El aprendiz de gremio en la Barcelona del siglo XVIII
Belén Moreno Claverías
Universidad Autónoma de Madrid
THE GUILD APPRENTICE IN THE 18TH CENTURY-BARCELONA
Resumen
Abstract
El objetivo de este trabajo, resultado de la primera fase de una
investigación en curso, es hacer una aproximación a la figura
del aprendiz en la segunda mitad del siglo XVIII, una época en
la que el sistema gremial, tan vigoroso y estable durante los
siglos anteriores, empezaba a vivir síntomas de decadencia.
Las fuentes utilizadas son, básicamente, los libros de asientos
de aprendices generados por las corporaciones y otras fuentes complementarias procedentes de la Junta de Comercio de
Barcelona y el Hospital de la Misericordia. Se examinarán, en
primer lugar, algunos de estos síntomas y sus efectos sobre el
aprendizaje, la normativa básica relativa al mismo reflejada en
las ordenanzas gremiales y sus implicaciones en la formación
del capital humano. A continuación se analizarán algunos datos relativos a los aprendices (lugar de procedencia, profesión
del padre, edad) de dos corporaciones barcelonesas de la segunda mitad del siglo XVIII (torcedores de seda y albañiles),
así como la relación entre orfandad, pobreza y aprendizaje. El
trabajo finaliza con unas notas sobre las condiciones de vida
de los aprendices a partir de algunos textos de la época
The objective of this paper, which is the result of the first
phase of an ongoing research, is to make an approach to
apprenticeship in the second half of the 18th century. At this
time the guild system, so strong and stable during previous
centuries, began to show signs of decline. The information
sources used are basically “books of apprentices” generated by
corporations and other supplementary sources from the Junta
de Comercio de Barcelona and the Hospital de la Misericordia.
First, we will examine some of these signs of decline and their
effects on apprenticeship, the basic regulations relating to
apprenticeship that were reflected in guild ordinances and
their implications for human capital formation. Second, some
data on apprentices (place of origin, father’s occupation, age)
of two corporations (silk twisters and masons) will be analyzed,
as well the relationship between orphanhood, poverty and
apprenticeship. The paper ends with some notes on the living
conditions of apprentices based on some contemporary texts.
Palabras clave
Keywords
Gremios, aprendizaje, oficios, siglo XVIII, Barcelona
Guilds, apprenticeship, trades, eighteenth century, Barcelona
Códigos JEL: N33, N4, N63
JEL codes: N33, N4, N63
Fecha de recepción del original: 17 de noviembre de 2014; versión definitiva: 23 de noviembre de 2015
Belén Moreno Claverías
Universidad Autónoma de Madrid, Facultad de Ciencias Económicas
C/ Francisco Tomás y Valiente, 5, Campus de Cantoblanco,28031 Madrid
Tel. 914972893, e-mail:
[email protected]
AREAS
Revista Internacional de Ciencias Sociales, 34/ 2015
Gremios y corporaciones laborales en la transición del feudalismo al capitalismo.
Siglos XIII-XIX
(pp. 63-75)
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El aprendiz de gremio en la Barcelona del siglo XVIII*
Belén Moreno Claverías
Universidad Autónoma de Madrid
rencias gremiales, así como la libertad de contratar mujeres y
niños (Molas, 1970: 19).
La nueva legislación había establecido novedades importantes que afectaban al ordenamiento gremial: el hecho de ser
hijo ilegítimo, por ejemplo, no habría de ser un impedimento
para ejercer las artes y oficios (1784); las mujeres y muchachas podrían aprender y trabajar en las artes y manufacturas
“propias de su sexo” y vender los productos resultantes (17791784); las viudas podrían conservar los talleres y tiendas de
sus maridos aunque volviesen a casarse con hombres de otros
oficios (1790); cualquier artesano podría ahora trabajar en su
oficio sin la obligación de examinarse (1790) y, en cambio, sí
podrían examinarse todos aquéllos que deseasen hacerlo sin
la obligatoriedad de haber sido previamente aprendiz y oficial
de gremio (1798). Estas dos últimas medidas equivaldrían, en
caso de aplicarse efectivamente, a la pérdida de sentido del
gremio, cuya piedra angular era el aprendizaje.2
El análisis de la documentación de la Junta de Comercio de
Barcelona relativa a los gremios en las últimas décadas del siglo XVIII ofrece pistas valiosas sobre lo que estaba ocurriendo.
Una atención especial dedicaron sus miembros al real decreto
de 1789 que reconocía la libertad en la fabricación textil y que
supuso un duro golpe para este importante sector gremial.
La Junta pidió que se aplicase a todos los fabricantes textiles
barceloneses con el fin de evitar “los perjuicios e inconvenientes que las Ordenanzas gremiales causan a los progresos de
las Artes e Industria”. Y, dentro de las ordenanzas, las normas
más denostadas eran precisamente las que hacían referencia
al aprendizaje. Había que eliminar “de una vez para siempre
los estorbos que padece la industria por las trabas que contiene, no sólo acerca de la limitación del número de aprendices,
tiempo y condiciones que señalan para el aprendizaje, exámenes, maestrías, prohibición de reunir varios Oficios, y aún partes de ellos en un propio sugeto, y de enseñarlos a un mismo
individuo (…) e igualmente que por otros puntos no menos
esenciales, que coartan el exercicio de las maniobras, embotan
1. Los gremios en la segunda mitad del siglo XVIII: el principio
del fin
En el siglo XVIII empiezan a percibirse cambios significativos en el mundo gremial que se van acentuando a medida que
avanza la centuria y comienza la siguiente1. Algunos gremios
comienzan a decaer de forma paulatina pero constante, otros
simplemente desaparecen mientras que alguna corporación,
de manera excepcional, sigue mostrando signos de vitalidad.
La industrialización y la difusión del liberalismo económico
acabarían comportando la agonía primero y la muerte después de esta institución con un papel tan destacado en la economía del Antiguo Régimen. Tanto el Estado como la naciente
burguesía industrial y comercial consideraron que la abolición
de los gremios favorecería la prosperidad económica. Había
que eliminar cualquier “estorbo” para el libre mercado, y los
gremios, con sus reglamentaciones sobre la producción, sus
normas relativas a los aprendices, oficiales y maestros, sus funciones de mutua para los agremiados y reglas contrarias a la
competencia, eran vistos como rémoras del pasado obstaculizadoras del crecimiento económico nuevo.
En el último tercio del siglo XVIII los grandes comerciantes
e industriales, agrupados en la Junta de Comercio de Barcelona –institución encargada de impulsar el crecimiento industrial y comercial en Cataluña-, procuraron reducir a los gremios
al estricto terreno de actividad artesanal local y despojarles
de sus atribuciones y privilegios. Apoyados por el reformismo
de la Administración central, defendieron, entre otras cosas, el
derecho de instalar empresas “libres” y al trabajo sin interfe*Este trabajo está vinculado al proyecto de investigación “Ciudades, gentes e intercambios en la Monarquía Hispánica: política económica, cambio institucional
y desarrollo de los mercados”, Ministerio de Educación y Ciencia (Ref: HAR201239034-C03-02.). Agradezco a Juanjo Romero y José A. Nieto sus valiosos comentarios.
Los errores que pueda contener el texto son responsabilidad exclusiva de su autora.
1 Sobre aprendices y gremios en los siglos XVII y XVIII véase, por ejemplo, Morant
(1976), García Fernández (1996), Gómez Carrasco (2005), Villas (1980), Puig (1992),
López y Nieto (1996), Laudani (2006), Hernández López (2013).
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2 En este sentido, véase F. Díez (1990).
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inercia provocaba la creación de gremios en los sectores que
prometían beneficios importantes: nuevos oficios textiles relacionados con la industria del algodón -“cotaires”, 1780-1786o la construcción -ladrilleros, 1802- (Molas, 1970: 128). Otras
corporaciones vivieron tardíamente su esplendor como la de
chocolateros –producto de consumo de moda desde mediados del siglo XVIII- y toneleros –a causa de la especialización
vitícola de algunas áreas catalanas-. Los cambios en las pautas
de consumo debían afectar necesariamente a la multiplicación de los artesanos y talleres de ciertos oficios. Por ejemplo,
en 1784, el Barón de Maldá escribía que en Barcelona había
“algunas tiendas de relojeros, que cada día se van extendiendo
porque casi todos llevan reloj en la faltriquera; de quincalleros, cofieras, modistas, peluqueros y chocolateros, que van aumentado cada día (...); por el gran consumo que hay de chocolate ha pasado a ser gremio de chocolateros” (Maldà, 1994: 87).
El análisis de los libros donde los gremios registraban la
entrada de aprendices -la principal base documental de este
trabajo-, confirma la forma desigual en que las corporaciones
vivieron esta etapa de transición hacia un mundo nuevo regido por el sistema de fábrica. Mientras que en algunas corporaciones el ingreso de nuevos miembros fue disminuyendo paulatinamente hasta desaparecer, en otros, como el de “velers”
(fabricantes de velos de seda), nada parecía indicar el proceso
agónico que estaba viviendo la institución en general. Desde
1788 a 1828 entraron a este gremio un total de 862 aprendices,
con una media similar de entrada al año exceptuando el período comprendido entre 1808 y 1814, en el que no se produjo
ninguna entrada debido a la guerra7. En este sentido, según
Molas, las convulsiones políticas afectaron profundamente al
proceso de disolución de las corporaciones, en muchos casos,
acelerándolo (Molas, 1970: 550). Sin embargo, los altos valores
de ingresos de aprendices en los años posteriores a la guerra
no parecen indicar ningún signo de decadencia en esta corporación en particular, en línea con lo sucedido en otras en las
primeras décadas del siglo. Podría decirse, incluso, en algunos
casos, que el aprendizaje sobrevivió al gremio. En efecto, tras
la legislación que pretendía acabar con los gremios definitivamente en 1834, algunos oficios siguieron confiando en el
aprendizaje tradicional como forma de controlar el reclutamiento de la mano de obra y de garantizar la supervivencia
de los mismos8.
Por otra parte, algunas corporaciones tuvieron más posibilidades de sobrevivir que otras. ¿Cuáles? Según Molas, aquéllas
que estaban mejor dotadas y que podían verse menos afectadas por la industrialización. Factores a los que habría que
añadir el grado de permeabilidad a los cambios, una mayor
adaptabilidad. Por ejemplo, el autor considera que el gremio
de “velers” era una de las corporaciones más “progresistas”, ya
que desde mediados del siglo XVIII los maestros más dinámicos implantaron, junto con socios capitalistas, fábricas y talle-
el ingenio, y las felices disposiciones que para adelantar más
que otros se hallan en muchos de los que se dedican a ellas, e
imposibilitan la propagación y prosperidad de las Manufacturas, donde quiera que subsisten tales impedimentos”3.
Pero, ¿habían sido efectivamente los gremios ineficientes
en su tarea de organizar el trabajo manufacturero y transmitir
el conocimiento? Esta pregunta ha generado un intenso debate historiográfico que no es posible abordar aquí en profundidad. La visión historiográfica tradicional, coincidente con la
opinión de algunos expertos en economía del siglo XVIII, ha
considerado a los gremios como instituciones cerradas, ineficaces y conservadoras y, por tanto, obstaculizadoras del crecimiento4. Sin embargo, desde la publicación de los trabajos
de Epstein, esta visión tan “negativa” está siendo puesta en
duda por diversos investigadores en el denominado “retorno
gremial”5. Para este autor, si los gremios prosperaron durante
casi cinco siglos fue porque sostuvieron mercados interregionales de trabajo especializados y contribuyeron a crear y difundir innovaciones técnicas por medio de la emigración de la
mano de obra. Su principal competidora, la industria rural, era
más consumidora que generadora de innovación técnica. Asimismo, su principal propósito –llevado a cabo con éxito- fue
proveer de las habilidades necesarias a los nuevos integrantes de cada oficio a través del aprendizaje formal. Epstein, en
suma, apuesta por una interpretación política y acaba negando que la desaparición de los gremios se debiera a su incapacidad de adaptación sino a su abolición por decreto por parte de
los Estados6. Pere Molas, por su parte, en su conocido estudio
sobre los gremios barceloneses del siglo XVIII, se pregunta si
fue la presión estatal y la de los nuevos capitalistas, ilustrados
y liberales, la causa única de su agonía. Y concluye que ésta
se debió principalmente a una “crisis de agotamiento” de la
propia institución (Molas, 1970: 547). Sus rígidas reglamentaciones, que constituían su misma esencia, dificultarían la adaptación a los nuevos tiempos y la mayoría de las corporaciones
se apegaron aún más a ellas como mecanismo de defensa ante
las graves amenazas a las que tuvieron que enfrentarse. Muchos pleitearon para defenderse, lo que acabó precipitando su
ruina y disolución.
Es preciso remarcar, sin embargo, que no todos los gremios
vivieron de igual forma este proceso. Mientras que algunos se
disolvieron por sí mismos de manera natural (en el caso barcelonés, el de estañeros, tejedores de lana, pelaires, mancebos
hortelanos) o llegaron al siglo XIX en un grave estado de descomposición (manteros, bordadores, freneros, armeros), algunos de ellos conservaron buena parte de su salud a lo largo
de todo el proceso e incluso intentaron adaptarse, con más
o menos éxito, a los nuevos tiempos. Por otra parte, mientras
unas corporaciones morían, otras acababan de nacer o nacerían incluso en los primeros años del siglo XIX. En efecto, la
3 Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona (AHCB). “Relacions de viles i ciutats de Catalunya i d’ordenances dels seus gremis enviades, per la seva revisió, a la Junta de
Comerç”. (Junta de Comerç, Vol. 1, folis 24-82).
4 Algunos autores siguen siendo partidarios de esta visión. Véase, por ejemplo, Ogilvie (2004) y (2008).
5 Un estado de la cuestión en Nieto y Zofío (2014b) y Nieto (2013).
6 Véase Epstein (1998) y (2008), así como Epstein y Prak (eds.) (2008).
7 AHCB, “Llibre dels aprenents. 1788” (2B-42-5).
8 Juanjo Romero señala que los maestros mantuvieron el aprendizaje como salvaguarda de su mundo y como base del reclutamiento de la mano de obra, lo que
ilustra con el caso, entre otros, de los artesanos curtidores. Aún en 1855 éstos ordenaban la inscripción de todos los aprendices del oficio y el reconocimiento de su
antigüedad. Romero Martín (2005: 91).
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1. El aprendizaje duraba un número determinado de años
(de 3 a 6, en función del grado de dificultad que entrañaba
el dominio de las técnicas de cada oficio).
2. Durante este período el aprendiz debía hacer “continua
residencia” en casa del maestro, que se encargaría de alimentarlo y de vestirlo.
3. No podía abandonar la casa del maestro sin su consentimiento para continuar su aprendizaje en casa de otro
maestro. (Y, por tanto, ningún maestro podía admitir en su
casa a un aprendiz que estuviese en casa de otro).
4. El aprendiz tenía que satisfacer una cantidad en metálico en concepto de entrada a la corporación (que podía
oscilar, en la Barcelona del siglo XVIII, entre 1 libra de los
panaderos y las 12 de los “velers”) y otra menor para pagar
al notario por la redacción del contrato11.
5. El aprendiz cobraría una pequeña cantidad a cambio de
su trabajo al finalizar el período de aprendizaje, momento
en el cual recibiría su “certificación de aprendiz” (necesaria
para ser oficial).
6. El aprendiz que pretendiese ser oficial debía entregar al
clavario de la corporación una cantidad para fondos del
gremio (entre 5 y 6 libras a finales de siglo).
7. Aquellos oficiales que aspirasen a ser maestros deberían
pasar un año en casa de un maestro (sin ejercer otro oficio
ni asentarse en otra corporación como aprendiz) y, antes
del examen, depositar una cantidad (entre las 30 y las 100
libras) para poder examinarse.
res en los que producían nuevos productos (indianas, blondas,
medias, pañuelos, etc.). Dado que éstos no estaban previstos
en las ordenanzas gremiales, los fabricantes se pudieron mover libremente, sin las restricciones que imponían las regulaciones (Molas, 1970: 17). Fue el caso también de los gremios de
“botiguers de teles” y “paraires”, en los que maestros-fabricantes que actuaban ya como verdaderos burgueses introdujeron
formas capitalistas. Para Juanjo Romero, los sectores artesanos
que gozaron de mejor situación en el nuevo modelo económico fueron los que tuvieron una demanda creciente gracias a
la industrialización, como carpinteros y herreros-cerrajeros, a
causa de su implicación en la construcción de maquinaria para
las nuevas fábricas (Romero, 2005: 117).
2. El aprendizaje en el gremio y sus implicaciones en la formación de capital humano
En todo caso, lo que parece claro es que se estaba imponiendo otra forma de entender el trabajo, las relaciones laborales y, en definitiva, las relaciones con el mercado. Una nueva
organización del trabajo industrial –el sistema fabril- estaba
transformando la vida social y económica de los núcleos manufactureros y estaba revolucionando las formas de acceso al
trabajo y el aprendizaje. En el caso catalán, este proceso vino
de la mano de la expansión de la industria algodonera. Nacida
a partir de 1740, en la década de 1780 el alcance de la concentración de manufacturas en la ciudad de Barcelona era excepcional. J. Thomson apunta que solo la ciudad de Barcelona
agrupaba tantas empresas como las que tenían las economías
europeas más dinámicas9. En los primeros años del siglo XIX
la industria algodonera ocupaba en Cataluña a unas cien mil
personas, lo cual convertía a la fabricación de estampados en
la primera industria del Principado y a Barcelona en una de las
ciudades europeas con mayor cantidad de obreros10.
No es sorprendente, por tanto, que en la ciudad condal,
casi un 18,5% de los niños varones trabajase ya, en la década
de 1780, en las modernas fábricas de indianas (Iturralde Valls,
2012: 5) ¿Habrían estos niños accedido al aprendizaje en un
gremio si no hubiese existido la posibilidad de trabajar en la
fábrica? ¿O fue la fábrica una alternativa para aquéllos que no
podían acceder a los gremios por las obligaciones –también
numerarias- que éstos exigían?
El aprendizaje realizado en el marco gremial estaba perfectamente regulado en la normativa de cada corporación. Las
normas básicas, que aparecían en todas las ordenanzas del siglo XVIII, eran las siguientes:
Hay que señalar, sin embargo, que lo estipulado en las ordenanzas no se cumplía siempre en la práctica. José Antolín
Nieto y Juan Carlos Zofío señalan que, en el caso de Madrid,
las escrituras de aprendizaje firmadas ante notario muestran
que maestros y aprendices acordaban contratos adaptados a
sus intereses, haciendo caso omiso de la norma. Esto era particularmente claro en lo tocante a la duración del aprendizaje12.
Por otra parte, las mismas ordenanzas fueron modificadas con
el tiempo y muchas corporaciones las hicieron más flexibles
para intentar integrar el nuevo espíritu liberalizador. Por ejemplo, en 1790 las nuevas ordenanzas del gremio de mancebos
menestrales de la ciudad de Tarragona apuntaban que las antiguas –existentes desde 1697- ya no servían porque “la variedad de los tiempos ha variado algunas circunstancias que tal
vez no serían adaptables en la estación actual”13. Y en las ordenanzas de los maestros toneleros de Lérida de 1806 se establece que “sea facultativo a los maestros convenir con el aprendiz
o persona que le represente los años de aprendizaje”, ya que
11 En algunas corporaciones los hijos de maestros estaban exentos del pago de entrada. Por ejemplo, en las ordenanzas de la corporación de menestrales de Torredembarra de 1777 se apunta: “Es obligación del aprendiz pagar de entrada veinte reales
(a excepción de los hijos de maestros del presente gremio que no deberán pagar
entrada alguna) y si es forastero, cuarenta reales, teniendo éstos un año de tiempo
para satisfacer las respectivas entradas”. G. Magriñà (1998: 47). La cantidad a pagar
por el aprendiz en concepto de entrada a la corporación solía ser muy superior a la
que debía pagar un oficial que quisiera agremiarse. Por ejemplo, en las ordenanzas
de los “botiguers” de La Bisbal de 1805 –calcadas de las del mismo gremio de Girona
de 1798- se apunta que los aprendices debían pagar diez libras y tres libras los oficiales. P. Molas (1995: 203).
12 Nieto Sánchez y Zofío Llorente (2014a).
9 Un estudio llevado a cabo por la Iglesia en la década de 1780, con el fin de asegurar
que los niños que trabajaban en las manufacturas de indianas recibiesen instrucción
religiosa, revela la existencia de 100 manufacturas (sin tener en cuenta a las micromanufacturas) que daban trabajo a 2.151 niños. Thomson (1990: 79-89). Véase del
mismo autor (1994). Los datos de Thomson fueron discutidos por otros autores como
Nadal (1992) y Sánchez (1992).
10 Molas (1985: 238-246). Véase también Vilar (1987). Sobre los inicios del sistema
13 AHCB. Junta de Comerç, Vol. IV, 1790 folio 9.
fabril en la industria algodonera catalana, por ejemplo, Sánchez (2000).
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de su oficio. Un aprendiz artesano debía alcanzar unas metas
técnicas específicas y adquirir ciertas habilidades de gestión
y actitudes sociales con el fin de acabar convirtiéndose en
un trabajador independiente. Esta misma finalidad hacía que
muchos tuvieran que saber leer y escribir, otro elemento diferenciador respecto al trabajador de fábrica, mayoritariamente
analfabeto. Todas estas diferencias generaban concepciones
del trabajo completamente distintas (Romero, 2001: 206). El
artesano se definía a sí mismo por su profesión, por su “oficio”,
en el que había logrado desenvolverse con seguridad tras muchos años de formación, de trabajo y de relacionarse con el entorno adecuado de la manera adecuada. Los trabajadores de
fábrica, en cambio, excepto los más especializados, más que
“profesión” tenían ocupación (menos estable y peor pagada
que la de los artesanos). Era quizá por estos y otros motivos
por los que valía la pena dedicar tanto tiempo y esfuerzo a realizar el aprendizaje tradicional en un taller bajo la supervisión
–y a veces la explotación- de un maestro. El sueño de llegar
a ser un trabajador independiente, de abrir un taller propio,
debía resultar un estímulo importante.
A pesar de las diferencias existentes entre el mundo artesanal gremial y el sistema de fábrica, hay que señalar que ambos
coexistieron durante un tiempo y que el primero debió influir
necesariamente sobre el segundo. En determinadas circunstancias, la industria moderna tuvo que inspirarse en formas de
organización propias del artesanado para poder resolver algunos problemas productivos y, en algunos casos, dependió de
una fuerza de trabajo que mantuvo una identidad de oficio15.
así lo había dispuesto la Junta de Comercio el 25 de octubre de
180014. Muy posiblemente, estas modificaciones no eran más
que una adaptación o reconocimiento de la práctica habitual.
¿Qué beneficios comportaba el aprendizaje para el gremio,
el maestro y el propio aprendiz? Podría decirse que el aprendizaje era, prácticamente, la razón de ser del gremio. Garantizaba la supervivencia del oficio y la transmisión del conocimiento, controlaba el reclutamiento de la mano de obra, regulaba
la competencia futura entre miembros del mismo oficio (las
ordenanzas determinaban el número de aprendices que cada
corporación –y maestro- podían admitir al año). Mediante el
aprendizaje, el maestro perpetuaba su manera de practicar el
oficio, contribuía a la supervivencia del mismo, era reconocido
por los demás maestros y conseguía una mano de obra barata
y versátil ya que los aprendices solían ocuparse de todo tipo
de tareas, no sólo de aquéllas relacionadas con el oficio que
estaban aprendiendo. Además, con el concurso de los aprendices, los maestros lograban mantener a la baja las retribuciones de los oficiales. Por su parte, el aprendiz obtenía una formación importante, una cualificación reconocida socialmente,
que le permitiría -si podía acceder a la maestría- convertirse
en un trabajador independiente con taller propio. No era esto
poco en un mundo donde el trabajador cualificado escaseaba
y donde el sistema fabril, que empezaba a imponerse, creaba
un tipo de trabajador nuevo que no requería, en la mayoría de
los casos, ningún tipo de formación.
Para algunos especialistas, los efectos del aprendizaje sobrepasaban el marco estrictamente gremial. Por ejemplo, S.
Kaplan –en su estudio de los gremios parisinos del siglo XVIIIconsidera que el aprendizaje funcionaba como vehículo de sociabilización y era clave para la reproducción del mundo de las
artes y oficios (Kaplan, 2001). Para J. Farr el aprendizaje no era
solo la iniciación al mundo del oficio sino un instrumento de
socialización moral y política. Fue uno de los principales medios para disciplinar la mano de obra, mantener una distinción
clara entre los distintos “rangos” sociales y, por tanto, el orden
y la jerarquía tradicionales. (Farr, 2000 y 2001).
Las diferencias entre el aprendiz de gremio y el nuevo
aprendiz de fábrica son ilustrativas de las implicaciones que
tenía el aprendizaje tradicional en la formación del capital humano. La vida del aprendiz gremial estaba regulada por la normativa corporativa –aunque, como se ha visto, se encontraban
formas de moldearla y adaptarla a necesidades específicas- y
podría decirse que durante su período de adiestramiento perdía buena parte de su libertad. Juanjo Romero, que ha analizado estas diferencias, apunta que el propio concepto de aprendizaje era bastante distinto para unos y otros. En las nuevas
fábricas textiles, el aprendizaje estaba limitado a la producción y al horario de trabajo. Una vez acabada la jornada, los
aprendices de fábrica (que pasan a denominarse simplemente
“ayudantes”) regresaban a sus casas y vivían su tiempo no productivo. El aprendiz artesano, en cambio, no distinguía entre
“tiempo productivo” y “tiempo extraproductivo”, ya que solía
ocuparse de hacer los recados de la familia con la que vivía y
de otras tareas domésticas no relacionadas con el aprendizaje
3. Origen social y geográfico de los aprendices: torcedores de
seda y albañiles
Todas las corporaciones disponían de “libros de aprendices” que recopilaban la información relativa a los jóvenes que
entraban anualmente en el gremio. Algunos de estos libros,
sin embargo, son más completos que otros. Mientras que en
algunos sólo se apuntaban los nombres del aprendiz y del
maestro, la fecha de inicio del aprendizaje y la cantidad pagada al gremio y al notario por escriturar el contrato, otros aportan más información, como el nombre y oficio del padre y de
la madre, si estaban vivos o no, el lugar de residencia y, en muy
pocos casos, la edad de incorporación al gremio. Veamos un
ejemplo tipo, extraído en este caso del gremio de panaderos
del año 1769:
“Pau Juliá, hijo legítimo y natural de Miquel Juliá, tejedor
de la villa de Terrassa, y de Bárbara, cónyuges vivientes; por
tiempo de tres años, que comenzaron a correr el primero
de noviembre de 1769, se asienta por aprendiz con Carlos
Setsa, cofrade, y éste le acepta. Y ha pagado 4 sueldos al
notario y a Miguel Asborná, clavario, 1 libra”16.
15 En este sentido, véanse los trabajos de Garcia Balañà (2004) y Vicente (2000)
16 AHCB, Gremis. Gremi de flequers i forners, Libro de los aprendices – 1791, (Sig.
6-25), f. 106.
14 AHCB. Junta de Comerç. Vol. III, folios 5-9
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Cuadro 1. Origen socioprofesional de los aprendices del gremio
de torcedores de seda de Barcelona. 1762-1792
Profesión del padre
N
%
Torcedor de seda
22
13,0
Otros oficios textiles
46
27,2
Profesiones agrarias
42
24,9
Otros oficios artesanos
39
23,1
Otros
13
7,7
Comerciantes
7
4,1
169
100
Total
Fuente: AHCB. Gremis. Torcedors de seda. “Llibre dels Aprenents y fadrins del gremi dels retorsedors de seda.
Any 1762 (-1792)”. Sig. 22-2.
“El 18 de febrero de 1787 se ha puesto por aprendiz con
Pere Joan Vergés la persona de Joan Bautista Serra y Espeig, hijo de Joan Serra y Jordi, payés, y de Josepha Serra
y Espeig, cónyuges, todos de la villa de Tremp, Obispado
de Urgell. Consta ser bautizado en las fuentes bautismales
de la Colegiata Iglesia de dicha villa el 24 de septiembre
de 1765. Por tiempo de tres años y medio, contadores el
día 29 de enero pasado en adelante; prometiendo que durante dicho tiempo no se irá de casa de su amo, y en caso
de irse promete comenzar con él mismo; que lo obedecerá en todo lo que sea lícito y honesto haciendo continua
residencia en su casa, comiendo y durmiendo en ella sin
exigir soldada ni salario. Y promete pagar su florín cuando
haya acabado. Y ha pagado dicho su amo por asentarlo 6
libras”19.
Algunas corporaciones insistían en la necesidad del aprendiz de cumplir con sus obligaciones en el momento de registrar su entrada al gremio. He aquí un ejemplo extraído del registro de los torcedores de seda de 1762:
“Lluís Bordoy, hijo legítimo y natural de Salvador Bordoy,
curtidor ciudadano de Barcelona, difunto, y de Maria, cónyuges, viva, por tiempo de cuatro años que comenzarán a
contar el día (...) se asienta por aprendiz torcedor de seda
con Andreu Vila, cofrade de dicha Cofradía, con promesa
de cumplir todas las obligaciones, estilos y consuetudes de
Aprendices de la presente ciudad, práctica y estilo de ella,
con todas las obligaciones y renuncias acostumbradas,
que por el notario de la presente Cofradía se le han hecho
presentes. Y el dicho Andreu Vila con todas las sobredichas
obligaciones lo acepta como su aprendiz y ha pagado 4
sueldos al notario y a Salvador Prunes, clavario, 3 libras”17.
A continuación se analizará la procedencia social y geográfica de los aprendices en dos casos concretos, el de los torcedores de seda y el de los albañiles, análisis que se extenderá
a otras corporaciones en fases sucesivas de la investigación.
La información sobre los aprendices de torcedores de seda
corresponde al período 1762-1792. Este gremio fue disuelto
en 1793, de igual modo, según Pere Molas, que otras corporaciones que fueron consideradas nocivas para el desarrollo industrial (Molas, 1970: 29). En los últimos años de su existencia
empleó sus fondos -y los que no tenía- en pleitos para evitar la
importación de seda torcida procedente de “Reynos estraños”,
que los fabricantes de tejidos de seda adquirían por ser más
barata. Esto estaba causando que los torcedores se estuviesen
“quedando sin ocupación (…) y pereciendo de miseria muchos trabajadores que antes se mantenían con alguna comodidad empleados en las labores del torcido”20.
Durante los años 1762-1792 ingresaron en esta corporación como aprendices un total de 186 jóvenes, de los cuales
se dispone de la siguiente información: nombre, año de inicio
y fin del aprendizaje, nombre del maestro o maestros con los
En algunos pocos casos se anota también la edad del
aprendiz (e incluso la de los padres). Esto es así en el libro de
aprendices de colchoneros y manteros, pero sólo a partir de
los años 30 del siglo XIX. Por ejemplo:
“El Sr. Don Anton Rusiñol, maestro colchonero y mantero
se ha encargado por aprendiz a Gonzalo Guillot, de edad
de 14 años, natural de Caen, hijo de Don Anton Guillot, capitán de edad de 55 años, natural de Barcelona y de Isidora
Blasco, edad 36 años, natural de Cartagena; satisfaciendo
el derecho gremial, 3 libras. 21 de marzo de 1836”18.
Por último, en otros libros de aprendices, como el de los
albañiles, consta también la fecha de bautismo, ya que ser
católico era requisito obligado para ingresar en el gremio. En
estos casos, por tanto, será posible calcular la edad con la que
se inició el aprendizaje. Por ejemplo:
17 AHCB. Gremis. Torcedors de seda. “Llibre dels Aprenents y fadrins del gremi dels
19 AHCB. Gremis. Mestres de cases. “Llibres en que se asentan los Aprenents”, 39/38,
retorsedors de seda. Any 1762”. Sig. 22-2.
18 AHCB. Gremis. 46-10.
f. 9.
20 AHCB, Gremis, 22-4, “Documents diversos”.
AREAS 34
68
Cuadro 2. Lugar de procedencia de los aprendices del gremio de torcedores de
seda de Barcelona, 1762-1792
Lugar de procedencia
Barcelona ciudad
N
%
38
26,0
Otras localidades de la provincia de Barcelona
30
20,6
Manresa (Barcelona)
29
19,9
Mataró (Barcelona)
15
10,3
Reus (Tarragona)
12
8,2
Localidades cercanas a Barcelona (actualmente ciudad de Bcn)
11
7,5
Otras localidades provincia de Tarragona
3
2,0
Localidades provincia de Gerona
3
2,0
Localidades provincia de Lérida
2
1,4
Otras provincias de España
2
1,4
Fuera de España
1
0,7
146
100
Total
Fuente: AHCB. Gremis. Torcedors de seda. “Llibre dels Aprenents y fadrins del gremi dels retorsedors de seda.
Any 1762 (-1792)”. Sig. 22-2.
que hizo el aprendizaje, nombre del padre y de la madre, si estaban vivos o habían fallecido y lugar de origen del aprendiz.
La cantidad a abonar por el ingreso era de 3 libras al clavario
más 4 sueldos al notario por escriturar el contrato de aprendizaje. Éste era uno de los gremios “baratos”, si se puede denominar así a aquellas corporaciones que ingresaban menos de
4 libras por entrada. Los aprendices a zapateros de los mismos
años pagaban 6 libras, cantidad que aumentó a 9 libras desde
1827. Los zurradores de mediados de siglo XVIII debían satisfacer 11 libras. La cuota de entrada de los aprendices albañiles
era de 6 libras, y 11 libras y 4 sueldos la de los “velers” hasta
1795, fecha en que se rebajó a 6 libras.
¿Cuál era el origen socioprofesional de los aprendices torcedores de seda? En el Cuadro 1 se muestra la profesión del
padre, información que aparece en 169 de los 186 contratos
de aprendizaje (es decir, en el 91%).
El 40,2% de los aprendices del gremio de torcedores de
seda eran hijos de profesionales del sector textil: el 13% eran
hijos de torcedores de seda y el 27,2% restante lo eran de
otros oficios textiles (tejedores de lana y lino, pelaires, “velers”,
tundidores, terciopeleros, percheros…). Constituía, sin duda,
el grupo mayoritario. En segundo lugar, cerca del 25% de los
aprendices eran hijos de padres de oficios agrarios (“pagès”,
hortelano, jornalero, bracero, “treballador”), seguidos de cerca,
en tercer lugar, por los hijos de otros oficios artesanos (curtidores, zapateros, albañiles, alpargateros, cerrajeros, etc.) con el
23,1%. Por último, el 7,7% eran hijos de padres de otros oficios
(marinero, veterinario, arriero, maestro de primeras letras, etc.)
y el 4,1% lo eran de comerciantes (“botiguers de teles”, negociantes, revendedores). Estos datos desmienten la “endogamia
gremial” que se ha solido atribuir a las corporaciones21. Los gre-
mios estaban abiertos a los hijos de todo tipo de profesionales
y eran una puerta de entrada a la ciudad para la mano de obra
sobrante del mundo agrario. La mayoría de los aprendices de
este oficio procedentes del campo eran hijos de jornaleros y
braceros de las zonas de agricultura pobre. La urbe se convirtió
en un foco de atracción para los desocupados agrarios y para
aquéllos que buscaban mejores oportunidades en un amplio
movimiento migratorio que caracterizó al siglo XVIII catalán.
De hecho, entre 1779 y 1824 el 50-60% de los residentes de
Barcelona no había nacido en la ciudad (López Guallar, 2011).
En el Cuadro 2 se muestra la procedencia de los aprendices
del gremio de torcedores (la cual se anota en 146 de los 186
asientos de aprendices).
El 74% de los aprendices de torcedores de seda eran “forasteros”, es decir, de fuera de la ciudad de Barcelona. Sólo el
26% eran originarios de la ciudad, aunque el 7,5% venían de
poblaciones circundantes –principalmente de Sarrià- que actualmente forman parte de la capital de Principado. El 30,3%
procedían de importantes centros textiles: cerca del 20% eran
originarios de Manresa (situada a 65 km de Barcelona) y el
10,3% de Mataró (a 35 km). En cuarto lugar, algo más del 8%
procedía de la ciudad tarraconense de Reus. El resto, en porcentajes siempre pequeños, eran originarios de localidades de
Gerona (el 2%), Tarragona (2%), Lérida (1,4%) y otros lugares
de España como Ávila y Madrid (el 1,4%). De uno de los aprendices sólo se dice que su padre residía en las Indias.
Los resultados de Manuel Arranz y Ramón Grau al analizar
el origen de los aprendices de gremio en tres corporaciones
barcelonesas (albañiles, panaderos, carpinteros) en la década
de 1761-1770 son similares a los obtenidos para los torcedores de seda. El 74,7% de los 828 aprendices contratados en los
tres gremios eran forasteros (el 74,3% en los albañiles, el 76,1%
21 Por ejemplo, Hohenberg (1995: 144) sostuvo que los maestros “trabajando dentro
de la estructura gremial (…) prácticamente habían cerrado el acceso al oficio a todo
el mundo excepto a sus hijos”. En Nieto Sánchez (2013: 98).
69
en los panaderos y el 73,7% en los carpinteros). Los gremios,
como sostienen ambos autores, jugaron un papel fundamental en el proceso de integración de la gran corriente inmigratoria –que fue exclusivamente catalana- en la ciudad22.
Para analizar las características de los aprendices albañiles se han examinado los datos de aquéllos que empezaron
su formación con 11 “mestres de cases” entre 1786 y 1820; un
total de 56 casos. El aprendizaje duraba, en teoría, tres años
y medio y la cantidad a pagar en concepto de entrada era de
6 libras. En este caso, dado que tenían que llevar el acta de
bautismo el día de la firma con el notario, es posible conocer
la edad de entrada en el gremio. En primer lugar, destaca que
la edad media de ingreso a esta corporación era significativamente alta: 22,2 años. Los aprendices más jóvenes tenían 15
años (tres casos) y el mayor de ellos tenía 47, aunque la moda
era de 17 años23. Posiblemente, el aprendiz de albañil debía
tener bastante fuerza física, más de la que pudiera tener un
joven de alrededor de 15 años, que algunos estudios establecen como la edad media de la mayor parte de los aprendices
artesanos en esta época24. Por otro lado, el paso por la casa
de un maestro albañil podía ser una oportunidad para adultos desocupados: en 10 de los 56 casos los aprendices tenían
más de 25 años, y en cinco casos se superaba de largo la treintena (37, 38, 39, 42 y 47 años). Hay que tener en cuenta que
convertirse en aprendiz de albañil suponía incorporarse a uno
de los grupos de artesanos mejor pagados de la ciudad en un
momento de fuerte demanda de estos profesionales a causa
del crecimiento urbanístico. De hecho, Manuel Arranz sostiene
que desde la década de 1740 los maestros utilizaban la contratación de aprendices para frenar el alza salarial de los oficiales
albañiles. Aunque en los asientos y contratos se establecía que
los aprendices no debían reclamar salario alguno, en realidad
muchos de ellos cobraban una cantidad anual (entre 10 y 12
libras), mucho menor, por supuesto, que la que hubiese tenido que cobrar un oficial por el mismo trabajo (Arranz, 2001:
115-116). ¿Explicaría eso la edad elevada de muchos aprendices de albañil? Eran adultos procedentes de las zonas rurales,
muchos de ellos con experiencia en tareas relacionadas con
la construcción (los campesinos a menudo se encargaban de
ampliar las dependencias de sus casas y construían o ayudaban a construir las cuadras, bodegas, etc.). Este hecho, unido al
menor nivel de cualificación requerido por este oficio en comparación con otros de la ciudad, convertiría al aprendizaje en
el gremio en una eficiente vía de integración de los emigrantes
en el entorno urbano.
Cuadro 3. Origen socioprofesional de los aprendices del gremio
de “mestres de cases” de Barcelona. 1786-1820
Profesión del padre
“Mestre de cases”
9
“Jove mestre de cases”
8
Profesiones agrarias
24
Otros oficios artesanos
6
Otros
1
No consta
8
Total
56
Fuente: AHCB. “Llibre en que se notan los aprenents”, Mestres
de cases, Gremis, 39-38.
Respecto a su origen socioprofesional, en el Cuadro 3 se
aprecia que 17 aprendices eran hijos de “mestres de cases”
(maestros albañiles) o “joves mestres de cases” (oficiales albañiles), 24 eran hijos de profesionales agrarios (18 “pagesos”,
3 “treballadors” y 2 braceros), 6 eran hijos de otros artesanos
(tejedores de lino, alpargatero, pelaire, etc.) y uno era hijo de
“maestro de niños”. Es decir, todo indica que era una profesión
de más fácil acceso para aquéllos que procedían del mundo
agrario.
La información sobre el lugar de origen confirma esta hipótesis. Sólo 10 de los 56 aprendices eran de la ciudad de Barcelona. Todos los demás procedían de distintas poblaciones
catalanas, destacando los que venían de la comarca del Urgell.
Los estudios de Manuel Arranz muestran que, a lo largo del
siglo XVIII, el 78,1% de los aprendices de albañiles y moleros
procedían de fuera de la ciudad de Barcelona y eran, en su mayoría, hijos de profesionales agrarios. En cambio, los aprendices barceloneses eran normalmente hijos de oficiales albañiles
y moleros. Éstos también solían comenzar su aprendizaje antes, entre los 14 y los 18 años (Arranz, 2001: 115).
En las entradas recogidas en el libro de aprendices de albañiles se apuntaba que “por tiempo de tres años y medio (…),
prometiendo que durante dicho tiempo no se irá de casa de
su amo. Y en el caso de irse promete volver a comenzar con
él mismo”. Esta fórmula, que no se ha localizado en otras corporaciones, permitía que el aprendiz se marchase sin ser penalizado y que pudiera retomar su aprendizaje con el mismo
maestro. Quizá era necesaria esta cierta flexibilidad para los
miembros de un gremio que tenían más movilidad que los demás. En efecto, los datos relativos a cada aprendiz anotados en
los libros mientras duraba su formación constatan dos cosas:
1)- Muchos abandonaban antes de finalizar la etapa formal de
aprendizaje (algunos incluso pasados sólo uno o dos meses),
y 2)- muchos prolongaban su formación a seis, siete o incluso
ocho años. El cambio de maestro era bastante habitual y también los conflictos con los mismos. Por ejemplo, en el caso del
aprendiz Joan Urllés se apunta lo siguiente: “El 27 de agosto
de 1797 se ha puesto como aprendiz con el maestro Cayetano
Provens la persona de Joan Urllés para continuar el aprendizaje que había comenzado con el maestro Josep Renart (…), por
el resto del tiempo que le falta para acabar, que son 10 meses y
22 Véase Arranz Herrero y Grau Fernández (1970: 73-74).
23 Manuel Arranz , en su estudio sobre los gremios de la construcción en la Barcelona
del siglo XVIII, apunta que entre 1701 y 1808 el 71,8% de los aprendices de albañiles
y moleros (un total de 2.794) tenía más de 18 años, y que el porcentaje de jóvenes de
hasta 17 años era realmente bajo: el 28,1%. Arranz (2001: 117).
24 J. Antolín Nieto y J. C. Zofío (2014: 10-11) recogen la información aportada por
diversos estudios tanto en España como en el extranjero. Los aprendices de París en
el siglo XVIII entraban en el aprendizaje, por ejemplo, con una media de 15,2 años. En
Bilbao la media era de cerca de 15 años, en Valladolid estaba entre 12 y 16, en Málaga
era de 14,9, en Albacete ingresaban en el oficio poco antes de los 15 años y en Madrid
lo hacían entre los 14 y los 16 años.
AREAS 34
N
70
Cuadro 4. La orfandad de los aprendices del gremio de
torcedores de seda de Barcelona, 1762 y 1792
22 días (…). Y promete pagar su florín luego de haber acabado
(…). El 17 de mayo de 1798 denuncia dicho maestro que el día
13 del corriente mes lo despidió por desobediente y le abonó
el tiempo”25.
Algunos aprendices eran despedidos y luego acogidos de
nuevo por el mismo maestro. Por ejemplo, el albañil Gervasi
Giralt empezó su aprendizaje con el maestro Josep Mestres
en abril de 1790 con 16 años de edad. Fue despedido en abril
del año siguiente, volviendo a casa del maestro en febrero de
1794, ya con 20 años, y acabó su aprendizaje en septiembre
de 179526.
En realidad, menos de la mitad (22) de los 56 aprendices albañiles de la muestra acabaron su aprendizaje (o fueron “aflorinados”, es decir, cobraron su florín). Además, la mayoría de los
que lo acabaron emplearon un tiempo bastante superior a los
tres años y medio establecidos en las ordenanzas. Dieciocho
se fueron de la casa del maestro sin haber acabado su aprendizaje (dos de ellos “para hacerse soldados”); 6 fueron despedidos por mal comportamiento y 5 cambiaron de maestro y
se desconoce si finalizaron o no su aprendizaje. En estudios
posteriores se intentará averiguar si esta gran movilidad de los
aprendices y la falta de compromiso con su aprendizaje eran
características de esta corporación en particular o un fenómeno más general. En el estado actual de esta investigación sólo
es posible afirmar que mientras que los aprendices de torcedores de seda solían acabar su aprendizaje en el tiempo establecido (aunque a menudo también cambiaban de maestro y
no faltaban los conflictos), era raro que esto sucediese entre
los albañiles27.
Manuel Arranz y Ramón Grau se preguntan qué número
de aprendices acababan integrándose en los oficios una vez
terminado su período de aprendizaje. Para el caso de los panaderos, sólo se colocaron como oficiales el 47,4%, proporción
sensiblemente más alta para los hijos de profesionales de la
panadería (el 60%)28. Y es que, como se verá posteriormente,
ser hijo de maestro facilitaba mucho la promoción profesional.
Nº de
aprendices
% de
aprendices
Ambos vivos
72
38,7
Padre o madre fallecidos
77
41,4
Padre y madre fallecidos
28
15,1
“Padres incógnitos”
6
3,2
No consta
3
1,6
186
100
Estado de los padres
Total
Fuente: AHCB. Gremis. Torcedors de seda. “Llibre dels Aprenents y
fadrins del gremi dels retorsedors de seda. Any 1762 (-1792)”. Sig.
22-2.
Los aprendices que tenían a ambos padres vivos al iniciar
su aprendizaje no llegaban al 40%. Esto no es extraño si se
tiene en cuenta la elevada tasa de mortalidad de la época y
la corta esperanza de vida. Juanjo Romero utiliza la información aportada por Figuerola en su Estadística de Barcelona de
1849 para demostrar que muchos oficiales no llegaban nunca
a ser maestros, entre otras razones, porque morían antes de
poder hacerlo. La esperanza de vida de los varones artesanos
de Barcelona era de 48,08 años, lo que explica, por tanto, que
muchos falleciesen siendo oficiales (Romero, 2005: 105).
El grupo mayoritario era el de los aprendices que habían
perdido a uno de los dos progenitores (el 41,4%) y algo más del
15% habían perdido a los dos. ¿Era la proporción de huérfanos
superior entre los aprendices de gremio que en el conjunto
de la sociedad? La falta de estudios al respecto impide por el
momento responder a esta cuestión, aunque la comparación
de nuestros datos con los obtenidos por Josep Maria Benaul
y Lidia Torra para las parejas que contrajeron matrimonio en
Sabadell entre los años 1751 y 1810, parece indicar que el porcentaje de huérfanos de ambos padres entre los aprendices
de torcedores de seda era bastante alto. Teniendo en cuenta
que la edad de matrimonio era más avanzada que la edad de
los aprendices, el 5,7% de las parejas de Sabadell tenían a los
padres difuntos en el momento de firmar los capítulos matrimoniales frente al 15% de nuestros aprendices (Benaul y Torra,
2009: 29). Se ha observado, por otra parte, que eran muchos
los niños huérfanos y abandonados entre los aprendices de
Albacete de los siglos XVII y XVIII (Hernández López, 2013: 7
y 17).
Si no puede afirmarse que el aprendizaje fuese el destino
natural de los huérfanos, sí puede decirse que era una salida
que les ofrecía dos cosas importantes: el aprendizaje de un
oficio y, aunque fuese temporalmente, una familia con la que
vivir. Esto era así especialmente para los que procedían de
instituciones asistenciales como el Hospital de la Misericordia
de Barcelona. En efecto, se apunta en algunos casos que los
aprendices de torcedores de seda no pagaron las tres libras en
concepto de entrada al gremio “en atención de ser del Santo
Hospital de la Misericordia, como consta en el certificado dado
por el Padre de dicho Hospital”. Los jóvenes hijos de “padres
incógnitos” solían proceder también del Hospital, por lo que
4. Orfandad, pobreza y aprendizaje
Era habitual que muchos de los aprendices de los gremios
barceloneses de la segunda mitad del siglo XVIII fueran huérfanos de padre o madre. En la siguiente tabla se muestran los
datos relativos a esta cuestión para los aprendices que entraron en el gremio de torcedores de seda de Barcelona entre
1762 y 1792.
25 AHCB, Gremis, 39-38, “Llibre en que se notan los aprenents”, f.13.
26 AHCB, Gremis, 39-38, “Llibre en que se notan los aprenents”, f. 19.
27 Por ejemplo, en una nota suelta del libro de aprendices de torcedores de seda,
datada el 28 de abril de 1772, el maestro Manuel Pujadas apuntó lo siguiente: “Certifico que estando en mi casa como aprendiz Francisco Casals durante dos años y
dos meses, en este tiempo ha huido ocho veces, estando fuera de mi casa cuatro
meses y diez días, y queda a favor de su aprendizaje un año nueve meses veinte días.”
“Llibre dels Aprenents y fadrins del gremi dels retorsedors de seda. Any 1762” (i fins
el 1792). Sig. 22-2.
28 Arranz Herrero y Grau Fernández (1970: 77).
71
estaban exentos del pago, así como también algunos chicos
huérfanos de padre. Un total de 20 aprendices (el 10,8% del
total) no pagaron cuota alguna.
De hecho, algunos defensores del sistema gremial –como
el Ayuntamiento de Barcelona en la segunda mitad del siglo
XVIII- ensalzaban las virtudes que tenía el aprendizaje tradicional para los muchachos pobres: “De estas consideraciones
se puede concluhir sin violencia que siendo por lo común la
pobreza la que destina a muchos mozos al exercicio de las artes mecánicas, serían muy pocos los que se aplicasen a ellas
si no tuviesen el recurso de pasar como aprendices el tiempo
que prescriben las ordenaciones de los oficios que, por penoso y prolijo que les parezca, tal vez no sería término suficiente
para aprender los rudimentos menos complicados: sus padres
pobres se verían imposibilitados a mantener en su compañía sus hijos por tan largo tiempo; y muchos jóvenes de esta
clase ahuyentados de la casa paterna tomarían el partido de
mendigar”29. Así, el aprendizaje artesano era percibido como
una salida digna para los hijos de aquellos padres que no podían mantenerlos en casa.
En el archivo del Hospital de la Misericordia de Barcelona
hay información de interés sobre los aprendices. Tradicionalmente, los muchachos recogidos en el Hospital que tenían la
edad de iniciar el aprendizaje en un oficio entraban en algún
gremio, pero de manera distinta al resto de los aprendices.
Para empezar, “no pagaban cosa alguna de lo impuesto por
dichos gremios por la entrada de aprendices” y, en segundo
lugar, “por causa de ser tan pobres y desamparados, el Hospital los mantiene de ropa y cuyda de su limpieza durante el
tiempo de su aprendizaje”. El problema se produjo cuando,
en 1756, la corporación de zurradores –una de las más “caras”
de la ciudad- se rebeló contra esta diferencia de trato de los
aprendices procedentes de la institución asistencial y empezó
a exigir el pago de entrada a los maestros que los habían acogido: “Dos muchachos del mencionado Hospital estaban por
aprendizes, el uno en casa de Francisco Casas y el otro en la de
Joseph Oliu, zurradores, y pretendieron los Prohombres de dicho Gremio que dicho Casas pagase 11 libras por su aprendiz y
pasaron a apremiarle por no haverlas satisfecho, notificándole
que en continente despachase el aprendiz si quería relevarse
del apremio”. Los administradores del Hospital recomendaron
al maestro no pagar las 11 libras “por no introducir exemplares
perniciosos”, es decir, por no crear un antecedente peligroso.
Esto sería contrario a la tradición y a la ley, ya que un privilegio
real permitía “poner los muchachos aprendizes con la condición de no pagar nada”. El pago de la entrada supondría graves
perjuicios económicos para el Hospital, y algo peor: “la falta de
medios obligaría a despedir los muchachos del Hospital siendo grandes y capazes para ponerlos en oficios, respecto de que
no es conveniente que abiten en él, a causa de las muchísimas
doncellas que están allí recogidas; pues aunque los dos sexos
estén totalmente separados, en algunas ocasiones no pueden
dejar de tratarse por el trabajo en distinctas oficinas; de que
resultaría malograda la enseñanza y educación que se les da
en el Hospital, en beneficio del Público y abierta la puerta de la
ociosidad, madre de todo delito”. El aprendizaje en los gremios
era pues una salida óptima para los jóvenes varones del Hospital de la Misericordia, a los que había que separar de las niñas
y muchachas que, en cambio, trabajaban en las manufacturas
textiles organizadas en el propio Hospital.
Los administradores de dicha institución, para demostrar
la gran oportunidad que esta práctica ofrecía a los jóvenes
desamparados, acompañaron su expediente de un listado de
aprendices, oficiales y maestros que habían salido del Hospital: un maestro pintor, un maestro y un oficial dagueros, un
oficial cerrajero, dos aprendices carpinteros, dos aprendices
tejedores de lino, un aprendiz de medias de telar, un aprendiz albañil, además de “algunos maestros y mancebos en otros
oficios, y en particular, en el de Hortelanos de la puerta de San
Antonio”30.
Un documento de la Real Audiencia del 4 de febrero de
1757 determinó que no había lugar a la exención del pago tal
y como solicitaban los administradores del Hospital, pero es
evidente –como muestra la documentación generada por el
gremio de torcedores de seda- que esta práctica fue muy habitual hasta finales del siglo XVIII.
5. Algunas notas sobre las condiciones de vida de los aprendices.
A la hora de abordar el tema de las condiciones de vida
de los aprendices es necesario hacer una primera distinción
entre los hijos de maestros de gremio y los demás. Los hijos
de maestros que se quedaban en su casa para aprender el oficio nada tenían que ver con otros cuatro colectivos: los hijos
de maestros que se colocaban con otros maestros del mismo
oficio, los hijos de maestros contratados por maestros de otros
oficios, los jóvenes hijos de oficiales y, por último, los que procedían de un mundo ajeno al gremial. Cabe suponer que el
grado de desprotección frente al maestro era mayor en cada
una de estas categorías.
El hecho de ser hijo de maestro y continuar con el oficio familiar tenía muchas ventajas: se aprendía en casa (normalmente sólo uno de los hijos, ya que así se perpetuaba el oficio familiar al mismo tiempo que se diversificaban riesgos), se evitaba
el año de trabajo como oficial en un taller tras el aprendizaje,
se pagaba una cantidad mucho menor que el resto de oficiales
para acceder a la maestría y en muchas corporaciones no se
debía hacer la parte práctica del examen. Estos derechos se extendían a menudo a los oficiales que estuviesen casados con
hijas de maestros. En el gremio de “velers” de Barcelona, por
ejemplo, esta diferencia llegó a ser enorme a finales del siglo
XVIII. En 1792, mientras que los hijos de maestros debían satisfacer 12 libras y 1 sueldo para hacer el examen que les convertiría en maestros, el resto de oficiales debía pagar 100 libras.
30 Arxiu de la Fundació Casa de Misericòrdia de Barcelona. Sèrie Treball de les Asilades. Subsèrie expedients, lligalls i documents solts. 1-Govern de la Casa. Notícies.
Entrada de nois d’aprenents a diferents gremis. 1756-1772. Signatura: AM02-PE01,
CP02A, 08.
29 AHCB. Ayuntamiento, Representaciones, 1776, fols. 60-106. Citado por Arranz y
Grau (1970: 77-78).
AREAS 34
72
la que la cerrazón de los gremios en cuanto al aprendizaje y
sus características explicaría la tendencia de los inmigrantes
campesinos llegados a Barcelona a trabajar en las fábricas antes que pasar por la condición de aprendices en los talleres
de los maestros de gremio (Molas, 1970: 18). Sostiene el autor que, conociendo las condiciones de trabajo en las fábricas
esto puede sorprender, pero hay que tener en cuenta que el
trabajo en los talleres gremiales tampoco era fácil. Antonio de
Capmany, conocido defensor de los gremios, consideraba que
la jornada de catorce horas era normal y los sueldos, aunque
con una tendencia al alza en la segunda mitad del siglo XVIII,
eran bajos34. Algunos de los detractores de los gremios, como
Colmeiro, denunciaban los “muchos abusos que bastarían por
sí solos para condenar una institución propia de otros siglos”
(Molas, 1970: 25).
En 1781 la obra de teatro anónima Examen d’un mestre sabater da noticias, por un buen conocedor del gremio de zapateros, de las duras condiciones de vida y trabajo de los aprendices, a los que hacían trabajar de sol a sol. En unos versos de
dicha obra –en catalán en el original- se dice: “Hasta ahora me
he muerto de hambre, mal común de los aprendices” (Vilallonga, 2010: 72). El siguiente fragmento de la obra ilustra la dureza –no sabemos si exagerada o no- de las condiciones de vida
y trabajo de los aprendices zapateros:
Esta cifra máxima se fue reduciendo en los años siguientes y
la diferencia entre unos aspirantes y otros fue disminuyendo,
aunque ni mucho menos desapareció. En los años 20 del siglo
XIX se distinguía entre tres tipos de maestrías del gremio de
fabricantes de velos: 1)- Las “maestrías de Jubileo”, que incluían
las de hijos de maestros y las de los oficiales casados con hijas
de maestros (pagaban 6 libras por hacer el examen,) así como
las de los “menores de edad” (25 años); 2)- las “maestrías de fadrins” (oficiales), que satisfacían 30 libras, y 3), las “maestrías de
Ordenanza”, por las que se pagaban 50 libras31.
Para algunos autores, esta política gremial a favor de los
hijos y yernos de maestros debe ser interpretada como una
protección de la inversión hecha en formación profesional. Según Jaume Torras, los maestros agremiados no consideraban
el conocimiento del oficio como un atributo individual, sino
como un patrimonio de la familia dentro de la cual se aprendía y practicaba. Los maestros querían poder legar este patrimonio y protegerlo de la desvalorización que podría derivarse
de la competencia de artesanos de otras localidades, de otras
regiones o de la multiplicación de talleres. De ahí que, a mediados del siglo XVIII, los nuevos maestros que no eran hijos
o yernos de maestros tuviesen que pagar, por su admisión a
examen, 16 veces más –como media- que los que sí lo eran
(Torras, 2006: 47-48).
Estas diferencias entre los hijos de maestros y el resto de
los aprendices se traducían también en su apariencia externa.
El Barón de Maldá, en un escrito de la década de 1780 dedicado a describir la forma de vestir y los adornos que usaban
los catalanes, apuntó que los hijos de maestros de artesanos
de “segundo rango” (“sastres, percheros, veleros, pasamaneros, carpinteros, zapateros, carreteros, escultores, etc.”)32 y
los oficiales de los mismos oficios iban a veces peinados de
peluquero, aunque la mayoría de ellos llevaban redecillas en
sus cabezas y vestían medias de seda blanca, “cabriolés” en invierno y casaquillas lisas en verano. En cambio, los aprendices
corrientes llevaban cota, gorra y medias de hilo grueso (en vez
de las de seda), como el de sus camisas. Mientras que éstos
llevaban botones de hilo o metal en los ojales de los puños
de sus camisas y hebillas de estaño o de latón en los zapatos,
los oficiales de estos oficios y los hijos de maestros llevaban
hebillas de plata, camisas más finas que la de los aprendices y
botones también de plata o “de piedra brillante engastada en
plata”33. Esta diferenciación en la apariencia externa no era rara
en una sociedad que, aunque en transformación, aún no había
dejado de ser del todo estamental y en la que, por lo tanto,
el nacimiento aún tenía una importancia considerable en los
signos de reconocimiento mutuo y en la distinción social.
Existen múltiples noticias sobre las duras condiciones de
vida de la gran mayoría de los aprendices. Los inventarios
post-mortem muestran, por ejemplo, que solían dormir sobre
un jergón en el suelo del mismo taller y que no poseían más
ropa que la que llevaban puesta (Moreno, 2001). Molas seña-
No quiero estar más aquí,/que con cuatro años que he
estado,/lo que he sufrido sólo Dios lo sabe.
Trabajo hay que es un poder/como también hambre,
en tanto que/nunca me he visto harto de pan.
Lo que más he conseguido/fue una tirada de vino/
cuando iba como San Eloy/rodando estas calles,/haciéndome ir por los recados/y a veces incluso lloviendo/que
hacía reír a la gente viéndome tan amargado (Vilallonga,
2010: 100).
No es posible saber, sin embargo, si el trato dado a los
aprendices era sustancialmente distinto del que se daba al resto de trabajadores, tanto en el taller como en la fábrica.
6. Conclusiones
En este texto se hace una aproximación a la figura del
aprendiz en una época en la que la institución que lo creó, el
gremio, estaba siendo gravemente amenazada por la industrialización y la nueva interpretación de la realidad económica
y social de ilustrados y liberales. Ahora bien, ni todas las corporaciones vivieron este proceso de la misma manera ni, por tanto, todos los aprendices. Por otra parte, la imagen plana que
de ellos proporcionan las ordenanzas gremiales se desvanece
cuando se analiza quienes eran, de dónde venían, de quienes
eran hijos… Es difícil hacer una tipificación de la figura del
31 AHCB. Gremis. Velers. “Llibre dels aprenents. 1788” (2B-42-5).
32 Los artesanos “de primera clase” eran “los artesanos más acomodados, como son
34 Molas (1970: 122). Sin embargo, Manuel Arranz sostiene que Capmany fue mal
informado y que, en realidad, la jornada laboral era de unas 11 horas. Arranz (2001:
124).
marchantes, bordadores, tiradores de oro, plateros, relojeros, tenderos, oficiales de
negocio y de tienda, etc.” D’Amat (1784/1994: 258).
33 D’Amat (1784/1994: 258-259).
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Bibliografía
aprendiz, dado que la realidad era mucho más compleja que
la que se pretendía aprehender en la normativa gremial.
El aprendizaje parecía ser, a tenor de algunos testimonios,
un proceso duro para los jóvenes que accedían a él: largas
jornadas de trabajo, multiplicidad de tareas y dura disciplina
ejercida por el maestro, con el cual a veces se producían serios
conflictos. En cambio, les ofrecía una serie de oportunidades
inalcanzables para muchos otros: una cualificación –que les
posibilitaría incrementar sus rentas en el futuro-, una red social y profesional, y un futuro independiente si podían acceder
a la maestría. El aprendizaje en el gremio suponía también una
oportunidad para sectores desplazados del mundo agrario y
una vía eficaz para su integración en la ciudad.
No obstante, los primeros resultados de esta investigación
sugieren que el aprendiz de algunas corporaciones –como
la de torcedores de seda- poco tenía que ver con el de otras
–como la de albañiles-. Mucho más joven el primero que el
segundo (y supuestamente, por tanto, más dócil), hijo, en muchas ocasiones, de un artesano del sector textil, solía acabar
su aprendizaje a tiempo. En un oficio, por otra parte, que tendría un futuro muy poco halagüeño. El segundo, en cambio,
un joven de más edad, mayoritariamente procedente de las
zonas rurales, con más dificultades para aceptar la disciplina
del maestro y que optaba a veces por el aprendizaje como una
forma temporal de ganarse la vida antes de ejercer otra profesión o hacerse soldado. Este oficio, sin embargo, tendría un futuro más prometedor. Los torcedores de seda desaparecieron,
mientras que los albañiles fueron cada vez más demandados
en una sociedad urbana en crecimiento.
¿Qué factor condicionaba más la vida de un aprendiz, el
hecho de ser aprendiz o el oficio al que había accedido? Posiblemente un aprendiz compartía más similitudes con un
oficial del mismo gremio que con un aprendiz de otra corporación. Un mismo oficio, un mismo código profesional, una
misma red social y una misma “categoría” dentro de la escala
social urbana, aunque en escalones distintos. Como sostenía
el Barón de Maldá, había artesanos de “primera” y de “segunda” clase, distinción quizá más determinante que la que existía
entre el aprendiz y el oficial de un mismo oficio. Lo que sí parecía crear una diferencia fundamental con respecto al resto de
aprendices era ser hijo de maestro artesano, especialmente si
el aprendiz era el hijo que el padre-maestro había elegido para
perpetuar el oficio familiar.
En definitiva, el trabajo llevado a cabo hasta aquí abre más
interrogantes de los que cierra. Esperamos poder arrojar más
luz sobre estos y otros aspectos relacionados con la figura del
aprendiz de gremio en fases posteriores de esta investigación.
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