequeña frustración puede ser suficiente para desencadenar una regresión oral. Del mismo modo,
una frustración mayor puede provocar regresión a una etapa anterior aun cuando la fijación no haya sido particularmente fuerte.
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Etapa fálica
Entre los 3 y los 6 años el niño centra su interés en el pene y ello lo enfrenta con una
nueva serie de problemas, entre los cuales es muy importante el Complejo de Edipo y sus
modalidades de resolución. Conforme a la teoría, es la gran excitabilidad y
modificabilidad del órgano lo que enciende la curiosidad infantil. Comienza por exhibirlo
y compararlo con otros para después pasar a la formación de fantasías sobre el papel
sexual que puede jugar como varón adulto.
Lo que Freud nos plantea es una especie de triángulo amoroso en el cual participan el
niño, el objeto amado (que es el progenitor del sexo opuesto) y el objeto odiado
(progenitor del mismo sexo). La proposición sugiere que el niño varón inicialmente adopta
a su madre como objeto amoroso y se comporta con ella de modo seductor. Al mismo
tiempo reconoce en el padre a un rival en el afecto materno. Y no solamente está celoso de
su progenitor sino que también siente que lo necesita y lo ama, de modo que los deseos
destructivos hacia él lo atemorizan. Es cuando comienza el temor a la castración,
reafirmado al descubrir que su hermana ha perdido el pene y que lo mismo puede pasarle a
él. De todos modos ese temor reprime en el niño sus deseos sexuales por la madre y lo
lleva a identificarse con el padre, identificación que contribuirá al logro de una definición
de su papel sexual.
En lugar de luchar contra el padre el niño trata de parecerse a él y de modo vicario disfruta
los sentimientos derivados. Así el complejo de Edipo se resuelve vía maniobras defensivas
(represión e identificación) unidas a la internalización de un superego que lo protegerá
contra deseos peligrosos y lo ayudará a construir una fortificación interna contra impulsos
prohibidos (Fenichel, 1945). Esto significa que el niño adopta las prohibiciones morales
de sus padres elaborando así una especie de policía interior que lo guardará contra
impulsos y deseos peligrosos.
Cuando el niño resuelve su Complejo de Edipo, más o menos a los seis años, sus
rivalidades y deseos incestuosos son temporalmente ocultados para entrar en un período
de latencia relativamente libre de tales preocupaciones. Pero los sentimientos edípicos
continúan existiendo en el inconsciente y en la pubertad amenazan de nuevo con salir a la
superficie. El impacto particularmente se siente en dos áreas centrales de la vida adulta: el
amor y la competencia. Las experiencias amorosas del adulto van a ser afectadas por tales
sentimientos edípicos. Freud (1905: 618) dice que el varón busca por sobre todo "la
imagen de la madre que guarda en la memoria". Pero como esta imagen, en los años
tempranos, estuvo asociada con ansiedad de castración y culpa, no es raro que el varón a
veces resulte impotente con aquellas mujeres que evocan esa imagen con demasiado
énfasis.
La niña, por su parte, al descubrir la ausencia del pene, responsabiliza a la madre por el
'defecto', la convierte en el blanco de su hostilidad, la acusa de haberla enviado al mundo
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insuficientemente equipada, y desarrolla una atracción sexual hacia el padre (Complejo
de Electra). En ella no existe la ansiedad de castración y sus razones para erigir
fortificaciones internas contra sus deseos incestuosos son menos apremiantes, lo cual debe
dar lugar al desarrollo de un super yo mucho más débil. De acuerdo a Freud y puesto que
en la niña no puede existir temor alguno a la castración, la resolución del complejo de
Edipo en ella se produce por temor a perder el amor de su padre.
La posibilidad de castración da a la crisis edípica una nueva dimensión, de la cual el niño
escapará apelando a las maniobras defensivas señaladas. En la idea de Freud el niño
reprime sus deseos incestuosos, los desplaza a un nivel inconsciente y entonces su amor
por la madre es 'sublimado' o, por lo menos, convertido en una condición más pura y más
socialmente aceptable. Finalmente, al ocurrir la fuerte internalización del superyo y al
adoptar las prohibiciones morales de sus padres como suyas, la fortaleza interna así
construida resulta una buena barrera contra impulsos prohibidos y contra malos
pensamientos. Temporalmente sus rivalidades y sus maquinaciones incestuosas quedan
reprimidas y aliviados sus sentimientos de culpa, así como los temores a la castración.
Pero esos sentimientos edípicos siguen existiendo a nivel inconsciente y, tal como hemos
anotado, van a ejercer una profunda influencia en la vida adulta.
Etapa de latencia
Una vez establecidas las defensas anteriores el niño entra en la etapa siguiente, cuya
duración se establece aproximadamente entre los 6 y los 11 años. Esta suele ser una etapa
de tranquilidad relativa durante la cual la libido, tan poderosa, directa y obvia en la etapa
fálica, resulta 'sublimada' y recanalizada hacia actividades sustitutas ya no de tipo sexual.
Fantasías, deseos y agresiones sexuales permanecen inmersas a nivel inconsciente, y las
energías infantiles van a ser dirigidas hacia un tipo de búsquedas más socialmente
aceptables y concretas. El clima personal se abre a las actividades intelectuales, los
deportes y los juegos. Esto no quiere decir que la vida del niño esté libre de conflictos. Lo
que ocurre es que los impulsos sexuales lucen temporalmente aplazados y existen ya
evidencias más claras de un mayor autocontrol. El niño es mucho más estable, realista y
organizado que en etapas anteriores y ello contribuye a un crecimiento decisivo del yo.
Durante esta etapa psicosexual hay la tendencia a buscar nexos afectivos con miembros
del mismo sexo y, especialmente entre las niñas, tales nexos alcanzan niveles emocionales
muy intensos.
Etapa genital
La relativa calma anterior dura poco. La adolescencia empieza y esta es una turbulenta
fase en la cual ocurren cambios fisiológicos realmente dramáticos. El muchacho, además,
debe vencer la exclusiva identificación masculina formada durante la etapa de latencia. La
opinión de Freud es que existe una fijación homoerótica sobre alguna figura, personaje o
héroe masculino, con lo cual se marca el retorno de los sentimientos sexuales previamente
reprimidos y se funda la transición hacia las afiliaciones heterosexuales.
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De nuevo hay la amenaza de instintos agresivos y sexuales que el joven puede llevar a la
realidad. La zona genital es invadida por una energía sexual tremenda y las fantasías
edípicas reaparecen con vigor renovado. Para Freud la gran tarea individual en esta etapa
es "liberarse de los padres". En el niño esto significa abandonar sus nexos con la madre y
buscar, por cuenta propia, algún sustituto femenino. La niña, por su parte, deseará hacer su
propia vida. En realidad la búsqueda de ambos sexos es por independencia y ello supone
serios y dolorosos problemas emocionales.
En su precipitación por la búsqueda de la liberación los muchachos terminan construyendo
estereotipos de sí mismos, de sus ideales y valores, de modo que no es raro verlos
alinearse con ideologías religiosas o políticas que, en definitiva, solamente llenan su
incesante búsqueda de identidad. Las muchachas suelen renunciar al placer de los vestidos
atractivos o tratan de adelantar estilizaciones inimaginables de su cuerpo mediante el
ejercicio físico, la gimnasia o el baile. Los muchachos podrán también expresarse por la
vía del ascetismo o recurriendo a la intelectualización de casi todo. Hay la preeminencia
de un plan intelectual de análisis en el trasfondo vital. Es claro que en este momento son
los padres quienes necesitan mejor guía para manejar más acertadamente las turbulencias
presentes en los hijos.
Ana Freud (1958) es quien mejor examina las características conductuales típicas de la
adolescencia y para ella toda la turbulencia es normal y es esperable. Y agrega que al joven debe
dársele tiempo y ofrecérsele amplitud para manejar y resolver sus problemas, a fin de encauzar sus
sorprendentes arrestos conductuales. *
Las ideas de Freud parecen apropiadas para explicar la actitud general del maestro hacia
ciertas conductas del alumno y para formalizar una comprensión más clara sobre las consecuencias
de tales conductas. El niño agresivo y tiránico, por ejemplo, tal vez no esté rechazando al maestro
sino más bien expresando una profunda frustración derivada del rechazo de sus padres. O el niño
tímido que aprendió a serlo porque sistemáticamente se le hizo sentir inferior en presencia de
adultos. O el adolescente apático, normalmente ocupado en resolver sus problemas sexuales o
simplemente amenazado por el fracaso en sus relaciones sociales. En una cultura de grandes
discontinuidades como la nuestra, el freudianismo pudiera ser un excelente medio para establecer
por qué: (a) los factores que tradicionalmente han servido para mitigar los conflictos generacionales
ahora lucen tan debilitados e inoperantes, y (b) el papel decreciente de la familia en los procesos de
socialización temprana, a pesar de que es en ella donde se forman los nexos afectivos más fuertes
entre generaciones.
Los críticos de Freud suelen exasperarse por la respuesta típica de los psicoanalistas ante la
demanda por explicaciones. El propio Freud escribió un ensayo lleno de argumentaciones ad
* En materia educativa el pensamiento freudiano ha inspirado los trabajos de Neill (1960) cuyo experimento educacional se
caracteriza por ofrecer al niño plena libertad en aspectos muy variados, incluyendo el sexual. La actividad de Betthelheim (1967) es
otro ejemplo de lo mismo.
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hominen según el cual todas las resistencias a su sistema (las justificables y las injustificables) eran
debidas a las inevitables represiones de sus críticos. En su autobiografía (Freud, 1970: 164 y ss.) al
examinar las defecciones de dos de sus discípulos (Adler y Jung, a quienes llama “adversarios poco
considerados”) pueden encontrarse afirmaciones como “su indómita manía de prioridad y la
mezquina malevolencia que deforma su labor científica” (refiriéndose a Adler). Sea como fuere,
Malinowski (1927), uno de los más pertinaces críticos de la teoría freudiana, aprovechó los
argumentos de Freud sobre los deseos reprimidos para aclarar algunas cosas en relación con los
sueños, la magia y el folklore.
La extensión del freudianismo: Erikson
El estudiante brillante en historia antigua y arte, que detestaba el formalismo de la escuela, ya
a los 25 años se había convertido en discípulo de Anna Freud al mismo tiempo que enseñaba niños
en una escuela vienesa. Sus padres eran daneses * pero se separaron unos pocos meses antes de su
nacimiento. Su madre pasó a Frankfort donde nació Erik Homburger Erikson el 15 de junio de 1902.
Creció en Karlsruhe en medio de grandes confusiones de tipo religioso y étnico. Su padre adoptivo
era judío. Y su madre una danesa luterana. Luego de graduarse de bachiller escogió ser artista. Se
inscribió en una escuela de arte pero la experiencia no le resultó del todo satisfactoria. Una gran
parte de su tiempo lo dedicó a viajar sin rumbo fijo por Europa. Fue a Munich y luego a Florencia
para terminar en Viena enseñando en una escuela de párvulos fundada por Anna Freud, y allí se casó
con Joan Serson, una bailarina y artista, al mismo tiempo que iniciaba su entrenamiento en
psicoanálisis.
El ascenso de Hitler al poder lo obligó a abandonar Europa en 1933 y a establecerse en
Boston, donde se convierte en el primer analista de niños que recuerda esa ciudad. Tres años más
tarde lo hallamos en Yale. Y en 1938 se fue a convivir con los indios Sioux de Dakota del Sur.
Desde allí pasa a San Francisco donde reinicia su clínica infantil, trabaja para la Universidad de
California y viaja por la costa pacífica estudiando a los Yurok, una comunidad indígena de
pescadores.
Erikson exploraba las áreas que Freud no había cubierto: niños normales y niños de contextos
culturales diversos. En 1949, el macartismo termina por obligarlo a renunciar a su trabajo académico
en California, cuando se niega a firmar un juramento de lealtad que la universidad exigía a sus
empleados. Algunos de sus colegas fueron expulsados y Erikson renuncia para volver a
Massachusetts. En 1960 ingresa a la planta de profesores de Harvard, sin haber obtenido nunca un
título académico formal.
Su trabajo es una de las mejores extensiones hasta ahora logradas del sistema freudiano, pues
no solamente enriqueció cada una de las etapas propuestas en el esquema psicoanalítico tradicional
sino que añadió otras correspondientes a la edad adulta. La variación observable en el trabajo de
* En realidad Erikson fue el resultado de una unión extramarital mantenida en secreto por más de 60 años. Durante su niñez Erikson
creyó que su padre adoptivo, Theodore Homburger, era su padre biológico. Conservó el apellido Homburger hasta que emigró a los
Estados Unidos, donde adoptó el apellido Erikson, literalmente, "el hijo de Erik".
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Erikson esencialmente consiste en que para cada etapa libidinal propuesta por Freud, nuevos
conceptos son introducidos para explicar los sucesivos desarrollos del yo, a medida que se producen
confrontaciones con el mundo social.
Su teoría del desarrollo también está fundada en etapas, concebidas en términos de
polaridades, cada una de las cuales representa la crisis dominante en cada período de la vida. A
Erikson puede acreditarse también la creación de una nueva disciplina, que no es otra cosa que la
aplicación del psicoanálisis al estudio de individuos históricamente significativos, mediante el uso
de una metodología propia que puso en práctica con figuras como Jefferson, Gandhi, Hitler y otros.
La etapas propuestas por Erikson y los tipos de crisis que originan, así como su correspondencia con
las etapas de Freud, se resumen en el siguiente cuadro:
Erikson
E
T
A
P
1. Confianza vs. desconfianza
2. Autonomía vs. vergüenza
3. Iniciativa vs. culpa
4. Industriosidad vs. inferioridad
5. Identidad vs. confusión de identidad
6. Intimidad vs. aislamiento
7. Generatividad vs. estancamiento
8. Integridad del yo vs. desesperación
A
Freud
S
Oral
Anal
Fálica
Latencia
Genital
?
?
?
Edad
0-1
1-3
3-6
6-11
Adolescencia
Juventud
Madurez
Vejez
De este modo el ciclo humano de la vida es descrito en forma de niveles de interacción que
pueden cambiar el curso del desarrollo de manera positiva o negativa. El énfasis en el trabajo de
Erikson (1963) es puesto en el yo como elemento mayor de la personalidad y como eje del desarrollo
y del funcionamiento individual. El yo es considerado definitivamente autónomo, sin la marcada
dependencia en el ello. *
En la teoría de Erikson cada etapa de la vida se asocia con una crisis de potencial negativo o
positivo, en realidad un conflicto. Cuando el conflicto se resuelve de modo eficiente, el potencial
positivo se realiza, ocurriendo así un mejor desarrollo del yo. Si el conflicto no se resuelve entonces
el potencial negativo es el que emerge y el yo sufrirá grandes daños, además de que la virtud básica
esperable en esa etapa del desarrollo no aparecerá. Como veremos más adelante, a cada nivel de
interacción le es asignada una virtud y una serie de rituales.
La forma positiva del ritual correspondiente a una determinada etapa se llama ritualización y
la forma negativa ritualismo. El ritual positivo ayuda al individuo a prepararse mejor para
convertirse en una persona madura. El ritual negativo hace al individuo más rígido y menos eficiente
* Esta es una noción ya establecida en uno de los últimos trabajos del mismo Freud (1960), pero cuyo desarrollo correspondió
esencialmente a Hartman (1964).
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en sus interacciones. Todo esto ocurre en medio de un plan maduracional que es de origen genético y
universal para la especie humana. Etapa por etapa, el modelo de Erikson puede plantearse así:
Confianza-desconfianza. Son polaridades definidoras de la crisis en la primera etapa de
la vida. La virtud que puede o no surgir (dependiendo de la resolución del conflicto) es la
esperanza. Si la madre no responde ante las necesidades orales del hijo adecuadamente,
no ofrece afecto, amor, o no es consistente en el trato materno, o simplemente rechaza al
niño, está enseñándole a desconfiar en el mundo circundante. La ritualización de la etapa
está dada por la sensación de pertenencia mutua entre el hijo y la madre. Y el ritualismo
(la forma negativa del ritual) se denomina idealismo, que predispone al niño a la
elaboración de idolatrías en su madurez. El no-cumplimiento de la forma positiva del
ritual generará en el niño experiencias psicosociales deficitarias que harán de su ambiente
inmediato algo caótico, desordenado e impredecible.
Autonomía-vergüenza (y duda). Esta segunda etapa entraña un notable desarrollo de
habilidades motrices y mentales, lo cual, entre otras cosas, supone que las posibilidades
para la exploración y manipulación del medio circundante han sido extraordinariamente
ampliadas. Si la crianza se realiza en asociación a una exagerada dependencia parental, la
autonomía individual será mermada y de allí surgirán la vergüenza y la duda. Vergüenza
porque el niño siente que no es bien visto por los otros. Y duda, porque se da cuenta de
que no es tan poderoso ni autónomo y de que a fin de cuentas hay otros que pueden
controlarlo y someterlo.
En esta etapa el control externo debe ser firme y usado para afianzar la confianza, sin
menguar las posibilidades de que el niño aprenda a "pararse sobre sus propios pies". El
ambiente debe protegerlo de toda clase de experiencias arbitrarias que tiendan a limitar su
naciente autonomía (Erikson, 1963: 252). Si los padres dejan al niño crecer en libertad ello
conducirá al ejercicio de la voluntad, que es la virtud básica de la etapa. El niño podrá
aprender así el ejercicio de auto determinaciones y libres escogencias y de este modo su
yo podrá fortalecerse. La forma negativa del ritual es la sobreprotección, que lleva a
lograr satisfacción vía humillaciones e imposiciones ajenas.
Iniciativa-culpa. A estas alturas la fundación de metas ya puede ser intentada por el niño.
Sólo que si el niño aprende a sentirse culpable de sus propias iniciativas cuando descubre
que las mismas no son bien aceptadas, entonces desarrollará sentimientos de insuficiencia.
La virtud básica en este período es el propósito. Hay una definida intención de alcanzar
objetivos importantes y, dependiendo de cómo se resuelva la crisis pendiente, el niño
podrá sentirse verdaderamente en libertad o podrá asumir que es un intruso y un inepto en
el mundo de los adultos.
Su verdadera personalidad tenderá entonces a ser ocultada (el ritualismo de la etapa) y el
resultado para el resto de la vida podría ser una internalización de prohibiciones sociales
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de alto poder restrictivo. Las ambiciones y propósitos del niño deben ser fundidos
realmente con las metas de la vida adulta. La imitación será uno de los puntos de partida a
su disposición, junto con la pretensión, para acercarse a la realización de sus propósitos.
Una buena manera de ayudarlo es permitiéndole participar como un igual en la ejecución
de los proyectos familiares.
Industriosidad-inferioridad. Cuando el niño entra al proceso de educación formal, la
persistencia, la diligencia y el trabajo duro deben ser inducidos y fortalecidos. La cultura
global empieza a tener sentido en las aulas escolares y el niño comienza a dominar
habilidades sociales y cognitivas importantes. Pero también empiezan a ser ejercidas otras
influencias externas a la familia. La virtud básica del período es la competencia, que
aparece precisamente cuando se exige al niño aprender a leer, escribir y ejecutar una serie
de labores académicas diversas. No fortalecer esa virtud llevará a exagerados sentimientos
de inferioridad, de modo que el niño no aprenderá a ejecutar sus labores metódica y
sistemáticamente.
La propia escuela puede ser un reservorio de tales sentimientos cuando, olvidándose de los
talentos especiales de los niños, resuelve convertirse en una influencia inhibidora, centrada
solamente en formulaciones didácticas y regulaciones disciplinarias de alto poder
restrictivo que en nada ayudan a desarrollar las potencialidades individuales emergentes.
Es así como se origina el formalismo, ritualismo del período, que consiste en mecanizar
al individuo, moviéndolo hacia una repetición sin sentido de fórmulas pseudo
socializadoras.
Identidad-confusión de identidad. En este período debe ocurrir un cabal desarrollo de la
propia identidad, bien integrada, coherente, personalmente aceptable y distinta de todas las
demás identidades. La búsqueda angustiosa por saber quién es, cómo es visto por los otros
y cuál será su lugar en el mundo atrae y abstrae al adolescente, pudiendo originar
indecisión, soledad y ansiedad extremas. La virtud que debe emerger de la resolución feliz
del conflicto planteado es la fidelidad, o una decisión de comportarse conforme a las
normas sociales relevantes.
Si el conflicto se resuelve bien el resultado será la emergencia de una ideología, o
conjunto de ideas consistente, bien integrado y autodefinidor. Si no hay resolución, el
resultado será el totalismo, o el convencimiento de que se sabe lo que es absoluta e
irremisiblemente correcto. De todos modos, el adolescente evitará caer en una
compartamentalización de roles sociales y habrá un diferimiento de sus compromisos y
promesas, seguramente en la búsqueda de fórmulas de integración e innovación personal
más elevadas. Habrá que tomar en cuenta que a esta edad hay mucho que decidir en muy
poco tiempo y no raramente ocurren ciertas "moratorias psicosociales" cuyo objetivo será
darse tiempo en la búsqueda de sí mismo...
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Intimidad-aislamiento. Si la crisis de identidad se resuelve adecuadamente, el individuo
buscará relaciones interpersonales signadas por la intimidad. Y la virtud que deberá
emerger es el amor, no necesariamente asociado a la actividad sexual. El amor se
convierte así en una virtud universal dominante y la intimidad verdadera supone que el
individuo desea compartir con alguien (y resolver mutuamente) aspectos importantes de su
vida.
Para que una intimidad verdadera pueda ocurrir es necesario establecer previamente un
sentido razonable de identidad: solamente quien se siente seguro puede abandonarse en un
compartir mutuo y auténtico con otro. Si tal cosa no se logra, como contrapartida surgirá
el aislamiento ('distanciación' en las palabras de Erikson) que originará problemas
potencialmente más graves. Durante este período el ritual positivo es la afiliación
(relaciones con otros significativos para compartir con ellos) y el negativo es el elitismo
(formación de grupos selectivos).
Generatividad-estancamiento. Establecer realmente la intimidad y resolver el conflicto
de identidad llevará a los individuos entre 25 y 65 años (madurez) a preocuparse por la generación futura. "Generatividad" es una noción muy amplia que incluye sinónimos muy
populares como creatividad y productividad. Tal denominación también incluye la
concepción y la crianza, la producción de ideas y la creación de cosas por el trabajo. La
virtud relevante en este período es el cuidado, una actitud que esencialmente sugiere que
el bienestar de los demás es importante.
Rechazo a los proyectos individuales de generatividad debe conducir a un estancamiento y
empobrecimiento de la personalidad. Es entonces cuando el individuo empieza a sentir
compasión de sí mismo, termina estando demasiado envuelto en su propia protección y no
da importancia al cuidado de los otros. En ciertas circunstancias, la tesis individual de
conseguir al hijo deseado puede ayudar a resolver un poco la bipolaridad del período, pero
no del todo. El ritual negativo de la etapa es el autoritarismo, que por lo general supone
el uso irracional y desmedido de la autoridad. La ritualización se denomina generacional
y supone la enseñanza de valores sociales y morales a la gente joven.
Integridad del yo-desesperación. Es la etapa final de la vida y durante ella hay una
pérdida gradual de la salud y de la fuerza física, además de que también suele ocurrir la
pérdida del empleo, del cónyuge, de los familiares y amigos. Es un período de franca
declinación que también supone pérdida de status por el hecho de envejecer, estar inactivo
y ser considerado inútil... A medida que el individuo ve aproximarse el momento final,
suele practicar una revisión de su vida pasada en términos de logros y fracasos.
Si encuentra que en el plano laboral, matrimonial, familiar, etc., hubo realizaciones
importantes y que, por ello, valió la pena vivir, ocurrirá una integración del yo y la virtud
resultante será la sabiduría. Pero si del análisis retrospectivo el individuo obtiene una
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visión no placentera de la vida y descubre que no queda ya tiempo para plantear
alternativas diferentes, entonces ocurrirá el disgusto y con él algunas dosis de
desesperación. En este último caso la integración del yo no va a realizarse y la vida total
aparecerá como una secuencia de oportunidades desperdiciadas y metas inconclusas. El
ritual negativo en esta etapa final es el sabihondismo, o la pretensión de un saber que no
se tiene, que nada enseña ni contribuye a la integración buscada.
Erikson ha sido criticado por sus explicaciones sobre el desarrollo humano. Una de las
críticas a su sistema es el exagerado optimismo que mantiene con relación a la naturaleza humana,
aparentemente una expansión positiva del notable pesimismo freudiano. Se critica su trabajo también
por estar fundado en bases empíricas poco sólidas y se argumenta que su floreciente prosa deja
problemas conceptuales y teóricos sin aclarar. De todos modos ha resultado ser uno de los grandes
teóricos de la personalidad del siglo XX y un verdadero líder para los afiliados al psicoanálisis
moderno. Y la respuesta a las críticas que se formulan a su sistema tal vez podemos hallarla en
Erikson mismo cuando dice:
"Yo vine a la psicología desde el arte, y aunque ello no lo justifica, sí puede explicar el
hecho de que el lector me vea dibujando fondos y contextos poco claros donde debiera
proponer hechos, datos y conceptos (Erikson, 1963: 17).
Bibliografía
Betthelheim B. (1967). The empty fortress: Infantile autism and the birth of the self. New York: Free Press.
Erikson, E. H. (1963). Childhood and Society. New York: Norton.
Fenichel, O. (1945). The psychoanalytic theory of neurosis. New York: Norton.
Freud, A. (1958). Psychoanalytic study of the child. Adolescence, 13:255-78
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Hartman, H. (1964). Essays on ego psychology. New York: International Universities Press.
Malinowski, B. (1927). Sex and repression in savage society. New York : Harcourt.
Neill, A. S. (1960). Summerhill: A radical approach to child rearing. New York: Hart.
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