CIUDAD Y ARQUITECTURA
CIUDAD Y ARQUITECTURA
Julio Echeverría
© Ciudad y Arquitectura
Julio Echeverría
Primera edición
Octubre 2018
ISBN: xxx-xxxx-xx-xxx-x
Derecho de autor:
Diseño de páginas interiores e impresión
Imprenta V&M Gráficas
Jorge Juan N32-36 y Mariana de Jesús • Teléfono: (593 2) 320 1171
Quito - Ecuador
Índice
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea:
hacia una teoría política de la ciudad ................................
11
Conceptos e historicidad de lo urbano .........................
13
Aglomeración y dispersión: economía e identidad ........
22
La ciudad como fuga y como reclusión
en la intimidad ...........................................................
30
Ciudad y complejidad urbana ......................................
35
La dispersión, el desborde y el “descubrimiento”
del centro ..................................................................
39
A modo de conclusión .................................................
43
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad
en la urbanización global ..................................................
47
Introducción ..............................................................
47
Ciudad y reconocimiento .............................................
48
Ciudad y secularización ...............................................
51
Ciudad mercado y urbanismo ......................................
57
La arquitectura como indicador de la crisis urbana .......
61
La crisis de la monumentalidad icónica ........................
64
El regreso a la inmanencia de las percepciones ............
67
Crisis de la política y ciudad ........................................
73
La ciudad dispersa como forma de la ciudad
contemporánea ..........................................................
80
5
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano
en la construcción de la ciudad .........................................
85
La ciudad como construcción de sentido ......................
86
La aglomeración y la dispersión como principios
estructurantes ............................................................
88
De la morfología al sentido, del sentido
a la morfología ...........................................................
90
La configuración de modelos de ciudad ........................
93
El carácter patrimonial de los hechos urbanos ..............
97
El paisaje urbano ........................................................ 101
Nomadismo, sedentarismo y modernidad ..................... 106
Ambiente, territorio y paisaje urbano .......................... 109
La necesidad del cambio de paradigmas ....................... 111
Reflexiones finales ...................................................... 112
El estudio de la ciudad ..................................................... 115
Teorizando sobre la ciudad .......................................... 115
Lo concéntrico, lo lineal, lo disperso ............................ 123
De la teoría a la metodología: aglomeración,
dispersión .................................................................. 132
Sistema y ciudad......................................................... 135
Diferenciación y segregación ....................................... 136
La conformación de modelos urbanos .......................... 139
La fenomenología de los modelos urbanos ................... 143
La construcción de modelos ........................................ 146
La operacionalización de los modelos .......................... 151
6
APROXIMACIONES
La forma de la ciudad ....................................................... 157
I ................................................................................ 157
II ............................................................................... 158
III .............................................................................. 160
IV .............................................................................. 162
V ............................................................................... 163
VI .............................................................................. 165
Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI .................. 166
Caracterización de la ciudad ........................................ 170
Las demandas de sentido hacia la ciudad ..................... 171
La política hacia la ciudad ........................................... 174
Bibliografía ...................................................................... 177
7
El libro reúne distintos ensayos y aproximaciones que el autor ha
trabajado en su desempeño como Director del Instituto de la Ciudad de Quito. El primer ensayo, “Ciudad y urbanismo, una aporía
contemporánea”, trabaja el concepto de ciudad, recuperando y
resignificando las aproximaciones propias de la teoría política urbana. El autor opone “ciudad” y “urbanismo” como dos significaciones que no necesariamente coinciden y explora la crisis de la
ciudad como lugar de convivencia, frente al crecimiento indetenible del territorio propio del fenómeno urbano contemporáneo.
En el desarrollo de esta temática, analiza la forma ciudad a partir
de tres modelos, el concéntrico, el lineal y el disperso, gracias a
los cuales es posible dar cuenta de fenómenos contradictorios
como aglomeración-dispersión, reclusión-fuga y las complejas relaciones campo-ciudad. Estas dimensiones propias del urbanismo
contemporáneo ponen bajo tensión a los paradigmas clásicos que
estudian la ciudad y que giran en torno a los conceptos de polis
y civitas.
El segundo ensayo, “Ciudad y espacio público. El destino de la
ciudad en la urbanización global”, trabaja la relación ciudad y espacio público en un acercamiento critico al urbanismo moderno;
discute la necesidad de ampliar el marco de reflexión tradicional, concentrado en el debate sobre el “derecho a la ciudad”, a
través de un análisis complementario, el de la ‘inmaterialidad y
lo simbólico’ en la construcción del espacio público. Aborda las
temáticas de la alteridad, el reconocimiento, la secularización,
el mercado, con sus respectivos efectos en la construcción de la
ciudad funcionalista moderna. En un segundo momento, realiza
un análisis de las formas arquitectónicas que proyectan sentido
9
en la anonimidad de las urbes modernas, considerando el papel
del arte ya desvinculado de su dimensión sagrada. Sobre la base
de estas reflexiones, el autor advierte la transición de lo público
desde la lógica de la aglomeración masiva, al carácter intelectualista contemporáneo, que ve a lo público como un territorio de
realización y extrañamiento, espacio complejo para las interacciones subjetivas contemporáneas.
El tercer ensayo, “Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano
en la construcción de la ciudad”, nos presenta a la ciudad como
‘proyección de sentido’ en su doble calidad de construcción estética y funcional, en constante adaptación tanto a la morfología
del territorio, como a las necesidades de quienes la habitan. El
autor aborda la conjunción entre lo natural y lo artificial propia
de los asentamientos urbanos y propone aprehender esta dinámica desde los conceptos, permanentemente en tensión, de aglomeración y dispersión.
El cuarto ensayo, “El estudio de la ciudad”, aborda las condiciones
necesarias para la producción de conocimiento y para la investigación de los hechos urbanos. La construcción de indicadores y
variables, la modelización y la construcción de índices mediante
la combinación de distintos aprestamientos metodológicos, permite dar cuenta de las condiciones actuales de incremento de
complejidad en los sistemas urbanos.
10
El libro cierra con la presentación de dos aproximaciones a las
mismas temáticas, pero bajo otro formato discursivo: “Concepto
y politicidad de Quito en el siglo XXI” ponencia leída en el Colegio
de Arquitectos de Quito, en abril del 2014, que pone en juego los
conceptos desarrollados alrededor de la ciudad, para reflexionar
sobre su devenir político; y el microensayo “La forma de la ciudad” aparecido en el n. 2 de la revista digital Trashumante, que
utiliza una clave más sensible para describir la experiencia del
habitante de la ciudad.
Ciudad y urbanismo, una aporía
contemporánea: hacia una teoría
política de la ciudad
La caracterización de la ciudad contemporánea frente a
la complejidad del fenómeno urbano global conduce a
repensar y resignificar los conceptos clásicos de la teoría
urbana, en un esfuerzo por avanzar hacia la comprensión
de los actuales desafíos de la urbanización. El presente ensayo opone de manera provocadora el concepto de
ciudad con el de urbanismo; el embate del fenómeno urbano es un hecho irreversible en las sociedades modernas, que pone bajo tensión la idea misma de ciudad. El
ensayo describe la evolución de la forma ciudad en tres
modelos: el clásico de la polis y la civitas; la configuración moderna de la ciudad como máquina revolucionaria, que acoge y potencia el desarrollo de la industria y
de las transacciones mercantiles capitalistas; y el de la
ciudad contemporánea de la crítica a la dispersión, fragmentación y segregación. Para realizar esta operación se
analiza la configuración de la autonomía de la ciudad en
relación con el Estado nación, las lógicas económicas y
sus efectos de aglomeración y dispersión, la confluencia
de las pulsiones de fuga y reclusión de las identidades,
manifiestas en la distribución espacial contemporánea,
así como la no resuelta relación campo-ciudad.
La reflexión sobre la ciudad asume ahora nuevas connotaciones
frente a la explosión del fenómeno urbano a nivel global: actual-
11
Julio Echeverría
mente, el 53.4% de la población mundial vive en ciudades (United
Nations World Urbanization Prospects, 2014); en 2050, esta cifra
se elevará al 70%. (Global Report on Human Settlements, UN-Habitat, 2009). Estos datos revelan un síntoma y prefiguran una línea de tendencia que aparece como irreversible e indetenible. 1
¿Estamos frente a una ‘crisis de la ciudad’? El concepto mismo
de ciudad como polis o como civitas (M. Cacciari), ¿va perdiendo
su perfil frente a la revolución urbana, que sobrepone el crecimiento indetenible del territorio sobre las posibilidades de la
convivencia identitaria que, si bien débilmente, la idea de ciudad
aún transmite?
El fenómeno urbano tiende a imponerse bajo la figura del crecimiento incontenible de las ciudades; estas pierden sus perfiles,
su morfología se transforma, como lo hacen sus construcciones
de sentido; el urbanismo emerge como un paradigma científico
comprometido con el gobierno del territorio, de un espacio que
se expande descontroladamente. El fenómeno urbano tiende a
rebasar las capacidades de la planificación y regulación, una situación que evoluciona en su interacción con los distintos ciclos
o momentos de afirmación del capitalismo contemporáneo y de
la “ciudad global ”. 2 El fenómeno urbano vuelve más vulnerables
a las ciudades frente a crisis económicas, desarreglos ambientales como el cambio climático o la sobreexplotación de recursos
12
1.
Entre las quince ciudades más grandes del mundo, diez se encuentran en países en desarrollo. Latinoamérica es la región de mayor proporción de población urbana. Si para 2007 la
población urbana estaba en el 78,3% para 2050 se estima que ascenderá al 88,7 %.
2.
Cf. Es la socióloga S. Sassen que últimamente ha desarrollado una reflexión sobre el fenómeno urbano en el contexto de la globalización. El proceso urbano global es visto como una
dimensión que ejerce presión sobre la vida de las ciudades, que se ven obligadas a refuncionalizarse a su dinámica, al punto de convertirse en motores y dinamizadoras del mismo proceso de globalización. La autora sugiere una reformulación del ordenamiento institucional
del sistema económico mundial, en el que se conjugan de distinta forma los fenómenos de la
aglomeración y la dispersión urbana, lo que hace que determinadas ciudades se conviertan
en nodos comunicacionales de redes financieras y de poder, que influencian en la marcha
de la economía global, más allá incluso del poder de los estados nacionales. Cf. S. Sassen, La
Ciudad Global, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1999.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
naturales, fenómenos que escapan la mayor de las veces de sus
capacidades de gobierno.
¿En qué medida los conceptos clásicos de ciudad pueden retomarse o resignificarse para enfrentar las condiciones actuales de
complejidad del fenómeno urbano?
La respuesta nos ubica en el reconocimiento de situaciones recurrentes a escala global: la sostenibilidad de las economías urbanas, las relaciones con el mundo rural, los diseños arquitectónicos, la relación con el entorno ambiental, los perfiles del paisaje
urbano. La ciudad más que una aglomeración de construcciones,
de edificios y vías es una agregación de sentidos que evolucionan
en el tiempo. En las páginas que siguen, revisamos el concepto
de ciudad y lo confrontamos con las tendencias que caracterizan
al avance de la urbanización global, algo que es propio de una
teoría política de la ciudad, y que aparece como una asignatura
pendiente en los estudios sobre ciudad y urbanismo. 3
Conceptos e historicidad de lo urbano
Al igual que lo que acontece con la teoría política moderna, también para una teoría política de la ciudad, la relación entre conceptos y concreciones históricas no es directa ni lineal. Las construcciones semánticas y conceptuales, al menos para la ciudad
occidental, están ya trazadas en sus líneas fundamentales en Grecia y Roma, con sus conceptos de polis y civitas, 4 pero la configuración de la ciudad moderna como efectiva concreción histórica,
recién acontecerá entre los siglos XIV y XVIII en Europa y en sus
3.
Como afirma N. Cuppini, “[…] una de las lagunas más evidentes y problemáticas en el campo
de los estudios urbanos reside en la casi total ausencia de una teoría política de la ciudad.
En las disciplinas politológicas esta viene al máximo definida como sujeto institucional, como
actora de governance, o como escala adecuada para la participación y la construcción de
ciudadanía”. Cf. “Verso una teoría política de la cittá globalizzata”, Revista Scienza & Política,
vol. XXII, pp. 247-262, Bologna, 2015.
4.
Cf. M Cacciari, La citta, Pazzini editore, Rimini, 2012.
13
Julio Echeverría
Roma Foros Imperiales maqueta. crystalinks.com
proyecciones coloniales, una confluencia que coincide con la primera expansión del mundo globalizado.
14
Desde entonces, conviven en el concepto de ciudad dos estructuras semánticas que tienden a enfrentarse y a retroalimentarse; la
ciudad como economía de las transacciones, como lugar de mercado y de la reproducción material; y la ciudad como realización
identitaria, como espacio de reconocimiento y de realización política, como lugar del encuentro deliberativo en la dimensión pública. En la filosofía griega esta diferenciación aparece como contraposición entre el oikos, como sede de la economía doméstica,
de la administración de la casa, del mundo de la intimidad y de la
individualidad, y la polis como mundo de lo público, del ágora, de
la deliberación racional, que construye las decisiones políticas y
por tanto que discute el sentido de la vida en la ciudad.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
El concepto de ciudad está ya definido en sus líneas fundamentales en la filosofía de Sócrates y Platón. La polis aparece como
condición de salida de la animalidad, del instinto, de la pasión.
La política griega puede ser vista como estrategia de salida de la
condición natural animalesca del sujeto que, gracias a la razón,
se constituye como ciudadano. La universalidad de la razón se enfrenta a la aproximación singular, cargada de percepciones sensibles en donde se anida la pasión, el desorden y el caos. El ciudadano antepone el interés universal, a cualquier particularismo
que no es sino expresión de su instinto pasional, de la animalidad
sobre la cual se soporta lo humano. La polis, la ciudad, aparece
como el espacio de lo público, porque allí se encuentran los ciudadanos y estos son tales porque en ese espacio no pertenecen
al mundo de la reproducción natural, que es el mundo del oikos
familiar, de la vida doméstica, de la reproducción material. Es en
Grecia donde se diferencia tajantemente el espacio público del
espacio privado, el cual es relegado al mundo de las percepciones
naturales, de las dimensiones pasionales y emocionales, que provienen del contacto directo con la naturaleza y con la naturalidad
de lo humano. 5
Es sobre esta delimitación que la polis griega aparece como paradigma de la ciudad y del ciudadano como actor que la promueve y
la construye. Es también matriz del concepto de espacio público,
una dimensión donde el individuo se realiza a condición de su
renuncia a su particularismo perceptivo, que no produce eticidad
colectiva, sino que más bien la corroe. Esta particular declinación
semántica define un modelo de ciudad –y de ciudadano– en el
cual se excluyen las dimensiones ‘no éticas’, que son aquellas que
pertenecen al mundo de las percepciones, vinculadas con la reproducción económica, que en el mundo griego estaban recluidas
5.
Para el desarrollo de esta caracterización de la ciudad en el clasicismo grecorromano, remitimos, a más de la obra ya citada de Cacciari, a L. Strauss, La ciudad y el hombre, Katz editores,
Buenos Aires 2006; H. G. Gadamer, El inicio de la filosofía occidental, Paidós, Barcelona,.
1995; K. Kereny, La religión antigua, Herder, Barcelona, 1999; G. Colli, La nascita della filosofia, Adelphi, Milano, 1975.
15
Julio Echeverría
Agora de Atenas perspectiva aérea, repository y parthenonfrieze.gr
al ámbito doméstico de la familia, sede también de la reproducción biológica de la especie.
16
El concepto de ciudad derivado de la polis define también el concepto de política como construcción decisional que se soporta en
la deliberación pública, que acontece en el ágora, sede germinal
de la asamblea representativa; la filosofía griega define el carácter de la politicidad como construcción racional que resulta de
la anulación/depuración de sus contenidos sensibles, producidos
por la percepción en su contacto directo con la reproducción natural. Pero a pesar del universalismo de la estructura semántica
de la polis, de su poderosa capacidad de abstracción, respecto de
la configuración natural perceptiva del sujeto, su construcción
refleja una clara derivación excluyente, al no reconocer ni a la
mujer ni a esclavos y extranjeros un status de eticidad o de dignidad humana que los acerque a la condición de ciudadanos. A
esta construcción semántica se remite también la distinción de lo
urbano y lo rural y la subordinación que progresivamente sufrirá
lo rural en el destino de la urbanización.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
El concepto de ciudad como civitas se vuelve innovador respecto
del concepto de ciudad como polis; aquí la estructura semántica
es distinta de aquella que configura la polis. La civitas supone el
camino inductivo en la construcción del concepto de ciudad; el
ciudadano de la civitas es aquel que se reúne para construir el
lugar de la ciudad, mientras la construcción semántica de la polis
recorre el camino deductivo, presupone el lugar que acoge al ciudadano que después se reconoce en él. “La polis es el lugar donde
una determinada gente, específica por tradiciones y costumbres,
tiene su lugar, tiene su propio ethos. En griego, ethos es un término que muestra la misma raíz que el latín sedes (…) El ethos griego, mucho antes y más originariamente que cualquier costumbre
y cualquier tradición, es la sede, es el lugar donde mi gente tiene
su tradicional morada. Y la polis es el lugar del ethos (…). Esta
determinación ontológica y genealógica del término polis no está
presente en el latín civitas. La diferencia es radical, porque en el
latín, civitas (…) se manifiesta la proveniencia de la ciudad del civis. Los civis son un conjunto de personas que se reúnen para dar
vida a la ciudad (…) Los romanos ven desde un inicio que la civitas
es el producto del juntarse distintas personas bajo unas mismas
leyes más allá de cualquier determinación étnica o religiosa”. 6
Esta doble característica semántica del concepto de ciudad convive en la formulación clásica grecorromana. Cacciari lo precisa
aún más: “En la civilización griega, la ciudad es fundamentalmente la unidad de personas del mismo género, y por tanto se puede entender a la polis como idea que remite a un todo orgánico
que precede a la idea del ciudadano. En Roma en cambio, desde
sus orígenes –y esto lo dice el mismo mito de la fundación de
Roma– la ciudad es el confluir conjunto, el confluir de personas
diversísimas por religión, por etnia, etc. que se ponen de acuerdo
solamente por fuerza de la ley ”. 7
6.
M. Cacciari, La Cittá, pp. 8-9, Pazzini Editore, Rimini 2012 (traducción del autor).
7.
Ibídem, p. 9.
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Julio Echeverría
Es esta la fuerza universal de Roma y del cristianismo que se extenderá después como imperio bajo la idea fuerza del urbi et orbi;
una idea de ciudad como contenedor de diferencias, que por tanto no tiene límites ni fronteras, que puede crecer y ensancharse
a medida que sea acogido el principio que acomuna a quienes
adhieren a ella, que es la vigencia de la ley como reconocimiento
de los derechos de igualdad y de pertenencia de aquellos que se
asumen como parte de la ciudad. La ciudad cobra de esta manera
su carácter como espacio o estructura de aglomeración, dispuesta a crecer más allá de los límites que se la puedan imponer; las
diferencias no se reducen, se incrementan, la tarea ya no es excluirlas o enviarlas más allá de los bordes de la ciudad, la tarea es
convivir con ellas, enriquecerse de su presencia en proyecciones
que conjugan diferenciadamente la idea de la metrópoli y la idea
de la cosmópolis. Como resalta Cuppini, “En Roma las fuerzas de
la ciudad se separan del régimen de la ciudad, y encuentran en
el Imperio una forma que ofusca y borra las fronteras, o mejor
vuelve irrelevantes las diferencias entre interno y externo, entre
ciudadano y extranjero, que en cambio constituían a la polis. Es
una metamorfosis política de la ciudad que la proyecta hacia la
cosmópolis contemporánea, dotándola de unas características en
grado de contener la heterogeneidad y la posibilidad de adaptación y transmutación”. 8
En esta idea de ciudad, se trata más de una conjunción, de un
contenimiento ideal de las diferencias que de la “pura administración del territorio”; chocan aquí la norma que protege al territorio, que lo regula y administra y el principio de integración o
derecho de convivencia en la ciudad, que lo rebasa sistemáticamente. 9 Las ciudades se vuelven espacios de conflicto, de apropiación, de realización. Los fenómenos de segregación y exclusión
encuentran aquí su punto de inflexión. La urbanización asume
18
8.
Cuppini, ibídem, p. 254.
9.
Cf. D. Harvey, Ciudades rebeldes, del derecho de la ciudad a la revolución urbana, AKAL, Madrid, 2012.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
desde entonces su vocación hacia la planificación normativa del
territorio, desarrolla y hace suya la idea de la ciudad como polis o
logos abstracto, que se depura permanentemente, que da forma
arquitectónica a las pulsiones perceptivas de los distintos sentidos que conviven diferenciadamente en la civitas; el urbanismo arquitectónico encuentra aquí su más alto desafío: posibilitar
esta conjunción entre polis y civitas; vincular la racionalidad que
trabaja con las percepciones y los sentidos, y dar cabida a las lógicas expansivas de una multiplicidad que se identifica en medio
a las pulsiones de la agregación y de la dispersión, dimensiones
que configuran cada vez más la vida de las ciudades.
Luego del paso de la polis a la civitas, de Grecia a Roma, la historia de la ciudad virtualmente desaparece, en una dinámica de
dispersión que solamente se revertirá con las agregaciones urbanas que preceden y acompañan al capitalismo naciente; “después
del soplo cosmopolita de la ciudad cristiana, que da continuidad
a la historia romana con el periodo definido según las latitudes
geográficas, como Volkerwanderung (migraciones de pueblos) o
Robert Delaunay, Champs de Mars (or The Red
Tower), 1911. Oil on canvas.
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Julio Echeverría
como ‘invasiones bárbaras’ – las ciudades devienen lugares de
atraso y desunión, situación que sin embargo, abre el campo para
una inmensa experimentación”. 10 Es el momento de la ruralidad,
de la revancha del campo frente a la aglomeración. 11 La vida urbana se recluye en pequeñas aglomeraciones de casas, de familias; son lugares de transacciones de mercado de escala menor,
pueblos-ciudades en las cuales el decurrir del tiempo posibilita
las pequeñas y a veces monumentales construcciones del arte
religioso; la idea de lo urbano es la concentración bajo la figura de la fortaleza frente a lo externo, al ambiente hostil, a lo
foráneo; 12 solo en los márgenes y en las periferias bulle la vida
del delirio, de la sensualidad, del desborde; emerge la idea y el
concepto de marginalidad, del mantenerse al margen del centro,
que es la idealización de la realización de la idea del bien y de la
justicia, sea esta terrenal o divina. Es esta también la época de
la experimentación; una fuerte tensión hacia la agregación, que
luego será seguida de tensiones hacia la dispersión que tienden a
confluir y a convivir a veces caóticamente.
El fenómeno urbano que hasta los siglos XIV-XV interactuaba en
baja intensidad con la ruralidad (los emplazamientos urbanos se
proveían de bienes producidos en el campo, mientras la ciudad
germinaba como asentamiento de mercado y sede de la producción artesanal), se verá fuertemente dinamizado por el capitalismo; este altera en profundidad las relaciones entre campo y
ciudad; la conjunción producción–consumo que antes se realiza-
20
10.
Cuppini, Ibídem, p. 254.
11.
“La ciudad desaparece por completo en algunas regiones, se atrofia o retrocede tanto en su
condición de centro residencial, cuanto como núcleo de actividades económicas. La ciudad y
su territorio pierden la función básica que habían poseído en la estructura político-social de
la antigüedad. Con referencia al periodo histórico precedente ha de considerarse este proceso como una manifestación de decadencia, degradación y desmoronamiento. Las formas
de vida de los pueblos no pertenecientes al ámbito cultural de la Antigüedad, los pueblos
‘bárbaros’, se impusieron durante un largo tiempo”. Cf. O. Brunner, Estructura interna de
Occidente, Alianza Editorial, Madrid, 1991, p. 33.
12.
“Las civitates situadas en lugares colonizados por los romanos habían perdido buena parte de
sus funciones económicas, pero gracias a su condición amurallada se convirtieron en lugares
de refugio”, O. Brunner, p. 71.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
ba en el ámbito rural y que se complementaba con la producción
artesanal en talleres y oficios urbanos, se ve progresivamente
alterada, se disloca al punto de transformar la relación producción consumo, en una relación fuertemente intermediada por el
mercado. 13 Marx expuso esta transición como sustitución de las
economías volcadas a la producción de valores de uso, por economías volcadas a la producción de valores de cambio, que gracias
a la aglomeración urbana, pueden reproducir su valorización. La
acumulación del capital que está en la base del industrialismo, se
caracterizará por el vaciamiento del campo y por la aceleración
del urbanismo, por la concentración en la gran industria y con ello
el crecimiento de las ciudades se verá fuertemente acelerado.
La historia de la ciudad moderna es también la historia de la
acumulación de capital y de la conformación de los estados
nacionales; mercado y Estado se sobreponen sobre la historia
anterior de constitución de la ciudad; polis y civitas deberán
convivir difícilmente con las lógicas de la acumulación de capital
y las presiones hacia la centralización del poder en torno a los
estados nacionales. La política de la ciudad, que en su momento
se constituyó en fuerza promotora de la emancipación moderna,
progresivamente será subordinada a las pretensiones de control y
regulación de los estados nacionales. Emerge la política nacional
para sustituir las identidades locales, los llamados “poderes
menores”, por una sola fuerza de agregación nacional que los
subordina. Frente al surgimiento de los estados modernos, las
ciudades pierden protagonismo. Sin embargo, su crecimiento es
indetenible, porque la producción del industrialismo capitalista
13.
La emergencia de la ciudad moderna deberá rastrearse en la importancia que comenzó a
asumir la “estrecha conexión entre los mercados locales y el comercio a larga distancia, […] El
comerciante a larga distancia y la producción artesanal a él asociada, tendieron a presentarse
como un ámbito de “libre economía urbana”; estas condiciones desataron una explosión poblacional que estará en el origen de las nuevas ciudades, convirtiéndose en “vecindad”, “[…]
Los habitantes de la ciudad eran de suyo, hombres libres, o adquirían este estatus tras breve
tiempo; carecían de vinculación alguna con los señores de la tierra”. El último paso, en este
camino hacia la conformación de las ciudades –nos dice Brunner– consistirá en “su conversión en autónomas y su proclamación como ‘autoridad’ respecto a sí mismas”, O. Brunner,
ibídem, pp. 72-73.
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Julio Echeverría
requiere de la aglomeración. Así, las ciudades de mayor
importancia por ser centros de comercio y de acumulación de
capital, se convierten en ciudades capitales, donde el poder se
acumula, se convierten en sedes administrativas de los estados
nacionales. 14
Esta “gran transición” dotará a la política de nuevas estructuras
de sentido: la motivación política, la retórica discursiva, se funcionalizará a la acumulación de poder del Estado nacional, de
la misma forma como la producción económica se aglutina en
la gran empresa del capitalismo industrial. Los valores universalistas de la polis y de la civitas casi desaparecen o permanecen
en latencia, frente a la vocación concentradora de poder y a las
conflagraciones y guerras inter-estatales que caracterizarán a los
siglos XIX y XX.
Aglomeración y dispersión: economía e identidad
Desde sus orígenes, la ciudad emerge como una realidad económica de mercado; los primeros asentamientos humanos están
relacionados con la sustitución de economías recolectoras por
economías de producción; los agrupamientos, las “sociedades”
humanas, dejan de ser nómadas y pasan a ser sedentarias. La ciudad se plantea desde entonces como una estructura civilizatoria
que conjuga, diferenciadamente, la movilidad y el asentamiento,
como características propias de la reproducción humana. 15
22
14.
Ignasi de Solà-Morales precisa el sentido de la conformación de las ciudades capitales, “Con
la expresión “ciudad-capital” me refiero a esas ciudades que, con la industrialización, pueden
entenderse en el doble sentido de la palabra capital. Capital del latín caput-itis, la cabeza, el
centro del poder y de las decisiones. El lugar donde se acumula la capacidad organizativa y
donde se representa a la nación. Sin embargo, capital procede también de la palabra latina
capitalis-ae, es decir: caudales, bienes, riquezas, patrimonio y denota por tanto, el fenómeno
de concentración de bienes y recursos que constituye un inmenso capital. Cf. I. de Solà-Morales, Territorios, Gustavo Gili, Barcelona, 2002, pp. 57-58.
15.
De particular interés para discutir estas tendencias de la historia de larga duración, en la
configuración de la forma ciudad, cf. B. Echeverría, Modelos elementales de la oposición
campo-ciudad, Itaca, México D.F., 2013.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
Fotografía de Metropolis, Fritz Lang, 1927
En la reflexión moderna sobre la ciudad (Sombart, Simmel, Weber), el fenómeno de la aglomeración aparece como su elemento más caracterizante. La ciudad es un atractor o aglutinador de
socialidad, pero es también el espacio para la anonimidad y la
reclusión en la intimidad y en la individualidad; la ciudad es una
configuración compleja en la cual se proyecta la vida interior del
individuo moderno.
A partir de las formulaciones de estos autores, es posible
definir a la ciudad como un hábitat que contiene estas pulsiones
contradictorias: la pulsión de fuga que es proyección de escape,
desborde o superación de límites y obstáculos, la búsqueda
de ‘lo otro’, la tensión hacia lo nuevo que puede aportar el
ambiente en el cual el sujeto se encuentra; y la proyección “hacia
adentro” como búsqueda de sí mismo, de su propia identidad
diferenciadora; condiciones de orden antropológico que conviven
trans históricamente y que se expresan en el diseño de la
ciudad, en sus trazados urbanísticos, en el paisaje natural. Las
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Julio Echeverría
ciudades, como los individuos que lo componen, tienden a ser el
resultado de procesos selectivos de identidad, pero también de
clasificación, que al integrar excluyen posibilidades y formas de
ser o de interpretar lo colectivo y lo público.
A la obsesión por la aglomeración que hace de la ciudad un imán
que atrae y que acumula migraciones que provienen del campo,
se contrapone la necesidad de la fuga de sus efectos no deseados: la congestión, las contaminaciones, el aislamiento en la anonimidad. Estas dimensiones están presentes en los procesos de
identificación y socialización, en la configuración y uso del territorio, en la delimitación rural-urbana y en sus metamorfosis.
La economía de mercado se superpone a esta dinámica compleja
de des-configuración-integración-exclusión y re significa desde
su propia lógica la idea y el concepto de lo urbano. La industrialización requiere de la aglomeración para potenciar la innovación
y competencia, para dinamizar sus procesos de acumulación. La
industria es fuente generadora de ocupación y por ello funciona
como atractor de mano de obra; la aglomeración es función de
la acumulación y de la productividad económica. La industrialización que se realiza en el territorio de la ciudad termina subordinando a sus lógicas a la producción rural, al campo, hasta el
punto de vaciarlo de población, induciendo y acelerando intensos
procesos de migración.
24
Desde una perspectiva sociocultural, la ciudad se convierte en
contenedor y lugar de acogida de quienes huyen o escapan del
campo y de la comunidad, de sus crisis, de su des-configuración.
Al romperse la dimensión comunitaria que caracteriza al mundo
de la ruralidad, la ciudad se convierte en hábitat de la secularización, entendida como agrupamiento de extraños, de individuos
que provienen de distintas realidades y que acuden sin haberlo
proyectado al encuentro con los otros. De manera no buscada, la
aglomeración urbana termina convirtiéndose en dimensión compulsiva de socialización.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
Paul Citroen, Metropolis, 1923
El paisaje urbano que nos pinta Simmel retrata esta condición de
retraimiento, e incluso hostilidad, que caracteriza la vida de los
individuos en la gran ciudad, a su psique, a su interioridad. Más
allá de cualquier exaltación positiva, la vida urbana aparece en
toda su “negatividad”, como estructura de relacionamientos que
permite la interacción social, la socialización; una estructura que
posibilita y promueve un tipo de conducta que contrasta radicalmente con la vida en el campo, con el mundo de la ruralidad.
“La actitud de los urbanitas entre sí puede caracterizarse desde
una perspectiva formal como de reserva. Si al contacto constantemente externo con innumerables personas debieran responder
tantas reacciones internas como en la pequeña ciudad, en la que
se conoce a todo el mundo con el que uno se tropieza y se tiene
una relación positiva con cada uno, entonces uno se atomizaría
internamente por completo y caería en una constitución anímica
completamente inimaginable. En parte esta circunstancia psicológica, en parte el derecho a la desconfianza que tenemos fren-
25
Julio Echeverría
te a los elementos de la vida de la gran ciudad que nos rozan
ligeramente en efímero contacto, nos obligan a esta reserva, a
consecuencia de la cual a menudo ni siquiera conocemos de vista
a vecinos de años y que tan a menudo nos hacen parecer a los
ojos de los habitantes de las ciudades pequeñas como fríos y sin
sentimientos.” 16
En la teorización sobre la ciudad, es también Simmel quien primero vincula de manera estrecha la comprensión de la economía
urbana con el fenómeno de la aglomeración, al tiempo que plantea la conexión entre intelecto y ciudad. “[…] las grandes ciudades –nos dice–, han sido desde tiempos inmemoriales la sede
de la economía monetaria, puesto que la multiplicidad y aglomeración del intercambio económico, proporciona al medio de
cambio una importancia a la que no hubiera llegado en la escasez
del trueque campesino. Pero economía monetaria y dominio del
entendimiento están en la más profunda conexión”. 17 En Simmel,
la ciudad aparece como un tejido nervioso sobre el cual se despliega el intelecto con funciones de ordenamiento racional. Pero
la de Simmel no es una aproximación psicologizante de la vida
del individuo en la ciudad; su problematización abre pistas para
la comprensión de los procesos de socialización que la ciudad
posibilita y a su vez de las condiciones que los individuos, los
actores de la ciudad imprimen para construirse su hábitat, para
reproducirse en este nuevo espacio que difiere radicalmente de
formas civilizatorias anteriores: la vida urbana, su aglomeración
asfixiante, exige de aprestamientos cognitivos que solamente en
la gran urbe pueden aparecer.
En Max Weber, el concepto de ciudad se funda sobre el reconocimiento de un momento histórico, podría llamarse de transición,
desde el ordenamiento tradicional del poder al ordenamiento
26
16.
Cf. G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu” en El Individuo y la libertad, Península, Barcelona, 1986, p. 253.
17.
Cf. G. Simmel, ibídem, pp. 248-249.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
legal racional. La ciudad es un momento crucial del proceso de
racionalización moderna; o sea, es momento de emancipación
respecto de los poderes religiosos y personalistas de oligarquías
asentadas sobre el poder de la tierra, hacia la nueva configuración que se consolidará con los estados nacional-burocráticos. La
ciudad es sede de la emancipación y de la libertad, y es portadora
del movimiento revolucionario moderno, justamente porque es
resultado del proceso de secularización que configura o concluye
en la conquista de la autonomía moral del individuo. Esta formulación da pie a los principios cardinales de la política moderna
que se soportan sobre la autonomía decisional del actor político.
La política de la ciudad es aquella que pertenece a este sujeto
plural que se constituye en la lógica de la aglomeración, un sujeto libre de toda atadura de legitimidad política fundada sobre
principios religiosos o de pertenencia a una estirpe de sangre
o de privilegios nobiliarios. Su orientación es laica y productora
de una nueva forma de legitimidad, que surge del ejercicio de
la capacidad de deliberación, de sujetos dotados de capacidades
propias de intelección del mundo. 18
Pero la aproximación weberiana abre otras líneas de reflexión
para la teoría política de la ciudad. Su teorización sobre la secularización plantea distintas líneas de argumentación; la secularización trae consigo el destape de la capacidad cognitiva y perceptiva de significación del mundo, que antes estaba administrada
por la creencia religiosa o por la mitología de los orígenes, por
la exaltación del mito nacionalista. La ciudad emerge como un
campo de complejidad valorativa en el cual convive el retraimiento minimalista, la exaltación carismática, y el procedimentalismo
burocrático. Condiciones que emergen y conviven en el mundo de
la aglomeración y que se derivan de la propia capacidad de auto
observación y de significación que ahora poseen los actores de
la ciudad. La complejidad de la ciudad y su reducción (Luhmann)
18.
Weber desarrolla su concepto de ciudad en el capítulo VIII de Economía y Sociedad; Cf. Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, pp. 938-1024.
27
Julio Echeverría
dependerá de sus propios aprestamientos cognitivos, de sus conceptos, los cuales aparecen como instrumentos –señales de su
autocomprensión y autodefinición. 19
La sociología de estos autores permite recuperar los conceptos
clásicos y ponerlos a funcionar en estas nuevas condiciones; la
ciudad es una máquina que crece y cuyos engranajes deben ser
claramente identificados/construidos; son engranajes de sentido
que son producidos por las significaciones de actores libres, que
se asocian en función de construir consensos acerca de su vida en
común; actores que deben llegar a acuerdos, disponerse de manera tal que posibiliten la vida de la ciudad más allá de cualquier
reduccionismo funcional. La ciudad, al ser máquina, debe funcionar eficazmente, pero su eficacia dependerá de la capacidad
de gobierno de la que pueda dotarse. La ciudad es contenedor
de la vida nerviosa (Simmel) y es una construcción del intelecto
(Weber). Este se despliega sobre esta estructura de percepciones-significaciones que se producen en la ciudad, convertida en
un laboratorio en el que se procesan sustancias de socialización
que provienen de la diversidad de la cual se compone, de su pluralidad.
En este contexto, cobra sentido la recuperación de los conceptos
clásicos de polis y civitas a los cuales nos referimos inicialmente:
la ciudad como espacio de lo público es inteligencia-racionalidad
que se despliega sobre la pluralidad perceptiva de los actores
que la componen; es logos que se constituye en el ámbito de la
polis como ágora deliberativa. 20 Pero si la formulación weberiana
28
19.
En su metodología, M. Weber presenta a la ciencia y a los conceptos como anclas de salvación frente a la amenaza del caos valorativo que se deriva del fenómeno de la secularización.
La ciencia trabaja de manera crítica con las significaciones y representaciones que se derivan
de las formas espontáneas de interacción social; solamente estos aprestamientos cognitivos
pueden generar orden conceptual en la realidad privada de sentido de la vida social. Cf. J.
Echeverría, “Max Weber y la sociología como crítica valorativa”, en Revista Ciencias Sociales
No. 19, UCE, Quito, 2000.
20.
El concepto de espacio público cobra aquí relevancia si se lo recupera de su reduccionismo
como dimensión residual compensatoria al despliegue de la urbanización en el territorio; la
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
ubica a la ciudad como máquina revolucionaria, 21 frente al ordenamiento tradicional y en ese sentido es función crucial de la
secularización mundana, su enfrentamiento es también contra el
aparato principesco autoritario y contra las monarquías absolutas
y su poder de centralización. 22 Desde entonces, la politicidad de
la ciudad permanecerá en entredicho y será fuente de tensiones
con los estados nacionales; el poder de estos se constituirá justamente sobre la neutralización de las ciudades a las cuales se ve
como “poderes menores”; la construcción de la soberanía estatal
es resultado de la neutralización de esta politicidad nueva que
aparece con la revolución moderna.
Lo que viene después es el encuentro entre el mercado capitalista y este nuevo sujeto autónomo que es el ciudadano moderno.
En este encuentro, el rol del Estado es crucial al canalizar esa
politicidad bajo la cobertura de la idea de nación; en efecto, la
nación es una construcción simbólica que se proyecta sobre las
identidades locales, para neutralizarlas y canalizarlas en función
de la construcción de un poder centralizado e inapelable; surge el
concepto de soberanía estatal justamente para indicar este nuevo campo de legitimidad del poder, tanto hacia el interior de los
nuevos estados territoriales, neutralizando a los poderes locales,
como hacia el exterior en los enfrentamientos interestatales.
ciudad en su totalidad es el espacio público par excellence y la inteligencia/racionalidad que
la caracteriza debería desplegarse en cada dimensión de su articulación y estructuración, lo
cual hace referencia a la necesaria construcción participativa y deliberativa en sus procesos
constituyentes: en la producción de servicios, en las estructuras de movilidad que posibilitan
los flujos de comunicación y conexión entre los individuos; en la interacción con el ambiente
natural, en la construcción del paisaje, en las formas y en el diseños de la vivienda, etc.
21.
Cf. F. Ferraresi, “Genealogie della legittimitá, Cittá e Stato in Max Weber”, en Societá, Mutamento Politica, vol. V, n. 9, Firenze University Press, 2014, pp. 149-150.
22.
“[…] la autonomía política de los grupos profesionales ciudadanos es absorbida y neutralizada por los procesos de monopolización estatal de la violencia y constricción del moderno
sistema de estados. La autonomía y la libertad ciudadana, en efecto, desaparecen cuando
en el tardo medioevo el capitalismo moderno comienza a orientarse hacia oportunidades de
mercado, aliándose con el Estado nacional.” Cf. G. Ferraresi, pp. 150-151.
29
Julio Echeverría
El mito de la nación se convierte en la piedra central de la nueva legitimidad del Estado moderno, una idea que pretende tanto compensar la pérdida de intensidad motivacional e identitaria
que acompaña a los procesos de secularización y de descomposición de las comunidades rurales, como resolver la débil motivación que supone la construcción deliberativa de la razón política,
de los ciudadanos y de sus derechos. Bajo la idea de nación se
esconde la necesidad del carisma como fuente de innovación, de
cambio, de compensación frente a la aridez de la racionalización
política, que se deriva de la vida secularizada. 23
La ciudad como fuga y como reclusión en la intimidad
Pero la emergencia de la politicidad citadina, al girar sobre la
defensa de su independencia y autonomía frente a todo poder, es
también defensa del mundo pulsional de las percepciones, más
allá de cualquier racionalización burocrática. La ciudad es el espacio de realización del individuo moderno, en ella se decantan
sus pulsiones identitarias, como tensión que atraviesa su constitución inmersa en la contradicción de lo público y lo privado.
La ciudad se convierte en “objeto de deseo”, en proyección de la
subjetividad; el espacio de lo público secularizado es inquietante
porque en él se depositan las posibilidades de realización. La ciudad se vuelve espacio urbanizable y esta operación se convierte
en construcción de la forma de la ciudad, construcción que es artificial y que es idealización del habitar en espacios que ya no son
23.
30
La crítica a la modernidad, en particular a su configuración estatista nacionalista, abre la
puerta al replanteamiento del concepto de ciudad, en cuanto esta es confluencia de diversidades y posibilidad de diálogo, algo que contrasta con la reductio ad unum de la apelación
nacional estatista. Es a partir de las últimas dos décadas del siglo XX que esta posibilidad
se convierte en semántica social generalizada. Más que de nuevos contenidos en la agenda
política, si bien estos aparecen –el feminismo, el ecologismo, la etnicidad–, lo mayormente
significativo parecería ser la emergencia o revuelta de la percepción sobre la racionalización
del mundo; el desafío por construir mecanismos de racionalización que establezcan un continuum con el mundo de las percepciones y no una ruptura excluyente. La idea occidental
moderna de la ciudad como urbanidad, como buen trato entre extraños, se recupera gracias
a la operación crítica desarrollada sobre esa construcción propia del iluminismo.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
naturales y que no están, por tanto, impregnados de la sacralidad
o de la magia con la cual los habitantes de las comunidades rurales representaban la naturaleza exterior. La ciudad moderna es lo
opuesto del campo, en ella se deposita la expectativa de la supresión de toda limitación; la ciudad es promesa de satisfacción de
las necesidades, asociadas al enfrentamiento con una naturaleza
hostil que acecha en las epidemias, en las enfermedades, en la
precariedad.
El diseño urbano y del hábitat, de las vías, de las casas, de las
habitaciones, de los lugares de disfrute, pasa a ser objeto de reflexión y de construcción deliberada, de proyectación, la cual se
traduce en el plano de la arquitectura. El arquitecto como el psicoanalista está allí para poner en orden inteligible las pulsiones
de una subjetividad que oscila entre la autorreferencia identitaria y la búsqueda de la comunión y del encuentro con los otros. La
ciudad debe absolver estas tensiones; su diseño debe proyectar
las posibilidades del encuentro público pero también las condiciones del aislamiento y de la reclusión en los espacios íntimos.
Una tensión contradictoria que no necesariamente ha tenido soluciones de continuidad, al contrario ha recorrido andariveles disonantes; las soluciones habitacionales modernas se han dirigido
a garantizar la funcionalidad de las prestaciones de la ciudad en
cuanto espacio de mercado, en cuanto máquina de la producción, dejando en un segundo plano o incluso invisibilizando las
necesidades estéticas de realización, que antes se ubicaban en el
mundo de la religiosidad y de la sacralidad.
La artificialidad de la ciudad moderna solamente puede re-presentar el mundo de la sacralidad que ahora se sospecha infundado, pero que en su momento contuvo y canalizó las capacidades
perceptivas de los sujetos. Esta representación tiende a la monumentalidad, justamente en su intento por compensar las carencias de significación mítica o religiosa. La monumentalidad religiosa siempre tuvo esa función representativa de ser referente de
integración y compactación del tejido comunitario; en la artificia-
31
Julio Echeverría
lidad de la vida urbana esas posibilidades de la monumentalidad
se restringen; en alguna forma, corren el riesgo de emular una
función que se sospecha podría ser absuelta desde otra perspectiva que aún la arquitectura y el urbanismo no logran precisar.
La monumentalidad icónica acompañó las representaciones de la
compactación nacionalista, como también las construcciones de
poder del gran capital y del poder del dinero y de las finanzas;
una función de impacto y de atracción hacia construcciones simbólicas que quisieran monopolizar la capacidad de significación
del sujeto moderno, basta pensar en París y el Arc de triomphe, o
al Empire State Building de Nueva York.
Pero la sensibilidad perceptiva del moderno rebasa la solución
monumentalista o no la asume como propia, sospecha de toda
narración que le impida conectarse con su mismidad, con su diferenciación irreductible; su afirmación está conectada con el
32
Colin Rowe, “Roma Interrotta“, 1978
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
deseo de fuga de toda construcción colectiva o de toda representación en la cual se anule su subjetividad. La arquitectura moderna apunta a realizar el deseo de reclusión en el ámbito de la
privacidad; la casa moderna construye esta representación, es un
monumento a la individualidad; allí está definida la frontera y el
límite que impide el paso del afuera. La casa moderna es como un
sistema que se cierra frente al ambiente externo, al cual percibe
como hostil, del cual debe resguardarse. La casa es el hogar, a él
se regresa cotidianamente de la aventura por el mundo exterior;
la escisión público-privado tiende a ser radical, la afirmación del
individuo no reconoce lo público o lo interioriza entre las cuatro
paredes de la casa; la obsesión por el territorio apropiado individualmente.
Sin embargo, la casa puede ser también celda o prisión y la necesidad de la fuga reaparece en la búsqueda del espacio exterior.
Seguramente aquí entra en juego la tensión y la memoria del nomadismo que está en la base civilizatoria de la construcción de
la ciudad como civitas; una pulsión de fuga en la cual coinciden
los individuos que ya no pertenecen a la comunidad. La casa moderna no puede ser sino un espacio abierto que puede cerrarse
voluntariamente; sus líneas tienen que ser de fuga, abiertas al
espacio exterior, pero cerradas para proteger la intimidad, para
garantizar el ensimismamiento.
Ábalos (2000)interpreta bien esta condición propia del individuo
moderno y su necesidad de afirmación frente al peligro de la
estandarización masificante y burocratizante del mundo moderno
de la secularización. Lo deriva de la ruptura nietzscheana que
se expresa en la arquitectura de Mies van der Rohe: “Los muros
que protegen a este sujeto que desea aislarse, aparecen así
estrechamente vinculados al pensamiento nietzscheano, al
superhombre, a Zaratustra […] Los muros están ahí para otorgar
privacidad, para ocultar a quien habita, para permitir desarrollar
dentro de la casa una vida totalmente libre, al margen de toda
moral o tradición, al margen de toda vigilancia social o policial –al
33
Julio Echeverría
margen en definitiva de esa insoportable visibilidad que la moral
calvinista imponía a sus compañeros modernos y su arquitectura
positivista”. 24
A partir de esta reflexión es posible trazar líneas paralelas con lo
que acontece en la ciudad; la ciudad es como la casa, el hábitat
del sujeto moderno; en su trazado urbano deben disponerse todas las posibilidades que requiere su afirmación; la posibilidad
del espacio de afuera que puede ser espacio para el encuentro
con el otro, así como espacio para la pura contemplación del paisaje urbano: “Llegará un día –muy pronto quizás– en el que se
reconozca lo que les falta a nuestras grandes ciudades: lugares
silenciosos, vastos y espaciosos, para la meditación, lugares con
largas galerías acristaladas para los días de lluvia y de sol a los
cuales no llegue el ruido de los coches ni el pregón de los mercaderes…” 25
La ciudad moderna “produce” el espacio público como escena en
la cual el individuo moderno se abre a los otros o se expone a la
mirada del otro; un espacio que tiene que ser construido, para
posibilitar los encuentros de aquellos que previamente se han
retirado en el cultivo de su individualidad. El espacio público es
también el parque o lo que desde la planificación urbana se denomina como “espacios verdes”, una construcción domesticada de
la naturaleza en el interior de la ciudad, un espacio que configura
el paisaje urbano dispuesto para la contemplación, para el cultivo
de la salud, para la recuperación de la memoria del contacto directo con la realidad natural, de la cual el individuo reconoce su
procedencia. También aquí el “espacio público” tiende a ser leído
reductivamente en su recorte funcional, como elemento compensatorio del aislamiento individual; en las “soluciones habitacionales” o en los programas de vivienda masiva donde el objetivo es el
34
24.
I. Ábalos, La buena vida. Visita guiada a las casas de la modernidad. Gustavo Gili, Barcelona,
2000, pp. 24-25.
25.
F. Nietzsche, La Gaia Ciencia, Madrid, Aguilar, 1951.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
abaratamiento de costos, lo que primero se sacrifica es el espacio
público; este aparece como espacio residual o como apéndice y
como tal luego termina en el deterioro o en la condición de no
lugar, porque en realidad es un espacio que no pertenece a nadie
en lo específico.
Es solamente con el avance del fenómeno urbano que estas dimensiones que ya estaban en la proyectación de las vanguardias
arquitectónicas comienzan a ser realmente valoradas. El espacio
público se convierte en lugar privilegiado para la recuperación
de aquellas dimensiones que antes fueron consideradas como residuales; se convierte ahora en lugar para el disfrute del aire no
contaminado, para el ejercicio del deporte o la pura contemplación exenta de los ruidos y efectos de la congestión y la contaminación. La ciudad contemporánea tiende a ser cada vez más la
proyección de la constitución del sujeto moderno; un espacio en
el cual se expande el mundo de las percepciones y de las pulsiones pasionales que brotan en la ciudad. El diseño urbano contemporáneo requiere de soluciones que conjuguen esta complejidad
urbana más allá de la funcionalidad de los emplazamientos, de las
infraestructuras y de los equipamientos.
Ciudad y complejidad urbana
La hermenéutica histórica que hemos desarrollado en torno al
concepto de ciudad nos permite identificar al menos tres grandes
momentos que se configuran como verdaderos modelos urbanos,
que se han manifestado en un largo proceso evolutivo; modalidades que se han dispuesto de variada forma en la infinita diversidad de ciudades, rasgos y elementos que en muchos casos se han
superpuesto y que configuran la actual ciudad global de la que
nos habla Sassen.
El primer modelo es aquel que se juega entre su formulación
clásica como polis y civitas y su recuperación renacentista, con
la vida de los burgos y la emergencia de la ciudad como maquina
35
Julio Echeverría
revolucionaria moderna. El segundo, acontece ya en la confluencia
del fenómeno urbano moderno, con la vida del capitalismo y de su
correlato institucional, el Estado nación; el tercero nos habla más
de la dispersión y de la crítica a la deriva funcional y segregadora
de la ciudad moderna; modelo de la dispersión urbana, que en
mucho es señal de la crisis del industrialismo y del capitalismo que
tiende a convertirse en crónica, con sus intermitencias expansivas
y recesivas; el modelo de la ciudad dispersa, es también el modelo
de la emergencia de las diversidades, de distintas formas de mirar
la ciudad por fuera de su recorte funcional.
De estos tres modelos seguramente aquel que aún domina es el
del modernismo productivista y nacionalista; en dicha modalidad,
la ciudad se funcionaliza a las necesidades tanto de la acumulación de capital, como de la legitimación del Estado. La expansión
económica arrasa con la ciudad y su configuración como polis y
civitas; predomina la necesidad del control y de la funcionalización de la aglomeración urbana, que hasta las postrimerías de los
siglos XIV-XV se mantenía a baja intensidad. El capitalismo industrial inyecta una dinámica de creciente innovación y expansión
del territorio urbano sin precedentes. Las grandes ciudades son
también grandes aglomeraciones de fuerza de trabajo; los grandes trazados urbanísticos son funcionales a las necesidades de
los emplazamientos industriales y a la dotación de vivienda para
la población ocupada; aparecen los primeros fenómenos masivos
de segregación y exclusión que luego acompañaran la historia de
las grandes ciudades.
36
Desde entonces el desafío del urbanista será canalizar los flujos
de movilidad humana y de mercancías, y disponer la habitabilidad
en función de estas exigencias; cómo canalizar el flujo de mercancías y en esa dirección la construcción de vías y autopistas. La
funcionalidad urbanística pasa a ser presupuesto de la competitividad de las economías nacionales en el más amplio espacio de
las economías mundo. Las ciudades se expanden, las largas distancias sustituyen a las cortas; el fordismo inaugura la lógica del
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
transporte masivo y de la solución individualista del auto propio,
la cual desde entonces compite con el transporte público; 26 la
ciudad del capitalismo moderno es la ciudad de las grandes distancias, de los grandes emplazamientos, de la monumentalidad
icónica, que acompaña las grandes gestas de afirmación de los
estados nacionales y de su vocación de potencias. 27
Con el industrialismo, la ciudad cobra una dinamia inusitada; la
economía de mercado instaura un ritmo de innovación permanente sustentado sobre la competencia, la cual se proyecta hacia
adelante en una línea de progreso indetenible. Su lógica es positivista y afirmativa y no se detiene a mirar hacia atrás; arrasa con
todo vestigio de tradicionalismo o no se percata de su existencia;
la gran ciudad abandona el centro y apuesta por el desarrollo
lineal; sus emplazamientos son estrictamente funcionales y se
alejan de todo ornamento en el diseño arquitectónico; construye
viviendas en serie, desconociendo las diferencias del territorio,
bajo la premisa costo-beneficio, la cual se convierte en medida de
la competitividad de todo emprendimiento; la planificación del
desarrollo urbano y el mismo diseño de la vivienda se somete a
la funcionalidad, el plano interviene sobre un espacio abstracto,
vacío, que está dispuesto a ser intervenido maleablemente, a ser
producido; el plan produce el territorio y los obstáculos que encuentre pueden ser eliminados, justamente para volverlo espacio
homogéneo; planificación, diseño arquitectónico y producción in26.
La ciudad estadounidense proyecta cada uno de estos rasgos, aparece como modelo de urbanización que intentará ser replicado a nivel global; en alguna manera sus proyecciones
son reconocibles como paradigma de ciudad y sus rasgos están presentes en toda ciudad
contemporánea. “Con este término (fordismo) se ha convenido en denominar un tipo de producción y sobre todo, de organización del trabajo productivo característico de las sociedades
industrializadas desde las primeras décadas del siglo XX”; arquitectos como Le Corbusier o
Frank Lloyd Wright se convierten en propulsores de esta nueva idea de ciudad en sus diseños
y propuestas; “al igual que Le Corbusier, Wright está fascinado por el automóvil y su poder
como herramienta configuradora de la ciudad futura […], el automóvil es un elemento clave
para el diseño del propio espacio de la ciudad”, (ibídem).
27.
El ejemplo aquí es París y el modelo de urbanización que desarrolla el Barón J.G. Haussman,
prefecto de la ciudad encargado por Napoleón III para rediseñar París y ponerla a tono con
las corrientes modernas: higiene, movilidad, proyección futurista y afirmación de los valores
nacionales.
37
Julio Echeverría
dustrial parecen homologarse en una proyección potencialmente
infinita.
El modelo de la organización fordista de la fábrica se proyecta a
la ciudad (A. Negri), y también allí las operaciones son homologables y reducidas a rutinas simples, controlables, programables;
la ciudad asume este perfil productivista que tiende a desplazar
cualquier otra posibilidad de convivencia, en particular las visiones rurales, las de la comunidad y de la religiosidad tradicional,
que en cambio están compuestas de diferencias, de jerarquías, de
rituales y clasificaciones. La ciudad moderna industrial se proyecta como la realización del progreso infinito y uniforme y del crecimiento sin límites; establece una tajante distinción con el campo,
al cual lo subordina; la distinción ciudadano-campesino se instala como la contradicción fundamental desde el punto de vista simbólico y será una distinción que produce segmentaciones,
exclusiones, marginalidad y segregación. La lógica productivista
del análisis costo-beneficio se impone en la producción del territorio urbano y “produce periferias”, el desarrollo urbano tiende
a desplazarse hacia las periferias donde los costos son reducidos,
38
“Madrid Cubista” de Borja Guijarro, 2013 © Antona & Company Collection.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
con lo cual genera condiciones de degradación, en muchos casos
verdaderos desastres urbanos.
La dispersión, el desborde y el “descubrimiento” del centro
Pero el crecimiento económico que acompaña a la maduración
del capitalismo rompe con la idea del desarrollo uniforme y del
equilibrio que acompañó al fenómeno de la aglomeración y de
la concentración de las grandes urbes. Desde la crisis y el crack
financiero de 1929, el desarrollo capitalista descubre la inestabilidad de los ciclos económicos, de sus periodos expansivos y restrictivos; ello determina fuertemente la configuración de la economía urbana; la inestabilidad de los ciclos económicos presiona
hacia el desborde de las límites urbanos, generando un modelo
de ciudad dispersa; la misma idea de bordes o delimitaciones del
perímetro de la ciudad tiende a volverse relativa; la lógica centrípeta convive con la centrífuga, la ciudad contemporánea presenta la imagen de una fuga sin fin que va dejando en el camino
momentos de innovación que se vuelven rápidamente vestigios
del pasado. Fenómenos como la conurbanización y la rur-urbanización se vuelven centrales; el territorio urbano se extiende
desarreglando el perfil de las relaciones urbano rurales que de
alguna manera se mantenían vigentes.
Lo que desde la perspectiva de la civitas aparece como encuentro de diferencias que producen ciudad, desde la perspectiva del
industrialismo se presenta como encuentro de diferencias bajo
la lógica de mercado, que es la de la competencia nihilista. Esta
deriva definirá una estructura para lo que se viene después. La
ciudad contemporánea es la confluencia compleja de estas dos
almas o de estas dos ciudades: la de la economía, que es productividad y competitividad, que es mercado y negocios, que es
finanzas, banca, ciencia y conocimiento; y la otra ciudad, la de la
identidad y la convivencia, la de las migraciones, la de la movilidad humana, la de los derechos.
39
Julio Echeverría
La ciudadanización del campesino que migra a la ciudad es compleja porque su asimilación o inclusión a la vida urbana se da por
la vía de las periferias y de la marginalidad; la marginalidad es
física, material, pero también simbólica y cultural. Los tiempos
rutinarios de la vida campestre son despreciados o no reconocidos por la dinamia y el aceleramiento de la vida urbana; la descripción simmeliana de la vida urbana como “vida nerviosa” hace
referencia a la complejidad moral del encuentro entre diferentes,
expuesto a la aceleración de la innovación productivista, inducida
por el industrialismo capitalista.
La crisis del capitalismo industrial y de la modernidad iluminista
destapa otras líneas para la comprensión de la ciudad. Emerge
la nostalgia del campo, la recuperación de la naturaleza, la valorización de la ritualidad religiosa; una búsqueda y un regreso
al “centro” que coincide con la recuperación de la memoria. Una
compleja combinación de fuga o escape de las consecuencias no
deseadas de la aglomeración, con la nostalgia de la vecindad; se
reactualiza la mirada romántica que critica la despersonalización
y frialdad de la urbe moderna. La vida es vivible, a condición de
la transformación de aquella dominancia univoca del principio de
competitividad que produce despersonalización; la vida urbana
es el espacio para la revuelta de las percepciones sobre la racionalidad que las doblega y las niega; una visión romántica que al
mismo tiempo se descubre ineficaz en su proyección total, por
cuanto desconoce que la lógica de mercado es constitutiva de la
forma ciudad, que esta no puede realizarse por fuera de la competencia y de la productividad económica; una postura que corre
el riesgo de volverse subcultura de la ciudad.
40
Es solo frente a la crisis de la urbanización moderna que se descubre el “centro”. La recuperación del centro y de la memoria
histórica cumple aquí una función compensatoria de la “frialdad”,
de la “despersonalización”, propia de la gran ciudad. El centro se
valoriza en cuanto es recuperación de una idea de permanencia y
de resistencia al tiempo, que contrasta con la inmediatez y la ver-
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
Centro Histórico de Quito, Fragmento maqueta de Guido Falcony
tiginosidad de las dinámicas urbanas modernas, con su carácter
efímero. El regreso al centro no es fácil, porque de muchas formas este fue vaciado de sentido; lo que queda es la monumentalidad de sus construcciones que evocan la memoria; por ello, las
categorías con las cuales se lo comprende son las de la recuperación o la restauración. Emerge la pregunta de si es efectivamente
posible la convivencia entre la recuperación de la memoria y de
las formas de vida generadas en la cercanía de la vida vecinal, con
las formas de la productividad y del crecimiento de la economía.
La respuesta es compleja; la economía ya no puede conducirse
sino a través de su inestabilidad estructural de ciclos expansivos
y restrictivos, lo cual hace de la racionalidad que los controla una
dimensión maleable, que refleja y promueve la pluralidad de las
situaciones y percepciones que delinean el mundo de las diferencias socioculturales. La complejidad tiene que ver también con la
dificultad del gobierno de la ciudad; las dinámicas desbocadas de
la economía y de la racionalidad contemporánea generan tenden-
41
Julio Echeverría
cias contrapuestas que se materializan en la vulnerabilidad que
las ciudades presentan y que acompañan estos fenómenos.
La escala desbocada de la urbanización global se encuentra con
los límites físicos del planeta, el cual se ve afectado por las dinámicas que ha impreso la acción humana. Ya no solo se trata de la
provisión permanente de recursos que deben alimentar a estas
enormes aglomeraciones y de la afectación sobre el entorno que
provocan las emisiones y desechos producidos. El conflicto sobre
cómo se organiza la interacción entre las personas en el marco de
la ciudad se amplía a la necesidad de regular y gobernar las relaciones entre estas complejas comunidades humanas y su entorno
físico y biológico.
El crecimiento urbano se encuentra con límites que habían sido
ignorados y que no atina a controlar; emerge frente a esta problemática la búsqueda de la ciudad sostenible; 28 la necesidad de
restaurar y proteger los sistema hídricos, para no comprometer
la provisión de agua a las ciudades y a sus áreas de influencia;
los corredores biológicos que habían sido interrumpidos se recuperan, para detener la erosión de la biodiversidad. La ciudad
debe abrir brechas en su conjunto compacto de edificaciones
para restablecer la circulación de vientos que evacuen las emanaciones que contaminan el aire; se reconoce el territorio desde
la perspectiva geológica, para mitigar los desastres por la ocupación de espacios de afectación volcánica y tectónica. Los impactos del cambio climático generan retos sin precedentes a las
ciudades; basta mirar la afectación de las ciudades costeras por
el incremento del nivel del mar. Las enormes aglomeraciones humanas que por su mismo efecto de agregación, incrementan su
vulnerabilidad frente a epidemias por enfermedades transmitidas
por vectores (dengue, chikunguya, zika) o por la transmisión interpersonal (VIH, influenzas, etc.) La sostenibilidad ambiental se
42
28.
Este fue el leit motiv de la conferencia mundial Habitat III de Naciones Unidas que se convocó
en Quito entre el 17 y el 20 de Octubre de 2016.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
presenta como el gran desafío de la urbanización, una dimensión
que compromete las dimensiones económicas y socioculturales
de la sostenibilidad. Solo una revolución en las percepciones y en
la racionalidad que las procesa podría reducir esta complejidad,
gobernarla y controlarla.
A modo de conclusión
La revisión conceptual e histórica que hemos realizado nos conecta con la caracterización de la ciudad contemporánea. En ella
conviven diferenciadamente elementos de cada uno de los modelos de ciudad, el concéntrico, el lineal y el disperso. Esta idea
sugiere más una lógica evolutiva en la cual rasgos de estas semánticas se han mantenido superponiéndose de manera compleja; la ciudad contemporánea regresa sobre sus anteriores pasos y
los resignifica dotándolos de nuevas dimensiones de sentido. Es
lo que se aprecia ahora cada vez con más intensidad en la valorización de los centros históricos, que recobran significación, en
la ecología urbana, la cual emerge como una epistemología del
desarrollo urbano frente a la alarma por el cambio climático y la
fragilidad ambiental producida por la conjunción entre industrialismo y aglomeración urbana.
La ciudad contemporánea rompe con la tajante separación entre
campo/ciudad y plantea la confluencia compleja de un continuum
urbano-rural en el cual se retroalimentan funciones y especificidades propias de cada dimensión. La preservación de los ecosistemas y las culturas asociadas a una relación más integral con sus
hábitats naturales es condición de sobrevivencia y de incremento
de la calidad de vida de las ciudades; la valorización del patrimonio y de la memoria histórica de la ciudad, la nostalgia del centro,
pero también su valorización como aglutinador de actividades
administrativas, económicas y de disfrute, caracterizadas por las
cortas distancias y por la intensidad de las relaciones cara a cara.
La ciudad como una escala de gobernanza capaz de volver factible
y eficaz el control de variables e indicadores ambientales, como
43
Julio Echeverría
las emisiones de carbono asociadas a la contaminación producida
por el industrialismo y el extractivismo, el cuidado de cuencas
hidrográficas, o la reducción y el procesamiento de desechos.
El desafío para la ciudad contemporánea radica en su capacidad
de auto observarse en la compleja trama de la urbanización global. En la argumentación sostenida en este ensayo, deliberadamente se opone el concepto de ciudad como polis y civitas al
concepto de urbanismo como dimensión que acompaña al irrefrenable proceso de construcción urbana de la globalización. La ciudad contemporánea es una ciudad compleja porque es resultado
de un largo proceso civilizatorio en el cual se han ido decantando
distintos modelos de ciudad, que ponen bajo tensión de manera
diferenciada a los conceptos clásicos, que conservan, sin embargo, una carga semántica que les permite interrogar críticamente
las tendencias actuales de la urbanización. 29
¿Cómo relacionar adecuadamente el modelo de la ciudad dispersa
con el de la ciudad concéntrica y al mismo tiempo, reconocer a la
ciudad como un territorio urbano necesitado de soluciones funcionales, que vinculen distancias cada vez más largas con nodos o
centralidades que re-aprenden de lo concéntrico? ¿Cómo relacionar dispersión y agregación como funciones de un mismo sistema
urbano en proyecciones que superan los bordes y las delimitaciones, en muchos casos nacionales o regionales? Una tendencia
que convive y se potencia con la digitalización e informatización
29.
44
Los conceptos de civitas y de polis hacen referencia a esta máquina de significaciones
plurales que es la ciudad, a este complejo de diversidades que, sin embargo, se reconocen
capaces de deliberación racional y democrática; conceptos que mantienen vigente la idea
del espacio público como posibilidad de convivencia en el mundo de la complejidad urbana y
sus tensiones de aglomeración y dispersión, de socialización y anonimidad, de la comunidad
muchas veces tribal y clánica y de la racionalidad funcional del operador de mercados, del
empresario; una pluralidad que convive en la ciudad y para cuya adecuada estructuración
deben disponerse los instrumentos de la planificación, del diseño urbano, del equipamiento
de servicios, etc.
Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad
de la vida urbana, la cual se constituye como nueva plataforma de
relacionamientos sociales, económicos y políticos. 30
La ciudad contemporánea enfrenta otros desafíos: combinar distintos enfoques epistemológicos que antes, o no dialogaban, o
permanecían como aproximaciones aisladas, que giraban exclusivamente en su autorreferencia; por ejemplo los del urbanismo
y la arquitectura, o los de la planificación, los de la economía y
los del ambiente, los de la identidad plural y diversa, que remiten a las preocupaciones centrales de la gobernanza urbana. Una
teoría política de la ciudad contemporánea debe trabajar en la
dirección de compactar estas distintas aproximaciones, imprescindibles para enfrentar seguramente el fenómeno más complejo
y caracterizante de los tiempos actuales: la urbanización global.
30.
Es esto lo que tiende a ser caracterizado como “ciudad inteligente”, un concepto que va más
allá de su reducción a smart city como ciudad de la digitalización y de la informatización de
sus procesos administrativos.
45
Ciudad y espacio público. El destino de
la ciudad en la urbanización global
Introducción
En la teoría urbana, la relación entre ciudad y espacio público
resulta compleja: en algunos casos, estas dos dimensiones se presentan como sinónimos: vivir o estar en la ciudad es compartir un
espacio que es público, que es de todos, que es común. A esta
visión positiva sobre el sentido de la vida en la ciudad se opone
otra que resalta sus rasgos opuestos: la ciudad aparece como un
dispositivo que excluye, como una máquina que procesa relaciones sociales y que, al hacerlo, segrega o expulsa a los mismos actores que la integran. La ciudad aquí aparece más como un ‘constructo artificial’, que no reconoce a sus actores, y estos a su vez
no se reconocen en ella. La ciudad y lo público pueden aparecer
entonces como polaridades excluyentes o como significaciones
que no comunican.
En las formulaciones contemporáneas, esta problemática aparece en el concepto del ‘derecho a la ciudad’, que últimamente ha
sido ampliamente expuesto por el geógrafo David Harvey; 1 la imagen nos remite casi a una operación de ocupación de un espacio,
1.
La formulación inicial de esta postura es de Henri Lefebvre en Le droit a la Ville (1968) y
posteriormente en su célebre La revolution urbaine (1970). Allí, Lefebvre denuncia la destrucción de la ciudad por el efecto avasallador del fenómeno urbano en una época de grandes
transformaciones, que preanunciaban lo que después se discutirá bajo la categoría de la globalización; la urbanización desplaza, excluye y segrega a amplios sectores poblacionales, por
lo cual el derecho a la ciudad es un derecho humano fundamental, vinculado a la recuperación de ésta como espacio público; cf., El Derecho a la ciudad, ed. Península, 4ª ed., Madrid,
1978; La revolución urbana, Alianza Editorial, Madrid, 1983.
47
Julio Echeverría
como intervención en algo que está delimitado o impedido de
acceder. Dos significaciones aparecen para dar cuenta del fenómeno: derecho a la ciudad es ‘recuperar ’ el espacio público que
ha sido sometido por las soluciones funcionales del urbanismo
modernista, por sus infraestructuras pensadas más en la construcción de la ciudad como máquina productiva; cómo rescatar la
‘comunidad’ en medio del cemento y de las estructuras despersonalizadas y grises. La otra línea apuesta en cambio a la recuperación o intervención en zonas degradadas en las que se genera
violencia y conflicto; aquí las soluciones apuestan al ‘embellecimiento de la urbe’, a la recuperación del espacio público como
lugar para la realización y el disfrute del paisaje, de la naturalidad
no contaminada, etc.
Ambas posturas son críticas del urbanismo moderno. La primera
apuesta por la recuperación de lo público como el lugar de encuentro de las diferencias que fueron ocultadas por la racionalidad iluminista; la segunda reconoce la degradación del espacio
como deriva de la urbanización modernista, pero insiste en la
racionalidad funcional que puede aportar la recuperación de la
forma arquitectónica, su proyección ideal de realización en la planificación sobre el territorio. Ambas expresan aquello que en el
debate teórico podría caracterizarse como la línea del posmodernismo y la del ultramodernismo. ¿Hasta qué punto estas posturas
son conscientes de la magnitud y de la complejidad del fenómeno
urbano contemporáneo? La teoría urbana requiere de una discusión más intensa en la cual puedan intervenir distintas aproximaciones epistemológicas, como las de la sociología y antropología,
así como las del arte, la arquitectura y el urbanismo.
Ciudad y reconocimiento
48
Desde la aproximación sociológica y antropológica, la ciudad se
presenta como el espacio de la alteridad, porque está constituida por diferentes, por extraños; estas aproximaciones establecen
una clara separación o diferenciación entre lo urbano y lo rural.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
La ciudad se diferencia del campo de manera radical, es casi su
antítesis, es producto del fenómeno de la secularización, como
caída o pérdida de importancia de lo ritual religioso en la construcción de la vida social, una condición que era propia de la vida
rural; la ciudad resulta de la desconfiguración de estas realidades
y su característica fundamental será la de ser un espacio de aglomeración de gentes de distinta procedencia; la ciudad, por tanto,
puede ser lugar del conflicto y de la violencia, pero es también,
o puede ser, el espacio del reconocimiento y de la realización. 2
La introducción de la dimensión espacial en medio de ambas significaciones, permite esclarecer esta dimensión de complejidad:
el concepto de espacio remite a la concreción o materialidad de
la relación entre estos dos polos. El espacio puede ser asociado
al concepto de territorio o de territorialidad; aquí, aparece como
objeto sobre el cual se trabaja, al cual se da ‘forma’; toda la historia de la arquitectura y del urbanismo podría ser vista como una
operación de ‘dar forma’ a una materialidad, que es el territorio
sobre el cual se asienta la ciudad como dimensión pública. 3
En ambas aproximaciones epistemológicas, tanto en las de la sociología y antropología como en las de la arquitectura y el urbanismo, la proyección desde la cual opera esta construcción de
forma tiene un origen ‘inmaterial’. La ciudad es el sentido de lo
público, es el resultado de una construcción compleja en la cual
2.
Importantes desde este enfoque las aportaciones de la sociología de E. Durkheim, de G.
Simmel y de M. Weber; desde el campo de la antropología y de la filosofía las de K. Kereny
y A. Ghelen, las cuales enfatizan sobre este cambio en las mentalidades y en las semánticas sociales que articulan la construcción de la vida en las ciudades y que aparecen como
construcciones civilizatorias complejas; cf. E. Durkheim, Las formas elementales de la vida
religiosa, ed. Akal, Madrid, 1984; G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El
individuo y la libertad, Ensayos de crítica de la cultura, ed. Península, Barcelona, 1998. M.
Weber, Economía y sociedad, FCE, México D. F. 1984. K. Kereni, La religión antigua, Herder,
Barcelona, 1999; A. Gehlen, Antropología filosófica, Paidós, Barcelona, 1993.
3.
Para una aproximación desde el campo de la teoría del urbanismo remitimos a I. de Solà-Morales, Diferencias, topografía de la arquitectura contemporánea, ed. G. Gili, Barcelona, 2013;
I. Ábalos, La Buena Vida, ed. G. Gili, Barcelona, 2000; F. Chueca Goitia, Breve historia del
urbanismo, Alianza editorial, Madrid, 2013.
49
Julio Echeverría
entra en juego la subjetividad de los actores que la integran; esta
aparece como una construcción civilizatoria que evoluciona intergeneracionalmente. El sentido que emerge del reconocimiento intersubjetivo es el que da forma a la ciudad; pero a su vez,
como toda idea que pretende realizarse, encuentra en el espacio
o territorio sus límites. La ciudad deberá adaptarse a las condiciones morfológicas del ambiente que están en el territorio, a las
condiciones del paisaje natural; la ciudad es un ‘sistema en un
ambiente’, una construcción colectiva de sentido que se proyecta
sobre un espacio natural, sobre el territorio.
La ciudad emerge desde estas reflexiones como un sistema que
se adapta al entorno, pero que al hacerlo define sus propios límites o formas internas. Se instaura así un proceso recursivo o de
retroalimentación que da cuenta de la historia de la ciudad; cada
generación, cada época, definen una determinada construcción
de forma, que se proyecta sobre el territorio y que al hacerlo
absuelve su propia complejidad, la cual la devuelve a su entorno
o ambiente externo sobre el cual se proyecta. La clave explicativa
del fenómeno urbano se encuentra en la lógica de la aglomeración humana; las ciudades emergen como formas civilizatorias
que resuelven la condición del nomadismo, en ese sentido son
asentamientos humanos. ¿Qué está por detrás de esta lógica de
la aglomeración? Seguramente una tensión socializadora que
tiene en el reconocimiento una de sus claves fundamentales; la
ciudad absuelve esta pulsión necesaria que estaría inscrita en la
especie humana y que permitiría que esta se configure como tal.
El individuo se constituye en la relación con los otros, hace parte
de colectividades amplias, pero no abandona su condición propia
que es su mismidad, esto es, su capacidad de autoobservación,
y por tanto de diferenciación respecto del otro, con el cual, sin
embargo, convive.
50
La ciudad podría ser asociada a la casa como entidad doméstica
de acogida, pero la casa absuelve una de las pulsiones elementa-
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
les de la vida humana: la necesidad del aislamiento y de la reclusión en la intimidad. La casa es la conexión con la naturalidad de
lo humano, lo que los griegos denominaban oikos; la ciudad en
cambio es la salida del oikos, la necesaria búsqueda de la complementación y de la interacción con el otro diferente. En los dos
casos están en juego las condiciones del reconocimiento intersubjetivo. 4
Una mirada suficientemente panorámica y abstracta sobre la razón de ser de la ciudad nos conecta con la comprensión de estas
pulsiones propias de la generación de lo humano; es esta la base
antropológica que permite entender la configuración de la ciudad occidental como de la ciudad oriental; cada cual resuelve de
distinta forma esta lógica en la cual se conjugan aglomeración y
dispersión, público y privado, urbanidad y ruralidad. La casa y la
ciudad aparecen como dos escalas o planos de construcción de
identidad y de realización humanas: ambas hacen del territorio el
hábitat, el espacio para la concreción y realización de lo humano.
Ciudad y secularización
En los dos casos estamos frente a distintas dinámicas de la secularización, 5 la cual otorga distintos pesos a las dimensiones sagradas y profanas. El concepto de secularización es fundamental
4.
La temática del reconocimiento aparece en la filosofía de Hegel y es formulada en sus escritos de Filosofía del Espíritu de 1805-06; el reconocimiento es la pieza clave de su “sistema de
eticidad”; este concepto recoge las peripecias de la subjetividad moderna en su proceso de
auto conformación, o lo que en el campo de la dialéctica aparece como autoconciencia; el
‘otro’ aparece allí como condición para la constitución del sujeto, como reconocimiento de
sí; el reconocimiento podría ser leído como estructura o espacio de construcción de lo público en la modernidad. Cf. G.W.F. Hegel, El Sistema de la eticidad, Editorial Nacional, Madrid,
1978; Filosofía real, FCE, México, D.F. 1984.
5.
Para un acercamiento al concepto de secularización, remitimos al lector a G. Marramao,
quien retoma la tipología elaborada por L. Shiner, de la cual nos interesa resaltar dos de sus
derivaciones: ‘la secularización como conformidad de la religión con el mundo’, y ‘la secularización como desacralización del mundo’. La historia de las ciudades puede ser vista como
un recorrido por estos senderos de la secularización, en los cuales intervienen las lógicas del
mercado y del poder político. Cf. G. Marramao, Potere e secolarizzazione, ed. Riuniti, Roma,
1983.
51
Julio Echeverría
Ciudad Prehispánica de Teotihuacán, México
en este acercamiento a la comprensión de la ciudad, porque esta
es, en sus orígenes, un espacio de la ritualidad religiosa y está
pensada como lugar en el cual se realiza la relación de lo humano
con lo divino; esta conjunción está claramente definida en el concepto de la ciudad clásica; la polis y la civitas están estructuradas
a partir de una monumentalidad icónica, en la cual se representa
el mundo como parte de una divinidad cósmica; 6 cada plaza, cada
arco, cada arteria que los vincula, remite a una divinidad de referencia; así mismo, la forma de la estructura, abierta o cerrada,
obedece a las prácticas de relacionamiento entre el mundo de lo
sagrado y de lo profano, de lo público y de lo privado. Esta configuración es clara tanto en las ciudades occidentales como en las
orientales y aparece de manera evidente en las ciudades prehispánicas americanas.
Según la aproximación sociológica y antropológica, lo sagrado
permite reunir a los extraños, religarlos, vincularlos; una dimen52
6.
Cf. K. Kereny, La Religión Antigua, Herder, Barcelona, 1999.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
sión que en la modernidad tiende a debilitarse, a transformarse, al punto de que estos rasgos, enormemente diferenciados en
sus orígenes, se debilitan y casi desaparecen. Las formulaciones
de Durkheim coinciden con lo que en la filosofía clásica aparece
bajo la figura del mito, como dimensión sagrada cuasi indescifrable, mistérica; gracias a lo sagrado, al tótem, se produce el
salto cognitivo que permite la configuración del cerebro y de su
capacidad cognitiva. Lo sagrado-religioso es una primera forma
de socialidad que está conectada a la construcción civilizatoria
como desarrollo de las capacidades cognitivas, las cuales, a su
vez, pueden dar cuenta del sentido. Las categorías y los conceptos son al mismo tiempo un producto social y una construcción
del intelecto, porque es gracias a la construcción del mito y de
lo sagrado que la dimensión de la extraneidad se vincula o se resuelve. La ciudad es el espacio de realización del intelecto y este
proceso acompaña al reconocimiento intersubjetivo, que es base
de la configuración ciudadana.
En las narraciones sobre la construcción del tótem, Durkheim
describe la exuberancia ritual de la fiesta de los llamados primitivos, a quienes estudia en su condición de tribus en estado originario, en el estado más cercano a la animalidad y a la naturaleza.
Durkheim asocia la dimensión de lo extraordinario, con lo social y
lo festivo, con el espacio público; el fenómeno de la agregación o
aglomeración humana es visto como espacio del reconocimiento,
en el cual se supera la dimensión animalesca de la reproducción
vital; 7 lo público aparece como posibilidad de salida del encadenamiento instintivo a la reproducción vital, una dimensión que
se expresa en normas, instituciones, gustos, estilos y formas. 8
En particular, Durkheim relaciona el encuentro público con la
producción del pensamiento y del conocimiento, el cual aparece
7.
Cf. E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Ediciones Akal, Madrid, 1984.
8.
“…con toda seguridad las costumbres, las normas jurídicas y las instituciones de una sociedad
constituyen la gramática conforme a cuyas reglas deben expresarse nuestros impulsos (…)
Este repertorio de instituciones parecería hacer de represa que deja pasar ciertos impulsos y
contiene otros”. Cf. A. Gehlen, Antropología Filosófica, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 80-81.
53
Julio Echeverría
como su producto y resultado. La monumentalidad icónica tiene
en el tótem el lugar de la representación del vínculo originario
de la socialidad; el tótem cumple la función de representar la
socialidad en el espacio público; es respuesta a la necesidad de
socialización y de afirmación. Desde entonces, monumentos y
construcciones que acompañan la arquitectura de las ciudades,
mantienen esta configuración como referentes identitarios en la
construcción de lo público.
En occidente, la representación icónica se vuelve necesaria para
el reconocimiento de los individuos aislados. Para oriente, en
cambio, la dimensión de lo público está comprometida con la reclusión y el control, con la domesticación y reclusión en la casa, la
cual acoge y resuelve intra-muros la dimensión de la socialidad.
En un caso será importante la construcción de lo público, como
exteriorización que deriva hacia la representación icónica; en el
otro, a la introspección como realización mística. La relación en-
54
Casa de los siete patios, Centro Histórico de Quito, http://www.juntadeandalucia.es
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
tre mundo público y mundo de la intimidad es aquí definitoria en
la comprensión de los perfiles morfológicos de la ciudad.
Es interesante a este respecto la diferenciación entre plaza y
patio que nos plantea Chueca Goitia como concreción de esta
diferenciación: “la vida completamente reclusa, sin apariencia
exterior alguna, da lugar a una difícil ciudad sin fachadas, algo
opuesto totalmente a la ciudad clásica, donde el escenario y la
fachada eran lo principal. Tal situación debía llevar fatalmente a
organizar la vida doméstica en torno al patio. Este elemento lo
tomaron los árabes del mundo helenístico, pero lo transformaron,
atemperándolo a sus exigencias vitales”. 9
La diferenciación entre plaza y patio es significativa desde la perspectiva de la morfología de la ciudad; aparecen como dos formas
o figuras en las cuales se resuelve el fenómeno de la aglomeración humana; la una, abierta y expuesta a la deliberación pública;
la otra, a la reclusión en la intimidad, 10 ambas formas son asumidas por la ciudad occidental en su vertiente latina; no así la forma de ciudad que predomina en el norte anglosajón, donde está
virtualmente ausente la plaza. Aquí la ciudad aparece como una
aglomeración de casas, “las ciudades de la civilización anglosajona, ciudades calladas o reservadas, tienen de vida doméstica, lo
que les falta de vida civil”.11 Se trata de ciudades que mantienen
líneas de continuidad estrechas con el campo y con la ruralidad,
de las cuales parecerían no desprenderse definitivamente.
9.
F. Chueca Goitia, Breve historia del urbanismo, Alianza Editorial, Madrid, 2013, p. 16.
10.
Chueca Goitia cita a Ortega y Gasset para ilustrar esta caracterización: “la urbe, es ante todo,
esto: plazuela, ágora, lugar para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política. En
rigor, la urbe clásica no debía tener casas, sino sólo fachadas que son necesarias para cerrar
una plaza, escena artificial que el animal político acota sobre el espacio agrícola. La ciudad
clásica nace de un instinto opuesto al doméstico. Se edifica la casa para estar en ella; se funda la ciudad para salir de la casa y reunirse con otros que también han salido de sus casas”,
ibíd., p. 12.
11.
El autor resalta algo de singular importancia: “Esta distinción entre ciudades domésticas y
ciudades públicas, es más profunda de lo que parece y no ha sido suficientemente explorada
por aquellos que se han dedicado al estudio de la ciudad”, op. cit., p. 13.
55
Julio Echeverría
Plaza de las tres culturas, México. DF
Estas características presentes en los distintos tipos de ciudad absuelven distintas di mensiones en la construcción del carácter o
del ‘espíritu de las ciudades’ y responden ya en la disposición del
territorio y de los espacios del habitar, a las distintas pulsiones o
tensiones de realización de los individuos y de las colectividades.
56
Es importante recalcar que el fenómeno de la aglomeración icónica como configuración de un centro, en el cual se produce esta
confluencia de lo público y de lo sagrado, corresponde en lo fundamental a las ciudades del mundo occidental latino, algo que
no aparece con la misma intensidad en las ciudades del medio
oriente, en las asiáticas, como así tampoco en las ciudades anglosajonas.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
Ciudad mercado y urbanismo
El fenómeno urbano moderno se despliega sobre estas características de conexión entre ciudad y territorio. En particular, las dimensiones de la secularización tienden a desconfigurar la inicial
distinción tajante entre espacio público y privado, entre ámbito
de lo sagrado y ámbito de lo profano. Mientras avanza el proceso de urbanización, la ciudad se verá cada vez más atravesada
por la lógica de mercado; la relación de la economía doméstica
que garantizaba la reproducción de la familia y de las unidades
ampliadas de parentesco, se verá succionada por la dinámica de
la aglomeración y esta se convertirá en espacio para las transacciones y los intercambios. La economía sale de la casa y ocupa el
espacio del mercado. Una dinámica que inicialmente se ubica en
el ámbito del comercio y que posteriormente ocupará el espacio
más amplio de las formas de producción y reproducción económicas. La ciudad es aglomeración y por tanto espacio para la realización de relaciones mercantiles; ello significa la transformación
radical de las relaciones que la ciudad mantenía con el campo y
con la ruralidad; una dinámica que rompe con el carácter simbiótico que inicialmente se instauraba entre estas dos dimensiones;
esta única lógica que ve al campo como proveedor de alimentos
y a la ciudad como prestadora de servicios, se verá fuertemente
alterada; la dinámica de la aglomeración genera fuertes procesos
migratorios que terminan por despoblar la ruralidad.
La morfología de la ciudad cambia en consonancia con el proceso
de industrialización, nuevas arquitecturas configuran el espacio
urbano, grandes construcciones para la producción masiva que
no pueden ocupar los espacios restringidos del centro urbano,
expanden el límite de la ciudad, generando polos o polígonos industriales en donde se instalan viviendas y servicios; la ciudad
se desplaza hacia sus márgenes y tiende a crecer alejándose del
centro, el cual pierde progresivamente sus atributos de espacio
de acogida y realización. En muchos casos, los centros son vir-
57
Julio Echeverría
tualmente eliminados; en otros, permanecen como espacios degradados o testigos de la memoria de lo que fue la ciudad en sus
orígenes.
La ciudad anglosajona no cuenta con esta resistencia del pasado y
de la tradición, en ella la expansión urbanística puede avanzar sin
esa limitación; ciudades como Manchester, Londres, Nueva York,
se consolidan como expresión del nuevo industrialismo. Las ciudades se convierten en ‘grandes dispositivos’ de la acumulación;
acogen la masa de fuerza de trabajo que el industrialismo requiere, mientras más población reúnen más se abarata el precio
de este factor central en la acumulación y reproducción de la riqueza. Estas dinámicas de transformación de la ciudad presentan
perfiles diferenciados según las características de las economías
nacionales, pero por lo general mantienen estos cambios de estructura como constantes de lo que serán las ciudades modernas
metropolitanas.
La conexión entre mercado y urbanismo define nuevas funciones
que la arquitectura está llamada a configurar en el ordenamiento
del espacio; un espacio que crece de manera indetenible, que
se incrementa acumulativamente y que requiere de orden y estructura. La arquitectura se combina con el urbanismo al definir
el paradigma del plano como proyección ideal que se despliega
sobre la realidad, para introducir en ese caos el orden que la modernización exige y propone; se trata de funciones nuevas que se
despliegan de las necesidades de expansión propias de la acumulación. Es desde entonces que los desafíos para el urbanismo se
plantean con más urgencia; búsqueda de soluciones habitacionales, diseño de estructuras funcionales para la reducción de costes
en los procesos productivos; una dinámica compleja expuesta a
crisis cíclicas que inducen condiciones permanentes de inestabilidad que alteran cualquier planificación.
58
La morfología de la ciudad tiende a cambiar al recorrer las sinuosidades cíclicas del desarrollo económico, una situación que es
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
Le Corbusier: Sketch of Buenos Aires, 1929
más aguda en las periferias y que se volverá patética en muchos
casos a partir de la segunda posguerra; para esa época, las economías en desarrollo apuntan a seguir el paso de las economías
industrializadas, lo cual genera procesos acelerados de aglomeración urbana. En estos países, la situación reviste condiciones de
mayor gravedad, ya que la dinamia económica es más inestable
y la capacidad de atracción de la población en las grandes urbes
no se ve complementada con dinámicas de inclusión en los procesos productivos; las ciudades se convierten en estructuras de
segregación que condenan a inmensas masas de población a la
informalidad, a la precarización y a la sobrevivencia económica
en condiciones cada vez más difíciles. La aglomeración urbana
genera el fenómeno del despoblamiento acelerado del campo y el
de la concentración en un solo polo urbano, es el caso para América Latina del crecimiento acelerado de ciudades como México
D.F, São Paulo, Buenos Aires.
En esta situación, la arquitectura y el urbanismo apuestan por
la estandarización masiva, por la homogenización y ubican en la
planificación su referente normativo. La planificación recupera el
59
Julio Echeverría
paradigma de la razón iluminista del cual se deriva. Iluminismo y
funcionalismo aparecen como epistemes que orientan las intervenciones en el espacio público y que se traducen en la lógica de
la serialización masiva, en el monumentalismo de los dispositivos
urbanos; grandes vías o autopistas dentro de las ciudades como
dispositivos de canalización de la movilidad motorizada; grandes
edificios para alojar a las burocracias administrativas públicas y
privadas que requiere el capitalismo organizado y la administración pública, la cual asume cada vez más responsabilidades de
intervención en la vida social y en la regulación del mercado.
La configuración urbana se vuelve cada vez más compleja. Entre
Estado y mercado tiende a generarse una dinamia de adecuación
funcional que evoluciona desde su inicial articulación minimalista, propia del liberalismo, hacia conexiones más estrechas que
terminan por generar mayores cargas a la vida de las ciudades.
Las ciudades capitales se convierten en metrópolis que albergan a
masas indiferenciadas, al tiempo que crece la burocracia estatal,
mientras el mercado se dinamiza gracias al efecto de aglomeración que provee la gran ciudad.
Es el momento de la crisis urbana como no adecuación de las
ciudades a las lógicas de mercado y de autoridad; las ciudades se
ven expuestas a dimensiones de complejidad que no gobiernan;
la política y la economía se reproducen en un plano de articulación de tipo nacional, lógicas que inducen complejidad urbana
antes que contribuir a reducirla. El enfrentamiento de la ciudad
con las lógicas del urbanismo, que es la punta de avanzada de la
conjunción entre Estado y mercado, tiende a resolverse a favor
del segundo; es ésta en realidad la crisis del urbanismo y por
derivación de las ciudades, una escasa capacidad de gobierno de
la ciudad frente a las fuerzas de la dinámica urbana que se ven
subordinadas a las lógicas de mercado y de poder que lo rebasan.
60
La modernización urbana revela su cara negativa, a la segregación
urbana se añade la tugurización de las villas miseria que pululan
en las periferias urbanas, la contaminación ambiental, el tráfico
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
vehicular pintan un cuadro de enorme complejidad que produce
la idea de la fuga y de la dispersión o escape de las condiciones
adversas de la aglomeración. La mancha urbana crece y se dispersa en el territorio de la ruralidad, ocupando espacios de vocación
agrícola, afectando la sostenibilidad ambiental del territorio.
La arquitectura como indicador de la crisis urbana
Serán las vanguardias arquitectónicas las que más resienten esta
condición de crisis, la cual se expresa en el rechazo al paradigma
funcionalista de la modernidad iluminista, que sustentaba la arquitectura del industrialismo.
Entre arquitectura y racionalismo iluminista parecía existir una
adecuación discursiva indiscutible a partir del mismo origen de
ambas aproximaciones. La arquitectura clásica, el monumentalismo icónico, parten de una concepción racionalista en la cual el
arquitecto aparece como demiurgo creador frente a una realidad
dispuesta y necesitada de orden y de armonía. El paradigma arquitectónico clásico y medieval tiene su origen en la teología agustiniana y en su recuperación de los valores de la armonía celestial
como referente de la ciudad terrena; la recuperación platónica y,
a través de esta, de la aritmética pitagórica contribuyen a diseñar
el concepto de simetría como referente del racionalismo arquitectónico; solo la razón puede representar el sentido de orden y armonía que se expresa en las formas geométricas con las cuales la
arquitectura construye el mundo; en esta dirección la arquitectura
colinda con el arte, con la representación artística del mundo. 12
12.
M. Fumagalli Beonio Brocchieri resalta este aspecto con claridad; “En el marco del saber
medieval la arquitectura tiene una posición compleja y, sin lugar a dudas, ambivalente (…)
está incluida en las siete artes o ciencias mecánicas, inferiores como sabemos a las liberales,
en la medida en que están contaminadas con la materia en las que se expresan (…) se vale
como el resto de otras artes mecánicas de instrumentos que prolongan la eficacia de los brazos humanos. En cuanto arte o ciencia mecánica ‘se apropia de la perfección de las formas
que imita mirando a la naturaleza’ llevando acabo así una mediata imitación de las formas
ideales”. Cf. M. Fumagalli Beonio Brocchieri, La estética medieval, Machado Libros, Madrid,
2012, pp. 42-44.
61
Julio Echeverría
New York City. Mies Van Der Rohe,
Philip Johnson. 1957
La arquitectura moderna realiza esta proyección que está presente en la arquitectura clásica y medieval; desde entonces forma y
función se combinan magistralmente. 13 Lo que está en juego es la
lógica de la representación; esta vuelve a presentar el caos como
orden, dota a las percepciones ya desconectadas de la figura religiosa, de un despliegue de sentido. Sin embargo, se trata de una
operación fallida, en cuanto la complejidad de la aglomeración
rebasa cualquier orden; una aglomeración que crece indetenible
y que rechaza las líneas de sentido que se despliegan atendiendo
más a la dinámica del mercado, la cual desata la explosión de
percepciones y sentidos, de expectativas que el mismo mercado
genera compulsivamente. La arquitectura trabaja con las percepciones y no puede ya ubicarlas en un modelo en el cual estas se
conecten con un orden preestablecido y relativamente controlable. La representación de las percepciones en un orden total se
complica, lo cual conduce a una repetición de formas sin conexión
13.
62
“Examinemos los detalles de un edificio (…) si no existe una necesidad, la desproporción
de las formas ofende a la vista” San Agustín, (De Ordine 2,11), citado por Fumagalli Beonio
Brocchieri, p. 45.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
alguna entre ellas. Lo que está en juego es el mismo concepto de
totalidad, al cual apela la lógica de la representación; la arquitectura cede al serialismo de la representación icónica, o acude a la
frialdad de la salida funcional, en la cual la operación constructivista se vuelve realización perentoria, sometida a la lógica de la
destrucción nihilista, en la cual domina la innovación creciente.
Solà-Morales afirma, refiriéndose a la obra del arquitecto Mies
Van der Rohe, referente central de la arquitectura moderna, que
es “el último residuo de una tradición de la obra de arte como
representación (…) sus obras no son la expresión de una idea general sino objetos físicos, tangibles, productores de percepciones
y de afecciones”. 14
Las ciudades del siglo XIX son las de la progresiva proletarización,
con sus efectos urbanos en la precarización y tugurización, pero
también son las ciudades del lujo y del derroche;15 la arquitectura seguirá el paso de esta configuración, se pondrá al servicio
del mercado, buscará en algunos casos, en el de sus vanguardias,
contrastarlo o dotarlo de algún soporte de sentido más allá del
exclusivo negocio; la ‘gran arquitectura monumental’ tiene aquí
su revival, emulando las construcciones icónicas de las épocas
imperiales; la revolución moderna no está exenta de reclamos
románticos frente a la percepción de amenaza que presenta la
masificación urbana; la arquitectura del lujo convive con la que
apunta al objetivo del alojamiento de las masas; las urbanizaciones como modelos de aglomeración ordenada, las grandes construcciones multifamiliares donde se ensayan formas de socialización inéditas, en las cuales se replantean a escala ampliada las
tradiciones propias de la urbanización medieval, con sus dinámicas comunales y asociativas.
14.
Cf. Referencias: topografía de la arquitectura contemporánea, I. de Solà-Morales, p. 37.
15.
La ciudad siempre conoció el monumentalismo y el lujo por lo general vinculado a los rituales
religiosos o a su vocación imperial; fue sede de la acumulación de riqueza desde sus orígenes
lo cual se expresa en el paso desde la arquitectura monumental románica, a la gótica y de
esta a la barroca.
63
Julio Echeverría
La crisis de la monumentalidad icónica
En la sociología de Max Weber, la secularización aparece bajo
la figura del desencantamiento. En las formulaciones de Walter
Benjamin, aparece bajo la figura de la crisis del arte aurático. 16 En
la arquitectura de Adolf Loos, la pérdida del aura es superación
del ornamento, el cual aparece para el moderno como un delito. 17
La crisis de la monumentalidad como pérdida o debilidad del aura
divina o sagrada, abre dos líneas de tendencia que ilustran la
condición del arte, de la arquitectura y del urbanismo; las posturas posmodernas y las ultramodernas. Loos puede ser visto como
el que inaugura el modernismo arquitectónico, su obra es una
declarada denuncia de los excesos de la decoración y de la ornamentación cuya exaltación reflejaba la crisis de la representación carente de fundamentación; expresa así el estado de ánimo
de la llamada crisis vienesa. Loos realiza en la arquitectura lo
que hace Schönberg con la música dodecafónica, o Wittgenstein
con el Tractatus logico-philosophicus, o Musil en la literatura con
el Hombre sin atributos, todos ponen en evidencia la crisis del
lenguaje y de su capacidad de denotación. Loos podría ser visto
64
16.
W. Benjamin establece una clara relación entre percepción y construcción artística: no solamente que el arte realiza en un nivel superior las condiciones propias de la percepción sensorial, sino que regresa a ellas con una función de satisfacción o de completamiento; estas
relaciones, a su vez, se transforman históricamente, “Dentro de largos períodos históricos,
junto con el modo de existencia de los colectivos humanos, se transforma también la manera
de su percepción sensorial. El modo en que se organiza la percepción humana –el medio en
que se lleva a cabo– no solo está condicionado de manera natural sino también histórica”;
más adelante, al explicar la crisis del arte aurático, afirma: “…resulta fácil entender el condicionamiento social de la decadencia actual del aura (…) es una demanda tan apasionada de
las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad
de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo”. Esta lectura permite
mirar a la caída del aura como manifestación de la secularización; el arte se desconecta del
culto religioso; la imagen tiende a reproducirse de manera masiva y homogénea, perdiendo
el carácter de su unicidad; la representación artística pierde de esta manera su carácter trascendente, lo cual desata una obsesiva demanda de representación que agudiza aún más esa
pérdida de aura. Cf. W. Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica,
Quito, Rayuela edit., 2010, pp. 48-49.
17.
A. Loos, Ornamento y delito, Paperback no 7. http://paperback.es/articulos/loos/ornamento.
pdf
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
Adolf Loos, design of a house for
Josephine Baker, Paris, 1927
como el que inaugura la línea de la ultramodernidad como combinación de soluciones en las cuales la monumentalidad desaparece y en su lugar emerge el retraimiento como rechazo a la
exuberancia de formas derivadas de la compulsión por la significación y la afirmación de un sujeto expuesto a una complejidad
moral que no maneja; su arquitectura parecería ser la del silencio
de las líneas geométricas, la de la exaltación del material crudo,
la de la solución funcional que deliberadamente asume la tarea
de responder a la necesidad del habitar. Como en El hombre sin
atributos de Musil, lo que prima es la palidez, la abstracción de
la igualdad; los cambios de estilo son ligeros, más sugieren que
evocan, más provocan y ocultan que muestran. La riqueza es inte-
65
Julio Echeverría
rior, la casa de Loos se detiene en los detalles de sus interiores,
mientras la fachada calla para dejar espacio al ambiente natural;
la casa está diseñada para acompañar a una complejidad moral
que prefiere el retraimiento; como en el psicoanálisis, que estudia y pone sobre sus pies al individuo-resultado de este proceso
evolutivo civilizatorio; un proceso que conduce a esta dimensión
de palidez de la interacción social y de la dimensión de lo público.
Loos enfila contra el ornamento en cuanto exuberancia de simbolismos y colores sin soporte o fundamento; su ultramodernismo
radica en que abre otra línea contigua y polémica con el posmodernismo, el cual aparece en cambio, como nostalgia o rescate
del sentido, como reminiscencia de la comunidad, que es promesa de fundamentación y que se expresa en la vistosidad de sus colores; el posmodernismo critica a su manera la monumentalidad
moderna, iluminista, pero su revuelta apuesta a la recuperación
del fundamento originario y sagrado, de lo público como rescate
de la dimensión de realización que el ritual permite frente al despliegue excluyente de las soluciones funcionalistas de la arquitectura moderna. En el comportamiento posmoderno la dimensión
de la monumentalidad icónica se fragmenta, se personifica, se
individualiza; el ritual pasa a ser un ejercicio de ensimismamiento
y depuración respecto de la alienación y extrañamiento producido por la modernidad y sus soluciones monumentales y funcionalistas. Por ello, su recuperación de prácticas y disciplinas de la
subjetividad de matriz oriental como el yoga, o la utilización de
plantas naturales, ritualmente significantes para el acceso a las
raíces, no contaminadas de construcción de lo humano.
66
A partir de Benjamin se puede postular con mayor claridad la
comprensión de la crisis del monumentalismo. Su teoría de la caída del arte aurático permite plantear, como hicimos con el concepto de secularización, la transformación del monumentalismo.
El paso desde el arte para el culto religioso al arte para la exhibición. El arte se desconecta de su función de legitimación y se
autonomiza, el ‘arte por el arte’ no es solamente una búsqueda
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
de soluciones formales que apuestan por la sofisticación virtuosista de la forma, desconectada de cualquier contenido, mensaje
o construcción de sentido. Su misma apuesta es una construcción
de sentido, revela y manifiesta esta desconexión radical con la
totalidad, como expresión de las grandes narraciones religiosas y
construcciones ideológicas. De aquí al pop art se está a un paso;
el arte asume la postura de la provocación sin rechazar la serialidad, más bien se aprovecha de ella para diseminar su provocación
en un tejido social ya fragmentado y disperso.
El regreso a la inmanencia de las percepciones
Es G. Simmel el autor que al introducir la reflexión sobre la ciudad
abre el camino para la comprensión de estas como sistemas complejos. Para Simmel, la ciudad puede ser vista como la aglomeración de sujetos con diversas y diferenciadas formas de significar
el mundo y su entorno; para Simmel, la gran ciudad supone el
“acrecentamiento de la vida nerviosa que tiene su origen en el
rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones internas y
externas”; la vida urbana contrasta con la pasividad reiterativa de
la vida rural, con su escasa densidad moral, diría Durkheim, con
la limitada presencia de los intercambios y de las transacciones.
Para Simmel, la vida en las grandes ciudades supone, para el sujeto, una mayor implicación intelectiva para orientarse en el mundo
de las diferencias, para comunicar y hacerse entender; el habitante de la gran ciudad desarrolla una hipersensibilidad nerviosa
que es necesaria para ocupar el espacio de lo público; “la gran
urbe crea precisamente estas condiciones psicológicas (a cada
paso por la calle, con el tempo y las multiplicidades de la vida
económica, profesional, social), produce ya en los fundamentos
sensoriales de la vida anímica, en el quantum de conciencia que
esta nos exige a causa de nuestra organización como seres de la
diferencia, una profunda oposición frente a la pequeña ciudad
y la vida del campo, con el ritmo de su imagen senso-espiritual
de la vida que fluye más lenta, más habitual y más regular (…) A
partir de aquí se torna conceptuable el carácter intelectualista
67
Julio Echeverría
de la vida anímica urbana, frente al de la pequeña ciudad que se
sitúa más bien en el sentimiento y en las relaciones conforme a
la sensibilidad”. 18
En la gran ciudad prima la multiplicidad de percepciones intelectivas, lo que contrasta con el sentimiento de una pertenencia rutinaria conforme a la tradición. La explosión de las percepciones
diferenciadas es el resultado del fenómeno de la secularización.
El efecto de anonimidad que produce la aglomeración de la gran
ciudad está en la base de la obsesión por la significación y por la
representación; toda diferencia apunta a su afirmación o realización; ya Nietzsche lo había planteado en su concepto de ‘voluntad
de poder ’, una condición de alta complejidad para la producción
de identidad y de politicidad, que conduce al conflicto por la afirmación, en la cual están implicados los distintos actores de la
ciudad.
Los sujetos en las grandes ciudades están expuestos a una condición ambivalente: la necesidad de la presentación de sus diferencias al escrutinio de los otros y sobre esa base a su afirmación
y reconocimiento; desde sus orígenes en el tótem, pero después
en la construcción de monumentos, se aprecia esta tendencia de
afirmación; la monumentalidad icónica emerge con una clara función compensatoria. Pero esta tendencia convive con su opuesto,
con la tensión hacia el retraimiento o fuga de la aglomeración y
de sus efectos, de la exposición sobreabundante de las formas,
como ya lo tratamos en el acápite anterior.
El valor de la reflexión de Simmel consiste en ubicarse en el medio de estas dos posibilidades que se abren para la sensibilidad
tardomoderna; la necesidad de representaciones monumentales
que compensen la aridez del territorio plagado de diferencias que
no comunican y el retraimiento evanescente, que busca apartarse
68
18.
Cf. G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y la libertad, pp. 247248, ed. Península, Barcelona, 1998.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
o realizarse en el minimalismo de los materiales, de los cuales se
compone el monumento. La monumentalidad icónica es respuesta
a la pluralidad de significaciones que componen la vida de la gran
ciudad; la construcción de mega-edificaciones, de grandes vías,
o la misma delimitación de plazas para acoger a las masas, dan
cuenta de esta función que asume la ciudad frente al individuo y
su desarraigo; la escenificación de la representación acontece en
la plaza pública; la plaza es el ‘lugar ’ de la concentración de masas, de individuos necesitados de conducción y de afirmación; la
ciudad moderna del industrialismo y de sus crisis se corresponde
con la época de las grandes movilizaciones masivas canalizadas
por líderes carismáticos inapelables.
La importancia de la intervención de Simmel está en oponer a la
multiplicidad de percepciones, que conforman la estructura del
sistema nervioso de la ciudad, la función del intelecto, solo la
gran ciudad ofrece la posibilidad para el individuo de formar y
acrecentar sus capacidades intelectivas y solo el intelecto puede
procesar, interiorizar, trabajar esta complejidad; la ciudad emerge desde esta lectura, como una gran máquina de significaciones
que se producen en la relación percepción-intelecto. La misma
arquitectura impresionista y el racionalismo funcionalista hacia la
cual ésta camina, se ubican en este nivel de respuesta.
Los grandes diseños arquitectónicos son un llamado a potenciar
la capacidad de respuesta y de comprensión de esta complejidad;
la expresan en el quantum de los materiales, en las líneas de
fuga que abren, en su capacidad de ser, al mismo tiempo, grandes
contenedores de ‘materia subjetiva’. Cacciari define esta problemática de la siguiente forma: “La vida nerviosa es condición del
intelecto, condición interna de su afirmación, de su dominio, perfectamente integrada en él. No podría darse control global alguno
del desarrollo de la metrópoli sin aquella ‘vida nerviosa’. El proceso de la espiritualización es el mismo que el de la intensificación de la vida nerviosa, llevado hasta sus últimas consecuencias.
En la metrópoli, la racionalidad global, el sistema es interno al
69
Julio Echeverría
estímulo: el propio estímulo, recibido, desarrollado, comprendido, se convierte en razón”. 19
La figura de la representación encuentra en la monumentalidad
icónica su salida arquitectónica, como en la política el partido
de masas; ambas construcciones trabajan con la especificidad de
las demandas y las vuelven a presentar bajo una figura de racionalización intelectiva; ambas suponen un curso de la economía
que pueda soportar esta lógica del procesamiento de diferencias,
bajo una línea de desarrollo inteligible, que satisfaga demandas,
que armonice la competitividad en la cual se encuentra cada emprendimiento; que asuma la variabilidad nihilista del desarrollo,
como su patrón de reproducción, que pueda asumir los shocks
como condiciones propicias para la innovación y la reproducción
del sistema. Una condición que se demostró inviable con las crisis
de la economía de la primera y segunda posguerras.
La relación aquí es entre arte, arquitectura y urbanismo. La
re-presentación trabaja con los estímulos que activan al sistema
nervioso de la ciudad; la percepción es el filtro del sistema que
permite el ingreso del estímulo a la estructura del intelecto; la
ciudad aparece como una gran máquina que procesa los estímulos, los cuales inicialmente aparecen como shocks que alteran la
estabilidad sistémica; la representación interioriza el impacto del
ambiente en el sistema, trabaja con las percepciones a las cuales
transforma en idea o en construcción de sentido, prontas para el
reconocimiento del sujeto; el sistema trabaja aquí con las percepciones-elementos y los ubica en una proyección de totalidad.
El arte percibe las tensiones que se producen en la máquina-ciudad y las vuelve a presentar bajo una figura inteligible para los
mismos actores de la percepción; el arte proyecta construcciones
de sentido que atañen a la dimensión estética en la cual se en70
19.
M. Cacciari, “Metrópolis”, en De la vanguardia a la Metrópoli, ed. G. Gili, Barcelona, 1972, p.
83.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
cuentran los cuerpos dotados de capacidades perceptivas (la luminosidad, el clima, la distancia) son procesadas por la operación
constructiva, mediante la armonización simétrica; la arquitectura
diseña el objeto o la estructura en la cual dicha proyección se
materializa o concreta, trabaja con la idea que está proyectada
en el sentido trabajado en la relación percepción-intelección, y
lo hace con la materialidad de los elementos que encuentra en el
territorio, los moldea, los transforma, los vuelve materia construida; el urbanismo completa esta operación de construcción de
sentido, al predisponer los objetos en una secuencia constructiva
que vincula las dimensiones de lo público y lo privado bajo la idea
de la armonización de los elementos; así concluye la operación
de racionalización que caracteriza al fenómeno urbano en la modernidad.
La arquitectura y el urbanismo son piezas centrales en esta operación de racionalización sistémica que, sin embargo, se ve permanentemente asaltada o impugnada por la misma lógica de la
percepción. En ella se anida la diferenciación constitutiva de todo
sistema; la ciudad moderna es la ciudad de la explosión de las
diferencias que pugnan por el sentido y que apuntan en dirección a su afirmación, el sistema tiende a verse sobrecargado y
en muchos de los casos fracasa cuando intenta procesarlas; es
entonces cuando la utopía de la ciudad y del urbanismo, como
buen trato entre las diferencias, se devela imposible o complejo
en su realización. Las percepciones no logran ser asumidas por el
sistema, este las excluye o las interioriza sin modificarlas, en ese
momento la estructura nerviosa transforma el shock en patología,
en trauma; la ciudad excluye y segrega de manera sistemática.
Las ciudades modernas tienden a ser estructuras de segregación
cuando no dan cabida a la diferenciación, cuando no permiten
que estas se transformen, y en su transformación se reconozcan
en el devenir del mundo y de las cosas.
Hegel es de los primeros teóricos que piensa en su radicalidad la
construcción de subjetividades como derivación o realización del
71
Julio Echeverría
Koolhaas’ 1972 Architectural Association thesis (together with Madelon Vreisendorp,
Elia Zenghelis, and Zoe Zenghelis)
72
espacio público, al cual lo otorga el status de eticidad. Hegel asume el paradigma aristotélico de la eticidad como dimensión de
realización para las singularidades para los individuos; solo en el
ágora, en la plaza pública, en la polis, que es lugar de encuentro y
de deliberación de las singularidades aisladas y de sus dinámicas
ubicadas en el ámbito de la percepción, estas pueden realizarse;
pero su realización solo puede darse si resulta de procesos de
negación de esa dimensión, en la cual reinan las lógicas pasionales obsesivas, propias de la singularidad perceptiva. Solo así
el individuo moderno se realiza éticamente, cuando logra negar
su mundo de percepciones, a las cuales ve como aproximaciones parciales, por tanto in-efectivas, que solo pueden conducirlo
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
a su muerte o aniquilación; se trata de lo que Hegel denomina
como subjetividad alienada. 20 Solo la articulación sistémica puede permitir que las percepciones se transformen mediante la deliberación y ‘produzcan’ la dimensión de lo público; esta operación coincide con la configuración del ‘sistema de la eticidad’; la
ciudad podría ser asumida como sistema de eticidad en cuanto
permite que las diferencias se reconozcan en un devenir que las
transforma sistemáticamente. 21
Crisis de la política y ciudad
Las inestabilidad de la economía, con sus ciclos expansivos y restrictivos, genera dinámicas de dispersión que contrastan con el
modelo de concentración y aglomeración masiva que caracterizó
a la economía del capitalismo fordista; las formas contemporáneas son las de la crisis e inestabilidad de los ciclos económicos,
de la crisis de la representación política y de su vocación hacia la
concentración de fuerzas; ahora emergen sensibilidades pospolíticas, que hacen de sus diferencias su condición de agregación,
que se auto perciben como minorías y reivindican derechos que
no son negociables. La pospolítica es propia del cambio de época, desde el industrialismo fordista de agregaciones masivas al
desarreglo contemporáneo del capitalismo rentista. A su vez, el
efecto de aglomeración que es propio de las realidades urbanas y
que configura el espacio de lo público, tiende ahora a modificarse
radicalmente en presencia de la revolución tecnológica y de sus
lógicas de digitalización y virtualización.
20.
En Hegel el problema se presenta como si la realidad fuera captada por la percepción y la idea
después aparecería como negación de la percepción, la cual se presenta como falsa conciencia (porque está referida al ámbito de la inmediatez) que debía ser negada para constituirse
racionalmente. Cf. G.W.F. Hegel, Escritos de Filosofía del Espíritu, en Filosofía Real, FCE, México, D. F., 1984.
21.
Como veremos más adelante, será crucial y definitoria la distinción hegeliana del sistema
de eticidad como conjunción y realización dialéctica de lo público y privado, mientras en la
formulación de N. Luhmann el sistema aparece como resultado de incrementos de complejidad; la reducción de complejidad que opera el sistema se realiza con más complejidad. Cf. N.
Luhmann, Sistemas sociales, ed. Anthropos, México, 1984.
73
Julio Echeverría
Esta reconfiguración del espacio de lo público que desde la perspectiva convencional podría verse como su radical acotamiento,
potencia, si lo observamos desde un enfoque más contemporáneo, lo que fue propio de la vida citadina, entendida bajo el
concepto de la civitas; lo público es encuentro de diferencias,
de actores de distinta procedencia que, gracias al efecto de la
aglomeración urbana, se encuentran sin obedecer a planes pre
establecidos. La actual generalización y difusión de las tecnologías digitales producen un cambio de escala sustantivo en lo
que respecta a la producción de lo público; lo social incrementa
su carácter compulsivo hacia el individuo, una compulsividad no
controlable y de la cual se percibe una poderosa capacidad vinculante; por ello es también lugar de la revuelta y de la emergencia
de sentidos. Es en este campo acelerado de significaciones plurales donde emerge la dislocación de aquello que, para la tradición
occidental de la institucionalización, se expresaba en la ecuación
percepción/racionalización; es en este campo donde acontece,
ahora con más intensidad, la producción y constitución de las
subjetividades postpolíticas.
La postpolítica podría ser vista como revuelta de las percepciones, frente a toda construcción racional que pretenda dar cuenta
de ellas; aquí, el objeto de la crítica es la racionalidad que procesa la disrupción del mundo de las percepciones. En el paradigma de la política moderna, la percepción fue asumida como
mundo de la pasionalidad, como sustrato de animalidad, como
poder constituyente elemental (Schmitt). “En la tradición vétero
europea (afirma Luhmann) esta apreciación estuvo condicionada
por el hecho de que al ser humano se le discernió por su diferencia con el animal, lo que implicó el demérito de las capacidades
compartidas por él –sobre todo la capacidad sensoria de percepción”. 22 Desde entonces, la caracterización de lo que es aceptable
como ‘humano’, es su capacidad de razón, en cuanto opuesto a su
dimensión sensorial-perceptiva; una construcción, moderna por
74
22.
Cf. N. Luhmann, El arte de la sociedad, p. 17, Herder, México, 2005.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
excelencia, que ahora es fuertemente contestada y relativizada
por la significación postpolítica.
El impacto de las percepciones es ahora más penetrante en su
línea de impugnación a la racionalidad; las redes tecnológicas están configuradas por estructuras que posibilitan la emergencia
de sentidos plurales, a partir de la generalización y expansión de
las capacidades perceptivas; aceleran la diferenciación que en su
momento emergió con la secularización. Las redes tecnológicas
conectan percepciones en lógicas caracterizadas por la ultra aceleración. Pero la generalización y ampliación de la diferenciación,
como potenciación de las capacidades perceptivas, no anula la
discusión sobre el sentido, sobre su necesaria construcción en
sociedades complejas urbanizadas. La comunicación generalizada
vía redes tecnológicas desborda los límites de construcción de
sentido, que antes se contenían dentro de las fronteras territoriales de la ciudad; las redes tecnológicas incentivan aún más la desterritorialización en la relación percepción/racionalidad; la polis
se globaliza, y al hacerlo proyecta las dimensiones del conflicto a
escala planetaria; el conflicto que es consubstancial a la vida misma de la polis, porque está instalado en la capacidad perceptiva
de los individuos, ahora se ve potenciado tecnológicamente; se
asiste a un cambio de escala hacia la dimensión global.
La discusión sobre el sentido replantea la relación percepción/racionalidad. Las construcciones de sentido, religiosas en su origen
(Durkheim, Mauss), son aquellas que permiten que la percepción
opere. Cuando introducimos el concepto de sentido, a partir del
giro hermenéutico y lingüístico promovido por Nietzsche, Heidegger y la fenomenología de Husserl, la percepción deja de ser
concebida en una relación simple o directa con la racionalidad,
tal como lo planteaba la filosofía del iluminismo. La reflexión sobre el sentido ubica a la percepción como estructura de operaciones selectivas que se realizan en contextos de sentido que son
colectivos; lo colectivo (léase ciudad, polis, civitas, metrópoli)
antecede al individuo y a sus capacidades perceptivas. El sentido
75
Julio Echeverría
contiene, a la manera de dique, el desborde de posibilidades que
trae consigo la dimensión hetero-referencial de las percepciones.
En Hegel la conciencia, categoría en la cual se encierra el concepto de sentido, al negar la inmediatez de la percepción, no la suprime, la mantiene en estado de latencia; la inmediatez perceptiva es potencia que se proyecta hacia la construcción racional; la
realidad de la constitución sensible-perceptiva está siempre allí,
en espera de manifestarse apenas la conciencia presenta fisuras
o fracturas. La razón en Hegel domina sobre la percepción, pero
no la elimina, pacta con ella, la reconoce, la trabaja, la moldea
astutamente para contener su fuerza disruptiva y deconstructiva,
la vuelve estructura de potenciamiento de la capacidad autorreferente de la conciencia moderna. Al ser sede del conflicto es
politicidad y potencia necesitada de orden. La razón coincide en
Hegel con la constitución de lo público, esto es, con la realidad
de un pacto social que no es impuesto por el Estado revolucionario (iluminismo), sino que es interiorizado como legítimo, gracias a la operación de una razón que se auto constituye y que lo
hace mediante la deliberación que se desata entre las formas de
la percepción propias de las conciencias subjetivas. 23 Es esta la
verdadera guerra civil que permanece en latencia y de la cual se
alimenta el sistema para producir su propia eticidad.
En Hegel, la percepción aparece como el vínculo o nexo con la
animalidad, con la zoé; la percepción pertenece al ámbito natural, que es contenido en el oikos familiar. En el clasicismo griego,
la realidad de la familia como configuración natural era relegada
23.
76
Aquí radica el punto de quiebre en la filosofía de la modernidad, en particular en la configuración de la crítica al iluminismo y su deriva totalitaria; Hegel, abre aquí la línea fenomenológica y hermenéutica que ahora aparece sustentando la significación postpolítica. En la formulación hegeliana, el lenguaje y la comunicación, aparecen como funciones de intermediación
entre percepción y razón. Estas son las estructuras constitutivas de la conciencia subjetiva.
En ciertos pasos de su Filosofía del Espíritu, estas estructuras parecerían predeterminar los
comportamientos y la misma capacidad de intelegir-percibir las condiciones materiales en
las cuales se encuentran los sujetos. Cf. G.W.F. Hegel, Escritos de Filosofía del Espíritu, en
Filosofía Real, FCE, México, D. F., 1984.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
a un espacio no ético, diferente de la polis como dimensión pública por excelencia. En el oikos, en la familia, la conflictividad
es constitutiva; ésta aparece como estructura que contiene los
conflictos, es una esfera de eticidad relativa. El conflicto emerge
en la dimensión de lo público, porque está presente, originariamente en el oikos familiar, en la comunidad de origen; no existe
familia ni comunidad que no esté atravesada por el conflicto, si
bien en la comunidad el conflicto existe para pacificarse en la
dimensión sacral y en el ritual de la fiesta.
Desde esta formulación se abren dos derivas posibles: el conflicto
como expresión que no busca salidas, que se agota en sí mismo;
y el conflicto que busca la pacificación, que está allí para solucionarse, que se realiza en función de la pacificación. En un caso,
el conflicto es depuración, aniquilación, extirpación del mal; en
otro, es causa eficiente de la realización del cuerpo social. La
política moderna trabaja en esta doble dirección: cuando apunta
a la extirpación del mal ve el conflicto como anomalía; supone la
existencia de una razón que enfrenta a la percepción, en cuanto
esta es derivación de la pasionalidad, de la animalidad, de todo
aquello que amenaza o aleja al humano de sí mismo. En el otro
caso, trabaja sobre la neutralización, en dirección a la búsqueda
de un relacionamiento dialéctico entre razón y percepción, si bien
se trata de una operación de subordinación de ésta por aquella. 24
Es con Luhmann, en la tardomodernidad, que estas dos dimensiones escapan de la trampa de su superación dialéctica; Luhmann
plantea “la prioridad evolutiva, genética y funcional de la percepción sobre el pensamiento. Un ser vivo dotado de sistema nervioso central –nos dice– debe primero externalizar y construir su
mundo externo para a partir de allí –de la percepción del propio
24.
Tanto en Hobbes como en Hegel estas dos dimensiones aparecen intermediadas por el lenguaje y la comunicación; en Hobbes, el lenguaje que nomina propio de la percepción es base
para la configuración del lenguaje que calcula y selecciona; en Hegel, el lenguaje aparece
como mediación que permite el salto o superación de la percepción como aproximación
propia de la inmediatez a la constitución racional del sujeto como autoconciencia.
77
Julio Echeverría
cuerpo y de los problemas con el mundo externo– hacerse capaz de articular su propia autorreferencia”. 25 El problema aparece
como adecuado relacionamiento entre la percepción y la conciencia, en cuya relación ambas magnitudes existen pero articuladas
en su diferenciación; necesitadas unas a otras en cuanto vinculadas por lógicas de retroalimentación.
Las dos dimensiones comparten su diferenciación irreductible y
permiten activar el principio de retroalimentación: “...en ambos
lados de la distinción existen operaciones cognitivas que construyen sus propias estructuras de procesamiento” 26 , las cuales
establecen condiciones de dependencia mutua: “…la comunicación depende de que la percepción reconozca sus signos; la percepción, a la inversa, se deja influir en sus distinciones por el
lenguaje.” 27
Esta problematización de Luhmann pone en su lugar a la monumental formulación hegeliana del problema; el ‘otro’ de la conciencia es el sí mismo de la percepción; entre percepción-reflexión-comunicación intercorre una diferenciación irreductible
que es productora de sentido; la autorreferencia está atravesada
por niveles cognitivos que no comunican en función de la identidad, sino de la diferencia, y es esta alteridad la que enriquece la producción de sentido en las sociedades posmodernas o
hipermodernas. Últimamente, G. Agamben se ha detenido a reflexionar sobre la ambivalencia del conflicto, de la “guerra civil”
o “Stasis”, 28 que caracteriza al oikos familiar, sede de las formas
perceptivas, y al ámbito de lo público como espacio de la conciencia, o de la eticidad, como diría Hegel.
78
25.
N. Luhmann, El arte de la sociedad, ed. Herder, México, D. F. 2005, p. 18.
26.
Ibídem, p. 34.
27.
Ibíd., p. 35.
28.
G. Agamben, Stasis. La guerra civile come paradigma politico, Bollati Boringhieri, Torino,
2015.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
Agamben resalta que esta dimensión del conflicto no pertenece a
ninguno de los dos polos tomados por separado, sino a la relación
que estos establecen. El conflicto no es una función derivada de
la casa o del oikos, ni así tampoco de la polis. El conflicto emerge
en medio de esa relación. 29 Es por tanto constitutivo de la ‘naturaleza humana’ en cuanto no puede emerger la percepción por
fuera de la conciencia, así como ésta no puede prescindir de la
percepción. Es en la comunicación donde emerge el conflicto y es
en ella donde puede acontecer la pacificación.
Una relación que al vincular el oikos y la polis vincula la percepción del sí mismo (del propio cuerpo) con la percepción del otro
(del extraño) que es el que actúa en la polis, en lo público. Una
contradicción que, al estar en la base de la configuración de la
‘naturaleza humana’, es (o proyecta) el conflicto en la interioridad
de ambos polos; la alteridad está en el sí mismo (toda la psicología moderna así lo ratifica), la pacificación no se logra sino en el
diálogo con la alteridad, que se presenta como extraneidad, con
“lo otro”, que al estar en la dimensión pública, está también en el
sí mismo, o en la interioridad del oikos, de la casa, de la familia.
La percepción pertenece al reconocimiento del propio cuerpo,
la razón a la deliberación con el otro que está en la polis. De
esta forma, se pone en otra dimensión el problema de la superación-supresión dialéctica de la percepción por parte de la razón,
propia de la condición moderna del discurso. El conflicto está
entre “el espacio impolítico de la familia” y el “espacio político
de la ciudad” 30
29.
“…el vínculo de parentesco se vuelve más extraño que el de la facción política (…) el vínculo
de la facción política más íntimo que el vínculo familiar”; op. cit., p. 23
30.
Ibídem, p. 24.
79
Julio Echeverría
La ciudad dispersa como forma de la ciudad contemporánea
Llegamos así a cerrar las líneas del discurso. La relación planteada entre arte, arquitectura y urbanismo parece no funcionar
suficientemente para enfrentar las complejidades de la urbanización global. La vida de las ciudades contemporáneas presenta
una suerte de paradoja; mientras más se pierden las fronteras,
los bordes y las delimitaciones que antes diferenciaban al campo
de la ciudad, más se construyen barreras y muros de protección
para evitar el encuentro con lo otro, a lo cual se percibe como
amenaza. La ciudad contemporánea tiende a ser una acumulación
de ‘urbanizaciones cerradas’ donde se patenta la exclusión del
otro como garantía de seguridad; la pérdida de delimitaciones
y de bordes (o fronteras) que supone la dispersión tiende a ser
llenada con territorios homogéneos, en los cuales se reproduce
el aislamiento y la protección con muros que se disponen para el
resguardo frente a la amenaza de la diferenciación, que crece y
se incrementa.
80
La urbanización cerrada, en América Latina, responde también de
forma paradójica a la pulsión de fuga de la aglomeración que caracteriza a las sensibilidades contemporáneas; genera un efecto
de reclusión que redobla la necesidad de la fuga; el tejido urbano
se fragmenta, las distancias se incrementan; los dispositivos urbanísticos difícilmente logran contener esta lógica ni captar las
motivaciones que lo generan. La dispersión es fuga del ruido y de
la contaminación, es alejamiento de una dimensión pública a la
cual se percibe hostil o degradada. La dispersión en esta versión
de reclusión en lo privado se revuelve sobre sí misma en cuanto
la necesidad de lo público, como relacionamiento con lo otro diverso, permanece como una posibilidad no satisfecha. Una necesidad resuelta por la progresiva virtualización y digitalización de
las redes sociales; la comunicación digitalizada prefigura la imagen de ciudades recluidas o que comunican solamente como fuga
de la digitalización, lo que suponen una relación selectiva con las
mismas, no necesariamente su rechazo.
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
Seattle Art Museum Olympic Sculpture Park. Weiss Manfred. Fuente: Benjamin Benschneider
Lo que plantea la urbanización contemporánea es la discusión del
sentido de lo público, es la búsqueda de otras formas de territorialización de lo público, que en mucho rechazan la representación monumentalista que caracterizaba a las soluciones modernistas de las grandes plazas y de los grandes íconos; lo público
se ha transformado de la lógica masiva de la aglomeración modernista a la selectividad hermenéutica del actor contemporáneo
que ve el territorio como paisaje para la realización, la contemplación y el disfrute.
Lo público ahora es rechazo a la serialidad y homogeneidad de las
soluciones habitacionales, de los ‘parques’ que tienden a convertirse en gimnasios masivos a la luz del día, estructuras dispuestas
para la ‘recuperación de energías’ que requiere el trafago citadino; bajo este enfoque las energías urbanas se pierden y recuperan en una dinámica redundante, no se generan ni producen en el
intercambio comunicativo, en las dinámicas del reconocimiento
que implican la capacidad de reenfocar la particularidad de las
81
Julio Echeverría
identidades en contextos más amplios de referencia, que son los
que puede aportar el reconocimiento del otro; todo ello implica
una re-localización, re-ubicación del arte y de la estética en la
creación de nuevas posibilidades de significar el mundo, que es
lo que aporta la nueva estructura dinámica de la dispersión, de la
fuga y del reconocimiento. Todo ello significa una alteración profunda de las relaciones que hacen al uso del tiempo en el territorio, una dimensión más compleja, que no se reduzca al cálculo de
calorías o a la ingesta de las proteínas adecuadas para sobrevivir
en la aglomeración atosigante.
El desafío para la arquitectura es modificar esta declinación de lo
público en el territorio; preservar espacios para la contemplación
del paisaje natural en la ciudad, para el disfrute del aire no contaminado, para la puesta a prueba de nuevos patrones de alimentación y de consumo, que recuperen la relación con el campo y la
ruralidad en la búsqueda de nuevas simbiosis entre naturaleza y
cultura. Cómo traducir esta comprensión en la estética del diseño
urbano, en la necesaria compenetración diferenciada de espacios
para la aglomeración y espacios para la dispersión y la fuga.
82
Las nuevas disposiciones urbanísticas no pueden pensarse como
asociación de lo público con la aglomeración y el encuentro obligado propio de las ciudades del industrialismo masivo; las aproximaciones a la estética del territorio propias de la ciudad dispersa
miran las formas inducidas de construcción del espacio público
como delimitaciones que solo provocan el reconocimiento de lo
absurdo; solo una mirada anclada en el paradigma de la aglomeración masiva puede añorar las funciones que antes cumplían las
plazas públicas, como espacios de la apelación discursiva carismática; en las condiciones de la ciudad dispersa el actor social
tiende a escapar de los desesperados intentos por provocar el
reconocimiento colectivo; lo público no puede ‘inducirse’, tal vez
como máximo ‘sugerirse’; los espacios ‘vacíos de público’, llenos
de árboles que atestiguan el paso del tiempo, pueden permitir la
introspección como forma del ‘estar juntos’, como espacio para
Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global
compartir lo incognoscible e inaccesible de la interacción subjetiva. En las condiciones propias de la dispersión, lo público se demuestra como provocación y emerge en el silencio que resulta del
escape de la aglomeración, solo así lo público permite la vivencia
de la intimidad, no su reclusión en la privacy.
La ciudad dispersa invita a mirar la sensación del extrañamiento
como propio de la vida en la ciudad, porque la ciudad está compuesta de extraños, de extranjeros en su propia tierra; esta es
seguramente la motivación profunda que está en el fenómeno
global del turismo, la visita a otras ciudades es la experimentación de otras miradas, de otros encuentros; la ciudad ya no es
el espacio de la vecindad indulgente, la prolongación de la vida
familiar, es la construcción de la interacción entre diferentes que
se atraen justamente por su diferencia, que proyectan su identidad como operación selectiva y excluyente; el reconocimiento es
contenedor de violencia, estructura de procesamiento de las diferencias irreductibles y por ello es también espacio para el acercamiento al otro en su alteridad; la ciudad dispersa permite estas
aproximaciones generativas: cómo sentirse extraño en su propia
ciudad, cómo visitar en la misma ciudad múltiples ciudades.
Es este el sentido de libertad que produce la vida urbana, es seguramente este el atractor más profundo que está en el origen de
la aglomeración y que amenaza con negarse justamente al producir el efecto en el cual se representa, que es el de la masificación;
la masa atrae pero repele al mismo tiempo, como lo diría Canetti
o Huizinga.
Lo que nos indica la ciudad dispersa es un hecho que marca profundamente a la contemporaneidad; sólo la experimentación del
extrañamiento puede permitir el reconocimiento de los otros;
solo de esta forma negativa, nihilista, se puede construir la dimensión de lo público como efectiva interiorización de derechos.
La ciudad como civitas, como aglomeración de extraños, encuentra aquí su verdadera ‘estructura de lo público’. En el mundo de
83
Julio Echeverría
la ciudad dispersa, lo público solo puede ser el resultado de lo
negativo, que es negación de su inducción, del extrañamiento no
reconocido como tal; la ciudad dispersa es la ciudad de las transiciones, de los encuentros fortuitos y la arquitectura debe permitirlos, negándose a ser inductora de conductas, debilitando su
proyección constructivista, está aquí la arquitectura del ‘respeto al material’, del juego con los ‘espacios vacíos’, que terminan
siendo resguardos para la autonomía moral de los ciudadanos.
84
Patrimonio, monumentalidad y paisaje
urbano en la construcción
de la ciudad
Cuando se analiza la ciudad hay dos aproximaciones que suelen
privilegiarse y que, si bien revisten importancia, pueden presentar una visión reductiva. La primera es una visión de la ciudad
como máquina económica que responde a demandas que se configuran como derechos a ser satisfechos por esta ‘mega-organización’. La segunda la observa como un artefacto arquitectónico
y urbanístico, que apunta a lograr los mejores rendimientos en
la producción de servicios, en la movilidad de los recursos, en
el trazado y circulación de vías, en la dotación de vivienda, etc.
En estas aproximaciones está ausente –de manera habitual– la
idea de la ciudad como una construcción de sentido en la cual
participan los actores de manera espontánea, sin que necesariamente estas acciones obedezcan a un diseño o a una operación
claramente definida o planificada. Al proceder de esta manera
se impide observar otras dimensiones en la construcción de la
ciudad que pueden ser tanto o más importantes que las dos aproximaciones citadas, y que tienen que ver con los procesos de estructuración que se desprenden de las formas espontáneas de
significación que producen los actores de la ciudad, verdaderas
estructuras semánticas que orientan la conformación de las ciudades en secuencias de larga duración.
La propuesta conceptual que se presenta en este ensayo conjuga estas dos dimensiones, natural y artificial, cuyas configuraciones en el tiempo adoptan el carácter de verdaderos modelos de
85
Julio Echeverría
ciudad; los conceptos referidos al paisaje urbano, al patrimonio
monumental y al ambiente natural sobre el cual se conforman las
ciudades permiten dar cuerpo a esta aproximación analítica.
La ciudad como construcción de sentido
Las ciudades se configuran en largos procesos de adaptación a las
condiciones territoriales y ambientales en las cuales se instalan.
En su desarrollo conjugan la relación entre morfología natural
y sentido. El sentido aparece como artificialidad de la ‘forma’,
como recurrencia de significaciones que se materializan y se representan como hechos urbanos (A. Rossi: 2016). La ciudad puede ser entendida como una construcción estética y funcional que
adapta las necesidades humanas (materiales e inmateriales) a la
topografía del ambiente. 1
Esta articulación de naturalidad y artificialidad, que está en el
origen de la forma urbana, se nos presenta como su dimensión
patrimonial, una materialidad que remite al origen del asentamiento humano y que realiza en la proyección arquitectónica la
base conceptual que define a la ciudad y que se articula en torno
a los dos conceptos que trabajan el sentido de la ciudad como
construcción civilizatoria, los conceptos clásicos de polis y civitas
(M. Cacciari: 2012).
Los dos conceptos nos remiten al estudio de la complejidad del
fenómeno urbano, al reconocimiento de la aglomeración humana
vista como tensión permanente que acompaña la urbanización,
una tensión que convive con su opuesto, el de la dispersión. Estos conceptos estarían diseñados para enfrentar estas tensiones
propias de la conjunción aglomeración-dispersión. El concepto de
1.
86
Desde una visión sistémica, la ciudad es una proyección de sentido (articulación de significaciones individuales que se agregan colectivamente), que se autoorganiza internamente para
adaptarse a un determinado ambiente natural en el cual interviene. Cf. S. Settis, Architettura
e democrazia, paesaggio, citta, diritti civil, Einaudi, Torino, 2017; V. Gregotti, Il sublime al
tempo del contemporáneo, Einaudi, Milano, 2010.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
civitas hace referencia al estar juntos entre extraños; por tanto, describe la necesidad de interiorizar el sentido de alteridad
como constitutivo de la forma urbana, mientras que el concepto
de polis señala la construcción del ciudadano, de aquel sujeto
que habita la ciudad y que es capaz de poner en juego su capacidad de abstracción de las condiciones que caracterizan a su
mismidad, aquello que Hegel denominó como Bildungprozess, o
proceso de formación de la conciencia subjetiva. 2 Cuando observamos el desarrollo urbano de la ciudad desde la perspectiva de
las construcciones de sentido, lo hacemos en referencia a esta
base o matriz semántica constitutiva de la proyección urbana que
apunta a realizarse en la morfología del territorio (S. Settis: 2017;
V. Gregotti: 2010).
¿Cómo se construyen las ciudades y cómo al hacerlo realizan o
niegan estas matrices de sentido que configuran su concepto y
por tanto su patrimonio inmaterial? ¿Cuánto de esta base conceptual está presente en la monumentalidad arquitectónica de
las ciudades? ¿Cómo podemos conjugar conceptos como ambiente, paisaje y territorio, como referentes que desarrollan la idea
2.
En sus escritos de Filosofía del Espíritu de 1805-06 Hegel introduce la temática del reconocimiento, al punto de convertirla en pieza clave de su “sistema de eticidad”. El concepto de
reconocimiento describe el proceso de enfrentamiento entre las subjetividades que está en
la base de la conformación de lo público. En la formulación hegeliana lo público coincide con
la constitución de la conciencia racional; se opera así un colosal proceso de abstracción como
negación de la parte sensible y pasional del sujeto. En Hegel esta negación es asumida como
superación; solo a través de ella el sujeto puede constituirse y emanciparse de la sujeción a
la pasionalidad que lo conduce a su destrucción. Sin embargo, en su formulación la pasionalidad no se elimina sino que se reconfigura, replanteando el desafío del reconocimiento en
otros niveles o dimensiones. Ello permite mirar la estructuración de lo público como un proceso de constitución nunca acabado, como una construcción que evoluciona recursivamente,
generando cada vez nuevas figuras, nuevas modulaciones. Su estabilización por tanto será
siempre perentoria. A partir de esta conceptualización de lo público, compuesto por tendencias contradictorias que se ciudad, dhan presentado como pulsiones hacia la aglomeración y
hacia la dispersión, puede accederse a la comprensión de la misma configuración de la de su
morfología urbana, de las semánticas que la definen y atraviesan. Lo público aparece como
enfrentamiento entre la identidad de lo colectivo y la diferenciación de las singularidades, las
cuales ponen en juego lógicas de resistencia, de fuga o de dispersión. Cf. G.W.F. Hegel, El sistema de la eticidad, Editorial Nacional, Madrid, 1978; Filosofía real, FCE, México, D.F. 1984.
Últimamente el concepto de reconocimiento ha sido retomado para ilustrar justamente esta
complejidad como generadora de “patologías de la modernidad”, Cf. A. Honneth, Patologías
de la razón, Buenos Aires, Katz Editores, 2009.
87
Julio Echeverría
de ciudad, y que sin embargo no dialogan suficientemente y por
tanto no logran potenciar sus propias aproximaciones al fenómeno urbano?
La aglomeración y la dispersión como principios
estructurantes
La lógica aglomeración-dispersión propia del desarrollo urbanístico describe la existencia de un conjunto de articulaciones
que aparecen como contradicciones, como disfuncionalidades
que originan conflictos y patologías. El principio de aglomeración convive con su opuesto. Cuando hablamos de aglomeración
hablamos de dispersión; aglomeración quiere decir punto de llegada, referencia a un inicio que es el estar dispersos. A su vez, la
dispersión tiene que ver con un efecto de fuga, de alejamiento
de la aglomeración. Entre ambos se establece una correlación, se
instaura una lógica, que está inscrita en el mismo principio del
reconocimiento como relación publico/privada; como relación
entre lo individual y lo colectivo. El reconocimiento, concepto
tomado de la filosofía, plantea que las diferencias apuntan a reconocerse, pero también a diferenciarse o alejarse. La ciudad se
reproduce bajo el principio de diferenciación. Es posible advertir
esta dinámica en el ordenamiento arquitectónico de las ciudades,
en la configuración del paisaje urbano, en el gobierno del territorio; allí se definen flujos de circulación y de conexión: la calle,
las avenidas, permiten el flujo de significaciones o las obstruyen,
indican las conexiones entre nodos o puntos de agregación, pero
describen también las condiciones de la fuga, del tránsito o del
deambular que caracteriza a los asentamientos urbanos.
88
El principio de aglomeración, al generar su opuesto como dispersión, presenta la ‘otra cara’ de la urbanización. En la teoría
urbana esta comprensión ha sido limitada sino inexistente; normativamente la teoría ha apuntado en dirección a comprender
una dimensión, la de la aglomeración como sinónimo de lo urbano, descartando la otra, la de la dispersión, presentándola como
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
anomalía o como negación. 3 Esta ausente o limitada comprensión
de la diferenciación produce segregación 4 ; la no aceptación de
este principio es asumida como exclusión de otras posibilidades
de comprensión y constitución de lo urbano; la segregación aparece como expresión de la no adaptación a la construcción del
sentido de lo público que está en la configuración logocéntrica de
la racionalidad moderna, desde su formulación en la filosofía platónica, al tratar las dimensiones sensibles como representaciones
de un ambiente ‘no controlable’, como amenazas a la identidad
e integridad del grupo humano. La arquitectura de la ciudad está
comprometida desde sus orígenes con esta orientación, apunta
a construir el sentido del orden, y este aparece como exclusión,
control o racionalización del ambiente externo (como naturaleza
y paisaje) así como del ambiente interno (como canalización de
las percepciones y pulsiones subjetivas). Al hacerlo, excluye otras
posibilidades de construcción de ‘lo urbano’ no necesariamente
coincidentes con la dinámica de la agregación y aglomeración. La
ciudad es también utopía de lo ‘otro posible’, recoge las pulsiones
de realización no aún configuradas, es un proceso permanente de
estructuración. En tanto construcción de sentido, la diferencia3.
Una aproximación que impide mirar la complejidad del fenómeno urbano, la existencia de
la diferenciación como generación permanente de alteridad en la misma construcción de
lo público. La diferenciación al dejar de ser vista como anomalía puede ser comprendida
como expresión de otras posibilidades de definición de lo urbano; como producción de otros
sentidos de lo público. La ciudad está produciéndose permanentemente mediante procesos
de diferenciación. La no comprensión de los principios de aglomeración/dispersión, como
consubstanciales al desarrollo urbano, puede generar patologías o bloqueos que reducen la
idoneidad constitutiva del hecho urbano (J. Echeverría: 2016).
4.
El concepto de segregación tiende a reconocer la diferenciación bajo la figura de la exclusión o autoexclusión respecto del sentido admitido como aceptable por la semántica que
caracteriza a un determinado grupo social dominante. En su origen el concepto hacía referencia a procesos de exclusión de grupos humanos por condiciones raciales, pero luego esta
comprensión se extendió a otras dimensiones de la reproducción social. Así, la segregación
puede ser sexual, étnica, etaria, etc. En la actualidad, excepción hecha de ciertos regímenes
de inspiración teocrática, la segregación no es aceptada en ninguna Constitución o cuerpo
legal o normativo. Sin embargo, se la reconoce presente en conductas y prácticas recurrentes
que se expresan en fenómenos como la xenofobia, el nacionalismo, la violencia de género, la
exclusión económica, etc. Estas dimensiones están presentes en las dinámicas urbanas que
caracterizan a las ciudades contemporáneas, pero tienden a ser vistas en lo fundamental bajo
la figura de la segregación territorial como resultado de la ubicación de grupos humanos en
situación de subalternidad en lugares degradados de las ciudades y de los asentamientos
humanos.
89
Julio Echeverría
Aglomeración urbana. Panorámica de Sao Paulo
Brasil. Fuente: dreamstime.com
Aglomeración Urbana. Caos de cables de electricidad Fuente: joserodriguez.info
Aglomeración urbana. Guayaquil. Fotografías: Julio Echeverría
ción se sustenta y opera mediante operaciones selectivas y como
toda operación selectiva, es excluyente de otras posibilidades.
Posibilidades que apuntan también mediante operaciones selectivas a la agregación, generando ulteriores diferenciaciones; así
procede la lógica de la urbanización. 5
De la morfología al sentido, del sentido a la morfología
La lógica aglomeración-dispersión que está en la base de los procesos selectivos de estructuración, hace referencia a significaciones que se repiten y presentan regularidades de comportamiento
en la interacción con el ambiente natural. Las estructuras urbanas, más allá de su concreción en edificaciones o monumentos, se
90
5.
Para un mayor desarrollo de esta problemática puede remitirse a N. Luhmann, Sistemas sociales, cap. 9, pp. 324-362, 1984.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
conforman de significaciones o construcciones de sentido que soportan la morfología urbana, el paisaje urbano que se despliega
sobre el paisaje natural. La morfología urbana resulta entonces
de esta operación o construcción colectiva de significaciones que
describen los procesos adaptativos de los asentamientos humanos en la morfología natural del territorio. 6
Es posible, entonces, reconocer al paisaje urbano como conjunción de geomorfología y sentido, configuración que emerge de
las lógicas de la aglomeración urbana. El paisaje urbano es el de
una continua adaptación y modificación de la naturaleza con fines de realización humana, pone en juego una dimensión estética
de adaptación significativa a las condiciones de la complejidad
ambiental –adaptación que supone, en muchos casos, radicales
transformaciones de la naturaleza–. Una operación de artificialidad creativa que es a lo que se refiere Gregotti con su noción
de antropogeografía. La misma construcción del lugar como casa,
como ‘asentamiento’, supone una elaboración abstracta, conjunción de elementos o partes que configuran una totalidad que
apunta a la consecución de soluciones funcionales, lo cual es más
evidente en la construcción de la ciudad como dispositivo físico,
como máquina que produce rendimientos, que satisface necesidades, una orientación que apunta a encontrar articulaciones
funcionales en la adaptación al territorio. Esta operación describe/identifica los elementos más significativos que configuran el
proceso de adaptación; realiza soluciones funcionales específicas
para cada momento de la reproducción (económicas, de disfrute,
de ocio) y las articula en un determinado orden que define la idea
de totalidad. La casa es una totalidad compuesta por partes, igual
que la ciudad; la casa se compone de cuartos o estancias que
absuelven distintas funciones, la ciudad de barrios, o emplazamientos administrativos, residenciales, de mercado. Tanto la casa
como la ciudad combinan su lado interno con su lado externo;
6.
A partir de la afirmación de V. Gregotti, “la noción de paisaje no coincide con la de naturaleza, ni con la del territorio, sino más bien con la de la antropogeografía”. (Gregotti, p. 34).
91
Julio Echeverría
Dispersión urbana. Suburbios norteamericanos. Fuente: wordpress. com
a la funcionalidad del ordenamiento de las partes se superponen las lógicas adaptativas frente a su entorno. El hecho urbano
pone en juego el paradigma ecológico de la relación del sistema
como conjunción de partes que se relacionan con el ambiente en
el cual este sistema se adapta; la adaptación es necesariamente
transformación del elemento natural, de esta manera procede el
hecho urbano, éste se configura y a partir del juego de estas dimensiones se transforma en el tiempo y adquiere historicidad.
92
Dispersión urbana. Suburbios norteamericanos. Fuente: wordpress.com Doctor Zito
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
Esta operación constructivista –que quisiera verse como perfecta
en su configuración racional– presenta en su lugar lógicas y dinámicas diversas y por momentos incongruentes, develando que,
sobre la lógica de la racionalidad del ordenamiento de las partes,
que deriva hacia su orientación funcional, convive una lógica de
tipo adaptativo, que refleja distintos momentos de significación
no necesariamente funcionales.
La configuración de modelos de ciudad
Los procesos adaptativos a los que se ha hecho referencia en el
apartado anterior nos remiten al estudio de las recurrencias o
permanencias de significaciones que conforman los hechos urbanos (A. Rossi: 47: 2016). Aquello define rasgos de identificación
específicos que se expresan en la misma estructuración del territorio construido: disposición de lugares para el trabajo y el disfrute, flujos de movilidad, y centros de agregación o de confluencia de actividades que configuran el trazado mismo de la ciudad,
definen el paisaje urbano en consonancia con el paisaje natural
sobre el cual interviene. El diseño urbano acontece de manera
relativamente espontánea y responde tanto al efecto de aglomeración humana con fines de reproducción, como a la adaptación a
las condiciones propias de la morfología del territorio.
Entre morfología del territorio natural y sentido como respuesta adaptativa, se establece una relación que es significativa para
definir la configuración de modelos o de la ‘forma’ misma de la
ciudad y de sus componentes. A este proceso podríamos denominarlo también como fenómeno de estructuración, en cuanto
se trata de una conjunción de significaciones y expectativas que
se estabilizan como formas adaptativas, las mismas que tienden
a reproducirse y a definir pautas de comportamiento para los actores de la ciudad.
La idea de modelo recupera el concepto de totalidad del hecho
urbano a partir de los elementos o estructuras que lo configuran.
93
Julio Echeverría
Bogotá, Rogelio Salmona.
Fuente: wikimwediacommons
Rogelio Salmona.
Fuente: revistaaxxis
94
Rogelio Salmona.
Fuente: construarte.com
Bogotá, Rogelio Salmona.
Fuente: wikimwediacommons
Una articulación que emerge y que se estabiliza a partir de los
procesos adaptivos y que opera promoviendo su propia reproducción. La definición de mapas, la misma lógica de la planificación
urbana se sustenta sobre este principio; describir la topografía
del territorio para adaptarse a ella desde la perspectiva de la
construcción urbanística. La arquitectura y el urbanismo responden a una proyección constructivista más o menos abstracta, que
sobrepone proyecciones artificiales sobre las posibilidades que
ofrece el territorio; realiza una operación constructivista emulando la conformación adaptativa a la naturaleza que caracteriza al
hecho urbano desde sus orígenes.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
Las estructuras que configuran los modelos urbanos, al estar
compuestas por significaciones y expectativas, están expuestas
a su transformación, lo cual hace que determinadas estructuras,
como condensaciones de sentido, se modifiquen o ‘pierdan sentido’, al punto de modificar el mismo modelo de ciudad. La configuración modelística opera de manera espontánea y podría verse
como estructuración no proyectada, en los mismos procesos de
adaptación a las constricciones del ambiente natural y del territorio. Es sobre esta característica del desarrollo urbano que luego
procede la planificación urbanística, una proyección de sentido
que trabaja sobre estructuraciones espontaneas previas de carácter adaptativo. 7
Pero si bien las formas de estructuración como respuestas adaptativas responden a las constricciones o restricciones que presenta el ambiente natural, los procesos de estructuración recorren
también el camino opuesto, el de la respuesta a dichas constricciones o restricciones que se produce desde la intervención
arquitectónica y urbanística, lo que permite completar las dos
vías que intercorre la relación morfología-sentido. Estamos entonces frente a una combinación de dos aproximaciones: una, de
carácter espontáneo, que se configura mediante estructuras de
relacionamiento; y otra, de adaptación, que emerge en los procesos reproductivos. Por lo general aquí son las constricciones
del territorio y del ambiente natural las que definen, permiten u
ofrecen posibilidades para la generación de sentido. Sobre esta
configuración espontánea de articulación y estructuración se proyecta la construcción de modelos como operación ‘artificial’ de
construcción de sentido y que tiene que ver con la planificación y
el gobierno del desarrollo urbano.
7.
La arquitectura define su proceder al interior de lo que podría denominarse como una doble hermenéutica. Emula la modelística que encuentra en el pasado, reconoce los procesos
adaptativos espontáneos en la relación sentido morfología del territorio y sobre esas formas
de modelización preexistentes diseña otras posibilidades que pueden o no ser construidas o
materializadas (R. Masiero: pp. 84-89).
95
Julio Echeverría
Esta articulación que refleja una ‘doble hermenéutica’, propia de
los procesos de estructuración urbana, permite la operacionalización de los modelos de ciudad, lo cual define cuatro supuestos
teóricos: el reconocimiento de cualidades del espacio natural,
el sentido del lugar como representación del grupo humano, la
adaptación al ambiente como constricciones que ofrece la morfología del territorio y la adaptación del ambiente a las necesidades
humanas (materiales e inmateriales). Estas cuatro dimensiones
–adecuadamente articuladas– nos permitirían acceder al objetivo
de la intervención urbanística y arquitectónica, que consiste en el
gobierno sobre el territorio, entendiendo que esta operación conjuga variables que tienen que ver tanto con las dimensiones ambientales y espaciales que configuran el territorio, como con las
condiciones del paisaje urbano visto como espacio de realización.
Dicho en otras palabras, el gobierno del territorio no puede sino
reconocerse como operación de construcción de sentido, en la
cual están comprendidas las formas de estructuración adaptativas de los actores que en ella intervienen y define diversas combinaciones de estructuras de significación, que regresan sobre la
morfología del territorio con fines de planificación y de gobierno.
Lo urbano, en realidad, se configura como una segunda naturaleza y responde a una deliberada operación de construcción de
la ciudad. Una combinación de estructuras que definen distintos
modelos y que en muchos casos conviven como articulaciones
que se superponen. La indicación de Settis sobre la importancia
del buen gobierno, en esta tarea de construcción de lo urbano
como segunda naturaleza, hace referencia a la necesidad de combinar de manera adecuada estructuras de sentido que se han ido
superponiendo en el desarrollo histórico.
96
En la construcción de modelos estamos frente a lo que Rossi denomina “elementos primarios”, “conjunto de elementos determinados que han funcionado como núcleos de agregación” (Rossi:
p. 89). Se trata de estructuras de sentido que tienen su referente material en la construcción de edificios o de vías y que se
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
mantienen como indicadores o marcas que dotan de identidad al
asentamiento humano. Estas proyecciones de sentido se traducen en estructuras urbanas cuando se adaptan a la morfología del
territorio. Acontece entonces una determinada combinación de
elementos naturales y artificiales que se funden en la construcción de los elementos primarios; estos, a su vez, definen zonas o
áreas de influencia y por tanto funcionan como atractores y reguladores de actividades a la manera de dispositivos en los cuales
la proyección significadora del hecho urbano se consolida como
reproductora de sentidos que se mantienen en el tiempo. Estas
verdaderas marcas de sentido podrían ser consideradas bajo la figura de desinhibidores como mecanismos o estructuras que permiten la permanencia y reproducción del hecho urbano. 8
La configuración de barrios o la misma estructuración de zonas
delimitadas administrativamente –como parroquias, delegaciones o administraciones zonales– se ubican sobre estas construcciones que configuran la antropogeografía de las ciudades. Esta
caracterización permite identificar en las ciudades modelos de
construcción urbana, en cuanto estas se configuran por una diversidad de estructuras de sentido. En su conjunto, delimitan una
totalidad, compuesta por soluciones adaptativas diferenciadas en
la morfología natural y en la topografía del territorio.
El carácter patrimonial de los hechos urbanos
La monumentalidad icónica es lugar originario donde se configura representativamente el principio de aglomeración. Desde
sus inicios, la monumentalidad icónica acompaña al desarrollo
de la urbanización: opera para contrastar o contrarrestar la lógica de la dispersión. La monumentalidad icónica aparece con
8.
El concepto de desinhibidor es tomado de las formulaciones del zoólogo Jakob von Uexküll.
En la perspectiva que se plantea, el desinhibidor actúa como mecanismo o dispositivo que
permite y potencia la apreciación estética del hecho urbano, al permitir el acceso a la representación gracias al contacto con la monumentalidad icónica y con la red de significación que
esta construye o de la cual forma parte. (Uexküll: 2014).
97
Julio Echeverría
la construcción del tótem, el cual se constituye como referente
de identidad que posibilita la aglomeración y el encuentro entre
extraños; el tótem re-presenta bajo otra forma las condiciones
de la aglomeración, gracias a él estas se dotan de significación;
el tótem realiza una operación estética de transfiguración; define desde entonces lo que serán las instituciones de referencia
que orientan la conformación de los hechos urbanos. Se trata de
íconos monumentales que definen el espacio urbano, suponen
jerarquías de sentido a las que se reconoce como estructuras
transtemporales y transgeneracionales. La monumentalidad icónica está en el origen de la ciudad, en cuanto representación que
cumple una función de integración respecto del punto de partida
que es el de la dispersión. Desde entonces se reconocerá valor
patrimonial a los íconos monumentales, tanto porque anteceden
a la biografía de los actores que conforman la ciudad, como porque remiten a la idea del origen y de la fuerza de atracción propia
de la aglomeración.
Templo de la Patria, Quito.
Fuente: plataformaarquitectura.cl
Templo de la Patria, Quito.
Arq. Milton Barragán Dumet.
Fuente: plataformaarquitectura.cl
98
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
Edificio CIESPAL, Quito, Arq. Milton Barragán Dumet. Fuente: plataformaarquitectura.cl
La monumentalidad icónica remite en su origen a la narración
mítica del acto fundacional en el cual se resuelve la aglomeración urbana, y apunta a volver controlables los efectos que se
producen en el contacto con un ambiente natural al cual se percibe como cargado de sentido. En sus orígenes, se podría mirar
al tótem como a una naturalidad que se representa mediante una
forma estética de realización, gracias a la cual se constituye lo
humano; la representación estética está aquí vinculada con la
emergencia de esta nueva materia de la cual está compuesta la
naturalidad, que es ‘la humanidad de lo humano’. La dimensión
funcional está aquí estrechamente vinculada a la función estética
al permitir y posibilitar la socialización o el encuentro subjetivo
mediante el reconocimiento de la comunidad en el ‘objeto representado’ y, al mismo tiempo, representar el mundo natural bajo
otra figura que es artificial, por lo tanto cultural, convencional.
Tanto en su origen, como en sus distintas manifestaciones históricas propias de la evolución de los hechos urbanos, apreciaremos
esta construcción de íconos monumentales poseedores de fuerza
vinculante para comportamientos y conductas de los actores de la
ciudad. Pero la configuración de monumentos o íconos debe ser
comprendida como concreción de verdaderos centros de irradiación de sentido, de significación, de generación de zonas o áreas
99
Julio Echeverría
de influencia delimitables de forma inmaterial, si bien en muchos
casos dichas delimitaciones encuentran claras definiciones materiales en el ordenamiento del paisaje construido. El carácter patrimonial presenta, por tanto, dos dimensiones de estratificación,
la una de carácter material definida en la arquitectura del monumento; la otra, inmaterial, remite a la carga de sentido que este
encierra y a la irradiación que este proyecta en el paisaje urbano.
Esta configuración relativamente simbiótica, entre realidad de la
morfología física del territorio y construcción de sentido como
representación, es seguramente la que dota de fuerza vinculante
a la caracterización patrimonial de los hechos urbanos; una configuración que tiende a debilitarse mientras avanza el proceso de
secularización. El carácter simbólico religioso del hecho urbano
cederá el puesto a la lógica funcional propia de la reproducción
material; de esta manera, se escinde su dimensión funcional y
su dimensión estética. La monumentalidad icónica tiende a ser
recluida en el museo de la memoria, en el cual se aprecia exclusivamente la formalidad del hecho estético sin vinculación alguna
con la inmaterialidad sobre la cual este se constituye. 9
En la actualidad, la recuperación del valor patrimonial de los hechos urbanos no puede reducirse a la exaltación de la estética
monumental por fuera de la funcionalidad que esta lleva consigo,
en particular si observamos la importancia de la generación de
identidad como fuerza constituyente de la reproducción social.
De allí que la identificación del valor patrimonial de una edifi-
9.
100
La dimensión funcional que atañe a la reproducción material cobra mayor importancia que
la función estética de realización presente en los procesos reproductivos; la presencia de la
lógica de mercado será cada vez más avasalladora en esta dirección. La estructura de mercado en cuanto lugar del intercambio de bienes y de productos, siempre estuvo presente en
el origen de las ciudades, pero esta dimensión de alguna manera estuvo subordinada a una
lógica identitaria de construcción de sentido. Esta situación se modificará mientras avanza la
modernización; la innovación del productivismo moderno ve a aquellas construcciones como
rémoras o inercias de las cuales hay que desprenderse o de las cuales es necesario prescindir
o alejarse. En su lugar las ciudades del modernismo tienden a devenir verdaderas estructuras
productivas al punto de convertirse en ciudades-fábricas como Londres, Manchester o Chicago (F. Chueca Goitia: 2013).
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
cación no pueda reducirse a la descripción de la arquitectura de
la obra vista de manera aislada, sino al conjunto de significaciones que ella representa; el valor patrimonial hace referencia a la
misma construcción del territorio y del paisaje, en el cual dicha
monumentalidad está inserta.
El paisaje urbano
La arquitectura clásica recuperada por el Renacimiento construye
una visión del monumentalismo bajo la figura de la armonización
de las partes. Esta orientación permanecerá dominante, compenetrada por la exaltación de la naturaleza que la producción artística pone en escena, en la cual el paisaje aparece como obra
de arte y como artificialidad dispuesta para la contemplación estética. 10 Podría decirse que aquí el paisaje emerge como objeto
de representación, como espacio de referencia para la realización
subjetiva: el paisaje pasa a ser una construcción perfectamente
ordenada como belleza artificial que acompaña a la orientación
futurista. Es este un momento particular en la historia del urbanismo, una suerte de sincretismo o de simbiosis acontece en la
diferenciación entre lo urbano y rural, entre la dimensión de lo
público y de lo privado; la urbanística encuentra aquí su soporte
semántico al tiempo que se compromete con la lógica del gobierno del territorio. 11 Emerge desde el renacimiento, cada vez con
mayor claridad, la vocación constructivista de modificación del
10.
En muchas representaciones artísticas del Renacimiento el paisaje se representa como salida
de la ciudad y como encuentro con la naturaleza a la cual se mira como espacio de descanso
y de disfrute, a diferencia de como aparece la descripción artística de la ciudad en el mundo
medieval, a momentos compuesto de una sacralidad inaccesible, o en su lugar, caracterizado
como amenaza indescifrable. Entonces, las ciudades fueron vistas como refugios, fortalezas
resguardadas frente al embate del ambiente externo (Gregotti, p. 36).
11.
S. Settis resalta para este momento la particular articulación sinérgica o armoniosa entre lo
urbano y lo rural, y la adscribe a la importancia del buen gobierno sobre el territorio. Para
ilustrar esta postura se refiere a los frescos de A. Lorenzetti en Siena, “Las arquitecturas que
pueblan el campo (la ruralidad), siguen su destino: insertadas armónicamente en el paisaje
del Buen Gobierno, son en cambio desoladas y degradadas donde reina el Mal Gobierno. En
aquella visión, que no fue estética sino civil y política, la integración campo-ciudad engloba
plenamente a la arquitectura en sus formas y en sus funciones” (S. Settis, p. 96).
101
Julio Echeverría
ambiente natural visto como dato externo al despliegue del sujeto. La construcción de la habitabilidad, de la casa como de la ciudad, no será solamente el esfuerzo por resguardarse y protegerse
del ambiente al cual se advierte cargado de complejidad, sino que
aquel asumirá el carácter de mundo de la contemplación y de la
realización material y estética.
Desde sus orígenes, pero ya con el Renacimiento, esta orientación se consolida; la dimensión del paisaje urbano se configura
como un verdadero hecho urbano y pasa a ser parte de la construcción icónica monumental. La ciudad pasa a ser vista como una
monumentalidad icónica que articula una red de sentido que se
despliega sobre el territorio y que define un determinado paisaje
urbano, una segunda naturaleza, como diría Settis, remitiéndose a las elaboraciones de Jay Crum. 12 ¿Cuál es la dimensión que
confiere al paisaje urbano y a la monumentalidad icónica su carácter de hecho urbano? Su dimensión colectiva, la circunstancia
de ser un catalizador de fuerzas individuales que se articulan colectivamente, “aquello que tiene de común se refiere al carácter
público, colectivo de estos elementos: esta característica de cosa
pública, hecha por la colectividad para la colectividad, es de naturaleza esencialmente urbana”. (Rossi: p. 90)
Los hechos urbanos se configuran como estructuras que delinean
el carácter de la ciudad en cuanto estos definen su dimensión colectiva en el sentido de la construcción de lo público. Aquí, la ca-
12.
102
Settis se refiere de esta manera al recuperar la formulación de Crum: “Por segunda naturaleza Crum entiende lo construido: el entramado de edificios, de muros, calles tortuosas que
se insinúan entre iglesias y torres” (p. 98). Más adelante, esta segunda naturaleza será entendida no solamente como concreción de sentido en materiales y monumentos, sino como
recurrencia de comportamientos que hacen referencia a la realización humana. La “segunda
naturaleza es (siguiendo a Aristóteles) generada por los hábitos y se define como una sintonía natural con el orden normativo de la ‘virtud’” (Settis: pp. 98-100), lo que en esta sede
entendemos como ‘estructuras de sentido’, compuestas por hábitos y comportamientos que
se repiten y se consolidan como hechos urbanos; verdaderas estructuras de sentido porque
combinan de distinta forma la naturaleza como geomorfología y el paisaje urbano como dimensión de realización, operación que permite el reconocimiento y que se reproduce de
manera rutinaria en el mundo de la vida cotidiana.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
racterística del hecho urbano como construcción colectiva tiene
que ver con la recurrencia significadora de la dimensión icónica
monumental, el reconocimiento que ella permite y produce; los
actores de la ciudad reconocen en la monumentalidad icónica la
persistencia de significaciones que trascienden su propia biografía, lo cual define su carácter vinculante respecto a conductas,
hábitos y comportamientos, así como a orientaciones que definen el sentido del desarrollo urbano. El paisaje urbano es una
construcción colectiva, una articulación que se despliega sobre
el territorio como una red de sentido que repite lugares, estilos,
monumentalidad reconocible e identificable.
Pero más allá de la declinación hacia lo natural como fuente de
realización, el Renacimiento –por su misma capacidad de experimentar con el dato natural– desata una orientación objetualista.
La naturaleza puede ser modificada artificialmente, y ya no es
solamente fuente de realización en la contemplación estética:
ahora es también materialidad dispuesta para su transformación
en función de la realización humana, de la idealización de formas que ya no son naturales sino artificiales. El mundo ‘exterior ’
nuevamente es visto también como amenaza, como misterio a ser
descifrado; es pensado desde la lógica de su aprovechamiento,
para salvaguardar la seguridad y estabilidad que solamente encontramos en la casa y en la ciudad.
Emergen entonces el interrogante: ¿cuánto de estas construcciones colectivas que se expresan en la materialidad de monumentos, de elementos del trazado urbano, de disposición paisajística,
reflejan o representan la inmaterialidad del sentido de lo público,
que está ya delimitada por los conceptos de polis y civitas a los
cuales se había hecho referencia? La respuesta a este interrogante está en relación directa con las significaciones que dichos conceptos encierran. Los elementos o monumentos del trazado urbano se constituirán en efectivos hechos urbanos si al constituirse
responden o permiten la reproducción de las dimensiones de abstracción propias del principio de extraneidad o de reconocimien-
103
Julio Echeverría
to del otro; si lo permiten o potencian; si hacen de estas estructuras semánticas construcciones que remitan al reconocimiento
de lo que es común a todos; si permiten que la representación
del elemento arquitectónico posibilite la realización del principio
de diferenciación, como señales abiertas al reconocimiento de la
alteridad. La autonomía estética del hecho urbano no está tanto
en el preciosismo de sus formas, ya que estas pueden variar en su
misma concepción o propuesta, sino que se mide en relación a su
capacidad de respuesta al fenómeno complejo de las tensiones de
agregación y dispersión que definen la forma del paisaje urbano;
una forma que realiza la proyección estética en la dimensión de
lo urbano.
Así, si el carácter patrimonial de los hechos urbanos está claramente definido en la monumentalidad icónica de carácter religioso, su configuración puede encontrarse también en estructuras
y edificaciones de carácter secular, y en dimensiones privadas
como las mismas áreas residenciales. Aquí también encontramos
este carácter propio de las estructuras colectivas, que se manifiestan en la recurrencia de ciertos rasgos que hacen por lo general al estilo arquitectónico de casas y edificios, y que terminan
configurando áreas o zonas delimitadas, como barrios que mantienen una misma línea de edificabilidad. El estilo arquitectónico
en este sentido es referible al concepto sobre el cual se apoya;
es el concepto el que se repite en la continuidad de rasgos, de
líneas, de medidas que son identificables en diferentes edificios
y construcciones; allí se representa una significación cuya estructuración en el territorio, como conjunción de elementos (significaciones), termina por dotar de sentido al entramado urbano.
104
Monumentos, casas, palacios que alojan sentidos que refieren a
la vida de la colectividad, como sedes de gobierno o plazas públicas, como lugares de acogida de manifestaciones colectivas, asumen también las características de ser hechos urbanos. Definen
el paisaje urbano como segunda naturaleza. De igual forma, vías
o calles, parques y avenidas, pueden catalogarse como tales, si
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
en ellos acontece la recurrencia de flujos de movilidad o la configuración de espacios que absuelven funciones que satisfacen
actividades reproductivas para la colectividad. El carácter repetitivo y recurrente de éstas y/o de flujos de movilidad pueden, justamente por este carácter colectivo, configurarse como hechos
urbanos: generan identidad por este carácter y lo retroalimentan
mediante la recurrencia y repetibilidad de prácticas y de conductas claramente relevables. En este caso generan memoria, y al
hacerlo consolidan semánticas de referencia. La configuración de
barrios o la misma estructuración de zonas delimitadas administrativamente, como parroquias, delegaciones o administraciones
zonales, se ubican sobre estas construcciones que configuran la
antropogeografía de las ciudades. La identificación del valor patrimonial de una edificación no puede reducirse a la descripción
de la arquitectura de la obra vista de manera aislada, sino al conjunto de significaciones que representa.
La recurrencia de significaciones adaptativas en el territorio, que
definen un estilo referible a una determinada construcción estética, dota de fuerza vinculante al hecho urbano; una configuración en la cual se combina sinérgicamente ambiente, territorio y
paisaje. Por ello no toda recurrencia de aglomeración por flujos
de movilidad colectiva puede considerarse como hecho urbano,
Malecón de Esmeraldas. Ecuador.
105
Julio Echeverría
en el sentido de producción de ciudad. El crecimiento desmedido
de las ciudades, el despoblamiento de la ruralidad, generan tendencias complejas que apuntan hacia el deterioro de las condiciones ambientales, hacia la degradación de las condiciones del
hábitat. La presión por lograr soluciones a la complejidad urbana
tiende a generar respuestas que agravan aún más los problemas.
El carácter propio de la ciudad dispersa lo anuncia de manera
contradictoria, compleja. Si antes la ruralidad ocupaba ciudades
con sus migraciones permanentes e intermitentes, ahora la ciudad invade las áreas rurales y se instala en el campo, en la búsqueda de encontrar lo que las ciudades no producen, aire puro,
control del tiempo, realización en el paisaje natural. En muchos
casos las condiciones del deterioro migran conjuntamente con
quienes escapan de las ciudades, haciendo del campo una repetición de los mismos problemas que no se han logrado solucionar
en las ciudades. El fenómeno del conurbamiento tiende a presentar la imagen de dispersión, segregación y autosegregación,
reproduciendo en la misma configuración del paisaje que ya no
es urbano, pero tampoco rural, las mismas condiciones de segregación y de inequidad que el desarrollo actual de las ciudades
debería resolver.
Nomadismo, sedentarismo y modernidad
Si bien el ambiente natural interviene decisivamente en la configuración del tótem como representación, entonces la visión hacia
lo natural estará cargada de un sentido indescifrable, mistérico,
frente al cual emerge el ‘hecho urbano’13 para contrastarlo. En
sus inicios la casa, como morada y refugio, convive con la idea
de la ciudad como fortaleza. El habitar es el cubrirse frente a las
inclemencias ambientales, es adaptarse a las condiciones que el
13.
106
Esta visión sobre el ambiente natural reaparecerá mas tarde con mayor intensidad; en la
realidad de las ciudades contemporáneas, las predicciones y proyecciones sobre los efectos
del cambio climático proyectan una imagen cargada de incertidumbre, teñida de rasgos catastróficos; su evidencia es reconocible en la recurrencia de desastres naturales frente a los
cuales los pronósticos de revertirlos son, por decir lo menos, pesimistas.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
mismo ambiente ofrece; un accidente de la geografía, una concavidad, una cueva pueden ser lugares para detenerse y guarecerse.
Más tarde, mientras avanza la transición hacia el sedentarismo,
el habitar será algo más que el puro adaptarse a las condiciones
favorables que puede ofrecer el ambiente natural: será ya una
operación deliberada, un acto, una operación constructiva 14 que
define al espacio como lugar de acogida, volviendo, “determinado
(reconocible) lo indeterminado, definido lo indefinido por naturaleza” (R. Masiero, p. 18). Se completa de esta manera la doble
dimensión que atañe al origen de la ciudad como asentamiento humano, la dimensión sacral del tótem como construcción de
sentido y la dimensión funcional de la casa o del hábitat, como
ámbito de la reproducción material. Las dos dimensiones aparecen como producción estética de ciudad, como transformación de
la naturaleza en forma reconocible, moldeable; como operación
constructiva, reflexiva, como idealización abstracta que se proyecta sobre el espacio natural. La construcción de templos, de
estatuas, de monumentos con el material natural, la piedra, el
mármol, la tierra apisonada, está en la base de la forma cultural
propia de la ciudad como aglomeración humana.
Pero la configuración del tótem convoca también a otras fuentes
de significación. La dimensión sacral a la cual este remite convive con su dimensión opuesta, la del mundo profano que es visto
como mundo caótico, incognoscible, como terra incognita a ser
dominada o conquistada. La fuerza de lo sacral está en el efecto
de separación de aquello que no lo es; su configuración y reproducción están dadas por su alteridad radical respecto de lo
profano (E. Durkheim: 1882; M. Eliade: 1995). El centro totémico,
como agregación de sentido, produce necesariamente su periferia
profana; requiere de ella y sin embargo se proyecta sobre ella con
14.
De particular importancia las referencias lingüísticas acerca del vocablo que denomina a la
casa en las raíces indoeuropeas; “la raíz dem produce el griego dómos y el latín domus que
significan casa. Esa implica la idea del construir… en otros términos se puede interpretar la
acción del construir expresada por dem como una acción dirigida a someter la materia a la
voluntad humana a través de técnicas específicas.” (R. Masiero, p. 17).
107
Julio Echeverría
una función de control: quisiera conjurarla pero a su vez requiere
de ella para reproducirse. Su afirmación produce la alteridad. El
paso desde aglomeraciones nómadas a sedentarias es el camino
de la secularización, el de la delimitación como representación
de lo natural no dominable, sometido a control. Una tensión evolutiva que permite reconocer una tendencia, de lo natural sacral
a su (re)presentación en la monumentalidad icónica artificial, “la
transición del mundo prehistórico al histórico es caracterizada
por una progresiva normalización de lo sagrado. Su terrificabilidad dionisíaca es lenta pero inexorablemente transformada en
piedra, se hace monumento” (R. Masiero, p. 20).
Esta condición que ve al ambiente como amenaza, y que caracterizó a las ciudades en sus orígenes, será enfrentada por el impulso
moderno en sus distintas manifestaciones. Ya en el Renacimiento
la naturalidad es trabajada como fuente a la cual remitirse para
‘producir conocimiento’; la experimentación con la naturaleza es
vista como posibilidad para la realización humana. El ambiente
natural aparece en una doble figura, como posibilidad de realización estética, pero también como material maleable dispuesto
para ser transformado por la intervención humana. Es esa la mirada hacia el entorno que se desata con la operación de la representación que está en el origen totémico y es esa la orientación
que será retomada y profundizada por la construcción de aquello
que conocemos como modernidad, una inspiración que encontró
ya su plena materialización en la construcción de ciudades.
108
El Renacimiento, como puerta de entrada a lo moderno, recupera
la clasicidad grecorromana. La modernidad tiene su origen en la
clasicidad, en particular en la visión platónica de la configuración
de la razón como depuración del lado sensible de lo humano; aquí
se aprecia ese efecto de distanciamiento de lo humano respecto
de la animalidad sobre la cual se constituye y que es vista como
pasionalidad irreductible, como efervescencia de formas, como
riqueza vital que por sí sola no alcanza cauce alguno reconocible.
La intervención del racionalismo clásico sanciona esta línea de
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
tendencia en la cual la monumentalidad icónica alcanza su extrema exaltación. La misma recuperación, a través de Platón, de la
matemática pitagórica define esta orientación racionalista como
ordenamiento de las partes en una totalidad armoniosa, simétrica, adscribible a la representación del cosmos al cual toma como
referente de sentido. La visión constructivista propia del Renacimiento refleja esta disposición activa hacia la transformación del
mundo y de la realidad, la cual ha perdido su connotación sacral y
su necesaria articulación ordenada en sentido cósmico.
Ambiente, territorio y paisaje urbano
La visión objetualista y abstracta que se despliega con el Renacimiento proyecta la complejidad del desarrollo urbano bajo tres
dimensiones: la del ambiente natural como fuente o material dispuesto para la experimentación; la del territorio como espacio
de asentamiento requerido de control y gobierno; y la del paisaje
como dimensión de realización subjetiva. La relación con el ambiente natural se observa desde la posibilidad de su racionalización como construcción del paisaje, como artificialidad modelística que se proyecta sobre el territorio con fines utilitarios pero
también de realización estética. La operación constructivista no
puede, a su vez, ser dejada al curso de los acontecimientos sin
que sea regulada y gobernada; el ambiente natural, el paisaje
serán también materia del gobierno del territorio.
De estas tres dimensiones, seguramente la dominante en los orígenes del desarrollo urbano ha sido la de la adaptación al ambiente natural; posteriormente aparecerán las otras: el gobierno
del territorio y la construcción del paisaje urbano encuentran una
relativa articulación sinérgica con el Renacimiento y el Humanismo. Es con la aparición del capitalismo industrialista que esta
conjunción se rompe; el territorio asume preponderancia sobre
la consideración del ambiente y sobre la importancia del paisaje;
la idea del progreso sustentado sobre la aplicación de la ciencia
experimental desata una dinámica de innovación que no se detie-
109
Julio Echeverría
Jardín Botánico Barcelona 2009:
Fuente: Ferrater y asociados
Jardín Botánico de Barcelona. Ferrater.
Fuente: LANDZINE
ne a observar sus implicancias o derivaciones en la naturaleza y
en el paisaje.
110
Si bien en sus orígenes el diseño industrial está comprometido
con la realización estética y ésta con la satisfacción de necesidades materiales, la deriva del industrialismo masivo pondrá en
serio riesgo esta orientación inicial. Al industrialismo masivo le
corresponde el desarrollo de una visión lineal que compromete
la observación estética del paisaje natural. Su objetivo es reducir
distancias para el intercambio de mercancías y para el flujo de
personas; una orientación funcional que encuentra en la matematización del territorio mensurable y en la producción de artificios
mecánicos y maquinistas, los instrumentos para la proyección del
progreso y la superación de los obstáculos que ofrece la naturaleza. Esta, a su vez, es concebida como reservorio de recursos explotables ad infinitum. Si a esta imagen se corresponde el
lado afirmativo y positivo de la utopía progresista de la modernidad del industrialismo masivo, más tarde se podrán apreciar
sus consecuencias no deseadas; las llamadas externalidades negativas asociadas a la contaminación y destrucción ambiental, al
despoblamiento del campo, a la degradación del paisaje urbano
configurado por barriadas y ocupaciones del territorio en los que
predomina precariedad, insalubridad y pobreza.
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
Museo de la Acrópilis. Bernard Tschumi. Fuentes: FORTUNEGREECE, 7SUR7.
La necesidad del cambio de paradigmas
Es en la modernidad tardía que esta visión tiende a corregirse, a
contenerse, como en su momento propuso el pensamiento débil
de Vattimo; fue necesaria la acumulación de desastres urbanísticos que derivaban del industrialismo para alertar sobre las posibles consecuencias de la catástrofe. La explotación de la renta
de la naturaleza, el extractivismo de los recursos naturales, la
misma obsolescencia de las estructuras del industrialismo, frente
a la transformación del ciclo del capitalismo hacia formas flexibles post-industriales, sus consecuencias en la contaminación del
ambiente generado justamente por las concentraciones en megametrópolis, definen la urgencia de cambios radicales en la configuración de los paradigmas del desarrollo urbanístico. 15
15.
Si al postmodernismo podemos reconocerle su aporte a este cambio de paradigmas, es a la
recuperación de la hermenéutica filosófica, en lo que respecta a la capacidad de autorreferencia y autoobservación de la modernidad sobre las derivaciones de su propia condición
afirmativa. (G. Vattimo: 1992; F. Jameson: 2012).
111
Julio Echeverría
La alerta sobre el cambio climático y sus efectos catastróficos
será una llamada de atención sobre la gravedad del fenómeno.
Ambiente, territorio y paisaje emergen, a partir de estas graves
constataciones, como piezas sobre las cuales intervenir en este
cambio de paradigmas. ¿Cómo reordenar estas coordenadas que
se mantenían separadas y enfrentadas en la fase del industrialismo masivo? Una situación compleja: mientras se desata la fragmentación del tejido urbano y la mancha urbana invade de manera caótica el territorio de la ruralidad, la desregulación del capital
hacia su fase de financiarización vuelve más dúctil, ecléctica y
fluida la configuración de las estructuras que alojan a la producción postindustrial; una transformación que genera más complejidad pero que al mismo tiempo permite observar con más claridad
sus líneas de tendencia. La ciudad contemporánea apunta a la
contención drástica de estas tendencias, y se dirige a recuperar
estructuras de sentido que permanecían ocultas por la lógica de
la racionalización funcionalista del desarrollo urbano.
En el mundo de la complejización urbana es posible recuperar la
conjunción de ambiente, territorio y paisaje. El giro hermenéutico
en la visión arquitectónica del hecho urbano conduce a reconocer
lo que el entorno dice, lo que transmite para la aprehensión racional de la proyección arquitectónica; el racionalismo descubre
las virtudes del material como señales del entorno natural, el posicionamiento del lugar, la historicidad de las formas adaptativas
de la arquitectura del pasado, la monumentalidad icónica en la
cual esta se representa, y que no pueden ‘derrocarse’ porque con
ello se irían las señales que ahora cobran importancia, luego del
imperialismo del racionalismo funcionalista.
Reflexiones finales
112
Estas consideraciones permiten concluir acerca del valor que asume hoy la reflexión sobre monumentalidad y patrimonio histórico, más allá de cualquier cosificación que los mire como ‘hechos
Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad
del pasado’. Al contrario: estas reflexiones nos presentan la idea
de una construcción permanente de historicidad que se desenvuelve en el mismo proceso de construcción de la ciudad y de la
vida urbana. Los hechos urbanos y la construcción de iconos monumentales tienen estas características en cuanto convocan distintas dimensiones: la de la morfología del territorio, que se ha
caracterizado también como paisaje natural, donde se asientan
las construcciones de sentido que se producen como manifestaciones de hechos colectivos y que generan una ‘segunda naturaleza’ o un paisaje urbano configurado por semánticas definidas
o construcciones de sentido. La secuencia ha sido entonces la
que recorre desde la morfología del territorio natural, al sentido
como respuesta adaptativa y de este nuevamente a la morfología como paisaje construido, que genera relaciones, que produce
recurrencias identificatorias. El hecho urbano lo es porque responde a proyecciones de realización conectadas con las matrices
de sentido propias de lo urbano y que interpelan de distinta forma al destino de la polis y de la civitas. El momento actual del
desarrollo de las ciudades ya no puede permitirse la improvisación de soluciones, o posponerlas en espera de mejores tiempos.
La realidad del desarrollo disperso puede aprender mucho de la
construcción de los hechos urbanos como despliegue de redes de
sentido, que antepongan el objetivo de la realización humana por
encima de soluciones supuestamente funcionales, que lejos de
reducir la complejidad la incrementen.
113
El estudio de la ciudad
El estudio de la ciudad presenta complejidades que es necesario
despejar y que tienen que ver con su misma conceptualización.
El concepto hace referencia a una dimensión de colectividades
agrupadas en un determinado territorio y que comparten ciertos
elementos que los asocian e identifican. La idea de ciudad tiende a confundirse con la de sociedad, ambas se reconocen como
entidades que comparten algún sentido de identidad o de identificación para los miembros que las integran. En principio esa
identidad o identificación tiende a ser problemática, porque las
sociedades o los agrupamientos humanos están integrados por
individuos y por grupos humanos que poseen capacidades propias de significación, respecto de sí mismos y de sus congéneres,
así como del mundo en el que están insertos. Pero si bien la ciudad es una construcción de identidad, es también un asentamiento poblacional que persigue fines de reproducción económica (la
ciudad como localidad de mercado), y de reproducción política (la
ciudad como dispositivo institucional), que produce y distribuye
el poder entre los grupos humanos que lo integran.
Teorizando sobre la ciudad
El concepto de ciudad cobra sentido en su dimensión de contraste con la realidad de la vida del campo y de la ruralidad; emerge
como construcción de significación en los procesos de desarticulación o desconfiguración de la vida comunitaria propia de las
realidades rurales o del campo; su articulación como agregación
de individuos o de grupos humanos, aparece como respuesta a
esta condición originaria o de partida y su objetivo, no claramen-
115
Julio Echeverría
te evidenciado, es la de la reconfiguración de esta socialidad; es
entonces que emerge la ciudad como estructura fundacional.
La a-socialidad sobre la cual se funda el concepto de ciudad aparece como fenómeno recurrente el cual genera como respuesta dispositivos y mecanismos de estructuración. La ciudad está
siempre en construcción, porque se despliega sobre una realidad
que está en permanente diferenciación. Si la ciudad está siempre estructurándose, re creándose y re configurándose, es porque está siempre en peligro de desconfigurarse y de no cumplir
con su función de estructura de socialización 1 . La socialización
en la ciudad es en principio conflictiva porque en ella se alojan
diversas significaciones, es un laboratorio en el cual se combinan sustancias de socialización extremamente variadas. La ciudad
aparece como espacio público, en el cual se asocian o agregan
los individuos en principio a-sociales o que persiguen una propia
identificación diferenciada. Es esta construcción de significaciones socializantes lo que caracteriza a la ciudad como proyecto y
como construcción utópica; y es esta condición la que subordina
a las otras dimensiones, la ciudad como espacio de poder y como
asentamiento de mercado.
Una última consideración necesaria para la construcción del concepto de ciudad, tiene que ver con su historicidad; la historia de
la ciudad es la historia de construcciones de sentido que se han
ido condensando históricamente, y que cumplen una función de
integración civilizatoria 2 ; el lenguaje, la familia, la religión, las
116
1.
Los fenómenos de anomia, de inseguridad y violencia que por lo general caracterizan a la vida
de las ciudades contemporáneas, pueden ser interpretados como resultantes de procesos de
construcción de socialidad fallidos o en todo caso no suficientemente estructurados, desde
la perspectiva de la construcción de sentido. La ciudad como estructuración de sentido hace
referencia al procesamiento de su propia complejidad que se expresa como pluralidad de significaciones que coexisten en el ámbito urbano, y a sus relaciones con otras construcciones
de sentido o de reducción de complejidad, como el mercado y el poder político.
2.
Según la antropología funcionalista de A. Ghelen, “la inestabilidad inherente a la vida impulsiva del hombre aparece casi ilimitada […] impulsos y sentimientos que son elevados y
educados compulsivamente hasta convertirse en esos refinamientos excluyentes y selectivos
que llamamos civilización. Para ello ha sido preciso la acción durante siglos y milenios de
El estudio de la ciudad
costumbres, son instituciones que anteceden a la biografía individual de ‘cada quien’; el individuo y los grupos sociales que
componen la ciudad emergen en el conjunto de estas estructuras,
las cuales ejercen compulsión y condicionamiento y caracterizan
la historicidad de la ciudad.
El estudio de la ciudad, desde esta perspectiva teórica, debe estar en condiciones de reconocer el conjunto de significaciones
o proyecciones de realización que realizan individuos y grupos
o colectividades acerca del sentido de la vida en común; estas
proyecciones de realización, aparecen como construcciones semánticas3 o de sentido que están orientando la acción de individuos y grupos sociales; significaciones que evolucionan y se
transforman en dimensiones de realización inter-generacionales
y trans-históricas.
Estas configuraciones de sentido resultan de una pluralidad de
proyecciones de realización que se expresan como discursividad
cultural, y se producen en determinadas condiciones históricas
que logran su condensación institucional y material, o que contribuyen a delinearlas. La metodología de investigación deberá
estar en capacidad de relievarlas y de descubrir el entramado de
relaciones que allí acontecen.
instituciones de lenta formación, como el derecho, la propiedad, la familia monogámica, el
trabajo definidamente repartido, instituciones que son solidas y siempre restrictivas y que no
se destruyen con rapidez de un modo natural [...]”. (Ghelen 1993: 77).
3.
La reproducción social humana, está mediatizada por el lenguaje, el cual no solamente aparece en su dimensión instrumental de comunicación intersubjetiva, sino como estructura
semántica en la cual el actor social se constituye y reproduce. Sus proyecciones de realización, se insertan en estructuras sociales de significación previas, que el actor interioriza o
modifica en el curso de sus interacciones sociales. Esta formulación, relevante para nuestro
estudio, cobra cuerpo en el encuentro entre la sociología clásica de E. Durkheim y M. Weber
y las distintas corrientes fenomenológicas y hermenéuticas de E. Husserl, M. Heidegger y H.
G. Gadamer; sus tratamientos más puntuales en la sociología fenomenológica de T. Luckmann
y A. Shutz, pero también en las últimas formulaciones de la hermenéutica histórica de R.
Koselleck.
117
Julio Echeverría
Si bien la historia de la ciudad es milenaria en cuanto asentamiento económico y político, su plena configuración como ‘estructura de socialización’ aparece como una creación moderna 4 .
La ciudad moderna rompe con las pautas tradicionales de reproducción social que se caracterizaban por una rígida distribución
de roles y de obligaciones de carácter rutinario, funcionalizadas a
la reproducción de creencias religiosas y de estructuras de poder
político cerradas y excluyentes. La ciudad aparece como lo opuesto a la comunidad, en ella ya no son reconocibles los rasgos de
cercanía y de ‘afinidad natural’ que caracterizan a las relaciones
humanas; la ciudad abre o funda una radical ambivalencia; por un
lado es un espacio de socialización caracterizado por el distanciamiento y la frialdad que se da en el contacto entre extraños;
por otro, instaura un espacio de libertad para el individuo porque
éste ya no está sometido a la vigilancia y control que impone la
comunidad cerrada.
Esta ambivalencia es constitutiva de las construcciones semánticas que aparecen en el ámbito de la ciudad, siempre oscilantes
entre la reivindicación de la autonomía moral que la ciudad ofrece al individuo, pero también nostálgicas frente a la intensidad
vital de los lazos familiares y de las afinidades que caracterizan
a las pequeñas comunidades de origen. La ciudad desarrolla un
sentimiento ambivalente de reconocimiento y de empoderamiento individual, acompañado por una fuerte carga de nostalgia hacia un pasado imaginario o real que se lo reconoce como más
autentico.
4.
118
En sociedades arcaicas o tradicionales los procesos de socialización estaban fuertemente
subordinados a las necesidades del culto religioso o a las de reproducción de redes de parentesco sobre las cuales se fundaban estructuras jerárquicas de status y de dominación;
solamente en la modernidad la socialización resulta de lógicas de interacción comunicativa
entre individuos poseedores de una propia autonomía moral; la socialización que acontece
en la ciudad moderna ha logrado emanciparse de esas estructuras de significación previas,
sin que estas hayan necesariamente desaparecido; en muchos casos se mantienen, pero ahora subordinadas a la estructura de emancipación moderna sustentada sobre la interacción
comunicativa entre individuos poseedores de una propia autonomía moral’ (Cf. Echeverría, J.
Ensayo sobre la política moderna, Quito, 2017.).
El estudio de la ciudad
La ciudad moderna es el espacio de afirmación del individuo en
la colectividad, una condición de complejidad y de artificialidad
convencional, que contrasta con las adscripciones ‘naturales’ de
tipo comunitario donde creencias y prácticas colectivas impedían
la emergencia de una propia autonomía moral para los individuos. La ciudad es el espacio para esta construcción; el individuo moderno solamente puede constituirse en el contacto con
los otros, los cuales son percibidos como extraños, porque ya no
pertenecen necesariamente a una misma comunidad de valores,
de creencias y de prácticas culturales. Sin embargo, ‘los otros’
son condición para la realización del individuo moderno, de esta
permanente confrontación emerge lo que caracteriza a la ciudad
como espacio de socialización.
La autonomía moral del individuo no supone la autoexclusión o
el aislamiento en los procesos de socialización sino una construcción de sentido de mayor complejidad o ‘densidad moral’, como
lo afirmaría E. Durkheim, la cual trabaja sobre el reconocimiento
de ‘los otros’ en su legitima capacidad de significación y de proyección de sentido; una construcción de socialidad que aparece
como ‘estructura de emancipación’, y que está vinculada a la idea
de la generalización de los derechos de ciudadanía. La ciudad moderna construye su utopía como estructura de emancipación para
los individuos y los grupos que en ella habitan, la cual resulta de
un largo proceso de evolución civilizatoria.
La ciudad está siempre construyéndose, estructurándose en fases o ciclos temporales que caracterizan su historicidad; aparece
bajo la figura de pliegues de sentido que se configuran en distintos momentos o fases históricas y que se materializan en construcciones, en dispositivos, en lógicas de urbanización que se
van superponiendo, sometidas a un principio de innovación que
muchas veces las condena al olvido o a su disfuncionalidad. Esta
caracterización nos permite establecer una fundamental diferenciación entre lo que es la ciudad como construcción trans-generacional de largas temporalidades, disonante en su configuración
119
Julio Echeverría
socio-histórica, y lo urbano como intento deliberado de estructuración que obedece por lo general a respuestas funcionales de
ordenamiento.
Si bien la historia del urbanismo acompaña a la historia de la ciudad, es en la modernidad cuando el urbanismo logra su más clara
especificación funcional, este aparece como respuesta de índole
constructivista a una condición social que se caracteriza por la
extrema secularización donde ya no existen o se han debilitado
las construcciones cultuales y religiosas que caracterizaban a la
ciudad arcaica y tradicional.
Para la sociología urbana y la antropología cultural, la vida rural
comunitaria aparece caracterizada por una lógica circular de reiteración de normas y valores que es resistente a la innovación;
en su base, se encuentran estructuras de parentesco cimentadas
por fuertes creencias religiosas y por rituales que disciplinan los
espacios de la vida cotidiana. La ciudad establece una ruptura
con esta condición de articulación y de socialidad propia de la
comunidad; sin embargo, es una ruptura que no elimina o anula
los rasgos semánticos de los cuales proviene, sino que los debilita
o transforma; la ciudad en sus inicios aparece como un efecto de
‘juntar casas’, en las cuales se alojan una diversidad de actores
de distinta proveniencia comunitaria. Están aquí seguramente las
bases de la conformación del barrio moderno como célula urbana
de la ciudad, el cual aparece como delimitación territorial que
acoge, en muchos casos, a individuos provenientes de similares
comunidades de origen y que mantiene, si bien debilitados, señales o referencias cultuales de carácter comunitario; sus integrantes ‘originarios’, así como los ‘nuevos vecinos o allegados’,
identifican al barrio como su propio espacio territorial en el cual
se desarrollan relaciones de vecindad y de conocimiento fundados sobre la reciprocidad y la confianza mutua.
120
Aquí la idea de territorialidad aparece como pertenencia o adscripción al lugar de asentamiento en la ciudad, una condición que
El estudio de la ciudad
es fuente de identidad, y que está fuertemente vinculada a la
idea de demarcación e identificación por origen o adscripción;
se nace en un determinado territorio o se llega a él y se lo hace
suyo; el territorio es espacio de seguridad para el incremento
de las posibilidades reproductivas del individuo y del grupo, es
también demarcación de propios y extraños. Esta derivación propiamente urbana de conformación del espacio urbano, camina
paralelamente a la configuración de la territorialidad del Estado
y a la idea de la patria como lugar de origen y de acogida; se pertenece al suelo patrio, se nace en él, e incluso se está dispuesto a
morir por él; el territorio es fuente de identidad y de adscripción
y está en la base del sentimiento patriótico y nacionalista, al punto de justificar insoportables exclusiones hacia aquellos que no
pertenecen a él; la defensa del territorio y la referencia simbólica
a él es fuente originaria de la identidad política estatal, al punto
que no es concebible la idea del Estado sin una clara delimitación
de sus fronteras, las cuales separan a ‘propios’ y extraños. Sin
embargo, la territorialidad del Estado, no es la misma que la territorialidad de la ciudad.
¿Cuál es la relación de la ciudad con el territorio? La ciudad está
también atravesada por el sentido de territorialidad, pero lo está
de una manera diferente respecto tanto de la concepción de territorialidad propia de la pertenencia arcaica o comunitaria, así
como de la adscripción a la forma abstracta de la territorialidad
estatal, que se funda sobre el sentimiento de pertenencia patriótico. La ciudad es un asentamiento poblacional construido de
extraños o de individuos o grupos de distinta proveniencia, los
cuales traen consigo la marca de la territorialidad de origen, pero
deben compartirla o intercambiarla en un espacio de pertenencia
abstracto que es el de la ciudadanía y del mercado urbano; el territorio de la ciudad moderna es maleable, siempre en crecimiento, sus fronteras no son claramente delimitables como lo eran
las ciudades amuralladas imperiales y medievales o como son las
fronteras de los estados nacionales. Las concepciones arcaicas y
tradicionales acerca del territorio se modifican en el contexto de
121
Julio Echeverría
la urbanización moderna; el territorio en la ciudad es en principio
delimitado y delimitable ad infinitum; en el contexto de la modernidad alcanzará su máxima especificación funcional; el territorio
urbano es una construcción abstracta altamente intercambiable
al punto de convertirse en materia maleable para la planificación
y el control urbanístico.
La ciudad y su proyección cosmopolita desafía la creencia ancestral sobre la ‘supuesta naturaleza territorial’ de la humanidad, y
plantea nuevas fuentes de pertenencia, de adscripción y de identidad a valores abstractos de convivencia centrados en la interiorización de los derechos fundamentales, como nueva territorialidad virtual que protege y refuerza las interacciones subjetivas.
La ciudad aparece como agregación de extraños portadores de
significaciones diferenciadas y, en muchos casos, divergentes y
conflictivas, una composición que deberá ser canalizada y ordenada, esto es, ‘urbanizada’.
La urbanización asume desde entonces dos significaciones, la de
la construcción civilizatoria del ‘buen trato’ entre diferentes, y la
de la estructuración urbana como planificación del territorio. En
el un caso, la pertenencia a la ciudad es el compartir una condición cultural de vecinazgo o cercanía, que poco tiene de natural y
si mucho de contingencia y convencionalidad; la vida de la ciudad
es la vida del buen trato como cultura de convivencia entre extraños y diferentes; la ciudad es, desde este punto de vista, germen
de vida democrática y de cosmopolitismo que desborda o tiende
permanentemente a desbordar las delimitaciones cerradas de la
estatalidad y la nacionalidad5. En el otro caso, la urbanización de
la ciudad traduce o porta consigo una racionalidad no finalista,
sino operativa y apunta a realizar este cometido constructivista, artificial y abstracto que se despliega sobre la diferenciación
constitutiva de la ciudad.
122
5.
Cf. Bilbeny, Norbert 2007 La identidad Cosmopolita (Barcelona: Kairós).
El estudio de la ciudad
La ciudad urbanizada aparece sobre esta base de abstracción material y simbólica, como referencia para la realización de los derechos fundamentales, como espacio para la efectiva concreción
de las distintas proyecciones de realización de los actores que la
componen. La planificación urbana encuentra aquí su más alto
desafío.
Lo concéntrico, lo lineal, lo disperso
La historia del urbanismo es la de un largo proceso evolutivo.
Existe un momento previo a la construcción de la ciudad urbanizada, que aparece como paradigma de la idea de ciudad, una
especie de prolongación del campo; su lógica se presenta espontánea, y repite la construcción a escala ampliada de los mismos
escenarios rituales de socialización; el patio de la casa o de la
hacienda que se convierte en plaza pública; la iglesia y el palacio secular como sede de los poderes religioso y político. Una
proyección de la tradición que quiere reproducirse ad infinitum
mediante lógicas circulares de concentración.
Estos espacios se ordenan en relación a un centro, el cual se convierte en el territorio ceremonial y burocratizado que reproduce
creencias y tradiciones; este espacio define la idea de periferia o
margen; la expansión de la ciudad se da como estructuración de
círculos concéntricos o cuadriculares que incluyen diferenciadamente al campo y a los actores rurales que migran e ingresan a la
ciudad. Estos se integran a espacios territoriales ya previamente
constituidos bajo forma de barrios, los cuales reproducen esta
lógica de centralización; en ciertos casos, la expansión urbana
integra a pequeños pueblos, lo que se conoce como proceso de
conurbación.
Sin embargo, la diferenciación trabaja bajo una tensión de desborde de las lógicas de concentración o acentramiento, la modernización de la ciudad suplanta este modelo concéntrico de agregación por un modelo lineal. H. Hoyt ponía en claro ya en 1932
123
Julio Echeverría
la modificación de este modelo de urbanización de carácter concéntrico, “las viejas fajas circulares se ‘partían’ en algunos puntos
para dar vida a sectores de diversa amplitud y profundidad, que
desde el polo central se alargaban hacia el exterior rebasando
en algunos casos los mismos límites periféricos” (Hoyt, 1937 en
Guidicini, 1971); se trataba ya de una operación constructivista
o de racionalización de tipo funcional, generalmente vinculado a
necesidades de expansión de distritos industriales, o de ocupación residencial pero que ya no respondían o mantenían vínculos
con los centros rituales y burocráticos; en muchos casos estos
tipos de desarrollo se daban como fuga o alejamiento de estas
instancias y rompían con la lógica concéntrica inicial.
La modernización del espacio urbano acontece como racionalización del diseño urbano y responde a la necesidad de vincular
ámbitos cada vez más diferenciados desde una perspectiva funcional; es esta lógica la que genera la idea de estructura urbana. La planificación urbana será desde entonces más vulnerable
a los ciclos económicos, las fajas periféricas acogerán también
a sectores o categorías sociales menos acomodadas, las periferias pueden convertirse también en ‘bolsones de pobreza’. Es la
lógica de ciclos económicos y políticos cada vez más inestables
la que genera diferenciación y produce concentraciones urbanas
necesitadas de estructuración; la diferenciación en muchos casos
refuerza la exclusión y la segregación y los excluidos a su vez,
generan identidad propia o lógicas propias de construcción de
territorialidades; la socialidad tiende a ser vista bajo imágenes
o imaginarios de protección y de seguridad o de impugnación y
contestación.
124
El desarrollo urbano está vinculado estrechamente al destino de
la ciudad como asentamiento de mercado; los ciclos económicos
son responsables, en muchos casos de las lógicas de movilidad
y de los asentamientos poblacionales; el desarrollo de la ciudad
dependerá en mucho de la política económica del Estado y difícilmente logrará independizarse o autonomizarse de la influencia
El estudio de la ciudad
de la política económica nacional; la economía urbana funciona
como un sistema articulado que depende de su ambiente o entorno, de la economía rural, la cual permite la subsistencia y el aprovisionamiento de mercancías; de igual forma la economía urbana
deberá garantizar la estabilidad y el desarrollo de las actividades
de industriales y comerciantes; de esta capacidad en mucho definida por la política administrativa y regulatoria de las instancias
de gobierno de la ciudad, dependerá la capacidad de la política
fiscal para producir y entregar los servicios que el crecimiento
urbano requiere de manera cada vez más creciente. La economía
urbana y la política económica de la ciudad son fundamentales
en cuanto generan las condiciones del desarrollo urbano en un
proceso de creciente complejización.
La movilidad urbana comienza a ser vista como articulación de
vías que conectan y separan a flujos de población a los cuales se
les debe otorgar adecuadas condiciones de circulación; la circulación aparece como posibilidad de conexión-desconexión entre
mercados, actividades productivas, espacios para el ocio y el entretenimiento, lugares de socialización 6 . La socialización requiere de espacios públicos de encuentro de los individuos aislados;
la plaza pública que inicialmente fue construida con este fin y
que reproducía la idea de concentración o de centralidad es, si
no sustituida, si acompañada por otros espacios que apuntan al
mismo fin y que compiten con ella; la calle muchas veces se presta más para el encuentro cotidiano, o los espacios semi-públicos
como el bar, el centro comercial, la discoteca, el restaurante.
Este modelo de ciudad urbanizada aparece como proyecto nunca
definitivamente acabado, siempre en construcción y reconstrucción, sigue la lógica de la diferenciación que destruye y recrea
6.
La abstracción de la espacialidad territorial, la conexión entre espacios diferenciados, la
fluidez de las comunicaciones entre estos, es el principio cardinal sobre el cual trabaja el
constructivismo urbanista; la urbanización aparece como un “proceso consistente en integrar
crecientemente la movilidad espacial en la vida cotidiana, hasta un punto en que esta queda
vertebrada por aquella” (Remy y Voye, 1992: 14)
125
Julio Echeverría
espacios de acuerdo a los ciclos económicos, los cuales generan pluralidad de lógicas de asentamiento, de desastres y disfuncionalidades articuladas por secuencias temporales que no
coinciden necesariamente; la imagen de la ciudad en proceso de
urbanización tiende a ser la imagen de la ciudad caotizada; la
planificación o llega con retraso al crecimiento de la ciudad, o
superpone proyecciones que no necesariamente responden a los
procesos efectivos que son altamente cambiantes; a momentos
parece antecederla o programarla, pero sus efectos son más fuertes y la planificación termina casi siempre por ser rebasada por la
diferenciación y el crecimiento poblacional 7 .
La alteridad constitutiva de la ciudad urbanizada nos remite a
aquello que desde la antropología cultural se denomina como
‘cultura urbana’, o sea a las distintas significaciones o construcciones de sentido que componen el entramado social de la ciudad; la diferenciación aparece aquí como confluencia de lógicas
autorreferenciales que pugnan por consolidar su identidad en espacios plurales, por actualizarse y perennizarse como posibilidades de socialización; posibilidades que pueden abrirse o cerrarse
en sus proyecciones comunicativas y de realización.
En la ciudad urbanizada están siempre presentes procesos de
socialización que emergen y desaparecen, que se actualizan en
muchos casos definiendo espacios de realización o territorios
que quieren ser inexpugnables a los otros; en muchos casos estas delimitaciones están cruzadas por determinaciones clasistas
de carácter socioeconómico, o por adscripciones políticas, pero
7.
126
La urbanización da forma y estructura las condiciones de diferenciación que caracterizan al
desarrollo urbano intentando detener su amenaza de desborde; al hacerlo genera nuevas
condiciones de diferenciación que requerirán de ulteriores dispositivos de planificación y estructuración; el desarrollo urbanístico parecería ser congruente con la visión luhmanniana de
‘reducción de complejidad con más complejidad’; el fenómeno lo resalta también Delgado,
“[…] las relaciones urbanas son, en efecto, estructuras estructurantes, puesto que proveen de
un principio de vertebración, pero no aparecen estructuradas –esto es concluidas, rematadas-, sino estructurándose, en el sentido de estar elaborando y reelaborando constantemente sus definiciones y sus propiedades […]” (Delgado, 1999: 25).
El estudio de la ciudad
siempre remiten a construcciones semánticas donde lo que está
en juego es el sentido de la vida cotidiana; la reivindicación del
derecho a ser parte de la colectividad, al tiempo que la reivindicación a la propia alteridad individual o de grupo.
La ciudad urbanizada, es una ‘red de redes’ en las que se agregan
los actores de la ciudad por afinidades o colusiones de acciones,
o actividades en las cuales se encuentran cada vez más involucrados y condicionados. Redes vecinales, deportivas, profesionales,
clientelares, en las cuales acontecen los procesos de socialización; un actor puede transitar de una a otra de estas redes; sus
comportamientos se modificaran de acuerdo al posicionamiento
situacional en el que circunstancialmente se encuentre 8 .
Se trata en muchos casos de la activación de comportamientos
rutinarios, de jergas o lenguajes que se producen y circulan en el
mundo de la vida cotidiana y que prestan o dotan de seguridad a
las relaciones del día a día. Las estructuras de sentido que se han
condensado históricamente, y que muchas veces aparecen como
‘memoria’ o referencia simbólica cargada de señales y de claves o
índices para el comportamiento social, se entrecruzan o son leídas desde puntos de observación diferenciados, pero que muchas
veces coinciden o confluyen en un mismo actor de la ciudad.
Es sobre estos pliegues reticulares que intervienen las construcciones semánticas acerca de la ciudad, intervienen sobre una estructura plural de producción de significaciones que emerge en
distintos contextos situacionales y que a una primera observación
presenta un cuadro extremadamente heterogéneo, una configuración difusa y no aferrable en la que la ciudad se hace y se deshace permanentemente; los perfiles humanos de la ciudad son
8.
Sin duda el autor que desde la sociología urbana a reflexionado más sobre este fenómeno
es M. Castells. Cf. Catells, Manuel 1971 La Sociedad Red, y Problemas de investigación en
sociología urbana (Madrid: S XXI).
127
Julio Echeverría
perfiles relacionales, hechos de estructuraciones provisionales,
en muchos casos contingentes y anónimas.
128
LA CIUDAD
CONCENTRICA
LA CIUDAD
LINEAL
LA CIUDAD
DISPERSA
Aparece como
paradigma de la
idea de ciudad,
una especie de
prolongación del
campo; su lógica
se presenta
espontánea,
y repite la
construcción a
escala ampliada
de escenarios
rituales de
socialización
vinculados
al culto
religioso y a la
construcción
del poder; la
plaza, la iglesia,
como centro
del cual se
irradian lógicas
concéntricas
[…] el barrio
como célula de
la ciudad que
reproduce estas
lógicas en escala
reducida.
Debilita los
vínculos con los
centros rituales
y burocráticos;
las viejas fajas
circulares se
‘parten’ en
algunos puntos,
[…] desde el polo
central se alargan
hacia el exterior
rebasando los
límites periféricos
[…] una operación
constructivista
funcional,
vinculada a
necesidades
de expansión
de distritos
industriales, o
de ocupación
residencial […]
se dan como fuga
o alejamiento
del centro y
rompen con la
lógica concéntrica
inicial.
La lógica de
inestabilidad y
diferenciación de los
ciclos económicos
propios de la
modernización, la
inestabilidad de
los ciclos políticos
y su escasa
insstitucionalización
en la planificación
y generación de
conociemiento,
produce distintos
polos de agregación
o centralidades […]
una nueva lógica
de dispersión
centrifuga aparece
para condicionar
las lógicas de la
urbanización.
Cada vez más la idea de la ciudad concéntrica o centrada, tiende
a difuminarse; igual acontece con la ciudad lineal racionalizada
El estudio de la ciudad
en términos funcionales, la ciudad de la modernización industrialista; la lógica de inestabilidad y diferenciación de los ciclos
económicos tiende a generar distintas centralidades o polos de
agregación que no necesariamente responden a lógicas funcionales, a procesos económicos o productivos que los jalonen o
los dinamicen, una nueva lógica de dispersión centrifuga aparece
para condicionar las lógicas de urbanización.
Esta nueva dinámica de la urbanización modifica radicalmente el
paisaje urbano, los íconos identificatorios de la ciudad concéntrica tradicional, tienden a recluirse en la memoria histórica y ésta
tiende a debilitar sus señales de identificación.
Toda ciudad se ha construido sobre la base de íconos monumentales, a la manera de tótems, que producen identificación a actores que están allí reunidos no por propia decisión ni elección,
sino, muchas veces, por pura compulsión reproductiva, material,
económica. Los íconos citadinos están allí en los espacios públicos y estos no son otra cosa que lugares de nadie y de todos,
espacios abstractos en los que se concentra la tensión identificatoria que emerge como necesidad simbólica de integración en la
vida de la ciudad. Son estos espacios los que muchas veces fueron
escenarios para las grandes concentraciones masivas, escenarios
para la representación política de las masas, momentos de concentración de la politicidad de actores, gracias a los cuales estos
prueban que es posible incidir políticamente en la historia o al
menos creer que ello es posible 9 .
Si los espacios de socialización se han urbanizado en extremo, lo
que queda para la socialización en las sociedades complejas es
9.
Hasta antes del advenimiento de los medios masivos de comunicación, en particular de la
televisión, la plaza pública era el espacio primordial de la representación política, ahora, su
relevancia se ha recortado sustancialmente y tiende a transformarse en lugar para la concentración de los flujos turísticos, y por ello, cada vez más estos espacios tienden a ser tratados
como vitrinas, o lugares para la observación no comprometida.
129
Julio Echeverría
lo que se ha dado en denominar como ‘espacios intersticiales’ 10 ,
aquellos espacios o ‘territorios de transición que conectan a los
habitantes de la ciudad en sus flujos cotidianos, en su movilidad
creciente. La ciudad compleja, de la dispersión y de la desconcentración, la ciudad metropolitana, es aquella que se ha descentrado sobremanera y en donde toda lógica de planificación ordenada
y armónica ha sido rebasada por las mismas características de
la inestabilidad de los ciclos económicos, por las lógicas de innovación tecnológica, que reubican las relaciones entre espacios
urbanos y lógicas productivas.
Al desconfigurarse la lógica de la planificación urbana, la ciudad
se ‘desterritorializa’ en el sentido de que los espacios de la reproducción económica y material se difuminan; la fábrica ya no
es el centro de las actividades productivas, la economía informal,
las migraciones crecientes y las presiones demográficas tienden
a `homogenizar en su diferenciación la vida de la ciudad; los
actores que antes se encontraban en las periferias o en la ’marginalidad’, ahora circulan por todo el entramado urbano; sus espacios de concentración están relacionados con los mercados, con
el comercio de la informalidad, con las universidades que también se multiplican en cantidad de ofertas formativas y disciplinarias, acordes con la fragmentación y flexibilización productiva
que tiende a generalizarse.
La complejización de la vida en la ciudad al desterritorializar y
descentrar los espacios de socialización que antes habían tenido vigencia (la plaza pública, el barrio, la tienda o almacén de
comestibles, el cine de barrio), tiende ahora a re-concentrar la
socialización en torno a actividades comerciales y de consumo;
10.
130
La afirmación es de J. Remy “[…] para aludir a espacios y tiempos “neutros”, ubicados con
frecuencia en los centros urbanos, no asociados a actividades precisas, poco o nada definidos, disponibles para que en ellos se produzca lo que es a un mismo tiempo lo más esencial
y lo más trivial de la vida ciudadana: una sociabilidad que no es más que una masa de altos,
aceleraciones, contactos ocasionales altamente diversificados, conflictos, inconsecuencias”
(Remy, 1988 en Delgado, 1999: 37).
El estudio de la ciudad
los espacios del consumo y del disfrute tienden a concentrarse en
grandes construcciones diseñadas deliberadamente con ese objeto, la ciudad mall, rediseña el trazado urbano en función de la
concentración de lógicas de mercado que combinan el consumo
con el disfrute y la distracción, las cuales se presentan como fortalezas blindadas frente a la inseguridad y a la contaminación visual
y auditiva de la ciudad, nuevos espacios o territorios construidos
deliberadamente para promover la socialización ciudadana.
Lo que la ciudad compleja anuncia es la desconexión entre espacio urbano y significación cultural o estructura semántica, al
menos como esta había sido concebida por la ciudad concéntrica
y lineal; esta relación ha perdido su carácter fundante, la organización territorial de la ciudad, sus sitios, sus lugares, si bien ya
no son significativos per sé, en cuanto ya no son símbolos que
ordenan la convivencia ciudadana, aparecen como depositarios
de la memoria histórica; como señales del pasado que orientan
las continuidades transgeneracionales de la vida de la ciudad. La
‘recuperación del centro histórico’, su constitución como ‘patrimonio histórico’, puede ser leído como operación cultural de enfrentamiento crítico a este fenómeno recurrente en las ciudades
‘policentricas’ o ‘dispersas’, de desconexión creciente entre los
espacios urbanos y su significación cultural o semántica.
Las lógicas de descentramiento de lo urbano obedecen a múltiples determinaciones; las inestabilidades de los ciclos económicos y políticos desconfiguran los perfiles productivos y ocupacionales obligándolos a la flexibilidad ocupacional y en muchos
casos a la precarización del empleo; la emergencia de tecnologías
de comunicación que fundan mundos virtuales donde es posible
el encuentro social sin renunciar a la privacidad y a la intimidad,
el trabajo ya no sujeto a la tiranía de la medición del tiempo de
la vida cotidiana; nuevas lógicas que desconfiguran los tiempos
y los espacios tradicionales del trabajo y la productividad. Las
estructuras de socialización y de sentido ya no están atadas a
los lugares de trabajo; estos tienden a multiplicarse deslocalizán-
131
Julio Echeverría
dose, los tiempos se alargan y se fluidifican, las condiciones del
disfrute se vuelven cada vez más abstractas y superan no solo las
delimitaciones urbanas de la ciudad, sino que se proyectan hacia
redes comunicacionales que rebasan las fronteras nacionales; el
mundo global es el mundo de la difuminación fenomenológica
de proyecciones semánticas que se alimentan de connotaciones
diversas y cuya caracterización cae dentro del llamado mundo
multicultural, una caracterización cada vez mas imprecisa, porque esconde bajo la idea de la permanencia de constructos culturales inmodificables o inmunes a la contaminación, la realidad
de la profunda segmentación e hibridación de significaciones y
de elementos, espontáneamente extrapolables de los códigos, un
día concebidos como cerrados, de las distintas culturas locales o
culturas de origen.
De la teoría a la metodología: aglomeración, dispersión
Si abordamos el estudio de las ciudades como sistemas complejos, observaremos que estas resultan de largos procesos evolutivos en los cuales se incorporan elementos o hechos urbanos o
construcciones de sentido. La historia de las ciudades es la de
esta dinámica estructurante; la arquitectura de la ciudad documenta esta lógica de adaptación de los aglomerados urbanos en
la compleja morfología del territorio natural.
132
Se trata de procesos adaptativos de carácter espontáneo, en los
cuales es factible reconocer marcas de sentido que dan cuenta de
la lógica de la aglomeración que caracteriza a toda configuración
urbana; íconos monumentales que pueden ser edificaciones, las
cuales funcionan como atractores; vías de comunicación que fungen como conectores de movilidad humana, definen estructuras
que conducen a realizar el principio de aglomeración. Sin embargo, la aglomeración convive con su opuesto que es la dispersión,
ambas lógicas ponen en juego el principio de retroalimentación.
La aglomeración se incrementa al punto de producir dispersión,
la dispersión se anula generando nuevos procesos de aglome-
El estudio de la ciudad
ración, la ciudad está permanentemente diferenciándose. Las
preguntas que surgen entonces, son las siguientes: ¿qué está en
juego en esta dinámica compleja de la aglomeración-dispersión?,
¿qué tipo de oposición es la que se establece en esta dinámica de
diferenciación y cómo puede ser conocida e investigada?
Si observamos las características de esta lógica contradictoria advertimos que es imposible pensar una fuera de la otra, así como
es difícil afirmar cuál de ellas está en el inicio, la dispersión o la
aglomeración. La aglomeración está implícita en el concepto de
lugar como espacio del asentamiento; la configuración del lugar
supone operaciones selectivas realizadas por grupos humanos en
función de las limitaciones u obstáculos que pone el ambiente
natural. Sin embargo, la operación selectiva no solamente responde a la reproducción material, esto es, a la calidad del clima, a la
configuración del territorio, a sus condiciones morfológicas, sino
a procesos de significación que los humanos proyectan sobre esas
estructuras materiales y que tienen que ver con la representación
del estado de las interacciones sociales entre grupos y actores
sobre las significaciones que estos construyen; una compleja simbiosis propia de los procesos adaptativos; entre significaciones y
morfología natural, se define el carácter material e inmaterial que
caracteriza a los hechos urbanos (Cf. A Rossi, 2016; S Settis, 2017).
El conocimiento de la ciudad está obligado a observar esta lógica, reconocerla, caracterizarla, sistematizarla, para luego intervenir tratando de satisfacer o responder tanto a las pulsiones de
aglomeración como a las pulsiones de dispersión; los modelos de
ciudad, concéntrica, lineal y dispersa, están atravesados por esta
lógica, el conocimiento retroalimenta este principio constitutivo que emerge en ambas condiciones, lo vuelve una operación
reflexiva con funciones de control y de gobierno. Sobre la base
de estos presupuestos se realiza el principio de sostenibilidad,
el cual, desde la perspectiva que estamos adoptando, puede ser
caracterizado como el incremento de la idoneidad constitutiva
de los hechos urbanos y del sistema urbano como su resultante.
133
Julio Echeverría
La investigación urbanística registra, describe e interviene en el
conjunto de significaciones que están configurando las estructuras del sistema urbano; estas operaciones de conocimiento
retroalimentan, a su vez, el mundo de las significaciones, la reflexividad cognoscitiva interviene sobre ellas y configura nuevas
estructuras. La reflexividad cognoscitiva retroalimenta la estructuración espontánea de los hechos urbanos. La arquitectura sigue
este proceso en cuanto operación generadora de la forma urbana;
puede ser vista como aquella que diseña el proceso adaptativo,
implicado en esta tensión contradictoria y lo hace como estética
de la forma, como realización representativa de estas pulsiones
que están inscritas en las dinámicas socializadoras propias de los
hechos urbanos. La arquitectura opera, instrumenta los procesos
de estructuración espontánea, en cuanto configura la forma desde la perspectiva de la realización humana; la arquitectura es,
desde esta perspectiva, inteligencia pragmática del proceso de
estructuración, pero es también configuradora de la operación
estética del principio de estructuración. Realiza por tanto una doble operación hermenéutica y configuradora de la forma urbana.
134
La proyección de sentido que se construye a través de estas operaciones y se expresa como forma arquitectónica, trabaja con las
significaciones adaptativas en dos grados o dimensiones: una, de
carácter espontáneo, más sujeta a la determinación de la morfología natural material; la otra, mediante abstracciones en las
cuales entra en juego la semántica de la significación adscrita al
lugar, la función de realización referida a ella y la solución funcional, como respuesta al condicionamiento reproductivo que es de
orden material y económico. El estudio de los hechos urbanos y
de su configuración sistémica deberá afrontar, como su objeto de
indagación, el proceso de estructuración urbana como dinámica
adaptativa que es interna a la misma configuración subjetiva del
sistema así como a su ambiente o entorno natural; las significaciones son señales de sentido recurrentes; éstas se traducen en
estructuras urbanas, cuando se adaptan a la morfología del territorio y se convierten en trazado urbano.
El estudio de la ciudad
Sistema y ciudad
La lógica aglomeración/dispersión hace referencia al principio de
ordenamiento propio de los hechos urbanos y define flujos de
circulación o de conexión entre centros o nodos. Cada modelo de
ciudad configurara de distinta forma estas relaciones. Cada punto
de fuga, tiende a configurarse como centro, como agregación de
significaciones que resultan de operaciones selectivas, que producen a su vez periferias y segregaciones; al ser una operación
selectiva, necesariamente excluye otras posibilidades de resolver
el principio de aglomeración.
Estas formas alternas se configuran como posibilidades que se
proyectan hacia otras ocupaciones del espacio, hacia otras dimensiones de estructuración. Los flujos de circulación que caracterizan a los hechos urbanos permiten reconocer los parámetros
de cambio y de desarrollo de la ciudad. Al interior de cada centro
hay flujos y conectores que son vías de comunicación, la comunicación aparece como el elemento fundamental de conexión entre
estas dinámicas de la dispersión y aglomeración.
El sistema urbano está compuesto por centros o centralidades
que son simbólicas y materiales y que se conectan mediante vías
de comunicación. Al observar el plano de una ciudad se evidencia la importancia de las vías como conectores de las estructuras
urbanas, la red comunicacional de vías y de medios se configura
como una mega estructura, emulando la imagen de una verdadera red neuronal; la investigación urbana conoce no solamente el
hecho urbano bajo la figura de la aglomeración sino la compleja
estructura de comunicaciones que intercorre entre centralidades
o aglomeraciones diferenciadas. La arquitectura de la ciudad se
nos presenta como una compleja trama de articulaciones entre
estructuras diferenciadas, que se conectan configurando verdaderas redes neuronales dispuestas a lograr adecuadas sinapsis;
estructuras que ponen en juego el principio simbiótico de adaptación.
135
Julio Echeverría
Diferenciación y segregación
La lógica aglomeración/dispersión supone la construcción de lo
urbano en tanto proceso selectivo y es entendida desde el paradigma sistémico tradicional como parte del proceso de articulación todo/partes; el sistema persigue una perfecta articulación
donde las contradicciones aparecen como ‘errores lógicos’ que
tienen que ser excluidos. Sin embargo, la idea de que la realidad
debe presuponerse como ‘libre de contradicciones’, es una falacia
que tiene serias consecuencias (Luhmann, 1998): la vida social
que está en la base de los hechos urbanos es generadora de diferenciación, su misma configuración derivada de los procesos de
secularización presenta la figura de la dispersión como una tensión inmanente al desarrollo urbano; lo social es carga de posibilidades; el sistema, al menos en su forma tradicional, regido por
el principio todo/partes, tiende a prescindir de significaciones
alternas; la misma lógica de la aglomeración lo ‘pone en claro’,
la afirmación de ciertos elementos solo es posible en tanto la
operación selectiva deje por fuera otras proyecciones de sentido.
136
La integración de las partes en una totalidad es, al mismo tiempo, adaptación de esa totalidad con su entorno o ambiente. La
adaptación supone, por tanto, su auto clausura; aquí entra en
juego el paradigma de la autopoiesis o autobservación, ésta es
necesaria para regresar al ambiente como respuesta adaptativa.
Los procesos de diferenciación que están ‘animando’ la lógica
de la urbanización suponen la estructuración de estas dinámicas
selectivas y excluyentes. La auto clausura es fundamental tanto
como generadora de identidad en el proceso de aglomeración,
así como proyección articuladora y adaptativa con el ambiente
al cual reconoce en su diferenciación (Luhmann, 1998); el sistema urbano reconoce en toda aglomeración la existencia de otras
posibilidades de agregación; el ambiente propio de los hechos
urbanos conjuga esta dinámica cuando proyecta sobre la realidad su estrategia de conocimiento como operación selectiva. Solo
esta puede permitir que la adaptación con el ambiente apunte en
El estudio de la ciudad
dirección de la simbiosis, esto es, una adecuada articulación de
lo humano con lo natural, y un adecuado reconocimiento de la
complejidad de esta interacción. Bajo estas premisas sistémicas,
los procesos reflexivos y de conocimiento pueden incrementar
la idoneidad constitutiva de lo urbano, en cuanto éste logra una
adaptación ambiental sostenible. El principio de sostenibilidad se
conjuga aquí con aquel que apunta al incremento de la idoneidad
constitutiva de los hechos urbanos. 11
Pero no todo marcha como la proyección sistémica proyecta en su
búsqueda de sostenibilidad; la complejidad del proceso urbano
tiende a rebasar las posibilidades de contención que las dinámicas sistémicas ofrecen; la complejidad urbana tiende a alimentarse de esta dificultad por reconocer los procesos de estructuración, como productores de posibilidades alternas; solamente la
conjunción de procesos cognitivos soportados por procedimientos de conocimiento adecuadamente institucionalizados puede
contribuir a detectar esta complejidad y a reducirla (Luhmann,
1998).
Si partimos del paradigma sistémico de la auto referencia, la
constitución de sentido emerge como reconocimiento de la posibilidad alterna; la operación autoreferente del sistema permite
reconocer esta lógica de diferenciación como elemento constituyente de los procesos adaptativos y de las propias dinámicas
internas de estructuración que caracterizan a la aglomeración;
solo la reflexividad cognitiva del hecho urbano, soportado por
procesos de conocimiento e investigación mediante metodologías
afinadas, puede contribuir a la construcción del principio de institucionalización; solo la lógica de la diferencia puede reconocer
esta paradoja y realizarla como ‘estabilización perentoria provisional’ y por tanto institucionalizarla.
11.
Cf. Rossi, Aldo 2016 L’architettura della cittá (Quodlibet: Macerata).
137
Julio Echeverría
Una mirada a la diferenciación desde esta óptica permite reconocer a esta como productora de segregación y exclusión en la configuración de los hechos urbanos; al operar estos bajo las tensiones de la aglomeración/dispersión, generan exclusión, presupone
el sin sentido como posibilidad alterna, “dado que todo sentido
presupone la posibilidad de su negación”. De esta argumentación,
deriva la definición de la segregación como inclusión subordinada
de actores y de hechos sociales (Luhmann, 1984: 328 y ss.).
En tanto distribución asimétrica de grupos humanos en el territorio, la segregación puede establecerse mediante una diferenciada
fenomenología: sociales, derivadas de semánticas acerca del sentido del orden y exclusión de quienes no adhieren a esa construcción de sentido; económicas, en función de lógicas de mercado y
sus estrategias organizacionales al definir la espacialidad de sus
estructuras, e institucionales, mediante la operación de planes
de desarrollo urbano que segmentan espacios diferenciados de
uso del territorio.
La segregación tiende a retroalimentarse en función de estas variables y a consolidar interiorizaciones de conductas y comportamientos por actores insertos en los procesos de estructuración:
sistemas y actores interactúan al punto de fusionar sus dinámicas
de retroalimentación; el actor se fusiona al sistema, lo hace suyo,
lo interioriza y lo promueve.
138
Distintas categorías pueden ilustrar esta fenomenología de la estructuración urbana: mientras la aglomeración se nos presenta
como función de la construcción de sentido, la dispersión aparece como posibilidad alterna. Una escasa reflexividad del fenómeno urbano necesariamente está asociada a una configuración de
estas funciones propias de la estructuración como dinámicas que
conducen a la exclusión y a la segregación; esta última aparece
como fenómeno degenerativo de la estructuración urbana, en la
cual esta reduce su idoneidad constitutiva; la segregación aparece como inclusión subordinada de actores y de hechos urbanos,
El estudio de la ciudad
como interiorización de patologías y traumas que se derivan de
una no adecuada estructuración. 12 La segregación, en tanto exclusión selectiva, es social y espacial y hace referencia al proceso
por el cual estas construcciones de sentido se adaptan en el territorio. Se instaura así un fenómeno de retroalimentación donde las segregaciones sociales devienen en segregación espacial y
viceversa.
La conformación de modelos urbanos
Como fenómeno propio de lo urbano, la segregación permite reconocer la integración de grupos así como la diferenciación de
unos respecto de otros. En este panorama, la segregación presenta fases o dimensiones evolutivas, verdaderas estructuraciones
que se configuran como modelos que guardan una propia identidad, y que al hacerlo permiten diferenciarlos; esta dimensión de
afinidades identificatorias propias de cada modelo y diferencias
entre ellos, se puede advertir mediante los fenómenos negativos
que caracterizan a cada estructuración y por tanto a cada modelo.
La operación modelística cumple una función altamente relevante en cuanto emula la operación selectiva que es factible reconocer mediante los procesos de segregación o exclusión. El modelo
aísla elementos o significaciones que configuran las estructuras
urbanas; los hechos urbanos aparecen desde la perspectiva del
modelo, como compuestos de significaciones adaptativas, como
elementos que se relacionan en torno a principios ordenadores,
que definen clasificaciones y jerarquías. Esta operación de diferenciación entre clasificaciones y jerarquías permite ordenar las
relaciones entre los elementos y predisponer la operación teórica
hacia un encuentro con la realidad empírica de la cual los modelos quieren dar cuenta y con los cuales definir nuevas configu12.
Los fenómenos asociados a la violencia urbana, ponen de manifiesto las formas de estructuración patológica de los hechos urbanos; la denegación de derechos, el incremento de
los índices de homicidios, suicidios, y violencia intrafamiliar y de género, lo están corroborando. Fenómenos que acusan un alto grado de recurrencia al punto de presentarse como
patologías crónicas de los sistemas urbanos.
139
Julio Echeverría
raciones posibles. 13 La complejidad de las interacciones sociales
que configuran los hechos urbanos, la dificultad por aprehenderlas cognoscitivamente, requiere de abordajes metodológicos
combinados, instrumentos cuantitativos de recolección de datos,
aprestamientos cualitativos dispuestos a la comprensión de las
significaciones sociales, individuales y colectivas, descripción urbanística de los mismos mediante levantamientos cartográficos
que describen las modificaciones de la morfología natural y las
configuraciones del paisaje urbano. 14
Los modelos deben ser simples en cuanto aislan elementos de
la realidad que se configuran como estructuras de significación,
resaltan mas que detalles elementos caracterizantes, los cuales no pueden ocultarse por la infinitud de posibilidades y de
variaciones que puede ofrecer la disposicion estructural de los
elementos que lo componen. 15 En el caso de las significaciones,
estas parecerían estar compuestas por percepciones acerca de la
140
13.
Las significaciones si bien trabajan con percepciones, encierran o procesan dimensiones utópicas acerca de las condiciones de reproducción de los hechos urbanos; el conocimiento de
las percepciones es altamente complejo, porque allí están presentes no solamente estados
de situación, sino proyecciones de realización, dimensiones que deben ser claramente diferenciadas mediante procesos metodológicos de construcción de conocimiento, Cf. Echeverría, Julio 2000 “Max Weber y la sociología como crítica valorativa” en Ciencias Sociales
(Quito: Universidad Central del Ecuador) N° 19.
14.
Cf. Schuster, Federico 2002 Filosofía y métodos de las ciencias sociales (Buenos Aires: Manantial); Bericat, Eduardo 1998 La integración de los métodos cuantitativo y cualitativo en la
investigación social (Barcelona: Ariel sociología); Bourdieu, Pierre 2002 La distinción (México: Taurus).
15.
Interesante al respecto la discusión sobre las características de los modelos (su simplicidad
o complejidad), tal como lo resalta Gustavo D. Buzai al referirse a la formulación de L. Ford,
quien los presenta en su doble caracterización, o en sus dos niveles, operacional y filosófico; “reconoce que los modelos de usos del suelo son estrictamente geográficos y muestran
solamente una parte de la realidad, sin embargo, muestran una parte importante, ya que se
presenta como el reflejo de diferentes tipos de relaciones socioeconómicas y demográficas”
(Buzai, 2014: 98). La caracterización que presentamos en este ensayo apelaría más a lo que
el autor denomina como nivel filosófico, en cuanto esta aproximación está interesada en
captar las producciones de sentido y las significaciones que configuran los hechos urbanos.
Desde una cierta perspectiva esta aproximación se distancia de la caracterización que realiza
la geografía urbana, la cual enfatiza en los elementos propios del uso y distribución del suelo;
sin embargo, la aproximación que presentamos puede potenciar la capacidad analítica y de
observación al dar cuenta de las motivaciones que pre-existen o pre-determinan las modalidades de ocupación y uso del suelo.
El estudio de la ciudad
Estructuras y Metodologías
Metodología
cuantitativa
Metodología
cualitativa
Metodología
urbanística
Percepciones
Significaciones
Estructura de
sentido que
configuran la
morfología del
paisaje urbano
Hechos urbanos
realidad que formulan los actores en sus concretas interacciones.
Las percepciones a su vez aparecen como significaciones cuando al observarlas se percibe su proyección utópica, o reactiva,
esto es, cuando están cargadas de referencias valorativas acerca
de los procesos de la estructuración urbana. Como veremos más
adelante la caracterización de los modelos y sus elementos caracterizantes, así como la superposición e interacción entre estos
permitirá definir los procesos de interpenetración, como propios
de la dinámica del sistema urbano visto en su conjunto.
La articulación de los modelos urbanos respeta una lógica sistémica en su configuración, percepciones, significaciones, estructuraciones espontáneas y constructos teóricos, como categorías
que permiten procesar la realidad desde la perspectiva de la generación de conocimiento. Al reconocerlos como dimensiones del
proceso de estructuración, necesariamente se deberá referir a su
historia y a sus transformaciones; las percepciones y significaciones están dispuestas a transformarse, si bien su característica es
141
Julio Echeverría
la de persistir en el tiempo, dado que su misma constitución está
signada por la necesidad de contener o canalizar los procesos del
devenir histórico en el cual están las estructuras. Este es el paso
o conjunción entre percepciones y significaciones. Esta lógica de
resistencia y transformación está implícita en la configuración de
los sistemas y de los modelos, sin embargo, la transformación
y modificación de los hechos urbanos es indetenible y tiende a
acelerarse en su dinámica, al punto de provocar en su evolución
nuevas configuraciones o combinación de elementos sobre principios ordenadores propios. La diferenciación puede producir
nuevas lógicas de ordenamiento, regidas por nuevos principios de
estructuración16. Estamos en este caso frente a la superposición
de principios ordenadores que pueden configurarse como modelos de referencia o de ordenamiento de elementos, percepciones
y significaciones y en muchos casos frente a compenetraciones
estructurales complejas. Esta superposición o compenetración
de elementos y de modelos permite evidenciar las características de la transformación de las estructuras urbanas; la compactación o condensación de referentes significativos que ordenan
diferenciadamente el curso de la urbanización. Las operaciones
y los procedimientos de construcción de conocimiento trabajan
por tanto mediante operaciones selectivas que emulan o contrastan las operaciones selectivas que actores y estructuras realizan
efectivamente y gracias a los cuales el espacio urbano se configura como referente de integración o compactación de diferentes o
extraños. En su forma originaria, el fenómeno de aglomeración se
da en torno a construcciones de sentido; mientras que la dispersión hace referencia a resistencias frente a las estructuras de la
aglomeración. Esta dinámica se aprecia ahora como configuración
16.
142
Lo que aquí denominamos como principios ordenadores puede asociarse al concepto de paradigma elaborado por T. Khun; estos no solamente reúnen aspectos significativos de la realidad que han logrado un determinado grado de estructuración, sino que al hacerlo, definen
verdaderas construcciones de sentido desde las cuales se observa la realidad con fines cognoscitivos: los modelos están pues, en la realidad como estructuraciones espontáneas, pero
obedecen también a significaciones que se proyectan desde el actor a la realidad empírica;
en esta instancia el papel de la ciencia en cuato operación de significación reflexiva que se
proyecta sobre las significaciones espontaneas es central y fundamental. (Khun, 2013)
El estudio de la ciudad
estructural de modelos que interactúan en el proceso más amplio
de estructuración urbana.
La fenomenología de los modelos urbanos
El reconocimiento de los procesos segregativos nos permite caracterizar diversas lógicas que animan la configuración de los modelos de ciudad, caracterizados bajo las figuras de lo concéntrico,
lo lineal y lo disperso; cada modelo es posedor de un principio de
estructuración, y en la realidad estos se encuentran sobrepuestos
e interpenetrados. En la lógica concéntrica predomina la segregación social sobre la espacial; en el espacio urbano conviven
grupos diferenciados, si bien bajo lógicas de subordinación-adscripción; las migraciones étnicas comparten estas modalidades
de segregación y tienden a reproducirlas en sus dinámicas de estructuración. En la lógica lineal, en cambio, se produce una tajante segregación espacial y social de acuerdo a la disposición capitalista del espacio; las áreas o zonas de la producción industrial
se diferencian de las zonas residenciales y ocupan espacios cuya
conexión es pensada desde dinámicas funcionales. En la lógica
dispersa, estas segregaciones se profundizan, afectando el principio de funcionalidad; la alteración del crecimiento y su aceleración introduce ciclos de difícil gobierno, pautados por procesos
inestables de expansión y recesión económica; en la lógica dispersa la presencia de los modelos de estructuración anteriores
(concéntrica y lineal) no desaparecen, sino que tienden a articularse de manera caótica o borrosa; exige por tanto una más clara
caracterización acerca de las dinámicas de compenetración que
los caracteriza.
La compenetración sistémica de estructuras y modelos exige
de caracterizaciones afinadas que permitan su conocimiento
y, mediante ello, mejoren o potencien sus interacciones en
dirección a lograr incrementos de sostenibilidad y de idoneidad
constitutiva de los hechos urbanos que los configuran; así, el
modelo concéntrico define a la monumentalidad icónica religiosa
143
Julio Echeverría
144
como representación del sentido de la aglomeración. En toda
ciudad, si bien de manera diferenciada y con distinta intensidad,
El estudio de la ciudad
la monumentalidad religiosa configura referencias icónicas de
sentido relativamente conectadas y vigentes como estructuras
amplias de sentido. La arquitectura de templos y monumentos
religiosos y civiles lo testimonia, en algunas ciudades estas
marcas serán claramente identificables como redes semánticas,
que configuran referencias de sentido y de identidad para el
conjunto de los otros modelos de estructuración.
El modelo concéntrico define sus dinámicas de segregación como
configuración de periferias materiales y simbólicas; sin embargo,
la dinámica segregativa excluye y al mismo tiempo integra subordinadamente las percepciones y construcciones de sentido referidas a la naturalidad de la reproducción del actor; las dimensiones
sensibles, corporales del sujeto, tienden a ser controladas y/o
suprimidas; la lógica concéntrica opera bajo el principio de exclusión/asimilación; la periferización deriva hacia lógicas de subordinación-adscripción mientras mantiene en germen la alteridad,
como posibilidad oculta, en latencia. La importancia de la fiesta
religiosa está justamente en ofrecer una representación estética
de estos procesos de estructuración diferenciada, que tienden a
representarse en la importancia del folklore como señales de sentido que apuntan en dirección a la agregación o compactación.
El modelo lineal rompe con la lógica concéntrica, es el modelo
de la modernidad y de la secularización; sustituye el principio
de reiteración de valores que caracterizaba las dinámicas de la
tradición por el de la innovación; la proyección de lo nuevo y del
progreso se instala como semántica hegemónica; es el modelo del
crecimiento ad infinitum, de la innovación como perfectibilidad,
de la funcionalidad de las estructuras, el de la predominancia de
la economía como satisfactor de necesidades, de la racionalidad
medios fines, de la planificación futurista. La lógica de la diferenciación funcional, se superpone a la de la subordinación-adscripción y deriva hacia dinámicas de segregación socio-espacial.
El espacio del paisaje natural antes visto como amenaza o como
lugar de contemplación y realización, ahora aparece como terri-
145
Julio Echeverría
torio para la especulación inmobiliaria, para la acumulación de
la renta de la tierra, la cual se vuelve cada vez más ‘urbanizable’.
El modelo disperso establece rupturas en la lógica del crecimiento ad infinitum; presenta una alta sensibilidad a una economía
en la cual conviven ciclos expansivos y recesivos que rebasan
cualquier control y planificación. Se altera tanto la dinámica de
la periferización, como la de la segregación espacial; las cartas
se mezclan; emergen lógicas informales que tienden a consolidarse en periferias que rebasan los bordes definidos por la planificación funcionalista; las diferenciaciones sociales reivindican
identidades propias, que resignifican los valores de lo marginal y
periférico, la diferenciación tiende a exasperar la producción de
identidades múltiples y plurales las cuales conviven con lógicas
de autosegregación; ambas dimensiones extremadamente móviles y fluidas. El modelo disperso es el de la globalización, el de
la movilidad humana, de las migraciones intermitentes; al desbordar la lógica de la planificación urbana y al estar expuesto a
la ciclicidad inestable de la economía, el modelo disperso instala
en la reproducción social dinámicas complejas de vulnerabilidad
vinculadas a la reducción de las tasas de empleo, a la precariedad
de los servicios, etc.
La construcción de modelos
146
El conocimiento de los sistemas urbanos transita de la epistemología a la metodología, en su esfuerzo por inteligir de manera
empírica la dinámica y la lógica de su reproducción. Lo que es
estructuración efectiva de los modelos en su dimensión empírica
pasa a ser, mediante la aproximación científica, representación
reflexiva, cognoscitiva de la realidad, la cual deviene en operación necesaria e imprescindible para potenciar la capacidad de
sostenibilidad de los sistemas urbanos, su misma idoneidad constitutiva. A ello hace referencia la construcción de modelos. Un
modelo de conocimiento es una representación conceptual-lógica
cuya finalidad es permitir una mejor comprensión y análisis de
El estudio de la ciudad
la realidad empírica, la cual se convierte, para estos efectos, en
objeto de investigación. La modelización cognoscitiva es un constructo conceptual, por tanto no coincide necesariamente con la
realidad efectiva (empírica), pero permite un mejor conocimiento
de esa realidad. 17 El modelo se configura mediante operaciones
selectivas y clasificatorias, tal como acontece en la realidad empírica; resalta, selecciona, los elementos más significativos del
objeto a estudiar, en este caso, la complejidad de los hechos urbanos, y los presenta bajo la figura de hipótesis a ser validadas
empíricamente (Echeverría, 2000).
En la construcción de modelos de conocimiento es fundamental la definición del punto de vista teórico del cual se parte; en
este campo se discuten los conceptos a aplicarse en los procesos investigativos; sin la construcción de este campo abstracto de
elaboraciones categoriales, la realidad se presentaría como una
acumulación de elementos, todos altamente significativos, pero
en su conjunto inaprensibles cognoscitivamente. La discusión de
la teoría urbana gira en torno a la construcción conceptual, entendiendo a esta como elaboración controlada metodológicamente, de las representaciones empíricas efectivas de las cuales está
compuesta la realidad de los sistemas urbanos.
La construcción de conceptos siempre será una operación aproximativa, expuesta a su enriquecimiento mediante la contrastación
con la realidad empírica. Los modelos desde esta perspectiva activan una ‘doble hermenéutica’ ya que trabajan desde el campo
de la interpretación reflexivamente controlada, en el campo de la
17.
El abordaje de su estudio requiere adoptar una combinación de métodos, inductivos y deductivos lo cual permite captar la correlación que se establece entre el modelo construido
espontáneamente como estructuración de hechos urbanos y la operación convencional, artificial, construida como modelo teórico. La una mirada reconoce la dinámica espontánea
mediante análisis documental y registro de percepciones medibles empíricamente, la segunda, relaciona estas a proyecciones modelisticas que se desprenden de constructos teóricos
formulados deliberadamente. De esta manera se supera la confrontación sobre la validez
cognoscitiva de métodos inductivos y deductivos vistos separadamente y se plantea una adecuada vinculación entre ambas aproximaciones (Buzai, 2014: 28-29).
147
Julio Echeverría
reflexividad espontánea que caracteriza a las interacciones sociales que configuran los hechos urbanos. Gracias a ello, los modelos permiten acceder al conocimiento del sentido de la realidad,
para lo cual operan mediante la construcción de indicadores y variables; estas elaboraciones son proposiciones sustantivas acerca
de los hechos a estudiar; los indicadores y las variables que configuran los modelo teóricos aparecen como filtros cognoscitivos
a través de los cuales se estudian las condiciones posibilitantes
que actúan en los procesos sociales efectivos, condiciones que
permiten u obstaculizan la configuración de los hechos urbanos;
el conocimiento interactúa con la realidad efectiva, la retroalimenta y así contribuye a la sostenibilidad y al incremento de su
idoneidad constitutiva.
Los modelos permiten definir imputaciones causales explicativas
mediante respuestas a hipótesis probabilísticas. Solo la validación o falsación de estas hipótesis permitirá definir la causación
efectiva de los fenómenos estudiados. Los modelos apuntan a
conclusiones de tipo predictivo, y permiten comprender o explicar mejor un objeto social o un proceso. El objeto social, en este
caso, los hechos urbanos, remite al conocimiento de las condiciones impersonales que los caracterizan; esto quiere decir que se
trata de semánticas y pragmáticas que pre-existen y se imponen
a la biografía de los actores, en cuanto son formas colectivas;
semánticas compuestas por significaciones que se acumulan en
el tiempo mediante operaciones de repetición o rutinización, definiendo tendencias comportamentales. Los indicadores indican
cuál es el sentido de la realidad en aspectos controlables metodológicamente.
148
La significación del hecho urbano hace referencia a la identificación de elementos de la realidad que revisten particular interés
desde la perspectiva de la reproducción material e inmaterial de
los actores y que, para efectos del conocimiento de la teoría urbana, se presentan bajo la figura de indicadores y variables. Estos
están dispuestos para captar los procesos reproductivos que ca-
El estudio de la ciudad
racterizan a la dinámica urbana. Los actores se reproducen mediante actos selectivos, en relación a semánticas de referencia
previamente configuradas, que determinan la pragmática de sus
actuaciones. Los indicadores captan estas dimensiones las cuales
pueden representarse en mapas que describen el comportamiento de las variables en función de las representaciones descriptas por los indicadores. Los modelos se representan en fórmulas
las cuales operan reducciones matematizantes de la realidad a
sus elementos más significativos, dispuestos en distinto orden de
acuerdo a hipótesis investigativas que serán validadas metodológicamente.
La estructuración modelística procesa aproximaciones especificadas metodológicamente en un campo claramente delimitado,
aproximaciones sectorializadas que se expresan como indicadores
simples; esta operación es fundamental porque apunta a caracterizar con precisión los rasgos más significativos de las semánticas sociales colectivas y de las estructuraciones efectivas que se
realizan en el territorio, en ámbitos perfectamente acotados de
la realidad empírica a estudiar. Se trata entonces de la configuración de una amplia y extensa red de indicadores sectorializados
simples, que integraran el campo de investigaciones cuando se
interrelacionen de diversa forma; cuando se compongan mediante sus interrelaciones. Se accede así a la configuración de indicadores compuestos, que suponen una más compleja articulación
de elementos de conocimiento y que pueden configurar índices
de recurrencias o de repeticiones rutinarias de conductas y comportamientos. Los indicadores simples pueden contabilizar recursos, estimar variables en la alocación de los mismos, ubicar espacialmente su distribución, registrar percepciones, patrones de
movilidad etc.; los indicadores compuestos ubican esta base de
información en campos de interrelación más complejos, porque
permiten la interconexión entre una diversidad de aproximaciones sectorializadas específicas; es el campo de la intersectorialidad, que posibilita una más rica representación de la variabilidad
empírica que compone al hecho urbano.
149
Julio Echeverría
Generación de conocimiento en los sistemas urbanos:
Metodologías, indicadores, índices
Cuantitativas
Urbanísticas
Cualitativas
Indicadores
Metodologías
Generación de
conocimiento
Índices
Indicadores
compuestos
Investigación aplivcada
150
Generación de
nuevos indicadores
Indicadores
simples
Seguimiento de
indicadores
El conocimiento ingresa entonces en una segunda fase, en la cual
se combinan hipótesis que simulan/proyectan, soluciones o escenarios posibles acerca del comportamiento de la realidad empírica; indicadores simples e indicadores compuestos de acuerdo a la variabilidad de su disposición en el cuadro conceptual,
permitirán observaciones más puntuales y especificadas sobre la
complejidad urbana; esta variabilidad compositiva de indicadores simples y compuestos, puede derivar hacia la configuración
de índices o medidores del comportamiento de los objetos investigados en su especificidad, en cuyo caso estamos frente a
indicadores compuestos de segundo orden. La secuencia lógica
que conduce desde la construcción del indicador a su combinación intersectorializada, se completa mediante la configuración
de índices. Estos combinan distintas aproximaciones y permiten
estimar variaciones en el transcurso del tiempo y definir su mayor
o menor determinación, en la configuración y reproducción de los
hechos urbanos.
El estudio de la ciudad
La operacionalización de los modelos
La construcción de índices cobra particular relevancia, cuando
se trata de dar cuenta de las complejas relaciones de interpenetración, entre los modelos de ciudad a los que referimos en los
acápites anteriores; aquí entra en juego la autonomía metodológica en la construcción de indicadores compuestos. Cada ámbito
de la realidad que quiere ser investigado convoca una diversificada composición de indicadores y una así mismo diferenciada
utilización de metodologías, cuya aplicación potencia, mediante
procesos de retroalimentación, el conocimiento de los objetos
investigados.
151
Julio Echeverría
La métrica del modelo concéntrico está relacionada con la magnitud de la compacidad del tejido urbano, la conjunción de funciones y la articulación de nodos productivos, de comercio, de
ritualidad religiosa, que promueven flujos de movilidad y de interrelación entra estructuras y hechos urbanos. Observan y miden las relaciones entre identidad, pertenencia, reconocimiento
y fortaleza del tejido urbano.
La observación del modelo lineal y su investigación refiere a indicadores sectoriales que captan y miden los grados de competitividad y sostenibilidad de la economía urbana, la composición y variabilidad de sus estructuras como encadenamientos productivos
a distinta escala (micro, mediana y pequeña, y gran empresa) su
exposición a shocks exógenos y la medición de las dinámicas de su
desarrollo; la deslocalizacion de funciones (actividades financieras, productivas, de consumo y disfrute; de vivienda y servicios),
que antes permanecian compactas caracterizando la lógica de lo
concéntrico, ahora requieren de lógicas y dinámicas de conexión
que las retroalimenten funcionalmente, en este contexto emerge
con fuerza la necesidad de medir la intensidad de los flujos de
movilidad y de conexión entre funciones dispersas.
Modelos y definiciones de índices
Modelo concéntrico
Indice de
compacidad o
compactación
urbana
152
Modelo lineal
Indice de
complejidad urbana
como articulación de
funciones
Modelo disperso
Indice de
sostenibilidad y
resiliencia urbana
El estudio de la ciudad
El modelo disperso, profundiza aun más la lógica de la deslocalización; aquí se requiere una mayor atención al procesamiento de
información acerca de las dinámicas diferenciadas de ocupación
del territorio rural por la expansión urbana; la transformación del
paisaje natural, la biodiversidad y la calidad de los ecosistemas
que muestran los impactos de la huella ecológica sobre el territorio, la disponibilidad de recursos y la producción de desechos; la
afectación del tejido cultural y sus transformaciones.
La observación de las dinámicas diferenciales de cada modelo
y sus relaciones, permite estudiar problemáticas referidas a la
interpenetración de estructuras, lo que permite representar la
complejidad del sistema urbano. Se accede entonces a la comprensión/descripción del sistema urbano como compenetración
de modelos superpuestos y de indicadores que combinan elementos de forma diferenciada; el sistema urbano convoca al conocimiento de una más intensa conjunción de elementos, (indicadores simples y compuestos) ya que refleja la superposición de
elementos como fase ulterior de la evolución y complejización
urbana; la metodología de construcción de índices y su combinación permite registrar ahora de manera mas clara, la dinámica
reproductiva de los sistemas urbanos en las lógicas de la aglomeración/dispersión.
La observación de la lógica sistémica luego de esta operación de
deconstrucción y rearmaje de estructuras y elementos de significación en esta triple dimensión, permite caracterizar con mas
precisión los procesos de segregación y autosegregación, la configuración de identidades plurales; la recurrencia de flujos de movilidad y la configuración de centralidades como respuesta a los
procesos de dispersión; la recuperación del valor de lo concéntrico, la valoración de la funcionalidad en la organización de las
partes que componen el sistema. La superposición de modelos y
la interpenetración de elementos que se corresponden con cada
modelo, permite describir la complejidad del sistema urbano;
el reconocimiento de las dinamicas que lo componen y las ten-
153
Julio Echeverría
dencias, ahora claramente reconocibles que apuntan a construir
(reducir) complejidad, desde la perspectiva de la sostenibilidad,
resiliencia y compactación del tejido urbano. Estas operaciones
de conocimiento se convierten en fundamentales para orientar la
planificación y la gestión del territorio.
154
APROXIMACIONES
La forma de la ciudad
….io penso che questa stradina da niente,
così umile, sia da difendere con lo stesso accanimento,
con la stessa buona volontà,
con lo stesso rigore,
con cui si difende l’opera d’arte di un grande autore.
Pier Paolo Pasolini (1974).
I
Parece cada vez más difícil percibir ‘la forma’ de la ciudad en una
realidad urbana que es la de la dispersión. Parecería que ya no es
posible la perspectiva, la mirada desde fuera, el acercarse desde
el campo y llegar a esa demora, a ese refugio que un día significó la ciudad. Esta pérdida de forma que se reconoce ahora bajo
distintas categorías, una de ellas la del conurbamiento, nos transmite la idea de una forma que se difumina en el territorio circundante, donde la idea del punto de llegada se intercambia con otra
idea que es la del punto de fuga. La ciudad fuga de sí misma, invade el territorio del campo, aquel espacio que antes se presentaba
como lugar del descanso o de la aventura, del encuentro con lo
no rutinario. La ciudad se aleja así de su forma, se metamorfosea
en el campo. ¿Qué consecuencias trae consigo esta pérdida de
forma? ¿Estamos tal vez frente a la ciudad global que se pierde
en la urbanización del campo, en la ruralidad, concepto en el cual
el campo también pierde su forma? ¿Qué acontece con el paisaje
del campo? Allí aparecen construcciones reproducidas en serie,
el hecho urbano aparece en su desfachatez, esto es, como pér-
157
Julio Echeverría
dida de facia, de cara, de identidad; la arquitectura de la ciudad
parecería repetirse en formas homogéneas, intercambiables y estas ocupan el espacio de lo que antes era el paisaje del campo;
la salvaje pluralidad de percepciones propia de la naturaleza es
sustituida por la abstracción de la casa funcional o de la fábrica
que se repite ad infinitum en el territorio. En la vida de la ciudad
preindustrial las construcciones fabriles estaban en la periferia;
en la ciudad postindustrial esta característica se pierde; la casa
se confunde en medio de las implantaciones fabriles. La idea del
metamorfosearse de la ciudad convive más con la de la pérdida
de forma, que con la de la adquisición de una forma nueva y esto
parecería obedecer más a un desconocimiento de las diferencias
que caracterizan al habitar, a un afán de anularlas, de homogenizarlas. La pérdida de forma se lleva consigo la posibilidad del observar las diferencias entre el paisaje natural y el paisaje urbano,
se pierde la aventura del transitar entre ambas dimensiones, con
el riesgo de que ambas se echen a perder.
II
158
¿Hasta dónde esta situación puede remitirse a una caída del sentido estético de la forma? ¿Hasta dónde puede aceptarse que la
forma estética cede frente a la dinámica de la acumulación, frente
a la lógica del mercado, a la necesidad funcional de satisfacer la
demanda de espacio que procede de la aglomeración urbanística,
de su desborde? ¿Cuándo la percepción del espacio se transforma
en dimensión no acotable, en ocupación que no reconoce límites,
fronteras ni bordes? Hay un momento en el cual las soluciones
del pasado ya no son suficientes para contener el rebasamiento, el desborde que proviene de la aglomeración urbana, hay un
momento en el cual esas formas se presentan como obstáculos
que pueden ser abatibles; es el momento de realización de ese
espejismo inconsciente que miraba al futuro como promesa y al
pasado como anquilosamiento, como rémora de la cual convenía
desprenderse; es la lógica de la urbanización que se superpone
Aproximaciones: La forma de la ciudad
sobre la de la ciudad, es su proyección nihilista que no reconoce
otro sentido que el de la pérdida de sentido, como operación
performativa que requiere el ingreso al futuro. Bajo esa lógica,
permanecen los íconos monumentales que configuraban el paisaje urbano, como reminiscencias del pasado sin las conexiones
de sentido que antes lo posibilitaban; la idea del conurbamiento
como ocupación difusa del espacio circundante, convive con la
del vaciamiento de sentido de aquello que antes fue el centro, o
los distintos centros ceremoniales que contenían y posibilitaban
relaciones cargadas de sentido. La forma era una construcción
159
Julio Echeverría
estética porque en su operación de transfiguración de lo natural,
permitía la realización de lo humano; allí las diferencias convivían, la mismidad se ponía en juego soportada por creencias y
rituales dispuestos más para la contención que para el desborde.
III
La forma estética de la ciudad apela a una visión simbiótica en
la relación entre el campo y la ciudad; la adaptación al territorio
supone sin embargo la ruptura con la naturalidad sobre la cual se
soporta; la tendencia de la urbanización transita desde una visión
simbiótica hacia una visión de ruptura o de desconocimiento de
esa morfología; la presunción de que es posible una forma abstracta, que se despliega sobre la morfología natural sin reconocer
sus quiebres, sus ‘fallas’. La estética que proyecta es la de la solución funcional, la de la abstracción respecto de aquella urdimbre
de representaciones figurativas que se superponían sobre la conexión simbiótica; la estética del modernismo hallaba inspiración
en la construcción de la forma como arte que representaba el
desafío que esa simbiosis prometía y escamoteaba. Una operación, la del modernismo, que veía la amenaza al desafío simbiótico operada por la exacerbación de formas que se superponían
como ornamentos prescindibles; la arquitectura del Bauhaus, la
provocación loosiana, lo que querían abatir era el exceso de formas ya desconectadas de la función adaptativa, la orgía de representaciones que la ocultaban; en su búsqueda de la forma se
encuentran con la demanda funcionalista que supone el ingreso
incontrastable al futuro y prefieren la limpieza del trazado arquitectónico, como prefiguración de la racionalidad lingüística que
requiere el acceso a la complejidad urbanística que se anuncia.
160
La visión contemporánea se superpone a estas dos aproximaciones; reconoce la pérdida de la forma como escisión de la monumentalidad icónica con las redes de sentido que estas construcciones monumentales proyectaban; la fuerza de la secularización
Aproximaciones: La forma de la ciudad
es incontrastable porque estaba inscrita en la misma lógica de la
construcción de sentido de la cual esta termina siendo su correlato. Sin embargo, rechaza el nihilismo como pulsión inconsciente
que anula la posibilidad de la construcción estética, lo recupera
bajo la forma del control; el paisaje será adaptación simbiótica
a la complejidad de las estructuras geológicas que configuran el
territorio, su solución será suficientemente atenta al nihilismo
natural en el cual dicha morfología se configura y constituye; el
paisaje del campo y el paisaje urbano no pueden pensarse por
fuera de la sostenibilidad ambiental y esta no puede no reconocer mapas de mareas, de vientos, migraciones de aves, de personas, campos magnéticos, etc. Esta mirada al paisaje natural es
la misma que se dirigirá al paisaje urbano de la ciudad; aquí la
reducción de los efectos adversos derivados de la contaminación
antrópica serán particularmente pertinentes para los nuevos procesos adaptativos de la urbanización compleja.
161
Julio Echeverría
IV
La relación de la ciudad con el paisaje natural siempre ha sido
cambiante y nos remite a la idea de la relación hombre-naturaleza; solo en la contemporaneidad la relación con la naturaleza es
asumida como relación con el paisaje interior de las subjetividades. En la arquitectura moderna esta visión está presente en una
variedad de arreglos y soluciones; desde el Renacimiento, la naturaleza aparece sometida a un diseño racional; los jardines palaciegos, pero en general la vida del campo, aparece armoniosamente
diseñada; la naturaleza es escenario para el encuentro bucólico,
es espacio de realización domesticada, como lo era el ejercicio de
la caza con la naturaleza salvaje. La naturaleza, que en el mundo
medieval era vista como amenaza, como fuerza no controlable,
en la modernidad se convierte en objeto domeñable, en material
dispuesto tanto para la realización espiritual, así como reservorio de recursos a ser utilizados en función de la reproducción
material. La arquitectura moderna desde Olmsted y Le Corbusier
hace de esta relación un verdadero paradigma para el diseño de
la ciudad futura; la naturaleza está allí para contrastar, dialogar,
completar el diseño de la ciudad como maquina productiva. Dos
significaciones parecerían combinarse desde entonces, la idea de
la naturaleza en la ciudad bajo la figura del parque y del espacio
público, y la idea de la naturaleza en su estado “salvaje”. Para
Le Corbusier, “No había parques ni jardines, sino naturaleza. La
máxima expresión de la sociedad industrial integraba indisolublemente dos ideas hasta entonces incompatibles: naturaleza virginal y rascacielos, haciendo de ellas la misma cosa”. 1 Una respuesta que la arquitectura moderna pretende dar a la radical escisión
que la ciudad moderna contiene y reproduce implicada entre las
pulsiones de la aglomeración y la dispersión, entre el encuentro
y la fuga. Desde entonces, no se podrá concebir a la ciudad sino
como un verdadero sistema entrópico. La arquitectura moderna
llega de esta manera a ontologizar la condición de la ciudad como
162
1.
Ábalos, I., (2005), p. 13.
Aproximaciones: La forma de la ciudad
el más complejo sistema adaptativo creado por los humanos, un
verdadero logro evolutivo de la especie humana, cuya condición
está aún por descifrarse y configurarse. La ciudad contemporánea
parecería moverse entre estas pulsiones y regresar desde la más
sofisticada tecnología a sus orígenes más rudimentarios.
V
Es en ese contexto que emerge la ‘fuerza revolucionaria que proviene del pasado’. 2 La mirada al pasado recupera la tortuosidad
de las formas adaptativas, la estética que las acompaña; esas formas emergen como patrimonios/artilugios adaptativos que hoy
dan pistas al mundo de la complejidad urbanística. Restos, ruinas, señales del pasado en piedras y monumentos, en senderos
interrumpidos que están por todas partes; es probable que se los
deba defender con la misma fuerza que se defienden las grandes construcciones icónicas monumentales. Las soluciones más
discretas, los usos y los materiales más rústicos que nos develan
nuestras rudimentarias aproximaciones adaptativas con la naturaleza, situaciones en las cuales parece ser que la misma naturaleza se da sus formas y no que estas la niegan o no la reconocen.
La artificialidad de la forma aquí presenta todas sus cartas; los
materiales pueden incluso aparecer toscos, no suficientemente refinados; un viejo camino construido en piedra que recorre
la sinuosidad del territorio y que permite o permitió por años
sortear sus ‘fallas’ de hecho tiene más valor que aquel que las
supera negando su presencia; una obtusa forma de proceder de
la innovación tecnológica es probable que los haya sacrificado y
que ahora la visión hermenéutica del observador contemporáneo
nuevamente los dote de valor y sentido.
La defensa del pasado anónimo, de las formas adaptativas que
cumplían una función sin pretender ser sofisticadas representa2.
P. P. Passolini, La forma della cittá, https://www.youtube.com/watch?v=btJ-EoJxwr4.
163
Julio Echeverría
ciones artísticas, simples ideaciones que sortean las rudezas de
la naturalidad que a veces se vuelven o se presentan como limites insuperables. La belleza de la forma monumental parecería
desprenderse de esta funcionalidad adaptativa; ello se lo puede
apreciar justamente en el preciosismo de la forma, en la respuesta a la rudeza de la reproducción material con la idealización de
aquello que solo es posible si se lo construye como arte, más que
como artilugio, o como forma en la cual la dimensión artística se
desprende de su función de artilugio, o que mira la representación artística como un artilugio de salvación.
164
Cuando hablamos del patrimonio histórico de la ciudad nos estamos refiriendo entonces al acumulado de sentido que recoge
en si un monumento del pasado, a la anonimicidad que está en
la configuración del trazado de una calle, en la superposición de
estilos arquitectónicos que se han ido modificando en el tiempo,
adaptándose a la morfología del territorio en secuencias de larga
Aproximaciones: La forma de la ciudad
duración; adaptación hecha de actos no planificados, de arreglos
en muchos casos dictados por las adversidades naturales o por el
lento desgaste de los materiales.
VI
Muchos ángulos de la ciudad esconden – develan historias de
personas anónimas que recorrieron las mismas calles y miraron
los mismos paisajes. Así como el paisaje natural se modifica por el
devenir del tiempo, así también el paisaje urbano va cambiando y
modificando la forma de la ciudad. Si observamos fotografías del
pasado o los planos con los cuales la urbanística intenta dar curso a la lógica de la aglomeración, nos damos cuenta que muchas
veces es otra la dirección que la ciudad ha tomado, jalonada por
sus contra-tendencias, por sus contra-lógicas; por la emergencia
persistente de la dispersión que acompaña a la aglomeración y
al encuentro identificatorio. Es por ello que cuando miramos a la
ciudad contemporánea, en realidad estamos observando muchas
ciudades, a momentos superpuestas, a momentos enfrentadas;
muchas veces observamos ruinas de momentos del pasado; con
dificultad reconocemos la intensidad de sentido que antes transmitía un recodo, una calle, una escalinata. Por ello la mirada contemporánea a la ciudad ya no es ingenua, está cargada de complejidad; incluso aquella forma abstracta, pura idealización que
se proyectaba sobre el territorio sin reconocer sus ‘fallas’, sus
‘distorsiones’, ahora aparece como recuperable, como un lenguaje estético con el cual dialogar, con el cual confrontarse; artilugio,
arte y arquitectura se funden en la operación abstracta artificial
de crear la forma de la ciudad.
165
Julio Echeverría
Concepto y politicidad de Quito en el
siglo XXI
3
Quisiera introducir mi intervención remitiéndome a las palabras
que el exalcalde de Venecia, Massimo Cacciari, escribiera en uno
de sus últimos libros:
Desde sus inicios –nos dice Cacciari– la ciudad es asaltada por una doble corriente
de deseos: deseamos la ciudad como “nido”, como “madre” (como lugar de acogida)
y al mismo tiempo [la deseamos] como “máquina”, como
“instrumento”; [...]
le pedimos paz y seguridad y al mismo tiempo exigimos
de ella eficiencia, eficacia,
movilidad. La ciudad está sometida a presiones y demandas contradictorias 3 .
Se trata de las palabras de un exalcalde que es también filósofo;
seguramente una extraña combinación, ya que estamos acostumbrados a requerir de esta figura, la de un político y, fundamentalmente, la de un administrador.
Sin embargo, la complejidad de las ciudades contemporáneas parecería requerir de una figura que no se reduzca a la del administrador del territorio –o mejor que no sea solo eso–, sino que
3.
166
Ponencia presentada en el coloquio “Quito: visiones de su futuro” organizado por el “Foro de
la Ciudad” del Colegio de Arquitectos del Ecuador, abril de 2014. Massimo Cacciari (2012), La
città, (Rimini: Pazzini editore). Los entrecomillados que se usarán durante todo el texto hacen
referencia a ideas directamente extrapoladas de esta obra.
Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI
esté en capacidad de comprender los desafíos que las ciudades
contemporáneas nos presentan.
Cacciari advierte sobre dos matrices que configuran la idea de
ciudad y que considero pertinente como introducción al tema que
ahora nos convoca. La tradición de referencia es la de la civilización grecorromana, que en alguna forma –nosotros, latinoamericanos– heredamos como significación acerca de la ciudad. La ciudad como polis y la ciudad como civitas. Dos significaciones a las
cuales se acude sin entender claramente su significado. Mirándolas con atención, descubrimos que se trata de significaciones que
recogen sentidos diferentes e incluso contradictorios.
La polis 4 de matriz griega nos remite a la idea de la ciudad como
un lugar en el cual una determinada “gente tiene su propia raíz”,
su “propio ethos”. La idea de la polis alude a un todo orgánico que
precede a la idea del ciudadano. Primero está la comunidad de
origen y luego aparece el ciudadano como aquel que pertenece
a esa comunidad de origen. Podríamos decir que estamos frente
a una caracterización étnica de la ciudad. Esta idea es fuerte y
se mantiene en las significaciones contemporáneas. Queremos la
ciudad como comunidad: una perfecta identidad de propósitos y
de intenciones; una perfecta sintonía de deseos y realidades.
Queremos, pues, una perfecta utopía, ya que la realidad de las
ciudades contemporáneas nos presenta justamente la imagen
contraria: las ciudades tienden a ser lugares de desencuentro, de
inseguridad y vulnerabilidad. Sin embargo, seguimos imaginándonos la ciudad bajo ese paradigma de la polis.
4.
Con respecto a la semántica, puede ser provechoso señalar una diferencia que entre pólis
(€σl|∫) y ástu (α⌠|⌡) establece el notable diccionario A Greek-English Lexicon [(Liddell, Scott
& Jones (1940), A Greek-English Lexicon (Oxford: Clarendon Press)]. Aunque ambas palabras
son polisémicas, casi sinónimas, y significan ‘ciudad’, ‘ciudadela’ o sus relativos, el sentido
de ástu tiende más bien a lo material, como civitas. Así, ástu se vincula con ‘lugar para habitar’, ‘sitio’ y, como tal, en Ática sirvió de referencia geográfica para Atenas (como Urbs para
Roma). Pólis recibe, en cambio, los sentidos ideales, más bien filosóficos, de ‘comunidad’,
‘cuerpo de ciudadanos’ o ‘cuerpo cívico’.
167
Julio Echeverría
La otra significación, la de la civitas romana, nos presenta otra
caracterización seguramente más congruente con la realidad de
las ciudades contemporáneas. Roma –dice Cacciari– es el lugar
de encuentro de gentes que fueron expulsadas de su comunidad:
prófugos, bandidos, exiliados, libertos. En la civitas, la idea de
ciudad y de ciudadanía “no tiene ninguna raíz de carácter étnico-religioso”. En esta ciudad rige el imperio de la ley como construcción abstracta que regula las relaciones entre diferentes.
Si bien la polis se sustenta en una base étnica, la cultura de la
Grecia clásica vincula su connotación étnica a una clara formulación ética. Etnos y ethos coinciden en la Grecia clásica y de allí
se deriva la potencia de su proyección civilizatoria. La política
nace en la ciudad, es una actividad directamente relacionada con
la construcción de ciudadanía; la política se hace en el ágora, en
el espacio público; está relacionada con la libre circulación de
ideas. Una característica fundamental, pues, que será recuperada
por Roma, pero que será proyectada hacia la pluralidad de su articulación multiétnica. Esto potenciará su configuración como imperio y, después, su proyección universalista en el cristianismo.
El germen de la política está en la ciudad y es un germen vinculado a la deliberación plural. Es esa connotación la que dota de
identidad a la vida urbana: una connotación que a veces tiende
a ser olvidada o a ser subsumida en la lógica política del Estado
y su construcción identitaria que tiende a ser etno-nacionalista.
Es en este contexto que debemos interrogarnos sobre cuáles son
los contenidos de una política hacia la ciudad, sobre cómo debemos entender la política desde la perspectiva de la ciudad.
168
Con Roma nace la idea de la urbs o de la urbanización bajo dos
caracterizaciones fuertes: recupera de la polis la idea del diálogo
que se desarrolla en el ágora. La urbanización es la idea del buen
trato entre diferentes: Roma la institucionaliza en el Senado, es
la idea de la urbanidad como conducta del ciudadano que sabe
Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI
apreciar y convivir en las diferencias que hacen la vida de la
ciudad.
Una segunda idea es la de la urbanización como control y regulación del territorio; la ciudad que se remite a la civitas es planificación y regulación del territorio, porque sus propietarios son
privados en el doble sentido: como poseedores de bienes que no
son de la comunidad y también como privados del usufructo de lo
que en un momento fue común.
La ciudad es por tanto también el “espacio de los negocios”, de
las interacciones entre propietarios privados, es una realidad
económica y es una realidad que cambia y que crece ad infinitum,
porque la ciudad tiende a ser espacio de acogida que resulta de
la desconfiguración de las comunidades de origen. Esta imagen es
seguramente la que más se acerca a las caracterizaciones de las
ciudades latinoamericanas. Baste mirar México, São Paulo y, más
cercanas, Bogotá, Quito, Guayaquil.
Es esta seguramente la base de la complejidad de las ciudades
contemporáneas a las cuales debemos poner atención. La pregunta que habría que hacerse a partir de estas formulaciones conceptuales es: ¿Qué podemos entender por ciudad? ¿Concebirla
bajo un sentido étnico, como la polis, o entenderla como civitas?
La una es una mirada hacia el pasado en búsqueda de identidad.
La otra es una mirada hacia el futuro en búsqueda de realización.
La ciudad como polis remite a la identidad como pertenencia ancestral; en el caso de la civitas no es tanto la idea del origen o de
la pertenencia, sino la de un fin a alcanzar; la ciudad es un horizonte de expectativas, un espacio de realización. ¿En qué medida
estas dos miradas componen la complejidad de la vida urbana y
cómo podemos conciliarlas? Este parecería ser el gran dilema a
descifrar desde los campos de la política y de la planificación, así
como de la urbanización entendida en las dos dimensiones antes
planteada
169
Julio Echeverría
Caracterización de la ciudad
Esta doble connotación que presenta el concepto de ciudad nos
permite adentrarnos en las características del ciudadano moderno, en las demandas que este ciudadano pone a la ciudad. Podríamos decir que en él conviven estas dos dimensiones en una
composición contradictoria, casi “esquizofrénica”.
Por un lado queremos que la ciudad sea un lugar de acogida familiar, un lugar de encuentro donde la plaza pública aparece como
espacio de diálogo, de reconocimiento. Por otro lado queremos
que la ciudad sea un espacio de anonimidad donde se pueda estar
solo sin tener que someterse a los dictámenes de la comunidad y
de la familia; una ciudad que sea el espacio idóneo de la reproducción material, del negocio, de la ocupación, del trabajo.
¿Puede Quito ser vista bajo esta doble caracterización? ¿Escapa
Quito de esta caracterización, que podríamos decir es válida para
toda ciudad contemporánea?
Una mirada atenta a la ciudad nos permite reconocer en ella una
transformación evolutiva que recorre por lo menos tres grandes
momentos en su historia, momentos que en alguna medida nos
conducen hacia esa caracterización:
1. Un primer momento: la ciudad de los orígenes, concéntrica,
conventual, en la cual se instaura una dinámica que repite a
escala ampliada escenarios rituales de socialización vinculados al culto religioso y a la construcción del poder. La plaza, la
iglesia, como centro del cual se irradian lógicas concéntricas;
el barrio como célula de la ciudad que reproduce estas lógicas
en escala reducida.
170
2. Un segundo momento ve la transformación desde la ciudad
concéntrica hacia una ciudad lineal donde se debilitan los centros rituales y burocráticos. El esquema concéntrico se “quie-
Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI
bra” en distintos puntos. Desde el polo central, estos puntos
se alargan hacia el exterior rebasando los límites periféricos:
una operación constructivista funcional, vinculada a necesidades de expansión de distritos industriales, o de ocupación
residencial. Una lógica que se da como fuga o alejamiento del
centro, que pretende escapar de la matriz étnica que la constituye: la ciudad indígena primero, la ciudad colonial después,
la ciudad multicultural de las migraciones crecientes después.
3. Un tercer momento: la configuración actual, multilocal, multicultural en su esencia. Una ciudad caracterizada por distintas
centralidades o polos de agregación. Una nueva dimensión
que, desde otro punto de vista, aparece como lugar de la dispersión centrífuga que pone bajo tensión y complejiza las lógicas de la urbanización; que se conecta con la región, con el
país; que se proyecta a escala mundial.
Estas tres formas de la historia de la ciudad no pueden ser vistas
como momentos de una evolución en la cual las construcciones
anteriores a la actual (esto es, la forma concéntrica y lineal) hayan desaparecido. Al contrario, convendría reconocerlas como
fases vivas y vigentes que se han ido combinando o enlazando
entre sí y que nos permiten reconocer, por detrás de sus lógicas,
complejas conexiones de sentido que se traducen en demandas
ciudadanas hacia la ciudad.
Las demandas de sentido hacia la ciudad
Tras la idea de la ciudad concéntrica está la apelación a la historia de la ciudad. Es el contacto con la historia entendida como
memoria: el Centro Histórico siempre aparece como un imán que
atrae mientras más avanzan las otras formas de la ciudad. Apela
a la conformación de la identidad del ciudadano moderno que ve
el pasado como referente de diferenciación, pero también como
reconstrucción nostálgica y, en este sentido, como apelación a la
memoria.
171
Julio Echeverría
La ciudad lineal, en cambio, es la del capitalismo agresivo, que se
reconoce como lanzada a la innovación y al futuro, que escapa del
centro y de lo concéntrico, que mira el desarrollo como incesante
innovación lineal. Es la ciudad del negocio, de la industria, de la
zona residencial. En su momento esta ciudad negó a la primera: la
topografía cerrada de la ciudad concéntrica atravesada de delimitaciones naturales y culturales favoreció el escape longitudinal:
distritos industriales en el sur, zonas residenciales en el norte.
Es la ciudad máquina o ciudad del crecimiento indetenible, de la
innovación, del constructivismo como idealización formal y abstracta. Aquí la ciudad es un territorio dispuesto para la expansión
donde no hay límites que no sean sino la capacidad de inversión
y de acumulación en la economía urbana.
La ciudad contemporánea se puede caracterizar como ciudad-dispersa que apunta más a la autonomización de sus funciones, que
no se concibe exclusivamente vinculada al negocio ni a la industria. Pertenece a otra época del desarrollo del capitalismo, a un
capitalismo en crisis recurrente y cíclica. Una ciudad propia del
capitalismo rentista: consumo, recuperación fiscal, especulación,
pero también ciudad de las contra-tendencias, o de la contracultura, que va desde la valorización del ambiente a la de las diferencias culturales, étnicas, sexuales, las cuales no se ocultan ni
se excluyen.
172
La caracterización de Quito desde esta óptica política no es otra
sino la de la compenetración de estas distintas ciudades: memoria histórica, expansión y crecimiento sin límites, y multiculturalidad. Tres rasgos semánticos o de sentido que no son, sin embargo, suficientemente interiorizados como constitutivos de la
ciudad y que, por tanto, no son objeto de una clara definición de
política institucional. Más que como riqueza de significaciones,
estos rasgos aparecen como intermitencia caótica, que se traduce en fenómenos como la inseguridad, el tráfico atosigante, las
dificultades de gobierno de la ciudad.
Aproximaciones: La forma de la ciudad
Es en este contexto que debemos interrogarnos sobre cuáles son
los contenidos de una política hacia la ciudad, sobre cómo debemos entender la política desde la perspectiva de la ciudad.
Reconectémonos ahora con la idea del urbanismo. De las dos
construcciones semánticas, el urbanismo como medida del buen
trato entre diferentes y el urbanismo como planificación, regulación y administración del territorio, es esta segunda la que ha
prevalecido. Si hay una conclusión que traer para arquitectos,
planificadores y urbanistas, esta podría reducirse en la fórmula:
“lo urbano en la actualidad es más territorio que ciudad”. El territorio se vuelve indefinido y la urbanización crece, indetenible,
jalonada por las lógicas del mercado. La ciudad se ve arrastrada
por esta lógica y casi desaparece. La planificación del territorio
apenas logra seguir el paso de estas líneas de fuga del capitalismo
rentista.
Desde el primer industrialismo, el habitar está condicionado por
los desplazamientos del capital. Ahora son los grandes centros
comerciales y de servicios los que dan la pauta de la urbanización
del territorio. En la fase industrialista eran las grandes fábricas;
en la actualidad la producción esta descentrada, des-localizada,
“virtualizada”, informatizada, lo cual vuelve más incierta la lógica
de la planificación. Esta no puede anteponerse a –o predecir–
el desarrollo de la lógica capitalista del crecimiento urbano; un
diseño urbano que pueda anteponer la necesidad de habitar la
ciudad más que habitar el territorio.
Desde esta perspectiva, estamos “atrapados por el territorio”,
el cual se despliega ad infinitum sin que su expansión se pueda controlar o detener. El territorio ya no tiene límites, lo que
trastorna la relación entre espacio y tiempo. La territorialidad
ahora se mide en temporalidad. Cuánto tiempo tengo para llegar
allí; cuántos obstáculos territoriales se me interponen; cuántos
medios de transporte debo tomar para sortear los límites que
me impone el territorio. Es por esto, y por muchas otras razones,
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Julio Echeverría
que la ciudad contemporánea tiende a ser abstracta (ciudad de
la comunicación virtualizada) por lo cual el territorio debe ser
nuevamente pensado como lugar para habitar por fuera de las
constricciones que impone el mercado y su lógica nihilista.
Hacer ciudad significa entonces generar espacios habitables,
“acercar las funciones de la reproducción a las de la realización”
en el hábitat. Se requieren más plazas que vías, más espacios
alcanzables donde se realicen una multiplicidad de funciones, estéticas, económicas, jurídicas, institucionales. El territorio deberá planificarse desde las necesidades de la urbs entendida como
buen trato entre los ciudadanos. La ciudad puede llegar a ser así
una instancia de producción de eticidad. Todo ello significa pensar a la ciudad como sujeto y no como objeto. Como sujeto que
piensa, articulando las funciones del conocimiento a las de la realización, el urbanismo deberá regresar a su función primordial: la
de conseguir el buen trato entre los ciudadanos, un desafío no
solo para la arquitectura, sino fundamentalmente para la política
urbana.
Una última consideración: la urbanización como territorialización
jalonada por las lógicas capitalistas es indetenible. Es la ciudad
que crece hasta copar incluso aquello que antes llamábamos ruralidad. La ciudad como sujeto que piensa debe por tanto recuperar- anteponer-configurar-preservar las cualidades de la ruralidad
en el nuevo contexto urbano. Ello significa repensar la estética
del paisaje urbano, la temporalidad no sujeta a las exigencias de
la territorialidad y su crecimiento incontenible... Pero esto seguramente nos conduce a otras reflexiones que rebasan las posibilidades de este espacio.
La política hacia la ciudad
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La experiencia de la anterior administración municipal revela la
imposibilidad de gobernar este tipo de complejidad. Su desempeño no logró combinar adecuadamente dos orientaciones:
Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI
La gestión y regulación del territorio, como carrera por controlar
los desafíos de la movilidad en una ciudad que se expande sin
respetar un orden que se soporte sobre una dinámica económica
sostenible, y que no sea sino la reactividad a los ciclos de crisis y
crecimiento del capitalismo rentista. La administración del espacio físico llegó siempre en retraso frente al crecimiento caótico
de la ciudad. No logró gobernar o anteponer una lógica que pudiera contrastar la intermitencia e irracionalidad del capitalismo
rentista volcado al consumo, incapaz de desatar procesos productivos de integración sostenible, que desatara innovación creativa
e inclusión laboral efectiva para la vida de la ciudad. En su lugar,
la política hacia el territorio se encasilló en el énfasis dado a la
lógica rentista de la recaudación de tasas, impuestos, multas, que
no tuvieron un correlato en la generación de infraestructura y
en el control de la complejidad física de la ciudad. Un déficit de
planificación urbana, de articulación entre las distintas centralidades urbanas y las distintas demandas de sentido que la atraviesan. ¿Cómo vincular la demanda de memoria e identidad con las
lógicas de la movilidad? ¿Cómo generar sinergias entre las formas
de conocimiento que la ciudad requiere y las lógicas productivas,
que no se agoten en la reiteración del rentismo económico?
Pero si las deficiencias fueron visibles en la gestión del territorio,
más aún lo fueron en aquello que quiso presentarse como eje
de la gestión pública urbana: la política de inclusión y de participación en la vida de la ciudad. Es decir, lo que en esta ponencia hemos denominado como la generación de la urbanización
del buen trato entre los ciudadanos, que deriva en una adecuada
legitimación del gobierno de la ciudad y del necesario reconocimiento de los ciudadanos como agentes productores y artífices
de su ciudad. La percepción generalizada fue la de la ausencia
de una representación adecuada de la politicidad de la ciudad;
el reconocimiento de que el gobierno de la ciudad no era sino un
eslabón más de una política rentista de concentración de poder,
por la subordinación a decisiones tomadas desde el centralismo
excluyente de lo estatal.
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A manera de conclusión, lo que quiere decir la identificación de
los desafíos para el futuro de la ciudad, está la necesidad de comprender adecuadamente la lógica de su gobierno: la exigencia de
hacer del gobierno un laboratorio de politicidad ciudadana, que
pueda contrastar las lógicas excluyentes de un modelo político y
económico que atenta contra la integridad de la vida urbana y la
de la democracia entendida como valorización de la pluralidad de
sentidos que configuran la vida de la ciudad. Es posible combinar
la lógica de la polis con la civitas; la necesidad de identidad en
cuanto esta sea plural y deliberante; la recuperación de la memoria y la proyección futurista como una tensión inmanente a la
vida urbana de la cual deba emerger la innovación que la ciudad
requiere.
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Este libro se terminó de imprimir
el X de xxxxxxx de 2018,
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Jorge Juan N32-36 y Mariana de Jesús,
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