Historia mexicana
ISSN: 0185-0172
ISSN: 2448-6531
El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos
Escalante Gonzalbo, Pablo
El México indígena
Historia mexicana, vol. LXXI, núm. 1, 2021, Julio-Septiembre, pp. 57-78
El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos
DOI: https://doi.org/10.24201/hm.v71i1.4291
Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=60067303006
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R E PA S O
EL MÉXICO INDÍGENA
Pablo Escalante Gonzalbo
U n i v e r s i d a d N a c i o n a l Au t ó n o m a d e M éx i c o
L
a historia del México indígena ha estado presente en las
páginas de Historia Mexicana desde sus orígenes. Esto
quiere decir que la revista ha tenido un compromiso con la
publicación de investigaciones sobre la totalidad de la historia
de México, más allá de las líneas de investigación desarrolladas
preferentemente en El Colegio de México. La revisión que
aquí presento se refiere a los textos publicados en la revista cuyo
tema central tiene que ver con la historia de los pueblos indígenas; por lo tanto, he incluido artículos y reseñas relacionados
con la etapa prehispánica pero también con las condiciones de
vida indígenas tras la conquista: esclavitud, trabajo, epidemias,
transformación de las comunidades, fuentes escritas, códices.
En general me refiero sólo a temas del siglo xvi, pero en algunos
casos, como el ensayo sobre los apaches de María del Carmen
Velázquez,1 las fuentes aludidas abarcan hasta el siglo xviii. Con
especial interés y satisfacción he revisado un grupo de artículos
que, en mi opinión, son excelentes ejemplos de estudios etnohistóricos. En ellos se hace patente la premisa que, de alguna
1
Velázquez, “Los apaches y su leyenda” (94), 1974, pp. 161-176.
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58
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manera, me ha guiado a mí mismo en esta revisión, y es que no
podemos separar la comprensión de las condiciones inmediatamente anteriores a la conquista de los sucesos que transformaron la historia de los pueblos indígenas tras la instauración del
régimen virreinal; unas y otros se explican recíprocamente.
He leído 66 artículos, 83 reseñas y notas críticas, 12 textos no
clasificables como artículos o reseñas. Un total de 161 trabajos
de interés para la historia indígena: muchos de ellos, novedosos por su tema y su enfoque metodológico; varios, de enorme
importancia para comprender el panorama en este campo de
estudios en la segunda mitad del siglo xx. E incluso, como espero ser capaz de señalar, algunos de los trabajos son verdaderas
piezas clásicas de nuestra historiografía indigenista.
Elaboré una tabla y algunas gráficas (véanse los cuadros 1
y 2) para tratar de entender si la presencia de los textos sobre
historia indígena en la revista mostraba algún patrón inteligible.
Y anoté por separado si se trataba de artículos o de reseñas.2 El
número de artículos dedicados a temas indígenas creció entre
1951 y 1964; tuvo una ligera disminución en el lustro 19651969, y volvió a crecer en el siguiente. De mediados de los años
setenta a mediados de los ochenta, hubo una notable caída. De
hecho, después de 1977 no se publicó ningún artículo de nuestro
campo de interés durante siete años. Luego ocurrió un repunte,
entre 1985 y 1990: en un solo número (155) se publicaron cinco
artículos y dos reseñas de temas de historia indígena.3 Pero tras
este repunte vino un nuevo declive.
Hasta 1969 incluí una categoría, que luego dejó de existir, descrita en ocasiones como “testimonios” y otras veces como “crónica”.
3 Se trata de un número dedicado a discutir un texto de Enrique Florescano,
“Hacia una reinterpretación de la historia” (155), 1990, pp. 701-725, para el que
se invitó expresamente a Georges baudot, “Nota sobre el discurso” (155),
1990, pp. 687-699; Pedro Carrasco, “Sobre mito e historia” (155), 1990, pp.
677-686 y Alfredo López Austin, “Del origen” (155), 1990, pp. 663-675. Las
reseñas eran de Xavier Noguez y Solange Alberro. Se pretendía propiciar un
2
EL MÉXICO INDÍGENA
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En términos generales, podemos decir que la publicación de
artículos y ensayos sobre el México prehispánico e indígena
creció durante los primeros 25 años de vida de Historia Mexicana. Luego de una fuerte caída y una recuperación pasajera, en
los últimos 25 años se han publicado considerablemente menos
artículos sobre el tema que en los primeros 25. Sin embargo, el
crecimiento de las reseñas, a partir del año 2000, ha mantenido
al México indígena presente.
los viejos
El primer artículo dedicado propiamente a la etapa prehispánica
que se publicó en Historia Mexicana fue “Origen de nuestras
culturas”, de Eduardo Noguera, en 1952. Un poco atrapado
aún entre adjetivos e imprecisiones… “culturas primitivas”,
“grandes culturas”, “cultura perfectamente formada”…,4 el
trabajo es una muestra interesante de ese momento previo a
la estructuración del campo de estudio, cuando no había aún
periodizaciones satisfactorias y los huecos temporales entre
un hallazgo y otro eran inmensos. El “enigma” de cómo había
ocurrido el tránsito de los cazadores recolectores del periodo
arcaico a culturas agrícolas, como la de tlatilco, embargaba a
Noguera. Y otro tanto le ocurría con el surgimiento de la cultura
olmeca en el Golfo de México. Faltaba casi una década para que
se iniciara el gran proyecto sobre el origen de la agricultura en el
valle de tehuacán,5 que resolvería muchas dudas, y más tiempo
aún para la publicación de trabajos sobre las etapas tempranas
del fenómeno olmeca en Veracruz y tabasco. A fines de ese
debate a partir del artículo de Florescano. No estoy seguro de que ese propósito se haya logrado, pero las reflexiones son interesantes.
4 Noguera, “Origen de nuestras culturas” (4), 1952, pp. 541-546.
5 El primer reporte preliminar de Richard MacNeish, previo al desarrollo de
su enorme trabajo sobre tehuacán, fue el First Annual Report de 1961.
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PAbLO ESCALANtE GONzALbO
mismo año publicó Ángel Palerm un artículo notable en las
páginas de Historia Mexicana, con el título de “La civilización
urbana”. Se trataba de una reflexión a partir de los dos grandes
modelos que guiaron durante décadas la investigación arqueológica, el del origen de la civilización, de Vere Gordon Childe,6
y el que situaba a las obras hidráulicas como detonante de la civilización en Oriente, de Karl Wittfogel.7 Palerm contaba con la
guía de Wigberto Jiménez Moreno y Paul Kirchhoff para abordar el caso del México antiguo, sobre el que decía “ignoramos
prácticamente todas las cuestiones básicas: regadío, demografía,
urbanismo, organización militar y otras”.8 Justo cuando publicó
ese artículo estaba iniciando, en colaboración con su paisano
Pedro Armillas, los estudios que revolucionaron el campo de
conocimiento de la tecnología mesoamericana.
Entre los viejos maestros, contemporáneos de Noguera, que
alcanzaron a dejar una huella en la revista del Centro de Estudios
Históricos, se encuentran Wigberto Jiménez Moreno, que había sido profesor de las primeras generaciones de historiadores
formadas en El Colegio, y Alfonso Caso, que había participado
en algunos seminarios.9 Ambos fueron miembros del consejo
de redacción fundador de Historia Mexicana.10 No alcanzan las
palabras para describir el legado de ambos en la construcción
de nuestra idea del pasado mexicano anterior a la conquista.
Los dos fabricaron el entramado metodológico que permitió
Childe, Man Makes Himself; Childe, What Happened in History.
Wittfogel, Wirtschaft und Gesellschaft. No sé si Palerm había leído esta
obra en alemán, del año 1931. traducciones y nuevos trabajos de Wittfogel se
empezaron a publicar muy poco después, y una parte considerable de su obra
fue contemporánea del trabajo de Palerm, cuyos trabajos conocía el profesor
alemán.
8 Palerm Vich, “La civilización urbana” (6), 1952, pp. 184-209, p. 186.
9 Lida, Matesanz y Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México,
pp. 183, 234, 255.
10 Vázquez, “Historia Mexicana en el banquillo” (161), 1991, p. 13.
6
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EL MÉXICO INDÍGENA
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acercarse de verdad al conocimiento del México antiguo. Encuentro dos excelentes ejemplos de esto en las páginas de la
revista.
En el trabajo de Caso dedicado al calendario de los mixtecos,11
podemos ver al científico, conocedor al detalle de las colecciones arqueológicas en el mundo; riguroso en la consideración de
los fechamientos de radiocarbono, en el tratamiento de cronologías y correlaciones calendáricas y, sobre todo, capaz de operar
con una variedad enorme de fuentes: no sólo inscripciones en
piedra con siglos de distancia entre ellas, también relatos del
siglo xvi, vocabularios en lenguas indígenas, relaciones geográficas. El proceder de Caso no coincide con la manera de trabajar
de ningún investigador de la actualidad. Para bien o para mal, la
especialización ha desplazado la antigua labor del sabio universal.
Jiménez Moreno tuvo también esa grandeza, y uno de sus
artículos en Historia Mexicana puede servir de muestra.12 Abordó en él dos problemas, centrales en su obra, el de la identidad
étnica de los habitantes mayoritarios de teotihuacán, y el de la
movilidad de los grupos nahuas, a la cual se debe la conexión
histórica entre metrópolis como teotihuacán, Cholula, tula
y tenochtitlan. El modelo de explicación de Jiménez Moreno
abrió el camino para entender asuntos fundamentales de nuestra
historia antigua, como la importancia de las migraciones, los
vínculos entre Centroamérica y el México central, el papel de
los nonoalcas, la liga entre tula y Chichén Itzá, y tantos otros.
Jiménez Moreno era ante todo un historiador, es cierto, pero
en el sentido más amplio del término, que en su caso incluía un
cultivo dedicado de la etnología, la arqueología y la lingüística.
El problema de la interpretación de las fuentes nahuas, las
complejas relaciones entre mito e historia, y la función de
Caso, “El calendario mixteco” (20), 1956, pp. 481-497.
Jiménez Moreno, “Los portadores de la cultura teotihuacana” (93), 1974,
pp. 1-12.
11
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entidades legendarias como Quetzalcóatl y tula, han reaparecido varias veces en la revista a lo largo de las décadas. En un
artículo de 1963,13 Enrique Florescano se ocupó de un problema que aún le sigue interesando: la necesidad de reconocer que
algunos detalles históricos de la ciudad de tula descrita por los
colaboradores de fray bernardino de Sahagún coinciden con la
tula del estado de Hidalgo, como lo indicaron Jiménez Moreno
y Caso, pero, a la vez, la certeza de que los conceptos de tula y la
toltecáyotl (o tradición tolteca) se referían a una realidad mayor
y más trascendente, del tiempo de teotihuacán, cuando menos.
El propio Miguel León Portilla, quien explicablemente publicaba la mayor parte de su obra en Estudios de Cultura Náhuatl,
llegó a publicar en Historia Mexicana un artículo dedicado a
Quetzalcóatl,14 aunque en este caso centrado en el problema de
la conquista y la duda de si, durante algunos días, los mexicas
pudieron interpretar la llegada de Cortés y su hueste como un
retorno del dios tolteca.
la estructura social nahua
En las páginas de Historia Mexicana se han publicado tres
artículos fundamentales para comprender la sociedad nahua
del Posclásico. En el año 1974, en pleno auge del marxismo estructuralista, Alfredo López Austin trazó un modelo detallado
de la organización social y política de los mexicas, que él creía
aplicable al Altiplano central en su conjunto.15 Definió una
estructura social marcada por la prevalencia de comunidades
autosuficientes de productores llamadas calpultin (calpulis),
Florescano, “tula-teotihuacán” (50), 1963, pp. 193-234. Florescano
volvería a este tema muchos años después en las mismas páginas de Historia
Mexicana, en su artículo “Los paradigmas mesoamericanos que unificaron la
reconstrucción del pasado” (206), 2002, pp. 309-359.
14 León Portilla, “Quetzalcóatl-Cortés” (93), 1974, pp. 13-35.
15 López Austin, “Organización política” (92), 1974, pp. 515-550.
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cuyos miembros constituían la base tributaria que sostenía a la
nobleza. tales comuneros recibían el nombre de macehualtin
(macehuales), y la gente de los linajes nobles eran los pipiltin (pilis). No es posible profundizar aquí en todos los detalles
de la propuesta de López Austin. Acaso valdría la pena señalar
que uno de los puntos polémicos del modelo tiene que ver con
la contradicción entre la idea de comunidades autosuficientes
y la evidencia histórica de la alta especialización laboral de los
calpulis.16 Quizá haya sido la necesidad de encontrar un cumplimiento puntual en Mesoamérica de lo que Marx llamó “modo
asiático de producción” lo que dificultaba atender esa contradicción. Como quiera que sea, el modelo resolvía la mayor parte de
las preguntas, no sólo de cómo era la sociedad nahua sino de qué
tipo de gobierno tenía. Aquel artículo se convirtió en el punto
de partida más firme y completo para explicar lo que podríamos
llamar el Estado mexica, y que se podría expresar con la voz
nahua tlatocáyotl. Entre los muchos méritos de aquel trabajo se
encuentra una formulación de enorme alcance para explicar la
historia mesoamericana en su conjunto; me refiero a la idea de
que, en un Estado como el mexica, y en muchos otros de Mesoamérica, al menos en el Posclásico, coexistieron una estructura
tradicional de tipo gentilicio o tribal, y otra de tipo político. La
estructura gentilicia se hacía más perceptible cuando algunas
etnias emprendían procesos migratorios, por ejemplo; y el orden
político parecía dominante durante los años de prosperidad de
algunas ciudades, donde resolvía con eficiencia cuestiones como
el comercio y la defensa.
Uno de los debates vigentes en el tiempo en que López Austin
escribió su artículo era el del papel de cierto tipo de trabajadores
serviles denominados en algunas fuentes mayeque, ligados a la
existencia de tierras de beneficio privado. Pedro Carrasco, quien
había dedicado muchos trabajos a problemas de la organización
16
López Austin, “Organización política” (92), 1974, pp. 521-522.
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social mesoamericana, decidió, en el año 1989, esclarecer ese
término, que era esquivo en las fuentes del valle de México.17
Lo hizo con la metodología que le caracterizó, como decano de
los estudios etnohistóricos, aprovechando a fondo documentación de archivo, parte de ella en lengua náhuatl, relacionada con
tierras, censos y diversos pleitos. El estudio de Carrasco no dejó
dudas sobre la importancia de este tipo de trabajadores y sobre
la normalidad con la que se habla de ellos en los documentos
de las cañadas de Morelos y el valle de Puebla, en relación con
las tierras de los caciques y las del Marquesado.
En general, los trabajos sobre organización social de las
décadas de 1970 y 1980 centraban su interés en las nociones de
estructura social y comunidad, y prestaban poca atención a la
unidad doméstica. James Lockhart profundizó en ese tema con
abundante documentación de archivo18 y enriqueció mucho
los estudios mesoamericanos. Unos años después de publicarse
la obra de Lockhart, Robert McCaa dio a conocer en Historia
Mexicana un análisis demográfico de las familias nahuas de Morelos a partir de los censos de 1537, que incluían 325 unidades
domésticas.19 El trabajo de McCaa confirmó la terminología
detectada por Carrasco y Lockhart, que parte de la denominación nahua de patio, ithualli, y se refiere al conjunto de tres o
cuatro casas o cuartos unifamiliares que rodean un mismo patio
y constituyen “la familia”, una familia extensa, cemithualtin (lit.
“el grupo de los del patio”). Pero lo más asombroso que demuestra el trabajo de McCaa es que, antes de que las grandes
epidemias redujeran la población de esa región y, por lo tanto,
sin que las epidemias puedan explicar en lo fundamental los
Carrasco, “Los mayeques” (153), 1989, pp. 123-166. Justo en 1989 Carrasco formaba parte de la planta del Centro de Estudios Históricos, donde estuvo
un breve tiempo. Se menciona en Lida, Matesanz y Vázquez, La Casa de
España y El Colegio de México, p. 436.
18 Lockhart, The Nahuas, pp. 59-93.
19 McCaa, “Matrimonio infantil, cemithualtin” (181), 1996, pp. 3-70.
17
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patrones observados, había “un infierno demográfico, con
esperanzas de vida inferiores a las peores condiciones de cualquier cuadro de vida estándar”.20 Los cemithualtin no eran la
alegre suma de tres matrimonios con sus respectivos hijos y
los abuelos, sino más bien una suma que podía resultar de un tíoabuelo, algunas viudas, un hermano, algunos niños, entenados
y sirvientes. Entender las causas de este fenómeno es una tarea
pendiente; McCaa dejó pistas en dos factores clave: una alta tasa
de infertilidad, y el matrimonio infantil como regla. La mayoría de las mujeres estaban casadas antes de llegar a los 15 años;
muchas se casaban a los 12, y también a los 8. El promedio se
situaba entre los 12 y los 14 años.
sobre la situación indígena tras la conquista
Es interesante encontrar en las páginas de Historia Mexicana algunos textos en los que se iban preparando libros que fueron importantes en su campo, o bien artículos que completaban ideas
y agregaban algunos matices a obras recientemente publicadas y
que se convertirían en clásicos. Para los temas que venimos revisando vale la pena recordar, por ejemplo, el caso de Silvio zavala.
En un artículo del año 195221 se ocupó del tráfico de esclavos de
Pánuco a las Antillas, y explicó el papel de Nuño de Guzmán y
algunos detalles de esta práctica que afectó a miles de indígenas
durante el gobierno de la Segunda Audiencia, como las capturas indiscriminadas en los mercados, el herraje de los cautivos
y su intercambio por piezas de ganado, que alcanzó montos de
hasta 100 esclavos indios por un caballo. Unos años después, zavala publicaría su libro dedicado a la esclavitud indígena,22 y en
1970 volvió sobre el tema en las páginas de Historia Mexicana.23
20
21
22
23
McCaa, “Matrimonio infantil, cemithualtin” (181), 1996, p. 33.
zavala, “Nuño de Guzmán y la esclavitud” (3), 1952, pp. 411-428.
zavala, Los esclavos indios en la Nueva España.
zavala, “Los esclavos indios en Guatemala” (76), 1970, pp. 459-465.
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Sherburne Cook había empezado a publicar los resultados
de su análisis demográfico de la población indígena tras la
conquista, en compañía de Lesley b. Simpson, en 1948,24 y lo
seguía haciendo, en colaboración con Woodrow borah, con
quien publicó un artículo en Historia Mexicana.25 Un artículo
interesante, precisamente porque sus autores se refieren a su
trabajo previo, corrigen algunos datos y realizan precisiones
cuyo impacto veremos también en publicaciones posteriores.
En este artículo de 1962 borah y Cook ajustaron su estimación
para la población indígena del México central26 en 25 000 000
de personas en tiempos de la conquista. también propusieron
entonces un total de 1 075 000 personas para 1605; es decir, una
supervivencia inferior a 5% de la población original.
Peter Gerhard, otro de los autores fundamentales en la construcción de las bases de nuestro conocimiento sobre el cambio
de las condiciones de los pueblos indígenas tras la conquista,
publicó artículos en varios números de Historia Mexicana entre
1954 y 1981; es decir, casi 20 años antes y casi 10 después de la
publicación de su indispensable guía para la geografía histórica
de la Nueva España.27 Justamente en estos artículos hacía lo que
el formato y objetivos de la guía no le hubieran permitido hacer, como profundizar en etapas concretas del largo intervalo
que la guía cubre, reflexionar sobre la naturaleza de las fuentes
o realizar algunas observaciones generales sobre procesos de
largo plazo. Me pareció especialmente importante incluir en
este recuento el artículo que se refiere a las congregaciones de
Cook y Simpson, The Population.
borah y Cook, “La despoblación del México central” (45), 1962, pp. 1-12.
26 Para los autores, el México central comprendía el territorio desde tehuantepec hasta el límite de la civilización mesoamericana, en el norte.
27 Gerhard, A Guide to the Historical Geography… La obra fue completada
por Gerhard con dos volúmenes dedicados a las provincias situadas al sureste
(1979) y al norte (1982) de Nueva España, como es conocido. Gerhrd, The
Southeast Frontier, y Gerhard, The North Frontier.
24
25
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67
indios realizadas antes de 1570.28 En él habla Gerhard de un
aspecto social de las congregaciones, que es el del rechazo de
muchos indios a ser movidos de su asentamiento original, la
resistencia y la consiguiente violencia que ocurrió en muchos de
los traslados. Algunos de los indicios que emplea Gerhard para
referirse a la resistencia indígena proceden de las instrucciones
y correspondencia del virrey Velasco; y ése es un detalle importante del artículo, la información que ofrece sobre las fuentes y
su ubicación en diferentes archivos.
Charles Gibson publicó un artículo en el número 12 de la
revista, en 1954,29 un par de años después de la aparición de
su Tlaxcala in the Sixteenth Century. En el artículo destaca el
valor de los archivos locales, reflexiona sobre la singularidad
del caso de tlaxcala y su acentuado patriotismo, pero objeta
la idea de que esta república de indios hubiese recibido tantos
privilegios como se piensa.30
también corresponde a este tipo de artículos que completan
con nuevos datos y reflexiones libros ya publicados, el interesantísimo artículo de borah sobre la introducción de la sericultura en Oaxaca.31 Entonces habían transcurrido 20 años desde
la publicación de su libro Silk Raising in Colonial Mexico. En el
artículo se refiere al caso de la madre del célebre encomendero
de Yanhuitlán, Gonzalo de las Casas, y presenta un documento
muy valioso sobre la introducción de la sericultura en texupan,
por los hermanos Marín.
Jiménez Moreno y Carrasco, cuya investigación los llevó
siempre a reflexionar sobre el pasado prehispánico desde la
perspectiva de su conocimiento profundo del siglo xvi, se
Gerhard, “Congregaciones de indios” (103), 1977, pp. 347-395.
Gibson, “Significación de la historia” (12), 1954, pp. 592-599.
30 Acaso el trabajo posterior de Andrea Martínez baracs, como veremos adelante, podría dar nuevos motivos al argumento de que los tlaxcaltecas tuvieron
un régimen con importantes privilegios.
31 borah, “El origen de la sericultura” (49), 1963, pp. 1-17.
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29
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interesaron expresamente en valorar el proceso de transformación colonial de las comunidades indígenas. Y lo hicieron
en sendos ensayos publicados en Historia Mexicana: “La
conquista: choque y fusión de dos mundos” y “La transformación de la cultura indígena durante la colonia”.32 Ambos
textos tienen un estilo más cercano al ensayo que al artículo
de investigación. Esto ocurre a menudo en los números pasados de la revista, donde encontramos cierta libertad de estilo
actualmente perdida.
Los trabajos referentes al cambio religioso y cultural de los
indígenas en el siglo xvi me han parecido escasos. Vale la pena
señalar el artículo de José María Kobayashi, “La conquista
educativa de los hijos de Asís”, publicado justo un año antes
de la aparición de su libro.33 Ya se anuncia en el artículo el
tono profundamente apologético de su obra, y el énfasis en la
noción de una misión civilizatoria franciscana. Con los pies
más en la tierra, Solange Alberro escribió un bonito artículo,34
se diría que divertido, de no ser por lo trágico del caso que se
narra: una compra fraudulenta con la cual algunos estancieros
españoles se apropiaron a muy bajo precio de tierras y ganados que habían sido otorgados por el virrey Mendoza para
que sus beneficios ayudaran a sostener el Colegio de la Santa Cruz. La estafa ocurrió entre 1555-1556, y los abusadores
parecen haber aprovechado la inexperiencia administrativa de
los indios, a quienes los franciscanos habían encomendado la
conducción del colegio.
32 El artículo de Jiménez Moreno, “La conquista” (21), pp. 1-8, es del año
1956. El de Carrasco, “La transformación” (98), pp. 175-203, muy posterior,
de 1975.
33 Kobayashi, “La conquista educativa de los hijos de Asís” (88), 1973, pp.
437-464. Kobayashi, La educación como conquista.
34 Alberro, “El Imperial Colegio” (253), 2014, pp. 7-63.
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historia indígena y etnohistoria
Podríamos decir que, en cierta forma, los estudios etnohistóricos
se ocupan de procesos de transición entre una etapa de señoríos étnicos y otra de dominación política general, imperial. En
ese proceso de transición se advierten las estructuras y dinámicas
de los antiguos señoríos, pero también su extinción paulatina.
Un estudio etnohistórico puede mirarse en dos direcciones: hacia atrás, se perciben las formas precoloniales, y hacia adelante, se
aprecian las estrategias de supervivencia y las rutas de extinción.
Por ello los estudios etnohistóricos escapan a la tajante división
que hemos hecho de nuestro pasado: prehispánico/colonial.
Varios trabajos publicados en Historia Mexicana entran en esa
categoría, pero destacaría tres por su interés y complejidad.
Algunos años antes de publicar su libro sobre pueblos
yucatecos,35 Sergio Quezada escribió “Encomienda, cabildo
y gubernatura indígena en Yucatán, 1541-1583”.36 Se trata de
una contribución muy importante para entender la estructura
política del kuchkabal o señorío maya yucateco, y en particular
el enlace entre el gobierno central de los halach winikoob y el
gobierno local de los pueblos sujetos, a cargo de los batabes (o
bataboob). El artículo muestra la forma en que las encomiendas, primero, y el desarrollo de los cabildos, inmediatamente
después, quebraron la geometría de los señoríos (las redes de
batabes sujetos a cada halach winik), a la vez que los nuevos
cargos de gobernadores, alcaldes y regidores erosionaban la
antigua autoridad de los jefes étnicos.
Los trabajos de Quezada se referían a la zona norte y costera de la Península de Yucatán, la que fue más urbanizada en el
Posclásico y sometida más pronto al orden colonial. De manera
Quezada, Pueblos y caciques.
Quezada, “Encomienda, cabildo y gubernatura indígena en Yucatán, 15411583” (136), 1985, pp. 662-684.
35
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análoga, Laura Caso barrera trabajó el interior y la zona selvática
de la Península, hasta el Petén. Ambos proyectos de investigación son complementarios y representan un buen ejemplo de los
estudios de doctorado en Historia en El Colegio, donde ambos
investigadores se formaron. El mismo año en que apareció el
libro derivado de su tesis doctoral,37 Laura Caso publicó un artículo extenso y profundo en compañía de Mario Aliphat,38 que
es, al mismo tiempo, un esbozo de la historia de los itzaes y un
análisis de su estructura política. Un pueblo con una movilidad
y una capacidad de resistencia singulares, que entró y salió de las
historias políticas de los reinos mayas, con especial notoriedad
en la etapa “tolteca” de Chichén Itzá, y que resistió insumiso
hasta 1697. Caso y Aliphat identifican un modelo de gobierno
cuatripartita, con predominio de una cabecera, y mejoran nuestro
conocimiento sobre un hecho cultural importante que se había
identificado previamente: me refiero a la existencia de un hombredios, a la manera de Quetzalcóatl, llamado aquí Canek. El primer
gobernante Canek del que se tenga noticia es mencionado en una
estela del periodo Clásico, en Motul de San José,39 precisamente
en la orilla del lago Petén Itzá, que sería el reducto de la resistencia de los itzaes hasta el siglo xvii. Se menciona a un gobernante
Canek en otras ciudades mayas, y está presente en el fin de la
hegemonía de Chichén Itzá. En tiempos de la conquista, los españoles se entrevistaron con el gobernante supremo de los itzaes,
quien se encontraba en la casi inexpugnable fortaleza insular de
tayasal: en 1525, su nombre era Canek; en 1617, Canek; y en los
últimos días de la resistencia, en 1695, era Canek.40
Caso barrera, Caminos en la selva.
Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204),
2002, pp. 713-748.
39 Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204),
2002, p. 723.
40 Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204),
2002, pp. 723-403.
37
38
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71
Otro artículo en el cual el tema es una historia étnica antes y
después de la conquista es el de Alonso barros,41 dedicado a los
mixes. Se trata de una historia, digamos, más narrativa, quizá
porque las fuentes no permitían un análisis de la terminología
y las estructuras de gobierno, pero muy interesante también.
Una historia de resistencia frente la fuerza militar zapoteca, en
el Posclásico, y luego ante la expansión del pastoreo que los
zapotecos empezaron a practicar profusamente en la sierra.
Finalmente hizo falta un ejército de 10 000 hombres, formado
por españoles, nahuas, mixtecos y, por supuesto, zapotecos, para
someter a los mixes.
Pienso en otros dos trabajos que vale la pena citar, que se
ocuparon de comprender el modo en que algunos grupos y
linajes indígenas construyeron una perspectiva propia para
conservar o adquirir bienes y beneficios en el orden colonial.
John K. Chance escribió sobre la familia Santiago, nobles nahuas
de la localidad de tecali, Puebla.42 Un análisis muy interesante
sobre el modo en que la institución del teccalli (casa señorial)
se adaptó a la noción colonial del cacicazgo y al desarrollo de la
hacienda. El primer cacique colonial de la familia, Martín de
Santiago Cacalotzin, era reconocido con el nombre de tlatoani
y acaparaba tres cuartas partes de la tierra y la fuerza de trabajo
(sus mayeques).
Por su parte, Andrea Martínez baracs presenta el caso de las
colonias tlaxcaltecas, al norte y al sur de la Nueva España.43 Una
de las contribuciones de este espléndido artículo está en la argumentación sobre el modo en que los tlaxcaltecas actuaron como
una corporación, mucho más allá de su ciudad de origen, de tal
modo que obtuvieron ventajas sobre otros grupos indígenas y
barros van Hövell tot Westerflier, “Cien años de guerras mixes”
(226), 2007, pp. 325-1133.
42 Chance, “La hacienda de los Santiago” (204), 1998, pp. 689-734.
43 Martínez baracs, “Colonizaciones tlaxcaltecas” (170), 1993, pp. 195-250.
41
72
PAbLO ESCALANtE GONzALbO
sobre los propios españoles, especialmente para el acceso a la
tierra y al agua.
los indios del norte
En contraste con una mayoría de artículos dedicados a la historia
de los pueblos indígenas de origen mesoamericano, encontramos sólo algunos trabajos sobre los indios del norte. María del
Carmen Velázquez, alumna, maestra y directora del Centro de
Estudios Históricos, publicó un artículo sobre los indios chichimecas, en el que destacaba su uso del arco y la flecha:44 un rasgo
distintivo de estos grupos, que tuvo un fuerte efecto sobre los
ejércitos que trataron de combatirlos, desde la época de la guerra
del Miztón.45 Unos años después publicó un artículo dedicado a
los apaches,46 en tono de ensayo, como una monografía etnográfica y con el mérito de haber realizado un recuento de las fuentes
españolas sobre el tema, de los siglos xvii y xviii (benavides,
Gálvez, Cordero y bustamante).
Una arqueóloga que ha transformado nuestra visión de los
pueblos de la Sierra Madre Occidental, Marie-Areti Hers, mostró en un artículo de Historia Mexicana47 la utilidad del trabajo
complementario de archivo para el estudio del pasado indígena
del área. Realizó un análisis de la religión de los coras y explicó
el papel central que en ella tenía el oráculo. Por otra parte, pudo
documentar el modo en que los líderes espirituales coras habían
logrado asimilarse a los cargos de gobierno del cabildo.
Velázquez, “Los indios flecheros” (50), 1963, pp. 235-243.
Ya Powell había reparado en esta “ventaja” tecnológica de los chichimecas
frente a los españoles. Powell, Soldiers, Indians, and Silver.
46 Velázquez, “Los apaches y su leyenda” (94), 1974, pp. 161-176.
47 Hers, “Los coras” (105), 1977, pp. 17-48. El artículo aprovecha especialmente documentación del ramo de Provincias Internas del Archivo General
de la Nación.
44
45
EL MÉXICO INDÍGENA
73
reseña y crítica
He contabilizado un total de 83 reseñas de libros relacionados
con el México indígena en Historia Mexicana.48 Incluso en periodos en los que no hubo artículos sobre historia indígena, siguieron apareciendo reseñas, de modo que nunca quedó el tema
totalmente ausente. He observado que, al menos en el área de
conocimiento que me ocupa, las reseñas de Historia Mexicana
son fundamentalmente noticiosas; muy útiles, por cierto, pero
rara vez polémicas.
Destacaría, sin embargo, una reseña de Ignacio bernal, tras
la aparición en Francia de La vie quotidienne des Aztèques à la
veille de la conquête espagnole, de Jacques Soustelle;49 otra de
Luis Nicolau d’Olwer, sobre la edición de Ángel María Garibay
de la Historia general de Sahagún;50 y una más, de bernardo
García, dedicada a otra edición del padre Garibay, la de la Historia de las Indias de Durán.51 Con más o menos cortesía, las
tres reseñas hacen críticas importantes a obras que hubiera sido
más fácil sólo celebrar.
Las reseñas más prolijas que he encontrado han sido, sin
duda, las que han hecho Jesús Monjarás, Xavier Noguez, Alfredo López Austin y Guilhem Olivier. Una reseña de Olivier es
casi como leer el libro.52
Algunas de ellas se publicaron en una sección denominada “Crítica”.
Soustelle, La vie quotidienne y la reseña de bernal, “La vida cotidiana
de los aztecas” (19), 1956, pp. 440-453.
50 Sahagún, Historia general; Nicolau D’Olwer, “De nuevo Sahagún” (24),
1957, pp. 615-619.
51 Durán, Historia de las Indias; García Martínez, “Sobre Diego Durán”
(71), 1969, pp. 463-464.
52 Sería innecesariamente extenso enumerar aquí reseñas de todos los autores
a los que considero más prolijos y enjundiosos. El lector puede localizarlas
fácilmente en el índice de la revista. En el caso de Guilhem Olivier, me gustaría
destacar su reseña sobre el libro de Graulich, Le sacrifice humain. Olivier
48
49
74
PAbLO ESCALANtE GONzALbO
La única gran polémica abierta en las páginas de Historia
Mexicana en el campo que revisamos es la que inició en dos
extensas notas críticas Edmundo O’Gorman, dirigidas a Utopie
et histoire au Mexique, de Georges baudot.53 todavía hoy extrañamos el hábil sarcasmo, el argumento tan lúcido, la crítica
documental tan rigurosa. baudot nunca respondió al desafío.
Ocho años después, O’Gorman lamentaría en un nuevo texto
la ausencia de baudot en el debate.54
conclusión
Sería posible decir todavía mucho más sobre los artículos y las
reseñas que se han dedicado en Historia Mexicana al mundo
indígena a lo largo de 70 años. La extensión marcada por los
editores para este ejercicio no lo permite.
El México indígena ha tenido un lugar de cierta importancia
en El Colegio de México, más de lo que suele pensarse; aunque
también es cierto que no se trata de una institución de referencia para estos temas, a la manera en que lo son la Universidad
Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. La presencia de Alfonso Caso, Wigberto
Jiménez Moreno, Alfredo López Austin y Pedro Carrasco en
algunos cursos y seminarios de El Colegio; la publicación de
libros con un fuerte contenido de historia indígena como los
celebra el trabajo del investigador belga, profundiza en la obra, expone sus
principales contribuciones, muestra un conocimiento erudito sobre el tema;
en fin, es una reseña que enseña mucho y expone con claridad hallazgos, temas
y problemas resueltos por Graulich. Una reseña como ésta vale tanto como un
artículo (221), 2006, pp. 287-301.
53 O’Gorman, “Al rescate… Primeros comentarios” (107), 1978, pp. 446-478;
O’Gorman, “Al rescate… Segundos comentarios” (108), 1978, pp. 637-658.
baudot, Utopie et historie.
54 Edmundo O’Gorman, “Esperando a baudot”, Nexos (oct. 1986). Edición
electrónica: https://www.nexos.com.mx/?p=4675.
75
EL MÉXICO INDÍGENA
de bernardo García, Rodolfo Pastor o Sergio Quezada,55 son
motivo suficiente para afirmar que la mirada de la institución
nunca se ha apartado del mundo indígena.56 Pero es fundamentalmente en las páginas de Historia Mexicana donde encontramos la huella de algunos de los principales autores, temas y
problemas de la historia indígena de México.
Sólo me queda subrayar que han quedado fuera de mi comentario varios temas, textos y autores sobre los que hubiera sido
muy interesante discutir, pero el espacio era limitado.
Cuadro 1
Año
1951-1954
1955-1959
1960-1964
1965-1969
1970-1974
1975-1979
1980-1984
1985-1989
1990-1994
1995-1999
2000-2004
2005-2009
2010-2014
2015-2020
Artículos
Reseña,
crítica
Testimonio,
crónica
Total
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55 García Martínez, Los pueblos de la sierra; Pastor, Campesinos y reformas; Quezada, Pueblos y caciques.
56 Por supuesto, hay que tener en mente también los capítulos referentes a la
etapa indígena en las diferentes versiones de la Historia general de México y
la Historia mínima de México publicadas por El Colegio de México.
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2
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19
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19
Artículos
64
19
60
19
74
19
70
19
84
19
80
Reseña, crítica
19
79
19
75
19
89
19
85
Cuadro 2
por lustro
19
99
19
95
Testimonio, crónica
19
94
19
90
20
04
20
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Total
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20
05
20
20
10
14
20
20
15
20
EL MÉXICO INDÍGENA
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