R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
no. 39-40: 92-111, octubre-diciembre de 2004.
¿Por qué cayó el socialismo
en Europa oriental?
Rafael Hernández
Francisco Brown
Ariel Dacal
Julio A. Díaz Vázquez
Fernando Rojas
Rafael Hernández (moderador): Este año se cumplen quince años del principio
del fin del socialismo en Europa del Este, de la caída del muro de Berlín,
acontecimiento dramático —así como lo es todo lo que sucedió después—, que
responde a un grupo de causas desencadenantes, y tuvo inmensas consecuencias.
Sería muy difícil captar este fenómeno en todas sus dimensiones y en cada una de
las realidades nacionales, no solamente de la Unión Soviética, sino de países tan
diferentes como la República Democrática Alemana, Yugoslavia o Albania. El panel
no podría profundizar en todos los problemas relevantes, y mucho menos detenernos
en cada uno de los casos nacionales. Haciendo esas salvedades, queremos invitar a
una reflexión sobre el conjunto de los problemas que enfrentaba el socialismo en
Europa y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
La primera pregunta: ¿qué modelo de socialismo se llegó a configurar
históricamente en la Unión Soviética y en Europa del Este? ¿Cómo podría describirse
en relación con los acontecimientos que le dieron origen, y con los movimientos
revolucionarios europeos de las primeras dos décadas del siglo XX, en donde muchos
de esos procesos tuvieron antecedentes?
Fernando Rojas: Me voy a circunscribir por el momento a la Unión Soviética. Es
muy encomiable la manera en que se establece esta suerte de comparación en la
segunda pregunta que ha formulado Rafael. Se trata de cómo esos proyectos
revolucionarios, conformados en las primeras dos décadas del siglo XX, comienzan
a ser cuestionados por el bolchevismo desde muy temprano, en los años 20. Subrayo
intencionalmente el bolchevismo, porque habría que distinguir tres momentos en esa
involución. Un primer momento en el que el bolchevismo en su conjunto, el partido
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¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
como tal, comienza a introducir modificaciones en su propia tradición, desafiando
incluso al jefe del Partido; un segundo momento, cuando se conforman las distintas
facciones y comienzan a luchar entre sí, y que culmina, como se conoce, en el
triunfo de la facción de Stalin; y un último momento en el que se sustituye —esta
idea pertenece a Trotski— el poder de la facción de Stalin por el poder de Stalin.
Todo esto sucede en poco menos de una década.
¿En relación con qué tópicos se producen estos cambios? Yo señalaría solo algunos,
que pretendo sean los más importantes. Al mismo tiempo, me ahorro las referencias
al antecedente histórico de estos proyectos revolucionarios, el antecedente marxiano,
por considerar que la propia explicación nos puede ir conduciendo a esa referencia.
Un tópico tenía que ver con la lógica de la revolución mundial o, para situarnos en la
versión casi siempre eurocéntrica de muchos de estos movimientos, la lógica de la
revolución europea. Hasta Lenin, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci —que aunque
empieza un poco más tarde también hay que asociarlo con esta época—, el criterio
generalizado en todos los partidos de la izquierda revolucionaria, constituida en 1915
—y de la que surgió después la Tercera Internacional—, era reconocer que la revolución
podría comenzar en un país aislado, por ejemplo, en Rusia. Pero nunca se pensó que
podría consolidarse definitivamente el proceso revolucionario sin que estallara la
revolución en otros Estados europeos, sin que el proceso —que Marx, y sobre todo
Engels, definiera mucho más claramente—, ocurriera al mismo tiempo en todos esos
Estados, extendiéndose de una manera más o menos rápida a otros países. La propia
política exterior del bolchevismo y de la naciente república soviética se orientaba
siempre en esa dirección. Ahora bien, esta idea se fue remplazando por el criterio de
que sí era posible construir un socialismo nacional, con todas sus consecuencias; se
fue avanzando gradualmente hacia esa tesis, no de inmediato, hasta que se establece
en la Constitución soviética del año 1936, con las lógicas consecuencias que eso trajo
para la política interna y, muy especialmente, para la exterior, para la del partido, del
Estado, y para lo que hacía la Internacional Comunista, que terminó más bien
representando los intereses que garantizaban la seguridad nacional del Estado
soviético.
Un segundo tópico tiene que ver con la socialización —uso esta frase con toda
intención— de la propiedad; con el proceso de transformación de las relaciones de
propiedad, las relaciones de producción en su conjunto. Los bolcheviques, en el
primer año de la revolución, tratan de ensayarlo de manera acelerada, hasta el extremo
de que aun el propio «comunismo de guerra», una medida obligatoria establecida
por la presión de la guerra civil, llega a considerarse, en un momento, como una
especie de lógica permanente del desarrollo económico; hasta el extremo de que,
en diciembre de 1920, se preparaba un decreto para abolir el dinero, y se estaba
discutiendo ya en el Consejo de Comisarios el primer proyecto de ese decreto. Apenas
en los primeros meses de 1921, Lenin está propugnando, apoyado por Trotski y por
Bujarin, un avance más gradual hacia la socialización, también con vaivenes. En
1922, en el onceno Congreso del Partido Bolchevique, él expresa que había que
detener el retroceso —refiriéndose a las formas de privatización, a la idea de las
concesiones al extranjero establecidas con la llamada Nueva Política Económica
(NEP)—, lo cual podría ser entendido como comenzar a avanzar en la socialización
de manera más rápida. Sin embargo, apenas unos meses después, terminando 1922
y empezando 1923, se plantea la idea de llegar al socialismo a través de la
cooperación —traducido el término literalmente del ruso, pero que podemos
entender como cooperativización. Esta no es, sin embargo, la fórmula que se aplica
a finales de los años 20, sino que incluye distintos tipos de cooperativas con una
concepción más gradual de avance hacia un modelo donde —como el propio Lenin
decía— el pequeño burgués pudiera convivir con la propiedad estatal y,
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gradualmente, transformarse en un productor, en un trabajador del socialismo. Los
debates fueron muy intensos, pero todos sabemos que terminaron con una especie
de revolución desde arriba, incluso con la apelación al crimen, al castigo como
método, y cooperativizando a marcha forzada toda la agricultura soviética, y
estatalizando, también a marcha forzada, toda la industria. Este es otro tópico donde
el bolchevismo primero, y el poder personal de Stalin después, van contra las ideas
que anteriormente sustentaban.
Un tercer tópico es el de la democracia en la sociedad, en el partido: la democracia
soviética. En un ensayo reciente sobre Rosa Luxemburgo, yo escribía que la idea de
destruir la maquinaria estatal burguesa no tenía nada en común con la de establecer
limitaciones de todo tipo a la expresión democrática en la sociedad soviética; ese
era el punto de vista de Rosa Luxemburgo, y también el de Lenin. Esta concepción
se sustituyó por la estatización de los soviets, por la burocratización del partido, y
consecuentemente, en la medida en que nos vamos acercando al momento en que
Stalin establece su poder personal, por la arbitrariedad, el crimen, el asesinato, como
se conoce.
Un cuarto tópico es el de las nacionalidades, que será muy importante cuando
nos vayamos acercando al momento del «desmerengamiento», usando ese término
tan afortunado. Se dice poco, pero Lenin se opuso decididamente a la constitución
de la URSS. La frase que utilizó fue: «recomiendo volver atrás», y la escribe al día
siguiente de la fundación de la URSS. Volver atrás significaría anular aquel acto
constitutivo y retornar a la situación anterior, en la que se había declarado la
autonomía de las repúblicas. En la práctica, a pesar de las sucesivas constituciones,
lo que se estableció fue un modelo en el cual el centro ruso tenía el poder sobre
todo el resto de las nacionalidades.
Hay un quinto tópico, tal vez todavía menos conocido, no perteneciente a la
tradición bolchevique y de otros partidos de las primeras dos décadas, pero sí
importante, porque es una idea de Lenin, a mi juicio todavía muy desatendida, y
que, dada la importancia capital que tiene, y sobre todo por lo que significa en lo
referido a la conformación de un proceso revolucionario mundial, debió haber sido
mucho mejor analizada. Está en su artículo «Más vale poco pero bueno», que él
termina de dictar el 2 de marzo de 1923 —el 6 de marzo, Lenin sale del trabajo
definitivamente, termina postrado, pasa el resto de su vida en esas condiciones, sin
poder realizar prácticamente ninguna actividad. Él considera que los países
capitalistas avanzados de Europa occidental —nótese que no menciona a los
Estados Unidos, eso daría pie a muchas reflexiones, pero nos ocuparía demasiado
tiempo— no llegarán al socialismo a través de un proceso de maduración gradual
de sus condiciones para ello, sino de la explotación del Estado vencido en la guerra,
Alemania, y de todo el Oriente. Lenin usaba Oriente como en la tradición académica
europea, para referirse a todo el Tercer mundo no europeo. Cuando un ruso dice Oriente
está pensando en Egipto, China, la India; todavía hoy se oye eso en el lenguaje
común. Tal idea conduce a entender la geopolítica mundial, en el sentido de que es
precisamente al Tercer mundo al que corresponde una suerte de gran iniciativa
revolucionaria en las condiciones del momento contemporáneo. Y este es un tema
también muy insuficientemente atendido, como se demostró después en la crisis
que generaba la revolución china, apenas unos años después de esta premonición.
Julio A. Díaz Vázquez: Pienso que en el transcurso del siglo XXI —aunque muchos
no estaremos aquí—, las causas de la caída del socialismo en Europa se estarán
discutiendo aún, y quizás se abran los archivos que son, desde mi punto de vista,
necesarios para profundizar en las causas del fracaso de este primer asalto al cielo.
El «modelo clásico socialista» (soviético), al que me voy a referir, constó de tres
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grandes pilares. El primero, la nacionalización o el establecimiento de la propiedad
social. Esta propiedad social se identificó —y esta es otra discusión todavía
pendiente— con la propiedad estatal. El segundo fue el elemento político de la
forma del Estado; la democracia que representó a la llamada «dictadura del
proletariado», esto es, la dictadura de la mayoría, y que posteriormente, en la
evolución de la URSS, se identificó con el Estado de todo el pueblo. Y, por último,
en lo social, la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, garantizando
vivienda, salud, educación, atención a la vejez, etcétera. Estos tres pilares se fundirían
en la subordinación de lo estatal y lo gubernamental a las instancias del Partido,
sobre la base de la ideología. En otras palabras, el sistema tenía su sustento en la
ideología, de la cual se pasaba a la política, y de esta a la economía. Este es el
modelo que se conformó, fundamentalmente, a partir de los años 30.
Ahora bien, la propiedad social estatal sirvió para sostener un modelo económico
que tenía como base la planificación centralizada, con la exclusión del mercado, y
llevaba al establecimiento de una dirección vertical —del ministerio a la empresa.
En este modelo, el dinero, por ejemplo, tuvo un papel pasivo; tenía algún dinamismo
en la esfera de la distribución respecto al salario que devengaban los trabajadores,
y por esa vía satisfacían sus necesidades básicas. De ello emergía la problemática
de mantener el equilibrio entre las partes del presupuesto estatal y la moneda que
circulaba. La deficiencia esencial de este «modelo económico» radicó en carecer de
palancas o instrumental autorreguladores; es decir, no generó mecanismos que,
sobre su propia marcha, perfeccionaran el modelo.
La pregunta sería: ¿por qué tuvo éxito? Considero que tuvo éxito por la coyuntura
en que se forma este modelo: la crisis del capitalismo y el lanzamiento de la
industrialización acelerada, que en cierto sentido fue volver al «comunismo de guerra».
Todos los autores que analizan las limitaciones del modelo, recurren siempre a situar
su origen en los años 1918-1920, puesto que, para lograr un avance en pocos años
—creo que Stalin dijo «en diez años hemos de hacer lo que el capitalismo necesitó
cientos»— trajo como consecuencia la necesidad de centralizarlos y ponerlos en función
de esa industrialización. Cuando este país se lanza a esa industrialización, contaba
con tres condiciones para resolver el problema por vía extensiva: fuerza de trabajo
abundante, recursos naturales y además —lo que no se ha subrayado suficientemente—
que en los años 20 y 30 del pasado siglo, las diferencias tecnológicas entre los centros
más desarrollados del capitalismo y la industria que echaba raíces en la URSS no eran
tan grandes. Recuérdese la famosa fábrica de tractores que le vende Ford a la URSS
en 1929, que se instala en Stalingrado, y que no tenía gran diferencia con los tractores
que se fabricaban entonces en los Estados Unidos.
Pero este modelo se agotaría antes de que terminara la década de los 30. Se hace
escasa referencia al hecho de que ya en 1938 fue necesario hacer una reforma de
precios que enderezara las distorsiones creadas en la economía, puesto que el sector
productor de medios de producción y materias primas era ineficiente, arrojaba
pérdidas, porque el modelo económico se basaba en ofrecer materias primas y
maquinaria barata para incentivar su consumo, lo que desembocó en la baja
rentabilidad de las ramas primarias de la economía.
Menciono la importancia de considerar el antecedente del «comunismo de guerra»,
porque este surge originalmente como una política coyuntural, un camino que
después pareció un experimento que podía, digamos, acortar el camino para llegar
al socialismo. Pero no fue así, y eso tuvo repercusiones a largo plazo en la génesis
del modelo. Ahí están las raíces de lo que sucedió varias décadas después. Fue la
enfermedad que lo va a destruir. Al salir de la guerra civil —desde mi punto de
vista—, lo que había sido el centro de los bolcheviques, los grandes núcleos obreros
en determinadas ciudades, como Moscú y Leningrado, había sido liquidado. Unos
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se habían ido al Ejército Rojo, otros trataron de sobrevivir en el campo y los que
quedaron en las ciudades habían perdido todas las características que manifestaron
al inicio de la revolución. Entonces, el Partido, en esencia, es el que sustituye todos
los medios representativos de la sociedad, en especial, los soviets, y va a ser el
garante de la revolución. Aquí está el germen de la burocratización. A esto habría
que sumarle la propia herencia burocrática del Estado zarista, el bajo desarrollo de
las fuerzas productivas, el pobre nivel educacional de la población,
fundamentalmente la campesina. Y un elemento que se soslaya, aunque señalado
por Trotski, el papel desempeñado por la desmovilización del Ejército Rojo. En
1924, había nueve millones de soldados en el Ejército Rojo, de manera que al irse
desmontando este dispositivo, los estados mayores de estos ejércitos pasaron al
Partido, es decir, al aparato partidario o al de los Soviets. Estos vencedores que se
integraban a otras tareas de la esfera social traían los métodos que les habían
proporcionado la victoria en la guerra civil. Y al perderse aquella unidad monolítica
lograda por los bolcheviques en los centros obreros, el verdadero poder radicaba,
entonces, en el Ejército Rojo. Todo esto influye decisivamente en la burocratización
que se desencadena posteriormente.
Este «modelo económico» recibió oxígeno con la preparación para la guerra a
fines de los años 30. Primero, la amenaza del fascismo, y luego la reconstrucción, le
dieron nuevos aires a este modelo extensivo. De esta forma, a mediados de los años
50, ya recuperadas las pérdidas y restañadas las heridas de la economía y, en cierto
sentido, en la sociedad, se reveló que el modelo estaba agotado. La ausencia de un
mecanismo autorregulador —que, como señalé antes, fue una causa primaria en la
deficiencia de su funcionamiento—, evidenció la necesidad de pasar a otro modelo
más dinámico.
Eugenio Varga, que era un joven economista en aquella época, de origen húngaro,
aunque soviético, escribió un artículo a fines de los años 20 en el cual plantea que
la «contingentación» está agotada. Lenin le sale al paso y valora muy positivo el
libro de Bujarin sobre la economía del período de transición; sin embargo, tres
meses después Lenin está abogando por la NEP. Antes de morir, muchos años
después, en 1964, después de haber sido director del instituto de ciencias sociales
más grande que tuvo la URSS, el Instituto de Economía Mundial y Relaciones
Internacionales (IMEMO), Varga escribió que la sociedad soviética, el pueblo, la
gente, el hombre de a pie, los que sufren y lloran las penas diarias, no tenían
posibilidades para remontar la situación en que vivía el país. A mi juicio, él estaba
resumiendo su experiencia de todo el desarrollo del socialismo en la URSS, más que
referirse al intento de cambio que trajo la presencia de Nikita Jruschov como
secretario del Partido en aquellos años, el llamado deshielo, y que en definitiva no
resolvió los problemas fundamentales de ese modelo. Para entonces, estaban creadas
todas las condiciones para la crisis; que salieran a la palestra y el «viejo topo de la
historia» pasara la cuenta, era una cuestión de tiempo.
Ariel Dacal: Para analizar el modelo soviético y su extensión en Europa del Este es
vital la perspectiva política, porque es ahí donde se concentran los errores principales.
Es necesario, en primer lugar, discernir entre el leninismo y el stalinismo. La revolución
bolchevique asumió enormes retos. Uno de los grandes debates de la época era acerca
de si Lenin había aplicado fórceps a la historia, si había tratado de acelerar el proceso
histórico, si era utópico o no el proceso revolucionario. La cuestión de fondo era la de
tratar de hallar un modo eficaz de lograr estos tres pilares descritos por el profesor
Julio Díaz. A partir del método de prueba-error se buscaba enfrentar este desafío
histórico, consistente en construir una nueva realidad en un país atrasado.
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Hay un hilo conductor en las proyecciones de Lenin en relación con su expectativa
de la revolución europea, pues, para él, la revolución rusa era solamente un prólogo
de la europea, y murió con la esperanza de que esto ocurriera, y que Europa asumiera
las banderas del socialismo. Es importante advertir la ruptura no de las formas, de
las proyecciones con respecto a la revolución, sino lo que significó el stalinismo,
que marcó el modelo socialista que estamos analizando, distante de lo que pretendió
Lenin.
El primer rasgo fue el de la verticalización excesiva de las decisiones políticas.
La burocracia —a la que aquí se hizo referencia— fue copando todos los espacios
de decisión política dentro de la sociedad soviética; estilo que después exportó a
otras experiencias. De esta manera, se estructuraron no solo conceptos, sino
instituciones. Este nuevo sector dominante empieza a articular el proyecto a partir
de sus propios intereses, mediante una fusión del Partido con el Estado. El Partido,
lejos de ser un ente ideológico que aupara el debate, convirtió al Estado en su
instrumento administrativo. En vez de ideas, proposiciones, conceptos, se bajan
directivas políticas. Así se creó una suerte de partido militarizado, que dista mucho
—y me gusta insistir en estos elementos— de la lealtad y la disciplina que esperaba
Lenin. Él creó un partido disciplinado, en primer lugar por las coyunturas históricas
en las que tuvo que desarrollarlo, para dirigir, enseñar, educar a la clase obrera, y no
para domarla y someterla. Se trata de un partido con basamentos similares, pero la
esencia de su funcionamiento era muy distinta.
En sus últimos años, que fueron agónicos, Lenin veía, de un lado, todos los retos
que se abrían para una revolución que no contaba con el apoyo de las revoluciones de
Europa, después de las oleadas de 1919 y 1923, que fueron cayendo progresivamente;
y de otro, un grupo de elementos de la cruda realidad rusa, que iban emergiendo en la
política, la sociedad, la economía, y que demandaba respuestas nuevas. Él catalogó a
la burocracia como un elemento residual del proceso revolucionario, una herencia,
que si no se atajaba a tiempo podría tener una influencia determinante. La figura que
representaba a este sector —y no vamos a exagerar el papel de las personalidades en
la historia— era José Stalin, el hombre ideal en aquel momento para capitalizar su
liderazgo y control. En primer lugar, era un bolchevique de los orígenes de la revolución,
un hombre de ordeno y mando, que en sí centraba algo que en el espíritu ruso se
mantiene hasta nuestros días: la idea del hombre fuerte, capaz de personificar y poner
en práctica el espíritu épico del pueblo. En ocasiones, de manera hábil, en otras,
morbosa, e incluso criminal (Stalin acudió a la eliminación física de sus antagonistas),
se hizo rodear de un grupo de individuos que eran leales, de esa manera, al jefe, no a
la idea, a la proyección, al debate. Y se fue cercenando algo vital para cualquier
intento revolucionario: el propio debate revolucionario. Ya en la década de los años
30, como señaló Trotski —y en esto coincido con él, a pesar de todas las contradicciones
que vivió personalmente— se corona un proceso contrarrevolucionario respecto a
las esencias del proyecto bolchevique, incluso reconociendo que este no estaba exento
de contradicciones y desafíos. Esta institucionalización stalinista llevó a un control
férreo, mediante un sistema político consistente en un partido de masas fuertemente
manipulado por una ideología oficial unidireccional a partir del Politburó, y apoyado
en una utilización bastante eficiente de los medios de divulgación de ideas. Debe
recordarse que el último gran debate en Pravda fue en el año 1923, acerca de los
precios del agricultura y la industria. Desde entonces, no hubo más debates fuertes,
de contraposición, hasta la década de los 80, con la glasnost, ya cerca del derrumbe.
Este modelo expresaba una visión unilateral, recia, inflexible, de lo que debía
ser la construcción del socialismo. En el imaginario social, en la psicología social
de este nuevo sujeto que se iba involucrando en la revolución, hubo una fusión
nefasta —y la historia lo probó luego— entre el poder y la verdad, pues esta solo
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podía fluir a partir de las determinaciones de aquel. Esta mentalidad, esta forma
parcelada de ver la vida y el propio proceso revolucionario, fue inmiscuyéndose
nocivamente en todos los aspectos de la sociedad. No quedó un elemento de la
sociedad que no estuviera subordinado, dominado y sometido por esta concepción.
Estamos hablando del fracaso de este modelo particular, que desde sus propios
orígenes se iba negando las posibilidades del cambio. Si bien hubo elementos
materiales y culturales que expresaron su evolución, su desarrollo, a lo largo de
todos esos años, no fue lo suficientemente sólido, sino más bien contraproducente
al propio sistema. Uno de los grandes logros del período soviético fue dar la
posibilidad de que grandes masas de analfabetos accedieran a la cultura; pero, debido
a su autoritarismo, su falta de participación y democracia, en el sentido más amplio
de la palabra, si bien hubo un desarrollo cultural que incrementó la capacidad de
reflexionar y ver el mundo desde otras perspectivas, no existieron mecanismos para
que esa cultura fluyera por las diferentes estructuras del sistema. De manera que
este desarrollo cultural, que tuvo una resultante en la década de los años 80, no se
convirtió en un proceso de legitimación, sino de ruptura y desprecio a los valores
básicos con los cuales en algún momento se sintieron identificados.
Rafael Hernández: Ya que no podemos profundizar más en todos estos problemas,
por falta de tiempo, le pido a Francisco Brown que una su reflexión a la segunda
cuestión: ¿qué expresiones anunciaban la crisis? —algunas intervenciones ya han
tocado este aspecto—; además, ¿qué factores desencadenaron la caída, es decir, el
fracaso del modelo?
Francisco Brown: Lo que voy a decir es una síntesis de lo que escribí en el libro
Europa del Este: el colapso, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales hace unos
años. Pero antes de entrar en esos problemas, quiero señalar que hay una diferencia
importante entre Europa del Este y la Unión Soviética. En el caso de la URSS, el
colapso, o la derrota del socialismo, no estaba programado de antemano, ni previsto
desde sus inicios; mientras que en el caso de los países de Europa del Este, el
germen del colapso está presente en los inicios de la construcción socialista;
sencillamente porque se exportó a ellos el modelo stalinista que hemos estado
criticando hasta ahora aquí. En el caso de los países del Este europeo, no estamos
en presencia de un proceso revolucionario que surge de las demandas internas de la
sociedad, sino que es impuesto, en un contexto de confrontación capitalismosocialismo emergente con el inicio de la Guerra fría, en los años inmediatamente
posteriores a la Segunda guerra mundial.
En este modelo, se trata de un socialismo en el que el hombre se concibe como
una pequeña tuerca del gigantesco mecanismo social. A diferencia de Lenin, que
concebía el socialismo como la creación vital de miles y millones de personas, en
este modelo se concibe como un proceso impuesto desde arriba. En los países de
Europa del Este, la imposición es doble: el factor externo de la Unión Soviética,
que emerge victoriosa de la Segunda guerra mundial; y el interno, al elegir a sujetos
políticos que no eran los más capacitados para conducir el proceso. Como se sabe,
los comunistas emergieron debilitados de la ocupación fascista en esos países. En
casos como el de Polonia, por ejemplo, la Iglesia católica desempeñó un papel
sumamente significativo en preservar la identidad nacional frente al ocupante
extranjero, así como los socialdemócratas y otras fuerzas; sin embargo, la mayoría
de estas fueron relegadas, unas obligadas a marchar al exilio, otras a integrarse al
Partido comunista, que se convierte en fuerza dirigente de la sociedad. Se trata de
la imposición de un modelo, con todas las desviaciones y tergiversaciones a que se
ha hecho referencia en las intervenciones precedentes.
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Una expresión de este fenómeno es la doble moral; otra, las formas de enajenación
política, los procesos políticos, electorales, convertidos en algo formal, donde se
vota para no buscarse problemas, y donde hay un candidato único, por el que hay
que votar.
Julio A. Díaz Vázquez: Se votaba sin entrar a la cabina.
Francisco Brown: Exacto. Otro síntoma es la enajenación económica: un productor
directo que ha adoptado normas consumistas, porque la legitimidad del sistema
está cuestionada desde sus orígenes y hay que legitimarlo mediante el consumo. No
por casualidad cuando se produce el colapso, estas sociedades estaban enormemente
endeudadas con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Otros
síntomas: elementos de pasividad y de inercia en el ciudadano; formalismo en los
procesos electorales; grandes desviaciones y tergiversaciones de la democracia;
hospitales psiquiátricos para aquellos que no estaban de acuerdo con la línea oficial,
porque si uno no estaba de acuerdo, estaba loco. Todos estos síntomas revelaban
que el proceso estaba enfermo de muerte.
Rafael Hernández: Sobre este aspecto de la sintomatología que anunciaba el fin,
¿quién quiere agregar algo a esta lista sumaria que ha hecho Brown?
Julio A. Díaz Vázquez: Quiero añadir solamente que ese modelo, conformado en la
URSS y Europa del Este, no era reformable —es algo que podría explicar más
ampliamente—: había que asumirlo en su conjunto o rechazarlo totalmente. Todo lo
dicho por Brown estaba presente en la URSS. Si me dijeran que estamos ahora haciendo
su disección, una especie de autopsia del cadáver, diría que la posibilidad de salvarlo
—desde mi comprensión de todas sus implicaciones— estuvo en el futuro desempeño
de la NEP; pero la NEP se fue a bolina, y ahí mismo se cancelaron las posibilidades
de ese modelo, que ya había nacido y venía enfermo, y su muerte, para los analistas
mejor informados y más perspicaces, era solo un problema de tiempo.
Lo que aquí se ha dicho de Europa del Este es cierto, pero quisiera también subrayar
que allí había condiciones para un desarrollo no capitalista. Si vamos a analizar la
situación cuando termina la Segunda guerra mundial, en toda esta zona hay una
posibilidad de un desarrollo que no repitiera el ciclo capitalista; y en cambio, se impuso
el «modelo soviético». Por esa razón, no debe meterse en el mismo saco a la URSS y
a Europa del Este, sin analizar esas diferencias. Aunque como esta problemática es
mucho más compleja, yo preferiría no abordarla en este momento, porque bien puede
ser un tema de tratamiento aparte. En esencia, para todos esos países ya había pasado
el cuarto de hora de las reformas, al menos es lo que la vida demostró.
Fernando Rojas: Los déficits culturales que señalaba Ariel, relacionados con la
producción de la vida cultural, hay que considerarlos también como un síntoma,
porque se van agravando. Según pasan las décadas, estos se van agravando a niveles
de esclerosis en la creación artística, en la crítica, en el conjunto de la producción
de la vida espiritual. Baste recordar lo que pasaba con la academia, los modos que
se introdujeron en la investigación, la manera de producir la ciencia social, que se
iban esclerosando con el tiempo.
Rafael Hernández: ¿Entonces tú estás de acuerdo con lo que dice Julio de que no
se podía haber evitado la crisis, a la altura de la década de los años 80?
Fernando Rojas: Quiero adelantar un problema de mi propia cosecha antes de tocar
ese punto. No estoy seguro de que sin la industrialización forzada, sin la
cooperativización agrícola y sin la unidad de las nacionalidades —que sabemos cómo
se consiguió—, la URSS hubiera podido vencer al ejército nazi. Este problema se me
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antoja una contradicción con el análisis previo. Por supuesto, no se puede verificar; la
historia no se puede repetir en un laboratorio. Ahora bien, uno analiza la victoria
sobre el fascismo, las condiciones socioeconómicas y, por supuesto, las militares, que
la permitieron, y en su base está sin duda la influencia de esos procesos. ¿Por qué
medios, por qué métodos, a partir de qué resortes se llegó a esa condición? Aquí
radica una dimensión ética del problema que para nosotros es muy importante distinguir.
Rafael Hernández: Aclárame, Fernando, ¿tú quieres decir que la defensa de la
Unión Soviética frente a la invasión nazi hubiera requerido de todas maneras un
régimen autoritario como el de Stalin?
Fernando Rojas: No lo puedo afirmar, pero me encuentro con ese problema.
Tampoco la industrialización, la cooperativización y la unidad nacional o la idea
soviética, como se quiera decir, se relacionan exactamente con el autoritarismo de
Stalin. Creo que son dos cosas distintas, aunque, por supuesto, mantienen conexiones
indiscutibles. Se trata de un tema muy problemático para mí.
Sobre tu otra pregunta, creo que las cosas pudieron ser de otra manera en la
segunda mitad de los 20 —para tratar de decirlo cronológicamente—; se pudieron
tomar otras decisiones cuando se discutieron estos asuntos —a los que todos nos
hemos referido de una manera u otra—, cuando se tomó un rumbo que desembocó
finalmente en el stalinismo. Luego, el triunfo en la guerra creó un clima propicio
para haber trazado otro camino. Lo que está insinuando Julio es que había que
hacer una revolución. Correcto. Pero, en definitiva, ¿no se llama a lo que pasó a
finales de los 20 «revolución desde arriba»? ¿Y no se le llamó a lo que Gorbachov
empezó a hacer, también, «revolución desde arriba»? Pudo haberse practicado esta
revolución a finales de los años 50, cuando se produjo la crítica al culto a la
personalidad. Y, por supuesto, en los años 80, aunque el resultado lo conocemos, se
movilizaron las conciencias. Ese es un factor suficientemente sólido como para
suponer que podría haberse iniciado un proceso de transformación.
Francisco Brown: Sobre lo que han dicho Julio y Rojas, yo invitaría a tratar con
más cuidado este tema de la irreversibilidad de los procesos históricos. No lo haría
tan libremente o tan decididamente; no me arriesgaría a afirmar que era irreversible
y nada más. La historia se concreta en la actividad consciente de los hombres, que
le dan la impronta al proceso, adelantándolo, retrasándolo o desviándolo de su
curso. Afirmar que el colapso era irreversible sería válido solo para determinada
etapa de la evolución de ese socialismo. Tendríamos que situarnos en el problema
de cuál es el momento justo en que ya esto no tiene otra solución. No se puede
olvidar que en ese contexto se formaron muchos dogmas.
Rafael Hernández: ¿Dogmas?
Francisco Brown: Dogmas. Los clásicos del marxismo-leninismo nunca hablaron
de un partido único. Lenin agotó todas sus energías tratando de lograr gobiernos de
coalición, con la participación de fuerzas que no aceptaron, como los partidos
burgueses no aceptaron en Cuba, en su momento, colaborar con la Revolución,
pensando que una revolución en Cuba, a noventa millas de los Estados Unidos, no
duraría más de tres meses.
Se instauró el dogma de sustituir la polémica por el acatamiento servil, oficioso;
el de que el socialismo era una sociedad ausente de contradicciones; el del desarrollo
armónico y proporcional de la economía nacional. Y, mientras tanto, la realidad iba
obrando de otro modo: se estaba produciendo una alarmante ralentización del
desarrollo económico y científico-técnico, se estaba retrasando el socialismo respecto
al capitalismo, estaba perdiendo en la emulación económica. También existía el
fenómeno de la falta de acceso de las nuevas generaciones a la dirigencia. A todo
100
¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
esto hay que añadir la liturgia en el marxismo, que se convirtió en una colección de
citas; es decir, se mató el carácter creador del marxismo.
Esa primera pregunta que tú hiciste, Rafael, a mí me maravilló: ¿qué modelo de
socialismo? En los años 80, esa hubiera sido una pregunta muy peligrosa, porque el
concepto de modelo era considerado entonces revisionista. El socialismo tenía
regularidades que debía cumplir todo el mundo, y no se aceptaba, en las escuelas de
marxismo, la noción de que cada país construye el socialismo según sus condiciones,
sus particularidades histórico-nacionales. Todos estos fenómenos contribuyeron a
la caída del socialismo.
Ariel Dacal: Algunos historiadores dicen que Trostki falló al dejarle el campo abierto
a Stalin, que no supo concretar un grupo de cosas, y se debatía en esas
contradicciones. A mí me ha llamado la atención el poder de subordinación que
tenía, en la psicología de los individuos, lo que representaba el Partido. Durante las
famosas «purgas», preferían una y mil veces descomponerse como seres humanos a
faltarle al Partido. Era un proceso psicológico mucho más complejo que la doble
moral, que me parece más epidérmica. Esas contradicciones eran más del alma.
Trotski vivió, en un momento determinado, esa contradicción; pero cuando la salvó
ya era, quizás. un poco tarde. Pienso que debemos volver al inicio de la revolución.
La gran pregunta que planteó Lenin fue la de formular, con su genio político y
responsabilidad, el reto histórico: ¿quién vencerá a quién? Él sabía que estaban
cohabitando, luchando, un sistema por morir y uno por nacer, que el capitalismo no
había vivido lo suficiente como para morir. Se perdió la posibilidad de intentar
hacer vivir al socialismo en esas condiciones. Quiero insistir en la ruptura de un
modo de entender la política, de hacerla, de intentarla, que fue lo que prevaleció
durante décadas en la URSS.
Respecto a la capacidad de renovación del modelo, me coloco en el medio. En el
caso que más conozco, el soviético, coincido con la idea de Brown de que fue
impuesto al resto. Una vez terminada la guerra, en Europa del Este los modelos de
las llamadas democracias populares tuvieron resultados positivos a fines de los
años 40, cuando se logró una cierta movilización —término muy interesante y válido—
en ese proceso de edificación. Pero después el modelo stalinista, montado en los
tanques, se reforzó. Resulta demasiado rotundo decir que la caída era irreversible,
que no era reformable; aunque también es demasiado utópico y apasionado decir que
sí. Sí pienso que era posible lograr una reforma; aunque hubo varias etapas, varias
oportunidades para que esto se lograra. Insisto, al mismo tiempo, en que, dadas las
características del sistema, todo cambio solo podía hacerse desde arriba. Y si
comprendemos que quienes podían acceder a esos canales de toma de decisión
política eran resultado de esa doble moral, de esa simulación, o al menos de esa
forma de entender la política, el cambio se hacía muy difícil. Estos dirigentes
incumplían con lo que Lenin demandaba casi con urgencia: la necesidad de hombres
cultos, honestos y por sobre todas las cosas, reflexivos, que eran los únicos
comunistas capaces de enfrentar aquel problema histórico. Gorbachov sintetizó
toda una generación, que aunque no era individualmente responsable de lo que
había sucedido en la URSS, sí era un resultado del sistema, pues había estado
transitando por aquellos escalones durante mucho tiempo, donde había que ser
dócil, repetitivo, nada creativo, en el sentido que solicitaba Lenin.
Brown se refirió a la falta de relevo generacional. Eso fue lo que le permitió «al
agua irse por el desagüe de la bañadera» —entendiendo que el agua fuera el socialismo
y la bañadera la experiencia histórica. Hubo una ruptura con Stalin, en esa generación
que vino de la década de los años 30 y llegó hasta los 80. Se produce un vacío en
ese momento, y llegó una nueva generación que no había tenido prácticas más allá
101
R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
de la obediencia, cumpliendo órdenes provenientes de esa gerontocracia, que al
mismo tiempo conformaba una meritocracia salida de la guerra mundial. Cuando
se producen los funerales de Andropov, solo 7% de los miembros del Buró Político
eran menores de sesenta años, y más de la mitad sobrepasaba los setenta, y en el
Consejo de Ministros, solo 17% eran menores de sesenta. Cuando empiezan a
fallecer, hay una especie de efecto dominó, y van muriendo todos. A estos espacios
de poder van accediendo individuos como Gorbachov, el rostro visible de toda esa
generación. Estos son los mismos que hoy gobiernan en la Rusia capitalista, si a eso
se le puede llamar capitalismo. Para dar la idea del travestismo político que sufrió
esa casta dominante, en el año 2002 el 71% de la élite política de Rusia había
pertenecido a la nomenclatura, así como más de 60% de la élite empresarial. Fue
una casta parasitaria establecida durante muchas décadas, capaz de subvertir el
sistema, de volver a la propiedad privada, de capitalizar su poder, que esperó la
oportunidad histórica para desmontarlo todo, y que hoy no son otra cosa que el
rostro de la burguesía trastocada, residual, oculta durante mucho tiempo.
Francisco Brown: Sobre lo último que señala Ariel, ese fenómeno de la nueva
élite política y económica rusa se reproduce igualmente en los otros países socialistas.
En tiempos del llamado socialismo real la élite dominante se recicló; de ahí que
participara, contribuyera y se beneficiara del colapso.
Rafael Hernández: Ahora le vamos a entregar la palabra al auditorio.
Carlos Alzugaray: Quiero hacer énfasis solamente en un problema vital para
entender lo que pasó, y es el grosero uso del engaño y la manipulación, con fines
políticos, de prácticamente todos los sectores de la ciencia, y en primer lugar, por
supuesto, de las ciencias sociales. Todos recordamos los manuales de Kusinen, de
Konstantinov y otros; o las cinco Historia del PCUS que se editaron, todas distintas.
El uso del engaño, de la mentira, de la justificación mediante las ciencias sociales,
de los vaivenes de la política, conduce inevitablemente a un desengaño y a una
deslegitimación, más allá de los factores económicos. Estoy de acuerdo con Julio,
aunque yo preferiría pensar que sí hubo cuatro o cinco momentos de posibles
reformas.
Sobre lo dicho por Fernando, me inclino a pensar que el stalinismo apeló al
nacionalismo ruso, a la defensa de la patria —a la Segunda guerra mundial se le
llamó la Gran Guerra Patria. Pero seguramente otros dirigentes distintos a Stalin lo
hubieran podido hacer de la misma forma, y hubieran movilizado igualmente al
pueblo en la defensa contra el fascismo.
Por último, coincido en la falta de legitimidad de los regímenes de Europa oriental,
que se ha señalado aquí, pero quiero agregar un matiz. Aunque quizás el caso de
Polonia fuera más complicado que otros países como Checoslovaquia o Bulgaria,
los comunistas tuvieron un papel en la lucha antifascista y salieron fortalecidos.
Podían haber formado parte de coaliciones de gobierno, aunque no debían haber
sido los únicos en el gobierno. Ese fue el gran error de política exterior de la Unión
Soviética. Se podían haber establecido regímenes que garantizaran la seguridad del
Estado soviético, que incluyeran, quizás como parte de alianzas políticas en el
gobierno, a los comunistas. Por otra parte, en muchos de estos países, los comunistas
que habían luchado fueron liquidados luego. Rudolph Perlanski, secretario general
del Partido Comunista Checoslovaco, dirigente del levantamiento nacional eslovaco,
fue condenado a muerte en los procesos stalinistas de la década de los 40. Eso
acabó con cualquier legitimidad que podían haber tenido los partidos comunistas
en esa etapa, porque todos, inclusive el polaco, habían salido con prestigio por
haber combatido el fascismo.
102
¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
Armando Chaguaceda: Ariel, me parece que haría falta matizar más la relación
entre el leninismo y el stalinismo. Se hace un divorcio completo entre ambos, y se
presenta al stalinismo solo como una versión deformada, empobrecida, autoritaria.
Sin embargo, algunos autores han señalado la posibilidad de encontrar algunos
antecedentes en la política de la época de Lenin. De los grandes errores que tuvo el
socialismo del siglo XX, a mi juicio hay dos principales: el primero, que no logró
desarrollar una forma de organización social de la producción y la propiedad
radicalmente nueva y superior. Concuerdo con el profesor Julio acerca de los híbridos
mercantilistas que se lograron; el segundo es el mecanismo de autorregulación
democrática de la sociedad. Sobre este último habría que someter a debate, por
ejemplo, la idea originaria de la dictadura del proletariado y del centralismo
democrático. Se trata de algo análogo a lo que se le señala a la Constitución de
1940 en Cuba, que era buena, pero le faltaron las leyes complementarias que la
pusieran en práctica. A la concepción leninista le pasó lo mismo. No se puede hacer
una división radical entre ambas corrientes. Si es cierto que el stalinismo fue rudo,
autoritario y que en la práctica abandonó los espacios de debate que podía haber en
Pravda, también lo es, por ejemplo, que el alzamiento del Kronstad ilustró la
necesidad de hacer un cambio de rumbo. En ese sentido, mecanismos de debate
democráticos, como los que planteaba Rosa Luxemburgo, hubieran lanzado la señal
a la élite política de que hacía falta otra cosa. Al mismo tiempo, las discusiones
entre el papel de las mediaciones en la regulación democrática, en la
representatividad, parecen desconocer o reducir el propio concepto de dictadura
del proletariado y de centralismo democrático, o al menos no lo elaboran. Si tú
hablas del desarrollo de la burocracia como casta, precisamente lo que permite que
no tenga mecanismos de regulación y de control de las bases, es que la idea del
centralismo democrático, en muchos casos, se queda ahí, y no se construyen
mecanismos reales para que las bases controlen los procesos.
Desiderio Navarro: Me alegra mucho la existencia de este debate, sobre todo por
una razón: muchos han hecho referencia a cómo se fue trasmitiendo un saber sobre
el campo socialista, que venía no solo prefabricado, sino que mucha de la gente que
fue a la Unión Soviética se identificó con ese saber; es decir, gozaron de las ventajas
de quedarse en la vitrina, ver solo eso y retrasmitirlo. Y realmente había miseria en
la URSS —que lamentablemente los visitantes que se quedaron en la vitrina no
vieron. Yo tuve ocasión de salirme de la vitrina y poder verla, porque había miseria
de Tercer mundo —a nivel de África—, cuando uno salía por Tadzhikistán, por
Uzbekistán u otros lugares. De la misma manera en que se reprodujo esta ilusión,
las explicaciones que uno a veces escucha a nivel popular son, por ejemplo, que el
socialismo se cayó porque Gorbachov era agente de la CIA, por la traición de un
grupo —visión que no tiene nada de marxista. Recuerdo que, por distintas vías,
traté en aquella época de romper esa imagen ideal del campo socialista.
Quiero señalar algunas cuestiones. Una es que sí existió una crítica de izquierda.
El aparato que se ha mencionado no logró imponerse totalmente, pues emergió una
crítica de izquierda, aunque siempre fue silenciada o aniquilada, incluso físicamente,
en todos los países. Pero es importante reconocer que los procesos sí tenían elementos
de rectificación interna. Personas de izquierda de distintas posiciones fueron
expulsadas del Partido Comunista, sus obras anuladas, en algunos casos tuvieron
que irse del país. Está el caso de György Lukács, y de su participación en el proceso
de Hungría; el de Rudolph Bahro, en Alemania —para mencionar solo algunos
nombres. Y hay que reconocer que, en muchos casos, esa crítica se hacía desde el
socialismo. También hay que recordar los problemas que fueron criticados todavía
en tiempos de Lenin. Maiakovski se suicidó, precisamente, al cabo de toda la crítica que
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R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
hizo entre 1924 y 1933. En ese período, él ya había criticado todos los fenómenos
que hemos mencionado aquí —la corrupción, el modo de vida, el abuso del poder,
incluso muchos otros que no se han apuntado—, todos están en la poesía de
Maiakovski, que también se hacía desde la izquierda.
En cuanto al problema de la posición de la burocracia en el sistema, es necesario
explicarlo en términos de clase, sobre todo por el punto al que se llegó. Cuando uno
coge los manuales de aquella época, advierte una trampa en la presentación del
concepto de clase. En el marxismo original, el concepto de clase era determinado
de dos maneras: por la propiedad de los medios de producción y por la distribución
del producto social; todavía en Lenin aparece así. En los manuales, a partir de fines
de los años 20, desaparece el segundo elemento, el que señalaba que la distribución
desigual del producto social podía constituir una clase. Y hay que ver el peso que
tuvo en todos estos procesos la constitución de la jerarquía Partido-Estado-Ejército.
Respecto a la contraposición entre modelo impuesto y modelo no impuesto, hay
un caso que rompe este esquema, el de Yugoslavia, y que resulta bastante
interesante. Ahora bien, comentando la pregunta de por qué se cayó el socialismo,
y entroncando con algunas de las observaciones finales, habría también que
completarla con la cuestión de dónde cayó. Cuando observamos esa caída,
encontramos a todas las jerarquías de los partidos comunistas en el capitalismo
actual, como se ha mencionado aquí. Un caso paradigmático es el de Jerzy Urban,
el vocero de Jaruzelski hasta el último momento, el ideólogo furibundo; hoy es
multimillonario, uno de los cien hombres más ricos de Polonia. Entonces, ¿cuán
comunistas eran realmente aquellos comunistas? Discrepo con el compañero Ariel
de que se tratara de una burguesía oculta durante mucho tiempo y que estaba ahí.
Ocurre que precisamente dentro del propio socialismo empiezan esos procesos de
«acumulación originaria» si se quiere, de capital económico, de capital cultural; un
proceso de concentración incluso por endogamia, de familias que van formando
una clase, por su educación y capital (económico, cultural, social), por sus relaciones
con el mundo occidental. Después de disponer de esa concentración y esa
acumulación, el aparato socialista les resultaba un estorbo a los miembros de esa
clase, y se dan cuenta de que en una transición al capitalismo, ellos serían los que
saldrían ganando. Y tuvieron la razón. Se sabe ahora que era posible, en un cambio
como aquel, que no ocurriera un apocalipsis —aquel escenario de caída del socialismo
según el cual los funcionarios supuestamente serían perseguidos y arrastrados por
las calles—, sino que, al revés, ellos podrían ser los winners.
Hiram Hernández: Mi primera pregunta, jugando con la cuestión de por qué
cayó el socialismo real, el socialismo de Estado, sería más bien, ¿por qué duró
tanto? La segunda se refiere al análisis del poder que viene haciendo
fundamentalmente Ariel Dacal. Estamos hablando de autoritarismo, de culto a la
personalidad —a veces carismática, otras no—, de la democracia entendida como
movimiento de masas; masas que son de maniobra, objetualización del sujeto, un
sistema político que trata de encuadrar unidireccionalmente la vida de las personas,
un partido militarizado, la existencia —como dice George Orwell— de una policía
del pensamiento, el totalitarismo. Mi pregunta concreta es: ¿qué diferencias
sustanciales se pueden establecer entre stalinismo y los modelos socialistas de Estado
y el fascismo?
Roberto González: León Trotski, en los años 30, hizo la predicción de que la
burocracia terminaría por hacerse dueña de los medios de producción, y las cifras
que se han dado confirman esta predicción. Concuerdo con la línea de razonamiento
de Chaguaceda y Desiderio Navarro en cuanto a que una gran parte de las raíces del
colapso soviético está en los crímenes y deformaciones de Stalin. Sin ignorar las
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¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
diferencias entre Stalin y Lenin, que son por supuesto inmensas, me pregunto si no
hay otros problemas y deformaciones. Déjenme ilustrarlas con dos ejemplos muy
concretos. El primero es la propia concepción del partido, cuestionada por Rosa
Luxemburgo y por Trotski a principios de siglo, quienes hablaron del
«sustitucionismo», una concepción que llevaba a que el secretario general
sustituyera al partido entero. El segundo es el momento, terminada la guerra civil,
en medio de una situación ciertamente trágica de la Rusia soviética, en que Lenin
suprime la democracia dentro del Partido, prohibiendo las facciones —dicho sea
de paso, con el apoyo de todos los dirigentes bolcheviques, incluyendo a Trotski,
que luego se quejaría de aquella decisión. Lenin, en sus escritos finales, durante
el año 1924, empieza a tomar conciencia de estos problemas, pero aquella política
perduró. Sobre esa base actúa Stalin, con la cooperación de todos los dirigentes
del Partido, que luego, a la muerte de Lenin, ayudaron a Stalin a esconder lo que
después se ha llamado metafóricamente «el testamento de Lenin», donde los
criticaba a todos, y donde planteaba eliminar a Stalin del cargo de Secretario
general. Stalin convenció al resto de los dirigentes, de manera que los demás
bolcheviques llevan responsabilidad, incluyendo al propio Trotski, con todos sus
méritos indudables.
Mi pregunta se dirige a lo que decía Fer nando Rojas, acerca de la
industrialización, la colectivización y la derrota del nazismo. Concuerdo con
Alzugaray en que la movilización nacional es la clave de estos logros. La Rusia
zarista derrotó a Napoleón, que era, en su contexto histórico, el ejército más
avanzado de Europa, el llamado Gran Ejército, equivalente a lo que en el siglo
XX sería el ejército nazi. Sin esta movilización, no hubiera habido colectivización
ni industrialización. Naturalmente —y esto coincide con lo que decía Navarro—,
hubo una alternativa de izquierda, pues la oposición bolchevique tenía una solución
que Stalin, en parte, le roba, y la aplica de manera criminal. La industrialización y
la colectivización podrían haber ocurrido de otra forma. Pero mi pregunta va más
lejos: ¿acaso la burocratización soviética, las deformaciones de la revolución, el
stalinismo, el colapso, no tienen que ver con el atraso ruso original? ¿No será que
el intento de asalto al cielo en Rusia, en las condiciones en que lo hicieron los
bolcheviques, estaba condenado a arrastrar aquellos problemas no resueltos?
Oscar Zanetti: Uno de los momentos más controversiales por donde hemos
transitado esta tarde fue cuando Julio Díaz Vázquez descartó la posibilidad de
reformas del socialismo en Europa oriental y la URSS. El socialismo realmente
existente era un sistema, y se supone que uno de los principios funcionales
fundamentales de todo sistema es preservarse y reproducirse, y hacerlo de la
única forma que es posible en este bendito mundo, es decir, cambiando. Un proceso
que puede ir desde la fórmula cínica del príncipe Salina, en la novela El gatopardo
—«es necesario cambiar algo para que todo siga igual»—, hasta la revolución.
Ahora bien, habría que esclarecer de qué cambios se trataba. En primer lugar, es
necesario reconocer que sí hubo cambios; por ejemplo, la Hungría de los años 80
no era la de 1958. La cuestión sería: ¿en qué dirección, bajo qué fuerzas, con qué
propósitos se produjeron esos cambios? Habría que sopesar si las condicionantes
estructurales de esta posibilidad de cambio estaban de acuerdo con la naturaleza
y el alcance de las transformaciones necesarias, a fin de rebasar el nivel de análisis
en que se ha estado moviendo el debate.
Carlota Ams: Mi pregunta tiene que ver con el hecho de que, durante toda su
existencia, el campo socialista se encontró frente a un sistema ajeno a él, que fue
el mundo capitalista. Me pregunto en qué medida esa existencia, y la necesidad
de enfrentarse a una economía y una sociedad que funcionan a partir de rasgos
105
R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
muy diferentes, de competir en contra de este otro sistema, contribuyó al
mecanismo del derrumbe del campo socialista, en una relación dialéctica.
Aurelio Alonso: Quiero comenzar por subrayar mi desacuerdo con el título de este
panel. El socialismo europeo no «se cayó». Pienso que lo correcto sería decir que
«fracasó». Lo otro refleja la reticencia a reconocer que, en el sistema que se fue
edificando a partir de la revolución bolchevique en Rusia, se generaron y consolidaron
profundas deformaciones estructurales, incompatibles con la viabilidad de un
proyecto llamado a erigirse como superación del capitalismo. Y, en consecuencia,
la reducción de lo que tuvo lugar a un hecho eminentemente coyuntural. Creo que
es incuestionable que hubo coyunturas; los grandes movimientos de la historia
siempre se dan a través de coyunturas, pero sus causas profundas nunca se quedan
en las coyunturas. En la medida en que nos mantengamos reacios a analizar sin
prejuicios el fracaso, estaremos también obstruyendo la búsqueda de caminos hacia
un socialismo viable. No es persistiendo en que el socialismo del siglo XX estaba
montado sobre estructuras económicas y supraeconómicas idóneas, que deben ser
salvadas, o recuperadas de la reversión, que vamos a poder consolidar el socialismo.
Tampoco considero admisible el rechazo en bloque de lo realizado. Hubo logros
evidentemente apreciables que no deben ser perdidos en cualquier reconstrucción de
la ruta que se intente. Pero creo incuestionable que el socialismo, en el siglo XXI, hay
que reinventarlo. Con mucha imaginación. En el plano económico, pero también
—y quizás sobre todo— en el político y en el cultural, ya que parece obvio que, en
buena medida, el fracaso se debió a la incapacidad manifiesta para generar una
democracia verdadera; no según los patrones trillados, sino a partir de la configuración
de un sistema que garantice la participación del pueblo en los procesos de decisiones,
como conductores y no solo como conducidos. Un verdadero sistema de poder popular,
eso que los revolucionarios de octubre creyeron haber encontrado en la versión original
de los soviets, nacidos espontáneamente además de la experiencia revolucionaria y
no de la cabeza de los líderes, y que a medida que se institucionalizaron los poderes,
se vaciaron de su contenido original, convirtiéndose en una caricatura.
Por lo tanto, me atrevo a decir que estamos en una época decisiva en la cual
resulta estratégico el análisis crítico, tanto de las experiencias que fracasaron como
de las que han resistido, de los contextos internacionales y de nuestra propia realidad
nacional.
Félix Sánchez: Viví en la URSS la época de tránsito del socialismo al capitalismo.
La viví en su flamante Escuela Superior del Partido Comunista, en la parte vieja de
Moscú, a unas cuadras de la Plaza Maiacovski y de la estación de metro
Novoslobóskaya. Fue un privilegio. Llegamos en 1986, cuando la perestroika era
una promesa y salí de allí en 1990, cuando solo quedaban en pie unas cuantas
paredes del edificio que hoy decimos que se derrumbó. Cuando llegué, éramos una
gran familia socialista, nadie hablaba de modelos, nos reconocíamos unidos por lo
esencial.
Es necesario reconocer que aquel socialismo murió desde dentro, los sujetos de
su deceso fueron las masas, esas para las cuales una teoría vale si se inserta en sus
sueños, aspiraciones, deseos. El gran problema que nos ha impedido sacar las
lecciones está precisamente aquí, en el modo en que hablamos hoy de esos países.
Unas supuestamente consolidadas, superiores, relaciones de producción que se
deshacen, gente que entrega, con menos indiferencia que si le arrebataran un dulce,
los medios de producción que «poseía», merecen análisis más serios.
¿Cómo reaccionaríamos si los ideólogos del capitalismo nos dijeran que lo que
ocurre con los países capitalistas calamitosos, esos del Tercer mundo, es que aplican
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¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
un modelo equivocado, errado? Estoy seguro de que echaríamos mano al concepto
de formación económico-social, con el que aprendimos a clasificar a los países no
por sus peculiaridades externas, sino por su esencia. El hecho de que los sistemas
de aquellos países cayesen parecería demostrar que eran los únicos deficientes, y
que los demás —Cuba, China, Vietnam— no tenían defectos. Esta es una conclusión
feliz, pero inapropiada.
Repensar las columnas de ese edificio común pasa por el acto de dudar. Duda de
todo, le respondió Marx a la pregunta de su hija Jenny sobre su lema favorito. Lástima
que le hayamos dado siempre más valor a los trabajos escritos muchas veces al
fragor de la réplica, de la historia, por Marx y Engels, que a sus definiciones. Vimos
agrietarse ese socialismo, hoy desplomado. Esa dialéctica que explica el proceso
del desarrollo debería haber servido para entender que la guerra con el capitalismo
no se podía ganar postergando lo estratégico en aras de las coyunturas.
Luego de tanta enajenación endilgada a la sociedad capitalista, hoy tenemos que
reconocer que el hombre en esas sociedades socialistas se enajenó del poder, de los
medios de producción, de la ideología. Estaba a tal distancia de esas cosas, que
pudo ver desde la barrera, sin siquiera un disparo de fusil ni una barricada, cómo
sus sociedades daban un giro de ciento ochenta grados. No fueron insensibles al
giro; es que para ellos, los de la «realidad real», no habría tal magnitud en el giro,
apenas unos grados, y la posibilidad de mejorar valía el riesgo. No hubo iniciativa de
las masas para contrarrestar el derrumbe, porque hacía mucho que la iniciativa
de las masas se había diluido en una obediencia, que pasaba por consciente
unanimidad. No se cuestionó lo acertado o no de las políticas destructivas, porque
hacía mucho que habían aprendido, del centralismo democrático, que las decisiones
de los organismos superiores son de obligatorio cumplimiento para los organismos
inferiores (y su militancia). La costumbre era que las ideas nacieran en el Buró
político y bajaran. No existía un mecanismo para corregir desde abajo, nunca existió.
Y cuando la perestroika empezó a desbaratar lo que quedaba en pie del edificio,
encontró ese mismo camino de la obediencia ciega en aras de un principio que,
según la teoría, hacía fuerte y no débil al Partido. Aunque ya el culto a la personalidad
de Stalin había demostrado antes que, en asunto del Partido, la masa de militantes
era más débil que el solitario Secretario general, la historia colocó la misma piedra
ante los hijos de Lenin.
Cuando a mediados de 1990, y mientras Yeltsin continuaba sus maniobras
electoreras, visitamos la República Autónoma de Karelia y el Secretario de una de
las regiones nos pidió «a los camaradas hermanos del Partido Comunista de Cuba»
que le dijésemos todo lo que opinábamos de su desastrosa perestroika, su voz no se
levantó al final para censurarnos la crudeza, los vaticinios que ya entonces nos
atrevimos a hacer, sino para refutarnos una expresión. «Estoy de acuerdo en todo
con usted, menos en una cosa. Usted habla de nuestra perestroika. Eso no es así, es la
perestroika de Gorbachov, nadie la discutió conmigo o con mi Comité Regional,
nadie me pidió opiniones. Yo no puedo aceptar esa responsabilidad».
Un suspicaz profesor de la Escuela Superior del PCUS, que nos impartía las
conferencias de Derecho Internacional, nos dijo una vez; «Tenemos que revisar
muchas cosas, camaradas. Nos cansamos de repetirlas, de oírnos decirlas, sin reparar
mucho en ellas. ¿Por qué centralismo democrático y no democracia centralizada?».
No era un revisionista ni un renegado. Era un hombre bueno, que sufría por el curso
que tomaba el país, y que viendo que ya nada lo apuntalaría, nos pedía siempre
sacar las adecuadas lecciones de lo que les ocurría.
Fernando Rojas: Sobre el origen de la Revolución de Octubre, su relación con la
historia de Rusia y su pertinencia, no puede soslayarse el hecho de que los
107
R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
bolcheviques toman el poder porque resultaron la fuerza más preparada para
enfrentar la crisis nacional que había estallado y que tenía que resolverse. La
población de Rusia no soportaba la guerra y el hambre. El poder establecido no
tenía soluciones que ofrecer a la crisis. Recuérdese la réplica de Lenin a Tsereteli en
una sesión del Soviet, cuando este último exclamó que en Rusia no existía un partido
capaz de garantizar las demandas populares. Desde las últimas filas de la sala tronó
la voz del jefe bolchevique: «¡Ese partido existe!».
Fidel ha dicho una frase que resume la respuesta a las dudas sobre la necesidad
de la Revolución: «No se pude culpar a Lenin por haber hecho la Revolución en el
viejo imperio de los zares». Otra cosa es lo que sucedió posteriormente, al intentarse
la construcción del socialismo.
El centralismo democrático fue esbozado como consecuencia de la polémica
que separó a bolcheviques de mencheviques, y se refería al único asunto
—trascendental para la formación de la férrea organización revolucionaria que Lenin
pretendía formar— en que discreparon las dos facciones al discutir los estatutos
del Partido en el Congreso de 1903. Se trataba de defender el papel de los centros
directores del Partido y la militancia concreta en una organización de base. Hasta
su muerte, Lenin apeló a ese principio estrictamente en cuestiones de organización
y de disciplina. No lo invocaba en el transcurso de las discusiones sobre estrategia
y táctica, ni en la propaganda. Las tres crisis de la dirección partidista, en las que la
posición de Lenin quedó en minoría, se resolvieron no mediante el centralismo
democrático, sino gracias a la amenaza del jefe de salir del Comité Central y
renunciar a sus cargos. Fue el stalinismo el que convirtió el centralismo democrático
en principio permanente de la política del Partido y el Estado.
Por último, no se nos debe escapar el hecho de que el stalinismo pervirtió la
noción misma del socialismo como una sociedad de bienestar, libertad y justicia
crecientes y universales. El régimen, proclamado en 1936 como socialista, distaba
muchísimo de la perspectiva de la nueva sociedad prefigurada por décadas de lucha
y análisis.
Francisco Brown: Hay que contextualizar los acontecimientos de los países
socialistas, después de la caída del muro de Berlín. El propio Jaruzelski, último
presidente de la Polonia socialista, se salva de ser sometido a juicio porque, con la
aplicación de la ley marcial en Polonia, evitó la entrada de tropas soviéticas en el
país. Ley marcial u ocupación soviética fue el dilema que se le planteó a la dirección
polaca en aquel momento. Su elección de la ley marcial le valió para todavía estar
cobrando pensión como presidente. Es necesario, por consiguiente, ver el contexto
internacional y de cada país en que se desarrollaron aquellos episodios.
Ariel Dacal: La alternativa socialista que necesita el siglo XXI, si bien no puede
refugiarse en esta experiencia, no podrá edificarse si no se estudia, profundiza y
analiza este fenómeno. Desde el punto de vista histórico, ha sido lo más sólido, lo
más tangible que ha habido, en el intento de subvertir el capitalismo, aun con los
errores que hemos señalado.
Sobre la diferencia entre el fascismo y el stalinismo, pienso, con todo respeto al
que la formuló, que ya es una visión un tanto agotada. Stalin, con todos sus errores,
dejó un país diferente y mejor; mal industrializado, pero industrializado; con gente
que no podía participar, pero al menos con acceso a la cultura. El fascismo dejó
destrucción y caos. El mejor ejemplo de lo que legó la experiencia soviética
—saliendo del vuelo teórico que a veces nos convierte en un poquito arrogantes—,
es la impresión en la mentalidad cotidiana, en el hombre de la calle: «hubo algo ahí
que se perdió». Ese sentimiento colectivo, la idea de que había que salvar algo de
aquella experiencia histórica, no existe respecto al fascismo.
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¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
Otra cuestión es la de leninismo versus stalinismo; y la emergencia de los defectos
posteriores que tuvieron su origen al principio de la formación del sistema. A veces
empezamos a hablar del proceso y dejamos a un lado el rigor histórico, la
responsabilidad y el riesgo de intentar más que un modelo, un desafío de esta
magnitud, en la complejidad rusa. En algún momento Lenin debe haberse dicho a
sí mismo: «¿dónde me habré metido?». No obstante, la diferencia esencial es que
Lenin era un intelectual orgánico, un marxista por encima de todo; y Stalin no lo
era. Si hacemos una revisión somera de la práctica con respecto al Partido, veremos
que Lenin siempre fue muy ambivalente, nunca tuvo una posición final respecto al
papel de la oposición. Lo que se hizo en la coyuntura histórica original de la
revolución rusa, se convirtió posteriormente en principio. Esta es la gran diferencia:
el stalinismo convirtió la necesidad dictada por una circunstancia, en principio, no
solo para la Unión Soviética sino para todo el mundo. Cuando ocurrió la muerte de
Lenin, la alocución de Stalin fue para elevar su figura: «vamos a seguir las enseñanzas
del maestro, del gran Lenin, soy un continuador de Lenin». Va tratando de construir
un mito e identificarse con él. Y fue mucho el daño que le hizo esto al movimiento
revolucionario, no solo de la década de los años 20, sino a todo lo largo del siglo.
Siento que todavía hay mucha pasión involucrada en el análisis de estos procesos,
en todas partes del mundo. Y quince años es nada desde el punto de vista histórico,
sin contar la responsabilidad que emana desde el punto de vista ideológico. Hemos
estado sobresaturados de la idea que responsabiliza al enemigo con este fracaso;
pero progresivamente hemos ido descubriendo cosas que no habíamos visto durante
mucho tiempo, aunque todavía se nos hace difícil tener una visión global e integradora
del proceso soviético.
Julio A. Díaz Vázquez: La mayoría de las intervenciones se han referido más a
consecuencias de la aplicación y el funcionamiento del socialismo que a las causas
que originaban ese funcionamiento. Yo me voy a remitir a la cuestión primaria: el
socialismo surgió en un país donde no existían las condiciones para construirlo, en
el que los pensadores marxistas consideraron que no estaba maduro para el cambio.
Me parece que el socialismo conocido no ha resuelto el problema de base: ¿cómo
crear las premisas para pasar del capitalismo, o de una sociedad mercantil desarrollada
—no tiene que ser necesariamente capitalista— a una nueva formación o a un
nuevo régimen social? Esa pregunta no ha encontrado todavía respuesta. Comparto
el principio marxista de que lo que sustituya al capitalismo tiene que ser superior a
lo que el capitalismo nos ha dado. En ese contexto, influyó mucho en el desarrollo
del socialismo, en particular en Europa del Este, el papel que desempeñó la
concepción geopolítica de Stalin antes de la guerra, y la que tuvo después. Esta no
es una consecuencia, sino una causa que puede explicar lo que sucedió entonces.
Por otra parte, comparto totalmente el criterio que diferencia preparar al Partido
para conquistar el poder y el Partido en el poder; así como lo que se ha señalado
hoy acerca de la esencia del ejercicio de ese poder, que la literatura socialista ha
excluido por múltiples razones, y yo creo que, sobre todo, porque el modelo mismo
lleva implícito que esos problemas se excluyan.
Me pregunto: ¿por qué esta sociedad del socialismo conocido mostró un rasgo
de intolerancia tan grande? La explicación es doble. Una, es que el modelo político
que se constituyó, con Partido único, etc., se abrogó el derecho de interpretar los
designios o las directivas de la sociedad, es decir, sustituyó, en última instancia, a
los soviets. No se ha conocido institución más democrática en su concepción
originaria que el soviet. Y, por cierto, no fue una creación tan espontánea de las
masas, pues los primeros soviets se constituyeron en Petrogrado a instancias de los
socialdemócratas, aunque después se fueron ampliando. Su esencia era muy
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R. Hernández, , F. Brown, A. Dacal, J. A. Díaz Vázquez, F. Rojas
democrática, porque se le presentaba a la masa de trabajadores distintas plataformas,
y los trabajadores votaban. Con ese voto los bolcheviques ganaron la carrera por
representar mejor los intereses de los trabajadores o de la sociedad en ese momento.
Esa esencia se perdió. Lo primero que es cuestionable, por tanto, es la democracia
que estatuyó aquel partido, que se autoadjudicó el derecho de representar, en nombre
de una clase calificada de más avanzada, a toda la sociedad.
Aparte, el modelo económico no fue más eficiente. Pero antes dije que era una
consecuencia del modelo político; lo que primero fue una consecuencia, se convirtió
posteriormente en causa. ¿Qué fue lo que hizo posible que pudiera mantenerse
tanto tiempo? Las condiciones especiales que se daban en Rusia. Disponer de
abundante fuerza de trabajo y recursos naturales le permitió durante más tiempo
que en otras circunstancias mantener un modelo de desarrollo extensivo.
Paradójicamente, una potencia que conquistó el cosmos, también exportaba materia
prima, minerales y gas, todo lo contrario de lo que muestra una economía que
llamaríamos desarrollada.
Quiero mencionar una experiencia que tuve en 1981. Regresando de Varsovia,
de una reunión auspiciada por el instituto del CAME —donde yo trabajaba en
Moscú—, veníamos varios especialistas del Instituto, en el auto, desde el aeropuerto
a nuestras respectivas casas. Uno del grupo le pregunta al secretario del Instituto,
que regresaba con nosotros, qué había comprado en Polonia, y él respondió: «unos
zapaticos para mis nietos, porque no los encuentro en Moscú». Y añadió, en ruso,
lo que en español podríamos traducir como: «Así no se puede vivir». Esta experiencia
refleja que, en el plano social, ese modelo no resolvía problemas elementales, y sin
embargo estaban conquistando el cosmos.
Por eso comparto los juicios que llegan a la conclusión de que el «modelo» no
era reformable. ¿Cómo se intentaron las reformas en la economía? Dándoles entrada
a las relaciones monetario-mercantiles, es decir, concediéndole más amplitud al
mercado, pero esto no es posible con una planificación centralizada y el modo de
funcionamiento del modelo político. El último adiós a las reformas se produjo en
Checoslovaquia, cuando se intentó revertir o reformar ese modelo. Los reformadores
checos entendieron que había que tocar la esfera política, pero resulta que era
intocable. Y no se lo permitieron. Por eso afirmé que los casos de Europa del Este,
fuera de la URSS, no debían de tratarse con el mismo rasero. Por ejemplo, el de
Yugoslavia no es aplicable a la realidad de los demás países —aunque terminaran
todos hundiéndose en el mismo pantano.
Concuerdo con la compañera Carlota en que no se puede excluir del análisis lo
que significó la competencia con el capitalismo. Pero yo le daría una significación
más amplia. El modelo de que estamos hablando, el «clásico socialista soviético»,
necesitaba un enemigo para subsistir; y si no lo tiene, no funciona. Cuando la Unión
Soviética resolvió sus relaciones con la periferia, con los países limítrofes, ¿quién
se presentaba como el culpable de que no hubiera cosechas en los años 1934, 1935,
1936? La mano del capitalismo. Nadie podía hablar de las disparidades que creó el
proceso de colectivización. El enemigo, desde luego, desempeñó un papel en ese
fracaso, pues no es un secreto que los Estados Unidos hicieron todo lo posible,
como decía Reagan, para reventar el socialismo. Pero el modelo económico iba al
fracaso por sí solo. Una muestra de su irracionalidad es que, de cada cien rublos
que se acumulaban, cuarenta iban a la industria de maquinaria, que a la vez que
alimentaba la construcción de maquinarias, relegaba a un segundo plano otras
necesidades importantes.
Recuerdo una exposición que le escuché en Moscú al académico Agambedián,
en 1985, cuando fue a explicar la esencia del plan que iban a desarrollar con la
perestroika. Antes de la perestroika hubo un movimiento que se llamó de «aceleración
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¿Por qué cayó el socialismo en Europa oriental?
de la economía». A mí me asombró que la exposición de este ilustre científico, al
cual yo respetaba mucho, fuera netamente tecnocrática: «Tenemos ciencia y técnica,
y otras cosas, pero lo que debemos hacer es cambiar la correlación entre lo que va
para la industria de maquinarias y lo que va para el consumo, pues a este paso nada
más reponemos 2,5% de lo que se consume». Sin embargo, según él explicaba, la
maquinaria en la Unión Soviética se renovaba totalmente solo cada cuarenta años,
mientras que en los Estados Unidos —este dato lo dio él—, se cambiaba entre
ocho y doce. ¿Y cómo? Modificando las proporciones, es decir, un tratamiento
tecnocrático, de fuerzas productivas, tecnología, etc., donde la gente no contaba
para nada. Los especialistas alemanes presentes, y sobre todo los húngaros,
cuestionaron este enfoque.
He de decir que la literatura y el análisis sobre las reformas socialistas en cuanto
al modelo político, el económico y el social, es incalculable, pero los intentos de
reformarlos que se hicieron fueron siempre al fracaso, pues eran parciales. Si se
desmontaba la maquinaria política, se ponía en crisis el orden social. Si se intentaba
reformar el modelo económico, el sistema político y la estructura económica formada
lo impedían. Y en última instancia, ¿quién sufría? Los consumidores, los ciudadanos.
Trayendo las reformas socialistas exitosas a la actualidad, en los ejemplos de China
y Viet Nam, y obviando lo específico de ambas experiencias, confirman que, en
esencia, esos procesos iniciados con una impronta reformadora, en definitiva apuntan
a otros «modelos socialistas» que poco tienen del «paño del socialismo real».
En conclusión, para sustituir al capitalismo es necesario crear un modelo que dé
más democracia que el capitalismo, más eficiencia, y que responda realmente a las
necesidades de la población. Para esto, no hay que hacerle una apología a la vitrina
capitalista, ni mucho menos, sino subrayar la necesidad de un consumo racional,
pero que no se repita lo que dijo aquel especialista: «Así no se puede vivir».
Rafael Hernández: Aunque este panel se ha extendido dos horas y veinte minutos,
es obvio que los problemas suscitados son mucho más complejos de lo que podemos
esclarecer en tan corto tiempo. Dejamos abierta esta discusión, puesto que lo más
importante quizás no es que saquemos nuestras propias conclusiones, sino que
abramos nuestras mentes a todos estos problemas, y podamos profundizar cada
vez más en ellos. Gracias a todos por participar.
Participantes:
Rafael Hernández. Politólogo e investigador. Director de Temas.
Francisco Brown. Máster en Historia contemporánea e investigador titular. Centro
de Estudios Europeos.
Ariel Dacal. Máster en Historia contemporánea. Jefe de Redacción, Editorial de
Ciencias Sociales.
Julio A. Díaz Vázquez. Doctor en Ciencias Económicas. Profesor titular e
investigador, Centro de Investigaciones de la Economía Internacional (CIEI),
Universidad de La Habana.
Fernando Rojas. Licenciado en Historia. Presidente del Consejo Nacional de Casas
de Cultura.
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, 2004