Capitalismo, Socialismo y Revolución Social Contemporánea - Cátedra Correa
X Jornadas de Sociologı́aVerano
de la Universidad
Nacional de la Plata
2018
Monografía Final
Irina Almirón Giménez
Introducción
El mayo francés no constituyó un fenómeno aislado. Por el contrario, tuvo sus antecedentes y
continuaciones. Lo que sí es indudable es que este representó el punto culminante de un
proceso de rebelión global y de absoluta contestación contra la sociedad capitalista que
imitarían las juventudes de los más diversos países. Cada uno de ellos ha tenido sus matices y
especificidades pero todos ellos compartieron un mismo objetivo: la rebelión contra el poder
burgués y la desautorización y denuncia de los partidos que pretendían ser revolucionarios
(Vidal Villa, 1978).
A pesar de que los levantamientos de mayo hayan sido brutalmente aplastados por el poder
burgués, y que muchos de sus herederos se hayan reincorporado al sistema casi como si nada
hubiese sucedido, 1968 no ocurrió en vano y podría volver a ocurrir, ya que las causas que lo
hicieron posible, constitutivas de la sociedad capitalista, siguen tan vigentes como nunca. No
es sorprendente que el ex presidente francés Nicolás Sarkozy haya dicho expresamente que
pretendía “pasar la página de mayo del 68”, como si este fuera el culpable de todos los males
que asolan a la sociedad francesa (Thomas, 2008).
En consecuencia, en el presente trabajo pretendo abordar los rasgos principales del mayo
francés, teniendo en cuenta las diversas interpretaciones que se han construido en torno a los
acontecimientos. Una mirada crítica tanto de los alcances como de las limitaciones del
movimiento resulta indispensable para poder pensar la construcción de una sociedad sin
explotación.
Algunas consideraciones acerca del carácter del mayo francés
La interpretación más comúnmente difundida acerca de los sucesos ocurridos durante el mes
de mayo en Francia refiere a una revolución cultural. En efecto, la identificación del mayo
francés con una revuelta de estudiantes en contra de la sociedad de consumo, la cual les
producía una especie de vacío espiritual, es un lugar común en los análisis de los intelectuales
(Rieznik, 2010). Según Castel (1997), las diversas protecciones sociales desplegadas con el
surgimiento del Estado de Bienestar tuvieron ciertos efectos perversos en la sociedad
francesa. El elevado progreso económico a partir de la segunda posguerra y, en consecuencia,
la instauración de la sociedad de consumo, resultaron en la despolitización y pasividad de la
sociedad. De esta manera, los mencionados acontecimientos pueden entenderse como la
máxima expresión de un profundo malestar en la vida política y social de la época. Una gran
parte de la sociedad, sobretodo de la juventud, se negaba a renunciar a sus aspiraciones de
crecimiento personal a cambio de seguridad social y confort, en un contexto de crecimiento
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económico sin precedentes y caracterizado por el consumo masivo. A partir de la consigna
marxista de “cambiar la vida”, se exigía la recuperación del ejercicio de la soberanía
individual, que había quedado diluido en las ideologías del progreso. El surgimiento de los
movimientos sociales a fines de los sesenta, por lo tanto, puede entenderse como un intento
de responsabilizar a los actores sociales “anestesiados por las formas burocráticas e
impersonales de gestión del Estado social” (Castel, 1997:397).
Esta visión del mayo francés como resultado del hartazgo de la juventud aburguesada,
cansada de la sociedad de consumo y la abundancia de la posguerra, no solo es parcial sino
incorrecta. En primer lugar, lejos de tener lugar durante un momento de ascenso económico,
los acontecimientos de 1968 son inexplicables si se deja de lado la crisis internacional del
capitalismo (Rieznik, Bruno, Duarte, Poy y Rabey, 2010). A partir de 1945, finalizada la
segunda guerra mundial, el capitalismo internacional y, más específicamente, el francés,
comenzó a atravesar una fase de crecimiento inusitado. En consecuencia, se produjo una
especie de confianza en el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas, y en la capacidad
del sistema de eliminar para siempre las crisis (Vidal Villa, 1978). Sin embargo, ya a fines de
los años sesenta comienzan a advertirse signos del agotamiento de la economía
estadounidense, que van a desembocar en la gran crisis de 1975: “las erogaciones de la guerra
de Vietnam, los gastos en la reconstrucción europea y los recursos que requería el despliegue
sin fronteras de las tropas yanquis, habían diezmado las reservas de oro norteamericanas,
sobre las cuales debía reposar el andamiaje del comercio y el tráfico financiero mundial”
(Rieznik et al, 2010). En este sentido, las revueltas de mayo tienen un claro correlato con las
limitaciones del “boom” de la segunda posguerra.
En 1967, el presidente De Gaulle comenzó a aplicar una clara política de ajuste, propiciando
ataques contra el salario, las condiciones de trabajo y el régimen jubilatorio (Rieznik et al,
2010). Dicha política tiene que ser entendida en el marco de la pérdida de las colonias
francesas y la amenaza mundial del capital estadounidense. Es en respuesta a este contexto
que se va a producir el movimiento huelguístico más importante de la historia francesa. Dicha
crisis económica se traducirá en una gran crisis universitaria, como se verá en el siguiente
apartado, que, a su vez, se trasladará a una crisis de la sociedad francesa en su totalidad.
En segundo lugar, la tesis de la revolución cultural omite por completo, intencionalmente, el
accionar de uno de los principales actores de mayo: el movimiento obrero. Esta operación
ideológica de gran parte de la historiografía francesa, que pretende establecer el carácter de
los sucesos de mayo como una revuelta juvenil que democratizó la sociedad francesa, deja
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“impune la fechoría de sus pares de la generación ‘sesentista’” (Rieznik et al, 2010:23): la
restauración capitalista.
Basándose en encuestas realizadas a empleadores de fábricas metalúrgicas, Seidman (1993)
nos dice que trabajadores sindicalizados y de larga tradición fabril fueron en gran medida los
responsables de iniciar las huelgas en los suburbios de París. En este sentido, “la
movilización revolucionaria de la clase obrera en el centro del mundo capitalista echó por
tierra la especie de que los trabajadores de las grandes potencias se habían transformado en
una suerte de cómplices de la explotación mundial de sus propios gobiernos” (Rieznik,
2010:70). Esto no significa que el estudiantado francés no haya tenido injerencia en los
acontecimientos, o que haya jugado un papel secundario (Thomas, 2008). Por el contrario, el
movimiento obrero fue tan importante como el movimiento estudiantil en el desarrollo de los
acontecimientos. Sin embargo, es preciso destacar la centralidad de los trabajadores para
poder entender no solo el desenlace del movimiento sino también las repercusiones de este a
posteriori.
Si bien Seidman (1993) reconoce la importancia del movimiento obrero, tilda a los
trabajadores franceses de aburguesados. En su estudio de los obreros metalúrgicos en mayo
del ’68, Workers in a Repressive Society of Seductions: Parisian Metallurgists in May-June
1968 (1993), sostiene que, a partir del desarrollo de nuevas posibilidades de acceder al
consumo durante la V República, los trabajadores franceses reemplazaron sus objetivos
revolucionarios por demandas de corte sindical. Según este autor, los llamados trabajadores
de cuello azul mostraron poco interés en el proyecto de transformación social y político
propuesto por el estudiantado. En lugar de demandar la autogestión de los lugares de trabajo,
la mayor parte de los sindicatos metalúrgicos, la CGT (Confederación General del Trabajo) e
incluso la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo) reclamaban por una
reducción de la jornada laboral y un aumento salarial, en especial para aquellos trabajadores
más precarizados, como las mujeres, los jóvenes y los extranjeros. De esta manera,
“mostraron cuan acostumbrados estaban a la ‘sociedad represiva de las seducciones’”
(Seidman, 1993:255).
Ya para 1968 se podía encontrar una gran variedad de comodidades en los hogares de
familias trabajadoras. A medida que el paro continuaba, las deudas -consecuencia de las
compras a través de créditos- se acumulaban y con ellas la tensión familiar. En consecuencia,
el atractivo que les proporcionaba la vida consumista, sumado a la ardua represión policial
que desplegó el gobierno de De Gaulle fueron los responsables de devolver los trabajadores a
las fábricas (Seidman, 1993).
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Si bien no se puede negar la falta de conciencia revolucionaria por parte del proletariado
parisino, como se desarrollará más adelante, es preciso destacar también el papel que
desempeñó el estalinismo francés, encarnado en la central de trabajadores más importante, la
CGT. Como veremos en la próxima sección, esta representó el principal aliado del gobierno
burgués de la V República para lograr la restauración del orden, oponiéndose fervientemente
a la lucha revolucionaria del estudiantado e impidiendo el contacto entre obreros y
estudiantes.
En tercer lugar, la tesis de la revolución cultural oculta el carácter global del movimiento. En
efecto, el mayo francés se inserta en un ciclo revolucionario de mayor alcance, que no solo
tuvo lugar en Europa occidental sino también en los países soviéticos y en los llamados
países del tercer mundo. El escenario común “es el de una quiebra de todos los equilibrios
políticos y económicos armados al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los equilibrios
negociados entonces entre las potencias capitalistas victoriosas y la URSS, gobernada por el
régimen criminal de Stalin” (Rieznik, 2010:70).
A pesar de estar inspirados por ideologías difusas y objetivos dispares, los acontecimientos de
1968 están marcados por un profundo odio al autoritarismo en todas sus formas y al orden
establecido (Kurlansky, 2005). Donde había capitalismo, se rebelan contra él; donde regía el
comunismo, también. El convulsivo año comienza con la ofensiva del Têt contra las tropas
yanquis en Vietnam. Pero también es el año del asesinato de Martin Luther King, de la
Primavera de Praga y la masacre de Tlatelolco (Harman, 1988). En nuestro país comienzan a
gestarse las huelgas que terminarán en el Cordobazo. El mayo francés se expande en todo el
globo “poniendo a la defensiva la patronal imperialista y sus lacayos semicoloniales, la
burocracia estalinista y sus agentes sindicales, en fin, a los defensores del orden establecido
concordado simbólicamente veintitrés años antes por Churchill, Roosevelt y Stalin” (Thomas,
2008: 43). En definitiva, los treinta años que se sucedieron luego del ‘45 no fueron tan
“dorados” como algunos historiadores quieren creer.
A partir de la gran cantidad de acontecimientos diversos ocurridos en el ‘68 es posible
descartar la versión del mayo francés como una suerte de capricho adolescente en una
sociedad satisfecha y en crecimiento.
Antecedentes
A fines de la década del sesenta se puede apreciar fuertemente la caducidad del sistema
educativo francés frente a los cambios en la economía mundial. La demanda de mano de obra
calificada había aumentado significativamente en las últimas décadas, y esta debía ser
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satisfecha a partir de la enseñanza superior. Sin embargo, la vieja universidad burguesa,
centrada en el estudio de humanidades y ciencias sociales, ya no se adecuaba a las
necesidades del sistema. Los viejos métodos de enseñanza carecían de valor para la
formación de cuadros más técnicos. Ya en 1967 el gobierno gaullista había comenzado una
ofensiva para aplicar el Plan Fouchet en la universidad, el cual modificaba el sistema de
licenciatura e introducía una mayor especialización y selección (Thomas, 2008). El sistema
debía formar a sus cuadros de la misma manera que formaba a sus obreros, donde “la
alienación era la base de esa educación” (Vidal Villa, 1978:12). Las universidades debían ser
las fábricas de esta mano de obra calificada, cuyo destino debía ser la incorporación al
engranaje del sistema a través del ejercicio de puestos de responsabilidad que, aunque bien
retribuidos, carecían de cualquier tipo de atractivo, además que impedían todo tipo de
inventiva individual. La supuesta “alienación” estudiantil “hundía sus raíces en el terrenal
mundo de la universidad limitacionista y regimentadora” (Rieznik et al, 2010:37).
Esta crisis de la universidad se traslada a una crisis generalizada en la sociedad francesa.
Comienzan a cuestionarse ampliamente tanto la política y la religión como los valores
sociales reinantes, todos aquellos valores que habían legitimado una forma de hacer del
capitalismo francés.
Por otra parte, existe en la época una verdadera oposición por parte de los sectores de
vanguardia a la política del imperialismo estadounidense en Vietnam, así como también una
gran permeabilidad a los procesos sociales del tercer mundo -la derrota del Che en Bolivia,
por ejemplo- y a la Revolución Cultural Proletaria en China. La acción y presencia de ciertas
organizaciones de izquierda contribuye a crear un clima de constante movilización en la
Universidad, aunque por causas generalmente ajenas a ella, ya sea de carácter internacional o
de solidaridad con luchas obreras. El marxismo -Lenin, Trotsky, Luxemburg, Mao- deja de
ser el monopolio del comunismo ortodoxo, produciéndose un resurgimiento del interés del
marxismo revolucionario y, en consecuencia, generando un importante cuestionamiento de
las deformaciones soviéticas y revisionistas (Vidal Villa, 1978).
Sin embargo, la gran mayoría de los estudiantes permanece al margen de las movilizaciones
que comienzan a ser llevadas a cabo por las corrientes estudiantiles. A pesar no ser una masa
hostil al accionar de los “grupúsculos” -así llamados despectivamente por el Partido
Comunista Francés-, se comporta de manera pasiva. El discurso revolucionario no hace aun
mella en el estudiantado francés. Esta situación sin embargo se va a modificar a partir del
mitin organizado el veintidós de marzo por los estudiantes de Nanterre, consecuencia de la
detención de algunos compañeros en la realización de la primera gran protesta no pacífica tan
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solo dos días atrás, organizada por el Comité Vietnam Nacional. Dicho mitin va a tener como
resultado la toma de la facultad, marcando el origen del Movimiento 22 de Marzo. Vidal
Villa (1978) nos dice que a partir de este momento, se impone en Nanterre un nuevo estilo,
caracterizado por la discusión en pequeños grupos y las asambleas generales. Cabe destacar
que lo novedoso del movimiento no será tanto la temática -las luchas obreras, la universidad
crítica, la lucha antiimperialista-, sino el modo de acción, la toma de un edificio público, que
produce una ruptura: el cese del respeto y del temor por la autoridad.
Alcances y limitaciones del movimiento
El PCF, a través de su herramienta gremial, la CGT, que engloba a más de dos millones de
trabajadores, y el diario L’Humanité, intentan desde un primer momento calumniar al
movimiento estudiantil para impedir que este actúe por fuera de los canales tradicionales de
participación, siendo que ya no controla la UNEF, el sindicato estudiantil (Vidal Villa, 1978).
En sucesivos comunicados intenta desacreditar a los estudiantes, adjudicándoles
comportamientos que en realidad le son propios: “es preciso desenmascarar a esos falsos
revolucionarios ya que objetivamente sirven a los intereses del poder gaullista y de los
grandes monopolios capitalistas” (Marchais, 1968).
El Partido Comunista Francés, luego de su completa estalinización en los años treinta
(Thomas, 2008), sigue la línea del Kremlin y, en consecuencia, adopta a lo largo de los años
posiciones completamente contrarrevolucionarias. En línea con la doctrina estalinista del
“Socialismo en un solo País”, los comunistas franceses no quieren realizar la revolución
socialista en Francia.
A pesar de ser un partido altamente burocratizado, con escasa (e incluso nula) participación
de las bases, se presenta ante una gran cantidad del proletariado francés como “el” partido. Su
hegemonía era para la época difícilmente cuestionable. La CGT que el PCF controla goza de
mucho prestigio entre los principales bastiones obreros de Francia y por ello era difícil que
algunos grupos de izquierda, sin ningún apoyo concreto de las bases, implicaran un desafío
(Thomas, 2008).
Sin embargo, a partir de la noche de las barricadas del diez de mayo, la huelga general se
impone a las direcciones sindicales. Sin que haya sido previsto por ellas, algunas empresas
importantes de los suburbios parisinos -entre ellas Sud Aviation y Renault- deciden decretar
el paro y comenzar a tomar las fábricas (Vidal Villa, 1978). Es en este contexto que se
produce un importante viraje en la CGT. Ante el creciente desborde de las bases, llama a
extender la huelga de forma completa, con el propósito de retomar la iniciativa del
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movimiento obrero y de pasivizar la huelga general que en los hechos concretos le fue
impuesta por los trabajadores.
En la mayoría de las fábricas tomadas la burocracia sindical detenta el control de la situación,
subordinando a los obreros a las directivas de los cuerpos sindicales dirigentes. El objetivo
principal de la dirección de la CGT es impedir la creación de instancias de coordinación entre
el proletariado y el estudiantado. El 17 de mayo los estudiantes deciden ir en manifestación
hasta la fábrica de Renault, que está tomada, a pesar de que la Sorbona haya sido inundada
por octavillas de la CGT que desaconsejan fuertemente la realización de tal movilización. No
obstante, por lo menos dos mil estudiantes llegarán a la fábrica y “al canto de La
Internacional, confraternizarán con los ocupantes, sin que estos les permitan en ningún
momento franquear las puertas de la fábrica” (Vidal Villa, 1978:72).
Este episodio ilustra a la perfección los acontecimientos de mayo. Entre los estudiantes y el
movimiento obrero se interpone impasiblemente el poderoso aparato sindical, encarnado en la
CGT, que pretende y logra aislar ambos actores.
Según Vidal Villa (1978), los grupos revolucionarios del movimiento estudiantil creen
fervientemente que la clase obrera es la única capaz de llevar adelante la revolución y
construir una sociedad sin clases. Sin embargo, los obreros hacen caso omiso a tales
llamamientos, no se sienten interpelados por los estudiantes. A decir verdad, todos los
intentos de fusión entre los trabajadores y los estudiantes terminan en un rotundo fracaso,
siendo su causa principal el accionar del PCF y la CGT, a través de sus denominados
“servicios de orden” que actúan al interior de las movilizaciones, reprimiendo a los propios
manifestantes. En consecuencia de esto último, las reivindicaciones que sostiene el
movimiento obrero en su conjunto son de carácter sindical: reducción de la jornada laboral,
aumento de salarios, entre otras.
Existen no obstante algunos grupos de obreros radicalizados, que demandan la autogestión y
el control obrero de la producción, compuestos en su mayoría por trabajadores jóvenes,
quienes no se sienten del todo atraídos por la burocracia sindical estalinista. Según Vidal
Villa (1978), donde el nivel de conciencia revolucionaria era superior, se plantearon acciones
que superaban el estricto marco reivindicativo: “la forma principal de estas acciones fue la
autogestión, intento incipiente de controlar el aparato productivo por parte de los propios
obreros, poniendo en marcha las fábricas ocupadas y asegurando la distribución no comercial
de los productos” (p.78). Esta experiencia revolucionaria constituyó verdaderamente una vía
superadora concreta de la organización capitalista de la producción. Desafortunadamente,
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esta práctica no tuvo una mayor extensión y, por lo tanto, no puede ser considerada como la
expresión generalizada del movimiento obrero (Vidal Villa, 1978).
Por otra parte, ni la pacificación del movimiento huelguístico concretado por la CGT ni el
impedimento de la coordinación de objetivos entre estudiantes y trabajadores pudieron
impedir que el proletariado le arrancase con éxito a la burguesía concesiones significativas
(Thomas, 2008). La hegemonía de la central obrera estalinista va a ser cuestionada por
primera vez a la luz del fuerte rechazo que suscitan entre los trabajadores los acuerdos de
Grenelle: Seguy -el secretario general- no termina el discurso previsto ante los silbidos de la
asamblea cuando evoca las cláusulas acordadas en Grenelle” (Thomas, 2008:59).
La burocracia sindical, cambiará de estrategia y optará por la atomización de las
negociaciones rama por rama, dividiendo a los sectores en lucha alegando una mayor
capacidad negociadora (Vidal Villa, 1978). De esta manera, logrará dividir la huelga general
en una multitud de luchas parciales por fábricas para impulsar la vuelta a la normalidad
después de negociaciones sectoriales.
A la política de la vuelta al trabajo se le suma el pedido del PCF al gobierno que dimita, en el
caso de no satisfacer las reivindicaciones de los trabajadores en huelga. De esta manera,
allana el camino al gobierno de De Gaulle para un llamado a elecciones, “terreno obviamente
en el cual la fuerza de la huelga general tiene el menor peso” (Thomas, 2008:60).
A partir de la atomización del movimiento huelguístico, obra de la CGT estalinista, De
Gaulle procedió a reforzar el bloque social reaccionario que, más allá de sus desacuerdos
internos a mediano plazo, vuelve a formar un consenso en torno a su figura (Vidal Villa,
1978).
Una vez atomizado el movimiento y divididas las huelgas, el gobierno se arremata contra el
último bastión de lucha, la toma de la Sorbona, mientras la patronal aprovecha dicha
situación para afianzar posiciones cada vez más intransigentes “en relación a las
reivindicaciones de los trabajadores en aquellos sectores en los cuales los obreros se niegan a
suspender el paro y desocupar las fábricas, en particular en la industria automotriz” (Thomas,
2008:65).
Conclusión
“La huelga general ha adquirido una extensión que no podíamos prever en su comienzo. El
objetivo, ahora, es derrocar el régimen. Pero no depende de nosotros que esto se consiga o
no. Si éste fuera el objetivo del PCF, de la CGT, y de los otros sindicatos, no habría
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problema: el régimen caería en quince días, pues no tiene qué oponer a una prueba de
fuerza realizada por todas las fuerzas obreras”. Palabras de Cohn-Bendit, líder del
movimiento estudiantil, en una entrevista con Sartre, Nouvel Observateur, día 20. (Vidal
Villa, 1978:67)
El Partido Comunista Francés se constituyó como el principal aliado de De Gaulle en la crisis
abierta con la insurgencia obrera y estudiantil. Si bien había perdido toda autoridad dentro del
movimiento estudiantil, conservaba la dirección de los principales batallones del movimiento
obrero. Alineado con la URSS, actuaba en contra de cualquier intento revolucionario en
occidente.
Los acontecimientos del mayo francés demuestran que el accionar de los obreros parisinos no
solo socavó la “coexistencia pacífica de los burócratas y explotadores sino que también
liquidaron de un plumazo la concepción prevaleciente entonces sobre el irremediable
‘aburguesamiento’ del proletariado” (Rieznik et al, 2008). Sin embargo, a pesar de la
debilidad del régimen, socavado por un mes altamente caótico y convulsivo, la masa obrera
que había ocupado las fábricas no llegó -en su mayoría- a plantearse su derrocamiento. Se
emplearon métodos revolucionarios para objetivos reformistas, reivindicativos y fácilmente
absorbibles por el sistema (Vidal Villa, 1978).
Las fuerzas del orden, tanto en el este como en el oeste, convergieron en la defensa de la
“democracia”. Esta fue el arma privilegiada para avanzar con la restauración capitalista y
para proceder al desmonte de las propias dictaduras militares setentistas en cuya
descomposición se incubaba la emergencia de un estallido revolucionario (Rieznik et al,
2010). La consigna “diez años son suficientes” se plasmó en una democracia, no para la
revolución sino para la restauración.
Sin embargo, a pesar de que los acontecimientos de mayo no culminaron con la toma del
poder por parte del proletariado, sí plantearon la cuestión del poder. En consecuencia, no se le
puede atribuir al movimiento obrero una derrota absoluta de manera ligera, ya que “los
problemas que planteaba la vieja dirección estalinista, el escaso desarrollo de la vanguardia
obrera y la inexistencia de órganos apropiados para imponer un gobierno de los trabajadores”
(Rieznik et al, 2010:81) no eran posibles de ser superados en el lapso tan corto de estallido
popular que constituyó mayo del ’68.
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