Araucaria. Revista Iberoamericana de
Filosofía, Política y Humanidades
ISSN: 1575-6823
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Universidad de Sevilla
España
Astorga, Omar
La Filosofía de Octavio Paz
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 5, núm. 11, primer
semestre, 2004, p. 0
Universidad de Sevilla
Sevilla, España
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ARAUCARIA
LA FI LOSOFÍ A D E OCTAVI O PAZ
Om a r Ast or ga 1
Después de las orgías int elect uales de est e siglo es
preciso desconfiar de la hist oria y aprender a pensar
con sobriedad. Ej ercicio de desnudez: desechar los
disfraces, arrancar las m áscaras. ¿Qué ocult an? ¿El
rost ro del present e? No, el present e no t iene cara.
Nuest ra t area es, j ust am ent e, darle una cara. El
present e es una m at eria a un t iem po m aleable e
indócil: parece obedecer a la m ano que la esculpe y el result ado es siem pre dist int o al que nos
im aginábam os
La llam a doble
A m a n e r a de in t r odu cción : e l se n t ido de la a pr ox im a ción filosófica
Leer a Oct avio Paz desde la filosofía supone plant earse diversos t ipos de acercam ient o.
Puede ensayarse “ una aproxim ación filosófica” que t rat e de hacer visible, a t ravés de
com ent arios y not as al pie, el sent ido de diversas int uiciones y reflexiones que nos dej ó est e
pensador m exicano. O sugerir, de un m odo m ás am bicioso, la posibilidad de encont rar en su
obra un cuerpo de reflexiones que encaj en dent ro de lo que podríam os llam ar “ la filosofía de
Oct avio Paz” . Pero est as opciones no son necesar iam ent e dilem át icas: una lleva a la ot ra. Y
t erm inam os escogiendo explícit am ent e la segunda, convencidos de que Paz perm it e ir m ás allá
de una “ lect ura filosófica” m arginal, al advert ir que en su obra se recogen t endencias radicales y
decisivas en la configuración de la filosofía cont em poránea.
Pero est a em presa supone diversas dificult ades. Y no nos referim os solam ent e al
problem a de plant ear la aproxim ación filosófica a un ensayist a que no solam ent e exhibe una
escrit ura alej ada de las form as exposit ivas y del lenguaj e filosófico ya consagrado por una larga
t radición académ ica. Bast e t om ar com o referencia las dificult ades que Juan Nuño encont ró para
exponer “ la filosofía de Borges” al ocuparse de un escrit or que colocó su cult ura filosófica al
servicio de la lit erat ura y que, por ello m ism o, no hizo de la filosofía una herram ient a int elect ual
sino una experiencia lingüíst ica y poét ica 2 . Y si bien Paz –a diferencia de Borges- se ocupó de la
filosofía m ás allá del int erés propio de la ilust ración lit eraria, al ofrecer una visible experiencia
int erpret at iva que ha dado precisam ent e lugar a “ aproxim aciones filosóficas” a su obra, creem os
que el problem a fundam ent al de acercam ient o a est e ensayist a se halla en el ej ercicio m ism o de
aproxim ación, si se considera la posibilidad de t om ar com o punt o de part ida no precisam ent e la
“ filosofía heredada” , o cualquier corrient e de la hist oria de la filosofía, sino la crisis m ism a de la
filosofía, t al com o fue asum ida radicalm ent e, ent re ot ros, por Niet zsche, o m ás recient em ent e,
por Richard Rort y.
Sin em bargo, frent e a est a posibilidad se podría alegar que la obra de Paz, al haber
girado en buena m edida en t orno a la alienación del hom bre m oderno, per m it e aproxim aciones
filosóficas ya consagradas, com o la línea int erpret at iva que va de Hegel y Marx a la Escuela de
Frankfurt . O podría sugerirse que quizás sería m ás fecundo acudir al exist encialism o francés, el
de Sart re, por ej em plo, para m ost rar el cont ext o filosófico inm ediat o en el cual se form ó el
pensador m exicano. Y ciert am ent e, son diversas las corrient es filosóficas cuyas huellas pueden
1
Escuela de Filosofía. Universidad Cent ral de Venezuela
Juan Nuño, La filosofía de Borges, México, Fondo de Cult ura Económ ica, 1986. El prólogo y el epílogo de est e libro son
part icularm ent e elocuent es al señalar las dificult ades de ext raer la filosofía de Borges m ás allá de las form as lit erarias. Nuño
la encuent ra esencialm ent e en las orient aciones m et afísicas y cosm ológicas, del m ism o m odo com o adviert e el desint erés de
Borges por los problem as ét ico- polít icos.
2
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encont rarse en la obra de Paz. Enrico Mario Sant í, por ej em plo, en su densa int roducción a la
edición crít ica de El laberint o de la soledad, dio cuent a del cont ext o int elect ual, específicam ent e
filosófico en el que se form ó Paz; y a ello sum a un conj unt o de referencias sobre las deudas que
seguram ent e t uvo el pensador m exicano con diversas corrient es filosóficas, desde Plat ón y el
neoplat onism o, pasando por Hegel y la “ filosofía de las form as” surgidas en el seno del
Rom ant icism o, hast a Marx, Niet zsche, Freud y el exist encialism o 3 . Asim ism o, Juliana González
se ha ocupado de m ost rar las m últ iples influencias filosóficas que recibió Paz; pero m ás
im port ant e que las m eras referencias filosóficas, ella t rat ó de m ost rar el t em ple filosófico de Paz
en su int erpret ación del hom bre m oder no 4 .
Pero cr eem os que la influencia filosófica m ás significat iva que recibió est e pensador en
at ención a su reflexión sobre la cult ura m oderna y sobre México, est á m arcada paradój icam ent e
por la crít ica que le hizo a la filosofía m ism a. Se t rat a ent onces de int erpret ar a un crít ico de la
filosofía, adm irador de Niet zsche, desde un t ipo de reflexión que se ha cult ivado precisam ent e
en t orno a la crisis de la filosofía, en sint onía con las corrient es europeas que iniciaron la así
llam ada crít ica de la m odernidad. Y en esa m edida, el problem a de la aproxim ación a Paz asom a
su propia j ust ificación, t rat ándose de un pensador que desarrolló una crít ica radical a la
m odernidad, y que hizo valer su reflexión sobre la crisis m ism a de la filosofía5 . Por est a vía
querem os sugerir que Paz asum e la cult ura filosófica de un m odo dist int o al de Borges, pues
m ient ras el escrit or argent ino –t al com o lo m uest ra Nuño- j uega lit erariam ent e con la filosofía,
el pensador m exicano int ent a ir m ás allá de la filosofía concebida com o herram ient a int elect ual
ya consagrada, al ofrecer un t ipo de reflexión sobre el im aginario que es filosófica pero que
m uest ra, a su vez, la rigidez de los m odos t radicionales de filosofar 6 .
Y a est o se sum a el hecho de que Paz int ent a hacer valer su reflexión filosófica no en el
t erreno de una disciplina, com o la hist oria, la sociología o la psicología. Precisam ent e su cualidad
de ensayist a se pone de relieve al t rat ar de t ej er las m últ iples redes que form an el m undo
sim bólico y lingüíst ico del im aginario desde el cual es posible describir e int erpret ar la
const it ución de la cult ura. Pero conviene advert ir que no nos referim os al im aginario a part ir de
las habilidades lit erarias y la capacidad de ficción de Paz, de la fuerza y la gracia de su est ilo, en
fin, de su condición esencial de poet a. Esa condición se encuent ra en diversos escrit os
largam ent e apreciados y r econocidos por sus seguidores. No se t rat a de la im aginación vist a a
part ir de un ej ercicio de crít ica lit eraria, ni del im aginario vist o com o m uest r a y capacidad de
ficción que puede ser est udiada desde la psicología o la est ét ica. Nos int eresa m ás bien sugerir
3
El est udio prelim inar que Enrico Mario Sant í elaboró para su edición crít ica de El laberint o es una densa exploración sobre el
cont ext o int elect ual m exicano y europeo en el cual apareció el libro. Véase en Oct avio Paz, El laberint o de la soledad.
Edición de Enrico Mario Sant í, Madrid, Cát edra, 1998, pp. 11- 126.
4
Juliana González V., “ Una lect ura filosófica de El laberint o de la soledad ( A cincuent a años de su publicación) ” , en Mem oria
del coloquio int ernacional “ Por el Laberint o de la soledad. A 50 años de su publicación” , México, Fondo de Cult ura
Económ ica, 2001, pp. 57- 72. González, t al com o Sant í, se refiere a las posibles influencias filosóficas que recibió Paz ( desde
Heráclit o, pasando por Marx, Niet zsche y Freud, hast a Sart re, Heidegger, Bergson, Ort ega y Gasset ) . No obst ant e, ella
afirm a que “ Paz est á lej os ... de discurrir en la m era abst racción y rom per el lazo con las realidades concret as y singulares;
est á lej os igualm ent e de la sist em at ización del filósofo, de los requerim ient os m et odológicos, epist em ológicos y lógicos de
un filosofar académ ico… Y m ás dist ant e aún se encuent ra de una concepción racionalist a de la filosofía, y de algunas
filosofías cont em poráneas que desem bocan en la desesperanza y el sin sent ido” Si se acept an est os argum ent os, no
pareciera pert inent e la pregunt a por la filosofía de Paz. Sin em bargo, González nos dice de seguidas que “ hay una
significat iva presencia de la filosofía en la obra de Oct avio Paz” ( I bid, pp. 57- 58) . Y ella la encuent ra fundam ent alm ent e en
la posición “ crít ica” y “ dialéct ica” que Paz adopt a frent e a la crisis del hom bre m oderno, especialm ent e en at ención a la
posibilidad de afront ar el problem a de la alienación.
5
En una ent revist a sobre su libro, Paz dice: "Mire ust ed. Hem os hablado de las deudas m ías: Freud, Marx... No hem os
hablado de una deuda esencial, sin la cual no hubiera podido escribir El laberint o de la soledad: Niet zsche. Sobre t odo ese
libro que se llam a La genealogía de la m oral. Niezst che m e enseñó a ver lo que est aba det rás de palabras com o virt ud,
bondad, m al. Fue una guía en la exploración del lenguaj e m exicano: si las palabras son m áscaras, ¿qué hay det rás de ellas?
( " Vuelt a a El laberint o de la soledad. Conversación con Claude Fell, en El laberint o, cit ., p. 440) . Niet zsche, en efect o, en La
genealogía de la m oral, se pregunt aba “ ¿en qué condiciones se invent ó el hom bre esos j uicios de valor que son las palabras
bueno y m alvado?, ¿y qué valor t ienen ellos m ism os?” ( Madrid, Alianza Edit orial, 1972, prólogo) .
6
En est a dirección, el valor que le at ribuim os a Niet zsche en la obra de Paz se apoya en las filiaciones int elect uales que
pueden descubrirse ent re est os pensadores a t ravés de una indagación t ext ualist a. Pero t om am os t am bién com o referencia
las recient es invest igaciones donde se ha puest o de relieve la presencia de Niet zsche en el cont ext o de Am érica Lat ina y
part icularm ent e en México. Véanse los señalam ient os de Agapit o Maest re sobre la influencia del pensador alem án en
Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Alfonso Reyes ( “ Niet zsche en Hispanoam érica” , en Met apolít ica , Vol. 4, 2000) y m ás
específicam ent e el art ículo de Miguel Angel Rodríguez sobre “ Oct avio Paz y el art e de vivir: las ganzúas de Niet zsche” , I bid.
Rodríguez se rem it e fundam ent alm ent e a los escrit os j uveniles y poét icos de Paz, pero t am bién nos recuerda el est udio de
Jorge Aguilar Mora ( La divina parej a. Hist oria y m it o en Oct avio Paz, México, Edit orial Era, 1976) donde se m uest ra la
influencia de Niet zsche en El laberint o de la soledad.
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una exploración fundada en la capacidad de Paz para describir el im aginario m exicano y
m oderno a t r avés de reflexiones que se colocan en el orden filosófico. Aunque vale sugerir que
seguram ent e la habilidad im aginat iva que m uest ra en sus escrit os lit erarios, donde apar ecen sus
m ej ores t est im onios de creador y poet a, no es independient e de la versat ilidad y densidad que
exhibe com o ensayist a. Quizás por ello La llam a doble, uno de sus últ im os escrit os, dedicado al
am or y al erot ism o, es una larga reflexión sobre los poderes de la im aginación. Son diversos los
pasaj es donde aparece la im aginación com o el resort e - el agent e, la pot encia- que hace posible
el act o erót ico y poét ico, com o cuando se dice que “ el agent e que m ueve lo m ism o al act o
erót ico que al poét ico es la im aginación. Es la pot encia que t ransfigura al sexo en cerem onia y
rit o, al lenguaj e en rit m o y m et áfora” 7 . Creem os que la pot encia im aginat iva y m et afórica que
Paz encuent r a en la poesía, en el am or y en el er ot ism o, es la m ism a pot encia que pone de
m anifiest o al describir filosóficam ent e la const rucción del im aginario. Se t rat a del im aginario
ent endido com o el conj unt o de form as sim bólicas a t ravés de las cuales se van t ej iendo las
redes subj et ivas y m at eriales que organizan y le dan sent ido a la sociedad. El im aginario no es
ent onces un m ero conj unt o de represent aciones o la así llam ada “ m ent alidad colect iva” , sino
sobre t odo, t al com o sost iene Cast oriadis, el “ m agm a” en virt ud del cual la sociedad se art icula y
se aut oconst it uye 8 . La obra de Paz es precisam ent e una descripción de las form as m ít icohist óricas que se fueron sedim ent ando y que a su vez sirvieron de fer m ent o a la cult ura
m exicana 9 .
Hem os escogido com o t ext o fundam ent al El laberint o de la soledad, seguram ent e el
ensayo m ej or logrado de Paz, donde se encuent ra un t ipo de reflexión ant ropológica, m oral y
polít ica, desde la cual el aut or fij ó las coordenadas principales de su crít ica a la cult ura m oderna.
Y de los m últ iples t ópicos que es posible dest acar en esa r eflexión, desde la soledad/ alienación
hast a la reconciliación/ com unión, querem os dist inguir el principio que Paz desarrolló baj o la idea
de la m áscara. Trat arem os de m ost rar la significación filosófica que t uvo esa idea com o principio
explorador del im aginario m exicano. Abordarem os ent onces El laberint o a t ravés de una
exploración m eram ent e concept ual que no t iene la pret ensión de ofrecer un est udio sist em át ico
sobre la densidad ant ropológica, m oral y polít ica de ese ensayo, sino m ás bien de present ar
algunas claves int erpret at ivas sobre las cuales su aut or, a nuest ro j uicio, funda la int erpr et ación
filosófica del im aginario m exicano. Dividirem os nuest ro ensayo en t res part es. De ent rada, nos
referirem os al t ránsit o que va de la crít ica de Paz a la pret endida “ filosofía del m exicano” hast a
la reflexión sobre las m áscaras m exicanas vist as com o principio de int erpret ación filosófica del
im aginario. Est e es un principio básico a part ir del cual Paz despliega y organiza buena part e de
su ensayo. Luego verem os la m anera com o el im aginario sust ent ado en la m áscara, puede
t am bién ser vist o desde la idea de la cult ura com o espect áculo.
Aquí m ost rarem os la cercanía y el alej am ient o de Paz con Rousseau en relación a la respuest a
subj et ivist a a la crisis de la cult ura m oderna. Y en t ercer lugar, desde una perspect iva m ás
general, abordarem os el im aginario expresado com o form alism o cult ural. Verem os que el así
llam ado “ am or a las Form as” que Paz encuent ra en la cult ura m exicana, j unt o a la cent ralidad
que le at ribuye al lenguaj e, hacen de la idea de la m áscara un principio filosófico que lleva a la
crít ica de la filosofía m ism a. Finalm ent e, a m anera de conclusión, plant earem os la posibilidad de
asum ir la obra de Paz com o un t ipo de reflexión post filosófica que se basa en la cent ralidad del
lenguaj e y del “ aparecer” que precisam ent e encierra la idea de la m áscara.
D e la cr ít ica a la filosofía a l u so de l pr in cipio filosófico de la m á sca r a
El laberint o de la soledad apareció en una época en la cual algunos int elect uales
m exicanos habían realizado varios int ent os de explicación no solam ent e del perfil del hom bre y
7
La llam a doble. Am or y erot ism o, Barcelona, Seix Barral, 1993, p. 10.
Cast oriadis, Cornelius, La inst it ución im aginaria de la sociedad. Vol.2: El im aginario social y la inst it ución, Barcelona,
Tusquet s, V.I I , 1989. Cast oriadis afirm a que no se puede pensar lo social, com o coexist encia, a t ravés de la lógica
t radicional, ni com o unidad de una pluralidad en el sent ido usual, sino com o “ m agm a” ent endido no com o caos sino com o
m odo de organización caract erizado por la diversidad que se funda en redes im aginarias.
9
Nuest ro est udio part e del supuest o de que Paz present a una versión del im aginario m exicano que no puede ser valorada
sim plem ent e com o verdadera o falsa. Com o él m ism o sost iene en Post dat a, es un ej ercicio de “ im aginación crít ica” ( El
laberint o, cit ., p. 363) .
8
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la cult ura de México, sino que habían t am bién explorado la posibilidad de m ost rar el “ ser
m exicano” desde una posición explícit am ent e psicológica y filosófica. Bast e cit ar dos
represent ant es fundam ent ales que Paz nos recuerda en El laberint o. En prim er lugar, Sam uel
Ram os, quien, en El perfil del hom br e y la cult ur a en México, t rat ó de dar cuent a –desde la
psicología- del caráct er del m exicano en at ención al “ com plej o de inferioridad” que desar rolló en
su confront ación desigual con las exigencias de la m odernidad occident al.
Est a será una fuent e decisiva de las reflexiones de Paz y de ot r os ensayist as sobre la soledad y
en general el caráct er del m exicano 10 . En segundo lugar, se dist ingue Em ilio Uranga, discípulo
de José Gaos, e influido a su vez por la ya célebre int erpret ación de Ram os, quien int ent ó ir m ás
allá de la int erpret ación psicologist a al proponer el Ensayo de una ont ología del m exicano, donde
plant eaba, influido por la fenom enología de Husserl y por el reinant e exist encialism o en México,
la necesidad de desvelar la const it ución ont ológica del m exicano a t ravés de “ la nada” y el “ no
ser” que est arían en la base de los sent im ient os de m elancolía y soledad que había acum ulado
desde la colonia 11 .
En est e cont ext o de pret ensiones psicológicas y filosóficas, la respuest a de Paz
cont undent e. Su obra supone un giro int erpret at ivo que se alej ó de la búsqueda del “ ser
m exicano” , t al com o lo asum ió la visión filosófica t radicional. Más aún: su int erpret ación
hom bre y la cult ura m exicanas dej a de lado cualquier act it ud esencialist a, y precisam ent e
ello no int ent a una reconst rucción de la filosofía del m exicano.
fue
del
del
por
Tal vez valga la pena aclarar ( una vez m ás) que El laberint o de la soledad fue un ej ercicio de
la im aginación crít ica: una visión y, sim ult áneam ent e, una revisión. Algo m uy dist int o a un
ensayo sobr e filosofía de lo m exicano o a una búsqueda de nuest ro pr et endido ser . El
m exicano no es una esencia sino una hist oria. Ni ont ología ni psicología. A m i m e int rigaba
( m e int riga) no t ant o el ‘caráct er nacional’ com o lo que ocult a ese caráct er: aquello que est á
det rás de la m áscara. Desde est a per spect iva el caráct er de los m exicanos no cum ple una
función dist int a a la de los ot ros pueblos y sociedades: por una part e es un escudo, un m uro;
por la ot ra, un haz de signos, un j eroglífico12 .
“ Ni ont ología ni psicología” . Lo que aparece t an sólo es “ Un haz de signos” , “ un
j eroglífico” . Y si bien es ciert o que a Paz lo que le int eresa es descifrar ese j eroglífico, vale decir,
descubrir lo que hay det r ás de las m áscaras en una suert e de act it ud no m enos esencialist a
com o la que acusaba en los int elect uales de su t iem po, podem os adver t ir que su obra se
desarrolla com o descripción e int erpret ación circular de ese j eroglífico, es decir, de las m áscaras
m exicanas. No hay lugar para el “ hum anism o abst ract o” . Y es precisam ent e aquí donde se
puede apreciar el giro fundam ent al de su reflexión. La t ent ación esencialist a de buscar lo que
exist e det rás de las m áscaras, se conviert e en El laberint o de la soledad, en una infinit a
descripción de las m áscaras baj o la prem isa –y la conclusión- de que no hay realidad alguna
det rás de ellas y que, m ás bien, ellas t erm inan convirt iéndose en la m ism a realidad.
Est am os condenados a invent arnos y, después, a descubrir que esa m áscara es nuest ro
verdader o rost ro. En El laberint o de la soledad m e esforcé por eludir ( sin lograrlo del t odo) t ant o
las t ram pas del hum anism o abst ract o com o las ilusiones de una filosofía de lo m exicano: la
m áscara convert ida en rost ro / el rost ro pet rificado en m áscara13 .
10
Sam uel Ram os, El perfil del hom bre y la cult ura en México, Madrid, Espasa Calpe, 1951. Refiriéndose a la im port ancia
de exam inar “ el sent im ient o de inferioridad” del m exicano, Ram os dice que “ para dej ar bien aclarado est e punt o, vale la
pena exponer cuál es a m i j uicio, el m ecanism o psicológico que det erm ina aquel com plej o” ( p. 10) . La im port ancia del libro
de Sam uel Ram os, escrit o en 1934, se evidencia en el conj unt o de ensayos que, com o el de Paz, asum ieron el ret o de dar
cuent a o de desm ont ar el pret endido com plej o de inferioridad del m exicano. Véase al respect o el conj unt o de ensayos
reunidos por Roger Bart ra en Anat om ía del m exicano, Barcelona, Plaza and Janes, 2003, pp. 109- 215.
11
Em ilio Uranga, “ Ont ología del m exicano” , en Roger Bart ra, Op.cit , , pp. 145- 158. Para una present ación general sobre
diversos int ent os de com prensión de la cult ura m exicana desde la pret ensión de m ost rar el “ ser” del m exicano, véase Enrico
Mario Sant í, I nt roducción a El laberint o de la soledad, cit , pp. 52- 55. Una lúcida aproxim ación, inspirada parcialm ent e en la
obra de Paz, se encuent ra en el ya célebre ensayo de Roger Bart ra, La j aula de la m elancolía. I dent idad y m et am orfosis del
m exicano, México, Grij albo, 1987.
12
Post dat a, en El laberint o, cit ., p. 363.
13
El laberint o, cit ., p. 364.
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Det engám onos ent onces en la idea de la m áscara, dada la im port ancia que el propio Paz
le at ribuye y que nosot ros consideram os decisiva para ent ender el rum bo de su reflexión sobr e
la cult ura m exicana. Aquí debem os advert ir que si bien ya Sam uel Ram os había afirm ado que en
El laberint o de la soledad Oct avio Paz “ reduce la fisonom ía del m exicano a una m áscara” , Enrico
Mario Sant í niega esa int erpret ación al sost ener que “ la m áscara es sólo uno de varios at ribut os
que el libro est udia” 14 . Quizás am bos int érpret es, en sent ido am plio, t enían razón. Aunque se
podría t am bién sost ener que ninguno de ellos la t enía en sent ido est rict o. Decim os est o porque
la m áscara, ciert am ent e, es un principio que recorre t odo el libro de Paz, pero debido a su
not able uso herm enéut ico no llega a ser un m odo reduct ivo en la com prensión de la cult ura
m exicana. Por ot ro lado, si bien es cier t o que la m áscara es uno ent re los varios at ribut os que
m uest ra el libro, es un at ribut o fundam ent al - decisivo a nuest ro j uicio- desde el cual es posible
leer los ot ros at ribut os15 . No querem os decir que el principio de la m áscara sea la única clave
para com pr ender El laber int o de la soledad, pero es posible m ost rar la not able significación que
posee para encont rarle coherencia y sent ido a est e libro y a la obra de Paz.
Para com prender el origen de la m áscara, conviene pregunt arse de ant em ano qué es “ el
laberint o de la soledad” . Se t rat a del recorrido ant ropológico y cult ural a t ravés del cual se
m uest ra el caráct er del m exicano. El “ laberint o” , digám oslo así, son las infinit as form as que
expresan hist óricam ent e ese caráct er, y la “ soledad” es el sent ido m ism o de ese caráct er, que el
aut or t rat a de rast rear desde las fuert es cult uras prehispánicas de m esoam érica, pasando por la
im plant ación del poder colonial español, hast a los cam bios cult urales y polít icos del siglo XX. La
“ soledad” no es ent onces una esencia inm ut able, sino m ás bien una condición que se ocult a y se
revela j ust am ent e en la m edida en que se va t ej iendo el “ laberint o” . Cuando Paz se refiere, por
ej em plo, a la revolución m exicana, la present a com o “ un m ovim ient o t endient e a reconquist ar
nuest ro pasado, asim ilarlo y hacerlo vivo en el present e. Y est a volunt ad de regreso, frut o de la
soledad y de la desesperación, es una de las fases de esa dialéct ica de soledad y com unión, de
reunión y separación que parece pr esidir t oda nuest ra vida hist órica” 16 .
De esa form a, la vida hist órica m exicana adopt ó la figura de un laberint o que t iene com o
origen la necesidad del m exicano de salir de sí m ism o pero par a prot egerse; de buscar cam inos
que hagan posible esa pr ot ección, para luego, sin em bargo, no encont rar el cam ino del ret orno a
sí m ism o. Y al explicar la form ación de ese laberint o Paz nos ofr ece la m et áfora de las m áscaras
m exicanas. La m áscara es una idea, una suert e de experim ent o m ent al o de m odelo
int erpret at ivo de la realidad que le sirve para describir el im aginario m exicano. Y así com o ot ras
ideas y reflexiones del aut or, la m áscara no necesariam ent e se agot a en la t area de describir
em pírica e hist óricam ent e la cult ura m exicana, sino que es una m anera r adical y crít ica de
pensar esa cult ura 17 . Quizás el logro m ás im port ant e de esa idea consist e en ofrecer un punt o
de vist a, o m ej or dicho, un principio de acercam ient o fecundo a los resort es que m ueven la
cult ura. Más que una ut ilidad direct am ent e explicat iva y descript iva, la idea de la m áscara t iene
un uso int erpret at ivo y com prensivo: es un principio herm enéut ico a t ravés del cual se hace
pat ent e la difícil t area de int erpret ar y recuperar crít icam ent e la t radición siendo part e de ella18 .
14
Sam uel Ram os, “ En t orno a las ideas sobre el m exicano” , en Cuadernos Am ericanos, 1951, 58, pp. 103- 113. Enrico Mario
Sant í, I nt roducción a El laberint o de la soledad, cit ., pp. 52 y 53. Véase t am bién Thom as Merm all, ( Oct avio Paz y la
m áscara, en Cuadernos Am ericanos, 1972, 180, pp. 195- 207) , quien afirm a que la preocupación por las m áscaras
m exicanas es el m ot ivo principal de El laberint o.
15
Mut at is m ut andi, podría plant earse est o a la m anera com o Spinoza se refiere a los at ribut os de Dios: son infinit os, pero
cada uno de ellos expresa, a su m anera, la nat uraleza de la Sust ancia ( Ét ica dem ost rada según el orden geom ét rico, I ,
Madrid, Ediciones Orbis, 1980) .
16
El laberint o, cit ., p. 292. Conviene advert ir que Paz, si bien pensó la dialéct ica de la soledad y la com unión a propósit o de
México, la concebía com o un fenóm eno universal: “ No es arbit rario ver nuest ra hist oria com o un proceso regido por el rit m o
–o la dialéct ica- de lo cerrado y lo abiert o, de la soledad y la com unión. No es difícil advert ir, por ot ra part e, que el m ism o
rit m o rige las hist orias de ot ros pueblos. Pienso que se t rat a de un fenóm eno universal” ( Prólogo a El peregrino en su pat ria,
cit ado en Sant í, op.cit ., p. 578) .
17
Valga señalar que en El laberint o no se da cuent a de las m áscaras desde una perspect iva hist órica. Acerca de los orígenes
precolom binos de la m áscara, así com o sus m anifest aciones después de la conquist a, véase el am plio est udio de Pet er T. y
Robert a T. Markm an, Masks of t he Spirit : im age and m et aphor in Mesoam erica, Berkeley, Universit y of California Press,
1989.
18
Ut ilizam os uno de los rasgos de la idea de herm enéut ica t al com o fue expuest a por Gadam er en Verdad y m ét odo
( Salam anca, Ediciones Síguem e, 1991) , donde se dice, por ej em plo, que “ La herm enéut ica t iene que part ir de que el que
quiere com prender est á vinculado al asunt o que se expresa en la t radición, y que t iene o logra una det erm inada conexión
con la t radición desde la que habla lo t ransm it ido. Por ot ra part e... exist e una verdadera polaridad de fam iliaridad y
ext rañeza, y en ella se basa la t area de la herm enéut ica … con la at ención puest a en algo dicho: el lenguaj e en el que nos
habla la t radición, la leyenda que leem os en ella” ( p. 365) .
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Paz es elocuent e al referirse, de una m anera universal, a la m áscara que cada uno lleva: “ Viej o
o adolescent e, criollo o m est izo, gener al, obrero o licenciado, el m exicano se m e apar ece com o
un ser que se encierra y se preserva: m áscara el rost ro y m áscara la sonrisa” 19 .
Ahora bien ¿en qué consist e esa m áscara? La m áscara es, digám oslo así, el ej ercicio y a
la vez el m ecanism o de represent ación a t ravés del cual algo se esconde y a la vez se exhibe.
Paz insist e sobre t odo en lo que la m áscara exhibe y es allí precisam ent e donde revela su
habilidad par a m ost rar el im aginario m exicano. Pero t am bién m uest ra las diversas form as de
elaboración de la m áscara com o proceso de ocult am ient o y post er ior revelación. La
configuración de la m áscara es la configuración del im aginario com o un doble proceso que
esconde la int erioridad y a la vez la t ransfigura volviéndola su opuest o:
Plant ado en su arisca soledad, espinoso y cort és a un t iem po, t odo le sirve para defenderse:
el silencio y la palabra, la cort esía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su
int im idad com o de la aj ena, ni siquiera se at reve a rozar con los oj os al vecino: una m irada
puede desencadenar la cólera de esas alm as cargadas de elect ricidad… En sum a, ent re la
realidad y su persona est ablece una m uralla, no por invisible m enos infranqueable, de
im pasibilidad y lej anía. El m exicano siem pre est á lej os, lej os del m undo y de los dem ás.
Lej os, t am bién, de sí m ism o 20 .
La m áscara crea la ilusión de la defensa y abre un espacio radical de alej am ient o del
ot ro. Es la negación del ot ro. Pero t am bién es la negación de sí m ism o. El m ecanism o de
ocult am ient o es t an perverso com o perfect o pues llega al punt o de im pedir el propio
reconocim ient o. La búsqueda de la ident idad se conviert e en una ilusión que hace descubr ir o al
m enos sospechar, m ás bien, el alej am ient o de sí m ism o. Por ello, el ext rañam ient o del
m exicano, som et ido a las redes de su propio laberint o, es precisam ent e el m ot ivo m ás
recurrent e que inspira est e fecundo libro de Paz. La int im idad, el silencio, la resignación hacen
j uego con la palabra, la cort esía y la ironía. De est a form a se va const ruyendo el laberint o. La
soledad no es un est ado de aislam ient o absolut o, sino un proceso de recubrim ient o y a su vez
un m ovim ient o ext erior: una suert e de huida hacia afuera, sem ej ant e a la agresividad que
em erge del t error. Eso es lo que explica, según Paz, la conduct a recelosa y herm ét ica del
m exicano, que considera peligroso el m undo ext erior, pero que, en t odo caso, busca en ese
m undo la form a de prot egerse.
Toda la hist oria de México, desde la Conquist a hast a la Revolución, puede verse com o una
búsqueda de nosot ros m ism os, deform ados o enm ascarados por inst it uciones ext rañas, y de
una Form a que nos ex prese. Nosot ros [ ...] lucham os con ent idades im aginarias, vest igios del
pasado o fant asm as engendrados por nosot ros m ism os [ ...] Porque t odo lo que es el
m exicano act ual, com o se ha vist o, puede reducirse a est o: el m exicano no quiere o no se
at reve a ser él m ism o 21 .
Quizás la reflexión m ás im port ant e que hace Paz sobre las m áscaras m exicanas apunt a
al m ovim ient o dialéct ico que, en definit iva, hace que la m áscara se conviert a no en el aparecer o
en la m era represent ación, sino en el ser o la realidad m ism a del m exicano. Est e pr oceso
dialéct ico cobra t al aut onom ía que le lleva a concluir que la m áscara se conviert e en t odo, y
det rás de ella, en definit iva, no hay nada. La m áscara es un principio desde el cual se explica - se
ext iende- t odo. Pero en t ant o principio, a su vez, no es un m ecanism o cont ingent e de alienación
de la nat uraleza hum ana - en est e caso la del m exicano- sino un proceso de escisión en
const ant e m ovim ient o a t ravés del cual se configura la hist oria22 .
19
El laberint o, cit ., p. 164. Est e pasaj e se encuent ra al inicio del segundo capít ulo del libro, dedicado a las “ Máscaras
m exicanas” . Pero ya desde el prim er capít ulo la idea de la m áscara aparece explícit am ent e referida, de una m anera
universal, por ej em plo, a la relación ent re el viej o y el adolescent e ( p. 144) ; o m ás específicam ent e ilust rada cuando se
habla de la condición disfrazada del “ pachuco” ( pp. 148, 150, 151) .
20
I bid., p. 164.
21
I bid., p. 311 y ss.
22
Ya casi al final de su vida, en La llam a doble, confront ando a Hegel, Paz se m ant uvo pesim ist a en t orno a la posibilidad de
superar la alienación vist a desde la escisión del hom bre m oderno. Allí nos dice que “ Bret on at ribuía la enaj enación,
siguiendo a Marx, al sist em a capit alist a; una vez que ést e desapareciese, desaparecería t am bién la alienación. Su ot ro
m aest ro, Hegel, el prim ero en form ular el concept o de enaj enación, t enía una idea m enos opt im ist a… Para Hegel la
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En sum a, la idea de la m áscara aparece en la obra de Paz com o result ado del
reconocim ient o de la form a com o el m exicano busca prot egerse frent e a los vaivenes y fuerzas
de la cult ura m oderna. En est a dirección Paz no hizo m ás que seguir una t radición int erpret at iva
ya consagrada por un grupo de int elect uales y art ist as m exicanos que habían ident ificado en el
com plej o de inferioridad y en la form ación de las m áscaras un m ecanism o de prot ección. Pero, a
diferencia del cont ext o int elect ual en el que se form ó, Paz fue m ás allá de la aproxim ación
psicológica y a su vez rechazó la exploración filosófica orient ada a encont rar la esencia y los
fundam ent os del ser m exicano.
El giro de su reflexión represent ó una cont ribución poét ica pero t am bién int elect ual que hizo de
la m áscara un principio filosófico cuya j ust ificación descansaba en el espesor que van
adquiriendo las m ism as m áscaras a t ravés de su capacidad de r evelación de las form as
escindidas del hom bre m oderno. Paz apunt a y se det iene especialm ent e en el m om ent o de
m áxim a t ensión en el cual la necesidad de ocult am ient o - que adviert e, por ej em plo, en el
m alinchism o m exicano- se vuelve equivalent e a la necesidad de r epresent ación 23 . Pero ent re los
ext rem os del ocult am ient o y la represent ación, no hace m ás que m ost rar la form a com o la
realidad del m exicano y del hom bre m oderno viene cada vez m ás ocupada por el m undo com o
represent ación.
Ese es precisam ent e el sent ido fundam ent al que asum e su idea de la m áscara. Est a idea
aparece en México bien com o una indagación psicologist a que apunt aba a descubrir el caráct er
del m exicano, o com o una pret ensión m et afísica dest inada a rev elar su verdadera esencia. Per o
el giro niet zscheano de Paz va m ucho m ás allá al t ransform ar est a idea en una m et áfora cuyo
significado filosófico descansa en su capacidad de m ost rar la génesis, la t ensión y el despliegue
m ism o del enm ascaram ient o vist o com o m ovim ient o y form a const it ut iva de la exist encia
hum ana 24 .
La cr ít ica a l m u n do com o e spe ct á cu lo y a la de r iva su bj e t ivist a
No necesariam ent e hay que pensar que el im aginario m exicano, anclado en el proceso
de represent ación expresado en la m áscara, es una experiencia única y singular. Y si bien
pueden t ener se pr esent es las int erpret aciones de Sam uel Ram os, Rodolfo Usigli y las del propio
Paz, ent re ot ros, sobre el proceso que ha dado lugar a las m áscaras m exicanas25 , ese proceso
responde a un m ecanism o ant ropológico que sur ge en t odo proceso civilizat orio, desde los m ás
ant iguos de la hist oria, pero que se ha exacerbado e inst alado m olecularm ent e con la cult ura
m oderna. Est a preocupación fue advert ida em blem át icam ent e por Rousseau, quien ya anunciaba
la crisis de la m odernidad cuando se refería a la cult ura com o espect áculo vist a com o un proceso
de desnat uralización y de acum ulación de pr ej uicios y form as que alej an al hom bre cada vez
m ás de sí m ism o.
Tant o el Discurso sobre las ciencias y las art es com o el Discurso sobre los orígenes y
fundam ent os de la desigualdad ent r e los hom bres const it uyeron precisam ent e una reacción
m oral cont ra las form as com o la cult ura m oderna afect ó al desarrollo m ism o de la nat uraleza
hum ana. El ginebrino afirm aba, por ej em plo, en el Discurso sobre las ciencias y las art es,
alienación nace con la escisión... Tal vez el error de Hegel y de sus discípulos consist ió en buscar una solución hist órica, es
decir t em poral, a la desdicha de la hist oria y a sus consecuencias: la escisión y la alienación” ( pp. 140- 142) .
23
A propósit o del m alinchism o, Laureano Albán dice que “ el capít ulo segundo del releído Laberint o de la soledad, de Oct avio
Paz, t it ulado “ Máscaras m exicanas” , da, reit erat ivam ent e, las paut as y los perfiles del concept o y el rol de la m uj er en los
países de México y Cent roam érica” ( “ Eunice Odio: una m uj er cont ra las m áscaras. Los “ Elem ent os t errest res” ant e
“ Máscaras m exicanas” , en Revist a I beroam ericana, 53, 1987, p. 327) . Albán, sin em bargo, pone de relieve la form a poét ica
com o Eunice Odio asum ió con dignidad la condición fem enina, en cont ra de la fragilidad y la debilidad present ada por Paz.
La “ inferioridad” de la m uj er revelaría, m ás bien, su poder y su fuerza, expresada en su capacidad de abrirse y exponerse.
24
Valga recordar aquí, a propósit o del “ giro niet zscheano de Paz” , que al exam inar el sent ido de la cult ura europea,
Niet zsche afirm aba que “ el hom bre dot ado de un profundo pudor... se sirve de la palabra, inst int ivam ent e, para no decir
nada y para callar ciert as cosas, es inagot able en pret ext os para velar su pensam ient o; lo que quiere y lo que consigue es
que una form a enm ascarada de su persona circule en su lugar en los corazones y en los cerebros de sus am igos. Y aunque
no haya querido, llegará un día en que descubrirá que, a pesar de t odo, sólo se conoce una m áscara de él, y que est á bien
así” ( Más allá del bien y el m al, Madrid, EDAF, 1985, p. 73) .
25
Carlos Coria- Sánchez ha puest o de relieve la cont inuidad que exist e ent re Ram os, Usigli y Paz en t orno a la idea de la
m áscara ( “ El Gest iculador: cont ext ualización del “ yo” m exicano” , en Cuadernos Am ericanos. Nueva Época, 1999, # 75, pp.
208- 214) . Véase part icularm ent e de Usigli “ Las m áscaras de la hipocresía” , en Anat om ía del m exicano, cit ., pp. 131- 144.
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refiriéndose a las cost um bres, que “ las sospechas, las som bras, los t em ores, la frialdad, la
reserva, el odio, la t raición se ocult aban sin cesar baj o ese velo uniform e y pérfido de la
cort esanía, baj o esa ur banidad t an ponderada que debem os a las luces de nuest ro siglo” ; y m ás
específicam ent e, en el Discurso sobr e la desigualdad ent re los hom bres aludía a los efect os
perversos de la m áscara: “ la am bición devorador a, el ansia de elevar su fort una relat iva [ ...]
inspiran a t odos los hom bres una negra inclinación a perj udicarse m ut uam ent e, una envidia
secret a, t ant o m ás peligrosa cuant o que para hacer su j ugada con m ayor seguridad adopt a a
m enudo la m áscara de la benevolencia” 26 .
A pesar de que Paz no se consideró un seguidor de Rousseau, podem os en principio
advert ir la sem ej anza que exist e ent re am bos aut ores en at ención al enorm e valor que le
at ribuyen a la const it ución de la cult ura com o sim ulación y com o espect áculo. En Rousseau el
argum ent o fundam ent al est á basado en la crít ica ét ico- polít ica a la desnat uralización del hom bre
m oderno en el seno de la sociedad civil; y en Oct avio Paz sobresale la idea crít ica de la m áscara
vist a com o ocult am ient o, com o form a, rit o, cerem onia, com o fiest a religiosa o civil. En am bos
casos podem os apreciar la descripción y la crít ica del principio de repr esent ación que se expresa
en la m áscara. Son diversos los ej em plos que le perm it ieron a Rousseau y a Paz ilust rar la
fuerza de la m áscara const it uida com o espect áculo, no solam ent e del espect áculo art íst icam ent e
concebido, t al com o lo vieron los griegos, sino de t odo espect áculo, desde la vida cot idiana de
un pueblo que realiza sus fiest as, hast a las cerem onias fast uosas de legit im ación de la polít ica27 .
Pero es necesario dest acar una diferencia fundam ent al ent re Paz y Rousseau a propósit o
de la crít ica a las m áscaras, a la repr esent ación y a la cult ura com o espect áculo. En Rousseau, la
crít ica a la cult ura m oderna y la búsqueda de la t ransparencia lleva a desm ont ar las m áscaras de
la civilización, y a explorar en la edad de oro del hom bre prim it ivo cuáles son sus verdader os
at ribut os nat urales, donde se dest acan la volunt ad libre y la piedad com o caract eríst icas
esenciales que port a el hom bre- suj et o desde el cual es posible reconst ruir ét ica y polít icam ent e
el m undo. De est e m odo, a pesar de la crít ica a la m odernidad que el ginebrino despliega
especialm ent e a los largo de sus célebres discursos, se pone en evidencia la m anera
precisam ent e m oderna con la cual procuró darle respuest a a la crisis que observaba en su
t iem po, at ado a la búsqueda de fundam ent os y de realidades esenciales. Digám oslo de ot ra
m anera: Rousseau t rat ó de buscar lo que exist ía det rás de las m áscaras, apelando a la
hipot ét ica idea del est ado de nat uraleza ya desar rollada por los m ás conspicuos filósofos del
siglo XVI I ( Hobbes y Locke, ent re ot ros) , y, de ese m odo, ret om ó el proyect o filosófico m oderno
que hacía descansar la propuest a de una nueva sociedad en las cualidades universales de la
nat uraleza hum ana y en la capacidad de reconst rucción racional de la polít ica.
En Paz, si bien encont ram os una act it ud esencialist a de desenm ascaram ient o que le
acerca a los códigos filosóficos de la m odernidad, podem os adv ert ir sin em bargo que su obra se
desarrolla al fin y al cabo com o una experiencia herm enéut ica que le alej a de los pat rones
fundam ent alist as. Paz t enía ciert am ent e pr esent e el giro rousseauniano de la vuelt a al est ado
nat ural cuando se refería a la t ent ación del hom bre m oderno de r ebelarse cont ra “ su propia
condición” renunciando “ a su hum anidad” 28 . Pero t am bién t enía present e que de ese m odo,
“ Cam biar al hom bre, así, quiere decir renunciar a serlo: hundirse para siem pre en la inocencia
anim al o liberarse del peso de la hist oria” 29 . Más aún: Paz t enía present e el giro subj et ivist a que
26
J.J.Rousseau, Del Cont rat o Social, Discurso sobre las ciencias y las art es, Discurso sobre el origen de la desigualdad ent re
los hom bres, Madrid: Alianza Edit orial, 1980, pp. 163, 262. Nót ese, asim ism o, cóm o Niet zsche, en su Genealogía de la
m oral, un t ext o adm irado por Paz, afirm a que “ necesit am os una crít ica de los valores m orales, hay que poner alguna vez en
ent redicho el valor m ism o de esos valores - y para est o se necesit a t ener conocim ient o de las condiciones y circunst ancias de
que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y m odificaron ( la m oral com o consecuencia, com o sínt om a, com o
m áscara, com o t art ufería, com o enferm edad, com o m alent endido; pero t am bién la m oral com o causa, com o m edicina, com o
est ím ulo, com o freno, com o veneno) ” ( Madrid, Alianza Edit orial, 1972, prólogo) .
27
Ant es de Rousseau, la polít ica com o espect áculo había sido claram ent e vist a por Thom as Hobbes, quien se había inspirado
precisam ent e en el principio de la m áscara para int erpret ar el m odo com o surge el Est ado m oderno a t ravés del principio de
represent ación. El filósofo inglés llam a la at ención sobre el hecho de que la palabra “ persona” significa en griego “ faz” y en
lat ín el “ disfraz o aspect o ext erno de un hom bre” . “ Algunas veces, el t érm ino significa, m ás part icularm ent e, la part e del
discurso que cubre el rost ro, com o una m áscara o caret a. De la escena se ha t rasladado a cualquiera que represent a un
lenguaj e y acción” ( Leviat án, Madrid, Alianza Edit orial, 1989, cap.16, p. 134) .
28
Oct avio Paz, El arco y la lira. El poem a, la revelación poét ica. Poesía e hist oria, México, Fondo de Cult ura Económ ica, 1956,
p. 36.
29
I bid.
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suponía est a operación al advert ir que en ella el plant eam ient o de fondo residiría en el hecho de
“ que no sea la exist encia hist órica la que det erm ine la conciencia sino a la inversa” . Y al
com ent ar la perspect iva rousseauniana sost iene que la t ent at iva revolucionaria de volver al
est ado nat ur al se present a, ciert am ent e, com o una recuperación de la conciencia enaj enada.
Pero la evaluación que el pensador m exicano hace de ese int ent o es lapidaria, cuando afirm a
que de ese m odo “ la especie habría dado ent onces su segundo salt o m ort al” . Casi com o si lo
t uviese al frent e, aunque no cit e el Discurso sobr e la desigualdad, Paz sost iene que gracias al
prim er salt o el hom bre abandonó el m undo nat ural, dej ó de ser anim al y se puso en pie:
cont em pló la nat uraleza y se cont em pló.
El segundo salt o const it uiría el regreso a la unidad original, haciendo de la conciencia el
fundam ent o real de la nat uraleza. Y de esa form a, Paz adviert e cóm o, desde una clara posición
m oderna, se post ula la conciencia com o fundam ent o últ im o desde el cual es posible la
reconciliación. Pero frent e a est a posibilidad nuest ro ensayist a evidencia su escept icism o cuando
se pregunt a si “ una vez reconquist ada la unidad prim ordial ent re el m undo y el hom bre, ¿no
saldrían sobrando las palabras? El fin de la enaj enación sería t am bién el del lenguaj e.
La ut opía t erm inaría, com o la m íst ica, en el silencio” 30 . El int ent o ent onces de hacer de la
conciencia el fundam ent o esencial de la vida desde una pret endida vuelt a al est ado nat ur al, dej a
al hom bre paradój icam ent e deshum anizado al perder el lenguaj e, precisam ent e la form a a
t ravés de la cual se t ej e su conciencia 31 . Y si bien es ciert o que Paz se r em it e a la realidad
fundam ent al de la conciencia al sost ener que “ ent re el hom bre y su ser se int erpone la
conciencia de sí” ; y est o j ust ificaría la idea según la cual la palabra se conviert e “ en un puent e
m ediant e el cual el hom bre t rat a de salvar la dist ancia que lo separa de la realidad ext erior” ,
adviert e, no obst ant e, que “ esa dist ancia form a part e de la nat uraleza” , de t al m odo que la t ar ea
de afront ar la nat uraleza m ism a de la alienación de la conciencia supone asum ir las redes - las
m áscaras- a t ravés de las cuales ella m ism a se ha t ej ido a t ravés del lenguaj e32 .
Podríam os, en sum a, decir que Paz realiza una doble operación: describe el lenguaj e de
la m áscara- espect áculo, por un lado, y nos hace ver por el ot ro que la m áscara no es m ás que
lenguaj e. Y de ese m odo hace del lenguaj e de la m áscara un recurso especular y
aut ocom prensivo que no necesit a el ret orno a la esencia hum ana ni la búsqueda de una
conciencia universal, desde el m om ent o en que ofrece, por sí m ism o, las claves par a su
int erpret ación. Allí est á el aport e de est e pensador m exicano. Su virt ud com o int érpret e de la
cult ura y la hist oria m exicanas consist e en haber t ej ido su discurso con las m ism as redes del
laberint o que quiso describir. Y el result ado ha sido fecundo y quizás asom broso, porque se
ofrece una m irada aut oconscient e del laberint o no com o una realidad dist int a al lenguaj e que lo
describe.
30
I bid.
Y a est o conviene añadir que Paz, para ut ilizar la conocida expresión de Heidegger, rechaza la posibilidad de una
m et afísica cart esiana de la subj et ividad, no solam ent e al dej ar de lado la búsqueda del ser del alm a del m exicano, sino
t am bién al poner de relieve su concepción m ism a del alm a: “ Debem os abandonar la concepción est át ica de las llam adas
facult ades com o hem os abandonado la idea de un alm a apart e. No se puede hablar de facult ades psíquicas –m em oria,
volunt ad, et c- com o si fueran ent idades separadas e independient es. La psiquis es una t ot alidad indivisible. Si no es posible
t razar las front eras ent re el cuerpo y el espírit u, t am poco lo es discernir dónde t erm ina la volunt ad y em pieza la pura
pasividad. En cada una de sus m anifest aciones la psiquis se expresa de un m odo t ot al. En cada función est án present es
t odas las ot ras” , I bid., p. 37
32
No querem os decir que Paz haya reem plazado su int erés por la alienación por un abordaj e m eram ent e lingüíst ico de la
conciencia. En El laberint o de la soledad se llega incluso a asum ir la concepción m arxist a de la alienación cuando se dice que
“ el obrero m oderno carece de individualidad… esa es la prim era y m ás grave m ut ilación que sufre el hom bre al convert irse
en asalariado indust rial. El capit alism o lo despoj a de su nat uraleza hum ana … puest o que reduce t odo su ser a fuerza de
t rabaj o, t ransform ándolo por est e solo hecho en obj et o. Y com o a t odos los obj et os, en m ercancía, en cosa suscept ible de
com pra y vent a” ( El laberint o, cit ., p. 205) . Sin em bargo, en definit iva, Paz vuelve su m irada al concept o hegeliano de
alienación m ant eniendo, no obst ant e, frent e a Hegel, una act it ud escépt ica sobre las posibilidades cult urales e hist óricas de
superación de la conciencia alienada. Refiriéndose a la idea hegeliana de alienación vist a com o escisión, ret om a el problem a
clave ya desarrollado en El laberint o de la soledad m ediant e la idea de la m áscara, al considerar la búsqueda laberínt ica e
infinit a de sí m ism o: “ la escisión no se cura con el t iem po” ( …) “ cada m inut o es el cuchillo de la separación: ¿cóm o confiarle
nuest ra vida al cuchillo que nos degüella? El rem edio est á en encont rar un bálsam o que cicat rice para siem pre esa cont inua
herida que nos inflingen las horas y los m inut os. Desde que apareció sobre la t ierra - sea porque haya sido expulsado del
paraíso o porque es un m om ent o de la evolución universal de la vida- el hom bre es un ser incom plet o. Apenas nace y se
fuga de sí m ism o. ¿A dónde va? Anda en busca de sí m ism o y se persigue sin cesar. Nunca es el que es sino el que quiere
ser, el que se busca; en cuant o se alcanza, o cree que se alcanza, se desprende de nuevo de sí, se desaloj a, y prosigue su
persecución” ( La llam a doble, cit ., pp. 142- 143) .
31
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La crít ica a la cult ura com o espect áculo no conduce ent onces necesariam ent e a la búsqueda
subj et ivist a de los fundam ent os. La crít ica de Paz se va desplegando com o un ej ercicio
conscient e de haber r em ovido los códigos m orales y subj et ivist as de la m odernidad desde una
perspect iva filosófica que pierde en rigidez lo que gana en fecundidad int erpret at iva.
D e l u so de l pr in cipio filosófico de la m á sca r a a la cr ít ica de la filosofía .
Las m áscaras se expresan ent onces com o proceso de represent ación y, a su vez, com o
espect áculo. Pero Paz va m ás allá en su reflexión y se eleva a una consideración m ás general al
referirse a la const it ución del im aginario com o form alism o cult ural. Ciert am ent e, el proceso de
form ación de las m áscaras m exicanas lleva a Paz a det enerse por igual en los rasgos
psicológicos que revela ese proceso y a la vez en los m ecanism os hist órico- cult urales que lo
hacen visible. El principio que soport a ese proceso es la preem inencia de lo cerrado sobre lo
abiert o, que se m anifiest a, ciert am ent e, en conduct as y em ociones que apunt an hacia lo
cerrado, vale decir, la im pasibilidad, la desconfianza, la ironía, el recelo. Pero al m argen de la
psicología y la hist oria, m ucho m ás expresiva es la m anera cóm o se anuncia el
enm ascaram ient o. Se revela, dice Paz, “ com o am or a la Form a” 33 .
La m ot ivación inicial del cult o a las form as se halla en la necesidad de esconder la
int im idad y de reprim ir los excesos. Podríam os, en principio, decir que la racionalidad de las
form as ocult a y reprim e el m undo de la im aginación. Y de eso da cuent a a m enudo el aut or.
Pero quizás lo m ás significat ivo - y aquí se halla la dialéct ica de la m áscara- es que las form as se
expresan de m uchas m aneras, hast a el punt o de convert irse en m uest ras de la pot encia m ism a
de la im aginación. Más aún: las form as com ienzan a const it uirse com o im aginario. Y el m ej or
ej em plo se halla en la “ predilección por la cerem onia, las fórm ulas y el orden” 34 . Es una suert e
de or den geom ét rico cart esiano y barroco, t al com o sucedió en el siglo XVI I europeo y en buena
m edida en el m exicano. En el caso de México, Paz apunt a fundam ent alm ent e al or den del
discurso, al espect áculo, al orden que se t ransform a en cer em onia. “ El m exicano, dice Paz, es un
hom bre que se esfuerza por ser form al y que m uy fácilm ent e se conviert e en form ulist a” 35 . Y la
razón fundam ent al de ello se halla en los orígenes de la m áscara, es decir, en la necesidad de
ocult ar las inseguridades y el caos de la im aginación. El orden j urídico, social, religioso e incluso
art íst ico se conviert e en una fuent e de seguridad.
El gust o y el cult o a las form as revela, adem ás, una int ención t radicionalist a. El
form alism o no exige - dice Paz- un m ovim ient o const ant e de invención. En el caso de México:
Las com plicaciones rit uales de la cort esía, la persist encia del hum anism o clásico, el gust o por
las form as cerradas en la poesía ( el sonet o y la décim a, por ej em plo) , nuest ro am or por la
geom et ría en las art es decorat ivas, por el dibuj o y la com posición en la pint ura, la pobreza de
nuest ro Rom ant icism o frent e a la excelencia de nuest ro ar t e barroco, el form alism o de
nuest ras inst it uciones polít icas y, en fin, la peligrosa inclinación que m ost ram os por las
fórm ulas - sociales, m orales y burocrát icas- , son ot ras t ant as expresiones de est a t endencia
de nuest ro caráct er. El m exicano no sólo no se abre; t am poco se derram a36 .
Por ello es m enest er adm it ir que si bien las form as son una m anera de ocult ar y
cont rolar el m undo int erior, t am bién ponen de relieve la fuerza im aginaria de ese m undo: “ A
veces las form as nos ahogan [ ...] En ciert o sent ido la hist oria de México, com o la de cada
m exicano, consist e en una lucha ent re las form as y fórm ulas en que se pret ende encerrar a
nuest ro ser y las explosiones con que nuest ra espont aneidad se venga” 37 . Sin em bargo, lo que
en definit iva queda de ese m ecanism o de ocult am ient o y revelación, es el proceso laberínt ico de
las represent aciones y las form as. Ciert am ent e, com o dice Paz, “ Ment im os por placer y fant asía,
33
Enrico Mario Sant í se ha det enido a considerar el cont ext o filosófico y sociológico –de origen rom ánt ico y m ás
específicam ent e hegeliano- que podría dar cuent a del uso de la idea de la Form a en Paz. ( Op.cit ., p. 75 y ss) . En ese sent ido
a nosot ros nos int eresa aproxim arnos al valor de la Form a com o un principio de com prensión filosófico de la cult ura.
Hablam os por ello de form alism o cult ural para referirnos al valor que las form as alcanzan en la const it ución de lo polít ico, lo
religioso o lo art íst ico, hast a el punt o de convert irse t ant o en expresión ant ropológica com o en perfil cult ural.
34
I bid., p. 167.
35
I bid.
36
I bid., pp. 167- 168.
37
I bid., p. 168.
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sí, com o t odos los pueblos im aginat ivos, pero t am bién para ocult arnos y ponernos al abrigo de
int rusos” 38 . Pero de esa form a no sólo se ej ercit a sino que se consolida el m undo com o
sim ulación. Ciert am ent e, “ sim ular es invent ar o, m ej or, aparent ar y así eludir nuest ra
condición” . Pero la sim ulación y la invención, que son precisam ent e form as de resignificación del
im aginario, se conviert en en la realidad m ism a y no en algo que ocult a. La apariencia expresada
a t ravés de las form as se conviert e en la realidad: “ El m exicano t iene t ant o horror a las
apariencias, com o am or le profesan sus dem agogos y dirigent es. Por eso disim ula su propio
exist ir hast a confundirse con los obj et os que lo rodean. Y así, por m iedo a las apariencias, se
vuelve sólo apariencias” 39 .
Las apariencias t erm inan ent onces convirt iéndose en la realidad 40 . Paz t ransit a así de
una explicación psicológica a una exploración filosófica, sem ej ant e al t ránsit o que va de Sam uel
Ram os a Em ilio Uranga. Pero la diferencia - radical- con ellos se halla en la ausencia de la
búsqueda de una realidad últ im a. Las m áscaras, las apariencias, el sim ulacro, las form as, no
t ienen algo det rás de sí. Su realidad es ser lenguaj e, no concebido com o inst rum ent o sino com o
la realidad y la verdad que const it uye al hom bre: “ A cada m inut o hay que rehacer, r ecrear,
m odificar el personaj e que fingim os, hast a que llega un m om ent o en que realidad y apariencia,
m ent ira y verdad, se confunden” 41 .
Paz se eleva así del form alism o m exicano a una reflexión que hace descansar en las apariencias,
en el lenguaj e, en la m et áfora y en su hist oria la clave para abordar los pr oblem as del hom bre
m oderno. Son num erosas las afirm aciones donde se evidencia el peso de su m irada a t ravés del
lenguaj e com o cuando afirm a que “ el hom bre es un ser de palabras” , o cuando dice que “ las
palabras no viven fuera de nosot ros” , “ nosot ros som os su m undo y ellas el nuest ro” , “ las redes
de pescar palabras est án hechas de palabras” , y sobre t odo cuando sost iene que “ el lenguaj e es
una condición de la exist encia del hom bre” . No ex t raña ent onces que Paz r evalorice el lenguaj e
de la m áscara y la m áscara com o lenguaj e para int erpret ar la cult ura m exicana y la cult ura
m oderna. Y por est a vía em erge el sent ido filosófico de su reflexión. Pero no a la m anera de una
reflexión lingüíst ica form alist a, sino desde la crít ica m ism a a la filosofía.
Él nos recuerda que “ Niet zsche inicia su crít ica de los valores enfrent ándose a las palabras”
cuando se pregunt aba “ ¿qué es lo que quieren decir realm ent e virt ud, verdad o j ust icia?” Y
desde est a int errogant e Paz pone de relieve el giro lingüíst ico de su concepción de la filosofía, al
advert ir que Niet zsche: “ Al desvelar el significado de ciert as palabras sagradas e inm ut ables precisam ent e aquellas sobre las que reposaba el edificio de la m et afísica occident al- m inó los
fundam ent os de la m et afísica. Toda crít ica filosófica se inicia con un análisis del lenguaj e” 42 .
No quiere decir est o que la filosofía sea par a Paz un ej ercicio de m ero acercam ient o
lingüíst ico o un análisis form alist a del lenguaj e, vacío de cont enido, pues el “ t em a esencial” de
la filosofía es “ el hom bre y sus problem as” . Pero la filosofía t iene que vér selas con un equívoco
fundam ent al que la recorre: “ depende de su fat al suj eción a las palabras” . Y de esa form a Paz,
en sint onía con su preocupación por el giro form alist a de la cult ura, concibe la filosofía desde la
cont ingencia hist órica, al considerar que “ t oda filosofía que se sirva de palabr as est á condenada
a la servidum bre de la hist oria” 43 . El lenguaj e filosófico y el lenguaj e, en general, quedan
som et idos a un m ecanism o infinit o de r esignificación que alej a las posibilidades de una
m et afísica universal, pero t am bién de un hist oricism o idealist a ( Hegel) o m at erialist a ( Marx) .
38
I bid., p. 175.
I bid., pp. 178- 180 ( subrayado nuest ro) .
Es probable que Paz haya t enido en m ent e el t ipo de reflexiones que hizo Niet zsche en esa dirección cuando afirm aba que
“ la vida no sería posible sin t oda una perspect iva de apreciaciones y de apariencias, y si se suprim iese t ot alm ent e el “ m undo
aparent e” , con t oda la indignación y la rust icidad virt uosa que con él ponen ciert os filósofos, suponiendo que est o fuese
posible, no quedaría nada det rás de nuest ra “ verdad” , ( Más allá del bien y el m al, cit ., p. 69) .
41
El laberint o, cit ., p. 176.
42
El arco y la lira, pp. 29- 30.
43
I bid., p. 30.
39
40
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Lo que se recupera, digám oslo así, con Rort y, son las posibilidades de la cont ingencia donde
quedan disuelt as las rígidas cat egorías de suj et o y obj et o j unt o a la universalidad de las form as
lingüíst icas que ellas suponen. 44 Ya Paz se adelant aba a est e t ipo de reflexión cuando afirm aba
que precisam ent e con el lenguaj e “ las front eras ent re obj et o y suj et o se m uest ran … indecisas.
La palabra es el hom bre m ism o. Est am os hechos de palabras” . 45
Pero las consecuencias de est a afirm ación van m ás allá de la m era apreciación de la
im port ancia del hecho lingüíst ico en la consideración de la subj et ividad. Paz afirm aba incluso,
refiriéndose a la nat uraleza del lenguaj e, que est e es una “ vast a m et áfora de la realidad” . Su
form ulación es cont undent e: “ La esencia del lenguaj e es sim bólica porque consist e en
represent ar un elem ent o de la realidad por ot ro, según ocurre con las m et áforas … Cada palabra
o grupo de palabras es una m et áfora … Por la palabra, el hom bre es una m et áfora de sí m ism o
… El lenguaj e t iende espont áneam ent e a crist alizar en m et áforas. 46
Las pret ensiones de ver dad y la búsqueda de la realidad se conviert en en una red
m eram ent e lingüíst ica que puede ser abordada com o una incesant e producción de m et áforas. Y
es precisam ent e Niet zsche quien había dicho que la verdad es “ Una huest e en m ovim ient o de
m et áforas, m et onim ias, ant ropom or fism os, en resum idas cuent as, una sum a de relaciones
hum anas que han sido r ealzadas, ext rapoladas y adornadas poét ica y ret óricam ent e y que,
después de un prolongado uso, un pueblo considera firm es, canónicas y vinculant es” . 47
Pero Niet zsche t am bién advert ía que “ el endurecim ient o y la pet rificación de una
m et áfora no garant izan para nada en absolut o la necesidad y la legit im ación exclusiva de esa
m et áfora” 48 . La sust it ución y la evolución de las m et áforas es precisam ent e la evolución del
hom bre. No es casual que Rort y, seguidor de Niet zsche, afirm e que el lenguaj e no es m ás que la
hist oria de la m et áfora. 49 Y así com o Niet zsche nos habla de la verdad com o m et áfora y Rort y
nos present a la evolución de las m et áforas t al com o evolucionan orquídeas y ant ropoides, Paz
nos ofrece, en su lenguaj e poét ico, su versión del desarrollo de las m et áforas:
Diariam ent e las palabras chocan ent re sí y arroj an chispas m et álicas o form an parej as
fosforescent es. El cielo verbal se puebla sin cesar de ast ros nuevos. Todos los días afloran a la
superficie del idiom a palabras y frases chorreando aún hum edad y silencio por las frías escam as.
En el m ism o inst ant e ot ras desaparecen. De pront o, el erial de un idiom a fat igado se cubre de
súbit as flores verbales. Criat uras lum inosas habit an las espesuras del habla. Criat uras, sobre
t odo, voraces. En el seno del lenguaj e hay una guerra civil sin cuart el. Todos cont ra uno. Una
cont ra t odos. ¡Enorm e m asa siem pre en m ovim ient o, engendrándose sin cesar, ebria de sí! 50
La idea de la evolución m et afórica del lenguaj e pero sobre t odo el hecho de que el
hom bre sea concebido com o una m et áfora de sí m ism o, hace ent onces del am or a las form as,
del form alism o cult ural y de la cont ingencia del lenguaj e el plano básico de aproxim ación a los
problem as del hom bre m oderno. Pues así com o Paz, frent e a Rousseau, int ent a m ost rar el vacío
o el silencio en el que se cae cuando se int ent a volver a un est ado originario despoj ado de las
form as lingüíst icas y de la hist oria, de la m ism a m anera rechaza la rigidez del lenguaj e m oderno
e ilust rado que se ha crist alizado en m et áforas asum idas com o verdades expresadas a t r avés de
cat egorías universales. Por ello es necesario advert ir que el am or a las form as - a las m áscarasque Paz encuent ra en la cult ura m exicana y la cent ralidad que le at ribuye al lenguaj e com o
form a const it ut iva del im aginario, no necesariam ent e es un ej ercicio de legit im ación de los
problem as que afect an al hom bre m oderno, sino una form a crít ica de afront arlos desde la
44
Efect ivam ent e, las reflexiones de Paz pueden ser leídas desde la revalorización del lenguaj e y desde la crít ica a las
cat egorías m et afísicas de suj et o y obj et o que propuso Rort y: “ Porque si persist im os en la im agen del lenguaj e com o un
m edio, com o algo que est á ent re el yo y la realidad no hum ana con la que el yo procura est ar en cont act o, no habrem os
hecho progreso alguno” ( Cont ingencia, ironía y solidaridad, Madrid, Paidós, 1986, p. 31) .
45
El arco y la lira, cit ., p. 30.
46
I bid., p. 34.
47
Friedrich Niet zsche, Sobre verdad y m ent ira en sent ido ext ram oral, Madrid, Técnos, 1990, p. 25.
48
I bid., pp. 30- 31.
49
“ Las viej as m et áforas est án desvaneciéndose const ant em ent e en la lit eralidad para pasar a servir ent onces de base y
cont rast e de nuevas m et áforas... Nuest ro lenguaj e y nuest ra cult ura no son sino una cont ingencia, result ado de m iles de
pequeñas m ut aciones que hallaron un casillero ( m ient ras que m uchísim as ot ras no hallaron ninguno) , t al com o lo son las
orquídeas y los ant ropoides” ( Cont ingencia, ironía y solidaridad, cit ., p. 36) .
50
I bid., pp. 34- 35.
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nat uraleza m ism a de su const it ución. Com o dice Paz refiriéndose a El laberint o, “ en aquella
época no m e int eresaba la definición de lo m exicano, sino, com o ahora, la crít ica: esa act ividad
que consist e, t ant o o m ás que en conocernos, en liberarnos” 51 .
A m a n e r a de con clu sión : la s posibilida de s de u n a r e fle x ión post filosófica
La obr a de Paz puede concebirse, sin dudas, com o un ensayo que dej a de lado las
pret ensiones de la filosofía m oderna de encont r ar en los fundam ent os, en el suj et o, en la
conciencia, las bases a part ir de las cuales era posible reint erpret ar la cult ura m exicana y la
cult ura m oderna. En est a m edida sugerim os que su obra es el t est im onio de un giro radical que
t om ó la filosofía desde finales del siglo XI X y durant e el siglo XX, al int ent ar disolver la rigidez de
las pret ensiones universalist as del lenguaj e m et afísico. Pero j unt o a su valor com o t est im onio, la
obra de Paz se nos m uest r a com o un int ent o de aut ocom prensión art iculado a su fam iliaridad y a
su crít ica a la filosofía m ism a, especialm ent e al hacer del lenguaj e y part icularm ent e del
lenguaj e de la m áscara el horizont e const it ut ivo de la cult ura52 .
Com o vim os, la int ención de Paz no fue la de ofrecer una filosofía de lo m exicano - una suert e de
búsqueda de su esencia. Por ello no podría decirse que Paz post erga, sino que m ás bien dej a de
lado, una incursión filosófica fundam ent alist a por el im aginario m exicano. Y si bien es
convenient e reconocer que est e pensador no es un t eórico de la filosofía ni hace de ella un t em a
fundam ent al de sus ensayos, evidencia, sin em bargo, un claro conocim ient o e incluso
fam iliaridad con los grandes filósofos, desde los clásicos hast a los cont em poráneos53 . Y m ás que
eso, Paz asum e posiciones t eóricas que perm it en int erpret arlo no com o un ensayist a que ha
cult ivado y seguido un t ipo de filosofía ( la filosofía clásica o la m oderna, por ej em plo) , sino, m ás
bien, com o un pensador que ha ido m ás allá de las posiciones filosóficas t radicionales. Su
rechazo a la ut ilización de los concept os de causa, de ser, de esencia, para ent ender la cult ura
m exicana, es una m uest ra significat iva de su posición.
Y est e hecho es m ucho m ás im port ant e que la posibilidad de que su pensam ient o pueda ser
ident ificado con algún pensador cont em poráneo que haya rechazado t am bién esos concept os.
Pero si a est o le agregam os la clara y consecuent e adm iración que Paz sent ía por Niet zsche,
quien, com o se sabe, ha sido una fuent e decisiva de la crít ica a la m odernidad, podem os advert ir
con m ás propiedad que su crít ica a los concept os t radicionales no es filosóficam ent e ingenua,
sino que responde a una posición filosófica que em erge de la crít ica a los grandes sist em as
m et afísicos, en sint onía con el pensam ient o y la cult ura que se desarrollará en la segunda m it ad
del siglo XX54 .
51
El laberint o, cit ., p. 364. El propio aut or se encarga de reafirm ar el sent ido crít ico de su reflexión en las páginas finales de
su libro. Después de hacer la crít ica al sim bolism o y la carga m ít ica que exist e en la plaza de Tlat elolco, el Zócalo, el
Palacio Nacional y el Museo de Ant ropología, y de considerar ese ej ercicio com o una crít ica hist órica, señala lo siguient e: " En
est e caso ( y t al vez en t odos) la crít ica no es sino uno de los m odos de operación de la im aginación, una de sus
m anifest aciones. En nuest ra época la im aginación es crít ica. Ciert o, la crít ica no es el sueño pero ella nos enseña a soñar y a
dist inguir ent re los espect ros de las pesadillas y las verdaderas visiones. La crít ica es el aprendizaj e de la im aginación en
su segunda vuelt a, la im aginación curada de fant asía y decidida a afront ar la realidad del m undo. La crít ica nos dice que
debem os aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dent ro de nosot ros m ism os" ( I bid., cit ., pp. 414- 415) .
52
Ent endem os com o post filosófica aquella posición t eórica que expresam ent e se alej a de ese t ipo de int erpret ación que para
indagar en t orno al hom bre y su hist oria ponen su acent o en el “ fundam ent o” , en “ la causa” , en “ el suj et o” o en “ la
esencia” . La así llam ada corrient e post m oderna, especialm ent e en su com binación con el neopragm at ism o, t al com o ha sido
cult ivado, por ej em plo, por Richard Rort y, es una m uest ra de ello, al hacer del lenguaj e el obj et o clave y único de la
reflexión filosófica. Véase El giro lingüíst ico, Barcelona, Paidós, 1990, y especialm ent e Cont ingencia, ironía y solidaridad, cit .
Para una consideración general de la post filosofía y en part icular del “ giro pragm át ico” que ella supone, véase de Jurgen
Haberm as, Pensam ient o post m et afísico, Madrid, Ed.Taurus, 1990, p. 65 y ss.
53
De las num erosas referencias que hace Paz a la filosofía, bast e cit ar su m anera de explicar la hist oria de la especulación
filosófica desde el m om ent o en que ést a se separó en la época m oderna del saber cient ífico: “ la filosofía, por su part e, se
t ransform ó en un discurso t eórico general, sin bases em píricas, desdeñoso de los saberes part iculares y alej ado de las
ciencias. El últ im o gran diálogo ent re la ciencia y la filosofía fue el de Kant . Sus sucesores dialogaron con la hist oria
universal, com o Hegel, o con ellos m ism os, com o Schopenhauer y Niet zsche. El discurso filosófico se volvió sobre sí m ism o,
exam inó sus fundam ent os y se int errogó: crít ica de la razón, crít ica de la volunt ad, crít ica de la filosofía y, en fin, crít ica del
lenguaj e” ( La llam a doble, pp. 173- 174) .
54
Véase al respect o el conj unt o de ensayos recogidos por Gianni Vat t im o, en La secularización de la filosofía. Herm enéut ica y
post m odernidad, Barcelona, Edit orial Gedisa, 1992. El enorm e peso que ha venido cobrando la herm enéut ica en la cult ura
filosófica del siglo XX, es precisam ent e un t est im onio de las posibilidades de aut ocom prensión de la crisis y a su vez de la
revalorización de diversas corrient es filosóficas, desde la fenom enología, pasando por el neoposit ivism o y el m arxism o,
hast a el deconst ruccionism o. Véase al respect o Gadam er, El giro herm enéut ico, Madrid, Ediciones Cát edra, 1995.
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Se podría por ello sugerir que el ensayo de Paz es una reflexión post filosófica no
solam ent e porque el aut or descart ó la posibilidad de hacer un t ipo de reflexión organizada según
los cánones t radicionales de la filosofía, sino t am bién, y sobre t odo, porque realizó un
acercam ient o a la cult ura m exicana no a t ravés de la búsqueda de los fundam ent os, de las
causas prim eras, de la nat uraleza esencial del suj et o m exicano, sino a part ir del j uego de
represent aciones que const it uyen el im aginario. De t al form a que el im aginario viene concebido
no a part ir de un pensam ient o de la profundidad, de lo vert ical, sino com o una reelaboración
perm anent e de lo horizont al, de la superficie, de lo que puede ser concebido a t ravés de infinit as
relaciones. La idea del laberint o revela esa int ención y hace por ello del im aginario expresado en
la m áscara el m apa a part ir del cual es posible leer su aproxim ación a la cult ura m exicana.
Esa lect ura encierra adem ás una filosofía de la hist oria que se coloca m ás allá del
causalism o propio de los m et arelat os de la m odernidad. Pues a pesar de la im port ancia que est e
pensador le at ribuye a la hist oria, por ej em plo, al valor que encuent ra en reconst r uir los
orígenes azt ecas y españoles del pueblo m exicano, no hace uso, sin em bargo, de una
concepción det erm inist a que apela sin m ás a la hist oria para explicar el ser m exicano. Paz no
est á de acuerdo, por ej em plo, con una explicación que diga que: “ El caráct er de los m exicanos
es un product o de las circunst ancias sociales im perant es en nuest ro país” 55 . Es elocuent e su
rechazo a la posición det erm inist a que hace descansar la explicación del caráct er del m exicano
en la hist oria considerada com o una suert e de causa prim era y absolut a, suficient e para dar
cuent a del im aginario. Esa explicación, que podría ser considerada a m ediados del siglo XX,
cuando se escribió el libro, com o una suert e de m arxism o posit ivist a, hace del im aginario un
efect o, vale decir, el result ado de un proceso concebido separ adam ent e de una causa que lo
produce, y le rest a o anula ent onces la posibilidad de que pueda, a su vez, ser considerado
orgánicam ent e dent ro de la explicación causal. Digám oslo de ot ra m anera: para el pensador
m exicano la hist oria no es la causa del im aginario, sino que el im aginario - lo que el aut or llam a
“ la act it ud vit al” - es la hist oria 56 .
Oct avio Paz busca ent onces alej arse del sim plism o m ecanicist a de la explicación causal.
Y est o supone una concepción dist int a de la filosofía y de la hist oria, concebidas no com o un
conj unt o de represent aciones separ adas de la act ividad im aginat iva. “ Las circunst ancias
hist óricas explican nuest ro caráct er en la m edida que nuest ro caráct er t am bién las explica a
ellas [ ...] En realidad, no hay causas y efect os, sino un com plej o de reacciones y t endencias que
se penet ran m ut uam ent e” 57 . Por ello querem os dest acar que quizás el lado m ás significat ivo de
la crít ica de Paz al m ecanicism o hist oriográfico y de su desdén por el fundam ent alism o filosófico
se halla en la revalorización no sólo del im aginario sino t am bién de la reciprocidad y, digám oslo
así, de la circularidad del proceso hist órico. Podríam os, en sum a, decir que el im aginario es el
proceso m ism o de const it ución de la hist oria. La obra de Paz const it uye un m om ent o de la
aut oconciencia del m exicano, un m om ent o que si bien pudo suscit ar num erosas cr ít icas,
const it uye un ej ercicio crít ico y, adem ás de eso, un t est im onio - com o dice Paz- de la
im aginación crít ica; un m om ent o fundam ent al del im aginario del siglo XX.
Decíam os en la int roducción a est e ensayo que el problem a fundam ent al que aparece al
int ent ar un acercam ient o filosófico a la obra de Paz, no se halla t ant o en la cuest ión de ofrecer
un panoram a de sus incursiones por el cam po de la filosofía. Hem os vist o que el problem a surge
al const at ar la sint onía int elect ual que m ost ró est e pensador con la radicalidad de las reflexiones
55
I bid., cit ., p. 208.
La revalorización del im aginario m exicano supone, sin dudas, la recuperación de los m it os que se han sedim ent ado
cult uralm ent e y que const it uyen un fact or decisivo de la reint erpret ación de la hist oria. A propósit o del enorm e valor del
m it o en la reescrit ura de la hist oria en Oct avio Paz, véase de Héct or Jaim es, La reescrit ura de la hist oria en el ensayo
hispanoam ericano, Madrid, Edit orial Fundam ent os, 2001, específicam ent e el capít ulo “ El laberint o de la soledad: el m it o y la
hist oria” , pp. 119- 142, donde se pone de relieve la crít ica al det erm inism o hist órico así com o la recuperación del m it o en la
com prensión hist órica de la cult ura m exicana.
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El laberint o, pp. 208- 210. La aproxim ación no causalist a de Paz puede ser revalorizada, por ej em plo, desde la
int erpret ación que realiza Cast oriadis de la sociedad y la hist oria. Est e pensador griego adelant a una crít ica radical al
enfoque causal de la hist oria precisam ent e ant e la incapacidad de dicho enfoque para ent ender la aparición de lo ot ro, de lo
diverso, irreduct ible a un m ecanism o repet it ivo. En La inst it ución im aginaria de la sociedad nos dice que cuando se apela a
la causalidad se niega lo ot ro o a lo sum o se considera com o epifenóm eno, sin que se llegue a com prender el enorm e valor
que para la sociedad y la hist oria t ienen las significaciones im aginarias. Para una reflexión sobre la relación ent re Paz y
Cast oriadis, véase el ensayo de Raúl Dom ingo Mot t a, “ La presencia de C. Cast oriadis en la obra de Oct avio Paz” , en
Pensam ient os y polifonías com plej as, Universidad de El Salvador, 1997.
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ARAUCARIA
que apunt aban al corazón m ism o de la filosofía. Creem os haber m ost rado que ese problem a no
lo alej ó del saber filosófico, sino que se convirt ió en la oport unidad de ensayar un giro
igualm ent e radical en la int erpret ación de los problem as que observó desde la cult ura m exicana.
Hem os vist o que sus m últ iples rechazos a las incursiones m et afísicas en el ám bit o de la
subj et ividad le llevaron no solam ent e a m ost rar la est ruct ura escindida que at raviesa al hom bre
m oderno, sino especialm ent e a poner de m anifiest o el principio que hace posible y a la vez
ocult a esa escisión. Vim os que ese principio, expresado en la idea de la m áscara, le sirvió a Paz
para eludir la deriva subj et ivist a y m et afísica que seguirá Rousseau al int ent ar hacer frent e a la
idea de la cult ura com o espect áculo. Pero m ás allá de ello, ese principio le sirvió sost enidam ent e
para revalorizar las form as de desgarram ient o y a la vez de recom posición del im aginario com o
un m ovim ient o de t ensión y de búsqueda laberínt ica de la reconciliación, alej ado del
fundam ent alism o filosófico y del causalism o hist oriográfico.
Creem os que desde El laberint o de la soledad hast a La llam a doble, m oviéndose
pendularm ent e ent r e el escept icism o y el ent usiasm o, Paz t erm ina m ost rando que el espesor del
laberint o es el m ism o espesor del lenguaj e con el cual t erm inam os const ruyéndolo. Y ello
supone ent onces un proceso de aut ocom prensión que hace del principio de la m áscara un sólido
recurso her m enéut ico que se j ust ifica no com o fundam ent o ni com o result ado, sino com o el
proceso m ism o de int erpret ación de la cult ura. Hem os vist o que la idea de la m áscara, vist a
com o principio de const it ución lingüíst ica de la realidad, revela una fecundidad filosófica que se
expresa en su ut ilidad par a reexplorar el im aginario m exicano. Hem os querido present arla com o
un principio de com prensión - que seguram ent e no es independient e de su valor est ilíst ico o
est ét ico- , debido a su per sist ent e y fecundo uso, y especialm ent e por el valor int erpret at ivo que
posee para la com prensión de la relación que se form a ent re la idea de la soledad del hom bre y
las redes con las cuales se form a su propio laberint o. La conexión de esos dos ext rem os puede
ent ender se, sin dudas, a part ir de la capacidad que t ienen las m áscaras para ocult ar y revelar, y
sobre t odo para expresar las infinit as form as del im aginario.
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