HojasEspeculativas
N°7 EtnografíaLibélula
Índice
Índice
Etnografía Libelúla
Editorial Spectra
Cuatro palabras
esmeralderas
5
14
y unas notas al pie para una etnografía asombrada
Vladimir Caraballo Acuña
Relaciones trogloditas
31
Bitácora de una arqueología subalternizada
Daniel D. Delfino
¿Cómo abordar la comida
y el comer?
48
Una invitación a involucrarnos y prestar atención
Erica M. Martinich
Dones Guaraní
La señora de las palabras abundantes
Ana María Ramo Affonsolorerro eatur, cum voluptas eni
64
Etnografía asombrada
Artículo
Cuatro palabras
esmeralderas
y unas notas al pie para una
etnografía asombrada
¿E
s posible una colección de palabras etnográficas?
Ya las hay, por supuesto; pero no me refiero a un
manual de pasos, de instrucciones, de técnicas
modulares que funcionan para cualquier caso; ni siquiera
de definiciones que tracen fronteras, que distingan.
No un diccionario de suturas, sino una colección de
transmisiones, de porosidades, de emanaciones. Tendría
que ser un archivo de incomodidades e inestabilidades.
No sé si sea posible algo así pero, sin duda, es un ejercicio
justificado: las escuelas de antropología en distintos países
sobreponen la preparación para el mundo laboral (de
resultados, de estancias cortas, de talleres, cuestionarios y
“preguntas anzuelo”) al tiempo paciente, atento y laborioso
de la etnografía, en el que nos sumamos al ritmo, los
intereses y las preguntas de otres. Hay dos hábitos en esta
superposición: aquellos que dejan el trabajo de campo para
el final, es decir, como mera aplicación de lo leído; y otras,
tal vez más inconscientes y sutiles, los que extinguen las
contradicciones, las incomodidades y las paradojas usadas
por las personas con las que hacemos etnografía. En el
primer caso, los formadores extinguen al campo como
el lugar del asombro y al asombro como chispa de la que
emerge nuevo conocimiento; en el segundo, la obsesión
de les etnógrafes por la coherencia (propia y extraña) crea
límpidas, armónicas (y falsas) representaciones de las
personas o comunidades con quienes trabajamos.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 14
Artículo
Una colección de palabras que emanen, sugiero,
puede servir de conjuro en contra de estas extinciones
que suturan, que clausuran y determinan; por ser
emanaciones, estas palabras flotan en la pantalla. Es una
colección pequeña, una inauguración apenas hecha con
cuatro figuras. Cuatro palabras que no eran mías, que las
he aprendido haciendo etnografía, que me han ayudado
a pulir la capacidad de asombro y que, espero, puedan
hacerlo a quien lea este corto ensayo. Las palabras son:
fisura, guaca, mamarracho e y.
Las cuatro provienen de la manera como gemólogos,
mineros y comerciantes colombianos de esmeraldas se
han relacionado durante décadas con las piedras que
se encuentran, que tallan y que comercian. Puesto que
son emanaciones para un conjuro, no cabe esperar que
describan algo, no son representaciones; o, en caso de serlo,
lo son de prácticas ambiguas, indeterminadas, difíciles de
agarrar. Como las palabras de la brujería, estas palabras
son formas de decir que hay algo que no puede ser del todo
dicho; son borde y exceso, al mismo tiempo. Estas cuatro
palabras son las formas como los esmeralderos fundan
aquello que me gusta llamar de pensamiento-esmeralda
(Caraballo Acuña, 2022), una forma de hacer y de reflexionar
basada en la permanente apertura a lo desconocido, en
las insinuaciones más que en las instrucciones, en las
escrituras ambiguas y en las mezclas raras. Creo que estas
palabras pueden ser el inicio de una colección de palabras
para una etnografía que, en este ensayo, aparece como solo
podría aparecer: en las notas al pie.
Una etnografía en notas al pie que en lugar de preexistir
a los pies (las bocas, las manos, los ojos) de las personas
con quienes trabajamos, emerge de ellos, se une a sus
ritmos. Solo con el tiempo –y tal vez, al final de este
ensayo–, puede ir tomando la forma de cuerpo, de cuerpo
del texto; por ahora, parece ser que su lugar más indicado
ese, el de los pies.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 15
Artículo
Los esmeralderos colombianos saben construir archivos
extraños. Llevan mucho tiempo especializándose en el
diseño de ambigüedades y contradicciones: saben estar
atentos e indiferentes –al mismo tiempo– como conjuro
para invocar el asombro; saben hablar y moverse en la
sospecha de una aparición sin espantarla; saben hacer
combinaciones extrañas para el sentido común; escriben
garabatos para confundirse a ellos mismos y a los demás
y, aun así, seguir conectándose. Los esmeralderos
colombianos se mueven con jolgorio en las paradojas, las
sospechas y los garabatos para provocar siempre la apertura
a algo desconocido y extraño, al asombro y la sorpresa.
Holman, un amigo gemólogo que trabajaba en un
laboratorio gemológico en Bogotá, sueña con un agujero.
Sabe que está dentro de una esmeralda. Se asoma curioso
y angustiado. El agujero es negro, pero solo al comienzo.
Luego de un momento, se transforma. La negritud profunda
desaparece por un momento y Holman debe entrecerrar
los ojos para no encandilarse con el brillo verde que ahora
emerge de la grieta. Sabe que en su interior se esconde algo
y la sospecha lo tienta, lo provoca; pero no puede ver bien.
Cuando se ha acostumbrado un poco más a la luz verde, la
grieta vuelve a transformarse para dar lugar a un conjunto
de variaciones tornasoladas similares a un arcoíris.
La sospecha persiste.
Holman podría divertirse con esto. Podría hacerlo
porque, afuera del sueño, disfruta fotografiando los
“jardines” de las esmeraldas, esa suerte de ilusiones
ópticas en las que la luz se transforma al encontrarse con
fisuras, gotas de agua, trozos de cuarzo y gases al interior
de las piedras. Holman podría sonreír porque muchas
veces ha visto fisuras como esta, y efectos ópticos como
este, a través de los dispositivos del laboratorio.
Pero no sonrió durante el sueño. La tensión de saber
que había algo en la grieta y no podía conocerlo, la tensión
siniestra de la presencia de lo extraño en lo familiar, hizo
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 16
fisuras
Ilustración 1 Fisura en una esmeralda (Holman Alvarado)
del sueño una suerte de pesadilla de la que, durante varios
días, Holman se despertó inquieto.
Los gemólogos como Holman, los talladores como
Yovanny Alba –con quien intenté aprender a tallar
esmeraldas–, los comerciantes como Víctor Castañeda
–de quien aprendí el comercio de las piedras–, usan las
fisuras para pensar. Holman, por ejemplo, me dice que las
fisuras le hablan mucho. Le hablan de la historia geológica
de la piedra, le hablan de la manera como fue tallada,
y le hablan de si fueron o no usadas sustancias para
embellecer la piedra. Asomarse a ellas –en el sueño o en el
laboratorio– es hacer aparecer la inquietud, el misterio y
la posibilidad de la sorpresa.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 17
Artículo
Nota1
Hacer etnografía puede
consistir en pensar con las
fisuras, como lo hacen los
esmeralderos.
Esto quiere decir: a) pensar
desde la sospecha, y no desde
la comprobación; b) pensar
con lo que no está, pero cuya
presencia toma forma de
atmósfera afectiva difícil de
describir; c) pensar desde la
especulación, y no siempre
desde la certeza.
Al final del ensayo podrán
encontrarse un par de
etnografías que van en este
sentido
La paradoja del agujero, dice Kim Beil en In Pursuit of
the Hole (Beil, 2022), consiste en que indica la importancia
de algo, pero lo hace por medio de la ausencia. Pensar
con las fisuras de las piedras es pensar con una ausencia,
pero también con una posibilidad; con la posibilidad de
que rindan testimonio de la historia geológica del planeta,
de la manera como el tallador puso sus manos sobre ella,
o del paso de otras sustancias. Pensar con las esmeraldas
es comprometerse con la sospecha como forma de
conocimiento, con la presencia de lo ausente, de lo que
estuvo, y de lo que puede estar.1
Enguacarse es dejarse sorprender por la aparición de una
esmeralda entre el barro o en una piedra; enguacarse
también es encontrarse con un efecto óptico inesperado
mientras un tallador talla la piedra en su taller (ver imagen
2); enguacarse, también, es vender cara una piedra que se
compró muy barata. Enguacarse, siempre, es presenciar
una sorpresa.
Ilustración 2 Efecto “Gota de Aceite” (Holman Alvarado)
enguacarse
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 18
Artículo
No cualquiera se enguaca. A mí, los mineros, talladores y
comerciantes me enseñaron que había que “disponerse”
para la enguacada. Disponerse para la enguacada es:
esconder la ansiedad si uno va caminando en las laderas
montañosas, si uno está levantando tierra con la pala, si uno
está tallando, o si uno está comerciando; disponerse para la
enguacada es también conocer las técnicas para caminar,
para saber levantar la tierra con la pala, para tomar las
medidas durante la talla, y para saber ponerle precio a
una piedra; y, sobre todo, disponerse a la enguacada es
evitar que los pies que caminan, las manos que bambolean
la pala y que tallan la piedra, o la boca y la garganta que
pronuncian precios, busquen producir un resultado
esperado (encontrar, dar forma o conmensurar); en su lugar,
la disposición a la sorpresa consiste en que estos gestos
produzcan la posibilidad, un espacio indeterminado en el
que la guaca pueda emerger. La imposición, la impaciencia,
la predicción, espantan la aparición.
José Emiro Chaparro, y muchos otros guaqueros de la
región minera al occidente del Departamento de Boyacá en
Colombia, tienen un nombre para esto: “como por no dejar”. Hacer como por no dejar es la única disposición que
puede insinuar la posibilidad de la sorpresa. Escarbar la
tierra, tallar y transar esmeraldas como por no dejar es hacer lo que debe hacerse, a sabiendas de que lo que ocurra no
depende de uno sino de algo que, en últimas, es excesivo,
que excede la comprensión pero nos afecta y nos transforma. La disposición para la sorpresa es ambigua, entre la
concentración enfocada y la distracción creativa; debido a
la incapacidad humana para enfocarse de manera persistente, y la propensión a saltar de un pensamiento a otro,
es que podemos crear maravillas accidentales, dice Marina
van Zuylen en The plenitude of Distraction; deberíamos considerar cómo luce ese espacio intermedio entre atención
focalizada y distracción (van Zuylen, 2017, p. 13 y ss). Sin la
ambigüedad de la disposición, no hay sorpresa posible.
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Artículo
Puedo decir que yo aprendí a hacer etnografía al mismo
tiempo que aprendí a escarbar la tierra, tallar y comerciar
esmeraldas. Cuando releo estas palabras, siento que estoy
leyendo la forma de mi etnografía. Este ensayo parte de
suponer que la etnografía se parece mucho al trabajo de
los esmeralderos. Como conjuro, busca sugerir un contagio
entre los dos trabajos. Por eso me gusta pensar que los
mejores momentos de la etnografía son enguacadas:
aquellos momentos en los que (durante el campo,
escribiendo a mano o frente a la pantalla del computador)
aparece una conexión inesperada que, con paciencia,
puede terminar tomando la forma de un argumento. En las
esmeraldas y en la etnografía, lo mejor aparece como una
interrupción que perturba y distrae, una interrupción en la
que las cosas se desvían de su curso y abren la experiencia
a una potencial variación2.
Nota2
Entonces: ¿cómo sería una
etnografía enguacada,
hecha de la manera como
guaqueros, talladores
y comerciantes buscan
enguacarse? Creo que
esta etnografía implicaría:
a) diseñar una atención
enfocada en aprender
detalladamente las formas
de hacer de las personas
con quienes trabajamos;
b) ejercitar la capacidad de
distracción que produce
saltos y que, en lugar de
dispersar, pueden generar
conexiones insospechadas; c)
terminar por construir cierta
atención ambigua que, entre
la focalización y la distracción,
nos dispone a la sorpresa.
Durante las décadas de los años 60 y 70, en Colombia las
esmeraldas colombianas se encontraban en cualquier
lugar: en el pescuezo de una gallina, atascadas en las
herraduras de un caballo, enredadas entre las raíces
de una yuca, o en la guarida de un animal montaraz.
Los esmeralderos resumen ese período como “la
bonanza esmeraldera”. Como había tanta esmeralda y
tanto dinero (y tanta cerveza, y tantas fiestas, y tantos
entierros), todo parecía mezclarse con todo; las fronteras
entre lo que podía cambiarse y lo que debía mantenerse
aislado, se volvieron porosas. En este contexto, la palabra
“mamarracho” era usada de manera despectiva para
referirse a una práctica específica: la forma en la que los
esmeralderos se vestían. “Todos nos vestíamos como
mamarrachos”, me dijo hace unos años el finado Luis
Montenegro (otrora comerciante de esmeraldas); “nada
combinaba con nada”. La antropóloga colombiana María
Victoria Uribe decía que los esmeralderos eran visto como
personas de mal gusto por los habitantes de la capital:
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 20
mamarracho garabato
Artículo
“visten con telas brillantes y usan collares y pulseras de
oro con esmeraldas en el cuello y en las muñecas […].
Al respecto nos decía un tallador de piedras de la capital:
‘Aquí en Bogotá nos vestimos de paño oscuro y no de
payasos como los esmeralderos’” (Uribe, 1992, p. 49).
Mi padre, bogotano, me contó que unos conocidos
esmeralderos lo habían invitado alguna vez a una
borrachera en la que probarían “una champaña carísima”,
le dijeron, “la que tomaban los reyes de Francia”. Luego
de varias botellas, me contó mi papá, decidieron que el
distinguido líquido era muy desabrido, razón por la cual
comenzaron a alternar los tragos de champaña con tragos
de aguardiente –una populosa bebida colombiana hecha
de anís–. Combinaciones inadecuadas, indebidas, mal
vistas; confusas.
En la actualidad los comerciantes usan una palabra muy
similar para referirse a otra mezcla confusa: “garabatos”.
Aunque los comerciantes no suelen llevar por escrito las
cuentas de sus transacciones, cuando lo hacen lo hacen
“como sin querer”: anotan no solo en cualquier lugar sino,
además, con “garabatos”, es decir, con anotaciones poco
legibles incluso para ellos mismos. Qué incomodidad:
gente de mal gusto, en un caso; gente que no lleva bien sus
cuentas, que no sabe calcular, en otro.
Creo que los mamarrachos y los garabatos se parecen en
que son formas deliberadas de crear la confusión: en un
caso se confunden las fronteras (qué debe ser combinado
con qué al momento de vestirse) y en otro se confunden las
letras, la escritura, las formas.
La pregunta es, ¿para qué? ¿Para qué provocar
confusiones que los ponen en aprietos, que dificultan
las cosas en lugar de facilitarlas? Lo que siempre me ha
fascinado es que, en lugar de impedir los encuentros, en
lugar de arruinar las conexiones, los mamarrachos y los
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Artículo
Nota3
Me imagino, entonces,
una suerte de etnografía
mamarracha, de etnografía
garabata, que debe estar
atenta a la coherencia
(nuestra y de las personas
con las que trabajamos en
campo) pero, también, a lo
que no combina, a lo que no
encaja. Esta etnografía debe:
a) ver en la ambigüedad,
las contradicciones y las
confusiones de las personas
con quienes hacemos campo
insumos etnográficos,
prácticas por derecho propio;
b) hacer de los momentos,
personas o episodios de
incomodidad en el campo,
el origen mismo de nuestras
reflexiones etnográficas;
c) tener la capacidad de
trazar relaciones raras,
insospechadas, de fundar
resonancias. Sospecho que
son esos mamarrachos y
garabatos los que perturban y
distraen; es en ellos en donde
las cosas se desvían de su
curso y producen la sorpresa.
En este camino, estar atento
a las resonancias resulta
muy útil: de un lado, las
resonancias se refieren a
momentos afectivos en los
que sospechamos que hay
algo importante; de otro, a la
manera como esos momentos
se conectan (más poética
que lógicamente) con otros
momentos aparentemente
desconectados.
garabatos las habilitan… ¡pero desde la confusión! Los
garabatos y los mamarrachos son formas muy específicas
de hacer las cosas; son formas que nos enseñan que
(como las otras maneras para disponerse a la sorpresa) la
confusión puede ser una forma de conexión.
Y, entonces, podemos pensar: ¿Qué ocurre si en
nuestros trabajos de campo ponemos atención a los
momentos de confusión, nuestros y de las personas con
quienes trabajamos?, ¿qué ocurre si afinamos la atención
etnográfica para fijarnos en episodios específicos en
los que las personas se confunden?, ¿y qué ocurre si, en
lugar de tomárnoslos como errores, les damos su lugar
y nos preguntamos si son formas deliberadas de trazar
relaciones?3
Una última figura: y. Tómense el tiempo para ver con
calma el trabajo fotográfico de Ana Núñez sobre las
esmeraldas colombianas.
Ilustración 3 Flower Rock. Fotografía de Ana Núñez
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Ilustración 4 Flower Rock. Fotografía de Ana Núñez
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 23
Artículo
Hacen parte de Flor de Roca, una propuesta en la que la
fotógrafa quiso “hablar de la guaquería de forma elusiva,
mirando hacia un costado en lugar de enfocar de frente”
(Núñez, 2018). Porque, como he mostrado, mirar con
elusión, mirar “como sin querer”, parece ser la mejor
forma de acercarse a las esmeraldas como entidades que
exceden la presencia y punzan la mirada, que exceden
la fijación clara y prístina, que instigan la sospecha y la
especulación como formas de conocimiento.4
Nota4
El filósofo francés Roland
Barthes llamó a estas
presencias extrañas punctum.
Decía Barthes:
“No soy yo quien va a buscarlo
[...], es él quien sale a escena
como una flecha y viene
a punzarme. Punctum es
pinchazo, agujerito, pequeña
mancha (…); es ese azar que
en la fotografía me “despunta”
(pero que también me lastima,
me punza)” (Barthes, 1980).
¿Es esa la misma mirada de la
etnografía?
Tal vez es en ellos, en los
punctums –ya no solo de las
fotografías sino del campo y la
escritura–, en donde están las
perturbaciones y distracciones
en las que las cosas se desvían
de su curso, abriendo la
experiencia a una potencial
variación (Ingold, 2018, p. 75).
La mirada elusiva de guaqueros, talladores y
comerciantes –y la mirada de estas fotografías– no
es la mirada del o –de la separación, de la discreción
y las suturas– sino la mirada del y –del mamarracho,
del contagio y la transmisión–. Mirar y volver a mirar;
mirar por un lado y mirar por el otro; mirar y no mirar.
Las esmeraldas se buscan y no se buscan; son verdes y
rojas; amarillas y verdes y azules; son mercancías y son
espectros; son luz e interrupción de luz; son forma y son
exceso; son presencia y son ausencia.
Las mejores cosas que aprendemos en el campo nos
llegan como confusiones. Entre muchas que llegaron
durante mi trabajo de campo doctoral, hubo una
conjunción, un mamarracho, una y, difícil de aprehender:
“las esmeraldas tienen precio y no tienen precio”. No se
trata de momentos distintos, uno en el que la esmeralda
es inalienable y otro en el que se convierte en mercancía;
aquí el lenguaje clásico de la antropología económica no
era suficiente. En este caso la y abre una fisura al interior
de la cual es posible enguacarse. Cuando en medio de
una transacción monetaria mi amigo Víctor Castañeda
me decía “Vladimir, es que las esmeraldas no tienen
precio”, estaba haciendo un mamarracho, escribiendo
un garabato, creando una combinación para insertar lo
extraño en lo familiar.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 24
Artículo
Nota5
Una etnografía del y
a) está atenta a las oposiciones
invocadas por las personas,
y evita aquellas impuestas o
supuestas por el etnógrafo; b)
en caso de que sean relevantes,
en lugar de considerarlas como
estructuras entiende que
son recursos en permanente
transformación; c) ante todo,
es una etnografía en la que
podemos ubicarnos en el
terreno de la ambigüedad
y las contradicciones para
mostrar cómo de ellas emergen
conocimientos situados.
En Not knowing, por ejemplo,
Marisol de la Cadena (de la
Cadena, 2021) nos cuenta que
fue de su trabajo colaborativo
con Mariano y Nazario Turpo
en Perú que aprendió la
importancia del “no solo…”
(not only). Dice: “No sólo sugiere
que las entidades –o incluso el
orden de las cosas– también
pueden ser distintas de lo
que sabemos que son y de la
manera como existen.
No es una fórmula para añadir
posibilidades conocidas con el
fin de hacer una lista de cosas,
ni para denotar condiciones
que se combinan para ser otra
cosa (por ejemplo: no sólo
negro, también blanco y, por
lo tanto, mulato). Más bien, no
sólo da cabida a presencias
que podrían cuestionar lo que
sabemos, las formas en que
lo sabemos, e incluso sugerir
nuestra imposibilidad de saber
sin que dicha imposibilidad
anule esas presencias; no sólo
permite que las entidades
se plieguen unas a otras y se
superen mutuamente” (253).
Porque, en efecto, las esmeraldas tienen precio y no
tienen precio al mismo tiempo. Y es justamente la extrañeza
que se crea en este “al mismo tiempo”, es la indefinición
de la fisura, el y propio de la alquimia, el que permite el
regateo como forma económica: la compleja interacción
en la que un comerciante declara un precio y luego su
colega declara otro y luego alguno hace un chiste y luego
el otro se ríe y luego alguno pronuncia otro precio y luego
el otro cuenta una historia y… así sucesivamente hasta
que surge un precio final, o hasta que cada uno sigue su
camino para repetir la escena unos metros más adelante
(Caraballo Acuña, 2023).
Los esmeralderos usan los y para unir cosas usualmente
incompatibles y para fundar el espacio en medio, la fisura,
la indefinición que vemos en las fotografías de Núñez. Allí,
es posible sospechar que siempre hay algo distinto, una
nueva conexión inesperada, algo que vibra e interrumpe
el curso natural de las cosas5.
¿Qué etnografía podemos especular a partir de esta
pequeña colección de palabras esmeralderas? ¿Cómo es
esa etnografía a pie de página?
Hay dos cosas que siempre me han llamado la atención
como docente de etnografía. La primera es la sorpresa
de les estudiantes cuando les cuento chascos, achantes,
errores o vergüenzas, míos y de otres colegues, durante
nuestras etnografías; aquellos tantos momentos en los que
somos motivos de burla; tantos otros en los que no sabemos
qué hacer; en los que nos cuelgan el teléfono; en los que nos
incumplen las citas; en los que nos aburrimos; en los que
nos cansamos y queremos salir huyendo a otro lugar.
Contar estas historias, siempre divertidas, suele
provocar dos cosas: de un lado, desarman la idea del le
etnógrafe exitose, excéntrique, que siempre cae bien, que
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 25
Artículo
siempre es bien recibide, que tiene claro a qué va, qué
debe decir, cómo debe preguntar, con quién debe hablar.
Las mejores etnografías son justamente esas, las que
ponen al frente la vulnerabilidad (cognitiva —cómo no—
pero, también, corporal) de le etnógrafe (ver por ejemplo
Guzmán Peñuela & Suárez Guava, 2021). Y, de otro lado,
contar estas historias le hace saber a les estudiantes que sus
angustias y dudas no solo no son excepcionales sino que,
tal vez, es posible que hagan parte del oficio etnográfico
mismo (Cinzia Greco, por ejemplo, nos invita a pensar una
etnografía autista).
En este sentido, la segunda cosa es la fuerza etnográfica
que tienen esas personas, momentos o sensaciones
verdaderamente incómodas de su campo, cualquier
cosa con la que no hayan sabido qué hacer pero que siga
vibrando de alguna manera: las miradas indefinibles
y pesadas en un territorio despejado para guerrilleros
desmovilizados; el recorrido de una tubería que cuenta
la historia de un barrio popular de nombre afortunado
–“El garabato”–, y el borracho que yace agotado contra
una tela verde que traza la frontera con un barrio de clase
alta; las manos de una señora que van trazando la geografía
mortuoria de un pueblo en donde “la gente se muere sin
saber cuándo ni por qué”; el tic desbordado e inexplicable
que ataca de repente el ojo izquierdo de una señora que, en
una constelación familiar, encarna al abuelo muerto de una
joven con depresión; la historia de ficción que resuelve el
dilema de cómo contar violencias de género sin exponer a
personas allegadas….
Estas figuras funcionan, volviendo al inicio del ensayo,
como un conjuro que consiste en invocar el desconcierto
(Verran, 2023) y extraerlo, palearlo y tallarlo para abrir
con él una fisura desde la cual especular, desde la cual
pensar lo que puede-estar, lo que anuncia su importancia
desde la ausencia. Es como una enguacada –suelo decir
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 26
Artículo
en las clases–: si extraen ese desconcierto de color
verde, todo puede iluminarse de formas que no podían
haber sido previstas: la inquietud por las miradas en el
territorio despejado resuena con otras formas de mirar
durante la guerra; la importancia de la tubería detona una
historia contada por ella misma, por la tubería; los gestos
geográficos de la señora derivan en una investigación
sobre los gestos en el conflicto armado; el tic en el ojo nos
impulsa a pensar en los brazos, las piernas, las miradas
y los abrazos como entidades que reformulan la idea de
parentesco; y la historia de ficción usada por la etnógrafa
impulsa preguntas sobre las estructuras narrativas de las
historias mismas sobre violencias basadas en género.
La etnografía producida por mi relación con los esmeralderos está dispuesta a pensar desde las sensaciones
difíciles de definir pero que, usualmente, definen las vidas
de las personas con las que trabajamos y de nosotros mismos. Es una etnografía en la que aprendemos concentrándonos en las específicas y difíciles formas de hacer de las
personas y en la que, al mismo tiempo, podemos abrir el
foco, distraernos de ellas, para dar saltos entre palabras,
momentos, espacios, personas, apariencias, aparentemente disímiles pero resonantes. En una etnografía que
emane de palabras esmeralderas como las aquí descritas,
reconocemos y usamos las ambigüedades y las contradicciones, y no solo a la coherencia, como formas de conexión.
Una etnografía asombrada está comprometida siempre con
lo que aún-no-está, está comprometida con la permanente
apertura, con la creación permanente de fisuras que sabotean los cierres y las fijaciones. Todo pareciera indicar que
es de esas figuras indefinidas de donde debería emerger la
teoría etnográfica. Una teoría etnográfica tal vez huidiza
ante al rigor entendido como la aplicación de conceptos y
técnicas modulares, y cercana más bien a la plasticidad que
emerge de las singularidades sorpresivas, primero, y crea
resonancias para el análisis, después.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 27
Artículo
Como sea: los archivos están también constituidos por
las ausencias, los vacíos, los fallos. De ellos también está
hecho este ensayo.
Etnografías sugeridas
De la nota al pie 1
Beil, K. (2022). In pursuit of the hole. Recuperado el 4 de marzo de 2024,
de https://aeon.co/essays/the-history-of-holes-tells-a-story-ofpower-and-potential?fbclid=IwAR3tcpiYE1Cl7SnT38E37p0Lncdr
ZD6AQpSyl7oh2J_L6j4oRpoDJX4GEI0
Orrantia, J. (2010). “En la corriente viajan…”. Revista Colombiana de
Antropología, 46(1), 187–206.
Peirano, M. (2021). Etnografía no es método. Antípoda, 1(44), 29–43.
De la nota al pie 2
Martínez Medina, S. (2021). Anatomización. Una disección etnográfica de
los cuerpos. Bogotá: Universidad de los Andes.
van Zuylen, M. (2017). The Plenitude of Distraction. New York: Sequence
Press.
De la nota al pie 3
Caraballo Acuña, V. (2023). Los precios de las esmeraldas colombianas.
Formas parasitarias de habitar la formalización minera en
Colombia. Journal of Latin American and Caribbean Anthropology.
Lepselter, S. (2016). The Resonance of Unseen Things. Poetics, Power,
Captivity, and UFOs in the American Uncanny. Ann Arbor: University
of Michigan Press.
Messeri, L. (2017). Resonant worlds: Cultivating proximal encounters in
planetary science. American Ethnologist, 44(1), 131–142.
De las notas al pie 4 y 5
Barthes, R. (1980). La cámara lúcida (2016a ed.). Barcelona: Paidós.
de la Cadena, M. (2021). Not knowing. In the Presence of... En A.
Ballestero & B. Ross Winthereik (Eds.), Experimenting with
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 28
Artículo
Ethnography. A Companion to Analysis (pp. 246–256). Durham: Duke
University Press.
Ingold, T. (2018). Llevando la vida. Antropología y educación (2022a ed.).
Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado.
Meintjes, L. (2017). Dust of the Zulu. Gnoma aesthetic after Apartheid.
Durham y Londres: Duke University Press.
Fuentes citadas
Caraballo Acuña, V. (2022). “Como sin querer la cosa”. Insinuaciones
e indeterminación en los encuentros entre esmeralderos y
esmeraldas en Colombia. Revista Colombiana de Antropología,
58(1), 235–259.
Núñez, A. (2018, marzo). Flor de Roca. El malpensante, (194), 62–69.
Guzmán Peñuela, L., & Suárez Guava, L. A. (2021). Acompañemos la vida
en el trabajo material. Una propuesta de indagación antropológica.
Revista Colombiana de Antropologia, 58(1), 175–205.
Uribe, M. V. (1992). Limpiar la tierra. Guerra y poder entre esmeralderos.
Bogotá: Cinep.
Verran, H. (2023). How to Use Disconcertment as Ethnographic
Field Device. En An Ethnographic Inventory. Field Devices for
Anthropological Enquiry (pp. 43–51).
Vladimir Caraballo Acuña
Inició su formación en la sociología y los estudios culturales
en Colombia, y luego se fue a México a aprender antropología.
Es papá de Ignacio y Matilde, tenista frustrado, caminante
obsesivo y lector desordenado de literatura. Tiene un ojo
vago que, relacionado con sus confusiones disciplinares, ha
alimentado su interés por las paradojas y las contradicciones
como formas de crear y sostener el asombro. En ese camino ha
trabajado con paramilitares colombianos para entender sus
ideas de orden; con procesos locales de construcción de paz para
entender el papel de las ausencias en escenarios violentos; y,
desde la última década, con mineros, talladores y comerciantes
de esmeraldas para aprender a contradecirse. Desde hace unos
años es profesor de antropología en la Universidad de Antioquia
(Colombia) y editor de la Revista Colombiana de Antropología.
Hojas Especulativas, nº 7 • p. 29