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Una etnografía asombrada

2024, Hojas Especulativas

Es posible una colección de palabras etnográficas? Ya las hay, por supuesto; pero no me refiero a un manual de pasos, de instrucciones, de técnicas modulares que funcionan para cualquier caso; ni siquiera de definiciones que tracen fronteras, que distingan. No un diccionario de suturas, sino una colección de transmisiones, de porosidades, de emanaciones. Tendría que ser un archivo de incomodidades e inestabilidades.

HojasEspeculativas N°7 EtnografíaLibélula Índice Índice Etnografía Libelúla Editorial Spectra Cuatro palabras esmeralderas 5 14 y unas notas al pie para una etnografía asombrada Vladimir Caraballo Acuña Relaciones trogloditas 31 Bitácora de una arqueología subalternizada Daniel D. Delfino ¿Cómo abordar la comida y el comer? 48 Una invitación a involucrarnos y prestar atención Erica M. Martinich Dones Guaraní La señora de las palabras abundantes Ana María Ramo Affonsolorerro eatur, cum voluptas eni 64 Etnografía asombrada Artículo Cuatro palabras esmeralderas y unas notas al pie para una etnografía asombrada ¿E s posible una colección de palabras etnográficas? Ya las hay, por supuesto; pero no me refiero a un manual de pasos, de instrucciones, de técnicas modulares que funcionan para cualquier caso; ni siquiera de definiciones que tracen fronteras, que distingan. No un diccionario de suturas, sino una colección de transmisiones, de porosidades, de emanaciones. Tendría que ser un archivo de incomodidades e inestabilidades. No sé si sea posible algo así pero, sin duda, es un ejercicio justificado: las escuelas de antropología en distintos países sobreponen la preparación para el mundo laboral (de resultados, de estancias cortas, de talleres, cuestionarios y “preguntas anzuelo”) al tiempo paciente, atento y laborioso de la etnografía, en el que nos sumamos al ritmo, los intereses y las preguntas de otres. Hay dos hábitos en esta superposición: aquellos que dejan el trabajo de campo para el final, es decir, como mera aplicación de lo leído; y otras, tal vez más inconscientes y sutiles, los que extinguen las contradicciones, las incomodidades y las paradojas usadas por las personas con las que hacemos etnografía. En el primer caso, los formadores extinguen al campo como el lugar del asombro y al asombro como chispa de la que emerge nuevo conocimiento; en el segundo, la obsesión de les etnógrafes por la coherencia (propia y extraña) crea límpidas, armónicas (y falsas) representaciones de las personas o comunidades con quienes trabajamos. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 14 Artículo Una colección de palabras que emanen, sugiero, puede servir de conjuro en contra de estas extinciones que suturan, que clausuran y determinan; por ser emanaciones, estas palabras flotan en la pantalla. Es una colección pequeña, una inauguración apenas hecha con cuatro figuras. Cuatro palabras que no eran mías, que las he aprendido haciendo etnografía, que me han ayudado a pulir la capacidad de asombro y que, espero, puedan hacerlo a quien lea este corto ensayo. Las palabras son: fisura, guaca, mamarracho e y. Las cuatro provienen de la manera como gemólogos, mineros y comerciantes colombianos de esmeraldas se han relacionado durante décadas con las piedras que se encuentran, que tallan y que comercian. Puesto que son emanaciones para un conjuro, no cabe esperar que describan algo, no son representaciones; o, en caso de serlo, lo son de prácticas ambiguas, indeterminadas, difíciles de agarrar. Como las palabras de la brujería, estas palabras son formas de decir que hay algo que no puede ser del todo dicho; son borde y exceso, al mismo tiempo. Estas cuatro palabras son las formas como los esmeralderos fundan aquello que me gusta llamar de pensamiento-esmeralda (Caraballo Acuña, 2022), una forma de hacer y de reflexionar basada en la permanente apertura a lo desconocido, en las insinuaciones más que en las instrucciones, en las escrituras ambiguas y en las mezclas raras. Creo que estas palabras pueden ser el inicio de una colección de palabras para una etnografía que, en este ensayo, aparece como solo podría aparecer: en las notas al pie. Una etnografía en notas al pie que en lugar de preexistir a los pies (las bocas, las manos, los ojos) de las personas con quienes trabajamos, emerge de ellos, se une a sus ritmos. Solo con el tiempo –y tal vez, al final de este ensayo–, puede ir tomando la forma de cuerpo, de cuerpo del texto; por ahora, parece ser que su lugar más indicado ese, el de los pies. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 15 Artículo Los esmeralderos colombianos saben construir archivos extraños. Llevan mucho tiempo especializándose en el diseño de ambigüedades y contradicciones: saben estar atentos e indiferentes –al mismo tiempo– como conjuro para invocar el asombro; saben hablar y moverse en la sospecha de una aparición sin espantarla; saben hacer combinaciones extrañas para el sentido común; escriben garabatos para confundirse a ellos mismos y a los demás y, aun así, seguir conectándose. Los esmeralderos colombianos se mueven con jolgorio en las paradojas, las sospechas y los garabatos para provocar siempre la apertura a algo desconocido y extraño, al asombro y la sorpresa. Holman, un amigo gemólogo que trabajaba en un laboratorio gemológico en Bogotá, sueña con un agujero. Sabe que está dentro de una esmeralda. Se asoma curioso y angustiado. El agujero es negro, pero solo al comienzo. Luego de un momento, se transforma. La negritud profunda desaparece por un momento y Holman debe entrecerrar los ojos para no encandilarse con el brillo verde que ahora emerge de la grieta. Sabe que en su interior se esconde algo y la sospecha lo tienta, lo provoca; pero no puede ver bien. Cuando se ha acostumbrado un poco más a la luz verde, la grieta vuelve a transformarse para dar lugar a un conjunto de variaciones tornasoladas similares a un arcoíris. La sospecha persiste. Holman podría divertirse con esto. Podría hacerlo porque, afuera del sueño, disfruta fotografiando los “jardines” de las esmeraldas, esa suerte de ilusiones ópticas en las que la luz se transforma al encontrarse con fisuras, gotas de agua, trozos de cuarzo y gases al interior de las piedras. Holman podría sonreír porque muchas veces ha visto fisuras como esta, y efectos ópticos como este, a través de los dispositivos del laboratorio. Pero no sonrió durante el sueño. La tensión de saber que había algo en la grieta y no podía conocerlo, la tensión siniestra de la presencia de lo extraño en lo familiar, hizo Hojas Especulativas, nº 7 • p. 16 fisuras Ilustración 1 Fisura en una esmeralda (Holman Alvarado) del sueño una suerte de pesadilla de la que, durante varios días, Holman se despertó inquieto. Los gemólogos como Holman, los talladores como Yovanny Alba –con quien intenté aprender a tallar esmeraldas–, los comerciantes como Víctor Castañeda –de quien aprendí el comercio de las piedras–, usan las fisuras para pensar. Holman, por ejemplo, me dice que las fisuras le hablan mucho. Le hablan de la historia geológica de la piedra, le hablan de la manera como fue tallada, y le hablan de si fueron o no usadas sustancias para embellecer la piedra. Asomarse a ellas –en el sueño o en el laboratorio– es hacer aparecer la inquietud, el misterio y la posibilidad de la sorpresa. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 17 Artículo Nota1 Hacer etnografía puede consistir en pensar con las fisuras, como lo hacen los esmeralderos. Esto quiere decir: a) pensar desde la sospecha, y no desde la comprobación; b) pensar con lo que no está, pero cuya presencia toma forma de atmósfera afectiva difícil de describir; c) pensar desde la especulación, y no siempre desde la certeza. Al final del ensayo podrán encontrarse un par de etnografías que van en este sentido La paradoja del agujero, dice Kim Beil en In Pursuit of the Hole (Beil, 2022), consiste en que indica la importancia de algo, pero lo hace por medio de la ausencia. Pensar con las fisuras de las piedras es pensar con una ausencia, pero también con una posibilidad; con la posibilidad de que rindan testimonio de la historia geológica del planeta, de la manera como el tallador puso sus manos sobre ella, o del paso de otras sustancias. Pensar con las esmeraldas es comprometerse con la sospecha como forma de conocimiento, con la presencia de lo ausente, de lo que estuvo, y de lo que puede estar.1 Enguacarse es dejarse sorprender por la aparición de una esmeralda entre el barro o en una piedra; enguacarse también es encontrarse con un efecto óptico inesperado mientras un tallador talla la piedra en su taller (ver imagen 2); enguacarse, también, es vender cara una piedra que se compró muy barata. Enguacarse, siempre, es presenciar una sorpresa. Ilustración 2 Efecto “Gota de Aceite” (Holman Alvarado) enguacarse Hojas Especulativas, nº 7 • p. 18 Artículo No cualquiera se enguaca. A mí, los mineros, talladores y comerciantes me enseñaron que había que “disponerse” para la enguacada. Disponerse para la enguacada es: esconder la ansiedad si uno va caminando en las laderas montañosas, si uno está levantando tierra con la pala, si uno está tallando, o si uno está comerciando; disponerse para la enguacada es también conocer las técnicas para caminar, para saber levantar la tierra con la pala, para tomar las medidas durante la talla, y para saber ponerle precio a una piedra; y, sobre todo, disponerse a la enguacada es evitar que los pies que caminan, las manos que bambolean la pala y que tallan la piedra, o la boca y la garganta que pronuncian precios, busquen producir un resultado esperado (encontrar, dar forma o conmensurar); en su lugar, la disposición a la sorpresa consiste en que estos gestos produzcan la posibilidad, un espacio indeterminado en el que la guaca pueda emerger. La imposición, la impaciencia, la predicción, espantan la aparición. José Emiro Chaparro, y muchos otros guaqueros de la región minera al occidente del Departamento de Boyacá en Colombia, tienen un nombre para esto: “como por no dejar”. Hacer como por no dejar es la única disposición que puede insinuar la posibilidad de la sorpresa. Escarbar la tierra, tallar y transar esmeraldas como por no dejar es hacer lo que debe hacerse, a sabiendas de que lo que ocurra no depende de uno sino de algo que, en últimas, es excesivo, que excede la comprensión pero nos afecta y nos transforma. La disposición para la sorpresa es ambigua, entre la concentración enfocada y la distracción creativa; debido a la incapacidad humana para enfocarse de manera persistente, y la propensión a saltar de un pensamiento a otro, es que podemos crear maravillas accidentales, dice Marina van Zuylen en The plenitude of Distraction; deberíamos considerar cómo luce ese espacio intermedio entre atención focalizada y distracción (van Zuylen, 2017, p. 13 y ss). Sin la ambigüedad de la disposición, no hay sorpresa posible. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 19 Artículo Puedo decir que yo aprendí a hacer etnografía al mismo tiempo que aprendí a escarbar la tierra, tallar y comerciar esmeraldas. Cuando releo estas palabras, siento que estoy leyendo la forma de mi etnografía. Este ensayo parte de suponer que la etnografía se parece mucho al trabajo de los esmeralderos. Como conjuro, busca sugerir un contagio entre los dos trabajos. Por eso me gusta pensar que los mejores momentos de la etnografía son enguacadas: aquellos momentos en los que (durante el campo, escribiendo a mano o frente a la pantalla del computador) aparece una conexión inesperada que, con paciencia, puede terminar tomando la forma de un argumento. En las esmeraldas y en la etnografía, lo mejor aparece como una interrupción que perturba y distrae, una interrupción en la que las cosas se desvían de su curso y abren la experiencia a una potencial variación2. Nota2 Entonces: ¿cómo sería una etnografía enguacada, hecha de la manera como guaqueros, talladores y comerciantes buscan enguacarse? Creo que esta etnografía implicaría: a) diseñar una atención enfocada en aprender detalladamente las formas de hacer de las personas con quienes trabajamos; b) ejercitar la capacidad de distracción que produce saltos y que, en lugar de dispersar, pueden generar conexiones insospechadas; c) terminar por construir cierta atención ambigua que, entre la focalización y la distracción, nos dispone a la sorpresa. Durante las décadas de los años 60 y 70, en Colombia las esmeraldas colombianas se encontraban en cualquier lugar: en el pescuezo de una gallina, atascadas en las herraduras de un caballo, enredadas entre las raíces de una yuca, o en la guarida de un animal montaraz. Los esmeralderos resumen ese período como “la bonanza esmeraldera”. Como había tanta esmeralda y tanto dinero (y tanta cerveza, y tantas fiestas, y tantos entierros), todo parecía mezclarse con todo; las fronteras entre lo que podía cambiarse y lo que debía mantenerse aislado, se volvieron porosas. En este contexto, la palabra “mamarracho” era usada de manera despectiva para referirse a una práctica específica: la forma en la que los esmeralderos se vestían. “Todos nos vestíamos como mamarrachos”, me dijo hace unos años el finado Luis Montenegro (otrora comerciante de esmeraldas); “nada combinaba con nada”. La antropóloga colombiana María Victoria Uribe decía que los esmeralderos eran visto como personas de mal gusto por los habitantes de la capital: Hojas Especulativas, nº 7 • p. 20 mamarracho garabato Artículo “visten con telas brillantes y usan collares y pulseras de oro con esmeraldas en el cuello y en las muñecas […]. Al respecto nos decía un tallador de piedras de la capital: ‘Aquí en Bogotá nos vestimos de paño oscuro y no de payasos como los esmeralderos’” (Uribe, 1992, p. 49). Mi padre, bogotano, me contó que unos conocidos esmeralderos lo habían invitado alguna vez a una borrachera en la que probarían “una champaña carísima”, le dijeron, “la que tomaban los reyes de Francia”. Luego de varias botellas, me contó mi papá, decidieron que el distinguido líquido era muy desabrido, razón por la cual comenzaron a alternar los tragos de champaña con tragos de aguardiente –una populosa bebida colombiana hecha de anís–. Combinaciones inadecuadas, indebidas, mal vistas; confusas. En la actualidad los comerciantes usan una palabra muy similar para referirse a otra mezcla confusa: “garabatos”. Aunque los comerciantes no suelen llevar por escrito las cuentas de sus transacciones, cuando lo hacen lo hacen “como sin querer”: anotan no solo en cualquier lugar sino, además, con “garabatos”, es decir, con anotaciones poco legibles incluso para ellos mismos. Qué incomodidad: gente de mal gusto, en un caso; gente que no lleva bien sus cuentas, que no sabe calcular, en otro. Creo que los mamarrachos y los garabatos se parecen en que son formas deliberadas de crear la confusión: en un caso se confunden las fronteras (qué debe ser combinado con qué al momento de vestirse) y en otro se confunden las letras, la escritura, las formas. La pregunta es, ¿para qué? ¿Para qué provocar confusiones que los ponen en aprietos, que dificultan las cosas en lugar de facilitarlas? Lo que siempre me ha fascinado es que, en lugar de impedir los encuentros, en lugar de arruinar las conexiones, los mamarrachos y los Hojas Especulativas, nº 7 • p. 21 Artículo Nota3 Me imagino, entonces, una suerte de etnografía mamarracha, de etnografía garabata, que debe estar atenta a la coherencia (nuestra y de las personas con las que trabajamos en campo) pero, también, a lo que no combina, a lo que no encaja. Esta etnografía debe: a) ver en la ambigüedad, las contradicciones y las confusiones de las personas con quienes hacemos campo insumos etnográficos, prácticas por derecho propio; b) hacer de los momentos, personas o episodios de incomodidad en el campo, el origen mismo de nuestras reflexiones etnográficas; c) tener la capacidad de trazar relaciones raras, insospechadas, de fundar resonancias. Sospecho que son esos mamarrachos y garabatos los que perturban y distraen; es en ellos en donde las cosas se desvían de su curso y producen la sorpresa. En este camino, estar atento a las resonancias resulta muy útil: de un lado, las resonancias se refieren a momentos afectivos en los que sospechamos que hay algo importante; de otro, a la manera como esos momentos se conectan (más poética que lógicamente) con otros momentos aparentemente desconectados. garabatos las habilitan… ¡pero desde la confusión! Los garabatos y los mamarrachos son formas muy específicas de hacer las cosas; son formas que nos enseñan que (como las otras maneras para disponerse a la sorpresa) la confusión puede ser una forma de conexión. Y, entonces, podemos pensar: ¿Qué ocurre si en nuestros trabajos de campo ponemos atención a los momentos de confusión, nuestros y de las personas con quienes trabajamos?, ¿qué ocurre si afinamos la atención etnográfica para fijarnos en episodios específicos en los que las personas se confunden?, ¿y qué ocurre si, en lugar de tomárnoslos como errores, les damos su lugar y nos preguntamos si son formas deliberadas de trazar relaciones?3 Una última figura: y. Tómense el tiempo para ver con calma el trabajo fotográfico de Ana Núñez sobre las esmeraldas colombianas. Ilustración 3 Flower Rock. Fotografía de Ana Núñez Hojas Especulativas, nº 7 • p. 22 Ilustración 4 Flower Rock. Fotografía de Ana Núñez Hojas Especulativas, nº 7 • p. 23 Artículo Hacen parte de Flor de Roca, una propuesta en la que la fotógrafa quiso “hablar de la guaquería de forma elusiva, mirando hacia un costado en lugar de enfocar de frente” (Núñez, 2018). Porque, como he mostrado, mirar con elusión, mirar “como sin querer”, parece ser la mejor forma de acercarse a las esmeraldas como entidades que exceden la presencia y punzan la mirada, que exceden la fijación clara y prístina, que instigan la sospecha y la especulación como formas de conocimiento.4 Nota4 El filósofo francés Roland Barthes llamó a estas presencias extrañas punctum. Decía Barthes: “No soy yo quien va a buscarlo [...], es él quien sale a escena como una flecha y viene a punzarme. Punctum es pinchazo, agujerito, pequeña mancha (…); es ese azar que en la fotografía me “despunta” (pero que también me lastima, me punza)” (Barthes, 1980). ¿Es esa la misma mirada de la etnografía? Tal vez es en ellos, en los punctums –ya no solo de las fotografías sino del campo y la escritura–, en donde están las perturbaciones y distracciones en las que las cosas se desvían de su curso, abriendo la experiencia a una potencial variación (Ingold, 2018, p. 75). La mirada elusiva de guaqueros, talladores y comerciantes –y la mirada de estas fotografías– no es la mirada del o –de la separación, de la discreción y las suturas– sino la mirada del y –del mamarracho, del contagio y la transmisión–. Mirar y volver a mirar; mirar por un lado y mirar por el otro; mirar y no mirar. Las esmeraldas se buscan y no se buscan; son verdes y rojas; amarillas y verdes y azules; son mercancías y son espectros; son luz e interrupción de luz; son forma y son exceso; son presencia y son ausencia. Las mejores cosas que aprendemos en el campo nos llegan como confusiones. Entre muchas que llegaron durante mi trabajo de campo doctoral, hubo una conjunción, un mamarracho, una y, difícil de aprehender: “las esmeraldas tienen precio y no tienen precio”. No se trata de momentos distintos, uno en el que la esmeralda es inalienable y otro en el que se convierte en mercancía; aquí el lenguaje clásico de la antropología económica no era suficiente. En este caso la y abre una fisura al interior de la cual es posible enguacarse. Cuando en medio de una transacción monetaria mi amigo Víctor Castañeda me decía “Vladimir, es que las esmeraldas no tienen precio”, estaba haciendo un mamarracho, escribiendo un garabato, creando una combinación para insertar lo extraño en lo familiar. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 24 Artículo Nota5 Una etnografía del y a) está atenta a las oposiciones invocadas por las personas, y evita aquellas impuestas o supuestas por el etnógrafo; b) en caso de que sean relevantes, en lugar de considerarlas como estructuras entiende que son recursos en permanente transformación; c) ante todo, es una etnografía en la que podemos ubicarnos en el terreno de la ambigüedad y las contradicciones para mostrar cómo de ellas emergen conocimientos situados. En Not knowing, por ejemplo, Marisol de la Cadena (de la Cadena, 2021) nos cuenta que fue de su trabajo colaborativo con Mariano y Nazario Turpo en Perú que aprendió la importancia del “no solo…” (not only). Dice: “No sólo sugiere que las entidades –o incluso el orden de las cosas– también pueden ser distintas de lo que sabemos que son y de la manera como existen. No es una fórmula para añadir posibilidades conocidas con el fin de hacer una lista de cosas, ni para denotar condiciones que se combinan para ser otra cosa (por ejemplo: no sólo negro, también blanco y, por lo tanto, mulato). Más bien, no sólo da cabida a presencias que podrían cuestionar lo que sabemos, las formas en que lo sabemos, e incluso sugerir nuestra imposibilidad de saber sin que dicha imposibilidad anule esas presencias; no sólo permite que las entidades se plieguen unas a otras y se superen mutuamente” (253). Porque, en efecto, las esmeraldas tienen precio y no tienen precio al mismo tiempo. Y es justamente la extrañeza que se crea en este “al mismo tiempo”, es la indefinición de la fisura, el y propio de la alquimia, el que permite el regateo como forma económica: la compleja interacción en la que un comerciante declara un precio y luego su colega declara otro y luego alguno hace un chiste y luego el otro se ríe y luego alguno pronuncia otro precio y luego el otro cuenta una historia y… así sucesivamente hasta que surge un precio final, o hasta que cada uno sigue su camino para repetir la escena unos metros más adelante (Caraballo Acuña, 2023). Los esmeralderos usan los y para unir cosas usualmente incompatibles y para fundar el espacio en medio, la fisura, la indefinición que vemos en las fotografías de Núñez. Allí, es posible sospechar que siempre hay algo distinto, una nueva conexión inesperada, algo que vibra e interrumpe el curso natural de las cosas5. ¿Qué etnografía podemos especular a partir de esta pequeña colección de palabras esmeralderas? ¿Cómo es esa etnografía a pie de página? Hay dos cosas que siempre me han llamado la atención como docente de etnografía. La primera es la sorpresa de les estudiantes cuando les cuento chascos, achantes, errores o vergüenzas, míos y de otres colegues, durante nuestras etnografías; aquellos tantos momentos en los que somos motivos de burla; tantos otros en los que no sabemos qué hacer; en los que nos cuelgan el teléfono; en los que nos incumplen las citas; en los que nos aburrimos; en los que nos cansamos y queremos salir huyendo a otro lugar. Contar estas historias, siempre divertidas, suele provocar dos cosas: de un lado, desarman la idea del le etnógrafe exitose, excéntrique, que siempre cae bien, que Hojas Especulativas, nº 7 • p. 25 Artículo siempre es bien recibide, que tiene claro a qué va, qué debe decir, cómo debe preguntar, con quién debe hablar. Las mejores etnografías son justamente esas, las que ponen al frente la vulnerabilidad (cognitiva —cómo no— pero, también, corporal) de le etnógrafe (ver por ejemplo Guzmán Peñuela & Suárez Guava, 2021). Y, de otro lado, contar estas historias le hace saber a les estudiantes que sus angustias y dudas no solo no son excepcionales sino que, tal vez, es posible que hagan parte del oficio etnográfico mismo (Cinzia Greco, por ejemplo, nos invita a pensar una etnografía autista). En este sentido, la segunda cosa es la fuerza etnográfica que tienen esas personas, momentos o sensaciones verdaderamente incómodas de su campo, cualquier cosa con la que no hayan sabido qué hacer pero que siga vibrando de alguna manera: las miradas indefinibles y pesadas en un territorio despejado para guerrilleros desmovilizados; el recorrido de una tubería que cuenta la historia de un barrio popular de nombre afortunado –“El garabato”–, y el borracho que yace agotado contra una tela verde que traza la frontera con un barrio de clase alta; las manos de una señora que van trazando la geografía mortuoria de un pueblo en donde “la gente se muere sin saber cuándo ni por qué”; el tic desbordado e inexplicable que ataca de repente el ojo izquierdo de una señora que, en una constelación familiar, encarna al abuelo muerto de una joven con depresión; la historia de ficción que resuelve el dilema de cómo contar violencias de género sin exponer a personas allegadas…. Estas figuras funcionan, volviendo al inicio del ensayo, como un conjuro que consiste en invocar el desconcierto (Verran, 2023) y extraerlo, palearlo y tallarlo para abrir con él una fisura desde la cual especular, desde la cual pensar lo que puede-estar, lo que anuncia su importancia desde la ausencia. Es como una enguacada –suelo decir Hojas Especulativas, nº 7 • p. 26 Artículo en las clases–: si extraen ese desconcierto de color verde, todo puede iluminarse de formas que no podían haber sido previstas: la inquietud por las miradas en el territorio despejado resuena con otras formas de mirar durante la guerra; la importancia de la tubería detona una historia contada por ella misma, por la tubería; los gestos geográficos de la señora derivan en una investigación sobre los gestos en el conflicto armado; el tic en el ojo nos impulsa a pensar en los brazos, las piernas, las miradas y los abrazos como entidades que reformulan la idea de parentesco; y la historia de ficción usada por la etnógrafa impulsa preguntas sobre las estructuras narrativas de las historias mismas sobre violencias basadas en género. La etnografía producida por mi relación con los esmeralderos está dispuesta a pensar desde las sensaciones difíciles de definir pero que, usualmente, definen las vidas de las personas con las que trabajamos y de nosotros mismos. Es una etnografía en la que aprendemos concentrándonos en las específicas y difíciles formas de hacer de las personas y en la que, al mismo tiempo, podemos abrir el foco, distraernos de ellas, para dar saltos entre palabras, momentos, espacios, personas, apariencias, aparentemente disímiles pero resonantes. En una etnografía que emane de palabras esmeralderas como las aquí descritas, reconocemos y usamos las ambigüedades y las contradicciones, y no solo a la coherencia, como formas de conexión. Una etnografía asombrada está comprometida siempre con lo que aún-no-está, está comprometida con la permanente apertura, con la creación permanente de fisuras que sabotean los cierres y las fijaciones. Todo pareciera indicar que es de esas figuras indefinidas de donde debería emerger la teoría etnográfica. Una teoría etnográfica tal vez huidiza ante al rigor entendido como la aplicación de conceptos y técnicas modulares, y cercana más bien a la plasticidad que emerge de las singularidades sorpresivas, primero, y crea resonancias para el análisis, después. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 27 Artículo Como sea: los archivos están también constituidos por las ausencias, los vacíos, los fallos. De ellos también está hecho este ensayo. Etnografías sugeridas De la nota al pie 1 Beil, K. (2022). In pursuit of the hole. Recuperado el 4 de marzo de 2024, de https://aeon.co/essays/the-history-of-holes-tells-a-story-ofpower-and-potential?fbclid=IwAR3tcpiYE1Cl7SnT38E37p0Lncdr ZD6AQpSyl7oh2J_L6j4oRpoDJX4GEI0 Orrantia, J. (2010). “En la corriente viajan…”. Revista Colombiana de Antropología, 46(1), 187–206. Peirano, M. (2021). Etnografía no es método. Antípoda, 1(44), 29–43. De la nota al pie 2 Martínez Medina, S. (2021). Anatomización. Una disección etnográfica de los cuerpos. Bogotá: Universidad de los Andes. van Zuylen, M. (2017). The Plenitude of Distraction. New York: Sequence Press. De la nota al pie 3 Caraballo Acuña, V. (2023). Los precios de las esmeraldas colombianas. Formas parasitarias de habitar la formalización minera en Colombia. Journal of Latin American and Caribbean Anthropology. Lepselter, S. (2016). The Resonance of Unseen Things. Poetics, Power, Captivity, and UFOs in the American Uncanny. Ann Arbor: University of Michigan Press. Messeri, L. (2017). Resonant worlds: Cultivating proximal encounters in planetary science. American Ethnologist, 44(1), 131–142. De las notas al pie 4 y 5 Barthes, R. (1980). La cámara lúcida (2016a ed.). Barcelona: Paidós. de la Cadena, M. (2021). Not knowing. In the Presence of... En A. Ballestero & B. Ross Winthereik (Eds.), Experimenting with Hojas Especulativas, nº 7 • p. 28 Artículo Ethnography. A Companion to Analysis (pp. 246–256). Durham: Duke University Press. Ingold, T. (2018). Llevando la vida. Antropología y educación (2022a ed.). Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado. Meintjes, L. (2017). Dust of the Zulu. Gnoma aesthetic after Apartheid. Durham y Londres: Duke University Press. Fuentes citadas Caraballo Acuña, V. (2022). “Como sin querer la cosa”. Insinuaciones e indeterminación en los encuentros entre esmeralderos y esmeraldas en Colombia. Revista Colombiana de Antropología, 58(1), 235–259. Núñez, A. (2018, marzo). Flor de Roca. El malpensante, (194), 62–69. Guzmán Peñuela, L., & Suárez Guava, L. A. (2021). Acompañemos la vida en el trabajo material. Una propuesta de indagación antropológica. Revista Colombiana de Antropologia, 58(1), 175–205. Uribe, M. V. (1992). Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos. Bogotá: Cinep. Verran, H. (2023). How to Use Disconcertment as Ethnographic Field Device. En An Ethnographic Inventory. Field Devices for Anthropological Enquiry (pp. 43–51). Vladimir Caraballo Acuña Inició su formación en la sociología y los estudios culturales en Colombia, y luego se fue a México a aprender antropología. Es papá de Ignacio y Matilde, tenista frustrado, caminante obsesivo y lector desordenado de literatura. Tiene un ojo vago que, relacionado con sus confusiones disciplinares, ha alimentado su interés por las paradojas y las contradicciones como formas de crear y sostener el asombro. En ese camino ha trabajado con paramilitares colombianos para entender sus ideas de orden; con procesos locales de construcción de paz para entender el papel de las ausencias en escenarios violentos; y, desde la última década, con mineros, talladores y comerciantes de esmeraldas para aprender a contradecirse. Desde hace unos años es profesor de antropología en la Universidad de Antioquia (Colombia) y editor de la Revista Colombiana de Antropología. Hojas Especulativas, nº 7 • p. 29