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El Socialismo y
los Españoles ante sus
Contrariedades
ANTONIO FERNÁNDEZ BENAYAS
ii
Copyright © 2023 Antonio Fernández Benayas
Todos los derechos reservados.
ISBN: 979-83-948819-6-1
DEDICATORIA
A Daniel Fernández Ferrant, el Benjamín de la Familia, en
su cuarto cumpleaños, con el deso de que llegues a ser lo que quieras
y puedas ser para bien de todos.
A todos los políticos que ven en su profesión el mejor medio de
contribuir al Bienestar Social.
CONTENIDO
Introducción, 9
1.- Familia e ideales de Karl Marx, propulsor del “Socialismo
Real”, 16
2.- El sueño de Prometeo a la sombra de Jenny y Hegel, 26
3.- Génesis, formulación y mercadeo del modernismo ideológico, 36
4.- Los jóvenes hegelianos, Karl Marx y Friedrich Engels, 54
5.- Las ideas de Moisés Hess, los socialistas franceses y el
Manifiesto Comunista, 65
6.- El socialismo marxista y la Moral, 90
7.- Karl Marx describe a la España del siglo XIX, 100
8.- Materialismo Dialéctico, Cosmovisión Marxista y Escolástica
Soviética, 109
9.- Difícil acomodo del Socialismo Marxista al tradicional modo de
ser español, 117
10.-La Socialdemocracia como posible Tercera Vía hacia la
Paz Social, 124
11.- Memoria sobre Monarquía Alfonsina, República, Guerra y
Dictadura, 137
12.- Desde la “Democracia Orgánica” a la Monarquía
Parlamentaria, 162
13.- Agua y trabajo para todos, ineludible objetivo comunitario
español, 179
14.- De cómo desvelar ciertos instintos salvajes de la
Democracia, 191
15.- Cimientos de la deseable y posible democracia española del
Futuro, 205
Bibliografía, 237
Acerca del autor, 241
La tierra proporciona lo suficiente para satisfacer
las necesidades de cada hombre, pero no su codicia.
Gandhi
Pedir dinero es una cosa muy sucia, incluso un
salario, si en alguna parte de los repliegues de la
conciencia se siente que ese salario no está bien ganado.
Dostoyeski
.
INTRODUCCIÓN
C
omo la hemos apuntado repetidas veces, cierto, muy cierto es que
al Socialismo sociólogos y aficionados le han buscado muy
diversas inspiraciones; pero, muy pocos han desechado y siguen sin
desechar su raíz materialista y, por encima de tal o cual preferencia, casi
todos coinciden en atribuirle a Carlos Marx (1818-1883) su principal
paternidad.
Ya en el último tercio del siglo XIX, se llamó “Socialismo
Científico” a la herencia intelectual de Marx como contraposición a
cualquier utopía social de la época. Lo marxista era toda una
concepción del Universo frente a simples proclamas o programas de
acción sobre tal o cual acontecimiento o fenómeno puntual en que se
habían hecho o se hacían fuertes otros que algunos historiadores
reconocen como socialistas.
Aun hoy, desde las filas socialistas, se resisten a poner en tela de
juicio cualquiera de los postulados básicos de una doctrina, la marxista,
que, en frase Roger Garaudy (1913-2012), “ha llenado la cabeza y el
corazón de millones de hombres y de mujeres”.
Si aquello de “socialistas antes que marxistas”, que pronunciara
Felipe González en el llamado “Congreso de reafirmación socialista”
(Sept. 1979), pretendía abrir consecuentes caminos hacia la
formulación de una nueva “metafísica”, “ética” o “lógica” socialista
por parte de los más ilustrados del Partido... , en la práctica, no ha
logrado más que poner en evidencia un hecho incuestionable: a un
socialismo sin Marx le falta “carácter académico”, sobre todo si se
alimenta de resistencia a los valores cristianos; a lo sumo, puede
presentarse como un “materialista” programa de las reivindicaciones
habituales en cualquier oposición o un catálogo de promesas de acción
política. No sirve como doctrina que llene la cabeza y corazón de todos
y, como diría el propio Marx, “está condenado a pasar al Museo de
Antigüedades”.
9
El Marxismo, que se llamó “Socialismo Científico” o, al amparo
de la propaganda soviética, “Socialismo Real”, es una doctrina que
pretendía y aún pretende dar razón de todo: presume ser la heredera y
síntesis de la Ilustración y la imprescindible guía en el camino hacia la
plenitud de los tiempos. Todo ello como si la principal diferencia entre
los diversos partidos socialistas fuera simple cuestión de estrategia
política y, después del rotundo fracaso de sus grandes expresiones
(Materialismo Histórico y dialéctico, Repúblicas Populares, Dictaduras
del Proletariado, Capitalismo de Estado, etc., etc. ) siguiera más viva
que nunca la rotunda afirmación de Lenín:
“La doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta.
Es completa y armónica, dando a los hombres una concepción
del mundo íntegra, irreconciliable con toda superstición, con
toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. Es
la legítima heredera de lo mejor que creó la humanidad en el
siglo XIX bajo la forma de Filosofía Alemana, Economía
Política Inglesa y Socialismo Francés”.
En los tiempos que corren no han faltado intelectuales de
reconocimiento mundial que, luego de identificar al Socialismo con las
más significativas aportaciones de Marx, han visto en él una especie de
“Doctrina de Salvación”. Tal es el caso de Erich Fromm (1900-1980),
destacado integrante de la llamada Escuela de Fráncfort.
Fromm nació y asimiló las primeras letras en el seno de una
familia judía de notoria fidelidad a la Ley de Moisés y algunos rabinos
entre sus miembros hasta el punto de que él mismo, en su juventud,
pretendió serlo desde sus estudios de sociología en la Universidad de
Heidelberg. Truncada su carrera universitaria por la persecución nazi,
se refugió en USA ya en plena madurez intelectual, en donde pronto
se hizo notar por una especie de simbiosis doctrinal entre Marx y Freud
hasta perfilar lo que presentaba como un socialismo humanista y
democrático en numerosos escritos, entre los cuales destacan “El
miedo a la Libertad”, “El arte de amar” y el “Corazón del hombre”.
Con evidente afán por distanciarse intelectualmente de otros
destacados adscritos a la Escuela de Fráncfort, propone una estructura
filosófica basada en lo que llama “humanismo dialéctico”, al parecer,
en un intento de presentar una especie de fusión específicamente
10
mundana entre la “Ley de Moisés” y “El amor a la Cruz” con Marx y
Freud como sombras tutelares.
Parodiando a Hobbes en lo de “homo homini lupus”, Fromm
sostiene que, aun siendo verdad que el hombre es un lobo para el
hombre, lo es sin dejar de sentir una confusa inclinación hacia el
sacrificio hasta el punto de que, simultáneamente, se manifiesta como
un cordero a expensas de lo que disponga otro hombre para,
alternativamente, convertirse en lobo o cordero de sí mismo y se
pregunta:
“¿Por qué la vida del hombre es tan diferente de la del
cordero? Su historia se escribió con sangre; es una historia de
violencia constante, en la que la fuerza se usó casi
invariablemente para doblegar su voluntad. ¿Exterminó Talaat
Pachá por sí solo millones de armenios? ¿Exterminó Hitler
por sí solo a millones de judíos? ¿Exterminó Stalin por sí solo
a millones de enemigos políticos? Esos hombres no estaban
solos, contaban con miles de hombres que mataban por ellos
y que lo hacían no solo voluntariamente, sino con placer”…./
“El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal
peligro para la humanidad y no el malvado o el sádico”…/
“El síndrome de decadencia mueve al hombre a destruir por
el gusto a la destrucción y a odiar por el gusto de odiar.”
***
Que Erich Fromm consideraba al Socialismo ideado por Marx
como principal referencia de su “humanismo dialéctico” hasta servir
de “doctrina de salvación” para toda la Humanidad, parece colegirse
de cuanto nos dice en la introducción a su libro “Marx y su concepto
del hombre”, tal como podemos ver a continuación.
La filosofía de Marx, dice Fromm, como una gran parte del
pensamiento existencialista, representa una protesta contra la
enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación
en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y
automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo
occidental. Es despiadadamente crítica de todas las "respuestas" al
problema de la existencia humana que tratan de aportar soluciones por
11
la negación o simulación de las dicotomías inherentes a la existencia
humana. La filosofía de Marx tiene sus raíces en la tradición filosófica
humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando
por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración y cuya esencia
misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus
potencialidades.
Para la filosofía de Marx, que ha encontrado su expresión más
articulada en los Manuscritos económico-filosóficos, el problema central es el
de la existencia del individuo real, que es lo que hace, y cuya "naturaleza"
se desarrolla y se revela en la historia. Pero, en contraste con
Kierkegaard y otros, Marx contempla al hombre en toda su concreción,
como miembro de una sociedad y una clase dadas y, al mismo tiempo,
como cautivo de éstas. La plena realización de la humanidad del
hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que lo aprisionan
está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio
social basado en este reconocimiento.
La filosofía de Marx es una filosofía de protesta; es una protesta
imbuida de fe en el hombre, en su capacidad para liberarse y realizar
sus potencialidades. Esta fe es un rasgo del pensamiento de Marx que
ha sido característico de la actitud occidental desde fines de la Edad
Media hasta el siglo XIX y que ahora es tan escasa. Por esta misma
razón, para muchos lectores infectados por el espíritu contemporáneo
de resignación y el renacimiento de la idea del pecado original (en los
términos de Freud o de Niebuhr), la filosofía de Marx parecerá
superada, anticuada, utópica —y por esta razón, cuando no por otras,
rechazarán la voz de la fe en las posibilidades del hombre y de la
esperanza en su capacidad para llegar a ser lo que potencialmente es.
Para otros, sin embargo, la filosofía de Marx será una fuente de nueva
visión y esperanza.
Creo que hacen falta la esperanza y una nueva perspectiva que
trascienda los estrechos límites del pensamiento positivista y
mecanicista de las ciencias sociales en la actualidad, si Occidente quiere
salir con vida de este siglo de prueba. Si el pensamiento occidental, del
siglo XIII al XIX (o quizás, para ser exactos, hasta el estallido de la
primera Guerra Mundial en 1914), fue un pensamiento de esperanza,
una esperanza enraizada en las ideas de los profetas y el pensamiento
12
greco romano, los últimos cuarenta años han sido de un pesimismo y
una desesperanza crecientes.
El hombre medio busca refugio; trata de escapar de la libertad y
busca seguridad en el regazo del gran Estado y la gran compañía. Si no
podemos salir de esta desesperanza, es posible que aún podamos
sostenernos durante algún tiempo sobre la base de nuestra fuerza
material pero, a la larga, la perspectiva histórica de Occidente estará
condenada a la extinción física o espiritual.
Grande como es la importancia de la filosofía marxista como
fuente de visión filosófica y como antídoto contra la actitud
generalizada —velada o abiertamente— de resignación, hay otra razón,
no menos importante, para su publicación en este momento. El
mundo se desgarra hoy entre dos ideologías rivales: la del "marxismo"
y la del "capitalismo".
Mientras que, en los Estados Unidos, "socialismo" es una palabra
diabólica y retrógrada, lo contrario sucede en el resto del mundo. No
sólo Rusia y China utilizan el término "socialismo" para hacer
atractivos sus sistemas, sino que la mayoría de los países asiáticos y
africanos se sienten profundamente atraídos por las ideas del
socialismo marxista. Para ellos, el socialismo y el marxismo son
atractivos no sólo por las realizaciones económicas de Rusia y China,
sino por los elementos espirituales de justicia, igualdad y universalidad
inherentes al socialismo marxista (enraizado en la tradición espiritual
occidental). Aunque la verdad es que la Unión Soviética es un sistema
de capitalismo conservador de Estado y no la realización del socialismo
marxista y aunque China niega, por los medios que emplea, esa
emancipación de la persona humana que es el fin mismo del
socialismo, ambas utilizan la fuerza del pensamiento marxista para
atraer a los pueblos de Asia y África. ¿Y cómo reaccionan la opinión
pública norteamericana y la política oficial? Hacemos todo por reforzar
la pretensión ruso-china proclamando que su sistema es "marxista" e
identificando al marxismo y el socialismo con el capitalismo de Estado
soviético y el totalitarismo chino. Enfrentando a las masas no
comprometidas del mundo a la alternativa entre el "marxismo" y el
"socialismo", por una parte, y el "capitalismo" por la otra (o, como
suele decirse, entre la "esclavitud" y la "libertad" o la libre empresa)
13
damos a la Unión Soviética y a los comunistas chinos todo el apoyo
posible en la batalla por el espíritu de los hombres.
Las alternativas para los países subdesarrollados, cuyo desarrollo
político será decisivo en los próximos cien años, no son el capitalismo
o el socialismo sino el socialismo totalitario o el socialismo marxista
humanista, tal como tiende a desarrollarse en distintas formas en
Polonia, Yugoslavia, Egipto, Birmania, Indonesia, etcétera. Occidente
tiene mucho que ofrecer como líder de ese desarrollo a las antiguas
naciones coloniales; no sólo capital y ayuda técnica, sino también la
tradición humanista occidental de la que el socialismo marxista es la
suma; la tradición de la libertad del hombre, no sólo de sino para
desarrollar sus propias potencialidades humanas, la tradición de la
dignidad y la fraternidad humanas. Pero naturalmente, para ejercer esta
influencia y comprender las pretensiones rusas y chinas, hay que
entender el pensamiento de Marx y descartar la imagen ignorante y
deformada del marxismo que es corriente hoy en el pensamiento
norteamericano. Espero que este libro sea un paso en esa dirección.
He intentado presentar, en mi introducción, la concepción del
hombre en Marx en forma sencilla (espero que no simplista) porque su
estilo hace que sus escritos no sean siempre fáciles de entender y confío
en que la introducción ayudará a la mayoría de los lectores a
comprender el texto de Marx. Me he abstenido de manifestar mis
desacuerdos con el pensamiento de Marx, porque son pocos en lo que
se refiere a su existencialismo humanista. Existen ciertos desacuerdos
respecto de sus teorías sociológicas y económicas, algunos de los cuales
he expresado en obras anteriores. Se refieren, principalmente, al hecho
de que Marx no percibiera la medida en que el capitalismo era capaz
de modificarse a sí mismo para satisfacer las necesidades económicas
de las naciones industrializadas, no previera claramente los peligros de
la burocratización y la centralización ni los sistemas autoritarios que
podían surgir como alternativas al socialismo. Pero como este libro
sólo se refiere al pensamiento filosófico e histórico de Marx, no es el
lugar para analizar los puntos controvertibles de su teoría económica y
política.
La crítica a Marx es, sin embargo, algo muy distinto del juicio
acostumbrado, fanático o condescendiente, tan característico de las
14
opiniones actuales sobre él. Estoy convencido de que sólo si
entendemos el sentido real del pensamiento de Marx y podemos
diferenciarlo, en consecuencia, del seudo marxismo ruso y chino,
seremos capaces de entender las realidades del mundo de hoy y
estaremos preparados para enfrentarnos realista y positivamente a su
reto. Espero que este libro contribuya no sólo a una mayor
comprensión de la filosofía humanista de Marx, sino que sirva para
disminuir la actitud irracional y paranoide que ve en Marx al diablo y
en el socialismo un reino del diablo.
***
Eso dice Fromm en su libro, escrito desde la perspectiva
materialista, muy diferente de la cristiana. En ella tropezará el lector
con una serie de postulados que, a nuestro entender y cara a una
deseada (además de posible) mayor Justicia Social, abren más
consistentes caminos que un Socialismo, todavía, en buena medida
subsidiario de los indemostrados supuestos del Materialismo Marxista:
la interpretación materialista de cuanto creemos ser, vemos y sentimos,
todo ello aliñado con una visceral resistencia a reconocer la
responsabilidad personal e intransferible en la solución a los problemas
que presenta la Realidad (espiritual, material y social)... ¿a dónde nos
conduce?
Para cada uno de nosotros, los españoles, es de vital importancia
la certera respuesta a cuestiones del siguiente tenor: ¿Quién soy? ¿de
dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿qué puedo hacer para darle sentido a mi
propia vida? ¿me hace más feliz el desoír la más acuciante y limpia voz
de mi propia conciencia?
15
I
FAMILIA E IDEALES JUVENILES DE KARL MARX,
PROPULSOR DEL “SOCIALISMO REAL”
T
al como se apunta en el libro, “Karl Marx, ayer y hoy”, el siglo
XIX, en el que transcurrió toda la trayectoria vital de Karl Marx,
además de por las guerras y revueltas políticas protagonizadas por
Napoleón, secuaces, émulos y contrarios, se caracteriza por un
acelerado proceso de cambio en los medios y modos de producción
al hilo de la revolución industrial, cuyo principal foco de desarrollo
fue la Inglaterra victoriana.
La implantación de la hiladora multibobina (la Spinning Jenny,
inventada por James Hargreaves en 1764) y el convertir al vapor de
agua en amaestrada energía motriz por parte del ingeniero escocés
Jaime Watt en 1782 (es la Máquina de Vapor.
Ese ingenio mecánico, que, según la Historia, alteró
substancialmente el mundo del trabajo, tenía su precedente en las
investigaciones y alguna que otra clara aplicación de Jerónimo de
Ayanz y Beaumont (1553-1613), un ingeniero del Siglo de Oro
Español: Singular personaje que a su profesión de militar supo
añadir las encomiables habilidades de pintor, cosmógrafo y músico,
pero, sobre todo, de inventor con realizaciones como un
indiscutible antecedente de la citada Máquina de Vapor de Watt
junto con diversos sistemas de ventilación en minería, algún que
otro molino de viento con prácticas mejoras y nuevos tipos de
hornos para operaciones metalúrgicas, industriales, militares e
incluso domésticas. Según se nos dice, Inventó una campana para
bucear, patentó un traje de inmersión probado ante la corte
de Felipe III en el Pisuerga, el 2 de agosto de 1602 e incluso llegó a
diseñar un submarino. En todo ello cabe resaltar la, realmente,
primera máquina de vapor, registrada como tal en 1606 y, sin duda
16
alguna, previa patente de una máquina de vapor moderna además
de motivo de orgullo para todos los españoles..
***
Si bien es verdad que, cuando en 1837 la reina Victoria (18191901) ascendió al trono, Inglaterra vivía esencialmente de su
agricultura y ganadería; cincuenta años más tarde, podía presumir
de un inmenso imperio colonial y de marcar la pauta en la
vertiginosa carrera industrial, financiada, eso también, por los
caudales de una precedente actividad comercial en la que no fue la
parte menos relevante el tráfico de esclavos.
En un principio, el incremento de la producción y del consumo,
consiguiente a la revolución industrial, a la par que hizo de
Inglaterra la primera potencia económica de su tiempo, contribuyó
a ahondar las grandes diferencias sociales entre “los de arriba y los
de abajo” tanto en la misma Inglaterra como en el resto de los
países progresivamente industrializados (Francia y Alemania con
especial intensidad).
Son los tiempos de la huida del campo hacia los enclaves
industriales, seguida del hacinamiento “proletario” en los suburbios
de las grandes ciudades con la consecuente miseria de que tan
elocuentes testimonios nos han dejado Carlos Dickens (“Oliver
Twist”, Londres 1839), o Víctor Hugo (“Los Miserables”, París1862).
Si, hasta entonces, habían sido la Agricultura y la Ganadería las
principales fuentes de riqueza (y, también, de profundización en las
diferencias sociales), a caballo de los nuevos inventos, fue la
Industria la que se ganó la preferencia de las grandes fortunas, cuyos
titulares, obvio es recordarlo, vivían más obsesionados por lo que
entendían como propio beneficio que por el interés general. Es así
como la bendición social, que podía representar la multiplicación
de bienes y servicios con su incidencia en las mayores facilidades
para el transporte por mar y tierra, en principio, resultó ser un
insultante medio de mayor discriminación entre “burgueses” y
“proletarios”.
17
Otro factor a destacar entre los condicionantes de la vida en
sociedad del siglo XIX fue el “Romanticismo”, movimiento de
evasión esbozado medio siglo atrás por personajes como Jean
Jacques Rouseau con el alienante supuesto de que todo hombre
es naturalmente bueno y seguiría manifestándose como tal si en la
podrida sociedad llegara a desaparecer la propiedad privada de
forma que todo llegara a ser de todos.
Románticos fueron escritores de la talla de Victor Hugo,
Lamartine, Alfred de Musset o George Sand en Francia, Göethe,
Heine o Schiller en Alemania. Aunque, eso sí, “vivían como
burgueses”. Tales románticos decían despreciar el materialismo
burgués al tiempo que preconizaban con especial apasionamiento
el amor libre sin notoria diferencia entre sexos y un liberalismo
político con escasa o nula aportación del sacrificio personal; por
demás, con pocas excepciones como las de Chateaubriand, que
preconizaba devoto respeto a los valores cristianos de la Edad
Media, los románticos pretendían hacer valer la estética, que “dio
color al Renacimiento” sobre la austera moral de los católicos;
reniegan de sus propias concesiones al materialismo, por lo que, en
ocasiones, se sienten miserablemente vacíos hasta buscar en el
suicidio un escape hacia la nada, estúpida solución adoptada por
más de uno de los reputados como románticos, entre ellos el
español Juan José de Larra (1809-1837).
***
Por todo ello, puede decirse que, en lo político, lo económico y
lo social, el siglo XIX, en el que transcurre la trayectoria vital de
Karl Marx, trae al mundo la definitiva disolución de lo que, por
generalizar, se ha llamado el Antiguo Régimen con sus anquilosadas
formas de vida y sus “artesanales” medios y modos de producción.
Por lo que respecta a la Política, en la primera mitad del siglo
XIX, tras la definitiva derrota de Napoleón en Waterloo en 1815,
clases dirigentes de Inglaterra y Francia (más en aquella que en ésta)
hacían gala de liberalismo mientras que en Alemania el gobierno
prusiano de Federico Guillermo III
(1770-1840) seguía
manteniendo viejas formas feudales con el trasfondo de un
romántico nacionalismo; persistían viejos particularismos, que,
18
multiplicando rivalidades, privilegios y prebendas, oponían unos
principados a otros mientras que el gobierno central mantenía unas
estructuras en las que la revolución industrial tropezaba con serias
dificultades para implantar sus innovadores medios y modos de
producción.
En cierta forma, la Cuenca del Rhin se apartaba, de la regla
general: dotada por la naturaleza con abundantes recursos
minerales, que habrían de facilitar la vacilante introducción de la
industria, se ofrecía como cebo a las apetencias burguesas y, por lo
tanto, era campo propicio en el hacer valer las nuevas ideas de
libertad y democracia (según la interpretación burguesa, se
sobrentiende).
A raíz de la Revolución Francesa de 1789, las vicisitudes
históricas determinaron que dicha Cuenca del Rhin pasara a formar
parte del territorio francés (1801-1815); por ello, allí se vivió de
forma especial la fiebre revolucionaria con el resultado práctico de
aplicar el Código Napoleón a las relaciones de propiedad, lo que
incidió en el debilitamiento de las estructuras tradicionales con la
consecuente aparición de nuevas formas de segregación social.
La población judía, grupo social escaso en número, pero
influyente y ambicioso, aceptó con especial fervor la nueva
situación. Si, hasta entonces, los judíos alemanes tropezaban con
serias dificultades para el libre ejercicio de las llamadas profesiones
liberales, el Código Napoleón les permitía liberar enormes masas de
energía y ambición, que emplearían en los diversos dominios de la
actividad humana. Fue una breve época dorada que se truncó de
golpe cuando el Congreso de Viena (1815) reintegró la región del
Rhin al dominio prusiano; sucedieron los tiempos de la Santa
Alianza y de la reacción a favor de las viejas estructuras.
La circunstancia de imponer a lo que fuera territorio francés la
autoridad de Federico Guillermo III (1770-1840), un rey
protestante, fue un nuevo motivo de contraste, puesto que la Cuenca
del Rhin era tradicionalmente católica y se consideraba vinculada a
la línea dinástica de los Habsburgos.
***
19
Católica era la mayoría de la población de Tréveris, ciudad de
unos 100.000 habitantes, rica en monumentos relativamente bien
conservados por lo que, en 1986 fue declarada por la Unesco
Patrimonio de la Humanidad. Presume Tréveris de ser la ciudad
más antigua de toda Alemania: aunque, según las crónicas, fue
fundada por el emperador César Augusto el año 16 antes de Cristo,
una inscripción en uno de sus más viejos vestigios arquitectónicos
da pie a la leyenda de que el auténtico fundador fue Trebeta, hijo de
Semíramis, la legendaria reina de Asiria, fundadora de Babilonia.
Según cuentan, hace no menos de tres mil años, ese tal Trebeta,
huyendo de las veleidades de su madre, llegó hasta aquí con su
séquito de asirios y prestó a la región la impronta guerrera de la más
vieja de las civilizaciones. Al parecer, los belicosos habitantes de la
zona heredaron de los asirios el casco puntiagudo y la armadura de
escamas, que se ven en las ruinas de los templos asirios y que, junto
con los caballos, constituían la principal defensa de los treveros,
tribu celta que se enfrentó a los romanos hasta ser derrotados por
Julio César el año 56 antes de nuestra era.
Al menos en dos ocasiones, Tréveris (Augusta Treveverum en
la Antigüedad) alcanzó el rango de capital imperial: desde 270 a 274
con los emperadores galos Victorino y Tétrico I y, desde 305 a 322,
en que se la llegó a considerar como una segunda Roma, con
Constancio Cloro y su hijo Constantino el Grande. Es en este último
período cuando la ciudad alcanzó su máximo esplendor con la
valiosa aportación de Santa Elena, primera esposa de Constancio y
madre de Constantino: se cree que, gracias a ella fue traída a la
ciudad la Sagrada Túnica, reliquia vestida, al parecer, por el propio
Jesucristo, exhibida en la Schatzkammer o cámara del tesoro de la
Catedral y objeto de especial veneración y peregrinación por parte
de los católicos hasta el día de hoy. El año 340, en Tréveris había
nacido San Ambrosio, aquel santo doctor, maestro de San Agustín,
que en 390, siendo arzobispo de Milán, fue capaz de obligar a
humilde penitencia al emperador Teodosio I el Grande, el hombre
más poderoso de la época. Desde el siglo XIII hasta el año 1794, en
que fue ocupada la Renania por la Francia Republicana, el
Arzobispo de Tréveris ostentaba el cargo de príncipe-elector del
Sacro Imperio Romano Germánico. Precisamente, es en Tréveris en
20
donde el 5 de mayo de 1818 nació Karl Heinrich Marx, conocido
por todos como Karl Marx.
***
A finales del siglo XVIII, el rabino Marx Leví (1743-1804) había
roto con la tradición secular de la familia al permitir a su hijo
Hirschel ha-Leví Marx (1777-1838) salir del círculo de la rígida
ortodoxia judía para seguir una educación laica y convertirse en
brillante abogado y cultivado hombre de mundo, admirador de los
“ilustrados” franceses y de su equivalente alemán, los “Aufklaerer”.
Hirschel Marx casó con Henriette Pressburg (1788-1863), hija
de un rabino holandés emparentado con los fundadores del emporio
industrial Philips; tuvo con ella ocho hijos; de entre los varones,
solamente el nacido en segundo lugar, Karl Marx (1818-1883), llegó
a la madurez.
Tras la incorporación de la región al gobierno prusiano, para un
abogado judío, aún de brillante carrera, era muy difícil el pleno
reconocimiento social por parte de las reaccionarias autoridades
prusianas; para soslayar tales dificultades, Hirschel ha-Leví Marx
pidió ser bautizado con toda su familia, llamándose desde entonces
Heinrich Marx. Recibió el bautismo con sus hijos el año 1824
mientras que Henriette, la esposa se resistió hacerlo hasta después
de la muerte de su padre, un año más tarde.
De entre sus ocho hijos, Heinrich Marx se encontraba
particularmente sorprendido por Karl, que, llegado a la pubertad,
se tomaba muy en serio lo de ser cristiano con sus específicos
valores, cosa que a él no le suscitaba preocupación alguna en cuanto
no había llegado nunca a plantearse serios problemas de conciencia:
su moral se reducía a las normas estrictas para que “ni la familia ni
el individuo se pierdan en el vicio y en el desorden”; sabía adaptarse
a las circunstancias de tiempo y lugar, aunque odiase las barreras
sociales, políticas y religiosas a la par que se entretenía divagando
sobre el sueño de que el formalismo opresor desaparecería muy
pronto. No poseía la grandeza de espíritu necesaria para olvidar las
circunstancias que le obligaron a orientar su vida según un marco
excesivamente convencional; ello le convertía en un ciudadano
21
pasivo que ha de forzar el discernimiento en el trato con sus vecinos
para no herir susceptibilidades de creyentes o agnósticos, siempre
en discreta pugna con sus más íntimas convicciones.
Como hemos apuntado precedentemente, Westfalia era y es
mayoritariamente católica; pero no así el gobierno prusiano del que
Westfalia dependía en la época que nos ocupa: “poderosa razón”
por la cual la familia Marx fue bautizada en el rito luterano y
solamente en público hizo ostentación de confesión cristiana según
la pauta oficial: era un “protestante a lo Lessing”, lo que significa
más abierto a la cultura, al arte y al diálogo que a las “complejidades
del Dogma”. En sus relaciones sociales nada acusaba la situación de
judío converso, situación que, en otros casos (Heine, por ejemplo),
fuera causa de drama personal: fue aceptado plenamente en el nivel
social que le correspondía gracias a sus buenas maneras, simpleza
de carácter, abierta simpatía y capacidad de adaptación al medio: el
admirar cordialmente a Rousseau, Voltaire, Diderot u otros
enciclopedistas, no le impedía manifestar cordial y pública adhesión
a la autocracia prusiana. Fueron particularidades que le facilitaron
una estrecha amistad con los más influyentes de la Ciudad, en
especial con su vecino, el barón Ludwig von Westphalen (17701842). Distinguido funcionario del Gobierno prusiano, Westphalen
había colaborado con Jerónimo Bonaparte, ocasional rey de
Westfalia, en los tiempos en que la región estuvo sometida al
Imperio Napoleónico. Era descendiente de los duques de Westfalia
y estaba casado en segundas nupcias con Caroline Wishart, noble
escocesa, descendiente de los duques de Argyll.
Representaba Westphalen el tipo de liberal optimista, que
manifiesta fe ilimitada en los alcances de la razón humana: era
elegante, cultivado, seductor, filósofo de salón.... Apasionado por
la Antigüedad clásica, cuyo “genio” veía encarnado en los tres
poetas que entusiasmaban entonces a los alemanes “ilustrados”:
Schiller, Goethe y Hölderlin. Decía que, en tan ilustre compañía,
era factible romper fronteras de viejos convencionalismos para vivir
en estado de pura enajenación estética tras la estela de los Dante,
Shakespeare, Homero, Eurípides... todos ellos animados por el dios
de la singularidad. Colmadas sus ansias espirituales con la poesía y la
mundanal complacencia, von Westphalen presumía de total
22
indiferencia en materia de Religión. En esa descomprometida
atmósfera de sueños, devociones, indiferencias y citas literarias se
forjaron los complejos años de la adolescencia (de los 17 años en
adelante) en la vida de Karl Marx.
***
En las biografías al uso, se dice muy poco de la educación que
Karl Marx recibió entre sus 12 y 17 años de edad. Sí que se sabe
que, desde 1830 a 1835 estuvo matriculado en el Liceo o Gimnasio
Estatal “Federico Guillermo III”, de Tréveris. A ello se refiere el
profesor Bernardo Regal Alberti para, luego, apoyándose en el
testimonio de un tal Heinz Monz, “paisano de Marx y figura central de
la cultura académica y científica de Tréveris”, hacernos saber:
Dos circunstancias muy particulares llaman la atención en la
vida del Karl Marx estudiante de Secundaria. a) Primero, el hecho
realmente desconcertante, -pintoresco e increíble a primera vista-, de
que una gran parte de sus condiscípulos y compañeros de promoción,
durante esos cinco años de secundaria, se estaban preparando para ser
algún día sacerdotes católicos. Más aún, buena parte de sus profesores
eran sacerdotes. b) Segundo, el hecho de que su colegio, el “Gimnasio
Estatal Federico Guillermo III” de Tréveris estuvo esos cinco años
bajo el punto de mira de las autoridades políticas de la ciudad, como
instituto acusado de acoger, fomentar y difundir ideas subversivas y
revolucionarias en cuanto anti prusianas, lo que equivale a liberales y
democráticas.
El profesor Regal Alberti nos recuerda también el hecho de que,
en la promoción de 32 condiscípulos de Marx, nada menos que 13
muchachos (el 40% de la promoción) de familias humildes siguieron
al acabar el colegio la carrera eclesiástica y llegaron a ser sacerdotes
romano católicos… En el resto de la promoción había otros 12
chicos católicos y, por lo demás, solamente 7 de confesión luterana,
entre ellos el propio Karl y su futuro cuñado Ferdinand von
Westphalen.
Sea como fuere, sabemos a través del historiador Robert Payne
(“El desconocido Karl M arx ”) que, en nota añadida a su diploma
de fin de curso en el Liceo, bajo el título de “Educación religiosa”,
23
se dice de Karl Marx: “Su conocimiento de la fe y de la moral cristiana es
lúcido y bien fundado ”. Es así como podemos transcribir documentos
reveladores de forma extraordinaria por proceder del puño y letra
del joven Karl Marx, quien en 1835, como trabajo escolar de libre
elección, toma como referencia la parábola de la Vid y los
sarmientos (Jn. 25,1-14) para legarnos textos de indiscutible
inspiración cristiana:
“Antes de considerar la base, la esencia y los efectos de la Unión
de Cristo con los fieles, averigüemos si esta unión es necesaria, si es
consubstancial a la naturaleza del hombre y si el hombre no podrá
alcanzar por sí solo, el objetivo y finalidad para los cuales Dios le ha
creado...” Hace notar el joven K. Marx cómo las virtudes de
las más altas civilizaciones, que no conocieron al Dios del
Amor, nacían de “su cruda grandeza y de un exaltado egoísmo, no
del esfuerzo por la perfección total” y cómo, por otra parte, los
pueblos primitivos sufren de angustia “pues temen la ira de sus
dioses y viven en el temor de ser repudiados incluso cuando tratan de
aplacarlos” mientras que “en el mayor sabio de la Antigüedad, en
el divino Platón, había un profundo anhelo hacia un Ser cuya llegada
colmaría la sed insatisfecha de Luz y de Verdad”...y deduce: “De ese
modo, la historia de los pueblos nos muestra la necesidad de nuestra
unión con Cristo”.
Es esa unión a la que el joven Marx dice sentirse inclinado
“cuando observa la chispa divina en su pecho, cuando observa la vida de cuantos
le rodean o bucea en la naturaleza íntima del hombre”. Pero, sobre todo,
“es la palabra del propio Cristo la que nos empuja a esa unión
”:
“¿Dónde, pregunta, se expresa con mayor claridad esta
necesidad de la unión con Cristo que en la hermosa parábola de la
Vid y de los Sarmientos, en que el se llama a sí mismo la Vid y a
nosotros los sarmientos? Los sarmientos no pueden producir nada por
sí solos y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí” .
...”El corazón, la inteligencia, la historia... todo nos habla con voz
fuerte y convincente de que la unión con El es absolutamente
necesaria, que sin El somos incapaces de cumplir nuestra misión, que
sin El seríamos repudiados por Dios y que solo el puede redimirnos”.
24
“Si el sarmiento fuera capaz de sentir, contemplaría con deleite al
jardinero que lo cuida, que retira celosamente las malas hierbas y que,
con firmeza, le mantiene unido a la Vid de la que obtiene su savia y
su alimento”... “pero no solamente al jardinero contemplarían los
sarmientos si fueran capaces de sentir. Se unirían a la Vid y se
sentirían ligados a ella de la manera más íntima; amarían a los otros
sarmientos porque el Jardinero los tenía a su cuidado y por que el
Tallo principal les presta fuerza”… “Así pues, la unión con Cristo
consiste en la comunión más viva y profunda con Él”... “Este amor
por Cristo no es estéril: no solamente nos llena del más puro respeto
y adoración hacia Él sino que también actúa empujándonos a obedecer
sus mandamientos y a sacrificarnos por los de más: si somos virtuosos
es, solamente, por amor a Él”... ...”Por la unión con Cristo tenemos
el corazón abierto al amor de la Humanidad”... ...”La unión con
Cristo produce una alegría que los epicúreos buscaron vanamente en
su frívola filosofía; otros más disciplinados pensadores se esforzaron
por adquirir la en las más ocultas profundidades del saber. Pero esa
alegría solamente la encuentra el alma libre y pura en el conocimiento
de Cristo y de Dios a través de Él, que nos ha encumbrado a una
vida más elevada y más hermosa”.
Aunque surjan razonables dudas sobre la sinceridad de un
escolar en el momento de responder a una tarea de redacción, sí que
parece presente en el adolescente Karl Marx la fe cristiana que entra
en la formación de alguien que se toma en serio el marcar el rumbo
a la propia vida. Claro que es la misma persona que, años más tarde
y en línea del materialismo que decía profesar, lanzó al aire lo que,
más bien, parece un chiste de mal gusto: “el hombre se diferencia del
cordero en que es capaz de producir lo que come”. ¿No creéis que era más
sincero consigo mismo cuando dice cosas como lo de que “al
Cristianismo se le pueden perdonar muchos de sus posibles errores porque nos
ha enseñado a amar a los niños?
¿Realmente, llegaría Karl Marx a conocerse a sí mismo y, por lo
tanto, a tener una cabal idea sobre lo que realmente necesita para
ser lo que puede ser?
25
II
EL SUEÑO DE PROMETEO A LA SOMBRA
DE JENNY Y DE HEGEL
C
laro que, pronto, Karl Marx se dejó ganar por la “corriente del
siglo” ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico padre?
¿O, tal vez, el precoz enamoramiento de Jenny von Westphalen varios
años mayor que él, de ascendencia aristocrática y, por lo que sabemos,
de harto desvaídas convicciones religiosas lo que le distrajo de las
previas inquietudes piadosas?
El propio padre de Jenny, gran amigo de la familia Marx, hubo de
tener notoria influencia en la posterior orientación a destacar en lo
mundano: distinguido funcionario del gobierno, Luis von Westphalen
decía “preferir los poetas a los moralistas”; indiferente en materia de
religión, aseguraba no creer en otro cielo que la imaginada compañía
de Schiller, Göethe y Hölderlin; cultivaba sus muchos ocios con
“ilustradas” lecturas de las que, sin duda, haría partícipe al joven Marx,
el cual, pocos años más tarde, le mostraría su reconocimiento
dedicándole su tesis doctoral (“Al amigo paternal, que saluda todo
progreso con el entusiasmo y convicción de la verdad”).
Es cuando Marx ha volcado su natural pasional hacia el bullicio de
ideas y formas de vida en que, por aquel entonces, se desenvuelve la
familia y el círculo en que desarrolla su vida social. En torno a sus
veinte años, se manifiesta como un joven radical que, mirando al suelo,
se consume por encontrar el más allá de las cosas y de las personas.
Sea cual fuere la fuerza de una u otra influencia, todas ellas quedaron
chiquitas en relación con lo que, para él, representó la Universidad de
Berlín, “centro de toda cultura y de toda verdad” (como se decía
entonces) bajo el liviano prisma de los llamados “jóvenes hegelianos”.
26
.***
Por la presión de su circunstancia, pronto Karl Marx había
“secularizado” la presunta devoción cristiana de su adolescencia: Es lo
que apuntan sus biógrafos y cabe colegir tras el recordatorio de Leonor
Marx (Tussy) (1855-1898), la menor de sus tres hijas:
“Sus primeros camaradas fueron los hermanos de Jenny von
Westphalen. Del padre de éstos, el barón Westphalen, aprendió Marx a
gustar de la escuela romántica. Mi abuelo paterno le hablaba de Voltaire
y Racine; Westphalen orientaba sus aficiones hacia Homero y
Shakespeare, que fueron siempre sus autores predilectos. En sus años de
escolar, los camaradas de mi padre le tenían simpatía porque siempre
guardaba una malicia oculta; le temían también porque sabían que lucía
cierto talento satírico. Siguió la rutina habitual de los cursos escolares, y
en las universidades de Bonn y de Berlín estudió Derecho por complacer
a su padre; por su gusto personal y sus aficiones, se aplicó a la historia y
a la filosofía”
En octubre de 1835 ha comenzado Karl Marx a estudiar derecho
en la Universidad de Bonn, en donde también sigue cursos sobre
mitología e historia del arte a la par que se deja arrastrar por la movida
estudiantil presumiendo de poeta entre trasiegos de cerveza. Es en
agosto del mismo año, durante las vacaciones en Tréveris, cuando, con
18 años de edad, inicia el noviazgo con su vecina y especial amiga
Johanna Bertha Julia “Jenny” von Westphalen (1814-1881), cuatro
años mayor que él. Halagada en principio y muy pronto enamorada,
Jenny se deja cortejar y querer por Karl, quien, según Lefebvre, uno de
sus biógrafos, dedica sus noches a escribir sobre el amor, sobre Jenny
y sobre sí mismo poemas de este tenor:
No me puedo ocupar sin cuidado
de cuanto ha tomado posesión de mi alma.
Ya no puedo vivir en paz
y a la tarea me lanzaré con ardor.
Quisiera conquistar el Todo,
ganar los favores de los dioses,
poseer el luminoso saber,
perderme en los dominios del arte…
27
Es una inspiración poética, que pronto toma el aire de una
proclama de acción revolucionaria:
…lo imposible se debe intentar
sin tomarse nunca reposo…
… al humillante yugo
desechemos el someternos
en silencio y temerosos:
nos queda el deseo y la pasión,
de nosotros depende la acción…
Era Jenny la primogénita del segundo matrimonio del barón Von
Westphalen; de él había heredado “la pasión por los aires que venían
de Francia” con un tilde personal a favor de la revolución que en 1830
había llevado al trono francés al “rey burgués” Luis Felipe de Orleans.
Es a finales mayo de 1832, cuando el eco alemán de tal revolución se
materializa en la llamada “Fiesta de Hambach”, por el nombre del
castillo que corona la comarca vinícola de Neustadt, cercana a Tréveris:
reunidas unas 30.000 personas de distintas procedencias, clamaron allí
por las libertades políticas, que se resistía a conceder el gobierno
prusiano. Al parecer, uno de los jóvenes participantes fue Jenny von
Westphalen, que, con 18 años de edad entonces, destacaba por su
soltura y belleza y ya se merecía abierta devoción por parte de sus
vecinos, incluido un adolescente de catorce años llamado Karl Marx,
quien escribirá más tarde: “quienquiera que conozca la historia sabe
que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento
femenino” (Wikipedia).
Ese interés de Jenny von Westphalen por una política a la escala
de los tiempos era el complemento de una intensa vida social de la que
Karl ha empezado a formar parte en sus primeras vacaciones de
universitario: se manifiesta como joven romántico, que, además de
recordar a Shakespeare y divagar sobre la Ilíada, presume seguir la
trayectoria de Heinrich Heine, otro judío que llegará a ser amigo de la
familia; hace vida mundana, practica la equitación, dice haberse batido
en duelo con un compañero “reaccionario” de la universidad y
manifiesta rendida admiración por Jenny von Westphalen, “la
muchacha más linda de Tréveris” (la recordará así K. Marx en 1863,
veintisiete años más tarde).
28
A disgusto de ambas familias, fueron siete años de noviazgo hasta
una boda celebrada en la pequeña iglesia luterana en Kreuznach el 21
de mayo de 1843 (ella con 29 y él con 25 años de edad); cinco años
antes (10 de mayo de 1938) había fallecido el padre de Karl: sus últimas
cartas expresaban el disgusto por lo que estimaba crisis de identidad de
un joven inmaduro.
Dos años antes de esa boda, Karl, que dedica la tesis doctoral (abril
de 1841) a su futuro suegro, “querido y paternal amigo, que saluda todo
progreso con el entusiasmo y convicción de la verdad”. Fallece Von
Westphalen el 3 de marzo de 1842 y, transcurrido el preceptivo año de
luto, se celebra la boda de Jenny y Karl sin apreciable oposición por
parte de ninguna de las dos familias.
Ya casada, Jenny se siente plenamente identificada con su marido
en los afanes por “transformar el mundo”, sea ello contra corriente de
los “filósofos que, hasta entonces, solamente se habían preocupado de
explicarlo”. Ello no obsta para que se presente y firme sus cartas como
baronesa Von Westphalen a continuación del preceptivo Jenny Marx
y que, incluso en los momentos de mayor penuria económica,
mantenga un servicio doméstico que recuerde su rango social. Claro
que, profundamente enamorada de su marido, colaboraba con él en
todo lo concerniente a la literatura sobre la “inminente e inevitable
revolución proletaria”; no podía ser de otra forma puesto que su Moro
(era el apelativo cariñoso con que obsequiaba a Karl Marx) vivía para
ello, se desviaba frecuentemente del pragmatismo burgués (do ut des),
perdía frecuentemente la paciencia y, por lo mismo, requería
continuamente buenas dosis de ánimo e ilusión; por demás, el llamado
a ser un hombre clave en la historia tenía una endiablada letra, que
solamente ella era capaz de descifrar para pasar a limpio los textos
solicitados por los editores. El marido, por su parte, siempre se
manifestó orgulloso de compartir su vida con tal mujer; así se lo hace
ver y agradece en carta que escribe con ocasión de una de sus visitas a
Tréveris (1863):
“La gente me pregunta una y otra vez, por activa y por pasiva, por
aquella que era la chica más linda de Tréveris y la reina del baile; resulta
endiabladamente agradable para un hombre que su mujer viva todavía
en la fantasía de una ciudad como la princesa encantada”.
29
Aunque sin renunciar a los dictados de su prosapia, para
contrarrestar los fallos de su marido, que nunca tuvo un empleo
regularmente remunerado, Jenny había de ocuparse de todo lo
concerniente a la economía familiar, empeñando y desempeñando
enseres, exigiendo lo debido a los editores, solicitando ayuda a
familiares y amigos, incluidos los adinerados Philips de Holanda a la
par que no ahorraba reproches a la incapacidad de Karl Marx para
hacer frente a las más elementales responsabilidades sobre una familia,
que nunca dejó de ser inferior a los siete miembros, incluida la fiel ama
de llaves Elena Demuth con quien, rompiendo con lo humano y lo
divino, Karl llegó a tener un escarceo sentimental, que trajo al mundo
a Frederik Demuth (1851-1927) hijo nunca reconocido por Karl y que
ella, la enamorada esposa, pretendió ignorar, al menos, de puertas
afuera.
***
A sus veinte años, orgulloso de contar con el amor de la “reina del
baile en Tréveris”, sueña Marx con perderse en el mundo de los poetas
luego de haber condenado a la hoguera al farragoso derecho con todos
sus postulados y de tomar prestados los principios materialistas de la
nueva filosofía. De un poema, al que titula “La Virgen Pálida”, nos
llegan unos versos que traducimos, no sin falta de respeto a la rima y a
la medida:
Así, he perdido el cielo,
Lo sé muy bien.
Mi alma no hace mucho, fiel a Dios,
Ha sido marcada por el infierno.
Ignoramos el título del poema al que corresponden estos otros
versos:
Con Satanás he hecho un pacto
en el secreto que él conoce,
mientras apresa el tiempo para mí,
que canto la marcha de la muerte
a caballo de la loca libertad.
Sigue Karl Marx su escasamente apetecible programa académico
al tiempo que participa en tertulias y teóricos complots contra el orden
30
establecido sin dejar de pretender la celebridad con inspirados poemas
como el que envía en 1841 a la revista Atheneum:
El violinista tañe su violín,
sus largos cabellos en desorden.
Lleva una espada al cinto
y viste túnica amplia y arrugada
-Violinista, ¿por qué tocas con tal furia?
¿Porqué hay en tus ojos un brillo salvaje?
¿Porqué la sangre ardiente y las olas encrespadas?
¿Porqué rompes tu arco en mil pedazos?
-Toco para el mar embravecido
que se estrella contra el acantilado
para que cieguen mis ojos, me salte el corazón
y mi alma arda en el fondo del infierno.
-Violinista ¿por qué desgarras tu corazón
con esa burla? Recibiste tu vida y tu arte
de un Dios radiante que eleva tu mente
hasta la sugerente música de las estrellas.
-Escucha, mi espada teñida de sangre
traspasará certeramente tu alma.
Tu Dios no conoce ni respeta el arte.
El vapor infernal invade mi loco cerebro.
Vivo una pasión que me rompe el corazón.
Esta es la espada del Príncipe de las Tinieblas;
Ella marca el tiempo y traza los signos de mi vida.
Con furia creciente sigo la danza de la Muerte
con rabia en las notas y vértigo en mis pies
hasta que mi corazón y el violín estallen.
El violinista hace aullar a su violín
al viento sus largos e hirsutos cabellos,
con su afilada y larga espada al cinto,
vestido con amplia y arrugada túnica....
¿Es Karl Marx el violinista del poema? ¿Qué sugiere con eso de la
espada del Príncipe de la Tinieblas, que marca el tiempo y traza los
signos de su vida? Esa bella mujer que le hace reproches... es, sin duda,
31
la añorada novia Jenny, pero ¿qué quiere decir Marx con eso de la
amplia y arrugada túnica? ¿Se refiere, tal vez, a la llamada Túnica
Sagrada que, según cuenta la tradición católica, llevó camino de la
muerte Jesús de Nazareth y que hoy es celosamente guardada en la
Catedral de Tréveris?
Sea cual fuere la fuerza de una u otra de las influencias, que, hasta
entonces, habían marcado la orientación de su vida, todas ellas
quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx representó la
Universidad de Berlín, “centro de toda cultura y toda verdad” (como
escribió a su padre). Compatibiliza sus estudios con la participación
activa en lo que se llamaba el “Doktor Club” y con una desaforada vida
de bohemia que le lleva a derrochar sin medida, a fanfarronear hasta el
punto de batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una
sociedad secreta, a ir a la cárcel....Le salva el padre quien le reprocha
“esos imprevistos brotes de una naturaleza demoníaca y fáustica” que
tanto perjudican el buen nombre de la familia y de su novia: “no hay
deber más sagrado para un hombre, le escribe el padre, que el deber
que se acepta para proteger a ese ser más débil que es la mujer”. Karl
Marx acusa el golpe y distrae sus arrebatos con utópicos proyectos,
“disciplinadas rebeldías”, trasiego de cerveza, metódica y vaporosa
bohemia...y encendidos poemas con los cuales pretende:
“conquistar el Todo,
ganar los favores de los dioses
poseer el luminoso saber,
perderse en los dominios del arte”
Parece que los fervores religiosos, que presidieron sus ilusiones de
primera juventud, se traducen ahora en apresurada fiebre por
transformar el mundo desde una especie de descorazonador nihilismo.
Lo expresa en una extraña tragedia que escribe por esa época;
ilustrativo es recordar un soliloquio de Oulamen, el protagonista:
“¡Destruido! ¡Destruido! Mi tiempo ha terminado.
El reloj se ha detenido; la casa enana se ha derrumbado.
Pronto estrecharé entre mis brazos a toda las Eternidad
y lanzaré gruesas maldiciones contra la Humanidad.
¿Qué es la Eternidad? Es nuestro eterno dolor,
nuestra indescriptible e inconmensurable muerte,
32
es una vil artificialidad que se ríe de nosotros.
Somos nosotros la ciega e inexorable máquina del reloj
que convierte en juguetes al Tiempo y al Espacio,
sin otra finalidad que la de existir y ser destruidos
pues algo habrá que merezca ser destruido,
Algún reparable defecto tendrá el Universo....
¿Qué ha sucedido para que aquel joven, abierto al mundo en
generosidad y propósito de trabajo fecundo, vea ahora muerta su
ilusión? Cierto que esos versos y otros muchos más con los que sigue
aludiendo a una supuesta indiferencia de Dios, al pobre consuelo de
los sentidos, a la inutilidad de las ilusiones, al torpe placer de la
destrucción... son o pueden ser simples productos de ficción literaria...
Pero ¿no serán, efectivamente, reflejo de un doloroso desgarramiento
de la fe, esa fe a la que, en la adolescencia, se aferraba con pasión para
mantener su dignidad de persona y no incurrir en lo que más temía
pocos años atrás:
“El desprecio a sí mismo o serpiente que se oculta en el corazón
humano y lo corroe, chupa su sangre y la mezcla con el veneno de la
desesperación y del odio hacia toda la humanidad?”
Tras una enfermedad que le obliga a larga convalecencia en el
campo, Marx cree haber encontrado su nirvana en el idealismo
subjetivo que flota en todos los círculos hegelianos que frecuenta; “ya
desaparecida la resonancia emotiva, escribe a su padre, doy paso a un
verdadero furor irónico, creo que lógico después de tanto
desconcierto”. Y simula rendirse al coloso (Hegel), de cuya auténtica
filiación atea y materialista le han convencido alguno de sus nuevos
amigos (Bruno Bauer, en particular). Es una disimulada rendición que
habrá de permitirle contraatacar mejor pertrechado, a ser posible, con
las armas del enemigo y atacando por el flanco más débil.
A debilitar ese flanco se aplica en su primera obra de cierto relieve,
su tesis doctoral (“Diferencia entre el materialismo de Demócrito y el de
Epicuro”) en donde, a la par que porfía de radical ateísmo (“En una
palabra, odio a todos los dioses”, escribe al comienzo de su tesis en
recuerdo del Prometeo de Esquilo) formula su consigna de acción para
los años venideros:
33
“Hasta ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el mundo; de
lo que se trata es de transformarlo”.
Desde entonces y con las modulaciones, que le inspiran sucesivas
lecturas y encuentros con doctores y diletantes, Karl Marx se presenta
como portador de una fuerza creadora que ha de sustituir a la “estéril
idea”: la “Praxis” o acción por la acción. ¿Cuál debe ser el carácter de
esa acción? ¿No será la total destrucción de lo hasta entonces
“conservado” en la línea de un Miguel Bakunín (1814-1876), el famoso
anarquista ruso cuya es la consigna “Destruir es una forma de
crear”?
Cuando, en los libros de divulgación marxista, los exégetas
abordan los “años críticos” (desde 1.837 hasta 1.847), conceden
excepcional importancia a lo que llaman alienación o alienaciones
(religiosa, filosófica, política, social y económica) que sufriría en su
propia carne Karl Marx: la sacudida de tales alienaciones daría carácter
épico a su vida a la par que abriría el horizonte a su teoría de la
liberación (o doctrina de salvación). Con ello, aseguran sus exegetas,
sigue y supera la “Dialéctica del amo y del esclavo”, que dogmatizó
Hegel.
***
En realidad, Marx distó bastante de ser y manifestarse como un
timorato alienado: fue, eso sí, un intelectual abierto a las posibilidades
de redondear su carrera. En esa preocupación por redondear su
carrera, pasó por la Universidad, elaboró su tesis doctoral, estudió a
Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer y creyó aprender mucho de
Feuerbach.
Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el
presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara
conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples alienaciones. Cuando,
en la adolescencia, vivía de cerca el testimonio del Crucificado
apuntaba que era el amor y el trabajo solidario el único posible camino;
ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la gracia de
sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa: ¿Por
qué no el odio que es, justamente, lo contrario que el amor? Pero,
como materialista radical, pudo sentirse obligado a prestar “raíces
34
naturales” a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegeliana se podrá
dogmatizar que “toda realidad es unión de contrarios”, que no existe
progreso humano hasta tanto esa “ley” se complemente con la “fuerza
creadora” de la “negación de la negación”, un supuesto que, en la
primera mitad del siglo XX, llevará a lo que Erich Fromm, el marxista
freudiano del cual ya hemos hablado, llamó “Humanismo Dialéctico”.
¿Qué quiere decir eso de la “Ley de Contrarios” aplicado al ámbito
de lo social? Que así como toda realidad material es unión de
contrarios, la obligada síntesis o progreso en el campo de las relaciones
humanas nace de la pertinente utilización de lo negativo. En base a tal
supuesto ya estará Karl Marx en disposición de dogmatizar sobre el
supuesto de que, en la historia de los hombres, no se progresa más que
por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de
ese radical enfrentamiento, por arte de las “irrevocables leyes
dialécticas” producirá una superior forma de “realidad social”. Y se
podrán formular dogmas como el de que “la podredumbre es el
laboratorio de la vida ” o el otro de que “toda la historia pasada es
la historia de la lucha de clases ”. En ese odio o guerra latente, tanto
en el mundo material como en el entorno social, no cabe
responsabilidad alguna a la “Especie Humana” cuya colectivizada
conciencia se limita a “ver lo que ha de hacer” por imperativo de “las
fuerzas y modos de producción”.
Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trata es de que la
subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social
gire en torno y fortalezca la peculiar expresión de un soterrado ateísmo:
ese subjetivismo idealista de que tan devotos son los personajes que
privaban en diversos medios universitarios de entonces, obsesionados
en su mayoría por abrir seductores caminos a lo que podríamos llamar
Ideal-Materialismo, especie de engendro semántico con el que
pretendemos significar el inútil empeño por adaptar a la Materia la
“ilimitada maleabilidad” de la Idea.
35
III
GÉNESIS, FORMULACIÓN Y MERCADEO DEL
MODERNISMO IDEOLÓGICO
P
ermítasenos situar en el campo del pensamiento para apuntar que
las raíces del Hegelianismo, destacado ejemplo del “modernismo
ideológico”, se remontan hasta no menos de veintitantos siglos atrás
con Platón como principal sistematizador de un supuesto (más que
supuesto) orden universal en el que las cosas se derivarían de las ideas
que, para él, gozarían de vida y consistencia eternas.
Seguro que el “divino maestro”, cual fue considerado Platón, se
liberó de la locura que podría significar el perderse en el laberinto de
lo ideal prendido en la Nada, alimentando el obrar del día a día con el
recuerdo de su preceptor Sócrates, el sabio que “solamente sabía que
no sabía nada”. De ahí podemos deducir que los tan cacareados
supuestos platónicos sobre la pre existencia etérea de las cosas (el puro
y duro “idealismo”) pudo responder no más que al afán de un poeta
por hacerse notar con tal o cual originalidad ¿Quiere ello decir que ni
Platón se creía su propio supuesto contra el cual se rebeló muy
justamente su discípulo, el gran Aristóteles? Probablemente.
Hasta el siglo XVII, la intelectualidad occidental se pudo librar de
los excesos idealistas merced al realismo cristiano, alimentado por
legado de Jesús de Nazareth, que todo lo hizo bien y sigue siendo la
Luz, la Verdad y la Vida, es decir, el Hijo de Dios, de la misma
naturaleza que el Padre, “Dios Vivo de Dios Vivo” (credo de Nicea).
Entre las personas de buena voluntad la fe viva, fecunda en obras,
era norma de conducta hasta la “reforma luterana” (siglo XVI), en que
se prestaba suficiencia a la “fe por la fe”, lo que dio pie a no pocas
divagaciones, que llegaron a ser estimadas por una parte del “mundo
cristiano”, incluido algún que otro intelectual con afanes de
originalidad. Entre éstos nos permitimos incluir a René Descartes
1596-1650), en el cual muchos han visto roturada la senda hacia un
36
mundo en el que la razón humana se verá libre de todo tipo de
limitaciones.
Bien sabemos que Descartes se consuma la distorsión entre el
monolítico dogmatismo de una Escolástica que ya no es la de Santo
Tomás de Aquino (1225-1274) y una nueva (o vieja, pero
artificialmente revitalizada) serie de dogmatismos antropocéntricos en
los que priva más la fantasía que la razón. Repite el cartesianismo el
fenómeno ocurrido cuando la aparición y el desarrollo del Comercio,
esta vez en los dominios del pensamiento: si en los albores del
comercio medieval, la redescubierta posibilidad del libre desarrollo de
las facultades personales abrió nuevos caminos al progreso económico,
ahora el pensamiento humano toma vuelo propio y parece poseer la
fuerza suficiente para elevar al hombre hasta los confines del Universo.
Descartes no fue un investigador altruista: fue un pensador
profesional, el cual, en un mundo académico que le fue propicio, supo
sacar partido a los nuevos caminos que le dictaba una desbordada
imaginación. Rompe el marco de la filosofía tradicional, en la que ha
sido educado, y, sin pruebas de ir en lo cierto, se lanza a la aventura de
presentar nuevos derroteros a la responsabilidad personal de la suya y
subsiguientes generaciones.
Precedentemente, el mundo de Aristóteles, cristianizado por Santo
Tomás de Aquino y vulgarizado por la subsiguiente legión de
profesionales del pensamiento, constituía un universo inamovible y
minuciosamente jerarquizado en torno a un eje que, en ocasiones, no
podría decirse si era Dios o la defensa de las posiciones sociales
conquistadas a lo largo de los últimos siglos. Tal repele a Descartes,
que quiere respirar una muy distinta atmósfera dejándose ganar por la
ilusión de que es posible alcanzar la verdad desde las propias y
exclusivas luces. Esa era la situación de ánimo de Descartes cuando,
alrededor de sus veinte años,
“resuelve no buscar más ciencia que la que pudiera encontrar en sí
mismo y en el gran libro del mundo. Para ello, empleará el resto de su
juventud en viajar, en visitar cortes y conocer ejércitos, en frecuentar el
trato con gentes de diversos humores y condiciones, en coleccionar diversas
experiencias... siempre con un extraordinario deseo de aprender a
37
distinguir lo verdadero de lo falso, de ver claro en sus acciones y marchar
con seguridad en la vida”.
Un siglo antes, Martín Lutero (1483-1546) se había hecho fuerte
en la libre e incondicionada interpretación de la letra bíblica, sin la
mínima preocupación por la clara advertencia de San Pablo de que “la
letra mata, el espíritu vivifica” (2 Co 3, 6). En 1.619, junto al Danubio,
“brilla para mí, dice Descartes, la luz de una admirable revelación”: es el
momento del “cogito ergo sum ”, padre de tantos sistemas y contra
sistemas.
Ante la “admirable revelación”, Descartes abandona su ajetreada
vida de soldado y decide potenciar el “bene vixit qui bene latuit”.
Practicando el triple oficio de matemático, pensador y moralista,
reglamenta su vida interior de forma tal que cree haber logrado
desasociar la fe de sus ejercicios de reflexión, su condición de católico
fiel a la Iglesia de la preocupación por encontrar raíces materiales a la
moral.
Soslayando la dificultad de encontrarse en la “primera línea de la
primera página del libro de la Ciencia”, cae Descartes en la trampa de
casi todos los pensadores de oficio (Sócrates excluido) y se otorga a sí
mismo la facultad de explicar todo lo existente a partir de lo poco que,
en su época, se sabía. Lo peculiar de él es que dice no fiarse más que
de aquello que a él mismo le parezca “claro y distinto”: de un plumazo
quedaban descartados (o, a lo sumo, minusvalorados) todos los
“maestros” anteriores.
Cuando Descartes se refiere específicamente a Dios, afirma que de
su existencia no ve otra prueba que la “idea de la Perfección” nacida
en la propia mente: quiere ello decir que le ve menos Persona que Idea
y que le presenta como prácticamente ajeno a los destinos del mundo
de los seres humanos, los cuales gozan de la facultad de acercarse a la
verdad por la senda de la “duda metódica”:
¿No podría ocurrir que “un Dios, que todo lo puede, haya
obrado de modo que no exista ni tierra, ni cielo, ni cuerpo, ni magnitud
alguna, ni lugar... y que, sin embargo, todo esto me parezca existir
exactamente como me lo parece ahora?”... “Ante esa duda sobre la
posibilidad de que todo fuera falso era necesario que yo, el elemento que
38
lo pensaba, fuera algo....” Es así, se dice Descartes, como llego a
una irrebatible verdad, ”la verdad de que existo porque pienso”: Es
el archirrepetido “cogito ergo sum ”, pienso luego existo,
para él constatación “tan firme y tan segura que todas las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de conmoverla;
en consecuencia, juzgué que podía recibirla como el principio de la filosofía
que buscaba”.
Estudiando a Descartes, pronto se verá que, para él, el “cogito” es
bastante más que el principio de la filosofía que buscaba: es la base de
toda una concepción del mundo y, si se apura un poco, la razón misma
de que las cosas existan. Por ello, se abre con Descartes un inquietante
camino hacia la distorsión de la Verdad por lo que cartesianos habrá
que defenderán la aberración de que la “verdad es cuestión exclusiva de la
mente, sin necesaria vinculación con el ser”, algo muy distinto de “la
adecuación de la inteligencia al objeto” que, desde el simple
sentido común, se puede apreciar en las aportaciones de Aristóteles o
Santo Tomás. Consecuentemente, el sistema cartesiano pretende
abarcar todo el humano saber y discurrir que, para él, tiene carácter
unitario bajo el factor común del orden geométrico-matemático: la
Ciencia será como “un árbol cuyas raíces están formadas por la Metafísica, el
tronco por la Física y sus tres ramas por la Mecánica, la Medicina y la Moral”.
Anteriormente a Descartes, hubo sistemas no menos elaborados
y, también, no menos ingeniosos. Una de las particularidades del
método cartesiano es su facilidad de popularización: ayudó a que el
llamado razonamiento filosófico, aunque, incubado, desarrollado o
adornado e interpretado en las academias, se proyectara a todos los
niveles de la sociedad. Podrá, por ello, pensarse que fue Descartes un
gran publicista que “trabajó” adecuadamente una serie de ideas aptas
para el consumo masivo. Fueron ideas convertibles en materia de
laboratorio por parte de numerosos teorizantes que, a su vez, las
tradujeron en piedras angulares de sistemas e ideologías, con
frecuencia, contradictorias entre sí. Cartesiano habrá que cargará las
tintas en el carácter abstracto de Dios con el apunte de que la máquina
del universo lo hace innecesario;
otro defenderá la radical
autosuficiencia de la razón desligada de toda contingencia material;
otro se hará fuerte en el carácter mecánico de los cuerpos animales
(“animal machina”), de entre los cuales no cabe excluir al hombre; otro
39
se centrará en el supuesto de las ideas innatas que pueden, incluso,
llegar a ser madres de las cosas; no faltará quien, con Descartes, verá
en la medicina el remedio a la falta de moral.
El cartesianismo es tan audaz y tan ambiguo que puede cubrir
infinidad de inquietudes intelectuales más o menos divergentes. En
razón de ello, no es de extrañar que, a la sombra del “cogito” se hayan
prodigado los sistemas con la pretensión de ser la más palmaria
muestra de la “razón suficiente ”: sean ellas clasificables en
subjetivismos o pragmatismos, en materialismos o idealismos... no
pocas “doctrinas de la modernidad” veían y siguen viendo en la
herencia de Descartes cumplido alimento para cualquier tipo de
ocurrencia.
Si Descartes aportó algo nuevo a la capacidad reflexiva del
hombre también alejó a ésta de su función principal: la de poner las
cosas más elementales al alcance de quien más lo necesita. Por
demás, con Descartes el oficio de pensador, que, por el simple vuelo
de su fantasía, podrá erigirse en dictador de la Realidad, es situado
por encima de los oficios que se enfrentan a la solución de lo
cotidiano: Si San Agustín se hizo fuerte en aquello socialmente tan
positivo del “Dillige et fac quod vis”, (ama y haz lo que quieras) una
consigna coherente con la aportación histórica de Descartes puede
muy bien ser “Cogita et fac quod vis” (piensa y haz lo que quieras), lo
que, evidentemente, abre el camino a cualquier especie de invención
ideológica.
***
En la época de Karl Marx, tras varias generaciones de
teorizantes cartesianos, en alguna de las más prestigiadas aulas se
había llegado al puro y pretencioso Idealismo, en donde se confunde
a la razón con una proyección del hombre hacia atrás y hacia
adelante de su propia historia: para los “filósofos idealistas”, es la
“razón” (la suya propia, aunque cueste creerlo) una especie de savia
natural del Absoluto que, desarrollada por sí misma, llega a ser más
poderosa que su propia fuente.
Confundiendo lo real con su teórica imagen o idea, incurrieron
aquellos filosofantes en una burda simplificación del legado de un
40
Nicolás de Cusa (1401-1464), el cual había esbozado la teoría de una
razón infusa en el acontecer cósmico; en tal fenómeno
correspondería al Hombre una pequeña participación de la que iría
tomando conciencia a través del Tiempo para, por la gracia del
Creador, actuar en el posible perfeccionamiento de lo existente sin
salir del ámbito de lo conceptual: era como prestar al pensamiento
abstracto la facultad de traducirse en acción sobre las cosas. Algo
muy distinto fue la pretensión de algunos cartesianos de llegar a
determinar origen, carácter y destino de las cosas sin otra ayuda que
la del propio pensamiento
Cierto que el hombre ha de aplicar su razón y específicas
virtualidades a la irrenunciable tarea de humanizar la tierra; pero
lo hace en el tiempo, en uso de su libertad y desde su genuina
personalidad; no como célula de un ente o magma impersonal e
ideal (pura abstracción romántica) que animara todo lo existente.
Este animal racional que es el ser humano no es parte de Dios, si es
eso lo que algunos cartesianos ganados por una especie de
material- idealismo quieren dar a entender en lenguaje más o
menos cabalístico.
Antes que Descartes, Giordano Bruno (1548-1600) hablaba
de un microcosmos como quinta esencia del macrocosmos, algo
parecido a lo ya sugerido por el esotérico alquimista Paracelso
(1493-1541): la materialidad del hombre es la síntesis de la
materialidad del Universo. Tal concepto alimentó la “mística” de los
“alumbrados pro testantes”, que inspiran a Jacob Böhme (15751624) fantasías como la de que “posee la esencia del saber y el íntimo
fundamento de las cosas” para dejar escrito:
“No soy yo, dice, el que ha subido al cielo para conocer el secreto
de las obras y de las criaturas de Dios. Es el propio cielo el que se
revela en mi espíritu, por sí mismo, capaz de conocer el secreto de las
obras y de las criaturas de Dios”.
Tales supuestos tuvieron el efecto de desorientar a no pocos
intelectuales de finales del siglo XVIII, entre ellos Immanuel Kant
(1724-1804), “viejo solterón de costumbres arregladas mecánicamente”
(Heine). Kant vivió prisionero de su educación racionalista
expresada entonces en la abundancia de sistemas que permiten los
41
gratuitos vuelos de la imaginación de mil reputados maestros de
quienes no se espera otra cosa que geniales edificios de palabras al
hilo de tal o cual novedosa fantasía: es la ciega marcha de quien, sin
medir los peligros de su obcecación, sustituye el creer según el
testimonio y la doctrina de Quien todo lo hizo bien por las
imaginadas fabulaciones de cuantos viven del producto de sus
“originalidades”.
Filósofo de oficio con sed de originalidad e incapaz de
desprenderse de la herencia cartesiana, Kant busca su propio
camino a través de la Crítica. Tiene el valor de desconfiar de las
“ideas innatas” y de “todos los dictados de la Razón Pura” para tratar de
encontrar la luz a través del “imperativo categ órico ” que dicta la
“Razón Práctica ”. Esto del imperativo categórico es una genial
ambigüedad que salva a Kant del más angustioso escepticismo y le
brinda una fe rusoniana en la propia conciencia y en la certeza de
juicio de la mayoría.
El imperativo categórico parece una clara manifestación de la
savia natural de absoluto, que, para Kant, es patrimonio
comunitario, no propiedad exclusiva de una élite:
“Obra de tal suerte que los dictados de tu conciencia puedan
convertirse en máxima de conducta universal”.
Sin salir del mundo de las ideas y para disponer de
“provisionales” asideros o referencias con los que contar para no
perderse en los laberintos de la especulación, Kant presenta lo que
llama “juicios sintéticos y a priori” (juicios concluyentes desde el
principio y sin análisis racional previo), ingenioso contrasentido que
hará escuela y permitirá admitir el supuesto de que la verdad circula
por ocultos pasadizos de privilegiados cerebros, “hallazgo” que
toman para sí algunos de sus discípulos, entre ellos, el pastor
luterano Juan Fichte (1762-1814).
Este tal Fichte, protestando de interpretar en su justa dimensión
los “descubrimientos” de Kant, se atreve a afirmar que la “Razón
es omnipotente aunque desconozca el fondo de las cosas”. Lo dice cuando ya
se considera muy capaz de superar a Immanuel Kant, su maestro,
en el terreno académico; así lo expresa en 1790 en carta a su novia:
42
“Kant no manifiesta más que el final de la verdadera filosofía:
su genio le descubre la verdad sin mostrarle el principio”. “Es un
principio que no cabe probar ni determinar: se ha de aceptar como
esencial punto de partida”. Principio que, siguiendo al
omnipresente precursor Descartes, dice Fichte haber
encontrado en sí mismo y en su peculiaridad de ser
pensante. Pero si para Descartes el “cogito” era el punto de
partida de su sistema para Fichte la “cúspide de la certeza
absoluta” está en el primer término de la traducción alemana:
el “Ich” (Yo) del “Ich denke” (Yo pienso). Lo más importante
de la fórmula “yo pienso”, asegura Fichte, no es el hecho
de pensar sino la presencia de un “Yo”, que se sabe a sí
mismo, es decir, que “tiene la conciencia absoluta de sí” y,
ejerciendo de idealista sin complejos, dogmatiza: “emitir
juicio sobre una cosa es tanto como crearla ”.
Desde esa ciega “reafirmación” en el poder trascendente del yo,
Fichte proclama estar en posesión del núcleo de la auténtica
sabiduría y, ya sin titubeos, elabora su “Teoría de la Ciencia”, que
expone desde su cátedra de la universidad de Jena con giros
rebuscados y grandilocuentes entonaciones muy del gusto de sus
discípulos, uno de los cuales, F. Schelling (1775-1854), afirma con
grandilocuente seriedad:
“Fichte eleva la filosofía a una altura tal que los más celebrados
kantianos nos parecen simples colegiales”.
En paralelo con la difusión de ese “laberinto de egoísmo especulativo”
cual, según expresión de C. Jacobi (1804-1851), resulta la doctrina
de Fichte, ha tenido lugar la Revolución Francesa (1789-1799) y su
aparente apoteosis de la libertad, supuesto que no pocos fantasiosos
profesores de la época toman como la más genial, racional y
espontánea parida de la Historia. En la misma línea de “providente
producto histórico” es situado ese tiránico engendro de la Revolución
Francesa que fue Napoleón Bonaparte (1769-1821, r.1799-1814).
De entre los discípulos de Fichte el más aventajado, sin duda
alguna, resultó ser un incondicional admirador de Napoleón. No
referimos, claro está, a Guillermo Federico Hegel (1770-1831), el
mismo que, en los tiempos en los que era una acreditado catedrático
43
de la Universidad de Berlín, se atrevió a elevar a la categoría de
axioma la siguiente estupidez: “En Napoleón Bonaparte ha cobrado
realidad concreta el alma del mundo”.
***
Desde que, en la historia de las ideas, apareció Descartes,
podemos tropezar con “racionalistas” más o menos influyentes en
el mundo de las ideas pero sin excesivo eco entre el público
ordinario hasta llegar a Hegel, que, pese a sus paridas fuera de lugar,
ya es otra cosa: ni más ni menos el reconocido por universitarios y
diversos pensadores modernistas no universitarios, como el
indiscutible padre de la intelectualidad “progresista”, a pesar de que
nunca se desdijo de su admiración hacia el Gran Corso, convencido
como decía estar de que "Napoleón y otros grandes hombres, siguiendo sus
fines particulares, realizan el contenido substancial que expresa la voluntad
del Espíritu Universal”, sosteniendo que tales hombres son
instrumentos inconscientes de ese
espíritu universal, cuya
conciencia estará encarnada en el más ilustre cerebro de cada época;
es decir, en él mismo, ese “ilustrísimo” profesor autoproclamado
genial descubridor de una realidad apenas entrevista por sus
predecesores.
Si Napoleón, enseña Hegel, es el alma inconsciente del mundo
(la encarnación del movimiento inconsciente hacia el progreso), yo
Hegel, en cuanto descubridor de tal acontecimiento, personifico al
“espíritu del mundo” y, por lo mismo, a la certera conciencia del
Absoluto. Es desde esa pretensión como hay que entender el
enunciado que, en 1.806, hace a sus alumnos:
“Sois testigos del advenimiento de una nueva era: el espíritu del
mundo ha logrado, al fin, alzarse como Espíritu Absoluto... La
conciencia de sí, particular y contingente, ha dejado de ser contingente;
la conciencia de sí absoluta ha adquirido la realidad que le ha faltado
hasta ahora”.
Kant reconocía que la capacidad cognoscitiva del hombre está
encerrada en una especie de torre que le aísla de la verdadera esencia
de las cosas sin otra salida que el detallado y objetivo estudio de los
fenómenos. Hegel, en cambio, se considera capaz de romper por sí
44
mismo tal “alienación ”: desprecia el análisis de las “categorías del
conocimiento” para, sin más armas que la propia intuición, aliñada con
una desbordada vanidad, adentrarse en el meollo de la Realidad y,
apoyándose en el prestigio del cartesiano Baruch Spinoza (16321677), uno de sus pocos reconocidos maestros, afirmar:
“Se da una identidad absoluta entre el pensar y el ser; en
consecuencia, el que tiene una idea verdadera lo sabe y no puede dudar
de ello”.
Ya, sin recato alguno, Hegel presenta como postulado básico
de todo su sistema una atrevida simpleza que eleva a la categoría de
“idealista ecuación”, razonando así: Cuando A es igual a B, B,
necesariamente, es igual a A; por lo mismo, “si lo racional es real,
lo real es racional ”. Por supuesto que sí; pero Hegel utiliza esta
perogrullada para situarse en el papel de privilegiado perceptor de
lo racional-real como si lo parido por su cerebro contase con el
marchamo de la verdad absoluta, algo que, hasta ahora, los simples
mortales creíamos que era privativo de Dios.
A nuestras objeciones Hegel responderá que el camino hacia el
saber absoluto es cuestión de una historia del pensamiento que él
ve culminado en sí mismo; si, anteriormente, nadie podía llegar a tal
conclusión ha sido porque, a lo largo de la Historia, lo “racional ha
sido prisionero de la contingencia”. Tal quiere demostrar Hegel en su
“Fenomenología del Espíritu” en donde dogmatiza:
El conocimiento humano, primitivamente identificado con el
conjunto de leyes que rigen su evolución natural, se eleva desde las
formas más rudimentarias de la sensibilidad hasta el saber absoluto.
De hecho, para Hegel, el pasado es como un gigantesco espejo
en el que se refleja su propio presente y en el que, gradualmente, se
desarrolla el embrión de un “conocer” cuya plenitud, según él,
culminará en sí mismo. La demostración que requiere tan atrevida
(y estúpida) suposición dice haberla encontrado en el
descubrimiento de las leyes por las que se rige la totalidad de lo
concebible que es, a un tiempo la totalidad de lo existente: ¿No viene
ello avalado por la constatación de que lo racional es real en tanto
en cuanto lo real es racional?. Si Kant había señalado que “se conoce
45
de las cosas aquello que se ha puesto en ellas”, Hegel llama “figuras de la
conciencia” a lo que “la razón pone en las cosas”, lo que significa que, en
último término, todo es reducible a la idea, de la que previamente
ha nacido.
La tal Idea de Hegel ya no significa uno de esos elementos que
vagaban por “la llanura de la verdad” de que habló Platón: el carácter
de la idea hegeliana está determinado por el carácter del cerebro
que la alberga y es, al mismo tiempo, determinante de la estructura
de ese mismo cerebro, el cual, puesto que se manifiesta como lo mas
excelente del universo, es el árbitro (o dictador) de cuanto se mueve
en el ancho universo.
Volviendo a las “figuras de la conciencia” de que nos habla Hegel,
según la mal disimulada intencionalidad de éste, habremos de
tomarlas tanto como previas reproducciones de sus propios
pensamientos que como factores determinantes de todas las
imaginables realidades. Y, para desvanecer cualquier reticencia
“escolástica” o acusación de impropio y desmedido orgullo, aporta
el “invento” de la tan traída y llevada Dialéctica hegeliana, artificioso
remedo de una “lógica” de propia cosecha con la que el pretendido
maestro pretende romper las barreras que a sí misma se había
marcado la vieja Metafísica: .
Es esa Dialéctica el “descubrimiento” más apreciado por no
pocos de los teorizantes de los dos pasado siglos. Por virtud de esa
Dialéctica, el Absoluto (lo que fue, es y será) es un Sujeto que
cambia de sustancia en el orden y medida que determinan las leyes
de su propia evolución. Si tenemos en cuenta que la expresión
última del Absoluto descansa en el cerebro de un pensador de la
condición de Guillermo Federico Hegel, el cual, por virtud de sí
mismo, se siente capaz de conocer y sistematizar las leyes o canales
por donde discurre y evoluciona su propio pensamiento, estamos
obligados a reconocer que ese tal pensador es capaz de interpretar
las leyes a las que ha estado sujeto el Absoluto en todos los
momentos de su historia.
***
46
El meollo de la dialéctica hegeliana gira en torno a una
innovadora (aunque indocumentada) exposición del clásico
silogismo “dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí” (si A=C y
B=C, A=B): Luego de interpretar a su manera los tradicionales
principios de identidad y de contradicción, que ve como una
proposición y su contraria y hace equivaler a los términos “tesis” y
“antítesis”, Hegel introduce la “síntesis” como elemento resolutivo y,
también, como principio de una nueva proposición.
Hegel considera inequívocamente probado el carácter dialéctico
de su peculiar forma de razonar y lo presenta como la única vía
válida para desentrañar el meollo de cuanto fue, es o puede ser y
dogmatiza: la expresión del todo y de cada una de sus partes sigue
el camino dialéctico expresado en los términos de tesis, antítesis y
síntesis. La operatividad de tales tres momentos resulta de que la
“tesis” tiene la fuerza de una afirmación, la “antítesis” el papel de
negación (o depuración) de esa previa afirmación y la “síntesis” la
provisionalmente definitiva fuerza de “negación de la negación”, lo que
es tanto como una reafirmación que habrá de ser aceptada como
una nueva “tesis” “más real porque es más racional”. El proceso del
discurrir (y, también, de la evolución del ser) sigue esa pauta hasta
llegar a la certeza absoluta o desarrollo total del ser....
No se detiene ahí el totalitario carácter de la dialéctica hegeliana:
quiere su promotor que sea bastante más que un soporte del
conocimiento: es para su sistema el exacto reflejo del movimiento
que late en el interior y en el exterior de todo lo experimentable
(sean leyes físicas o entidades materiales) y dogmatiza en su
Enciclopedia:
“Todo cuanto nos rodea, dice, ha de ser considerado como
expresión de la dialéctica, que se hace ver en todos los dominios y bajo
todos los aspectos particulares del mundo de la naturaleza y del
Espíritu”.
Lo que Hegel presenta como demostrado en cuanto se refiere a
las “figuras de la conciencia” es extrapolado al tratamiento del
Absoluto, el cual, por virtud de lo que dice Hegel,
47
Pudo, en principio ser nada que necesita ser algo, que luego es,
pero no es; este algo se revela como abstracto que “necesita” ser
concreto; lo concreto se siente inconsciente pero con “necesidad” de
saberse lo que es... y así hasta la culminación de la sabiduría, cuya
expresión no puede alcanzar su realidad más que en el cerebro de un
“genial” pensador.
Sabemos que para Hegel el Absoluto se sentía “alienado” en
cuanto no había alcanzado la “consciencia de sí”, en cuanto no era
capaz de “revelarse como concepto que se sabe a sí mismo”. Es un
“Calvario” a superar tal como concluye en su Fenomenología:
“La historia y la ciencia del saber que se manifiesta, constituyen
el recuerdo interiorizante y el calvario del Espíritu absoluto, la verdad
y la certidumbre de su trono. Sin ese recuerdo interiorizante, sin ese
calvario, el Espíritu absoluto no habría pasado de una entidad
solitaria y sin vida. Pero, “desde el cáliz de este reino de los espíritus
hasta él mismo sube el hálito de su infinitud”. Esto último es una
frase que Hegel toma de Schiller para dogmatizar: “la
historia no es otra cosa que el proceso del espíritu mismo: en ese proceso
el espíritu se revela, en principio, como conciencia obscura y carente de
expresión hasta que alcanza el momento en que toma conciencia de sí,
es decir, hasta que cumple con el mandamiento absoluto de `conócete
a tí mismo’”.
En este punto y sin que nadie nos pueda llamar atrevidos por
situarnos por encima de tales ideaciones, podemos referirnos sin
rodeos a la suposición fundamental que anima todo el sistema
hegeliano y, de rebote, no pocas ideologías que se reconocen filiales
(el socialismo marxista, por ejemplo): El espíritu absoluto, que
podría ser un dios enano nacido como apéndice del mundo
material, precisa de un hombre excepcional para llegar a tener
conciencia de sí, para “saberse ser existente”; esa necesidad es el motor
de la propia evolución de ese limitado dios que, en un primer
momento, fue una abstracción (lo que, con todo el artificio de que
es capaz, Hegel confunde con “propósito de llegar a ser”), luego resultó
ser naturaleza material en la que “la inteligencia se halla como petrificada”
para, por último, alcanzar su plenitud como Idea con pleno
conocimiento de sí y, por lo tanto, de carácter absoluto.
48
No se entiende muy bien si, en Hegel, la Idea es un ente con
personalidad propia o es, simplemente, un producto dialéctico
producido por la forma de ser de la materia. Pero Hegel se defiende
de incurrir en tamaño panteísmo con la singular definición que hace
de la Naturaleza: ésta sería “la idea bajo la forma de su contraria” o “la
idea revestida de alteridad”: algo así como lo abstracto que, en
misteriosísima retrospección, se diluye en su contrario, lo concreto,
cuyo carácter material será el apoyo del “saber que es”.
Aun así, para Hegel la Idea es infinitamente superior a lo que
no es idea. Según ello, en la naturaleza material, todo lo particular,
incluidas las personas, es contingente: todo lo que se mueve cumple
su función o vocación cuando se niega a sí mismo o muere, lo que
facilita el paso a seres más perfectos hasta lograr la genuina
personificación de la Idea o Absoluto (para Hegel ambos conceptos
tienen la misma significación) cual es el espíritu. Esto del espíritu,
en Hegel, es una especie de retorno a la Abstracción (ya Heráclito,
con su eterna rueda, había dicho que todo vuelve a ser lo que era o
no era): el tal espíritu es “el ser dentro de sí” (“das Sein bei sich”) de
la Idea: la idea retornada a sí misma con el valor de una negación de
la naturaleza material que ha facilitado su advenimiento. Esta
peculiar expresión o manifestación de la idea coincide con la
aparición de la inteligencia humana, cuyo desarrollo, según Hegel,
se expresaría en tres sucesivas etapas coincidentes con otras tantas
“formas” del mismo espíritu: el “espíritu subjetivo”, pura
espontaneidad que reacciona en función del clima, la latitud, la raza,
el sexo...; el “espíritu objetivo” ya capaz de elaborar elementales
“figuras de la conciencia” y, por último, el “espíritu absoluto”,
infinitamente más libre que los anteriores y, como tal, capaz de crear
y desarrollar el arte, la religión y la filosofía.
Ese espíritu absoluto será, para Hegel, la síntesis en que
confluyen todos los “espíritus particulares” y, también, el medio de que
se valdrá la Idea para tomar plena conciencia de sí. “Espíritus
particulares” serán tanto los que animan a los diversos individuos
como los encarnados en las diversas civilizaciones; podrá, pues,
hablarse, del “espíritu griego”, del “espíritu romano”, del “espíritu
germánico”... todos ellos, pasos previos hasta la culminación del
espíritu absoluto, el cual “abarcará conceptualmente todo lo universal”, lo
49
que significa el último y más alto nivel de la Ciencia y de la Historia,
al que, por especial gracia de sí mismo, ha tenido exclusivo y
privilegiado acceso el nuevo oráculo de los tiempos modernos cual
pretende ser Federico Guillermo Hegel (y así, aunque cueste creerlo,
es aceptado por los más significados de la intelectualidad llamada
“progresista”).
Por lo expuesto y, al margen de ese cómico egocentrismo del
Gran Idealista, podemos deducir que, según la óptica hegeliana, es
“históricamente relativo” todo lo que se refiere a creencias,
Religión, Moral, Derecho, Arte... cuyas “actuales” manifestaciones
serán siempre “superiores” a su anterior (la dialéctica así lo exige).
Por lo mismo, cualquier manifestación de poder “actual” es más real
(y, por lo tanto, “más racional”) que su antecesor o poder sobre el
que ha triunfado... (es la famosa “dialéctica del amo y del esclavo”,
que tanto dará que hablar como coartada de una razón que no
necesita demostrar ser razón).
Al repasar lo dicho, no encontramos nada substancial que, en
parecidas circunstancias, no hubiera podido decir cualquiera de los
antiguos sofistas, entre ellos, Zenón de Elea (490-430 a.C.), el cual,
cara a un interesado y bobalicón auditorio, se entretenía en
confundir lo negro con lo blanco, el antes con el después, lo bueno
con lo malo... Claro que Hegel levantó su sistema con herramientas
muy al uso de la agitada y agnóstica época en la que le tocó vivir:
usó y abusó del artificio y de sofisticados giros académicos.
Construyó así un soberbio edificio de palabras y de suposiciones
(“ideas” a las que, en la más genuina línea cartesiana, concedió valor
de “razones irrebatibles”), que, seguidamente, entrelazó en apabullante
y retorcida apariencia según el probable propósito de ser aceptado
como el árbitro de su tiempo. Pero, terrible fracaso el suyo, “lueg o
de haber sido capaz de levantar un fantástico palacio, hubo de
quedarse a vivir (y a morir) en la choza del portero”
(Kierkegard).
Ese fue el hombre y ése es el sistema ideado (simple y
llanamente ideado) que las circunstancias nos colocan frente a
nuestra preocupación por aceptar y servir a la Realidad que más
directamente nos afecta.
50
***
Sin duda que una elemental aceptación de la Realidad anterior e
independiente del pensamiento humano nos obliga a considerar a
Hegel un fantasioso, presumido y simple demagogo. Ello aunque no
pocos de nuestros contemporáneos le acepten como el “padre de
la intelectualidad prog resista ”, en la que pretenden encuadrarse
los marxistas de cualquier grado.
Una consideración final a esta ya larga, demasiado larga,
disquisición: Si toda la obra de Hegel, cartesiano él a fuer de
racionalista extremo, no obedeció más que a la deliberada
pretensión de “redondear” una brillante carrera académica, si el
propio Hegel formulaba conceptos sin creer en ellos, solamente
porque ése era su oficio... y, a pesar de todo, su nombre y su obra
van ligados a los movimientos sociales que más ruido han producido
en el último siglo y medio... ¿No será oportuno perderle todo el
respeto a su egocentrista e intrincada producción intelectual?
Realismo obliga y en su nombre hemos de prevenir contra el
lamentable hecho de que es precisamente la sombra de Hegel el
fenómeno más destacado en los círculos “culturales”, en donde se
desarrolló el conglomerado de ocurrencias y creencias que afectaron
a la toma de posición intelectual de Karl Marx y, consecuentemente,
del socialismo, una obra suya que llega hasta nuestros días.
***
Karl Marx no llegó a conocer a Hegel, fallecido unos diez años
antes de su tesis doctoral, pero sí que se embebió de hegelianismo
a través de las estrechas relaciones que mantuvo con los más activos
de los llamados jóvenes hegelianos hasta el punto de presumir de
ser uno de los más incondicionales discípulos del “Maestro de los
tiempos modernos”, claro que no sin volver al revés el calcetín del
hegelianismo”, tal como apuntó agudamente don Gustavo Bueno
(1924-2016). Con sus abundantes referencias a Hegel, seguía Marx
a la mayoría de los discípulos de Hegel, entre los cuales latía la
convicción de que con las “geniales aportaciones del maestro” se
había cubierto la etapa final de la “filosofía tradicional”:
51
“Con Hegel, escribió Gans, uno de esos discípulos, la
filosofía cierra su círculo; a los pensadores de hoy no cabe otra
alternativa que el disciplinado estudio sobre temas de segundo orden
según la pauta que el recientemente fallecido ha indicado con tanta
claridad y precisión”.
Foörster, el más acreditado editor de la época, comparó la
situación de la intelectualidad alemana con la vivida por el imperio
macedónico a la inesperada muerte de Alejandro Magno: no hay
posible sucesor en el liderazgo de las ideas; a lo sumo, caben
especializaciones a la manera de las satrapías en que se dividió la
herencia de Alejandro, todo ello sin romper los esquemas de lo que
se tomaba por una magistral e insuperable armonización de ideas,
fueran éstas totalmente ajenas a la propia realidad. Claro que Hegel,
en una de sus famosas “salidas por la tangente” , no había dudado
en situarse por encima de la Realidad: “si la realidad no está de acuerdo
con mi pensamiento ése es problema de la realidad”, apuntó en una de sus
clases no se sabe si con la intención de hacer un chiste o porque su
orgullo no le permitió encontrar una sensata respuesta a la objeción
de uno de sus oyentes. Como era de esperar, las distintas creencias
o sectas también hicieron objeto al Sistema de muy dispares pero
interesadas interpretaciones: unos verán a Hegel como luterano
ortodoxo, otros como simplemente deísta al estilo de un desvaído
Voltaire, otros como panteísta o ateo.
En la guerra de las interpretaciones y dada la fuerza que, entre
los más influyentes intelectuales, había cobrado el hegelianismo,
parecía obligado que poder y oposición tomaran partido: El poder
establecido, identificado con el ala más conservadora, veía en Hegel
al defensor de la religión oficial; los “intelectuales” de la oposición,
por el contrario, optaban por encontrar argumentos hegelianos
contra la fe tradicional. Fueron estos últimos los que hicieron más
ruido académico llegando a constituir un grupo organizado que se
llamó de los “libres” (“Freien”) o “jóvenes hegelianos”.
El “sistema” era, por tanto, un buen producto de mercado y así
habían de entenderlo los avispados de entonces: son los mismos a
quienes, en gráfica alusión, unos años más tarde, Marx tilda de
52
“mercaderes de Filosofía”. Al respecto, bien vale la pena transcribir
el siguiente ilustrativo texto suyo:
“Si hemos de creer a nuestros ideólogos, dejó escrito Marx,
Alemania ha sufrido en el curso de los últimos años una revolución
de tal calibre que, en su comparación, la Revolución Francesa resulta
un juego de niños: con increíble rapidez, un imperio ha reemplazado
a otro; un poderosísimo héroe ha sido vencido por un nuevo héroe, más
valiente y aun más poderoso... Asistimos a un cataclismo sin
precedentes en la historia de Alemania: es el inimaginable fenómeno
de la descomposición del Espíritu Absoluto. Cuando la última chispa
de vida abandonó su cuerpo, las partes componentes constituyeron
otros tantos despojos que, pertinentemente reagrupados, formaron
nuevos productos. Muchos de los mercaderes de ideas, que antes
subsistían de la explotación del Espíritu Absoluto, se apropiaron de
las nuevas combinaciones y se aplicaron a lanzarlas al mercado. Según
las propias leyes de ese mismo Mercado, tal operación comercial debía
despertar a la competencia y así sucedió, en efecto. Al principio, esa
competencia presentaba un aspecto moderado y respetable; pero,
enseguida, cuando ya el mercado alemán estuvo saturado y el producto
fue conocido en el último rincón del mundo, la producción masiva,
clásica manera de entender los negocios en Alemania, dio al traste con
lo más substancial de la operación comercial: para realizar esa
operación masiva había sido necesario alterar la calidad del producto,
adulterar la materia prima, falsificar las etiquetas, especular y
solicitar créditos sobre unas garantías inexistentes. Es así cómo la
competencia se transformó en una lucha implacable que cada uno de
los contendientes asegurará coronada por la propia victoria...”
53
IV
LOS JÓVENES HEGELIANOS, KARL MARX
Y FRIEDRICH ENGELS
P
ara esos mercaderes de ideas, “jóvenes hegelianos”,
autoproclamados “freien” (libres), Hegel es el maestro y
solamente a su sombra es posible encontrar un atisbo de originalidad,
codiciado punto de partida para ser reconocido como rompedor de
“viejas rutinas”. Uno de ellos fue el pastor luterano fue David Strauss
(1808-1874), cuya originalidad consistió en compatibilizar un
manifiesto ateísmo con encendidos sermones según la más pura
ortodoxia luterana. Desde ese posicionamiento asegura:
“La religión cristiana y la filosofía tienen el mismo contenido: la
primera en forma de imagen y la segunda bajo la forma de idea”.
Este tal David Strauss, que influirá notablemente en la formación
universitaria de Karl Marx, había pasado por el esoterismo y aliñado
sus prédicas con cabalísticos recortes antes de reconocerse como
hegeliano ateo. Era un profesional del sermón que se creía muy por
encima de la sencilla fe del pueblo y que distrae sus secretas inquietudes
por obscuros laberintos de divagaciones y vaciedades: Obsesionado
por contactar con alguien “investido de poderes ocultos”, había pasado
por la “apasionante experiencia” de visitar a la bruja más influyente de
la época, la “Vidente de Prevorst”. Virscher, uno de sus acompañantes,
nos lo cuenta:
“Strauss estaba como electrizado, no aspiraba más que a gozar de
las visiones crepusculares de los espíritus; si creía encontrar la más ligera
huella de racionalismo en la discusión, la rebatía con vehemencia,
tachando de pagano y de turco a cualquiera que rehusara acompañarle a
su jardín encantado”.
Probablemente, es entonces cuando descubre en Hegel a un cauto
teorizador del panteísmo y, aprovechando una brecha en la censura
oficial, ya se considera pertrechado para, en buen mercader de ideas,
54
abordar la réplica del Evangelio que, por cuestión de oficio, se ha visto
obligado a predicar. Lo hará con hipócrita desfachatez ya que no está
dispuesto a renunciar a las prebendas de un respetado clérigo, a la
sazón, profesor del seminario luterano de Maulbrun (1831). Al
respecto, escribe su “Vida de Jesús”, que para él ha dejado de ser Dios
hecho hombre y recurre a la "autoridad" de Hegel para apuntar: “si
Dios se encarna específicamente en un hombre, que sería Cristo...
¿cómo puede hacerlo en toda la humanidad tal como enseña Hegel?”.
Imbuido de que el panteísmo de Hegel era inequívocamente
certero en la negación del Hecho preciso de la Encarnación de Dios
en Jesús de Nazareth, ese acomodaticio pastor luterano, que fue
Strauss, proclama que ha llegado el tiempo de “sustituir la vieja explicación
por vía sobrenatural e, incluso, natural por un nuevo modo de presentar la Historia
de Jesús: aquí la figura central ha de ser vista en el campo de la mitología”... En
su “Vida de Jesús” adopta un tono pomposo y didáctico que no
abandona ni siquiera cuando se enfrenta con el núcleo central de la
Religión Cristiana, la Resurrección de Jesucristo, a la que ese pastor
luterano se refiere de la siguiente manera:
“Según la creencia de la Iglesia, Jesús volvió milagrosamente a la
vida; según opinión de deístas como Raimarus, su cadáver fue robado por
los discípulos; según la crítica de los racionalistas, Jesús no murió más
que en apariencia y volvió de manera natural a la vida... según nosotros
fue la imaginación de los discípulos la que les presentó al Maestro que
ellos no se resignaban a considerar muerto. Se convierte así en puro
fenómeno psicológico (mito) lo que, durante siglos, ha pasado por un
hecho, en principio, inexplicable, más tarde, fraudulento y, por último,
natural”.
Para defender su posicionamiento Strauss pretende aportar
contundentes argumentos con una colosal y probada mentira: Dice
haber buceado en la historia cuando no pasó de un viaje a Berlín para
escuchar al “oráculo de los tiempos modernos”, el inigualable Hegel,
que murió del cólera sin poder recibirle. Mintiendo, pues, con el mayor
des caro, dice Strauss: “Los resultados de la investigación, que hemos
llevado a término, han anulado definitivamente la mayor y más
importante parte de las creencias del cristiano en torno a Jesús, han
desvanecido todo el aliento que de Él esperaban, han convertido en
55
áridas todas la consolaciones. Parece irremisiblemente disipado el
tesoro de verdad y vida a que, durante dieciocho siglos, acudía la
humanidad; toda la antigua grandeza se ha traducido en polvo; Dios ha
quedado despojado de su gracia; el hombre, de su dignidad; por fin,
está definitivamente roto el vínculo entre el Cielo y la Tierra”.
Aunque descorazonador, corrosivo e indocumentado,” La Vida de
Jesús” del pastor David Strauss resultó ser un libro revelación en el
mundo de los mercaderes de ideas a que iba destinado. Era una especie
de evangelio laico y veladamente ateo a la medida de los tiempos.
Cuando apareció en 1835, otro clérigo luterano, Bruno Bauer (18091882), recibió de sus superiores el encargo de una contundente réplica
desde una “conservadora” interpretación del legado de Hegel. Le
precedía la aureola académica del “más inspirado maestro” después de
Hegel: según Augusto Cieskowski (1814-1894),
“Decir que Bruno Bauer no es un fenómeno filosófico de primera
magnitud es como afirmar que la Reforma careció de importancia: ha
iluminado el mundo del pensamiento de tal forma que ya es imposible
obscurecerlo”.
No tuvo lugar la esperada contundente réplica a los postulados de
Strauss; el choque entre ambos fue algo así como una pelea de gallos
en que cada uno jugara a superar al otro en novedoso radicalismo,
tanto que pronto Bruno Bauer se mereció el título de “Robespierre de
la Teología”. Como él mismo confiesa en carta a Karl Marx, se había
propuesto “practicar el terrorismo de la idea pura cuya misión es
limpiar el campo de todas las malas y viejas hierbas”.
En el enrarecido ambiente algo debió de influir la desazón y el
desconcierto que en muchos clérigos había producido la llamada
“unión de las iglesias” celebrada pocos años atrás (1817) entre
luteranos y calvinistas. Si Strauss había declarado la guerra a la Fe,
Bauer, sin abandonar el campo de la teología luterana y desde una
óptica que asegura genuinamente hegeliana, señala que la Religión es
fundamental cuestión de Estado y, por lo mismo, escapa a la
competencia de la jerarquía eclesiástica, “cuya única razón de ser es
proteger el libre examen”. Publica en 1.841 su “Crítica de los
Sinópticos” en que muestra a los Evangelios como una simple
56
expresión de la “conciencia de la época” y, como tal, un anacronismo
hecho inútil por la revolución hegeliana.
Dice Bauer ser portavoz de la auténtica intencionalidad del
siempre presente “maestro”, Hegel: “Se ha hecho preciso rasgar el
manto con que el maestro cubría sus vergüenzas para presentar el
sistema en toda su desnudez” y que resulte como lo que, en la
interpretación de Bauer, era propiamente: una implacable andanada
contra el Cristianismo, “conciencia desgraciada” a superar
inexorablemente gracias a la fuerza dialéctica (revolucionaria) del
propio sistema y vende la idea de la “radical quiebra del Cristianismo”
que, según repetía incansablemente, había heredado del “oráculo de los
tiempos modernos” (Hegel):
“Será una catástrofe pavorosa y necesariamente inmensa: mayor y
más monstruosa que la que acompañó su entrada en el escenario del
mundo” (Carta a C.Marx).
Para el resentido pastor luterano, cual resulta ser Bruno Bauer, es
inminente la batalla final que representará una definitiva derrota:
“La de último enemigo del género humano..., lo inhumano, la ironía
espiritual del género humano, la inhumanidad que el hombre ha cometido
contra sí mismo, el pecado más difícil de confesar” (Bauer -Las buenas
cosas de la libertad).
Bauer personifica esa “última batalla” en su versión panteísta y atea
del hegelianismo y, erigiéndose en adalid de la vanguardia crítica, se
presenta como definitivo verdugo del Cristianismo. Con pasmosa
ingenuidad asegura que, únicamente, le falta dar al hecho la suficiente
difusión. Sucedía esto en el mundo de los “jóvenes hegelianos”, un
revuelto zoco académico en el que se subastan las ideas de la época, tal
como Marx acusará en su momento, no menos preocupado por
alcanzar su puesto de privilegio en la oferta de sus pretendidas
originalidades, dificultosa tarea en tanto en cuanto el núcleo de la
filosofía siga prisionera de los postulados idealistas del coloso: los
jóvenes hegelianos, Marx incluido, presumen de materialistas y ateos;
pero ¿en base a qué? ¿no es verdad que todo lo que se dice sobre el ser
humano y su mundo no pasa de ser derivación de una vergonzante
57
teología con la Idea como ser supremo y el horizonte materialista como
quimérica aspiración?
***
Amigo íntimo, mecenas y estrecho colaborador de Karl Marx fue
Friedrich Engels (1820-1895), de quien Lenin ha dejado escrito:
“Después de su amigo Carlos Marx, Engels fue el más notable
científico y maestro del proletariado contemporáneo de todo el mundo
civilizado. Desde que el destino relacionó a Carlos Marx con Federico
Engels, la obra a la que ambos amigos consagraron su vida se convirtió en
común”
Las peculiaridades de Engels eran bien distintas a las de Marx.
Ambos lo sabían y llegaron a explotarlo pertinentemente. Marx, doctor
en filosofía, rebelde y con escasísimas posibilidades de ocupar una
cátedra, era de naturaleza bohemia e inestable y, a contrapelo, había de
hacer frente a las acuciantes obligaciones familiares; su economía
doméstica era un auténtico desastre, sus desequilibrios emocionales
demasiado frecuentes.... pero, en cambio, era paciente y obsesivo para,
etapa tras etapa, alcanzar el objetivo intelectual marcado.
Engels era rico, buen administrador, mundano y un recalcitrante
solterón, que, para mantenerse tal cual, corresponde con generosidad
a los más o menos duraderos favores femeninos. Alterna los negocios
con viajes, lecturas, filiaciones a lo más novedoso o populista, líos de
faldas, revueltas... siempre en estrecho contacto con Marx a quien, si
no ve, escribe casi a diario. Esto último muestra la total identificación
en los puntos de vista y en el eje de sus preocupaciones cual parece una
pertinaz obsesión por servir a la “revancha materialista”.
***
En los círculos académicos de Berlín, no pocos vieron en Ludwig
Andreas Feuerbach (1804-1872), uno de los discípulos preferidos de
Hegel, al profeta de los tiempos modernos que echaba en falta el
revoltoso y “desorientado” zoco de los jóvenes hegelianos:
“Fue entonces, nos recuerda Engels (1820-1895), cuando
apareció La esencia del cristianismo de Feuerbach. Esta obra pulverizó
de golpe la contradicción restaurando de nuevo en el trono, sin más
58
ambages, al materialismo. La naturaleza existe independientemente de
toda filosofía, es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los
hombres que son también, de suyo, productos naturales; fuera de la
naturaleza y de los hombres, no existe nada, y los seres superiores que
nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos
reflejos fantásticos de nuestro propio ser. El maleficio quedaba roto; el
“sistema” [hegeliano] saltaba hecho añicos y se le daba de lado(...) El
entusiasmo fue general: al punto todos nos hicimos en feuerbachianos…
“
En referencia a que había logrado desmitificar a Hegel, Marx llegó
a calificar a Feuerbach “Purgatorio de nuestro tiempo” haciendo un
juego de palabras con el apellido Feuerbach, que, traducido del alemán,
viene a significar “arroyo de fuego” (Feuer = fuego, Bach = arroyo).
Hegel había asegurado que la “Idea es el principio del Ser”, el cual
habría de “tomar conciencia de sí” luego de “superar las alienaciones”
de lo contingente histórico a través de los hombres más ilustrados: ello
era como perderse en la ambigüedad a base de rebuscados
formulismos.
Feuerbach huye de tal situación y dice haber visto el “secreto de la
Teología en la ciencia del Hombre”, entendido éste no como persona
con específica responsabilidad porque es capaz de amar y obrar en
libertad sino como simple elemento masa de una de las familias del
mundo animal (“der Mensch ist was er isst”) (-el hombre es lo que
come-). decía Feuerbach jugando con las palabras y tomando como
“argumento” la similitud fonética en alemán entre ese ist (es) y el isst
(come).
Porfía Feuerbach que, al contrario de las formuladas por sus
condiscípulos David Strauss y Bruno Bauer, su doctrina es
absolutamente laica, no una teología más o menos disimulada y asegura
que lo de adorar (la Religión) es directa consecuencia de la especial
situación del hombre en el conjunto de sus hermanos animales. Sus
diferencias con éstos últimos proceden de una azarosa y especial
circunstancia: a lo largo de los siglos, el hombre habría desarrollado
particulares instintos animales que, a lo largo de los siglos, por pura
espontaneidad material, habrían derivado en peculiaridades como la
razón, el amor y la fuerza de voluntad, las cuales, aunque derivadas del
59
medio material en que se ha desarrollado la especie (lo que “come”),
se convierten en lo genuinamente humano:
“Razón, amor y fuerza de voluntad, dice Feuerbach, son perfecciones
o fuerza suprema, son la esencia misma del hombre... El hombre existe
para conocer, para amar, para obrar según su voluntad”.
Son particularidades de la especie que, en la ignorancia de que
proceden de su propia esencia que no es más que una particular forma
de ser de la materia, el hombre proyecta fuera de sí hasta personificarlas
en un ser extrahumano e imaginario al que llama Dios; en ese sentido,
afirma Feuerbach:
“El misterio de la Religión es explicado por el hecho de que el
hombre minusvalora su esencia para hacerse esclavo de ese ser espejo de sí
mismo al que convierte en un poder decisorio.... Es cuando el hombre se
despoja de todo lo valioso de su personalidad para volcarlo en Dios; el
hombre se empobrece para enriquecer a lo que no es más que un producto
de su imaginación”.
Según él mismo la define, la trayectoria intelectual de Feuerbach
podría expresarse así:
“Dios fue mi primer pensamiento, la Razón el segundo y el hombre
mi tercero y último... Mi tercero y último pensamiento culminará una
revolución sin precedentes; es una revolución iniciada con la toma de
conciencia de que no hay otro dios del hombre que el hombre mismo:
homo homini deus ”.
En Feuerbach resurge la figura del Prometeo que se rebela contra
toda divinidad ajena a la propia especie. Presume Feuerbach de situar
a la religiosidad en su justa dimensión: alimentada por las ideas de la
Perfección y del Amor, la religiosidad es un efecto de la verdadera
esencia del hombre, que se vuelca hacia sus semejantes hasta encontrar
en el hombre-especie la realidad suprema.
Este dios de carne y fantasía, Prometeo atormentado por su propia
impotencia, resultó genial descubrimiento para algunos (Karl Marx,
entre ellos) y para otros un bodrio vergonzante: Entre estos últimos
cabe situar a Max Stirner (1806-1856) que se presenta como
materialista consecuente y ve en Feuerbach a alguien que
60
“Con la energía de la desesperanza, desmenuza todo el contenido
del Cristianismo y no precisamente para desecharlo sino para entrar en
él, arrancarle su divino contenido y encarnarlo en la especie humana”.
Para este inconformista radical, cual era Max Stirner, no es
materialismo lo de Feuerbach y desde el estricto punto de vista
materialista, en el que no cabe un mínimo retazo de generosidad,
proclama: “yo no soy Dios ni el hombre especie: soy simplemente yo;
nada, pues, de “homo homini deus”; para el materialista se impone un
crudo y sincero “ego mihi deus”... porque “¿cómo podéis ser libres,
verdaderamente únicos, si alimentáis la continua conexión entre
vosotros y los otros hombres?”.
“Mi interés, dogmatiza Stirner, no radica en lo divino ni en lo
humano, ni tampoco en lo bueno, verdadero, justo, libre, etc...radica en lo
que es mío que no es un interés general: es un interés único como único
soy yo”.
Si Dios ha muerto, todo me está permitido, hará decir Dostoievski
a uno de sus atormentados personajes: “desaparecido” Dios, lógico es
que desaparezca hasta la sombra de todo lo divino. Y resultará que
atributos divinos como la Perfección y el Amor se convierten en pura
filfa y no sirven para prestar carácter social a la pretendida divinización
tanto del hombre-especie,
que se propone como principio
fundamental de cualquier forma de colectivismo, como del hombre
que se eleva pisando la cabeza de sus congéneres, idea fuerza del
individualismo insolidario.
Sin renegar de las probadas dependencias ideológicas, Marx se
marcó el propósito de ganarle a Feuerbach la partida en el mercadeo
de los reconocimientos académicos; copió de él lo más substancial del
humanismo ateo (Dios y sus atributos son creación del hombre,
estricta materia moldeada a lo largo de la historia merced a un instinto
que no tiene nada de espiritual) al tiempo que se aplicaba a descubrir
los posibles fallos de la teoría, a la que, aun concediéndola el “mérito”
de haber desmoronado todo el edificio hegeliano, consideraba
fácilmente superable. Presumió Marx de haberlo logrado en la
primavera de 1845 con su “11 Tesis sobre Feuerbach ”, apuntes que,
muchos años más tarde, Engels incorporó como apéndice a su
61
Ludwig “Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, publicado
en 1888 (Marx había fallecido cinco años atrás).
Este “11 Tesis sobre Feuerbach” ha pasado a la historia como
la primera y más inequívoca expresión del materialismo marxista,
razón por la que creemos de interés transcribirlo en su literalidad:
[I] El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el
de Feuerbach-es que sólo concibe las cosas, la realidad, bajo la forma
de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial
humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que
el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al
materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo,
naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal.
Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los
objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad
humana como una actividad objetiva. Por eso, en “La esencia del
Cristianismo” sólo considera la actitud teórica como la
auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo
en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no
comprende la importancia de la actuación “revolucionaria”,
“práctico-crítica”.
[II] El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una
verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema
práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la
verdad, es decir, la realidad y el poderío, la materialidad de su
pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un
pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente
escolástico.
[III] La teoría materialista de que los hombres son producto de las
circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres
modificados son producto de circunstancias distintas y de una
educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los
que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador
necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en
dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por
ej., en Robert Owen). La coincidencia de la modificación de las
62
circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y
entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.
[IV] Feuerbach arranca de la auto alienación religiosa, del
desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imaginario, y otro
real. Su cometido consiste en disolver el mundo religioso, reduciéndolo
a su base terrenal. No advierte que, después de realizada esta labor,
queda por hacer lo principal. En efecto, el que la base terrenal se
separe de sí misma y se plasme en las nubes como reino
independiente, sólo puede explicarse por el propio desgarramiento y
la contradicción de esta base terrenal consigo misma. Por tanto, lo
primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y
luego revolucionarla prácticamente eliminando la contra dicción. Por
consiguiente, después de descubrir, v. gr., en la familia terrenal el
secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y
revolucionar prácticamente aquélla.
[V] Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela a la
contemplación sensorial; pero no concibe la percepción sensorial como
una actividad específicamente humana..
[VI] Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la
esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es,
en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que
no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado
a hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el
sentimiento religioso (Gemüt) y presuponiendo un individuo humano
abstracto, aislado. En él, la esencia humana sólo puede concebirse
como “género”, como una generalidad interna, muda, que se limita
a unir naturalmente a los individuos.
[VII] Feuerbach no ve, por tanto, que el “sentimiento religioso” es
también un producto social y que el individuo abstracto que él
analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad.
[VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que
descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.
[IX] A lo que más llega el materialismo contemplativo, es decir, el
materialismo que no concibe la percepción sensorial como actividad
63
práctica, es a contemplar a los distintos individuos dentro de la
“sociedad civil”.
[X] El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad “civil; el
del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad
socializada.
[XI] Los filósofos no han hecho más que interpretar el
mundo de diversos modos; pero de lo que se trata es
de transformarlo.
Esta última, “la undécima tesis sobre Feuerbach”, repetida hasta la
saciedad por cuantos se ocupan de la vida y obra de Karl Marx, sirve
a los marxistas de argumento para evadirse de la seria confrontación
de ideas y orientar su discurso hacia la directa y tantas veces ciega
acción revolucionaria.
64
V
LAS IDEAS DE MOISES HESS, LOS SOCIALISTAS
FRANCESES Y EL MANIFIESTO COMUNISTA
M
oisés Hess (1812-1875), al que, como sucede en otras muchas
cuestiones, nos hemos referido en otros escritos, fue un “joven
hegeliano” un mucho autodidacta, era el primero de cinco hermanos
en una familia judía bien acomodada y respetuosa con la ortodoxia
tradicional. Apenas adolescente, hubo de compaginar sus estudios y
abundantes lecturas con las exigencias de un negocio familiar, que le
obligaba a largas estancias en París en donde tomó contacto con Pedro
José Proudhon, otro destacado autodidacta: ambos “estudian” la
manera de asociar a la filosofía alemana con la acción revolucionaria:
si Fichte había sostenido que el “Yo” se realiza en conflicto con el “noYo”, Hess propondrá romper el tilde idealista de tal fenómeno para
traducirlo en acción proyectada hacia el campo de lo social; Proudhon,
por su parte, manifiesta estar impresionado por lo que le llega de la
Economía Política Inglesa; es así como ambos se aplican a formular
una síntesis doctrinal entre la Economía Política Inglesa, el Socialismo
Francés y la Filosofía Alemana. Desde esa perspectiva, escribió Hess
en 1840:
“El comunismo es una necesaria consecuencia de la obra de Hegel”.
Con el trasfondo de su conglomerado de ideas, Hess hará suyo un
sistema económico-político-social en el que logran cabida el
colectivismo de Rousseau, el panteísmo de Spinoza, el anticlericalismo
de Proudhon, el determinismo económico de Adam Smith y, con
especial devoción, el ideal-materialismo de Hegel y de sus discípulos
ateos: un batiburrillo ideológico, al que el mismo Hess intentará dar
forma en una pretenciosa “Historia Sagrada de la Humanidad”.
Esa pretendida historia rezuma una especie de colectivismo
místico de raíz panteísta; asegura que la ha llamado “Historia Sagrada”
“porque en ella se expresa la vida de Dios” en dos grandes etapas, la
65
primera dividida, a su vez, en tres períodos: el primitivo o “estado
natural” de que había hablado Rousseau, el segundo coincidente con
la aparición del Cristianismo, “fuente de discordia”, y el tercero o
“revolucionario” que, según Hess, se inicia con el panteísmo de
Spinoza, se hace fuerte con la Revolución Francesa o “gigantesco
esfuerzo de la humanidad por retornar a la armonía primitiva” y
culminará con la “consecución de la última meta de la vida social
presidida por una igualdad clara y definitiva” luego de haber superado
el inevitable enfrentamiento entre dos protagonistas: la “Pobreza” y
una “Opulencia”, promotora de “la discordancia, desigualdad y
egoísmo que, en progresivo crecimiento, alcanzarán un nivel tal que
aterrarán hasta el más estúpido e insensible de los hombres”:
“Son contradicciones que han llevado al conflicto entre Pobreza y
Opulencia hasta el punto más álgido que, necesariamente, ha de resolverse
con una síntesis que representará el triunfo de la primera sobre la
segunda”.
Vemos ahí a la dialéctica hegeliana con su “negación de la
negación” como automatismo resolutivo de todos los conflictos. Hess
escribe también una “Triarquía Europea” en donde se sale de la inercia
monocorde de los “jóvenes hegelianos” para apuntar la conveniencia
de ligar el subjetivismo idealista alemán con el “pragmatismo social”
francés”.
“Ambos fenómenos, escribe Hess, han sido consecuencia lógica de
la Reforma Protestante, la cual, al iniciar el camino de la liberación del
hombre, ha facilitado el hecho de la revolución francesa, gracias a la cual
esa liberación ha logrado su expresión jurídica”. “Ahora, desde los dos
lados, mediante la Reforma y la Revolución, Alemania y Francia han
recibido un poderoso ímpetu. La única labor que queda por hacer es la
de unir esas dos tendencias y acabar la obra. Inglaterra parece destinada
a ello y, por lo tanto, nuestro siglo debe mirar en esa dirección”.
De Inglaterra, según Hess, habrá, pues, de venir “la libertad social
y política”. Ello es previsible porque es allí donde está más acentuada
la oposición entre la Miseria y la Opulencia; “en Alemania, en cambio,
no es ni llegará a ser tan marcada como para provocar una ruptura
revolucionaria. Solamente en Inglaterra alcanzará nivel de revolución
66
la oposición entre Miseria y Opulencia”. También Hess apunta a lo que
se llamará Dictadura del Proletariado cuando dice:
“Orden y libertad no son tan opuestos como para que el primero,
elevado a su más alto nivel, excluya al otro. Solamente, se puede concebir
la más alta libertad dentro del más estricto orden”.
Como intelectual de afición, que presumía de haber captado el
meollo de la obra de Hegel, Moisés Hess también frecuentó los
círculos y tabernas en que divagaban y discutían los jóvenes hegelianos;
es así cómo llegó a conocer y admirar a Karl Marx, del cual escribió en
carta (2/9/1841) al novelista Berthold Auerbach (1812-1882):
“Es el más grande y puede que el más auténtico filósofo vivo y
pronto… todos los ojos de Alemania se posarán en él.. Cuando aparezca
en público (tanto por sus libros como por su actividad universitaria) se
ganará la atención de toda Alemania. Doctor Marx – este es mi ídolo –
es aún un hombre joven, apenas 24 años de edad, pero le dará el último
golpe a todas las religiones e ideologías políticas medievales. Imaginaos
a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel fundidos en
una sola persona. Si os lo podéis imaginar, ahí tenéis al Dr. Marx
(Citado por Isaiah Berlin en “Karl Marx”, Gallimard, pág.
109).
En 1.844 Moisés Hess promovió la formación de un partido al que
llamó “verdadero socialismo”. Cuatro años más tarde (febrero de
1848), por obra de Carlos Marx y Federico Engels, todos los
postulados de ese devorador de libros, que fue Moisés Hess,
constituyeron el meollo del citado “Manifiesto Comunista ”, tomado
por muchos como la Idea Madre del Socialismo Científico.
***
En los años cuarenta del siglo XIX vivía París la época más
representativa de la burguesa “Monarquía de Julio” con el rey Luis
Felipe de Orleans y Borbón como principal promotor del “enrichesez
vous”, que Guizot y otros ministros “doctrinarios” decían aceptar
como objetivo principal del Gobierno en una atmósfera del “laissez
faire, laissez passer”, incapaz de reducir diferencias entre “los de arriba
y los de abajo”.
67
Se vive en continua tensión social motivada por el desespero de
los “explotados”, que ven frente a ellos tanto la falta de consideración
por parte de autoridades y funcionarios como la avaricia y ausencia de
escrúpulos por parte de cuantos “interpretan la justicia a su favor”.
En el campo de un palmario relativismo ideológico se ha
introducido el Romanticismo, un fenómeno que orientará los ánimos
hacia la inoperancia o el heroísmo estéril cuando no antisocial: de las
ideas “sin relación con lo real” destacados poetas pasan a interesarse
por la política; de ello nos dan elocuentes ejemplos grandes románticos
de la época como Chateaubriand, Lamartine o Georges Sand, los
cuales, a veces, se comportan como si buscasen el propio gozo en la
redacción que no en la solución de las mayores desigualdades sociales;
claro que ello se traduce en soberbios edificios de bonitas palabras al
tiempo que aleja de los problemas reales a los mejor situados en la
escala social.
En ese medio, que nos fuerza un suspiro melancólico, se
desenvolvió Karl Marx durante los años más decisivos para la
formulación de su doctrina. Obsesionado por elaborar una “coherente
originalidad”, no escapará de su propio mundo ante las magistrales
interpretaciones musicales de un Liszt, ni se dejará impresionar si, ya
en París, Georges Sand le toma como confidente de sus tormentosas
relaciones con reyes de la fiesta como Alfred de Musset..: ha tenido mil
y una ocasiones para medir la propia inutilidad para edificar mundos
de ensueño y la réplica que ahora le dicta su experiencia se llama prosa
desnuda.
Si Heine y revolucionarios rusos de la talla de Herzen o Bakunin
hablaban en sus cartas de haber encontrado en París, “centro de la
cultura europea”, una inefable sensación de libertad, Marx, por su
parte, se mostrará fiel al carácter frío e impersonal que se ha impuesto:
París le servirá para completar su formación y salvar las lagunas que
aprecia en la solidez de su sistema…, pero nunca para entregarse a
extemporáneos arrebatos. El medio revolucionario parisino le produce
desencanto; nada positivo puede lograr la exaltación y menos la teatral;
como réplica a la retórica habitual en los círculos bohemios, acentuará
la frialdad de expresión de sus dichos y el carácter incisivo de su crítica
68
sin descuidar el digerir los tópicos e ideas que bullen en los círculos
que frecuenta.
La que, al parecer, sintoniza plenamente con Karl Marx en su
personal proyecto de cambiar el mundo es Jenny, la enamorada esposa,
la cual, muerto su padre, ya ostenta el título de baronesa Von
Westphalen. Para reponerse del alumbramiento de Jennychen, la
primera de los ocho hijos que llegó a parir, Jenny pasa unos meses en
la casa solariega de Tréveris y, desde allí escribe cariñosas cartas a su
marido, en las que intercala sus impresiones sobre lo que ocurre en
Alemania: vive de cerca la revuelta de los tejedores de Silesia, que
reclaman jornada de doce horas y descanso dominical y señala:
“Es justamente, una vez más, la prueba de que una revolución
política es imposible en Alemania, pero que están presentes aquí todos los
gérmenes de una revolución social”.
***
Karl Marx estaba particularmente interesado por hallar la
respuesta a una cuestión, que, para él, no han desarrollado
satisfactoriamente ni los enciclopedistas, ni Hegel, ni Feuerbach, ni,
mucho menos, la disforme masa de literatura filosófico-política de que
se ha nutrido en los últimos años: se trata de descubrir la razón
profunda de la Revolución Francesa; claro que, al aceptar que,
necesariamente, un acontecimiento de tal magnitud obedecía a una
“profunda razón”, Marx nos demuestra estar inclinado a conceder a la
evolución histórica un riguroso determinismo, postura intelectual que
corresponde a la más pura ortodoxia hegeliana. Descubierto lo esencial
de ese determinismo, será fácil comprender y explicar la
“infraestructura" de la historia, puesto que un acontecimiento de tal
magnitud y de tan nuevos resultados sin duda que podrá servir de
demostración para una ley general. En su empeño, desecha Marx
cuantas interpretaciones le han sido brindadas y aplica a
descubrimientos y conclusiones el método de frío análisis, que ya es
característico en él. Según ese método, ha de tomarse en consideración
cuanto, de cerca o de lejos, se refiere a los grandes hechos de la historia
sin obviar las teorías económicas, sociales y políticas, que privaban
tanto antes y después como durante el tiempo en el que se desarrolló;
de la confrontación entre contradictorias interpretaciones nacerá la
69
inapelable síntesis que puede explicar el carácter y magnitud del
pretendido Determinismo Histórico.
Es en plan de investigador crítico como lee y relee a Guizot (17871874), doctrinario e historiador; a los economistas Quesnay (16841774), Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823); a los
socialistas Saint Simon (1760-1825), Sismondi (1773-1842), Proudhon
(1809-1865), … que, para él, impregnan sus obras de economía
política. Se interesa también por las teorías sobre la acción directa que
Barbés (1809-1870) y Blanqui (1805-1881) desarrollan en “L’Homme
Libre”, el periódico parisino más extremista de la época. Entre otras
no menos radicales propuestas, ahí se plantea una violenta revolución
que facilite la inmediata abolición de la propiedad privada.
Sigue Karl Marx interesándose por las polémicas entre sus
antiguos compañeros, los “jóvenes hegelianos”; es así como le llega la
réplica al “humanismo” de Feuerbach por parte de Max Stirner en
forma de un incendiario libelo llamado “El Único y su propiedad”,
demoledor de todo lo que no sea un puro y descarado egoísmo
encerrado en la frase “ego mihi deus”. Es para Marx la ocasión de una
nueva revisión de conciencia para descartar como inútil toda traza de
idealismo.
Aun tiene tiempo Marx para mezclarse en las actividades de la
llamada “Liga de los justos”, una sociedad secreta, inspirada en ciertas
reminiscencias de Grachus Babeuf (1760-1797), el comunista
guillotinado en 1797; procedentes de diversas nacionalidades, los
revolucionarios de la “Liga”, alardeaban de una especie de celo
apostólico, disimulando los propios odios con la cristiana divisa “todos
los hombres somos hermanos”.
Teóricamente, la tal “Liga de los Justos” había sido disuelta en
1839; pero, en su nombre, seguían celebrándose reuniones, que
agrupaban a los revolucionarios más impacientes, irreflexivos e,
incluso, descolocados políticamente. Solía decir Marx que tales
personajes se dejaban guiar por “nociones en lugar de ideas”, aunque,
en su conjunto, expresaban la tendencia a una revolución sin tregua, la
misma revolución sobre la que ya había teorizado Moisés Hess.
70
Prototipo de revolucionario “con nociones en lugar de ideas”
resultaba para Karl Marx el ruso Miguel Bakunin (1814-1876),
personaje capaz de contagiar a quien le escuchara un apasionado fervor
por la sangre y la revolución llegando a infiltrar en él su propia
irresponsabilidad, sus mentiras y su odio; embrollaba ideas al objeto de
utilizarlas en la peculiar “lógica” de volver al revés todo lo establecido;
tomaba a la violencia extrema como forma fundamental de “auto
expresión creativa”, posicionamiento inequívocamente expresado en
lo de “destruir es una forma de crear”, una de sus más conocidas
consignas de proselitismo revolucionario. El propio Bakunin, que
presumía de haber captado en su genuina naturaleza la completa obra
de Hegel y que, desde su primer encuentro, entró en rivalidad con la
fuerte personalidad de Karl Marx, razonaba así su “visión de la
Totalidad”: “Es necesario confiarse al Espíritu Eterno, que destruye y
suprime porque es fuente creadora de toda vida. La pasión por la
destrucción es, a un tiempo, pasión de creación; en consecuencia, el
verdadero revolucionario se ocupará en destruir y no en construir: son
otros hombres, mejores que nosotros, quienes construirán”.
Que Bakunin contaba con un avasallador carisma personal, viene
reflejado en el juicio que hace de él Alejandro Herzen (1812-1870),
otro revolucionario ruso: Bakunin es un hombre capaz de pasar por
agitador, tribuno, predicador, jefe de partido, secta o herejía; colocado
en la extrema posición de cualquier movimiento, fascinará a las masas
hasta lograr dirigir el destino de los pueblos.
Podemos deducir que lo de M. Bakunin era irreflexiva obsesión o
descarnada pasión de típico representante de un resentido
primitivismo ideológico, útil para embaucar y no para convencer.
Diríase que ello se daba de bruces con el frío cálculo de Karl Marx,
quien, por el camino de la “ciencia histórica”, pretendía alcanzar no
muy diferentes objetivos a los del revolucionario ruso, de quien, pese
a las aceradas críticas con que siempre le obsequió, copió la obsesión
por alterarlo todo para que lo propio sea visto como única solución.
***
Pedro José Proudhon (1800-1865), que destacó sobre todos los
socialistas franceses, presentaba como divisa de combate “justicia y
71
libertad” contra lo que llamaba “trinidad fatal”: Religión, Capital y
Poder Político a los que opone Revolución, Autogestión y Anarquía.
Revolución porque, según decía, “las revoluciones son sucesivas
manifestaciones de justicia en la humanidad”, autogestión, “porque la
historia de los hombres ha de ser obra de los hombres mismos” y, por
último, anarquía “porque el ideal humano se expresa en la anarquía” o
“carencia de cualquier tipo de gobierno”.
Lo de Proudhon, más que pasión por la anarquía es odio a todo lo
que significa una forma de autoridad que no sea la que nace de su
propia idea porque, tal como no podía ser menos, Proudhon hace suyo
el subjetivismo ideal-materialista de los herederos de Hegel. Y asegura
que la “autoridad, como resorte del derecho divino, está encarnada en
la Religión”; cuando esa autoridad se refiere a la economía, viene
personificada por el Capital y, cuando a la política, por el Gobierno o
el Estado. Religión, Capital y Estado constituyen, pues, la “trinidad
fatal” que él, Proudhon, se impone el destruir en nombre de la
Libertad.
Es ésa una libertad, que engendrará una moral y una justicia, ya
“verdaderas porque serán humanas” y harán inútil cualquier especie de
religión; se mostrará capaz de imponer el “mutualismo” a la economía
(“nada es de nadie y todo es de todos”) y el “federalismo” en política
(“ni gobernante ni gobernado”).
Enfrentados “al Altar, la Caja Fuerte y el Trono” sitúa Proudhon
“el Contrato, el Trabajo y el Equilibrio Social”. Y, puesto que se ha de
juzgar al árbol por sus frutos, frente al “hombre bueno, al pobre
resignado, al sujeto humilde... tres expresiones que resumen la
jurisprudencia de la Iglesia”, surgirá “el hombre libre, digno y justo cual
han de ser los hijos de la Revolución”. Entre uno y otro sistema,
proclama Proudhon, “imposible conciliación alguna”.
Sin duda que no muy convencido, Proudhon protesta de que su
revolución no pretende ser violenta: simplemente, tiene el sentido de
un militantismo anticristiano y viene respaldada por “un estudiado uso
de las leyes económicas”: “Por medio de una operación económica,
dice, vuelven a la sociedad las riquezas que dejaron de ser sociales en
otra anterior operación económica”. Como solución a los problemas
72
que plantean los anteriores y presentes abusos de la autoridad política,
Proudhon fía todo al Contrato o “Constitución Social, la cual es la
negación de toda autoridad, pues su fundamento no es ni la fuerza ni
el número: es una transacción o contrato”, para cuyo exacto
cumplimiento huelga la mínima coacción exterior en tanto en cuanto
basta la libre iniciativa de las partes contratantes.
Proudhon porfía continuamente de su filiación socialista; no
quiere reconocer la probabilidad de que, en cualquier tipo de contrato,
la balanza si incline no a favor del consenso que él pretende desde sus
“revolucionarios razonamientos” si no de la fuerza de uno u otro
bando. Sale del paso asegurando que, “disuelto el gobierno en una
sociedad económica” el desgobierno hará el milagro de contentar a
todo el mundo, ricos y pobres, pequeños y grandes.
Desde muy joven, Karl Marx leía el francés con facilidad, lo que
nos permite deducir que, probablemente a través de Moisés Hess,
conocía las obras de Pedro José Proudhon en su versión original y, ya
en París, llegó a entrevistarse con él; se refiere Marx a ello en carta
fechada el 24 de enero de 1865:
“En 1844, durante mi estancia en París, mantuve relaciones
personales con Proudhon. Recuerdo esta circunstancia por que, hasta
cierto punto, soy yo mismo responsable de su “sofisticación”, palabra que
emplean los ingleses para designar la falsificación de una mercancía. En
el curso de largas discusiones, frecuentemente prolongadas todas las noches,
le inyecté hegelianismo…”
Parece probado que la “inyección de hegelianismo” le había
venido a Proudhon antes de esos encuentros en París, puesto que ya
en 1840 se esforzaba en aplicar la dialéctica hegeliana a sus trabajos.
Por otra parte, correspondía a Marx el reconocer lo que copió o
aprendió de Proudhon: en esas “largas discusiones” tuvo este último
ocasión de reprochar al “doctor Marx” el no haber roto aun el marco
idealista: la dialéctica hegeliana sería un bello edificio vacío mientras no
se pudiese llenar con los avatares de la vida real; decía él haber
descubierto expresiones de la dialéctica en los conflictos entre clases,
en los fenómenos económicos y… , eso creía, en el meollo de las
realidades materiales.
73
Marx, al igual que la mayor parte de los “jóvenes hegelianos”,
había soñado con hacer suya la “armoniosa dialéctica” del maestro;
pero, a fuer de sincero, estaba obligado a reconocer que cuantos usos
hizo de ella, indefectiblemente, le empujaban hacia un idealismo de
difícil encaje con la fe materialista, que quería convertir en norte de su
vida. De pronto, un autodidacta con pretensiones de intelectual
revolucionario cual era Proudhon, le sugería para la tan traída y llevada
dialéctica una aplicación orientada al conjunto de la realidad en todas
sus manifestaciones; tal sugerencia, aliñada con el saber hacer de las
academias, bien podría abrir camino a los sólidos argumentos de que,
hasta entonces, carecía el materialismo. Eso es lo que mantiene H.
Carr, biógrafo de Karl Marx, cuando asegura:
“Allí donde Proudhon llegó tropezando, Marx continuó. Es
Proudhon el inventor de la palanca central en el sistema de Marx”
Ciertamente, Proudhon influyó en Marx más de lo que nunca éste
hubiera querido reconocer; a la par que les distanció el empeño de
aquel por hacer valer la bondad del “espontáneo criterio de la mayoría
trabajadora”, factor que decía admitir con absoluto respeto según el
propio Proudhon le dice a Marx por carta (H. Carr, “Marx”).
“Después de haber demolido todos los dogmas a priori, no caigamos
en la contradicción de vuestro compatriota Lutero; no pensemos también
nosotros en adoctrinar al pueblo; mantengamos una buena y leal polémica.
Demos al mundo el ejemplo de una sabia y previsora tolerancia, pero, dado
que estamos a la cabeza del movimiento, no nos transformemos en jefes de
una nueva intolerancia, no nos situemos como apóstoles de una nueva
religión, aunque ésta sea la religión de la lógica”.
¿Religión de la lógica? ¿Qué lógica? ¿La de un imposible idealmaterialismo en torno a la plena autosuficiencia de la materia?
***
Es en el París de la primera mitad del siglo XIX, en dónde, sin salir
del racionalismo cartesiano, hombres como el conde de Saint Simon
(Claude-Henri de Rouvroy, 1760-1825) “se habían impuesto la tarea
de dedicar su vida a esclarecer la cuestión de la organización social”.
74
“La Revolución del 89, decía aquel aristócrata convertido al
populismo revolucionario, proclamó una libertad que resulta una
simple ilusión puesto que las “leyes económicas” son otros tantos medios
de desigualdad social; ello obliga a que el libre juego de la competencia sea
sustituido por una “sociedad organizada” en perfecta sintonía con la “era
industrial”.
Saint Simon razonaba sobre las modalidades concretas de esa
“sociedad organizada”: van desde aceptar la situación establecida con
el añadido de la participación de un “colegio científico representante
del cuerpo de sabios” a otorgar el poder a los más ilustres
representantes del industrialismo: “alma de una gran familia, dice, es la
clase industrial, la cual, por lo mismo que es la clase fundamental, la
clase nodriza de la nación, debe ser elevada al primer grado de
consideración y de poder”. Es entonces cuando “la política girará en
torno a la administración de las cosas” en lugar de, tal como ahora
sucede, “ejercer el gobierno sobre las personas”. Tal será posible
porque “a los poderes habrán sucedido las capacidades”.
La ambigüedad de la doctrina sansimoniana facilitó la división
radical de sus discípulos: Augusto Comte encabezará una de las
corrientes del humanismo ateo (positivismo) basada en una
organización religiosa dirigida por la élite industrial mientras que el
discípulo “obrerista”, Próspero Enfantin (le “Père Enfantin”)
empeñará su vida como “elegido del señor” en una especie de cruzada
hacia la redención de las clases más humildes hasta, por medios
absolutamente pacíficos, llegar a una sociedad en que rija el principio
de “a cada uno según su capacidad y a cada capacidad según sus obras”.
***
Charles Fourier (1.7721.837) es otro de los “socialistas utópicos”
franceses más destacados. Pretende resolver todos los problemas
sociales con el poder de la “asociación”, que habrá de ser metódica y
consecuente con los diversos caracteres que se dan en un grupo social,
ni mayor ni menor que el formado por mil seiscientas veinte personas,
cuya mutua “atracción pasional” cobrará la condición de ley
irrevocable. Fourier dice haber descubierto doce pasiones y
ochocientos diez caracteres cuyo duplicado constituye ese ideal grupo
de mil seiscientas veinte personas, célula base en que, “puesto que
75
estarán armonizados intereses y sentimientos, el trabajo resultará
absolutamente atrayente”.
La “organización de las células económicamente regeneradas en
un perfecto orden societario”, según afirma Fourier, permitirá la
supresión total del estado; consecuentemente, en el futuro sistema no
habrá lugar para un poder político: en lo alto de la pirámide social no
habrá nada que recuerde la autoridad de ahora, sino una simple
administración económica personificada en el areópago de los jefes de
cada serie apasionada; estas series apasionadas resultan de la
espontánea agrupación de varias “células base” en las cuales la armonía
es el consecuente resultado del directo ejercicio de una libertad sin
celador alguno. En consecuencia, las atribuciones de ese Areópago no
van más allá de la simple autoridad de opinión. Será esto posible gracias
a que, a juicio de Fourier, “el espíritu de asociación crea una ilimitada
devoción a los intereses de grupo” y, por lo tanto, puede sustituir
cumplidamente a cualquier forma de gobierno. Ese pretendido apóstol
de la armonía social dice estar convencido de que cualquier actual
forma de estado se disolverá progresivamente en una sociedadasociación, en la cual, de la forma más natural y espontánea, se habrá
excluido cualquier especie de coacción. A renglón seguido, se
prodigarán los “falansterios” o “palacios sociales”, en que, en plena
armonía, desarrollarán su ciclo vital las “células base” hasta, en un día
no muy lejano, constituir un único imperio unitario extendido por toda
la Tierra.
Esa es la doctrina del “falansterismo”, que como tal es conocido
el “socialismo utópico” de Fourier, algo que, por extraño que parezca,
aun conserva el favor de ciertos sectores del llamado progresismo
racionalista hasta el punto de que, cada cierto tiempo, y con derroche
de dinero y energías, se llega a intentar la edificación de tal o cual
“falansterio”: efímeros empeños sufragados y cultivados por no se
sabe qué oculto interés proselitista.
No menos distantes de un elemental realismo, surgen en Francia
otras formas de colectivismo, cuyos profetas olvidan las predicadas
intenciones si, por ventura, alcanzan una parcela de poder. Tal es el
caso de Luis Blanc (1811-1882), que llegó a ser miembro provisional
76
del Gobierno que se constituyó a la caída de Luis Felipe de Orleans y
Borbón:
“Queremos, había dicho Blanc, que el trabajo esté organizado de tal
manera que el alma del pueblo, su alma ¿entendéis bien? no esté
comprimida por la tiranía de las cosas”.
El Doble juego de este encendido predicador pronto se puso de
manifiesto cuando algunos de sus bienintencionados discípulos
crearon los llamados “talleres nacionales”: resultó que encontraron el
principal enemigo en el propio gobierno al que ahora servía Blanc y
que, otrora, cuando lo veía lejos, este mismo Blanc deseaba convertir
en “regulador supremo de la producción y banquero de los pobres”.
***
La Historia nos dice que, tanto los doctrinarios burgueses como
los primitivos ideólogos del socialismo, coinciden en prestar valor
histórico determinante al enfrentamiento entre unos y otros sectores
sociales. Más concisos, Marx y Engels, elevándolo a categoría de
dogma, teorizarán sobre el supuesto de “la Lucha de Clases, como
exclusivo motor de la Historia”.
Tal se puso de manifiesto en una de las muchas reuniones de la
llamada “Liga de los justos”, pronto renombrada “Liga Comunista”
por iniciativa de Marx y Engels, los cuales se apresuraron a sustituir la
antigua divisa de “todos los hombres son hermanos” por la combativa
“proletarios de todos los países, uníos ”, hasta hoy considerada
paradigma del populismo revolucionario y, como tal, animada por el
carácter de idea-fuerza para una revolución sin tregua, de la que Karl
Marx y Friedrich Engels pretendieron ser los principales mentores.
En los medios “revolucionarios” en los que se movían entonces,
no faltaron rivales con la misma pretensión de protagonismo; sin duda
que el más destacado de todos ellos era el noble ruso Miguel Bakunin
(1814-1876), principal teorizante del anarco-socialismo.
Que este último no tenía especial simpatía por Karl Marx nos lo
demuestra en el retrato que hace de él (Tomado de “Karl Marx”, Isaiah
Berlin, Gallimard, pág-159):
77
“Karl Marx es de origen judío. Reúne en sí todas las cualidades y
defectos de esa excepcional raza. Según algunos, nervioso hasta el punto de
manifestarse cobarde, es inmensamente malicioso, vano y quisquilloso; tan
intolerante y tiránico como Jehová, es, como él, locamente vengativo. No
retrocede ante ninguna mentira o calumnia para atacar a cuantos provocan
sus celos u odio; no vacila ante ninguna sórdida intriga, si piensa que puede
servirle para reafirmar su posición y aumentar su influencia y poder…”
“…También se le han de atribuir numerosas virtudes: es inteligente y
erudito. Pocos hombres han leído tanto y tan inteligentemente como él. En
1840 ya fue el alma de un círculo de radicales alemanes, que sobrepasaban
con mucho el cinismo de los nihilistas rusos más extremistas….” “….Al
igual que Luis Blanc, Herr Marx es un fanático adorador del Estado a
triple título de judío, alemán y hegeliano. Pero, si Blanc sustituye por la
retórica declamatoria el razonamiento, Marx, a fuer de alemán ponderado
e instruido, embellece sus principio con todos los trucos y fantasías de la
dialéctica hegeliana, a la que presta las riquezas de su saber”.
***
Fue en Londres, durante el mes de junio de 1847, cuando tuvo
lugar el primer congreso europeo de la “Liga de los comunistas”
(antigua “Liga de los justos”, recuérdese). En él se acordó la
conveniencia de elaborar una “Profesión de fe comunista” al uso de
todos los miembros y según un cuestionario redactado por el “Comité
Central” encomendando a Engels su redacción dado que a Marx le
había sido imposible trasladarse de Bruselas a Londres.
Se sabe que para la redacción del “proyecto de profesión de fe
comunista”, Engels hizo suyos los postulados “menos evangélicos” de
un “Catecismo comunista” que 1844 había publicado Moisés Hess en
el periódico Vorwaerts (órgano de los refugiados alemanes en París).
Es el propio Engels quien lo reconoce y lo explica a Marx el 10 de
noviembre de 1847 en una de las muchas cartas de cruzó con su amigo
al respecto:
“Esto entre nosotros: he hecho una infernal jugarreta a Moisés, que
había presentado una “profesión de fe” al agua de rosas; dado que la
conocía previamente, el viernes último, en el círculo, me entretuve en
desmenuzarla, punto por punto, con tan buen resultado que no había
llegado aún a la mitad de mi exposición cuando todo el mundo se declaró
78
satisfecho y aprobó mi “Profesión de Fe” (Adscrito al “Manifeste…”
de Ed. Costes)
Se dice que Engels, en pleno acuerdo con Marx, a un tiempo que
“comunista que no hace las cosas por amor”, presume de
cauteloso político: a los de su “comité central”, aun prisioneros del
acomodaticio utilitarismo burgués, les recomienda mantenerse a la
expectativa y pide su confianza sin dejar de mostrarse como
revolucionario, que sabe digerir las más simples y “prácticas” ideas:
los tiempos están revueltos y a punto de estallar en razón del abismo
entre las clases sociales, lo que abrirá un nuevo capítulo en la historia.
Importa ser autoridad cuando comience ese capítulo; calma por
ahora: si resulta insultante la miseria que sufre una parte de la
población, será como consecuencia, no de la mala voluntad de unos
presuntos responsables, sino del ciego “Materialismo H istórico”,
detalladamente apuntado por Engels en un documento titulado el
“Proyecto de profesión de fe comunista ”.
***
Que dicho “Proyecto de profesión de fe comunista” fue del agrado del
Comité Central nos lo demuestra el hecho de que se confiase a Engels
y a Marx la responsabilidad en la definitiva redacción de un
“Manifiesto” con vistas a dar a conocer al gran público las
pretensiones comunistas. De ese encargo del Comité Central da noticia
Engels a Marx en carta del 15 de noviembre de 1847:
“Ayer noche, se designó a los delegados. Tras un discusión bastante
confusa, me llevé los dos tercios de los votos. Esta vez si que no he
intrigado aunque, por otra parte, habría sido sin objeto en cuanto no hubo
más que apariencia de oposición: si se propuso a un obrero como posible
redactor, votaron por nosotros los mismos que le habían propuesto”
Se aplica Engels a la redacción del “borrador del Manifiesto” y lo
envía a Marx el 24 de noviembre con la petición de que se haga cargo
de la redacción definitiva:
“Discurre un poco sobre el sentido de “profesión de fe”: a mi juicio,
es más propio de nosotros el renunciar a la forma catequística y adoptar
el título de Manifiesto Comunista… Te adjunto el resultado de mis
trabajos: son simples apuntes mal redactados…”
79
Los apuntes de Engels desarrollaban más cumplidamente lo ya
esbozado en el “Proyecto de fe comunista” y se extendía por lo relativo
al proceso de formación del “proletariado” y a las condiciones de
venta de su haber o capacidad de trabajo…
Discurría también Engels sobre las clases obreras anteriores a la
formación del específico proletariado industrial, sobre los puntos
comunes entre aquellas y éste, sobre las diversas con secuencias de la
revolución industrial… A continuación, divagaba Engels sobre cómo
sería la futura sociedad comunista, en la que “la asociación sucedería a
la competencia” puesto que, una vez abolida la propiedad privada, la
propiedad común de los medios de producción garantizaría la
estabilidad económica y el progreso social; tal sería el punto cumbre de
“ La revolución comunista, que no podrá ser exclusivamente
nacional, sino que se realizará de manera simultánea en todos los países
civilizados empezando por Inglaterra y continuando en Norteamérica,
Francia, Alemania… En cada uno de estos países, sigue sosteniendo
Engels, el vuelco social tomará un giro más o menos rápido, según esté
desarrollada su industria… Por ella, será en Alemania el más lento y
difícil, mientras que en Inglaterra se habrá desarrollado rápida y
eficazmente. Sobre los otros países del mundo ejercerá una importante
acción refleja hasta modificar excepcionalmente los anteriores respectivos
medios de vida, aunque, eso sí, la revolución será radical y de carácter
universal (Adscrito al “Manifeste…”, pág. 155).
También hace Engels alusión a la futura forma de familia, basada
estrictamente “en la relación natural entre ambos sexos”: abolida la
propiedad privada y educados los hijos en el comunismo, serán
destruidas automáticamente las dos columnas en las que descansa la
familia tradicional: la dependencia de la mujer respecto al varón y de
los hijos respecto a sus padres, en cuanto la autoridad paterna sobre
mujer e hijos es, para Engels, una forma de propiedad privada;
“tampoco, dice Engels, tendrá razón de ser la prostitución, tara de una
sociedad que se deja regir por la propiedad privada” (¿quiere decir
Engels que el cuerpo de cualquier mujer es propiedad social?).
En el último lugar de sus apuntes, pasa revista Engels a las
características de las diversas especies de socialismo y presenta un
programa de confrontación con los partidos no comunistas. Para
80
Engels había tres especies de socialismo: los socialistas reaccionarios
(socialistas feudales, que dirá Marx), los “socialistas burgueses” (Marx
conservará el término) y los “socialistas demócratas”, que Marx
designará como “socialistas pequeño-burgueses” o “utópicos”. En lo
que se refiere al programa de alianza o confrontación con otros
partidos, Engels sugiere que se tenga en cuenta las circunstancias
históricas y sociales de los diversos países: aquí será oportuno aliarse
con tal partido mientras que allí lo aconsejable será considerarle
enemigo si, por mucho que mantenga idéntico posicionamiento, de la
confrontación o lucha se deriva una substancial ventaja para los
comunistas.
La historia nos muestra cómo Karl Marx no halló nada que replicar
a las propuestas que, en sus cuartillas, le adelantó Engels: tal queda
reflejado en la redacción alemana del “Manifiesto del Partido
Comunista ”, (Manifest der kommunistischen Partei), aparecido en febrero
de 1848, por los mismos días en que era derrocada en París la
“Monarquía de Julio” (desde julio de 1830 al 24 de febrero de 1848),
que derivaría en la ascensión al poder del príncipe Luis Napoleón
Bonaparte (1808-1873), presidente de la República desde diciembre de
1848 hasta 1852 en que, tras un plebiscito, fue ratificado en su
pretensión de “continuar la obra” de su tío, el sátrapa Napoleón I,
como “emperador de los franceses” con el nombre de Napoleón III y
reinó hasta ser depuesto en 1870 por la Asamblea Nacional como
consecuencia de su desastrosa derrota en la batalla de Sedán.
***
El Manifiesto Comunista comienza afirmando que “la historia de
toda sociedad pasada es la historia de la lucha de clases”, para, seguidamente,
hacer profesión de materialismo histórico radical al prestar valor
absoluto al postulado “los instrumentos de producción, determinantes de las
condiciones de producción, son causa directa del conjunto de relaciones sociales” y ,
seguidamente, hacer ver que los instrumentos de producción,
caracterizantes de los nuevos modos de crear riqueza, dieron paso a la
Burguesía, cuya necesidad de expansión ha llevado la civilización a las
más lejanas tierras:
“So pena de precipitar su destrucción, la burguesía obliga a todas
las naciones a adoptar el peculiar modo de producción burgués; con ello
81
las obliga a aceptar lo que se llama civilización, es decir , las convierte en
burguesas (“sie zwingt sie Bourgois zu werden”); es como si la burguesía
creara un mundo a su propia imagen”.
Usa Marx de la fábula del “aprendiz de mago” para mostrar cómo
la burguesía también crea los elementos que precipitarán su
destrucción, puesto que resulta incapaz de amaestrar las fuerzas
infernales que responden a la atrevida invención de tales elementos:
“Desde hace decenas de años, la historia de la industria y del
comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas
contra las condiciones modernas de producción (“die modernen
Produktions verhältnisse”) y contra las condiciones de la propiedad
privada, que son las condiciones de vida y supremacía de la propia
burguesía”.
A causa de ello, surgen los desequilibrios que precipitan la
autodestrucción de la burguesía: crisis de superproducción, loca
competencia de nuevas invenciones que anulan por obsoletas a las
anteriores… instaura precarios equilibrios e intenta resolver sus
frecuentes crisis
“Facilitando crisis más generales y formidables, al tiempo que reduce
los medios de prevención ante la posible avalancha de más destructoras
crisis”.
Si la burguesía forjó las armas con las que venció al feudalismo,
esas mismas armas se vuelven contra ella. Claro que no solamente ha
forjado las armas:
“Ha producido también los hombres, que se servirán de tales
armas: éstos son los obreros modernos, los proletarios”. “Por proletario
se entiende al individuo perteneciente a la clase de los ciudadanos que no
posee otra cosa que sus brazos y sus hijos”, es lo que se lee en la
citada revista “Kommunistische Zeitschrift”, septiembre de
1847): “El desarrollo de la burguesía, es decir, del capital, tiene como
exacta contrapartida el desarrollo del proletariado, de la clase de obreros
cuya vida depende de que encuentre un trabajo, que solamente les es
brindado cuando sirven al crecimiento del capital. Estos obreros,
empujados a venderse al detalle, son una mercancía semejante a cualquier
otro artículo de comercio y, por consiguiente, están expuestos (de igual
82
forma que las otras mercancías) a todas las vicisitudes de la competencia
y a todas las fluctuaciones del Mercado”.
En el Manifiesto no se admiten dudas respecto al hecho de que
son el maquinismo y la división del trabajo los dos fenómenos, que, a
los ojos del obrero, han desprestigiado ese mismo trabajo al tiempo
que le convierten en una pieza más de la máquina y traducen en inútiles
tanto las facultades del cerebro como cualquier exigencia de la
iniciativa individual. Se asegura que, para el burgués, no es la
inteligencia ni tampoco la capacidad física lo que le inspira tal o cual
muestra de consideración hacia sus asalariados; no estima ninguna
aportación personal en cuanto considera a los individuos
absolutamente despersonalizados: al obrero, ser anónimo, a cambio de
su trabajo no le entrega más de lo imprescindible para la subsistencia y
“perpetuar la raza”. Ya el obrero significa menos que una pieza de la
máquina, es un esclavo de ésta:
“Los obreros, dice Marx, no son simplemente los esclavos
de la clase burguesa y el Estado burgués; todos los días y a todas
horas están esclavizados por la máquina…”
Ha llegado un tiempo en el que el maquinismo y la división del
trabajo han determinado que el número de horas llegue a límites
inconcebibles, que los niños y mujeres suplanten a los hombres (con
mayores necesidades físicas que atender). La masificación de los
recursos industriales ha prestado temible fuerza a la nueva clase
revolucionaria, la cual, al igual que la burguesía en 1789, se erigirá en
dictadora del porvenir histórico. Es en esa clase en donde cobra
consistencia un peligro fatal para la burguesía:
“De todas las clases que, actualmente, se hallan en conflicto con la
burguesía es el proletariado la clase verdaderamente revolucionaria. Las
otras clases desfallecen y mueren ante la gran industria, cuyo pro ducto
más específico es, por el contrario, el proletariado”.
En el decir de Marx, ese proletariado encarna “nuevas condiciones
de existencia” y, en razón de ello, será capaz de hacer surgir una nueva
familia, unas nuevas leyes, una nueva moral, una nueva religión…,
puesto que
83
“Las leyes, la moral, la religión… constituyen a sus ojos otros tantos
prejuicios burgueses o convencionales disfraces de los intereses de clase”.
Si las clases, en el pasado, conquistaron el poder y,
consecuentemente con él, todos sus prejuicios e ideologías, la nueva
clase revolucionaria,
“por lo mismo que no posee nada, tampoco tiene nada que
salvaguardar y destruirá toda garantía privada y toda seguridad privada
existente
(alle
bisherigen
Privatsichereit
und
Privatversicherungen)”.
Se “profetiza” en el Manifiesto que la inminente revolución tendrá
carácter universal, puesto que, si las anteriores revoluciones “fueron
realizadas por minorías en interés de mino rías”, al representar los
intereses de la mayoría y empujado a ello por la creciente opresión que
le atenaza, el Proletariado realizará su revolución en amplitud universal
“haciendo saltar la superestructura de las capas que forman la sociedad
oficial”…
Como era de esperar, Karl Marx sostiene que esa creciente
opresión que, hasta el decisivo momento de la revolución, sufre el
proletariado, no es, ni poco ni mucho, consecuencia directa de la mala
voluntad de los burgueses: está determinada por las fuerzas de
producción, expresadas ellas en la generalización del maquinismo y
consecuente división del trabajo, fenómenos ya reseñados antes. Son
fuerzas que precipitan una situación en la que “la existencia de la
burguesía será incompatible con la existencia de la sociedad”:
“La existencia y dominio de la clase burguesa tienen por condición
esencial la acumulación de riqueza en manos de los particulares, la
formación y crecimiento del capital, cuya consecuencia inmediata es el
asalariado… El progreso de la industria, cuyo agente es una burguesía
despreocupada e inconsciente (su actividad consciente y libre sería una
pura ilusión), sustituye al aislamiento de los obreros por el agrupamiento
revolucionario, debilitando irremisiblemente el fundamento en que se
apoya la burguesía, la cual, si produce y se apropia de lo producido, con
ello se ha visto obligada a producir y fortalecer a sus propios enterradores.
En razón de ello, son igualmente inevitables tanto la caída de la burguesía
como la victoria del proletariado”.
84
En “Proletarios y Comunistas ”, segundo capítulo de su
“Manifiesto”, Karl Marx llama a las propias ideas “concepciones
comunistas” porfiando que tales concepciones, de ninguna forma,
descansan sobre ideas y principios inventados o descubiertos por tal o
cual reformador de moda y sí que
“Son la expresión general de las condiciones efectivas de una evidente
lucha de clases, de un movimiento histórico desarrollado ante nuestros
propios ojos”.
Por lo mismo, las reivindicaciones obreras no son inspiradas por
una moral basada en un “pretendido derecho obrero”, sino que son la
“exigencia de una continua transformación histórica”; quiere ello decir
que el comportamiento de quien las formula ha sido determinado por
el ambiente en el que desarrolla su actividad el cual, a su vez, es simple
y directa consecuencia de los medios y modos de producción
industrial.
Con la autoridad que le presta el sentirse en posesión de la pauta
con que interpretar la historia, asegura Marx que la nueva forma de
propiedad diferirá radicalmente de la forma de propiedad burguesa,
“expresión última y más perfecta del modo de producción y
apropiación de los productos, que ha engendrado los antagonismos de clase
y la consiguiente explotación de los unos por los otros”.
Marx acude a la dialéctica hegeliana (para él insustituible medio
de convicción) para “demostrar” que el futuro de la sociedad estará
determinado por la resolución (“síntesis”) del actual conflicto
“capital-trabajo”: en cuanto la colectivización del trabajo vaya más
allá de los límites tolerables por la sociedad capitalista, “el capital
será transformado en propiedad colectiva, pertenecerá a todos los
miembros de la sociedad” (es algo así como “la negación de la
negación” que, sirviéndose de su dialéctica, Hegel convertía en
afirmación), en razón de lo cual pretendía convencer de que la nada,
merced al papirotazo dialéctico, puede llegar a confundirse con el
todo. Luego, se nos dice:
“La burguesía entiende por libertad las condiciones actuales de
producción, la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender”,
pero, de tal forma, que “solamente una décima parte de la sociedad
85
tenga derecho a la propiedad privada mientras que, para las nueve
décimas partes restantes, el hecho de que exista esa misma propiedad
privada es garantía de miseria y explotación”; de ahí resulta que “no
se acepta como persona a otro que al burgués o propietario burgués (den
bürgerlichen Eigenthumer)”.
En uso de su peculiar interpretación de la Historia, Karl Marx
rechaza las acusaciones lanzadas a los comunistas desde diversos
ámbitos:
“ Las acusaciones lanzadas contra el comunismo desde el punto de
vista de la religión, filosofía o ideología, en general, no merecen ser
discutidas al detalle, puesto que no es necesaria una gran perspicacia para
darse cuenta de que, en cuanto surge una modificación en la situación de
los hombres, en sus relaciones sociales, en su existencia social, surge
también el cambio en su conciencia y, por lo tanto, en sus ideas,
concepciones y nociones porque… ¿qué prueba la historia de las ideas sino
es que la producción intelectual se modifica al mismo tiempo que la
producción material?” Desde esa percepción, formula Karl Marx
uno de los “axiomas” fundamentales del llamado
“materialismo histórico”: “Las ideas preponderantes de
una época son siempre las ideas de la clase dominante ”
.
A través de las diferentes épocas, se hizo frecuente uso de
conceptos generales, que pretendían ser expresión de ideales nobles y
no eran más que reflejos de los profundos antagonismos en que se
debatía la sociedad; dice Karl Marx que a ese orden pertenecen “la
libertad, la justicia, etc.” y plantea:
“Si la revolución comunista es la ruptura más radical con el
tradicional sistema de propiedad (raíz de todos los precedentes
antagonismos), ¿debemos sorprendernos de que, en el curso de su
desarrollo, rompa aún de forma más radical con las ideas tradicionales?”.
En el momento en que el proletariado logre la “supremacía
política” (constituya su propia dictadura),
“Se manifestará despótico contra los derechos de propiedad y
condiciones burguesas de producción y se aplicará a reorganizar
revolucionariamente la sociedad, teniendo presente que de su firme energía
86
depende el que las viejas formas sociales sean eficazmente abolidas”,
dando paso a los tiempos en los que “las diferencias de clase
(Klassenunterschiede) desaparecerán para concentrar toda la producción
en las manos de los individuos unidos en perfecta sociedad; será entonces
cuando el poder público habrá perdido su carácter político: el poder
político, según su propio carácter, es el poder de una clase organizada en
la intención de oprimir a otra: Si el proletariado, en su lucha contra la
burguesía, forzosamente llega a reunirse en clase, si se erige en clase
dirigente a raíz de su revolución y, a título de dirigente, suprime por la
violencia las antiguas condiciones de producción… y, al mismo tiempo,
suprime las condiciones de existencia de los antagonismos de clase, de las
clases en general y, en razón de ello, también suprime las condiciones de
su propia supremacía de clase… Se llegará a una situación en la que la
antigua sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clases es
reemplazada por una asociación en la que el libre desenvolverse de cada
uno es la condición del libre desenvolverse de todos”.
Por lo expuesto, vemos que Karl Marx presenta a la violencia
como partera de la mejor sociedad posible o, lo que es lo mismo,
como condición previa para alcanzar la armonía social: en buen
hegeliano, tiene presente la “ley del amo y del esclavo ” para
revalorizar aquel viejo dicho de Heráclito, el Obscuro, según el cual
“la g uerra es la madre de todas las cosas ” y convertirlo en lo de
“la historia de las épocas pasada es la historia de sus luchas
de clase”.
En “Literatura socialista y comunista ”, tercer capítulo del
Manifiesto, Karl Marx pasa revista a los diversos socialismos con el
propósito de resaltar sus fallos, deficiencias y utopías en relación con
el comunismo al que ya presenta como una consumada especie del
socialismo científico: ataca Marx al “socialismo feudal” que, de la
causa del proletariado desearía hacer un arma simplemente ocasional
contra la poderosa burguesía; intenta ridiculizar al “socialismo
beato” (Heilige Sozialismus) o “agua bendita con la que el sacerdote
intenta mitigar los disgustos del aristócrata”; al “socialismo burgués”,
“reaccionario y utópico”, puesto que no toma en consideración los
determinismos de las circunstancias históricas y pretende “encerrar
de nuevo los modernos medios de producción e intercambio en el
marco de las antiguas condiciones de propiedad”; al “socialismo
87
alemán, autocalificado de verdadero socialismo” cuando no es más
que una pobre copia del “socialismo pequeño-burgués” francés con
retazos de la filosofía alemana y total menosprecio de la lucha de
clases; al “socialismo conservador o burgués”, que miente
descaradamente cuando asegura que es la cuestión social la primera
de sus preocupaciones y, de hecho, se comporta como caja de
resonancia de las pretensiones burguesas; por último, al “socialismo
y comunismo crítico utópicos”, que derrochan sus energías en
prédicas y sentimentalismos, que no hacen más que distraer de la
praxis revolucionaria.
El cuarto y último capítulo, “Posición de los comunistas en
relación con los otros partidos de la oposición ”, corresponde a la
sexta y última cuestión del “Proyecto de profesión comunista” de
Engels (capítulo anterior). Aquí se ocupa Marx de las cuestiones de
oportunismo “político” en el empeño de llevar a cabo la irrenunciable
revolución comunista. Según las exigencias de tal oportunismo
político, los comunistas, en Francia, deberán aliarse al partido “socialdemócrata”; en Suiza, “deberán apoyar a los radicales”; en Polonia,
sostendrán al partido, “que hace de la revolución agraria la condición
de la emancipación nacional”; en Alemania, se aliarán con los
burgueses en vista de una acción conjunta contra “la monarquía
absoluta, la propiedad agraria feudal y la pequeña burguesía”. Como
corolario de tales alianzas, los obreros han de ser instruidos “sobre la
irrenunciable oposición entre la burguesía y el proletariado”: En razón
de ello, los comunistas han de hacer suya una doble responsabilidad:
de una parte, habrán de mantener la continua tensión entre burgueses
y proletarios; de la otra, apoyarán en cualquier país “todo movimiento
revolucionario contra el estado social y político existente”.
A diferencia de Engels, que terminaba su “Profesión de fe
comunista” recomendando una “actitud reposada y seria”, Karl Marx
cierra su Manifiesto con la siguiente exaltada proclama:
“Los comunistas desdeñan el disimular sus ideas y proyectos:
Declaran abiertamente que no pueden alcanzar sus objetivos sino es
destruyendo por la violencia el viejo orden social. ¡Que tiemblen las clases
dirigentes ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no
88
pueden perder más que sus cadenas y tienen todo un mundo a ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!” .
Se diría que Karl Marx traiciona su propia teoría sobre la
automática respuesta social a la fuerza determinante de los medios de
producción en cuanto que su “Manifiesto” pretende revolucionar
conciencias y arrastrar voluntades, lo que no encaja muy bien con quien
pretende mostrar cómo los seres humanos obran sin responsabilidad
personal puesto que el motor de sus actos depende exclusiva mente
del “determinante materialista ” que subyace en los medios y
modos de producción industrial.
89
VI
EL SOCIALISMO MARXISTA Y LA MORAL
E
l socialismo marxista, al que algunos exégetas presentan como
“genuino humanismo”, se basa en la filosofía de Marx, la cual,
según el citado Fromm, fue, en términos seculares y no teístas, un paso
nuevo y radical en la tradición del mesianismo profético; tendió a la
plena realización del individualismo, el mismo fin que ha guiado al
pensamiento occidental desde el Renacimiento y la Reforma hasta el
siglo XIX. Fue el propio Marx quien definió su método histórico de la
siguiente manera:
"El modo como los hombres producen sus medios de vida depende,
ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se
encuentran y que se trata de reproducir. Este modo de producción no debe
considerarse solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física
de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad
de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un
determinado modo de vida de los mismos. Tal y como los individuos
manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por consiguiente, con
su producción, tanto con lo que produce como con el modo cómo producen.
Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales
de su producción."
***
En 1859 Karl Marx publicó Contribución a la crítica de la
Economía Política , obra que, sin desmentir ninguno de los
postulados del Manifiesto Comunista , constituye una etapa
importante en la economía política marxista. Previamente, había
dedicado quince años a investigaciones científicas y al estudio de
infinidad de publicaciones para elaborar los fundamentos de su teoría
económica plasmada en “Das Kapital ” (1867-1883), exhaustivo
formulario crítico de la Economía Política aunque carente de
90
propuestas a los gravísimos problemas que describe con inusitada
maestría en tres tomos, el último de los cuales hubo de ser puesto a
limpio por Engels tras el fallecimiento de su amigo.
“Al editarlo, escribió Engels en 1884, lo que me interesaba
sobre todo era preparar un texto lo más auténtico posible, presentar los
nuevos resultados obtenidos por Marx, en lo posible, con las propias
palabras de éste, e inmiscuirme sólo cuando era absolutamente inevitable,
pero aun en ese caso no dejar en el lector duda alguna acerca de quién se
estaba dirigiendo a él. Se me ha reprochado eso, se ha opinado que hubiese
debido transformar el material a mi disposición en un libro
sistemáticamente elaborado, en faire un livre , como dicen los franceses o,
en otras palabras, sacrificar la autenticidad del texto a la comodidad del
lector”
También es verdad que “Das Kapital” ha sido leído tanto como
una obra de filosofía, como un tratado de economía o como un tratado
político sobre las relaciones de explotación por parte de los burgueses
hacia los proletarios: especie de sacralización de la lucha de clases que,
merced a la “inevitable revolución proletaria” (recuérdese el
“Manifiesto Cominista”), cambiará el signo de la Historia. Sin duda
que, con su obra, Marx pretendía revelar los patrones económicos que
sustentan el "modo de producción capitalista" en contraste con
los economistas clásicos como Adam Smith, Jean-Baptiste Say, David
Ricardo y John Stuart Mill, que veían en la libre voluntad de las
personas el factor principal para la deseable mayor humanización de la
Economía.
"Y la finalidad última de esta obra — escribió Marx en el
prólogo -- es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el
movimiento de la sociedad moderna".
Consecuentemente, los análisis estaban destinados a "llevar una
ciencia, mediante la crítica, al punto en que puede ser representada
dialécticamente" y así "revelar la ley del movimiento de la sociedad
moderna" para describir cómo el modo de producción capitalista es el
precursor del modo de producción socialista. Basándose en el método
dialéctico, que Hegel había desarrollado en “Fenomenología del
espíritu”,
Marx
aclara
que
el
fundamento
de
su
método dialéctico desarrollado
en
“Das
Kapital”
91
capital es materialista, a diferencia de Hegel que era idealista puesto
que
“Lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la
cabeza del hombre”. Según él mismo apunta, “ estudio el sistema de
la economía burguesa por este orden: capital, propiedad del suelo, trabajo
asalariado, Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo los tres
primeros títulos, investigo las condiciones económicas de vida de las tres
grandes clases en que se divide la moderna sociedad burguesa; la conexión
entre los tres títulos restantes salta a la vista. la primera sección del libro
primero, que trata del capital, contiene los siguientes capítulos: 1. La
mercancía; 2. El dinero o la circulación simple; 3. El capital en general.
Los dos primeros capítulos forman el contenido del presente fascículo.
Tengo ante mí todos los materiales de la obra en forma de monografías,
redactadas, con grandes intervalos de tiempo para el esclarecimiento de
mis propias ideas y no para su publicación; la elaboración sistemática de
todos estos materiales con arreglo al plan apuntado, dependerá de
circunstancias externas”
Según aseguró él mismo, para Karl Marx, tanto las relaciones
jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí
mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino
que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo
conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y
franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de , y que la anatomía de la
sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas,
adonde me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el
señor Guizot, hube de proseguir mis estudios de economía política,
comenzados en París. El resultado general a que llegué, y que, una vez
obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así:
en la producción social de su existencia, los hombres contraen
determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad,
relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas
relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad,
la base real sobre la que se eleva un edificio [Uberbau] jurídico y
político y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen]
el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la
92
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario,
el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la
sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que
no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de
propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí.
De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas
relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de
revolución social. Al cambiar la base económica se revoluciona, más o
menos rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella.
Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre
los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de
producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las
ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas
o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres
adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo y del
mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él
piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución
por su conciencia, sino que, por el comentario, hay que explicarse esta
conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto
existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de
producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se
desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y
jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de
que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en
el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se
propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues,
bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan
cuando ya se dan, o, por lo menos, se están gestando, las condiciones
materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar
como otras tantas épocas progresivas de la formación económica de la
sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal, y el
moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la
última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica
no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo
que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. pero
las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad
93
burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la
solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por
tanto, la prehistoria de la sociedad humana.
Friedrich Engels, con el que yo mantenía un constante
intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo
sobre la crítica de las categorías económicas, en los DeutschFranzoisische Jahrbücher, había llegado por distinto camino (Véase su
libro La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra ) al mismo
resultado que yo. Y cuando en la primavera de 1845 se estableció
también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente nuestro
punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana. En el fondo,
deseábamos liquidar nuestra conciencia filosófica anterior. El
propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía
posthegeliana. El manuscrito -dos gruesos volúmenes en octavollevaba ya la mar de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de
editarse, cuando nos enteramos de que nuevas circunstancias
imprevistas impedían su publicación. En vista de esto, entregamos el
manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues
nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, estaba
conseguido. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces
expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo
citaré el Manifiesto del Partido Comunista , redactado en
colaboración con Engels, y mi Discurso sobre el Libre Cambio. Los
puntos decisivos de nuestra concepción fueron expuestos por vez
primera, científicamente, aunque sólo en forma polémica, en mi escrito
Miseria de la Filosofía publicada en 1847 y dirigida contra Proudhon
(y su “La Filosofía de la Miseria”). La publicación de un estudio escrito
en alemán sobre el Trabajo Asalariado, en el que recogía las
conferencias dictadas por mí en la Asociación obrera alemana de
Bruselas, fue interrumpida por la revolución de Febrero, que trajo
como consecuencia mi alejamiento forzoso de Bélgica.
La publicación de la Neue Rheinische Zeitung, en 1844-1849, y los
acontecimientos posteriores, interrumpieron mis estudios
económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. Los
inmensos materiales para la historia de la economía política
acumulados en el British Museum, la posición tan favorable que brinda
Londres para la observación de la sociedad burguesa, y, finalmente, la
94
nueva fase de desarrollo en que parecía entrar ésta con el
descubrimiento de oro de California y de Australia, me impulsaron a
volver a empezar desde el principio, abriéndome paso de un modo
crítico, a través de los nuevos materiales. estos estudios me llevaban, a
veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados en los que tenía
que detenerme durante más o menos tiempo. pero fue la imperiosa
necesidad de ganarme la vida lo que redujo el tiempo de que disponía.
Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico angloamericano, el New York Tribune, me obligaba a desperdigar
extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales
me dedico a escribir crónicas periodísticas. Los artículos sobre los
acontecimientos más salientes de Inglaterra y el continente formaban
una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a
familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados
fuera de la órbita de la ciencia económica propiamente dicha.
Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la
economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas,
cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen
con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de
largos años de concienzuda investigación. Y a la puerta de la ciencia,
como a la puerta del infierno, debiera estamparse esta consigna: Qui si
convien lasciare ogni sospetto/ Ogni viltá convien che qui sia morta
("Abandónese aquí todo recelo, hágase hoy desaparecer cualquier
basura”)
***
¿Quién está condenado a desaparecer?, se pregunta Erich Fromm
en “Marx y su concepto del hombre” para luego pretender hacernos
ver que, tal y como plantea Lenin en “Tres fuentes y tres partes
integrantes del marxismo”, Marx profundizó y desarrolló totalmente el
materialismo filosófico, y lo hizo extensivo desde el conocimiento de
la naturaleza -el límite donde los intereses de la burguesía lo permitíanal conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de
Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. El
Materialismo histórico, permite estudiar y conocer de forma científica
las leyes que hay en la base de la sucesión de unos modos de
95
producción por otros. Y afirma que el motor de la Historia es la lucha
de clases.
«“La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su
hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables”…/Ninguna formación social desaparece antes de que se
desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás
aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las
condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de
la propia sociedad antigua. (…) Las relaciones burguesas de producción
son la última forma antagónica del proceso social de producción;
antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un
antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los
individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de
la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales
para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra,
por tanto, la prehistoria de la sociedad humana.”
Es decir, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas
alcanzado bajo el capitalismo sienta las bases, por primera vez en la
historia, para alcanzar una superabundancia que permita establecer
unas nuevas relaciones, comunistas. Solo hay que acabar con las
relaciones de producción burguesas, que someten el desarrollo de las
fuerzas productivas a la apropiación privada de la riqueza. Tal y como
plantea Marx, “cuando a la par con el desarrollo global del individuo
hayan aumentado las fuerzas productivas y los manantiales de la
riqueza colectiva fluyan más abundantemente, sólo entonces podrá
rebasarse en su totalidad el estrecho horizonte del derecho burgués y
podrá la sociedad inscribir en su estandarte: «¡De cada cual según sus
capacidades, a cada cual según sus necesidades!» Pero ningún modo de
producción ha caído “por sí mismo”, a pesar de que existan las bases
materiales para ello. El motor de la historia es la lucha de clases. Es
necesario que el proletariado, organizado como clase en su partido
revolucionario, derroque el dominio de la burguesía, tome el poder y
emprenda las transformaciones necesarias para llegar al comunismo.
La contradicción principal del capitalismo, la producción cada vez
más social y la apropiación cada vez más privada de la riqueza
socialmente producida, es antagónica. Las relaciones de producción
96
burguesas son ya una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas.
La inevitabilidad de las crisis capitalistas periódicas son la expresión de
esta contradicción cada vez más aguda. Como plantea Marx
“las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen
burgués de la propiedad; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas
para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y
cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en
el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la
propiedad burguesa”.
Además, y éste es el factor dirigente, como plantea Marx en el
Manifiesto Comunista, “la burguesía no ha forjado solamente las armas que
deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas:
los obreros modernos, los proletarios”. “La burguesía produce, ante todo, sus
propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables”.
Y reitera Marx en el Prólogo de la contribución a la crítica de
la economía política :
“Tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no
pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general
del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en la condiciones
materiales de vida”…/ “... en la producción social de su vida, los
hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de
su voluntad”.
Según ello y por boca del propio propulsor de lo que Lenin y Stalin
dijeron considerar el Socialismo Real y muchos siguen llamando
“Socialismo Científico”, los hombres contraen determinadas
relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de
producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de
sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social,
política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que
determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina
97
su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo las fuerzas
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de
producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de
esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han
desenvuelto hasta ahí.
De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas
relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de
revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más
o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre
ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre
entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas
de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las
ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas
o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los
hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por
resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo
por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas
de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que
explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material,
por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las
relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes
de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro
de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción
antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la
humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede
alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos
objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están
gestando, las condiciones materiales para su realización.
“A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de
progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción
asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones
burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social
98
de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual,
sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida
de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el
seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones
materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social
se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana." (Marx en
su Prólogo)
En todo lo dicho, bien podemos ver reflejados lo que Karl Marx
entendía por principios morales aplicables a la vida de mujeres y
hombres en Sociedad. Desde similar perspectiva y sin concesión alguna
a la función espiritual que el Catolicismo concede al ser humano, el
ateo y materialista Ludwig Feuerbach (1804-1872), previamente, había
dogmatizado: El hombre es lo que come . Al respecto, no podemos
dejar de tener en cuenta un dicho que, según sus respectivas biografías,
tanto Marx como Engels repetían con frecuencia: “Al aparecer la
Esencia del Cristianismo (escrito por Feuerbach en 1841) todos nos
hicimos feuerbachanos ”
99
VII
KARL MARX DESCRIBE A LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX
P
ara los interesados en conocer lo que Marx pensaba de una
España, que acusaba las cicatrices de la invasión napoleónica, de
las torpezas del “rey Felón” (Fernando VII) y del fariseísmo del infante
Carlos Isidro de Borbón hasta resultar incapaz de replicar
positivamente a un exacerbado populismo, a los múltiples
“pronunciamientos” militares, a los vacíos de poder responsable, a los
caprichos de una reina ligera e inexperta, a los fundamentalismos de
uno u otro color, a sus revoluciones, etc., etc.…, resulta ilustrativo lo
que Marx escribió y publicó en el New York Daily Tribune del 9 de
septiembre de 1854 con el título “La España revolucionaria”:
La revolución en España ha adquirido ya el carácter de
situación permanente hasta el punto de que las clases adineradas y
conservadoras han comenzado a emigrar y a buscar seguridad en
Francia. Esto no es sorprendente; España jamás ha adoptado la
moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en
comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en
este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen
ser el límite más corto al que se atiene y, en ciertos casos, su ciclo
revolucionario se extiende hasta nueve. Así, su primera revolución
en el presente siglo se extendió de 1808 a 1814; la segunda, de 1820
a 1823, y la tercera, de 1834 a 1843. Cuánto durará la presente, y cuál
será su resultado, es imposible preverlo incluso para el político más
perspicaz, pero no es exagerado decir que no hay cosa en Europa,
ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al
observador reflexivo un interés tan profundo como España en el
presente momento.
Los levantamientos insurreccionales son tan viejos en España
como el poderío de favoritos cortesanos contra los cuales han sido,
de costumbre, dirigidos. Así, a finales del siglo XIV, la aristocracia
100
se rebeló contra el rey Juan II y contra su favorito don Álvaro de
Luna. En el XV se produjeron conmociones más serias contra el rey
Enrique IV y el jefe de su camarilla, don Juan de Pacheco, marqués
de Villena. En el siglo XVII, el pueblo de Lisboa despedazó a
Vasconcelos, el Sartorius del virrey español en Portugal, lo mismo
que hizo el de Barcelona con Santa Coloma, favorito de Felipe IV.
A finales del mismo siglo, bajo el reinado de Carlos II, el pueblo de
Madrid se levantó contra la camarilla de la reina, compuesta de la
condesa de Barlipsch y los condes de Oropesa y de Melgar, que
habían impuesto un arbitrio abusivo sobre todos los comestibles que
entraban en la capital y cuyo producto se distribuían entre sí. El
pueblo se dirigió al Palacio Real y obligó al rey a presentarse en el
balcón y a denunciar él mismo a la camarilla de la reina. Se dirigió
después a los palacios de los condes de Oropesa y Melgar,
saqueándolos, incendiándolos, e intentó apoderarse de sus
propietarios, los cuales tuvieron, sin embargo, la suerte de escapar a
costa de un destierro perpetuo.
El acontecimiento que provocó el levantamiento insurreccional
en el siglo XV fue el tratado alevoso que el favorito de Enrique IV,
el marqués de Villena, había concluido con el rey de Francia, y en
virtud del cual, Cataluña había de quedar a merced de Luis XI.
Tres siglos más tarde, el tratado de Fontainebleau -concluido el
27 de octubre de 1807 por el valido de Carlos IV y favorito de la
reina, don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, con Bonaparte, sobre
la partición de Portugal y la entrada de los ejércitos franceses en
España- produjo una insurrección popular en Madrid contra Godoy,
la abdicación de Carlos IV, la subida al trono de su hijo Fernando
VII, la entrada del ejército francés en España y la consiguiente guerra
de independencia. Así, la guerra de independencia española
comenzó con una insurrección popular contra la camarilla
personificada entonces por don Manuel Godoy, lo mismo que la
guerra civil del siglo XV se inició con el levantamiento contra la
camarilla personificada por el marqués de Villena. Asimismo, la
revolución de 1854 ha comenzado con el levantamiento contra la
camarilla personificada por el conde de San Luis (Luis José Sartorius
y Tapia (1820-1871), periodista y político español durante el reinado
de Isabel II, llegando a presidente del Consejo entre 1853 y 1854).
101
A pesar de estas repetidas insurrecciones, no ha habido en
España hasta el presente siglo una revolución seria, a excepción de
la guerra de la Junta Santa (la de los Comuneros) en los tiempos de
Carlos I o Carlos V, como lo llaman los alemanes. El pretexto
inmediato, como de costumbre, fue suministrado por la camarilla
que, bajo los auspicios del virrey, cardenal Adriano, un flamenco,
exasperó a los castellanos por su rapaz insolencia, por la venta de los
cargos públicos al mejor postor y por el tráfico abierto de las
sentencias judiciales. La oposición a la camarilla flamenca era la
superficie del movimiento, pero en el fondo se trataba de la defensa
de las libertades de la España medieval frente a las injerencias del
absolutismo moderno.
La base material de la monarquía española había sido establecida
por la unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo el reinado de
Fernando el Católico e Isabel I. Carlos I intentó transformar esa
monarquía aún feudal en una monarquía absoluta. Atacó
simultáneamente los dos pilares de la libertad española: las Cortes y
los Ayuntamientos. Aquéllas eran una modificación de los antiguos
concilios góticos y éstos, que se habían conservado casi sin
interrupción desde los tiempos romanos, presentaban una mezcla
del carácter hereditario y electivo característico de las
municipalidades romanas. Desde el punto de vista de la autonomía
municipal, las ciudades de Italia, de Provenza, del norte de Galia, de
Gran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cierta similitud
con el estado en que entonces se hallaban las ciudades españolas;
pero ni los Estados Generales franceses, ni el Parlamento inglés de
la Edad Media pueden ser comparados con las Cortes españolas. Se
dieron, en la creación de la monarquía española, circunstancias
particularmente favorables para la limitación del poder real. De un
lado, durante los largos combates contra los árabes, la península era
reconquistada por pequeños trozos, que se constituían en reinos
separados. Se engendraban leyes y costumbres populares durante
esos combates. Las conquistas sucesivas, efectuadas principalmente
por los nobles, otorgaron a éstos un poder excesivo, mientras
disminuyeron el poder real. De otro lado, las ciudades y poblaciones
del interior alcanzaron una gran importancia debido a la necesidad
en que las gentes se encontraban de residir en plazas fuertes, como
102
medida de seguridad frente a las continuas incursiones de los moros;
al mismo tiempo, la configuración peninsular del país y el constante
intercambio con Provenza y con Italia dieron lugar a la creación, en
las costas, de ciudades comerciales y marítimas de primera categoría.
En fecha tan remota como el siglo XIV, las ciudades
constituían ya la parte más potente de las Cortes, las cuales estaban
compuestas de los representantes de aquéllas juntamente con los del
clero y de la nobleza. También merece ser subrayado el hecho de
que la lenta reconquista, que fue rescatando el país de la dominación
árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años, dio a
la península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy
diferente del que predominaba en la Europa de aquel tiempo.
España se encontró, en la época de la resurrección europea, con que
prevalecían costumbres de los godos y de los vándalos en el norte, y
de los árabes en el sur.
Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le había sido
conferida la dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid
para recibir su juramento a las antiguas leyes y para coronarlo. Carlos
se negó a comparecer y envió representantes suyos que habían de
recibir, según sus pretensiones, el juramento de lealtad de parte de
las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir a esos representantes y
comunicaron al monarca que si no se presentaba ante ellas y juraba
las leyes del país, no sería reconocido jamás como rey de España.
Carlos se sometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento,
como dicen los historiadores, de muy mala gana. Las Cortes con este
motivo le dijeron: «Habéis de saber, señor, que el rey no es más que
un servidor retribuido de la nación».
Tal fue el principio de las hostilidades entre Carlos I y las
ciudades. Como reacción frente a las intrigas reales, estallaron en
Castilla numerosas insurrecciones, se creó la Junta Santa de Ávila y
las ciudades unidas convocaron la Asamblea de las Cortes en
Tordesillas, las cuales, el 20 de octubre de 1520, dirigieron al rey una
«protesta contra los abusos». Éste respondió privando a todos los
diputados reunidos en Tordesillas de sus derechos personales. La
guerra civil se había hecho inevitable. Los comuneros llamaron a las
armas: sus soldados, mandados por Padilla, se apoderaron de la
103
fortaleza de Torrelobatón, pero fueron derrotados finalmente por
fuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521.
Las cabezas de los principales «conspiradores» cayeron en el
patíbulo, y las antiguas libertades de España desaparecieron.
Diversas circunstancias se conjugaron en favor del creciente
poder del absolutismo. La falta de unión entre las diferentes
provincias privó a sus esfuerzos del vigor necesario; pero Carlos
utilizó sobre todo el enconado antagonismo entre la clase de los
nobles y la de los ciudadanos para debilitar a ambas. Ya hemos
mencionado que desde el siglo XIV la influencia de las ciudades
predominaba en las Cortes, y desde el tiempo de Fernando el
Católico, la Santa Hermandad había demostrado ser un poderoso
instrumento en manos de las ciudades contra los nobles de Castilla,
que acusaban a éstas de intrusiones en sus antiguos privilegios y
jurisdicciones. Por lo tanto, la nobleza estaba deseosa de ayudar a
Carlos I en su proyecto de supresión de la Junta Santa. Habiendo
derrotado la resistencia armada de las ciudades, Carlos se dedicó a
reducir sus privilegios municipales y aquéllas declinaron
rápidamente en población, riqueza e importancia; y pronto se vieron
privadas de su influencia en las Cortes. Carlos se volvió entonces
contra los nobles, que lo habían ayudado a destruir las libertades de
las ciudades, pero que conservaban, por su parte, una influencia
política considerable. Un motín en su ejército por falta de paga lo
obligó en 1539 a reunir las Cortes para obtener fondos de ellas. Pero
las Cortes, indignadas por el hecho de que subsidios otorgados
anteriormente por ellas habían sido malgastados en operaciones
ajenas a los intereses de España, se negaron a aprobar otros nuevos.
Carlos las disolvió colérico; a los nobles que insistían en su privilegio
de ser eximidos de impuestos, les contestó que al reclamar tal
privilegio, perdían el derecho a figurar en las Cortes, y en
consecuencia los excluyó de dicha asamblea.
Eso constituyó un golpe mortal para las Cortes y, desde
entonces, sus reuniones se redujeron a la realización de una simple
ceremonia palaciega. El tercer elemento de la antigua constitución
de las Cortes, a saber, el clero, alistado desde los tiempos de
Fernando el Católico bajo la bandera de la Inquisición, había dejado
de identificar sus intereses con los de la España feudal. Por el
104
contrario, mediante la Inquisición, la Iglesia se había transformado
en el más potente instrumento del absolutismo.
Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España,
tanto en el aspecto político como social, ha exhibido esos síntomas
tan repulsivos de ignominiosa y lenta putrefacción que presentó el
Imperio Turco en sus peores tiempos, por lo menos en los de dicho
emperador las antiguas libertades fueron enterradas en una tumba
magnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboa izaba la
bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y
Pizarro en el Perú; entonces la influencia española tenía la
supremacía en Europa y la imaginación meridional de los iberos se
hallaba entusiasmada con la visión de Eldorados, de aventuras
caballerescas y de una Monarquía Universal.
Así la libertad española desapareció en medio del fragor de las
armas, de cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los
autos de fe.
Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que,
después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por
una dinastía borbónica, -cualquiera de ellas harto suficiente para
aplastar a un pueblo -, las libertades municipales de España
sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que
precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló
en su forma más acusada, en comparación con todos los otros
Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar?
La respuesta no es difícil. Fue en el siglo XVI cuando se formaron
las grandes monarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios sobre
la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la
aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de
Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro
civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la
monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban
los varios elementos de la sociedad hasta permitir a las ciudades
trocar la independencia local y la soberanía medieval por el dominio
general de las clases medias y la común preponderancia de la
sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la aristocracia
se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos,
105
las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia
moderna.
Desde el establecimiento de la monarquía absoluta, las ciudades
han vegetado en un estado de continua decadencia. No podemos
examinar aquí las circunstancias, políticas o económicas, que han
destruido en España el comercio, la industria, la navegación y la
agricultura. Para nuestro actual propósito basta con recordar
simplemente el hecho.
A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades
declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la
interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos
frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las
grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de
España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la
diversidad de su configuración social, basada originalmente en la
configuración física del país y desarrollada históricamente en
función de las formas diferentes en que las diversas provincias se
emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas
comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente
a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la
actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en
España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la
centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el
crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional
del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única
base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de
administración y de aplicación de leyes generales.
La monarquía absoluta en España, que solo se parece
superficialmente a las monarquías absolutas europeas en general,
debe ser clasificada más bien al lado de las formas asiáticas de
gobierno. España, como Turquía, siguió siendo una aglomeración
de repúblicas mal administradas con un soberano nominal a su
cabeza. El despotismo cambiaba de carácter en las diferentes
provincias según la interpretación arbitraria que a las leyes generales
daban virreyes y gobernadores; si bien el gobierno era despótico, no
impidió que subsistiesen las provincias con sus diferentes leyes y
106
costumbres, con diferentes monedas, con banderas militares de
colores diferentes y con sus respectivos sistemas de contribución. El
despotismo oriental sólo ataca la autonomía municipal cuando ésta
se opone a sus intereses directos, pero permite con satisfacción la
supervivencia de dichas instituciones en tanto que éstas lo descargan
del deber de cumplir determinadas tareas y le evitan la molestia de
una administración regular.
Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus
contemporáneos, consideraba a España como un cadáver
exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado
español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de
vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.
Mediante el tratado de Fontainebleau había llevado sus tropas
a Madrid; atrayendo con engaños a la familia real a una entrevista en
Bayona, había obligado a Carlos IV a anular su abdicación y después
a transferirle sus poderes; al mismo tiempo había arrancado ya a
Fernando VII una declaración semejante. Con Carlos IV, su reina y
el Príncipe de la Paz conducidos a Compiègne, con Fernando VII y
sus hermanos encerrados en el castillo de Valençay, Bonaparte
otorgó el trono de España a su hermano José, reunió una Junta
española en Bayona y le suministró una de sus Constituciones
previamente preparadas. Al no ver nada vivo en la monarquía
española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se
sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero
pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una
insurrección en Madrid, Cierto que Murat aplastó el levantamiento
matando cerca de mil personas; pero cuando se conoció esta
matanza, estalló una insurrección en Asturias que muy pronto
englobó a todo el reino. Debe subrayarse que este primer
levantamiento espontáneo surgió del pueblo, mientras las
clases «bien» se habían sometido tranquilamente al yugo
extranjero.
De esta forma se encontraba España preparada para su reciente
actuación revolucionaria, y lanzada a las luchas que han marcado su
desarrollo en el presente siglo. Los hechos e influencias que hemos
indicado sucintamente actúan aún en la creación de sus destinos y
107
en la orientación de los impulsos de su pueblo. Los hemos
presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis
actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la
usurpación napoleónica: un período de cerca de cincuenta años no
carente de episodios trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno
de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia
moderna.
***
Ante esta visión de la Historia de España por parte de quien, desde
la perspectiva de un materialismo radical, seguía viendo la Historia en
general como la “Historia de la lucha de clases” fraguada
“exclusivamente por los modos y medios materiales de
producción”, nos vemos obligados a puntualizar: no está demostrado
que en la Materia radique el poder supremo hasta, por sí sola y en
cualquiera de sus formas, ser capaz de mover nada cuando más la libre
voluntad de las personas, que tejen circunstancias y caminos de acción
hasta hacer historia más o menos afortunada.
Cierto, muy cierto que, en la marcha de la historia, como así fue
en las pasadas generaciones, a cada uno de nosotros nos corresponde
un punto de responsabilidad, tanto mayor cuanto es el poder político
de que disponemos, desde el derecho al voto en las sociedades
democráticas hasta las decisiones del más alto nivel en los gobiernos.
Ello demuestra que la marcha de la Historia es tanto más conforme a
los derechos y deberes de todos los que poblamos el ancho mundo
cuanto más prospera el desarrollo de la ciencia humana y esa deseable
(y tan difícil) identificación del poder político con el servicio al bien
común como fruto directo de la semilla del amor y de la libertad
sembrada por el mismo Dios hecho Hombre. Es una semilla que,
siguiendo el “plan de Dios”, solo puede crecer si los hombres y
mujeres de buena voluntad toman progresiva conciencia de que han
sido llamados a convertirse en “Sal de la Tierra”.
108
VIII
MATERIALISMO DIALÉCTICO, COSMOVISIÓN MARXISTA
Y ESCOLÁSTICA SOVIÉTICA
R
eiteramos que, a pesar de la “caída del Muro de Berlín” el 9 de
noviembre de 1989 y subsiguientes estrepitosos fracasos de las
antiguamente llamadas “democracias populares”, la “cosmovisión
marxista” sigue presente sea como “opción filosófica” o como “idea
capaz de mover ejércitos”, no sin colarse subrepticiamente en algún
profesional de la política visto oficialmente como de “ultra derecha”.
A pesar del derrumbamiento de no pocas experiencias políticas
que decían inspirarse en ella, sigue vivo el poso de una ideología que,
todavía hoy, es aceptada por muchos millones de personas como un
cerrado sistema capaz de responder a las eternas preguntas del hombre:
¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿adónde voy?
El “no era esto, no era esto lo que Marx quería o hubiera hecho”,
con frecuencia, sirve de tapadera a los desmanes de los llamados
marxistas y también como punto de partida para nuevas experiencias
las cuales ¿quién lo duda? seguirán amparándose en la filiación
marxista.
Por otra parte, justo es reconocerlo, Marx sigue siendo el más
ilustre mentor de cualquier forma de colectivismo más o menos
discreto, desde el más radical al más desvaído sea éste el llamado
“social-democracia al estilo nórdico”; y también ¿Quién lo duda? como
socorrida referencia del materialismo burgués.
***
Se acepta sin dificultad que el MARXISTA ES EL MAS
CIENTIFICO DE LOS SOCIALISMOS; de hecho sus mentores,
Marx y Engels, lo consideraban así desde su formulación en el
“Manifiesto Comunista”: presentaban y representaban al “Socialismo
Científico” por oposición a los “socialismos utópicos, reaccionarios,
109
burgueses, pequeño-burgueses...”, ninguno de los cuales, según ellos,
contaba con el aval de las últimas conquistas de la Ciencias Naturales,
de la Economía Política y del Pensamiento.
Al respecto, nos permitimos apuntar que mantenemos serias
dudas sobre la total ausencia de fe cristiana en el Karl Marx ya maduro,
tanto que nos sentimos tentados a sostener que el marxismo es, ni más
ni menos, que una herejía del cristianismo tal vez nacida de una
descorazonadora rebeldía o del prurito del intelectual que pone a su
carrera por encima de los gritos de la propia conciencia.
En el Sistema (¿o religión?) Marxista, se cuenta con una
Omnipotencia (la autosuficiencia de la Materia, Gea o la Mama Pacha
re entronizada), un Enemigo (la Burguesía), un Redentor (El
Proletariado), una Moral (todo vale hasta el triunfo final), una Cruzada
(la confrontación sin cuartel), un Paraíso (la sociedad sin clases)... Todo
ello desde una proclamada “fe materialista” y en abierta rebeldía contra
todo lo que recuerda a Jesús de Nazareth
Recordemos cómo, a los dieciocho años, Marx se matricula en la
Universidad de Bonn para pasar pronto a la Universidad de Berlín.
Aquí, ya lo hemos dicho, se vivía de la estela intelectual de Hegel; son
los tiempos de la pasión especulativa se según esas líneas de discurrir
llamadas la “derecha hegeliana” con sus coqueteos al orden establecido
y la “izquierda hegeliana”, Freien o “jóvenes hegelianos”, con su
rebeldía y con un ostensible ateísmo testimonial.
Marx se adhiere a la izquierda hegeliana: busca en ella el medio
para ejercer como intelectual de futuro y hace suya la búsqueda de
raíces materialistas al panlogismo de Hegel. Colecciona postulados
para desde, un materialismo sin fisuras, asentar la plena autoridad de
un joven doctor que no oculta su intención de marcar la pauta, ya no a
la sociedad en que le ha tocado vivir, sino también, al mismísimo futuro
de toda la humanidad: ello será tanto más fácil cuanto más se apoye
en una apabullante originalidad.
Cuando, en los libros de divulgación marxista, se abordan los
“años críticos” (desde 1.837 hasta 1.847), parece obligado conceder
excepcional importancia a la cuestión de la alienación o alienaciones
(religiosa, filosófica, política, social y económica) que sufriría en su
110
propia carne Carlos Marx: la sacudida de tales alienaciones daría
carácter épico a su vida a la par que abriría el horizonte a su teoría de
la liberación (o doctrina de salvación). Si rompemos el marco del
subjetivismo idealista, que Marx y sus colegas hacían coincidir con la
“subyugante” forma de ser de la Materia, alienación no puede tener
otro sentido que condicionamiento, algo que no tiene por que ser
inexorable.
Sin duda que el propio Marx distó bastante de ser y manifestarse
como un timorato alienado: fue, eso creemos , un intelectual
excepcionalmente abierto a las posibilidades de redondear su carrera.
En ese afán por redondear su carrera, pasó por la Universidad, elaboró
su tesis doctoral, estudió a Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer, copió
Feuerbach, Hess, David Ricardo, Lasalle, Proudhon…. atacó la Fe de
los colegas menos radicales, practicó el periodismo, presumió de ateo,
se cebó en las torpezas de los “socialistas utópicos”, presentó a la lucha
de clases como motor de la Historia, predicó la autosuficiencia de la
Materia, formuló su teoría de la plus-valía, participó activamente en la
Primera Internacional, criticó el “poco científico buen corazón” de la
social democracia alemana de su tiempo, que ponía en tela de juicio el
trabajo de los más débiles (mujeres embarazadas o ancianas y niños
menores de diez años) y, en fin, publicó obras como “La Santa
Familia”, “La Miseria de la Filosofía”, “El Manifiesto Comunista”, “El
Capital”... Todo ello, repetimos, más por imperativos de su profesión
que por escapar o ayudar a escapar de la “implacable alienación”.
Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el
presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara
conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples alienaciones. Cuando
Karl Marx vivía de cerca el testimonio del Crucificado apuntaba que
era el amor y el trabajo solidario el único posible camino de liberación;
ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la gracia de
sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa: ¿Por
qué no el odio que es, justamente, lo contrario del amor?
Pero, a fuer de materialista, "doctorado" en Materialismo, Karl
Marx habrá que prestar “raíces naturales” a ese odio. Ya está: en buena
dialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que “toda realidad es unión
de contrarios”, que no existe progreso porque esa “ley” se
111
complementa con la “fuerza creadora” de la “negación de la
negación”... ¿Qué quiere esto decir? Que así como toda realidad
material es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso nace de
la pertinente utilización de lo negativo.
En base a tal supuesto ya están los marxistas en disposición de
dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa más que
por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de
ese radical enfrentamiento, por arte de las “irrevocables leyes
dialécticas” producirá una superior forma de “realidad social”. Y se
podrán formular dogmas como el de que “la podredumbre es el
laboratorio de la vida” o el otro de que “toda la historia pasada es la
historia de la lucha de clases”.
En ese odio o guerra latente, tanto en la Materia como en el
entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya
conciencia se limita a “ver lo que ha de hacer” por imperativo de “las
fuerzas y modos de producción”.
Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trata es de que la
subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social
gire en torno y fortalezca la peculiar expresión de ese subjetivismo
idealista de que tan devotos son los personajes que privan en los
actuales círculos de influencia.
Epígono de Marx y compañero en lo bueno y en lo malo fue
Engels, de quien proceden las principales formulaciones del llamado
Materialismo Dialéctico, especie de “Vuelta al calcetín de la Dialéctica
Hegeliana”, como supo ver don Gustavo Bueno.
Los tratados de divulgación filosófica nos hablan de que, para
Hegel, la Idea se encuentra a sí misma en contradicción con lo que no
es pero quiere ser para producir las “realidades materiales” mientras
que, para Marx y Engels, la Materia, como “entidad que existe sin
principio ni fin, se enfrenta a la abstracción de sí misma”, es decir, a su
reflejo ideal o “Idea”, para, “dialécticamente”, facilitar la aparición de
sucesivas y múltiples “materialidades”, llamadas así por el propio don
Gustavo, reputado profesor que se atribuyó a sí mismo el mérito de
dar la “vuelta del calcetín” al propio materialismo marxista para
presentarlo con el ilustrado ropaje de “Materialismo Filosófico”: puro
112
galimatías dialéctico en el que, merced a un genial juego de palabras, se
pasa del Idealismo Hegeliano al Materialismo Filosófico no sin intentar
dejar atrás al “Materialismo Dialéctico Marxista”, en el que,
precisamente y según nos lo acredita la reciente Historia, en el ámbito
comunista trató de hacerse fuerte un fenómeno que bien podemos
llamar “Escolástica Soviética”.
***
Marx y Engels se aplicaron a defender el fenómeno de la
“contradicción a la contradicción ”, a lo que, siguiendo a Hegel,
llamaron “Dialéctica ” como prueba de la autosuficiencia de la
materia, cuya forma de ser y de evolucionar, según ellos, determina
cauces específicamente dialécticos a la historia de los hombres
“obligados a producir lo que comen” y, como tal, a desarrollar
espontáneamente “los modos y medios de producción”.
Por la propiedad o no propiedad de esos “medios de producción”
se caracterizan las clases y sus perennes e irreconciliables conflictos
hasta el punto de que creencias, moral, arte o cualquier expresión de
ideología es un soporte de los intereses de la clase que domina. El
Proletariado, última de las clases, está llamado a ser el árbitro de la
Historia en cuanto sacuda sus cadenas (“lo único a perder”) e imponga
su dictadura, paso previo y necesario para una idílica sociedad sin clases
y, por lo mismo, en perpetua felicidad.
Eso y no más es el “socialismo científico” o teoría que, sin prueba
alguna, pretende mostrar cómo la Materia es autosuficiente,
evoluciona en razón a estar sometida en todo y en cada una de sus
partes a las perpetuas contradicciones en que se basaría su propia razón
de ser. Esta misma materia, en sus secretos designios, alimentaría la
necesidad de que apareciera el hombre, que ya no es un ser capaz de
libertad ni de reflexionar sobre su propia reflexión: es un ser cuya
peculiaridad es la de producir lo que come.
Para los marxistas el ser humano, como cualquier otro elemento
material, está sometido, en su vida y en su historia, a perpetuas
contradicciones, luchas, que abren el paso a su destino final cual es el
de señorear la tierra como especie (no como persona) que aprenderá a
administrar sus placeres.
113
Lo de “socialismo científico” representa una idea-fuerza en las
prédicas de Marx, Engels y sus herederos. Es “socialismo” porque ellos
lo dicen y es ciencia, porfían, porque, desde el materialismo y por
caminos “dialécticos” (el summum del discurrir en la Europa post
napoleónica), rasga los velos del obscuro idealismo alemán, porque
encierra y desarrolla los postulados de la “Ciencia Económica” inglesa
(recuérdese a Adam Smith, Riccardo, etc...), porque pinta de supuesta
realidad las utopías de los socialistas franceses (Saint Simón, Fourier,
Proudhon...)
El “auto de fe” o implacable requisitoria contra los otros
socialismos (sentimentaloides, farfulleros, utópicos, burgueses...) lo
constituyó, sin duda alguna, el Manifiesto Comunista , “libro
sagrado” del revolucionarismo mundial, sobre el cual escribió Lenin:
“Este breve folleto tiene el mérito de un volumen completo. Hasta
hoy día, su espíritu inspira y guía a todo el proletariado organizado y
luchador del mundo civilizado”.
Claro que el Marxismo, según hemos señalado repetidas veces y
lo han proclamado y repetido hasta la saciedad sus principales exégetas,
además de la más cumplida teoría de la Revolución, pretende encarnar
la más consumada ciencia de la Totalidad y ello porque, siguiendo las
categóricas afirmaciones de sus padres, Marx y Engels, dice ver en la
Materia el principio y fin de todos los fenómenos y cosas; según ello,
podrá hablarse con propiedad de un Materialismo Dialéctico, que
explica el que, por qué y para qué de todos los elementos materiales y,
como expresión histórica de ese Materialismo Dialéctico, deberá verse
a través del Materialismo Histórico con sus luchas de clases y los
sucesivos cambios en los medios y modos de producción todo lo que
ha acontecido, acontece y acontecerá entre los humanos.
Con los distintos capítulos, en que se desarrollan tanto el
Materialismo Histórico como el Materialismo Dialéctico, ambos
complementarios entre sí, se cierra un sistema, el Socialismo Científico
o Comunismo que, según los seguidores de Marx y Engels, muestra la
autosuficiencia de la Materia y consiguiente inutilidad de un Creador:
aunque sin las contundentes pruebas que la Ciencia Experimental
requiere para la más elemental suposición de cualquier laboratorio,
bajo el patrocinio soviético, una legión de los llamados “obreros del
114
pensamiento” fue subvencionada para casar ideas con tal o cual conato
de descubrimiento hasta hacer creíble el dogma de que la Materia, sin
principio ni fin, se basta a sí misma para lograr, incluso, las más
complejas realizaciones espirituales: es como si la tal Materia aceptada
como entidad suprema fuera omnisciente, omnipotente y
omnipresente en todas y cada una de las manifestaciones de la Realidad
Universal.
Aun desaparecida la Unión Soviética, son millones las personas
que se empeñan en no dejar de creer en esa eventualidad y ello sin
requerir el mínimo cotejo con la realidad, que ellos mismos perciben
desde el vacío de sus conciencias obsesivamente soñando con la
viabilidad de un cosmovisión marxista
***
También es cierto que, obviando la precisa e imprescindible
demostración, no faltan reputados intelectuales que presentan al
Marxismo como el insuperable humanismo de nuestro tiempo. Entre
éstos podemos incluir a Erich Fromm (1900-1980), judío como Marx
y Freud, sus principales mentores. Luego de pretender la difícil
simbiosis entre el “Materialismo Dialéctico” marxista y el
“Psicoanálisis” freudiano, aparca Fromm a Freud para centrarse en el
supuesto “valor humano” de la herencia de Marx y hacerse fuerte en
lo que él llama “Humanismo dialéctico”; es lo que defiende en su libro
“El Corazón del Hombre”, en donde contempla a la especie humana
actual como esclavizada por los valores del Mercado en cuanto todos
y cada uno de sus integrantes se han transformado a sí mismos en
bienes de consumo, incluida la propia vida que ha de invertirse material
y provechosamente: es la vuelta al mundo como a “un inmenso campo
de habas en el que todo un rebaño puede saciarse a placer”.
Con veleidades anarquizantes, Fromm (que, ciertamente,
dominaba el arte del saber hablar) rememora a Hobbes y su teoría del
“hombre lobo para el hombre” (homo homini lupus) apuntando que
también ha captado lo de “cordero al que llevan al matadero”,
síndrome que, según él, aqueja a la gran masa. De ahí el que considere
igualmente culpables al tirano como a los que se dejan tiranizar; lo dice
así:
115
“Pero si la mayor parte de los hombre fueron corderos ¿Por qué la vida
del hombre es tan diferente de la del cordero? Su historia se escribió con
sangre; es una historia de violencia constante, en la que la fuerza se usó casi
invariablemente para doblegar su voluntad. ¿Exterminó Talaat Pachá por
si solo millones de armenios? ¿Exterminó Hitler por si solo a millones de
judíos? ¿Exterminó Stalin por si solo a millones de enemigos políticos? Esos
hombres no estaban solos, contaban con miles de hombres que mataban por
ellos y que lo hacían no solo voluntariamente, sino con placer”.
Ello quiere decir que, según Fromm, todos somos víctimas del
“Síndrome de decadencia” que “mueve al hombre a destruir por el
gusto a la destrucción y a odiar por el gusto de odiar”.
Consecuentemente, “el hombre ordinario con poder extraordinario es
el principal peligro para la humanidad y no el malvado o el sádico ”.
Ese negro horizonte, sin otra válvula de escape que el
“Humanismo dialéctico”, sobre el que teorizó Fromm, no deja de ser
una fría traducción de la utopía materialista sobre la que tanto
divagaron Marx, Engels, Lenin, etc., etc.,… ello sin parar mientes en la
“sangre, sudor y lágrimas”, que han salpicado tantos y tantos
irreflexivos caminos hacia la cruda y escueta alienación, todo ello sin
parar mientes en las más acuciantes necesidades de un mundo
hambriento de amor y de libertad.
116
IX
DIFÍCIL ACOMODO DEL SOCIALISMO MARXISTA AL
TRADICIONAL MODO DE SER ESPAÑOL
E
l histórico líder obrerista Anselmo Lorenzo Asperilla (18411914), recordado como “el abuelo del anarquismo español”, llegó
a conocer a Karl Marx en 1871 en ocasión de haber participado en la
Primera Internacional. Al regreso a España, hizo ver a los suyos la
sorpresa y desconfianza al haber apreciado el caudal de “ciencia
burguesa” que derrochaba el padre del “socialismo científico”. A su
juicio, para humanizar el mundo del trabajo, holgaba referirse a Hegel,
a Adam Smith o a David Ricardo, que el mismo había leído de sobra.
En consecuencia, no creía de lugar el que Marx se perdiera en la maraña
de leyes dialécticas y componendas económicas sobre las cuales
pretendía edificar su materialismo y subsiguiente revolución proletaria.
En los medios industriales españoles circulaba la predicamenta
visceral del revolucionario italiano Giuseppe Fanelli (1827-1877),
distinguido discípulo de Mijail Bakunín (1814-1876), el célebre
ideólogo del “comunismo libertario” o anarquismo. Se abría España a
la revolución industrial en un clima de carencias ancestrales para los
más débiles, esos mismos que resultan fácil señuelo para los
predicadores de facilonas, efímeras y ruidosas libertades; son libertades
imposibles porque nacen sin raíces en lo más real del propio ser y, por
lo mismo, pretenden crecer desligadas de una seria reflexión personal.
Eran aquellas unas rebeldías elementales en las que tenía escasa
fuerza la fiebre racionalista que privaba entonces en los grandes
movimientos ideológicos de otros países en vías de desarrollo. Era el
español un terreno escasamente abonado para idealismos hegelianos o
marxistas. España no se encontraba cómoda en el papel de sombra de
Europa a que parecían condenarla no pocos teorizantes de entonces
como si sintiera en sus entrañas la necesidad de roturar caminos
propios para, al margen de la cultura burguesa, proseguir su realización
117
con sus tradiciones y su religión como principal equipaje, incluso en
los casos en los que presume de olvidadiza e irreligiosa.
Se hablaba entonces de la Primera Internacional, víctima a poco
de nacer de la rivalidad entre Bakunín y Marx. Ambos habían soñado
capitalizar las inquietudes sociales de los españoles: el primero envió al
citado Fanelli y Marx a su hija Laura (1845-1911) y al marido de ésta,
Paul Lafargue (1842-1911) cuyo libro, “El derecho a la pereza”, puede
darnos una idea de sus personales aspiraciones..
Sabemos que los primeros movimientos españoles de rebeldía
preferían el “anarco-sindicalismo” al llamado socialismo científico, de
inspiración marxista. Pero sí que el tipógrafo Pablo Iglesias Posse
(1850-1925) se dejó arrastrar al Marxismo por los citados Laura Marx
y Pablo Lafargue..
Una rápida visión sobre la evolución del colectivismo en España
nos muestra cómo ha sobrado espontaneidad irreflexiva o adhesión
electoralista y ha escaseado fidelidad a los principios básicos de lo que
se presentaba como “socialismo científico”. Bastaba a los socialistas de
entonces (y, probablemente, a los de ahora)
presumir de
aconfesionales o laicos cuando no de radicalmente ateos con escaso o
nulo respeto cuando no abierta beligerancia por la tradición católica.
***
La evidente escasez de raíces autóctonas en la formulación del
colectivismo español (socialismo, anarquismo o comunismo) es el
resultado de diversas circunstancias. Reparemos en cómo, allende los
Pirineos, la evolución de las teorías e ideas siguió un largo camino que
va desde las cerradas sociedades feudales hasta la “Ilustración
Burguesa” pasando por el “Renacimiento” y la “Reforma”,
fenómenos que, entre los españoles, perdían consistencia ante
diferentes circunstancias como fueron la larga presencia musulmana
con la consiguiente forzada convivencia entre muy encontradas
formas de entender la vida, la ausencia de genuino feudalismo, la
llamada Reconquista, el descubrimiento, subsiguiente colonización
y evangelización de nuevos mundos en línea con las directrices del
“Obispo de Roma”. Por demás, lo que llamara Max Weber “espíritu
del capitalismo” cuajó escasamente en España con el
118
incondicionado empeño que facilitaron sus más directos
competidores: no ha contado con los soportes “morales”
esgrimidos por la teoría calvinista de la predestinación para el
sometimiento de los considerados inferiores o “menos favorecidos
por la gracia de Dios”
Consecuentemente, en las provincias (que no colonias) de
Ultramar, España, al menos institucionalmente, fue incapaz de
aligerar conciencias al mismo nivel de las clásicas figuras del
“darwinismo social” tan abundantemente practicado por otros
países que basaron en ello una rápida y próspera industrialización:
ilustrativo ejemplo de ello es la llamada “Compañía Neerlandesa de
las Indias Occidentales”, que, durante más de siglo y medio (16211792) proporcionó a sus accionistas inmensos beneficios a base del
mercado de esclavos y la piratería. Buena parte de los capitales
amasados con esas “artes” entraron a formar parte de las `primeras
grandes empresas industriales, las mismas en las que se dio entrada
a legiones de “proletarios”, los cuales, según leemos en el
“Manifiesto Comunista”, “no tenían otra cosa que perder que
sus cadenas”.
Vemos también que, por los avatares de su propia historia,
resultó difícil que en España prendiera ese desmedido vuelo de la
fantasía que se autocalificó de “idealismo especulativo” y cuya
paternidad hemos podido otorgar a la ideología burguesa o Arte de
encerrar a lo trascendente en los límites de lo medible. Ello no
quiere decir, ni mucho menos, que España haya marginado las
grandes preocupaciones de la vida y del pensamiento; tampoco
quiere decir que haya negado su atención a los trabajos de los más
celebrados pensadores extranjeros no más significativos, ésa es la
verdad, que los pensadores autóctonos.
Al respecto, recordemos cómo, entre nosotros, el pensar y
hacer tiene ilustres representantes que, en ocasiones, han resultado
ser piedras angulares de concordia universal: han marcado
peculiares cauces de modernidad y buen tino pensadores españoles
al estilo de Luis Vives, Francisco Suárez, Teresa de Jesús, Juan de la
Cruz, Cervantes, Balmes, Donoso Cortés, Unamuno, Ortega,
Zubiri...
119
Expresamente, entre los grandes pensadores de la
“Modernidad”, hemos incluido a los “místicos” españoles más
celebrados en todo el mundo. Hemos de reconocer que, en su
trayectoria vital e intelectual, estuvo presente un riquísimo mundo
de ciencia política, arte, filosofía, teología.... a las que veían y
aceptaban como campos de acción a los que hacer llegar la voluntad
de Dios, que reviste a todo lo Real de sentido.
Aun hemos de recordar cómo en la época más fecunda de su
Historia, la madre España pare a Don Quijote, engendrado por un
“espíritu renacentista” el cual, a diferencia de otros “espíritus
nacionales” del Renacimiento, se niega a incurrir en el esclavizante
culto al Acaparamiento: es, recordemos, el caballero anti burgués
que se alza contra los “hidalgos de la Razón” (Unamuno).
Gracias a todo ello, resulta difícil en España la consolidación de
una irreal vida que pudiera imponer el gregarismo, sea éste
respaldado por los grandes nombres de la cultura racionalista y
“proletarizado” por Marx.
Muy probablemente, el español medio no sea ni mejor ni peor
que el pakistaní o el islandés medio…., pero cierto es que, con
carácter general, no ha desertado aun de su compromiso por
proyectar algo de sí mismo hacia una pequeña o grande parte de su
entorno.
Pero, en la última mitad del siglo XIX, España entra en un
período de “desvertebración”, que podría decir Ortega. Con la
progresiva desvertebración de España coincide una ostensible
ignorancia de lo propio por parte de no pocos intelectuales situados.
Es así cómo, con progresivas raíces en las capas populares, llegaron
a España las secuelas de la Reforma, del Racionalismo tardío y de
las diversas formas de hedonismo que parecen anejos a la sociedad
industrial: desde el siglo XVII son abundantes los círculos
ilustrados” que hacen de la cultura importada su principal obsesión.
Es así como cobran audiencia los clásicos santones del capitalismo
individualista (colectivista también por la conciencia gregaria que en
él se alimenta), del enciclopedismo o del socialismo, todos ellos
aliñados con un visceral odio a la Religión. Pronto, estudiosos habrá
en España que echen en falta un sucedáneo de la Religión con fuerte
120
poder de convicción: habría de ser una especie de puente filosófico
entre los grandes temas de la cultura y de la práctica mitinera.
Para cubrir tal laguna hubo gobierno que, admirador fervoroso
del moribundo idealismo alemán, creó becas ad hoc. Beneficiario de
una de ellas fue Julián Sanz del Río (1.814-1.869). Cuando llegó a
Alemania, Sanz del Río ya sentía extraordinaria simpatía por un tal
Krause. Lo de Krause, profundamente burgués y nada “meridional”,
quería ser una posición de equilibrado compromiso entre el más
exagerado idealismo y las nuevas corrientes del materialismo
panteísta. Sanz del Río se propuso propagarlo en España desde el
soporte que le brindaba el Catolicismo.
El krausismo que divulgó en España Sanz del Río quería ser más
que una doctrina, un sistema de vida. Y hete aquí como un pensador
de tercera fila cual era considerado Krause en el resto de Europa, a
tenor de las circunstancias del momento, merced a la protección
oficial y dado que, a juicio de los “ilustrados” laicos era lo más
novedoso y pegadizo, fue presentado en España algo así como el
imprescindible alimento espiritual de los nuevos tiempos: era una
especie de religión hecha de sueños idealistas y de apasionados
recuerdos históricos aplicables a la asimilación de todo un cúmulo
de inventados determinismos.
Pronto, de la mano de Giner de los Ríos, cobrará extraordinaria
audiencia el “Instituto Libre de Enseñanza” (1.876), que vivió al
calor del krausismo y es ineludible referencia cuando se habla de la
“secularización” de España. Nace así lo que podría ser considerado
el principal foco de la “Intelligentsia” española, a cuya sombra se
desarrolla la intelectualidad de personajes como Salmerón, Castelar,
Pi y Margall o Canalejas.
Si bien está absolutamente olvidado entre la mayoría de los
españoles, no faltan teorizantes de relevante poder político que
hacen del krausismo una base doctrinal diametralmente opuesta a la
enseñanza religiosa. Por su breve y teatral trayectoria, el krausismo
nos ha dado la prueba de los limitados horizontes que España abre
a una “sistemática fe materialista”, condición esencial para la
implantación de cualquier forma de un colectivismo genuinamente
marxista. Aun así, en la reciente historia del pensamiento español,
121
no se cuenta con otra doctrina laica que pueda competir con las
pobres pervivencias del krausismo.
Esto último, una vez desechada cualquier referencia a los
santones históricos del colectivismo, puede ser la causa de que
algunos políticos españoles, entre los cuales cabe incluir a los que se
declaran “más socialistas que marxistas”, hayan querido hacer de la
corta tradición krausista un camino hacia la descristianización de la
cultura española, paso previo para el desarrollo de ese gregarismo
que esperan los “ilustrados” laicos de los españoles.
Quiere ello decir que el socialismo español, en su doctrina más
que la “praxis política” (orientada a la conquista y ocupación del
Poder), aparte del marxista, no cuenta con norte ideológico de
cierta consistencia. Otro tanto sucede con el anacrónico, pero
recalcitrante comunismo español mientras que el viejo anarquismo
(el de “destruir es una forma de crear”) vive obsesionado por la
revuelta callejera. Falto de raíces para convertirse en “alimento
espiritual” o catálogo de respuestas a los problemas del día a día, no
se puede decir que en España cualquiera de las formas del
colectivismo materialista y materializante presente poderosa base
argumental contra la creencia en la necesaria personalización a
través del trabajo solidario, la libertad responsable y la fe en el
sentido trascendente de la propia vida. Y resultará, a lo sumo, la
etiqueta de un grupo con afán de gobernar y de mantener el poder
o una plataforma de largas divagaciones en las que dancen
conceptos e intenciones, pero nunca reales apuntes sobre el sentido
de la vida humana, ni tampoco sobre un posible compromiso
nacional a tenor de nuestra trayectoria histórica y nuestra escala de
valores.
Probablemente, muchos de los que todavía gustan de llamarse
socialistas (no descuidemos que es el socialismo la más poderosa de
las actuales corrientes de colectivismo) no han captado la genuina y
valiosa aportación que nuestras vivencias históricas y trayectoria
cultural brindan a la ineludible tarea de desarrollar tanto el progreso
asequible a todo ser humano como la participación personal y
comunitaria en esa exigencia de los tiempos: proyectar trabajo
solidario y libertad hasta donde llegue nuestro foco de influencia.
122
Diríase que por huir de la Realidad no faltan quienes se inventan
un socialismo (doctrina de la “Totalidad”) con valor “per se” y sin
otra capacidad de convencimiento que el resalte de los errores y
debilidades ajenas para mantener e incrementar el caudal de los
votos: el término socialismo es visto y presentado como un “bonito
sueño” mientras que el marxismo sigue siendo para muchos una
ideología que requiere análisis y razonable exposición: ¿Fue por eso
por lo que un antiguo líder socialista, que llegó a Presidente del
Gobierno de España, ganó muchos votos con aquello de “Tenemos
que ser socialistas antes que marxistas”?.
Tras lo expuesto, preguntamos ¿Qué es el socialismo sin la
adopción sea plena, parcial o residual de la fe en el materialismo
dogmático de Carlos Marx? ¿Cuál es su substancia cuando el único
argumento de peso con el que cuenta puede expresarse con algo así
como “somos buenos porque los otros son malos”?
123
X
LA SOCIALDEMOCRACIA COMO POSIBLE
TERCERA VÍA HACIA LA PAZ SOCIAL
E
n este punto, reiterando lo escrito en no pocos relatos, es de
rigor insistir sobre el hecho de que es el Materialismo, con
todos sus alegatos en contra del Realismo Cristiano, el ingrediente
principal de la mayoría de los socialismos y de una parte muy
importante de la ideología socialdemócrata, unos y otra muy
condicionados por los efectos de la Gran Revolución de 1789,
imparable movimiento de paganización con relativismos,
irracionalidades, individualismos y colectivismos como principales
elementos para la masiva mentalización. Nacieron y se desarrollaron
grandes empresas capitalistas que, junto con nuevos y más eficaces
medios y modos de producción, no tuvieron reparos en alimentarse
de rapacidad sobre otros pueblos y de infinitos atropellos hacia los
más desprotegidos de los propios compatriotas, lo que prestó
argumentos a la justa protesta en nombre de una elemental justicia
y también a la rebelión por la rebelión en una especie de moderno
arrianismo, que quiso hacer ver que el Cristianismo, con su
Fundador a la cabeza, no fue más que una prematura expresión de
la Lucha de Clases.
De esa especie de moderno arrianismo o “cristianismo
paganizado”, en el que pueden encuadrarse los distintos
socialismos, fueron destacados voceros Robert Owen (1771-1858)
en Inglaterra, Saint Simon (1760-1825), Fourier (1772-1837) y
Proudhon (1809-1865) en Francia; todos ellos, a nivel mundial,
fueron eclipsados por Marx (1818-1883) y Engels (1820-1895),
cuyo “Manifiesto Comunista” (1848), recordémoslo una vez más,
pretendió ser la “biblia de la redención proletaria” y prestó
presunta base científica a lo que llamaron “Materialismo
Histórico”, según el cual serían los modos y medios de producción
los factores esenciales de la vida, pensamiento y acción de los
124
individuos (no personas con responsabilidad trascendente sobre
sus propios actos), como entes indiferenciados de un rebaño con
capacidades complementarias para producir lo que comen.
Teorizantes vendrán que, ante la imposibilidad de demostrar
la idoneidad de ese materialismo histórico-dialéctico para explicar
fenómenos tales como la angustia existencial de un Kierkegaard
(1813-1855),
las “personalizadas” y grandes obras del
pensamiento humano en las ciencias exactas y, también, en la
Filosofía, la Política y la Moral o lo que podemos llamar el Aliño
cristiano de la H istoria con sus consiguientes milagros de amor
a lo largo de los últimos veinte siglos, se inventan su propio sistema
de explicaciones sustituyendo tal o cual “verdad tradicional”,
compromiso moral o experiencia positiva con este o aquel
modernismo o postulado de la propia cosecha sin mayor aval que
el de no coincidir con los más manidos errores del momento, todo
ello como si una supuesta originalidad, académicamente
presentada con escogida retórica, fuera inapelable criterio de
verdad.
Con excesiva frecuencia, el sistema indemostrado e
incomprensible, que nace de una amalgama de supuestos e ideas, llega
a tomar la forma de un sagrado reducto en que dejar dormir a la propia
capacidad de reflexión para, sin traba alguna, someternos a esa
ideología de moda que nos permite “être a la page” o, en pedantesca
apreciación, traspasar las fronteras de los prejuicios tradicionales para
abrazar lo que, sin rebozo, se califica de “moderna filosofía”, madre
ella del apático relativismo que invade no pocos espacios de nuestra
vida. Tal resultó de la lectura que de la obra de Marx y Engels hizo
Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin (1870-1924) desde
una previa disposición radicalmente materialista, es decir,
supuestamente atea.
Hace creer Lenin que todo lo que propone y realiza es lo que haría
Marx en su lugar y ante las mismas circunstancias; en razón de ello, se
esfuerza por llevar a sus compañeros de lucha el convencimiento de
que “la doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta puesto que
es la heredera directa de lo mejor creado por la humanidad en forma
de filosofía clásica alemana, economía política inglesa y socialismo
125
francés”. Lo hace sin dejar de representar en todo momento el papel
de líder revolucionario para quien todo, absolutamente todo, ha de ser
supeditado al resultado de su proyecto político. Es la doctrina
“bolchevique” o soviética, que hizo del marxismo su biblia y de la
revolución su bandera hasta el monolítico dominio de la inmensa
Rusia. Para ello el vengativo, frío y calculador Lenin contó con una
muy propicia circunstancia cual fue esa cruda y estúpida primera guerra
Europea (1914-18) y con los buenos oficios de Trotsky, su alter ego,
diez años más joven, más “pegado a las cosas”, mejor organizador
que él y tan devoto como él del ideal-materialismo que brindaba la
doctrina de Marx.
Tenía Trotsky no menos talento ni menor ambición que el propio
Lenin. Se dice que, en principio, optó por afiliarse al grupo
menchevique porque en esa facción del marxismo ruso no encontró
quien pudiera hacerle sombra, muy al contrario de lo que ocurría en el
partido de los bolcheviques, arrollado por la personalidad de Lenin.
Pero pronto, de un desorbitado nacionalismo empeñado en dar
sentido trascendente a la obediencia ciega al guía o jefe y, también, a la
expansión incondicionada del imperio. Lenin fue un “iluminado” de la
política según la luz o inspiración de un materialismo a ras del suelo y
no muy diferente del materialismo en el que se mueven y desarrollan
los afanes de no pocos acaparadores de cualquier estilo.
Acaparadores a su manera (de todas las parcelas de poder, por
ejemplo), materialistas e “iluminados” de la política también lo fueron
Benito Mussolini (1883-1945) y Adolfo Hitler (1889-1945), el segundo
discípulo aplicado del primero, quien, a caballo de su ambición, había
recorrido el camino desde el colectivismo marxista al fascismo a través
del ya citado Jorge Sorel: en sus Reflexiones sobre la violencia, Sorel se
esforzaba por demostrar como era el sindicato tanto el ejército obrero
por excelencia como el soporte de la vida diaria hasta la “huelga
general”: ideas-fuerza capaces de aglutinar a los forjadores de un
“nuevo orden social”.
Desertor del ejército y emigrante en Suiza (1.902) Mussolini trabaja
en los oficios más dispares al tiempo que devora toda la literatura
colectivista que llega a sus manos; tras varias condenas de cárcel, es
expulsado de Suiza y regresa a Italia en donde cultiva el activismo
126
revolucionario en encendidas proclamas desde el diario “Avanti”,
órgano oficial del Partido Socialista Italiano. Cuando, por su
radicalismo, es expulsado del Partido Socialista Italiano, crea “Il
Popolo d’Italia”, desde donde promociona un furibundo nacionalismo
y su peculiar idea sobre el Estado fuerte y providente encarnado en la
clase de los “justos y disciplinados” al mando incuestionable de un
guía (Duce), muy por encima de la masa general de servidores,
convertidos en compacto rebaño.
Mussolini participa en la Gran Guerra y, al regreso, capitaliza el
descontento y desarraigo de los “arditi” (excombatientes) y de cuantos
reniegan del “sovietismo de importación” o de la “estéril verborrea”
de los políticos. En 1.919 crea los “fascios italianos de combate” con
los que cosecha un triste resultado electoral. No se amilana, sigue
participando en sucesivas elecciones, radicaliza sus posiciones respecto
a los otros partidos y al propio sistema parlamentario, promueve la
“acción directa” (terrorismo), predica apasionadamente la resurrección
de Italia a costa de los que sea, se hace rodear de aparatoso ritual y,
sorpresivamente, organiza un golpe de fuerza y de teatro (más de teatro
que de fuerza).
Es la famosa “marcha sobre Roma” cuyo directo resultado fue la
dimisión del gobierno y la cesión del poder al “Duce” por parte del
acomodaticio Víctor Manuel (29 de octubre de 1.922). Fue así como
un reducido colectivo (aquí si que cuadra el nombre) de “iluminados”
aupó a un singular personaje “sobre el cadáver, más o menos
putrefacto, de la diosa libertad”.
El “nuevo orden” fue presentado como “necesaria condición”
para hacer realidad la proclama de Saint Simón que, por aquel entonces
y desde no tan diferente ámbito, Lenin repetía hasta la saciedad: “de
cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”: Una
especie de socialismo vertical, tan materialista y tan promotor del
gregarismo como cualquier otro. Tuvo de particular la estética del
apabullamiento (vibrantes desfiles y sugerentes formas de vestir) y el
desarrollo bagaje de fuerza y de teatro Mussolini, asimilando su política
a una arrebatadora religión, prometía hacer del mundo un campo de
recreo para sus fieles “fascistas”.
127
El espectacular desenlace de la “marcha sobre Roma” (1922) fue
tomado como lección magistral por otro antiguo combatiente de la
Gran Guerra; presumía de haber sido condecorado con la Cruz de
Hierro y se llamaba Adolfo Hitler (1889-1945). Cuando en 1.919 se
afilia al recientemente creado “Partido Obrero Alemán”, excrecencia
de la primitiva Social Democracia, aquel pintor de brocha gorda
descubre en sí mismo unas extraordinarias dotes para la retórica. De
ello hace el soporte de una ambición que le lleva a la cabeza del Partido
al que rebautiza con el apelativo de Partido Nacional Socialista Obrero
Alemán (National- sozialistiche Deuztsche Arbeiterpartei) o Partido
Nazi (1920).
El programa del Partido Nazi quiere ser un opio de la reciente
derrota de los alemanes y habla de bienestar sin límites para los
trabajadores (tomados, claro está, como estricto ente colectivo);
también habla de exaltación patriótica, de valores de raza (ahí tenemos
al “superhombre” de Nietzsche) y de inexcusable responsabilidad
histórica.
Gana Hitler a su causa al general Ludendorff, con quien organiza
en 1.923 un fracasado golpe de Estado que le lleva a la cárcel en donde,
ayudado por Rodolfo Hess, escribe “Mein Kampf” (Mi Lucha), especie
de catecismo nazi. Vuelto a la arena política y en un terreno abonado
por la decepción, una terrible crisis económica, ensoñación romántica
y torpe añoranza por héroes providentes del escaso pan, logra el
suficiente respaldo electoral para que el mariscal Hindemburg,
presidente de la República, le nombre canciller.
Muy rápidamente, Hitler logra el poder absoluto desde el cual
pretende aplicar la praxis que le dictara el ideal matrimonio entre Marx
y Nietzsche pasado por las sistematizaciones de un tal Rosemberg. En
esa praxis Alemania será el eje del Universo (“Deuztschland über
alles”), él mismo, guía o “führer” que requiere absoluta fidelidad como
indiscutida e indiscutible devoción al super hombre y la práctica de una
“moral” de conquista y triunfo situada “más allá del bien y del mal”.
Por debajo, tendrá a un fidelísimo pueblo con una única voluntad
(gregarismo absoluto como supremo resultado de una completa
colectivización de energías físicas y mentales) y el propósito
128
compartido de lograr la felicidad sobre la opresión y miseria del resto
de los mortales.
La realidad es que Hitler llevó a cabo una de las más criminales
experiencias de materializante colectivización de que nos habla la
historia. Había alimentado el arraigo popular con una muy oportuna
capitalización de algunos éxitos frente a la inflación y al declive de la
economía, la cómoda inhibición (manda, Führer, nosotros
obedecemos) y el cultivo y desarrollo de la vena romántica con
espectaculares desfiles, procesiones de antorchas, la magia de los
símbolos, saludo en alto “la mano redentora del espíritu del sol”... ante
el irrenunciable objetivo de conquistar un amplio “Lebensraum”
(espacio vital) en que desarrollar la colectiva voluntad de dominio de
una raza privilegiada.
En la previa y “legal” confrontación política, había sido su
principal víctima la Socialdemocracia, muchos de cuyos militantes
votaron por el gran demagogo que irradiaba novedad y aparentaba
capacidad para hacer llover el maná del bienestar para todo el
“colectivo”; el descalabro del socialismo “democrático” y consecuente
triunfo de los nazis fue propiciado por la propia actitud del Partido
Comunista el cual, siguiendo las orientaciones de Moscú, entendía que
el triunfo de Hitler significaba el triunfo del ala más reaccionaria de la
burguesía lo que, en virtud de los postulados marxistas, facilitaría una
posterior reacción a su favor. Es así como Thälman, un destacado
comunista de entonces, llegó a escribir ante la investidura de Hitler:
“Los acontecimientos han significado un espectacular giro de las
fuerzas de clase en favor de la revolución proletaria”.
Obvia es cualquier reserva sobre el paso por la Historia de ese
consumado colectivismo materialista cual fue la revolución hitleriana:
sus desbastadoras guerras imperialistas, las inconcebibles
persecuciones y holocaustos de pueblos enteros, las exacerbadas
vivencias de los más bestiales instintos, el alucinante acoso a la libertad
de sus propios ciudadanos.... ha mostrado con creces el absoluto y
rotundo fracaso de cualquier empeño ideal-materialista de
colectivización de voluntades: La trayectoria de Hitler y sus
incondicionales esclavos engendró un trágico ridículo que planeó sobre
Europa incluso años después de la espantosa traca final. En el
129
pavoroso vacío subsiguiente a la experiencia nacional-socialista cupo
la impresión de que habían incurrido en criminal burla todos los que,
desde un lado u otro, habían cantado la “muerte de Dios” y
consiguiente atrofia de atributos suyos como el Amor y la Libertad.
Sabemos que décadas después de la hecatombe hitleriana
(materialista radical Hitler y sus satélites), sobrevino el derrumbe del
imperio soviético y el subsiguiente desprestigio de los principios en que
se fundamentaba lo que se ha llamado Escolástica Soviética:
materialismo a impregnar todos los ámbitos del pensar y vivir según
precisos dogmas difundidos por el Politburó según la voluntad del
Primer Secretario de turno, siempre con el objetivo claro de desbancar
a la Religión del Amor y de la Libertad entre todos y para todos.
A pesar de tal derrumbe y subsiguiente desprestigio, muchos son
los millones de personas, cuyo corazón y cerebro sigue marchando
según la pauta del materialismo fundamentalista; librarse de ello
implica adentrarse valientemente en los vericuetos de la propia
conciencia. Dramático resulta comprobar cómo se empequeñece el ser
humano cuando se presenta a sí mismo como simple porción de
materia animada solamente diferente de las otras porciones de materia
animada por que es capaz de proporcionarse y elegir lo que come (“el
hombre es lo que come”, dijo Feuerbach y repitió Marx). Peor aún es
que quien se toma a sí mismo de esa manera se niegue a adentrarse en
los recovecos de la propia conciencia ante el temor de poder descubrir
el verdadero sentido de la propia vida.
***
Socialdemocracia fue y sigue siendo una virtualidad o calificativo
aplicable a tal o cual partido de carácter socialista, no un partido en sí:
a lo sumo, es una ideología socialista, izquierdista, conservadora y
moderada que pretende el establecimiento, por métodos no violentos,
de una organización estatal compleja, fuerte y orientada a mantener y
desarrollar las garantías de los derechos fundamentales y, en particular,
la propiedad privada parcial de algunos medios de producción y de
algunos institutos de enseñanza a la para que una moderada libertad de
Mercado.
130
En el camino hacia la praxis de esa ideología está el llamado
Laborismo Inglés, movimiento de carácter socialista, izquierdista,
progresista y radical que pretende llegar por métodos no violentos de
actuación sindicalista y parlamentaria al establecimiento de una
organización estatal dirigida a implantar una reforma económico social
profunda, apoyada en los principios de descolonización y de
autodeterminación para la política exterior y en los principios de
subvención y nacionalización para la política interior.
En la génesis de la ideología socialdemócrata contemporánea es
obligado contar con la figura más importante en la historia del
socialismo inglés fue Robert Owen, que vivió de 1771 a 1854. Como
empresario, especialmente interesado en la auto financiación de sus
diversos emprendimientos, llegó a ser uno de los hombres más ricos
de su tiempo y lugar. Comenzó con reformar su fábrica y mejorar las
condiciones de vida en el pueblo en el que habitaban sus trabajadores.
Fundó cooperativas organizadas a conciencia, creó cajas de jubilación
y de enfermedad, pagó salarios más altos que otros fabricantes, sin
retirarlos o disminuirles, incluso, en épocas de crisis con algunas
máquinas paradas y parte de los obreros en forzada ociosidad. Fundó
escuelas para los hijos de sus obreros y en ellas reformó los métodos
de enseñanza.
Pronto pensó que esto no era suficiente, que el sistema existente
no podría mejorarse, que había que sustituirlo con otro. Recomendó la
fundación de aldeas de cooperación, es decir, de cooperativas de
producción y consumo. Fundó y financió en Inglaterra, como en los
Estados Unidos, colonias comunales, que, si bien fracasaron, tuvieron
gran influencia en la historia de las teorías socialistas. Lo que no
fracasó fueron las cooperativas de consumo impulsadas por él y sus
seguidores.
Estas cooperativas no cundieron solamente en Inglaterra; de ella
partió el movimiento cooperativista mundial, en el que algo se inspiró
el ejemplar sacerdote e infatigable empresario don José María
Arizmendiarrieta (1915-1976), creador e impulsor de la Cooperativa
Mondragón, cuya primera piedra, según las crónicas, data del 14 de
abril de 1956 para, 67 años más tarde, ser conocida en todo el mundo
por sus prósperas actividades cooperativistas en los planos comercial,
131
industrial y ejemplaridad en la gestión. Al respecto, resulta
cumplidamente ilustrativo parte de su memorial del año 2019:
A modo de resumen, se puede decir que fueron cuatro aspectos los
que marcaron la trayectoria del ejercicio 2019. En primer lugar, la
evolución en positivo del área Industria de MONDRAGON. Y es que,
en 2019, se logró superar por primera vez en su historia los 6.000
millones de euros de ventas. Asimismo, los puestos medios empleados en
el año sobrepasaron las 39.000 personas. Dos marcas que hablan por sí
mismas de la relevancia industrial de la Corporación. En segundo lugar,
que a finales de 2019 se inició la reflexión para la definición de la hoja
de ruta de la Corporación en el próximo cuatrienio. “Política Socio
empresarial 2021-2024” y “Adecuación de la Misión” serán las dos
ponencias del próximo Congreso, documentos que marcarán el devenir de
MONDRAGON en los próximos años.
***
Volviendo al empresario cooperativista Robert Owen, recordamos
que impulsó la teoría socialista sobre el valor del trabajo por la que el
valor real de una cosa es consecuencia del valor del trabajo que se
dedica a su fabricación y puesta en el Mercado. Tanto es así que el
Capital puede muy bien ser considerado “trabajo congelado”no pasa
Según ella, solamente el trabajo crea valor. El valor de una mercadería
es el valor del trabajo que la ha producido. El capital es trabajo
congelado. El capitalista no añade valor al producto. Paga al obrero
solamente una parte del valor del trabajo. La diferencia entre el valor y
el salario es la ganancia, o con palabras de Marx, la plusvalía.
Desde la perspectiva oweniana, en 1838 la Asociación de Obreros
de Londres elaboró la llamada Carta del Pueblo, especie de requisitoria
al Parlamento para cambiar el sistema electoral. Esta Carta era política,
se basaba en las ideas de la democracia radical, exigía el derecho de
voto general, igual y secreto y un Parlamento responsable con el
pueblo. Sus autores, como ya lo habían hecho cuarenta años antes los
miembros de la London Society, apelaron a los intereses comunes de
los trabajadores. Querían despertar y afianzar su conciencia de clase.
Cuando hablaban de trabajadores no pensaban solamente en obreros
fabriles, sino también en artesanos y pequeños comerciantes.
132
Su éxito fue enorme. En todo el país se formaron grupos de
adherentes. Seis meses después de la publicación de la Carta, la mayoría
de los trabajadores de Inglaterra formaba parte del movimiento.
Pronto a la meta política se añadieron metas sociales, que iban desde
la mejora de las condiciones de trabajo y de salarios hasta la abolición
de la propiedad privada. Cuando el Parlamento rechazó la petición por
dos veces hubo revueltas, batallas callejeras, incendios de fábricas.
Huelgas generales fracasaron. El gobierno suprimió las rebeliones.
El movimiento se disolvió, pero su mensaje quedó vivo. A partir
de los años sesenta en adelante se amplió paulatinamente el derecho
de voto. Con el Carlismo, los trabajadores ingleses se constituyeron
como clase política. Aprendieron a organizarse en gran escala, a actuar
racionalmente en la política. La influencia de Owen y sus seguidores
en el Carlismo fue considerable. Con razón se ha dicho que el Carlismo
era un movimiento social-demócrata. Sus adherentes querían la
reforma social y política, buscaban la democracia social y política. En
la teoría de ,Marx, el socialismo ya no es un sistema ideado, una utopía
puesta en práctica por la voluntad de algunos o de todos los hombres.
Es el producto final de la historia de las luchas de clases. Es un estado
de cosas que casi inevitablemente vendrá.
Según Marx, el modo de producción de cada época histórica es la
base de la superestructura social, política e intelectual de esa época. Por
ello, des de que los hombres dejaron el comunismo originario, toda la
historia es una historia de luchas de clases, luchas entre explotados y
explotadores, entre dominados y dominadores. Esta lucha, para decirlo
en las palabras de Engels: La clase “oprimida”, el Proletariado no
puede emanciparse de la clase que oprime, la Burguesía, sin libertar
simultáneamente a toda la sociedad para siempre. Cuando la burguesía
se emancipó de la opresión y explotación, a la que la Aristocracia la
tenía sujetada, existía debajo de ella el proletariado, los burgueses
tenían debajo de sí a los proletarios a los que, porque así lo
determinaban los medios y modos de producción, no tenían un
presente ni les esperaba un futuro en ausencia de una dura y persistente
explotación. Claro que, merced a la revolución proletaria, después de
su victoria, cesarán la explotación y la opresión, cesarán también las
luchas sociales.
133
En esa situación no faltaron ideólogos que se aferraron a una
“Tercera Vía” como solución al problema con una doctrina de la que
la Socialdemocracia es un claro ejemplo que, en Alemania, durante la
segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, presentó dos
variantes: la primera fue representada por el partido político fundado
en 1863 por Ferdinand Lassalle, un admirador de Marx y Engels, de
los que se sentía discípulo, no sin discrepar en más de una notoria
pretensión: No recomendaba la revolución a la par que sostenía que
los trabajadores debían aliarse con el Poder Político; de esa manera los
representantes de esos mismos trabajadores accederían al Gobierno
pacíficamente con el derecho al voto como posible senda.
Un partido político con ese ropaje ideológico no debería agrupar
solamente a los asalariados de bajo nivel sino a buena parte de la Clase
Media. Lassalle era demócrata radical, con un concepto de la
democracia que, aunque derivaba de la Revolución francesa no dejaba
de inspirarse en tradicionales valores a la par que presumía de
antiliberal mientras que su visión de la democracia era el plebiscitario,
no el parlamentario. Su meta final era una sociedad en la que la
democracia, la libertad y una especie de humanismo socialista
marcharan unidos; para llegar a ello no había mejor camino que el de
hacer uso del aparato del Estado no sin procurar promover múltiples
cooperativas de producción y consumo para sustituir paulatinamente
los peores ejemplos de la Economía Capitalista.
Lassalle era un intelectual no menos autoritario que Marx. (Los
dos eran pensadores monistas, mientras que Proudhon era pluralista.)
Su partido era bastante disciplinado. Murió joven en un duelo por una
muchacha de la baja nobleza. Su partido pronto se unió con otro
fundado en 1869, llamado Partido Obrero Social-Demócrata. Sus
iniciadores fueron Wilhelm Liebknecht y August Bebel, seguidores
incondicionales de los dos patriarcas del llamado Socialismo Científico
o Comunismo.
En esa especie de movimiento socialdemócrata lassallano no tardó
en colarse el verticalismo autoritario merced a la actitud de los
gobernantes prusianos hasta el punto de que, en 1878, el canciller
Bismark logró que el Parlamento prohibiera por subversivo al Partido
Social Demócrata fundado por el propio Lasalle en 1864. Casi
134
simultáneamente introdujo la legislación social de mayor envergadura
conocida en el mundo de entonces. Quiso con ella atraer al
proletariado al poder imperial la monarquía.
Ni el soborno ni la persecución tuvieron fruto. Cuando en 1890 se
levantó la prohibición, la social-democracia alemana estaba más fuerte
que nunca. En los próximos dos decenios, el SPD creció hasta ser, con
el 35 por 100 del voto, el partido más fuerte de Alemania. La cifra
indica claramente que no le siguieron todos los trabajadores, pues éstos
comprendían en 1907 el 53 por 100 de la población y, además, entre
los electores del SPD se encontraba no poca gente de clase media. El
SPD como los sindicatos eran fuertes entre obreros urbanos
calificados, débiles en las regiones católicas. En el agro prácticamente
no existían. Era el partido obrero más grande de Europa, admirado en
el mundo socialista por su disciplina, por su eficiencia y por el nivel de
su discurso teórico. Si bien él actuaba de una manera admirablemente
disciplinada, no era homogéneo. Claro, había metas finales comunes a
todas sus fracciones: la socialización de los medios de producción, el
establecimiento de una nueva sociedad de hombres nuevos, libres,
iguales y solidarios, en la que el Estado desaparecería. El Partido
íntegro luchó por las libertades cívicas y el respeto a los derechos
humanos, claro que sin mencionar para nada los principios cristianos
que podían cimentar una más sólida y duradera paz social.
Los social-demócratas eran adversarios del bolchevismo desde los
días de la Revolución de Octubre. Al Partido Comunista alemán
reprocharon la sumisión a las órdenes de Moscú, el deseo de establecer
en Alemania una sangrienta dictadura similar a la rusa. Cuando en 1946
los comunistas de la zona soviética de ocupación propusieron la
unificación de los Partidos Comunista y Social-Demócrata, el SPD en
Alemania Occidental la rechazó. No obstante, los rusos la impusieron
en su zona. Después de poco más de un año fueron destituidos casi
todos los social-demócratas a quienes se dieran funciones altas en el
nuevo Partido de la Unidad Socialista. Hombres que se opusieron a la
voluntad comunista, si no huyeron a Alemania Occidental, fueron
internados en cárceles y campos de concentración. Algunos perdieron
su vida. No es sorprendente que el SPD durante el régimen de Stalin,
y aun después, fuese fuertemente anticomunista.
135
El comunismo es la ideología socialista, izquierdista, radical y
presuntamente progresista, que, por medio de la revolución violenta
cuando ello es posible, pretende el establecimiento, de una
organización estatal intensa, extensa, reticular y orientada hacia más
allá de un rosado horizonte: a suprimir las formas de vida individua les,
las relaciones sociales conflictivas y el voluntarioso intercambio de
bienes y capacidades para acabar implantando colectivas formas de
vida en las que, según sus entusiásticos predicadores, se llegará a la
plena satisfacción de las respectivas necesidades.
Al respecto, recordemos que, en los orígenes de su modernidad,
cuando fue plasmado en su “biblia”, es decir, en el Manifiesto
Comunista, el socialismo no fue una versión más entre otras muchas
del optimismo político; pero sí que fue su más grave y grosera
caricatura, la suma de sus imposturas y la enciclopedia de sus mentiras;
ello no significa que una parte del socialismo español actual sea hoy
también una impostura ni una mentira él mismo, tanto mejor si
profundiza hasta sus raíces cristianas por debajo del legado materialista
propuesto en dicho Manifiesto Comunista.
Para concluir este capítulo, permítasenos señalar: Habrán de ser la
equidad, la protección de los débiles, una libertad ligada a la
responsabilidad, la justa correspondencia entre derechos y deberes, el
respeto a una autoridad atemperada por la Democracia, el Pluralismo
Político y un escrupuloso respeto a la Ley los valores esenciales de esa
TERCERA VÍA, a la que no tenemos reparo en identificar con la
SOCIAL-DEMOCRACIA si, con ella se garantiza el respeto a la
libertad de conciencia a la par que se hace lo posible para que las nuevas
generaciones no dejen de conocer todo lo que en el Cristianismo
contribuye a la Paz Social.
136
XI
MEMORIA SOBRE MONARQUÍA ALFONSINA, REPÚBLICA,
GUERRA Y DICTADURA
E
n anteriores escritos, ya hemos apuntado que el siglo XX español
comenzó con la resaca de los “desastres” del 98 que, por parte de
uno de nuestros “enemigos” de entonces, los Estados Unidos de
Norteamérica, implicaron la separación de España por parte de Cuba
y Filipinas. Además de la borrachera ideológica con la que los llamados
“lideres progresistas” intentaban atraerse a las masas más sensibles a la
colectivizante verborrea (procediera del sindicalismo extremo, del
anarquismo o de las diversas corrientes de Marxismo), nota
característica del comienzo de siglo fue la más acusada intervención en
la “política activa” de la Corona a partir de la muerte de Mateo
Práxedes Sagasta en 1903: es una “corona bicéfala” representada por
la que ahora gusta ser llamada Reina Madre (“María Cristina me quiere
gobernar”) y el aun adolescente Rey don Alfonso XIII. La Historia nos
dice que
“El período de franca decadencia se inicia en 1902, con el ascenso
al trono de Alfonso XIII, y concluye en1923, con el establecimiento de
la dictadura de Primo de Rivera, se caracterizó por una permanente
crisis política. Diversos factores explican esta situación:
* Intervencionismo político de Alfonso XIII, con la Reina
Madre en la sombra, sin respetar el papel de árbitro que
teóricamente debía jugar. Su apoyo a los sectores más
conservadores del ejército culminó con el apoyo a la
Dictadura de Primo de Rivera. Elemento clave en el
desprestigio de la monarquía.
137
* División de los partidos del "turno", provocada por la
desaparición de los líderes históricos y las disensiones internas.
* Debilitamiento del caciquismo, paralelo al desarrollo urbano
del país.
* Desarrollo de la oposición política y social al régimen de la
Restauración: republicanos, nacionalistas, socialistas y
anarquistas.
Es así cómo, desde 1917 se sucedieron los gobiernos de coalición,
sujetos a alianzas y continuos cambios. Ni liberales ni conservadores
consiguieron mayorías suficientes para conformar gabinetes sólidos.
En este contexto de inestabilidad política, el país tuvo que enfrentarse
a graves problemas sociales: Las posiciones de patrones y trabajadores
se fueron enfrentando cada vez más mientras se agudizaba
el "problema de Marruecos" que en el joven Rey despertaba
inoportunas y carísimas ensoñaciones imperiales, aunque se dio por
satisfecho cuando en la Conferencia de Algeciras (1906) se acordó el
reparto entre Francia y España del territorio marroquí.
Por aquel entonces, el auge revolucionario, aliñado por los tintes
separatistas de los “paganos” nacionalismos (recordemos que ésa es
una calificación de san Juan Pablo II) iba poniendo en jaque a
sucesivos y breves gobiernos, ahora desorientados ante la encarnizada
rivalidad de las “Grandes Potencias” (que derivó en la Gran Guerra de
1914-1917). Maura abogó por la neutralidad y, aunque se tuvo en
cuenta su criterio, no fue llamado a formar gobierno más que para
hacer frente a las gravísimas consecuencias de la postguerra y la mala
gestión de la continuada guerra de África con el “Desastre de Annual”
como más lamentable episodio. La Corona acudió de nuevo a Maura
que hubo de presidir sucesivos gobiernos en 1918, 1919 y 1921 si n
tiempo ni consensos suficientes en ninguna de estas tres ocasiones
para aplicar de forma efectiva su programa “regeneracionista” y ello a
pesar de la relativa prosperidad de la etapa en la que España pudo
aprovechar su neutralidad en la Gran Guerra para imprimir un fuerte
impulso a su agricultura y titubeante industria comerciando con ambos
bandos.
En 1923, desolador era el panorama que ofrecía España con sus
138
tradicionales valores en entredicho y tras dos décadas de inestabilidad
en todos los órdenes de la vida pública: extremismos sindicales que
aparecen como dueños de la calle y centros neurálgicos de la economía
nacional a expensas de sucesivos gobiernos excesivamente
ideologizados, pendientes de una desconcertada y desconcertante
opinión pública y sometidos a un Parlamento que es un guirigay de
ideologías encontradas en el que privan más las voces y la rebuscada
retórica que los reposados análisis sobre tal o cual medida dictada por
las circunstancias a la par que obligados a rendir cuentas a un Rey, que,
preocupado por sus aventuras personales, “ni reina ni gobierna” y que,
probablemente, se siente muy poco católico y menos español que su
propia madre, “Doña Virtudes”; de muy diferente manera a lo que,
llevado por el entusiasmo juvenil, pocos meses antes de su coronación,
había escrito en su diario:
En este año me encargaré de las riendas del estado, acto de suma
trascendencia tal como están las cosas, porque de mí depende si ha de
quedar en España la monarquía borbónica o la república; porque yo me
encuentro el país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela
por un alguien que lo saque de esa situación. La reforma social a favor
de las clases necesitadas, el ejército con una organización atrasada a los
adelantos modernos, la marina sin barcos, la bandera ultrajada, los
gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes, etc. En fin, todos los
servicios desorganizados y mal atendidos. Yo puedo ser un rey que se llene
de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como
recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que
no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la
frontera. (...) Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al
mismo tiempo regenerar la patria y hacerla, si no poderosa, al menos
buscada, o sea, que la busquen como aliada. Si Dios quiere para bien de
España. Del diario de Alfonso XIII, 1 de enero de 1902.
La referida situación de 1923 causaba honda preocupación en una
buena parte de los altos mandos militares, que, por otra parte, digerían
muy mal tanto el desmedido auge de los “nacionalismos periféricos”
como los adversos avatares de la guerra de África, propiciada
personalmente por el Monarca y dirigida por los generales Dámaso
Berenguer y Fernández Silvestre, más cortesanos que profesionales.
139
Fue en esas circunstancia cuando, sabiéndose respaldado por una
buena parte de las unidades militares, el capitán general de Cataluña,
Miguel Primo de Rivera (1870-1930), se creyó obligado a poner coto
al progresivo deterior de la situación política con el consiguiente
perjuicio para todos los españoles y, con fecha 13 de septiembre de
1923, dirigió el siguiente “Manifiesto al País y al Ejército”:
Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que
esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que
ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de
atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven
para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política,
de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas
e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un
próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de la política de
concupiscencias ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad
real. Con frecuencia parecen pedir que gobiernen los que ellos dicen no
dejan gobernar, aludiendo a los que han sido su único, aunque débil,
freno, y llevaron a las leyes y costumbres la poca ética sana, este tenue
tinte de moral y equidad que aún tienen, pero en la realidad se avienen
fáciles y contentos al turno y al reparto y entre ellos mismos designan la
sucesión.
Pues bien, ahora vamos a recabar todas las responsabilidades y a
gobernar nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y
doctrina (...). Este movimiento es de hombres: el que no sienta la
masculinidad completamente caracterizada que espere en un rincón, sin
perturbar los días buenos que para la patria preparamos.
Españoles: ¡Viva España y viva el Rey!
Al día siguiente de ese “Manifiesto”, Alfonso XIII, en contra del
criterio de la Reina Madre y de sus más cercanos consejeros, declara
el Estado de Guerra y se toma otro día de reflexión para nombrar
Presidente del Gobierno a Primo de Rivera con el carácter de dictador
militar. Conviene resaltar que tal nombramiento no despertó mayor
oposición que la de los sindicatos y de los partidos republicanos,
mientras que el resto la ciudadanía se dejó ilusionar por un rayo de
esperanza.
140
En uso de sus plenos poderes, Primo de Rivera, campechano,
carismático y amigo de expeditivas soluciones expuestas con el aire de
un patriarca que se preocupa de todos y no quiere nada para sí, se rodeó
de un Directorio Militar (9 generales y un almirante) con el que, según
dijo, “poner a España en orden” en el menor tiempo posible para
luego restablecer la Constitución y ceder la Presidencia al Poder Civil.
Fueron disueltas las Cortes y suspendida la Constitución en vigor
desde 1878 y, con ello, quedaron fuera de la Ley las revueltas callejeras,
las huelgas políticas, los excesos nacionalistas y la propaganda
subversiva a la par que se eliminaron muchas de las duplicadas o
triplicadas funciones administrativas con lo que se pretendió marcar
nuevo y más constructivo rumbo a la acción política, económica y
social de todos los españoles.
Sabido es que cuando un mínimo orden pone coto al desmadre
colectivo y se acierta en la formulación de un “sugestivo proyecto de
acción en común”, muchas dispersas energías de emprendedores y
demás encuentran cauce para traducirse en fuentes de progreso
económico y social mientras que los irresponsables de siempre pasan
a segundo plano. Tal fue labrándose en los dos primeros años de
Dictadura con la consecuencia de que Primo de Rivera, que empezaba
a cogerle gusto al poder, en lugar de cumplir lo prometido y ceder el
Gobierno al Poder Civil, no hizo más que sustituir el llamado
Directorio Militar por un Consejo de Ministros del que se erigió en
Presidente al tiempo que, en torno a su persona, intentaba crear una
especie de Partido único de similar carácter al fascista de la Italia
mussoliniana.
Siguió la inercia del desarrollo económico-social porque Primo de
Rivera sí que tuvo el acierto de contar con algunos ministros capaces,
de los que se recuerdan los nombres de José Calvo Sotelo (1893-13 de
julio de 1936) como ministro de Hacienda Pública, Galo Ponte y
Escartín como ministro de Gracia y Justicia o Eduardo Callejo de la
Cuesta como ministro de Instrucción Pública; en ellos se apoyó para
cosechar logros que, a decir verdad, resultaron insuficientes para
mantenerle el favor de los que antes le habían apoyado, entre ellos el
propio Rey, que le retiró su confianza y forzó una dimisión hecha
efectiva el 28 de enero de 1930 y seguida de un exilio voluntario que le
141
llevó a París en donde falleció mes y medio más tarde (16/3/1930).
A los dos días de la forzada dimisión de Primo de Rivera, el Rey
encarga formar gobierno al general Dámaso Berenguer (1873-1953),
el mismo que era Alto Comisario en Marruecos cuando el Desastre de
Annual, por el que había tenido que rendir cuentas y sufrido de
inhabilitación hasta que el Rey exigió su incorporación al servicio
activo tomándole como jefe de su Casa Militar en 1924. Con Berenguer
sufrió España la calamidad que se llamó Dictablanda, gracias a la cual,
se volvió al desgobierno de seis años atrás, pero esta vez con el
agravante del despego o abierta animadversión, ya no solamente del
sector republicano sino, también, de una buena parte de los que
seguían confesándose monárquicos.
Al hilo de la parcial recuperación de las anteriores libertades y
en una atmósfera de más en más relativista en cuestión de valores
tradicionales con abierto tufo anticlerical en tertulias, ateneos y
demás foros de confrontación ideológica, fueron retomando cuerpo
los fantasmas de las dos Españas, ahora con un horizonte a medias
compartido por liberal-conservadores y “colectivistas” de diversos
colores: por repulsa a la Monarquía, ese horizonte era identificado
con una República al estilo de la que en Francia ya contaba con más
de medio siglo, de la que se decía que “había sustituido la mística
religiosa por la mística republicana”: para muchos de los que se
sentían republicanos la Iglesia Católica constituía un obstáculo no
mucho menor que la propia Institución Monárquica.
Cuando Berenguer anuncia su propósito de convocar elecciones
generales, todos le piden que éstas no puedan celebrarse mientras
persistan los viejos hábitos del nepotismo, caciquismo y los apaños
entre los de siempre. Las palabras y promesas de Berenguer no ofrecen
ninguna confianza y el descontento general se hace dueño de la
situación.
Mientras el Rey desconcertaba a casi todos por parecer vivir en
otro mundo, la desaparición en la esfera política del general Primo de
Rivera hizo notar en todos los ámbitos de la vida pública el galopante
desarrollo de un movimiento antisistema que venía desde muy atrás,
en parte, como reacción al fraude democrático que representaron los
chanchullos electorales, el caciquismo y el privilegiado tratamiento a
142
los partidos que contaban con la posibilidad de turnarse en el Gobierno
y, no menos, por la entrada en escena del anarco sindicalismo y de otras
especies de colectivismo, ahora propiciados por el más o menos oculta
presencia del “imperialismo soviético”.
En abril del mismo año de 1930, Niceto Alcalá Zamora, que hasta
entonces había presumido de monárquico incondicional, hizo en el
teatro Apolo de Valencia profesión de fe republicana preconizando
para España un sistema similar a la Tercera República Francesa, a la
que veía apoyada en las clases medias y los intelectuales y definida por
el único poder legítimo en tan críticas circunstancias: unas Cortes
Constituyentes; desde esa perspectiva, junto con Miguel Maura, hijo de
don Antonio Maura y Montaner, fundó un partido que se llamó
Derecha Liberal Republicana. En el mismo mes, en el Ateneo de
Madrid y desde el socialismo marxista, Indalecio Prieto llega a afirmar
que había llegado “la hora de las definiciones… Hay que estar con el
Rey o contra el Rey”.
Sucedía que el republicanismo, a modo de movimiento de
salvación nacional, iba ganando adeptos en las más significativas
formaciones del espectro político español, hecho que se puso de
manifiesto en lo que se llamó el “Pacto de San Sebastián” (17 de agosto
de 1930) que logró agrupar a republicanos, socialistas y nacionalistas
ante el objetivo común de instaurar la República.
Evidentemente, no fue la mejor solución la sustitución de la
Dictadura de Primo de Rivera por la “Dictablanda” de Berenguer: las
mismas formas con actores y formas de actuar muy distintas y un
director de escena que seguía siendo el Rey, del que se diría había
perdido los papeles desde la muerte de la Reina Madre doña María
Cristina de Habsburgo en 1929. Así lo entendieron la inmensa mayoría
de los españoles de entonces, muchos de los cuales ya no se recataban
de centrar en el Rey toda la culpabilidad de la mala situación, incluidos
intelectuales liberales de reconocido prestigio, entre ellos José Ortega
y Gasset, quien, sin más ni más, propone la “destrucción de la
Monarquía” en nombre de la pura y simple Democracia, para él
perfectamente reconocible en una República “tutelada por la Razón
Histórica”. Con el título "El error Berenguer", el 14 de noviembre de
1930 publica un sonado artículo en el que expresa lo siguiente:
143
Volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más
normales, hagamos ‘como si’ aquí no hubiese pasado nada radicalmente
nuevo, sustancialmente anormal. Eso es todo lo que el Régimen puede
ofrecer, en este momento tan difícil para Europa entera, a los veinte
millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después de haberlos vejado,
pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no obstante,
pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos
españoles y de esta España (...) Pero esta vez se ha equivocado. Éste es
el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos
resuelta que nunca a olvidar la gran viltá [gran vileza, en italiano] que
fue la Dictadura. El régimen sigue solitario, acordonado, como leproso en
lazareto.
Y, emulando a Catón el Viejo en sus diatribas contra Cartago en
el Senado Romano (“Delenda est Carthago”), Ortega termina su
artículo con la siguiente proclama: “¡Españoles, vuestro Estado no
existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia”
***
Y resultó que el 12 de abril de 1931 hubo en toda España
Elecciones Municipales en las que, aunque, en cómputo global, resultó
una mayoría favorable a la Monarquía, las candidaturas republicanosocialistas ganaron en las principales ciudades. Ello fue entendido por
el Rey como un voto de censura sin paliativos mientras que para el
llamado Comité Revolucionario significó suficiente razón para
proclamar la República y autoproclamarse Gobierno Provisional de la
Segunda República Española el martes 14 de abril de 1931 contando
para ello con el apoyo expreso del general José Sanjurjo Sacanell (18721936), a la sazón Director General de la Guardia Civil y Alto Comisario
en Marruecos.
Fue en el domicilio del doctor Marañón en donde el mismo 14 de
abril de 1931, con destacada participación de Alcalá Zamora y el Conde
de Romanones, se fraguó la invitación a una discreta escapada del Rey
para la subsiguiente e inmediata proclamación de la República.
Al parecer, los allí reunidos querían una “república de diseño”,
que, en líneas generales, respondía al esquema previamente trazado
por la llamada Agrupación al Servicio de la República, fundada meses
144
atrás por José Ortega y Gasset (1883-1955), Gregorio Marañón (18871960) y Ramón Pérez de Ayala (1880-1962) y cuyo manifiesto
fundacional fue leído por Antonio Machado en el Teatro Juan Bravo
de Segovia el 14 de febrero de 1931 con el resultado de provocar al día
siguiente la dimisión como presidente de Gobierno del general
Dámaso Berenguer (1873-1953).
En líneas generales, tales ilustres intelectuales proponían una
República racionalmente estructurada de forma que hubiese clara
separación de los “tres poderes”, un Parlamento con representación
proporcional de las diversas regiones, un estatuto de los trabajadores
con sindicación obligatoria y una economía según las exigencias del
“Estado Social”.
Lo cierto fue que escasearon los políticos ganados por lo que
un Henri Bergson habría llamado “elan vital” (impulso de vida, fe y
esperanza) de España y de los españoles: esa providencial
peculiaridad que está en el meollo de lo mejor de nuestra historia,
tanto más liberalizadora y responsabilizante cuanto más huye del
materialismo ramplón, de la anacrónica patriotería (lo que los
franceses llaman chauvinisme ) o de lo que no es menos
contraproducente y alienante: el supuesto de que somos lo que
somos gracias a los propios méritos y a una madera especial que
nos haría dignos de tener a todo el mundo bajo nuestros pies.
En la España de entonces las personas de buena voluntad
esperaron en vano la acción regeneradora de un “elan vital” con la
entidad suficiente para liberar en nuestros padres y abuelos las
necesarias energías para, con la ayuda de la Providencia, no
desmayar en el propósito de responder adecuadamente al desafío de
los tiempos, máxime cuando, al contrario de otras grandes naciones
europeas, España se había visto libre de las calamidades de la Gran
Guerra (desde 1914 a 1917).
El sectarismo ideológico con palabras, palabras y más palabras en
un clima de agobiantes y estériles enfrentamientos en el Parlamento,
en el Ateneo y en otros múltiples foros de discusión, además de
continuas revueltas callejeras y algún que otro acto terrorista
(asesinatos de Presidentes de Gobierno incluidos), frenaron las
posibilidades de desarrollo de los españoles de entonces. Mucho y
145
objetivamente se ha escrito sobre ello, ya menos sobre su impacto en
el “moldeo” de la Moral Pública de los españoles llamados a ser actores
de su propia Historia y es ahí en donde, a juicio del que esto escribe
caben reiterativas referencias a los más destacados responsables de uno
u otro signo.
En los momentos críticos, el poder decisorio para encauzar los
sucesivos acontecimientos, al margen de sus cabezas visibles, estuvo
al albur de las tensas ambiciones entre “activistas” a los que, según sus
“extremosas afinidades ideológicas” podemos calificar de sañudos
“colectivistas despersonalizantes” o prepotentes “individualistas
libertarios” para sorpresa de los “bien pensantes” que, puesto que se
esperaban algo muy distinto, tardaron en reaccionar.
Desde el “Olimpo” de sus grandes ideas, Ortega y Gasset (18831955), uno de los intelectuales que más entusiasmo había puesto en
acabar con el antiguo régimen, mostró estar profundamente
decepcionado con su “aldabonazo”, título de un famoso artículo, que
publicó el 9 de septiembre de 1931 en “El Crisol” y cerró con las
siguientes palabras:
"Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el
advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es
más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre
desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!» La República es
una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo".
Con una pequeña dosis de irónica reconvención aquí nos
permitimos recordar el apunte del lúcido e imparcial pensador español
Julián Marías, el cual, sin dejar de reconocer lo mucho de su formación
procedente de Ortega y Gasset, critica abiertamente a los intelectuales
que, sacrificando a su propia libertad de juicio, ponen sus postulados
al servicio de tal o cual ideología partidista:
“La inteligencia creadora es estimada porque descubre verdades o
inventa bellas imágenes. Cuando se pretende utilizar su autoridad para
otras cosas, así sean las más santas, se anula su propia eficacia y cae
inevitablemente en desprestigio. El intelectual solo puede ser útil como
intelectual, esto es, buscando sin premeditación la verdad o dando cara a
la arisca belleza” (J. Marías, “España ante la Historia”)
146
***
Sin dejar por ello de referirse a lo que, a su juicio importa, no es
intención del autor reavivar heridas afortunadamente cicatrizadas en
la práctica totalidad; tampoco rememorar lo archisabido por los
estudiosos del tema ni, siquiera, entablar polémica respecto a
comportamientos de personas y bandos, sobre lo que tanto y tanto se
ha escrito, a veces desde apreciaciones tan faltas de rigor
(“sublimemente” estúpidas) como la de “aquellos eran los malos, luego
éstos son los buenos”.
Pero sí que quiere aprovechar este repaso de “memoria histórica”
para poner de relieve lo fácil que es volver atrás en la historia cuando
los políticos revestidos de responsabilidad pública hacen de su función
cosa muy distinta a lo que es el servicio a los intereses generales. Para
que esto no ocurra muy poco se logra con el cambio de régimen si las
personas que lo propician no tienen muy en cuenta sus respectivas y
muy personales obligaciones hacia los demás, empezando por los que
creen en ellos.
Que el Antiguo Régimen había ido agotando el depósito de
confianza que le habían concedido las fuerzas del orden y los
políticos de la Restauración nadie lo ponía en duda en el mismo
momento en que el rey de entonces, don Alfonso XIII, jugó a
hacerse republicano y confundió el rigor en el cumplimiento de su
obligación constitucional con el intento de hacerse simpático a los
mismos que buscaban la ruina de su propia casa: renovación radical
de la política es lo que pedía un clamor muy extendido en todos los
ambientes, desde los sinceramente patriotas a los demagogos y
revolucionarios por propia o ajena iniciativa. Sucedía ello cuando
la religión y la moral de la mayoría había perdido el fuste que el siglo
XVI contagiaron a muchos de nuestros antepasados los místicos y
doctores que acertaron con la savia que alimenta el verdadero
progreso: esa luz del mundo y sal de la tierra por la que nació, vivió,
enseñó, murió y resucitó nuestro Hermano Mayor, el Hijo de Dios.
***
El llamado “Bienio Reformista ”, que va desde el 14 de abril de
1931 hasta el 19 de diciembre de 1933 (fecha de las segundas elecciones
147
generales) y estuvo marcado por la rivalidad entre Aniceto Alcalá
Zamora (1877-1849) y Manuel Azaña (1880-1940), las dos más
celebradas figuras republicanas, la elaboración de la Constitución
Republicana, el predominio de renacidas fiebres separatistas al hilo de
la anarquía callejera (el comunismo libertario bakuniano y el
socialismo real marxista de corte soviético) con la réplica de lo que
se llamó la Sanjurjada (fracasada revuelta militar dirigida por el
general Sanjurjo en Sevilla el 10 de agosto de 1932) y lo que puede ser
considerado contra –réplica del “comunismo libertario” y, en enero de
1933, derivó en el gravísimo incidente de Casas Viejas , por cuya
torpe resolución la coalición gubernamental republicano-socialista, tan
propenso a coqueteos con anticlericales, terroristas callejeros y
movimientos colectivistas, a la par que convertía en héroes a los líderes
de lo que se llamó “Revolución de Enero”, fue hundiéndose en el
desprestigio público hasta sufrir una seria derrota en las subsiguientes
elecciones generales. Ilustrativo sobre su carácter anticlerical del
gobierno republicano-socialista es la respuesta de Manuel Azaña a
Miguel Maura (1887-1971), su ministro de la Gobernación, que
pretendía poner coto a la persecución religiosa y quema de conventos
por parte de los extremistas que alardeaban de “buenos republicanos”:
todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano y amenazó con
dimitir si hay un solo herido en Madrid por esa estupidez. (Wikipedia).
El Bienio Conservador (recordado como Bienio Negro por la
Izquierda) arranca con las elecciones de noviembre de 1933, en las que,
por primera vez votan las mujeres, y llega hasta las elecciones generales
de febrero de 1936. Aun siendo CEDA de Gil Robles (1898-1980) la
formación política más votada en 1933, fue marginada por Alcalá
Zamora, que se decía católico y, como Presidente de la República,
ostentaba la potestad constitucional de nombrar Jefe de Gobierno y
lo hizo a favor del Partido Republicano Radical del agnóstico Alejandro
Lerroux (1864-1949) quien, unos meses más tarde, ofrece a la CEDA
tres carteras ministeriales, entre ellas la del Ministerio de la Guerra, que
asume el propio Gil Robles.
De este período destaca la llamada Revolución de Octubre de
1934, que el PSOE ya había adelantado un año antes en el caso de
perder las elecciones; fue una insurrección en toda regla con la que los
derrotados en las urnas se sirvieron de sus bases en desaforado intento
148
por recuperar el poder: fueron dos semanas de tensión con su principal
foco en una Asturias alzada en armas por el PSOE, la CNT y los
sindicatos marxistas contra la legalidad constitucional republicana,
restablecida por un destacamento del Ejército a las órdenes del
General Franco. Éste y otros incidentes (el caso del estraperlo del hijo
adoptivo de Alejandro Lerroux, por ejemplo)
fueron bien
aprovechados por las izquierdas para crecerse en el aprecio popular
hasta, agrupadas en lo que se llamó Frente Popular lograr el voto
mayoritario en las Generales de febrero de 1936, a las que la Derecha
se presentó variopinta y divida en diversas facciones irreconciliables
entre sí; de ellas cabe recordar a la propia CEDA, a la Renovación
Española de José Calvo Sotelo (1893-1936) y a la Falange de José
Antonio Primo de Rivera (1903-1936), mientras que el Partido
Republicano Radical, que era considerado de centro-derecha, no logró
nada más que cinco escaños contra los ciento dos en las anteriores
elecciones generales de 1933.
El Frente Popular, con la Guerra Civil en medio, ocupó el
Gobierno Republicano de España desde febrero de 1936 hasta marzo
de 1939. Muy en la memoria de todos el fracaso de la Revolución de
Octubre de 1934, fue Azaña quien, a lo largo de 1935 y a base de
repetidos contactos con los diversos líderes de la izquierda y
multitudinarios mítines más se esforzó por hacer valer que el CentroDerecha carecía de legitimidad para gobernar en cuanto, según él, no
contaba con la “inteligencia republicana” capaz de devolver al régimen
los valores democráticos y, con la previa “conjunción” del suyo y otros
partidos de izquierda, acordó con el PSOE la formación de un Frente
Popular bajo su propio liderazgo y con el PSOE como principal
fuerza política. Es sabido que Azaña nunca vio con agrado esa
designación de Frente Popular en cuanto él vivía obsesionado por
una especie de mística republicana, que contagiar a los españoles de
todas las clases sociales.
La “conjunción ” de partidos de centro-izquierda, según
terminología de Azaña, o Frente Popular, en el decir de socialistas y
comunistas, ganó las elecciones del 16 de febrero der 1936. Una de
sus primeras medidas fue destituir al presidente de la República, Alcalá
Zamora, para ponerse Azaña en su lugar y nombrar presidente de
Gobierno al “galleguista” Santiago Casares Quiroga (1884-1950). La
149
pretendida “normalidad republicana” no logró integrar a los
comunistas ni, tampoco, a buena parte de los socialistas, que se
negaron a entrar en el gobierno para seguir tildándolo de burgués y, de
paso, dedicarse a soliviantar la calle con las consabidas huelgas,
destrucciones, quema de conventos y persecución a los católicos.
En tales circunstancias, no es de extrañar que el clima nacional se
hiciera irrespirable con el consiguiente resurgir de todos los “leones
dormidos” y sangrientos enfrentamientos entre los dos extremos de
espectro político nacional, lo que, obviamente, trascendía a los debates
en el Parlamento, en los que pronto destacó José Calvo Sotelo que, en
nombre de la Patria, exigía la sagrada libertad, el mantenimiento del
orden y un mínimo respeto a los valores exigibles para una aceptable
convivencia, entre ellos las relaciones con la Iglesia Católica, que tan
presente había estado en los mejores momentos de nuestra Historia.
Porque estaba en su derecho, Calvo Sotelo, desde su escaño en el
Parlamento, exigía al Gobierno que restableciese el orden público
según sus propios medios y, si se veía incapaz de ello, estaba en el
derecho de reclamar la intervención del ejército. No faltó quien tomó
la sugerencia de Calvo Sotelo como una provocación y, se dice que
desde el circulo de los propios responsables del orden público, salió la
orden de hacerle callar; el caso fue que “en la madrugada del 13 de julio de
1936 un grupo de guardias de asalto y de militantes socialistas le secuestró en su
domicilio -simulando una detención- y le asesinó” (Wikipedia). No falta quien,
por eximir de responsabilidad a una parte del Gobierno, aduce que tal
“crimen de estado” fue un simple ajuste de cuentas entre distintas
facciones puesto que, un día antes unos pistoleros habían acabado con
la vida de un instructor de las milicias socialistas, el teniente de la
Guardia de Asalto, José del Castillo.
La vista del cadáver de Calvo Sotelo, que los asesinos habían
abandonado en el cementerio de la Almudena fue la gota que colmó
el vaso de los descontentos con la marcha de los acontecimientos, la
referencia de común reflexión para algunos militares de alta
graduación que vivían a la espera de saber qué hacer ante los desmanes
de un gobierno más pendiente de mantener sus prebendas que de
resolver acuciantes problemas de SOVIETISMO, RUINA Y
DESOLACIÓN NACIONALES y la chispa que decidió a intervenir
a Francisco Franco Bahamonde, el general de más prestigio entonces,
150
el mismo que había sabido recuperar el orden constitucional cuando
la Revolución de Octubre de 1934. El 18 de julio de 1936 se produjo
lo que se llamó Alzamiento Nacional seguido de una crudelísima y, tal
vez, impropia Guerra Civil que duró tres años y produjo un millón de
muertos.
***
A muchos años de aquello, fallecidos su principales
protagonistas, son algunos de los que no vivieron la tragedia los
empeñados en reavivar los rescoldos de aquella hoguera de
ambiciones, odios y rebeldías entre hermanos, al parecer, sin otro
objeto que el de hacer carrera política a base de dividir la sociedad
entre buenos y malos según los respectivos colores políticos y desde
el monstruoso sofisma de que “yo soy bueno porque tú eres malo”.
Para un “borrón y cuenta nueva” sobre el principio, desarrollo
y trágico final de la II República Española, en uso de la elemental
objetividad y ese sentido común que nos impulsa a “vivir y dejar
vivir”, sin duda que nos será de utilidad el juicio de Pío Moa, un
historiador y pensador español de nuestro tiempo, al que su propia
trayectoria vital y el afán de vivir en paz consigo mismo le han
ayudado a ver nuestra reciente historia desde lo que, a nuestro
entender, es pura y simple imparcialidad:
Durante años, en libros, cine y medios de masas se ha idealizado
sin tasa y harto infantilmente a la república, presentándola como una
exigencia popular manifiesta en las elecciones municipales de abril de
1931. La realidad es que aquellos comicios no implicaban un cambio
de régimen; que dieron amplia mayoría a las candidaturas
monárquicas, excepto en las grandes ciudades; y que fueron utilizadas
por los republicanos para crear una presión de masas golpista (meses
antes habían intentado un golpe militar, Jaca) para derribar la
monarquía. Aun así, fueron los monárquicos en plena quiebra moral
quienes dieron realmente el golpe, contra sí mismos, al despreciar a
sus propios votantes y entregar el poder sin resistencia. Por
consiguiente, la legitimidad de la república debemos estimarla real,
pero no porque hubieran ganado unas elecciones en principio
secundarias, sino porque la monarquía accedió a traspasarle el poder
pacíficamente…./La mitificación de la república por los autores de
151
la ley de memoria histórica colisiona con los hechos conocidos, y no
menos con las opiniones de muchos republicanos de la
época. Azaña califica a los suyos de “botarates”, “gente de poca
chaveta”, “zafios y politiqueros”, los acusa de torpes, mezquinos, de
practicar una “política tabernaria e incompetente, de amigachos, de
codicia y botín sin ninguna idea alta”: “No se ha visto más notable
encarnación de la necedad”. Lerroux, el dirigente histórico
republicano más votado, caracteriza así a las izquierdas: “No traían
saber, ni experiencia, ni fe, ni prestigio. Nada más que esa audacia
tan semejante a la impudicia, que suele paralizar a los candorosos y
de buena fe cuando la ven avanzar desenfadadamente”. AlcaláZamora habla de “un manicomio no ya suelto, sino judicial, porque
entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para
mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia”. Y
así tantos otros…/Los autores de la LMH conocen necesariamente
estos hechos. Por tanto, su ley solo puede responder a intereses muy
distintos de los proclamados de concordia y verdad histórica, y sin
duda merecerían hoy bastantes de los calificativos de Azaña. (Pío
Moa, “¿Qué fue la II República?”)
***
Mirando hacia atrás sin ira y sin incongruentes papanatismos,
estamos en situación de aportar un punto de objetividad a lo que se
inició ya pasados más de tres cuartos de siglo y hemos vivido los
españoles a lo largo de casi cuarenta años bajo la supervisión (o
¿dictadura?) de Francisco Franco Bahamonde, “ese hombre” que
hizo historia y, a varias décadas de su muerte, sigue concitando
continuas controversias, muchos odios y alguna que otra soterrada
devoción.
Ciertamente, no fue Franco quien desató la Guerra Civil pero
sí que se ha de reconocer que de él dependió buena parte de lo
cruel, de lo impropio o acertado, de lo malo o menos malo de aquel
descomunal fratricidio con las calamidades anejas a todas las
guerras, disparatadas y animalescas formas con las que, en
demasiadas ocasiones, los humanos pretendemos ocultar nuestras
insuficiencias racionales o, lo que resulta aun más deprimente, nos
dejamos arrastrar por el instinto de “marcar nuestro territorio”.
152
Solo Dios sabe si, a lo largo de la historia, ha habido una sola guerra
justificada en todos sus términos y si aquella, que duró desde el 18
de julio de 1936 al 1 de abril de 1939, pudo ser evitada sin que una
parte de nuestros padres y abuelos no se hubieran creído obligados
a la legítima defensa de sus esenciales valores: “Una guerra civil, dejó
escrito Antoine de Saint Exupery, no es una guerra, es una enfermedad.
El enemigo es interior. Lucha uno casi contra sí mismo”.
Luchar contra sí mismo fue lo que, según cuentan, hubo de
afrontar el general Franco cuando se encontró ante la tesitura de
respetar la fidelidad jurada a la Republica como ya lo había hecho
cuando, en nombre de ella, hubo de enfrentarse a la “Revolución
de 1934” o participar en la “imprescindible operación quirúrgica”
que, para salvar a España de la anarquía y el comunismo,
demandaban las circunstancias y que, desde hacía tiempo, venían
preparando algunos de sus compañeros de armas bajo la dirección
de Mola, “el Director” y Sanjurjo, “el Ejecutor”.
Al ser informado del asesinato de Calvo Sotelo en la Capitanía
General de Canarias, Franco desvaneció sus dudas y tomó la
decisión de intervenir y ponerse al frente del ejército de África,
cuyas guarniciones de Ceuta, Melilla y Tetuán se habían sumado al
“Levantamiento” y puesto a sus órdenes en comunicado que le
llegó a Las Palmas de Gran Canaria en la madrugada del 18 de Julio.
De inmediato, hizo embarcar a su mujer y a su hija con destino a
Francia, transmitió sus responsabilidades de capitán general de las
islas al general Orgaz y voló en el Dragon Rapide hasta Tetuán desde
donde organizó el traslado de las tropas hasta la Península. Antes
había enviado a sus compañeros de armas el siguiente telegrama:
Gloria al ejército de África. España por encima de todo. Recibe el
entusiasta saludo de estas guarniciones que se unen a ti y a tros
camaradas de la Península en estos momentos históricos. Fe ciega en
nuestro triunfo. Viva España con honor. General Franco.
En aquellos momentos de desatado e incontrolado revuelo
¿Quién era y qué representaba para España el General Franco? Ni
más ni menos que el personaje, que ya había salvado a España de
una revolución (la de 1934) y del que los militares se hacían lenguas
por su brillante y vertiginosa carrera (llegó a general con treinta y dos
153
años de edad en sucesivos ascensos por méritos de guerra) y por la
suerte (baraka) de no haber sufrido más que una herida tras múltiples
enfrentamientos al enemigo en primera línea de combate y con miles
de muertes a su alrededor. Contrariamente a muchos de sus
compañeros de graduación, manifestaba carecer de ambiciones
políticas aunque sí estar preocupado por los particularismos partidistas,
por la inanición parlamentaria y, sobre todo, por la evidente deriva de
una parte de España hacia el bolchevismo soviético con la consiguiente
destrucción de “todo por lo que valía la pena luchar”.
Si los generales sublevados, constituidos en Junta Militar bajo la
prevista presidencia del general Sanjurjo , pensaban que la maniobra,
aunque en distintas circunstancias que la realizada años atrás por
Miguel Primo de Rivera con los subsiguientes siete años de dictadura,
no iría más lejos que los conocidos pronunciamientos con movimiento
de tropas del siglo XIX, pronto tuvieron la ocasión de darse cuenta de
que se habían quedado muy cortos en sus teóricas previsiones y que,
de hecho, entre unos y otros, se había desencadenado una guerra civil
con la apoteosis de una demagogia según la cual “nosotros somos los
buenos porque ellos son los malos”, cuestión que tanto se presta a los
estériles debates de doctrinarios y diletantes mientras que la verdad, lo
que se dice la verdad, solamente está parcialmente al alcance de las
personas que la buscan con humildad, libertad y buena voluntad.
Problemas de los militares implicados fueron que, contrariamente
a como ocurrió en 1923 respecto al golpe de estado de Primo de
Rivera, ahora una parte de los militares de alta graduación (incluidos
los responsables de la Guardía Civil) se sentían cómodos con el
régimen o se mantenían a la expectativa para, en función de los
resultados, valorar la conveniencia por qué inclinarse; también, que
falló el factor sorpresa con lo que Madrid, objetivo principal del
Alzamiento, tuvo tiempo de organizar una defensa y contraataque
apoyadas por las milicias urbanas que contaron con el armamento que
les facilitó el Frente Popular. Por demás, lo que pretendía ser un Frente
Nacional, organizado y convergiendo hacia Madrid desde el Norte con
Mola y desde el Sur con Franco bajo el mando único del general
Sanjurjo, perdió la prevista consistencia al fallecer este último el 20 del
mismo mes de julio al estrellarse en el despegue la avioneta habilitada
154
para trasladarle desde Cascais (Portugal) a Burgos (por exceso de
equipaje, en palabras del piloto que logró sobrevivir).
A la vista de lo sucedido, el general Mola se reunió en Burgos con
el General Cabanellas para ofrecerle la presidencia de la Junta de
Defensa Nacional hasta tanto estuviera en situación de hacerse cargo
de ella el general Franco, personaje que, a juicio del propio Mola, reunía
las condiciones precisas para llevarles a todos ellos hasta la victoria
final contra el Comunismo, que tal era para todos ellos el enemigo a
abatir: el caso de la Rusia de Stalin, ya presente en todos los ámbitos
de la España Republicana, estaba en la mente de los sublevados,
máxime cuando se tuvo noticia de que, tras fallidos intentos de formar
gobiernos de “reconciliación nacional”, Manuel Azaña, Jefe del
Estado en cuanto Presidente Constitucional de la República, sin otro
apoyo que el del llamado Frente Popular, había encargado formar
gobierno a un obscuro personaje llamado José Grial, quien se apresuró
a entregar armas a “los dueños de la calle” con lo que el Gobierno
Republicano se vio a merced de las masas, las mismas que, según la
jerga marxista, estaban a la espera de “derrocar al gobierno burgués”:
pronto olvidaron todo lo que, en la propaganda oficial, implicaba “la
defensa de la República” para intentar repetir en España lo que fue en
Rusia la revolución bolchevique de octubre de 1917.
Que en la “intrahistoria” entonces estaba presente y muy presente
la mano de la Unión Soviética Comunista (luego tan evidente en la
cuestión de ayuda económica, armamento y demás) ha sido reconocido
incluso por destacados socialistas como Julián Besteiro, cuyo es el
siguiente comentario:
“La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas:
estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la
línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han
conocido quizás los siglos... La reacción contra ese error de la República
de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente,
sean los que fueran sus defectos, los nacionalistas que se han batido en
su gran cruzada anti-Komitern.”
Sobre la duración y carácter anticomunista de una guerra civil de
la que, lógicamente, ya se hacían amplio eco todos los medios
internacionales de información, el 29 del mismo mes de julio el
155
corresponsal del News Chronicle preguntó a Franco: ¿No teme usted
que una guerra civil prolongada destruirá a la República, destruirá el Ejército y la
Marina y dejará el camino abierto al comunismo? , a lo que él respondió: “No.
Los ejércitos se forjan en la guerra. Esta es la lucha entre la España verdadera y
los marxistas”.
Que fueron los marxistas bolcheviques los que hicieron imposible
la paz es puesto de manifiesto por el propio doctor Marañón, el mismo
que había puesto especial calor en el derrocamiento del Antiguo Régimen, y que,
desde su personal experiencia y ante la confusa marcha de la guerra, para desazón
de los que seguían abogando por la “solución republicana”, en un muy divulgado
artículo (Liberalismo y Comunismo) no duda en formular afirmaciones como las
siguientes :
"Mi respeto y mi amor por la verdad me obligan a reconocer que la
República española ha sido un fracaso trágico”…. “Aunque en el lado
rojo no hubiera un solo soldado ni un solo fusil moscovitas, sería igual: la
España roja es espiritualmente comunista rusa. En el lado nacional,
aunque hubiera millones de italianos y alemanes, el espíritu de la gente
es, con sus virtudes y sus defectos, infinitamente español, más español que
nunca”….” Muy pocos serán los que funden su posición en la razón
auténtica de la lucha, que es únicamente ésta: «defiendo a los rojos porque
soy comunista»; o «simpatizo con los nacionalistas porque soy enemigo del
comunismo». La apariencia del poder comunista era siempre inferior a su
verdadera realidad. Sin embargo, al fin, y con el pretexto del triunfo de
las derechas en las elecciones, intentaron un golpe de mano revolucionario
y netamente comunista para ocupar el poder en octubre de 1934”…. “
La sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla
de ejecución del plan comunista de conquistar a España”….”Si el ser
humano fuera capaz de atenerse a la experiencia histórica, le bastaría el
recuerdo de que la revolución rusa triunfó por el esfuerzo de un grupo casi
insignificante de bolcheviques. En España ha ocurrido lo mismo que en
Rusia. Unos cuantos hombres de acción, representantes de una masa
incapaz de elegir más que un número exiguo de diputados, pero bien
organizados y decididos a todo, se han impuesto a la mayoría”
En el mismo artículo (“Liberalismo y Comunismo”) ese gran
humanista que fue el doctor Marañón, liberal él, pero de la especie
de liberales que basan su libertad en la responsabilidad hacia el bien
156
de los demás, se pregunta por qué un exiguo número de sectarios
fue capaz de corromper los nobles ideales de tantas y tantas
personas que habían identificado la regeneración patriótica con el
cambio de régimen, y ve la respuesta en la pasividad e hipocresía de
muchos de los que se decían liberales, lo mismos que desligaban la
propia libertad de la responsabilidad social. Lo manifiesta con
palabras como las siguientes:
“Mas no hubieran podido (los comunistas) conseguir esta
extraordinaria victoria sin otro apoyo que hábilmente habían ganado
y explotado con anterioridad: el de la opinión liberal”… “El liberal
español unía al defecto común a todos los liberales del mundo, a saber:
una ceguera de colores, que sólo le permitía ver el antiliberalismo negro,
pero no el rojo; la vieja tradición anticlerical, que, como tantas veces
se ha dicho, era más que un sentimiento un tópico; pero capaz de todas
las concesiones y de todas las debilidades. El liberal anticlerical era
frecuentemente, en su vida privada, perfectamente ortodoxo”… “Aquí
está, en efecto, otra clave del problema. Si pudiera teóricamente
reducirse a una sola causa el gran trastorno actual de la humanidad,
yo no vacilaría en decir que esa causa es el inmenso equívoco de que
los liberales del mundo, que originariamente representaron el sentido
humanista de la civilización, el más fecundo en eficacias prácticas y
espirituales, sean hoy en su mayoría simpatizantes del más antiliberal
y anti humanista de cuantos idearios políticos han existido jamás, que
es el comunista”…” Pero el comunista, como todos los grandes
propagandistas maquiavélicos, no se detiene ante estas contradicciones.
Sabe que el coeficiente de la credulidad colectiva es, prácticamente,
infinito. Y el liberal posee, además de esta credulidad genérica, un
peculiar candor en cuanto le hablan en nombre de sus mitos
predilectos”...
Por aquel entonces, año 1937, la guerra civil estaba en su fase
de mayor encono con España dividida en dos mitades (zona oeste
de los “nacionales” y zona este de los “republicanos”) y las
respectivas fuerzas aparecen muy equilibradas. Confusa, muy
confusa, la solución final máxime cuando el enfrentamiento
fratricida había implicado a Rusia en la parte republicana mientras
que los “nacionales” son ayudados por Alemania (es en el mes de
abril de ese año cuando la Legión Cóndor bombardea Guernica) e
157
Italia. A pesar del confuso panorama, el mismo doctor Marañón se
deja ilusionar por un rayo de esperanza, que expresa así:
“Éstos son los términos exactos del problema. Una lucha entre
un régimen antidemocrático, comunista y oriental y otro régimen
antidemocrático, anticomunista y europeo, cuya fórmula exacta sólo la
realidad española, infinitamente pujante, modelará. Así como Italia
o Flandes, en los siglos XV y XVI, fueron teatro de la lucha entre
los grandes poderes que iban a plasmar la nueva Europa, hoy las
grandes fuerzas del mundo libran en España su batalla. Y España
aporta —es su gloriosa tradición— la parte más dura en el esfuerzo
por la victoria, que será para todos. Los liberales del mundo oirán
también un día el trueno y el rayo; caerán de su caballo blanco, y
cuando recobren la conciencia habrán aprendido de nuevo el camino de
la verdad”.
Camino de la verdad, que está ¿quién puede dudarlo? en el amor
y la libertad, de los que vemos los más elocuentes testimonios en el
paso por la tierra de Jesucristo, hijo de Dios, Dios verdadero de
Dios verdadero.
No es intención del autor alargar el libro extendiéndose en
pormenores de aquella atroz confrontación fratricida que se
prolongó hasta el 1 de abril de 1939, fecha del último parte de
guerra firmado por Franco con el siguiente escueto texto:
En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han
alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La
guerra ha terminado…/El Generalísimo Franco / Burgos 1º abril
1939.
A partir de entonces, según expresión de los exégetas del
Régimen, se trataba de g anar la paz y hubo de hacerse con las
dificultades que aún recuerdan los ya ancianos supervivientes.
***
Dios sabe si Franco fue tan malo como lo pintan unos o tan
providencial salvador como lo añoran otros: dejad a los muertos que
entierren a los muertos (Luc. 9,60), dijo el Divino Maestro. Verdad es
que, durante cerca de cuarenta años, Francisco Franco Bahamonde
158
presidió los destinos de España. Transcurridas varias décadas de su
muerte, sin filias ni fobias, unas y otras fuera de lugar para quien
pretende ver la Historia desde la moderación y la objetividad,
procede estudiar su obra política (lo que él llamaba Principios
Fundamentales ), aunque solo sea por el simple afán de poner las
cosas en su sitio:
Como Principio Fundamental del Movimiento, ya en marzo
1938, en plena Guerra Civil, se promulga en la Zona Nacional y para
conocimiento del resto de los españoles el Fuero del Trabajo; en
razón de los avatares de la guerra, hasta un año más tarde de su
entrada en vigor no fue publicado por la Vanguardia Española de
Barcelona del día 10 de marzo de 1939, con la siguiente entradilla:
(Jefatura del Estado. "Carta, o Fuero del Trabajo.)
Queda aprobado. el Fuero del Trabajo formulado" por el
Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las J. O.
N. S., sobre una ponencia de Gobierno, que á continuación se publica.
/ Dado en Burgos, a 9 de marzo de 1938./ III Año .Triunfal. —
Francisca Franco.
En su inicial declaración de intenciones , el redactor
(probablemente, Serrano Suñer) expresaba:
Renovando la tradición católica de justicia social y alto sentido
humano que informó la legislación de nuestro glorioso pasado, el
Estado asume la tarea de garantizar a los españoles la Patria, el Pan
y la Justicia. Para conseguirlo atendiendo, por otra parte, a robustecer
la unidad, libertad y grandeza de España acude al plano de lo social
con la voluntad de poner la riqueza al servicio del pueblo español,
subordinando la economía a la dignidad de la persona humana,
teniendo en cuenta sus necesidades materiales y las exigencias de su
vida intelectual, moral, espiritual y religiosa. Y partiendo de una
concepción de España como unidad de destino, manifiesta, mediante
las presentes declaraciones, su designio de que también la producción
española, en la hermandad de todos sus elementos, constituya una
unidad de servicio a la fortaleza de la Patria y al bien común de todos
los españoles.
La “preocupación social” junto con la “discriminación positiva”
159
a favor de mujeres y niños viene mostrada en el 2º Apartado, punto
1º de la siguiente manera:
El Estado se compromete a ejercer una acción constante y eficaz
en defensa del trabajador, su vida y su trabajo. Limitará
convenientemente la duración de la jornada para que no sea excesiva,
y otorgará al trabajo toda suerte de garantías de orden defensivo y
humanitario. En especial prohibirá el trabajo nocturno de las mujeres
y niños, regulará el trabajo a domicilio y liberará a la mujer casada
del taller y de la fábrica.
Parece demostrado que, con la promulgación del Fuero del
Trabajo, el Régimen Caudillista abogaba por la Justicia Social
como principio rector del Estado dando al trabajo una categoría
muy superior a la de simple mercancía, cual seguía siento tratado
por el capitalismo insolidario y el propio marxismo; para establecer
y mantener una línea de positivo entendimiento entre el Capital y el
Trabajo, el Estado asumía la responsabilidad de neutralizar las
eventuales tensiones entre unos y otros con una Organización
Sindical (el Sindicato Vertical) a la altura de las necesidades de la
Economía Nacional, en respeto a la propiedad tanto familiar o
personal como de los medios de producción con atención al óptimo
desarrollo de la iniciativa privada y especial preocupación por los
más desfavorecidos .
Patria, Familia y Religión fueron, desde el principio, los ideales
a los que en documentos oficiales, soflamas y discursos rendía
tributo el Régimen Caudillista protestando, cuando llegaba la
ocasión, de que la severidad y la férrea disciplina no eran más que
medidas transitorias hasta que, con la definitiva paz la libertad de
todos se impusiera a la ambición y capricho de unos pocos. La
devoción por la Patria y la Familia, desde siempre, habían sido para
Franco especie de impulso natural; lo de hacer suyas la Doctrina y
la práctica de la Religión Católica fue calando en él a lo largo del
tiempo y como consecuencia de las reflexiones que le iba
imponiendo su propia azarosa vida. En paralelo, podría decirse que
fue aprendiendo a hacerse respetar e incluso perdonar no pocos de
sus crueles excesos como Jefe del Estado y ello porque, al parecer,
sabía manejar las coordenadas del autobombo a la par que acertó a
160
rodearse de fieles y expertos colaboradores, primero las “camisas
viejas” de la Falange y después destacadas personalidades del
mundo de la Iglesia, la Universidad, la Industria y demás ramas de
la actividad nacional. Se puede decir que, a medida que los
fascismos iban descubriendo sus perversiones y cartas marcadas, el
Caudillismo español se iba desprendiendo de sus fundamentalismos
fascistoides para encontrar mejores referencias en la Doctrina Social
de la Iglesia la cual, por su parte, correspondió en la evangélica línea
de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
.
161
XII
DESDE LA “DEMOCRACIA ORGÁNICA” A LA
MONARQUÍA PARLAMENTARIA
E
l que esto escribe ignora si Franco era asiduo lector de grandes
pensadores políticos como Aristóteles, Tocqueville o tantos otros
que trataron o siguen tratando de desentrañar las claves para un mejor
vivir en sociedad; pero sí que quiso hacer ver que su “renovado”
Movimiento Nacional (heredero de la Falange Tradicionalista y de las
J.O.N.S.), al que parte de sus exégetas calificaban de Democracia
Orgánica, además de “obra” ordenada, libre, responsable, participativa,
con algunas alusiones a la Doctrina Social de la Iglesia y reacia al
batiburrillo de ambiciones partidistas, en el que se movían (y se siguen
moviendo) tantos y tantos regímenes políticos que presumen de
genuinamente democráticos, respondía a las posibilidades del
momento y era bastante más que la estructuración teórica de una
utopía, como la realidad ha de mostrado que era. Claro que, en honor
a la verdad, hemos de reconocer que utópico también es fiarlo todo a
los dictados de una supuesta conciencia colectiva sin que cada uno de
nosotros tenga que hacer el menor esfuerzo por mejorar lo mejorable.
El Régimen Franquista, cuyo origen, desarrollo y final fueron los
de una Dictadura Militar auto justificada como elemento
imprescindible para cambiar el “catastrófico” rumbo de toda una
desorientada Nación, se presentaba oficialmente como una democracia
orgánica, fundamentada en la familia, el municipio y el sindicato (por
considerarlas las unidades naturales y representativas de la sociedad).
En plena Guerra Civil, Franco, que asumió para sí mismo todo el
poder de la Jefatura del Estado y de la Presidencia del Gobierno “por
la gracia de Dios” además del mandato incuestionable sobre los
ejércitos de Tierra, Mar y Aire, explicaba su posicionamiento de la
siguiente manera:
162
Se invoca en las propagandas rojas la democracia, la libertad del
pueblo, la fraternidad humana, tachando a la España nacional de
enemiga de tales principios. A esta democracia verbalista y formal del
Estado liberal, en todas partes fracasada, con sus ficciones de partido,
leyes electorales y votaciones, plenos de fórmulas y convencionalismos, que
confundiendo los medios con el fin, olvida la verdadera sustancia
democrática, nosotros abandonando aquella preocupación doctrinaria,
oponemos una democracia efectiva, llevando al pueblo lo que le interesa de
verdad: verse y sentirse gobernado, en una aspiración de justicia integral,
tanto en orden a los factores morales cuanto a los económicos-sociales;
libertad moral al servicio de un credo patriótico y de un ideal eterno y
libertad económica sin la cual la libertad política resulta una burla.
(Discurso de Unificación, 19-IV-1937: Salamanca.-.)
Ciertamente, ante una “rebelión militar” siempre cabe la pregunta
de si “no había otra solución” que la guerrera, despiadada siempre y
muy raras veces inspirada por otros motivos que el de apabullar al
contrario o de “hacerse con el Poder”. Dios sabe si no era ésa la
principal razón por la que Franco se sumó a lo que, en principio, no
pretendía ir más allá de un “pronunciamiento contra el mal gobierno”.
En lugar de un pronunciamiento como tantos otros resultó ser el más
cruel enfrentamiento entre hermanos en forma de guerra civil como
nunca se había conocido en la Historia de España: un millón de
muertos a la sombra de los cipreses que creen en Dios, que habría
dicho José María Gironella (1917-2003), un galardonado escritor de la
época.
Rasgos característicos del “Régimen” fueron la creación de un
“sindicato vertical” con el que se pretendía evitar las huelgas y las
“luchas de clases” a base de promover el funcional entendimiento
entre patronos y obreros con delegados estatales como árbitros. Una
censura orientada a cortar de raíz todo lo que se consideraba contrario
a la religión católica y a las buenas costumbres, muy especialmente,
todo lo procedente del comunismo, de la masonería o del llamado
liberalismo irresponsable. Abierta ruptura con el viejo régimen de
partidos políticos, considerados sectarios y estériles cuando no
abiertamente perniciosos. Es desde ese posicionamiento como el
propio general Franco daba a conocer sus ideas y consignas, siempre
leídas y seguramente elaboradas por los más fieles de sus
163
colaboradores, algunos de ellos números uno de alguna que otra
especialidad académica. Veamos algunos ejemplos:
“Para nosotros tiene más importancia lo que acentúa el valor de la
personalidad humana, la plena valoración del individuo, que la
democracia formalista y gárrula que lo explota. A esa democracia
convencional nosotros oponemos una democracia católica y orgánica que
dignifica y eleva al hombre, garantizándole sus derechos individuales y
colectivos, que no admite su explotación por medio del cacicazgo y de los
partidos políticos profesionales, sino que les abre cauce libre a través de
las Hermandades, Sindicatos, Corporaciones u organismos provinciales y
locales, en los que discurre su vida y en los que tiene pleno conocimiento”.
(Discurso en las Cortes españolas, 14-V-1946.)
“Si examinamos lo que bajo el signo de la democracia inorgánica
con regímenes de partidos perdimos y lo que bajo la unidad y el sistema
orgánico alcanzamos, comprobaremos sus respectivas virtualidades. Bajo
la primera, España pasó del cenit de su gloria, bienestar y poderío al
puesto más bajo de su historia y al trance de fragmentarse. En cambio,
bajo el signo de la segunda vencimos al comunismo internacional que en
los campos de España se dio cita, alcanzando la victoria en nuestra guerra
de Liberación. Cuando todos nos cantaban funerales considerándonos
desangrados y arruinados, levantamos la Patria con nuestro propio
esfuerzo. Resistimos las presiones y amenazas de la guerra universal en
nuestras fronteras. Deshicimos las invasiones terroristas que los agentes
comunistas infiltraron en nuestras serranías, liberándolas de forajidos.
Triunfamos sobre la conjura internacional más grave que nación alguna
haya resistido. Restauramos nuestra economía y transformamos nuestra
nación a un ritmo y en una escala jamás conocida en nuestra Patria, y
logramos que el ser español sea algo que en el mundo se admire y se respete.
Que a ello tengamos que sacrificar algo es evidente; ¿pero se consigue algo
en el mundo sin sacrificios?” (31-XII-1955: Mensaje de fin de año.)
Ya en 1938, aunque algunos puedan olvidarlo, decía en unas
declaraciones a un periódico extranjero: "Nosotros crearemos la verdadera
democracia, no lo que de democracia sólo tiene el nombre y que permite la
explotación de los débiles por los fuertes; queremos constituir una sociedad
sana, una democracia que sea digna del hombre y le dé la conciencia de la
dignidad de su Estado". Evidentemente, una democracia así entendida
164
no era posible con un país empobrecido, ni con una clase trabajadora ya
privada de la protección jurídica y material de que hoy disfruta. Eran
precisos unos años de sacrificio que nos permitiesen, con el esfuerzo de
todos, rehacer una sociedad maltrecha, en la que, por ejemplo, en 1933
se perdieron por conflictos laborales más de catorce millones de jornadas
de trabajo. Era preciso experimentar una organización sindical que sólo
en teoría conocíamos; era necesario restablecer la paz social y llevar el
ánimo de los trabajadores y empresarios el convencimiento de que, con los
adecuados cauces legales, era posible tratar de encontrar la solución a los
inevitables conflictos que nacen de apreciaciones diferentes sobre una
misma realidad económica. (…) A este respecto, es justo recordar la
repulsa que el pueblo español siempre sintió hacia la democracia
inorgánica de los partidos políticos, puesta de relieve en diversas ocasiones
a través de su historia. No tenemos más que recordar el entusiasmo
popular con que en los tiempos modernos fue acogida la Dictadura del
General Primo de Rivera, y lo que sucedió a los pocos años de implantada
la República, que hubo de culminar en el Movimiento Nacional
libertador. No era que el pueblo español rechazase los principios
democráticos, enraizados en su ser siglos antes de que otras naciones los
practicasen; sino que era la repulsa, el asco y el desprecio que le producían
al ver sepultada su voluntad por la tiranía de los partidos políticos
predominantes. Era justo el pronunciamiento de los españoles ante aquel
sistema de democracia, que iba unido a todo nuestro triste pasado; que
había suplantado todos los principios de participación popular en el poder
político y cuyos gravísimos resultados tenía a la vista. (9-111-1963:
Madrid.- IX Consejo Nacional.)
***
En el artículo primero de la “Ley de Sucesión en la Jefatura del
Estado” (1947), la quinta de las “Leyes Fundamentales” del Régimen,
establecía:
"España, como unidad política, es un Estado católico, social y
representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en
Reino".
Ello no significaba la inmediata restauración de la Monarquía
Tradicional en la línea de lo efectuado en 1874 con la proclamación de
Alfonso XII como Rey de España, lo que hubiera supuesto el
165
reconocimiento de don Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993)
como legítimo Rey. Según la óptica del Caudillo, ello n o podía ser así
en cuanto el Pretendiente, en diversas manifestaciones públicas, se
había declarado en radical disconformidad con los principios del
“Movimiento Nacional”, para Franco inamovible roca en la que había
de fundamentarse el futuro de España. En razón de ello, sin abierta
ruptura con la tradición sucesoria y bajo una eficiente “supervisión”,
procedía tomarse el tiempo necesario para una restauración dinástica
sin alterar el iniciado nuevo rumbo de la Historia: es el sentido de lo
que estipulan los artículos segundo y sexto de la citada “Ley de
Sucesión”:
2º.- La Jefatura del Estado corresponde al Caudillo de España y de la
Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, don Francisco Franco
Bahamonde.
6º.- En cualquier momento el Jefe del Estado podrá proponer a las
Cortes la persona que estime deba ser llamada en su día a sucederle,
a título de Rey o de Regente, con las condiciones exigidas por esta
Ley, y podrá, asimismo, someter a la aprobación de aquéllas la
revocación de la que hubiere propuesto, aunque ya hubiese sido
aceptada por las Cortes
En absoluto desacuerdo con tales artículos de dicha Ley y en
abierta repugnancia a suscribir tanto el espíritu de la “Democracia
Orgánica” como su pretendido soporte en los principios del
“Movimiento Nacional”, don Juan publicitó en abril de 1947 el
llamado “Manifiesto de Estoril”, cuyo contenido vale la pena recordar:
Españoles: El General Franco ha anunciado públicamente su
propósito de presentar a las llamadas Cortes un proyecto de Ley de
Sucesión a la Jefatura del Estado, por el cual España queda constituida
en Reino, y se prevé un sistema por completo opuesto al de las Leyes que
históricamente han regulado la sucesión a la Corona. En momentos tan
críticos para la estabilidad política de la Patria, no puedo dejar de
dirigirme a vosotros, como legítimo Representante que soy de vuestra
Monarquía, para fijar mi actitud ante tan grave intento. Los principios
que rigen la sucesión de la Corona, y que son uno de los elementos básicos
de la legalidad en que la Monarquía Tradicional se asienta, no pueden
ser modificados sin la actuación conjunta del Rey y de la Nación
166
legítimamente representada en Cortes. Lo que ahora se quiere hacer carece
de ambos concursos esenciales, pues ni el titular de la Corona interviene
ni puede decirse que encarne la voluntad de la Nación el organismo que,
con el nombre de Cortes, no pasa de ser una mera creación gubernativa.
La Ley de Sucesión que naciera en condiciones tales adolecería de un vicio
sustancial de nulidad. Tanto o más grave es la cuestión de fondo que el
citado proyecto plantea. Sin tener en cuenta la necesidad apremiante que
España siente de contar con instituciones estables, sin querer advertir que
lo que el país desea es salir cuanto antes de una interinidad cada día más
peligrosa, sin comprender que la hostilidad de que la Patria se ve rodeada
en el mundo nace en máxima parte de la presencia del General Franco
en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y simplemente
convertir en vitalicia esa dictadura personal, convalidar unos títulos, según
parece hasta ahora precarios, y disfrazar con el manto glorioso de la
Monarquía un régimen de puro arbitrio gubernamental, la necesidad de
la cual hace ya mucho tiempo que no existe. Mañana la Historia, hoy
los españoles, no me perdonarían si permaneciese silencioso ante el ataque
que se pretende perpetrar contra la esencia misma de la Institución
monárquica hereditaria, que es, en frase de nuestro Balmes, una de las
conquistas más grandes y más felices de la ciencia política.
La Monarquía hereditaria es, por su propia naturaleza, un
elemento básico de estabilidad, merced a la permanencia institucional que
triunfa de la caducidad de las personas, y gracias a la fijeza y claridad de
los principios sucesorios, que eliminan los motivos de discordia, y hacen
posible el choque de los apetitos y las banderías.Todas esas supremas
ventajas desaparecen en el proyecto sucesorio, que cambia la fijeza en
imprecisión, que abre la puerta a todas las contiendas intestinas, y que
prescinde de la continuidad hereditaria, para volver, con lamentable
espíritu de regresión, a una de esas imperfectas fórmulas de caudillaje
electivo, en que se debatieron trágicamente los pueblos en los albores de su
vida política.
Los momentos son demasiado graves para que España vaya a
añadir una nueva ficción constitucional a las que hoy integran el conjunto
de disposiciones que se quieren hacer pasar por leyes orgánicas de la
Nación, y que además, nunca han tenido efectividad práctica. Frente a
ese intento, yo tengo el deber inexcusable de hacer una pública y solemne
afirmación del supremo principio de legitimidad que encarno, de los
167
imprescriptibles derechos de soberanía que la Providencia de Dios ha
querido que vinieran a confluir en mi persona, y que no puedo en
conciencia abandonar porque nacen de muchos siglos de Historia, y están
directamente ligados con el presente y el porvenir de nuestra España. Por
lo mismo que he puesto mi suprema ilusión en ser el Rey de todos los
españoles que quieran de buena fe acatar un Estado de Derecho inspirado
en los principios esenciales de la vida de la Nación y que obligue por igual
a gobernantes y gobernados, he estado y estoy dispuesto a facilitar todo lo
que permita asegurar la normal e incondicional transmisión de poderes.
Lo que no se me puede pedir es que dé mi asentimiento a actos que
supongan el incumplimiento del sagrado deber de custodia de derechos que
no son solo de la Corona, sino que forman parte del acervo espiritual de
la Patria. Con fe ciega en los grandes destinos de nuestra España querida,
sabéis que podéis contar siempre con vuestro Rey.
JUAN - Estoril, 7 de abril de 1947
Firme en unas decisiones que, según se dice, creía respaldadas
por la Providencia (recuérdese lo de “Caudillo de España por la
gracia de Dios”), con su habitual parsimonia y con estratégica
voluntad de eliminar escollos, Franco ofreció a Don Juan la ocasión
de tratar el asunto con el “realismo que exigían las circunstancias”.
Es así como se celebró 25 de agosto de 1948 en el yate Azor
una entrevista entre ambos personajes con el resultado de que, al
menos, el príncipe don Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos
Sicilias (n. 5 de enero de 1938), el hijo varón de don Juan y doña
María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias y Orleans (19102000), recibiría la educación adecuada al que, en su día sería Rey de
España.
***
Para algunos de los más fieles colaboradores de Franco, el
“Levantamiento” del 18 de Julio del 36 fue “una hazaña
constituyente de una generación de juristas y gobernantes
españoles” llamados a levantar el edificio de una España dueña de
sí misma y atenta a no repetir los errores del pasado. Entre esos
fieles colaboradores cabe citar al “posibilista” Gonzalo Fernández
de la Mora (1924-2002), autor del “Crepúsculo de las ideologías”, y
168
al opus deísta Laureano López Rodó (1920-2000), a quienes se
atribuye la redacción de la llamada “Ley de Principios del
Movimiento”, que venía a ser algo así como la “Constitución del
Régimen” presentando al “Movimiento Nacional” como el ámbito
en el que se había de desarrollar toda la actividad política de los
españoles en razón de “principios” doctrinales, orgánicos y
programáticos según el carácter y orden expresados a continuación:
1º.- Establece la unidad nacional y el deber de todos los españoles de
servir a la Patria.
2º.- Declara el acatamiento de la Nación española a la Ley de Dios
formulada por la Iglesia Católica, cuya doctrina inseparable de
la conciencia nacional, inspirará las leyes.
3º- Señala la aspiración de España a la instauración de la justicia y
la paz entre las naciones.
4º.- Otorga al Ejército el deber de defender la unidad, la integridad y
la independencia de la Patria.
5º.- Funda la comunidad nacional en el hombre y en la familia.
Subordina el interés particular al bien común de la Nación, y
pone a todos los españoles bajo el amparo de la Ley.
6º.- Sostiene que las entidades naturales de la vida social (la familia,
el municipio y el sindicato) son las estructuras básicas de la
comunidad nacional.
7º.- Instaura la Monarquía como forma política, con las notas de la
tradición católica, social y representativa.
8º.- Ordena la participación política a través de la familia, del
municipio, del sindicato y demás entidades con representación
orgánica que se reconozcan por ley.
9º.- Declara el derecho de los españoles a una justicia independiente,
a los beneficios de la educación, a los beneficios de la seguridad
social, y a una equitativa distribución de la renta nacional y las
cargas fiscales.
10º.- Reconoce el derecho al trabajo y a la propiedad privada. La
iniciativa privada, fundamento de la actividad económica, deberá
169
ser estimulada, encausada y, en su caso, suplida por la acción del
Estado.
11º.- Declara que la empresa constituye una comunidad de intereses
y una unidad de propósitos.
12º.- Declara que el Estado procurará perfeccionar la salud física y
moral de los españoles y asegurarles unas condiciones dignas de
trabajo, e impulsar el progreso económico de la Nación.
De ahí se deduce que, para el Caudillo y los apologetas de su
Régimen, la pretendida buena política nada tenía que ver con el
sistema de partidos con su correspondientes rivalidades y
confrontaciones ideológicas, en la mayoría de los casos ajenas a la
Verdad Evangélica: En el “Movimiento Nacional” se propone la
doctrina, la organización y el programa de una forma de vivir y de
participación ciudadana según los dictados de lo que, según sus
exégetas, bien puede ser calificado de “Democracia Orgánica”,
cúmulo de ideas y disposiciones de las que, en sintonía con la
voluntad del Jefe del Estado, se han de derivar las sucesivas “Leyes
Fundamentales”, entre ellas la Ley Orgánica del Estado de 1967,
”que venía a perfeccionar y encuadrar en un armónico sistema las
instituciones del Régimen, y a asegurar de una manera eficaz para el
futuro la fidelidad por parte de los más altos órganos del Estado a
los “Principios del Movimiento Nacional” y regular la participación
ciudadana, católica en su mayoría, según se expresa en sus artículos
segundo, tercero y cuarto:
2º.-- La nación española considera como timbre de honor el
acatamiento de la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia
católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de
la conciencia nacional, que inspirará su legislación.
3º.- Son fines fundamentales del Estado: la defensa de la unidad entre
los hombres y entre las tierras de España; el mantenimiento de
la integridad, independencia y seguridad de la Nación; la
salvaguardia del patrimonio espiritual y material de los
españoles; el amparo de los derechos de la persona, de la familia
y de la sociedad; y la promoción de un orden social justo en el que
todo interés particular quede subordinado al bien común. Todo
170
ello bajo la inspiración y la más estricta fidelidad a los Principios
del Movimiento Nacional promulgados por la Ley fundamental
de 17 de mayo de 1958, que son, por su propia naturaleza,
permanentes e inalterables.
4º.- El Movimiento Nacional, comunión de los españoles en los
Principios a que se refiere el artículo anterior, informa el orden
político, abierto a la totalidad de los españoles y, para el mejor
servicio de la Patria, promueve la vida política en régimen de
ordenada concurrencia de criterios.
En razón de esa Ley, se reitera el papel excluyente del
“Movimiento Nacional” con la consiguiente ilegalización de los
partidos políticos habituales en las “democracias inorgánicas y
liberales”; lo justifica así el propio Caudillo en su presentación a las
Cortes Españolas:
Los partidos no son un elemento esencial y permanente sin los
cuales la democracia no pueda realizarse. A lo largo de la Historia
ha habido muchas experiencias democráticas sin conocer el fenómeno
de los partidos políticos, que son, sin embargo, un experimento
relativamente reciente, que nace de las crisis y de la descomposición de
los vínculos orgánicos de la sociedad tradicional. Desde el momento en
que los partidos se convierten en plataformas para la lucha de clases
y en desintegradores de la unidad nacional, los partidos políticos no
son una solución constructiva, ni tolerante, para abrir la vía española
a una democracia auténtica, ordenada y eficaz. Pero la exclusión de
los partidos políticos en manera alguna implica la exclusión del
legítimo contraste de pareceres, del análisis crítico de las soluciones de
gobierno, de la formulación pública de programas y medidas que
contribuyan a perfeccionar la marcha de la comunidad.
Una década más tarde de la promulgación de los Principios del
Movimiento Nacional, ya con setenta y cinco años de edad,
Franco promovió la formulación de otra Ley Fundamental con la
que, seguramente, pretendía legar a la Historia una “Ley de leyes”
apoyada en esos “principios” y con capacidad de garantizar la paz
y prosperidad de los españoles durante años y años. Fue la llamada
LEY ORGÁNICA DEL ESTADO, número 1/1967, de 10 de
enero de 1966 dictada, según él, en razón de que:
171
“Las leyes hasta ahora promulgadas abarcan la mayor parte de
las materias que demanda un ordenamiento institucional. En la Ley
de Principios del Movimiento se recogen las directrices que inspiran
nuestra política y que han de servir de guía permanente y de sustrato
inalterable a toda acción legislativa y de gobierno”.
Muy de seguro que, con esa “Ley de Leyes” (calificada por
algunos como Constitución Franquista), más prolija, doctrinal y
categórica que todas las anteriores “Leyes Fundamentales”, con
referencias precisas a las diversas responsabilidades de todos y cada
uno de los cargos públicos, a los diversos procedimientos de
designación o elección y a los derechos y deberes de todos los
ciudadanos, Franco pretendía aportar el remate indestructible a lo
de “atado y bien atado” puesto que, según se refleja en el preámbulo
de dicha Ley,
“En el Fuero de los Españoles y el Fuero del Trabajo, se definen
los derechos y deberes de los españoles y se ampara su ejercicio. La
Ley de Referéndum somete a consulta y decisión directa del pueblo los
proyectos de ley cuya trascendencia lo aconseje o el interés público lo
demande. La Ley de Cortes establece la composición y atribuciones del
órgano superior de participación del pueblo español en las tareas del
Estado. Y en la Ley de Sucesión se declara España, como unidad
política, constituida en Reino y se crea el Consejo del Reino que habrá
de asistir al Jefe del Estado en todos los asuntos y resoluciones
trascendentales de su exclusiva competencia”
Diríase que con la Ley Orgánica del Estado se prestaba la
necesaria formulación teórica a la llamada Democracia Orgánica ,
en la que, conforme a los Principios del Movimiento Nacional,
la “participación popular” descansa en la Familia, el Municipio y el
Sindicato sustituyendo a los votos de todos y cada uno de los
ciudadanos mayores de edad, diferencia substancial de difícil encaje
en los tiempos que corren, pero que, no por ello, debería dejar de
ser analizada en sus pormenores desde una objetiva perspectiva,
aunque solo fuera para llegar a la conclusión de que, para contar
siempre con una libre y responsable implicación de los ciudadanos,
los sistemas políticos, tal como ya dejó dicho Montesquieu, tienen
sus particularidades en razón de la geografía, la historia e, incluso,
172
el clima.
Cabe destacar que en la Democracia Orgánica , subyacente en
dicha Ley Orgánica del Estado, tal como se expresa en su artículo
sexto, el poder político viene revestido de un carácter netamente
dictatorial encarnado en su principal representante:
El Jefe del Estado es el representante supremo de la Nación;
personifica la soberanía nacional; ejerce el poder supremo político y
administrativo; ostenta la Jefatura Nacional del Movimiento y cuida
de la más exacta observancia de los Principios del mismo y demás
Leyes fundamentales del Reino, así como de la continuidad del Estado
y del Movimiento Nacional; garantiza y asegura el regular
funcionamiento de los Altos Órganos del Estado y la debida
coordinación entre los mismos; sanciona y promulga las leyes y provee
a su ejecución; ejerce el mando supremo de los Ejércitos de Tierra,
Mar y Aire; vela por la conservación del orden público en el interior
y de la seguridad del Estado en el exterior; en su nombre se administra
justicia; ejerce la prerrogativa de gracia; confiere, con arreglo a las
leyes, empleos, cargos públicos y honores; acredita y recibe a los
representantes diplomáticos y realiza cuantos actos le corresponden con
arreglo a las Leyes fundamentales del Reino.
Consecuentemente, podemos definir a la Democracia Orgánica
(Autocracia en su intrínseca significación), que el Caudillismo
asociaba al Movimiento Nacional, como un sistema de parcial
participación política encauzada por una incuestionable autoridad
personal y en el que, a diferencia de los apoyados en el “sufragio
universal”, la representación ciudadana (consultiva, no
determinante) procede de las relaciones sociales "naturales" o
convencionales: la familia, el municipio, agrupaciones sindicales y
organizaciones religiosas. En consecuencia, se rechazan
los principios liberales, el parlamentarismo y los partidos políticos,
elementos constituyentes de lo que en el Caudillismo se consideraba
“Democracia Inorgánica”, la misma que, habitualmente es aceptada
como genuina Democracia.
****
173
Al amparo de la precedente “Ley de Sucesión en la Jefatura del
Estado” (1947), el 22 de julio de 1969 Franco designa oficialmente
a don Juan Carlos de Borbón, “Príncipe de España”, como su
sucesor a la Jefatura del Estado, con el futuro título de Rey. Con la
solemnidad que venía al caso, Don Juan Carlos juró “fidelidad a los
principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino”.
Es a partir de julio de 1974 cuando la salud del Caudillo se
deteriora ostensiblemente de forma que el Príncipe de España debe
asumir la Jefatura del Estado entre el 19 de julio y el 2 de septiembre
del mismo año, en que Franco reasumió sus pleno poderes hasta
caer en irreversible decrepitud en el mes de octubre del siguiente
año de 1975. De este período, antes de perder la plena libertad de
expresión, data su Testamento, cuyo es el siguiente párrafo:
«Españoles: Velad también vosotros y para ello deponed frente a
los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira
personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para
todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial
objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la
rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la
unidad de la patria”
***
Quiérase reconocerlo o no, con sus luces y sombras
(probablemente, más éstas que aquellas), los treinta y nueva años de
caudillaje son parte constituyente de la Historia de España y con
ello circunstancia condicionante de la forma de vivir y de pensar de
los españoles de entonces y, también, de los ahora, cuyos
comportamientos siguen condicionados por una parte de la herencia
recibida. Dejémonos, pues, de estériles proclamas sobre lo que pudo
haber sido y no lo fue y apliquémonos a consolidar las buenas cosas
del presente con la mira puesta en dejar mejor herencia a nuestros
sucesores. Así lo hemos querido hacer ver en nuestro reciente libro
“Dios y nosotros en la Historia” (z2014), del que transcribimos el
siguiente texto:
Al 20 de noviembre de 1975, fecha en la que, a los 83 años de
edad y 39 de gobierno dictatorial, fallecía de muerte natural el
174
general Franco, sucedieron tiempos de congoja, zozobra y
preocupación; también de ilusión, valor y generosidad… frente a
una situación para la cual muchos temían no estar preparados:
Franco, para sus partidarios, había sido el garante de un orden en el
que podían apoyar sus respectivas libertades personales; para el
resto (imposible de saber si eran o no mayoría) había sido Franco
un ilegítimo poder político supremo a soportar penosamente
mientras no surgiera la oportunidad de abrir brecha al campo de las
libertades habituales en las llamadas sociedades democráticas
¿ruptura o reforma para lograrlo?
Se había dicho que todo aquello del Movimiento Nacional y
demás continuaría “atado y bien atado” a la muerte de Franco en
base a que el “espíritu del Franquismo” continuaría vivo en la
persona de su “alter ego” y “hombre fuerte del Régimen”, Luis
Carrero Blanco (1904-1973) con un Rey como “Jefe del Estado
según los Principios del Movimiento puesto que había jurado
cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales”. No fue así en
cuanto Carrero fue asesinado por ETA el 20 de diciembre de 1973,
Franco, muy enfermo y debilitado, ya no era el que fue y Juan Carlos
I de Borbón, proclamado Rey por las “Cortes Franquistas” el 22 de
noviembre de 1975, no se sintió, ni mucho menos, Caudillo de
España y sí Rey al estilo de sus colegas europeos.
Franco ha muerto, Viva la Democracia , diríase que fue el
sentir de la mayoría de los españoles, incluida una buena parte de
los “procuradores en Cortes”, que, por virtud del Régimen y
voluntad del Caudillo, pasaban por “representantes del Pueblo”. Ya
Carlos Arias Navarro (1908-1973), sucesor de Carrero en la
presidencia del último gobierno franquista, había apuntado con lo
que se llamó el “espíritu del 12 de febrero” (1974) que los tiempos
de la “adhesión inquebrantable” daban paso a la ”era de la
participación”, lo que llevó a la formulación de lo que se llamó
“Estatuto Jurídico del Derecho de Asociación Política” (DecretoLey 7/1974 del 21/12/74) más o menos acatado hasta el
fallecimiento de Franco, pero que, a renglón seguido, supo a muy
poco a una buena parte de la clase política.
175
Como Presidente de las Cortes desde el 6 de diciembre de
1975 al 15 de junio de 1977, muñidor de la adaptación a los nuevos
tiempos fue Torcuato Fernández Miranda (1915-1980) quien, por
voluntad de Franco, además de haber sido Ministro Secretario
General del Movimiento y Presidente interino del Gobierno por
breves días a la muerte de Carrero, durante varios años había sido y
seguía siendo uno de los principales asesores políticos de don Juan
Carlos, ahora Rey y entonces Príncipe de España.
Si el Caudillo y sus colaboradores más próximos creían o decían
creer que todo quedaba atado y bien atado, entre los más realistas de
la clase política de entonces se impuso el criterio expresado en la
siguiente frase aireada como un pertinente descubrimiento: “después
de Franco, las instituciones”. Y resultó que, en España, a partir de ese
memorable 20 de noviembre, empezó a desatarse mucho de lo que
se creía atado y bien atado mientras que las instituciones,
progresivamente, dejaron de ser lo que eran.
A la muerte de Franco (el “Viejo Dictador”, como se le siguió
llamando), pocos pensaron en seguir su línea de acción: a la
“democracia orgánica” sucedería la “democracia representativa”
presidida por el “heredero”, Juan Carlos I de Borbón: Monarquía
Representativa, Partidos Políticos, Parlamento, libertad de
asociación, reconocimiento de las “particularidades regionales”...
¡Franco ha muerto, viva, pues, la Democracia! Nada que
objetar salvo al tópico que privó en los primeros tiempos de la
transición y que, muchos años más tarde, sigue siendo el argumento
preferido de utopistas y reaccionarios: Franco lo habría hecho así,
luego es lo contrario lo que corresponde hacer. Y para que cobre
peso su argumentación, identifican toda la trayectoria franquista con
el fascismo o con los caprichos de cualquier tiranuelo en activo.
Lo viejo es despreciable por “facha” y tiránico mientras que lo
nuevo es lo único válido no por su contenido sino, precisamente,
por la irrenunciable rebeldía contra lo viejo. Los oportunistas de la
nueva ola incluirán en lo que llaman “franquismo residual” todo lo
que no compagina con sus apetencias particulares. Y serán fruto del
“franquismo residual” las propuestas de una Burocracia más en
armonía con la eficacia y la geografía que con desorbitados
176
particularismos; los lamentos por la desvertebración de España; las
alusiones a una Ley electoral que abra el camino a directas y
continuas responsabilizaciones en lugar de fiarlo todo al “tirón” del
candidato, ligero en promesas “hechas para no ser cumplidas”; las reservas respecto a precipitadas o circunstanciales “homologaciones”
con la forma de hacer política en Francia, Estados Unidos o Japón...
Aunque, en múltiples casos, ello coincida con lo que Franco
proyectaba y hacía, está fuera de lugar calificar como franquista el
señalar que la calle no puede ser del que más grita; que no hay nación
que aguante la confusión entre nobles aspiraciones y las fobias
terroristas; que las organizaciones sindicales deben circunscribirse
al ámbito estrictamente laboral; que el derecho a la vida de los aún
no nacidos es un derecho natural; que los líderes de la economía
mundial no son hermanitas de la caridad; que el Poder Legislativo
debe hallarse en situación de moderar los abusos y corrupciones de
los gobernantes; que se ha de velar por que el Poder Judicial no
acepte otro marco de acción que el de las propias leyes; que el
incremento del producto interior bruto ha de ir en paralelo con la
demanda mundial y no con el capricho de las naciones mejor
situadas; que la verdad absoluta no es patrimonio de ninguna ideología partidista; que el poder político es un servicio y no una garantía
de impunidad; que todos los particularismos han de estar
supeditados al interés general… Ello no obstante, son legión los
políticos que, a falta de mejores argumentos, tildaban y siguen
tildando de franquistas tanto la defensa de tradicionales valores
como cualquier idea o comentario que, de alguna forma, viene a
poner en entredicho lo que ellos llaman progresismo.
***
Recordemos que el 22 de julio de 1969 don Juan Carlos de
Borbón y Borbón, entonces "Príncipe de España ", ante las
Cortes Generales, que, a título de Rey, le reconocían como legítimo
sucesor del Caudillo, juró "fidelidad a los principios del Movimiento
Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino". No faltó quien
llegó a considerar que, con tal juramento, además de reconocerse
directo epígono del Caudillo, rompía con la legitimidad dinástica
representada por su padre, don Juan de Borbón y Battenberg (1913177
1993). Pero fueron tiempos en los que se imponía mirar hacia
adelante (para muchos, aquello fue un paripé, no un juramento) y,
ciertamente, don Juan supo estar a la altura de las circunstancias y
el 14 de mayo de 1977 hizo a su hijo solemne juramento de
subordinación y lealtad.
Ya sin dificultades, en España se abría paso a una Monarquía de
moderno corte occidental y muy distinta a la enmarcada en “los
principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales” de la
anterior etapa: Muerto Franco, el ya Rey de España había hecho
ver que lo suyo no iba a ser nada identificable con el caudillismo,
mucho menos con lo de “el Estado soy yo” de su antepasado Luis
XIV de Francia, ni tampoco con lo de un déspota ilustrado al estilo
de un Carlos III o, ni siquiera, lo de un rey tradicional con poder
para cambiar un gobierno cual fue el caso de su abuelo Alfonso
XIII: aspiraba a ser un rey constituyente según los derechos y
deberes que le otorgase la Ley de Leyes que había salir de las
próximas Cortes Constituyentes y sería la suya una Monarquía
Parlamentaria y Democrática.
178
XIII
AGUA Y TRABAJO PARA TODOS, INELUDIBLE OBJETIVO
COMUNITARIO ESPAÑOL
L
o escribió san Ambrosio en el lejano siglo IV: “El pan que no
comes pertenece a los que tienen hambre, el agua que no bebes,
pertenece a los que tienen sed” y necesidad de regar sus campos,
podemos muy bien añadir nosotros a los que, ya en pleno siglo
XXI, la lógica natural nos dice que, por lo que respecta al agua,
carece de sentido el clásico “jus utendi et abutendi”, en que se
apoyaba el derecho de propiedad romano y que aún sigue siendo
el núcleo central de nuestro Código Civil: usar del agua sí, pero
no abusar mientras que, a tu alrededor haya gentes que carezcan
de lo necesario.
Así dicen entenderlo sobre el papel la mayoría de los
gobernantes: En noviembre del 2002, en el ámbito del Pacto
sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales (CESCR,
siglas de Covenant on Economic, Social and Cultural Rights), 145 países
ratificaron como fundamental el derecho al agua por parte de
todos y cada uno de los ciudadanos del ancho mundo:
“El derecho humano al agua, se señala en el Comentario
General, otorga derecho a todos a contar con agua suficiente, a
precio asequible, físicamente accesible, segura y de calidad aceptable
para usos personales y domésticos”.
Pero todo ello será letra muerta si:
1º A la hora de lo concreto, que es el momento preciso
en que ha de abordar el problema de su propio pueblo,
el poderoso de turno no da absoluta prioridad a la
179
realización de lo posible para una elemental equidad
en la distribución de lo que debemos y podemos
considerar bien comunitario.
2º Si la naturaleza y la técnica no brindan los medios
precisos para esa justa distribución.
3º Si, en la carencia de los dos condicionantes anteriores,
no intervienen los pueblos o países vecinos, la
iniciativa de las empresas especializadas o el
correspondiente organismo internacional, ello sin
hipotecar de ninguna forma a los ciudadanos de los
pueblos o países que pretenden o dicen beneficiar.
Claro que sobran los monopolios o excesos en la
mercantilización de un bien universal cuando observamos cómo,
en plena Revolución Tecnológica, 1.500 millones de personas
sigue sin acceso al agua potable; 2.400 millones viven sin
servicios sanitarios apropiados; 3.000 millones no tienen
instalaciones para el tratamiento de agua. Como resultado, cada
día mueren 30.000 personas por la ausencia de agua limpia, y
18 millones de niñas menores de 14 años no tienen idea de lo que
es ir a la escuela porque se ven forzadas a pasar el día acarreando
agua, con frecuencia en distancias superiores a cinco kilómetros.
El agua es una de las fuentes de vida más vitales, y asegurar
su disponibilidad universal se ha convertido en una importante
batalla política de nuestro Siglo. Las crecientes carencias
aumentan su precio, y ya es comúnmente conocida como el «oro
azul».
Sucede ello cuando el 80 por ciento de los ríos de un país
como Francia están contaminados debido al excesivo uso del
agua. Las aguas del subsuelo se están acabando y contaminando,
la calidad del agua se deteriora, y ahora debe extraerse en lugares
más profundos y más remotos, lo cual invariablemente aumenta
los costes.
En los países de África, Asia, América Central y Sudamérica,
y en algunos estados de lo que fuera la Unión Soviética, los
gobiernos carecen de los recursos financieros necesarios para
180
hacer las inversiones esenciales en la perforación de pozos, el
mantenimiento de las instalaciones públicas de agua, la puesta al
día de los acueductos y la provisión de servicios sanitarios en las
áreas densamente pobladas o rurales más remotas. Así, muchos
países han decidido «vender» parcialmente sus servicios de
abastecimiento de agua a grandes empresas multinacionales.
Cara y escasa, el agua se ha convertido en una atractiva
mercancía, instrumental para la seguridad económica y
alimentaria de cualquier Estado. Por ello, hoy es el origen de
serios conflictos de intereses entre grupos sociales y unidades
territoriales dentro de países que compiten por usos alternativos
y a veces mutuamente excluyentes (como la irrigación a costa de
las necesidades de agua para los hogares, las industrias o la
producción de energía)
.
Pero el problema puede resolverse y las soluciones son bien
conocidas. El principal obstáculo es la ausencia de voluntad
política para tomar las decisiones necesarias: reconocer el acceso
al agua potable como un derecho inalienable y universal;
reconocer que el agua es propiedad común de todos los seres
vivos sobre la tierra, no una mercancía que puede venderse y
privatizarse; promover la agricultura alternativa (diseñada para
acomodar las necesidades locales a través de tecnologías menos
destructivas para el suelo y con un uso más eficiente del agua);
reorientar las tecnologías para el abastecimiento de agua para
acomodar las necesidades de los más pobres (a través de la
reintroducción del uso del agua de lluvia); involucrar a los
ciudadanos en institutos democráticos para el estudio del agua;
dirigir el acceso público a la toma de decisiones democráticas. La
oligarquía de los financieros, tecnócratas y magnates nunca debe
poder decidir el destino de la vida, pues eso es exactamente lo
que es el agua.
Recordemos que, en 1998, por iniciativa del Grupo de Lisboa,
ciudadanos preocupados y miembros del Parlamento se reunieron
para firmar el Manifiesto del Agua, proponiendo que se tomen
medidas para enfrentar la crisis mundial del agua en un Contrato
Ciudadano Global del Agua que constaría de tres ejes
181
principales: la creación de una red de parlamentarios para el
cuidado del agua; la promoción de una campaña informativa que
eleve la conciencia y movilice bajo el lema de Agua para Todos;
y, el establecimiento de un Observatorio Mundial de los Derechos
del Agua
Es de rigor apuntar que el Manifiesto del Agua nos parece
más ideológico que práctico tanto en la forma como en el fondo
y que nos trae reminiscencias de ese otro “Manifiesto” (el
“Comunista”), coreado en muchos de los modernos
movimientos sociales desde hace ya más de siglo y medio.
Por lo que se refiere a los precios del agua bien nos gustaría
que las fórmulas propuestas resultaran equitativas y fáciles de
aplicar: incluso soslayando la dificultad de establecer baremos
precisos y motivantes en eso de los niveles de consumo,
preguntamos ¿por qué gratis total para el mínimo de subsistencia
cuando hay muchos ciudadanos (puede que la totalidad o la
inmensa mayoría) que pueden pagarlo, es obvio que muy pocos
valoran adecuadamente aquello que “les llueve del cielo” y los
costos globales de esa partida pueden ser cubiertos con modestas
aportaciones individuales de todas y cada una de las familias
beneficiadas y por una política de tarifas que premie el buen uso
y castigue el despilfarro?
Volviendo al terreno de lo concreto, sí que estimamos
necesario profundizar en las normativas vinculantes hasta
conseguir que las leyes “neutralicen” la tendencia al abuso por
parte de personas y organizaciones. Según ello, bueno será aplicar
y desarrollar las siguientes leyes y normas (Nacionales y de la
Comunidad Europea) de que damos una somera exposición:
* Orden de 11 de mayo de 1988, características básicas
de calidad en corrientes de aguas superficiales
destinadas a la producción de agua potable (BOE nº
124, de 24.05.88). - Modificada por Orden de 15 de
octubre de 1990 (BOE nº 254, de 23.10.90) y Orden 30
de noviembre de 1994 (BOE nº 298, de 14.12.94). Traspone objetivos de calidad establecidos en la
Directiva del Consejo 75/440/CEE, del 16 de junio,
182
relativa a la calidad requerida para las aguas
superficiales destinadas a la producción de agua potable
en los Estados Miembros.
* Real Decreto 1138/1990, de 14 de septiembre, aprueba
la
Reglamentación
Técnico
Sanitaria
para
abastecimiento y control de la calidad de las aguas
potables (BOE nº 226, de 20.09.90)
* Real Decreto-Ley 11/1995, de 28 de diciembre, por el
que se establecen las normas aplicables al tratamiento
de las aguas residuales urbanas. (BOE nº 312, de
30.12.95) - Traspone normas de emisión señaladas en la
Directiva del Consejo 91/271/CEE, de 21 de mayo,
sobre tratamiento de aguas residuales urbanas.
* Real Decreto 509/1996, de 15 de marzo, de desarrollo
del Real Decreto-Ley 11/1995, de 28 de diciembre, por
el que se establecen las normas aplicables al tratamiento
de las aguas residuales urbanas. (BOE nº 77, de
29.03.96) - Traspone normas de emisión señaladas en la
Directiva del Consejo 91/271/CEE, de 21 de mayo,
sobre tratamiento de aguas residuales urbanas.
* Real Decreto 2116/1998, de 2 de octubre, por el que se
modifica el Real Decreto 509/1996, de 15 de marzo, de
desarrollo del Real Decreto-Ley 11/1995, de 28 de
diciembre, por el que se establecen las normas
aplicables al tratamiento de las aguas residuales (BOE
nº 251, de 20.10.98) - Traspone la Directiva 98/15/CE,
por la que se modifica la Directiva 91/271/CEE.
* Ley 46/1999, de 13 de diciembre, de modificación de
la Ley 29/1985, de 2 de agosto, de Aguas (BOE nº 298,
de 14.12.99, páginas: [43100 a 43113]) -Derogada por
el Real Decreto Legislativo 1/2001, de 20 de julio (BOE
nº 176, de 24.07.01)
* Real Decreto 995/2000, de 2 de junio, por el que se
fijan objetivos de calidad para determinadas sustancias
contaminantes y se modifica el Reglamento de Dominio
183
Público Hidráulico, aprobado por el Real Decreto
849/1986, de 11 de abril (BOE nº 147, de 20.6.00)- Se
añade un último párrafo al apartado 4 del artículo 254
del Reglamento de Dominio Público Hidráulico.
* Directiva 2000/60/CE del Parlamento Europeo y del
Consejo de 23 de octubre de 2000 por la que se
establece un marco comunitario de actuación en el
ámbito de la política de aguas: es la muy citada Directiva
Marco del Agua.
* Ley 10/2001, de 5 de julio, del Plan Hidrológico
Nacional (BOE nº 161, de 06.07.01). - Corrección de
errores (BOE nº 184, de 02.08.01).
* Decisión 2455/2001/CE del Parlamento Europeo y del
Consejo de 20 de noviembre de de 2001 por la que se
aprueba la lista de sustancias prioritarias en el ámbito
de la política de aguas, y por la que se modifica la
Directiva 2000/60/CE.
* Ley 62/2003, de 30 de diciembre, de medidas fiscales,
administrativas y del orden social que incluye, en
su artículo 129 , la Modificación del texto refundido de
la Ley de Aguas, aprobado por Real Decreto Legislativo
1/2001, de 20 de julio, por la que se incorpora al
derecho español la Directiva 2000/60/CE, por la que
se establece un marco comunitario de actuación en el
ámbito de la política de aguas.
* Ley 9/2006 , de 28 de abril, sobre evaluación de los
efectos de determinados planes y programas en el
medio ambiente.
* Ley 27/2006 , de 18 de julio, por la que se regulan los
derechos de acceso a la información, de participación
pública y de acceso a la justicia en materia de medio
ambiente.
* Directiva 2006/118/CE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 12 de diciembre de 2006, relativa a la
184
protección de las aguas subterráneas contra la
contaminación y el deterioro.
* Real Decreto 125/2007, de 2 de febrero por el que se
fija el ámbito territorial de las demarcaciones
hidrográficas.
* Real Decreto 126/2007 , de 2 de febrero por el que se
regulan la composición, funcionamiento y atribuciones
del Comité de Autoridades Competentes de las
demarcaciones
hidrográficas
con
cuencas
intercomunitarias.
* Real Decreto 907/2007, de 6 de julio, por el que se
aprueba el Reglamento de la Planificación Hidrológica.
Si
prestamos
especial
atención
a
la
citada Directiva 2000/60/CE observaremos que el documento
afecta a todas las aguas europeas, sus características,
demarcaciones y extensiones, cuencas hidrográficas así como la
gestión de los planes específicos para cada región. Es una
cuestión que presta sentido al hecho de que, unos meses más
tarde, se promulgase en España la Ley 10/2001, de 5 de julio del
Plan Hidrológico Nacional, que debiera haber afectado a la
solución de muchos problemas que, para la adecuada distribución
del Agua ofrecen la Orografía y Climatología de la Península
Ibérica. El cambio de gobierno en 2004 imposibilitó la
realización de lo que, sin duda alguna, era el más ambicioso
proyecto medioambiental de los elaborados a lo largo de toda la
Historia de España.
Bueno sería que la avalancha de leyes nacionales y normativas
europeas con sus consiguientes desarrollos o derogaciones de las
anteriores, respondan al espíritu al que apelaba Montesquieu:
vengan adecuadas a las circunstancias de tiempo y lugar con el
irrenunciable objetivo de servir al Bien Común, que, en el caso
que nos ocupa es agua suficiente para todos.
La Unión Europea, a la que pertenecemos en pleno derecho,
concede particular atención a la comunitaria gestión del agua que
“no es un bien comercial como los demás, sino un patrimonio que
185
hay que proteger, defender y tratar como tal”. Nos recuerda que
“las aguas de la Comunidad están sometidas a la creciente presión
que supone el continuo crecimiento de la demanda de agua de
buena calidad en cantidades suficientes para todos los usos” y
señala que tendrá en cuenta los datos científicos y técnicos
disponibles, las condiciones del medio ambiente en las diversas
regiones de la Comunidad, el desarrollo económico y social de la
Comunidad en su conjunto y el desarrollo equilibrado de sus
regiones, así como las ventajas y cargas que puedan resultar de la
acción o de la falta de acción…
Una política de aguas eficaz y coherente debe tener en cuenta
la vulnerabilidad de los ecosistemas acuáticos situados cerca de
costas, estuarios, golfos o mares relativamente cerrados, puesto
que el equilibrio de todas estas zonas depende en buena medida de
la calidad de las aguas continentales que fluyen hacia ellas.
La protección del estado de las aguas en las cuencas
hidrográficas proporcionará beneficios económicos, al contribuir
a la protección de las poblaciones piscícolas, incluidas aquellas que
tienen su hábitat cerca de las costas…. la Comunidad debe seguir
proporcionando principios comunes de actuación de forma que se
garantice la coordinación, la integración y, a medio plazo, la
adaptación de las estructuras y los principios generales de
protección y uso sostenible del agua ajustándose
escrupulosamente el principio de subsidiariedad.
En los casos en que una masa de agua esté tan afectada por la
actividad humana o su condición natural sea tal que pueda resultar
imposible o desproporcionadamente costoso mejorar su estado,
podrán establecerse objetivos medioambientales menos rigurosos
con arreglo a criterios adecuados, evidentes y transparentes,
debiendo adoptarse todas las medidas viables para evitar el
empeoramiento de su estado….el principio de recuperación de los
costes de los servicios relacionados con el agua, incluidos los
costes medioambientales y los relativos a los recursos asociados a
los daños o a los efectos adversos sobre el medio acuático, deben
tenerse en cuenta, en particular, en virtud del principio de que
quien contamina paga; con este fin, será necesario un análisis
186
económico de los servicios del agua basado en previsiones a largo
plazo de la oferta y la demanda de agua en la demarcación
hidrográfica. (Del libro “Ag ua suficiente y limpia para todos ”).
***
Si, allá por los años treinta del siglo pasado, lord Keynes
divagaba con absoluta seriedad sobre la “utilidad de lo sucio" y la
“inutilidad de lo bello” facilitando el que “la avaricia, la usura y la
previsión sigan siendo nuestros dioses por un poco más de
tiempo..” sigue siendo verdad que el Trabajo de todos y para todos
es una exigencia de la vida en sociedad y que lo “sucio” (la aventura
especulativa de la alta delincuencia financiera) daña gravemente los
cimientos del efectivo Progreso mientras que la Belleza gusta de
señorearse en lo bien hecho de cada día.
También la Historia nos muestra cómo fenómenos al estilo de
la “rebelión de las masas”, “conciencia de clase”, “redención
proletaria”... han resultado inoperantes cuando no dramáticamente
regresivos: sus promotores y paniaguados han incurrido en delitos
de lesa humanidad “soñando con sistemas tan perfectos que nadie
necesitaba ser bueno" (Gandhi).
Ya sabemos que tanto la “cultura del pelotazo” como el
aparcamiento de la responsabilidad en una supuesta conciencia
colectiva convierte en enemigos públicos a sus promotores sin
haberles facilitado un ápice de auténtica satisfacción personal con
lo que muchos pensamos que ha quedado irremisiblemente
ridiculizado el materialismo de cualquier color.
Si, como apuntaba el genial Gandhi, es verdad que “ la tierra
proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de
cada hombre, pero no su codicia ”, cada uno de nosotros,
mediante la voluntad de ser útil a la Sociedad, puede y debe
encontrar lo que le corresponde para abordar el fecundo vuelco de
sus personales capacidades hacia el bien de los demás, ello sin
fiarse del “probable cambio de tendencia de la Coyuntura”, pero
sí que prestando la atención que se merecen las pequeñas cosas en
que descansan las grandes soluciones del día a día.
187
Conviene recordar que de las precedentes consideraciones y
propuestas hemos excluido el facilón recurso a una presunta buena
voluntad de la Mayoría, cuestión sin aval alguno por parte de la
Historia; más bien, diríamos que la Mayoría, por si misma, no tiene
ni buena ni mala voluntad; de hecho, está siempre “al sol que más
calienta” por lo que un imprevisto avatar, una original consigna o
un simple ramalazo de estudiada retórica puede cambiar
radicalmente su orientación.
Otra cosa es la sincera y persistente buena voluntad de la
personas cuyo principal afán es la paz en libertad y sin nubes
obscuras en el horizonte de la reflexión; ahí sí que tiene sus
cimientos el principal soporte del Progreso y Bienestar General.
Claro que la buena voluntad es siempre consecuencia de un
compromiso personal, muy raras veces de una “presión social”:
consecuentemente, es un bien inestable y, ciertamente, oculto en
la conciencia de las personas; pero sí que sería un bien social si el
cultivo de la buena voluntad resultara ser principal preocupación
de los políticos.
Para capitalizar ese bien social cual sería una poderosa,
consciente y contagiosa buena voluntad, el Poder Político, si es que
“está por la labor”, no puede hacer más que facilitar su ejercicio;
nunca lo tomará como sustitutivo de un Plan de Acción riguroso
que ha de abordar bajo su personal responsabilidad.
Pero sí que le corresponde al Poder Político el prevenir y tratar
de neutralizar los efectos de la mala voluntad de lo que se llaman
los “agentes sociales”: cuenta para ello con sus leyes y
procedimientos y, también con un caudal de estímulos motivantes
u neutralizantes, según los casos. Si la mala voluntad se alimenta
de egoísmos y torpezas personales, lo que, al igual que la Buena
Voluntad, se oculta o puede ocultar en el impenetrable refugio de
las respectivas conciencias..., vano intento es erradicarla
definitivamente por decreto o por demagógico hilván de buenos
deseos (eso pretendieron y siguen pretendiendo los utopistas con
resultados harto conocidos): bien sabemos que es la moralización
o conversión el único antídoto tanto de la perezosa inhibición
como de la mala voluntad o retorcidas intenciones. Por demás, la
188
Ley y los estímulos neutralizantes de la evidente escasez de
generosidad son las principales armas de la Acción Política.
Centrada esa Acción Política en la formulación y aplicación de
las leyes y en la recuperación económica y subsiguiente creación
de empleo, se podrá, fácilmente, “concretizar” tareas y etapas en
la persecución del trabajo para todos, eso que no hemos dudado
en proclamar específica imposición de la ley natural y medio más
seguro para que capital y trabajo encuentren sus gratificantes
compensaciones.
En nuestro discurso, por afán de situarnos sin reservas en los
problemas de nuestro tiempo, nos obligamos a preguntar lo que se
entiende por Realidad sobre el origen, función y destino del
Hombre para fijar nuestra preferente atención en su obligación de
amorizar la Tierra poniendo en juego lo socialmente exigible de
sus capacidades personales. Reconocido como pieza clave en el
mosaico universal, con capacidad para convertir en herramienta las
virtualidades de su entorno material, con hambre de libertad...
nuestro principal objeto de atención, el Hombre, aparece
frecuentemente desorientado y falto de estímulos.
Le hemos dicho al Hombre que su Norte es el bien de los
demás al margen, incluso, de los dictados de la opinión pública
imperante: será más importante (más persona) cuanto mayor
proyección social alcancen sus virtualidades, sean de índole
externa (dinero u otros medios materiales) o interna (modos de
pensar o hacer). El más fácil camino a su alcance parte de su misma
situación con la mira puesta en lo que puede hacer mientras que al
Poder Político le corresponde velar por que no falten los estímulos
para que cada persona ejerza su Responsabilidad en Libertad
encontrando suficientes motivos para la Proyección Social de sus
facultades.
En otras épocas, los gobiernos contaban con posibilidad de
elección a la hora de definir prioridades en cuanto a objetivos o
propósitos: en la nuestra no hay otro más importante que “motivar
socialmente” los flujos de Capital de forma que el Trabajo de todos
y para todos resulte ser progresiva Realidad, lo que les obliga a un
ineludible y doble función: el papel de eficaz Gestor del
189
patrimonio común y el papel de Promotor de oportunidades desde
la pertinente información sobre la Demanda Exterior e Interior y
con los medios y experiencias que ponen a su alcance la
Democracia y su peso en el concierto de las naciones.
Por supuesto que es un objetivo difícil pero no tanto que este
fuera del alcance de los hombres y mujeres de esta generación. Al
margen de las innegables dificultades, los poderosos de la Política
y del Dinero están obligados a reconocerlo como perentorio, tal
vez como la exclusiva justificación de sus propias vidas.
Situados en lo Concreto, hemos apuntado propuestas (vías de
solución podrían llamarse) en consonancia con los condicionantes
de nuestra Economía, los “derechos adquiridos” y lo que nos ha
gustado llamar y repetimos Ejercicio de la Responsabilidad en
Libertad.
Claro que, a partir de éste como de otros parecidos discursos,
lo que realmente cuenta es su incidencia en una positiva acción
hermanada con la Realidad. Nada hemos logrado si las precedentes
reflexiones y propuestas, que sugieren la cumplida promoción de
la libertad de iniciativa, no empujan a los máximos responsables
del orden y prosperidad social hacia una comprometida sintonía
con la Realidad. Feliz resultado de la sintonía del Poder Público
con la Realidad bien puede ser la reducción del desempleo a límites
tolerables por la propia Economía Social de Mercado (Del libro
“ Trabajo y Capital, pilares de la Sociedad ).
190
XIV
DE CÓMO DESVELAR CIERTOS INSTINTOS
SALVAJES DE LA DEMOCRACIA
P
aciente lector, que has llegado hasta aquí: Permíteme decirte que
podrás ser mucho más de lo que eres y, contigo, los que esperan
algo de ti si tomas en serio lo de “los últimos serán los primeros” (Mt.
20,16). No des estériles patadas al pasado: deja a los muertos que
entierren a sus muertos. Corre hacia adelante, mirando hacia arriba y
con los pies bien prendidos al suelo, codo con codo con aquellos que
te necesitan y a quienes necesitas. Pero no dejes que se diluya tu
personalidad en la masa de los que te rodean: sé tú mismo y, en plena
libertad de conciencia, trata de alcanzar todo tu poder ser a base de ser
útil a los demás. Si eres capaz de sacarle el máximo partido a tu
circunstancia (las cosas y personas próximas a tí), podrás,
cordialmente, asumir el compromiso de aprovechar al máximo la
irrepetible aventura de tu propia vida.
Alexis de Tocqueville (1805-1859), a quien reconocemos como
uno de los “padres” de una Democracia entendida como plataforma
hacia una justa igualdad de oportunidades, previno contra ciertos
“peligrosos instintos” que, según él, nacen y se desarrollan en las
sociedades “democráticas” cuando en ellas una desaforada obsesión
por la igualdad de carácter individualista (yo igual a los de arriba y
no los de abajo iguales a mí) desplaza al amor a una libertad de carácter
comunitario. Vale la pena recordar lo que él vio en los Estados Unidos
191
de América en la primera mitad del siglo XIX, a cincuenta años de
haber declarado la independencia:
En Nueva Inglaterra, en la que la educación y la libertad se
apoyan en la moral y en la religión y en donde la sociedad lleva el
tiempo suficiente para consolidar reglas de conducta y costumbres, el
pueblo, al mismo tiempo que no tiene en especial consideración las
diferencias por cuestión de nacimiento o fortuna, se ha acostumbrado
a respetar las superioridades intelectuales o morales y a dejarse guiar
por ellas sin disgusto: en razón de ello, se puede observar que, en
Nueva Inglaterra, la Democracia cuenta con más fieles que en otros
estados. Por el contrario, a medida que descendemos hacia el mediodía,
en los estados en los que la estabilidad social no está aun lograda, la
instrucción debida sigue sin haber calado suficientemente y en donde
los principios de la moral, de la religión y de la libertad distan de
estar hermanados, descubrimos paralela ausencia de talentos y
virtudes de los gobernantes. Cuando, finalmente, nos adentramos en
los nuevos estados del Sudoeste, en donde el disforme cuerpo social no
presenta más que una aglomeración de aventureros y especuladores
bajo un poder político de la misma especie, cabe preguntar dónde está
la fuerza del orden y de la Ley para que el Estado pueda prosperar y
la sociedad vivir en paz. De ahí hemos de concluir que hay ciertas
leyes cuya naturaleza, aun siendo democrática, resultan incapaces de
neutralizar ciertos peligrosos instintos de la propia Democracia.
(A.Tocqueville, Democracia en América, Tom.1, Cap. V)
Haciéndonos eco del apunte de Tocqueville, vemos fuera de lugar
el sentirnos desgraciados por no llegar al nivel en la que otros ya están
situados, sobre todo, cuando percibimos que ese empeño nos hace
menos libres. Cuantas menos diferencias sociales haya en el ámbito en
el que nos desenvolvemos, más posibilidades encontraremos para
caminar hacia una libertad política de todos y para todos. Esa libertad
sí que puede ser el principal alimento de una democracia a nuestra
propia medida: nos sentiremos iguales aunque no seamos iguales en
capacidades de cualquier índole.
Pero sí que todos y cada uno de los seres humanos que poblamos
el Planeta Tierra somos iguales en dignidad natural y, por lo mismo,
con natural derecho a acogernos a las bondades del Planeta Tierra,
192
cuyas no son ilimitadas y, por lo mismo, han de ser equitativamente
repartidas. Tal pueden llegar a ser en una Democracia que abra el
camino hacia la igualdad de oportunidades, horizonte que se marcan
(¿nos marcamos?) todas las personas de buena voluntad.
***
Claro que las capacidades del planeta Tierra no son ilimitadas. En
consecuencia, nadie puede considerarse con derecho exclusivo sobre
un ápice de lo que le sobra y necesitan otros para desarrollar la propia
vida
En las sociedades colectivamente estatificadas (las mismas que se
decían capaces de imponer la utopía de “a cada uno según sus
necesidades, de cada unos según sus capacidades”) no se ha logrado
suprimir el acaparamiento; es, si cabe, más insultante en cuanto su
principal punto de apoyo es una tediosa, fría y agobiante burocracia,
nacida de una previa, envidiosa y violenta usurpación de usos y
derechos.
Por contra, en los regímenes de corte liberal democrático, el afán
de acaparamiento, latente en una buena parte de los hombres, tropieza
con el obligado respeto a las libertades del resto de los ciudadanos en
uso de leyes, tanto más positivas cuanto más facilitan el desarrollo de
la libre iniciativa de las personas y la protección de los más débiles
junto con la proyección social de las capacidades personales de los más
generosos.
En las sociedades industrializadas según las pautas de economía de
libre mercado, el encauzamiento de las libertades de iniciativa corre a
cargo de los públicos o privados administradores del dinero. Aquí los
capitalistas o administradores de dinero son tan importantes o más que
los profesionales de la política: en gran medida, sea directa o
indirectamente, participan en la formulación de las leyes; desde su
pedestal también marcan pautas de conducta, definen niveles de
prestigio social, realzan o destruyen personalidades: Ejercen poder.
El ejercicio del poder mediante el manejo de la herramienta dinero
despierta envidia y rivalidades pero, por sí mismo, no es
necesariamente negativo. En el tipo de sociedad en que nos movemos
es, incluso, necesario en tanto en cuanto constituye uno de los más
193
fuertes hilos con que se teje la red de las relaciones y motivaciones
entre unos y otros. Los títulos de propiedad y el dinero no alteran ni
pueden alterar a la condición humana en su principio y en su fin
temporal, en su nacimiento y en su muerte; pero, en cuanto soporte
material para el trabajo personal y en función de su utilización, sí que
pueden enriquecer o empobrecer a la persona.
El “poseer” no es, por sí mismo, enemigo del ser: es un medio o
instrumento para desarrollar una labor social positiva o negativa. En el
primer caso, entra en armonía con el Ser; en el segundo caso actúa
como uno de sus más enconados enemigos. Ahí radica la diferencia
ética substancial entre acaparar y compartir o, lo que es lo mismo. entre
poseer por poseer y administrar bienes de los que también habrá de
servirse el prójimo en la medida de sus necesidades.
En la vida terrena, Jesús de Nazareth situó al hombre en su real
dimensión; mostró y demostró que el hombre, por vocación natural,
no es un acaparador o animal que defiende su “espacio vital” en razón
de los límites de su imaginación, al amparo de su fuerza o poder y en
lucha continua con sus congéneres; tampoco es el hombre un ser
obligado a derrochar las energías de su pensamiento perdiéndose por
lo insustancial o simplemente imaginado.
Según el testimonio de Cristo, tiene el Hombre una vocación a la
que consagrar todas sus energías, tiene una historia exclusiva que
forjar, una trascendencia que asegurar, una específica función social
que cumplir en el espacio y en el tiempo ... Es decir, la trayectoria vital
de cada hombre está llamada a resultar un bien social o, para hablar en
el lenguaje de los tiempos, un eslabón de progreso. Al respecto,
permítasenos transcribir lo dicho en nuestro ensayo “Lecciones de
Amor y de Libertad” editado en 2004 por PS Editorial de Madrid:
Nos gusta creer, ya lo hemos dicho, que evoluciona todo aquello
que responde positivamente a las potencias del Amor: ¿Por ventura,
no se aprecia ya un remedo de amor en la partícula más elemental
cuando, siguiendo el Plan General de Cosmogénesis se “une y
participa” en la formación de una realidad material superior? Para ello
ha necesitado volcar hacia lo otro parte de su energía interior y
sintonizar con la Energía Exterior, que diría Teilhard, logrando así
hacer suya esa misteriosa fuerza de la que puede decirse que está
194
permanentemente empeñada en abrir caminos de MÁS SER. Tanto
mejor si hace suyo el mensaje evangélico de “Paz a los hombres de
buena voluntad . (Luc. 2, 17)
No obstante tan ilusionante hipótesis, que parte de la creencia de
que cuanto existe es una irradiación de amor, son muchos los que, a lo
largo de la Historia, han preferido aferrarse al supuesto de que, al
principio de todo, está la animosidad o confrontación total entre lo
uno y lo otro hasta llegar a un entendimiento por la fuerza entre tú y
yo, so pena de mutua eliminación.
Entre los de la Antigüedad, el más celebrado de los promotores de
esta singular y descorazonadora teoría es Heráclito el Obscuro, que
vivió allá por el siglo V antes de J.C.: Defendía el tal Heráclito “que es
siempre uno e igual a sí mismo lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo
dormido, lo joven y lo viejo.... todo se dispersa y se congrega de nuevo,
se aproxima y se distancia”. Según ello el Futuro es consecuencia de la
permanente oposición entre realidades en permanente oposición
porque “la guerra es la madre de todas las cosas” según la voluntad de
un “dios que es el día y la noche, invierno y verano, guerra y paz,
saciedad y hambre, un ser permanentemente cambiante”. De ser así no
tiene sentido conceder a las cosas ni siquiera un tilde de “energía
interior”, no cabe la mínima responsabilidad al hombre, no hay sitio
para la libertad... y la Energía Exterior habría de ajustarse a las leyes del
capricho.
Pero el supuesto lo de la guerra como “madre de todas las cosas” cuajó
fuerte en aquel apasionado defensor de Napoleón que fue Guillermo
Federico Hegel que, tal como hemos podido recordar,
“intelectualizando” lo de la guerra como permanente actitud
natural para formular su dialéctica del amo y del esclavo con la Ley
de Contrarios como soporte principal.
Esto de la Ley de Contrarios, como ya hemos visto, entusiasmó a
Marx y Engels hasta el punto de que toda su producción intelectual,
desde el “Manifiesto Comunista” hasta la “Crítica del Programa de
Ghota” pasando por “Das Kapital”, giró en torno al dogma de que “la
historia del Mundo es la historia de la lucha de clases ”
195
A nosotros, en cambio, nos resulta infinitamente más razonable el
aceptar, CREER, que la partícula más elemental, por su mismísima
razón de ser, estaba ya animada por una energía interna capaz de
responder en armonía a la invitación de la Energía Exterior; la positiva
respuesta a tal invitación obedecía y obedece a la universal tendencia a
lo más perfecto por caminos de “unión que diferencia” (o personaliza)
a lo que se une: más que perder su “esencia”: El amor y la libertad
entre personas, efectivamente, hace que cada una de ellas ascienda
hacia su plena realización en unión y complementariedad, no en
confusión ni, mucho menos, en oposición: Lo que es válido en las
partículas elementales, lo es en mayor medida en los organismos de
más en más complejos.
***
Observado al detalle un átomo, se descubre que, en la asociación,
es en donde toman relevancia las partículas infinitesimales que lo
integran; aparecen diferentes y “necesitadas” las unas de las otras hasta
componer una realidad con mayor sentido o trascendencia. Ello sigue
así hasta alcanzar la etapa de un ser capaz de amar sin contrapartida
material alguna, capaz de reflexionar sobre su propia reflexión, capaz
de vivir la formidable aventura de la libertad.
La natural tendencia a la unión es un fenómeno verificable en las
relaciones del Todo con cada una de sus partes y de éstas entre sí, sea
por propia voluntad o por imperativo de las leyes físicas derivadas, a
su vez, de lo que Teilhard de Chardin llamó Ley de la Convergencia
Universal.
En el instinto animal ya puede verse un ejemplo de respuesta
individual a eso que llamamos suprema Ley de la Convergencia
Universal, a la que parece ajustarse ese Plan General de Cosmogénesis.
Ese instinto estrictamente animal no es todavía amor porque carece de
Libertad.
Efectivamente, en el mundo ajeno al Hombre las distintas
realidades materiales participan ciegamente en lo que, sin rebozo,
puede llamarse “progresiva expresión de la Realidad” (lo que otros,
simple y llanamente, llaman Evolución).. Es el “homo sapiens” el único
poblador del mundo capaz de alterar, acelerar o retrasar ese proceso
196
de positiva evolución de forma consciente y libre; será fecunda su
acción en la medida en que desarrolle su capacidad de amor hacia el
trabajo creador.
Por Amor, obviamente, entendemos la ofrenda voluntaria de lo
mejor de uno mismo al Tú (una persona o todo un mundo de personas
con Dios en su Centro). Lo que quiere decir que en el reino del Amor
y de la Libertad no tienen cabida las guerras de “conquista” y sí los
logros de la Técnica merced al constante esfuerzo de investigadores y
emprendedores.
Los grandes descubrimientos, las grandes conquistas de la Ciencia,
han sido posibles por sus raíces en el pasado: hay todo un cúmulo de
postulados, fórmulas, herramientas, teorías, premoniciones... previas al
acontecimiento y que han entrado en la formación y motivación del
héroe protagonista. Ello ha sido evidente en todas las ramas del
humano saber o descubrir, desde los grandes viajes a la complejísima
elaboración del más evolucionado de los “chips”.
Es el momento de proclamar que la principal función de algo tan
específicamente humano cual es la Técnica, capaz de amaestrar las
fuerzas naturales, es la cobertura de las más perentorias necesidades de
todas y de cada una de las personas que pueblan el Planeta. Pobrísima
imagen de la Técnica es la tomarla como el arte de aplicar la inteligencia
a la explotación de Otro, al igual que quiso demostrar Spengler
Toda la parafernalia de la Técnica actual es un monumento al
sarcasmo si, sirviendo para calmar el hambre y la sed de todos los
habitantes inteligentes del planeta, se aplica a fortalecer las históricas
desigualdades entre personas y pueblos cuando no a herir sin remedio
a la previsora Tierra.
Es evidente que la Tierra y la Técnica dan de sí lo suficiente para
que desaparezcan de raíz las palmarias e insultantes carencias, que
sufren tantos y tantos de nuestros semejantes.
Estoy, pues, obligado a reordenar mis ideas sobre cuanto yo
necesito, que no puede ser más de lo que tú necesitas. Desde este punto
estoy obligado a reflexionar sobre todo lo que yo, con determinadas
facultades y medios “heredados”, puedo hacer para que la Tierra y la
197
Técnica evidencien su prodigalidad y la distribución de bienes naturales
o artificiales resulte más equitativa.
Son muchos los que piensan que el camino de la Evolución ha
llegado a su cenit. Que las cosas son como son y que estamos en el
mejor de los mundos posibles por los siglos de los siglos. Que la
Justicia social está en donde puede estar.... como si la igualdad en la
fraternidad no dependiera de mi propia capacidad de entrega, de mi
trabajo, de mi voluntad de compartir....
No permitas que caiga en esa trampa: hay mucho por hacer y de
ese mucho por hacer hay una parte que depende de mí, hoy muy
pequeño en relación con lo grande que puedo ser. ¿No será que yo
mismo he de ser promotor de mi propia evolución y que ésta resultará
tanto más segura cuanto más me ocupe en remediar o disminuir tus
carencias?
Para remediar o disminuir tus carencias tengo que potenciar lo
personal (he de ser lo que puedo ser) y volcarlo hacia lo social
(compartir en lugar de acaparar).
Y resultará que la más segura forma para conquistar sucesivas
etapas de mi particular “más-ser” es hacerme útil a los demás desde la
progresiva aplicación de mis facultades personales a la racional
explotación de los medios materiales que la historia y mi particular
circunstancia han situado bajo mi responsabilidad.
Sea, pues, pobre o rico, grande o pequeño, culto o inculto, blanco
o de color... a mi alcance habrá siempre una ocasión y una forma de
ser más útil a los demás. Ello hace que mi ser y mi capacidad de acción,
por muy pequeños que sean, resulten un punto más de apoyo a la
prosperidad y armonía universal. Tanto mejor si mi voluntad sintoniza
progresivamente con los poderosos medios materiales que la
Naturaleza y la Técnica ponen a nuestro alcance.
En ese camino y por lo que respecta al terreno de la Política y de
la actual manera de vivir, con harta frecuencia asistimos a una
sistemática ridiculización de los valores que la libre reflexión considera
en radical sintonía con la Realidad y que, con toda evidencia, han
acompañado a las más generosas y “productivas” acciones humanas.
198
La ridiculización de los “sagrados y perennes valores” (la libertad,
el trabajo solidario, la generosidad, la conciencia de las propias
limitaciones...) se da de bruces con la necesidad de la proyección social
de las propias facultades. Muy poco se puede hacer sin el ejercicio de
ese Amor al que nos invita todo lo que nos rodea, sin la fecunda
Libertad, que engendra Responsabilidad Social, sin el oportuno
dominio de la retrógrada llamada de la selva, sin sentido del sacrificio
y del carácter positivo del trabajo solidario con la suerte de todas y de
cada una de las otras vidas humanas.
El desprecio o ridiculización de esos valores choca con la genuina
realidad del HOMBRE, ser que, para avanzar hacia su plenitud,
necesita la forja en el trabajo solidario y en la sublimación de sus
instintos, tarea imposible sin el aliño de una fe en el sentido
trascendente de la propia vida. No es una fe prendida en el vacío: su
primera referencia está en la propia Naturaleza Humana, su
demostración experimental es presentado por la Historia (es infinito el
rosario de fracasos de cuantos hombres y sociedades han pretendido
edificar algo consistente desde cualquier especie de idealismo
irracional), su más contundente aval viene del claro testimonio del
propio Hijo de Dios.
La sociedad de los hombres y mujeres, de que formamos parte,
está compuesta de múltiples vocaciones y capacidades, que, en
ilusionante constatación, vemos que se complementan unas con otras,
lo que nos invita a concluir que de la yuxtaposición armoniosa de unas
y otras actividades humanas, sin un freno irracional para su posible
desarrollo, se alimentará un Progreso, cuya meta habrá de ser la
consecuente conquista de la Tierra. Claro que los protagonistas de esas
actividades, para su pleno rendimiento, han de gozar de libertad de
iniciativa y de conciencia satisfecha porque su comportamiento en el
día a día obedece a las leyes de su propia naturaleza (animal racional
con vocación de eternidad).
Pero son muchos los que oponen a los tradicionales valores, que
se reconocen como principios de nuestra Civilización, algo que
podríamos identificar con la añoranza de la selva: El simple animal aun
no ha captado el sentido trascendente de la generosidad ni del sacrificio
consciente y voluntario en razón del propio progreso... ¿Por qué
199
envidiar su posición, que tal parece significar esa tan cantada añoranza
de la selva?
Es absurdo dudar sobre la existencia de intereses en la
comercialización de una estudiada deshumanización (o animalización)
de la vida personal, familiar y comunitaria. Vemos que ello favorece el
adecenamiento general con la consiguiente oportunidad para los
avispados comerciantes de voluntades: si yo te convenzo de que es
progreso DECIR NO a viejos valores como la libertad responsable o
el amor a la vida de los indefensos, el dejarte esclavizar por el pequeño
o monstruoso bruto que llevas dentro... si elimino de tu conciencia
cualquier idea de trascendencia espiritual... tu capacidad de juicio no
irá más allá de lo breve e inmediato; insistiré en que las posibles
decepciones no son más que ocasionales baches que jalonan el camino
hacia esa embrutecedora y placentera utopía en la que todo te estará
permitido y, mientras tanto, yo me podré hacer de oro.
Para que me consideres un genio y me aceptes como guía, necesito
embotar tu razón con inquietudes de simple animal. Pertinaz propósito
de algunas aplaudidas democracias europeas es romper no pocas de las
viejas ataduras morales y para cubrir su hueco acuden a monstruosas
falacias que “justifiquen” bárbaros comportamientos. Ideólogos no
faltan que “mezclan churras con merinas” y confunden al Progreso
con cínicas formas de matar a los que aun no han visto la luz (el aborto)
o a“los que ya la han visto demasiado” (la eutanasia o “legal” forma de
eliminar a enfermos desahuciados y ancianos). Otra “expresión” de
Progreso quiere verse en la ridiculización de la familia estable, del
pudor o del sentido trascendente del sexo.
Se configura así un nuevo catálogo de “valores” del que puede
desprenderse como heroicidad adorar lo intrascendente, incurrir en
cualquier exceso animal o saltarse todas las barreras naturales.
Obviamente, la razón se resiste a convalidar tales inhumanas
simplificaciones; es cuando los pretendidos ideólogos, con mal
disimulada hipocresía, acuden en defensa de lo antinatural esgrimiendo
pretendidos derechos de tal o cual parte. Tal hipócrita actitud está en
los antípodas del ejercicio de una Libertad Responsable y por lo mismo
resulta seguro enemigo de un Progreso a la medida del Hombre.
200
Insistiendo sobre lo que, en esa línea de aberraciones, resulta más
inhumano, habremos de proclamar como sagrado el derecho a la Vida
de todo ser humano, incluso no nacido. Al terrible pisotón que se
infringe al primer derecho de todo ser concebido dentro de la familia
humana se añade un evidente atentado al Bien Común puesto que
todos y cada uno de nosotros, por el simple hecho de disponer de
razón y de irrepetibles virtualidades, representamos un positivo
eslabón para el Progreso. Cada uno de nosotros es algo así como la
necesaria pieza de ese gigantesco puzzle que debe significar una
magnífica y colorista armonía universal
Tampoco vemos ninguna razón para castrar las posibilidades de
expansión de la Humanidad, cuyo desarrollo ha encontrado siempre
positivo eco en la respuesta de tal o cual virtualidad de nuestro Planeta;
solamente el torpe acaparamiento, la inhibición o la mala voluntad de
los poderosos (vicios que se alimentan del desprecio a las más
elementales gritos de la propia conciencia) es responsable de la
destrucción o mal uso de los bienes, que la Naturaleza (asistida por la
Técnica cuando ello se hace necesario) brinda a todos los hombres y,
también, de la pervivencia de tantas calamidades y de tantas miserias
que desafían a nuestra humana sensibilidad.
***
Sabemos ya que es mentira aquello que predicó Malthus de la
progresión aritmética de los recursos naturales en paralelo con la
progresión geométrica del incremento de la Población. Sabemos que
la Tierra nos reserva aun muy sorprendentes pruebas de su
prodigalidad, que una certera aplicación de las herramientas que
facilitan el progreso técnico sitúa tal prodigalidad a la medida de las
necesidades de toda la Humanidad... ¿En dónde, pues, radica el
problema? En un torpe y estéril entendimiento del propio bien.
Ante una breve consideración sobre los condicionantes del
progreso económico interrumpido, vemos ya como seria amenaza para
la supervivencia de las economías más desarrolladas tanto la apática
inhibición personal (visceral zanganería) que nace de la ridiculización
de los valores que la historia y la experiencia de múltiples auténticos
héroes ha mostrado como más positivos, como de la ignorancia de
tantas posibilidades de expansión universal para las propias
201
capacidades: ello implica justas contrapartidas que consolidarían
nuestra actual posición a la par que una forma de cubrir tantas y tantas
carencias de otros hombres.
En los planes de expansión de las economías nacionales debe
figurar como prioridad esencial el no contravenir algo que puede entrar
en el llamado equilibrio ecológico de que da sobradas pruebas la
Naturaleza: según ello es discutible esa teoría tan enraizada en la
sociedad de bienestar: se dice que ésta resulta seriamente amenazada
sino se ponen cotos artificiales a la expansión de la Natalidad o que
pone en conflicto el disfrute de la vida con el número de hijos lo que,
evidentemente, se da de bruces con una elemental apreciación de
nuestro entorno y, en el mejor de los casos, resulta una solemne
majadería. Habría una razón para el voluntario estrangulamiento de la
futura proyección de la pareja (noble y natural consecuencia del amor)
si ello facilitara una más placentera vida... ¿Quien puede afirmarlo
desde la estricta racionalidad? ¿Es más feliz (y “estable”) una pareja
voluntariamente estéril que esa otra pareja que ha optado por la
paternidad responsable?
Es razonable no poner frenos a las posibilidades de felicidad;
también lo es capitalizar los bienes que nos ofrece la naturaleza y
habremos de aspirar a ellos en la medida en que no los necesiten
nuestros prójimos y, según ello, sí que hemos de tener presente la
recomendación ya citada en el capítulo cuarto de la “Lección” segunda:
el pan que no comes, pertenece a los que tienen hambre, el agua que
no utilizas a los que tienen sed, el vestido que te sobra a los que tienen
frío...
Vemos que en la “Aldea Global” no faltan los pobres; también
vemos inusitadas posibilidades de negocio en el desarrollo de
economías atrasadas o quebrantadas por alguna grave calamidad... Ahí
surgen elocuentes desafíos al ejercicio de una elemental generosidad y
al desarrollo de nuestra capacidad de iniciativa, en solitario o en la línea
de planes orquestados por poderes públicos u organizaciones
humanitarias sin que ello implique la renuncia a legítimas
rentabilidades. Hacerse rico haciendo ricos a los demás es una
posibilidad que, al menos, debiera invitar a poderosos y
emprendedores a una obsesiva reflexión de la que, sin duda, saldrían
202
miles de proyectos que estrecharían los lazos de amistad entre personas
y pueblos, podrían servir de base a una nueva economía que podríamos
llamar de la Reciprocidad y, sobre todo, regalaría a sus protagonistas
nuevas oportunidades de desarrollo personal.
Acaso falta imaginación para convertir en “rentables
consumidores” a esas cuatro quintas partes de la Humanidad que pasan
hambre? ¿Puede alguien poner en duda el tirón que ello representaría
para una economía a la altura del desafío de los tiempos?
Una nación como la nuestra, tanto por su estratégica situación y
trayectoria histórica como por su capacidad productiva y nivel de
desarrollo, puede muy bien servir de puente entre las facilidades que
brinda a la Suficiencia la nueva industria y la inmensa multitud de países
“en vías de desarrollo”, algunos de ellos buenos vecinos con voluntad
de entendimiento y otros muchos hermanados por la sangre, la lengua
y la cultura.
Países como España deben resistirse a entrar en la tan habitual
trama de antinaturales proteccionismos, cuya positiva viabilidad
económica es harto discutible. Sorteando con arte las trabas que opone
el imperialismo de la opulencia y en uso de sus derechos soberanos,
un país practicante de la Economía de la Reciprocidad aplicará sus
medios y modos de producción, sus capacidades y su saber hacer, a lo
que demanda una buena parte de la humanidad deshereda, lo que, por
feliz reversión que demuestra la experiencia, redundará en beneficio de
sus propios ciudadanos.
Nuevas industrias, mayor desarrollo técnico en lo socialmente
necesario, más racionales cultivos (racionales porque se ajustarán al
necesario equilibrio entre medios de explotación, recursos naturales y
distribución) es lo que parece demandar a gritos cualquier isla de
pobreza aceptada como potencial cliente.
Para abrir o consolidar nuevos canales de expansión, los
principales responsables de una Economía de la Reciprocidad (que es
también, eso creemos, una Economía Racional) habrán de huir de
probados excesos de papanatismo tanto respecto a teorías más que
desprestigiadas por la ley natural y la experiencia como a dictados de
los opulentos que continúan apurando al máximo las posibilidades que
203
para el acaparamiento les ha brindado su insolidaria trayectoria
histórica. Mayor libertad y viabilidad de éxito ofrece el desarrollo de
iniciativas consecuentes con la demanda de otros países menos celosos
de sus privilegios.
Cuando recordamos experiencias como las del Plan Marshall
podemos muy bien confiar en que un proyecto orientado a satisfacer
determinadas carencias, más que empobrecer a su promotor, lo que
ocasiona es un gratificante progreso económico puesto que crea para
él nuevos y agradecidos clientes. Claro que para ello, forzoso será
romper la apatía de no pocos gobiernos, los prejuicios de miles de
teorizantes de la vieja escuela, neutralizar a los especuladores y su
pretensión del beneficio incondicionado a cortísimo plazo, aunque
tamaño atropello vaya en contra de las más respetables leyes por que
se rige la propia naturaleza.
Concluyamos en la posibilidad de roturar un cauce racional a una
Economía de la Reciprocidad en la que sus actores puedan “hacer
empresa” con la perspectiva de mayor satisfacción personal y nada
desdeñables balances.
En esa Economía de la Reciprocidad, junto con una Libertad
Empresarial, perfectamente hermanada con la Responsabilidad, no
tiene porqué no haber hueco para una Socialdemocracia
humanizada en la medida en la que repele el materialismo de su
ríz socialista.
204
XV
CIMIENTOS DE LA DESEABLE Y POSIBLE DEMOCRACIA
ESPAÑOLA DEL FUTURO
R
eiterando lo dicho en “Las ideologías, los españoles y la
Democracia”, hacemos historia para poder apreciar cómo fue
substancial para una Democracia Española con futuro lo que hizo el
presidente Adolfo Suárez González (1932-2014)para facilitar la
plena participación política al Partido Comunista que, por aquel
entonces (1977) lideraba Santiago Carrillo Solares (1915-2012).
Además de la abierta censura de la mayoría de las llamadas
democracias occidentales, lo contrario habría significado fortalecer
a los extremistas españoles tanto de la Derecha como de la Izquierda
con las dramáticas consecuencias que cabía esperar.
En el plano de la política activa, a la muerte de Franco y
consecuente disolución de lo que fue llamado por el propio régimen
“Democracia Orgánica”, probablemente, no había mejor solución
que “bajar el listón de las propias aspiraciones” por parte de todos
y cada uno de los principales gestores de la “Transición Española a
la Democracia Real”. Si, por la parte que nos toca, nos preocupamos
por mantener los límites de la ponderación a la hora de evaluar los
eventos de nuestra reciente historia, sí que estamos obligados a
reconocer el fortísimo impacto social del Socialismo, al que no
pocos españoles han llegado a ver como el idóneo sustituto de la Fe
Católica Tradicional, circunstancia que, a nuestro juicio, abrió
inconmensurables horizontes de esperanza a los millones de
ciudadanos que un líder carismático necesita en España para hacerse
205
con un poder político suficiente para alterar el rumbo histórico de
la mayoría de los españoles.
El PSOE de Felipe González Márquez (n. 1942), Alfonso
Guerra González (n. 1940) y Nicolás Redondo Urbieta (n. 1927),
soñado, redefinido y, en alguno de sus postulados, improvisado
durante los últimos años del Franquismo en paralelo con ávidas
lecturas de libros prohibidos y algún que otro viaje semi clandestino
a la “libre Francia”, quiso ser y, de hecho, fue la contraposición
mundana a lo que había sido el Movimiento Nacional, éste tildado
por algunos de nacionalcatolicismo.
Además de su indiscutible carisma personal y la intensa
participación de don Alfonso Guerra en una bien estudiada
estrategia electoralista, a don Felipe González, le habían allanado el
camino hacia la cumbre del poder la creciente decepción popular
por las promesas incumplidas de tal o cual mediocridad gobernante,
por lo que se creía falta de categórica respuesta a la persistente
amenaza etarra, por la indefinición de los valores al uso de la gente
corriente, por el verbalismo estéril de los de siempre…: Tras cinco
años de titubeante gobierno, en la UCD (Unión de Centro
Democrático), tibiamente liderada por Adolfo Suárez, se hacían
notar una permanente crisis de adaptación al creciente clima de
libertades y la mala coyuntura económica con las secuelas
de desempleo y malestar social, a lo que cabe añadir tanto la
indefinición ideológica como la ausencia de una clara organización
piramidal que, en cambio, sí que resultaban evidentes en el PSOE,
“socialista de toda la vida” bajo el indiscutible liderazgo de Felipe
González y la experimentada organización del pragmático Alfonso
Guerra, además del poderoso apoyo de un fiel sindicato (UGT)
dirigido por Nicolás Redondo, el mismo que, en el célebre Congreso
de Suresnes de 1974, rehusó la candidatura a Secretario General del
PSOE en beneficio de Felipe González para, en 1976, hacerse cargo
de la UGT como culminación de las aspiraciones de un líder
obrerista cual siempre se sintió.
***
Probablemente, muchos de los que gustan de llamarse
socialistas (no olvidemos que es el socialismo la más poderosa de
206
las actuales corrientes de colectivismo) no han captado la genuina y
valiosa aportación que nuestras vivencias históricas y trayectoria
cultural brindan a la ineludible tarea de desarrollar tanto el progreso
asequible a todo ser humano como la participación personal y
comunitaria en esa exigencia de los tiempos: proyectar trabajo
solidario y libertad hasta donde llegue nuestro foco de influencia.
Diríase que por huir de la Realidad no faltan quienes se inventan
un socialismo (doctrina de la "Totalidad") con valor "per se" y sin
otra capacidad de convencimiento que la fuerza de los votos:
"Tenemos que ser socialistas antes que marxistas", ya hemos
apuntado que dijo Felipe González cuando se trataba de hacer ver
que los socialistas eran muy capaces de adaptar la política española
a las más “progresistas corrientes de la Modernidad”.
El hecho de contar con más de la mitad del Parlamento de su
parte permitió al equipo gobernante de Felipe González, el cual se
sabía y actuaba como líder con la máxima responsabilidad pero
nunca se vio como Caudillo ni incurrió en exagerados sectarismos,
seguir la línea política de lo que bien se podría calificar de Cesarismo
Colegiado, en el que el líder puede imponer su autoridad y la impone
luego de atender las razones de cuantos miran en su misma
dirección, lo que nos coloca en la situación de analizar el proyecto
común de gobierno con su correspondiente ideología siempre a la
expectativa de los previsibles resultados. Claro que es ahí en donde
cabe exigir la concordancia con el mejor de los gobiernos posibles
según las circunstancias de tiempo y lugar: en el caso que nos ocupa,
con la recién estrenada Democracia. Además de la ética o virtud
cívica, de que habló Aristóteles, es la Ley un imprescindible soporte
de la armonía social, eso que hoy entendemos por Democracia
Cabal.
Al valor de esa Ley como garante de las libertades públicas, en
la época del absolutismo francés, ya se refirió Charles Louis de
Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), en cuya obra, lo que
más ha prendido en el ánimo de sus devotos es lo que propugna
sobre el necesario reparto de poder de forma que no se acumule en
una sola persona, sujeto de corrupciones, debilidades, orgullos y
207
caprichos con el consiguiente peligro de cambiar el “orden natural
de las cosas”.
Siguiendo a ese genial descubierto de las claves para una
democracia de cierta consistencia, se ha de procurar evitar “que las
mismas personas que tienen el poder de hacer las leyes tengan
también el de ejecutarlas”. (Segundo Tratado, cap. XII). Llegamos
así a la recomendación de establecer tres poderes, independientes
entre sí por su propio carácter pero articulados en un sistema capaz
de establecer los pertinentes controles de forma que cualquiera de
ellos vea frenada las impropias acciones por la capacidad de
supervisión y control de los otros dos. Esos tres poderes, obvio es
recordarlo, son el legislativo, el ejecutivo y el judicial, este último de
tal carácter que permita la justa correspondencia entre el juez y el
asunto que deba ser juzgado sin otros condicionantes que la Ley y
el leal saber o entender del propio juez.
Menos importancia se concede a otra de las aportaciones de
Montesquieu: nos referimos a lo que se llama naturalismo en el
entendimiento de la marcha de la historia y consiguiente
formulación de las leyes ("Una cosa no es justa por el hecho de ser
ley; debe ser ley porque es justa"): Viene a decir que cada pueblo
tiene las formas de gobierno y las leyes que son propias a su
idiosincrasia y trayectoria histórica, y no existe un único baremo
desde el cual juzgar la bondad o maldad de sus corpus legislativos.
A cada forma de gobierno le corresponden determinadas leyes, pero
tanto éstas como aquéllas están determinadas por factores objetivos
tales como el clima y las peculiaridades geográficas que, según él,
intervienen tanto como los condicionantes históricos en la
formación de las leyes. No obstante, teniendo en cuenta dichos
factores, se puede tomar el conjunto del corpus legislativo y las
formas de gobierno como indicadores de los grados de libertad a
los que ha llegado un determinado pueblo. Por demás, justo es
reconocerle algo no muy frecuente en los otros “ilustrados”: la
generosa objetividad que refleja en las siguientes palabras:
"Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial a
mi familia, lo desterraría de mi espíritu; si supiera algo útil para mi
familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo; si
208
supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para
Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género
humano, lo consideraría un crimen y jamás lo revelaría, pues soy
humano por naturaleza, y francés sólo por casualidad."
El profesor J. Hirschberger enjuicia así “El Espíritu de las
leyes”, la obra más significativa de Montesquieu:
La mentalidad abierta y limpia de prejuicios del autor despierta
realmente en este libro una visión extraordinariamente rica e
interesante de la vida del derecho. Una exposición comparativa hace
ver las dependencias que guardan las varias legislaciones con las
condiciones locales, climáticas, sociales y religiosas de los diferentes
pueblos. El supremo principio político es siempre el bienestar del
pueblo y la libertad de los ciudadanos. Montesquieu cree ver la forma
más perfecta de gobierno en la monarquía constitucional. El amor a
la libertad hace necesario dividir el poder del Estado en los poderes
legislativo, ejecutivo y judicial… Para el pueblo francés,
concretamente, Montesquieu significa el comienzo de su educación
política y un giro radical en la concepción del poder político. (Historia
de la Filosofía, ap. 381)
Poder político, recalcamos, cuya natural tendencia al
acaparamiento de funciones es atemperado y resulta equilibrado si
el poder legislativo no pasa de elaborar las leyes, el poder ejecutivo
se dedica a gestionar todo lo que concierne al bienestar ciudadano
en el marco de esas mismas leyes y el poder judicial, con las precisas
dosis de equidad, independencia y templanza, vela por la corrección
de tal o cual exceso o desviación del marco legal por parte de todos
y cada uno de los ciudadanos, todos ellos sujetos de la misma
consideración y respeto.
***
Ciertamente, en el haber de Felipe González como gobernante,
que nunca dejó de mostrarse agnóstico en la cuestión de valores
católicos, cabe situar el desarrollo de una política orientada, por un
lado, a profundizar y asentar la democracia, y, por otro lado, a
impulsar una importante serie de reformas, entre las que se destacan
la profesionalización de las Fuerzas Armadas, la plena funcionalidad
209
del modelo de Estado de las Autonomías, ciertas medidas de
saneamiento económico y unas relaciones exteriores que
favorecieron la situación de España entre las potencias con
capacidad de decisión en las cuestiones de interés mundial: al
respecto, podemos recordar la plena incorporación de España a las
instituciones internacionales occidentales y, muy especialmente, la
adhesión a las Comunidades Europeas, que se produjo el 12 de junio
de 1985, entrando en vigor el 1 de enero de 1986. España dejó de
ser un país aislado y se convirtió en una de las naciones más activas
en los foros internacionales.
Fueron dos mayorías absolutas y una relativa de un gobierno
socialista que se hacía ver más democrático que marxista, como
gustaban de recalcar cuando la ocasión lo requería, lo que no fue
óbice para coincidir con los marxistas más fundamentalistas en
cuestiones como el aborto y otros motivos de repulsa para los
cristianos. Aun así, de aquellos gobiernos no se puede decir que
dejaran de coincidir con el mayoritario relativismo moral de la
modernidad pagana, torpe cuestión que condiciona no poco la
necesidad de un suficiente consenso popular para la continuidad de
la Democracia.
***
La celebración simultánea en 1992 del quinto centenario
del descubrimiento de América, la Exposición Universal de Sevilla
y los Juegos Olímpicos de Barcelona marcaron el punto más alto del
prestigio internacional de Felipe González y de la imagen exterior
de la nueva España como un país moderno y democrático. El deseo
de profundizar en la integración europea llevó a González a asumir
el tratado de Maastricht de 1991; para ello tuvo que acentuar los
sacrificios exigidos a la población, mediante una política de
austeridad orientada al cumplimiento de los criterios de
convergencia económica con el resto de la Unión Europea,
previstos en aquel tratado.
Esta política económica restrictiva, unida a una nueva coyuntura
de recesión, hicieron que en las elecciones de 1993 perdiera la
mayoría absoluta, si bien el PSOE siguió siendo el partido más
votado gracias a su defensa del Estado de Bienestar; González pudo
210
así iniciar un último mandato, apuntalando su mayoría relativa
mediante pactos con los nacionalistas catalanes.
Sin embargo, este último periodo de gobierno estuvo jalonado
por dos problemas: la desunión en las filas socialistas, entre el
aparato del partido (fiel al vicesecretario general Alfonso Guerra,
defenestrado del gobierno en 1991) y los partidarios de una
renovación que diera al PSOE un nuevo impulso político por parte
del propio González, cuya imagen pública perdió no poco prestigio
a medida que los medios de comunicación iban sacando a la luz
sucesivos escándalos en torno a los múltiples casos de corrupción
que se habían producido bajo la Administración socialista y a las
sospechas de complicidad del aparato del Estado en la guerra sucia
contra el terrorismo de ETA. Procesados importantes políticos
socialistas por ambos tipos de acusación, el PSOE perdió las
elecciones europeas, municipales y autonómicas de 1994 hasta llegar
a las generales de 1996, convocadas anticipadamente por la pérdida
del apoyo parlamentario a la Ley de Presupuestos Generales del
Estado.
Esa elección fue la más reñida desde la Transición: 9.716.006
votos con 156 diputados logró el Partido Popular frente a los
90425.678 y 141 diputados con los que hubo de quedarse el PSOE.
Siguieron dos meses de laboriosas negociaciones , en las que no se
trató de un pacto al estilo de Cánovas y Sagasta con Aznar y
González se hubieran puesto de acuerdo para que gobernara Aznar
con la explícita promesa de que éste apoyaría al otro en las siguientes
Elecciones Generales si se cambiaban las tornas en las preferencias
de los electores. No fue el caso y, aunque González pudo haber
logrado la mayoría absoluta en el Parlamento añadiendo a sus
diputados los 21 del comunista Julio Anguita (1941-2020) y los 16
de Convergència i Unió, prefirió ponerse a un lado y favorecer el
entendimiento entre esta última y el PP.
Por no tratar seriamente de llegar a un acuerdo con el PP, que
le seguía al PSOE en número de escaños, se perdió así la
oportunidad de iniciar una etapa que habría sido de “aleccionadora
praxis política”: A la par que habría frenado al rampante y regresivo
particularismo sedicioso de los llamados “nacionalismos
211
históricos”, habría abierto el camino a una entente no menos
positiva que la que, según acabamos de apuntar, protagonizaron en
el siglo XIX Cánovas y Sagasta, esta vez sin el tramposo recurso al
caciquismo y a las elecciones amañadas…: Bipartidismo con
absoluta lealtad a las leyes de la mejor democracia y con la vista
siempre puesta en el Bienestar General. ¿Discutieron sobre ello y
uno de los dos líderes se negó al posible y “necesario” acuerdo
solamente por no renunciar a la vitola de imprescindible número
uno cuando lo sencillo y justo habría sido que lo fuera el que tenía
una ligera ventaja en el número de diputados y el segundo aplicara
su sentido de la responsabilidad a exigir que la línea del Gobierno
respondiera a las exigencias del Bien Común en la medida de lo
posible con lo que, sin duda alguna, ganaría méritos para la
subsiguiente confrontación electoral?
Felipe González Márquez, que se retiró de la política activa en
1997, es visto por ciertos comentaristas como un césar socialista,
es decir, como socialista no marxista a la par que firme mandatario
por consenso mayoritario sin dejar de mostrarse leal a los principios,
de la Social Democracia, circunstancia que, mientras estuvo en el
Poder, le obligó a pactar con los nacionalistas, los cuales, como era
de prever, no cejaron en la obsesión de hacer valer su insolidario
particularismo.
***
En la “España inteligible” de Julián Marías leemos que el
pensamiento español no ha renunciado a la verdades
laboriosamente descubiertas desde Grecia hasta la Edad Moderna;
las ha puesto a prueba, depurado y justificado, considerado a una
nueva luz, con métodos adecuados, y las ha hecho avanzar e
intensificarse, marcando un punto de inflexión en la historia del
pensamiento, es decir, el comienzo de una nueva época. España
puede ser o no cristiana, por supuesto los españoles lo son o no;
pero el núcleo históricamente fecundo de lo que ha sido desde los
orígenes el proyecto generador de España, la identificación con el
cristianismo, pervive aun independientemente de la religión.
La originalidad española, en la esfera del pensamiento, es
coherente con la manera como los españoles, desde que empezaron
212
a serlo, se han entendido a sí mismos; en otros términos, con la
historia de España en su integridad, despojada de adherencias,
tentaciones, desmayos y errores. La España que pudo ser, la que se
hubiera mantenido a la altura de sus exigencias, sin degradaciones
ni caídas, coincide con la España que podrá ser si no renuncia a lo
más propio y creador, a lo que constituye lo más valioso y original
que ha aportado al mundo. Para España, el hombre ha sido siempre
persona; su relación con el Otro (moro o judío en la Edad Media,
indio americano después) ha sido personal; ha entendido que la vida
es misión, y por eso la ha puesto al servicio de una empresa
transpersonal; ha evitado, quizá hasta el exceso, el utilitarismo que
suele llevar a una visión del hombre como cosa; ha tenido un sentido
de la convivencia interpersonal y no gregaria, se ha resistido a
subordinar el hombre a la maquinaria del Estado; ha sentido la vida
como inseguridad, no ha creído que su justificación sea el éxito: por
eso la ha vivido como aventura y ha sentido simpatía por los
vencidos. La obra en que lo español se ha expresado con mayor
intensidad y pureza, la de Cervantes, respira esta manera de ver las
cosas. Si se prolongan esos proyectos, si se los pone a la altura del
tiempo, liberados de la ganga que las impurezas de la historia han
ido depositando en ellos, si se los interpreta y formula con rigor
intelectual, se encuentra lo más fecundo del pensamiento español
de nuestro tiempo. En él se puede ver la clave, más luminosa que
nunca, de lo que podría ser la continuación innovadora del más que
milenario proyecto histórico de España.
Proyecto histórico de España que ya empezó a cobrar su propia
singularidad con la romanización gótica hecha visible cuando, hace no
menos de mil cuatrocientos años los Concilios de Toledo ofrecieron
un norte para el positivo encuentro entre las personas de buena
voluntad, no sin sangrentas peripecias como el martirio de san
Hermenegildo (564-585) por orden de su propio padre, el rey godo
Leovigildo (¿?-586), contrarrestado por la ansiada reconciliación entre
arrianos y católicos que, a la muerte de éste, propició Recaredo (559601) su otro hijo y sucesor.
Un siglo más tarde, como patriótica rebeldía contra la invasión y
larga, larguísima presencia de los musulmanes en España, pueden
recordarse tanto grandes entendimientos como múltiples y
213
empequeñecedores particularismos en uno y otro frente: territorios
pirenaicos que coquetean con el Imperio carolingio y sucesores,
sublevaciones
de bereberes y muladíes frente
al emirato
de
Córdoba (siglos IX y X), trifulcas guerreras entre el Condado de
Castilla el reino de León (quemando ejemplares del Fuero Juzgo para
imponer las sentencias consuetudinarias de los jueces de Castilla -siglo
X-), la división del Califato de Córdoba en reinos de taifas (siglo XI),
las sucesivas revueltas mudéjares (siglos XIII al XVI), la guerra de las
Comunidades y las Germanías frente a Carlos V (Castilla y Valencia,
1520), la revuelta de Antonio Pérez (Aragón, 1590) las sublevaciones
durante la crisis de 1640 (Cataluña, Portugal y movimientos menores
en Andalucía y Aragón), la prolongación de la Guerra de Sucesión
Española en la Corona de Aragón (hasta 1715), la pertinaz resistencia
de nobleza y clero a la política ilustrada durante el siglo XVIII
(dilaciones de las medidas regalistas, del Catastro de Ensenada y de
la Ley Agraria, y especialmente el Motín de Esquilache), la diferente
implantación del carlismo a lo largo del siglo XIX, el surgimiento de
los nacionalismos periféricos a finales de ese siglo XIX y durante el
siglo XX, o la diferente implantación de las autonomías desde
la Transición Española hasta la actualidad…
Repasando ésos y otros muchos avatares históricos de
sorprendente cariz particularista, los españoles ya entrados en años y
con la esperanza de mejorar lo mejorable, pudimos sentirnos
medianamente satisfechos al comprobar cómo, ante el movimiento
secesionista uno de octubre de 2012 en Cataluña, la Constitución
Española de 1978 ofrecía los medios para el borrón y cuenta nueva
hacia una España capaz de reencontrarse a sí misma en la Práctica
Democrática. Ello a pesar de las maniobras de los que parecen
empeñados en teñir de rosa o de negro, según y cómo, tal o cual avatar
del pasado siglo XX mientras no ocultan su intención de convertir a
dicha Constitución en un estéril papel mojado.
***
El entendimiento entre PP y PNV se rompió en mayo de 1999, en
el contexto del pacto de legislatura entre PNV, EA y EH que invistió
a Juan José Ibarretxe en el clima subsiguiente al Pacto de Estella
(“Acuerdos de Lizarra-Garazi”) del 12 de septiembre de 1998, fue
214
firmado por todos los partidos políticos vascos de
carácter nacionalista, según el cual, se haría lo posible por firmar la paz
con ETA de igual a igual, sin otro requisito que el alto el fuego
unilateral, que ETA se apresuró a declarar el 16 del mismo mes en una
actitud que, para la generalidad de los españoles no era más que una
táctica hacia una situación con mayor libertad de acción, a la que,
farisaicamente, llamaban “convivencia política, acorde con la realidad
plural de nuestro país y basado en la aceptación de la voluntad de los
hombres y mujeres de Euskal Herria”..
Al conseguir Aznar ser reelegido por mayoría absoluta tras las
elecciones del año 2000, el Partido Popular no necesitó el apoyo de los
partidos nacionalistas, por lo que se rompieron los acuerdos de
colaboración y se dio paso a una nueva fase en el mandato de Arzalluz,
centrándose en la construcción de una unidad de acción nacionalista a
favor de la autodeterminación del País Vasco.
En 2004, en una disputada elección interna, le sucedió en la
presidencia del PNV Josu Jon Imaz, considerado del ala moderada del
partido, frente a Joseba Eguibar, que era el candidato defendido por
Arzalluz.
***
Al respecto de lo que venimos diciendo, es de lugar recordar que
las particulares circunstancias de nuestra Democracia (piramidal,
plebiscitaria, de listas cerradas y sin posibilidad de una “segunda
vuelta”) presta ventaja al líder favorecido por la mayoría de votos,
aunque con el condicionante añadido que ha de pactar con otros
partidos, sean o no de su órbita ideológica. Se llega así a una situación
de mercadeo para la adhesión provisional en el que la Economía es
objeto de diversas interpretaciones, se abren oportunidades para la
colocación de los respectivos amigos en las esferas de poder; se
manipulan los medios de información para alterar lo valores en uso en
función de sus obsesiones, prejuicios o “confluencias ideológicas”, se
llega a convertir a las “cámaras de representación popular” en cajas de
resonancia de sus buenas o malas decisiones, se intenta frenar o
desviar el curso de la justicia en beneficio de tal o cual colega, etc., etc.
215
De hecho, en el ejercicio de su poder, el líder político disfruta de
todas las prerrogativas de un caudillo sin otro requisito previo que el
de mantener la connivencia de un suficiente número de diputados, sean
del propio partido o de otros partidos feudalizados o feudalizantes ante
la bicoca de medrar pegados a las ubres del Estado
En estas circunstancias, desde la jefatura del poder ejecutivo se
maneja o se puede manejar todos los controles de la vida pública: los
diputados de su partido son pupilos suyos en cuanto que, gracias al
poderoso dedo del jefe, lograron un ventajoso puesto en las listas. Si la
mayoría es absoluta no habrá ninguna eficaz objeción a determinada
iniciativa o capricho; si no lo es, el recurso al mercadeo allana no pocas
dificultades para navegar, incluso, contra la corriente popular.
Logrado un suficiente número de diputados “culiparlantes”, sin
relevante contrapoder por cuatro años (muchos más si se acierta a
manipular los complejos resortes de la opinión pública) y neutralizada
con adecuada palabrería la capacidad crítica de tibios, fieles y
simpatizantes, es posible mantener impunemente posicionamientos al
estilo de “basta que tú (oposición) propongas esto para que yo (poder)
imponga lo contrario”.
No varía substancialmente la cuestión en el hipotético caso en que
el jefe de gobierno lo sea por acuerdo entre dos o más partidos: en el
actual estado de cosas y puesto que los respectivos jefes de partido han
entrado en la rueda de conveniencias, respaldarán cualquier decisión
del jefe supremo, el cual marcará la pauta al Parlamento, justo lo
contrario de lo que propugnó Montesquieu y, con él, todos los
defensores de una democracia no hipotecada por la inercia de los
intereses partidistas, que suelen ser los intereses o debilidades de los
líderes. No irían así las cosas si, al menos y en ocasiones de notable
trascendencia, el voto en el Parlamento fuera realmente libre y según
los dictados de la conciencia de cada Diputado. Claro que, para resultar
mínimamente libre, ha de ser secreto. ¿Sería mucho pedir a los señores
diputados que, en defensa de su propia libertad y de la elemental
dignidad para un “legítimo representante de la voluntad popular”,
exijan voto libre y secreto para cuestiones tan importantes como la
investidura, leyes que vulneren determinados conceptos morales, el
Presupuesto o un eventual voto de censura a la actuación del Jefe de
216
Gobierno? Institucionalizar esa mínima prerrogativa no implica ningún
trauma legal: para muchas cuestiones bastaría hacer uso de la
elasticidad del “Reglamento”; para cuestiones tan fundamentales como
la elección del principal responsable del ejecutivo debería haber la
oportunidad de una segunda vuelta cuando el resultado de unas
elecciones resulta especialmente problemático. Claro que ello crearía
un precedente no muy halagüeño para cuantos aspiran a disfrutar del
poder merced a un entramado de intereses cuidadosamente hilvanados
y cuya consistencia sigue asegurada por el voto servil.
Si, además, sucede que los altos organismos judiciales cubren sus
vacantes a propuesta del parlamento, caja de resonancia de la voluntad
del jefe... Entre los jueces y los interesados en serlo, se crea un camino
de ejercicio profesional y de promoción muy difícilmente
“sintonizable” con el Bien Común. Y pierde su positivo carácter lo que
se llama “equilibrio de poderes” hasta el punto de que el “natural
ejercicio de la independencia judicial” llega a ser considerado una genial
heroicidad. A la sombra del aprendiz de caudillo (cual, en múltiples
ocasiones, resulta ser el jefe) sufre la precisión y contundencia de las
leyes junto con los eficaces y rápidos sistemas de su aplicación.
***
Por lo que respecta al PSOE en sus responsabilidades como
oposición, primero y como Gobierno de España en segunda ocasión
(2004-2011), recordemos que el 23 de julio de 2000, concluía su 35
Congreso Federal, en el que 414 (41,69%) de sus 998 compromisarios
eligieron a José Luis Rodríguez Zapatero como nuevo Secretario
General del PSOE. Le siguió José Bono con nueve votos menos (405
con el 40,79%), muy atrás, Matilde Fernández con 109 votos (10,98%)
y, más atrás todavía, Rosa Díez con 65 (6,55%).
El nuevo líder socialista intentó trasladar nuevos aires de ilusión
por la nueva etapa que se abría, tanto a los compromisarios y resto de
la Organización como a la mayoría de los españoles con la retórica que
la mayoría esperaba oír. Incluidos términos que un Gustavo Bueno
encuadraría en lo que llamó “Pensamiento Alicia”. Reparemos, sino,
en “No optéis por lo menos malo. Elegid lo que os ilusione”. “La
libertad nos hace verdaderos”.
217
Pero no le fue mal al PSOE respecto a la reconquista de los votos
populares en cuanto, bajo el liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero
(1960), recuperó terreno electoral frente al PP, superándolo en las
elecciones autonómicas y municipales de 2003 y ganando las elecciones
generales de 2004 con mayoría simple, así como las europeas del
mismo año. Las citadas elecciones generales coincidieron con los días
sucesivos a los atentados del 11 de marzo con cerca de 200 muertos y
la criticada gestión del PP de los mismos con la sombra de la segunda
Guerra de Irak en la mente de una buena parte de los españoles:
aunque, en principio, muchos, con el Gobierno al frente, achacaron a
ETA el atentado, pronto, al no ser reivindicado por ésta y sí por alguien
que dijo hablar en nombre de un grupo musulmán, creció la sensación
de que el drama era una forma de venganza por el alineamiento con
los americanos en una guerra que buena parte de Europa consideraba
injustificada… Consecuentemente, el PP perdió unas elecciones, que
las encuestas le habían dado como ampliamente ganadas.
Se celebraron las elecciones generales el día 14 de marzo de 2004
y el Partido Socialista Obrero Español obtuvo la victoria, aunque sin
alcanzar la mayoría absoluta. Esta situación le obligaba a buscar pactos
con otras formaciones políticas minoritarias para, en un principio,
conseguir que Zapatero llegase a presidente del gobierno y después
mantener la gobernabilidad del país.
El PSOE obtuvo la victoria alcanzando 164 escaños y un 43,27 %
de los votos emitidos, frente a los 146 escaños y 37,81 % de los votos
obtenidos por el PP. En el senado, el PP perdió 25 senadores,
consiguiendo una mayoría relativa pese al descenso. Por su parte, el
PSOE aumentó su representación en 28 senadores. El 16 de abril de
2004, José Luis Rodríguez Zapatero obtiene la confianza del Congreso
de los Diputados para ser nombrado presidente del Gobierno por 183
votos a favor (PSOE, IU, ERC, CC, BNG y CHA), 148 en contra
(PP), y 19 abstenciones (CiU, PNV, EA y Na-Bai).
Del primer gobierno del señor Zapatero (16 ministros, incluidos
dos vice presidentes) se recuerda, principalmente, la retirada de las
tropas españolas de Irak, el envío de asesores militares a Afganistán, la
promoción de la “Alianza de Civilizaciones” y, también, un
incontenible afán por obrar según la citada consigna cuando fue
218
elegido Secretario General del PESO: “No optéis por lo menos malo.
Elegid lo que os ilusione puesto que la libertad nos hace
verdaderos”.
- ¡No, señor!, se ha de responder: es la Verdad, la que
nos hace libres (Jn. 8,32), mientras que la libertad sin norte
ni razón nos lleva a la servidumbre animal, la misma que el
propio Voltaire achacaba a Rousseau cuando le escribió a
propósito de su “Emilio y la educación”: “Leyéndole a usted
nos entran ganas de comer hierba”.
***
Mariano Rajoy Brey (n. 1955) es un político español del Partido
Popular, sexto presidente del Gobierno de España después de
la Transición, entre 2011 y 2018. En la actualidad ejerce
como registrador mercantil.
Como resultado de la victoria de su partido por mayoría
absoluta en las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, el
21 de diciembre de 2011 se convirtió en el sexto presidente del
Gobierno de la democracia española. Al respecto, es de justicia
reconocer que, cumplidamente, restableció la prosperidad de una
economía seriamente dañada tanto por las torpezas del gobierno
anterior como por las consecuencias de la llamada “Crisis Global de
las Subprimes”. Renovó mandato para una segunda legislatura tras
ser investido por el Congreso de los Diputados y por mayoría simple
el 29 de octubre de 2016.
Su presidencia terminó tras la moción de censura que los
socialistas registraron el 25 de mayo de 2018 como consecuencia de
la sentencia del Caso Gürtel, que consideraba probado que el
Partido Popular se había beneficiado a título lucrativo de dicha
trama de corrupción por haber permitido el uso irregular de fondos
públicos en la financiación de las elecciones municipales de un
pueblo de Madrid, caso del que el propio Rajoy tuvo información a
través de la posterior información periodística. .
***.
219
Del paso de Rajoy por la política, queda en la mente de una
buena mayoría de los españoles, su buen talante (calificado por
algunos de neutra pasividad) a la hora de evaluar confusos
comportamientos, su reposada racionalidad en la evaluación de las
diversas ideologías, probada honradez personal además de una clara
identificación del poder político con el servicio al bien común,
cuestión demostrada cuando, encontrándose en situación de
“mayoría minoritaria” o “minoría mayoritaria, intentó establecer
ocasionales además de sólidos acuerdos de gobierno con el
gobierno que le siguiera en número de escaños, siempre que la suma
significase mayoría absoluta en el Parlamento. Al respecto, nos
ilustran cumplidamente las reflexiones de “Política para adultos”,
su reciente libro. Vale la pena transcribir algunos párrafos:
“Dentro de lo malo, el bipartidismo es la mejor opción frente al
auge del “populismo” que, en mayor o menor grado presentan los
nuevos partidos de ámbito nacional. En el caso de Podemos, su
populismo es tan rotundo que hasta han llegado a presumir de él. Pero
también en Ciudadanos y en Vox es posible encontrar sin grandes
esfuerzos rasgos de populismo: la crítica general y desenvuelta a la
situación de nuestro país y a los partidos políticos mayoritarios, un
adanismo evidente, un intento no menos palmario de monopolizar la
honradez y la moral, unos tics ciertamente autoritarios en la vida
interna e la organización y una tendencia caudillista muy acusada con
líderes que se sitúan muy por encima de sus organizaciones. El
Partido popular era el máximo receptor de sus atenciones, pero
tampoco el PSOE cuando estaba dirigido or Alfredo Rubalcaba,
salía excesivamente bien parado…/Realmente, pensar que un partido
de inspiración chavista pudiera venir a mejorar la calidad de la
política española solo muestra lo desnortados que hemos estado en
algún momento de nuestra historia más reciente. En definitiva,
además de constituir un elemento tóxico para la convivencia, Podemos
ha fracasado rotundamente en una de las misiones fundamentales de
cualquier partido político como es su capacidad de contribuir a la
gobernabilidad de las instituciones, por más que ahora mismo algunos
de sus miembros se sientan en el Consejo de Ministros…/Mi
previsión es que, al igual que sucedió con Ciudadanos, más pronto que
tarde, los votantes de Vox volverán a apostar por el PP. En Galicia
220
en donde Alberto Núñez Feijoo gobierna con acierto y templanza,
Vox no existe”.
En el mismo libro, también Rajoy apunta que, para lograr el
éxito en Política, el PP debe ser una organización en la que puedan
convivir armónicamente distintas corrientes de pensamiento y no
un partido de una exclusiva corriente, ya sean conservadores,
democristianos, liberales… Al respecto, recuerda haber dicho:
”Quiero que este partido sea lo que es, un partido popular,
moderado, abierto e integrador y no un partido de doctrinarios. Eso
no lo quiero. Aquí se han incorporado todos, aquí no hay liberales,
democristianos, conservadores, incluso socialdemócratas. Aquí caben
todos (…) Yo quiero un partido donde todo el mundo se sienta
cómodo, donde todo el mundo pueda estar representado, no un partido
que responda a una sola ideología”.
Son apuntes de un hombre de Estado y de Partido, que tuvo la
ocasión de comprobar que la Política, para revelarse efectivamente
como “Arte arquitectónico de la Sociedad”, debe dejar atrás,
muy atrás, los infantilismos ideológicos que llevan al cerril
particularismo y mantenerse despierta para subsanar, una a una,
todas las deficiencias resolubles tal como, en el ámbito familiar lo
hace el responsable de que no surjan penosos enfrentamientos o de
que, en la economía doméstica, los gastos no superen a los ingresos.
Claro que si, como en la España de la segunda y tercera década
del siglo XXI, se da el caso de un gobierno que, como en un juego
de niños, se llama progresista por que, en lugar de resolver
problemas y facilitar el desarrollo económico hacia un mayor y más
duradero bienestar social, sabe ejecutar mejor que nadie el arte de
dar gritos sin sentido trascedendente, resulta difícil cuando no
imposible, abordar el problema de un desaforado desempleo
preocupándose más de promover la creación de empresas y adaptar
horarios y motivaciones a los nuevos medios y modos de
producción.
***
Lo dicho hasta ahora nos obliga a explicarnos sobre qué
entendemos realmente por Democracia y, si vine a la caso, porqué
221
apuntamos que la Monarquía Parlamentaria Democrática, es el
menos malo de los sistemas políticos asequibles a los españoles. Al
respecto, creemos de utilidad referirnos a la vida y obra del personaje
histórico generalmente reconocido como “maestro en Democracia
con Responsabilidad”.
Se trata del acreditado historiador y fino observador político Alexis
Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, conocido como
Alexis de Tocqueville (1805-1859). Pertenecía a una familia de
ultramonárquicos franceses, algunos de ellos guillotinados por los
terroristas de la Primera República Francesa por el “imperdonable
delito” de que el “patriarca”, Guillermo de Malesherbes (1721-1794),
bisabuelo de Alexis, había ejercido de ministro defensor del rey Luis
XVI. Se dice que los padres de nuestro personaje se libraron
milagrosamente de la guillotina y éste vio la luz en el Castillo de
Malesherbes el 29 de julio de 1805.
Ese mismo año, Napoleón I Bonaparte (1769-1821), “Emperador
de los franceses” desde el 18 de mayo de 1804, convirtió su “República
Cisalpina” en “Reino de Italia” y, con la soberbia fastuosidad de su
estilo, añadió a sus grandilocuentes y más que pedantescos títulos el de
Rey de Italia colocándose sobre sus sienes la Corona de Hierro de los
antiguos reyes lombardos en la Catedral de Milán el 25 de mayo de
1805 a la par que nombraba virrey a su hijastro Eugenio de
Beauharnais, hijo de Josefina Beauharnais (1763-1814), la esposa
repudiada en 1810 por haber pasado de la edad fértil sin haberle dado
herederos al Emperador, un súper ego, que, en plena degradante
imbecilidad, probablemente, se llegó a creer capaz de situar a todos los
suyos por encima del resto de la Humanidad.
En ese clima político de despóticas ambiciones “imperiales” y
descarado nepotismo transcurrió la infancia de Tocqueville para, ya
mocete ser testigo de la reimplantación del Antiguo Régimen con
nuevos aires constitucionales en la persona de Luis XVIII de Borbón
(1755-1824, r. 1814-1824) cuyo hermano y sucesor, Carlos X (17571836, r. 1824-1830), ya en la ochentena, cayó en la senil tentación de
hacer revivir caducas tradiciones absolutistas que tropezaron con la
oposición del Parlamento y soliviantaron tanto al Pueblo como a los
“doctrinarios” de la pujante burguesía hasta llegar a provocar la
222
llamada Revolución de Julio (1830) que ocasionó la sustitución del
periclitado rey por su primo Luis Felipe de Orleans (1773-1850, r.
1830-1848) con el título Rey de los Franceses en lugar del tradicional
Rey de Francia, con lo que se inició la llamada Monarquía de Julio en
la que los puestos clave pasaron de la Aristocracia a la Burguesía y el
propio rey se comportó de forma que, pronto, fue apodado Rey
Ciudadano, Rey de los banqueros e, incluso, Rey de las barricadas en
recuerdo de los sucesos de la Revolución de Julio, que había facilitado
su acceso al poder real. Fueron 18 años de desarrollo industrial con un
acusado incremento de los desequilibrios sociales, de los cuales se
derivó una tercera revolución (la Revolución Proletaria de 1848), que
ocasionó la caída de la Monarquía de Julio de 1830 y subsiguiente
proclamación de la Segunda República Francesa, que duró desde el 25
de febrero de 1848 hasta el 2 de diciembre de 1852 fecha en la que Luis
Napoleón Bonaparte, su primer Presidente Constitucional (elegido el
10 de diciembre de 1848) instauró el Segundo Imperio Francés y se
hizo proclamar Emperador de los Franceses con el nombre de
Napoleón III. Era hijo de Luis Bonaparte y de Hortensia de
Beauharnais, hija de la emperatriz Josefina, nació en el seno de la Casa
de Bonaparte. Debido a su parentesco con Napoleón Bonaparte (su
tío carnal y “abuelo adoptivo”), era el heredero legítimo de los
derechos dinásticos tras las muertes sucesivas de su hermano mayor
y de Napoleón II (1811-1832, hijo de Napoleón I y de la emperatriz
María Luisa).
Ante lo recordado, bien se puede colegir que el fino observador,
excelente escritor, escrupuloso jurista y maestro de historiadores cual
fue Alexis de Tocqueville (viajó, vio, leyó, escribió y actuó mucho y
bien) tuvo sobrada materia sobre la que desarrollar cumplidamente el
papel de testigo presencial de una agitado proceso de sucesivas
experiencias políticas, que, por su carácter excepcional, despiertan
nuestra atención a la hora de adoptar posición respecto a la política de
nuestro lugar y tiempo. .
De Tocqueville sabemos que estudió Derecho y obtuvo una plaza
de magistrado en Versalles en 1827. Sin embargo, su inquietud
intelectual le llevó a aceptar una misión gubernamental para viajar a
los Estados Unidos a estudiar su sistema penitenciario (1831). Su
estancia allí duró nueve meses. Fruto de este viaje fue su primera
223
obra: “Del sistema penitenciario en los Estados Unidos y de su
aplicación en Francia” (1833). Por demás, su estancia en Estados
Unidos le sirvió para profundizar en el análisis de los sistemas político
y social estadounidenses, que describió en “La democracia en
América” (1835-1840), su obra de mayor seguimiento.
De regreso a Francia, Tocqueville abandonó definitivamente la
magistratura para dedicarse a la política y a la producción intelectual.
En 1838 ingresó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. En
1839 fue elegido diputado para la Asamblea Nacional Francesa y en
1841 fue admitido en la Academia Francesa. Se opuso tanto a
la Revolución de 1848 (que acabó con la monarquía de Luis Felipe de
Orleans) como al golpe de estado de Luis Napoleón en 1851-1852 (que
acabó con la Segunda República Francesa y dio paso al Segundo
Imperio, con Luis Napoleón como Napoleón III); fue uno de los
diputados arrestados durante el golpe. En el intervalo, fue brevemente
ministro de Asuntos Exteriores (1848) de la Segunda República, y
vicepresidente de la Asamblea Nacional (1849). Tras el advenimiento
del Segundo Imperio, Tocqueville se retiró de la vida pública para
poner en orden sus copiosos apuntes y dedicarse en plenitud a lo que
consideraba su obra más concluyente y que no llegó a poner el punto
final: El Antiguo Régimen y la Revolución . En 1858, su salud se
resintió y fue enviado a Cannes, ubicado al sur de Francia, donde murió
al año siguiente. Porque creía que Cristo Jesús era Dios y amaba a su
patria, Tocqueville pudo escribir:
“Quiero hacer que todos entiendan que un estado democrático es una
necesidad inevitable en nuestros tiempos. Dividiendo a mis lectores en
enemigos y partidarios de la democracia, quiero hacer que los primeros
entiendan que para que un estado democrático sea tolerable, para que sea
capaz de producir orden y progreso, evitando todos los males que ellos
temen, tienen que apresurarse a dar al pueblo ilustración y libertad. A
los segundos quiero hacerles entender que la democracia no puede dar los
frutos positivos que esperan si no se compagina con moralidad,
espiritualidad y creencias… así quiero unir a todas las mentes honradas
y generosas con unas cuantas ideas comunes. Y en cuanto a la cuestión
de saber si un estado social así es o no es lo mejor que la humanidad
pueda tener, quiera Dios decirlo; sólo El lo sabe”.
224
Moralidad, espiritualidad, creencias… , que, con el denominador
común del Cristianismo, han resultado ser los más valiosos factores de
nuestra Civilización con su proyección política, la Democracia, que,
aunque titubeante en no pocos casos, forma parte esencial de nuestras
vidas.
Aunque también es verdad que el reino de lo gregario e irracional
encuentra el terreno abonado cuando lo que Bergson llamaba moral y
religión estáticas (Las dos fuentes de la Moral y de la Religión, 1932) se
ha vaciado de todo contenido trascendente y de directa vinculación
con el grito de la conciencia de todos y de cada uno de los integrantes
de esa masa. Enrique Bergson, testigo de la flagrante degeneración
democrática que llevó al comunismo, fascismo y nacional-socialismo
no ve otro remedio que el compromiso con una moral y religión
dinámicas, capaces de convertirnos en activos promotores de la
“evolución creadora”.
Se dirá que, escarmentados por las citadas y otras no menos
dramáticas lecciones del pasado siglo, la Humanidad se ha curado en
salud y ha aprendido a sacarle jugo a la Democracia sin permitir una
degeneración hasta los vividos extremos. Aunque ello no deja de ser
un inoportuno tranquilizante, daremos por prácticamente imposible la
reaparición de los Hitler, Stalin o Pol-Pot para ir al grano de lo que
entorpece el camino hacia la progresiva libertad que, teóricamente,
debe garantizarnos la Democracia. Al respecto y sin ir más lejos,
centrémonos en lo que marca la vida de los españoles de principios del
siglo XXI.
Vemos efectivamente que, desde hace años, en España, tal vez
con más intensidad que en otras partes, asistimos a una sistemática
ridiculización de los valores que la libre reflexión considera en radical
sintonía con la Realidad y que, con toda evidencia, han acompañado a
las más productivas y generosas acciones humanas. El obviar todo lo
relativo a la libertad, el trabajo solidario, la generosidad, la conciencia
de las propias limitaciones...) se da de bruces con la necesidad de la
proyección social de las facultades personales. Mal se puede hacer sin
sentido del sacrificio y del carácter positivo de todas y de cada una de
las otras vidas humanas. Obviamente, de la complementariedad entre
unas y otras actividades y vocaciones, sin freno irracional para su
225
posible desarrollo, se alimenta un Progreso, cuya meta habrá de ser la
consecuente conquista de la Tierra.
Si eso ocurre, veremos que, con aun mayor responsabilidad que la
de un ciudadano de a pie, los “servidores naturales del bien común”,
cual deben ser los políticos profesionales, están obligados a asumir
elementales principios éticos que, en recopilación del profesor Dr.
Andrés Francisco Peña (Doctrina social sobre la Política), constituyen
la base del quehacer político en buena voluntad:
a) La verdad: En la política la verdad es la llave para la libertad.
Los gobernantes están obligados por la verdad
b) La justicia: La justicia se entiende aquí como un intento de
dar al hombre la posibilidad de ser efectivamente hombre.
La justicia exige redistribución social: unos darán más de lo
que reciban y otros recibirán más de lo que dan.
c) El amor: El amor suple la falta de justicia, pero no renuncia
a ella. La caridad es más que la justicia y sirve para iluminar
a ésta Suple la inexistencia de los derechos sociales.
d) La libertad: Aquí se define como la ausencia de coacción
física o moral sobre las personas. La libertad debe
reconocerse en grado sumo al hombre, y no debe
restringirse sino cuando sea necesario y en la medida que
lo sea Y cuando sea necesario limitarla debe restituirse
cuanto antes.
e) La igualdad: En la vida contemporánea es un valor
fundamental de la vida social. La desigualad es rechazada
por la Pacem in terris, que llama anacrónicas a las teorías
que consideraban que ciertas clases sociales recibieran un
trato de inferioridad y que otras fueran privilegiadas.
f) La participación: Por la participación el pueblo interviene
en las tareas de gobierno. Ella se opone a la tiranía y al
gobierno aristocrático. La participación se refiere a todos
los ciudadanos, no sólo a la denominada clase política. Con
ella se expresa de manera inequívoca la salud democrática,
y para ella se debe educar.
226
***
Por nuestra parte, ya lo apuntábamos en “El renacer de viejas
ideologías” que la Democracia debe ser bastante más que una
adormecedora utopía. Claro que también reconocemos que sus
derivaciones en la vida real son infinitamente menos perniciosas que
los efectos de una política en la que la Democracia brille por su
ausencia. Debido a ello, podemos seguir hablando de democracia sin
excesivo rubor y procurando no dejar de reconocer que, gracias a la
Moderna Democracia, podemos desarrollar a plenitud nuestra
libertad de expresión: tanto mejor si esa libertad es la misma que
aquella que nace de nuestros más generosos pensamientos, cuestión
nada baladí si tenemos en cuenta que pocas veces (¿alguna vez?)
sucedió así a lo largo de la Historia.
Buceando en la historia del pensamiento, bien podemos apreciar
que personajes como Sócrates, Platón y Aristóteles, privilegiadas
inteligencias los tres, vivieron lamentando lo mucho que les faltaba
para, razonando, razonando…, no desvariar en la justa interpretación
del sentido de la propia vida y de la sincera interpretación de todo lo
que veían y sucedía en su entorno. Sin duda que no pudieron llegar
más lejos porque no conocieron la especial generosidad (el Amor en
su más alta y liberal expresión), que trajo al mundo el Cristianismo. En
un mundo hostil a la abierta libertad de expresión, aquellos que, libres
de prejuicios, buscaban la Verdad, debían medir muy bien su discurso
para no caer víctimas de los poderes establecidos: el caso de Sócrates
es de sobra ilustrativo. Consecuentemente, bendigamos a una
Democracia que, en el marco de la Ley, nos permite pensar y hablar
con plena y generosa libertad y, para cerrar nuestro recordatorio de
aquello, resaltemos el hecho de que, para el gran pensador que fue
Aristóteles, cualquier forma política era buena siempre que en ella el
leal servicio público (la “virtud cívica”) fuera el norte y principal valor
de los principales gestores del Estado.
***
Bien sabemos que, para Aristóteles, maestro de maestros, la buena
política depende menos de la forma de gobierno que de la Ética (virtud
cívica) en que se sustenta. Así lo dejó escrito en su “Política”:
227
El Estado más perfecto es evidentemente aquel en que cada
ciudadano, sea el que sea, puede, merced a las leyes, practicar lo mejor
posible la virtud y asegurar mejor su felicidad. No hay nadie que pueda
considerar feliz a un hombre que carezca de prudencia, justicia, fortaleza
y templanza, que tiemble al ver volar una mosca, que se entregue sin
reserva a sus apetitos groseros de comer y beber, que esté dispuesto, por la
cuarta parte de un óbolo, a vender a sus más queridos amigos y que, no
menos degradado en punto a conocimiento, fuera tan irracional y crédulo
como un niño o un insensato. Entre criaturas semejantes no hay equidad,
no hay justicia más que en la reciprocidad, porque es la que constituye la
semejanza y la igualdad. La desigualdad entre iguales y la disparidad
entre pares son hechos contrarios a la naturaleza, y nada de lo que es
contra naturaleza puede ser bueno.
Se ha dicho que Aristóteles tenía especial inquina a la Democracia,
lo que se contradice con los bien hilvanados argumentos de su célebre
Política, escrita como añadido a su “Ética a Nicómaco”:
“El ser humano, según él, es un animal racional y social, que vive
en búsqueda de la propia felicidad, pero ha de hacerlo de forma inteligente,
lo que es tanto como usar de su razón para sacarle el máximo partido a
sus capacidades en justa armonía con sus semejantes.
Siguiendo a Platón, Aristóteles identifica el arte de buen vivir o
Ética con la Sabiduría o conocimiento de las leyes por las que se rige
la propia naturaleza; pero, a diferencia de su maestro, se preocupa más
de las realidades “materiales” inmediatas que de la vida propia e
independiente que pudieran tener las ideas como patrones de esas
mismas realidades. En cuestión de Política, Aristóteles era realista en
tanto que su maestro, Platón, era recalcitrante idealista: mientras que
éste se inventaba personas y sociedades ideales, aquel observaba la vida
en la “Ciudad” de los seres humanos cabales para apuntar medidas con
que potenciar los aciertos y marginar los fallos. Y cierto, muy cierto es
que, para él, la Democracia, República o gobierno de la Mayoría era
aceptable en tanto en cuanto no derivase en Oclocracia o gobierno de
una mayoría mediocre.
Si el servicio al Bien Común es la principal norma de acción de
uno o varios gobernantes, para Aristóteles (y para el sentido común,
añadimos nosotros) la forma de organización política es de segunda
228
importancia: la historia nos muestra cómo a la monarquía puede
sucederle la república y que un régimen aristocrático puede ser
sucedido por un régimen democrático con los posibles estadios
intermedios de tiranía, oligarquía u oclocracia: República y Monarquía
pueden competir en su aplicación al servicio del Bien Común. De ahí
se deduce que la Ética es un componente esencial de la Política de
forma que, para el buen orden político-social resulta imprescindible
que dirigentes y súbditos respeten y practiquen una escala de valores
(lo que Aristóteles llama Ética) consecuente con la condición humana.
***
Obvio es recordar que, con las “obligadas ambigüedades de
consenso”, la Constitución Española de 1978 (perfectible, aunque
difícil, muy difícil, de consolidar el deseable perfeccionamiento), a
la par que se abría el camino a la positiva participación política de
todos los españoles, se facilitó el camino al desarrollo de perniciosos
y obsoletos particularismos.
Llamamos particularismo a una especie de gremial y socializado
individualismo: me pego al otro y sacrifico mi personal capacidad
de decisión a favor del presumible interés de un privilegiado grupo,
del que me convierto en indiferenciada pieza. Desde tal apreciación,
ha crecido hasta ennegrecidos horizontes esa forma de
particularismo llamado nacionalismo, cuya más moderada expresión
no deja de ser una pura, simple y “colectiva” expresión del crudo
egoísmo.
En España, las exageradas muestras de particularismo
regionalista, apuntó Ortega en 1921, no son más que “la
manifestación más acusada del estado de descomposición en que ha
caído nuestro pueblo”. Si la “historia de la decadencia de una
Nación es la historia de una vasta desintegración”, las razones y
medios para superar tal decadencia han de ser buscadas en una
progresiva integración. Claro que, para que esa integración pase de
las palabras a los hechos, al poder político le corresponde la
iniciativa en roturar caminos de orientación universal para, luego
delegar, descentralizar, coordinar en respeto a las respectivas
libertades de iniciativa.
229
Quiere ello decir que, para romper la tendencia particularista
tan esencial es dosificar la fuerza central como encauzar la fuerza de
dispersión: tan disgregador es el particularismo centralista como el
particularismo periférico:
“Castilla, también dijo Ortega, ha hecho a España y Castilla
la ha deshecho: no hacer nada nuevo y situarse en el particularismo
con perpetua añoranza del pasado. Es un particularismo centralista
que, de alguna forma, recuerda a Carlos III, educado en el
racionalismo burgués, sátrapa ilustrado y obseso por la “originalidad”
hasta el punto de que el conjunto de su obra, nos recuerda Ortega, es
acaso el más particularista y antiespañol centralismo que ofrece la
historia de la Monarquía”…/ ““Es falso suponer que la unidad
nacional se funda en la unidad de sangre”…/ “Lo negativo de los
nacionalismos más acusados no es su fervorosa preocupación por la
diferencia, es el poso que les llega del particularismo central, éste, a su
vez, alimentado por el terror a perder el poder, que se toma como
privilegio y no como posicionamiento para hacer y proyectar”.
Más falso y pernicioso es, añadimos nosotros, cifrar las
excelencias de tal o cual grupo regionalista en las diferencias o
matices de la forma de hablar. Poco se puede hacer cuando los
privilegiados del Centro o de la Periferia mantienen las riendas del
poder apoltronados en sus privilegios: ¿qué decir sobre la patente
de corso en que ha derivado eso que se llama inmunidad
parlamentaria? ¿o sobre el descarado falseo de los hechos delictivos
frente a la opinión pública, entre los cuales, como de rondón, se
coloca la llamada a la sedición de tal o cual “reyezuelo de Taifas”?
¿sobre el cinismo y doble lenguaje de los principales responsables?
¿sobre la justificación del delito en función de la “relevancia social”
de sus actores? o ¿sobre las arbitrariedades y demoras en la
formulación y aplicación de las leyes?
Frente a ello, se echa en falta un mayor compromiso personal con
la Verdad, lo que llevaría a obrar con realismo, valor y con la
generosidad: mucho valor y más generosidad. Bien podemos apreciar
que la unidad nacional ha sido y debe seguir siendo el resultado de un
largo y a veces dramático proceso de “totalización” personalizante:
cada parte de eso que se va haciendo es más ella misma cuanto más ha
230
participado en la consolidación de lo comunitario, un mosaico de
variadas formas y colores, cada cual con su particular resalte, ubicación
y complementariedad. Desde la perspectiva de lo obvio, sigue diciendo
Ortega:
“Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una
comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven
por estar juntos, sino para hacer juntos algo”. Ese algo que hacer no es,
por supuesto, servir de simple caja de resonancia al Poder público: “Desde
hace mucho tiempo, mucho, siglos, pretende el Poder público que los
españoles existamos no más que para él se dé el gusto de existir”, se
lamenta el propio Ortega. “Como el pretexto, sigue diciendo, es
excesivamente menguado, España se va deshaciendo, deshaciendo...”
En esa agonía de la España, que viene de siglos y que, pese a ello,
sigue teniendo voz propia en el concierto de naciones, no es lo más
disgregador el particularismo por cuestión de idioma, “Rh” o “barreras
naturales”: es, con mucho, la falta de un “sugestivo proyecto en
común”, que debiera ser perfilado y desarrollado por el Poder Público
“Central”. Es el particularismo de éste el que, a la par que alimenta los
particularismos centrífugos autodenominados nacionalismos, es
incapaz de señalar norte alguno mientras se regodea en el abúlico
disfrute del momento, a costa de todos los españoles, claro está: es el
tótem de la tribu erigido en el altar supremo del estado, ello en rediviva
línea fascista. Al respecto, podemos muy bien recordar a Mussolini,
uno de cuyos dichos parece haber inspirado no pocas proclamas los
nacionalistas “periféricos” de la actualidad española:
«Queremos unificar la nación en el Estado soberano que está sobre
todos y puede estar contra todos, porque representa la continuidad moral
de la nación en la historia.» (Spirito della Rivoluzione fascista)
Tal concepción está en los antípodas de lo genuinamente español,
que se abre al mundo en “católico abrazo” y mira a lo propio como un
campo en el que desarrollar todo un caudal de libertad
responsabilizante hacia la proyección universal de progresivas dosis de
justicia, solidaridad e igualdad. Elocuentes ejemplos de ello nos
brindan nuestra propia historia y así es reconocido por una no
despreciable parte de la Humanidad. No basta la resonancia del
pasado: es elemental una continua exigencia de compromiso personal.
231
Es respetable todo lo personalizante (idioma, costumbres, historia,
modos de pensar y obrar...); no lo es lo ramplonamente particularista
como es la pedantesca ilusión por poseer mayor capacidad craneana o
una más brillante disposición para los negocios y esgrimirlo para
marcar una disgregadora diferencia.
Claro que el particularismo de los pueblos, al igual que el cerrado
egoísmo de las personas, pierde razón y fuerza cuando la invitación
comunitaria presenta argumentos suficientemente gratificantes para
romper las cerriles fronteras de la autocomplacencia.
Se hace necesario abrir a los españoles del Centro y de la Periferia
prometedores campos de acción en que puedan encontrar sus propios
y personales caminos para una progresiva y comunitaria integración.
Para ello, una buena parte de los españoles esperan la elaboración de
un sugestivo proyecto de acción en común que optimice al máximo su
muy aceptable nivel de desarrollo y unos “cauces naturales” de
comunicación extensibles a todo el mundo.
Son (somos) muchos los españoles que, desde una más efectiva
conjunción de capacidades nacionales, ven (vemos) en la Unión
Europea la ocasión de hacer valer lo que, en consonancia con nuestra
idiosincrasia y las mejores etapas de nuestra historia, podemos aportar
a la buena marcha y prosperidad de la llamada Aldea Global, lo que
nos lleva a plantearnos ¿Basta la incorporación a una asociación de
naciones, cual es la Unión Europea, para que los problemas del día a
día cuenten, en todo y por todo, con mejores vías de solución? ¿Es
prudente renunciar a todo lo que nos diferencia para sumergirnos en
una ciega marea de homologación? ¿No incurriremos en crasa y
perezosa irresponsabilidad si pasamos por alto el discurrir sobre lo que
somos y podemos aportar para cotejarlo con lo que los otros son y
pueden aportar?
***
Tanto o más determinante que el incremento de los
particularismos territoriales y sociales, ha sido y sigue siendo para
el titubeo democrático de España, la evidente crisis de valores,
que se sufre en todos los ámbitos de la sociedad española, vivencia que,
con mayor o menor intensidad, afecta a todas o casi todas las naciones
232
presuntamente civilizadas, las mismas a las que se abre la España
postfranquista y en las que, desde el llamado Renacimiento, los más
acreditados “académicos” de la “esfera occidental”, emulando al
redivivo y pretencioso Protágoras (481-411 a. C.), se presentan a sí
mismos como “la medida de todas las cosas” y, por lo tanto, muy
capaces de alcanzar la meta apetecida en un especie de “visceral
búsqueda a ciegas de la Verdad”.
Cabe recordar que esa desmedida pretensión ha logrado y puede
seguir logrando multitud de adeptos en un mundo de ambiciones,
fantasías y frustraciones, aunque, también, de oportunidades para
ajustarnos a la realidad en el camino de forjar nuestra propia
personalidad desde un aproximado conocimiento de lo que realmente
somos. Retomando la reflexión sobre la vida y obra de la citada judeo
cristiana a parte entera y, a medias, española si tenemos en cuenta que
lo mejor de su trayectoria vital encontró punto de partida y apoyo en
dos españoles de excepción, bien podemos resaltar de su doctrina:
a) Para Edith Stein el ser humano no se comprende sino como
un ser espiritual, capaz de salir de sí, de trascenderse. Y este
trascenderse es algo fundamental para el desarrollo de su
ser, tanto de cara a conocer el mundo, el otro, como para
conocerse a sí mismo.
b) El ejercicio de la empatía es fundamental para que el ser
humano reconozca a los otros como “sujetos” de
experiencia y no como meros objetos y que, por ende,
también aprende del contacto con los otros.
c) En definitiva, el problema que le interesa resolver a Edith
Stein es el de la persona como sujeto que está en este
mundo con el asumible objetivo de mejorarlo en la medida
de sus posibilidades.
Siguiendo tales premisas, vemos que es en el específico terreno del
yo y del tú (por ese orden) en donde, valiente, generosa y libremente,
hemos de encontrar y encontraremos el cabo del hilo conductor hacia
lo que podemos llamar proyección social de todas nuestras energías:
desde ese convencimiento cobrarán insustituible valor tanto la actual
invitación de la Iglesia (coincidente con el legado del Hijo de Dios)
233
como el conocimiento de lo que podemos hacer en función de nuestras
circunstancias. Constata la Iglesia:
“Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a
los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama
a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus
hermanos”….. para “suscitar en todo el Pueblo de Dios el pleno
conocimiento de la función que los tiempos actuales piden a cada uno, en
orden a promover el progreso de los pueblos más pobres, de favorecer la
justicia social entre las naciones, de ofrecer a los que se hallan menos
desarrollados una tal ayuda que les permita proveer, ellos mismos y para
sí mismos, a su progreso” (Populorum Progressio).
Tanto mejor si los bien intencionados testigos de las frecuentes
crisis, que hoy día azotan a los países más opulentos, en España con
particular intensidad, aciertan con un sistema en el que la libertad de
mercados resulte capaz de romper el cerco de lo que Pío XI llamó
“imperialismo internacional del dinero”. Al respecto puntualiza Pablo
VI en su Populorum Progressio:
“Pero si es verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de
muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos
duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización
misma los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña.
Por el contrario, es justo reconocer la aportación irremplazable de la
organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del
desarrollo”…
Aristóteles sigue siendo indiscutible referencia del ser y del vivir
dentro de lo que él consideraba un “orden natural”. Para él la
persecución de la felicidad era el objetivo principal de la razón lo que
es tanto como decir de la condición humana “son de tres clases, nos
dice, los bienes de que disfrutan los seres felices: los bienes del alma,
los del cuerpo y los exteriores”.
“Nunca encontraremos un hombre feliz falto de valor, templanza,
justicia ni prudencia. Todo aquel que desconfía hasta de las moscas en el
aire; que se entrega a excesos en el beber y el comer; que, por el más vil
interés, abuse de sus amigos; que se muestre caprichoso como un niño y
furioso como un animal”.
234
Por mucho que ello resulte evidente hemos de reconocer que, para
ser feliz, una gran mayoría de personas consideran necesario contar
con bastantes cosas más, incluso a pesar de reducir la virtud a su
mínima expresión y se desesperan por superar a sus vecinos y amigos
en riquezas, poderío, consideración social y otras nimiedades. Para
saber a qué atenerse basta tener en cuenta la propia experiencia. Vemos
que no es por medio de los bienes exteriores como se conserva la
virtud y sí por la virtud (saber vivir dentro del orden natural) cómo se
adquieren y conservan los bienes exteriores; y que, en comparación con
los que cifran la felicidad bien sea en el placer, bien sea en la virtud o
en ambas, aventajan a ésos los que son lo suficientemente inteligentes
para practicar la virtud sin carecer de los bienes necesarios para una
cómoda existencia y, por supuesto, a los que, sin desearlo, carecen de
lo necesario en el orden material y, por lo mismo, no se sienten
tentados a buscar el consuelo de los bienes espirituales.
Una mínima reflexión nos convence de que los bienes materiales
no son más que instrumentos útiles si resultan proporcionados a su fin
pero perjudiciales en cuanto abusamos de ellos, al igual que una
herramienta que resulta inútil o peligrosa sino corresponde a las
capacidades del operario que la maneja. Los bienes del alma, por el
contrario, no solamente son nobles y conformes a razón sino que
resultan también muy útiles: tanto más útiles cuanto más exceden a los
que otros poseen... .
Para un mayor énfasis en la exposición de lo que nos parece un
inigualable camino hacia la felicidad de personas y pueblos, nos hemos
permitido repetir a un maestro del “vivir conforme a razón”, que eso
fue Aristóteles, el “sabio estagirita”, a quien no cupo la suerte de
conocer la doctrina y forma de vivir de todo un Hijo de Dios. Ello no
obstante, Aristóteles brindó sólidos argumentos al Realismo Cristiano
con una obra que tocó en profundidad todas las grandes cuestiones
que preocupan a personas y pueblos acertando a marcar la frontera
entre lo deseable y lo posible, siempre al margen de las obsesiones
retrógradas de las viejas ideologías. Porque, desde Aristóteles, la
Política es algo más que eso; y muchísimo más desde que, por virtud
del Cristianismo, se justifica a sí misma en tanto en cuanto se marca
como principal objetivo facilitar la libertad y generosidad de personas
y sociedades al tiempo que se apoya y se sirve de los medios para hacer
235
llegar a todos los que pueblan el ancho mundo la suficiencia en
recursos materiales, convenientemente tratados y bien administrados.
De ello se han de ocupar los buenos políticos y no de reinventar lo
que, afortunadamente, han dado por fracasado la historia y una
elemental sinceridad de nuestra propia conciencia: Es mentira la
autosuficiencia de la materia y doble mentira el que, a través de ese
trasnochado ideal-materialismo, fuente de retrógradas ideologías y
actitudes, superar nuestras actuales angustias y debilidades, tanto más
acuciantes cuanto más nos empeñamos en alejarnos de Dios, quien,
según el místico y muy realista San Juan de la Cruz.
Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura.
El Dios del Amor y de la Libertad no ha muerto, sépanlo todos.
Sigue vivo, muy vivo y presente en todas partes, incluidos nosotros
mismos. Es con Él y en Él cómo nos acercamos a todo lo que
podemos ser y a todo lo que podemos hacer por el bien de todos
nuestros semejantes en la libertad que, por derecho natural, exigimos
a los políticos.
4/5/2023 – A.F.B.
Madrid
236
B I BL I OGR AF Í A B ÁSICA PAR A L A FUNCI ÓN POL ÍT I CA
SEGÚN EL AUT OR
AINSI PARLAIT ZARATHOUSTRA – F.Nietszsche – Gallimard
COMO YO CREO - Teilhard de Chardin – Taurus
CONCEPTO DE LA ANGUSTIA - S. Kierkegard - Col. Austral
CONFESIONES – San Agustín – Col. Austral
COURS DE PHILOSOPHIE POSITIVE - A.Comte - P.U.F
CRITICA DE LA RAZON PURA – E-Kant – Ed.Losada
CUANDO CHINA DESPIERTE – A.Peyrefitte – Plaza Janés
DE ARISTÓTELES A DARWIN (Y VUELTA) – E.Rialp
DESCARTES ET LE RATIONALISME – G.Rodis-Lewis – P.U.F.
DIALOGO MARXISMO-CRISTIANISMO - M. Spieker – EUNSA
DICCIONARIO DE FILOSOFIA – W.Brugger - E.Herder
DICTIONAIRE DES PHILOSOPHES - Seghers
DISCOURS DE LA METHODE – MEDITATIONS – R.Descartes – U.G.E.
ECONOMIA POLÍTICA RACIONAL – J.Ballve – Dochao LES
EL ANTICRISTO - F.Nietszsche – Anaya
EL CONTRATO SOCIAL – J.J.Rousseau – Ed.Tor
EL CRISTIANISMO Y EL PROBLEMA DEL COMUNISMO – N.Berdiaev
EL CRISTIANISMO Y LA LUCHA DE CLASES - N.Berdiaev – Austral.
EL DESCONOCIDO KARL MARX – R. Payne – Ed. Bruguera.
EL FENOMENO HUMANO – Teilhard de Chardin – Taurus
EL MARXISMO, SU TEORIA Y SU PRAXIS – H. Saña – Ediciones Z.
EL MOVIMIENTO COMUNISTA INTERNACIONAL DESDE 1945 – Siglo XXI
EL PRINCIPE – N.Maquiavelo – Hazan
EL REALISMO METODICO – E.Gilson – Ed. Rialp.
EL SOCIALISMO Y LA POLEMICA MARXISTA – A.S.Palomares
EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO– Ortega y Gasset – Austral
EL VERTIGO DE RUSIA, LENIN – F.G.Doria – Ed. Cunillera
EN TORNO A GALILEO – Ortega y Gasset – Austral
ESPAÑA INVERTEBRADA– Ortega y Gasset – Austral
FICHTE – Didier Julia – P.U.F.
237
FILOSOFIA Y CIENCIA EN LA UNION SOVIETICA – G.A.Wetter
GRANDES ECONOMISTES – X.Treney – L.E.N.
HEGEL - A.Cresson – P.U.F.
HEGEL ET L’HEGELIANISME – R.Serrau – P.U.F.
HISTOIRE DE LA LIBRE PENSEE – A.Bayet – P.U.F.
HISTOIRE DE LA PROPRIETE – F.Challaye – P.U.F.
HISTOIRE DE LA RUSSIE – G.Werter – P.B.Payot
HISTOIRE DU CATHOLICISME – J.B. Duroselle – P.U.F.
HISTOIRE DU DROIT PRIVE – J.Imbert – P.U.F.
HISTORIA DE ESPAÑA, (14 TOMOS) Espasa Calpe, 1999
HISTORIA DE LA FILOSOFIA – (2 tomos) Hirsberger – E.Herder
HISTORIA DEL MUNDO (diez tomos) – Salvat.
HUMANISMO INTEGRAL – Jacques Maritain – Ed. Carlos Lohlé.
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K. MARX, ESCRITOS JUVENILES – A. Noce – Magisterio Español.
KANT, HEGEL, DILTHEY – Ortega y Gasset – Revista de Occidente
KARL MARX – K. Korsch – Ariel.
KARL Marx – Roger Garaudy – Seghers
L’ENRECINEMENT – Simone Weil – Gallimard.
L’ESCLAVAGE – M.Lengelle – P.U.F.
L’ETRE ET L’ESPRIT – Santo Tomás – P.U.F.
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LA ESCOLÁSTICA SOVIETICA – T.J.Blekeley – Alianza Editorial.
LA FILOSOFIA DEL COMUNISMO – P. Mac Fadden – Sever Cuesta.
LA HISTORIA COMO SISTEMA– Ortega y Gasset – Austral
LA PENSEE DE KARL MARX – Yves Calvez – Seuil.
LA POLITIQUE – Aristote – E.Gouthier.
LA REBELION DE LAS MASAS – Ortega y Gasset – Austral
LA RENUMERATION DU TRAVAIL – Ricourt – P.U.F.
LA REPUBLICA O EL ESTADO – Platón - Col. Austral
LA REPUBLIQUE ROMAINE – J.Droz – P.U.F.
LA REVOLUTION BOLCHEVISTE – Lenin – P.B.P.
LA REVOLUTION FRANÇAISE – A.Soboul – P.U.F.
LA SOCIOLOGÍA MARXISTA – T. Bottomore – Alianza Editorial.
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LAS GRANDES ENCÍCLICAS SOCIALES – Márquez – Apost. de la Prensa
LE CAPITALISME – Desquirat – P.U.F.
LE CONFLIT SINO-SOVIETIQUE – J.Levesque – P.U.F.
LE DRAME DE L’HUMANISME ATHEE – Henri de Lubac – U.G.E.
LE MARXISME - Henri Lefebvre – P.U.F.
LE MARXISME EN QUESTION – P. Fougeyrollas - Ed. Seuil.
LE MARXISME SOVIETIQUE – H. Marcuse – Gallimard.
LE SINDICALISME DANS LE MONDE – G.Lefrance – P.U.F.
LE THOMISME – P.Grenet - P.U.F
LECCIONES SOBRE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – W.F.Hegel-F.C.E.
LES DOCTRINES ECONOMIQUES – J.Lajugie – P.U.F.
LES GRANDES DOCTRINES MORALES – F.Gregoire – P.U.F.
LES INTERNATIONALES OUVRIERES – A.Kriege –P.U.F.
LES ORIGINES DE LA BOURGEOISIE – R,Pernoud – P.U.F.
LES SOURCES ET SENS DU COMMUNISME RUSSE – N.Berdiaev
LO QUE VERDADERAMENTE DIJO MAO – P.Devillers – Aguilar
LO QUE VERDADERAMENTE DIJO TEILHARD – C.Cuento – Aguilar.
LOS HEREJES DE MARX – M. Spieker – EUNSA
LOS ORIGENES DEL MARXISMO – C. Valverde – B.A.C.
LUTERO Y EL NACIMIENTO DEL PROTESTANTISMO – J.Atkinson
M.LUTERO: SOBRE LA LIBERTAD ESCLAVA – L.F.Mateo – Mag. Español.
MACHIAVEL – G.Mounin - P.U.F.
MAO HA MUERTO – T.L.Verdejo – B. Picazo.
MARCHANDS ET BANQUIERS DU MOYEN AGE – J.le Goff – P.U.F.
MARX – B. Nicolaesvsky – Ed. Cid. KARL Marx – I. Berlin – Gallimard.
MARX – Henri Lefebvre – P.U.F.
MARX Y LOS JÓVENES HEGELIANOS – D.M.Lellan – Ed. Martínez Roca.
MARX Y MARXISMO – A. Piettre – Ed. Rialp.
MARX, ENGELS Y EL MARXISMO – Lenin – Ed.Lenguas Extranjeras.
MARXISMO, EXISTENCIALISMO, PERSONALISMO – J. Lacroix
MATER ET MAGISTRA – Juan XXIII – Apostolado de la Prensa.
MAURICE BLONDEL – H-Lacroix – P.U.F.
METAFÍSICA – Aristóteles – Sarpe
MONTAIGNE – A.Cresson – P.U.F.
239
OBRAS COMPLETAS DE SAN BERNARDO – B.A.C.
OEUVRES COMPLETES – Karl Marx – Ed. Costes.
ORIGEN DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD Y ESTADO – F.Engels – Clarín.
PAUL, APOTRE DE CHRIST – E.B.Allo – E.du Cerf.
PENSAMIENTOS – B.Pascal – Col. Austral
PERSPECTIVES DE L’HOMME – Roger Garaudy – P.U.F.
ROUSSEAU – A.Cresson – P.U.F.
SAGRADA BIBLIA – Nácar-Colunga – B.A.C.
SAINT AUGUSTIN - A. Cresson – P.U.F
SCHOPENHAUER - A.Cresson – P.U.F.
SOCIOLOGIE – A.Comte - P.U.F
STRAUSS – LA VIDA DE JESÚS – M.A.Tabet – E.Magisterio Español
SUMA TEOLOGICA – Santo Tomás – Col. Austral.
TEILHARD DE CHARDIN – C.Cuenot – Seuil.
TRAITE DU DESESPOIR – S. Kierkegard - Gallimard
VIVES, GOETHE – Ortega y Gasset – El Arquero.
VOLTAIRE – R.Pomeau – Seuil
240
ACERCA DEL AUTOR
El escritor, Antonio Fernán-dez
Benayas, nacido en 1933, es un estudioso
de la Historia que se define a sí mismo
como aprendiz de filósofo. Ha viajado
por todo el mundo, leído, trabajado,
reflexionado y rezado por ayudar a
encontrar respuestas a las preguntas que
todos nos hacemos: ¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿Qué
hemos de hacer para que nuestra vida
cobre verdadero y trascendental sentido?
Por los años sesenta del siglo pasado,
viajando por Europa, compartió mucho
tiempo con veteranos exiliados españoles a la par que buceaba en lo
que Lenin llamó “las tres fuentes del Marxismo”, de donde sacó
materia para lo que llamó “Raíces y Dimensiones del Marxismo”,
ensayo que valoraron algunas editoriales españolas sin llegar a
publicarlo en su integridad, pero sí en una parte que pudiera pasar la
censura de entonces. Fue la Editorial ZYX la que, con relativo éxito
entre los universitarios, publicó Dimensiones del Marxismo y Karl
Marx en 1970 y 1972, respectivamente.
Ya jubilado, reactivó sus actividades literarias y de ahí nacieron
“Lecciones de Amor y de Libertad” (PS Editorial, 2004), “Ser y poder ser de
España” (Mira Editores, 2008), “Dios y nosotros en la Historia”
(Ed. Bendita María, 2014) y otros 20 más entre ensayos y novelas,
ofrecidos en Amazon, librerías especializadas y otros portales de la
Red. Temas diversos enfocados desde la perspectiva cristiana y con la
voluntad de contribuir a la obligada tarea común de mejorar lo
mejorable sin abusar de la paciencia del lector.
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