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Seres (in)humanos

Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo.

Seres (in)humanos Federico Giorgini Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. C. García (1984) Siempre pensé la vida como una especie de arco narrativo, aún cuando todavía no contaba con esa conceptualización. Siempre imaginé que se iba hilando una historia de tragedia y redención, resolución de las tensiones planteadas. Inconscientemente sigo deseando que sea así, una especie de teleología a la cual aferrarme en los momentos donde la razón se vuelve tan imponente que resulta difícil ponderar esas pequeñas alegrías cotidianas como contrapeso de una existencia desgarradora en un mundo caníbal. Pero no. No hay redención, ni la habrá. Soy lo que puedo ser, con todo mi esfuerzo por ser lo mejor que puedo ser, con todo mi esfuerzo por sacarle el máximo jugo a la vida pero con la presión de imaginar que una pequeña decisión errónea puede derivar en el desperdicio del potencial. Sin embargo, poco cambiaría una cosa o la otra en términos globales. Aún así, no me dejo arrojado como un cadáver. Sin embargo muchas veces siento que es así, porque nadar contra la corriente con todas las fuerzas tiene un límite, te agota hasta que te ahogás. Uno se puede peguntar: ¿desperdicio según qué clase de parámetro?, ¿qué sería no desperdiciar la vida? Uno quiere sentirse “especial”. Tanta narrativa fílmica de gente común que se vuelve trascendental nos destruyó la cabeza. En Fight Club lo cuentan bien. Tanto guión de documentales berretas mostrando arcos de ascenso, caída y redención final nos intoxicaron al punto de que imaginamos que estamos siendo observados por un ojo de dios y que nos tiene reservado el mejor plato para el final. Pero no. No hay dios, no hay final, no hay comienzo. No hay más que una continuidad de injusticias rotundas, aunque tampoco existe una balanza trascendental que mida lo justo y lo injusto. Solo hay narrativas que pasan de cabeza en cabeza, de generación en generación. Se crean valores, sensaciones de humillación, sensaciones de placer perverso producto del sometimiento, deseos de venganza y la motivación de perseguir triunfos redentores que lograrían resolver esa tensión que se crea en cada una de nuestras vidas. ¿Podremos construir un piso de acuerdos sobre un puñado de valores básicos? Algunos nos convencemos de la narrativa revolucionaria porque tiene la épica del eternamente aplastado, de los vencedores vencidos. Es necesario como un bálsamo. Pero no hubo revolución que saliera bien, no hubo búsqueda de justicia que no culminara en baños de sangre, no hubo una construcción social en la historia que saliera bien de forma más o menos permanente, sin someter a nadie y sin ser boicoteada por el resto. Así y todo, hoy ni siquiera podemos soñar con una revolución que revierta este orden carnicero. Según los fríos análisis estadísticos, esto que vivimos es el mayor confort que la mayor parte de la humanidad logró vivir en su historia; y es un desastre. El precio que hay que pagar es el aplastamiento de grandes masas humanas, de ecosistemas completos, es el germen de una destrucción irreversible para que un autoexplotado feliz de su condición ilusoria de trabajador independiente te traiga una hamburguesa de carne llena de antibióticos mientras mirás una comedia en Netflix a través de una red de información global que consume más energía que un país pequeño. Somos la expresión de lo grandioso y de lo más podrido de la naturaleza, todo en simultáneo. Siento repugnancia por vivir, a la vez que no me queda más que vivir con la mayor felicidad posible. Tengo que mirar el horror sobre el que se sostiene mi condición material privilegiada, mientras que debo saber disfrutar de las vibrantes y apasionantes obras de arte que producimos como género humano y de las maravillas de la naturaleza que no sé si subsistirán un siglo más. Para sobrevivir mentalmente he tenido que construir una coraza, he tenido que focalizar una mirada estableciendo puntos ciegos adrede, porque no se vislumbra salida racional posible. Cinismo le dicen. Me hago cargo hasta donde puedo, hasta donde me da el cuero: tampoco me puedo hacer completamente cargo de los bombardeos sobre prisiones a cielo abierto. Aunque: ¿no deberíamos hacernos cargo todos en conjunto? Somos lo que el mundo hizo de nosotros. Las reflexiones más lúcidas y sensibles son las que logran dimensionar el sufrimiento innecesario al que una porción de la humanidad somete a la mayor parte y al resto de los seres vivos. Allí sí que funciona la teoría del derrame, porque se da un ordenamiento jerárquico en el cual los estamentos superiores van transmitiendo la opresión, la manipulación e instrumentalización sobre los inferiores. No obstante, este esquema piramidal clásico ya se presenta como metáfora explicativa insuficiente. Puede funcionar para pensar ciertos aspectos, pero por otra parte, los mecanismos sociales y organizativos desencadenados globalmente cobraron una dinámica tan potente que prácticamente se han independizado de las voluntades humanas individuales. No existe alguien que pueda decidir, no parece haber una persona, ni un grupo de personas que pueda decidir frenar. Nos movemos dentro de un avión sin piloto: no habrá aterrizaje. La complejidad de intereses cruzados, la imposibilidad de pensarnos comunitariamente y en conjunto con el planeta del que formamos parte, la imposibilidad de abandonar privilegios, la imposibilidad de complejizar las miradas y de salirnos de la inmediatez, nos ubican en un escenario donde se requieren niveles de acuerdos altísimos mientras que aún no podemos lograr los básicos. Por el contrario, cada vez nos alejamos más. Como botón de muestra podemos pensar en esa ridículamente numerosa masa de gente convencida de que la tierra es plana. Ni hablar de pensar en la justificación de exterminios de grupos humanos o de los avances, aún hoy, de la depredación de diferentes ecosistemas en nombre de beneficios económicos que ni siquiera se distribuyen: bienvenidas petroleras a Mar del Plata, sacarán el país adelante, seremos la nueva Dubai. Spoiler alert: no seremos Dubai. Por otra parte: ¿de verdad el horizonte de sus proyectos es ser Dubai? No hay salida. Somos muertos vivos. Y sin embargo ahí vamos, tratando de ser lo suficientemente conscientes como para no ser necios, pero lo suficientemente indiferentes para no pegarnos un tiro en la boca. En mi caso, elijo perseguir una esperanza inesperada, porque recuperando hitos, la vida, la historia y la naturaleza nos han mostrado que son capaces de ofrecernos opciones impensables, irrupciones que no habíamos logrado vislumbrar. No queda más que apostar por sembrar algo que tal vez no germine, que muy probablemente no germine o que lo haga de forma insuficiente y defectuosa. Pero aún así hay que intentarlo, para tratar de ser felices, para intentar rebelarnos frente a ese destino que se presenta racionalmente como algo inexorable. Quiero aferrarme a las pasiones alegres, a la voluntad de vida, a la sensibilidad frente a un mundo que podría ser verdaderamente maravilloso si lo armamos de forma colectiva, a la amistad, a la fraternidad, al amor a la vida, al cariño, a la naturaleza, a las plantas, a los animales, a las historias, a la música. Mar del Plata, noviembre 2023