Arquitectura y Ciudad, siglos XVI y XVII.
Diego Suárez Quevedo
Arquitectura y Ciudad, siglos XVI y XVII
Diego Suárez Quevedo ( Director)
Félix Díaz Moreno
Concepción Lopezosa Aparicio
José María Riello Velasco
Facultad de Geografía e Historia U.C.M.
Recién concluido el proyecto Complutense PR/ 05-13390, cuyo objetivo era el
análisis y estudio de las fuentes literarias que hoy atesora la Biblioteca Histórica de la
Universidad Complutense de Madrid, en relación con el binomio arquitectura y/o
ciudad durante las centurias enunciadas y, en nuestro caso teniendo muy en cuenta, si tal
dualidad se presentaba, la simbiosis texto-imagen, acometimos la tarea que ya intuíamos
ingente para el año de duración previsto en la convocatoria y, verdaderamente, la
cuestión se reveló absolutamente inabarcable, optando entonces -el equipo de
investigación- por ceñirnos a los antiguos ficheros de Filología; aún así, los resultados,
sin falsas modestias, podemos calificarlos de espléndidos. Desde luego, y a pesar de la
citada restricción, en cantidad, sí, pero sobre todo en calidad, como, de algún modo,
trataremos de evidenciar en las líneas siguientes de esta suerte de resumen que aquí nos
ocupa.
Decidimos repartirnos, siempre con flexibilidad y adaptación, los trabajos del
modo siguiente: bajo responsabilidad de la profesora Concepción Lopezosa Aparicio
quedó el estudio, análisis e impacto respecto a la ciudad de todo tipo de eventos
celebrativos, realidad consustancial a lo que fue la Edad Moderna y la subsiguiente
publicación de la oportuna Relación; el amplio, y realmente farragoso tema, sobre todo
en ciencias afines y de apoyo, pero que como reto era fundamental encarar, de la
arquitectura militar y de todas sus derivaciones teórico-prácticas, quedó a cargo del
profesor Félix Díaz Moreno; el licenciado con grado y becario FPU José María Riello
Velasco quedaba designado para atender al fundamental apartado de la siempre eterna
Roma y su presencia e intento de ser tomada como paradigma, ahora también aunando
claves cristianas, a partir de una nueva eclosión de las Mirabilia Urbis Romae, en los
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siglos XVI y XVII potenciadas e instrumentalizadas por la Contrarreforma; finalmente,
yo mismo, Diego Suárez Quevedo, tomé como objetivos los tratados de arquitectura y
biografías de arquitectos de las centurias señaladas. Cada uno de los miembros, bajo un
epígrafe específico de su cometido, realizará un resumen, aproximación o balance de
resultados en relación con el respectivo trabajo en el proyecto.
Sobre el De re aedificatoria albertiano [BH FLL 10833]. Su
singularidad e importancia.
El tratado de arquitectura pionero de la Edad Moderna escrito por Leon Battista
Alberti (Génova: 1404-Roma: 1472) entre 1443 y 1452, tuvo una cierta circulación e
incidencia
aún
manuscrito,
constándonos
la
existencia
de
varios
códices
quattrocentistas, de los cuales se conservan algunos hoy día y, en Historia del Arte el
tratado es mayoritariamente conocidos por su título latino, bien manuscrito, bien
impreso.
Una suerte de panorámica histórica, durante los siglos XV y XVI, de Alberti y sus
escritos de arquitectura, ésta preferentemente en función de la civitas en su teoría y
pensamiento, podría plantearse siguiendo las pautas siguientes: en latín y c. 1450-1455,
Alberti había escrito lo que hoy consideraríamos unas notas, De punctis et lineis apud
pictores, cuya consideración sería de reflexiones a medio camino entre propuestas
perspectívicas y arquitectura para composiciones figurativas, y, que sepamos, sólo
alcanzaron las prensas muy a fines del siglo XIX [en Opera inedita et pauca separatim
impressa, a cura di Girolamo Mancini. Florentiae, J. C. Sansoni, 1890].
La editio princeps del De re aedificatoria, sin duda su tratado de más empeño
dentro de los de contenido artístico, fue una promoción de Lorenzo el Magnifico de'
Medici, supervisada por Agnolo Poliziano e impresa en Florencia en 1485 por Nicola
Alammano: Leonis Baptistae Alberti florentini viri clarissimi de Re aedificatoria libri
X..., obviamente en latín.
Concretiza aquí Alberti, y finalmente la imprenta “atrapa”, un consumado elogio
del arquitecto que explicita sus ideas, los contenidos de su intelecto, mediante el diseño
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gráfico, en una propuesta en diez libros, siguiendo la estructura del texto de Vitruvio, en
ocasiones con planteamientos abiertamente críticos respecto a éste.
Portada de la obra de Leon Battista Alberti, en su edición de 1546.
Los contenidos básicos son los siguientes: los tres primeros libros están dedicados a
las fases proyectual y ejecutiva; en los libros cuarto y quinto se examinan, en el
contexto de la ciudad edificios singulares y sus destinos; los libros sexto, séptimo,
octavo y noveno, tratan del aparato ornamental de los edificios según su tipología y
rango, comenzando por los templos y terminando por las construcciones privadas, el
problema de los órdenes arquitectónicos y el papel del arquitecto; finalmente el libro
décimo se ocupa de la restauración de los inmuebles y de hidráulica. Con las premisas
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de firmitas, utilitas y venustas, que resumen los principios vitruvianos que informan a
la bella arquitectura, o sea la que conlleva el orden, la disposición, la simetría, la
euritmia, el decoro y la distribución, preconiza Alberti la consecución de la concinnitas
o armonía en total sintonía con el orden natural, primordialmente mediante el uso de
proporciones musicales, como la más perfecta de las referencias a la ordenación
cósmica, para mensurar y estructurar el edificio, que siempre debe ser acorde al
respectivo contexto socio-cultural y según los roles sociales de comitentes y
construcciones, tanto respecto a una adecuada, deseable y saludable inclusión en el
tejido cívico como, en su caso -villas suburbanas y rústicas- al entorno campestre;
todo, en suma, como un íntimo y feliz maridaje entre arquitectura y cultura.
Siguen dos ediciones en latín de París, 1512, y otra también latina en
“Argentorati”, es decir Estrasburgo, de 1541, y ya la de 1546, que es la que aquí nos va
a interesar. Luego tenemos la edición torrentina, Florencia, 1550, en italiano, con
traducción y edición de Cosimo Bartoli, que será reeditada en 1565, literalmente en
Florencia pero también en Venecia por Francesco Franceschi. Por su parte, en París,
1553, se imprime la traducción francesa de Jean Martin L’architecture et l’art de bien
bastir du seigneur Leon Baptite Alberti... divsée en dix livres.
Sobre la edición de Florencia, 1550, se ha efectuado la publicación de Akal,
“Fuentes de Arte”, 10, Madrid, 1991: Leon Battista Alberti: De Re Aedificatoria,
prólogo de Javier Rivera y traducción al español de Javier Fresnillo Núñez, manual de
constante uso desde entonces y, por todos conceptos, excelente a nuestro juicio;
curiosamente, incluye como ilustración la censura, a que nos referiremos, en su p. 49,
cuyo pie reza: “Censura de 1585 (sobre los altares)”.
Como constatando lo dicho sobre la calidad de los fondos de nuestra biblioteca
histórica, reseñamos los datos de que disponemos sobre el ejemplar BH FLL 10833,
impreso en Venecia en 1546 y usualmente conocida como ed. del Lauro, por el apellido
del editor, y con dedicatoria al conde Bonifacio Bevilacqua, que no es el conocido
cardenal homónimo (Ferrara: 1570- Roma: 1627), aunque sí de esta ilustre familia:
-Portada: “I DIECI LIBRI/ DE L’ARCHITETTVRA/ DE LEON
BATTISTA DE GLI (sic)/ ALBERTI FIORENTINO,/ Huomo in ogni
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altra dottrina eccellente, ma in/ questa singolare; da la cui prefatione
breue/ mente si comprende/ La commodità, la necessità, e la dignità/ di
tale opera, e parimente, de la/ quale è stato mosso à scriuerla./ Con
gratia, & priuilegio de lo Illustris. Senato/ Vinitiano per anni dieci./ IN
VINEGIA,/ APPRESSO VINCENZO VAVGRES./ M D XLVI.”.
-Medidas: alto: 16 cm.; ancho: 10,5 cm.
-Manuscrito: “delalibra .(sic) del Collº. Jmperial dela (sic) Compª. de Jhs.
de Md./ 4 Rs.”.
-En el canto del libro, parte inferior, impreso: “ARCHI= DI –LEON – B”.
-Tras la portada página en blanco, en la que aparece manuscrito: “Por
commission de los Señores Jnquisidores de Toledo he visto y expurgado
este libro conforme al expurgatorio de 1612-“; y rubricado por Francisco
de ¿Vinara?: “ffranco de ?”.
-Última página en blanco, con emblema del impresor o marca tipográfica:
dos manos que cogen una cruz commisa en la que se enrosca una
serpiente; y manuscrito: “esta Corregido por mandado [mdo] del Santo
[Sto.] officio de Toledo fray thomas gonçalez”; se trata, en concreto, del
fol. 248 vuelto.
-Seis páginas de dedicatoria: “ALLO (sic) ILLVST. ET/ GENEROSO
SIGNORE, IL SI-/ GNOR CONTE BONIFATIO BE=/ uilacqua, Pietro
Lauro Modenese”.
-Catorce páginas de índice: “TAVOLA DE I LIBRI/ ET CAPITOLI DE
L’ARCHI=/ TETTVRA DI LEON/ Battista degli Alberti Fiorentino.”;
siguen dos páginas en blanco.
-Luego ocho páginas, en realidad cuatro folios pues desde aquí se va a
foliar el libro, con: “PREFATIONE DI/ LEON BATTISTA DE GLI (sic)
AL=/ BERTI FIORENTINO/ ne i dieci libri de la sua Architettura”.
-Y ya el tratado propiamente dicho, foliado siguiendo la numeración de la
Prefatione; es decir, fols. 5 hasta el 248.
-Presenta varios subrayados, demostraciones geométricas y anotaciones manuscritas- en los márgenes; así: dibujos y anotaciones (fol. 15 recto);
figuras y números (fol. 49 recto); notas (fol. 49 vuelto); dibujos de
paramentos y opus romanos con anotaciones (fols. 54 vuelto y 55 recto);
arcos y triángulos (fol. 64 recto); arcos y bóvedas (fol. 65 recto);
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explicaciones en español al texto (fol. 68 recto); puntualizaciones al
margen según Vitruvio (fol. 69 recto); dibujos: pieza y elementos de
máquinas de hierro (fol. 129 vuelto), anotaciones (fols. 141 recto y 143
recto); dibujos geométricos demostrativos (fol. 144 recto); dibujo de
voluta al borde del entablamento (fol. 151 recto); anotaciones (fols. 189
vuelto y 190 recto; aclaraciones en español al texto [“hormigas/
chinches”] (fol. 244 recto).
-Censura en capítulo 13 del Libro VII, fols. 161 vuelto y 162 recto, al
tratar: “De l’altare, de la communione, de le luci, & de i candelieri”;
treinta y un renglones en total.
Ciudad y Fiesta
La Edad Moderna supuso un período de notable importancia para el proceso de
conformación urbanística de la mayor parte de las ciudades europeas. Sobre los centros
históricos consolidados, salvo excepciones, en base a procesos ajenos a planificaciones
calculadas, se activaron proyectos de expansión para definir los nuevos ejes viarios,
especialmente destacados según los intereses, que se convirtieron en las principales
directrices de las ampliaciones futuras. Las urbes comenzaron a ofrecer, a partir de la
activación de estos programas, una imagen claramente diferente a la presentada hasta
entonces, como consecuencia de las rectificaciones, alineaciones, homogeneización de
fachadas, en definitiva como materialización de los planes de “ornato y policia” tal
como entonces se entendía, para lograr una fisonomía arquitectónica y urbanística más
acorde a los conceptos de racionalidad y regularidad sobre los que se fundamentó la
nueva idea de realidad urbana, orientada tanto a mejorar las condiciones de
habitabilidad de las ciudades como de privilegiar y ensalzar aquellos enclaves, calles y
realidades arquitectónicas, ligados a los poderes políticos y religiosos sobre los que se
cimentó la Edad Moderna.
Uno de los instrumentos más eficaces para la exaltación y consolidación de estos
poderes fue la Fiesta, solemne y grandioso espectáculo al servicio de las autoridades
como demostración de dominio y prestancia. La Fiesta, laica o religiosa, privada o
pública, se convirtió en un acto común y habitual en el mundo Moderno. Cualquier
hecho era digno de ser festejado. Entradas reales organizadas con ocasión de
matrimonios de príncipes, bautizos o nacimientos de las personas reales, visitas de
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personajes ilustres, exequias o conmemoraciones religiosas tales como beatificaciones o
canonizaciones fueron los principales motivos que justificaron la celebración de los
eventos que definieron el calendario festivo. Las más significativas, sin duda, fueron las
fiestas públicas, laicas o religiosas, que requerían la intervención de los ciudadanos
como espectadores de los actos y comitivas que tenían lugar en la ciudad convertida en
escenario para la representación de los acontecimientos festivos. Como recurso de
persuasión y reafirmación de poderes, cada festejo fue cuidadosamente planificado
muchos meses antes de la celebración.
Desde la elección de los artistas más significativos de cada momento, arquitectos,
pintores y escultores que participaron directamente -y con un comportamiento de mayor
libertad que el que la mayor parte de ellos manifestaron al concebir obras de carácter
permanente- , en la elaboración de las fábricas efímeras, parnasos, fuentes y arcos de
triunfo entre las más habituales, que durante escasos días contribuían a magnificar unas
ciudades carentes en muchos casos de arquitecturas monumentales e hitos visualmente
significativos, hasta la elaboración de los complejísimos programas de exaltación de las
virtudes y excelencias de los agasajados, todo respondía a un completo programa de
planificación. No obstante a pesar de su carácter efímero, mantenido únicamente en la
retina y sentimientos de quienes asistieron a tan magnos espectáculos, estos fastos
lograron perpetuarse en la imagen de la ciudad a partir de las mejoras urbanoarquitectónicas que muchos de ellos conllevaron y fundamentalmente a partir del
minucioso relato que de cada uno se elaboró tal como atestigua la cuantiosa literatura
artística que estos eventos generaron.
Las crónicas, relaciones y descripciones pormenorizadas surgidas de cada una de
las fiestas fueron principalmente concebidas como recursos propagandísticos de cara a
otras cortes y estados que sin duda tratarían al menos de emular unos eventos cuyo
esplendor resultó casi imposible superar en los sucesivos. Son numerosos, en este
sentido, los relatos de tal naturaleza que integran los fondos de Filología de la
Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, un riquísimo filón que
nos ha permitido insistir, tras la localización de más de un centenar de títulos, en la
importancia que la Fiesta tuvo a nivel urbanístico ahondando en su relevancia como
elemento clave en el proceso de definición urbana de muchas ciudades europeas durante
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la Edad Moderna, cuyas tramas se vieron fuertemente subordinadas a los escenarios que
definieron los recorridos festivos.
Al tiempo la lectura detenida de cada uno de los ejemplares permite en muchos
casos reconstruir pormenorizadamente las celebraciones, los actos ocurridos en cada
uno de los escenarios, tanto exteriores como interiores, elegidos en cada momento, los
programas de exaltación o la disposición de los espectadores y por ende valorar las
cuestiones protocolarias de la época . Ahora bien de entre todos los aspectos que tales
relaciones permiten analizar sin duda destacan por atractivo y belleza aquellos
testimonios visuales que muchos de ellos esconden entre sus páginas.
Magníficos grabados de monarcas o personajes destacados al inicio o final de los
capítulos, elaborados jeroglíficos insertos en el texto o imágenes de las espectaculares
fábricas que como arcos de triunfo o túmulos que concienzudamente elaboradas para
magnificar las celebraciones y abocadas a la destrucción ya que tan sólo unos días
después de las celebraciones eran desmanteladas y tan sólo en algunos casos
aprovechados sus materiales, se nos presentan como el testimonio más evidente de la
colosal naturaleza de estos espectáculos.
El Arte Militar
Plantear los métodos de guerra para conservar la paz, se convirtió a lo largo de la
Edad Moderna en una de las ironías más ampliamente fundamentadas. Con el estudio de
las batallas, ya fueran antiguas (cargadas de valor y simbolismo) o modernas (donde se
recogían los nuevos planteamientos), se pretendía en base a la experiencia de los
grandes generales de la Historia participar de su sabiduría y a su vez adquirir los
planteamientos necesarios para obtener el éxito ante el enemigo. No existió país
europeo, que tomando como pretexto y precepto estas ideas, no se decantara por
divulgar, por medio de la imprenta, aquellos aspectos más significativos del arte de la
defensa y el ataque.
La localización de gran parte de estos tratados en los anaqueles de todo tipo de
“librerías” del momento, ya fueran particulares o de instituciones, se explica por
entenderse como materia beneficiosa tanto para la exaltación patriótica encabezada por
sus nobles y máximos mandatarios, como para la propia instrucción de las capas
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privilegiadas. De especial interés será la absorción de estos estudios como material
provechoso para la educación de príncipes, entendiéndose la guerra, sus componentes,
organización y estrategias como un excelente adiestramiento y aprendizaje de las
cualidades de sus futuros mandatarios.
La guerra durante la época moderna experimentó una serie de innovaciones y
modificaciones que motivaron que algunos de sus presupuestos básicos y tradicionales
tuvieran que ser revisados por haberse quedado obsoletos, perdiendo por tanto la
funcionalidad para la que fueron ideados. Los nuevos logros, o bien sus planteamientos
previos, tenían que ser divulgados para que su utilidad tuviera efectos inmediatos sobre
el ataque y la protección de los territorios, pero la intencionalidad de esta propuesta
conllevaba una nueva disyuntiva, pues el conocimiento público de lo que se entendía
como “secretos de estado” restaba éxito a las soluciones propugnadas, de ahí que en
muchos casos quedaran silenciadas o seccionadas en sus reflexiones más avanzadas.
Ello ocasionó, entre otros muchos condicionantes, que se optara por acaparar los
tratados escritos en otras lenguas, básicamente las ediciones italianas en donde se unía
una rica tradición y los avances más considerables en varios campos de la milicia.
Destacamos entre los clásicos una reedición del siglo XVII del insigne Vegecio (BH
FLL 31822) o la incuestionable y continuamente referenciada de De’ Zanchi [Venecia,
1554] (BH FLL 9733)
Los conceptos de ataque y defensa fueron transformándose paulatinamente desde
las percepciones medievales hasta los nuevos usos modernos, momento este último en
donde la generalización de armamento de fuego originó a su vez la reorganización de
las defensas, con planteamientos de fortificaciones más sólidas tendentes no sólo a
resistir el embate de los fuertes impactos balísticos, sino también a habilitar espacios
que albergaran las nuevas y numerosas piezas de artillería. Artillería que se convertirá
en argumento primordial en los diseños y proyectos tanto de los propios instrumentos de
guerra como de las zonas defensivas, en donde las soluciones abaluartadas irán tomando
cuerpo, convirtiéndose a lo largo de la Edad Moderna en estructuras de complejo
desarrollo. A las zonas de control del enemigo se le unían las de ataque y contraataque
planificadas con antelación para contrarrestar las cambiantes fases de las batallas.
De este conjunto de medidas y proyectos surgirá un nuevo vocabulario técnico o
bien una reinterpretación del antiguo; palabras como baluarte, cortina, glacis,
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contraescarpa, hornabeque, etc. serán normalmente utilizadas. Su uso continuo no
conllevaba sin embargo el conocimiento exhaustivo de las mismas, razón por la cual
algunos tratadistas tuvieron que incluir en sus escritos, largas y sesudas explicaciones al
respecto acompañadas por láminas o grabados ilustrativos.
La nueva definición de la guerra motivará por tanto importantes cambios en la
manera de entenderse, pero también de plantearse y donde los estudios científicos
previos serán de obligado desempeño. Su análisis ya se encontraba firmemente
estructurado desde el siglo XV en donde convergieron el interés por la obra de Euclides,
padre de las Matemáticas, conjuntamente con las aportaciones medievales. La
utilización de piezas de artillería y la efectividad en el lanzamiento de sus proyectiles
determinó a su vez la profundización y asimilación de complejas fórmulas en donde los
ángulos de tiro y las trayectorias eran determinantes; así por ejemplo Biringucio en su
Della Pirotechnia (Venecia, 1540) trató por vez primera los grados de inclinación y
efectos de los proyectiles o Nicoló Tartaglia quien al unir las matemáticas y el tiro
desarrolló uno de los más completos estudios sobre balística, no exento de detractores
caso del español Luis Collado. De Tartaglia por ejemplo, la Biblioteca atesora varios
ejemplares de gran valor, así la Nova Scientia publicada en Venecia en 1558 (BH FLL
37417 y 20598) o las impresas en la misma ciudad en 1554 Quesiti e inventioni... (BH
FLL 20598 y 37417).
En nuestro país a lo largo del siglo XVI, sobre todo bajo Felipe II, se intentó
materializar un proyecto de formación por el que un grupo de técnicos con
conocimientos teórico-prácticos se ocuparan de resolver los innumerables problemas
surgidos de las nuevas necesidades que se producían, tanto por la defensa y
mantenimiento de la posición hegemónica en Europa como por el de las colonias de
ultramar, lo que obligó a la instrucción de personal cualificado en diferentes campos:
naútica (construcción de navíos, instrumentos de navegación, cartas, etc.), destacamos
aquí la obra de Andrés de Céspedes, Regimiento de navegación -Madrid, 1606- (BH
FOA 2694), ingeniería civil, ingeniería militar, artillería (fabricación de cañones,
balística, preparación de pólvora, ...), etc. Todos los anhelos del monarca, a este
respecto, quedaron finalmente solventados tras la instauración en 1582 de la Academia
de Matemáticas de Madrid en donde durante un breve periodo de tiempo se logró
conjugar, en parte, los conocimientos teórico-prácticos de muchos y variados maestros,
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teniendo siempre como referente fundamental el estudio de las Matemáticas y sus
diferentes ramas, como aglutinadora de los diversos saberes.
En fin, una pléyade de textos en donde se diserta sobre la guerra en su más amplia
acepción y que en el fondo se habían convertido en un arma mucho más poderosa que
los propios cañones al transformarse en vehículos de conocimientos e ideas que se
extendieron como la propia pólvora.
Mirabilia Urbis Romae y Arqueología Romana
Buena parte de los fondos de la Biblioteca Histórica de la Universidad
Complutense proceden de instituciones eclesiásticas del antiguo Madrid, como la
primera biblioteca del Noviciado, el Oratorio de San Felipe Neri o los Reales Estudios
de San Isidro. Es ésta, sin duda, una de las causas fundamentales de la riqueza, no sólo
cuantitativa sino también cualitativa, de las obras referentes a Roma en posesión de la
citada biblioteca. Desde la instalación definitiva del papado en Roma, en 1420, tras la
prolongada estancia en Avignon, los libros que, del más diverso calado, tenían como
objeto la Ciudad Eterna se multiplicaron por doquier, no sólo para exaltar la riqueza
cultural, material e histórica romanas, sino también y sobre todo para cumplir, como
instrumento de primer orden, con un proceso de apropiación simbólica del antiguo
legado romano en general e imperial en particular, por parte del nuevo poder pontificio.
Las Mirabilia Urbis Romae, cuyos orígenes conocidos radican en el siglo IX –
aunque, seguramente, guías de la ciudad existieron siempre-, tomaron nuevo impulso a
comienzos del siglo XVI gracias sobre todo a la creación de esa nueva máquina
propagandística que fue la imprenta para unos y otros bandos, católicos y protestantes, a
partir del colérico ataque de Martin Lutero con las tesis de Wittenberg de 1517 que
desembocarían, años después, con la escisión irrevocable de la Iglesia. De pequeño
tamaño, manejables y susceptibles de ser llevadas de allá para acá y también
económicas, las Mirabilia difundieron por los ámbitos de la cristiandad unos dogmas
que venían a subrayar los primitivos lazos ecuménicos; en este sentido, guiaban al
peregrino por los lugares simbólicos y sagrados que constituían, y aún hoy constituyen,
el maridaje material del cristianismo, por aquel entonces atacado en muchos de sus
flancos por las huestes luteranas: personas sagradas como la Virgen y los santos, y
conceptos como la autoridad papal y la centralidad romana eran furibundamente
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agredidos por la facción protestante, y las Mirabilia conformaron la perfecta avanzadilla
contraluterana. Además, Roma no sólo era sede del papado, sino antes bien lugar de
martirio y de reliquias; por ejemplo, el pontífice Pío V respondía a los peregrinos que le
pedían reliquias: “Recoged un poco de tierra, todo el suelo de Roma está enrojecido por
la sangre de los mártires”, y esto en el especialísimo ambiente de la incipiente
Contrarreforma. Por tanto, era absolutamente perentorio guiar la mirada y los pasos del
peregrino por la ciudad, a la búsqueda de los lugares santos y de las reliquias allí
custodiadas pues, al fin y al cabo, éstas eran los cimientos sobre los que se sustentaba la
comunidad cristiana, el acervo común depositado en la fe en unos huesos santos. En
cierto sentido, las Mirabilia reformaban desde dentro, antes incluso de que se pusiera en
marcha la arrolladora máquina de la Contrarreforma católica. La Biblioteca Histórica
atesora en sus fondos buen número de estas Mirabilia, de las que destacan el ejemplar
del español Francisco de Cabrera Morales (BH FLL 3861), la de Pedro Mártir Felini
(BH FLL 16212) o la del importante impresor Guglielmo Facciotti, que añade al final el
opúsculo del arquitecto vicentino Andrea Palladio L’Antichità di Roma (BH FLL 3412)
pues no sobra señalar que dichas Mirabilia no olvidaron nunca el glorioso pasado
romano, sino que hicieron de la nueva Roma papal la legítima heredera del antiguo
imperio, y no sólo desde un punto de vista simbólico. Roma había sido Caput Mundi, y
ahora a ello se añadía su nueva condición de Caput Ecclesiae; las ruinas del antiguo
esplendor avisaban tanto de la vanidad de las glorias terrenales como de la grandeza
imperial de la que era heredera la Roma cristiana en perfecta e insoslayable continuidad.
La Roma cristiana y, después, la Roma católica, eran las legítimas herederas del imperio
universal.
Por ello, a la par que esa oficial vía que supusieron las Mirabilia Urbis Romae, y
aunque no sea baladí apuntar que muchas de esas empresas se llevaron a cabo bajo
auspicios de la autoridad papal, se desarrolló un camino alternativo al amparo del nuevo
humanismo imperante que propugnó los estudios científicos o pre-arqueológicos,
materializados en diversos tratados fundamentalmente italianos, de los que la Biblioteca
custodia algunos importantes ejemplos. Para los arquitectos del Renacimiento, la
creación de la nueva arquitectura pasaba por un conocimiento apurado de las leyes que
habían regido los edificios antiguos cuyos vetustos restos se alzaban magníficos sobre el
perfil romano y, de la misma manera que sus colegas filólogos, se pusieron a la
búsqueda incesante del secreto de la arquitectura antigua, modelo y acicate para las
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modernas construcciones. La Roma antigua debía renacer, salir a la luz, y para ello era
estrictamente necesario que comenzara a reconocerse. Fue ejemplar, bajo esta
perspectiva, la obra de Flavio Biondo, que inauguró un moderno método arqueológico
combinando los datos epigráficos y numismáticos, el estudio pormenorizado de las
fuentes literarias antiguas y el cotejo de esa recopilación con los restos conservados,
análisis que dieron a conocer sus hijos con carácter póstumo en Romae Instauratae y
Romae Triumphantis, de los que la biblioteca complutense guarda un valioso ejemplar
(BH FLL 28855). Herederos de Biondo fueron los que siguieron excavando y midiendo
el suelo romano, ávidos buscadores del tesoro antiguo que dieron a conocer los
resultados de sus desvelos en publicaciones que se sucedieron en el tiempo; es el caso
de Delle antichità della città di Roma, de Lucio Fauno, que había traducido al vulgar la
obra de Biondo (BH FLL 34362 y BH FLL 34366); la Roma Antiquitates Urbis de
Andrea Fulvio, personaje cercano al taller de Rafael (BH FLL 10071 y 33038) y
heredero del inacabado proyecto que el de Urbino había comenzado bajo órdenes de
León X y que incluía la elaboración de una planta topográfica de la antigua Roma;
L’Antiquità di Roma de Luigi Contarino (BH FLL 32760); o la Roma Svbterranea de
Antonio Bosio, infolio publicado en 1632 que sacó a la luz las primitivas catacumbas
cristianas que eran, en fechas cruciales para la religión católica, “arsenales donde
conseguir las armas para combatir contra los herejes y los iconoclastas”, como apuntaba
el propio autor en el prefacio a su monumental obra (BH FLL 12391, BH FLL 10535 y
BH FLL 10536).
Una de las características más fascinantes de la Ciudad Eterna es su facultad de
metamorfosearse y ello, seguramente, por ser su suelo una amalgama de recuerdos y de
historias, grandes y pequeñas, y su nombre una evocación continua de mitos y leyendas
que son verdaderas en cuanto que configuran lo más duradero y crucial de nuestra
tradición. Si, como ha ocurrido con otras cosas, Roma es quitada de en medio, reducida
a una cita descontextualizada, a un prurito de erudición o a una marca de moda, a un
reducto de espectáculo posmoderno o una parada más en el incesante viaje turista en
que se han convertido nuestras vidas, podremos pasar con melancolía los folios de éstas
y otras obras que por razones de espacio no han podido ser glosadas aquí, y rememorar
con nostalgia un pasado conservado, por fortuna, en estas ruinas de papel.
Pecia Complutense. 2006. Año 3. Num. 5. pp. 41-54
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Arquitectura y Ciudad, siglos XVI y XVII.
Diego Suárez Quevedo
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