Academia.eduAcademia.edu

Ciudad y Arquitectura

2018

La caracterizacion de la ciudad contemporanea frente a la complejidad del fenomeno urbano global conduce a repensar y resignificar los conceptos clasicos de la teoria urbana, en un esfuerzo por avanzar hacia la comprension de los actuales desafios de la urbanizacion. El libro opone de manera provocadora el concepto de ciudad con el de urbanismo; el embate del fenomeno urbano es un hecho irreversible en las sociedades modernas, que pone bajo tension la idea misma de ciudad. Se describe la evolucion de la forma ciudad en tres modelos: el clasico de la polis y la civitas; la configuracion moderna de la ciudad como maquina revolucionaria, que acoge y potencia el desarrollo de la industria y de las transacciones mercantiles capitalistas; y el de la ciudad contemporanea de la critica a la dispersion, fragmentacion y segregacion, analiza la configuracion de la autonomia de la ciudad en relacion con el Estado nacion, las logicas economicas y sus efectos de aglomeracion y dispersion, la conf.

CIUDAD Y ARQUITECTURA CIUDAD Y ARQUITECTURA Julio Echeverría © Ciudad y Arquitectura Julio Echeverría Primera edición Octubre 2018 ISBN: xxx-xxxx-xx-xxx-x Derecho de autor: Diseño de páginas interiores e impresión Imprenta V&M Gráficas Jorge Juan N32-36 y Mariana de Jesús • Teléfono: (593 2) 320 1171 Quito - Ecuador Índice Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad ................................ 11 Conceptos e historicidad de lo urbano ......................... 13 Aglomeración y dispersión: economía e identidad ........ 22 La ciudad como fuga y como reclusión en la intimidad ........................................................... 30 Ciudad y complejidad urbana ...................................... 35 La dispersión, el desborde y el “descubrimiento” del centro .................................................................. 39 A modo de conclusión ................................................. 43 Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global .................................................. 47 Introducción .............................................................. 47 Ciudad y reconocimiento ............................................. 48 Ciudad y secularización ............................................... 51 Ciudad mercado y urbanismo ...................................... 57 La arquitectura como indicador de la crisis urbana ....... 61 La crisis de la monumentalidad icónica ........................ 64 El regreso a la inmanencia de las percepciones ............ 67 Crisis de la política y ciudad ........................................ 73 La ciudad dispersa como forma de la ciudad contemporánea .......................................................... 80 5 Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad ......................................... 85 La ciudad como construcción de sentido ...................... 86 La aglomeración y la dispersión como principios estructurantes ............................................................ 88 De la morfología al sentido, del sentido a la morfología ........................................................... 90 La configuración de modelos de ciudad ........................ 93 El carácter patrimonial de los hechos urbanos .............. 97 El paisaje urbano ........................................................ 101 Nomadismo, sedentarismo y modernidad ..................... 106 Ambiente, territorio y paisaje urbano .......................... 109 La necesidad del cambio de paradigmas ....................... 111 Reflexiones finales ...................................................... 112 El estudio de la ciudad ..................................................... 115 Teorizando sobre la ciudad .......................................... 115 Lo concéntrico, lo lineal, lo disperso ............................ 123 De la teoría a la metodología: aglomeración, dispersión .................................................................. 132 Sistema y ciudad......................................................... 135 Diferenciación y segregación ....................................... 136 La conformación de modelos urbanos .......................... 139 La fenomenología de los modelos urbanos ................... 143 La construcción de modelos ........................................ 146 La operacionalización de los modelos .......................... 151 6 APROXIMACIONES La forma de la ciudad ....................................................... 157 I ................................................................................ 157 II ............................................................................... 158 III .............................................................................. 160 IV .............................................................................. 162 V ............................................................................... 163 VI .............................................................................. 165 Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI .................. 166 Caracterización de la ciudad ........................................ 170 Las demandas de sentido hacia la ciudad ..................... 171 La política hacia la ciudad ........................................... 174 Bibliografía ...................................................................... 177 7 El libro reúne distintos ensayos y aproximaciones que el autor ha trabajado en su desempeño como Director del Instituto de la Ciudad de Quito. El primer ensayo, “Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea”, trabaja el concepto de ciudad, recuperando y resignificando las aproximaciones propias de la teoría política urbana. El autor opone “ciudad” y “urbanismo” como dos significaciones que no necesariamente coinciden y explora la crisis de la ciudad como lugar de convivencia, frente al crecimiento indetenible del territorio propio del fenómeno urbano contemporáneo. En el desarrollo de esta temática, analiza la forma ciudad a partir de tres modelos, el concéntrico, el lineal y el disperso, gracias a los cuales es posible dar cuenta de fenómenos contradictorios como aglomeración-dispersión, reclusión-fuga y las complejas relaciones campo-ciudad. Estas dimensiones propias del urbanismo contemporáneo ponen bajo tensión a los paradigmas clásicos que estudian la ciudad y que giran en torno a los conceptos de polis y civitas. El segundo ensayo, “Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global”, trabaja la relación ciudad y espacio público en un acercamiento critico al urbanismo moderno; discute la necesidad de ampliar el marco de reflexión tradicional, concentrado en el debate sobre el “derecho a la ciudad”, a través de un análisis complementario, el de la ‘inmaterialidad y lo simbólico’ en la construcción del espacio público. Aborda las temáticas de la alteridad, el reconocimiento, la secularización, el mercado, con sus respectivos efectos en la construcción de la ciudad funcionalista moderna. En un segundo momento, realiza un análisis de las formas arquitectónicas que proyectan sentido 9 en la anonimidad de las urbes modernas, considerando el papel del arte ya desvinculado de su dimensión sagrada. Sobre la base de estas reflexiones, el autor advierte la transición de lo público desde la lógica de la aglomeración masiva, al carácter intelectualista contemporáneo, que ve a lo público como un territorio de realización y extrañamiento, espacio complejo para las interacciones subjetivas contemporáneas. El tercer ensayo, “Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad”, nos presenta a la ciudad como ‘proyección de sentido’ en su doble calidad de construcción estética y funcional, en constante adaptación tanto a la morfología del territorio, como a las necesidades de quienes la habitan. El autor aborda la conjunción entre lo natural y lo artificial propia de los asentamientos urbanos y propone aprehender esta dinámica desde los conceptos, permanentemente en tensión, de aglomeración y dispersión. El cuarto ensayo, “El estudio de la ciudad”, aborda las condiciones necesarias para la producción de conocimiento y para la investigación de los hechos urbanos. La construcción de indicadores y variables, la modelización y la construcción de índices mediante la combinación de distintos aprestamientos metodológicos, permite dar cuenta de las condiciones actuales de incremento de complejidad en los sistemas urbanos. 10 El libro cierra con la presentación de dos aproximaciones a las mismas temáticas, pero bajo otro formato discursivo: “Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI” ponencia leída en el Colegio de Arquitectos de Quito, en abril del 2014, que pone en juego los conceptos desarrollados alrededor de la ciudad, para reflexionar sobre su devenir político; y el microensayo “La forma de la ciudad” aparecido en el n. 2 de la revista digital Trashumante, que utiliza una clave más sensible para describir la experiencia del habitante de la ciudad. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad La caracterización de la ciudad contemporánea frente a la complejidad del fenómeno urbano global conduce a repensar y resignificar los conceptos clásicos de la teoría urbana, en un esfuerzo por avanzar hacia la comprensión de los actuales desafíos de la urbanización. El presente ensayo opone de manera provocadora el concepto de ciudad con el de urbanismo; el embate del fenómeno urbano es un hecho irreversible en las sociedades modernas, que pone bajo tensión la idea misma de ciudad. El ensayo describe la evolución de la forma ciudad en tres modelos: el clásico de la polis y la civitas; la configuración moderna de la ciudad como máquina revolucionaria, que acoge y potencia el desarrollo de la industria y de las transacciones mercantiles capitalistas; y el de la ciudad contemporánea de la crítica a la dispersión, fragmentación y segregación. Para realizar esta operación se analiza la configuración de la autonomía de la ciudad en relación con el Estado nación, las lógicas económicas y sus efectos de aglomeración y dispersión, la confluencia de las pulsiones de fuga y reclusión de las identidades, manifiestas en la distribución espacial contemporánea, así como la no resuelta relación campo-ciudad. La reflexión sobre la ciudad asume ahora nuevas connotaciones frente a la explosión del fenómeno urbano a nivel global: actual- 11 Julio Echeverría mente, el 53.4% de la población mundial vive en ciudades (United Nations World Urbanization Prospects, 2014); en 2050, esta cifra se elevará al 70%. (Global Report on Human Settlements, UN-Habitat, 2009). Estos datos revelan un síntoma y prefiguran una línea de tendencia que aparece como irreversible e indetenible. 1 ¿Estamos frente a una ‘crisis de la ciudad’? El concepto mismo de ciudad como polis o como civitas (M. Cacciari), ¿va perdiendo su perfil frente a la revolución urbana, que sobrepone el crecimiento indetenible del territorio sobre las posibilidades de la convivencia identitaria que, si bien débilmente, la idea de ciudad aún transmite? El fenómeno urbano tiende a imponerse bajo la figura del crecimiento incontenible de las ciudades; estas pierden sus perfiles, su morfología se transforma, como lo hacen sus construcciones de sentido; el urbanismo emerge como un paradigma científico comprometido con el gobierno del territorio, de un espacio que se expande descontroladamente. El fenómeno urbano tiende a rebasar las capacidades de la planificación y regulación, una situación que evoluciona en su interacción con los distintos ciclos o momentos de afirmación del capitalismo contemporáneo y de la “ciudad global ”. 2 El fenómeno urbano vuelve más vulnerables a las ciudades frente a crisis económicas, desarreglos ambientales como el cambio climático o la sobreexplotación de recursos 12 1. Entre las quince ciudades más grandes del mundo, diez se encuentran en países en desarrollo. Latinoamérica es la región de mayor proporción de población urbana. Si para 2007 la población urbana estaba en el 78,3% para 2050 se estima que ascenderá al 88,7 %. 2. Cf. Es la socióloga S. Sassen que últimamente ha desarrollado una reflexión sobre el fenómeno urbano en el contexto de la globalización. El proceso urbano global es visto como una dimensión que ejerce presión sobre la vida de las ciudades, que se ven obligadas a refuncionalizarse a su dinámica, al punto de convertirse en motores y dinamizadoras del mismo proceso de globalización. La autora sugiere una reformulación del ordenamiento institucional del sistema económico mundial, en el que se conjugan de distinta forma los fenómenos de la aglomeración y la dispersión urbana, lo que hace que determinadas ciudades se conviertan en nodos comunicacionales de redes financieras y de poder, que influencian en la marcha de la economía global, más allá incluso del poder de los estados nacionales. Cf. S. Sassen, La Ciudad Global, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1999. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad naturales, fenómenos que escapan la mayor de las veces de sus capacidades de gobierno. ¿En qué medida los conceptos clásicos de ciudad pueden retomarse o resignificarse para enfrentar las condiciones actuales de complejidad del fenómeno urbano? La respuesta nos ubica en el reconocimiento de situaciones recurrentes a escala global: la sostenibilidad de las economías urbanas, las relaciones con el mundo rural, los diseños arquitectónicos, la relación con el entorno ambiental, los perfiles del paisaje urbano. La ciudad más que una aglomeración de construcciones, de edificios y vías es una agregación de sentidos que evolucionan en el tiempo. En las páginas que siguen, revisamos el concepto de ciudad y lo confrontamos con las tendencias que caracterizan al avance de la urbanización global, algo que es propio de una teoría política de la ciudad, y que aparece como una asignatura pendiente en los estudios sobre ciudad y urbanismo. 3 Conceptos e historicidad de lo urbano Al igual que lo que acontece con la teoría política moderna, también para una teoría política de la ciudad, la relación entre conceptos y concreciones históricas no es directa ni lineal. Las construcciones semánticas y conceptuales, al menos para la ciudad occidental, están ya trazadas en sus líneas fundamentales en Grecia y Roma, con sus conceptos de polis y civitas, 4 pero la configuración de la ciudad moderna como efectiva concreción histórica, recién acontecerá entre los siglos XIV y XVIII en Europa y en sus 3. Como afirma N. Cuppini, “[…] una de las lagunas más evidentes y problemáticas en el campo de los estudios urbanos reside en la casi total ausencia de una teoría política de la ciudad. En las disciplinas politológicas esta viene al máximo definida como sujeto institucional, como actora de governance, o como escala adecuada para la participación y la construcción de ciudadanía”. Cf. “Verso una teoría política de la cittá globalizzata”, Revista Scienza & Política, vol. XXII, pp. 247-262, Bologna, 2015. 4. Cf. M Cacciari, La citta, Pazzini editore, Rimini, 2012. 13 Julio Echeverría Roma Foros Imperiales maqueta. crystalinks.com proyecciones coloniales, una confluencia que coincide con la primera expansión del mundo globalizado. 14 Desde entonces, conviven en el concepto de ciudad dos estructuras semánticas que tienden a enfrentarse y a retroalimentarse; la ciudad como economía de las transacciones, como lugar de mercado y de la reproducción material; y la ciudad como realización identitaria, como espacio de reconocimiento y de realización política, como lugar del encuentro deliberativo en la dimensión pública. En la filosofía griega esta diferenciación aparece como contraposición entre el oikos, como sede de la economía doméstica, de la administración de la casa, del mundo de la intimidad y de la individualidad, y la polis como mundo de lo público, del ágora, de la deliberación racional, que construye las decisiones políticas y por tanto que discute el sentido de la vida en la ciudad. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad El concepto de ciudad está ya definido en sus líneas fundamentales en la filosofía de Sócrates y Platón. La polis aparece como condición de salida de la animalidad, del instinto, de la pasión. La política griega puede ser vista como estrategia de salida de la condición natural animalesca del sujeto que, gracias a la razón, se constituye como ciudadano. La universalidad de la razón se enfrenta a la aproximación singular, cargada de percepciones sensibles en donde se anida la pasión, el desorden y el caos. El ciudadano antepone el interés universal, a cualquier particularismo que no es sino expresión de su instinto pasional, de la animalidad sobre la cual se soporta lo humano. La polis, la ciudad, aparece como el espacio de lo público, porque allí se encuentran los ciudadanos y estos son tales porque en ese espacio no pertenecen al mundo de la reproducción natural, que es el mundo del oikos familiar, de la vida doméstica, de la reproducción material. Es en Grecia donde se diferencia tajantemente el espacio público del espacio privado, el cual es relegado al mundo de las percepciones naturales, de las dimensiones pasionales y emocionales, que provienen del contacto directo con la naturaleza y con la naturalidad de lo humano. 5 Es sobre esta delimitación que la polis griega aparece como paradigma de la ciudad y del ciudadano como actor que la promueve y la construye. Es también matriz del concepto de espacio público, una dimensión donde el individuo se realiza a condición de su renuncia a su particularismo perceptivo, que no produce eticidad colectiva, sino que más bien la corroe. Esta particular declinación semántica define un modelo de ciudad –y de ciudadano– en el cual se excluyen las dimensiones ‘no éticas’, que son aquellas que pertenecen al mundo de las percepciones, vinculadas con la reproducción económica, que en el mundo griego estaban recluidas 5. Para el desarrollo de esta caracterización de la ciudad en el clasicismo grecorromano, remitimos, a más de la obra ya citada de Cacciari, a L. Strauss, La ciudad y el hombre, Katz editores, Buenos Aires 2006; H. G. Gadamer, El inicio de la filosofía occidental, Paidós, Barcelona,. 1995; K. Kereny, La religión antigua, Herder, Barcelona, 1999; G. Colli, La nascita della filosofia, Adelphi, Milano, 1975. 15 Julio Echeverría Agora de Atenas perspectiva aérea, repository y parthenonfrieze.gr al ámbito doméstico de la familia, sede también de la reproducción biológica de la especie. 16 El concepto de ciudad derivado de la polis define también el concepto de política como construcción decisional que se soporta en la deliberación pública, que acontece en el ágora, sede germinal de la asamblea representativa; la filosofía griega define el carácter de la politicidad como construcción racional que resulta de la anulación/depuración de sus contenidos sensibles, producidos por la percepción en su contacto directo con la reproducción natural. Pero a pesar del universalismo de la estructura semántica de la polis, de su poderosa capacidad de abstracción, respecto de la configuración natural perceptiva del sujeto, su construcción refleja una clara derivación excluyente, al no reconocer ni a la mujer ni a esclavos y extranjeros un status de eticidad o de dignidad humana que los acerque a la condición de ciudadanos. A esta construcción semántica se remite también la distinción de lo urbano y lo rural y la subordinación que progresivamente sufrirá lo rural en el destino de la urbanización. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad El concepto de ciudad como civitas se vuelve innovador respecto del concepto de ciudad como polis; aquí la estructura semántica es distinta de aquella que configura la polis. La civitas supone el camino inductivo en la construcción del concepto de ciudad; el ciudadano de la civitas es aquel que se reúne para construir el lugar de la ciudad, mientras la construcción semántica de la polis recorre el camino deductivo, presupone el lugar que acoge al ciudadano que después se reconoce en él. “La polis es el lugar donde una determinada gente, específica por tradiciones y costumbres, tiene su lugar, tiene su propio ethos. En griego, ethos es un término que muestra la misma raíz que el latín sedes (…) El ethos griego, mucho antes y más originariamente que cualquier costumbre y cualquier tradición, es la sede, es el lugar donde mi gente tiene su tradicional morada. Y la polis es el lugar del ethos (…). Esta determinación ontológica y genealógica del término polis no está presente en el latín civitas. La diferencia es radical, porque en el latín, civitas (…) se manifiesta la proveniencia de la ciudad del civis. Los civis son un conjunto de personas que se reúnen para dar vida a la ciudad (…) Los romanos ven desde un inicio que la civitas es el producto del juntarse distintas personas bajo unas mismas leyes más allá de cualquier determinación étnica o religiosa”. 6 Esta doble característica semántica del concepto de ciudad convive en la formulación clásica grecorromana. Cacciari lo precisa aún más: “En la civilización griega, la ciudad es fundamentalmente la unidad de personas del mismo género, y por tanto se puede entender a la polis como idea que remite a un todo orgánico que precede a la idea del ciudadano. En Roma en cambio, desde sus orígenes –y esto lo dice el mismo mito de la fundación de Roma– la ciudad es el confluir conjunto, el confluir de personas diversísimas por religión, por etnia, etc. que se ponen de acuerdo solamente por fuerza de la ley ”. 7 6. M. Cacciari, La Cittá, pp. 8-9, Pazzini Editore, Rimini 2012 (traducción del autor). 7. Ibídem, p. 9. 17 Julio Echeverría Es esta la fuerza universal de Roma y del cristianismo que se extenderá después como imperio bajo la idea fuerza del urbi et orbi; una idea de ciudad como contenedor de diferencias, que por tanto no tiene límites ni fronteras, que puede crecer y ensancharse a medida que sea acogido el principio que acomuna a quienes adhieren a ella, que es la vigencia de la ley como reconocimiento de los derechos de igualdad y de pertenencia de aquellos que se asumen como parte de la ciudad. La ciudad cobra de esta manera su carácter como espacio o estructura de aglomeración, dispuesta a crecer más allá de los límites que se la puedan imponer; las diferencias no se reducen, se incrementan, la tarea ya no es excluirlas o enviarlas más allá de los bordes de la ciudad, la tarea es convivir con ellas, enriquecerse de su presencia en proyecciones que conjugan diferenciadamente la idea de la metrópoli y la idea de la cosmópolis. Como resalta Cuppini, “En Roma las fuerzas de la ciudad se separan del régimen de la ciudad, y encuentran en el Imperio una forma que ofusca y borra las fronteras, o mejor vuelve irrelevantes las diferencias entre interno y externo, entre ciudadano y extranjero, que en cambio constituían a la polis. Es una metamorfosis política de la ciudad que la proyecta hacia la cosmópolis contemporánea, dotándola de unas características en grado de contener la heterogeneidad y la posibilidad de adaptación y transmutación”. 8 En esta idea de ciudad, se trata más de una conjunción, de un contenimiento ideal de las diferencias que de la “pura administración del territorio”; chocan aquí la norma que protege al territorio, que lo regula y administra y el principio de integración o derecho de convivencia en la ciudad, que lo rebasa sistemáticamente. 9 Las ciudades se vuelven espacios de conflicto, de apropiación, de realización. Los fenómenos de segregación y exclusión encuentran aquí su punto de inflexión. La urbanización asume 18 8. Cuppini, ibídem, p. 254. 9. Cf. D. Harvey, Ciudades rebeldes, del derecho de la ciudad a la revolución urbana, AKAL, Madrid, 2012. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad desde entonces su vocación hacia la planificación normativa del territorio, desarrolla y hace suya la idea de la ciudad como polis o logos abstracto, que se depura permanentemente, que da forma arquitectónica a las pulsiones perceptivas de los distintos sentidos que conviven diferenciadamente en la civitas; el urbanismo arquitectónico encuentra aquí su más alto desafío: posibilitar esta conjunción entre polis y civitas; vincular la racionalidad que trabaja con las percepciones y los sentidos, y dar cabida a las lógicas expansivas de una multiplicidad que se identifica en medio a las pulsiones de la agregación y de la dispersión, dimensiones que configuran cada vez más la vida de las ciudades. Luego del paso de la polis a la civitas, de Grecia a Roma, la historia de la ciudad virtualmente desaparece, en una dinámica de dispersión que solamente se revertirá con las agregaciones urbanas que preceden y acompañan al capitalismo naciente; “después del soplo cosmopolita de la ciudad cristiana, que da continuidad a la historia romana con el periodo definido según las latitudes geográficas, como Volkerwanderung (migraciones de pueblos) o Robert Delaunay, Champs de Mars (or The Red Tower), 1911. Oil on canvas. 19 Julio Echeverría como ‘invasiones bárbaras’ – las ciudades devienen lugares de atraso y desunión, situación que sin embargo, abre el campo para una inmensa experimentación”. 10 Es el momento de la ruralidad, de la revancha del campo frente a la aglomeración. 11 La vida urbana se recluye en pequeñas aglomeraciones de casas, de familias; son lugares de transacciones de mercado de escala menor, pueblos-ciudades en las cuales el decurrir del tiempo posibilita las pequeñas y a veces monumentales construcciones del arte religioso; la idea de lo urbano es la concentración bajo la figura de la fortaleza frente a lo externo, al ambiente hostil, a lo foráneo; 12 solo en los márgenes y en las periferias bulle la vida del delirio, de la sensualidad, del desborde; emerge la idea y el concepto de marginalidad, del mantenerse al margen del centro, que es la idealización de la realización de la idea del bien y de la justicia, sea esta terrenal o divina. Es esta también la época de la experimentación; una fuerte tensión hacia la agregación, que luego será seguida de tensiones hacia la dispersión que tienden a confluir y a convivir a veces caóticamente. El fenómeno urbano que hasta los siglos XIV-XV interactuaba en baja intensidad con la ruralidad (los emplazamientos urbanos se proveían de bienes producidos en el campo, mientras la ciudad germinaba como asentamiento de mercado y sede de la producción artesanal), se verá fuertemente dinamizado por el capitalismo; este altera en profundidad las relaciones entre campo y ciudad; la conjunción producción–consumo que antes se realiza- 20 10. Cuppini, Ibídem, p. 254. 11. “La ciudad desaparece por completo en algunas regiones, se atrofia o retrocede tanto en su condición de centro residencial, cuanto como núcleo de actividades económicas. La ciudad y su territorio pierden la función básica que habían poseído en la estructura político-social de la antigüedad. Con referencia al periodo histórico precedente ha de considerarse este proceso como una manifestación de decadencia, degradación y desmoronamiento. Las formas de vida de los pueblos no pertenecientes al ámbito cultural de la Antigüedad, los pueblos ‘bárbaros’, se impusieron durante un largo tiempo”. Cf. O. Brunner, Estructura interna de Occidente, Alianza Editorial, Madrid, 1991, p. 33. 12. “Las civitates situadas en lugares colonizados por los romanos habían perdido buena parte de sus funciones económicas, pero gracias a su condición amurallada se convirtieron en lugares de refugio”, O. Brunner, p. 71. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad ba en el ámbito rural y que se complementaba con la producción artesanal en talleres y oficios urbanos, se ve progresivamente alterada, se disloca al punto de transformar la relación producción consumo, en una relación fuertemente intermediada por el mercado. 13 Marx expuso esta transición como sustitución de las economías volcadas a la producción de valores de uso, por economías volcadas a la producción de valores de cambio, que gracias a la aglomeración urbana, pueden reproducir su valorización. La acumulación del capital que está en la base del industrialismo, se caracterizará por el vaciamiento del campo y por la aceleración del urbanismo, por la concentración en la gran industria y con ello el crecimiento de las ciudades se verá fuertemente acelerado. La historia de la ciudad moderna es también la historia de la acumulación de capital y de la conformación de los estados nacionales; mercado y Estado se sobreponen sobre la historia anterior de constitución de la ciudad; polis y civitas deberán convivir difícilmente con las lógicas de la acumulación de capital y las presiones hacia la centralización del poder en torno a los estados nacionales. La política de la ciudad, que en su momento se constituyó en fuerza promotora de la emancipación moderna, progresivamente será subordinada a las pretensiones de control y regulación de los estados nacionales. Emerge la política nacional para sustituir las identidades locales, los llamados “poderes menores”, por una sola fuerza de agregación nacional que los subordina. Frente al surgimiento de los estados modernos, las ciudades pierden protagonismo. Sin embargo, su crecimiento es indetenible, porque la producción del industrialismo capitalista 13. La emergencia de la ciudad moderna deberá rastrearse en la importancia que comenzó a asumir la “estrecha conexión entre los mercados locales y el comercio a larga distancia, […] El comerciante a larga distancia y la producción artesanal a él asociada, tendieron a presentarse como un ámbito de “libre economía urbana”; estas condiciones desataron una explosión poblacional que estará en el origen de las nuevas ciudades, convirtiéndose en “vecindad”, “[…] Los habitantes de la ciudad eran de suyo, hombres libres, o adquirían este estatus tras breve tiempo; carecían de vinculación alguna con los señores de la tierra”. El último paso, en este camino hacia la conformación de las ciudades –nos dice Brunner– consistirá en “su conversión en autónomas y su proclamación como ‘autoridad’ respecto a sí mismas”, O. Brunner, ibídem, pp. 72-73. 21 Julio Echeverría requiere de la aglomeración. Así, las ciudades de mayor importancia por ser centros de comercio y de acumulación de capital, se convierten en ciudades capitales, donde el poder se acumula, se convierten en sedes administrativas de los estados nacionales. 14 Esta “gran transición” dotará a la política de nuevas estructuras de sentido: la motivación política, la retórica discursiva, se funcionalizará a la acumulación de poder del Estado nacional, de la misma forma como la producción económica se aglutina en la gran empresa del capitalismo industrial. Los valores universalistas de la polis y de la civitas casi desaparecen o permanecen en latencia, frente a la vocación concentradora de poder y a las conflagraciones y guerras inter-estatales que caracterizarán a los siglos XIX y XX. Aglomeración y dispersión: economía e identidad Desde sus orígenes, la ciudad emerge como una realidad económica de mercado; los primeros asentamientos humanos están relacionados con la sustitución de economías recolectoras por economías de producción; los agrupamientos, las “sociedades” humanas, dejan de ser nómadas y pasan a ser sedentarias. La ciudad se plantea desde entonces como una estructura civilizatoria que conjuga, diferenciadamente, la movilidad y el asentamiento, como características propias de la reproducción humana. 15 22 14. Ignasi de Solà-Morales precisa el sentido de la conformación de las ciudades capitales, “Con la expresión “ciudad-capital” me refiero a esas ciudades que, con la industrialización, pueden entenderse en el doble sentido de la palabra capital. Capital del latín caput-itis, la cabeza, el centro del poder y de las decisiones. El lugar donde se acumula la capacidad organizativa y donde se representa a la nación. Sin embargo, capital procede también de la palabra latina capitalis-ae, es decir: caudales, bienes, riquezas, patrimonio y denota por tanto, el fenómeno de concentración de bienes y recursos que constituye un inmenso capital. Cf. I. de Solà-Morales, Territorios, Gustavo Gili, Barcelona, 2002, pp. 57-58. 15. De particular interés para discutir estas tendencias de la historia de larga duración, en la configuración de la forma ciudad, cf. B. Echeverría, Modelos elementales de la oposición campo-ciudad, Itaca, México D.F., 2013. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad Fotografía de Metropolis, Fritz Lang, 1927 En la reflexión moderna sobre la ciudad (Sombart, Simmel, Weber), el fenómeno de la aglomeración aparece como su elemento más caracterizante. La ciudad es un atractor o aglutinador de socialidad, pero es también el espacio para la anonimidad y la reclusión en la intimidad y en la individualidad; la ciudad es una configuración compleja en la cual se proyecta la vida interior del individuo moderno. A partir de las formulaciones de estos autores, es posible definir a la ciudad como un hábitat que contiene estas pulsiones contradictorias: la pulsión de fuga que es proyección de escape, desborde o superación de límites y obstáculos, la búsqueda de ‘lo otro’, la tensión hacia lo nuevo que puede aportar el ambiente en el cual el sujeto se encuentra; y la proyección “hacia adentro” como búsqueda de sí mismo, de su propia identidad diferenciadora; condiciones de orden antropológico que conviven trans históricamente y que se expresan en el diseño de la ciudad, en sus trazados urbanísticos, en el paisaje natural. Las 23 Julio Echeverría ciudades, como los individuos que lo componen, tienden a ser el resultado de procesos selectivos de identidad, pero también de clasificación, que al integrar excluyen posibilidades y formas de ser o de interpretar lo colectivo y lo público. A la obsesión por la aglomeración que hace de la ciudad un imán que atrae y que acumula migraciones que provienen del campo, se contrapone la necesidad de la fuga de sus efectos no deseados: la congestión, las contaminaciones, el aislamiento en la anonimidad. Estas dimensiones están presentes en los procesos de identificación y socialización, en la configuración y uso del territorio, en la delimitación rural-urbana y en sus metamorfosis. La economía de mercado se superpone a esta dinámica compleja de des-configuración-integración-exclusión y re significa desde su propia lógica la idea y el concepto de lo urbano. La industrialización requiere de la aglomeración para potenciar la innovación y competencia, para dinamizar sus procesos de acumulación. La industria es fuente generadora de ocupación y por ello funciona como atractor de mano de obra; la aglomeración es función de la acumulación y de la productividad económica. La industrialización que se realiza en el territorio de la ciudad termina subordinando a sus lógicas a la producción rural, al campo, hasta el punto de vaciarlo de población, induciendo y acelerando intensos procesos de migración. 24 Desde una perspectiva sociocultural, la ciudad se convierte en contenedor y lugar de acogida de quienes huyen o escapan del campo y de la comunidad, de sus crisis, de su des-configuración. Al romperse la dimensión comunitaria que caracteriza al mundo de la ruralidad, la ciudad se convierte en hábitat de la secularización, entendida como agrupamiento de extraños, de individuos que provienen de distintas realidades y que acuden sin haberlo proyectado al encuentro con los otros. De manera no buscada, la aglomeración urbana termina convirtiéndose en dimensión compulsiva de socialización. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad Paul Citroen, Metropolis, 1923 El paisaje urbano que nos pinta Simmel retrata esta condición de retraimiento, e incluso hostilidad, que caracteriza la vida de los individuos en la gran ciudad, a su psique, a su interioridad. Más allá de cualquier exaltación positiva, la vida urbana aparece en toda su “negatividad”, como estructura de relacionamientos que permite la interacción social, la socialización; una estructura que posibilita y promueve un tipo de conducta que contrasta radicalmente con la vida en el campo, con el mundo de la ruralidad. “La actitud de los urbanitas entre sí puede caracterizarse desde una perspectiva formal como de reserva. Si al contacto constantemente externo con innumerables personas debieran responder tantas reacciones internas como en la pequeña ciudad, en la que se conoce a todo el mundo con el que uno se tropieza y se tiene una relación positiva con cada uno, entonces uno se atomizaría internamente por completo y caería en una constitución anímica completamente inimaginable. En parte esta circunstancia psicológica, en parte el derecho a la desconfianza que tenemos fren- 25 Julio Echeverría te a los elementos de la vida de la gran ciudad que nos rozan ligeramente en efímero contacto, nos obligan a esta reserva, a consecuencia de la cual a menudo ni siquiera conocemos de vista a vecinos de años y que tan a menudo nos hacen parecer a los ojos de los habitantes de las ciudades pequeñas como fríos y sin sentimientos.” 16 En la teorización sobre la ciudad, es también Simmel quien primero vincula de manera estrecha la comprensión de la economía urbana con el fenómeno de la aglomeración, al tiempo que plantea la conexión entre intelecto y ciudad. “[…] las grandes ciudades –nos dice–, han sido desde tiempos inmemoriales la sede de la economía monetaria, puesto que la multiplicidad y aglomeración del intercambio económico, proporciona al medio de cambio una importancia a la que no hubiera llegado en la escasez del trueque campesino. Pero economía monetaria y dominio del entendimiento están en la más profunda conexión”. 17 En Simmel, la ciudad aparece como un tejido nervioso sobre el cual se despliega el intelecto con funciones de ordenamiento racional. Pero la de Simmel no es una aproximación psicologizante de la vida del individuo en la ciudad; su problematización abre pistas para la comprensión de los procesos de socialización que la ciudad posibilita y a su vez de las condiciones que los individuos, los actores de la ciudad imprimen para construirse su hábitat, para reproducirse en este nuevo espacio que difiere radicalmente de formas civilizatorias anteriores: la vida urbana, su aglomeración asfixiante, exige de aprestamientos cognitivos que solamente en la gran urbe pueden aparecer. En Max Weber, el concepto de ciudad se funda sobre el reconocimiento de un momento histórico, podría llamarse de transición, desde el ordenamiento tradicional del poder al ordenamiento 26 16. Cf. G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu” en El Individuo y la libertad, Península, Barcelona, 1986, p. 253. 17. Cf. G. Simmel, ibídem, pp. 248-249. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad legal racional. La ciudad es un momento crucial del proceso de racionalización moderna; o sea, es momento de emancipación respecto de los poderes religiosos y personalistas de oligarquías asentadas sobre el poder de la tierra, hacia la nueva configuración que se consolidará con los estados nacional-burocráticos. La ciudad es sede de la emancipación y de la libertad, y es portadora del movimiento revolucionario moderno, justamente porque es resultado del proceso de secularización que configura o concluye en la conquista de la autonomía moral del individuo. Esta formulación da pie a los principios cardinales de la política moderna que se soportan sobre la autonomía decisional del actor político. La política de la ciudad es aquella que pertenece a este sujeto plural que se constituye en la lógica de la aglomeración, un sujeto libre de toda atadura de legitimidad política fundada sobre principios religiosos o de pertenencia a una estirpe de sangre o de privilegios nobiliarios. Su orientación es laica y productora de una nueva forma de legitimidad, que surge del ejercicio de la capacidad de deliberación, de sujetos dotados de capacidades propias de intelección del mundo. 18 Pero la aproximación weberiana abre otras líneas de reflexión para la teoría política de la ciudad. Su teorización sobre la secularización plantea distintas líneas de argumentación; la secularización trae consigo el destape de la capacidad cognitiva y perceptiva de significación del mundo, que antes estaba administrada por la creencia religiosa o por la mitología de los orígenes, por la exaltación del mito nacionalista. La ciudad emerge como un campo de complejidad valorativa en el cual convive el retraimiento minimalista, la exaltación carismática, y el procedimentalismo burocrático. Condiciones que emergen y conviven en el mundo de la aglomeración y que se derivan de la propia capacidad de auto observación y de significación que ahora poseen los actores de la ciudad. La complejidad de la ciudad y su reducción (Luhmann) 18. Weber desarrolla su concepto de ciudad en el capítulo VIII de Economía y Sociedad; Cf. Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, pp. 938-1024. 27 Julio Echeverría dependerá de sus propios aprestamientos cognitivos, de sus conceptos, los cuales aparecen como instrumentos –señales de su autocomprensión y autodefinición. 19 La sociología de estos autores permite recuperar los conceptos clásicos y ponerlos a funcionar en estas nuevas condiciones; la ciudad es una máquina que crece y cuyos engranajes deben ser claramente identificados/construidos; son engranajes de sentido que son producidos por las significaciones de actores libres, que se asocian en función de construir consensos acerca de su vida en común; actores que deben llegar a acuerdos, disponerse de manera tal que posibiliten la vida de la ciudad más allá de cualquier reduccionismo funcional. La ciudad, al ser máquina, debe funcionar eficazmente, pero su eficacia dependerá de la capacidad de gobierno de la que pueda dotarse. La ciudad es contenedor de la vida nerviosa (Simmel) y es una construcción del intelecto (Weber). Este se despliega sobre esta estructura de percepciones-significaciones que se producen en la ciudad, convertida en un laboratorio en el que se procesan sustancias de socialización que provienen de la diversidad de la cual se compone, de su pluralidad. En este contexto, cobra sentido la recuperación de los conceptos clásicos de polis y civitas a los cuales nos referimos inicialmente: la ciudad como espacio de lo público es inteligencia-racionalidad que se despliega sobre la pluralidad perceptiva de los actores que la componen; es logos que se constituye en el ámbito de la polis como ágora deliberativa. 20 Pero si la formulación weberiana 28 19. En su metodología, M. Weber presenta a la ciencia y a los conceptos como anclas de salvación frente a la amenaza del caos valorativo que se deriva del fenómeno de la secularización. La ciencia trabaja de manera crítica con las significaciones y representaciones que se derivan de las formas espontáneas de interacción social; solamente estos aprestamientos cognitivos pueden generar orden conceptual en la realidad privada de sentido de la vida social. Cf. J. Echeverría, “Max Weber y la sociología como crítica valorativa”, en Revista Ciencias Sociales No. 19, UCE, Quito, 2000. 20. El concepto de espacio público cobra aquí relevancia si se lo recupera de su reduccionismo como dimensión residual compensatoria al despliegue de la urbanización en el territorio; la Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad ubica a la ciudad como máquina revolucionaria, 21 frente al ordenamiento tradicional y en ese sentido es función crucial de la secularización mundana, su enfrentamiento es también contra el aparato principesco autoritario y contra las monarquías absolutas y su poder de centralización. 22 Desde entonces, la politicidad de la ciudad permanecerá en entredicho y será fuente de tensiones con los estados nacionales; el poder de estos se constituirá justamente sobre la neutralización de las ciudades a las cuales se ve como “poderes menores”; la construcción de la soberanía estatal es resultado de la neutralización de esta politicidad nueva que aparece con la revolución moderna. Lo que viene después es el encuentro entre el mercado capitalista y este nuevo sujeto autónomo que es el ciudadano moderno. En este encuentro, el rol del Estado es crucial al canalizar esa politicidad bajo la cobertura de la idea de nación; en efecto, la nación es una construcción simbólica que se proyecta sobre las identidades locales, para neutralizarlas y canalizarlas en función de la construcción de un poder centralizado e inapelable; surge el concepto de soberanía estatal justamente para indicar este nuevo campo de legitimidad del poder, tanto hacia el interior de los nuevos estados territoriales, neutralizando a los poderes locales, como hacia el exterior en los enfrentamientos interestatales. ciudad en su totalidad es el espacio público par excellence y la inteligencia/racionalidad que la caracteriza debería desplegarse en cada dimensión de su articulación y estructuración, lo cual hace referencia a la necesaria construcción participativa y deliberativa en sus procesos constituyentes: en la producción de servicios, en las estructuras de movilidad que posibilitan los flujos de comunicación y conexión entre los individuos; en la interacción con el ambiente natural, en la construcción del paisaje, en las formas y en el diseños de la vivienda, etc. 21. Cf. F. Ferraresi, “Genealogie della legittimitá, Cittá e Stato in Max Weber”, en Societá, Mutamento Politica, vol. V, n. 9, Firenze University Press, 2014, pp. 149-150. 22. “[…] la autonomía política de los grupos profesionales ciudadanos es absorbida y neutralizada por los procesos de monopolización estatal de la violencia y constricción del moderno sistema de estados. La autonomía y la libertad ciudadana, en efecto, desaparecen cuando en el tardo medioevo el capitalismo moderno comienza a orientarse hacia oportunidades de mercado, aliándose con el Estado nacional.” Cf. G. Ferraresi, pp. 150-151. 29 Julio Echeverría El mito de la nación se convierte en la piedra central de la nueva legitimidad del Estado moderno, una idea que pretende tanto compensar la pérdida de intensidad motivacional e identitaria que acompaña a los procesos de secularización y de descomposición de las comunidades rurales, como resolver la débil motivación que supone la construcción deliberativa de la razón política, de los ciudadanos y de sus derechos. Bajo la idea de nación se esconde la necesidad del carisma como fuente de innovación, de cambio, de compensación frente a la aridez de la racionalización política, que se deriva de la vida secularizada. 23 La ciudad como fuga y como reclusión en la intimidad Pero la emergencia de la politicidad citadina, al girar sobre la defensa de su independencia y autonomía frente a todo poder, es también defensa del mundo pulsional de las percepciones, más allá de cualquier racionalización burocrática. La ciudad es el espacio de realización del individuo moderno, en ella se decantan sus pulsiones identitarias, como tensión que atraviesa su constitución inmersa en la contradicción de lo público y lo privado. La ciudad se convierte en “objeto de deseo”, en proyección de la subjetividad; el espacio de lo público secularizado es inquietante porque en él se depositan las posibilidades de realización. La ciudad se vuelve espacio urbanizable y esta operación se convierte en construcción de la forma de la ciudad, construcción que es artificial y que es idealización del habitar en espacios que ya no son 23. 30 La crítica a la modernidad, en particular a su configuración estatista nacionalista, abre la puerta al replanteamiento del concepto de ciudad, en cuanto esta es confluencia de diversidades y posibilidad de diálogo, algo que contrasta con la reductio ad unum de la apelación nacional estatista. Es a partir de las últimas dos décadas del siglo XX que esta posibilidad se convierte en semántica social generalizada. Más que de nuevos contenidos en la agenda política, si bien estos aparecen –el feminismo, el ecologismo, la etnicidad–, lo mayormente significativo parecería ser la emergencia o revuelta de la percepción sobre la racionalización del mundo; el desafío por construir mecanismos de racionalización que establezcan un continuum con el mundo de las percepciones y no una ruptura excluyente. La idea occidental moderna de la ciudad como urbanidad, como buen trato entre extraños, se recupera gracias a la operación crítica desarrollada sobre esa construcción propia del iluminismo. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad naturales y que no están, por tanto, impregnados de la sacralidad o de la magia con la cual los habitantes de las comunidades rurales representaban la naturaleza exterior. La ciudad moderna es lo opuesto del campo, en ella se deposita la expectativa de la supresión de toda limitación; la ciudad es promesa de satisfacción de las necesidades, asociadas al enfrentamiento con una naturaleza hostil que acecha en las epidemias, en las enfermedades, en la precariedad. El diseño urbano y del hábitat, de las vías, de las casas, de las habitaciones, de los lugares de disfrute, pasa a ser objeto de reflexión y de construcción deliberada, de proyectación, la cual se traduce en el plano de la arquitectura. El arquitecto como el psicoanalista está allí para poner en orden inteligible las pulsiones de una subjetividad que oscila entre la autorreferencia identitaria y la búsqueda de la comunión y del encuentro con los otros. La ciudad debe absolver estas tensiones; su diseño debe proyectar las posibilidades del encuentro público pero también las condiciones del aislamiento y de la reclusión en los espacios íntimos. Una tensión contradictoria que no necesariamente ha tenido soluciones de continuidad, al contrario ha recorrido andariveles disonantes; las soluciones habitacionales modernas se han dirigido a garantizar la funcionalidad de las prestaciones de la ciudad en cuanto espacio de mercado, en cuanto máquina de la producción, dejando en un segundo plano o incluso invisibilizando las necesidades estéticas de realización, que antes se ubicaban en el mundo de la religiosidad y de la sacralidad. La artificialidad de la ciudad moderna solamente puede re-presentar el mundo de la sacralidad que ahora se sospecha infundado, pero que en su momento contuvo y canalizó las capacidades perceptivas de los sujetos. Esta representación tiende a la monumentalidad, justamente en su intento por compensar las carencias de significación mítica o religiosa. La monumentalidad religiosa siempre tuvo esa función representativa de ser referente de integración y compactación del tejido comunitario; en la artificia- 31 Julio Echeverría lidad de la vida urbana esas posibilidades de la monumentalidad se restringen; en alguna forma, corren el riesgo de emular una función que se sospecha podría ser absuelta desde otra perspectiva que aún la arquitectura y el urbanismo no logran precisar. La monumentalidad icónica acompañó las representaciones de la compactación nacionalista, como también las construcciones de poder del gran capital y del poder del dinero y de las finanzas; una función de impacto y de atracción hacia construcciones simbólicas que quisieran monopolizar la capacidad de significación del sujeto moderno, basta pensar en París y el Arc de triomphe, o al Empire State Building de Nueva York. Pero la sensibilidad perceptiva del moderno rebasa la solución monumentalista o no la asume como propia, sospecha de toda narración que le impida conectarse con su mismidad, con su diferenciación irreductible; su afirmación está conectada con el 32 Colin Rowe, “Roma Interrotta“, 1978 Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad deseo de fuga de toda construcción colectiva o de toda representación en la cual se anule su subjetividad. La arquitectura moderna apunta a realizar el deseo de reclusión en el ámbito de la privacidad; la casa moderna construye esta representación, es un monumento a la individualidad; allí está definida la frontera y el límite que impide el paso del afuera. La casa moderna es como un sistema que se cierra frente al ambiente externo, al cual percibe como hostil, del cual debe resguardarse. La casa es el hogar, a él se regresa cotidianamente de la aventura por el mundo exterior; la escisión público-privado tiende a ser radical, la afirmación del individuo no reconoce lo público o lo interioriza entre las cuatro paredes de la casa; la obsesión por el territorio apropiado individualmente. Sin embargo, la casa puede ser también celda o prisión y la necesidad de la fuga reaparece en la búsqueda del espacio exterior. Seguramente aquí entra en juego la tensión y la memoria del nomadismo que está en la base civilizatoria de la construcción de la ciudad como civitas; una pulsión de fuga en la cual coinciden los individuos que ya no pertenecen a la comunidad. La casa moderna no puede ser sino un espacio abierto que puede cerrarse voluntariamente; sus líneas tienen que ser de fuga, abiertas al espacio exterior, pero cerradas para proteger la intimidad, para garantizar el ensimismamiento. Ábalos (2000)interpreta bien esta condición propia del individuo moderno y su necesidad de afirmación frente al peligro de la estandarización masificante y burocratizante del mundo moderno de la secularización. Lo deriva de la ruptura nietzscheana que se expresa en la arquitectura de Mies van der Rohe: “Los muros que protegen a este sujeto que desea aislarse, aparecen así estrechamente vinculados al pensamiento nietzscheano, al superhombre, a Zaratustra […] Los muros están ahí para otorgar privacidad, para ocultar a quien habita, para permitir desarrollar dentro de la casa una vida totalmente libre, al margen de toda moral o tradición, al margen de toda vigilancia social o policial –al 33 Julio Echeverría margen en definitiva de esa insoportable visibilidad que la moral calvinista imponía a sus compañeros modernos y su arquitectura positivista”. 24 A partir de esta reflexión es posible trazar líneas paralelas con lo que acontece en la ciudad; la ciudad es como la casa, el hábitat del sujeto moderno; en su trazado urbano deben disponerse todas las posibilidades que requiere su afirmación; la posibilidad del espacio de afuera que puede ser espacio para el encuentro con el otro, así como espacio para la pura contemplación del paisaje urbano: “Llegará un día –muy pronto quizás– en el que se reconozca lo que les falta a nuestras grandes ciudades: lugares silenciosos, vastos y espaciosos, para la meditación, lugares con largas galerías acristaladas para los días de lluvia y de sol a los cuales no llegue el ruido de los coches ni el pregón de los mercaderes…” 25 La ciudad moderna “produce” el espacio público como escena en la cual el individuo moderno se abre a los otros o se expone a la mirada del otro; un espacio que tiene que ser construido, para posibilitar los encuentros de aquellos que previamente se han retirado en el cultivo de su individualidad. El espacio público es también el parque o lo que desde la planificación urbana se denomina como “espacios verdes”, una construcción domesticada de la naturaleza en el interior de la ciudad, un espacio que configura el paisaje urbano dispuesto para la contemplación, para el cultivo de la salud, para la recuperación de la memoria del contacto directo con la realidad natural, de la cual el individuo reconoce su procedencia. También aquí el “espacio público” tiende a ser leído reductivamente en su recorte funcional, como elemento compensatorio del aislamiento individual; en las “soluciones habitacionales” o en los programas de vivienda masiva donde el objetivo es el 34 24. I. Ábalos, La buena vida. Visita guiada a las casas de la modernidad. Gustavo Gili, Barcelona, 2000, pp. 24-25. 25. F. Nietzsche, La Gaia Ciencia, Madrid, Aguilar, 1951. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad abaratamiento de costos, lo que primero se sacrifica es el espacio público; este aparece como espacio residual o como apéndice y como tal luego termina en el deterioro o en la condición de no lugar, porque en realidad es un espacio que no pertenece a nadie en lo específico. Es solamente con el avance del fenómeno urbano que estas dimensiones que ya estaban en la proyectación de las vanguardias arquitectónicas comienzan a ser realmente valoradas. El espacio público se convierte en lugar privilegiado para la recuperación de aquellas dimensiones que antes fueron consideradas como residuales; se convierte ahora en lugar para el disfrute del aire no contaminado, para el ejercicio del deporte o la pura contemplación exenta de los ruidos y efectos de la congestión y la contaminación. La ciudad contemporánea tiende a ser cada vez más la proyección de la constitución del sujeto moderno; un espacio en el cual se expande el mundo de las percepciones y de las pulsiones pasionales que brotan en la ciudad. El diseño urbano contemporáneo requiere de soluciones que conjuguen esta complejidad urbana más allá de la funcionalidad de los emplazamientos, de las infraestructuras y de los equipamientos. Ciudad y complejidad urbana La hermenéutica histórica que hemos desarrollado en torno al concepto de ciudad nos permite identificar al menos tres grandes momentos que se configuran como verdaderos modelos urbanos, que se han manifestado en un largo proceso evolutivo; modalidades que se han dispuesto de variada forma en la infinita diversidad de ciudades, rasgos y elementos que en muchos casos se han superpuesto y que configuran la actual ciudad global de la que nos habla Sassen. El primer modelo es aquel que se juega entre su formulación clásica como polis y civitas y su recuperación renacentista, con la vida de los burgos y la emergencia de la ciudad como maquina 35 Julio Echeverría revolucionaria moderna. El segundo, acontece ya en la confluencia del fenómeno urbano moderno, con la vida del capitalismo y de su correlato institucional, el Estado nación; el tercero nos habla más de la dispersión y de la crítica a la deriva funcional y segregadora de la ciudad moderna; modelo de la dispersión urbana, que en mucho es señal de la crisis del industrialismo y del capitalismo que tiende a convertirse en crónica, con sus intermitencias expansivas y recesivas; el modelo de la ciudad dispersa, es también el modelo de la emergencia de las diversidades, de distintas formas de mirar la ciudad por fuera de su recorte funcional. De estos tres modelos seguramente aquel que aún domina es el del modernismo productivista y nacionalista; en dicha modalidad, la ciudad se funcionaliza a las necesidades tanto de la acumulación de capital, como de la legitimación del Estado. La expansión económica arrasa con la ciudad y su configuración como polis y civitas; predomina la necesidad del control y de la funcionalización de la aglomeración urbana, que hasta las postrimerías de los siglos XIV-XV se mantenía a baja intensidad. El capitalismo industrial inyecta una dinámica de creciente innovación y expansión del territorio urbano sin precedentes. Las grandes ciudades son también grandes aglomeraciones de fuerza de trabajo; los grandes trazados urbanísticos son funcionales a las necesidades de los emplazamientos industriales y a la dotación de vivienda para la población ocupada; aparecen los primeros fenómenos masivos de segregación y exclusión que luego acompañaran la historia de las grandes ciudades. 36 Desde entonces el desafío del urbanista será canalizar los flujos de movilidad humana y de mercancías, y disponer la habitabilidad en función de estas exigencias; cómo canalizar el flujo de mercancías y en esa dirección la construcción de vías y autopistas. La funcionalidad urbanística pasa a ser presupuesto de la competitividad de las economías nacionales en el más amplio espacio de las economías mundo. Las ciudades se expanden, las largas distancias sustituyen a las cortas; el fordismo inaugura la lógica del Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad transporte masivo y de la solución individualista del auto propio, la cual desde entonces compite con el transporte público; 26 la ciudad del capitalismo moderno es la ciudad de las grandes distancias, de los grandes emplazamientos, de la monumentalidad icónica, que acompaña las grandes gestas de afirmación de los estados nacionales y de su vocación de potencias. 27 Con el industrialismo, la ciudad cobra una dinamia inusitada; la economía de mercado instaura un ritmo de innovación permanente sustentado sobre la competencia, la cual se proyecta hacia adelante en una línea de progreso indetenible. Su lógica es positivista y afirmativa y no se detiene a mirar hacia atrás; arrasa con todo vestigio de tradicionalismo o no se percata de su existencia; la gran ciudad abandona el centro y apuesta por el desarrollo lineal; sus emplazamientos son estrictamente funcionales y se alejan de todo ornamento en el diseño arquitectónico; construye viviendas en serie, desconociendo las diferencias del territorio, bajo la premisa costo-beneficio, la cual se convierte en medida de la competitividad de todo emprendimiento; la planificación del desarrollo urbano y el mismo diseño de la vivienda se somete a la funcionalidad, el plano interviene sobre un espacio abstracto, vacío, que está dispuesto a ser intervenido maleablemente, a ser producido; el plan produce el territorio y los obstáculos que encuentre pueden ser eliminados, justamente para volverlo espacio homogéneo; planificación, diseño arquitectónico y producción in26. La ciudad estadounidense proyecta cada uno de estos rasgos, aparece como modelo de urbanización que intentará ser replicado a nivel global; en alguna manera sus proyecciones son reconocibles como paradigma de ciudad y sus rasgos están presentes en toda ciudad contemporánea. “Con este término (fordismo) se ha convenido en denominar un tipo de producción y sobre todo, de organización del trabajo productivo característico de las sociedades industrializadas desde las primeras décadas del siglo XX”; arquitectos como Le Corbusier o Frank Lloyd Wright se convierten en propulsores de esta nueva idea de ciudad en sus diseños y propuestas; “al igual que Le Corbusier, Wright está fascinado por el automóvil y su poder como herramienta configuradora de la ciudad futura […], el automóvil es un elemento clave para el diseño del propio espacio de la ciudad”, (ibídem). 27. El ejemplo aquí es París y el modelo de urbanización que desarrolla el Barón J.G. Haussman, prefecto de la ciudad encargado por Napoleón III para rediseñar París y ponerla a tono con las corrientes modernas: higiene, movilidad, proyección futurista y afirmación de los valores nacionales. 37 Julio Echeverría dustrial parecen homologarse en una proyección potencialmente infinita. El modelo de la organización fordista de la fábrica se proyecta a la ciudad (A. Negri), y también allí las operaciones son homologables y reducidas a rutinas simples, controlables, programables; la ciudad asume este perfil productivista que tiende a desplazar cualquier otra posibilidad de convivencia, en particular las visiones rurales, las de la comunidad y de la religiosidad tradicional, que en cambio están compuestas de diferencias, de jerarquías, de rituales y clasificaciones. La ciudad moderna industrial se proyecta como la realización del progreso infinito y uniforme y del crecimiento sin límites; establece una tajante distinción con el campo, al cual lo subordina; la distinción ciudadano-campesino se instala como la contradicción fundamental desde el punto de vista simbólico y será una distinción que produce segmentaciones, exclusiones, marginalidad y segregación. La lógica productivista del análisis costo-beneficio se impone en la producción del territorio urbano y “produce periferias”, el desarrollo urbano tiende a desplazarse hacia las periferias donde los costos son reducidos, 38 “Madrid Cubista” de Borja Guijarro, 2013 © Antona & Company Collection. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad con lo cual genera condiciones de degradación, en muchos casos verdaderos desastres urbanos. La dispersión, el desborde y el “descubrimiento” del centro Pero el crecimiento económico que acompaña a la maduración del capitalismo rompe con la idea del desarrollo uniforme y del equilibrio que acompañó al fenómeno de la aglomeración y de la concentración de las grandes urbes. Desde la crisis y el crack financiero de 1929, el desarrollo capitalista descubre la inestabilidad de los ciclos económicos, de sus periodos expansivos y restrictivos; ello determina fuertemente la configuración de la economía urbana; la inestabilidad de los ciclos económicos presiona hacia el desborde de las límites urbanos, generando un modelo de ciudad dispersa; la misma idea de bordes o delimitaciones del perímetro de la ciudad tiende a volverse relativa; la lógica centrípeta convive con la centrífuga, la ciudad contemporánea presenta la imagen de una fuga sin fin que va dejando en el camino momentos de innovación que se vuelven rápidamente vestigios del pasado. Fenómenos como la conurbanización y la rur-urbanización se vuelven centrales; el territorio urbano se extiende desarreglando el perfil de las relaciones urbano rurales que de alguna manera se mantenían vigentes. Lo que desde la perspectiva de la civitas aparece como encuentro de diferencias que producen ciudad, desde la perspectiva del industrialismo se presenta como encuentro de diferencias bajo la lógica de mercado, que es la de la competencia nihilista. Esta deriva definirá una estructura para lo que se viene después. La ciudad contemporánea es la confluencia compleja de estas dos almas o de estas dos ciudades: la de la economía, que es productividad y competitividad, que es mercado y negocios, que es finanzas, banca, ciencia y conocimiento; y la otra ciudad, la de la identidad y la convivencia, la de las migraciones, la de la movilidad humana, la de los derechos. 39 Julio Echeverría La ciudadanización del campesino que migra a la ciudad es compleja porque su asimilación o inclusión a la vida urbana se da por la vía de las periferias y de la marginalidad; la marginalidad es física, material, pero también simbólica y cultural. Los tiempos rutinarios de la vida campestre son despreciados o no reconocidos por la dinamia y el aceleramiento de la vida urbana; la descripción simmeliana de la vida urbana como “vida nerviosa” hace referencia a la complejidad moral del encuentro entre diferentes, expuesto a la aceleración de la innovación productivista, inducida por el industrialismo capitalista. La crisis del capitalismo industrial y de la modernidad iluminista destapa otras líneas para la comprensión de la ciudad. Emerge la nostalgia del campo, la recuperación de la naturaleza, la valorización de la ritualidad religiosa; una búsqueda y un regreso al “centro” que coincide con la recuperación de la memoria. Una compleja combinación de fuga o escape de las consecuencias no deseadas de la aglomeración, con la nostalgia de la vecindad; se reactualiza la mirada romántica que critica la despersonalización y frialdad de la urbe moderna. La vida es vivible, a condición de la transformación de aquella dominancia univoca del principio de competitividad que produce despersonalización; la vida urbana es el espacio para la revuelta de las percepciones sobre la racionalidad que las doblega y las niega; una visión romántica que al mismo tiempo se descubre ineficaz en su proyección total, por cuanto desconoce que la lógica de mercado es constitutiva de la forma ciudad, que esta no puede realizarse por fuera de la competencia y de la productividad económica; una postura que corre el riesgo de volverse subcultura de la ciudad. 40 Es solo frente a la crisis de la urbanización moderna que se descubre el “centro”. La recuperación del centro y de la memoria histórica cumple aquí una función compensatoria de la “frialdad”, de la “despersonalización”, propia de la gran ciudad. El centro se valoriza en cuanto es recuperación de una idea de permanencia y de resistencia al tiempo, que contrasta con la inmediatez y la ver- Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad Centro Histórico de Quito, Fragmento maqueta de Guido Falcony tiginosidad de las dinámicas urbanas modernas, con su carácter efímero. El regreso al centro no es fácil, porque de muchas formas este fue vaciado de sentido; lo que queda es la monumentalidad de sus construcciones que evocan la memoria; por ello, las categorías con las cuales se lo comprende son las de la recuperación o la restauración. Emerge la pregunta de si es efectivamente posible la convivencia entre la recuperación de la memoria y de las formas de vida generadas en la cercanía de la vida vecinal, con las formas de la productividad y del crecimiento de la economía. La respuesta es compleja; la economía ya no puede conducirse sino a través de su inestabilidad estructural de ciclos expansivos y restrictivos, lo cual hace de la racionalidad que los controla una dimensión maleable, que refleja y promueve la pluralidad de las situaciones y percepciones que delinean el mundo de las diferencias socioculturales. La complejidad tiene que ver también con la dificultad del gobierno de la ciudad; las dinámicas desbocadas de la economía y de la racionalidad contemporánea generan tenden- 41 Julio Echeverría cias contrapuestas que se materializan en la vulnerabilidad que las ciudades presentan y que acompañan estos fenómenos. La escala desbocada de la urbanización global se encuentra con los límites físicos del planeta, el cual se ve afectado por las dinámicas que ha impreso la acción humana. Ya no solo se trata de la provisión permanente de recursos que deben alimentar a estas enormes aglomeraciones y de la afectación sobre el entorno que provocan las emisiones y desechos producidos. El conflicto sobre cómo se organiza la interacción entre las personas en el marco de la ciudad se amplía a la necesidad de regular y gobernar las relaciones entre estas complejas comunidades humanas y su entorno físico y biológico. El crecimiento urbano se encuentra con límites que habían sido ignorados y que no atina a controlar; emerge frente a esta problemática la búsqueda de la ciudad sostenible; 28 la necesidad de restaurar y proteger los sistema hídricos, para no comprometer la provisión de agua a las ciudades y a sus áreas de influencia; los corredores biológicos que habían sido interrumpidos se recuperan, para detener la erosión de la biodiversidad. La ciudad debe abrir brechas en su conjunto compacto de edificaciones para restablecer la circulación de vientos que evacuen las emanaciones que contaminan el aire; se reconoce el territorio desde la perspectiva geológica, para mitigar los desastres por la ocupación de espacios de afectación volcánica y tectónica. Los impactos del cambio climático generan retos sin precedentes a las ciudades; basta mirar la afectación de las ciudades costeras por el incremento del nivel del mar. Las enormes aglomeraciones humanas que por su mismo efecto de agregación, incrementan su vulnerabilidad frente a epidemias por enfermedades transmitidas por vectores (dengue, chikunguya, zika) o por la transmisión interpersonal (VIH, influenzas, etc.) La sostenibilidad ambiental se 42 28. Este fue el leit motiv de la conferencia mundial Habitat III de Naciones Unidas que se convocó en Quito entre el 17 y el 20 de Octubre de 2016. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad presenta como el gran desafío de la urbanización, una dimensión que compromete las dimensiones económicas y socioculturales de la sostenibilidad. Solo una revolución en las percepciones y en la racionalidad que las procesa podría reducir esta complejidad, gobernarla y controlarla. A modo de conclusión La revisión conceptual e histórica que hemos realizado nos conecta con la caracterización de la ciudad contemporánea. En ella conviven diferenciadamente elementos de cada uno de los modelos de ciudad, el concéntrico, el lineal y el disperso. Esta idea sugiere más una lógica evolutiva en la cual rasgos de estas semánticas se han mantenido superponiéndose de manera compleja; la ciudad contemporánea regresa sobre sus anteriores pasos y los resignifica dotándolos de nuevas dimensiones de sentido. Es lo que se aprecia ahora cada vez con más intensidad en la valorización de los centros históricos, que recobran significación, en la ecología urbana, la cual emerge como una epistemología del desarrollo urbano frente a la alarma por el cambio climático y la fragilidad ambiental producida por la conjunción entre industrialismo y aglomeración urbana. La ciudad contemporánea rompe con la tajante separación entre campo/ciudad y plantea la confluencia compleja de un continuum urbano-rural en el cual se retroalimentan funciones y especificidades propias de cada dimensión. La preservación de los ecosistemas y las culturas asociadas a una relación más integral con sus hábitats naturales es condición de sobrevivencia y de incremento de la calidad de vida de las ciudades; la valorización del patrimonio y de la memoria histórica de la ciudad, la nostalgia del centro, pero también su valorización como aglutinador de actividades administrativas, económicas y de disfrute, caracterizadas por las cortas distancias y por la intensidad de las relaciones cara a cara. La ciudad como una escala de gobernanza capaz de volver factible y eficaz el control de variables e indicadores ambientales, como 43 Julio Echeverría las emisiones de carbono asociadas a la contaminación producida por el industrialismo y el extractivismo, el cuidado de cuencas hidrográficas, o la reducción y el procesamiento de desechos. El desafío para la ciudad contemporánea radica en su capacidad de auto observarse en la compleja trama de la urbanización global. En la argumentación sostenida en este ensayo, deliberadamente se opone el concepto de ciudad como polis y civitas al concepto de urbanismo como dimensión que acompaña al irrefrenable proceso de construcción urbana de la globalización. La ciudad contemporánea es una ciudad compleja porque es resultado de un largo proceso civilizatorio en el cual se han ido decantando distintos modelos de ciudad, que ponen bajo tensión de manera diferenciada a los conceptos clásicos, que conservan, sin embargo, una carga semántica que les permite interrogar críticamente las tendencias actuales de la urbanización. 29 ¿Cómo relacionar adecuadamente el modelo de la ciudad dispersa con el de la ciudad concéntrica y al mismo tiempo, reconocer a la ciudad como un territorio urbano necesitado de soluciones funcionales, que vinculen distancias cada vez más largas con nodos o centralidades que re-aprenden de lo concéntrico? ¿Cómo relacionar dispersión y agregación como funciones de un mismo sistema urbano en proyecciones que superan los bordes y las delimitaciones, en muchos casos nacionales o regionales? Una tendencia que convive y se potencia con la digitalización e informatización 29. 44 Los conceptos de civitas y de polis hacen referencia a esta máquina de significaciones plurales que es la ciudad, a este complejo de diversidades que, sin embargo, se reconocen capaces de deliberación racional y democrática; conceptos que mantienen vigente la idea del espacio público como posibilidad de convivencia en el mundo de la complejidad urbana y sus tensiones de aglomeración y dispersión, de socialización y anonimidad, de la comunidad muchas veces tribal y clánica y de la racionalidad funcional del operador de mercados, del empresario; una pluralidad que convive en la ciudad y para cuya adecuada estructuración deben disponerse los instrumentos de la planificación, del diseño urbano, del equipamiento de servicios, etc. Ciudad y urbanismo, una aporía contemporánea: hacia una teoría política de la ciudad de la vida urbana, la cual se constituye como nueva plataforma de relacionamientos sociales, económicos y políticos. 30 La ciudad contemporánea enfrenta otros desafíos: combinar distintos enfoques epistemológicos que antes, o no dialogaban, o permanecían como aproximaciones aisladas, que giraban exclusivamente en su autorreferencia; por ejemplo los del urbanismo y la arquitectura, o los de la planificación, los de la economía y los del ambiente, los de la identidad plural y diversa, que remiten a las preocupaciones centrales de la gobernanza urbana. Una teoría política de la ciudad contemporánea debe trabajar en la dirección de compactar estas distintas aproximaciones, imprescindibles para enfrentar seguramente el fenómeno más complejo y caracterizante de los tiempos actuales: la urbanización global. 30. Es esto lo que tiende a ser caracterizado como “ciudad inteligente”, un concepto que va más allá de su reducción a smart city como ciudad de la digitalización y de la informatización de sus procesos administrativos. 45 Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Introducción En la teoría urbana, la relación entre ciudad y espacio público resulta compleja: en algunos casos, estas dos dimensiones se presentan como sinónimos: vivir o estar en la ciudad es compartir un espacio que es público, que es de todos, que es común. A esta visión positiva sobre el sentido de la vida en la ciudad se opone otra que resalta sus rasgos opuestos: la ciudad aparece como un dispositivo que excluye, como una máquina que procesa relaciones sociales y que, al hacerlo, segrega o expulsa a los mismos actores que la integran. La ciudad aquí aparece más como un ‘constructo artificial’, que no reconoce a sus actores, y estos a su vez no se reconocen en ella. La ciudad y lo público pueden aparecer entonces como polaridades excluyentes o como significaciones que no comunican. En las formulaciones contemporáneas, esta problemática aparece en el concepto del ‘derecho a la ciudad’, que últimamente ha sido ampliamente expuesto por el geógrafo David Harvey; 1 la imagen nos remite casi a una operación de ocupación de un espacio, 1. La formulación inicial de esta postura es de Henri Lefebvre en Le droit a la Ville (1968) y posteriormente en su célebre La revolution urbaine (1970). Allí, Lefebvre denuncia la destrucción de la ciudad por el efecto avasallador del fenómeno urbano en una época de grandes transformaciones, que preanunciaban lo que después se discutirá bajo la categoría de la globalización; la urbanización desplaza, excluye y segrega a amplios sectores poblacionales, por lo cual el derecho a la ciudad es un derecho humano fundamental, vinculado a la recuperación de ésta como espacio público; cf., El Derecho a la ciudad, ed. Península, 4ª ed., Madrid, 1978; La revolución urbana, Alianza Editorial, Madrid, 1983. 47 Julio Echeverría como intervención en algo que está delimitado o impedido de acceder. Dos significaciones aparecen para dar cuenta del fenómeno: derecho a la ciudad es ‘recuperar ’ el espacio público que ha sido sometido por las soluciones funcionales del urbanismo modernista, por sus infraestructuras pensadas más en la construcción de la ciudad como máquina productiva; cómo rescatar la ‘comunidad’ en medio del cemento y de las estructuras despersonalizadas y grises. La otra línea apuesta en cambio a la recuperación o intervención en zonas degradadas en las que se genera violencia y conflicto; aquí las soluciones apuestan al ‘embellecimiento de la urbe’, a la recuperación del espacio público como lugar para la realización y el disfrute del paisaje, de la naturalidad no contaminada, etc. Ambas posturas son críticas del urbanismo moderno. La primera apuesta por la recuperación de lo público como el lugar de encuentro de las diferencias que fueron ocultadas por la racionalidad iluminista; la segunda reconoce la degradación del espacio como deriva de la urbanización modernista, pero insiste en la racionalidad funcional que puede aportar la recuperación de la forma arquitectónica, su proyección ideal de realización en la planificación sobre el territorio. Ambas expresan aquello que en el debate teórico podría caracterizarse como la línea del posmodernismo y la del ultramodernismo. ¿Hasta qué punto estas posturas son conscientes de la magnitud y de la complejidad del fenómeno urbano contemporáneo? La teoría urbana requiere de una discusión más intensa en la cual puedan intervenir distintas aproximaciones epistemológicas, como las de la sociología y antropología, así como las del arte, la arquitectura y el urbanismo. Ciudad y reconocimiento 48 Desde la aproximación sociológica y antropológica, la ciudad se presenta como el espacio de la alteridad, porque está constituida por diferentes, por extraños; estas aproximaciones establecen una clara separación o diferenciación entre lo urbano y lo rural. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global La ciudad se diferencia del campo de manera radical, es casi su antítesis, es producto del fenómeno de la secularización, como caída o pérdida de importancia de lo ritual religioso en la construcción de la vida social, una condición que era propia de la vida rural; la ciudad resulta de la desconfiguración de estas realidades y su característica fundamental será la de ser un espacio de aglomeración de gentes de distinta procedencia; la ciudad, por tanto, puede ser lugar del conflicto y de la violencia, pero es también, o puede ser, el espacio del reconocimiento y de la realización. 2 La introducción de la dimensión espacial en medio de ambas significaciones, permite esclarecer esta dimensión de complejidad: el concepto de espacio remite a la concreción o materialidad de la relación entre estos dos polos. El espacio puede ser asociado al concepto de territorio o de territorialidad; aquí, aparece como objeto sobre el cual se trabaja, al cual se da ‘forma’; toda la historia de la arquitectura y del urbanismo podría ser vista como una operación de ‘dar forma’ a una materialidad, que es el territorio sobre el cual se asienta la ciudad como dimensión pública. 3 En ambas aproximaciones epistemológicas, tanto en las de la sociología y antropología como en las de la arquitectura y el urbanismo, la proyección desde la cual opera esta construcción de forma tiene un origen ‘inmaterial’. La ciudad es el sentido de lo público, es el resultado de una construcción compleja en la cual 2. Importantes desde este enfoque las aportaciones de la sociología de E. Durkheim, de G. Simmel y de M. Weber; desde el campo de la antropología y de la filosofía las de K. Kereny y A. Ghelen, las cuales enfatizan sobre este cambio en las mentalidades y en las semánticas sociales que articulan la construcción de la vida en las ciudades y que aparecen como construcciones civilizatorias complejas; cf. E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, ed. Akal, Madrid, 1984; G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y la libertad, Ensayos de crítica de la cultura, ed. Península, Barcelona, 1998. M. Weber, Economía y sociedad, FCE, México D. F. 1984. K. Kereni, La religión antigua, Herder, Barcelona, 1999; A. Gehlen, Antropología filosófica, Paidós, Barcelona, 1993. 3. Para una aproximación desde el campo de la teoría del urbanismo remitimos a I. de Solà-Morales, Diferencias, topografía de la arquitectura contemporánea, ed. G. Gili, Barcelona, 2013; I. Ábalos, La Buena Vida, ed. G. Gili, Barcelona, 2000; F. Chueca Goitia, Breve historia del urbanismo, Alianza editorial, Madrid, 2013. 49 Julio Echeverría entra en juego la subjetividad de los actores que la integran; esta aparece como una construcción civilizatoria que evoluciona intergeneracionalmente. El sentido que emerge del reconocimiento intersubjetivo es el que da forma a la ciudad; pero a su vez, como toda idea que pretende realizarse, encuentra en el espacio o territorio sus límites. La ciudad deberá adaptarse a las condiciones morfológicas del ambiente que están en el territorio, a las condiciones del paisaje natural; la ciudad es un ‘sistema en un ambiente’, una construcción colectiva de sentido que se proyecta sobre un espacio natural, sobre el territorio. La ciudad emerge desde estas reflexiones como un sistema que se adapta al entorno, pero que al hacerlo define sus propios límites o formas internas. Se instaura así un proceso recursivo o de retroalimentación que da cuenta de la historia de la ciudad; cada generación, cada época, definen una determinada construcción de forma, que se proyecta sobre el territorio y que al hacerlo absuelve su propia complejidad, la cual la devuelve a su entorno o ambiente externo sobre el cual se proyecta. La clave explicativa del fenómeno urbano se encuentra en la lógica de la aglomeración humana; las ciudades emergen como formas civilizatorias que resuelven la condición del nomadismo, en ese sentido son asentamientos humanos. ¿Qué está por detrás de esta lógica de la aglomeración? Seguramente una tensión socializadora que tiene en el reconocimiento una de sus claves fundamentales; la ciudad absuelve esta pulsión necesaria que estaría inscrita en la especie humana y que permitiría que esta se configure como tal. El individuo se constituye en la relación con los otros, hace parte de colectividades amplias, pero no abandona su condición propia que es su mismidad, esto es, su capacidad de autoobservación, y por tanto de diferenciación respecto del otro, con el cual, sin embargo, convive. 50 La ciudad podría ser asociada a la casa como entidad doméstica de acogida, pero la casa absuelve una de las pulsiones elementa- Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global les de la vida humana: la necesidad del aislamiento y de la reclusión en la intimidad. La casa es la conexión con la naturalidad de lo humano, lo que los griegos denominaban oikos; la ciudad en cambio es la salida del oikos, la necesaria búsqueda de la complementación y de la interacción con el otro diferente. En los dos casos están en juego las condiciones del reconocimiento intersubjetivo. 4 Una mirada suficientemente panorámica y abstracta sobre la razón de ser de la ciudad nos conecta con la comprensión de estas pulsiones propias de la generación de lo humano; es esta la base antropológica que permite entender la configuración de la ciudad occidental como de la ciudad oriental; cada cual resuelve de distinta forma esta lógica en la cual se conjugan aglomeración y dispersión, público y privado, urbanidad y ruralidad. La casa y la ciudad aparecen como dos escalas o planos de construcción de identidad y de realización humanas: ambas hacen del territorio el hábitat, el espacio para la concreción y realización de lo humano. Ciudad y secularización En los dos casos estamos frente a distintas dinámicas de la secularización, 5 la cual otorga distintos pesos a las dimensiones sagradas y profanas. El concepto de secularización es fundamental 4. La temática del reconocimiento aparece en la filosofía de Hegel y es formulada en sus escritos de Filosofía del Espíritu de 1805-06; el reconocimiento es la pieza clave de su “sistema de eticidad”; este concepto recoge las peripecias de la subjetividad moderna en su proceso de auto conformación, o lo que en el campo de la dialéctica aparece como autoconciencia; el ‘otro’ aparece allí como condición para la constitución del sujeto, como reconocimiento de sí; el reconocimiento podría ser leído como estructura o espacio de construcción de lo público en la modernidad. Cf. G.W.F. Hegel, El Sistema de la eticidad, Editorial Nacional, Madrid, 1978; Filosofía real, FCE, México, D.F. 1984. 5. Para un acercamiento al concepto de secularización, remitimos al lector a G. Marramao, quien retoma la tipología elaborada por L. Shiner, de la cual nos interesa resaltar dos de sus derivaciones: ‘la secularización como conformidad de la religión con el mundo’, y ‘la secularización como desacralización del mundo’. La historia de las ciudades puede ser vista como un recorrido por estos senderos de la secularización, en los cuales intervienen las lógicas del mercado y del poder político. Cf. G. Marramao, Potere e secolarizzazione, ed. Riuniti, Roma, 1983. 51 Julio Echeverría Ciudad Prehispánica de Teotihuacán, México en este acercamiento a la comprensión de la ciudad, porque esta es, en sus orígenes, un espacio de la ritualidad religiosa y está pensada como lugar en el cual se realiza la relación de lo humano con lo divino; esta conjunción está claramente definida en el concepto de la ciudad clásica; la polis y la civitas están estructuradas a partir de una monumentalidad icónica, en la cual se representa el mundo como parte de una divinidad cósmica; 6 cada plaza, cada arco, cada arteria que los vincula, remite a una divinidad de referencia; así mismo, la forma de la estructura, abierta o cerrada, obedece a las prácticas de relacionamiento entre el mundo de lo sagrado y de lo profano, de lo público y de lo privado. Esta configuración es clara tanto en las ciudades occidentales como en las orientales y aparece de manera evidente en las ciudades prehispánicas americanas. Según la aproximación sociológica y antropológica, lo sagrado permite reunir a los extraños, religarlos, vincularlos; una dimen52 6. Cf. K. Kereny, La Religión Antigua, Herder, Barcelona, 1999. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global sión que en la modernidad tiende a debilitarse, a transformarse, al punto de que estos rasgos, enormemente diferenciados en sus orígenes, se debilitan y casi desaparecen. Las formulaciones de Durkheim coinciden con lo que en la filosofía clásica aparece bajo la figura del mito, como dimensión sagrada cuasi indescifrable, mistérica; gracias a lo sagrado, al tótem, se produce el salto cognitivo que permite la configuración del cerebro y de su capacidad cognitiva. Lo sagrado-religioso es una primera forma de socialidad que está conectada a la construcción civilizatoria como desarrollo de las capacidades cognitivas, las cuales, a su vez, pueden dar cuenta del sentido. Las categorías y los conceptos son al mismo tiempo un producto social y una construcción del intelecto, porque es gracias a la construcción del mito y de lo sagrado que la dimensión de la extraneidad se vincula o se resuelve. La ciudad es el espacio de realización del intelecto y este proceso acompaña al reconocimiento intersubjetivo, que es base de la configuración ciudadana. En las narraciones sobre la construcción del tótem, Durkheim describe la exuberancia ritual de la fiesta de los llamados primitivos, a quienes estudia en su condición de tribus en estado originario, en el estado más cercano a la animalidad y a la naturaleza. Durkheim asocia la dimensión de lo extraordinario, con lo social y lo festivo, con el espacio público; el fenómeno de la agregación o aglomeración humana es visto como espacio del reconocimiento, en el cual se supera la dimensión animalesca de la reproducción vital; 7 lo público aparece como posibilidad de salida del encadenamiento instintivo a la reproducción vital, una dimensión que se expresa en normas, instituciones, gustos, estilos y formas. 8 En particular, Durkheim relaciona el encuentro público con la producción del pensamiento y del conocimiento, el cual aparece 7. Cf. E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Ediciones Akal, Madrid, 1984. 8. “…con toda seguridad las costumbres, las normas jurídicas y las instituciones de una sociedad constituyen la gramática conforme a cuyas reglas deben expresarse nuestros impulsos (…) Este repertorio de instituciones parecería hacer de represa que deja pasar ciertos impulsos y contiene otros”. Cf. A. Gehlen, Antropología Filosófica, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 80-81. 53 Julio Echeverría como su producto y resultado. La monumentalidad icónica tiene en el tótem el lugar de la representación del vínculo originario de la socialidad; el tótem cumple la función de representar la socialidad en el espacio público; es respuesta a la necesidad de socialización y de afirmación. Desde entonces, monumentos y construcciones que acompañan la arquitectura de las ciudades, mantienen esta configuración como referentes identitarios en la construcción de lo público. En occidente, la representación icónica se vuelve necesaria para el reconocimiento de los individuos aislados. Para oriente, en cambio, la dimensión de lo público está comprometida con la reclusión y el control, con la domesticación y reclusión en la casa, la cual acoge y resuelve intra-muros la dimensión de la socialidad. En un caso será importante la construcción de lo público, como exteriorización que deriva hacia la representación icónica; en el otro, a la introspección como realización mística. La relación en- 54 Casa de los siete patios, Centro Histórico de Quito, http://www.juntadeandalucia.es Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global tre mundo público y mundo de la intimidad es aquí definitoria en la comprensión de los perfiles morfológicos de la ciudad. Es interesante a este respecto la diferenciación entre plaza y patio que nos plantea Chueca Goitia como concreción de esta diferenciación: “la vida completamente reclusa, sin apariencia exterior alguna, da lugar a una difícil ciudad sin fachadas, algo opuesto totalmente a la ciudad clásica, donde el escenario y la fachada eran lo principal. Tal situación debía llevar fatalmente a organizar la vida doméstica en torno al patio. Este elemento lo tomaron los árabes del mundo helenístico, pero lo transformaron, atemperándolo a sus exigencias vitales”. 9 La diferenciación entre plaza y patio es significativa desde la perspectiva de la morfología de la ciudad; aparecen como dos formas o figuras en las cuales se resuelve el fenómeno de la aglomeración humana; la una, abierta y expuesta a la deliberación pública; la otra, a la reclusión en la intimidad, 10 ambas formas son asumidas por la ciudad occidental en su vertiente latina; no así la forma de ciudad que predomina en el norte anglosajón, donde está virtualmente ausente la plaza. Aquí la ciudad aparece como una aglomeración de casas, “las ciudades de la civilización anglosajona, ciudades calladas o reservadas, tienen de vida doméstica, lo que les falta de vida civil”.11 Se trata de ciudades que mantienen líneas de continuidad estrechas con el campo y con la ruralidad, de las cuales parecerían no desprenderse definitivamente. 9. F. Chueca Goitia, Breve historia del urbanismo, Alianza Editorial, Madrid, 2013, p. 16. 10. Chueca Goitia cita a Ortega y Gasset para ilustrar esta caracterización: “la urbe, es ante todo, esto: plazuela, ágora, lugar para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política. En rigor, la urbe clásica no debía tener casas, sino sólo fachadas que son necesarias para cerrar una plaza, escena artificial que el animal político acota sobre el espacio agrícola. La ciudad clásica nace de un instinto opuesto al doméstico. Se edifica la casa para estar en ella; se funda la ciudad para salir de la casa y reunirse con otros que también han salido de sus casas”, ibíd., p. 12. 11. El autor resalta algo de singular importancia: “Esta distinción entre ciudades domésticas y ciudades públicas, es más profunda de lo que parece y no ha sido suficientemente explorada por aquellos que se han dedicado al estudio de la ciudad”, op. cit., p. 13. 55 Julio Echeverría Plaza de las tres culturas, México. DF Estas características presentes en los distintos tipos de ciudad absuelven distintas di mensiones en la construcción del carácter o del ‘espíritu de las ciudades’ y responden ya en la disposición del territorio y de los espacios del habitar, a las distintas pulsiones o tensiones de realización de los individuos y de las colectividades. 56 Es importante recalcar que el fenómeno de la aglomeración icónica como configuración de un centro, en el cual se produce esta confluencia de lo público y de lo sagrado, corresponde en lo fundamental a las ciudades del mundo occidental latino, algo que no aparece con la misma intensidad en las ciudades del medio oriente, en las asiáticas, como así tampoco en las ciudades anglosajonas. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Ciudad mercado y urbanismo El fenómeno urbano moderno se despliega sobre estas características de conexión entre ciudad y territorio. En particular, las dimensiones de la secularización tienden a desconfigurar la inicial distinción tajante entre espacio público y privado, entre ámbito de lo sagrado y ámbito de lo profano. Mientras avanza el proceso de urbanización, la ciudad se verá cada vez más atravesada por la lógica de mercado; la relación de la economía doméstica que garantizaba la reproducción de la familia y de las unidades ampliadas de parentesco, se verá succionada por la dinámica de la aglomeración y esta se convertirá en espacio para las transacciones y los intercambios. La economía sale de la casa y ocupa el espacio del mercado. Una dinámica que inicialmente se ubica en el ámbito del comercio y que posteriormente ocupará el espacio más amplio de las formas de producción y reproducción económicas. La ciudad es aglomeración y por tanto espacio para la realización de relaciones mercantiles; ello significa la transformación radical de las relaciones que la ciudad mantenía con el campo y con la ruralidad; una dinámica que rompe con el carácter simbiótico que inicialmente se instauraba entre estas dos dimensiones; esta única lógica que ve al campo como proveedor de alimentos y a la ciudad como prestadora de servicios, se verá fuertemente alterada; la dinámica de la aglomeración genera fuertes procesos migratorios que terminan por despoblar la ruralidad. La morfología de la ciudad cambia en consonancia con el proceso de industrialización, nuevas arquitecturas configuran el espacio urbano, grandes construcciones para la producción masiva que no pueden ocupar los espacios restringidos del centro urbano, expanden el límite de la ciudad, generando polos o polígonos industriales en donde se instalan viviendas y servicios; la ciudad se desplaza hacia sus márgenes y tiende a crecer alejándose del centro, el cual pierde progresivamente sus atributos de espacio de acogida y realización. En muchos casos, los centros son vir- 57 Julio Echeverría tualmente eliminados; en otros, permanecen como espacios degradados o testigos de la memoria de lo que fue la ciudad en sus orígenes. La ciudad anglosajona no cuenta con esta resistencia del pasado y de la tradición, en ella la expansión urbanística puede avanzar sin esa limitación; ciudades como Manchester, Londres, Nueva York, se consolidan como expresión del nuevo industrialismo. Las ciudades se convierten en ‘grandes dispositivos’ de la acumulación; acogen la masa de fuerza de trabajo que el industrialismo requiere, mientras más población reúnen más se abarata el precio de este factor central en la acumulación y reproducción de la riqueza. Estas dinámicas de transformación de la ciudad presentan perfiles diferenciados según las características de las economías nacionales, pero por lo general mantienen estos cambios de estructura como constantes de lo que serán las ciudades modernas metropolitanas. La conexión entre mercado y urbanismo define nuevas funciones que la arquitectura está llamada a configurar en el ordenamiento del espacio; un espacio que crece de manera indetenible, que se incrementa acumulativamente y que requiere de orden y estructura. La arquitectura se combina con el urbanismo al definir el paradigma del plano como proyección ideal que se despliega sobre la realidad, para introducir en ese caos el orden que la modernización exige y propone; se trata de funciones nuevas que se despliegan de las necesidades de expansión propias de la acumulación. Es desde entonces que los desafíos para el urbanismo se plantean con más urgencia; búsqueda de soluciones habitacionales, diseño de estructuras funcionales para la reducción de costes en los procesos productivos; una dinámica compleja expuesta a crisis cíclicas que inducen condiciones permanentes de inestabilidad que alteran cualquier planificación. 58 La morfología de la ciudad tiende a cambiar al recorrer las sinuosidades cíclicas del desarrollo económico, una situación que es Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Le Corbusier: Sketch of Buenos Aires, 1929 más aguda en las periferias y que se volverá patética en muchos casos a partir de la segunda posguerra; para esa época, las economías en desarrollo apuntan a seguir el paso de las economías industrializadas, lo cual genera procesos acelerados de aglomeración urbana. En estos países, la situación reviste condiciones de mayor gravedad, ya que la dinamia económica es más inestable y la capacidad de atracción de la población en las grandes urbes no se ve complementada con dinámicas de inclusión en los procesos productivos; las ciudades se convierten en estructuras de segregación que condenan a inmensas masas de población a la informalidad, a la precarización y a la sobrevivencia económica en condiciones cada vez más difíciles. La aglomeración urbana genera el fenómeno del despoblamiento acelerado del campo y el de la concentración en un solo polo urbano, es el caso para América Latina del crecimiento acelerado de ciudades como México D.F, São Paulo, Buenos Aires. En esta situación, la arquitectura y el urbanismo apuestan por la estandarización masiva, por la homogenización y ubican en la planificación su referente normativo. La planificación recupera el 59 Julio Echeverría paradigma de la razón iluminista del cual se deriva. Iluminismo y funcionalismo aparecen como epistemes que orientan las intervenciones en el espacio público y que se traducen en la lógica de la serialización masiva, en el monumentalismo de los dispositivos urbanos; grandes vías o autopistas dentro de las ciudades como dispositivos de canalización de la movilidad motorizada; grandes edificios para alojar a las burocracias administrativas públicas y privadas que requiere el capitalismo organizado y la administración pública, la cual asume cada vez más responsabilidades de intervención en la vida social y en la regulación del mercado. La configuración urbana se vuelve cada vez más compleja. Entre Estado y mercado tiende a generarse una dinamia de adecuación funcional que evoluciona desde su inicial articulación minimalista, propia del liberalismo, hacia conexiones más estrechas que terminan por generar mayores cargas a la vida de las ciudades. Las ciudades capitales se convierten en metrópolis que albergan a masas indiferenciadas, al tiempo que crece la burocracia estatal, mientras el mercado se dinamiza gracias al efecto de aglomeración que provee la gran ciudad. Es el momento de la crisis urbana como no adecuación de las ciudades a las lógicas de mercado y de autoridad; las ciudades se ven expuestas a dimensiones de complejidad que no gobiernan; la política y la economía se reproducen en un plano de articulación de tipo nacional, lógicas que inducen complejidad urbana antes que contribuir a reducirla. El enfrentamiento de la ciudad con las lógicas del urbanismo, que es la punta de avanzada de la conjunción entre Estado y mercado, tiende a resolverse a favor del segundo; es ésta en realidad la crisis del urbanismo y por derivación de las ciudades, una escasa capacidad de gobierno de la ciudad frente a las fuerzas de la dinámica urbana que se ven subordinadas a las lógicas de mercado y de poder que lo rebasan. 60 La modernización urbana revela su cara negativa, a la segregación urbana se añade la tugurización de las villas miseria que pululan en las periferias urbanas, la contaminación ambiental, el tráfico Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global vehicular pintan un cuadro de enorme complejidad que produce la idea de la fuga y de la dispersión o escape de las condiciones adversas de la aglomeración. La mancha urbana crece y se dispersa en el territorio de la ruralidad, ocupando espacios de vocación agrícola, afectando la sostenibilidad ambiental del territorio. La arquitectura como indicador de la crisis urbana Serán las vanguardias arquitectónicas las que más resienten esta condición de crisis, la cual se expresa en el rechazo al paradigma funcionalista de la modernidad iluminista, que sustentaba la arquitectura del industrialismo. Entre arquitectura y racionalismo iluminista parecía existir una adecuación discursiva indiscutible a partir del mismo origen de ambas aproximaciones. La arquitectura clásica, el monumentalismo icónico, parten de una concepción racionalista en la cual el arquitecto aparece como demiurgo creador frente a una realidad dispuesta y necesitada de orden y de armonía. El paradigma arquitectónico clásico y medieval tiene su origen en la teología agustiniana y en su recuperación de los valores de la armonía celestial como referente de la ciudad terrena; la recuperación platónica y, a través de esta, de la aritmética pitagórica contribuyen a diseñar el concepto de simetría como referente del racionalismo arquitectónico; solo la razón puede representar el sentido de orden y armonía que se expresa en las formas geométricas con las cuales la arquitectura construye el mundo; en esta dirección la arquitectura colinda con el arte, con la representación artística del mundo. 12 12. M. Fumagalli Beonio Brocchieri resalta este aspecto con claridad; “En el marco del saber medieval la arquitectura tiene una posición compleja y, sin lugar a dudas, ambivalente (…) está incluida en las siete artes o ciencias mecánicas, inferiores como sabemos a las liberales, en la medida en que están contaminadas con la materia en las que se expresan (…) se vale como el resto de otras artes mecánicas de instrumentos que prolongan la eficacia de los brazos humanos. En cuanto arte o ciencia mecánica ‘se apropia de la perfección de las formas que imita mirando a la naturaleza’ llevando acabo así una mediata imitación de las formas ideales”. Cf. M. Fumagalli Beonio Brocchieri, La estética medieval, Machado Libros, Madrid, 2012, pp. 42-44. 61 Julio Echeverría New York City. Mies Van Der Rohe, Philip Johnson. 1957 La arquitectura moderna realiza esta proyección que está presente en la arquitectura clásica y medieval; desde entonces forma y función se combinan magistralmente. 13 Lo que está en juego es la lógica de la representación; esta vuelve a presentar el caos como orden, dota a las percepciones ya desconectadas de la figura religiosa, de un despliegue de sentido. Sin embargo, se trata de una operación fallida, en cuanto la complejidad de la aglomeración rebasa cualquier orden; una aglomeración que crece indetenible y que rechaza las líneas de sentido que se despliegan atendiendo más a la dinámica del mercado, la cual desata la explosión de percepciones y sentidos, de expectativas que el mismo mercado genera compulsivamente. La arquitectura trabaja con las percepciones y no puede ya ubicarlas en un modelo en el cual estas se conecten con un orden preestablecido y relativamente controlable. La representación de las percepciones en un orden total se complica, lo cual conduce a una repetición de formas sin conexión 13. 62 “Examinemos los detalles de un edificio (…) si no existe una necesidad, la desproporción de las formas ofende a la vista” San Agustín, (De Ordine 2,11), citado por Fumagalli Beonio Brocchieri, p. 45. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global alguna entre ellas. Lo que está en juego es el mismo concepto de totalidad, al cual apela la lógica de la representación; la arquitectura cede al serialismo de la representación icónica, o acude a la frialdad de la salida funcional, en la cual la operación constructivista se vuelve realización perentoria, sometida a la lógica de la destrucción nihilista, en la cual domina la innovación creciente. Solà-Morales afirma, refiriéndose a la obra del arquitecto Mies Van der Rohe, referente central de la arquitectura moderna, que es “el último residuo de una tradición de la obra de arte como representación (…) sus obras no son la expresión de una idea general sino objetos físicos, tangibles, productores de percepciones y de afecciones”. 14 Las ciudades del siglo XIX son las de la progresiva proletarización, con sus efectos urbanos en la precarización y tugurización, pero también son las ciudades del lujo y del derroche;15 la arquitectura seguirá el paso de esta configuración, se pondrá al servicio del mercado, buscará en algunos casos, en el de sus vanguardias, contrastarlo o dotarlo de algún soporte de sentido más allá del exclusivo negocio; la ‘gran arquitectura monumental’ tiene aquí su revival, emulando las construcciones icónicas de las épocas imperiales; la revolución moderna no está exenta de reclamos románticos frente a la percepción de amenaza que presenta la masificación urbana; la arquitectura del lujo convive con la que apunta al objetivo del alojamiento de las masas; las urbanizaciones como modelos de aglomeración ordenada, las grandes construcciones multifamiliares donde se ensayan formas de socialización inéditas, en las cuales se replantean a escala ampliada las tradiciones propias de la urbanización medieval, con sus dinámicas comunales y asociativas. 14. Cf. Referencias: topografía de la arquitectura contemporánea, I. de Solà-Morales, p. 37. 15. La ciudad siempre conoció el monumentalismo y el lujo por lo general vinculado a los rituales religiosos o a su vocación imperial; fue sede de la acumulación de riqueza desde sus orígenes lo cual se expresa en el paso desde la arquitectura monumental románica, a la gótica y de esta a la barroca. 63 Julio Echeverría La crisis de la monumentalidad icónica En la sociología de Max Weber, la secularización aparece bajo la figura del desencantamiento. En las formulaciones de Walter Benjamin, aparece bajo la figura de la crisis del arte aurático. 16 En la arquitectura de Adolf Loos, la pérdida del aura es superación del ornamento, el cual aparece para el moderno como un delito. 17 La crisis de la monumentalidad como pérdida o debilidad del aura divina o sagrada, abre dos líneas de tendencia que ilustran la condición del arte, de la arquitectura y del urbanismo; las posturas posmodernas y las ultramodernas. Loos puede ser visto como el que inaugura el modernismo arquitectónico, su obra es una declarada denuncia de los excesos de la decoración y de la ornamentación cuya exaltación reflejaba la crisis de la representación carente de fundamentación; expresa así el estado de ánimo de la llamada crisis vienesa. Loos realiza en la arquitectura lo que hace Schönberg con la música dodecafónica, o Wittgenstein con el Tractatus logico-philosophicus, o Musil en la literatura con el Hombre sin atributos, todos ponen en evidencia la crisis del lenguaje y de su capacidad de denotación. Loos podría ser visto 64 16. W. Benjamin establece una clara relación entre percepción y construcción artística: no solamente que el arte realiza en un nivel superior las condiciones propias de la percepción sensorial, sino que regresa a ellas con una función de satisfacción o de completamiento; estas relaciones, a su vez, se transforman históricamente, “Dentro de largos períodos históricos, junto con el modo de existencia de los colectivos humanos, se transforma también la manera de su percepción sensorial. El modo en que se organiza la percepción humana –el medio en que se lleva a cabo– no solo está condicionado de manera natural sino también histórica”; más adelante, al explicar la crisis del arte aurático, afirma: “…resulta fácil entender el condicionamiento social de la decadencia actual del aura (…) es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo”. Esta lectura permite mirar a la caída del aura como manifestación de la secularización; el arte se desconecta del culto religioso; la imagen tiende a reproducirse de manera masiva y homogénea, perdiendo el carácter de su unicidad; la representación artística pierde de esta manera su carácter trascendente, lo cual desata una obsesiva demanda de representación que agudiza aún más esa pérdida de aura. Cf. W. Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Quito, Rayuela edit., 2010, pp. 48-49. 17. A. Loos, Ornamento y delito, Paperback no 7. http://paperback.es/articulos/loos/ornamento. pdf Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Adolf Loos, design of a house for Josephine Baker, Paris, 1927 como el que inaugura la línea de la ultramodernidad como combinación de soluciones en las cuales la monumentalidad desaparece y en su lugar emerge el retraimiento como rechazo a la exuberancia de formas derivadas de la compulsión por la significación y la afirmación de un sujeto expuesto a una complejidad moral que no maneja; su arquitectura parecería ser la del silencio de las líneas geométricas, la de la exaltación del material crudo, la de la solución funcional que deliberadamente asume la tarea de responder a la necesidad del habitar. Como en El hombre sin atributos de Musil, lo que prima es la palidez, la abstracción de la igualdad; los cambios de estilo son ligeros, más sugieren que evocan, más provocan y ocultan que muestran. La riqueza es inte- 65 Julio Echeverría rior, la casa de Loos se detiene en los detalles de sus interiores, mientras la fachada calla para dejar espacio al ambiente natural; la casa está diseñada para acompañar a una complejidad moral que prefiere el retraimiento; como en el psicoanálisis, que estudia y pone sobre sus pies al individuo-resultado de este proceso evolutivo civilizatorio; un proceso que conduce a esta dimensión de palidez de la interacción social y de la dimensión de lo público. Loos enfila contra el ornamento en cuanto exuberancia de simbolismos y colores sin soporte o fundamento; su ultramodernismo radica en que abre otra línea contigua y polémica con el posmodernismo, el cual aparece en cambio, como nostalgia o rescate del sentido, como reminiscencia de la comunidad, que es promesa de fundamentación y que se expresa en la vistosidad de sus colores; el posmodernismo critica a su manera la monumentalidad moderna, iluminista, pero su revuelta apuesta a la recuperación del fundamento originario y sagrado, de lo público como rescate de la dimensión de realización que el ritual permite frente al despliegue excluyente de las soluciones funcionalistas de la arquitectura moderna. En el comportamiento posmoderno la dimensión de la monumentalidad icónica se fragmenta, se personifica, se individualiza; el ritual pasa a ser un ejercicio de ensimismamiento y depuración respecto de la alienación y extrañamiento producido por la modernidad y sus soluciones monumentales y funcionalistas. Por ello, su recuperación de prácticas y disciplinas de la subjetividad de matriz oriental como el yoga, o la utilización de plantas naturales, ritualmente significantes para el acceso a las raíces, no contaminadas de construcción de lo humano. 66 A partir de Benjamin se puede postular con mayor claridad la comprensión de la crisis del monumentalismo. Su teoría de la caída del arte aurático permite plantear, como hicimos con el concepto de secularización, la transformación del monumentalismo. El paso desde el arte para el culto religioso al arte para la exhibición. El arte se desconecta de su función de legitimación y se autonomiza, el ‘arte por el arte’ no es solamente una búsqueda Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global de soluciones formales que apuestan por la sofisticación virtuosista de la forma, desconectada de cualquier contenido, mensaje o construcción de sentido. Su misma apuesta es una construcción de sentido, revela y manifiesta esta desconexión radical con la totalidad, como expresión de las grandes narraciones religiosas y construcciones ideológicas. De aquí al pop art se está a un paso; el arte asume la postura de la provocación sin rechazar la serialidad, más bien se aprovecha de ella para diseminar su provocación en un tejido social ya fragmentado y disperso. El regreso a la inmanencia de las percepciones Es G. Simmel el autor que al introducir la reflexión sobre la ciudad abre el camino para la comprensión de estas como sistemas complejos. Para Simmel, la ciudad puede ser vista como la aglomeración de sujetos con diversas y diferenciadas formas de significar el mundo y su entorno; para Simmel, la gran ciudad supone el “acrecentamiento de la vida nerviosa que tiene su origen en el rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones internas y externas”; la vida urbana contrasta con la pasividad reiterativa de la vida rural, con su escasa densidad moral, diría Durkheim, con la limitada presencia de los intercambios y de las transacciones. Para Simmel, la vida en las grandes ciudades supone, para el sujeto, una mayor implicación intelectiva para orientarse en el mundo de las diferencias, para comunicar y hacerse entender; el habitante de la gran ciudad desarrolla una hipersensibilidad nerviosa que es necesaria para ocupar el espacio de lo público; “la gran urbe crea precisamente estas condiciones psicológicas (a cada paso por la calle, con el tempo y las multiplicidades de la vida económica, profesional, social), produce ya en los fundamentos sensoriales de la vida anímica, en el quantum de conciencia que esta nos exige a causa de nuestra organización como seres de la diferencia, una profunda oposición frente a la pequeña ciudad y la vida del campo, con el ritmo de su imagen senso-espiritual de la vida que fluye más lenta, más habitual y más regular (…) A partir de aquí se torna conceptuable el carácter intelectualista 67 Julio Echeverría de la vida anímica urbana, frente al de la pequeña ciudad que se sitúa más bien en el sentimiento y en las relaciones conforme a la sensibilidad”. 18 En la gran ciudad prima la multiplicidad de percepciones intelectivas, lo que contrasta con el sentimiento de una pertenencia rutinaria conforme a la tradición. La explosión de las percepciones diferenciadas es el resultado del fenómeno de la secularización. El efecto de anonimidad que produce la aglomeración de la gran ciudad está en la base de la obsesión por la significación y por la representación; toda diferencia apunta a su afirmación o realización; ya Nietzsche lo había planteado en su concepto de ‘voluntad de poder ’, una condición de alta complejidad para la producción de identidad y de politicidad, que conduce al conflicto por la afirmación, en la cual están implicados los distintos actores de la ciudad. Los sujetos en las grandes ciudades están expuestos a una condición ambivalente: la necesidad de la presentación de sus diferencias al escrutinio de los otros y sobre esa base a su afirmación y reconocimiento; desde sus orígenes en el tótem, pero después en la construcción de monumentos, se aprecia esta tendencia de afirmación; la monumentalidad icónica emerge con una clara función compensatoria. Pero esta tendencia convive con su opuesto, con la tensión hacia el retraimiento o fuga de la aglomeración y de sus efectos, de la exposición sobreabundante de las formas, como ya lo tratamos en el acápite anterior. El valor de la reflexión de Simmel consiste en ubicarse en el medio de estas dos posibilidades que se abren para la sensibilidad tardomoderna; la necesidad de representaciones monumentales que compensen la aridez del territorio plagado de diferencias que no comunican y el retraimiento evanescente, que busca apartarse 68 18. Cf. G. Simmel, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y la libertad, pp. 247248, ed. Península, Barcelona, 1998. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global o realizarse en el minimalismo de los materiales, de los cuales se compone el monumento. La monumentalidad icónica es respuesta a la pluralidad de significaciones que componen la vida de la gran ciudad; la construcción de mega-edificaciones, de grandes vías, o la misma delimitación de plazas para acoger a las masas, dan cuenta de esta función que asume la ciudad frente al individuo y su desarraigo; la escenificación de la representación acontece en la plaza pública; la plaza es el ‘lugar ’ de la concentración de masas, de individuos necesitados de conducción y de afirmación; la ciudad moderna del industrialismo y de sus crisis se corresponde con la época de las grandes movilizaciones masivas canalizadas por líderes carismáticos inapelables. La importancia de la intervención de Simmel está en oponer a la multiplicidad de percepciones, que conforman la estructura del sistema nervioso de la ciudad, la función del intelecto, solo la gran ciudad ofrece la posibilidad para el individuo de formar y acrecentar sus capacidades intelectivas y solo el intelecto puede procesar, interiorizar, trabajar esta complejidad; la ciudad emerge desde esta lectura, como una gran máquina de significaciones que se producen en la relación percepción-intelecto. La misma arquitectura impresionista y el racionalismo funcionalista hacia la cual ésta camina, se ubican en este nivel de respuesta. Los grandes diseños arquitectónicos son un llamado a potenciar la capacidad de respuesta y de comprensión de esta complejidad; la expresan en el quantum de los materiales, en las líneas de fuga que abren, en su capacidad de ser, al mismo tiempo, grandes contenedores de ‘materia subjetiva’. Cacciari define esta problemática de la siguiente forma: “La vida nerviosa es condición del intelecto, condición interna de su afirmación, de su dominio, perfectamente integrada en él. No podría darse control global alguno del desarrollo de la metrópoli sin aquella ‘vida nerviosa’. El proceso de la espiritualización es el mismo que el de la intensificación de la vida nerviosa, llevado hasta sus últimas consecuencias. En la metrópoli, la racionalidad global, el sistema es interno al 69 Julio Echeverría estímulo: el propio estímulo, recibido, desarrollado, comprendido, se convierte en razón”. 19 La figura de la representación encuentra en la monumentalidad icónica su salida arquitectónica, como en la política el partido de masas; ambas construcciones trabajan con la especificidad de las demandas y las vuelven a presentar bajo una figura de racionalización intelectiva; ambas suponen un curso de la economía que pueda soportar esta lógica del procesamiento de diferencias, bajo una línea de desarrollo inteligible, que satisfaga demandas, que armonice la competitividad en la cual se encuentra cada emprendimiento; que asuma la variabilidad nihilista del desarrollo, como su patrón de reproducción, que pueda asumir los shocks como condiciones propicias para la innovación y la reproducción del sistema. Una condición que se demostró inviable con las crisis de la economía de la primera y segunda posguerras. La relación aquí es entre arte, arquitectura y urbanismo. La re-presentación trabaja con los estímulos que activan al sistema nervioso de la ciudad; la percepción es el filtro del sistema que permite el ingreso del estímulo a la estructura del intelecto; la ciudad aparece como una gran máquina que procesa los estímulos, los cuales inicialmente aparecen como shocks que alteran la estabilidad sistémica; la representación interioriza el impacto del ambiente en el sistema, trabaja con las percepciones a las cuales transforma en idea o en construcción de sentido, prontas para el reconocimiento del sujeto; el sistema trabaja aquí con las percepciones-elementos y los ubica en una proyección de totalidad. El arte percibe las tensiones que se producen en la máquina-ciudad y las vuelve a presentar bajo una figura inteligible para los mismos actores de la percepción; el arte proyecta construcciones de sentido que atañen a la dimensión estética en la cual se en70 19. M. Cacciari, “Metrópolis”, en De la vanguardia a la Metrópoli, ed. G. Gili, Barcelona, 1972, p. 83. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global cuentran los cuerpos dotados de capacidades perceptivas (la luminosidad, el clima, la distancia) son procesadas por la operación constructiva, mediante la armonización simétrica; la arquitectura diseña el objeto o la estructura en la cual dicha proyección se materializa o concreta, trabaja con la idea que está proyectada en el sentido trabajado en la relación percepción-intelección, y lo hace con la materialidad de los elementos que encuentra en el territorio, los moldea, los transforma, los vuelve materia construida; el urbanismo completa esta operación de construcción de sentido, al predisponer los objetos en una secuencia constructiva que vincula las dimensiones de lo público y lo privado bajo la idea de la armonización de los elementos; así concluye la operación de racionalización que caracteriza al fenómeno urbano en la modernidad. La arquitectura y el urbanismo son piezas centrales en esta operación de racionalización sistémica que, sin embargo, se ve permanentemente asaltada o impugnada por la misma lógica de la percepción. En ella se anida la diferenciación constitutiva de todo sistema; la ciudad moderna es la ciudad de la explosión de las diferencias que pugnan por el sentido y que apuntan en dirección a su afirmación, el sistema tiende a verse sobrecargado y en muchos de los casos fracasa cuando intenta procesarlas; es entonces cuando la utopía de la ciudad y del urbanismo, como buen trato entre las diferencias, se devela imposible o complejo en su realización. Las percepciones no logran ser asumidas por el sistema, este las excluye o las interioriza sin modificarlas, en ese momento la estructura nerviosa transforma el shock en patología, en trauma; la ciudad excluye y segrega de manera sistemática. Las ciudades modernas tienden a ser estructuras de segregación cuando no dan cabida a la diferenciación, cuando no permiten que estas se transformen, y en su transformación se reconozcan en el devenir del mundo y de las cosas. Hegel es de los primeros teóricos que piensa en su radicalidad la construcción de subjetividades como derivación o realización del 71 Julio Echeverría Koolhaas’ 1972 Architectural Association thesis (together with Madelon Vreisendorp, Elia Zenghelis, and Zoe Zenghelis) 72 espacio público, al cual lo otorga el status de eticidad. Hegel asume el paradigma aristotélico de la eticidad como dimensión de realización para las singularidades para los individuos; solo en el ágora, en la plaza pública, en la polis, que es lugar de encuentro y de deliberación de las singularidades aisladas y de sus dinámicas ubicadas en el ámbito de la percepción, estas pueden realizarse; pero su realización solo puede darse si resulta de procesos de negación de esa dimensión, en la cual reinan las lógicas pasionales obsesivas, propias de la singularidad perceptiva. Solo así el individuo moderno se realiza éticamente, cuando logra negar su mundo de percepciones, a las cuales ve como aproximaciones parciales, por tanto in-efectivas, que solo pueden conducirlo Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global a su muerte o aniquilación; se trata de lo que Hegel denomina como subjetividad alienada. 20 Solo la articulación sistémica puede permitir que las percepciones se transformen mediante la deliberación y ‘produzcan’ la dimensión de lo público; esta operación coincide con la configuración del ‘sistema de la eticidad’; la ciudad podría ser asumida como sistema de eticidad en cuanto permite que las diferencias se reconozcan en un devenir que las transforma sistemáticamente. 21 Crisis de la política y ciudad Las inestabilidad de la economía, con sus ciclos expansivos y restrictivos, genera dinámicas de dispersión que contrastan con el modelo de concentración y aglomeración masiva que caracterizó a la economía del capitalismo fordista; las formas contemporáneas son las de la crisis e inestabilidad de los ciclos económicos, de la crisis de la representación política y de su vocación hacia la concentración de fuerzas; ahora emergen sensibilidades pospolíticas, que hacen de sus diferencias su condición de agregación, que se auto perciben como minorías y reivindican derechos que no son negociables. La pospolítica es propia del cambio de época, desde el industrialismo fordista de agregaciones masivas al desarreglo contemporáneo del capitalismo rentista. A su vez, el efecto de aglomeración que es propio de las realidades urbanas y que configura el espacio de lo público, tiende ahora a modificarse radicalmente en presencia de la revolución tecnológica y de sus lógicas de digitalización y virtualización. 20. En Hegel el problema se presenta como si la realidad fuera captada por la percepción y la idea después aparecería como negación de la percepción, la cual se presenta como falsa conciencia (porque está referida al ámbito de la inmediatez) que debía ser negada para constituirse racionalmente. Cf. G.W.F. Hegel, Escritos de Filosofía del Espíritu, en Filosofía Real, FCE, México, D. F., 1984. 21. Como veremos más adelante, será crucial y definitoria la distinción hegeliana del sistema de eticidad como conjunción y realización dialéctica de lo público y privado, mientras en la formulación de N. Luhmann el sistema aparece como resultado de incrementos de complejidad; la reducción de complejidad que opera el sistema se realiza con más complejidad. Cf. N. Luhmann, Sistemas sociales, ed. Anthropos, México, 1984. 73 Julio Echeverría Esta reconfiguración del espacio de lo público que desde la perspectiva convencional podría verse como su radical acotamiento, potencia, si lo observamos desde un enfoque más contemporáneo, lo que fue propio de la vida citadina, entendida bajo el concepto de la civitas; lo público es encuentro de diferencias, de actores de distinta procedencia que, gracias al efecto de la aglomeración urbana, se encuentran sin obedecer a planes pre establecidos. La actual generalización y difusión de las tecnologías digitales producen un cambio de escala sustantivo en lo que respecta a la producción de lo público; lo social incrementa su carácter compulsivo hacia el individuo, una compulsividad no controlable y de la cual se percibe una poderosa capacidad vinculante; por ello es también lugar de la revuelta y de la emergencia de sentidos. Es en este campo acelerado de significaciones plurales donde emerge la dislocación de aquello que, para la tradición occidental de la institucionalización, se expresaba en la ecuación percepción/racionalización; es en este campo donde acontece, ahora con más intensidad, la producción y constitución de las subjetividades postpolíticas. La postpolítica podría ser vista como revuelta de las percepciones, frente a toda construcción racional que pretenda dar cuenta de ellas; aquí, el objeto de la crítica es la racionalidad que procesa la disrupción del mundo de las percepciones. En el paradigma de la política moderna, la percepción fue asumida como mundo de la pasionalidad, como sustrato de animalidad, como poder constituyente elemental (Schmitt). “En la tradición vétero europea (afirma Luhmann) esta apreciación estuvo condicionada por el hecho de que al ser humano se le discernió por su diferencia con el animal, lo que implicó el demérito de las capacidades compartidas por él –sobre todo la capacidad sensoria de percepción”. 22 Desde entonces, la caracterización de lo que es aceptable como ‘humano’, es su capacidad de razón, en cuanto opuesto a su dimensión sensorial-perceptiva; una construcción, moderna por 74 22. Cf. N. Luhmann, El arte de la sociedad, p. 17, Herder, México, 2005. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global excelencia, que ahora es fuertemente contestada y relativizada por la significación postpolítica. El impacto de las percepciones es ahora más penetrante en su línea de impugnación a la racionalidad; las redes tecnológicas están configuradas por estructuras que posibilitan la emergencia de sentidos plurales, a partir de la generalización y expansión de las capacidades perceptivas; aceleran la diferenciación que en su momento emergió con la secularización. Las redes tecnológicas conectan percepciones en lógicas caracterizadas por la ultra aceleración. Pero la generalización y ampliación de la diferenciación, como potenciación de las capacidades perceptivas, no anula la discusión sobre el sentido, sobre su necesaria construcción en sociedades complejas urbanizadas. La comunicación generalizada vía redes tecnológicas desborda los límites de construcción de sentido, que antes se contenían dentro de las fronteras territoriales de la ciudad; las redes tecnológicas incentivan aún más la desterritorialización en la relación percepción/racionalidad; la polis se globaliza, y al hacerlo proyecta las dimensiones del conflicto a escala planetaria; el conflicto que es consubstancial a la vida misma de la polis, porque está instalado en la capacidad perceptiva de los individuos, ahora se ve potenciado tecnológicamente; se asiste a un cambio de escala hacia la dimensión global. La discusión sobre el sentido replantea la relación percepción/racionalidad. Las construcciones de sentido, religiosas en su origen (Durkheim, Mauss), son aquellas que permiten que la percepción opere. Cuando introducimos el concepto de sentido, a partir del giro hermenéutico y lingüístico promovido por Nietzsche, Heidegger y la fenomenología de Husserl, la percepción deja de ser concebida en una relación simple o directa con la racionalidad, tal como lo planteaba la filosofía del iluminismo. La reflexión sobre el sentido ubica a la percepción como estructura de operaciones selectivas que se realizan en contextos de sentido que son colectivos; lo colectivo (léase ciudad, polis, civitas, metrópoli) antecede al individuo y a sus capacidades perceptivas. El sentido 75 Julio Echeverría contiene, a la manera de dique, el desborde de posibilidades que trae consigo la dimensión hetero-referencial de las percepciones. En Hegel la conciencia, categoría en la cual se encierra el concepto de sentido, al negar la inmediatez de la percepción, no la suprime, la mantiene en estado de latencia; la inmediatez perceptiva es potencia que se proyecta hacia la construcción racional; la realidad de la constitución sensible-perceptiva está siempre allí, en espera de manifestarse apenas la conciencia presenta fisuras o fracturas. La razón en Hegel domina sobre la percepción, pero no la elimina, pacta con ella, la reconoce, la trabaja, la moldea astutamente para contener su fuerza disruptiva y deconstructiva, la vuelve estructura de potenciamiento de la capacidad autorreferente de la conciencia moderna. Al ser sede del conflicto es politicidad y potencia necesitada de orden. La razón coincide en Hegel con la constitución de lo público, esto es, con la realidad de un pacto social que no es impuesto por el Estado revolucionario (iluminismo), sino que es interiorizado como legítimo, gracias a la operación de una razón que se auto constituye y que lo hace mediante la deliberación que se desata entre las formas de la percepción propias de las conciencias subjetivas. 23 Es esta la verdadera guerra civil que permanece en latencia y de la cual se alimenta el sistema para producir su propia eticidad. En Hegel, la percepción aparece como el vínculo o nexo con la animalidad, con la zoé; la percepción pertenece al ámbito natural, que es contenido en el oikos familiar. En el clasicismo griego, la realidad de la familia como configuración natural era relegada 23. 76 Aquí radica el punto de quiebre en la filosofía de la modernidad, en particular en la configuración de la crítica al iluminismo y su deriva totalitaria; Hegel, abre aquí la línea fenomenológica y hermenéutica que ahora aparece sustentando la significación postpolítica. En la formulación hegeliana, el lenguaje y la comunicación, aparecen como funciones de intermediación entre percepción y razón. Estas son las estructuras constitutivas de la conciencia subjetiva. En ciertos pasos de su Filosofía del Espíritu, estas estructuras parecerían predeterminar los comportamientos y la misma capacidad de intelegir-percibir las condiciones materiales en las cuales se encuentran los sujetos. Cf. G.W.F. Hegel, Escritos de Filosofía del Espíritu, en Filosofía Real, FCE, México, D. F., 1984. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global a un espacio no ético, diferente de la polis como dimensión pública por excelencia. En el oikos, en la familia, la conflictividad es constitutiva; ésta aparece como estructura que contiene los conflictos, es una esfera de eticidad relativa. El conflicto emerge en la dimensión de lo público, porque está presente, originariamente en el oikos familiar, en la comunidad de origen; no existe familia ni comunidad que no esté atravesada por el conflicto, si bien en la comunidad el conflicto existe para pacificarse en la dimensión sacral y en el ritual de la fiesta. Desde esta formulación se abren dos derivas posibles: el conflicto como expresión que no busca salidas, que se agota en sí mismo; y el conflicto que busca la pacificación, que está allí para solucionarse, que se realiza en función de la pacificación. En un caso, el conflicto es depuración, aniquilación, extirpación del mal; en otro, es causa eficiente de la realización del cuerpo social. La política moderna trabaja en esta doble dirección: cuando apunta a la extirpación del mal ve el conflicto como anomalía; supone la existencia de una razón que enfrenta a la percepción, en cuanto esta es derivación de la pasionalidad, de la animalidad, de todo aquello que amenaza o aleja al humano de sí mismo. En el otro caso, trabaja sobre la neutralización, en dirección a la búsqueda de un relacionamiento dialéctico entre razón y percepción, si bien se trata de una operación de subordinación de ésta por aquella. 24 Es con Luhmann, en la tardomodernidad, que estas dos dimensiones escapan de la trampa de su superación dialéctica; Luhmann plantea “la prioridad evolutiva, genética y funcional de la percepción sobre el pensamiento. Un ser vivo dotado de sistema nervioso central –nos dice– debe primero externalizar y construir su mundo externo para a partir de allí –de la percepción del propio 24. Tanto en Hobbes como en Hegel estas dos dimensiones aparecen intermediadas por el lenguaje y la comunicación; en Hobbes, el lenguaje que nomina propio de la percepción es base para la configuración del lenguaje que calcula y selecciona; en Hegel, el lenguaje aparece como mediación que permite el salto o superación de la percepción como aproximación propia de la inmediatez a la constitución racional del sujeto como autoconciencia. 77 Julio Echeverría cuerpo y de los problemas con el mundo externo– hacerse capaz de articular su propia autorreferencia”. 25 El problema aparece como adecuado relacionamiento entre la percepción y la conciencia, en cuya relación ambas magnitudes existen pero articuladas en su diferenciación; necesitadas unas a otras en cuanto vinculadas por lógicas de retroalimentación. Las dos dimensiones comparten su diferenciación irreductible y permiten activar el principio de retroalimentación: “...en ambos lados de la distinción existen operaciones cognitivas que construyen sus propias estructuras de procesamiento” 26 , las cuales establecen condiciones de dependencia mutua: “…la comunicación depende de que la percepción reconozca sus signos; la percepción, a la inversa, se deja influir en sus distinciones por el lenguaje.” 27 Esta problematización de Luhmann pone en su lugar a la monumental formulación hegeliana del problema; el ‘otro’ de la conciencia es el sí mismo de la percepción; entre percepción-reflexión-comunicación intercorre una diferenciación irreductible que es productora de sentido; la autorreferencia está atravesada por niveles cognitivos que no comunican en función de la identidad, sino de la diferencia, y es esta alteridad la que enriquece la producción de sentido en las sociedades posmodernas o hipermodernas. Últimamente, G. Agamben se ha detenido a reflexionar sobre la ambivalencia del conflicto, de la “guerra civil” o “Stasis”, 28 que caracteriza al oikos familiar, sede de las formas perceptivas, y al ámbito de lo público como espacio de la conciencia, o de la eticidad, como diría Hegel. 78 25. N. Luhmann, El arte de la sociedad, ed. Herder, México, D. F. 2005, p. 18. 26. Ibídem, p. 34. 27. Ibíd., p. 35. 28. G. Agamben, Stasis. La guerra civile come paradigma politico, Bollati Boringhieri, Torino, 2015. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Agamben resalta que esta dimensión del conflicto no pertenece a ninguno de los dos polos tomados por separado, sino a la relación que estos establecen. El conflicto no es una función derivada de la casa o del oikos, ni así tampoco de la polis. El conflicto emerge en medio de esa relación. 29 Es por tanto constitutivo de la ‘naturaleza humana’ en cuanto no puede emerger la percepción por fuera de la conciencia, así como ésta no puede prescindir de la percepción. Es en la comunicación donde emerge el conflicto y es en ella donde puede acontecer la pacificación. Una relación que al vincular el oikos y la polis vincula la percepción del sí mismo (del propio cuerpo) con la percepción del otro (del extraño) que es el que actúa en la polis, en lo público. Una contradicción que, al estar en la base de la configuración de la ‘naturaleza humana’, es (o proyecta) el conflicto en la interioridad de ambos polos; la alteridad está en el sí mismo (toda la psicología moderna así lo ratifica), la pacificación no se logra sino en el diálogo con la alteridad, que se presenta como extraneidad, con “lo otro”, que al estar en la dimensión pública, está también en el sí mismo, o en la interioridad del oikos, de la casa, de la familia. La percepción pertenece al reconocimiento del propio cuerpo, la razón a la deliberación con el otro que está en la polis. De esta forma, se pone en otra dimensión el problema de la superación-supresión dialéctica de la percepción por parte de la razón, propia de la condición moderna del discurso. El conflicto está entre “el espacio impolítico de la familia” y el “espacio político de la ciudad” 30 29. “…el vínculo de parentesco se vuelve más extraño que el de la facción política (…) el vínculo de la facción política más íntimo que el vínculo familiar”; op. cit., p. 23 30. Ibídem, p. 24. 79 Julio Echeverría La ciudad dispersa como forma de la ciudad contemporánea Llegamos así a cerrar las líneas del discurso. La relación planteada entre arte, arquitectura y urbanismo parece no funcionar suficientemente para enfrentar las complejidades de la urbanización global. La vida de las ciudades contemporáneas presenta una suerte de paradoja; mientras más se pierden las fronteras, los bordes y las delimitaciones que antes diferenciaban al campo de la ciudad, más se construyen barreras y muros de protección para evitar el encuentro con lo otro, a lo cual se percibe como amenaza. La ciudad contemporánea tiende a ser una acumulación de ‘urbanizaciones cerradas’ donde se patenta la exclusión del otro como garantía de seguridad; la pérdida de delimitaciones y de bordes (o fronteras) que supone la dispersión tiende a ser llenada con territorios homogéneos, en los cuales se reproduce el aislamiento y la protección con muros que se disponen para el resguardo frente a la amenaza de la diferenciación, que crece y se incrementa. 80 La urbanización cerrada, en América Latina, responde también de forma paradójica a la pulsión de fuga de la aglomeración que caracteriza a las sensibilidades contemporáneas; genera un efecto de reclusión que redobla la necesidad de la fuga; el tejido urbano se fragmenta, las distancias se incrementan; los dispositivos urbanísticos difícilmente logran contener esta lógica ni captar las motivaciones que lo generan. La dispersión es fuga del ruido y de la contaminación, es alejamiento de una dimensión pública a la cual se percibe hostil o degradada. La dispersión en esta versión de reclusión en lo privado se revuelve sobre sí misma en cuanto la necesidad de lo público, como relacionamiento con lo otro diverso, permanece como una posibilidad no satisfecha. Una necesidad resuelta por la progresiva virtualización y digitalización de las redes sociales; la comunicación digitalizada prefigura la imagen de ciudades recluidas o que comunican solamente como fuga de la digitalización, lo que suponen una relación selectiva con las mismas, no necesariamente su rechazo. Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global Seattle Art Museum Olympic Sculpture Park. Weiss Manfred. Fuente: Benjamin Benschneider Lo que plantea la urbanización contemporánea es la discusión del sentido de lo público, es la búsqueda de otras formas de territorialización de lo público, que en mucho rechazan la representación monumentalista que caracterizaba a las soluciones modernistas de las grandes plazas y de los grandes íconos; lo público se ha transformado de la lógica masiva de la aglomeración modernista a la selectividad hermenéutica del actor contemporáneo que ve el territorio como paisaje para la realización, la contemplación y el disfrute. Lo público ahora es rechazo a la serialidad y homogeneidad de las soluciones habitacionales, de los ‘parques’ que tienden a convertirse en gimnasios masivos a la luz del día, estructuras dispuestas para la ‘recuperación de energías’ que requiere el trafago citadino; bajo este enfoque las energías urbanas se pierden y recuperan en una dinámica redundante, no se generan ni producen en el intercambio comunicativo, en las dinámicas del reconocimiento que implican la capacidad de reenfocar la particularidad de las 81 Julio Echeverría identidades en contextos más amplios de referencia, que son los que puede aportar el reconocimiento del otro; todo ello implica una re-localización, re-ubicación del arte y de la estética en la creación de nuevas posibilidades de significar el mundo, que es lo que aporta la nueva estructura dinámica de la dispersión, de la fuga y del reconocimiento. Todo ello significa una alteración profunda de las relaciones que hacen al uso del tiempo en el territorio, una dimensión más compleja, que no se reduzca al cálculo de calorías o a la ingesta de las proteínas adecuadas para sobrevivir en la aglomeración atosigante. El desafío para la arquitectura es modificar esta declinación de lo público en el territorio; preservar espacios para la contemplación del paisaje natural en la ciudad, para el disfrute del aire no contaminado, para la puesta a prueba de nuevos patrones de alimentación y de consumo, que recuperen la relación con el campo y la ruralidad en la búsqueda de nuevas simbiosis entre naturaleza y cultura. Cómo traducir esta comprensión en la estética del diseño urbano, en la necesaria compenetración diferenciada de espacios para la aglomeración y espacios para la dispersión y la fuga. 82 Las nuevas disposiciones urbanísticas no pueden pensarse como asociación de lo público con la aglomeración y el encuentro obligado propio de las ciudades del industrialismo masivo; las aproximaciones a la estética del territorio propias de la ciudad dispersa miran las formas inducidas de construcción del espacio público como delimitaciones que solo provocan el reconocimiento de lo absurdo; solo una mirada anclada en el paradigma de la aglomeración masiva puede añorar las funciones que antes cumplían las plazas públicas, como espacios de la apelación discursiva carismática; en las condiciones de la ciudad dispersa el actor social tiende a escapar de los desesperados intentos por provocar el reconocimiento colectivo; lo público no puede ‘inducirse’, tal vez como máximo ‘sugerirse’; los espacios ‘vacíos de público’, llenos de árboles que atestiguan el paso del tiempo, pueden permitir la introspección como forma del ‘estar juntos’, como espacio para Ciudad y espacio público. El destino de la ciudad en la urbanización global compartir lo incognoscible e inaccesible de la interacción subjetiva. En las condiciones propias de la dispersión, lo público se demuestra como provocación y emerge en el silencio que resulta del escape de la aglomeración, solo así lo público permite la vivencia de la intimidad, no su reclusión en la privacy. La ciudad dispersa invita a mirar la sensación del extrañamiento como propio de la vida en la ciudad, porque la ciudad está compuesta de extraños, de extranjeros en su propia tierra; esta es seguramente la motivación profunda que está en el fenómeno global del turismo, la visita a otras ciudades es la experimentación de otras miradas, de otros encuentros; la ciudad ya no es el espacio de la vecindad indulgente, la prolongación de la vida familiar, es la construcción de la interacción entre diferentes que se atraen justamente por su diferencia, que proyectan su identidad como operación selectiva y excluyente; el reconocimiento es contenedor de violencia, estructura de procesamiento de las diferencias irreductibles y por ello es también espacio para el acercamiento al otro en su alteridad; la ciudad dispersa permite estas aproximaciones generativas: cómo sentirse extraño en su propia ciudad, cómo visitar en la misma ciudad múltiples ciudades. Es este el sentido de libertad que produce la vida urbana, es seguramente este el atractor más profundo que está en el origen de la aglomeración y que amenaza con negarse justamente al producir el efecto en el cual se representa, que es el de la masificación; la masa atrae pero repele al mismo tiempo, como lo diría Canetti o Huizinga. Lo que nos indica la ciudad dispersa es un hecho que marca profundamente a la contemporaneidad; sólo la experimentación del extrañamiento puede permitir el reconocimiento de los otros; solo de esta forma negativa, nihilista, se puede construir la dimensión de lo público como efectiva interiorización de derechos. La ciudad como civitas, como aglomeración de extraños, encuentra aquí su verdadera ‘estructura de lo público’. En el mundo de 83 Julio Echeverría la ciudad dispersa, lo público solo puede ser el resultado de lo negativo, que es negación de su inducción, del extrañamiento no reconocido como tal; la ciudad dispersa es la ciudad de las transiciones, de los encuentros fortuitos y la arquitectura debe permitirlos, negándose a ser inductora de conductas, debilitando su proyección constructivista, está aquí la arquitectura del ‘respeto al material’, del juego con los ‘espacios vacíos’, que terminan siendo resguardos para la autonomía moral de los ciudadanos. 84 Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad Cuando se analiza la ciudad hay dos aproximaciones que suelen privilegiarse y que, si bien revisten importancia, pueden presentar una visión reductiva. La primera es una visión de la ciudad como máquina económica que responde a demandas que se configuran como derechos a ser satisfechos por esta ‘mega-organización’. La segunda la observa como un artefacto arquitectónico y urbanístico, que apunta a lograr los mejores rendimientos en la producción de servicios, en la movilidad de los recursos, en el trazado y circulación de vías, en la dotación de vivienda, etc. En estas aproximaciones está ausente –de manera habitual– la idea de la ciudad como una construcción de sentido en la cual participan los actores de manera espontánea, sin que necesariamente estas acciones obedezcan a un diseño o a una operación claramente definida o planificada. Al proceder de esta manera se impide observar otras dimensiones en la construcción de la ciudad que pueden ser tanto o más importantes que las dos aproximaciones citadas, y que tienen que ver con los procesos de estructuración que se desprenden de las formas espontáneas de significación que producen los actores de la ciudad, verdaderas estructuras semánticas que orientan la conformación de las ciudades en secuencias de larga duración. La propuesta conceptual que se presenta en este ensayo conjuga estas dos dimensiones, natural y artificial, cuyas configuraciones en el tiempo adoptan el carácter de verdaderos modelos de 85 Julio Echeverría ciudad; los conceptos referidos al paisaje urbano, al patrimonio monumental y al ambiente natural sobre el cual se conforman las ciudades permiten dar cuerpo a esta aproximación analítica. La ciudad como construcción de sentido Las ciudades se configuran en largos procesos de adaptación a las condiciones territoriales y ambientales en las cuales se instalan. En su desarrollo conjugan la relación entre morfología natural y sentido. El sentido aparece como artificialidad de la ‘forma’, como recurrencia de significaciones que se materializan y se representan como hechos urbanos (A. Rossi: 2016). La ciudad puede ser entendida como una construcción estética y funcional que adapta las necesidades humanas (materiales e inmateriales) a la topografía del ambiente. 1 Esta articulación de naturalidad y artificialidad, que está en el origen de la forma urbana, se nos presenta como su dimensión patrimonial, una materialidad que remite al origen del asentamiento humano y que realiza en la proyección arquitectónica la base conceptual que define a la ciudad y que se articula en torno a los dos conceptos que trabajan el sentido de la ciudad como construcción civilizatoria, los conceptos clásicos de polis y civitas (M. Cacciari: 2012). Los dos conceptos nos remiten al estudio de la complejidad del fenómeno urbano, al reconocimiento de la aglomeración humana vista como tensión permanente que acompaña la urbanización, una tensión que convive con su opuesto, el de la dispersión. Estos conceptos estarían diseñados para enfrentar estas tensiones propias de la conjunción aglomeración-dispersión. El concepto de 1. 86 Desde una visión sistémica, la ciudad es una proyección de sentido (articulación de significaciones individuales que se agregan colectivamente), que se autoorganiza internamente para adaptarse a un determinado ambiente natural en el cual interviene. Cf. S. Settis, Architettura e democrazia, paesaggio, citta, diritti civil, Einaudi, Torino, 2017; V. Gregotti, Il sublime al tempo del contemporáneo, Einaudi, Milano, 2010. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad civitas hace referencia al estar juntos entre extraños; por tanto, describe la necesidad de interiorizar el sentido de alteridad como constitutivo de la forma urbana, mientras que el concepto de polis señala la construcción del ciudadano, de aquel sujeto que habita la ciudad y que es capaz de poner en juego su capacidad de abstracción de las condiciones que caracterizan a su mismidad, aquello que Hegel denominó como Bildungprozess, o proceso de formación de la conciencia subjetiva. 2 Cuando observamos el desarrollo urbano de la ciudad desde la perspectiva de las construcciones de sentido, lo hacemos en referencia a esta base o matriz semántica constitutiva de la proyección urbana que apunta a realizarse en la morfología del territorio (S. Settis: 2017; V. Gregotti: 2010). ¿Cómo se construyen las ciudades y cómo al hacerlo realizan o niegan estas matrices de sentido que configuran su concepto y por tanto su patrimonio inmaterial? ¿Cuánto de esta base conceptual está presente en la monumentalidad arquitectónica de las ciudades? ¿Cómo podemos conjugar conceptos como ambiente, paisaje y territorio, como referentes que desarrollan la idea 2. En sus escritos de Filosofía del Espíritu de 1805-06 Hegel introduce la temática del reconocimiento, al punto de convertirla en pieza clave de su “sistema de eticidad”. El concepto de reconocimiento describe el proceso de enfrentamiento entre las subjetividades que está en la base de la conformación de lo público. En la formulación hegeliana lo público coincide con la constitución de la conciencia racional; se opera así un colosal proceso de abstracción como negación de la parte sensible y pasional del sujeto. En Hegel esta negación es asumida como superación; solo a través de ella el sujeto puede constituirse y emanciparse de la sujeción a la pasionalidad que lo conduce a su destrucción. Sin embargo, en su formulación la pasionalidad no se elimina sino que se reconfigura, replanteando el desafío del reconocimiento en otros niveles o dimensiones. Ello permite mirar la estructuración de lo público como un proceso de constitución nunca acabado, como una construcción que evoluciona recursivamente, generando cada vez nuevas figuras, nuevas modulaciones. Su estabilización por tanto será siempre perentoria. A partir de esta conceptualización de lo público, compuesto por tendencias contradictorias que se ciudad, dhan presentado como pulsiones hacia la aglomeración y hacia la dispersión, puede accederse a la comprensión de la misma configuración de la de su morfología urbana, de las semánticas que la definen y atraviesan. Lo público aparece como enfrentamiento entre la identidad de lo colectivo y la diferenciación de las singularidades, las cuales ponen en juego lógicas de resistencia, de fuga o de dispersión. Cf. G.W.F. Hegel, El sistema de la eticidad, Editorial Nacional, Madrid, 1978; Filosofía real, FCE, México, D.F. 1984. Últimamente el concepto de reconocimiento ha sido retomado para ilustrar justamente esta complejidad como generadora de “patologías de la modernidad”, Cf. A. Honneth, Patologías de la razón, Buenos Aires, Katz Editores, 2009. 87 Julio Echeverría de ciudad, y que sin embargo no dialogan suficientemente y por tanto no logran potenciar sus propias aproximaciones al fenómeno urbano? La aglomeración y la dispersión como principios estructurantes La lógica aglomeración-dispersión propia del desarrollo urbanístico describe la existencia de un conjunto de articulaciones que aparecen como contradicciones, como disfuncionalidades que originan conflictos y patologías. El principio de aglomeración convive con su opuesto. Cuando hablamos de aglomeración hablamos de dispersión; aglomeración quiere decir punto de llegada, referencia a un inicio que es el estar dispersos. A su vez, la dispersión tiene que ver con un efecto de fuga, de alejamiento de la aglomeración. Entre ambos se establece una correlación, se instaura una lógica, que está inscrita en el mismo principio del reconocimiento como relación publico/privada; como relación entre lo individual y lo colectivo. El reconocimiento, concepto tomado de la filosofía, plantea que las diferencias apuntan a reconocerse, pero también a diferenciarse o alejarse. La ciudad se reproduce bajo el principio de diferenciación. Es posible advertir esta dinámica en el ordenamiento arquitectónico de las ciudades, en la configuración del paisaje urbano, en el gobierno del territorio; allí se definen flujos de circulación y de conexión: la calle, las avenidas, permiten el flujo de significaciones o las obstruyen, indican las conexiones entre nodos o puntos de agregación, pero describen también las condiciones de la fuga, del tránsito o del deambular que caracteriza a los asentamientos urbanos. 88 El principio de aglomeración, al generar su opuesto como dispersión, presenta la ‘otra cara’ de la urbanización. En la teoría urbana esta comprensión ha sido limitada sino inexistente; normativamente la teoría ha apuntado en dirección a comprender una dimensión, la de la aglomeración como sinónimo de lo urbano, descartando la otra, la de la dispersión, presentándola como Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad anomalía o como negación. 3 Esta ausente o limitada comprensión de la diferenciación produce segregación 4 ; la no aceptación de este principio es asumida como exclusión de otras posibilidades de comprensión y constitución de lo urbano; la segregación aparece como expresión de la no adaptación a la construcción del sentido de lo público que está en la configuración logocéntrica de la racionalidad moderna, desde su formulación en la filosofía platónica, al tratar las dimensiones sensibles como representaciones de un ambiente ‘no controlable’, como amenazas a la identidad e integridad del grupo humano. La arquitectura de la ciudad está comprometida desde sus orígenes con esta orientación, apunta a construir el sentido del orden, y este aparece como exclusión, control o racionalización del ambiente externo (como naturaleza y paisaje) así como del ambiente interno (como canalización de las percepciones y pulsiones subjetivas). Al hacerlo, excluye otras posibilidades de construcción de ‘lo urbano’ no necesariamente coincidentes con la dinámica de la agregación y aglomeración. La ciudad es también utopía de lo ‘otro posible’, recoge las pulsiones de realización no aún configuradas, es un proceso permanente de estructuración. En tanto construcción de sentido, la diferencia3. Una aproximación que impide mirar la complejidad del fenómeno urbano, la existencia de la diferenciación como generación permanente de alteridad en la misma construcción de lo público. La diferenciación al dejar de ser vista como anomalía puede ser comprendida como expresión de otras posibilidades de definición de lo urbano; como producción de otros sentidos de lo público. La ciudad está produciéndose permanentemente mediante procesos de diferenciación. La no comprensión de los principios de aglomeración/dispersión, como consubstanciales al desarrollo urbano, puede generar patologías o bloqueos que reducen la idoneidad constitutiva del hecho urbano (J. Echeverría: 2016). 4. El concepto de segregación tiende a reconocer la diferenciación bajo la figura de la exclusión o autoexclusión respecto del sentido admitido como aceptable por la semántica que caracteriza a un determinado grupo social dominante. En su origen el concepto hacía referencia a procesos de exclusión de grupos humanos por condiciones raciales, pero luego esta comprensión se extendió a otras dimensiones de la reproducción social. Así, la segregación puede ser sexual, étnica, etaria, etc. En la actualidad, excepción hecha de ciertos regímenes de inspiración teocrática, la segregación no es aceptada en ninguna Constitución o cuerpo legal o normativo. Sin embargo, se la reconoce presente en conductas y prácticas recurrentes que se expresan en fenómenos como la xenofobia, el nacionalismo, la violencia de género, la exclusión económica, etc. Estas dimensiones están presentes en las dinámicas urbanas que caracterizan a las ciudades contemporáneas, pero tienden a ser vistas en lo fundamental bajo la figura de la segregación territorial como resultado de la ubicación de grupos humanos en situación de subalternidad en lugares degradados de las ciudades y de los asentamientos humanos. 89 Julio Echeverría Aglomeración urbana. Panorámica de Sao Paulo Brasil. Fuente: dreamstime.com Aglomeración Urbana. Caos de cables de electricidad Fuente: joserodriguez.info Aglomeración urbana. Guayaquil. Fotografías: Julio Echeverría ción se sustenta y opera mediante operaciones selectivas y como toda operación selectiva, es excluyente de otras posibilidades. Posibilidades que apuntan también mediante operaciones selectivas a la agregación, generando ulteriores diferenciaciones; así procede la lógica de la urbanización. 5 De la morfología al sentido, del sentido a la morfología La lógica aglomeración-dispersión que está en la base de los procesos selectivos de estructuración, hace referencia a significaciones que se repiten y presentan regularidades de comportamiento en la interacción con el ambiente natural. Las estructuras urbanas, más allá de su concreción en edificaciones o monumentos, se 90 5. Para un mayor desarrollo de esta problemática puede remitirse a N. Luhmann, Sistemas sociales, cap. 9, pp. 324-362, 1984. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad conforman de significaciones o construcciones de sentido que soportan la morfología urbana, el paisaje urbano que se despliega sobre el paisaje natural. La morfología urbana resulta entonces de esta operación o construcción colectiva de significaciones que describen los procesos adaptativos de los asentamientos humanos en la morfología natural del territorio. 6 Es posible, entonces, reconocer al paisaje urbano como conjunción de geomorfología y sentido, configuración que emerge de las lógicas de la aglomeración urbana. El paisaje urbano es el de una continua adaptación y modificación de la naturaleza con fines de realización humana, pone en juego una dimensión estética de adaptación significativa a las condiciones de la complejidad ambiental –adaptación que supone, en muchos casos, radicales transformaciones de la naturaleza–. Una operación de artificialidad creativa que es a lo que se refiere Gregotti con su noción de antropogeografía. La misma construcción del lugar como casa, como ‘asentamiento’, supone una elaboración abstracta, conjunción de elementos o partes que configuran una totalidad que apunta a la consecución de soluciones funcionales, lo cual es más evidente en la construcción de la ciudad como dispositivo físico, como máquina que produce rendimientos, que satisface necesidades, una orientación que apunta a encontrar articulaciones funcionales en la adaptación al territorio. Esta operación describe/identifica los elementos más significativos que configuran el proceso de adaptación; realiza soluciones funcionales específicas para cada momento de la reproducción (económicas, de disfrute, de ocio) y las articula en un determinado orden que define la idea de totalidad. La casa es una totalidad compuesta por partes, igual que la ciudad; la casa se compone de cuartos o estancias que absuelven distintas funciones, la ciudad de barrios, o emplazamientos administrativos, residenciales, de mercado. Tanto la casa como la ciudad combinan su lado interno con su lado externo; 6. A partir de la afirmación de V. Gregotti, “la noción de paisaje no coincide con la de naturaleza, ni con la del territorio, sino más bien con la de la antropogeografía”. (Gregotti, p. 34). 91 Julio Echeverría Dispersión urbana. Suburbios norteamericanos. Fuente: wordpress. com a la funcionalidad del ordenamiento de las partes se superponen las lógicas adaptativas frente a su entorno. El hecho urbano pone en juego el paradigma ecológico de la relación del sistema como conjunción de partes que se relacionan con el ambiente en el cual este sistema se adapta; la adaptación es necesariamente transformación del elemento natural, de esta manera procede el hecho urbano, éste se configura y a partir del juego de estas dimensiones se transforma en el tiempo y adquiere historicidad. 92 Dispersión urbana. Suburbios norteamericanos. Fuente: wordpress.com Doctor Zito Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad Esta operación constructivista –que quisiera verse como perfecta en su configuración racional– presenta en su lugar lógicas y dinámicas diversas y por momentos incongruentes, develando que, sobre la lógica de la racionalidad del ordenamiento de las partes, que deriva hacia su orientación funcional, convive una lógica de tipo adaptativo, que refleja distintos momentos de significación no necesariamente funcionales. La configuración de modelos de ciudad Los procesos adaptativos a los que se ha hecho referencia en el apartado anterior nos remiten al estudio de las recurrencias o permanencias de significaciones que conforman los hechos urbanos (A. Rossi: 47: 2016). Aquello define rasgos de identificación específicos que se expresan en la misma estructuración del territorio construido: disposición de lugares para el trabajo y el disfrute, flujos de movilidad, y centros de agregación o de confluencia de actividades que configuran el trazado mismo de la ciudad, definen el paisaje urbano en consonancia con el paisaje natural sobre el cual interviene. El diseño urbano acontece de manera relativamente espontánea y responde tanto al efecto de aglomeración humana con fines de reproducción, como a la adaptación a las condiciones propias de la morfología del territorio. Entre morfología del territorio natural y sentido como respuesta adaptativa, se establece una relación que es significativa para definir la configuración de modelos o de la ‘forma’ misma de la ciudad y de sus componentes. A este proceso podríamos denominarlo también como fenómeno de estructuración, en cuanto se trata de una conjunción de significaciones y expectativas que se estabilizan como formas adaptativas, las mismas que tienden a reproducirse y a definir pautas de comportamiento para los actores de la ciudad. La idea de modelo recupera el concepto de totalidad del hecho urbano a partir de los elementos o estructuras que lo configuran. 93 Julio Echeverría Bogotá, Rogelio Salmona. Fuente: wikimwediacommons Rogelio Salmona. Fuente: revistaaxxis 94 Rogelio Salmona. Fuente: construarte.com Bogotá, Rogelio Salmona. Fuente: wikimwediacommons Una articulación que emerge y que se estabiliza a partir de los procesos adaptivos y que opera promoviendo su propia reproducción. La definición de mapas, la misma lógica de la planificación urbana se sustenta sobre este principio; describir la topografía del territorio para adaptarse a ella desde la perspectiva de la construcción urbanística. La arquitectura y el urbanismo responden a una proyección constructivista más o menos abstracta, que sobrepone proyecciones artificiales sobre las posibilidades que ofrece el territorio; realiza una operación constructivista emulando la conformación adaptativa a la naturaleza que caracteriza al hecho urbano desde sus orígenes. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad Las estructuras que configuran los modelos urbanos, al estar compuestas por significaciones y expectativas, están expuestas a su transformación, lo cual hace que determinadas estructuras, como condensaciones de sentido, se modifiquen o ‘pierdan sentido’, al punto de modificar el mismo modelo de ciudad. La configuración modelística opera de manera espontánea y podría verse como estructuración no proyectada, en los mismos procesos de adaptación a las constricciones del ambiente natural y del territorio. Es sobre esta característica del desarrollo urbano que luego procede la planificación urbanística, una proyección de sentido que trabaja sobre estructuraciones espontaneas previas de carácter adaptativo. 7 Pero si bien las formas de estructuración como respuestas adaptativas responden a las constricciones o restricciones que presenta el ambiente natural, los procesos de estructuración recorren también el camino opuesto, el de la respuesta a dichas constricciones o restricciones que se produce desde la intervención arquitectónica y urbanística, lo que permite completar las dos vías que intercorre la relación morfología-sentido. Estamos entonces frente a una combinación de dos aproximaciones: una, de carácter espontáneo, que se configura mediante estructuras de relacionamiento; y otra, de adaptación, que emerge en los procesos reproductivos. Por lo general aquí son las constricciones del territorio y del ambiente natural las que definen, permiten u ofrecen posibilidades para la generación de sentido. Sobre esta configuración espontánea de articulación y estructuración se proyecta la construcción de modelos como operación ‘artificial’ de construcción de sentido y que tiene que ver con la planificación y el gobierno del desarrollo urbano. 7. La arquitectura define su proceder al interior de lo que podría denominarse como una doble hermenéutica. Emula la modelística que encuentra en el pasado, reconoce los procesos adaptativos espontáneos en la relación sentido morfología del territorio y sobre esas formas de modelización preexistentes diseña otras posibilidades que pueden o no ser construidas o materializadas (R. Masiero: pp. 84-89). 95 Julio Echeverría Esta articulación que refleja una ‘doble hermenéutica’, propia de los procesos de estructuración urbana, permite la operacionalización de los modelos de ciudad, lo cual define cuatro supuestos teóricos: el reconocimiento de cualidades del espacio natural, el sentido del lugar como representación del grupo humano, la adaptación al ambiente como constricciones que ofrece la morfología del territorio y la adaptación del ambiente a las necesidades humanas (materiales e inmateriales). Estas cuatro dimensiones –adecuadamente articuladas– nos permitirían acceder al objetivo de la intervención urbanística y arquitectónica, que consiste en el gobierno sobre el territorio, entendiendo que esta operación conjuga variables que tienen que ver tanto con las dimensiones ambientales y espaciales que configuran el territorio, como con las condiciones del paisaje urbano visto como espacio de realización. Dicho en otras palabras, el gobierno del territorio no puede sino reconocerse como operación de construcción de sentido, en la cual están comprendidas las formas de estructuración adaptativas de los actores que en ella intervienen y define diversas combinaciones de estructuras de significación, que regresan sobre la morfología del territorio con fines de planificación y de gobierno. Lo urbano, en realidad, se configura como una segunda naturaleza y responde a una deliberada operación de construcción de la ciudad. Una combinación de estructuras que definen distintos modelos y que en muchos casos conviven como articulaciones que se superponen. La indicación de Settis sobre la importancia del buen gobierno, en esta tarea de construcción de lo urbano como segunda naturaleza, hace referencia a la necesidad de combinar de manera adecuada estructuras de sentido que se han ido superponiendo en el desarrollo histórico. 96 En la construcción de modelos estamos frente a lo que Rossi denomina “elementos primarios”, “conjunto de elementos determinados que han funcionado como núcleos de agregación” (Rossi: p. 89). Se trata de estructuras de sentido que tienen su referente material en la construcción de edificios o de vías y que se Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad mantienen como indicadores o marcas que dotan de identidad al asentamiento humano. Estas proyecciones de sentido se traducen en estructuras urbanas cuando se adaptan a la morfología del territorio. Acontece entonces una determinada combinación de elementos naturales y artificiales que se funden en la construcción de los elementos primarios; estos, a su vez, definen zonas o áreas de influencia y por tanto funcionan como atractores y reguladores de actividades a la manera de dispositivos en los cuales la proyección significadora del hecho urbano se consolida como reproductora de sentidos que se mantienen en el tiempo. Estas verdaderas marcas de sentido podrían ser consideradas bajo la figura de desinhibidores como mecanismos o estructuras que permiten la permanencia y reproducción del hecho urbano. 8 La configuración de barrios o la misma estructuración de zonas delimitadas administrativamente –como parroquias, delegaciones o administraciones zonales– se ubican sobre estas construcciones que configuran la antropogeografía de las ciudades. Esta caracterización permite identificar en las ciudades modelos de construcción urbana, en cuanto estas se configuran por una diversidad de estructuras de sentido. En su conjunto, delimitan una totalidad, compuesta por soluciones adaptativas diferenciadas en la morfología natural y en la topografía del territorio. El carácter patrimonial de los hechos urbanos La monumentalidad icónica es lugar originario donde se configura representativamente el principio de aglomeración. Desde sus inicios, la monumentalidad icónica acompaña al desarrollo de la urbanización: opera para contrastar o contrarrestar la lógica de la dispersión. La monumentalidad icónica aparece con 8. El concepto de desinhibidor es tomado de las formulaciones del zoólogo Jakob von Uexküll. En la perspectiva que se plantea, el desinhibidor actúa como mecanismo o dispositivo que permite y potencia la apreciación estética del hecho urbano, al permitir el acceso a la representación gracias al contacto con la monumentalidad icónica y con la red de significación que esta construye o de la cual forma parte. (Uexküll: 2014). 97 Julio Echeverría la construcción del tótem, el cual se constituye como referente de identidad que posibilita la aglomeración y el encuentro entre extraños; el tótem re-presenta bajo otra forma las condiciones de la aglomeración, gracias a él estas se dotan de significación; el tótem realiza una operación estética de transfiguración; define desde entonces lo que serán las instituciones de referencia que orientan la conformación de los hechos urbanos. Se trata de íconos monumentales que definen el espacio urbano, suponen jerarquías de sentido a las que se reconoce como estructuras transtemporales y transgeneracionales. La monumentalidad icónica está en el origen de la ciudad, en cuanto representación que cumple una función de integración respecto del punto de partida que es el de la dispersión. Desde entonces se reconocerá valor patrimonial a los íconos monumentales, tanto porque anteceden a la biografía de los actores que conforman la ciudad, como porque remiten a la idea del origen y de la fuerza de atracción propia de la aglomeración. Templo de la Patria, Quito. Fuente: plataformaarquitectura.cl Templo de la Patria, Quito. Arq. Milton Barragán Dumet. Fuente: plataformaarquitectura.cl 98 Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad Edificio CIESPAL, Quito, Arq. Milton Barragán Dumet. Fuente: plataformaarquitectura.cl La monumentalidad icónica remite en su origen a la narración mítica del acto fundacional en el cual se resuelve la aglomeración urbana, y apunta a volver controlables los efectos que se producen en el contacto con un ambiente natural al cual se percibe como cargado de sentido. En sus orígenes, se podría mirar al tótem como a una naturalidad que se representa mediante una forma estética de realización, gracias a la cual se constituye lo humano; la representación estética está aquí vinculada con la emergencia de esta nueva materia de la cual está compuesta la naturalidad, que es ‘la humanidad de lo humano’. La dimensión funcional está aquí estrechamente vinculada a la función estética al permitir y posibilitar la socialización o el encuentro subjetivo mediante el reconocimiento de la comunidad en el ‘objeto representado’ y, al mismo tiempo, representar el mundo natural bajo otra figura que es artificial, por lo tanto cultural, convencional. Tanto en su origen, como en sus distintas manifestaciones históricas propias de la evolución de los hechos urbanos, apreciaremos esta construcción de íconos monumentales poseedores de fuerza vinculante para comportamientos y conductas de los actores de la ciudad. Pero la configuración de monumentos o íconos debe ser comprendida como concreción de verdaderos centros de irradiación de sentido, de significación, de generación de zonas o áreas 99 Julio Echeverría de influencia delimitables de forma inmaterial, si bien en muchos casos dichas delimitaciones encuentran claras definiciones materiales en el ordenamiento del paisaje construido. El carácter patrimonial presenta, por tanto, dos dimensiones de estratificación, la una de carácter material definida en la arquitectura del monumento; la otra, inmaterial, remite a la carga de sentido que este encierra y a la irradiación que este proyecta en el paisaje urbano. Esta configuración relativamente simbiótica, entre realidad de la morfología física del territorio y construcción de sentido como representación, es seguramente la que dota de fuerza vinculante a la caracterización patrimonial de los hechos urbanos; una configuración que tiende a debilitarse mientras avanza el proceso de secularización. El carácter simbólico religioso del hecho urbano cederá el puesto a la lógica funcional propia de la reproducción material; de esta manera, se escinde su dimensión funcional y su dimensión estética. La monumentalidad icónica tiende a ser recluida en el museo de la memoria, en el cual se aprecia exclusivamente la formalidad del hecho estético sin vinculación alguna con la inmaterialidad sobre la cual este se constituye. 9 En la actualidad, la recuperación del valor patrimonial de los hechos urbanos no puede reducirse a la exaltación de la estética monumental por fuera de la funcionalidad que esta lleva consigo, en particular si observamos la importancia de la generación de identidad como fuerza constituyente de la reproducción social. De allí que la identificación del valor patrimonial de una edifi- 9. 100 La dimensión funcional que atañe a la reproducción material cobra mayor importancia que la función estética de realización presente en los procesos reproductivos; la presencia de la lógica de mercado será cada vez más avasalladora en esta dirección. La estructura de mercado en cuanto lugar del intercambio de bienes y de productos, siempre estuvo presente en el origen de las ciudades, pero esta dimensión de alguna manera estuvo subordinada a una lógica identitaria de construcción de sentido. Esta situación se modificará mientras avanza la modernización; la innovación del productivismo moderno ve a aquellas construcciones como rémoras o inercias de las cuales hay que desprenderse o de las cuales es necesario prescindir o alejarse. En su lugar las ciudades del modernismo tienden a devenir verdaderas estructuras productivas al punto de convertirse en ciudades-fábricas como Londres, Manchester o Chicago (F. Chueca Goitia: 2013). Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad cación no pueda reducirse a la descripción de la arquitectura de la obra vista de manera aislada, sino al conjunto de significaciones que ella representa; el valor patrimonial hace referencia a la misma construcción del territorio y del paisaje, en el cual dicha monumentalidad está inserta. El paisaje urbano La arquitectura clásica recuperada por el Renacimiento construye una visión del monumentalismo bajo la figura de la armonización de las partes. Esta orientación permanecerá dominante, compenetrada por la exaltación de la naturaleza que la producción artística pone en escena, en la cual el paisaje aparece como obra de arte y como artificialidad dispuesta para la contemplación estética. 10 Podría decirse que aquí el paisaje emerge como objeto de representación, como espacio de referencia para la realización subjetiva: el paisaje pasa a ser una construcción perfectamente ordenada como belleza artificial que acompaña a la orientación futurista. Es este un momento particular en la historia del urbanismo, una suerte de sincretismo o de simbiosis acontece en la diferenciación entre lo urbano y rural, entre la dimensión de lo público y de lo privado; la urbanística encuentra aquí su soporte semántico al tiempo que se compromete con la lógica del gobierno del territorio. 11 Emerge desde el renacimiento, cada vez con mayor claridad, la vocación constructivista de modificación del 10. En muchas representaciones artísticas del Renacimiento el paisaje se representa como salida de la ciudad y como encuentro con la naturaleza a la cual se mira como espacio de descanso y de disfrute, a diferencia de como aparece la descripción artística de la ciudad en el mundo medieval, a momentos compuesto de una sacralidad inaccesible, o en su lugar, caracterizado como amenaza indescifrable. Entonces, las ciudades fueron vistas como refugios, fortalezas resguardadas frente al embate del ambiente externo (Gregotti, p. 36). 11. S. Settis resalta para este momento la particular articulación sinérgica o armoniosa entre lo urbano y lo rural, y la adscribe a la importancia del buen gobierno sobre el territorio. Para ilustrar esta postura se refiere a los frescos de A. Lorenzetti en Siena, “Las arquitecturas que pueblan el campo (la ruralidad), siguen su destino: insertadas armónicamente en el paisaje del Buen Gobierno, son en cambio desoladas y degradadas donde reina el Mal Gobierno. En aquella visión, que no fue estética sino civil y política, la integración campo-ciudad engloba plenamente a la arquitectura en sus formas y en sus funciones” (S. Settis, p. 96). 101 Julio Echeverría ambiente natural visto como dato externo al despliegue del sujeto. La construcción de la habitabilidad, de la casa como de la ciudad, no será solamente el esfuerzo por resguardarse y protegerse del ambiente al cual se advierte cargado de complejidad, sino que aquel asumirá el carácter de mundo de la contemplación y de la realización material y estética. Desde sus orígenes, pero ya con el Renacimiento, esta orientación se consolida; la dimensión del paisaje urbano se configura como un verdadero hecho urbano y pasa a ser parte de la construcción icónica monumental. La ciudad pasa a ser vista como una monumentalidad icónica que articula una red de sentido que se despliega sobre el territorio y que define un determinado paisaje urbano, una segunda naturaleza, como diría Settis, remitiéndose a las elaboraciones de Jay Crum. 12 ¿Cuál es la dimensión que confiere al paisaje urbano y a la monumentalidad icónica su carácter de hecho urbano? Su dimensión colectiva, la circunstancia de ser un catalizador de fuerzas individuales que se articulan colectivamente, “aquello que tiene de común se refiere al carácter público, colectivo de estos elementos: esta característica de cosa pública, hecha por la colectividad para la colectividad, es de naturaleza esencialmente urbana”. (Rossi: p. 90) Los hechos urbanos se configuran como estructuras que delinean el carácter de la ciudad en cuanto estos definen su dimensión colectiva en el sentido de la construcción de lo público. Aquí, la ca- 12. 102 Settis se refiere de esta manera al recuperar la formulación de Crum: “Por segunda naturaleza Crum entiende lo construido: el entramado de edificios, de muros, calles tortuosas que se insinúan entre iglesias y torres” (p. 98). Más adelante, esta segunda naturaleza será entendida no solamente como concreción de sentido en materiales y monumentos, sino como recurrencia de comportamientos que hacen referencia a la realización humana. La “segunda naturaleza es (siguiendo a Aristóteles) generada por los hábitos y se define como una sintonía natural con el orden normativo de la ‘virtud’” (Settis: pp. 98-100), lo que en esta sede entendemos como ‘estructuras de sentido’, compuestas por hábitos y comportamientos que se repiten y se consolidan como hechos urbanos; verdaderas estructuras de sentido porque combinan de distinta forma la naturaleza como geomorfología y el paisaje urbano como dimensión de realización, operación que permite el reconocimiento y que se reproduce de manera rutinaria en el mundo de la vida cotidiana. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad racterística del hecho urbano como construcción colectiva tiene que ver con la recurrencia significadora de la dimensión icónica monumental, el reconocimiento que ella permite y produce; los actores de la ciudad reconocen en la monumentalidad icónica la persistencia de significaciones que trascienden su propia biografía, lo cual define su carácter vinculante respecto a conductas, hábitos y comportamientos, así como a orientaciones que definen el sentido del desarrollo urbano. El paisaje urbano es una construcción colectiva, una articulación que se despliega sobre el territorio como una red de sentido que repite lugares, estilos, monumentalidad reconocible e identificable. Pero más allá de la declinación hacia lo natural como fuente de realización, el Renacimiento –por su misma capacidad de experimentar con el dato natural– desata una orientación objetualista. La naturaleza puede ser modificada artificialmente, y ya no es solamente fuente de realización en la contemplación estética: ahora es también materialidad dispuesta para su transformación en función de la realización humana, de la idealización de formas que ya no son naturales sino artificiales. El mundo ‘exterior ’ nuevamente es visto también como amenaza, como misterio a ser descifrado; es pensado desde la lógica de su aprovechamiento, para salvaguardar la seguridad y estabilidad que solamente encontramos en la casa y en la ciudad. Emergen entonces el interrogante: ¿cuánto de estas construcciones colectivas que se expresan en la materialidad de monumentos, de elementos del trazado urbano, de disposición paisajística, reflejan o representan la inmaterialidad del sentido de lo público, que está ya delimitada por los conceptos de polis y civitas a los cuales se había hecho referencia? La respuesta a este interrogante está en relación directa con las significaciones que dichos conceptos encierran. Los elementos o monumentos del trazado urbano se constituirán en efectivos hechos urbanos si al constituirse responden o permiten la reproducción de las dimensiones de abstracción propias del principio de extraneidad o de reconocimien- 103 Julio Echeverría to del otro; si lo permiten o potencian; si hacen de estas estructuras semánticas construcciones que remitan al reconocimiento de lo que es común a todos; si permiten que la representación del elemento arquitectónico posibilite la realización del principio de diferenciación, como señales abiertas al reconocimiento de la alteridad. La autonomía estética del hecho urbano no está tanto en el preciosismo de sus formas, ya que estas pueden variar en su misma concepción o propuesta, sino que se mide en relación a su capacidad de respuesta al fenómeno complejo de las tensiones de agregación y dispersión que definen la forma del paisaje urbano; una forma que realiza la proyección estética en la dimensión de lo urbano. Así, si el carácter patrimonial de los hechos urbanos está claramente definido en la monumentalidad icónica de carácter religioso, su configuración puede encontrarse también en estructuras y edificaciones de carácter secular, y en dimensiones privadas como las mismas áreas residenciales. Aquí también encontramos este carácter propio de las estructuras colectivas, que se manifiestan en la recurrencia de ciertos rasgos que hacen por lo general al estilo arquitectónico de casas y edificios, y que terminan configurando áreas o zonas delimitadas, como barrios que mantienen una misma línea de edificabilidad. El estilo arquitectónico en este sentido es referible al concepto sobre el cual se apoya; es el concepto el que se repite en la continuidad de rasgos, de líneas, de medidas que son identificables en diferentes edificios y construcciones; allí se representa una significación cuya estructuración en el territorio, como conjunción de elementos (significaciones), termina por dotar de sentido al entramado urbano. 104 Monumentos, casas, palacios que alojan sentidos que refieren a la vida de la colectividad, como sedes de gobierno o plazas públicas, como lugares de acogida de manifestaciones colectivas, asumen también las características de ser hechos urbanos. Definen el paisaje urbano como segunda naturaleza. De igual forma, vías o calles, parques y avenidas, pueden catalogarse como tales, si Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad en ellos acontece la recurrencia de flujos de movilidad o la configuración de espacios que absuelven funciones que satisfacen actividades reproductivas para la colectividad. El carácter repetitivo y recurrente de éstas y/o de flujos de movilidad pueden, justamente por este carácter colectivo, configurarse como hechos urbanos: generan identidad por este carácter y lo retroalimentan mediante la recurrencia y repetibilidad de prácticas y de conductas claramente relevables. En este caso generan memoria, y al hacerlo consolidan semánticas de referencia. La configuración de barrios o la misma estructuración de zonas delimitadas administrativamente, como parroquias, delegaciones o administraciones zonales, se ubican sobre estas construcciones que configuran la antropogeografía de las ciudades. La identificación del valor patrimonial de una edificación no puede reducirse a la descripción de la arquitectura de la obra vista de manera aislada, sino al conjunto de significaciones que representa. La recurrencia de significaciones adaptativas en el territorio, que definen un estilo referible a una determinada construcción estética, dota de fuerza vinculante al hecho urbano; una configuración en la cual se combina sinérgicamente ambiente, territorio y paisaje. Por ello no toda recurrencia de aglomeración por flujos de movilidad colectiva puede considerarse como hecho urbano, Malecón de Esmeraldas. Ecuador. 105 Julio Echeverría en el sentido de producción de ciudad. El crecimiento desmedido de las ciudades, el despoblamiento de la ruralidad, generan tendencias complejas que apuntan hacia el deterioro de las condiciones ambientales, hacia la degradación de las condiciones del hábitat. La presión por lograr soluciones a la complejidad urbana tiende a generar respuestas que agravan aún más los problemas. El carácter propio de la ciudad dispersa lo anuncia de manera contradictoria, compleja. Si antes la ruralidad ocupaba ciudades con sus migraciones permanentes e intermitentes, ahora la ciudad invade las áreas rurales y se instala en el campo, en la búsqueda de encontrar lo que las ciudades no producen, aire puro, control del tiempo, realización en el paisaje natural. En muchos casos las condiciones del deterioro migran conjuntamente con quienes escapan de las ciudades, haciendo del campo una repetición de los mismos problemas que no se han logrado solucionar en las ciudades. El fenómeno del conurbamiento tiende a presentar la imagen de dispersión, segregación y autosegregación, reproduciendo en la misma configuración del paisaje que ya no es urbano, pero tampoco rural, las mismas condiciones de segregación y de inequidad que el desarrollo actual de las ciudades debería resolver. Nomadismo, sedentarismo y modernidad Si bien el ambiente natural interviene decisivamente en la configuración del tótem como representación, entonces la visión hacia lo natural estará cargada de un sentido indescifrable, mistérico, frente al cual emerge el ‘hecho urbano’13 para contrastarlo. En sus inicios la casa, como morada y refugio, convive con la idea de la ciudad como fortaleza. El habitar es el cubrirse frente a las inclemencias ambientales, es adaptarse a las condiciones que el 13. 106 Esta visión sobre el ambiente natural reaparecerá mas tarde con mayor intensidad; en la realidad de las ciudades contemporáneas, las predicciones y proyecciones sobre los efectos del cambio climático proyectan una imagen cargada de incertidumbre, teñida de rasgos catastróficos; su evidencia es reconocible en la recurrencia de desastres naturales frente a los cuales los pronósticos de revertirlos son, por decir lo menos, pesimistas. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad mismo ambiente ofrece; un accidente de la geografía, una concavidad, una cueva pueden ser lugares para detenerse y guarecerse. Más tarde, mientras avanza la transición hacia el sedentarismo, el habitar será algo más que el puro adaptarse a las condiciones favorables que puede ofrecer el ambiente natural: será ya una operación deliberada, un acto, una operación constructiva 14 que define al espacio como lugar de acogida, volviendo, “determinado (reconocible) lo indeterminado, definido lo indefinido por naturaleza” (R. Masiero, p. 18). Se completa de esta manera la doble dimensión que atañe al origen de la ciudad como asentamiento humano, la dimensión sacral del tótem como construcción de sentido y la dimensión funcional de la casa o del hábitat, como ámbito de la reproducción material. Las dos dimensiones aparecen como producción estética de ciudad, como transformación de la naturaleza en forma reconocible, moldeable; como operación constructiva, reflexiva, como idealización abstracta que se proyecta sobre el espacio natural. La construcción de templos, de estatuas, de monumentos con el material natural, la piedra, el mármol, la tierra apisonada, está en la base de la forma cultural propia de la ciudad como aglomeración humana. Pero la configuración del tótem convoca también a otras fuentes de significación. La dimensión sacral a la cual este remite convive con su dimensión opuesta, la del mundo profano que es visto como mundo caótico, incognoscible, como terra incognita a ser dominada o conquistada. La fuerza de lo sacral está en el efecto de separación de aquello que no lo es; su configuración y reproducción están dadas por su alteridad radical respecto de lo profano (E. Durkheim: 1882; M. Eliade: 1995). El centro totémico, como agregación de sentido, produce necesariamente su periferia profana; requiere de ella y sin embargo se proyecta sobre ella con 14. De particular importancia las referencias lingüísticas acerca del vocablo que denomina a la casa en las raíces indoeuropeas; “la raíz dem produce el griego dómos y el latín domus que significan casa. Esa implica la idea del construir… en otros términos se puede interpretar la acción del construir expresada por dem como una acción dirigida a someter la materia a la voluntad humana a través de técnicas específicas.” (R. Masiero, p. 17). 107 Julio Echeverría una función de control: quisiera conjurarla pero a su vez requiere de ella para reproducirse. Su afirmación produce la alteridad. El paso desde aglomeraciones nómadas a sedentarias es el camino de la secularización, el de la delimitación como representación de lo natural no dominable, sometido a control. Una tensión evolutiva que permite reconocer una tendencia, de lo natural sacral a su (re)presentación en la monumentalidad icónica artificial, “la transición del mundo prehistórico al histórico es caracterizada por una progresiva normalización de lo sagrado. Su terrificabilidad dionisíaca es lenta pero inexorablemente transformada en piedra, se hace monumento” (R. Masiero, p. 20). Esta condición que ve al ambiente como amenaza, y que caracterizó a las ciudades en sus orígenes, será enfrentada por el impulso moderno en sus distintas manifestaciones. Ya en el Renacimiento la naturalidad es trabajada como fuente a la cual remitirse para ‘producir conocimiento’; la experimentación con la naturaleza es vista como posibilidad para la realización humana. El ambiente natural aparece en una doble figura, como posibilidad de realización estética, pero también como material maleable dispuesto para ser transformado por la intervención humana. Es esa la mirada hacia el entorno que se desata con la operación de la representación que está en el origen totémico y es esa la orientación que será retomada y profundizada por la construcción de aquello que conocemos como modernidad, una inspiración que encontró ya su plena materialización en la construcción de ciudades. 108 El Renacimiento, como puerta de entrada a lo moderno, recupera la clasicidad grecorromana. La modernidad tiene su origen en la clasicidad, en particular en la visión platónica de la configuración de la razón como depuración del lado sensible de lo humano; aquí se aprecia ese efecto de distanciamiento de lo humano respecto de la animalidad sobre la cual se constituye y que es vista como pasionalidad irreductible, como efervescencia de formas, como riqueza vital que por sí sola no alcanza cauce alguno reconocible. La intervención del racionalismo clásico sanciona esta línea de Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad tendencia en la cual la monumentalidad icónica alcanza su extrema exaltación. La misma recuperación, a través de Platón, de la matemática pitagórica define esta orientación racionalista como ordenamiento de las partes en una totalidad armoniosa, simétrica, adscribible a la representación del cosmos al cual toma como referente de sentido. La visión constructivista propia del Renacimiento refleja esta disposición activa hacia la transformación del mundo y de la realidad, la cual ha perdido su connotación sacral y su necesaria articulación ordenada en sentido cósmico. Ambiente, territorio y paisaje urbano La visión objetualista y abstracta que se despliega con el Renacimiento proyecta la complejidad del desarrollo urbano bajo tres dimensiones: la del ambiente natural como fuente o material dispuesto para la experimentación; la del territorio como espacio de asentamiento requerido de control y gobierno; y la del paisaje como dimensión de realización subjetiva. La relación con el ambiente natural se observa desde la posibilidad de su racionalización como construcción del paisaje, como artificialidad modelística que se proyecta sobre el territorio con fines utilitarios pero también de realización estética. La operación constructivista no puede, a su vez, ser dejada al curso de los acontecimientos sin que sea regulada y gobernada; el ambiente natural, el paisaje serán también materia del gobierno del territorio. De estas tres dimensiones, seguramente la dominante en los orígenes del desarrollo urbano ha sido la de la adaptación al ambiente natural; posteriormente aparecerán las otras: el gobierno del territorio y la construcción del paisaje urbano encuentran una relativa articulación sinérgica con el Renacimiento y el Humanismo. Es con la aparición del capitalismo industrialista que esta conjunción se rompe; el territorio asume preponderancia sobre la consideración del ambiente y sobre la importancia del paisaje; la idea del progreso sustentado sobre la aplicación de la ciencia experimental desata una dinámica de innovación que no se detie- 109 Julio Echeverría Jardín Botánico Barcelona 2009: Fuente: Ferrater y asociados Jardín Botánico de Barcelona. Ferrater. Fuente: LANDZINE ne a observar sus implicancias o derivaciones en la naturaleza y en el paisaje. 110 Si bien en sus orígenes el diseño industrial está comprometido con la realización estética y ésta con la satisfacción de necesidades materiales, la deriva del industrialismo masivo pondrá en serio riesgo esta orientación inicial. Al industrialismo masivo le corresponde el desarrollo de una visión lineal que compromete la observación estética del paisaje natural. Su objetivo es reducir distancias para el intercambio de mercancías y para el flujo de personas; una orientación funcional que encuentra en la matematización del territorio mensurable y en la producción de artificios mecánicos y maquinistas, los instrumentos para la proyección del progreso y la superación de los obstáculos que ofrece la naturaleza. Esta, a su vez, es concebida como reservorio de recursos explotables ad infinitum. Si a esta imagen se corresponde el lado afirmativo y positivo de la utopía progresista de la modernidad del industrialismo masivo, más tarde se podrán apreciar sus consecuencias no deseadas; las llamadas externalidades negativas asociadas a la contaminación y destrucción ambiental, al despoblamiento del campo, a la degradación del paisaje urbano configurado por barriadas y ocupaciones del territorio en los que predomina precariedad, insalubridad y pobreza. Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad Museo de la Acrópilis. Bernard Tschumi. Fuentes: FORTUNEGREECE, 7SUR7. La necesidad del cambio de paradigmas Es en la modernidad tardía que esta visión tiende a corregirse, a contenerse, como en su momento propuso el pensamiento débil de Vattimo; fue necesaria la acumulación de desastres urbanísticos que derivaban del industrialismo para alertar sobre las posibles consecuencias de la catástrofe. La explotación de la renta de la naturaleza, el extractivismo de los recursos naturales, la misma obsolescencia de las estructuras del industrialismo, frente a la transformación del ciclo del capitalismo hacia formas flexibles post-industriales, sus consecuencias en la contaminación del ambiente generado justamente por las concentraciones en megametrópolis, definen la urgencia de cambios radicales en la configuración de los paradigmas del desarrollo urbanístico. 15 15. Si al postmodernismo podemos reconocerle su aporte a este cambio de paradigmas, es a la recuperación de la hermenéutica filosófica, en lo que respecta a la capacidad de autorreferencia y autoobservación de la modernidad sobre las derivaciones de su propia condición afirmativa. (G. Vattimo: 1992; F. Jameson: 2012). 111 Julio Echeverría La alerta sobre el cambio climático y sus efectos catastróficos será una llamada de atención sobre la gravedad del fenómeno. Ambiente, territorio y paisaje emergen, a partir de estas graves constataciones, como piezas sobre las cuales intervenir en este cambio de paradigmas. ¿Cómo reordenar estas coordenadas que se mantenían separadas y enfrentadas en la fase del industrialismo masivo? Una situación compleja: mientras se desata la fragmentación del tejido urbano y la mancha urbana invade de manera caótica el territorio de la ruralidad, la desregulación del capital hacia su fase de financiarización vuelve más dúctil, ecléctica y fluida la configuración de las estructuras que alojan a la producción postindustrial; una transformación que genera más complejidad pero que al mismo tiempo permite observar con más claridad sus líneas de tendencia. La ciudad contemporánea apunta a la contención drástica de estas tendencias, y se dirige a recuperar estructuras de sentido que permanecían ocultas por la lógica de la racionalización funcionalista del desarrollo urbano. En el mundo de la complejización urbana es posible recuperar la conjunción de ambiente, territorio y paisaje. El giro hermenéutico en la visión arquitectónica del hecho urbano conduce a reconocer lo que el entorno dice, lo que transmite para la aprehensión racional de la proyección arquitectónica; el racionalismo descubre las virtudes del material como señales del entorno natural, el posicionamiento del lugar, la historicidad de las formas adaptativas de la arquitectura del pasado, la monumentalidad icónica en la cual esta se representa, y que no pueden ‘derrocarse’ porque con ello se irían las señales que ahora cobran importancia, luego del imperialismo del racionalismo funcionalista. Reflexiones finales 112 Estas consideraciones permiten concluir acerca del valor que asume hoy la reflexión sobre monumentalidad y patrimonio histórico, más allá de cualquier cosificación que los mire como ‘hechos Patrimonio, monumentalidad y paisaje urbano en la construcción de la ciudad del pasado’. Al contrario: estas reflexiones nos presentan la idea de una construcción permanente de historicidad que se desenvuelve en el mismo proceso de construcción de la ciudad y de la vida urbana. Los hechos urbanos y la construcción de iconos monumentales tienen estas características en cuanto convocan distintas dimensiones: la de la morfología del territorio, que se ha caracterizado también como paisaje natural, donde se asientan las construcciones de sentido que se producen como manifestaciones de hechos colectivos y que generan una ‘segunda naturaleza’ o un paisaje urbano configurado por semánticas definidas o construcciones de sentido. La secuencia ha sido entonces la que recorre desde la morfología del territorio natural, al sentido como respuesta adaptativa y de este nuevamente a la morfología como paisaje construido, que genera relaciones, que produce recurrencias identificatorias. El hecho urbano lo es porque responde a proyecciones de realización conectadas con las matrices de sentido propias de lo urbano y que interpelan de distinta forma al destino de la polis y de la civitas. El momento actual del desarrollo de las ciudades ya no puede permitirse la improvisación de soluciones, o posponerlas en espera de mejores tiempos. La realidad del desarrollo disperso puede aprender mucho de la construcción de los hechos urbanos como despliegue de redes de sentido, que antepongan el objetivo de la realización humana por encima de soluciones supuestamente funcionales, que lejos de reducir la complejidad la incrementen. 113 El estudio de la ciudad El estudio de la ciudad presenta complejidades que es necesario despejar y que tienen que ver con su misma conceptualización. El concepto hace referencia a una dimensión de colectividades agrupadas en un determinado territorio y que comparten ciertos elementos que los asocian e identifican. La idea de ciudad tiende a confundirse con la de sociedad, ambas se reconocen como entidades que comparten algún sentido de identidad o de identificación para los miembros que las integran. En principio esa identidad o identificación tiende a ser problemática, porque las sociedades o los agrupamientos humanos están integrados por individuos y por grupos humanos que poseen capacidades propias de significación, respecto de sí mismos y de sus congéneres, así como del mundo en el que están insertos. Pero si bien la ciudad es una construcción de identidad, es también un asentamiento poblacional que persigue fines de reproducción económica (la ciudad como localidad de mercado), y de reproducción política (la ciudad como dispositivo institucional), que produce y distribuye el poder entre los grupos humanos que lo integran. Teorizando sobre la ciudad El concepto de ciudad cobra sentido en su dimensión de contraste con la realidad de la vida del campo y de la ruralidad; emerge como construcción de significación en los procesos de desarticulación o desconfiguración de la vida comunitaria propia de las realidades rurales o del campo; su articulación como agregación de individuos o de grupos humanos, aparece como respuesta a esta condición originaria o de partida y su objetivo, no claramen- 115 Julio Echeverría te evidenciado, es la de la reconfiguración de esta socialidad; es entonces que emerge la ciudad como estructura fundacional. La a-socialidad sobre la cual se funda el concepto de ciudad aparece como fenómeno recurrente el cual genera como respuesta dispositivos y mecanismos de estructuración. La ciudad está siempre en construcción, porque se despliega sobre una realidad que está en permanente diferenciación. Si la ciudad está siempre estructurándose, re creándose y re configurándose, es porque está siempre en peligro de desconfigurarse y de no cumplir con su función de estructura de socialización 1 . La socialización en la ciudad es en principio conflictiva porque en ella se alojan diversas significaciones, es un laboratorio en el cual se combinan sustancias de socialización extremamente variadas. La ciudad aparece como espacio público, en el cual se asocian o agregan los individuos en principio a-sociales o que persiguen una propia identificación diferenciada. Es esta construcción de significaciones socializantes lo que caracteriza a la ciudad como proyecto y como construcción utópica; y es esta condición la que subordina a las otras dimensiones, la ciudad como espacio de poder y como asentamiento de mercado. Una última consideración necesaria para la construcción del concepto de ciudad, tiene que ver con su historicidad; la historia de la ciudad es la historia de construcciones de sentido que se han ido condensando históricamente, y que cumplen una función de integración civilizatoria 2 ; el lenguaje, la familia, la religión, las 116 1. Los fenómenos de anomia, de inseguridad y violencia que por lo general caracterizan a la vida de las ciudades contemporáneas, pueden ser interpretados como resultantes de procesos de construcción de socialidad fallidos o en todo caso no suficientemente estructurados, desde la perspectiva de la construcción de sentido. La ciudad como estructuración de sentido hace referencia al procesamiento de su propia complejidad que se expresa como pluralidad de significaciones que coexisten en el ámbito urbano, y a sus relaciones con otras construcciones de sentido o de reducción de complejidad, como el mercado y el poder político. 2. Según la antropología funcionalista de A. Ghelen, “la inestabilidad inherente a la vida impulsiva del hombre aparece casi ilimitada […] impulsos y sentimientos que son elevados y educados compulsivamente hasta convertirse en esos refinamientos excluyentes y selectivos que llamamos civilización. Para ello ha sido preciso la acción durante siglos y milenios de El estudio de la ciudad costumbres, son instituciones que anteceden a la biografía individual de ‘cada quien’; el individuo y los grupos sociales que componen la ciudad emergen en el conjunto de estas estructuras, las cuales ejercen compulsión y condicionamiento y caracterizan la historicidad de la ciudad. El estudio de la ciudad, desde esta perspectiva teórica, debe estar en condiciones de reconocer el conjunto de significaciones o proyecciones de realización que realizan individuos y grupos o colectividades acerca del sentido de la vida en común; estas proyecciones de realización, aparecen como construcciones semánticas3 o de sentido que están orientando la acción de individuos y grupos sociales; significaciones que evolucionan y se transforman en dimensiones de realización inter-generacionales y trans-históricas. Estas configuraciones de sentido resultan de una pluralidad de proyecciones de realización que se expresan como discursividad cultural, y se producen en determinadas condiciones históricas que logran su condensación institucional y material, o que contribuyen a delinearlas. La metodología de investigación deberá estar en capacidad de relievarlas y de descubrir el entramado de relaciones que allí acontecen. instituciones de lenta formación, como el derecho, la propiedad, la familia monogámica, el trabajo definidamente repartido, instituciones que son solidas y siempre restrictivas y que no se destruyen con rapidez de un modo natural [...]”. (Ghelen 1993: 77). 3. La reproducción social humana, está mediatizada por el lenguaje, el cual no solamente aparece en su dimensión instrumental de comunicación intersubjetiva, sino como estructura semántica en la cual el actor social se constituye y reproduce. Sus proyecciones de realización, se insertan en estructuras sociales de significación previas, que el actor interioriza o modifica en el curso de sus interacciones sociales. Esta formulación, relevante para nuestro estudio, cobra cuerpo en el encuentro entre la sociología clásica de E. Durkheim y M. Weber y las distintas corrientes fenomenológicas y hermenéuticas de E. Husserl, M. Heidegger y H. G. Gadamer; sus tratamientos más puntuales en la sociología fenomenológica de T. Luckmann y A. Shutz, pero también en las últimas formulaciones de la hermenéutica histórica de R. Koselleck. 117 Julio Echeverría Si bien la historia de la ciudad es milenaria en cuanto asentamiento económico y político, su plena configuración como ‘estructura de socialización’ aparece como una creación moderna 4 . La ciudad moderna rompe con las pautas tradicionales de reproducción social que se caracterizaban por una rígida distribución de roles y de obligaciones de carácter rutinario, funcionalizadas a la reproducción de creencias religiosas y de estructuras de poder político cerradas y excluyentes. La ciudad aparece como lo opuesto a la comunidad, en ella ya no son reconocibles los rasgos de cercanía y de ‘afinidad natural’ que caracterizan a las relaciones humanas; la ciudad abre o funda una radical ambivalencia; por un lado es un espacio de socialización caracterizado por el distanciamiento y la frialdad que se da en el contacto entre extraños; por otro, instaura un espacio de libertad para el individuo porque éste ya no está sometido a la vigilancia y control que impone la comunidad cerrada. Esta ambivalencia es constitutiva de las construcciones semánticas que aparecen en el ámbito de la ciudad, siempre oscilantes entre la reivindicación de la autonomía moral que la ciudad ofrece al individuo, pero también nostálgicas frente a la intensidad vital de los lazos familiares y de las afinidades que caracterizan a las pequeñas comunidades de origen. La ciudad desarrolla un sentimiento ambivalente de reconocimiento y de empoderamiento individual, acompañado por una fuerte carga de nostalgia hacia un pasado imaginario o real que se lo reconoce como más autentico. 4. 118 En sociedades arcaicas o tradicionales los procesos de socialización estaban fuertemente subordinados a las necesidades del culto religioso o a las de reproducción de redes de parentesco sobre las cuales se fundaban estructuras jerárquicas de status y de dominación; solamente en la modernidad la socialización resulta de lógicas de interacción comunicativa entre individuos poseedores de una propia autonomía moral; la socialización que acontece en la ciudad moderna ha logrado emanciparse de esas estructuras de significación previas, sin que estas hayan necesariamente desaparecido; en muchos casos se mantienen, pero ahora subordinadas a la estructura de emancipación moderna sustentada sobre la ฀interacción comunicativa entre individuos poseedores de una propia autonomía moral’ (Cf. Echeverría, J. Ensayo sobre la política moderna, Quito, 2017.). El estudio de la ciudad La ciudad moderna es el espacio de afirmación del individuo en la colectividad, una condición de complejidad y de artificialidad convencional, que contrasta con las adscripciones ‘naturales’ de tipo comunitario donde creencias y prácticas colectivas impedían la emergencia de una propia autonomía moral para los individuos. La ciudad es el espacio para esta construcción; el individuo moderno solamente puede constituirse en el contacto con los otros, los cuales son percibidos como extraños, porque ya no pertenecen necesariamente a una misma comunidad de valores, de creencias y de prácticas culturales. Sin embargo, ‘los otros’ son condición para la realización del individuo moderno, de esta permanente confrontación emerge lo que caracteriza a la ciudad como espacio de socialización. La autonomía moral del individuo no supone la autoexclusión o el aislamiento en los procesos de socialización sino una construcción de sentido de mayor complejidad o ‘densidad moral’, como lo afirmaría E. Durkheim, la cual trabaja sobre el reconocimiento de ‘los otros’ en su legitima capacidad de significación y de proyección de sentido; una construcción de socialidad que aparece como ‘estructura de emancipación’, y que está vinculada a la idea de la generalización de los derechos de ciudadanía. La ciudad moderna construye su utopía como estructura de emancipación para los individuos y los grupos que en ella habitan, la cual resulta de un largo proceso de evolución civilizatoria. La ciudad está siempre construyéndose, estructurándose en fases o ciclos temporales que caracterizan su historicidad; aparece bajo la figura de pliegues de sentido que se configuran en distintos momentos o fases históricas y que se materializan en construcciones, en dispositivos, en lógicas de urbanización que se van superponiendo, sometidas a un principio de innovación que muchas veces las condena al olvido o a su disfuncionalidad. Esta caracterización nos permite establecer una fundamental diferenciación entre lo que es la ciudad como construcción trans-generacional de largas temporalidades, disonante en su configuración 119 Julio Echeverría socio-histórica, y lo urbano como intento deliberado de estructuración que obedece por lo general a respuestas funcionales de ordenamiento. Si bien la historia del urbanismo acompaña a la historia de la ciudad, es en la modernidad cuando el urbanismo logra su más clara especificación funcional, este aparece como respuesta de índole constructivista a una condición social que se caracteriza por la extrema secularización donde ya no existen o se han debilitado las construcciones cultuales y religiosas que caracterizaban a la ciudad arcaica y tradicional. Para la sociología urbana y la antropología cultural, la vida rural comunitaria aparece caracterizada por una lógica circular de reiteración de normas y valores que es resistente a la innovación; en su base, se encuentran estructuras de parentesco cimentadas por fuertes creencias religiosas y por rituales que disciplinan los espacios de la vida cotidiana. La ciudad establece una ruptura con esta condición de articulación y de socialidad propia de la comunidad; sin embargo, es una ruptura que no elimina o anula los rasgos semánticos de los cuales proviene, sino que los debilita o transforma; la ciudad en sus inicios aparece como un efecto de ‘juntar casas’, en las cuales se alojan una diversidad de actores de distinta proveniencia comunitaria. Están aquí seguramente las bases de la conformación del barrio moderno como célula urbana de la ciudad, el cual aparece como delimitación territorial que acoge, en muchos casos, a individuos provenientes de similares comunidades de origen y que mantiene, si bien debilitados, señales o referencias cultuales de carácter comunitario; sus integrantes ‘originarios’, así como los ‘nuevos vecinos o allegados’, identifican al barrio como su propio espacio territorial en el cual se desarrollan relaciones de vecindad y de conocimiento fundados sobre la reciprocidad y la confianza mutua. 120 Aquí la idea de territorialidad aparece como pertenencia o adscripción al lugar de asentamiento en la ciudad, una condición que El estudio de la ciudad es fuente de identidad, y que está fuertemente vinculada a la idea de demarcación e identificación por origen o adscripción; se nace en un determinado territorio o se llega a él y se lo hace suyo; el territorio es espacio de seguridad para el incremento de las posibilidades reproductivas del individuo y del grupo, es también demarcación de propios y extraños. Esta derivación propiamente urbana de conformación del espacio urbano, camina paralelamente a la configuración de la territorialidad del Estado y a la idea de la patria como lugar de origen y de acogida; se pertenece al suelo patrio, se nace en él, e incluso se está dispuesto a morir por él; el territorio es fuente de identidad y de adscripción y está en la base del sentimiento patriótico y nacionalista, al punto de justificar insoportables exclusiones hacia aquellos que no pertenecen a él; la defensa del territorio y la referencia simbólica a él es fuente originaria de la identidad política estatal, al punto que no es concebible la idea del Estado sin una clara delimitación de sus fronteras, las cuales separan a ‘propios’ y ฀extraños฀. Sin embargo, la territorialidad del Estado, no es la misma que la territorialidad de la ciudad. ¿Cuál es la relación de la ciudad con el territorio? La ciudad está también atravesada por el sentido de territorialidad, pero lo está de una manera diferente respecto tanto de la concepción de territorialidad propia de la pertenencia arcaica o comunitaria, así como de la adscripción a la forma abstracta de la territorialidad estatal, que se funda sobre el sentimiento de pertenencia patriótico. La ciudad es un asentamiento poblacional construido de extraños o de individuos o grupos de distinta proveniencia, los cuales traen consigo la marca de la territorialidad de origen, pero deben compartirla o intercambiarla en un espacio de pertenencia abstracto que es el de la ciudadanía y del mercado urbano; el territorio de la ciudad moderna es maleable, siempre en crecimiento, sus fronteras no son claramente delimitables como lo eran las ciudades amuralladas imperiales y medievales o como son las fronteras de los estados nacionales. Las concepciones arcaicas y tradicionales acerca del territorio se modifican en el contexto de 121 Julio Echeverría la urbanización moderna; el territorio en la ciudad es en principio delimitado y delimitable ad infinitum; en el contexto de la modernidad alcanzará su máxima especificación funcional; el territorio urbano es una construcción abstracta altamente intercambiable al punto de convertirse en materia maleable para la planificación y el control urbanístico. La ciudad y su proyección cosmopolita desafía la creencia ancestral sobre la ‘supuesta naturaleza territorial’ de la humanidad, y plantea nuevas fuentes de pertenencia, de adscripción y de identidad a valores abstractos de convivencia centrados en la interiorización de los derechos fundamentales, como nueva territorialidad virtual que protege y refuerza las interacciones subjetivas. La ciudad aparece como agregación de extraños portadores de significaciones diferenciadas y, en muchos casos, divergentes y conflictivas, una composición que deberá ser canalizada y ordenada, esto es, ‘urbanizada’. La urbanización asume desde entonces dos significaciones, la de la construcción civilizatoria del ‘buen trato’ entre diferentes, y la de la estructuración urbana como planificación del territorio. En el un caso, la pertenencia a la ciudad es el compartir una condición cultural de vecinazgo o cercanía, que poco tiene de natural y si mucho de contingencia y convencionalidad; la vida de la ciudad es la vida del buen trato como cultura de convivencia entre extraños y diferentes; la ciudad es, desde este punto de vista, germen de vida democrática y de cosmopolitismo que desborda o tiende permanentemente a desbordar las delimitaciones cerradas de la estatalidad y la nacionalidad5. En el otro caso, la urbanización de la ciudad traduce o porta consigo una racionalidad no finalista, sino operativa y apunta a realizar este cometido constructivista, artificial y abstracto que se despliega sobre la diferenciación constitutiva de la ciudad. 122 5. Cf. Bilbeny, Norbert 2007 La identidad Cosmopolita (Barcelona: Kairós). El estudio de la ciudad La ciudad urbanizada aparece sobre esta base de abstracción material y simbólica, como referencia para la realización de los derechos fundamentales, como espacio para la efectiva concreción de las distintas proyecciones de realización de los actores que la componen. La planificación urbana encuentra aquí su más alto desafío. Lo concéntrico, lo lineal, lo disperso La historia del urbanismo es la de un largo proceso evolutivo. Existe un momento previo a la construcción de la ciudad urbanizada, que aparece como paradigma de la idea de ciudad, una especie de prolongación del campo; su lógica se presenta espontánea, y repite la construcción a escala ampliada de los mismos escenarios rituales de socialización; el patio de la casa o de la hacienda que se convierte en plaza pública; la iglesia y el palacio secular como sede de los poderes religioso y político. Una proyección de la tradición que quiere reproducirse ad infinitum mediante lógicas circulares de concentración. Estos espacios se ordenan en relación a un centro, el cual se convierte en el territorio ceremonial y burocratizado que reproduce creencias y tradiciones; este espacio define la idea de periferia o margen; la expansión de la ciudad se da como estructuración de círculos concéntricos o cuadriculares que incluyen diferenciadamente al campo y a los actores rurales que migran e ingresan a la ciudad. Estos se integran a espacios territoriales ya previamente constituidos bajo forma de barrios, los cuales reproducen esta lógica de centralización; en ciertos casos, la expansión urbana integra a pequeños pueblos, lo que se conoce como proceso de conurbación. Sin embargo, la diferenciación trabaja bajo una tensión de desborde de las lógicas de concentración o acentramiento, la modernización de la ciudad suplanta este modelo concéntrico de agregación por un modelo lineal. H. Hoyt ponía en claro ya en 1932 123 Julio Echeverría la modificación de este modelo de urbanización de carácter concéntrico, “las viejas fajas circulares se ‘partían’ en algunos puntos para dar vida a sectores de diversa amplitud y profundidad, que desde el polo central se alargaban hacia el exterior rebasando en algunos casos los mismos límites periféricos” (Hoyt, 1937 en Guidicini, 1971); se trataba ya de una operación constructivista o de racionalización de tipo funcional, generalmente vinculado a necesidades de expansión de distritos industriales, o de ocupación residencial pero que ya no respondían o mantenían vínculos con los centros rituales y burocráticos; en muchos casos estos tipos de desarrollo se daban como fuga o alejamiento de estas instancias y rompían con la lógica concéntrica inicial. La modernización del espacio urbano acontece como racionalización del diseño urbano y responde a la necesidad de vincular ámbitos cada vez más diferenciados desde una perspectiva funcional; es esta lógica la que genera la idea de estructura urbana. La planificación urbana será desde entonces más vulnerable a los ciclos económicos, las fajas periféricas acogerán también a sectores o categorías sociales menos acomodadas, las periferias pueden convertirse también en ‘bolsones de pobreza’. Es la lógica de ciclos económicos y políticos cada vez más inestables la que genera diferenciación y produce concentraciones urbanas necesitadas de estructuración; la diferenciación en muchos casos refuerza la exclusión y la segregación y los excluidos a su vez, generan identidad propia o lógicas propias de construcción de territorialidades; la socialidad tiende a ser vista bajo imágenes o imaginarios de protección y de seguridad o de impugnación y contestación. 124 El desarrollo urbano está vinculado estrechamente al destino de la ciudad como asentamiento de mercado; los ciclos económicos son responsables, en muchos casos de las lógicas de movilidad y de los asentamientos poblacionales; el desarrollo de la ciudad dependerá en mucho de la política económica del Estado y difícilmente logrará independizarse o autonomizarse de la influencia El estudio de la ciudad de la política económica nacional; la economía urbana funciona como un sistema articulado que depende de su ambiente o entorno, de la economía rural, la cual permite la subsistencia y el aprovisionamiento de mercancías; de igual forma la economía urbana deberá garantizar la estabilidad y el desarrollo de las actividades de industriales y comerciantes; de esta capacidad en mucho definida por la política administrativa y regulatoria de las instancias de gobierno de la ciudad, dependerá la capacidad de la política fiscal para producir y entregar los servicios que el crecimiento urbano requiere de manera cada vez más creciente. La economía urbana y la política económica de la ciudad son fundamentales en cuanto generan las condiciones del desarrollo urbano en un proceso de creciente complejización. La movilidad urbana comienza a ser vista como articulación de vías que conectan y separan a flujos de población a los cuales se les debe otorgar adecuadas condiciones de circulación; la circulación aparece como posibilidad de conexión-desconexión entre mercados, actividades productivas, espacios para el ocio y el entretenimiento, lugares de socialización 6 . La socialización requiere de espacios públicos de encuentro de los individuos aislados; la plaza pública que inicialmente fue construida con este fin y que reproducía la idea de concentración o de centralidad es, si no sustituida, si acompañada por otros espacios que apuntan al mismo fin y que compiten con ella; la calle muchas veces se presta más para el encuentro cotidiano, o los espacios semi-públicos como el bar, el centro comercial, la discoteca, el restaurante. Este modelo de ciudad urbanizada aparece como proyecto nunca definitivamente acabado, siempre en construcción y reconstrucción, sigue la lógica de la diferenciación que destruye y recrea 6. La abstracción de la espacialidad territorial, la conexión entre espacios diferenciados, la fluidez de las comunicaciones entre estos, es el principio cardinal sobre el cual trabaja el constructivismo urbanista; la urbanización aparece como un “proceso consistente en integrar crecientemente la movilidad espacial en la vida cotidiana, hasta un punto en que esta queda vertebrada por aquella” (Remy y Voye, 1992: 14) 125 Julio Echeverría espacios de acuerdo a los ciclos económicos, los cuales generan pluralidad de lógicas de asentamiento, de desastres y disfuncionalidades articuladas por secuencias temporales que no coinciden necesariamente; la imagen de la ciudad en proceso de urbanización tiende a ser la imagen de la ciudad caotizada; la planificación o llega con retraso al crecimiento de la ciudad, o superpone proyecciones que no necesariamente responden a los procesos efectivos que son altamente cambiantes; a momentos parece antecederla o programarla, pero sus efectos son más fuertes y la planificación termina casi siempre por ser rebasada por la diferenciación y el crecimiento poblacional 7 . La alteridad constitutiva de la ciudad urbanizada nos remite a aquello que desde la antropología cultural se denomina como ‘cultura urbana’, o sea a las distintas significaciones o construcciones de sentido que componen el entramado social de la ciudad; la diferenciación aparece aquí como confluencia de lógicas autorreferenciales que pugnan por consolidar su identidad en espacios plurales, por actualizarse y perennizarse como posibilidades de socialización; posibilidades que pueden abrirse o cerrarse en sus proyecciones comunicativas y de realización. En la ciudad urbanizada están siempre presentes procesos de socialización que emergen y desaparecen, que se actualizan en muchos casos definiendo espacios de realización o territorios que quieren ser inexpugnables a los otros; en muchos casos estas delimitaciones están cruzadas por determinaciones clasistas de carácter socioeconómico, o por adscripciones políticas, pero 7. 126 La urbanización da forma y estructura las condiciones de diferenciación que caracterizan al desarrollo urbano intentando detener su amenaza de desborde; al hacerlo genera nuevas condiciones de diferenciación que requerirán de ulteriores dispositivos de planificación y estructuración; el desarrollo urbanístico parecería ser congruente con la visión luhmanniana de ‘reducción de complejidad con más complejidad’; el fenómeno lo resalta también Delgado, “[…] las relaciones urbanas son, en efecto, estructuras estructurantes, puesto que proveen de un principio de vertebración, pero no aparecen estructuradas –esto es concluidas, rematadas-, sino estructurándose, en el sentido de estar elaborando y reelaborando constantemente sus definiciones y sus propiedades […]” (Delgado, 1999: 25). El estudio de la ciudad siempre remiten a construcciones semánticas donde lo que está en juego es el sentido de la vida cotidiana; la reivindicación del derecho a ser parte de la colectividad, al tiempo que la reivindicación a la propia alteridad individual o de grupo. La ciudad urbanizada, es una ‘red de redes’ en las que se agregan los actores de la ciudad por afinidades o colusiones de acciones, o actividades en las cuales se encuentran cada vez más involucrados y condicionados. Redes vecinales, deportivas, profesionales, clientelares, en las cuales acontecen los procesos de socialización; un actor puede transitar de una a otra de estas redes; sus comportamientos se modificaran de acuerdo al posicionamiento situacional en el que circunstancialmente se encuentre 8 . Se trata en muchos casos de la activación de comportamientos rutinarios, de jergas o lenguajes que se producen y circulan en el mundo de la vida cotidiana y que prestan o dotan de seguridad a las relaciones del día a día. Las estructuras de sentido que se han condensado históricamente, y que muchas veces aparecen como ‘memoria’ o referencia simbólica cargada de señales y de claves o índices para el comportamiento social, se entrecruzan o son leídas desde puntos de observación diferenciados, pero que muchas veces coinciden o confluyen en un mismo actor de la ciudad. Es sobre estos pliegues reticulares que intervienen las construcciones semánticas acerca de la ciudad, intervienen sobre una estructura plural de producción de significaciones que emerge en distintos contextos situacionales y que a una primera observación presenta un cuadro extremadamente heterogéneo, una configuración difusa y no aferrable en la que la ciudad se hace y se deshace permanentemente; los perfiles humanos de la ciudad son 8. Sin duda el autor que desde la sociología urbana a reflexionado más sobre este fenómeno es M. Castells. Cf. Catells, Manuel 1971 La Sociedad Red, y Problemas de investigación en sociología urbana (Madrid: S XXI). 127 Julio Echeverría perfiles relacionales, hechos de estructuraciones provisionales, en muchos casos contingentes y anónimas. 128 LA CIUDAD CONCENTRICA LA CIUDAD LINEAL LA CIUDAD DISPERSA Aparece como paradigma de la idea de ciudad, una especie de prolongación del campo; su lógica se presenta espontánea, y repite la construcción a escala ampliada de escenarios rituales de socialización vinculados al culto religioso y a la construcción del poder; la plaza, la iglesia, como centro del cual se irradian lógicas concéntricas […] el barrio como célula de la ciudad que reproduce estas lógicas en escala reducida. Debilita los vínculos con los centros rituales y burocráticos; las viejas fajas circulares se ‘parten’ en algunos puntos, […] desde el polo central se alargan hacia el exterior rebasando los límites periféricos […] una operación constructivista funcional, vinculada a necesidades de expansión de distritos industriales, o de ocupación residencial […] se dan como fuga o alejamiento del centro y rompen con la lógica concéntrica inicial. La lógica de inestabilidad y diferenciación de los ciclos económicos propios de la modernización, la inestabilidad de los ciclos políticos y su escasa insstitucionalización en la planificación y generación de conociemiento, produce distintos polos de agregación o centralidades […] una nueva lógica de dispersión centrifuga aparece para condicionar las lógicas de la urbanización. Cada vez más la idea de la ciudad concéntrica o centrada, tiende a difuminarse; igual acontece con la ciudad lineal racionalizada El estudio de la ciudad en términos funcionales, la ciudad de la modernización industrialista; la lógica de inestabilidad y diferenciación de los ciclos económicos tiende a generar distintas centralidades o polos de agregación que no necesariamente responden a lógicas funcionales, a procesos económicos o productivos que los jalonen o los dinamicen, una nueva lógica de dispersión centrifuga aparece para condicionar las lógicas de urbanización. Esta nueva dinámica de la urbanización modifica radicalmente el paisaje urbano, los íconos identificatorios de la ciudad concéntrica tradicional, tienden a recluirse en la memoria histórica y ésta tiende a debilitar sus señales de identificación. Toda ciudad se ha construido sobre la base de íconos monumentales, a la manera de tótems, que producen identificación a actores que están allí reunidos no por propia decisión ni elección, sino, muchas veces, por pura compulsión reproductiva, material, económica. Los íconos citadinos están allí en los espacios públicos y estos no son otra cosa que lugares de nadie y de todos, espacios abstractos en los que se concentra la tensión identificatoria que emerge como necesidad simbólica de integración en la vida de la ciudad. Son estos espacios los que muchas veces fueron escenarios para las grandes concentraciones masivas, escenarios para la representación política de las masas, momentos de concentración de la politicidad de actores, gracias a los cuales estos prueban que es posible incidir políticamente en la historia o al menos creer que ello es posible 9 . Si los espacios de socialización se han urbanizado en extremo, lo que queda para la socialización en las sociedades complejas es 9. Hasta antes del advenimiento de los medios masivos de comunicación, en particular de la televisión, la plaza pública era el espacio primordial de la representación política, ahora, su relevancia se ha recortado sustancialmente y tiende a transformarse en lugar para la concentración de los flujos turísticos, y por ello, cada vez más estos espacios tienden a ser tratados como vitrinas, o lugares para la observación no comprometida. 129 Julio Echeverría lo que se ha dado en denominar como ‘espacios intersticiales’ 10 , aquellos espacios o ‘territorios de transición฀ que conectan a los habitantes de la ciudad en sus flujos cotidianos, en su movilidad creciente. La ciudad compleja, de la dispersión y de la desconcentración, la ciudad metropolitana, es aquella que se ha descentrado sobremanera y en donde toda lógica de planificación ordenada y armónica ha sido rebasada por las mismas características de la inestabilidad de los ciclos económicos, por las lógicas de innovación tecnológica, que reubican las relaciones entre espacios urbanos y lógicas productivas. Al desconfigurarse la lógica de la planificación urbana, la ciudad se ‘desterritorializa’ en el sentido de que los espacios de la reproducción económica y material se difuminan; la fábrica ya no es el centro de las actividades productivas, la economía informal, las migraciones crecientes y las presiones demográficas tienden a `homogenizar en su diferenciación฀ la vida de la ciudad; los actores que antes se encontraban en las periferias o en la ’marginalidad’, ahora circulan por todo el entramado urbano; sus espacios de concentración están relacionados con los mercados, con el comercio de la informalidad, con las universidades que también se multiplican en cantidad de ofertas formativas y disciplinarias, acordes con la fragmentación y flexibilización productiva que tiende a generalizarse. La complejización de la vida en la ciudad al desterritorializar y descentrar los espacios de socialización que antes habían tenido vigencia (la plaza pública, el barrio, la tienda o almacén de comestibles, el cine de barrio), tiende ahora a re-concentrar la socialización en torno a actividades comerciales y de consumo; 10. 130 La afirmación es de J. Remy “[…] para aludir a espacios y tiempos “neutros”, ubicados con frecuencia en los centros urbanos, no asociados a actividades precisas, poco o nada definidos, disponibles para que en ellos se produzca lo que es a un mismo tiempo lo más esencial y lo más trivial de la vida ciudadana: una sociabilidad que no es más que una masa de altos, aceleraciones, contactos ocasionales altamente diversificados, conflictos, inconsecuencias” (Remy, 1988 en Delgado, 1999: 37). El estudio de la ciudad los espacios del consumo y del disfrute tienden a concentrarse en grandes construcciones diseñadas deliberadamente con ese objeto, la ciudad mall, rediseña el trazado urbano en función de la concentración de lógicas de mercado que combinan el consumo con el disfrute y la distracción, las cuales se presentan como fortalezas blindadas frente a la inseguridad y a la contaminación visual y auditiva de la ciudad, nuevos espacios o territorios construidos deliberadamente para promover la socialización ciudadana. Lo que la ciudad compleja anuncia es la desconexión entre espacio urbano y significación cultural o estructura semántica, al menos como esta había sido concebida por la ciudad concéntrica y lineal; esta relación ha perdido su carácter fundante, la organización territorial de la ciudad, sus sitios, sus lugares, si bien ya no son significativos per sé, en cuanto ya no son símbolos que ordenan la convivencia ciudadana, aparecen como depositarios de la memoria histórica; como señales del pasado que orientan las continuidades transgeneracionales de la vida de la ciudad. La ‘recuperación del centro histórico’, su constitución como ‘patrimonio histórico’, puede ser leído como operación cultural de enfrentamiento crítico a este fenómeno recurrente en las ciudades ‘policentricas’ o ‘dispersas’, de desconexión creciente entre los espacios urbanos y su significación cultural o semántica. Las lógicas de descentramiento de lo urbano obedecen a múltiples determinaciones; las inestabilidades de los ciclos económicos y políticos desconfiguran los perfiles productivos y ocupacionales obligándolos a la flexibilidad ocupacional y en muchos casos a la precarización del empleo; la emergencia de tecnologías de comunicación que fundan mundos virtuales donde es posible el encuentro social sin renunciar a la privacidad y a la intimidad, el trabajo ya no sujeto a la tiranía de la medición del tiempo de la vida cotidiana; nuevas lógicas que desconfiguran los tiempos y los espacios tradicionales del trabajo y la productividad. Las estructuras de socialización y de sentido ya no están atadas a los lugares de trabajo; estos tienden a multiplicarse deslocalizán- 131 Julio Echeverría dose, los tiempos se alargan y se fluidifican, las condiciones del disfrute se vuelven cada vez más abstractas y superan no solo las delimitaciones urbanas de la ciudad, sino que se proyectan hacia redes comunicacionales que rebasan las fronteras nacionales; el mundo global es el mundo de la difuminación fenomenológica de proyecciones semánticas que se alimentan de connotaciones diversas y cuya caracterización cae dentro del llamado mundo multicultural, una caracterización cada vez mas imprecisa, porque esconde bajo la idea de la permanencia de constructos culturales inmodificables o inmunes a la contaminación, la realidad de la profunda segmentación e hibridación de significaciones y de elementos, espontáneamente extrapolables de los códigos, un día concebidos como cerrados, de las distintas culturas locales o culturas de origen. De la teoría a la metodología: aglomeración, dispersión Si abordamos el estudio de las ciudades como sistemas complejos, observaremos que estas resultan de largos procesos evolutivos en los cuales se incorporan elementos o hechos urbanos o construcciones de sentido. La historia de las ciudades es la de esta dinámica estructurante; la arquitectura de la ciudad documenta esta lógica de adaptación de los aglomerados urbanos en la compleja morfología del territorio natural. 132 Se trata de procesos adaptativos de carácter espontáneo, en los cuales es factible reconocer marcas de sentido que dan cuenta de la lógica de la aglomeración que caracteriza a toda configuración urbana; íconos monumentales que pueden ser edificaciones, las cuales funcionan como atractores; vías de comunicación que fungen como conectores de movilidad humana, definen estructuras que conducen a realizar el principio de aglomeración. Sin embargo, la aglomeración convive con su opuesto que es la dispersión, ambas lógicas ponen en juego el principio de retroalimentación. La aglomeración se incrementa al punto de producir dispersión, la dispersión se anula generando nuevos procesos de aglome- El estudio de la ciudad ración, la ciudad está permanentemente diferenciándose. Las preguntas que surgen entonces, son las siguientes: ¿qué está en juego en esta dinámica compleja de la aglomeración-dispersión?, ¿qué tipo de oposición es la que se establece en esta dinámica de diferenciación y cómo puede ser conocida e investigada? Si observamos las características de esta lógica contradictoria advertimos que es imposible pensar una fuera de la otra, así como es difícil afirmar cuál de ellas está en el inicio, la dispersión o la aglomeración. La aglomeración está implícita en el concepto de lugar como espacio del asentamiento; la configuración del lugar supone operaciones selectivas realizadas por grupos humanos en función de las limitaciones u obstáculos que pone el ambiente natural. Sin embargo, la operación selectiva no solamente responde a la reproducción material, esto es, a la calidad del clima, a la configuración del territorio, a sus condiciones morfológicas, sino a procesos de significación que los humanos proyectan sobre esas estructuras materiales y que tienen que ver con la representación del estado de las interacciones sociales entre grupos y actores sobre las significaciones que estos construyen; una compleja simbiosis propia de los procesos adaptativos; entre significaciones y morfología natural, se define el carácter material e inmaterial que caracteriza a los hechos urbanos (Cf. A Rossi, 2016; S Settis, 2017). El conocimiento de la ciudad está obligado a observar esta lógica, reconocerla, caracterizarla, sistematizarla, para luego intervenir tratando de satisfacer o responder tanto a las pulsiones de aglomeración como a las pulsiones de dispersión; los modelos de ciudad, concéntrica, lineal y dispersa, están atravesados por esta lógica, el conocimiento retroalimenta este principio constitutivo que emerge en ambas condiciones, lo vuelve una operación reflexiva con funciones de control y de gobierno. Sobre la base de estos presupuestos se realiza el principio de sostenibilidad, el cual, desde la perspectiva que estamos adoptando, puede ser caracterizado como el incremento de la idoneidad constitutiva de los hechos urbanos y del sistema urbano como su resultante. 133 Julio Echeverría La investigación urbanística registra, describe e interviene en el conjunto de significaciones que están configurando las estructuras del sistema urbano; estas operaciones de conocimiento retroalimentan, a su vez, el mundo de las significaciones, la reflexividad cognoscitiva interviene sobre ellas y configura nuevas estructuras. La reflexividad cognoscitiva retroalimenta la estructuración espontánea de los hechos urbanos. La arquitectura sigue este proceso en cuanto operación generadora de la forma urbana; puede ser vista como aquella que diseña el proceso adaptativo, implicado en esta tensión contradictoria y lo hace como estética de la forma, como realización representativa de estas pulsiones que están inscritas en las dinámicas socializadoras propias de los hechos urbanos. La arquitectura opera, instrumenta los procesos de estructuración espontánea, en cuanto configura la forma desde la perspectiva de la realización humana; la arquitectura es, desde esta perspectiva, inteligencia pragmática del proceso de estructuración, pero es también configuradora de la operación estética del principio de estructuración. Realiza por tanto una doble operación hermenéutica y configuradora de la forma urbana. 134 La proyección de sentido que se construye a través de estas operaciones y se expresa como forma arquitectónica, trabaja con las significaciones adaptativas en dos grados o dimensiones: una, de carácter espontáneo, más sujeta a la determinación de la morfología natural material; la otra, mediante abstracciones en las cuales entra en juego la semántica de la significación adscrita al lugar, la función de realización referida a ella y la solución funcional, como respuesta al condicionamiento reproductivo que es de orden material y económico. El estudio de los hechos urbanos y de su configuración sistémica deberá afrontar, como su objeto de indagación, el proceso de estructuración urbana como dinámica adaptativa que es interna a la misma configuración subjetiva del sistema así como a su ambiente o entorno natural; las significaciones son señales de sentido recurrentes; éstas se traducen en estructuras urbanas, cuando se adaptan a la morfología del territorio y se convierten en trazado urbano. El estudio de la ciudad Sistema y ciudad La lógica aglomeración/dispersión hace referencia al principio de ordenamiento propio de los hechos urbanos y define flujos de circulación o de conexión entre centros o nodos. Cada modelo de ciudad configurara de distinta forma estas relaciones. Cada punto de fuga, tiende a configurarse como centro, como agregación de significaciones que resultan de operaciones selectivas, que producen a su vez periferias y segregaciones; al ser una operación selectiva, necesariamente excluye otras posibilidades de resolver el principio de aglomeración. Estas formas alternas se configuran como posibilidades que se proyectan hacia otras ocupaciones del espacio, hacia otras dimensiones de estructuración. Los flujos de circulación que caracterizan a los hechos urbanos permiten reconocer los parámetros de cambio y de desarrollo de la ciudad. Al interior de cada centro hay flujos y conectores que son vías de comunicación, la comunicación aparece como el elemento fundamental de conexión entre estas dinámicas de la dispersión y aglomeración. El sistema urbano está compuesto por centros o centralidades que son simbólicas y materiales y que se conectan mediante vías de comunicación. Al observar el plano de una ciudad se evidencia la importancia de las vías como conectores de las estructuras urbanas, la red comunicacional de vías y de medios se configura como una mega estructura, emulando la imagen de una verdadera red neuronal; la investigación urbana conoce no solamente el hecho urbano bajo la figura de la aglomeración sino la compleja estructura de comunicaciones que intercorre entre centralidades o aglomeraciones diferenciadas. La arquitectura de la ciudad se nos presenta como una compleja trama de articulaciones entre estructuras diferenciadas, que se conectan configurando verdaderas redes neuronales dispuestas a lograr adecuadas sinapsis; estructuras que ponen en juego el principio simbiótico de adaptación. 135 Julio Echeverría Diferenciación y segregación La lógica aglomeración/dispersión supone la construcción de lo urbano en tanto proceso selectivo y es entendida desde el paradigma sistémico tradicional como parte del proceso de articulación todo/partes; el sistema persigue una perfecta articulación donde las contradicciones aparecen como ‘errores lógicos’ que tienen que ser excluidos. Sin embargo, la idea de que la realidad debe presuponerse como ‘libre de contradicciones’, es una falacia que tiene serias consecuencias (Luhmann, 1998): la vida social que está en la base de los hechos urbanos es generadora de diferenciación, su misma configuración derivada de los procesos de secularización presenta la figura de la dispersión como una tensión inmanente al desarrollo urbano; lo social es carga de posibilidades; el sistema, al menos en su forma tradicional, regido por el principio todo/partes, tiende a prescindir de significaciones alternas; la misma lógica de la aglomeración lo ‘pone en claro’, la afirmación de ciertos elementos solo es posible en tanto la operación selectiva deje por fuera otras proyecciones de sentido. 136 La integración de las partes en una totalidad es, al mismo tiempo, adaptación de esa totalidad con su entorno o ambiente. La adaptación supone, por tanto, su auto clausura; aquí entra en juego el paradigma de la autopoiesis o autobservación, ésta es necesaria para regresar al ambiente como respuesta adaptativa. Los procesos de diferenciación que están ‘animando’ la lógica de la urbanización suponen la estructuración de estas dinámicas selectivas y excluyentes. La auto clausura es fundamental tanto como generadora de identidad en el proceso de aglomeración, así como proyección articuladora y adaptativa con el ambiente al cual reconoce en su diferenciación (Luhmann, 1998); el sistema urbano reconoce en toda aglomeración la existencia de otras posibilidades de agregación; el ambiente propio de los hechos urbanos conjuga esta dinámica cuando proyecta sobre la realidad su estrategia de conocimiento como operación selectiva. Solo esta puede permitir que la adaptación con el ambiente apunte en El estudio de la ciudad dirección de la simbiosis, esto es, una adecuada articulación de lo humano con lo natural, y un adecuado reconocimiento de la complejidad de esta interacción. Bajo estas premisas sistémicas, los procesos reflexivos y de conocimiento pueden incrementar la idoneidad constitutiva de lo urbano, en cuanto éste logra una adaptación ambiental sostenible. El principio de sostenibilidad se conjuga aquí con aquel que apunta al incremento de la idoneidad constitutiva de los hechos urbanos. 11 Pero no todo marcha como la proyección sistémica proyecta en su búsqueda de sostenibilidad; la complejidad del proceso urbano tiende a rebasar las posibilidades de contención que las dinámicas sistémicas ofrecen; la complejidad urbana tiende a alimentarse de esta dificultad por reconocer los procesos de estructuración, como productores de posibilidades alternas; solamente la conjunción de procesos cognitivos soportados por procedimientos de conocimiento adecuadamente institucionalizados puede contribuir a detectar esta complejidad y a reducirla (Luhmann, 1998). Si partimos del paradigma sistémico de la auto referencia, la constitución de sentido emerge como reconocimiento de la posibilidad alterna; la operación autoreferente del sistema permite reconocer esta lógica de diferenciación como elemento constituyente de los procesos adaptativos y de las propias dinámicas internas de estructuración que caracterizan a la aglomeración; solo la reflexividad cognitiva del hecho urbano, soportado por procesos de conocimiento e investigación mediante metodologías afinadas, puede contribuir a la construcción del principio de institucionalización; solo la lógica de la diferencia puede reconocer esta paradoja y realizarla como ‘estabilización perentoria provisional’ y por tanto institucionalizarla. 11. Cf. Rossi, Aldo 2016 L’architettura della cittá (Quodlibet: Macerata). 137 Julio Echeverría Una mirada a la diferenciación desde esta óptica permite reconocer a esta como productora de segregación y exclusión en la configuración de los hechos urbanos; al operar estos bajo las tensiones de la aglomeración/dispersión, generan exclusión, presupone el sin sentido como posibilidad alterna, “dado que todo sentido presupone la posibilidad de su negación”. De esta argumentación, deriva la definición de la segregación como inclusión subordinada de actores y de hechos sociales (Luhmann, 1984: 328 y ss.). En tanto distribución asimétrica de grupos humanos en el territorio, la segregación puede establecerse mediante una diferenciada fenomenología: sociales, derivadas de semánticas acerca del sentido del orden y exclusión de quienes no adhieren a esa construcción de sentido; económicas, en función de lógicas de mercado y sus estrategias organizacionales al definir la espacialidad de sus estructuras, e institucionales, mediante la operación de planes de desarrollo urbano que segmentan espacios diferenciados de uso del territorio. La segregación tiende a retroalimentarse en función de estas variables y a consolidar interiorizaciones de conductas y comportamientos por actores insertos en los procesos de estructuración: sistemas y actores interactúan al punto de fusionar sus dinámicas de retroalimentación; el actor se fusiona al sistema, lo hace suyo, lo interioriza y lo promueve. 138 Distintas categorías pueden ilustrar esta fenomenología de la estructuración urbana: mientras la aglomeración se nos presenta como función de la construcción de sentido, la dispersión aparece como posibilidad alterna. Una escasa reflexividad del fenómeno urbano necesariamente está asociada a una configuración de estas funciones propias de la estructuración como dinámicas que conducen a la exclusión y a la segregación; esta última aparece como fenómeno degenerativo de la estructuración urbana, en la cual esta reduce su idoneidad constitutiva; la segregación aparece como inclusión subordinada de actores y de hechos urbanos, El estudio de la ciudad como interiorización de patologías y traumas que se derivan de una no adecuada estructuración. 12 La segregación, en tanto exclusión selectiva, es social y espacial y hace referencia al proceso por el cual estas construcciones de sentido se adaptan en el territorio. Se instaura así un fenómeno de retroalimentación donde las segregaciones sociales devienen en segregación espacial y viceversa. La conformación de modelos urbanos Como fenómeno propio de lo urbano, la segregación permite reconocer la integración de grupos así como la diferenciación de unos respecto de otros. En este panorama, la segregación presenta fases o dimensiones evolutivas, verdaderas estructuraciones que se configuran como modelos que guardan una propia identidad, y que al hacerlo permiten diferenciarlos; esta dimensión de afinidades identificatorias propias de cada modelo y diferencias entre ellos, se puede advertir mediante los fenómenos negativos que caracterizan a cada estructuración y por tanto a cada modelo. La operación modelística cumple una función altamente relevante en cuanto emula la operación selectiva que es factible reconocer mediante los procesos de segregación o exclusión. El modelo aísla elementos o significaciones que configuran las estructuras urbanas; los hechos urbanos aparecen desde la perspectiva del modelo, como compuestos de significaciones adaptativas, como elementos que se relacionan en torno a principios ordenadores, que definen clasificaciones y jerarquías. Esta operación de diferenciación entre clasificaciones y jerarquías permite ordenar las relaciones entre los elementos y predisponer la operación teórica hacia un encuentro con la realidad empírica de la cual los modelos quieren dar cuenta y con los cuales definir nuevas configu12. Los fenómenos asociados a la violencia urbana, ponen de manifiesto las formas de estructuración patológica de los hechos urbanos; la denegación de derechos, el incremento de los índices de homicidios, suicidios, y violencia intrafamiliar y de género, lo están corroborando. Fenómenos que acusan un alto grado de recurrencia al punto de presentarse como patologías crónicas de los sistemas urbanos. 139 Julio Echeverría raciones posibles. 13 La complejidad de las interacciones sociales que configuran los hechos urbanos, la dificultad por aprehenderlas cognoscitivamente, requiere de abordajes metodológicos combinados, instrumentos cuantitativos de recolección de datos, aprestamientos cualitativos dispuestos a la comprensión de las significaciones sociales, individuales y colectivas, descripción urbanística de los mismos mediante levantamientos cartográficos que describen las modificaciones de la morfología natural y las configuraciones del paisaje urbano. 14 Los modelos deben ser simples en cuanto aislan elementos de la realidad que se configuran como estructuras de significación, resaltan mas que detalles elementos caracterizantes, los cuales no pueden ocultarse por la infinitud de posibilidades y de variaciones que puede ofrecer la disposicion estructural de los elementos que lo componen. 15 En el caso de las significaciones, estas parecerían estar compuestas por percepciones acerca de la 140 13. Las significaciones si bien trabajan con percepciones, encierran o procesan dimensiones utópicas acerca de las condiciones de reproducción de los hechos urbanos; el conocimiento de las percepciones es altamente complejo, porque allí están presentes no solamente estados de situación, sino proyecciones de realización, dimensiones que deben ser claramente diferenciadas mediante procesos metodológicos de construcción de conocimiento, Cf. Echeverría, Julio 2000 “Max Weber y la sociología como crítica valorativa” en Ciencias Sociales (Quito: Universidad Central del Ecuador) N° 19. 14. Cf. Schuster, Federico 2002 Filosofía y métodos de las ciencias sociales (Buenos Aires: Manantial); Bericat, Eduardo 1998 La integración de los métodos cuantitativo y cualitativo en la investigación social (Barcelona: Ariel sociología); Bourdieu, Pierre 2002 La distinción (México: Taurus). 15. Interesante al respecto la discusión sobre las características de los modelos (su simplicidad o complejidad), tal como lo resalta Gustavo D. Buzai al referirse a la formulación de L. Ford, quien los presenta en su doble caracterización, o en sus dos niveles, operacional y filosófico; “reconoce que los modelos de usos del suelo son estrictamente geográficos y muestran solamente una parte de la realidad, sin embargo, muestran una parte importante, ya que se presenta como el reflejo de diferentes tipos de relaciones socioeconómicas y demográficas” (Buzai, 2014: 98). La caracterización que presentamos en este ensayo apelaría más a lo que el autor denomina como nivel filosófico, en cuanto esta aproximación está interesada en captar las producciones de sentido y las significaciones que configuran los hechos urbanos. Desde una cierta perspectiva esta aproximación se distancia de la caracterización que realiza la geografía urbana, la cual enfatiza en los elementos propios del uso y distribución del suelo; sin embargo, la aproximación que presentamos puede potenciar la capacidad analítica y de observación al dar cuenta de las motivaciones que pre-existen o pre-determinan las modalidades de ocupación y uso del suelo. El estudio de la ciudad Estructuras y Metodologías Metodología cuantitativa Metodología cualitativa Metodología urbanística Percepciones Significaciones Estructura de sentido que configuran la morfología del paisaje urbano Hechos urbanos realidad que formulan los actores en sus concretas interacciones. Las percepciones a su vez aparecen como significaciones cuando al observarlas se percibe su proyección utópica, o reactiva, esto es, cuando están cargadas de referencias valorativas acerca de los procesos de la estructuración urbana. Como veremos más adelante la caracterización de los modelos y sus elementos caracterizantes, así como la superposición e interacción entre estos permitirá definir los procesos de interpenetración, como propios de la dinámica del sistema urbano visto en su conjunto. La articulación de los modelos urbanos respeta una lógica sistémica en su configuración, percepciones, significaciones, estructuraciones espontáneas y constructos teóricos, como categorías que permiten procesar la realidad desde la perspectiva de la generación de conocimiento. Al reconocerlos como dimensiones del proceso de estructuración, necesariamente se deberá referir a su historia y a sus transformaciones; las percepciones y significaciones están dispuestas a transformarse, si bien su característica es 141 Julio Echeverría la de persistir en el tiempo, dado que su misma constitución está signada por la necesidad de contener o canalizar los procesos del devenir histórico en el cual están las estructuras. Este es el paso o conjunción entre percepciones y significaciones. Esta lógica de resistencia y transformación está implícita en la configuración de los sistemas y de los modelos, sin embargo, la transformación y modificación de los hechos urbanos es indetenible y tiende a acelerarse en su dinámica, al punto de provocar en su evolución nuevas configuraciones o combinación de elementos sobre principios ordenadores propios. La diferenciación puede producir nuevas lógicas de ordenamiento, regidas por nuevos principios de estructuración16. Estamos en este caso frente a la superposición de principios ordenadores que pueden configurarse como modelos de referencia o de ordenamiento de elementos, percepciones y significaciones y en muchos casos frente a compenetraciones estructurales complejas. Esta superposición o compenetración de elementos y de modelos permite evidenciar las características de la transformación de las estructuras urbanas; la compactación o condensación de referentes significativos que ordenan diferenciadamente el curso de la urbanización. Las operaciones y los procedimientos de construcción de conocimiento trabajan por tanto mediante operaciones selectivas que emulan o contrastan las operaciones selectivas que actores y estructuras realizan efectivamente y gracias a los cuales el espacio urbano se configura como referente de integración o compactación de diferentes o extraños. En su forma originaria, el fenómeno de aglomeración se da en torno a construcciones de sentido; mientras que la dispersión hace referencia a resistencias frente a las estructuras de la aglomeración. Esta dinámica se aprecia ahora como configuración 16. 142 Lo que aquí denominamos como principios ordenadores puede asociarse al concepto de paradigma elaborado por T. Khun; estos no solamente reúnen aspectos significativos de la realidad que han logrado un determinado grado de estructuración, sino que al hacerlo, definen verdaderas construcciones de sentido desde las cuales se observa la realidad con fines cognoscitivos: los modelos están pues, en la realidad como estructuraciones espontáneas, pero obedecen también a significaciones que se proyectan desde el actor a la realidad empírica; en esta instancia el papel de la ciencia en cuato operación de significación reflexiva que se proyecta sobre las significaciones espontaneas es central y fundamental. (Khun, 2013) El estudio de la ciudad estructural de modelos que interactúan en el proceso más amplio de estructuración urbana. La fenomenología de los modelos urbanos El reconocimiento de los procesos segregativos nos permite caracterizar diversas lógicas que animan la configuración de los modelos de ciudad, caracterizados bajo las figuras de lo concéntrico, lo lineal y lo disperso; cada modelo es posedor de un principio de estructuración, y en la realidad estos se encuentran sobrepuestos e interpenetrados. En la lógica concéntrica predomina la segregación social sobre la espacial; en el espacio urbano conviven grupos diferenciados, si bien bajo lógicas de subordinación-adscripción; las migraciones étnicas comparten estas modalidades de segregación y tienden a reproducirlas en sus dinámicas de estructuración. En la lógica lineal, en cambio, se produce una tajante segregación espacial y social de acuerdo a la disposición capitalista del espacio; las áreas o zonas de la producción industrial se diferencian de las zonas residenciales y ocupan espacios cuya conexión es pensada desde dinámicas funcionales. En la lógica dispersa, estas segregaciones se profundizan, afectando el principio de funcionalidad; la alteración del crecimiento y su aceleración introduce ciclos de difícil gobierno, pautados por procesos inestables de expansión y recesión económica; en la lógica dispersa la presencia de los modelos de estructuración anteriores (concéntrica y lineal) no desaparecen, sino que tienden a articularse de manera caótica o borrosa; exige por tanto una más clara caracterización acerca de las dinámicas de compenetración que los caracteriza. La compenetración sistémica de estructuras y modelos exige de caracterizaciones afinadas que permitan su conocimiento y, mediante ello, mejoren o potencien sus interacciones en dirección a lograr incrementos de sostenibilidad y de idoneidad constitutiva de los hechos urbanos que los configuran; así, el modelo concéntrico define a la monumentalidad icónica religiosa 143 Julio Echeverría 144 como representación del sentido de la aglomeración. En toda ciudad, si bien de manera diferenciada y con distinta intensidad, El estudio de la ciudad la monumentalidad religiosa configura referencias icónicas de sentido relativamente conectadas y vigentes como estructuras amplias de sentido. La arquitectura de templos y monumentos religiosos y civiles lo testimonia, en algunas ciudades estas marcas serán claramente identificables como redes semánticas, que configuran referencias de sentido y de identidad para el conjunto de los otros modelos de estructuración. El modelo concéntrico define sus dinámicas de segregación como configuración de periferias materiales y simbólicas; sin embargo, la dinámica segregativa excluye y al mismo tiempo integra subordinadamente las percepciones y construcciones de sentido referidas a la naturalidad de la reproducción del actor; las dimensiones sensibles, corporales del sujeto, tienden a ser controladas y/o suprimidas; la lógica concéntrica opera bajo el principio de exclusión/asimilación; la periferización deriva hacia lógicas de subordinación-adscripción mientras mantiene en germen la alteridad, como posibilidad oculta, en latencia. La importancia de la fiesta religiosa está justamente en ofrecer una representación estética de estos procesos de estructuración diferenciada, que tienden a representarse en la importancia del folklore como señales de sentido que apuntan en dirección a la agregación o compactación. El modelo lineal rompe con la lógica concéntrica, es el modelo de la modernidad y de la secularización; sustituye el principio de reiteración de valores que caracterizaba las dinámicas de la tradición por el de la innovación; la proyección de lo nuevo y del progreso se instala como semántica hegemónica; es el modelo del crecimiento ad infinitum, de la innovación como perfectibilidad, de la funcionalidad de las estructuras, el de la predominancia de la economía como satisfactor de necesidades, de la racionalidad medios fines, de la planificación futurista. La lógica de la diferenciación funcional, se superpone a la de la subordinación-adscripción y deriva hacia dinámicas de segregación socio-espacial. El espacio del paisaje natural antes visto como amenaza o como lugar de contemplación y realización, ahora aparece como terri- 145 Julio Echeverría torio para la especulación inmobiliaria, para la acumulación de la renta de la tierra, la cual se vuelve cada vez más ‘urbanizable’. El modelo disperso establece rupturas en la lógica del crecimiento ad infinitum; presenta una alta sensibilidad a una economía en la cual conviven ciclos expansivos y recesivos que rebasan cualquier control y planificación. Se altera tanto la dinámica de la periferización, como la de la segregación espacial; las cartas se mezclan; emergen lógicas informales que tienden a consolidarse en periferias que rebasan los bordes definidos por la planificación funcionalista; las diferenciaciones sociales reivindican identidades propias, que resignifican los valores de lo marginal y periférico, la diferenciación tiende a exasperar la producción de identidades múltiples y plurales las cuales conviven con lógicas de autosegregación; ambas dimensiones extremadamente móviles y fluidas. El modelo disperso es el de la globalización, el de la movilidad humana, de las migraciones intermitentes; al desbordar la lógica de la planificación urbana y al estar expuesto a la ciclicidad inestable de la economía, el modelo disperso instala en la reproducción social dinámicas complejas de vulnerabilidad vinculadas a la reducción de las tasas de empleo, a la precariedad de los servicios, etc. La construcción de modelos 146 El conocimiento de los sistemas urbanos transita de la epistemología a la metodología, en su esfuerzo por inteligir de manera empírica la dinámica y la lógica de su reproducción. Lo que es estructuración efectiva de los modelos en su dimensión empírica pasa a ser, mediante la aproximación científica, representación reflexiva, cognoscitiva de la realidad, la cual deviene en operación necesaria e imprescindible para potenciar la capacidad de sostenibilidad de los sistemas urbanos, su misma idoneidad constitutiva. A ello hace referencia la construcción de modelos. Un modelo de conocimiento es una representación conceptual-lógica cuya finalidad es permitir una mejor comprensión y análisis de El estudio de la ciudad la realidad empírica, la cual se convierte, para estos efectos, en objeto de investigación. La modelización cognoscitiva es un constructo conceptual, por tanto no coincide necesariamente con la realidad efectiva (empírica), pero permite un mejor conocimiento de esa realidad. 17 El modelo se configura mediante operaciones selectivas y clasificatorias, tal como acontece en la realidad empírica; resalta, selecciona, los elementos más significativos del objeto a estudiar, en este caso, la complejidad de los hechos urbanos, y los presenta bajo la figura de hipótesis a ser validadas empíricamente (Echeverría, 2000). En la construcción de modelos de conocimiento es fundamental la definición del punto de vista teórico del cual se parte; en este campo se discuten los conceptos a aplicarse en los procesos investigativos; sin la construcción de este campo abstracto de elaboraciones categoriales, la realidad se presentaría como una acumulación de elementos, todos altamente significativos, pero en su conjunto inaprensibles cognoscitivamente. La discusión de la teoría urbana gira en torno a la construcción conceptual, entendiendo a esta como elaboración controlada metodológicamente, de las representaciones empíricas efectivas de las cuales está compuesta la realidad de los sistemas urbanos. La construcción de conceptos siempre será una operación aproximativa, expuesta a su enriquecimiento mediante la contrastación con la realidad empírica. Los modelos desde esta perspectiva activan una ‘doble hermenéutica’ ya que trabajan desde el campo de la interpretación reflexivamente controlada, en el campo de la 17. El abordaje de su estudio requiere adoptar una combinación de métodos, inductivos y deductivos lo cual permite captar la correlación que se establece entre el modelo construido espontáneamente como estructuración de hechos urbanos y la operación convencional, artificial, construida como modelo teórico. La una mirada reconoce la dinámica espontánea mediante análisis documental y registro de percepciones medibles empíricamente, la segunda, relaciona estas a proyecciones modelisticas que se desprenden de constructos teóricos formulados deliberadamente. De esta manera se supera la confrontación sobre la validez cognoscitiva de métodos inductivos y deductivos vistos separadamente y se plantea una adecuada vinculación entre ambas aproximaciones (Buzai, 2014: 28-29). 147 Julio Echeverría reflexividad espontánea que caracteriza a las interacciones sociales que configuran los hechos urbanos. Gracias a ello, los modelos permiten acceder al conocimiento del sentido de la realidad, para lo cual operan mediante la construcción de indicadores y variables; estas elaboraciones son proposiciones sustantivas acerca de los hechos a estudiar; los indicadores y las variables que configuran los modelo teóricos aparecen como filtros cognoscitivos a través de los cuales se estudian las condiciones posibilitantes que actúan en los procesos sociales efectivos, condiciones que permiten u obstaculizan la configuración de los hechos urbanos; el conocimiento interactúa con la realidad efectiva, la retroalimenta y así contribuye a la sostenibilidad y al incremento de su idoneidad constitutiva. Los modelos permiten definir imputaciones causales explicativas mediante respuestas a hipótesis probabilísticas. Solo la validación o falsación de estas hipótesis permitirá definir la causación efectiva de los fenómenos estudiados. Los modelos apuntan a conclusiones de tipo predictivo, y permiten comprender o explicar mejor un objeto social o un proceso. El objeto social, en este caso, los hechos urbanos, remite al conocimiento de las condiciones impersonales que los caracterizan; esto quiere decir que se trata de semánticas y pragmáticas que pre-existen y se imponen a la biografía de los actores, en cuanto son formas colectivas; semánticas compuestas por significaciones que se acumulan en el tiempo mediante operaciones de repetición o rutinización, definiendo tendencias comportamentales. Los indicadores indican cuál es el sentido de la realidad en aspectos controlables metodológicamente. 148 La significación del hecho urbano hace referencia a la identificación de elementos de la realidad que revisten particular interés desde la perspectiva de la reproducción material e inmaterial de los actores y que, para efectos del conocimiento de la teoría urbana, se presentan bajo la figura de indicadores y variables. Estos están dispuestos para captar los procesos reproductivos que ca- El estudio de la ciudad racterizan a la dinámica urbana. Los actores se reproducen mediante actos selectivos, en relación a semánticas de referencia previamente configuradas, que determinan la pragmática de sus actuaciones. Los indicadores captan estas dimensiones las cuales pueden representarse en mapas que describen el comportamiento de las variables en función de las representaciones descriptas por los indicadores. Los modelos se representan en fórmulas las cuales operan reducciones matematizantes de la realidad a sus elementos más significativos, dispuestos en distinto orden de acuerdo a hipótesis investigativas que serán validadas metodológicamente. La estructuración modelística procesa aproximaciones especificadas metodológicamente en un campo claramente delimitado, aproximaciones sectorializadas que se expresan como indicadores simples; esta operación es fundamental porque apunta a caracterizar con precisión los rasgos más significativos de las semánticas sociales colectivas y de las estructuraciones efectivas que se realizan en el territorio, en ámbitos perfectamente acotados de la realidad empírica a estudiar. Se trata entonces de la configuración de una amplia y extensa red de indicadores sectorializados simples, que integraran el campo de investigaciones cuando se interrelacionen de diversa forma; cuando se compongan mediante sus interrelaciones. Se accede así a la configuración de indicadores compuestos, que suponen una más compleja articulación de elementos de conocimiento y que pueden configurar índices de recurrencias o de repeticiones rutinarias de conductas y comportamientos. Los indicadores simples pueden contabilizar recursos, estimar variables en la alocación de los mismos, ubicar espacialmente su distribución, registrar percepciones, patrones de movilidad etc.; los indicadores compuestos ubican esta base de información en campos de interrelación más complejos, porque permiten la interconexión entre una diversidad de aproximaciones sectorializadas específicas; es el campo de la intersectorialidad, que posibilita una más rica representación de la variabilidad empírica que compone al hecho urbano. 149 Julio Echeverría Generación de conocimiento en los sistemas urbanos: Metodologías, indicadores, índices Cuantitativas Urbanísticas Cualitativas Indicadores Metodologías Generación de conocimiento Índices Indicadores compuestos Investigación aplivcada 150 Generación de nuevos indicadores Indicadores simples Seguimiento de indicadores El conocimiento ingresa entonces en una segunda fase, en la cual se combinan hipótesis que simulan/proyectan, soluciones o escenarios posibles acerca del comportamiento de la realidad empírica; indicadores simples e indicadores compuestos de acuerdo a la variabilidad de su disposición en el cuadro conceptual, permitirán observaciones más puntuales y especificadas sobre la complejidad urbana; esta variabilidad compositiva de indicadores simples y compuestos, puede derivar hacia la configuración de índices o medidores del comportamiento de los objetos investigados en su especificidad, en cuyo caso estamos frente a indicadores compuestos de segundo orden. La secuencia lógica que conduce desde la construcción del indicador a su combinación intersectorializada, se completa mediante la configuración de índices. Estos combinan distintas aproximaciones y permiten estimar variaciones en el transcurso del tiempo y definir su mayor o menor determinación, en la configuración y reproducción de los hechos urbanos. El estudio de la ciudad La operacionalización de los modelos La construcción de índices cobra particular relevancia, cuando se trata de dar cuenta de las complejas relaciones de interpenetración, entre los modelos de ciudad a los que referimos en los acápites anteriores; aquí entra en juego la autonomía metodológica en la construcción de indicadores compuestos. Cada ámbito de la realidad que quiere ser investigado convoca una diversificada composición de indicadores y una así mismo diferenciada utilización de metodologías, cuya aplicación potencia, mediante procesos de retroalimentación, el conocimiento de los objetos investigados. 151 Julio Echeverría La métrica del modelo concéntrico está relacionada con la magnitud de la compacidad del tejido urbano, la conjunción de funciones y la articulación de nodos productivos, de comercio, de ritualidad religiosa, que promueven flujos de movilidad y de interrelación entra estructuras y hechos urbanos. Observan y miden las relaciones entre identidad, pertenencia, reconocimiento y fortaleza del tejido urbano. La observación del modelo lineal y su investigación refiere a indicadores sectoriales que captan y miden los grados de competitividad y sostenibilidad de la economía urbana, la composición y variabilidad de sus estructuras como encadenamientos productivos a distinta escala (micro, mediana y pequeña, y gran empresa) su exposición a shocks exógenos y la medición de las dinámicas de su desarrollo; la deslocalizacion de funciones (actividades financieras, productivas, de consumo y disfrute; de vivienda y servicios), que antes permanecian compactas caracterizando la lógica de lo concéntrico, ahora requieren de lógicas y dinámicas de conexión que las retroalimenten funcionalmente, en este contexto emerge con fuerza la necesidad de medir la intensidad de los flujos de movilidad y de conexión entre funciones dispersas. Modelos y definiciones de índices Modelo concéntrico Indice de compacidad o compactación urbana 152 Modelo lineal Indice de complejidad urbana como articulación de funciones Modelo disperso Indice de sostenibilidad y resiliencia urbana El estudio de la ciudad El modelo disperso, profundiza aun más la lógica de la deslocalización; aquí se requiere una mayor atención al procesamiento de información acerca de las dinámicas diferenciadas de ocupación del territorio rural por la expansión urbana; la transformación del paisaje natural, la biodiversidad y la calidad de los ecosistemas que muestran los impactos de la huella ecológica sobre el territorio, la disponibilidad de recursos y la producción de desechos; la afectación del tejido cultural y sus transformaciones. La observación de las dinámicas diferenciales de cada modelo y sus relaciones, permite estudiar problemáticas referidas a la interpenetración de estructuras, lo que permite representar la complejidad del sistema urbano. Se accede entonces a la comprensión/descripción del sistema urbano como compenetración de modelos superpuestos y de indicadores que combinan elementos de forma diferenciada; el sistema urbano convoca al conocimiento de una más intensa conjunción de elementos, (indicadores simples y compuestos) ya que refleja la superposición de elementos como fase ulterior de la evolución y complejización urbana; la metodología de construcción de índices y su combinación permite registrar ahora de manera mas clara, la dinámica reproductiva de los sistemas urbanos en las lógicas de la aglomeración/dispersión. La observación de la lógica sistémica luego de esta operación de deconstrucción y rearmaje de estructuras y elementos de significación en esta triple dimensión, permite caracterizar con mas precisión los procesos de segregación y autosegregación, la configuración de identidades plurales; la recurrencia de flujos de movilidad y la configuración de centralidades como respuesta a los procesos de dispersión; la recuperación del valor de lo concéntrico, la valoración de la funcionalidad en la organización de las partes que componen el sistema. La superposición de modelos y la interpenetración de elementos que se corresponden con cada modelo, permite describir la complejidad del sistema urbano; el reconocimiento de las dinamicas que lo componen y las ten- 153 Julio Echeverría dencias, ahora claramente reconocibles que apuntan a construir (reducir) complejidad, desde la perspectiva de la sostenibilidad, resiliencia y compactación del tejido urbano. Estas operaciones de conocimiento se convierten en fundamentales para orientar la planificación y la gestión del territorio. 154 APROXIMACIONES La forma de la ciudad ….io penso che questa stradina da niente, così umile, sia da difendere con lo stesso accanimento, con la stessa buona volontà, con lo stesso rigore, con cui si difende l’opera d’arte di un grande autore. Pier Paolo Pasolini (1974). I Parece cada vez más difícil percibir ‘la forma’ de la ciudad en una realidad urbana que es la de la dispersión. Parecería que ya no es posible la perspectiva, la mirada desde fuera, el acercarse desde el campo y llegar a esa demora, a ese refugio que un día significó la ciudad. Esta pérdida de forma que se reconoce ahora bajo distintas categorías, una de ellas la del conurbamiento, nos transmite la idea de una forma que se difumina en el territorio circundante, donde la idea del punto de llegada se intercambia con otra idea que es la del punto de fuga. La ciudad fuga de sí misma, invade el territorio del campo, aquel espacio que antes se presentaba como lugar del descanso o de la aventura, del encuentro con lo no rutinario. La ciudad se aleja así de su forma, se metamorfosea en el campo. ¿Qué consecuencias trae consigo esta pérdida de forma? ¿Estamos tal vez frente a la ciudad global que se pierde en la urbanización del campo, en la ruralidad, concepto en el cual el campo también pierde su forma? ¿Qué acontece con el paisaje del campo? Allí aparecen construcciones reproducidas en serie, el hecho urbano aparece en su desfachatez, esto es, como pér- 157 Julio Echeverría dida de facia, de cara, de identidad; la arquitectura de la ciudad parecería repetirse en formas homogéneas, intercambiables y estas ocupan el espacio de lo que antes era el paisaje del campo; la salvaje pluralidad de percepciones propia de la naturaleza es sustituida por la abstracción de la casa funcional o de la fábrica que se repite ad infinitum en el territorio. En la vida de la ciudad preindustrial las construcciones fabriles estaban en la periferia; en la ciudad postindustrial esta característica se pierde; la casa se confunde en medio de las implantaciones fabriles. La idea del metamorfosearse de la ciudad convive más con la de la pérdida de forma, que con la de la adquisición de una forma nueva y esto parecería obedecer más a un desconocimiento de las diferencias que caracterizan al habitar, a un afán de anularlas, de homogenizarlas. La pérdida de forma se lleva consigo la posibilidad del observar las diferencias entre el paisaje natural y el paisaje urbano, se pierde la aventura del transitar entre ambas dimensiones, con el riesgo de que ambas se echen a perder. II 158 ¿Hasta dónde esta situación puede remitirse a una caída del sentido estético de la forma? ¿Hasta dónde puede aceptarse que la forma estética cede frente a la dinámica de la acumulación, frente a la lógica del mercado, a la necesidad funcional de satisfacer la demanda de espacio que procede de la aglomeración urbanística, de su desborde? ¿Cuándo la percepción del espacio se transforma en dimensión no acotable, en ocupación que no reconoce límites, fronteras ni bordes? Hay un momento en el cual las soluciones del pasado ya no son suficientes para contener el rebasamiento, el desborde que proviene de la aglomeración urbana, hay un momento en el cual esas formas se presentan como obstáculos que pueden ser abatibles; es el momento de realización de ese espejismo inconsciente que miraba al futuro como promesa y al pasado como anquilosamiento, como rémora de la cual convenía desprenderse; es la lógica de la urbanización que se superpone Aproximaciones: La forma de la ciudad sobre la de la ciudad, es su proyección nihilista que no reconoce otro sentido que el de la pérdida de sentido, como operación performativa que requiere el ingreso al futuro. Bajo esa lógica, permanecen los íconos monumentales que configuraban el paisaje urbano, como reminiscencias del pasado sin las conexiones de sentido que antes lo posibilitaban; la idea del conurbamiento como ocupación difusa del espacio circundante, convive con la del vaciamiento de sentido de aquello que antes fue el centro, o los distintos centros ceremoniales que contenían y posibilitaban relaciones cargadas de sentido. La forma era una construcción 159 Julio Echeverría estética porque en su operación de transfiguración de lo natural, permitía la realización de lo humano; allí las diferencias convivían, la mismidad se ponía en juego soportada por creencias y rituales dispuestos más para la contención que para el desborde. III La forma estética de la ciudad apela a una visión simbiótica en la relación entre el campo y la ciudad; la adaptación al territorio supone sin embargo la ruptura con la naturalidad sobre la cual se soporta; la tendencia de la urbanización transita desde una visión simbiótica hacia una visión de ruptura o de desconocimiento de esa morfología; la presunción de que es posible una forma abstracta, que se despliega sobre la morfología natural sin reconocer sus quiebres, sus ‘fallas’. La estética que proyecta es la de la solución funcional, la de la abstracción respecto de aquella urdimbre de representaciones figurativas que se superponían sobre la conexión simbiótica; la estética del modernismo hallaba inspiración en la construcción de la forma como arte que representaba el desafío que esa simbiosis prometía y escamoteaba. Una operación, la del modernismo, que veía la amenaza al desafío simbiótico operada por la exacerbación de formas que se superponían como ornamentos prescindibles; la arquitectura del Bauhaus, la provocación loosiana, lo que querían abatir era el exceso de formas ya desconectadas de la función adaptativa, la orgía de representaciones que la ocultaban; en su búsqueda de la forma se encuentran con la demanda funcionalista que supone el ingreso incontrastable al futuro y prefieren la limpieza del trazado arquitectónico, como prefiguración de la racionalidad lingüística que requiere el acceso a la complejidad urbanística que se anuncia. 160 La visión contemporánea se superpone a estas dos aproximaciones; reconoce la pérdida de la forma como escisión de la monumentalidad icónica con las redes de sentido que estas construcciones monumentales proyectaban; la fuerza de la secularización Aproximaciones: La forma de la ciudad es incontrastable porque estaba inscrita en la misma lógica de la construcción de sentido de la cual esta termina siendo su correlato. Sin embargo, rechaza el nihilismo como pulsión inconsciente que anula la posibilidad de la construcción estética, lo recupera bajo la forma del control; el paisaje será adaptación simbiótica a la complejidad de las estructuras geológicas que configuran el territorio, su solución será suficientemente atenta al nihilismo natural en el cual dicha morfología se configura y constituye; el paisaje del campo y el paisaje urbano no pueden pensarse por fuera de la sostenibilidad ambiental y esta no puede no reconocer mapas de mareas, de vientos, migraciones de aves, de personas, campos magnéticos, etc. Esta mirada al paisaje natural es la misma que se dirigirá al paisaje urbano de la ciudad; aquí la reducción de los efectos adversos derivados de la contaminación antrópica serán particularmente pertinentes para los nuevos procesos adaptativos de la urbanización compleja. 161 Julio Echeverría IV La relación de la ciudad con el paisaje natural siempre ha sido cambiante y nos remite a la idea de la relación hombre-naturaleza; solo en la contemporaneidad la relación con la naturaleza es asumida como relación con el paisaje interior de las subjetividades. En la arquitectura moderna esta visión está presente en una variedad de arreglos y soluciones; desde el Renacimiento, la naturaleza aparece sometida a un diseño racional; los jardines palaciegos, pero en general la vida del campo, aparece armoniosamente diseñada; la naturaleza es escenario para el encuentro bucólico, es espacio de realización domesticada, como lo era el ejercicio de la caza con la naturaleza salvaje. La naturaleza, que en el mundo medieval era vista como amenaza, como fuerza no controlable, en la modernidad se convierte en objeto domeñable, en material dispuesto tanto para la realización espiritual, así como reservorio de recursos a ser utilizados en función de la reproducción material. La arquitectura moderna desde Olmsted y Le Corbusier hace de esta relación un verdadero paradigma para el diseño de la ciudad futura; la naturaleza está allí para contrastar, dialogar, completar el diseño de la ciudad como maquina productiva. Dos significaciones parecerían combinarse desde entonces, la idea de la naturaleza en la ciudad bajo la figura del parque y del espacio público, y la idea de la naturaleza en su estado “salvaje”. Para Le Corbusier, “No había parques ni jardines, sino naturaleza. La máxima expresión de la sociedad industrial integraba indisolublemente dos ideas hasta entonces incompatibles: naturaleza virginal y rascacielos, haciendo de ellas la misma cosa”. 1 Una respuesta que la arquitectura moderna pretende dar a la radical escisión que la ciudad moderna contiene y reproduce implicada entre las pulsiones de la aglomeración y la dispersión, entre el encuentro y la fuga. Desde entonces, no se podrá concebir a la ciudad sino como un verdadero sistema entrópico. La arquitectura moderna llega de esta manera a ontologizar la condición de la ciudad como 162 1. Ábalos, I., (2005), p. 13. Aproximaciones: La forma de la ciudad el más complejo sistema adaptativo creado por los humanos, un verdadero logro evolutivo de la especie humana, cuya condición está aún por descifrarse y configurarse. La ciudad contemporánea parecería moverse entre estas pulsiones y regresar desde la más sofisticada tecnología a sus orígenes más rudimentarios. V Es en ese contexto que emerge la ‘fuerza revolucionaria que proviene del pasado’. 2 La mirada al pasado recupera la tortuosidad de las formas adaptativas, la estética que las acompaña; esas formas emergen como patrimonios/artilugios adaptativos que hoy dan pistas al mundo de la complejidad urbanística. Restos, ruinas, señales del pasado en piedras y monumentos, en senderos interrumpidos que están por todas partes; es probable que se los deba defender con la misma fuerza que se defienden las grandes construcciones icónicas monumentales. Las soluciones más discretas, los usos y los materiales más rústicos que nos develan nuestras rudimentarias aproximaciones adaptativas con la naturaleza, situaciones en las cuales parece ser que la misma naturaleza se da sus formas y no que estas la niegan o no la reconocen. La artificialidad de la forma aquí presenta todas sus cartas; los materiales pueden incluso aparecer toscos, no suficientemente refinados; un viejo camino construido en piedra que recorre la sinuosidad del territorio y que permite o permitió por años sortear sus ‘fallas’ de hecho tiene más valor que aquel que las supera negando su presencia; una obtusa forma de proceder de la innovación tecnológica es probable que los haya sacrificado y que ahora la visión hermenéutica del observador contemporáneo nuevamente los dote de valor y sentido. La defensa del pasado anónimo, de las formas adaptativas que cumplían una función sin pretender ser sofisticadas representa2. P. P. Passolini, La forma della cittá, https://www.youtube.com/watch?v=btJ-EoJxwr4. 163 Julio Echeverría ciones artísticas, simples ideaciones que sortean las rudezas de la naturalidad que a veces se vuelven o se presentan como limites insuperables. La belleza de la forma monumental parecería desprenderse de esta funcionalidad adaptativa; ello se lo puede apreciar justamente en el preciosismo de la forma, en la respuesta a la rudeza de la reproducción material con la idealización de aquello que solo es posible si se lo construye como arte, más que como artilugio, o como forma en la cual la dimensión artística se desprende de su función de artilugio, o que mira la representación artística como un artilugio de salvación. 164 Cuando hablamos del patrimonio histórico de la ciudad nos estamos refiriendo entonces al acumulado de sentido que recoge en si un monumento del pasado, a la anonimicidad que está en la configuración del trazado de una calle, en la superposición de estilos arquitectónicos que se han ido modificando en el tiempo, adaptándose a la morfología del territorio en secuencias de larga Aproximaciones: La forma de la ciudad duración; adaptación hecha de actos no planificados, de arreglos en muchos casos dictados por las adversidades naturales o por el lento desgaste de los materiales. VI Muchos ángulos de la ciudad esconden – develan historias de personas anónimas que recorrieron las mismas calles y miraron los mismos paisajes. Así como el paisaje natural se modifica por el devenir del tiempo, así también el paisaje urbano va cambiando y modificando la forma de la ciudad. Si observamos fotografías del pasado o los planos con los cuales la urbanística intenta dar curso a la lógica de la aglomeración, nos damos cuenta que muchas veces es otra la dirección que la ciudad ha tomado, jalonada por sus contra-tendencias, por sus contra-lógicas; por la emergencia persistente de la dispersión que acompaña a la aglomeración y al encuentro identificatorio. Es por ello que cuando miramos a la ciudad contemporánea, en realidad estamos observando muchas ciudades, a momentos superpuestas, a momentos enfrentadas; muchas veces observamos ruinas de momentos del pasado; con dificultad reconocemos la intensidad de sentido que antes transmitía un recodo, una calle, una escalinata. Por ello la mirada contemporánea a la ciudad ya no es ingenua, está cargada de complejidad; incluso aquella forma abstracta, pura idealización que se proyectaba sobre el territorio sin reconocer sus ‘fallas’, sus ‘distorsiones’, ahora aparece como recuperable, como un lenguaje estético con el cual dialogar, con el cual confrontarse; artilugio, arte y arquitectura se funden en la operación abstracta artificial de crear la forma de la ciudad. 165 Julio Echeverría Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI 3 Quisiera introducir mi intervención remitiéndome a las palabras que el exalcalde de Venecia, Massimo Cacciari, escribiera en uno de sus últimos libros: Desde sus inicios –nos dice Cacciari– la ciudad es asaltada por una doble corriente de deseos: deseamos la ciudad como “nido”, como “madre” (como lugar de acogida) y al mismo tiempo [la deseamos] como “máquina”, como “instrumento”; [...] le pedimos paz y seguridad y al mismo tiempo exigimos de ella eficiencia, eficacia, movilidad. La ciudad está sometida a presiones y demandas contradictorias 3 . Se trata de las palabras de un exalcalde que es también filósofo; seguramente una extraña combinación, ya que estamos acostumbrados a requerir de esta figura, la de un político y, fundamentalmente, la de un administrador. Sin embargo, la complejidad de las ciudades contemporáneas parecería requerir de una figura que no se reduzca a la del administrador del territorio –o mejor que no sea solo eso–, sino que 3. 166 Ponencia presentada en el coloquio “Quito: visiones de su futuro” organizado por el “Foro de la Ciudad” del Colegio de Arquitectos del Ecuador, abril de 2014. Massimo Cacciari (2012), La città, (Rimini: Pazzini editore). Los entrecomillados que se usarán durante todo el texto hacen referencia a ideas directamente extrapoladas de esta obra. Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI esté en capacidad de comprender los desafíos que las ciudades contemporáneas nos presentan. Cacciari advierte sobre dos matrices que configuran la idea de ciudad y que considero pertinente como introducción al tema que ahora nos convoca. La tradición de referencia es la de la civilización grecorromana, que en alguna forma –nosotros, latinoamericanos– heredamos como significación acerca de la ciudad. La ciudad como polis y la ciudad como civitas. Dos significaciones a las cuales se acude sin entender claramente su significado. Mirándolas con atención, descubrimos que se trata de significaciones que recogen sentidos diferentes e incluso contradictorios. La polis 4 de matriz griega nos remite a la idea de la ciudad como un lugar en el cual una determinada “gente tiene su propia raíz”, su “propio ethos”. La idea de la polis alude a un todo orgánico que precede a la idea del ciudadano. Primero está la comunidad de origen y luego aparece el ciudadano como aquel que pertenece a esa comunidad de origen. Podríamos decir que estamos frente a una caracterización étnica de la ciudad. Esta idea es fuerte y se mantiene en las significaciones contemporáneas. Queremos la ciudad como comunidad: una perfecta identidad de propósitos y de intenciones; una perfecta sintonía de deseos y realidades. Queremos, pues, una perfecta utopía, ya que la realidad de las ciudades contemporáneas nos presenta justamente la imagen contraria: las ciudades tienden a ser lugares de desencuentro, de inseguridad y vulnerabilidad. Sin embargo, seguimos imaginándonos la ciudad bajo ese paradigma de la polis. 4. Con respecto a la semántica, puede ser provechoso señalar una diferencia que entre pólis (€σl|∫) y ástu (α⌠|⌡) establece el notable diccionario A Greek-English Lexicon [(Liddell, Scott & Jones (1940), A Greek-English Lexicon (Oxford: Clarendon Press)]. Aunque ambas palabras son polisémicas, casi sinónimas, y significan ‘ciudad’, ‘ciudadela’ o sus relativos, el sentido de ástu tiende más bien a lo material, como civitas. Así, ástu se vincula con ‘lugar para habitar’, ‘sitio’ y, como tal, en Ática sirvió de referencia geográfica para Atenas (como Urbs para Roma). Pólis recibe, en cambio, los sentidos ideales, más bien filosóficos, de ‘comunidad’, ‘cuerpo de ciudadanos’ o ‘cuerpo cívico’. 167 Julio Echeverría La otra significación, la de la civitas romana, nos presenta otra caracterización seguramente más congruente con la realidad de las ciudades contemporáneas. Roma –dice Cacciari– es el lugar de encuentro de gentes que fueron expulsadas de su comunidad: prófugos, bandidos, exiliados, libertos. En la civitas, la idea de ciudad y de ciudadanía “no tiene ninguna raíz de carácter étnico-religioso”. En esta ciudad rige el imperio de la ley como construcción abstracta que regula las relaciones entre diferentes. Si bien la polis se sustenta en una base étnica, la cultura de la Grecia clásica vincula su connotación étnica a una clara formulación ética. Etnos y ethos coinciden en la Grecia clásica y de allí se deriva la potencia de su proyección civilizatoria. La política nace en la ciudad, es una actividad directamente relacionada con la construcción de ciudadanía; la política se hace en el ágora, en el espacio público; está relacionada con la libre circulación de ideas. Una característica fundamental, pues, que será recuperada por Roma, pero que será proyectada hacia la pluralidad de su articulación multiétnica. Esto potenciará su configuración como imperio y, después, su proyección universalista en el cristianismo. El germen de la política está en la ciudad y es un germen vinculado a la deliberación plural. Es esa connotación la que dota de identidad a la vida urbana: una connotación que a veces tiende a ser olvidada o a ser subsumida en la lógica política del Estado y su construcción identitaria que tiende a ser etno-nacionalista. Es en este contexto que debemos interrogarnos sobre cuáles son los contenidos de una política hacia la ciudad, sobre cómo debemos entender la política desde la perspectiva de la ciudad. 168 Con Roma nace la idea de la urbs o de la urbanización bajo dos caracterizaciones fuertes: recupera de la polis la idea del diálogo que se desarrolla en el ágora. La urbanización es la idea del buen trato entre diferentes: Roma la institucionaliza en el Senado, es la idea de la urbanidad como conducta del ciudadano que sabe Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI apreciar y convivir en las diferencias que hacen la vida de la ciudad. Una segunda idea es la de la urbanización como control y regulación del territorio; la ciudad que se remite a la civitas es planificación y regulación del territorio, porque sus propietarios son privados en el doble sentido: como poseedores de bienes que no son de la comunidad y también como privados del usufructo de lo que en un momento fue común. La ciudad es por tanto también el “espacio de los negocios”, de las interacciones entre propietarios privados, es una realidad económica y es una realidad que cambia y que crece ad infinitum, porque la ciudad tiende a ser espacio de acogida que resulta de la desconfiguración de las comunidades de origen. Esta imagen es seguramente la que más se acerca a las caracterizaciones de las ciudades latinoamericanas. Baste mirar México, São Paulo y, más cercanas, Bogotá, Quito, Guayaquil. Es esta seguramente la base de la complejidad de las ciudades contemporáneas a las cuales debemos poner atención. La pregunta que habría que hacerse a partir de estas formulaciones conceptuales es: ¿Qué podemos entender por ciudad? ¿Concebirla bajo un sentido étnico, como la polis, o entenderla como civitas? La una es una mirada hacia el pasado en búsqueda de identidad. La otra es una mirada hacia el futuro en búsqueda de realización. La ciudad como polis remite a la identidad como pertenencia ancestral; en el caso de la civitas no es tanto la idea del origen o de la pertenencia, sino la de un fin a alcanzar; la ciudad es un horizonte de expectativas, un espacio de realización. ¿En qué medida estas dos miradas componen la complejidad de la vida urbana y cómo podemos conciliarlas? Este parecería ser el gran dilema a descifrar desde los campos de la política y de la planificación, así como de la urbanización entendida en las dos dimensiones antes planteada 169 Julio Echeverría Caracterización de la ciudad Esta doble connotación que presenta el concepto de ciudad nos permite adentrarnos en las características del ciudadano moderno, en las demandas que este ciudadano pone a la ciudad. Podríamos decir que en él conviven estas dos dimensiones en una composición contradictoria, casi “esquizofrénica”. Por un lado queremos que la ciudad sea un lugar de acogida familiar, un lugar de encuentro donde la plaza pública aparece como espacio de diálogo, de reconocimiento. Por otro lado queremos que la ciudad sea un espacio de anonimidad donde se pueda estar solo sin tener que someterse a los dictámenes de la comunidad y de la familia; una ciudad que sea el espacio idóneo de la reproducción material, del negocio, de la ocupación, del trabajo. ¿Puede Quito ser vista bajo esta doble caracterización? ¿Escapa Quito de esta caracterización, que podríamos decir es válida para toda ciudad contemporánea? Una mirada atenta a la ciudad nos permite reconocer en ella una transformación evolutiva que recorre por lo menos tres grandes momentos en su historia, momentos que en alguna medida nos conducen hacia esa caracterización: 1. Un primer momento: la ciudad de los orígenes, concéntrica, conventual, en la cual se instaura una dinámica que repite a escala ampliada escenarios rituales de socialización vinculados al culto religioso y a la construcción del poder. La plaza, la iglesia, como centro del cual se irradian lógicas concéntricas; el barrio como célula de la ciudad que reproduce estas lógicas en escala reducida. 170 2. Un segundo momento ve la transformación desde la ciudad concéntrica hacia una ciudad lineal donde se debilitan los centros rituales y burocráticos. El esquema concéntrico se “quie- Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI bra” en distintos puntos. Desde el polo central, estos puntos se alargan hacia el exterior rebasando los límites periféricos: una operación constructivista funcional, vinculada a necesidades de expansión de distritos industriales, o de ocupación residencial. Una lógica que se da como fuga o alejamiento del centro, que pretende escapar de la matriz étnica que la constituye: la ciudad indígena primero, la ciudad colonial después, la ciudad multicultural de las migraciones crecientes después. 3. Un tercer momento: la configuración actual, multilocal, multicultural en su esencia. Una ciudad caracterizada por distintas centralidades o polos de agregación. Una nueva dimensión que, desde otro punto de vista, aparece como lugar de la dispersión centrífuga que pone bajo tensión y complejiza las lógicas de la urbanización; que se conecta con la región, con el país; que se proyecta a escala mundial. Estas tres formas de la historia de la ciudad no pueden ser vistas como momentos de una evolución en la cual las construcciones anteriores a la actual (esto es, la forma concéntrica y lineal) hayan desaparecido. Al contrario, convendría reconocerlas como fases vivas y vigentes que se han ido combinando o enlazando entre sí y que nos permiten reconocer, por detrás de sus lógicas, complejas conexiones de sentido que se traducen en demandas ciudadanas hacia la ciudad. Las demandas de sentido hacia la ciudad Tras la idea de la ciudad concéntrica está la apelación a la historia de la ciudad. Es el contacto con la historia entendida como memoria: el Centro Histórico siempre aparece como un imán que atrae mientras más avanzan las otras formas de la ciudad. Apela a la conformación de la identidad del ciudadano moderno que ve el pasado como referente de diferenciación, pero también como reconstrucción nostálgica y, en este sentido, como apelación a la memoria. 171 Julio Echeverría La ciudad lineal, en cambio, es la del capitalismo agresivo, que se reconoce como lanzada a la innovación y al futuro, que escapa del centro y de lo concéntrico, que mira el desarrollo como incesante innovación lineal. Es la ciudad del negocio, de la industria, de la zona residencial. En su momento esta ciudad negó a la primera: la topografía cerrada de la ciudad concéntrica atravesada de delimitaciones naturales y culturales favoreció el escape longitudinal: distritos industriales en el sur, zonas residenciales en el norte. Es la ciudad máquina o ciudad del crecimiento indetenible, de la innovación, del constructivismo como idealización formal y abstracta. Aquí la ciudad es un territorio dispuesto para la expansión donde no hay límites que no sean sino la capacidad de inversión y de acumulación en la economía urbana. La ciudad contemporánea se puede caracterizar como ciudad-dispersa que apunta más a la autonomización de sus funciones, que no se concibe exclusivamente vinculada al negocio ni a la industria. Pertenece a otra época del desarrollo del capitalismo, a un capitalismo en crisis recurrente y cíclica. Una ciudad propia del capitalismo rentista: consumo, recuperación fiscal, especulación, pero también ciudad de las contra-tendencias, o de la contracultura, que va desde la valorización del ambiente a la de las diferencias culturales, étnicas, sexuales, las cuales no se ocultan ni se excluyen. 172 La caracterización de Quito desde esta óptica política no es otra sino la de la compenetración de estas distintas ciudades: memoria histórica, expansión y crecimiento sin límites, y multiculturalidad. Tres rasgos semánticos o de sentido que no son, sin embargo, suficientemente interiorizados como constitutivos de la ciudad y que, por tanto, no son objeto de una clara definición de política institucional. Más que como riqueza de significaciones, estos rasgos aparecen como intermitencia caótica, que se traduce en fenómenos como la inseguridad, el tráfico atosigante, las dificultades de gobierno de la ciudad. Aproximaciones: La forma de la ciudad Es en este contexto que debemos interrogarnos sobre cuáles son los contenidos de una política hacia la ciudad, sobre cómo debemos entender la política desde la perspectiva de la ciudad. Reconectémonos ahora con la idea del urbanismo. De las dos construcciones semánticas, el urbanismo como medida del buen trato entre diferentes y el urbanismo como planificación, regulación y administración del territorio, es esta segunda la que ha prevalecido. Si hay una conclusión que traer para arquitectos, planificadores y urbanistas, esta podría reducirse en la fórmula: “lo urbano en la actualidad es más territorio que ciudad”. El territorio se vuelve indefinido y la urbanización crece, indetenible, jalonada por las lógicas del mercado. La ciudad se ve arrastrada por esta lógica y casi desaparece. La planificación del territorio apenas logra seguir el paso de estas líneas de fuga del capitalismo rentista. Desde el primer industrialismo, el habitar está condicionado por los desplazamientos del capital. Ahora son los grandes centros comerciales y de servicios los que dan la pauta de la urbanización del territorio. En la fase industrialista eran las grandes fábricas; en la actualidad la producción esta descentrada, des-localizada, “virtualizada”, informatizada, lo cual vuelve más incierta la lógica de la planificación. Esta no puede anteponerse a –o predecir– el desarrollo de la lógica capitalista del crecimiento urbano; un diseño urbano que pueda anteponer la necesidad de habitar la ciudad más que habitar el territorio. Desde esta perspectiva, estamos “atrapados por el territorio”, el cual se despliega ad infinitum sin que su expansión se pueda controlar o detener. El territorio ya no tiene límites, lo que trastorna la relación entre espacio y tiempo. La territorialidad ahora se mide en temporalidad. Cuánto tiempo tengo para llegar allí; cuántos obstáculos territoriales se me interponen; cuántos medios de transporte debo tomar para sortear los límites que me impone el territorio. Es por esto, y por muchas otras razones, 173 Julio Echeverría que la ciudad contemporánea tiende a ser abstracta (ciudad de la comunicación virtualizada) por lo cual el territorio debe ser nuevamente pensado como lugar para habitar por fuera de las constricciones que impone el mercado y su lógica nihilista. Hacer ciudad significa entonces generar espacios habitables, “acercar las funciones de la reproducción a las de la realización” en el hábitat. Se requieren más plazas que vías, más espacios alcanzables donde se realicen una multiplicidad de funciones, estéticas, económicas, jurídicas, institucionales. El territorio deberá planificarse desde las necesidades de la urbs entendida como buen trato entre los ciudadanos. La ciudad puede llegar a ser así una instancia de producción de eticidad. Todo ello significa pensar a la ciudad como sujeto y no como objeto. Como sujeto que piensa, articulando las funciones del conocimiento a las de la realización, el urbanismo deberá regresar a su función primordial: la de conseguir el buen trato entre los ciudadanos, un desafío no solo para la arquitectura, sino fundamentalmente para la política urbana. Una última consideración: la urbanización como territorialización jalonada por las lógicas capitalistas es indetenible. Es la ciudad que crece hasta copar incluso aquello que antes llamábamos ruralidad. La ciudad como sujeto que piensa debe por tanto recuperar- anteponer-configurar-preservar las cualidades de la ruralidad en el nuevo contexto urbano. Ello significa repensar la estética del paisaje urbano, la temporalidad no sujeta a las exigencias de la territorialidad y su crecimiento incontenible... Pero esto seguramente nos conduce a otras reflexiones que rebasan las posibilidades de este espacio. La política hacia la ciudad 174 La experiencia de la anterior administración municipal revela la imposibilidad de gobernar este tipo de complejidad. Su desempeño no logró combinar adecuadamente dos orientaciones: Aproximaciones: Concepto y politicidad de Quito en el siglo XXI La gestión y regulación del territorio, como carrera por controlar los desafíos de la movilidad en una ciudad que se expande sin respetar un orden que se soporte sobre una dinámica económica sostenible, y que no sea sino la reactividad a los ciclos de crisis y crecimiento del capitalismo rentista. La administración del espacio físico llegó siempre en retraso frente al crecimiento caótico de la ciudad. No logró gobernar o anteponer una lógica que pudiera contrastar la intermitencia e irracionalidad del capitalismo rentista volcado al consumo, incapaz de desatar procesos productivos de integración sostenible, que desatara innovación creativa e inclusión laboral efectiva para la vida de la ciudad. En su lugar, la política hacia el territorio se encasilló en el énfasis dado a la lógica rentista de la recaudación de tasas, impuestos, multas, que no tuvieron un correlato en la generación de infraestructura y en el control de la complejidad física de la ciudad. Un déficit de planificación urbana, de articulación entre las distintas centralidades urbanas y las distintas demandas de sentido que la atraviesan. ¿Cómo vincular la demanda de memoria e identidad con las lógicas de la movilidad? ¿Cómo generar sinergias entre las formas de conocimiento que la ciudad requiere y las lógicas productivas, que no se agoten en la reiteración del rentismo económico? Pero si las deficiencias fueron visibles en la gestión del territorio, más aún lo fueron en aquello que quiso presentarse como eje de la gestión pública urbana: la política de inclusión y de participación en la vida de la ciudad. Es decir, lo que en esta ponencia hemos denominado como la generación de la urbanización del buen trato entre los ciudadanos, que deriva en una adecuada legitimación del gobierno de la ciudad y del necesario reconocimiento de los ciudadanos como agentes productores y artífices de su ciudad. La percepción generalizada fue la de la ausencia de una representación adecuada de la politicidad de la ciudad; el reconocimiento de que el gobierno de la ciudad no era sino un eslabón más de una política rentista de concentración de poder, por la subordinación a decisiones tomadas desde el centralismo excluyente de lo estatal. 175 Julio Echeverría A manera de conclusión, lo que quiere decir la identificación de los desafíos para el futuro de la ciudad, está la necesidad de comprender adecuadamente la lógica de su gobierno: la exigencia de hacer del gobierno un laboratorio de politicidad ciudadana, que pueda contrastar las lógicas excluyentes de un modelo político y económico que atenta contra la integridad de la vida urbana y la de la democracia entendida como valorización de la pluralidad de sentidos que configuran la vida de la ciudad. Es posible combinar la lógica de la polis con la civitas; la necesidad de identidad en cuanto esta sea plural y deliberante; la recuperación de la memoria y la proyección futurista como una tensión inmanente a la vida urbana de la cual deba emerger la innovación que la ciudad requiere. 176 Bibliografía Buzai, Gustavo 2014 Mapas sociales urbanos (Buenos Aires: Lugar editorial). Delgado, Manuel 1999 El animal Público (Barcelona: Anagrama). Echeverría, Julio 2000 “Max Weber y la sociología como crítica valorativa” en Ciencias Sociales (Quito: Universidad Central del Ecuador) N° 19. Echeverría, Julio 2017. Ensayo sobre la política moderna, UASB-Paradiso edit, Quito, Ghelen, Arnold 1993 Antropología filosófica (Buenos Aires: Paidós). Hoyt, Homer 1937 “City growth and Mortage Risk” en Insure Mortage Portfolio (s/c) vol 1, citado en Guidicini, Paolo 1971 Sociología Urbana (Barcelona: Herder). Khun, Thomas 2013 La estructura de las revoluciones científicas (México: FCE). Luhmann, Niklas 1984 Sistemas Sociales. Lineamientos para una teoría general (Barcelona: AnthroposFrankfurt am Main: Suhrkamp) Remy, Jean 1988 Sociologie urbaine et rural (París: L’Harmattan) en Delgado, Manuel 1999 El animal Público (Barcelona: Anagrama). Remy, Jean y Voyé, Liliane 1992 La Ville, vers une nouvelle définition (Paris: Éditions L’Harmattan). 177 Este libro se terminó de imprimir el X de xxxxxxx de 2018, en los talleres de V&M Gráficas, Jorge Juan N32-36 y Mariana de Jesús, Telf.: 320 1171 Quito - Ecuador