James N. Butcher
Susan Mineka
Jill M. Hooley
12ª edición
Psicología clínica
Psicología clínica
Psicología
clínica
DUODÉCIMA EDICION
JAMES N. BUTCHER
University of Minnesota
SUSAN MINEKA
Northwestern University
JILL M. HOOLEY
Harvard University
Traducción
Alfonso Escudero Sanz
Universidad de Murcia
Revisión Técnica
José Antonio Carranza
José Antonio Hernández Martínez
Universidad de Murcia
Boston • New York • San Francisco • Mexico City • Montreal • Toronto •
London • Madrid • Munich • Hong Kong • Singapore • Tokio • Cape Town • Sydney
Datos de catalogación bibliográfica
JAMES N. BUTCHER; SUSAN MINEKA; JILL M. HOOLEY
PSICOLOGÍA CLÍNICA 12.ª EDICIÓN
PEARSON EDUCACIÓN, S.A., Madrid, 2007
ISBN 10: 84-8322-317-1
ISBN 13: 978-84-832-2703-9
Materia: 616.8
Formato: 215 ⫻ 270 mm
Páginas: 728
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la
propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
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DERECHOS RESERVADOS
© 2007 PEARSON EDUCACIÓN, S.A.
Ribera del Loira, 28
28042 Madrid (España)
James N. Butcher; Susan Mineka; Jill M. Hooley
Psicología clínica. 12.ª edición
Authorized translation from the English language edition, entitled ABNORMAL PSYCHOLOGY, 12th Edition
by BUTCHER, JAMES; MINEKA, SUSAN; HOOLEY, JILL M., published by Pearson Education, Inc,
publishing as Allyn & Bacon, Copyright © 2004.
ISBN 10: 84-8322-317-1
ISBN 13: 978-84-8322-317-8
Depósito Legal: M.
Equipo editorial
Editor: Alberto Cañizal
Técnico editorial: Elena Bazaco
Equipo de producción:
Director: José Antonio Clares
Técnico: José Antonio Hernán
Diseño de cubierta: Equipo de diseño de PEARSON EDUCACIÓN, S.A.
Composición: JOSUR TRATAMIENTOS DE TEXTOS, S.L.
Impreso por:
IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN
Este libro ha sido impreso con papel y tintas ecológicos
JAMES N. BUTCHER
Universidad de Minnesota
James N. Butcher nació en Virginia del
oeste. Se alistó en el ejército a los diecisiete
años, donde sirvió en la infantería aéreo
transportado durante tres años, incluyendo un año en Corea durante la guerra.
Al terminar su servicio militar, estudió en
el Guilford College, donde se graduó en
psicología en 1960. Obtuvo el grado de
doctor en psicología clínica en la universidad de Carolina del Norte en 1962. Fue
nombrado doctor honoris causa en la universidad libre de Bruselas en 1990. En la
actualidad es profesor de psicología en la
universidad de Minnesota, donde ha sido
director del programa de psicología clínica durante diecinueve años. También
fue miembro del comité asesor del MMPI
de la universidad de Minnesota, y participó en su revisión de 1989. Anteriormente fue editor de la revista del APA
Psychological Assessment, y colabora como
asesor y revisor de muchas otras revistas
de psicología y psiquiatría. Ha estado activamente involucrado en el desarrollo y
organización de los programas de actuación desastres, dirigidos a afrontar los problemas humanos derivados de un desastre
aéreo. Ha organizado el protocolo de
intervención en un desastre aéreo, para el
aeropuerto St. Paul de Minneapolis, y ha
organizado y supervisado los servicios
psicológicos que se han puesto en práctica
ante estos dos importantes desastres
aéreos: el vuelo 255 en Detroit, Michigan,
y las aerolíneas Aloha de Maui. Es miembro del APA y de la sociedad para la evaluación de la personalidad. Ha publicado
cuarenta libros y más de ciento setenta y
cinco artículos en el ámbito de la psicología clínica, de la psicología intercultural,
de la evaluación de la personalidad.
SUSAN MINEKA
Universidad del Noroeste
Nacida y criada en Ithaca, Nueva York, se
graduó en psicología que en la universidad
de Cornell con sobresaliente cum laude.
Obtuvo el título de doctor en psicología
experimental en la universidad de
Pennsylvania, y posteriormente realizó un
curso de psicología clínica entre 1981 y
1984. Ha dado clases en la universidad de
Wisconsin y en la universidad de Texas,
antes de trasladarse a la universidad del
noroeste en 1987. Desde entonces ha sido
catedrática de psicología en esa universidad, y desde 1998 tiene el cargo de directora de enseñanzas técnicas. Ha impartido
un amplio abanico de cursos, que incluyen
introducción a la psicología, y aprendizaje, motivación, psicología clínica, y terapia cognitivo-conductual. Sus actuales
intereses y de investigación se centran en
en las estrategias cognitivas y conductuales que permiten comprender la etiología,
el mantenimiento, y el tratamiento, de los
trastornos de ansiedad y del estado de
ánimo. En la actualidad es miembro del
APA, de la sociedad americana de psicología y de la academia de terapia cognitiva.
Ha sido editora de la revista Journal of
Abnormal Psychology (1990-1994). En la
actualidad es la editora asociada de Emotion, y figura en el cuadro editorial de
numerosas revistas prestigiosas de su
ámbito. También ha sido presidenta de la
sociedad para la ciencia de la psicología
clínica (1994-1995), y presidenta de la
asociación psicológica del medio oeste
(1997). También ha participado en la
comisión del APA para asuntos científicos
(1992-1994), y en la actualidad es miembro de la comisión ejecutiva de la Society
for Research in Psychopathology (19921994, 2000-2003) y de la sociedad americana de psicología (2001-2004). Entre
1997 y 1998 fue miembro del centro de
estudios avanzados en ciencias de la conducta en Stanford.
JILL M. HOOLEY
Universidad de Hardvard
Jill Hooley es profesora de psicología en la
universidad de Harvard. También es
directora del programa de psicopatología
experimental y de psicología clínica en esa
universidad. La doctora Hooley nació en
Inglaterra y se graduó en psicología en la
universidad de Liverpool. A continuación
empezó a trabajar como investigadora en
la universidad de Cambridge. Después
asistió al Magdalen College en Oxford,
donde obtuvo su doctorado. Se trasladó a
los Estados Unidos y realizó estudios adicionales en psicología clínica, lo que le
permitió ingresar como profesora en la
universidad de Harvard, de la que es
miembro desde 1985.
Su interés en los predictores psicosociales de las recaídas psiquiátricas en
pacientes con esquizofrenia depresión se
remonta muchos años atrás. En la actualidad está realizando estudios de neuroimagen y sobre la moción en la depresión. Es
autora de muchas publicaciones y miembro del comité editorial de diversas revistas de prestigio. En Harvard imparte clases
de introducción a la psicología, psicología
clínica, esquizofrenia, trastornos del
estado de ánimo, diagnóstico psiquiátrico
y tratamiento psicológico. Cuando no está
enseñando, investigando, o tratando pacientes, lo más probable es que la encontramos montando a caballo.
Resumen de contenidos
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
Psicología clínica: una visión general
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Factores y perspectivas causales
Evaluación clínica
Estrés y trastornos de adaptación
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
Trastornos disociativos y somatoformes
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Problemas de salud y conducta
Trastornos de personalidad
Trastornos relacionados con sustancias
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Trastornos cognitivos
Trastornos de la niñez y adolescencia
Terapia
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
1
25
51
101
135
171
215
267
297
325
353
387
425
461
499
523
563
601
Contenidos
1
PSICOLOGÍA CLÍNICA: UNA
VISIÓN GENERAL
1
AVANCES en la investigación 1.1
¿Sirven los imanes para aliviar el daño
por estrés crónico
4
¿A QUÉ NOS REFERIMOS
CON LA EXPRESIÓN CONDUCTA
PATOLÓGICA?
4
Tratamiento
12
LA INVESTIGACIÓN EN LA
PSICOLOGÍA CLÍNICA
13
Fuentes de información
13
Establecer hipótesis sobre
la conducta
15
Muestreo y generalización
15
Grupo criterio y grupo de comparación
¿Por qué necesitamos clasificar los
trastornos mentales?
5
Estudiar el mundo tal y como es: diseños
observacionales de investigación
16
EL MUNDO QUE NOS RODEA 1.2
Aspectos que constituyen una patología
6
La definición de DSM-4 de trastorno
mental
6
Aspectos culturales de
la anormalidad
8
El «equipo» de salud mental
9
Estrategias retrospectivas versus
prospectivas
17
¿SON COMUNES LOS TRASTORNOS
MENTALES?
10
EL MUNDO QUE NOS RODEA 1.3
El personal de salud mental
10
Prevalencia e incidencia
11
Estimación de la prevalencia de los
trastornos mentales
12
16
La manipulación de variables: estrategias
experimentales
18
Estudiar la eficacia de la terapia
18
Estudios experimentales
de caso único
19
Investigación con animales
20
LA ORIENTACIÓN DE
ESTE LIBRO
22
TEMAS SIN RESOLVER: ¿Nos estamos
volviendo mentalmente enfermos?
Los amplios horizontes del trastorno
mental
23
CONTENIDOS
x
SUMARIO
TÉRMINOS CLAVE
2
PERSPECTIVAS
CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
40
23
24
PERSPECTIVAS
HISTÓRICAS Y
CONTEMPORÁNEAS
DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
26
Demonios, dioses y magia
26
Primeras concepciones médicas
de Hipócrates
26
Primeras concepciones filosóficas
de la conciencia y el descubrimiento de
la mente
27
AVANCES en el pensamiento 2.1
La histeria y la melancolía a lo largo
del tiempo
28
El pensamiento de la última etapa de Grecia
y Roma
28
La anormalidad durante la Edad
Media
29
AVANCES en el pensamiento 2.2
Primeras teorías sobre los trastornos
mentales en China
30
HACIA APROXIMACIONES
HUMANITARIAS
32
El resurgimiento de la investigación
científica en Europa
32
El establecimiento de los primeros asilos y
manicomios
33
La reforma humanitaria
34
Las concepciones del siglo XIX sobre las
causas y el tratamiento de los trastornos
mentales
36
El cambio de actitud hacia la salud mental a
principios del siglo XX
36
La asistencia en los hospitales mentales
durante el siglo XX
37
EL MUNDO QUE NOS RODEA 2.3
Encadenar a los pacientes mentales
38
AVANCES en la investigación 2.4
En busca de medicinas para curar los trastornos
mentales
39
El establecimiento del vínculo entre el
cerebro y el trastorno mental
40
El comienzo de un sistema
de clasificación
41
25
El establecimiento de las bases psicológicas
de los trastornos mentales
41
La evolución de la investigación
psicológica
43
TEMAS SIN RESOLVER:
La interpretación de los acontecimientos
históricos
47
SUMARIO
48
TÉRMINOS CLAVE
3
50
FACTORES Y
PERSPECTIVAS
CAUSALES
51
CAUSAS Y FACTORES DE RIESGO DE
LA CONDUCTA PATOLÓGICA
52
Causas necesarias, suficientes
y concurrentes
52
Retroalimentación y circularidad
en la conducta patológica
53
Modelos de vulnerabilidad-estrés
54
MODELOS O PERSPECTIVAS PARA
LA COMPRENSIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
55
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA
Y LOS FACTORES CAUSALES
BIOLÓGICOS
56
Desequilibrios en los neurotransmisores
y las hormonas
57
AVANCES en la investigación 3.1
Neurotransmisores y conducta anormal
Vulnerabilidad genética
59
AVANCES en el pensamiento 3.2
«Naturaleza, crianza, y psicopatología: una
nueva mirada a un viejo tema»
63
El temperamento y otras disposiciones
constitucionales
64
Disfunción cerebral y plasticidad
neurológica
66
58
www.ablongman.com/butcher12e
Contenidos
Deprivación o alteración física
66
4
Impacto de la perspectiva
biológica
67
PERSPECTIVAS
PSICOSOCIALES
Las perspectivas psicodinámicas
Relaciones entre evaluación
y diagnóstico
102
68
AVANCES en el pensamiento 3.3
Las perspectivas humanista
y existencial
69
La perspectiva conductual
Recogida de la historia social
74
77
Para qué sirve y para qué no sirve la
adopción de una perspectiva
determinada
79
El examen físico general
82
Estilos paternos inadecuados
84
Desacuerdo matrimonial y divorcio
86
Tests psicológicos
EL MUNDO QUE NOS RODEA 3.4
Síndromes vilculados a la cultura
91
EL MUNDO QUE NOS RODEA 3.5
Cultura y relaciones de apego
92
Influencias sociales patógenas
108
110
AVANCES en la práctica 4.2
La práctica automatizada: la utilización de la
computadora en el examen psicológico
111
AVANCES en la práctica 4.3
El perfil de Esteban en el MMPI-2, y su informe
informatizado
116
Ventajas y limitaciones de los tests objetivos
de personalidad
119
Estudio psicológico de un caso:
Esteban
119
93
Impacto de la perspectiva
sociocultural
95
TEMAS SIN RESOLVER:
Perspectiva teórica y causas de la
conducta patológica
96
LA INTEGRACIÓN DE LOS
DATOS PROCEDENTES
DE LA EVALUACIÓN
122
Aspectos éticos de la evaluación
122
LA CLASIFICACIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
123
Fiabilidad y validez
99
108
La observación clínica
de la conducta
109
El descubrimiento de factores
socioculturales mediante estudios
transculturales
90
93
LA EVALUACIÓN
PSICOSOCIAL
Entrevista de evaluación
89
El entorno sociocultural
106
AVANCES en la práctica 4.1
Exámenes neuropsicológicos: la
determinación de las relaciones entre
el cerebro y la conducta
107
Relaciones inadaptadas con los
compañeros
88
93
105
El examen neuropsicológico
Deprivación o trauma precoz
TÉRMINOS CLAVE
105
El examen neurológico
Nuestra concepción del mundo y
de nosotros mismos: esquemas
y auto-esquemas
80
97
Confianza y entendimiento entre el clínico
y el cliente
104
LA EVALUACIÓN DEL ORGANISMO
FÍSICO
105
FACTORES CAUSALES
PSICOSOCIALES
80
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES
103
La influencia de la orientación
profesional
103
La perspectiva cognitivo-conductual
SUMARIO
101
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
102
68
LA PERSPECTIVA
SOCIOCULTURAL
EVALUACIÓN
CLÍNICA
xi
124
Diferentes modelos de clasificación
124
CONTENIDOS
xii
Clasificación diagnóstica formal
de los trastornos mentales
125
EL MUNDO QUE NOS RODEA 5.2
El elevado coste emocional de mantener
la paz
156
AVANCES en la investigación 4.4
Esquemas para la valoración clínica en
neuropsiquiatría (SCAN)
131
SUMARIO
Amenazas a la seguridad personal
132
TÉRMINOS CLAVE
5
Efectos a largo plazo del estrés
post-traumático
159
AVANCES en la investigación 5.3
Factores de estrés impredecibles
e incontrolables
162
133
ESTRÉS Y TRASTORNOS
DE ADAPTACIÓN
135
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
136
Categorías de factores estresantes
136
Factores que predisponen a una persona a
sufrir estrés
138
El afrontamiento del estrés
141
Efectos biológicos del estrés
143
Efectos psicológicos del estrés
prolongado
145
147
Tratamiento de los trastornos
por estrés
163
148
TRASTORNOS DE ESTRÉS
POST-TRAUMÁTICO: REACCIONES
A ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
148
TEMAS SIN RESOLVER:
Medicación psicotrópica para el
tratamiento del TEPT
167
SUMARIO
168
6
169
PÁNICO, ANSIEDAD
Y SUS TRASTORNOS
VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias entre el trastorno
de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
149
FOBIAS ESPECÍFICAS
Fobia a la sangre y a las heridas
EL MUNDO QUE NOS RODEA 5.1
Un trauma de increíbles proporciones
151
Factores causales del estrés
post-traumático
152
El trauma del combate militar
173
174
175
Edad de aparición y diferencias sexuales
en las fobias específicas
175
Factores causales psicosociales
176
Factores causales de carácter genético
y temperamental
178
153
155
171
PATRONES DE RESPUESTA
DE MIEDO Y ANSIEDAD
172
Prevalencia del TEPT entre la población
general
149
El trauma de la violación
164
Problemas para el estudio de las víctimas
de una crisis
166
TÉRMINOS CLAVE
147
El divorcio y la separación
Prevención de los trastornos
de estrés
163
Qué estamos aprendiendo sobre la
intervención de emergencia
166
EL TRASTORNO DE ADAPTACIÓN:
REACCIONES A FACTORES
ESTRESANTES DE LA VIDA
COTIDIANA
146
El duelo
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
DE LOS TRASTORNOS
POR ESTRÉS
163
AVANCES en la práctica 5.4
Intervención en crisis y desastres aéreos
EFECTOS DEL ESTRÉS
INTENSO
142
El desempleo
159
El tratamiento de las fobias
específicas
178
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FOBIAS SOCIALES
Contenidos
179
Interacción de los factores causales de
carácter psicosocial y biológico
180
Tratamiento de la fobia social
182
AVANCES en la práctica 6.3
La exposición sin posibilidad de respuesta,
tratamiento para el trastorno
obsesivo-compulsivo
209
TRASTORNO DE PÁNICO CON
Y SIN AGORAFOBIA
183
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES DE LOS
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias entre pánico
y ansiedad
184
Diferencias culturales en la causa
de las preocupaciones
210
Agorafobia
Taijin Kyofusho
184
Prevalencia, sexo y edad de aparición
del trastorno de pánico con y
sin agorafobia
185
SUMARIO
7
187
TRASTORNOS UNIPOLARES DEL
ESTADO DE ÁNIMO
218
AVANCES en la práctica 6.1
Terapia cognitivo-conductual para
el trastorno de pánico
193
Depresiones que no son trastornos del
estado de ánimo
218
TRASTORNO DE ANSIEDAD
GENERALIZADA
194
Trastornos depresivos leves
y moderados
219
194
195
Comorbilidad con otros trastornos
Factores causales psicosociales
196
196
Características del TOC
200
202
202
Factores causales psicosociales
203
AVANCES en el pensamiento 6.2
Trastornos del espectro
obsesivo-compulsivo
205
Factores causales biológicos
El tratamiento del trastorno
obsesivo-compulsivo
208
220
FACTORES CAUSALES EN LOS
TRASTORNOS UNIPOLARES
DEL ESTADO DE ÁNIMO
224
224
Factores causales psicosociales
El tratamiento del trastorno de ansiedad
generalizada
200
Prevalencia y edad de aparición
Trastorno depresivo mayor
Factores causales biológicos
Factores causales de carácter
biológico
198
TRASTORNO
OBSESIVO-COMPULSIVO
TRASTORNOS DEL ESTADO
DE ÁNIMO Y SUICIDIO
215
Prevalencia de los trastornos del estado
de ánimo
217
El tratamiento del trastorno de pánico
y la agorafobia
192
Prevalencia y edad de aparición
213
¿QUÉ SON LOS TRASTORNOS DEL
ESTADO DE ÁNIMO?
216
Factores causales conductuales
y cognitivos
189
Características generales
211
186
El momento del primer ataque
de pánico
186
Factores causales biológicos
210
210
TÉRMINOS CLAVE
Comorbilidad con otros trastornos
xiii
228
AVANCES en la investigación 7.1
Diferencias sexuales en la depresión
unipolar
236
AVANCES en el pensamiento 7.2
Comorbilidad de la ansiedad y los trastornos
del estado de ánimo
238
AVANCES en la investigación 7.3
Depresión y violencia matrimonial
TRASTORNOS BIPOLARES
206
Ciclotimia
241
241
Trastornos bipolares
Trastorno esquizoafectivo
240
242
244
CONTENIDOS
xiv
FACTORES CAUSALES
DEL TRASTORNO BIPOLAR
EL MUNDO QUE NOS RODEA 8.1
Un trastorno ficticio por poderes (el síndrome
de Munchausen por poderes)
277
Trastorno de dimorfismo corporal
277
245
Factores causales biológicos
245
Factores causales psicosociales
247
TRASTORNOS
DISOCIATIVOS
FACTORES SOCIOCULTURALES
QUE INFLUYEN SOBRE LOS
TRASTORNOS UNIPOLAR
Y BIPOLAR
248
El trastorno de despersonalización
Amnesia y fuga disociativas
281
248
Diferencias interculturales
en la prevalencia
249
EL MUNDO QUE NOS RODEA 8.3
Esquizofrenia, personalidad dividida y TID:
dilucidar la confusión
286
Factores causales socioculturales
de los trastornos disociativos
291
Tratamiento y resultados de los trastornos
disociativos
291
Diferencias demográficas en
los Estados Unidos
249
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
251
La fármaco-terapia y la terapia
electro-convulsiva
251
Psicoterapia
253
EL SUICIDIO
TEMAS SIN RESOLVER:
TID y la realidad de los «recuerdos
recuperados»
292
255
El cuadro clínico y la pauta causal
255
EL MUNDO QUE NOS RODEA 7.4
Signos de alarma del suicidio estudiantil
Ambivalencia ante el suicidio
SUMARIO
TÉRMINOS CLAVE
8
9
265
TRASTORNOS
DISOCIATIVOS Y
SOMATOFORMES
Hipocondría
268
268
Trastorno de somatización
Trastorno de dolor
271
272
El trastorno de conversión
273
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA,
Y OBESIDAD
297
ASPECTOS CLÍNICOS DE LOS
TRASTORNOS DE LA CONDUCTA
ALIMENTARIA
298
264
TRASTORNOS
SOMATOFORMES
295
260
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Hay derecho a morir?
262
TÉRMINOS CLAVE
294
257
Prevención e intervención
en el suicidio
261
SUMARIO
280
AVANCES en el pensamiento 8.2
¿Debe clasificarse el trastorno de conversión
como un trastorno disociativo?
283
El trastorno disociativo de identidad
(TDI)
283
Diferencias interculturales en los síntomas
depresivos
248
Afrontamiento de las pérdidas
279
Edad de aparición y
diferencias sexuales
Anorexia nerviosa
267
298
298
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 9.1
Trastornos de la conducta alimentaria
en varones
299
La bulimia nerviosa
302
Complicaciones médicas de la anorexia
nerviosa y de la bulimia nerviosa
304
Otros trastornos de la conducta
alimentaria
305
Diferencias entre diagnósticos
305
www.ablongman.com/butcher12e
Contenidos
Comorbilidad de los trastornos
de la conducta alimentaria con
otras formas de psicopatología
306
Prevalencia de los trastornos
de la conducta alimentaria
306
Trastornos de la conducta
alimentaria en diversas
culturas
307
Evolución y consecuencias
307
Aspectos fisiológicos del estrés
Estrés y el sistema inmunológico
Psico-neuro-inmunología
Hipertensión
338
339
¿Qué factores psicológicos están implicados
en la enfermedad cardiovascular?
339
314
315
Factores biológicos
318
Factores psicosociales
319
Perspectiva del aprendizaje
319
Factores socioculturales
320
El tratamiento de la obesidad
320
La importancia de la prevención
322
10
338
La enfermedad cardiaca coronaria
318
322
TÉRMINOS CLAVE
AVANCES en la investigación 10.2
¿El rencor es malo para la salud?
336
ENFERMEDAD
CARDIOVASCULAR
EL MUNDO QUE NOS RODEA 9.3
Trastornos de la conducta alimentaria
e Internet
315
Tratamiento de la bulimia nerviosa
316
Tratamiento del trastorno de
atracones
317
SUMARIO
Salud, actitudes y recursos
de afrontamiento
335
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.3
Enfermedad cardiovascular en un atleta
de treinta y tres años
337
310
Tratamiento de la anorexia nerviosa
OBESIDAD
334
El estilo de vida en relación con
la salud y la enfermedad
334
AVANCES en la investigación 9.2
Las consecuencias indeseables de
la decisión de seguir una dieta
312
En entorno familiar
313
TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
330
AVANCES en la investigación 10.1
Citoquinas: el vínculo entre el cerebro
y el sistema inmunológico
332
FACTORES CAUSALES Y DE RIESGO
EN LOS TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
308
Factores biológicos
308
Factores socioculturales
309
Factores individuales de riesgo
329
FACTORES CAUSALES
GENERALES EN LA
ENFERMEDAD FÍSICA
Factores biológicos
343
Factores psicosociales
344
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.4
¿Quién pilla un resfriado?
345
Factores socioculturales
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
346
347
Intervenciones biológicas
PROBLEMAS DE SALUD
Y CONDUCTA
325
347
EL MUNDO QUE NOS RODEA 10.5
El síndrome de fatiga crónica
349
350
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Ignora la práctica clínica
la relación entre médico
y paciente?
350
FACTORES PSICOLÓGICOS EN LA
SALUD Y ENFERMEDAD
329
SUMARIO
El estrés y la respuesta al estrés
TÉRMINOS CLAVE
329
347
Intervenciones psicológicas
Medidas socioculturales
323
342
351
352
xv
xvi
11
CONTENIDOS
TRASTORNOS DE
PERSONALIDAD
353
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS
DE LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
354
Los cinco criterios del DSM-IV-TR
355
DIFICULTADES PARA LA
INVESTIGACIÓN DE LOS
TRASTORNOS DE
PERSONALIDAD
355
EL TRASTORNO DE
PERSONALIDAD ANTISOCIAL
Y LA PSICOPATÍA
371
372
El cuadro clínico de la psicopatía
y del trastorno de personalidad
antisocial
373
355
Dificultades para estudiar las causas
de los trastornos de personalidad
356
Factores causales en la psicopatía
y en la personalidad antisocial
375
EL MUNDO QUE NOS RODEA 11.1
Psicópatas «exitosos»
377
Tratamientos y resultados para la
personalidad psicópata antisocial
357
El trastorno de personalidad paranoide
El tratamiento de otros trastornos
de la personalidad
371
Piscopatía y TPAS
Dificultades para el diagnóstico
de los trastornos de personalidad
CLASIFICACIÓN DE
LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
El tratamiento del trastorno
límite de personalidad
370
357
El trastorno de personalidad
esquizoide
359
380
AVANCES en la práctica 11.2
La prevención de la psicopatía y del trastorno
de personalidad antisocial
381
TEMAS SIN RESOLVER:
El Eje II del DSM-IV-TR
383
El trastorno de personalidad
esquizotípico
359
SUMARIO
El trastorno de personalidad
histriónico
360
384
TÉRMINOS CLAVE
385
El trastorno de personalidad
narcisista
361
El trastorno de personalidad
antisocial
363
12
El trastorno límite de personalidad
363
El trastorno de personalidad
por evitación
365
Prevalencia, comorbilidad y
demografía del abuso y dependencia
del alcohol
389
El trastorno de personalidad
obsesivo-compulsivo
367
Categorías provisionales de otros trastornos
de personalidad en el DSM-IV-TR
368
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
387
ABUSO Y DEPENDENCIA
DEL ALCOHOL
388
El trastorno de personalidad
dependiente
366
Factores causales socioculturales,
de los trastornos de personalidad
TRASTORNOS
RELACIONADOS
CON SUSTANCIAS
369
369
Adaptación de las técnicas terapéuticas
a los trastornos específicos
de personalidad
370
El cuadro clínico del abuso y dependencia
del alcohol
391
AVANCES en la investigación 12.1
El síndrome de alcohol fetal:
¿cuándo es demasiado?
393
Factores biológicos en el uso y
dependencia del alcohol y de otras
sustancias
394
Factores causales psicosociales en la
dependencia y el abuso del alcohol
397
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Contenidos
DESVIACIONES SEXUALES
Y DE IDENTIDAD SEXUAL
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.2
Borracheras en la universidad
399
Factores socioculturales
401
Las parafilias
Tratamiento de los trastornos
por abuso del alcohol
401
ABUS0 SEXUAL
438
440
Abuso sexual de niños
407
440
AVANCES en la investigación 13.2
La fiabilidad de los informes infantiles sobre
acontecimientos pasados
442
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.3
Cafeína y nicotina
408
Cocaína y anfetaminas
(estimulantes)
412
Paidofilia
Incesto
414
444
445
La violación
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.4
Meta-anfetaminas: ¿son de verdad
tan estupendas?
415
445
El tratamiento de la reincidencia
de los agresores sexuales
448
EL MUNDO QUE NOS RODEA 13.3
La ley Megan
449
LSD y otras drogas similares
(alucinógenos)
416
417
Marihuana
432
Trastornos de la identidad sexual
El opio y sus derivados (narcóticos)
Éxtasis
432
Factores causales y tratamientos
para las parafilias
437
ABUSO Y DEPENDENCIA
DE LAS DROGAS
406
Barbitúricos (sedantes)
DISFUNCIONES SEXUALES
417
451
Disfunciones del deseo sexual
452
EL MUNDO QUE NOS RODEA 12.5
Ludopatías
418
Disfunciones de la excitación sexual
TEMAS SIN RESOLVER:
Intercambio de adicciones:
¿es una estrategia eficaz?
Disfunciones sexuales por dolor
SUMARIO
Trastornos orgásmicos
423
SUMARIO
OPCIONES SEXUALES,
ABUSO Y
DISFUNCIONES
INFLUENCIAS SOCIOCULTURALES
SOBRE LAS NORMAS Y PRÁCTICAS
SEXUALES
427
Caso 1: teoría de la degeneración
y la abstinencia
427
456
425
14
459
ESQUIZOFRENIA
Y OTROS TRASTORNOS
PSICÓTICOS
ESQUIZOFRENIA
462
Epidemiología de la
esquizofrenia
462
Orígenes del constructo
esquizofrenia
463
Caso 2: rituales homosexuales
en Melanesia
428
Caso 3: homosexualidad
y psiquiatría norteamericana
454
458
TÉRMINOS CLAVE
13
452
TEMAS SIN RESOLVER:
¿uáles son los perjuicios del
abuso sexual infantil?
457
420
422
TÉRMINOS CLAVE
xvii
429
AVANCES en el pensamiento 13.1
La homosexualidad como una opción
sexual normal
430
EL CUADRO CLÍNICO
DE LA ESQUIZOFRENIA
Ideas delirantes
Alucinaciones
464
465
Habla desorganizada
466
464
461
xviii
CONTENIDOS
Conducta desorganizada
y catatónica
467
Síntomas negativos
467
Aspectos diagnósticos
SUBTIPOS
DE ESQUIZOFRENIA
Lesiones difusas y focales
Indicadores clínicos de daño
cerebral
501
468
Tipo paranoide
468
Tipo desorganizado
469
Tipo catatónico
469
Tipo indiferenciado
470
Tipo residual
470
Otros trastornos psicóticos
502
AVANCES en la práctica 15.1
El chequeo de deterioros cognitivos
La interacción entre neuropsicología
y psicopatología
505
470
DELIRIUM
506
Presentación clínica
506
Tratamiento y resultados
471
506
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.1
Las cuatrillizas Genain
474
La influencias prenatales
477
Genes y ambiente en la esquizofrenia:
una síntesis
478
Una perspectiva neuro evolutiva
479
Aspectos biológicos
480
LA DEMENCIA
AVANCES en la investigación 14.2
Esquizofrenia e insensibilidad al dolor
Neurocognición
485
Aspectos psicosociales y culturales
TRASTORNOS AMNÉSICOS
La enfermedad de Alzheimer
Demencia vascular
482
514
515
TRASTORNOS DERIVADOS
DE TRAUMATISMOS
CRANEALES
515
486
Cuadro clínico
516
EL MUNDO QUE NOS RODEA 15.4
¿Puede que un emocionante paseo provoque
daños cerebrales?
517
Tratamiento y resultados
490
492
518
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Pueden mejorar los suplementos
dietéticos el funcionamiento
del cerebro?
519
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.4
Una mente maravillosa
493
TEMAS SIN RESOLVER: ¿Puede
prevenirse la esquizofrenia?
496
SUMARIO
520
TÉRMINOS CLAVE
521
497
TÉRMINOS CLAVE
15
507
Demencia por infección
de VIH-1
513
TRATAMIENTO Y RESULTADOS
CLÍNICOS
489
SUMARIO
507
EL MUNDO QUE NOS RODEA 15.3
Otras demencias
507
EL MUNDO QUE NOS RODEA 14.3
Una casa de locos
487
La clase social
489
Estrategias farmacológicas
Estrategias psicosociales
502
AVANCES en la investigación 15.2
Deterioros cognitivos en una
sala de manicura
503
¿QUÉ ES LO QUE PROVOCA
LA ESQUIZOFRENIA?
471
Aspectos genéticos
501
498
TRASTORNOS
COGNITIVOS
LESIONES CEREBRALES
EN LOS ADULTOS
501
16
499
TRASTORNOS DE LA
NIÑEZ Y LA
ADOLESCENCIA
CONDUCTA INADAPTADA
EN DIFERENTES MOMENTOS
DE LA VIDA
524
523
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Contenidos
Diferentes cuadros clínicos
Vulnerabilidad especial
de los niños pequeños
524
Programas de defensa del menor
Clasificación de los trastornos
de la infancia y la adolescencia
525
TRASTORNOS DE LA INFANCIA
526
Trastorno por déficit de atención
con hiperactividad
526
SUMARIO
Trastornos de ansiedad en la infancia
y la adolescencia
531
560
TÉRMINOS CLAVE
17
Trastorno de oposición-desafiante y
trastorno de conducta
528
561
TERAPIA
563
UNA VISIÓN GENERAL
DEL TRATAMIENTO
536
¿Quién proporciona los servicios
psicoterapéuticos?
565
Trastornos evolutivos pertinaces
539
La relación terapéutica
539
Retraso mental
567
¿Se habría producido el cambio de todas
maneras?
567
544
¿Puede resultar perjudicial
la terapia?
568
545
¿QUÉ ESTRATEGIAS TERAPÉUTICAS
DEBEN UTILIZARSE?
568
546
Alteraciones cerebrales
en el retraso mental
547
Tratamientos validados
empíricamente
568
Síndromes orgánicos de
retraso mental
548
¿Medicación o psicoterapia?
569
Tratamientos combinados
Tratamientos, resultados
y prevención
552
PLANIFICACIÓN DE
PROGRAMAS DE AYUDA
A NIÑOS Y ADOLESCENTES
567
Objetivar y cuantificar el cambio
Factores causales de los trastornos
de aprendizaje
544
Tratamientos y resultados
565
MEDIR EL ÉXITO
DE LA PSICOTERAPIA
TRASTORNOS DE APRENDIZAJE
Y RETRASO MENTAL
543
Trastornos de aprendizaje
564
¿Por qué se busca
una terapia?
564
534
Trastorno sintomáticos: enuresis,
encopresis, sonambulismo y tics
Autismo
557
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Puede la sociedad resolver
la conducta delictiva?
558
525
La depresión en la infancia
xix
570
ESTRATEGIAS FARMACOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
571
553
Factores específicos en
el tratamiento de niños
y adolescentes
553
AVANCES en la práctica 16.1
La terapia familiar como una forma
de ayuda a los niños
554
AVANCES en la práctica 16.2
Terapia de juego para solucionar problemas
psicológicos de los niños
555
EL MUNDO QUE NOS RODEA 16.3
Impacto del abuso infantil sobre el ajuste
psicológico
556
Fármacos antipsicóticos
Fármacos antidepresivos
571
573
EL MUNDO QUE NOS RODEA 17.1
¿Vivir mejor gracias a la química?
575
Fármacos ansiolíticos
577
Litio y otros fármacos estabilizadores
del estado de ánimo
578
Terapia electro-convulsiva
Neurocirugía
580
582
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 17.2
La tragedia de Rosemary Kennedy
583
ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
583
CONTENIDOS
xx
Terapia de conducta
583
Terapia cognitiva y
cognitivo-conductual
587
Terapias humanistas
590
Terapias psicodinámicas
592
Terapia matrimonial y familiar
595
Eclecticismo e integración
597
PSICOTERAPIA Y SOCIEDAD
Valores sociales y psicoterapia
Psicoterapia y diversidad cultural
SUMARIO
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.4
Alegatos controvertidos de no culpabilidad:
¿puede un estado mental alterado o un trastorno
de personalidad atenuar la responsabilidad
de un acusado?
617
597
597
598
ESFUERZOS ORGANIZADOS
PARA LA SALUD MENTAL
600
ASPECTOS LEGALES
CONTEMPORÁNEOS EN
PSICOLOGÍA CLÍNICA
PERSPECTIVAS SOBRE
LA PREVENCIÓN
602
Intervenciones universales
Intervenciones selectivas
Intervenciones indicadas
DESAFÍOS DE FUTURO
622
623
623
TEMAS SIN RESOLVER: La OMS
y el cuidado de la salud mental
624
SUMARIO
607
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.2
Las prisiones de nuevo como hospitales
mentales
611
612
601
620
Esfuerzos en Estados Unidos
para la salud mental
620
Esfuerzos internacionales en la salud
mental
621
La necesidad de planificación
La contribución individual
602
604
606
AVANCES en la práctica 18.1
Prevención del abuso del alcohol
El hospital mental como
comunidad terapéutica
607
Desinstitucionalización
609
ASPECTOS LEGALES
CONTROVERTIDOS
612
EL MUNDO QUE NOS RODEA, 18.3
Decisiones judiciales importantes para los
derechos del paciente
613
La evaluación de la «peligrosidad»
613
La alegación de locura
616
599
TÉRMINOS CLAVE
18
El proceso de internamiento
626
TÉRMINOS CLAVE
627
BIBLIOGRAFÍA
AGRADECIMIENTOS
ÍNDICE ANALÍTICO
629
687
689
Relación de artículos
AVANCES en la investigación
1.1
2.4
3.1
4.4
5.3
7.1
7.3
9.2
10.1
10.2
12.1
13.2
14.2
15.2
¿Sirven los imanes para aliviar el daño por estrés crónico?
(p. 4)
En busca de medicinas para curar los trastornos mentales
(p. 39)
Neurotransmisores y conducta anormal
(p. 58)
Esquemas para la valoración clínica en neuropsiquiatría (SCAN)
(p. 131)
Factores de estrés impredecibles e incontrolables
(p. 162)
Diferencias sexuales en la depresión unipolar
(p. 236)
Depresión y violencia matrimonial
(p. 240)
Las consecuencias indeseables de la decisión de seguir una dieta
(p. 312)
Citoquinas: el vínculo entre el cerebro y el sistema inmunológico
(p. 332)
¿El rencor es malo para la salud?
(p. 336)
El síndrome de alcohol fetal: ¿cuándo es demasiado?
(p. 393)
La fiabilidad de los informes infantiles sobre acontecimientos pasados
(p. 442)
Esquizofrenia e insensibilidad al dolor
(p. 482)
Deterioros cognitivos en una sala de manicura
(p. 503)
AVANCES en el pensamiento
2.1
2.2
3.2
3.3
La histeria y la melancolía a lo largo del tiempo
(p. 28)
Primeras teorías sobre los trastornos mentales en China
(p. 30)
«Naturaleza, crianza y psicopatología: una nueva mirada a un viejo tema»
Las perspectivas humanista y existencial
(p. 69)
(p. 63)
xxii
6.2
7.2
8.2
13.1
RELACIÓN DE ARTÍCULOS
Trastornos del espectro obsesivo-compulsivo
(p. 205)
Comorbilidad de la ansiedad y los trastornos del estado de ánimo
(p. 238)
¿Debe clasificarse el trastorno de conversión como un trastorno disociativo?
(p. 283)
La homosexualidad como una opción sexual normal
(p. 430)
AVANCES en la práctica
4.1
4.2
4.3
5.4
6.1
6.3
11.2
15.1
16.1
16.2
18.1
Exámenes neuropsicológicos: la determinación de las relaciones entre el cerebro y la conducta
(p. 107)
La práctica automatizada: la utilización de la computadora en el examen psicológico
(p. 111)
El perfil de Esteban en el MMPI-2, y su informe informatizado
(p. 116)
Intervención en crisis y desastres aéreos
(p. 164)
Terapia cognitivo-conductual para el trastorno de pánico
(p. 193)
La exposición sin posibilidad de respuesta, tratamiento para el trastorno obsesivo-compulsivo
(p. 209)
La prevención de la psicopatía y del trastorno de personalidad antisocial
(p. 381)
El chequeo de deterioros cognitivos
(p. 502)
La terapia familiar como una forma de ayuda a los niños
(p. 554)
Terapia de juego para solucionar problemas psicológicos de los niños
(p. 555)
Prevención del abuso del alcohol
(p. 607)
EL MUNDO QUE NOS RODEA
1.2
1.3
2.3
3.4
3.5
5.1
5.2
7.4
8.1
8.3
9.1
9.3
10.3
10.4
10.5
11.1
12.2
12.3
12.4
12.5
13.3
Aspectos que constituyen una patología
(p. 6)
El personal de salud mental
(p. 10)
Encadenar a los pacientes mentales
(p. 38)
Síndromes vinculados a la cultura
(p. 91)
Cultura y relaciones de apego
(p. 92)
Un trauma de increíbles proporciones
(p. 151)
El elevado coste emocional de mantener la paz
(p. 156)
Signos de alarma del suicidio estudiantil
(p. 257)
Un trastorno ficticio por poderes (el síndrome de Munchausen por poderes)
(p. 277)
Esquizofrenia, personalidad dividida y TID: dilucidar la confusión
(p. 286)
Trastornos de la conducta alimentaria en varones
(p. 299)
Trastornos de la conducta alimentaria e Internet
(p. 315)
Enfermedad cardiovascular en un atleta de treinta y tres años
(p. 337)
¿Quién pilla un resfriado?
(p. 345)
El síndrome de fatiga crónica
(p. 349)
Psicópatas «exitosos»
(p. 377)
Borracheras en la universidad
(p. 399)
Cafeína y nicotina
(p. 408)
Meta-anfetaminas: ¿son de verdad tan estupendas?
(p. 415)
Ludopatías
(p. 418)
La ley Megan
(p. 449)
www.ablongman.com/butcher12e
14.1
14.3
14.4
15.3
15.4
16.3
17.1
17.2
18.2
18.3
18.4
Relación de artículos
Las cuatrillizas Genain
(p. 474)
Una casa de locos
(p. 487)
Una mente maravillosa
(p. 493)
Otras demencias
(p. 507)
¿Puede que un emocionante paseo provoque daños cerebrales?
(p. 517)
Impacto del abuso infantil sobre el ajuste psicológico
(p. 556)
¿Vivir mejor gracias a la química?
(p. 575)
La tragedia de Rosemary Kennedy
(p. 583)
Las prisiones de nuevo como hospitales mentales
(p. 611)
Decisiones judiciales importantes para los derechos del paciente
(p. 613)
Alegatos controvertidos de no culpabilidad: ¿puede un estado mental alterado o un trastorno de personalidad
atenuar la responsabilidad de un acusado?
(p. 617)
TEMAS SIN RESOLVER
¿Nos estamos volviendo mentalmente enfermos? Los amplios horizontes del trastorno mental
(Capítulo 1, p. 23)
La interpretación de los acontecimientos históricos
(Capítulo 2, p. 47)
Perspectiva teórica y causas de la conducta patológica
(Capítulo 3, p. 96)
Medicación psicotrópica para el tratamiento del TEPT
(Capítulo 5, p. 167)
¿Hay derecho a morir?
(Capítulo 7, p. 262)
TID y realidad de los «recuerdos recuperados»
(Capítulo 8, p. 292)
¿Ignora la práctica clínica la relación entre médico y paciente?
(Capítulo 10, p. 350)
El Eje II del DSM-IV-TR
(Capítulo 11, p. 383)
Intercambio de adicciones: ¿es una estrategia eficaz?
(Capítulo 12, p. 420)
¿Cuáles son los perjuicios del abuso sexual infantil?
(Capítulo 13, p. 457)
¿Puede prevenirse la esquizofrenia?
(Capítulo 14, p. 496)
¿Pueden mejorar los suplementos dietéticos el funcionamiento del cerebro?
(Capítulo 15, p. 519)
¿Puede la sociedad resolver la conducta delictiva?
(Capítulo 16, p. 558)
La OMS y el cuidado de la salud mental
(Capítulo 18, p. 624)
xxiii
Prefacio
P
sicología clínica tiene una larga y distinguida tradición como texto de psicología
clínica. Desde 1948, año en que James Coleman escribió la primera edición, este
libro de texto está considerado como uno de los mejores de este campo. Con el
paso de los años se han unido al equipo nuevos autores, que han ofrecido ideas nuevas procedentes de su campo de experiencia, y que han mantenido el constante compromiso de
incluir un amplio elenco de investigaciones empíricas, que es lo que sustenta la fama de
esta obra. En 1980, los famosos psicólogos Bob Carson y Jim Butcher escribieron la sexta
edición de este texto clásico, y en 1996 se unieron a la reputada investigadora Susan
Mineka para redactar la décima edición. Bob Carson se retiró del equipo en 2004, aunque
sus contribuciones son inconmensurables y su trabajo se recordará durante muchos años.
El año 2004 supone un momento especial en la historia de este libro. La abundancia
de investigaciones en nuestro ámbito permitió ampliar nuestra comprensión de la psicopatología, perfeccionando no sólo las teorías sino también los métodos de tratamiento que
teníamos hace tan sólo una década. El objetivo de este libro es, como siempre ha sido, ofrecer a los interesados estos apasionantes descubrimientos, así como la más concienzuda
explicación posible de lo que es la psicopatología. Por esa razón damos la bienvenida a
nuestro equipo de autores a Jill Hooley, de la Universidad de Harvard. Jill Hooley es una
distinguida investigadora en psicopatología y directora del programa de psicología clínica
de Hardvard. Estamos seguros de que su contribución brindará a esta duodécimaa edición, una valiosa perspectiva tanto desde el punto de vista de la investigación como de la
enseñanza clínica, sobre todo en lo que concierne al tema de la esquizofrenia.
El equipo formado por Butcher, Mineka y Hooley es señero. La profundidad y amplitud de sus investigaciones en el ámbito de la psicopatología ofrece a los estudiantes una
experiencia de aprendizaje que les hace reflexionar, aumenta su conocimiento, y les guía
hacia nuevos niveles de comprensión hasta límites que otros libros no pueden ofrecer.
Esta edición incluye más de 1500 referencias bibliográficas nuevas. El trabajo de los autores en el ámbito internacional ofrece un excelente equilibrio de estudios multi-culturales,
que facilitan la obtención de una perspectiva global e integradora de la psicopatología.
xxvi
P R E FA C I O
LO QUE ES NUEVO
Si bien esta duodécima edición mantiene muchos de los elementos básicos de
las ediciones anteriores, también incluye muchos temas nuevos así como una revisión de
las investigaciones más recientes en psicopatología. Al seguir de cerca el vertiginoso desarrollo del conocimiento sobre las influencias biológicas, sobre todo el ámbito de la patología de la conducta, el texto describe pormenorizadamente la importancia de este tipo de
factores.
Desde una perspectiva más amplia, esta edición ofrece otros cambios importantes.
Capítulo 1:
Psicología clínica: una visión general
En la edición anterior, una parte importante de este capítulo estaba centrada en la clasificación, que ahora hemos trasladado al Capítulo 4, dedicado a la evaluación clínica. Así, el
Capítulo 1 se centra ahora de manera más específica en el tema de las investigaciones y sus
métodos, lo que permite ofrecer una fundamentación muy clara y minuciosa, que pueda
servir a los estudiantes como punto de referencia a lo largo de todo este libro.
Capítulo 6:
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Este capítulo se ha actualizado para incluir los nuevos datos de investigación y las nuevas
teorías sobre la etiología del trastorno de pánico y del trastorno obsesivo-compulsivo. De
hecho, se ofrece un nuevo enfoque de una serie de trastornos que en la actualidad se consideran estrechamente relacionados con el trastorno obsesivo-compulsivo, y que se conocen como trastornos del espectro obsesivo-compulsivo.
Capítulo 8:
Trastornos disociativos y somatoformes
Este capítulo se ha revisado y reorganizado con gran profundidad, para reflejar los nuevos
avances que se han producido en este ámbito. Una novedad es la discusión de las razones
por las que la histeria de conversión probablemente se debería reconsiderar como un trastorno disociativo, así como las razones por las que los términos trastorno de personalidad
mútiple (ahora denominado trastorno de identidad disociativa) y esquizofrenia suelen
confundirse tan a menudo.
Capítulo 9:
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Este capítulo es completamente nuevo, y está dedicado en exclusiva a los trastornos de la
conducta alimentaria y a la obesidad. En la última edición los trastornos de la conducta alimentaria aparecían junto a las amenazas psicológicas para la salud física, mientras que la
obesidad se incluía en el capítulo dedicado a los trastornos relacionados con el abuso de
sustancias. Resulta razonable reunir en un mismo capítulo estos trastornos de la conducta
alimentaria y, en virtud de la enorme cantidad de información de que disponemos en la
actualidad al respecto, dedicarles un capítulo en exclusiva.
Capítulo 14:
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Este capítulo ha sido completamente reformulado por la especialista en esquizofrenia Jill
Hooley. Su enorme experiencia en este campo convierte a este predilecto de los estudiantes en una exposición todavía más interesante y fértil.
www.ablongman.com/butcher12e
Prefacio
xxvii
Capítulo 16:
Trastornos de la niñez y adolescencia
El índice de contenidos de este capítulo ha crecido para dar cabida al retraso mental y a los
trastornos de aprendizaje. Estos temas, ubicados anteriormente en el capítulo dedicado a
los trastornos cognitivos, parecen estar más adecuadamente emplazados junto a otros
trastornos que suelen aparecer a una edad similar.
Capítulo 17:
Terapia
Teniendo en cuenta la relación cada vez más estrecha entre la terapia biológica y la psicológica, hemos pensado que es más apropiado presentar conjuntamente ambos temas en un
mismo capítulo. En este, es posible apreciar de manera separada cada uno de los métodos,
pero además considerarlos también al unísono, como suele ocurrir habitualmente en el
tratamiento real de los pacientes.
ARTÍCULOS Y ASPECTOS DIDÁCTICOS
La amplia base de investigaciones y la accesible organización de este texto
dependen en gran medida de una serie de artículos de gran interés, así como de una estrategia didáctica muy útil para fomentar y contribuir al aprendizaje de los estudiantes.
Artículos
• RECUADROS DE ARTÍCULOS
Hemos incluido una serie de apartados especiales, denominados Avances en la Investigación, Avances en el pensamiento,
Avances en la práctica, y El mundo que nos rodea, que permiten ampliar ciertos temas de interés especial, centrarse en las
aplicaciones de la investigación para la vida cotidiana, en los
acontecimientos de actualidad y en los últimos descubrimientos, metodología y tecnología de investigación.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas
AVA N C E S
en el pensamiento
La histeria y la melancolía a lo largo
del tiempo
Si bien la ciencia moderna de la
salud mental ha realizado
grandes avances para describir,
definir, clasificar,
determinar la causa, y tratar los
trastornos psicológicos, no
podemos ignorar las contribuciones
que se han propuesto
desde la antigüedad. En la actualidad
se reconoce que
algunos de los problemas sobre
salud mental que todavía
reciben una gran cantidad de atención
clínica y de
investigación, ya fueron reconocidos
y descritos hace
milenios. Un estudio reciente de
la correspondencia de
pacientes que fueron hospitalizados
en el asilo de
Edinborough entre los años 1873
y 1906, ha concluido que
los problemas de salud mental característicos
del siglo XIX
eran muy similares a los actuales
(Beveridge, 1997). Dos de
esos trastornos son la histeria y
la depresión.
Histeria
El trastorno inicialmente conocido
como histeria se define
en DSM-4-TR como un trastorno
de conversión y tiene una
larga historia que se remonta a la
antigua Grecia y a la
medicina egipcias (Adair, 1997; Mersky,
1995; Mersky y
Potter, 1989). El término deriva de
la palabra griega
«útero» (hystera), que a su vez
proviene de un antiguo
término sánscrito que significa «ombligo
o estómago»
(Micale, 1995). Platón escribió acerca
del útero de la
El pensamiento de la última etapa
de Grecia y Roma
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
AVA N C E S
en la investigación
¿El rencor es malo para la salud?
Quien más y quien menos nos hemos
sentido maltratados
en algunas ocasiones. Puede que
un amigo que nos iba a
llevar al aeropuerto, no apareciera
a recogernos. Puede que
otro se dedique a cotillear a nuestras
espaldas. Quizá
nuestro jefe o nuestro profesor no
reconozcan nuestro
esfuerzo, y nos valoren negativamente
. Para cualquiera que
viva entre otras personas, este tipo
de desaires son un
hecho cotidiano e irritante, aunque
inevitable.
¿Tiene algún impacto sobre nuestra
salud la forma en
que manejamos estas situaciones?
Para analizar este tema,
Witvliet et al. (2002) estudiaron
las consecuencias
emocionales y fisiológicas de actuar
de manera indulgente
o rencorosa. Se pidió a estudiantes
universitarios que
eligieran ofensas interpersonale
s auténticas, que hubieran
experimentado en el pasado. La
mayoría de esas ofensas
provenía de amigos, novios, hermanos,
o padres, e incluían
asuntos como el rechazo, la mentira,
o el insulto. A
continuación los investigadores
recogieron autoinformes y
datos psicofisiológicos (tasa cardiaca,
presión sanguínea, y
tensión de los músculos de la cara)
de los estudiantes
mientras que éstos se imaginaban
su respuesta a esas
ofensas, ya fuera de manera indulgente,
o rencorosa. En la
condición indulgente, se pedía a
los estudiantes que
pensaran en sentimientos de clemencia
o de empatía con
las personas que les habían ofendido.
En la condición de
rencor, se les pedía que se mantuviesen
en el papel de
víctimas, que no olvidarán el daño,
y que intentaran
mostrarse rencorosos.
¿Es posible que ambas formas
de pensar sobre el
mismo asunto, pudieran modificar
el estado de ánimo y
En conjunto estos resultados indican
que una perspectiva optimista de la vida, así como la ausencia
de emociones
negativas, pueden ejercer consecuencias
muy beneficiosas
sobre la salud. De hecho, en la actualidad
estamos asistiendo
a un interés cada vez mayor por el estudio
de la psicología
positiva (Snyder y López, 2002). Se trata
de centrarse en las
características y los recursos humanos
que tienen implicaciones directas para nuestro bienestar físico
y mental. Los sentimientos positivos (la tendencia a
experimentar estados
emocionales positivos; Watson, 2002),
la compasión (Cassell,
2002), la gratitud (Emmons y Shelton,
2002), el humor (Lefcourt, 2002), y la espiritualidad (Pargament
y Mahoney,
2002) son dones que no tienen precio.
Aunque la investigación sobre estos aspectos de «acentuar
lo positivo» todavía se
encuentra en pañales, ya se dispone
de pruebas sobre sus
posibles beneficios sobre la salud. Por
ejemplo, existen datos
.
los estados fisiológicos de los participantes
en el
estudio? La respuesta es que sí.
Cuando se les pidió que
fueran indulgentes, los participantes
informaban de que
tenían más sentimientos de empatía
y clemencia. Pero
cuando se les pidió que se mostrarán
rencorosos y
resentidos, se informaba de más
sentimientos negativos,
hostiles, tristes, y de pérdida de
control. También se
observaba una mayor tensión en
las cejas, aumentaba el
ritmo cardíaco, la presión sanguínea,
y la conductividad
eléctrica de la piel (lo que indica
una mayor activación del
sistema nervioso autónomo). Pero
todavía más
sorprendente fue el resultado de
que después de
terminar el experimento y que
se les pidiera relajarse, los
sujetos que habían imaginado sentimientos
de rencor
eran incapaces de relajarse. En
otras palabras, el estado
de elevada activación fisiológica
que se había alcanzado
al imaginar ofensas pasadas, resultaba
muy difícil de
eliminar.
¿Qué implicaciones tienen estos
resultados? Si bien
experimentar de manera fugaz
sentimientos de
hostilidad, probablemente no sea
suficiente para dañar
nuestra salud, las personas con
tendencia a rumiar
indefinidamente las ofensas que
les han hecho los demás,
están adoptando una actitud peligrosa.
En la medida en
que el mantenimiento de la ira y
de las reacciones
cardiovasculares elevadas, pueden
tener consecuencias
para la enfermedad cardiaca y el
funcionamiento
inmunológico, fomentar el rencor
puede ser peligroso
para nuestra salud. Aunque no
siempre resulta fácil,
perdonar a los que nos ofenden
puede hacer que
disminuya nuestro estrés y aumente
nuestro bienestar.
que señalan que la risa mejora el sistema
inmunológico
(Berk et al., 1988; Lefcourt, 2002). También
se ha demostrado la existencia de beneficios psicológicos
asociados con la
tendencia a olvidar las afrentas, frente
mantener el rencor
(véase el apartado Avances de la Investigación
10.2)
De manera irónica, algunas de las características
positivas de los humanos también pueden complicar
los intentos
de determinar la eficacia de las nuevas
técnicas de tratamiento, como pueden ser las nuevas
drogas. Un paciente
que cree que un determinado tratamiento
será eficaz, tiene
más probabilidades de mostrar una mejoría
que la persona
que se muestra neutral o pesimista,
incluso cuando en la
práctica dicho tratamiento no ejerza
ningún efecto fisiológico relevante. El efecto placebo explica
en parte la controversia que aparece periódicamente
entre la comunidad
científica y el público en general, respecto
a la eficacia de
CAPÍTULO 5
.
Estrés y trastornos de adaptación
El trabajo de Hipócrates tuvo continuidad
en algunos médicos de Grecia y de Roma. Sobre todo fue
en Alejandría, una
ciudad de Egipto que se convirtió en
el centro de la cultura
griega tras su fundación por Alejandro
Magno en el año 332
antes de Cristo, donde la medicina alcanzó
un elevado nivel,
y se construyeron templos sanatorios
dedicados a Saturno.
Se consideraba que un entorno agradable
tenía un gran
poder terapéutico, y por lo tanto se intentaba
que los pacientes tuvieran actividades constantes, lo
que incluía fiestas,
bailes, paseos por los jardines del templo,
remar por el Nilo,
y conciertos musicales. Los médicos
de la época también
recurrían a una variedad de medidas terapéuticas
tales como
la dieta, el masaje, la hidroterapia, la
gimnasia y la educación, junto a otras prácticas menos
agradables, como las
sangrías, las purgas y la restricción de
movimientos.
EL MUND O QUE NOS RODE A
El elevado coste emocional de mantener
de la conducta patológica
la paz
por la guerra
Las misiones de paz en países devastados
dirigido exclusivamente
suponen un esfuerzo humanitario
a la población civil
a propósitos pacíficos —proteger
los ejércitos en liza, y
colocando fuerzas neutrales entre
civil—. No
proporcionando seguridad a la población
des de los
obstante, las obligaciones y responsabilida
paz pueden llegar a ser
componentes de estas fuerzas de
les coloca ante un
excesivamente ambiguas, lo que
De hecho,
conflicto para el que no están preparados.
llegar a
pueden
algunas misiones militares pacificadoras
experiencia de guerra,
ser tan estresantes como la propia
y llegan a infligir grandes traumas.
de hombres y
Un trágico ejemplo es el de un grupo
misión
en
mujeres jóvenes que fueron enviados
a miles de civiles
humanitaria para suministrar alimentos
rechazaron la
en Somalia. Algunos soldados somalíes
militarmente a los
ayuda exterior y se enfrentaron
El 5 de junio de 1993,
componentes de la misión de paz.
cuando
fallecieron
paquistaníes
24 pacificadores
que los síntomas
Brett, y Gallops, 1985). Encontraron
hiperactividad,
post-traumáticos que sufrían (fantasías,
estaban asociaentumecimiento, y problemas cognitivos),
durante el comdos con la magnitud y violencia observada
violencia estaba
gran
de
actos
en
participación
La
bate.
más graves, como por
fuertemente asociada con patologías
a la conclusión
ejemplo la depresión. Los autores llegaron
co depende que el cuadro clínico del estrés post-traumáti
a los que la
de en gran medida de los factores estresantes
en el compersona ha estado sometida. Pero la implicación
en una zona de
bate no es el único factor de estrés presente
en tareas morguerra. Los soldados que han colaborado
presentan matuorias (p.e. la manipulación de cadáveres),
de irritabilidad,
yores tasas de TEPT, con más síntomas
los soldados que no
ansiedad, y problemas somáticos, que
(McCarroll, Ursahan tenido que realizar ese tipo de tareas
no, y Fullerton, 1995).
clínico general
Pese a las posibles variaciones, el cuadro
entre los soldados
resulta sorprendentemente homogéneo
en guerras diferenque han manifestado estrés de combate
aumento de la irrites. Los primeros síntomas suelen ser un
del sueño, y con
tabilidad y la sensibilidad, trastornos
empírico de los
frecuencia pesadillas recurrentes. Un estudio
veteranos de guerra,
componentes emocionales del TEPT en
clausurar una emisora de
intentaban cumplir la misión de
difundir propaganda
radio que se estaba utilizando para
Poco después, en
contraria a las Naciones Unidas.
fueron
octubre de 1993, 18 soldados americanos
para capturar a uno
asesinados durante una expedición
Las noticias de
de los Señores de la Guerra somalíes.
muy explícitas de
televisión ofrecieron descripciones
terribles de los cuerpos
dicha acción, así como imágenes
mientras se les
de algunos de los soldados americanos
la presencia de las
arrastraba por las calles, desafiando
Naciones Unidas.
esa misión
Muchos de los que participaron en
cantidad de estrés.
humanitaria, experimentaron gran
Litz y sus
por
Algunos estudios recientes realizados
Ehlich et al., 1997;
colaboradores (Litz, Orsillo, Friedman,
analizado la prevalencia
Litz, King, King et al., 1997) han
o entre el
de los síntomas de estrés post-traumátic
en Somalia.
paz
de
misión
en
personal militar desplegado
activo, y encontraron
Entrevistaron a 3.461 personas en
síntomas de TEPT
que el 8% de los soldados mostraban
cinco meses después.
la irritabilidad
encontró que los problemas para controlar
estrés post-traumátisuponen un elemento permanente del
et al., 1994).
co de este grupo de personas (Chemtob
casos de estrés del
Lo que tienen en común los diferentes
de ansiedad. Resulta
combate es el abrumador sentimiento
que han sufrido heriinteresante observar que los soldados
y menos síntomas de
das físicas muestran menos ansiedad
que no han sufriagotamiento de combate que los soldados
que han sufrido heridas físicas, con la excepción de aquellos
e, una herida
do una mutilación permanente. Aparentement
a la situación de comproporciona una escapatoria aceptable
ansiedad. Se ha
de
fuentes
las
elimina
bate, y de esta manera
los soldados israelíes
encontrado un resultado similar entre
semanas de la guerra
hospitalizados durante las cinco o seis
egipcias y sirias
de Yom Kippur de 1973, cuando las fuerzas
De hecho, no reatacaron Israel (Merbaum y Hefez, 1976).
admitan que han resulta extraño que los propios soldados
otra herida, que les
zado para recibir una bala o alguna
pero de manera
permita ser evacuados del campo de batalla,
to comhonorable. Cuando se aproxima su restablecimien
al combapleto, y por lo tanto el momento de reincorporarse
de nuevo síntomas y
te, estos soldados suelen manifestar
síntomas que
otros
y
insomnio,
reacciones de nerviosismo,
hospital.
no mostraban cuando ingresaron en el
.
siguiente manera en su Timoteo:
«cuando se queda
improductivo durante mucho tiempo
después de la
pubertad, se vuelve iracundo, se
mueve por todo el cuerpo,
ocluye las entradas del aire, detiene
la respiración, y coloca
al cuerpo en peligro, ocasionando
diversas enfermedades».
Es posible incluso datar el conocimiento
de los problemas
psicológicos identificados como
histeria incluso antes, en el
1900 antes de Cristo, en el antiguo
Egipto. Okasha y Okasha
(2000) se refieren al papiro Kahun
que, aunque ha quedado
parcialmente destruido a lo largo
del tiempo, muestra una
descripción de una serie de estados
mórbidos que también
se atribuyen al útero. «La mayoría
de estas enfermedades
están definidas con la suficiente
claridad como para poder
ser identificadas como trastornos
histéricos: una mujer
«que adora la cama, y que no se
levanta de ella»; «que está
enferma de la vista, y que tiene dolor
en su boca»;
«dolorida en los dientes y la mandíbula,
no sabe cómo abrir
la boca»; «dolorida en todos sus
miembros y en la cuenca
de sus ojos, no puede escuchar lo
que se le dice»; se creía
que estos y otros trastornos similares
estaban causados
por el «vagabundeo» del útero, por
su desplazamiento
hacia arriba con la consecuente
compresión del resto de los
órganos» (Okasha y Okasha, 2000,
p. 418). Los médicos
mantendrían la teoría de que la histeria
estaba causada por
«un desplazamiento del útero» hasta
bien entrado el
siglo XVII, cuando Willis
(1621-1675) propuso que este
trastorno estaba provocado por
problemas cerebrales.
Uno de los médicos griegos más influyentes
fue Galeno
(130-200 después de Cristo). Su contribución
principal no
fue el tratamiento o la descripción clínica
de los trastornos
mentales, sino una serie de contribucione
s originales relativas a la anatomía del sistema nervioso.
(Sus descubrimientos se basaban en la disección de
animales, ya que la
autopsia de humanos no estaba permitida.)
Adoptó una
perspectiva científica, dividiendo las
causas de los trastornos psicológicos en físicas y mentales.
Entre ellos puede
citarse los golpes en la cabeza, el abuso
del alcohol, accidentes, temores, la adolescencia, cambios
menstruales, reveses
económicos y problemas amorosos.
La medicina romana reflejaba el pragmatismo
característico de sus gentes. Los médicos romanos
deseaban que
sus pacientes estuvieran cómodos y
para ello recurrían a
terapias físicas agradables, como baños
calientes y masajes.
También seguían el principio de
contrariis contrarius
(opuesto por opuesto), por ejemplo
haciendo que sus
xxviii
P R E FA C I O
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
una gran canticon alteraciones mentales, todavía persiste
(Beeman
dad de confusión, incoherencia, e incertidumbre
enorme necesidad de
y Edelson, 2000), y todavía hay una
de salud mental
mejorar la disponibilidad de servicios
mantener la
posible
es
Si
2001).
para los niños (Carlson,
y además se les
dirección y el ímpetu de estos esfuerzos,
sería posible
suministra el apoyo financiero necesario,
psicológico de los
mejorar de manera sustancial el entorno
niños.
REVISI ÓN
en
• ¿Qué factores especiales deben tenerse
a los
cuenta para proporcionar tratamiento
niños y los adolescentes?
es un
terapéutica
intervención
la
qué
• ¿Por
realiza con
proceso más complicado cuando se
niños que cuando se hace con adultos?
T E M AS S I N R ES O LV E R
R LA CONDUCTA DELICTIVA?
¿PUEDE LA SOCIEDAD RESOLVE
Factores causales
y extendidos de la
Uno de los problemas más preocupantes
delincuente. Se
infancia y la adolescencia, es la conducta
de la propiedad, la
trata de acciones como la destrucción
conductas contrarias a
violencia contra los demás, y otras
los demás, y que violan
las necesidades y los derechos de
juvenil tiene
las normas sociales. El término delincuencia
ilegales cometidas
un carácter legal; se refiere a acciones
y dieciocho años
por personas que tienen entre ocho
se trate). El DSM-IV-TR no
(dependiendo del Estado de que
incidencia actual de la
lo reconoce como un trastorno. La
de establecer, debido a
delincuencia juvenil resulta difícil
no se denuncian. Sin
que muchas acciones delictivas
datos:
embargo, disponemos de algunos
que tienen que
• De los más de 2 millones de jóvenes
los Estados Unidos,
presentarse a juicio cada año en
hace por actos delicalrededor de un millón y medio lo
escapar de casa, que
tivos, y el resto por faltas como
Alrededor de
no constituye un delito para los adultos.
sido detenido alguna
un adolescente de cada quince ha
de la mitad de los
vez en los Estados Unidos. Y más
tienen antecedentes
jóvenes que se detienen cada año
policiales (FBI, 1998).
delincuentes
• En 1997 había alrededor de 125.000
en los Estados
juveniles ingresados en instituciones
Unidos.
juveniles son cometi• Aunque la mayoría de los delitos
se está poniendo a
dos por varones, la tasa de mujeres
por tenencia de
la par. Las chicas suelen ser detenidas
de casa, si bien
drogas, delitos sexuales, o escapar
grupo los delitos
también están aumentando en este
contra la propiedad.
la conducta
de
• Tanto la incidencia como la gravedad
elevadas
delincuente son desproporcionadamente
(FBI, 1998).
entre los adolescentes de clase baja
grupo de los niños
Como ya se ha dicho, sólo un pequeño
de oposición-desafiante
que han mostrado una conducta
y han terminado
han pasado a un trastorno de conducta,
con una personaliconvirtiéndose en delincuentes adultos
adolescentes que realizan
dad antisocial; la mayoría de los
adultos
delincuentes
como
actos delictivos no terminan
que cometen delitos sue(Moffitt, 1993a). Los adolescentes
Por lo tanto, a medida
len hacerlo por mimetismo social.
hacia al delito, y
que maduran, van perdiendo su motivación
más acepconductas
realizar
por
obteniendo recompensas
variables que desempeñan
tables socialmente. Hay algunas
la delincuencia. Por
un papel esencial en la génesis de
pautas familiares patógeejemplo, la patología personal, las
indeseables.
compañeros
nas, y las relaciones con
• TEMAS SIN RESOLVER
Algunos capítulos incluyen un apartado al final,
que demuestra lo lejos que hemos llegado y lo que
todavía nos queda por recorrer en nuestro conocimiento de los trastornos psicológicos. Los temas
que se tratan ofrecen una perspectiva del futuro de
este campo.
Patología personal
bien la investigación sobre
Determinantes genéticos. Si
la conducta antisocial
los determinantes genéticos de
hay pruebas que
todavía dista mucho de ser concluyente,
hereditarias al delito.
sugieren posibles contribuciones
factores genéticos
Bailey (2000) ha señalado que los
sobre la hiperactividad
podrían actuar mediante “su efecto
y sobre
impulsividad,
y el déficit de atención, sobre la
directamente sobre
las reacciones fisiológicas, y no
la agresión” (p. 1861).
para el aprendizaje.
Lesiones cerebrales y dificultades
(se estima que
En una minoría de los casos de delincuencia
cerebral que produce la
el 1% o menos), hay una patología
tendencia hacia la condisminución de la inhibición, y la
hiperactivos,
ducta violenta. Se trata de adolescentes
e incapaces de conimpulsivos, emocionalmente inestables,
estimulación. El papel
trolarse a sí mismos ante una fuerte
C A P Í T U L O
Didáctica
• ESQUEMA DEL CAPÍTULO
Cada capítulo comienza con un esquema muy
detallado que presenta el contenido y proporciona
una visión general de lo que se trata en él. Junto al
extenso resumen de cada capítulo que aparece al
final del mismo, supone una excelente herramienta para su estudio y revisión.
www.ablongman.com/butcher12e
de las mediciUn efecto secundario muy problemático
la clorpromacina,
nas antipsicóticas convencionales como
14). La disquinees la disquinesia tardía (véase el capítulo
producida por
sia tardía es una anomalía del movimiento
ilustra percaso
siguiente
El
las medicinas antipsicóticas.
efectos secundarios
fectamente el problema. Dado que tales
antipsicóticas
son menos frecuentes con otras medicinas
y la olanzapina (Zyatípicas como la clozapina (Leponex)
el tratamiento clíprexa), son éstas las más utilizadas para
parece ser esnico de la esquizofrenia. La clozapina también
psicóticos con un
pecialmente beneficiosa para pacientes
al, 2003).
elevado riesgo de suicidio (Meltzer et
Una discinesia tardía
Una mujer de 62 años con una esquizofrenia
20
crónica que había estado ingresada durante
maniaños en un hospital mental, empieza a
de la
festar extraños movimientos repetitivos
invoboca, lengua, manos, y pies. Hace muecas
saca
cuando
en
vez
de
y
boca,
la
con
ESTUDIO luntarias
la lengua. Flexiona los dedos de manera repetimoviDE UN
da, y se balancea una y otra vez. Los
ser
mientos de sus manos y sus pies parecen
CASO
pacoreiformes (espasmódicos y fluidos). La
paranoides y de aluciciente tiene un historial de ideas delirantes
años antes. Durante
veinticinco
comenzado
habían
que
naciones,
con fármacos anlos últimos dieciocho años ha estado tratándose
de Janowsky et al, 1987).
tipsicóticos en dosis moderadas (adaptado
de efectos
Además de disminuir el riesgo de aparición
atípicos como
secundarios psicomotrices, los antipsicóticos
(Risperdal), la olanla clozapina (Leponex), la risperidona
la ziprasidona
zapina (Zyprexa), la quetiapina (Seroquel),
o aripiprazol
(Zeldox), y el recientemente comercializad
el tratamiento. De
(Abilify) suponen otras ventajas para
manera eficaz tanto
manera específica, sirven para tratar de
de la esquizofrelos síntomas positivos como los negativos
sólo ejernia, mientras que los neurolépticos tradicionales
Esto implica un
cían su efecto sobre los síntomas positivos.
tienen efectos secunimportante avance, aunque también
aumento de peso y la
darios, entre los que se encuentra el
que un efecrecordarse
Debe
2002).
al,
et
diabetes (Sernyak
es una disminuto secundario muy grave de la clozapina
células blancas, que
ción que puede llegar a ser mortal de las
a una proporción
se denomina agranulocitosis, y que afecta
(Stahl, 2002). Por
de entre el 0,5% y el 2% de los pacientes
sangre semanal
de
análisis
un
hacer
lo tanto, es necesario
y cada dos
durante los primeros seis meses de tratamiento,
medicación. Por esa
semanas durante el tiempo que dure la
cuando otras medirazón, la clozapina sólo suele utilizarse
los antipsicinas han resultado ineficaces. En la actualidad
están
arriba
más
cóticos atípicos que hemos enumerado
Estrategias farmacológicas de tratamiento
Trastornos relacionados
con sustancias
ABUSO Y DEPENDENCIA DEL
ALCOHOL
Prevalencia, comorbilidad, y demografía
de la dependencia y
el abuso del alcohol
El cuadro clínico de dependencia y abuso
del alcohol
Factores biológicos en el abuso y la dependencia
del alcohol, y
de otras sustancias
Factores causales psicosociales en el abuso
y dependencia del
alcohol
Factores socioculturales
Tratamiento de los trastornos por abuso
del alcohol
ABUSO DE DEPENDENCIA DE
LAS DROGAS
Opio y sus derivados (narcóticos)
Cocaína y anfetaminas (estimulantes)
Barbitúricos (sedantes)
Éxtasis
Marihuana
TEMAS SIN RESOLVER:
El intercambio de adicciones: ¿Es
una estrategia
eficaz?
clozapina) como el
considerados (con la excepción de la
mientras que la clotratamiento preferente para la psicosis,
s (como el Halozapina y los antipsicóticos convencionale
segunda línea.
peridol) suelen considerarse terapia de
Fármacos antidepresivos
LA RECAPTACIÓN DE
INHIBIDORES SELECTIVOS DE
ocurre con las medicinas
LA SEROTONINA. Igual que
que se descubrieron
antipsicóticas, los primeros fármacos
como los inhibido(denominadas antidepresivos clásicos,
tricíclires de la monoaminoóxidasa y los antidepresivos
de “segunda gecos), han sido sustituidos por tratamientos
de la recaptación
neración” como los inhibidores selectivos
que se comercializó
de la serotonina (ISRS). El primer ISRS
(Prozac) en 1988. En
en los Estados Unidos fue la fluoxetina
más prescrito en
la actualidad se trata del antidepresivo
Sus primos farmatodo el mundo (Sadock y Sadock, 2003).
y la paroxetina (Serocológicos son la sertralina (Besitran)
de las ISRS son la
xat). Algunos recién llegados a la familia
para el tratamiento
fluvoxamina (Dumirox), que se utiliza
el citalopram (Serodel trastorno obsesivo-compulsivo;
se puede comprar
pram), y el escitalopram (Lexapro), que
enumera algunos
568
página
la
de
17.2
tabla
desde 2002. La
de los antidepresivos más utilizados.
química con los
Las ISRS no tienen ninguna relación
los inhibidores de
antiguos antidepresivos tricíclicos y con
7). Sin embargo, la
la monoaminoóxidasa (véase el capítulo
aumentando la cantimayoría de los antidepresivos actúan
o de ambas. Como su
,
norepinefrina
de
serotonina,
de
dad
de lo que ocupropio nombre indica, los ISRS, al contrario
tanto de la
rre con los tricíclicos (que inhiben la recaptación
), sólo inhiben la reserotonina como de la norepinefrina
se han convertido
captación de la serotonina. Por esa razón
a que se
debido
preferidas,
s
antidepresivo
en los fármacos
son fáciles de utilizar,
las considera relativamente “seguras”:
al contrario de
tienen pocos efectos secundarios, y además
no suele ser
lo que ocurre con los tricíclicos, una sobredosis
efectimás
son
no
fatal. Sin embargo, debe observarse que
sino que simvos que los clásicos antidepresivos tricíclicos,
tolerados por la maplemente son más aceptables y mejor
están empezando a
yoría de los pacientes. En muchos casos
depresión clínica,
ser utilizados por personas que no tienen
farmacológico”
pero que desean conseguir un “empujón
Rodea 17.1 de la pá(véase el apartado El Mundo Que Nos
gina 575).
y perteOtro antidepresivo frecuentemente utilizado
la venlafaxina (Dobuneciente a esta familia de fármacos es
tanto de la norepal). Esta fármaco bloquea la recaptación
a una nueva
pinefrina como de la serotonina, y pertenece
De
Inhibidores
denominan
se
que
categoría de medicinas
Norepinefrina; véaLa Recaptación De La Serotonina Y La
se parecen a los
se Stahl, 2000). Sus efectos secundarios
una sobredosis. Esta
ISRS, y son relativamente seguros ante
• ESTUDIOS DE CASOS
Los estudios de casos de personas que sufren
diversos tipos de trastornos van jalonando todo el
texto. Algunos de estos casos son extractos muy
breves, mientras que otros son análisis muy detallados. Esta sección permite aproximar los trastornos a la realidad, y a la vez recuerdan a los
estudiantes la importancia del factor humano, que
supone una parte tan importante de este texto.
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CAPÍTULO 17
Prefacio
Terapia
trastornos psicóticos breves, muchas
veces desaparecen,
tanto con tratamiento como sin él. En
otros casos ocurre
que la mejoría se produce por razones
inadvertidas.
Pero aunque es posible que muchas personas
con trastornos emocionales puedan mejorar sin
someterse a psicoterapia, sí es cierto que ésta puede acelerar
esa mejoría, o
conseguir cambios en la conducta que
no se producirían de
otra manera (Lambert y Bergin, 1994;
Telch, 1981). La mayoría de los investigadores actuales estarían
de acuerdo en
que la psicoterapia es más eficaz que no
recibir tratamiento,
y de hecho todas las pruebas que hemos
citado a lo largo de
este texto confirman esa idea. La probabilidad
de que un
paciente se beneficie de un tratamiento
psicológico es, de
manera general, impresionante (Lambert
y Bergin, 1994).
De hecho, la mejoría parece estar en función
del número de sesiones terapéuticas que se han
recibido. La investigación sugiere que alrededor del 50%
de los pacientes ponen de manifiesto un cambio clínicamente
significativo
después de recibir 21 sesiones de terapia.
Tras 40 sesiones,
alrededor del 75% de los pacientes ha
mejorado (Lambert
et al, 2001). En un cuestionario a gran
escala realizado por
la Unión de Consumidores (véase Seligman,
1995, 1998), la
duración de la terapia resultó estar asociada
con la mejoría
experimentada por los pacientes. Sin
embargo, el progreso
no siempre se produce de manera suave
y lineal. Tang y sus
colaboradores han demostrado que entre
una y otra sesión
puede producirse a veces una “mejoría
súbita” (Tang y DeRubeis, 1999; Tang et al., 2002). Tales
“saltos clínicos” parecen estar provocados por cambios cognitivos
o descubrimientos psicodinámicos que los pacientes
experimentan en
determinadas sesiones críticas.
¿Puede resultar perjudicial la terapia?
El resultado de la psicoterapia no siempre
es neutro o positivo. Algunos pacientes pueden resultar
perjudicados tras
su encuentro con el psicoterapeuta
(Lambert y Bergin,
1994; Mays y Franks, 1985; Strupp et
al, 1977). Según una
estimación, en el 10% de los casos la
terapia lo único que
haces es empeorar el estado del paciente
(Lambert y Bergin, 1994).
Algunos de esos casos pueden ser explicados
por rupturas de la alianza terapéutica, algo a lo
que Binder y Strupp
(1997) denominan “procesos negativos”,
en los que paciente y terapeuta se embarcan en una espiral
de antagonismo.
Otras veces puede deberse a la presencia
casual de una serie
de factores (por ejemplo la incompatibilid
ad de la personalidad del terapeuta y del paciente). Nuestra
impresión, que
viene apoyada por ciertas evidencias (Lambert,
1989; Lambert y Bergin, 1994), es que algunos
terapeutas, probablemente debido a su propia personalidad,
no se llevan bien
con cierto tipo de pacientes. A la vista
de estos factores intangibles, proponemos como responsabilida
d del terapeuta
(1) supervisar su propio trabajo con
sus pacientes para in-
tentar descubrir este tipo de deficiencias,
y (2) remitir a
otros terapeutas aquellos pacientes con
quienes no se lleven
demasiado bien.
Un caso especial de perjuicio terapéutico
es el problema del sexo entre terapeuta y paciente.
Se trata de una conducta absolutamente contraria a la ética.
Dado que la relación entre paciente y terapeuta suele
ser muy intensa e
íntima, no resulta sorprendente que se
produzca una atracción sexual. Lo doloroso es la frecuencia
con la que esta
atracción se convierte en una conducta
poco profesional
por parte del terapeuta, sobre todo ante
el hecho de que casi
todos los expertos en la materia coinciden
en que estas relaciones casi siempre destruyen a largo
plazo el buen funcionamiento de un paciente (Pope et al,
1993). Por lo tanto,
cuando un paciente busca una terapia,
debe tener la suficiente cautela como para elegir a un
terapeuta de entre la
gran mayoría que siguen normas éticas
profesionales.
• NUEVO: PREGUNTAS DE REPASO
Una novedad de esta edición es proponer una serie
de preguntas que aparecen al final de cada apartado, lo que ofrece la oportunidad de realizar una
autoevaluación y de obtener un refuerzo del
aprendizaje.
REVISI ÓN
• ¿Qué estrategias pueden utilizarse
para
evaluar el éxito de un tratamiento?
¿Cuáles son
las ventajas y las limitaciones de esas
estrategias?
• ¿Las personas que reciben un tratamiento
psicológico muestran siempre beneficios
clínicos?
¿QUÉ ESTRATEGIAS
TERAPÉUTICAS DEBEN
UTILIZARSE?
Tratamientos validados empíricam
ente
Cuando una compañía farmacéutica
desarrolla una nuevo
fármaco, es necesario que ésta obtenga
la aprobación de la
Administración Federal Para Los Alimentos
Y Los Fármacos, antes de que pueda venderse en el
mercado. Esto significa, entre otras cosas, que es necesario
demostrar empíricamente con sujetos humanos que dicho
fármaco es eficaz
—esto es, que hace lo que se supone que
hace—. Tales exámenes, que utilizan como sujetos a pacientes
voluntarios a
quienes se ha informado del objetivo
de la investigación, se
denominan ensayos clínicos aleatorios,
o más sencillamente, ensayos de eficacia. Aunque esos ensayos
pueden llegar a
ser muy complejos, el diseño básico consiste
en una asignación aleatoria (p.e., tirando una moneda
al aire) de la mitad
de los pacientes a ese fármaco supuestament
e “activo”, y de
la otra mitad a un placebo visualmente
idéntico pero fisiológicamente inactivo. Generalmente
, ni el paciente ni la
persona que administra la sustancia saben
cuál de ellas está
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
SUMA RIO
• NUEVO: RESUMEN DEL CAPÍTULO
Cada capítulo finaliza con un resumen de lo que se
ha tratado en el mismo. Como novedad de esta
edición, la información del resumen se presenta
mediante una lista de puntos, en vez de hacerlo
simplemente con párrafos. Esto hace que la información resulte todavía más fácil de encontrar.
normal y lo
• La definición del límite entre lo
la sexualidad
psicopatológico en el ámbito de
influencias
resulta muy compleja, debido a las
una
socioculturales sobre lo que se considere
aberrante.
o
normal
práctica sexual
teoría de la
la
y
• La teoría de la degeneración
que influyeron
abstinencia fueron dos propuestas
de los
poderosamente sobre el pensamiento
y que
estadounidenses durante largo tiempo,
ideas muy
estimularon en la cultura occidental
conservadoras respecto a la sexualidad.
en la tribu
occidental,
cultura
• En contraste con la
la homosexualidad
Sambia de Melanesia, se practica
sexual; estos
como parte de los ritos de iniciación
pasar más
chicos no tienen problemas para
adelante a un comportamiento heterosexual.
de transexualidad
siempre y cuando el diagnóstico
esté escrupulosamente realizado.
sexual que se solapan:
• Hay tres categorías de abuso
En la
la paidofilia, el incesto, y la violación.
alarmantes tasas
actualidad están alcanzando unas
de incidencia.
a un acalorado
• En la actualidad estamos asistiendo
con el abuso
debate sobre asuntos relacionados
s del
sexual y la identificación de los perpetradore
la veracidad y
mismo. Este debate se refiere a
así como a la
fiabilidad del testimonio de los niños,
de los
recuperación mediante psicoterapia
recuerdos infantiles.
importantes
• Los abusos sexuales pueden tener
tanto a corto
consecuencias para sus víctimas,
sido capaces
como a largo plazo. Todavía no hemos
que una persona
de explicar las razones que hacen
muchas culturas
abuse sexualmente de otra.
• Hasta muy recientemente, en
se consideraba
sexuales no está
occidentales la homosexualidad
• El tratamiento de los delincuentes
una
estamos
sí
aunque
eficaz,
como una conducta delictiva, o como
siendo demasiado
desde 1974 los
prometedoras
enfermedad mental. Sin embargo,
asistiendo al desarrollo de algunas
ya la
profesionales de la enfermedad mental
líneas de investigación.
consideran una opción sexual normal.
deterioro que puede
• La disfunción sexual supone un
forma de parafilias,
sexual, o la
• Las desviaciones sexuales en
afectar al deseo de gratificación
de
disfunción
recurrentes
y
la
vez
su
A
suponen pautas persistentes
capacidad para lograrlo.
tres etapas
duran al menos
excitación y conducta sexual, que
puede afectar a alguna de las primeras
porque requieren
etapa de deseo, la
seis meses, y que se caracterizan
de la respuesta sexual humana: la
poco usuales,
objetos, rituales, o situaciones muy
etapa de excitación, y el orgasmo.
completa.
pueden experimentar
para alcanzar una satisfacción sexual
• Tanto hombres como mujeres
afectan
de género
un trastorno del deseo sexual hipoactivo,
• Los trastornos de la identidad
en el sexo. En
trastornos de la
caracterizada por un escaso interés
tanto a niños como a adultos. Los
llegar a
caracterizan por
los casos más extremos, se puede
identidad de género en niños se
sexual que
y un
desarrollar un trastorno de aversión
una identificación con el sexo opuesto,
de los niños
la actividad sexual.
supone un fuerte rechazo hacia
malestar con el propio sexo. La mayoría
una
te
excitación, incluyen
con este trastorno desarrollan posteriormen
• Las disfunciones de la etapa de
que unos cuantos
el trastorno de
orientación homosexual, mientras
el trastorno eréctil en el varón y
existen estudios
mujer.
se convierten en transexuales. No
la
en
excitación
prospectivos de niñas con este trastorno.
para los hombres,
• Las disfunciones del orgasmo
muy poco
el trastorno
• La transexualidad es un trastorno
incluyen la eyaculación precoz y
que está
retrasada), y el
frecuente, en el que la persona considera
orgásmico masculino (eyaculación
a un sexo que
las mujeres.
atrapada en un cuerpo perteneciente
trastorno orgásmico femenino, para
que hay
reconoce
se
actualidad
la
En
sexuales con dolor:
no es el suyo.
• Existen también dos trastornos
los
y la
mujeres,
dos tipos distintos de transexuales:
las
a
afecta
el vaginismo, que
transexuales autoque suele afectar
homosexuales transexuales, y los
doloroso),
(coito
dispareunia
sy
pero también
ginéfilos, cada uno de ellos con característica
fundamentalmente a las mujeres,
antecedentes evolutivos distintos.
ocasionalmente a los hombres.
los
para
conoce
se
han realizado
• El único tratamiento efectivo que
• Durante los últimos 35 años se
de cambio
de las
transexuales es una operación quirúrgica
importantes progresos en el tratamiento
deja de ser
de sexo. Aunque su utilización no
disfunciones sexuales.
tasas de éxito,
controvertida, ofrece unas elevadas
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Términos clave
TÉRM INOS CLAVE
Abuso sexual
Auto-ginefilia
Disfunción sexual
Dispareunia
Etapa del deseo
Etapa de excitación
Exhibicionismo
Eyaculación precoz
Fetichismo
Identificación con el sexo opuesto
Incesto
Malestar con el propio sexo
Masoquismo
Orgasmo
Paidofilia
Parafilias
Resolución
Sadismo
Transexualidad
Trastorno de aversión sexual
Trastorno de identidad
sexual
Trastorno del deseo sexual
hipoactivo
Trastorno eréctil del varón
Trastorno femenino de la excitación
sexual
Trastorno orgásmico femenino
Trastorno orgásmico masculino
Travestismo fetichista
Vaginismo
Violación
Voyeurismo
• TÉRMINOS CLAVE
Los términos clave aparecen al final de cada capítulo, con una referencia a las páginas donde se
pueden encontrar en el texto.
xxix
C A P Í T U L O
Psicología clínica:
una visión general
¿A QUÉ NOS REFERIMOS CON LA EXPRESIÓN
CONDUCTA PATOLÓGICA?
¿Por qué necesitamos clasificar los trastornos mentales?
La definición del DSM-4 de trastorno mental
Aspectos culturales de la anormalidad
El «equipo» de salud mental
¿SON COMUNES LOS TRASTORNOS
MENTALES?
Prevalencia e incidencia
Estimación de la prevalencia de los trastornos mentales
Tratamiento
LA INVESTIGACIÓN EN LA PSICOLOGÍA
CLÍNICA
Fuentes de información
Establecer hipótesis sobre a la conducta
Muestreo y generalización
Grupo criterio y grupo de comparación
Estudiar el mundo tal y como es: diseños observacionales
de investigación
Estrategias retrospectivas versus prospectivas
La manipulación de variables: estrategias experimentales
Estudiar la eficacia de la terapia
Estudios experimentales de caso único
Investigación con animales
LA ORIENTACIÓN DE ESTE LIBRO
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Nos estamos volviendo mentalmente
enfermos? Los amplios horizontes del trastorno
mental
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
E
n nuestra vida cotidiana resulta casi imposible pasar
por alto una serie de problemas que, por otra parte,
constituyen elementos destacados de la psicología clínica. Sólo se necesita mirar un periódico, leer una revista,
ver la televisión, o ir al cine para encontrarnos frente a algunos de los asuntos con los que clínicos e investigadores se
enfrentan a diario. Es frecuente que algún personaje popular sea noticia debido a un problema con el alcohol u otras
drogas, un trastorno alimenticio, o alguna otra dificultad
psicológica. En los estantes de las librerías se amontonan
libros que describen alguna batalla personal con la esquizofrenia, la depresión, las fobias, o los ataques de pánico. Películas como Una mente prodigiosa reflejan conductas
psicopatológicas de diverso grado de gravedad. Tampoco
resulta infrecuente encontrarnos con espeluznantes historias de madres que han asesinado a sus hijos, y en las que
parece hallarse implicado algún tipo de depresión, esquizofrenia, o complicaciones derivadas del parto.
También es posible encontrar problemas de este tipo
en nuestro entorno más cotidiano. Al pasear por cualquier
campus universitario podremos encontrar ofrecimientos
de grupos de apoyo para ayudar a personas con desórdenes
alimenticios, depresión, y otros problemas de diversa
índole. Probablemente también conozca usted a alguien
que haya sufrido algún problema psicológico. Quizá un
primo adicto a la cocaína, una compañera de habitación con bulimia, o un abuelo con Alzheimer. Quizá un
compañero de trabajo de su madre haya sido hospitalizado
por una depresión, tenga algún vecino con auténtico pánico
a salir de su casa, o conozca a alguien en el gimnasio que
trata desesperadamente de perder peso aunque en realidad
está preocupantemente delgado.
En otras palabras, estamos rodeados por el tipo de problemas con los que se enfrenta cotidianamente la psicología
clínica. Se trata de problemas que captan nuestro interés,
atraen nuestra atención, e incluso llegan a preocuparnos.
Además, de manera inevitable, nos impulsan a plantearnos
algunas cuestiones. Para ilustrarlo, veamos algunos casos
clínicos.
copas cada noche cuando está en su casa viendo la televisión. Con
frecuencia falta a las primeras clases de la mañana porque se siente
demasiado mal como para salir de la cama, y algunas veces ha llegado a perder la conciencia. Aunque ella niega que tenga cualquier
tipo de problema con el alcohol, admite que sus amigos y familiares
han empezado a mostrarse preocupados al respecto y le han sugerido buscar ayuda. Sin embargo, Mónica suele responder «yo no soy
una alcohólica porque nunca bebo por la mañana». La semana
pasada decidió dejar por completo de fumar marihuana porque
empezó a preocuparle la idea de encontrarse ante un problema de
drogas. Sin embargo, le resulta imposible dejarla y está empezando
de nuevo a fumar porros con regularidad.
Alberto
Alberto es un profesor de 62 años muy popular
en el pequeño instituto en que trabaja, y que
inmediatamente cae bien a cualquiera que lo
conoce. Sus clases están repletas de alumnos;
sus compañeros de trabajo le consultan dudas
y
le piden sugerencias para sus clases; y
ESTUDIO
cuando su estado de ánimo se lo permite, tamDE UN
bién escribe con una visión lúcida y peneCASO
trante. ¿Cómo es posible entonces que en
medio de tantos éxitos y alabanzas terminara
suicidándose, víctima de su propia y profunda desesperación? Siempre había disfrutado de una vida muy organizada y concienzuda,
atento a las preocupaciones de las personas que le rodeaban. Aunque vivía solo, Alberto tenía algunos amigos íntimos, aunque ninguno tenía la menor noticia del tremendo dolor que aparentemente
estaba experimentando. Ni siquiera sus más cercanos colaboradores habían sido capaces de percibir la menor señal de su desesperación. Su suicidio dejó a todo el mundo preguntándose por las
razones que pueden impulsar a una persona aparentemente tan
bien adaptada como Alberto a acabar con su propia vida.
Donald
Mónica
ESTUDIO
DE UN
CASO
Mónica es una estudiante de Derecho de veinticuatro años. Es una chica atractiva, que viste
con buen gusto, y también destaca en sus estudios. Si llegaras a conocerla pensarías que disfruta de una vida sin problemas. Sin embargo
Mónica bebe alcohol desde los catorce años y
fuma marihuana a diario. Aunque se describe a
sí misma como una simple «bebedora social»,
llega a beberse cuatro o cinco vasos de vino
cada vez que sale con sus amigos, y un par de
ESTUDIO
DE UN
CASO
Donald tenía 33 años cuando acudió a la consulta de uno de nosotros. Aunque es una persona bastante inteligente, ningún trabajo le ha
durado más de unos cuantos días, y actualmente está viviendo en una casa de acogida.
Donald atraviesa temporadas breves aunque
frecuentes durante las que tiene que ser hospitalizado, debido a que sufre episodios de gran
agitación durante los cuales escucha voces. Se
trata de voces que le insultan y hacen
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comentarios soeces sobre su persona. En muchas situaciones sociales, parece preocupado e inseguro de sí mismo, a la vez que fuera de
lugar.
Durante los años de su pubertad Donald empezó a rehuir a sus
amigos y a su familia. De repente, a los diecisiete años y sin ningún
motivo aparente, comenzó a escuchar voces. Insistía con terquedad
en que esas voces provenían de la casa del vecino, que las transmitía electrónicamente a los altavoces de la televisión. últimamente
ha empezado a plantearse la posibilidad de que el vecino sea capaz
de alguna manera de transmitir las voces dentro de su propia
cabeza. Durante los periodos de mayor deterioro, es posible escuchar a Donald discutiendo vehementemente con las voces. Fuera de
esos momentos parece razonablemente capaz de ignorarlas, si bien
sus voces siempre le han acompañado en mayor o menor medida.
Antes de que apareciera este problema, Donald llevaba una vida
relativamente normal. Era más o menos popular entre sus compañeros, e iba camino de convertirse en un atleta. En el colegio aprobaba sin problemas las asignaturas, si bien sus padres y profesores
habían observado que en ocasiones parecía preocupado y con la
atención pérdida. No se sabe que consumiera drogas.
Los casos que acabamos de plantear ponen de manifiesto la gravedad que puede llegar a ejercer un trastorno
mental sobre la vida de una persona. Aunque evidentemente hemos cambiado el nombre de las personas para
proteger su intimidad, se trata de personas reales y con problemas auténticos. Se hace difícil no experimentar sentimientos de compasión por ellos. Pero además de la
compasión, los psicólogos e investigadores clínicos que
intentan ayudar a personas como Mónica, Alberto y
Donald, necesitan disponer de habilidades adicionales. Si
queremos comprender todo lo que necesitamos llegar
a saber sobre los trastornos mentales, debemos aprender a
realizar el tipo de pregunta que nos permita ayudar a nuestros pacientes y a sus familias. Dichas preguntas constituyen
el núcleo de la investigación sobre psicología clínica.
Probablemente usted mismo se haya hecho algunas
preguntas mientras leía las historias de Mónica, Alberto y
Donald. Por ejemplo, quizá se haya planteado si Mónica no
será realmente «una alcohólica» aunque no beba nada por
la mañana. Lo es. Se trata de una cuestión relativa a los criterios que deben cumplirse para establecer un diagnóstico
determinado. También es posible que se haya planteado si
otras personas del entorno de Mónica también tienen problemas con la bebida. Los tienen. Se trata de una cuestión
denominada sesgo familiar, esto es, el hecho de que un trastorno determinado aparezca con más frecuencia en una
familia. Puede que le haya sorprendido que Alberto, una
persona con éxito y en plena madurez se haya suicidado.
Quizá su sorpresa se deba a su creencia de que el suicidio es
más frecuente entre los jóvenes, y sobre todo entre las chicas. Eso no es así. Se trata de un tema relacionado con la
Psicología clínica: una visión general
prevalencia (esto es, el número de casos) de suicidio en personas de diferente edad. Por último, quizá se haya preguntado qué es lo que funciona mal en la mente de Donald, y la
razón por la que escucha esas voces. Quizá le gustaría saber
si se trata de un problema habitual (en este caso de la esquizofrenia), o también si es normal que la esquizofrenia aparezca repentinamente (se trata de algo bastante común).
En la medida en que por usted se haya planteado algunas de esas preguntas, está empezando a pensar como un
psicólogo. La psicología es un campo fascinante, y (aunque
no somos imparciales al respecto) la psicología clínica es
una de las áreas más interesantes de la misma. Los psicólogos estamos preparados para plantearnos preguntas y para
realizar investigaciones al respecto. En otras palabras somos
científicos que recurrimos a diferentes técnicas y métodos
para estudiar las patologías psicológicas. Si bien no todos
los que han estudiado psicología clínica (a veces denominada psicopatología) hacen investigación, también entonces es necesario disponer de la capacidad de plantearse
cuestiones que permitan reunir la información de una
manera coherente y lógica. Por ejemplo, cuando un psicólogo clínico recibe por primera vez a un nuevo paciente, le
somete a un montón de preguntas para intentar hacerse
una idea de lo que le ocurre a esa persona. Además, para
poder seleccionar el tratamiento más adecuado, el psicólogo necesita recurrir a lo que aporta la investigación sobre
los tratamientos más eficaces para cada problema concreto.
En otras palabras, aunque trate al paciente como un individuo, el psicólogo también necesita recurrir a su conocimiento sobre la investigación más reciente para decidir el
mejor tratamiento posible. «El mejor tratamiento» que se
aplicaba hace 20, 10, o incluso 5 años, no es necesariamente
el mejor tratamiento de hoy en día. El conocimiento va progresando e implica avances, y la investigación constituye la
maquinaria que impulsa ese desarrollo.
Este capítulo muestra las líneas maestras que delimitan
el campo de la psicología clínica, así como el tipo de aprendizaje y las actividades que realizan las personas que trabajan
en éste. Sin embargo, antes de nada vamos a mostrar todo el
sistema de definiciones y clasificación de la psicología clínica,
que permite a los investigadores y a los profesionales de la
salud mental comunicarse entre sí. Probablemente algunos
de estos temas le resulten más complejos y controvertidos de
lo que esperaba. Una vez que hayamos definido qué es «lo
patológico», proporcionaremos alguna información básica
sobre las principales patologías de conducta que podemos
encontrar a nuestro alrededor.
Destaquemos también que un amplio apartado de este
capítulo está dedicado a la investigación. Intentaremos poner
de manifiesto cómo se estudia la conducta patológica. La
investigación constituye el núcleo del progreso en el conocimiento de la psicología clínica. Cuanto mejor comprenda la
manera en que ésta se realiza, estará en mejores condiciones
para interpretar su significado y sus implicaciones. Por
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
AVA N C E S
en la investigación
¿Sirven los imanes para aliviar el daño
por estrés crónico?
Existe una tendencia cada vez mayor a utilizar terapias
alternativas (Eisenberg et al., 1998). Un tipo de terapia
cada vez más popular es el uso de imanes, como puede
apreciarse tras una búsqueda en Internet, tras la que surgirán multitud de testimonios sobre sus propiedades curativas.
Este mercado suele estar dirigido a personas con dolor
crónico en la mano o la muñeca. Es un problema denominado daño por estrés crónico, y suele tener su origen en la
utilización constante del teclado de la computadora. ¿Realmente alivian los imanes este dolor crónico? Testimonios
aparte, la única manera de saberlo es recurrir a una investigación controlada. Para ello, Pope y McNally (2002) asignaron aleatoriamente a un grupo estudiantes que tenía este
problema a alguno de estos tres grupos: al primero (el
grupo magnético) se le pidió que se colocara en la muñeca
durante 30 minutos diarios una pulsera con imanes. Al
segundo se le proporcionó unas pulseras aparentemente
idénticas, aunque éstas no llevaban imanes (si bien ninguno
de los participantes lo sabía); éste era el grupo placebo. Un
tercer grupo de sujetos no recibió ningún tipo de imán ni
brazalete (grupo sin tratamiento).
Es importante destacar que esta investigación es un
ejemplo de lo que se denomina estudio doble ciego. En
efecto, ni los participantes ni los experimentadores sabían
quiénes llevaban los imanes. La utilización de un grupo
placebo permite a los experimentadores controlar la posibilidad de que la mera creencia en la eficacia del tratamiento por parte del sujeto ejerza un beneficio
terapéutico.
Por último, el grupo sin tratamiento permite a los
investigadores observar lo que ocurre cuando no se propor-
ejemplo, puede que le interese leer el apartado Avances en la
investigación 1.1 antes de salir a comprar un imán para intentar reducir esos molestos dolores en las muñecas, provocados
por muchas horas ante el teclado de la computadora.
¿A QUE NOS REFERIMOS CON
LA EXPRESIÓN CONDUCTA
PATOLÓGICA?
Se trata de una pregunta muy fácil de hacer pero sorprendentemente difícil de responder. ¿Es patológico hablar con
.
ciona ningún tratamiento, ni tampoco hay una expectativa
de mejoría.
Al principio del estudio cada uno de los participantes
realizó un examen de mecanografía de cuatro minutos, para
saber el número de palabras que podían teclear en ese
periodo. Tras una pausa de treinta minutos, todos realizaron un nuevo examen de cuatro minutos. También se pidió a
los miembros del grupo experimental y a los del grupo placebo que valorasen en una escala de ocho puntos el alivio
del dolor que habían sentido.
Como era de esperar, los estudiantes asignados al
grupo sin tratamiento no informaron de alivio alguno de su
dolor de muñeca. No resulta sorprendente, ya que no
habían recibido ningún tipo de tratamiento. En la segunda
prueba de mecanografía (post-test) escribieron una media
de cuatro palabras más que en la primera (pretest).
Sin embargo las personas que llevaban los imanes sí lo
hicieron mejor que el grupo sin tratamiento, y además
informaron de que habían sentido un alivio de su dolor.
También fueron capaces de escribir una media de diecinueve palabras más en la segunda prueba de mecanografía.
Así pues, las dos medidas indicaban una evidente mejoría
respecto al grupo sin tratamiento.
No obstante, antes de que usted salga corriendo a
comprar pulseras magnéticas, echemos un vistazo a los
resultados del grupo placebo. Estos sujetos también dijeron que había disminuido el dolor de su muñeca, pero es
que además, en la prueba de mecanografía, llegaron a
superar incluso al grupo de los imanes con una media de
26 palabras más. Por lo tanto, a partir de los resultados
de este estudio, debemos concluir que la terapia magnética ejerce su efecto debido a un factor placebo, y no por
los imanes en sí mismos. Esta es la razón por la que
resulta tan necesario realizar investigaciones controladas.
un mismo? ¿Y qué decir de una depresión de varias semanas
tras una ruptura sentimental? ¿Y beberse una botella de
vodka con los amigos durante el fin de semana? Establecer
el límite que separa conductas anormales y normales puede
ser bastante difícil. No hay dos personas iguales, y aunque
algunos de nosotros podamos mostrar conductas que
podrían considerarse extrañas, deprimidas, o experimentadoras, puede que esas mismas conductas llevasen a considerar a otras personas como mentalmente enfermas, afligidas,
o adictas.
Puede que le resulte sorprendente que todavía no exista
un acuerdo unánime sobre lo que podemos considerar
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un trastorno o una patología. Y no se trata de que no dispongamos de definiciones. Las tenemos. Sin embargo, cada una
de ellas arrastra determinados problemas. Lo que quizá
resulta más interesante es que aunque carezcamos de un
consenso sobre la definición de trastorno, sí tenemos bastante claro qué conductas son patológicas y cuáles no (Spitzer, 1999). ¿Cómo es posible aclararse entonces? La
respuesta radica en parte en el hecho de que existen algunos
aspectos muy palmarios en una patología (Lilienfeld y
Marino, 1999; Seligman et al., 2001). No hay ningún elemento de anormalidad que sea suficiente por sí mismo para
determinar la presencia de una patología, pero cuanto
mayor sea la congruencia entre la forma de ser de una persona y los elementos patológicos que describimos en el apartado El mundo que nos rodea 1.2, de página 6, más probable
será que esa persona muestre algún tipo de desorden mental. En otras palabras, somos capaces de adoptar un «prototipo» de lo que es una patología, y de valorar la medida en
que una persona determinada se ajusta a ese prototipo.
Sobre este punto volveremos en el Capítulo 4.
Por último, debemos señalar otros problemas que provienen del cambio de valores que caracteriza la evolución
de una sociedad a lo largo del tiempo. La sociedad está en
constante progreso, y cada vez se torna más o menos tolerante ante ciertas conductas, de manera que lo que se consideraba desviado en una época histórica podría verse
como algo normal una o dos décadas después. Por ejemplo,
no hace mucho tiempo se creía que la homosexualidad era
un trastorno mental, algo que no ocurre en la actualidad
(véase el Capítulo 13). Hace tan sólo quince años, llevar
pendientes en la nariz, los labios o las cejas, se consideraba
como una conducta desviada y signo de una posible enfermedad mental. En la actualidad esos adornos son tan
comunes que apenas llaman la atención.
¿Por qué necesitamos clasificar
los trastornos mentales?
Si definir la patología resulta tan complicado, ¿por qué
seguimos intentándolo? Una de las razones es que la mayoría de las ciencias necesitan disponer de una clasificación
(por ejemplo, la tabla periódica de los elementos químicos,
o la clasificación que hace la biología de los seres vivos en
reinos, filos, clases, etc.). Pero quizá el motivo más importante es que un sistema de clasificación nos permite disponer de una nomenclatura (un sistema de nombres) que nos
facilita la estructuración de la información con el fin de
poder utilizarla adecuadamente. Organizar la información
en un sistema clasificatorio también facilita su estudio.
Dicho de otra manera, sólo es posible realizar avances en la
investigación cuando sabemos qué es lo que debemos estudiar. Tampoco hay que olvidar que un sistema de clasificación proporciona información respecto al tratamiento. Por
ejemplo, los pacientes a los que nos hemos referido ante-
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?
riormente muestran diferentes trastornos. Mónica tiene
una dependencia del alcohol y otras drogas, Alberto estaba
deprimido, y Donald tiene esquizofrenia. Dado que un tratamiento determinado (por ejemplo un fármaco antipsicótico) podría ser beneficioso para Donald pero incluso
perjudicial para Mónica, resulta evidente la necesidad de
saber qué trastorno padece cada uno.
Podemos mencionar una última consecuencia de disponer de un sistema de clasificación, aunque algo más
mundana. Como han señalado algunos autores, la clasificación de los trastornos mentales tiene también implicaciones sociales y políticas (véase Blashfield y Livesley, 1999;
Kirk y Kutchins, 1992). En efecto, establece el rango de problemas a los que debe enfrentarse un profesional de la salud
mental. Y desde una perspectiva puramente pragmática,
delimita el tipo de enfermedades que tendrá que sufragar la
seguridad social.
Por supuesto que un sistema de clasificación tiene
algunos aspectos negativos. Por su propia naturaleza la clasificación implica una pérdida de información. Por ejemplo,
si alguien nos dice que la mascota de nuestro vecino es un
mamífero, nos está transmitiendo cierta información. Pero
si nos dicen que nuestro vecino tiene un enorme gato persa
blanco que se llama Fluffy, estamos recibiendo muchísima
más información. De manera similar, la lectura del historial
de un paciente nos puede reportar muchos más datos que la
mera etiqueta de «esquizofrenia». Así pues, la clasificación
nos permite simplificar y organizar la información, pero
inevitablemente nos hace perder muchos detalles.
Si bien es verdad que las cosas están cambiando, también es posible encontrar algún estigma asociado a un diagnóstico psiquiátrico. Una persona que te cuenta sin ningún
problema que sufre una enfermedad como la diabetes,
puede mostrarse mucho más reacia a reconocer que sufre
un trastorno mental. En parte esto se debe al temor (real o
imaginado) de que contar ingenuamente los propios problemas psicológicos acarreará consecuencias indeseables de
carácter social o laboral. En 1972 el senador Thomas Eagleton tuvo que dimitir de la candidatura demócrata a vicepresidente cuando se descubrió que había sido sometido a
una terapia electro-convulsiva (véase Capítulo 17) para tratar su depresión. Más de treinta años después, las cosas han
mejorado algo. Sin embargo, muchos pacientes todavía se
muestran recelosos antes de contar sus problemas como la
depresión, el abuso de sustancias, el trastorno obsesivocompulsivo, y otros similares.
Otro inconveniente son los estereotipos. Dado que casi
todos hemos oído que ciertas conductas están asociadas a
trastornos mentales, automáticamente y de manera incorrecta inferimos que tales conductas son características de
cualquier persona con un diagnóstico psiquiátrico. Por
ejemplo, suponemos que la esquizofrenia de Donald le hará
ser una persona impredecible y potencialmente violenta.
Esto es lo mismo que pensar que todos los murcianos
CAPÍTULO 1
.
Psicología clínica: una visión general
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Aspectos que constituyen una patología
2.
No existe una única conducta que transforme a una persona en alguien anormal. Esto constituye un problema
para decidir la presencia de trastornos mentales. Sin
embargo, existen ciertos elementos que señalan la manifestación de una patología. Cuantos más de esos elementos acumule una persona, más probable es que muestre
algún tipo de desorden mental.
1.
Sufrimiento: si una persona experimenta un sufrimiento psicológico, debemos inclinarnos a considerarlo como un indicador de patología. Las personas
con depresión sufren, como también aquellas que
tienen trastornos de ansiedad. ¿Y qué pasa con un
paciente que tiene una manía? Puede que no esté
sufriendo, y de hecho muchos de estos pacientes no
quieren tomar medicamentos porque no desean perder sus fases maniáticas. También es posible que
usted tenga que examinarse mañana y eso le cause
sufrimiento. Sin embargo, resultaría extraño considerar este sufrimiento como algo anormal. Aunque en
muchas ocasiones el sufrimiento es un elemento
patológico, nunca es una condición suficiente, ni tan
siquiera necesaria para considerar que algo es patológico.
cultivan tomates y que todos los vascos levantan piedras
enormes. Por último, nos encontramos con el problema de
las etiquetas. Una vez que un grupo de síntomas ha recibido
un nombre y ha sido identificado en un diagnóstico, esta
«etiqueta diagnóstica» puede resultar difícil de eliminar,
incluso aunque esa persona se haya recobrado por completo de su enfermedad.
Por lo tanto, resulta importantísimo recordar que los
sistemas de clasificación diagnóstica no clasifican a las personas, sino a los trastornos que éstas padecen. En otras palabras, resulta esencial que no perdamos de vista el hecho de
que siempre hay una persona tras la enfermedad. Aquí el
papel del lenguaje es trascendental. En otros tiempos era
muy frecuente que un profesional de la salud mental describiese a sus pacientes como «esquizofrénicos» o «maníacodepresivos». En la actualidad se reconoce sin lugar a dudas
que resulta mucho más preciso (además de más respetuoso)
utilizar expresiones como «una persona con esquizofrenia»
o «una persona que sufre una depresión maníaca». En pocas
palabras, una persona no es un diagnóstico.
3.
Inadaptación: una conducta inadaptada suele ser un
indicador de patología. Una persona con anorexia
puede llegar a restringir su ingesta de comida hasta
el punto de llegar a necesitar hospitalización. La persona con depresión quizá deje de ver a su familia y a
sus amigos, y puede llegar a ser incapaz de trabajar
durante semanas o meses. La conducta inadaptada
interfiere con nuestro bienestar y con nuestra capacidad para disfrutar de nuestro trabajo y nuestras
relaciones sociales. Pero no todos los trastornos
implican una conducta inadaptada. Por ejemplo, un
estafador o un asesino a sueldo tienen un trastorno
de personalidad antisocial (véase Capítulo 11). El primero quizá sea un experto en conseguir que las personas le proporcionen información sobre sus
finanzas, mientras que el segundo puede ser perfectamente capaz de matar a alguien por dinero. ¿Se
trata de conductas inadaptadas? Desde luego no
para ellos, ya que esa es su forma de vida. Sin
embargo, nosotros las consideramos anormales, ya
que están socialmente inadaptadas.
Desviación: la palabra anormal significa literalmente
«fuera de lo normal». Pero limitarse a considerar que
una conducta estadísticamente poco frecuente es
anormal no nos proporciona ninguna solución al problema de definición. Los genios son estadísticamente
La definición del DSM-4 de trastorno
mental
El principal referente para la definición de los diversos tipos
de trastorno mental es el Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (Manual Estadístico y Diagnóstico de los
Trastornos Mentales), elaborado por la Asociación de Psicología Americana, y que se conoce habitualmente como
DSM. Dado que este manual se encuentra en su cuarta edición, recibe el nombre de DSM-4. Esta última edición se
publicó en 1994 y se revisó superficialmente en el año 2000,
por lo que recibe el nombre de DSM-4-TR, donde las siglas
TR significan text revision (texto revisado). Así es como el
DSM-4-TR (2000) define el trastorno mental:
[un trastorno mental] se concibe como un síndrome psicológico o conductual clínicamente significativo que ocurre en un individuo, y que se asocia con malestar (por
ejemplo, síntomas de dolor) o incapacidad (por ejemplo,
dificultades en una o más áreas importantes del funcionamiento) o con un riesgo importante de sufrir muerte,
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4.
5.
poco frecuentes, pero eso no los convierte necesariamente en trastornados. Por otra parte, el retraso
mental, que también resulta estadísticamente poco
frecuente, sí se considera como una patología. Esto
significa que definir lo que es patológico requiere
hacer un juicio de valor. Si una cosa es estadísticamente rara y además indeseable, tiene más probabilidades de ser considerada como patológica que algo
estadísticamente raro pero muy deseable (como ser
un genio), o que algo indeseable pero estadísticamente frecuente (como la grosería).
Violación de las normas de la sociedad: todas las culturas tienen normas. Algunas de ellas están expresadas en leyes, mientras que otras tienen un carácter
menos explícito. Si bien muchas de las reglas sociales resultan relativamente arbitrarias, tendemos a
considerar que cuando una persona las infringe está
mostrando una conducta anormal. Por supuesto,
todo depende en gran medida de la magnitud de la
infracción, así como de lo habitual que puede resultar socialmente violar esa norma. Por ejemplo, la
mayoría de nosotros hemos aparcado alguna vez en
doble fila. Esta infracción de una norma resulta tan
habitual que no la consideramos como una conducta
anormal. Sin embargo, si una madre ahoga a sus
hijos en la bañera, inmediatamente pensamos que se
trata de una conducta anormal.
Incomodidad social: cuando una persona infringe una
regla social, quienes le rodean pueden experimentar
una sensación de incomodidad. Por ejemplo, imagine
que vuelve a su casa en autobús y que aparte de
usted el único ocupante es el conductor. Pero en una
dolor, incapacidad, o pérdida de libertad. Además este
síndrome no debe ser una mera respuesta cultural y esperable ante un acontecimiento determinado, como puede
ser la muerte de un ser querido. Cualquiera que sea su
causa, debe constituir una manifestación de una disfunción de la persona, ya sea de carácter conductual, psicológico o biológico. No deben considerarse como trastornos
mentales las conductas derivadas de los conflictos con la
sociedad, a menos que éstos sean un síntoma de una disfunción como la que se acaba de describir (American Psychiatric Association, 2000, p. xxi).
Una característica llamativa de esta definición de los
trastornos mentales que hace el DSM-4, es que no alude a
las causas de trastorno mental. En otras palabras, la definición pretende ser «ateórica». También descarta cuidadosamente, entre otras cosas, ciertas conductas más o menos
cuestionables, pero admitidas socialmente, como un apesadumbrado (depresivo) cónyuge tras la muerte de su pareja.
El texto del DSM-4 también es muy cuidadoso a la hora de
afirmar que los trastornos mentales son siempre el pro-
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?
6.
parada sube otro pasajero y a pesar de que dispone
de un montón de asientos vacíos, se sienta junto a
usted. ¿Cómo se sentiría? De manera similar, ¿cómo
se sentiría si una persona a la que sólo hace cuatro
minutos que conoce empieza a contarle sus proyectos para suicidarse? A menos que usted sea un psicólogo que trabaja en un centro de intervención de
crisis, probablemente considere que se trata de una
conducta anormal.
Irracionalidad e imprevisibilidad: como ya se ha dicho,
esperamos que las personas se comporten de una
manera determinada. Si bien un toque de inconformismo puede añadir algo de chispa a la vida, llega un
momento en que la conducta excesivamente poco
ortodoxa se considera como algo anormal. Por ejemplo, si la persona que está sentada junto usted de
repente empieza a gritar obscenidades sin dirigirse a
nadie en concreto, usted probablemente considerará
que está realizando una conducta anormal. Se trata de
algo impredecible y sin sentido. El habla desordenada y
la conducta desorganizada de los pacientes con esquizofrenia (véase Capítulo 14) suele ser irracional. Tales
conductas son también el sello característico de la fase
maníaca de un trastorno bipolar. Sin embargo, quizá el
factor más importante sea nuestra impresión de si esa
persona es capaz o no de controlar su conducta. En
efecto, probablemente no nos alarmemos en absoluto
si nuestro compañero de habitación comienza a recitar
fragmentos de Fuente Ovejuna si sabemos que participa en esa obra de teatro. Sin embargo, si lo descubrimos revolcándose en el suelo mientras recita a
Shakespeare, puede que nos planteemos pedir ayuda.
ducto de «disfunciones», que a su vez siempre residen en los
individuos y no en los grupos. No existen grupos mentalmente trastornados (aun cuando este concepto pudiera
aplicarse cuando una parte importante de los miembros de
ese grupo mostraran un trastorno mental).
Aunque goza de una amplia aceptación, la definición
del DSM-4 de lo que es un trastorno mental no está exenta
de críticas. Por ejemplo, dicha definición requiere que la
conducta problemática sea «un síntoma o una disfunción
de la persona» para ser calificada como un caso de trastorno
mental (véase la Tabla 1.1). ¿Pero qué significa realmente
eso? La conducta problemática no puede ser una «disfunción» en sí misma, dado que sería lo mismo que decir que
los trastornos mentales se deben a trastornos mentales.
Tras identificar esta laguna en la definición, Jerome
Wakefield (1992a, 1992b, 1997) ha propuesto la idea de
trastorno mental como una «disfunción perniciosa». En el
seno de este concepto, la noción de «daño» se define a los
valores sociales (por ejemplo el sufrimiento, ser incapaz de
trabajar, etc.), y la «disfunción» se interpreta por referencia
CAPÍTULO 1
Tabla 1.1.
Psicología clínica: una visión general
Síntomas y síndromes
Síntoma: un síntoma es un indicador aislado de que existe un problema. Puede estar referido al ámbito emocional
(tristeza, ansiedad), a la conducta (problemas para dormir), o la cognición (preocupaciones excesivas, pensamientos
de suicidio).
Síndrome: un síndrome es un grupo de síntomas que se presentan juntos. Por ejemplo, la tristeza, los problemas del
sueño, las dificultades para concentrarse, la pérdida de peso, o los pensamientos de suicidio, son síntomas que en
conjunto caracterizan el síndrome de depresión. Obsérvese que en el caso de la depresión ésta también puede ser un
síntoma (cuando se refiere a un estado de ánimo deprimido). Pero también da nombre al síndrome (cuando se refiere
al conjunto de síntomas).
a algún tipo de mecanismo subyacente que no funciona de
acuerdo con su «objetivo» (supuestamente evolutivo)
(véase Clark, 1999). Más en concreto Wakefield ha sugerido
que
Un trastorno mental es una condición mental que
(a) provoca un malestar o una incapacidad significativa,
(b) no es una mera consecuencia esperable de un acontecimiento determinado, y (c) supone una manifestación de
una disfunción mental (1992a, p. 235).
Si bien esta definición pasa por ser una mejora del
texto original, todavía quedan en ella diversos problemas de
carácter lógico y filosófico (por ejemplo Lilienfeld y
Marino, 1995). De hecho, ha generado una gran cantidad
de debates (Lilienfeld y Marino, 1999, Richters y Hinshaw,
1999; Spitzer, 1999; Wakefield, 1999 a,b). Si bien una discusión pormenorizada de este tema nos llevaría muy lejos del
objetivo de este capítulo, baste decir que la deficiencia más
llamativa de esa definición destaca por su obviedad: para la
mayoría de los trastornos no se ha identificado con precisión un «mecanismo defectuoso». De hecho, imaginar que
algún día seamos capaces de encontrar una disfunción subyacente y presumiblemente biológica para cada uno de los
300 diagnósticos del DSM-4, parece realmente exagerado.
Puede que efectivamente algunos trastornos mentales procedan de una disfunción de carácter biológico, pero en
otros casos los problemas quizá tengan más que ver con
algún tipo de adaptación a circunstancias ambientales
patológicas, tales como el abuso o el maltrato infantil. Una
vez más la expresión trastorno mental desafía una definición
simple y contundente.
Pese a la frustración que conlleva intentar establecer
con claridad nociones como malestar y disfunción, e
intentar alcanzar un consenso respecto a lo que se considera un trastorno mental, resulta evidente que necesitamos avanzar en la investigación clínica y en el tratamiento
de nuestros pacientes. No es posible esperar hasta que los
expertos hayan solventado todos y cada uno de los detalles
que enturbian estos temas, para comenzar a explorar la
naturaleza, el origen y la mejor forma de tratar una gran
cantidad de trastornos. En última instancia, cualquier
definición de anormalidad o de trastorno mental tendrá
algo de arbitraria, y la definición del DSM-4 no constituye
una excepción. Se trata de un manual en constante evolución. Es necesario reflexionar mucho sobre ciertos temas
cuya resolución desembocará en la quinta edición (por
ejemplo, Widiger y Clark, 2000). De la misma manera que
nuestra propia concepción de lo que es un trastorno va
cambiando y evolucionando, así lo hace también el
manual (para más información sobre el mismo, véase el
Capítulo 4).
Aspectos culturales
de la anormalidad
Resulta difícil considerar el concepto de lo normal y lo
anormal sin referirse a la cultura. Dentro de una cultura
determinada existen muchas creencias compartidas y conductas ampliamente aceptadas que forman parte de las costumbres habituales. Por ejemplo, muchas personas de
países cristianos consideran de mala suerte el número 13, y
muchos de nosotros tenemos un cuidado especial durante
ese día. Algunos hoteles y edificios carecen de la planta número 13 y en muchos hospitales no tienen una cama número 13. Sin embargo, los japoneses no tienen ningún
problema con ese número, aunque se cuidan mucho de evitar el número 4. Eso se debe a que en japonés la palabra cuatro suena muy parecido a la palabra muerte (Tseng, 2001,
pp. 105-6).
Existe una considerable variación en las palabras que
se utilizan para describir el malestar psicológico en diferentes culturas. Por ejemplo, en el lenguaje de algunos
nativos americanos o grupos del sudeste asiático no existe
la palabra «deprimido» (Manson, 1995). Por supuesto, eso
no significa que los miembros de esas culturas no experimenten depresión psicológica. Sin embargo, como el
siguiente caso ilustra, la manera en que se presentan algunos de los trastornos psicológicos puede depender mucho
de las formas culturalmente admitidas para describir el
malestar.
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Un anciano nativo americano
G. H. es un miembro de una tribu del suroeste
americano de 71 años de edad, a quien una de
sus nietas ha llevado al Hospital Indio de Salud,
debido a una serie de problemas. La mayoría
de esos problemas consisten en dolores inespecíficos.
Cuando se le pide que indique dónde
ESTUDIO
le duele, el señor G. H. señala su pecho, desDE UN
pués su abdomen, sus rodillas, y finalmente sus
CASO
manos. Apenas en un susurro dice algo en su
lengua natal que se podría traducir como
«enfermo de todo el cuerpo». Su nieta apunta que desde hace poco
«ha dejado de ser el mismo». Concretamente, durante los últimos
tres o cuatro meses, el señor G. H. ha dejado de acudir y de participar en muchos acontecimientos que antes le resultaban muy importantes y en los que desempeña un papel destacado. Se niega
también a comentar con los demás este cambio en su conducta y
cuáles son sus sentimientos. Cuando se le pregunta de manera
explícita, el señor G. H. reconoce que tiene dificultades para dormir,
se despierta durante la noche, y casi siempre está despierto con las
primeras luces del alba. Admite que ya no siente placer ante la
comida, aunque niega que haya perdido peso, si bien se advierte de
inmediato que su ropa le queda excesivamente grande. También
experimenta dificultades para concentrarse y para recordar cosas.
Al preguntarle por su ausencia en ciertos acontecimientos relevantes para el clan y para su familia, el señor G. H. señala que estaba
«demasiado cansado y dolorido» y «con miedo de defraudar a los
demás». Al presionarle un poco más guarda silencio. De repente
dice «sabe usted, mis ovejas no se encuentran bien últimamente. Su
lana está deteriorada y están más delegadas. Se mueven de acá
para allá e incluso las madres no cuidan de las hijas». Tanto el examen físico como los análisis clínicos son normales. El señor G. H.
continúa tomando dos pastillas diarias de acetaminofen para tratar
su artritis. Aunque dice que se está «recuperando del alcoholismo»,
confiesa no haber consumido alcohol durante los últimos veintitrés
años. También niega haber sufrido algún episodio anterior de depresión u otro problema psiquiátrico (extraído de Manson, 1995,
p. 488).
Como resulta evidente en el caso del señor G. H., la
cultura puede modelar el aspecto clínico de trastornos
como la depresión, que sin embargo están presentes en todo
el mundo. En China, por ejemplo, las personas que sufren
depresión suelen quejarse fundamentalmente de los aspectos físicos de la misma (fatiga, vértigo, dolor de cabeza) y no
tanto de los sentimientos de tristeza que la acompañan
(Kleinman, 1986; Parker et al., 2001). En el caso del señor
G. H. resulta interesante observar que se centra también en
sus dolores físicos y no en su malestar emocional. Utilizar a
sus ovejas como una metáfora para expresar su experiencia
emocional (sensación de fracaso, emociones negativas)
¿A qué nos referimos con la expresión conducta patológica?
también constituye una forma culturalmente apropiada de
expresar preocupaciones que, si se mostraran de manera
más explícita, podrían acarrear amenazas a su auto-satisfacción e incluso a su arraigo social (Manson, 1995).
Si bien los factores culturales ciertamente influyen
sobre la apariencia clínica de los trastornos, también es
posible encontrar ciertas formas de psicopatología que
parecen ser muy específicas de ciertas culturas. En efecto,
sólo aparecen en determinadas zonas del mundo y están
muy vinculadas a preocupaciones características de esa cultura. Un ejemplo, podría ser koro. Se trata de un tipo de
trastorno de ansiedad que aparece frecuentemente en varones asiáticos jóvenes. Se caracteriza por un gran temor a
que alguna parte sobresaliente del cuerpo (generalmente el
pene) comience a reducirse y llegue incluso a desaparecer
en el interior del cuerpo, llegando a provocar la muerte
(Levine y Graw, 1995; Tseng, 2001). Otro síndrome cultural
específico es el taijin kyofusho. También se trata de un trastorno de ansiedad (véase el Capítulo 6) muy frecuente en
Japón, que se caracteriza por un gran temor a que el propio
cuerpo, alguna parte del mismo, o de su funcionamiento,
pueda ofender o avergonzar a los demás. Con frecuencia las
personas que padecen este trastorno tienen miedo de mirar
a los demás y ofenderles con su expresión facial o con su
olor corporal (Levine y Graw, 1995).
Como podemos ver en los ejemplos que acabamos de
citar, la conducta anormal es aquella que se desvía de las
normas de la sociedad en las que se encuentra inserta (por
ejemplo véase Gorenstein, 1992; Sarbin, 1997; Scheff, 1984;
Ullmann y Krasner, 1975). Ciertas experiencias como escuchar la voz de un pariente que acaba de morir pueden llegar
a ser normales en una cultura como la de los nativos americanos, pero completamente anormales en otra. Sin
embargo, ciertas acciones y conductas no convencionales
son universalmente consideradas como producto de un
trastorno mental. Por ejemplo, la antropóloga Jane Murphy
(1976) estudió qué se consideraba una conducta anormal
entre los Yoruba de África y entre los esquimales del dialecto Yupi que vivían en una isla del mar de Bering. Ambas
culturas disponen de términos para denominar la «locura».
Además, los tipos de conductas que se consideran anormales en esas culturas también lo son en la nuestra (por ejemplo, oír voces, reírse sin motivo, defecar en público, beber
orina, y creer en cosas en las que nadie más cree).
El «equipo» de salud mental
En muchas consultas clínicas el diagnóstico y la evaluación
requieren de diferentes personas que desempeñan diversos
papeles destinados a recoger datos que permitan una evaluación adecuada de la situación del paciente (o cliente).
Estos profesionales recogen información desde diferentes
perspectivas. Por ejemplo, de miembros de la familia, amigos, profesores (si se trata de un niño o un adolescente), y
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
en general de cualquier profesional de salud mental con
quien la persona haya estado en contacto. A continuación es
necesario reunirse para integrar toda esa información, consensuar un diagnóstico, y planificar las primeras fases del
tratamiento. La sección El mundo que nos rodea 1.3 resume
brevemente la formación profesional que necesitan las personas que integran un equipo de salud mental.
REVISIÓN
• ¿Por qué es tan difícil definir la anormalidad?
¿Qué características nos ayudan a reconocerla?
• Explique las diferencias entre un síntoma y un
síndrome. ¿La depresión es un síntoma o un
síndrome?
• ¿De qué manera modifica la cultura la
expresión clínica de los trastornos mentales?
.
¿SON COMUNES LOS
TRASTORNOS MENTALES?
¿Cuántas personas tienen en la actualidad trastornos psicológicos diagnosticables? Se trata de una cuestión importante por diferentes razones. En primer lugar, este tipo de
información resulta esencial para planificar los servicios de
salud mental. Los planificadores de la salud mental necesitan disponer de una imagen nítida de la naturaleza y la
extensión de los problemas psicológicos característicos de
una zona geográfica determinada, para poder así establecer
qué recursos resultarán más eficaces. Por ejemplo, sería una
locura tener un centro clínico repleto de expertos en el tratamiento de la anorexia (un problema clínico muy grave
pero poco frecuente; véase el Capítulo 9), mientras que se
descuida el tratamiento dirigido a la ansiedad o a la depresión, que constituyen problemas mucho más comunes
(véanse los capítulos 6 y 7).
En segundo lugar, la estimación de la frecuencia de los
trastornos mentales en diferentes grupos de personas
EL MUNDO QUE NOS RODEA
El personal de salud mental
Profesionales
Psicólogo clínico
Doctorado en psicología, con especialización clínica e
investigadora. Un año de internado en un hospital psiquiátrico o en un centro de salud mental. O también un
graduado en psicología (supone un nivel profesional con
una especialización más clínica que investigadora) más
un año de internado en un hospital psiquiátrico o en un
centro de salud mental.
Asesor psicológico
Doctorado en psicología además de un internado dedicado al asesoramiento matrimonial o estudiantil; normalmente se dedican a problemas de ajuste que no implican
trastorno mental.
necesarios para mantener un programa adecuado de psicología escolar.
Psiquiatra
Doctor en medicina con una residencia de tres años en un
hospital psiquiátrico o en un centro de salud mental.
Psicoanalista
Doctor en medicina o en psicología con una formación
específica en la teoría y la práctica del psicoanálisis.
Trabajador social
Doctorado con una formación clínica especializada en
entornos de salud mental.
Enfermera psiquiátrica
Formación especializada en el cuidado y tratamiento de
clientes psiquiátricos.
Psicólogo escolar
Terapeuta ocupacional
Lo ideal sería una persona con formación doctoral en psicología clínica infantil, y con experiencia adicional en problemas académicos y de aprendizaje. De momento la
mayoría de los centros escolares carecen de los recursos
Graduado en terapia ocupacional con formación en el tratamiento de personas con minusvalías físicas o psicológicas, cuya función es ayudarlas a utilizar los recursos de
que disponen.
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¿Son comunes los trastornos mentales?
Asesor sacerdotal
Asesor especializado en abuso de sustancias
Sacerdotes con formación en psicología.
Tiene una formación profesional limitada, pero está especializado en la evaluación y en el manejo de problemas
causados por el abuso de sustancias.
No profesionales
Voluntario de salud mental
Suele ser una persona con una formación profesional
limitada, que trabaja bajo la dirección de un profesional, y
a quien generalmente se le requiere en situaciones de
crisis.
puede proporcionar información inestimable sobre sus
causas. Por ejemplo, las mujeres con depresión superan a
los hombres con depresión en una razón de dos a uno (Culbertson, 1997). Esto sugiere que el sexo es un factor importante a tener en cuenta en cualquier intento de comprender
lo que es la depresión (véase el Capítulo 7). Sin embargo, lo
que también resulta muy interesante es que entre los judíos
la depresión afecta por igual a ambos sexos (Levav et al.,
1997). Esto no ocurre en otros grupos religiosos, lo que
hace pensar que los varones judíos tienen un mayor riesgo
de depresión que los varones que profesan otras religiones
distintas a la judía. ¿A qué puede deberse esto? Aunque
todavía no estamos seguros, existen algunas propuestas
interesantes que discutiremos más adelante en este mismo
capítulo.
Prevalencia e incidencia
Antes de pasar a estudiar la extensión de los trastornos
mentales en una sociedad, es necesario clarificar de qué
manera se contabilizan. La epidemiología consiste en el
estudio de la distribución de las enfermedades, trastornos,
o conductas relacionadas con la salud, en una población
determinada. La epidemiología de salud mental consiste en
el estudio de la distribución de los trastornos mentales. Un
elemento clave de un estudio epidemiológico radica en la
determinación de la frecuencia de los trastornos mentales.
Hay diferentes maneras de hacerlo. El término prevalencia
se refiere al número de casos activos en una población
durante un periodo de tiempo determinado. La prevalencia
suele expresarse como un porcentaje (el porcentaje de la
población que muestra ese trastorno). Pueden hacerse diferentes tipos de estimación de la prevalencia.
La prevalencia puntual (como su propio nombre
indica) se refiere a la proporción estimada de casos activos
del trastorno en una población determinada y en un
momento concreto. Por ejemplo, si realizamos un estudio
para contabilizar el número de personas que estén
sufriendo una depresión mayor (véase el Capítulo 7) el 1 de
enero del próximo año, eso podría proporcionarnos una
En todos los casos las personas de diferentes campos pueden actuar como un equipo interdisciplinar, por
ejemplo, el psiquiatra, el psicólogo clínico, el trabajador
social, la enfermera psiquiátrica y el terapeuta ocupacional podrían trabajar unidos.
estimación de la prevalencia puntual de los casos activos de
depresión. Cualquiera que estuviera sufriendo una depresión durante noviembre y diciembre pero que haya conseguido recuperarse de ella el 1 de enero, no debería incluirse
en nuestra estimación de la prevalencia puntual. Lo mismo
puede decirse de alguien cuya depresión ha comenzado el
día 2 de enero. Por otra parte, si lo que queremos es hacernos una idea de la prevalencia anual, deberíamos contabilizar a todos aquellos que han sufrido depresión en cualquier
momento del año. Como se puede imaginar, este cálculo de
la prevalencia debería ser mayor que la prevalencia puntual,
dado que abarca un periodo de tiempo mayor. También
debería incluir a todas aquellas personas que se han recuperado antes de que se haya valorado la prevalencia puntual, y
a aquellas personas cuyos trastornos no comenzaron hasta
después de que se hiciera la estimación de la prevalencia
puntual. Por último, también podríamos pretender alcanzar una estimación de cuántas personas han sufrido un
trastorno determinado en cualquier momento de su vida
(incluso aunque no se hayan recuperado todavía). Esto nos
proporcionaría una estimación de la prevalencia durante el
ciclo vital. Dado que abarca toda la vida y que incluye tanto
a las personas que actualmente están enfermas como aquellas que ya se han recuperado pero que sufrieron el trastorno, esta estimación tiende a ser la más alta de las tres.
El otro término importante con el que usted debe
familiarizarse es el de incidencia. Se refiere al número
de casos nuevos que se producen durante un periodo de
tiempo determinado (generalmente un año). Las cifras
de incidencia suelen ser menores que las de prevalencia,
debido a que excluyen los casos que ya existían. En otras
palabras, si estamos valorando la incidencia anual de la
esquizofrenia, no deberíamos contabilizar a las personas
cuya esquizofrenia comenzó antes de nuestra fecha de inicio, establecida en el 1 de enero (incluso aunque todavía se
encuentran enfermas), debido a que esos no constituyen
casos nuevos de esquizofrenia. Por otra parte, alguien que
se encontraba bien, pero que durante ese año ha desarrollado la esquizofrenia debe incluirse el nuestra estimación
de la incidencia.
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
Estimación de la prevalencia de los
trastornos mentales
Ahora que usted ya comprende el significado de algunos términos básicos, veamos cuál es la prevalencia anual de algunos trastornos importantes. Durante los últimos años en los
Estados Unidos se han llevado a cabo dos importantes estudios epidemiológicos de salud mental a nivel nacional. Uno
de ellos, el estudio Epidemiológico de la Cuenca de Captación (ECA), se concentró en una muestra de ciudadanos de
cinco comunidades: Baltimore, New Haven, S. Luis, Durham (NC), y Los Ángeles (Myers et al., 1984; Regier et al.,
1988; Regier et al., 1993). El otro estudio, la Encuesta Nacional de Morbilidad (NCS) fue más extenso. Muestreó toda la
población de los Estados Unidos e incluyó cierto número de
sofisticadas mejoras metodológicas (Kessler et al., 1994).
La Tabla 1.2 proporciona algunas de las estimaciones
más recientes de la prevalencia de diferentes tipos de trastornos mentales. Se trata de prevalencia anual, e intenta
incorporar una medida de significación clínica (véase Kazdin, 1999). Si usted vuelve a la definición de trastorno mental del DSM-4, observará que incluye el término
clínicamente significativo. Eso quiere decir que para que se
considere que una persona sufre un trastorno, es necesario
que se vea impedida de alguna manera a causa del mismo.
Generalmente dicha valoración la realiza un clínico, aunque evidentemente eso no es posible en las encuestas de este
tipo en las que participan miles de personas. Narrow y sus
compañeros (2002) han intentado incorporar indicadores
Tabla 1.2.
Prevalencia anual
de los principales
tipos de trastornos
en adultos
12 meses
%
Población
(millones)
Cualquier trastorno de
estado de ánimo
5,1
10,3
Cualquier trastorno de
ansiedad
11,8
23,9
Cualquier trastorno por
abuso de sustancias
6,0
12,1
Esquizofrenia*
1,0
2,0
18,5
37,5
Cualquier desorden mental
o por abuso de sustancias
* Incluye el desorden esquizofreniforme.
Fuente: Narrow et al., 2002.
de investigación clínica en sus estimaciones de la prevalencia de los trastornos mentales, para poder proporcionar
una apreciación más precisa de la frecuencia de ciertos trastornos. En comparación con cifras previamente publicadas
(por ejemplo, Kessler et al., 1994), la prevalencia de muchos
trastornos ha disminuido. Si bien no todo el mundo admite
el estudio de Narrow y sus compañeros (véase Wakefield y
Spitzer, 2002), ciertamente supone un primer paso para la
creación de estimaciones de la prevalencia más válidas.
Tal y como puede observarse en la Tabla 1.2, en cualquier periodo de doce meses la vida de más de treinta y siete
millones de adultos en los Estados Unidos se encuentra afectada por algún tipo de enfermedad mental. De hecho, se
trata de una estimación por debajo de lo real, puesto que ni
la ECA ni el NCS incluyen medidas de la mayoría de los trastornos de personalidad (véase el Capítulo 11). El tipo de
trastornos psicológicos más frecuente es el trastorno de
ansiedad, con una prevalencia anual del 11,8 por ciento. En
total, más del dieciocho por ciento de la población de los
Estados Unidos sufre al menos un trastorno mental durante
el transcurso de un año. Para algunos, el trastorno puede ser
relativamente breve (por ejemplo, una depresión que dure
unas cuantas semanas tras la ruptura de una relación sentimental). En otros casos, el problema puede llegar a ser crónico (como la esquizofrenia que afecta a Donald, sobre
quien hemos leído anteriormente).
Un último resultado destacable del estudio NCS es la
amplia comorbilidad entre los trastornos diagnosticados.
De manera específica, el cincuenta y seis por ciento de las
personas de la muestra que tienen una historia de al menos
un trastorno, también sufrieron dos o más trastornos adicionales (por ejemplo, una persona que comete excesos
también puede tener depresión o un trastorno de ansiedad). En otras palabras, los trastornos no siempre se presentan de manera aislada. Volveremos sobre este tema de la
comorbilidad en otros capítulos de este libro.
Tratamiento
No todas las personas con un trastorno psicológico reciben
tratamiento. En algunos casos niegan o minimizan la existencia de sus problemas, quizá por miedo a que se les diagnostique algún tipo de problema mental. Otros intentan
enfrentarse a sus problemas y son capaces de recuperarse
sin necesidad de pasar por las manos de un profesional de la
salud mental. Muchas personas con trastornos mentales
también suelen buscar ayuda en su médico de cabecera, por
lo que nunca llegan a acudir a un especialista. Esto es especialmente frecuente respecto a la depresión (Ohayon et al.,
1999). También suele ocurrir que la gran mayoría de los tratamientos de salud mental tienen un carácter externo
(Narrow et al., 1993; O’Donnell et al., 2000). El tratamiento
externo requiere que el paciente acuda al centro de salud
mental, pero no es necesario internarlo en un hospital.
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Por lo que concierne a quienes necesitan un tratamiento más intensivo que el que pueden recibir en las consultas externas, la hospitalización puede ser la mejor
opción. Diversas encuestas indican que el internamiento en
hospitales mentales ha disminuido de manera sustancial
durante los últimos 45 años. El desarrollo de medicinas que
son capaces de controlar los síntomas más graves de algunos trastornos importantes puede ser una de las razones
que justifiquen este cambio. Los recortes presupuestarios
también han obligado a cerrar muchas instituciones mentales. Así pues, este tipo de pacientes suelen ingresar en la
unidad psiquiátrica de un hospital general (Narrow et al.,
1993) o en un hospital psiquiátrico privado especializado
en trastornos mentales (Kiesler y Simpkins, 1993; Lee y
Goodwin, 1987). Dado su elevado coste, la estancia en instituciones privadas tiende a ser mucho más breve de lo que
era en el pasado, de manera que los pacientes salen de ellas
en cuanto se encuentran los suficientemente recuperados
como para recibir tratamiento externo. Esta tendencia a
abandonar la hospitalización tradicional, que suele denominarse desinstitucionalización, será comentada de
manera más amplia en los capítulos 2 y 18.
REVISIÓN
• ¿Que es la epidemiología?
• ¿Cuál es la diferencia entre prevalencia e
incidencia?
• ¿Por qué es importante tener en cuenta la
noción de «significación clínica» cuando
intentamos estimar la prevalencia de
diferentes trastornos mentales? ¿Qué efectos
tiene esto sobre las estimaciones de
prevalencia y por qué?
LA INVESTIGACIÓN EN LA
PSICOLOGÍA CLÍNICA
Como hemos podido comprobar al revisar los estudios epidemiológicos, la vida de un gran número de personas está
afectada por algún tipo de trastorno mental. Para poder
aprender todo lo posible sobre sus problemas, necesitamos
investigar. Mediante la investigación podemos estudiar la
naturaleza de los trastornos, cómo son sus síntomas, si tienen un carácter agudo (de corta duración) o crónico (más
duraderos), qué tipo de deficiencias están asociadas con
ellos, etc. La investigación también nos permite comprender la etiología (las causas) de los trastornos. Por último,
necesitamos obtener información que nos ayude a propor-
La investigación en la psicología clínica
cionar el mejor cuidado a los pacientes que acuden buscando nuestra ayuda. Todos los autores de este libro practican la psicología clínica. Como tales estamos pendientes de
los avances en la investigación para poder proporcionar a
nuestros pacientes el cuidado más avanzado y más eficaz.
¿Pero exactamente para qué necesitamos investigar?
Los estudiantes neófitos en el campo de la psicología clínica
suelen suponer que estudiando cada caso podremos encontrar las respuestas que necesitamos. Sin embargo, cuando
estudiamos casos individuales y realizamos inferencias a
partir de ellos, nos exponemos a cometer algunos errores
importantes. Uno de estos errores es prestar atención únicamente a aquellos datos que confirman nuestra opinión.
Por ejemplo, puede que el Dr. Sabelotodo considere que
beber leche produce esquizofrenia. Si le preguntamos la
razón de su creencia, podría contestarnos que cada uno de
los pacientes con esquizofrenia que ha tratado había bebido
leche en algún momento de su vida. Dado que el Dr. Sabelotodo ha tratado a una gran cantidad de pacientes con
esquizofrenia y tiene una enorme experiencia con ese trastorno, lo lógico es que creamos su opinión. Sin embargo,
entonces aparece el Dr. Notanrápido, y decide realizar un
estudio de investigación. Escoge dos grupos de personas:
uno de ellos tiene esquizofrenia y el otro no. El Dr. Notanrápido hace una encuesta a cada grupo sobre sus hábitos
bebedores de leche. Encuentra que todo el mundo ha
bebido leche en algún momento de su vida, y sin embargo
un grupo ha desarrollado esquizofrenia y otro. Como se
puede ver con este sencillo ejemplo, una de las principales
razones por las que necesitamos investigar es para evitar
errores como el del Dr. Sabelotodo. En definitiva, la investigación protege a los investigadores de sus propios sesgos en
percepción e inferencias (Raulin y Lilienfeld, 1999).
Pero no toda la investigación se realiza en el laboratorio.
También puede desarrollarse en clínicas, hospitales, escuelas, prisiones, e incluso en situaciones muy poco estructuradas, como con los vagabundos que recorren la calle. No es el
entorno lo que determina si puede realizarse una investigación. Como ha señalado acertadamente Kazdin (1998a), «la
metodología no es una mera compilación de prácticas y procedimientos. Es una forma de abordar la solución de problemas, el pensamiento, y la adquisición de conocimiento». En
consecuencia, la metodología de investigación está evolucionando constantemente. A medida que aparecen nuevas
técnicas (por ejemplo las técnicas de imagen cerebral o nuevos procedimientos estadísticos), evoluciona la metodología. En el siguiente apartado vamos a presentar algunos
importantes conceptos de investigación, para que usted
pueda empezar a pensar como un científico clínico.
Fuentes de información
Como humanos que somos solemos prestar mucha atención a las personas que nos rodean. Si a usted le pidiéramos
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
que describa a su mejor amigo, a su padre, o incluso al profesor de psicología clínica, casi seguro que tendría un montón de información al respecto. En prácticamente cualquier
disciplina de la ciencia, la base del conocimiento psicológico se encuentra en la observación. De hecho, la mayor
parte de las primeras nociones sobre un amplio rango de
trastornos psicopatológicos proviene del estudio de casos
de individuos concretos que fueron descritos con gran
detalle. Clínicos tan astutos como el psiquiatra alemán Emil
Kraepelin (1856-1926) y el psiquiatra suizo Eugen Bleuler
(1857-1939) nos han proporcionado descripciones tan
detalladas de sus pacientes que su lectura actual permite
reconocer con facilidad trastornos como la esquizofrenia o
la depresión maníaca. Alois Alzheimer (1864-1915) describió a un paciente con un cuadro clínico muy poco habitual,
que posteriormente se ha conocido como enfermedad de
Alzheimer (véase el Capítulo 15). Sigmun Freud (18561939), el fundador del psicoanálisis, publicó muchos e interesantes casos clínicos donde describía lo que ahora
podemos reconocer sin dificultad como una fobia o un
trastorno obsesivo-compulsivo.
Todavía se puede aprender mucho cuando un clínico
bien preparado utiliza el método de estudio de caso único,
y de hecho los estudios de un caso son una fuente fabulosa
de ideas para la investigación. Sin embargo, la información
que se adquiere sólo suele resultar importante para la persona que ha sido descrita, y además puede tener muchos
errores, especialmente si intentamos aplicarla a otros casos
aparentemente similares. Cuando solamente existe un
observador y un sujeto, y cuando las observaciones se hacen
en un contexto relativamente no controlado, y con una
naturaleza anecdótica, las conclusiones que podemos
extraer son muy limitadas y pueden estar plagadas de errores.
Así pues, ¿qué debemos hacer si deseamos estudiar la
conducta de una forma más rigurosa? Depende en gran
medida de lo que queremos averiguar. Por ejemplo, si estamos estudiando a niños agresivos, probablemente necesitemos observadores entrenados que contabilicen las veces
que los niños agresivos golpean, muerden, empujan, o dan
patadas a sus compañeros. Se trata entonces de una observación directa de la conducta de los niños. Pero también
hay otras conductas que podría resultar interesante estudiar. Por ejemplo, podríamos recoger información sobre
variables psicofisiológicas tales como el ritmo cardíaco.
También podríamos medir el nivel de hormonas indicadoras del estrés, como el cortisol, simplemente recogiendo una
muestra de saliva y enviándola al laboratorio. También se
trata de un tipo de observación.
Además de observar la conducta de manera directa, los
investigadores también pueden recoger datos procedentes
de auto-informes (véase el Capítulo 4). Podríamos, por
ejemplo, pedir a los niños que rellenasen una serie de cuestionarios adecuados a su edad. O también podríamos
entrevistarlos. En otras palabras, podemos pedir a los participantes de nuestra investigación que nos informasen de
sus experiencias subjetivas. Aunque ésta puede parecer una
buena manera de obtener información, tiene importantes
limitaciones. Puede ocurrir que un niño nos diga que tiene
veinte «mejores amigos» y sin embargo, cuando lo observemos, constatemos que siempre juega aislado. Otro niño
podría decirnos que sólo tiene un mejor amigo, y sin
embargo jugar siempre rodeado de montones de niños que
quieren estar con él. Dado que a veces las personas pueden
mentir, malinterpretar la pregunta, o intentar presentar una
imagen favorable (o desfavorable), este tipo de datos aunque importantes y ampliamente utilizados en la investigación de psicología clínica, no siempre pueden considerarse
como fiables y verídicos. Es algo que cualquiera que haya
respondido a un anuncio personal sabe muy bien.
La tecnología también avanza con rapidez, y estamos
desarrollando estrategias para estudiar la conducta, el
estado de ánimo, y la cognición, que hasta hace muy poco se
habían considerado inaccesibles al estudio científico. Por
ejemplo, ya podemos recurrir a técnicas de imagen cerebral
para estudiar cómo funciona un cerebro en activo. Podemos analizar el flujo sanguíneo en diversas zonas del cerebro mientras la persona realiza tareas de memoria.
Podemos observar qué zonas del cerebro se activan cuando
se imagina, por ejemplo, la imagen de una bicicleta o de una
manzana. Mediante técnicas como la estimulación magnética craneal, que genera un campo magnético en la superficie de la cabeza, podemos estimular el tejido cerebral
subyacente (para una revisión, véase Fitzgerald et al., 2002).
Además esto se hace sin producir dolor, mientras la persona
está sentada cómodamente en un sillón. De esta manera es
posible recoger datos de la conducta que habría sido imposible obtener hace tan sólo unos cuantos años.
En esencia, cuando hablamos de observar la conducta,
nos referimos a algo más que limitarse a mirar cómo actúa
la gente. Observar la conducta significa en realidad estudiar
lo que hace y lo que no hace la gente. Podemos estudiar la
conducta social en una muestra de personas deprimidas
recurriendo a observadores entrenados para registrar la frecuencia con la que sonríen o establecen contacto ocular, o
también podemos pedir a los propios pacientes que rellenen cuestionarios que nos permitan valorar sus habilidades
sociales. Lo ideal sería poder hacer ambas cosas. Si pensamos que la sociabilidad de los pacientes con depresión
pudiera estar relacionada con lo más o menos deprimidos
que se encuentran, podríamos pedirles que rellenaran autoinformes diseñados para valorar la gravedad de la depresión, e incluso podríamos medir la presencia de ciertas
sustancias en su sangre, orina, fluido cerebro espinal [el
fluido que baña el cerebro y que puede obtenerse mediante
una punción lumbar (véase Capítulo 14)]. Incluso posiblemente podríamos estudiar directamente del cerebro de
nuestros pacientes deprimidos mediante técnicas de
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imagen cerebral. Todas estas fuentes de información nos
proporcionan datos potencialmente valiosos sobre los cuales se fundamenta la investigación científica.
Establecer hipótesis sobre la conducta
¿Por qué razón Alberto, sobre quien leímos al principio del
capítulo, habría querido matarse? Quizá había sufrido
algún disgusto. Quizá tenía la sensación de que estaba
yendo hacia peor y no hacia mejor. Quizá se encontraba tan
profundamente avergonzado de sus supuestas limitaciones
que prefirió no seguir viviendo. Para poder comprender la
conducta de los demás, cada uno de nosotros, incluyendo a
los investigadores, generamos hipótesis. Las hipótesis suponen un esfuerzo para explicar, predecir, o explorar algo
––en este caso la conducta—. Lo que distingue una hipótesis científica de una especulación es que los científicos intentan poner a prueba sus hipótesis. En otras palabras,
intentan diseñar estudios de investigación que les ayuden a
aproximarse a una comprensión completa de cómo y por
qué han sucedido los acontecimientos.
Las descripciones anecdóticas como los estudios de un
caso pueden resultar muy válidas para ayudarnos a desarrollar hipótesis, si bien no resultan apropiadas para comprobarlas. Otras veces las hipótesis proceden de resultados de
investigación poco usuales o incluso inesperados. Por ejemplo, más arriba hemos dicho que aunque los hombres generalmente tienen un menor porcentaje de depresión que las
mujeres, eso no ocurre con los varones de religión judía.
Esta observación está pidiendo a gritos algún tipo de explicación. ¿Por qué los hombres judíos tienen un mayor riesgo
de depresión que los hombres no judíos? Una hipótesis
podría ser la existencia de una curiosa relación (de carácter
inverso) entre la depresión y el consumo de alcohol (Levav
et al., 1997). Los hombres judíos muestran una menor proporción de abuso y dependencia del alcohol que los hombres no judíos. En relación con esta idea, un estudio
realizado con miembros de sinagogas ortodoxas de Londres
encontró ausencia de alcoholismo y tasas similares de
depresión en mujeres y hombres (una tasa de 1:1 en lugar
de la habitual 2:1) (Lowenthal et al., 1995). Si bien todavía
queda mucho por aprender, la hipótesis de que las altas
tasas de depresión en los hombres judíos puedan tener algo
que ver con sus bajas tasas de abuso del alcohol, tienen
cierto interés para estudios posteriores.
Lo normal es que existan diversas hipótesis que compiten para explicar los complejos patrones que suelen
caracterizar la conducta patológica. De hecho, tales hipótesis tienden a agruparse en función de distintas perspectivas
teóricas. Por ejemplo, podríamos intentar explicar los
temores de una persona refiriéndonos a anomalías biológicas de carácter genético (por ejemplo, una amígdala muy
sensible, que es la zona del cerebro responsable del miedo).
Pero también podemos plantear la hipótesis de que el
La investigación en la psicología clínica
miedo procede de alguna experiencia traumática de la
niñez, o de que nuestros padres nos hayan «enseñado» que
el mundo es un lugar peligroso. Incluso podríamos suponer
que todas esas influencias pueden actuar de manera conjunta para llegar a crear un trastorno de ansiedad. Estas
perspectivas generales se comentarán en el Capítulo 3. Por
ahora, sólo queremos hacer énfasis en que todas las investigaciones psicológicas comienzan por la observación de la
conducta, y en que una gran parte de la materia de la que
trata la psicología clínica tiene que ver con la exploración de
las diferencias entre la conducta normal y la patológica, y
con la comprobación de hipótesis para explicar cómo y por
qué se producen tales diferencias.
También resulta importante señalar que esas diferentes
perspectivas causales, así como las hipótesis derivadas de
ellas tienen una gran importancia, ya que frecuentemente
determinan la aproximación terapéutica que se utilizará
para tratar un problema clínico determinado. Por ejemplo,
supongamos que nos encontramos con alguien que necesita lavarse las manos cien veces al día, lo que por otra parte
le está produciendo graves daños en la piel y en el tejido
subcutáneo (éste es un ejemplo de trastorno obsesivo-compulsivo). Si consideramos que esta conducta está originada
por trastornos sutiles en ciertos circuitos neuronales,
podríamos intentar identificar cuáles son los que están funcionando mal con la esperanza de encontrar una manera de
corregir esa disfunción (probablemente mediante medicinas). Por otra parte, si consideramos esa conducta como
reflejo de una limpieza simbólica de los pecados y los pensamientos inaceptables, quizá nos interesase más descubrir
el origen de esa preocupación excesiva sobre el comportamiento moral. Por último, si consideramos dicha conducta
meramente como resultado de un condicionamiento desafortunado, podríamos organizar las condiciones que permitan extinguir esa conducta. De esta manera, nuestras
hipótesis sobre la causa de los trastornos dirigen el tipo de
aproximación que adoptaremos tanto cuando estudiemos
el trastorno como cuando intentemos solucionarlo.
Muestreo y generalización
Como ya se ha dicho, los estudios de caso único pueden llegar a ser muy válidos debido a que nos hacen reflexionar.
También nos ayudan a generar ideas para establecer hipótesis. Sin embargo, esa estrategia apenas proporciona la suficiente información como para obtener conclusiones
razonablemente seguras. La investigación en la psicología clínica debe estar dirigida a obtener una comprensión cada vez
mayor y, cuando sea posible, el control de la conducta patológica (esto es, la capacidad para alterarla de una manera predecible). Puede que Eduardo acose a las mujeres en el
supermercado e intente lamer sus pies debido a que su madre
siempre le prestaba atención cuando, de niño, se calzaba los
zapatos de ella. Pero quizá Jorge haga lo mismo por una
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
razón completamente diferente. Necesitamos estudiar grupos más grandes de personas que tienen el mismo problema
para poder descubrir cuál de nuestras hipótesis tiene credibilidad científica. Cuantas más personas estudiemos, más seguros podremos estar de la veracidad de nuestros resultados.
¿A quién deberíamos incluir en nuestra investigación?
En general necesitamos estudiar grupos de personas que
muestren conductas similares. Si por ejemplo queremos estudiar a personas con depresión mayor, el primer paso será
identificar quiénes están afectadas por ese trastorno. El DSM4-TR proporciona un conjunto de criterios, entre los cuales se
encuentra una acentuada tristeza, ausencia de placer ante la
realización de experiencias generalmente agradables, fatiga,
disminución del apetito y del sueño. A continuación necesitamos encontrar personas que cumplan esos criterios. Lo ideal
sería estudiar absolutamente a todos los que sufren de depresión, pero por supuesto eso es imposible, por lo que necesitamos encontrar un grupo más pequeño que represente a ese
grupo de personas. Para ello tenemos que recurrir a una técnica denominada muestreo. En otras palabras, intentaremos
seleccionar personas que sean representativas de un grupo
mucho mayor de individuos que se caracteriza por tener trastornos de depresión mayor.
Lo ideal sería conseguir que nuestra pequeña muestra
reflejara lo más fielmente posible la población que queremos estudiar (por ejemplo respecto a la gravedad y
duración del trastorno, así como en otras variables potencialmente importantes como la edad, el sexo, o el estado
civil). Otra cosa importante es escoger nuestra muestra de
manera aleatoria a partir de la población de personas con
depresión, lo que equivale a decir que cada persona de esa
población debe tener exactamente la misma probabilidad
de ser incluida en nuestro estudio. Ese procedimiento evita
de manera automática posibles sesgos derivados de la selección de la muestra. Sin embargo, en la práctica eso no suele
ocurrir, por lo que los investigadores deben conformarse
con hacer todo lo que puedan para asegurarse de que la
muestra sea representativa.
Cuanto más representativa sea la muestra, tanto mejor
podremos generalizar a la población los resultados obtenidos en nuestro estudio. Una muestra compuesta por hombres y mujeres deprimidos de todas las edades, grupos
sociales, y niveles educativos, es más representativa que una
muestra de profesoras de educación infantil solteras y que
tienen entre veintitrés y veinticinco años.
Cuando estudiamos un grupo de personas que tienen
algo importante en común (por ejemplo una depresión),
podemos entonces inferir que quizá otras cosas que también tienen en común, como por ejemplo una historia
familiar de depresión o bajos niveles de ciertos neurotransmisores, podrían estar relacionados con la depresión. Evidentemente, partimos de la base de que la característica
elegida no está presente de manera amplia entre personas
que no tienen depresión.
Grupo criterio y grupo de comparación
Hemos aludido a esos grupos en nuestro ejemplo de la
esquizofrenia y la leche. Según la hipótesis del Dr. Sabelotodo la causa de la esquizofrenia era el consumo de leche.
Sin embargo, cuando un grupo de pacientes con esquizofrenia (el grupo criterio o grupo de interés) se comparó con
un grupo de pacientes que no tenían esquizofrenia (el grupo
de comparación), quedó claro que no había diferencias entre
ambos grupos respecto al consumo de leche.
Para examinar sus hipótesis, los investigadores recurren a un grupo de comparación (que a veces se denomina
grupo de control) compuesto por personas que no muestran el trastorno que se está estudiando pero que en todo lo
demás son similares al grupo de criterio. Cuando utilizamos la expresión «similar» queremos decir que ambos grupos tienen una edad similar, hay el mismo número de
hombres y mujeres en cada grupo, tienen el mismo nivel
educativo, capacidad intelectual, y otras características
demográficas equiparables. Normalmente el grupo de comparación es psicológicamente saludable, para poder compararlo con el otro grupo respecto a las variables que nos
interesan.
Mediante las técnicas de investigación que acabamos
de describir, los investigadores han descubierto muchas
cosas sobre un gran número de trastornos psicológicos.
También es posible comparar grupos de pacientes que tienen trastornos diferentes. Por ejemplo, Cutting y Murphy
(1990) estudiaron el comportamiento de (1) pacientes con
esquizofrenia, (2) pacientes con depresión o manía, y (3) un
grupo de control, respecto a una prueba de conocimiento
social. Los sujetos tenían que responder a preguntas de elección múltiple que planteaban un problema social (por
ejemplo «¿Cómo le dirías a un amigo de manera correcta
que ya va siendo hora de irse a casa?»). Las posibles respuestas eran del tipo «no queda más café» o «vas a tener que
irte. Estoy hasta las narices de que te quedes tanto tiempo
en mi casa». (No se preocupe, ambas posibilidades son
incorrectas; la mejor respuesta para este ejemplo era «perdona. He quedado con un amigo».)
En concordancia con las investigaciones que señalan
que la esquizofrenia está asociada con dificultades sociales,
los pacientes que tenían esta enfermedad lo hicieron peor
que el grupo de control y que los pacientes con depresión
maníaca. Este resultado también permitió a los investigadores desechar la posibilidad de que el mero hecho de ser un
paciente psiquiátrico implica una menor habilidad social.
Estudiar el mundo tal y como es:
diseños observacionales de
investigación
Un objetivo fundamental de los investigadores en psicología clínica es encontrar la causa de los diferentes
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trastornos. Pero por razones éticas y prácticas, no siempre
podemos hacerlo de manera directa. Imaginemos que
queremos saber qué es lo que causa la depresión. Podríamos plantear la hipótesis de que algunos factores como el
estrés o la pérdida de un pariente durante las primeras
etapas de la vida contribuye a desarrollar una depresión.
Sin embargo, está claro que no podemos provocar ese tipo
de situaciones para analizar lo que sucede entonces. Así
pues, los investigadores recurren a lo que se conoce como
un diseño observacional o correlacional. Frente a lo que
suele hacerse en un auténtico diseño experimental (que
describiremos más adelante), el diseño de observación no
requiere la manipulación de variables. Por el contrario lo
que hace el investigador es seleccionar los grupos que le
interesan (personas que acaban de sufrir una gran cantidad de estrés, o personas que perdieron un pariente
cercano cuando eran niños), y comparar ambos grupos
en relación con diversas características (en este caso,
medidas de depresión). Cada vez que estudiamos las diferencias que existen entre personas que tienen un determinado trastorno y personas que no lo tienen, estamos
utilizando este tipo de investigación correlacional u
observacional. En esencia, estamos aprovechando el
hecho de que en el mundo suelen producirse de manera
natural el tipo de situaciones que nos interesa estudiar
(personas con trastornos específicos, personas que han
tenido experiencias traumáticas, personas a quienes le ha
tocado la lotería, etc.). Mediante este tipo diseños de
investigación, podemos identificar aquellos factores que
parecen estar relacionados con la depresión, con problemas con el alcohol, con la comida, etc. (para una descripción más amplia de este tipo de investigación, véase
Kazdin, 1998a.)
Sin embargo, la mera correlación o asociación entre
dos o más variables nunca se puede interpretar como una
relación entre causa y efecto. Es un riesgo importante que
no debemos olvidar. Muchos estudios en psicología clínica
ponen de manifiesto que hay grupos de variables que suelen
aparecer conjuntamente, tales como la pobreza y el retraso
mental, o la depresión y situaciones traumáticas precoces.
Por ejemplo, en una época tan reciente como los años 40 se
pensaba que la masturbación podía provocar problemas de
salud. Como veremos en el Capítulo 13, esta hipótesis
puede tener que ver con el hecho de que históricamente, era
frecuente ver a los pacientes internados en instituciones
mentales masturbándose delante de los demás. Por
supuesto, la dirección de la influencia no es que la masturbación provoque problemas de salud, sino que las personas
con trastornos mentales no tienen el suficiente conocimiento social como para realizar esa conducta en la intimidad.
Las variables que correlacionan entre sí pueden de
hecho estar relacionadas de una manera causal, si bien esa
relación puede adoptar diversas formas. Cuando dos varia-
La investigación en la psicología clínica
bles están fuertemente correlacionadas, existen al menos
tres posibles razones para ello:
1. La variable A causa la variable B (o viceversa).
2. La variable A y la variable B están causadas por la tercera variable C.
3. Las variables A y B son parte de un patrón complejo de
influencia mutua. Por ejemplo, existe una fuerte correlación entre el número de iglesias y el número de bares
que hay en cada pueblo o ciudad. ¿Significa eso que
una de las variables es la causa de la otra? En absoluto.
Lo que ocurre es que ambas están «causadas» por una
tercera variable, que es el tamaño de la población de esa
ciudad.
Por poner otro ejemplo, se ha encontrado una correlación
significativa entre el divorcio de los padres y diversas formas de conducta patológica. Sin embargo, no es posible
llegar a la conclusión de que el divorcio en sí mismo es
fuente de patologías, dado que se han encontrado otras
posibles causas asociadas también con el divorcio, tales
como los problemas económicos, las peleas familiares, el
alcoholismo de alguno de los padres, el traslado a un
nuevo barrio o escuela, las dificultades para adaptarse a las
nuevas relaciones sentimentales del padre que tiene la
custodia, etc. Por desgracia, cuando intentamos comprender las causas por las que aparecen las conductas patológicas, este tipo de complejidad es más la regla que la
excepción.
Pero aunque los estudios correlacionales no sean capaces de establecer relaciones causales, suponen una fuente
muy rica y poderosa para establecer inferencias. De hecho,
suelen ser el punto de partida de otras hipótesis causales, y
en ocasiones proporcionan datos cruciales para confirmar
o refutar dichas hipótesis. Gran parte de lo que sabemos
sobre los trastornos mentales proviene de este tipo de estudios. Y como indica el tamaño de este libro, ya sabemos un
montón de cosas. El hecho de que no podamos manipular
las variables que estudiamos no significa que no podamos
encontrar resultados interesantes.
Estrategias retrospectivas versus
prospectivas
Los diseños de observación se utilizan para estudiar las
características actuales de diferentes grupos de pacientes.
Por ejemplo, si utilizamos técnicas de imagen cerebral
para analizar el tamaño de ciertas estructuras cerebrales
en pacientes con esquizofrenia y en un grupo de control,
estaríamos recurriendo a este tipo de aproximación. Pero
si lo que queremos es saber cómo eran nuestros pacientes
antes de que desarrollaran la esquizofrenia, necesitamos
recurrir a una aproximación de carácter retrospectivo. En
otras palabras, intentaríamos recoger información sobre
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
características de nuestros pacientes cuando eran más jóvenes, con la esperanza de identificar factores que puedan
haber estado asociados con los problemas que se presentaron posteriormente. En ocasiones, sólo dispondremos de
los propios recuerdos de los pacientes o de los de su familia,
y a veces de diarios o fotografías. Un problema con este tipo
de investigación es que la memoria es imprecisa y selectiva.
Existen ciertas dificultades para reconstruir el pasado de las
personas que tienen algún tipo de trastorno mental, sin
contar con el hecho de que estas personas quizá no sean la
fuente más fiable y objetiva de información, dicha estrategia impulsa a los investigadores a descubrir precisamente lo
que esperan descubrir.
Por ejemplo en la década de los 80 comenzaron a aparecer informes que vinculaban el hecho de haber sufrido
abusos sexuales con diversas formas de psicopatología
(véanse los capítulos 8 y 11). Por ello muchos terapeutas
empezaron a plantear a sus pacientes la posibilidad de que
hubieran sufrido abusos cuando eran niños. Incluso
aquellos demasiado entusiastas, interpretaban el hecho de
que sus pacientes no recordaran haber sufrido abusos,
como una evidencia de que éstos sí se habían producido
pero que la memoria los había reprimido de la conciencia.
En otros casos, el mero hecho de experimentar problemas
tan comunes como dificultades para dormir se tomaba
como un indicador de que se habían sufrido abusos. A lo
largo del tiempo los pacientes llegaban a estar tan convencidos como sus terapeutas de que habían sufrido abusos
cuando eran niños, y que esto era lo que explicaba sus
problemas actuales. Pero en la mayoría de los casos eso no
era cierto. Por supuesto que existe el abuso sexual, y que
éste puede provocar consecuencias psicológicas negativas.
Sin embargo, lo que nos interesa es ilustrar las dificultades
para inferir lo que pudiera haber sucedido en el pasado de
una persona, y reinterpretarlo a la luz de sus problemas
actuales. La adhesión a los principios resulta tan esencial
en el ámbito clínico como en la investigación de laboratorio.
Una manera de recoger datos válidos sobre lo que le
sucedió a una persona en el pasado (además de preguntarle
a ella misma), es recurrir a documentos como el historial
médico o el escolar. Esta estrategia ha demostrado sobradamente su validez. Por ejemplo, a nosotros nos permitió averiguar que la exposición del feto al virus de la gripe puede
suponer un mayor riesgo de sufrir esquizofrenia durante la
vida adulta (véase el Capítulo 14).
Otra posibilidad es recurrir a estrategias prospectivas.
La idea es centrarse en personas que tienen una probabilidad superior a la media de adquirir algún tipo de trastorno
psicológico, si bien estudiándolas antes de que este trastorno aparezca. Evidentemente, cuando nuestra hipótesis
es capaz de predecir correctamente la conducta de un grupo
de personas, podemos estar mucho más seguros de la validez de la relación causal establecida.
La manipulación de variables:
estrategias experimentales
La investigación correlacional toma las cosas como son y
establece la covariación que existe entre los fenómenos
observados. ¿Varían los factores de una manera directa (lo
que se conoce como correlación positiva —véase la
Figura 1.1—), como ocurre en la relación entre el sexo
femenino y el riesgo de depresión? ¿O hay una correlación
negativa, o inversa, como ocurre entre el status socioeconómico y el riesgo de trastorno mental? O quizá las variables
son completamente independientes, no correlacionadas, tal
y como ocurría en nuestro ejemplo anterior a la de la leche
y la esquizofrenia.
Incluso cuando encontramos fuertes asociaciones
positivas entre las variables, la investigación correlacional
no nos permite llegar a conclusiones sobre la dirección de la
influencia (por ejemplo, si la variable A causa la B, o viceversa). No obstante, suele proporcionar información crucial que no puede obtenerse de ninguna otra manera, y
también sugiere la presencia de ciertas influencias causales.
Por ejemplo, consideremos la relación entre la exposición al
virus de la gripe y la esquizofrenia posterior. Sería una
auténtica tontería suponer que ha sido la esquizofrenia la
que ha provocado que la madre sufriera una gripe décadas
antes, cuando todavía estaba embarazada. Por lo tanto
resulta plausible sugerir que ha sido la exposición al virus
de la gripe durante una etapa crucial del desarrollo prenatal
la que de alguna manera ha contribuido a la aparición posterior de la esquizofrenia en el adulto en que se ha convertido aquel niño.
En cualquier caso, la investigación científica es más
rigurosa y sus resultados más válidos y fiables, cuando
emplea todo el poder del método experimental. Es entonces
cuando los científicos pueden controlar todos los factores
excepto uno, que es el que ejerce su efecto sobre la variable
que nos interesa estudiar; a continuación manipulan ese
factor, que se denomina variable independiente. Si la consecuencia de esa manipulación, que se denomina variable
dependiente, cambia a la vez que lo hace la variable independiente, entonces podemos estar razonablemente seguros de que ésta es la causa y la variable dependiente el efecto
(véase la Figura 1.2). Por ejemplo, si se ofrece un tratamiento determinado a un grupo de pacientes, mientras que
otro grupo lo más similar posible no lo recibe, de manera
que el primer grupo experimenta cambios positivos significativos que sin embargo no experimenta el segundo, entonces es posible establecer una inferencia causal respecto a la
eficacia del tratamiento.
Estudiar la eficacia de la terapia
El método experimental resulta indispensable para investigar la eficacia de los tratamientos. Diseñar un estudio con
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La investigación en la psicología clínica
r = +1.00
r = –1.00
r=0
r = débilmente positiva
r = débilmente positiva
r = fuertemente positiva
r = fuertemente negativa
Figura 1.1
Diagramas de datos que ilustran
correlaciones positivas, negativas y
nulas entre variables.
dos grupos similares, en el que un tratamiento determinado
se ofrece a un grupo y no a otro, es una cuestión relativamente sencilla. Si el grupo que ha recibido tratamiento
mejora y el otro no, podemos confiar en la eficacia de ese
tratamiento. Lo que no podemos saber a partir de esos
datos es la razón por la que el tratamiento ha resultado eficaz, si bien los investigadores están consiguiendo un elevado nivel de refinamiento para ajustar sus experimentos
de manera que se pueda determinar el mecanismo responsable del cambio terapéutico (Jacobson et al., 1996; véase
también Hollon, DeRubeis, y Evans, 1987; Kazdin, 1994).
En la investigación sobre la eficacia de los tratamientos
es muy importante que los dos grupos (el que lo recibe y el
que no lo recibe) sean lo más similares posible. Para conseguirlo, es necesario asignar aleatoriamente a los sujetos a
cada uno de los grupos. Una vez que se ha establecido la eficacia del tratamiento, éste puede ponerse a prueba también
con los sujetos del grupo de control, lo que repercute en
beneficios para todos.
Sin embargo en ocasiones, esta estrategia de «lista de
espera» con el grupo de control puede resultar inadmisible
por razones éticas o de otra índole. Por ejemplo, no aplicar
al grupo de control un tratamiento que ya ha demostrado
ser beneficioso, puede privar a estos sujetos de una ayuda
clínica muy importante para ellos. Por esta razón es necesario ser muy estrictos para valorar los aspectos éticos de la
investigación con humanos (Imber et al., 1986). En algunos
casos, un diseño alternativo puede consistir en comparar
dos o más tratamientos en grupos diferentes aunque equiparados. En este tipo de estudios, la eficacia del tratamiento
que se utiliza en el grupo de control ya está establecida de
antemano, por lo que los pacientes asignados a este grupo
no quedan en desventaja. Este tipo de investigación resulta
muy recomendable y se emplea cada vez con más frecuencia (Barlow y Hofman, 1997; VandenBos, 1986).
Estudios experimentales de caso único
La investigación experimental no siempre requiere evaluar
hipótesis mediante la manipulación de variables con más
de un grupo. Hemos señalado la importancia de los estudios de caso único como fuente de ideas y de hipótesis. Pero
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
Población
Figura 1.2
Diseños de investigación observacionales y experimentales
(A). En la investigación observacional, los datos se recaban de 2
muestras o grupos diferentes y
entonces se comparan. (B) En la
investigación experimental, los
participantes se asignan aleatoriamente a diferentes grupos (por
ejemplo, a una condición de tratamiento y a otra condición de control). Una vez que ha terminado el
experimento o el tratamiento, se
comparan los datos recogidos de
ambos grupos.
Muestra
Regogida
de datos
Evaluación
Muestra
Recogida
de datos
Evaluación
Comparación
de las
respuestas
de ambos
grupos
Población
(A) Investigación observacional
(Adaptado de Petrie y Sabin, 2000.)
Asignación
aleatoria
Población
Tratamiento
Evaluación de
la respuesta
Línea base
Evaluación de
la respuesta
Control
Muestra
Asignación
aleatoria
Comparación
de las
respuestas
de ambos
grupos
(B) Investigación experimental
además, estos estudios también pueden utilizarse para
desarrollar y evaluar técnicas terapéuticas dentro de un
marco científico. Estas aproximaciones se denominan diseños de investigación de caso único (Kazdin, 1998a, 1998;
Hayes, 1998). Una característica destacada de este tipo de
diseños es que estudian al mismo sujeto a lo largo del
tiempo. De esta manera se compara la conducta en un
momento dado con la que realiza el mismo sujeto en un
momento posterior, después de que se haya presentado una
intervención o un tratamiento determinados.
Uno de los diseños experimentales más básicos en la
investigación de caso único se denomina diseño ABAB. Las
letras representan las diferentes fases de la intervención. La
primera fase A sirve para calcular la línea de base. En este
momento nos limitamos a recopilar datos del sujeto. A continuación, durante la primera fase B, presentamos nuestro
tratamiento. Puede ocurrir que la conducta del sujeto cambie de alguna manera. Pero incluso aunque se produzca tal
cambio, todavía no podemos concluir con seguridad que
haya sido nuestro tratamiento lo que haya producido ese
cambio. Podría haber ocurrido cualquier otra cosa coincidiendo con la presentación del tratamiento, de manera que
el cambio en la conducta podría ser una mera coincidencia.
Para establecer con seguridad que realmente lo que hemos
hecho durante la fase B es efectivo, retiramos el tratamiento
y observamos qué es lo que ocurre. Esta es la razón de proponer una segunda fase A. A continuación, para demostrar
que podemos volver a conseguir un cambio en la conducta,
presentamos de nuevo la fase B en la que volvemos a aplicar
el tratamiento. Como ilustración, veamos el caso de Cristina (véase Rapp et al., 2000).
Investigación con animales
Otra posibilidad de utilizar el método experimental es realizar investigaciones con animales. Si bien también en este
ámbito son importantes las consideraciones éticas, la investigación con animales permite realizar estudios que no sería
posible hacer con humanos. Por supuesto hay que partir de
la base de que los resultados obtenidos con animales
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La investigación en la psicología clínica
Fase
Figura 1.3
B
A
B
Peso Línea Peso
base
100
Porcentaje de tiempo durante
el que se manipula el pelo
UN DISEÑO EXPERIMENTAL ABAB:
EL TRATAMIENTO DE CRISTINA
Durante la fase A se recogen los
datos de la línea base. En la fase B se
introduce el tratamiento. En la
segunda fase A se retira el tratamiento y se vuelve a reinstaurar en
la segunda fase B. En este ejemplo,
la manipulación compulsiva del
cabello disminuye al colocar pesos
en las muñecas, se recupera hasta el
nivel de la línea de base cuando esos
pesos se retiran, y vuelve a reducirse cuando los pesos vuelven a
introducirse.
A
Línea
base
Manipulación del pelo
80
60
40
20
0
(Adaptado de Rapp et al., 2000.)
Cristina
Cristina era una chica de diecinueve años con
un retraso mental importante. Desde los tres
años se arrancaba el pelo de la cabeza. En este
trastorno se denomina tricotilomanía. Cristina
había llegado a crear una zona de calvicie de
ESTUDIO dos centímetros y medio de diámetro en su
cabeza.
DE UN
Los investigadores utilizaron un diseño
CASO
experimental ABAB (véase la Figura 1.3) para
probar un tratamiento dirigido a reducir o eliminar esta conducta. En cada fase, utilizaron una vídeo-cámara para
observar a Cristina mientras se encontraba sola en su habitación
viendo la televisión. Durante la fase de línea de base, los observadores midieron el porcentaje de tiempo que Cristina tocaba o manipulaba su pelo (42,5 por ciento), y durante cuánto tiempo se dedicaba a
arrancarlo (7,6 por ciento). En la fase de tratamiento (B), se colocaron
unos pesos de 2,5 kg en las muñecas de Cristina. Mientras llevó estos
pesos la manipulación del pelo descendió hasta cero. Por supuesto,
este cambio hacía pensar que la conducta de Cristina había cambiado
debido al peso que se había colocado en sus muñecas. Para demostrarlo, se retiró el peso durante la segunda fase A. Inmediatamente
Cristina empezó a tocar y a manipular de nuevo su pelo (55,9 por
ciento). También aumentó su conducta de arrancarlo (cuatro por
ciento). Cuando se le volvieron a colocar los pesos en las muñecas
durante la segunda fase B, su conducta volvió a disminuir. Si bien
parece necesario un tratamiento adicional (véase Rapp et al., 2000),
la conducta problemática de Cristina fue prácticamente eliminada. Y
lo que es más importante para nuestros propósitos, el diseño ABAB
permitió a los investigadores explorar de manera sistemática los posibles tratamientos que pueden beneficiar a los pacientes con tricotilomanía, mediante el empleo de técnicas y métodos experimentales.
10
20
30
40
Sesiones de tratamiento
podrán generalizarse o aplicarse a los humanos. Este tipo de
experimentos suelen conocerse como estudios de analogía,
ya que no estamos estudiando el sujeto de nuestro interés
sino algo que se le parece.
Un modelo para explicar la depresión se denomina
«depresión por desesperación» (véase el Capítulo 7). Este
modelo tiene su origen en las investigaciones con animales
realizadas por Seligman en 1975. Los experimentos de
laboratorio con perros habían demostrado que, cuando se
someten a experiencias repetidas de dolor, que son impredecibles y de las que no pueden escapar, los perros demuestran ser incapaces de aprender conductas que les permitan
escapar o evitar ese tipo de situaciones en el futuro. Se
limitan a sentarse y a soportar el dolor. Esta observación
llevó a Seligman y a sus asociados a pensar que la depresión
humana (que se consideraba análoga a la reacción de
desesperación de los perros), es una reacción ante la experiencia de acontecimientos estresantes pero incontrolables, donde ninguna conducta parece eficaz para
manejarlos. Dicha experiencia conduce a la persona a mostrarse desesperada, pasiva y deprimida. En otras palabras,
los resultados obtenidos de los estudios con animales proporcionaron el impulso para lo que empezó a conocerse
como la Teoría de la Indefensión Aprendida para la depresión (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978; Seligman,
1975), y que hoy se denomina Teoría de la Desesperación
Aprendida de la depresión (Abramson et al., 1989). Este
tipo de teorías también tienen sus problemas, aunque es
importante no perder de vista que, si bien la generalización
de los modelos animales a los humanos puede resultar
problemática, la analogía de la indefensión aprendida ha
originado una gran cantidad de investigación, y ha contribuido a precisar y a desarrollar nuestras concepciones de la
depresión.
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
REVISIÓN
• ¿En qué se diferencia la investigación experimental de la correlacional?
• Explique lo que es un diseño ABAB. ¿Cuáles
son sus ventajas?
• Si dos variables están correlacionadas,
¿significa eso que una es la causa de la otra?
¿Por qué?
LA ORIENTACIÓN DE ESTE
LIBRO
Cuando discutamos los trastornos mentales, trataremos de
centrarnos en tres aspectos principales: (1) el cuadro clínico, donde describiremos qué es lo que pasa con ese trastorno; (2) los posibles factores causales; y (3) los
tratamientos. En cada caso, examinaremos la evidencia de
las influencias biológicas, psicosociales (psicológicas e
interpersonales), y socioculturales (el entorno social y cultural más amplio). En definitiva, pretendemos proporcionarle una visión lo más precisa posible del contexto total en
el que se producen los desórdenes de la conducta.
Si bien nos resultan tremendamente interesantes los
nuevos descubrimientos derivados de los aspectos biológicos de los trastornos mentales, estamos convencidos que los
avances médicos por sí mismos no son suficientes para
resolver todos los problemas que detectamos en nuestros
pacientes. Por ejemplo, no parece posible que una medicina
o una operación quirúrgica del cerebro sea suficiente para
convertir a una persona que carece de habilidades sociales
en alguien capaz de afrontar con éxito las complejidades de
la vida moderna. Es cierto que el desarrollo de nuevas
medicinas y de poderosas técnicas terapéuticas beneficiará
a nuestros pacientes, aunque éstos también necesitan psicólogos competentes que les apoyen y les ayuden a desarrollar
las capacidades psicológicas básicas necesarias para la vida.
Como ya hemos mencionado, todos los autores de este
libro somos a la vez investigadores y psicólogos clínicos con
diferentes entornos de investigación y diversas preferencias
terapéuticas. Uno de nuestros propósitos principales al
escribir este libro es educarles en una aproximación a la psicología clínica que por una parte respete los principios
científicos, pero también a los clientes que sufren algún tipo
de trastorno. De manera más específica, esperamos proporcionarle una visión lo más completa posible de la conducta
psicopatológica y de su presencia en nuestra sociedad contemporánea. Nos centraremos en los principales tipos de
trastornos mentales, e intentaremos proporcionarle una
perspectiva del estado actual del conocimiento científico.
Dado que no queremos perder de vista a la persona, también proporcionaremos abundantes estudios de casos en
cada capítulo. Detrás de cada trastorno, como en cada estudio científico, lo que hay son personas, personas que tienen
mucho en común con cada uno de nosotros.
Partimos de la base de que un estudio completo de la
conducta psicopatológica debería basarse en los siguientes
principios:
1.
UNA
APROXIMACIÓN CIENTÍFICA A LA CONDUCTA
PSICOPATOLÓGICA.
Cualquier perspectiva de la conducta
humana debe basarse en conceptos y en descubrimientos
procedentes de diversos campos científicos. De especial
relevancia resulta aquí la genética, la neuroanatomía, la
neuroquímica, la sociología, la antropología, y, por
supuesto, la psicología. Como estamos convencidos de que
para comprender la aproximación científica al conocimiento es necesario conocer las estrategias de investigación,
esperamos que usted desarrolle su capacidad para pensar
como un científico a medida que va leyendo este libro. Estamos convencidos de que los beneficios de haber adquirido
esa capacidad permanecerán más allá del término de su lectura.
2. APERTURA A NUEVAS IDEAS. La ciencia es progresiva y acumulativa. El conocimiento se construye sobre
el conocimiento. Pero la ciencia también es creativa. Y
como científicos, debemos estar abiertos a tener en cuenta
nuevas ideas, incluso aunque contradigan nuestras teorías
favoritas. Esto no significa que tengamos que aceptar algo a
ciegas sólo porque sea nuevo y diferente. Pero consideramos que si algo que es diferente y nuevo está apoyado por
datos científicos válidos y fiables, todos nosotros deberíamos estar dispuestos a plantearnos una nueva perspectiva.
Los científicos que permanecen en el dogmatismo no merecen ser considerados como tales.
3.
RESPETO
POR LA DIGNIDAD, LA INTEGRIDAD Y EL
POTENCIAL DE DESARROLLO DE LAS PERSONAS.
Al
intentar proporcionar una perspectiva amplia de la conducta psicopatológica, nos centraremos no sólo en cómo
perciben los psicólogos clínicos las conductas inadaptadas,
sino también cómo son percibidas por aquellas personas
que las sufren, así como por sus familias y sus amigos. Históricamente, muchos de los trastornos que se describen en
este libro se han concebido en términos extremadamente
pesimistas. Nosotros no compartimos esa actitud. A
REVISIÓN
• ¿Por qué necesitamos una aproximación
basada en la investigación para aprender
psicopatología?
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Sumario
medida que crece nuestra comprensión de la psicología clínica, cada vez vamos siendo más capaces de ayudar a
pacientes que estaban considerados como casos perdidos.
En definitiva, somos optimistas respecto al estado actual de
los conocimientos en psicología clínica y sobre el futuro
que nos espera.
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿NOS ESTAMOS VOLVIENDO MENTALMENTE ENFERMOS? LOS AMPLIOS
HORIZONTES DEL TRASTORNO MENTAL
Dado que, como hemos visto, el concepto de trastorno
mental resulta muy difícil de acotar entre unos límites
precisos, y debido a que los profesionales de la salud
mental presionan para incluir cada vez más segmentos de
conducta dentro del marco de los trastornos mentales, se
observa una tendencia a incluir en el DSM más y más tipos
de conductas sociales e indeseables. Por ejemplo, una
propuesta reciente era la de incluir en la próxima edición
del manual, «la cólera del conductor» (que se experimenta
contra otros conductores) (Sharkey, 1997). Existe una
abundante evidencia informal de que el Comité de dirección
responsable de la producción del DSM-4 intentó por todos
los medios eludir un gran número de este tipo de
propuestas frívolas, y de hecho parece ser que lo
consiguieron mediante el procedimiento de adoptar
criterios muy estrictos para proceder a la inclusión de
nuevos trastornos. Sin embargo, esta promete ser una
batalla perdida. Los profesionales de la salud mental, igual
que ocurre en otras profesiones, tienden a observar el
mundo mediante unas lentes que destacan la importancia
de los fenómenos relacionados con su propia experiencia. Y
por supuesto, también es verdad que la inclusión de un
nuevo trastorno es un requisito previo para que las
compañías aseguradoras tengan que sufragar
determinados tratamientos.
Por lo tanto conviene ser cautelosos respecto a las
propuestas de ampliación del concepto de lo que es un
trastorno mental. De lo contrario, podríamos terminar
considerando cualquier conducta a excepción de las más
conformistas y convencionales, como una manifestación de
trastorno mental. Si esto sucediera, el concepto de
trastorno mental se habría convertido en algo tan genérico
que habría perdido la mayor parte de su significado
científico.
SUMARIO
• Encontrar casos de conducta psicopatológica es
una experiencia habitual para todos nosotros. No
resulta sorprendente, dada la elevada prevalencia
de muchos tipos de trastorno mental.
• Una definición precisa de lo que es anormal o
patológico todavía resulta difícil de conseguir.
Algunos elementos que pueden contribuir a su
delimitación, pueden ser el sufrimiento, la
inadaptación, la desviación, la violación de las
normas sociales, la incomodidad con los demás, la
racionalidad y la imprevisibilidad.
• El concepto propuesto por Wakefield de
«disfunción dañina» puede ser un paso adelante
para lograr la delimitación, pero todavía no ha sido
capaz de proporcionar una definición
completamente adecuada de lo que es un
trastorno mental. En cualquier caso, sigue siendo
una buena definición para continuar avanzando.
• La cultura influye sobre la presentación y la forma
de algunos trastornos mentales. También se han
encontrado ciertos trastornos que parecen ser
específicos de culturas determinadas.
CAPÍTULO 1
Psicología clínica: una visión general
• El DSM utiliza un sistema de clasificación similar al
que se emplea en medicina. Los trastornos se
consideran como entidades clínicas e
independientes, aunque no todos se adaptan a
este patrón.
• Si bien no está exento de problemas, el DSM
proporciona una serie de criterios que permiten a
los clínicos y a los investigadores identificar y
estudiar problemas específicos e importantes que
afectan a la vida de las personas. Todavía está
lejos de constituir un «producto acabado». Sin
embargo, estar familiarizado con este manual
resulta esencial para poder realizar un trabajo
serio en este ámbito.
• Con el objetivo de evitar los errores todo lo
posible, debemos adoptar una aproximación
científica para el estudio de la conducta
patológica. Esto requiere concentrarse en la
investigación y en sus métodos, lo que incluye ser
capaz de distinguir entre lo que es observable y lo
que no son más que hipótesis e inferencias.
• Para obtener resultados válidos, la investigación
debe realizarse sobre grupos de personas que
representen fielmente a la población a la que
supuestamente pertenecen.
• La investigación en psicología clínica puede ser
de carácter observacional y experimental. La
investigación observacional estudia las cosas tal
y como son. La investigación experimental
implica la manipulación de una variable (la
variable independiente) para observar su
efecto sobre otra variable (la variable
dependiente).
• La mera correlación entre variables no nos
permite concluir que existe una relación causal
entre ellas. Dicho de otra manera, la correlación no
supone causación.
• Si bien la mayoría de los experimentos se realizan
con grupos de personas, los diseños
experimentales de caso único como el diseño
ABAB, también resultan eficaces para realizar
inferencias causales.
• Los estudios de analogía (por ejemplo, la
investigación animal) proporcionan una
aproximación a los trastornos humanos que nos
interesa estudiar. Aunque la posibilidad de
generalización puede resultar problemática, la
investigación con animales ha mostrado ser una
espléndida fuente de información.
TÉRMINOS CLAVE
Agudo (p. 13)
Auto-informes (p. 14)
Comorbilidad (p. 12)
Conducta anormal (p. 19)
Crónico (p. 13)
Correlación negativa (p. 18)
Correlación positiva (p. 18)
Diseño ABAB (p. 20)
Diseño de investigación de caso
único (p. 20)
Diseño observacional (p. 17)
Epidemiología (p. 11)
Estereotipos (p. 5)
Estigma (p. 5)
Estrategia prospectiva (p. 18)
Estrategia retrospectiva (p. 17)
Estudios de analogía (p. 21)
Estudio de casos (p. 14)
Estudio doble ciego (p. 4)
Etiquetas (p. 6)
Grupo de control o de
comparación (p. 16)
Incidencia (p. 11)
Investigación experimental (p. 19)
Muestreo (p. 16)
Nomenclatura (p. 5)
Observación directa (p. 14)
Placebo (p. 4)
Prevalencia (p. 11)
Prevalencia anual (p. 11)
Prevalencia durante el ciclo vital
(p. 11)
Prevalencia puntual (p. 11)
Sesgo familiar (p. 3)
Síndrome (p. 8)
Síntoma (p. 8)
Variable dependiente (p. 18)
Variable independiente (p. 18)
Variables psicofisiológicas (p. 14)
C A P Í T U L O
Perspectivas históricas
y contemporáneas
de la conducta patológica
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
Demonios, dioses y magia
Primeras concepciones médicas de Hipócrates
Primeras concepciones filosóficas de la conciencia y el
descubrimiento de la mente
El pensamiento de la última etapa de Grecia y Roma
La anormalidad durante la Edad Media
El establecimiento del vínculo entre el cerebro y el trastorno
mental
El comienzo de un sistema de clasificación
El establecimiento de las bases psicológicas de los trastornos
mentales
La evolución de la investigación psicológica
HACIA APROXIMACIONES MÁS
HUMANITARIAS
TEMAS SIN RESOLVER:
El resurgimiento de la investigación científica en Europa
El establecimiento de los primeros asilos y manicomios
La reforma humanitaria
Las concepciones del siglo XIX sobre las causas y el
tratamiento de los trastornos mentales
El cambio de actitud hacia la salud mental a principios del
siglo XX
La asistencia en hospitales mentales durante el siglo XX
La interpretación de acontecimientos históricos
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
E
xiste una mezcla de comedia y de tragedia en algunos
de los errores que han caracterizado la historia de
nuestros esfuerzos para comprender la conducta
anormal. Pero no es menos cierto que muchos conceptos
científicos modernos tienen su contrapartida en enfoques
que aparecieron hace ya mucho tiempo. En este capítulo
vamos a destacar algunas concepciones de la psicopatología, y algunos de los tratamientos que se han administrado
desde épocas muy remotas hasta el siglo XX. En un sentido
amplio, podremos observar el progreso de las creencias
desde lo que ahora consideramos pura superstición hasta
otras basadas en el conocimiento científico, esto es, desde
un acento sobre las explicaciones sobrenaturales hasta el
conocimiento de las causas naturales. El curso de esta evolución ha estado jalonado frecuentemente por periodos de
avances y de excepcionales contribuciones individuales,
seguidas por los años de improductividad.
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS
DE LA CONDUCTA ANORMAL
El primer tratamiento de un trastorno mental del que tenemos noticia se practicó en la Edad de Piedra hace medio
millón de años. Los primeros brujos de la tribu trataban
ciertos tipos de trastornos mentales (probablemente fuertes
dolores de cabeza acompañados de ataques convulsivos)
mediante una operación que conocemos como trepanación. Esta operación se realizaba con instrumentos de piedra y consistía en romper una zona circular del cráneo. Esta
abertura, denominada trépano, aparentemente permitía
escapar al espíritu diabólico que se pensaba era el causante
de los problemas del individuo. En algunos casos se han
encontrado cráneos trepanados y vueltos a soldar, lo que
indica que el paciente sobrevivió a la operación y continuó
viviendo al menos durante varios años (Selling, 1943).
Aunque la vida humana parece haber aparecido en la
tierra hace más o menos tres millones de años, sólo disponemos de registros escritos desde hace unos cuantos miles
de años. Por esa razón el conocimiento que tenemos de
nuestros primeros antepasados es muy limitado. Dos papiros egipcios que datan del siglo XVI antes de Cristo nos han
proporcionado algunas pistas sobre los primeros tratamientos de las enfermedades y los trastornos de conducta
(Okasha y Okasha, 2000). El papiro Edwin Smith (denominado así en honor de su descubridor) contiene detalladas
descripciones del tratamiento que se hacía de las heridas así
como otras operaciones quirúrgicas. Encontramos, quizá
por primera vez en la historia, una descripción del cerebro,
que se reconoce como el lugar donde se ubican las funciones mentales. El papiro Ebers ofrece otra perspectiva sobre
el tratamiento de enfermedades. Se refiere a la medicina
interna y al sistema circulatorio, aunque está más orientado
hacia encantamientos y fórmulas mágicas para poder expli-
car y curar ciertas enfermedades producidas por causas
desconocidas. Así pues, aunque se utilizaban técnicas quirúrgicas, probablemente venían acompañadas de oraciones
e invocaciones mágicas, lo que pone de manifiesto la perspectiva predominante sobre el origen de los trastornos de
conducta, que comentaremos en el siguiente apartado.
Demonios, dioses y magia
Las referencias a la conducta anormal que aparecen en los
primeros escritos encontrados ponen de manifiesto que los
chinos, egipcios, hebreos y griegos atribuían esas conductas
a demonios o a dioses que habían tomado posesión de la
persona. El hecho de que la «posesión» se atribuyera a un
dios o a un demonio dependía generalmente de los síntomas del individuo. Si el lenguaje o la conducta de la persona
parecían tener un significado religioso o místico, se pensaba
que había sido poseído por un espíritu bueno o un dios. En
consecuencia esas personas eran tratadas con gran deferencia y respeto, ya que se creía que tenían poderes sobrenaturales.
Sin embargo, la mayoría de las posesiones se consideraba que procedían de un dios irritado o de un espíritu
maligno, sobre todo cuando la persona se mostraba muy
excitada e hiperactiva, y realizaba conductas contrarias a las
normas religiosas. Por ejemplo, entre los antiguos hebreos,
se pensaba que este tipo de posesión representaba un castigo divino. Moisés dice en la Biblia «El señor te golpeará
con la locura». Aparentemente este castigo consistía en la
retirada de la protección divina, con lo que la persona quedaba abandonada a las fuerzas del mal. En estos casos, lo
que se intentaba era liberar a la persona del espíritu diabólico. Jesús curó a un hombre que tenía «un espíritu sucio»
trasladando los demonios de su cuerpo a una manada de
cerdos, que quedaron poseídos y «salieron corriendo hasta
caer al mar desde un acantilado» (Marcos 5:1-13).
El primer tipo de tratamiento específico para la posesión diabólica fue el exorcismo, que incluye diversas técnicas para expulsar al diablo del interior de la persona
poseída. Dichas técnicas varían de manera considerable,
pero generalmente incluyen la magia, las oraciones, encantamientos, sonidos, y la utilización de diferentes brebajes de
horrible sabor, como purgantes elaborados a base de vino y
excrementos de oveja.
Primeras concepciones médicas
de Hipócrates
Los templos griegos dedicados a sanar enfermos aparecen
durante la edad de oro de Grecia bajo el mandato de Pericles (461-429 antes de Cristo). Durante este periodo asistimos a un enorme progreso en la comprensión y el
tratamiento de los trastornos mentales, a pesar del hecho de
que los griegos de la época consideraban sagrado al cuerpo
humano, por lo que apenas tenían ocasión de aprender
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anatomía o fisiología humanas. Durante este periodo vivió
el medico griego Hipócrates (460-377 antes de Cristo), a
quien se considera el padre de la medicina moderna.
Hipócrates no creía que los demonios y las deidades
interviniesen en el desarrollo de la enfermedad, e insistía en
que los trastornos mentales, como cualquier otra enfermedad, tenían causas naturales y eran susceptibles de ser tratados. Consideraba que el cerebro era el órgano principal de
la actividad intelectual y que los trastornos mentales se
debían a una patología del mismo. También destacaba la
importancia de la herencia y de las predisposiciones, y señalaba que los golpes en la cabeza podrían llegar a causar trastornos sensoriales y motores.
Hipócrates clasificó los trastornos mentales en tres
categorías generales —manía, melancolía, y frenitis (fiebre
cerebral)— y ofreció descripciones clínicas muy detalladas
de alguno de los trastornos incluidos en cada categoría.
Confiaba mucho en la observación clínica, y sus descripciones, que estaban basadas en registros clínicos diarios de sus
pacientes, resultan sorprendentemente minuciosas.
Maher y Maher (1994) han señalado que el más conocido de los primeros paradigmas para explicar la personalidad o el temperamento es la doctrina de los cuatro humores,
asociada con el nombre de Hipócrates y posteriormente con
el del médico romano Galeno. Se pensaba que el mundo
estaba compuesto por cuatro elementos materiales que eran
tierra, aire, fuego y agua, y cuyas cualidades eran respectivamente calor, frío, sequedad y humedad. La combinación de
estos elementos dio lugar a los cuatro fluidos esenciales del
cuerpo: sangre (sanguíneo), flema (flemático), bilis (colérico) y bilis negra (melancólico). Estos fluidos podrían combinarse en diferente proporción en diferentes individuos,
con lo que el temperamento de una persona dependía de
cuál de esos humores era el predominante. De aquí procede
una de las primeras y más arraigadas tipologías de la conducta humana: el sanguíneo, el flemático, el colérico y el
melancólico. Cada uno de esos «tipos» viene asociado a un
conjunto de atributos de personalidad. Por ejemplo, la persona con un temperamento sanguíneo es optimista, amistosa y valerosa.
Hipócrates creía que los sueños eran muy importantes
para comprender la personalidad de un paciente. Así pues,
fue un precursor de un concepto básico de la moderna psicoterapia psicoanalítica. Los tratamientos defendidos por
Hipócrates estaban muy lejos de las prácticas exorcistas
propias de la época. Por ejemplo, para tratar la melancolía
(véase Avances en el pensamiento 2.1 en la p. 28), prescribía
una vida tranquila, sobriedad y abstinencia de cualquier
exceso, una dieta rica en vegetales, celibato, ejercicio moderado, y una sangría si se consideraba necesaria. También
reconocía la importancia del entorno, y a menudo separaba
a los pacientes de sus familias.
El énfasis de Hipócrates sobre las causas naturales de la
enfermedad, sobre la observación clínica y sobre la patolo-
Perspectivas históricas de la conducta anormal
gía cerebral, como causas principales de los trastornos
mentales fue auténticamente revolucionario. Sin embargo,
igual que sus contemporáneos, Hipócrates sabía muy poco
de fisiología. Creía que la histeria (la aparición de una
enfermedad física en ausencia de una patología orgánica)
era exclusiva de las mujeres, y estaba provocada por el vagabundeo del útero por diversas partes del cuerpo. Contra
esta «enfermedad», Hipócrates recomendaba el matrimonio como el mejor remedio.
Primeras concepciones filosóficas
de la conciencia y el descubrimiento
de la mente
El filósofo griego Platón (429-347 antes de Cristo) estudió
el problema de cómo tratar a las personas con un trastorno
mental que habían cometido actos criminales. Escribió que
esas personas «obviamente» no eran responsables de sus
actos y no deberían ser castigadas como otras personas normales: «cualquiera puede cometer un acto cuando está loco
o afligido por la enfermedad... [en ese caso,] sólo debería
pagar por el daño que ha cometido, y eximirle de cualquier
otro castigo».
Platón consideraba los fenómenos psicológicos como
respuestas del organismo que reflejaban su estado interno y
sus apetitos naturales. También parece haber anticipado las
propuestas de Freud sobre la función de las fantasías y los
sueños como satisfacciones sustitutivas. En La República,
destacó la importancia de las diferencias individuales en la
inteligencia y en otras capacidades, poniendo de manifiesto
el papel de las influencias socioculturales para modelar el
pensamiento y la conducta. Sus ideas sobre el tratamiento
incluían el cuidado hospitalario para aquellos individuos
que mostraban pensamientos contrarios al orden social
general. Debían someterse periódicamente a conversaciones análogas a la psicoterapia actual, que les ayudaran a
conseguir la salud del alma (Milns, 1986). Sin embargo, a
pesar de estas ideas modernas, Platón compartía la creencia
de su época de que los trastornos mentales estaban causados en gran medida por divinidades.
Aristóteles (384-322 antes de Cristo), un discípulo de
Platón, escribió extensamente sobre los trastornos mentales. Entre sus más conocidas contribuciones a la psicología
podemos encontrar su descripción de la conciencia. También se anticipó a Freud en su idea de que el «pensamiento»
está orientado a lograr la eliminación del dolor y la consecución del placer. También se planteó la cuestión de que los
trastornos mentales pudieran estar provocados por factores psicológicos como la frustración y el conflicto, si bien
terminó rechazando esta posibilidad. En general suscribía
la teoría de Hipócrates de que se derivan de alteraciones en
la bilis. Por ejemplo, pensaba que una bilis demasiado
caliente generaba deseos amorosos, fluidez verbal e impulsos suicidas.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
AVA N C E S
en el pensamiento
La histeria y la melancolía a lo largo del tiempo
Si bien la ciencia moderna de la salud mental ha realizado
grandes avances para describir, definir, clasificar,
determinar la causa, y tratar los trastornos psicológicos, no
podemos ignorar las contribuciones que se han propuesto
desde la antigüedad. En la actualidad se reconoce que
algunos de los problemas sobre salud mental que todavía
reciben una gran cantidad de atención clínica y de
investigación, ya fueron reconocidos y descritos hace
milenios. Un estudio reciente de la correspondencia de
pacientes que fueron hospitalizados en el asilo de
Edinborough entre los años 1873 y 1906, ha concluido que
los problemas de salud mental característicos del siglo XIX
eran muy similares a los actuales (Beveridge, 1997). Dos de
esos trastornos son la histeria y la depresión.
Histeria
El trastorno inicialmente conocido como histeria se define
en DSM-4-TR como un trastorno de conversión y tiene una
larga historia que se remonta a la antigua Grecia y a la
medicina egipcias (Adair, 1997; Mersky, 1995; Mersky y
Potter, 1989). El término deriva de la palabra griega
«útero» (hystera), que a su vez proviene de un antiguo
término sánscrito que significa «ombligo o estómago»
(Micale, 1995). Platón escribió acerca del útero de la
El pensamiento de la última etapa
de Grecia y Roma
El trabajo de Hipócrates tuvo continuidad en algunos médicos de Grecia y de Roma. Sobre todo fue en Alejandría, una
ciudad de Egipto que se convirtió en el centro de la cultura
griega tras su fundación por Alejandro Magno en el año 332
antes de Cristo, donde la medicina alcanzó un elevado nivel,
y se construyeron templos sanatorios dedicados a Saturno.
Se consideraba que un entorno agradable tenía un gran
poder terapéutico, y por lo tanto se intentaba que los pacientes tuvieran actividades constantes, lo que incluía fiestas,
bailes, paseos por los jardines del templo, remar por el Nilo,
y conciertos musicales. Los médicos de la época también
recurrían a una variedad de medidas terapéuticas tales como
la dieta, el masaje, la hidroterapia, la gimnasia y la educación, junto a otras prácticas menos agradables, como las
sangrías, las purgas y la restricción de movimientos.
.
siguiente manera en su Timoteo: «cuando se queda
improductivo durante mucho tiempo después de la
pubertad, se vuelve iracundo, se mueve por todo el cuerpo,
ocluye las entradas del aire, detiene la respiración, y coloca
al cuerpo en peligro, ocasionando diversas enfermedades».
Es posible incluso datar el conocimiento de los problemas
psicológicos identificados como histeria incluso antes, en el
1900 antes de Cristo, en el antiguo Egipto. Okasha y Okasha
(2000) se refieren al papiro Kahun que, aunque ha quedado
parcialmente destruido a lo largo del tiempo, muestra una
descripción de una serie de estados mórbidos que también
se atribuyen al útero. «La mayoría de estas enfermedades
están definidas con la suficiente claridad como para poder
ser identificadas como trastornos histéricos: una mujer
«que adora la cama, y que no se levanta de ella»; «que está
enferma de la vista, y que tiene dolor en su boca»;
«dolorida en los dientes y la mandíbula, no sabe cómo abrir
la boca»; «dolorida en todos sus miembros y en la cuenca
de sus ojos, no puede escuchar lo que se le dice»; se creía
que estos y otros trastornos similares estaban causados
por el «vagabundeo» del útero, por su desplazamiento
hacia arriba con la consecuente compresión del resto de los
órganos» (Okasha y Okasha, 2000, p. 418). Los médicos
mantendrían la teoría de que la histeria estaba causada por
«un desplazamiento del útero» hasta bien entrado el
siglo XVII, cuando Willis (1621-1675) propuso que este
trastorno estaba provocado por problemas cerebrales.
Uno de los médicos griegos más influyentes fue Galeno
(130-200 después de Cristo). Su contribución principal no
fue el tratamiento o la descripción clínica de los trastornos
mentales, sino una serie de contribuciones originales relativas a la anatomía del sistema nervioso. (Sus descubrimientos se basaban en la disección de animales, ya que la
autopsia de humanos no estaba permitida.) Adoptó una
perspectiva científica, dividiendo las causas de los trastornos psicológicos en físicas y mentales. Entre ellos puede
citarse los golpes en la cabeza, el abuso del alcohol, accidentes, temores, la adolescencia, cambios menstruales, reveses
económicos y problemas amorosos.
La medicina romana reflejaba el pragmatismo característico de sus gentes. Los médicos romanos deseaban que
sus pacientes estuvieran cómodos y para ello recurrían a
terapias físicas agradables, como baños calientes y masajes.
También seguían el principio de contrariis contrarius
(opuesto por opuesto), por ejemplo haciendo que sus
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Melancolía
Quizá ningún trastorno mental ha recibido tanta atención
desde tiempos remotos como la depresión, o (como se le
llamaba en el pasado) la melancolía. Médicos, filósofos,
escritores, pintores y líderes religiosos han intentado
comprender la melancolía durante al menos 2000 años. De
hecho, síntomas parecidos a la depresión se encuentran
descritos en papiros del antiguo Egipto (Okasha y Okasha,
2000). Estos trastornos han sido considerados tanto como
problemas médicos, estados religiosos, o debilidades
humanas; sin embargo, los síntomas y conductas descritos
resultan inconfundibles.
Radden (2000) ha publicado un interesante compendio
de escritos sobre melancolía que abarca veinticuatro siglos.
El estudio de la depresión, que comienza con Aristóteles y
Galeno durante la época griega y romana, proporciona
descripciones muy lúcidas de este trastorno. Incluso
durante la Edad Media, época en que la ciencia y el estudio
estaban sometidos a persecución religiosa, había
estudiosos interesados en los estados mentales y en
concreto en la melancolía. Hildegard (1098-1179), una monja
cuya brillantez intelectual ya fue recompensada en su
época por el Papa, realizó contribuciones muy significativas
a la comprensión de este trastorno mental. Escribió un
tratado sobre las causas y la manera de curar la melancolía,
que se basaba en las ideas de los antiguos griegos, y donde
señalaba, entre otras cosas, que esta enfermedad adopta
formas diferentes en los hombres y en las mujeres.
Incluso durante el final de la Edad Media cuando la
Inquisición supuso un enorme freno al estudio intelectual,
algunos escritores también contribuyeron a nuestra
comprensión de la melancolía. Johann Weyer (1515-1588)
proporcionó perspicaces descripciones de la melancolía, y
pacientes bebieran vino helado mientras se bañaban en
agua caliente.
La anormalidad durante
la Edad Media
Durante esta época los conocimientos científicos de la
medicina griega sobrevivieron gracias a los intelectuales
árabes. El primer hospital mental que conocemos se fundó
en Bagdad en el año 792 después de Cristo, y en seguida se
construyeron otros en Damasco y Alepo (Polvan, 1969). En
estos hospitales las personas con trastornos mentales recibían un tratamiento humanitario. La figura más destacada
de la medicina árabe fue Avicena (980-1037), conocido
como el «príncipe de los médicos» (Campbell, 1926) y
autor del Canon de Medicina, probablemente el trabajo
médico más completo que jamás se haya escrito. En sus
escritos Avicena se refiere frecuentemente a la histeria, la
Perspectivas históricas de la conducta anormal
examinó las características de las personas que la padecían,
incluso aunque describía esas observaciones como si fueran
posesiones diabólicas, quizá en un intento de congraciarse
con la Inquisición. De manera similar, Teresa de Ávila (15151582), aunque apoyaba la perspectiva diabólica de la
melancolía, sin embargo promovió la necesidad de aplicar
tratamientos eficaces a quienes la padecían.
Fue Pinel (1745-1826) quien introdujo una visión
premoderna de la melancolía considerada como un
trastorno (sin necesidad de recurrir a la posesión diabólica
o a los humores de los antiguos griegos). Este médico
francés conocido por sus grandes contribuciones al
tratamiento de los trastornos mentales, también trabajó en
la clasificación y el análisis de las causas de este trastorno.
Los primeros estudiosos del tema durante la edad
moderna fueron Griesinger (1817-1868) y Kraepelin (18561926). La perspectiva de Griesinger sobre las bases
biológicas subyacentes de este tipo de trastornos, orientaron
a la psiquiatría hacia la búsqueda de los determinantes
biológicos de esos trastornos. A Kraepelin se le reconoce
haber preparado el camino para una concepción moderna de
la psiquiatría. Su esquema de clasificación todavía continúa
citándose en escritos contemporáneos como el origen de los
sistemas de clasificación diagnóstica actuales. Entre otras
contribuciones a nuestro conocimiento de la melancolía,
identificó la depresión maníaca como una categoría
fundamental de la depresión.
Si bien la mayor parte de nuestro conocimiento de la
depresión y de los métodos para tratarla se ha conseguido
durante las últimas tres décadas, nuestra deuda para con
nuestros antepasados que se enfrentaron con la
descripción y la comprensión de este trastorno exige
nuestro respeto y reconocimiento.
epilepsia, las reacciones maníacas y la melancolía. La historia que aportamos como estudio de un caso es un mero
esbozo, pero muestra la forma en que Avicena enfocó el tratamiento de un joven príncipe que sufría un trastorno
mental:
Desgraciadamente los colegas occidentales contemporáneos de Avicena trataban a sus pacientes de una
manera muy diferente. Los avances de los antiguos filósofos e intelectuales ejercieron muy poca influencia sobre la
manera de tratar la conducta patológica en la Europa
Medieval.
Durante la Edad Media en Europa (500-1500), el estudio científico de la conducta patológica brillaba por su
ausencia, y el tratamiento de las personas psicológicamente
enfermas se caracterizaba más por la superstición que por
los intentos de comprender su conducta. Algo parecido
ocurría en otras zonas del mundo, como podemos ver en el
apartado Avances en el pensamiento 2.2.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Uno de los primeros tratamientos
Cierto príncipe sufría melancolía y tenía la
creencia de que era una vaca... Regurgitaba
como una vaca, lo que provocaba la desazón
del todo el mundo... y lloraba, «matadme para
que se pueda hacer un buen guiso con mi
carne».
Finalmente... dejó de comer... y AviESTUDIO
cena aceptó tratar el caso... En primer lugar
DE UN
envió un mensaje al paciente pidiéndole que se
CASO
portara bien porque el carnicero llegaba para
la matanza, ante lo cual... el enfermo quedó
encantado. Poco después Avicena, sujetando un cuchillo, entró en
su estancia diciendo «¿Dónde está la vaca que hay que matar?» El
paciente mugió para indicar dónde se encontraba. Siguiendo las
instrucciones de Avicena se acostó en el suelo atado de pies y
manos. Entonces Avicena lo levantó en brazos y dijo «está demasiado delgado, así que no está preparado para el sacrificio; debe
engordar». A continuación le ofreció una apetitosa comida, y gradualmente el príncipe fue cogiendo fuerzas, abandonando su alucinación, hasta que terminó completamente curado (Browne, 1921,
pp. 88-89).
Parece que los trastornos mentales fueron muy frecuentes durante la Edad Media en Europa, sobre todo hacia
el final de ese periodo, cuando las instituciones, las estructuras sociales,y las creencias empezaron a cambiar de
manera drástica. Durante esa época, las explicaciones
sobrenaturales de las causas de la enfermedad mental ganaron gran popularidad. En ese contexto resultaba evidentemente difícil investigar las causas naturales de esas
conductas. Para comprender mejor esta época histórica,
vamos a revisar dos acontecimientos de la época —la locura
colectiva y el exorcismo— para comprobar su relación con
la concepción de la conducta anormal.
LOCURA COLECTIVA.
Durante la última mitad de la
Edad Media en Europa, surgió una tendencia muy peculiar
de conducta anormal. Nos referimos a la locura colectiva,
una serie de trastornos de conducta que afectaban a todo
un grupo, y aparentemente eran casos de histeria. En estos
episodios participaban grupos completos de personas que
realizaban danzas maníacas, caracterizadas por delirios, saltos y convulsiones.
Uno de estos episodios, que tuvo lugar a principios del
siglo XIII en Italia, se conoce como tarantismo. Estas danzas
AVA N C E S
en el pensamiento
Primeras teorías sobre los trastornos mentales
en China
El siguiente fragmento ha sido extraído de un antiguo texto
médico chino, supuestamente escrito por Huang Ti (año
2674 a.C.), el tercer emperador legendario. Actualmente los
historiadores creen que el texto fue escrito en una fecha
posterior, posiblemente durante el siglo diecisiete a.C.:
La persona que padece un trastorno nervioso al principio se siente triste, come y duerme menos; después se
vuelve grandiosa, se siente muy elegante y noble,
habla y se queja día y noche, canta, se comporta de un
modo diferente, ve cosas extrañas, oye voces raras,
cree que puede ver al demonio o a los dioses (Tseng,
1973, pág. 570).
Incluso ya en esta temprana época, la medicina china
se basaba en la idea de que el origen de las enfermedades
dependía más de causas naturales que sobrenaturales. Por
.
ejemplo, según la filosofía del Ying y el Yang, el cuerpo
humano, como el cosmos, está dividido en energías
positivas y negativas que se complementan y oponen entre
sí. Si ambas energías están equilibradas, el resultado es la
salud física y mental; si no lo están, existe una enfermedad
y de ahí los tratamientos enfocados a restablecer el
equilibrio: «Se propuso una dieta controlada como
tratamiento para dicha condición nerviosa, ya que el
alimento se consideraba como una fuente de energía
positiva y se pensaba que el paciente necesitaba una
reducción de esta energía» (pág. 570).
Beng-Yeong Ng (1999) señaló que en el Resumen de la
caja dorada (un antiguo documento chino que resume la
teoría y prácticas médicas), se presentaba el zang-zao, una
enfermedad con unos síntomas similares a los de la
histeria: «Una mujer que padece zang-zao se entristece con
facilidad y llora continuamente, es inestable
emocionalmente como si estuviese poseída por un espíritu
maligno, bosteza y se estira con frecuencia» (pág. 291).
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Perspectivas históricas de la conducta anormal
La medicina china llegó alcanzar un nivel
relativamente sofisticado durante el siglo dos, y Chung
Ching, conocido como el Hipócrates de China, escribió dos
famosas obras de medicina alrededor del año 200 d.C. Al
igual que Hipócrates, basaba sus veredictos sobre los
trastornos físicos y mentales en ensayos clínicos,
añadiendo que las patologías orgánicas eran el principal
origen. Sin embargo, también creía que unas condiciones
psicológicas estresantes podían causar patologías
orgánicas y, como Hipócrates, las trataba tanto con
medicamentos como con actividades apropiadas para la
recuperación del equilibrio emocional.
Al igual que había ocurrido en Occidente, las teorías
chinas sobre los trastornos mentales volvieron a considerar
la idea de que las fuerzas sobrenaturales eran el origen
causante. Desde finales del siglo II hasta comienzos del siglo
IX, los espíritus y demonios estaban relacionados con la
enfermedad «espíritu-maligna», causada presumiblemente
por la posesión por espíritus malignos. Sin embargo, la
«época oscura» no fue en China ni tan intensa (en cuanto a
tratamiento de enfermos mentales), ni tan larga como en
Occidente. En los siglos siguientes se retomaron las teorías
biológicas y somáticas (del cuerpo) prestándose una mayor
atención a los factores psicosociales.
maníacas se extendieron a Alemania y el resto de Europa,
donde se conocieron como el Baile de San Vito. La conducta característica era similar a los antiguos ritos orgiásticos donde la gente adoraba al dios griego Dionisos. Si bien
estos ritos desaparecieron con la llegada del cristianismo,
estaban tan profundamente arraigados en la cultura, que se
mantuvieron en secreto (lo que probablemente provocaba
culpabilidad y conflictos de conciencia). Con el tiempo fue
cambiando el significado de esas danzas, y reaparecieron los
antiguos rituales, aunque ahora se atribuyeron a síntomas
de la picadura de la tarántula. Ahora los participantes ya no
eran pecadores sino víctimas inocentes del espíritu de la
tarántula. Las danzas se convirtieron en «curativas», y son el
origen del baile que conocemos con el nombre de tarantela.
Las áreas rurales aisladas sufrían también el azote de la
licantropía, una situación en que la persona estaba convencida de que había sido poseída por un lobo, e imitaba su conducta. En 1541 se informó de un caso en que un licántropo
contó a sus captores, de manera confidencial, que en realidad
era un lobo pero que tenía una piel suave porque el pelo
había crecido para dentro (Stone, 1937). Para curarlo se le
amputaron las extremidades, a consecuencia de lo cual el
individuo murió, aunque todavía convencido de ser un lobo.
La locura colectiva ha aparecido periódicamente
durante el siglo XVII, pero alcanzó su máxima expresión
durante los siglos XIV y XV, épocas caracterizadas por la
opresión social, hambrunas y epidemias. Europa estaba
asolada por una plaga conocida como la Peste Negra, que
mató a millones de personas (se estima que murió la mitad
de la población europea), y alteró gravemente la organización social. No cabe duda de que muchos de esos episodios
de locura colectiva estaban relacionados con la depresión, el
miedo y el misticismo salvaje provocados por los terribles
acontecimientos de la época. La gente simplemente no
podía creer que catástrofes tan horribles como la Peste
Negra pudieran tener una causa natural.
En la actualidad la histeria colectiva sólo se produce de
manera ocasional; lo más normal es que el trastorno reproduzca algún tipo de problema físico, como los desmayos o
movimientos convulsivos. Uno de los casos más llamativos
de histeria colectiva se produjo entre cientos de chicas
palestinas en abril de 1983. Este episodio amenazó con traer
graves repercusiones políticas, ya que algunos dirigentes
árabes creyeron que se trataba de un caso de envenenamiento. Más adelante los responsables sanitarios llegaron a
la conclusión de todo había sido debido a factores psicológicos (Hefez, 1985).
EXORCISMO Y BRUJERÍA. Durante la Edad Media
europea, eran los sacerdotes quienes se encargaban de las
personas con trastornos mentales. Los monasterios hicieron las veces de refugio y lugar de confinamiento. Durante
la primera parte de la época medieval, las personas con trastornos mentales eran tratadas con una gran amabilidad. El
«tratamiento» consistía en oraciones, agua bendita, óleos
sacrificados, el aliento o la saliva de los sacerdotes, el contacto con reliquias, la visita a lugares sagrados y versiones
moderadas de exorcismo. En algunos monasterios y santuarios el exorcismo se realizaba mediante una delicada
«imposición de manos». Junto a estos métodos se utilizaban también tratamientos médicos que provenían principalmente de las enseñanzas de Galeno, pero que no
llegaban a comprenderse por completo, lo que daba lugar a
prescripciones con tintes mágicos y misteriosos.
Resulta interesante observar el reciente renacimiento
que ha tenido la superstición. Por ejemplo es posible encontrar personas que están convencidas de que los problemas
psicológicos están originados por fuerzas sobrenaturales, y
que la «curación» requiere algún tipo de exorcismo. De
hecho, todavía se practica de manera ocasional. Fries (2001)
informa de un hecho trágico en el que una mujer asesinó a
su hijo de cuatro años en un ritual exorcista que intentaba
expulsar los demonios que ella creía que habían poseído a
su hijo.
Siempre se ha pensado que durante la Edad Media las
personas con trastornos mentales eran acusadas de brujería
y quemadas en una hoguera (por ejemplo, Zilboorg y
Henry, 1941). Sin embargo, algunas investigaciones más
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
recientes han cuestionado esta creencia (Maher y Maher,
1985; Phillips, 2002; Schoeneman, 1984). Por ejemplo, en
una revisión de la literatura sobre el tema, Schoeneman
observó que «el típico acusado por brujería no era una persona mentalmente enferma, sino una mujer pobre con una
lengua afilada y un mal temperamento» (p. 301). Según este
autor «de hecho la brujería nunca fue considerada como
algún tipo de posesión, ni siquiera por sus perseguidores,
por el pueblo llano, o por los historiadores modernos»
(p. 306). Decir «nunca» puede constituir una exageración;
ciertamente algunos enfermos mentales debieron ser castigados por brujería. La confusión entre la brujería y la enfermedad mental pudo producirse debido, en parte, a la
ambigüedad de la idea de la posesión diabólica. Incluso
Robert Burton (1576-1640), un perspicaz estudioso, en su
trabajo clásico La anatomía de la melancolía (1621), consideraba que la posesión diabólica podía constituir una causa
de trastorno mental. Había dos tipos de personas poseídas
por el demonio; quienes estaban físicamente poseídos se
consideraba que estaban locos, mientras que los poseídos
espiritualmente eran considerados brujos. A lo largo del
tiempo, la distinción entre ambas categorías puede haberse
difuminado, dando lugar a la idea de que la brujería y la
enfermedad mental estaban más conectadas en el pensamiento medieval, de lo que realmente sucedía.
La perspectiva cambiante de la relación entre la brujería y la enfermedad mental tiene algunas implicaciones más
amplias, como la dificultad de interpretar con fidelidad
algunos acontecimientos históricos. Discutiremos con más
profundidad este asunto en el apartado Temas sin resolver al
final del capítulo.
REVISIÓN
• ¿Qué aspectos de la aproximación alternativa
de Hipócrates y a los trastornos mentales
resultaron auténticamente revolucionarios?
• ¿En qué consiste la histeria colectiva?
Proporcione algunos ejemplos de este
fenómeno.
• Describa el desarrollo histórico de la reforma
humanitaria, y ofrezca algunas de las razones
por las que ésta se produjo.
• ¿Qué papel jugaron las creencias
sobrenaturales en la comprensión de los
trastornos mentales durante la Edad Media?
• ¿De qué diferentes maneras se ha interpretado
el trastorno de la melancolía (lo que hoy se
conoce como depresión) a lo largo de la
historia?
HACIA APROXIMACIONES
HUMANITARIAS
Durante la última parte de la Edad Media y los comienzos
del Renacimiento, reapareció la investigación científica y la
tendencia a destacar la importancia de los aspectos humanos de la vida, un movimiento al que solemos referirnos
como Humanismo. En consecuencia, las creencias supersticiosas que habían lastrado la comprensión y los avances
terapéuticos en el tratamiento de los trastornos mentales
comenzaron a desaparecer.
El resurgimiento de la investigación
científica en Europa
Paracelso, un médico suizo (1490-1541), fue uno de los primeros que criticó la creencia supersticiosa sobre la posesión
diabólica. Insistía en que la manía danzante no era tanto
una posesión sino un tipo de trastorno, y que como tal
debía ser tratado. También propuso que existía un conflicto
entre la naturaleza instintiva y espiritual del ser humano, y
formuló la idea de que la enfermedad mental tenía causas
físicas, para cuyo tratamiento propuso el «magnetismo corporal», que más adelante recibió el nombre de hipnosis
(Mora, 1967). Si bien es cierto que Paracelso rechazó la
demonología, su concepción de la conducta anormal estaba
teñida por su creencia en las influencias astrales (lunático se
deriva de la palabra luna). Estaba convencido de que la
Luna ejercía una influencia sobrenatural sobre el cerebro,
una idea que, por cierto, todavía persiste en la actualidad.
Durante el siglo XVI, Teresa de Ávila (1515-1582), una
monja española que llegó a ser canonizada, dio un salto
conceptual tan extraordinario que todavía es posible percibir su influencia en el pensamiento contemporáneo. Teresa,
que estaba a cargo de un grupo de monjas de clausura que
habían desarrollado síntomas histéricos, y que por lo tanto
podían quedar bajo el punto de mira de la Inquisición,
argumentó de manera muy convincente que sus monjas no
estaban poseídas sino «como enfermas»*. Aparentemente,
eso no quería decir que estuvieran enfermas en su cuerpo;
en la expresión «como» encontramos lo que quizá sea la
primera sugerencia de que la mente también se puede
poner enferma igual que le pasa al cuerpo. Resultó ser una
sugerencia trascendental, que aparentemente comenzó
como una especie de metáfora pero que fue, a lo largo del
tiempo, aceptada como un hecho: la gente empezó a aceptar la idea de la enfermedad mental, abandonando la coletilla «como si» (Sarbin y Juhasz, 1967).
Johann Weyer (1515-1588), un médico y escritor alemán que utilizaba en sus escritos la versión latina de su nombre, Joannus Wierus, quedó tan fuertemente impresionado
por las torturas a que se sometía a los acusados de brujería,
* Nota del traductor: en español en el original.
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que realizó un estudio muy meticuloso del problema. Hacia
1563 publicó un libro, El fraude de los demonios, que contenía
una refutación paso por paso del Malleus Maleficarum, un
manual publicado en 1486 para que los inquisidores pudieran reconocer a las brujas y enfrentarse con ellas. En su libro,
Weyer argumenta que la mayoría de las personas apresadas,
torturadas y quemadas por brujas eran en realidad enfermos
mentales y que, por lo tanto, se estaban cometiendo tremendos errores contra gente inocente. Su trabajo logró la aprobación de unos cuantos eminentes médicos y teólogos de su
tiempo. Sin embargo, en la mayoría de los casos su trabajo
sólo encontró protestas y condenas vehementes.
Weyer fue uno de los primeros médicos especializados
en trastornos mentales, y su amplia experiencia y su perspectiva progresista justifican su reputación como el fundador de la psicopatología moderna. Por desgracia se adelantó
demasiado su tiempo, y fue menospreciado por sus colegas,
quienes le llamaban «Weirus Hereticus» y «Weirus Insanus». La iglesia prohibió la publicación de sus trabajos, que
así continuaron hasta el siglo XX.
Sin embargo, hay que reconocer que los propios clérigos estaban empezando a cuestionarse este tipo de prácticas. Por ejemplo, San Vicente de Paul (1576-1660), aun a
riesgo de su vida, declaró que «la enfermedad mental no
difiere de la enfermedad del cuerpo, y la cristiandad
reclama de los humanos y poderosos la protección y la
capacidad de aliviar la una así como la otra».
Este tipo de alegatos científicos y humanistas continuó
durante los siguientes dos siglos hasta acabar con la demología y la superstición. Progresivamente tales demandas
allanaron el camino para el retorno de la observación y la
razón, lo que culminó con el desarrollo de las modernas
aproximaciones experimentales y clínicas.
El establecimiento de los primeros
asilos y manicomios
A partir del siglo XVI proliferaron una serie de instituciones
especiales denominadas asilos, destinadas exclusivamente
al cuidado de los enfermos mentales. Los primeros asilos se
crearon para poder eliminar de la sociedad a los individuos
problemáticos que no eran capaces de cuidar de sí mismos.
Si bien los avances científicos sobre la conducta anormal
eran cada vez mayores, sin embargo los primeros asilos
conocidos como «manicomios» no eran precisamente placenteras residencias, sino más bien almacenes para enfermos. Los desgraciados que residían en ellos vivían y morían
en condiciones de suciedad y crueldad increíbles.
DIFERENCIAS CULTURALES EN LOS PRIMEROS ASILOS. En 1547 el monasterio de Santa María de Bethlehem
en Londres se convirtió oficialmente en asilo, bajo el
mandato de Enrique VIII. Su nombre se contrajo hasta ser
conocido como Bedlam, así como por sus deplorables con-
Hacia aproximaciones humanitarias
diciones y prácticas. Pagando un penique el público podía
echar un vistazo a los pacientes más violentos, mientras que
los reclusos más inofensivos eran utilizados para mendigar
por las calles de Londres, tal y como describe Shakespeare:
«Mendigos de Bedlam que, con sus dolientes voces... ya
mediante demandas lunáticas, ya mediante oraciones, exigen caridad» (El Rey Lear II, iii). Tuke (1882) narra en El
espía londinense la descripción de Ned Ward de su visita a
Bedlam:
Pasó a través de una puerta de hierro, y encontró sentado
dentro a un fornido Cerbero, sosteniendo una caja con
dinero; nos volvimos en otra dirección, y escuchamos
cadenas arrastradas, puertas que se cerraban con estrépito, estruendo, tumultos, canciones y carreras, de
manera que no pude evitar pensar en la visión de don
Quevedo, en la que las almas perdidas se desatan y convierten el infierno en un tumulto. El primero de estos
miserables lunáticos que vi fue un alegre compañero con
un gorro de paja que hablaba consigo mismo, diciendo
que «tenía un ejército de Águilas a su disposición», y a
continuación empezó a batir palmas sobre su cabeza,
aclamado por todos los demás... seguimos andando hasta
que encontramos otro llamativo personaje digno de
observación, que estaba observando a través de un postigo, mientras comía pan y queso, hablando todo el rato
como si fuera el que servía la cena... y repitiendo constantemente alabanzas al pan y al queso: «el pan está bueno
con el queso, y el queso está bueno con el pan, y el queso
el pan están los dos buenos»; y más cosas por el estilo,
hasta que al final fingió un estornudo y lanzó todo lo que
tenía en la boca contra los que estábamos en pie mirándolo, de manera que consiguió que cada uno de nosotros
recibiera una parte de sus escupitajos, lo que nos hizo
retroceder (pp. 76-77).
Este tipo de asilos para enfermos mentales se extendió
por otros países. El de San Hipólito, fundado en México en
1566 por el filántropo Bernardino Álvarez, fue el primero
que se fundó en América. El primer asilo francés, La Maison
de Charenton, se fundó en 1641 en un suburbio de París.
Moscú tuvo que esperar a 1764, mientras que la conocida
Torre de los Lunáticos de Viena se construyó en 1784. Este
edificio era un lugar muy sobresaliente en la Viena antigua,
con una torre muy decorada alrededor de la cual había
habitaciones cuadradas. Los médicos y los «guardianes»
vivían en estas habitaciones, mientras que los pacientes
estaban confinados en el espacio que quedaba entre la
pared de la habitación y el exterior de la Torre. También en
este caso se exhibía a los pacientes ante el público por una
pequeña cantidad de dinero.
Estos primeros asilos eran en realidad modificaciones
de instituciones penitenciarias, donde se trataba a los reclusos más como bestias que como seres humanos. El siguiente
pasaje describe el tratamiento de un enfermo crónico en La
Bicête, un hospital de París. Este tratamiento era normal en
los asilos de la época hasta bien entrado el siglo XVIII.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Tratamientos de los primeros
hospitales
A los pacientes se les encadenaba con grilletes
a las paredes de sus oscuras e insalubres celdas, mediante collares de hierro que les mantenían pegados a la pared y apenas permitían
movimientos.
Con frecuencia también se les
ESTUDIO
colocaba aros metálicos alrededor de las
DE UN
muñecas, para mantenerlos encadenados de
CASO
manos y pies. Si bien estas cadenas les permitían comer por sí mismos, generalmente ni
siquiera les permitían tumbarse en el suelo para dormir. Por otra
parte, dados los escasísimos conocimientos sobre nutrición, y el
hecho de que se suponía que los pacientes habían perdido su capacidad humana, se prestaba muy poca atención a la calidad de su
comida. El único mobiliario de las celdas consistía en paja tirada en
el suelo, y éstas nunca se limpiaban, por lo que el olor llegaba a ser
insoportable. Nadie visitaba esas celdas excepto para dejar la
comida, tampoco estaban protegidas del calor o del frío, y ni
siquiera se observaban los más elementales gestos de humanidad
(adaptado de Selling, 1943, pp. 54-55).
En los Estados Unidos, el hospital de Pennsylvania en
Filadelfia, bajo la dirección de Benjamín Franklin en 1756,
estableció algunas celdas para pacientes mentales. El hospital público de Williamsburg, en Virginia, construido en
1773, fue el primer hospital de los Estados Unidos dedicado
exclusivamente a pacientes mentales. El tratamiento que
éstos recibían en los Estados Unidos no era mejor que el
que encontraban en las instituciones europeas. La revisión
que ha hecho Zwelling (1985) de los métodos de tratamiento
de los hospitales públicos pone de manifiesto que, inicialmente, la filosofía subyacente se basaba en que los pacientes
tenían que mostrar su preferencia por la razón frente a la
locura. De esta manera las técnicas de tratamiento eran muy
agresivas, dirigidas a restaurar «el equilibrio físico en el
cuerpo y en el cerebro». Dichas técnicas, si bien se basaban
en las concepciones científicas de la época, estaban diseñadas para intimidar a los pacientes. Incluían drogas muy
potentes, tratamientos con agua, sangrías y quemaduras,
descargas eléctricas, e impedimentos físicos. Por ejemplo, se
sumergía a los pacientes violentos en agua helada y a los
pacientes apáticos en agua ardiente; los que tenían delirios
recibían drogas que los dejaban exhaustos; y era una práctica
frecuente sangrarlos para vaciar su organismo de fluidos
«dañinos». Las estimaciones del porcentaje de curaciones en
los hospitales apenas alcanzaban el veinte por ciento.
La reforma humanitaria
Como se puede ver, hacia finales del siglo XVIII la mayoría de
los hospitales mentales europeos y americanos necesitaba
urgentemente una reforma. Esta orientación hacia un tratamiento más humanitario de los pacientes recibió un gran
ímpetu del trabajo del francés Philippe Pinel (1745-1826).
EL EXPERIMENTO DE PINEL. En 1792, poco después
de que comenzara la revolución francesa, Pinel fue nombrado director de La Bicête de París. Entre sus atribuciones
recibió el permiso del Comité Revolucionario para poner a
prueba su idea de que los pacientes mentales deberían ser
tratados con amabilidad y consideración, como a personas
enfermas y no como bestias o criminales. Si su experimento
hubiera fracasado, probablemente Pinel hubiera perdido la
cabeza, pero afortunadamente resultó un rotundo éxito. Se
eliminaron las cadenas, se crearon habitaciones soleadas
para los pacientes, que podían caminar y hacer ejercicio por
los jardines del hospital, y estos pobres seres empezaron a
recibir atenciones en ocasiones por primera vez en más de
treinta años. El resultado fue casi milagroso. Los ruidos, la
suciedad y los abusos, fueron sustituidos por orden y tranquilidad. Como decía Pinel, «la disciplina estaba rodeada
por la rutina y la amabilidad, lo cual tuvo un efecto muy
favorable sobre los locos, convirtiendo incluso a los más
furiosos en personas más tratables» (Selling, 1943, p. 65).
Hay un documento histórico muy interesante que apareció
en los Archivos Franceses, que plantea ciertas dudas sobre el
momento en que estas reformas humanitarias empezaron a
aplicarse en Francia. Este documento, que fue aportado por
Jean Baptiste Pussin (el predecesor de Pinel en el hospital),
indicaba que él había sido el director del hospital en 1784, y
que había sido también él quien había quitado las cadenas a
los pacientes. También señalaba en ese documento que
había dado órdenes a los miembros del hospital prohibiendo golpear a los pacientes (Weiner, 1979).
EL TRABAJO DE TUKE EN INGLATERRA.
Más o
menos en la misma época en que Pinel aplicaba su reforma
en La Bicête, un cuáquero inglés llamado William Tuke
(1732-1822) fundó el York Retreta, una agradable casa de
campo donde los pacientes mentales vivían, trabajaban y
descansaban en una atmósfera amablemente religiosa
(Narby, 1982). Este retiro representaba la culminación de
una noble batalla contra la brutalidad, la ignorancia y la
indiferencia, características de la época.
A medida que los asombrosos resultados de Pinel se
conocían en Inglaterra, el incipiente trabajo de Tuke iba
obteniendo el apoyo de médicos ingleses tan eminentes
como John Connolly, Samuel Hitch, y otros. En 1841 Hitch
introdujo enfermeras preparadas específicamente en el
asilo de Gloucester, y colocó supervisores a cargo de ellas.
Estas innovaciones, completamente revolucionarias en la
época, resultaron de gran importancia no sólo para el cuidado de los pacientes mentales, sino también para modificar la actitud del público hacia las personas con trastornos
mentales.
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RUSH Y LA DIRECCIÓN MORAL EN AMÉRICA.
El
éxito de los experimentos humanitarios de Pinel y de Tuke
revolucionó el tratamiento de los pacientes mentales en
todo el mundo occidental. En los Estados Unidos, esta revolución se puso de manifiesto en el trabajo de Benjamín
Rush (1745-1813), el fundador de la psiquiatría americana,
que incidentalmente también había sido uno de los firmantes de la Declaración de Independencia. Mientras trabajó en
el hospital de Pennsylvania en 1783, Rush impulsó el tratamiento humanitario de los enfermos mentales; escribió el
primer tratado sistemático de psiquiatría en América, Exámenes y observaciones médicas sobre las enfermedades de la
mente (1812); y fue el primer americano que organizó un
curso de psiquiatría. Pero ni siquiera él fue inmune por
completo a las creencias establecidas en su época. Su teoría
médica estaba teñida de concepciones procedentes de la
astrología, y su tratamiento más habitual era la sangría y las
purgaciones. También inventó un mecanismo denominado
«La silla tranquilizadora», que probablemente a sus pacientes les parecería más torturante que tranquilizante. La silla
pretendía disminuir la presión de la sangre sobre la cabeza
y relajar los músculos. Pese a ello, podemos considerar a
Rush como un personaje que marcó la transición entre dos
formas radicalmente opuestas de tratar la enfermedad
mental.
Durante la primera parte de esta etapa de reforma
humanitaria, se hizo muy popular la utilización de la organización moral, un método de tratamiento que se centraba
en las necesidades sociales, individuales y ocupacionales de
los pacientes. Este enfoque, que procede fundamentalmente del trabajo de Pinel y de Tuke, se inició en Europa a
finales del siglo XVIII, y en América a principios del
siglo XIX.
En realidad el tratamiento moral en los asilos fue parte
de un movimiento más amplio que preconizaba tratar a
todo tipo de pacientes de manera más humanitaria
(Luchins, 1990). Tanto en los hospitales generales como en
los manicomios, se dedicó mucha más atención al desarrollo moral y espiritual de los pacientes, y a la rehabilitación
de su «carácter» que a sus trastornos físicos mentales, probablemente porque no se disponía de tratamientos eficaces
para ello. Lo más normal es que el tratamiento o la rehabilitación de los trastornos físicos o mentales se consiguiera
mediante el trabajo manual y la discusión espiritual, junto
al tratamiento humanitario.
La organización moral consiguió un alto grado de eficacia, y lo más sorprendente es que lo hizo sin necesidad de
utilizar las drogas antipsicóticas que se usan actualmente, y
teniendo en cuenta que probablemente muchos de los
pacientes tuvieran sífilis, una enfermedad del sistema nervioso central por entonces incurable. En los veinte años que
transcurren entre 1833 y 1853, la proporción de pacientes
rehabilitados en el Hospital del Estado de Worcester fue del
setenta y un por ciento (Bockhoven, 1972).
Hacia aproximaciones humanitarias
Sin embargo, pese a esta eficacia, la organización
moral del tratamiento quedó prácticamente abandonada a
finales del siglo XIX. Existen muchas y diferentes razones.
Entre las más evidentes se encuentran los prejuicios étnicos contra la población emigrante cada vez más abundante, lo que condujo a tensiones entre los miembros de
los hospitales y sus pacientes; también se puede citar el fracaso de los líderes de este movimiento para transmitir sus
ideas a sus sucesores.
Hay otras dos razones que explican el abandono de la
organización moral, y que vistas retrospectivamente resultan irónicas. Una de ellas es la extensión del movimiento de
higiene mental, que preconizaba un método de tratamiento centrado casi exclusivamente en el bienestar físico
de los pacientes mentales hospitalizados. Si bien esto
redundó en una mejoría de las condiciones de confort de
los pacientes, también supuso que dejaran de recibir tratamiento para sus problemas mentales, lo que les condenaba
sutilmente a la indefensión y la dependencia.
También los avances en la ciencia médica contribuyeron al abandono de la organización moral y al triunfo del
movimiento de la higiene mental. Tales avances extendieron la idea de que todos los trastornos mentales se deben a
causas biológicas, y por lo tanto son susceptibles de tratamientos con base biológica (Luchins, 1990). Así pues, el
entorno psicológico y social de los pacientes terminó por
considerarse completamente irrelevante. Lo mejor que se
podía hacer era intentar que el paciente estuviera lo más
cómodo posible hasta que se descubriera una forma biológica de tratar su trastorno. No hace falta decir que en la
mayoría de los casos estos descubrimientos de base biológica no llegaron a producirse, por lo que la proporción de
curaciones a finales de los años 40 y principios de los 50
disminuyó hasta el treinta por ciento. Sin embargo, pese a
sus efectos negativos sobre la organización moral, el movimiento de higiene mental está en la base de muchos avances humanitarios.
DIX Y EL MOVIMIENTO DE HIGIENE MENTAL.
Dorotea Dix (1802-1887) fue una enérgica maestra de Nueva
Inglaterra que se convirtió en la defensora de las personas
pobres y «olvidadas» que permanecían en las prisiones y las
instituciones mentales desde hacía décadas. Dix, que también había sido una niña criada en circunstancias muy difíciles (Viney, 1996), llegó a convertirse posteriormente en
una impulsora del tratamiento humanitario para los
pacientes psiquiátricos. En su juventud trabajó como maestra, pero sus ataques de tuberculosis la obligaron a retirarse
prematuramente de su trabajo. En 1841 empezó a enseñar
en una prisión de mujeres. De esta manera tomó contacto
con las deplorables condiciones que existían en las cárceles,
asilos y manicomios. En una «memoria» que envió al congreso de los Estados Unidos en 1848, afirmaba que había
visto
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
más de 9 000 idiotas, epilépticos y locos en los Estados
Unidos, que carecían de los cuidados y la protección adecuadas... sujetos por irritantes cadenas, agobiados bajo el
peso de pesadas bolas de hierro atadas a sus tobillos, lacerados con cuerdas, azotados con látigos, y aterrorizados
bajo una tormenta de crueles golpes; sujetos a burlas,
menosprecio, y torturas; abandonados a las más inauditas
violaciones (Zilboorg y Henry, 1941, pp. 583-584).
Impresionada por lo que había visto, Dix llevó a cabo
una entusiasta campaña entre 1841 y 1881 para animar al
pueblo y a los legisladores a terminar con este inhumano tratamiento. Gracias a sus esfuerzos, se desarrolló en América el
movimiento para la higiene mental: se invirtieron millones
de dólares en construir hospitales apropiados, y veinte Estados respondieron directamente a sus peticiones. No sólo
contribuyó a mejorar las condiciones de los hospitales americanos, sino que también dirigió a la apertura de dos grandes instituciones en Canadá, y reformó por completo el
sistema de asilos mentales en Escocia y en otros países. Se le
atribuye la fundación de treinta y dos hospitales mentales,
un sorprendente récord, dada la ignorancia y la superstición
que todavía predominaba en el ámbito de la salud mental en
la época. Dix puso el broche de oro a su carrera organizando
a las enfermeras del ejército del Norte durante la Guerra
Civil de los Estados Unidos. Una resolución que se presentó
en el congreso de Estados Unidos en 1901 la describía como
«uno de los ejemplos más nobles en toda la historia de la
humanidad» (Karnesh, con Zucker, 1945, p. 18).
Se ha criticado que la fundación de hospitales para
enfermos mentales sólo contribuyó a una saturación de
los mismos, y limitó los tratamientos psiquiátricos a la
simple custodia y cuidados (Blokhoven, 1972; Dain,
1964). También se ha señalado que aislar a los pacientes en
instituciones puede interferir con su integración social (la
terapia moral) y dilatar la búsqueda de tratamientos más
apropiados y eficaces para los trastornos mentales (Blokhoven, 1972). Sin embargo, dichas críticas no tienen en
cuenta el contexto en el que Dix realizó su contribución
(véase el apartado Temas sin resolver al final de este capítulo). Su defensa del tratamiento humanitario y de los
enfermos mentales destaca en fuerte contraste con la
crueldad de los tratamientos habituales de la época (Viney
y Bartsch, 1984).
Las concepciones del siglo XIX sobre
las causas y el tratamiento de los
trastornos mentales
En la primera mitad del siglo XIX, los hospitales mentales
estaban controlados esencialmente por personas legas
debido a la preeminencia de la organización moral para el
tratamiento de los «lunáticos». Los profesionales médicos
—o alienistas, como se denominaba a los psiquiatras de la
época en referencia al tipo de pacientes que trataban, «alie-
nados» o locos— tenían un papel relativamente menor en
la dirección de los manicomios. De hecho, no se disponía
de tratamientos eficaces para los trastornos mentales, y por
lo tanto las únicas medidas terapéuticas disponibles eran
las drogas, las sangrías y los purgantes, cuyos resultados
eran nulos. Sin embargo, durante la segunda mitad del
siglo, los alienistas fueron obteniendo un mayor control en
los manicomios, e incorporaron la terapia de organización
moral a sus propios procedimientos rudimentarios físicomédicos.
A lo largo del tiempo, los alienistas fueron adquiriendo
un mayor status e influencia en la sociedad, como proveedores de la moral, adoptando la moralidad victoriana como
base para una buena salud mental. Nos encontramos todavía en una época en la que no se comprendía el origen de los
trastornos mentales, y donde problemas como la depresión
eran considerados como una consecuencia del agotamiento
nervioso —esto es, los psiquiatras de la época pensaban que
los problemas emocionales estaban producidos por el despilfarro y por el agotamiento de la energía corporal, como
consecuencia de los excesos—. El deterioro mental o «quebrantamiento nervioso» que supuestamente provenían del
despilfarro de estas preciadas fuerzas nerviosas, se denominó neurastenia, una situación que implicaba sentimientos de decaimiento, falta de energía, y otros síntomas físicos
que se consideraban relacionados con las exigencias de la
sociedad. Esta sintomatología tan vaga se consideraba sin
embargo como algo perfectamente definido y susceptible
de tratamiento.
El cambio de actitud hacia la salud
mental a principios del siglo XX
Resulta difícil clasificar las perspectivas modernas sobre la
conducta anormal en categorías independientes y homogéneas, o trazar sus precedentes históricos, sin dar una impresión de arbitrariedad y simplicidad. Sin embargo, una
visión general breve y selectiva puede permitirnos comprender mejor nuestra época contemporánea, y dibujar el
escenario en el que se desarrollará nuestra exposición de los
principales puntos de vista y consideraciones causales que
discutiremos en el Capítulo 3. Hacia el final del siglo XIX, el
manicomio u hospital mental —la mansión de la colina—
con su aspecto de fortaleza, se había convertido en un paisaje familiar en América. Dentro de ella, los pacientes mentales vivían en condiciones relativamente despiadadas, pese
a las incursiones del movimiento de organización moral.
Sin embargo, para el público en general, los manicomios
eran lugares escalofriantes, y sus inquilinos personas extrañas y aterradoras. A su vez los psiquiatras hacían muy poco
por educar al público o por disminuir ese horror ante la
locura. Por supuesto, una razón importante para este silencio era simplemente que estos primeros psiquiatras tenían
realmente poco que decir.
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Sin embargo, poco a poco empezaron a producirse
importantes avances, que promovieron la modificación de
las actitudes del público en general hacia los pacientes mentales. En América, el trabajo pionero de Dix tuvo su continuidad en el de Clifford Beers (1876-1943), cuyo libro Una
mente que se encontró a sí misma fue publicado en 1908.
Beers, graduado Yale, describió su propio colapso mental, y
contó los terribles tratamientos que recibió en tres conocidas instituciones de la época. También explicó su recuperación en la casa de un amable asistente. Si bien hace tiempo
que se habían abandonado las cadenas y otros mecanismos
de tortura, la camisa de fuerza todavía se usaba para «tranquilizar» a pacientes demasiado excitados. Beers experimentó en sus propias carnes este tratamiento, y
proporcionó una descripción muy realista de lo que significa esta dolorosa inmovilización de los brazos para un
sobreexcitado paciente mental:
Ningún incidente en toda mi vida ha quedado impreso
de una manera tan indeleble en mi memoria. En el
transcurso de una hora sufrí un dolor tan intenso como
nunca me había ocurrido, y antes de que terminara la
noche ese dolor se había convertido en algo insoportable. Mi mano derecha estaba tan apretada que la uña de
uno de mis dedos hizo un amplio corte en los otros, y
muy pronto dolores que parecían cuchilladas empezaron a golpear todo mi brazo derecho hasta llegar al hombro. Si alguien siente la curiosidad suficiente como para
intentar hacerse una leve idea de mi agonía, puede apretar la punta del dedo hasta que deje de correr la sangre.
Debe continuar esta operación durante dos o tres minutos. Imagine que ese efecto se multiplica por doscienta o
trescientas. En mi caso, tras cuatro o cinco horas, el
exceso de dolor me dejó relativamente insensible. Pero
durante novecientos minutos, quince horas consecutivas, tuve puesta la camisa de fuerza; y sólo durante la
duodécima hora, a la hora del desayuno, llegó un asistente y aflojó las correas (Beers, 1970, pp. 127-128).
Tras su recuperación, Beers se lanzó a una campaña
para que la gente comprendiera que ese tipo de tratamientos nunca podrían remediar la enfermedad. En seguida
consiguió el interés y el apoyo de muchas personas populares, incluido el eminente psicólogo William James y el
«decano de la psiquiatría americana», Adolf Meyer.
La asistencia en los hospitales mentales
durante el siglo XX
El siglo XX comenzó con un crecimiento continuo de los
asilos para enfermos mentales; sin embargo, el destino de
estos pacientes a lo largo del siglo no ha sido homogéneo
ni completamente positivo (véase el apartado El mundo
que nos rodea 2.3: Encadenar a los pacientes mentales). A
principios del siglo XX, bajo la influencia de algunas personas ilustradas como Clifford Beers, creció sustancialmente
Hacia aproximaciones humanitarias
el número de hospitales mentales, fundamentalmente
para alojar a personas con trastornos mentales graves
como la esquizofrenia, la depresión, trastornos mentales
orgánicos como la sífilis terciaria, y el alcoholismo agudo.
En 1940 los hospitales mentales públicos alojaban a unos
400 000 pacientes, lo que suponía el noventa por ciento de
los enfermos mentales (Grob, 1994). Durante esta época,
las estancias hospitalarias solían ser muy prolongadas, y
los pacientes permanecían en el hospital durante muchos
años. Durante la primera mitad del siglo XX, la asistencia
hospitalaria iba acompañada de tratamientos muy poco
eficaces, y a menudo despiadados, punitivos e inhumanos.
Sin embargo, el año 1946 señaló el inicio de un importante período de cambio. Ese año Mary Jane Ward publicó
un libro de gran influencia, El pozo de las serpientes, que
fue popularizado en una película del mismo título. Este
libro llamaba la atención sobre la desesperación de los
pacientes mentales y contribuyó a destacar la preocupación de proporcionar una asistencia más humanizada en
la propia comunidad, en sustitución de los hospitales
mentales masificados. Ese mismo año se creó el Instituto
Nacional de Salud Mental para apoyar activamente la
investigación y la formación de los profesionales mediante
residencias psiquiátricas y programas de formación en
psicología clínica. De hecho, en esta época se aprobó la ley
Hill-Burton, un programa que contribuía a la fundación
de hospitales de salud mental de carácter municipal. Esta
legislación, junto con la Ley de servicios de salud de 1963,
contribuyó a crear programas a largo plazo dirigidos a
desarrollar clínicas psiquiátricas externas, consultas externas en hospitales generales y programas comunitarios de
consulta y rehabilitación.
La necesidad de proceder a la reforma de los hospitales
psiquiátricos fue una preocupación destacada de muchos
profesionales durante la década de los 50 y de los 60. Se
prestó una gran atención técnica a la necesidad de mejorar
las condiciones en los hospitales mentales tras la publicación de otro libro de gran influencia, Manicomios, publicado por el sociólogo Erving Goffman (1960). Este libro
exponía crudamente el tratamiento inhumano que recibían
los pacientes mentales, haciendo una descripción muy
detallada del maltrato y la negligencia de los hospitales
mentales, que eran concebidos simplemente como «almacenes de personas», y no como lugares donde aliviar o eliminar los trastornos psicológicos. El impulso para
modificar esta situación provino de una manera determinante de los avances científicos realizados durante la última
mitad del siglo XX, sobre todo en lo que concierne al desarrollo de medicamentos eficaces para tratar muchos trastornos —por ejemplo, la utilización del litio para tratar los
trastornos maníaco depresivos (Cade, 1949), y la introducción de fenotiacinas para el tratamiento de la esquizofrenia
(véase Avances en la investigación 2.4 en la p. 39, y el Capítulo 17, para profundizar en el tema).
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Encadenar a los pacientes mentales
Debido a los escasos recursos de algunos países para
abordar la salud mental, no resulta extraño que muchos
enfermos mentales sean encadenados. Westermeyer y
Kroll (1978) realizaron un estudio epidemiológico sobre la
utilización de este tipo de actuaciones con los enfermos
mentales en veintisiete pueblos de Laos. Encontraron que
las personas con trastorno mental que se mostraban
agresivas o a quienes se consideraba peligrosas para sí
mismas, solían ser encadenados a un poste.
Muchos templos incluso disponen de Casas para las
personas con trastornos psicológicos, si bien la asistencia
suele resultar poco adecuada. Por ejemplo, Erwady, un
Durante las últimas décadas del siglo XX, nuestra sociedad parece haber cerrado el círculo respecto a los medios
para proporcionar asistencia humana a los enfermos mentales en los hospitales. Se hicieron importantes esfuerzos
para clausurar los hospitales mentales y reinsertar a las personas con trastornos psiquiátricos en su propia comunidad, con el objetivo de proporcionar un tratamiento más
humano e integral que el aislamiento en hospitales psiquiátricos. Esto supuso una reducción de la población hospitalizada, que descendió desde el medio millón que había en
1950 (Lerman, 1981) a unos 100 000 a principios de los
años 90 (Narrow et al., 1993). Dicha reducción todavía
resulta más impresionante si se tiene en cuenta que la
población de los Estados Unidos aumentó de una manera
sustancial precisamente durante esos años. Este movimiento, que ha recibido el nombre de desinstitucionalización, si bien ha estado motivado por objetivos altruistas, ha
generado grandes dificultades para muchas personas con
trastornos psicológicos y también para muchas regiones
(véase el Capítulo 18).
La idea que ha impulsado la política de desinstitucionalización es que se considera más humano y más eficaz
tratar a los pacientes fuera de los grandes hospitales mentales, ya que esto impide que adquieran adaptaciones negativas ante el confinamiento en el hospital. Muchos
profesionales se muestran preocupados ante la posibilidad
de que los hospitales mentales se conviertan en el refugio
permanente de personas con trastornos, que intentan
«escapar» de las exigencias de la vida cotidiana, y para ello
adopten el papel de enfermos crónicos como excusa perma-
pueblo de la India cerca de Madras, dispone de quince
viviendas muchas de las cuales carecen de electricidad,
agua corriente, aseo y cama. En el año 2000, seis personas
fallecieron en uno de estos asilos, lo que llevó al gobierno a
investigar directamente las condiciones de estas
instituciones mentales. La investigación todavía no ha
finalizado. Recientemente un incendio destrozó un almacén
que alojaba a personas con enfermedad mental de esta
localidad, matando a veinticinco pacientes y hiriendo a
otros cinco, muchos de los cuales estaban encadenados a
columnas o a piedras muy pesadas (AP, 6 de agosto de
2001). En el momento en que se produjo el fuego, el asilo
alojaba a cuarenta y seis personas, de las cuales sólo
pudieron escapar ilesas dieciséis.
nente para que sean los demás quienes cuiden de ellos. Hay
grandes esperanzas de que las nuevas medicinas que se
están desarrollando puedan promover un reajuste saludable en estos pacientes, y les permitan vivir adecuadamente
fuera del hospital. Sin embargo, muchos de ellos no se han
adaptado a vivir fuera del mismo, y en la actualidad muchos
autores empiezan a referirse al «abandono» de estos pacientes crónicos a una existencia cruel y despiadada. No resulta
difícil encontrar evidencias de este fracaso en nuestras ciudades: muchas de las personas que mendigan y vagabundean por las grandes ciudades son en realidad enfermos
mentales sin hogar. Los problemas que ha producido la
desinstitucionalización parecen deberse, en gran medida, al
fracaso de nuestra sociedad para desarrollar alternativas
que permitan llenar el vacío que existe en los servicios de
salud mental comunitarios (Grob, 1994).
De esta manera, las instituciones mentales, que una vez
se consideraron como la forma más humana para tratar los
problemas derivados de enfermedades mentales graves, han
pasado a ser consideradas como algo obsoleto que muchas
veces supone más un problema que una solución a los trastornos mentales. Hacia el final del siglo XX, los hospitales
mentales habían sido sustituidos prácticamente por completo por la asistencia en la propia comunidad y en hospitales de día (King, 1999). Sin embargo, los sentimientos de
muchos profesionales se ponen de manifiesto en este pesimista resumen de Scull (1996):
«Sospecho que pocos de nosotros preferiríamos la reencarnación de la psiquiatría de la época victoriana, y parece
por otra parte que tiene pocas posibilidades de renacer,
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Hacia aproximaciones humanitarias
AVA N C E S
en la investigación
En busca de medicinas para curar los
trastornos mentales
Si bien desde hace mucho tiempo se han utilizado drogas
para tratar los trastornos mentales, la utilización de
medicinas eficaces para ello tiene una historia muy
reciente. Durante siglos los médicos han buscado una cura
medicinal para el trastorno mental. Uno de los tratados más
antiguos que se conoce sobre el uso de drogas para este fin
es el trabajo del médico romano Galeno (130-200). Galeno
acuñó el término apoterapia para referirse a la utilización
de medicamentos dirigidos a tratar los trastornos humanos,
y en sus escritos describe tanto la manera de confeccionar
diversas mediciones, como la utilización clínica de las
mismas en pacientes con trastorno mental. La mayoría de
sus medicinas eran laxantes y purgantes que se utilizaban
para limpiar el cuerpo de materias «no humanas» que se
consideraba que eran las causantes de la enfermedad.
Durante la Edad Media otro importante y controvertido
médico llamado Paracelso (1490-1541) experimentó la
utilidad de diversas sustancias químicas para tratar los
trastornos humanos. Incluso llegó a utilizar una sustancia
conocida como «polvos de momia» (elaborada a partir de
partículas de momias), y aparentemente otras sustancias
más fuertes tales como el mercurio.
Una etapa más reciente en el desarrollo de la medicina
psicotrópica comenzó en los años 50. La raíz de la planta
Rauwolfia serpentina se ha utilizado durante siglos en la
medicina tradicional india, donde se prescribe para una
gran cantidad de problemas tales como la mordedura de
serpientes, la epilepsia, cataratas, o la locura. El nombre
indio para esta raíz, pagla-ka-dawa, significa «hierba de la
locura». A principios de los años 50 Ciba, una compañía
farmacéutica suiza, logró aislar el componente activo de la
Rauwolfia, la reserpina, y en 1953, el psiquiatra R. A. Hakim
escribía un importante artículo en la India sobre la
utilización de esta sustancia para el tratamiento de la
psicosis (citado en Gupta, Deb, y Kahali, 1943). En la
actualidad la reserpina ha dejado de utilizarse para el
tratamiento de las psicosis debido al desarrollo de otras
drogas más eficaces, y debido también a sus efectos
secundarios, tales como una serie de temblores conocidos
.
como síntomas parkinsonianos. En la actualidad la
reserpina se utiliza principalmente para el tratamiento de la
hipertensión.
La segunda droga psicoactiva que apareció en la
década de los 50 como tratamiento para un trastorno
mental grave fue la clorpromacina. Un químico alemán
llamado Bernthesen, mientras estaba buscando
componentes que pudieran servir como colorantes,
elaboró esta droga a finales del siglo XIX. Sintetizó un
componente que denominó fenotiacina. Posteriormente
Paul Erlich, un investigador médico y padre de la
quimioterapia, pensó que quizá este compuesto podría
resultar eficaz para el tratamiento de algunas
enfermedades, mediante el proceso de eliminar células no
humanas pero preservando el tejido humano. Esta droga
empezó utilizarse para el tratamiento de la malaria, y en
los años 30 se empleó como anestésico. En 1951 el cirujano
francés Henri Labroit la empleó para prevenir
contracciones nerviosas en sus pacientes quirúrgicos. No
fue hasta 1952 cuando dos psiquiatras franceses, Jean
Delay y Pierre Deniker, descubrieron que esta droga
reducía síntomas psicóticos y empezaron a utilizarla para
el tratamiento de pacientes psiquiátricos.
El impacto casi mágico de las medicinas antipsicóticas
se dejó sentir de manera inmediata en la comunidad
psiquiátrica norteamericana. En 1956, su impacto sobre la
hospitalización psiquiátrica comenzó a ser considerable. La
proporción de ingresos en hospitales psiquiátricos
disminuyó desde 560 000 a 490 000 en 1964, y hasta
300 000 en 1971.
La eficacia de las drogas para disminuir los síntomas
psicóticos ha permitido también a los investigadores
desarrollar hipótesis más específicas para explicar algunos
trastornos mentales como la esquizofrenia. Los
investigadores se han dado cuenta de que estas drogas
antipsicóticas actúan modificando los niveles de dopamina,
un neurotransmisor asociado con la esquizofrenia. Estas
observaciones han llevado a los teóricos a establecer la
«hipótesis de la dopamina», según la cual el metabolismo
de la dopamina está asociado con el origen de la
esquizofrenia. Este tema se tratará con más profundidad en
el Capítulo 14.
Fuentes: Frankenberg, 1994; Green, 1951; Moriarty, Alagna y Lake, 1984: Pachter, 1951.
aunque sólo sea por su elevado coste. Y sin embargo, no
nos sentimos más confiados que nuestros colegas victorianos en haber encontrado un sistema satisfactorio para
la asistencia humana de esa importante minusvalía que
denominamos psicosis» (p. 15).
El siglo XX se cerró con una nota de incertidumbre respecto a la mejor manera de manejar las necesidades de los
pacientes psiquiátricos con trastornos graves. Está claro que
la clausura de los hospitales mentales y el tratamiento
externo en la comunidad no ha sido la panacea que se
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
esperaba hace sólo unos cuantos años. El papel del hospital
psiquiátrico para ayudar a quienes tienen problemas mentales graves, probablemente necesite experimentar una evolución, dado que la sociedad se encuentra incapaz de
enfrentarse de manera eficaz con el problema que los enfermos mentales pueden producir si son ignorados o desatendidos (véase Grob, 1994).
REVISIÓN
• Describa las diferentes concepciones de la
enfermedad mental que han ido evolucionando
a medida que el pensamiento científico fue
ejerciendo una mayor influencia en Europa
durante los siglos XVI y XVII.
• Comente la evolución de los hospitales
psiquiátricos.
• Describa los cambios en las actitudes sociales
que han producido modificaciones en la
manera de tratar a las personas con trastornos
mentales.
PERSPECTIVAS
CONTEMPORÁNEAS DE LA
CONDUCTA ANORMAL
Mientras que el movimiento de higiene mental ganaba
terreno en los Estados Unidos durante los últimos años del
siglo XIX, se estaban produciendo, tanto dentro como fuera
de sus fronteras, enormes descubrimientos tecnológicos.
Tales avances permitieron introducirse en lo que hoy conocemos como la perspectiva científica y experimental de la
conducta patológica, y la aplicación del conocimiento científico al tratamiento de las personas con trastornos. Describiremos cuatro temas fundamentales en la psicología
clínica que abarca el siglo XIX y el siglo XX, y que han ejercido
una influencia muy poderosa sobre nuestra concepción
contemporánea de la conducta patológica: (1) descubrimientos biológicos, (2) desarrollo de un sistema de clasificación de los trastornos mentales, (3) la aparición de
perspectivas de causación psicológica, y (4) el desarrollo de
la investigación psicológica experimental.
El establecimiento del vínculo entre el
cerebro y el trastorno mental
Los avances más inmediatamente observables se produjeron en el estudio de los factores biológicos y anatómicos
que subyacen a los trastornos físicos y mentales. Por ejem-
plo, uno de los más importantes puntos de inflexión proviene del descubrimiento de los factores orgánicos que se
encuentran tras la paresia general o sífilis del cerebro. Una
de las más graves enfermedades mentales de nuestros días
es la paresia general, que produce parálisis y locura, y suele
provocar la muerte en un plazo de dos a cinco años. Sin
embargo, este descubrimiento científico no se produjo de la
noche a la mañana; necesitó el esfuerzo combinado de
muchos científicos durante prácticamente un siglo.
PARESIA GENERAL Y SÍFILIS. El descubrimiento de
un método de curación de la paresia general comenzó en
1825, cuando el médico francés A. L. J. Bayle clasificó la
paresia general como un tipo específico de trastorno mental. Bayle ofreció una descripción muy completa y precisa
del conjunto de síntomas de la paresia, y argumentó convincentemente su idea de que se trata de un trastorno específico. Muchos años después, en 1897, el psiquiatra vienés
Clark Richard von Krafft-Ebing llevó a cabo una serie de
experimentos relacionados con la inoculación de tejido
de sífilis a pacientes con paresia general. Dado que ninguno
de los pacientes desarrolló los síntomas secundarios de la
sífilis, llegó a la conclusión de que ya estaban infectados
previamente. Este experimento resultó crucial para establecer la relación entre la paresia general y la sífilis. Casi una
década después, en 1906, von Wassermann desarrolló un
análisis de sangre que permitía detectar la sífilis. Esto permitió analizar la presencia de las mortales espiroquetas en
el torrente sanguíneo de una persona antes de que aparecieran consecuencias más graves de la infección.
Por último, en 1917, Julius von Wagner-Jauregg, el jefe
de la clínica psiquiátrica de la universidad de Viena, presentó
un tratamiento contra la sífilis y la paresia basada en la fiebre
de la malaria, debido a que las altas fiebres asociadas con la
malaria destruían la espiroqueta. Infectó a nueve pacientes
de paresia con la sangre de un soldado que estaba enfermo
de malaria, y encontró una importante mejoría de los síntomas de la paresia en tres de los pacientes, y una aparente
recuperación en los otros tres. En 1925 algunos hospitales
norteamericanos incorporaron este nuevo tratamiento. Uno
de los primeros estudios controlados de dicho tratamiento
fue el que llevaron a cabo Bahr y Brutsch en Indiana en 1928.
Encontraron que de los cien pacientes estudiados, treinta y
siete experimentaron una mejoría importante, y veinticinco
quedaron rehabilitados, de los cuales veintiuno pudieron
volver a desarrollar sus anteriores trabajos. Cuando publicaron sus resultados, estaban a la espera de que otros doce
pacientes quedaran también curados (King, 2000).
Aunque ciertamente eficaz, este tratamiento fue
pronto superado por la introducción de medicinas muy eficaces. Por supuesto, en la actualidad disponemos de la penicilina como el tratamiento más sencillo y eficaz para la
sífilis, si bien no podemos olvidar que el tratamiento
mediante malaria representó la primera conquista de la
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ciencia médica para acabar con un trastorno mental. El
ámbito de la psicología clínica ha recorrido mucho camino
desde las creencias supersticiosas hasta los conocimientos
científicos de la influencia del daño del cerebro en trastornos concretos. Este gran adelanto ha despertado enormes
esperanzas entre la comunidad médica en que será posible
encontrar la base orgánica de la mayoría de los trastornos
mentales, y quizá incluso de todos ellos.
LA PATOLOGÍA DEL CEREBRO COMO UN FACTOR
CAUSAL. Con la aparición de la moderna ciencia expe-
rimental durante la primera mitad del siglo XIX, los conocimientos sobre anatomía, fisiología, neurología, química
y medicina general, avanzaron rápidamente. Tales avances
condujeron a la progresiva identificación de la patología
biológica u orgánica que subyace a muchas dolencias físicas. Los científicos comenzaron a buscar la causa orgánica
de los trastornos físicos. El siguiente paso lógico se basaba
en la idea de que también el trastorno mental era una
enfermedad derivada de una disfunción orgánica, en este
caso del cerebro. En 1757 Albrecht von Haller (17081777), en su obra Elementos de fisiología, destacó la importancia del cerebro para el funcionamiento psicológico, y
abogó por la necesidad de realizar disecciones postmortem para estudiar el cerebro de las personas con trastornos
mentales. Sin embargo, la primera presentación sistemática de esta perspectiva la realizó el psiquiatra alemán Wilhem Griesinger (1817-1868). En su libro de texto Patología
y terapia de los trastornos psíquicos, publicado en 1845, este
autor insistía en que todos los trastornos mentales podían
explicarse en términos de una patología cerebral. Tras el
éxito para demostrar que la paresia general estaba provocada por una patología del cerebro, fueron apareciendo
otros resultados similares. Alois Alzheimer demostró la
patología del cerebro responsable de la arterioesclerosis
cerebral y de trastornos mentales seniles. Eventualmente,
durante el siglo XX, también se descubrieron las patologías
que se encontraban detrás de trastornos mentales causados por sustancias tóxicas como el plomo, o de ciertos
tipos de retraso mental.
Es importante destacar aquí que si bien el descubrimiento de la base orgánica de los trastornos mentales explicaba el «cómo», en la mayoría de los casos no lograba
explicar el «porqué». Con frecuencia en la actualidad esto
sigue siendo así. Por ejemplo, aunque sabemos qué es lo que
causa ciertos trastornos mentales «preseniles» —una patología del cerebro— todavía no sabemos por qué algunas
personas quedan afectadas por la misma y otras no. En
cualquier caso, lo que sí podemos hacer es predecir con
mucha precisión el curso de seguirán esos trastornos. Lo
cual no sólo se debe a que comprendemos mejor cuáles son
los factores orgánicos implicados, sino también en gran
medida, al trabajo de un discípulo de Griesinger, Emil
Kraepelin.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal
El comienzo de un sistema
de clasificación
Emil Kraepelin (1856-1926) ha desempeñado un papel
esencial en el desarrollo de la perspectiva biológica. Su libro
de texto Lehrbuch der Psychiatrie, publicado en 1883, no
sólo destaca la importancia de la patología del cerebro en
los trastornos mentales, sino que también realiza algunas
contribuciones que han fortalecido esa perspectiva. La más
importante de ellas fue su sistema de clasificación de los
trastornos mentales, que se convirtió en el predecesor de lo
que hoy conocemos como el DSM-4-TR (que hemos
comentado en el Capítulo 1). Kraepelin observó que ciertos
conjuntos de síntomas se producían con la suficiente
homogeneidad como para que se les considere un tipo
especial de trastorno mental. Por lo tanto, pasó a describir y
a clasificar esos trastornos, desarrollando un esquema de
sistematización que se convirtió en la base de nuestro actual
sistema. La integración de todo el material clínico en el que
se basa su clasificación fue una tarea hercúlea, y representa
una de las principales contribuciones al campo de la psicopatología.
Kraepelin consideraba cada tipo de trastorno mental
como algo distinto de los demás, y pensaba que el curso que
seguía cada uno de ellos estaba predeterminado y era predecible, de la misma forma que lo era el sarampión. Por lo
tanto, el resultado de un determinado tipo de trastorno
podría predecirse, incluso aunque no pudiera ser controlado. Tales ideas condujeron a un enorme interés por hacer
una descripción y una clasificación lo más precisa posible
de los trastornos mentales.
El establecimiento de las bases
psicológicas de los trastornos
mentales
No obstante el énfasis de estos años sobre la investigación
biológica, también se produjeron importantes avances en la
comprensión de los factores psicológicos de los trastornos
mentales. Los primeros pasos en este sentido fueron debidos a Sigmund Freud (1856-1939), que es por cierto el psicólogo teórico más citado de todo el siglo XX (Street, 1994).
Durante cinco décadas de observación, terapias y escritos,
Freud desarrollo una teoría global de la psicopatología que
ponía el acento en la dinámica interna de los motivos
inconscientes (lo que a menudo se denomina psicodinámica) que supone el núcleo de la perspectiva psicoanalítica. Asimismo, los métodos que utilizaba para estudiar y
tratar a sus pacientes se denominaron psicoanálisis. Podemos rastrear las raíces ancestrales del psicoanálisis hasta llegar a algunos lugares inesperados, como el estudio de la
hipnosis, sobre todo en su relación con la histeria. La hipnosis, un estado de relajación inducido en el que la persona
está completamente dispuesta a la sugestión, comenzó a
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
utilizarse de manera amplia a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en Francia.
EL MESMERISMO. Nuestros esfuerzos para comprender la causa psicológica de los trastornos mentales comienzan con Franz Anton Mesmer (1734-1815), un médico
austriaco que desarrolló las ideas de Paracelso referentes a
la influencia de los planetas sobre el cuerpo humano. Mesmer consideraba que los planetas afectaban a un fluido
magnético que tenemos en el cuerpo, cuya distribución
influye a su vez sobre la salud y la enfermedad. Para intentar encontrar curación a los trastornos mentales, Mesmer
llegó la conclusión de que todas las personas poseen fuerzas
magnéticas que pueden influir sobre la distribución del
fluido magnético en los demás, lo que podría facilitar su
curación.
Mesmer intentó poner en práctica sus ideas tanto en
Viena como en otras ciudades, pero fue en París en 1778
donde consiguió muchos adeptos. Allí abrió una clínica
donde trataba todos los tipos de enfermedad mediante
«magnetismo animal». En una habitación a oscuras, los
pacientes se sentaban alrededor de una tina que contenía
diferentes sustancias químicas, y de donde salían una serie
de varillas metálicas que se aplicaban a las zonas afectadas
del cuerpo de los pacientes. Entonces empezaba a sonar
música y aparecía Mesmer vestido con una toga violeta
pasando de un paciente a otro, mientras les tocaba con sus
manos o a su varita. De esta manera, Mesmer llegó a ser
capaz de eliminar anestesias y parálisis histéricas. También
demostró la mayoría de los fenómenos que posteriormente
se sabría que están relacionados con la utilización de la hipnosis.
Considerado por sus colegas médicos como un charlatán, Mesmer tuvo que abandonar París y desapareció rápidamente de la escena. Sin embargo, sus métodos y
resultados generaron una gran controversia durante
muchos años; de hecho, el mesmerismo, como llegó a
conocerse su técnica, constituyó el origen de acaloradas discusiones en los primeros años del siglo XIX igual que ocurrió con el psicoanálisis a principios del siglo XX. Estos
debates condujeron a un renovado interés en la hipnosis
como explicación de las «curaciones» que se producían.
LA ESCUELA DE NANCY. Ambrose August Liébeault
(1823-1904), un médico francés que ejercía en la localidad
de Nancy, utilizaba con éxito la hipnosis como terapia.
Durante esos mismos años ejercía también en esa localidad
como profesor de medicina Hipólito Bernheim (18401919), que se interesó mucho por la relación que pudiera
existir entre la histeria y la hipnosis. Este interés procedía
del éxito de Liébeault para curar mediante la hipnosis a un
paciente a quien Bernheim había estado tratando infructuosamente con métodos convencionales durante cuatro
años (Selling, 1943). Bernheim y Liébeault trabajaron con-
juntamente para desarrollar la hipótesis de que la hipnosis
y la histeria estaban relacionadas y que ambas se debían a la
sugestión (Brown y Menninger, 1940). Sus hipótesis se
basaban en dos líneas de evidencia: (1) los fenómenos
observados en la histeria, como la parálisis de un brazo, la
sordera, o zonas anestesiadas que podían pincharse sin que
la persona sintiese dolor (fenómenos que se producían sin
que existiera ningún problema orgánico aparente), podían
también generarse en sujetos normales mediante hipnosis.
(2) Esos mismos síntomas también podían eliminarse
mediante la hipnosis. Por lo tanto parecía probable que la
histeria fuera un tipo de auto-hipnosis. Todos los que aceptaron esta hipótesis fueron conocidos como la Escuela de
Nancy.
Mientras tanto, Jean Charcot (1825-1893), que dirigía
el hospital Salpêtrière de París y era considerado un neurólogo avanzado, había estado experimentando con algunos
de los fenómenos que habían descrito los mesmeristas.
Como resultado de sus investigaciones, Charcot se mostró
opuesto a los descubrimientos de la Escuela de Nancy e
insistió en que lo que produce la histeria son cambios degenerativos del cerebro lo que, más adelante, se demostró
erróneo. En cualquier caso, la participación de un científico
tan destacado favoreció en gran medida el renacimiento del
interés médico y científico en la histeria.
El debate entre Charcot y la Escuela de Nancy fue uno
de los más importantes de la historia médica, y se oyeron
muchas palabras duras y agrias provenientes de cada lado.
Finalmente triunfaron los partidarios de la Escuela de
Nancy. Este reconocimiento de la base psicológica de un
trastorno mental generó mucha más investigación respecto
a las conductas subyacentes en la histeria y en otros trastornos. Muy pronto se sugirió que este tipo de factores psicológicos estaban también involucrados en los estados de
ansiedad, las fobias y otras psicopatologías. Eventualmente,
el propio Charcot adoptó ese nuevo punto de vista, y trabajó para promover el estudio de los factores psicológicos
en diversos trastornos mentales.
El debate sobre si los trastornos mentales tienen causas
biológicas o psicológicas continúa presente en la actualidad. El debate entre la Escuela de Nancy y Charcot representa, por otra parte, un paso gigantesco para la psicología.
Hacia el final del siglo XIX, estaba claro que los trastornos
mentales podían tener causas biológicas o psicológicas, o
incluso ambas a la vez. Pero seguía sin responderse una pregunta básica: ¿cómo se desarrollan los trastornos mentales
con un origen psicológico?
LOS INICIOS DEL PSICOANÁLISIS. El primer intento
sistemático para responder a esta pregunta procede de Sigmund Freud (1856-1939). Freud era un brillante neurólogo
vienés que obtuvo un contrato como profesor de enfermedades nerviosas en la universidad de Viena. En 1885
comenzó a estudiar con Charcot y posteriormente tuvo
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conocimiento del trabajo de Bernheim y Liébeault en
Nancy. Quedó impresionado por la utilización de la hipnosis con pacientes histéricos, y llegó a la conclusión de que
algunos importantes procesos mentales podían quedar
ocultos a la conciencia.
Al volver a Viena, Freud estuvo colaborando con otro
médico, Josef Breuer (1842-1925), que había incorporado
una interesante innovación al uso de la hipnosis con sus
pacientes. Freud y Breuer, al contrario que otros hipnotistas, inducían a sus pacientes a que hablasen con libertad de
sus problemas mientras se encontraban bajo hipnosis. Estas
personas generalmente mostraban una emoción considerable y, tras despertar de su estado hipnótico, sentían una
liberación emocional importante, que fue denominada
catarsis. Esta innovación tan simple en el uso de la hipnosis
probó ser de gran importancia: no sólo ayudaba a los
pacientes a descargar sus tensiones emocionales, sino que
también revelaba al terapeuta la naturaleza de las dificultades que estaban produciendo síntomas determinados. Al
despertar, los pacientes no encontraban relación alguna
entre sus problemas y los síntomas histéricos.
Estos trabajos condujeron al descubrimiento del
inconsciente —la parte de la mente que contiene experiencias ignoradas por la persona— y que se considera que
puede desempeñar un papel muy importante en la determinación de su conducta. En 1893 Freud y Breuer publicaron
un artículo conjunto, Sobre los mecanismos psicológicos de
los fenómenos histéricos, que constituye uno de los grandes
hitos en el estudio de la dinámica del consciente y el inconsciente. Freud descubrió pronto que incluso era posible
prescindir por completo de la hipnosis. Al pedir a sus
pacientes que contaran cualquier cosa que les viniera a la
mente, sin preocuparse de su lógica o lo adecuado que
pudiera resultar, éstos eran capaces de superar los obstáculos internos que los mantenían ocultos, y discutir con libertad sus problemas.
Hay dos métodos relacionados entre sí que le permitieron comprender los procesos de pensamiento conscientes e
inconscientes de sus pacientes. Uno de estos métodos, la
asociación libre, requiere que los pacientes hablen libremente de sí mismos, proporcionando así información
sobre sus sentimientos, motivos, etc. Un segundo método,
la interpretación de los sueños, requiere que los pacientes
recuerden y describan sus sueños. Dichas técnicas permitían a terapeuta y paciente comprender mejor los problemas emocionales de este último. Freud dedicó el resto de su
larga y enérgica vida a desarrollar y elaborar los principios
del psicoanálisis. Sus ideas se introdujeron formalmente en
los Estados Unidos en 1909, cuando el eminente psicólogo
Stanley Hall le invitó a pronunciar una serie de conferencias
en la Universidad de Clark. Dichas conferencias generaron
una gran controversia y contribuyeron a popularizar los
conceptos psicoanalíticos tanto entre científicos como
entre el público en general.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal
Discutiremos la perspectiva psicoanalítica más adelante en el Capítulo 3. Las ideas de Freud atrajeron gran
cantidad de seguidores a lo largo de su vida, y de hecho el
interés por sus ideas todavía persiste en la actualidad más de
cien años después de sus primeros escritos. Otros teóricos
clínicos, como Carl Jung, Alfred Adler y Harry Stack Sullivan, propusieron otras teorías derivadas del psicoanálisis.
En el Capítulo 3 profundizaremos en cada una de estas teorías. Pero a continuación vamos a examinar los primeros
pasos de la investigación psicológica y la evolución de la
perspectiva conductual sobre la conducta patológica.
La evolución de la investigación
psicológica
El origen de gran parte del pensamiento científico de la psicología contemporánea se puede encontrar en los primeros
esfuerzos rigurosos para estudiar de manera objetiva los
procesos psicológicos, tal y como hicieron Wilhelm Wundt
(1832-1920) y William James (1842-1910). Si bien los primeros trabajos de estos psicólogos experimentales no estaban directamente destinados a la práctica clínica o a la
comprensión de la conducta patológica, su forma de proceder influyó de una manera evidente unas décadas más tarde
sobre el pensamiento de una serie de psicólogos que incorporaron tales actitudes científicas a la clínica.
LOS PRIMEROS LABORATORIOS DE PSICOLOGÍA.
En 1879 Wilhelm Wundt fundó el primer laboratorio de
psicología experimental en la Universidad de Leizpig.
Mientras estudiaba los factores psicológicos implicados en
la memoria y la sensación, Wundt y sus colegas diseñaron
muchos métodos y estrategias experimentales básicas.
También los primeros autores que contribuyeron al estudio
empírico de la conducta patológica estaban directamente
influidos por Wundt; siguieron su metodología experimental y aplicaron algunas de sus estrategias de investigación al
estudio de los problemas clínicos. Por ejemplo, un alumno
de Wundt, J. McKeen Cattell (1860-1944), importó los
métodos experimentales de Wundt a los Estados Unidos y
los utilizó para estudiar las diferencias individuales en el
procesamiento mental. Tanto él como otros alumnos de
Wundt establecieron laboratorios de investigación por todo
el territorio de los Estados Unidos.
Sin embargo, no fue hasta 1896 que otro de los alumnos de Wundt, Lightner Witmer (1867-1956), combinó la
investigación con la aplicación y fundó la primera clínica
psicológica americana en la universidad de Pennsylvania.
Witmer se centró en los niños con deficiencia mental, tanto
desde un punto de vista clínico como investigador. Considerado el fundador de la psicología clínica (McReynolds,
1996, 1997), su influencia animó a muchos otros para
incorporarse a esa nueva profesión. Muy pronto se fundaron otras clínicas similares. Una que alcanzó una gran
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
importancia fue el instituto juvenil psicopático de Chicago
(más tarde denominado Instituto de Investigación Juvenil),
fundado en 1909 por William Healy (1869-1863). Healy fue
el primero en considerar la delincuencia juvenil como un
síntoma de la vida en la ciudad, y no como resultado de
problemas psicológicos internos. De esta manera fue de los
primeros en reconocer la presencia de una nueva fuente de
causalidad: los factores ambientales o socioculturales.
Durante la primera década del siglo XX empezaron a
proliferar clínicas y laboratorios psicológicos, con lo que se
generó una gran cantidad de investigación (Reisman,
1991). Desde luego la rapidez y objetividad para la comunicación de los descubrimientos científicos resultó tan
importante para el desarrollo de la psicología moderna
como la recogida e interpretación de los resultados de la
investigación. Este periodo asistió a la creación de muchas
revistas científicas dedicadas a la difusión de los descubrimientos teóricos y empíricos. Dos publicaciones muy
importantes en el campo de la psicología patológica fueron
Journal of Abnormal Psychology, fundada por Morton
Prince en 1906, y The Psychological Clinic, fundada por
Lightner Witmer en 1907. (Resulta interesante señalar que
Prince fue un psiquiatra que creó una revista sobre psicología patológica que sin embargo no tenía una tendencia biológica.) A medida que pasaban los años, crecía el número de
revistas. La asociación americana de psicología (APA)
publica en la actualidad treinta y ocho revistas científicas,
muchas de las cuales centran su investigación en la conducta patológica y en el funcionamiento de la personalidad.
LA PERSPECTIVA CONDUCTUAL.
Si bien el psicoanálisis dominaba el pensamiento psicológico hacia finales
del siglo XIX y principios del XX, durante esta época estaba
naciendo otra escuela, el conductismo, que comenzó a
desafiar su supremacía a medida que las teorías del aprendizaje comenzaron a utilizarse para comprender mejor la
conducta patológica. Los psicólogos conductistas consideraban que el estudio de la experiencia subjetiva —mediante
técnicas como la asociación libre o el análisis de los sueños— no podía proporcionar datos científicos aceptables,
debido a que tales observaciones no eran susceptibles de
verificación por parte de otros investigadores. Desde esta
perspectiva, solamente el estudio de la conducta directamente observable y de los estímulos y condiciones de reforzamiento que la controlan, podría servir como base para la
formulación de principios científicos sobre la conducta
humana.
La perspectiva conductual se organiza alrededor de un
tema central: el papel del aprendizaje sobre la conducta
humana. Si bien esta perspectiva se desarrolló inicialmente
mediante la investigación en el laboratorio y no tanto mediante la práctica clínica con personas con trastornos, sus
implicaciones para la explicación y el tratamiento de la conducta inadaptada muy pronto se hicieron evidentes.
El condicionamiento clásico. El origen de la perspectiva conductual sobre la conducta patológica y su tratamiento está vinculado al trabajo experimental sobre un
tipo de aprendizaje que se conoce como condicionamiento
clásico. Este trabajo comenzó con el descubrimiento del
reflejo condicionado por el fisiólogo ruso Iván Pavlov
(1849-1936). Con el cambio del siglo, Pavlov demostró que
los perros comenzaban a producir saliva cuando veían estímulos no alimenticios, tales como una campana, una vez
que el estímulo había acompañado de manera habitual a la
comida.
Los descubrimientos de Pavlov con el condicionamiento clásico interesaron a un joven psicólogo americano,
John B. Watson (1878-1958), que buscaba una manera
objetiva de estudiar la conducta humana. Watson pensaba
que si la psicología quería convertirse en una auténtica
ciencia, tenía que abandonar la subjetividad de las sensaciones internas y otros estados «mentales», y limitarse únicamente a lo que podía observarse de manera objetiva. ¿Qué
mejor manera de hacerlo que observar los cambios sistemáticos en la conducta producidos por la simple reorganización de los estímulos? De esta manera Watson orientó el
objetivo de la psicología para centrarlo en el estudio de la
conducta observable, una perspectiva que denominó conductismo.
Watson, una persona con una energía impresionante,
se dio cuenta de las grandes posibilidades del conductismo,
y se apresuró a difundirlo entre sus colegas pero también
entre el público en general. Se jactaba de que mediante el
condicionamiento sería capaz de convertir a cualquier niño
sano en cualquier tipo de adulto que deseara. También
desafío tanto a los psicoanalistas como a otros psicólogos de
orientación más biológica, al sugerir que la conducta patológica no era más que el producto de un condicionamiento
inadvertido y desafortunado, que podía modificarse
mediante el recondicionamiento.
Durante la década de los 30, las propuestas de Watson
habían ejercido un enorme impacto sobre la psicología
norteamericana. Sus aportaciones destacaban el papel del
entorno social para condicionar la personalidad y la conducta, tanto la normal como la patológica. En la actualidad
los psicólogos de orientación conductista continúan aceptando las tesis básicas de la doctrina de Watson, si bien son
más cautelosos en sus afirmaciones.
Condicionamiento operante.
Mientras que Pavlov y
Watson estudiaban las condiciones estimulares previas y su
relación con las respuestas del organismo, E. L. Thorndike
(1874-1949) y posteriormente B. F. Skinner (1904-1990)
exploraban un tipo de condicionamiento diferente, en el
que son las consecuencias de la conducta las que influyen
sobre la propia conducta. La conducta que opera sobre el
entorno produce determinado tipo de resultados, y tales
resultados, a su vez, determinan la probabilidad de que esa
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conducta se repita en ocasiones similares. Por ejemplo,
Thorndike estudió cómo aprendían los gatos una respuesta
determinada, como pulsar una palanca, a condición de que
dicha respuesta fuera seguida por un reforzamiento. Este
tipo de aprendizaje se denominó condicionamiento instrumental y posteriormente condicionamiento operante por
parte de Skinner. En la actualidad todavía se utilizan ambos
términos.
En este capítulo hemos revisado algunas tendencias
importantes en la evolución del campo de la psicología
patológica, y hemos contabilizado las contribuciones de
numerosos personajes históricos que han modelado nuestra forma actual de concebir la psicología. Ni que decir
tiene que la gran cantidad de información disponible
puede provocar confusión y controversia cuando se
intenta obtener una perspectiva integrada de la conducta y
de sus causas. Puede que hayamos dejado atrás la creencia
en causas sobrenaturales, pero estamos internándonos en
algo mucho más complejo cuando se trata de determinar el
papel que desempeñan los factores naturales, ya sean bio-
Tabla 2.1.
Perspectivas contemporáneas de la conducta anormal
lógicos, psicológicos, o socioculturales, en la conducta
patológica. Para una recapitulación de algunas de las contribuciones más importantes al campo de la psicología
patológica como véase la Tabla 2.1 en las páginas 45 y 46.
REVISIÓN
• Compare la perspectiva de la Escuela de Nancy
con la de Charcot. ¿Cómo puede haber influido
en este debate sobre la psicología moderna?
• Evalúe el impacto del trabajo de Freud y de
Watson sobre la psicología actual.
• ¿Cómo contribuyó la primera ciencia
experimental a establecer la patología
cerebral como un factor causal de los
trastornos mentales?
Principales figuras de la historia de la psicología clínica
EL MUNDO ANTIGUO
Hipócrates (460-377 antes de Cristo). Un médico griego que estaba convencido de que la enfermedad mental era el
resultado de causas naturales y patologías cerebrales, y no de demonios o dioses.
Platón (429-347 antes de Cristo). Un filósofo griego que creía que los pacientes mentales deberían ser tratados de
manera humanitaria, y no debían ser considerados responsables de sus actos.
Aristóteles (384-322 antes de Cristo). Un filósofo griego y discípulo de Platón, seguidor de la teoría de Hipócrates de
que las causas de los trastornos mentales eran diversos humores del cuerpo que estaban desequilibrados. Aristóteles
rechazó la idea de que los factores psicológicos pudieran ser la causa de los trastornos mentales.
Galeno (130-200). Médico griego y seguidor de la tradición de Hipócrates, que contribuyó en gran medida a la
comprensión del sistema nervioso. Galeno dividió las causas de los trastornos mentales en dos categorías, una física y
otra mental.
LA EDAD MEDIA
Avicena (980-1037). Médico árabe que adoptó los principios del tratamiento humanitario para quienes sufrían
trastornos mentales, en una época en que el tratamiento que se les daba en occidente tenía un carácter inhumano.
Martín Lutero (1483-1546). Teólogo alemán y líder de la reforma que mantuvo la creencia, habitual en su época, de
que los que tenían un trastorno mental estaban poseídos por el diablo.
Paracelso (1490-1541). Médico suizo que rechazó la posesión diabólica como causa de la conducta anormal. Estaba
convencido de que la enfermedad mental se debía a causas físicas.
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
Tabla 2.1.
SIGLOS XVI AL XVIII
Teresa de Ávila (1515-1582). Monja española, más tarde canonizada, que sostuvo que los trastornos mentales eran una
enfermedad de la mente.
Johann Weyer (1515-1588). Médico alemán que argumentó contra la teoría de la posesión diabólica, lo que le costó el
ostracismo por parte de sus compañeros y de la iglesia, debido a sus ideas progresistas.
Reginald Scot (1538-1599). Personaje inglés que rechazó la teoría de que los demonios eran la causa de los trastornos
mentales, y por ello fue castigado por el rey Jaime I.
Robert Burton (1576-1640). Erudito de Oxford que escribió en 1621 un tratado muy influyente sobre la depresión,
titulado La anatomía de la melancolía.
William Tuke (1732-1822). Cuáquero inglés que fundó el Retiro de York, donde los pacientes con enfermedad mental
podían vivir en un entorno humanitario.
Philippe Pinel (1745-1826). Médico inglés que fue pionero en el uso de la organización moral en los hospitales La
Bicête y La Salpêtrière de Francia, donde se trataba a los pacientes con enfermedad mental de una manera
humanitaria.
Benjamín Rush (1745-1813). Médico americano y fundador de la psiquiatría en América, que utilizaba la organización
moral, basada en los métodos humanitarios de Pinel, para tratar a los enfermos mentales.
SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX
Dorotea Dix (1802-1887). Maestra americana que fundó el movimiento de higiene mental en los Estados Unidos,
orientado hacia el bienestar físico de los pacientes mentales hospitalizados.
Clifford Beers (1876-1943). Personaje norteamericano que luchó por modificar la actitud del público hacia los
pacientes mentales, después de su propia experiencia en una institución mental.
Franz Anton Mesmer (1734-1815). Médico austriaco que realizó las primeras investigaciones sobre la hipnosis como
tratamiento médico.
Emil Kraepelin (1856-1926). Médico alemán que elaboró el primer sistema diagnóstico.
Sigmun Freud (1856-1938). Fundador de una escuela de terapia psicológica conocida como psicoanálisis.
Wilhem Wundt (1832-1920). Científico alemán que fundó el primer laboratorio de psicología experimental en 1879, y
ejerció una gran influencia sobre el estudio empírico de la conducta patológica.
J. McKeen Cattell (1860-1944). Psicólogo americano que adoptó el método de Wundt y estudió las diferencias
individuales en el procesamiento mental.
Lightner Witmer (1876-1956). Psicólogo norteamericano que fundó la primera clínica psicológica de los Estados
Unidos, centrada en problemas de los niños con deficiencias. También fundó la revista The Psychological Clinic en
1896.
Iván Pavlov (1849-1936). Fisiólogo ruso que publicó estudios clásicos sobre la psicología del aprendizaje.
William Healy (1869-1963). Psicólogo norteamericano que fundó el instituto de psicopatología juvenil de Chicago, y
avanzó la idea de que la enfermedad mental estaba causada por factores ambientales o socioculturales.
John B. Watson (1878-1958). Realizó las primeras investigaciones sobre los principios del aprendizaje, y ha llegado a
ser conocido como el padre del conductismo.
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Temas sin resolver
T E M AS S I N R ES O LV E R
LA INTERPRETACIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS
Para poder interpretar los acontecimientos y fenómenos
actuales necesitamos disponer de una comprensión lo más
válida y precisa posible de la evolución histórica que han
seguido los mismos. Muchos psicólogos mantienen la
perspectiva de que las teorías psicológicas se verían
favorecidas por un mejor conocimiento de los datos
históricos (McGuire, 1994). En este capítulo hemos
intentado proporcionar una perspectiva histórica de
algunos de los conceptos que usted encontrará en el resto
de los capítulos. Podría pensarse que rastrear la historia en
busca de acontecimientos que tuvieron lugar hace mucho
tiempo no tiene porqué ser una tarea excesivamente
complicada, simplemente se trataría de revisar algunos
libros de historia y las publicaciones de la época sobre el
tema en cuestión. Sin embargo, quienes intentan
comprender el contexto histórico de ciertas ideas o
fenómenos, suelen enfrentarse a lo que Burton (2001) ha
denominado «la tenacidad de la desinformación histórica».
Este autor ha señalado que hay una tendencia recurrente y
descorazonadora en la historia de la ciencia, a saber, la
amplia aceptación que tienen las explicaciones falsas.
Observa que no resulta infrecuente que ciertos
descubrimientos y teorías psicológicas resulten exagerados
o distorsionados, y que esas exageraciones frecuentemente
llegan más lejos que los auténticos hechos. Por ejemplo, ha
recogido la amplia aceptación, y su inclusión en muchos
libros de texto, de algunas afirmaciones incorrectas del
estudio tan frecuentemente citado de Watson y Rayner con
el pequeño Alberto, que aprendió a temer a los objetos
peludos:
El pequeño Alberto
Alberto fue un niño famoso que, aunque no tenía miedo
de las ratas, llegó a mostrar ese temor cuando Watson
y Rayner (1920/2000) asociaron la presencia de una
rata con un fuerte ruido. Harris (1979), Samelson
(1980) y Gilovich (1991), son algunos de los autores que
opinan que este caso se ha exagerado al poner de
relieve que nunca se intentó resolver el miedo que se
había inducido en Alberto. Watson y Rayner
describieron la asociación que establecía el niño entre
la rata y el ruido, y la generalización de ese miedo a un
conejo, una chaqueta de algodón, el cabello de Watson
y de algunos ayudantes, o la imagen de Papá Noel. Sin
embargo, en realidad Alberto nunca demostró miedo al
cabello de los ayudantes o la chaqueta de algodón;
siempre reaccionó ante la rata, y ante el resto de los
objetos con diversos grados de agitación que se
describían de una manera bastante vaga como
reacciones negativas. De acuerdo con Harris (1979,
p. 153), han sido otras fuentes secundarias quienes han
informado erróneamente de que el niño mostraba
miedo «a la piel peluda... a la barba... a los gatos,... a
un guante de piel blanca... a una chaqueta de piel de
su madre,... e incluso a un asiento de peluche»
(pp. 228-229).
Otro factor que puede influir sobre la calidad de la
información histórica es que nuestra perspectiva de la
historia y nuestra interpretación de los acontecimientos
suele estar abierta a la reinterpretación. Como ha señalado
Schudson (1995), «la memoria colectiva, más que la
individual, al menos en sociedades liberales y plurales, es
provisional. Siempre está abierta a la revisión» (p. 16). Así
pues, cuando intentamos obtener una visión precisa y
válida de las actitudes y la conducta de personas que
vivieron hace cientos de años, es frecuente encontrar
muchos obstáculos. En efecto, esto es lo que ha ocurrido
con nuestra visión de la Edad Media (Kroll y Bachrach,
1984).
El problema más frecuente en el análisis psicológico
retrospectivo es que no podemos confiar en la observación
directa, un punto de referencia básico de la investigación
psicológica. Por el contrario, debemos centrarnos en
documentos escritos o en revisiones históricas de esa
época. Si bien dichas fuentes están generalmente repletas
de información fascinante, es posible que no revelen de
manera directa aquello que estamos buscando; y ello nos
obliga a extrapolar «hechos» a partir de esos fragmentos
de información, lo cual no siempre resulta una tarea
sencilla. Intentar aprender cuáles eran las actitudes y las
percepciones sociales de personas que han vivido hace
cientos de años, mediante el examen de los documentos
que encontramos en las iglesias, o también de algunas
descripciones biográficas, no es precisamente la manera
idónea de conseguirlo. En primer lugar, inevitablemente
estamos estudiando esos documentos fuera del contexto en
que fueron escritos. El segundo lugar, no sabemos si los
autores cambiaron posteriormente de idea, o cuáles eran
los auténticos propósitos de esos documentos. Por ejemplo,
algunos historiadores han concluido erróneamente que
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
durante la Edad Media el pecado se consideraba como el
principal factor causal de la enfermedad mental. Este error
quizá se haya debido en parte a algunos autores demasiado
entusiastas que han invocado «El Castigo divino» contra las
víctimas de la enfermedad mental del bando enemigo.
Aparentemente, si las víctimas se encontraban en el mismo
bando, entonces el pecado no solía mencionarse como un
factor causal (Kroll y Bachrach, 1984). Por supuesto se
trata de escritos malintencionados, pero nosotros no
tenemos porqué saber eso. Además, cuantos menos
documentos y fuentes históricas quedan de esa época,
tanto más probable es que cualquier sesgo pase
inadvertido.
En otras ocasiones puede ocurrir que algunos
conceptos importantes para la interpretación histórica
de una época, tengan un significado muy diferente para
nosotros del que tuvieron en el pasado. O también puede
ocurrir que ese significado simplemente sea confuso.
Kroll y Bachrach, (1984) han señalado que el concepto
de «posesión», tan importante para nuestra concepción
de la Edad Media, resulta en realidad un concepto
excesivamente ambiguo y complejo para el que no
disponemos de la ayuda de otros modelos naturales.
Muchas veces nuestro lenguaje encuentra dificultades
para representar la realidad, y debe limitarse a coloridas
analogías y metáforas. De la misma manera que la
expresión crisis nerviosa significa cosas diferentes para
distintas personas, igualmente posesión significa y
significó muchas cosas diferentes, e indudablemente
tiene un rango de significados diferente para las
personas del medioevo y para nosotros (p. 510). Este
tipo de incertidumbre puede convertir en una tarea
difícil, si no imposible, la evaluación de los
acontecimientos que tuvieron lugar durante la Edad
Media (Phillips, 2002).
También es posible encontrar sesgos durante la
interpretación. Nuestras interpretaciones de los
acontecimientos históricos o de las creencias previas
pueden estar teñidas e influidas por nuestra propia visión
de lo que es normal y anormal. De hecho, resulta difícil
realizar un análisis retrospectivo sin adoptar nuestras
perspectivas y valores actuales como punto de partida.
Por ejemplo, nuestras creencias modernas en relación
con la Edad Media han llevado, según Schoeneman
(1984), a un error muy común de pensar que durante los
siglos XV y XVI las personas con enfermedad mental eran
acusadas de brujería. Esta interpretación errónea tiene
sentido para la mayoría de nosotros simplemente porque
no llegamos a comprender la perspectiva medieval sobre
la brujería.
Si bien estos nuevos análisis de la Edad Media han
desacreditado la idea de que los demonios, el pecado y la
brujería, desempeñan un papel importante en la
concepción medieval de la enfermedad mental, está
claro que en algunos casos tales conceptos sí estaban
asociados con la enfermedad mental. ¿Dónde podemos
encontrar la verdad? Parece que todavía no se ha escrito
la última palabra sobre la Edad Media, ni sobre ningún
período de nuestra historia, al menos por lo que
concierne a ese tema. En el mejor de los casos, la
perspectiva histórica —y por ende los estudios
psicológicos retrospectivos— deben considerarse como
hipótesis de trabajo abiertas a modificaciones, a
medida que se apliquen nuevas perspectivas a la historia
según se vayan descubriendo «nuevos» documentos
históricos.
SUMARIO
• La comprensión de la conducta patológica no ha
evolucionado de manera uniforme y homogénea a
lo largo de los siglos; los pasos hacia delante han
estado jalonados por grandes lagunas entre
algunas perspectivas o creencias inusuales e
incluso ridículas que han mantenido algunos
investigadores y teóricos.
• La perspectiva social, económica y religiosa,
dominante en una época ejerce una profunda
influencia sobre la manera en que se concibe la
conducta patológica.
• En el mundo antiguo, las explicaciones
supersticiosas de los trastornos mentales han
estado seguidas de la aparición de conceptos
médicos, como por ejemplo en Egipto y Grecia;
muchos de esos conceptos fueron
desarrollados y matizados por los médicos
romanos.
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• Tras la caída de Roma hacia el final del siglo V, las
perspectivas supersticiosas dominaron la
concepción de los trastornos mentales durante
unos 1 000 años. En los siglos XV y XVI, todavía se
aceptaba ampliamente, incluso por los eruditos,
que algunas personas con trastornos mentales
estaban poseídas por el diablo.
• También se han producido enormes avances en
nuestra comprensión de la conducta patológica.
Por ejemplo, durante la última parte de la Edad
Media y el principio del Renacimiento,
reapareció en Europa un espíritu de análisis
científico, y algunos destacados médicos
lucharon contra los tratamientos inhumanos de
los pacientes mentales. Se produjo un
movimiento general que se alejaba de las
supersticiones y de la magia, y avanzaba hacia
los estudios científicos.
• Con el reconocimiento de la necesidad de un
tratamiento especial para las personas con
trastornos mentales, comenzó la fundación de
diversos «asilos» hacia el final del siglo XVI. Sin
embargo, la institucionalización acarreó también
el aislamiento y el maltrato de los pacientes
mentales. Poco a poco fue reconociéndose esta
situación, y durante el siglo XVIII se hicieron
esfuerzos para proporcionar a estos pacientes
mejores condiciones de vida y tratamientos más
humanitarios, si bien esto era más una excepción
que una regla.
• La reforma de los hospitales mentales continuó
durante el siglo XX, si bien durante las últimas
cuatro décadas de ese siglo se produjo una fuerte
tendencia a la clausura de los mismos. Esta
tendencia sigue siendo controvertida y sujeta a
debate.
• Los siglos XIX y XX asistieron a grandes avances
científicos y humanitarios. El trabajo de Philippe
Pinel en Francia, de William Tuke en Inglaterra y de
Benjamín Rush y Dorotea Dix en los Estados
Unidos, allanaron el camino para algunos avances
importantes en la psicología clínica
contemporánea. Entre esos avances se cuenta la
gradual aceptación de los pacientes mentales
como personas que necesitan una atención
profesional, la aplicación exitosa de tratamientos
farmacológicos, y el avance de la investigación
científica en el ámbito del origen biológico,
psicológico y sociocultural de la conducta
patológica.
Sumario
• Durante el siglo XIX, los grandes avances
científicos y tecnológicos que se produjeron en las
ciencias biológicas fomentaron la comprensión y el
tratamiento de las personas con trastorno mental.
Por ejemplo, uno de los principales logros
biomédicos fue el descubrimiento de los factores
orgánicos que subyacen a la paresia general o
sífilis del cerebro, una de las enfermedades
mentales más graves de nuestros días.
• Durante la primera parte del siglo XVIII, aumentó
con gran rapidez nuestro conocimiento de la
anatomía, fisiología, neurología, química y
medicina general. Tales avances permitieron la
identificación de la patología biológica que se
encuentra tras muchos trastornos físicos.
• El desarrollo de un sistema de clasificación
psiquiátrica desempeñó un papel esencial para la
evolución inicial de la perspectiva biológica. El
trabajo de Kraepelin (un precursor del sistema DSM)
permitió establecer la importancia de la patología
del cerebro para los trastornos mentales.
• Los primeros avances importantes para la
comprensión de los factores psicológicos que
causan trastornos mentales vinieron de la mano
de Sigmund Freud. Durante cinco décadas de
observación, terapias y escritos, desarrolló una
teoría de la psicopatología que se conoce como
psicoanálisis, y que destaca la importancia de la
dinámica interna de los motivos inconscientes.
Durante la última mitad del siglo XX, otros
psicólogos modificaron y revisaron la teoría de
Freud, que de esta manera evolucionó hacia
nuevas perspectivas psicodinámicas.
• La investigación científica de la conducta humana
comenzó a avanzar a grandes pasos durante la
última parte del siglo XIX. El final de ese siglo y el
principio del siglo XX asistieron a una evolución de
la psicología experimental hacia la psicología
clínica, a medida que se creaban clínicas que
permitían estudiar e intervenir sobre la conducta
patológica.
• El conductismo se fue convirtiendo
progresivamente en un importante modelo
explicativo para la psicología clínica. La
perspectiva conductual está organizada alrededor
de un tema central: que el aprendizaje desempeña
un papel esencial en la conducta humana. Si bien
esta perspectiva comenzó restringida a la
investigación en el laboratorio (al contrario del
psicoanálisis, que procede de la práctica clínica),
CAPÍTULO 2
Perspectivas históricas y contemporáneas de la conducta patológica
ha demostrado tener importantes implicaciones
para la explicación y el tratamiento de la conducta
inadaptada.
• La comprensión de la evolución histórica de las
perspectivas sobre la psicopatología está jalonada
de avances y retrocesos, y nos permite hacernos
una idea de cómo han aparecido nuestras
concepciones actuales sobre la conducta
patológica.
TÉRMINOS CLAVE
Asilos (p. 33)
Asociación libre (p. 43)
Baile de San Vito (p. 31)
Catarsis (p. 43)
Condicionamiento clásico (p. 44)
Condicionamiento operante (p. 45)
Conductismo (p. 44)
Desinstitucionalización (p. 38)
Escuela de Nancy (p. 42)
Exorcismo (p. 31)
Inconsciente (p. 43)
Interpretación de los sueños (p. 43)
Licantropía (p. 31)
Locura (p. 34)
Locura colectiva (p. 30)
Mesmerismo (p. 42)
Movimiento de higiene mental
(p. 35)
Organización moral (p. 35)
Perspectiva conductual (p. 44)
Perspectiva psicoanalítica (p. 41)
Psicoanálisis (p. 41)
Tarantismo (p. 30)
C A P Í T U L O
Factores y perspectivas
causales
CAUSAS Y FACTORES DE RIESGO DE LA
CONDUCTA PATOLÓGICA
Causas necesarias, suficientes y concurrentes
Retroalimentación y circularidad en la conducta patológica
Modelos de vulnerabilidad-estrés
MODELOS O PERSPECTIVAS PARA LA
COMPRENSIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA Y LOS
FACTORES CAUSALES BIOLÓGICOS
Desequilibrio en los eurotransmisores y las hormonas
Vulnerabilidad genética
El temperamento y otras disposiciones constitucionales
Disfunción cerebral y plasticidad neurológica
Deprivación o alteración física
Impacto de la perspectiva biológica
PERSPECTIVAS PSICOSOCIALES
Las perspectivas psicodinámicas
La perspectiva conductual
La perspectiva cognitivo-conductual
Para qué sirve y para qué no sirve la adopción de una
perspectiva determinada
FACTORES CAUSALES PSICOSOCIALES
Nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos:
esquemas y auto-esquemas
Deprivación o trauma precoz
Estilos paternos inadecuados
Desacuerdo matrimonial y divorcio
Relaciones inadaptadas con los compañeros
LA PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
El descubrimiento de factores socioculturales
mediante estudios transculturales
FACTORES CAUSALES SOCIOCULTURALES
El entorno sociocultural
Influencias sociales patógenas
Impacto de la perspectiva sociocultural
TEMAS SIN RESOLVER:
Perspectivas teóricas y causas de la conducta
patológica
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
E
n el capítulo anterior hemos podido comprobar que
las especulaciones sobre las causas de la conducta patológica pueden rastrearse hasta tiempos muy remotos de la historia humana. Desde muy pronto, la
observación de los trastornos de conducta ha suscitado interrogantes respecto a sus causas. Por ejemplo, Hipócrates
sugirió que la conducta anormal estaba producida por un
desequilibrio de los humores corporales. Para otros la causa radicaba en que la persona estaba poseída por espíritus o
demonios. Más adelante, se sugirió como causa de los trastornos la presencia de disfunciones orgánicas.
Cada intento de identificar una causa viene acompañado por una teoría o modelo de lo que es una conducta
patológica. La teoría de Hipócrates, un modelo de enfermedad, proponía la existencia de cuatro humores corporales,
cada uno de los cuales estaba relacionado con un tipo determinado de conducta. En la actualidad todavía no conocemos con certeza la causa de la conducta patológica, y por
ello siguen surgiendo nuevos modelos. Desde principios del
siglo XX, algunas importantes escuelas de pensamiento han
desarrollado modelos muy elaborados que intentan explicar el origen de la conducta patológica, y sugerir posibles
tratamientos para la misma. En este capítulo vamos a exponer algunas de esas perspectivas teóricas, prestando una
atención especial a los diferentes tipos de factores causales
que propone cada una de ellas.
Comenzaremos considerando la perspectiva biológica.
Las teorías causales que emanan de esta perspectiva acentúan los aspectos genéticos y orgánicos que pueden producir
daños en el cerebro y en el funcionamiento del cuerpo, provocando así algún tipo de psicopatología. A continuación
pasaremos a revisar las perspectivas psicosociales: la perspectiva psicodinámica se centra en los conflictos psicológicos que producen ansiedad, la conductual sobre los fallos de
aprendizaje, y la cognitivo-conductual sobre el procesamiento de la información, que genera un pensamiento
distorsionado. También analizaremos la perspectiva sociocultural, que se centra en las condiciones sociales patológicas, así como en la importancia de los diferentes entornos
culturales que influyen tanto sobre la vulnerabilidad a la
psicopatología, como sobre la forma que ésta puede adoptar. Sin embargo, antes de proceder a ello, necesitamos establecer con claridad la naturaleza del concepto de causación
tal y como se aplica a la conducta patológica.
CAUSAS Y FACTORES DE
RIESGO DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
Una pregunta esencial en relación con la psicología clínica se
refiere a cuáles son las causas por las que las personas actúan
de manera inadaptada. En efecto, si conociéramos las causas
de un trastorno determinado, entonces seríamos capaces de
prevenir y modificar las condiciones que la han provocado,
y quizá incluso invertir aquellas que contribuyen a su mantenimiento. También podríamos clasificar y diagnosticar
mejor los trastornos si comprendiéramos mejor sus causas,
en vez de tener que limitarnos a confiar en conjuntos de síntomas, que es lo que habitualmente tenemos que hacer.
Si bien la comprensión de las causas de la conducta patológica es un objetivo claramente deseable, resulta enormemente difícil de conseguir debido a que la conducta humana
es extremadamente compleja. Incluso la conducta humana
más sencilla, como puede ser hablar o escribir una única palabra, es el resultado de miles de acontecimientos previos,
cuyas interconexiones no siempre conocemos. Intentar
comprender la vida de una persona, incluso cuando se trata
de una vida «bien adaptada», en términos causales, es una
tarea inconmensurable; y desde luego cuando aparecen las
inadaptaciones, todavía resulta más difícil. En consecuencia,
muchos investigadores prefieren hablar de factores de riesgo
(variables correlacionadas con una conducta patológica)
más que de causas. A pesar de ello, la comprensión de las
causas todavía sigue siendo el objetivo fundamental.
Causas necesarias, suficientes
y concurrentes
Sea cual sea la perspectiva teórica que se adopte, es posible utilizar diversos términos para especificar el papel que desempeña un factor determinado en la etiología, o patrón causal, de
la conducta patológica. Una causa necesaria (por ejemplo, la
causa X) es una condición que debe existir para que aparezca
un trastorno (por ejemplo el trastorno Y). Por ejemplo, la paresis general (Y) —un trastorno degenerativo del cerebro—
no puede desarrollarse a menos que la persona haya contraído previamente la sífilis (X). O más en general, si ocurre Y, entonces antes debía haber estado presente X. Sin embargo, una
causa necesaria no siempre es suficiente por sí misma para
producir un trastorno, sino que es necesaria la presencia de
otros factores. Muchos trastornos mentales no parecen tener
causas necesarias, si bien continuamos buscándolas.
Una causa suficiente (por ejemplo, la causa X) de un
trastorno es una condición que garantiza la ocurrencia de
ese trastorno (por ejemplo, el trastorno Y). Por ejemplo,
una teoría actual establece la hipótesis de que la desesperanza (X) es una causa suficiente de depresión (Y) (Abramson, Metalsky, y Alloy, 1989; Abramson, Alloy, y Metalsky,
1995). O, más en general, si ocurre X, entonces también
ocurrirá Y. Según esta teoría, si usted está lo suficientemente desesperanzado respecto a su futuro, entonces probablemente terminará deprimido. Sin embargo, una causa
suficiente no tiene porqué ser una causa necesaria. Siguiendo con el ejemplo de la depresión, Abramson y colaboradores (1989) han reconocido que la desesperanza no es una
causa necesaria de depresión, sino que también existen
otras causas posibles.
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Por último, el tipo de causas que más se estudia en psicopatología son las causas concurrentes. Una causa concurrente (por ejemplo, la causa X) esa aquella que incrementa
la probabilidad de que se desarrolle un trastorno (por ejemplo, el trastorno Y), pero que no es ni necesaria ni suficiente para que éste aparezca. O, de una manera más general, si
ocurre X, entonces se incrementa la probabilidad de Y. Por
ejemplo, el rechazo por parte de los padres puede incrementar la probabilidad de que un niño llegue a tener dificultades para establecer relaciones personales íntimas, o
también puede aumentar la probabilidad de que un rechazo personal durante la edad adulta precipite una depresión.
Decimos aquí que el rechazo por parte de los padres supone una causa concurrente de las dificultades posteriores de
esa persona, pero no es una causa necesaria ni tampoco suficiente (Abramson et al., 1989; Abramson et al., 1995).
Además de distinguir entre causas necesarias, suficientes y concurrentes, es necesario también tener en cuenta el
marco temporal en el que tiene lugar cada una de ellas. Algunos factores causales que han ocurrido en una época relativamente temprana de la vida, puede que no muestren su
efecto hasta pasados muchos años; se trataría de factores
causales distales que pueden contribuir a una predisposición para desarrollar un trastorno. Por ejemplo, perder a un
padre cuando se es niño puede actuar como una causa distal concurrente que predisponga a ese niño a padecer una
depresión cuando ya sea un adulto. Por el contrario, otros
factores causales ejercen su efecto inmediatamente antes de
que aparezcan los síntomas del trastorno; se trataría entonces de factores causales próximos. Un factor causal próximo
puede ser una condición que exige demasiado de una persona, hasta el punto en que se genera un trastorno. Un
ejemplo de este tipo de factor podría ser una desilusión
aplastante en el trabajo o el colegio, o la pérdida de un ser
querido. Algunas veces una causa próxima puede parecer
insignificante en comparación con otras causas más distantes. Se trata de la gota que colma el vaso. Por ejemplo, dejar
tirada la ropa sucia en el suelo del cuarto de baño puede ser
una nimiedad en una familia básicamente bien ajustada,
pero eso mismo puede provocar acaloradas discusiones en
una familia que está atravesando dificultades importantes.
Una causa concurrente reforzante es aquella que favorece el mantenimiento de una conducta inadaptada. Podemos citar como ejemplo la atención y la simpatía que
despierta una persona cuando está enferma; estas experiencias agradables pueden contribuir inconscientemente a retrasar la recuperación. Otro ejemplo puede ser cuando la
conducta de una persona deprimida le distancia de sus amigos y familiares, lo que a su vez le produce una fuerte sensación de rechazo que refuerza su depresión (Joiner, 2002;
Joiner y Metalsky, 1995).
Hay muchos tipos de psicopatología de los que todavía
no sabemos si tienen causas necesarias o suficientes, aunque
se está investigando arduamente para descubrirlo. Sin embar-
Causas y factores de riesgo de la conducta patológica
go, sí conocemos muchas causas concurrentes de la mayoría
de los trastornos de conducta. Algunas de las causas concurrentes distales, que discutiremos más adelante en este mismo
capítulo, generan durante la niñez una cierta vulnerabilidad a
padecer posteriormente determinados trastornos. Otras causas concurrentes más próximas pueden conducir directamente a un trastorno, y aun otras pueden contribuir a su
mantenimiento. Esta imagen causal tan compleja todavía se
complica más debido al hecho de que lo que puede constituir
una causa próxima para un problema en una etapa determinada de la vida, también puede actuar como una causa concurrente distal, que genere una predisposición para sufrir un
trastorno a una edad más avanzada. Por ejemplo, la muerte
de un padre puede constituir una causa próxima para una reacción de tristeza que puede durar unos cuantos meses o un
año; sin embargo, también puede actuar como un factor concurrente distal que incremente la probabilidad de que cuando ese niños se haga mayor, desarrolle una depresión como
respuesta a ciertas situaciones estresantes.
Retroalimentación y circularidad en la
conducta patológica
Lo habitual en la ciencia es que para establecer las relaciones
entre causas y efectos se haya intentado aislar la causa que
produce el efecto. Por ejemplo, cuando el contenido de alcohol en sangre supera cierto nivel, tiene lugar una intoxicación alcohólica. Cuando hay implicados varios factores
causales se habla de un patrón causal. En este caso las condiciones A, B y C, producen el efecto Y. En cualquier caso, este
concepto de causa sigue un modelo lineal simple, donde una
variable o conjunto de variables determinada produce antes
o después un resultado. Sin embargo, en las ciencias de la
conducta no sólo nos enfrentamos a una multitud de causas
en interacción, sino que con frecuencia resulta difícil distinguir entre lo que es una causa y cuál es su efecto. En otras palabras, los efectos de la retroalimentación y la existencia de
influencias mutuas que proceden en dos direcciones es algo
que no se puede pasar por alto. Considérese la sutil mezcla
de causas y efectos en la siguiente situación:
Hostilidad percibida
ESTUDIO
DE UN
CASO
Un chico con un historial de interacciones problemáticas con sus padres, malinterpreta habitualmente las intenciones de sus compañeros.
Por lo tanto, pone en práctica estrategias defensivas para enfrentarse a la supuesta hostilidad de quienes le rodean, y por ello rechaza
cualquier intento de éstos de mostrarse amistosos. Así pues, sus compañeros terminarán
por comportarse también de una manera
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
defensiva y hostil, lo que a su vez confirmará y reforzará las distorsionadas expectativas previas del chico. De esta manera, cada
eventual oportunidad para una nueva experiencia de aprendizaje
termina subvertida y se convierte en una «prueba» más de que el
entorno es hostil y perverso, lo que oportunamente coincide con las
expectativas del chaval.
Este ejemplo ilustra que nuestras concepciones de las
relaciones causales deben tener en cuenta los factores de retroalimentación, los patrones de interacción y la circularidad.
Modelos de vulnerabilidad-estrés
Una característica que comparten la mayoría de los modelos que discutiremos en este capítulo es que pueden
considerarse modelos de vulnerabilidad-estrés. La predisposición a desarrollar un trastorno se denomina una vulnerabilidad. Puede proceder de factores causales de carácter
biológico, psicosocial y/o sociocultural, de manera que las
diversas perspectivas que comentaremos tienden a destacar
la importancia de diferentes tipos de vulnerabilidad. Muchos trastornos mentales se desarrollan como resultado de
algún tipo de factor estresante que actúa sobre una persona
que tiene una vulnerabilidad para ese trastorno. Así pues
discutiremos lo que suele conocerse como modelos vulnerabilidad-estrés de la conducta patológica (por ejemplo,
Meehl, 1962; Metalsky et al., 1982; Rosenthal, 1963). Si queremos traducir estos términos a los tipos de factores causales que hemos descrito anteriormente, habría que decir que
la vulnerabilidad es una causa concurrente o necesaria relativamente distal, pero que no es suficiente para provocar el
trastorno. Por el contrario, es preciso que exista una causa
más próxima (el factor estresante), que también puede ser
concurrente o necesario, pero generalmente no es suficiente por sí mismo para provocar el trastorno.
El estrés, la respuesta de una persona a las demandas
que percibe como excesivas para sus propias fuerzas (Lazarus y Folkman, 1984), recibirá toda nuestra atención en el
Capítulo 5. La presencia de una vulnerabilidad generalmente sólo puede inferirse después de que las circunstancias estresantes hayan generado la conducta inadaptada. Y
para complicarlo más, no debemos olvidar que frecuentemente los factores que contribuyen al desarrollo de una
vulnerabilidad son en sí mismos potencialmente muy estresantes, como ocurre cuando un niño experimenta la muerte de un padre.
Durante los últimos años se ha prestado mucha atención al concepto de factores de protección, que son aquellos que modifican la respuesta de una persona ante las
condiciones estresantes ambientales, haciéndola menos
susceptible a sufrir las consecuencias adversas de los mis-
mos (Masten, 2001; Masten y Coatsworth, 1998; Rolf et al.,
1990; Rutter, 1985). Un importante factor de protección
durante la niñez es vivir en un ambiente familiar en el que
al menos uno de los padres se comporte de manera cálida y
afectuosa, favoreciendo así el desarrollo de una buena relación de apego con el niño (Masten y Coatsworth, 1998). Sin
embargo, hay que señalar que estos factores de protección
no tienen porqué ser necesariamente experiencias de carácter positivo. De hecho, muchas veces la exposición a experiencias estresantes que hayan sido superadas con éxito
puede llegar a promover una sensación de autoconfianza o
autoestima que actúa como factor de protección; de esta
manera, algunas situaciones estresantes promueven paradójicamente la fortaleza de la persona. Este «endurecimiento» o «vacunación» tiende a ocurrir con más probabilidad
cuando los factores estresantes son moderados que cuando
son muy fuertes (Barlow, 2002; Hetherington, 1991, Rutter,
1987a). También puede ocurrir que algunos factores de
protección no tengan nada que ver con una experiencia,
sino que sean simplemente algún tipo de cualidad o atributo de esa persona. Por ejemplo, por razones que todavía no
se conocen bien, las niñas son menos vulnerables que los
niños a muchos acontecimientos estresantes de carácter
psicosocial, tales como las peleas entre los padres o las amenazas físicas (Rutter, 1982). Otros atributos de protección
pueden ser un temperamento fácil, una autoestima elevada,
una alta inteligencia, o el buen rendimiento escolar (Masten, 2001; Masten y Coatsworth, 1998; Rutter, 1987a).
Lo más frecuente, aunque no siempre es el caso, es que
los factores de protección favorezcan la elasticidad, esto es,
la capacidad de adaptarse con éxito a las más duras circunstancias. Un ejemplo lo constituye aquel niño que persevera
en la escuela a pesar de la adicción de sus padres a las drogas y a los abusos físicos que sufre (Masten, 2001; Masten,
Best, y Garmezy, 1990; Masten y Coatsworth, 1998). El término elasticidad se ha utilizado para describir tres fenómenos distintos: «(1) resultados positivos a pesar de una
situación de alto riesgo, (2) mantenimiento de la competencia frente a las amenazas, y (3) recuperación de un trauma» (Masten et al., 1990, p. 426). Una manera más actual de
considerar la elasticidad es como una «superación de las
irregularidades» que se van presentando. Existe una evidencia cada vez mayor de que si los sistemas básicos de adaptación de un niño (tales como la inteligencia y el desarrollo
cognitivo, la capacidad de autorregulación, la motivación
de logro y una paternidad eficaz) actúan de manera normal,
entonces incluso las circunstancias más adversas tendrán
un impacto mínimo sobre él (Masten, 2001). Los problemas suelen aparecer cuando uno o más de esos sistemas de
adaptación tienen un nivel demasiado bajo, o cuando resultan dañados por circunstancias estresantes muy graves (por
ejemplo, la muerte de un padre), o cuando la situación a la
que se enfrenta la persona excede su capacidad de adaptación (la exposición de manera crónica a un trauma como
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Modelos o perspectivas para la comprensión de la conducta patológica
puede ocurrir en una guerra, o al recibir sistemáticamente
maltrato familiar; Masten y Coatsworth, 1995, 1998; Shonk
y Cicchetti, 2001). Sin embargo, también hay que decir que
la elasticidad no consiste en una capacidad de todo o nada,
ya que algunas investigaciones han puesto de manifiesto
que los niños flexibles (esto es quienes muestran una competencia social elevada a pesar de sufrir un elevado estrés)
pueden sin embargo experimentar un considerable estrés
emocional. De hecho, aquellos niños que muestran elasticidad en un dominio pueden mostrar también dificultades
significativas en otros dominios (Luthar, Doernberger, y Zigler, 1993).
En definitiva, podemos distinguir entre aquellas causas
de la conducta patológica que forman parte de la constitución biológica o de la experiencia previa de una persona —
vulnerabilidad o predisposición— y otras causas que
constituyen desafíos actuales en la vida de una persona: circunstancias estresantes. Lo más normal es que ni la vulnerabilidad ni el estrés por sí mismos sean suficientes para
provocar un trastorno, pero que sí puedan hacerlo cuando
actúan de manera combinada. Además, también debemos
analizar los factores de protección, que pueden proceder
bien de determinados tipos de experiencias, o de ciertas cualidades de la persona que facilitarían la flexibilidad suficiente como para enfrentarse a la vulnerabilidad y al estrés.
Como veremos en el siguiente apartado, los diferentes modelos de la conducta patológica identifican diferentes vulnerabilidades y distintas circunstancias estresantes como
causas de patología, y destacan diferentes factores de protección como fundamentos de la elasticidad ante la adversidad.
Lo que estamos diciendo debería dejar muy claro que
los modelos vulnerabilidad-estrés deben considerarse dentro de un marco más amplio de modelos de desarrollo multicausal. En concreto, a lo largo de su desarrollo puede
ocurrir que un niño adquiera diversos factores de riesgo
que interactúan entre sí para determinar el riesgo de una
psicopatología. Sin embargo, tales factores también interactúan con diferentes procesos de protección, y quizá también
con circunstancias estresantes, para determinar si ese niño
se desarrollará de una manera normal y adaptada (Masten,
2001; Rutter, 2001). Sin embargo, también es importante
observar que para comprender lo que es patológico, es imprescindible poseer un conocimiento adecuado de lo que es
el desarrollo humano normal. Esta es la idea en la que se
basa la psicopatología evolutiva, una disciplina que está experimentando un rápido crecimiento, y que se centra en la
determinación de lo que en cada etapa del desarrollo puede
resultar anormal por comparación con los cambios predecibles que tienen lugar a lo largo del mismo (Rutter, 2001).
Por ejemplo, es perfectamente normal que los niños de entre tres y cinco años muestren un intenso temor a la oscuridad (Antony et al., 1997; Barlow, 1988), aunque esta misma
conducta se considera anormal entre adolescentes de bachiller o universitarios.
REVISIÓN
• ¿Qué es una causa necesaria, una causa
suficiente y una causa concurrente?
• ¿En qué consiste el modelo de vulnerabilidadestrés de conducta patológica?
• Defina los términos factores de protección y
elasticidad. Proporcione ejemplos de cada
uno.
• Explique por qué los modelos vulnerabilidadestrés son esencialmente modelos evolutivos
multicausales.
MODELOS O PERSPECTIVAS
PARA LA COMPRENSIÓN DE
LA CONDUCTA PATOLÓGICA
Con frecuencia los estudiantes se quedan perplejos ante el
hecho de que las ciencias de la conducta ofrezcan explicaciones alternativas para el mismo hecho. El general, cuanto
más complejo es el fenómeno que se investiga, mayor es el
número de perspectivas que intentan explicarlo. Inevitablemente, no todos esos puntos de vista resultan igualmente
válidos. Como veremos, la posibilidad de aplicar uno de
ellos suele depender de en qué medida permite comprender
un fenómeno determinado, mientras que su validez depende de que esté apoyado por la investigación empírica.
Las perspectivas que vamos a discutir a continuación
nos permiten comprender los trastornos desde tres frentes:
sus cuadros clínicos (los síntomas de cada trastorno), los
factores causales y los tratamientos. En cada caso, tales modelos permiten a los profesionales organizar sus observaciones, les proporcionan un sistema de pensamiento donde
ubicar los datos, y sugieren puntos de referencia para el tratamiento y la investigación. Sin embargo, es importante recordar que cada uno de esos puntos de vista no es más que
una construcción teórica diseñada para orientar a los psicólogos en el estudio de la conducta patológica. Como tal,
cada uno de ellos intenta mantener la integridad de su propia posición, a menudo excluyendo al resto de las explicaciones. Por desgracia esta característica los «ciega» ante
interpretaciones alternativas, al menos hasta que no aparece un descubrimiento que permita superar los problemas
que ese modelo ha dejado sin resolver. Tales descubrimientos constituyen cambios de paradigma, esto es, una reorganización importante de la concepción de un determinado
campo de la ciencia (Kuhn, 1962). Por ejemplo, siempre se
había pensado que el sol se movía alrededor de la Tierra,
hasta que Copérnico propuso la idea radical de que era la
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Tierra la que giraba alrededor del Sol, lo que provocó un
cambio paradigmático en la astronomía y en la física.
Como vimos en el Capítulo 2, Sigmund Freud contribuyó a trasladar el interés de la psicología patológica desde
la enfermedad biológica o el fervor moral hasta los procesos
mentales inconscientes propios de cada persona. Durante
los últimos años se han producido dos cambios paradigmáticos paralelos en relación con la conducta patológica. El
primero de ellos consiste en una nueva perspectiva biológica ligeramente diferente, pero que está teniendo un impacto muy significativo; el segundo son los modelos
conductuales y cognitivo-conductuales que constituyen referencias muy importantes entre la mayoría de los psicólogos clínicos de orientación empírica. Sin embargo, a largo
plazo, sabemos que solamente una perspectiva que integre
los modelos biológicos, psicosociales y socioculturales, será
capaz de aproximarse a una comprensión lo más completa
posible del origen de diversas formas de psicopatología y a
un tratamiento eficaz para ellas. Por lo tanto, durante los últimos años, la mayoría de los teóricos están empezando a
reconocer la necesidad de una perspectiva bio-psicosocial
más integradora, que reconozca la necesidad de sumar los
factores biológicos, psicosociales y socioculturales para enfrentarse con éxito a los trastornos mentales.
Dicho lo cual, vamos a pasar a describir cuáles son cada
una de esas perspectivas, sin intentar decantarnos por alguna de ellas. Por el contrario, presentaremos sus ideas principales junto con la información necesaria para evaluar su
validez. También describiremos el tipo de factores causales
que destaca cada modelo. Como usted podrá comprobar,
cada uno de ellos adopta diferentes perspectivas sobre
cómo y por qué participan diferentes factores causales en
un trastorno determinado.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las tres perspectivas tradicionales
que han dominado el estudio de la conducta
patológica durante los últimos años?
• ¿Cuál es la idea principal de la perspectiva
biopsicosocial?
LA PERSPECTIVA BIOLÓGICA
Y LOS FACTORES CAUSALES
BIOLÓGICOS
Como hemos visto al comentar la paresis general y su relación con la sífilis en el Capítulo 2, la perspectiva biológica
clásica considera los trastornos mentales como meras enfermedades, pero cuyos síntomas fundamentales tienen un
carácter cognitivo o conductual, más que fisiológico o anatómico. Así pues, los trastornos mentales se consideran
como trastornos del sistema nervioso central, del sistema
nervioso autónomo y/o del sistema endocrino, que o bien
tienen un carácter genético, o están producidos por ciertos
factores patógenos. En cierto momento, quienes adoptaban
esta perspectiva esperaban encontrar explicaciones biológicas simples; en la actualidad, sin embargo, la mayoría reconocen que dichas explicaciones casi nunca resultan simples.
Por esta razón, si bien continúan buscando procesos biológicos de carácter genético y bioquímico que estén desajustados, la mayoría reconocen ya que también es necesario
otorgar cierta relevancia a los factores psicosociales y socioculturales.
Como dijimos en el Capítulo 2, los primeros trastornos
a los cuales se adjudicó una base biológica fueron aquellos
asociados con la destrucción de grandes áreas de tejido cerebral. Se trataba de enfermedades neurológicas —esto es,
derivadas de una interrupción del funcionamiento cerebral
debido a causas físicas o químicas—, y que generalmente
implicaba aberraciones psicológicas o conductuales. Sin
embargo, los daños neurológicos no provocan necesariamente conductas patológicas, y la mayoría de los trastornos
mentales no están producidos por un daño neurológico en
sí mismo.
De manera similar, los extraños contenidos del pensamiento característicos de las alucinaciones y de otros estados mentales patológicos, probablemente nunca estén
causados de manera directa por un daño cerebral. Ciertamente, muchas dificultades conductuales que experimentaba una persona (como la pérdida de memoria) pueden
estar basadas en un daño estructural del cerebro, si bien no
está tan clara la manera en que ese daño produce los extraños contenidos del pensamiento o de la conducta de esa
persona. Así pues, podemos saber que la pérdida de neuronas en la enfermedad de Alzheimer produce dificultades
para realizar determinadas tareas, pero probablemente el
hecho de que una persona con esquizofrenia afirme ser Napoleón, probablemente no sea resultado de un daño cerebral o de la pérdida de neuronas. El contenido de estas
alucinaciones debe ser el subproducto de algún tipo de integración funcional de estructuras neurológicas diferentes,
algunas de las cuales han quedado «programadas» por la
personalidad y el aprendizaje derivados de experiencias anteriores (por ejemplo, haber estudiado quién fue Napoleón).
En la actualidad sabemos que muchas situaciones (por
ejemplo la inflamación del cerebro o una fiebre muy alta)
pueden trastornar temporalmente las capacidades de
procesamiento de la información del cerebro, sin que ello
suponga infligir un daño permanente a ciertas zonas del
cerebro. En tales casos, es el contexto el que altera el
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
funcionamiento normal de las neuronas. Quizá uno de los
ejemplos más conocidos sea el que se produce durante una
intoxicación etílica, tras la cual aparecen conductas habitualmente inhibidas. En definitiva, hay muchos procesos
independientes del daño cerebral que pueden llegar a influir sobre la capacidad funcional del cerebro, y de esta manera alterar la conducta.
Nos vamos a centrar a continuación en cinco categorías de factores biológicos que parecen especialmente relevantes para desarrollar una conducta inadaptada:
(1) desequilibrios en los neurotransmisores y en las hormonas, (2) vulnerabilidad genética, (3) temperamento y otros
aspectos constitucionales, (4) disfunción cerebral y plasticidad neuronal, y (5) deprivación física. Cada una de esas categorías abarca ciertas condiciones que influyen sobre la
calidad y el funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestra
conducta. No son necesariamente independientes entre sí,
por lo que con frecuencia aparecen de manera combinada.
son escasas o cuando el proceso de reabsorción se produce
con mucha lentitud, pueden producirse desequilibrios en
los neurotransmisores. Por último, también puede haber
problemas con los receptores en la neurona post-sináptica,
ya sea por un exceso o un defecto de sensibilidad. Como veremos, diferentes patrones de desequilibrio en diversas zonas cerebrales pueden dar lugar a diversos tipos de
trastornos (por ejemplo, Thompson, 2000). En consecuencia, es posible que dichos desequilibrios puedan corregirse
mediante diversas drogas. Por ejemplo, un antidepresivo
tan frecuentemente prescrito como el Prozac parece que
hace más lenta la reabsorción de un neurotransmisor denominado serotonina (véanse los capítulos 7 y 17).
Entre todos los neurotransmisores que operan en
nuestro cerebro, se han estudiado de manera más profunda
cuatro de ellos: (1) norepinefrina, (2) dopamina, (3) serotonina, y (4) el ácido gammaaminobutírico, (conocido
como GABA; Thompson, 2000). Los primeros tres pertenecen a un tipo de neurotransmisores conocidos como monoaminas, debido a que cada uno de ellos se sintetiza de un
único aminoácido. La dopamina y la norepinefrina están
estrechamente relacionados entre sí (ambos se denominan
catecolaminas) debido a que se sintetizan del mismo aminoácido. La norepinefrina desempeña un papel muy importante en las reacciones de emergencia que muestra
nuestro cuerpo cuando estamos expuestos a una situación
peligrosa o estresante; lo comentaremos de una manera
más extensa en los capítulos 5 y 6. La dopamina está implicada en la esquizofrenia aunque, como veremos en el Capítulo 14, la hipótesis de que la esquizofrenia está producida
por elevados niveles de dopamina no es completamente correcta. El funcionamiento anormal de la dopamina también
está implicado en otros trastornos. La serotonina se sintetiza a partir de un aminoácido diferente a las catecolaminas,
que se denomina indolamina. Se ha encontrado que ejerce
efectos muy importantes sobre la manera en que procesamos la información que procede de nuestro entorno (Meneses, 1999, 2001) y parece desempeñar un papel
importante en trastornos emocionales tales como la ansiedad o la depresión, así como en el suicidio, como veremos
en los capítulos 6 y 7. Por último, en el Capítulo 6 trataremos sobre el neurotransmisor GABA, fuertemente implicado en la ansiedad.
Desequilibrios en los neurotransmisores
y las hormonas
Para que un cerebro funcione es necesario que las neuronas
puedan comunicarse entre sí. El lugar en que ocurre esa comunicación entre el axón de una neurona y las dendritas o
el cuerpo celular o de otra neurona es la sinapsis, un espacio diminuto que queda entre ellas. Esas transmisiones interneuronales se producen mediante sustancias químicas
denominadas neurotransmisores, que se liberan en el espacio sináptico cada vez que tiene lugar un impulso nervioso
(véase Avances en la investigación 3.1 de la página 58 para
más detalles). Existen muchos tipos diferentes de neurotransmisores; algunos aumentan la probabilidad de que la
neurona postsináptica «se dispare» (produzca un impulso),
mientras que otros lo que hacen es inhibir dicho impulso.
El hecho de que el mensaje neuronal se transmita adecuadamente depende, entre otras cosas, de la concentración de
ciertos neurotransmisores en la sinapsis.
DESEQUILIBRIO
DE NEUROTRANSMISORES. La
convicción de que los desequilibrios de neurotransmisores en
el cerebro pueden provocar conductas patológicas, es una
de las tesis principales de la perspectiva biológica. Algunas
veces el responsable de este desequilibrio puede ser el estrés
psicológico. Estos desequilibrios pueden producirse de diferente forma (véase la figura del apartado Avances en la investigación 3.1). Por ejemplo, puede haber una producción
excesiva de neurotransmisores en la sinapsis, o también disfunciones en el proceso mediante el que los neurotransmisores que se encuentran presentes en la sinapsis, se
desactivan. Generalmente dicha desactivación se produce
de dos maneras: mediante enzimas que se encuentran en la
sinapsis o, lo más común, al ser reabsorbidos por el botón
del axón presináptico. Cuando las enzimas desactivadoras
DESEQUILIBRIOS HORMONALES. También se han
vinculado algunos tipos de psicopatología a desequilibrios
hormonales. Las hormonas son transmisores químicos que
segrega un conjunto de glándulas endocrinas en el interior
de nuestro cuerpo. Cada una de esas glándulas produce y libera su propio tipo de hormonas que viaja por el torrente
sanguíneo e influye sobre diversas partes de nuestro cerebro
y de nuestro cuerpo. Nuestro sistema nervioso central está
vinculado al sistema endocrino mediante el hipotálamo,
que se encuentra encima de la glándula pituitaria (véase la
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
AVA N C E S
en la investigación
Neurotransmisores y conducta anormal
Los impulsos nerviosos, que tienen una naturaleza eléctrica
viajan desde el cuerpo de la neurona a través del axón. Si
bien cada neurona sólo tiene un axón, éstos tienen
ramificaciones que se denominan botones terminales. Se
trata de zonas donde se liberan las sustancias
neurotransmisoras en la sinapsis —un espacio diminuto y
lleno de fluido situado entre el final del axón de una
neurona (la neurona presináptica) y la dendrita o el cuerpo
celular de otra neurona (la neurona post-sináptica)—. La
sinapsis es el lugar donde se produce la transmisión
neuronal, esto es, la comunicación entre neuronas. Las
.
sustancias neurotransmisoras están contenidas en
vesículas sinápticas cercanas al botón terminal del axón.
Cuando un impulso nervioso llega al final del axón, las
vesículas sinápticas se desplazan a la membrana
presináptica del axón y liberan las sustancias
neurotransmisoras dentro de las sinapsis. Estas sustancias
se pegan entonces sobre la membrana post-sináptica o la
dendrita de la neurona receptora, que dispone de zonas
receptoras especializadas. Estas áreas inician entonces la
respuesta de las células receptoras. Los neurotransmisores
pueden bien estimular o bien inhibir a la neurona
postsináptica. De esta manera, el mensaje que se transmite
es de tipo químico, y puede tener una naturaleza excitadora
o inhibidora; esto es, puede provocar
que la neurona postsináptica se dispare
o se inhiba. Algunos neurotransmisores
transmiten mensajes de inhibición
mientras que otros transmiten
mensajes de excitación. Ambos tipos de
mensaje son importantes. Una vez que
el neurotransmisor se libera dentro de
la sinapsis, no permanece ahí de
manera indefinida, pues de lo contrario,
la segunda neurona continuaría
disparándose aun en ausencia de un
impulso real. En ocasiones los
neurotransmisores se destruyen debido
a una encima, como la monoamina
oxidasa, y en otras ocasiones retornan a
las vesículas de almacenamiento
mediante un mecanismo de reabsorción.
Dado que muchas formas de
psicopatología se han asociado con
diversos desequilibrios en las
sustancias neurotransmisoras, y con la
sensibilidad alterada por parte de las
zonas receptoras, no resulta
sorprendente que muchas de las
medicinas que se utilizan para el
tratamiento de diversos trastornos
estén dirigidas hacia la sinapsis. Por
ejemplo, ciertas medicinas aumentan o
disminuyen la concentración de
neurotransmisores dentro de la
sinapsis. Lo hacen influyendo sobre las
enzimas que destruyen esos
neurotransmisores, o bloqueando los
procesos de reabsorción, o también
alterando la sensibilidad de las zonas de
recepción.
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
Figura 3.1), que es la glándula directora del cuerpo, ya que
produce una diversidad de hormonas que regulan o controlan las otras glándulas endocrinas.
En el eje formado por el hipotálamo, la pituitaria, la
glándula adrenal y el cerebro, se establece un conjunto de
interacciones muy importante. La activación de este eje genera mensajes transmitidos por la hormona liberadora de
corticotrofina (CRH) desde el hipotálamo a la pituitaria,
que a su vez libera la hormona adrenocorticotrófica
(ACTH) la cual estimula la parte cortical de la glándula
adrenal (localizada por encima de los riñones) que produce
la epinefrina (adrenalina) y el cortisol, que son las hormonas que movilizan al cuerpo para enfrentarse con el estrés.
A su vez el cortisol proporciona una retroalimentación negativa al hipotálamo y a la pituitaria para que disminuyan la
liberación de CRH y ACTH. Este sistema de retroalimentación negativa actúa de una manera parecida a un termostato. Como veremos más adelante, una disfunción en este
sistema de retroalimentación negativa tiene que ver con diversas formas de psicopatología, tales como la depresión o
el trastorno de estrés post-traumático. Las hormonas sexuales están producidas en las gónadas, y su desequilibrio
también puede contribuir a una conducta inadaptada. De
hecho, las influencias hormonales sobre el desarrollo del
sistema nervioso también parecen estar relacionadas con
algunas de las diferencias en la conducta de hombres y mu-
jeres (por ejemplo, Berenbaum, 1999; Collaer y Hines, 1995;
Money y Ehrhardt, 1972).
Vulnerabilidad genética
Los procesos bioquímicos que acabamos de describir están
afectados por los genes. Si bien ni la conducta ni los trastornos mentales están determinados exclusivamente por
los genes, existen evidencias importantes que muestran
que muchos trastornos mentales tienen una influencia genética. Muchos estudios recientes sugieren por tanto que la
herencia es una predisposición causal importante para
cierto número de trastornos, como la depresión, la esquizofrenia y el alcoholismo, lo cual está muy en consonancia
con la perspectiva biológica (por ejemplo, Plomin, DeFries,
et al., 1997, 2001). Algunas de estas influencias genéticas,
tales como ciertos aspectos del temperamento, pueden observarse ya en los recién nacidos. Por ejemplo, algunos niños se comportan desde el principio con mucha timidez o
ansiedad, mientras que otros son más tranquilos (por
ejemplo, Carey y DiLalla, 1994; Kagan, Snidman, McManis,
y Woodward, 2001). No obstante, algunas fuentes genéticas
de vulnerabilidad no se manifiestan hasta un momento de
la vida bastante posterior.
En el ámbito de la psicología patológica, las influencias
genéticas casi nunca se expresan de una manera simple y directa. Esto es debido a que la conducta, al contrario de algunas características físicas como el color de los ojos, no está
determinada exclusivamente por nuestro acervo genético:
es un producto de la interacción del organismo con el entorno. En otras palabras, los genes sólo pueden afectar de
manera indirecta la conducta. La «expresión» de un gen
normalmente no es un resultado invariable de la información codificada en el ADN sino, más bien, el producto final
de un intrincado proceso que puede estar influido tanto
por el entorno interno (por ejemplo, intrauterino) como
por el externo. De hecho, los genes pueden «activarse» y
«desactivarse» como respuesta a influencias ambientales tales como estrés (por ejemplo, Dent, Smith, y Levine, 2001;
Sánchez, Ladd, y Plotsky, 2001).
Figura 3.1
PRINCIPALES GLÁNDULAS DEL SISTEMA ENDOCRINO
Esta figura representa algunas de las principales glándulas del sistema endocrino, que producen y liberan hormonas dentro del torrente sanguíneo. Las flechas azules
señalan el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal-cortical. El
hipotálamo y la pituitaria están estrechamente relacionados, de manera que el hipotálamo envía periódicamente señales a la pituitaria (a la glándula directriz), que
a su vez envía mensajes a la zona cortical de las glándulas adrenales (por encima de los riñones) para liberar
epinefrina y la hormona del estrés que se denomina
cortisol.
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Las características esenciales de la herencia humana
son básicamente las mismas para todas las personas. La herencia comienza con la concepción, cuando el óvulo de la
mujer es fertilizado por un espermatozoide del varón. El
embrión recibe así un código genético que proporciona
ciertas posibilidades de desarrollo y de conducta a lo largo
de la vida. Sin embargo, los aspectos específicos del acervo
genético pueden variar muy ampliamente. Excepto por lo
que concierne a los gemelos idénticos, no existen dos personas con el mismo código genético. De esta manera, la herencia no sólo proporciona un potencial de desarrollo y de
conducta característico de la especie, sino también una importante fuente de diferencias individuales. La herencia no
determina conductas específicas, sino un rango dentro del
cual la conducta característica de esos genes puede quedar
modificada por las influencias ambientales y procedentes
de la experiencia. Por ejemplo, un niño que haya nacido con
una tendencia a la introversión puede llegar a ser más o menos introvertido en función de diversas experiencias que
tenga durante su desarrollo, aunque ciertamente resulta
poco probable que se convierta en una persona completamente extrovertida.
ANORMALIDADES CROMOSÓMICAS.
En el interior
del núcleo de la célula se encuentran una serie de estructuras que contienen los genes, y que se denominan cromosomas (véase la Figura 3.2). Los avances en la investigación
nos han permitido detectar anormalidades cromosómicas —
irregularidades en la estructura de los cromosomas— incluso antes de que se produzca el nacimiento, lo que
permite estudiar sus efectos sobre el desarrollo posterior de
Figura 3.2
LOS CROMOSOMAS
HUMANOS
Un varón humano normal
tiene 22 pares de la autosomas, un cromosoma X, y un
cromosoma Y.
Fuente: From Principles of
Medical Genetics by T. D.
Gelehrter, F. S. Collins, and
D. Ginsburg, copyright 1998.
Reprinted by permission of
Lippincott/Williams &
Wilkins and Dr. Thomas D.
Gelehrter.
la conducta. Las células humanas normales tienen 46 cromosomas, dentro de los cuales se encuentra el material genético. Cuando se produce la fertilización, la célula
resultante consta de veintitrés pares de cromosomas, de
manera que la mitad de cada par proviene del padre y la
otra mitad de la madre. Veintidós de esos pares de cromosomas se denominan autosomas y determinan, mediante
efectos bioquímicos, las características generales anatómicas y fisiológicas que tendrá esa persona. El par restante, los
cromosomas sexuales, son los que determinan el sexo de ese
individuo. Cuando se trata de una mujer los dos cromosomas del par son cromosomas X, mientras que en un hombre el cromosoma heredado de su madre es X, mientras que
el que hereda de su padre es Y.
La investigación en genética evolutiva ha puesto de
manifiesto que las anormalidades en la estructura o en el
número de los cromosomas, están asociadas con un amplio
rango de trastornos. Por ejemplo, el síndrome de Down es
un tipo de retraso mental (asociado también con ciertos
rasgos faciales) caracterizado por una trisomía (la presencia
de tres cromosomas en vez de dos) en el «par» 21 (véase el
Capítulo 15). En este caso dicho cromosoma extra es el
principal causante del trastorno. También podemos encontrar anomalías en los cromosomas sexuales, lo que produce
una diversidad de complicaciones, tales como características sexuales ambiguas, que pueden predisponer a una persona que a desarrollar una conducta patológica.
LA RELACIÓN DEL GENOTIPO CON EL FENOTIPO.
Los genes son en realidad largas moléculas de ADN (ácido desoxirribonucleico) ubicadas en diferentes partes de
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
un cromosoma. Los genes son como las cuentas de un collar (el cromosoma). Cada gen es básicamente un calco de
una cadena de aminoácidos que se despliega para convertirse en miles de proteínas y de enzimas que afectan al
funcionamiento biológico. Por desgracia algunos genes
pueden contener información que desate un mal funcionamiento corporal, si bien todavía no somos capaces de
predecir con certeza la ocurrencia de este tipo de disfunciones.
La dotación genética de una persona se denomina genotipo. Las características estructurales y funcionales que
proceden de la interacción del genotipo con el entorno se
denominan fenotipo. En algunos casos, la vulnerabilidad
del genotipo no ejerce su efecto sobre el fenotipo hasta una
época avanzada de la vida, pero muchos otros casos el genotipo también puede modelar desde muy pronto las influencias ambientales. Por ejemplo, un niño que está
genéticamente predispuesto a la conducta agresiva puede
ser rechazado por sus compañeros debido, precisamente, a
su conducta agresiva. A su vez, dicho rechazo puede provocar que ese niño se junte con otros niños que también son
agresivos, lo que incrementa notablemente la probabilidad
de que llegue a desarrollar una conducta delincuente durante la adolescencia. Cuando el genotipo configura las experiencias ambientales de esta manera, nos encontramos
ante un fenómeno denominado correlación genotipo-ambiente.
INTERACCIONES GENOTIPO-AMBIENTE.
CORRELACIONES GENOTIPO-AMBIENTE.
Los investigadores han encontrado tres maneras en que el genotipo de una persona puede configurar su entorno (Plomin et
al., 2001; Scarr, 1992).
El genotipo puede ejercer lo que se ha denominado un
efecto pasivo sobre el entorno, derivado de la similitud genética entre padres e hijos. Por ejemplo, los padres muy inteligentes pueden proporcionar un entorno muy estimulante a
sus hijos, lo que a su vez interacciona de manera directa con
la propia dotación genética del niño para una inteligencia
elevada.
El genotipo del niño puede evocar tipos especiales de reacciones en su entorno físico y social, lo que se denomina efecto evocativo. Por ejemplo, los bebés activos y felices evocan
más respuestas positivas que los bebés pasivos e inexpresivos (Lytton, 1980). De manera similar, los niños con talento musical probablemente sean elegidos con más frecuencia
en la escuela y se les ofrezca oportunidades especiales para
la música (Plomin et al., 2001).
El genotipo puede jugar un papel más activo en configurar el entorno, lo que se denomina efecto activo. En este caso
el niño busca o construye de manera activa un entorno afín
a sus características genéticas. Por ejemplo, puede ocurrir
que los niños extrovertidos busquen la compañía de los demás, lo que a su vez incrementa su propia tendencia a la sociabilidad (Baumrind, 1991; Plomin et al., 2001).
El tipo de
correlaciones entre genotipo y ambiente que acabamos de
comentar ponen de manifiesto que los genes pueden ejercer ciertos efectos sobre el ambiente de los niños. Pero existe una complicación adicional que resulta fascinante, en la
medida en que personas con diferentes genotipos pueden
ser desigualmente sensibles o susceptibles al entorno; es lo
que se conoce como interacción genotipo-ambiente. Un
ejemplo de lo dicho lo representa un trastorno que se conoce como retraso mental inducido por PKU. Los niños
con una vulnerabilidad genética a la PKU reaccionan de
manera especial a las comidas con fenilanalina, debido
a que no son capaces de metabolizar esta sustancia, por lo
que ésta termina por acumularse y dañar el cerebro (Plomin et al., 2001). Otro ejemplo puede ser lo que le ocurre a
personas con un riesgo genético para la depresión, quienes
responden de manera más deprimida ante acontecimientos estresantes (Kendler et al., 1995; Silberg, Rutter, Neale,
y Eaves, 2001).
EFECTOS GENÉTICOS SOBRE LOS TRASTORNOS
MENTALES. Parece probable que muchas de las más in-
teresantes influencias genéticas sobre la conducta normal y
anormal ejerzan su influencia de una manera poligénica
––esto es, mediante la actuación de muchos genes, ya sea de
manera aditiva o interactiva (por ejemplo, Plomin, 1990;
Plomin et al., 2001)—. Una persona genéticamente vulnerable ha heredado un gran número de genes que colectivamente representan un defecto heredado. Estos genes
defectuosos a su vez producen anormalidades estructurales
en el sistema nervioso central, y por ende errores en la regulación química y hormonal del cerebro, o excesos o deficiencias en la reacción del sistema nervioso autónomo, que
se encarga de las respuestas emocionales.
MÉTODOS PARA ESTUDIAR LAS INFLUENCIAS GENÉRICAS. Si bien se están produciendo grandes avances
en la identificación de genes defectuosos, todavía no somos
capaces de aislar, dentro de los propios genes, aquellos defectos que producen trastornos mentales. Por lo tanto, la
mayor parte de la información que tenemos sobre el papel
de los factores genéticos en los trastornos mentales no se
basa tanto en el estudio de los propios genes, sino en estudios de personas emparentadas entre sí. La genética de la
conducta, que se dedica al estudio de la heredabilidad de los
trastornos mentales (entre otros aspectos psicológicos), ha
recurrido fundamentalmente a tres métodos para ello:
(1) el estudio del pedigrí o la historia familiar, (2) el estudio
de gemelos, y (3) los estudios sobre adopción. Más recientemente se han desarrollado dos métodos adicionales,
como son los estudios de interrelación y los estudios de asociación.
El estudio del pedigrí o de la historia familiar requiere
que el investigador estudie a parientes del sujeto que padece
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
el trastorno, para analizar si la incidencia se incrementa en
proporción a la relación de parentesco. Además es necesario
compararla con la incidencia de ese mismo rasgo en una
población normal. La principal limitación de este método
es que las personas más estrechamente emparentadas también suelen compartir entornos muy similares, lo que hace
difícil separar los efectos genéticos de los ambientales.
El segundo método utilizado para estudiar la influencia genética sobre la conducta es el estudio de los gemelos.
Los gemelos idénticos o monocigóticos comparten exactamente el mismo código genético, ya que se han desarrollado a partir de un único óvulo fertilizado o zigoto. De esta
manera, si un trastorno determinado fuera completamente
heredable, sería de esperar que el nivel de concordancia
––el porcentaje de gemelos que comparten ese trastorno—
fuera del cien por cien. Esto es, si un gemelo idéntico padece un trastorno determinado, el otro también debería sufrirlo. No existe ninguna forma de psicopatología en el
DSM-4-TR que ofrezca un nivel de concordancia tan elevado, por lo que podemos concluir con cierta seguridad que
ningún trastorno mental es completamente heredable. Sin
embargo, como veremos más adelante, algunos tipos graves
de psicopatología muestran unos niveles de concordancia
para los gemelos relativamente elevados. Tales niveles de
concordancia destacan como especialmente significativos
cuando se comparan con los de los gemelos no idénticos.
Estos gemelos no idénticos o dicigóticos comparten los
mismos genes que si fueran hermanos nacidos de los mismos padres pero en momentos diferentes, ya que se han desarrollado a partir de dos óvulos fertilizados distintos. Por
lo tanto, sería de esperar que los niveles de concordancia
fueran mucho más bajos para los gemelos dicigóticos que
para los monocigóticos, en el caso de que ese trastorno tuviese un fuerte componente genético. Para la mayoría de los
trastornos que trataremos en este libro, los niveles de concordancia para los gemelos dicigóticos son mucho menores
que para los idénticos.
Algunos investigadores han argumentado que esta elevada concordancia que muestran los gemelos monocigóticos no puede interpretarse como una evidencia
concluyente de la contribución genética, debido a que siempre es posible que los gemelos idénticos sean tratados de
una manera más parecida por parte de sus padres que cualquier otro hermano (Bouchard y Propping, 1993; Torgensen, 1993). Sin embargo, algunos estudios muy recientes
han proporcionado evidencias razonablemente poderosas
de que la similitud genérica es un factor más importante
que la similitud en la conducta de los padres (por ejemplo,
Hettema, Neale, y Kender, 1995; Plomin et al., 2001).
Pero el estudio idóneo para examinar con certeza el papel de los factores genéticos sería el que comparase gemelos
idénticos criados en entornos muy diferentes. Evidentemente, encontrar sujetos como esos resulta extremadamente difícil (probablemente sólo haya unos cuantos centenares
en los Estados Unidos), y sólo se han podido llevar a cabo
unos cuantos estudios con muy pocos sujetos. Por ejemplo,
Gottesman (1991) observó que sólo se han estudiado catorce pares de gemelos idénticos criados aparte, donde uno de
ellos hubiera sido diagnosticado de esquizofrenia. Si bien
esta muestra resulta demasiado pequeña como para considerarse representativa, no podemos pasar por alto que el nivel de concordancia para la esquizofrenia en estos gemelos
fue muy similar al de los gemelos idénticos criados juntos,
lo que sugiere que fueron los genes y no tanto el entorno familiar, los responsables de la aparición de ese trastorno.
El tercer método que se ha utilizado para estudiar la influencia genética se basa en los estudios de adopción. Según
una de las variantes de este método, los padres biológicos de
personas que muestran un trastorno determinado (y que
fueron adoptadas muy poco después de nacer), se comparan con los padres biológicos de personas sin ese trastorno
(y que también fueron adoptadas poco después de nacer)
para determinar el nivel que presentan de ese trastorno. Según otra variante, se comparan los niveles de trastornos en
la descendencia de los padres biológicos que tienen un trastorno con la que se observa en la descendencia de padres
biológicos normales. Si existe una influencia genética, entonces deberíamos encontrar niveles del trastorno mucho
más elevados en la descendencia de los padres biológicos
que tienen el trastorno.
Si bien la interpretación de cada uno de estos métodos
no está carente de problemas, no cabe duda de que si los resultados de los estudios que utilizan diferentes estrategias
son convergentes, podríamos llegar a conclusiones razonablemente firmes respecto a la influencia genética de un trastorno (Plomin et al., 2001; Rutter, 1991a). La sección
Avances en el pensamiento 3.2 refleja diversos errores sobre
los estudios de genética y psicopatología.
SEPARAR LAS INFLUENCIAS GENÉTICAS DE LAS
AMBIENTALES. Dado que los tres tipos de estudios so-
bre la heredabilidad intentan diferenciar la herencia del ambiente, también permiten examinar la influencia de los
factores ambientales, e incluso de las influencias ambientales «compartidas» y «no compartidas» (Plomin y Daniels,
1987; Plomin et al., 2001). Las influencias ambientales compartidas son aquellas que afectan de manera similar a todos
los niños de una familia, y les inducen a actuar de manera
parecida, tales como la masificación, la pobreza, o las disputas familiares. Las influencias ambientales no compartidas
son aquellas que son diferentes para cada uno de los niños
de la familia. Por ejemplo, las experiencias en la escuela o estilos de crianza no tienen porqué ser idénticos para todos los
niños. Para ilustrar este último caso podríamos citar la situación en que ambos padres muestran una gran hostilidad
mutua, y algunos de los hijos se implican en el conflicto pero
otros permanecen ajenos al mismo (Plomin et al., 2001;
Rutter et al., 1993). En relación con muchas características
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
AVA N C E S
en el pensamiento
«Naturaleza, crianza y psicopatología: una
nueva mirada a un viejo tema»
4.
Las personas ponemos de manifiesto abundantes errores y
estereotipos en relación a los estudios sobre la influencia
genética en la conducta. Algunos de los más importantes se
presentan a continuación (Plomin et al., 2001; Rutter, 1991a;
Rutter et al., 1993).
1.
2.
3.
Malentendido: un fuerte efecto genético significa que la
influencia ambiental carece de importancia. Hecho:
incluso aunque se tratara de un trastorno con una
fuerte influencia genética, los factores ambientales
pueden llegar a ejercer un impacto fundamental sobre
ese trastorno. Por ejemplo la estatura, que tiene una
fuerte determinación genética, depende en gran
medida de aspectos nutricionales. Entre 1960 y 1990, la
estatura media de los niños londinenses se incrementó
diez centímetros exclusivamente debido a la mejora de
la dieta (Tizard, 1975).
Malentendido: los genes suponen una limitación a las
posibilidades. Hecho: el potencial de una persona puede
modificarse si cambia su entorno, como ilustra el
ejemplo anterior. Otro ejemplo proviene de aquellos
niños que han nacido de padres socialmente
desaventajados, pero que han sido adoptados y criados
en entornos estimulantes. Tales niños tienen un
cociente intelectual de unos doce puntos por encima de
aquellos que se han criado en entornos desfavorecidos
(Capron y Duyme, 1989; Plomin et al., 2001).
Malentendido: las estrategias genéticas carecen de
valor para el estudio de las influencias ambientales.
Hecho: lo cierto es lo contrario, debido a que las
estrategias de investigación genética proporcionan
pruebas determinantes de la influencia de las
influencias ambientales sobre la personalidad y la
psicopatología. Por ejemplo, debido a que los gemelos
monocigóticos disponen de genes idénticos, los niveles
de concordancia menores del cien por 100 ponen de
relieve la importancia de la influencia ambiental, sobre
todo cuando se trata de entornos no compartidos
(Bouchard y Loehlin, 2001; Plomin et al., 2001).
psicológicas importantes —las influencias no compartidas
parecen ser decisivas—, esto es, las experiencias específicas
de un niño ejercen una mayor influencia sobre su conducta
que las experiencias que comparten todos los niños de la familia (Plomin et al., 2001; Rutter et al., 1993).
5.
6.
.
Malentendido: la naturaleza y la crianza son
elementos diferentes. Hechos: los efectos genéticos
«actúan principalmente mediante su efecto sobre la
susceptibilidad a la influencia ambiental» (Rutter,
1991a, p. 129). Por ejemplo, los bebés que han nacido
con un defecto genético que produce fenilcetonuria
(PKU), un trastorno metabólico, sólo desarrollan la
enfermedad si su dieta contiene fenilanalina.
Además, los genes influyen sobre el tipo de
experiencia que tienen las personas, lo que resulta
evidente si uno reflexiona sobre el efecto que el
sexo, la inteligencia, o el temperamento ejercen
sobre nuestras experiencias vitales (Plomin et
al., 2001).
Malentendido: las influencias genéticas disminuyen
con la edad. Hecho: si bien muchas personas suponen
que los efectos genéticos deberían ser máximos al
nacer, mientras que los de carácter ambiental
aumentarían con la edad, esto no siempre tiene
porqué ser así (Carey, 2003; Plomin, 1986). Respecto
a la estatura, el peso y la inteligencia, los gemelos
dicigóticos son tan parecidos como los monocigóticos
durante su primera infancia, pero a lo largo del tiempo
los gemelos dicigóticos muestran mayores diferencias
que los monocigóticos. Por la razón que sea, muchos
efectos genéticos sobre las características
psicológicas se incrementan con la edad e incluso
otros no aparecen hasta una edad avanzada, como
puede ser el caso de la corea de Huntington, que
describiremos en el Capítulo 15.
Malentendido: los trastornos característicos de una
familia deben ser genéticos, pero los que no tienen un
carácter familiar no lo son. Hecho: hay muchos
ejemplos que contradicen este malentendido. Por
ejemplo, la aparición de la delincuencia juvenil tiende a
ser una característica familiar, y por lo tanto parece
deberse fundamentalmente a influencias ambientales
y no genéticas (Plomin et al., 2001). Por el contrario, el
autismo, que depende fuertemente de los genes,
apenas se produce en el seno de una familia (sólo el
tres por ciento de los hermanos muestran ese
trastorno) (Plomin et al., 2001; Rutter et al., 1993).
ANÁLISIS DE INTERRELACIÓN Y ESTUDIOS DE
ASOCIACIÓN. Algunos de los métodos más recientes
para estudiar las influencias genéticas sobre los trastornos
mentales son los análisis de interrelación y los estudios de
asociación. Mientras que los métodos que acabamos de
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
describir pretenden obtener estimaciones cuantitativas del
grado de influencia genética sobre diferentes trastornos, los
análisis de interrelación y los estudios de asociación están
dirigidos a determinar la localización de los genes responsables de los trastornos mentales. Como se puede imaginar, se
trata de un trabajo que despierta una excitación considerable, ya que la identificación de los genes responsables de un
trastorno abre caminos muy prometedores hacia nuevas
formas de tratamiento e incluso de prevención de ese trastorno.
Los análisis de interrelación de los trastornos mentales
parten del conocimiento disponible sobre la localización de
genes responsables de otras características físicas o procesos
biológicos diferentes al que se pretende estudiar. Por ejemplo, los investigadores pueden realizar un estudio amplio
sobre la historia familiar de la esquizofrenia, buscando todos los parientes conocidos de una persona con esquizofrenia, remontándose varias generaciones atrás. Sin embargo,
de manera simultánea, podrían realizar también un seguimiento de otra característica, como el color de ojos de cada
persona estudiada. Se suele elegir el color de ojos debido a
que se conoce en qué cromosoma está localizado el marcador genético de esa característica. Si los investigadores encuentran que los patrones de esquizofrenia de esa familia
están estrechamente vinculados con el color de los ojos en el
mismo pedigrí, pueden llegar a inferir que un gen que afecta a la esquizofrenia está localizado muy cerca dentro del
mismo cromosoma que contiene el marcador genético para
el color de los ojos. Dicho en otras palabras, sería de esperar
que todos los miembros de una determinada familia con esquizofrenia tuvieran el mismo color de ojos, incluso aunque
todos los miembros de otra familia distinta también con un
pedigrí de esquizofrenia pudieran tener los ojos de otro color. Si bien algunos estudios que han utilizado este tipo de
análisis han encontrado evidencias que apoyan, por ejemplo, la localización de un gen para el trastorno bipolar en el
cromosoma 11 (por ejemplo, Egeland et al., 1987) y de los
genes para la esquizofrenia en una zona determinada de los
cromosomas 6 y 13 (por ejemplo, Straub, MacLean, O’Neill,
Burke, et al., 1995), otros estudios sin embargo, han fracasado al intentar replicar esos resultados. Por lo tanto, de momento, la mayoría de los mismos se consideran
provisionales (véase Carey, 2003; Plomin de et al., 2001).
Parte del problema radica en que esos trastornos están influidos por muchos genes que se extieden a lo largo de múltiples cromosomas; y hasta la fecha, las técnicas sólo han
obtenido éxito en la localización de los genes implicados en
trastornos dependientes de un único gen, como puede ser la
Corea de Huntington (Carey, 2003; Plomin de et al., 2001).
Los estudios de asociación analizan a grandes grupos
de personas que tienen un trastorno determinado, junto a
otras que no lo tienen. A continuación los investigadores
comparan la frecuencia con la que ciertos marcadores genéticos —que se sabe que están localizados en cromoso-
mas determinados—, aparece en ambos grupos de personas. Si uno o más de los marcadores genéticos conocidos
aparece con más frecuencia en las personas con el trastorno que en las personas sin el trastorno, los investigadores
infieren que uno o más genes asociados con el trastorno
deben estar localizados en el mismo cromosoma. Lo ideal
sería que la búsqueda de candidatos genéticos para un
trastorno determinado comenzara con aquellos genes que
se conocen responsables de ciertos procesos biológicos
que han sido alterados por ese trastorno. Por ejemplo,
dado que conocemos las disfunciones que la dopamina
produce respecto a la hiperactividad, los investigadores
han comparado la frecuencia de marcadores genéticos conocidos para ciertos aspectos de la dopamina en niños con
y sin hiperactividad. Cuando se encuentra que esos marcadores genéticos aparecen significativamente con más
frecuencia en los niños con hiperactividad que en los que
no muestran esa característica, se infiere que algunos de
los genes implicados en la hiperactividad también están
localizados cerca de los marcadores genéticos responsables del funcionamiento de la dopamina (Thapar, Holmes, Poulter, y Harrington, 1999; véase Plomin et al.,
2001). Los estudios de asociación están resultando más
prometedores que los estudios de interrelación para la
identificación de aquellos efectos dependientes de un gen
concreto, en la mayoría de los trastornos mentales con influencia poligénica.
De esta manera, aunque este tipo de estudios genéticos
supone una enorme promesa para la identificación de nuevas estrategias para la prevención y el tratamiento, de momento se trata de una promesa no cumplida debido a las
dificultades para replicar los resultados.
El temperamento y otras disposiciones
constitucionales
El término disposición constitucional se utiliza para describir cualquier característica que, o bien es innata, o bien se
ha adquirido tan prematuramente que actúa de manera
funcionalmente similar a un rasgo genético. Las minusvalías físicas y el temperamento se encuentran entre los rasgos
incluidos en esta categoría. Vamos a revisar brevemente el
papel de estos factores constitucionales en la etiología de la
conducta inadaptada.
MINUSVALÍAS FÍSICAS. Las anormalidades biológicas
o las condiciones ambientales que tienen lugar inmediatamente antes o después del nacimiento, pueden originar defectos físicos. La dificultad más comúnmente asociada con
trastornos mentales posteriores (retrasos cognitivos, trastornos de aprendizaje y problemas emocionales y conductuales) es el bajo peso al nacer. Aproximadamente el seis o el
siete por ciento de todos los bebés que nacen en los Estados
Unidos tienen un peso bajo (Barnard, Morisett, y Spieker,
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
que 1993; Kopp y Kaler, 1989). Afortunadamente, los programas de intervención temprana dirigidos a las madres de
los niños con bajo peso, y también a los propios niños, resultan muy eficaces, al menos a corto plazo, para prevenir algunos de los problemas que suelen estar asociados con el
peso bajo (por ejemplo, Shaffer, 1999). Dichas intervenciones suelen promover y estimular la interacción de la madre
con el niño mientras éste todavía se encuentra en Cuidados
Intensivos. Además, se enseña a los padres a proporcionar, ya
en la casa, el tipo de cuidados sensibles y adecuados que resultan de enorme importancia para estos niños.
Otra dificultad derivada del proceso de nacimiento y
asociada con problemas físicos y conductuales posteriores
es el síndrome de alcohol fetal, que afecta a aquellos bebés
cuyas madres bebieron grandes cantidades de alcohol durante su embarazo. Esa situación puede llegar a causar un
extenso daño neurológico y anormalidades físicas, tales
como irregularidades en el rostro y un crecimiento atrofiado; también se incrementa el riesgo de retraso mental y de
trastorno por déficit de atención (Jacobson y Jacobson,
2000; Mattson y Riley, 1998; véase el Capítulo 12 para más
detalles).
disposición a experimentar afecto negativo—. Las dimensiones infantiles de afecto positivo y posiblemente también
de nivel de actividad parecen estar relacionadas con la dimensión adulta de extraversión, mientras que la dimensión
infantil de duración de la atención parece estar relacionada
con la dimensión adulta de inhibición o control. Al menos
algunos aspectos del temperamento muestran un grado
moderado de estabilidad desde finales del primer año de
vida hasta al menos la niñez intermedia, si bien se ha encontrado que el temperamento también se modifica (por
ejemplo, Lemery, Goldsmith, Klinnert, y Mrazek, 1999;
Rothbart et al., 2000b).
Como hemos visto al comentar las correlaciones genambiente, el temperamento de un bebé o de un niño pequeño ejerce efectos muy profundos sobre diversos
procesos evolutivos y de gran importancia (Rothbart y
Ahadi, 1994; Rothbart et al., 2000b). Por ejemplo, un niño
con un temperamento asustadizo es muy susceptible de sufrir un condicionamiento clásico ante situaciones de temor; más adelante ese niño puede aprender a evitar esas
situaciones potencialmente atemorizantes, y las investigaciones más recientes sugieren que incluso puede tener una
mayor tendencia para aprender a temer las situaciones sociales (Kagan, 1997; Schwartz, Snidman, y Kagan, 1999).
Por su parte, un niño que tenga un umbral muy bajo para
el malestar, puede aprender a regularlo por el procedimiento de mantener muy bajo el nivel de estimulación,
mientras que un niño con una alta necesidad de estimulación puede hacer cosas que contribuyan a incrementar
su excitación (Rothbart y Ahadi, 1994; Rothbart et al.,
2000b).
Vistos los trascendentales efectos que puede tener el
temperamento sobre diversos procesos evolutivos básicos,
no resulta sorprendente que también sea la vía para el desarrollo de diversas formas ulteriores de psicopatología. Por
ejemplo, aquellos niños que suelen mostrar temor en muchas situaciones diversas han sido denominados por Kagan
y sus compañeros como conductualmente inhibidos. Se trata de un rasgo con un componente significativamente heredable (Kagan, 1994), y cuando es estable, se convierte en un
factor de riesgo para desarrollar más adelante trastornos de
ansiedad durante la niñez y probablemente durante la edad
adulta (Biederman et al., 1990; Hirsfeld et al., 1992; Schwartz et al., 1999). De manera opuesta, aquellos niños de
dos años que son muy desinhibidos, y que apenas muestran
miedo ante nada, pueden llegar a tener dificultades para
aprender las normas morales presentes en su sociedad
(Rothbart et al., 2000a), y a la edad de trece años suelen
mostrar más conductas agresivas y delictivas (Schwartz,
Snidman, y Kagan, 1996). Si estos ingredientes de personalidad se combinan con elevados niveles de hostilidad, tenemos el escenario perfecto para el desarrollo de un trastorno
de conducta y de un trastorno de personalidad antisocial
(Harpur, Hart, y Hare, 1993).
TEMPERAMENTO.
El temperamento, que no sólo se
refiere a la reactividad, sino también a formas características de autorregulación, además puede ser una disposición
constitucional. Cuando decimos que los bebés difieren en
su temperamento, nos estamos refiriendo a que se diferencian de manera sistemática en sus respuestas emocionales y
de activación ante ciertos estímulos, así como en su tendencia a aproximarse, esquivar o atender diversas situaciones (Rothbart, Derryberry, y Hershey, 2000b). Por
ejemplo, algunos se sobresaltan tan sólo con el más leve sonido, o lloran cuando le da la luz del sol en la cara; otros
parecen prácticamente insensibles a estos estímulos. Tales
conductas se consideran constitucionales más que genéticas debido a que probablemente dependen de algo más que
los genes en sí mismos; probablemente los factores ambientales prenatales y postnatales jueguen también un papel importante en su desarrollo (Kagan, 1994; Rothbart et
al., 2000b).
Nuestro temperamento inicial se considera como el
sustrato a partir del cual se desarrolla nuestra personalidad.
A partir de los dos o tres meses de edad, es posible identificar aproximadamente cinco dimensiones de temperamento: miedo, irritabilidad y frustración, afecto positivo, nivel
de actividad, y duración de la atención, si bien algunas de
ellas aparecen antes que otras. Estas dimensiones parecen
estar relacionadas con tres importantes dimensiones de la
personalidad adulta: (1) neuroticismo o emocionalidad negativa, (2) extraversión o emocionalidad positiva, y (3) inhibición (Rothbart y Ahadi, 1994; Watson, Clark, y
Harkness, 1994). Las dimensiones de miedo e irritabilidad
corresponden a la dimensión adulta de neuroticismo —la
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
Disfunción cerebral y plasticidad
neurológica
Como se ha dicho antes, los daños en el tejido cerebral
pueden generar riesgo de psicopatología, si bien es cierto
que los trastornos psiquiátricos casi nunca se deben de
manera principal a lesiones cerebrales con defectos observables en el tejido cerebral. Sin embargo, en muchos trastornos mentales sí están implicadas deficiencias muy
sutiles en el funcionamiento del cerebro, que iremos comentando a lo largo de este libro. Durante los últimos
quince años nuestra comprensión de cómo los problemas
neurológicos inciden sobre la psicopatología, se ha incrementado a pasos agigantados, sobre todo gracias a las técnicas de neuroimagen que permiten estudiar la estructura
y el funcionamiento de un cerebro vivo (véase el
Capítulo 4 para más detalles). Este tipo de técnicas ha
puesto de manifiesto que los códigos genéticos que dirigen el desarrollo del cerebro no son tan rígidos y deterministas como alguna vez se creyó (por ejemplo, Nelson y
Bloom, 1997; Thompson y Nelson, 2001). Por ejemplo, el
establecimiento de conexiones neuronales nuevas (o sinapsis) después del nacimiento resulta drásticamente
afectado por la experiencia que tiene ese joven organismo
(p.e., Greenouhg y Black, 1992; Rosenzweig et al., 2002).
Ratas criadas en entornos enriquecidos (frente a las criadas en aislamiento) muestran un desarrollo celular muy
superior en ciertas partes de la corteza, así como muchas
más sinapsis por neurona. Cambios similares pueden ocurrir también en animales más viejos cuando comienzan a
vivir en entornos enriquecidos; por lo tanto la plasticidad
neurológica se mantiene en cierta medida a lo largo de
toda la vida. Inicialmente este tipo de resultados se utilizaron para proponer que los bebés debían desarrollarse en
entornos lo más enriquecidos posibles. Sin embargo, trabajos posteriores han demostrado que las condiciones de
crianza normales con padres afectuosos resultan perfectamente adecuadas. Lo que realmente está sugiriendo el trabajo más reciente es que los entornos no estimulantes sí
pueden provocar graves retrasos en el desarrollo (Thompson y Nelson, 2001; Thompson, 2000).
Esta investigación sobre la plasticidad neurológica y
conductual, en combinación con el trabajo sobre las correlaciones entre genotipo y ambiente que hemos descrito más
arriba, deja claro la razón por la que los investigadores en
psicopatología evolutiva están dedicando cada vez más
atención a la teoría evolutiva de sistemas. Esta perspectiva
reconoce que no sólo es la actividad genética la que influye
sobre el desarrollo neurológico, que a su vez influye sobre la
conducta, que a su vez influye sobre el entorno, sino también que tales influencias tienen un carácter bidireccional.
Como se ilustra en la Figura 3.3, diversos aspectos de nuestro entorno (físico, social y cultural) también influyen sobre
la conducta, que a su vez afecta a nuestra actividad neurológica, y que a su vez puede llegar a influir sobre la actividad
genética (Gottlieb, 1992, 2002).
Deprivación o alteración física
Mediante un conjunto muy complejo de procesos, nuestras
funciones digestivas, circulatorias y de otro tipo, funcionan
para mantener el equilibrio fisiológico de nuestro cuerpo.
Un descanso insuficiente, una dieta inadecuada, o un exceso de trabajo, pueden interferir con este equilibrio, y por lo
tanto con la capacidad de la persona para afrontar los problemas, predisponiéndola a sucumbir a ellos. Por ejemplo,
en ocasiones los prisioneros de guerra han sido obligados a
revelar información simplemente al impedirles dormir o
comer durante varios días. Los estudios experimentales con
voluntarios que se han mantenido sin dormir durante periodos de entre setenta y dos a noventa y ocho horas, han
puesto de manifiesto una serie de problemas psicológicos
que van en aumento a medida que pasan las horas sin dormir, entre los que se incluyen la desorientación espaciotemporal, y sentimientos de despersonalización.
Una privación del sueño crónica aunque sea relativamente moderada, puede tener consecuencias emocionales
muy adversas sobre niños y adolescentes. En un estudio con
más de 3000 adolescentes, Wolfson y Carskadon (1998) pusieron de manifiesto que a lo largo de la adolescencia se produce una disminución del tiempo total de sueño. Esta
disminución está asociada con una gran cantidad de somnolencia diurna. A su vez está somnolencia puede aumentar
la vulnerabilidad a sufrir accidentes, impulsar la utilización
Influencias bidireccionales
Entorno (físico, social,
cultural)
Figura 3.3
INFLUENCIAS DIRECCIONALES
Una perspectiva de sistemas del desarrollo psíquico
biológico.
Fuente: Gilbert Gottlieb, tomado de Individual Development and
Evolution: The Genesis of Novel Behavior. New York: Oxford
University Press, 1992. Reproducido con permiso de Lawrence
Erlbaum Associates.
Conducta
Actividad neurológica
Actividad genética
Desarrollo individual
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La perspectiva biológica y los factores causales biológicos
de cafeína y alcohol, e inducir problemas del estado de ánimo y de la conducta.
Una privación prolongada de la comida también afecta
al funcionamiento psicológico. Por ejemplo, una pérdida importante de peso puede tener consecuencias psicológicas a
largo plazo. En un estudio se analizó a un grupo de soldados
de la segunda guerra mundial y de la guerra de Corea que habían perdido más del treinta y cinco por ciento de su peso
corporal mientras se encontraban en cautividad. A pesar de
que habían transcurrido treinta años desde entonces, sus resultados en una serie de pruebas cognitivas estuvieron por
debajo de los de otros soldados que no habían perdido tanto
peso (Stuker et al., 1990, 1995). Además, Polivy y sus asociados (1994) encontraron que los soldados que habían perdido
una gran cantidad de peso en aquella época informaban de
que se atiborraban de comida con más frecuencia de lo que
puede ser normal en personas de características similares.
Pero quizá la muestra más trágica de deprivación sea la
que afecta a los niños pequeños malnutridos. La malnutrición grave deteriora el desarrollo físico y disminuye la resistencia a la enfermedad. También atrofia el desarrollo del
cerebro, lo que provoca una menor inteligencia, y aumenta
el riesgo de sufrir problemas como el trastorno por déficit
de atención (que se caracteriza por problemas de atención,
muchas distracciones, que interfiere con los aprendizajes
escolares; Amcoff, 1980; Galler, 1984; Lozoff, 1989). En algunos países occidentales como Estados Unidos, investigaciones recientes indican que la malnutrición es más
habitual en aquellas familias en las que la madre adopta un
papel pasivo en el cuidado de los niños. Si se enseña a estas
madres a ofrecer suplementos nutritivos a sus niños (suponiendo, claro está, que estén disponibles), desaparecen muchos de los efectos adversos de la malnutrición, a medida
que los bebés cobran energía y se muestran más abiertos a
los procesos de socialización, tan importantes para un desarrollo intelectual normal (Sameroff, 1995; Thompson y
Nelson, 2001).
Los tratamientos biológicos parecen ejercer resultados
más inmediatos que otro tipo de terapia, y abren la esperanza de que puedan conseguir una curación completa
con un esfuerzo aparentemente pequeño.
Sin embargo, y como ha señalado Gorenstein (1992),
existen algunos errores en esta interpretación popular de
los avances biológicos más recientes. Gorenstein resalta la
idea de que resultaba ilusorio suponer —como lo hacen algunos destacados investigadores biológicos— que establecer las diferencias biológicas que puedan existir entre, por
ejemplo, personas con y sin esquizofrenia, sustenta por sí
mismo la idea de que esquizofrenia es una enfermedad orgánica (Andreasen, 1984; Kety, 1974). Todos los rasgos conductuales (introversión y extraversión, por ejemplo) se
caracterizan por aspectos biológicos específicos, si bien no
etiquetamos esas características como enfermedad. De esta
manera, la decisión sobre lo que constituye una enfermedad o un trastorno mental, todavía se basa en una opinión
subjetiva, y relacionada con los efectos funcionales de la
conducta inadaptada. El establecimiento de la base biológica no tiene nada que ver con este tema debido a que toda
conducta —tanto normal como patológica— tiene un sustrato biológico.
El segundo error importante que destaca Gorenstein
(1992) se refiere a la idea de que la mayoría, si no todos, los
trastornos mentales son en realidad trastornos biológicos
con causas biológicas (Andreasen, 1984; Kety, 1974). Dado
que toda nuestra conducta puede reducirse en última instancia a un conjunto de acontecimientos biológicos que
tienen lugar en el cerebro, resulta un error distinguir de
esta manera entre causas biológicas y psicológicas. Como
argumenta Gorenstein, las causas psicológicas sólo pueden distinguirse de las biológicas «antes de que entren en
el sistema nervioso central» (1992, p. 123). Esto se debe a
que una vez que la causa psicológica ha ejercido su efecto
sobre la persona, dicho efecto también resulta mediatizado por la actividad del sistema nervioso central. Así pues,
en la actualidad, si encontramos alguna disfunción del sistema nervioso central, ésta puede proceder tanto de causas psicológicas como biológicas. Por otra parte, los
tratamientos psicosociales suelen ser tan eficaces como las
drogas para producir cambios en la estructura y la función
del cerebro (por ejemplo, Schwartz, Stoessel, Baxter, Martin, y Phelps, 1996).
Desde una perspectiva más general, debemos recordar
de nuevo que sólo unos cuantos, si es que hay alguno, de los
trastornos mentales son independientes de la personalidad
del sujeto o de los problemas a los que éste se enfrenta cuando intenta vivir su vida. En las páginas que siguen vamos a
examinar las perspectivas que ponen el acento en estas consideraciones psicosociales y socioculturales, sin olvidar que
el principal desafío debe ser la integración de estas perspectivas con una visión de la psicopatología que tenga una coherencia biopsicosocial.
Impacto de la perspectiva biológica
Los descubrimientos biológicos han influido profundamente sobre nuestra visión de la conducta humana. Ahora somos capaces de reconocer el importante papel de los
factores bioquímicos y de las características innatas
––muchas de las cuales están determinadas genéticamente—, tanto sobre la conducta normal como sobre la conducta anormal. Además, a partir de la década de los 50
estamos asistiendo al desarrollo de una industria farmacológica cuyos productos son capaces de modificar de una
manera drástica la gravedad y el curso de ciertos trastornos mentales, sobre todo de algunos tan graves como la esquizofrenia. Esto ha atraído una gran cantidad de
atención sobre la perspectiva biológica, y no sólo en el ámbito científico sino también entre el público en general.
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
REVISIÓN
• Describa la secuencia de acontecimientos
implicado en la transmisión de impulsos
nerviosos, y explique cómo los desequilibrios
de los neurotransmisores pueden provocar una
conducta patológica.
• ¿Cuál es la relación entre genotipo y fenotipo,
y cómo puede el fenotipo modelar e
interactuar con el entorno?
• ¿Qué es el temperamento, y por qué resulta
importante para comprender el origen de la
conducta patológica?
• ¿Qué queremos decir cuando nos referimos a
la plasticidad neurológica?
PERSPECTIVAS
PSICOSOCIALES
Existen más interpretaciones psicosociales que biológicas
de la conducta patológica, que ponen de manifiesto un
amplio rango de opiniones sobre la mejor manera de comprender a los humanos, no sólo como organismos biológicos, sino también como personas con motivos, deseos,
percepciones, etc. A continuación vamos a examinar con
cierta profundidad tres perspectivas sobre la naturaleza y la
conducta humanas: la psicodinámica, la conductual y la
cognitivo-conductual. Existen también otras dos perspectivas. Una es la humanista, que se centra en liberar a las personas de aquellas actitudes que les incapacitan, de tal
manera que puedan vivir plenamente su vida. El énfasis se
sitúa por tanto sobre el crecimiento y la autorrealización, y
no tanto sobre el tratamiento de enfermedades o el alivio de
trastornos. La otra perspectiva es la existencial, menos optimista, y que destaca las dificultades inherentes de la autorrealización. La sección Avances en el pensamiento 3.3
presenta algunos de los temas principales de ambas perspectivas. En el Capítulo 17 abordaremos la manera en que
abordan la psicoterapia.
Las tres perspectivas que vamos a describir aquí representan orientaciones distintas y en ocasiones conflictivas,
aunque en muchos aspectos son complementarias. Todas
ellas destacan la importancia de las experiencias iniciales y
reconocen las influencias sociales y los procesos psicológicos
para el desarrollo del individuo —de ahí el término psicosocial—. Tras describir estos diferentes modelos, revisaremos
diversos factores causales de carácter psicosocial que están
asociados con la conducta patológica, y discutiremos cómo
explican algunos de estos modelos tales efectos.
Las perspectivas psicodinámicas
Como se dijo en el Capítulo 2, Sigmund Freud, el fundador
de la escuela psicoanalítica, destacaba el papel de los procesos inconscientes para la determinación de la conducta
normal y anormal. Un concepto fundamental aquí es el inconsciente. De acuerdo con Freud, la parte consciente de la
mente representa en realidad una zona relativamente pequeña, mientras que la parte inconsciente, como ocurre con
la sección sumergida de un iceberg, es mucho más grande.
En las profundidades del inconsciente se encuentran los recuerdos dolorosos, los deseos olvidados, y otras experiencias que han quedado reprimidas, esto es, eliminadas de la
conciencia. Sin embargo, ese material inconsciente continúa intentando expresarse, y emerge en forma de fantasías,
sueños, lapsus linguae, y cosas similares, y también cuando
la persona se encuentra en estado de hipnosis. Hasta que ese
material inconsciente no se lleve a la conciencia y se integre
en ella (véase el Capítulo 17), puede estar generando conductas irracionales e inadaptadas. Para nuestros propósitos
será suficiente una visión general de los principios de la teoría psicoanalítica clásica (véase Alexander, 1948; Arlow,
2000, o cualquier trabajo original de Freud para más información).
LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD: ELLO, YO
Y SUPERYO. Freud propuso que la conducta de una
persona procede de la interacción de tres componentes
esenciales de la personalidad: el ello, el yo y el superyo (por
ejemplo, véase Arlow, 2000). El ello es el origen de los impulsos instintivos y la primera estructura que aparece en la
infancia. Estos impulsos son innatos y de carácter opuesto:
(1) instintos de vida, que son los impulsos constructivos
primarios de naturaleza sexual, y que constituyen la libido,
la energía básica de la vida; y (2) instintos de muerte, que
constituyen impulsos destructivos que tienden hacia la
agresión, la destrucción y la muerte. Freud utilizaba el término sexual de una manera amplia para referirse prácticamente a cualquier experiencia placentera, ya fuera comer o
pintar. El ello opera bajo el principio del placer, orientándose por completo hacia las conductas dirigidas a obtener
placer, preocupado exclusivamente por la gratificación inmediata de las necesidades instintivas, sin atender en absoluto a consideraciones morales o derivadas de la realidad. Si
bien el ello puede generar imágenes mentales y fantasías repletas de deseos, denominadas procesos primarios de pensamiento, no puede adoptar las acciones realistas necesarias
para lograr esos deseos instintivos.
Consecuentemente, Freud propuso que a los pocos
meses de vida los niños desarrollan una segunda parte de su
personalidad, que denominó yo. El yo hace de mediador
entre las demandas del ello y las del mundo real. Por ejemplo, durante el entrenamiento en el control de esfínteres, los
niños aprenden a controlar esa función corporal para
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Perspectivas psicosociales
AVA N C E S
en el pensamiento
Las perspectivas humanista y existencial
La perspectiva humanista
La perspectiva humanista considera la naturaleza humana
como básicamente «buena». Presta menos atención a los
procesos inconscientes y a las causas del pasado, para
concentrarse preferentemente en los procesos conscientes
actuales y abundar sobre la capacidad inherente a las
personas para ser responsables de sus propios actos. Los
psicólogos humanistas consideran que gran parte de la
investigación empírica diseñada para investigar los factores
causales es demasiado simplista como para indagar en las
complejidades de la conducta humana. De esta manera la
perspectiva humanista tiende a ser tanto una afirmación de
valores —cómo debiéramos considerar al ser humano— como
un intento de explicar la conducta humana, al menos entre
aquellas personas asediadas por problemas personales.
Esta perspectiva está orientada hacia aquellos procesos
sobre los que tenemos muy poca información científica: amor,
esperanza, creatividad y valores, significado, desarrollo
personal y autorrealización. Si bien estas abstracciones no
están sujetas de manera inmediata a la investigación empírica,
sí es posible identificar algunos temas y principios
subyacentes a la psicología humanista, incluyendo el Yo como
un tema unificador, y una orientación fundamental sobre los
valores y el desarrollo personal.
Al utilizar el concepto de Yo como tema unificador, los
psicólogos humanistas ponen el énfasis sobre la importancia
de la individualidad. Entre todos ellos, Carl Rogers (1902-1987)
desarrolló la formulación más sistemática del autoconcepto, a
partir de su investigación pionera sobre la naturaleza de los
procesos psicoterapéuticos. Rogers (1951, 1959) formuló sus
ideas en una serie de propuestas que pueden resumirse de la
siguiente manera:
• Cada individuo desarrolla su existencia en un mundo privado
de experiencias de las cuales el yo, mi o yo mismo,
constituyen el centro.
• La ambición más básica de un individuo está dirigida al
mantenimiento, desarrollo y actualización de su yo.
• La percepción de una amenaza para el yo va seguida de
algún tipo de defensa, lo que incluye un mecanismo de
compensación de la percepción y la conducta, así como la
introducción de mecanismos de autodefensa.
• Las tendencias más profundas de una persona están
orientadas hacia la salud y la globalidad; bajo condiciones
normales, una persona actúa de manera racional y
constructiva, y elige estrategias dirigidas hacia el desarrollo
personal y la autorrealización.
Los psicólogos humanistas destacan que los valores y el
proceso de elección son elementos claves de la dirección de
nuestra conducta, para lograr una vida significativa y plena de
significado. Cada uno de nosotros debemos desarrollar valores
y un sentido de identidad propia basados en nuestra propia
experiencia, en vez de aceptar a ciegas los valores de los
demás; de lo contrario, estaremos negando nuestras propias
.
experiencias y perdiendo el valor de nuestros propios
sentimientos. Sólo de esta manera podremos llegar a
autorrealizarnos, lo que significa conseguir el desarrollo
completo de nuestro potencial.
De acuerdo con la perspectiva humanista, la
psicopatología consiste esencialmente en el bloqueo o la
distorsión del desarrollo personal y de la tendencia natural
hacia la salud física y mental. Los psicoterapeutas seguidores
de esta perspectiva intentan liberar a las personas de aquellas
convicciones y actitudes que les incapacitan, de manera que
puedan vivir su vida de una manera completa. Así pues, el
énfasis se sitúa en el desarrollo y la autorrealización, y no
tanto en curar las enfermedades o aliviar los trastornos.
La perspectiva existencialista
La perspectiva existencialista se parece a la humanista en cuanto
a su énfasis sobre la unicidad de cada individuo, La búsqueda de
valores y significado, y la existencia de libertad para autodirigirse y auto-realizarse. Sin embargo, adopta una visión menos
optimista del ser humano, y destaca sus tendencias irracionales
así como las dificultades inherentes para la auto-realización,
sobre todo en el seno de una sociedad moderna, burocrática y
deshumanizada. En definitiva, para los existencialistas vivir es
mucho más que una «confrontación». Los pensadores
existencialistas están especialmente preocupados por las
experiencias internas de una persona, cuando intentan
comprender y enfrentarse con los problemas humanos más
profundos. El existencialismo plantea algunos temas básicos:
• Existencia y esencia. Nuestra existencia nos viene dada,
pero lo que hacemos con ella —nuestra esencia— tenemos
que construirla.
• Elección, libertad y coraje. Nuestra esencia depende de
nuestras elecciones, debido a que éstas reflejan los valores
sobre los que basamos y ordenamos nuestra vida.
• Significado, valor y obligación. El deseo de significado es
una tendencia humana básica para encontrar valores
satisfactorios que nos permitan dirigir nuestra propia vida;
también son muy importantes nuestras obligaciones hacia
los demás.
• La ansiedad existencial y el encuentro con la nada. La nada,
que en su forma final es la muerte, supone el destino
inevitable de todos los seres humanos. La conciencia de
nuestra inevitable muerte y sus implicaciones para nuestra
vida pueden provocar una ansiedad existencial, esto es, una
profunda preocupación respecto a si se ha conseguido vivir
una vida plena y satisfactoria.
Los psicólogos existenciales se centran en la importancia de
establecer valores y de adquirir un nivel de madurez espiritual
digno de la libertad que da la propia humanidad. La evitación
de estos asuntos da lugar a una vida corrupta, insustancial, y
desperdiciada. Por lo tanto, la mayor parte de la conducta
patológica se concibe como producto de un fracaso para
enfrentarse de manera constructiva con la desesperación y la
frustración existencial.
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
cumplir las expectativas de sus padres y de la sociedad, y en
ese proceso el yo asume el papel de mediador entre las necesidades físicas del cuerpo/ello, y la necesidad de encontrar
un momento y un lugar apropiados. El propósito básico del
yo es cumplir las demandas del ello, pero de manera que se
asegure el bienestar y la supervivencia del individuo. Este
objetivo exige la utilización de la razón y de otros recursos
intelectuales para enfrentarse con el mundo exterior, así
como el control de las demandas del ello. Estas medidas
adaptativas del yo se denominan procesos secundarios de
pensamiento, y el principio sobre el que opera el yo se denomina principio de la realidad. Freud consideraba que las
demandas del ello, y sobre todo las de carácter sexual y agresivo, estaban en conflicto permanente con las reglas y
prohibiciones impuestas por la sociedad.
Freud postulaba que a medida que los niños crecen y
van aprendiendo las reglas de los padres y de la sociedad sobre lo que está bien y lo que está mal, va apareciendo
gradualmente una tercera parte de la personalidad que denominó superyo. El superyo es el resultado de la interiorización de los tabús y los valores morales de una sociedad. Es
esencialmente aquello a lo que nos referimos con el término conciencia; está preocupado fundamentalmente por lo
que está bien y lo que está mal. A medida que el superyo se
desarrolla, se convierte en un sistema interno de control en
permanente enfrentamiento con los deseos desinhibidos del ello. Dado que el yo hace de mediador entre los
deseos del ello, las demandas de la realidad, y las restricciones morales del superyo, a menudo recibe el nombre de
rama ejecutiva de la personalidad.
Freud estaba convencido de que la interacción entre el
yo, el ello y el superyo resulta crucial para la determinación
de la conducta. Con frecuencia surgen conflictos mentales
debido a que esos tres sistemas están persiguiendo objetivos
diferentes. Si no son resueltos, esos conflictos intrapsíquicos conducen a los trastornos mentales.
ANSIEDAD, MECANISMOS DE DEFENSA Y EL INCONSCIENTE. El concepto de ansiedad —un senti-
miento generalizado de miedo y aprensión— resulta muy
destacado en la perspectiva psicoanalítica debido a que
constituye un síntoma prácticamente universal de los trastornos neuróticos. De hecho, Freud estaba convencido de
que la ansiedad desempeñaba un papel causal esencial en la
mayoría de las formas de psicopatología que iremos discutiendo a lo largo de este libro. En ocasiones esta ansiedad se
experimenta de una manera abierta, pero otras veces se reprime y se transforma en otros síntomas diferentes.
La ansiedad es una llamada de atención frente a peligros reales o imaginados, además de una experiencia dolorosa, e impulsa al individuo a adoptar algún tipo de acción
para impedirlos. Con frecuencia el yo puede enfrentarse a
los problemas con una ansiedad objetiva y mediante medidas racionales. Sin embargo, la ansiedad neurótica y moral,
dado que es inconsciente, no puede tratarse mediante medidas racionales. En esos casos el yo tiene que recurrir a medidas irracionales de protección que se denominan
mecanismos de defensa, algunos de los cuales se describen
en la Tabla 3.1. Tales mecanismos permiten descargar o disminuir la ansiedad, aunque lo hacen desplazando las ideas
dolorosas fuera de la conciencia y no enfrentándose directamente con el problema. Por ello esos mecanismos pueden
dar lugar a una visión distorsionada de la realidad, si bien
algunos son más adaptativos que otros.
ETAPAS PSICOSEXUALES DEL DESARROLLO.
Junto a su concepto de estructura de la personalidad, Freud
también propuso la existencia de cinco etapas psicosexuales del desarrollo, por las que todos hemos de atravesar desde nuestra infancia hasta la pubertad. Cada etapa se
caracteriza por una forma dominante de lograr el placer libidinoso (sexual):
Etapa oral: durante los primeros dos años de vida, la
boca es la principal zona erógena; la principal fuente de
gratificación de un niño pequeño es la succión, un proceso por otra parte necesario para alimentarse.
Etapa anal: entre los dos y los tres años de edad, el ano
se convierte en la principal fuente de placer, que coincide con el entrenamiento en el control de esfínteres y
con la necesidad de retener y eliminar las heces.
Etapa fálica: entre los tres y los cinco o seis años, la manipulación de los genitales proporciona la principal
fuente de sensaciones placenteras.
Etapa de latencia: entre los seis y los doce años, las motivaciones sexuales pierden importancia, a medida que
los niños se muestran más interesados en desarrollar
sus habilidades y en realizar otras actividades.
Etapa genital: tras la pubertad, los principales sentimientos de placer provienen ya de las relaciones
sexuales.
Freud consideraba que la gratificación apropiada durante cada etapa resulta muy importante para evitar que la
persona se quede atrofiada, o fijada, en esa etapa. Por ejemplo, mantenía que un niño que no recibe una gratificación
oral adecuada durante la vida adulta, mostrará una tendencia excesiva a comer o hacia otras formas de estimulación
oral como morderse las uñas, fumar, o beber en exceso.
EL COMPLEJO DE EDIPO Y EL COMPLEJO DE ELECTRA. En general, cada etapa del desarrollo plantea una
serie de demandas sobre el individuo, y desarrolla conflictos que Freud consideraba que debían resolverse. Uno de
los conflictos más importantes tiene lugar durante la etapa
fálica, cuando la auto estimulación genital y las fantasías
que la acompaña facilitan la aparición del complejo de Edipo. Según la mitología griega, Edipo involuntariamente
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Tabla 3.1.
Perspectivas psicosociales
Mecanismos de defensa del yo
Mecanismo
Ejemplo
Hiperactividad. Realización de una conducta de manera
excesiva o antisocial, sin preocuparse de las
consecuencias negativas, como una manera de reducir
el estrés emocional.
Un hombre infeliz y frustrado tiene diversas aventuras
amorosas de carácter indiscriminado, sin preocuparse
de los efectos negativos que puede tener sobre su
matrimonio.
Negación de la realidad. Protege al yo de una realidad
desagradable, por el procedimiento de rechazar su
existencia, o de no enfrentarse a ella.
Un fumador está convencido de que las pruebas de que
el tabaco perjudica la salud son científicamente
inexactas y baladíes.
Desplazamiento. Descargar los sentimientos
reprimidos, a menudo de carácter hostil, sobre objetos
menos peligrosos que aquellos que han generado ese
sentimiento.
Una mujer acosada por su jefe en el trabajo inicia una
pelea con su marido.
Fijación. Apegarse de una manera irracional o
exagerada a una persona, o detener el desarrollo
emocional en un nivel infantil o adolescente.
Un hombre soltero de mediana edad que todavía vive
con su madre, y depende de ella para sus necesidades
básicas.
Proyección. Atribuir a los demás los motivos y
características propios que nos resultan inaceptables.
El dictador de un estado totalitario está convencido de
que los países vecinos pretenden invadir el suyo.
Racionalización. Utilizar explicaciones «inventadas»
para ocultar o disfrazar los motivos inconfesables de la
propia conducta.
Un racista fanático recurre a pasajes ambiguos de las
Escrituras para justificar sus acciones hostiles hacia las
minorías.
Reacción de formación. Impide el conocimiento o la
expresión de los deseos inaceptables, mediante una
exagerada adopción de una conducta aparentemente
opuesta.
Un hombre preocupado por sus impulsos homosexuales
inicia una campaña en su comunidad para clausurar los
bares gays.
Regresión. Refugiarse en una etapa evolutiva anterior,
caracterizada por una menor exigencia de madurez y
responsabilidad.
Un hombre cuya autoestima está hecha pedazos, adopta
una conducta infantil, y empieza a exhibir sus genitales a
las chicas jóvenes.
Represión. Impedir que pensamientos dolorosos o
peligrosos accedan a la conciencia.
Los impulsos asesinos ocasionales de la madre de un
niño hiperactivo de dos años no pueden acceder a la
conciencia.
Sublimación. Se canaliza la energía sexual frustrada
hacia otras actividades sustitutivas.
Un artista sexualmente frustrado pinta cuadros de un
erotismo salvaje.
Deshacer. Intentar deshacer de manera mágica deseos o
actos inaceptables.
Un quinceañero que se siente culpable por masturbarse,
toca ritualmente el pomo de la puerta un determinado
número de veces, tras cada episodio.
Fuente: Basado en A. Freud (1946); Reproducido con permiso de DSM-IV. 1994, APA.
mató a su padre y se casó con su madre. Freud pensaba que
cada niño revive la tragedia de Edipo de manera simbólica.
Desea a su madre y considera a su padre como un odioso rival; sin embargo, los niños también temen que su padre les
castigue por estos deseos cortándole el pene. Esta ansiedad
ante la castración impulsa al niño a reprimir su deseo
sexual por su madre y su hostilidad hacia su padre. Eventualmente, si todo va bien, el niño se identifica con su padre
y reserva únicamente un cariño afectuoso hacia su madre,
reorientando sus impulsos sexuales hacia otra mujer.
El complejo de Electra supone la contrapartida femenina del complejo de Edipo, y también está basado en una
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
tragedia griega. Supone que las niñas desean poseer a su padre y sustituir a su madre. Freud también creía que durante
esta etapa, las niñas experimentan una envidia del pene, deseando tener uno como su padre o sus hermanos. Llegan a
superar este complejo cuando se identifican con su madre y
se prometen a sí mismas que algún día tendrán un hombre
que les proporcione un bebé, lo que inconscientemente les
sirve como un sustituto del pene.
La resolución de este conflicto se considera esencial
para que un adulto sea capaz de desarrollar relaciones heterosexuales satisfactorias. La perspectiva psicoanalítica
mantiene que lo mejor que se puede esperar para ello es
un compromiso entre nuestras belicosas inclinaciones, y
obtener tanta gratificación instintiva como sea posible
con la menor cantidad de castigo y de culpabilidad. Así
pues, esta perspectiva representa una visión determinista
de la conducta humana, que minimiza la racionalidad y la
libertad de autodeterminación. Desde una perspectiva colectiva, interpreta la violencia, la guerra y otros fenómenos
relacionados, como los productos inevitables de los instintos agresivos y destructivos inherentes a la naturaleza
humana.
PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS MÁS RECIENTES.
En su intento de comprender a sus pacientes y de desarrollar su teoría, Freud se preocupó principalmente de reflexionar sobre el ello, y sobre su naturaleza como fuente de
energía, y de qué manera esta energía podía reorientarse o
transformarse. También se centró en el superyo, pero prestó muy poca atención al yo. Los teóricos psicoanalistas posteriores desarrollaron las ideas de Freud en tres direcciones
ligeramente diferentes. Una de ellas fue la adoptada por su
hija Ana Freud (1895-1982), que se dedicó fundamentalmente a la función del yo como el «poder ejecutivo» de la
personalidad. Tanto ella como otros influyentes teóricos
psicoanalistas de la segunda generación, refinaron y elaboraron la faceta de las reacciones defensivas del ello, situándola en un papel destacado, dado su importante papel
organizador en el desarrollo de la personalidad por ejemplo, A. Freud, 1946). Esta escuela se conoce como la Psicología del yo. Otros teóricos que se centraron en los aspectos
más precoces de las relaciones entre madre e hijo se embarcaron en una segunda dirección, mientras que un tercer
grupo de teóricos psicoanalistas de segunda generación se
concentraban sobre los determinantes sociales de la conducta, y sobre la importancia de las relaciones interpersonales que mantienen los individuos. Cada una de estas
orientaciones más recientes ha omitido el énfasis tradicional de la teoría psicoanalítica (freudiana) sobre la primacía
de la energía libidinosa y los conflictos intrapsicológicos. El
término psicodinámicas generalmente se refiere a cualquiera de esas teorías de segunda generación que surgieron de la
teoría psicoanalítica original de Freud, pero que terminaron separándose de ella de manera significativa.
La teoría de las relaciones objetales. La perspectiva
de las relaciones objetales tiene su origen en la denominada
escuela de psicoanálisis de Budapest, cuya figura más destacada fue Sandor Ferenczi, compañero y amigo de Freud.
Freud consideraba que los acontecimientos que tenían lugar durante la etapa edípica resultaban claves para el desarrollo de los síntomas neuróticos, pero Ferenczi creía que
las relaciones anteriores eran incluso más importantes para
el desarrollo de la personalidad.
Su perspectiva no se centra en el ello ni en el yo, sino en
los objetos hacia los que los niños dirigen sus impulsos, y
que han introyectado (incorporado) a su propia personalidad. En este contexto, objeto se refiere a la representación
simbólica de otra persona en el entorno de niños, frecuentemente uno de sus padres. Introyección se refiere a un
proceso interno mediante el cual el niño incorpora simbólicamente, mediante imágenes y recuerdos, a personas importantes de su vida. Por ejemplo, los niños podrían
interiorizar la imagen del rostro ceñudo de uno de sus padres. Posteriormente este símbolo, o representación del objeto exterior, puede llegar a influir sobre la manera en que
una persona experimenta determinados acontecimientos y
desarrolla su conducta.
De manera similar, el trabajo de Margaret Mahler
(1897-1985) también destacó la idea de que los niños pequeños no son capaces de distinguir entre sí mismos y los
objetos (Mahler, 1976). Sólo de manera gradual los niños
van desarrollando una representación interna de sí mismos
como algo diferente del resto de los objetos. Esto tiene lugar
mediante un proceso de separación-individualización que
comienza hacia los cuatro o cinco meses de edad pero no se
termina hasta que el niño ha cumplido tres años (Greenberg y Mitchel 1983). Esto significa que los primeros tres
años de vida representan la transición desde una relación
simbiótica con la madre hacia la separación propia de un
individuo independiente. El éxito en la consecución de esta
separación-individualización resulta esencial para lograr
una madurez personal.
Durante la década de los 30 en Inglaterra se avanzó
más en esta propuesta bajo el liderazgo de Melanie Klein
(una estudiante de Ferenczi), W. R. D. Fairburn y D. W.
Winnicott. Todos ellos comparten su interés por las interacciones de la persona con otros individuos reales o imaginados (objetos internos y externos), y sobre las relaciones que
las personas experimentan con esos objetos internos y externos (Greenberg y Mitchel 1983). La idea general es que
los objetos interiorizados pueden mostrar diversas propiedades conflictivas —como ser atractivos versus hostiles y
frustrantes—, y también que esos objetos pueden desprenderse del yo para tener una existencia independiente, provocando así conflictos internos. Por ejemplo, un niño
podría interiorizar imágenes de un padre punitivo; a continuación esa imagen se convierte en una dura autocrítica.
Una persona que experimente dicho desprendimiento
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entre objetos interiorizados se convierte, por decirlo así, en
«el siervo de muchos señores» y por lo tanto será incapaz de
alcanzar una vida integrada y ordenada.
Durante las últimas décadas, otros influyentes analistas
americanos han defendido la perspectiva de las relaciones
objetales. Entre ellos podemos citar a Otto Kernberg, conocido fundamentalmente por sus estudios sobre la personalidad limítrofe y narcisista (Kernberg, 1985; 1996; véase el
Capítulo 11). Su idea principal es que las personas que tienen una personalidad limítrofe, cuya principal característica es la inestabilidad (sobre todo en sus relaciones
personales), son individuos incapaces de conseguir una
identidad personal completa y estable debido a su dificultad
para integrar y reconciliar objetos interiorizados de carácter patológico. Debido a esta limitación para organizar su
mundo interno de manera que las personas a las que conocen (incluidos ellos mismos) aparezca con una mezcolanza
de aspectos positivos y negativos, también ellos llegan a
percibir el mundo que les rodea de una manera maniquea.
Por ejemplo, una persona puede ser «completamente buena» en un instante y «absolutamente malvada» en otro (Koenigsberg, Kernber, et al., 2000).
La perspectiva interpersonal. Somos seres sociales, y
estamos hechos de material que procede de nuestras relaciones con los demás. Por tanto es lógico esperar que una
gran parte de la psicopatología refleje este hecho —que la
psicopatología se arraiga en las desafortunadas tendencias
que hemos desarrollado a lo largo de nuestra relación con
nuestro entorno interpersonal—. Esta es la base de la perspectiva interpersonal, que comenzó con la deserción en
1911 de Alfred Adler (1870-1937) que se distanció de la
postura de su maestro, Freud. Adler destacó la importancia
de los determinantes sociales por encima de los agentes internos de la conducta. Criticó la importancia que Freud
daba a los instintos como fuerzas impulsoras básicas de la
personalidad. Desde su perspectiva, las personas somos seres inherentemente sociales, que estamos básicamente motivados por el deseo de pertenencia y de participación en un
grupo (véase Mosak, 2000 para una revisión reciente).
A lo largo del tiempo, otros teóricos psicodinámicos
también se han enfrentado a la teoría psicoanalítica como
reacción a su olvido de los importantes factores sociales.
Entre los más conocidos se encuentra Erich Fromm (19001980) y Karen Horney (1885-1952). Erich Fromm se centró
sobre las orientaciones o disposiciones que adoptan las personas cuando interaccionan con los demás. Consideraba
que cuando tales orientaciones hacia el entorno social están
inadaptadas, terminan por generar una gran cantidad de
psicopatología. De manera independiente, Horney desarrolló una idea similar y, más en concreto, rechazó fervientemente la humillante concepción psicoanalítica freudiana de
las mujeres (por ejemplo, la idea de que experimentan una
envidia del pene).
Perspectivas psicosociales
Erik Erikson (1902-1994) también amplió los aspectos
interpersonales de la teoría psicoanalítica. Elaboró y extendió las etapas psicosexuales propuestas por Freud, pero con
una orientación de carácter más social, describiendo una
serie de crisis o conflictos a lo largo de ocho etapas, cada
una de las cuales puede llegar a resolverse de una manera
adecuada o inadecuada. Por ejemplo, consideraba que durante la etapa que Freud denominaba etapa oral, cuando un
niño está orientado hacia obtener una gratificación oral, su
desarrollo en realidad se orienta hacia el establecimiento de
una «confianza básica» o «desconfianza básica» sobre el
mundo que le rodea. De esta manera, es necesario aprender
a confiar en el mundo para poder disfrutar de cierta competencia posterior en muchas facetas de la vida. Dentro de
esta misma línea interpersonal, otro teórico muy conocido
fue Harry Stack Sullivan (1892-1949), quien consideraba
que la personalidad se desarrolla a lo largo de diversas
etapas, caracterizadas por diferentes patrones de relaciones
interpersonales, que se centran inicialmente sobre la interacción con los padres, después con los compañeros y, por
fin, en relaciones íntimas con la llegada de la edad adulta.
Sullivan estaba especialmente preocupado por los aspectos
generadores de ansiedad, derivados de las relaciones interpersonales que tienen lugar durante la niñez temprana.
Dado que los niños dependen por completo de los padres,
la carencia de amor y cuidados conduce a la inseguridad y a
una abrumadora sensación de ansiedad (Greenberg y Mitchell, 1983).
La teoría del apego. Por último, la teoría del apego de
Bowlby, que puede considerarse profundamente arraigada
en el seno de la perspectiva de relaciones objetales y de la
perspectiva interpersonal, se ha convertido en una teoría de
enorme influencia en la psicología infantil, así como en la
psicopatología del adulto. Partiendo de la teoría de Freud y
de otros autores, Bowlby (1969, 1973, 1980) destaca la importancia de las experiencias tempranas, especialmente de
las relaciones de apego, para fundamentar la personalidad y
el comportamiento durante el resto de la vida. Acentuó la
importancia de la calidad del cuidado de los padres para el
desarrollo de un apego seguro, si bien también consideraba
que los propios niños desempeñan un papel más activo
para conformar el curso de su propio desarrollo de lo que
habían pensado la mayoría de los teóricos anteriores
(Carlson y Sroufe, que 1995; Sroufe, Carlson , Levy, y Egeland, 1999).
IMPACTO DE LAS PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS. El psicoanálisis de Freud puede ser considerado
como el primer intento sistemático de explicar la manera en
que los procesos psicológicos humanos pueden derivar en
trastornos mentales. De la misma manera que la perspectiva biológica sustituyó la superstición por la patología
orgánica como causa de los trastornos mentales, así la
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
perspectiva psicoanalítica sustituyó la patología cerebral
por conflictos intrapsíquicos y defensas exageradas del yo,
como causa de ciertos trastornos mentales.
Freud contribuyó de una manera indudable a nuestra
comprensión de la conducta normal y patológica. Muchos
de sus conceptos originales se han convertido en fundamentales para nuestra concepción de la conducta y la naturaleza humana. Especialmente destacables son dos de sus
contribuciones:
1.
Desarrolló técnicas terapéuticas, como la asociación libre y la interpretación de los sueños, para poder desentrañar los aspectos conscientes e inconscientes de la
vida mental. Sus resultados le llevaron a destacar: a) el
importante papel de los motivos inconscientes y de los
mecanismos de defensa sobre la conducta, b) la importancia de las primeras experiencias infantiles sobre la
personalidad posterior, y c) el papel de los factores sexuales sobre la conducta humana y los trastornos mentales. Si bien, como ya se ha dicho, Freud utilizó el
término sexual en un sentido mucho más amplio de lo
normal, la idea generó una gran unanimidad, hasta
que por fin el papel de los factores sexuales en la
conducta humana se convirtió en uno de los temas
importantes de la investigación científica (véase el Capítulo 13).
2. Demostró que ciertos fenómenos mentales anormales
tienen lugar cuando las personas intentan enfrentarse
con problemas difíciles, y muchas veces constituyen
meras exageraciones de los mecanismos de autodefensa psicológica normal. Esta convicción de que los mismos principios psicológicos operan tanto sobre la
conducta normal como sobre la conducta patológica
ha contribuido a disipar gran parte del misterio y el temor que rodea a los trastornos mentales.
Sin embargo, la perspectiva psicoanalítica ha sufrido importantes ataques desde muchas direcciones diferentes,
tanto desde perspectivas distintas como desde dentro de su
propio seno. Dos críticas importantes de la teoría psicoanalítica tradicional se centran en su fracaso como teoría científica para explicar la conducta patológica. En primer lugar,
muchos consideran que no ha sido capaz de reconocer los
límites científicos que tienen los informes personales como
instrumento fundamental para la obtención de información. En segundo lugar, hay una gran carencia de evidencias
científicas que permitan apoyar la mayor parte de sus suposiciones, o la eficacia del tratamiento. Además, se ha criticado de manera particular a la teoría freudiana por su
excesivo énfasis en el impulso sexual, por su humillante
concepción de las mujeres, por su pesimismo respecto a la
naturaleza humana, por el papel exagerado de los procesos
inconscientes y por no tomar en consideración la motivación hacia el desarrollo personal y la autorrealización.
EL IMPACTO DE LAS PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS MÁS RECIENTES. La segunda generación de teóri-
cos psicodinámicos ha realizado una gran tarea para mejorar
los esfuerzos que permitan medir conceptos tales como las
relaciones conflictivas inconscientes de una persona (por
ejemplo, Henry et al., 1994; Horowitz et al., 1991). También
se ha avanzado en la comprensión del funcionamiento de la
terapia psicodinámica, y en documentar su eficacia respecto
a determinados problemas (por ejemplo, Crits-Christoph y
Barber, 2000; Henry et al., 1994). Por otra parte, la teoría de
la apego de Bowlby ha generado una enorme cantidad de investigación para apoyar muchas de sus propuestas básicas sobre el desarrollo infantil normal y patológico, y sobre la
psicopatología adulta (por ejemplo, Carlson y Sroufe, 1995).
La perspectiva interpersonal, que considera que las relaciones insatisfactorias del pasado o del presente constituyen las causas fundamentales de muchos tipos de conducta
inadaptada, también se ha esforzado al máximo para establecer su validez científica. En el ámbito del diagnóstico,
muchos de sus seguidores están convencidos de que la fiabilidad y la validez de los diagnósticos psicológicos mejorarán
cuando incorpore un nuevo sistema basado en el funcionamiento interpersonal (por ejemplo, Benjamín, 1982, 1993;
Benjamín y Pugh, 2001). La base de la terapia interpersonal
consiste en aliviar las relaciones que están provocando los
problemas, y en ayudar a las personas a lograr relaciones
más satisfactorias. Durante los últimos años, se han realizado enormes progresos para constatar la eficacia de la psicoterapia interpersonal en el tratamiento de trastornos como
la depresión, la bulimia y los trastornos de personalidad
(Benjamín y Pugh, 2001; Fairburn et al., 1993; Gotlib, y
Schraedley, 2000; Klerman et al., 1994).
La perspectiva conductual
Esta perspectiva surge a principios del siglo XX como una
reacción contra los métodos poco científicos del psicoanálisis. Los psicólogos conductuales consideraban que el estudio de la experiencia subjetiva (por ejemplo, mediante la
asociación libre y la interpretación de los sueños) no podía
proporcionar datos científicos aceptables, debido a que tales observaciones no podían ser verificadas por otros investigadores. Desde su punto de vista, solamente el estudio de
la conducta observable y de las condiciones de estímulos y
refuerzos que la controlan, puede constituir la base para la
comprensión de la conducta humana.
Si bien esta perspectiva comenzó su andadura en el interior de laboratorios y no mediante la práctica clínica, sus
implicaciones para la explicación y el tratamiento de la
conducta inadaptada en seguida se hicieron evidentes.
Como hemos dicho en el Capítulo 2, la perspectiva conductual hunde sus raíces en el estudio de Pavlov sobre el condicionamiento clásico, y en el estudio de Thorndike sobre el
condicionamiento instrumental (posteriormente denomi-
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Perspectivas psicosociales
nado por Skinner condicionamiento operante; en la actualidad se utilizan ambas expresiones). En los Estados Unidos
Watson trabajó arduamente para promover esta aproximación conductual mediante su libro Conductismo (1924).
El aprendizaje —la modificación de la conducta como
consecuencia de la experiencia— constituye el tema principal de esta perspectiva. Debido a que la mayor parte de la
conducta humana es aprendida, los conductistas intentaron averiguar de qué manera se produce este aprendizaje.
Se centraron fundamentalmente sobre los efectos de las
condiciones ambientales (estímulos) sobre la adquisición,
modificación y posible eliminación de diversos tipos de respuestas, tanto adaptadas como desadaptadas.
CONDICIONAMIENTO CLÁSICO.
Un estímulo específico puede llegar a provocar una respuesta concreta mediante un proceso de condicionamiento clásico. Por
ejemplo, dado que la comida produce la salivación de manera natural, si un estímulo siempre aparece inmediatamente antes de la comida también llegará a provocar
salivación. En este ejemplo, la comida se denomina estímulo incondicionado (EI), y la salivación respuesta incondicionada (RI). El estímulo que señala que la comida está
disponible y por lo tanto provoca también salivación, se denomina estímulo condicionado (EC). Podemos decir que se
ha producido un condicionamiento cuando la presentación
del estímulo condicionado por sí mismo provoca la respuesta condicionada (RC). Por ejemplo, en el conocido experimento de Pavlov, primero sonaba un tono (que en seguida
se convertiría en un estímulo condicionado) e inmediatamente se presentaba la comida (el estímulo incondicionado) a los perros (Pavlov, 1927). Tras unos cuantos
emparejamientos entre el tono y la comida, los perros empezaban a producir saliva (respuesta condicionada) al oír el
tono (estímulo condicionado). Los perros habían aprendido que el tono predecía la llegada de la comida, y por tanto
respondían ante éste de una manera similar.
Figura 3.4
CONDICIONAMIENTO CLÁSICO
Antes del condicionamiento, el EC no
tenía capacidad para provocar
miedo, pero tras asociarse repetidamente con un EI doloroso que provoca temor, el EC gradualmente
adquiere la capacidad para provocar
una RC de miedo. Si intercalamos
ensayos en los que el EI no va
seguido por el EC, entonces no se
produce el condicionamiento, debido
a que el EC no ha adquirido un buen
poder predictivo sobre la ocurrencia
del EI.
El elemento crucial del condicionamiento clásico es
que un estímulo previamente neutro (EC) adquiere la capacidad de provocar respuestas biológicamente adaptativas al
asociarse repetidamente con el EI. Sin embargo, ahora sabemos que este proceso de condicionamiento clásico no es tan
ciego o automático como entonces se pensaba. Por el contrario, parece que tanto los animales como las personas adquieren información de manera activa sobre los estímulos
condicionados que les permiten predecir, esperar o prepararse para un acontecimiento biológico significativo (el EI).
De hecho, solamente los EC que proporcionan información
fiable y no redundante sobre la ocurrencia de un EI adquieren la capacidad de provocar RC (Hall, 1994; Rescorla,
1988). Por ejemplo, si un EI aparece frecuentemente sin que
vaya precedido por un EC, no llega a establecerse el condicionamiento, debido a que el estímulo condicionado no
proporciona una información fiable sobre la aparición del
estímulo incondicionado. La Figura 3.4 ilustra el proceso.
Normalmente las respuestas condicionadas se mantienen a lo largo del tiempo; esto es, no se olvidan con facilidad. Sin embargo, si un estímulo condicionado se presenta
repetidamente sin ir seguido del estímulo incondicionado,
entonces la respuesta condicionada empieza a extinguirse
de manera gradual. Este proceso gradual, que se conoce
como extinción, no debe confundirse con la idea de desaprendizaje, ya que sabemos que la respuesta puede volver a
recuperarse en el futuro (un fenómeno que Pavlov denominó recuperación espontánea). Además, es posible que aparezca una respuesta condicionada aunque algo más débil en
contextos diferentes a aquél en que se produjo la extinción
(Bouton, 1994, 1997, 2002). Esto significa que cualquier extinción de un miedo que se haya realizado en una consulta
psicológica no tiene porqué generalizarse de manera automática y absoluta a otros contextos distintos a esa consulta.
Como veremos más adelante, la extinción y la recuperación
espontánea tienen implicaciones muy importantes para
muchas formas de tratamiento conductual.
Condicionamiento clásico
Antes del condicionamiento:
Estímulo condicionado (neutro)
(EC) (Luz)
Estímulo incondicionado (EI)
(Estímulo doloroso)
Respuesta de orientación a la luz
Respuesta incondicionada (RI)
(Dolor y miedo)
Durante el conocimiento:
Estímulo condicionado (Luz) (EC)
+
Estímulo incondicionado (EI)
(Estímulo doloroso)
Respuesta condicionada (Miedo) (RC)
Después del condicionamiento:
Estímulo condicionado (EC) (Aislado)
Respuesta condicionada (Miedo) (RC)
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
La principal importancia del condicionamiento clásico
en la psicología patológica radica en el hecho de que muchas respuestas fisiológicas y emocionales pueden llegar a
ser condicionadas, sobre todo aquellas que están relacionadas con miedos, ansiedad o activación sexual, así como las
provocadas por las drogas. Así, por ejemplo, uno puede
aprender a temer a la oscuridad si los estímulos que producen el miedo (como un sueño aterrador) siempre se producen en la oscuridad. Por otra parte, tanto los miedos como
otras respuestas pueden llegar a condicionarse a sensaciones corporales internas (conocidas como claves interoceptivas) como ocurre, por ejemplo, cuando las palpitaciones
cardíacas que se producen durante un ataque de pánico llegan a ser capaces de provocar el pánico cuando aparecen
debido a otros motivos (Bouton, Mineka y Barlow, 2001).
CONDICIONAMIENTO INSTRUMENTAL.
Durante el
condicionamiento instrumental (u operante) una persona
aprende cómo conseguir un objetivo deseado. Dicho objetivo puede ser la obtención de algo agradable o escapar de
algo desagradable. Aquí lo esencial es el concepto de reforzamiento, que se refiere al descubrimiento de una recompensa o un estímulo agradable, o al escape de un estímulo
desagradable. De esta manera se aprenden respuestas nuevas que persisten si son reforzadas. Si bien originalmente se
pensaba que el condicionamiento instrumental consistía en
un simple fortalecimiento de la conexión entre un estímulo
y una respuesta cada vez que se producía el reforzamiento,
en la actualidad parece demostrado que la persona o el animal aprende en realidad una expectativa en relación con una
respuesta y su resultado (Mackintosh, 1983), esto es, aprende que una respuesta conducirá a un resultado reforzante.
De esta manera, si está suficientemente motivada para lograr ese resultado (por ejemplo, si está hambrienta), la persona producirá la respuesta que ha aprendido que produce
ese resultado (por ejemplo, abrir el frigorífico).
Al principio es necesario una gran cantidad de reforzamiento para conseguir establecer una respuesta instrumental, pero posteriormente es suficiente tan sólo con unos
cuantos reforzamientos para que esa respuesta se mantenga. De hecho, la respuesta instrumental resulta especialmente persistente cuando el reforzamiento se aplica de
manera intermitente, esto es, cuando el estímulo reforzante
no siempre va detrás de la respuesta, como ocurre, por
ejemplo, con las máquinas tragaperras. Sin embargo, cuando el reforzamiento se produce de manera sistemática a lo
largo del tiempo, llega un momento en que la respuesta
condicionada, ya sea clásica o instrumental, comienza a extinguirse progresivamente. En definitiva, el sujeto deja de
producir esa respuesta.
Resulta especialmente difícil extinguir una respuesta
en aquellas situaciones en las que el sujeto ha sido condicionado para anticipar un acontecimiento aversivo y para
intentar evitarlo mediante una respuesta instrumental. Por
ejemplo, un niño que ha estado a punto de caer en una piscina puede llegar a desarrollar miedo al agua y una respuesta condicionada de evitación hacia grandes masas de agua.
Así pues, cada vez que ve un estanque, un lago, o una piscina, siente una gran ansiedad; salir corriendo y evitar el contacto con esos objetos es algo que disminuye esa ansiedad, y
por lo tanto resulta reforzante. En consecuencia, esa respuesta de evitación es extremadamente resistente a la extinción. También impide que tenga alguna experiencia
positiva con el agua que pudiera facilitar la extinción de su
miedo. Más adelante veremos que esas respuestas condicionadas de evitación desempeñan un papel muy importante
en muchas conductas patológicas.
A medida que crecemos, el aprendizaje instrumental se
va convirtiendo en un mecanismo muy importante para
discriminar entre aquello que proporcionará recompensas
y lo que no las proporcionará, y por lo tanto para la adquisición de conductas esenciales para relacionarse con el
mundo. Por desgracia, no existen garantías de que lo que
aprendemos siempre resulte de utilidad. En efecto, puede
que aprendamos a valorar cosas (como los cigarrillos o el
alcohol) que parecen atractivas a corto plazo pero que a largo plazo pueden provocar daños, o también puede que
aprendamos formas de enfrentarnos a la realidad (como la
desesperación, el acoso, y otras conductas irresponsables)
que resultan inadaptadas.
GENERALIZACIÓN Y DISCRIMINACIÓN.
Tanto en el
condicionamiento clásico como en el condicionamiento
instrumental, cuando se condiciona una respuesta a un estímulo o a un conjunto de estímulos, ésta también puede
suscitarse por otros estímulos similares; este proceso se denomina generalización. Por ejemplo, una persona que tiene miedo a las abejas puede llegar a generalizar ese miedo a
cualquier insecto volador. Un proceso complementario a la
generalización es la discriminación, que tiene lugar cuando
una persona aprende a distinguir entre estímulos similares,
y a responder de manera diferente ante ellos, según si van
seguidos por un refuerzo o no. Por ejemplo, dado que las
fresas rojas tienen buen sabor y las verdes no, se producirá
una discriminación condicionada si llegamos a tener experiencias con ambas.
Los conceptos de generalización y discriminación
muestran muchas implicaciones importantes para el desarrollo de la conducta inadaptada. Si bien la generalización
nos permite recurrir a experiencias pasadas para enfrentarnos a situaciones nuevas, también acarrea la posibilidad de
que realicemos generalizaciones inapropiadas, como le
ocurre a un adolescente problemático cuando no es capaz
de discriminar entre las bromas amistosas y las hostiles de
sus compañeros. En algunos casos, la discriminación se encuentra también tras la intolerancia de algunas personas
que valoran a los demás como estereotipos y no como individuos.
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APRENDIZAJE OBSERVACIONAL.
Los primates humanos y no humanos somos capaces también de un aprendizaje observacional, esto es, aprender exclusivamente
mediante la observación, y sin haber experimentado de
manera directa un estímulo incondicionado (en el condicionamiento clásico) o un reforzamiento (en el condicionamiento instrumental). Por ejemplo, como veremos en el
Capítulo 6, es posible que los niños adquieran miedos simplemente observando a su padre o un compañero actuar de
manera atemorizada con algún objeto o situación. En este
caso, el miedo del padre o del compañero se experimenta de
manera vicaria, y se asocia a un objeto previamente neutral
(Mineka y Cook, 1993; Mineka y Ben Hamida, 1998). En la
década de los 60, Bandura realizó una serie de experimentos clásicos que mostraban que los niños aprendían respuestas agresivas tras observar a modelos agresivos que
eran reforzados por producir tales respuestas (cf. Bandura,
1969). Aunque nunca se reforzó a los niños de manera directa por comportarse agresivamente, sin embargo todos
ellos mostraron esas respuestas en cuanto tuvieron la oportunidad de hacerlo. Así pues, la posibilidad de que se produzca un condicionamiento observacional tanto de
carácter clásico como instrumental, amplía de manera impresionante las oportunidades para aprender tanto conductas adaptadas como inadaptadas.
EL IMPACTO DE LA PERSPECTIVA CONDUCTUAL.
Los principios del condicionamiento fueron perfectamente
desarrollados hacia 1950 cuando John Dollard y Neal Miller publicaron un trabajo clásico con el título Personalidad
y psicoterapia, donde interpretaban la teoría psicoanalítica
con la terminología de los principios del aprendizaje. Afirmaban que los impulsos del ello para buscar el placer simplemente eran una faceta del principio de reforzamiento (la
conducta de los organismos suele estar determinada por la
obtención de placer, que se produce cuando el organismo
obtiene un reforzamiento, y por la evitación del dolor, que
tiene lugar cada vez que se consigue escapar de un estímulo
aversivo); que la ansiedad constituía simplemente una respuesta condicionada de miedo; que la represión no era más
que una retención del pensamiento, reforzada por la reducción de la ansiedad, y así sucesivamente. De esta manera establecieron las bases para un asalto conductual a las
doctrinas psicodinámicas que prevalecían en la época (por
ejemplo, Salter, 1949; Wolpe, 1958). Sin embargo, hasta la
década de los 60 y los 70, la terapia de conductual no llegó a
demostrar su poder para el tratamiento de la conducta patológica, debido a la enorme resistencia que opusieron los
bien atrincherados defensores del psicoanálisis.
A partir de unos cuantos conceptos básicos, la perspectiva conductual intenta explicar la adquisición, modificación y extinción de prácticamente cualquier tipo de
conducta. La conducta inadaptada se considera esencialmente como resultado de (1) el fracaso para aprender con-
Perspectivas psicosociales
ductas adaptativas necesarias, por ejemplo cómo establecer
relaciones personales satisfactorias, y/o (2) el aprendizaje
de respuestas ineficaces o inadaptadas. De esta manera, la
conducta inadaptada es el resultado de un aprendizaje que
ha estado fuera de lugar, pero tiene la ventaja de que puede
definirse en términos de respuestas específicas, observables
e indeseables.
Para los terapeutas conductuales, la terapia debe centrarse en la modificación de conductas específicas y de respuestas emocionales, eliminando reacciones indeseables y
aprendiendo otras deseables. Por ejemplo, los miedos y las
fobias pueden tratarse con éxito exponiendo al paciente
ante aquellos objetos o situaciones que le producen temor:
un tipo de procedimiento de extinción derivado de los
principios del condicionamiento clásico. La investigación
derivada del condicionamiento instrumental también ha
demostrado que es posible enseñar a enfermos mentales
crónicos habilidades básicas de autoayuda, tales como vestirse o alimentarse por sí mismos, recurriendo a fichas que
se pueden obtener cada vez que se realizan las conductas
apropiadas, y que pueden canjearse por recompensas deseables (dulces, tiempo para ver la televisión, permisos para
salir de la institución, etc.).
La perspectiva conductual puede felicitarse por su precisión y objetividad, por la riqueza de su investigación, y
por su demostrada eficacia para modificar conductas específicas. Un terapeuta conductual debe especificar en primer
lugar cuál es la conducta que debe modificarse, así como la
manera de hacerlo. Posteriormente, se evaluará objetivamente la eficacia de la terapia, constatando en qué medida
se han alcanzado los objetivos propuestos. Por otra parte,
esta perspectiva también ha recibido críticas debido a su
preocupación casi exclusiva por los síntomas. Sin embargo,
muchos terapeutas consideran injusta esta crítica, dado que
con mucha frecuencia el éxito en el tratamiento de los síntomas redunda también de manera muy positiva sobre
otros aspectos de la vida de la persona (por ejemplo, Borkovec, Abel, y Newman, 1995; Lenz y Demal, 2000, Telch et al.,
1995). Otros críticos han argumentado que la perspectiva
conductual simplifica excesivamente la conducta humana,
y es incapaz de explicar toda su complejidad. Sin embargo,
esta crítica desconoce el desarrollo más actual de la perspectiva conductual; lo comentaremos en el Capítulo 6 (p.e.,
Bouton et al., 2001; Mineka y Zinbarg, 1996). Sean cuales
sean sus limitaciones, la perspectiva conductual ha tenido y
continúa teniendo un tremendo impacto sobre la concepción contemporánea de la naturaleza humana, de su conducta, y de la psicopatología.
La perspectiva cognitivo-conductual
Desde la década de los 50 los psicólogos, incluyendo algunos teóricos del aprendizaje, se han orientado más hacia los
procesos cognitivos y su impacto sobre la conducta. La
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
psicología cognitiva se dirige al estudio de los mecanismos
básicos para el procesamiento de la información, tales
como la atención y la memoria, así como también de los
procesos mentales superiores, como el pensamiento, la planificación y la toma de decisiones. El énfasis actual de la psicología sobre la comprensión de todas esas facetas del
conocimiento humano surgió originalmente como reacción contra la naturaleza mecanicista de la perspectiva tradicional más radical del conductismo, sobre todo por su
negativa a prestar atención a los procesos mentales, tanto
por derecho propio como por su influencia sobre las emociones y la conducta.
Albert Bandura, nacido en 1925, es un teórico del
aprendizaje que desarrolló una perspectiva cognitivo-conductual, en la que otorgaba una gran importancia a los aspectos cognitivos del aprendizaje. Bandura recalcaba que los
seres humanos regulan su propia conducta recurriendo a
procesos simbólicos internos, esto es, al pensamiento. Así
pues, son capaces de aprender mediante un reforzamiento
interno. Por ejemplo, somos capaces de prepararnos para
una tarea difícil imaginando cuáles serán las consecuencias
si no lo hacemos bien. De esta manera cuando se acerca el
invierno revisamos nuestro automóvil porque somos capaces de imaginarnos a nosotros mismos tirados en medio de
la carretera con el coche averiado y en medio de una nevada.
Por lo tanto, no siempre necesitamos un reforzamiento externo para modificar nuestros patrones de conducta, ya que
nuestras capacidades cognitivas nos permiten solucionar internamente muchos problemas. Bandura (1974) ha llegado
a decir que los seres humanos tenemos «la capacidad de
auto-dirigirnos» (p. 861). Más recientemente Bandura ha
desarrollado una teoría de la auto-eficacia, que alude a la
creencia de si es o no posible conseguir los objetivos que uno
se propone (1977a, 1986). Ha sugerido que los tratamientos
cognitivo-conductuales funcionan en gran medida debido a
que aumentan la sensación de auto-eficacia.
Pero otros teóricos cognitivo-conductuales abandonaron el marco teórico del aprendizaje de una manera más extrema que Bandura, y se centraron casi exclusivamente
sobre los procesos cognitivos y su impacto sobre la conducta. En la actualidad la perspectiva cognitiva o cognitivo
conductual de la conducta patológica se centra en los procesos mediante los cuales los pensamientos y el procesamiento de la información pueden llegar a distorsionarse y a
producir emociones y conductas inadaptadas. Frente al
énfasis del conductismo sobre la conducta observable, la
perspectiva cognitiva considera los pensamientos como
«conductas» que pueden estudiarse de manera empírica, y
que se convierten en el centro de atención de la terapia. Por
ejemplo, una mujer que está deprimida y a la que se le pide
que exprese los pensamientos que le pasan por la cabeza,
podría responder «nunca hago las cosas bien» o «nadie me
quiere»; así pues, el tratamiento cognitivo-conductual se
esfuerza por modificar esos pensamientos negativos.
Por otra parte, al estudiar los patrones distorsionados
de procesamiento de la información de las personas con
psicopatologías, los investigadores han sido capaces de poner de manifiesto los mecanismos implicados en el mantenimiento de ciertos trastornos. Por ejemplo, las personas
deprimidas muestran sesgos de memoria que favorecen la
información negativa sobre la información positiva o neutra. Tales sesgos tienden a reforzar o mantener su estado deprimido (por ejemplo, Mineka, Rafaeli, y Yovel, 2003;
Williams, Watts, MacLeod, y Mathews, 1997). En la actualidad esta perspectiva ejerce una gran influencia debido por
una parte a su éxito en el desarrollo de tratamientos eficaces
para muchos trastornos, y en las ideas que ha proporcionado respecto a la importancia de los pensamientos distorsionados para la comprensión de la conducta patológica.
ATRIBUCIONES, ESTILO DE ATRIBUCIÓN Y PSICOPATOLOGÍA. La teoría de la atribución también ha con-
tribuido de una manera importante a la perspectiva
cognitivo-conductual (Anderson, Krull, y Weiner, 1996;
Fiske y Taylor, 1991; Gotlib y Abramson, 1999). Atribución
consiste simplemente en el proceso de asignar causas a las
cosas que ocurren. Podemos atribuir la conducta a causas
externas, como recompensas o castigos («lo hizo por dinero»), o podemos asumir que las causas son internas, esto es,
que derivan de rasgos interiores («lo hizo porque es muy
generoso»). Las atribuciones causales nos permiten explicar
la conducta actual y predecir la conducta futura. Un estudiante que suspende un examen puede atribuir su fracaso a
su baja inteligencia (un rasgo personal), a que las preguntas
eran ambiguas, o a que las instrucciones no estaban claras
(causas ambientales).
Los teóricos de la atribución se han interesado en las
diversas formas de psicopatología que pueden estar asociadas con estilos de atribución específicos e inadaptados. Un
estilo de atribución consiste en una tendencia típica de una
persona para asignar causas a los acontecimientos. Por
ejemplo, las personas deprimidas tienden a atribuir los
acontecimientos negativos a causas internas, estables y globales («suspendí el examen porque soy estúpido»). No importa lo desatinadas que sean nuestras atribuciones,
constituyen una parte importante de nuestra concepción
del mundo, y pueden tener efectos muy significativos sobre
nuestro bienestar emocional. También pueden hacer que
consideremos a los demás y a nosotros mismos como personas que nunca cambiarán, lo que nos termina por hacer
bastante inflexibles en nuestras relaciones con los demás
(Abramson, Seligman, y Teasdale, 1978; Buchanam y Seligman, 1995; Mineka et al., 2003).
LA TERAPIA COGNITIVA. Otro teórico cognitivo pionero, Aaron Beck, nacido en 1921, importó de la psicología
cognitiva el concepto de esquema (por ejemplo, Neisser,
1967, 1982). Un esquema es una representación cognitiva
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subyacente que dirige nuestro procesamiento de la información, y con frecuencia produce distorsiones en la atención, la
memoria y la comprensión. De acuerdo con Beck (1967,
1976; Beck y Weishaar, 2000), algunas formas de psicopatología se caracterizan por diferentes esquemas inadaptados
que se han desarrollado a partir de experiencias de aprendizaje tempranas y adversas, y que producen distorsiones en el
pensamiento muy características de ciertos trastornos como
la ansiedad, la depresión o los trastornos de personalidad.
Una idea fundamental de esta perspectiva es que la manera en que interpretamos los acontecimientos y las experiencias determina nuestras reacciones emocionales a las
mismas. Supongamos, por ejemplo, que usted está sentado
en la sala de estar y escucha un fuerte golpe en la habitación
de al lado. Recuerda entonces que se dejó abierta la ventana
y llega a la conclusión de que un golpe de viento debe haber
tirado al suelo el jarrón nuevo que había encima de la mesa.
¿Cuál sería su reacción emocional? Probablemente se enfadará consigo mismo por haber dejado abierta la ventana
tan cerca del jarrón. Por el contrario, imagine que ha llegado a la conclusión de que un ladrón se ha colado por la ventana. Ahora probablemente su reacción emocional ya no
será de enfado sino más bien de miedo. De esta manera, su
interpretación del ruido determina de manera evidente
cuál será su reacción emocional al mismo.
Considerado como el fundador de la terapia cognitiva,
Beck ha ejercido un inmenso impacto sobre el desarrollo de
los tratamientos cognitivo-conductuales para tratar diversas
formas de psicopatología. Su influencia ha inducido a teóricos y clínicos a modificar su orientación desde la conducta
observable en sí misma, a las condiciones subyacentes que
podrían producir esa conducta. Lo importante ahora es la
modificación de esos pensamientos inadaptados. Por ejemplo, los clínicos de esta orientación intentan conocer las
auto-afirmaciones de sus clientes, esto es lo que se dicen a sí
mismos para interpretar su experiencia. Las personas que
interpretan todo lo que les sucede como un reflejo negativo
de sí mismos tienden a deprimirse; quienes interpretan
cualquier sensación de su corazón como un infarto tienen
una gran probabilidad de sufrir un ataque de pánico. Por lo
tanto, los técnicos cognitivo-conductuales recurren a diversas técnicas diseñadas para modificar los sesgos negativos
que acarrean sus clientes (véase Beck y Weishaar, 2000; Hollon y Beck, 1994, en prensa). Esta perspectiva contrasta con
la práctica psicodinámica, que parte de la base de que los
problemas se deben a una serie de conflictos intrapsíquicos
(como un complejo de Edipo no resuelto), y por lo tanto, no
dirigen su tratamiento de manera directa a solucionar los
problemas y quejas específicos del cliente. En los capítulos 6,
7, 11 y 17, describiremos muy detalladamente las terapias
cognitivo-conductuales más ampliamente utilizadas.
EL IMPACTO DE LA PERSPECTIVA COGNITIVO-CONDUCTUAL. La perspectiva cognitivo-conductual ha te-
Perspectivas psicosociales
nido un poderoso impacto sobre la psicología clínica contemporánea. Muchos clínicos e investigadores han sido capaces de modificar la conducta humana cambiando la
manera en que uno piensa sobre sí mismo y sobre los demás. Sin embargo, muchos conductistas tradicionales se
muestran escépticos al respecto. B. F. Skinner (1990), por
ejemplo, en sus últimas conferencias se mantuvo muy fiel al
conductismo, cuestionando la divergencia de sus principios
básicos. Recordaba a su audiencia que la cognición no es un
fenómeno observable y, como tal, no puede ser considerado
como un dato empírico sólido. Aunque Skinner nos ha dejado, este debate probablemente continuará. De hecho Wolpe (1988, 1993), otro de los fundadores de la terapia
conductual, también se mantuvo muy crítico con la terapia
cognitiva hasta su fallecimiento en 1997.
Para qué sirve y para qué no sirve
la adopción de una perspectiva
determinada
Cada una de las perspectivas sobre la conducta humana que
hemos descrito —la psicodinámica, la conductual y la cognitivo-conductual— contribuyen a nuestra comprensión
de la psicopatología, pero ninguna por sí misma es capaz de
explicar la compleja variedad de conductas humanas
inadaptadas. Cada una de ellas realiza generalizaciones extraídas de un número limitado de observaciones e investigaciones, debido a que los diferentes modelos causales
subyacentes influyen sobre los componentes de la conducta
inadaptada que se eligen para su estudio. Por ejemplo, para
explicar un trastorno complejo como la dependencia del alcohol, las teorías psicodinámicas más tradicionales se centraban en los conflictos intrapsicológicos y en la ansiedad
que se intentaba reducir mediante la ingestión de alcohol;
sin embargo, las variantes psicodinámicas más recientes de
carácter interpersonal ponen el acento en las dificultades
pasadas y presentes que una persona puede experimentar
en sus relaciones personales, y que están contribuyendo a su
consumo de alcohol; por su parte, la perspectiva conductual se centra en el aprendizaje de hábitos indeseables para
reducir el estrés, y en las condiciones ambientales que están
promoviendo o manteniendo el consumo de alcohol; la
perspectiva cognitivo-conductual pone el acento en los
pensamientos inadaptados, deficiencias en la solución de
problemas y en el procesamiento de información, tales
como creencias irracionales sobre la necesidad del alcohol
para reducir el estrés.
De esta manera, la perspectiva que adoptemos tendrá
consecuencias importantes: influye sobre nuestra percepción de la conducta inadaptada, sobre el tipo de evidencia que
intentaremos buscar, y sobre la manera en que probablemente interpretemos los datos. En el siguiente apartado vamos a
describir algunos factores causales psicosociales implicados
en el origen de la conducta inadaptada. También veremos
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
que algunos de esos puntos de vista pueden proporcionar
explicaciones diferentes (o a veces complementarias) sobre
cómo ejercen su efecto esos factores causales. En los últimos
capítulos del libro describiremos algunos conceptos relevantes sobre todos estos modelos, en la medida en que se relacionan con diferentes tipos de psicopatología, y con
frecuencia implican formas distintas de explicar y tratar el
mismo trastorno.
REVISIÓN
• Compare las perspectivas psicodinámicas más
recientes (psicología del yo, teoría de las
relaciones objetales y perspectiva
interpersonal) con la teoría de Freud.
• ¿Cuál es el objeto principal de la perspectiva
conductual y cuál ha sido su impacto?
• ¿Cómo contribuyen al origen de la conducta
patológica el condicionamiento clásico e
instrumental, la generalización, la
discriminación y el aprendizaje
observacional?
• ¿Cuál es el objetivo de la perspectiva
cognitivo-conductual y cuál ha sido su
impacto? ¿Qué papel tienen las atribuciones y
los esquemas, según la perspectiva cognitivoconductual?
FACTORES CAUSALES
PSICOSOCIALES
Comenzamos a vivir equipados con unas cuantas reacciones innatas y una gran capacidad para aprender de la experiencia. Lo que seamos capaces de aprender de la
experiencia puede ayudarnos a superar las dificultades y
proporcionarnos flexibilidad para enfrentarnos a futuras
situaciones estresantes. Por desgracia, algunas experiencias
contribuyen muy poco a mejorar nuestra vida, y además
podemos recibir una profunda influencia de algunas que
hayamos experimentado nuestra niñez, sobre las que apenas tenemos control. En este apartado vamos a examinar
los factores psicosociales que nos hacen vulnerables a sufrir
trastornos mentales. Los factores psicosociales son aquellas
influencias evolutivas que pueden menoscabar psicológicamente a una persona, disminuyendo su capacidad para
enfrentarse con los acontecimientos. (Sin embargo, es importante recordar que los factores causales psicosociales
siempre están en última instancia mediados por los cam-
bios que tienen lugar en nuestro sistema nervioso cuando
se activan las emociones, y cuando tiene lugar un nuevo
aprendizaje.)
Tras examinar brevemente el importante papel que desempeña la percepción que tenemos de nosotros mismos y
de nuestro mundo, pasaremos a analizar nuestros esquemas
y a revisar influencias específicas que pueden llegar a distorsionar las estructuras cognitivas de las que depende un
adecuado funcionamiento psicológico. Vamos a concentrarnos en cuatro categorías de factores causales psicosociales: (1) privaciones o traumas tempranos, (2) estilos
paternales inadecuados, (3) discrepancias matrimoniales y
divorcio, y (4) relaciones inadaptadas con los compañeros.
Estos factores no suelen actuar de manera aislada, sino que
interactúan entre sí y con otros factores psicosociales, también con factores genéticos y constitucionales, y con entornos específicos.
Nuestra concepción del mundo
y de nosotros mismos: esquemas
y auto-esquemas
Existen algunas suposiciones básicas que hacemos sobre
nosotros mismos, sobre nuestro mundo, y sobre la relaciones entre ambos, que resultan esenciales para determinar lo que sabemos, lo que queremos y lo que hacemos.
Cada una de las perspectivas que hemos descrito utiliza
una terminología más o menos diferente para representar
esas suposiciones básicas. Sin embargo, por un deseo de
simplicidad y porque constituye la perspectiva dominante
actual, recurriremos a la nomenclatura de la perspectiva
cognitiva para referirnos a esas suposiciones que constituyen nuestros marcos de referencia —nuestros esquemas
sobre los demás y sobre el mundo de nos rodea, y nuestros
auto-esquemas o ideas sobre nuestras propias características—. Debido a que lo que podemos aprender o percibir
directamente por los sentidos sólo proporciona una representación aproximada de la «realidad», necesitamos disponer de marcos cognitivos que nos permitan rellenar los
vacíos y dotar de sentido a lo que observamos y experimentamos.
Nuestros esquemas sobre el mundo que nos rodea, y
sobre nosotros mismos, constituyen una guía que nos permite desenvolvernos por el mundo a medida que lo vamos
comprendiendo. Todos nosotros disponemos de esquemas
sobre los demás (por ejemplo, expectativas de que son perezosos o ambiciosos, de que sólo piensan en su trabajo, o de
que lo más importante es su matrimonio). También tenemos esquemas referidos a papeles sociales (por ejemplo expectativas sobre la conducta apropiada de una viuda), y
sobre acontecimientos (por ejemplo, qué secuencia de
acontecimientos es la que se ajusta a una situación determinada, como por ejemplo perder a un ser querido; Clark,
Beck, y Alford, 1999; Fiske y Taylor, 1991).
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Nuestros auto-esquemas incluyen nuestras propias
nociones sobre quiénes somos, qué podemos llegar a ser y
qué es importante para nosotros. Otros aspectos de nuestros auto-esquemas se refieren a nuestras nociones sobre
los diversos papeles que desempeñamos o que podemos desempeñar en nuestro entorno social, tales como mujer,
hombre, estudiantes, padre, médico, español, y así sucesivamente. Los diferentes aspectos de los auto-esquemas de una
persona se van construyendo junto a su auto-identidad. La
mayoría de las personas disponen de ideas muy claras sobre
al menos algunos de sus propios atributos personales, y de
ideas más confusas sobre otros (Fiske y Taylor, 1991; Kunda, 1999).
Los esquemas sobre el mundo y los auto-esquemas resultan vitales para que podamos desarrollar una conducta
eficaz y organizada, debido a que nos permiten concentrarnos sobre la información más relevante entre el maremágnum que inunda nuestros sentidos. No obstante, los
esquemas también constituyen una fuente de vulnerabilidad psicológica, debido a que pueden estar distorsionados y
ser imprecisos. Además, algunos esquemas, incluso los distorsionados, pueden mantenerse con una gran convicción,
lo que los hace muy resistentes al cambio. Esto se debe en
parte a que no somos completamente conscientes de ellos.
En otras palabras, aunque nuestras decisiones diarias y
nuestra conducta están en gran medida determinadas por
esos marcos de referencia, somos inconscientes de las suposiciones sobre las que se basan, e incluso sobre la posibilidad de que se basen en alguna suposición. Pensamos que
nos limitamos a ver las cosas tal y como son, y no solemos
considerar la posibilidad de que existan otras perspectivas
del mundo, u otras normas que determinen lo que «está
bien».
Las experiencias nuevas tienden a incluirse dentro de
nuestros marcos cognitivos existentes, incluso aunque tengan que reinterpretarse para conseguir ese ajuste, un proceso que se conoce como asimilación. Tendemos a aferrarnos
a las suposiciones disponibles, y a rechazar o distorsionar la
nueva información que las contradice. La acomodación
––el cambio de nuestros esquemas actuales para poder incorporar información discrepante— resulta algo más difícil
y amenazador, sobre todo cuando exige la modificación de
algunas suposiciones importantes para nosotros. Evidentemente, la acomodación supone un objetivo básico de la terapia psicosocial —de manera explícita en el caso de las
perspectivas cognitivas y cognitivo-conductuales, pero profundamente presente en cualquier otra forma de abordar el
tratamiento—. Este proceso hace que las modificaciones terapéuticas se conviertan en una tarea muy difícil.
VARIACIONES EN LOS ESQUEMAS Y DESARROLLO
PERSONAL. El fracaso de una persona para adquirir
principios o reglas adecuados para su organización cognitiva puede hacerle vulnerable ante los problemas psicológi-
Factores causales psicosociales
cos que pueda encontrar a lo largo de su vida. Ya sea por diferencias en su temperamento, capacidades y experiencias,
los niños muestran enormes diferencias en el tipo de competencia que llegar a desarrollar, de qué manera aprenden a
clasificar su experiencia, el tipo de valores y objetivos que
establecen en su vida, y en cómo aprenden a enfrentarse con
sus impulsos y a regular su conducta (por ejemplo, Metcalfe y Mischel, 1999; Mischel, 1990, 1993). Estas variaciones
aprendidas dan lugar a que algunos niños estén mucho mejor preparados que otros para su desarrollo personal y subsecuentes aprendizajes.
PREDICTIVIDAD Y CONTROLABILIDAD.
Un buen
ejemplo de la manera en que los acontecimientos que configuran la experiencia de los niños pueden llegar a ser absolutamente diferentes, tiene que ver con el hecho de que sean
predecibles y controlables. En un extremo podemos situar a
los niños que crecen en entornos estables y cariñosamente
indulgentes, que amortiguan las experiencias más crudas de
la realidad; en el otro extremo encontramos a niños que están constantemente expuestos a acontecimientos espantosos que además son impredecibles e incontrolables, o a
crueldades inenarrables. Experiencias tan absolutamente
diferentes ejercen su efecto sobre los esquemas relativos al
mundo y a sí mismos: algunos reflejan un mundo apacible,
benigno y no amenazador, lo que por supuesto es ilusorio;
mientras que otros sugieren una imagen del mundo como
una jungla donde la seguridad y quizá incluso la propia vida
se hallan constantemente en juego. Si nos dieran a elegir
probablemente la mayoría de nosotros optaríamos por el
primero de esos entornos. Sin embargo, puede que éste no
sea apropiado para enfrentarse al mundo real, ya que puede
que también resulte útil encontrar cierto nivel de estrés, y
aprender formas para enfrentarse a él, si queremos tener
cierta sensación de control (Barlow, 2002; Seligman, 1975)
y de auto-eficacia (Bandura, 1977a, 1986).
Por otra parte, la exposición a múltiples acontecimientos espantosos, incontrolables e impredecibles, probablemente convierta a esa persona en muy vulnerable a la
ansiedad y a las emociones negativas, uno de los principales
problemas que subyacen a muchos de los trastornos mentales que describiremos en este libro. Por ejemplo, los modelos de Barlow (1988, 2002) y de Mineka (1985a; Mineka y
Zinbarg, 1996) reconocen cierta vulnerabilidad biológica
ante las circunstancias estresantes que producen ansiedad,
pero también destaca la importancia de la experiencia ante
situaciones negativas que se perciben como impredecibles e
incontrolables (véase también Chorpita y Barlow, 1998;
Chorpita, 2001; Mineka y Zinbarg, 1996, remitido para publicación; véanse también los capítulos 5 y 6). Una persona
clínicamente ansiosa es aquella cuyos esquemas incluyen
grandes posibilidades de que puedan ocurrir cosas terribles
sobre las que no tiene control, así como la idea de que el
mundo es un lugar peligroso (Beck y Weishaar, 2000).
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
A continuación vamos a revisar cuatro tipos diferentes
de factores causales psicosociales.
Deprivación o trauma precoz
Cuando los niños carecen de los recursos necesarios que
suelen proporcionar sus padres, pueden terminar sufriendo
profundas y a veces irreversibles cicatrices psicológicas.
Esas necesidades varían desde la comida y la protección
hasta el amor y la atención. La privación de las mismas puede tener lugar de diversas formas. Por ejemplo, puede ocurrir en familias intactas en las que, por una u otra razón, los
padres no pueden (quizá debido a un trastorno mental), o
no quieren, proporcionar al niño un contacto humano estrecho y frecuente. Pero la manifestación más grave de deprivación suele encontrarse entre niños abandonados que o
bien viven en instituciones, o saltan de una a otra familia
adoptiva sin llegar a quedarse permanentemente con ninguna.
Es posible interpretar las consecuencias de la deprivación familiar desde diferentes puntos de vista psicosociales.
Puede dar lugar a una fijación en la etapa oral del desarrollo psicosexual (Freud); puede interferir con el desarrollo
de la confianza básica (Erik Erikson); puede retrasar la consecución de una serie de capacidades básicas debido a la carencia de reforzamiento (Skinner). O puede dar lugar a que
el niño adquiera esquemas y auto-esquemas distorsionados, en los que las relaciones estén representadas de una
manera inestable, con desconfianza y carente de afecto
(Beck). Cualquiera de esas perspectivas podría ser la mejor
manera de interpretar los problemas que podemos encontrar en un caso concreto, o quizá lo idóneo fuese una combinación de ellas debido, como ya se ha dicho, a que los
procesos causales suelen ser multidimensionales.
LA INSTITUCIONALIZACIÓN.
Algunas veces los niños
se crían en una institución donde, en comparación con un
hogar ordinario, tienen menos posibilidades de recibir cariño y contacto físico, menos estimulación intelectual, emocional y social, y no se les impulsa y ayuda para que realicen
aprendizajes positivos. Si bien se trata de una situación mucho menos frecuente en los países occidentales de lo que fue
en otro tiempo, todavía resulta demasiado habitual en algunos países. Las investigaciones ponen de manifiesto que las
perspectivas a largo plazo para la mayoría de estos niños
son muy desfavorables (Quinton y Rutter, 1988; Rutter,
1990; Rutter y Quinton, 1984a; Sigal, Rossignol, y Perry,
1999). Muchos de los niños que han estado institucionalizados durante su infancia muestran graves problemas de
carácter emocional, conductual, y de aprendizaje, y corren
el riesgo de sufrir algún tipo de psicopatología (por ejemplo, Johnson, 2000). Cuando los niños que han tenido buenas experiencias de apego son institucionalizados a una
edad posterior, no se han encontrado efectos tan negativos
(Rutter, 1987b). Sin embargo, algunos de esos niños institucionalizados a una edad temprana muestran cierta elasticidad y fortaleza durante su edad adulta (Rutter, Krepener, y
O’Connor, 2001). En efecto, algunos factores de protección
pueden ser una buena experiencia en la escuela, ya sea mediante relaciones sociales o por el éxito académico o en los
deportes, o tener ya en la vida adulta, una pareja que brinde
apoyo; éxitos de este tipo probablemente contribuyan a
proporcionar una cierta sensación de autoestima o eficacia
(Quinton y Rutter, 1988; Rutter, 1990; Rutter et al., 2001).
Afortunadamente, los resultados de esta línea de investigación han tenido un fuerte impacto sobre los poderes
públicos, que han reconocido la necesidad de ubicar a estos
niños en familias adoptivas en vez de hacerlo en instituciones (véase Johnson, 2000). Sin embargo, en algunos países
de la Europa del este todavía no se han llevado a cabo este
tipo de actuaciones políticas, de modo que las duras condiciones de vida de los niños en los orfanatos todavía resultan
deplorables (por ejemplo, Johnson, 2000). Muchos niños
que pasaron su infancia en estos orfanatos fueron adoptados posteriormente en hogares de los Estados Unidos y del
Reino Unido. Quienes habían pasado periodos más largos
adolecían de deficiencias intelectuales, lingüísticas y de desarrollo físico, y tanto más cuanto más tiempo hubieran pasado ellas (por ejemplo, Gunnar et al., 2001; Rutter et al.,
2001). Cuando se les volvió a examinar después de haber
pasado unos años en buenas familias adoptivas, la mayoría
de esos niños mostraron mejorías importantes en la mayoría de esas áreas, aunque con más deficiencias en comparación con otros niños adoptados que no habían estado
institucionalizados. En general, cuanto más pronto se produjo la adopción, mejor fue el comportamiento de estos niños en las pruebas realizadas (véase Johnson, 2000 para una
revisión; Rutter et al., 1999).
DEPRIVACIÓN Y ABUSO EN EL HOGAR. La mayoría
de los niños que padecen deprivación familiar no han sido
separados de sus padres, pero sin embargo son maltratados
en el hogar. Generalmente lo que hacen los padres es ignorar y rechazar a sus hijos. Sólo en los Estados Unidos hay
aproximadamente dos millones de denuncias de abusos
cada año, y más o menos la mitad se confirman como auténticas (Cicchetti y Toth, 1995a). El rechazo de los padres
hacia su hijo puede adoptar diferentes formas —abandono
físico, negación del amor y el afecto, carencia de interés en
sus actividades y logros, no pasar apenas tiempo con el
niño, y falta de respeto por sus derechos y sentimientos—.
En una minoría de los casos, también hay un trato cruel de
carácter emocional, físico y/o abuso sexual. El rechazo por
parte de los padres puede ser parcial o completo, pasivo o
activo, sutil o abiertamente cruel.
Los efectos de esta deprivación y rechazo pueden llegar
a ser muy graves. Por ejemplo, Bullard y sus compañeros
(1967) describieron un síndrome que denominaron
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«imposibilidad de progresar», caracterizado por un importante deterioro del desarrollo normal, acompañado de internamientos frecuentes en un hospital. En su forma más grave
puede tener efectos muy adversos sobre la salud del niño, e
incluso llevarle a la muerte. Se trata de un problema muy común en familias de pocos medios, que se ha estimado en el 6
por ciento de los niños que viven en estos entornos deprimidos (Lozoff, 1989). Estos niños corren el riesgo de manifestar posteriormente problemas de conducta y retrasos en su
desarrollo (Drotar y Robinson, 2000; Sameroff, 1995).
El abuso por parte de los padres (ya sea físico, sexual, o
de ambos tipos) también se ha asociado con otros muchos
efectos negativos sobre el desarrollo de los niños, si bien algunos estudios han encontrado que, al menos para alguno
de ellos, el abandono total puede llegar a ser peor que sufrir
una relación de abuso. Los niños de los que se abusa suelen
mostrar una tendencia a la agresividad (tanto física como
verbal), y algunos llegan a responder con furia y agresión
incluso ante aproximaciones amistosas por parte de sus
compañeros (por ejemplo, Emery y Laumann-Billings,
1998; Shonk y Cichetti, 2001). Los investigadores también
han encontrado que los niños maltratados tienen dificultades para el desarrollo lingüístico e importantes problemas
para su funcionamiento emocional y social, lo que incluye
depresión y ansiedad, y el deterioro de las relaciones con
sus compañeros que, evidentemente, tienden a evitarlos
(Cicchetti y Toth, 1995a, 1995b; Shonk y Cichetti, 2001).
Esto resulta especialmente probable si el maltrato comenzó
antes de los cinco años de edad (Keiley, Howe, Dodge, Bates, y Pettit, 2001).
Los niños maltratados también suelen desarrollar patrones atípicos de apego, fundamentalmente con un estilo
desorientado y desorganizado (Barnett, Ganiban, y Cicchetti, 1999; Crittenden y Ainsworth, 1989), que se caracteriza por una conducta insegura, desorganizada e
incoherente con su cuidador. Por ejemplo, uno de estos niños puede comportarse de una manera aturdida y fría al
reunirse con su cuidador en un momento dado, y en otro
momento buscar a su madre con angustia para inmediatamente rechazarla y evitarla. Una proporción importante de
estos niños continúan mostrando estos patrones «de confusión» cuando se relacionan con sus madres, al menos hasta
los trece años de edad. También muestran agresión hacia
sus compañeros y consecuentemente son rechazados por
ellos (por ejemplo, Shields, Ryan, y Cicchetti, 2001). Una revisión de la investigación sobre este tema llegó a la conclusión de que «los modelos internos de representación que
caracterizan a estos apegos inseguros, pueden llegar a generalizarse a nuevas relaciones personales, lo que conduce a
expectativas negativas sobre cómo se comportarán los demás, y a la inseguridad respecto al éxito en la relación con
ellos» (Cicchetti y Toth, 1995a, p. 549; Shields et al., 2001).
Esas expectativas negativas, derivadas de las representaciones nocivas que el niño hace de sus cuidadores, acarre-
Factores causales psicosociales
an también que los efectos perjudiciales de estos traumas
infantiles a veces nunca lleguen a superarse, en parte debido a que el tipo de experiencias que podrían proporcionar
una reducción de tales efectos negativos se evitan de manera selectiva. En efecto, si un niño ha desarrollado esquemas
mentales dentro de los cuales no cabe la posibilidad de poder confiar en los demás, probablemente no se aventure a
relacionarse con alguien el tiempo suficiente como para
aprender que sí existen personas en el mundo que son dignas de confianza, lo que a su vez favorece su tendencia a la
agresividad y/o el consecuente rechazo por parte de sus
compañeros (Cicchetti y Toth, 1995a; Shields et al., 2001).
Esta idea también ha sido apoyada por el trabajo de Dodge
y sus condiscípulos (1990, 1995), que encontraron que los
niños de los que se ha abusado se mantienen en constante
vigilancia de eventuales claves hostiles procedentes de sus
compañeros (tal y como han aprendido a esperar de sus padres). Esto les lleva a atribuir intenciones hostiles a las interacciones que provienen de sus compañeros, ahí donde los
niños normales tenderían a atribuir intenciones neutras. Si
ellos creen que los demás se están comportando con ellos
de una manera hostil, lo más probable es que actúen también de manera agresiva, y además aprendan que las respuestas agresivas pueden llegar a tener consecuencias
positivas, como por ejemplo reducir su enfado. Y lo que es
más, esa tendencia a atribuir intenciones hostiles parece
que es un elemento importante para el desarrollo de la conducta agresiva.
Las investigaciones sobre las consecuencias a largo plazo del abuso físico apoyan la idea de que estos efectos pueden ser muy duraderos (hasta llegar a la adolescencia y la
edad adulta), e incluyen la violencia familiar y extra-familiar especialmente entre los varones (Cicchetti y Toth,
1995a; Cicchetti y Rogosch, 2001). Por ejemplo, se ha encontrado que el abuso físico está asociado con conductas
suicidas, así como con la ansiedad, la depresión y los trastornos de personalidad.
Una parte importante de los padres que rechazan o
abusan de sus hijos han sido ellos mismos víctimas del rechazo de sus propios padres. Evidentemente su propia historia de rechazos y abusos debe haber tenido efectos
devastadores sobre sus esquemas y auto-esquemas, y probablemente haya dado lugar a la incapacidad de interiorizar modelos paternales adecuados (por ejemplo, Shields et
al., 2001). Kaufman y Zigler (1989) estimaron que la probabilidad de este patrón de transmisión intergeneracional
del abuso se sitúa en torno al treinta por ciento (véase también Cicchetti y Toth, 1995a).
No obstante, los niños maltratados pueden llegar a mejorar en cierta medida cuando su entorno también mejora
(Cicchetti y Toth, 1995a; Emery y Laumann-Billings, 1998).
De hecho, suele presentarse un abanico de efectos, de manera que quienes mostraron menos efectos negativos generalmente dispusieron de algunos factores de protección,
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
tales como una buena relación con algún adulto, una elevada inteligencia, experiencias positivas en la escuela, o atractivo físico.
OTROS TRAUMAS INFANTILES. La mayoría de nosotros hemos sufrido alguna experiencia traumática que haya
destruido temporalmente nuestros sentimientos de seguridad, suficiencia y valía, y que haya influido sobre nuestra
percepción de nosotros mismos y de nuestro entorno. El siguiente caso ilustra uno de estos incidentes:
Un niño adoptado
Me parece que la experiencia más traumática
de mi vida ocurrió cuando tenía once años. Yo
no estaba muy seguro de cómo había llegado a
pertenecer a mi familia, aunque mis padres habían pensado muchas veces decirme que yo
era
un niño adoptado. Una tarde mi hermano
ESTUDIO
adoptivo me explicó el significado de la adopDE UN
ción con una vehemencia que nunca olvidaré.
CASO
Me dejó claro que yo no era un miembro «auténtico» de la familia, que mis padres «en realidad» no me querían, y que yo ni siquiera era querido en el
vecindario. Era por la noche y recuerdo muy vívidamente que me fui
a dormir con lágrimas en los ojos. Esa experiencia sin lugar a dudas
desempeñó un papel importantísimo para generar en mí sentimientos de inseguridad e inferioridad.
Este tipo de traumas dejan heridas psicológicas que
nunca llegan a cicatrizar por completo. Con frecuencia estas heridas se producen mediante un condicionamiento
clásico de respuestas emocionales. Las respuestas emocionales condicionadas son expectativas de que un acontecimiento determinado (a menudo de carácter traumático)
está relacionado con un acontecimiento neutro. Este tipo de
respuestas son muy resistentes a la extinción. Así pues, una
experiencia traumática como caerse a un lago o sufrir un
ataque de pánico mientras se está nadando, puede ser suficiente como para instaurar un temor al agua que puede
persistir durante toda la vida. Además, este tipo de respuestas condicionadas vinculadas a experiencias traumáticas,
pueden generalizarse a otras situaciones. Por ejemplo, el
niño que ha aprendido a temer al agua también pude tener
miedo a pasear en barco o a otras situaciones asociadas con
la más remota posibilidad de ahogarse.
SEPARACIÓN.
Bowlby (1960, 1973) ha resumido los
efectos traumáticos que, para los niños de entre dos y cinco
años, puede llegar a tener la separación de sus padres durante periodos de hospitalización prolongados. En primer
lugar, se producen efectos agudos a corto plazo, tales como
un importante grado de desesperación, así como el desapego a los padres tras reunirse con ellos de nuevo; Bowlby
consideraba que esta era una respuesta normal ante una separación prolongada, incluso en niños con un apego seguro. Pero los niños que sufren con frecuencia este tipo de
separaciones, pueden llegar a desarrollar un apego inseguro. Además, también pueden producirse efectos a más largo
plazo. Por ejemplo, puede crearse una vulnerabilidad ante
factores estresantes durante la edad adulta, favoreciendo la
posibilidad de que esa persona adquiera una depresión
(Bowlby, 1980), o que aparezcan otros síntomas psicopatológicos (Canetti, Bachar, Bonne, y Agid et al., 2000). Igual
que ocurre con otras experiencias traumáticas tempranas,
los efectos a largo plazo de la separación dependerán de si el
niño ha podido recibir posteriormente apoyo por parte de
otras personas importantes para él (Canetti et al., 2000;
Carlson y Sroufe, 1995). Así, por ejemplo, merece la pena
destacar que muchos niños que han sufrido algo tan traumático como la muerte de uno de sus padres, no han llegado a mostrar efectos perceptibles a largo plazo (Brown,
Harris, y Bifulco, 1985; Canetti et al., 2000).
Estilos paternos inadecuados
Incluso cuando no se haya producido una deprivación grave, abandono o traumas, todavía existen muchos tipos de
desviaciones en la paternidad que pueden ejercer efectos
muy profundos sobre la capacidad posterior de los niños
para enfrentarse con los desafíos de la vida, haciéndolos así
vulnerables a diversas formas de psicopatología. Así pues, si
bien sus explicaciones varían de manera considerable, las
perspectivas psicosociales sobre las causas de psicopatología están orientadas todas ellas hacia las tendencias conductuales que adquieren los niños en el transcurso de sus
primeras interacciones sociales con los demás, y principalmente sus padres y cuidadores (por ejemplo, Sroufe, Duggal, Weinfield, y Carlson, 2000).
Es importante recordar que la relación entre padres e
hijos siempre tiene un carácter bidireccional: como ocurre
con cualquier relación de carácter continuo, la conducta de
cada una de las personas afecta a la conducta de la otra. Algunos niños se dejan querer más que otros; algunos padres
son más sensibles que otros a las necesidades de sus hijos;
por ejemplo, aquellos padres que tienen bebés con altos niveles de emocionalidad negativa (esto es, que son proclives
a mostrar estados de ánimo negativos) encuentran difícil y
estresante relacionarse con ellos. De hecho, Rutter y Quinton (1984b) encontraron que los padres tendían a reaccionar con irritabilidad, hostilidad y críticas cuando sus hijos
tenían niveles altos de emocionalidad negativa y baja capacidad de adaptación. A su vez estas características ponen a
los niños en riesgo de sufrir una psicopatología debido a
que se convierten en un «foco de desacuerdo» en la familia
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(Rutter, 1990, p. 191). Este ejemplo pone de relieve que las
características de un niño contribuyen también al establecimiento de relaciones de apego insatisfactorias, como veremos en los siguientes apartados.
PSICOPATOLOGÍA DE LOS PADRES. Se ha encontrado de manera general que aquellos padres que sufren diversos tipos de psicopatología (lo que incluye la esquizofrenia,
la depresión, el trastorno de personalidad antisocial y el
abuso o dependencia del alcohol) suelen tener niños con un
elevado riesgo de sufrir un amplio abanico de dificultades
en su desarrollo. La mayor parte de las investigaciones sobre
el tema se han centrado sobre las madres, si bien existe bastante evidencia de que los padres con trastornos también
contribuyen de manera significativa a la psicopatología de
sus hijos, sobre todo a problemas de depresión, trastornos
de conducta, delincuencia y trastorno por déficit de atención (por ejemplo, Phares y Compas, 1992; Phares, Duhig,
y Watkins, 2002). Si bien alguno de esos efectos debe tener
algún componente de tipo genético, la mayoría de los investigadores están convencidos de que las influencias genéticas
no explican la totalidad de los efectos adversos que la psicopatología de los padres ejerce sobre sus hijos (por ejemplo,
Hammen, 2002).
Por ejemplo, los hijos de alcohólicos tienen una elevada probabilidad de caer en el absentismo escolar y el abuso
de sustancias, y un alto riesgo de abandonar los estudios, así
como también de manifestar un elevado nivel de ansiedad y
depresión y bajas cotas de autoestima (Chassin, Rodosch, y
Barrera, 1991; Eiden et al., 1999), si bien también son muchos los hijos de alcohólicos que no muestran este tipo de
dificultad. Además, los niños de padres gravemente deprimidos también se encuentran en un peligroso riesgo de padecer trastornos (Cicchetti y Toth, 1995b, 1998; Goodman y
Gotlib, 2002; Hammen, 2002), al menos en parte debido a
que la depresión de los padres provoca que no atiendan las
necesidades de sus hijos (Gelfand y Teti, 1990) y que tengan
dificultades para aplicar la disciplina necesaria (Cicchetti y
Toth, 1995b, 1998). No es sorprendente por lo tanto que los
hijos de madres depresivas hayan establecido relaciones de
apego inseguras (Cicchetti y Toth, 1995b) y vivan en entornos con elevados niveles de estrés (Hammen, 2002).
Una vez más, a despecho de los profundos efectos que la
psicopatología de los padres puede ejercer sobre sus hijos,
debe señalarse que muchos niños que han sido criados en este
tipo de familias eluden las dificultades debido a cierto número de factores de protección. Por ejemplo, un niño que vive
con un padre que tiene un trastorno grave, pero que mantiene también una relación cálida y afectuosa con el otro padre
o con otro adulto ajeno a la familia, dispone de un importante factor de protección. Otros factores que promueven la elasticidad son una elevada capacidad intelectual, una buena
competencia social y académica, y el hecho de resultar atractivo para los adultos (Masten y Coatsworth, 1995, 1998).
Factores causales psicosociales
ESTILOS DE LOS PADRES: CARIÑO Y CONTROL.
Existen otras diferencias menos extremadas en los estilos
paternos, pero que también pueden ejercer un impacto significativo sobre el desarrollo de los niños, e incrementar su
vulnerabilidad a la psicopatología. En tiempos pasados la
disciplina se concebía como una manera de castigar la conducta indeseable y de prevenir o eliminar dicha conducta
en el futuro. En la actualidad la disciplina se considera de
una manera más positiva como un modo de proporcionar
una estructura y una orientación a los niños para promover
un desarrollo saludable. Este tipo de orientación proporciona al niño una serie de esquemas similares a los resultados que obtendría en el mundo real derivados de su
conducta. Este tipo de información ofrece una sensación de
control sobre los resultados de sus acciones, y le permite
elegir de manera deliberada. Cuando sea necesario ejercer
el castigo, resulta esencial que el padre deje perfectamente
claro qué conductas se consideran inapropiadas y cuáles
son apropiadas.
Los investigadores se han interesado por la medida en
que los estilos paternos —incluyendo los estilos de disciplina— influyen sobre la conducta de los niños a lo largo de su
desarrollo. Se han identificado cuatro estilos paternos que
parecen influir de diferente manera sobre los niños: (1) democrático, (2) autoritario, (3) permisivo-indulgente, y
(4) negligente/desentendido. Estos estilos varían según el
grado de afecto paternal (la cantidad de apoyo, ánimo y ternura, frente a la vergüenza, rechazo y hostilidad) y en el grado de control (ejercicio de la disciplina frente a dejar al niño
a su albedrío; Emery y Kitzman, 1995; de MacCoby y Martin, 1983; Morris, 2001).
Paternidad democrática. El estilo democrático es aquel
en que los padres son por una parte cariñosos pero a la misma vez establecen cuidadosamente límites y restricciones
muy claras respecto a determinados tipos de conducta,
mientras que permiten un grado considerable de libertad
dentro de esos límites. Este estilo está asociado con un desarrollo social temprano más positivo; los niños tienden a
mostrarse enérgicos y amistosos, y a mostrar el desarrollo
de competencias generales para relacionarse con los demás
y con su entorno (Baumrind, 1975, 1993; Emery y Kitzman,
1995). Cuando llegan a la adolescencia, estos niños mantienen sus características positivas.
Paternidad autoritaria.
Los padres con un estilo autoritario muestran un elevado control pero un bajo nivel de
afecto, de manera que sus hijos tienden a ser conflictivos,
irritables y malhumorados (Baumrind, 1975, 1993). Cuando llegan a la adolescencia estos niños todavía aumentan
más sus características negativas, de manera que los varones
son especialmente deficientes respecto a sus capacidades
cognitivas y sociales. Si además los padres autoritarios recurren al castigo físico en vez de utilizar métodos punitivos
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
más adecuados, como la retirada de la aprobación y de privilegios, el resultado suele ser un aumento de la conducta
agresiva por parte de los niños (Emery y Kitzman, 1995;
Eron et al., 1974; Patterson, 1979). Aparentemente, el castigo físico proporciona un modelo de conducta agresiva que
los niños emulan e incorporan en sus propios auto-esquemas (Millon y Davis, 1995).
Paternidad permisiva-indulgente.
Los padres permisivos e indulgentes muestran elevados niveles de afecto pero
son parcos para ejercer la disciplina y el control. Este estilo
de paternidad está asociado con una conducta impulsiva y
agresiva en los niños (Baumrind, 1967; Hetherington y Parke, 1993). Los niños de padres indulgentes suelen ser malcriados, egoístas, impacientes, desconsiderados y exigentes
(Baumrind, 1971, 1995). En un estudio clásico, Sears (1961)
encontró que una gran cantidad de permisividad y muy
poca disciplina estaban correlacionadas positivamente con
conductas agresivas y antisociales, sobre todo durante la niñez media y tardía. Al contrario de lo que ocurre con los niños rechazados y emocionalmente deprivados, los hijos de
padres indulgentes tienen grandes habilidades de relación
interpersonal, pero explotan a los demás para lograr sus
propósitos de la misma manera que han aprendido a explotar a sus padres (Millon y Davis, 1995a). En definitiva, han
desarrollado auto-esquemas repletos de «derechos», pero
en los que escasean los deberes. Evidentemente, cuando la
realidad les obligue a reestructurar sus convicciones sobre sí
mismos y el mundo, aparecerán las dificultades de ajuste y
la confusión.
Paternidad negligente y desentendida.
Por último,
los padres con bajos niveles de afecto y de control ponen de
manifiesto un estilo negligente y desentendido. Dicho estilo
está asociado con problemas de apego durante la niñez
(Egeland y Sroufe, 1981; Morris, 2001), y con el malhumor,
la baja autoestima, y los problemas de conducta durante la
niñez (Baumrind, 1991; Hetherington y Parke, 1993). Estos
niños también suelen tener problemas para relacionarse
con sus compañeros y un bajo rendimiento escolar (Hetherington y Parke, 1993).
Prácticas restrictivas. Las investigaciones que han estudiado únicamente el efecto de las prácticas restrictivas
(ignorando la variable afecto) han puesto de manifiesto que
estas prácticas pueden actuar como un factor de protección
para aquellos niños que se desarrollan en entornos de alto
riesgo, definidos por una combinación de un bajo nivel
educativo y laboral de los padres, un status de minoría étnica y/o la ausencia de un padre (Baldwin, Baldwin, y Cole,
1990). Entre los niños de alto riesgo, aquellos que obtuvieron mejores resultados en el ámbito cognitivo (elevada inteligencia y rendimiento escolar) solían ser aquellos con los
padres más restrictivos y menos democráticos. De hecho,
las prácticas restrictivas estaban asociadas positivamente
con los resultados cognitivos pero sólo entre los niños de
alto riesgo y no entre los de bajo riesgo. De manera similar,
las prácticas restrictivas también resultaron especialmente
apropiadas en aquellas familias que vivían en zonas con un
alto índice de criminalidad.
COMUNICACIÓN INADECUADA, IRRACIONAL Y COLÉRICA. Algunas veces los padres desaniman a los niños
a hacer preguntas, y no son capaces de estimular el intercambio de información necesaria para ayudarlos a desarrollar algunas competencias esenciales. Una comunicación
inadecuada puede adoptar diversas formas. Algunos padres
están demasiado ocupados o preocupados con sus propios
asuntos como para escuchar a sus hijos, o para intentar
comprender los conflictos y presiones a los que se enfrentan. Otros padres han olvidado que el mundo puede parecer diferente a los ojos de un niño o un adolescente, ya que
los rápidos cambios sociales pueden generar vacíos comunicativos entre generaciones. En otros casos, los fallos en la
comunicación pueden adoptar formas más problemáticas,
en las que los mensajes se vuelven confusos debido a que el
oyente distorsiona, o ignora el significado que pretende
transmitir el hablante. Por último, con frecuencia los niños
se encuentran expuestos a elevados niveles de conflicto y
cólera, que pueden provocarles estrés y desajustes emocionales. La cólera puede aparecer en el contexto de desacuerdos matrimoniales, abusos o psicopatología de los padres, y
con frecuencia está asociada con la aparición de problemas
psicológicos en los niños (Emery y Kitzmann, 1995; Schneider-Rosen y Cicchetti 1984). No resulta sorprendente, por
tanto, que los niños de los que se ha abusado lleguen a estar
más asustados por la cólera de sus padres que los niños de
los que no se ha abusado (Hennessy, Rabideau, Cicchetti, y
Cummings, 1994).
Desacuerdo matrimonial y divorcio
Los problemas en la relación entre padres e hijos, como por
ejemplo el rechazo por parte de los padres, no suelen aparecer en su forma más grave, a menos que el contexto familiar
global también esté deteriorado. Por lo tanto, una estructura familiar deteriorada supone un factor de riesgo añadido
que incrementa la vulnerabilidad ante situaciones estresantes. Distinguiremos aquí entre familias intactas pero con un
desacuerdo importante entre los padres, y familias rotas por
el divorcio o la separación.
DISCORDIA MATRIMONIAL.
Cualquiera que sea la razón sobre la que se base la discordia matrimonial, cuando
ésta es muy duradera tiende a resultar frustrante, dolorosa, y
generalmente con efectos nocivos tanto sobre los adultos
como sobre los niños (Amato y Booth, 2001; Emery y Kitzmann, 1995). Los casos más graves de discordia matrimonial
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pueden llegar a exponer a los niños ante algunas de las circunstancias estresantes de las que ya hemos hablado: el rechazo o el abuso infantil, los efectos derivados de vivir con
un padre que tiene un trastorno mental severo, un estilo paterno autoritario o negligente y desentendido, o el abuso
hacia el cónyuge. Resulta interesante que un estudio encontrara que los niños pueden protegerse contra los efectos nocivos del conflicto matrimonial, si uno o ambos padres
tienen las siguientes características: afecto, tendencia a proporcionar alabanzas y aprobación, y capacidad para inhibir
su conducta de rechazo hacia los niños (Katz y Gottman, y
1997). Otro estudio encontró que los niños que estaban
muy apoyados por sus compañeros también estaban protegidos contra los efectos negativos de la discordia entre sus
padres (Wasserstein y La Greca, 1996).
Algunos estudios longitudinales recientes han documentado con claridad que los efectos dañinos de la discordia matrimonial grave continúan afectando a los hijos
cuando éstos se convierten en adultos, ya que sus propios
matrimonios tienden a estar cargados también de discordia. Y lo que es más, parece que parte de esta transmisión
intergeneracional de la discordia matrimonial procede de
que los hijos han aprendido de sus padres esos estilos de interacción negativos (Amato y Booth, 2001).
FAMILIAS DIVORCIADAS.
En muchos casos una familia se queda incompleta debido a la muerte, el divorcio, la
separación, o cualquier otra circunstancia. Debido en parte
a la creciente aceptación cultural del divorcio, actualmente
en los Estados Unidos se producen más de un millón de divorcios anuales (Oficina del Censo de los Estados Unidos,
1999). Se estima que alrededor del veinte por ciento de los
niños menores de dieciocho años están viviendo bajo la
custodia de uno de sus padres. Prácticamente la mitad de
los matrimonios terminan en divorcio, y se ha estimado que
entre el cincuenta y el sesenta por ciento de los niños nacidos en la década de los 90 terminarán viviendo en algún
momento bajo la custodia de uno de sus padres divorciados
(Hetherington, Bridges, e Insabella, 1998).
Efectos del divorcio sobre los padres. Los matrimonios infelices son difíciles de sobrellevar, pero finalizar una
relación de pareja también resulta enormemente estresante
para los adultos, tanto psicológica como físicamente. Algunas veces esos efectos negativos sólo son temporales, pero
en otras ocasiones los individuos nunca llegan a recobrarse
por completo (Amato, 2000).
Las personas divorciadas y separadas suponen una
proporción muy importante de los pacientes de una consulta psicológica o psiquiátrica, si bien la dirección de la relación causal no siempre está clara. En sus revisiones sobre
los efectos del divorcio en los adultos, Amato y Keith
(1991a) llegaron a la conclusión de que esta circunstancia
supone una fuente importante de psicopatología, así como
Factores causales psicosociales
de enfermedad física, muerte, suicidio y homicidio. Sin embargo, es necesario recordar que muchas veces el divorcio
resultaba beneficioso (Amato, 2000). En términos generales, un adecuado ajuste posterior al divorcio suele estar
asociado positivamente con unos buenos ingresos económicos, realizar un nuevo matrimonio, haber mantenido
previamente actitudes favorables hacia el divorcio y ser la
parte que inició el proceso.
Efectos del divorcio sobre los niños.
El divorcio
también puede tener efectos traumáticos sobre los niños.
Los sentimientos de inseguridad y rechazo pueden resultar agravados por las batallas legales y, en ocasiones, por la
ansiedad que perciben los niños cuando están con uno de
sus padres. Por lo tanto, no resulta sorprendente que algunos niños desarrollen respuestas inadaptadas graves. Los
niños con un temperamento difícil también suelen tener
más dificultades de ajuste que los niños con un temperamento fácil (Hetherington, Stanley-Hagan, y Anderson,
1989). Irónicamente, se ha encontrado que son precisamente los padres de los niños con un temperamento difícil quienes tienen más probabilidad de divorciarse, quizá
precisamente porque el difícil temperamento de sus hijos
tienda a exacerbar los problemas maritales (Block, Block,
y Gjerde, y 1986).
La delincuencia y un amplio abanico de otros problemas psicológicos resultan más frecuentes entre los hijos de
familias divorciadas que entre los hijos de familias intactas,
aunque es probable que el factor causal sea previo al antagonismo entre los padres (Chase-Lansdale, Cherlin, y Kiernan, 1995; Rutter, 1979). Además, algunos estudios han
demostrado que los efectos adversos del divorcio sobre un
funcionamiento psicosocial bien adaptado pueden prolongarse durante la edad adulta. En promedio, y en comparación con los adultos jóvenes procedentes de familias
intactas, los que proceden de familias divorciadas han alcanzado un menor nivel educativo, disponen de menos ingresos, están menos satisfechos con su vida, y tienen más
probabilidades de tener hijos no deseados (Chase-Lansdale,
Cherlin, y Kiernan, 1995; Hetherington et al., 1998). Los niños procedentes de familias divorciadas también tienen
más probabilidad de que sus propios matrimonios terminen en divorcio (Amato y DeBoer, 2001).
No obstante, muchos niños son capaces de adaptarse
perfectamente al divorcio de sus padres. De hecho, una revisión de noventa y dos estudios sobre familias divorciadas, realizado sobre 13 000 niños desde los años 50, llegó a
la conclusión de que los efectos perjudiciales del divorcio
sobre los niños son en realidad bastante pequeños (Amato
y Keith, 1991a; véase también Emery, 1999; Hetherington et
al., 1998), como también lo son los efectos negativos que
persisten durante la edad adulta de esos niños (Amato y
Keith, 1991b). Amato y Keith (1991a, 1991b) también encontraron que los efectos nocivos del divorcio parecían
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
disminuir entre los años 50 a los 80 (y particularmente a
partir de 1970), quizá debido a que el estigma asociado al
divorcio ha ido desapareciendo a partir de entonces. Sin
embargo, una reciente revisión de sesenta y siete estudios
publicados durante la década de los 90 ha puesto de manifiesto que dichos efectos perniciosos no han seguido disminuyendo durante esos años (Amato, 2001).
Los efectos del divorcio sobre los niños son, en cualquier caso, más favorables que los efectos de permanecer en
un hogar desgarrado por el conflicto marital (Amato y
Keith, 1991a; Emery y Kitzmann, 1995; Hetherington et al.,
1998). En alguna ocasión se ha pensado que los efectos negativos del divorcio podrían reducirse en el caso de que el
cónyuge con la custodia volviera a casarse, y este nuevo matrimonio proporcionase un entorno adecuado para la
crianza de los niños. Sin embargo, y por desgracia, la revisión de Amato y Keith (1991a) puso de relieve que no había
diferencias significativas entre estos niños y aquellos que vivían bajo la custodia de uno de sus padres. De hecho, algunos estudios han encontrado que el período de adaptación
a un nuevo matrimonio puede llegar a ser incluso mayor
que el necesario para adaptarse a un divorcio (Hetherington et al., 1989). Otros estudios han mostrado que los niños
—especialmente los muy pequeños— que viven con un padrastro tienen un mayor riesgo de sufrir abusos físicos por
parte de éste, que los niños que viven con sus los padres biológicos (Daly y Wilson, 1988, 1996).
Relaciones inadaptadas
con los compañeros
Otro importante conjunto de relaciones externas a la familia tiene lugar durante los años de educación infantil, cuando los niños empiezan a relacionarse con compañeros.
Cuando se aventuran de manera independiente fuera de su
familia, se enfrentan con cierto número de situaciones
complicadas e impredecibles. De ahí que las posibilidades
de encontrarse con problemas y fracasos sean considerables.
Evidentemente, los niños de esta edad todavía no dominan los matices más diplomáticos de las relaciones humanas. La empatía, esto es, la capacidad de ponerse en la
situación de otro para percibir su perspectiva y sentimientos, apenas está desarrollada, como puede comprobarse
cada vez que un niño de esa edad rechaza al compañero con
el que está jugando si en ese momento llega otro compañero más interesante. El objetivo básico de cualquier interacción suele ser la satisfacción inmediata, sin percatarse de
que la cooperación y la colaboración pueden proporcionar
incluso mayores beneficios. Una importante minoría de niños parecen estar mal preparados para enfrentarse con los
rigores y la competitividad de los años escolares, probablemente debido a factores temperamentales y a deficiencias
psicosociales de su familia. Una parte importante de ellos
terminará siendo rechazada por sus compañeros, y vagarán
solitarios por el patio de recreo. Otra parte importante (sobre todo varones) recurrirán a un estilo agresivo e intimidatorio, convirtiéndose en los matones del barrio.
Algunos estudios han encontrado que los matones demuestran niveles elevados de agresión proactiva (iniciada
por ellos mismos) pero también reactiva (en respuesta a los
demás; por ejemplo, Salmivally y Nieminen, 2002). Si bien
es cierto que algunos de estos matones probablemente actúen así debido a sus dificultades en las habilidades sociales,
hay otros (generalmente los cabecillas del grupo de matones) que sin embargo, tienen unas capacidades sociales muy
avanzadas, lo que precisamente les permite manipular a sus
compañeros de tal manera que ellos casi siempre salen indemnes de sus maliciosas correrías (Sutton, Smith, y Swettenham, 1999). En cualquier caso, convertirse en un
solitario o en un matón nunca presagia nada bueno para la
propia salud mental (por ejemplo, Coie et al., 1992; Dodge
et al., 1997).
Por suerte, existe otra cara de esta moneda. Las relaciones con los compañeros tienen sus problemas evolutivos,
pero también pueden suscitar importantísimas experiencias
de aprendizaje, que ayuden a una persona a mantenerse en
pie durante años, e incluso durante el resto de su vida. Para
un chaval con recursos sociales y cognitivos, el toma-y-daca,
ganar y perder, o los éxitos y fracasos de los años escolares suponen un espléndido entrenamiento para llegar a ser capaz
de enfrentarse con el mundo real y con su propio yo en desarrollo —con sus capacidades y limitaciones, y con sus cualidades atractivas y menos atractivas—. La experiencia de
intimidad con un amigo se inicia también durante este periodo de intensas implicaciones sociales. Si todo ha transcurrido adecuadamente durante estos primeros años juveniles,
el niño llega a la adolescencia con un importante repertorio
de conocimientos y habilidades sociales. La experiencia en
esta comunicación íntima con los demás hace posible la
transición desde la atracción, los amoríos y la mera curiosidad sexual, a un amor genuino. Tales aspectos pueden también convertirse en factores de protección fundamentales
contra la frustración, la desmoralización, el despecho y el
trastorno mental (Masten y Coatsworth, 1998).
Durante los últimos veinticinco años, cada vez se ha
acelerado más la investigación sobre los factores de riesgo
asociados con las relaciones entre compañeros. Algunos de
los descubrimientos más importantes de estas investigaciones se reseñan brevemente en el siguiente apartado.
FUENTES DE POPULARIDAD Y DE RECHAZO.
¿Qué es lo que determina que algunos niños sean populares
y otros rechazados? Hasta el momento, el correlato más
fuerte de la popularidad entre los jóvenes es que se les considere amistosos y «enrollados» (por ejemplo, Hartup,
1983). La relación causal que pueda existir entre la popularidad y las pruebas de amistad no está clara, aunque proba-
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blemente esté combinado con otras variables como la inteligencia o el atractivo físico.
Pero a lo que más atención se ha dedicado ha sido a intentar descubrir la razón por la que algunos niños suelen ser
rechazados por parte de sus compañeros. Una razón importante es que muchos de ellos adoptan una estrategia demasiado exigente o agresiva cuando se relacionan con los
demás. Los niños agresivos suelen ofenderse muy pronto, y
atribuir intenciones hostiles a las bromas de sus compañeros, lo cual supone una escalada de la confrontación que
puede llevar a cotas muy elevadas. También suelen adoptar
actitudes más punitivas y rencorosas ante ese tipo de situaciones (Coie et al., 1991; Crick y Dodge, 1994). Esto suele ser
especialmente cierto en aquellos niños que han sido maltratados por sus padres, y por lo tanto han desarrollado representaciones mentales inadaptadas, como por ejemplo estar a
la expectativa de recibir maltratos. Tales expectativas pueden
dar lugar a que aborden las situaciones sociales con hiperactividad, ansiedad y cólera, lo que probablemente concuerde
muy bien con sus experiencias en el hogar, pero esté completamente fuera del contexto en su relación actual con los
compañeros (Shield, Ryan, y Cicchetti, 2001). Por otra parte,
ser incapaz de comprender las emociones de los compañeros
durante la etapa de educación infantil predice bastante bien
las conductas agresivas hacia ellos cuando llegan a tercero de
primaria (Dodge, Laird, Lochman, y Zelli, 2002). Pero la
agresión no es lo único que provoca rechazo. Algunos niños
parecen ser rechazados precisamente por su sumisión. Otros
lo son por razones todavía desconocidas (Coie, 1990).
Ser rechazado y comportarse de manera agresiva durante la niñez incrementa considerablemente la probabilidad de
una conducta agresiva y delincuente posterior. Por ejemplo,
un estudio reciente que siguió a quinientos ochenta y cinco
niños desde la escuela infantil hasta segundo de ESO, encontró que quienes tenían esas estructuras del conocimiento
hostiles (esquemas) durante su niñez temprana, también tenían más probabilidad de desarrollar conductas agresivas a lo
largo de todo el periodo estudiado que abarcaba ocho años
(Burks, Laird, Dodge, Petit, y Bates, 1999; véase también
Laird, Jordan, Dodge, Petit, y Bates, 2001). Patterson, Capaldi y Bank (1991; véase también Dishion, 1994) han encontrado una relación causal que podría explicar ese resultado. A
partir de la idea de que la agresión es el mejor predictor del
rechazo por parte de los compañeros (Coie et al., 1990), encontraron que ese rechazo suele llevar a esos niños, al cabo de
unos años, a unirse a otros compañeros que también tienen
problemas de conducta, lo que a su vez está asociado con una
tendencia hacia la delincuencia juvenil.
Otro amplio subconjunto de niños proclives a ser víctimas crónicas del rechazo no son agresivos sino, por el contrario, muy poco asertivos y muy sumisos ante sus
compañeros (Schwartz, Dodge, y Coie, 1993). En tales casos
el rechazo también suele provocar aislamiento social, generalmente auto-impuesto (Dodge, Coie, y Brakke, 1982; Hy-
La perspectiva sociocultural
mel y Rubin, 1985). Coie (1990) ha señalado que este aislamiento puede tener consecuencias muy graves, debido a
que priva al niño de oportunidades para aprender las reglas
que rigen las conductas e intercambios sociales, reglas que
cada vez se van haciendo más sutiles y elaboradas. Por lo
tanto, el resultado habitual suele ser un fracaso social repetido una y otra vez, lo que conlleva de nuevo más efectos dañinos sobre la autoestima, y eventualmente conduce a la
soledad y la depresión (Burks, Dodge, y Price, 1995).
En resumen, tanto la lógica como las investigaciones sugieren la misma conclusión: un niño que no es capaz de establecer relaciones satisfactorias con sus compañeros está
siendo privado de un conjunto esencial de experiencias, lo
que le coloca en un grave riesgo de padecer diversas consecuencias negativas durante la adolescencia y la edad adulta,
tales como la depresión, el abandono de la escuela o la delincuencia (Burks et al., 1995; Kupersmidt et al., 1990). Sin embargo, es necesario recordar que este tipo de problemas
sociales también pueden señalar una serie de trastornos con
un componente genético, pero que no se hacen manifiestos
hasta el final de la adolescencia o la edad adulta. Lo que suele
ocurrir es que los problemas sociales con los compañeros, si
bien reflejan algún tipo de predisposición heredable, también
actúan como factores estresantes que incrementan la vulnerabilidad a padecer algún tipo de trastorno (Parker et al., 1995).
REVISIÓN
• ¿Por qué los auto esquemas y esquemas son
tan importantes para interpretar la conducta
patológica y su tratamiento?
• ¿Cuáles son los efectos más importantes de la
deprivación y el abuso infantil tempranos?
• ¿Qué tipo de efectos ejerce la psicopatología
de los padres sobre sus hijos?
• ¿Qué tipo de influencias tienen los estilos
paternales sobre el desarrollo de los hijos?
(Ponga especial atención en las variables de
afecto y control.)
• ¿Qué tipo de efectos suelen tener el divorcio y
la discordia marital sobre los hijos?
LA PERSPECTIVA
SOCIOCULTURAL
A principios del siglo XX, la sociología y la antropología florecieron como disciplinas científicas independientes, y contribuyeron rápidamente a la comprensión del papel que
desempeñan los factores socioculturales en el desarrollo y la
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
conducta humana. Los primeros teóricos socioculturales
fueron autores de la talla de Ruth Benedict, Abram Kardiner,
Margaret Mead y Franz Boas. Sus escritos e investigaciones
pusieron de manifiesto que el desarrollo de la personalidad
de un individuo es un reflejo de la sociedad en que vive, de
sus instituciones, normas, valores e ideas, así como de la familia más cercana y de otros grupos que le rodean. Las investigaciones también han dejado claramente establecido la
relación que existe entre diversas condiciones socioculturales
y una serie de trastornos mentales (por ejemplo, la relación
entre determinados factores estresantes de una sociedad y los
tipos de trastorno mental más característicos de la misma).
Otros estudios han demostrado que los trastornos físicos y
mentales propios de una determinada sociedad pueden cambiar a lo largo del tiempo a medida que se van modificando
las condiciones socioculturales de la misma. Tales descubrimientos han añadido nuevas dimensiones a las perspectivas
actuales de la conducta patológica (Fabrega, 2001; Tsai, Butcher, Muñoz, y Vitousek, 2001; Westermeyer y Janca, 1997).
El descubrimiento de factores
socioculturales mediante estudios
transculturales
La perspectiva sociocultural está orientada a estudiar el impacto de la cultura —y de otros aspectos del entorno social— sobre los trastornos mentales, si bien las relaciones
entre la conducta inadaptada y los factores socioculturales
tales como las actitudes hacia el cuidado de los niños, o entre la conducta inadaptada y las condiciones ambientales
adversas como la pobreza, la discriminación y el analfabetismo, resultan muy complejas. Una cosa es observar que
una persona con un trastorno psicológico proviene de un
entorno deprimido, y otra demostrar empíricamente que
esas circunstancias constituyen las causas de ese trastorno, y
no son meros correlatos del mismo.
No obstante, dado que en el mundo existen diferentes
sociedades cuyos miembros están expuestos a entornos
muy diferentes, disponemos de «laboratorios» naturales
para examinar este tipo de cuestiones. Algunos investigadores han llegado a sugerir que la investigación transcultural
puede mejorar nuestro conocimiento del rango de variación que es posible encontrar en el desarrollo conductual y
emocional humano, así como generar ideas sobre lo que
provoca las conductas normales y patológicas, ideas que
pueden ser evaluadas posteriormente en el laboratorio de
una manera más rigurosa (por ejemplo, Rothbaum, Weisz,
Pott, Miyake, y Morelli, 2000, 2001; Weisz et al., 1997).
TRASTORNOS Y SÍNTOMAS UNIVERSALES Y ESPECÍFICOS DE UNA CULTURA. La investigación apoya la
idea de que muchos trastornos psicológicos —tanto en
adultos como en niños— son universales, ya que aparecen
en la mayoría de las culturas que se han estudiado (Butcher,
1996; Kleinman, 1988; Verhulst y Achenbach, 1995). Por
ejemplo, aunque tanto la prevalencia como los síntomas
pueden variar hasta cierto grado, el patrón básico de pensamientos y conductas distorsionados que denominamos
esquizofrenia (Capítulo 14) puede encontrarse prácticamente en todo el mundo, desde las culturas más primitivas
a las más tecnológicamente avanzadas (Kulhara y Chakrabarti, 2001). Y lo que es más, estudios recientes han demostrado que ciertos síntomas psicológicos, medidos por el
Cuestionario Multifásico de Personalidad de Minnesota
(MMPI-2; véase Capítulo 4), aparecen en la mayoría de los
países (por ejemplo, Butcher, 1996). Por ejemplo, Butcher
(1996) encontró que los pacientes psiquiátricos de Italia,
Suiza, Chile, India, Grecia y los Estados Unidos, que habían
sido diagnosticados de esquizofrenia paranoide, mostraban
patrones de personalidad similares en el MMPI.
Sin embargo, y pese estos patrones universales, con mucha frecuencia los factores socioculturales influyen sobre el
tipo de trastorno que se desarrolla, sobre la forma que adopta y sobre el curso que seguirá. Por ejemplo, algunos trastornos mentales graves pueden mostrar diferencias en su
pronóstico dependiendo del país de que se trate. En efecto, algunos estudios internacionales han encontrado que la esquizofrenia tiene un curso más favorable en países en vías de
desarrollo que en los países industrializados (Kulhara y Chakrabarti, 2001). Kleinman (1986, 1988), por su parte, comparó la forma en que los chinos y los occidentales se enfrentan
con el estrés. Encontró que en las sociedades occidentales la
depresión constituye una reacción muy frecuente el estrés,
mientras que en China observó muy pocos casos de este trastorno (véase también Kirmayer y Groleau, 2001). En este país,
los efectos del estrés suelen manifestarse normalmente como
problemas físicos tales como la fatiga, la debilidad y otros por
el estilo. De hecho, Kleinman y Good (1985) analizaron la experiencia de la depresión en diferentes culturas. Encontraron
que muchos aspectos importantes de la depresión dentro de
las sociedades occidentales, por ejemplo, la fuerte sensación
de culpa que suele experimentarse, no aparecen en muchas
otras culturas. También han señalado que los síntomas de depresión, tales como la tristeza, la desesperanza, la infelicidad
y la falta de placer en las relaciones con el mundo y en las relaciones sociales, tienen significados absolutamente diferentes en distintas sociedades. Para los budistas, por ejemplo, la
búsqueda de placer entre los objetos del mundo y entre las
personas significa la base de todo sufrimiento; por lo tanto el
primer paso para alcanzar la salvación es desentenderse de
todo este tipo de cosas. Para los musulmanes Shi_ite de Irán,
la tristeza es una experiencia religiosa, asociada con el reconocimiento de las trágicas consecuencias que tiene vivir en
un mundo injusto; por lo tanto, ser capaz de experimentar
tristeza significa estar en posesión de una poderosa personalidad y un completo conocimiento del mundo. El apartado El
mundo que nos rodea 3.4 ofrece algunos ejemplos de conductas patológicas que parecen específicas de ciertas culturas.
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La perspectiva sociocultural
EL MUNDO QUE NOS RODEA
.
Síndromes vinculados a la cultura
Nombre del
trastorno
Cultura
Descripción
Amok
Malasia (también
se ha encontrado
en Laos, Filipinas,
Polinesia, Papúa
en Nueva Guinea y
Puerto Rico)
Trastorno caracterizado por un estallido repentino de violenta agresión o conducta
homicida, de manera que la persona que lo padece puede llegar a matar a otras
personas. Suele ser característico de varones que previamente se comportaban de una
manera tranquila, pensativa e inofensiva. Los episodios suelen venir provocados por un
insulto o un desaire. Se ha observado la existencia de diferentes etapas: durante la
primera, la persona permanece retraída; sigue entonces un periodo en el que se
muestra amenazante, con una pérdida de contacto con la realidad. Predominan en esta
etapa las ideas de persecución y de cólera. Por último, se produce una fase de
automatismo o Amok, en la que la persona salta, chilla, coge un cuchillo y acuchilla
cualquier persona u objeto que se encuentre a su alcance. Generalmente a continuación
hay un proceso de depresión, con amnesia de ese periodo de furia.
Latah
Malasia e
Indonesia (también
en Japón, Siberia y
Filipinas)
Hipersensibilidad repentina al miedo, característica de mujeres de mediana edad y
baja inteligencia que suelen ser obsequiosas y serviciales. El trastorno se puede
provocar mediante la palabra serpiente o mediante las cosquillas. Se caracteriza por
la ecolalia (la repetición de las palabras y las frases que acaban de oír en otra
persona) y la ecopraxia (la repetición de las acciones de los demás). Una persona con
este trastorno también puede mostrar una conducta disociativa o en trance.
Koro
Sudeste de Asia y
China (sobre todo
en Malasia)
Reacción de temor o ansiedad en la que un hombre teme que su pene pueda
desaparecer dentro de su propio abdomen, e incluso llegar a morir. Esta reacción
puede aparecer después de masturbaciones muy frecuentes. Este episodio de
ansiedad suele ser muy intenso y de aparición brusca. El «tratamiento» consiste en
que bien el paciente, o algún miembro de su familia o algún amigo, sujete firmemente
su pene. Con frecuencia el pene se inmoviliza a una caja de madera.
Windigo
Cazadores indios
Algonquinos
Una reacción de temor en la que un cazador siente gran ansiedad y agitación,
convencido de que ha sido embrujado. El temor consiste en creer que se ha
transformado en un caníbal con un insaciable apetito de carne humana.
Kitsunetsuki
Japón
Se trata de un trastorno en el que las víctimas creen que han sido poseídas por un
zorro, y de hecho están convencidas de que su rostro ha cambiado para parecerse al
de este animal. En ocasiones afecta a familias enteras, que por ello son expulsadas
de la comunidad. Es característica de zonas rurales de Japón y de personas
supersticiosas y de bajo nivel educativo.
Taijin
kyofusho
(TKS)
Japón
Se trata de un trastorno psiquiátrico relativamente habitual en Japón, en el que un
individuo muestra un enorme temor de ofender o dañar a otras personas debido a su
torpeza en situaciones sociales, o por un problema o defecto físico imaginario. En
realidad el problema principal radica en una preocupación excesiva por su propia
actuación en situaciones sociales.
Zar
Norte y este de
África
La persona está convencida de que está poseída por un espíritu, y puede llegar a
experimentar un episodio disociativo durante el cual grita, ríe, canta, o llora. También
es posible que muestre apatía y retraimiento, y deje de comer o trabajar.
Fuente: basado en Bartholomew (1997), Chowdhury (1996); Hatta (1996); Kiev (1972); Kirmayer (1991); Kirmayer et al., (1995); Lebra (1976); Lewis y
Ednie (1997); Sheung-Tak (1996); Simons y Huges (1985); y American Psychiatric Association (2000).
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
LA CULTURA Y EL EXCESO O EL DEFECTO EN EL
CONTROL DE LA CONDUCTA. Algunos estudios tam-
bién han sacado a colación ciertos temas fascinantes referidos a la prevalencia de diferentes tipos de psicopatología
infantil en diversas culturas. En Tailandia por ejemplo, los
adultos son absolutamente intolerantes con las conductas
incontroladas como la agresión, desobediencia y falta de
respeto por parte de los niños. A éstos se les enseña de manera explícita a ser educados y deferentes, y a inhibir cualquier expresión de cólera. Esto plantea algunas cuestiones
interesantes respecto a si en Tailandia habrá menos problemas de conducta que en los Estados Unidos, donde este tipo
de conductas incontroladas se tolera mucho más. También
plantea la cuestión de la posibilidad de encontrar en Tailandia muchos más problemas derivados del exceso de control,
como pueden ser la timidez, la ansiedad o la depresión.
Hay dos estudios que confirman que los niños tailandeses tienen una mayor prevalencia de problemas derivados del exceso de control sobre la conducta que los niños
norteamericanos (Weisz, Suwanlert, et al., 1987, 1993). Por
otra parte, aunque no se encontraron diferencias respecto a
la proporción de problemas relacionados con el control de
la conducta entre ambos países, sí había diferencias en el
tipo de problemas de conducta más característicos. Por
ejemplo, los adolescentes tailandeses tenían puntuaciones
más elevadas que los adolescentes americanos en formas
sutiles de descontrol, que no se manifestaban tanto en agresiones personales, sino más bien en otros aspectos, tales
como dificultad para concentrarse o crueldad con los ani-
.
males; por otra parte, los adolescentes americanos mostraron puntuaciones más altas en conductas problemáticas directas, como las peleas, bravuconadas o desobediencia
(Weisz et al., 1993). Sin embargo, estos resultados son difíciles de interpretar debido al hecho de que los padres tailandeses difieren muchísimo de los norteamericanos
respecto al tipo de problemas que les inducen a buscar algún tipo de asesoramiento psicológico. Por lo general, los
padres tailandeses parecen menos proclives que los americanos a buscar tratamiento psicológico para sus hijos
(Weisz y Weisz, 1991; Weisz et al., 1997). Esto puede ser debido en parte a sus creencias budistas respecto a que los
problemas son pasajeros, y en su optimismo respecto a la
eventual mejoría de la conducta. A su vez, los padres tailandeses no suelen hablar de los problemas de conducta de sus
hijos, simplemente debido a que resultan tan inaceptables
en su cultura, que les avergüenza hacerlos públicos (Weisz
et al., 1997) (véase Lambert et al., 1992; Lambert, Weisz, y
Knight, 1989, para una descripción de problemas similares
en niños jamaicanos criados en una tradición afro-británica caracterizada por su intolerancia respecto a la conducta
extemporánea, y que promueve la educación y el respeto).
Las diferencias culturales en la psicopatología también
pueden provenir de diferencias en lo que, en cada cultura,
se considera el ideal de las relaciones de apego entre padres
e hijos. El apartado El mundo que nos rodea 3.5 describe algunas investigaciones recientes sobre diferencias culturales
respecto a lo que japoneses y occidentales consideran que es
una relación de apego idónea o problemática.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Cultura y relaciones de apego
Recientemente se ha puesto de manifiesto que existen
importantes diferencias interculturales respecto a la
naturaleza de las relaciones de apego que se
consideran idóneas entre padres e hijos y, por lo tanto,
respecto a lo que constituye un trastorno en esa
relación, y que podría suponer un riesgo de
psicopatología. Por ejemplo, se ha encontrado que la
concepción que se tiene en las culturas occidentales
sobre la función de una buena relación de apego es
radicalmente diferente de la que se tiene en la cultura
japonesa (Rothbaum et al., 2000, 2001). En las
sociedades occidentales se considera que se ha
establecido una buena relación de apego cuando las
madres responden de manera sensible a las señales de
sus hijos (por ejemplo, ante señales de hambre o
malestar), y se piensa que los niños con un apego
seguro son menos ansiosos y depresivos, más capaces
de enfrentarse con estados emocionales negativos, y
más diestros de establecer relaciones sociales
adecuadas con sus compañeros. Sin embargo, una
revisión reciente de la literatura sobre el tema
(Rothbaum et al., 2000) pone de manifiesto que en
Japón, el objetivo principal de los padres es anticiparse
a cualquier necesidad de sus hijos, y evitarles de esta
manera cualquier posible sensación de estrés, como
hambre o malestar, y de paso promover la dependencia.
Por lo tanto en Japón los niños con un apego seguro
son muy dependientes de su madre, mientras que los
niños independientes son los que manifiestan
problemas de apego. Es más, debido a que los
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japoneses valoran enormemente la armonía social, se
considera que los niños más competentes son aquellos
que se muestran dependientes y emocionalmente
reprimidos, y que sólo expresan de manera indirecta
sus sentimientos; también tienden a ser auto-críticos y
humildes. Esto resulta absolutamente opuesto a lo que
ocurre en las culturas occidentales, en las que los niños
más competentes socialmente son aquellos que
muestran más conductas de exploración y autonomía, y
tienden a expresar de manera abierta sus sentmientos
e incluso su desagrado (Rothbaum et al., 2000).
REVISIÓN
• Ofrezca algunos ejemplos de trastornos
universales y también de trastornos
específicos de una cultura.
• ¿Qué factores culturales contribuyen a explicar
las diferencias en cuanto a los problemas
relacionados con conductas excesivamente o
deficitariamente controladas, en Tailandia y en
Norteamérica?
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES
El entorno sociocultural
Cada uno de nosotros recibe una herencia sociocultural
que es el producto final de miles de años de evolución social, de la misma manera que recibimos una herencia genética que constituye el producto final de millones de años de
evolución biológica. Debido a que cada grupo sociocultural
propicia sus propios patrones culturales mediante la enseñanza sistemática de sus niños, todos y cada uno de sus
miembros tienden a parecerse en cierta medida. Los niños
criados entre los «cazadores de cabezas» tienden a convertirse en cazadores de cabezas; los niños criados en sociedades que no permiten la violencia suelen aprender a
solucionar sus problemas de manera no violenta. Cuanto
más uniforme y minuciosa sea la educación de los niños de
un grupo, más parecidos llegarán a ser éstos. De esta manera, en aquellas sociedades caracterizadas por mantener
puntos de vista muy similares, apenas es posible encontrar
las amplias diferencias individuales que caracterizan a las
culturas occidentales, en las que los niños están en contacto
con creencias muy diferentes, y a menudo enfrentadas entre
Factores causales socioculturales
Dadas tales diferencias, no resulta sorprendente que
¡cada cultura requiera diferentes intervenciones clínicas
para los niños con trastornos de conducta! Por ejemplo,
los terapeutas norteamericanos intentan ayudar a sus
clientes a desarrollar su propia identidad y a aceptar la
necesidad de expresar sus sentimientos negativos hacia
los demás. Por el contrario, los terapeutas japoneses
tienden a intentar que sus clientes estén agradecidos a
las personas que les rodean (especialmente a sus padres)
y les muestren devoción (véase Rothbaum et al., 2000,
2001).
sí. Sin embargo, no cabe duda de que incluso en nuestra sociedad existen ciertos valores primordiales que la mayoría
de nosotros aceptamos por igual.
También los subgrupos dentro de un entorno sociocultural más amplio —tales como los grupos familiares, sexuales, de edad, de clase social, de ocupación, étnicos, o
religiosos— propician creencias y normas propias, fundamentalmente a través de los papeles sociales que sus miembros enseñan a los demás. En efecto, un estudiante, un
profesor, un oficial del ejército, un sacerdote, una enfermera, etc., tienen cada uno una serie de conductas adecuadas a
su papel que todos esperamos que cumplan. Debido a que
la mayoría de las personas pertenecen a diferentes subgrupos, están sujetos a diversas exigencias de papeles, que también van modificándose a lo largo del tiempo. Por esa
razón, el hecho de que esos papeles sociales puedan resultar
conflictivos, ambiguos o difíciles de lograr, puede influir
negativamente sobre el desarrollo de una personalidad saludable.
Influencias sociales patógenas
Existen muchas fuentes de influencia social patógenas,
algunas de las cuales tienen su origen en factores socioeconómicos, mientras que otras derivan de factores socioculturales relativos a las expectativas de papeles o a los
prejuicios y a la discriminación. Vamos a revisar brevemente algunas de las más importantes.
DESEMPLEO Y BAJO STATUS ECONÓMICO.
En
nuestra sociedad existe una correlación inversa entre el status socioeconómico (ESE) y la prevalencia de conductas
patológicas; en otras palabras, cuanto más baja es la clase
socioeconómica, mayor es la incidencia de trastornos mentales (por ejemplo, Caracci y Mezzich, 2001; Kessler et al.,
1994). No obstante, la fuerza de la correlación depende del
tipo de trastorno mental. Por ejemplo, un trastorno del personalidad antisocial suele estar fuertemente relacionado
con la clase social, y es tres veces más frecuente en la clase
más baja que en la clase más alta, mientras que los trastor-
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
nos depresivos sólo son 1,5 veces más frecuentes en la clase
más baja (Kessler et al., 1994; véase también Eaton y Muntaner, 1999; Kessler y Zhao, 1999).
Existen muchas razones que explican esta relación inversa. Hay evidencias de que algunas personas con trastornos mentales se van deslizando hasta los peldaños
sociolaborales más bajos, y se quedan ahí, probablemente
debido a que carecen de los recursos económicos y personales que les permitan ascender de nuevo (por ejemplo,
Gottesman, 1991), y en ocasiones también debido a los
prejuicios y al estigma contra la enfermedad mental (por
ejemplo, Caracci y Mezzich, 2001). A la misma vez las personas con más medios tienen más oportunidades de conseguir ayuda y consejo para sus problemas. Por otra parte, es
casi seguro que las personas que viven en la pobreza cada
vez encuentran más y más graves factores estresantes, a la
vez que disponen de menos recursos para enfrentarse con
ellos. Así pues, la tendencia a que ciertas formas de conducta patológica aparezcan con más frecuencia en los grupos socioeconómicos más bajos puede deberse a que
sufren una mayor cantidad de estrés, que además opera sobre personas de alto riesgo (Eaton y Muntaner, 1999; Gottesmann, 1991; Hobfoll et al., 1995).
Los niños procedentes de familias de clase baja también suelen tener más problemas. Son muchos los estudios
que han mostrado fuertes relaciones entre la pobreza de los
padres y una inteligencia más baja en sus hijos, al menos
hasta los cinco años de edad (Dunkan, Brooks-Gunn, y Klevanov, 1994; McLoyd, 1998). Mientras estaban en la escuela
infantil, estos niños también mostraron más conductas
agresivas a lo largo de los siguientes cuatro años (Dodge,
Petit, y Bates, 1994). No obstante, muchos de estos niños,
especialmente quienes tienen una mayor inteligencia y disfrutan de relaciones familiares, escolares y sociales gratificantes, son capaces de soslayar esos efectos negativos
(Felsman y Vaillant, 1987; Long y Vaillant, 1984; Masten y
Coatsworth, 1995).
Otros estudios han examinado el efecto del desempleo,
tanto sobre los adultos como sobre los niños. A partir de los
años 70 el mundo ha sufrido una serie de recesiones económicas importantes, que han ido acompañadas de grandes
tasas de desempleo. Los estudios han encontrado una y otra
vez que esta desafortunada circunstancia —que involucra
dificultades financieras, auto-devaluación y estrés emocional— está asociada con una elevada vulnerabilidad y tasas
altas de psicopatología (por ejemplo, Dooley y Catalano,
1980; Dooley, Prause, y Ham-Rowbottom, 2000).
Específicamente, durante los periodos de desempleo se
incrementan las tasas de depresión, los problemas matrimoniales y los trastornos somáticos, que por otra parte
vuelven a normalizarse cuando la economía se recupera
(Dew et al., 1991; Jones, 1992; Murphy y Athanasou, 1999).
No se trata de que las personas mentalmente inestables
tiendan a perder su empleo. El desempleo se da también en-
tre personas con una buena salud mental. Evidentemente,
los cónyuges también resultan afectados, y muestran elevados niveles de ansiedad, depresión y hostilidad (Dew, Bromet, y Schulberg, 1987). También los niños pueden llegar a
sufrir las consecuencias. En el peor de los casos, los padres
desempleados pueden llegar a abusar de sus hijos (Ciccetti
y Lynch, 1995; Dew et al., 1991).
Por último, las crisis económicas que han tenido lugar
desde los años 90 no sólo han provocado desempleo, sino
también reestructuraciones de las empresas que han supuesto un descenso del nivel social de personas de clase media-alta, muchas de las cuales han pasado a desempeñar
puestos de menor categoría y peor retribuidos. En estos
casos de infra-empleo, al menos un estudio ha encontrado
tasas de depresión similares a las de las personas desempleadas (Dooley et al., 2000).
PREJUICIOS Y DISCRIMINACIÓN POR CUESTIÓN
DE RAZA, SEXO Y ETNIA. Muchísimas personas de
nuestra sociedad están sujetas a estereotipos desmoralizadores y a una discriminación explícita en diferentes facetas
como el empleo, la educación y la vivienda. Ciertamente
desde los años 60, hemos avanzado respecto a las relaciones
entre razas, pero los efectos prolongados de la desconfianza
y el malestar entre diversos grupos étnicos y raciales todavía
puede observarse en muchos lugares. Por ejemplo, en la
mayoría de los campus universitarios, los estudiantes sólo
se relacionan con miembros de su raza, su cultura, a pesar
de los intentos bienintencionados de los dirigentes universitarios para destruir estas barreras. Tales tendencias restringen innecesariamente las experiencias educativas de los
alumnos, y probablemente contribuyen a mantener la desinformación y los prejuicios respecto a los demás. Muchas
veces, los prejuicios contra las minorías explican por sí mismos que en el seno de esos grupos se encuentre una mayor
prevalencia de ciertos trastornos mentales (Cohler et al.,
1995; Kessler et al., 1994).
Ciertamente nuestra sociedad ha evolucionado al reconocer los papeles vejatorios y despectivos que solían
atribuirse históricamente a las mujeres. Sin embargo, queda mucho por hacer. Algunos trastornos emocionales
como la depresión y la ansiedad, afectan más a las mujeres
que a los hombres. Esto puede ser debido en parte a la predisposición que conlleva la pasividad y la dependencia inherente a los papeles tradicionales asignados a las mujeres.
Existen dos tipos principales de discriminación sexual: la
discriminación en el acceso a un puesto de trabajo y la discriminación en el trato, donde las mujeres tienen un menor
salario y menos oportunidades de promoción laboral
(Eagly y Karau, 2002; Helgeson, 2002). El acoso sexual en el
trabajo es otro tipo de estrés que afecta especialmente a la
mujer. Por otra parte, muchos factores estresantes asociados a los nuevos papeles sociales de las mujeres (simultanear el trabajo a tiempo completo como madres, amas de
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Factores causales socioculturales
casa y trabajadoras en una empresa), conlleva también tasas más altas de depresión, ansiedad e insatisfacción matrimonial. Esto es especialmente cierto cuando las mujeres
tienen jornadas de trabajo de alrededor de cuarenta horas
semanales, un salario más alto que su marido y muchos niños en casa. Sin embargo, debe señalarse que al menos bajo
ciertas circunstancias, trabajar fuera de casa también
supone un factor de protección contra la depresión y la insatisfacción matrimonial (por ejemplo, Brown y Harris,
1978; Helgeson, 2002).
ximadamente una tercera parte de los vagabundos sin hogar sufren enfermedades mentales graves, si bien son muchas las personas que sin estar mentalmente enfermos
también se convierten en vagabundos sin hogar a consecuencia de la violencia o la pobreza (por ejemplo, Caracci y
Mezzich, 2001). Ni que decir tiene que las circunstancias estresantes en las que viven las personas sin hogar tienen
grandes probabilidades de provocar trastornos mentales
como la ansiedad, la depresión, la enfermedad física, o el
suicidio, incluso en personas saludables.
CAMBIO SOCIAL E INCERTIDUMBRE.
Impacto de la perspectiva
sociocultural
El ritmo y la
penetración de los cambios que experimentamos en la actualidad son muy diferentes de los que puedan haber experimentado nuestros antepasados. Y además afectan a todos
los aspectos de nuestra vida: educación, trabajo, familia, actividades de ocio, economía, creencias y valores. Por esa razón, la necesidad de intentar mantener los numerosos
ajustes que exigen tales cambios supone también una importante fuente de estrés. De manera simultánea, hemos de
enfrentarnos con las inevitables crisis derivadas de la disminución de los recursos naturales de la tierra, y con que
nuestro entorno vaya siendo cada vez más nocivo y contaminado. Desde el 11 de septiembre de 2001, fecha de los
ataques terroristas sobre el World Trade Center de Nueva
York y el Pentágono, son cada vez más las personas que viven preocupadas por la posibilidad de nuevos ataques terroristas. Los norteamericanos nunca más podrán confiar
en que el futuro será mejor que el pasado, o que la tecnología pueda solucionar todos sus problemas. Por el contrario,
los intentos de remediar las dificultades actuales parecen
producir nuevos problemas que con frecuencia pueden ser
mucho peores. La desesperación y desmoralización resultantes, así como la sensación de indefensión, son condiciones que predisponen a experimentar reacciones patológicas
ante los acontecimientos estresantes (Dohrenwend et al.,
1980; Seligman, 1990, 1998).
FACTORES URBANOS DE ESTRÉS: VIOLENCIA Y VAGABUNDEO. A diario, y a lo largo de todo el mundo,
enormes cantidades de habitantes de las grandes ciudades,
tanto de los países desarrollados como de los que se encuentran en vías de desarrollo, se convierten en víctimas directas o indirectas de la violencia urbana (Caracci y
Mezzich, 2001). Se ha estimado que al menos tres millones
y medio de personas de todo el mundo pierden la vida cada
año debido a la violencia urbana. (OMS, 1999). También
está especialmente extendida la violencia doméstica contra
mujeres y niños. Este tipo de violencia no sólo acarrea problemas médicos y pérdida de productividad, sino también
una mayor ansiedad, trastornos de estrés post-traumático,
depresión y suicidio (Caracci y Mezzich, 2001).
Otro factor importante de estrés en las zonas urbanas
es no tener un lugar en que vivir. Se ha estimado que apro-
A medida que vamos ampliando nuestro conocimiento de
las influencias socioculturales, lo que comenzó como una
preocupación casi exclusiva por los individuos, se ha ampliado para incluir también a la sociedad, la comunidad, la
familia y otros grupos sociales, como factores importantes
en el origen de los trastornos mentales. La investigación sociocultural ha favorecido el desarrollo de programas diseñados para mejorar las condiciones sociales que originan la
conducta inadaptada y los trastornos mentales, así como la
creación de centros comunitarios que faciliten la detección
temprana, el tratamiento, y la prevención de los mismos. En
el Capítulo 18 examinaremos algunos de estos centros y
programas comunitarios.
Disponemos de importantes evidencias que demuestran el papel de las influencias culturales sobre la conducta
patológica, y se trata de un área de investigación que puede
responder a muchas preguntas sobre el origen y el desarrollo de los problemas de conducta (Fabrega, 2001; Cohler et
al., 1995; Sue, y 1999). Sin embargo, a pesar de que cada vez
son más las investigaciones que ponen de manifiesto que
los pacientes mejoran antes y mejor cuando son tratados
por terapeutas de su propio grupo étnico (o al menos por
alguien que está familiarizado con la cultura del paciente),
todavía son muchos los profesionales que no se preocupan
por adoptar una perspectiva cultural apropiada cuando se
enfrentan con la enfermedad mental (por ejemplo, Lam y
Sue, 2001; Sue, 1998; Yeh et al., 1994). En un mundo donde la comunicación es instantánea, resulta crucial adoptar
una perspectiva global. De hecho, Kleinmann y Good consideran tan importantes los factores culturales para alcanzar una comprensión adecuada de los trastornos mentales,
que han hecho un llamamiento a la comunidad psiquiátrica para que incorpore otro eje en el sistema diagnóstico
DSM que refleje el impacto de los factores culturales en la
psicopatología.
Aunque esta propuesta todavía no ha sido aceptada,
ya son muchos los que están presionando para que lo sea
(por ejemplo, Mezzich, Kirmayer, Kleinman, Fabrega, et
al., 1999), de manera de los autores del DSM-4 (APA,
1994) y el DSM-4-TR (APA, 2000) avanzaron dos grandes
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
pasos hacia el reconocimiento de la importancia de los
factores culturales en el diagnóstico de los pacientes. Por
una parte, incluyeron un apéndice en el que sugerían diversas formas de considerar los factores culturales para realizar un diagnóstico psiquiátrico, además de animar a los
clínicos a incluirlas en su evaluación. También recomendaban que se atendiera a la identidad cultural, a posibles
explicaciones culturales y a los factores culturales que
pueden influir sobre la relación del clínico con el paciente.
También proporcionaron un glosario de síndromes vinculados a la cultura que suelen ser característicos de sociedades muy determinadas, y que se describen como
«categorías diagnósticas de carácter cultural» (p. 844). Algunos de esos síndromes se han descrito en el apartado El
mundo que nos rodea 3.4.
REVISIÓN
• ¿Qué efecto ejerce sobre niños y adultos la
pertenencia a una clase social baja y el
desempleo?
• Describa la manera en que los prejuicios y la
discriminación, el cambio social y la
incertidumbre, y el estrés urbano, pueden
ejercer efectos adversos sobre el desarrollo de
la conducta patológica.
• ¿De qué manera han reconocido el DSM 4 y el
DSM-4-TR la importancia de los factores
socioculturales sobre los trastornos mentales?
T E M AS S I N R ES O LV E R
PERSPECTIVA TEÓRICA Y CAUSAS DE LA CONDUCTA PATOLÓGICA
Las perspectivas teóricas que hemos descrito en este
capítulo son construcciones diseñadas para orientar a los
psicólogos cuando estudian la conducta patológica. En la
medida en que se trata de un conjunto de directrices
hipotéticas, cada una de esas perspectivas destaca la
importancia de su propia posición, e intenta excluir otras
explicaciones alternativas. Por ejemplo, la mayoría de los
clínicos de orientación psicodinámica, valoran sobre todo
las propuestas que coinciden con las teorías de Freud,
mientras que minimizan o ignoran otros puntos de vista
opuestos. Generalmente abrazan las prácticas
terapéuticas y diagnósticas derivadas del psicoanálisis, y
nunca recurren a otros métodos que no procedan de ese
ámbito.
Ventajas de disponer de una perspectiva teórica
La interinidad teórica y la adhesión a una perspectiva
determinada supone una ventaja importante: asegura la
coherencia de la práctica clínica y de los esfuerzos de
investigación. Una vez dominada, la metodología supone
una excelente guía a través de la compleja red de
problemas humanos. Pero esa adhesión a una teoría
específica también tiene desventajas. Al excluir otras
posibles explicaciones, los investigadores se ciegan ante
otros errores que pueden resultar igualmente
importantes. Y sin embargo, ninguna de las teorías de las
que disponemos hasta la fecha permite explicar todo el
ámbito psicopatológico.
En consecuencia se han producido dos tendencias
generales. Por una parte, se procede una revisión del
modelo original para ampliar o modificar algunos de sus
elementos. Los abundantes ejemplos de esta tendencia
incluyen las modificaciones realizadas por Adler y
Erickson a la teoría de Freud, o la más reciente
modificación de la perspectiva cognitivo-conductual a la
terapia de conducta. Sin embargo, muchos de los
primeros teóricos freudianos todavía no aceptan estas
modificaciones a las que hemos aludido, de la misma
manera que muchos terapeutas de la conducta tampoco
aceptan las revisiones propuestas por los conductistas
cognitivos. El resultado es la multiplicación de las
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Sumario
perspectivas teóricas sin que llegue a producirse la
asimilación de alguna de ellas dentro de otra.
La aproximación ecléctica
También puede ocurrir que dos o más aproximaciones
distintas se conviertan en otra más global y ecléctica. En
la práctica, son muchos los psicólogos que lo han hecho,
aceptando ideas procedentes de diferentes ámbitos, y
adoptando aquellas que han encontrado útiles. Por
ejemplo, un psicólogo ecléctico podría aceptar
explicaciones causales procedentes de la teoría
psicodinámica, pero a la vez aplicar técnicas de reducción
de la ansiedad características de la terapia conductual.
Otross psicólogos podrían combinar técnicas procedentes
de la perspectiva cognitivo-conductual y de la
interpersonal. Evidentemente los puristas se muestran
escépticos respecto a la utilidad del eclecticismo, y
argumentan que puede producir un mosaico de prácticas
incoherentes que no estén sujetas a ningún marco
racional. Puede que todo esto sea cierto, pero lo cierto es
que son muchos los psicoterapeutas que han preferido
adoptar una perspectiva ecléctica.
Generalmente se trata de clínicos que no intentan
reconstruir sus perspectivas teóricas. En efecto, si bien
puede que funcione en el ámbito práctico, no tiene porqué
hacerlo en un nivel teórico, debido a que quizá los
principios subyacentes sean incompatibles. Por esa razón,
la perspectiva ecléctica fracasa precisamente cuando se
encuentra cercana a su objetivo final, que sería el de
integrar diversas perspectivas para llegar a desarrollar un
punto de vista único y con coherencia interna que refleje
de manera válida lo que sí funciona empíricamente para la
conducta patológica.
La perspectiva unificada biopsicosocial
Hasta el momento, el único intento de adoptar una
perspectiva unificada se ha denominado perspectiva
biopsicosocial. Este nombre refleja la convicción de que la
mayoría de los trastornos, especialmente los que tienen
lugar más allá de la niñez, son el resultado de muchos
factores causales —biológicos, psicosociales, y
socioculturales— que interaccionan entre sí. Es más, para
una persona puede que la combinación de factores
causales tenga un carácter único, o al menos no
necesariamente compartidos por todos aquellos que
tienen el mismo trastorno. Por ejemplo, puede que
algunos niños se conviertan en delincuentes debido a que
tienen una predisposición genética para la conducta
antisocial, mientras que otros pueden hacerlo debido a
influencias ambientales. Por lo tanto, todavía podemos
mantener la esperanza de lograr la comprensión
científica de muchas de las causas de la conducta
patológica, incluso aunque no seamos capaces de
predecir esa conducta con una certeza absoluta, y que
alguna vez nos encontremos todavía con influencias
«inexplicadas».
SUMARIO
• Por regla general se suele considerar la conducta
patológica o inadaptada como un producto de la
vulnerabilidad de una persona hacia un trastorno,
así como de ciertos factores estresantes que
superan su capacidad de enfrentarse con ellos.
• Al considerar las causas de la conducta
patológica, resulta importante distinguir entre
factores causales necesarios, suficientes y
concurrentes, así como entre factores causales
relativamente distantes, y aquellos otros más
próximos.
• El concepto de factores de protección resulta
muy importante para comprender por qué
algunas personas con vulnerabilidad e inmersas
en factores estresantes, no llegan a desarrollar
un trastorno mental.
• Tanto las causas distantes como las próximas de
un trastorno mental pueden implicar factores
biológicos, psicosociales y socioculturales. Estos
tres tipos de factores pueden interaccionar entre
sí de manera compleja.
• Este capítulo ha descrito las perspectivas
biológica, psicosocial y sociocultural, cada
una de las cuales tiende a destacar la
importancia de un tipo específico de factores
causales.
CAPÍTULO 3
Factores y perspectivas causales
• Al examinar la vulnerabilidad de tipo biológico,
debemos tomar en consideración la herencia
genética, los desequilibrios bioquímicos y
hormonales, el temperamento y otras
disposiciones constitucionales, la disfunción
cerebral y la plasticidad neurológica, así como la
deprivación física.
• Los investigadores de este área muestran una
gran confianza en los avances de nuestro
conocimiento respecto a la manera en que mente
y cuerpo interactúan para producir conductas
inadaptadas.
• La perspectiva psicosocial más antigua sobre la
conducta patológica es la teoría psicoanalítica de
Freud. Durante muchos años esta teoría ha
estado orientada a resolver cuestiones sobre la
energía libidinosa y su contenido.
• Más recientemente, las teorías psicodinámicas
han mostrado una orientación hacia lo social o
interpersonal bajo la influencia de la teoría de
relaciones objetales, que destaca la importancia
de la calidad de las relaciones iniciales que se
establecen entre madre e hijo.
• Los creadores de la perspectiva interpersonal
fueron desertores de la tradición psicoanalítica
que no aceptaban el énfasis de Freud sobre los
determinantes internos de la motivación y la
conducta, sino que por el contrario destacaban
los importantes aspectos de la personalidad
humana que tienen un origen social o
interpersonal.
• El psicoanálisis y otras aproximaciones
terapéuticas estrechamente relacionadas suelen
denominarse psicodinámicas como
reconocimiento de su atención hacia los impulsos
internos y generalmente inconscientes.
• La perspectiva conductual se centra en el papel
del aprendizaje, y atribuye la conducta
inadaptada o bien a un fracaso para aprender
conductas apropiadas, o bien al aprendizaje
directo de conductas inadaptadas.
• Los defensores de la perspectiva conductual
intentan modificar la conducta inadaptada por el
procedimiento de extinguirla y/o proporcionar un
entrenamiento para conseguir conductas nuevas
mejor adaptadas.
• La perspectiva cognitivo-conductual intenta
incorporar la complejidad de la cognición
humana, y cómo puede ésta llegar a
distorsionarse, para lograr una comprensión de
las causas de psicopatología.
• Los defensores de la perspectiva cognitivoconductual intentan modificar los pensamientos
inadaptados y mejorar la capacidad de una
persona para solucionar problemas y planificar
su acción.
• Los esquemas y auto-esquemas de una persona
desempeñan un papel fundamental en la manera
en que procesa a la información, y atribuye
causas a los resultados de su conducta, así como
también en sus valores. La eficacia, precisión y
coherencia de los esquemas de una persona
parece suponer una importante protección
contra las crisis.
• Las fuentes de vulnerabilidad psicosocial
incluyen la deprivación social temprana y los
traumas emocionales graves, los estilos paternos
inadecuados, el desacuerdo matrimonial y el
divorcio, y las relaciones inadaptadas con los
compañeros.
• La perspectiva sociocultural está preocupada por
la contribución de variables socioculturales a los
trastornos mentales.
• Si bien muchos trastornos mentales son
prácticamente universales, la forma que adoptan
algunos trastornos así como su prevalencia
puede variar ampliamente entre culturas
diferentes.
• Un status socioeconómico bajo, el desempleo, y
estar sujeto a prejuicios y discriminación, son
factores asociados con un mayor riesgo de
padecer diferentes trastornos.
• Para conseguir una mejor comprensión de los
trastornos mentales, debemos recurrir a diversas
fuentes, lo que incluye la genética, la bioquímica,
la psicología y la sociología.
• La perspectiva biopsicosocial resulta muy
prometedora, aunque en cierto modo no es más
que un reconocimiento descriptivo de la
existencia de ciertas interacciones complejas,
más que una teoría bien articulada sobre la
manera en que se produce dicha interacción. Es
necesario que futuras generaciones de teóricos
diseñen una teoría general de la psicopatología,
si es que eso puede ser posible.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Acomodación (p. 81)
Análisis de interrelación (p. 64)
Ansiedad de castración (p. 71)
Aprendizaje observacional (p. 77)
Asimilación (p. 81)
Atribuciones (p. 78)
Auto-esquema (p. 81)
Causa concurrente (p. 53)
Causa necesaria (p. 52)
Causa suficiente (p. 52)
Complejo de Edipo (p. 70)
Complejo de Electra (p. 70)
Condicionamiento clásico (p. 75)
Condicionamiento instrumental
(operante) (p. 76)
Conflictos intrapsicológicos (p. 70)
Consecuencias a largo plazo del
abuso físico (p. 83)
Correlación genotipo-ambiente
(p. 611)
Discriminación (p. 76)
Elasticidad (p. 54)
Ello (p. 78)
Esquema (p. 78)
Estudios de asociación (p. 64)
Etapas psicosexuales de desarrollo
(p. 70)
Etiología (p. 52)
Extinción (p. 75)
Factores de protección (p. 54)
Fenotipo (p. 61)
Generalización (p. 76)
Genotipo (p. 61)
Hormonas (p. 57)
Interacción genotipo-ambiente
(p. 61)
Introyección (p. 72)
Libido (p. 68)
Mecanismos de defensa del yo
(p. 70)
Método de adopción (p. 62)
Método de gemelos (p. 62)
Método de pedigrí (historia familiar)
(p. 61)
Modelos vulnerabilidad-estrés
(p. 54)
Neurotransmisores (p. 57)
Nivel de concordancia (p. 62)
Perspectiva biopsicosocial (p. 56)
Perspectiva cognitivo-conductual
(p. 78)
Perspectiva interpersonal (p. 73)
Principio de placer (p. 68)
Principio de realidad (p. 70)
Procesos primarios de pensamiento
(p. 68)
Procesos secundarios de
pensamiento (p. 70)
Psicopatología evolutiva (p. 55)
Recuperación espontánea (p. 75)
Reforzamiento (p. 76)
Sinapsis (p. 57
Síndrome de alcohol fetal (p. 65)
Superyo (p. 70)
Temperamento (p. 65)
Teoría del apego (p. 73)
Teoría de las relaciones objetales
(p. 76)
Teoría evolutiva de sistemas (p. 66)
Yo (p. 68)
C A P Í T U L O
Evaluación clínica
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
LA INTEGRACIÓN DE LOS DATOS
PROCEDENTES DE LA EVALUACIÓN
Relaciones entre evaluación y diagnóstico
Recogida de la historia social
La influencia de la orientación profesional
Confianza y entendimiento entre el clínico y el cliente
Aspectos éticos de la evaluación
LA EVALUACIÓN DEL ORGANISMO FÍSICO
El examen físico general
El examen neurológico
El examen neuropsicológico
LA EVALUACIÓN PSICOSOCIAL
Entrevista de evaluación
La observación clínica de la conducta
Tests psicológicos
Ventajas y limitaciones de los tests objetivos de personalidad
Estudio psicológico de un caso: Esteban
LA CLASIFICACIÓN DE LA CONDUCTA
PATOLÓGICA
Fiabilidad y validez
Diferentes modelos de clasificación
Clasificación diagnóstica formal de los trastornos mentales
L
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
a evaluación clínica, aunque no carente de problemas, puede constituir un medio muy válido y fiable
para obtener información muy valiosa para el tratamiento de los pacientes. En una evaluación reciente de la
literatura de investigación psicológica y médica sobre los
tests clínicos, Meyer, Finn, et al.(2000) llegaron a la conclusión de que la evaluación psicológica resulta igual de predictiva que los exámenes médicos. Por ejemplo, los
exámenes neuropsicológicos son tan fiables para la detección de la demencia como las técnicas de resonancia magnética, mientras que el Cuestionario Multifásico de
Personalidad de Minnesota (MMPI-2), el test de personalidad más ampliamente usado, resulta comparable a los
resultados obtenidos por el test de creatinina, muy utilizado
en la práctica médica.
En este capítulo nos vamos a concentrar en la evaluación clínica inicial para la obtención de un diagnóstico clínico, de acuerdo con el DSM-4-TR. La evaluación clínica es
un procedimiento mediante el que los clínicos, utilizando
tests psicológicos, así como la observación y las entrevistas,
elaboran un resumen de los síntomas y problemas de su
cliente. El diagnóstico clínico es el proceso mediante el que
un clínico alcanza una «clasificación sintética» general de
los síntomas del paciente, siguiendo un sistema claramente
definido como puede ser el DSM-4-TR, y o el ICD-10
(International Classification of Diseases, Clasificación
Internacional de las Enfermedades) publicada por la OMS.
La evaluación constituye un proceso continuo, y puede
resultar de gran importancia en otras etapas del tratamiento —por ejemplo, para evaluar la eficacia del mismo—.
Durante la evaluación clínica inicial, se intenta identificar
las principales dimensiones del problema del paciente, y
predecir el curso probable de los acontecimientos bajo
diversas condiciones. Es en esta etapa inicial donde hay que
tomar decisiones cruciales, tales como qué tratamiento se
aplicará, si el problema requerirá hospitalización, si será
necesario incluir en el tratamiento a otros miembros de la
familia, etc. Muchas veces tales decisiones se tienen que
tomar con mucha rapidez, como por ejemplo en situaciones de emergencia, y sin que todavía se disponga de toda la
información necesaria. Como veremos, se suele recurrir a
diversos instrumentos psicológicos para maximizar la eficacia de la evaluación en este tipo de examen, previo al tratamiento (Beutler y Harwood, 2002).
Una función menos obvia pero igualmente importante de esta evaluación previa al tratamiento consiste en
establecer la línea de base de diversas funciones psicológicas, de manera que posteriormente sea posible constatar
los eventuales efectos del tratamiento. A partir de esas
medidas será posible establecer una serie de criterios, que
permitan establecer el momento en que se considera que la
terapia ha logrado su objetivo. Además, y como veremos en
capítulos posteriores, la posibilidad de comparar la evaluación previa al tratamiento con la evaluación posterior al
mismo supone una característica esencial de muchos proyectos de investigación, diseñados para evaluar la eficacia
de distintas terapias.
En este capítulo revisaremos algunos de los procedimientos de evaluación más comúnmente utilizados, y mostraremos cómo pueden integrarse los datos obtenidos en
un cuadro clínico coherente, que permita adoptar decisiones para el tratamiento. Esta descripción general incluirá
también la evolución neurológica y neuropsicológica, la
entrevista clínica, la observación conductual y la evaluación
de la personalidad mediante el uso de test psicológicos proyectivos y objetivos. Más adelante en este mismo capítulo,
examinaremos el proceso por el que se alcanza un diagnóstico clínico utilizando el DSM-4-TR.
Pero antes de nada vamos a revisar qué es exactamente
lo que un clínico intenta averiguar durante la evaluación
psicológica de un cliente.
LOS ELEMENTOS BÁSICOS
DE LA EVALUACIÓN
¿Qué es lo que necesita saber un clínico? Por supuesto, lo
primero que necesita es identificar el problema. ¿Se trata de
un problema coyuntural derivado de algún factor estresante de carácter ambiental, como puede ser un divorcio o
el desempleo, una manifestación de un trastorno más permanente, o una combinación de ambos? ¿Existe alguna evidencia de que se haya producido un deterioro reciente en el
funcionamiento cognitivo? ¿Cuánto dura este problema y
cómo se está enfrentando la persona al mismo? ¿Ha solicitado anteriormente algún tipo de ayuda al respecto? ¿Existen indicaciones de que se trata de algún tipo de conducta
de auto-abandono y de deterioro de la personalidad o, por
el contrario, esa persona está haciendo todo lo posible para
enfrentarse con el problema? ¿Cómo está afectando ese
problema a la capacidad de la persona para desempeñar sus
papeles sociales? ¿Se ajusta el conjunto de síntomas a
alguno de los patrones diagnósticos del DSM-4-TR?
Relaciones entre evaluación
y diagnóstico
Resulta importante realizar una clasificación adecuada del
problema por diversas razones. En muchos casos, es necesario elaborar un diagnóstico formal para que una compañía
de seguros se haga cargo del problema. Desde un punto de
vista clínico, conocer el tipo de trastorno que tiene una persona permite planificar y organizar el tratamiento apropiado. Desde un punto de vista administrativo, resulta
esencial conocer todo el abanico de problemas característicos de una población, para poder generar recursos para su
tratamiento. Por ejemplo, si la mayoría de los pacientes de
una clínica están diagnosticados con trastornos de persona-
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lidad, entonces tanto el personal como el entorno físico o
los recursos de esa clínica deberían ajustarse a esa elevada
prevalencia. De esta manera, es necesario conocer lo mejor
posible cuál es la naturaleza de las dificultades con las que
nos enfrentamos, lo que incluye una clasificación diagnóstica si ello resulta posible (véase el apartado «La clasificación de la conducta patológica», al final de este capítulo).
Recogida de la historia social
En la mayoría de los casos, resulta mucho menos importante la asignación a una categoría diagnóstica formal per
se, que disponer de una comprensión clara de la historia
individual, el funcionamiento intelectual, las características
de personalidad, y las presiones y recursos ambientales de
esa persona. Esto es, una evaluación adecuada supone
mucho más que una etiqueta diagnóstica. Por ejemplo,
debería incluir una descripción objetiva de la conducta de
esa persona. ¿Cómo suele comportarse ante los demás? ¿Se
observan excesos en su conducta, como comer o beber
demasiado? ¿Existen deficiencias importantes, por ejemplo,
respecto a sus habilidades sociales? ¿Su conducta es apropiada y responde a las demandas de la situación? Los excesos, las deficiencias y los ajustes a la situación, resultan
dimensiones esenciales que deben observarse para poder
comprender el trastorno que ha llevado a esa persona hasta
nuestra consulta.
FACTORES DE PERSONALIDAD. La evaluación debería incluir una descripción de cualquier característica de
personalidad importante. ¿Responde habitualmente esa
persona de manera desviada ante determinados tipos de
situación, por ejemplo, aquellas que exigen el sometimiento
a una autoridad legítima? ¿Existen rasgos de personalidad o
patrones de conducta que predispongan a esa persona a una
conducta inadaptada? ¿Llega a implicarse con los demás
hasta el punto de perder su identidad, o está tan absorta en
sí misma que no le resulta posible establecer relaciones íntimas? ¿Es capaz de aceptar la ayuda de los demás? ¿Es capaz
de expresar un afecto auténtico, y de aceptar la responsabilidad del bienestar de otras personas? Este tipo de cuestiones constituye el núcleo de muchos de los esfuerzos de la
evaluación.
EL CONTEXTO SOCIAL. También resulta importante
evaluar el contexto social en el que actúa la persona. ¿A qué
tipo de demandas ambientales se enfrenta, y qué tipo de
apoyos y de factores estresantes existen en su vida? Por
ejemplo, para una esposa con la enfermedad de Alzheimer
resulta prácticamente imposible ser el cuidador principal
de unos niños, sobre todo si carece de ayuda.
Por lo tanto, resulta imprescindible integrar los diversos y a menudo incompatibles elementos de información
que vamos obteniendo sobre los rasgos de personalidad, los
Los elementos básicos de la evaluación
patrones de conducta, o las demandas ambientales, que
afectan a esa persona, dentro de un cuadro coherente y significativo. Algunos clínicos se refieren a este cuadro como
una formulación dinámica, debido a que no sólo describe la
situación actual, sino también incluye hipótesis sobre lo
que está provocando que esa persona actúe de esa manera
desajustada. En este punto de la evaluación, el clínico debería disponer ya de una explicación plausible, por ejemplo,
por qué un hombre normalmente pasivo y moderado estalla repentinamente en cólera y empieza a romper muebles.
La formulación también debería permitir al clínico establecer hipótesis sobre la conducta futura de su cliente. ¿Cuál es
la probabilidad de mejoría o de deterioro de esos problemas
si se dejasen sin tratamiento? ¿Sobre qué conductas deberíamos centrarnos de manera inmediata, y mediante qué
tratamientos? ¿Qué cambios podemos esperar de un determinado tipo de tratamiento?
Siempre que sea posible, las decisiones respecto al tratamiento deberían adoptarse con el consentimiento y la
aprobación del cliente. Sin embargo, cuando nos encontramos ante un trastorno grave, puede que sea necesario
hacerlo sin su participación o, en algunos casos extraordinarios, incluso sin consultar a los miembros de la familia.
Como ya se ha dicho, resulta muy importante conocer cuáles son los recursos y los puntos fuertes de nuestros pacientes; en definitiva, qué pueden aportar al tratamiento para
mejorar todavía más su eficacia.
Debido a que el abanico de factores que pueden influir
sobre la causa y el mantenimiento de la conducta inadaptada es tan amplio, la evaluación requiere la coordinación
de procedimientos físicos, psicológicos y ambientales. Sin
embargo, como ya se ha dicho, la naturaleza de la evaluación clínica depende del problema y de los recursos disponibles para el tratamiento. Por ejemplo, la evaluación
telefónica que se realiza in situ en un centro de prevención
de suicidios (Stolberg y Bongar, 2002), necesariamente será
muy diferente de la evaluación que hagamos de una persona que ha llegado a nuestra consulta buscando ayuda.
La influencia de la orientación
profesional
La manera en que los clínicos desarrollan el proceso de
evaluación generalmente depende en gran medida de su
orientación básica respecto al tratamiento. Por ejemplo,
un clínico con una orientación biológica —generalmente
un psiquiatra u otro médico— tenderá a utilizar métodos
de evaluación biológica dirigidos a la búsqueda de cualquier disfunción orgánica subyacente, que pueda constituir la causa de esa conducta inadaptada. Un clínico con
una orientación psicoanalítica o psicodinámica probablemente recurra a técnicas no estructuradas para la evaluación de la personalidad, tales como las manchas de tinta de
Rorschach o el Test de Apercepción Temática (TAT), para
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
identificar conflictos intrapsíquicos, o puede que simplemente inicie la terapia, con la esperanza de que esos conflictos aparezcan de manera natural como parte del
proceso de tratamiento. Un clínico con una orientación
conductual intentará establecer cuáles son las relaciones
funcionales entre los acontecimientos ambientales o reforzadores y la conducta patológica, por lo que recurrirá a
técnicas como la observación de la conducta y el autoinforme, para identificar patrones inadaptados; para un
conductista de orientación cognitiva, lo más importante
serán los pensamientos ineficaces que supuestamente
están detrás de esos patrones inadaptados. Un clínico de
orientación humanista probablemente recurra a técnicas
de entrevista para descubrir en qué punto se ha bloqueado
o distorsionado el desarrollo personal, mientras que un
clínico de orientación interpersonal quizá recurra a técnicas como la confrontación personal y la observación conductual para señalar las dificultades en las relaciones
interpersonales.
Los ejemplos anteriores sólo representan tendencias
generales, y desde luego no implican que los clínicos de
cada orientación estén restringidos a un método determinado de evaluación, ni tampoco que cada técnica de evaluación sea potestad exclusiva de una orientación teórica
determinada. Por el contrario, dichas tendencias deben
concebirse más bien como una preferencia, que señala el
hecho de que ciertos tipos de evaluación contribuyen más
que otros al descubrimiento de factores causales determinados, o extraer información sobre conductas sintomáticas
esenciales para comprender y tratar el trastorno dentro de
un marco conceptual determinado.
Como usted ha constatado en las páginas anteriores,
tanto los datos físicos como los psicosociales pueden llegar
a ser absolutamente importantes para poder comprender al
paciente. En los siguientes apartados vamos a examinar con
cierto detalle un estudio psicológico actual que llama la
atención sobre una variedad de datos procedentes de la evaluación.
Los clientes necesitan estar seguros de que sus sentimientos, creencias, actitudes e historia personal se utilizarán de manera apropiada, se mantendrán absolutamente
confidenciales y sólo podrán ser accesibles para otros terapeutas que participen en el caso. Un aspecto muy importante de la confidencialidad es que los resultados de los
exámenes sólo pueden transmitirse a una tercera parte si el
cliente firma su consentimiento. En aquellos casos en los
que la persona está siendo examinada por una tercera parte,
como ocurre en el sistema judicial, el cliente se convierte en
la fuente de referencia —es el juez el que ordena la evaluación— y no el individuo que está siendo examinado. En
estos casos, la relación entre el clínico y el cliente probablemente sea muy tensa, y el entendimiento no llegue a producirse. Desde luego, en estos casos la conducta de la persona
que está siendo evaluada probablemente sea muy diferente
de la que mostraría en cualquier otra situación, por lo que la
interpretación de los resultados debería reflejar este hecho.
Los clientes a los que se evalúa en una situación clínica
generalmente están muy motivados para ello y además les
gusta conocer el resultado de las pruebas. Lo normal es que
se muestran ávidos de encontrar alguna definición para sus
molestias. Y de hecho, proporcionar una retroalimentación
sobre el resultado de las pruebas puede llegar a constituir
un elemento muy importante del propio proceso de tratamiento (Beutler y Harwood, 2002). Resulta interesante
constatar que cuando se ofrece a los pacientes una retroalimentación apropiada sobre los resultados de las pruebas,
tienden a experimentar inmediatamente una mejoría, por
el simple hecho de haber obtenido una perspectiva diferente de sus problemas. Así pues, el proceso de retroalimentación en sí mismo también puede constituir una poderosa
herramienta para la intervención clínica (Finn y Tonsager,
1997). Cuando se compara a personas que no habían recibido esta retroalimentación con otras que sí la recibieron,
estas últimas muestran una importante disminución en los
síntomas manifiestos y un aumento de la autoestima, simplemente por el hecho de disponer de una mejor comprensión de sus propios recursos.
Confianza y entendimiento entre
el clínico y el cliente
Para que la evaluación psicológica resulte eficaz y proporcione una comprensión clara de la conducta y de los síntomas, el cliente debe sentirse cómodo con el clínico. En una
situación de evaluación clínica, eso significa que el cliente
debe tener la sensación de que los exámenes que está realizando permitirán una mejor comprensión de sus problemas, y debería saber también cómo se utilizarán esas
pruebas y cómo las incorporará el psicólogo a la evaluación
clínica. Por esa razón el psicólogo debería explicar a su
cliente qué ocurrirá durante la evaluación, y de qué manera
la información obtenida podrá proporcionar una imagen
más clara de los problemas a los que éste se enfrenta.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la diferencia entre diagnóstico y
evaluación clínica? ¿Qué componentes deben
formar parte de una formulación dinámica?
• Describa los elementos más importantes
de una historia social.
• ¿Cuál es el impacto de la orientación
profesional sobre la estructura y la forma
de la evaluación psicosocial?
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LA EVALUACIÓN
DEL ORGANISMO FÍSICO
En algunas situaciones y ante ciertos problemas psicológicos, puede ser necesario realizar una evaluación médica
para descartar la posibilidad de que determinadas anomalías físicas sean las causantes del problema. Dicha evaluación incluirá exámenes físicos de carácter general y
específico, dirigidos a valorar la integridad estructural
(anatómica) y funcional (fisiológica) del cerebro en cuanto
sistema orgánico de mayor implicación en la conducta
(Rozensky, Sweet, y Tovian, 1997).
El examen físico general
Un examen físico consiste en un conjunto de procedimientos que la mayoría de nosotros hemos experimentado
cuando nos han realizado un «chequeo médico». Generalmente, se obtiene un historial médico y se examinan los
principales sistemas del cuerpo (Jarvis y Thomas, 2000).
Esta parte de la evaluación resulta esencial para aquellos
trastornos que implican problemas físicos, como pueden
ser los de tipo somático, los derivados de la adicción y los
síndromes cerebrales orgánicos. Además, diversas condiciones orgánicas, incluidas ciertas irregularidades hormonales,
también pueden llegar a producir síntomas conductuales
completamente similares a ciertos trastornos mentales, que
sin embargo habitualmente tienen un origen fundamentalmente psicosocial. Aunque un dolor muy duradero puede
deberse a factores orgánicos, otras veces los dolores dependen exclusivamente de factores emocionales. Un caso muy
destacable es el dolor crónico de espalda, en el que los factores psicosociales desempeñan a veces un papel muy importante. Un error de diagnóstico en este tipo de problemas
puede llegar a desembocar en una intervención quirúrgica
costosa e inútil; y por lo tanto, en esos casos ambiguos, la
mayoría de los clínicos insisten en realizar una nueva evaluación médica antes de proceder a una intervención de
carácter psicosocial.
El examen neurológico
Dado que algunos trastornos mentales tienen su origen en
una patología del cerebro, puede ser interesante administrar un examen neurológico especializado (Thatcher, Lyon,
Rumsey, y Krasnegor, 1996). Se puede hacer un electroencefalograma (EEG) que permita analizar los patrones de
ondas cerebrales durante el sueño y la vigilia. El electroencefalograma es el registro gráfico de la actividad eléctrica
del cerebro. Se obtiene colocando electrodos sobre el cuero
cabelludo y amplificando los minúsculos impulsos de las
ondas cerebrales que proceden de diversas zonas del cerebro; dichos impulsos amplificados se transmiten a unas
agujas cuyo movimiento queda registrado sobre una cinta
La evaluación del organismo físico
de papel que avanza a una velocidad constante. Disponemos de un conocimiento muy abundante sobre los patrones normales de los impulsos cerebrales, tanto durante el
sueño como durante la vigilia, así como también bajo ciertas condiciones de estimulación sensorial. Las discrepancias
que se diferencien de manera significativa de esos patrones
normales pondrían de manifiesto un funcionamiento cerebral anormal, que quizá pudiera estar causado por un
tumor cerebral o por cualquier otra lesión del cerebro.
Cuando el electroencefalograma revela la existencia de una
disritmia en la actividad eléctrica del cerebro, puede ser
necesario recurrir a otras técnicas especializadas para obtener un diagnóstico más preciso del problema.
EXPLORACIONES CEREBRALES ANATÓMICAS.
La
tecnología radiológica, como por ejemplo la Tomografía
Axial Computerizada, conocida como TAC, es una de esas
técnicas especializadas. Mediante la utilización de Rayos X,
un TAC genera imágenes de las zonas del cerebro que
podrían estar dañadas. Se trata de un procedimiento que ha
revolucionado el estudio neurológico durante los últimos
años, ya que proporciona un acceso inmediato al cerebro,
sin necesidad de cirugía, que permite la obtención de una
información muy precisa respecto a la localización y la
extensión de las anormalidades estructurales del cerebro. El
procedimiento se basa en la utilización de un análisis informático aplicado a diversos ángulos de Rayos X que inciden
sobre diversas zonas del cerebro, cuyo resultado son una
serie de imágenes que debe interpretar un neurólogo.
El TAC está siendo cada vez más sustituido por las Imágenes obtenidas mediante Resonancia Magnética (MRI).
Las imágenes obtenidas mediante esta técnica suelen ser
más precisas, ya que permiten distinguir variaciones muy
sutiles en el tejido blando. Por otra parte, la administración
de este procedimiento resulta muchísimo menos complicada, y además no somete a radiación al paciente.
En esencia, la técnica de Imágenes por Resonancia
Magnética consiste en medir la variación de los campos
magnéticos debidos a diferencias en el contenido de agua de
diversos órganos. De esta manera, es posible representar la
estructura anatómica —y de cualquier sección de un
órgano como puede ser el cerebro—, de una manera asombrosamente definida y clara. Esto permite, mediante procedimientos no intrusivos, la visualización de cualquier
anormalidad de la estructura cerebral por pequeña que ésta
sea. Ha sido especialmente útil para poder confirmar procesos degenerativos del cerebro como los que aparecen, por
ejemplo, en la ampliación de los espacios de fluido cerebroespinal del interior del cerebro. Por lo tanto, los estudios
mediante RMI suponen un importantísimo avance para
mostrar la contribución de las anomalías cerebrales sobre
psicosis «no orgánicas», como puede ser la esquizofrenia, y
de hecho ya se están realizando progresos en este campo
(Mathalondolf, Sullivan, Lim, y Pferfferbaum, 2001). El
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
principal problema de esta técnica es que algunos pacientes
han experimentado reacciones de claustrofobia al introducirse en el interior del estrecho cilindro de la máquina, algo
que resulta imprescindible para poder generar el campo
magnético y para bloquear las señales de radio externas.
LA EXPLORACIÓN MEDIANTE EL TEP: UN RETRATO
METABÓLICO. Otra técnica de exploración es el TEP, la
Tomografía por Emisión de Positrones. Esta técnica permite saber cómo funciona un órgano determinado (Mazziotta, 1996). Proporciona un retrato metabólico al hacer
un seguimiento de compuestos naturales del cuerpo, como
la glucosa, a medida que van siendo metabolizados por el
cerebro o por otros órganos. Al poner de manifiesto zonas
que tienen una actividad metabólica diferente, este tipo de
análisis permite a un especialista obtener un diagnóstico
muy preciso de la patología del cerebro, por ejemplo, marcando aquellas zonas responsables de un foco epiléptico, el
traumatismo derivado de un golpe en la cabeza, o tumores
cerebrales. De esta manera, el TEP puede revelar la existencia de problemas antes de que éstos se manifiesten en la
conducta. Y lo que es más, su utilización para investigación
sobre la patología cerebral que subyace a la esquizofrenia, la
depresión, o el alcoholismo, puede generar importantes
descubrimientos sobre los procesos orgánicos que se
encuentran tras estos trastornos, y por ende proporcionar
la clave para un tratamiento más eficaz (Zametkin y Liotta,
1997). Por desgracia el TEP tiene todavía un valor muy
limitado debido a que la escasa fiabilidad de los resultados
están mostrando una baja fiabiliad. De momento se trata de
un procedimiento más interesante para la investigación que
para el diagnóstico clínico.
LA MRI FUNCIONAL.
También se está empezando utilizar la técnica conocida como imágenes por resonancia
magnética funcional (fMRI) para estudiar la psicopatología. La MRI está diseñada para poner de relieve la estructura del cerebro, pero no su actividad. Para esto último,
clínicos e investigadores dependían de la tomografía por
emisión de positrones, cuya principal limitación es la necesidad de disponer de una máquina muy cara llamada ciclotrón para producir los átomos radiactivos de vida corta
necesarios para llevar a cabo este procedimiento. Por
decirlo de una manera sencilla, el fMRI mide los cambios
en el flujo sanguíneo de zonas específicas del tejido cerebral, lo que a su vez es un reflejo de la actividad neuronal
que tiene lugar en esas zonas (Morihisa, 2001). De esta
manera, es posible «representar» la actividad psicológica
que se está produciendo en ese momento, tal y como pueden ser las sensaciones, las imágenes o los pensamientos,
descubriendo qué zonas específicas del cerebro se activan
mientras ocurren esos procesos. Dado que este tipo de
mediciones se basa de una manera decisiva en intervalos
temporales, se hace necesario desarrollar mecanismos muy
veloces para recogida de datos, así como para realizar los
análisis informáticos oportunos. Estos adelantos tecnológicos ya están en marcha, y sin duda en un futuro muy
próximo permitirán avances asombrosos en el estudio de
los trastornos mentales.
La investigación más reciente que ha utilizado fMRI ha
explorado el funcionamiento de la corteza cerebral responsable de diversos procesos psicológicos. Uno de los resultados demuestra que la estimación temporal distorsionada,
tan característica de la esquizofrenia, quizá dependa de un
mal funcionamiento de algunas zonas específicas del cerebro, como el tálamo y la corteza prefrontal (Volz, Nenadic,
et al., 2001); también se ha estudiado el funcionamiento de
la corteza durante las alucinaciones auditivas características
de la esquizofrenia (Shergill, Brammer, et al., 2000); los
efectos de la medicación neuroléptica en pacientes esquizofrénicos (Braus, Ende, et al., 1999); y la neuroanatomía de la
depresión (Brody, Saxena, et al., 2001). Dadas las ventajas
inconmensurables de esta técnica, es indudable que los
investigadores serán capaces de encontrar la manera de
resolver algunos problemas menores derivados de su administración a pacientes psiquiátricos, no siempre dispuestos
a colaborar.
El examen neuropsicológico
Las técnicas que acabamos de describir resultan muy precisas para poder identificar anormalidades físicas en el cerebro. Este tipo de anomalías suelen venir acompañadas por
problemas en la conducta y por otras deficiencias psicológicas, si bien estas últimas no pueden predecirse con precisión ni siquiera tras una localización detallada de las
anomalías físicas. Además, el deterioro psicológico y conductual derivado de anomalías cerebrales puede manifestarse antes de que la lesión orgánica del cerebro resulte
detectable mediante algunas de las técnicas descritas. En
tales casos es necesario recurrir a otras técnicas que permitan medir la alteración del funcionamiento conductual o
psicológico derivado de la patología cerebral. Esta necesidad está siendo resuelta por los psicólogos especializados
en la evaluación neuropsicológica, que requiere la utilización de diversos mecanismos diseñados para medir la
actuación cognitiva, perceptiva y motriz de una persona, al
objeto de evaluar la extensión y localización del daño cerebral (Franzen, 2001; Spreen y Strauss, 1998).
Cuando se sabe o se sospecha que puede haber un daño
cerebral, el neuropsicólogo clínico administra al paciente
una batería de tests. La actuación de esa persona en una
serie de tareas estandarizadas, sobre todo de tipo perceptivo-motor, puede proporcionar indicadores muy importantes sobre el deterioro cognitivo e intelectual derivado de
una lesión cerebral (LaRue y Swanda, 1997; Lezak, 1995;
Reitan y Wolfson, 1985). Este tipo de evaluación puede
incluso proporcionar datos sobre la localización probable
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La evaluación del organismo físico
AVA N C E S
en la práctica
Exámenes neuropsicológicos: la determinación
de las relaciones entre el cerebro y la conducta
La batería Halstead-Reitan consiste en un examen
neuropsicológico compuesto de diversos tests a partir
de los cuales se puede obtener un «índice de deterioro»
(Reitan y Wolfson, 1985). También proporciona información
específica sobre el funcionamiento del sujeto en diversas
áreas. Si bien hacen falta entre cuatro y seis horas para
realizarlo, cada vez se usa más en las evaluaciones
neurológicas, debido a que permite obtener gran cantidad
de información muy útil sobre los procesos cognitivos
y motores del sujeto (LaRue y Swanda, 1997; Reitan y
Wolfson, 2000). La batería Halstead-Reitan para adultos
está compuesta de las siguientes tareas:
1.
3.
4.
.
Al sujeto se le vendan los ojos y se le pide que
coloque los bloques en los lugares correctos.
Posteriormente también se le pide que dibuje
los bloques y el tablero recurriendo a su memoria
táctil.
Examen de ritmo: mide la atención y la
concentración sostenida mediante una tarea
de percepción auditiva. Se trata en realidad de una
prueba perteneciente al test musical de Seashore,
y se compone de treinta pares de sonidos rítmicos
que se presentan mediante una grabación.
El sujeto debe decidir cuáles de esos pares son
iguales o diferentes.
Examen de percepción de los sonidos de habla:
permite determinar si una persona es capaz de
identificar palabras habladas. Se presenta una
grabación de palabras sin sentido, y se pide
al sujeto que identifique la palabra que escucha
de entre una lista de cuatro palabras impresas.
Esta tarea permite medir la concentración,
la atención y la comprensión del sujeto.
Tarea de oscilación del dedo: mide la velocidad
con la que una persona puede pulsar una palanca
con el dedo índice. Se permite realizar varios
ensayos con cada mano.
Examen Halstead de categorías: mide la capacidad
del sujeto para aprender y recordar diversos tipos
de materia, y puede proporcionar información
sobre su capacidad de juicio y su impulsividad.
Al sujeto se le presenta en una pantalla un
estímulo que parece un número entre 1 y el 4, y
debe presionar un botón según cuál sea el número
que cree haber visto. Cuando acierta se oye el
sonido de una campana, mientras que cuando falla
se escucha un fuerte zumbido. A partir del patrón
de zumbidos y campanas, el sujeto debe decidir
cuál es la respuesta correcta.
Examen de actuación táctil: mide la velocidad
motriz del sujeto, y su respuesta a elementos
táctiles poco familiares, así como su habilidad para
responder y utilizar claves cinestésicas.
La superficie del examen es un tablero con huecos
para colocar diez bloques de formas diferentes.
Además de esta batería en un laboratorio de
neuropsicología se utilizan otros tests. Por ejemplo, Boll
(1980) recomienda utilizar el examen de Halstead-Wepman
para la detección de la afasia, que proporciona información
sobre la capacidad lingüística del sujeto, y sobre su
capacidad para identificar números y partes del cuerpo,
para seguir instrucciones, para deletrear y para representar
por mímica acciones simples.
de la lesión cerebral, si bien las técnicas descritas en el apartado anterior son mucho más precisas para determinar la
localización exacta.
Muchos neuropsicólogos prefieren administrar un
conjunto muy individualizado de pruebas, en función del
historial del paciente. Otros aplican un conjunto más estandarizado, lo que permite analizar un amplio rango de competencias psicológicas, que se conoce que resultan afectadas
por diversos tipos de daño cerebral. La utilización de estas
pruebas tiene muchas ventajas clínicas y para la investigación, aunque puede comprometer la flexibilidad. En el
apartado Avances en la práctica 4.1 se describe uno de estos
procedimientos estándar, la batería Halstead-Reitain.
Debido a que administrar esta batería requiere seis
horas, puede suponer algún problema en ámbitos clínicos
con limitación de tiempo y de recursos (Heaton, Grant, y
Matthews, 1991). Es lógico por tanto, que el paciente se fatigue, sobre todo si no se encuentra bien. En tales circunstancias, puede ser interesante recurrir a otros instrumentos
neuropsicológicos que evalúan capacidades más específicas, como la memoria (Corporación Psicológica, 1997), o
síntomas como los de la demencia (Storandt y Vanden Bos,
1994). Este tipo de instrumentos proporcionan información pero sin recurrir a procedimientos de evaluación neurológica excesivamente intervencionistas. Pese a ello, la
batería Halstead-Reitan sigue siendo una de las más utiliza-
2.
5.
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
das, debido a que proporciona una gran cantidad de información, y de enorme utilidad, sobre los procesos cognitivos
y motores del paciente (LaRue y Swanda, 1997), que además no puede obtenerse de ninguna otra manera.
En definitiva, la ciencia médica y neuropsicológica está
desarrollando nuevos procedimientos que permitan valorar el funcionamiento del cerebro y las manifestaciones
conductuales de un trastorno orgánico (Snyder y Nussbaum, 1998). Los procedimientos médicos diseñados para
valorar la posibilidad de daños orgánicos en el cerebro consisten en el EEG, el TAC, el PET y el MRI. Estas nuevas tecnologías resultan muy prometedoras para lograr la
detección y la evaluación de disfunciones orgánicas del
cerebro, y para mejorar nuestra comprensión de su funcionamiento. El examen neuropsicológico proporciona al clínico importante información sobre cómo el daño cerebral
afecta al funcionamiento conductual de la persona. Sin
embargo, cuando se considera que la dificultad psicológica
no proviene de causas orgánicas, es mejor recurrir a una
evaluación psicosocial.
REVISIÓN
• Compare cinco importantes procedimientos
neurológicos. ¿Qué características resultan
más valiosas de cada uno de ellos?
• Describa la utilización de exámenes
neuropsicológicos para evaluar los efectos
conductuales de los trastornos cerebrales.
• ¿Qué diferencia existe entre un PET y un fMRI?
LA EVALUACIÓN PSICOSOCIAL
La evaluación psicosocial intenta proporcionar
una imagen realista de la interacción de una persona con su
entorno social. Esta imagen incluye información respecto a
la personalidad del individuo y su funcionamiento actual,
así como información sobre los factores de estrés y los
recursos de protección de que dispone. Por ejemplo, al iniciarse el proceso, el clínico debe actuar como si estuviera
resolviendo un puzzle, recogiendo tanta información como
sea posible sobre su cliente —sobre sus sentimientos, actitudes, recuerdos, hechos demográficos— e intentar encajar
las piezas para que adquieran significado. Formulará hipótesis que irá confirmando o descartando a lo largo de la
entrevista. A partir de una técnica general como la entrevista clínica (véase más adelante), el psicólogo podrá seleccionar posteriormente procedimientos de evaluación más
específicos. A continuación describiremos algunos de tales
procedimientos.
Entrevista de evaluación
La entrevista de evaluación, que suele considerarse como el
elemento central del proceso evaluador, consiste en mantener una interacción cara a cara con el cliente, a partir de la
cual el clínico puede obtener información sobre diversos
aspectos de su situación, de su conducta y de su personalidad. Esta entrevista puede consistir tan sólo en unas cuantas preguntas muy sencillas, o también adoptar un formato
más extenso y pormenorizado. Tiene un carácter relativamente abierto, de manera que el entrevistador va adoptando en cada momento decisiones sobre la siguiente
pregunta a partir de las respuestas que va dando el cliente;
aunque también puede seguir un formato más estructurado que garantice que se recogerá la información deseada.
En este último caso, el entrevistador puede elegir entre una
serie de formatos muy estructurados y estandarizados, cuya
fiabilidad está establecida a partir de una serie de investigaciones previas. Tal y como lo utilizamos aquí, el término
fiabilidad simplemente quiere decir que dos o más entrevistadores han evaluado a la misma persona y han llegado a
conclusiones muy similares, algo que, por otra parte, no
siempre está garantizado.
ENTREVISTAS ESTRUCTURADAS Y NO ESTRUCTURADAS. Si bien muchos clínicos prefieren tener libertad
para ir haciendo preguntas siguiendo su propio criterio, la
investigación ha demostrado que las entrevistas estructuradas permiten obtener resultados mucho más fiables. Entre
los clínicos existe un exceso de confianza respecto a la validez de sus propios métodos y juicios (Garb, 1989; Taylor y
Meux, 1997). Sin embargo, en la mayoría de los casos
resulta mucho más sensato recurrir a una entrevista cuidadosamente estructurada en virtud de una serie de objetivos,
que permite explorar la presencia de determinados síntomas, y que establece también el tipo de relación que se debe
mantener con el cliente.
La fiabilidad de la entrevista de evaluación todavía
puede mejorarse recurriendo a escalas de estimación que
permitan cuantificar los datos. Por ejemplo, puede resultar
interesante valorar al cliente en una escala de 3, 5 o 7 puntos respecto a su autoestima, ansiedad y otras características. Este formato tan estructurado resulta especialmente
eficaz para ofrecer una impresión global, un «perfil» del
sujeto y de su situación vital, y poner de manifiesto la existencia de problemas o de crisis específicas —tales como
dificultades matrimoniales, dependencia de drogas, o fantasías de suicidio— que suelen exigir una intervención terapéutica inmediata.
Los entrevistadores pueden cometer errores cada vez
que tienen que elegir preguntas y procesar la información.
De hecho, es frecuente que diferentes clínicos propongan
diagnósticos diferentes a partir de los datos que han obtenido de un mismo paciente. Esta es la razón fundamental
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por la que las últimas versiones del DSM (la III, la III-R, la
IV, y la IV-TR) prefieren proponer una estrategia «operacional» de evaluación, que especifique cuáles serán los
criterios para el diagnóstico, y proporcione directrices específicas para llevarlo a cabo. «El vuelo libre» resulta poco
recomendable en este tipo de evaluación. La estrategia operacional permite un diagnóstico más fiable, aunque sea a
costa de una menor flexibilidad por parte del entrevistador.
La observación clínica de la conducta
Una de las herramientas de evaluación más tradicionales y
más útiles es la observación directa de la conducta de un
paciente (Cone, 1999). El principal objetivo de la observación directa es aprender todo lo posible sobre el funcionamiento psicológico de la persona, mediante la descripción
objetiva de su conducta en diversos contextos. La observación clínica consiste en la descripción objetiva de la conducta de una persona —su higiene personal, respuestas
emocionales, o cualquier depresión, ansiedad, agresión,
alucinación, o delirio que ponga de manifiesto—. Lo ideal
es que la observación clínica tenga lugar en un entorno
natural, como el aula de clase o el hogar, pero lo normal es
que se desarrolle en la clínica o en el hospital (Leichtman,
2002). Por ejemplo, suele hacerse una breve descripción de
la conducta del sujeto cuando éste llega al hospital, que se
pueden unir a ulteriores observaciones más detalladas.
Algunos clínicos e investigadores recurren a un
entorno artificial para llevar a cabo esas observaciones de la
conducta. Este tipo de situaciones incluye tareas como el
juego de papeles, el reajuste de acontecimientos, la asignación de interacciones familiares o el pensamiento en voz
alta (Haynes, 2001).
Este tipo de observaciones realizadas por observadores
entrenados en un entorno controlado pueden llegar a proporcionar datos tremendamente útiles. Paul y sus asociados
(Mariotto, Paul, y Licht, 2002), por ejemplo, han desarrollado un programa de evaluación conductual para llevarlo a
cabo en el hospital. Incluye la evaluación, mediante escalas
de estimación, de la conducta diaria de los pacientes crónicos, y de la de quienes tratan con ellos. Estas puntuaciones
pueden utilizarse entonces para identificar qué conductas
del paciente, pero también de quienes tratan con él, deberían modificarse.
Junto a estas observaciones, muchos clínicos piden a
sus pacientes que realicen una auto-supervisión, esto es,
una auto-observación de su propia conducta, pensamientos y sentimientos. Este método puede suponer una inestimable ayuda para determinar el tipo de situaciones que
pueden estar provocando la conducta inadaptada, y son
numerosos los estudios que han puesto de relieve los beneficios terapéuticos que conlleva el mero hecho de utilizarlo.
También es posible pedir al paciente que rellene un autoinforme más o menos formal, relativo a las reacciones pro-
La evaluación psicosocial
blemáticas que experimenta en diversas situaciones. Son ya
muchos los instrumentos de este tipo que se han publicado.
En conjunto se trata de reconocer que las personas pueden
constituir una excelente fuente de información sobre sí
mismos. Partiendo de la base de que se hacen las preguntas
adecuadas, y de que las personas desean proporcionar la
información, estos resultados pueden llegar a constituir un
elemento esencial para diseñar un tratamiento eficaz.
Los procedimientos que se acaban de describir están
centrados en la conducta observable del sujeto, mientras
que pasan por alto los acontecimientos mentales que
acompañaban a la conducta. Para poder acceder también a
ellos, los psicólogos están experimentando con pequeños
aparatos electrónicos que los sujetos llevan encima, y que
emiten un pitido a intervalos aleatorios. En ese momento,
deben registrar por escrito o de cualquier otra manera lo
que estuvieran pensando. Este tipo de «informes del pensamiento» se utilizan para la evaluación de la personalidad y
para evaluar los progresos de la terapia (Klinger y KrollMensing, 1995).
ESCALAS DE ESTIMACIÓN.
Igual que ocurre con las
entrevistas, la utilización de escalas de estimación permite
organizar la información e incrementar la fiabilidad y la
objetividad (Aiken, 1996). En efecto, la estructura formal de
una escala permite reducir al mínimo las inferencias subjetivas del observador. Las escalas de estimación más útiles
son aquellas que no sólo señalan la presencia o ausencia de
un determinado rasgo o conducta, sino también el grado
que alcanzan. A continuación ponemos un ejemplo de este
tipo de escala; el observador tendría que seleccionar cuál es
la descripción más adecuada.
CONDUCTA
SEXUAL
____ 1. Abuso sexual: la persona se aproxima de manera
agresiva con una intención sexual.
____2. Incitación sexual: enseña los genitales con una
intención sexual, realiza proposiciones sexuales
explícitas a otros pacientes o trabajadores, se masturba públicamente.
____ 3. No hay una conducta sexual explícita: no se
observa preocupación por asuntos sexuales.
____4. Evita temas sexuales: se muestra incómodo al discutir sobre el sexo, así como por aproximaciones
de terceros con intención sexual.
____ 5. Puritanismo excesivo en relación con el sexo: considera el sexo como algo sucio, condena la conducta sexual de los demás, y sufre un ataque de
pánico ante una aproximación sexual por parte de
terceros.
Este tipo de escalas no sólo pueden ser parte de una evaluación inicial, sino que también permiten hacer un seguimiento de la eficacia del tratamiento.
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
Una de las escalas de estimación más ampliamente utilizadas para registrar observaciones en la práctica clínica y
en la investigación psiquiátrica es la Brief Psychiatric
Rating Scale (BPRS) (Escala de Puntuación Psiquiátrica
Resumida). Se trata de un instrumento que proporciona
una medida estructurada y cuantificable de una serie de
síntomas clínicos, tales como la preocupación somática, la
ansiedad, el retraimiento emocional y los sentimientos de
culpa, la hostilidad, la sospecha y patrones de pensamiento
poco habituales. Contiene dieciocho escalas que se puntúan a partir de la entrevista del clínico con un paciente.
Los distintos patrones de conducta que se ponen de manifiesto mediante esa escala permiten a los clínicos realizar
una comparación estandarizada de los síntomas de sus
pacientes, con respecto a los de otros pacientes psiquiátricos (Overall y Hollister, 1982). Resulta un instrumento
absolutamente eficaz en la investigación clínica (por ejemplo, véase Beauford, McNiel, y Binder, 1997; Lachar, Bailley,
et al., 2001), especialmente cuando lo que se pretende es
asignar pacientes a grupos de tratamiento a partir de la
similitud de sus síntomas. Sin embargo, en la práctica clínica no se suele utilizar para la adopción de decisiones
diagnósticas. Existe una escala más específica, denominada
Hamilton Rating Scale for Depression (HRSD) (Escala para
la Valoración de la Depresión de Hamilton), que se ha convertido en la más utilizada para seleccionar personas con
depresión clínica que participarán en una investigación, así
como para evaluar la respuesta de éstas ante distintos tipos
de tratamiento (véase Santor y Coyne, 2001).
Tests psicológicos
Las entrevistas y la observación de la conducta constituyen
intentos relativamente directos para establecer cuáles son
las creencias, actitudes y problemas de una persona. Los
tests psicológicos suponen una forma más indirecta para
evaluar las características psicológicas. Este tipo de pruebas
científicamente desarrolladas (por oposición a las de carácter lúdico que suelen aparecer en las revistas o en Internet),
son conjuntos estandarizados de tareas o procedimientos
que permiten obtener una muestra de la conducta. La respuesta de un sujeto ante un estímulo estandarizado se compara con las de otras personas de características similares. A
partir de esta comparación, es posible establecer inferencias
sobre la medida en que las características psicológicas de
esa persona difieren de las del grupo de referencia. Este tipo
de pruebas son muy útiles para medir estrategias para
afrontar los problemas, la motivación, características de
personalidad, la conducta adaptada a un papel social, los
valores, los niveles de depresión o densidad, así como el
funcionamiento intelectual. El impresionante avance que
ha experimentado la tecnología para el desarrollo de tests
posibilita la creación de instrumentos de considerable fiabilidad y validez, que permiten medir prácticamente cual-
quier característica psicológica humana. De hecho, ya disponemos de muchos de estos procedimientos en formato
informático, tanto para su administración como para su
interpretación (véase el apartado Avances en la práctica 4.2).
Si bien los test psicológicos son más precisos y más fiables que las entrevistas y algunas técnicas de observación,
todavía están lejos de ser herramientas perfectas. Su valor
suele depender de la habilidad del especialista que tiene que
interpretarlos. En general, constituyen herramientas diagnósticas muy útiles para los psicólogos, de manera análoga
a la contribución de los análisis de sangre, los rayos X o la
resonancia magnética, para los médicos. En todos estos
casos, tales técnicas permiten confirmar la presencia de
algún tipo de patología en personas que aparentemente se
encuentran bien.
Dos grandes categorías de tests psicológicos que se utilizan en la práctica clínica son los tests de inteligencia y los
de personalidad.
TESTS DE INTELIGENCIA.
Existe una amplia variedad de tests de inteligencia. La Escala de Inteligencia de
Weschler para Niños Revisada (WISC-III) y la edición
actual de la Escala de Inteligencia de Stanford-Binet, constituyen dos instrumentos muy utilizados en el ámbito clínico para medir las capacidades intelectuales de los niños.
Probablemente la prueba más frecuentemente empleada
para medir la inteligencia adulta sea la escala Weschler para
la Inteligencia Adulta Revisada (WAIS-III; Tulsky y Ledbetter, 2000). Incluye la evaluación de la inteligencia verbal
y no verbal, y consta de once sub-escalas. Como ilustración, ofrecemos a continuación una breve descripción de
dos de ellas:
• Vocabulario (verbal): esta sub-escala consiste en una
lista de palabras que el sujeto debe definir y que se presentan de una manera oral. Está diseñada para evaluar
el vocabulario, el cual se ha demostrado que está estrechamente relacionado con la inteligencia general.
• Intervalos numéricos (no verbal): en este examen de la
memoria a corto plazo, se administra verbalmente una
secuencia de números. Se pide al individuo que repita
esos números en el mismo orden en que los escucha.
Otra tarea de esta subescala requiere recordar los
números, manteniéndolos en la memoria, y modificar
su secuencia, esto es, decirlos al revés (Psychological
Corporation, 1997).
Los tests de inteligencia que se administran de manera
individual, como los que acabamos de mencionar, suelen
requerir entre dos y tres horas para su administración,
puntuación e interpretación. En muchas situaciones clínicas no se dispone del tiempo ni de los recursos económicos suficientes como para utilizar a este tipo de
pruebas. En aquellos casos en los que se sospecha que el
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La evaluación psicosocial
AVA N C E S
en la práctica
La práctica automatizada: la utilización
de la computadora en el examen psicológico
Probablemente la innovación más importante en la
evaluación clínica de los últimos cuarenta años haya sido la
utilización de la computadora para la evaluación de las
personas. Las computadoras se están utilizando con enorme
eficacia tanto para obtener información directa de un
individuo, como para evaluar la información previamente
recogida en entrevistas, tests y otros procedimientos de
evaluación (Butcher, Perry, y Atlis, 2000). Al comparar esa
información con los datos almacenados en el disco duro, una
computadora puede realizar un amplio abanico de tareas de
evaluación (Garb, 1995). Puede proporcionar un diagnóstico
probable, indicar la probabilidad de que aparezcan
determinados tipos de conducta, sugerir el tratamiento más
adecuado, predecir el resultado, e imprimir un informe sobre
el sujeto. Para muchas de esas funciones, la computadora es
verdaderamente superior a un clínico, debido a que es más
eficaz y preciso para recordar el material que tiene
almacenado (Epstein y Kinkenberg, 2001; Olson, 2001).
Dada su eficacia y fiabilidad, sería de esperar que todo el
mundo estuviera encantado de que las computadoras
hubieran pasado a formar parte de la práctica clínica. Sin
embargo, no siempre sucede esto, y algunos especialistas
incluso se resisten a utilizar cualquier otra tecnología
«moderna» como el correo electrónico, el fax, o el cobro
mediante tarjeta de crédito (McMinn, Buchanan, et al., 1999).
Algunos clínicos son contrarios a la utilización de la
computadora para interpretar los resultados de los tests, a
pesar de su demostrada eficacia y reducido coste. Las razones
de esta forma de pensar suelen ser alguna de las siguientes:
• Los técnicos que se han formado antes de la época
de la informática, probablemente no se sientan
problema principal de un paciente es un déficit intelectual por daño cerebral, el examen de la inteligencia puede
constituir un elemento esencial de la batería de pruebas
que se le administra. De hecho, la información sobre el
funcionamiento cognitivo puede proporcionar una serie
de indicios de inestimable valor respecto a los recursos
intelectuales de que dispone una persona para solucionar
sus problemas (Zertzer y Beutler, 1995). Sin embargo, en
muchos casos no es necesaria una información tan detallada sobre el funcionamiento intelectual de un paciente,
por lo que no se recomienda el uso de este tipo de tests de
inteligencia.
.
cómodos con las computadoras, o incluso no
dispongan de tiempo para familiarizarse con ellos.
• Muchos clínicos se limitan a realizar un tratamiento
psicológico, pero no prestan demasiada atención a
la evaluación previa y al diagnóstico. Otros muchos
probablemente muestren poco interés, o dispongan
de poco tiempo, para realizar una evaluación
sistemática de la eficacia del tratamiento.
• Para algunos clínicos, el aspecto impersonal y
mecánico de las hojas de respuesta, tan
características de la evaluación informática, se
contraponen al estilo afectuoso y cálido que desean
transmitir a sus clientes.
• Algunos clínicos perciben la evaluación
informatizada como una amenaza para su propia
labor, y temen que la computadora llegue a
reemplazar el diagnóstico realizado por humanos
(Matarazzo, 1986). Algunas de estas preocupaciones
no son tan distintas de las que se podían escuchar
en otros ámbitos laborales hace algún tiempo.
¿Están los especialistas en la salud mental en
peligro de ser reemplazados por las computadoras?
En absoluto. Las computadoras tienen limitaciones
intrínsecas que necesariamente les dejan relegados
a un papel secundario en la evaluación psicológica.
Es el clínico quien desempeña el papel principal en
una evaluación psicológica. Un clínico no cualificado
que basa su trabajo exclusivamente en programas
informáticos, mostrará inmediatamente su
incompetencia ante sus clientes. Por otra parte, la
utilización juiciosa de la computadora puede liberar
mucho tiempo para realizar esas otras cosas que
sólo pueden lograrse tras una enorme dedicación
personal y grandes cantidades de habilidad y
sabiduría clínica.
TEST PROYECTIVOS DE PERSONALIDAD. Existe
una gran cantidad de tests diseñados para medir características personales distintas a las intelectuales. Es habitual
dividir este tipo de pruebas en dos categorías, a saber, proyectivas y objetivas. Los tests proyectivos apenas están
estructurados, ya que se basan en diversos tipos de estímulos ambiguos, tales como manchas de tinta, y no tanto en
preguntas verbales explícitas, de tal manera que las respuestas que tiene que dar la persona no están limitadas a la
variedad «verdadero», «falso» o «no sabe». Mediante la
interpretación de este material ambiguo, las personas
ponen de manifiesto sus preocupaciones personales, sus
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
conflictos, motivos, formas de enfrentarse a la realidad, y
otras características de personalidad. El supuesto básico
que subyace a estas técnicas es que cuando las personas
intentan dar sentido a estímulos ambiguos y poco estructurados, «proyectan» sus propios problemas, motivos y
deseos. Este tipo de respuestas son similares al juego de
descubrir a qué se parece una nube, pero con la importante excepción de que en este caso los estímulos son los
mismos para todos los sujetos. Esto es lo que permite
determinar el rango normativo de respuestas ante ese
material, lo que a su vez facilita la identificación objetiva
de cualquier respuesta anómala. De esta manera, los tests
proyectivos pretenden descubrir de qué manera los aprendizajes pasados y la personalidad de un individuo le
impulsan a organizar y a percibir la información ambigua
de su entorno. Algunas de las pruebas proyectivas más
conocidas son el Test De Manchas De Tinta de Rorschach,
el Test de Apercepción Temática y los tests de completar
oraciones.
NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
INTERPRETACIÓN SEMÁNTICA DEL PROTOCOLO
DE RORSCHACH UTILIZANDO EL SISTEMA GLOBAL
LA SIGUIENTE INTERPRETACIÓN DE CARÁCTER INFORMÁTICO SE DERIVA
**EXCLUSIVAMENTE** DE LOS DATOS DEL REGISTRO Y NO INCLUYE LA SECUENCIA
DE PUNTUACIONES NI EL MATERIAL VERBAL. SUPONE SIMPLEMENTE UNA GUÍA PARA
QUE EL INTÉRPRETE DEL PROTOCOLO PUEDA COMENZAR SU ESTUDIO Y MATIZAR LAS
HIPÓTESIS GENERADAS A PARTIR DE ESOS RESULTADOS.
* * * * *
1.
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7.
El Test de Rorschach.
Esta prueba debe su nombre al
psiquiatra suizo Hermann Rorschach, que inició la utilización experimental de las manchas de tinta para la evaluación de la personalidad en 1911. El test utiliza diez imágenes
de manchas de tinta, ante cada una de las cuales el sujeto
debe responder tras haber recibido las instrucciones
siguientes (Exner, 1993):
Las personas pueden ver diferentes cosas en estas manchas; por favor dígame lo que ve usted, en qué le hace pensar, o qué significa para usted.
El siguiente extracto está recogido de las respuestas de
un sujeto a una de las manchas que se le muestran:
Parecen dos hombres que están enseñando sus órganos
genitales. Mantienen una terrible pelea, y la sangre ha
manchado la pared. Tienen cuchillos afilados en la mano
y acaban de cortar un cuerpo. Ya han quitado las extremidades y algún otro órgano. El cuerpo esta desmembrado...
lo único que le queda es el tronco... la región pélvica.
Están luchando hasta que uno llegue a desmembrar completamente al otro... como los buitres abalanzándose
sobre su presa...
El contenido extremadamente violento de esta respuesta no suele ser habitual en esta mancha de tinta ni, en
realidad, en cualquier otra de la serie. Si bien ningún evaluador cabal basaría un diagnóstico sobre un único caso,
este tipo de contenidos coincide con otros datos recogidos
de ese sujeto, que había sido diagnosticado como poseedor
de una personalidad antisocial y una gran hostilidad.
La utilización del Rorschach en la evaluación clínica es
muy complicada y exige una preparación considerable
(Exner y Weiner, 1994; Weiner, 1998). Los métodos para
administrar el test pueden variar; algunas estrategias
requieren varias horas, y por lo tanto restan tiempo a otros
EL REGISTRO PARECE SER VÁLIDO Y APROPIADO PARA SU INTERPRETACIÓN.
SE TRATA DE UN TIPO DE PERSONA QUE TIENDE A SIMPLIFICAR LOS ESTÍMULOS
PARA CONSEGUIR QUE EL MUNDO LE RESULTE MENOS AMENAZANTE. ESTA FORMA
DE ACTUAR SE MANTIENE TAMBIÉN EN SITUACIONES NUEVAS Y ESTRESANTES.
CUANDO SE REPITE EN EXCESO, COMO PARECE SER EL CASO, EL SUJETO TIENDE
A EXPERIMENTAR DIFICULTADES SOCIALES DEBIDO A QUE RECHAZA LAS DEMANDAS
Y LAS EXPECTATIVAS QUE PROCEDEN DE SU ENTORNO.
ESTE SUJETO SUELE TENER SUFICIENTES RECURSOS ACCESIBLES COMO PARA
PARTICIPAR EN LA FORMULACIÓN Y EN LA DIRECCIÓN DE RESPUESTAS. LA
TOLERANCIA ANTE EL ESTRÉS ES SIMILAR A LA DE LA MAYORÍA DE LAS
PERSONAS, ESTO ES, SUELE CONTROLARSE EXCEPTO CUANDO EL ESTRÉS APARECE
DE MANERA INESPERADA Y MUY INTENSA O PROLONGADA.
EXISTEN EVIDENCIAS QUE INDICAN LA PRESENCIA DE UNA IMPORTANTE
SENSACIÓN SUBJETIVA DE MALESTAR.
ESTE SUJETO TIENDE A INTERIORIZAR LOS SENTIMIENTOS MÁS DE LO NORMAL,
LO QUE SUELE DAR LUGAR A MOLESTIAS QUE PUEDEN ADOPTAR LA FORMA DE
TENSIÓN Y/O ANSIEDAD.
ES EL TIPO DE PERSONA QUE PREFIERE RETRASAR LA RESPUESTA A UNA
SITUACIÓN DIFÍCIL, HASTA TENER TIEMPO SUFICIENTE COMO PARA CONSIDERAR
TODAS LAS POSIBILIDADES DE RESPUESTA Y SUS POSIBLES CONSECUENCIAS.
ESTE TIPO DE PERSONAS PREFIEREN DEJAR APARTE SUS EMOCIONES EN ESTE
TIPO DE SITUACIONES.
ESTA PERSONA TIENDE A UTILIZAR EL PENSAMIENTO DELIBERADO MÁS CON LA
INTENCIÓN DE CREAR FANTASÍAS QUE LE PERMITAN IGNORAR EL MUNDO, QUE
PARA ENFRENTARSE DE MANERA DIRECTA A LOS PROBLEMAS. ESTO SUPONE UNA
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(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
Figura 4.1
Interpretación semántica del protocolo de Rorschach,
utilizando el sistema global.
servicios clínicos esenciales. Por otra parte, los resultados
de este test pueden llegar a ser poco fiables, debido a la
naturaleza subjetiva de la interpretación. Por ejemplo,
puede haber desacuerdos sobre el significado simbólico de
la respuesta «una casa en llamas». Un especialista podría
interpretar esa respuesta como una manifestación de fuertes sentimientos de ansiedad, mientras que otro podría
considerarla como un deseo incendiario. Una de las razones
que explican el escaso uso que en la actualidad se hace de
ese test, radica en el hecho de que, para que sean eficaces, los
tratamientos requieren descripciones conductuales específicas, en vez de descripciones basadas en la dinámica de la
personalidad, como las que suelen derivarse de la interpretación del test de Rorschach.
Sin embargo, en manos de un clínico hábil, el test de
Rorschach permive descubrir ciertos contenidos psicodinámicos, tales como el impacto de los motivos inconscientes
sobre la percepción de los demás. De hecho, se han realizado intentos para poder realizar interpretaciones objetivas
del mismo, especificando con claridad las variables implicadas, y explorando empíricamente su relación con criterios
externos derivados del diagnóstico clínico (Exner, 1995).
Este test, aunque suele considerarse como un instrumento
subjetivo y abierto, también se ha adaptado a la interpretación informática. Exner (1987) ha desarrollado un sistema
de interpretación informático que, una vez que se ha
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NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
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DIFICULTAD IMPORTANTE, DEBIDO A QUE SU ESTILO ESTÁ MÁS DIRIGIDO A
ELUDIR LOS PROBLEMAS QUE A ADAPTARSE A SU ENTORNO.
ESTE TIPO DE PERSONA NO MUESTRA FLEXIBILIDAD EN SU PENSAMIENTO,
VALORES, O ACTITUDES. EN EFECTO, LAS PERSONAS COMO ÉSTA EXPERIMENTAN
DIFICULTADES PARA MODIFICAR SU PROPIO PUNTO DE VISTA.
SE TRATA DE UNA PERSONA QUE SUELE EVITAR INICIAR UNA CONDUCTA, Y POR
EL CONTRARIO, ADOPTA UN PAPEL PASIVO PARA LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS Y
LAS RELACIONES INTERPERSONALES.
ESTE SUJETO NO ES CAPAZ DE REGULAR SUS EMOCIONES COMO LA MAYORÍA DE
LOS ADULTOS Y, DEBIDO A ELLO, TIENDE A ESTAR MUY INFLUIDO POR SUS
PROPIOS SENTIMIENTOS.
ES UNA PERSONA MUY ATRAÍDA POR CUALQUIER TIPO DE ESTÍMULO EMOCIONAL.
ESTO PUEDE LLEGAR A SUPONER UN PROBLEMA DE ADAPTACIÓN DEBIDO A SUS
PROBLEMAS DE CONTROL. ESTO ES, CUANDO TENGA QUE PROCESAR ESTÍMULOS DE
CARÁCTER EMOCIONAL, EXPERIMENTARÁ UNA MAYOR NECESIDAD DE INTERCAMBIO
EMOCIONAL. SI DICHO INTERCAMBIO NO SE CONTROLA ADECUADAMENTE, PUEDEN
SOBREVENIR LOS PROBLEMAS.
ES UNA PERSONA QUE NO EXPERIMENTA LA NECESIDAD DE CERCANÍA QUE SUELE
SER NORMAL ENTRE LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS. EN CONSECUENCIA, NO SE
SIENTE CÓMODO EN SITUACIONES INTERPERSONALES, EXPERIMENTA CIERTAS
DIFICULTADES PARA ESTABLECER Y MANTENER RELACIONES PROFUNDAS, ESTÁ MÁS
PREOCUPADO POR SU ESPACIO PERSONAL, Y PUEDE APARENTAR UN GRAN
DISTANCIAMIENTO DE LOS DEMÁS.
ESTE SUJETO ESTÁ MUY INTERESADO EN LOS DEMÁS, COMO LA MAYORÍA DE LOS
ADULTOS Y NIÑOS. SIN EMBARGO NO PARECE COMPRENDER LA MOTIVACIÓN Y EL
COMPORTAMIENTO DE LOS DEMÁS. POR EL CONTRARIO, SUS CONCEPCIONES
DEPENDEN MÁS DE LA IMAGINACIÓN QUE DE LA EXPERIENCIA REAL.
ESTE SUJETO PARECE TENER UNA PREOCUPACIÓN EXCESIVA POR EL CUERPO.
ESTE SUJETO PARECE TENER UNA SEÑALADA PREOCUPACIÓN SEXUAL.
ESTÉ SUJETO TIENDE A INTERPRETAR LOS ESTÍMULOS DE UNA MANERA MUY
PERSONALIZADA. ESTO LE HACE TENER UNA PERSPECTIVA DEL MUNDO CARGADA DE
SESGOS PERSONALES, Y UN MÍNIMO INTERÉS POR RESULTAR ACEPTABLE A LOS
DEMÁS.
PESE A LA TENENCIA QUE HEMOS MENCIONADO PARA MALINTERPRETAR Y
PERSONALIZAR LOS INDICIOS, EL SUJETO TIENDE A RESPONDER DE MANERA
La evaluación psicosocial
NOMBRE DEL SUJETO: ESTEBAN.MMPI; EDAD: 21; SEXO: V.; RAZA: B.; E. C.: S.
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22.
CONVENCIONAL A AQUELLAS SITUACIONES EN QUE LAS RESPUESTAS
CONVENCIONALES RESULTAN EVIDENTES Y SON FÁCILES DE IDENTIFICAR.
LA MAYOR PARTE DE LA ACTIVIDAD COGNITIVA DE ESTE SUJETO ES MENOS
MADURA DE LO QUE SERÍA DE ESPERAR. ESTO PUEDE SER UNA CONSECUENCIA DE
ALGÚN DÉFICIT EVOLUTIVO, O PUEDE QUE SIMPLEMENTE REFLEJE RECHAZO PARA
INTENTAR DESARROLLAR UNA TAREA.
ESTE SUJETO TIENDE A EXAMINAR LOS ESTÍMULOS DE UNA MANERA ATROPELLADA
Y POCO SISTEMÁTICA. ESO PUEDE LLEVARLE A ADOPTAR DECISIONES DE MANERA
PREMATURA Y ERRÓNEA, POR LA SIMPLE RAZÓN DE NO HABER PROCESADO
ADECUADAMENTE TODA LA INFORMACIÓN DISPONIBLE. ESTO NO DEBE CONFUNDIRSE
CON LA IMPULSIVIDAD, AUNQUE ALGUNAS DE LAS DECISIONES ADOPTADAS PUEDEN
TENER ESTA CARACTERÍSTICA. LO CUAL ES UNA CONSECUENCIA DE NO HABER
EXPLORADO, NI HABER UTILIZADO ESTRATEGIAS, QUIZÁ COMO CONSECUENCIA DE
ALGUNA DEFICIENCIA PERCEPTIVA, DE HÁBITOS PSICOLÓGICOS DESARROLLADOS
EN LA NIÑEZ, O QUIZÁ PUEDE SER RESULTADO DE ALGÚN DÉFICIT COGNITIVO
RELACIONADO CON PROBLEMAS NEUROLÓGICOS. DEBE OBSERVARSE QUE LA
COMBINACIÓN DE UNA EVALUACIÓN PRECIPITADA DEL ENTORNO JUNTO A UN
CONTROL EMOCIONAL LIMITADO, SUPONE UNA FUERTE PREDISPOSICIÓN HACIA LA
CONDUCTA IMPULSIVA.
ESTA PERSONA TIENDE A ENFRENTAR LOS PROBLEMAS RECURRIENDO A SOLUCIONES
ECONÓMICAS, DEBIDO A QUE SUPONE UNA FORMA MUY SENCILLA DE MANEJAR UNA
SITUACIÓN. HAY MUCHAS PERSONAS QUE TAMBIÉN HACEN ESO. SIN EMBARGO,
PUEDE CONVERTIRSE EN UNA DIFICULTAD EN OTRAS SITUACIONES MÁS
COMPLEJAS, QUE QUIZÁ REQUIERAN UN MAYOR ESFUERZO PARA SOLUCIONAR EL
PROBLEMA.
SE TRATA DE UNA PERSONA RELATIVAMENTE CONSERVADORA A LA HORA DE
ESTABLECER OBJETIVOS. GENERALMENTE ESTE TIPO DE PERSONAS SÓLO BUSCAN
METAS QUE OFRECEN UNA ELEVADA PROBABILIDAD DE ÉXITO.
ESTA PERSONA TIENDE A UTILIZAR LA RACIONALIZACIÓN COMO TÁCTICA PARA
ENFRENTARSE CON LAS AMENAZAS EMOCIONALES Y CON EL ESTRÉS. ESTE TIPO DE
PERSONAS SUELE MOSTRAR MUCHA RESISTENCIA DURANTE LAS PRIMERAS ETAPAS
DE INTERVENCIÓN.
* * * FIN DEL INFORME * * *
==========================================================================
(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
==========================================================================
(C) 1976, 1985 JOHN E. EXNER, JR.
alimentado con las respuestas del test, proporciona un resumen y una lista de descripciones probables de la personalidad, y referencias sobre el ajuste de esa persona (véase la
Figura 4.1). El Sistema Global del Rorschach de Exner
(Exner Comprehensive Rorschach System) puede, en cierta
medida, solventar la crítica de que la interpretación del test
es poco fiable, ya que utiliza normas estándar (esto es, una
distribución de las puntuaciones que se basa en una muestra de personas normales), lo que genera una puntuación
más fiable y estable.
No obstante, algunas investigaciones recientes han
planteado dudas respecto a las normas sobre las que se basa
el sistema de Exner (Wood, Nezworski, Garb, y Lilienfels,
2001; Shaffer, Erdberg, y Haroian, 1999). En efecto, la versión informática del test parece encontrar trastornos psicopatológicos incluso entre personas «normales» elegidas
aleatoriamente de la población. Así pues, no se ha demostrado que este test permita obtener información válida que
no puedan proporcionar otros instrumentos más económicos. Recientemente, el test de Rorschach ha sido criticado
debido a su escasísima validez (Garb, Florio, y Grove, 1998;
Hunsley y Bailey, 1999), por lo que su utilización clínica ha
disminuido considerablemente (Piotrowski, Belter, y Keller,
1998), debido en parte a que las compañías de seguros no
financian la enorme cantidad de tiempo que requiere su
administración, puntuación e interpretación.
El Test de Apercepción Temática. El Test de Apercepción Temática (TAT) fue desarrollado en 1935 por C. D.
Morgan y Henry Murray, de la clínica psicológica de Harvard. Todavía en la actualidad se utiliza frecuentemente
en la práctica clínica (Rosini y Moretti, 1997). El TAT utiliza un conjunto de imágenes sencillas, algunas completamente figurativas y otras algo más abstractas, sobre las
cuales el sujeto debe elaborar una narración. El contenido de las imágenes, que suelen mostrar a personas en
diversos contextos, es extremadamente ambiguo respecto
a sus acciones y motivaciones, de tal manera que los sujetos tienden a proyectar sus propios conflictos y preocupaciones.
Se han desarrollado diferentes sistemas de puntuación
e interpretación centrados en diversos aspectos de la narración, tales como la expresión de necesidades (Atkinson,
1992), la percepción de la realidad (Arnold, 1962), o las fantasías que se expresan (Klinger, 1979). Sin embargo, la aplicación de tales sistemas requiere mucho tiempo, y existen
pocas evidencias de que su aportación sea significativa. Por
lo tanto, lo más frecuente es que el clínico se limite a realizar una interpretación cualitativa y subjetiva de las características, motivos y preocupaciones del sujeto a partir de su
narración. Este tipo de interpretaciones depende excesivamente del «ojo clínico», y por lo tanto dejan demasiado
espacio para los errores.
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
En el caso que se expone a continuación se presenta un
ejemplo de la manera en que los problemas de un sujeto se
ponen de manifiesto en las narraciones del TAT; en este
caso la narración se basa en la Tarjeta número 1 (una imagen de un chico que mira fijamente un violín que hay en
una mesa delante de él). El cliente se llama David y es un
chico de quince años cuyos padres lo han llevado a la clínica preocupados por su retraimiento y por su bajo rendimiento escolar.
La respuesta de David al TAT
David se ha mostrado cooperativo durante el
examen, aunque también apático e inexpresivo. Cuando se le dio la tarjeta 1 del TAT,
estuvo quieto durante un minuto escrutando
cuidadosamente la imagen.
«Me parece que esto es a...uh... arma de
ESTUDIO
fuego... sí, es un arma de fuego. El tipo la está
DE UN
mirando fijamente. Puede que se la hayan
CASO
regalado por su cumpleaños, o que la haya
robado, o algo así». (Pausa. El examinador le
recuerda que tiene que contar una historia sobre esa imagen.)
«De acuerdo. Este chico, lo llamaré Carlos, encontró el arma de
fuego... un rifle automático Browning... en su garaje. Lo guardó en
su habitación como medida de protección. Un día decidió llevárselo
a la escuela para acallar las bromas que recibía de todo el mundo.
Entró en el vestuario, se dirigió despreocupadamente hacia Amos,
el mejor deportista, y le disparó. Nadie le molestó porque todo el
mundo sabía que llevaba el rifle en la mano».
A partir de esta historia se llegó a la conclusión de que David
estaba experimentando a una gran cantidad de frustración e irritabilidad. Su cólera se puso de manifiesto en el hecho de que percibió
el violín como un arma de fuego. El clínico llegó a la conclusión de
que David se sentía amenazado no sólo por las personas que había
en la escuela, sino también en su propia casa, ya que necesitaba
«protección».
Este ejemplo pone de manifiesto cómo las narraciones
derivadas de las tarjetas del TAT pueden proporcionar
información sobre los conflictos y preocupaciones del
cliente, así como indicios sobre la manera en que éste se
enfrenta a los problemas.
En los últimos años el TAT ha sido criticado desde
diversos frentes. Por una parte, los estímulos se han quedado «desfasados»: las imágenes, elaboradas en los años 30,
resultan extrañas a nuestros ojos, y a veces resulta incluso
difícil identificarse con los personajes que aparecen en ellas.
Frecuentemente los sujetos comienzan su historia diciendo
algo así como «ésta es de una película que vi en ¡Qué grande
es el cine!». Por otra parte, el TAT requiere una gran cantidad de tiempo para su administración e interpretación.
Además, la interpretación de las respuestas suele ser muy
subjetiva con una fiabilidad y validez muy limitadas.
Una revisión reciente (Rossini y Moretti, 1997) ha
puesto de manifiesto una interesante paradoja: aunque se
trata de un test que sigue siendo popular entre los clínicos,
sin embargo apenas aparece en el currículo universitario, y
además existen actualmente muy pocas opciones (como
libros o manuales) para aprender a utilizarlo. Una vez más,
es necesario destacar que algunos clínicos, sobre todo los
que tienen una larga experiencia con la utilización de este
instrumento, son capaces de realizar interpretaciones sorprendentemente precisas a partir de las historias que narran
sus clientes. Sin embargo, lo normal es que tengan dificultades para enseñar a otras personas tal habilidad. Por otra
parte, esto no resulta sorprendente, ya que pone de manifiesto la importancia de lo que se conoce como «ojo clínico»
para trabajar con este tipo de instrumentos.
Test de Rellenado de Oraciones.
Otro procedimiento
proyectivo que resulta útil para la evaluación de la personalidad es el Test De Rellenado De Oraciones. Se han diseñado cierto número de tales instrumentos dirigidos a
niños, adolescentes y adultos (por ejemplo, véase Novy, Blumentritt, et al., 1997). Este tipo de tests consiste en pedir a
una persona que complete una oración a partir de una o
dos palabras iniciales, tal y como se muestra en los siguientes ejemplos:
1.
2.
3.
4.
5.
Me gustaría __________________________________
Mi madre ___________________________________
El sexo______________________________________
Odio _______________________________________
La gente ____________________________________
Tales pruebas, muy relacionadas con el método de asociación libre, están algo más estructuradas que el test de Rorschach y otros test proyectivos. Permiten a los psicólogos
identificar algunos indicios importantes relacionados con
los problemas, actitudes y síntomas de una persona, a partir
del contenido de sus respuestas. Sin embargo, la interpretación de las mismas resulta generalmente muy subjetiva y
poco fiable. A pesar de que los estímulos del test son estándar, la interpretación suele realizarse ad hoc y sin recurrir a
comparaciones normativas.
En definitiva, los tests proyectivos ocupan un importante lugar en el ámbito clínico, sobre todo en la medida en
que se pretenda obtener una imagen global del funcionamiento psicodinámico de una persona, y se disponga de
personal suficientemente formado en estas técnicas. La
mayor fuerza de las técnicas proyectivas —su naturaleza no
estructurada y la importancia que atribuyen a los aspectos
idiosincrásicos de la personalidad— constituyen a la misma
vez su mayor debilidad, debido a que la interpretación debe
ser subjetiva, y por lo tanto poco fiable y muy difícil de
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validar. De hecho, las técnicas proyectivas suelen exigir gran
cantidad de tiempo y una enorme habilidad para poder ser
administradas e interpretadas —ambas exigencias siempre
exiguas en el ámbito clínico.
TESTS OBJETIVOS DE PERSONALIDAD.
Los tests
objetivos están estructurados —esto es, suelen recurrir a
cuestionarios, auto-informes, o escalas, donde las preguntas
están cuidadosamente preparadas, mientras que las respuestas suelen ser de elección múltiple—. Por lo tanto, tienen un
formato mucho más controlado que los mecanismos proyectivos, y por ende más susceptible de una cuantificación
objetiva. Una de las virtudes de la cuantificación es su precisión, lo que por otra parte incrementa la fiabilidad del texto.
El MMPI. Uno de los principales cuestionarios estructurados para la evaluación de la personalidad es el Cuestionario
de Personalidad Multifásico de Minnesota (MMPI), actualmente denominado MMPI-2 tras la revisión que sufrió en
1989. Nos centraremos en este test debido a que puede ser
considerado como un prototipo de este tipo de instrumentos.
Tras varios años de elaboración, el MMPI fue publicado en 1943 por Starke Hathaway y J. C. McKinley; en la
actualidad es el test de personalidad más ampliamente utilizado, tanto para la evaluación clínica como para investigación en psicopatología (Lees-Haley, Smith, et al., 1996;
Piotrowski y Keller, 1992). También es el instrumento de
evaluación que aparece con más frecuencia en el currículum universitario de psicología clínica (Piotrowski y
Zalewski, 1993). Desde la primera publicación del test, han
aparecido alrededor de 14 000 libros y artículos dedicados a
este instrumento (Butcher, Atlis, y Hahn, en prensa). De
hecho, se utiliza ampliamente en un ámbito internacional
(el MMPI original ha sido traducido a más de quince idiomas y se utiliza en unos cuarenta y seis países; Butcher,
1984). La utilización internacional del cuestionario revisado aumenta también a pasos agigantados; desde su publicación en 1989 se han realizado más de veinticinco
traducciones (Butcher, 1996).
El MMPI original, un cuestionario de auto informe,
constaba de quinientos cincuenta items sobre temas que
abarcaban desde la forma física y el estado psicológico,
hasta las actitudes morales y sociales. Normalmente se
pedía a los sujetos que contestasen verdadero o falso a cada
uno de los items, del estilo de los siguientes:
A veces insisto en una cosa hasta que los demás pierden la
paciencia V F
A veces me vienen a la cabeza palabras malas, incluso
terribles, y no puedo deshacerme de ellas V F
Con frecuencia siento que las cosas no son reales V F
(Hathaway y McKinley, 1951, p. 28)
Las escalas clínicas del MMPI. El conjunto de items
del MMPI se administró originalmente a un amplio grupo
La evaluación psicosocial
de personas normales (denominadas afectuosamente «los
normales de Minnesota») y a ciertos grupos más o menos
homogéneos de pacientes con diversos diagnósticos psiquiátricos. Entonces se analizaron las respuestas a cada uno
de los items para indagar cuáles permitían diferenciar entre
cada uno de los grupos. A partir de esos resultados, se construyeron diez escalas clínicas, cada una de las cuales constaba de los items en los que uno de los grupos con trastorno
psiquiátrico había puntuado en dirección opuesta al tipo de
respuesta predominante en el grupo normal. Este ingenioso
método de seleccionar elementos para el test, conocido
como selección empírica, es la base del MMPI y sin lugar a
dudas explica una parte importante de su potencia. Obsérvese que no se recurre a ningún prejuicio subjetivo sobre el
«significado» de una respuesta verdadera o falsa; el significado reside por completo en el hecho de que la respuesta sea
la misma que la que han dado pacientes con diversos trastornos psiquiátricos. Si el patrón de respuestas de un sujeto
se aproxima lo suficiente al de un grupo con determinada
patología, resulta razonable inferir que también está compartiendo otras características psiquiátricas significativas, y
de hecho podría pertenecer «psicológicamente» a ese grupo
(véase el perfil de Esteban en el MMPI-2, en la sección
Avances de la práctica 4.3, de la página 116).
Cada una de esas diez escalas «clínicas» mide por tanto
la tendencia a responder de una manera psicológicamente
desviada. La puntuación en esa escala se compara con la
correspondiente a la población normal, quienes en su
mayoría han respondido a muy pocos items en esa dirección crítica, y los resultados se plasman de forma gráfica en
un formulario estándar del MMPI. Al trazar una línea que
conecta la puntuación obtenida en cada una de las escalas,
el clínico puede llegar a construir un perfil que expresa la
diferencia de ese paciente con una persona normal en cada
una de las escalas. Por ejemplo, la escala para la esquizofrenia está construida a partir de los items que los pacientes
esquizofrénicos responden de una manera diferente a la de
los individuos normales. Aquellas personas que responden
muy alto en esta escala (en relación a la norma), si bien no
tienen porqué ser necesariamente personas esquizofrénicas, con frecuencia ponen de manifiesto alguna inclinación
característica de la población esquizofrénica. Por ejemplo,
las personas que puntúan alto en esta escala probablemente
sean muy poco hábiles socialmente, retraídos, y tengan
ciertos procesos de pensamiento peculiares; quizá también
muy poco contacto con la realidad y, en algunos casos severos, espejismos y alucinaciones.
El MMPI también incluye algunas escalas de validación que permiten detectar si un sujeto está respondiendo
de manera honesta a las preguntas. Por ejemplo, hay una
escala que permite detectar la mentira para quedar bien, y
otras detectan la falsedad y el fingimiento. Cuando una persona puntúa muy alto en los elementos de alguna de estas
escalas, puede llegar a invalidar el test, mientras que una
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
AVA N C E S
en la práctica
El perfil de Esteban en el MMPI-2,
y su informe informatizado
.
Este perfil debería interpretarse con precaución. Existe
la posibilidad de que el informe clínico sea una imagen
exagerada de la situación de Esteban. El sujeto ha mostrado
un número poco habitual de problemas y síntomas
psicológicos. Su actitud ante el test debería evaluarse
también para determinar si su patrón de respuestas se puede
tomar como válido. También es posible que sus respuestas
procedan de dificultades para la lectura, confusión,
desorientación, estrés, o de la necesidad de buscar ayuda
para sus problemas. Los pacientes con este perfil suelen
mostrar confusión y mucha distracción, así como problemas
de memoria. Puede que también encontremos evidencias
de alucinaciones y trastornos del pensamiento.
emoción inapropiada. También es posible encontrar ciertas
evidencias de procesos psicóticos. Puede haber tenido
ilusiones y preocupaciones ocultas y quizá sentimientos
de que todo el mundo va contra él debido a sus creencias.
Probablemente se muestre vago y ambiguo en la entrevista,
y quizá también preocupado por ideas abstractas.
Tiene problemas de concentración, se siente agitado,
y funciona con un nivel muy bajo de eficacia psicológica.
Se siente apático e indiferente, y adopta una actitud pasiva
ante la vida. También siente que el mero hecho
de sobrevivir le deja poca energía para dedicarla a los
placeres de la vida. Quizá muestre señales de alguna
psicopatología importante, como alucinaciones, problemas
de pensamiento y emociones inapropiadas.
Muchas personas con este perfil se plantean el
suicidio, y puede que en la actualidad Esteban esté
haciendo planes para ello.
Experimenta conflictos relativos a su papel sexual,
y muestra una orientación pasiva y afeminada. Aparenta
también cierta inseguridad respecto al papel masculino,
y quizá se sienta incómodo en su relación con las mujeres.
El contenido de sus respuestas indica que se siente
culpable e indigno, y tiene la sensación de que será
castigado por los errores que ha cometido. Se siente
arrepentido e infeliz con su vida, no siente alegría de vivir,
y está lleno de ansiedad y preocupaciones respecto a su
futuro. A partir del contenido de sus respuestas, existe una
elevada probabilidad de que se esté planteando el suicidio.
Se sugiere realizar una evaluación cuidadosa de esta
posibilidad. Considera que su salud no es buena y muestra
muchas quejas somáticas. Tiene la sensación de que la vida
no merece la pena y de que está perdiendo el control de su
pensamiento. Dice de sí mismo que siente las cosas con
más intensidad que el resto de las personas.
Patrón de síntomas
Relaciones interpersonales
El perfil de Esteban en el MMPI-2 pone de manifiesto
una gran cantidad de problemas psicológicos. Parece estar
tenso, apático y retraído, así como experimentar cierto
deterioro en su personalidad. Parece mostrar cierta
confusión y desorganización, y probablemente no deje
de pensar en secreto sobre algunas creencias y sospechas
poco habituales. Algunos rasgos característicos de las
personas con este perfil son una conducta autista y una
Las personas con este perfil suelen experimentar
dificultades en sus relaciones interpersonales. Esteban se
siente vulnerable ante los demás, carece de autenticidad,
y puede que nunca sea capaz de establecer vínculos
interpersonales íntimos y satisfactorios. Se siente muy
inseguro en cuanto a sus relaciones, y está preocupado por
la culpa y el derrotismo. Muchos individuos con este perfil
también se encuentran preocupados respecto a su papel
baja puntuación en las mismas permite realizar una interpretación muy fidedigna. Junto a las escalas de validación y
las escalas clínicas, también se han diseñado algunas escalas
para «problemas especiales», por ejemplo, para detectar el
abuso de sustancias, los problemas matrimoniales, y el trastorno de estrés post-traumático.
Desde el punto de vista clínico, el MMPI se utiliza para
evaluar las características de personalidad de los pacientes,
Esteban fue la primera persona que fue evaluada con
el MMPI original. J. N. Butcher (1993) convirtió en esas
puntuaciones al formato MMPI-2, a partir del cual se
elaboró un informe informatizado del sujeto. La columna
izquierda de la figura muestra las escalas de validación.
Las escalas clínicas se encuentran a la derecha. Las escalas
especiales no han sido incluidas en esta versión del perfil
(la Tabla 4.1 de la página 118 describe esas escalas). Sobre la
base de las puntuaciones obtenidas originalmente y que se
pueden ver en el gráfico, una computadora elaboró la
descripción que ofrecemos aquí. En las páginas 112 y 113
hemos ofrecido también hipótesis elaboradas por un
programa informático respecto al funcionamiento
psicológico de Esteban, y derivadas del test Rorschach.
Informe elaborado por computadora: el perfil de validación
del MMPI-2
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sexual, por lo que nunca llegan a desarrollar relaciones
heterosexuales placenteras. Algunos nunca llegan a
casarse.
La evaluación psicosocial
Dado que este patrón de conducta también puede
estar asociado con un síndrome orgánico cerebral o con
un trastorno mental orgánico debido al uso de sustancias,
es necesario tener en consideración esas posibilidades.
Estabilidad conductual
Las personas con este perfil suelen llevar vidas
atormentadas y caóticas.
Consideraciones diagnósticas
El diagnóstico más probable para este perfil es esquizofrenia,
posiblemente del tipo paranoide, o también un trastorno
paranoide. Este tipo de pacientes suele tener también rasgos
de trastorno afectivo. Además parece observarse un patrón
muy duradero de desajuste, característico de personas con
trastornos severos de personalidad.
así como también sus problemas clínicos. Quizá la utilización más habitual de esta herramienta sea la del diagnóstico.
Como hemos dicho, el perfil individual de una persona se
compara con los perfiles de grupos con problemas psiquiátricos. Si ese perfil individual coincide con el de un grupo, las
características del mismo pueden sugerir algunas descripciones generales que se pueden ajustar a nuestro paciente.
Críticas al MMPI. A pesar de ser la medida de personalidad más ampliamente utilizada, el MMPI original tam-
Consideraciones para el tratamiento
Las personas con este perfil pueden experimentar un
considerable deterioro de la personalidad, hasta el punto
de necesitar hospitalización si llegan a ser considerados como
un peligro para sí mismos o para los demás. Puede que una
medicación psicotrópica pueda reducir los trastornos del
pensamiento y del estado de ánimo. Un tratamiento externo
en su domicilio puede resultar muy difícil, ya que eso le haría
volver a realizar conductas desorganizadas. Las situaciones
vitales problemáticas y las dificultades para establecer
relaciones interpersonales
provocan que estos
pacientes no puedan
beneficiarse de la
psicoterapia de grupo. Los
programas de tratamiento
diario u otros similares
pueden resultar útiles en
la medida en que
proporcionen un entorno
estable para el tratamiento.
El ajuste a largo plazo sí
puede suponer un
problema. Por lo tanto
puede ser necesario que
mantenga contactos
terapéuticos frecuentes
y breves que le permitan
estructurar sus actividades.
Por el contrario, la terapia
de grupo probablemente no
sirva para nada e incluso
pueda exacerbar los
síntomas. Probablemente
Esteban tenga dificultades
para establecer una
auténtica relación de
trabajo con un terapeuta.
bién tiene sus críticas. Algunos psicólogos de orientación
psicodinámica consideran que este test (igual que cualquier
otro de carácter objetivo y estructurado) es algo superficial
y no refleja adecuadamente la complejidad del individuo.
Otros críticos con una orientación conductual consideran
que el MMPI (y de hecho cualquier tipo de test de personalidad) tiene una desmesurada tendencia hacia la medición
de rasgos «mentalistas» e inobservables.
También hay una crítica muy específica relativa a la
edad del test, que se creó a principios de los 40. Para
CAPÍTULO 4
Tabla 4.1.
Evaluación clínica
Las escalas del MMPI-2
Escalas de validez
Puntuación no responde
Mide el número total de cuestiones sin responder
Escala de falsedad
Mide la tendencia a arrogarse virtudes excesivas, o a intentar presentar
una imagen global favorable
Escala de poca frecuencia (F)
Mide la tendencia a exagerar problemas psicológicos en la primera parte
del cuestionario; de manera alternativa, también permite detectar
respuestas aleatorias
Escala de poca frecuencia (FB)
Mide la tendencia a exagerar problemas psicológicos en la última parte
del cuestionario
Escala de defensa (K)
Mide la tendencia a verse a sí mismo de manera positiva pero poco
realista
Escala de Incoherencia de Respuesta
(VRIN)
Mide la tendencia a responder a las cuestiones de manera
incoherente o aleatoria
Escala de Incoherencia de Respuesta
(TRIN)
Mide la tendencia a responder verdadero o falso a las cuestiones,
pero de manera incoherente o aleatoria
Escalas clínicas
Escala 1
Hipocondría (H)
Mide el exceso de preocupación por problemas somáticos y físicos
Escala 2 Depresión (D)
Mide síntomas depresivos
Escala 3 Histeria (Hi)
Mide características histéricas de personalidad, como tener una visión
del mundo «de color rosa», o desarrollar problemas físicos en situaciones
de estrés
Escala 4 Psicopatía (P)
Mide tendencias antisociales
Escala 5 Masculinidad-feminidad (Mf) Mide la inversión del papel sexual
Escala 6 Paranoia (Pa)
Mide la presencia de ideas suspicaces y paranoides
Escala 7 Psicastenia (Pt)
Mide la presencia de conductas ansiosas, obsesivas y preocupantes
Escala 8 Esquizofrenia (Sc)
Mide la presencia de peculiaridades en el pensamiento, los sentimientos
y la conducta social
Escala 9 Hipomanía (Ma)
Mide la presencia de un estado eufórico no justificado, así como la
tendencia a ceder a los impulsos
Escala 10 Introversión social (Is)
Mide la ansiedad social, el retraimiento y el exceso de control
Escalas especiales
Escala ETA
Escala de Tendencia
a la Adicción
Evalúa la medida en que la persona muestra rasgos de personalidad
similares a los de otros sujetos que siguen un tratamiento por abuso de
sustancias
Escala ERA
Escala de
Reconocimiento
de una Adicción
Evalúa la medida en que la persona reconoce tener problemas de abuso
de sustancias
Escala MAC-R
Escala de Adicción
de McAndrew
Se trata de una escala empírica que mide la tendencia a ser adicto a
diversas sustancias
EMM
Escala de Malestar
Matrimonial
Evalúa la presencia de problemas en la relación de pareja
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responder a esta crítica, los editores del test patrocinaron
una revisión del mismo. En la Tabla 4.1 de la página 118 se
describen las escalas del perfil del MMPI-2. Esta versión
revisada construida para los adultos estuvo disponible para
los profesionales a mediados de 1989 (Butcher et al., 2001) y
el MMPI-A, dirigido a adolescentes se publicó en 1992 (Butcher et al., 1992). Sin embargo, en la actualidad el MMPI-2
ha sustituido al instrumento original, que ya ha dejado de
publicarse. Las versiones revisadas del MMPI han sido validadas mediante diversos estudios clínicos (Butcher, Rouse, y
Perry, 2000; Graham, Ben-Porath, y McNulty, 2000).
Hasta la fecha, la experiencia con estas versiones revisadas indica que los clínicos pueden, tras pequeñas modificaciones en su estrategia interpretativa, utilizarlas de la
misma manera que lo hacían con el instrumento original.
La investigación más reciente (Brems y Lloyd, 1995; Clark,
1996) proporciona un fuerte apoyo a estas versiones revisadas. Las escalas clínicas, tras pequeñas revisiones, mantienen su forma original y parecen medir las mismas
características de personalidad de siempre. Las escalas de
validación también muestran una estabilidad similar, y
además se han reforzado con tres escalas adicionales que
permiten detectar tendencias a responder de manera engañosa en algunos items.
Ventajas y limitaciones de los tests
objetivos de personalidad
Los cuestionarios de auto-informe, como el MMPI, tienen
ciertas ventajas sobre otros tipos de tests de personalidad.
No son costosos, tienen una elevada fiabilidad y son objetivos. También pueden puntuarse, interpretarse (e incluso
administrarse), mediante una computadora. Sin embargo,
se han planteado algunas críticas generales contra este tipo
de instrumentos. Como hemos visto, algunos clínicos los
consideran demasiado mecanicistas como para reflejar la
complejidad del ser humano y sus problemas de manera
adecuada. Además, como es necesario que el sujeto sepa
leer, comprender y responder a material verbal, no es posible administrarlos a personas analfabetas o con cierta confusión mental. De hecho, resulta esencial la cooperación del
sujeto, pues de lo contrario podría intentar distorsionar sus
respuestas para producir una impresión determinada. Las
escalas de validación están diseñadas precisamente para
solucionar ese problema.
El formato de puntuación y el énfasis en la validación
hacen que este tipo de cuestionarios sean especialmente
susceptibles de una interpretación informatizada. De
hecho, la primera aplicación de la tecnología informática a
la puntuación e interpretación de un test se hizo con el
MMPI. Hace ya cuarenta años, los psicólogos de la clínica
mayo programaron una computadora para puntuar e interpretar perfiles clínicos. A partir de entonces se han desarrollado otros sistemas de interpretación muy elaborados,
La evaluación psicosocial
tanto del MMPI como de MMPI-2 (Butcher, en prensa;
Fowler, 1987). Los sistemas de interpretación informatizada
del MMPI suelen recurrir a poderosos procedimientos
actuariales (Grove y Meehl, 1996). Lo que se hace con este
tipo de sistemas es almacenar en la computadora descripciones de la conducta de gran cantidad de sujetos que tienen
determinados patrones de puntuación. Cada vez que el perfil de una persona se aproxima a alguno de esos patrones, el
programa informático elabora la descripción adecuada, que
previamente ha sido redactada para adecuarse a ese patrón.
Sin embargo, la acumulación de datos actuariales precisos para un instrumento como el MMPI-2 resulta difícil,
requiere mucho tiempo y es muy costosa. Esto se debe en
cierta medida a la complejidad del propio instrumento, lo
que ocasiona que el número potencial de diferentes perfiles
resulte ingente. Por lo tanto, muchos perfiles no encuentran
en la base de datos de la computadora, un patrón al que ajustarse. Los problemas de este tipo de estrategia también
provienen del otro extremo: esto es, de las conductas o problemas que deben ser detectados y predichos por el instrumento. Muchas condiciones de vital importancia clínica son
relativamente infrecuentes (por ejemplo, el suicidio), o psicológicamente complejas (por ejemplo, posibles componentes psicosomáticos de la enfermedad física de un paciente).
Por lo tanto, resulta difícil acumular suficientes casos como
para permitir la construcción de una base de datos adecuada.
En tales situaciones la persona que escribe la interpretación
debe tener una erudición clínica muy amplia para poder ser
capaz de formular descripciones apropiadas a todos los tipos
de perfil que se pueden obtener.
En el apartado Avances de la práctica 4.3 se ofrecen
algunos ejemplos de este tipo de descripciones generadas
por computadora. En ocasiones algunos de los párrafos
muestran ciertas incoherencias, derivadas de que diferentes
partes de test realizado por el sujeto generan descripciones
distintas. La computadora se limita a recuperar ciegamente
aquellas descripciones que responden a las puntuaciones
obtenidas en las diversas escalas clínicas. Sin embargo, no es
capaz de integrar de manera coherente tales descripciones.
Es ahora cuando debe intervenir el factor humano: resulta
esencial que sea un profesional bien preparado quien interprete y controle los datos de la evaluación (Asociación
Americana de Psicología, 1986).
La evaluación de la personalidad mediante la computadora no es tanto una novedad sino un interesante anexo
de la evaluación clínica. Estas evaluaciones psicológicas
informatizadas suponen un medio rápido y eficaz de proporcionar al clínico la información que necesita en las fases
iniciales del proceso de adopción de decisiones.
Estudio psicológico de un caso: Esteban
En este apartado vamos a ilustrar el proceso de evaluación
psicológica, mediante el estudio diagnóstico del caso de un
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
joven que presentaba un historial clínico muy complicado,
pero que se pudo clarificar sustancialmente mediante la
evaluación psicológica y neuropsicológica. Se trata de un
caso poco habitual, debido a varios aspectos: los problemas
del paciente eran muy graves y abarcaban tanto aspectos
orgánicos como psicológicos; también era necesario tener
en cuenta consideraciones interculturales, ya que el sujeto
era sudamericano y la evaluación tuvo que hacerse en inglés
y español; por otra parte, en este estudio participaron diversos especialistas en psicología: un neuropsicólogo, un psicólogo clínico de orientación conductual, un psicólogo
clínico sudamericano y un psiquiatra.
LA HISTORIA SOCIAL.
Esteban, un estudiante colombiano de 21 años, se había matriculado en un programa de
aprendizaje de inglés en una pequeña Universidad de los
Estados Unidos. En seguida se había mostrado problemático, con una conducta ruidosa, molesta y pendenciera con
sus compañeros (quienes le acusaban de que les robaba
dinero). Pasado un tiempo en el que su conducta no mejoraba, fue expulsado del curso. El director sugirió que quizá
necesitara ayuda psicológica, no sólo para sus problemas de
conducta, sino también ante sus continuas quejas de dolor
de cabeza y pensamiento confuso. El director añadía que
consideraría su readmisión únicamente si manifestaba una
mejoría significativa de su conducta.
Al enterarse de su expulsión, los padres de Esteban,
unos acaudalados banqueros internacionales, se presentaron en la Universidad y sometieron a su hijo a un exhaustivo examen médico, en una conocida clínica de Nueva
York. Allí diagnosticaron que Esteban mostraba un daño
cerebral «difuso», pero no encontraron ningún otro indicio
de enfermedad. Sus padres solicitaron entonces un examen
neurológico más completo. En esta ocasión el neurólogo
recomendó otro examen psicológico y neuropsicológico, ya
que sospechaba que ese «difuso daño cerebral» no justificaba los graves síntomas psicológicos y conductuales que
había mostrado Esteban. Recomendó a la familia que acudiera a un psicólogo, para que realizase la evaluación y el
tratamiento de su hijo. Mientras tanto éste estaba sufriendo
una fuerte presión, por diversas circunstancias —sus problemas de conducta no habían desaparecido, estaba ansioso
de matricularse en otro curso de inglés y, como veremos,
cada vez se le ponía más difícil su aspiración de convertirse
en médico—. Por lo tanto, el psicólogo decidió comenzar
inmediatamente con la terapia, paralelamente a nuevas evaluaciones.
ENTREVISTAS Y OBSERVACIONES CONDUCTUALES. Durante la primera entrevista con Esteban estuvie-
ron presentes sus padres. Esta entrevista se desarrolló en
inglés, y el propio Esteban traducía al español aquellas
expresiones que sus padres no terminaban de comprender.
Durante la sesión, Esteban se mostró desorganizado y poco
atento. Mostraba dificultades para concentrarse en el tema
de conversación, e interrumpía de vez en cuando su propia
exposición para enseñar al entrevistador una serie de artículos, libros, panfletos y cosas similares que sacaba de su
mochila. No paraba de hablar, y muchas veces lo hacía a gritos. No mostraba una actitud defensiva ante sus problemas,
y hablaba de ellos con libertad. Su conducta recordaba la de
un niño hiperactivo, ya que se mostraba excitable, impulsivo e inmaduro. No parecía comportarse como un psicótico; no dijo tener alucinaciones, y se mostraba ajustado a la
realidad. Se relacionaba bien con el entrevistador, parecía
disfrutar de la sesión, y expresó su interés por tener más
entrevistas con él.
Durante las siguientes entrevistas, Esteban se quejaba
frecuentemente de molestias físicas, como dolor de cabeza,
tensión y dificultades para dormir. Decía que le costaba
mucho concentrarse en el estudio. No podía estudiar porque siempre encontraba otras cosas que hacer, sobre todo
hablar de religión. Parecía relajado y sociable, aunque tenía
dificultad para iniciar conversaciones con otras personas, y
tendía a decir cosas socialmente inapropiadas y a perder
los estribos con facilidad. Por ejemplo, durante una entrevista con su familia, se enfureció y llegó a golpear a su
madre.
HISTORIA FAMILIAR.
El padre de Esteban era un banquero colombiano de poco más de sesenta años. Se presentó bien vestido y se mostraba algo pasivo, aunque muy
afectuoso hacia su hijo. Últimamente había atravesado ciertas dificultades y problemas financieros graves que, junto a
dos ataques cardíacos, le habían llevado a un episodio
depresivo que le había alejado de su trabajo. Su esposa y su
hermano, un abogado de Madrid, habían tenido que intervenir para poner en orden sus problemas financieros. Su
esposa decía que su marido había sufrido ciertos episodios
depresivos unos años antes, y que el estado de ánimo de su
hijo le recordaba al de su marido durante esa época.
La madre de Esteban era una mujer tensa, preocupada,
y relativamente hipocondríaca, que parecía ser bastante
dominante. Antes de la primera y segunda entrevistas, hizo
llegar al terapeuta, en secreto, «explicaciones» escritas sobre
los problemas de su hijo. Su propia historia puso de manifiesto que su matrimonio era infeliz, y que sólo vivía dedicada a sus hijos, a quienes mimaba en exceso.
Juan, el hermano de Esteban, era un estudiante de
ingeniería sin problemas aparentes, tanto en sus estudios
como en sus relaciones sociales. Era un año mayor que Esteban.
La infancia de Esteban había estado jalonada de problemas. Su madre decía que aunque de pequeño había sido
un niño encantador y feliz, había cambiado después de los
dos años y medio. Durante esa época, se había caído de
cabeza y había quedado inconsciente; no había llegado a ser
hospitalizado. Al comenzar los años preescolares presentó
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algunos problemas de conducta, como rabietas, negativismo y dificultad para relacionarse con sus compañeros,
problemas que continuaron en la primaria. No quería ir a la
escuela, tenía periodos de conducta agresiva, y parecía un
niño «hiperactivo». Daba la sensación de que se trataba de
un caso de sobreprotección por parte de la madre.
Esteban se mostraba muy unido a su hermano Juan,
con quien confesó haber mantenido prolongadas relaciones
homosexuales durante su infancia. «El peor día» de la vida
de Esteban, según sus propias palabras, fue cuando Juan
rompió su relación homosexual a la edad de dieciséis años,
y le dijo que se fuese «a buscar hombres». Aunque mantuvo
posteriormente una relación platónica con una mujer en
Colombia, nunca llegó a nada serio. Esteban mostraba fuertes deseos homosexuales de los cuales era absolutamente
consciente, y que intentaba controlar mediante una creciente preocupación religiosa.
Esteban había acudido a diversas sesiones de psicoterapia desde los once años. Tras graduarse en el instituto, se
matriculó en Derecho durante un cuatrimestre, pero lo
abandonó porque «prefería estudiar Medicina». Pero según
sus padres, abandonó la escuela porque tenía dificultades
adaptación. Durante una temporada trabajó en la empresa
familiar, pero ante sus dificultades con otros empleados, sus
padres le pidieron que intentara encontrar otro trabajo.
Tras varios intentos fallidos para encontrarlo, lo enviaron a
los Estados Unidos a estudiar inglés, pensando que quizá
este país constituiría un entorno más apropiado para él que
Colombia.
PRUEBAS DE INTELIGENCIA.
Esteban realizó algunos tests psicológicos para evaluar la eventual existencia de
dificultades neurológicas, y determinar si disponía de las
capacidades intelectuales necesarias para realizar una
carrera académica. Su puntuación en el WAIS-R (versión
inglesa) y en el WAIS (versión española) estuvieron en el
«límite de lo normal». Se mostró especialmente deficiente
en aquellas tareas que requerían juicios prácticos, sentido
común, concentración, coordinación viso-motora y formación de conceptos. Por lo demás, en las pruebas de
memoria mostró a una capacidad por debajo de la media,
por ejemplo, dificultades para recordar las ideas principales
de un párrafo que acababa de leer en voz alta (tanto en
español como en inglés). Bajo estas circunstancias la mayoría de las personas con déficits similares son capaces de vivir
una vida confortable, realizando trabajos que sólo requieran un nivel intelectual moderado. Los exámenes pusieron
de manifiesto que las aspiraciones laborales de Esteban,
aparentemente alimentadas por sus padres, excedían su
capacidad, y probablemente contribuyeran a su gran frustración.
EXÁMENES DE PERSONALIDAD. Se aplicó a Esteban
el test Rorschach y el MMPI. Las respuestas de Esteban al
La evaluación psicosocial
test de Rorschach revelaban tensión, ansiedad y preocupación por temas morbosos. Estaba muy preocupado por
su salud, proclive a la depresión, indeciso, aunque otras
veces impulsivo y descuidado. Con frecuencia ofrecía respuestas inmaduras, y mostraba una fuerte y persistente
ambivalencia hacia las mujeres. Ante algunos estímulos
del test de Rorschach, veía mujeres con actitudes muy
agresivas, de manera que con frecuencia mezclaba imágenes sexuales y agresivas. En general se mostraba retraído e
incapaz de relacionarse adecuadamente con otras personas. Si bien sus respuestas al test sugerían que era capaz
de adoptar una perspectiva convencional ante la realidad
y que probablemente no era una persona psicótica, algunas veces mostraba dificultad para controlar sus impulsos. El protocolo del test se analizó informáticamente
mediante el sistema global de Exner que aparece en la
Figura 4.1.
Esteban respondió a la versión original del MMPI
tanto en inglés como en español. Su perfil fue prácticamente idéntico en ambos idiomas. Se convirtió al formato
MMPI-2, y se ha reproducido en el apartado Avances en la
práctica 4.3, junto con la interpretación informatizada de su
perfil.
RESUMEN DE LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA DE
ESTEBAN. El sujeto mostró deficiencias neurológicas
moderadas en la evaluación neuropsicológica y una capacidad intelectual limítrofe con lo normal. Evidentemente
no tenía la capacidad académica para superar los estudios
de Medicina. Esto le generaba gran cantidad de estrés y
mucha frustración. Por otra parte, su escasa memoria contribuía a dificultar más si cabe el aprendizaje de materias
complicadas.
La interpretación del MMPI-2 puso de manifiesto que
la conducta desorganizada y los patrones sintomáticos
reflejaban un trastorno psicológico grave. Aunque en realidad no era una persona psicótica, tanto su conducta
anterior como su actuación en el test sugerían la posibilidad de un deterioro de la personalidad en determinadas
situaciones.
Los problemas psicológicos más relevantes de Esteban tenían que ver con su tendencia a la frustración y la
consecuente pérdida inmediata del control de los impulsos. Se encolerizaba con mucha facilidad. También parecía
que el aislamiento relativo de Esteban durante su infancia
(debido en parte a su sobreprotectora madre) no lo preparó para funcionar adecuadamente en situaciones sociales. Otra área problemática para Esteban era su ajuste
psicosexual. Tanto los tests psicológicos como su historia
personal indicaban con claridad una confusión de su
papel sexual.
Desde la perspectiva del DSM-4. Esteban habría sido
clasificado en el eje I con un diagnóstico de síndrome orgánico de personalidad, y en el eje II con un diagnóstico de
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
trastorno limítrofe de personalidad. Por esa razón, se le
recomendó que recibiera entrenamiento en habilidades
sociales y que —en vez de estudiar medicina— se le animara a estudiar una profesión manual más en consonancia
con su capacidad. Para solucionar sus problemas de control
emocional se le prescribió medicación psicotrópica (litio y
Mellaril).
EPÍLOGO. Esteban continuó acudiendo a terapias psicológicas dos veces a la semana y mantuvo su medicación.
También acudió a un programa de entrenamiento en habilidades sociales de diez sesiones. Ha sido admitido en un
curso de inglés menos exigente, y que parece más adecuado
a su capacidad.
Durante los primeros seis meses de tratamiento, Esteban realizó progresos considerables, sobre todo después de
que su conducta se estabilizase, aparentemente debido a la
medicación. Su conducta se hizo menos impulsiva, y fue
capaz de controlar su cólera. Terminó con éxito el curso
de inglés, y durante ese periodo vivió con su madre, que se
había trasladado a vivir temporalmente cerca de la universidad. Pasado un tiempo, y ante esas perspectivas tan halagüeñas, la madre volvió a Colombia y Esteban se trasladó a
un apartamento con un compañero con quien, sin
embargo, encontraba cada vez más dificultades.
Algunas semanas después de que su madre hubiera
vuelto a Colombia, Esteban dejó de acudir a la terapia y de
tomar su mediación. Empezó a frecuentar bares de homosexuales, al principio por curiosidad pero después en
busca de amantes masculinos. Mientras tanto aumentaban sus preocupaciones religiosas, y se trasladó a vivir a
una casa cercana al Campus, dirigida por un culto religioso fundamentalista. Sus padres, preocupados por su
conducta homosexual (que su hijo les describió telefónicamente con todo detalle, sugiriéndoles además que le
acompañasen al local), volvieron a los Estados Unidos. Al
reconocer que no podían permanecer supervisando constantemente a su hijo, han buscado un programa de tratamiento residencial que le proporcionará un entorno vital
más estructurado.
REVISIÓN
• ¿Qué suposiciones se encuentran tras los tests
proyectivos? ¿En qué se diferencian de los
tests objetivos?
• ¿Qué ventajas ofrecen los tests objetivos de
personalidad sobre los tests menos
estructurados?
• ¿Qué es el MMPI-2? Describa sus escalas.
LA INTEGRACIÓN
DE LOS DATOS PROCEDENTES
DE LA EVALUACIÓN
Una vez recogidos los datos de la evaluación es necesario
interpretar su significado para poder integrarlos en un
modelo coherente, imprescindible para planificar o modificar el tratamiento. Los clínicos privados normalmente asumen ellos solos esta ardua tarea. Pero en un hospital estos
datos normalmente se evalúan en reuniones de trabajo a las
que acude un equipo interdisciplinar (probablemente un
psicólogo clínico, un psiquiatra, un trabajador social y otro
personal especializado en salud mental). Al poner en
común toda la información que han recogido, pueden analizar si sus resultados se complementan entre sí hasta llegar
a dibujar una imagen definitiva, o si por el contrario quedan lagunas o discrepancias que requieran una mayor
investigación.
La integración de todos estos datos puede llevar a un
acuerdo sobre el diagnóstico del paciente. En cualquier caso
los resultados obtenidos por cada miembro del equipo, así
como las recomendaciones para el tratamiento, se anotan
en un registro, lo que permite comprobar en cualquier
momento la razón por la que se adoptó la decisión respecto
a una determinada terapia, la precisión de la evaluación clínica y la validez del tratamiento propuesto.
La recogida de nuevos datos durante el proceso de terapia proporciona retroalimentación sobre su eficacia, y permite adoptar las modificaciones que puedan resultar
pertinentes. Como ya se ha dicho, los datos de la evaluación
clínica también suelen utilizarse para evaluar la eficacia de
la terapia y para comparar la efectividad de diferentes estrategias terapéuticas y preventivas.
Aspectos éticos de la evaluación
Las decisiones que se adoptan a partir de los datos de la evaluación pueden tener implicaciones de largo alcance. La
decisión del equipo puede determinar si una persona con
una depresión grave será hospitalizada o podrá permanecer
con su familia, o si una persona acusada de un delito será
declarada competente para comparecer en un juicio. Así
pues, una decisión derivada de una evaluación adecuada es
algo más que una elaboración teórica. Debido al impacto
que esa evaluación puede tener sobre la vida de los demás,
resulta de vital importancia no olvidar ciertos factores a la
hora de evaluar los resultados de un examen:
1. POSIBLES
DEL CLÍNICO.
SESGOS CULTURALES DEL INSTRUMENTO O
Existe la posibilidad de que algunos tests
psicológicos no sean adecuados para evaluar a personas
procedentes de una minoría social (Gray-Little, 2002).
También un clínico que se desenvuelve en un contexto cultural determinado puede experimentar dificultades para
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evaluar de manera objetiva la conducta de alguien perteneciente a otra cultura distinta, como por ejemplo un refugiado del sudeste asiático. Así pues, resulta muy importante
asegurarse, como han demostrado Hall, Bansal, y López
(1999) con el MMPI-2, qué instrumentos de evaluación
pueden aplicarse a personas procedentes de grupos minoritarios.
2. ORIENTACIÓN TEÓRICA DEL CLÍNICO. La evaluación
está inevitablemente influida por las suposiciones, percepciones, y la orientación teórica del clínico. Por ejemplo, probablemente un psicoanalista y un conductista valoren de
una manera muy diferente la misma conducta. El profesional con una orientación psicoanalítica tiende a considerar
la conducta como reflejo de motivos subyacentes, mientras
que un clínico conductista tiende a considerarla en el contexto de la situación estimular inmediata. Probablemente el
resultado sea diferentes recomendaciones de tratamiento.
3. INFRAVALORAR LA SITUACIÓN EXTERNA. Muchos
clínicos sobrevaloran la influencia de los rasgos de personalidad como causa de los problemas de sus pacientes, sin
prestar la suficiente atención al papel de los factores estresantes y de otras circunstancias presentes en la vida de éstos.
Esta tendencia sesgada puede pasar por alto la importancia
de algunos factores ambientales que pueden jugar un papel
crucial.
4. VALIDACIÓN INSUFICIENTE. Algunos procedimientos de evaluación psicológica todavía no han sido suficientemente validados mediante técnicas psicométricas.
5. DATOS IMPRECISOS O EVALUACIÓN PREMATURA.
Siempre existe la posibilidad de que algunos datos sean
imprecisos. Siempre existe cierto riesgo al hacer predicciones para una persona sobre la base de promedios obtenidos
de una muestra. Los datos imprecisos o las conclusiones
prematuras no sólo pueden producir errores respecto a los
problemas del paciente, sino también cercenar la posibilidad de buscar más información, lo que puede tener graves
consecuencias para el paciente.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son algunos de los aspectos éticos
que los clínicos deben tener en cuenta cuando
evalúan los resultados del examen de sus
pacientes?
• ¿Cómo se incorporan las interpretaciones
psicológicas informatizadas a la interpretación
de un test?
• ¿En qué consiste la validez de un test?
La clasificación de la conducta patológica
LA CLASIFICACIÓN
DE LA CONDUCTA PATOLÓGICA
La clasificación resulta esencial en cualquier ciencia, ya se
trate de estudiar elementos químicos, plantas, planetas o
personas. Al disponer de un sistema de clasificación convencional, podemos estar seguros de que al menos se produce una buena comunicación. Si alguien te dice «vi un
perro corriendo por la calle», no resulta difícil producir una
imagen mental muy similar a la de ese perro, y no porque
proceda de ese perro en concreto, sino que proviene de
nuestro conocimiento de cómo se clasifican los animales.
Por supuesto que hay muchas razas de perros y que además
éstos pueden variar muchísimo en cuanto a su tamaño,
color, longitud del pelo, etc.; sin embargo, tenemos muy
pocas dificultades para reconocer cuáles son las características esenciales de la «perrez». La «perrez» es un ejemplo de
lo que los psicólogos quieren decir cuando se refieren a un
prototipo cognitivo.
En la psicología clínica, la clasificación supone un
intento para delimitar variedades propias de la conducta
inadaptada. Junto a la definición de lo que es una conducta
patológica, también resulta esencial algún tipo de clasificación para poder organizar nuestra discusión sobre la naturaleza, las causas y el tratamiento más adecuado de dicha
conducta. La clasificación permite comunicar información
sobre la conducta patológica de una manera convencional
y relativamente precisa. Por ejemplo, es imposible realizar
una investigación sobre las causas de los trastornos alimenticios a menos que dispongamos de una definición más o
menos clara de la conducta en cuestión; de lo contrario,
seremos incapaces de seleccionar a las personas que expresan ese tipo de trastorno. Por otra parte existen razones
adicionales que exigen disponer de una clasificación, como
por ejemplo tener estadísticas sobre la frecuencia de los
trastornos.
Recuérdese que, igual que el propio proceso de definición de la patología en sí mismo, cualquier clasificación es
un producto de la invención humana —esto es, en esencia,
se trata de realizar generalizaciones a partir de lo que se ha
observado—. Incluso cuando las observaciones se hacen de
una manera aquilatada y cuidadosa, las generalizaciones a
las que podemos llegar trascienden esas observaciones, y
nos permiten hacer inferencias sobre las similitudes y las
diferencias subyacentes. Por ejemplo, resulta relativamente
frecuente que una persona experimente episodios de
pánico relativos a su temor a la muerte. Una vez que se delimita cuidadosamente lo que es el «pánico», encontramos
que éste no se asocia realmente con el riesgo de muerte sino,
por el contrario, que las personas que experimentan tales
episodios suelen compartir otras características, como por
ejemplo haber estado recientemente expuestos a acontecimientos muy estresantes.
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
Por otra parte resulta habitual que un sistema de clasificación nunca esté absolutamente cerrado, sino que se vaya
modificando a medida que nuevas evidencias ponen de
manifiesto que las generalizaciones previas eran incompletas o erróneas. Además, resulta importante recordar que
sólo es posible lograr una clasificación formal recurriendo a
técnicas muy precisas de evaluación psicológica, que progresivamente se van refinando a lo largo del tiempo.
Fiabilidad y validez
Para que un sistema de clasificación resulte eficaz es necesario que tenga fiabilidad y validez. La fiabilidad significa que
un instrumento de medida produce siempre el mismo
resultado cada vez que se utiliza para medir la misma cosa.
Si su báscula muestra un peso muy diferente cada vez que se
sube a ella, probablemente deba considerarla como una
medida muy poco fiable de su masa corporal. En el contexto de la clasificación, la fiabilidad es un indicador del
grado en que diferentes observadores coinciden en que la
conducta de una persona se ajusta a un diagnóstico determinado. Si este acuerdo no llega a producirse, quiere decir
que el criterio de clasificación no es lo suficientemente preciso como para establecer la presencia de ese trastorno.
Un sistema de clasificación también debe ser válido. La
validez consiste en que un instrumento de medida mida lo
que se supone que debe medir. En el contexto de la clasificación, la validez consiste en que el diagnóstico transmita
información importante sobre la persona cuya conducta
encaja con esa categoría, de manera que nos permita predecir el curso que seguirá ese trastorno. Si, por ejemplo, a una
persona se le diagnostica un trastorno de esquizofrenia,
deberíamos ser capaces de inferir la presencia de algunas
características muy específicas que diferencian a esa persona de otros individuos considerados normales, y también
de aquellos que sufren trastornos mentales diferentes. Por
ejemplo, el diagnóstico de esquizofrenia supone un trastorno muy persistente, con episodios muy recurrentes.
Por regla general la validez presupone fiabilidad. Si los
clínicos son incapaces de llegar a un acuerdo sobre la categoría a la que pertenece el trastorno de conducta de una
persona, entonces la cuestión de la validez que pueda tener
esa clasificación se torna irrelevante. En otras palabras, si no
somos capaces de establecer un diagnóstico, entonces
carece de importancia cualquier información que pueda
proporcionar ese diagnóstico. Por otra parte, una buena fiabilidad no garantiza la validez. Por ejemplo, la dominancia
manual (zurda, diestra o ambidextra) se puede valorar con
una enorme fiabilidad, sin embargo la dominancia manual
no predice en absoluto la salud mental ni prácticamente
ninguna otra conducta; esto es, no supone un indicador
válido de esas cualidades. De manera similar, la asignación
fiable de la conducta de una persona a una determinada
categoría de trastorno mental sólo probará su utilidad en la
medida en que la investigación haya podido establecer la
validez de esa categoría.
Diferentes modelos de clasificación
En la actualidad disponemos de tres propuestas para clasificar la conducta patológica: la categórica, la dimensional y
la prototípica (Widiger y Frances, 1985). La estrategia categórica, análoga al sistema médico para el diagnóstico de la
enfermedad, supone que (1) toda conducta humana puede
dividirse en categorías de saludable o patológica, y que
(2) dentro de la última categoría existen otras subcategorías
que no se solapan entre sí, con un elevado grado de homogeneidad interna, tanto respecto a los «síntomas» como a la
organización subyacente del trastorno.
LA
ESTRATEGIA DIMENSIONAL. Las estrategias
dimensional y prototípica se diferencian fundamentalmente respecto a las suposiciones de partida, y sobre todo
respecto al requisito de que las categorías de conducta sean
independientes y homogéneas. En la estrategia dimensional, se supone que la conducta típica de una persona es el
resultado de vectores de diferente intensidad que se organizan a lo largo de diversas dimensiones, tales como el estado
de ánimo, la estabilidad emocional, la agresividad, la identidad sexual, la ansiedad, la fidelidad interpersonal, la claridad de pensamiento y comunicación, la introversión, etc.
Una vez que se ha establecido cuáles son las dimensiones
más relevantes, éstas se aplican por igual a todo el mundo.
Se supone que las personas difieren entre sí respecto a la
configuración o el perfil que adoptan tales rasgos (cada uno
de los cuales puede oscilar desde muy bajo a muy alto), pero
no en términos de conductas específicas que correspondan
a una entidad «desajustada» que supuestamente subyace y
origina dicha conducta (Widiger, 2001). Lo normal se diferencia de lo anormal según una serie de criterios estadísticos muy precisos, derivados de su intensidad dimensional,
de manera que se supone que la mayor parte de las personas
están cercanas al promedio. Por ejemplo, podríamos decir
que cualquier puntuación superior al percentil 97 de agresividad, y cualquier puntuación por debajo del percentil 3
de sociabilidad debe considerarse como algo «anormal».
El diagnóstico realizado sobre una base dimensional
tiene la ventaja de que apunta directamente a las opciones
de tratamiento. Dado que el perfil psicológico del paciente
consiste en desviaciones de la norma por arriba o por abajo,
las terapias pueden diseñarse para moderar las conductas
excesivas (por ejemplo, la ansiedad), o para avivar las que se
realizan con demasiada parquedad (por ejemplo, una baja
asertividad).
Por supuesto, al adoptar esta estrategia puede ocurrir
que descubramos que tales perfiles tienden a agruparse en
tipos —e incluso que alguno de esos tipos correlacionan,
aunque de manera imperfecta, con disfunciones conductua-
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les, como los trastornos de ansiedad o la depresión—. Sin
embargo, resulta muy improbable que el perfil de una persona se ajuste exactamente a un tipo definido con mucha precisión, o también que los tipos identificados no tengan rasgos
solapados. Esto nos lleva a comentar la estrategia prototípica.
LA ESTRATEGIA PROTOTÍPICA. Un prototipo es una
entidad imaginaria que describe una combinación idealizada de características que aparecen unidas de una manera
más o menos regular. Recuérdese nuestro anterior ejemplo
de «perrez». Los prototipos forman parte de nuestra experiencia cotidiana. Cualquiera de nosotros puede generar la
imagen mental de un perro, aunque sabemos que nunca
hemos visto ni veremos dos perros idénticos. Así pues, ningún miembro de un grupo definido mediante un prototipo
tendrá todas las características del mismo, incluso aunque
ocupen una posición muy céntrica. Por otra parte, puede
que algunas características estén compartidas con otros
prototipos —por ejemplo, hay muchos otros animales además de los perros que también tienen rabo.
Como veremos, la estrategia ortodoxa de diagnóstico
pretende definir todos los posibles tipos de trastorno mental, aunque si bien a lo que aspira explícitamente es a crear
entidades categóricas, sin embargo, lo habitual es que dé
lugar a entidades prototípicas. Las características más
substanciales de diversos trastornos suelen ser relativamente ambiguas, igual que lo son las fronteras que aspiran
a separar un trastorno de otro. Son abundantes las evidencias que demuestran que una estrategia estrictamente categórica, que pretenda identificar diferencias entre diferentes
arquetipos de conductas humanas, ya sean normales o
patológicas, probablemente constituya un objetivo inalcanzable. Tener esto en mente puede permitirnos evitar
muchas confusiones. Por ejemplo, es habitual encontrar
que los individuos con un mismo trastorno psicológico
muestran también otros trastornos —lo que se conoce
como comorbilidad—. ¿Significa eso que esa persona
manifiesta dos o más trastornos absolutamente distintos?
Lo más frecuente es no.
Clasificación diagnóstica formal
de los trastornos mentales
En la actualidad existen dos grandes sistemas de clasificación psiquiátrica: el International Classification of Disease
System (ICD-10) (Sistema de Clasificación Internacional de
las Enfermedades), publicado por la OMS, y el Diagnostic
and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) (Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales),
publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría. El
sistema ICD-10 se usa fundamentalmente en Europa y en
otros muchos países, mientras que el sistema DSM es la
guía estándar en los Estados Unidos. Ambos sistemas se
parecen mucho, ya que los dos recurren a los síntomas
La clasificación de la conducta patológica
como elemento central para la clasificación, y también definen los problemas desde diferentes facetas (el sistema multiaxial que describiremos más adelante).
Existen ciertas diferencias en la manera en que los síntomas se agrupan en cada uno de los sistemas, lo que puede
dar lugar a una clasificación diferente en cada uno de ellos.
Para describir lo que puede considerarse como un trastorno
mental, nos centraremos en el sistema DSM. Este manual
especifica cuáles son las categorías de trastornos mentales
que actualmente se reconocen de manera oficial, y proporciona para cada uno de ellos un conjunto de criterios para
definirlos. Como ya se ha dicho, el sistema pretende ser
categórico, y establecer límites precisos entre diversos trastornos, aunque de hecho se trata más bien de un sistema
prototípico con gran confusión entre las fronteras de los
trastornos, y un solapamiento considerable entre las diversas «categorías».
Los criterios que permiten definir las categorías de
trastornos consisten en su mayor parte en síntomas e indicadores. El término síntoma suele referirse a la descripción
subjetiva del paciente, y a sus quejas sobre lo que no marcha bien. Por otra parte, los indicadores son observaciones
objetivas que hace de manera directa la persona que realiza
el diagnóstico (por ejemplo, la incapacidad del paciente
para mirar a los ojos de la otra persona), o también de
forma indirecta (por ejemplo, el resultado de los tests
administrados por otros psicólogos). Para realizar un diagnóstico, el psicólogo debe observar la presencia de determinados criterios —los síntomas e indicadores que el DSM-4
señala que deben cumplirse.
LA EVOLUCIÓN DEL DSM. El DSM se encuentra
actualmente en su cuarta edición (DSM-4), y ha recibido
algunas modificaciones recientes, lo que ha dado lugar al
DSM-4-TR, publicado en el año 2000. Este sistema es el
resultado de cinco décadas de estudio que han supuesto un
refinamiento y una precisión cada vez mayores para la identificación y la descripción de los trastornos mentales. La
primera edición del manual apareció en 1952 como resultado de los intentos de estandarizar los diagnósticos realizados por el personal militar durante la Segunda Guerra
Mundial. La segunda edición del DSM en 1968 reflejaba los
resultados obtenidos a partir de la investigación realizada
en la posguerra. A lo largo del tiempo, psicólogos y psiquiatras reconocieron un importante defecto en ambos manuales: los diversos trastornos se describían mediante una jerga
narrativa, demasiado ambigua para que los profesionales de
la salud mental pudieran ponerse de acuerdo respecto a su
significado. El resultado era una importante limitación de
la fiabilidad diagnóstica: esto es, dos profesionales que examinaban al mismo paciente podían perfectamente llegar a
conclusiones completamente diferentes.
Para solucionar este impasse clínico y científico, la tercera edición del DSM publicada en 1980 presentó una
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
estrategia absolutamente diferente, que pretendía eliminar, en la medida de lo posible, el carácter subjetivo del
proceso diagnóstico. Para ello se adoptó un método «operativo» para definir los trastornos oficialmente reconocidos. La innovación significó que el sistema DSM debía
especificar las observaciones exactas que tenían que
hacerse para conseguir un diagnóstico determinado. Por
ejemplo, era necesario que estuvieran presentes determinado número de indicadores o síntomas de una lista, para
poder realizar un diagnóstico. Esta nueva estrategia, que se
mantuvo en la revisión que se realizó en 1987 (DSM-III-R)
y en el DSM-IV, publicado en 1994, aumentó considerablemente la fiabilidad diagnóstica. La Tabla 4.2 reproduce
los criterios diagnósticos del DSM-4 para el trastorno distímico como ejemplo de la estrategia operativa para el
diagnóstico.
Entre la primera y la cuarta edición del manual se ha
incrementado de manera impresionante el número de trastornos mentales reconocidos de manera oficial, tanto por la
adición de nuevos diagnósticos, como por la subdivisión y
la elaboración de trastornos ya establecidos. Dado que
resulta improbable que la psicología de los norteamericanos haya cambiado demasiado durante ese periodo, lo más
razonable es suponer que son los profesionales de la salud
mental los que perciben su campo de trabajo desde una
perspectiva diferente.
LAS LIMITACIONES DE LA CLASIFICACIÓN DSM.
Como ya se ha dicho, existen ciertos límites sobre la medida
en que un sistema conceptual estrictamente categórico
puede llegar a representar de manera adecuada las patologías conductuales a las que estamos sujetos los humanos.
Los problemas reales de los pacientes reales con frecuencia
no encajan impecablemente en las precisas listas de síntomas e indicadores del DSM actual. Por ejemplo, ¿cómo tratar a un paciente que cumple tres de los criterios de un
diagnóstico determinado, cuando el mínimo necesario es
que cumpla cuatro? Una realidad clínica es que los trastornos que sufren las personas no suelen estar tan precisamente diferenciados como la parrilla que ofrece el DSM.
Por otra parte, las clasificaciones cada vez más aquilatadas
también van engendrando más y más tipos de trastornos.
En nuestra opinión, con demasiada frecuencia la consecuencia es sacrificar la validez en aras de la fiabilidad. Lo
cual, por otra parte, no tiene sentido. Por ejemplo, una
mezcla de ansiedad y depresión es absolutamente frecuente
en la población clínica, y también las investigaciones
demuestran que ambas dimensiones correlacionan considerablemente. Sin embargo, el DSM las considera como dos
tipos de trastorno absolutamente distintos, y en consecuencia, una persona que a la vez es ansiosa y deprimida debe
recibir dos diagnósticos distintos.
Como ya se ha dicho, la ocurrencia habitual de dos o
más trastornos supuestamente diferentes en la misma per-
sona se conoce como comorbilidad. La comorbilidad ocurre muy frecuentemente en el sistema diagnóstico DSM
(véase Kessler et al., 1924). Sin embargo, lo normal es pensar que cuando dos o más trastornos suelen presentarse
juntos de manera habitual, lo más probable es que estén
relacionados de una manera u otra. La comprensión de esas
relaciones podría aumentar nuestra comprensión de la
naturaleza y el desarrollo de esos síndromes combinados.
LOS CUATRO EJES DEL DSM-4-TR.
El DSM-4-TR
evalúa al individuo en función de cuatro ejes. Los primeros
tres evalúan el estatus clínico actual:
Eje I.
Los síndromes clínicos específicos que pueden ser
objeto de atención clínica. Incluiría la esquizofrenia, el trastorno de ansiedad generalizado, la depresión mayor y la
dependencia de sustancias. Las condiciones del Eje I son
análogas a las enfermedades que reconoce la medicina
general.
Eje II. Trastornos de personalidad. Un grupo muy
amplio de trastornos, que discutiremos en el Capítulo 10, y
que abarcan diferentes formas alteradas de relación con el
mundo como, por ejemplo, el trastorno de personalidad
histriónico, el trastorno de personalidad paranoide, o el
trastorno de personalidad antisocial. El último de ellos, por
ejemplo, se refiere a un patrón persistente y de desarrollo
precoz, que se caracteriza por la no aceptación de las normas de conducta, incluyendo las de tipo legal. El Eje II proporciona una manera de codificar rasgos de personalidad
inadaptados y muy duraderos, que pueden o no estar implicados en el desarrollo y en la expresión de los trastornos del
Eje I. El retraso mental también se diagnostica dentro de
este eje.
Eje III. Condiciones generales médicas. Aquí aparece
cualquier situación médica general potencialmente relevante para la comprensión del caso. Este eje puede utilizarse
junto con el eje I, mediante la frase «debido a (una condición general médica específica)» —por ejemplo, donde un
trastorno de depresión mayor se considera provocado por
un dolor persistente asociado con una enfermedad crónica.
En cualquiera de estos tres ejes, cuando se cumplen los
criterios pertinentes, se permite establecer más de un diagnóstico, y de hecho se anima a ello. Esto es, una persona
puede ser diagnosticada de múltiples síndromes psiquiátricos, como el trastorno de pánico, o el trastorno de depresión mayor; un trastorno de personalidad, de tipo
dependiente o evitador; o problemas médicos potencialmente importantes, como la cirrosis (un trastorno del
hígado producido generalmente por un consumo excesivo
de alcohol) y sobredosis de cocaína. Los dos últimos ejes del
DSM-4-TR se utilizan para valorar aspectos más amplios
de la situación del individuo.
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Tabla 4.2.
La clasificación de la conducta patológica
Criterios diagnósticos para el trastorno distímico 300.4
A) Estado de ánimo deprimido durante la mayor parte del día, durante la mayoría de los días, indicado por el propio
paciente o por la observación de quienes le rodean, durante al menos dos años. Nota: en niños y adolescentes, el
estado de ánimo puede ser irritable y con una duración de al menos un año.
B) Presencia, mientras está deprimido, de dos o más de los siguientes síntomas:
a)
b)
c)
d)
e)
f)
Escaso apetito, o comer compulsivamente.
Insomnio o hipersomnolencia.
Escasa energía y fatiga.
Escasa auto-estima.
Dificultades de concentración y para adoptar decisiones.
Sentimientos de desesperación.
C)
Durante un período de dos años (un año para niños y adolescentes) de padecer el trastorno, la persona nunca ha
estado libre de síntomas de los criterios A y B, durante más de dos meses seguidos.
D)
Durante los primeros dos años del trastorno, no se ha producido ningún Episodio Depresivo Mayor (un año para
niños y adolescentes); por ejemplo, el trastorno no queda mejor explicado por un Trastorno Depresivo Mayor
crónico o en remisión.
Nota: puede haberse producido un Episodio Depresivo Mayor previo en completa remisión (sin síntomas durante
dos meses), antes de que se desarrolle un trastorno Distímico. Además, después de los primeros dos años (1 año en
niños y adolescentes) del trastorno Distímico, podría haber episodios del Trastorno Depresivo Mayor, en cuyo caso
deben diagnosticarse ambos trastornos si se cumplen los criterios de Trastorno Depresivo Mayor.
E)
Nunca se ha producido un Episodio Maníaco, un Episodio Mezclado, o un Episodio Hipomaníaco, y nunca se han
cumplido los criterios del Trastorno Ciclotímico.
F)
El trastorno no ha ocurrido exclusivamente durante el curso de un Trastorno Psicótico crónico, como una
esquizofrenia o un Trastorno delirante.
G) Los síntomas no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (droga ilegal o medicina), o a una
enfermedad médica general (por ejemplo hipotiroidismo).
H) Los síntomas provocan un malestar clínico significativo, o deterioro del funcionamiento social, laboral, o de otras
facetas importantes.
Especifíquese sí:
Aparición temprana: antes de los veintiún años de edad.
Aparición tardía: después de los veintiún años de edad.
Especifíquese (para los últimos dos años del Trastorno distímico):
Con características atípicas (este apartado se incluye para que el clínico especifique si los síntomas o la conducta
del paciente son inusuales o tienen alguna característica distintiva).
Fuente: Reproducido con permiso del DSM-IV-TR. Copyright 1994, APA.
Eje IV. Problemas psicosociales y ambientales. Este
grupo se refiere a circunstancias estresantes que pueden
haber contribuido a que se produzca el trastorno, sobre
todo si han estado presentes durante el último año. Se invita
al psicólogo a utilizar una lista para revisar diversas categorías de problemas —familiares, económicos, laborales,
legales, etc.—. Por ejemplo, puede incluirse la frase «problemas con el grupo primario de apoyo», cuando se consi-
dera que ciertos problemas familiares pueden haber contribuido al trastorno.
Eje V.
Evaluación global del funcionamiento. En este eje,
los clínicos deben indicar si el individuo está funcionando
actualmente de manera adecuada. Se proporciona al examinador una escala global para la valoración del funcionamiento que consta de cien puntos, y a partir de la cual el
CAPÍTULO 4
Tabla 4.3.
Evaluación clínica
Escala para valoración global del funcionamiento
Se considera el funcionamiento psicológico, social y laboral, sobre un continuo hipotético de salud/enfermedad mental.
No incluye aquellos problemas debidos a limitaciones físicas o ambientales. (Nota: utilizar los códigos intermedios
cuando resulte apropiado, por ejemplo, 45, 68, y 72).
Código
91-100
Excelente funcionamiento en un amplio rango de actividades, los problemas nunca parecen escaparse de las
manos, todo el mundo lo busca debido a sus muchas cualidades positivas. Sin síntomas.
81-90
Síntomas mínimos o ausentes (por ejemplo, ansiedad moderada ante un examen), buen funcionamiento en
todas las áreas, interesado e involucrado en un amplio rango de actividades, sociable, generalmente
satisfecho con la vida, con los problemas y preocupaciones cotidianas habituales (por ejemplo, alguna
discusión ocasional con la familia).
71-80
En caso de que exista algún síntoma, se trata de reacciones transitorias esperables ante factores psicosociales
estresantes (por ejemplo, dificultades de concentración tras una disputa familiar); problemas muy leves en el
funcionamiento social, laboral o escolar (por ejemplo, algún fallo ocasional de las tareas escolares).
61-70
Algún síntoma moderado (por ejemplo, un ataque de pánico ocasional). O dificultades moderadas en el
funcionamiento social, laboral, o escolar (por ejemplo, novillos ocasionales o algún pequeño robo
domésticos), pero en general se observa un buen funcionamiento y mantiene algunas relaciones
interpersonales significativas.
51-60
Algún síntoma moderado (por ejemplo, un ataque de pánico ocasional). O dificultades moderadas en el
funcionamiento social, laboral o escolar (por ejemplo, escasas amistades, conflictos con los compañeros o
colaboradores).
41-50
Síntomas graves (por ejemplo, ideas suicidas, rituales obsesivos graves, frecuentes robos en tiendas). O
deterioro importante del funcionamiento social, laboral, o escolar (por ejemplo, sin amigos, incapaz de
mantener su trabajo).
31-40
Cierto deterioro en la percepción de la realidad y o en la comunicación (por ejemplo, habla ilógica, oscura o
irrelevante). O grandes deterioros en ciertas áreas, como en el trabajo o la escuela, las relaciones familiares,
el razonamiento y el pensamiento, o el estado de ánimo (por ejemplo, los hombres deprimidos evitan a los
amigos, rechazan a la familia y son incapaces de trabajar; los niños con frecuencia golpean a los más
pequeños, se muestran desafiantes en casa y muestran fracaso escolar).
21-30
La conducta está considerablemente influida por ilusiones o alucinaciones. O un grave deterioro de la
comunicación o el razonamiento (por ejemplo, en ocasiones incoherente, groserías, de preocupaciones
suicidas). O incapacidad para funcionar en casi todas las áreas (por ejemplo, se queda en cama todo el día;
no tiene trabajo, casa, o amigos).
11-20
Existe el riesgo de que dañe a otros o a sí mismo (por ejemplo, intentos suicidas sin una clara expectativa de
morir; frecuentemente violento; excitación maníaca), o fracasos ocasionales para mantener una higiene
personal mínima (por ejemplo, manchas de excrementos), o grave deterioro de la comunicación (por
ejemplo, incoherente o inexistente).
1-10
0
Peligro constante para dañar a otros o a sí mismo (por ejemplo, constante violencia). O incapacidad
permanente para mantener una mínima higiene personal o acciones suicidas con expectativa de muerte.
Información inadecuada
Fuente: reproducido con permiso de DSM-IV. Copyright 1994. American Psychiatric Association.
psicólogo debe asignar un número que resume la capacidad
general del paciente para funcionar de manera ajustada. Esa
escala se reproduce en la Tabla 4.3 de la página 128.
Los ejes IV y V, que se introdujeron por primera vez en el
DSM-III, son complementos muy importantes. Saber las
frustraciones y demandas con las que se enfrenta una per-
sona resulta trascendental para comprender el contexto en
que se ha desarrollado la conducta problemática. Y por otra
parte, el nivel general de funcionamiento transmite una
información crucial que no siempre es posible encontrar en
otros ejes, y que señala si el individuo se está enfrentando
adecuadamente a sus problemas. Sin embargo, algunos
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Tabla 4.4.
Diagnóstico, según el
DSM-IV, de Alberto G.
• Eje I
Trastorno depresivo mayor
• Eje II
Trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo
• Eje III
Ninguno
• Eje IV
No recibe apoyo social
Problema de entorno social: vive solo
• Eje V
Funcionamiento global 20 (correr peligro de dañarse
a sí mismo)
clínicos consideran que la información derivada de estas
dimensiones puede traspasar el derecho a la intimidad de
sus pacientes, al poner de manifiesto, por ejemplo, un
divorcio reciente (eje IV) o un intento de suicidio (eje V).
Debido a tales preocupaciones, ambos ejes se consideran
opcionales para el diagnóstico, y de hecho apenas se utilizan
en la mayoría de los ámbitos clínicos.
Como ejemplo de un diagnóstico basado en el DSM4-TR, vamos a proponer el caso de Alberto G., el profesor
universitario que describíamos al principio del Capítulo 1.
Inmediatamente antes de su suicidio, su diagnóstico
podría haber sido algo parecido al que se muestra en la
Tabla 4.4.
PRINCIPALES CATEGORÍAS DE LOS TRASTORNOS
DEL EJE I Y EL EJE II. Los diferentes trastornos que
se incluyen en los ejes I y II aparecen en la lista de los trastornos mentales del DSM-4. El material clínico de este libro
está organizado también en función de esos ejes. Tales diagnósticos deben considerarse en el ámbito de ciertos agrupamientos etiológicos amplios, cada uno de los cuales
contiene diversos subgrupos:
• Trastornos derivados de una amplia destrucción o mal
funcionamiento del tejido cerebral, como ocurre por
ejemplo en la demencia de Alzheimer y en un amplio
rango de otras situaciones derivadas de una patología
cerebral orgánica, ya sea de carácter permanente o reversible. Estos trastornos se describen en el Capítulo 15.
• Trastornos por el uso de sustancias, que incluyen problemas como el uso habitual de drogas o el abuso del
alcohol. Se discuten en el Capítulo 12.
La clasificación de la conducta patológica
• Trastornos con un origen psicológico o sociocultural,
sin que se conozca la existencia de una patología cerebral que pueda ser el principal factor causal del trastorno. Se trata de un grupo muy amplio que incluye la
mayoría de los trastornos mentales que se discuten en
este libro, entre los que podemos citar los trastornos de
ansiedad (Capítulo 6), los trastornos somatoformes y
disociativos (Capítulo 8), trastornos psicosexuales
(Capítulo 13) y los trastornos de personalidad del eje II
(Capítulo 11). Tradicionalmente, este grupo también
incluye ciertos trastornos mentales para los cuales todavía no se ha demostrado una patología cerebral orgánica
específica —como ocurre con los trastornos del estado
de ánimo (Capítulo 7) y la esquizofrenia (Capítulo 14),
ya que parece cada vez más probable que este tipo de
trastornos estén causados, al menos en parte, por ciertos
tipos de funcionamiento cerebral inadecuado.
• Trastornos que generalmente aparecen durante la
infancia o la adolescencia, lo que incluye un amplio
grupo de trastornos caracterizados por un deterioro
cognitivo, como el retraso mental y dificultades de
aprendizaje (Capítulo 15), y una amplia variedad de
problemas de conducta, como el trastorno por déficit
de atención con hiperactividad, que constituyen desviaciones del proceso de desarrollo normal (Capítulo 16).
Cuando nos referimos a los trastornos mentales, solemos
utilizar diversos términos calificativos. Agudo se utiliza para
describir trastornos de una duración relativamente breve,
generalmente menor de seis meses, como por ejemplo los
trastornos transitorios de adaptación (Capítulo 5). En algunos contextos también señala que los síntomas conductuales
muestran una intensidad muy alta. Crónico se refiere a trastornos de larga duración y generalmente permanentes,
como puede ser la demencia de Alzheimer y algunos tipos de
esquizofrenia. Este término también puede aplicarse a trastornos de baja intensidad, debido a que las dificultades de
larga duración suelen ser también de intensidad moderada.
Leve, moderado y grave son términos que reflejan diferentes
puntos en una dimensión de gravedad. Episódico y recurrente se utilizan para describir patrones inestables que tienden a aparecer desaparecer como ocurre con algunas
situaciones del estado de ánimo y la esquizofrenia.
EL PROBLEMA DE LAS ETIQUETAS. Los diagnósticos
psiquiátricos tipificados por el sistema DSM-4 no se respetan de manera uniforme entre todos los profesionales de la
salud mental (por ejemplo, Sarbin, 1997). Ni siquiera los
psiquiatras (por ejemplo, véase Guze, 1995; Tucker, 1998)
están satisfechos con ellos. Una crítica importante radica en
que un diagnóstico psiquiátrico no es más que una etiqueta
que se aplica para definir una categoría de conducta socialmente rechazada, o que supone un problema por cualquiera
otra razón.
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
La etiqueta diagnóstica no describe a una persona, ni
tampoco una condición patológica subyacente («disfunción»), sino más bien una pauta de conducta asociada con el
funcionamiento de esa persona. Sin embargo, una vez colocada la etiqueta, se cierra la puerta a cualquier indagación
ulterior. Resulta demasiado fácil —incluso para los profesionales— aceptar una de esas etiquetas como si se tratase de
descripción precisa y completa de un individuo, y no sólo de
su conducta actual. Cuando una persona recibe la etiqueta
de «depresivo» o «esquizofrénico», los demás tenemos tendencia a realizar ciertas suposiciones sobre esa persona, que
pueden o no resultar adecuadas. De hecho, la imposición de
una etiqueta diagnóstica puede hacer que sea muy difícil volver a observar de manera objetiva la conducta de esa persona, prescindiendo de concepciones previas y prejuicios.
Tales expectativas pueden influir incluso sobre importantes
interacciones clínicas, y sobre decisiones de gran trascendencia clínica. Por ejemplo, el diagnóstico de trastorno depresivo mayor puede bloquear cualquier otra indagación sobre
la situación vital de esa persona, y llevar al clínico a limitarse
a prescribir una medicación antidepresiva (Tucker, 1998).
Una vez que la persona ha recibido su etiqueta, lo más
probable es que termine por aceptar resignadamente su
nueva identidad, y desempeñar las expectativas que implica
su nuevo papel («soy una persona que abusa de las drogas.
Y de hecho es algo que escapa a mi control, por lo que
resulta inútil que me implique activamente en mi propio
tratamiento»). Esta adquisición de una nueva identidad
social puede resultar peligrosa por varias razones. Las
implicaciones peyorativas y estigmatizantes de muchas etiquetas psiquiátricas pueden señalar a una persona como un
ciudadano de segunda clase con graves limitaciones, que
suele suponerse que serán permanentes (Link, 2001; Slovenko, 2001). También pueden ejercer efectos devastadores
sobre la moral, la autoestima y las relaciones personales de
ese individuo. Puede que el paciente incluso llegue a decidir
que él «es» ese diagnóstico, y por tanto lo adopte como una
forma de actuar.
Resulta evidente que los profesionales de la salud
mental deben mostrarse circunspectos en el proceso diagnóstico, en su utilización de las etiquetas y en la confidencialidad respecto a ambos, por el bien de sus pacientes. Hay
otro cambio que se ha producido en los últimos años:
durante mucho tiempo el término tradicional que se aplicaba a una persona que acudía a un profesional de la salud
mental era el de paciente, una palabra estrechamente asociada con el sufrimiento médico, la actitud pasiva y la
espera (paciente) de alcanzar la curación. En la actualidad
muchos profesionales, sobre todo quienes se han formado
en ámbitos no médicos, prefieren utilizar la expresión
cliente porque implica una mayor participación por parte
de la persona, y una mayor responsabilidad para lograr su
propia recuperación. En este texto usaremos ambos términos de manera indistinta.
No debe olvidarse que el mero diagnóstico DSM, por sí
mismo, tiene una utilidad muy limitada. El DSM-IV reconoce
este hecho en su introducción: «realizar un diagnóstico DSMIV sólo supone el primer paso de una evaluación más global.
Para formular un plan de tratamiento adecuado, el clínico
necesitará en todo momento una considerable información
adicional sobre la persona que está siendo evaluada, más allá
de los requisitos mínimos para un diagnóstico DSM-IV-TR»
(American Psychiatric Association, 2000, pp. xxxiv-xxxv). No
obstante, es necesario lograr un diagnóstico, al menos bajo la
forma de una «impresión diagnóstica», para poder iniciar el
proceso de tratamiento clínico. La información adicional
necesaria para poder realizar una evaluación clínica adecuada
puede llegar a ser muy extensa y extremadamente difícil de
conseguir. En su mayor parte, en línea con la tradición psiquiátrica, ese proceso se basa en las entrevistas. Esto es, el clínico desarrolla una conversación con el paciente (o quizá con
algún familiar) para conseguir la información necesaria que le
permita ubicarlo en alguna categorías diagnóstica del DSM.
El entrevistador realiza diversas preguntas, que son cada vez
más específicas a medida que va desarrollando sus hipótesis y
relacionándolas con los criterios del DSM.
ENTREVISTAS NO ESTRUCTURADAS. De manera
similar a las entrevistas de evaluación, las entrevistas diagnósticas también se pueden clasificar en dos tipos generales, en
función de lo estructuradas que estén. En una entrevista no
estructurada, el examinador no tiene un plan previo respecto
al contenido y la secuencia de su indagación. Va haciendo las
preguntas según se le van ocurriendo, y a partir de las respuestas que obtiene a las preguntas previas. Por ejemplo, si su
cliente menciona a un padre que viajaba mucho cuando él era
niño, el clínico podría preguntar «¿echaba en falta a su
padre?» o (con una táctica diferente), «¿Como se lo tomaba
su madre?». Son muchos los clínicos que prefieren esta estrategia, ya que les permite seguir un ritmo propio. En el ejemplo anterior, el clínico podría haber preguntado a su cliente
sobre la reacción de su madre, si hubiera sospechado que
quizá ella tuviese una depresión durante la niñez de su hijo.
Sin embargo, el estilo libre tiene un grave problema: la información que se consigue está limitada al contenido de esa
entrevista. Probablemente, si otro clínico diferente realizase
otra entrevista no estructurada con el mismo cliente, seguramente llegaría a conclusiones distintas.
ENTREVISTAS ESTRUCTURADAS. La entrevista
estructurada va desarrollando las cuestiones de manera
muy controlada. El clínico que utiliza este tipo de estrategia
intenta descubrir (a veces incluso con una guía de las palabras exactas que debe decir), si los indicadores y síntomas
de su cliente se «ajustan» a un criterio diagnóstico determinado. La utilización de criterios muy precisos y de entrevistas muy estructuradas ha incrementado sustancialmente
la fiabilidad del diagnóstico, y más específicamente, la
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La clasificación de la conducta patológica
AVA N C E S
en la investigación
Esquemas para la valoración clínica en
neuropsiquiatría (SCAN)
1
0
El SCAN es un sistema formal de entrevista desarrollado para la
evaluación y clasificación de la psicopatología (1994). Supone la
última versión de un proyecto a largo plazo desarrollado por la
OMS, que pretende proporcionar un esquema diagnóstico
sistemático para la clasificación de los problemas de salud
mental. El SCAN se utiliza ampliamente en todo el mundo y ha
sido traducido a más de treinta y cinco idiomas.
El SCAN es una entrevista diagnóstica estructurada, en
la que el clínico registra las respuestas de su cliente en una
computadora, y valora la gravedad de las conductas
problemáticas durante una entrevista. Aunque el SCAN fue
desarrollado para que lo utilizase personal clínicamente
formado, algunas investigaciones sugieren que personas
legas pero con experiencia pueden aprender rápidamente a
administrar esta entrevista con resultados muy eficaces
(Brugha et al., 1999). El clínico sigue una serie de preguntas
muy claramente definidas, que abarcan un amplio rango de
información, desde datos demográficos hasta síntomas
físicos y mentales. Las preguntas se refieren tanto al estado
actual del paciente como cualquier otro periodo de su vida.
Por ejemplo, el entrevistador podría preguntar:
Este es otro ejemplo:
• «Algunas personas tienen fobias. Se sienten ansiosas
o asustadas, como cuando tienen miedo a las alturas,
los espacios abiertos, a ciertos animales e insectos, a
las arañas, o a determinadas situaciones sociales.
Intentan evitarlas, e incluso pensar en ellas. ¿Le pasa
a usted algo parecido?»
A continuación el entrevistador registra la puntuación
apropiada:
precisión de la investigación clínica, que incluye la investigación epidemiológica que comentaremos más adelante, se
ha beneficiado de manera enorme.
Existen diversas entrevistas diagnósticas estructuradas
que pueden utilizarse en diferentes contextos. En situaciones
clínicas y de investigación, un instrumento muy popular es la
Entrevista Clínica Estructurada para el Diagnóstico DSM
(SCID), la cual extrae, de manera casi automática, un diagnóstico cuidadosamente ajustado a los criterios del DSM.
Otro instrumento diagnóstico estructurado, los Esquemas
para la Evaluación Clínica en Neuropsiquiatría (SCAN),
publicados por la OMS (1994), permiten elaborar un diagnóstico ICD-10 o DSM-4 (véase Avances en la Práctica 4.4).
.
ausencia de fobias
puede haber fobias
• «Usted ha mencionado que durante el último mes ha
tenido dificultades para dormir. En general, ¿cómo ha
interferido este problema con sus actividades
cotidianas?»
Nivel de interferencia debido a problemas con el sueño:
0
1
2
3
No presenta síntomas en un grado significativo
Hay síntomas pero de muy poco impedimento
Síntomas moderados o intermitentes
Síntomas graves que provocan incapacidad
Tras completar la entrevista, el clínico puede obtener
inmediatamente un diagnóstico clínico mediante un programa
informático. Es posible seleccionar la opción DSM-4 o ICD-10,
o incluso ambas. Además, es posible seleccionar si el
diagnóstico sólo se debe referir a los síntomas actuales (por
ejemplo, los últimos veintiocho días), o también a los
síntomas que han tenido lugar a lo largo de la vida de esa
persona. Sólo se proporciona al diagnóstico sobre el Eje I.
El procedimiento SCAN ha sido sometido a una serie de
estudios comparativos —por ejemplo, en Taiwan (Cheng et al.,
2001), en España (Roca-Benasar et al., 2001), Holanda
(Rijnders et al., 2000), y en los Estados Unidos (Hesselbrock
et al., 1999)—. Los investigadores han encontrado una
concordancia satisfactoria entre el SCAN y el diagnóstico
clínico. La versión informatizada del SCAN proporciona
incluso diagnósticos más fiables que las entrevistas
diagnósticas desarrolladas por clínicos que no disponen de
esa ayuda informática.
REVISIÓN
• ¿Por qué se necesita un sistema de
clasificación en la psicología clínica?
• ¿Qué significan los términos fiabilidad y
validez en el contexto de un sistema de
clasificación?
• ¿Cuáles son las tres estrategias
básicas para clasificar la conducta
patológica?
CAPÍTULO 4
Evaluación clínica
SUMARIO
• La evaluación clínica supone una de las
responsabilidades más importantes y
complicadas de los profesionales de la salud
mental. La medida en que los problemas de una
persona pueden llegar a tratarse de manera
apropiada depende fundamentalmente de la
adecuación con que se haya realizado la
evaluación psicológica.
• Los objetivos de la evaluación psicológica incluyen
la identificación y descripción de los síntomas de
una persona; determinar la gravedad y duración
del problema; evaluar los factores causales
potenciales; y explorar los recursos personales del
sujeto que podrían facilitar el programa de
tratamiento.
• Dado que muchos problemas psicológicos tienen
componentes físicos, ya sea como factores
causales subyacentes o como pautas de síntomas,
suele ser muy importante incluir un examen
médico dentro del proceso de valoración
psicológica.
• En aquellos casos en los que se sospecha la
existencia de daño cerebral, resulta importante
llevar a cabo exámenes neurológicos —como un
EEG, un TAC, PET, o RM— para determinar la
localización y extensión del trastorno cerebral.
• A menudo resulta esencial para alguien de quien
se sospecha que sufre un daño cerebral orgánico,
administrarle una batería de tests
neuropsicológicos, para determinar de qué manera
puede estar afectando el daño cerebral a su
capacidad mental y conductual.
• Los métodos de evaluación psicosocial son
técnicas que permiten extraer información
psicológica relevante, para que los clínicos puedan
adoptar decisiones sobre el tratamiento de sus
pacientes.
• Los métodos de evaluación psicosocial más
flexibles y más ampliamente utilizados son la
entrevista clínica y la observación de la conducta.
Dichos métodos proporcionan abundante
información.
• Los tests psicológicos incluyen estímulos
estandarizados que permiten recoger muestras de
conducta, que se comparan con la de otros
individuos que constituyen la población de
referencia.
• Dos estrategias diferentes para examinar la
personalidad son (1) los tests proyectivos, como el
Rorschach, en el que se presentan estímulos no
estructurados ante los que el sujeto debe
«proyectar» algún significado o estructura, y que
por lo tanto ponen de manifiesto motivos y
sentimientos «ocultos»; y (2) tests objetivos, o
cuestionarios de personalidad, en los que un
sujeto debe leer y responder a una serie de
afirmaciones o preguntas estándar.
• Los tests objetivos de personalidad, como el
MMPI-2 y el MMPI-A, son medios baratos y
eficaces para recoger rápidamente una gran
cantidad de información sobre la personalidad.
• Probablemente la innovación más importante
en la evaluación clínica sea la utilización de las
computadoras para administrar, puntuar e
interpretar los tests psicológicos. Ahora resulta
posible obtener una interpretación inmediata de
los resultados de un test mediante un programa
informático.
• La definición formal de trastorno mental, tal y
como aparece en la cuarta edición del DSM-4-TR,
adolece de ciertos problemas que limitan su
claridad (por ejemplo, ¿qué es exactamente una
«disfunción»?).
• También existen algunos problemas relacionados
con el tipo de categorías que adopta el DSM-4-TR.
Fundamentalmente se trata de que las categorías
no siempre tienen la homogeneidad interna, o la
discriminación entre ellas que sería deseable. Eso
puede provocar elevados niveles de comorbilidad.
Algunas soluciones a este problema podrían ser
considerar los trastornos mentales como
fenómenos que se ubican a lo largo de una o varias
dimensiones, y adoptar una estrategia basada en
los prototipos.
• Sin embargo, pese a todos estos problemas,
conocer el DSM-4-TR resulta fundamental para
poder estudiar adecuadamente la conducta
patológica.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Agudo (p. 129)
Auto-supervisión (p. 109)
Comorbilidad (p. 125)
Crónico (p. 129)
Cuestionario Multifásico de
personalidad de Minnesota
(MMPI) (p. 115)
Disritmia (p. 105)
Electroencefalograma (p. 105)
Episódico (p. 129)
Escalas de estimación (p. 109)
Evaluación neuropsicológica (p. 106)
Fiabilidad (p. 124)
Grave (p. 129)
Imagen por resonancia magnética
(RMI) (p. 105)
Indicadores (p. 125)
Juego de papeles (p. 109)
Leve (p. 129)
Moderado (p. 129)
Procedimientos actuariales
(p. 119)
Recurrente (p. 129)
Resonancia magnética funcional
(fRMI) (p. 106)
Síntomas (p. 125)
Test de Apercepción temática
(TAT) (p. 113)
Test de rellenado de oraciones
(p. 114)
Test de Rorschach (p. 112)
Tests objetivos (p. 115)
Tests proyectivos (p. 111)
Tomografía axial computerizada
(TAC) (p. 105)
Tomografía por emisión de
positrones (PET) (p. 106)
Validez (p. 124)
C A P Í T U L O
Estrés y trastornos
de adaptación
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
Categorías de factores estresantes
Factores que predisponen a una persona a sufrir estrés
El afrontamiento del estrés
EFECTOS DEL ESTRÉS INTENSO
Factores causales del estrés post-traumático
El trauma de la violación
El trauma del combate militar
Efectos a largo plazo del estrés post-traumático
Amenazas a la seguridad personal
Efectos biológicos del estrés
Efectos psicológicos del estrés prolongado
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS POR ESTRÉS
EL TRASTORNO DE ADAPTACIÓN:
REACCIONES A LOS FACTORES
ESTRESANTES DE LA VIDA COTIDIANA
Prevención de los trastornos de estrés
Tratamiento de los trastornos por estrés
Problemas para el estuido de las víctimas de una crisis
¿Qué estamos aprendiendo sobre la intervención de
emergencia?
El desempleo
El duelo
El divorcio y la separación
TRASTORNO DE ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO:
REACCIONES A ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
Prevalencia del TEPT entre la población general
Diferencias entre el trastorno de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
TEMAS SIN RESOLVER
Medicación psicotrópica para el tratamiento del
TEPT
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
S
eguramente es innecesario decir que la vida puede resultar estresante. Todo el mundo se enfrenta a diferentes exigencias y necesidades de adaptación, y
cualquiera de nosotros puede llegar a desmoronarse si las
cosas se ponen lo suficientemente mal. Ante un estrés aplastante, incluso una persona que siempre ha tenido una personalidad estable, puede llegar a desarrollar problemas
psicológicos transitorios, y a perder la capacidad de disfrutar de la vida (Berenbaum y Connelly, 1993). Este desmoronamiento puede producirse repentinamente, como cuando
una persona sufre un accidente grave, pero también puede
aparecer gradualmente, como cuando, en el seno de un matrimonio fracasado, cada cónyuge sufre periodos muy prolongados de tensión y de desafíos a su autoestima. La
mayoría de esas personas es capaz de recuperarse una vez
que ha desaparecido la situación estresante, si bien en algunos casos se pueden producir daños a largo plazo en su
auto-concepto, y una mayor vulnerabilidad ante ciertos tipos de factores estresantes (Resick, 2001). El estrés de hoy
puede convertirse en la vulnerabilidad de mañana. Y en el
caso de una persona que ya de por sí sea muy vulnerable,
una situación estresante puede conducirle una psicopatología mucho más grave.
¿QUÉ ES EL ESTRÉS?
La vida sería muy sencilla si todas nuestras necesidades fueran automáticamente satisfechas. Sin embargo,
en el mundo real son muchos los obstáculos, tanto personales como ambientales, que se oponen a esta situación ideal. Ya sea porque no somos lo suficientemente altos para
jugar al baloncesto profesional, o porque no tenemos tanto
dinero como necesitaríamos, esos obstáculos nos exigen
ajustes constantes para enfrentarnos con el estrés. El término estrés suele utilizarse para referirse tanto a las exigencias
de adaptación que se ejercen sobre un organismo, como a
las respuestas psicológicas y biológicas que ese organismo
ofrece a dichas exigencias. Para evitar la confusión, nos referiremos a las exigencias de adaptación como factores estresantes, a los efectos que producen en el organismo como
estrés, y a los esfuerzos para enfrentarse con el estrés como
estrategias de afrontamiento. Como ha señalado Neufeld
(1990) separar tales constructos resulta relativamente arbitrario: el estrés es un subproducto de unas estrategias de
afrontamiento escasas o inadecuadas. Sin embargo, en aras
de una mejor comprensión, puede resultar beneficioso distinguir entre estrés y factores estresantes. Lo que no hay que
olvidar es que los dos conceptos —estrés y afrontamiento— están relacionados y dependen uno del otro.
Cualquier situación positiva y negativa que requiera algún tipo de adaptación puede resultar estresante. Así pues,
según el psicólogo canadiense Hans Selye (1956, 1976a), la
noción de estrés puede descomponerse en otras dos que él
denomina eustress (estrés positivo) y distress (estrés negativo). Por ejemplo, en la mayoría de los casos, el estrés que
se sufre cuando uno contrae matrimonio sería del primer
tipo, mientras que el que se experimenta durante un funeral, sería del segundo tipo. Ambos tipos de estrés pasan
cuentas sobre los recursos y las capacidades de afrontamiento que tiene una persona, si bien el distress o angustia
tiende a ser más dañino. En los siguientes apartados vamos
a revisar (1) las categorías de factores estresantes, (2) los
factores que predisponen a una persona a padecer estrés, y
(3) los patrones de factores estresantes de carácter personal
y cambiante, que caracterizan la vida de cada persona.
Las investigaciones y las observaciones clínicas respecto a la relación entre estrés y psicopatología son tan rotundas, que en la actualidad el papel de los factores estresantes
sobre los síntomas psicopatológicos suele destacarse en
cualquier formulación diagnóstica. Por ejemplo, en el
DSM-4-TR (Asociación de Psiquiatría Americana, 2000), es
posible especificar en el Eje IV los factores psicosociales de
estrés a los que se enfrenta esa persona. La escala del Eje IV
resulta especialmente útil respecto a tres categorías del Eje I:
trastorno de adaptación, trastorno por estrés agudo y
trastorno por estrés post-traumático (agudo, crónico o diferido). Tales trastornos ponen de manifiesto patrones conductuales y psicológicos que aparecen como respuesta a
una serie de factores estresantes identificables. Las diferencias básicas entre ellos no sólo radican en la gravedad de la
perturbación, sino también en la naturaleza de los factores
y en el marco temporal durante el que éstos aparecen. En
este tipo de trastornos, los factores de estrés pueden identificarse como factores causales, y se especifican el Eje IV.
En este capítulo, vamos a comenzar describiendo qué es
estrés, qué factores influyen sobre él, y cómo reaccionamos
cuando se presenta. Nos centraremos además en algunas situaciones específicas que pueden generar un estrés grave, y
en sus efectos sobre la adaptación y la salud física. Más adelante revisaremos algunas situaciones catastróficas que precipitan la aparición de trastornos por estrés post-traumático.
En la última parte del capítulo, revisaremos los intentos que
se han realizado para intervenir en procesos de estrés, tanto
desde una perspectiva preventiva, como para limitar la intensidad y duración del mismo una vez que ha aparecido.
Categorías de factores estresantes
Las exigencias de adaptación, o factores estresantes, proceden de distintos aspectos que se pueden clasificar en alguna
de estas tres categorías básicas: (1) frustraciones, (2) conflictos, y (3) presiones. Aunque vamos a estudiarlas por
separado, en la práctica se encuentran estrechamente relacionadas.
FRUSTRACIONES.
Es posible identificar una gran cantidad de obstáculos, tanto externos como internos, que
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conducen a la frustración. Los prejuicios y la discriminación, la insatisfacción en el trabajo, o la muerte de un ser
querido, son frustraciones muy habituales que dependen de
nuestro entorno; las limitaciones físicas para realizar determinadas tareas, la soledad, la culpa, o el autocontrol inadecuado, son fuentes de frustración que dependen de
limitaciones personales. Una persona puede encontrar especialmente difícil afrontar sus frustraciones, debido a que
éstas suelen generar auto-devaluaciones, lo que le hace sentir incompetente y fracasado.
CONFLICTOS.
En muchos casos el estrés procede de la
ocurrencia simultánea de dos o más necesidades o motivos
incompatibles. Atender a uno de ellos impide la satisfacción
de los demás. Por ejemplo, si se le ofrece un ascenso a una
mujer, pero eso obliga a su familia a trasladarse a un lugar
desconocido, probablemente tenga dificultades para tomar
esa decisión. El tipo de conflictos con el que tenemos que
enfrentarnos cada uno de nosotros puede clasificarse como
de aproximación-evitación, de doble aproximación, y de
doble evitación (véase la Tabla 5.1). Esta clasificación resulta relativamente arbitraria, y probablemente lo más normal
sea que se presenten en diferentes combinaciones. En efecto, un conflicto de doble aproximación entre decisiones
profesionales alternativas, también puede suponer aspectos
de aproximación-evitación debido a las responsabilidades
Tabla 5.1.
¿Qué es el estrés?
que impone cada una de ellas. Pero sea cual sea la forma en
que los clasifiquemos, los conflictos suponen una de las
principales fuentes de estrés, que con frecuencia pueden llegar a ser abrumadoramente intensas.
PRESIONES. El estrés no sólo procede de las frustraciones y de los conflictos, sino también de las presiones para
conseguir objetivos determinados, o para comportarse de
una manera específica. Las presiones nos obligan a ir más
rápidos, a redoblar nuestros esfuerzos, o a cambiar la dirección de nuestra conducta, lo cual puede terminar pasando
factura a nuestra capacidad de afrontamiento, o incluso
puede generar algún tipo de conducta desadaptada.
Las presiones pueden provenir tanto de fuentes externas como internas. Por ejemplo, un alumno puede sentir
una fuerte presión para sacar buenas notas debido por una
parte a las exigencias de sus padres (presión externa), pero
también porque quiera matricularse en la universidad (presión interna). Las largas horas de estudio, la tensión de los
exámenes, y el mantenimiento durante los años de ese esfuerzo, supone un estrés considerable para muchos estudiantes. Muchos alumnos que se preparan para ciertos
exámenes que serán determinantes en su carrera, como
puede ser la Selectividad o una prueba específica para ser
admitidos en una facultad, experimentan una enorme ansiedad a medida que se aproxima la fecha del examen. Las
Clasificación de las situaciones conflictivas
1. Los conflictos de aproximación-evitación suponen una fuerte tendencia para aproximarse y para evitar el mismo
objetivo. A María le han ofrecido un nuevo puesto muy atractivo en otro departamento de la empresa en la que
trabaja. Se trata de un cargo sobre el que tiene los ojos puestos desde hace varios años, y que además supone una
importante subida salarial y otros substanciales beneficios. Por desgracia su ex marido, con quien está teniendo
bastantes dificultades, también trabaja en ese departamento. El problema es que ella se altera mucho cuando tiene
que relacionarse con él, y le preocupa que la atmósfera laboral llegue a ser insoportable.
2. Los conflictos de doble aproximación suponen la elección entre dos o más objetivos deseables. Aunque puede ser
más una experiencia de estrés positivo que de estrés negativo, éste no deja de estar presente y la elección sigue
siendo difícil. Cualquiera que sea el caso, la persona perderá algo. Carlos G. se enfrenta con una decisión que
muchos envidiarían, pero que a él le está suponiendo muchas noches sin dormir. Le han admitido en dos
licenciaturas igualmente atractivas. Una de ellas en una universidad de enorme prestigio, mientras que la otra no
tiene tanto prestigio (aunque sí el suficiente), pero imparte exactamente el tipo de especialización que estaba
buscando, y además es posible cursarla a distancia. Por supuesto, elegir una implica rechazar la otra. Ha estado
dudando entre ambas posibilidades, cambiando su decisión a veces cada cinco minutos.
3. Los conflictos de doble evitación son aquellos en los que hay que elegir entre alternativas indeseables. Ninguna de
ellas será satisfactoria, por lo que en realidad de lo que se trata es de decidir cuál será menos desagradable. La
madre de Carmen le ha enviado un billete de avión para que pueda acudir a una «importante» reunión familiar
que Carmen siempre ha aborrecido. Está planteándose mentir a su madre diciéndole que está tan ocupada que le
resulta imposible acudir, lo que por una parte le resulta una excusa despreciable. También sabe que su madre se
pondrá furiosa si no acude a la cita, pero para ella esas reuniones familiares pueden llegar a ser absolutamente
estresantes.
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
personas que tienden a enfrentarse con estrés mediante el
empleo excesivo de mecanismos de defensa, como las fantasías o auto-reprimendas, tienden a mostrar conducta inadaptada y enorme ansiedad ante un estrés elevado. Sin
embargo, el comportamiento durante el examen no parece
estar relacionado con el tipo de estrategia de afrontamiento
que se utiliza para enfrentarse al estrés; esto es, los estudiantes que han recurrido a estrategias inadaptadas no parecen hacerlo peor en el examen.
Las demandas laborales también pueden ser decididamente estresantes, y muchos empleos plantean enormes
exigencias de responsabilidad, tiempo y resultados (Roberts
y Levenson, 2001; Tennant, 2001). Si bien nosotros hemos
separado arbitrariamente el estrés en tres categorías, cualquier situación puede implicar elementos de cada una de
ellas. El siguiente caso ilustra lo que acabamos de decir:
Un estudiante deprimido
Un estudiante cuya ambición de toda la vida ha
sido estudiar medicina, ha sido rechazado en
todas las Facultades de Medicina en las que ha
intentado matricularse. Este golpe imprevisto
le ha dejado deprimido y vacío. Siente una
enorme
frustración por su fracaso, y un fuerte
ESTUDIO
conflicto sobre lo que debe hacer a continuaDE UN
ción. Su familia y sus amigos le presionan para
CASO
que vuelva a intentarlo, pero él se siente abrumado por una sensación de fracaso. Se siente
tan amargado que está planteándose abandonarlo todo y convertirse en un vagabundo o en un crupier de Las Vegas. La monumental
pérdida de autoestima que acaba de experimentar le ha dejado
incapaz de hacer planes realistas, y con muy poco interés en plantearse opciones alternativas.
Si bien es cierto que en determinada situación puede
predominar un factor específico de estrés, lo normal es que
tengamos que enfrentarnos con más de una exigencia a la
vez, y que además se pueden plantear exigencias contradictorias.
Factores que predisponen a una persona
a sufrir estrés
La gravedad del estrés depende del grado en que éste impida un funcionamiento adecuado. El grado de alteración que
se produzca dependerá en parte de las características del
factor estresante, pero también de los recursos de la persona, tanto de carácter personal como ambiental, para poder
resolver las exigencias que se le plantean, pero además de la
relación entre ambos. Cada persona ha de enfrentarse a un
patrón único de exigencias de adaptación. Esto es así
debido a que las personas percibimos e interpretamos de
manera diferente las situaciones, y también porque, objetivamente, no hay dos personas que se enfrenten exactamente al mismo patrón de factores estresantes. En los siguientes
apartados vamos a revisar los factores que predisponen a
reaccionar de manera inadecuada ante las exigencias externas. A continuación exploraremos de qué manera es posible
afrontar las situaciones estresantes.
LA NATURALEZA DE LOS FACTORES ESTRESANTES. Si bien la mayoría de los factores menores de estrés,
como por ejemplo perder las llaves del coche, pueden
afrontarse sin mayor problema, aquellos otros que afectan a
aspectos importantes de nuestra vida —como la muerte de
un ser querido, un divorcio, perder trabajo, o una enfermedad grave— suelen ser absolutamente estresantes para la
mayoría de las personas. De hecho, cuanto mayor es su duración, más graves son sus efectos. Por ejemplo, el agotamiento mantenido durante largos periodos de tiempo
supone un estrés más intenso que una fatiga intensa pero
temporal. Por otra parte, los factores de estrés parecen ejercer un efecto acumulativo. Así, una pareja casada puede
mantener relaciones amistosas en medio de una serie prolongada de frustraciones e irritaciones menores, pero sin
embargo terminar su relación ante una pequeñez que ha
supuesto «la gota que ha colmado el vaso». En ocasiones, algunos factores estresantes trascendentales actúan sobre una
situación vital difícil y prolongada (Tein, Sandler, y Zautra,
2000). Este tipo de factores se consideran crónicos o de larga duración. Puede ocurrir que una persona se encuentre
frustrada por trabajar en un empleo aburrido e ingrato, del
que aparentemente no puede salir, que lleve mucho tiempo
sintiéndose infeliz en su matrimonio, o que tenga alguna limitación física o un problema de salud crónico que le suponga una grave frustración.
También hay que contar con la posibilidad de que aparezcan simultáneamente diferentes factores de estrés. Si un
hombre sufre un ataque al corazón, pierde su trabajo, y además le comunican que acaban de detener a su hijo por tráfico de drogas, su estrés seguro que será más grave que si
cada uno de esos factores hubiera aparecido por separado.
Por último, los síntomas de estrés son más intensos
cuanto más estrechamente implicada haya estado la persona en la situación traumática. Pynoos y sus colaboradores
(1987) realizaron una investigación sobre los síntomas y la
conducta de un grupo de niños, un mes después de que hubieran sufrido un tiroteo en el patio de recreo (uno de los
niños murió, y otros resultaron heridos cuando un francotirador empezó a disparar aleatoriamente). Se entrevistó a
un total de ciento cincuenta y nueve niños de esa escuela. La
cantidad de estrés que experimentaban los niños dependía
del lugar en que se encontraran en el momento del tiroteo,
ya fuera en el patio de recreo, dentro de la escuela, en los al-
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rededores, camino a casa, ausentes de la escuela, o incluso
fuera del barrio. Quienes mostraban los síntomas más graves eran quienes habían estado en el patio de recreo durante el tiroteo, mientras que los niños que no habían acudido
ese día a la escuela no experimentaban síntoma alguno.
LA EXPERIENCIA DE LA CRISIS. De vez en cuando,
la mayoría de nosotros experimentamos momentos de estrés especialmente agudos, repentinos y muy intensos. El
término crisis se utiliza para referirse a esas ocasiones en
que una situación estresante supera la capacidad adaptativa
de una persona o de un grupo. Las crisis resultan especialmente estresantes debido a que los factores de estrés suelen
ser tan poderosos, que nuestras técnicas para afrontarlos
simplemente no funcionan. Esto es lo que permite distinguir una crisis del estrés: una crisis o situación traumática
sobrepasa la capacidad para enfrentarse con ella, mientras
que el estrés no tiene porqué resultar necesariamente abrumador.
Una crisis o trauma puede producirse como consecuencia de un divorcio plagado de resentimiento, de un desastre natural como puede ser una inundación (Waelde,
Koopman, et al., 2001), o tras algún tipo de accidente o enfermedad, que exige una difícil readaptación del auto-concepto de esa persona y de su estilo de vida. Se ha estimado
que este tipo de crisis se producen en la vida de una persona media con una frecuencia que oscila entre una cada diez
años o una cada dos años. Una encuesta realizada por Elliot
(1997) encontró que el setenta y dos por ciento de una amplia muestra aleatoria de adultos en los Estados Unidos, habían sufrido algún tipo de trauma a lo largo de su vida.
El resultado de estas crisis ejerce una profunda influencia sobre la adaptación ulterior de la persona. Si una crisis
exige el desarrollo de un nuevo método de afrontamiento
más eficaz —quizá la incorporación a un grupo de apoyo, o
aceptar la ayuda de los amigos— puede que incluso esa persona supere esa crisis con una mejor capacidad de adaptación de lo que tenía antes. Pero si por el contrario, la crisis
destruye su capacidad para enfrentarse con factores similares de estrés que puedan aparecer en el futuro, debido a las
expectativas de fracaso que pueda haber generado, entonces
se resentirá su capacidad general de adaptación. Por esa razón, la intervención durante las crisis, proporcionando
ayuda psicológica en momentos muy intensos de estrés, se
ha convertido en un aspecto esencial de las estrategias actuales de prevención y tratamiento.
CAMBIOS VITALES.
Es importante recordar que los
cambios vitales, incluso aquellos de carácter positivo como
haber logrado un ascenso muy deseado en el trabajo, o
contraer matrimonio, acarrean nuevas exigencias y por lo
tanto pueden resultar estresantes. Nuestro entorno psicosocial (lo que incluye elementos como nuestra red de amistades, nuestro trabajo y nuestros recursos sociales),
¿Qué es el estrés?
desempeña un papel muy importante para suscitar la aparición de trastornos o para precipitar su manifestación, incluso en el caso de trastornos de carácter tan biológico
como el trastorno bipolar (véase el Capítulo 7; Johnson y
Miller, 1997). Por otra parte, el estrés es mayor cuanto más
rápidos se produzcan los cambios. Las primeras investigaciones sobre el tema intentaron desarrollar escalas para
medir la relación entre el estrés y eventuales trastornos físicos y mentales. Uno de los primeros intentos fue el de
Holmes y Rahe (1967) que desarrollaron la Escala De Estimación De La Readaptación Social, para medir la acumulación de estrés a que una persona hubiera estado expuesta
durante determinado período de tiempo (véase también
Hobson y Delunas, 2001; Scully, Tosi, y Banning, 2000).
Esta escala mide el estrés de la vida en términos de «unidades de cambio vital» (UCV): cuanto más estresante sea un
acontecimiento, más UCV se le asignan. En el extremo superior de la escala, la «muerte de la esposa» puntúa con
cien UCV, mientras que el «divorcio» puntúa con setenta y
tres unidades. En el extremo inferior de la escala, las «vacaciones» suponen trece unidades, mientras que «infracciones menores de la ley» se valoran con once unidades.
Holmes y sus colaboradores encontraron que las personas
que durante los últimos meses tenían una puntuación
UCV superior a trescientas, estaban en un grave riesgo de
padecer alguna enfermedad durante los siguientes dos
años. Por su parte, Horowitz y sus colaboradores (Horowitz , Vilner, y Álvarez, 1979) desarrollaron la Escala De
Impacto De Acontecimientos (véase también Shevlin,
Hunt, y Robbins, 2001). Esta esala mide la reacción de una
persona ante una situación estresante, identificando el factor estresante y planteando a continuación una serie de
preguntas para saber cómo lo está afrontando.
Este tipo de escalas han recibido numerosas críticas
debido a una serie de problemas metodológicos. Por ejemplo, algunas críticas se dirigen hacia los elementos que se
han seleccionado en la escala, hacia la subjetividad de la
puntuación, a no haber tenido en cuenta la relevancia de
esos elementos en función de la población estudiada, y al
hecho de que la escala se base en los recuerdos que tienen
los sujetos (Monroy y Simons, y 1991). Otras limitaciones
es que tienden a medir más los problemas crónicos que las
reacciones a acontecimientos ambientales específicos (Depue y Monroy, 1986; Monroe, Roberts, Kupfer, y Frank,
1996) y, según el humor que tenga la persona en ese momento, es posible que se modifique su percepción de lo
estresante que pueda haber sido un acontecimiento. Probablemente el aspecto más problemático de estas escalas
sea que sólo sirven como un indicador general de estrés, y
no proporcionan información útil sobre tipos específicos
de trastornos. Sin embargo, pese a tales limitaciones lo que
sí es cierto es que muchos de los cambios que experimentamos en nuestra vida resultan estresantes (Maddi, Bartone, y Puccetti, 1987).
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
Otra estrategia para valorar los acontecimientos más
significativos de la vida ha sido el Inventario De Acontecimientos Y Dificultades De La Vida desarrollado por Brown
y Harris (1989) y por Brown y Moran (1997). Esta estrategia consiste en una entrevista semi-estructurada que coloca
los acontecimientos de la vida en un contexto definido con
gran claridad, que pretende incrementar la fiabilidad entre
observadores. Ello permite evaluar de una manera más directa el significado que ese acontecimiento ha tenido para el
individuo. Si bien se trata de una estrategia más laboriosa y
costosa, los resultados son más fiables que los obtenidos
con otras escalas vitales.
LA PERCEPCIÓN DE LA PERSONA DEL ACONTECIMIENTO ESTRESANTE. La mayoría de nosotros sabe-
mos perfectamente que algunas veces lo que para una
persona es una circunstancia estresante, para otra supone
una emoción apasionante. Algunos no paran de buscar la
ocasión de aparecer en escena, mientras que otros la rehuyen con espanto. Estas diferentes reacciones ante los acontecimientos ambientales se deben en parte a la manera en
que se percibe la situación. Un estudio realizado por Clark,
Salkovskis, Öst, et al. (1997) encontró que las personas proclives a sufrir ataques de pánico tendían a interpretar las
sensaciones corporales de manera más catastrófica que
quienes no experimentaban ese tipo de ataques. Una persona que se siente abrumada y preocupada por si será capaz
de afrontar un problema determinado tiene mayor probabilidad de experimentar el pánico que otra persona que se
siente capaz de manejar ese problema. Por ejemplo, una
madre apesadumbrada por la idea de no es capaz de manejar a sus tres revoltosos niños, probablemente experimentará consecuencias más negativas que otra madre en
circunstancias similares, pero que se enfrenta positivamente al problema.
Con mucha frecuencia, también aparecen exigencias
de ajuste que no habíamos previsto (y para las que no disponemos de estrategias de afrontamiento), que sitúan a la
persona ante un estrés considerable. Ninguno de nosotros
hemos aprendido a afrontar las consecuencias de que nuestro hogar quede arrasado por un incendio. Precisamente
por eso el hecho de recibir previamente información realista al respecto facilita la recuperación del estrés procedente
de una intervención quirúrgica grave: saber lo que le espera
permite predecir lo que ocurrirá, lo que a su vez reduce la
ansiedad y el estrés (Leventhal, Patrick-Muller, y Leventhal,
1998; McDonald y Kuiper, 1983). Estar en condiciones de
comprender la naturaleza de la situación estresante, prepararse para ella, y saber cuánto durará, son elementos que
disminuyen la gravedad del estrés una vez que aparece.
Por otra parte, ser capaz de percibir ciertos beneficios
en medio del desastre, como por ejemplo la intensificación
de las relaciones afectivas familiares, también puede moderar el efecto de un trauma y facilitar la adaptación a las nue-
vas circunstancias. No cabe duda de que es más difícil adaptarse a algunos factores de estrés que a otros. Un estudio de
McMillan, Smith, y Fisher (1997) encontró que la facilidad
que tuviera un individuo para percibir algún tipo de beneficio derivado de la necesidad de adaptarse a las consecuencias del desastre dependía en parte de la naturaleza de ese
desastre. Por ejemplo, era más difícil percibir el «mal que
por bien no venga» de un trágico accidente de aviación con
gran cantidad de muertos, que adaptarse a los daños
producidos por un tornado. En el caso del accidente de
aviación resulta imposible encontrar algún «beneficio»,
mientras que el tornado todavía dejaba abierta alguna posibilidad: «podría haber sido peor, y haber destrozado la escuela» o «gracias a Dios que en todo el mundo estaba
trabajando fuera de la zona».
LA TOLERANCIA AL ESTRÉS.
Las personas que no
son capaces de manejar adecuadamente las circunstancias
estresantes son especialmente vulnerables ante la menor
frustración o presión. Quienes no están seguros de su capacidad y valía tienen mayor tendencia a percibir amenazas
que aquellos que suelen sentirse tranquilos y seguros. El término tolerancia al estrés se refiere a la capacidad de una
persona para resistir estrés sin experimentar daños importantes. Las personas muestran una enorme variabilidad
respecto a su vulnerabilidad ante los factores de estrés.
Blanchard, Hickling, Taylor, y Loos (1995) encontraron que
quienes habían sufrido una depresión mayor tenían un mayor riesgo de desarrollar síntomas psicológicos graves relacionados con estrés, después de sufrir un accidente
automovilístico (véase Capítulo 7). Algunos individuos parecen ser constitucionalmente más «frágiles» que otros, y
tienden a experimentar más dificultades para manejar incluso cambios relativamente pequeños. No tienen la suficiente vitalidad y en seguida caen enfermos ante situaciones
estresantes. Por otra parte, diferentes personas responden
de diferente manera a factores estresantes distintos. Puede
que no hayan conseguido aprender estrategias adaptativas
eficaces para afrontar ciertos factores. En este sentido, la
historia personal de aprendizajes desempeña un papel
esencial en esta capacidad general para enfrentarse con el
estrés. Algunas experiencias traumáticas tempranas pueden
hacer que una persona sea especialmente vulnerable a —o
especialmente bien equipada para manejar— ciertos factores estresantes (véase el Capítulo 3 sobre los modelos predisposición-estrés). Si tenemos una mala experiencia en el
afrontamiento de circunstancias difíciles, probablemente
eso nos haga más vulnerables ante nuevos desafíos. Por
ejemplo, una persona que ha estado sujeta a factores estresantes incontrolables (como que hayan abusado sexualmente de ella durante su niñez) tiende a ser más vulnerable
o más sensible a otros abusos que pueda sufir posteriormente. Por estas y otras razones, ciertos factores que a una
persona le resbalan a otras pueden llegar a incapacitarla.
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CARENCIA DE RECURSOS EXTERNOS Y DE APOYO
SOCIAL. Existe considerable evidencia de que las rela-
ciones familiares y sociales positivas pueden atenuar los
efectos del estrés, e incluso reducir la enfermedad derivada
del mismo (Monroy y Steiner, 1986). Y al revés, la carencia
de esos apoyos externos, ya sean personales o materiales,
puede hacer que un factor estresante determinado aumente su potencia y afecte con más dureza a la capacidad del individuo para afrontarlo. Una encuesta nacional que se
realizó en China sobre acontecimientos vitales estresantes
encontró que los factores estresantes de la vida cotidiana
que se mencionaron con más frecuencia fueron las relaciones interpersonales (Zheng y Lin, 1924). Un divorcio o la
muerte de un ser querido provoca más estrés si la persona se
siente sola que si está rodeada por personas que la quieren y
que intentan ayudarla. Por ejemplo, Siegel y Kuikendall
(1990) encontraron que los viudos que acudían a la iglesia
experimentaban menos depresión que quienes no lo hacían. También encontraron que los viudos solían deprimirse
más que las viudas. No está claro el motivo de este último
resultado, si bien suele repetirse en un estudio tras otro (or
ejemplo, Stroebe y Stroebe, 1983). Quizá se deba a que las
mujeres tienen un círculo mayor de amigos, y que por ello
experimenten una menor vulnerabilidad a la depresión
(Kershner, Cohen, y Coyne, 1998).
También cabe la posibilidad de que algún miembro de
la familia influya negativamente sobre otra persona. En
efecto, cuando un miembro de la familia experimenta una
dificultad grave, como una enfermedad mortal o un trastorno psiquiátrico, se eleva el nivel de tensión del resto de la
familia (Yager, Grant, y Bolus, 1984).
Muchas veces la cultura ofrece rituales específicos que
sirven de apoyo a una persona mientras ésta intenta afrontar determinados tipos de estrés. Por ejemplo, la mayoría de
las religiones tienen ritos que ayudan a soportar el luto, y algunos credos disponen de la confesión, que permite afrontar el estrés derivado de la culpa y la auto-recriminación.
En definitiva, la interacción entre los factores estresantes y los recursos de la persona para enfrentarse con ellos
determina en gran medida la gravedad del estrés. Cualquiera que sea la magnitud del problema, el estrés derivado del
mismo será menor si la persona se siente capaz de manejarlo. Tras haber revisado algunos de los factores que influyen
sobre la manera en que reaccionamos al estrés, vamos a examinar algunas estrategias para afrontar los acontecimientos
estresantes.
El afrontamiento del estrés
En general, los niveles de estrés muy elevados suponen una
amenaza para el bienestar, y generan conductas dirigidas a
aliviar la tensión. En definitiva, el estrés impulsa a la persona a hacer algo. Qué es lo que se haga dependerá de diversos
factores. Algunas veces se tratará de factores internos —ta-
¿Qué es el estrés?
les como el marco de referencia del individuo, sus motivos,
competencias, o tolerancia al estrés—, los que desempeñen
un papel esencial en sus estrategias de afrontamiento. Por
ejemplo, una persona que ha sido capaz de superar con éxito alguna adversidad pasada, probablemente se encontrará
mejor equipada para enfrentarse con problemas similares
en el futuro (Major, Richards, Cooper, Cozzarelli, y Zubek,
1997; Masten y Coatsworth, 1998) (véase la discusión sobre
la flexibilidad en el Capítulo 3). En otras ocasiones las condiciones ambientales, como las presiones sociales extremas,
serán las que ejerzan el papel fundamental. Por supuesto,
cualquier reacción ante el estrés refleja la interacción de estrategias internas y de condiciones externas —algunas más
influyentes que otras, pero todas unidas para provocar determinada reacción en una persona—. Resulta por otra
parte, que algunas personas se dedican a generar estrés y no
a afrontarlo. Estudios recientes han puesto de manifiesto
que las situaciones estresantes podrían estar relacionadas
con aspectos cognitivos. Por ejemplo, si usted se siente deprimido o ansioso, probablemente perciba el hecho de que
un amigo cancele una cita para comer juntos como una señal de que le molesta su compañía, en vez de considerar que
ha surgido un problema que le ha impedido gozar de su
compañía (Simons et al., 1993).
A continuación vamos a revisar algunos principios generales de la adaptación y la capacidad de afrontamiento. A
continuación examinaremos algunas etapas que suelen
aparecer cuando el funcionamiento adaptativo de una persona se encuentra amenazado.
Con el fin de revisar cuáles son los principios generales
que permiten enfrentarse con el estrés, resulta útil suponer
la existencia de tres niveles de interacción: (1) un nivel biológico, que implica defensas inmunológicas y mecanismos
de auto-reparación; (2) un nivel psicológico e interpersonal, que supone estrategias de afrontamiento aprendidas, y
el apoyo por parte de la familia y de los amigos; y (3) un nivel sociocultural, compuesto por recursos de todo el grupo,
como sindicatos, organizaciones religiosas y agencias de
protección del consumidor.
El fracaso en alguno de esos niveles puede aumentar de
una manera importante la vulnerabilidad en el resto de los
niveles. Por ejemplo, la disminución de las defensas inmunológicas no sólo puede perjudicar el funcionamiento corporal, sino también el psicológico; a su vez, si los patrones
psicológicos de afrontamiento son muy escasos y limitados,
pueden terminar por generar enfermedades físicas. En el
Capítulo 10 comentaremos con más detenimiento el impacto del estrés sobre el funcionamiento del cuerpo y los
trastornos físicos.
Para poder afrontar con éxito el estrés, es necesario superar dos desafíos: (1) enfrentarse a las exigencias de los
factores estresantes, y (2) protegerse de los perjuicios psicológicos que puedan aparecer. Cuando una persona se siente
capaz de manipular una situación estresante, suele poner en
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
práctica una respuesta dirigida a resolver el problema, esto
es, dirigida fundamentalmente a enfrentarse con las circunstancias causantes del estrés. Esto significa que es capaz
de valorar objetivamente la situación, buscar soluciones alternativas, decidir cuál es la estrategia más apropiadas,
adoptar un plan de acción y evaluar los resultados.
Normalmente este tipo de mecanismos de defensa se
utilizan de manera combinada y no aisladamente, y frecuentemente van unidos a una conducta dirigida a la solución del
problema. Este tipo de mecanismos de defensa sólo deben
considerarse desajustados cuando constituyan la estrategia
de afrontamiento predominante y se apliquen de manera
excesiva (Erickson, Feldman, Shirley, y Steiner, 1996).
AFRONTAMIENTO ORIENTADO AL PROBLEMA.
Una
respuesta orientada al problema puede suponer realizar
cambios en uno mismo, en el entorno, o en ambos, en función de cuál sea la situación. Puede que se trate de una acción abierta, como mostrar más afecto hacia la esposa, o
quizá más encubierta, como disminuir el propio nivel de aspiración. Puede que se intente evitar el problema, abordarlo directamente, o encontrar un compromiso razonable.
Cada una de esas estrategias puede resultar apropiada dependiendo de la circunstancia. Por ejemplo, si uno se encuentra en una situación de peligro físico indudable como
puede ser un incendio forestal, la respuesta orientada al
problema más lógica es salir corriendo.
AFRONTAMIENTO DIRIGIDO A LA DEFENSA. Cuando los sentimientos de autoestima de una persona se encuentran gravemente amenazados por algún factor de
estrés, suelen aparecer respuestas orientadas a la defensa
—esto es, conductas dirigidas fundamentalmente a la protección del yo frente al dolor y la desorganización, y no
tanto a la resolución de la situación—. Normalmente la
persona que recurre a respuestas defensa ha recurrido previamente a otras conductas más productivas y orientadas al
problema, con la finalidad fundamental de mantener la integridad de su yo, no importa lo imprudente y legítimo que
pueda ser ese esfuerzo.
Existen dos tipos de respuesta defensiva muy comunes. El primero consiste en conductas como el llanto, el habla repetitiva, o los lamentos de luto, que parecen
funcionar como mecanismos de reparación del daño psicológico. El segundo tipo consiste en mecanismos de autodefensa como los que se expusieron en el Capítulo 3. Este
tipo de mecanismos, que incluyen conductas como la negación y la represión, permiten aliviar la tensión y la ansiedad, y proteger al yo del daño y la desvalorización. Por
ejemplo, la persona que teme que sus dificultades para expresar afecto puedan acabar con una relación afectiva, podría afrontar ese problema a la defensiva, proyectando la
culpa sobre la otra persona. Los mecanismos de defensa del
yo pretenden proteger a la persona de amenazas externas,
como fracasos en el trabajo o en las relaciones íntimas,
pero también de amenazas internas, como la culpabilidad
derivada de ciertos deseos o acciones. Se trata de mecanismos que actúan de la siguiente manera: (1) negando, distorsionando, o restringiendo la experiencia de la persona;
(2) reduciendo la implicación emocional; y/o (3) contrarrestando la amenaza o el daño.
REVISIÓN
• ¿En qué se diferencian los factores
estresantes, el estrés y las estrategias
de afrontamiento?
• ¿En qué medida algunos elementos como
la naturaleza de los factores estresantes,
la percepción de los mismos, la tolerancia
al estrés y los recursos y apoyos externos,
pueden modificar los efectos del estrés?
• ¿Qué diferencias hay entre las respuestas al
estrés que están orientadas al problema y las
que están orientadas a la defensa?
EFECTOS DEL ESTRÉS
INTENSO
Como ya se ha dicho, los factores estresantes ponen en marcha recursos de adaptación que, en definitiva, implican reacciones orientadas al problema u orientadas a la defensa.
La mayoría de las veces, este tipo de reacciones son suficientes para resolver la amenaza. Pero cuando los factores estresantes se mantienen durante mucho tiempo o son muy
intensos —por ejemplo, cuando un niño sufre abusos constantes— puede que la persona no sea capaz de adaptarse, y
disminuya su capacidad para enfrentarse con éxito a futuros acontecimientos estresantes. Solemos referirnos a esta
disminución del funcionamiento adaptativo como una descompensación psicológica o de la personalidad.
Nuestras reacciones ante el estrés nos permiten afrontarlo. Sin embargo, si las exigencias son excesivas (o nosotros
creemos que lo son), el estrés puede resultar muy dañino. Es
posible que tengamos que pagar un precio muy elevado por
un estrés muy intenso, ya sea una disminución de nuestra
eficiencia, de nuestros recursos adaptativos, el desgaste de
nuestro sistema biológico o, en algunos casos extremos, el
deterioro físico y psicológico, e incluso la muerte.
Por lo que concierne al ámbito fisiológico, un estrés
muy intenso puede provocar alteraciones que impidan a
nuestro cuerpo luchar contra virus y bacterias. En el ámbito
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Efectos del estrés intenso
psicológico, la percepción de amenazas puede provocar un
campo perceptivo cada vez más restringido y procesos
cognitivos muy rígidos. Por ejemplo, las personas que han
sufrido el trauma de la guerra durante un periodo prolongado de tiempo suelen tener problemas para hacer planes
de futuro.
Cuando un organismo se enfrenta con factores estresantes intensos, puede ocurrir que experimente una disminución de la tolerancia respecto a otros factores estresantes.
Selye (1976b) demostró que una sucesión de estímulos nocivos puede ejercer efectos letales sobre los animales. Para
poder explicar cómo influye el estrés sobre el organismo,
Selye introdujo el concepto de homeostasis, un estado
«equilibrado» donde el organismo siente que sus necesidades biológicas están satisfechas. Pero cuando aparece el estrés, se altera el equilibrio homeostático. Otro de los
fenómenos relacionados con los efectos del estrés es la alostasis, esto es, un proceso de adaptación o de búsqueda de la
estabilidad en medio del cambio. Por ejemplo, para poder
enfrentarse a los factores estresantes, el organismo pone en
marcha sus propios recursos mediante la activación de la
adrenalina. Bajo un estrés prolongado, estos sistemas están
activados continuamente, por lo que ya no pueden desactivarse cuando dejan de ser necesarios. La movilización constante de tales sistemas recibe el nombre de «carga
alostática» (McEwen y Stellar, 1993a), y provoca un desgaste del cuerpo. Por otra parte, si los recursos del organismo
ya están funcionando para poder afrontar el estrés, no estarán disponibles para enfrentarse con otros problemas que
eventualmente puedan aparecer. Esto explica que un estrés
psicológico mantenido durante mucho tiempo termina por
disminuir la resistencia biológica ante las enfermedades
(véase el Capítulo 10). Resulta interesante constatar que un
estrés muy prolongado puede generar incluso una hiper-
Contra
shock
sensibilidad ante otros factores estresantes, como por ejemplo una insensibilidad patológica a ellos, o apatía y desesperación. En general, cuando el estrés es muy intenso y
prolongado, provoca una importante disminución de la capacidad adaptativa general del organismo.
Efectos biológicos del estrés
Un estrés muy persistente e intenso (trauma) puede alterar
de manera importante la salud física de una persona, como
veremos de una manera más detallada en el Capítulo 10.
Resulta difícil especificar con exactitud los procesos biológicos que subyacen a las respuestas de una persona a las situaciones traumáticas. Fullerton y Ursano (1997) han
señalado la existencia de importantes lagunas en las explicaciones psiquiátricas de la respuesta ante los traumas. Sin
embargo, un modelo que permite explicar el curso que sigue la descompensación biológica derivada de un estrés intenso, es el síndrome de adaptación general, definido por
Selye (1956, 1926b), que ha recibido un importante apoyo
empírico (Mazure y Druss, 1995). Selye encontró que la reacción del cuerpo ante un estrés prolongado e intenso suele atravesar tres etapas principales: (1) una reacción de
alarma, en la que los mecanismos defensivos del cuerpo «se
ponen en alerta» mediante la activación del sistema nervioso autónomo; (2) una etapa de resistencia, en la que la
adaptación biológica alcanza su máximo nivel, en términos
de los recursos corporales que se ponen en marcha; y
(3) agotamiento, en la que se consumen por completo los
recursos orgánicos, por lo que el organismo pierde la capacidad de resistencia —en este momento, continuar la exposición al estrés puede provocar enfermedades e incluso la
muerte—. La Figura 5.1 muestra un diagrama del síndrome
de adaptación general propuesto por Seyle.
Nivel normal de resistencia
al estrés
Resistencia al estrés
Shock
Etapa 1
Reacción de alarma
Etapa 2
Resistencia
Etapa 3
Agotamiento
Figura 5.1
SÍNDROME DE ADAPTACIÓN DE SEYLE
Seyle encontró que la respuesta
general ante el estrés suele
producirse en tres etapas. Durante la
primera etapa (reacción de alarma),
la persona muestra una resistencia
inicial ante el estrés. Si éste persiste,
el individuo muestra una reacción
defensiva (etapa de resistencia),
donde intenta adaptarse al estrés.
Pero si todavía persiste esa intensa
exposición al estrés, puede que la
energía necesaria para la adaptación
llegue a agotarse, lo que culminaría
en una última etapa del síndrome
que sería el colapso (fase de
agotamiento).
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
EL ESTRÉS Y EL SISTEMA NERVIOSO SIMPÁTICO.
prácticamente. Dado que a lo largo de nuestra vida nos encontramos constantemente en periodos de estrés y descanso, se va acumulando cada minuto de déficit
adaptativo —que se añade a lo que denominamos envejecimiento (1976a, p. 429).
Desde que Cannon (1915) desarrollara su trabajo pionero
en este campo, es sabido el importante papel que desempeña el sistema nervioso simpático (SNS) en las respuestas
ante situaciones estresantes o peligrosas. Cada vez que el organismo se enfrenta con un peligro, el Sistema Nervioso
Simpático descarga adrenalina que lo prepara para «huir o
luchar» de la siguiente manera: (1) aumento del ritmo cardíaco y del flujo sanguíneo, que permite al organismo reaccionar ante las amenazas físicas. (2) dilatación de la pupila,
lo que permite que entre más luz en el ojo. (3) la piel se contrae para evitar pérdida de sangre en el caso de que se produzcan heridas. (4) aumenta el azúcar en la sangre para
proporcionar más energía. Gracias a este tipo de reacciones
biológicas, el organismo se prepara para realizar un esfuerzo físico «de emergencia», si bien en la actualidad la mayoría de las personas casi nunca se encuentran en una
situación que necesite tal nivel de activación como el que
hemos heredado de nuestros antecesores de las cavernas.
Sin embargo, esas reacciones que hemos heredado y que desempeñaron un importante papel adaptativo ante los retos
de la edad de piedra, acarrean problemas importantes para
nuestra adaptación a las circunstancias actuales (Carruthers, 1980). Quizá nuestra biología esté todavía mejor diseñada para enfrentarnos a problemas como escapar de un
animal salvaje, que a las dificultades de la vida moderna. De
hecho, una vez que la respuesta de estrés ha sido activada
durante largos periodos y de manera muy intensa, resulta
cada vez más difícil conseguir la homeostasis —esto es, desactivar la respuesta natural del organismo ante el estrés.
En su interesante libro sobre las consecuencias biológicas estrés, ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? (1994), Robert Sapolsky ha señalado que «podría parecer... que los
factores estresantes crónicos o reiterados son los que hacen
enfermar. Pero en realidad lo que ocurre es que los factores
estresantes crónicos o repetidos pueden hacer que usted enferme o incrementar el riesgo de enfermedad» (p. 17).
Una vez que nuestro sistema nervioso simpático se ha
activado, y nos encontramos biológicamente dispuestos
para el combate físico, ¿qué ocurre cuando desaparece la
amenaza física? La mayoría de nosotros probablemente
pensemos que incluso después de una experiencia muy estresante podemos retornar por completo a nuestro estado
anterior. Sin embargo, la realidad es que en el momento que
aparece la respuesta de estrés se produce cierto grado de
agotamiento en el sistema. En sus estudios pioneros sobre
estrés, Selye encontró que:
Se ha realizado una gran cantidad de esfuerzo para explorar el impacto de la hiperactivación del sistema nervioso
simpático sobre una población traumatizada (Shalev,
2000). Son muchos los estudios que han examinado los
neurotransmisores que se ponen en marcha con la activación del sistema nervioso simpático: norepinefrina, epinefrina y dopamina. Por ejemplo, algunos estudios han
comparado los niveles que alcanzan esas sustancias, tanto
en personas que sufren un estrés intenso, como en un grupo de control (Yehuda et al., 1992). Algunos estudios han
puesto de relieve que se produce un aumento significativo
de diversos parámetros fisiológicos, tales como el ritmo cardíaco y la presión sanguínea. Davidson y Baum (1986) estudiaron los efectos del estrés durante un periodo de cinco
años a partir del accidente nuclear que tuvo lugar en marzo
de 1979 en la isla de las Tres Millas. Encontraron que incluso después de tanto tiempo, las personas que lo habían sufrido tenían una presión sanguínea más elevada, así como
más noradrenalina en la orina (lo que suele estar asociado
con un estado de activación constante). Esas personas también decían experimentar síntomas fisiológicos más intensos de estrés que los miembros de un grupo de control.
Otra forma de evaluar el efecto del estrés sobre el sistema biológico es recurrir a estudios de «desafío». En este
tipo de estudios lo que se hace es volver a exponer a la víctima a estímulos externos parecidos a los originales —como
puede ser una grabación de audio similar a la situación
traumática— mientras el investigador registra sus respuestas biológicas. Uno de estos estudios encontró en combatientes veteranos con trastorno de estrés post-traumático
un aumento del malestar subjetivo, de la presión sanguínea,
del ritmo cardiaco y de los niveles de epinefrina, cuando se
les hacía escuchar grabaciones de sonidos de la guerra (McFall, Murburg, Ko, et al., 1990).
La investigación sobre el papel del sistema nervioso
simpático en situaciones de estrés ha demostrado que la
respuesta de estrés puede ejercer un impacto muy significativo sobre el sistema cardiovascular del individuo. El estrés
intenso y traumático puede llegar a aumentar la presión
sanguínea hasta producir una arterioesclerosis, con el subsecuente riesgo de hipertensión y ataques cardíacos (véase
el Capítulo 10).
Los experimentos con animales han mostrado con claridad que cada exposición al estrés deja una cicatriz indeleble, que disminuye nuestras reservas de adaptabilidad, las
cuales no pueden reemplazarse. Es cierto que tras una experiencia amenazante el descanso nos permite prácticamente volver a nuestro nivel inicial, al eliminar la fatiga
aguda. Pero es necesario hacer énfasis sobre la palabra
EL ESTRÉS Y EL SISTEMA INMUNITARIO. El estrés
también puede actuar contra las glándulas del hipotálamo,
la pituitaria y adrenal, llegando a producir un desequilibrio
endocrino lo suficientemente importante como para pasar
factura al sistema inmunitario del individuo (véase la Figura 5.2). El hipotálamo libera hormonas que estimulan la
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Efectos del estrés intenso
Figura 5.2
Esta imagen muestra una
sección transversal de las
estructuras del cerebro que
están implicadas en las respuestas humanas al estrés.
pituitaria, que a su vez libera otras hormonas que regulan
muchas funciones corporales, como por ejemplo el desarrollo de los huesos y los tejidos, o la reproducción. Cuando
el estrés afecta al funcionamiento de esas glándulas, puede
provocar la desaparición del sistema inmunitario (Shigenobu, 2001; Yehuda, 2001), haciéndolo vulnerable a enfermedades ante las cuales normalmente sería inmune (Maier,
2001). Si bien nadie sabe realmente por qué el sistema inmunitario deja de actuar durante los periodos de estrés,
este proceso de emergencia quizá tuviera una función de
protección en algún momento de la evolución de nuestra
especie. Por ejemplo, puede que impidiese la adquisición de
enfermedades autoinmunes, al desarrollar la resistencia a
las mismas (Sapolsky, 1994). Sin embargo, lo que sí es cierto es que la supresión del sistema inmunitario ante un estrés crónico puede tener terribles consecuencias para la
salud. Por esa razón ha surgido un nuevo campo denominado psiconeuroinmunología, que estudia el efecto de los
factores estresantes sobre el sistema inmunitario. Tener un
sistema inmunitario mermado puede significar que esa
persona sea más vulnerable a las enfermedades transmisibles, así como a algunos problemas mentales como la depresión (O’Shea, 2001).
Numerosos estudios han demostrado que existe un
vínculo entre el estrés y la experiencia de sufrir emociones
intensas, tales como la pena (Irwin et al., 1987), la separación y el divorcio (Kiecolt-Glaser et al., 1988), la recuperación tras una operación quirúrgica (Kiecolt-Glaser et al.,
1998), y el estrés ante un examen (Workman y La Via,
1987). Al evaluar cómo los cambios en el sistema inmunológico pueden afectar a la salud, Zakowski, Hall, y Baum
(1992) destacaron la enorme importancia del sistema inmunológico en su respuesta ante el estrés. Los órganos y las
células asociados al sistema inmunológico suponen la principal defensa del cuerpo contra los organismos extraños y
otros peligros potenciales. La piel impide la intromisión de
una gran cantidad de microbios y de moléculas presentes
en el aire y en el agua; y el resto del sistema inmunológico
proporciona una eficaz defensa contra enfermedades como
el cáncer y el Virus De Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Estos autores llegaron a la conclusión de que el sistema inmunológico nos protege contra trastornos auto-inmunes, y
mantiene un equilibrio celular que optimiza nuestras posibilidades de supervivencia.
Efectos psicológicos del estrés
prolongado
La descompensación de la personalidad que se produce
ante un trauma también resulta más o menos fácil de explicar. Parece seguir un curso similar a la descompensación
biológica, y de hecho puede suponer respuestas biológicas
muy específicas:
1. ALARMA Y MOVILIZACIÓN. En primer lugar, se movilizan los recursos disponibles para afrontar el trauma. Se produce una activación emocional, un aumento de la tensión,
mayor sensibilidad, mayor alerta (vigilancia) y esfuerzos de
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
autocontrol. A la misma vez, en sus intentos de controlar la
emergencia, el individuo adopta diversas medidas de afrontamiento que pueden estar dirigidas al problema o también
a la autodefensa, o quizá ser una combinación de ambas. Durante esta etapa pueden aparecer síntomas de inadaptación,
tales como tensión y ansiedad continuas, malestar gastrointestinal u otras enfermedades, y una disminución de la eficacia, señales todas ellas de que la puesta en marcha de los
recursos adaptativos no está siendo la más adecuada.
2. RESISTENCIA. Si el trauma continúa, frecuentemente la persona es capaz de encontrar algún medio de enfrentarse con él, para mantener así un ajuste mínimo a sus
condiciones de vida. La resistencia al trauma puede lograrse de manera temporal mediante medidas dirigidas a afrontar el problema, aunque también pueden intensificarse
durante esta etapa los mecanismos de defensa del yo. Sin
embargo, también pueden aparecer indicios que denotan la
presión que se está sufriendo. Por ejemplo, pueden observarse síntomas psicofisiológicas como malestar del estómago, y también leves distorsiones de la realidad como por
ejemplo una hipersensibilidad hacia los sonidos. Además,
puede que el individuo se comporte de manera rígida, y se
aferre a mecanismos de defensa anteriores, en vez de intentar reevaluar la situación para generar conductas de afrontamiento más adaptativas.
3. AGOTAMIENTO. En caso de que ese intenso trauma
persista durante más tiempo, es posible que los recursos
adaptativos se vayan reduciendo, y empiecen a fallar las estrategias de afrontamiento que se habían puesto en práctica
durante la etapa de resistencia. Cuando comienza la etapa
de agotamiento, la capacidad del individuo para enfrentarse con el estrés disminuye de manera sustancial, y puede
que llegue a utilizar los mecanismos de defensa de manera
exagerada e inapropiada. Tales reacciones pueden ir acompañadas de desorganización psicológica y ruptura con la realidad, lo que incluye delirios y alucinaciones. Los delirios
parecen reflejar pensamientos y percepciones cada vez más
desorganizados, junto con esfuerzos desesperados para
conservar la integridad psicológica, intentando así reestructurar la realidad exterior. En tales conductas de delirios
y alucinaciones también están presentes ciertos cambios
metabólicos que impiden el funcionamiento normal del cerebro. Eventualmente, si el estrés intenso continúa durante
el tiempo suficiente, este proceso de descompensación da
paso a otra etapa de desorganización psicológica grave, que
supone una violencia incontrolada y constante, apatía, estupor y quizá incluso la muerte. Siegel (1984) encontró un
patrón de este tipo entre treintaiún rehenes cuyos casos
analizó detenidamente. Aquellos a quienes se había mantenido en aislamiento, privación visual, restricciones físicas,
abusos físicos y amenaza de muerte, solían experimentar
alucinaciones.
REVISIÓN
• Describa las tres etapas del síndrome general
de adaptación de Selye. Compárelas con las
tres etapas de la descompensación de
personalidad.
• ¿Qué efecto tiene estrés sobre el sistema
nervioso simpático?
• ¿Qué efecto tiene el estrés sobre el sistema
inmunológico?
EL TRASTORNO DE
ADAPTACIÓN: REACCIONES
A FACTORES ESTRESANTES
DE LA VIDA COTIDIANA
Cuando una persona responde de manera inadaptada a un
factor estresante más o menos normal, como una boda,
un divorcio, el nacimiento de un hijo, o la pérdida de un
trabajo, y esa reacción se produce dentro de los tres meses
siguientes a la aparición de ese factor, puede decirse que está
dando muestras de un trastorno de adaptación. Se considera que la reacción está inadaptada cuando la persona es incapaz de funcionar de la manera habitual, o cuando su
reacción resulta excesiva. En el trastorno de adaptación, el
desajuste disminuye o se desvanece cuando (1) desaparece
el factor estresante o (2) el individuo aprende a adaptarse a
él. En el caso de que los síntomas permanezcan más de seis
meses, el DSM-4-TR recomienda modificar el diagnóstico,
y sustituirlo por algún otro trastorno mental. Como podremos comprobar en los siguientes apartados, la realidad de
los trastornos de adaptación no siempre permite adoptar
criterios temporales tan estrictos.
Llegados a este punto, parece razonable plantearse qué
debemos considerar como una conducta normal ante un
factor estresante. La respuesta parece eludir en cierta medida los criterios del DSM. En efecto, en el DSM-4-TR no
existe ninguna categoría específica para los trastornos por
estrés; por el contrario, tanto el trastorno por estrés agudo
como el trastorno por estrés post-traumático están clasificados dentro del apartado de los trastornos de ansiedad.
Parece evidente que no todas las reacciones ante los
factores estresantes son trastornos de adaptación. La clave
para calificar una reacción normal dentro de esta categoría
de trastorno por estrés post-traumático parece ser la incapacidad para funcionar de manera habitual, y por lo tanto
este criterio también se aplica a muchos otros trastornos,
como por ejemplo el trastorno de ansiedad. Da la sensación
de que esta incertidumbre no se resolverá de manera
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El trastorno de adaptación: reacciones a factores estresantes de la vida cotidiana
inmediata; lo que quizá sí resulte más importante es reconocer que el trastorno de adaptación probablemente constituye el diagnóstico más leve que un terapeuta puede
asignar a un cliente.
Vamos a describir a continuación algunos de los factores estresantes que suelen provocar trastornos de adaptación: desempleo, muerte de un ser querido y el divorcio o la
separación.
El desempleo
Los problemas laborales pueden generar en los trabajadores una gran cantidad de estrés (Williams, Barefoot, et al.,
1997). Una situación muy estresante que se produce con
demasiada frecuencia en la actualidad es la pérdida de un
empleo bien remunerado. Ser capaz de controlar el estrés
asociado con el desempleo requiere una gran capacidad de
afrontamiento, especialmente para las personas que habían alcanzado un nivel de vida acomodado. La desgracia de
perder el empleo y la dificultad de encontrar otro de características similares se ha convertido en una experiencia demasiado habitual en los Estados Unidos a partir de la Gran
Depresión de los años 30. Las frecuentes reestructuraciones empresariales provocan el despido de muchas personas, lo que transforma de la noche a la mañana una zona
próspera en un área deprimida. Prácticamente en cualquier zona geográfica es posible encontrar trabajadores
que han perdido el trabajo que habían tenido durante toda
su vida, y que se enfrentan al término del subsidio de
desempleo.
El desempleo supone un problema especialmente agudo entre algunos grupos sociales. Por ejemplo, muchos jóvenes pertenecientes a minorías se ven obligados a vivir en
una depresión económica permanente (Departamento De
Trabajo, 1999). De hecho, para estas minorías el nivel de desempleo puede ser el doble de lo habitual. Las consecuencias psicológicas a largo plazo pueden ser devastadoras.
Algunas personas son capaces de enfrentarse con el revés
que supone la repentina pérdida del trabajo, y adaptarse sin
mayores dificultades una vez que ha desaparecido la situación estresante. Sin embargo, para otros, el desempleo puede llegar a tener importantes efectos a largo plazo. El
impacto del desempleo crónico sobre el auto-concepto y la
autoestima pueden quedar hechos añicos, sobre todo en el
seno de una sociedad opulenta como la nuestra.
El duelo
La muerte súbita e inesperada de un ser querido explica un
tercio de los casos de trastorno por estrés post-traumático
(Breslau, Kessler, Chilcoat, et al., 1998). Cuando muere alguien cercano a nosotros, nos quedamos psicológicamente
aturdidos. Con frecuencia nuestra primera reacción es la
incredulidad. Después, a medida que vamos comprendiendo el significado de la muerte, nos abruman sentimientos
de pesar, tristeza y desesperación (e incluso, quizá, contra la
persona desaparecida).
El desconsuelo por la pérdida de un ser amado es un
proceso natural que permite al superviviente lamentar su
pérdida, para poder continuar viviendo después sin la persona desaparecida. Hay quien no atraviesa ese proceso
de desconsuelo, quizá debido a su personalidad (estilo de
afrontamiento defensivo), o a consecuencia de su situación
particular. Por ejemplo, puede que se espere de una persona
que se comporte de manera estoica, o también que tenga
que hacerse cargo de los asuntos familiares. También puede
ocurrir que otra persona desarrolle una depresión muy exagerada o prolongada más allá de la duración normal del
luto. Un proceso de luto normal suele durar más a menos
un año, y ejerce ciertos efectos negativos sobre la salud,
como una presión sanguínea elevada, cambios en los hábitos alimenticios, e incluso ideas de suicidio (Pringerson,
Bierhals, Kasl, Reynolds, et al., 1997).
Los duelos complicados o prolongados son frecuentes
en las aquellas situaciones en que la muerte se ha producido de manera inesperada (Kim y Jacobs, 1995). Las relaciones patológicas ante la muerte tienen más probabilidad de
aparecer en personas con una historia de problemas emocionales, o que abrigaban un fuerte resentimiento y hostilidad hacia la persona fallecida, lo que les provoca una
intensa culpabilidad. Suelen mostrarse profundamente deprimidas y en algunos casos, llegan a sufrir una depresión
mayor (véase el Capítulo 7). El siguiente caso ilustra una
reacción patológica de duelo excesiva (y, en este caso, con
resultados positivos), tras una trágica muerte.
El duelo de Nadine
Nadine es una profesora de instituto de sesenta
y seis años de edad, que había convivido durante cuarenta años con su marido Carlos, de sesenta y siete años, y que también era un
profesor retirado. La pareja había sido prácticamente
inseparable desde que se conocieron, y
ESTUDIO
de hecho habían llegado a dar clase en el mismo
DE UN
instituto durante la mayor parte de su vida. ViCASO
vían en un pueblo rural donde trabajaban y habían criado a sus tres hijos, cada uno de los
cuales se había casado y trasladado a una gran ciudad a más de
150 km de distancia. Durante muchos años habían estado planeando
su jubilación, y pensaban viajar por todo el país visitando a sus amigos. Una semana antes de su cuaremta aniversario, Carlos sufrió un
ataque al corazón y, tras cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos, sufrió un segundo ataque y falleció.
Nadine se tomó muy mal la muerte de su marido. Aunque tenía
gran apoyo emocional por parte de sus amigos y de sus hijos,
(continúa)
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
(continuación)
experimentó grandes dificultades de adaptación. Elena, una de sus
hijas, pasó unos cuantos días con ella y le pidió que fuera a vivir con
ella a la ciudad durante algún tiempo. Pero su madre rechazó una y
otra vez la invitación, aunque no tenía nada que hacer en casa. Los
amigos la llamaban con frecuencia, pero ella parecía incluso rechazar su presencia. En los meses que siguieron al funeral, Nadine perseveró en su reclusión voluntaria. Algunos vecinos y amigos
contaron a su hija Elena que su madre ni siquiera abandonaba la
casa para ir a comprar. Decían que se sentaba sola en la casa a oscuras, sin contestar al teléfono y sin abrir la puerta. También había
perdido el interés en todas las actividades que alguna vez la habían
hecho disfrutar.
Muy preocupada por el bienestar de su madre, Elena organizó
una campaña para conseguir que fuera a vivir con ella. Cada uno de
sus hijos, acompañado por toda su familia, hizo turnos para visitarla hasta que por fin empezó a mostrar de nuevo interés por la vida.
Llegó un momento en que aceptó las visitas, lo que supuso un paso
terapéutico —siempre le habían encantado los niños y disfrutaba de
cada minuto que pasaba con sus ocho nietos— y en la actualidad visita a sus hijos y se queda más tiempo de lo que inicialmente tenía
planeado.
El divorcio y la separación
El deterioro o la finalización de una relación íntima suponen un poderoso factor de estrés, que frecuentemente se
cita como la razón principal que induce a una persona a
buscar tratamiento psicológico. El divorcio, aunque ya más
aceptado socialmente, todavía supone el resultado trágico y
generalmente estresante, de lo que una vez fue una relación
íntima y agradable. Como se ha mencionado en el Capítulo 3, la ruptura matrimonial es una de las principales causas
de vulnerabilidad psicopatológica: las personas que se han
divorciado o separado recientemente forman uno de los
grupos más numerosos con problemas psicológicos.
Existen muchos factores que hacen que el divorcio sea
desagradable y estresante para cualquiera: el reconocimiento del fracaso de una relación; la necesidad de explicar ese
fracaso a la familia y a los amigos; la pérdida de amistades
que suele acompañar a la ruptura; las incertidumbres económicas que suelen experimentar ambos cónyuges y, cuando hay niños implicados, el problema de la custodia.
Además, después del divorcio suelen aparecer nuevos
problemas. La experiencia de adaptarse a vivir solo, probablemente tras haber pasado muchos años con la pareja,
puede constituir una experiencia difícil de aceptar. Dado
que muchas veces no sólo hay que dividir la cuenta corriente sino también los amigos, se hace necesario hacer nuevas
amistades. Por otra parte el establecimiento de una nueva
relación romántica puede que requiera enormes cambios
personales. Incluso cuando la separación se haya producido
de manera relativamente amistosa, es necesario sacar fuerzas de flaqueza para adaptarse y afrontar la nueva situación.
Por lo tanto no resulta sorprendente que el divorcio constituya el motivo principal por el que se busca asesoramiento
psicológico.
A continuación vamos a revisar algunas características
de los acontecimientos catastróficos, así como las reacciones diferentes que podemos mostrar ante ellos. Después
nos centraremos en algunos sucesos estresantes más específicos que pueden provocar un trastorno de estrés post-traumático.
REVISIÓN
• Según el DSM-4-TR, ¿en qué consiste un
trastorno de adaptación?
• ¿Qué «grado de estrés» se requiere para
diagnosticar un trastorno de adaptación?
TRASTORNOS DE ESTRÉS
POST-TRAUMÁTICO:
REACCIONES A
ACONTECIMIENTOS
CATASTRÓFICOS
Las crisis ambientales repentinas e inesperadas pueden provocar síntomas físicos y psicológicos de carácter muy grave.
Dichos síntomas, que suelen denominarse trastorno de estrés post-traumático (TEPT), pueden incluir algunos de
los siguientes:
• El acontecimiento traumático vuelve a experimentarse
imaginariamente una y otra vez, mediante pesadillas o
pensamientos recurrentes.
• Se evitan los estímulos asociados con el trauma (por
ejemplo los coches, si se trata de un accidente automovilístico).
• Tensión o irritabilidad crónica, generalmente acompañadas de insomnio e incapacidad para tolerar los ruidos.
• Dificultades de concentración y memoria.
• Pueden aparecer sentimientos de depresión, de manera
que el individuo evita situaciones sociales donde podría estar expuesto a alboroto y estímulos ruidosos.
Evidentemente, el TEPT incluye elementos de ansiedad
––generalmente sentimientos de miedo y aprensión— pero
dado que mantiene una relación tan estrecha con una expe-
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
riencia de fuerte estrés, lo trataremos en esta sección,
aunque también en el Capítulo 6, en el apartado de los trastornos de ansiedad.
En nuestra sociedad existen muchas fuentes potenciales
de crisis o trauma, por lo que los síntomas del TEPT no son
infrecuentes entre la población general. Un ejemplo de
acontecimientos traumáticos que pueden dar lugar a dificultades de adaptación son los derivados de catástrofes naturales, como los incendios, las tormentas, o los terremotos.
Un estudio realizado con estudiantes universitarios que sufrieron el terremoto de Loma Prieta 1989 en el área de San
Francisco, confirma la idea general de que los acontecimientos traumáticos influyen sobre las pesadillas. Wood y sus colaboradores (1992) encontraron que los estudiantes que
habían sufrido el terremoto mostraban más pesadillas, sobre
todo relacionadas con terremotos, que aquellos que no lo
habían sufrido. De manera similar, otros acontecimientos
traumáticos más comunes, como accidentes y agresiones,
pueden dar lugar a problemas de adaptación muy duraderos
(Norris y Kaniaskty, 1994; Falsetti et al., 1995).
Prevalencia del TEPT entre la población
general
Hasta hace muy poco no existían estimaciones de la prevalencia de este trastorno. De hecho hasta 1980 no se definió de
manera formal su diagnóstico, y los casos que se conocían se
limitaban exclusivamente a los veteranos de guerra y a las
víctimas de desastres (Breslau, 2001). Existe cierta variación
en cuanto a la estimación de la prevalencia del TEPT entre la
población general, pero parece que afecta a uno de cada doce
adultos en algún momento de su vida (Breslau, 2001). El estudio de Comorbilidad Nacional de Los Estados Unidos
(Kessler et al., 1995) estimó una tasa de alrededor del 7,8 por
ciento de la población (cinco por ciento de hombres y 10,4
por ciento de mujeres). Evidentemente dichas tasas son menores entre las poblaciones que sufren menos desastres naturales y menos criminalidad. Por ejemplo en Munich,
Alemania, la muestra estudiada mostró que sólo el 25,5 por
ciento de los hombres y el 17,7 por ciento de las mujeres habían experimentado alguna vez en su vida un acontecimiento traumático, y que sólo el uno por ciento de los hombres y
el 2,2 por ciento de las mujeres cumplía los criterios para el
diagnóstico de un TEPT (Perkonigg, Kessler, et al., 2000). En
una revisión de las publicaciones sobre la prevalencia del
TEPT, Resick (2001) ha estimado que entre el cinco y el 6 por
ciento de los hombres, y el diez o el doce por ciento de las
mujeres norteamericanas han experimentado TEPT en algún momento de su vida. Lee y Young (2001) han llegado a
la conclusión de que aunque el noventa y tres por ciento de
la población dice haber sufrido algún acontecimiento traumático alguna vez en su vida, sólo entre el cinco y el doce por
ciento han desarrollado un TEPT. Breslau (2001) llegó a la
conclusión de que el TEPT duplica su prevalencia entre las
mujeres en relación con los hombres, debido fundamentalmente a la violencia de carácter sexual y doméstico.
Por supuesto, el TEPT puede aparecer junto a otros trastornos. Brown, Stout, y Muller (1999) encontraron que el
cincuenta y cuatro por ciento de las personas que abusan de
sustancias también podían ser diagnosticadas de TEPT. Kessler et al. (1995) sugieren que aproximadamente el dieciséis
por ciento de las personas con TEPT sufren algún otro trastorno, y que el cincuenta y cuatro por ciento de las personas
con TEPT pueden tener tres o más diagnóstico psiquiátricos.
Vivimos en un mundo violento y peligroso. La mayoría
de las personas que están expuestas a accidentes aéreos,
automovilísticos, explosiones, incendios, terremotos, tornados, violaciones, u otras experiencias terroríficas, demuestran reacciones psicológicas traumáticas, como la confusión
y la desorganización. Los síntomas pueden ser muy variados,
según sea la naturaleza y la gravedad de la experiencia, del
grado de sorpresa, y de la personalidad del individuo. Considérese si no los siguientes ejemplos: alrededor de la mitad de
los supervivientes del incendio del club Coconut Grove, que
arrasó la vida de cuatrocientas noventa y dos personas en
Boston en 1942, requirieron tratamiento para paliar un trauma psicológico grave (Adler, 1943). Las evaluaciones psicológicas de ocho de los sesenta y cuatro supervivientes de la
colisión entre dos aviones en Santa Cruz de Tenerife en 1977,
donde murieron quinientas ochenta personas, indicaron
que los ocho sufrieron problemas emocionales muy graves
relacionados de manera directa con el accidente (Perlberg,
1979). Seis ayudantes de vuelo que sobrevivieron a un accidente de aviación en el que murieron cuarenta y siete pasajeros, fueron evaluados ocho meses después del accidente, y
todos ellos cumplían los criterios para el diagnóstico de
TEPT. Dieciocho meses después del accidente ya no mostraban depresión, pero continuaban experimentando un elevado nivel de estrés (Marks, Yule, y De Silva, 1999).
Diferencias entre el trastorno
de estrés agudo y el trastorno
de estrés post-traumático
El DSM-4-TR diferencia dos categorías principales para el
trastorno de estrés post-traumático: el trastorno de estrés
agudo y el trastorno de estrés post-traumático. Para ambos
trastornos, el factor estresante debe ser especialmente grave,
como por ejemplo la destrucción del hogar, asistir al asesinato o la mutilación de otra persona, o ser víctima de violencia física. La diferencia entre ambos trastornos tiene que
ver con el momento y con la duración de los síntomas. El
trastorno de estrés agudo tiene lugar dentro de las cuatro
semanas posteriores al acontecimiento traumático, y dura
un mínimo de dos días y un máximo de cuatro semanas. Si
los síntomas se prolongan durante más tiempo, el diagnóstico más adecuado es entonces trastorno de estrés post-traumático. Este último diagnóstico, que sólo se realiza cuando
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
los síntomas se prolongan al menos durante un mes, puede
especificarse todavía más en función del comienzo de los
síntomas. Si éstos comienzan dentro de los seis meses posteriores al acontecimiento, entonces se considera como una
reacción aguda. Pero si los síntomas comienzan más de seis
meses después de la situación traumática, entonces se considera que la reacción se ha diferido. La versión diferida del
TEPT está peor definida, y resulta más difícil de diagnosticar
que los trastornos que aparecen inmediatamente después
del incidente. Algunos autores han llegado a cuestionar si
esta reacción diferida debería recibir el diagnóstico de
TEPT; por el contrario, hay quienes lo clasificarían como algún otro trastorno de ansiedad. Es importante recordar que
los criterios para el diagnóstico de un trastorno de estrés
post-traumático especifican que las reacciones deben durar
como mínimo un mes.
El síndrome del desastre alude a las reacciones de las
víctimas de grandes catástrofes, donde se ocasionan grandes pérdidas y sufrimiento (véase El mundo que nos rodea
5.1 de la página 151). Este síndrome podría describirse en
virtud de las reacciones que se producen durante la experiencia traumática, las reacciones iniciales (estrés posttraumático agudo) y las complicaciones posteriores (estrés
post-traumático crónico o diferido).
Las respuestas iniciales de la víctima de un desastre de
gran magnitud suelen atravesar tres etapas: (1) la etapa de la
conmoción, durante la cual la víctima se muestra aturdida,
sorprendida y apática; (2) la etapa sugestionable, durante la
cual la víctima tiende a mostrarse pasiva, sugestionable y
deseosa de seguir las instrucciones del personal de rescate o
de cualquier otro; y (3) la etapa de recuperación, durante la
cual la víctima puede mostrarse tensa y aprensiva, y manifestar una ansiedad generalizada aunque progresivamente
retorne al equilibrio psicológico, con frecuencia mostrando
la necesidad de relatar una y otra vez el acontecimiento catastrófico. Es en esta tercera etapa cuando puede desarrollarse el trastorno de estrés post-traumático. Las pesadillas
recurrentes y la necesidad de relatar una y otra vez la misma
historia sobre el desastre parecen ser mecanismos necesarios para reducir la ansiedad e insensibilizar al yo frente a la
experiencia traumática. La tensión, la aprensión, y la hipersensibilidad, son efectos residuales de la conmoción emocional, y ponen de manifiesto que la persona se está dando
cuenta de que el mundo puede ser abrumadoramente peligroso y amenazante.
En algunas ocasiones, el cuadro clínico puede complicarse por un duelo y una depresión intensos. Si una persona cree que puede haber tenido algo que ver con la pérdida
de un ser querido en un desastre, podría tener fuertes sentimientos de culpa, con lo que el TEPT podría prolongarse
durante varios meses. Esta situación aparece muy bien ilustrada en el siguiente caso de un marido que no fue capaz de
salvar a su mujer en el accidente aéreo que tuvo lugar en Tenerife en 1977.
La culpabilidad del superviviente
La historia de Martín es realmente trágica.
Perdió a su amada esposa de treinta y siete
años y se culpa a sí mismo por su muerte, debido a que él se había quedado aturdido e inmóvil durante unos veinticinco segundos después
del
accidente. Pese a que en el pasillo central
ESTUDIO
no se veía nada más que fuego y humo, fue caDE UN
paz de levantarse y salir con su esposa por un
CASO
hueco que había tras su asiento. Martín saltó al
ala del avión y tendió la mano a su esposa, pero
una explosión la arrancó literalmente de sus manos, y a él lo arrojó
de espaldas encima del ala. Aunque intentó volver a por ella, el
avión estalló unos segundos después.
(Cinco meses después) Martín estaba deprimido y hastiado, tenía sueños descabellados y malhumor, y se mostraba confuso e irritable. Decía «lo que vi allí me perseguirá durante toda mi vida».
Contaba (al psicólogo que lo entrevistó) que evitaba ver la televisión y las películas, porque no podía saber cuándo aparecería una
escena espantosa (Perlberg, 1979, pp. 49-50).
Algunas veces la culpabilidad de los supervivientes se
centra en la idea de que no merecen haber sobrevivido a los
que han muerto. Como explicaba un ayudante de vuelo tras
el accidente de Florida Everglades que causó gran cantidad
de muertos, «no dejo de pensar, estoy vivo. Gracias a Dios.
Pero me pregunto por qué me quedé atrás. Lo siento, eso no
es decente» (Time, 15 de enero de 1973, p. 53).
Los síntomas post-traumáticos intensos son frecuentes
tras un accidente grave. Blanchard, Hickling, Barton, y Taylor
(1996) hicieron un seguimiento de las víctimas de accidentes
automovilísticos que habían necesitado atención médica.
Encontraron que un tercio de los que habían cumplido los
criterios del TEPT todavía no habían experimentado una
disminución de los síntomas doce meses después. En otro incidente, un mes después de la masacre que provocó un francotirador en Texas, los psicólogos entrevistaron a ciento
treinta y seis aterrorizados supervivientes, y diagnosticaron
que el veinte por ciento de los hombres y el treinta y seis por
ciento de las mujeres mostraban un TEPT. Tras una revisión
y comparación de todas las investigaciones publicadas sobre
desastres, donde se había realizado a una estimación de la
psicopatología subsiguiente, se encontró que aproximadamente el diecisiete por ciento de las víctimas manifestaron
problemas posteriores de ajuste psicológico (Rubonis y Bickman, 1991). Resultados similares obtuvieron La Greca, Silverman, Vernberg, y Prinstein (1996), quienes encontraron
que el dieciocho por ciento de los niños que habían sufrido el
huracán Andrew mostraban síntomas de TEPT.
La reacción traumática de una persona ante un desastre todavía puede complicarse más cuando sobreviene una
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.
Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Un trauma de increíbles proporciones
Las tragedias pueden ocurrir de manera repentina,
inesperada y a escala inimaginable, lo que deja a los
supervivientes en un estado de conmoción. El 11 de
septiembre de 2001 un grupo de terroristas destruyeron
el World Trade Center de Nueva York causando un efecto
devastador. Estrellaron dos aviones de pasajeros en las
Torres Gemelas, mientras que un tercer avión se precipitó
contra el edificio del Pentágono en Washington DC, y un
cuarto avión fue a lanzarse en medio del campo en
Pennsylvania. Desde entonces los terroristas han dejado
al mundo en un estado de atónita incredulidad. Estas
acciones terroristas asesinaron a unas 3 000 personas
pertenecientes a ochenta naciones, lo que incluye a
centenares de miembros de las fuerzas de socorro que
intentaban rescatar a las víctimas de los edificios
incendiados, dejando a decenas de miles de personas
enfrentadas a la increíble pérdida de un ser querido.
Los acontecimientos del 11 de septiembre dejaron un
intenso desconsuelo, no sólo entre las familias y amigos de
las víctimas, si no entre toda la nación y el mundo entero.
Durante los días posteriores al ataque fueron apareciendo
miles de historias trágicas: el joven que comenzaba a
trabajar ese día y ya nunca abandonó el edificio, dejando a
sus padres sin su único hijo; el bombero que ayudó a su
compañero pero después murió junto a otros tantos que
intentaban salvar a las personas encerradas en el edificio.
Dejó una joven viuda y un niño de cinco años que, unas
semanas después, todavía se negaba a aceptar la muerte
de su padre, e insistía en organizar una fiesta para
celebrar su inminente regreso a casa.
Aquellos que consiguieron salir con vida del edificio
también quedaron marcados por la experiencia. Por
ejemplo, Dwyer (2001) narraba las experiencias de un
limpia-ventanas que estaba encaramado junto a otras
personas en la planta número 69 de una de las Torres. De
repente sintió un «golpe sordo». El ascensor de al lado
osciló como un péndulo y empezó a caer hasta que
alguien pulsó el botón de emergencia. El ascensor pudo
detenerse y sus ocupantes quedaron atrapados entre dos
pisos. Poco después oyeron decir que se había producido
una explosión. El ascensor empezó a llenarse de humo.
Después de unos instantes, forzaron la puerta del
ascensor y consiguieron abrirla:
Se encontraron ante una pared que tenía escrito el
número «50». Ese ascensor no daba servicio al piso
50, por lo que no había necesidad de que tuviera
puerta. Para poder escapar de ahí necesitaban abrir
un agujero. Tantearon la pared. Láminas de corcho.
Como había trabajado en la construcción el Sr. D.
sabía que ese material se podía cortar con cierta
facilidad. Pero nadie llevaba navaja. Entonces el Sr. D.
desarmó el rodillo que utilizaba para limpiar las
ventanas y comenzó a raspar con él la pared una y
otra vez. El resto de los ocupantes lo ayudó en esa
tarea. Para protegerse del humo respiraban a través
de un pañuelo humedecido en un paquete de leche
que el señor P. acababa de comprar.
Las láminas del corcho vienen en paneles de
1,5 centímetros de ancho, recordó el Sr. D. Fue
cortando un centímetro tras otro con las manos
doloridas. Mientras cortaba el tercer panel, sus
manos tropezaron con algo y su herramienta cayó
por la caja del ascensor.
Le quedaba todavía una herramienta: un pequeño
rodillo metálico. Trabajaron con él hasta que
consiguieron cortar un rectángulo irregular de unos
cuarenta y cinco por treinta centímetros. Por fin
encontraron ante ellos una pared de azulejos blancos.
Un cuarto de baño. Rompieron los azulejos. Uno tras
otro los ocupantes del ascensor pasaron por el hueco
abierto en la pared...
Por entonces, hacia las nueve y media, el piso 50
estaba desierto excepto por unos cuantos bomberos,
que quedaron atónitos al ver aparecer a los seis
hombres... Durante el peligrosísimo descenso en fila
india a través del humo, alguien se quejó de que el Sr.
D. cargara todavía con su caja de herramientas, ante lo
que éste replicó «mi empresa no me proporcionará
otra si la pierdo». En el piso quince Mr. L. dijo
«escuchamos un rugido metálico y atronador.
Pensábamos que nuestra vida acababa ahí». La torre
sur se estaba derrumbando. Eran las 9:59. El señor D.
tiró su caja de herramientas. Los bomberos le gritaban
que se dieran prisa. Veintitrés minutos después de las
diez salían a la calle, buscaban un teléfono, y
respiraban oxígeno, y cinco minutos después veían
cómo se derrumbaba la torre norte. Habían escapado
por sólo cinco minutos. «Hemos necesitado un minuto
y medio para bajar cada piso», dijo el señor M., un
ingeniero de la Autoridad Portuaria. «Si el ascensor se
hubiera detenido en el piso 60 en vez de en el 50,
habríamos llegado cinco minutos demasiado tarde».
«El hombre que tenía el rodillo fue nuestro ángel
guardián».
A partir de ese día, el Sr. D. permanece en su
casa con su mujer y sus hijos. Ha unido los rostros de
los desaparecidos con los hombres y mujeres que
conoció durante su trabajo: el guardia de seguridad
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
del banco japonés de la planta 93 que le dejaba pasar
a las seis y media; las personas de la planta 92; el
jefe de la Autoridad Portuaria. Sus rostros lo
mantienen despierto durante la noche.
Sus manos, la que manipuló la herramienta de
hierro y la que llevaba la caja de herramientas,
tiemblan (Dwyer, 2001).
pérdida personal. Por ejemplo, un individuo que quedó
paralítico debido a un accidente de automóvil en el que su
esposa perdió la vida, no solamente tiene que enfrentarse
con la dolorosa pérdida de su pareja, sino que debe hacerlo durante un largo periodo de rehabilitación que supondrá una importante alteración de su vida. Los efectos
psicológicos de dicha alteración también pueden llegar a
complicar la recuperación psicológica tras el desastre. Y todavía los pleitos que se establezcan por daños personales
suelen prolongar aún más los síntomas post-traumáticos
(Egendorf, 1986).
Factores causales del estrés
post-traumático
La mayoría de las personas actúa relativamente bien en las
catástrofes, y muchas de ellas incluso llegan a comportarse
con heroísmo (Rachman, 1990). El hecho de que alguien
desarrolle un trastorno de estrés post-traumático depende
de una serie de factores. La investigación sugiere que la personalidad desempeña un papel importante para reducir la
vulnerabilidad ante el estrés, en aquellos casos en que los
factores de estrés son muy intensos (Clark, Watson, y Mineka y, 1994). Sin embargo, cuando el trauma ha sido muy virulento, entonces es la propia naturaleza de los factores
estresantes la que permite explicar la mayor parte de las diferencias de las respuestas ante el estrés (or ejemplo, Ursano,
Boydstun, y Wheatley, 1981). Lo que sí parece cierto es que
las mujeres tienen más probabilidad que los hombres de padecer este trastorno (Breslau, Davis, et al., 1997). En otras
palabras, todo el mundo tenemos un punto a partir del cual,
comenzaremos a experimentar dificultades psicológicas
(que pueden ser transitorias o duraderas) en respuesta a un
acontecimiento traumático de intensidad y duración suficientes. Epstein, Fullerton y Ursano (1998) encontraron que
las personas que prestaban ayuda a las familias de las víctimas de un desastre tenían ellos mismos un mayor riesgo de
sufrir enfermedades, síntomas psiquiátricos y malestar psicológico, durante unos dieciocho meses después del desastre. También encontraron que los individuos que tenían
menor nivel educativo, quienes habían estado expuestos a
incendios, y los que habían mostrado una fuerte sensación
Después de la tragedia, miles de familiares y
supervivientes buscaron ayuda psicológica para poder
afrontar esas increíbles pérdidas. Muchas instituciones e
individuos se unieron en el esfuerzo de ayudar a los
supervivientes a enfrentarse con el devastador trauma,
proporcionándoles apoyo emocional y asesoramiento
psicológico.
de aletargamiento tras el desastre, tenían mayor tendencia a
experimentar síntomas psicológicos tras un desastre.
Incluso un curtido oficial de policía puede experimentar un nivel de estrés que interfiera con su funcionamiento
habitual, tal y como se muestra en el siguiente caso.
Un oficial de policía
Don ha sido un oficial de policía modélico durante sus catorce años en el cuerpo. Ha obtenido inmejorables informes por parte de sus
superiores, ha estudiado un máster en trabajo
social y ha alcanzado el rango de sargento.
Mientras
se encontraba patrullando en el coESTUDIO
che oficial, se produjo un accidente aéreo e inDE UN
mediatamente se dirigió al lugar de la tragedia
CASO
para prestar ayuda a los supervivientes. Al llegar sólo fue capaz de vagar aturdido por la
zona, buscando a quién ayudar, pero sólo encontró destrucción.
Posteriormente recordaba que los días siguientes fueron para él
como un mal sueño.
Los días después de la tragedia se mostró deprimido, perdió el
apetito, no podía dormir, y se sentía impotente. En cualquier lugar
veía imágenes del accidente. Dijo tener un sueño recurrente en el
que veía que tenía lugar un accidente aéreo mientras conducía un
coche o pilotaba un avión. En su sueño, llegaba raudo hasta la zona
del desastre y ayudaba a algunos pasajeros a ponerse a salvo.
Don se dio cuenta de que necesitaba ayuda y buscó asistencia
psicológica. Debido al deterioro de su estado de ánimo y a su situación física, obtuvo una baja médica. Ocho meses después del accidente todavía continuaba recibiendo terapia y aún no ha vuelto al
trabajo. Durante la terapia se puso de manifiesto que Don había estado sufriendo una enorme insatisfacción personal anterior a la catástrofe. Su prolongado trastorno psicológico no era por tanto
únicamente el resultado de su angustia respecto al accidente aéreo,
sino también una manera de expresar otros problemas previos (basado en Davidson, 1979a 1979b; O’Brian, 1979). Véase Davis y Stewart (1999) para una exposición de las consecuencias de este
accidente veinte años después.
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
En todos los casos de estrés post-traumático, el factor
causal determinante parece ser un miedo condicionado,
que se asocia con la experiencia traumática. Por lo tanto
resulta esencial que las víctimas de una experiencia traumática sigan algún tipo de psicoterapia que impida el establecimiento de ese miedo condicionado.
A continuación vamos a describir algunos ejemplos de
trastorno de estrés post-traumático, examinando tanto los
efectos inmediatos como otros a más largo plazo de algunas
situaciones especialmente impactantes, como la violación,
el combate militar, la reclusión como prisioneros de guerra
o en campos de concentración y las amenazas a la propia seguridad.
El trauma de la violación
La violación es el acto por el que se fuerza a alguien a establecer una relación sexual por la fuerza, una situación que
puede infringir un fuerte impacto traumático sobre la víctima. En nuestra sociedad las violaciones se producen con
alarmante frecuencia. Una amplia encuesta entre estudiantes universitarios reveló que el veinte por ciento de las chicas reconocían haber sido forzadas a tener relaciones
sexuales (Brener, McMahaon, et al., 1999). En la mayoría de
los casos de violación, la víctima es una mujer. De hecho la
violación es la causa más frecuente de TEPT entre las mujeres (Creamer, Burgess, y McFarlane, 2001). En el Capítulo 13 analizaremos la patología de los violadores; pero en
este capítulo nos vamos a centrar en la respuesta de la víctima de una violación. Cuando el violador es un desconocido, la víctima experimenta un intenso temor a sufrir daños
físicos e incluso la muerte. Pero cuando la violación proviene de una persona conocida, la reacción de la víctima suele
ser ligeramente diferente (Ellison, 1977; Frazier y Burnett,
1994). En esta situación la víctima no sólo siente temor,
sino que también se siente traicionada por alguien en quien
confiaba. Puede incluso sentirse responsable de lo sucedido,
y experimentar grandes sentimientos de culpabilidad. Eso
puede llevarle incluso a no buscar ayuda o no informar de
la violación, ante el temor de ser considerada parcialmente
responsable de la misma.
También la edad y las circunstancias vitales de la víctima influyen sobre su reacción (Ullman y Filipas, 2001).
Para un niño pequeño que no sabe nada sobre la conducta
sexual, una violación puede dejarle confundido y con secuelas psicológicas, sobre todo si se le obliga a olvidar la experiencia, sin permitirle desahogarse hablando sobre ella
(Browne y Finkelhor, y 1986). Para una mujer joven, la violación puede aumentar los conflictos relacionados con la
independencia y la separación de la familia, que son habituales en este grupo de edad. Al intentar ayudarla, puede
que los padres de la víctima susciten diversas formas de regresión, como por ejemplo que vuelva a vivir en el domicilio familiar, lo que sin embargo supone una interferencia
con la etapa evolutiva en la que se encuentra la joven. Cuando una mujer violada está casada y tiene hijos, se enfrenta al
problema de tener que explicarles esa experiencia. Algunas
veces, la sensación de vulnerabilidad derivada de una violación hace que las mujeres lleguen a ser transitoriamente incapaces de cuidar de sus hijos.
Por su parte, los maridos y los novios, si no son capaces
de solidarizarse con la situación de una mujer que ha sido
violada, pueden influir negativamente sobre su capacidad
de adaptación. Tanto el rechazo, como la culpabilidad, la
cólera incontrolada contra el agresor, o la insistencia en volver a mantener relaciones sexuales, pueden incrementar los
sentimientos negativos de la víctima.
McCann et al. (1988) encontraron que la experiencia de
la violación afecta a las mujeres en cinco áreas de funcionamiento vital. En primer lugar, experimentan alteraciones físicas, como por ejemplo hiperactivación y ansiedad
(síntomas característicos del TEPT). Un estudio reciente ha
encontrado que las mujeres que han sido violadas tienden a
verse a sí mismas como menos saludables (Golding, Cooper,
y George, 1997). En segundo lugar, suelen experimentar
problemas emocionales, tales como ansiedad, estado de ánimo deprimido y baja autoestima. Fierman y sus asociados
(1993) encontraron que los pacientes con problemas de ansiedad tenían una elevada probabilidad de haber sufrido
traumas previos de este tipo, sobre todo abuso sexual, abuso
físico o violación. Falsetti y sus colaboradores (1995)
informaron que el noventa y cuatro por ciento de su muestra de mujeres con trastornos de pánico habían sido víctimas en algún momento de su vida de este tipo de abuso. En
tercer lugar, después de la violación, las mujeres tienden a
mostrar disfunciones cognitivas, sobre todo problemas de
concentración y pensamientos intrusivos (Valentiner, Foa,
Riggs, y Gershuny, 1996), y algunas incluso informaron de
haber experimentado opiniones negativas respecto a los demás, y preocupaciones por su propia seguridad incluso un
año después (Frazier, Conlon, y Glaser, 2001). En cuarto lugar, muchas mujeres que han sido violadas dicen haber comenzado a realizar conductas atípicas, como agresión,
acciones antisociales y abuso de sustancias. Por último, muchas mujeres que han sido violadas suelen mostrar problemas en sus relaciones sociales, lo que incluye dificultades
sexuales, y para mantener relaciones afectivas íntimas. Todos estos síntomas son parte de los que caracterizan el TEPT.
AFRONTAMIENTO DE LA VIOLACIÓN.
Las investigaciones que se han realizado con las víctimas de una violación inmediatamente después del trauma han permitido
comprender la confusión emocional y los procesos psicológicos que se ponen de manifiesto al intentar afrontar esa experiencia (Frazier y Schauben, 1994; Frazier y Burnett,
1994). En realidad, este proceso de afrontamiento comienza inmediatamente antes de que se consume la violación, y
finaliza muchos meses después del ataque. Las siguientes
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
categorías resumen sus resultados, e intentan recoger los
sentimientos y los problemas que experimentan las mujeres
en diferentes momentos del trauma:
• Fase de anticipación: sucede inmediatamente antes
de la violación, cuando el agresor acecha a la víctima,
y ésta empieza a percatarse de que existe una situación de peligro. Durante los primeros instantes de
esta etapa, la víctima suele recurrir a mecanismos de
defensa como la negación, para mantener la ilusión
de invulnerabilidad. Es frecuente que piense cosas
como «esto no me está pasando a mí» o «seguramente no quiere hacerme nada».
• Fase de impacto: esta etapa comienza cuando la víctima se da cuenta de que va a ser violada, y finaliza cuando se ha consumado la violación. La primera reacción
de la víctima suele ser de un intenso temor a morir, temor que supera su miedo al propio acto sexual. Symonds (1976) ha descrito el efecto paralizante que un
miedo intenso puede tener sobre la víctima de un crimen, y ha demostrado que este miedo suele provocar
diversos grados de desintegración del funcionamiento
de la víctima, y posiblemente una absoluta incapacidad de acción. Barlow (2002) aporta pruebas de que
las personas que experimentan una intensa ansiedad
entran en un estado de absoluta inmovilidad. Roth y
Lebowitz (1988) encontraron que un trauma sexual
«enfrenta al individuo» con emociones e imágenes difíciles de manejar, y que pueden tener consecuencias
adaptativas muy duraderas. Cuando la víctima recuerda a posteriori su conducta durante el asalto, puede
sentirse culpable por no haber reaccionado de manera
más eficaz, y probablemente necesite que se le asegure
que su actuación fue perfectamente normal.
• Etapa de rechazo post-traumático: esta etapa comienza inmediatamente después de la violación.
Burgess y Holmstrom (1974, 1976) observaron dos
estilos emocionales entre las víctimas de violación, a
quienes habían entrevistado en la sala de urgencias
de un hospital: (1) un estilo expresivo, en el que se
ponían de manifiesto los sentimientos de temor y ansiedad mediante el llanto, los sollozos y la agitación
nerviosa, y (2) un estilo controlado, en el que tales
sentimientos aparecían enmascarados tras una fachada de tranquilidad y control. En cualquier caso,
todas las víctimas se sentían culpables por la manera
en que habían reaccionado ante el agresor, y decían
que les hubiera gustado rebelarse con más rapidez o
pelear con más ahínco (un exceso de culpabilidad ha
sido asociado con una peor adaptación a largo plazo;
Meyer y Taylor, 1986). Aumentan los sentimientos de
dependencia, y las víctimas necesitan que se les ayude y se les anime a llamar a sus amigos y familiares
para recuperar su vida normal.
• Etapa de reconstitución: esta etapa comienza cuando
la víctima empieza a hacer planes para abandonar la
sala de urgencias. Suele finalizar muchos meses después, cuando ha sido capaz de asimilar el estrés derivado de la violación, de compartir la experiencia con
otras personas cercanas y de reconstruir su auto-concepto. Durante esta etapa es habitual encontrar ciertas conductas y síntomas como los siguientes:
• 1.
Actividades de autoprotección, tales como cambiar el número de teléfono e incluso su residencia. De hecho, se trata de un temor justificado,
porque incluso en el caso de que el agresor haya
sido detenido, probablemente estará fuera de la
cárcel en un plazo muy breve.
• 2. Pesadillas en las que se revive la violación. A medida que la víctima va siendo capaz de asimilar
esa experiencia, el contenido de las pesadillas
puede ir modificándose progresivamente, hasta
que en alguna de ellas, es capaz de defenderse
con éxito de la agresión.
• 3. Después de la violación suelen aparecer una serie de fobias, entre las que figura el miedo a los
espacios abiertos o cerrados (dependiendo de
donde se haya producido la violación), el miedo
a quedarse sola, a las multitudes, a ser perseguida, y en general temores de carácter sexual.
EFECTOS A LARGO PLAZO. El hecho de que la víctima de una violación experimente problemas psicológicos
graves, depende en gran medida de sus capacidades de
afrontamiento y de su nivel de funcionamiento psicológico.
Si bien una mujer con una buena adaptación previa puede
ser capaz de recuperar su equilibrio anterior, la violación sí
puede provocar graves patologías en otra mujer que previamente tuviera alguna dificultad psicológica (Meyer y
Taylor, 1986). También influye sobre el proceso de recuperación, la percepción que tiene la víctima sobre su propia
capacidad de controlar su futuro. Las mujeres que tienden a
culparse de la violación, o que no son capaces de dejar de
pensar en ella, se recuperan con más lentitud que las que están convencidas de que no tienen mayor probabilidad que
cualquier otra mujer de volver a ser violadas (Frazier y
Schauben, 1994). Si los problemas continúan, o se manifiestan en un trastorno de estrés post-traumático diferido,
éstos tienden a aparecer en forma de ansiedad, depresión,
decaimiento, y dificultades para mantener relaciones heterosexuales (Gold, 1986; Koss, 1983).
AYUDA PSICOLÓGICA A LAS VÍCTIMAS DE UNA VIOLACIÓN. Aunque muchas mujeres violadas posponen la
búsqueda de ayuda psicológica hasta que no han logrado
cierta recuperación emocional (Symes, 2000), la investigación sugiere que las que reciben terapia evolucionan de
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
manera más positiva (Ullman y Filipas, 2001). El movimiento feminista ha desempeñado un papel decisivo, para
el establecimiento de servicios de ayuda psicológica especializados en violaciones, y atendidos por profesionales entrenados al efecto. También los programas específicos de
intervención han demostrado su eficacia con las víctimas de
violaciones (Resnick, Acierno, et al., 1999). En muchos de
estos centros existen servicios jurídicos en los que un abogado voluntario acompaña a la mujer al hospital o la policía, la ayuda a cumplimentar la denuncia y la ayuda a lo
largo de todo el proceso.
El trauma del combate militar
Muchas personas que han estado involucradas de una u
otra manera en la confusión de una guerra experimentan
devastadores problemas psicológicos durante meses e incluso años después de la conclusión de la misma (Barrett,
Resnick, et al., 1926). Durante la Primera Guerra Mundial,
las reacciones traumáticas ante el combate se denominaban
neurosis de guerra, un término acuñado por el coronel Frederick Mott (1919), un patólogo británico que interpretó
esas reacciones como producto de pequeñas hemorragias
cerebrales. Sin embargo, progresivamente fue haciéndose
patente que sólo un pequeño porcentaje de esos casos había
sufrido daños físicos. El sufrimiento de la mayoría de las
víctimas tenía más que ver con la situación general de combate, caracterizada por la fatiga física, la amenaza omnipresente de muerte o mutilación y traumas psicológicos
intensos. Durante la Segunda Guerra Mundial, las reacciones traumáticas ante el combate recibieron el nombre de
fatiga operacional, aunque por fin terminaron denominándose fatiga de combate o agotamiento de combate en las
guerras de Corea y de Vietnam. Incluso estos últimos términos tampoco están perfectamente elegidos, debido a que
implican que el agotamiento físico desempeña un papel
más importante de lo que en realidad ocurre. Sin embargo,
permiten distinguir esos trastornos de otros distintos,
como por ejemplo el consumo de drogas, que también son
frecuentes durante una guerra, pero sin embargo pueden
ocurrir también en la vida civil.
Se ha estimado que durante la Segunda Guerra Mundial, el diez por ciento de los americanos que participaron
en ella mostró agotamiento de combate. Sin embargo, no
conocemos la incidencia actual de ese trastorno, debido a
que muchos soldados reciben terapia de apoyo en su propio
batallón, y vuelven al combate pocas horas después. De hecho, el agotamiento de combate es el factor aislado que provoca una mayor pérdida de combatientes durante una
guerra (Bloch, 1969). Durante la guerra de Corea la incidencia del agotamiento de combate disminuyó desde el seis por
ciento inicial a un 3,7 por ciento; el veintisiete por ciento de
las bajas médicas de los soldados fueron debidas a motivos
psiquiátricos (Bell, 1958). Durante la guerra de Vietnam
esos porcentajes disminuyeron hasta un 1,5 por ciento, con
un inapreciable número de bajas debidas a trastornos psiquiátricos (Allerton, 1970; Bourne, 1970).
Sin embargo, las investigaciones han puesto de manifiesto la existencia de una elevada prevalencia del trastorno
de estrés post-traumático entre los veteranos de la guerra de
Vietnam. Si bien el agotamiento de combate (o el trastorno
de estrés agudo, como se le conoce actualmente) no supuso
un factor tan sobresaliente como en guerras anteriores, el estrés del combate aparentemente se manifestó con posterioridad, y estaba directamente relacionado con las experiencias
de la guerra, y no con la fatiga (Goldbert et al., 1990).
Se realizó un análisis que pretendía valorar la relación
que pudiera existir entre la exposición a situaciones de combate y el desarrollo posterior del trastorno de estrés posttraumático. Los investigadores encontraron que los
soldados que habían permanecido muchas horas en combate mostraban una mayor prevalencia de síntomas de estrés
post-traumático (Bremner, Southwick, y Charney, 1995).
CUADRO CLÍNICO DEL ESTRÉS DE COMBATE.
Los
síntomas específicos del estrés de combate pueden variar
considerablemente, según cuál sea la misión, la dificultad y
naturaleza de la experiencia traumática, y la personalidad
del individuo. El mero hecho de estar presente en una zona
de guerra, donde existe la posibilidad permanente de que
explosione alguna granada sembrando muerte y destrucción, ya supone de por sí una experiencia atroz (Zeidner,
1993) (véase El mundo que nos rodea 5.2 para una discusión
del estrés que conllevan algunas misiones fuera de la zona
de combate). De hecho, los civiles que viven en zona de
guerra también tienen un elevado riesgo de padecer TEPT.
Un estudio realizado con cuatrocientos noventa y dos niños israelíes de escuela primaria, que habían estado expuestos a los ataques con misiles SCUD durante la guerra
de Irak, encontró que las respuestas de estrés más elevadas
se producían en aquellas zonas donde habían impactado
los misiles (Schwarzwald et al., 1993). Otro estudio demostró que los niveles de ansiedad de los civiles expuestos a la
amenaza de un ataque son significativamente más elevados
durante la guerra que después de ella (Weizman et al.,
1994). De hecho, la ansiedad era más elevada durante el
atardecer (cuando solían producirse los ataques con
SCUD) que durante el resto del día.
Son muchos los estudios que han documentado la importancia de los factores de estrés presentes en una zona en
guerra, en relación con el desarrollo de síntomas TEPT
(King, King, et al., y 1999; Ford, 1999; Wilkeson, Lambert,
y Petty, 2000). Un estudio analizó una serie de auto-informes de doscientos cincuentaiún veteranos de la guerra de
Vietnam, agrupándolos en tres categorías según el estrés
que hubieran experimentado: (1) exposición al combate;
(2) exposición a una gran violencia durante el combate; y
(3) participación en una gran violencia durante el combate
CAPÍTULO 5
.
Estrés y trastornos de adaptación
EL MUNDO QUE NOS RODEA
El elevado coste emocional de mantener la paz
Las misiones de paz en países devastados por la guerra
suponen un esfuerzo humanitario dirigido exclusivamente
a propósitos pacíficos —proteger a la población civil
colocando fuerzas neutrales entre los ejércitos en liza y
proporcionando seguridad a la población civil—. No
obstante, las obligaciones y responsabilidades de los
componentes de estas fuerzas de paz pueden llegar a ser
excesivamente ambiguas, lo que les coloca ante un
conflicto para el que no están preparados. De hecho,
algunas misiones militares pacificadoras pueden llegar a
ser tan estresantes como la propia experiencia de guerra,
y llegan a infligir grandes traumas.
Un trágico ejemplo es el de un grupo de hombres y
mujeres jóvenes que fueron enviados en misión
humanitaria para suministrar alimentos a miles de civiles
en Somalia. Algunos soldados somalíes rechazaron la
ayuda exterior y se enfrentaron militarmente a los
componentes de la misión de paz. El 5 de junio de 1993,
veinticuatro pacificadores paquistaníes fallecieron
(Laufer, Brett, y Gallops, 1985). Encontraron que los síntomas post-traumáticos que sufrían (fantasías, hiperactividad, entumecimiento y problemas cognitivos), estaban
asociados con la magnitud y violencia observada durante
el combate. La participación en actos de gran violencia estaba fuertemente asociada con patologías más graves,
como por ejemplo la depresión. Los autores llegaron a la
conclusión de que el cuadro clínico del estrés post-traumático depende en gran medida de los factores estresantes a
los que la persona ha estado sometida. Pero la implicación
en el combate no es el único factor de estrés presente en
una zona de guerra. Los soldados que han colaborado en
tareas mortuorias (por ejemplo, la manipulación de cadáveres), presentan mayores tasas de TEPT, con más síntomas de irritabilidad, ansiedad y problemas somáticos, que
los soldados que no han tenido que realizar ese tipo de tareas (McCarroll, Ursano, y Fullerton, 1995).
Pese a las posibles variaciones, el cuadro clínico general
resulta sorprendentemente homogéneo entre los soldados
que han manifestado estrés de combate en guerras diferentes. Los primeros síntomas suelen ser un aumento de la irritabilidad y la sensibilidad, trastornos del sueño, y con
frecuencia pesadillas recurrentes. Un estudio empírico de los
componentes emocionales del TEPT en veteranos de guerra
cuando intentaban cumplir la misión de clausurar una
emisora de radio que se estaba utilizando para difundir
propaganda contraria a las Naciones Unidas. Poco
después, en octubre de 1993, dieciocho soldados
americanos fueron asesinados durante una expedición
para capturar a uno de los Señores de la Guerra somalíes.
Las noticias de televisión ofrecieron descripciones muy
explícitas de dicha acción, así como imágenes terribles de
los cuerpos de algunos de los soldados americanos
mientras se les arrastraba por las calles, desafiando la
presencia de las Naciones Unidas.
Muchos de los que participaron en esa misión
humanitaria experimentaron gran cantidad de estrés.
Algunos estudios recientes realizados por Litz y sus
colaboradores (Litz, Orsillo, Friedman, Ehlich et al., 1997;
Litz, King, King et al., 1997) han analizado la prevalencia
de los síntomas de estrés post-traumático entre el
personal militar desplegado en misión de paz en Somalia.
Entrevistaron a 3 461 personas en activo, y encontraron
que el ocho por ciento de los soldados mostraban
síntomas de TEPT cinco meses después.
encontró que los problemas para controlar la irritabilidad
suponen un elemento permanente del estrés post-traumático de este grupo de personas (Chemtob et al., 1994).
Lo que tienen en común los diferentes casos de estrés del
combate es el abrumador sentimiento de ansiedad. Resulta
interesante observar que los soldados que han sufrido heridas físicas muestran menos ansiedad y menos síntomas de
agotamiento de combate que los soldados que no han sufrido heridas físicas, con la excepción de aquellos que han sufrido una mutilación permanente. Aparentemente, una herida
proporciona una escapatoria aceptable a la situación de combate, y de esta manera elimina las fuentes de ansiedad. Se ha
encontrado un resultado similar entre los soldados israelíes
hospitalizados durante las cinco o seis semanas de la guerra
de Yom Kippur de 1973, cuando las fuerzas egipcias y sirias
atacaron Israel (Merbaum y Hefez, 1976). De hecho, no resulta extraño que los propios soldados admitan que han
rezado para recibir una bala o alguna otra herida, que les permita ser evacuados del campo de batalla, pero de manera
honorable. Cuando se aproxima su restablecimiento completo, y por lo tanto el momento de reincorporarse al combate, estos soldados suelen manifestar de nuevo síntomas y
reacciones de nerviosismo, insomnio y otros síntomas que
no mostraban cuando ingresaron en el hospital.
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
PRISIONEROS DE GUERRA Y SUPERVIVIENTES DE
UN HOLOCAUSTO. Una de las experiencias de la guerra
más estresantes es la de ser prisionero de guerra (Beal, 1995;
Page Engdahl et al., 1997). Si bien algunas personas han
sido capaces de adaptarse a ese estrés, la factura que tienen
que pagar la mayoría de los prisioneros es enorme. Alrededor del cuarenta por ciento de los prisioneros americanos
en campos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial
falleció durante su reclusión; e incluso una proporción todavía mayor de prisioneros en los campos de concentración
nazi encontró la muerte. Muchos de los supervivientes de
estos campos de concentración conservan todavía heridas
orgánicas y psicológicas, además de una menor tolerancia a
cualquier tipo de estrés. Los síntomas suelen ser muy amplios, y generalmente incluyen ansiedad, insomnio, dolores
de cabeza, irritabilidad, depresión, pesadillas, disminución
de la capacidad sexual y diarrea funcional. Estos síntomas
no sólo hay que atribuirlos a los factores de estrés psicológico, sino también a factores de estrés biológico, como daños
cerebrales, desnutrición prolongada y enfermedades infecciosas graves (Sigal et al., 1973; Warnes, 1973).
Entre aquellos que han tenido la suerte de poder volver
de un campo de prisioneros de guerra, los traumas psicológicos suelen estar enmascarados por el sentimiento de júbilo que proporciona haber sido liberados. Sin embargo,
incluso en aquellos casos en los que apenas existen evidencias de patología física, los supervivientes de estos campos
de prisioneros suelen mostrar una menor resistencia a la
enfermedad física, menor tolerancia a la frustración, frecuente dependencia del alcohol y otras drogas, irritabilidad,
y otros indicadores de inestabilidad emocional (Chambers,
1952; Goldsmith y Cretekos, 1969; Hunter, 1978; Strange y
Brown, 1970; Wilbur, 1973). Muchos veteranos experimentan, en ocasiones, una irritación desproporcionada respecto a pequeños acontecimientos. Este tipo de conductas
inadaptadas puede llegar a necesitar de la intervención psicológica, incluso varios años después de que haya desaparecido el estrés derivado del combate (Chemtob, Novaco,
Hamad, y Gross, 1997). También se han encontrado evidencias de que la exposición al combate puede provocar
graves problemas de adaptación, lo que incluye la conducta
antisocial (Barrett, Resnick, Foy, y Dansky, 1996).
En un estudio retrospectivo de los síntomas de desajuste psicológico que pueden aparecer tras la repatriación,
Engdahl y sus colaboradores (1993) entrevistaron a una
amplia muestra de ex prisioneros de guerra, y encontraron
que la mitad de ellos mostraban síntomas que cumplían los
criterios de TEPT, incluso un año después de haber sido liberados de su cautividad; y lo que es más, casi un tercio de
ellos todavía cumplían los criterios de TEPT cuarenta o cincuenta años después de su terrible experiencia.
Otra prueba de las secuelas del estrés prolongado que
se sufre en un campo de prisioneros es la elevada tasa de fallecimientos que se produce una vez que se ha retornado a
la vida civil. Wolff (1960) encontró que, entre los ex prisioneros de guerra de la Segunda Guerra Mundial que habían
luchado en el Pacífico, la tasa de muerte por tuberculosis
era nueve veces mayor de la que afectaba a la población
civil; el trastorno gastrointestinal era cuatro veces mayor; el
cáncer, las enfermedades cardíacas y los suicidios, eran
el doble; y sufrieron el triple de accidentes de circulación.
Así pues, es posible encontrar muchos problemas de adaptación y síntomas post-traumáticos entre los prisioneros de
guerra, incluso muchos años después de su liberación (Sutker y Allain, 1995). Bullman y Kang (1997) encontraron
que los veteranos de la guerra de Vietnam que sufrían
TEPT, tenían un mayor riesgo de morir por causas no naturales, como por ejemplo por sobredosis o por accidente de
circulación.
Algunos de los problemas permanentes que experimentan los ex prisioneros de guerra pueden ser un resultado directo del maltrato recibido durante su cautividad.
Sutker y sus colaboradores (1992) llevaron a cabo un estudio sobre la memoria y la actividad cognitiva de los supervivientes de campos de prisioneros, y encontraron que
quienes habían sufrido mayores traumas mostraban también una substancial pérdida de peso, definida como más
del treinta y cinco por ciento del peso que tenían antes de su
cautividad, y además sus resultados en las tareas de memoria eran peores que los de un grupo de control.
FACTORES CAUSALES EN LOS PROBLEMAS DEL ESTRÉS DEL COMBATE. En una situación de combate, y
ante la continua amenaza de sufrir heridas o incluso la
muerte, las estrategias habituales de afrontamiento suelen
ser relativamente ineficaces. La sensación de amparo que se
ha conocido en el mundo relativamente seguro y confortable de la vida civil queda completamente menoscabada. En
un estudio psiquiátrico de las víctimas de la guerra de los
bóer que tuvo lugar a principios del siglo XX, Jones y Wessely (2002) mostraron que existe una estrecha relación entre el número total de bajas por muerte y heridas, y las
debidas a problemas psiquiátricos. A la misma vez, no debemos olvidar el hecho de que la mayoría de los soldados
que han entrado en combate no han recibido una baja psiquiátrica, si bien la mayoría de ellos pueden haber manifestado intensas reacciones de temor y otros síntomas de
desorganización de la personalidad, que quizá no fueran lo
suficientemente graves como para justificarla. Por otra parte, muchos soldados son capaces de soportar increíbles niveles de estrés antes de desmoronarse, mientras que otros
causan baja sin haber llegado siquiera a combatir, y bajo
condiciones de estrés relativamente leves, por ejemplo durante la instrucción.
Si queremos llegar a comprender las reacciones traumáticas ante el combate, necesitamos prestar atención a
factores como la predisposición constitucional, la madurez
personal, la lealtad a la propia unidad y la confianza en los
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
oficiales, además del nivel real de estrés que se experimenta
en una situación determinada.
Temperamento.
¿En qué medida las diferencias constitucionales en sensibilidad, vigor y temperamento, influyen
sobre la resistencia al estrés del combate? En la actualidad
apenas disponemos de evidencias al respecto. Sí tenemos
más información sobre cuáles son las condiciones de combate que menoscaban la energía física y emocional de los
soldados. Añadamos al propio esfuerzo emocional que supone la guerra por sí misma, otros factores que suelen ir
asociados (como condiciones climáticas extremas, malnutrición y enfermedades), y obtendremos como resultado
una disminución general de la resistencia física y psicológica a cualquier circunstancia estresante.
Factores psicosociales. Hay cierto número de factores
psicológicos e interpersonales que también pueden contribuir al estrés de los soldados, y predisponerlos a sufrir un colapso durante el combate. Por ejemplo, las limitaciones de su
libertad personal, frustraciones de todo tipo, así como la separación del hogar y de sus seres queridos. Por supuesto, lo más
importante son los múltiples factores de estrés derivados del
combate, como el temor constante, la vida en circunstancias
impredecibles e incontrolables, la necesidad y la obligación de
matar y las condiciones prolongadas de malestar. La personalidad (conformada por las diferencias temperamentales que
comienzan ya en la infancia), constituye un importante determinante de la adaptación a la experiencia militar. Las características de personalidad que disminuyen la resistencia ante el
estrés pueden resultar esenciales para determinar la reacción
de un soldado en el combate. La inmadurez personal, que a
veces procede de la sobreprotección por parte de los padres,
suele citarse como una de las circunstancias que aumenta la
vulnerabilidad del soldado ante el estrés de combate.
Worthington (1978) encontró que los soldados americanos que habían manifestado problemas de ajuste tras volver a casa después de la guerra de Vietnam también habían
tenido más dificultades tanto durante su servicio militar
como antes del mismo, que aquellos soldados que conseguían adaptarse con más rapidez. En su estudio de las características de personalidad de los soldados israelíes que se
habían desmoronado durante la guerra de Yom Kippur,
Merbaum y Hefez (1976) encontraron que alrededor del
veinticinco por ciento decían haber estado en tratamiento
psicológico antes de la guerra. Otro doce por ciento había
experimentado dificultades previas durante la Guerra de
los Seis Días que enfrentó a Israel contra Arabia en 1967. Así
pues, alrededor del treinta y siete por ciento de esos soldados acarreaban una historia de inestabilidad en su personalidad, que bien pudiera haberlos predispuesto a sufrir un
colapso ante una situación del combate. Por otra parte,
también es cierto que el sesenta por ciento de esos soldados
no había tenido dificultades anteriores de ningún tipo.
Un historial de desajustes personales no siempre implica riesgo de padecer estrés de combate. Algunas personas
están tan habituadas a la ansiedad que son capaces de
afrontarla de manera más o menos automática, mientras
que otros soldados que se enfrentan a una gran ansiedad
por primera vez pueden quedar paralizados, perder su confianza y experimentar auténtico pánico.
Factores socioculturales. Algunos factores socioculturales pueden desempeñar un importante papel en la adaptación al combate. Esos factores incluyen la claridad y
aceptabilidad de los objetivos de la guerra, la identificación
con la unidad de combate, el espíritu de equipo y las cualidades del líder.
Una idea que merece la pena destacar es la importancia
de la aceptabilidad que tenga la guerra para esa persona. Si
sus objetivos se acomodan a su escala de valores, la adaptación psicológica del soldado será más fácil. Otro factor importante es su identificación con la unidad de combate. De
hecho, cuanto mayor sea la identificación con el grupo, menos probable es que el soldado se desmorone durante el
combate. El espíritu de equipo también influye sobre la moral y la adaptación a circunstancias extremas. Por último,
cuando un soldado respeta a sus superiores, confía en su
juicio y capacidades, y llega a aceptarlos como figuras paternales, su moral y resistencia ante el estrés serán superiores. Por otra parte, la falta de confianza y el rechazo hacia los
superiores redunda en una disminución de la moral y de la
tolerancia ante el estrés de combate.
Por otra parte, el retorno a un entorno social que no
acepta al soldado también puede aumentar su vulnerabilidad para sufrir un trastorno de estrés post-traumático.
Por ejemplo, durante el seguimiento de un año realizado
sobre un grupo de soldados israelíes que habían causado
baja por motivos psiquiátricos en la guerra de Yom Kippur, Merbaum (1927) encontró que no sólo continuaban
mostrando una gran ansiedad, depresión y malestar físico,
sino que también se habían vuelto cada vez más ansiosos y
desasosegados. Merbaum supuso que su deterioro psicológico probablemente se debía a las actitudes de rechazo
que encontraban en su comunidad; en un país que depende tanto de su fuerza militar para sobrevivir, se rechaza a
las personas que sufren un desmoronamiento psicológico
durante el combate. Por esa razón, muchos soldados no
sólo se encontraban aislados en el seno de su comunidad,
sino que también se sentían culpables por lo que percibían como un fracaso personal. Tales sentimientos exacerbaban las ya estresantes situaciones en las que vivían. En
un estudio longitudinal reciente de los veteranos de la
guerra de Yom Kippur, Solomon y Kleinhauz (1996) encontraron que dieciocho años después de finalizada la
guerra, todavía podían encontrarse síntomas residuales de
TEPT en estas personas, comparadas con un grupo de
control.
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
Efectos a largo plazo del estrés
post-traumático
En ocasiones los soldados que han experimentado agotamiento de combate pueden mostrar síntomas de estrés
post-traumático durante largos periodos de tiempo. También se han descrito situaciones de estrés post-traumático
diferido, en las que soldados que se habían mantenido perfectamente bien bajo un combate muy intenso comienzan a
experimentar estrés post-traumático una vez que regresan a
casa, generalmente como respuesta a factores de estrés relativamente pequeños, que anteriormente hubieran manejado con mucha facilidad. Evidentemente, estos soldados han
sufrido un daño a largo plazo en sus capacidades de adaptación, lo que en algunos casos se ha complicado además con
recuerdos de la muerte de los soldados enemigos o de civiles, y así como con sentimientos de culpabilidad y ansiedad
(Haley, 1978; Horowitz y Solomon, 1978).
Sin embargo, la naturaleza del estrés post-traumático
diferido resulta relativamente controvertida (Burstein,
1985). Por ejemplo, muchos casos de síndrome de estrés diferido entre veteranos de combate en la guerra de Vietnam
resultan difíciles de relacionar de manera explícita con el
estrés de combate, ya que no sabemos si esas personas podrían haber tenido otros problemas de adaptación importantes. Podría suceder que estas personas con dificultades
de adaptación atribuyan de manera errónea sus problemas
actuales a incidentes específicos de su pasado, como sus experiencias en combate. La enorme publicidad que se ha
dado al trastorno de estrés post-traumático diferido puede
hacer que el especialista extraiga una conclusión precipitada al conocer los antecedentes de su paciente. De hecho, la
gran frecuencia con la que recientemente se está diagnosticando este trastorno en ciertos contextos, podría deberse en
gran medida a la influencia de su popularidad.
Amenazas a la seguridad personal
Algunas de las circunstancias más traumáticas que una persona puede experimentar, son las que le enfrentan a situaciones que amenazan su seguridad personal. Ni siquiera el
hecho de vivir en un mundo moderno y civilizado garantiza que podamos vivir tranquilamente persiguiendo nuestros sueños y ambiciones. Con demasiada frecuencia oímos
hablar de trágicas circunstancias sociopolíticas que llevan a
enormes poblaciones a tener que abandonar su hogar y a
vivir en campamentos de refugiados en lugares desconocidos, donde están sujetos a un trato inhumano.
En este apartado vamos a describir brevemente algunas
situaciones extremas que suponen algunas de las circunstancias más estresantes con las que se puede enfrentar una
persona, y que con frecuencia terminan generando problemas duraderos de adaptación psicológica. Vamos a revisar
tres de esas circunstancias traumáticas: la emigración forzosa a una tierra extraña, ser capturado como rehén, y la
tortura. Si bien se trata de circunstancias extraordinarias a
las que probablemente nunca tengamos que enfrentarnos,
sin embargo son demasiado frecuentes en el turbulento
mundo en que nos ha tocado vivir.
EL TRAUMA DEL EXILIO. En 1999 más de catorce millones de refugiados tuvieron que abandonar su país, y
otros veintiuno tuvieron que buscar otro lugar para vivir
dentro de su propio país (Comité de Estados Unidos para
Los Refugiados, 2001). La mayoría de los refugiados proceden de países del tercer mundo. Por ejemplo, más de un millón y medio de refugiados kurdos procedentes de Irak han
tenido que trasladarse a Irán, o están acampados cerca de la
frontera entre Irak y Turquía, por no mencionar el incontable número de refugiados de Ruanda que viven en Zaire.
Recientemente están llegando a los Estados Unidos refugiados que provienen de multitud de países, como Etiopía, la antigua Unión Soviética, Irán, Cuba, Haití, Laos,
Vietnam, Camboya y Somalia. Las personas procedentes
del sudeste asiático que empezaron a llegar a Norteamérica
después de 1975, probablemente sean los que hayan experimentado las mayores dificultades de adaptación. Aunque
muchos de ellos funcionaban adecuadamente en su tierra,
y con el tiempo se han convertido en ciudadanos americanos felices e integrados, otros muchos están experimentando grandes dificultades de adaptación (Carlson y
Rosser-Hogan, 1993; Clarke, Sack, y Goff, 1993; Westermeyer, Williams, y Nguyen, 1991). No es extraño que los refugiados que tienen una menor autoestima tiendan a
experimentar mayores dificultades de adaptación a una
nueva cultura (Nesdale, Rooney, y Smith, 1997). Un estudio longitudinal de diez años de duración sobre un grupo
de refugiados procedentes de Laos encontró que muchos
de ellos habían realizado un progreso importante para su
integración en la nueva cultura (Westermeyer, Neider, y
Callies, 1989). Muchos habían medrado económicamente
—alrededor del cincuenta y cinco por ciento tenían empleo, con sueldos similares a los de la población en general—. El porcentaje de los que dependían de la asistencia
social había descendido desde el cincuenta y tres por ciento inicial al veintinueve por ciento diez años después. También había mejorado su ajuste psicológico, con cambios
muy positivos respecto a los síntomas de fobia, somatización, y baja autoestima. Sin embargo, todavía existían algunos problemas importantes. Muchos refugiados todavía no
habían aprendido la nueva lengua, algunos parecían permanentemente asentados en su dependencia de la asistencia social, y algunos otros todavía mostraban síntomas
psicológicos, como ansiedad, hostilidad y paranoia, que
apenas se habían modificado a lo largo del periodo estudiado. Si bien muchos refugiados habían sido capaces de
adaptarse a su nueva cultura, muchos todavía experimentaban considerables problemas de adaptación incluso depués de diez años viviendo en los Estados Unidos (Hinton,
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
Tiet, et al., 1997; Westermeyer, 1989) o en otros países
como Noruega (Hauff y Vaglum, 1994).
Muchos adultos que tienen que emigrar experimentan
un alto nivel de estrés y problemas para lograr una adaptación psicológica. Pero también sus hijos pueden llegar a experimentar niveles de estrés incluso más altos (Rousseau,
Drapeau, y Corin, 1996). En un estudio realizado con chinos que habían emigrado a Canadá, Short y Johnston
(1997) encontraron que el nivel de estrés en los niños quedaba amortiguado por la adaptación que habían alcanzado
sus padres. Este estudio destacaba la importancia de conocer el nivel de estrés de los adultos, con el fin de implantar
estrategias para aliviar sus «preocupaciones sobre el futuro», y disminuir así también el nivel de estrés de sus hijos.
EL TRAUMA DE SER CAPTURADO COMO REHÉN. La
captura de rehenes parece aumentar cada año. Y no sólo por
razones políticas, sino también por motivos económicos o de
otro tipo. Ciertamente se trata de situaciones que pueden
producir en las víctimas síntomas psicológicos de incapacidad (Allodi, 1994). El siguiente caso (adaptado de Sonnenberg, 1988) describe a un hombre que experimentó una
terrible experiencia, que le dejó con intensos síntomas de ansiedad y estrés durante varios meses después del accidente.
jo. Se sentía aislado e indispuesto contra los demás, y creía que moriría en poco tiempo. También mostraba síntomas cada vez mayores
de activación psicofisiológica: dormía mal, tenía dificultades para
concentrarse, y sobresaltos exagerados. La primera vez que hablamos pormenorizadamente de su abducción, volvió a ensuciarse encima mientras narraba su experiencia traumática.
Este hombre estuvo en tratamiento con otros psiquiatras durante los siguientes dos años, recibiendo sesiones de psicoterapia
individual dos veces a la semana, además de un antidepresivo. La
psicoterapia consistía en discusiones centradas sobre la sensación
de vergüenza y culpa que el paciente había sentido respecto su conducta durante el rapto. Le hubiera gustado haberse mostrado más
estoico y no haber suplicado clemencia por su vida. Gracias a la
comprensiva ayuda de sus psicoterapeutas, fue capaz de darse
cuenta de que su conducta había sido absolutamente comprensible,
igual que su rabia asesina respecto a sus captores, y su deseo de
venganza.
Poco a poco fue capaz de poder comentar su experiencia con
su esposa y sus amigos, y al final del segundo año parecía haber
superado la mayoría de sus síntomas, si bien nunca dejó de mostrarse más o menos ansioso cada vez que veía grupos de jóvenes
de extraño aspecto. Y lo que es más importante, fue capaz de volver a mostrar interés por su esposa y sus hijos, así como por su
trabajo (p. 585).
Abducción
El señor A. era un contable casado, padre de
dos hijos, de treinta y tantos años. Una noche
fue atacado por un grupo de jóvenes que le
metieron en su coche y le llevaron a un camino
desierto.
Le empujaron fuera del coche y comenzaESTUDIO
ron a golpearle. Le quitaron la cartera, y empeDE UN
zaron a burlarse de su contenido (además de
CASO
conocer así su nombre, su ocupación, y los
nombres de su mujer y de sus hijos), y le amenazaron con ir a su casa y pegar a su familia. Al final, después de cebarse con él durante varias horas, lo ataron a un árbol, y apuntaron
una pistola a su cabeza hasta que, tras dejar que llorara y suplicara
clemencia, apretaron el gatillo. El arma estaba descargada, pero en
el momento en que notó que apretaban el gatillo, la víctima no pudo
contenerse y ensució sus pantalones con heces y orina. A continuación lo desataron y lo dejaron tirado en medio del camino.
Penosamente consiguió llegar a una gasolinera que había visto
durante el trayecto, y llamó a la policía. Se pidió a [uno de los autores] que lo examinase, cosa que hizo periódicamente durante los siguientes dos años. El diagnóstico fue TEPT. El sujeto había sufrido
algo que excede la experiencia humana normal, y volvía a experimentarlo una y otra vez, de diversas formas: recuerdos, pesadillas,
y un temor incontrolable cada vez que veía un grupo de jóvenes de
aspecto desabrido. Al principio se quedó absolutamente aturdido:
dejó de relacionarse con su familia y perdió el interés por su traba-
TRAUMAS PSICOLÓGICOS ENTRE LAS VÍCTIMAS DE
TORTURAS. Una de las experiencias más estresantes que
pueden existir es la tortura recibida de otro ser humano.
Desde los albores de la humanidad hasta el presente, algunas
personas han sometido a otras al dolor, la humillación y la
degradación, por inexplicables y siempre injustificables motivos políticos o personales (Jaranson y Popkin, y 1998). La
historia y la literatura están repletas de narraciones personales que describen el intenso sufrimiento y el indescriptible
horror derivado del maltrato recibido por torturadores despiadados. Por otra parte, diversos estudios empíricos han revelado datos de la prevalencia de la tortura en el mundo
actual: Allden y sus colaboradores (1996) informaron que el
treinta y ocho por ciento de los disidentes políticos birmanos
que escaparon de Tailandia habían sido torturados antes de
su huida. Shrestha, Sharma, y sus colaboradores (1998) compararon a supervivientes Butaneses de un campo de refugiados nepalí con un grupo de control, y encontraron que los
supervivientes mostraban más TEPT, ansiedad y síntomas
depresivos que el grupo de control. Van Ommeren, de Jong,
et al. (2001) compararon a refugiados Butaneses que habían
sido torturados, con otros que no lo habían sido, y encontraron que los primeros mostraban más TEPT, más problemas
somáticos, y más trastornos disociativos, así como más trastornos afectivos y de ansiedad. Silove, McGorry, et al. (2002)
también encontraron más TEPT en una muestra de víctimas
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Trastornos de estrés post-traumático: reacciones a acontecimientos catastróficos
de la tortura que vivían en Australia, cuando se les comparó
con refugiados que no habían sido torturados.
Es cierto que estos estudios tienen ciertas limitaciones
en cuanto a su posibilidad de generalización, ya que suelen
estar basadas en muestras muy pequeñas y no representativas de supervivientes de las torturas. Afortunadamente, un
reciente estudio realizado con una amplia muestra representativo de refugiados africanos procedentes de Somalia y
Etiopía ha proporcionado una estimación fiable de las tasas
de prevalencia de la tortura entre una muestra de 1 134 refugiados. La muestra estaba compuesta de unos seiscientos
refugiados para cada nacionalidad, con un número igual de
hombres y mujeres. De entre todos los participantes en el
estudio, sólo aproximadamente el cincuenta y seis por ciento no habían sido torturados. Este porcentaje es sustancialmente más elevado que el que aparece en otros estudios,
generalmente alrededor del cuarenta y cuatro por ciento
(Jaranson, Butcher, et al., en prensa).
Los síntomas psicológicos que se experimentan tras la
tortura están muy bien documentados y abarcan problemas
físicos (dolor, nerviosismo, insomnio, temblores, debilidad,
desvanecimientos, fiebres y diarrea); síntomas psicológicos
(terrores nocturnos y pesadillas, depresión, suspicacia y
desconfianza, aislamiento social y alienación, irritabilidad
y agresividad); dificultades cognitivas (problemas para
concentrarse, desorientación, confusión y trastornos de
memoria); y conductas inaceptables (agresividad, impulsividad e intentos de suicidio; véase Baçoglu y Mineka, 1992;
Burnett y Peel, 2001).
El siguiente caso resulta muy ilustrativo de una experiencia de tortura:
Mohamed B.
Mohamed B., un refugiado etíope de veintiún
años, vive con su madre, su padre, dos hermanos pequeños, y dos hermanas pequeñas en un
pequeño edificio de apartamentos del centro
de la ciudad. Trabaja a tiempo parcial en un
aparcamiento,
y asiste a clases nocturnas. Vive
ESTUDIO
en los Estados Unidos desde que cinco años
DE UN
atrás se viera obligado a salir de su patria por
CASO
una serie de problemas. Cuando tenía quince
años fue interrogado junto a otros jóvenes de
su pueblo, en una prisión gubernativa durante varios meses. Recibió
severos maltratos, entre los que se pueden contar la inanición y frecuentes castigos físicos. Durante los siete meses en los que estuvo
encarcelado, fue interrogado, generalmente después de haber sido
brutalmente golpeado o de ver cómo torturaban a otros prisioneros,
con el objetivo de obtener información sobre guerrilleros contrarios
al gobierno. En una ocasión fue interrogado mientras uno de los
guardias mantenía el cañón de su arma dentro de su boca, mientras
que en otra ocasión se le sometió a una ejecución ficticia para hacerle hablar. Una vez que sus carceleros quedaron convencidos de
que no disponía de información relevante, fue liberado. Poco después su familia pudo escapar del país.
Desde su liberación, Mohamed ha experimentado intensos síntomas de TEPT, lo que incluye terrores nocturnos, trastornos del
sueño, fuertes ataques de ansiedad y depresión. Dice que sufre dolores de cabeza prácticamente constantes, así como un intenso
dolor en una mano que le rompieron sus carceleros.
Aunque Mohamed ha podido terminar el bachiller, su funcionamiento cotidiano está plagado de pensamientos intrusos, de ansiedad, pesadillas y depresión.
La mayor parte de lo que sabemos sobre las consecuencias psicológicas de la tortura proviene de los informes y
narraciones de las víctimas. Sus experiencias también se
han evaluado empíricamente en estudios bien controlados.
En uno de ellos, realizado con víctimas somalíes y etíopes
(Jaranson et al., en prensa) los supervivientes informan de
que sufren muchos más problemas físicos y psicológicos,
además de puntuar más alto en los criterios para el TEPT,
que otros refugiados que no han sido torturados.
En otro estudio, Metin Baçoglu y sus colaboradores
(1994) analizaron las consecuencias a largo plazo de la
tortura, así como posibles estrategias de rehabilitación.
Analizaron un estudio realizado con cincuenta y cinco prisioneros turcos condenados por activismo político, y lo
compararon con los resultados obtenidos de otros cincuenta y cinco activistas políticos que no habían sido torturados.
Los investigadores fueron capaces de emparejar a los sujetos
del grupo de víctimas y del grupo de control en un amplio
conjunto de variables, tales como la edad, el sexo, el nivel
educativo, su status étnico y su ocupación laboral. Con el
fin de obtener una imagen lo más objetiva posible de la
adaptación de cada persona, y de sus síntomas psicológicos,
recurrieron a diversas técnicas de evaluación: una entrevista psiquiátrica, diversos tests psicológicos, como por ejemplo el MMPI, la Escala De Depresión de Beck, o el
Cuestionario De Ansiedad Estado-Rasgo.
Si bien es cierto que entre las víctimas de la tortura no
se encontró un exceso de trastornos en comparación con el
grupo de control, sí se detectaron síntomas importantes del
trastorno de estrés post-traumático entre los prisioneros
que habían sido torturados, en comparación con los desarraigados y refugiados políticos que no lo habían sido. De
hecho, Baçoglu y sus colaboradores encontraron evidencias
de que la tortura produce efectos psicológicos independientes de otros factores de estrés (Baçoglu et al., 1994). Resulta interesante observar que los autores encontraron que
la experiencia traumática derivada de la tortura tenía un
impacto diferente según de qué manera se hubiera aplicado
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
AVA N C E S
en la investigación
Factores de estrés impredecibles
e incontrolables
.
Durante los últimos treinta años de investigación con
animales, sus resultados han puesto de manifiesto que
dos de los factores más importantes para explicar la
respuesta ante el estrés tienen que ver con el hecho de
que sean más o menos predecibles y controlables. Un
factor impredecible de estrés aparece sin previo aviso y
de manera súbita. Por su parte, un factor de estrés es
incontrolable cuando no sabemos cómo disminuir su
impacto, ya sea escapando de él o evitándolo. En general,
tanto humanos como animales están más estresados
cuando los factores son impredecibles e incontrolables,
que esos mismos factores sean predecibles o
controlables, o ambas cosas a la vez (por ejemplo, Maier y
Watkins, 1998; Mineka y Zinbarg, 1996).
Existe un fuerte paralelismo entre los síntomas de
TEPT y las consecuencias fisiológicas y conductuales de los
factores estresantes impredecibles e incontrolables (por
ejemplo, Baçoglu y Mineka, 1992; Foa, Zinbarg, y OlasovRothbaum, 1992; Friedman y Yehuda, 1995). Por ejemplo, se
sabe que los factores de estrés incontrolables estimulan
algunos sistemas del cerebro, e incrementan los niveles de
norepinefrina central y periférica (Friedman y Yehuda, 1995;
Southwick, Yehuda, y Morgan, 1995). Este hecho llevó a los
investigadores a suponer que la administración de una
droga denominada yoimbina, a las personas que padecen
TEPT, podía aumentar sus síntomas debido a que esta droga
(que se encuentra en la naturaleza) activa las neuronas
noradrenérgicas. En consonancia con esta hipótesis,
Southwick y sus colaboradores (1995) encontraron que el
cuarenta por ciento de un grupo de veinte veteranos de
Vietnam con TEPT a los que se les había suministrado
yoimbina, experimentaban recuerdos retrospectivos. Por
otra parte, también mostraban un aumento de otros
síntomas, como por ejemplo pensamientos traumáticos,
aturdimiento emocional y aflicción.
También se sabe que los factores estresantes
incontrolables producen en los animales una analgesia
inducida por el estrés. Cuando un estímulo neutro se asocia
con factores de estrés no controlables, puede llegar a
provocar también esa analgesia. Este efecto se produce
merced a la liberación de una serie de sustancias opiáceas
en el cerebro (Southwick y colaboradores, 1995; van der
Kolk y Saporta, 1993). Los investigadores están
convencidos de que muchos de los síntomas de
aturdimiento emocional que se observan en las personas
que sufren TEPT son producto de ese proceso analgésico, y
no tanto una reacción psicológica de defensa contra el
recuerdo del trauma.
Si es cierto que los factores de estrés impredecibles e
incontrolables tienen más probabilidad de producir TEPT,
¿por qué sólo algunas de las personas sometidas a esos
factores tienen mayor tendencia a desarrollar TEPT? Una
vez más, los investigadores han puesto sus ojos en la
literatura sobre la investigación animal para encontrar
respuestas (por ejemplo, Mineka y Zinbarg, 1996). Por
ejemplo, se sabe desde hace tiempo que las experiencias
previas con factores de estrés incontrolables pueden
sensibilizar al organismo —esto es, hacerlo más susceptible
hacia las consecuencias negativas de otras experiencias
posteriores—. Algunos estudios han confirmado que esto es
lo que sucede; por ejemplo, los adultos que de niños fueron
víctimas de abusos son más susceptibles que los demás a
sufrir TEPT tras una violación. (véase Foa et al., 1992;
Mineka y Zinbarg, 1996). De manera similar, los soldados de
quienes se abusó cuando eran niños, mostraron una mayor
tendencia a desarrollar TEPT durante la guerra de Vietnam
(Post, Weiss, y Smith, 1995). Por otra parte, existe cierta
evidencia de que algunas características individuales como
el neuroticismo podrían ser más importantes que la propia
incontrolabilidad de los factores de estrés, a la hora de
comprender las reacciones subjetivas ante los estímulos
aversivos (Vogeltanz y Hecker, 1999).
En la actualidad existe un amplio consenso respecto a
que la percepción de incontrolabilidad e impredecibilidad
desempeña un importante papel en el desarrollo y
mantenimiento de los síntomas TEPT (Anisman y Merali,
1999), si bien la asociación entre tales percepciones y
los síntomas suele ser muy compleja (Zakowski, Hall,
et al., 2001).
—esto es, de si la tortura había sido percibida por la víctima
como algo incontrolable e impredecible (Baçoglu y Mineka, 1992)—. Las víctimas que habían podido ejercer cierto
control cognitivo sobre las circunstancias (por ejemplo,
quienes habían podido predecir el dolor que estaban a punto de experimentar y prepararse para él), tendían a mos-
trarse menos afectadas a largo plazo (véase Avances en la Investigación 5.3). Los investigadores llegaron a la conclusión
de que el conocimiento previo y la preparación para la tortura, suponía cierta inmunidad contra el estrés traumático,
mientras que un fuerte apoyo social también actúa como
protección contra el TEPT derivado de la tortura (p. 76).
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En un ulterior estudio de seguimiento sobre las víctimas de la tortura, Baçoglu, Mineka y sus colaboradores
(1997) encontraron más apoyo empírico a la hipótesis de
que la preparación psicológica ante el trauma supone un
valioso factor de protección para suavizar los efectos psicológicos de la tortura.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las principales diferencias entre el
trastorno de estrés agudo y el trastorno de
estrés post-traumático?
• ¿Cuáles son las tres etapas del síndrome de
desastre? ¿En qué etapa se desarrolla el TEPT?
• ¿Qué es lo más controvertido respecto a la
frecuencia de diagnóstico de TEPT diferido?
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
DE LOS TRASTORNOS POR
ESTRÉS
Prevención y tratamiento de los trastornos por estrés
nudo se denomina entrenamiento de inoculación del estrés, prepara al individuo para tolerar una amenaza previsible, mediante el procedimiento de modificar el tipo de
cosas que éste se dice a sí mismo, antes de que llegue la crisis. Suele recurrirse a una estrategia basada en tres etapas.
Durante la primera etapa, se proporciona información sobre la situación estresante y sobre la manera en que es posible enfrentarse con ese problema. Durante la segunda
etapa, se estrena a la persona para utilizar auto-afirmaciones que promuevan una adaptación eficaz como, por ejemplo, «no te preocupes, este ligero dolor es parte del
tratamiento». Durante la tercera etapa, el individuo practica la utilización de esas auto-afirmaciones mientras se encuentra ante diversos factores estresantes, como por
ejemplo descargas eléctricas impredecibles, películas generadoras de estrés, o un frío súbito. Esta última etapa permite a la persona aplicar las nuevas técnicas que acaba de
aprender. En el Capítulo 17 estudiaremos con más detalle el
entrenamiento en inoculación de estrés, y la utilización de
las auto afirmaciones. Lamentablemente, no es posible estar
psicológicamente preparado para la mayoría de los desastres o de las situaciones traumáticas que, por su propia
naturaleza, suelen tener un carácter impredecible e incontrolable. A continuación vamos a examinar algunas estrategias para el tratamiento de los síntomas post-traumáticos
en personas que están en riesgo de sufrir TEPT.
Prevención de los trastornos de estrés
Tratamiento de los trastornos
por estrés
Sabemos que el estrés muy intenso o prolongado puede producir reacciones psicológicas desajustadas que además siguen un curso predecible, ¿no sería posible prevenir esas
respuestas preparando a la persona para enfrentarse con el
estrés? Cuando sepamos que está a punto de producirse una
situación estresante, ¿no sería posible «vacunar» a esas personas proporcionándoles información sobre los posibles factores de estrés antes de que éstos aparezcan, y sugiriéndole
formas de manejarlos? Si la preparación para la batalla puede ayudar a los soldados a evitar el desfallecimiento psicológico, ¿por qué no preparar también a todo el mundo para
enfrentarse de manera competente con los factores de estrés?
Esta forma de abordar el control del estrés ha demostrado ser muy eficaz en los casos en que la persona se enfrenta a un acontecimiento traumático conocido, como por
ejemplo una intervención quirúrgica importante, o a la
ruptura de una relación sentimental. En tales casos es posible prepararla para enfrentarse mejor con ese acontecimiento estresante, desarrollando actitudes realistas y
adaptativas ante ese problema. La utilización de técnicas
cognitivo-conductuales para ayudar a las personas a manejar situaciones potencialmente estresantes o acontecimientos difíciles se ha estudiado con gran profundidad (Falsetti
y Resnick, 2000). Dicha estrategia de prevención, que a me-
Si bien una parte importante de quienes se encuentran en
situación de estrés no suelen buscar ayuda para aliviar sus
síntomas (Weisaeth, 2001), muchos otros que se encuentran ante una crisis están en un estado de agitación y se
sienten abrumados e incapaces de enfrentarse por sí mismos al estrés. Por una parte no pueden esperar hasta tener
una cita con el terapeuta, y generalmente tampoco pueden
permitirse continuar la terapia durante un largo periodo de
tiempo. Necesitan asistencia inmediata. La intervención
durante la crisis ha surgido para intentar responder a esa
necesidad de ayuda inmediata que tienen las personas y las
familias que se enfrentan a situaciones especialmente estresantes, ya se trate de desastres o de situaciones familiares
que se han vuelto intolerables (Butcher y Dunn capital,
1989; Everly, 2000; Greenfield, Hechtman, y Tremblay,
1995; Morgan, 1995). Existen diferentes estrategias para
tratar los síntomas de TEPT: (1) terapia de crisis a corto
plazo, que se basa en una entrevista cara a cara, (2) interrogatorio posterior al desastre, (3) terapia de exposición directa, para las personas con síntomas TEPT persistentes,
(4) líneas telefónicas, y (5) medicinas psicotrópicas. A continuación vamos a discutir cada una de estas estrategias, y
continuación dedicaremos un espacio a la evaluación de la
terapia de intervención en crisis.
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
AVA N C E S
en la práctica
Intervención en crisis y desastres aéreos
Existen múltiples situaciones en las que se hace necesario
una intervención de emergencia, pero hay una crisis en
particular que requiere un esfuerzo especial de asistencia
psicológica —los accidentes de aviación. Las consecuencias
inmediatas de un accidente aéreo son devastadoras. Los
supervivientes suelen mostrar respuestas traumáticas ante
el accidente, que impiden su funcionamiento inmediato, y
exigen grandes demandas a su capacidad de adaptación
psicológica varias semanas después del mismo. Las
familias de las víctimas suelen experimentar también un
enorme trauma psicológico; y puede que necesiten realizar
cambios muy importantes durante la larga recuperación del
ser querido, o a veces, lamentablemente, para poder asumir
su muerte. Incluso el personal de rescate puede llegar a
sufrir trastornos de estrés post-traumático (Davis y
Stewart, 1999).
Igual que ocurre con los desastres naturales, los
accidentes de aviación también ocurren de manera
repentina e inesperada, y también suelen ser caóticos.
Sin embargo, no suelen evocar los sentimientos colectivos
que caracterizan la respuesta de la gente ante la mayoría
de los desastres naturales. De hecho, los accidentes de
aviación suelen acarrear una enorme cólera hacia las
compañías aéreas, lo que puede intensificar las reacciones
emocionales de los supervivientes, incluso muchos meses
después del desastre.
Por esa razón se exige que los aeropuertos dispongan
de un plan de desastres, que incluya procedimientos de
rescate y evacuación ante un hipotético accidente de
aviación. Algunos de estos planes también han incorporado
programas psicológicos de apoyo, que proporcionan
servicios de emergencia y de salud mental a los
supervivientes, a los miembros de la familia y al personal
que trabaja en labores de rescate (Butcher y Dunn, 1989;
Carlier, Lambert, y Gersons, 1997).
La asistencia psicológica tras un accidente aéreo
La intervención de emergencia inmediatamente posterior
a un desastre puede disminuir el estrés emocional y
favorecer un mejor ajuste psicológico en un futuro
TERAPIA DE CRISIS A CORTO PLAZO.
La terapia de
crisis a corto plazo tiene una duración breve, y se centra en
el problema inmediato que está generando la dificultad. Si
bien los problemas médicos también pueden requerir un
.
inmediato (Butcher y Hatcher, 1988). La asistencia
psicológica ofrece apoyo emocional e intenta
proporcionar una perspectiva a más largo plazo, que
permita a las víctimas convencerse de que todavía es
posible la supervivencia psicológica. Los desastres
siempre van seguidos de periodos de confusión y
desinformación. Uno de los más importantes cometidos
de los profesionales de la salud mental durante un
desastre es obtener, descifrar y comunicar a las víctimas,
una imagen precisa de la situación que se vive en ese
momento. Por último, la asistencia psicológica de
emergencia también proporciona sugerencias prácticas
dirigidas a favorecer la adaptación. Durante una crisis
grave, las personas suelen perder perspectiva y «olvidar»
que habitualmente son capaces de enfrentarse con los
problemas de la vida.
Desastres aéreos y asistencia psicológica telefónica
Tras un desastre aéreo es habitual que se produzca una
enorme agitación psicológica entre los pasajeros y el
público en general. Dicho estado de tensión puede provocar
desmoralización y conductas negativas, como por ejemplo
el absentismo del trabajo, el consumo excesivo de alcohol y
problemas de tipo moral. Una manera eficaz de enfrentarse
con esta incertidumbre psicológica y de reducir la
atmósfera negativa que se crea tras un accidente aéreo,
consiste en proporcionar servicios de asistencia psicológica
telefónica para todos aquellos que sientan la necesidad de
comentar sus preocupaciones, ya se trate de empleados de
la línea aérea, o de familiares de los pasajeros.
Sesiones de debate
Las sesiones de debate suelen realizarse en grupos
después de que haya pasado la crisis, y permiten a los
participantes (como por ejemplo el personal de ayuda y
rescate) expresar públicamente sus sentimientos y
emociones, y aprender de la experiencia de otras personas
que han atravesado situaciones similares. Este tipo de
sesiones resulta muy eficaz para reducir el impacto
negativo de las reacciones emocionales ante los
acontecimientos traumáticos.
tratamiento de emergencia, nos vamos a centrar en los problemas de carácter personal o familiar, y en los de naturaleza emocional. En este tipo de situaciones de crisis, es
necesario que el terapeuta actúe con gran dinamismo,
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contribuyendo a clarificar el problema, sugiriendo planes
de actuación, aportando seguridad y proporcionando la información y el apoyo necesarios.
Si el problema radica en un trastorno psicológico de un
miembro de la familia, la actuación suele orientarse al apoyo del resto de los miembros. Con frecuencia esto permite
al paciente evitar la hospitalización y por ende la ruptura
con la vida familiar. La intervención de crisis también puede requerir la participación de otro personal médico o de
salud mental. La mayoría de las personas y de las familias
que reciben una terapia de crisis a corto plazo no suelen
continuar el tratamiento durante más de seis sesiones.
Un supuesto básico de la terapia orientada a la crisis es
que el individuo funcionaba psicológicamente bien antes
del trauma. Por lo tanto la terapias únicamente pretende
ayudarlo a superar esa crisis, y no tanto el análisis y la
reorientación de su personalidad. La estrategia principal
consiste en proporcionar apoyo emocional a las víctimas y
animarlas a narrar sus experiencias durante la crisis (Cigrang, Pace, y Yasuhara, 1995).
SESIONES DE DEBATE POSTERIORES AL DESASTRE.
Muchas personas que se comportan de manera muy adecuada durante un desastre, pueden experimentar dificultades
una vez que éste ha pasado, y han retornado a su familia y a
sus ocupaciones habituales. Incluso expertos con mucha experiencia en desastres, que han recibido un entrenamiento
amplio y de calidad, pueden resultar afectados por las presiones y los problemas sufridos durante el desastre. Una estrategia para ayudar a este tipo de personas es organizar sesiones
de discusión que les permitan comentar sus experiencias con
los demás. En efecto, la necesidad de «relajarse» en un entorno psicológicamente seguro, y de compartir las experiencias
vividas en el desastre, resulta esencial para quienes se han visto involucrados en una situación traumática.
Durante los últimos veinte años se ha producido un
amplio movimiento dirigido a proporcionar (incluso de
manera obligatoria), sesiones de debate para quienes se han
visto implicados en algún tipo de desastre (Zeev, Iancu, y
Bodner, 2001). Estas sesiones no siempre tienen que estar
dirigidas por profesionales de la salud mental. De hecho, se
está desarrollando una pequeña industria cuya finalidad es
proporcionar servicios de debate, y cuyos proveedores proliferan cada vez más por la escena de una catástrofe —algunos bien preparados, si bien muchos de ellos apenas tienen
un adiestramiento mínimo en aspectos de salud mental—.
Para terminar de confundir el caos subsiguiente a una catástrofe, también suelen aparecer otros «intrusos», como
abogados en busca de potenciales clientes para entablar
pleitos contra algún responsable. Por ejemplo, tras el accidente que se produjo en el aeropuerto de Detroit en 1987,
apareció una persona vestida de sacerdote que proporcionaba asistencia psicológica a los familiares de las víctimas y
al personal de aviación, durante los días siguientes al acci-
Prevención y tratamiento de los trastornos por estrés
dente. Sin embargo, los empleados empezaron a sospechar
cuando dijo que llevaba varios días en el aeropuerto y que
tenía que abandonarlo durante algún tiempo para ver a su
esposa. Se descubrió entonces que no era un sacerdote, sino
el testaferro de una firma de abogados, y que había estado
distribuyendo tarjetas de visita a todos aquellos a quienes
prestaba ayuda.
TERAPIA DE EXPOSICIÓN DIRECTA.
Esta estrategia
de tratamiento, de orientación conductual, ha demostrado
una gran eficacia para tratar a víctimas de TEPT, sobre todo
a quienes lo sufren de manera crónica o con una aparición
tardía (Barlow, 2002). Consiste en volver a exponer al cliente ante los estímulos que han quedado asociados con el
acontecimiento traumático (McIvor y Turner, 1995). Este
procedimiento requiere una exposición repetida, ya sea de
manera real o imaginada, ante los estímulos que producen
temor (pero que evidentemente no son nocivos), con el objetivo de disminuir la ansiedad (Barlow, 2002). Dicha estrategia también se puede utilizar como complemento de otras
técnicas conductuales dirigidas a reducir los síntomas del
TEPT. Por ejemplo, la utilización de métodos terapéuticos
conductistas tan tradicionales como el entrenamiento en
relajación y en asertividad puede resultar muy eficaz para
ayudar a una persona a enfrentarse con la ansiedad derivada de un acontecimiento traumático.
LÍNEAS TELEFÓNICAS.
En la actualidad la mayoría de
las grandes ciudades de Estados Unidos dispone de algún tipo
de línea telefónica diseñada para ayudar a los ciudadanos a
soportar situaciones de estrés agudo. Además también existen otras líneas telefónicas, específicamente dirigidas a las víctimas de violaciones y a otras personas que necesiten ayuda.
Igual que ocurre con otras estrategias de intervención
de emergencia, la persona que se encuentra al otro lado del
hilo telefónico debe ser capaz de evaluar con mucha rapidez
cuál es el problema y cuánta su gravedad. Incluso cuando es
posible realizar una evaluación adecuada, el especialista
hace todo lo posible para ayudar a su interlocutor, una persona perturbada puede colgar el teléfono sin haber dejado
su nombre, su número de teléfono, o su dirección. Esto
puede ser una experiencia muy desagradable para el asesor
psicológico, debido a que puede que éste nunca sepa si su
interlocutor ha sido capaz de resolver su problema. Sin embargo, en otros casos sí es posible persuadirlo para que acuda a un centro sanitario en busca de asistencia psicológica,
en cuyo caso ya se puede establecer contacto personal.
MEDICACIÓN PSICOTRÓPICA. Como hemos visto, las
personas que experimentan situaciones traumáticas suelen
quejarse de ansiedad o depresión, de estupor, de pensamientos intrusivos y de trastornos del sueño. Ante estos problemas es posible recurrir a diversas medicinas para aliviar los
síntomas del TEPT (véase el apartado Temas sin resolver de
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
este capítulo). Por ejemplo, los antidepresivos pueden ser
eficaces para aliviar los síntomas de TEPT de depresión, intrusión, y evitación (Marshall y Klein, 1995; Shaley, Bonne,
y Eth, 1996). Sin embargo, dado que los síntomas pueden
fluctuar durante breves periodos de tiempo, es necesario
controlar cuidadosamente la medicación y la dosis necesaria. La utilización de medicinas tiende a utilizarse para el tratamiento de síntomas específicos —por ejemplo, pesadillas,
imágenes de acontecimientos horribles, reacciones de sobresalto, y otras similares (véase el Capítulo 17).
Problemas para el estudio de las
víctimas de una crisis
Para que sea válida y eficaz, la investigación psicológica realizada en condiciones naturales debe planificarse y organizarse muy cuidadosamente. La investigación de las víctimas
de una catástrofe resulta extremadamente difícil por varias
razones. Por una parte, resulta virtualmente imposible diseñar un experimento ideal, perfectamente controlado y bien
fundamentado para «prevenir una catástrofe». No es posible predecir desastres naturales, como puede ser un tornado repentino o un incendio, por lo que resulta muy difícil
disponer de un equipo cualificado y dispuesto a dirigir inmediatamente la investigación. La investigación psicológica
exige una cuidadosa definición de las variables, y un control
meticuloso de todos los detalles, para poder tener la certeza
de que se están adoptando las medidas más apropiadas y
eficaces. Por otra parte, las variables que nos interesan estudiar, como por ejemplo las conductas de duelo de las víctimas, suelen ser muy difíciles de evaluar, mientras que por
otra parte, las variables extrañas resultan prácticamente imposibles de controlar. Con mucha frecuencia es necesario
desarrollar la terapia en lugares ruidosos, como salas de espera, vestíbulos de estación, etc.
Qué estamos aprendiendo sobre la
intervención de emergencia
La investigación sobre la eficacia de la intervención de emergencia suele desarrollarse después de que se haya producido
el hecho. En ocasiones se pone en marcha meses después de
que el desastre haya tenido lugar, y es necesario reconstruirlo a posteriori. Incluso en esas condiciones es posible obtener información muy valiosa. Por ejemplo, Brom, Kleber, y
Defares (1989) realizaron un estudio controlado sobre la eficacia de la terapia breve con personas que experimentaban
el TEPT, y encontraron que aplicar un tratamiento inmediatamente después del acontecimiento traumático reducía de
manera significativa los síntomas TEPT. El sesenta por ciento de las personas que recibieron tratamiento mostraron
mejoría, lo que sólo se puede decir del veintiseis por ciento
del grupo sin tratamiento. Sin embargo, el tratamiento no
benefició a todo el mundo, y algunos todavía seguían mostrando síntomas TEPT después de terminar la terapia.
La estrategia de respuesta ante catástrofes que más
atención ha recibido durante los últimos años, si bien en la
actualidad se encuentra en medio de la controversia, es la de
los grupos de debate. Algunos consideran que la asistencia
psicológica (que frecuentemente realizan personas que no
son profesionales de la salud mental), debería ser obligatoria para todas las víctimas de una catástrofe, para que pueda producirse «una rápida recuperación» (Conlon y Fahy,
2001). Sin embargo, las sesiones de discusión en grupos aislados no han demostrado que sean capaces de reducir el
malestar psicológico, ni que impidan el desarrollo de trastornos relacionados con el estrés. De hecho, existen pruebas
de que las víctimas de un desastre que acuden a grupos de
debate pueden salir peor paradas que un grupo de control
(Mayou et al., 2000).
Por otra parte, algunos investigadores han encontrado
que las sesiones de debate posteriores a una catástrofe sí
pueden resultar muy eficaces. Chemtob y sus colaboradores (1997), por ejemplo, exploraron la utilización de estas
sesiones de debate y encontraron que resultaban muy eficaces para disminuir las reacciones emocionales ante los
acontecimientos traumáticos. En otro estudio, un grupo de
bomberos australianos que participaron en este tipo
de debates después de una catástrofe señalaron que este
tipo de terapia había sido beneficiosa para reducir su estrés
(Regehr y Hill, 2000). Everly y Boyle (1999), tras una revisión minuciosa de la literatura sobre el tema, y de realizar
un meta análisis de diez investigaciones publicadas, concluyeron que las sesiones de debate resultan eficaces para
aliviar los efectos del estrés.
En una interesante revisión del tema, Deahl (2000) ha
llegado a la conclusión de que demostrar la eficacia de los
grupos de debate supone uno de los más importantes desafíos para los investigadores, y que probablemente esa controversia no tiene visos de llegar a una pronta resolución.
REVISIÓN
• ¿Qué estrategias son útiles para prevenir o
reducir las respuestas inadaptadas ante el
estrés?
• Describa la terapia de intervención de
emergencia. ¿En qué medida esta estrategia
de tratamiento difiere de la psicoterapia que
se aplica a otros problemas de salud mental?
• ¿Cómo se utilizan las medicinas para tratar a
las personas que han padecido una situación
de crisis?
• Describa la controversia que subyace a la
utilización de debates de grupo.
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Temas sin resolver
T E M AS S I N R ES O LV E R
MEDICACIÓN PSICOTRÓPICA PARA EL TRATAMIENTO DEL TEPT
La mayoría de los estudiosos del tema aceptan la idea de
que el TEPT supone una respuesta humana ante
acontecimientos traumáticos intensos —si bien los criterios
para su diagnóstico difieren algo entre los dos principales
sistemas, como el DSM-4 y el ICD-10 (Shalev, 2001)—. Sin
embargo, ambos exigen la exposición a un factor estresante
intenso, como uno de los criterios necesarios para el
diagnóstico. El tratamiento del TEPT suele requerir una
intervención social o conductual —esto es, dirigida a alterar
la situación estresante, o la respuesta del sujeto, ante los
factores de estrés, y a promover su adaptación en el futuro—.
Durante los últimos años, la medicación psicotrópica se
utiliza cada vez más para aliviar los síntomas del TEPT.
Cualquiera que sea su causa, los síntomas del TEPT
pueden expresar una total inhabilidad, y hacer que la
persona sea incapaz de enfrentarse eficazmente con las
exigencias cotidianas. En algunos casos, los síntomas
pueden llegar a ser tan intensos e incapacitantes, que es
necesario prescribir medicación para que el paciente pueda
afrontar la situación. En la actualidad se están utilizando
diferentes medicinas para aliviar los síntomas TEPT. Por
ejemplo, suelen prescribirse antidepresivos para reducir los
síntomas de depresión, intrusión y evitación (Pearlstein,
2000; Shaley, Bonne, y Eth, 1996).
Berlant (2001) ha informado recientemente de un
nuevo uso que puede tener la Topiramatina, una medicina
habitualmente utilizada contra la epilepsia, para reducir los
recuerdos intrusivos y las pesadillas de los pacientes,
permitiéndoles afrontar con más eficacia los
acontecimientos problemáticos:
La señora A., una mujer de 35 años presentaba
«sueños post-traumáticos» ocasionales relacionados
con la reciente muerte de su hijo de quince años,
además de irritabilidad, un estado de ánimo deprimido,
impulsividad y abuso de la marihuana. La Fluoxetina
(un antidepresivo) que había resultado eficaz durante
cinco años, había dejado de surtir efecto. La señora A.
era incapaz de abandonar el cannabis que llevaba
consumiendo durante quince años, ya que decía que le
ayudaba a arrinconar sus pesadillas. Antes de la
muerte de su hijo, la señora A. había crecido en un
hogar del que recordaba sus sentimientos de terror y
angustia cuando veía a sus padres discutir y
amenazarse con matarse mutuamente. Cuando tenía
doce años, el marido de su tía intentó abusar de ella.
Cuando lo contó a su tía, ésta no le creyó. A los trece
años su padre murió, dejándola al cuidado de su
«odiosa madre», quien la abandonó a ella y su
hermana, dejándolas primero en la calle y
posteriormente con unos parientes. A medida que
pasaban los años, encontró cierta felicidad en el
alcohol, el sexo y la marihuana.
A los veintinueve años la señora A. se quedó
embarazada, pero perdió al niño debido a un herpes
neonatal, cuando éste tenía tan sólo una semana de
vida. Ella describe de manera muy vívida la experiencia
de observar las erupciones en la piel de su bebé, y a
continuación el ataque cardiaco que sufrió mientras lo
atendían en la sala de urgencias. Se empeñó en
permanecer en Cuidados Intensivos mientras intentaban
reanimar al bebé, asistiendo a todas las intervenciones,
incluida la fútil inserción de una «aguja de 12,5
centímetros en el corazón del bebé». A tenor de eso la
acosaban constantes pesadillas relativas a la muerte, y
durante quince años recurrió al alcohol y la marihuana
para eliminar esos síntomas, aunque al final decidió que
necesitaba dejar las drogas y terminar con sus
problemas.
Diez días después de que hubiera dejado las
drogas y el alcohol, y a pesar de estar tomando
Sertraline, volvieron a aparecer las pesadillas.
Especialmente problemáticos resultaban los sueños en
los que veía el cadáver de su hijo descomponiéndose
en la tierra, mientras la llamaba. Junto a estos
síntomas se observaban respuestas de sobresalto,
evitación social y un funcionamiento social muy
reducido (pp. 60-61).
Berlant (2001) observó que tras prescribir la
topiramatina, la señora A. decía que las pesadillas habían
disminuido su intensidad y que ya no recordaba los sueños,
que además ya no eran tan «sangrientos» como antes.
También tenía la sensación de que había disminuido su
reacción emocional ante esos sueños. Tampoco
experimentaba intrusiones durante el día, ni reacciones de
sobresalto. Estuvo tomando esa medicación treinta días,
tras los cuales se disminuyó la dosis. A partir de entonces
volvieron a aparecer las pesadillas, por lo que se restauró
una dosis más alta de la medicina.
También se han utilizado otras medicinas
antidepresivas para tratar los síntomas de TEPT; por
CAPÍTULO 5
Estrés y trastornos de adaptación
ejemplo trazodone (Warner, Dorn y Peabody, 2001),
nefazodone (Davis et al., 2000); fluoxetina (Hurst y Lamb, y
2000) y sertralina (Comer y Figgitt, 2000). Estas drogas
permiten reducir síntomas muy específicos, como el
malestar provocado por las pesadillas, las imágenes de
acontecimientos terribles, las reacciones de sobresalto, etc.
Vargas y Davidson (1993) llegaron a la conclusión de que la
combinación de psicoterapia y medicinas resultaba más
eficaz que las medicinas por sí mismas. En general, la
mayoría de los estudiosos coinciden en que las medicinas
no son capaces de proporcionar una rápida recuperación de
los pacientes traumatizados.
La idea de que un trastorno producido de manera
ambiental o social pueda tratarse de manera biológica,
modificando el estado mental de la persona mediante
medicinas, puede parecer incongruente. Además, la
utilización de medicinas puede acarrear algunas
consecuencias indeseables. Por ejemplo, puede suprimir los
signos naturales de alarma (los síntomas de ansiedad que
acompañan al malestar), y aletargar a la persona, dándole
una falsa sensación de haber escapado a los efectos de la
experiencia traumática. Esta falsa impresión puede a su vez
reducir su capacidad de adaptación. De hecho, merece la
pena señalar que las medicinas pueden en realidad reforzar
uno de los principales síntomas del TEPT —la evitación—, ya
que le ofrecen un respiro de sus síntomas. Como ha
señalado Ehlers (2001), «la evitación es uno de los
principales síntomas del TEPT, y puede que una persona
necesite varios años para decidirse a buscar ayuda. Resulta
esencial que los clínicos no olviden que incluso quienes
buscan ayuda pueden tener dificultades para hablar sobre
la experiencia traumática, y que muestren signos de
evitación, como acudir de manera irregular, o no ser
capaces de hablar sobre los peores momentos del
trauma...» (p. 768).
Por último, la utilización de medicinas
tranquilizantes puede promover un exceso de
confianza en el paciente.
Así pues, no es suficiente limitarse a prescribir
medicinas y a controlar su efecto a lo largo de una serie de
breves visitas. Por el contrario, en el caso de síntomas
graves de TEPT, es necesario integrar cuidadosamente
cualquier medicación en el seno del tratamiento psicológico
y ambiental. Con frecuencia la recuperación de un TEPT
grave requiere una drástica reorganización de la vida. De lo
contrario, las víctimas repletas de drogas que les dan una
falsa sensación de tranquilidad pueden sentirse menos
ansiosas, pero quizá precisamente por ello no sean capaces
de reconocer la necesidad y la urgencia de establecer
nuevas circunstancias vitales.
En definitiva, cada vez se están empleando más
medicinas psicotrópicas para el tratamiento de pacientes
traumatizados. Es esencial recordar que todavía no
sabemos en qué medida esas medicinas resultan eficaces
para el tratamiento de los síntomas TEPT (Ehlers, 2001;
Jaranson, Kinzie, et al., 2001).
SUMARIO
• Son múltiples los factores que pueden influir sobre
la respuesta de una persona ante situaciones
estresantes. El impacto del estrés no sólo depende
de su gravedad, sino también de la vulnerabilidad
previa de la persona.
• El DSM-IV-TR clasifica los problemas derivados de
las reacciones a situaciones estresantes, bajo dos
categorías generales: trastornos de adaptación y
trastorno de estrés post-traumático (que está
incluido en los trastornos de ansiedad).
• La respuesta de una persona ante situaciones de
conflicto puede interpretarse de manera diferente,
dependiendo de si tales conflictos son del tipo
aproximación-evitación, doble aproximación, o
doble evitación.
• Algunos factores de estrés relativamente comunes
(desempleo prolongado, muerte de un ser amado y
la separación o el divorcio), pueden producir una
gran cantidad de estrés y desajuste psicológico, lo
que provoca un trastorno de adaptación.
• Existe una amplia variedad de factores
estresantes psicosociales, a los que las personas
pueden responder de diversa forma; por ejemplo,
una persona puede reaccionar con conductas
orientadas al problema o también con respuestas
defensivas.
• Los trastornos psicológicos más intensos, que se
producen como respuesta a traumas o situaciones
excesivamente estresantes (como la violación, el
combate militar, la prisión, ser capturado como
rehén, el exilio, o la tortura), pueden clasificarse
como trastornos de estrés post-traumático.
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Términos clave
• El TEPT involucra diversos síntomas, que incluyen
pensamientos intrusivos y pesadillas repetitivas
sobre el acontecimiento estresante, una intensa
ansiedad, la evitación de los estímulos asociados
con el trauma y una creciente activación que se
manifiesta en forma de tensión crónica,
irritabilidad, insomnio, dificultades de
concentración y memoria y depresión.
• Si los síntomas comienzan seis meses o más
después del acontecimiento traumático, el
diagnóstico entonces es de trastorno por estrés
post-traumático diferido.
• Muchos son los factores que contribuyen al
desmoronamiento tras un estrés excesivo, entre
los que se cuentan la intensidad o la propia
amenaza implícita en la situación, la duración del
acontecimiento traumático, la vulnerabilidad
biológica del individuo, su adaptación previa y la
forma en que es capaz de manejar los problemas
una vez que ha desaparecido la situación
estresante.
• En muchos casos los síntomas van desapareciendo
a medida que disminuye el estrés, especialmente si
se proporciona psicoterapia de apoyo. Sin embargo,
en casos extremos pueden quedar problemas
residuales, o también puede ocurrir que el
trastorno no aparezca hasta algún tiempo después.
• En la actualidad disponemos de diversas
estrategias para el tratamiento de los síntomas del
TEPT: terapia de emergencia, sesiones de
discusión, terapia por exposición directa, atención
telefónica y medicación psicotrópica.
TÉRMINOS CLAVE
Crisis (p. 139)
Descompensación psicológica o de
la personalidad (p. 142)
Distress (p. 136)
Entrenamiento de inoculación del
estrés (p. 163)
Estrategias de afrontamiento
(p. 136)
Estrés (p. 136)
Eustress (p. 136)
Factores de estrés (p. 136)
Intervención durante las crisis
(p. 139)
Psiconeuroinmunología (p. 145)
Respuestas orientadas a la
defensa (p. 142)
Respuesta orientada al
problema (p. 142)
Sesiones de discusión (p. 165)
Síndrome del desastre (p. 150)
Síndrome de adaptación
general (p. 143)
Tolerancia al estrés (p. 140)
Trastorno de estrés agudo (p. 149)
Trastorno de adaptación (p. 146)
Trastorno de estrés posttraumático (TEPT) (p. 148)
C A P Í T U L O
Pánico, ansiedad
y sus trastornos
PATRONES DE RESPUESTA DE MIEDO Y
ANSIEDAD
VISIÓN DE CONJUNTO DE LOS TRASTORNOS
DE ANSIEDAD
FOBIAS ESPECÍFICAS
El momento del primer ataque de pánico
Factores causales biológicos
Factores causales conductuales y cognitivos
El tratamiento del trastorno de pánico y la agorafobia
TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA
Fobia a la sangre y a las heridas
Edad de aparición y diferencias sexuales en las fobias
específicas
Factores causales psicosociales
Factores causales de carácter genético y temperamental
El tratamiento de las fobias específicas
Características generales
Prevalencia y edad de aparición
Comorbilidad con otros trastornos
Factores causales psicosociales
Factores causales de carácter biológico
El tratamiento del trastorno de ansiedad generalizada
FOBIAS SOCIALES
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Interacción de los factores causales de carácter psicosocial y
biológico
Tratamiento de la fobia social
Prevalencia y edad de aparición
Características del TOC
Factores causales psicosociales
Factores causales biológicos
El tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo
TRASTORNO DE PÁNICO CON Y SIN
AGORAFOBIA
Diferencias entre pánico y ansiedad
Agorafobia
Prevalencia, sexo y edad de aparición del trastorno de pánico
con y sin agorafobia
Comorbilidad con otros trastornos
FACTORES CAUSALES SOCIOCULTURALES
DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Diferencias culturales en la causa de las preocupaciones
Taijin Kyofusho
C
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
omo hemos visto en el Capítulo 5, incluso las personas estables y bien adaptadas pueden desmoronarse
cuando se ven obligadas a enfrentarse con el estrés
de combate, la tortura, o catástrofes naturales devastadoras.
Pero para algunas personas, incluso la realización de sus
actividades cotidianas puede resultar estresante. Al enfrentarse con exigencias cotidianas de la vida, como relacionarse con sus amigos, esperar en la cola del autobús, viajar
en avión, o tocar el tirador de la puerta, experimentan una
intensa sensación de temor o ansiedad. En los casos más
graves, las personas con problemas de ansiedad incluso
pueden llegar a ser incapaces de salir de su casa por temor a
experimentar un ataque de pánico, o puede que pasen gran
cantidad de tiempo realizando conductas inadaptadas,
como por ejemplo, lavarse las manos constantemente.
Freud interpretó la ansiedad —un sentimiento general
de aprensión respecto a algún peligro potencial—, como un
indicador de la existencia de un conflicto interno entre
algún deseo primitivo (procedente del ello), y las normas
que prohíben su expresión (procedentes del yo y del
superyo). Para Freud la ansiedad se plasmaba de manera
manifiesta a través del nerviosismo y la aprensión. En la
actualidad el DSM ha identificado un grupo de trastornos
que comparten una serie de síntomas y características evidentes de aprensión y de ansiedad. Tales trastornos de ansiedad serán el objetivo fundamental de este capítulo.
A lo largo de la historia, los trastornos de ansiedad se
han considerado como ejemplos clásicos de conducta neurótica, que consiste en la utilización exagerada de conductas de evitación (como por ejemplo no salir de casa) o de
mecanismos de defensa (como por ejemplo racionalizar
que es «preferible» hacer el viaje en coche que enfrentarse al
miedo de viajar en un avión). Si bien la conducta neurótica
es inadaptada, la persona neurótica no se encuentra desconectada de la realidad, ni actúa de manera incoherente o
peligrosa. El concepto de neurosis tiene una larga historia y
todavía se utiliza en los círculos profesionales psicodinámicos, así como en cualquier conversación cotidiana. Para
Freud, las neurosis eran trastornos psicológicos derivados
de algún conflicto intrapsicológico. Algunas veces, la ansiedad procedente de esos conflictos se expresa de manera
explícita (como ocurre en los trastornos que hoy conocemos como trastornos de ansiedad). Sin embargo, para complicar la cuestión, Freud también creía que en otros
trastornos neuróticos la ansiedad implícita podría no ser
tan evidente, tanto para la persona que la sufre como para
quienes le rodean, ya que cabe la posibilidad de que utilice
mecanismos de defensa que le permitieran enmascararla.
Así pues, desde su punto de vista, la ansiedad todavía seguía
provocando una conducta neurótica.
En 1980 el DSM III abandonó el término neurosis y
volvió a clasificar la mayoría de los trastornos que Freud
había considerado como neurosis, pero sin manifestaciones
evidentes de ansiedad, bien como trastornos disociativos
bien como trastornos somatomorfos (véase el Capítulo 8).
Este cambio obedecía a la necesidad de agrupar pequeños
conjuntos de trastornos que compartían síntomas y características indiscutiblemente similares. Desde entonces se ha
incrementado de manera notable la fiabilidad del diagnóstico de este tipo de problemas, de manera que los investigadores pueden ya estudiar grupos más homogéneos de
personas. Esto, a su vez, ha producido un enorme avance de
la investigación en este ámbito.
Vamos a comenzar examinando la naturaleza del
temor y la ansiedad como estados emocionales, cada uno de
los cuales tiene un valor adaptativo absolutamente esencial,
pero que muchas veces puede dejar inermes a los seres
humanos. A continuación describiremos y comentaremos
los trastornos de ansiedad.
PATRONES DE RESPUESTA
DE MIEDO Y ANSIEDAD
No resulta fácil definir miedo y ansiedad, y de hecho nunca
ha existido un acuerdo absoluto sobre si se trata realmente
de dos emociones distintas. A lo largo de la historia, la
manera más habitual de diferenciarlas ha sido la presencia
de algún peligro evidente, que la mayoría de la gente pudiera
considerar como algo real. Cuando el peligro es evidente, la
emoción que se experimenta se denominaba temor. Sin
embargo, por lo que respecta a la ansiedad, lo normal es que
no podamos identificar con claridad cuál es el peligro. Instintivamente, la ansiedad se experimenta como un estado
interno desagradable, que tiene que ver con una expectativa
de que pueda ocurrir algún acontecimiento espantoso, pero
que no es posible predecir con certeza (por ejemplo, Barlow,
2002; Barlow, Chorpita, y Turovsky, y 1996).
Durante los últimos años, muchos prominentes investigadores han propuesto establecer una diferencia básica
entre el miedo o pánico, y la ansiedad (por ejemplo, Barlow,
1988, 2002; Gray y McNaughton, 1996). Según estos teóricos, el miedo o el pánico es una emoción básica (que compartimos con muchos animales), que supone la activación
de una respuesta de «luchar-o-huir» por parte del sistema
nervioso simpático, y que nos permite responder con gran
rapidez ante amenazas tangibles, tales como un depredador
peligroso o alguien que nos apunta con un arma. Cuando la
respuesta de miedo/pánico se activa en ausencia de algún
peligro exterior evidente, decimos que esa persona está
sufriendo un ataque de pánico espontáneo, que a menudo
va acompañado de una sensación subjetiva de intenso
temor y de activación general del sistema autónomo, así
como de la tendencia de acción luchar/huir. Así pues, el
miedo y el pánico tienen tres componentes: (1) cognitivos/subjetivos («estoy aterrorizado»), (2) fisiológicos
(como por ejemplo el aumento del ritmo cardíaco y de la
frecuencia respiratoria), y (3) conductuales (un fuerte
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impulso para huir; Lang, 1968, 1971). Estos componentes
sólo están «tenuemente asociados» (Lang, 1985), lo que
quiere decir que una persona puede mostrar, por ejemplo,
indicadores fisiológicos y conductuales de miedo, pero no
mostrar los indicadores subjetivos, o viceversa. Dado que el
miedo constituye un sistema de alarma ante el peligro, debe
poder activarse a gran velocidad para poder cumplir su
objetivo de adaptación, y permitirnos escapar o evitar el
peligro. De hecho, pasamos de un estado normal a un
estado de intenso miedo, prácticamente de manera instantánea.
La ansiedad, al contrario del miedo, es mejor concebirla como una compleja mezcla de emociones y cogniciones, más orientadas hacia el futuro, y más imprecisas que el
miedo (Barlow, 1988; 2002). Desde una perspectiva cognitiva y subjetiva, la ansiedad supone un estado de ánimo
negativo, una preocupación respecto a peligros o amenazas
futuras, una preocupación por sí mismo, y una sensación
de que se es incapaz de predecir futuras amenazas, o de controlarlas en el caso de que realmente se produzcan. En lugar
de poner en marcha una activación dirigida a generar una
respuesta de luchar-o-huir, como ocurre con el miedo, la
ansiedad prepara al individuo para emitir esa respuesta en
el momento en que sea necesaria («puede que ocurra algo
horrible y lo mejor es estar preparados para cuando llegue
el momento»). Igual que ocurría con el miedo, la ansiedad
no sólo involucra componentes cognitivos y subjetivos,
sino también otros de carácter fisiológico y conductual. En
el ámbito fisiológico, supone un estado crónico de sobreactivación, que refleja la preparación para enfrentarse con
el peligro en el momento en que aparezca (la preparación
de la respuesta luchar-o-huir). Desde una perspectiva conductual, la ansiedad implica una fuerte tendencia a evitar
situaciones potencialmente peligrosas, aunque al contrario
de lo que ocurre con el miedo, no existe en este caso una
urgencia inmediata para huir (Barlow, 1988, 2002). El valor
adaptativo de la ansiedad proviene del hecho de que nos
ayuda a planificar la mejor manera de enfrentarnos con una
posible amenaza, de manera que cuando se presenta de
manera moderada y suave, de hecho mejora nuestra capacidad de aprendizaje y el resultado de nuestra conducta. Pero
si bien un nivel moderado de ansiedad suele tener un carácter adaptativo, cuando está se mantiene de manera crónica
e intensa y degenera en una situación inadaptada.
Si bien existen muchas situaciones amenazantes que
provocan miedo o ansiedad de manera incondicionada, la
mayoría de las fuentes de ansiedad y de miedo son aprendidas. La experimentación que se viene desarrollando
durante muchas décadas, tanto con humanos como con
otros animales, ha establecido sin lugar a dudas que la respuesta básica de miedo y ansiedad es una de las más fáciles
de condicionar. En efecto, cuando estímulos previamente
neutrales se emparejan repetidamente con acontecimientos
aversivos, tales como diversos tipos de trauma físico o psi-
Visión de conjunto de los trastornos de ansiedad
cológico, pueden llegar a adquirir la capacidad de provocar
por sí mismos miedo o ansiedad. Por ejemplo, una chica
que contempla a su padre abusando físicamente de su
madre, puede experimentar ansiedad en el momento en
que oiga llegar el coche de su padre a la casa. En tales situaciones, son infinitos los estímulos inicialmente neutros que
accidentalmente pueden llegar a convertirse en indicadores
de que está a punto de ocurrir algo amenazante y desagradable, y por ende de provocar miedo o ansiedad por sí mismos. También nuestros pensamientos e imágenes mentales
pueden actuar como estímulos condicionados, capaces de
provocar respuestas de miedo o ansiedad. Por ejemplo, la
chica a la que nos acabamos de referir puede llegar a experimentar una intensa ansiedad sólo por el hecho de pensar
en su padre.
REVISIÓN
• Compare el miedo o el pánico con la ansiedad,
asegurándose de señalar que ambas
emociones suponen tres sistemas de
respuesta.
• Explique el significado de que tanto el miedo
como la ansiedad puedan condicionarse a la
manera clásica.
VISIÓN DE CONJUNTO
DE LOS TRASTORNOS
DE ANSIEDAD
Un trastorno de ansiedad, como su propio nombre indica,
se caracteriza fundamentalmente por un miedo y ansiedad
irracionales, intensos y poco realistas. El DSM-4-TR reconoce siete tipos básicos de trastorno de ansiedad: trastornos fóbicos de tipo «específico» o de tipo «social»,
trastorno de pánico con o sin agorafobia, trastorno de
ansiedad generalizada, trastorno obsesivo-compulsivo, y
trastorno de estrés post-traumático (que hemos descrito en
el capítulo anterior).
Los trastornos de ansiedad son muy comunes, y afectan a más de veintitrés millones de norteamericanos cada
año, lo que supuso en 1990 un coste por vía directa e indirecta para los Estados Unidos de 42,3 billones de dólares
(Greenberg et al., 1999; Instituto Nacional de Salud Mental,
1998). Las personas que tienen trastornos de ansiedad suelen dirigirse inicialmente a su centro de salud, donde se les
prescriben una serie de medicinas y de análisis médicos
innecesarios, para intentar determinar la causa de los diversos síntomas de pánico y ansiedad.
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
En la Encuesta Nacional de Comorbilidad, el estudio
epidemiológico más reciente, se encontró que los trastornos de ansiedad suponen la perturbación más común en las
mujeres, ya que la padece aproximadamente el treinta por
ciento de la población femenina en algún momento de su
vida, pero también es el segundo problema más habitual
para los hombres, ya que afecta aproximadamente al diecinueve por ciento de la población masculina en algún
momento de su vida (Kessler et al., 1924). Las tasas de prevalencia anuales para las mujeres son del veintitrés por
ciento, mientras que para los hombres son del doce por
ciento. También es frecuente que una persona diagnosticada con un trastorno de ansiedad muestre otros trastornos
de ansiedad adicionales, así como trastornos del estado de
ánimo (que explicaremos en el Capítulo 7; véase la sección
Avances en el pensamiento 7.2 de la página 238).
De entre los siete tipos fundamentales de trastornos de
ansiedad, el más común es el trastorno fóbico. Una fobia es un
temor persistente y desproporcionado hacia algún objeto o
situación específicos, que en realidad apenas suponen peligro
alguno. Cuando una persona con una fobia se encuentra ante
el objeto que teme, suele sentir la respuesta de luchar-o-huir
que hemos descrito anteriormente, y que se activa para facilitar la conducta de escape. No resulta sorprendente que estas
personas sean capaces de hacer cualquier cosa para evitar estos
objetos o situaciones, y que a veces incluso intenten evitar imágenes inocuas, como puede ser una fotografía de esos objetos.
El DSM-4-TR propone tres categorías principales de
fobias: (1) fobia específica, (2) fobias sociales, y (3) agorafobia. Las fobias específicas (previamente conocidas como
fobias simples) consisten en miedo hacia otras especies (las
más comunes son las fobias hacia las serpientes y las arañas), o hacia diversos aspectos del entorno, como puede ser
el agua, las alturas, los túneles, o los puentes. Las fobias
sociales se definen como el miedo a las situaciones sociales
en que la persona queda expuesta al escrutinio de los demás,
y teme actuar de manera humillante o embarazosa. Siembre
se ha pensado que la agorafobia implicaba, de manera algo
paradójica, el temor tanto a los espacios abiertos como
cerrados. Sin embargo en la actualidad se considera que la
agorafobia procede de la ansiedad relacionada con el temor
de sufrir un ataque de pánico en una situación de la que sea
difícil o embarazoso escapar, ya se trate de espacios abiertos
o cerrados. Dado que ya no se considera una fobia específica, discutiremos la agorafobia en el contexto del trastorno
de pánico, tal y como lo hace el DSM-4-TR.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la característica principal de los
trastornos de ansiedad? Esto es ¿qué tienen en
común?
FOBIAS ESPECÍFICAS
Se dice que una persona tiene una fobia específica cuando muestra un intenso miedo ante la presencia (o
ante la anticipación de un encuentro con) un objeto o
situación específicos. Es necesario que el miedo que se
experimente sea excesivo e irracional, en relación con el
peligro real que presenta ese objeto o situación. Cuando las
personas con fobias específicas se encuentran ante un estímulo fóbico, casi siempre muestran una respuesta inmediata de miedo, que con frecuencia se parece a un ataque de
pánico, excepto porque en este caso sí está presente un
desencadenante externo (DSM-4-TR). También es necesario que la evitación de la situación temida, o el malestar que
se experimenta a consecuencia de la misma, interfieran de
manera significativa con el funcionamiento normal, o que
genere un malestar significativo. La Tabla 6.1 enumera algunas fobias específicas habituales. El DSM-4-TR especifica
cinco subtipos de fobias específicas: (1) subtipo animal
(por ejemplo, serpientes o arañas), (2) subtipo del entorno
natural (por ejemplo, alturas o agua), (3) subtipo del miedo
a la sangre (véase más adelante), (4) subtipo situacional
(por ejemplo, aviones o ascensores), y (5) subtipo atípico
(por ejemplo, asfixiarse o vomitar).
La mayoría de nosotros tenemos al menos unos cuantos
temores irracionales, pero en los trastornos fóbicos esos
temores son muy intensos, y con frecuencia interfieren de
manera significativa con las actividades cotidianas. Por ejemplo, las personas con claustrofobia son capaces de subir
andando un montón de pisos con tal de no entrar en un
ascensor, e incluso pueden llegar a rechazar un empleo interesante para no tener que hacerlo. Esta evitación es la principal
característica de las fobias; se produce tanto porque la propia
respuesta fóbica resulta muy desagradable, como también
debido al temor irracional de que se produzca algo terrible.
El siguiente caso representa muy bien lo que ocurre en
una fobia específica:
Los temores de la esposa
de un piloto
María, casada y madre de tres niños, tenía cuarenta y siete años la primera vez que acudió en
busca de tratamiento para su acrofobia y
claustrofobia. Decía que desde su adolescencia
había
sentido un intenso temor a los espacios
ESTUDIO
cerrados y a las alturas. Recordaba que cuando
DE UN
era niña sus hermanos mayores la habían enceCASO
rrado en el armario, y que la tapaban con una
manta para asustarla, y cuando la dejaban salir
le enseñaban imágenes de arañas. María era capaz de establecer
el origen de su claustrofobia, derivada de esos incidentes
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traumáticos, pero no tenía la menor idea de dónde procedía su
miedo a las alturas. Cuando sus hijos eran pequeños, había sido un
ama de casa perfectamente capaz de desarrollar su vida normal a
pesar de sus dos fobias específicas. Sin embargo, ahora que sus hijos
se habían hecho mayores, quería encontrar trabajo fuera de casa. No
obstante, le estaba resultando muy difícil, ya que no quería tener
que subir en un ascensor, pero tampoco trabajar por encima de la
primera planta de un edificio. De hecho, su marido trabajaba en una
compañía aérea, que le bonificaba con billetes de avión gratuitos.
Dado que María no podía volar (debido a sus fobias) ese problema se
había convertido en un asunto espinoso de su matrimonio, ya que les
hubiera gustado disfrutar de esos billetes gratuitos para viajar a
lugares lejanos y exóticos. Así pues, aunque María arrastraba sus
fobias con resignación desde hacía muchos años, sólo durante los
últimos años habían empezado a causarle problemas, a medida que
habían ido cambiando las circunstancias de su vida, con lo que ya no
podía evitar con facilidad acudir a lugares elevados o cerrados.
Aunque las personas que sufren fobias saben que sus
miedos son irracionales, sin embargo, dicen que no pueden
hacer nada para remediarlo. Cuando intentan aproximarse
a la situación fóbica, quedan abrumados por el miedo o la
ansiedad, que puede oscilar desde moderados sentimientos
de aprensión y malestar (generalmente mientras todavía se
encuentran a cierta distancia) hasta una gran activación del
tipo luchar-o-huir. Sea cual sea la forma en que comienza,
la conducta fóbica tiende a reforzarse mediante la disminución de la ansiedad que se produce al evitar la situación
Tabla 6.1.
Fobias específicas
habituales
Acrofobia
alturas
Algofobia
dolor
Astrofobia
tormentas y relámpagos
Claustrofobia
espacios cerrados
Hidrofobia
agua
Monofobia
estar solo
Misofobia
contaminación o gérmenes
Nictofobia
oscuridad
Ochlofobia
multitudes
Patofobia
enfermedad
Pirofobia
fuego
Zoofobia
animales en general o algún animal
concreto
Fobias específicas
temida. Además, muchas veces las fobias también se mantienen de manera inadvertida gracias a la obtención de
beneficios secundarios (derivados de la propia enfermedad), como por ejemplo recibir más atención, simpatía y
poder ejercer cierto control sobre la conducta de los demás.
Fobia a la sangre y a las heridas
Hay una categoría de fobias específicas que probablemente
afecte al tres o cuatro por ciento de la población, y que tiene
una serie de características únicas e interesantes (Öst y
Hellström, 1997; Page, y 1994). Por ejemplo, la persona que
sufre de fobia a la sangre o heridas, suele experimentar al
menos tanto disgusto como temor (Woody y Teachman,
2000). Además, las personas que tienen esta fobia muestran
una respuesta fisiológica única cuando ven sangre o heridas. En lugar de que aumente su ritmo cardíaco y la presión
sanguínea, que es lo que ocurre a la mayoría de las personas
con fobia, muestran una aceleración inicial seguida de un
fuerte descenso, tanto del ritmo cardíaco como de la presión sanguínea. Esta disminución suele ir acompañada por
náuseas, vértigos y desvanecimientos. De hecho, se ha estimado que alrededor del setenta y cinco por ciento de las
personas con fobia a la sangre y a las heridas suelen desmayarse en este tipo de situaciones (Öst y Hellström, 1997).
Resulta interesante constatar que las personas con este
tipo de fobia sólo muestran esta respuesta fisiológica ante la
presencia de la sangre y de las heridas, mientras que ante
otros objetos temidos manifiestan la respuesta fisiológica
típica de luchar-o-huir (véase Öst y Hugdahl, 1985). Este tipo
de fobia también tiene un fuerte componente familiar, ya que
dos tercios de las personas que lo sufren tienen al menos un
familiar directo que también padece fobia a la sangre (Page y
Martin, 1998). Desde un punto de vista evolutivo y funcional, esta respuesta fisiológica específica quizá haya evolucionado para cumplir un propósito determinado: al
desmayarse, la persona que está siendo atacada puede evitar
seguir sufriendo ataques, y si a pesar de ello éstos se produjesen, entonces la disminución de la presión sanguínea reduciría la pérdida de sangre (Craske, 1999; Marks y Nesse, 1991).
Edad de aparición y diferencias sexuales
en las fobias específicas
Las fobias específicas son muy comunes, sobre todo en las
mujeres. Los resultados de la Encuesta Nacional de Comorbilidad pusieron de manifiesto una tasa de prevalencia de
alrededor del dieciséis por ciento para las mujeres y casi del
siete por ciento para los hombres (Kessler et al., 1994;
Magee et al., 1996). Entre las personas que tienen una fobia
específica, alrededor del setenta y cinco por ciento tienen al
menos otro temor específico que también se manifiesta de
una manera excesiva (Curtis, Magee, Eaton, Wittchen, y
Kessler, 1998). Las tasas para cada sexo pueden variar de
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
manera considerable en función del tipo de fobia, si bien
siempre son más frecuentes en mujeres que en hombres.
Por ejemplo, entre el noventa y el noventa y cinco por
ciento de las personas que tienen fobia a algún animal son
mujeres, pero sin embargo la tasa sexual en el caso de la
fobia a la sangre es sólo de dos a uno. La edad media de aparición de los diferentes tipos de fobias específicas también
varía ampliamente. Las fobias a los animales suelen comenzar durante la niñez, igual que la fobia a la sangre y las heridas, las fobias dentales, y a los fenómenos ambientales. Sin
embargo, otras fobias como la claustrofobia y la agorafobia
tienden a comenzar durante la adolescencia y el principio
de la edad adulta (Craske, 1999; Öst, 1987).
Factores causales psicosociales
Existen múltiples factores causales psicosociales involucrados en el origen de las fobias específicas que pueden variar
desde conflictos psicodinámicos muy profundos, hasta
miedos condicionados relativamente simples.
LA PERSPECTIVA PSICODINÁMICA. De acuerdo con
esta perspectiva, las fobias representan un mecanismo de
defensa contra la ansiedad procedente de los impulsos
reprimidos que hay en el ello. Dado que resulta demasiado
peligroso «conocer» esos impulsos del ello reprimidos, la
ansiedad se desplaza a otros objetos externos que pueden
tener alguna relación simbólica con el auténtico objeto que
produce la ansiedad. Por ejemplo, en su estudio clásico del
pequeño Hans, Freud (1909) propuso que ese niño de cinco
años había desarrollado su fobia a los caballos debido a la
fuerte ansiedad procedente de la represión de su conflicto
de Edipo. Más concretamente, Freud estaba convencido de
que el niño deseaba de manera inconsciente a su madre. De
hecho, Hans estaba tan irritado contra su padre (cuyo pene
era más grande) que incluso quería matarlo para poder
tener a su madre para él solo. Eso le produjo un miedo
inconsciente a que su padre también quisiera «matarlo» o
castrarlo. De acuerdo con Freud, los fuertes conflictos internos derivados de todos esos sentimientos inconscientes no
podían ser aceptados por la mente consciente de Hans, por
lo que su ansiedad se desplazó hacia los caballos, que
supuestamente tendrían algún tipo de relación simbólica
con su padre.
Está explicación psicodinámica tan prototípica de
cómo se adquiere una fobia, ha sido muy criticada por lo
especulativa (por ejemplo, Wolpe y Rachman, 1960). Una
explicación alternativa y mucho más simple de esa fobia a
los caballos procede de la Teoría del Aprendizaje. Cuando
el niño tenía cuatro años había visto un aparatoso accidente en el que un caballo había sufrido importantes lesiones; el niño había quedado muy alterado por este
incidente, y más adelante comenzó a evitar salir de casa
con tal de no encontrarse con algún caballo por la calle. De
esta manera, de acuerdo con Wolpe y Rachman, la fobia de
Hans tenía su origen en un condicionamiento clásico de
carácter traumático.
LAS FOBIAS COMO CONDUCTAS APRENDIDAS. En
muchos casos los principios del condicionamiento clásico
explican muy bien cómo se produce la adquisición de miedos irracionales y fobias. Como se ha dicho anteriormente,
la respuesta de miedo puede ser condicionada a un estímulo previamente neutro, a condición de que ambas se
asocien con situaciones traumáticas y dolorosas. También
es de esperar que, una vez que se adquieren, los temores
fóbicos se generalicen a otros objetos o situaciones similares. Recuérdese, por ejemplo, que la claustrofobia generalizada de María probablemente hubiera sido provocada por
multitud de incidentes en los que sus hermanos la encerraban en el armario y la tapaban con mantas para asustarla.
El poderoso papel del condicionamiento clásico en el desarrollo de las fobias quedó patente en una investigación de
Öst y Hugdahl (1981), que administraron cuestionarios a
ciento seis adultos fóbicos, referidos, entre otras cosas, a la
identificación del origen de sus temores. El cincuenta y
ocho por ciento se refirió a experiencias traumáticas condicionadas. El condicionamiento traumático directo puede
ser especialmente común en la aparición de la fobia al dentista (Kent, 1997), en la claustrofobia (Rachman, 1997), y
en la fobia a los accidentes (Kuch, 1997).
Condicionamiento vicario de los temores fóbicos.
El
condicionamiento directo traumático no es la única forma
en que se puede aprender un miedo irracional. Es suficiente
observar a una persona con fobia actuar de manera atemorizada, para experimentar malestar, e incluso aprender su
propio temor a partir de un condicionamiento clásico de
carácter vicario u observacional. Por ejemplo, un hombre
narraba que cuando era un niño había visto a su abuelo
vomitar mientras moría. Poco después de este acontecimiento traumático, el niño había desarrollado una fobia al
vómito muy fuerte y persistente. De hecho, cuando ya era
adulto ese hombre se había planteado la posibilidad de suicidarse en una ocasión en la que había sentido náuseas y
había comenzado a vomitar.
La convicción de que ese tipo de condicionamiento
vicario no sólo es posible, sino frecuente, proviene de la
investigación con monos rhesus. En este tipo de experimentos, Mineka, Cook, y sus colaboradores (por ejemplo,
1984, 1991, 1993) mostraron que monos criados en laboratorio que nunca habían tenido miedo a las serpientes,
desarrollaban con gran rapidez un miedo fóbico a estos animales, por el simple hecho de observar a otro mono criado
en libertad que mostraba su temor a las serpientes. Este tipo
de miedo generado por observación, se adquiría tan sólo
tras una única exposición de entre cuatro y ocho minutos, y
además, tres meses después no había indicios que apunta-
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ran a que hubiera disminuido el miedo. De hecho, los
monos también pueden aprender el miedo simplemente
por ver un vídeo donde un mono criado en libertad se
muestra asustado de las serpientes —lo que sugiere que los
medios de comunicación de masas pueden desempeñar un
papel más importante de lo que se cree en el condicionamiento vicario de miedos y fobias (Cook y Mineka, 1990;
Mineka y Ben Hamida, 1998).
Origen de las diferencias individuales en el aprendizaje
de las fobias. Los modelos de condicionamiento relati-
vos a la adquisición de fobias han sido criticados con frecuencia, debido a que a primera vista no parece que
expliquen la razón por la que muchas personas que han
sufrido experiencias traumáticas sin embargo no desarrollan miedos o fobias intensas o persistentes. En otras palabras, no queda claro por qué no hay más personas que
desarrollen fobias, dado que quien más o quien menos
hemos sufrido algún tipo de trauma en nuestra vida
(Mineka y Zinbarg, 1996, remitido para publicación; Rachman, 1990). La respuesta parece ser que las diferentes experiencias vitales de las personas influyen de manera
determinante sobre las consecuencias de los condicionamientos específicos que les puedan afectar, ya sean directos
o vicarios. Por ejemplo, niños que han tenido una abundante experiencia positiva con perros amistosos y cariñosos, probablemente no desarrollen una fobia a los perros
aunque alguno les muerda alguna vez. Así pues, resulta muy
importante entender el papel de las experiencias vitales de
una persona, para poder explicar la diversidad de respuestas
que se pueden dar ante el mismo acontecimiento traumático. Algunas de esas experiencias pueden actuar como factores de vulnerabilidad, mientras que otras pueden
funcionar como factores de protección (Mineka, 1985a,
1985b; Mineka y Zimbarg, 1996, remitido para publicación).
El hecho de que haber tenido experiencias positivas
con perros pueda llegar a inmunizar a una persona contra
una fobia hacia estos animales, pone de relieve la importancia de la familiaridad con un objeto situación, para determinar si tras una experiencia de miedo condicionado,
llegará a desarrollarse una fobia. De hecho, hay diversos
estudios que ponen de manifiesto que los niños que han
tenido relaciones previas de carácter no traumático con el
dentista, tienen menor probabilidad de que un incidente
traumático les lleve a desarrollar ansiedad ante el dentista,
que aquellos otros que han tenido menos encuentros previos de carácter no traumático (de Jongh et al., 1995; Kent,
1997). Y lo que es más, Mineka y Cook (1986) demostraron
que un grupo de monos que habían observado a otros
monos actuar de manera no temerosa con las serpientes,
parecían quedar inmunizados cuando posteriormente
pudieron observar a monos que sí mostraban miedo de las
serpientes. De manera análoga, si un niño suele ver a su
Fobias específicas
padre (o madre) actuar sin temor ante el objeto de la fobia
(por ejemplo, las arañas o las alturas), de su madre (o
padre), puede inmunizarse contra la adquisición vicaria de
ese miedo.
También los acontecimientos que se producen durante
la experiencia de condicionamiento, y no sólo los acontecimientos previos, son importantes para establecer el grado
de miedo condicionado. Por ejemplo, la experiencia de un
suceso incontrolable y del que no se puede escapar, como
por ejemplo ser atacado por un perro y que no suelte la
presa, debería provocar un miedo condicionado más
intenso que cuando se experimenta un trauma de la misma
intensidad, pero del que sí se puede escapar, o que se puede
controlar con cierta facilidad (por ejemplo, si se puede huir
del perro; Mineka, 1985a; Mineka y Zinbarg, 1996). Por
otra parte, las experiencias que tenga la persona después de
la experiencia de condicionamiento también pueden influir
sobre el mantenimiento o el fortalecimiento del mismo.
Una persona que tras su primer trauma vuelve a enfrentarse
con otra experiencia traumática incluso más intensa (aunque no tenga relación ni asociación con el estímulo condicionado), probablemente se muestre todavía más temerosa
ante el estímulo condicionado (Rescorla, 1974; White y
Davey, 1989). Este efecto denominado de inflación sugiere
que si una persona adquirió, por ejemplo, un moderado
temor a los automóviles tras haber sufrido un accidente de
tráfico, podría llegar a desarrollar una fobia de gran intensidad si posteriormente padece algún ataque físico de un
asaltante, aunque durante el mismo no esté presente automóvil alguno (Davey, 1997; Mineka, 1985a, 1985b; Mineka
y Zinbarg, 1996, remitido para su publicación). Incluso se
ha demostrado que ciertas informaciones posteriores pueden llegar a modificar la interpretación que ha hecho la persona del peligro implícito en un acontecimiento traumático
previo: por ejemplo, si se le dice «tiene suerte de seguir vivo,
ya que el ladrón que la utilizó como rehén en el banco la
semana pasada es un conocido asesino», puede ser suficiente para aumentar la intensidad del temor (Davey,
1997). Este tipo de ejemplos pone de manifiesto que los factores implicados en el orien y mantenimiento de los temores y de las fobias son mucho más complejos de lo que
sugiere la perspectiva tradicional y simplista del condicionamiento, aunque sin embargo son coherentes con las
explicaciones contemporáneas del mismo.
Más recientemente se ha sugerido que las variables cognitivas también podrían contribuir al mantenimiento de las
fobias, una vez que éstas se han adquirido. Es bien sabido
que nuestras ideas y pensamientos pueden ejercer una
poderosa influencia sobre nuestro estado emocional, y también lo contrario. Por ejemplo, las personas que tienen
fobias están constantemente en estado de alerta buscando
objetos fóbicos. Las personas que no tienen fobias suelen
dirigir su atención lejos de los estímulos amenazantes
(véase Mineka, Rafaeli, y Yovel, 2003). Además, las personas
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
fóbicas suelen sobreestimar la probabilidad de que tras la
aparición de los objetos temidos, se presenten también
otros estímulos aversivos. Este sesgo cognitivo puede contribuir a su vez a mantener o fortalecer los temores fóbicos,
a medida que pasa el tiempo (Öhman y Mineka, 2001;
Tomarken, Mineka, y Cook, 1989).
Estado de preparación y distribución no aleatoria de los
miedos y las fobias. Nuestra historia evolutiva está jalo-
nada por una serie de estímulos ante los cuales mostramos
una elevada probabilidad de temor. Por ejemplo, es más probable tener fobia a las serpientes, al agua, a las alturas y a los
espacios cerrados, que a las motocicletas y a las armas de
fuego, incluso aunque estos últimos objetos estén en realidad mucho más asociados con el miedo y el dolor. Así pues,
probablemente los humanos y otros primates hayamos evolucionado para asociar con rapidez ciertos tipos de objetos
—como serpientes, arañas, agua y espacios cerrados— con
acontecimientos aversivos (por ejemplo, Öhman, 1996;
Öhman y Mineka, 2001; Seligman, 1961). Esta predisposición podría deberse a que, durante el curso de nuestra evolución, aquellos primates que adquirieron con más rapidez
el temor ante ciertos objetos o situaciones que suponían
amenazas reales, pudieron disfrutar de una ventaja selectiva.
Esto significa que los temores «preadaptados» no son algo
congénito o innato sino, más bien, que se adquieren con más
facilidad, o que son más resistentes a la extinción.
En la actualidad son numerosas las evidencias que apoyan la teoría de la predisposición a las fobias. En una serie de
experimentos con sujetos humanos, Öhman y sus colaboradores (véase Öhman, 1996; Öhman y Mineka, 2001 para una
revisión), encontraron que el miedo se condiciona con más
rapidez y facilidad ante estímulos atemorizantes (imágenes
de serpientes y de arañas) que ante estímulos no atemorizantes (imágenes de flores y setas). Estos investigadores también
encontraron que una vez que los sujetos habían adquirido la
respuesta condicionada, ésta se podía provocar incluso
mediante una presentación subliminal del estímulo atemorizante (esto es, de manera tan breve que no se percibe conscientemente), si bien esto no ocurría con los estímulos no
atemorizantes. Esta activación subliminal de las respuestas a
los estímulos fóbicos puede explicar ciertos aspectos de la
irracionalidad de las fobias. Esto es, las personas fóbicas no
son capaces de controlar su miedo, debido a que quizá éste
proceda de estructuras cognitivas que escapan al control
consciente (Öhman y Soares, 1993; Öhman y Mineka, 2001).
De hecho, los monos criados en el laboratorio, también
pueden adquirir con más facilidad miedos ante estímulos
atemorizantes como serpientes o cocodrilos de juguete, que
ante estímulos no atemorizantes, como flores o conejos de
juguete (Cook y Mineka, 1989, 1990). Así pues, tanto los
monos como los humanos, estamos predispuestos a asociar
de manera selectiva ciertos estímulos atemorizantes con
daños y amenazas. De hecho, ninguno de estos monos cria-
dos en el laboratorio había visto antes esos estímulos (serpientes o flores), antes de participar en los experimentos.
Así pues, esos resultados apoyan claramente la hipótesis de
que existe una predisposición evolutiva. En efecto, cabría la
posibilidad de que los sujetos humanos hubieran mostrado
un condicionamiento mayor ante las serpientes o arañas,
debido precisamente a la existencia previa de asociaciones
negativas con esos animales, y no tanto debido a eventuales
factores evolutivos y de carácter filogenético (Öhman y
Mineka, 2001).
Factores causales de carácter genético
y temperamental
Las variables de personalidad genéticas y temperamentales
también influyen sobre la velocidad y la fuerza del condicionamiento del miedo (por ejemplo, Gray, 1987; Zinbarg y
Mohlman, 1998). Esto es, las personas tienden en mayor o
menor medida a adquirir fobias, según cuál sea su temperamento o personalidad. De hecho, Kagan y sus colaboradores han encontrado que los niños clasificados como
conductualmente inhibidos (excesivamente tímidos, retraídos, etc.) a los veinte meses de edad, tienen un mayor riesgo
de desarrollar fobias específicas a los siete u ocho años de
edad, que los niños desinhibidos (treinta y dos por ciento
versus cinco por ciento). La cantidad media de temores que
aparecieron en el grupo inhibido fue de tres o cuatro por
niño (Biederman et al., 1990).
Por otra parte, diversos estudios sugieren la existencia
de una moderada contribución genética al desarrollo de las
fobias específicas. Por ejemplo, un amplio estudio realizado
con gemelos encontró mayores tasas de concordancia para
las fobias específicas en gemelos monocigóticos, que en
gemelos dicigóticos, por lo que se refiere a las fobias a los
animales, a la sangre y las heridas, y a las de carácter situacional (como a la altura o al agua; Kendler et al., 1992b;
Kendler, Karkowski, y Prescott, 1999). Sin embargo, ese
mismo estudio también encontró evidencias de que los factores ambientales no compartidos (esto es, experiencias
específicas de carácter idiosincrásico de cada gemelo), también desempeñaban un papel muy importante en el origen
de las fobias específicas, un resultado que apoya la idea de
que las fobias son conductas aprendidas.
El tratamiento de las fobias específicas
La terapia de exposición —el tratamiento más frecuentemente utilizado para tratar las fobias específicas— se basa
en una exposición controlada al estímulo o la situación que
provoca el miedo fóbico. Los clientes se van aproximando
progresivamente —ya sea de manera simbólica o condiciones reales— a las situaciones que les resultan atemorizantes. La forma de tratamiento más eficaz (y que requiere un
menor tiempo de terapia) se basa en una exposición
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progresiva ante el estímulo que produce el temor. A los
clientes se les anima a exponerse por sí mismos (ya sea ellos
solos o con ayuda de un terapeuta o de un amigo) ante la
situación que les atemoriza, durante un periodo de tiempo
suficiente como para que su temor comience a remitir. Una
variante de este procedimiento es la que se conoce como
modelado participativo, que resulta incluso mucho más eficaz que la mera exposición. Consiste en que el terapeuta
modele diversas formas de interacción con el estímulo
fóbico con una actitud tranquila y despreocupada (Bandura, 1969, 1977a, y 1977b). Estas técnicas permiten a los
clientes aprender que la situación en cuestión no es tan atemorizante como habían pensado y que su ansiedad, aunque
sea desagradable, no es dañina y poco a poco irá desapareciendo (Craske y Rowe, 1997; Mineka y Thomas, 1999). Los
tratamientos basados en la exposición están considerados
como los más eficaces para el tratamiento de las fobias específicas (Antony y Barlow, 2002; Craske, 1999). Incluso para
cierto tipo de fobia, como el miedo a volar, a pequeños animales, o a la sangre y las heridas, suelen obtener su máxima
eficacia cuando se administran durante una única sesión de
larga duración (de hasta tres horas; Öst, 1997). De hecho,
eso puede constituir una ventaja adicional, debido a que
algunas personas tienen más probabilidad de acudir al tratamiento si sólo tienen que ir una única vez a la consulta.
Un ejemplo de la utilización de esta terapia ha quedado
ilustrado en el tratamiento de María, el ama de casa cuya
acrofobia y claustrofobia hemos descrito anteriormente.
Fobias sociales
Recientemente, algunos terapeutas han empezado a utilizar
entornos de realidad virtual para simular ciertos tipos de
situaciones fóbicas como las alturas o los aviones. Si se
demuestra que dichas técnicas son eficaces, ya no será necesario recurrir a situaciones reales (como aviones de verdad)
para realizar este tipo de tratamientos. Una desventaja
radica en el elevado coste de este tipo de entornos, lo cual
puede limitar el acceso de muchos posibles clientes al tratamiento. Unos cuantos estudios controlados han ofrecido
resultados muy prometedores, aunque todavía es pronto
para extraer conclusiones de peso respecto a la eficacia de la
realidad virtual (Antony y Barlow, 2002; Rothbaum , Hodges, Smith, Lee, y Price, 2000).
Durante los últimos años, algunos investigadores están
intentando averiguar si la combinación de las técnicas cognitivas con las técnicas de exposición puede arrojar beneficios adicionales. En general, los estudios que utilizan
exclusivamente técnicas cognitivas no han obtenido resultados tan buenos como los que utilizan las técnicas de exposición, por lo que hasta el momento la adición de las técnicas
cognitivas no ha supuesto un beneficio apreciable (Antony
y Barlow, 2002; Craske y Rowe, 1997). No conocemos medicinas eficaces para el tratamiento de las fobias específicas.
De hecho existen evidencias de que la medicación ansiolítica puede llegar a interferir con los efectos beneficiosos de
la terapia de exposición (Antony y Barlow, 2002).
REVISIÓN
El tratamiento de María
El tratamiento consistió en trece sesiones de
ejercicios de exposición progresiva, durante
las cuales el terapeuta comenzó acompañando
a María en situaciones atemorizante leves,
avanzando progresivamente hacia situaciones
cada
vez más dramáticas. También dio instrucESTUDIO
ciones a María para que realizara en casa esos
DE UN
ejercicios. Las sesiones de exposición prolonCASO
gada en vivo se mantuvieron hasta que se
observó que la ansiedad empezaba a remitir.
Las sesiones iniciales se centraron en la claustrofobia y en conseguir que María fuera capaz de subir unos cuantos pisos en ascensor,
al principio acompañada del terapeuta y después ella sola. Posteriormente fue realizando ascensos cada vez más altos. La exposición a la acrofobia consistió en caminar por la azotea de un edificio
alto y posteriormente por el mirador de una elevada montaña. El
último escalón de la jerarquía de la claustrofobia consistió en realizar una visita a una caverna. Después de trece sesiones, María
acompañó en avión a su marido a un viaje a Europa, donde subió a
varias de las atracciones de los parques de atracciones no aptas
para personas con vértigo.
• ¿Cuáles son los cinco subtipos de las fobias
específicas descritas en el DSM-4-TR?
• Describa la explicación del condicionamiento
clásico para el origen de las fobias específicas,
e identifique las principales críticas que se
pueden hacer a esa hipótesis.
• Explique cómo las últimas explicaciones
conductuales y evolutivas han permitido
mejorar y ampliar la hipótesis básica del
condicionamiento sobre la adquisición de las
fobias.
• Describa el método de tratamiento más eficaz
para las fobias específicas.
FOBIAS SOCIALES
Las fobias sociales, tal y como se describe en el
DSM-4-TR, consisten en temores muy intensos, relativos a
una o más situaciones sociales específicas (como hablar en
público, orinar en aseos públicos, o comer o escribir en
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
público), en las que la persona teme quedar expuesta al
escrutinio y la eventual evaluación negativa por parte de los
demás, y actuar de manera humillante y embarazosa.
Dichos temores dan lugar a que las personas que sufren
fobias sociales, o bien eviten tales situaciones, o bien las
afronten con un gran malestar; evidentemente, no es la mejor predisposición para salir airoso de ellas. Quizá la fobia
social más común sea el miedo a hablar en público. Se trata
de auténticas fobias sociales, ya que quienes las padecen no
tienen absolutamente ninguna dificultad para realizar las
mismas acciones (hablar, orinar, o comer) cuando están
solos. El DSM-4-TR también ha identificado un subtipo de
fobia social conocido como fobia social generalizada. Las
personas que padecen este tipo de fobia sienten un gran
temor hacia la mayoría de las situaciones sociales (y no sólo
alguna), y generalmente se les diagnostica también un trastorno de personalidad de evitación (véase el Capítulo 11;
por ejemplo, Hoffman y Barlow, 2002; Skodol et al., 1995).
Quizá debido a la extensión de los temores que sufren las
personas con esta fobia, algunos investigadores y clínicos
prefieren utilizar el término trastorno de ansiedad social en
lugar de fobia social, que parece implicar temores más específicos (Liebowitz, Heimberg, Fresco, Travers, y Stein, 2000).
El diagnóstico de fobia social es muy frecuente, y afecta
incluso a personajes tan populares como Barbara Streisand
y Carly Simon. La Encuesta Nacional de Comorbilidad
estimó que alrededor del once por ciento de los hombres y
el quince por ciento de las mujeres podrían haber recibido
un diagnóstico de fobia social en algún momento de su vida
(Kessler et al., 1994). Al contrario de lo que ocurre con las
fobias específicas, la mayoría de las cuales se originan
durante la infancia, las fobias sociales suelen comenzar más
adelante, durante la adolescencia o al principio de la edad
adulta (Hope y Heimberg, 1993; Wells y Clark, 1997). Más o
menos la mitad de las personas con fobia social sufren también algún otro trastorno de ansiedad en algún momento
ría su tensión en la cara. Es interesante destacar que en situaciones
profesionales no tenía problemas para hablar con gente. Por ejemplo, se mostraba muy tranquilo mientras hablaba con sus pacientes,
tanto antes como después de una operación quirúrgica. Durante la
misma, mientras su rostro estaba cubierto por la máscara de cirujano, tampoco tenía problemas para desarrollar su tarea o para relacionarse con otros cirujanos y enfermeras que pudiera haber en el
quirófano. Los problemas empezaban cuando abandonaba la sala y
tenía que reunirse cara a cara con sus otros colegas y enfermeras o
con la familia de los pacientes. En tales situaciones, solía experimentar ataques de pánico. Entonces sufría palpitaciones, miedo de
«volverse loco», y la sensación de que su mente se «cerraba».
Como los ataques de pánico sólo aparecían en situaciones sociales,
se le diagnosticó una fobia social y no un trastorno de pánico.
La fobia social y el pánico de Pablo habían comenzado unos
trece años antes, mientras se encontraba en una situación muy
estresante. La empresa familiar había quebrado, sus padres se
habían divorciado, y su madre había sufrido un ataque cardíaco. En
este contexto de múltiples factores de estrés, un incidente traumático de carácter personal probablemente encendió la mecha de su
fobia social. Un día llegó a casa y encontró a su prometida en la
cama con su mejor amigo. Más a menos un mes más tarde tuvo su
primer ataque de pánico y empezó a evitar situaciones sociales.
de su vida, y alrededor del cuarenta por ciento también ha
padecido un trastorno depresivo en algún momento
(Magee et al., 1996). De hecho, aproximadamente un tercio
abusa del alcohol para reducir su ansiedad y poder enfrentarse a las situaciones que les atemorizan (por ejemplo,
beber antes de asistir a una fiesta; Magee et al., 1996).
El caso de Pablo es característico de la fobia social
(excepto en que no todos los que padecen fobia social tienen también ataques de pánico, como le ocurre a Pablo).
Interacción de los factores causales
de carácter psicosocial y biológico
La fobia social de un cirujano
Pablo era un hombre soltero blanco, de treinta
y tantos años, cuando llegó a la consulta en
busca de tratamiento. Era un cirujano que llevaba a cuestas una historia de trece años de
fobia social. Tenía muy poca vida social, debido
a
su permanente preocupación de que los
ESTUDIO
demás se percataran de lo nervioso que se
DE UN
ponía en situaciones sociales, y hacía muchos
CASO
años que no había tenido una cita con nadie.
Convencido de que todo el mundo lo tomaría
por loco, estaba especialmente preocupado de que alguien pudiera
notar que tensaba la mandíbula cuando estaba con alguien. En esas
situaciones solía masticar chicle, convencido de que así no se nota-
Las fobias sociales suelen deberse a conductas aprendidas que
han sido modeladas por factores evolutivos. Este tipo de
aprendizaje suele ocurrir con más probabilidad a las personas
que tienen una predisposición genética o temperamental.
LA FOBIA SOCIAL COMO CONDUCTA APRENDIDA.
Igual que otras fobias específicas, las fobias sociales a
menudo parecen originarse a partir de casos muy concretos
de condicionamiento clásico, vicario o directo, como por
ejemplo sufrir en primera persona, o ser testigo de una
humillación pública, o también sufrir u observar la ira o las
críticas de alguien. En dos estudios se encontró que entre el
cincuenta y seis y el cincuenta y ocho por ciento de las personas que tenían fobia social recordaban experiencias traumáticas de condicionamiento, implicadas directamente en
www.ablongman.com/butcher12e
el origen de su fobia social (Öst y Hugdahl, y 1981; Townsley
et al., 1995). Öst y Hugdahl también han informado que otro
trece por ciento de los sujetos de su estudio recordaban
diversos tipos de experiencias de condicionamiento vicario.
En otro estudio muy reciente sobre el aprendizaje de la fobia
social, se entrevistó a grupos de personas con este problema,
respecto al tipo de imagen que evocaban cuando se imaginaban a sí mismos el situaciones sociales (Hackmann, Clark, y
McManus, 2000). El noventa y siete por ciento de las personas con fobia social recordaba alguna experiencia social
traumática, vinculada a la imagen actual que tenían de sí
mismos en situaciones sociales fóbicas. Estos recuerdos se
podían agrupar en diferentes temas, como por ejemplo, ser
«criticado por hacer alguna cosa mal» (por ejemplo, «una
crítica despiadada sobre lo aburrido que eres»), «ser criticado por manifestar algún síntoma de ansiedad» (por ejemplo, sonrojarse), o «sentirse incómodo en público a
consecuencia de críticas anteriores» (p.e, «sentirse pequeño e
inseguro... ante personas que previamente te han acusado y
te han llamado “don nadie”»; Hackman et al., 2000, p. 606).
Las personas que padecen fobia social generalizada
también suelen tener padres que han vivido socialmente
aislados y que a su vez devaluaban la sociabilidad y los amigos, lo que podría haber facilitado a sus hijos el aprendizaje
vicario de sus miedos sociales (Bruch, 1989; Morris, 2001;
Rosenbaum et al., 1994). De manera más general, los padres
con trastornos de ansiedad tienen más probabilidad que los
padres sin este trastorno, de hablar a sus hijos sobre los
posibles peligros implícitos en situaciones desconocidas,
como puede ser el patio de recreo (Morris, 2001).
TEMORES Y FOBIAS SOCIALES EN UN CONTEXTO
EVOLUTIVO. Por definición, los temores y las fobias
sociales implican un miedo hacia otros miembros de la propia especie, lo que contrasta, por ejemplo, con los temores y
fobias hacia los animales, generalmente referidos a posibles
depredadores de otra especie. El miedo a los animales probablemente evolucionó para activar una respuesta de lucha
o huida ante posibles depredadores, y probablemente sea
uno de los primeros en aparecer, debido a que los miembros
más jóvenes son también los más vulnerables. Öhman y sus
colaboradores han propuesto que los temores y fobias sociales, por el contrario, evolucionaron como subproducto de la
jerarquía de dominación habitual entre animales sociales
como los primates (Dimberg y Öhman, 1996; Öhman et al.,
1985). Esta jerarquía se establece mediante enfrentamientos
agresivos entre los machos de un mismo grupo, de manera
que el vencido tiene que demostrar conductas sumisas y
asustadizas, aunque muy pocas veces intenta escapar por
completo de la situación. Así pues, según estos investigadores no resulta sorprendente que las personas con fobia social
soporten la situación temida, en vez de salir corriendo y
escapar de ella, tal y como suelen hacer las personas con
fobia a los animales. De hecho, las fobias sociales probable-
Fobias sociales
mente se originen casi siempre durante la adolescencia y los
primeros años de la vida adulta, cuando son más habituales
los conflictos de dominación.
PREDISPOSICIÓN Y FOBIA SOCIAL.
Puede que los
humanos también hayamos desarrollado predisposiciones
evolutivas, para adquirir temores ante los estímulos sociales
que indican dominación y agresión por parte de otros humanos. Tales estímulos sociales incluyen expresiones faciales de
cólera y desprecio. En una serie de experimentos paralelos a
los que se han descrito para las fobias específicas, Öhman,
Dimberg y sus colaboradores demostraron que los sujetos
desarrollaban respuestas condicionadas más fuertes cuando
asociaban caras de enfado con pequeñas descargas eléctricas,
que cuando esas descargas se asociaban con rostros neutros o
felices (Dimberg y Öhman, 1996). De hecho, incluso son
suficientes presentaciones subliminales de los rostros enfadados para activar la respuesta condicionada (por ejemplo,
Para, Esteves, Flykt, y Öhman, 1997). Este tipo de resultados
puede explicar la calidad aparentemente irracional de la
fobia social, ya que dicha reacción emocional puede activarse
sin que la persona perciba ningún tipo de amenaza.
FACTORES
GENÉTICOS
Y
TEMPERAMENTALES.
Igual que ocurre con las fobias sociales, no todas las personas que han sufrido o han asistido a una humillación traumática en público desarrollan fobias sociales. Los resultados
de un amplio estudio con gemelos sugieren que existe una
modesta contribución genética a la fobia social; se estima
que la proporción de varianza debida a los factores genéticos
se sitúa alrededor del treinta por ciento (Kendler et al.,
1992b). Tales resultados son coherentes con los obtenidos en
estudios familiares (Fyer et al., 1993, 1995). Sin embargo,
son necesarias más investigaciones que nos permitan comprender cómo una vulnerabilidad con base parcialmente
genética puede aumentar el riesgo de sufrir una fobia social
(Mathew, Coplan, y Gorman, 2001).
La variable temperamental de mayor trascendencia es
la inhibición conductual. Los niños que se alteran con facilidad cuando se encuentran ante estímulos desconocidos
tienen un mayor riesgo de mostrarse timoratos durante su
niñez, y durante la adolescencia, muestran un mayor riesgo
de desarrollar fobia social (Hayward et al., 1998; Kagan,
1997). Por ejemplo, los niños clasificados como inhibidos
entre los veintiuno y los treintaiún meses de edad, tienen
tasas más elevadas de ansiedad social a los trece años, que
los niños que habían sido clasificados como menos inhibidos (Schwartz et al., 1999). Otro estudio longitudinal
encontró que los niños con una elevada inhibición (definida por su cautela ante los extraños) entre los ocho y los
doce años de edad, tenían mayor tendencia a tener una vida
social menos positiva y menos activa durante su edad
adulta y que, además, los hombres también tenían mayor
tendencia al estrés emocional (Gest, 1997).
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
PERCEPCIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS COMO
INCONTROLABLES E IMPREDECIBLES. La exposi-
ción a acontecimientos estresantes de carácter incontrolable e impredecible (como cuando Pablo encontró a su
prometida en la cama con su mejor amigo), puede desempeñar un papel muy importante en el desarrollo de la fobia
social (Barlow, 2002; Mathew et al., 2001; Mineka y Zinbarg, 1995). La sensación de incontrolabilidad e impredecibilidad puede dar lugar a una conducta sumisa y no
asertiva, como la que caracteriza a las personas con ansiedad o fobia social. Esto puede ser especialmente seguro
cuando la percepción de incontrolabilidad procede de un
descalabro social, como ocurre con los animales que son
derrotados cuando se enfrentan al líder de la manada
(Mineka y Zinbarg, 1995). En efecto, se ha encontrado que
las personas con fobia social tienen una sensación de inferioridad respecto a su capacidad de controlar las circunstancias de su vida; tienden a creer que los acontecimientos
están controlados por «los poderosos» (Leung y Heimberg,
1996). Esta reducida sensación de control personal puede
haberse desarrollado, al menos en parte, debido a que se
hayan criado en una familia excesivamente sobreprotectora
(y a veces que los haya rechazado) (Lieb et al., 2000).
VARIABLES COGNITIVAS.
Durante los últimos años se
ha prestado cada vez más atención al papel que pueden
desempeñar los factores cognitivos en la aparición y el mantenimiento de la fobia social. Beck y sus colaboradores
(1985) han sugerido que las personas con fobia social tienden a esperar un rechazo por parte de los demás, lo que favorece una sensación de vulnerabilidad en presencia de esas
personas. Clark y Wells (1995; Wells y Clark, 1997) añaden
también que esos peligrosos esquemas característicos de la
ansiedad social incluyen también expectativas de que actuarán de manera inaceptable, lo que a su vez aumentará el
rechazo por parte de los demás. Dichas expectativas producen asimismo una gran preocupación respecto a sus respuestas corporales en situaciones sociales, lo que aumenta
más si cabe la convicción de que todo el mundo se percatará
de su ansiedad. Esta enorme preocupación interfiere con su
capacidad para interactuar de manera adecuada con la
gente. Así pues, se crea un círculo vicioso: la conducta relativamente torpe de las personas con fobia social puede inducir a los demás a reaccionar ante ellos de manera menos
amistosa, lo que a su vez confirma las expectativas negativas
que, en primera instancia, produjeron esa torpeza (Clark,
1997; Clark y McManus, 2002). Este modelo cognitivo de la
fobia social ha recibido cierto apoyo empírico. Por ejemplo,
las personas con gran ansiedad social orientan su atención
fundamentalmente hacia cualquier indicio interno de amenaza, como puede ser el propio ritmo cardíaco (Pineless y
Mineka, remitido para publicación). De hecho, las personas
con fobia social interpretan los acontecimientos sociales
ambiguos (por ejemplo, «estás charlando con un compa-
ñero que echa una rápida mirada por la ventana») de
manera negativa, a la vez que interpretan también acontecimientos sociales moderadamente negativos (por ejemplo,
«estás hablando con alguien... y está claro que no tiene el
menor interés en lo que estás contándole») como algo realmente catastrófico (Pineless, 2002; Stopa y Clark, 2000)
Tratamiento de la fobia social
Afortunadamente disponemos de estrategias muy eficaces
para el tratamiento de la fobia social, derivadas de la terapia
conductual y cognitivo-conductual. El tratamiento conductual fue el primero que se desarrolló, y suele basarse en una
exposición prolongada, generalmente de una manera progresiva, a la situación social que provoca el miedo. Más recientemente, y a medida que las investigaciones han puesto de
manifiesto los pensamientos distorsionados subyacentes
característicos de la fobia social, se han ido incorporando técnicas cognitivas, dando lugar así a la terapia cognitivo-conductual. El terapeuta intenta ayudar a su cliente a identificar
sus pensamientos negativos subyacentes y generalmente
inconscientes («no tengo nada interesante que decir» o «nadie
se interesa por mí»), que generalmente tienen un carácter
irracional, y que incluyen predicciones específicas sobre lo
que puede llegar a ocurrir en diversas situaciones sociales.
Tras de ayudarles a comprender que esos pensamientos
inconscientes son una distorsión de la realidad, se intenta ayudar al cliente a modificarlos mediante un reanálisis lógico.
Este proceso requiere hacerse preguntas sobre ese tipo de pensamientos: «¿Cómo puedo saber que no tengo nada que
decir?» «¿De verdad que ponerse nervioso me hace parecer
estúpido?». Este tipo de técnicas están dando buenos resultados para el tratamiento de la fobia social (Clark, 1997; Heimberg, 2002). Los investigadores todavía debaten si la adición
del componente cognitivo a los tratamientos conductuales
para la fobia social puede mejorar la eficacia del tratamiento
(por ejemplo, Hoffman y Barlow, 2002; Gould et al., 1997).
El tratamiento de Pablo
Desde la aparición de su fobia social trece años
atrás, Pablo ha estado tomando antidepresivos
tricíclicos. Esta droga le ha ayudado a detener
sus ataques de pánico, aunque continúa
temiéndolos con pavor, y por eso evita cualquier
situación social. Así pues, la medicación
ESTUDIO
ha disminuido los síntomas, pero apenas ha
DE UN
contribuido a mejorar su fobia social. También
CASO
ha recibido psicoterapia de apoyo, lo que le ha
ayudado con su depresión, pero no con su fobia
social. Cuando llegó a nuestra clínica intentando solucionar su problema de ansiedad, ya no tomaba ningún tipo de medicación ni
seguía ningún otro tratamiento. Le recomendamos catorce semanas
www.ablongman.com/butcher12e
Trastorno de pánico con y sin agorafobia
de terapia cognitivo-conductual. Al final de la misma, Pablo ya no
sufría absolutamente ningún ataque de pánico, y se sentía bastante
cómodo en la mayoría de las situaciones sociales que previamente
había evitado. También estaba recuperando a los viejos amigos que
llevaba años intentado evitar, y de hecho ¡llegó a pedir a su psicóloga que saliera con él a tomar una copa después de la última
sesión! Aunque esta petición no era apropiada desde el punto de
vista clínico, sí pone de manifiesto los enormes progresos que había
realizado nuestro cliente.
• Identifique los factores causales psicosociales
y biológicos de la fobia social, y explique de
qué manera interactúan.
El caso de Pablo, el cirujano que describimos anteriormente, constituye un ejemplo de los buenos resultados
obtenidos por la combinación del tratamiento conductual y
cognitivo.
Al contrario de lo que ocurre con las fobias específicas, a
veces las fobias sociales pueden tratarse con medicación. Para
algunas fobias sociales como por ejemplo el miedo escénico,
característico de actores y músicos, los beta-bloqueantes (utilizados para el tratamiento de la hipertensión) pueden resultar muy útiles si se emplean de manera esporádica (Blanco,
Antia, y Liebowitz, 2002; Hoffman y Barlow, 2002). Este tipo
de medicación permite controlar los síntomas derivados de
la activación del sistema periférico autónomo, como el temblor de manos y voz, aunque en realidad no constituyen un
tratamiento satisfactorio de la fobia social, que va más allá de
la mera activación del sistema nervioso autónomo. Las medicinas más efectivas y utilizadas en el tratamiento de la fobia
social son algunos tipos de antidepresivos (tales como los
inhibidores de la monoamina oxidasa y los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina, que describiremos en
los capítulos 7 y 17), aunque también algunos ansiolíticos
pueden resultar eficaces (Blanco et al., 2002; Roy-Byrne y
Cowley, 2002). Sin embargo, dado que la fobia social tiende a
tener un carácter crónico, no resulta sorprendente encontrar
elevadas tasas de recaída tras abandonar la medicación (entre
el treinta y el sesenta por ciento; Blanco et al., 2002; Hayward
y Wardle, 1997). Así pues, si se toma medicación, es necesario
hacerlo de manera continuada y durante mucho tiempo para
evitar recaídas. Por lo tanto, una ventaja notable de la terapia
conductual-cognitiva sobre las medicinas, es que produce
una mejoría mucho más duradera y con tasas de recaída muy
bajas; de hecho, los clientes suelen continuar mejorando
incluso después de finalizado el tratamiento.
Desde el punto de vista diagnóstico, el trastorno de pánico se
define y se caracteriza por la ocurrencia de ataques de pánico
«inesperados» que aparecen «como caídos del cielo». Según la
definición que ofrece el DSM-4-TR, la persona debe haber
experimentado ataques de pánico inesperados y repetidos, y
debe mostrarse muy preocupada por la posibilidad de tener
otro ataque o por sus consecuencias (por ejemplo, por «perder el control» o «volverse loco») durante al menos un mes.
Para calificar esa situación como un ataque de pánico, deben
aparecer de manera repentina al menos cuatro de los trece
síntomas siguientes: respiración entrecortada, palpitaciones,
vértigo, sudoración, despersonalización (la sensación de
separarse del propio cuerpo) y o desrealización (la sensación
de que el mundo externo es algo extraño o irreal), miedo de
morir, «de volverse loco», y o de «perder el control». Este tipo
de ataques suele aparecer de manera «inesperada», en el sentido de que no parecen estar provocados por acontecimientos
identificables de la situación inmediata. De hecho a veces
ocurren cuando menos se espera, como durante una sesión
de relajación o durante el sueño (lo que se conoce como
pánico nocturno). Sin embargo, en otros casos, los ataques de
pánico aparecen en situaciones determinadas, como por
ejemplo mientras la persona conduce su coche o se encuentra
en medio de una multitud. La fase más aguda del ataque de
pánico generalmente disminuye tras unos cuantos minutos.
Como la mayoría de los trece síntomas de un ataque de
pánico tienen un carácter somático, no resulta sorprendente
que la mayoría de las personas que los experimentan no los
identifiquen como ataques de pánico sino como, por ejemplo,
un ataque cardíaco. El noventa por ciento de esas personas
suelen acudir repetidamente a la sala de urgencias del hospital, convencidas de que tienen algún problema orgánico,
generalmente de tipo cardíaco, respiratorio o neurológico
(Hirsfeld, 1996). Lamentablemente pueden pasar muchos
años hasta que no se hace un diagnóstico adecuado, lo que
por una parte prolonga innecesariamente el sufrimiento del
paciente, y por otra parte acarrea un elevado coste sanitario.
Este desperdicio de salud tiempo, y dinero, podría evitarse si
el médico estuviera familiarizado con el problema, para poder
reconocerlo y enviar al paciente a un profesional de la salud
mental (Hirsfeld, 1996; Katon, 1994). Un diagnóstico rápido y
eficiente también tiene la ventaja de que evita los deterioros
REVISIÓN
• ¿Cuáles son los principales criterios
diagnósticos para la fobia social, y para el
subtipo de fobia social generalizada?
• Describa las principales estrategias para el
tratamiento de la fobia social.
TRASTORNO DE PÁNICO
CON Y SIN AGORAFOBIA
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
sociales y laborales derivados del trastorno de pánico, que son
muy similares a los que causa la depresión mayor (Hirsfeld,
1996), y también porque el trastorno de pánico contribuye al
desarrollo o al empeoramiento de diversos problemas orgánicos (White y Barlow, 2002). Por último, las investigaciones
más recientes sugieren que entre el treinta y el cincuenta por
ciento de las personas que experimentan un síndrome de
dolor en el pecho, pero que no tienen ninguna enfermedad
cardiaca, lo que en realidad están padeciendo es un trastorno
de pánico no diagnosticado, pero sin los síntomas de miedo
(Barlow, 2002). Así pues, las personas que se quejan de dolor
en el pecho, pero que no muestran síntomas de enfermedad
cardiaca, deberían ser examinadas para descartar la presencia
de un trastorno de pánico (Roy-Byrne y Katon, 2000).
Diferencias entre pánico y ansiedad
Las características de los ataques de pánico que permiten diferenciarlos de otros tipos de ansiedad son su brevedad y su
intensidad. Durante un ataque de pánico, los síntomas se desarrollan de manera repentina, y generalmente alcanzan su
máxima intensidad en un periodo de diez minutos; los ataques
generalmente remiten en veinte o treinta minutos, y muy raramente se prolongan durante más de una hora. Por el contrario,
los periodos de ansiedad no aparecen de manera repentina,
pero son más duraderos; además los síntomas no son tan
intensos. Algunos prestigiosos investigadores contemporáneos
consideran que el ataque de pánico implica la activación de la
respuesta luchar-o-huir del sistema nervioso simpático (por
ejemplo, Gray y Mcnaugton, 1996), que algunos teóricos han
identificado con la emoción de miedo (por ejemplo, Barlow,
1988, 2002; Barlow et al., 1996). Así pues, para Barlow, la principal característica que permite diferenciar los ataques de
pánico propios del trastorno de pánico, de las respuestas fóbicas de temor, radica simplemente en la presencia o ausencia de
una circunstancia externa e identificable que provoque el
miedo. La propuesta de que los ataques de pánico son algo diferente de la ansiedad encuentra apoyo por una parte en compli-
Ataques de pánico
de una directora artística
Mindy Markowitz es una atractiva... directora
artística de una revista, de veinticinco años de
edad, que llegó a nuestra clínica... en busca de
tratamiento para sus «ataques de pánico» que
venían
ocurriéndole cada vez con más frecuenESTUDIO
cia desde el pasado año, a veces incluso dos o
DE UN
tres al día. Los ataques comenzaban con una
CASO
oleada intensa y repentina de un «horrible
miedo» que parecía venir de ningún sitio, a
veces durante el día, y a veces despertándola por la noche. Comenzaba a temblar, sentía náuseas, sudaba profusamente, y tenía miedo
de perder el control y cometer alguna locura, como salir corriendo
a la calle dando alaridos.
Mindy recuerda haber tenido sus primeros ataques de este tipo
cuando estaba en el instituto. Salía con un chico que sus padres
desaprobaban, y tenía que comportarse furtivamente para evitar
confrontaciones..., además de sufrir una gran presión como principal diseñadora del Anuario del instituto. Recuerda que su primer
ataque de pánico le ocurrió inmediatamente después de enviar a la
imprenta el Anuario, y de que fuera aceptada como alumna en Harvard, Yale y Brown. Los ataques sólo duraban unos cuantos minutos,
y lo único que hacía ella era «sentarse y esperar a que pasaran». Su
preocupación le llevó contárselo a su madre, pero... ésta no le dio
importancia y no buscó tratamiento.
A partir de su primer ataque, Mindy ha sufrido ataques de pánico
intermitentes durante los últimos ocho años. Algunas veces desaparecen en seguida pero otras, como ahora, le ocurren varias veces al día
durante varios meses. La intensidad de los ataques es muy variable, de
manera que algunos son tan intensos que no puede ir a trabajar.
Mindy siempre ha funcionado absolutamente bien en el colegio,
en el trabajo, y en su vida social, sin contar sus ataques de pánico....
Es una persona jovial y amistosa, muy respetada por sus amigos y
compañeros.... Nunca ha permitido que los ataques de pánico
supongan una limitación para su actividad, ni siquiera durante la
época en que los ha sufrido de manera más intensa y frecuente,
aunque a veces haya tenido que quedarse en casa, exhausta por los
múltiples ataques que ha sufrido. Nunca ha asociado los ataques
con lugares específicos. Dice... que es tan probable que tenga un
ataque en su casa y en su propia cama como en el metro, por lo que
no tiene sentido evitar subir al metro. En caso de que sufra un ataque en el metro, en el supermercado, o en su propia casa, se limita
a decir «va a ser un día difícil» (Spitzer et al., 2002, pp. 201-202).
cados análisis estadísticos de informes subjetivos de personas
que han sufrido pánico y ansiedad, y por otra de una gran cantidad de evidencias neurobiológicas (por ejemplo, Bouton,
Mineka, y Barlow, 2001).
El caso de Mindy Markowitz es típico de alguien que
tiene un trastorno de pánico sin agorafobia.
Agorafobia
Siempre se había pensado que la agorafobia suponía el
temor al «ágora» —un término griego para designar lugares
públicos de reunión—. De hecho, las situaciones que más
suelen temerse y evitarse son las calles y los lugares concurridos, como centros comerciales, cines y teatros y estadios
deportivos. Hacer cola puede resultar especialmente difícil.
Las personas con agorafobia también suelen temer a los
transportes, y generalmente evitan los coches, autobuses,
aviones y trenes. ¿Cuál es el factor común que subyace a este
conjunto de miedos aparentemente tan diversos? En la
actualidad se considera que la agorafobia se desarrolla
www.ablongman.com/butcher12e
como una complicación añadida a los ataques de pánico. La
preocupación de tener un ataque de pánico provoca ansiedad, cuando el paciente se encuentra en lugares o situaciones de las que puede resultar físicamente difícil escapar, o
que pueden ser psicológicamente embarazosas, o también
en las que puede resultar difícil conseguir ayuda si algo va
mal (DSM-4-TR, 2000). Además de evitar las situaciones
externas asociados con los ataques de pánico, las personas
con agorafobia también manifiestan una gran cantidad de
evitación interoceptiva. Como tienen miedo de sus propias
sensaciones corporales, evitan aquellas actividades que provocarían activación, como puede ser el ejercicio, ver películas de terror, beber cafeína, e incluso la actividad sexual.
Durante las primeras etapas del desarrollo de la agorafobia, se suelen evitar las situaciones en que previamente hayan
ocurrido los ataques, pero poco a poco esta evitación se
extiende también a otras situaciones en las que el sujeto considera que también podría sufrir ataques. En los casos más
graves, se puede llegar incluso a no ser capaz de aventurarse
fuera de la casa, a menos que se vaya acompañado por
alguien, y aun así soportando una gran ansiedad. En los casos
más graves la agorafobia es un trastorno que incapacita hasta
tal punto, que la persona no es capaz de traspasar la puerta de
su domicilio, y a veces incluso determinadas partes de su casa.
El caso de Juan es típico de un trastorno de pánico con
agorafobia.
Juan
Juan es un hombre casado de cuarenta y cinco
años y con tres hijos. Durante los últimos quince
años ha estado sufriendo ataques de pánico.
Cuenta a su psicólogo que ha padecido entre dos
y cinco ataques al mes. La semana pasada tuvo
uno
de ellos mientras se dirigía en coche con su
ESTUDIO
familia a una tienda de informática. Recuerda
DE UN
que antes del ataque de pánico se había puesto
CASO
«nervioso» debido al escándalo que hacían sus
hijos en el asiento de atrás; el ataque había
comenzado inmediatamente después de que se hubiese girado para
decirles que «se estuvieran quietos». En cuanto volvió a poner la
mirada en la carretera, sintió vértigos. Al instante experimentó de
manera repentina otras sensaciones, como sudoración, aceleración
del ritmo cardíaco, sofocos y temblores. Con miedo de tener un accidente, aparcó en el arcén. Bajó del coche y se sentó en el asiento del
copiloto. Allí se quedó en cuclillas intentando controlar su respiración.
Aunque sólo sufría unos cuantos ataques de pánico al mes,
experimentaba a diario una gran ansiedad por la posibilidad de
tener en cualquier momento otro ataque de pánico. De hecho, ha
desarrollado una gran aprensión respecto a conducir un coche, viajar en avión, subir en ascensores, permanecer en espacios abiertos,
dar paseos solitarios, entrar en cines, Iglesias, o salir del pueblo.
Trastorno de pánico con y sin agorafobia
Recuerda que su primer ataque de pánico se produjo hace quince
años. Se había quedado dormido en el sofá de la salita hacia la una de
la mañana, al volver de tomar unas copas con sus amigos. Despertó
a las cuatro y media con dolor de estómago y palpitaciones en la
parte posterior del cuello. Su corazón también latía aceleradamente.
Saltó inmediatamente del sofá, y en ese momento sintió vértigos y
pensó que su cabeza «iba a estallar». Aunque no sabía qué le estaba
pasando, estaba seguro de que estaba a punto de morir.
También recuerda haber tenido un segundo ataque de pánico
más o menos un mes después. A partir de entonces estos ataques
empezaron a ocurrir de una manera regular. Por lo tanto, Juan
empezó a evitar aquellas situaciones en las que había sufrido
alguno de esos ataques, pero también aquellas otras en las que
quizá pudieran ocurrir alguna vez. Tras cada ataque de pánico Juan
se presentaba en la sala de urgencias del hospital, porque estaba
seguro de que se trataba de los síntomas de un ataque cardíaco
(adaptado de Brown y Barlow, 2001, pp. 19-22).
AGORAFOBIA SIN PÁNICO. Si bien la agorafobia es
una complicación habitual del trastorno de pánico, también puede aparecer en ausencia del mismo. Lo habitual es
que se vaya produciendo una extensión progresiva del
temor, de manera que cada vez van siendo más los elementos del entorno que van adquiriendo propiedades amenazantes. Los casos de agorafobia sin pánico son muy raros en
el ámbito clínico, y la mitad de las veces que los encontramos hay una historia de lo que se denomina ataques con
pocos síntomas (menos de cuatro), o de alguna otra enfermedad somática impredecible como puede ser una epilepsia o una colitis, que pueden despertar el temor a sufrir una
incapacidad física repentina (McNally, 1994; White y Barlow, 2002). Sin embargo, los casos de agorafobia sin pánico
son mucho más frecuentes en los estudios epidemiológicos
(por ejemplo, Kessler et al., 1994). Hasta la fecha desconocemos la razón. Hay quien cree que en muchos de estos
casos, si el diagnóstico se hubiera realizado de manera más
cuidadosa, habría aparecido algún tipo de fobia específica
(McNally, 1994; White y Barlow, 2002).
Prevalencia, sexo y edad
de aparición del trastorno
de pánico con y sin agorafobia
Se trata de un trastorno que afecta a muchas personas. Por
ejemplo, la Encuesta Nacional De Comorbilidad mostró que
aproximadamente el 3,5 por ciento de la población adulta
había tenido un trastorno de pánico con o sin agorafobia en
algún momento de su vida. Aproximadamente otro 5 por
ciento había sufrido agorafobia sin pánico (Kessler et al.,
1994). Ese mismo estudio encontró que la prevalencia del
trastorno de pánico (y de la fobia social) parece estar aumentando entre las nuevas generaciones (Magee et al., 1996).
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
La edad de aparición del trastorno de pánico con o sin
agorafobia suele situarse entre los quince y los veinticuatro
años, especialmente para los hombres, pero también puede
comenzar, sobre todo entre las mujeres, cuando tienen
treinta y tantos o cuarenta y tantos años (Eaton et al., 1994;
Hirshfeld, 1996); así pues la edad media de aparición puede
estimarse en veinticuatro años. A partir del momento en
que aparece, tiende a seguir un curso crónico e incapacitador, si bien la intensidad de los síntomas aumenta y disminuye a lo largo del tiempo (Keller et al., 1994; White y
Barlow, 2002). Los datos epidemiológicos ponen de manifiesto que el trastorno de pánico es el doble de frecuente
entre las mujeres que entre los hombres (Eaton et al., 1994;
White y Barlow, 2002). También la agorafobia aparece con
más frecuencia en las mujeres que en los hombres, y además
el porcentaje de mujeres aumenta a medida que lo hace la
evitación agorafóbica. Entre aquellos pacientes con una
agorafobia grave, aproximadamente el ochenta o el noventa
por ciento son mujeres (Bekker, 1996; White y Barlow, y
2002). La Tabla 6.2 recoge las diferencias sexuales en la prevalencia de los trastornos de ansiedad.
La explicación más habitual para esas diferencias
sexuales tan pronunciadas es de tipo sociocultural. En nuestra cultura, como en tantas otras, resulta más aceptable que
sean las mujeres las que experimenten pánico para evitar las
situaciones temidas, y que desarrollen una conducta pasiva
y dependiente, como puede ser la necesidad de ir acompañadas a una situación que les da miedo. Cuando es el hombre el que experimenta el pánico, probablemente tenga
tendencia a «hacerse el duro» debido a las expectativas
sociales, pero también a su enfoque vital más asertivo (Bekker, 1996). A partir de esta idea Chambless y Mason (1986)
administraron una escala para medir el papel sexual de
hombres y mujeres con agorafobia, y encontraron que
Tabla 6.2.
cuanto más baja era la puntuación en «masculinidad», tanto
para hombres como para mujeres, tanto mayor era el grado
de agorafobia. Además, algunas investigaciones señalan que
cuando los hombres sufren un trastorno de pánico tienen
tendencia a intentar resolverlo mediante el consumo de
nicotina o de alcohol, que les ayude a soportarlo, en vez de
desarrollar evitación agorafóbica (White y Barlow, 2002).
Comorbilidad con otros trastornos
Alrededor del cincuenta por ciento de las personas con trastorno de pánico con o sin agorafobia manifiestan también
otros trastornos, como la ansiedad generalizada, la fobia
social, la fobia simple, depresión, y abuso de alcohol (Magee
et al., 1996; White y Barlow, 2002). Se estima que entre el
treinta y el cincuenta por ciento de las personas con trastorno de pánico experimentarán una depresión grave en
algún momento de su vida (Gorman y Coplan, 1996).
Puede que también cumplan los criterios de un trastorno
de personalidad dependiente o de evitación (White y Barlow, 2002). El tema de los posibles riesgos de suicidio entre
las personas con trastorno de pánico resulta controvertido.
Sin embargo, algunos investigadores han llegado a la conclusión de que no existen evidencias de que el trastorno de
pánico, por sí mismo, pueda incrementar el riesgo de suicidio, si bien puede hacerlo de manera indirecta, al aumentar
la probabilidad de depresión y de abuso de sustancias,
ambos factores de riesgo para el suicidio (Horning y
McNally, 1995; White y Barlow, 2002).
El momento del primer ataque de pánico
Si bien los ataques de pánico parecen «caer del cielo», su primera aparición suele ocurrir tras un fuerte estrés (Lelliot et al.,
1989), como la pérdida de un ser amado, el término de una
Diferencias sexuales en los trastornos de ansiedad: estimación
de la prevalencia a lo largo de la vida
Prevalencia
en hombres (%)
prevalencia
en mujeres (%)
6,7
15,7
2,34
11,1
15,5
1,4
Trastorno de pánico
2,0
5,0
2,5
Trastorno generalizado de ansiedad
3,6
6,6
1,8
Trastorno obsesivo-compulsivo
2,0
2,9
1,45
Trastorno de estrés post traumático
5,0
10,4
2,08
Trastorno
Fobias específicas
Fobia social
Tasa
Fuentes: Barlow, 2002; Eaton et al., 1994; Karno et al., 1988; Kessler et al., 1994, 1995; Magee et al., 1996.
Nota: dado que estos datos proceden de estudios diferentes y puede que no sean estrictamente comparables, deben considerarse como aproximaciones a
las diferencias sexuales.
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relación importante, la pérdida de un trabajo, o un asalto criminal (véase Falsetti et al., 1995; Barlow, 2002, para una revisión). De hecho, aproximadamente el ochenta o noventa por
ciento de los clientes señalan que su primer ataque de pánico
ocurrió después de algún acontecimiento negativo de su vida.
Sin embargo, no todas las personas que sufren un ataque de pánico después de un acontecimiento estresante,
desarrollan un trastorno de pánico. De hecho, muchas personas tienen ataques de pánico ocasionales, sin llegar a
desarrollar el trastorno de pánico o la agorafobia. En efecto,
se estima que entre el siete y el treinta por ciento de los
adultos han experimentado al menos un ataque de pánico
en su vida, pero que la mayoría no han llegado a desarrollar
un trastorno de pánico. También es habitual que sufran ataques de pánico las personas que padecen trastornos de
ansiedad y/o depresión mayor (Barlow, 2002; Brown,
1996). Dado que los ataques de pánico ocurren con mucha
más frecuencia que los trastornos de pánico esto plantea
una cuestión importante: ¿qué es lo que hace que sólo una
parte de las personas que sufren ataques de pánico, desarrollen un trastorno de pánico completo? Se trata de una pregunta que han querido resolver las principales teorías que
intentan explicar las causas del trastorno de pánico.
Factores causales biológicos
FACTORES GENÉTICOS. Los estudios familiares y de
gemelos han puesto de manifiesto que el trastorno de
pánico tiene un moderado componente hereditario (por
ejemplo, Mackinnon y Foley, 1996; Kendler et al., 1992b,
1993a, 2001). Kendler y sus colaboradores (2001), en un
amplio estudio con gemelos, estimaron que entre el treinta
y tres y el cuarenta y tres por ciento de la varianza responsable del trastorno de pánico, se debía a factores genéticos.
Algunos estudios han sugerido que esta heredabilidad sólo
es específica del trastorno de pánico (y no de todos los trastornos de ansiedad; por ejemplo, véase Barlow, 2002, para
una revisión), si bien otro estudio con gemelos sugiere la
existencia de cierto solapamiento entre los factores genéticos de vulnerabilidad para el trastorno de pánico y las
fobias (Kendler et al., 1995).
ANOMALÍAS BIOQUÍMICAS. Hace algunas décadas,
Klein (1981) y otros autores (Sheedan, y 1982, 1983) propusieron que los ataques de pánico constituyen reacciones de
alarma producidas por una disfunción bioquímica. Esta
hipótesis parecía estar apoyada por numerosos estudios realizados a lo largo de treinta años, que mostraban que las personas con pánico tienen más tendencia a experimentar los
ataques cuando se exponen a ciertos procesos biológicos
nocivos, de lo que lo están las personas normales, o aquellas
que tienen otros trastornos psiquiátricos. Estos procesos biológicos nocivos (que abarcan desde el consumo de drogas
hasta respirar en una atmósfera saturada de dióxido de car-
Trastorno de pánico con y sin agorafobia
bono), suponen una tensión añadida para ciertos sistemas
neurobiológicos, lo que a su vez genera intensos síntomas
físicos (aumento del ritmo cardíaco, de la respiración y de la
presión sanguínea) que, para las personas que tienen un trastorno de pánico, suelen culminar en un ataque de pánico. Por
ejemplo, las infusiones de lactosa de sodio, una sustancia
similar a la lactosa producida por nuestro cuerpo durante el
ejercicio físico (por ejemplo, Gorman et al., 1989), o la ingestión de cafeína (por ejemplo, Uhde, 1990) producen con más
frecuencia ataques de pánico en personas con trastorno de
pánico, que en sujetos normales (véase Barlow, 2002, para
una revisión). Sin embargo, existe un amplio abanico de lo
que se denomina agentes provocadores de pánico, alguno de
los cuales están asociados con procesos neurobiológicos muy
diferentes e incluso mutuamente excluyentes. Así pues, posiblemente estén implicados diversos mecanismos neurobiológicos (Barlow, 2002). Esta observación llevó a los teóricos
de orientación biológica a especular que quizá existiesen
múltiples y heterogéneas causas biológicas para el pánico
(Krystal, Deutsch, y Charney, 1996). Por su parte, otros consideran que deben existir explicaciones biológicas y psicológicas más sencillas para este tipo de resultados.
Hasta el momento se han identificado dos sistemas de
neurotransmisores implicados en los ataques de pánico
––el sistema noradrenérgico y el sistema serotoninérgico—. La actividad noradrenérgica en ciertas zonas del
cerebro puede estimular síntomas cardiovasculares asociados con el pánico (Gorman et al., 2000). El aumento de la
actividad serotoninérgica también disminuye la actividad
noradrenérgico. Esto encaja con una serie de resultados
que demuestran que las medicinas más utilizadas en la
actualidad para tratar el trastorno de pánico (los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina), incrementan la actividad serotonérgica del cerebro a la vez que
disminuyen la actividad noradrenérgica. Al disminuir la
actividad noradrenérgica, estas drogas alivian muchos de
los síntomas cardiovasculares asociados al pánico, que suelen estar estimulados por la actividad noradrenérgica
(Gorman et al., 2000).
EL PÁNICO Y EL CEREBRO. Una de las primeras y más
importantes teorías relativas a la neurobiología de los ataques de pánico los relaciona con el locus coeruleus del tronco
del encéfalo (véase la Figura 6.1) y con un neurotransmisor
específico —la norepinefrina— principal responsable de la
actividad cerebral de esta zona. Por ejemplo, Redmond
(1985) demostró que la estimulación eléctrica del locus coeruleus de los monos producía una serie de respuestas que se
parecían por completo a un ataque de pánico; y lo que es
más, la destrucción de esta zona hacía que los monos fueran
incapaces de experimentar miedo, incluso ante un peligro
real. Estas investigaciones llevaron a pensar que quizá la
principal responsable de los ataques de pánico fuera una
actividad anormal de la norepinefrina en el locus coeruleus
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Figura 6.1
UNA TEORÍA BIOLÓGICA DEL PÁNICO, LA ANSIEDAD Y LA AGORAFOBIA
Se ha propuesto una teoría según la cual los ataques de pánico proceden de una actividad anómala de la amígdala,
un conjunto de núcleos situados delante del hipocampo en el sistema límbico. La ansiedad que manifiestan las personas
ante el temor de sufrir otro ataque de pánico podría proceder de la actividad del hipocampo, una estructura del sistema
límbico implicada en el aprendizaje de las respuestas emocionales. La evitación fóbica, también una respuesta aprendida,
podría así depender de la actividad del hipocampo (Gorman et al., 2000).
(por ejemplo, Goddard et al., 1996). Sin embargo, no todos
los ataques de pánico se caracterizan por la activación autonómica y neuroendocrina que sería de esperar si el locus
coeruleus desempeñase un papel tan importante en todos
los ataques de pánico. Otras teorías más recientes proponen
que la activación de esta zona del cerebro podría constituir
un efecto indirecto del aumento de la actividad de la amígdala, que en la actualidad se sabe que juega un papel fundamental en los ataques de pánico. La amígdala es un conjunto
de núcleos que están delante del hipocampo, en el sistema
límbico, que es el principal responsable de la emoción de
miedo. La estimulación del núcleo central de la amígdala
estimula a su vez el locus coeruleus, así como otras respuestas autonómicas, neuroendocrinas y conductuales que se
producen durante los ataques de pánico (por ejemplo,
LeDoux, y 1996; Gorman et al., 2000).
Recientemente, algunas investigaciones han sugerido
que la amígdala es la principal zona responsable de lo que se
ha denominado una «red del miedo», conectada no sólo
con las zonas inferiores del cerebro como el locus coeruleus,
sino también con zonas superiores, como la corteza prefrontal (Gorman et al., 2000). Según esta perspectiva,
cuando la corteza prefrontal procesa alguna información de
carácter amenazador (ya sea real o imaginada), envía mensajes a la amígdala, que a su vez activa la red del miedo y
todas las respuestas autonómicas, conductuales y neuroendocrinas asociadas, que son las que están moderadas por las
zonas inferiores del cerebro, como puede ser el locus coeruleus. De esta manera, los ataques de pánico se producen
cuando se activa la red del miedo, ya sea debido a estímulos
procedentes de la corteza, o de las zonas inferiores del cerebro. Desde este punto de vista, el trastorno de pánico probablemente se desarrolle en aquellas personas con una red
del miedo especialmente sensible, que se activa con demasiada rapidez como para resultar adaptativa. Estas redes
especialmente sensibles podrían ser también parcialmente
hereditarias, aunque probablemente dependan mucho más
de experiencias vitales repetidas de carácter estresante,
sobre todo cuando ocurren en etapas iniciales del desarrollo (por ejemplo, Gorman et al., 2000; Ladd et al., 2000).
Algunas medicinas, como los inhibidores selectivos de la
reabsorción de la serotonina, que aumentan la actividad
serotonérgica del cerebro, podrían inhibir tanto la actividad
noradrenérgica implicada en el pánico, como los estímulos
excitadores procedentes de la corteza.
Pero los ataques de pánico sólo son uno de los componentes del trastorno de pánico. Las personas que tienen un
trastorno de pánico experimentan una gran ansiedad ante
la previsión de otro posible ataque, y quienes tienen agorafobia también ponen de manifiesto conductas fóbicas de
evitación (por ejemplo, Gorman et al., 1989, 2000). Probablemente estos aspectos del trastorno de pánico impliquen
diferentes zonas del cerebro. Como se ha dicho, los ataques
de pánico en sí mismos proceden de la actividad de la amíg-
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dala, ya sea activada por impulsos procedentes de la corteza
(por ejemplo, al considerar un estímulo como muy amenazante), ya por la actividad que proviene de zonas inferiores
del cerebro como el locus coeruleus. Las personas que han
sufrido más de un ataque de pánico, y que en consecuencia
comienzan a desarrollar una ansiedad condicionada respecto a la posibilidad de sufrir otros, estarían bajo la activación del hipocampo, una parte del sistema límbico bajo la
corteza cerebral, que está implicado en el aprendizaje de las
respuestas emocionales (por ejemplo, Charney, Grillon, y
Bremner, y 1998; Gray y McNaughton, 1996), y responsable
de la ansiedad condicionada y probablemente también de
la evitación aprendida típica de la agorafobia (Gorman et
al., 2000). Por último, los síntomas cognitivos que acompañan a los ataques de pánico (miedo a morir o a perder el
control), y las reacciones excesivas ante el imaginario peligro derivado de las sensaciones corporales, probablemente
estén regulados por centros superiores del cerebro (véase
Gorman et al., 2000).
Factores causales conductuales
y cognitivos
EL MODELO DE MIEDO AL MIEDO.
Una primera
hipótesis sobre el origen de la agorafobia fue la del «miedo
al miedo», según la cual a través de un proceso de condicionamiento interoceptivo, las sensaciones corporales internas
de ansiedad o de activación se convierten en estímulos condicionados (EC), que se asocian con niveles elevados de
ansiedad o activación (Goldstein y Chambless, y 1978). Por
ejemplo, las palpitaciones cardíacas que aparecen al principio del ataque de pánico pueden convertirse en indicadores
o predictores del ataque de pánico completo, lo que a su vez
hace que por sí mismas puedan llegar a provocarlo más
adelante.
TEORÍA GLOBAL DEL APRENDIZAJE DEL TRASTORNO DE PÁNICO. Desde 1978 se han realizado gran-
des avances en la comprensión de la relación entre la
agorafobia y el trastorno de pánico, así como de las diferencias que existen entre la ansiedad y el pánico, como estados
emocionales diferentes. A partir de esos avances, y del estudio del condicionamiento clásico, los investigadores han
propuesto muy recientemente una nueva teoría global del
aprendizaje del pánico (Bouton, Mineka, y Barlow, 2001).
Según esta teoría, los primeros ataques de pánico se asocian
con indicadores internos y externos inicialmente neutrales,
mediante un proceso de condicionamiento. El principal
efecto de este condicionamiento es que la ansiedad se asocia
con esos estímulos condicionados, pero hay también otro
efecto, y es que el propio ataque de pánico tiende a asociarse
con determinados indicios internos. Este condicionamiento de la ansiedad y el pánico con indicadores internos
o externos pone en escena todos los componentes necesa-
Trastorno de pánico con y sin agorafobia
rios para el desarrollo del trastorno de pánico: ataques de
pánico, ansiedad de anticipación y temores agorafóbicos.
Más específicamente, cuando las personas experimentan
sus primeros ataques de pánico (que hay que recordar que
son experiencias emocionales terribles, repletas de fuertes
estimulaciones internas), puede establecerse un condicionamiento con una multitud de diferentes indicios, que
abarcan desde las palpitaciones del corazón hasta los vértigos en un centro comercial. Como la ansiedad queda condicionada ante esos estímulos, probablemente se desarrolle
una aprehensión ansiosa respecto a la posibilidad de sufrir
otro ataque, sobre todo en determinados contextos, lo que
explica la evitación agorafóbica de dichas situaciones.
Sin embargo, otro efecto es que los propios ataques de
pánico también tienden a condicionarse con determinados
indicios internos, lo que explica que determinadas sensaciones corporales internas, que se experimentan de manera
inconsciente, puedan producir ataques súbitos de pánico.
Por ejemplo, un hombre joven con un trastorno de pánico y
que tiene un especial temor a que su corazón se desboque,
puede experimentar un inesperado ataque de pánico al
enterarse de que su candidato favorito para presidente ha
ganado las elecciones. De esta manera, el ataque de pánico se
produce en una situación de felicidad y excitación. Sin
embargo, desde la perspectiva de esta teoría, en realidad el
ataque no se produjo por sorpresa. Dado que el hombre
estaba excitado, su corazón latía rápidamente, lo que probablemente actuó como un estímulo condicionado interno,
que fue el que puso en marcha el ataque de pánico. Esta teoría también subraya la razón de que no todo el mundo que
experimenta un ataque de pánico ocasional llegue a desarrollar el trastorno de pánico. Por el contrario, serán aquellas
personas con una vulnerabilidad genética, temperamental, o
cognitiva, las que muestren un condicionamiento más
fuerte de la ansiedad y el pánico (Bouton et al., 2001). Esa
vulnerabilidad cognitiva puede incluir el aprendizaje de
experiencias previas al primer ataque, como por ejemplo la
observación de las conductas enfermizas de pánico de los
padres (por ejemplo, Ehlers, 1993).
LA TEORÍA COGNITIVA DEL PÁNICO.
Beck y Emery
(1985) y Clark (1986, 1988, 1997) también han propuesto
un modelo cognitivo del pánico, según el cual estos pacientes son hipersensibles ante sus sensaciones corporales, y
además tienden a darles la peor interpretación posible.
Clark se refiere a esto como una tendencia a extraer un significado catastrófico de las sensaciones corporales. Por
ejemplo, un paciente con pánico podría observar que su
corazón late muy veloz, y llega a la conclusión de que está
sufriendo un ataque cardiaco. Este pensamiento tan aterrador provoca a su vez síntomas físicos de ansiedad, que por
su parte alimentan también los pensamientos catastróficos,
originando un círculo vicioso que termina en un ataque de
pánico. O, si alguien siente vértigo y lo interpreta temiendo
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
desmayarse, o como indicio de que tiene un tumor cerebral,
esto le provocaría también un ataque de pánico a través del
mismo círculo vicioso (véase la Figura 6.2). Por otra parte
no es necesario que la persona sea consciente de que está
haciendo esas interpretaciones catastróficas; por el contrario, tales pensamientos suelen situarse precisamente fuera
de la conciencia (Rapee, 1996). Los «pensamientos automáticos», como los denomina Beck, son auténticos disparadores del pánico. Aunque todavía no está claro cómo se
desarrolla esa tendencia a imaginar catástrofes, el modelo
cognitivo propone que solamente quienes tengan esa tendencia desarrollarán el trastorno de pánico (Clark, 1997).
Diversas líneas de evidencia coinciden con este
modelo. Por ejemplo, las personas con este trastorno tienen
mayor tendencia a interpretar sus sensaciones corporales de
manera catastrófica (por ejemplo, Hibbert, 1984; véase
Clark, 1997, para una revisión). El modelo también predice
que modificar los pensamientos del cliente respecto a sus
síntomas corporales debería reducir o impedir los ataques
de pánico. El propio hecho de que la terapia cognitiva funcione parece confirmar esta predicción (D. M. Clark et al.,
1994, 1999; y véase más adelante). Además, se ha encontrado que una breve explicación de lo que ocurrirá en un
experimento donde se provocará el pánico puede llegar a
impedir su aparición (Clark, 1997). Algunos clientes con
trastorno de pánico recibían una explicación breve pero
detallada de los síntomas físicos que experimentarían tras
El círculo de pánico
Estímulo desencadenante
(interno o externo)
Amezada
percibida
tomar una infusión de lactosa sódica, y de las razones por
las que no debían preocuparse por esos síntomas, mientras
que otros sólo recibían un comentario de pasada sobre la
cuestión. Aquellos que habían recibido una explicación
detallada informaron de menos síntomas de ataque de
pánico en respuesta a la lactosa (treinta por ciento), que el
grupo de control (noventa por ciento).
EXPLICACIONES PSICOLÓGICAS DE LOS RESULTADOS PROCEDENTES DE LOS ESTUDIOS DE INDUCCIÓN DEL PÁNICO. Más arriba hemos señalado la
existencia de una explicación psicológica más sencilla, que
permite comprender la variedad de factores que provocan
pánico. Dado que dichos factores producen activación, imitan los indicadores fisiológicos que normalmente preceden a
un ataque de pánico, o que pueden tomarse como señal de
alguna otra catástrofe inminente (Barlow, 2002; Bouton et al.,
2001; Margraf, Ehlers, y Roth, 1986a, 1986b). Las personas
con trastorno de pánico parten de un mayor nivel de activación que las demás, y además están familiarizadas con esas
señales iniciales de alarma. Así pues, de acuerdo con la teoría
cognitiva, frecuentemente malinterpretan sus síntomas como
si éstos señalaran el inicio de un ataque de pánico o de un ataque cardíaco, lo que a su vez induce el círculo vicioso del
pánico que hemos descrito anteriormente; esto no ocurre en
los sujetos del control que no manifiesta esa misma tendencia
a hacer interpretaciones catastróficas. Por otra parte, según la
teoría del aprendizaje del pánico, sólo quienes tienen un trastorno de pánico deberían interpretar los estímulos condicionados internos como señales desencadenantes de ansiedad y
de pánico, debido a su asociación previa con el pánico.
La diferencia esencial entre el modelo cognitivo y el
modelo de la teoría del aprendizaje respecto a la explicación
de estos resultados radica en la gran importancia que
otorga el modelo cognitivo al significado que asignan las
personas a sus sensaciones corporales; éstas experimentan
Figura 6.2
Interpretación
de sensaciones
de manera
catastrofista
Aprensión o preocupación
(p.e., sentirse a punto de
tener un ataque de pánico
o ante una situación
de tensión extrema
Sensaciones
corporales
Estímulo desencadenante
(interno o externo)
(p.e., ejercicio físico, excitación, irritación,
actividad sexual. Cafeína, drogas psicoactivas)
EL CÍRCULO DEL PÁNICO
Cualquier tipo de amenaza que se perciba puede provocar
aprensión o preocupación, lo que su vez se acompaña de
diversas sensaciones corporales. Según el modelo cognitivo
del pánico, si una persona interpreta esas sensaciones de una
manera catastrofista, sólo conseguirá aumentar su
percepción de la amenaza y por ende su aprensión y
preocupación, así como los síntomas físicos, que a su vez son
los que alimentan los pensamientos catastrofistas. Este
círculo vicioso puede llegar a culminar en un ataque de
pánico. Las sensaciones físicas iniciales no tienen por qué
proceder de la percepción de una amenaza (como se muestra
en la parte superior del círculo), sino que pueden provenir
también de otras fuentes (ejercicio físico, irritación, drogas
psicoactivas, etc., como se muestra en la parte inferior del
círculo) (adaptado de Clark, 1986, 1997).
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el pánico únicamente cuando realizan interpretaciones
catastrofistas de ciertas sensaciones corporales. Esos pensamientos catastrofistas no son necesarios para el modelo del
condicionamiento interoceptivo, debido a que la ansiedad y
los ataques de pánico pueden desencadenarse mediante
indicadores inconscientes (ya sean internos o externos)
(Bouton et al., 2001). De esta manera, el modelo de la teoría del aprendizaje es más apropiado para explicar los ataques de pánico que se producen sin que exista ningún
pensamiento automático negativo (catastrofista), y también para explicar la aparición de los ataques nocturnos de
pánico que ocurren durante el sueño; ambos tipos de ataque resultan difíciles de explicar para el modelo cognitivo.
PERCEPCIÓN DE CONTROL Y SENSIBILIDAD ANTE LA
ANSIEDAD. Otras explicaciones cognitivas y conductua-
les del pánico y de la agorafobia se han centrado en diversos
factores que generalmente pueden también ser explicados
por la perspectiva cognitiva o por la del condicionamiento.
Por ejemplo, algunos estudios han mostrado que el mero
hecho de tener una sensación de control sobre la cantidad de
dióxido de carbono que se inhala (un procedimiento experimental para inducir el pánico) reduce la ansiedad, e incluso
detiene el episodio de pánico (por ejemplo, Sanderson,
Rapee, y Barlow, 1989; Zvolensky et al., 1998, 1999). Además,
el hecho de que la persona que está a punto de sufrir un ataque provocado de pánico en el laboratorio tenga al lado a una
persona de confianza, reduce el malestar y disminuye la activación fisiológica, así como la probabilidad de sufrir pánico,
en comparación con las personas que llegaron al laboratorio
solas (sin esa persona de confianza; Carter et al., 1995).
Además, algunos investigadores han mostrado que las
personas que tienen elevados niveles de sensibilidad a la
ansiedad (una fuerte convicción de que ciertos síntomas
corporales pueden tener consecuencias dañinas), tienen
más tendencia a desarrollar ataques de pánico y quizás
incluso un trastorno de pánico (Cox, 1996; McNally, 2002;
Reiss y MacNally, 1985). Alguien que tenga una elevada
sensibilidad a la ansiedad quizá se plantee afirmaciones
como las siguientes: «cuando noto que mi corazón late
muy deprisa, me preocupa que pueda estar teniendo un
ataque cardíaco». Ciertos estudios prospectivos han
demostrado que las personas con una elevada sensibilidad
de ansiedad son incluso más proclives a desarrollar ataques de pánico e incluso un trastorno de pánico. Por ejemplo, Schmidt, Lerew, y Jackson (1997) hicieron un
seguimiento de 1 400 adultos que estaban recibiendo instrucción militar básica durante cinco semanas. El diseño
del estudio era excelente para poder examinar el modelo
predisposición-estrés en relación con la aparición de ataques de pánico, debido a que fue posible hacer un seguimiento de personas que tenían diferentes niveles de
predisposición, durante un periodo de tiempo durante el
que iban a experimentar elevados niveles de estrés de tipo
Trastorno de pánico con y sin agorafobia
impredecible e incontrolable, que es precisamente la situación en que suelen aparecer los ataques de pánico (por
ejemplo, Barlow, 2002). Schmidt y sus colaboradores
encontraron que los niveles más altos de sensibilidad
ansiosa predecían el desarrollo de ataques de pánico
espontáneos durante este periodo de fuerte estrés. Por
ejemplo, para aquellos que puntuaron en el diez por ciento
superior de una escala que medía la sensibilidad ansiosa, el
veinte por ciento experimentó al menos un ataque de
pánico durante las cinco semanas de instrucción; sólo el
seis por ciento del resto de los participantes en el estudio
tuvieron un ataque de pánico durante esas cinco semanas.
Otros estudios sobre el mismo tema han obtenido resultados muy similares, lo que destaca la fiabilidad de esa variable como predictora de los taques de pánico (por ejemplo,
Hayward et al., 2000; Schmidt et al., 1999).
CONDUCTAS DE SEGURIDAD Y LA PERSISTENCIA
DEL PÁNICO. ¿Cómo es posible que los ataques de
pánico puedan ser tan persistentes, a pesar del hecho de que
las predicciones negativas prácticamente nunca se confirman? Por ejemplo, es posible que algunos pacientes con
pánico puedan haber tenido tres o cuatro ataques por
semana durante veinte años; y en cada una de esas ocasiones creyeron que están sufriendo un ataque cardíaco que al
final no se produjo. Después de sufrir algunos cientos e
incluso miles de ataques de pánico, sin que sobrevenga el
fatal desenlace, lo lógico sería pensar, desde una perspectiva
cognitiva, por ejemplo, que los pensamientos catastrofistas
deberían haberse desechado de una vez por todas. Sin
embargo, investigaciones recientes sugieren que esto no
sucede debido a que los pacientes suelen realizar «conductas de seguridad» (como por ejemplo respirar lentamente)
durante el ataque de pánico; por lo tanto, tienden a atribuir
a esa conducta el haberse librado por esa vez del ataque al
corazón. De manera similar, las personas que piensan que
se van a desmayar, lo evitan apoyándose en algún objeto
(Clark, 1997; Salkovskis et al., 1996). La investigación
sugiere pues la importancia de identificar ese tipo de conductas, de tal manera que los clientes puedan manipularlas
para comprobar que aunque no las realicen, tampoco
entonces se produce la temida catástrofe.
SESGOS COGNITIVOS Y MANTENIMIENTO DEL
PÁNICO. Por último, son muchos los estudios que han
destacado el hecho de que las personas que tienen un trastorno de pánico muestran sesgos respecto a la manera en
que procesan la información amenazante. Estas personas
no sólo interpretan las sensaciones corporales ambiguas
como algo amenazante (Clark, 1997), sino que también
interpretan otras situaciones ambiguas de manera más
amenazadora de lo que lo hace un grupo de control. Las
personas con trastorno de pánico también parecen tener
puesta su atención de manera automática en toda
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
información de carácter amenazador que encuentran a su
alrededor, como pueden ser palabras relativas a sus temores, tales como palpitaciones, desmayos o entumecimiento
(para una revisión véase Mineka et al., 2003). Todavía no
está claro si esos sesgos en el procesamiento de la información ya estaban presentes antes de la aparición del trastorno, y podrían haber jugado entonces algún papel
importante en su desarrollo; lo que sí es evidente es que
dichas tendencias contribuyen a mantener el trastorno una
vez que éste se ha presentado. En efecto, estar siempre
atento de manera automática a cualquier indicio amenazante del entorno, probablemente sólo sirve para favorecer
la aparición de más ataques de pánico.
El resumen, durante los veinticinco años transcurridos
desde que se identificó como un trastorno específico, las
investigaciones realizadas sobre los factores biológicos
y psicológicos implicados en el trastorno de pánico han
proporcionado importantes pistas sobre el mismo. Parece
poco probable que una única perspectiva teórica pueda llegar a proporcionar una explicación completa del trastorno,
por lo que esperamos con avidez otras tentativas de integrar
resultados procedentes de diversas perspectivas.
El tratamiento del trastorno de pánico
y la agorafobia
MEDICINAS. Muchos clientes con trastorno de pánico
(con o sin agorafobia) son tratados con drogas pertenecientes a la categoría de las benzodiazepinas, como por ejemplo
el alprozolam (Xanat) o el clonazepam. Este tipo de tranquilizantes suaves (ansiolíticos) suele reducir sus síntomas,
y les permiten funcionar de manera más eficaz. Una de las
principales ventajas de estas drogas es que actúan con
mucha rapidez (en un intervalo que oscila entre media hora
y una hora), y por lo tanto resultan muy útiles en situaciones agudas de pánico o ansiedad intensos. Sin embargo, las
drogas ansiolíticas también pueden tener efectos colaterales
indeseables, como por ejemplo el adormecimiento y las
sedación, que a su vez provocan un deterioro de la conducta
cognitiva y motriz. Y lo que es más, son potencialmente
muy adictivas, de manera que su uso prolongado provoca
una dependencia fisiológica, que se manifiesta en síntomas
de decaimiento cuando se suspende la medicación (por
ejemplo, nerviosismo, alteraciones del sueño y vértigos).
Estos problemas colaterales suelen provocar una recaída en
un elevado porcentaje de casos (Ballenger, 1996).
Otro tipo de medicación que resulta muy útil en el tratamiento del trastorno de pánico y de la agorafobia, son los
antidepresivos (sobre todo los tricíclicos y los inhibidores
selectivos de la reabsorción de la serotonina). Este tipo de
drogas tiene ventajas y desventajas en comparación con los
ansiolíticos. Una de las principales ventajas es que no son
adictivas. Sin embargo, sus efectos benéficos no aparecen
hasta pasadas varias semanas, por lo que no resultan
tan útiles como los ansiolíticos en situaciones de emergencia. Por otra parte, algunos efectos secundarios problemáticos (como la sequedad de la boca, el estreñimiento y la
visión borrosa con los tricíclicos y la disminución de la actividad sexual con los inhibidores de la serotonina) explican
que muchos de los pacientes no quieran continuar
tomando esas medicinas (White y Barlow, 2002; Wolfe y
Maser, 1994). De hecho, la tasa de recaída tras la eliminación de la droga es muy elevada (aunque no tanto como con
las benzodiacepinas).
En la actualidad, los inhibidores de la absorción de los
serotonina se prescriben más que los tricíclicos debido a
que se toleran mejor. Sin embargo, algunos estudios que
han comparado los tres tipos de droga, han encontrado
que todas ellas tienen una eficacia similar. Por lo tanto, la
decisión sobre cuál prescribir debería basarse en lo bien que
se tolere, y que tenga menos consecuencias indeseables para
una persona en particular.
TRATAMIENTOS CONDUCTUALES Y COGNITIVOSCONDUCTUALES. El tratamiento original conductual
para la agorafobia, que empezó a aplicarse a principios de
los años 70, se basaba en la exposición prolongada a las
situaciones temidas, generalmente con la ayuda del terapeuta o de algún familiar. Igual que ocurre en el tratamiento de las fobias, la idea básica es conseguir que los
clientes se enfrenten progresivamente con la situación atemorizante, y aprendan que no hay nada que temer. Este
tipo de tratamientos han demostrado una gran eficacia, eliminando de manera significativa los síntomas de agorafobia en el setenta por ciento de los clientes, mejoría que se
mantiene al menos tras cuatro años de seguimiento. Sin
embargo, esto significa también que el treinta por ciento de
los pacientes no experimentan una mejoría significativa
(McNally, 1994; White y Barlow, 2002).
Una de las limitaciones de este tratamiento es que no
está orientado de manera específica a los ataques de pánico.
Por ello, a mediados de los 80 se desarrollaron dos técnicas
dirigidas al tratamiento específico de los ataques de pánico
y de agorafobia. Una de esas técnicas es una variante del tratamiento de exposición, que se conoce como exposición
interoceptiva. Como ya se ha señalado, las personas con
trastorno de pánico tienen un enorme temor procedente de
sus sensaciones corporales, de manera que sus ataques de
pánico son probablemente respuestas condicionadas a estímulos condicionados interoceptivos. La idea básica es que
ese temor relativo a las sensaciones internas debería tratarse
de la misma manera como que se aborda el miedo a las
situaciones agorafóbicas externas —esto es, mediante una
exposición prolongada a las sensaciones internas, que permita extinguir el miedo—. Así pues, se pide a los pacientes
con trastorno de pánico que realicen diversos ejercicios
(como hiperventilación, correr sin moverse del sitio, mantener la respiración, ingerir cafeína, etc.) que les producirán
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Trastorno de pánico con y sin agorafobia
AVA N C E S
en la práctica
Terapia cognitivo-conductual para
el trastorno de pánico
.
Los modelos cognitivos y del aprendizaje para el trastorno
de pánico han contribuido a la formulación de nuevos
tratamientos, que han demostrado ser muy efectivos en
docenas de estudios realizados en diversos países (véase
Ruhmland y Margraf, 2001; White y Barlow, 2002). Pese
a la existencia de pequeñas variaciones, cada uno de esos
tratamientos es un tipo de terapia conductual o cognitivoconductual. Una versión ampliamente utilizada del
«tratamiento para el control del pánico» desarrollada por
Barlow y sus colaboradores, combinó diferentes técnicas
cognitivas y conductuales, en un programa que suele durar
entre doce y quince sesiones (Barlow y Craske, 2000;
Craske, Barlow y Meadow, 2000).
El tratamiento para el control del pánico tiene tres
aspectos principales. En primer lugar, se instruye a los
clientes sobre la naturaleza de la ansiedad y el pánico, y el
carácter adaptativo de ambos. Este aprendizaje sobre la
respuesta luchar-o-huir que tiene lugar durante el pánico
permite a los clientes comprender que las sensaciones que
están experimentando durante esos episodios son normales
e inofensivas. También se les enseña a supervisar sus
propias experiencias de pánico y ansiedad mediante
registros diarios.
En la segunda parte del tratamiento se les enseña a
controlar la respiración. Primero se les pide que se
hiperventilen. Sabemos que la hiperventilación produce
diversas sensaciones físicas desagradables (como mareos,
vértigos y opresión en el pecho), muy similares a las que
suelen ocurrir durante los ataques de pánico.
(Puede usted comprobarlo por sí mismo respirando rápida
y profundamente durante uno o dos minutos.) Cuando
consiguen aprender a controlar la respiración, están en
posesión de una nueva estrategia de afrontamiento, que
reducirá la probabilidad de que ellos mismos produzcan
involuntariamente mediante una respiración inadecuada
alguno de los síntomas que tanto temen.
En tercer lugar, se les enseña a identificar
sus propios pensamientos automáticos, que aparecen
durante los ataques de pánico en las situaciones que les
provocan ansiedad. A continuación se les enseña también
cuáles son los errores que comete la gente con pánico,
y se les somete a un análisis lógico. Por ejemplo,
una persona que teme sufrir un ataque cardíaco en cuanto
nota las primeras palpitaciones, podría examinar los
indicios en que se basa para experimentar ese temor.
(¿Han encontrado los médicos algún problema de salud
en su última revisión? ¿Cuál es la probabilidad de sufrir
un ataque cardíaco a los treinta años de edad?)
En las últimas sesiones, la parte cognitiva del tratamiento
se centra en enseñar a los pacientes cómo invertir
el pensamiento catastrofista —esto es, aprender
a pensar cómo resolver la situación ante un posible ataque
de pánico (por ejemplo, si tienen uno mientras están
conduciendo, pueden parar el coche en el arcén hasta que
remitan los síntomas). Generalmente la experiencia de
pánico se hace menos terrorífica cuando se ha aprendido a
buscar soluciones.
precisamente esas sensaciones físicas que más temen. En
definitiva, se trata de realizar cualquier ejercicio que pueda
provocar síntomas similares a los que experimentan
durante sus ataques de pánico, con el fin de facilitar la
extinción de la ansiedad que acompaña a esas mismas sensaciones físicas.
El segundo tipo de técnicas tiene un carácter cognitivo
y parte del reconocimiento de la importancia de los pensamientos automáticos catastrofistas para mantenimiento del
pánico. El apartado Avances en la práctica 6.1 (de la
página 193) ilustra uno de estos tratamientos cognitivoconductuales para el trastorno de pánico. Esta estrategia no
sólo se dirige hacia el tratamiento de la evitación en la agorafobia, sino también a los propios ataques de pánico. Generalmente se obtienen mejores resultados (sobre todo si se
utiliza la exposición interoceptiva) que con las técnicas de
exposición originales, que se basan exclusivamente en la
presentación de situaciones externas (Clark, 1997; White y
Barlow, 2002). Sin embargo, hay al menos dos estudios que
han demostrado que la combinación de la exposición interoceptiva y la exteroceptiva puede producir resultados similares a los que se obtienen al añadir las técnicas cognitivas
(Margraf y Schneider, 1995; Telch, 1995). De hecho, una
revisión de cincuenta estudios que comparaban la magnitud de la mejoría obtenida con ambos tipos de tratamiento,
demostró que los dos tienen una eficacia similar para el tratamiento del trastorno de pánico con agorafobia (Ruhmland y Margraf, y 2001). En efecto, muchos de los estudios
que utilizaron únicamente una de las variantes del tratamiento, consiguieron liberar del pánico entre el setenta y
cinco y el noventa y cinco por ciento de los pacientes, tras
un periodo de entre ocho y doce semanas, y además esa
mejoría se mantuvo uno o dos años después del tratamiento
(Clark, 1996; Kuwait y Barlow, 2002).
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
¿Y qué decir de la combinación de la medicación y de la
terapia cognitivo-conductual? Este tratamiento combinado
puede producir algunas veces (aunque no siempre) resultados ligeramente superiores a corto plazo. Sin embargo, a
largo plazo, una vez que se elimina la medicación los clientes (ya sea bajo tratamiento conductual o sin éste), muestran una mayor probabilidad de recaída (Barlow et al.,
2000; Marks et al., y 1993; White y Barlow, 2002), quizá porque atribuyen la mejoría a la medicación y no a su esfuerzo
personal (Baçoglu et al., 1994).
Por último, otro aspecto del tratamiento requiere la
exposición a las situaciones temidas y también a las sensaciones corporales que producen el miedo. Dada la importancia de estos temores interoceptivos (temor de las
sensaciones corporales), se pide a los clientes que realicen
diversos ejercicios con el terapeuta, destinados a provocar
esas sensaciones corporales. Por ejemplo, la hiperventilación, respirar a través de una pajilla, sacudir la cabeza de un
lado a otro, correr sin moverse del sitio, mantener la respiración durante un minuto, y otras por el estilo. Después de
cada ejercicio los clientes describen las sensaciones que han
tenido, y si se parecen a las que experimentan durante el
pánico, así como lo terrible que puedan haber sido. Cualquier ejercicio que produzca síntomas similares a los que se
experimentan durante el ataque de pánico puede ser utilizado para practicar. La idea es que si los clientes consiguen
inducir esas sensaciones de manera controlada, gradualmente se irá extinguiendo la ansiedad relativa a esas mismas
sensaciones. Por último, quienes han mostrado agorafobia
empiezan a exponerse por sí mismos ante las situaciones
que más temen, durante el tiempo suficiente como para que
disminuya la ansiedad. Esta parte del tratamiento no se
aborda hasta que los clientes han aprendido diversas habilidades de afrontamiento (técnicas cognitivas además de la
relajación y la respiración).
REVISIÓN
• Describa las principales características
diagnósticas del trastorno de pánico y de la
agorafobia, y explique de qué manera pueden
estar relacionadas.
• ¿Qué factores causales de tipo biológico están
implicados en el trastorno de pánico?
• Compare la explicación del trastorno de pánico
que ofrece la teoría del aprendizaje y los
modelos cognitivos.
• Describa las principales estrategias de
tratamiento para el trastorno de pánico, así
como sus ventajas y desventajas.
TRASTORNO DE ANSIEDAD
GENERALIZADA
La mayoría de nosotros nos preocupamos y sentimos ansiedad de vez en cuando, y de hecho la ansiedad es una emoción adaptativa que nos permite prepararnos ante una
posible amenaza. Pero para algunas personas, la ansiedad y
la preocupación sobre diversos aspectos de la vida (lo que
incluye muchas pequeñeces) llega a ser excesiva y poco
razonable. En estos casos puede diagnosticarse un trastorno de ansiedad generalizada (TAG), caracterizado por
una preocupación excesiva de carácter crónico sobre una
serie de acontecimientos o actividades. Originalmente se
describía este estado como ansiedad flotante debido a que
no estaba vinculada con ningún objeto o situación específicos. Los criterios del DSM-4-TR especifican que la preocupación debe ser ostensible durante al menos seis meses, y
que además el cliente debe experimentarla como difícil de
controlar. Su contenido no puede estar relacionado en
exclusiva con preocupaciones asociadas con otro trastorno
del Eje I, como por ejemplo la posibilidad de sufrir un ataque de pánico. La experiencia subjetiva de una preocupación excesiva también debería estar acompañada por al
menos tres de los siguientes síntomas: (1) inquietud o sentimientos de excitación o de tener los nervios de punta,
(2) tener la sensación de fatigarse con mucha facilidad,
(3) dificultad para concentrarse o para dejar la mente en
blanco, (4) irritabilidad, (5) tensión muscular y (6) trastornos del sueño.
Características generales
El cuadro general de las personas que sufren el trastorno de
ansiedad generalizada es un estado constante de tensión,
preocupación y desazón. El proceso fundamental es el de
aprensión ansiosa, definido como un estado de ánimo
orientado al futuro, en el que la persona intenta estar constantemente preparada para enfrentarse con los acontecimientos negativos que puedan acontecer (Barlow et al.,
1996; Barlow, 2002). Este estado de ánimo se caracteriza
por elevados niveles de emoción negativa, hiperactivación y
tensión crónica, y una sensación de no tener control sobre
las propias preocupaciones (Barlow et al., 1996; Barlow,
2002). Si bien la aprensión ansiosa también forma parte de
otros trastornos de ansiedad (por ejemplo, las personas con
agorafobia también se sienten angustiadas respecto a la
posibilidad de sufrir futuros ataques de pánico e incluso
morir, mientras que las personas con fobia social se sienten
ansiosas respecto a la posibilidad de recibir evaluaciones
sociales negativas), esta aprensión es el núcleo central del
TAG, lo que ha inducido a Barlow y a otros autores a referirse a este trastorno como el trastorno de ansiedad
«básico» (Roemer, Orsillo, y Barlow et al., 2002; Wells y
Butler, 1997).
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Junto a los niveles excesivos de preocupación y aprensión ansiosa, las personas que sufren TAG suelen tener dificultades para concentrarse y tomar decisiones, debido a que
temen cometer un error. Por lo tanto, puede que realicen
ciertas sutiles actividades de evitación, como por ejemplo
demorar las decisiones, o llamar constantemente a un ser
querido para comprobar si se encuentra bien, si bien tales
conductas generalmente tampoco son eficaces para disminuir su ansiedad. También tienden a mostrar una vigilancia
constante de posibles señales de amenaza procedentes del
entorno. Habitualmente se quejan de tensión muscular,
especialmente en la zona del cuello y de los hombros, así
como de trastornos del sueño, lo que incluye el insomnio y
las pesadillas.
Las constantes preocupaciones que sufren las personas
con trastorno de ansiedad generalizada hacen que se muestren constantemente inquietas, desasosegadas y desanimadas. Un estudio encontró que las preocupaciones más
habituales giran alrededor de la familia, el trabajo, la economía y las enfermedades (Roemer, Molina, y Borkovec,
1997). Y no sólo tienen dificultades para tomar decisiones,
sino que después de haber tomado alguna, se muestran
completamente preocupados por la posibilidad de haber
cometido un error, y por que aparezcan circunstancias
imprevistas que provoquen algún desastre. Cuando no se
encuentran revisando y cavilando sobre los acontecimientos pasados, están anticipando cualquier dificultad que se
pueda entrever en el futuro. No son capaces de comprender
que no tiene sentido atormentarse sobre posibles acontecimientos sobre los que no tenemos control. Aunque a veces
pueda parecer que en realidad están buscando cosas sobre
las que preocuparse, en realidad sienten que son incapaces
de controlar su tendencia a la preocupación.
El siguiente caso es absolutamente típico de un trastorno de ansiedad generalizada.
Un estudiante universitario
con TAG
Juan era un estudiante universitario soltero de
veintiseis años, que estudiaba Ciencias Sociales en una prestigiosa Universidad. Aunque dijo
que había tenido problemas de ansiedad prácticamente
durante toda su vida, incluso cuando
ESTUDIO
era niño, los peores años habían sido los últiDE UN
mos siete u ocho, desde el momento en que se
CASO
fue de casa para estudiar en la Universidad.
Durante el año pasado su ansiedad había interferido de manera muy grave en su vida cotidiana, y estaba preocupado respecto a diferentes ámbitos de su vida. Una de sus
preocupaciones concernía a su propia salud y a la de sus padres.
Durante un incidente que había tenido lugar meses atrás, había
Trastorno de ansiedad generalizada
estado convencido de que su corazón latía con más lentitud de lo
normal, y había experimentado sensaciones de hormigueo; esto le
hizo preocuparse por la posibilidad de morir. En otra ocasión había
oído su nombre por el altavoz del aeropuerto, y le había preocupado
que algún pariente hubiera muerto. También se mostraba muy preocupado por su futuro, debido a que su ansiedad le había impedido
terminar a tiempo su tesis doctoral. Juan también estaba preocupado excesivamente por la posibilidad de obtener malas calificaciones, aunque nunca en su vida había tenido un suspenso. Durante las
clases se preocupaba en exceso sobre lo que el profesor y otros
alumnos pudieran pensar de él, y tendía a quedarse callado a menos
que la clase fuera pequeña y él dominara perfectamente el tema.
Aunque tenía unos cuantos amigos, nunca había tenido novia pues le
daba mucha vergüenza citarse con alguien. Sin embargo, no tenía
problemas para relacionarse con mujeres, siempre y cuando no
pareciera que intentaba ligar con ellas. Creía que sólo debería salir
con una mujer, si desde el principio estaba absolutamente seguro de
que sería una relación seria y duradera. También le preocupaba
excesivamente la posibilidad de que si una mujer no quería salir con
él, fuera porque lo encontraba una persona aburrida.
Junto a estas preocupaciones, Juan decía experimentar una
gran tensión muscular y que se fatigaba con facilidad. También
decía tener grandes dificultades para concentrarse y un gran desasosiego. Cuando no podía trabajar, pasaba la mayor parte del día
durmiendo, lo que también le preocupaba, porque no parecía ser
capaz de controlarlo. Algunas veces le costaba dormirse por la
noche, sobre todo si se encontraba especialmente ansioso, pero
otras veces dormía excesivamente, en parte para poder escapar de
sus preocupaciones. Solía experimentar vértigos y palpitaciones, y
en el pasado había tenido algunos ataques de pánico. En general,
reconocía que con frecuencia se quedaba paralizado e incapaz de
hacer cosas.
Los padres de Juan eran profesionales liberales; su madre también era bastante ansiosa, y había recibido tratamiento para sus
trastornos de pánico. Juan era una persona absolutamente brillante, que había conseguido desempeñarse muy bien en la escuela
a pesar de sus problemas con la ansiedad. Pero a medida que las
presiones de terminar sus estudios y encontrar trabajo se acumulaban sobre su espalda, y a medida que pasaba el tiempo sin salir con
ninguna chica, su ansiedad llegó a ser tan grave que le impulsó a
buscar tratamiento especializado.
Prevalencia y edad de aparición
El trastorno de ansiedad generalizada es relativamente frecuente; se estima que lo ha sufrido aproximadamente el tres
por ciento de la población en un periodo de un año, y el
cinco por ciento en algún momento de su vida (Kessler et al.,
1994). El TAG es aproximadamente dos veces más frecuente
en las mujeres que en los hombres (una diferencia algo
menos señalada que respecto a muchas fobias o a la agorafobia) (véase la Tabla 6.2 para un resumen de las diferencias
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
sexuales en los diferentes trastornos de ansiedad). Si bien el
TAG es bastante común, la mayoría de las personas que
sufren este trastorno consiguen funcionar más o menos adecuadamente a pesar de sus altos niveles de preocupación y de
ansiedad; quizá por ello, es menos probable que acudan a
una clínica en busca del tratamiento psicológico, que las personas que sufren trastorno de pánico o depresión mayor, que
son trastornos más inhabilitadores. Aunque las personas con
TAG no busquen tratamientos psicológicos con la misma
frecuencia que otros clientes con problemas, sí es frecuente
verlos por las consultas médicas y los hospitales, en busca de
alivio para su tensión muscular o su fatiga. De hecho, igual
que ocurre con las personas con trastorno de pánico, quienes
sufren TAG suelen ser usuarios permanentes de los servicios
de salud (Greenberg et al., 1999; Roy-Byrne y Katon, 1997).
La edad de aparición suele ser difícil de señalar, debido
a que entre el sesenta y el ochenta por ciento de los clientes
recuerdan haberse sentido ansiosos prácticamente durante
toda su vida, mientras que otros informan de un advenimiento muy lento e insidioso (Brown, 1997; Wells y Butler,
1997). Esta forma tan paulatina de aparición ha llevado
recientemente a algunos autores a sugerir que quizá sería
conveniente conceptualizar el TAG como un trastorno de
personalidad (véase el Capítulo 11). Esto es lo que la diferencia de la mayoría de los otros trastornos de ansiedad,
que se caracterizan por una aparición súbita (Brown, 1997;
Rapee y Barlow, 1993).
Comorbilidad con otros trastornos
El trastorno de ansiedad generalizada suele aparecer junto a
otros trastornos del Eje I, especialmente junto a otros trastornos de ansiedad y del estado de ánimo, como la agorafobia, la fobia social y la fobia específica (Wittchen et al.,
1994). Además, muchas personas con TAG (como Juan)
experimentan ataques de pánico ocasionales, que no llegan
a cumplir los criterios del trastorno de pánico (Barlow,
1988, 2002). Muchas de estas personas muestran una
depresión entre suave y moderada, además de la ansiedad
crónica, lo cual no resulta sorprendente a la vista de su sombría visión del mundo (Roemer et al., 2002; Schweizer y
Rickels, 1996). Tampoco resulta sorprendente encontrar un
excesivo consumo de drogas tranquilizantes, de pastillas
para dormir y de alcohol, que a menudo complica el cuadro
clínico del trastorno de ansiedad generalizada.
Factores causales psicosociales
LA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA.
Según esta perspectiva, la ansiedad generalizada o flotante proviene de un
conflicto inconsciente entre el yo y los impulsos del ello, que
no están adecuadamente resueltos debido a que los mecanismos de defensa no están actuando adecuadamente. Freud
creía que los impulsos bloqueados siempre eran fundamentalmente de carácter sexual y agresivo, y que dicho bloqueo gene-
raba ansiedad. Los mecanismos de defensa pueden llegar a ser
abrumadores cuando una persona experimenta niveles de
ansiedad muy frecuentes e intensos, como puede ocurrir a
causa de la necesidad de bloquear frecuentemente la expresión
de los impulsos del ello (por ejemplo, en periodos de privación
sexual prolongada). En otros casos, puede haber ocurrido que
nunca se hayan llegado a desarrollar mecanismos de defensa
adecuados. Según la perspectiva psicoanalítica, la principal
diferencia entre las fobias específicas y la ansiedad flotante es
que en las fobias los mecanismos de defensa y de represión
y desplazamiento están operativos, mientras que en la
ansiedad flotante tales mecanismos no están actuando, lo
que deja a la persona con una ansiedad permanente.
EL PAPEL DE LOS ACONTECIMIENTOS IMPREDECIBLES E INCONTROLABLES. Los acontecimientos aver-
sivos de carácter incontrolable e impredecible son mucho
más estresantes que los acontecimientos aversivos controlables y predecibles, por lo que no resulta sorprendente que
produzcan más temor y ansiedad (Barlow, 2002; Barlow et
al., 1996; Mineka, 1985a; Mineka y Zinbarg, 1996, y remitido
para publicación). Y al contrario, la experiencia con aspectos
de la vida que se pueden controlar puede suponer una
vacuna que inmunice contra la ansiedad general (Chorpita,
2001; Mineka y Kelly, 1989; Mineka y Zinbarg, 1996).
Esto ha llevado a los investigadores a plantear la hipótesis de las personas con TAG podrían tener una historia
donde hayan experimentado muchos de los acontecimientos importantes de su vida de una manera impredecible y/o
incontrolable. Por ejemplo, tener un jefe o una esposa que se
muestra de malhumor de manera impredecible, y que tiene
estallidos irascibles por razones aparentemente triviales,
podría mantenerla en un estado crónico de ansiedad. Si bien
los acontecimientos impredecibles e incontrolables del TAG
no suelen ser de magnitud tan traumática como los que originan el TEPT, puede que incluso una historia de moderada
incontrolabilidad contribuya a la aparente incapacidad de
esas personas para mantener a raya sus preocupaciones. De
hecho, las personas que padecen TAG muestran menos tolerancia ante la incertidumbre (Dugas, Buhr, y Ladoucer, en
prensa), lo que sugiere que su incapacidad para predecir el
futuro (lo que nos ocurre a todos) les perturba de manera
muy especial (Roemer et al., 2002).
Además, también puede ocurrir que la intolerancia ante
la incertidumbre, así como la tensión y la hipervigilancia
que caracterizan a las personas con TAG, procedan precisamente de que carecen de señales de seguridad en su entorno.
Si una persona ha tenido suficiente experiencia con factores
de estrés predecibles (por ejemplo, los lunes el jefe siempre
está de malhumor), se encuentra en condiciones de predecir
cuándo puede ocurrir algo malo; para esa persona, la ausencia de esa señal implica seguridad (por ejemplo, desde el
martes hasta el viernes en el trabajo). Pero si otra persona ha
experimentado muchos factores de estrés impredecibles o
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que no van acompañados de señal alguna (por ejemplo, el
malhumor de nuestro jefe ocurre de manera aleatoria), no
será capaz de establecer cuáles son las señales de seguridad
para poder relajarse y sentirse seguro, por lo que esta incertidumbre puede acarrear una ansiedad crónica (Mineka,
1985a; Mineka y Zinbarg, 1996; Seligman y Binik, y 1997).
Así pues, la carencia de señales de seguridad podría explicar
la razón por la que las personas con TAG se sienten constantemente tensas y vigilantes en busca de posibles amenazas
(Rapee, 2001).
LA SENSACIÓN DE DOMINIO: LA POSIBILIDAD DE
INMUNIZARSE CONTRA LA ANSIEDAD. Si bien es
cierto que los acontecimientos aversivos impredecibles e
incontrolables resultan muy estresantes y provocan ansiedad, es posible que la experiencia de poder controlar diversos aspectos de nuestra vida pueda vacunarnos contra el
desarrollo de una ansiedad generalizada (véase Barlow et
al., 1996; Chorpita, 2001; Mineka, 1985a; Mineka y Zinbarg, 1996). Aunque no es posible estudiar este tema manipulando directamente la posibilidad de que las personas
puedan controlar y predecir sus experiencias vitales,
durante períodos prolongados de tiempo, sí podemos
aprender un montón de cosas haciendo precisamente eso
en estudios de laboratorio con animales.
De hecho, un experimento longitudinal realizado con
cachorros de monos rhesus apoya la hipótesis de que la
experiencia de control frena el desarrollo del miedo y
la ansiedad (Mineka, Gunnar, y Champoux, y 1986). En este
experimento se crió a dos grupos de monos a los que se
denominó «señores», en grupos de compañeros (sin
madres) en los que podían tener una gran experiencia en
cuanto al control y el dominio de los reforzadores presentes
en su entorno (apretar palancas y tirar de una cadena para
poder obtener comida, agua y golosinas). Otros dos grupos
de monos a los que se denominaba «villanos» se criaron en
entornos idénticos, pero sin poder ejercer control sobre los
reforzadores; por el contrario sólo podían recibirlos
cuando un miembro del grupo de los señores así lo decidía.
Ambos grupos de monos tenían la misma probabilidad de
recibir reforzadores; sólo diferían en el hecho de poder controlar su acceso a los mismos.
Cuando tenían entre siete y once meses de edad, se evaluó las respuestas de los monos ante diversas situaciones
que provocaban miedo y ansiedad. Los señores se habituaron con más rapidez a las experiencias estresantes y atemorizadoras, y también se mostraban más atrevidos a la hora
de explorar una zona de juegos desconocida y relativamente espantosa. Por último, los monos señores también
afrontaron mejor la frustración de que se les separase de sus
compañeros, y se les colocase como intrusos en el grupo de
los villanos. Así pues, parece que las primeras experiencias
con el control y el dominio pueden llegar a vacunar a
las personas contra los perniciosos efectos de las situaciones
Trastorno de ansiedad generalizada
estresantes —y, análogamente, quizá también contra el
desarrollo de la ansiedad generalizada (véase también
Chorpita, 2001; Chorpita y Barlow, 1998).
EL PAPEL ESENCIAL DE LA PREOCUPACIÓN.
Los
acontecimientos estresantes y de carácter incontrolable e
impredecible promueven la vulnerabilidad ante la ansiedad
generalizada. Pero por sí mismos estos conceptos no permiten explicar el proceso de preocupaciones, que en la actualidad se considera la característica fundamental del TAG.
Vamos a empezar por describir la naturaleza de las funciones de la preocupación. A continuación nos centraremos en
analizar por qué la preocupación se convierte en un proceso
recurrente, y por qué se percibe como incontrolable.
Beck y Emery (1985) abordaron una de las primeras
líneas de investigación sobre el TAG, y demostraron que las
personas que sufren este trastorno tienden a generar imágenes y pensamientos relativos a la posibilidad de sufrir heridas, enfermedades, muerte, pérdida de control y fracasos,
rechazos y enfermedad mental. Los pensamientos automáticos más habituales eran del tipo «me estoy volviendo
loco», «se van a reír de mí», «voy a fracasar», y «no tengo
tiempo para hacer un buen trabajo» (Beck y Emery, 1985,
p. 106). Los pensamientos automáticos se distinguen de la
preocupación en que se producen con mucha más rapidez,
y a menudo de una manera telegráfica; la preocupación, una
actividad lingüística de carácter negativo, exige una reflexión más larga que permita apreciar todas las posibles
amenazas futuras. Sin embargo, también puede ocurrir
que sean los pensamientos negativos automáticos los que
desencadenen la preocupación por un tema determinado
(Mineka, Yovel, y Pineless, 2002; Wells y Butler, 1997).
POSIBLES BENEFICIOS Y FUNCIONES POSITIVAS
DE LA PREOCUPACIÓN. Borkovec (1994) y sus cola-
boradores han investigado qué piensan las personas con
TAG respecto a los beneficios de la preocupación, y para
qué sirve en realidad ese proceso. Los cinco beneficios que
se suelen mencionar más habitualmente son los siguientes:
(1) evitación supersticiosa de una catástrofe («la preocupación disminuye la probabilidad de que ocurra el acontecimiento temido»); (2) la evitación de una catástrofe («la
preocupación permite generar procedimientos para evitar
o prevenir una catástrofe»); (3) evitación de asuntos emocionales profundos («preocuparme por la mayoría de las
cosas por las que me preocupo es una manera de distraerme
y de no preocuparme por otros asuntos más problemáticos,
esto es, por cosas sobre las que no quiero ni pensar»);
(4) afrontamiento y preparación («la preocupación sobre
una acontecimiento negativo que puede ocurrir me ayuda a
prepararme para ello»); (5) un mecanismo de motivación
(«la preocupación me ayuda a motivarme para realizar el
trabajo que tengo que hacer»; Borkovec, 1994, pp. 16-17;
Borkovec, Alcaine, y Behar, en prensa).
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Además, algunos avances recientes en la comprensión
de las funciones de la preocupación han permitido comprender por qué ese proceso resulta tan contumaz. Cuando
las personas con TAG se preocupan, sus respuestas físicas y
emocionales ante las imágenes aversivas se suprimen. Los
elementos agradables de tal supresión seguramente refuerzan la propia preocupación (Borkovec et al., en prensa).
Dado que la preocupación suprime las respuestas fisiológicas, también evita que la persona tenga que enfrentarse por
completo al tema que le preocupa, y como sabemos, ese
enfrentamiento total es vital para que se produzca la extinción. Así pues, se mantiene el significado amenazante del
tema de preocupación (Borkovec, 1994; Borkovec et al., en
prensa). Por último, Borkovec considera que el proceso de
preocupación se refuerza también de manera supersticiosa,
debido a que la mayoría de las cosas que preocupan nunca
llegan a ocurrir.
CONSECUENCIAS NEGATIVAS DE LA PREOCUPACIÓN. Pese a esas funciones positivas de la preocupación,
también tiene efectos negativos. De hecho, la propia preocupación no constituye en sí misma una actividad agradable. En efecto, puede provocar una mayor sensación de
peligro y ansiedad, derivada de todas las eventuales consecuencias catastróficas que anticipa dicha preocupación.
Además, las personas que suelen preocuparse más tienden a
experimentar más pensamientos negativos, y de más intensidad, que las personas que se preocupan menos. Por ejemplo, Wells y Papageorgiou (1995) pidieron a un grupo de
personas normales que vieran una película macabra. A continuación a un grupo se le pidió que se relajara y tranquilizara, mientras que a otro grupo se le dijo que intentaran
rememorar lo que habían visto en la película, y por fin a
otro grupo se le pidió que expresaran verbalmente sus preocupaciones respecto a la película. Durante los días siguientes, el grupo de la condición de preocupación rememoró
muchas más imágenes relativas a la película. Wells y Butler
(1997, p. 167) llegaron a la conclusión de que «las personas
con tendencia a preocuparse... tienden a realizar actividades
que contaminan la conciencia con frecuentes pensamientos
de carácter insidioso». Por último, existen pruebas que
muestran que los intentos de controlar los pensamientos y
las preocupaciones pueden conducir paradójicamente a
tener más pensamientos insidiosos, junto a la sensación de
que no es posible controlarlos (Wells y Butler, 1997; Wells,
1999). Resulta chocante que estos pensamientos también
actúen como desencadenantes de más preocupaciones, y
que la sensación de que la propia preocupación no se puede
controlar puede llevar a un círculo vicioso que desemboque
en un TAG. Como se ha dicho, la percepción de que algo
está fuera de nuestro control suele estar asociada con una
elevada ansiedad, de manera que termina desarrollándose
un círculo vicioso compuesto de ansiedad, preocupaciones
y pensamientos insidiosos (Mineka et al., 2002).
SESGOS COGNITIVOS DE LA INFORMACIÓN AMENAZANTE. Además de los frecuentes pensamientos de conte-
nido amenazador, las personas con TAG también procesan esa
información de manera sesgada. Muchos estudios han
demostrado que las personas ansiosas tienden a centrar su
atención en cualquier indicio amenazante que pueda haber a
su alrededor. Por el contrario, las personas no ansiosas suelen
mostrar, en todo caso, la tendencia opuesta (véase Mathews y
MacLeod, 1994; Mineka et al., 2003; Williams et al., 1997, para
una revisión). De hecho, esa atenta vigilancia de cualquier
indicio amenazante se produce durante las etapas iniciales del
procesamiento de la información, incluso antes de que ésta
haya alcanzado la conciencia.Así pues, esta tendencia vigilante
de carácter inconsciente podría reforzar o incluso aumentar
ese estado emocional del individuo. Si uno ya está ansioso, lo
único que puede conseguir al mantenerse atento y vigilante de
cualquier indicio amenazante es aumentar la ansiedad. Generalmente las personas con ansiedad también están convencidas de que en el futuro ocurrirán acontecimientos negativos
(A. MacLeod, 1999), y tienen tendencia a interpretar la información ambigua como si de una amenaza se tratara. Por
ejemplo, cuando los sujetos con ansiedad clínica leen una serie
de afirmaciones ambiguas (por ejemplo, «el pediatra ha evaluado el desarrollo de Inma», o «estuvieron discutiendo las
convicciones del sacerdote»), muestran una mayor tendencia
que los del grupo de control, a recordar una interpretación
amenazante de esas afirmaciones (Eysenck et al., 1991; véase
también MacLeod y Cohen, 1993; Williams et al., 1997).
Existen algunas variables cognitivas que parecen promover la aparición y el mantenimiento de la ansiedad generalizada. Haber sufrido acontecimientos impredecibles y/o
incontrolables puede fomentar tanto la ansiedad como la
vulnerabilidad a la misma ante futuros factores estresantes.
Incluso aunque no se trata de una actividad placentera, esas
personas consideran que la preocupación tiene algunas funciones convenientes. La preocupación además puede quedar
reforzada debido a que por una parte disminuye la activación fisiológica, y por otra también de manera supersticiosa,
ya que generalmente la catástrofe que se ha anticipado no
llega a producirse. Sin embargo, también existen algunas
consecuencias negativas de la preocupación, ya que por una
parte engendra más preocupación, y por otra crea una sensación de falta de control sobre el propio proceso que, a su
vez, genera más ansiedad. Por último, la ansiedad está asociada con un sesgo automático de la atención hacia cualquier información de carácter amenazante presente en el
entorno. De hecho, los individuos ansiosos se inclinan más a
interpretar la información ambigua de manera amenazante.
Factores causales de carácter biológico
FACTORES GENÉTICOS. Aunque las pruebas de la
influencia de los factores genéticos en el TAG no son concluyentes, parece probable que exista cierta heredabilidad,
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si bien en menor cuantía que para otros trastornos de ansiedad (Hettema, Prescott, y Kendler, y 2001; Kendler et al.,
1992a; Plomin et al., 2001). Parte del problema para la
investigación sobre este tema radica paradójicamente en los
constantes avances de nuestro conocimiento al respecto, y
por ende de los criterios diagnósticos. Algunos estudios con
gemelos han mostrado que las estimaciones de heredabilidad dependen de cómo se haya definido el TAG (Hettema et
al., 2001; Kendler et al., 1992a). El estudio con gemelos más
amplio y reciente ha estimado que la heredabilidad del trastorno se sitúa en torno al quince o el veinte por ciento.
También existen muchas dudas respecto al grado de
especificidad de la transmisión del TAG, así como de otros
trastornos de ansiedad. Por ejemplo, muchos (pero no
todos) de los estudios, apoyan la idea de que el TAG y el
trastorno de pánico tienen un origen genético al menos
parcialmente diferente (Barlow, 2002; MacKinnon y Foley,
1996). Sin embargo, cada vez existen más pruebas de que el
TAG y el trastorno de depresión mayor (que discutiremos
en el Capítulo 7) comparten una misma predisposición
genética subyacente (Kendler et al., 1992d; Kendler, 1996).
Lo que determina si un individuo con un riesgo genético de
TAG y/o de depresión mayor desarrollará uno u otro trastorno parece depender por completo de sus experiencias
ambientales específicas. Así, la predisposición genética para
ambos trastornos podría comprenderse mejor a partir de
un rasgo de personalidad que generalmente se conoce
como neuroticismo, esto es, la tendencia a experimentar
estados de ánimo negativos (Clark et al., 1994; Mineka,
Watson, y Clark, 1998).
DEFICIENCIA FUNCIONAL DE ÁCIDO GAMMA AMINOBUTÍRICO (AGA). En los años 50 se descubrió que
ciertas drogas denominadas benzodiacepinas reducían la
ansiedad. Este descubrimiento de los importantes efectos
que dichas drogas (como el Librium y el Valium) ejercían
sobre la ansiedad generalizada desembocó en los años 70 en
el descubrimiento de que su efecto se debía a que estimulaban la acción del ácido gamma aminobutírico (AGA), un
neurotransmisor directamente implicado en la ansiedad
generalizada (Barlow, 2002; Redmond, 1985). Parece que
las personas con mucha ansiedad muestran una deficiencia
de AGA, la cual desempeña un importante papel para que
nuestro cerebro sea capaz de inhibir la ansiedad que se produce en situaciones estresantes. Las benzodiacepinas parecen reducir la ansiedad al incrementar la actividad AGA de
ciertas zonas del cerebro relacionadas con esa emoción,
como por ejemplo el sistema límbico. Todavía no sabemos
si es la deficiencia de AGA la que provoca la ansiedad, o si es
ésta la que genera la disminución de ese neurotransmisor;
lo que sí está claro es que la escasez del mismo favorece el
mantenimiento de la ansiedad.
Más recientemente, los investigadores han descubierto
otro neurotransmisor —la serotonina— que también está
Trastorno de ansiedad generalizada
implicado en la modulación de la ansiedad general. Sin
embargo, los mecanismos exactos de funcionamiento de
este proceso todavía no se conocen, y tienen todo el aspecto
de resultar muy complicados (Glitz y Balon, 1996). De
momento, parece que tanto el AGA, como la serotonina y
quizá también la norepinefrina, desempeñen un papel
importante en la ansiedad, aunque todavía desconocemos
la forma en que interactúan.
LA ANSIEDAD Y EL SISTEMA DE LIBERACIÓN DE
LA HORMONA CORTICOTROFINA.
Se ha encon-
trado una hormona productora de ansiedad que se denomina hormona liberadora de corticotrofina (HLC), que
también parece desempeñar un papel esencial en la
ansiedad generalizada (y en la depresión). Cuando se
activa por estrés o por la percepción de una amenaza, la
HLC estimula la liberación de ACTH (hormona adrenocorticotrófica) por parte de la glándula pituitaria, lo que
a su vez provoca la liberación de cortisol u hormona del
estrés por parte de la glándula adrenal (Thompson,
2000); el cortisol permite al cuerpo enfrentarse al estrés.
La hormona HLC podría desempeñar un papel esencial
en la ansiedad generalizada debido a su efecto sobre el
núcleo de la estría terminal (una extensión de la amígdala; véase la Figura 6.1 de la página 188), que se considera actualmente como una importante zona del cerebro
implicada en la ansiedad generalizada (por ejemplo,
Lang, Davis, y Öhman, 2000).
DIFERENCIAS NEUROBIOLÓGICAS ENTRE LA
ANSIEDAD Y EL PÁNICO. Queremos destacar una
vez más que los factores neurobiológicos implicados en
los ataques de pánico y en la ansiedad generalizada no son los
mismos (Charney et al., 1998; Gray y McNaughton, 1996;
Lang et al., 2000). Como se ha dicho al principio de este
capítulo, los teóricos actuales han establecido algunas diferencias básicas entre el miedo, o el pánico, y la ansiedad. El
miedo y el pánico implican la activación de la respuesta
luchar-o-huir, y a la vez las áreas cerebrales y los neurotransmisores más directamente involucrados en estas respuestas emocionales son la amígdala (y el locus
coeruleus), así como los neurotransmisores norepinefrina
y serotonina. La ansiedad generalizada por aprensión
ansiosa es un estado emocional más difuso que tiene más
que ver con la activación y la preparación frente a una
posible amenaza inminente, mientras que las zonas del
cerebro, los neurotransmisores y las hormonas, más directamente implicadas en su desencadenamiento son el
sistema límbico (especialmente el núcleo de la estría terminal, una extensión de la amígdala), la AGA, y la hormona HLC (Lang et al., 2000). Si bien la serotonina
también podría desempeñar algún papel tanto en la ansiedad como en el pánico, probablemente lo haga de una
manera diferente en cada trastorno.
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
El tratamiento del trastorno
de ansiedad generalizada
Muchos clientes con un trastorno de ansiedad generalizada
puede que acudan a la consulta del médico de familia en
busca de una solución a su nerviosismo y ansiedad, y/o a sus
diversos problemas físicos de origen psicogenético. En la
mayoría de los casos los médicos recurren a drogas de la
categoría de las benzodiacepinas (ansiolíticos) como el
Valium para aliviar la tensión, reducir otros síntomas somáticos, e inducir a la relajación. Sin embargo, el efecto de estas
drogas sobre las preocupaciones y otros síntomas psicológicos no es demasiado notable. De hecho, crean adicción y son
difíciles de retirar del tratamiento. Recientemente ha salido
al mercado una droga denominada buspirone (de la categoría de la azaspirone) que también parece eficaz, y además no
crea adicción ni sedación. Sin embargo, tiene la desventaja
de que sus efectos no se hacen patentes hasta pasadas varias
semanas (Glitz y Balon, 1996; Roy-Byrne y Cowley, 2002).
También algunas categorías de antidepresivos han demostrado su utilidad en el tratamiento del TAG (Gitlin, 1996).
La terapia cognitivo-conductual (TCC) para tratar el
trastorno de ansiedad generalizada está siendo cada vez
más eficaz, a medida que se van refinando las técnicas que
se emplean. Normalmente requiere una combinación de
técnicas conductuales como el entrenamiento de la relajación muscular, y de técnicas de reestructuración cognitiva,
que pretenden disminuir los pensamientos distorsionados
y los sesgos en el procesamiento de información asociados
al TAG, así como también reducir las expectativas catastrofistas del sujeto (Roemer et al., 2002). En principio el TAG
aparenta ser uno de los trastornos de ansiedad más difíciles
de tratar, y en cierta medida eso es verdad. Sin embargo, los
avances en la investigación y en la clínica han permitido que
las estrategias TCC produzcan importantes mejorías, si
bien es cierto que sólo entre cuarenta y el sesenta por ciento
de los casos pueden llegar a considerarse completamente
curados (Borkovec y Ruscio, 2001).
TCC para el TAG de Juan
El caso de Juan, el estudiante universitario con
trastorno de ansiedad generalizada que hemos
descrito anteriormente, puede servir como
ejemplo del éxito de la terapia cognitivo-conductual para este trastorno. Antes de someterse
ESTUDIO a la terapia cognitivo-conductual, Juan había
estado acudiendo durante algunos meses a un
DE UN
centro estudiantil de tratamiento psicológico,
CASO
pero no le parecía que la «terapia de hablar»
fuera demasiado eficaz. Había oído hablar de la
utilidad de la terapia cognitivo-conductual, y acudió a nuestro centro
en busca de tratamiento. Éste se prolongó durante seis meses, a lo
largo de los cuales el entrenamiento en relajación muscular le permitió reducir su nivel general de tensión. La reestructuración cognitiva
también le ayudó a disminuir sus preocupaciones respecto a todos los
ámbitos de su vida. Todavía tenía problemas con su tendencia a demorar las decisiones, pero también estaba mejorando. Empezó a relacionarse socialmente con más frecuencia, y había empezado a citarse
con chicas cuando por motivos financieros puso fin al tratamiento.
Juan pudo comprobar por sí mismo que si una mujer no quería volver
a salir con él, eso no significaba que lo encontrara aburrido, sino simplemente que ambos no congeniaban.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las características fundamentales
del TAG, y cuál la edad típica de aparición?
• Describa los diversos factores cognitivos que
pueden estar implicados en el TAG, e indique
para qué pueden servir las preocupaciones de
una persona con este trastorno.
• ¿Cuáles son los principales factores causales
de tipo biológico del TAG?
• Compare los tratamientos de carácter
biológico y cognitivo-conductual para el TAG.
TRASTORNO
OBSESIVO-COMPULSIVO
El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) se define por la
aparición de pensamientos obsesivos y no deseados, o de
imágenes desagradables; esto suele ir acompañado de conductas compulsivas que se realizan para neutralizar los pensamientos o imágenes obsesivos, o para prevenir algún
acontecimiento o situación temidos (véase la Tabla 6.3). De
acuerdo con el DSM-4-TR, las obsesiones son pensamientos, imágenes o impulsos, insidiosos, permanentes y recurrentes, que se perciben como inquietantes e inapropiados;
no se trata simplemente de una preocupación excesiva respecto a eventuales problemas de la vida real, como ocurre
en el Trastorno de ansiedad generalizada. Las personas que
tienen este tipo de obsesiones intentan ignorarlas, eliminarlas o neutralizarlas, recurriendo a otros pensamientos o
acciones. Las compulsiones pueden referirse bien a conductas repetitivas observables (como lavarse las manos,
revisar, u ordenar), o bien a acciones mentales más encubiertas (como contabilizar, rezar, o decir silenciosamente
determinadas palabras). Una persona con TOC general-
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Tabla 6.3.
Cognitivo
Motor
Trastorno obsesivo-compulsivo
Patrones de conducta cognitivos y motrices en el trastorno
obsesivo compulsivo
Síntomas
Ejemplos
Obsesiones. Ideas persistentes y recurrentes, así
como pensamientos, imágenes e impulsos, que
acceden involuntariamente a la conciencia.
Ideas de contaminación, terror, culpabilidad;
necesidad urgente de matar, atacar, lesionar,
confesar o robar.
Cavilaciones. Preocupaciones sobre un tema
determinado, asociadas con amenazas, dudas y
especulaciones.
Pasar varias horas diarias pensando que quizá
una anterior pareja querría reestablecer la
amistad.
Rituales cognitivos. Una serie de acciones
mentales que es necesario realizar.
Antes de acostarse, la persona siente el impulso
de recitar mentalmente una larga lista de
oraciones de su infancia.
Rituales compulsivos motrices. Actividades muy
elaboradas, y que suelen suponer una gran
pérdida de tiempo, asociadas con funciones
cotidianas como comer, asearse, vestirse y
relaciones sexuales.
Lavarse las manos (hasta 400 veces diarias),
conteo compulsivo (por ejemplo, de los
transeúntes), o «revisión» de los objetos.
Evitaciones compulsivas. Acciones sustitutivas
que se realizan en lugar de otras más apropiadas,
pero que provocan ansiedad.
Antes de un examen, un estudiante realiza una
serie de actividades sin relación con éste, pero
que no le dejan tiempo para estudiar.
mente se siente impulsada a realizar su conducta compulsiva como respuesta a una obsesión, y con frecuencia crea
normas muy rigurosas respecto a cómo debe realizarse la
conducta compulsiva. Dichas conductas se realizan con el
objetivo de prevenir o reducir el malestar, o de prevenir
algún acontecimiento o situación temidos, incluso aunque
generalmente no estén relacionados de una manera demasiado realista con lo que se pretende neutralizar o prevenir
(DSM-4-TR).
Por otra parte, la persona debe reconocer que la obsesión es un producto de su propia mente, y no una imposición del exterior (como podría ocurrir en la esquizofrenia).
En la actualidad también se reconoce que existe un continuo en la percepción que tiene el paciente del sinsentido de
sus obsesiones y compulsiones (Foa y Kozak, 1995; Steketee
y Barlow, 2002). En la mayoría de los casos estas personas
reconocen que sus obsesiones y compulsiones son excesivas
o irrazonables, pero que no pueden controlarlas, si bien en
una minoría de casos, ese reconocimiento no llega a producirse. Por último, los criterios diagnósticos del DSM-4-TR
exigen que esa conducta aparentemente involuntaria provoque malestar en la persona, le ocupe un tiempo excesivo
(alrededor de una hora diaria) o interfiera con su funcionamiento laboral o social.
El siguiente caso es paradigmático de un trastorno
obsesivo-compulsivo grave.
Obsesiones respecto
a la confesión
Marcos era un varón soltero de veintiocho años
que, cuando comenzó su tratamiento, sufría
graves pensamientos e imágenes obsesivas
respecto a que pudiera provocar daño a otras
personas,
como por ejemplo atropellar a ciclisESTUDIO
tas con su coche. También estaba obsesionado
DE UN
con la posibilidad de cometer algún crimen,
CASO
como por ejemplo robar una gran cantidad de
dinero de una tienda, o envenenar a una familia
o a sus amigos. Tales obsesiones iban acompañadas de una serie de
rituales excesivos de control. Por ejemplo, un día, mientras iba conduciendo, empezó a obsesionarse con que había provocado un accidente y atropellado a un ciclista en un cruce, con lo que pasó varias
horas dando vueltas por ese cruce intentando encontrar pruebas
del accidente.
Cuando Marcos llegó a la clínica de trastornos de ansiedad, ya
no era capaz de vivir solo en casa, aunque no había tenido problemas para hacerlo desde que había terminado la Universidad. Era un
joven muy brillante y con un considerable talento artístico. Acababa
de terminar sus estudios en una prestigiosa universidad, y había
comenzado una carrera de éxito como pintor, cuando a la temprana
edad de veinte años comenzaron sus obsesiones. Al principio se
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
centraban en la posibilidad de estar implicado en algún crimen que
no había cometido; posteriormente evolucionaron hasta el punto en
que llegó a temer que pudiera haber cometido realmente un crimen.
Los rituales de control y la evitación de los lugares en los que
pudiera haber ocurrido el crimen, le impulsaron a abandonar su
carrera y su propia vivienda para ir a vivir con su familia.
En la época en que comenzó su tratamiento, sus obsesiones respecto a la posibilidad de haber cometido un crimen y de confesar
habían llegado a ser tan graves, que se había recluido en su habitación en casa de sus padres. De hecho, sólo era capaz de abandonarla
si llevaba consigo una grabadora que le permitiera tener un registro
de cualquier crimen que hubiera confesado en voz alta, porque ya
no se fiaba de su memoria. La clínica se encontraba a varias horas
en coche de su domicilio; pero era su madre quien tenía que llevarlo,
debido a que sus obsesiones sobre la posibilidad de provocar accidentes, y a los rituales de control asociados, provocaban grandes
demoras, con largas paradas de revisión. Tampoco se atrevía a
hablar por teléfono, por miedo a confesar algún crimen que hubiera
(o no hubiera) cometido, y tampoco escribía cartas por la misma
razón. Tampoco podía ir solo a una tienda o entrar en un aseo
público, porque tenía miedo de escribir una confesión en la pared
que eventualmente podría llevarlo a la cárcel.
Prevalencia y edad de aparición
El trastorno obsesivo-compulsivo es mucho más predominante de lo que antes se pensaba (véase Antony, Downie, y
Swinson, 1998). En concreto, la tasa media de prevalencia
anual en Estados Unidos es del 1,6 por ciento, mientras que
la prevalencia media a lo largo de toda la vida es del 2,5 por
ciento (Robins y Rieger, 1991). Estos datos parecen ser similares a los de otras culturas (Steketee y Barlow, 2002). Las
personas divorciadas y desempleadas abundan dentro de
este colectivo (Karno et al., 1998), lo cual por otra parte no
resulta sorprendente, dadas las dificultades que este trastorno genera en el ámbito interpersonal y laboral. Los resultados de este estudio no encontraron diferencias sexuales
entre los adultos, lo que convierte al Trastorno Obsesivo
Compulsivo en el único trastorno de ansiedad que se distribuye homogéneamente. Si bien comienza generalmente al
final de la adolescencia o el principio de la edad adulta,
también es posible encontrarlo entre los niños, con síntomas muy similares a los de los adultos (March y Leonard,
1998). La aparición durante la niñez o al principio de la
adolescencia resulta más frecuente entre los chicos que
entre las chicas, momento en que se produce con una
mayor gravedad. En la mayoría de los casos aparece de
manera progresiva, si bien una vez que ha alcanzado su
máxima gravedad, tiende a mantenerse de manera crónica,
aunque con altibajos respecto a su gravedad (por ejemplo,
Skogg y Skogg, 1999; Steketee y Barlow, 2002).
Características del TOC
Estimaciones recientes derivadas de las investigaciones realizadas para la elaboración del DSM-IV, ponen de manifiesto que el noventa por ciento de las personas con TOC
experimentan tanto obsesiones como compulsiones (Foa y
Kozak, 1995). Cuando se incluye como conducta compulsiva tanto los rituales mentales como otras compulsiones
como la necesidad de ir contando las cosas, esta cifra
aumenta hasta el noventa y ocho por ciento. Generalmente
las compulsiones están relacionadas funcionalmente con las
obsesiones (Riggs y Foa, 1993). Por ejemplo, lo más probable es que alguien que tenga una obsesión sobre la suciedad
y la contaminación realice también rituales de limpieza.
La mayoría de nosotros tenemos pensamientos obsesivos menores, como por ejemplo si nos hemos acordado de
cerrar la puerta o de apagar el horno. Además también solemos realizar conductas repetitivas o estereotipadas, como
comprobar si hemos apagado la luz, si hemos cerrado la
puerta, o no pasar bajo una escalera de mano. Sin embargo,
cuando se trata de una TOC, ese tipo de pensamientos son
excesivos, y además mucho más persistentes y molestos,
mientras que los actos compulsivos asociados con ellos
interfieren de manera considerable las actividades cotidianas. Sin embargo, las investigaciones indican que las conductas normales coexisten a lo largo de un continuo con las
conductas obsesivo compulsivas, de manera que la diferencia radica fundamentalmente respecto a la frecuencia y la
intensidad de las obsesiones, y la medida en que las obsesiones y las compulsiones resultan problemáticas para la
persona (Craske, y 1999; Salkovskis y Kirk, 1997).
TIPOS DE PENSAMIENTOS OBSESIVOS. Los pensamientos obsesivos pueden versar sobre diversos temas, si
bien las obsesiones suelen referirse al temor a la contaminación, a sufrir daño uno mismo o hacerlo a los demás, a la
falta de simetría, y a las dudas patológicas. Otros temas muy
comunes son las preocupaciones sobre la necesidad de
alcanzar la simetría, las obsesiones sexuales, y las relativas a
la religión o la agresión. Se trata de temas comunes entre
diversas culturas y también a lo largo del ciclo vital (Craske,
1999; Gibbs, 1996).
Los pensamientos obsesivos relativos a la violencia o la
agresión pueden incluir también a una esposa obsesionada
con la idea de que podría envenenar a su marido o a su hijo,
o una hija que imagina constantemente que está empujando a su madre escaleras abajo. Si bien este tipo de pensamientos obsesivos casi nunca se llevan a la práctica, sí
constituyen un tormento para la persona que los padece.
Esto queda perfectamente ilustrado en una descripción clásica de Kraines (1948) de una mujer que
Decía tener unos «terribles pensamientos». Cuando pensaba en su novio deseaba que estuviese muerto; cuando
veía a su madre bajar las escaleras, «deseaba que se cayera
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y se rompiera el cuello»; cuando su hermana le decía que
pensaba ir a la playa con su hija pequeña, la paciente
«esperaba que ambas se ahogaran». Esos pensamientos
«me están volviendo loca. Yo los quiero a todos; ¿por qué
les deseo cosas tan terribles? Me vuelven una salvaje, me
hacen sentir que estoy loca y que no pertenezco a la sociedad; quizá lo mejor sería acabar con todo y dejar de pensar esas cosas tan terribles sobre las personas a las que
quiero» (p. 183).
TIPOS DE COMPULSIONES.
Las personas que sufren
TOC se sienten impulsadas a realizar repetidamente ciertas
acciones que parecen absurdas y sin sentido incluso a sus
propios ojos, y que además ni siquiera ellos querrían realizar.
Estos actos compulsivos suelen ser muy básicos: lavar, comprobar, repetir, ordenar y contar (Antony et al., 1998), a los
que se añaden muchos tipos de rituales. Hay un pequeño
grupo de personas cuyas compulsiones consisten en la realización de diversas actividades cotidianas, como comer o vestirse, pero de una manera extremadamente lenta, mientras
que otras sienten el impulso de tener las cosas absolutamente
simétricas y equilibradas (Craske, 1999; Rasmussen y Eisen,
1991). Los rituales de limpieza pueden variar desde una conducta relativamente moderada, como por ejemplo pasar
entre quince y veinte minutos lavándose las manos tras haber
utilizado el baño, hasta otras conductas más extremas, como
pasar varias horas al día lavándose las manos con desinfectante hasta hacerlas sangrar. Los rituales de comprobación
también pueden variar desde los que son relativamente llevaderos, como por ejemplo comprobar todas las luces, aparatos
eléctricos y cerraduras, dos o tres veces antes de salir de casa,
o hasta otros más graves, como retroceder hasta un cruce
porque se piensa que se puede haber atropellado a una persona, y pasar varias horas buscando cualquier indicio de ese
accidente imaginario, tal como le pasaba a Marcos. Tanto los
rituales de limpieza como los de comprobación suelen tener
que realizarse obligatoriamente un determinado número de
veces, por lo que también incluyen el conteo (véase la
Tabla 6.3 de la página 201). La realización del acto compulsivo o de la serie ritualizada suele producir una sensación de
satisfacción y de disminución de la tensión, así como también una sensación de control (Rachman y Hodgson, 1980;
Salkovskis y Kirk, 1997; Steketee y Barlow, 2002).
TEMAS REPETIDOS.
Pese a las diversas formas en que
puede presentarse, el TOC parece ser mucho más homogéneo de lo que sería de esperar (Rasmussen y Eisen, 1991).
De hecho, en cualquiera de sus manifestaciones, están presentes determinados factores: (1) La ansiedad es el síntoma
afectivo (excepto por lo que concierne a la obsesión de lentitud). (2) Generalmente las compulsiones permiten disminuir la ansiedad, al menos a corto plazo. (3) Casi todas las
personas que padecen este trastorno tienen miedo de que
ocurra algo terrible.
Trastorno obsesivo-compulsivo
Este último tema ha llevado a algunos autores a considerar el TOC como una enfermedad «y qué pasa si» (Rasmussen y Eisen, 1991). La mayoría de las personas con un
trastorno obsesivo-compulsivo están constantemente preocupadas respecto a la posibilidad de que ocurra algo terrible.
«Si hay una posibilidad entre un millón de que ocurra algo
terrible, están convencidas de que eso les ocurrirá a ellas...
[por ejemplo] “El mero hecho de que exista la posibilidad,
por muy pequeña que sea, de que yo pueda apuñalar a mi
bebé o envenenar a mi hijo, es suficiente como para aterrorizarme hasta el punto en que no soy capaz de pensar en otra
cosa, por mucho que lo intente”» (Rasmussen y Eisen, 1991).
Esta tendencia a enjuiciar de manera poco realista ciertos
peligros, parece ser una característica fundamental del TOC.
COMORBILIDAD CON OTROS TRASTORNOS.
Igual
que todos los trastornos de ansiedad, el trastorno obsesivocompulsivo suele aparecer junto a otros trastornos del
estado de ánimo y de la ansiedad. Es especialmente frecuente que aparezca junto a la depresión, y se estima que el
sesenta y siete por ciento de las personas con TOC pueden
experimentar una depresión mayor en algún momento de
su vida (Gibbs, 1996). Dada la naturaleza debilitadora de
este trastorno, no resulta sorprendente que la depresión sea
una consecuencia del TOC (por ejemplo, Steketee y Barlow,
2002). Los trastornos de ansiedad que más frecuentemente
aparecen junto al TOC son la fobia social, el trastorno de
pánico, el trastorno de ansiedad generalizada, y la fobia
específica (por ejemplo, Antony et al., 1998; Steketee y Barlow, 2002). Los trastornos de personalidad (véase el Capítulo 11) que aparecen con más frecuencia entre las personas
que también sufren TOC, son el trastorno dependiente y el
de evitación. De hecho, Baer y sus colaboradores (1992)
encontraron que el veinticinco por ciento de sus pacientes
con TOC cumplían los criterios clínicos para alguno de esos
trastornos de la personalidad.
Otro trastorno que se ha estudiado muy ampliamente
a partir de la última década —el trastorno dismórfico corporal (TDC)— también suele aparecer asociado al TOC. En
un estudio, el doce por ciento de los pacientes con TOC
también sufrían el trastorno dismórfico corporal. De
hecho, muchos investigadores consideran que ambos trastornos están íntimamente asociados (por ejemplo, Phillips,
1996, 2000; Simeon et al., 1995). Véase Avances en el pensamiento 6.2 para una breve discusión del trastorno dismórfico corporal y otros trastornos relacionados, que suelen
denominarse muchas veces Trastornos del Espectro Obsesivo-Compulsivo.
Factores causales psicosociales
PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA.
Hasta hace pocos
años las principales teorías sobre el origen del trastorno
obsesivo-compulsivo eran la psicoanalítica y la conductual.
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
Desde la perspectiva psicoanalítica de Freud, una persona
con TOC es aquella incapaz de enfrentarse con sus conflictos instintivos derivados de la etapa edípica, y que por lo
tanto nunca había sido capaz de avanzar a las siguientes etapas, o que incluso había regresado a una etapa anterior de
su desarrollo psicosexual. Freud pensaba que esa persona
estaba fijada en la etapa anal del desarrollo (que tiene lugar
hacia los dos años de edad), y durante la cual se supone que
los niños encuentran un placer sensual en el hecho de defecar, tanto por su vertiente de liberación física, como de acto
creativo («¡Mamá, mira lo que he hecho!»). Es también la
época en que los padres están intentando enseñar a sus
hijos a controlar esfínteres, por lo que se supone que si son
demasiado estrictos y hacen que su hijo se sienta mal y
sucio, estarán colmándolos de rabia y de culpabilidad.
Según esta teoría, el intenso conflicto derivado del enfrentamiento entre el ello y el yo, produciría diversos mecanismos de defensa que, en última instancia, terminarían
generando los síntomas obsesivo-compulsivo (Sturgis,
1993). Lamentablemente, apenas existen investigaciones
empíricas que permitan sustentar cualquiera de las principales propuestas de esta teoría, y además los tratamientos
derivados de la misma tampoco han demostrado su utilidad para la eliminación o la mejoría del TOC.
LA PERSPECTIVA CONDUCTUAL.
La explicación conductual del TOC procede fundamentalmente de la teoría de
los dos procesos propuesta por O. H. Mowrer, sobre el aprendizaje de evitación (1947). Según esta teoría, los estímulos
neutros terminan asociándose con estímulos aversivos
mediante un proceso de condicionamiento clásico, y empiezan a provocar ansiedad. Por ejemplo, una persona podría
asociar el hecho de tocar el pomo de una puerta o de estrechar las manos a otra persona con la «temible» idea de la
contaminación. Una vez que se ha establecido esta asociación, quizá la persona podría descubrir que es posible disminuir la ansiedad que le produce estrechar la mano o tocar el
pomo de una puerta, si se lava las manos. Así pues, al reducir
la ansiedad se fortalece esa respuesta, lo que a su vez aumenta
su probabilidad de ocurrencia futura cada vez que aparezca
la ansiedad ante algún tipo de contaminación (Rachman y
Shafran, 1998). Este tipo de respuestas de evitación, una vez
que se han aprendido, son extremadamente resistentes a la
extinción (Mineka y Zinbarg, 1996; Salkovskis y Kirk, 1997).
Algunos experimentos realizados por Batman y Hodgson (1980) apoyan estas propuestas. Los autores encontraron que la mayoría de las personas que sufren TOC sufren
un gran malestar cuando se enfrentan a una situación que
provoca su obsesión. Sin embargo, si se les permite realizar
el ritual compulsivo de manera inmediata, esa ansiedad disminuye rápidamente. Por lo tanto, este modelo predice que
sería posible tratar con éxito el TOC, si tras la exposición al
objeto de la obsesión se impide la realización del ritual, lo
que permite al paciente comprobar que su ansiedad tam-
bién desaparecerá de manera natural, sin necesidad de
recurrir a las conductas compulsivas (véase también Rachman y Shafran, y 1998). Y ésta es precisamente la estrategia
principal de la terapia conductual para el TOC (véanse los
párrafos siguientes, así como el apartado Avances en la práctica 6.3 de la página 209). Por lo tanto, el modelo conductual resulta muy apropiado para comprender cuáles son los
factores que mantienen la conducta obsesivo-compulsiva, y
además ha permitido diseñar un tratamiento muy eficaz.
Sin embargo, no ha sido capaz de explicar por qué las personas desarrollan ese trastorno, y por qué evalúan los riesgos de una manera tan extremada.
ESTADO DE PREPARACIÓN PARA EL TOC. De la
misma manera que la consideración de las fobias como una
conducta condicionada se ha revitalizado al añadirle el concepto de predisposición, lo que permite entonces interpretarlas dentro del contexto evolutivo que considera el miedo
como una emoción adaptativa, también hemos podido
ampliar nuestra comprensión del trastorno obsesivo- compulsivo al situarlo en un contexto evolutivo. El concepto de
preparación también resulta importante para poder comprender la distribución no aleatoria de los pensamientos
obsesivos y de los rituales compulsivos (De Silva, Rachman,
y Seligman, 1977). Por ejemplo, los pensamientos sobre la
suciedad y la contaminación, asociados con la limpieza
compulsiva resultan demasiado frecuentes como para considerarlos aleatorios. Probablemente las obsesiones humanas respecto a la suciedad y la contaminación, así como
respecto a otras situaciones potencialmente peligrosas, no
se hayan creado en el vacío, sino que tengan profundas raíces evolutivas (Mineka y Zinbarg, y 1996).
Por otra parte, algunos teóricos han propuesto que las
actividades de desplazamiento que realizan muchas especies animales cuando se encuentran en situaciones de conflicto o de gran activación mantienen un parecido muy
significativo con los rituales compulsivos del TOC (Kraske,
1999; Holland, 1974; Mineka, 1985; Mineka y Zinbarg,
1996; Winslow e Insel, 1991). Las actividades de desplazamiento suelen incluir el despioje (limpiar el cuerpo de
parásitos) o construir el nido en condiciones de fuerte conflicto y frustración. Quizá estas conductas puedan estar
relacionadas con la limpieza (como el despioje) o con rituales de armonía característicos del TOC, y que suelen estar
provocados por la ansiedad, el malestar o el estrés que provocan los pensamientos obsesivos.
EFECTOS DEL INTENTO DE SUPRIMIR LOS PENSAMIENTOS OBSESIVOS. Cuando las personas normales
intentan eliminar pensamientos no deseados (por ejemplo,
«no pienses en osos blancos»), es posible que experimenten
un paradójico aumento de ese tipo de pensamientos (Wegner, 1994). De hecho, dos estudios realizados con sujetos
normales demostraron que la supresión de pensamientos
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Trastorno obsesivo-compulsivo
AVA N C E S
en el pensamiento
.
Durante los últimos quince o veinte años, algunos
investigadores han empezado a señalar que un amplio rango
de trastornos psicológicos se relaciona de una manera
significativa con el TOC. Por lo tanto, han propuesto la
existencia de una familia de trastornos que han denominado
Trastornos del Espectro Obsesivo-Compulsivo. Este
agrupamiento se basa en cierto número de similitudes, tales
como el pensamiento obsesivo y/o las conductas compulsivas
que comparten con el TOC. Otros vínculos entre esos
trastornos son anormalidades neurobiológicas similares,
respuestas a tratamientos farmacológicos y conductuales
muy parecidos (SSRI, y exposición a factores ansiógenos
impidiendo la conducta compulsiva), un curso similar en el
desarrollo de la enfermedad, y patrones familiares solapados
(Goldsmith et al., 1998; Hollanger y Wong, 2000). A
continuación vamos a describir brevemente algunos de estos
trastornos.
Un trastorno de espectro obsesivo-compulsivo procede
de la categoría de los somatomorfos (véase el Capítulo 8 para
una descripción más completa). Las personas que tienen un
trastorno dismórfico corporal están obsesionadas con ciertas
imperfecciones reales o imaginarias en su apariencia corporal.
Estas imperfecciones pueden estar en cualquier parte de su
cuerpo: manchas en la piel, pechos muy pequeños, rostro muy
delgado (o muy ancho), venas que quizá los demás puedan
encontrar repulsivas, etc. Los pensamientos obsesivos
relativos a estos defectos son difíciles de resistir, y con
frecuencia producen conductas rituales que ocupan mucho
tiempo, como observarse continuamente en el espejo,
camuflar sus defectos, y pedir constantemente a los demás
que les digan si notan el defecto. Este trastorno se presenta
frecuentemente asociado con el TOC, y ambos parecen
responder al mismo tipo de tratamiento farmacológico y
conductual. La principal diferencia entre ambos trastornos es
que en el TOC las obsesiones suelen referirse a una
exageración del peligro, mientras que en el trastorno
dismórfico corporal las obsesiones tienen más que ver con la
apariencia que ofrecemos a los demás.
También se cree que algunos trastornos de la
alimentación podrían encontrarse dentro de este espectro.
Por ejemplo, la anorexia nerviosa se caracteriza por una gran
preocupación respecto a la comida y el peso corporal, que se
parece mucho a algunas obsesiones del TOC, junto a una
«fobia al peso», o intenso temor de engordar (Goldsmith et al.,
1998; Hollanger y Wong, 2000; véase Capítulo 9). Además, las
personas con anorexia suelen atiborrarse de comida, lo que se
parece muchísimo a una conducta compulsiva, sobre todo por
la sensación de alivio después de inducirse el vómito. La
anorexia suele aparecer asociada con el TOC, y de hecho,
existen evidencias de que comparten alteraciones
neurobiológicas, sobre todo por lo que concierne a conductas
controladas por la serotonina. Sin embargo, también muestran
diferencias importantes. Por ejemplo, la anorexia aparece con
mucha más frecuencia en mujeres que en hombres, lo que no
ocurre en el TOC, y además el tratamiento conductual suele
ser menos eficaz con la anorexia que con el TOC.
Por último, también es posible incluir algunos trastornos
de la categoría del control de impulsos dentro del espectro
obsesivo-compulsivo. Las personas con trastornos para el
control de los impulsos experimentan impulsos o tentaciones
de realizar acciones que pueden ser dañinas para ellos
mismos o para los demás (por ejemplo, Hollanger y Wong,
2000). Los trastornos que se incluyen en esta categoría
incluyen la cleptomanía (la incapacidad de resistirse al
impulso de robar objetos que no se necesitan), la piromanía
(iniciar un fuego por placer o para aliviar la tensión), y la
tricotilomanía (arrancarse el pelo por placer o para aliviar la
tensión, provocando así una pérdida observable de pelo;
DSM-4-TR). Si bien es cierto que dentro de este ámbito los
impulsos se suelen experimentar con cierto placer (lo
contrario que ocurre con las obsesiones del TOC), sin
embargo algunas veces también se experimentan como algo
repugnante y desagradable. Las acciones compulsivas de las
personas con trastornos para el control de los impulsos, de
manera similar a lo que ocurre con las conductas
compulsivas del TOC, suelen percibirse como algo
incontrolable, y se asocian con el alivio de la tensión. Suelen
ser también muy repetitivas, y a veces se realizan de manera
ritual. Estos trastornos parecen responder de manera
selectiva a medicinas del tipo SSRI, como también ocurre con
el TOC. Sin embargo, es posible encontrar ciertas diferencias
entre ambos tipos de trastorno: los impulsos suelen ser más
dañinos o excitantes que los síntomas del TOC, y además se
obtiene más placer al ceder a ellos.
La investigación sobre las relaciones entre el TOC y los
trastornos del espectro obsesivo-compulsivo, todavía se
encuentra en una etapa muy inicial, por lo que será
interesante no perderlas de vista durante los próximos años.
durante un estado de ánimo negativo, provocaba una conexión entre el pensamiento y el estado de ánimo negativo.
Así, cuando posteriormente se volvía a presentar el estado
de ánimo negativo, también era más probable que apare-
ciese ese pensamiento, o incluso que al pensar en esa idea,
también apareciese el estado de ánimo negativo (Wenzlaff,
Wegner, y Klein, 1991). Wenzlaff y sus colaboradores llegaron a la conclusión de que cuando una persona intenta no
Trastornos del espectro obsesivo-compulsivo
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
pensar en algo, «inadvertidamente está vinculando ese pensamiento a su estado de ánimo, de tal manera que posteriormente cada uno de ellos hará aparecer al otro» (p. 507).
Dado que la principal diferencia entre las personas con
obsesiones normales y anormales radica en la medida en
que sus pensamientos se interpretan como inaceptables,
podría ocurrir que un factor determinante para la frecuencia de pensamientos obsesivos y los estados de ánimo negativos pueda ser precisamente los intentos de suprimirlos, lo
que a su vez provocaría un aumento paradójico. Por ejemplo, cuando se pide a personas con TOC que escriban en un
diario sus pensamientos insidiosos, tanto durante los días
en que han intentado eliminarlos como cuando no lo han
intentado, señalan que cuando intentan eliminarlos estos
pensamientos aparecen con el doble de frecuencia (Salkovskis y Kirk, 1997). Este resultado es similar a los efectos paradójicos que hemos descrito anteriormente, relativos a los
intentos de las personas con trastorno de ansiedad generalizada para controlar sus preocupaciones, lo que les llevaría
a un incremento de sus pensamientos insidiosos.
EVALUACIÓN DE LOS PENSAMIENTOS INSIDIOSOS.
Salkovskis (por ejemplo, 1989), Rachman (1997), y otros
autores, han distinguido entre los pensamientos obsesivos
o insidiosos per se, y las conclusiones negativas y catastróficas que se pueda extraer respecto a ellos. Por ejemplo, las
personas con TOC parecen creer que el mero hecho de
tener un pensamiento respecto a hacer alguna cosa (por
ejemplo, atropellar a un ciclista), es equivalente a realizar
esa acción, o que no haber sido capaz de impedir que otros
hayan sufrido daños es lo mismo que haberles causado
directamente ese daño, o que pensar en cometer una mala
acción es tan malo como cometerla (Craske, 1999). Desde
esta perspectiva, el excesivo sentido de responsabilidad de
las personas con TOC se añade «al horror que se experimenta ante cualquier consecuencia dañina» (Salkovskis et
al., 2000, p. 348). Así pues, probablemente esa percepción
de la responsabilidad sea lo que más motive las conductas
compulsivas, como un intento de disminuir la probabilidad de que ocurra cualquier circunstancia nociva. Lo que
diferencia a las personas normales, que también tienen
obsesiones pero que pueden desprenderse de ellas (sin sentire responsables de nada), de las personas con TOC, es ese
sentido de la responsabilidad que convierte al pensamiento
en algo esencialmente «horrible».
SESGOS Y DISTORSIONES COGNITIVAS.
También
se han encontrado factores cognitivos implicados en el trastorno obsesivo-compulsivo. La investigación ha demostrado que las personas con TOC atienden más a los aspectos
más relacionados con sus preocupaciones obsesivas, igual
que ocurre con otros trastornos de ansiedad (véase
McNally, 2000, para una revisión). Las personas con TOC
parecen tener problemas para inhibir el procesamiento de
información irrelevante. Dado que tienen dificultades para
bloquear las informaciones negativas irrelevantes, probablemente opten por suprimirlas lo que, como hemos visto,
en realidad termina por estimular ese tipo de pensamientos
(Enrigh y Beech, 1993a, 1993; McNally, 2000). Como se ha
dicho, intentar suprimir los pensamientos negativos puede
incrementar de manera paradójica su frecuencia. Estas personas también tienen una escasa confianza en su memoria,
lo que puede contribuir a repetir una y otra vez conductas
rituales (McNally, 2000; Trivedi, 1996).
Factores causales biológicos
Durante los últimos veinticinco años hemos asistido a gran
cantidad de investigaciones relativas a las posibles bases
biológicas del trastorno obsesivo-compulsivo. Algunos
estudios han intentado descubrir si existe alguna contribución de carácter genético a este trastorno. Otros han explorado si existen anormalidades estructurales o funcionales
asociadas con el mismo, e incluso algunos han investigado
la posible existencia de anormalidades en los neurotransmisores. Las evidencias procedentes de esos tres tipos de
estudios, sugieren que quizá en el TOC los factores biológicos desempeñen un papel más importante que en cualquier
otro trastorno de ansiedad.
INFLUENCIAS GENÉTICAS.
Los estudios genéticos se
han realizado tanto con gemelos como con familias. Los
estudios con gemelos ponen de manifiesto una tasa de concordancia moderadamente elevada para los gemelos monocigóticos, y una tasa menor para los gemelos dicigóticos.
Una revisión muy reciente de catorce estudios de este tipo,
revisó ochenta parejas de gemelos monocigóticos, de los
cuales cincuenta y cuatro concordaban en el diagnóstico de
TOC, y también analizó veintinueve parejas de gemelos
dicigóticos, de los cuales sólo nueve eran concordantes. Este
resultado señala una heredabilidad genética moderada
(Billett, Richter, y Kennedy, 1998). Por su parte, la mayoría
de los estudios familiares también han encontrado unas
tasas de TOC sustancialmente más elevadas entre los
parientes próximos de lo que sería de esperar por azar.
Por último, la evidencia más abrumadora de la contribución genética a algunos tipos de TOC procede de una
forma del trastorno que se caracteriza por tics motores crónicos. Esta versión del TOC tiende a comenzar muy pronto
(generalmente en la niñez) y es más frecuente entre los
niños que entre las niñas. De hecho, este TOC con tics (que
también se caracteriza por obsesiones sexuales y agresivas, y
por preocupaciones sobre la simetría y la exactitud), está
relacionado con el síndrome de Tourette, caracterizado por
tics crónicos vocales y motores muy severos, y del que se
sospecha que tiene una fuerte base genética (véase el Capítulo 16). Por ejemplo, un estudio encontró que el veintitrés
por ciento de los parientes próximos de personas con el
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síndrome de Tourette, sufrían TOC (Paul et al., 1986, 1991,
1995). En definitiva, parece que existe una contribución
genética moderada al TOC, si bien podría tratarse más bien
de una predisposición no específica hacia el «neuroticismo»
(Black et al., 1992; Hanna, 2000; MacKinnon, 1996).
ANORMALIDADES EN EL FUNCIONAMIENTO DEL
CEREBRO. Durante los últimos veinte años, se ha bus-
cado intensamente pruebas de alguna anormalidad estructural en el cerebro de los pacientes con TOC. Si bien las
primeras revisiones de algunos de los principales estudios no
mostraron la presencia de patología cerebral (Brody y Baxter,
1996; Cottraux y Gérard, 1998), una revisión más reciente ha
llegado a la conclusión de que existen evidencias convincentes de la existencia de ligeras anormalidades estructurales en
el núcleo caudado (parte del ganglio basal; Rauch y Savage,
2000). Además, a medida que se van logrando avances técnicos en el estudio del funcionamiento de las estructuras cerebrales, se intenta determinar si algunas de esas estructuras
funcionan de manera normal, incluso aunque no haya indicios de anomalías estructurales. Los resultados de al menos
media docena de estudios que han utilizado la tomografía
por emisión de positrones, muestran que los clientes con
TOC tienen niveles metabólicos anormalmente activos en la
corteza orbital frontal, en el núcleo caudado, y en la corteza
cingulada. De hecho, se observa que cuando algún estímulo
fóbico importante provoca los síntomas obsesivo compulsivos, aumenta la actividad de alguna de esas zonas (véase Cottraux y Gérard, 1998; Rauch y Savage, 200).
Todavía no está clara la implicación de esas áreas en el
TOC, si bien en la actualidad se han propuesto diversas teorías. Por ejemplo, Baxter y sus colaboradores (1991, 2000)
suponen que parte de la disfunción principal del TOC
podría estar situada en una zona del cerebro denominada
cuerpo estriado (que también incluye el núcleo caudado), y
que a su vez es parte del ganglio basal. Esta zona del cerebro
forma parte de un importante circuito neuronal que
conecta la corteza orbital frontal con el tálamo. Este circuito
suele estar involucrado en la preparación de un complejo
conjunto de conductas que se ponen en práctica en situaciones específicas. Estos investigadores citan evidencias de
que cuando este circuito no funciona adecuadamente pueden producirse respuestas conductuales inapropiadas,
como por ejemplo conductas relacionados con aspectos
territoriales (por ejemplo, la comprobación y la conducta
agresiva) y con aspectos higiénicos (por ejemplo, la limpieza). De esta manera, una interacción anómala entre el
cuerpo estriado, la corteza orbital frontal, y el tálamo (que
transmite los impulsos desde el cuerpo estriado), podría
constituir el elemento principal de la disfunción cerebral
responsable del TOC. Esta interacción anómala también da
lugar a que la corteza orbital frontal se active de manera
excesiva. A su vez, esto impide, en las personas que tienen
TOC, la inhibición de sensaciones, pensamientos y conduc-
Trastorno obsesivo-compulsivo
tas que normalmente sí se inhibirían si el circuito funcionase adecuadamente. En este caso, los impulsos hacia la
agresividad, el sexo, la higiene y el peligro, que la mayoría de
las personas consiguen controlar con relativa facilidad, «se
escapan» en forma de obsesión, e impiden que los pacientes
con TOC organicen su conducta de manera sensata para
conseguir los objetivos que les interesan. En definitiva,
parece que las personas con TOC sufren una activación
excesiva de la corteza orbital frontal, así como una disfunción del circuito cortico-basal-ganglio-talámico, lo que
impide la inhibición de conductas inapopiadas. Desde esta
perspectiva resulta más fácil comprender los estallidos de
conductas obsesivo-compulsivas en las personas que sufren
TOC (Baxter et al., 1991, 1992, 2000; Trivedi, 1996).
EL PAPEL DE LA SEROTONINA. El descubrimiento
de que una droga denominada Anafranil (clomipramina)
resulta eficaz para el tratamiento del TOC, ha dado un
fuerte impulso a los estudios farmacológicos de los factores causales en el trastorno obsesivo-compulsivo. La clomipramina está estrechamente relacionada con otros
antidepresivos tricíclicos (véase el Capítulo 7), pero es
mucho más eficaz para el tratamiento del TOC (Pigott y
Seay, 2000). La investigación demuestra que esto se debe a
su poderoso efecto sobre el neurotransmisor serotonina,
que sabemos que está fuertemente implicado en el TOC.
De hecho, algunos otros antidepresivos de la categoría de
los inhibidores selectivos de las reabsorción de la serotonina (ISRS) que también ejercen efectos relativamente
selectivos sobre las serotonina, tales como la fluoxetina
(Prozac), se ha demostrado que son igualmente eficaces
para el tratamiento del TOC (Dougherty, Rauch, y Jenike,
2002; Pigott y Seay, 2000).
La naturaleza exacta de la disfunción en el sistema
serotonninérgico en el TOC todavía no está clara (véase
Gross, Sasson, Chopra, y Zohar, 1998; Murphy et al., 1996).
La clomipramina, igual que la fluoxetina, inhibe la reabsorción de la serotonina después de que ésta se haya liberado
en la sinapsis. Así pues, sería de esperar que el TOC se caracterizara por deficiencias en los niveles de serotonina, y que
esas drogas actuaran incrementando la disponibilidad del
neurotransmisor. Sin embargo, esa conclusión es errónea
debido a que la administración de un agonista de la serotonina (una droga que provoca la liberación de serotonina),
produce un incremento en los síntomas obsesivo-compulsivos (Dolberg et al., 1996a, 1996b; Murphy et al., 1996).
Esto sugiere que el TOC podría depender de la presencia de
niveles de serotonina excesivamente elevados. La complicada imagen que resulta de todo esto es que el incremento
de la serotonina y la sensibilidad de algunas estructuras
cerebrales hacia ese neurotransmisor podrían estar implicados en los síntomas TOC. De esta perspectiva, la administración a largo plazo de clomipramina o fluoxetina
provocaría una regulación a la baja de ciertos receptores de
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
la serotonina (Dolberg et al., 1996a, 1996b). Esto es, si bien
el efecto inmediato de clomipramina o la fluoxetina sería el
de incrementar los niveles de serotonina (y exacerbar así los
síntomas TOC), los efectos a largo plazo serían muy diferentes. Esto coincide con el resultado de que dichas drogas
se deben consumir durante al menos entre seis y doce
semanas antes de que produzcan una mejoría en los síntomas TOC (Baxter et al., 2000; Dougherty et al., 2002). Sin
embargo, cada vez está más claro que la disfunción en el sistema serotoninérgico no puede explicar por sí misma y de
manera completa este complicado trastorno. También
parecen estar involucrados otros sistemas de neurotransmisores (Baxter et al., 2000; Hollander et al., 1992).
En resumen, disponemos de abundantes evidencias
respecto a la importancia de los factores biológicos causales
en el TOC. Tales evidencias provienen de estudios genéticos, de estudios sobre la estructura y el funcionamiento del
cerebro y de estudios psico-farmacológicos. Si bien todavía
no comprendemos por completo la naturaleza exacta de
esos factores y de su interacción, los esfuerzos que se están
realizando para investigar dichos temas de seguro que nos
permitirán comprender muy pronto este trastorno tan
grave y problemático.
El tratamiento del trastorno
obsesivo-compulsivo
La estrategia más eficaz de tratamiento suele ser un tratamiento conductual que combine la exposición ante el estímulo que provoca la obsesión, y que impida ofrecer la
respuesta compulsiva (por ejemplo, Foa, Franklin, y Kozak,
1998; Steketee y Barlow, 2002). Este tipo de tratamiento exige
que los clientes con TOC se enfrenten de manera repetida
ante los estímulos que provocan sus obsesiones (como puede
ser que alguien con una compulsión a la limpieza toque con
las manos la suela de sus zapatos o la tapadera del retrete de
un aseo público), pero impidiendo que realicen sus rituales
compulsivos mediante los cuales consiguen reducir la ansiedad. Impedir la realización de estos rituales resulta esencial
para que los clientes puedan ver que la ansiedad provocada
por su obsesión disminuye de manera natural en un breve
plazo de tiempo. Este tratamiento se examina de manera más
detallada en el apartado Avances en la práctica 6.3.
Este tratamiento ayuda a los clientes que lo mantienen
durante el tiempo necesario, la mayoría de los cuales consiguen una reducción de entre el cincuenta al setenta por
ciento de sus síntomas (Steketee, 1993). Aproximadamente
el cincuenta por ciento mejoran mucho o muchísimo, y
otro veinticinco por ciento mejora moderadamente. Estos
resultados son superiores a los que se obtienen utilizando
medicación (Franklin y Foa, 2002).
A continuación describiremos brevemente el éxito en
el tratamiento de Marcos, el joven artista que tenía un TOC
muy grave.
El tratamiento de Marcos
Marcos inició un tratamiento basado en la
medicación y en la exposición y prevención de
la respuesta. Sin embargo, no toleraba bien los
efectos secundarios de la clomipramina, por lo
que la abandonó al cabo de unas cuantas
semanas.
Para realizar el tratamiento conducESTUDIO
tual se le pidió que se desprendiera del grabaDE UN
dor que siempre llevaba encima, y que
CASO
realizara una serie de ejercicios en los que
tenía que enfrentarse a algunas de las situaciones que más temía, y durante las que podría confesar un crimen,
como por ejemplo hacer llamadas telefónicas, escribir cartas, o
entrar en tiendas y aseos públicos (todas ellas cosas que le aterrorizaba hacer). Se impidió que utilizara rituales de comprobación (lo
que incluía la grabadora). Aunque las primeras fases del tratamiento
no parecieron ser especialmente eficaces, Marcos se alojó en un
pequeño apartamento cercano a la clínica, lo que le permitía seguir
el tratamiento con más dedicación y, en consecuencia, empezó a
obtener resultados muy positivos.
Como se ha dicho antes, el único tipo de medicación
que parece ejercer un efecto razonablemente positivo sobre
las personas con TOC son las drogas que influyen sobre la
serotonina. Por el contrario, el resto de los trastornos de
ansiedad y del estado de ánimo sí responde a amplia variedad
de drogas (Dolberg et al., 1996a, 1996b; Pigott y Savy, 2000).
Este tipo de drogas, que inhiben la reabsorción de la
serotonina, tales como la clomipramina (Anafril) y la fluoxetina (Prozac), parecen reducir la intensidad de los síntomas de este trastorno; aproximadamente el cincuenta al
setenta por ciento de los clientes con TOC muestran una
reducción de sus síntomas de al menos el veinticinco por
ciento (frente al cuatro o el cinco por ciento con placebo;
Iancu et al., 2000; Pigott y Savy, 2000). Incluso algunos
clientes pueden llegar a conseguir todavía notables mejorías, si bien alrededor del treinta al cincuenta por ciento de
los demás no experimentan alivio significativo.
La principal desventaja del tratamiento con fármacos,
como ocurre con otros trastornos de ansiedad, es que las
recaídas son muy frecuentes (aproximadamente el noventa
por ciento) una vez que se abandona la droga (Dolberg et al.,
1996; Franklin y Foa, 2002). Así pues, a menos que los
pacientes busquen terapias alternativas de carácter conductual, tenderán a depender de manera indefinida del consumo de esas drogas. Los estudios no han encontrado que la
combinación de la medicación con la terapia conductual sea
mucho más eficaz que la terapia conductual por sí misma
(Franklin y Foa, 2002; Kozak, Liebowitz, y Foa, 2000).
Por último, dado que el TOC en su forma más grave es
un trastorno absolutamente inhabilitante, durante los
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Trastorno obsesivo-compulsivo
AVA N C E S
en la práctica
La exposición sin posibilidad de respuesta,
tratamiento para el trastorno obsesivocompulsivo
Foa y Franklin (2001, pp. 241-248; véase también Steketee y
Foa, 1985) presentaron el siguiente caso para ilustrar la
estrategia que recomendaban para el tratamiento conductual
de los trastornos obsesivo-compulsivos. La paciente era una
enfermera recién casada de veintiséis años de edad, con una
obsesión y compulsión hacia la limpieza que le impedía buscar
trabajo. Durante la evaluación inicial se mostró agitada y
molesta, incapaz de controlar la necesidad de ducharse al
menos dos veces al día, pero con una duración de cuarenta y
cinco minutos cada ducha, y desde luego con abundancia de
rituales de conteo y orden. También tenía que lavarse las
manos más o menos veinte veces diarias durante más de cinco
minutos cada vez. Asimismo pasaba gran cantidad de tiempo
desinfectando objetos con alcohol. La entrevista puso de
manifiesto inmediatamente que le aterrorizaba
«contaminarse», sobre todo con «mierda de perro» y con
gérmenes de los cuartos de baño presentes en las heces
humanas, por lo que adoptaba medidas enérgicas para evitar
cualquier cosa que pudiera haber estado en contacto con
perros o cuartos de baño. También tenía problemas con la
basura y con los animales muertos que a veces encontraba en
la carretera. Los tratamientos previos no habían sido efectivos.
A su vez la relación con su marido se estaba deteriorando,
debido a la frustración de éste por su obsesión por la limpieza.
Tratamiento de exposición
Cliente y terapeuta construyeron conjuntamente una
jerarquía de estímulos atemorizantes, cada uno de los cuales
se calificó en una escala de uno a cien, en función de su
capacidad para evocar desagrado y compulsión a la limpieza.
Por ejemplo, la paciente calificó con cien el hecho de tocar
«heces de perro» (a menos que pudiese lavarse
inmediatamente), con noventa los neumáticos del coche (que
podrían haber estado en contacto con animales muertos),
también con noventa los contenedores de basura de la calle
(pero sólo con cincuenta el cubo de basura de su casa), y con
cuarenta el pomo exterior de la puerta de un aseo público (el
pomo interior recibió una puntuación de ochenta, y la
tapadera del retrete una puntuación de noventa y cinco). A
continuación durante las sesiones de tratamiento que tenían
lugar cinco veces a la semana, se pidió a la paciente que se
expusiera deliberadamente a esos estímulos, tanto de
manera directa como imaginada, comenzando por los que
tenían una puntuación más baja en la jerarquía, y pasando
progresivamente a otros más preocupantes y problemáticos.
Esta exposición sistemática continuaba hasta que la paciente
.
parecía sentirse cómoda ante esa situación, y reducía su
estimación de lo desagradable de ese estímulo hasta un valor
de cuarenta o cincuenta.
Además de las sesiones terapéuticas, también se le
pusieron «deberes» para casa. Además se observaron
cuidadosamente las señales subjetivas de incomodidad que
se producían durante las situaciones frente al estímulo. En
una ocasión el terapeuta llevó a la paciente a un lugar
donde había visto un gato muerto, e insistió en que ésta se
acercara al cuerpo maloliente, lo tocara con la suela de su
zapato, y a continuación tocara ella misma su zapato con la
mano. Los deberes para casa consistieron en dar a la
paciente una pequeña piedra que estaba cerca del cuerpo
de gato, y un palo con el que había tocado su cadáver, para
que los llevase en el bolsillo y los tocase frecuentemente a
lo largo del día. También se le pidió que pasara por ese
lugar con su coche durante los días siguientes.
Evitar la respuesta
Tras obtener el permiso de la paciente para realizar el
tratamiento completo, el terapeuta estableció la regla de no
lavarse tras la primera sesión de exposición. En concreto, la
paciente debía estar sin lavarse lo más mínimo durante tres
días, transcurridos los cuales podría darse una ducha de diez
minutos, para volver a pasar otros tres días sin lavarse. Como
era de esperar, la paciente se mostró completamente
espantada con esta propuesta, y con grandes dudas de ser
capaz de realizarla. El terapeuta se mostró firme y optimista,
prometiendo apoyarla en los momentos difíciles, y de hecho la
paciente consiguió cumplir su compromiso. Poco antes de que
finalizaran las quince sesiones de terapia se pasó a «la
conducta normal de limpieza». Esta fase consistía en una
ducha diaria de diez minutos, y en no más de cinco lavados de
manos de treinta segundos antes de las comidas, después de
usar el cuarto de baño, y tras haber tocado objetos grasientos.
En una evaluación que se realizó nueve meses después
de haber iniciado el tratamiento, la paciente se describía a sí
misma como «definitivamente muchísimo mejor... como el
ochenta por ciento mejor». Reconoció que todavía tenía
obsesiones «una vez cada dos semanas» (la mayoría de las
veces en relación con las heces de perro), pero sin embargo
había conseguido encontrar empleo y su relación con su
marido había mejorado significativamente. Sentía que estaba
viviendo una «vida normal».
Como han señalado Foa y Franklin (2001), y Steketee y
Foa (1985), los trastornos obsesivo-compulsivos no suelen
remitir de manera completa; lo normal es que queden
problemas o rituales obsesivos residuales. El tratamiento que
se ha descrito aquí fue desde luego muy riguroso y exigente,
pero verdaderamente parece haber sido el mejor posible.
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
últimos años los psiquiatras están empezando a examinar la
utilidad de ciertas técnicas neuroquirúrgicas para el tratamiento de algunos de los casos más graves de TOC (que
supone el diez por ciento de las personas con ese trastorno;
Mindus, Rasmussen, y Lindquist, 1994). Antes de que se
considere la posibilidad de cirugía, la persona debe haber
sufrido TOC grave durante al menos cinco años, sin responder tampoco a ninguno de los tratamientos que acabamos de discutir. Algunos estudios han puesto de manifiesto
que un número significativo de estos casos intratables responden muy bien a la cirugía que destruye el tejido cerebral
de las zonas involucradas en este problema (Jenike, 2000;
Pigott y Seavy, 1998). El resultado de este tipo de técnicas se
comentará con mucho más detalle en el Capítulo 17.
REVISIÓN
• Resuma los principales síntomas del trastorno
obsesivo-compulsivo.
• ¿Cómo están involucrados los factores
cognitivos y de aprendizaje por
condicionamiento en el TOC?
• ¿Cuáles son los principales factores causales
biológicos del TOC?
• Describa las principales estrategias de
tratamiento para el TOC, así como sus ventajas
y desventajas.
FACTORES CAUSALES
SOCIOCULTURALES DE LOS
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
Las investigaciones transculturales sugieren que aunque la
ansiedad sea una emoción universal, y los trastornos de
ansiedad probablemente existan en todas las sociedades
humanas, hay muchas diferencias en la prevalencia y en la
forma en que esos trastornos se expresan en diferentes culturas (Barlow, 2002; Good y Kleinman, 1985; Kirmayer,
Young, y Hayton, 1995).
Diferencias culturales en la causa
de las preocupaciones
En la cultura Yoruba de Nigeria, existen tres conjuntos básicos de síntomas asociados con la ansiedad generalizada:
preocupación, sueños y dolores corporales. Las causas
de preocupación son muy distintas, sin embargo, de las que
suelen encontrarse en las sociedades occidentales, ya que
se centran fundamentalmente en la creación y manteni-
miento de una familia grande, así como en la fertilidad. Los
sueños también provocan ansiedad, porque se les considera
como indicadores de que se está embrujado. Las quejas
somáticas más habituales también resultan extrañas desde
una perspectiva occidental: «tengo la sensación de tener
líquido en el cerebro», «noto como si estuvieran andando
hormigas por mi cerebro», o «estoy convencido de que tengo
carcoma en el cerebro» (Ebigbo, 1982; Good y Kleinman,
1985). Los nigerianos que tienen este síndrome también
suelen mostrar un temor paranoico de sufrir ataques de
brujas (Kirmayer et al., 1995). En la India también es posible
encontrar grandes preocupaciones respecto a la posibilidad
de ser poseído por espíritus, o respecto a la incapacidad
sexual (Carstairs y Kapur, 1976; Good y Kleinman, 198).
Otro síndrome de tipo cultural que suele aparecer en
algunas zonas de China es el Koro: los hombres que lo
sufren muestran un gran temor a que su pene se encoja
hasta el interior de su cuerpo, y que una vez que haya desaparecido del todo puedan morir. El Koro es menos frecuente
en las mujeres, para quienes el temor es que se retraigan sus
pezones y se encojan sus pechos. Este síndrome suele ocurrir fundamentalmente en grupos culturalmente minoritarios, y en los momentos en que su supervivencia está
amenazada. También aparece en contextos culturales donde
existe gran preocupación respecto a la potencia sexual de los
varones (Barlow, 2002; Kirmayer et al., 1995).
Taijin Kyofusho
También se han encontrado pruebas de que la forma en que
se manifiestan ciertos trastornos de ansiedad ha evolucionado para adaptarse a determinados patrones culturales.
Un buen ejemplo de lo dicho es un trastorno japonés denominado taijin kyofusho (TKS), que podría ser similar al
diagnóstico de la fobia social. Al igual que ésta, consiste en
el temor a las relaciones interpersonales y a las situaciones
sociales (Kirmayer, 1991; Kleinknecht et al., 1997; Tseng et
al., 1992). Sin embargo, los occidentales con fobia social
tienen miedo de aquellas situaciones sociales en las que
pueden estar sometidos a observación y críticas. Por el contrario, la mayoría de las personas con TKS están preocupadas por la posibilidad de hacer algo que ofenda o
avergüence a los demás (Barlow, 2002). Por ejemplo, tienen
miedo de insultarlos si se sonrojan, por su propio olor corporal, o por mirarles fijamente a los ojos. Este temor a deshonrar y ofender a los demás es el que provoca la evitación
social (Kleinknecht et al., 1997). Dos de los síntomas más
comunes (la fobia al contacto ocular y a ruborizarse) no se
mencionan en la descripción que se hace en el DSM-4-TR
de la fobia social (Kirmayer, 1991). El trastorno dismórfico
corporal —el temor de que alguna parte del cuerpo sea
defectuosa o tenga una malformación (véase Avances en el
pensamiento 6.2 del Capítulo 8)— también es frecuente
entre quienes padecen TKS.
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Sumario
Kirmayer (1991; Kirmayer et al., 1995) ha propuesto
que los síntomas del TKS deben haber sido modelados por
factores culturales. Los niños japoneses se crían con una
gran dependencia de sus madres, y se les enseña a temer al
mundo exterior, y sobre todo a los desconocidos. A medida
que van creciendo se les impulsa a ser dóciles y obedientes.
También se pone mucho énfasis en la comunicación implícita —en ser capaz de adivinar los pensamientos y sentimientos de los demás, y en ser sensible a ellos—. Las
personas que establecen contactos oculares frecuentes suelen ser consideradas como agresivas e insensibles, y a los
niños se les enseña a mirar a la garganta de las personas con
las que están conversando, y no a sus ojos. La sociedad también está muy estructurada y jerarquizada, y se recurre a
abundantes sutilezas en el lenguaje y en la comunicación
facial para comunicar la respuesta ante el status social.
En un ámbito más general, las investigaciones transculturales han puesto de manifiesto que el reconocimiento
del componente cognitivo de la mayoría de los trastornos
de ansiedad permite esperar la presencia de abundantes
variaciones interculturales respecto a la forma que adoptan
los trastornos de ansiedad. Dichos trastornos pueden ser
considerados, al menos en parte, disfunciones del proceso
de interpretación de la realidad. Dado que la cultura influye
sobre las categorías y los esquemas que utilizamos para
interpretar nuestros propios síntomas de malestar y angustia, es más que probable que existan diferencias significativas en la forma que adoptan los trastornos de ansiedad en
diferentes culturas (por ejemplo, Barlow, 2002; Good y
Kleinman, 1985; Kirmayer et al., 1995).
REVISIÓN
• Cite algunos ejemplos de diferencias
culturales en las causas de las
preocupaciones.
• ¿Cómo se relaciona el taijin kyofusho con la
fobia social, y qué tipos de fuerzas culturales
parecen haberlo modelado?
SUMARIO
• Los trastornos de ansiedad tienen como elemento
central la ansiedad, el pánico, o ambos. Al principio
se les consideraba un subconjunto de la neurosis,
pero las versiones más recientes del DSM III y el
DSM-IV-TR han abandonado ese término.
• El temor o el pánico es una emoción básica que
implica la activación de la respuesta luchar-o-huir,
dependiente del sistema nervioso autónomo.
• La ansiedad es una mezcla difusa de emociones,
que incluye elevados niveles de efecto negativo, la
preocupación respecto a posibles peligros o
amenazas, y la sensación de ser incapaz de
predecir posibles amenazas, o de controlarlas en
el caso de se produzcan.
• La ansiedad y el pánico están asociadas cada una
con síndromes diferentes de ansiedad.
• Respecto a las fobias específicas, las personas que
las padecen muestran un temor intenso e
irracional respecto a objetos o situaciones
determinados; cuando la persona fóbica se
enfrenta con el objeto temido, suele mostrar la
activación de la respuesta luchar-o-huir, que
también está asociada con el pánico.
— Muchas fuentes de temor y de ansiedad se
adquieren mediante condicionamiento u otros
mecanismos de aprendizaje. Sin embargo,
algunas personas (ya sea debido a factores
temperamentales o ambientales), son más
vulnerables que otras a la adquisición de ese
tipo de respuestas.
— Los humanos tenemos una preparación
biológica que nos permite adquirir rápidamente
el temor hacia objetos y situaciones que
supusieron algún tipo de amenaza para
nuestros antepasados.
• En la fobia social, una persona sufre temores
hacia alguna situación social, que incluso llega a
incapacitarla, y que suele deberse al miedo a ser
evaluado negativamente por los demás, o a
realizar alguna acción embarazosa humillante; en
algunos casos una persona con fobia social
puede llegar a experimentar ataques de
pánico cuando se encuentra en situaciones
sociales.
— Parecemos tener una predisposición de
carácter evolutivo para adquirir el temor hacia
CAPÍTULO 6
Pánico, ansiedad y sus trastornos
estímulos sociales que señalan la posibilidad de
dominación y de agresión por parte de otros
humanos.
— Las personas con fobias sociales también están
preocupadas por sus propios pensamientos
negativos hacia sí mismas, que tienden a
interferir con su capacidad de interactuar
socialmente de manera adecuada.
• En el trastorno de pánico, una persona
experimenta ataques de pánico inesperados que
suelen crear una sensación de terror absoluto,
pero que generalmente disminuyen en cuestión de
minutos.
responde ante el estrés con una fuerte tensión
psicológica y muscular.
— El trastorno de ansiedad generalizada suele
afectar a las personas que han sufrido muchos
acontecimientos impredecibles y/o
incontrolables.
— Las personas con ansiedad generalizada
parecen estar convencidos de su incapacidad
para enfrentarse con situaciones extrañas y
peligrosas, lo que a su vez promueve
pensamientos automáticos sobre posibles
amenazas.
— Muchas personas que experimentan ataques de
pánico desarrollan una aprensión ansiosa
respecto a la posibilidad de sufrir otro ataque;
para diagnosticar un trastorno de pánico es
preciso que se manifieste dicho temor.
— El factor neurobiológico más implicado en la
ansiedad generalizada es una deficiencia
funcional en el neurotransmisor AGAB,
involucrado en la inhibición de la ansiedad en
situaciones de estrés; la zona del cerebro en
cuestión es el sistema límbico.
— Muchas personas con trastorno de pánico
también desarrollan una evitación agorafobia de
las situaciones en las que temen sufrir un
ataque de pánico.
— Así pues, en los ataques de pánico y en la
ansiedad generalizada, están involucrados
diferentes neurotransmisores y zonas del
cerebro.
— La teoría del condicionamiento del trastorno de
pánico propone que los ataques de pánico
hacen que la ansiedad quede condicionada con
ciertos indicadores externos, que están
asociados con esos ataques, y que a su vez el
propio pánico queda asociado con indicadores
interoceptivos que aparecen durante las
primeras fases del ataque.
• En el trastorno obsesivo-compulsivo, el sujeto
experimenta pensamientos indeseados e
insidiosos de carácter perturbador y alarmante, o
también imágenes generalmente acompañadas de
conductas compulsivas, que se realizan para
neutralizar dichos pensamientos e imágenes. Las
más comunes son los rituales de comprobación y
de limpieza.
— La teoría cognitiva del trastorno de pánico
mantiene que este problema se suele
desarrollar en las personas con tendencia a
hacer interpretaciones catastrofistas de sus
propias sensaciones corporales, una tendencia
que podría estar relacionada con niveles previos
muy elevados de ansiedad.
— Los factores causales biológicos también
parecen estar involucrados en el trastorno
obsesivo-compulsivo, según demuestran los
estudios genéticos, los estudios sobre el
funcionamiento del cerebro y los estudios
psicofarmacológicos.
— Otras teorías biológicas del trastorno de pánico
destacan que este trastorno podría proceder de
anormalidades bioquímicas en el cerebro, así
como de una anormal actividad de los
neurotransmisores norepinefrina y serotonina.
— Los ataques de pánico parecen proceder
fundamentalmente de una zona del cerebro
denominada amígdala, aunque también están
implicadas muchas otras áreas.
• En el trastorno de ansiedad generalizada, el
individuo tiene niveles crónicos y excesivamente
elevados de preocupación respecto a cierto
número de situaciones y actividades, y además
— Una vez que comienza el trastorno, éste se
mantiene merced a la reducción de la ansiedad
derivada de las conductas compulsivas.
• Cuando una persona tiene un trastorno de
ansiedad, su forma de procesar la información
suele ser congruente con su estado de ánimo, por
ejemplo a través de sesgos en su forma de atender
e interpretar la realidad, lo que a su vez contribuye
a mantener la ansiedad.
• Muchas personas con trastornos de ansiedad
reciben tratamiento médico, generalmente con
medicinas diseñadas para aliviar la ansiedad, o con
antidepresivos que también surten efecto contra la
ansiedad.
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Sumario
— Este tipo de tratamiento se centra en la
supresión de los síntomas, y además algunos
medicamentos son adictivos.
— Una vez que se abandona la medicación, la tasa
de recaída tiende a ser muy elevada.
• Las terapias conductuales y cognitivas han
demostrado una gran eficacia para el tratamiento
de los trastornos de ansiedad.
— Las terapias conductuales se centran en una
exposición prolongada a las situaciones
temidas; por lo que concierne al trastorno
obsesivo-compulsivo, es necesario impedir los
rituales que suelen aparecer tras la exposición a
las situaciones temidas.
— Las terapias cognitivas intentan ayudar a los
clientes a comprender la existencia y la
importancia de sus pensamientos automáticos
subyacentes, y que generalmente suponen
distorsiones cognitivas, como predicciones de
catástrofes que, en realidad, es muy poco
probable que lleguen a ocurrir. Posteriormente,
aprenden a modificar esos pensamientos y
creencias mediante un proceso de reanálisis
lógico, que se conoce como reestructuración
cognitiva.
TÉRMINOS CLAVE
Agentes provocadores de pánico
(p. 187)
Agorafobia (p. 184)
Amígdala (p. 188)
Ansiedad (p. 173)
Compulsiones (p. 200)
Conducta neurótica (p. 172)
Fobia (p. 174)
Fobia a la sangre, inyecciones y
heridas (p. 175)
Fobia específica (p. 174)
Fobia social (p. 174)
Miedo (p. 172)
Neurosis (p. 172)
Obsesiones (p. 200)
Pánico (p. 172)
Sensibilidad a la ansiedad
(p. 191)
Temores interoceptivos (p. 196)
Trastorno de ansiedad (p. 173)
Trastorno de ansiedad generalizada
(TAG) (p. 194)
Trastorno de pánico (p. 183)
Trastorno obsesivo-compulsivo
(TOC) (p. 200)
Trastornos del espectro obsesivocompulsivo (p. 205)
C A P Í T U L O
Trastornos del estado
de ánimo y suicidio
¿QUÉ SON LOS TRASTORNOS DEL ESTADO
DE ÁNIMO?
Prevalencia de los trastornos del estado de ánimo
TRASTORNOS UNIPOLARES DEL ESTADO
DE ÁNIMO
Depresiones que no son trastornos del estado de ánimo
Trastornos depresivos leves y moderados
Trastorno depresivo mayor
FACTORES CAUSALES EN LOS TRASTORNOS
UNIPOLARES DEL ESTADO DE ÁNIMO
Factores causales biológicos
Factores causales psicosociales
TRASTORNOS BIPOLARES
Ciclotimia
Trastornos bipolares
Trastorno esquizoafectivo
FACTORES CAUSALES DEL TRASTORNO
BIPOLAR
Factores causales biológicos
Factores causales psicosociales
FACTORES SOCIOCULTURALES QUE
INFLUYEN SOBRE LOS TRASTORNOS
UNIPOLAR Y BIPOLAR
Diferencias interculturales en los síntomas depresivos
Afrontamiento de las pérdidas
Diferencias interculturales en la prevalencia
Diferencias demográficas en los Estados Unidos
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS
La fármaco-terapia y la terapia electro-convulsiva
Psicoterapia
EL SUICIDIO
El cuadro clínico y la pauta causal
Ambivalencia ante el suicido
Prevención e intervención en el suicidio
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Hay derecho a morir?
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
L
a mayoría de nosotros nos sentimos deprimidos de
vez en cuando. Suspender un examen, no ser admitidos en la primera carrera universitaria que hemos
elegido, o quizá romper con nuestra pareja, podrían ser
ejemplos de situaciones que propician en muchas personas
un estado de ánimo deprimido. Sin embargo, los trastornos
del estado de ánimo son alteraciones mucho más graves, y
que duran mucho más tiempo. Se trata de perturbaciones
muy intensas y persistentes, hasta el punto de que provocan
desajustes, y a menudo otros problemas importantes, tanto
en las relaciones personales como en las laborales. De
hecho, se ha estimado que en 1990, la depresión ocupó el
cuarto lugar entre ciento cincuenta circunstancias que
suponían una carga social —esto es, la suma de su coste
directo (como el tratamiento) e indirecto (como los días
que se falta al trabajo, incapacidad y muerte prematura)—.
De hecho, se prevé que en el año 2020 la depresión podría
ser la principal causa de muerte (Murray y López, 1996).
Considérese el siguiente caso.
Un exitoso «fracaso total»
Margarita, una importante ejecutiva de cuarenta y tantos años, que destaca por su
energía y productividad, fue abandonada inesperadamente por su marido, que la dejó por
una mujer más joven. Tras su primera reacción
de
dolor y rabia, comenzó a tener accesos
ESTUDIO
incontrolables de llanto, y dudas sobre su
DE UN
capacidad para los negocios. Tomar decisiones
CASO
se convirtió para ella en un suplicio. Poco a
poco, empezó a pasar cada vez más tiempo
metida en la cama, y evitando ver a cualquier persona. Cada vez
consumía más alcohol, hasta el punto de que casi nunca estaba
sobria. Pocas semanas después ya había sufrido importantes pérdidas financieras, debido a su incapacidad, o a su rechazo, para atender sus asuntos económicos. Se sentía como una «auténtica
fracasada», incluso aunque recordara sus importantes logros personales y profesionales; de hecho, sus autocríticas se fueron extendiendo poco a poco a todos los aspectos de su vida y de su historia
personal. Por último, los miembros de su familia, alarmados, prácticamente la obligaron a concertar una entrevista con un psicólogo
clínico.
¿A Margarita le pasaba «algo raro», o simplemente
estaba sintiendo las emociones humanas normales tras
haber sido abandonada por su marido? Los psicólogos llegaron a la conclusión de que estaba sufriendo un importante
trastorno del estado de ánimo, e iniciaron el tratamiento. El
diagnóstico, atendiendo a la gravedad de los síntomas y al
grado de deterioro, fue de trastorno depresivo mayor.
Los trastornos del estado de ánimo tienen muy diversa
naturaleza, como lo ilustran los abundantes tipos de depresión recogidos en el DSM-4-TR (véase la Tabla 7.1). Sin
embargo, en todos los trastornos del estado de ánimo (anteriormente denominados trastornos afectivos), lo que
domina en el cuadro clínico son emociones o afectos muy
extremos, desde la euforia a la depresión profunda. También están presentes otros síntomas, si bien la característica
más definitoria es un estado de ánimo alterado.
¿QUÉ SON LOS TRASTORNOS
DEL ESTADO DE ÁNIMO?
Los dos estados de ánimo básicos involucrados en este tipo
de trastornos son la manía, que suele caracterizarse por
sentimientos muy intensos y poco realistas de excitación o
euforia, y la depresión, que generalmente supone sentimientos de extraordinaria tristeza y abatimiento. Algunas
personas experimentan ambos tipos de talante en un
momento u otro, pero otros sólo sufren la depresión. Con
frecuencia los estados de ánimo se conciben como los extremos opuestos de un continuo, donde el segmento central lo
ocuparía un estado de ánimo normal. Si bien esta forma de
concebirlos alude al grado mayor o menor con que afectan
a la persona, a veces es posible que un paciente tenga de
manera simultánea síntomas de manía y depresión. En
estos episodios mixtos, el individuo experimenta estados de
ánimo que se alternan con gran velocidad, pasando de la
tristeza a la euforia y de ahí a la irritación, dentro del mismo
episodio.
Organizaremos nuestra exposición en función de la
diferencia entre las formas unipolar y bipolar de los trastornos del estado de ánimo. En los trastornos unipolares, que
son los más habituales, la persona sólo experimenta episodios depresivos. En los trastornos bipolares, se sufren tanto
episodios maníacos como depresivos. Esta diferencia es
importante en el DSM-4-TR, y si bien las formas unipolar y
bipolar de los trastornos del estado de ánimo no están perfectamente separadas, sí existen importantes diferencias en
cuanto a sus síntomas, factores causales y tratamiento.
También se acostumbra a diferenciar este tipo de trastornos
en función de su (1) gravedad —número de disfunciones
que se experimentan en diversas áreas de la vida, y según su
grado de deterioro—; y (2) duración —según que el trastorno sea agudo, crónico, o intermitente (con periodos de
funcionamiento relativamente normales entre episodios
del trastorno).
Dentro de cada una de esas categorías generales del
trastorno unipolar y bipolar, comenzaremos con los problemas más leves. A continuación analizaremos los trastornos en los que el funcionamiento del individuo está
moderadamente deteriorado, para acabar revisando los
trastornos más graves. Las investigaciones más recientes
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Tabla 7.1.
Trastornos
unipolares
Trastornos
bipolares
Otros
trastornos
del estado
de ánimo
¿Qué son los trastornos del estado de ánimo?
Tipos de depresión según el DSM-4-TR
Diagnóstico
Características principales
Trastorno de
adaptación con
talante deprimido
La persona reacciona con un talante deprimido e inadaptado a ciertos
acontecimientos estresantes que han ocurrido durante los últimos tres meses.
No se tienen en cuenta los síntomas derivados del duelo. Los síntomas deben
remitir durante los seis meses siguientes a la desaparición del acontecimiento
estresante.
Distimia
Durante los últimos dos años, y durante la mayor parte del día, la persona ha
sufrido molestias derivadas de un estado de ánimo deprimido, pero no de la
suficiente gravedad como para cumplir los síntomas de la depresión mayor.
No deben haberse producido episodios maníacos o hipomaníacos.
Trastorno
depresivo mayor
Presencia de uno o más episodios de depresión mayor, en ausencia de
episodios maníacos o hipomaníacos. Los síntomas característicos son un
estado de ánimo depresivo, con carácter prominente y persistente, o pérdida
del gusto por las cosas durante al menos dos semanas, acompañada de cuatro
o más de los siguientes síntomas: pérdida de apetito, insomnio, retraso psicomotriz, fatiga, sentimientos de culpabilidad, incapacidad para concentrarse e
ideas de muerte y suicidio.
Ciclotimia,
depresión
En la actualidad o durante los últimos dos años, se han experimentado
episodios similares a la distimia, pero también uno o más períodos de hipomanía, con un talante muy efusivo, o también irritable (pero no psicótico).
Trastorno bipolar I,
con depresión
La persona experimenta un episodio depresivo mayor, y ha tenido uno
o más episodios maníacos.
Trastorno bipolar II,
con depresión
La persona experimenta un episodio depresivo mayor, y ha tenido uno
o más episodios hipomaníacos.
Trastorno del estado
de ánimo debido
a un problema
médico general
La persona tiene síntomas depresivos, cuya causa primordial parece un efecto
fisiológico directo de una enfermedad médica.
Trastorno del estado
de ánimo inducido
por sustancias
La persona sufre una depresión persistente y prominente, que parece deberse
a los efectos fisiológicos directos del abuso, o la abstinencia, de alguna droga.
sugieren que las perturbaciones más leves se sitúan en la
misma dimensión que las más graves. Esto es, la diferencia
parece fundamentalmente una cuestión de grado y no de
categoría, una conclusión que está también apoyada por
estudios muy recientes y realizados con gran rigor (por
ejemplo, Kendler y Gardner, 1998; Ruscio y Ruscio, 2000;
véase también Flett, Vredenbrug, y Krames, 1997). También
hay considerable heterogeneidad en la manera en que se
manifiestan los trastornos del estado de ánimo. Así, existen
múltiples subtipos del trastorno unipolar y también del
bipolar, y probablemente cada uno de esos subtipos tenga
diferentes causas.
También es importante recordar que el suicidio es una
consecuencia muy frecuente de la depresión, tanto de la
unipolar como de la bipolar. De hecho, los episodios depresivos son la causa más habitual de intentos de suicidio. La
última parte de este capítulo incluye el análisis de las causas
así como la mejor manera de prevenir el suicidio.
Prevalencia de los trastornos del estado
de ánimo
Los principales trastornos del estado de ánimo se producen
con una frecuencia alarmante —por ejemplo, son al menos
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
entre quince y veinte veces más frecuentes que la esquizofrenia, y tanto como todos los trastornos de ansiedad juntos—. De los dos tipos principales de trastornos del estado
de ánimo, la depresión mayor unipolar es la más común, y
parece que además su frecuencia se está incrementando
durante los últimos años (Kaelber, Moul, y Farmer, 1995;
Kessler, 2002). Los últimos resultados epidemiológicos de la
Encuesta Nacional De Comorbilidad (Kessler et al., 1994)
encontraron tasas de prevalencia a lo largo de la vida para
este trastorno en los varones, cercanas al trece y al veintiún
por ciento para las mujeres (las tasas de prevalencia para los
últimos doce meses rondaban el ocho por ciento para los
hombres, y el trece por ciento para las mujeres). Estos datos
ilustran la observación general de que la depresión unipolar
es mucho más frecuente entre las mujeres que entre los
hombres; esta diferencia recuerda también las que caracterizan a los trastornos de ansiedad (véase el Capítulo 6). Discutiremos más adelante y con más detalle el tema de las
diferencias sexuales en la depresión unipolar (véase Avances
en la Investigación 7.1 de la página 236). El otro tipo de trastorno del estado de ánimo, el trastorno bipolar (en el que
aparecen episodios maníacos y depresivos) es mucho
menos frecuente. El DSM-4-TR estima que el riesgo de
padecerlo en algún momento de la vida oscila entre 0,4 y el
1,6 por ciento, y que no hay diferencias apreciables en las
tasas de prevalencia entre ambos sexos. De hecho se encontraron tasas similares en la Encuesta Nacional De Comorbilidad (Kessler et al., 1994).
REVISIÓN
• ¿Cuál es la principal diferencia entre trastornos
unipolares y bipolares, y cuál es la prevalencia
de ambos tipos de trastorno?
• ¿Cómo difieren entre los sexos las tasas de
prevalencia de los trastornos unipolar y
bipolar a lo largo del ciclo vital?
TRASTORNOS UNIPOLARES
DEL ESTADO DE ÁNIMO
La tristeza, el desaliento, el pesimismo y la desesperación
son sentimientos conocidos para la mayoría de nosotros. La
depresión es un sentimiento desagradable, pero generalmente no dura demasiado, y desaparece por sí misma tras
un periodo de unos cuantos días o semanas, o tras haber
alcanzado cierto nivel de intensidad. Puede que algunas
veces tengamos la sensación de que incluso puede haber
sido de utilidad: nos habíamos quedado atascados, pero ya
podemos avanzar; lo que nos preocupaba no ha sido tan
grave como pensábamos, y la nueva perspectiva alcanzada
nos hace presagiar nuevas posibilidades de un alentador
futuro.
Estos ejemplos ilustran que una depresión leve puede
llegar a ser adaptativa a largo plazo, debido a que gran parte
del «funcionamiento» de la depresión exige enfrentarse a
imágenes, pensamientos y sentimientos, que normalmente
suelen evitarse y, a la misma vez, desaparece por sí misma.
De hecho, al obligarnos a ralentizar nuestro ritmo de funcionamiento, la depresión a veces nos ahorra el desperdicio
de una gran cantidad de energía en intentos fútiles de perseguir objetivos inalcanzables. En otras palabras, muchos
consideran que la capacidad de experimentar una depresión podría ser en realidad algo «normal» y adaptativo
––siempre que se trate de una depresión breve y ligera
(Nesse, 2000)—. Generalmente es de esperar que las depresiones normales afecten a personas que están sufriendo
acontecimientos vitales dolorosos pero comunes, como
pueden ser quebrantos importantes de carácter personal,
interpersonal, o económico.
Depresiones que no son trastornos
del estado de ánimo
Las depresiones normales son casi siempre resultado de un
estrés reciente. Vamos a considerar dos causas absolutamente comunes de depresión, que generalmente no se consideran trastornos del estado de ánimo, excepto cuando son
especialmente graves y/o prolongadas.
PÉRDIDAS Y EL PROCESO DE DUELO.
Generalmente pensamos en el duelo como el proceso psicológico
que uno atraviesa tras la muerte de un ser amado —un proceso que parece ser más difícil para los hombres que para las
mujeres (Bonanno y Kaltman, 1999)—. El duelo tiene ciertas cualidades características. De hecho, las observaciones
clásicas de Bowlby (1980) pusieron de manifiesto que suele
haber cuatro fases en la respuesta normal ante la pérdida de
una esposa o de un familiar cercano:
1. Entorpecimiento e incredulidad que puede durar
desde unas cuantas horas a una semana, y que puede
estar jalonado por estallidos de intenso malestar,
pánico, o angustia.
2. Añoranza y búsqueda de la persona amada, que puede
durar desde unas cuantas semanas a varios meses.
3. Desorganización y desesperación.
4. Cierto nivel de reorganización.
Durante la segunda fase (que se parece más a la ansiedad
que a la depresión), la persona en proceso de duelo puede
que muestre incapacidad para descansar, insomnio y preocupación (o ira) hacia la persona amada. La intensidad
de la añoranza y la búsqueda va disminuyendo progresi-
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Trastornos unipolares del estado de ánimo
vamente. La tercera fase, la desesperación, comienza
cuando la persona termina por aceptar que esa pérdida
será permanente, y se da cuenta de la necesidad de abandonar antiguos formas de pensar, de sentir y de actuar, lo
que incluye el establecimiento de una nueva identidad
(por ejemplo, como viudo o viuda). Durante esta fase, es
posible que se cumplan los criterios de trastorno depresivo mayor. Sin embargo, poco a poco la mayoría de la
gente consigue pasar a la cuarta fase y empieza a reconstruir su vida. Se va recuperando la capacidad para responder al mundo externo, va disminuyendo la tristeza y
vuelve el interés por la vida. Esto es lo que suele considerarse un proceso normal. Sin embargo, algunas personas
se atascan en algún momento de esa secuencia. Por esa
razón, el DSM-4-TR sugiere que no se debe diagnosticar
un trastorno depresivo mayor hasta que hayan transcurrido dos meses de la pérdida, incluso aunque se cumplan
todos los criterios.
Si ignoramos de momento a las personas que están
diagnosticadas del trastorno depresivo mayor, es fácil percatarse de la función adaptativa del duelo (Bowlby, 1980).
De hecho, el hecho de que una persona no sea capaz de
mostrar duelo en las circunstancias en que debería hacerlo
es motivo de preocupación, debido a que probablemente
no está procesando adecuadamente esa pérdida, al menos
en un ámbito psicológico. Las personas que no manifiestan
un duelo consciente pueden aparentar un funcionamiento
adecuado, pero por dentro suelen estar tensas e irritables, y
muestran ciertos síntomas físicos, como dolor de cabeza o
palpitaciones.
Las perspectivas tradicionales sobre el proceso de
duelo (por ejemplo, Freud, 1917, 1957) consideraban que
tenía la función de «permitir el distanciamiento con el fallecido» (Silverman y Klass, 1996, p. 10). Esta perspectiva está
siendo puesta en tela de juicio por los últimos trabajos de
algunos científicos, que estudian por todo el mundo a personas de luto. Sus investigaciones sugieren que estas personas mantienen una constante conexión con la persona
fallecida, que puede ir cambiando a lo largo del tiempo pero
que permanece indefinidamente presente (Bonanno y Kaltman, 1999).
madres primerizas (y en ocasiones también los padres)
sufren una depresión postparto tras el nacimiento de su
hijo. Hasta hace muy poco, se creía que la depresión mayor
posparto era una forma relativamente habitual de depresión
clínica (esto es, no una variación normal del estado de
ánimo). Sin embargo, las últimas investigaciones sugieren
que solamente se puede considerar algo común la «tristeza
post parto». Los síntomas de la tristeza post parto incluyen
fragilidad emocional, llanto fácil e irritabilidad, con frecuencia jalonados por sentimientos de felicidad (Miller,
2002; O’Hara et al., 1990, 1991). Estos síntomas se presentan
en el cincuenta o el setenta por ciento de las mujeres durante
los diez días posteriores al nacimiento de su hijo, y generalmente remiten por sí mismos (APA, y 2000; Miller, 2002).
Parece que la depresión mayor no se presenta con más
frecuencia en el periodo post parto de lo que sería de esperar en una mujer de la misma edad y status socioeconómico
que no hubiese dado a luz (Hobfoll et al., 1995; O’Hara et
al., 1990, 1991). En algunos casos muy poco frecuentes la
depresión mayor se presenta acompañada de rasgos psicóticos. Así pues, es necesario descartar la noción tan ampliamente aceptada de que las mujeres durante el periodo post
parto son especialmente proclives a sufrir una depresión
mayor.
Puede que los reajustes hormonales desempeñen cierto
papel en la tristeza post parto y en la depresión, si bien las
evidencias al respecto todavía no son contundentes
(O’Hara et al., 1991; Miller, 2002). Resulta evidente que
también debe estar presente cierto componente psicológico. La tristeza post parto o la depresión tienden a ocurrir
con más probabilidad si la madre carece de apoyo social, y/o
tiene dificultades para aceptar su nueva identidad, o si sus
expectativas respecto al nacimiento del bebé no habían
incluido esos aspectos más penosos y en ocasiones abrumadores que conlleva el cuidado de los bebés; o también si la
mujer tiene una historia personal o familiar de depresión,
que la hace especialmente sensible al estrés de la crianza
(Brems, 1995; Miller, 2002).
No podemos considerar el luto como un estado psicológico que termina en algún momento y del cual uno se
recupera. Puede que disminuya la intensidad de los sentimientos... [pero] mientras que la muerte es algo permanente e inmutable, el proceso no lo es... [la] resolución del
duelo supone la continuidad de los vínculos que el superviviente mantiene con el fallecido y... esto puede constituir una parte saludable de la vida del que ha quedado
vivo (Silverman y Klass, 1996, pp. 18-22).
El punto exacto en que una perturbación en el estado de
ánimo se convierte en un trastorno del estado de ánimo es
una cuestión de ojo clínico y tiene mucho que ver con el
grado de deterioro que experimenta el sujeto en su funcionamiento habitual. El DSM-4-TR incluye dos categorías
fundamentales para las depresiones leves y moderadas:
trastorno de adaptación con estado de ánimo deprimido, y
distimia.
TRISTEZA POST PARTO.
Aunque el nacimiento de un
niño debería ser un acontecimiento feliz, algunas veces las
Trastornos depresivos leves
y moderados
TRASTORNO DE ADAPTACIÓN CON ÁNIMO DEPRIMIDO. Como hemos señalado en el Capítulo 5, los tras-
tornos de adaptación sólo pueden diagnosticarse cuando
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
existe un factor estresante identificable, supuestamente
causante de ese problema, que ha aparecido en la vida de esa
persona durante los tres meses anteriores a la aparición de
los síntomas (el duelo sin complicaciones añadidas que
sigue a la pérdida de un ser amado no debe incluirse en esta
categoría diagnóstica). La justificación para que se diagnostique un trastorno de adaptación con ánimo deprimido es
que el individuo está experimentando un funcionamiento
social o laboral deteriorado, o que el factor estresante (véase
el Capítulo 5) normalmente no parece lo suficientemente
grave como para justificar los síntomas depresivos de esa
persona. El diagnóstico asume que los problemas del sujeto
remitirán cuando desaparezca el factor estresante, o cuando
se logre un nuevo nivel de adaptación. Si esto no ocurre en
los seis meses siguientes a que haya desaparecido el factor
de estrés, es necesario volver a diagnosticar a esa persona
con algún otro trastorno del estado de ánimo.
DISTIMIA.
Para establecer un diagnóstico de distimia
es necesario que el sujeto muestre un estado de ánimo
persistentemente deprimido durante la mayor parte del
día, durante al menos dos años, y durante la mayoría de
los días. Además, debe manifestar al menos dos de los
siguientes síntomas cuando se encuentre deprimido:
(1) escaso apetito, o también hambre voraz, (2) perturbaciones del sueño, (3) poca energía, (4) baja autoestima, (5) dificultades de concentración y de toma de
decisiones, y (6) sentimientos de desesperanza. Esto es,
haber experimentando niveles moderados de depresión
durante un periodo de al menos dos años (de un año
para los niños y adolescentes); también es importante
que no sean psicóticos (sin contacto con la realidad).
Puede que se presenten breves periodos de un estado de
ánimo normal, pero normalmente sólo duran entre unos
cuantos días a unas cuantas semanas (con un máximo de
dos meses). De hecho, estos lapsos intermitentes constituyen una de las principales características que permiten
diferenciar la distimia de la depresión mayor. No es necesario que se presente ningún acontecimiento que precipite la distimia, si bien es habitual que eso ocurra (por
ejemplo, Roth y Mountjoy, 1997).
La distimia también es muy frecuente, con una prevalencia a lo largo de la vida de casi el cinco por ciento para los
hombres y el ocho por ciento para las mujeres (Keller et al.,
1994). La duración media de la distimia es de cinco años,
pero puede persistir durante más de veinte años (Keller et
al., 1997). Incluso entre quienes parecen haberse recuperado de la distimia después de un período de cinco años,
prácticamente la mitad pueden recaer a lo largo de los dos
años siguientes (Klein, Schwartz, Rose, y Leader, 2000). La
distimia con frecuencia empieza durante la pubertad, y en
el cincuenta por ciento de los casos, antes de los veintiún
años de edad.
El siguiente caso es un ejemplo típico de este trastorno.
Una ejecutiva distímica
Una joven ejecutiva de veintiocho años llegó a
nuestra clínica recomendada por un psicoanalista, para que recibiera un tratamiento «de
apoyo»... Se quejaba de estar «deprimida»
respecto a todo: su trabajo, su marido y sus
perspectivas
de futuro...
ESTUDIO
Sus lamentaciones se referían a sentimienDE UN
tos persistentes de depresión, inferioridad y
CASO
pesimismo, que decía sufrir desde que tenía
dieciséis o diecisiete años. Aunque obtuvo
unos resultados razonablemente buenos en la universidad, especulaba constantemente sobre otros estudiantes que eran «genuinamente inteligentes». Salía con chicos durante esa época, aunque
decía que nunca se plantearía la conquista de un compañero de esos
que consideraba «especiales», debido a sus sentimientos de inferioridad...
Tras su graduación, se casó con el hombre con el que estaba
saliendo en ese momento. Lo consideraba como razonablemente
deseable, aunque no «especial», y se casó con él fundamentalmente porque pensaba que «necesitaba un marido» para tener
compañía. Poco después de su boda, aparecieron las disputas. Ella
se mostraba muy crítica respecto a la ropa, el trabajo y los padres
de su marido; y él, a su vez, la encontraba fiscalizadora, antipática
y malhumorada. Ella empezó a pensar que había cometido un error
al casarse con él.
Recientemente también había empezado a tener dificultades en
el trabajo. Sólo le asignaban tareas menores, y nunca un cargo de
importancia o responsabilidad. Ella admite que con frecuencia hace
su trabajo «a la ligera», nunca hace más de lo que se le pide, y nunca
demuestra asertividad o iniciativa... Siente que nunca llegará muy
lejos en su trabajo porque no tiene los «contactos» necesarios, pero
sin embargo sueña con tener dinero, estatus y poder.
Su vida social con su marido incluye a otras parejas. Se trata
habitualmente de amigos de su marido. Ella está segura de que las
mujeres la encuentran poco interesante, y de que las personas que
sí parecen encontrarse a gusto con ella probablemente no sean
mejores que ella.
Bajo el peso de su insatisfacción con su matrimonio, con su trabajo y con su vida social, se siente cansada y desinteresada por la
vida, y es la tercera vez que acude a recibir tratamiento (Spitzer et
al., 2002, pp. 110-111).
Trastorno depresivo mayor
Los criterios diagnósticos para el trastorno depresivo
mayor exigen que la persona muestre más síntomas de los
que se requieren para diagnosticar distimia, y que los síntomas sean también más persistentes (que no estén intercalados con periodos de humor normal). La persona afectada
debe experimentar un estado de ánimo señaladamente
deprimido, una fuerte pérdida de interés en actividades
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agradables durante la mayoría de los días, y durante casi
todo el día, durante al menos dos semanas consecutivas.
Además de manifestar uno de estos síntomas o los dos,
también es necesario que experimente al menos tres o cuatro de los siguientes síntomas durante ese mismo periodo
(para alcanzar un total de al menos cinco síntomas):
(1) fatiga o pérdida de energía; (2) insomnio o hipersomnolencia (esto es, muy poco o demasiado sueño); (3) disminución del apetito y una pérdida importante de peso no
debido a dieta (o, de manera mucho menos frecuente, lo
opuesto); (4) agitación o retardo psicomotriz (enlentecimiento de la actividad física y mental); (5) disminución de
la capacidad para pensar o concentrarse; (6) auto-culpabilidad; y (7) pensamientos recurrentes de muerte o suicidio.
Este diagnóstico no debe hacerse si el paciente ha experimentado un episodio maníaco o hipomaníaco, en cuyo
caso se trataría del episodio depresivo de un trastorno
bipolar.
Debe señalarse que muy pocas depresiones —incluidas
las más leves— aparecen en ausencia de un grado importante de ansiedad (Akiskal, 1997; Mineka et al., 1998).
Como veremos más adelante en este capítulo, la presencia
conjunta de depresión y ansiedad, que ha recibido gran
cantidad de atención durante los últimos años, supone un
tema muy complejo (véase Avances en el pensamiento 7.2 de
la página 238).
El siguiente caso ilustra un episodio moderadamente
grave de trastorno depresivo mayor.
Connie
Connie es un ama de casa de treinta y tres años
y madre de Roberto, un niño de cuatro años, a
quien se ha recomendado seguir un tratamiento psiquiátrico debido... a que ha estado
deprimida e incapaz de concentrarse desde
que
se separó de su marido, tres meses atrás.
ESTUDIO
Connie dejó a su marido después de cinco años
DE UN
de matrimonio. Durante los últimos cuatro
CASO
años, tras quedar embarazada de su hijo
Roberto, han tenido violentas peleas durante
las cuales su marido le ha pegado hasta dejar su rostro y sus brazos
llenos de cardenales...
Antes de su matrimonio... se relacionaba mucho con sus padres
[y] con muchos amigos a los cuales veía con regularidad... En el instituto había sido muy popular y una buena estudiante... No tenía una
historia personal de depresión, ni tampoco una historia familiar de...
enfermedad mental.
Durante su primer año de matrimonio, su marido fue volviéndose cada vez más irritable y crítico con ella. Empezó a exigirle que
dejara de telefonear y de ver a sus amigos al salir del trabajo, y
tampoco permitía que les visitaran en su casa... Pese a sus recelos
Trastornos unipolares del estado de ánimo
respecto a la conducta de su marido, Connie decidió quedarse
embarazada. Durante el séptimo mes de embarazo..., su marido
empezó a quejarse de ella, y a golpearla con los puños. Ella lo abandonó y fue a vivir con sus padres durante una semana. Pero su
marido se presentó con muestras de arrepentimiento... y... Connie
volvió a casa. No hubo ningún otro episodio de violencia hasta que
nació Roberto. En ese momento, su marido empezó a consumir
cocaína los fines de semana, y con frecuencia se ponía violento.
En los tres meses que han pasado desde que dejó a su marido,
Connie ha estado cada vez más deprimida. Ha perdido el apetito y
4,5 kilos de peso. Pasa el día llorando, y con frecuencia se despierta
a las cinco de la mañana y no puede volver a dormirse... Tiene un
aspecto pálido y delgado... Habla con lentitud, mientras describe su
estado de ánimo deprimido y su falta de energía. Dice que su único
placer es estar con su hijo. Y que es capaz de cuidar físicamente de
él, pero se siente culpable porque su preocupación respecto a sus
propios sentimientos le impide jugar con el niño. Ya no tiene contacto con nadie más que con sus padres y con su hijo. Se siente inútil, y se culpa a sí misma de sus problemas matrimoniales,
diciéndose que si hubiera sido una mejor esposa, quizá su marido
hubiera podido dejar la cocaína... (adaptado de Spitzer et al., 2002,
pp. 411-413).
SÍNTOMAS COGNITIVOS, MOTIVACIONALES Y BIOLÓGICOS. Como ilustra el caso anterior, una persona
con una depresión mayor no sólo muestra síntomas de tristeza, sino también diversos síntomas cognitivos, motivacionales, y biológicos, que adoptan un carácter más grave que
en una depresión leve. Connie pone de manifiesto diversas
distorsiones cognitivas, tales como el sentimiento de inutilidad y culpabilidad. Se queja de falta de energía y de incapacidad para jugar con su hijo debido, precisamente, a sus
preocupaciones. Sus síntomas biológicos incluyen la pérdida de apetito y el despertar muy temprano por la mañana.
La pérdida de contacto con los amigos es frecuente en la
depresión, debido en parte a que la persona no tiene motivación para buscar contactos personales.
LA DEPRESIÓN A LO LARGO DEL CICLO VITAL.
Aunque la aparición de un trastorno unipolar del estado de
ánimo suele producirse entre el final de la adolescencia y la
edad media adulta, estas reacciones pueden comenzar en
cualquier momento entre el principio de la niñez y la vejez.
Durante cierto tiempo se pensó que la depresión no podía
presentarse durante la niñez, pero investigaciones recientes
han encontrado depresión mayor en niños y pre-adolescentes, y se estima que alrededor del dos o el tres por ciento de
los niños de edad escolar cumplen los criterios de algún
tipo de trastorno unipolar, mientras que quizá otro dos por
ciento muestren una depresión crónica leve (véase Garber y
Horowitz, 2002; Speier et al., 1995). Incluso los niños pueden experimentar una forma de depresión (conocida como
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
desesperación o depresión anaclítica) cuando se les separa
durante un periodo prolongado de sus figuras de apego
(Bowlby, 1923, 1980; Speier et al., 1995). Aunque no existe
un acuerdo global sobre si la depresión anaclítica es simplemente una respuesta depresiva «normal» ante una pérdida,
Bolwby (1980) argumenta de manera muy persuasiva que
este tipo de depresión infantil supone cuando menos un
«prototipo» de la depresión adulta.
Si bien es posible encontrar depresiones durante la
infancia y la niñez, la incidencia de la depresión aumenta
bruscamente durante la adolescencia —un periodo de gran
agitación para muchas personas—. De hecho, se ha estimado que aproximadamente el quince o el veinte por
ciento de los adolescentes pueden experimentar un trastorno depresivo mayor en algún momento de sus años de
adolescencia (Lewinshon y Essau, y 2002). Las evidencias
también sugieren que la edad media de aparición de la
depresión en la adolescencia ha ido disminuyendo durante
las últimas décadas (Lewinshon et al., 1993; Speier et al.,
1995). Es precisamente durante esta época cuando aparecen las diferencias sexuales en la tasa de depresión (Hankin
y Abramson, 2001; Nolen-Hoeksema y Girgus, 1994;
Nolen-Hoeksema, 2002) (véase el Capítulo 16 para más
información sobre la depresión en niños y adolescentes).
SUBTIPOS DE LA DEPRESIÓN MAYOR.
Algunas personas que cumplen los criterios básicos para el diagnóstico
de depresión mayor también muestran patrones adicionales de síntomas que es importante observar cuando se hace
un diagnóstico, debido a sus implicaciones para una mejor
comprensión del curso de ese trastorno y/o su tratamiento
más eficaz. Estos diferentes patrones de síntomas reciben el
nombre de especificadores en el DSM-4-TR. Uno de estos
especificadores es un episodio depresivo mayor con síntomas melancólicos. Esta nomenclatura se aplica cuando,
además de cumplir los criterios para depresión mayor, el
paciente o bien ha perdido el interés o el placer en la realización de cualquier actividad, o no reacciona a estímulos
habitualmente agradables o deseados. Además, el paciente
debe experimentar al menos tres de los siguientes síntomas:
(1) despertar muy temprano por la mañana, (2) la depresión empeora por la mañana, (3) señalada agitación o
retardo psicomotriz; (4) pérdida de apetito y de peso significativas, (5) culpabilidad inapropiada o excesiva, y
(6) estado de ánimo depresivo, cualitativamente diferente
de la experiencia de tristeza derivada de una pérdida, o de la
que se observa en una depresión sin melancolía. Este grave
subtipo de depresión muestra una fuerte carga genética
(Kendler, 1997).
Los síntomas psicóticos, caracterizados por una pérdida de contacto con la realidad, que incluyen falsas creencias, o alucinaciones (percepciones sensoriales falsas),
también pueden acompañar a otros síntomas de depresión
mayor. En estos casos el especificador para el diagnóstico es
grave episodio de depresión mayor con rasgos psicóticos.
Generalmente, las falsas creencias y alucinaciones son congruentes con el estado de ánimo —esto es, resultan «apropiadas» a la depresión debido a que su contenido tiene un
carácter negativo, como por ejemplo incompetencia personal, culpabilidad, deseos de castigo, muerte y enfermedad—. Por ejemplo, la idea de que los órganos internos
propios están completamente deteriorados —una idea frecuente entre las personas con una depresión muy grave—
está vinculada con un estado de ánimo abatido y postrado.
Las personas con una depresión psicótica tienen más tendencia a mostrar algunos síntomas de melancolía, y tienen
un pronóstico peor que los depresivos no psicóticos (Coryell, 1997). El tratamiento suele implicar una medicación
antipsicótica además del antidepresivo. Muy raramente se
produce una depresión psicótica tras el parto (Miller,
2002), pero en estos casos puede ocurrir que las madres lleguen a asesinar a sus bebés debido a sus alucinaciones o falsas creencias.
Hay un tercer especificador importante que se utiliza
cuando el individuo manifiesta «características atípicas». Un
episodio depresivo mayor con características atípicas
incluye un conjunto de síntomas caracterizado por un estado
de ánimo reactivo; esto es, el humor de la persona se reaviva
ante acontecimientos positivos. Además, es necesario que
muestre al menos dos de los siguientes síntomas: (1) una
ganancia de peso significativa o un aumento del apetito,
(2) hipersomnolencia (dormir demasiado), (3) abatimiento
(los brazos o las piernas se sienten muy pesados), y (4) un
patrón duradero de sensibilidad muy agudo ante el rechazo
interpersonal. Este especificador también es muy importante
debido a que existen indicios de que las personas con características atípicas pueden responder más favorablemente a
diferentes tipos de antidepresivos —los inhibidores de la
monoaminooxidasa— que otros individuos con depresión.
Aunque no se ha reconocido oficialmente como subtipo, es habitual que la depresión mayor coexista con la distimia, una condición que se denomina «depresión doble»
(Boland y Keller, 2002; Keller, Hisrchfeld, y Hanks, 1997).
Las personas que tienen doble depresión están moderadamente deprimidas de manera crónica (por lo que cumplen
los criterios para la distimia), pero de vez en cuando sufren
un aumento de sus problemas, con lo que cumplen también
los criterios de un episodio depresivo mayor. Entre las personas que tienen distimia, parece ser muy común la doble
depresión, si bien quizá sea menos frecuente entre los distímicos que nunca se han puesto en tratamiento (Akiskal,
1997). Por ejemplo, en una muestra clínica de casi cien personas con una distimia de aparición muy temprana (antes
de los veintiún años de edad) que fue estudiada durante un
periodo de cinco años, el setenta y siete por ciento experimentó al menos un episodio depresivo mayor (Klein et al.,
2000; véase también Keller et al., 1997). Aunque casi todas las
personas con depresión doble parecen recuperarse de su
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episodio depresivo mayor (al menos durante cierto tiempo),
solamente la mitad suelen recuperarse también de la distimia; de hecho, es muy probable que las personas que se
recuperan de un episodio depresivo mayor vuelvan sufrir
más episodios (Boland y Keller, 2002; Klein et al., 2000).
LA DEPRESIÓN COMO UN TRASTORNO RECURRENTE. Cuando se hace un diagnóstico de depresión
mayor, generalmente también se especifica si se trata del
primer episodio o si ya se han producido otros. Esto se
debe a que los episodios depresivos suelen tener una
duración limitada (según el DSM-4-TR, la duración
media de un episodio que no ha recibido tratamiento es
de unos seis meses). Un estudio realizado con una amplia
muestra de mujeres deprimidas que no recibían tratamiento puso de relieve algunos factores que aumentan la
duración del episodio depresivo: dificultades financieras,
síntomas obsesivo-compulsivos, acontecimientos vitales
muy estresantes y riesgo genético elevado (Kendler, Walters, y Kessler, 1997). En algunos casos aislados, la depresión mayor no desaparece hasta pasados dos años, en cuyo
caso habría que diagnosticar un trastorno crónico de
depresión mayor.
Si bien la mayoría de las depresiones remiten por sí mismas, generalmente vuelven a aparecer tras un periodo de al
menos dos meses. Durante los últimos años se está empezando diferenciar recurrencia de recaída, donde este último
término se refiere al retorno de los síntomas tras un periodo
de tiempo muy breve, y que probablemente refleje el hecho
de que en realidad el episodio subyacente de depresión todavía sigue su curso (Boland y Keller, 2002; Frank et al., 1991).
La recaída suele ocurrir, por ejemplo, cuando se finaliza
antes de tiempo un tratamiento farmacológico, después de
que hayan remitido los síntomas pero antes de que el episodio subyacente haya finalizado (Hollon et al., 2002).
La proporción de pacientes que muestran recurrencia de la depresión mayor es muy elevada (alrededor del
ochenta por ciento según Judd, 1997), si bien el periodo
durante el cual se produce la recurrencia es muy variable.
En un estudio nacional muy extenso que utilizó a cuatrocientos pacientes a los que se siguió durante más de una
década, entre el veinticinco y el cuarenta por ciento mostraron recurrencia en un periodo de dos años, el sesenta
por ciento en un periodo de cinco años, el setenta y cinco
por ciento en un periodo de diez años, y el ochenta por
ciento en un periodo de quince años (Boland y Keller,
2002; Keller y Boland, 1998). Aproximadamente el diez
por ciento mostró una depresión crónica durante un
periodo de cinco años posterior al estudio. También hay
evidencias de que la probabilidad de recurrencia aumenta
según el número de episodios previos, y que el tiempo
entre esos episodios comienza a disminuir a partir del
cuarto episodio. Las personas que muestran síntomas
residuales después de un episodio, tienen incluso una
Trastornos unipolares del estado de ánimo
mayor probabilidad de recurrencia que aquellas otras
cuyos síntomas remiten por completo (Judd, Paulus, y
Zeller, 1999). Las personas con depresión psicótica también tienen una mayor probabilidad de recurrencia que
las que no tienen características psicóticas.
La perspectiva tradicional era que las personas con un
trastorno de depresión mayor se comportaban de manera
esencialmente normal entre un episodio y otro. Sin
embargo, esta idea se está cuestionando cada vez más, a
medida que las investigaciones ofrecen nuevos datos sobre
el curso de la depresión (Coryell y Winokur, 1992; Judd et
al., 1998). Por ejemplo, en un estudio con más de cuatrocientos pacientes, Judd et al. (1998) encontraron que
incluso aquellos que habían experimentado su primer episodio una vez iniciado el estudio, sólo estuvieron absolutamente libres de síntomas durante el cincuenta y cuatro por
ciento del tiempo que duró el estudio (doce años), aunque
quienes al iniciarse el estudio iban ya por su segundo episodio, sólo estuvieron sin síntomas el treinta y siete por ciento
del tiempo.
TRASTORNOS AFECTIVOS ESTACIONALES.
Algunas personas que experimentan episodios depresivos recurrentes ponen de manifiesto un patrón estacional que
habitualmente se conoce como trastorno afectivo estacional. Para cumplir los criterios del DSM-4-TR para una
depresión mayor recurrente con patrón estacional, la persona
debe haber tenido al menos dos episodios de depresión
durante los últimos dos años, que éstos hayan tenido lugar
en la misma época del año (generalmente en otoño o
invierno), y que además se haya producido una remisión
completa de los síntomas también en la misma época del
año (generalmente en primavera). Además, no se debe
tener ningún otro episodio depresivo fuera de esa estación
durante ese periodo de dos años, y la mayoría de los episodios depresivos de esa persona deben haber aparecido relacionados con la estación del año. Las tasas de prevalencia
sugieren que el trastorno afectivo estacional es más frecuente entre las personas que viven en latitudes elevadas
(zonas septentrionales) y entre las personas más jóvenes.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las principales características que
permiten diferenciar la distimia, el trastorno
de adaptación con ánimo deprimido y el
trastorno depresivo mayor?
• ¿Cuáles son los subtipos más habituales del
trastorno depresivo mayor?
• Distinga entre recurrencia y recaída.
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
FACTORES CAUSALES EN LOS
TRASTORNOS UNIPOLARES
DEL ESTADO DE ÁNIMO
Al considerar el desarrollo de los trastornos unipolares del
estado de ánimo, resulta interesante examinar el posible papel
que juegan los factores biológicos y los psicosociales (más
adelante discutiremos el papel de los factores socioculturales).
Factores causales biológicos
Se sabe desde hace tiempo que algunas drogas y enfermedades pueden influir sobre el estado de ánimo, lo que suele llevar a la depresión y a veces a la euforia o incluso a la
hipomanía. De hecho esta idea se remonta a Hipócrates,
que supuso que la depresión estaba provocada por un
exceso de «bilis negra» (400 a. C.). Durante la última mitad
del siglo pasado los investigadores han intentado establecer
las bases biológicas de los trastornos unipolares, y para ello
han estudiado tanto los factores genéticos y constitucionales, como los neurofisiológicos, hormonales y bioquímicos.
También se ha dedicado gran cantidad de atención a las
alteraciones de los ritmos biológicos.
INFLUENCIAS GENÉTICAS.
Los estudios familiares
han puesto de manifiesto que la prevalencia de los trastornos del estado de ánimo es aproximadamente tres veces más
elevada entre los parientes consanguíneos de las personas
con depresión unipolar, que entre la población general (por
ejemplo, Sullivan, Nealle, y Keller, 2000; Wallace, Schneider,
y McGuffin, 2002). Por supuesto, este tipo de estudios no
pueden separar el papel de la influencia genética y de la
ambiental, y por lo tanto la elevada tasa de trastornos entre
los miembros de una misma familia no puede tomarse en sí
misma como evidencia de la influencia genética.
Sin embargo, los estudios con gemelos, que sí proporcionan pruebas más concluyentes sobre la influencia genética,
también sugieren que los genes contribuyen de manera
moderada a la depresión unipolar. Sullivan et al. (2002) han
realizado recientemente una revisión cuantitativa de numerosos estudios con gemelos (aproximadamente 21 000 gemelos) y han encontrado que si un gemelo monocigótico sufre
una depresión mayor unipolar, su otro gemelo tiene el doble
de probabilidades de sufrirla, que cuando se trata de gemelos
dicigóticos. Esta revisión cuantitativa ha permitido también
extraer una serie de estadísticas descriptivas a partir de los
resultados de la gran cantidad de estudios que se han realizado a lo largo de los años, y que ponen de manifiesto que
alrededor del treinta y uno y el cuarenta y dos por ciento de
la varianza responsable de la depresión mayor se debe a
influencias genéticas. Esta estimación es incluso mayor
cuando se trata de depresiones más graves y recurrentes. Sin
embargo, merece la pena destacar que ese mismo estudio
demuestra que la varianza derivada de influencias ambienta-
les no compartidas (por ejemplo, experiencias y idiosincrásicas de cada miembro de la familia), es incluso superior (entre
el cincuenta y ocho y el sesenta y nueve por ciento).
El papel de los genes resulta más difícil de identificar en
las formas más leves de depresión unipolar, como puede ser
la distimia (Roth y Mountjoy, 1997; Wallace et al., 2002), e
incluso algunos estudios con gemelos no han sido capaces
de encontrar ningún tipo de pruebas de la contribución
genética a estas formas más leves pero también más prolongadas de depresión unipolar.
Hace algunos años, se utilizó el método de adopción
para investigar la influencia genética sobre los trastornos
del estado de ánimo. Si la predisposición a desarrollar un
trastorno determinado se puede heredar, debería aparecer
con más frecuencia entre los parientes biológicos de las personas afectadas que han sido adoptadas, que entre los
parientes biológicos de un grupo de control formado por
personas también adoptadas, pero que no padecen la enfermedad. De los tres estudios de este tipo publicados hasta la
fecha, el más riguroso (Wender et al., 1986) encontró que la
depresión unipolar aparecía siete veces más entre los
parientes biológicos de niños adoptados y que tenían una
depresión severa, que entre los parientes biológicos de
niños de control también adoptados. El suicidio también
era trece veces más probable entre los parientes biológicos
de las personas deprimidas adoptadas, que entre los parientes biológicos de las personas de control adoptadas
(Wallace et al., 2002; Wender et al., 1986).
En conjunto los resultados procedentes de los estudios
familiares, de gemelos y de adopción, señalan de manera
clara la existencia de una contribución genética moderada a
la depresión mayor unipolar, aunque no para el trastorno
bipolar (Plomin et al., 2001; Wallace et al., 2002). Sin
embargo, también es probable que exista cierta contribución genética a los trastornos depresivos más leves y prolongados (Roth y Mountjoy, 1997; Wallace et al., 2002). Por
último, los intentos de identificar los genes específicos responsables de estos problemas todavía no han tenido éxito,
aunque existen algunas investigaciones muy prometedoras
(Plomin et al., 2001; Wallace et al., 2002).
FACTORES BIOQUÍMICOS.
Ya desde los años 60, la idea
de que la depresión puede proceder de alteraciones en el delicado equilibrio de las sustancias neurotransmisoras que
regulan la actividad de las células nerviosas del cerebro ha
recibido gran atención. Una gran cantidad de pruebas sugieren que las diversas terapias biológicas (que discutiremos
más adelante en este mismo capítulo), que suelen utilizarse
para tratar trastornos del estado de ánimo muy graves —
como por ejemplo la terapia electro-convulsiva y las drogas
antidepresivas— afectan a las concentraciones o a la actividad de los neurotransmisores presentes en la sinapsis. Estos
resultados propiciaron el desarrollo de teorías de carácter
bioquímico sobre la etiología de la depresión mayor.
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
Las investigaciones iniciales realizadas durante los años
60 y 70 se centraron fundamentalmente sobre tres sustancias
neurotransmisoras del tipo de las monoaminas —la norepinefrina, la dopamina y la serotonina— debido a que los
investigadores se dieron cuenta de que las medicinas antidepresivos parecían tener el efecto de incrementar la disponibilidad de estas sustancias en las sinapsis. Esta observación dio
lugar a la hipótesis de las monoaminas —esto es, que la depresión podría deberse a un agotamiento total o parcial de
alguno de estos neurotransmisores (Schildkraut, 1965)—.
Este agotamiento podría estar producido por un trastorno en
el mecanismo de síntesis de esos neurotransmisores en la
neurona presináptica, quizá también por la degradación de
los neurotransmisores que ya hubieran sido liberados en la
sinapsis, o también por un funcionamiento irregular de los
receptores post sinápticos (Thase y Howland, 1995; Thase,
Jindal, y Howland, 2002). Se sabe que estos neurotransmisores están involucrados en la regulación de la actividad conductual, de la expresión emocional y de las funciones
vegetativas (Howland y Thase, 1999).
Sin embargo, durante la década de los 80 quedó claro
que ningún mecanismo aislado podía ser responsable exclusivo de la depresión (por ejemplo, Thase y Howland, 1995;
Thase, Jindal, y Howland, 2002; Whybrow, 1997). Por ejemplo, algunos estudios han encontrado exactamente lo
opuesto de lo que predice la hipótesis de las monoaminas —
esto es, un incremento neto de la actividad de la norepinefrina en los pacientes con depresión— sobre todo en
aquellos con una depresión grave o del tipo melancólico
(véase Thase, Jindal, y Howland, 2002). De hecho, sólo una
minoría de pacientes con depresión muestra una disminución en la actividad de la serotonina, y además suele tratarse
de pacientes con elevadas tasas de ideas y conductas suicidas. Por último, incluso aunque los efectos inmediatos a
corto plazo de las drogas antidepresivas sean el aumento de
la norepinefrina y la serotonina, los efectos clínicos a largo
plazo de esas drogas no hacen su aparición hasta pasadas
dos o cuatro semanas, momento de en el que los niveles de
los neurotransmisores ya se han estabilizado y normalizado.
Por desgracia, la teoría de las monoaminas no ha sido
sustituida por una teoría alternativa. La actividad alterada de
los neurotransmisores está claramente asociada con la depresión mayor, pero la investigación de los últimos quince o
veinte años sólo se ha centrado en las complejas interacciones que se establecen entre los neurotransmisores, y en cómo
éstas influyen sobre el funcionamiento celular. Se han propuesto algunas teorías integradoras, que otorgan cierto papel
a los neurotransmisores, no de manera aislada sino en su
interacción con otras alteraciones de carácter hormonal y
neurofisiológico, así como en los ritmos biológicos.
ALTERACIONES DE LOS SISTEMAS DE REGULACIÓN
HORMONAL. También se ha realizado una gran canti-
dad de investigación sobre las posibles causas hormonales
de algunos tipos de trastornos del estado de ánimo (Checkley, 1992; Howland y Thase, 1999; Thase et al., 2002). La
mayor parte de la atención se ha centrado en el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA), y en concreto sobre la hormona cortisol, que se segrega en la glándula adrenal, y se
regula mediante un circuito de retroalimentación muy complejo (véase la Figura 3.1 del Capítulo 3; por ejemplo, Holsboer, 1992; Howland y Thase, 1999). Como se ha dicho en
los capítulos 3, 5 y 6, la respuesta humana al estrés está asociada con una actividad muy alta en el eje HPA, que está parcialmente controlada por la norepinefrina y la serotonina.
La percepción de amenazas puede provocar la actividad de
la norepinefrina en el hipotálamo, lo que a su vez da lugar a
la liberación de la hormona liberadora de corticotrofina
(HLC) desde el hipotálamo, lo que a su vez provoca la liberación de la hormona adrenocorticotrófica (ACTH) desde
la pituitaria. La hormona adrenocorticotrófica viaja por la
sangre hasta la corteza adrenal de las glándulas adrenales,
donde se libera el cortisol. Se sabe que los niveles de cortisol
en el plasma sanguíneo son más elevados de lo normal en el
veinte o el cuarenta por ciento de los pacientes con depresión leve a moderada, y en el sesenta al ochenta por ciento de
los pacientes hospitalizados por una depresión grave (Thase
et al., 2002). La elevación en el nivel del cortisol puede
deberse a la activación de la hormona liberadora de corticotrofina (HLC) (por ejemplo, durante un estrés prolongado),
pero también al aumento de la secreción de ACTH, o de la
disfunción de los mecanismos de retroalimentación. Resultados recientes han puesto de manifiesto que los pacientes
con depresión y con un cortisol elevado también suelen
mostrar problemas de memoria, así como de pensamiento
abstracto y para la solución de problemas complejos (Belanoff, Gross, Yager, y Schatzberg, 2001).
Una línea de evidencia que pone de relieve los problemas de los mecanismos de retroalimentación que pueden
tener algunos pacientes con depresión proviene de una serie
de resultados que muestran que, alrededor del cuarenta y
cinco por ciento de los pacientes con depresión grave tienen
alteraciones en una sustancia que suprime el cortisol en las
personas normales, y que se denomina dexametasona (Howland y Thase, 1999). Esto significa que el eje HPA no funciona adecuadamente en estas personas. Al principio se
pensó que este grupo de pacientes constituían un subgrupo
específico, que sería quienes mostraban la forma grave o
melancólica de la depresión (Holsboer, 1992). Sin embargo,
investigaciones posteriores pusieron de manifiesto que otros
grupos de pacientes psiquiátricos también mostraban elevadas tasas de dexametasona, lo que puso en cuestión la especificidad y por lo tanto, la utilidad diagnóstica de esa
sustancia (Thase y Howland, 1995). Esto sugiere que la no
supresión del cortisol podría ser simplemente un indicador
no específico de un malestar mental generalizado.
El otro sistema endocrino importante para la depresión
es el eje hipotálamo-pituitaria-tiroides, debido a que los
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
Figura 7.1
Las principales zonas del cerebro involucradas en los trastornos de la emoción y del estado de ánimo son (A) la corteza
prefrontal orbital y la corteza prefrontal ventromedial, (B) la corteza prefrontal dorsolateral, (C) el hipocampo y la amígdala,
y (D) la corteza anterior cingulada.
Fuente: R. J. Davidson, Diego Pizzagalli, y Jack Nitschke (2002).
problemas en estos sistemas están vinculados a trastornos en
el estado de ánimo (Marangell et al., 1997; Howland y
Thase, 1999; Thase et al., 2002). Por ejemplo, las personas
que tienen niveles bajos de la hormona tiroidea (hipotiroidismo) suelen deprimirse. Además, alrededor del veinte al
cuarenta por ciento de los pacientes deprimidos que tienen
niveles normales de la hormona tiroidea, suelen mostrar, sin
embargo, algún problema de regulación en este eje, como se
pone de manifiesto por respuestas inmediatas ante la hormona liberadora de tirotrofina (que mediante una compleja
secuencia produce un aumento en el nivel de la hormona
tiroidea). Sin embargo, igual que ha ocurrido con la dexametasona, también aparecen respuestas anormales de la
hormona liberadora de tirotrofina en otras enfermedades
médicas y psiquiátricas, por lo que no resulta una herramienta diagnóstica de utilidad (Thase y Howland, 1995).
INFLUENCIAS NEUROFISIOLÓGICOS Y NEUROANATÓMICAS. Durante los últimos años se han producido
algunas interesantísimas investigaciones neurofisiológicas, a
partir de ciertos resultados previos, que habían encontrado
que las lesiones en la corteza prefrontal anterior izquierda,
pero no en la derecha, provocaban depresión (por ejemplo,
Davidson, 2000; Robinson y Downhill, 1995). Esto condujo a
la idea de que la depresión en las personas que no tenían
daño cerebral podía, sin embargo, estar vinculada también
con niveles más reducidos de actividad cerebral en esas mismas zonas del cerebro (véase la Figura 7.1 de la página 226).
Algunos estudios apoyan esta idea. Cuando se mide la actividad electroencefalográfica (EEG) de ambos hemisferios cerebrales en pacientes con depresión, se encuentra una
asimetría o desequilibrio en la actividad EEG de ambos lados
de las zonas prefrontales del cerebro. Más en concreto, las
personas con depresión muestran una actividad relativamente menor del hemisferio izquierdo en esas zonas, y una
actividad relativamente elevada en el hemisferio derecho
(Davidson et al., 2002a, 2002b). Es importante observar que
los pacientes en remisión también muestran el mismo
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
patrón (Henriques y Davidson, 1990), como también ocurre
con los niños con riesgo de depresión (Tomarken, Siemien, y
Garber, 1994). Estos últimos resultados parecen prometedores para poder identificar a las personas en riesgo de sufrir un
primer episodio u otros episodios recurrentes. La actividad
relativamente menor de la zona izquierda de la corteza prefrontal en la depresión podría estar relacionada con los síntomas de una disminución en las emociones positivas y en las
conductas que buscan estímulos gratificantes, mientras que
el aumento de la actividad en el lado derecho podría subyacer a los síntomas de ansiedad y de emoción negativa. Los
estudios que han recurrido a técnicas de imagen cerebral,
como la Tomografía por Emisión de Positrones (TEP), también sugieren que los pacientes con una depresión grave
muestran menores niveles metabólicos en las zonas prefrontales del cerebro, y especialmente en el lado izquierdo (véase
Drevets, 2000; Davidson et al., 2002b).
También se han detectado anormalidades en al menos
otras tres zonas del cerebro de los pacientes con depresión
(Davidson et al., 2002a, 2002b). Una de estas áreas es la corteza cingulada anterior, que muestra niveles anormalmente
bajos de activación de los pacientes con depresión. Otra es
el hipocampo; una depresión prolongada suele estar asociada con un menor volumen del hipocampo, lo que podría
deberse a una atrofia celular. Por último, la amígdala tiende
a mostrar también una mayor activación en las personas
que sufren depresión.
EL SUEÑO Y OTROS RITMOS BIOLÓGICOS.
Si bien
los estudios sobre las alteraciones del sueño en pacientes
con depresión son muy conocidos, sólo recientemente ha
sido posible relacionar alguno de esos resultados con otras
alteraciones más generales en los ritmos biológicos. Como
veremos, tales relaciones proporcionan algunas de las hipótesis de carácter biológico más interesantes de que disponemos en la actualidad.
El sueño.
El sueño atraviesa cinco etapas que siguen una
secuencia invariable (etapas 1 a 4 de sueño no REM más el
sueño REM). El sueño REM (las siglas inglesas de Movimientos Oculares Rápidos, Rapid Eye Movements) se caracteriza por el hecho de que aunque se duerme profundamente,
los ojos se mueven con gran rapidez, además de por otros
cambios corporales; el primer período REM suele comenzar
al final del primer ciclo de sueño, tras setenta y cinco u
ochenta minutos después de haberse dormido. Los pacientes
con depresión, muestran también diversos problemas de
sueño, desde un despertar muy temprano, un despertar
periódico durante la noche y, para algunos, dificultades para
conciliar el sueño. Este tipo de problemas aparecen en el
ochenta por ciento de los pacientes hospitalizados, y en el
cincuenta por ciento de los pacientes no hospitalizados. De
hecho, las investigaciones que han utilizado EEG han encontrado que muchos pacientes con depresión comienzan su
primer sueño REM tras sólo sesenta minutos o menos de
sueño (esto es, entre quince y veinte minutos antes de la normal), y también muestran grandes cantidades de sueño REM
al principio de la noche. La intensidad y frecuencia del movimiento de sus ojos también es mayor que la de los pacientes
sin depresión (Thase et al., 2002). Dado que éste es el
momento en que dormimos más profundamente (etapas 3 y
4), las personas con depresión, con respecto a las que no la
padecen, tienen menos cantidad de sueño profundo. Así
pues, tanto la menor latencia del sueño REM, como la menor
cantidad de sueño profundo, suelen preceder a la aparición
de la depresión, y persisten tras la recuperación, lo que
sugiere que pueden constituir aspectos de vulnerabilidad
hacia ciertos tipos de depresión mayor (Thase et al., 2002).
Ritmos circadianos.
Los humanos tenemos muchos
ciclos circadianos (de veinticuatro horas) además del
sueño, tales como la temperatura corporal, la propensión a
un sueño REM, o la producción de cortisol y de hormona
estimuladora del tiroides. Estos ritmos circadianos están
controlados por dos «programadores» principales que
actúan como relojes biológicos internos. El programador
fuerte (denominado así porque es relativamente indiferente
a las influencias ambientales) controla los ritmos de la temperatura corporal, la producción de cortisol, y el sueño
REM. El programador débil (denominado así porque responde de inmediato a una serie de influencias externas
ambientales conocidas como temporizadores sociales) controla la actividad de descanso y los ciclos sueño-vigilia
(Goodwin y Jamison, 1990). Las investigaciones han encontrado disfunciones en todos estos ritmos en los pacientes
con depresión, si bien no todos los pacientes muestran disfunciones en todos esos ritmos (Howland y Thase, 1999;
Thase y Howland, 1995). Aunque todavía no se conoce la
naturaleza exacta de esas disfunciones, puede que algunos
ritmos circadianos desempeñen un papel causal en muchas
de las características clínicas de la depresión. En la actualidad dos teorías al respecto son (1) que el tamaño o la magnitud de los ritmos circadianos están embotados, y (2) que
los distintos ritmos circadianos han quedado desajustados
(Howland y Thase, 1999; Thase y Howland, 1995).
La luz diurna y las estaciones. Otro tipo de alteración
de los ritmos es el trastorno afectivo estacional. Este subtipo
de trastorno unipolar del estado de ánimo aparece en aquellos pacientes que reaccionan a la cantidad de luz que hay en
su entorno (Oren y Rosenthal, 1992), y en una mayoría
(aunque no todos) de quienes se deprimen en otoño e
invierno, y vuelven a la normalidad en la primavera y el
verano (Howland y Thase, 1999; Whybrow, 1997). La investigación con animales también ha demostrado que muchas
variaciones estacionales en ciertas funciones básicas como
el sueño, la actividad y el apetito, están relacionadas con la
cantidad de luz diurna (que, con la excepción de las zonas
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
cercanas al Ecuador, es mucho mayor en verano que en
invierno). Los pacientes con este tipo de depresión suelen
mostrar un mayor apetito e hipersomnolencia, en vez de
perder el apetito y de tener insomnio (Howland y Thase,
1999). También muestran más alteraciones en los ritmos
circadianos que las personas sin depresión (Howland y
Thase, 1999; Teicher et al., 1997). Son abundantes las investigaciones de pacientes con este trastorno que apoyan la
utilización terapéutica de una exposición controlada a la
luz, incluso aunque sea artificial (Oren y Rosenthal, 1992).
No conocemos demasiado bien cuáles son los mecanismos
mediante los cuales la terapia luminosa alivia el trastorno
afectivo estacional, pero sí está comprobado que funciona
perfectamente para restablecer los ritmos biológicos normales (Fava y Rosenbaum, 1995).
RESUMEN DE LOS FACTORES CAUSALES BIOLÓGICOS. Algunas revisiones de los factores biológicos impli-
cados en la depresión mayor (por ejemplo, Howland y
Thase, 1999; Thase y Howland, 1995), resumen los principales descubrimientos de la siguiente manera:
• La depresión no está causada simplemente por déficits
aislados en uno o más sistemas de neurotransmisores,
como proponía la primera teoría de las monoaminas.
De hecho, teniendo en cuenta los abundantes subtipos
de depresión unipolar, es muy improbable encontrar
en todos los pacientes el mismo tipo de alteración.
• Las depresiones graves (especialmente las que acarrean
también rasgos melancólicos y/o psicóticos) están asociadas sin lugar a dudas con múltiples alteraciones en
la regulación neurobiológica, lo que incluye los sistemas neuroquímico, neuroendocrino y neurofisiológico. Los síndromes depresivos menos graves, como la
distimia y la depresión mayor no complicada, apenas
muestran disfunciones biológicas.
• Algunas alteraciones biológicas (por ejemplo, niveles
elevados de cortisol, problemas en el sueño y una actividad elevada de la norepinefrina) son dependientes de
un estado, por lo que sólo se producen cuando la persona ya está deprimida, pero otros (por ejemplo, una
disminución de la latencia REM y del tiempo de sueño
profundo) se parecen más a los rasgos de personalidad
(son independientes de la situación) y por ello permanecen constantes entre episodios. Estas características
similares a rasgos estables, pueden resultar muy
importantes para poder comprender qué persona es
vulnerable a sufrir depresión, y quién está en riesgo de
recaída.
• Las alteraciones biológicas tienen lugar en diferentes
sistemas funcionales y neurobiológicos. Por ejemplo, el
sistema de facilitación conductual (por ejemplo,
Depue y Spoont, 1986), que subyace a conductas apetitivas como puede ser comer o la conducta sexual, se
encuentra alterado en aquellas personas que experimentan una disminución del apetito y la libido, la pérdida del interés, y la disminución de la capacidad para
disfrutar de las actividades placenteras. Además, el sistema de respuesta ante el estrés se encuentra sobreactivado de manera crónica durante la depresión grave,
como lo muestran los elevados niveles de cortisol. La
regulación de los ritmos biológicos también está alterada. Por último, hay otra alteración que afecta a las
funciones ejecutivas de la corteza, lo que incluye la
solución de problemas y la dificultad de concentración, lo que puede relacionarse con los descubrimientos de que hay una reducción de la actividad en la
corteza prefrontal (sobre todo en la izquierda) (véase
Howland y Thase, 1999; Thase y Howland, 1995 para
una explicación más detallada).
Factores causales psicosociales
Por supuesto, el conocimiento cada vez mayor de los factores biológicos implicados en la etiología de los trastornos
depresivos unipolares no implica que los factores psicosociales sean irrelevantes. Y es más, el papel que juegan los
factores causales psicológicos en la mayoría de los trastornos del estado de ánimo es al menos igual de importante
que los factores biológicos. Al fin y al cabo, las tasas de concordancia para los gemelos monocigóticos suelen ser inferiores al cincuenta por ciento, lo que deja un amplio
margen de influencia a los factores ambientales. De hecho,
es probable que los efectos de algunos factores psicológicos,
como los acontecimientos estresantes, sean los que pongan
en marcha una cascada de cambios biológicos.
LOS ACONTECIMIENTOS ESTRESANTES COMO FACTORES CAUSALES. Sabemos que los factores estresan-
tes de carácter psicosocial están involucrados en la
aparición de muchos trastornos, desde la ansiedad hasta la
esquizofrenia, pero ninguno ha sido tan cuidadosamente
estudiado como la depresión unipolar. De hecho, muchos
investigadores han destacado la elevada incidencia de los
graves acontecimientos estresantes que aparentemente
pueden actuar como factores que induzcan a la depresión
unipolar (por ejemplo, Kessler, 1997a; Monroe y Hadjiyannakis, 2002).
La mayoría de los acontecimientos estresantes involucrados en el origen de la depresión son algunos como la
pérdida de un ser amado, las amenazas graves a nuestras
relaciones o a nuestro trabajo, o problemas graves de carácter económico o de salud (Monroe y Hadjiyannakis, 2002).
Por ejemplo, la separación subsiguiente a una muerte o a un
divorcio está estrechamente asociada con la depresión, aunque ese tipo de pérdidas suele también provocar otro tipo
de trastornos (Kessler, 1997a). Además, un estudio muy
riguroso encontró otros dos tipos de acontecimientos que
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
desempeñan también un papel muy importante: la enfermedad o daños físicos, y los acontecimientos que alteran la
red social de una persona, como por ejemplo tener que trasladarse a una nueva región por motivos laborales (Dohrenwend et al., 1986). El estrés de tener que cuidar a una esposa
que sufre una enfermedad tan incapacitadora como el Alzheimer, también está asociado con la aparición en el esposo
tanto de una depresión mayor como de un trastorno generalizado de ansiedad (por ejemplo, Russo et al., 1995).
Durante los últimos años se ha hecho una diferenciación muy importante entre los acontecimientos estresantes
que son independientes de la conducta y la personalidad del
sujeto (acontecimientos independientes de la vida, como
quedarse en paro por la quiebra de empresa, o perder la casa
debido al paso de un huracán), y aquellos acontecimientos
que pueden ser al menos parcialmente generados por la
propia conducta o la personalidad del sujeto deprimido
(acontecimientos dependientes de la vida). Un ejemplo de
la manera en que las personas deprimidas pueden generar
acontecimientos estresantes puede ser sus escasas habilidades de solución de problemas, que suelen estar asociadas
con la depresión (como por ejemplo ser incapaz de resolver
los conflictos con la esposa o con los hijos). A su vez estas
disminuidas capacidades de solución de problemas provocan elevados niveles de estrés interpersonal, lo que en un
círculo vicioso conduce a mayores síntomas de depresión.
Otro acontecimiento dependiente es el no ser capaz de realizar ciertas tareas rutinarias como pagar las facturas, lo que
puede dar lugar a problemas con la compañía eléctrica o la
telefónica. Evidencias recientes sugieren que este tipo de
acontecimientos dependientes pueden desempeñar un
papel incluso más importante en la aparición de la depresión mayor, que los acontecimientos independientes
(Kendler et al., 1999).
La investigación sobre el estrés y la aparición de la
depresión se complica por el hecho de que las personas
deprimidas tienen una visión muy negativa de sí mismas y
del mundo que les rodea (Beck, 1967; Clark, Beck, y Alford,
1999), de tal manera que su percepción del estrés podría
proceder en realidad de los propios síntomas cognitivos de
su trastorno, y no tanto ser los causantes del mismo (Kessler, 1997a; Monroe y Hadjiyannakis, 2002). Esto es, dado lo
pesimista de su perspectiva, puede que evalúen como estresantes situaciones que otra persona (no deprimida) no evaluaría así. Por lo tanto, los investigadores han desarrollado
medidas más complejas y elaboradas del estrés para no
tener que confiar exclusivamente en los informes de la propia persona deprimida. Por ejemplo, una mujer divorciada
que ha empezado a establecer nuevas relaciones íntimas,
probablemente no se encontrará tan estresada por el divorcio, como otra cuyo marido la abandonó por una mujer
más joven (por ejemplo, Dohrenwend et al., 1995; Monroe
y Hadjiyannakis, 2002). De hecho, cuando se compara la
incidencia de los acontecimientos estresantes en sujetos
deprimidos y en sujetos no deprimidos, se ha estimado
(Brown y Harris, 1978), que los acontecimientos estresantes
desempeñaron un papel causal en la depresión de al menos
el cincuenta por ciento de sus sujetos. Otros estudios
demuestran que los acontecimientos estresantes graves
desempeñan un papel causal entre el veinte al cincuenta por
ciento de los casos. Monroe y Hadjiyannakis (2002) han
revisado las evidencias que muestran que las personas
deprimidas que han experimentado acontecimientos estresantes tienden a mostrar síntomas depresivos más graves
(sobre todo de tipo cognitivo-afectivo). Algunas revisiones
de este tipo de literatura también han encontrado que las
relaciones entre acontecimientos estresantes graves y la
depresión son más fuertes en aquellas personas que tienen
su primer episodio, que entre quienes están teniendo episodios recurrentes (por ejemplo, Kendler, Thorton, y Gardner, 2000; Monroe y Hadjiyannakis, 2002).
Presiones crónicas y acontecimientos estresantes
leves. Una cuestión controvertida es la de la asociación
entre acontecimientos estresantes leves y la presión crónica
con la aparición de la depresión. Algunos estudios que han
utilizado autoinformes han encontrado pruebas de dicha
asociación (por ejemplo, Bebbington et al., 1988; Billings,
Cronkite, y Moos, 1983; Lewinsohn, Hoberman, y Rosenbaum, 1988). Sin embargo, otros estudios que han utilizado
estrategias más rigurosas para la evaluación del estrés, no
han encontrado acontecimientos estresantes menores que
puedan asociarse con la aparición de la depresión clínica
(por ejemplo, Brown y Harris, 1989; Dohrenwend et al.,
1995; Stueve, Dohrenwend, y Skodol, 1998).
Cómo actúan los factores estresantes. La forma en
que actúan los factores estresantes es mediante su efecto
sobre el equilibrio bioquímico y hormonal y sobre los ritmos biológicos (véase el Capítulo 5). En un resumen de la
investigación sobre este tema, Whybrow (1997) sugería que
los factores estresantes psicosociales pueden producir
modificaciones a largo plazo en el funcionamiento del cerebro, y que tales modificaciones pueden desempeñar un
papel importante en el desarrollo de los trastornos del
estado de ánimo. Esa misma idea ha sido desarrollada por
otros investigadores destacados en este campo (Akiskal,
1979; Howland y Thase, y 1999; Thase y Howland, 1995).
Diferencias individuales en la respuesta a los factores
estresantes: factores de vulnerabilidad e invulnerabilidad. Algunas evidencias recientes han demostrado que,
al menos por lo que concierne a las mujeres, las que tienen
un riesgo genético de depresión no sólo experimentan más
acontecimientos estresantes (Kendler y Karkowski-Shuman, 1997), sino que también son más sensibles a ellos
(Kendler et al., 1995). En un estudio muy amplio, se encontró que las mujeres tenían tres veces más probabilidades
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
que las que no estaban en riesgo genético de responder con
depresión ante acontecimientos estresantes graves. Así
pues, las variables genéticas no se limitan a incrementar la
vulnerabilidad ante la depresión, sino que también aumentan la intensidad con que se experimentan los acontecimientos estresantes (sobre todo los de carácter
independiente; Kendler, Karkowski, y Prescott, 1999), y la
sensibilidad ante tales acontecimientos. Y al contrario,
quienes tienen un riesgo genético bajo para la depresión,
parecen ser menos vulnerables a los efectos de los principales factores de estrés (Kendler et al., 1995).
Además de las variables genéticas, existe una miríada
de variables que hacen que algunas personas sean más vulnerables a desarrollar una depresión tras haber experimentado algún acontecimiento estresante. Brown y Harris
(1978) encontraron algunos ejemplos interesantes en su
estudio clásico de un grupo de mujeres pobres que vivían
en una zona deprimida de Londres. Encontraron cuatro
factores que estaban asociados con algún tipo de protección
contra la depresión: (1) tener una relación íntima con un
esposo o amante, (2) no tener más de tres niños en casa,
(3) tener un trabajo a tiempo parcial o a tiempo completo
fuera de casa, y (4) tener un compromiso religioso fuerte.
Por el contrario, no tener una relación íntima y permanente, tener más de tres niños menores de cinco años en
casa, no tener trabajo, y haber perdido a un padre antes de
los once años, eran factores fuertemente asociados con la
aparición de una depresión tras haber experimentado
alguna situación negativa importante. Esta investigación
sobre los factores de vulnerabilidad e invulnerabilidad ha
quedado integrada en las teorías actuales de la depresión
que se adaptan al modelo predisposición-estrés. Pero antes
de revisar algunas de esas teorías, vamos a centrarnos en el
concepto de predisposición psicológica, esto es, los factores
de vulnerabilidad que incrementan el riesgo de sufrir
depresión (interactúen o no con el estrés).
DIFERENTES TIPOS DE VULNERABILIDAD PARA LA
DEPRESIÓN UNIPOLAR. Originalmente, los modelos
predisposición-estrés asumían que la predisposición para
los principales trastornos mentales tenían un origen constitucional o genético (por ejemplo, Meehl, 1962; Rosenthal,
1963), pero más recientemente, los investigadores de la
depresión han empezado a proponer predisposiciones para
la depresión que tienen un carácter cognitivo o social (por
ejemplo, Abramson et al., 1989, 1995; Metalsky et al., 1982).
Predisposiciones derivadas de la personalidad y la
cognición. Ciertas variables de personalidad actúan
como una importante predisposición para la depresión.
Tras una revisión de múltiples estudios sobre el tema junto
a los resultados de algunas investigaciones longitudinales
más recientes, los investigadores han llegado a la conclusión
de que el neuroticismo es la principal variable de personali-
dad que actúa como factor de vulnerabilidad para la depresión (así como la ansiedad) (para una revisión, véase Clark,
Watson, y Mineka, 1994; Klein et al., 2002; véase también
Hayward et al., 2000; Krueger et al., 1996; Roberts y Kendler, 1999). Los psicólogos de la personalidad utilizan el término neuroticismo, o afectividad negativa, para referirse a
un rasgo de personalidad estable y heredable, que supone
una sensibilidad temperamental hacia los estímulos negativos. Esto es, las personas que puntúan alto en este rasgo tienen tendencia a experimentar un amplio rango de estados
de ánimo negativos, lo que no sólo incluye la tristeza, sino
también la ansiedad, la culpabilidad y la hostilidad. Además
de actuar como factor de vulnerabilidad, el neuroticismo
está asociado con un peor pronóstico respecto a una recuperación completa de la depresión.
Existen algunas pruebas que indican que niveles de
introversión elevados (o de baja afectividad positiva) también pueden actuar como factor de vulnerabilidad para la
depresión, ya sea de manera aislada o cuando se combina
con el neuroticismo (por ejemplo, Gershunny y Sher, 1998;
Krueger et al., 1996). La afectividad positiva supone una
disposición a sentirse feliz, enérgico, audaz, orgulloso, entusiasta y con confianza en sí mismo; las personas que
puntuaron bajo en esta tendencia suelen sentirse poco
entusiasmadas, decaídas, aburridas y rutinarias. Por lo
tanto no debe resultar sorprendente que tengan más tendencia a desarrollar una depresión clínica.
Las predisposiciones cognitivas que se han analizado
respecto a la depresión se han centrado en los patrones de
pensamiento negativos que suelen tener las personas con
más probabilidad de deprimirse cuando se enfrentan
con algún acontecimiento estresante. Por ejemplo, quienes
suelen atribuir los acontecimientos negativos a causas
internas, estables y generales, tienen más tendencia a deprimirse, que las personas que atribuyen esos mismos acontecimientos a causas inestables y específicas (por ejemplo,
Abramson et al., 1978, 1989, 2002). Una atribución pesimista o depresiva hacia unas malas notas en un examen
podría ser «soy poco inteligente», mientras que una atribución más optimista sería del tipo «El profesor estaba de
malhumor e hizo un examen muy difícil».
Predisposiciones derivadas de la adversidad y la pérdida de los padres cuando se es niño. Otras líneas de
investigación sobre la vulnerabilidad hacia la depresión
partieron de las evidencias que indicaban que perder a un
padre a una edad temprana parece hacer a ese niño más vulnerable ante la depresión. Por ejemplo, en su estudio clásico
de mujeres londinenses, Brown y Harris (1978) encontraron que la incidencia de depresión era tres veces mayor en
las mujeres que habían perdido su madre antes de cumplir
once años (véase también Bowlby, 1980). De hecho, Brown
y Harris encontraron que la causa de la pérdida (por
muerte frente a divorcio o separación) también influía
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
sobre la gravedad de la depresión que se pudiera experimentar en la edad adulta. Las mujeres que habían perdido a
uno de sus padres por causa de muerte, tenían más probabilidad de desarrollar una depresión grave y de tipo psicótico, mientras que quienes los habían perdido debido a un
divorcio o separación, tenían más tendencia a desarrollar
una depresión menos grave y de tipo no psicótico (véase
también Barnes y Prosen, 1985; Roy, 1985).
Sin embargo, algunos estudios realizados con posterioridad a los de Brown y Harris no encontraron pruebas que
confirmasen los resultados de esos autores. Lo que parece
más importante para determinar el tipo de respuesta del
niño ante la pérdida de alguno de sus padres, tiene mucho
más que ver con lo que ocurra después de la pérdida, sobre
todo por lo que se refiere a la calidad de la relación con el
padre que queda al cuidado del niño. Cuando los niños
siguen recibiendo un cuidado adecuado, y no se producen
demasiadas alteraciones en su entorno y en su rutina, no
suele aparecer vulnerabilidad hacia la depresión (por ejemplo, Goodman, 2002). Sin embargo, si la pérdida va seguida
de una importante alteración en la relación con el padre
que cuida del niño, es más probable que aparezca una vulnerabilidad hacia la depresión (Bifulco, Brown, y Harris,
1987; Harris, Brown, y Bifulco, 1986).
Otra línea de investigación ha puesto de manifiesto
otro tipo de adversidades (como disputas familiares, psicopatología de los padres, y abusos físicos o sexuales) que
también generan vulnerabilidad hacia la depresión. Los
adultos con depresión suelen recordar haber tenido relaciones más tensas e infelices con sus padres, que los adultos
que no sufren depresión (Brewin, Andrews, y Gotlib, y
1993). La paternidad intrusiva, cruel, coercitiva y abusiva
tiende a incrementar el riesgo a largo plazo de que ese niño
termine por sufrir una depresión. A su vez, los efectos a
largo plazo de este tipo de adversidades ambientales pueden
estar mediatizados por variables biológicas (como alteraciones en la regulación del sistema hipotálamo-pituitaria
de respuesta ante el estrés), y por variables psicológicas
(como una autoestima reducida, relaciones de apego inseguras, dificultades para relacionarse con los compañeros y
atribuciones inadecuadas; por ejemplo, Goodman, 2002).
Resumen de los diferentes tipos de vulnerabilidad.
Se han estudiado diversos tipos de predisposición para la
depresión unipolar. Algunos autores han propuesto la existencia de predisposiciones genéticas o constitucionales que,
quizá en conjunción con acontecimientos estresantes, puedan provocar depresión. Otros modelos sugieren la importancia de variables de personalidad (como el neuroticismo)
o de tipo cognitivo (como el pesimismo o creencias inadecuadas). Por último, otros autores han destacado la importancia de la pérdida de los padres o también de un estilo
educativo inadecuado, sobre todo durante la niñez temprana.
Estas propuestas no son mutuamente excluyentes, y de
hecho muchas veces significan que se está describiendo lo
mismo pero de una manera diferente. Por ejemplo, existe
una base genética para el neuroticismo, y éste a su vez está
relacionado con el pesimismo (L. A. Clark et al., 1994;
Luten, Ralph, y Mineka, 1997), de manera que ambos tipos
de predisposición están en realidad estrechamente relacionados. De hecho, tanto los pensamientos negativos como
los estilos educativos inadecuados están fuertemente relacionados con otras predisposiciones cognitivas hacia la
depresión (Beck, 1967; Bowlby, 1980). Así pues, quizá estas
dos predisposiciones se diferencian simplemente en el
hecho de que actúen de una manera distante (estímulos
educativos inadecuados) o próxima (patrones negativos de
pensamiento), respecto a su contribución a la vulnerabilidad hacia la depresión.
A continuación vamos a revisar cinco de las principales teorías psicológicas que intentan explicar el origen de la
depresión.
TEORÍAS PSICODINÁMICAS. En su artículo clásico
«Luto y melancolía» (1917), Freud señalaba la gran similitud que existe entre los síntomas de la depresión clínica y los
síntomas de las personas que están de luto por la pérdida de
un ser amado. Freud y uno de sus colaboradores, Karl Abraham (1911/1960a, 1916/1960b), propusieron la hipótesis de
que cuando muere una persona amada, su compañero
regresa a la etapa oral del desarrollo (una etapa en la que el
niño todavía no es capaz de distinguir a los demás de sí
mismo), e incorpora a la persona perdida, por lo que experimenta los mismos sentimientos hacia sí mismo y hacia esa
persona. Tales sentimientos incluyen también la ira y la hostilidad, ya que Freud creía que inconscientemente mantenemos sentimientos negativos hacia las personas que amamos,
debido en parte al poder que tienen sobre nosotros. Esto es
lo que llevó a las teorías psicodinámicas a proponer la hipótesis de que en realidad la depresión es la ira dirigida hacia
nuestro interior. Freud supuso que la depresión también
podría aparecer como respuesta a pérdidas imaginarias o
simbólicas. Por ejemplo, un estudiante que fracasa en sus
estudios, o una persona que rompe una relación íntima,
puede experimentar esas dificultades de manera simbólica
como si fuera la pérdida del amor de sus padres.
La principal diferencia que Freud encontraba entre el
luto y la depresión es que las personas deprimidas manifiestan una autoestima más baja y también son más críticas
consigo mismas. Supuso que la persona que está predispuesta a la depresión debe haber experimentado la pérdida
de una madre, o que quizá sus padres no fueron capaces de
satisfacer sus necesidades infantiles de amor y cuidados. En
cualquier caso, ese niño habría crecido sintiéndose indigno
del amor, con baja autoestima y con tendencia a sentir
depresión cada vez que se enfrentase con pérdidas reales o
simbólicas (Bemporad, 1995).
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
Otros teóricos psicodinámicos posteriores como Klein
(1934) y Jacobson (1971) destacaron todavía más que
Freud la importancia de la calidad y de las primeras relaciones entre la madre y el hijo, para que se establezca una vulnerabilidad (o invulnerabilidad) ante la depresión. Bowlby
(1973, 1980), que comenzó su carrera como psicoanalista,
aunque más tarde desarrolló su teoría del apego (véase el
Capítulo 3), también ha documentado extensamente la
necesidad que tienen los niños de establecer un apego
seguro con sus padres, para poder resistir posteriormente la
depresión (y la ansiedad). Como hemos visto anteriormente, estos teóricos han puesto de relieve la importancia
de las amenazas a la autoestima (Bibring, 1953), y han restado importancia a la propuesta de la regresión a una etapa
oral del desarrollo (Jacobson, 1971).
Quizá la contribución más importante de las aproximaciones psicodinámicas a la depresión haya sido destacar
la importancia de la pérdida (ya sea real o simbólica o imaginada), para la aparición de la depresión, así como la gran
similitud entre los síntomas del luto y de la depresión
(Bowlby, 1980). Incluso los teóricos que no están de
acuerdo con las teorías psicodinámicas reconocen la necesidad de explicar tales observaciones.
TEORÍAS CONDUCTUALES.
Durante las décadas de
los 70 y de los 80, algunos teóricos conductistas desarrollaron teorías para explicar la depresión, a partir de la idea
de que ésta se produce cuando una respuesta deja de producir refuerzo positivo, o cuando aumenta la tasa de
refuerzo negativo (como ocurre cuando se experimentan
situaciones estresantes; por ejemplo, Ferster, 1974; Lewinsohn et al., 1985; Lewinsohn y Gotlib, 1995). Estas teorías
coinciden con los resultados de algunas investigaciones
que han mostrado que las personas con depresión de
hecho reciben menos refuerzos verbales positivos de su
familia que las personas no deprimidas, y en general
menos refuerzos sociales. Como ya hemos visto, también
tienden a experimentar más acontecimientos negativos.
De hecho, muestran menores niveles de actividad, y su
estado de ánimo parece variar en función de las tasas de
refuerzo positivo y de castigo (véase Lewinsohn y Gotlib, y
1995; Rehm y Tyndall, 1993).
Si bien la mayor parte de estas investigaciones están en
consonancia con la teoría conductista, sus resultados
en realidad sólo significan que las personas con depresión
puede que tengan una tasa muy baja de reforzamientos
positivos, y una tasa muy alta de acontecimientos negativos.
Sin embargo, no demuestran que la depresión esté causada
por esos factores. Por el contrario, podría ocurrir que algunos de los síntomas fundamentales de la depresión, como el
pesimismo y los bajos niveles de energía, sean la causa de
que la persona deprimida experimente esas tasas tan bajas
de reforzamiento. Por esta y otras razones, las teorías conductuales de la depresión no han ejercido demasiada
influencia.
LA TEORÍA COGNITIVA DE BECK.
Durante más de
treinta y cinco años, una de las teorías de la depresión más
importantes ha sido la desarrollada por Aaron Beck —un
psiquiatra desengañado con las teorías psicodinámicas de la
depresión, y que desarrolló su propia teoría cognitiva (Beck,
1967)—. Mientras que generalmente se ha considerado que
los síntomas más destacados de la depresión eran los de
carácter afectivo o del estado de ánimo, Beck supuso que son
los síntomas cognitivos los que preceden y provocan los síntomas afectivos, y no al contrario (véase la Figura 7.2). Por
ejemplo, si usted se considera un fracasado o una persona
muy fea, no es extraño que esa forma de pensar le produzca
un estado de ánimo deprimido. Son estos pensamientos
Depresión
Experiencias tempranas
Formación de creencias distorsionadas
Incidentes estresantes
Activación de las creencias
Pensamientos negativos automáticos
Figura 7.2
EL MODELO COGNITIVO DE LA DEPRESIÓN DE BECK
Según el modelo cognitivo de la depresión propuesto por Beck,
algunas experiencias tempranas pueden provocar la formación
de suposiciones distorsionadas, las cuales harán que esa persona
sea más vulnerable ante la depresión. Una vez que se activan,
esas suposiciones distorsionadas generan pensamientos
automáticos, que a su vez producen síntomas depresivos, lo cual
alimenta los pensamientos automáticos depresivos (adaptado
de Fennell, 1989).
Síntomas de depresión
Somáticos
Conductuales
Motivacionales
Afectivos
Cognitivos
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
negativos lo más importante de una depresión, mucho más
que, por ejemplo, las bajas tasas de reforzamiento.
A lo largo de los años, su teoría ha ido adquiriendo una
mayor coherencia y elaboración (por ejemplo, Beck, 1967,
1983; Clark y Beck, 1999). En primer lugar, existen una serie
de esquemas depresivos o creencias distorsionadas, que
actúan de manera rígida, extremada y contraproducente.
Un ejemplo de una creencia distorsionada (de la cual la persona no tiene porqué ser consciente) puede ser «si no consigo que todo el mundo me quiera, mi vida no tiene
sentido». Beck está convencido de que este tipo de creencias
predispone a la persona a desarrollar una depresión en el
momento en que perciba algún tipo de rechazo social. De
manera similar, una persona con una creencia distorsionada como la siguiente «si no consigo un éxito absoluto,
entonces no soy nadie», también sería muy vulnerable para
desarrollar una depresión en el momento en que sienta que
está fracasando en algo.
Estas creencias productoras de depresiones se desarrollan durante la niñez y la adolescencia en virtud de las
experiencias con los padres y con otras personas significativas. Los niños que pierden a un padre o que han sido educados con un estilo inadecuado, tienen tendencia a
desarrollar este tipo de esquemas depresivos. Estos esquemas o creencias actúan como predisposiciones subyacentes
que hacen a esa persona vulnerable ante la depresión, si
bien podrían permanecer inactivos hasta que no aparezcan
factores estresantes importantes. Cuando afloran esos factores y activan las creencias distorsionadas, tienden a alimentar ese patrón de pensamiento negativo, lo que crea un
circuito de pensamientos automáticos negativos —pensamientos que se sitúan justo por debajo de la conciencia, y
que implican predicciones pesimistas muy desagradables—. Este tipo de predicciones tiende a centrarse en tres
temas, que Beck denomina el trío cognitivo negativo:
(1) pensamientos negativos sobre sí mismo («soy muy
feo»; «mi vida no tiene sentido»; «soy un fracasado»),
(2) pensamientos negativos sobre las propias experiencias
y el mundo que le rodea («nadie me quiere»; «la gente me
trata mal»); y (3) pensamientos negativos sobre el futuro
(«estoy desesperado porque las cosas nunca van a mejorar»; Clark y Beck, 1999).
Junto con las creencias distorsionada que alimentan el
trío cognitivo negativo, Beck también ha propuesto que ese
trío tiende a mantenerse merced a diversos errores o sesgos
cognitivos de carácter negativo. Cada uno de ellos supone
un procesamiento sesgado de la información relacionada con uno mismo. Algunos ejemplos pueden ser los
siguientes:
• Razonamiento dicotómico o de todo o nada, y que
supone una tendencia a pensar de manera extrema.
Por ejemplo, alguien podría despreciar una actuación
prácticamente perfecta, diciendo algo como «si no he
podido conseguir el cien por cien, no ha merecido la
pena».
• Atención selectiva, que supone una tendencia a concentrarse en los detalles negativos de una situación, mientras se ignoran otros elementos positivos de la misma.
Alguien podría decir «no he tenido ni un solo
momento agradable en todo el día», y no porque sea
verdad, sino porque sólo es capaz de recordar las cosas
negativas que le han sucedido.
• Inferencias arbitrarias, mediante las que se alcanza una
conclusión, pero a partir de unos datos mínimos o
incluso inexistentes. Una persona deprimida podría
decir, ante unas tareas de terapia que no parecen haber
funcionado, «este tratamiento nunca funcionará»
(ejemplos de Fennell, 1989, p. 193).
Se ve fácilmente que este tipo de distorsiones cognitivas
tiende a mantener la tríada cognitiva negativa. Esto es, si el
contenido del pensamiento que se refiere a la concepción
que tenemos de nosotros mismos, de nuestro mundo y de
nuestro futuro, ya es de por sí negativo, y además tendemos
a minimizar las cosas buenas que nos ocurren, y a extraer
conclusiones negativas a partir de datos mínimos, entonces
es muy poco probable que esos pensamientos negativos lleguen a desaparecer. Además, de la misma manera que las
creencias distorsionadas subyacentes («si nadie me quiere,
mi vida no tiene sentido») provocan la aparición del trío
negativo cognitivo, también los pensamientos negativos
que produce ese mismo trío refuerzan a su vez las creencias
distorsionadas subyacentes. De esa manera, cada uno de los
componentes de la teoría cognitiva de Beck actúa como un
reforzador de los demás, como se puede observar en la
Figura 7.2. De hecho, como ya se ha señalado, esos pensamientos negativos terminarán por producir otros síntomas
de depresión, como la tristeza, el rechazo y la falta de motivación.
Evaluación de la teoría de Beck como una teoría descriptiva. Durante los últimos treinta y cinco años se ha
realizado una enorme cantidad de investigación para evaluar la teoría de Beck. Como veremos en un apartado posterior dedicado al tratamiento, la teoría ha generado una
estrategia muy eficaz de tratamiento para la depresión, que
se conoce como terapia cognitiva. Además, la propia teoría
tiene una enorme coherencia descriptiva (por ejemplo,
Clark y Beck, 1999; Haaga, Dyck, y Ernst, 1991). Los pacientes con depresión tienen una forma de pensar muy negativa, sobre todo respecto a sí mismos o ante asuntos que les
atañen. De hecho, existen pruebas de que sí desarrollan el
trío cognitivo negativo: piensan negativamente sobre sí
mismos y su propio mundo personal, y también son muy
negativos respecto su futuro. Por otra parte resulta interesante la observación de que las personas que no están deprimidas ponen de manifiesto un sesgo positivo, que quizá
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
actúe como un factor de protección contra la depresión. Un
sesgo positivo es una tendencia a interpretar la información
emocional de una manera optimista.
Por otra parte, también se han encontrado pruebas de
la existencia de sesgos cognitivos negativos, que las personas deprimidas elaboran respecto a sí mismos. Por ejemplo, recuerdan muy bien la información negativa, mientras
que las personas que no padecen depresión suelen recordar
mejor la información positiva. Esta tendencia a recordar la
información negativa se aplica tanto a los contenidos autobiográficos, como a palabras con significado emocional
(solitario, triste, rechazado) en una situación experimental
(Mathews y MacLeod, 1994; Mineka et al., 2003; Williams
et al., 1997). Por otra parte, las personas con depresión tienen más probabilidad de extraer conclusiones negativas a
partir de la información disponible, y a infravalorar las respuestas positivas que reciben (Clark y Beck, 1999). Por lo
tanto resulta evidente que para una persona que ya está
deprimida, recordar de manera preferente las cosas malas
que le ocurren no hará más que mantener o exacerbar la
depresión. Teasdale (1988) ha denominado a este problema el círculo vicioso de la depresión (véase también
Teasdale, 1996).
Evaluación de los aspectos causales de la teoría de
Beck. Si bien la investigación apoya la mayoría de los
aspectos descriptivos de la teoría de Beck, los intentos de
confirmar las hipótesis causales de su teoría no han obtenido
resultados tan concluyentes. Para evaluar las hipótesis causales suele recurrirse a algún tipo de diseño prospectivo. Por
una parte se evalúa la vulnerabilidad cognitiva de personas
no deprimidas, y se les hace un seguimiento durante algunos años, pasados los cuales se vuelve a evaluar su situación.
Solamente algunos estudios han encontrado que las actitudes distorsionadas, en interacción con acontecimientos
estresantes, predicen la aparición de una depresión. Sin
embargo, también es cierto que algunos de los estudios que
han arrojado resultados negativos para la teoría parecen
haber empleado diseños experimentales inadecuados. En
efecto, en algunos estudios se utilizaba un número de sujetos demasiado pequeño, mientras que otros dejaron un
lapso demasiado breve entre ambas evaluaciones. Algunos
estudios más recientes que han recurrido a muestras mucho
mayores, y que han estudiado un intervalo de entre uno y
dos años y medio, sí han encontrado resultados que apoyan
los aspectos causales de la teoría de Beck (por ejemplo,
Abramson, Alloy et al., 2002; Lewinsohn, Joiner, y Rohde,
2001). Por ejemplo, en el estudio de Lewinsohn et al., se
analizaron las actitudes distorsionadas de unos 1 500 adolescentes, a los cuales se siguió durante un año, analizando
además los acontecimientos estresantes a los que tenían que
enfrentarse. Los resultados indicaron que quienes habían
partido con un elevado nivel de actitudes distorsionadas y
quienes experimentaron un estrés más elevado, tendían más
a desarrollar una depresión más grave que quienes tenían
actitudes muy distorsionadas pero bajo estrés, o actitudes
poco distorsionadas pero un estrés muy elevado.
LAS TEORÍAS DE LA DEPRESIÓN DE LA INDEFENSIÓN Y LA DESESPERACIÓN. Mientras que la teoría
de Beck tiene su punto de partida en sus observaciones clínicas sobre los pensamientos negativos que caracterizan a
los pacientes con depresión, la teoría de la indefensión
aprendida tiene su origen en las observaciones de laboratorio realizadas con animales. Martín Seligman (1974, 1975)
propuso que un fenómeno observado en el laboratorio, y
conocido como indefensión aprendida, podría suponer un
modelo muy útil para interpretar la depresión. A final de la
década de los 60, Seligman y sus colaboradores (Maier,
Seligman, y Solomon, 1969; Overmier y Seligman, 1967),
observaron que los perros que habían estado expuestos en
el laboratorio a descargas eléctricas e incontrolables se
comportaban posteriormente de una manera pasiva e indefensa, aunque se hallaran en situaciones en las que ya
podían controlar las descargas. Sin embargo, los animales que habían estado expuestos inicialmente a cantidades
idénticas de descargas, pero que habían podido controlar,
no tenían problema alguno para aprender a manejar esas
descargas.
Seligman y sus colaboradores propusieron la hipótesis
de la indefensión aprendida para explicar estos efectos. La
hipótesis establece que cuando los animales o los humanos
se dan cuenta de que no pueden controlar la aparición de
acontecimientos aversivos (como una descarga eléctrica),
puede que aprendan que están indefensos, lo que a su vez
les deja sin motivación para intentar responder a esos mismos estímulos en un futuro; por el contrario, dan muestras
de pasividad e incluso de síntomas depresivos. Incluso
aprenden con mucha lentitud que sus respuestas son eficaces, lo que puede interpretarse por analogía al trío cognitivo
negativo propuesto por Beck. Las investigaciones que se
han desarrollado a partir de esa hipótesis han demostrado
que los animales con indefensión también ponen de manifiesto otros síntomas similares a los de los humanos con
depresión, como por ejemplo niveles de agresión muy
reducidos, pérdida de peso y de apetito, y diversos cambios
fisiológicos en los niveles de neurotransmisores. Una vez
que se demostró que este fenómeno de la indefensión
aprendida también se produce en seres humanos (Hiroto y
Seligman, 1975), Seligman propuso que la indefensión
aprendida podría explicar algunos tipos de depresión
humana. Esto es, las personas que sufren acontecimientos
estresantes y sobre los cuales apenas pueden ejercer algún
tipo de control, terminan por desarrollar un síndrome
similar al de la indefensión observada en los animales.
La idea de que la indefensión es un elemento básico de
la depresión no es en realidad algo nuevo, ya que investigadores procedentes de diversas orientaciones teóricas han
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
destacado en algún momento que los sentimientos de indefensión y desesperación son la base de la conducta depresiva (por ejemplo, Bibring, 1953). Sin embargo, ninguna de
esas propuestas se realizó de manera experimental, de
manera que el modelo de Seligman atrajo inmediatamente
la atención de los investigadores. El apartado Avances en la
investigación 7.1 de la página 236, describe esta propuesta,
así como otras estrategias que intentan comprender las
diferencias sexuales en la depresión unipolar.
Reformulación de la teoría de la indefensión. La
investigación desarrollada con humanos sobre la teoría de
la indefensión, ha supuesto la realización de algunas modificaciones para que la teoría se adecue de una manera más
apropiada a las complejidades de nuestra conducta,
cuando tenemos que enfrentarnos con acontecimientos
que están fuera de nuestro control (Abramson, Seligman, y
Teasdale, 1978). En concreto, estos autores propusieron
que cuando las personas (seguramente al contrario que los
animales) se enfrentan a acontecimientos negativos e
incontrolables, se preguntan a sí mismas el porqué de esa
situación. El tipo de atribuciones que hacen respecto a esos
acontecimientos incontrolables se convierten así en un factor esencial del origen de la depresión. Se han propuesto
tres dimensiones básicas sobre las cuales se establecen las
atribuciones: (1) interna/externa, (2) global/específica y
(3) estable/inestable. Como se ha dicho anteriormente, una
atribución depresiva o pesimista respecto a un acontecimiento negativo tiene un carácter interno, estable y global.
Por ejemplo, si su novio la trata mal y usted llega a la conclusión de que «es porque que soy fea y aburrida», es más
probable que llegue a deprimirse, que si usted llega a la
conclusión de que «se debe a que él está de mal humor por
haber suspendido el examen, y la ha tomado conmigo». La
investigación ha demostrado que las personas tendemos a
ser relativamente estables y coherentes en nuestro estilo
atributivo, por lo que Abramson y sus colaboradores
han propuesto que las personas con un estilo pesimista
corren el riesgo de sufrir una depresión cuando se enfrentan con acontecimientos negativos incontrolables. Así
pues, el estilo de atribución pesimista supone un factor de
vulnerabilidad para la depresión.
Esta reformulación de la teoría de la indefensión ha
promovido una gran cantidad de investigaciones. Muchos
estudios han demostrado que las personas con depresión
muestran un estilo pesimista de atribución, lo que por
supuesto no quiere decir que dicho estilo desempeñe un
papel causal (por ejemplo, Abramson et al., y 1995; Buchanan y Seligman, 1995). Muchos estudios han examinado la
medida en que un estilo de atribución pesimista predice la
aparición de la depresión ante un acontecimiento negativo,
algunos de los cuales han obtenido resultados que apoyan la
teoría, mientras que otros no (Abramson et al., 1989; Barnet y Gotlib, 1988b; Peterson, Mayer, y Seligman, 1993).
La teoría de la depresión como desesperación.
Dados los decepcionantes resultados obtenidos por la teoría de la indefensión, se realizó una revisión de la misma
que recibió el nombre de teoría de la desesperación (Abramson et al., 1989). Los investigadores propusieron que el
estilo pesimista no era suficiente para producir una depresión ante acontecimientos negativos, a menos que primero
se hubiera experimentado un estado de desesperación. La
expectativa de desesperación se definió como la percepción
de que no se ejerce control sobre lo que va a suceder, y como
la certidumbre absoluta y de que está a punto de ocurrir
algo malo, o de que no ocurrirá algo positivo que se está
esperando con anhelo. Estas expectativas pueden ser suficientes por sí mismas para provocar depresión, aunque
quizá sólo en una parte de las personas depresivas.
En la actualidad se está investigando el apoyo empírico que tiene esta teoría. Un amplio estudio longitudinal
realizado con varios centenares de estudiantes universitarios y con un alto riesgo de sufrir depresión unipolar
(debido a su estilo de atribución pesimista y a sus creencias distorsionadas), está empezando a arrojar resultados
que apoyan algunas de las principales hipótesis de la teoría de la desesperación (por ejemplo, Abramson et al.,
2002). Por ejemplo, los estudiantes del grupo de alto
riesgo tienen siete veces más probabilidades que los del
grupo de bajo riesgo, de desarrollar un episodio de depresión mayor durante un periodo de seguimiento de dos
años. De hecho, los estudiantes de alto riesgo que además
tienen tendencia a especular constantemente sobre pensamientos negativos todavía tienen una probabilidad mayor
de depresión.
Se trata de conclusiones todavía preliminares, ya que
Abramson y sus colaboradores todavía no han presentado
resultados que demuestren que el estrés interactúa con los
estilos cognitivos negativos, tal y como predice la teoría. Sin
embargo, es de esperar que las futuras investigaciones continúen proporcionando hipótesis tan interesantes sobre las
causas psicosociales de la depresión.
El apartado Avances en el pensamiento 7.2 de la página 238 describe cómo pueden explicar las teorías de la indefensión y de la desesperación la razón por la que ansiedad y
depresión suelen presentarse unidas.
EFECTOS INTERPERSONALES DE LOS TRASTORNOS EN EL ESTADO DE ÁNIMO. Aunque no existe
ninguna teoría interpersonal de la depresión, al menos tan
claramente definida como las teorías cognitivas, sin
embargo sí disponemos de gran cantidad de investigaciones al respecto. Como veremos, los problemas interpersonales y las deficiencias en habilidades sociales pueden
desempeñar sin lugar a dudas un papel causal en algunos
tipos de depresión. Además, la depresión provoca múltiples
dificultades interpersonales —tanto con familiares y amigos, como con desconocidos (Hammen, 1991, 1995; Joiner,
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
AVA N C E S
en la investigación
Diferencias sexuales en la depresión unipolar
Hace mucho que se sabe que las mujeres tienen el doble de
probabilidades que los hombres de desarrollar una
depresión unipolar (ya sea una distimia o una depresión
mayor). Estas diferencias se mantienen en la mayoría de los
países del mundo; las únicas excepciones son algunos
países en vías de desarrollo, como Nigeria o Irán. En los
Estados Unidos, esta diferencia sexual comienza en la
adolescencia y se prolonga hasta alrededor de los sesenta y
cinco años, edad en la que parece desaparecer. Entre los
niños en edad escolar, los varones tienen una ligerísima
probabilidad mayor que las niñas de sufrir depresión
(Nolen-Hoeksema, 1990, 2002).
La cuestión es si estas diferencias proceden de algún
tipo de artefacto experimental, como puede ser que una
chica joven sea más proclive a contar sus sentimientos, si
bien los datos no respaldan esa idea (Hankiny Abramson,
2001; Nolen-Hoeksema, 1990). Veamos qué teorías se han
propuesto para intentar explicar estas interesantes
observaciones.
Un primer grupo de teorías tiene un carácter
fundamentalmente biológico. Por ejemplo, se ha propuesto
que una serie de factores hormonales, como por ejemplo
las fluctuaciones en las hormonas de los ovarios, podían ser
responsables de esas diferencias. Sin embargo, los estudios
que han analizado esa hipótesis han encontrado resultados
muy poco coherentes que, en general, no apoyan la
hipótesis (Brems, 1995; Nolen-Hoeksema, 1990, 2002).
Parece que para la mayoría de las mujeres esos cambios
hormonales que experimentan en diferentes momentos de
su vida (por ejemplo, al principio de la pubertad, antes de la
menstruación, después del parto y en la menopausia) no
suponen un factor causal significativo para la depresión. Sin
embargo, para una pequeña minoría de mujeres que ya
tienen un elevado riesgo (por ejemplo, de tipo genético),
esas fluctuaciones hormonales pueden poner en marcha
episodios depresivos, y posiblemente mediante los cambios
2002)—. Vamos a comenzar examinando el papel causal de
los problemas interpersonales.
La carencia de apoyo social y la deficiencia de habilidades sociales. Hemos dicho anteriormente que Brown y
Harris (1978) habían descubierto que las mujeres que carecían de una relación personal cercana y fiable tenían más
probabilidad de deprimirse ante algún acontecimiento estresante grave. A partir de entonces, son múltiples los estudios
que han apoyado la idea de que las personas que carecen de
.
que producen en los procesos normales que regulan el
sistema de neurotransmisores. Algunos estudios sugieren
que las mujeres tienen una mayor vulnerabilidad genética a
la depresión que los hombres, si bien otros muchos
estudios no apoyan esta idea (por ejemplo, NolenHoeksema, 2002; Wallace et al., 2002).
Dado que las teorías biológicas apenas han recibido
apoyo empírico, muchos investigadores han vuelto su
mirada hacia los factores sociales y psicosociales que
podrían ser responsables de esas diferencias sexuales en la
depresión (por ejemplo, Helgeson, 2002; Nolen-Hoeksema,
1990, 2000). Una teoría psicológica propone que en virtud
de sus papeles sociales, las mujeres son más proclives a
experimentar una sensación de falta de control sobre los
acontecimientos negativos de su vida. Estos sentimientos
de indefensión pueden proceder de la pobreza, la
discriminación en su puesto de trabajo, y el desempleo o
infraempleo, el desequilibrio de poder en las relaciones
heterosexuales, las elevadas tasas de abusos físicos y
sexuales (ya sea durante la niñez o la edad adulta), la
multiplicación de papeles (por ejemplo, ser mujer, esposa, y
trabajadora), así como una sensación de menor control
sobre ciertas características muy valoradas por los
hombres, como puede ser la belleza, la delgadez y la
juventud (por ejemplo, Ben Hamida, Mineka, y Bailey, 1998;
Heim et al., 2000; Nolen-Hoeksema, 2002). Existen
algunas pruebas de que algunas de esas condiciones están
asociadas con unas tasas de depresión más elevadas de lo
esperable, pero lo que no ha podido comprobarse con
claridad es si tales efectos suponen una sensación de
indefensión (Brems, 1995; Nolen-Hoeksema, Larson, y
Grayson, 1999; Whiffen y Clark, 1997). Sin embargo, no deja
de constituir una hipótesis plausible que requiere más
investigación.
Otra interesante hipótesis es que las mujeres
responden de manera diferente a un estado de ánimo
deprimido que los hombres. En concreto, parece que las
mujeres tienen más tendencia a cavilar cuando están
apoyo social son más vulnerables a la depresión (por ejemplo, Joiner, 1997; Gotlib, 1992). Estas limitadas redes sociales
parecen preceder a la aparición de la depresión, y si bien las
personas deprimidas parecen aumentar sus contactos sociales una vez que han remitido sus síntomas, lo cierto es que sus
redes sociales se mantienen más reducidas que las de las personas sin depresión. Además, las personas con depresión
también tienen deficiencias en sus habilidades sociales. Por
ejemplo, se expresan de una manera más monótona y además sin establecer contacto ocular; también son menos hábi-
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
deprimidas. La cavilación incluye respuestas como intentar
averiguar por qué está uno deprimido, llorar para aliviar la
tensión, o hablar de la depresión con las amistades. Se sabe
que ese proceso tiende a mantener o a exacerbar la
depresión, en parte por su interferencia con una conducta
instrumental (por ejemplo, a adoptar decisiones y llevarlas
a cabo), pero también con una solución de problemas
interpersonales eficaz (Nolen-Hoeksema, Morrow, y
Fredrickson, 1993). De hecho, la cavilación centrada en uno
mismo trae a la memoria recuerdos negativos, lo que
alimenta el círculo vicioso de la depresión (Lyubomirsky,
Caldwell, y Nolen-Hoeksem, 1998; Nolen-Hoeksema, 2002;
Teasdale, 1988).
Por el contrario, los hombres tienen más tendencia a
realizar actividades de distracción cuando se encuentran
deprimidos, actividades que parecen disminuir su depresión
(Nolen-Hoeksema, 1990). Esas distracciones pueden ser ir
al cine, practicar deporte, o evitar pensamientos sobre los
motivos de la depresión. No está claro cuál puede ser el
origen de tales diferencias sexuales en la respuesta a la
depresión, pero si la investigación futura llega a apoyar
esta hipótesis, muy probablemente encontrará que una
prevención eficaz de la depresión debería enseñar a las
chicas a buscar distracciones en lugar de dedicarse a
cavilar sobre sus problemas.
Por último, es necesario plantearse la razón por la que
esas diferencias sexuales comienzan en la adolescencia
(Hankin y Abramson, 2001; Nolen-Hoeksema y Girgus, 1994;
Hankin, Abramson, et al., 1998). Se trata de una época de
rápidos cambios fisiológicos, ambientales y psicológicos, y
que supone importantes alteraciones para muchos
adolescentes, pero ¿por qué las adolescentes son las que
tienen más probabilidad de deprimirse? Hankin y Abramson
(2001) han propuesto un modelo cognitivo de vulnerabilidad
ante el estrés centrado en el desarrollo de las diferencias
sexuales durante la adolescencia. A partir de las ideas
derivadas de las hipótesis de la indefensión y la
desesperanza, estos autores han propuesto que los niños y
adolescentes, igual que los adultos, tienden a experimentar
síntomas depresivos cuando recurren a un estilo de
atribución pesimista, y cuando experimentan
acontecimientos estresantes (por ejemplo, Hankin y
Abramson, 2001; Hilsman y Garber, y 1995). De hecho,
durante la primera parte de la adolescencia, aparecen las
diferencias sexuales en cuanto al estilo de atribución, la
cavilación y la experiencia de los acontecimientos vitales
más negativos (especialmente de carácter interpersonal).
Así pues, a partir de las diferencias sexuales en esos tres
factores, no debe sorprender que se produzca un
importante incremento en la depresión de las chicas
adolescentes. En efecto, Hankin y Abramson han
encontrado que el hecho de experimentar acontecimientos
vitales negativos puede contribuir a crear una mayor
vulnerabilidad cognitiva, lo que a su vez incrementa la
susceptibilidad hacia los síntomas depresivos. De hecho, los
síntomas depresivos entre las chicas adolescentes, igual
que en los adultos, tienden a dar lugar a que se genere un
estrés más dependiente, lo que a su vez exacerba la
depresión. Por último, las chicas no sólo experimentan más
acontecimientos vitales negativos que los chicos, sino que
además los interpretan muy detalladamente, y los
recuerdan a la perfección (lo que no ocurre con
acontecimientos que no tienen ese carácter emocional).
Hankin y Abramson (2001) también han destacado el
papel de los pensamientos negativos respecto al atractivo
físico y la imagen corporal, durante la aparición de las
diferencias sexuales. Existen pruebas de que el desarrollo
de las características sexuales secundarias resulta
psicológicamente más difícil para las chicas que para los
chicos. La insatisfacción con el propio cuerpo aumenta en
esta época para las chicas, mientras que disminuye para los
chicos; y de hecho, la insatisfacción con el propio cuerpo
estaba más estrechamente relacionada con la autoestima
en las chicas que en los chicos. Una gran parte de esa
insatisfacción con el propio cuerpo proviene de la
discrepancia que existe entre el modelo de mujer ideal (de
una delgadez excesiva) que existe en nuestra sociedad, y el
hecho de que a medida que maduran sexualmente van
ganando grasa en determinadas partes de su cuerpo.
Hankin y Abramson (2001) han encontrado resultados que
sugieren que las chicas tienen más tendencia que los chicos
a establecer atribuciones pesimistas y otras inferencias
negativas, respecto a acontecimientos negativos
relacionados con el atractivo físico. Dado que el atractivo
físico puede ser más motivador para las chicas que para los
chicos, resulta plausible que constituya un importante
factor que aumenta la probabilidad de depresión entre las
chicas.
les para resolver problemas interpersonales (por ejemplo,
Ingram, Scott, y Siegle, 1999; Joiner, 2002).
conducta depresiva puede provocar sentimientos negativos
(incluyendo la hostilidad) y el rechazo por parte de los
demás, ya se trate de desconocidos, compañeros de piso, o
cónyuges (Coyne, 1976; Ingram et al., 1999; Joiner, 2002).
Dichos sentimientos negativos a su vez, hacen que la persona sin depresión no se muestre demasiado deseosa de
relacionarse con las personas deprimidas. De hecho, el
rechazo social resulta especialmente factible cuando la persona deprimida intenta constantemente buscar la aprobación de los demás (Joiner y Metalsky, 1995 Joiner, 2002). Si
Los efectos de la depresión sobre los demás.
Las personas con depresión no sólo tienen problemas interpersonales, sino que desgraciadamente, su propia conducta
empeora dichos problemas. Por ejemplo, la conducta de
una persona con depresión suele provocar la simpatía, el
apoyo y el cuidado de los demás. Sin embargo, no siempre
se produce este reforzamiento positivo. Muchas veces la
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
AVA N C E S
en el pensamiento
Comorbilidad de la ansiedad
y los trastornos del estado de ánimo
Durante muchos años se ha estudiado el tema
de las diferencias entre la depresión y la ansiedad.
Sin embargo, hasta muy recientemente, los investigadores no
habían conseguido realizar avances significativos en la
comprensión de la magnitud real del problema.
El solapamiento entre las medidas de depresión y
las de ansiedad tiene lugar en cualquier nivel de análisis:
auto-informes de los pacientes, valoraciones clínicas,
diagnóstico y factores familiares/genéticos (Barlow,
2002; Clark y Watson, 1991a, y 1991b; Mineka et al., 1998).
Esto es, las personas que se califican así mismas con un
elevado nivel de ansiedad, también tienden a valorarse como
muy depresivas, y los clínicos que evalúan a esas mismas
personas hacen lo mismo. Ese solapamiento también se
produce en el ámbito diagnóstico.
Una revisión de la literatura al respecto ha estimado que más
o menos la mitad de los pacientes que reciben un diagnóstico
de trastorno del estado de ánimo también son diagnosticados
de un trastorno de ansiedad en algún momento de su vida, y
viceversa (por ejemplo, Mineka et al., 1998).
Por último, los estudios genéticos y familiares han
ofrecido abundantes pruebas de las estrechas relaciones
que existen entre los trastornos depresivos y los de
ansiedad (Kendler et al., 1995; Kendler, 1996; Mineka et al.,
1998). Algunos estudios con gemelos muy rigurosos, y una
revisión muy reciente sobre el tema, han puesto de
manifiesto que la depresión y la ansiedad generalizada
dependen de los mismos factores genéticos, de manera que
el trastorno que termine por desarrollarse dependerá de las
las personas con las que habitualmente interactúa alguien
con depresión tienden a sentirse culpables, es posible que
éste encuentre en ellas simpatía y apoyo, al menos a corto
plazo. Sin embargo, lo más frecuentes es que antes o después se produzca la retirada, lo que aumenta los sentimientos negativos de la persona con depresión (por ejemplo,
Joiner y Metalsky, 1995; Joiner, 2002).
El matrimonio y la vida familiar. Los aspectos interpersonales de la depresión también se han estudiado cuidadosamente en el contexto de las relaciones matrimoniales y
familiares. Gotlib y Hammen (1992) han demostrado que
entre un tercio y la mitad de las parejas con problemas
matrimoniales tienen al menos uno de sus miembros con
depresión clínica. Además, los problemas matrimoniales
.
experiencias ambientales que haya tenido esa persona
(Barlow, 2002; Kendler et al., 1992d, 1995; Kendler, 1996).
Las relaciones genéticas entre el trastorno de pánico y la
depresión, y entre los otros trastornos de ansiedad y la
depresión son, sin embargo, más moderadas (Kendler et al.,
1995; Mineka et al., 1998).
En la actualidad, la perspectiva teórica dominante
respecto al solapamiento de los síntomas depresivos y los
de ansiedad asume que la mayoría de las medidas que se
utilizan para evaluar ambos conjuntos de síntomas
coinciden en la dimensión del afecto negativo, que incluye
estados afectivos, el malestar, la ira, el miedo, la
culpabilidad y las preocupaciones (Clark et al., 1994;
Watson et al., 1995a, 1995b). Así pues, las personas
deprimidas no pueden diferenciarse de las ansiosas en
virtud de su nivel de afecto negativo. Pero estos
investigadores también han demostrado que la ansiedad
puede diferenciarse de la depresión a partir de una segunda
dimensión conocida como afecto positivo, que incluye
estados afectivos tales como la excitación, el disfrute, el
interés y el orgullo. Las personas deprimidas tienden a
caracterizarse por niveles bajos de afecto positivo, lo que
no ocurre con los individuos ansiosos. Esto es, solamente
las personas con depresión muestran los signos de fatiga y
falta de energía y entusiasmo, característicos de un bajo
afecto positivo. Muchos investigadores también han
demostrado que algunas personas con ansiedad (sobre
todo los pacientes con pánico), pero no las personas con
depresión, tienden a caracterizarse por niveles elevados de
otra dimensión del estado de ánimo que se conoce como
hiperactivación ansiosa, cuyos síntomas incluyen
palpitaciones, temblores, vértigos y respiración
están relacionados con un peor pronóstico para una esposa
deprimida que se ha recuperado de sus síntomas. Esto es,
una persona que se ha recuperado de una depresión tiene
más probabilidad de recaída si tiene problemas matrimoniales (Butzlaff y Hooley, 1998; Hooley y Teasdale, 1989).
Una razón por la que los problemas matrimoniales y la
depresión pueden ir unidos, es que la conducta de un cónyuge deprimido genera emociones negativas en el otro
cónyuge. También es posible que las personas deprimidas
estén tan preocupadas por sí mismas, que no sean sensibles
a las necesidades de su cónyuge. Una revisión muy reciente
realizada por Beach y Jones (2002) utilizó el modelo de
generación de estrés propuesto por Hammen (1991), para
explicar las relaciones bidireccionales entre los problemas matrimoniales y la depresión (esto es, los problemas
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Factores causales en los trastornos unipolares del estado de ánimo
entrecortada. Este modelo tripartito de la ansiedad y la
depresión puede explicar qué características son las que
comparten ansiedad y depresión (un elevado afecto
negativo), y en qué características se diferencian (afecto
positivo bajo para la depresión e hiperactivación ansiosa
para el pánico; Mineka et al., 1998). El resto de los
trastornos de ansiedad también tiene sus propios
componentes específicos (Barlow, 2002; Brown et al., 1998;
Mineka et al., 1998).
Beck y Clark han presentado pruebas de que la
ansiedad y la depresión también se diferencian respecto al
tipo de pensamientos que muestran los pacientes (por
ejemplo, D. A. Clark, Beck, y Alford, 1999; D. A. Clark, Steer,
y Beck, 1994; Steer et al., 1995). Por ejemplo, los
pensamientos sobre las pérdidas, los fracasos y la
desesperación, son más comunes en las personas con
depresión mayor y distimia que entre las personas con
trastornos de pánico y ansiedad generalizada (si bien son
muy elevados en cada uno de esos trastornos). En relación
con la depresión mayor y la distimia, por su parte, los
pensamientos relacionados con amenazas son mucho más
elevados en el trastorno de pánico (pero no en el trastorno
de ansiedad generalizada).
Hay algunos aspectos de la comorbilidad entre los
trastornos de ansiedad y el estado de ánimo que plantean
cuestiones muy interesantes respecto a lo que es común y
a lo que es distintivo en cada uno de ellos. Por ejemplo,
existe una relación secuencial entre los síntomas de
ansiedad y los de depresión, tanto dentro de los episodios
como entre ellos. Por ejemplo, Bowlby (1973, 1980)
describió una respuesta bifásica ante la separación y la
pérdida, donde la agitación y la ansiedad van seguidas de
desesperación y depresión. Y a lo largo del ciclo vital, las
personas tienen más probabilidad de experimentar un
trastorno de ansiedad en primer lugar y un trastorno
depresivo posterior (Alloy et al., 1990; Brown et al., 2001;
Mineka et al., 1998). Existe también una comorbilidad
diferente entre la depresión y distintos trastornos de
ansiedad: el trastorno de pánico, el trastorno por estrés
post traumático, y el trastorno obsesivo-compulsivo, tienen
más probabilidad de venir acompañados por depresión que,
por ejemplo, la fobia simple o la fobia social (Brown et al.,
2001; Kessler et al., 1996; Mineka et al., 1998).
Alloy, y Mineka, y sus colaboradores (1990; véase
también Mineka et al., 1998) han propuesto una
ampliación del modelo de la desesperación para explicar
estas y otras características de comorbilidad. Estos
autores proponen que la ansiedad y los trastornos de
ansiedad se caracterizan por importantes sentimientos de
indefensión. Las personas con estos trastornos tienen la
expectativa de que se encuentran indefensos para poder
controlar algunos aspectos importantes de su vida, pero
también consideran que es posible obtener cierto control,
y por eso tienden a experimentar mucha activación y
ansiedad, y una constante exploración de su entorno con
la pretensión de poder tener ese control. Si la persona
llega convencerse de su indefensión para controlar
aspectos importantes de su vida, pero no sabe qué cosas
negativas pueden ocurrirle, la indefensión se convierte en
desesperación, y aparece la depresión. Alloy, Mineka, y
sus colaboradores han demostrado que esta perspectiva
puede explicar ciertas características de comorbilidad
entre la ansiedad y los trastornos depresivos. Por
ejemplo, la relación secuencial queda explicada por el
hecho de que es más probable sentirse indefenso, durante
algún tiempo antes de llegar a sentirse absolutamente
desesperado. Y además, algunos trastornos de ansiedad
pueden asociarse íntimamente con la depresión,
precisamente debido a que los síntomas del trastorno en
sí mismos (por ejemplo, los pensamientos obsesivos y las
compulsiones, los ataques de pánico y la evitación
agorafóbica, las pesadillas, etc.), resultan tan molestos y
aparentemente incontrolables. Tales síntomas pueden
convencer firmemente al individuo de su indefensión, lo
que genera un cuadro diagnóstico con una mezcla de
ansiedad y depresión.
matrimoniales conducen a la depresión, y la depresión
puede generar problemas matrimoniales). Como se ha
dicho anteriormente, una parte importante del estrés que
experimentan las personas con depresión depende de su
propia conducta, pero a la vez también exacerba los síntomas depresivos. Por ejemplo, en un estudio longitudinal de
parejas recién casadas, Davila et al. (1997) encontraron que
las esposas con una depresión leve tendían a esperar menos
apoyo de sus maridos, y a proporcionar más conductas
negativas, lo que a su vez aumentaba el estrés del matrimonio. Dicho estrés a su vez acrecentaba los síntomas
depresivos.
La sección Avances en la Investigación 7.3 de la
página 240 describe también cómo la depresión, con demasiada frecuencia, supone el escenario perfecto para la vio-
lencia matrimonial —sobre todo de los maridos respecto a
sus esposas.
Los efectos de la depresión de uno de los miembros de
la familia también se extienden hasta los niños y los adolescentes. La depresión de los padres coloca a los niños en
riesgo de sufrir muchos problemas, pero especialmente
depresión (Goodman y Gotlib, 1999; Murray et al., 1996).
También aumenta el riesgo de que las chicas adolescentes
desarrollen problemas de conducta (Davies y Windle,
1997). Un escéptico podría argumentar que este tipo de
estudios se limitan a probar que estos trastornos se transmiten por vía genética. Sin embargo, las pruebas de la
influencia genética sobre la depresión infantil son mucho
más débiles que por lo que respecta a la depresión de los
adultos (Goodman y Gotlib, 1999). De hecho, muchos
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
AVA N C E S
en la investigación
Depresión y violencia matrimonial
Existe un vínculo muy estrecho entre las relaciones adultas
problemáticas y la presencia de un trastorno del
comportamiento en alguno de los miembros de la pareja
(Beach y Jones, 2002; Fruzzetti, 1996). El maltrato físico
puede estar presente en este tipo de relaciones. Desde
hace mucho tiempo se sabe que las personas con
trastornos del comportamiento tienen un elevado riesgo de
adoptar conductas violentas, también en el ámbito familiar.
No obstante, hasta hace poco se consideraba que ese alto
riesgo tenía que ver con la pérdida de control y
desinhibición durante los episodios maníacos o
hipomaníacos. La continua evolución de la investigación,
iniciada en los años 80 (por ejemplo, Maiuro et al., 1988)
cuestionaba esta idea continuamente e introdujo los
trastornos depresivos en los casos en los que existía mucha
violencia, especialmente en los de violencia doméstica.
Los hombres que maltratan a sus parejas —también
hay mujeres que maltratan a hombres, pero normalmente
menos violentamente (Jacobson et al., 1994; O’Leary,
2000)— habitualmente lo hacen infundiéndoles miedo para
intentar controlar y cambiar una situación que creen que
amenaza sus «propias» impresiones sobre la relación (por
ejemplo, Berns, Jacobson y Gottman, 1999; Maiuro et al.,
1988; Wilson y Daly, 1996). Aunque parezca lo contrario,
tales hombres tienden a ser altamente dependientes de sus
parejas en el plano emocional y raramente les permiten
algún indicio de independencia. Sus complejos de
inferioridad subyacentes alimentan sus intentos
desesperados por mantener el control sobre la relación y
cambiar el comportamiento de sus esposas. Demasiado a
menudo, la situación acaba en maltrato físico (Murphy,
Meyer y O’Leary, 1994).
Muchos hombres con problemas en su relación se
deprimen y tienden a ser unos «fracasados», bien
crónicamente o como respuesta a las recientes desgracias
del azar. Si son conscientes de su propio «fracaso», en
términos de valores convencionales masculinos como
cubrir las necesidades económicas familiares, suele ser,
además, un factor agravante (por ejemplo, Pan, Neidig y
O’Leary, 1994; Vinokur, Price y Caplan, 1996). A pesar de
que normalmente estos hombres muestran una alta
«sensibilidad al rechazo», se comportan de una manera que
de hecho lo provoca, aumentando la probabilidad de que se
produzca una mayor tensión en la relación (Downey y
Feldman, 1996) y se desarrollen así los síntomas de la
depresión (Fruzzetti, 1996). En este proceso de alcanzar la
disforia, muchos hombres recurren al alcohol o a otras
drogas desinhibitorias como un modo de «automedicación»
para reducir el estrés y aliviar la depresión, lo que hace
incluso más probable que reaccionen violentamente para
acabar con su profunda desesperación (Leonard y Senchak,
1996; Pan, Neidig y O’Leary, 1994). Al igual que otras
.
reacciones desfavorables que contribuyen al deterioro de
una relación, ésta, además, casi siempre empeora las cosas.
Así pues, las relaciones causales entre depresión,
problemas en la relación y violencia doméstica parecen estar
consolidadas y tener una naturaleza multidireccional. De
hecho, las víctimas del maltrato físico son propensas a estar
clínicamente deprimidas (Cascardi, O’Leary y Schlee, 1999;
McCaw et al., 2002; Stein y Kennedy, 2002), lo que
disminuye su capacidad de emprender acciones efectivas.
Una vez que estos comportamientos se han fijado como un
modelo, llega a ser extremadamente difícil, incluso con ayuda
profesional, separar la causa del efecto y restablecer el
acuerdo mutuo, el respeto, la confianza y una actitud positiva
y pacífica. Lamentablemente, el DSM-IV-TR, que reconoce los
trastornos como algo que ocurre exclusivamente en el
«interior» de los individuos, no ofrece un diagnóstico
adecuado para esta circunstancia tan habitual.
A pesar de las dificultades para establecer una
jerarquía dentro de los complicados modelos causales que
existen en las relaciones con maltratos, las últimas
investigaciones indican a menudo que hay indicios de que
las personas involucradas ya han tenido relaciones
problemáticas con anterioridad. Basados en la obra de
Bowlby (1980, Inglaterra), los psicólogos han desarrollado
medios aparentemente fiables y válidos en los últimos años
para medir la predisposición de los adultos a la convivencia,
diferenciando tres «niveles» con importancia significativa
dentro de las relaciones adultas. La persona que presente
un modelo de convivencia seguro «conectará» y se
comprometerá fácilmente con los demás, mostrando unos
valores óptimos de intimidad y autonomía mutua. El modelo
de convivencia inseguro incluye el modelo ansiosoambivalente, que implica el distanciamiento activo de la
persona en sí misma apartándose de los demás. La teoría
general aquí perfeccionada es la de que los modelos de
convivencia inseguros, especialmente los del tipo ansiosoambivalente, aumentan considerablemente el riesgo de
problemas en la relación, depresión y violencia doméstica.
En defensa de esta teoría, Woike, Osier y Candela
(1996) demostraron un significativo elevado nivel de
relaciones con episodios violentos (opresores de género
masculino, víctimas de género femenino) entre los
estudiantes de género masculino que no estaban viviendo a
gusto con su pareja. Las mujeres de este estudio que
convivían de igual forma, especialmente aquellas que
habían sufrido malos tratos, también presentaban unos
episodios más violentos que los de los hombres o mujeres
seguros que evitaban la convivencia. El resultado de tal
descubrimiento, sin embargo, puede ir más allá de los
meros episodios violentos. Por ejemplo, en un estudio
reciente se descubrió que existe un elevado número de
modelos inseguros de convivencia u hombres
potencialmente problemáticos y violentos (Babcock,
Jacobson et al., 2002).
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estudios han documentado los perniciosos efectos de los
patrones de interacción negativa entre una madre deprimida y sus hijos. Por ejemplo, las madres deprimidas son
más hirientes y menos juguetonas en sus interacciones con
sus hijos (véase Goodman y Gotlib, 1999; Murray y Cooper, 1997). También están menos sintonizadas hacia sus
hijos, y menos orgullosas de ellos (Murray et al., 1996). De
hecho, sus hijos disponen de múltiples oportunidades para
realizar un aprendizaje por observación de pensamientos
negativos, conductas depresivas y emociones reprimidas.
Por lo tanto, aunque puede estar presentes cierta vulnerabilidad genética, lo que juega un papel decisivo son las
influencias psicosociales (Goodman y Gotlib, 1999;
Murray y Cooper, 1997).
REVISIÓN
• Resuma los principales factores causales
biológicos de la depresión unipolar,
incluyendo la herencia, la bioquímica, la
neuroendocrinología y la neurofisiología.
• ¿Cuál es el papel de los acontecimientos
vitales estresantes en la depresión unipolar, y
qué tipo de predisposición se ha propuesto
que interactúa con ellos?
• Describa las siguientes teorías de la
depresión: teoría cognitiva de Beck, teorías de
la indefensión y la desesperación, y teorías
interpersonales.
Trastornos bipolares
puede que aparezcan distracciones, elevados niveles de producción verbal, ya sea oral o escrita, y una importante disminución de la necesidad de sueño. También es habitual
una autoestima elevadísima, que en los casos más graves,
llega ser francamente exagerada, con sentimientos de poder
y de grandeza. Por último, se pierden las inhibiciones personales y culturales, de manera que la persona puede embarcarse en locas aventuras con una gran probabilidad de que
se deriven consecuencias perjudiciales, ya sea por negocios
arriesgados, gastos desmesurados, o actividades sexuales.
También se observa un deterioro importante del funcionamiento laboral y social, y muchas veces se hace necesaria la
hospitalización durante esos episodios maníacos.
En su forma más leve, este tipo de síntomas daría lugar
a un diagnóstico de episodio hipomaníaco, durante el cual
la persona experimenta un estado de ánimo anormalmente
elevado o irritable durante al menos cuatro días. Además,
debe cumplir al menos tres de los síntomas del tipo que se
han escrito para la manía, aunque en un menor grado (por
ejemplo, autoestima excesivamente elevada, disminución
de la necesidad de dormir, fuga de ideas, verborrea, etc.).
Aunque los síntomas son esencialmente los mismos para
los episodios maníacos e hipomaníacos, la hipomanía acarrea un deterioro mucho menor en el funcionamiento
social y laboral, por lo que no se requiere hospitalización.
Igual que ocurre con los trastornos unipolares, la gravedad del deterioro en los trastornos bipolares puede oscilar desde leve a grave. En el rango que va de leve a
moderado, el trastorno se conoce como ciclotimia, mientras que cuando se alcanza un nivel muy grave recibe el
nombre del trastorno bipolar.
Ciclotimia
TRASTORNOS BIPOLARES
Los trastornos bipolares se distinguen de los unipolares por la presencia de síntomas maníacos o hipomaníacos. La persona que sufre un episodio maníaco muestra
un estado de ánimo muy elevado y eufórico, interrumpido
con frecuencia por estallidos de intensa irritabilidad e
incluso de violencia —sobre todo cuando los demás no
aceptan cumplir los deseos de la persona maníaca—. Para
poder aplicar este diagnóstico, tal desmedido estado de
ánimo debe durar al menos una semana. Además, durante
ese mismo periodo es necesario que aparezcan al menos tres
o más de los siguientes síntomas: notable incremento en la
actividad dirigida a un objetivo, que generalmente supone
una excesiva planificación y participación en múltiples actividades (por ejemplo, sexuales, políticas, religiosas y laborales). La actividad mental parece estar acelerada, de tal
manera que se pone de manifiesto una «fuga de ideas», o
pensamientos que corren veloces por el cerebro. También
Se sabe hace tiempo que algunas personas están sujetas a
cambios cíclicos en su estado de ánimo, que sin embargo
son de menor gravedad que los vaivenes que se observan en
el trastorno bipolar. Este tipo de problema se conoce como
ciclotimia (véase la Tabla 7.1). La definición de ciclotimia
que aparece en el DSM-4-TR suena como una versión
menos grave del trastorno bipolar mayor, del cual habrían
desaparecido ciertos síntomas extremos y rasgos psicóticos,
como las ilusiones, y se ha reducido el deterioro que se
observa habitualmente durante los episodios maníacos o
depresivos completos.
Durante la fase depresiva de la ciclotimia, el estado de
ánimo aparece muy disminuido, y la persona experimenta
una pérdida de interés o de placer en actividades y entretenimientos cotidianos. Además, puede mostrar irregularidades en el sueño (excesivo o muy escaso); un bajo nivel de
energía; sentimientos de ineptitud; disminución de la eficacia, de la productividad, de la comunicación y de la agudeza
cognitiva; abandono de las actividades sociales; disminución de las actividades agradables; una actitud pesimista y
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
cavilosa, y un estado lloroso y sensiblero. Sin embargo,
tanto la duración como la amplitud de esos síntomas debe
de ser menor que los que determinarían un diagnóstico de
depresión mayor.
Los síntomas de la fase hipomaníaca de la ciclotimia
son esencialmente los opuestos a los síntomas de la distimia. En esta etapa del trastorno, puede que la persona se
muestre especialmente creativa y productiva, debido al
incremento de su energía física y mental. Puede haber
periodos entre episodios, en los que la persona con ciclotimia actúa de manera relativamente adecuada. Para poder
hacer un diagnóstico de ciclotimia, debe haber al menos
dos años con numerosos periodos de síntomas hipomaníacos y depresivos (un año para niños y adolescentes), y además, esos síntomas deben provocar un deterioro o malestar
significativo en el funcionamiento de la persona (si bien no
tan grave como el trastorno bipolar). Dado que las personas
con ciclotimia tienen un mayor riesgo de desarrollar posteriormente un trastorno bipolar (por ejemplo, Akiskal y
Pinto, 1999), el DSM-4-TR recomienda su tratamiento.
El siguiente caso ilustra perfectamente la ciclotimia.
Un vendedor de coches
ciclotímico
Un vendedor de coches de veintinueve años
llegó a nuestra consulta aconsejado por su
novia, una enfermera psiquiátrica, que sospechaba que podría tener un trastorno del estado
de
ánimo, aunque el paciente se resistía a
ESTUDIO
admitirlo. Según él, desde los catorce años
DE UN
venía experimentando ciclos repetidos de lo
CASO
que él denominaba «buenos y malos momentos». Durante uno de los periodos «malos»,
que podía durar entre cuatro y siete días, llegaba a dormir entre
diez y catorce horas diarias, y notaba una gran pérdida de energía,
de confianza y de motivación, «limitándose a vegetar», según sus
propias palabras. De pronto cambiaba de manera abrupta, normalmente al levantarse por la mañana, para pasar a una etapa de tres o
cuatro días absolutamente confiado en sí mismo, con un control
social elevadísimo, promiscuidad y un pensamiento muy agudizado
—«Las ideas aparecen de repente en mi mente»—. Durante esos
momentos abusaba del alcohol para aumentar la experiencia, pero
también para poder dormir. Algunas veces esos periodos «buenos»
duraban entre siete y diez días, pero terminaban con un estallido de
irritación y hostilidad, que solía señalar la transición a otra etapa de
días «malos»...
En el colegio alternaban los sobresalientes con los suspensos,
por lo cual nuestro paciente era considerado como un estudiante
brillante pero que obtenía unos deficientes resultados debido a su
«inestable motivación». Como vendedor de coches su trabajo también era irregular, con una alternancia de «días buenos» y «días
malos»; incluso durante sus «días buenos», algunas veces discutía
peligrosamente con sus clientes, y por esa razón perdía ventas que
parecían seguras. Aunque en muchos círculos sociales se le consideraba una persona encantadora, cuando estaba hostil e irritable
solía perder muchos amigos... (Spitzer et al., 2002, pp. 155-156).
En definitiva, la ciclotimia consiste en cambios de
humor que, en sus extremos, son evidentemente desadaptados aunque no lo suficiente como para merecer un diagnóstico de un trastorno mayor.
Trastornos bipolares
Aunque ya desde el siglo VI se han identificado casos de
manía y melancolía, fue necesario esperar a 1899, año en
que Kraepelin introdujo el término locura maníaco-depresiva, para clarificar ese cuadro clínico. Kraepelin describía el
trastorno como una serie de ataques de euforia y depresión,
con periodos de relativa normalidad entre ellos, y un pronóstico generalmente favorable. En la actualidad el DSM-4TR denomina a esta situación trastorno bipolar, aunque
todavía se usa frecuentemente la denominación enfermedad maníaco-depresiva.
El trastorno bipolar se distingue de la depresión mayor
por la ocurrencia de al menos un episodio de manía o un
episodio mixto. Cualquier episodio se clasifica como depresión, manía, o mixto, según cuáles sean sus características
principales. La categoría de depresión hipomaníaca se
explica por sí misma. Un episodio mixto se caracteriza por
síntomas maníacos y depresivos, que duran al menos una
semana, y que se alternan y mezclan rápidamente cada
pocos días. Antes se pensaba que estos casos eran relativamente escasos, pero en la actualidad se reconoce que son
bastante comunes (Cassidy et al., 1998). De hecho, muchos
pacientes con un episodio maníaco muestran síntomas de
depresión, ansiedad, culpabilidad y pensamientos suicidas,
si bien no lo suficientemente graves como para calificarlos
de episodios mixtos.
Incluso aunque un paciente sólo muestre síntomas
maníacos, se asume la existencia de un trastorno bipolar, y
que antes o después terminará por aparecer el episodio
depresivo. Por lo tanto, no hay un reconocimiento oficial de
la contrapartida maníaca o hipomaníaca de la distimia o la
depresión mayor. Aunque algunos investigadores han
observado la probable existencia de un tipo unipolar de
trastorno maníaco (por ejemplo, Johnson y Kizer, 2002;
Kessler et al., 1997b), los autores contrarios a este diagnóstico argumentan que estos pacientes suelen tener parientes
bipolares, y que quizá hayan sufrido depresiones leves que
han pasado desapercibidas (Winokur y Tsuang, 1996).
El siguiente caso ilustra las primeras fases de un trastorno bipolar:
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Mensajes de radar
Alicia Davis, una correctora de estilo de veinticuatro años..., describe como, tres años atrás,
se encontraba estudiando en la universidad,
con gran éxito académico y un amplio círculo
de amistades de ambos sexos. De pronto, en
mitad
de un periodo absolutamente normal del
ESTUDIO
primer semestre, empezó a sentirse depriDE UN
mida; perdió el apetito y tres o cuatro kilos, y
CASO
además, tenía problemas para dormirse y se
despertaba demasiado pronto.
Dos meses después los problemas parecieron desaparecer;
pero entonces empezó a sentirse cada vez más enérgica, de
manera que sólo necesitaba entre dos y cinco horas diarias de
sueño, y sentía como si sus pensamientos estuvieran haciendo
«carreras». Empezó a percibir significados simbólicos en las
cosas, especialmente de carácter sexual, y comenzó a sospechar
que ciertos comentarios anodinos de la televisión, en realidad iban
especialmente dirigidos a ella. Durante el mes siguiente cada vez
se mostró más eufórica, irritable y parlanchina. Empiezo a creer
que había un agujero en su cabeza a través del cual recibía mensajes de radar. Tales mensajes podían controlar sus pensamientos, y
producir emociones de irritación, tristeza, o similares, que escapaban a su control. También creía que las personas que la rodeaban podían ver sus pensamientos... Decía escuchar voces, que a
veces le hablaban en tercera persona mientras que otras veces le
ordenaban realizar diversas acciones, fundamentalmente de
carácter sexual.
Sus amigos... La llevaron a la sala de urgencias, donde ingresó
en una unidad psiquiátrica... Alicia recibió un tratamiento a base de
antipsicóticos, clorpromacina y litio. Durante las tres semanas
siguientes, notó una rápida disminución de todos los síntomas que
la habían llevado al hospital... Cuando recibió el alta... no mostraba
ninguno de los síntomas con los que llegó a urgencias; sin embargo,
experimentaba cierta hipersomnolencia, y que dormía unas diez
horas diarias, así como pérdida de apetito y sentimientos de «enlentecimiento».
Aproximadamente ocho meses después del alta, su psiquiatra le
recomendó que dejase de tomar litio... Durante unos cuantos meses
más continuó comportándose adecuadamente, pero a partir de un
momento dado empezaron a reaparecer síntomas similares a los
que le habían llevado al hospital. Esos síntomas fueron empeorando,
y tras dos semanas volvió a ingresar en el hospital con idénticos síntomas que la primera vez (Spitzer et al., 2002, pp. 118-119).
El trastorno bipolar, que afecta por igual a hombres y
mujeres, suele empezar durante la adolescencia o los primeros años de la edad adulta, y es un trastorno recurrente; es
absolutamente infrecuente que se produzcan episodios aislados (Winokur y Tsuang, 1996). Igual que ocurre con la depresión mayor unipolar, esa recurrencia puede tener un carácter
Trastornos bipolares
estacional, lo que daría lugar a un diagnóstico de trastorno
bipolar con una pauta estacional. La mayoría de los pacientes
con un trastorno bipolar experimentan periodos de remisión, durante los cuales desaparecen casi todos sus síntomas,
aunque entre el veinte y el treinta por ciento de ellos continúan experimentando un deterioro significativo (de carácter
laboral y/o interpersonal) y fragilidad en su estado de ánimo,
y hasta el sesenta por ciento sufre problemas crónicos del
carácter laboral o interpersonal entre episodios.
CARACTERÍSTICAS DEL TRASTORNO BIPOLAR.
Los síntomas de la fase depresiva del trastorno bipolar
apenas pueden distinguirse de los síntomas de la depresión mayor unipolar (Johnson y Kizer, 2002; Perris,
1992), si bien algunos estudios han informado de tasas
más elevadas de retraso psicomotriz, sueño excesivo, y
comer en exceso durante la fase depresiva del trastorno
bipolar (por ejemplo, Mitchell et al., 2001; Whybrow,
1997). Sin embargo, la diferencia esencial radica en que
los episodios depresivos se alternan con otros de tipo
maníaco. En alrededor de dos tercios de los casos, los episodios maníacos preceden o siguen de manera inmediata
a un episodio depresivo; en otros casos, los episodios
maníacos y los depresivos están separados por intervalos
de funcionamiento relativamente normal. La Figura 7.3
ilustra las diferentes modalidades de episodios maníacos,
hipomaníacos y depresivos, que pueden observarse en un
trastorno bipolar.
El DSM-4-TR identifica también un tipo de trastorno
bipolar denominado trastorno bipolar II, en el que la persona no llega a padecer episodios maníacos completos, pero
sí episodios hipomaníacos bien definidos (como en la ciclotimia), así como episodios de depresión mayor. Se trata con
claridad de trastorno distintos, ya que el trastorno bipolar II sólo suele evolucionar a un trastorno bipolar I (el tipo
que ya hemos descrito y que se denomina habitualmente
trastorno bipolar) entre el cinco al quince por ciento de los
casos (Coryell, Endicott, et al., 1995; APA, 2000). Si el trastorno bipolar II fuera simplemente una versión inicial y
más leve del trastorno bipolar I, entonces sería de esperar
que fuera mayor el porcentaje de casos del trastorno bipolar II que evolucionan al trastorno bipolar I.
Dado que una persona con depresión no puede ser
diagnosticada como bipolar a menos que haya manifestado
cuando menos un episodio maníaco, puede que en el pasado
muchas personas con un trastorno bipolar cuyos episodios
iniciales fueran depresivos, hayan sido diagnosticadas erróneamente (si no se habían observado episodios maníacos).
Un estudio de revisión ha estimado que alrededor del diez al
trece por ciento de las personas que han tenido un episodio
depresivo mayor desarrollarán posteriormente un episodio
maníaco o hipomaníaco, y serán diagnosticadas con un trastorno bipolar I o trastorno bipolar II (Akiskal et al., 1995;
véase también Coryell et al., 1995).
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
El espectro maníaco-depresivo
M
m
d
D
Variación
normal
Personalidad
ciclotímica
Trastorno
ciclotímico
Bipolar II
Manía
unipolar
Bipolar I
Figura 7.3
EL ESPECTRO MANÍACO-DEPRESIVO
Se puede observar un espectro de bipolaridad en el estado de ánimo. Todos nosotros tenemos momentos buenos y
momentos malos, lo que se representa en el gráfico como una variación normal del estado de ánimo. Las personas con una
personalidad ciclotímica muestran variaciones del estado de ánimo más acentuadas y regulares, y las personas con un
trastorno ciclotímico atraviesan por periodos durante los que cumplen los criterios para el diagnóstico de distimia (excepto
los dos años de duración), y otros periodos durante los que cumplen los criterios de la hipomanía. Las personas con un
trastorno bipolar II tienen periodos de depresión mayor y periodos de hipomanía. La manía unipolar es una situación
absolutamente poco frecuente. Por último, las personas con un trastorno bipolar I tienen periodos de depresión mayor y
periodos de manía (adaptado de Goodwin y Jamison, 1990).
Fuente: de Frederick K. Goodwin y Kay R. Jamison, Manic Depressive Illnes. Copyright (c) 1990 Oxford University Press, Inc. utilizado con el permiso de
Oxford University Press, In.
Este tipo de errores son deplorables, debido a que el tratamiento preferente es distinto para la depresión unipolar
que para la depresión bipolar. De hecho, existen pruebas de
que algunas drogas antidepresivas que se utilizan para tratar
la depresión unipolar pueden llegar a provocar episodios
maníacos en pacientes que en realidad sufren un trastorno
bipolar no detectado, lo que termina por agravar el curso de
la enfermedad (Goodwin y Ghaemi, 1998; Whybrow, 1997).
Evidentemente, el diagnóstico erróneo no se produce
cuando el trastorno empieza con un episodio maníaco: por
definición, debe tratarse entonces de un trastorno bipolar.
En promedio, las personas con un trastorno bipolar
sufren más episodios durante su vida que las personas
con un trastorno unipolar (si bien tales episodios tienden
a ser algo más breves). De hecho, según el DSM-4-TR,
más del noventa por ciento de quienes tienen un episodio
maníaco, continuarán teniendo más episodios. Entre el
cinco y el diez por ciento de las personas con un trastorno
bipolar sufren al menos cuatro episodios (ya sean maníacos o depresivos) cada año, una pauta que se conoce
como ciclos rápidos. De hecho, quienes atraviesan periodos de ciclos rápidos generalmente experimentan más de
cuatro episodios por año; en un tratamiento clínico de
este trastorno, la media fue de dieciséis episodios (Whybrow, 1997). Estos ciclos rápidos son más comunes en las
mujeres que en los hombres, y a veces están provocados
por ciertos tipos de antidepresivos (Kilzieh y Akiskal,
1999; Whybrow, 1997). Afortunadamente, para muchas
personas este fenómeno es algo temporal que desaparece
progresivamente (Coryell et al., 1995).
En conjunto, las probabilidades de una «recuperación
completa» del trastorno bipolar (esto es, no mostrar síntoma
alguno durante un periodo de cuatro a siete años) resultan
desalentadoras, incluso utilizando medicinas que, como el
litio, estabilizan el estado de ánimo. Un estudio prospectivo
de doscientos pacientes durante diez años, encontró que el
veinticuatro por ciento había recaído a los seis meses de su
recuperación; el setenta y siete por ciento había tenido al
menos un nuevo episodio dentro de los cuatro años siguientes a su recuperación, y el ochenta y dos por ciento, a los siete
años (Coryell et al., 1995). Otro estudio prospectivo de
ciento cuarenta y seis pacientes bipolares encontró que continuaban experimentando algunos síntomas durante el cuarenta y siete por ciento de un periodo de seguimiento de
trece años. Durante este periodo de seguimiento, los síntomas depresivos fueran tres veces más frecuentes que los síntomas maníacos o hipomaníacos (Judd et al., 2002).
Trastorno esquizoafectivo
Algunas veces los clínicos se enfrentan con un paciente
cuyo trastorno del estado de ánimo es muy grave, pero
que además sus procesos mentales y cognitivos se encuentran fuera de la realidad, lo que sugiere la presencia de una
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psicosis esquizofrénica (véase el Capítulo 14). Estos casos
suelen diagnosticarse en el DSM-4-TR como trastorno
esquizoafectivo. Para diagnosticar este trastorno, es necesario que el individuo tenga un periodo de enfermedad
durante el cual haya cumplido los criterios para un trastorno del estado de ánimo mayor (unipolar o bipolar) y
además muestre al menos dos de los principales síntomas
de esquizofrenia (como alucinaciones y espejismos). Sin
embargo, durante al menos dos semanas de la enfermedad deben experimentar síntomas esquizofrénicos en
ausencia de síntomas importantes del estado de ánimo; y
también, deben cumplir los criterios para un trastorno
del estado de ánimo durante una parte importante de su
enfermedad. Como se puede ver, a pesar de estar incluido
en el DSM, el diagnóstico de trastorno esquizoafectivo
todavía es muy controvertido. Algunos clínicos consideran que esas personas son básicamente esquizofrénicos;
otros creen que su trastorno es fundamentalmente una
alteración psicótica del estado de ánimo; y aún otros consideran este trastorno como algo completamente distinto
de los demás. De hecho, hay pruebas que apoyan la validez
de su tratamiento como una categoría distinta (por ejemplo, Kendler et al., 1995).
Las graves alteraciones del funcionamiento psicológico que conlleva este trastorno, como por ejemplo alucinaciones y espejismos incongruentes con su estado de
ánimo, son de hecho análogas a los fenómenos esquizofrénicos. Los espejismos incongruentes con el estado de
ánimo involucran pautas de pensamiento que son incoherentes con el estado de ánimo predominante. Por ejemplo, la idea de que uno ha sido elegido por una divinidad
para cumplir una misión especial para salvar a la raza
humana no es coherente con el abandono habitual de la
depresión.
Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con la esquizofrenia, la conducta esquizoafectiva tiende a presentarse
en episodios, con un pronóstico relativamente bueno para
los ataques aislados, y con frecuencia con periodos relativamente lúcidos entre los episodios. Si bien el pronóstico
general probablemente sea mejor que el de la esquizofrenia,
sin embargo, es considerablemente peor que el de los trastornos del estado de ánimo (véase también Kendler et al.,
1995; Winokur y Tsuang, 1996).
REVISIÓN
• Describa los síntomas y las características
clínicas de la ciclotimia y el trastorno bipolar.
• ¿Qué es lo que distingue el trastorno
esquizoafectivo de otros trastornos graves del
estado de ánimo?
Factores causales del trastorno bipolar
FACTORES CAUSALES
DEL TRASTORNO BIPOLAR
Tal y como ocurre con el trastorno unipolar, se han propuesto
multitud de factores causales para el trastorno bipolar. Sin
embargo, ocupan una posición claramente dominante los
factores causales biológicos, mientras que los factores causales
psicosociales han recibido mucho menos atención.
Factores causales biológicos
INFLUENCIAS GENÉTICAS. La contribución genética
al trastorno bipolar es mucho mayor que al trastorno unipolar. Una revisión muy reciente de los estudios al respecto,
que ha utilizado procedimientos diagnósticos muy refinados, sugiere que alrededor del 8,9 por ciento de los parientes cercanos de una persona con trastorno bipolar pueden
desarrollar ese mismo trastorno (una tasa ocho o nueve
veces superior a la de la población general; Katz y McGuffin, 1993; Plomin et al., 2001). Los parientes próximos de
una persona con trastorno bipolar también tienen un
riesgo elevado de sufrir una depresión mayor unipolar, si
bien lo contrario no es cierto.
Aunque los estudios familiares no pueden establecer por
sí mismos si existe una base genética para el trastorno, los
resultados de los antiguos estudios con gemelos, que se
remontan a los años 50, también apuntan a una base genética, ya que las tasas de concordancia son mucho más elevadas para los gemelos idénticos que para los fraternos (por
ejemplo, Kallmann, 1958; Mendlewicz, 1985). Por ejemplo,
un estudio muy riguroso de Bertelsen, Harvald, y Hauge
(1977) estima que los gemelos monocigóticos tenían seis
veces más probabilidades de concordar (sesenta y dos por
ciento) en un diagnóstico de trastorno bipolar, que los gemelos dicigóticos (ocho por ciento). Alrededor de 3/4 partes de
los casos en los que ambos gemelos estaban afectados, tenían
el mismo tipo de trastorno bipolar, pero sólo 1/4 tenían un
trastorno unipolar. Tanto este estudio como otros similares,
sugiere que los genes explican alrededor del ochenta por
ciento de la varianza en la tendencia a desarrollar una depresión bipolar (Katz y McGuffin, 1993). Una revisión más
reciente de numerosos estudios con gemelos, ha encontrado
que la tasa media de concordancia se sitúa alrededor del
sesenta por ciento para los gemelos monocigóticos, y alrededor del doce por ciento para los dicigóticos (Kelsoe, 1997).
Estas tasas son muy superiores a las estimaciones del trastorno unipolar, o de cualquier otro trastorno psiquiátrico
adulto, incluyendo la esquizofrenia (Torrey et al., 1994).
Este resultado de las elevadas tasas de trastornos bipolares y unipolares entre los parientes de los pacientes con
trastorno bipolar puede tener distintas explicaciones. Una
posibilidad se basa en la idea de que el trastorno bipolar
podría ser una forma más grave del mismo trastorno subyacente que el unipolar. Si esto fuera así, entonces la mayor
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
tasa de trastornos unipolares entre los familiares de los
pacientes con trastorno bipolar podría deberse al hecho de
que el trastorno bipolar es mucho más grave, y evidentemente no todos los familiares tienen porqué mostrar la
forma más grave del trastorno (Plomin et al., 2001). De ser
cierta, esta posibilidad sería de un considerable interés teórico, dada la tendencia actual a considerar el trastorno
bipolar y el unipolar como problemas diferentes.
Los esfuerzos para localizar el cromosoma donde se
ubica el gen o genes responsables de este trastorno están
encontrando indicios de que se trata de una enfermedad
poligénica. Sin embargo, algunas revisiones muy recientes
de las investigaciones al respecto han puesto de manifiesto
que pese a la gran cantidad de estudios que intentan identificar posibles genes responsables de este trastorno, todavía
no se ha encontrado ninguna prueba de su existencia
(Potash y DePaulo, 2000; Plomin et al., 2001).
FACTORES BIOQUÍMICOS. Durante las últimas décadas se ha dedicado un gran esfuerzo a encontrar el sustrato
biológico del trastorno bipolar. La hipótesis inicial de las
monoaminas para el trastorno unipolar se amplió también
al trastorno bipolar, suponiendo que si la depresión está
causada por una deficiencia de norepinefrina y/o serotonina, entonces quizá la manía esté provocada por un exceso
de tales neurotransmisores. Existen pruebas de que durante
los episodios maníacos se incrementa la actividad de la
norepinefrina, mientras que disminuye durante los episodios depresivos (probablemente incluso por debajo de la
depresión unipolar; Manji y Lenox, 2000). Sin embargo, la
actividad de la serotonina parece estar muy reducida tanto
en la fase depresiva como en la maníaca.
Otros estudios han sugerido que la norepinefrina, la
serotonina y la dopamina, podrían estar conjuntamente
implicadas en la regulación de los estados de ánimo (Howland y Thase, 1999; Whybrow, 1997). Las pruebas del papel
de la dopamina proceden en parte de algunas investigaciones que han demostrado que el aumento de la actividad de
la dopamina en ciertas zonas del cerebro parece estar
relacionado con síntomas maníacos de hiperactividad,
grandiosidad y euforia (Howland y Thase, 1999). Dosis elevadas de drogas como la cocaína, que estimula la producción de dopamina, también dan lugar a conductas de tipo
maníaco; durante la depresión parece producirse una disminución tanto de la norepinefrina como de la dopamina
(Manji y Lenox, 2000). Tales alteraciones en el equilibrio de
estos neurotransmisores parecen ser la clave para poder
comprender esta enfermedad, que envía a sus víctimas a
una montaña rusa emocional.
Uno de los asuntos más espinosos que cualquier teoría
debe explicar es la razón por la que el litio, la droga más eficaz para el tratamiento del trastorno bipolar, permite estabilizar no sólo los episodios maníacos sino también los
depresivos. Sabemos que el litio está relacionado química-
mente con el sodio, y que este elemento desempeña un
papel clave en la transmisión del impulso neuronal a lo
largo del axón. Por lo tanto, se ha planteado la posibilidad
de que los pacientes bipolares sufran alguna anormalidad
en la forma en que los iones (como el sodio) son transportados a través de las membranas de la neurona. Las investigaciones sugieren que en efecto dicha alteración forma
parte del trastorno bipolar (Goodwin y Jamison, 1990;
Whybrow, 1997). Una posibilidad es que el litio pueda sustituir a los iones de sodio.
OTROS FACTORES CAUSALES DE TIPO BIOLÓGICO.
Algunas investigaciones sobre la depresión bipolar se han
centrado en el papel de las hormonas, y han investigado el
eje hipotálamo-pituitaria-adrenal. Los niveles de cortisol
son muy elevados en la depresión bipolar (igual que ocurre
en la depresión unipolar), pero también están muy elevados
durante los episodios maníacos. De manera similar, los
pacientes con depresión bipolar manifiestan algunas anormalidades en las pruebas de supresión de la dexametasona
(PSD), que hemos descrito anteriormente, más o menos en
la misma tasa que los pacientes con depresión unipolar. Sin
embargo, durante un episodio maníaco la tasa de anormalidades de la PSD suele ser (aunque no siempre) mucho
más baja (Manji y Lenox, 2000). También se han estudiado
posibles anormalidades ubicadas en el eje hipotálamopituitaria-tiroides, ya que las alteraciones tiroideas suelen
venir acompañadas de cambios en el estado de ánimo.
Muchos pacientes bipolares sufren anormalidades sutiles
pero importantes en el funcionamiento de este eje, y generalmente la administración de la hormona tiroidea suele
mejorar la eficacia de las drogas antidepresivas (Altshuler et
al., 2001; Goodwin y Jamison, 1990). De hecho, la hormona
tiroidea también puede provocar episodios maníacos en
pacientes bipolares (Wehr y Goodwin, 1987).
Existe una evidencia considerable respecto a las alteraciones en los ritmos biológicos en el trastorno bipolar.
Durante los episodios maníacos, los pacientes bipolares
tienden a dormir muy poco (aparentemente porque ellos
quieren, y no debido a insomnio). Durante los episodios
depresivos, tienden a mostrar hipersomnolencia. El trastorno bipolar a veces también pone manifiesto una pauta
estacional similar a la del trastorno unipolar, lo que sugiere
la posibilidad de alteraciones en los ritmos biológicos, aunque éstas podrían ser el resultado de anormalidades circadianos, en las que la aparición del ciclo sueño-vigilia se
establece antes que otros ritmos circadianos. Dada la naturaleza cíclica del trastorno bipolar, esta orientación hacia la
investigación de las alteraciones de los ritmos biológicos
resulta muy prometedora para futuras teorías que intentan
profundizar en las bases biológicas del trastorno bipolar.
Esto resulta especialmente cierto debido a que los pacientes
bipolares parecen especialmente sensibles hacia, y fácilmente alterados por, cualquier cambio en su ciclo diario,
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que requiera una puesta a punto de su reloj biológico
(Whybrow, 1997).
Gracias a la utilización de la tomografía por emisión de
positrones (TEP), ha sido posible visualizar la variación en
las tasas metabólicas de la glucosa cerebral, durante episodios
depresivos y maníacos. Algunos de los estudios que han utilizado estas técnicas de neuroimagen han puesto de manifiesto
que, mientras que el flujo sanguíneo hacia la corteza prefrontal izquierda se reduce durante la depresión, lo que se reduce
durante la manía es el flujo hacia las zonas frontal y temporal
derecha (Howland y Thase, 1999; Whybrow, 1997). Durante
un estado de ánimo normal, el flujo de sangre hacia cada uno
de los hemisferios es aproximadamente similar. Así pues, las
técnicas de neuroimagen han permitido documentar la existencia de pautas diferenciadas de actividad cerebral durante
el estado de ánimo normal, depresivo y maníaco.
Factores causales psicosociales
ACONTECIMIENTOS ESTRESANTES.
Los acontecimientos estresantes parecen ser tan importantes para provocar la depresión bipolar como la depresión unipolar, y
existen pruebas de que también suelen estar implicados en
los episodios maníacos. Un estudio encontró que los
pacientes que habían sufrido situaciones negativas graves,
necesitaban como media el triple del tiempo para recuperarse de sus episodios maníacos, depresivos, o mixtos (trescientos noventa y cinco frente a ciento doce días; Johnson y
Miller, 1997). Incluso acontecimientos negativos menores
parecen incrementar el tiempo necesario para la recuperación (Johnson et al., 1997).
Suele argumentarse que a medida que avanza la enfermedad, los episodios maníacos y depresivos se van
haciendo más independientes, y cada vez parecen estar
menos provocados por acontecimientos estresantes (por
ejemplo, Post, 1992). Sin embargo, quizá estas conclusiones
sean prematuras, dado que la mayoría de los estudios que
han analizado este tema se han basado en los recuerdos de
los pacientes, lo cual suele ser poco fiable (Johnson y
Roberts, 1995). En algunos estudios prospectivos que han
utilizado técnicas de medida del estrés mucho más fiables y
adecuadas, Ellicot y Hammen y sus colaboradores (1990;
Hammen, 1995) no han encontrado ningún resultado que
demuestre que el papel del estrés no es importante para
provocar episodios de la enfermedad (Hammen, 1995;
Swendsen et al., 1995). De hecho, un estudio incluso ha
demostrado que los pacientes que habían sufrido un mayor
número de episodios previos tenían más probabilidad de
sufrir episodios tras algún factor de estrés, que los pacientes
con menos episodios previos (Hammen y Gitlin, 1997).
¿Cómo actúan los acontecimientos estresantes para
incrementar la probabilidad de recaída? Uno de los mecanismos propuestos se basa en los efectos desestabilizadores
que los acontecimientos estresantes ejercen sobre los ritmos
Factores causales del trastorno bipolar
biológicos. Aunque las pruebas al respecto todavía tienen
un carácter preliminar, esta hipótesis resulta muy prometedora, especialmente para explicar los episodios maníacos
(por ejemplo, Malkoff-Schwartz, Frank, et al., 1998).
OTROS FACTORES PSICOLÓGICOS IMPLICADOS EN
EL TRASTORNO BIPOLAR. También existen pruebas
de que algunas variables cognitivas y de la personalidad
podrían interactuar con los acontecimientos estresantes,
para influir sobre la probabilidad de recaída. Por ejemplo,
dos estudios han encontrado que el neuroticismo predice el
incremento en los síntomas depresivos de las personas con
un trastorno bipolar, igual que ocurre con el trastorno unipolar. De hecho, hay dos variables de personalidad, a saber,
la tendencia al logro, y una elevada sensibilidad hacia
los refuerzos procedentes del entorno, que predicen el
aumento de los síntomas maníacos (Lozano y Johnson,
2001; Meyer et al., 2001). Otro estudio ha encontrado que los
estudiantes con un estilo de atribución pesimista, y que
también han sufrido acontecimientos vitales negativos,
muestran un aumento de síntomas depresivos cuando
padecen una depresión ya sea unipolar o bipolar. Sin
embargo, resulta interesante la observación de que los estudiantes con trastorno bipolar que tenían un estilo de
atribución pesimista, y también habían experimentado
acontecimientos vitales negativos, sufrían un aumento de
los síntomas maníacos en algún momento posterior de su
vida (Reilli-Harrington et al., 1999).
PERSPECTIVAS PSICODINÁMICAS.
Según los teóricos psicodinámicos, las reacciones maníacas son una
defensa a ultranza o una reacción ante la depresión. Neale
(1988) ha propuesto una reformulación actual de las primeras hipótesis psicodinámicas, cuyo argumento principal
es que las personas con una autoestima inestable, junto con
objetivos poco realistas, tienen un elevado riesgo de sufrir
un trastorno bipolar. Neale sugiere que las ideas de grandiosidad que suelen aparecer durante los episodios maníacos tienen el propósito de defenderse frente a ciertos
pensamientos incómodos (alimentados por una baja autoestima).
Algunos estudios apoyan esta hipótesis. Por ejemplo,
uno de ellos analizó las reacciones de un grupo de pacientes
en fase maníaca, las de otro grupo en fase depresiva (bipolar), y las de un grupo de control compuesto por sujetos
normales, ante una serie de tareas cognitivas y de evaluación de la autoestima (Lyon, Startup, y Bentall, 1999). A
partir de los autoinformes ofrecidos por los pacientes sobre
su autoestima y su estilo de atribución, se puso de manifiesto que los pacientes en fase maníaca, igual que el grupo
de control, mostraban una elevada autoestima y un estilo
de atribución optimista, mientras que los pacientes deprimidos mostraban una autoestima baja y un estilo de atribución pesimista. Sin embargo, cuando se examinó a los
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
pacientes maníacos mediante medidas indirectas de atención, memoria y estilo de atribución (donde las defensas
psicológicas no están tan operativas como en los autoinformes), los pacientes maníacos mostraron pautas de respuesta similares a las de los pacientes deprimidos, y
diferentes por tanto del grupo de control. Por ejemplo, en
un test de memoria (en el que el paciente no sabía que se
estaba evaluando la memoria), los pacientes maníacos y
depresivos dieron pruebas de que recordaban fundamentalmente más palabras negativas que positivas. En otro test
para medir su estilo de atribución, los pacientes maníacos
dieron pruebas de un sesgo más orientado hacia el pesimismo que hacia el optimismo. Tales resultados, junto con
los obtenidos por Winters y Neale (1985), ofrecen cierto
apoyo a la hipótesis de que las reacciones maníacas podrían
constituir un mecanismo de defensa contra una baja autoestima y unos pensamientos depresivos subyacentes.
Si bien la concepción de las reacciones maníacas
y depresivas como defensas exageradas parece plausible
hasta cierto punto, resulta difícil explicar de manera satisfactoria algunas versiones más extremas de estos estados sin
tener que acudir a la ayuda de los factores biológicos. La eficacia del tratamiento biológico para aliviar los episodios
maníacos y depresivos más graves pone de relieve la importancia de los factores causales biológicos, aunque no descarte el papel que juegan los aspectos psicológicos.
REVISIÓN
• Resuma los principales factores causales
biológicos del trastorno bipolar, incluyendo
la herencia, la bioquímica y otros factores.
• ¿Cuál es el papel de los factores psicológicos
en el trastorno bipolar?
FACTORES SOCIOCULTURALES
QUE INFLUYEN SOBRE
LOS TRASTORNOS UNIPOLAR
Y BIPOLAR
Las investigaciones que han estudiado la relación de los factores socioculturales con los trastornos bipolar y unipolar
no han conseguido establecer diferencias diagnósticas claras entre ambos tipos de trastorno. La prevalencia de los
trastornos del estado de ánimo parece variar considerablemente según la sociedad de que se trate: en algunas, es más
frecuente la manía, mientras que en otras lo es la depresión.
Sin embargo, resulta difícil encontrar pruebas concluyentes
de este hecho, debido a diversos problemas metodológicos,
como por ejemplo las diferentes prácticas diagnósticas que
se utilizan en diferentes culturas, y debido también a que los
síntomas de depresión asimismo parecen variar de manera
considerable de una cultura a otra (Kaelber et al., 1995; Tsai
y Chentsova-Dutton, 2002).
Diferencias interculturales
en los síntomas depresivos
Si bien la depresión está presente en todas las culturas que
se han estudiado, la forma que adopta difiere ampliamente
entre ellas, así como también su prevalencia (por ejemplo,
Marsella, 1980; Tsai y Chentsova-Dutton, 2002). Por ejemplo, en algunas culturas no occidentales como la china y la
japonesa, donde las tasas de depresión son muy bajas, no
suelen presentarse muchos de los síntomas psicológicos de
esta enfermedad. Por el contrario, esos pacientes tienden a
mostrar preferentemente las manifestaciones somáticas y
vegetativas del trastorno, como las alteraciones del sueño,
pérdida de apetito y de peso, o disminución de la actividad
sexual (Kleinman, 1986; Tsai y Chentsova-Dutton, 2002).
Los componentes psicológicos de la depresión que parecen
haberse eclipsado (desde nuestra perspectiva occidental)
son los sentimientos de culpa y auto-recriminación, tan frecuentes en los países «desarrollados» (Kidson y Jones, 1968;
Tsai y Chentsova-Dutton, 2002).
Algunas de las razones de estas diferencias proceden de
las creencias asiáticas en la unidad de la mente y el cuerpo,
la falta de expresividad emocional y la estigmatización que
la enfermedad mental tiene en esas culturas (por ejemplo,
Tsai y Chentsova-Dutton, 2002). Otra razón por la que la
culpabilidad y los pensamientos negativos son más comunes en los países occidentales que en la cultura asiática
radica en la concepción occidental del individuo como
alguien independiente y autónomo, por lo que cuando se
produce un error suele atribuirse a elementos internos.
Otro ejemplo, de diferencias en los síntomas proviene
de los aborígenes australianos, entre quienes Kidson y Jones
(1968) no sólo encontraron que no mostraban culpabilidad
ni auto-recriminación, sino que tampoco había intentos de
suicidio. En relación con este último hecho, los autores afirmaron que «la ausencia de suicidios quizá se puede explicar
como consecuencia de su intenso miedo la muerte, y también debido a su tendencia a exteriorizar y proyectar los
impulsos hostiles» (p. 415). Esto es, los aborígenes australianos tienen más probabilidad de proyectar su hostilidad
hacia los demás que hacia sí mismos mediante el suicidio.
Afrontamiento de las pérdidas
Otra sociedad que permanece relativamente aislada de la
cultura occidental, y en la que todavía no se detectan signos
de depresión son los Kaluli, una tribu primitiva de Nueva
Guinea que ha estudiado Scheiffelin (1985). De hecho,
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Factores socioculturales que influyen sobre los trastornos unipolar y bipolar
durante los tres años que estuvo trabajando con esa tribu,
Scheiffelin sólo identificó un caso de depresión, identificada fundamentalmente por síntomas físicos. El resumen
de su trabajo que ha hecho Seligman (1990) proporciona
algunas interesantes sugerencias de las posibles razones
para ello:
Los Kaluli no parecen mostrar desesperación, depresión o
suicidio, tal y como nosotros los conocemos. Lo que ellos
tienen resulta más que interesante. Si tú pierdes algo muy
valioso, como por ejemplo un cerdo, tienes derecho a
recompensa. Existen rituales (como por ejemplo bailar y
vociferar ante la puerta del vecino que ha matado al
cerdo), que están reconocidos como admisibles por el
resto de la sociedad. Cuando exiges una recompensa por
esa pérdida, bien el vecino o toda la tribu tomo nota de
ello, y generalmente te recompensa de una manera u otra.
Lo que pretendo resaltar es que la reciprocidad entre la
cultura y el individuo cuando se ha producido una pérdida proporciona una fuerte protección contra la posibilidad de que ésta de lugar a la indefensión y la
desesperación. Me gustaría sugerir que una sociedad que
impide que una pérdida de lugar a la desesperación, y que
impide que la tristeza de lugar a la desesperanza, rompe el
proceso de la depresión. Las sociedades que promueven,
como lo hace la nuestra, la transición de la pérdida a la
indefensión, y de ahí a la desesperación, promueven también la depresión (Seligman, 1990, pp. 4-5).
Diferencias interculturales
en la prevalencia
Las tasas de prevalencia para la depresión (ya se exprese ésta
mediante síntomas somáticos o psicológicos) varían considerablemente entre diferentes países. Por ejemplo, en Taiwan la prevalencia a lo largo de la vida se ha estimado en un
1,5 por ciento, mientras que en Estados Unidos y en Líbano
se ha estimado entre el diecisiete al diecinueve por ciento
(Tsai y Chentsova-Dutton, 2002). Indudablemente las
razones de esta amplia variación son muy complejas, y es
necesario seguir investigando si queremos llegar a comprenderlas. Las ideas que se están explorando incluyen diferentes niveles de variables psicosociales. Por ejemplo,
parece que existen diferencias interculturales en las variables de riesgo, tales como el estilo de atribución, si bien
todavía no está claro cómo se transforman esas diferencias
en diferentes tasas de depresión, ya que todavía no sabemos
si las mismas variables actúan igual en diversas culturas.
Diferencias demográficas
en los Estados Unidos
En nuestra sociedad, el papel de los factores socioculturales
en los trastornos del estado de ánimo resulta muy evidente.
Los resultados de los estudios epidemiológicos más re-
Trastornos del estado de ánimo entre escritores y artistas
80
70
Depresión mayor
Ciclotimia/Bipolar II
Porcentaje
60
Trastorno maníaco-depresivo (Bipolar I)
50
40
30
20
10
0
Tasa esperada
entre la
población
general
Escritores
(Andreasen,
1987)
Escritores y
artistas
(Jamison,
1989)a,b
Artistas
(Schidlkraut y
Hirshfeld, 1990)c
Escritores y artistas
(Akiskal y
Akiskal,
no publicado)
Poetas
(British,
1705–1805)
(Jamison)
aTasa de tratamiento (probablemente 1/3 de los enfermos).
bTasas de Bipolar II y ciclotimia no comprobadas.
cTasas de Bipolar I, Bipolar II y ciclotimia no comprobadas
Figura 7.4
TASAS DE TRASTORNOS DEL ESTADO DE ÁNIMO ENTRE ESCRITORES Y ARTISTAS
Aunque es difícil establecer un diagnóstico fiable de estos personajes, muchos de los cuales murieron hace tiempo, algunos
psicólogos historiadores han recogido datos como estos, que indican con claridad que se trata de personajes con una
probabilidad mucho mayor de la normal de haber padecido un trastorno unipolar o bipolar (adaptado de Jamison, 1993).
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
Depresión
grave
Hipomanía
durante
todo 1840
Depresión
grave
durante
todo 1844
Hipomanía
durante
todo 1849
1856
1855
1854
1853
1852
1851
1850
1849
1848
1847
1846
1845
1844
1843
1842
1841
1840
1839
1838
1837
1836
1835
1834
1833
1832
1831
1830
1829
El trabajo de Robert Schumann: número de composiciones anuales
Intento
Muerte
en un
de
suicidio psiquiátrico
por
inanición
Figura 7.5
EL TRABAJO DE ROBERT SCHUMANN: NÚMERO DE COMPOSICIONES ANUALES
El número de composiciones anuales de Robert Schumann covaría con las fases maníacas y depresivas de su trastorno
bipolar (adaptado de Jamison, 1993).
Fuente: Adaptado de E. Slater y A. Meyer, «Contributions to a Pathography of the Musicians: Robert Schumann». In Confinia Psychiatrica, 2 (1959),
pp. 65-94. Reproducido con permiso de S. Karger AG, Basel, Suiza.
cientes llevados a cabo en los Estados Unidos a principios
de los años 80 y a principios de los 90, son muy reveladores.
Estos estudios no encontraron diferencias raciales, aunque
la prevalencia era ligeramente inferior entre los afro-americanos que entre los americanos blancos de origen europeo,
mientras que los hispanos tenían tasas intermedias (Regier
et al., 1993).
Otras investigaciones indican que las tasas de depresión
unipolar están inversamente relacionadas con el status
socioeconómico; esto es, las tasas más elevadas se presentan
entre los grupos socioeconómicos más bajos. Esto puede ser
debido a que un bajo status socioeconómico genera problemas y estrés (Dohrenwend, 2000; Monroe y Hadjiyannakis,
2002). Sin embargo, los resultados para el trastorno bipolar
son exactamente los opuestos; este trastorno es más frecuente entre las clases altas (Goodwin y Jamison, 1990). De
hecho, algunos estudios demuestran que las personas con
un trastorno bipolar tienden a tener un mayor nivel educativo y que provienen de familias con un status socioeconómico más elevado, que quienes sufren una depresión
unipolar (por ejemplo, Coryell et al., 1989). Algunos autores
han sugerido que la asociación entre el trastorno bipolar y el
status socioeconómico elevado podría deberse a algunos de
los correlatos conductuales y de personalidad del trastorno
bipolar que, al menos por lo que concierne a las fases hipo-
maníacas (como la extraversión, el aumento de energía y de
productividad), conduce a unos logros elevados (Goodwin y
Jamison, 1990; Jamison, 1993; Whybrow, 1997). Esto es
coherente con las pruebas (véase Figura 7.4) de que tanto el
trastorno unipolar como el bipolar, pero especialmente este
último, ocurren con alarmante frecuencia entre poetas,
escritores, compositores y artistas (Jamison, 1993). Jamison
también ha demostrado que los periodos de productividad
de una serie de personajes famosos por su creatividad, coinciden con fases maníacas, hipomaníacas y depresivas, de su
enfermedad (véase la Figura 7.5).
REVISIÓN
• ¿Qué tipos de diferencias interculturales
existen entre los síntomas depresivos, y qué
tipos de factores interculturales influyen sobre
la prevalencia de la depresión unipolar?
• ¿Cuáles son algunas de las diferencias
demográficas básicas en los Estados Unidos
que influyen sobre las tasas de trastorno
unipolar y bipolar?
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TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
Muchos de los pacientes con trastornos del estado de ánimo
(sobre todo el trastorno unipolar) nunca llegan a buscar tratamiento, y sin un tratamiento adecuado, la gran mayoría de
ellos se pueden recuperar (aunque sólo de manera temporal)
en el transcurso de un año. Sin embargo, dada la amplia variedad de tratamientos disponibles en la actualidad, la enorme
cantidad de personas con trastornos, y la pérdida de productividad derivada de los mismos, cada vez son más las personas
que buscan tratamiento. Esto ocurre en una época donde cada
vez se conoce mejor la disponibilidad de tratamientos eficaces,
y en un momento en que los trastornos del estado de ánimo
están menos estigmatizados que en otras épocas. Sin embargo,
una reciente encuesta ha comprobado que todavía alrededor
del setenta y cinco por ciento de las personas con depresión
no reciben tratamiento alguno (Young, Klap, Sherbourne, y
Wells, 2001).
La fármaco-terapia y la terapia
electro-convulsiva
Para el tratamiento de los trastornos unipolar y bipolar suelen utilizarse antidepresivos, estabilizadores del estado de
ánimo y drogas antipsicóticas. Para los pacientes con una
depresión entre moderada y grave, incluyendo a los que tienen distimia (Kocsis et al., 1997), el tratamiento preferente
con drogas desde el principios de los años 60 hasta 1990 se
realizaba a base de antidepresivos estándar (denominados
tricíclicos debido a su estructura química), como por ejemplo la imipramina (Hollon, Thase, y Markowitz, 2002b;
Nemeroff y Schatzberg, 2002). La eficacia de los tricíclicos en
la reducción de los síntomas depresivos ha sido demostrada
en cientos de estudios, que han comparado el comportamiento de pacientes depresivos que han tomado esta droga
con el de otros a quienes se ha administrado un placebo. Por
desgracia, sin embargo, sólo el cincuenta por ciento muestran lo que se puede considerar una mejoría clínicamente
significativa, y muchos de ellos conservan síntomas depresivos residuales significativos. Afortunadamente, el cincuenta
por ciento de los que no responden inicialmente a la medicación muestran una mejoría clínica significativa al cambiar
a un antidepresivo diferente, o con la combinación de medicinas (Hollon et al., 2002b).
Por desgracia, los tricíclicos tienen un efecto secundario desagradable para muchas personas (sequedad de boca,
estreñimiento, disfunciones sexuales y aumento de peso),
por lo que muchos pacientes no continúan tomando la
medicación el tiempo suficiente como para que ejerza su
efecto antidepresivo. Por otra parte, y debido a que estas
drogas son muy tóxicas cuando se consumen en grandes
dosis, resulta arriesgado prescribirlas a pacientes con tendencias suicidas (véase también el Capítulo 17). Por último,
Tratamientos y resultados
si un paciente tiene un trastorno bipolar (ya conocido, o
todavía sin diagnosticar debido a que no se ha presentado
un episodio maníaco), es posible que el tratamiento con
antidepresivos pueda provocar un episodio maníaco o un
ciclo rápido, característicos del trastorno bipolar (Hollon et
al., 2002b; McElroy, 2002).
Debido a estos efectos secundarios, muchos médicos
prefieren cada vez más prescribir antidepresivos derivados
de los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina
(ISRS). Este tipo de drogas relativamente nuevas (que se está
utilizando desde 1990) no son más eficaces que los tricíclicos, pero tienen menos efectos secundarios y los pacientes
las toleran mejor, además de que resulta menos tóxica. Tres
de ellas (Prozac, Zoloft y Paxil) son muy populares en la
actualidad, y fueron tres de las once drogas más prescritas en
el año 2000 (Gitlin, 2002). Sin embargo, algunos estudios
sugieren que los antidepresivos tricíclicos son más eficaces
que los ISRS para las depresiones graves. Los principales
efectos secundarios de este último tipo de drogas están relacionados con la pérdida del interés en la actividad sexual.
Las ISRS no sólo se utilizan para el tratamiento de la
depresión, sino también para aliviar síntomas depresivos
leves (Gitlin, 2002). Muchos profesionales de la salud mental consideran que se están prescribiendo en exceso para
tratar los casos más leves de la enfermedad. Recomendar
estas sustancias a personas que esencialmente están sanas,
con el único fin de que se sientan más enérgicas, animadas
y productivas, plantea muchas cuestiones éticas. Se trata de
temas ampliamente debatidos en los medios durante más
de una década, un debate estimulado en parte por bestseller titulado Listening to Prozac (Kramer, y 1993), escrito
por un psiquiatra que describe el dilema de decidir cuándo
y durante cuánto tiempo prescribir esta droga a sus pacientes (muchos de los cuales no estaban deprimidos). Analizaremos este tema con más profundidad en el Capítulo 17.
Durante la última década se han hecho populares algunos nuevos antidepresivos, cada uno de los cuales goza de
ciertas ventajas. Por ejemplo, el Bupropion no tiene tantos
efectos secundarios (especialmente de tipo sexual) como las
ISRS, y debido a sus efectos activadores, resulta especialmente
apropiado para las depresiones asociadas con ganancia de
peso, pérdida de energía e hipersomnolencia. Por otra parte,
el Venlafaxine parece resultar superior a las ISRS para el tratamiento de la depresión grave, aunque el perfil de los efectos
secundarios resulta similar al de éstas (véase Hollon et al.,
2002b, para una discusión de otros medicamentos nuevos).
EL CURSO DEL TRATAMIENTO CON DROGAS ANTIDEPRESIVAS. Por desgracia, las drogas antidepresivas nece-
sitan al menos tres o cuatro semanas para ejercer su efecto.
Por regla general, si no aparecen signos de mejoría después
de seis semanas, es necesario probar con una medicina distinta, debido a que el cincuenta por ciento de quienes no responden a la primera droga prescrita, sí experimentan
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
mejoría con la segunda (Hollon et al., 2002b). Además, retirar la droga una vez que han remitido los síntomas puede dar
lugar a una recaída. Recuérdese que el curso natural de un
episodio depresivo no tratado suele ser de seis a nueve meses.
Así pues, cuando los pacientes con depresión toman la droga
durante tres o cuatro meses y dejan de hacerlo porque se
sienten mejor, tienden a recaer, debido a que el episodio
depresivo subyacente todavía está presente, y sólo se ha suprimido su expresión sintomática (Gitlin, 2002; Hollon et al.,
2002b). Dado que la depresión tiende a ser un trastorno
recurrente, se está produciendo una tendencia cada vez
mayor a que los pacientes continúen tomando la droga
durante largos periodos de tiempo (idealmente en la misma
dosis) para prevenir la recurrencia de la enfermedad. Por
ejemplo, un estudio de Frank y sus colaboradores (1990)
mantuvo una dosis moderada de imipramina durante tres
años, y encontró que sólo el veinte por ciento mostraron signos de recurrencia, en comparación con el noventa por
ciento que estuvo tomando un placebo durante ese periodo.
Así pues, cuando se toman bajo control médico, este tipo de
drogas suelen resultar eficaces no sólo como tratamiento,
sino también como prevención, para aquellos pacientes que
sufren episodios recurrentes (Gitlin, 2002; Hollon et al.,
2002b; véase también el Capítulo 17).
EN LITIO Y OTRAS DROGAS ESTABILIZADORAS DEL
ESTADO DE ÁNIMO. La terapia a base de litio se está uti-
lizando ampliamente como un estabilizador del estado de
ánimo, para el tratamiento de los episodios depresivos y
maníacos del trastorno bipolar. Suele utilizarse con frecuencia la expresión estabilizador del estado de ánimo para referirse al litio y otras drogas similares, y debido a sus efectos
antimaníacos y antidepresivos —esto es, ejercen su efecto
estabilizador en ambas direcciones—. El litio se ha estudiado
con más amplitud para el tratamiento de los episodios maníacos que de los episodios depresivos, y se estima que alrededor de 3/4 de los pacientes maníacos muestran al menos una
mejoría parcial. En el tratamiento de la depresión bipolar, el
litio no parece resultar más eficaz que cualquier otro antidepresivo tradicional, y alrededor de 3/4 de los pacientes muestra al menos una mejoría parcial (Keck y McElroy, y 2002).
El litio también es eficaz para prevenir los ciclos de
manía y depresión, por lo que los pacientes bipolares suelen
recibir una terapia muy prolongada a base de esta droga, para
frenar la aparición de nuevos episodios. Aunque los primeros
estudios señalaban que el litio resultaba muy eficaz para
impedir ataques bipolares repetidos, algunos estudios más
recientes han encontrado que sólo algo más de un tercio de
los pacientes que se mantienen a base de litio no sufren episodio alguno durante un periodo de seguimiento de cinco
años. Sin embargo, lo que sí está claro es que los pacientes que
mantienen el consumo de litio tienen menos episodios que
los que abandonan la medicación. En un estudio de pacientes
que finalizaban la medicación, se puso de relieve que el riesgo
de padecer un nuevo episodio respecto a los pacientes que sí
seguían con la medicación era veintiocho veces mayor (Keck
y McElroy, 2002; Nemeroff y Schatzberg, 1998).
La terapia con litio también tiene algunos efectos
secundarios desagradables, como letargo, disminución en
la coordinación motriz y problemas gastrointestinales. La
utilización prolongada de esta sustancia se ha asociado con
molestias renales (Gitlin, 1996; Goodwin y Jamison, 1990).
Por lo tanto, no resulta sorprendente, teniendo en cuenta
estos problemas, que muchos pacientes se resistan a seguir
con el tratamiento (véase el Capítulo 17).
Durante los últimos quince años han aparecido pruebas
de la eficacia de otro tipo de drogas que se conoce como anticonvulsivos (como la carbamazapina y el valporate), para el
tratamiento del trastorno bipolar (Keck y McElroy, 2002).
Estas drogas suelen resultar muy eficaces en pacientes que no
responden bien al litio (Nemeroff y Schatzberg, 1998). Tanto
los pacientes unipolares como los bipolares que muestran signos de psicosis (alucinaciones y espejismos), también pueden
recibir tratamiento con medicinas anti-psicóticas (véanse los
capítulos 14 y 17) junto con las drogas antidepresivas o estabilizadoras del estado de ánimo (Keck y McElroy, 2002).
TERAPIA ELECTRO-CONVULSIVA.
Dado que los
antidepresivos suelen tardar tres o cuatro semanas en producir una mejoría significativa, algunas veces es necesario
recurrir a la terapia electro-convulsiva (TEC) con pacientes gravemente deprimidos y que se encuentran en grave
riesgo de suicidio (Gitlin, 2002; Hollon et al., 2002). La
TEC también se utiliza con pacientes que no responden a
tratamiento farmacológico; asimismo suele ser considerado el tratamiento preferente para personas ancianas que
no pueden tomar antidepresivos, o que no responden bien
a ellos (Niederehe y Schneider, 1998). Cuando este tipo de
tratamiento se aplica de manera cuidadosa, es posible
conseguir una desaparición completa de los síntomas después de seis o doce sesiones de tratamiento, lo que significa que la mayoría de pacientes con una depresión grave
pueden experimentar una espectacular mejoría en un
plazo de dos a cuatro semanas (Hollon et al., 2002b). Este
tratamiento, que requiere inmovilización, se administra
bajo una anestesia general y con relajantes musculares. El
efecto secundario más habitual es la confusión, aunque
también puede aparecer cierto grado de amnesia que, en
algunos casos, puede durar varios meses. En estos casos,
suelen utilizarse dosis de mantenimiento a base de antidepresivos y estabilizadores del estado de ánimo, para no
perder la mejoría lograda (Sackeim et al., 2001). La TEC
también resulta muy útil para el tratamiento de los episodios maníacos; en este caso se consigue la desaparición de
los síntomas o una importante mejoría en el ochenta por
ciento de los casos (Gitlin, 1996; Mukherjee, Sckeim, y
Schnur, 1994). Por regla general, es necesario recurrir a un
mantenimiento a base de estabilizadores del estado de
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ánimo después de la TEC, para impedir la recaída (véase
también el Capítulo 17).
Tratamientos y resultados
Paciente:
Psicoterapia
Existen diversas formas de psicoterapia, desarrolladas a
partir de los años 70, que han probado su eficacia para el
tratamiento de la depresión unipolar, y cuyos logros son
equivalentes a los obtenidos con medicinas. Existen pruebas que sugieren que la utilización de la psicoterapia de
manera aislada, o en combinación con drogas, disminuye
de manera significativa la probabilidad de recaída durante
un periodo de seguimiento de dos años (Hollon et al.,
2002b; Hollon, Haman, y Brown, 2002a). También se han
desarrollado otros tratamientos especializados, para resolver los problemas de las personas (y de sus familias) que tienen un trastorno bipolar.
Terapeuta:
Paciente:
Terapeuta:
Paciente:
Terapeuta:
Paciente:
TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL.
Una de las dos
psicoterapias más conocidas para el tratamiento de la
depresión unipolar, y con una eficacia bien documentada, es
la terapia cognitivo-conductual (TCC), desarrollada por
Beck y sus colaboradores (Beck et al., 1979; Clark, Beck, y
Alford, 1999). Se trata de un tipo de tratamiento relativamente breve (generalmente de diez o veinte sesiones) que se
centra en los problemas inmediatos más que en los aspectos
causales más remotos, al contrario que la psicoterapia psicodinámica. Por ejemplo, la terapia cognitivo-conductual
consiste en una manera muy estructurada y sistemática de
enseñar a las personas con depresión unipolar a evaluar sus
creencias y pensamientos automáticos negativos. También
les enseña a identificar y a corregir sus sesgos o distorsiones
de procesamiento de la información, y a descubrir y abordar
sus teorías depresivas subyacentes. La terapia cognitiva tiene
una amplia base empírica, ya que sus hipótesis pueden contrastarse mediante el uso de experimentos conductuales.
Un ejemplo de la manera de enfrentarse a un pensamiento negativo automático mediante un experimento
Una sesión de terapia
«Mi marido ya no me quiere»
Paciente: Mi marido ya no me quiere.
Terapeuta: Debe ser una idea muy agobiante.
¿Que le hace pensar que no le
quiere?
ESTUDIO
Paciente: Bien, cuando vuelve a casa por la
DE UN
tarde, nunca quiere hablar conCASO
migo. Se sienta a ver la televisión.
Y luego se va derecho a la cama.
Terapeuta: De acuerdo. Ahora veamos, ¿Hay alguna prueba, cualquiera que sea, en contra de la idea de que ya no le
ama?
Terapeuta:
No se me ocurre ninguna. A ver, no, espera un momento. Hace un par de semanas fue mi cumpleaños, y
me regaló un reloj precioso. Yo no se lo había recordado, pero él lo tuvo presente y me hizo ese espléndido regalo.
De acuerdo. ¿Y cómo encaja eso con su idea de que él
ya no la quiere?
Bueno, supongo que quizá no sea verdad. Pero entonces ¿por qué se comporta así cuando llega a casa?
Supongo que una posible razón es que ya no la quiere.
¿Se le ocurre alguna otra razón?
Bueno, últimamente ha estado trabajando mucho.
Quiero decir que muchas veces ha llegado muy tarde a
casa, e incluso tiene que ir al trabajo durante el fin de
semana. Supongo que puede ser por eso.
Puede ser. ¿Cómo podría saber si esa es la razón?
Bueno, podría decirle que me he dado cuenta de lo
cansado que parece, y preguntarle cómo se siente y
cómo le va en su trabajo. La verdad es que no lo he
hecho. Simplemente estaba fastidiada porque no me
prestaba atención.
Parece una idea excelente. ¿Le gustaría hacerlo como
deberes para esta semana? (extraído de Fennell, 1989).
conductual puede verse en el siguiente intercambio entre
un terapeuta cognitivo y su paciente depresivo.
La utilidad de la terapia cognitiva se ha documentado
ampliamente a lo largo de docenas de estudios, tanto con pacientes con depresión unipolar, como con pacientes con
depresión melancólica (Hollon et al., 2002a, 2002b). También parece que esa estrategia disminuye las recaídas. De
hecho, cada vez existen más pruebas de que puede impedir
la recurrencia del trastorno varios años después de haber
terminado el tratamiento (Hollon et al., 2002a, 2002b).
Más controvertida resulta la cuestión de si la terapia
cognitiva muestra la misma eficacia que la medicación para
el tratamiento de la depresión unipolar grave. Sin embargo,
las evidencias más recientes sugieren que la TCC es igual de
eficaz que las medicinas para el tratamiento de la depresión
grave (DeRubeis et al., 1999; Hollon et al., 2002a, 2002b).
Un nuevo tipo de tratamiento que resulta muy prometedor para la depresión unipolar se denomina Tratamiento
de Activación Conductual. La estrategia principal de este tratamiento intenta conseguir que los pacientes se impliquen
de una manera cada vez más activa en su entorno y en sus
relaciones interpersonales. La terapia tradicional cognitivoconductual apunta hacia los mismos temas, pero en menor
medida. El tratamiento de activación conductual, por el
contrario, no intenta conseguir cambios cognitivos. Los
resultados preliminares están siendo muy prometedores, lo
que sugiere que puede resultar tan eficaz como otras terapias
cognitivo-conductuales más tradicionales, aunque además
tiene la ventaja de que es muy fácil de realizar, así como
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
entrenar a terapeutas para que la lleven a cabo (Hollon et al.,
2002a, 2002b; Jacobsen, Martell, y Dimidjian, 2001).
Si bien la mayor parte de la investigación sobre TCC se
ha centrado sobre la depresión unipolar, recientemente
existen indicaciones de que un tipo modificado de TCC
podría resultar muy útil, junto a la medicación, para el tratamiento del trastorno bipolar (Craighead, Miklowitz,
Frank, y Vajk, 2002).
TERAPIA INTERPERSONAL. La terapia interpersonal
no se ha sometido a un análisis tan profundo como la terapia cognitivo-conductual, ni tampoco es tan asequible. Sin
embargo, los estudios realizados apoyan sin ambages su eficacia para el tratamiento de la depresión unipolar. De
hecho, la terapia interpersonal parece ser tan eficaz como el
tratamiento a base de drogas o la terapia cognitivo-conductual (Hollon et al., 2002a; Weisman y Markowitz, 2002).
Esta estrategia se centra en las relaciones personales del
paciente, e intenta ayudarles a comprender y a modificar
sus pautas de interacción desajustadas (Gillies, 2001). El
tema de si la terapia interpersonal puede resultar de utilidad para personas que sufren una depresión unipolar grave
y recurrente ha sido analizada recientemente (Weisman y
Markowitz, 2002; Frank et al., 1990). Los pacientes que
recibieron un tratamiento con terapia interpersonal una
vez al mes, o los que habían recibido una medicación continuada, tenían menos probabilidades de que se repitiera su
trastorno, que un grupo de control que recibió un placebo
durante un periodo de tres años (si bien el grupo con medicación todavía tuvo menos tendencia a la recaída que el
grupo que siguió la terapia interpersonal).
Además, esta terapia se ha adaptado también al tratamiento del trastorno bipolar, al centrarse en la estabilización de los ritmos sociales los cuales, si se desestabilizan,
pueden llegar a provocar la aparición del episodio bipolar.
En este nuevo tratamiento, denominado terapia interpersonal del ritmo social, se enseña a los pacientes a reconocer el
efecto de los acontecimientos interpersonales sobre sus ritmos sociales y circadianos, así como a regular esos ritmos.
Aplicándola junto a la medicación, se trata de un tratamiento muy prometedor (Craighead et al., 2002).
TERAPIA FAMILIAR Y MATRIMONIAL. Por supuesto, en
cualquier programa de tratamiento, es importante ocuparse
de los factores estresantes no habituales que puedan presentarse en la vida del paciente, debido a que tales situaciones desfavorables pueden provocar la recaída en la depresión. Este
hecho ha quedado suficientemente demostrado mediante una
serie de estudios que destacan que la recaída tanto en los trastornos unipolares, bipolares, como la esquizofrenia, está relacionada con ciertos elementos nocivos de la vida familiar
(Butzlaff y Hooley, 1998; Hooley y Hiller, 2001). La conducta
de un cónyuge que pueda ser interpretada como una crítica
parece especialmente proclive a producir una recaída en la
depresión. Por ejemplo, se ha encontrado que para el trata-
miento del trastorno bipolar, resulta muy útil ciertos tipos de
intervención familiar que pretenden disminuir la expresión
de ciertas emociones o de la hostilidad, e incrementar la información que tiene la familia sobre la mejor manera de afrontar
el trastorno (por ejemplo, Craighead et al., 2002; Miklowitz et
al., 2002). Para aquellas personas con depresión unipolar que
tienen problemas matrimoniales, resulta esencial el tratamiento de este tipo de problemas, lo que contribuye a la reducción de la depresión. La terapia matrimonial tiene la ventaja
añadida de que además produce un incremento significativo
en la satisfacción del matrimonio (Beach y Jones, 2002).
CONCLUSIONES. Incluso sin una terapia formal, la
gran mayoría de pacientes maníacos y depresivos puede
recuperarse en menos de un año. Pero con los métodos
modernos de tratamiento que hemos expuesto en este apartado, el panorama general para la mayoría de los pacientes
se ha vuelto más favorable. Aunque todavía es posible que se
produzcan recaídas, éstas pueden impedirse o al menos disminuir su frecuencia, mediante una terapia de mantenimiento —a través de una medicación continuada y/o
sesiones de terapia de seguimiento a intervalos regulares.
A la misma vez, la tasa de mortalidad de los pacientes
deprimidos parece ser significativamente más elevada que
la de la población general, en parte debido a la mayor incidencia de suicidios, aunque algunos estudios también
ponen de relieve un exceso de fallecimientos debidos a causas naturales (véase Coryell y Winokur, 1992; Futterman et
al., 1995), tales como un paro cardíaco (por ejemplo, Frasure-Smith et al., 1995; Rugulies, 2002; Smith y Ruiz, 2002;
véase el Capítulo 10). Los pacientes maníacos también tienen un elevado riesgo de muerte, debido a causas circunstanciales como los accidentes (a veces asociados al consumo
de alcohol), a la negligencia con la propia salud, o al agotamiento físico (Coryell y Winokur, 1992). Así pues, si bien el
desarrollo de drogas eficaces y de otras estrategias terapéuticas ha aportado una mejoría significativa para muchos
pacientes con trastornos del estado de ánimo, sigue siendo
necesario encontrar métodos terapéuticos más eficaces,
tanto a corto como a largo plazo. Además, sigue siendo
absolutamente urgente estudiar los factores que llevan a las
personas al borde de un trastorno depresivo, y aplicar esos
resultados a la intervención y la prevención.
REVISIÓN
• Evalúe la eficacia de las drogas antidepresivas,
la terapia electro-convulsiva y las drogas
estabilizadoras del estado de ánimo, para el
tratamiento de los trastornos unipolar y
bipolar.
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• Describa las tres formas principales de
psicoterapia que han demostrado su eficacia
en el tratamiento de la depresión.
EL SUICIDIO
Todos los tipos de depresión conllevan cierto riesgo
de suicidio. Aunque resulta obvio que las personas también se
suicidan por razones diferentes a la depresión, se estima que
entre el cuarenta y el sesenta por ciento de quienes lo hacen
están atravesando un episodio depresivo, o se encuentran en
fase de recuperación (Isacsson y Rich, 1997; Stolberg, Clark, y
Bongar, 2002). Paradójicamente, el suicidio suele producirse
en un momento en que la persona parece estar emergiendo de
la fase más profunda de su ataque depresivo. El riesgo de suicidio alcanza alrededor del uno por ciento a lo largo del año en
que ha ocurrido un episodio depresivo, pero el riesgo a lo largo
de la vida para alguien con episodios depresivos recurrentes
alcanza el quince por ciento (D. C. Clark, 1995; Stolberg et al.,
2002). Por decirlo de otra manera, las personas con depresión
tienen una probabilidad cincuenta veces mayor de cometer
suicidio que las personas sin depresión (Beutler, Clarkin, y
Bongar, 2000). De hecho, incluso cuando el suicidio no está
directamente asociado con la depresión, sí suele estarlo con
algún otro trastorno mental; aproximadamente el noventa por
ciento de las personas que se suicidan están sufriendo en ese
momento algún trastorno psiquiátrico (Stolberg et al., 2002).
El suicidio se encuentra entre las diez principales causas de muerte en los países occidentales. En los Estados Unidos, supone la octava causa de muerte, y se estima que se
producen más de 30 000 suicidios cada año (Stolberg et al.,
2002). De hecho, el problema puede ser incluso más grave
de lo que surgieren estos datos, dado que muchas de esas
muertes se atribuyen en los informes oficiales a otras causas
más «respetables». La mayoría de los expertos coinciden en
que el número real de suicidios es al menos entre dos y cuatro veces mayor de lo que se admite oficialmente (O’Donnell y Farmer, 1995; Silverman, 1997). Junto a los suicidios
consumados, se estima que al menos medio millón de personas intentan suicidarse cada año, y que prácticamente el
tres por ciento de los norteamericanos ha intentado suicidarse en algún momento de su vida (Jamison, 1999).
Estas estadísticas, aunque sean muy precisas, no pueden transmitir la tragedia de lo que supone el suicidio.
Como veremos, la mayoría de las personas que se suicidan
se muestran ambivalentes respecto a quitarse la vida. Esta
decisión irreversible suele tomarse precisamente cuando
uno se encuentra solo y en un estado de intensa angustia
psicológica, incapaz de contemplar objetivamente sus problemas, o de analizar alternativas diferentes. Así pues, un
problema humanitario fundamental en el suicidio es la
El suicidio
muerte aparentemente sin sentido de una persona que probablemente se muestra ambivalente respecto a la vida, o
que realmente no quiere morir. Una segunda preocupación
se refiere a los que quedan atrás. Los estudios realizados
sobre los supervivientes ponen de manifiesto que la pérdida
de un ser amado que se ha suicidado «supone uno de los
mayores sufrimientos que personas y familias tienen que
soportar» (Dunne, 1992, p. 222).
En los párrafos que siguen, vamos a centrarnos en
diversos aspectos de la incidencia y del cuadro clínico del
suicidio, sobre los factores que parecen ser causas significativas, sobre los grados de tentativa, sobre la forma de comunicarlo y sobre el tratamiento y la prevención.
El cuadro clínico y la pauta causal
¿Quiénes cometen suicidio? ¿Cuáles son los motivos que
tiene una persona para quitarse su vida? ¿Cuáles son las
variables socioculturales más relevantes para poder comprender el suicidio? Estas son las preguntas que vamos a
tratar en los párrafos siguientes.
¿QUIÉN INTENTA Y QUIÉN COMETE SUICIDIO?
Hasta muy recientemente los intentos de suicidio eran más
comunes entre personas de veinticinco a cuarenta y ocho
años de edad (Stolberg et al., 2002). En los Estados Unidos,
las mujeres tienen una probabilidad entre tres y cuatro veces
mayor que los hombres de intentar suicidarse. Las tasas de
tentativas de suicidio son también alrededor de cuatro veces
más altas en personas separadas o divorciadas. La mayoría de
los intentos se producen en el contexto de algún problema
interpersonal o de algún otro estrés grave. Sin embargo, la
historia es diferente para los suicidios consumados; los hombres que mueren por suicidio cada año en los Estados Unidos
superan en cuatro veces a las mujeres. La tasa más elevada de
suicidios se produce a partir de los sesenta y cinco años. Aunque estas tasas están disminuyendo desde 1930 (Stolberg et
al., 2002), la década de los 80 de los 90 supuso una nueva tendencia ascendente. Entre las víctimas de cierta edad, un porcentaje muy elevado sufre alguna enfermedad física crónica
que le lleva de manera directa o indirecta (a través de la
depresión), a un riesgo cada vez mayor de suicidio.
Respecto a las mujeres, el método más frecuentemente
utilizado es la ingestión de drogas; los hombres por su parte
tienden a utilizar métodos más letales, especialmente armas
de fuego, lo cual puede explicar en cierta medida la razón
por la que los suicidios consumados son más frecuentes
entre los hombres. También existen pruebas de que la ratio
hombre/mujer de suicidios consumados (cuatro a uno en la
actualidad) puede estar modificándose, y la incidencia de
suicidios se está incrementando a mayor velocidad entre las
mujeres que entre los hombres. Se desconocen las razones
exactas de esta tendencia, aunque probablemente estén
relacionadas con los rápidos cambios socioculturales de
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
nuestra sociedad occidental, sobre todo en lo que se refiere
a los papeles sexuales.
Junto a los ancianos, las personas con trastornos del
estado de ánimo y las personas separadas o divorciadas, también hay otros grupos de alto riesgo entre los adultos. Por
ejemplo, aunque las personas con trastornos del estado de
ánimo son las que tienen un mayor riesgo de suicidio (alrededor del quince por ciento), las personas con esquizofrenia
tienen un diez por ciento de riesgo, y quienes están hospitalizados por su dependencia del alcohol tienen un catorce por
ciento de riesgo, frente al 1,4 por ciento de la población general (por ejemplo, Haas, 1997; Stolberg et al., 2002). El estado
de ánimo deprimido y la desesperación suelen estar muy
implicados en este tema. Las personas que viven solas y los
que proceden de zonas socialmente desorganizadas, también
tienen un riesgo elevado. Por último, algunos artistas muy
creativos o científicos de gran éxito, profesionales de la salud
(por ejemplo, médicos y psicólogos), hombres de negocios,
compositores, escritores y artistas, tienen también un riesgo
por encima de la media (Jamison, 1999).
EL SUICIDIO EN LOS NIÑOS.
Otra tendencia preocupante de la actualidad es que se están incrementando las tasas
de suicidio en los niños (King, 1997; Stolberg et al., 2002).
Entre los cinco y los catorce años el porcentaje de suicidios es
muy pequeño en términos absolutos (0,7 por 100 000), aunque constituye la séptima causa de muerte en los Estados
Unidos para este grupo de edad. Los niños tienen un mayor
riesgo de suicidio cuando han perdido un padre, o han abusado de ellos (Jamison, 1999). También sabemos que algunos
tipos de psicopatología constituyen factores de riesgo para el
suicidio en los niños: la depresión, y la conducta antisocial, y
la impulsividad elevada (Sokol y Pfeffer, 1992).
EL SUICIDIO ENTRE LOS ADOLESCENTES Y LOS
ADULTOS JÓVENES. Entre los quince y los veinticua-
tro años de edad, la tasa de suicidios se ha triplicado entre
mediados de los años 50 y mediados de los años 80. Entre
los quince y los diecinueve años, y durante esa misma
época, las tasas se multiplicaron por cuatro. El suicidio
supone la tercera causa de muerte en los Estados Unidos
para las personas que tienen entre quince y veinticuatro
años (las primeras dos causas son los accidentes y el homicidio), y se produce en trece de cada 100 000 personas de
este grupo de edad (Jamison, 1999; King, 1997). El aumento
de las tasas de suicidio entre los adolescentes se ha observado también en muchos otros países (Jamison, y 1999).
Por lo que concierne a los intentos de suicidio, algunas
encuestas recientes entre estudiantes de secundaria ofrecen
la estimación de que las tasas de tentativas de suicidio llegan
a alcanzar un alarmante diez por ciento (Jamison, 1999). Se
estima que a lo largo de la secundaria, entre el cuatro y el
ocho por ciento de los adolescentes realizan alguna tentativa de suicidio. Se trata de las tasas más elevadas de
tentativas de suicidio a lo largo de todo el ciclo vital. Una
elevada proporción de esas tentativas no son letales y por lo
tanto no requieren atención médica, aunque deben tomarse
muy en serio. De hecho, un estudio encontró que entre los
varones adolescentes que habían intentado suicidarse, casi
el nueve por ciento lo conseguían en un plazo de cinco
años; y las tasas relativas a las chicas oscilaban entre el uno
y el cuatro por ciento (King, 1997). Las tasas de suicidio
entre estudiantes universitarios también son elevadas, y el
suicidio es la segunda causa de muerte en este el grupo de
edad. Una amplia encuesta encontró que alrededor del diez
por ciento de los estudiantes universitarios se habían planteado seriamente el suicidio en el último año, y la mayoría
de ellos habían llegado a planificarlo (Jamison, 1999).
Factores de riesgo para el suicidio de los adolescentes.
Los estudios que han intentado averiguar quiénes corren el
riesgo de consumar el suicidio han encontrado una relación
con los trastornos de conducta y el abuso de sustancias (especialmente el alcohol), mientras que los adolescentes con trastornos del estado de ánimo suelen quedarse en tentativas
(Berman y Jobes, 1992). Sin embargo, tales diferencias sólo
son relativas, ya que todas las formas de psicopatología suponen cierto riesgo de suicidio, ya sea a modo de tentativa o de
consumación. El suicidio todavía aumenta más entre quienes
tienen dos o más de estos trastornos. Otra diferencia importante entre quienes consiguen consumar el suicidio y quienes
se quedan en grado de tentativa es la disponibilidad en el
hogar de un arma de fuego (King, 1997).
¿Cuál es la razón de que se haya producido este incremento del suicidio entre los adolescentes? Una de las razones más evidentes es que es precisamente durante esta
época cuando también aumenta la prevalencia de la depresión, el consumo de alcohol y otras drogas y los trastornos
de conducta, todos ellos problemas asociados con el riesgo
de suicidio. Además, los adolescentes son más sensibles que
los niños más pequeños a la sensación de falta de control en
un entorno familiar inadaptado. De hecho, probablemente
muestren también una limitada capacidad de solución de
problemas, y para imaginar formas positivas de mejorar su
propia vida en el futuro (King, 1997). Esto es, que tienen
dificultades para «ver más allá» de la situación inmediata.
Probablemente también haya contribuido a este
aumento de los suicidios adolescentes, la posibilidad cada
vez mayor de contemplar suicidios en los medios de comunicación, entre otras razones porque los adolescentes son
muy susceptibles a la sugestión y a la conducta imitativa
(Berman y Jobes, 1992; Jamison, 1999). Sin embargo, la
investigación ha demostrado que aunque la posibilidad de
contagio es real, supone una contribución relativamente
pequeña a ese problema. Una revisión ha estimado que
entre el uno y el trece por ciento de los suicidios adolescentes son el resultado de factores de contagio (Velting y
Gould, 1997).
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El suicidio
Muchos estudiantes universitarios también parecen ser
muy vulnerables a las motivaciones suicidas. La combinación de factores estresantes derivados de las exigencias académicas, los problemas para la interacción social y la
elección de una carrera, evidentemente contribuyen a que
muchos estudiantes consideren imposible seguir realizando
los ajustes necesarios para las exigencias de tales situaciones. Para una revisión de los signos de alerta ante el suicidio
estudiantil, véase el apartado El Mundo que nos rodea 7.4.
OTROS FACTORES PSICOSOCIALES ASOCIADOS
CON EL SUICIDIO. Los factores específicos que inducen
a una persona al suicidio pueden adoptar formas diferentes.
Por ejemplo, un hombre de mediana edad puede desarrollar profundos sentimientos de responsabilidad al ser elegido presidente del banco para el que trabaja. Poco después
de su elección, se corta la garganta. Este tipo de suicidios
están indudablemente relacionados con episodios depresivos ocasionales que, paradójicamente, parecen estar provocados por acontecimientos positivos. Pero con mucha más
frecuencia, el suicidio está asociado con acontecimientos
negativos, como reveses financieros graves, prisión o crisis
.
interpersonales. Hay quien cree que el denominador
común puede ser que tales acontecimientos provoquen la
pérdida de la sensación de significado de la vida y/o la
desesperación sobre el futuro (Beck et al., 1993; Eyman y
Eyman, 1992), los cuales pueden producir un estado mental que se plantea el suicidio como posible salida. No obstante, ciertas investigaciones sugieren que la desesperanza
respecto al futuro puede constituir un predictor del suicidio
a largo plazo (uno o dos años) más que a corto plazo (unas
semanas o meses; Stoelberg et al., 2002). Otros síntomas
que parecen predecir de manera bastante fiable el suicidio a
corto plazo en pacientes con depresión mayor son la ansiedad aguda, los ataques de pánico, la incapacidad de encontrar placer, el insomnio y el abuso del alcohol (Fawcett et al.,
1990; Stoelberg et al., 2002).
Shneidman, un eminente estudioso del suicidio
durante más de treinta años, ha escrito gran cantidad de
artículos sobre «la mente del suicida». Por ejemplo,
Prácticamente en todos los casos el suicidio está provocado por el sufrimiento, y en especial un cierto tipo de
sufrimiento —el sufrimiento psicológico...—. En otras
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Signos de alarma del suicidio estudiantil
Un cambio en el humor y en la conducta de un estudiante
es un signo de alarma importante ante un posible
suicidio. De manera característica, el estudiante se vuelve
depresivo y esquivo, sufre una disminución significativa
de autoestima y manifiesta un importante deterioro en su
higiene personal. Estas señales van acompañadas de una
gran pérdida del interés por el estudio. Con frecuencia
deja de asistir a clase y se queda en casa la mayor parte
del día. Suele comunicar su malestar al menos a otra
persona, generalmente mediante un aviso velado de
suicidio.
Cuando los estudiantes universitarios intentan
suicidarse, una de las primeras explicaciones que acuden
a la mente es que les iba mal con los estudios. Sin
embargo, suele tratarse de estudiantes brillantes, y
aunque tienden a esperar mucho de sí mismos en cuanto
a sus logros académicos, sus notas no suelen constituir
factores de estrés importantes. Además, aunque muchos
pierden interés en sus estudios antes de cometer el
suicidio, y por lo tanto reciben algunas malas notas, dicha
pérdida de interés parece estar asociada con la depresión
y con el retraimiento provocado por otro tipo de
problemas. De hecho, excepto esa minoría de casos en
que el desencadenante del suicidio parece ser el fracaso
académico, la causas subyacentes de la mayoría de
suicidios adolescentes parece ser una pérdida de la
autoestima y el fracaso para cumplir las expectativas de
sus padres, y no tanto el propio fracaso académico en sí
mismo.
Para la mayoría de los estudiantes que se suicidan,
tanto chicos como chicas, el principal factor
desencadenante parece ser la incapacidad de establecer
una relación interpersonal íntima, o la pérdida de la
misma. Con frecuencia la ruptura de una relación
romántica suele ser el factor desencadenante. También se
ha observado una mayor incidencia de suicidios y de
tentativas entre estudiantes que provienen de familias
que se han separado, divorciado, o en las que ha muerto
uno de los padres.
Aunque la mayoría de las universidades disponen de
departamentos de salud mental para ayudar a los
estudiantes con problemas, pocos de ellos buscan ayuda
profesional. Por lo tanto, resulta de vital importancia que
quienes rodean a los potenciales suicidas sean capaces
de percibir cualquier señal de alerta, e intentar conseguir
ayuda.
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
FACTORES CAUSALES BIOLÓGICOS. Existe gran
cantidad de pruebas de que muchas veces el suicidio predomina en el seno de una familia (véase la Figura 7.6), por
lo que los factores genéticos podrían desempeñar cierto
papel en el riesgo de suicidio (Mann, Brent, y Arango,
2001; Roy et al., 1999). Por ejemplo, la tasa de concordancia para el suicidio en gemelos idénticos es diecinueve
veces más elevada que entre los gemelos fraternos (Roy et
al., 1999). De hecho, esta vulnerabilidad genética parece
ser al menos parcialmente independientes de la vulnerabilidad genética para la depresión mayor, y sólo se manifiesta
durante etapas de estrés grave, o cuando el individuo sufre
un trastorno mental.
También existen abundantes pruebas de que la vulnerabilidad genética podría estar relacionada con aspectos
bioquímicos que se están encontrando en numerosos estudios. Más específicamente, las víctimas del suicidio suelen
tener alteraciones en el funcionamiento de la serotonina, ya
que una reducida actividad de esta sustancia suele estar
asociada con un mayor riesgo de suicidio —sobre todo en
su variante más violenta—. Esos estudios no sólo se han
desarrollado después de la muerte de las víctimas, sino también entre personas que lo han intentado pero han sobrevivido. Dicha asociación parece ser independiente del
diagnóstico psiquiátrico que tuviera la víctima; ocurre
entre personas con depresión, esquizofrenia y trastornos de
personalidad (Mann et al., 2001). Las personas que han
sido hospitalizadas tras un intento de suicidio y tienen
palabras, la muerte por suicidio supone una escapatoria
del sufrimiento... El sufrimiento es la gran señal de la
naturaleza. Nos advierte; nos moviliza y agota nuestra
fortaleza; el sufrimiento, por su propia naturaleza, nos
hace intentar detenerlo o escapar de él... Constituye el
dolor, la angustia, que se instala en la mente... El dolor de
sentirse excesivamente avergonzado, culpable, temeroso,
ansioso, solitario, angustiado, o aterrorizado de hacerse
viejo y morir de mala manera... Su realidad introspectiva
resulta innegable. El suicidio acontece cuando el sufrimiento se considera insoportable, y se busca activamente
la muerte para conseguir detener el flujo incesante de
sufrimiento. (Shneidman, 1997, pp. 23, 24, 29).
Pero, ¿cuáles son los factores psicológicos que conducen a una persona a este estado? La investigación señala que
el suicidio constituye el producto final de una larga secuencia de acontecimientos que suele comenzar en la niñez. Las
personas que se suicidan suelen provenir de entornos en los
que existe una combinación de psicopatología familiar
(alcoholismo, depresión, conducta suicida), maltrato
infantil (abuso físico sexual), y/o inestabilidad familiar.
Estas experiencias tempranas a su vez se asocian con una
baja autoestima, desesperanza y escasas habilidades de
solución de problemas. Tales experiencias pueden llegar a
afectar al funcionamiento cognitivo de manera muy negativa, y tales deficiencias cognitivas a su vez, pueden actuar
como un impulso para la conducta suicida (por ejemplo,
Yang y Clum, 1996).
Clarence (Ed)
Marcelline
Ursula
1
Figura 7.6
Historia psiquiátrica y suicida
familiar de Ernest Hemingway.
Los cuadrados indican varones y
los círculos mujeres.
Fuente: Adaptado con permiso de The Free
Press, una sección de Simon y Schuster
Adult Publishing Group de Touched with
Fire: Manic Depressive Illness and the Artistic Temperament por Kay Redfield Jamison. Copyright 1993 por Kay Redfield
Jamison.
Hadley
Madelaine
Leicester
Patrick
Pauline
Gregory
Enfermedad maníaco-depresiva (bipolar)
Suicidio
Margaux
Carol
2
ERNEST
John
Grace Hall
Psicosis
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bajos niveles de serotonina, tienen una probabilidad diez
veces mayor de suicidarse durante el siguiente año, que
quienes lo han intentado pero no tienen esos bajos niveles
de serotonina. Incluso entre las personas que nunca han
intentado suicidarse, la disminución de la serotonina está
asociada con la tendencia a los impulsos agresivos (Oquendo y Mann, 2000).
FACTORES SOCIOCULTURALES. En los Estados Unidos es posible encontrar importantes diferencias en las
tasas de suicidio de distintos grupos étnicos/raciales. Por
ejemplo, los blancos tienen tasas de suicidio mucho más
altas que los afro-americanos, con la excepción de los varones jóvenes, cuyas tasas son similares (véase la Figura 7.7).
Solamente los americanos nativos tienen una tasa de suicidio más elevada que los americanos blancos.
Las tasas de suicidio también parecen variar de
manera considerable entre una sociedad y otra. Hungría,
que tiene una incidencia anual de más del cuarenta por
100 000, tiene la tasa más alta del mundo (cuatro veces la
de Estados Unidos), aunque estos datos han ido disminuyendo a partir de la democratización del país (Velting y
Gould, 1997). Otros países occidentales que también tienen unas tasas de suicidio muy altas —superiores al veinte
por 100 000— son Suiza, Finlandia, Austria, Suecia, Dinamarca y Alemania. También son muy elevadas las tasas de
Japón. Estados Unidos tiene una tasa de aproximadamente
once o doce por cada 100 000 habitantes, muy similar a la
de Canadá. Los países con una tasa más baja de suicidios
(inferior al nueve por cada 100 000) son Grecia, Italia,
El suicidio
España y Reino Unido (Maris et al., 2000). Algunos grupos
como los aborígenes del desierto occidental australiano
tienen tasas de suicidio cero, posiblemente debido a su
intenso temor a la muerte (Kidson y Jones, 1968). Sin
embargo, estas estimaciones deberían considerarse a la luz
de la existencia de amplias diferencias entre los países, respecto a los criterios que se utilizan para establecer si una
muerte ha sido debida al suicidio (Hawton, 1992), ya que
tales diferencias pueden aumentar o disminuir las tasas de
suicidio de ese país.
La frecuencia del suicidio también está muy influida
por los tabús religiosos referidos al mismo, así como por las
actitudes de una sociedad hacia la muerte. Tanto el Islam
como el catolicismo condenan absolutamente el suicidio,
por lo que en los países en los que predomina alguna de esas
religiones, las tasas de suicidio son muy bajas. De hecho, la
mayoría de las sociedades han desarrollado fuertes sanciones morales contra el suicidio, y en muchos lugares todavía
se considera un crimen y un pecado.
Japón es uno de los pocos países en los que el suicidio
recibe, bajo ciertas circunstancias, cierta aprobación social
—por ejemplo como solución para algunas situaciones que
podrían acarrear desgracias para un individuo o grupo—.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se supo que muchos
aldeanos japoneses se suicidaban en masa antes de ser capturados por las fuerzas aliadas. También se tienen noticias
de suicidios en grupo por parte de soldados japoneses ante
la posibilidad de sufrir una derrota. Por lo que respecta a los
kamikazes, aproximadamente 1 000 jóvenes pilotos japoneses estrellaron deliberadamente sus aviones cargados de
Tasas de suicidio en Estados Unidos según la edad, el sexo y el grupo racial
Tasa de suicidios por cada
100 000 habitantes
70
60
50
40
Varón blanco
Varón negro
Mujer blanca
Mujer negra
30
20
10
0
5–9
10–14 15–19 20–24 25–29 30–34 35–39 40–44 45–49 50–54 55–59 60–64 65–69 70–74 75–79 80–84
85+
Grupos de edad
Figura 7.7
TASAS DE SUICIDIO EN ESTADOS UNIDOS, SEGÚN LA EDAD, EL SEXO Y EL GRUPO RACIAL
Las tasas de suicidio son más elevadas entre hombres que entre mujeres, así como entre negros que entre blancos.
Fuente: Instituto Nacional de Salud Mental, 20 de octubre de 2002. Datos: Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades, Centro Nacional de
Estadística de la Salud.
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
explosivos contra embarcaciones norteamericanas durante
las últimas etapas de la guerra. En este caso la autodestrucción era una forma de demostrar un compromiso personal
absoluto con los objetivos de la nación. En la actualidad
todavía es posible encontrar este tipo de autodestrucción en
el cercano oriente, donde los extremistas musulmanes se
suicidan haciendo estallar explosivos pegados a su cuerpo,
cuando han conseguido acercarse lo suficiente a su objetivo.
En el caso del ataque terrorista de Al Qaeda en septiembre
de 2001, los terroristas secuestraron aviones comerciales y
los obligaron a estrellarse contra el World Trade Center y el
Pentágono, muriendo ellos mismos junto con otras 3 000
personas inocentes.
También es posible observar interesantes diferencias
interculturales vinculadas al sexo. Si bien en los Estados
Unidos las mujeres tienen más tendencia a intentarlo,
mientras que los hombres lo consiguen más a menudo, no
ocurre lo mismo en otros países. Por ejemplo, en India,
Polonia y Finlandia, sucede justo lo contrario, mientras
que en Canadá y en Sri Lanka, las tasas de suicidio son
similares para hombres y para mujeres. En China, India
y Papúa Nueva Guinea, las mujeres se suicidan con
más frecuencia que los hombres (Canetto, 1997; Jamison, 1992).
En un estudio pionero sobre los factores socioculturales en el suicidio, el sociólogo francés Emile Durkheim
(1897/1951) intentó relacionar las diferencias en las tasas de
suicidio con la cohesión del grupo. Analizando los registros
sobre el suicidio de diferentes países y en diferentes períodos históricos, llegó a la conclusión de que el principal factor de disuasión para cometer suicidio en épocas de estrés
personal es la sensación de identificación e implicación con
otras personas. Otros estudios más recientes han confirmado esta hipótesis al mostrar, por ejemplo, que el hecho
de que estar casado y tener hijos tiende a ser un factor de
protección (Maris, 1997; Stolberg et al., 2002).
Las ideas de Durkheim también parecen interesantes
para poder comprender la elevada incidencia de suicidio
entre personas sujetas a situaciones de incertidumbre y de
desorganización social, cuando además carecen de vínculos
con el grupo. Por ejemplo, existe una relación entre el
desempleo y el suicidio (especialmente entre los hombres),
que podría estar relacionada con el efecto del desempleo
sobre la salud mental (Jamison, 1999; Maris, Berman, y Silverman, 2000). De manera similar, las tasas de suicidio
entre personas «que van de capa caída» (o que al menos así
lo creen ellos) y entre quienes sufren una intensa presión
social, son más elevadas de lo normal. Por ejemplo, en 1932
en medio de La Gran Depresión de los Estados Unidos, la
tasa de suicidio aumentó desde el diez por 100 000 hasta el
17,4 por 100 000. Las presiones ambientales como el desempleo y la alienación, contribuyen también indudablemente a la elevada tasa de suicidio entre los jóvenes
afro-americanos de Estados Unidos.
Ambivalencia ante el suicidio
Las ideas de suicidio suelen estar plagadas de ambivalencia.
Algunas personas realmente no quieren morir, pero sí
comunicar a los demás de manera dramática un mensaje
sobre su intensa angustia. Sus intentos de suicidio consisten
en métodos poco letales, como una pequeña ingestión de
drogas, o pequeños cortes en la muñeca. Lo normal es que
organicen la situación para conseguir que alguien pueda
impedir su intentona. En los Estados Unidos, casi todas las
personas que utilizan esta estrategia son mujeres, quizá
porque han aprendido socialmente a fantasear sobre la
situación de sentirse indefensas y ser rescatadas (Canetto,
1997). Por el contrario, hay una pequeña minoría de personas que intentan suicidarse sin lugar a dudas. Se trata de
personas que nunca avisan de lo que pretenden hacer, y que
suelen recurrir a métodos violentos y seguros, como un disparo o saltar al vacío desde un lugar elevado.
Hay otro grupo de personas que se muestran ambivalentes ante el hecho de morir, y que intentan que sea el destino el que «tome la decisión». Aunque siempre haya
presente algún desencadenante, como la ruptura de una
relación amorosa, problemas financieros, o sentimientos de
vacío, las personas con ambivalencia ante el suicidio todavía
mantienen cierta esperanza de las cosas puedan mejorar. Por
lo tanto, suelen recurrir a métodos de suicidio peligrosos
pero que actúan con lentitud, como por ejemplo la ingestión
de drogas. Su actitud durante la tentativa de suicidio podría
ser algo como «si muero se acaba el problema, pero si me
rescatan será porque es lo que tenía que ocurrir». Este tipo
de personas suele llevar una vida atormentada y muy estresante, e intenta suicidarse repetidamente.
Tras un intento infructuoso, suele sobrevenir una
importante disminución de la confusión emocional. Esto es
especialmente cierto cuando el suicida potencial creía imposible fallar, por ejemplo al saltar delante de un tren. Quizá
por eso intentan explicar el hecho de haber sobrevivido apelando a la intervención sobrenatural —«han sido elegidos
para continuar con vida» (O’Donnell, Farmer, y Catalán,
1996)—. Sin embargo, esta disminución de la confusión no
suele ser duradera, con lo que sobrevienen nuevos intentos
de suicidio. Durante el año siguiente a uno de esos intentos,
es habitual que se repita esa conducta, pero con un mayor
riesgo de que ese segundo intento esta vez sea fatal, sobre
todo si el primero se hizo con intención de conseguirlo
(Hawton, 1992). El seguimiento a largo plazo de personas
que han intentado suicidarse, ha demostrado que alrededor
del siete al diez por ciento llegarán a morir suicidándose, un
riesgo que está cinco veces por encima del 1,4 por ciento,
que es el riesgo medio de suicidio (Stolberg et al., 2002).
Entre aquellos que consiguen suicidarse, del veinte al cuarenta por ciento tienen una historia donde ha habido uno o
más intentos previos; sin embargo, más a menos la mitad no
lo habían intentado nunca (Stolberg et al., 2002).
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COMUNICACIÓN DEL INTENTO DE SUICIDIO.
La
investigación ha rechazado de manera clara que sea cierta la
creencia habitual de que quienes amenazan con suicidarse
casi nunca lo hacen. Una revisión de múltiples estudios realizados por todo el mundo, en los que se entrevistaba a amigos
y parientes de personas que se habían suicidado, puso de
manifiesto que más del cuarenta por ciento había comunicado su intención de suicidarse en términos muy claros y
específicos, mientras que otro treinta por ciento se había
referido a la muerte durante los meses anteriores a su suicidio. Dichas comunicaciones se hacían habitualmente a diversas personas, y durante las semanas o meses inmediatamente
anteriores al suicidio (D. C. Clark, 1995). Sin embargo, la
mayoría de los entrevistados señaló que el suicidio les había
sorprendido. También resulta interesante que la mayor parte
de esas comunicaciones se dirigían a amigos y familiares, y no
a profesionales de la salud mental. De hecho, casi el cincuenta
por ciento de las personas que se habían suicidado nunca en
su vida habían visto a un profesional de la salud mental, y
menos de un tercio estaba en tratamiento en el momento de
su muerte (Stolberg et al., 2002).
Las comunicaciones indirectas a los amigos y familiares suelen hacerse mediante referencias a que sería mejor
morirse, discusiones sobre los mejores métodos de suicidio,
afirmaciones como «si no vuelvo a verte...», y predicciones
horribles sobre el futuro. Ya se hagan de manera directa o
indirecta, la comunicación del intento de suicidio suele
representar una señal de alerta y una petición de ayuda. La
persona intenta expresar ambivalencia respecto al suicidio.
Muchas personas que se están planteando el suicidio sienten que sólo prefieren vivir si pueden obtener la comprensión y el apoyo de sus familiares y amigos. Al descubrir que
tras la amenaza de suicidarse siguen sin recibir ese apoyo, se
quitan la vida.
NOTAS DE SUICIDIO.
Algunos investigadores han analizado las notas de suicidio para intentar comprender los
motivos y los sentimientos de las personas que se quitan la
vida. Algunos de esos estudios han encontrado que sólo
entre el quince y el veinticinco por ciento deja notas, generalmente dirigidas a familiares o amigos (Jamison, 1999;
Maris, 1997). Esas notas, generalmente coherentes y legibles, o bien fueron enviadas por correo, o encontradas
junto al cuerpo en la escena del suicidio. Algunas notas
incluyen afirmaciones de amor y cariño, que pueden estar
motivadas por el deseo de ser recordados positivamente.
Sin embargo, algunas veces las notas transmiten mensajes
muy hostiles como «siempre te he querido, pero muero
odiándote a ti y a mi hermano» (Jamison, 1999, p. 78).
Aunque podría pensarse que esas notas expresan emociones profundas y trágicas, generalmente no es así. Muchas
notas suelen ser muy breves y simples: «estoy cansado de
vivir» o «no puedo aguantarlo más» o «que nadie se sienta
culpable por esto. El problema es que nunca pude reconci-
El suicidio
liarme con la vida. Dios tenga piedad de mi alma» (Jamison, 1999, pp. 77-78).
Prevención e intervención
en el suicidio
Prevenir el suicidio es algo realmente difícil. La mayoría de
las personas que están deprimidas y planteándose el suicidio no se dan cuenta de que su pensamiento es irracional, y
que necesitan ayuda. En vez de buscar ayuda psicológica, lo
que suelen hacer es acudir a la consulta del médico con
múltiples cuitas, que además suelen ser muy ambiguas,
sobre un sinfín de síntomas físicos, que el médico casi
nunca interpreta como síntomas de depresión. Otras personas sí acuden a profesionales de la salud mental, aconsejados por amigos o familiares preocupados por su aspecto
deprimido. Sin embargo, la gran mayoría no recibe la ayuda
que desesperadamente necesita, lo cual supone una desgracia, ya que si las peticiones de ayuda de esa persona se escucharon a tiempo, sería posible en la mayoría de los casos
una intervención con éxito.
En la actualidad, existen dos líneas que intentan prevenir los suicidios: el tratamiento de los trastornos mentales
que sufre una persona y la intervención de emergencia. Sin
embargo, esos esfuerzos se están ampliando progresivamente para intentar aliviar las condiciones de estrés a largo
plazo, que están asociadas con la conducta suicida, e intentar comprender y afrontar el problema del suicidio en grupos de alto riesgo.
INTERVENCIÓN DE EMERGENCIA.
El primer objetivo de la intervención de emergencia es ayudar a una persona a afrontar las crisis inmediatas de su vida. Si se acaba
de hacer un intento de suicidio, el primer paso requiere un
tratamiento médico de emergencia, que generalmente se
lleva a cabo en la sala de urgencias del hospital, y a continuación se remite al paciente a un centro de salud mental
(por ejemplo, Stolberg et al., 2002). Esto es muy importante, debido a que como ya se ha dicho, la tasa de suicidios
por parte de personas que ya lo habían intentado antes es
mucho más elevada que la de la población general.
Cuando una persona que se está planteando el suicidio
tiene la oportunidad de discutir sus problemas con alguien,
en un centro de prevención de suicidios, con frecuencia es
posible impedir que se produzca la tentativa. Aquí el objetivo fundamental es ayudar a esa persona a recobrar su
capacidad para afrontar sus problemas inmediatos, y lo más
rápidamente posible. Esto suele hacerse, (1) manteniendo
un apoyo y un contacto muy directo con esa persona,
(2) ayudándola a comprender que sus problemas actuales le
impiden valorar correctamente la situación, y darse cuenta
de que existen otros caminos mejores para enfrentarse con
el problema y (3) ayudarla a ver que su confusión emocional y sus problemas actuales no van a durar toda la vida. Sin
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
embargo, hay que admitir que estas medidas provisionales
no son una terapia completa.
A partir de los años 60, han ido apareciendo líneas telefónicas dedicadas al problema. En la actualidad, en los Estados Unidos existen varios miles de líneas telefónicas de este
tipo, aunque sólo pertenecen a la Asociación Americana de
Suicidología menos de doscientas, por lo que se está planteando el problema de la calidad del servicio de la mayoría de
estas líneas (Seeley, 1997). Estos centros están orientados
fundamentalmente hacia la intervención de emergencia,
mediante la disponibilidad de contacto telefónico durante
veinticuatro horas diarias. Las líneas telefónicas para suicidas suelen estar mantenidas fundamentalmente por voluntarios no profesionales, supervisados por psicólogos y
psiquiatras. El trabajador intenta en primer lugar determinar la credibilidad de la llamada, y simultáneamente intenta
mostrar empatía y convencer al interlocutor de que desista
de su intento. También se hacen esfuerzos para promover el
apoyo de la familia o de los amigos. Lamentablemente, la
evaluación del efecto de estas líneas telefónicas, así como de
los centros de prevención de suicidios, pone de manifiesto
que el impacto sobre la tasa de suicidios es muy limitado,
con la excepción quizá de las mujeres jóvenes, quienes son
las principales usuarias de estos servicios (Seeley, 1997).
Uno de los principales problemas es que la mayoría de las
personas que llaman a estas líneas no mantiene ese contacto
ni buscan ayuda profesional.
clasificadas en grupos de alto riesgo de suicidio (Maris et
al., 2000). Ya se han iniciado algunos de esos programas,
aunque otra estrategia consiste en involucrar a hombres
mayores —un grupo de alto riesgo— en actividades sociales e interpersonales para ayudar a los demás. Desempeñar
ese papel consigue que esas personas tengan menos sensación de aislamiento y además den más significado su vida,
olvidándose de eventuales problemas derivados de su
jubilación, de problemas financieros, de la muerte de seres
queridos, el deterioro de su salud o de no sentirse queridos.
LA ORIENTACIÓN HACIA LOS GRUPOS DE ALTO
RIESGO Y OTRAS MEDIDAS. Muchos investigadores
• ¿Cuáles son los objetivos de los programas de
intervención en suicidios y cuál su nivel de
éxito?
han destacado la necesidad de programas preventivos
dirigidos a aliviar los problemas vitales de las personas
REVISIÓN
• ¿Qué grupos de personas tienen más
probabilidad de intentar suicidarse y qué
grupos son más proclives a consumar el
suicidio? ¿Cuáles son los principales factores
que provocan el suicidio?
• Resuma los factores causales psicosociales,
biológicos y socioculturales asociados con el
suicidio.
• ¿Qué significado tiene la expresión
ambivalencia suicida, y cómo se relaciona con
la comunicación de la pretensión del suicidio?
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿HAY DERECHO A MORIR?
La mayoría de nosotros consideramos el derecho a la vida
como un valor inalienable. Así, en nuestra sociedad, el
suicidio suele considerarse no sólo como una tragedia,
sino también como algo «malo». Sin embargo, los
esfuerzos para prevenir el suicidio adolecen de problemas
éticos. Si una persona quiere quitarse la vida, ¿qué
derecho tenemos los demás a interferir? No todas las
sociedades han adoptado la postura de interferir cuando
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alguien intenta suicidarse. Por ejemplo, en la Grecia clásica
se creía en la dignidad de la muerte y las personas con
enfermedades terminales tenían el permiso del estado
para suicidarse. Un funcionario del estado daba un veneno
a quienes recibían ese permiso (Humphrey y Wickett,
1986). En ciertos países de la Europa occidental, como los
Países Bajos, la ley permite a las personas con una
enfermedad terminal acceder a drogas que pueden utilizar
para suicidarse (Maris et al., 2000). En 1997 el estado de
Oregón aprobó la Ley De Muerte Digna de Oregón, que
permitía a los médicos ayudar a los pacientes con
enfermedad terminal a suicidarse si éstos así lo deseaban
(por ejemplo, Sears y Stanton, 2001).
La aprobación de dicha ley resultó (y sigue siendo)
muy controvertida. De hecho, en la actualidad todavía se
mantiene un debate muy acalorado respecto al derecho de
las personas con enfermedad terminal a abreviar su agonía.
Uno de esos grupos, la Sociedad Cicuta, apoya el derecho
de las personas con enfermedad terminal a conseguir
ayuda para acabar con su vida si así lo desea; esta sociedad
también proporciona apoyo a las personas que adoptan tal
decisión.
Otros grupos ejercen la presión en el ámbito
legislativo. Un médico de Michigan, el doctor Jack
Kevorkian, ayudó a suicidarse a ciento treinta personas
con una enfermedad muy grave, y al hacerlo intentó
conseguir que el estado de Michigan aprobase leyes para
permitir esa conducta. Durante muchos años el Estado ha
intentado impedir a Kevorkian que ayude a cualquier
suicida, y ha llegado a recluirlo en prisión y a revocar su
licencia para ejercer la medicina. En 1998, Kevorkian
volvió a atraer la atención —y la persecución— cuando la
CBS emitió un vídeo en su programa 60 minutos, en el que
millones personas pudieron verlo ayudando a un enfermo a
suicidarse. Ello le condujo ante un tribunal que, en abril de
1999, le condenó por un asesinato en segundo grado a una
pena de entre diez y veinticinco años de prisión. Pese al
fracaso de Kevorkian para conseguir la aprobación de
leyes que permitan la ayuda al suicidio para personas con
una enfermedad terminal (de hecho, el estado de Michigan
aprobó una ley prohibiendo la ayuda al suicidio), cada vez
hay más personas que simpatizan con esta postura
(Maris et al., 2000; véase también el libro de Szasz
publicado en 1999, Fatal Freedom: The Ethics and Politics
of Suicide).
Los argumentos contra esta postura apelan al temor
de que se pueda abusar del derecho a suicidarse. Por
ejemplo, las personas con enfermedad terminal pueden
sentirse presionadas para acabar con su vida, y liberar así
a su familia de tener que cuidarlas, o del elevado coste de
los cuidados médicos. Sin embargo, ni en los Países Bajos ni
en Oregón, donde la ayuda al suicidio es legal, ha ocurrido
nada semejante. De hecho, los médicos de Oregón parecen
haberse vuelto más sensibles ante las necesidades de los
pacientes con una enfermedad terminal (Ganzini et
al., 2001).
Temas sin resolver
Pero ¿qué ocurre con los derechos de las personas que
desean suicidarse y que no tienen una enfermedad
terminal, pero que además tienen niños que todavía
dependen de ellos, padres, esposa y otros seres queridos
que probablemente sufran de manera permanente su
decisión? (Lukas y Seiden, 1990; Maris et al., 2000). En
este caso, «el derecho al suicidio» ya no resulta tan
evidente. Este derecho todavía resulta menos indiscutible
en el caso de la gran cantidad de personas que son
ambivalentes respecto a quitarse la vida y que quizá,
gracias a la intervención psicológica, podrían replantearse
su perspectiva y considerar formas alternativas de
solucionar sus problemas. La mejoría de la situación vital
de una persona, junto a la eliminación de la depresión,
puede impedir que una gran cantidad de suicidas
potenciales abandonen su pretensión.
En vez de centrarse en la «prevención» de los
suicidios, algunos han sugerido la «intervención» como un
término más apropiado y más descriptivo de la práctica
profesional más ética ante la conducta suicida. Según
esta perspectiva, la intervención ante el suicidio
incorpora una postura moral más neutra que la
prevención —lo que quiere decir interceder ante el suicida
potencial, pero sin intentar impedir su acción— y, en
ciertas circunstancias como una enfermedad terminal,
considerar la posibilidad de facilitar su objetivo suicida
(por ejemplo, Silverman, 1997).
El dilema que plantea el concepto de prevención se
hace todavía más punzante cuando ésta requiere
hospitalizar a una persona contra su voluntad, quitarle
objetos personales (como navajas y objetos afilados), y
administrarle por la fuerza drogas calmantes. No resulta
extraño ver, sobre todo en esta época nuestra tan dada al
litigio, que el director de una clínica se encuentre
atrapado ante la amenaza de sufrir una denuncia por las
dos partes del mismo asunto. Por una parte, el paciente
puede demandarle por haber violado sus derechos
legales, mientras que si éste llega a conseguir su intento,
el no haber empleado todos los medios disponibles para
impedirlo podría ser objeto de una ruinosa denuncia por
negligencia médica por parte de la familia (Maris et
al., 2002).
Así pues, a los complicados problemas éticos
relacionados con el derecho a intervenir ante una
amenaza de suicidio, hay que añadir ahora los no menos
complicados problemas legales. Igual que en otros
ámbitos de la práctica profesional, el juicio clínico no
debe ser la única consideración a tener en cuenta
para decidir una intervención. Las ramificaciones de las
decisiones clínicas se amplían hasta tocar temas que
hasta no hace mucho parecían muy lejanos o irrelevantes,
como puede ser el coste económico del seguro por
negligencia, o la posibilidad de que un paciente o su
familia interponga una demanda. Esto supone un
problema social, y las soluciones —si es que las hay—
deben ser también soluciones sociales.
CAPÍTULO 7
Trastornos del estado de ánimo y suicidio
SUMARIO
• Los trastornos del estado de ánimo son aquellos
en los que la característica fundamental consiste
en variaciones extremas del estado de ánimo, ya
sea hacia arriba o hacia abajo. Aunque algunas de
estas variaciones son normales, las oscilaciones
extremas en cualquiera de las direcciones suelen
suponer problemas de ajuste, que pueden llevar
incluso al suicidio.
• Muchas personas con trastornos del estado de
ánimo muestran algún tipo de depresión unipolar
––distimia o depresión mayor—. Estas personas
experimentan una gama de síntomas afectivos,
cognitivos, motivacionales y biológicos, que
incluyen tristeza persistente, pensamientos
negativos sobre sí mismo y sobre el futuro,
carencia de energía o iniciativa, demasiado sueño
o muy escaso, y ganancias o pérdidas de peso.
— Entre los factores causales biológicos del
trastorno unipolar, existen pruebas de una
contribución genética moderada a la
vulnerabilidad ante la depresión mayor, pero
probablemente no para la distimia. De hecho, la
depresión mayor está asociada de manera muy
evidente con alteraciones múltiples que
interaccionan entre sí, de carácter
neuroquímico, neuroendocrino y
neuropsicológico. Las alteraciones en los ritmos
circadianos y estacionales también son factores
importantes para la depresión.
— Entre las teorías psicosociales sobre las causas
de la depresión unipolar se encuentra la teoría
cognitiva de Beck y las teorías reformuladas de
la indefensión y la desesperación, que
constituyen modelos de vulnerabilidad-estrés.
La vulnerabilidad tiene una naturaleza cognitiva
(por ejemplo, creencias inadaptadas y un estilo
de atribución pesimista), y los acontecimientos
estresantes son con frecuencia muy
importantes para determinar cuándo esa
vulnerabilidad terminará en una depresión.
— Las variables de personalidad tales como el
neuroticismo también pueden actuar como una
vulnerabilidad hacia la depresión.
— Las teorías psicodinámicas e interpersonales de
la depresión unipolar destacan la importancia
de las experiencias tempranas (sobre todo una
pérdida prematura, o la calidad de la relación
entre padres e hijos), para forjar una
predisposición para la depresión.
• En los trastornos bipolares (ciclotimia y trastorno
bipolar I y II), la persona sufre episodios de
depresión y de hipomanía o manía. Durante los
episodios maníacos, los síntomas son
esencialmente los opuestos a los que se
experimentan durante un episodio depresivo.
— Los factores causales biológicos probablemente
desempeñen un papel incluso más importante
para los trastornos bipolares que para los
unipolares. La contribución genética al
trastorno bipolar es una de las más importantes
de entre todos los casos de problemas
psiquiátricos. Las alteraciones que pueden
provocar un trastorno bipolar pueden ser
desequilibrios bioquímicos, anormalidades en el
eje hipotálamo-pituitaria-adrenal y alteraciones
de los ritmos biológicos.
— Los acontecimientos estresantes pueden
provocar episodios maníacos o depresivos, pero
es poco probable que sean la causa del
trastorno.
— Los tratamientos de carácter biológico, como
las medicinas o la terapia electro-convulsiva,
suelen utilizarse con frecuencia para el
tratamiento de los trastornos más graves. Sin
embargo, cada vez se utilizan más los
tratamientos psicosociales, debido a su eficacia
sobre muchos de los trastornos más graves,
pero también en las formas más leves. Existen
muchas pruebas de que la depresión recurrente
se trata mucho mejor mediante terapias
psicosociales especializadas, o a través del
mantenimiento de la medicación durante
periodos muy prolongados.
— El suicidio es un peligro constante relacionado
con cualquier síndrome depresivo. Por lo tanto,
durante el tratamiento de los trastornos
depresivos resulta esencial la valoración del
riesgo de suicidio.
• Una pequeña minoría de los suicidios parecen ser
inevitables —sobre todo aquellos en los que la
persona realmente desea morir y utiliza para ello
métodos letales—. Sin embargo, una importante
cantidad de conductas suicidas se realizan
fundamentalmente para conseguir de manera
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Términos clave
directa o indirecta una comunicación
interpersonal.
• En algún lugar entre ambos extremos se ubica un
amplio conjunto de personas que se muestran
ambivalentes respecto a quitarse la vida, pero que
ponen en práctica acciones peligrosas, que pueden
o no llevar a término, dependiendo de sus impulsos
y de lo que ocurra en ese momento.
• Los programas de prevención (o intervención) en el
suicidio suelen consistir en la intervención de
emergencia mediante líneas telefónicas. Aunque
indudablemente tales programas pueden impedir a
veces el suicidio, de momento la eficacia a largo
plazo de un tratamiento dirigido a la prevención
del suicidio de los grupos de alto riesgo no ha
obtenido resultados incuestionables.
TÉRMINOS CLAVE
Atribuciones (p. 235)
Ciclos rápidos (p. 244)
Ciclotimia (p. 241)
Creencias distorsionadas (p. 233)
Creencias y alucinaciones
congruentes con el estado de
ánimo (p. 222)
Depresión (p. 216)
Distimia (p. 220)
Episodio depresivo mayor con
características atípicas
(p. 222)
Episodio hipomaníaco (p. 241)
Episodio maníaco (p. 241)
Episodio mixto (p. 242)
Especificadores (p. 242)
Espejismos incongruentes con el
estado de ánimo (p. 245)
Esquemas depresivos (p. 233)
Estilo de atribución pesimista
(p. 235)
Graves episodios de depresión
mayor con rasgos psicóticos
(p. 222)
Indefensión aprendida (p. 234)
Manía (p. 216)
Modelo predisposición-estrés
(p. 230)
Pensamientos automáticos
negativos (p. 233)
Recaída (p. 223)
Recurrencia (p. 223)
Suicidio (p. 255)
Trastorno afectivo estacional
(p. 223)
Trastorno bipolar (p. 216)
Trastorno bipolar con una pauta
estacional (p. 243)
Trastorno bipolar II (p. 243)
Trastorno de adaptación con ánimo
deprimido (p. 220)
Trastorno depresivo mayor (p. 220)
Trastorno depresivo mayor con
características melancólicas
(p. 222)
Trastorno depresivo mayor crónico
(p. 223)
Trastorno esquizoafectivo (p. 245)
Trastorno unipolar (p. 216)
Trastornos del estado de ánimo
(p. 216)
Trío cognitivo negativo (p. 233)
C A P Í T U L O
Trastornos disociativos
y somatoformes
TRASTORNOS SOMATOFORMES
TEMAS SIN RESOLVER:
Hipocondría
Trastorno de somatización
Trastorno de dolor
El trastorno de conversión
Trastorno de dimorfismo corporal
TID y la realidad de los «recuerdos
recuperados»
TRASTORNOS DISOCIATIVOS
El trastorno de despersonalización
Amnesia y fuga disociativa
El trastorno disociativo de identidad (TDI)
Factores causales socioculturales de los trastornos
disociativos
Tratamiento y resultados de los trastornos disociativos
CAPÍTULO 8
¿H
Trastornos disociativos y somatoformes
a tenido usted alguna vez la experiencia, sobre
todo durante una época de estrés grave, de haberse sentido aturdido, o como si usted realmente no estuviese ahí? ¿Quizá ha conocido a alguien que
se queja constantemente de que está seguro de tener una
enfermedad grave, pese a que ningún médico ha sido capaz
de encontrar ningún problema? Se trata de ejemplos de síntomas indicadores de trastornos disociativos y somatoformes leves, que muchas personas pueden experimentar de
manera muy ocasional. Sin embargo, cuando esos síntomas
son frecuentes y graves, hasta el punto de producir un
importante deterioro y malestar, debe diagnosticarse un
trastorno somatomorfo o disociativo. Los trastornos somatoformes y disociativos involucran algunos de los síntomas
más complejos y misteriosos que podamos encontrar. En
consecuencia, suponen uno de los desafíos más arduos y
fascinantes para el campo de la psicopatología.
Los trastornos somatoformes constituyen un grupo de
perturbaciones que involucran síntomas físicos y padecimientos que sugieren la presencia de un problema médico,
pero sin ninguna evidencia de patología física que pueda
explicarlos (APA, 2000). A pesar de la amplitud de sus manifestaciones clínicas —que abarcan desde la ceguera o la
parálisis a quejas hipocondríacas sobre dolores de estómago que se interpretan como indicadores de cáncer—, comparten una característica esencial: todos ellos son expresión
de dificultades psicológicas en el «lenguaje corporal» de los
problemas médicos, de los cuales ni el más cuidadoso examen puede llegar a encontrar pruebas. Otro aspecto fundamental de estos trastornos es el hecho de que las personas
afectadas no fingen intencionadamente esos síntomas, ni
intentan engañar a los demás; la mayoría están convencidos
de manera genuina y a veces apasionada de que padecen
una enfermedad terrible. Por lo tanto, se les ve muy frecuentemente por la consulta de los médicos de cabecera,
que se enfrentan a la difícil tarea de decidir cómo manejar
esas tribulaciones, que no parecen tener una base orgánica.
Por otra parte, los trastornos disociativos consisten en
una alteración de las funciones integradoras de la conciencia, la memoria, la identidad, o la percepción del entorno
(APA, 2000). Pueden incluirse aquí alguno de los fenómenos más conmovedores de la psicopatología: personas incapaces de recordar quiénes son o de dónde vienen, o
individuos que manifiestan dos o más identidades o personalidades, que alternativamente van tomando el control de
su conducta. El término disociación se refiere a la capacidad de la mente humana para desarrollar actividades mentales complejas, en canales separados o independientes del
conocimiento consciente.
Como hemos visto en el Capítulo 6, tanto los trastornos
somatoformes como los disociativos estuvieron clasificados
junto a los trastornos de ansiedad, bajo el término general de
neurosis, ya que se pensaba que la ansiedad era la causa subyacente de cualquier neurosis, al margen de que dicha ansie-
dad se manifestase de una manera explícita o implícita. Sin
embargo en 1980, cuando el DSM-III abandonó la pretensión de agrupar juntos esos trastornos bajo el argumento de
que compartían causas idénticas, y por el contrario intentó
clasificarlos a partir de su sintomatología, los trastornos somatoformes y disociativos pasaron a constituir categorías independientes de los trastornos de ansiedad. Comenzaremos
nuestra exposición con los trastornos somatoformes.
TRASTORNOS SOMATOFORMES
Soma significa «cuerpo», y los trastornos somatoformes se refieren a pautas de comportamiento caracterizadas por quejas sobre síntomas o defectos físicos que
deberían requerir un tratamiento médico, pero que no tienen una base orgánica que pueda explicarlos. Se trata de
personas muy preocupadas por su estado de salud, y por las
supuestas enfermedades que les afligen. La prevalencia de
los trastornos somatoformes parece variar de manera considerable según la cultura (Isaac et al., 1995; Janca et al., 1995).
A lo largo de nuestra exposición, nos vamos a centrar
en cinco pautas somatoformes: (1) hipocondría, (2) trastorno de somatización, (3) trastorno por dolor, (4) trastorno de conversión y (5) trastorno de dimorfismo corporal. Si
bien cada uno de ellos se basa en la supuesta existencia de
enfermedades físicas, incapacidad o defectos imaginarios,
tanto las causas como el tratamiento más eficaz difiere considerablemente para cada uno de ellos.
Hipocondría
Según el DSM-4-TR, las personas con hipocondría están
preocupadas por el temor a sufrir una enfermedad grave, o
por la idea de que ya la están sufriendo, aunque la realidad
es que no la padecen. Sus preocupaciones están basadas en
una mala interpretación de algún síntoma corporal. Por supuesto que la decisión de que una queja hipocondríaca se
basa en la mala interpretación de síntomas corporales, sólo
puede hacerse una vez que el examen médico ha permitido
descartar la presencia de esa enfermedad. Otro criterio definitorio de la hipocondría es que la persona no queda convencida por el resultado del examen médico; esto es, su
miedo persiste a pesar del resultado positivo. De hecho, estas personas parecen quedar decepcionadas al no encontrar
problemas físicos. Por último, se trata de un problema que
debe durar al menos seis meses para poder ser diagnosticado, de manera que alguien con preocupaciones transitorias
respecto a su salud no debería recibir este diagnóstico.
No resulta sorprendente que las personas con hipocondría comiencen por acudir a un médico, pero como nunca
quedan convencidas de que están sanas, tienden a sospechar que ese médico se ha equivocado, con lo que inician
una sucesión de visitas a diferentes especialistas, con la esperanza de que alguno de ellos sea capaz de descubrir su
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problema. Como visitan a tantos médicos, originan un
enorme gasto a la Seguridad Social (Salkovskis, 1997). Estas
personas suelen rechazar la idea de que su problema sea de
carácter psicológico y de que al especialista al que deben
acudir sea un psicólogo o psiquiatra.
La hipocondría es el trastorno somatoforme más frecuente, que tiene una prevalencia de entre el dos y el siete
por ciento (APA, 2000), aunque algunas estimaciones son
considerablemente superiores. Se produce por igual entre
hombres y mujeres, y puede comenzar a cualquier edad,
aunque la más habitual son los primeros años de la edad
adulta. Una vez que se desarrolla la hipocondría, tiende a
convertirse en un trastorno crónico si no recibe tratamiento, aunque su gravedad puede sufrir altibajos a lo largo del
tiempo. Las personas hipocondríacas también suelen padecer trastornos del estado de ánimo, trastornos de pánico y/o
otros trastornos somatoformes (sobre todo trastorno por
somatización; Iezzi et al., 2001).
PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS.
Las personas hipocondríacas suelen mostrarse ansiosas y preocupadas respecto sus funciones corporales (por ejemplo, sus latidos
cardíacos o el movimiento intestinal) o por pequeñas anomalías físicas (por ejemplo, una pequeña herida o una tos
ocasional), o por sensaciones físicas muy vagas y ambiguas
(como un «corazón cansado» o «venas doloridas»; APA,
2000). Con frecuencia sus síntomas son muy difusos e involucran muchas partes del cuerpo (Iezzi, Duckworth, y
Adams, 2001). Ellos atribuyen sus síntomas a una enfermedad, y sus preocupaciones respecto a la misma se convierten
en el rasgo principal de su autoconcepto. Los diagnósticos
que se aplican a sí mismos pueden abarcar desde la tuberculosis al cáncer, pasando por infecciones exóticas, sida y
otras múltiples enfermedades.
Aunque las personas con hipocondría suelen estar en
buenas condiciones físicas, son sinceras respecto a su convencimiento de que los síntomas que han detectado ponen
de manifiesto una enfermedad auténtica. No se trata de enfermos fingidos —que conscientemente inventan síntomas
para conseguir algún objetivo, como una demanda por daños personales— si bien un observador atento podría darse
cuenta de que esas quejas están comunicando algo más.
Cuando un médico les pide que describan su problema,
suelen embarcarse en un largo monólogo sobre síntomas, y
rechazan cualquier intento de hablar sobre cualquier otra
cosa. Con frecuencia conocen gran cantidad de terminología médica y les encanta dirigir su propio tratamiento en
vez de escuchar las recomendaciones del médico (Iezzi et
al., 2001). No resulta sorprendente, a partir de su tendencia
a dudar de las conclusiones del médico y de sus recomendaciones, que su relación con él esté teñida de conflictos y hostilidad.
El siguiente caso recoge un cuadro clínico típico de
hipocondría, y demuestra incidentalmente que la disponibi-
Trastornos somatoformes
Una «masa abdominal»
Este radiólogo de treinta y ocho años comenzó
su tratamiento después de que su hijo de nueve años descubriese accidentalmente a su padre palpándose el abdomen y le preguntara,
«¿qué crees que es esta vez, papá?». El radiólogo
describe el incidente y su consiguiente
ESTUDIO
angustia y vergüenza con lágrimas en los ojos.
DE UN
También describe su reciente retorno tras una
CASO
estancia de diez días en un famoso centro privado de diagnóstico médico, al que había sido
remitido por un exasperado colega, especialista en enfermedades
gastrointestinales, que estaba, según sus propias palabras, «hasta
la coronilla» de su paciente y colega. Los extensos exámenes físicos
y químicos realizados en ese centro no encontraron ninguna enfermedad física, una conclusión que el paciente comenta con resentimiento y frustración, más que con alegría.
Su historia pone de manifiesto un duradero patrón de preocupaciones excesivas sobre cuestiones de salud, que comenzaron cuando tenía trece años, y que han sido exacerbadas por su experiencia
como médico. Hasta muy recientemente, sin embargo, había sido
capaz de mantener un control razonable sobre estas preocupaciones, en parte debido a que le avergonzaba que otros compañeros se
enterasen de ellas. Tiene éxito en su profesión y es muy activo en la
vida de la comunidad. Sin embargo, pasa una gran parte de su tiempo libre sólo en casa y metido en la cama. Su mujer, igual que su hijo,
cada vez está más alarmada debido a sus mórbidas preocupaciones
sobre enfermedades mortales pero indetectables.
Al describir sus síntomas actuales, el paciente dice que durante
los últimos meses ha observado diversos sonidos y sensaciones que
proceden de su abdomen, y que algunas veces puede sentir una
«masa compacta» en su cuadrante inferior izquierdo. Su diagnóstico
provisional es cáncer de colon. Se hace un análisis de sangre todas
las semanas, y palpa su abdomen durante quince o veinte minutos
cada dos o tres días. Ha realizado varios estudios de rayos X sobre sí
mismo en secreto, después del trabajo. Ya que siempre suele ser rechazado por su forma de comportarse, el paciente se anima notablemente al describir un resultado clínico insignificante de una anomalía
en la uretra, a partir de un examen que ha hecho sobre sí mismo
(adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 88-90).
lidad de un elevado nivel de tecnología médica no necesariamente descarta que una persona persevere en sus quejas.
Como se observa en este caso, las personas hipocondríacas suelen manifestar una enorme preocupación por sus funciones digestivas. Algunos llegan a llevar gráficos de sus
movimientos intestinales, y la mayoría son capaces de proporcionar una información muy detallada respecto a su dieta,
estreñimiento y cosas por el estilo. Muchos utilizan una gran
cantidad de automedicación. Sin embargo, lo más interesante
es que no parecen cuidar de su salud más de lo normal.
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
PERSPECTIVAS TEÓRICAS SOBRE LOS FACTORES
CAUSALES. Nuestro conocimiento sobre los factores
causales de los trastornos somatoformes es mínimo, en
comparación con muchos otros de los trastornos incluidos
en el Eje I, como pueden ser los trastornos del estado de
ánimo o de ansiedad, que hemos visto en capítulos anteriores. En la actualidad, las concepciones cognitivo-conductuales de la hipocondría son probablemente las tesis más
aceptadas. En efecto, la mala interpretación de las sensaciones corporales es una de las características más representativas de ese síndrome, si bien desde la perspectiva
cognitivo-conductual, esa mala interpretación también desempeña un papel causal. Se cree que las experiencias anteriores que una persona ha tenido con la enfermedad (tanto
respecto a sí misma como con los demás, e incluso a través
de la observación de los medios de comunicación) provocan el desarrollo de un conjunto de suposiciones erróneas
respecto a los síntomas y enfermedades, que pueden predisponerla a desarrollar una hipocondría (Bouman, Eifert, y
Lejeuz, 1999; Salkovskis y Bass, 1997; Salkovskis y Warwick,
2001). Estas suposiciones erróneas incluyen nociones como
«si tuviera un cáncer, me encontraría destrozado por el dolor, incapacitado, físicamente repulsivo, rechazado y abandonado» o «los cambios corporales suelen ser indicativos
de una enfermedad grave, porque cualquier síntoma debe
tener una causa física identificable» o «si no puedes ir al
médico en cuanto observes algo anormal, entonces probablemente ya sea demasiado tarde» (Salkovskis y Bass, 1997,
p. 318).
Debido a estas suposiciones fallidas, las personas con
hipocondría tienden a atender excesivamente a los síntomas, y los perciben como más peligrosos de lo que realmente son; también juzgan una determinada enfermedad
como más probable o peligrosa de lo que realmente es.
Después de haber malinterpretado un síntoma, tienden a
buscar evidencias que lo confirmen, pero también a descartar cualquier prueba de que su salud es buena; de hecho,
parecen creer que tener salud significa estar absolutamente
libre de cualquier síntoma (Rief et al., 1998a). También
consideran que son incapaces de afrontar la enfermedad
(Salkovskis y Bass, 1997) y se ven a sí mismos como personas débiles e incapaces de tolerar el esfuerzo físico (Rief et
al., 1998a). Este tipo de tendencias dan lugar a un círculo
vicioso en el que su ansiedad respecto a la enfermedad da
lugar a síntomas fisiológicos de la ansiedad, los cuales a su
vez alimentan su convicción de que están realmente enfermos. Este círculo vicioso puede incluso reforzarse por su
tendencia a recordar las palabras asociadas con el dolor
(Pauli y Alpers, 2002).
Si tenemos en cuenta el reforzamiento secundario
que obtienen las personas hipocondríacas, se comprende
todavía mejor que estos patrones de pensamiento y conducta se mantengan, a pesar de lo mal que lo pasan estas
personas. La mayoría de nosotros aprendemos desde ni-
ños que cuando estamos enfermos, podemos obtener
cierta atención y cuidados especiales, además de quedar
excusados de ciertas responsabilidades. Barsky y sus colaboradores (1994) encontraron que sus pacientes hipocondríacos solían decir que de niños solían ponerse
enfermos y faltar a la escuela. También existen indicios
de que las personas hipocondríacas pueden haberse criado en familias donde abundaba la enfermedad, lo que si
bien quizá produzca recuerdos tristes y dolorosos relacionados con ella, también resalta los beneficios
secundarios que obtiene un enfermo (Cote et al., 1996;
Kellner, 1985).
La importancia de esos beneficios secundarios ha
sido destacada por un interesante estudio realizado con
un grupo de pacientes hipocondríacos, que se pusieron
enfermos de una enfermedad grave (Barsky et al., 1998).
Estos pacientes volvieron a ser evaluados cuatro o cinco
años más tarde. Los análisis confirmaron que, en efecto, la
hipocondría es un trastorno tenazmente persistente, ya
que el 63,5 por ciento de los pacientes todavía cumplían
los criterios de ese trastorno. Sin embargo, el resultado
más interesante procedió de las personas cuya hipocondría había remitido. Durante el periodo de seguimiento,
estas personas habían sufrido muchos más problemas médicos importantes (y reales) que las personas que seguían
diagnosticadas de hipocondría. En otras palabras, se diría
que las tendencias hipocondríacas se atenuaron o desaparecieron cuando verdaderamente aparecieron enfermedades reales graves. Los autores sugieren que tener una
enfermedad grave «permitía a los pacientes legitimar sus
quejas, confirmar su papel de enfermos y reducir el escepticismo con el que habían sido previamente tratados...».
Como dijo uno de ellos, «ahora que ya sé que el Dr. X. me
presta atención, puedo creerle si me dice que no me pasa
nada grave» (p. 744).
TRATAMIENTO DE LA HIPOCONDRÍA. Una revisión reciente de la literatura sobre el tema ha encontrado
pruebas de que la terapia cognitivo-conductual puede
constituir un tratamiento muy eficaz para la hipocondría
(Looper y Kirmayer, 2002). Los componentes cognitivos
de esta estrategia se centran en la valoración de las creencias de los pacientes respecto a la enfermedad, y en la
modificación de sus malas interpretaciones de las sensaciones corporales. Las técnicas conductuales consisten en
la inducción de síntomas inocuos de manera intencionada, para que los pacientes puedan aprender que su percepción de las sensaciones corporales es la principal
responsable de sus síntomas. A veces también se les puede
instruir en técnicas para impedir la conducta de examinar su cuerpo tan a menudo como suelen hacerlo. Cuatro
estudios sobre la eficacia de estas técnicas (por ejemplo,
Visser y Bouman, 2001; Warwick et al., 1996) demostraron que tratamientos relativamente breves (entre doce a
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dieciséis sesiones) provocaban enormes cambios en los
síntomas hipocondríacos, así como en los niveles de ansiedad y depresión.
Trastorno de somatización
El trastorno de somatización se caracteriza por múltiples
quejas sobre achaques físicos, durante al menos algunos
años antes de cumplir los treinta, y que no pueden explicarse adecuadamente por enfermedad o lesiones físicas, y
que provocan además tratamientos médicos o deterioros
importantes en el funcionamiento habitual. Por lo tanto,
no resulta sorprendente que el trastorno de somatización
predomine entre los pacientes que acuden al médico de
cabecera (Gureje et al., 1997; Iezzi et al., 2001). De hecho,
los pacientes con este trastorno suponen un enorme costo
a la Seguridad Social, debido a que suelen someterse con
mucha frecuencia a hospitalizaciones y cirugía innecesarias.
Además del requisito de la existencia de múltiples quejas físicas, el DSM-4-TR (APA, 2000) exige la presencia de
otros cuatro criterios en algún momento del curso del trastorno, para poder establecer el diagnóstico de trastorno de
somatización. No es necesario que la persona que hace el
diagnóstico esté convencida de que tales enfermedades alguna vez hayan afectado al paciente; el hecho de informar
de ellas es suficiente. Los otros cuatro criterios que se deben
cumplir son los siguientes:
1. Cuatro síntomas de dolor. El paciente debe referir una
historia de dolores que se han experimentado al menos
en cuatro zonas o funciones diferentes, por ejemplo, en
la cabeza, el abdomen, la espalda, articulaciones y el
recto, o durante la menstruación, la actividad sexual o
la micción.
2. Dos síntomas gastrointestinales. El paciente debe referir
una historia de al menos dos síntomas, diferentes de
dolor, delimitados al sistema gastrointestinal, tales
como náuseas, hinchazón, diarrea o vómitos (no durante el embarazo).
3. Un síntoma sexual. El paciente debe informar de al menos un síntoma en el sistema genital al margen del dolor, por ejemplo indiferencia sexual, irregularidad
menstrual o vómitos durante el embarazo.
4. Un síntoma pseudo-neurológico. El paciente debe referir una historia de al menos un síntoma, no limitado al
dolor, que sugiera algún problema neurológico, por
ejemplo, síntomas de disfunciones motrices, como la
perdida de sensación o la contracción involuntaria de
los músculos de la mano.
Las principales características del trastorno de somatización quedan ilustradas en el siguiente caso, que también recoge un diagnóstico secundario de depresión.
Trastornos somatoformes
Enfermedades que todavía no
han sido descubiertas
Esta mujer casada de treinta y ocho años de
edad y madre de cinco niños se presentó en la
clínica de salud mental diciendo que tenía una
depresión, y en efecto cumplía los criterios de
un
trastorno de depresión mayor... Desde que
ESTUDIO
se casó a los diecisiete años, su matrimonio
DE UN
había sido infeliz; describe a su marido como
CASO
un alcohólico sin trabajo fijo, con el que suele
tener frecuentes peleas relativas a la economía, a su indiferencia sexual y a sus quejas sobre diversos dolores.
La entrevista pone de manifiesto que la paciente... se describe
a sí misma como muy nerviosa desde que era pequeña, añadiendo
que ha estado constantemente enferma desde su juventud; está
convencida de que tiene una enfermedad física que todavía no ha
sido descubierta. Sufre dolor en el pecho, y ha dicho a los médicos
que tiene un «corazón nervioso». Acude frecuentemente al médico
debido a dolores abdominales, y ha sido diagnosticada de «colon
espástico». Además de acudir al médico, también ha visitado a quiroprácticos y osteópatas debido a sus dolores de espalda, de extremidades, y a una sensación de anestesia en la punta de los dedos.
Recientemente ingresó en un hospital quejándose de dolores en el
vientre y en el pecho, y vomitando, por lo que se le aplicó una histerectomía. Después de la intervención quirúrgica ha tenido episodios
de ansiedad, desmayos, vómitos, intolerancia a la comida, debilidad
y fatiga. Los exámenes físicos no han encontrado absolutamente
nada.
La paciente atribuye su depresión a irregularidades hormonales, y continúa buscando una explicación médica a sus otros problemas (adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 404-405).
DEMOGRAFÍA, COMORBILIDAD Y CURSO DE LA
ENFERMEDAD. El trastorno de somatización (ante-
riormente denominado síndrome de Briquet debido al médico francés que lo describió por primera vez), no ha sido
tan ampliamente estudiado como otros trastornos somatoformes. Generalmente comienza durante la adolescencia, y muchos creen que es diez veces más frecuente entre
las mujeres que entre los hombres. La prevalencia a lo largo de la vida se ha estimado entre un 0,2 por ciento y un
dos por ciento para las mujeres, y menos del 0,2 por ciento
en los hombres (APA, 2000). El trastorno de somatización
suele aparecer frecuentemente junto a otros trastornos
como la depresión mayor, el trastorno de pánico y otros
trastornos fóbicos, y el trastorno generalizado de ansiedad.
Suele considerarse como una situación relativamente crónica y con un mal pronóstico, aunque la gravedad de los
síntomas puede fluctuar a lo largo del tiempo y agravarse
durante los periodos de estrés (Iezzi et al., 2001).
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
FACTORES CAUSALES EN EL TRASTORNO DE SOMATIZACIÓN. Pese a su importante prevalencia en el
ámbito clínico, no se sabe a ciencia cierta cuál es el curso
evolutivo y la etiología específica del trastorno de somatización. Existen pruebas de que tiene un carácter familiar, y
que además hay un vínculo familiar entre el trastorno de
personalidad antisocial en los hombres (véase el Capítulo 11) y el trastorno de somatización en las mujeres. Esto es,
habría una predisposición subyacente, probablemente con
base genética, que genera una conducta antisocial en los
hombres y un trastorno de somatización en las mujeres
(Guze et al., 1986; Iezzi et al., 2001; Lilienfeld, 1992).
Junto a la posible predisposición genética, hay otros
factores influyentes, que probablemente incluyan la interacción de variables de personalidad, cognitivas y de aprendizaje. Un factor de vulnerabilidad para este trastorno es el rasgo
de personalidad de neuroticismo (o la tendencia a experimentar estados de humor negativos), tal y como ocurre con
los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo. Las personas con un elevado neuroticismo probablemente tiendan a
desarrollar una tendencia a malinterpretar sus sensaciones
corporales, como indicadores de que algo va mal. Esto puede ser especialmente cierto en familias en las que los niños
hayan estado frecuentemente expuestos a modelos que se
quejan del dolor, y por tanto hayan aprendido de manera vicaria que dichas quejas pueden producir simpatía y atención
(reforzadores sociales), e incluso pueden eximir de responsabilidad al quejumbroso (beneficios secundarios; Iezzi et
al., 2001). Se trata de algo especialmente habitual en las familias desorganizadas y con poca cohesión, en las que predomina un estilo educativo incoherente por parte de los
padres (lo cual también podría explicar en parte la predisposición familiar asociada al trastorno de personalidad antisocial en hombres; véase el Capítulo 11).
Independientemente de que esas variables cognitivas
desempeñen un papel etiológico en el origen del trastorno,
y seguramente en su mantenimiento, lo que está claro es
que las personas con un trastorno de somatización atienden de manera selectiva a sus sensaciones corporales, y
tienden a considerarlas como síntomas somáticos. Igual que
ocurre con los pacientes hipocondríacos, suelen interpretar
de manera catastrofista pequeñas molestias corporales, y a
pensar de sí mismos que son físicamente débiles e incapaces
de tolerar el estrés o la actividad física (Rief, Miller, y Margraf, 1998a). Rief et al. (1998a) han sugerido la posibilidad
de que se desarrolle un círculo vicioso. Si uno piensa de sí
mismo que tiene una baja tolerancia ante el dolor y el estrés,
y atiende de manera selectiva a sus sensaciones corporales
(suponiendo erróneamente que estar sano equivale a no tener absolutamente ninguna sensación corporal), entonces
probablemente también evitará realizar muchas de las actividades cotidianas que requieren ejercicio físico. Irónicamente, prefieren no realizar actividad física alguna, lo que a
su vez les lleva a sentirse físicamente peor, de manera que se
incrementan esas sensaciones corporales que ellos interpretan de manera catastrofista. De hecho, atender selectivamente a las sensaciones corporales puede llegar a aumentar
su intensidad, exacerbando así el círculo vicioso. Por último, Rief et al. (1998b) también encontraron que los pacientes con un trastorno de somatización muestran
elevados niveles de cortisol (la hormona del estrés) y no se
habitúan con facilidad a factores estresantes psicológicos.
Así pues, la activación fisiológica provocada por los factores
psicológicos de estrés se mantiene muy elevada, lo que contribuye al incremento de las sensaciones corporales que son
las que más preocupan a estas personas.
TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DE SOMATIZACIÓN. Este trastorno es extremadamente difícil de tratar,
y se ha realizado al respecto muy poca investigación sistemática. Hasta la fecha el tratamiento más eficaz consiste en
que un médico acepte atender regularmente a estos pacientes, aceptando la validez de sus síntomas. Sin embargo, a la
misma vez, el médico debe evitar solicitar exámenes innecesarios ni tampoco utilizar medicinas ni otro tipo de terapia (Looper y Kirmayer, 2002; Simon, 2002). Algunos
estudios han encontrado que si se proporciona al médico
información sobre este trastorno y se le instruye de la manera descrita, los pacientes terminan por visitarle cada vez
menos, e incluso en ocasiones presentan mejoría en sus síntomas físicos (Rost, Kashner, y Smith, 1994; Smith, Monson, y Debby, 1986). Sin embargo, por desgracia no suele
haber mejoría de los síntomas psicológicos de malestar. En
otro estudio, que añadió ocho sesiones de terapia de grupo
a este tipo de intervención en la consulta del médico, se encontró que los pacientes que habían asistido también a la
terapia de grupo mostraban mejoría en los síntomas psicológicos (Kashner et al., y 1995). Resulta evidente que se
necesita mucha más investigación para poder diseñar tratamientos eficaces para este trastorno.
Trastorno de dolor
Los síntomas del trastorno de dolor se parecen a los del
trastorno de somatización, pero sin que estén presentes algunos de los síntomas característicos de este último. Así
pues, el trastorno de dolor se define por un dolor persistente y grave en algunas partes del cuerpo. Aunque puede
haber algún problema médico, el principal determinante
del dolor deben ser factores de tipo psicológico. Es muy
importante recordar que el dolor que se experimenta es
muy real. También es importante tener en cuenta que el
dolor siempre es, al menos en parte, una experiencia subjetiva que nunca puede llegar a ser objetivamente evaluada
por los demás.
El DSM-4-TR especifica dos subtipos de este trastorno:
(1) trastorno de dolor asociado con factores psicológicos, y
(2) trastorno dolor asociado tanto con factores psicológicos
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como con problemas orgánicos. El primer subtipo se debe
aplicar cuando se juzga que los factores psicológicos desempeñan el papel fundamental en la aparición o el mantenimiento del dolor —esto es, cuando los problemas orgánicos
juegan un papel mínimo—. El segundo tipo debe aplicarse
cuando se considera que el dolor procede tanto de factores
psicológicos como de problemas orgánicos. En cualquier
caso, el trastorno puede ser agudo (si dura menos de seis
meses) o crónico (si dura más de seis meses).
Se desconoce la prevalencia del trastorno de dolor entre la población general. Se diagnostica con más frecuencia
a las mujeres que a los hombres, y suele aparecer junto a
trastornos de ansiedad y/o del estado de ánimo, que podrían haberse presentado inicialmente, pero también
aparecer posteriormente como consecuencia del trastorno
de dolor (APA, 2000).
Muchas veces las personas que tienen trastorno de dolor no pueden ir a trabajar o realizar muchas otras actividades cotidianas. Esa obligada inactividad (que incluye
también la evitación del ejercicio físico) junto al aislamiento social, puede llevar a la depresión y a la disminución de la
fuerza física. Esta fatiga a su vez puede exacerbar el dolor,
con lo que se establece un círculo vicioso (Bouman, Eifert,
y Lejeux, 1999; Flor, Birbaumer, y Turk, 1990). Además, el
componente conductual del dolor resulta muy maleable, en
el sentido de que puede aumentar al ser reforzado por la
atención y la simpatía de los demás, o por quedar eximido
de realizar actividades poco gratas (Bouman et al., 1999).
Estas personas también suelen buscar constantemente médicos nuevos, con la esperanza de obtener alguna confirmación a su dolor, o medicinas que alivien sus sufrimientos.
En muchos casos se hacen adictas a este tipo de medicinas
y/o a tranquilizantes suaves como las benzodiacepinas.
TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DE DOLOR SOMATOFORME. Quizá debido a que se trata de un trastorno
menos complejo y polifacético que el trastorno de somatización, el trastorno de dolor también suele ser más fácil de
tratar. De hecho, las técnicas cognitivo-conductuales se
han utilizado muy ampliamente para el tratamiento de los
síndromes de dolor físicos y también de origen psicológico.
Los programas de tratamiento que recurren a estas técnicas suelen incluir un entrenamiento en relajación, la convicción de que se trata de un dolor real, una agenda de
actividades diarias, reestructuración cognitiva, y reforzamiento de las conductas «sin dolor» (Simón, 2002). Los pacientes que se someten a este tratamiento suelen mostrar
una sustancial disminución de su incapacidad y su malestar; y además, la intensidad de su dolor tiende a ser de
menor magnitud. Por otra parte, las medicaciones antidepresivas (especialmente a los antidepresivos tricíclicos)
han demostrado una reducción de la intensidad del dolor,
de manera independiente a su efecto sobre el estado de ánimo (Simón, 2002).
Trastornos somatoformes
El trastorno de conversión
El trastorno de conversión es un patrón en el que una serie
de síntomas o deficiencias que afectan a funciones sensoriales o motrices llevan a pensar que el paciente sufre algún
problema neurológico. Sin embargo, tras un examen médico, queda claro que tales síntomas o deficiencias no se
deben a ningún problema orgánico. Algunos ejemplos
pueden ser la parálisis parcial, la ceguera, la sordera y el agarrotamiento. Además, es necesario que los factores psicológicos desempeñen un importante papel en la aparición y
desarrollo de esos síntomas o deficiencias, y que éstos comiencen o sean exacerbados por algún conflicto o factor estresante previo, de carácter emocional o interpersonal. Por
último, es necesario asegurarse de que la persona no esté
fingiendo esos síntomas, tal como comentaremos más adelante (APA, 2000).
Las primeras observaciones de este tipo de trastornos se
remontan a Freud, y da la impresión de que las personas con
este problema no muestran todo el temor y ansiedad que sería de esperar en alguien a quien se le ha paralizado el brazo
o que ha perdido la vista. Esta aparente falta de preocupación (conocida como la belle indifférence —expresión gala
que significa «La bella indiferencia»—) respecto a la forma
en que el paciente describe su problema, fue considerada
durante mucho tiempo un importante criterio diagnóstico
para el trastorno de conversión. Sin embargo, investigaciones posteriores más cuidadosas demostraron que la belle indifférence sólo se presenta entre el treinta y el cincuenta por
ciento de los pacientes con trastorno de conversión, por lo
que no debe tomarse como un indicador fiable de este trastorno, lo que ha hecho que se elimine como criterio diagnóstico de las últimas ediciones del DSM. De hecho, en la
actualidad se considera que la mayoría de los pacientes con
trastorno de conversión están en realidad muy ansiosos y
preocupados por sus síntomas (Iezzi et al., 2001).
El trastorno de conversión es uno de los más misteriosos y desconcertantes síndromes psicopatológicos, y todavía
estamos aprendiendo mucho respecto al mismo. Por desgracia, está siendo muy poco estudiado. El término trastorno de conversión es relativamente reciente, e históricamente
era uno de los diversos trastornos agrupados bajo la denominación de histeria (el resto eran los trastornos de somatización y la personalidad histérica; véase el Capítulo 2).
Freud utilizó el término histeria de conversión para referirse a este tipo de trastornos (muy habituales en su práctica clínica), porque estaba convencido de que los síntomas
eran una expresión de la energía sexual reprimida —esto es,
de conflictos inconscientes reprimidos respecto a los deseos
sexuales—. Para Freud, la ansiedad amenaza con hacerse
consciente, por lo que la persona la convierte en un problema corporal, y evita así tener que enfrentarse con el conflicto. Por ejemplo, los sentimientos de culpabilidad respecto a
la masturbación podrían solucionarse con una mano
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
paralizada. Por supuesto que esto no se hace de manera
consciente, y la persona no tiene ni la menor idea de cuál
puede ser el origen o el significado de ese síntoma físico.
Freud también pensaba que la recompensa que permitía
mantener ese trastorno era la disminución de la ansiedad y
el conflicto, si bien observó que con mucha frecuencia los
pacientes obtenían también beneficios secundarios, como
por ejemplo la simpatía y la atención de sus seres queridos.
CIRCUNSTANCIAS CAUSALES, ESCAPE Y BENEFICIOS SECUNDARIOS. Si bien la teoría de Freud de que
los síntomas de conversión están provocados por la transformación de los conflictos sexuales u otros problemas psicológicos en síntomas físicos, ya sólo se aceptan dentro de
círculos psicodinámicos que muchas de sus astutas observaciones respecto a los beneficios primarios y secundarios
sí forman parte las concepciones actuales del trastorno de
conversión. Pese a su nombre, los síntomas físicos suelen
considerarse como una excusa evidente, lo que permite al
individuo escapar o evitar una situación de estrés intolerable, sin necesidad de asumir ninguna responsabilidad al
respecto. Generalmente, la persona sufre un acontecimiento traumático que produce un deseo de escapar de esa situación desagradable, aunque dicha escapatoria no es
factible o socialmente aceptable. De hecho, aunque ponerse
enfermo pueda resultar socialmente aceptable, en realidad
sólo lo es cuando la persona no lo hace de manera intencionada.
Así pues, utilizando una terminología actual, el beneficio primario de los síntomas de conversión consiste en el
escape o la evitación de una situación estresante. Como esto
ocurre de manera inconsciente (esto es, la persona no ve relación alguna entre los síntomas y la situación estresante),
los síntomas únicamente desaparecen cuando la situación
de estrés finaliza o se resuelve. En relación con ello, también
continúa utilizándose la expresión beneficio secundario,
que originalmente se refería a las ventajas que otorgan esos
síntomas más allá de los «beneficios primarios» derivados
de la neutralización del conflicto. Generalmente, la expresión se utiliza para referirse a cualquier circunstancia «externa», como la atención obtenida de los seres queridos, o
compensaciones financieras, que tienden a reforzar el mantenimiento de la incapacidad.
DISMINUCIÓN DE LA PREVALENCIA Y CARACTERÍSTICAS DEMOGRÁFICAS. Los trastornos de con-
versión eran muy comunes entre los soldados, pero
también entre el personal civil. Durante la Primera Guerra
Mundial, el trastorno de conversión fue el síndrome psiquiátrico más frecuentemente diagnosticado a los soldados;
también fue relativamente frecuente durante la Segunda
Guerra Mundial. Solía aparecer bajo condiciones de combate absolutamente estresantes, y afectaba a hombres considerados emocionalmente estables. En este caso, síntomas
como la parálisis de las piernas permitían al soldado eludir
una situación de combate que le producía una gran ansiedad, sin que ello conllevara ser tachado de cobarde, o enviado a un Consejo de Guerra.
Sin embargo, en la actualidad los trastornos de conversión sólo constituyen entre el uno al tres por ciento de los
problemas mentales. Se desconoce su prevalencia entre la
población general, pero incluso las estimaciones más abultadas no sobrepasan el 0,005 por ciento (APA, 2000). Resulta interesante señalar que la disminución de la prevalencia
del trastorno de conversión parece estar estrechamente relacionada con los avances para el tratamiento de los trastornos orgánicos y psicológicos: en efecto, un trastorno de
conversión pierde su función defensiva en el momento en
que se demuestra con facilidad la ausencia de una base orgánica para el mismo. En una época en que nadie cree en fenómenos como «quedarse ciego de repente», estos casos se
han vuelto absolutamente raros.
Los trastornos de conversión aparecen entre dos y diez
veces más frecuentemente entre mujeres que entre hombres. Pueden aparecer a cualquier edad, pero lo más habitual es que se presenten entre el principio de la adolescencia
y los inicios de la edad adulta (Maldonado y Spiegel, 2001).
Suelen iniciarse inmediatamente después de un factor estresante significativo, y con frecuencia desaparecen un par
de semanas después de que ese factor de estrés haya desaparecido, aunque con frecuencia son recurrentes. Como muchos otros trastornos somatoformes, el trastorno de
conversión suele coexistir con otros trastornos, sobre todo
con la depresión mayor, con los trastornos de ansiedad, los
trastornos disociativos y los de somatización.
El siguiente caso demuestra con claridad lo útil que
puede ser para un paciente un trastorno de conversión, pese
a que a veces la enfermedad o incapacidad que acarrean exija cierto coste.
El atroz vértigo de una esposa
Un ama de casa de cuarenta y seis años, madre
de cuatro hijos, llegó a nuestra clínica para que
se le realizase una evaluación psiquiátrica de
sus frecuentes ataques de vértigo acompañados de náuseas, durante los cuales todo se volvía
«relampagueante» a su alrededor, y le
ESTUDIO
parecía estar «flotando» y ser incapaz de manDE UN
tener el equilibrio. La consulta con el médico
CASO
de cabecera, un neurólogo, y un otorrinolaringólogo, no había ofrecido ninguna explicación
satisfactoria a esos síntomas; de hecho, desde un punto de vista físico, se encontraba perfectamente saludable.
La paciente admitió en seguida tener ciertas dificultades matrimoniales, fundamentalmente relacionadas con abusos verbales por
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parte de su esposo, y sus críticas excesivas para con ella y sus hijos.
Sin embargo, declaró que amaba a su marido, y que no veía ninguna
relación entre sus «ataques» de vértigo y la desagradable conducta
de éste.
Sin embargo, una evaluación cuidadosa puso de manifiesto que
sus ataques casi siempre se producían al final de la tarde, más o menos a la hora en que su marido solía llegar a casa, que era además el
momento en que se mostraba más gruñón y crítico; ella admitía que
temía su llegada porque siempre se quejaba de que la casa estaba
hecha un desastre y de la cena que ella había preparado. Pero una
vez que empezó a sufrir los ataques de vértigo, no tenía más remedio que acostarse en el sofá, y no se sentía capaz de hacer nada hasta pasadas las ocho de la noche, con lo que su marido y sus hijos
tenían que ir a cenar a un restaurante cercano de comida rápida. La
paciente pasaba el resto de la noche viendo la televisión en el sofá
de la sala de estar, donde normalmente se quedaba dormida, con lo
que no llegaba al dormitorio hasta pasadas las dos o las tres de la
madrugada. Mientras tanto, el marido había estado viendo la televisión en su dormitorio hasta quedar dormido. De esta manera la comunicación entre la pareja se había reducido al mínimo (adaptado
de Spitzer et al., 2002, pp. 244-45).
El abanico de síntomas que pueden aparecer en un
trastorno de conversión es tan diverso como lo son los
achaques y enfermedades de origen físico que puede padecer un ser humano. Al describir el cuadro clínico de un trastorno de conversión, resulta muy útil organizarse en
función de cuatro categorías de síntomas: (1) sensoriales,
(2) motrices, (3) crisis y convulsiones, y (4) mezcla de las
tres categorías anteriores (APA, 2000).
SÍNTOMAS O DEFICIENCIAS SENSORIALES. El
trastorno de conversión puede afectar prácticamente a
cualquier modalidad sensorial, y suele diagnosticarse como
trastorno de conversión cuando los síntomas no son coherentes con el funcionamiento anatómico y sensorial del
cuerpo. Los síntomas o deficiencias sensoriales afectan fundamentalmente al sistema visual (sobre todo ceguera y visión en túnel), al sistema auditivo (especialmente sordera),
y a la sensibilidad de la piel (especialmente anestesia). Durante la anestesia, la persona pierde la sensibilidad en alguna parte de su cuerpo. Un tipo de anestesia muy habitual es
la de guante, donde se pierde la sensación en toda la parte de
la mano que cubre un guante. Lo más llamativo de la anestesia es que la forma en que se distribuye la pérdida de sensación no es coherente con la organización anatómica (por
ejemplo, con el funcionamiento de los nervios sensoriales
de la mano).
En la ceguera de conversión, la persona dice que no
pude ver, pero sin embargo es capaz de desplazarse por una
habitación sin chocar con los muebles o con otros objetos.
En la sordera de conversión, la persona dice que no puede
Trastornos somatoformes
oír, pero sin embargo se orienta de manera apropiada cuando «escucha» su propio nombre. Este tipo de observaciones
plantean preguntas elementales. En la ceguera (y en la sordera) de conversión, ¿realmente las personas son incapaces
de ver u oír, o reciben la información sensorial pero ésta no
llega a la conciencia? En general, los estudios sugieren que sí
se registra el input sensorial, pero que en algún momento
éste queda inaccesible al conocimiento consciente. Este tipo
de percepción implícita se discutirá más adelante en el apartado Avances del pensamiento 8.2, de la página 283.
SÍNTOMAS O DEFICIENCIAS MOTRICES. Las reacciones de conversión motriz también abarcan una amplia
gama de síntomas (por ejemplo, Maldonado y Spiegel,
2001). Por ejemplo, la parálisis de conversión suele estar limitada a una única extremidad, como un brazo o una pierna, y la pérdida de funciones suele ser también muy
selectiva. Por ejemplo, puede que una persona no sea capaz
de escribir, pero sin embargo pueda usar esos mismos músculos para rascarse; o puede ocurrir que una persona no
pueda andar, aunque saldrá velozmente corriendo si un peligro la amenaza. El trastorno de conversión más habitual
en relación con el habla es la afonía, donde la persona sólo
puede hablar en susurros, aunque sí tose de manera normal
(en la auténtica parálisis orgánica de la laringe resultan
afectadas tanto la voz como la tos). Otro síntoma motor
habitual es la dificultad de tragar, o la sensación de tener un
bulto en la garganta.
CRISIS Y CONVULSIONES.
Las convulsiones de conversión, otro tipo bastante habitual de síntomas de conversión, se parecen a los ataques epilépticos aunque pueden
distinguirse de ellos gracias a la moderna tecnología médica. Por ejemplo, los pacientes con este trastorno no tienen
anomalías EEG ni muestran confusión o pérdida de memoria tras el ataque, como sí ocurre durante los auténticos
ataques epilépticos. De hecho, los pacientes con un ataque
de conversión casi nunca se hacen daño al caer al suelo, ni
pierden el control de sus intestinos o su vejiga, como también ocurre frecuentemente con los auténticos ataques epilépticos.
ALGUNAS CUESTIONES IMPORTANTES PARA EL
DIAGNÓSTICO DEL TRASTORNO DE CONVERSIÓN.
Dado que los síntomas del trastorno de conversión son similares a diversos problemas médicos, resulta extremadamente difícil realizar un diagnóstico inequívoco. Resulta
esencial que la persona de quien se sospecha que pueda tener síntomas de conversión sea sometida a un examen médico y neurológico exhaustivo. Sin embargo, aun así pueden
producirse errores, de manera que ciertos estudios que hicieron un seguimiento de pacientes diagnosticados de trastorno de conversión encontraron que entre el veinticinco y
el cincuenta por ciento de ellos fueron diagnosticados pos-
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
teriormente como si de una enfermedad orgánica se tratase. Afortunadamente, las pruebas médicas son cada vez más
perfeccionadas, por lo que la tasa de errores diagnósticos ha
disminuido sustancialmente, con estimaciones que hace ya
quince años oscilaban entre el cuatro y el trece por ciento
(Iezzi et al., 2001; Maldonado y Spiegel, 2001).
También es posible recurrir a otros criterios para distinguir los trastornos de conversión de los auténticos trastornos orgánicos:
• El hecho de que la alteración no se ajuste a los síntomas
de la enfermedad que se intenta simular. Por ejemplo,
en las parálisis de conversión no se produce la atrofia de
la extremidad «paralizada», salvo en los escasísimos casos de muy larga duración.
• La naturaleza selectiva del trastorno. Como ya se ha señalado, en la ceguera de conversión la persona no va
tropezando contra los objetos; los músculos «paralizados» por su parte sí pueden utilizarse para algunas actividades específicas.
• Los síntomas pueden desaparecer, modificarse, o inducirse bajo hipnosis o narcosis (un estado de somnolencia inducido por drogas), a indicación del terapeuta. De
manera similar, una persona que se despierta abruptamente de un profundo sueño podría utilizar inadvertidamente su extremidad «paralizada».
DIFERENCIACIÓN ENTRE EL TRASTORNO DE CONVERSIÓN Y OTROS TRASTORNOS FICTICIOS. Por
supuesto que en ocasiones algunas personas fingen deliberadamente algún tipo de enfermedad o incapacidad. Por
esa razón, el DSM distingue los trastornos de conversión, de
otros trastornos ficticios y simulados, teniendo en cuenta
los aparentes objetivos del farsante. Un embaucador o farsante produce o acentúa de manera intencionada los síntomas físicos, para conseguir una serie de ventajas externas,
como por ejemplo eludir el trabajo o el servicio militar, obtener compensaciones económicas, o eludir el castigo por
un delito (APA, 2000; Maldonado y Spiegel, 2001). Por otra
parte, en un trastorno ficticio la persona produce de manera intencionada síntomas psicológicos o físicos (o ambos a
la vez), aunque no obtenga ventajas externas. Por el contrario, su objetivo principal se limita a la obtención y el mantenimiento de los beneficios derivados de su papel de
«enfermo» (incluso aunque eso le suponga ingresar en un
hospital), lo que incluye la atención y la aprobación de su
familia y del equipo médico. Con frecuencia esos pacientes
llegan a alterar subrepticiamente su propia fisiología —por
ejemplo mediante drogas— para poder simular diversas
enfermedades reales. De hecho, pueden llegar a ponerse en
riesgo de sufrir graves daños o incluso la muerte, e incluso
puede que sea necesario internarlos en una institución para
su propia protección (véase el apartado El mundo que nos
rodea 8.1, donde se describe una peculiar variación patoló-
gica de este problema). En el pasado, se denominaba síndrome de Munchausen a ciertas formas crónicas de trastornos ficticios con síntomas físicos, donde la persona
mostraba algún tipo de «adicción a los hospitales», como si
se hubiese convertido en un «enfermo profesional».
Algunas veces es posible distinguir con gran seguridad
entre el trastorno de conversión y el fingimiento, pero en
otros casos resulta más difícil establecer un diagnóstico
apropiado. Las personas que fingen una enfermedad están
perpetrando conscientemente un fraude al simular esos síntomas, y esa intención taimada suele reflejarse en su conducta. Por el contrario las personas con un trastorno de
conversión no son conscientes de que están produciendo
ellas mismas los síntomas, y por lo tanto se sienten «víctimas
de esos síntomas», e intentan comentarlos, muchas veces
con enorme detalle (Maldonado y Spiegel, 2001, p. 109).
Cuando se les hace caer en las incoherencias de su conducta,
generalmente se muestran desconcertados. Cualquier beneficio secundario que puedan tener es un subproducto de sus
propios síntomas de conversión, y no una motivación para
los mismos. Por el contrario, los embaucadores que sí fingen
los síntomas están siempre a la defensiva, se muestran evasivos y recelosos; generalmente no les gusta someterse a un
examen médico, y son muy reticentes para hablar de sus síntomas, por miedo a que se descubra la mentira. En el momento en que se les hace notar las incoherencias de su
conducta, inmediatamente se ponen a la defensiva. Así pues,
es necesario considerar como cuestiones diferentes el trastorno de conversión y el fingimiento deliberado.
TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DE CONVERSIÓN. Nuestros conocimientos respecto al tratamiento
del trastorno de conversión son extremadamente reducidos,
debido a que todavía no se han realizado estudios adecuadamente controlados (por ejemplo, Looper y Kirmayer, 2002).
Algunos pacientes hospitalizados con síntomas de conversión motriz han sido tratados con éxito con una estrategia
conductual, que prescribe ejercicios específicos para incrementar el movimiento o la marcha, y que inmediatamente
refuerza toda mejoría; simultáneamente es necesario eliminar cualquier reforzamiento de las conductas motrices
anormales, con el fin de hacer desaparecer la fuente de los
beneficios secundarios. En un pequeño estudio que utilizó
este tratamiento con diez pacientes, todos habían recuperado tras un par de semanas la capacidad de moverse y de andar, mejoría que se mantenía dos años después (Speed,
1996). Uno de los primeros estudios, que utilizó a dieciséis
pacientes a quienes se trató mediante esta estrategia de sus
síntomas de conversión motriz y sensorial, encontró resultados similares (Dickes, 1984). Algunos estudios han recurrido a la hipnosis en combinación con otras terapias de
solución de problemas, y disponemos de algunos datos que
sugieren que añadir la hipnosis a otras técnicas terapéuticas
puede resultar de gran utilidad (Looper y Kirmayer, 2002).
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Trastornos somatoformes
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Un trastorno ficticio por poderes
(el síndrome de Munchausen por poderes)
En una grotesca variante de un trastorno ficticio,
denominada trastorno ficticio por poderes (o síndrome de
Munchausen por poderes), la persona que busca ayuda
médica o que acude a un profesional de la salud mental
informa falsamente, o incluso a veces induce, los
síntomas médicos o psicológicos en otra persona que se
encuentra a su cuidado (generalmente un niño). Un caso
típico es el de la madre que lleva a su propia hija a que le
traten un problema médico que ha causado ella misma, a
la vez que niega cualquier conocimiento de la causa del
problema. En la mayoría de los casos se trata de
trastornos que afectan al sistema gastrointestinal,
genitourinario, o nervioso central, aparentemente debido
a que los problemas y disfunciones en estos sistemas
pueden simularse con facilidad merced a la sobredosis de
una serie de drogas fáciles de conseguir (eméticos,
laxantes, diuréticos, o estimulantes y depresores del
sistema nervioso central), o a la administración de
cualquier otra sustancia química que pueda inducir
alguna enfermedad (como algún producto de limpieza).
Trastorno de dimorfismo corporal
El trastorno de dimorfismo corporal (TDC) se clasifica de
manera oficial en el DSM-4-TR (APA, 2000) como un trastorno somatoforme debido a la preocupación del sujeto por
su aspecto corporal. Las personas con TDC están obsesionadas por ciertas imperfecciones reales o imaginadas de su apariencia. Esta preocupación llega a ser tan intensa que
termina por provocar un malestar clínicamente significativo
y/o un deterioro en el funcionamiento social u ocupacional
de la persona. Si bien este criterio no es necesario para establecer el diagnóstico, la mayoría de las personas con TDC
también muestran conductas de compulsiva comprobación
(como por ejemplo examinarse excesivamente en el espejo).
Otro síntoma muy común es la evitación de ciertas actividades habituales, debido al temor a que los demás puedan percatarse de ese defecto imaginario y sentir repulsión.
Las personas con TDC pueden percibir «imperfecciones»
prácticamente en cualquier parte de su cuerpo: manchas en la
piel, pechos demasiado pequeños o demasiado grandes, un
rostro demasiado delgado (o demasiado grueso), o que está
desfigurado por venas repulsivas, y así sucesivamente. La loca-
Desde luego esto pone en riesgo la salud de la víctima,
que puede llegar a morir, y exige la intervención de los
servicios sociales o incluso de la ley.
Hay que sospechar de la presencia de este
trastorno cuando la historia clínica de la víctima es
atípica, los resultados del laboratorio no concuerdan
con otras enfermedades, o cuando hay ingresos
frecuentes en el mismo hospital o clínica. Los autores
de este tipo de abuso (que suelen tener extensos
conocimientos de medicina) se resisten con uñas y
dientes a admitir la verdad (McCann, 1999). Cuando
notan que el equipo médico sospecha de ellos terminan
abruptamente cualquier contacto con la clínica, sólo
para comenzar de nuevo el proceso en otro hospital.
Junto al problema de descubrir el fraude, se encuentra
el hecho de que los médicos, al darse cuenta de que han
sido embaucados, pueden mostrarse reacios a
reconocer sus errores por temor a que se realice alguna
acción legal contra ellos. Por otra parte, un diagnóstico
erróneo de este trastorno, cuando el padre en realidad
es inocente, también podría provocar dificultades
legales para los médicos (McNicholas, Slonims, y
Cass, 2000).
lización más frecuentes para esos defectos imaginarios suele
ser la piel (sesenta y cinco por ciento), el pelo (cincuenta por
ciento), la nariz (treinta y ocho por ciento), los ojos (veinte
por ciento), las piernas/rodillas (dieciocho por ciento), la barbilla o la mandíbula (trece por ciento), pechos/tórax/pezones
(doce por ciento), estómago/talle (once por ciento), labios
(once por ciento), estructura corporal (once por ciento), y el
tamaño o la forma del rostro (diez por ciento; Phillips, 1996).
Es importante recordar que no se trata de las preocupaciones
habituales que la mayoría de nosotros tenemos respecto a
nuestra apariencia; son mucho más exageradas, y conducen
con frecuencia a una enorme preocupación y sufrimiento
emocional. Por ejemplo, muchas de las personas con este trastorno tienen miedo de ver a sus amigos o asistir a fiestas, porque no desean que los demás puedan ver sus imaginarios
defectos. En los casos más graves, pueden quedarse aisladas al
encerrarse en su casa y apenas salir para nada. Sin embargo, en
la mayoría de los casos, resulta difícil llegar a percibir esos defectos en el caso de que realmente existan.
Otra característica habitual del TDC es que el paciente
suele pedir constantemente a su familia y amigos que le digan si notan su defecto, aunque casi nunca se fiarán de ellos
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
en el caso de que no los perciban, o les quiten importancia.
También suelen vigilar constantemente su aspecto en el espejo (aunque algunos evitan por completo ese artilugio).
Suelen estar motivados por la esperanza de que alguna vez
puedan tener un aspecto diferente, y a veces se consuelan
pensando que su defecto se nota menos que otras veces. Sin
embargo, lo más habitual es que se sientan cada vez peor al
mirarse al espejo (Veale y Riley, 2001). Es también frecuente que intenten camuflar su defecto imaginario mediante el
peinado, la vestimenta o el maquillaje.
El siguiente caso ilustra las características principales
de este trastorno.
El hombre elefante
Cristóbal es un carpintero de 31 años de edad,
con aspecto tímido y ansioso, que ha sido hospitalizado tras cometer un intento de suicidio... Solicita que el psiquiatra lo entreviste en
una habitación oscura. Lleva puesto un casco
de
béisbol que le tapa la frente y parte de los
ESTUDIO
ojos. Mirando al suelo, Cristóbal dice que no
DE UN
tiene amigos, que lo acaban de echar del traCASO
bajo y que hace poco su novia ha cortado su relación con él. Cuando el psiquiatra le pide que
continúe, él replica «es por mi nariz». «¿Su nariz?» pregunta el psiquiatra. «Si, esas enormes marcas de viruela de mi nariz. ¡Resultan
grotescas! Parezco un monstruo. ¡Soy más feo que el Hombre Elefante! Esas marcas de mi nariz son lo único en lo que puedo pensar
todo el día. Llevo pensando en ellas durante los últimos quince años,
y creo que todo el mundo puede verlas y que se ríen de mí. Por eso
llevo siempre este casco. Y por eso no quiero hablar con usted en
una sala iluminada... ya que podría ver toda mi fealdad».
La psiquiatra no podía ver las enormes marcas de viruela a las
que se refería Cristóbal, ni siquiera cuando en un momento posterior se entrevistó con él en una habitación iluminada. De hecho, se
trata de un hombre atractivo con una piel de apariencia normal.
[Posteriormente Cristóbal diría] «me gustaría mucho que mantuviese en secreto mi preocupación, porque resulta muy embarazoso.
Tengo miedo de que los demás piensen que soy una persona vanidosa. Apenas he hablado a nadie sobre ello, y he intentado convencerme de que las marcas son realmente invisibles. Algunas veces lo
creo así... Pero entonces me miro al espejo y veo que son enormes
y feas... Este problema está arruinando mi vida. Sólo puedo pensar
en mi rostro. Paso muchas horas al día mirándome esas marcas en
el espejo. Pero es que no puedo resistirlo. Empecé a faltar cada vez
más al trabajo, y a dejar de salir con mis amigos y con mi novia...
porque me quedaba en casa casi todo el tiempo...».
Cristóbal... ha visitado a un dermatólogo para que le sometiera
a tratamiento, pero éste se negó a hacerlo porque «no encontró ningún defecto». Por fin convenció a otro dermatólogo para que le aplicara el tratamiento aunque pensara que no funcionaría. Se sentía
tan desesperado respecto a esas marcas que llegó a intentar suicidarse en dos ocasiones. Este último intento se produjo después de
que se mirase el espejo y quedase horrorizado por lo que veía... «Me
vi detestable, y pensé, no estoy seguro de que merezca la pena vivir
si tengo este aspecto y no puedo dejar de pensar en ello en ningún
momento» (adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 7-9).
PREVALENCIA, SEXO Y EDAD DE APARICIÓN. No
existen estimaciones oficiales de la prevalencia del TDC, y
en realidad resultan difíciles de obtener debido a que este
trastorno suele mantenerse en absoluto secreto. Philips,
una destacada autoridad en esta área, ha estimado que no se
trata de un trastorno infrecuente, y que probablemente
afecte al uno o dos por ciento de la población general, ascendiendo al ocho por ciento de las personas con depresión, y alcanzando el doce por ciento de las personas que
buscan ayuda psicológica. Otras estimaciones son algo más
reducidas. Se trata de un trastorno cuya prevalencia parece
ser aproximadamente igual en hombres y mujeres (Phillips
y Díaz, 1997). La edad de aparición suele ser la adolescencia,
momento en el que la apariencia propia empieza a ser motivo de preocupación. Las personas con TDC suelen también padecer depresión (probablemente llegando el setenta
u ochenta por ciento) y, como en el caso de Cristóbal, pueden llegar a intentar suicidarse (Philips, 2001). También es
frecuente que coexista con la fobia social y el trastorno obsesivo-compulsivo (aunque no en tan gran medida como
con la depresión; Iezzi et al., 2001).
Las personas que sufren este trastorno frecuentan la
consulta de un dermatólogo o de un cirujano plástico, y de
hecho una estimación reciente señalan que alrededor del sesenta y cinco por ciento suelen buscar tratamientos no psicológicos (Philips, Grant, Siniscalchi, y Albertini, 2001). Lo que
debería hacer un médico avispado es no acceder al tratamiento solicitado, y sugerir que visite a un psicólogo o psiquiatra. Sin embargo, lo más frecuente es que los pacientes,
como en el caso de Cristóbal, consigan su propósito, aunque
por desgracia casi nunca quedan satisfechos con el resultado.
RELACIONES DEL TDC CON LOS TRASTORNOS DE
LA ALIMENTACIÓN. Como se dijo en el apartado
Avances en el pensamiento 6.2, son muchos los investigadores que consideran que el TDC está estrechamente relacionado con el trastorno obsesivo-compulsivo, por lo que lo
han propuesto como uno de los trastornos del espectro obsesivo-compulsivo. Llegados a este punto las similitudes con
el TOC resultan evidentes. En ambos casos las obsesiones
son lo más destacado, y también se realizan conductas rituales, como la comprobación constante, compararse con los
demás, y camuflar los defectos. Pero además esas similitudes
en cuanto a los síntomas, la investigación está encontrando
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también el mismo tipo de causalidad. Por ejemplo, ambos
trastornos dependen de las mismas estructuras cerebrales
(Ribera y Borda, 2001) y, como veremos más adelante, ambos responden muy bien al mismo tipo de tratamiento.
Otros investigadores también han observado algunas interesantes relaciones entre el TDC y los trastornos de alimentación; la similitud más llamativa es la distorsión de la imagen
corporal que caracteriza ambos trastornos. De hecho, hay
quien propone que los dos serían variantes de lo que podría
denominarse «trastorno de la imagen corporal» (aunque ésta
todavía no es una categoría oficial del DSM). Más concretamente, los principales criterios diagnósticos de ambos trastornos consisten en preocupaciones excesivas sobre la apariencia
física, insatisfacción con el propio cuerpo y una imagen distorsionada de ciertas características del mismo (Cororve y
Gleaves, 2001; Rosen, 1996). Por lo demás, tanto las personas
con TDC como las que tienen trastornos de la alimentación
están muy preocupadas por su apariencia y acentúan excesivamente su importancia en la relación con los demás.
¿POR QUÉ AHORA?
Evidentemente, el TDC ha existido durante muchos siglos, por no decir durante todo el desarrollo humano. ¿Por qué entonces sólo durante los
últimos años le estamos prestando atención? Probablemente nunca haya sido lo suficientemente estudiado, debido a
que la mayoría de las personas con este problema nunca hayan buscado un tratamiento psicológico o psiquiátrico. Por
el contrario, probablemente lo padecieron silenciosamente,
o acudieran en busca de otros especialistas, como dermatólogos o cirujanos plásticos (Phillips, 1996, 2001; Iezzi et al.,
2001). La razón de este secretismo radica en la preocupación de que los demás puedan pensar que se es superficial,
estúpido, o vanidoso, cuando se menciona ese defecto imaginario, o también que entonces se fijen en él con más detenimiento. En parte la razón por la que en la actualidad se
empieza a buscar tratamiento psicológico para ese problema puede ser que últimamente está recibiendo cierta atención por parte de los medios de comunicación. Eso da lugar
a que disminuya el secretismo y la vergüenza, y las personas
que lo padecen se animen a buscar tratamiento psicológico.
Katharine Phillips (1996) describió perfectamente este problema en The broken mirror: Understanding and Treating
Body Dysmorphic Disorder, un libro dirigido a personas que
sufren este trastorno, así como su familia y a los clínicos.
TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DE DIMORFISMO
CORPORAL. Como ya se ha señalado, los tratamientos
más eficaces para el TDC son también los que se utilizan
para el trastorno obsesivo-compulsivo (véase el Capítulo 6). Existen pruebas de que las medicinas antidepresivas
de la categoría de los inhibidores selectivos de la reabsorción de la serotonina (ISRS) producen una mejoría significativa en dos tercios de los pacientes con este problema
(Simón, 2002). Por otra parte, también un tipo de trata-
Trastornos disociativos
miento cognitivo-conductual centrado en la exposición
pero impidiendo la respuesta, ha mostrado una importante eficacia para entre el cincuenta y el ochenta por ciento de
los pacientes (véase Avances en la práctica 6.3; Cororve y
Gleaves, 2001; Simon, 2002). Estas estrategias de tratamiento intentan que el paciente identifique y modifique
sus percepciones distorsionadas, exponiéndolo a situaciones que le provocan ansiedad (por ejemplo, haciendo que
lleve alguna prenda que en vez de ocultar destaque su «defecto»), y en impedir las respuestas de comprobación (por
ejemplo, mirarse al espejo, pedir la opinión de los demás y
examinar constantemente el supuesto defecto). Los beneficios del tratamiento se mantienen habitualmente durante
largos periodos (Looper y Kirmayer, 2002).
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las principales características de
la hipocondría, y cómo se explican desde la
perspectiva cognitivo-conductual?
• ¿Cuáles son los síntomas del trastorno de
somatización y del trastorno de dolor?
• ¿Cuáles son los beneficios primarios y
secundarios de los trastornos de conversión y
cómo puede diferenciarse este trastorno de las
enfermedades fingidas?
• ¿Cuáles son los síntomas principales del
trastorno de dimorfismo sexual y cómo se
relacionan con el trastorno obsesivocompulsivo?
TRASTORNOS DISOCIATIVOS
El concepto de disociación, que tiene más de un
siglo, se refiere a la capacidad de la mente humana para
realizar actividades mentales complejas por canales separados, o independientes de la percepción consciente
(Kihlstrom, 1994, 2001). Todos nosotros estamos relativamente disociados en algún momento. Ciertos síntomas disociativos leves aparecen cuando soñamos despiertos o
perdemos la noción de lo que ocurre a nuestro alrededor,
como cuando vamos conduciendo y pasamos de largo
nuestro destino, sin poder saber cómo hemos llegado o por
qué no nos detuvimos al llegar, o por ejemplo, cuando nos
perdemos parte de una conversación en la que estamos enfrascados.
Estos ejemplos cotidianos de acciones que se realizan
sin un conocimiento consciente sugieren que no hay nada
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
inherentemente patológico en la disociación en sí misma, y
de hecho puede argumentarse que es un mecanismo extraordinariamente adaptativo que nos permite llevar a cabo
muchas funciones vitales con la máxima eficacia (Epstein, y
1994). Tal y como ha señalado Ernest Hilgard (1977), uno
de los principales teóricos de este campo,
La unidad de la conciencia es algo ilusorio. Hacemos más
de una cosa a la vez —constantemente— mientras que la
representación consciente de esas acciones nunca es completa (p. 1).
De manera más específica, una gran parte de la vida
mental normal de una persona consiste en procesos inconscientes, que son en gran medida autónomos respecto
a su dirección y control deliberado. Este tipo de procesamiento inadvertido abarca la memoria y la percepción, y
se puede demostrar que las personas normales son capaces de recordar cosas que sin embargo no creían haber realizado (memoria implícita), y de responder ante luces o
sonidos como si ya se hubieran percibido antes, aunque
dicen que nunca los habían visto ni oído (percepción
implícita; Kihlstrom, Tataryn, y Hoyt, 1993; Kihlstrom,
2001). Como ya hemos dicho, la idea de que todos realizamos procesos mentales inconscientes ya había sido subrayada por los psicólogos de orientación psicodinámica
hace muchos años. Pero sólo durante el último cuarto del
siglo pasado se ha convertido también en una de las principales tareas de investigación de la psicología cognitiva
(aunque sin las implicaciones psicodinámicas de las razones por las que gran parte de nuestra actividad mental es
inconsciente).
Sin embargo, en los trastornos disociativos esta cualidad heterogénea de la cognición humana, normalmente
bien integrada y coordinada, pierde gran parte de su coordinación e integridad. Cuando esto ocurre, la persona
afectada puede llegar a ser incapaz de acceder a información que normalmente estaría en primer plano de su conciencia, como por ejemplo su propia identidad, o detalles
de algún momento importante de su vida. En otras palabras, se altera la capacidad de mantener en segundo plano la actividad mental que se está realizando. Cuando
esto ocurre, aparecen los síntomas patológicos disociativos que constituyen la característica principal de los
trastornos disociativos. Como veremos, es probable que
algunas personas posean ciertos rasgos de personalidad
que las hagan más susceptibles a desarrollar síntomas disociativos.
Igual que ocurre con los trastornos somatoformes, los
disociativos podrían constituir una manera de evitar la ansiedad y el estrés, y de poder resolver los problemas de la
vida, que amenazan con abrumar y sobrepasar los recursos
habituales de la persona. Ambos trastornos también permiten al individuo eludir su responsabilidad respecto a ciertos
deseos o conductas «inaceptables». Sin embargo, según la
definición que ofrece el DSM de los trastornos disociativos,
la persona evita el estrés mediante una disociación patológica —en esencia, escapando de su memoria autobiográfica, o de su identidad personal—. El DSM-4-TR reconoce
diversos tipos de disociación patológica, tal y como veremos en las páginas que siguen.
El trastorno de despersonalización
Dos de los tipos de síntomas disociativos más habituales
son la irrealidad y la despersonalización, que ya se mencionaron en los capítulos 5 y 6, debido a que algunas veces aparecen también durante los trastornos de estrés y los ataques
de pánico. Durante la irrealidad, la sensación de que el
mundo exterior es real se pierde de manera temporal,
mientras que durante la despersonalización se pierde transitoriamente la propia sensación del yo. Por lo menos la mitad de nosotros hemos tenido una experiencia de este tipo
de forma leve, alguna vez en nuestra vida, generalmente
después de pasar una época de gran estrés. Pero cuando los
episodios de despersonalización y de irrealidad se hacen
persistentes y recurrentes, e interfieren con el funcionamiento normal, debe diagnosticarse un trastorno de despersonalización.
En este trastorno, se tienen experiencias persistentes o
recurrentes de sentirse separado (como si uno fuera un
observador) del propio cuerpo, y los propios procesos
mentales. Puede que incluso aparezcan sentimientos de
flotar por encima del cuerpo físico, y de sentirse muy diferente, como si hubiéramos sufrido un cambio extraordinario. Durante los momentos de despersonalización, al
contrario de lo que ocurre durante los estados psicóticos,
la percepción de la realidad permanece intacta. Una experiencia vinculada con esto es la irrealidad, cuando se percibe el mundo exterior como algo extraño y nuevo. Tal y
como lo ha descrito uno de los principales estudiosos del
tema, durante ambos estados «los sentimientos desconciertan a quien los experimenta: lo cambiante se percibe
como ilusorio, y como algo desconectado de los estados
previos del yo. El objeto de la experiencia, el yo (en la despersonalización), o el mundo (en la irrealidad), suele
describirse como algo aislado, exánime, extraño y desconocido; tanto los demás como el propio yo se perciben
como “autómatas”, que actúan de manera mecánica,
sin iniciativa o autocontrol» (Kihlstrom, 2001, p. 267).
Con frecuencia los pacientes también dicen sentirse como
si estuvieran viviendo en un sueño o una película (Maldonado, Butler, y Spiegel, 2002). Tales experiencias suelen resultar muy desagradables y aversivas, la persona que las
sufre probablemente piense que se está volviendo loca, incluso aunque mantenga la percepción de lo que está ocurriendo.
El siguiente caso es muy típico de lo que acabamos de
describir.
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Un estudiante brumoso
Un estudiante universitario de veinte años acudió a la consulta, preocupado porque creía estar volviéndose loco. Durante los últimos dos
años había estado experimentando cada vez
más episodios durante los cuales se sentía
«fuera»
de sí mismo. Tales episodios venían
ESTUDIO
acompañados de una sensación de muerte corDE UN
poral. Además, durante esos periodos le costaCASO
ba mantener el equilibrio y tropezaba con los
muebles; generalmente esto le ocurría en sitios públicos, sobre todo si se encontraba ansioso. Durante estos
episodios sentía que no tenía control sobre su cuerpo, mientras que
también su pensamiento parecía «brumoso»...
La sensación subjetiva de falta de control le resultaba especialmente problemática, e intentaba luchar contra ella sacudiendo la
cabeza y diciéndose «para» una y otra vez. Al hacer eso conseguía
clarificar momentáneamente la mente y recuperar la sensación de
autonomía, pero inmediatamente volvía a tener la sensación de
muerte y de estar fuera a de su cuerpo. Poco a poco, a lo largo de
varias horas, iba desapareciendo esa desagradable sensación...
Cuando el paciente llegó a la clínica, estaba experimentando esos
síntomas unas dos veces por semana, y cada incidente duraba entre
3 y 4 horas. En varias ocasiones los episodios le habían ocurrido
mientras conducía el coche; preocupado por la posibilidad de sufrir
un accidente, tenía que parar, a menos que alguien le acompañara
(Spitzer et al., 2002, pp. 270-71).
En un estudio de treinta casos que sufrían este trastorno, Simeón et al. (1997) observaron también la presencia de
elevadas tasas de ansiedad y de trastornos del estado de ánimo, así como trastornos de personalidad por evitación, limítrofes y obsesivo-compulsivos (Capítulo 11). Asimismo
observaron que el trastorno solía aparecer en promedio a
los dieciséis años de edad. De hecho, mostraba habitualmente un curso crónico y una gran resistencia al tratamiento. Un estudio posterior, realizado por los mismos
investigadores, puso de manifiesto que los sujetos solían informar de traumas infantiles (sobre todo de abuso emocional) (Simeón et al., 2001).
Se desconoce la prevalencia a lo largo de la vida de
este trastorno, algunos de sus síntomas se dan también habitualmente en otros trastornos como la esquizofrenia, el
trastorno de pánico y el trastorno de personalidad limítrofe. Si bien los síntomas graves de despersonalización
pueden resultar pavorosos, e inducen a temer un trastorno
mental, lo normal es que se trate de temores infundados.
Sin embargo, algunas veces los sentimientos de despersonalización suponen las manifestaciones iniciales de una
descompensación inminente, y el desarrollo de estados
Trastornos disociativos
psicóticos de tipo esquizofrénico (Capítulo 14). En
cualquier caso, siempre resultará útil la ayuda profesional
dirigida a afrontar los factores de estrés y a reducir la
ansiedad.
Amnesia y fuga disociativas
La amnesia retrógrada consiste en la incapacidad parcial o
total para recordar o identificar información previamente
adquirida, o experiencias pasadas; por su parte, la amnesia
anterógrada consiste en la incapacidad parcial o total para
retener información nueva (Kapur, 1999). En algunos
trastornos del Eje I puede aparecer una amnesia persistente, como la amnesia disociativa y la fuga disociativa, así
como en alguna patología orgánica del cerebro, como en
un traumatismo o en enfermedades del sistema nervioso
central. Si la amnesia está causada por una patología cerebral (diagnosticada como un trastorno amnésico debido a
una condición médica general; véase el Capítulo 15), lo
más frecuente es que se presenten dificultades para retener
información y experiencias nuevas (esto es, una amnesia
anterógrada). Esto es, la información no se registra y
por lo tanto no entra en el almacén de memoria (Kapur, 1999).
Por otra parte, la amnesia disociativa (o amnesia psicológica) suele limitarse a la incapacidad para recuperar
información previamente almacenada, cuando esa incapacidad no puede explicarse debido a un olvido ordinario o a
una amnesia retrógrada. Suele ser una reacción muy habitual ante circunstancias estresantes de gran magnitud
––por ejemplo combate en tiempo de guerra, o accidentes
graves de automóvil—. En este trastorno, la información
personal que aparentemente se ha olvidado sigue estando
presente pero fuera de la conciencia, como se puede comprobar en las entrevistas realizadas bajo un estado de hipnosis o narcosis (inducida por amital sódico, el llamado
suero de la verdad), y en aquellos casos en que la amnesia
desaparece de manera espontánea. El DSM-4-TR reconoce
cuatro tipos fundamentales de amnesia psicológica: localizada (no se recuerda nada de lo sucedido durante un periodo específico, generalmente las primeras horas o días
después de un acontecimiento muy traumático); selectiva
(se produce un olvido pero no de todo lo ocurrido durante un periodo determinado); generalizada (se olvida por
completo cualquier recuerdo); y continua (no se recuerda
lo que ocurrió a partir de cierto momento). Los últimos
dos tipos son muy poco frecuentes.
Por regla general los episodios de amnesia suelen durar desde unos cuantos días a unos cuantos años, y aunque
hay quien sólo experimenta un episodio, muchas personas
han sufrido múltiples episodios a lo largo de su vida (Maldonado et al., 2002). En las reacciones disociativas amnésicas más comunes, los individuos son incapaces de
recordar ciertos aspectos de su historia personal, o hechos
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
importantes relativos a su identidad. Sin embargo, algunos
hábitos básicos como la lectura, el habla, alguna habilidad
manual y cosas por el estilo, permanecen intactos (Kihlstrom y Schacter, 2000). Así pues, sólo se ve afectado un determinado tipo de recuerdos, al que los psicólogos
denominan episódicos (relativos a acontecimientos que se
han experimentado) o autobiográficos. Los otros tipos de
memoria —semántica (relativa al lenguaje de los conceptos), procedimental (cómo hacer cosas) y almacén a corto
plazo— parecen permanecer intactos, aunque en realidad
se ha investigado muy poco sobre este tema (Kihlstrom y
Schacter, 2000).
En casos muy aislados, es posible que el individuo todavía se retraiga más de los problemas de la vida real, refugiándose en un estado de amnesia denominado fuga
disociativa, la cual, como su nombre indica, es un mecanismo de defensa de evasión, ya que la persona no sólo
olvida su pasado, sino que también se aparta de su entorno. Esto va acompañado de confusión respecto a la identidad personal, o incluso de una nueva identidad (aunque
esas identidades no se alternan como ocurre en el trastorno disociativo de identidad). Durante la fuga, los individuos no son conscientes de haber perdido los recuerdos
de su vida anterior, pero su recuerdo de lo que ocurre durante el estado de fuga permanece intacto (Kihlstrom y
Schacter, 2000). Su conducta durante el estado de fuga
suele ser normal y no despierta sospechas de que algo
vaya mal. Sin embargo, su conducta suele reflejar un estilo de vida más o menos diferente de la habitual. Días, semanas, o a veces incluso años después, estas personas se
recuperan súbitamente del estado de fuga, y se encuentran en un lugar extraño trabajando en una nueva ocupación, sin la menor idea de cómo han llegado ahí. En otros
casos, la recuperación se produce gracias a constantes
preguntas y recordatorios por parte de los demás. En
cualquier caso, a medida que desaparece el estado de
fuga, también lo hace su amnesia inicial —aunque parece
una nueva amnesia aparentemente total relativa al periodo de fuga.
El patrón característico de la amnesia y la fuga es esencialmente similar al de los síntomas de conversión, con la
excepción de que en vez de evitar una situación desagradable por el procedimiento de sufrir alguna disfunción física,
la persona evita de manera inconsciente pensar en la situación o, en casos extremos, abandonan la escena (Maldonado et al., 2002). Así pues, quienes experimentan una
amnesia y fuga disociativa suelen enfrentarse con situaciones absolutamente desagradables, para las que no encuentran una vía de escape aceptable. Eventualmente el estrés
llega a ser tan intolerable que se suprimen amplios segmentos de la personalidad y la totalidad del recuerdo de la situación estresante.
Algunos de estos aspectos de la fuga disociativa quedan
perfectamente ilustrados en el siguiente caso.
Fuga disociativa
Burt Tate, cocinero en un restaurante de comida rápida de un pequeño pueblo, fue detenido
por la policía local tras un acalorado altercado
que había tenido en ese establecimiento. Al ser
interrogado por la policía, dijo llamarse Burt
Tate
y que había llegado al pueblo hacía pocas
ESTUDIO
semanas. Sin embargo, no tenía ninguna idenDE UN
tificación oficial ni tampoco pudo decir a los
CASO
policías dónde había estado viviendo y trabajando antes de llegar al pueblo. No hubo cargos, pero se le pidió que acompañase a los policías al hospital para
que le examinaran...
El examen físico que se le practicó no encontró prueba alguna
de que hubiera sufrido algún traumatismo craneal, o de cualquier
otro problema médico... Tenía una buena orientación espacio-temporal, aunque no recordaba nada de su pasado antes de haber llegado al pueblo. Tampoco parecía especialmente preocupado sobre
esa falta de recuerdos...
Mientras tanto, la policía... había descubierto que Burt coincidía
con la descripción de Gene Saunders, que residía en una ciudad situada a trescientos veintidós kilómetros de distancia, y que había
desaparecido hacía un mes. La esposa del Sr. Saunders... confirma la
identidad real de Burt, quien, a su vez, afirmó que no conocía a la señora Saunders.
Antes de su desaparición, Gene Saunders, un ejecutivo medio de
una gran empresa de manufacturas, había sufrido grandes dificultades tanto en su trabajo como en su casa. Una serie de problemas en
el trabajo, tales como no haber conseguido un ascenso, la dimisión
de algunos de sus mejores compañeros, la incapacidad de su departamento para conseguir los objetivos de producción y las incesantes
críticas por parte de sus superiores —todo ello durante un lapso de
tiempo muy breve— había perturbado su habitual ecuanimidad. En
casa se había vuelto taciturno y malhumorado, con frecuentes críticas hacia su mujer y sus hijos. Dos días antes de irse, había tenido
una violenta pelea con su hijo de dieciocho años, que dijo que su padre era un fracasado, y salió impetuosamente de la casa para ir a vivir con sus amigos (adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 215-16).
DEFICIENCIAS INTELECTUALES Y DE MEMORIA EN
LA AMNESIA Y LA FUGA DISOCIATIVAS. Por des-
gracia apenas se han realizado investigaciones sistemáticas
sobre este tema. Lo poco que sabemos proviene fundamentalmente de los estudios sobre la memoria y el funcionamiento intelectual de algunos casos aislados de personas
con este trastorno, de manera que cualquier conclusión
debe considerarse provisional y pendiente de posteriores
estudios, muestras más amplias y grupos de control apropiados. Las conclusiones que podemos extraer a partir de
una serie de estudios son que el déficit fundamental que
muestran estas personas es la pérdida total de la memoria
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Trastornos disociativos
episódica o autobiográfica (Kihlstrom y Schacter, 2000). Su
conocimiento semántico (valorado mediante las tareas verbales de un test de inteligencia) parece permanecer intacto.
Además, hay algunos casos (algunos de los cuales datan de
un siglo atrás) que sugieren que la memoria implícita también permanece intacta. Por ejemplo, Jones (1909, citado en
Kihlstrom y Schacter, 2000) estudió a un paciente con una
importante amnesia, y encontró que aunque no podía recordar el nombre de su esposa o de su hija, si se le pedía que
intentase adivinar sus nombres, lo hacía correctamente. En
un caso más reciente (Lyon, 1985, citado en Kihlstrom y
Schacter, 2000), se pidió a un paciente incapaz de recuperar
ninguna información autobiográfica, que marcase al azar
un número de teléfono. Sin saber lo que estaba haciendo,
marcó el número de teléfono de su madre, que entonces ya
pudo identificarlo.
Algunas de estas deficiencias en la memoria, características de la amnesia y la fuga disociativas, se han comparado
con otras deficiencias similares en la percepción, características de los trastornos de conversión. Esto ha convencido a
algunos teóricos actuales de que el trastorno de conversión
debería clasificarse junto a los trastornos disociativos, y no
con los trastornos somatoformes, tal y como se discute en el
apartado Avances en el pensamiento 8.2.
El trastorno disociativo de identidad
(TDI)
Según el DSM-4-TR, el trastorno disociativo de identidad
(TDI), anteriormente denominado trastorno de personalidad múltiple, consiste en un trastorno disociativo muy
drástico en el que el paciente pone de manifiesto dos o más
AVA N C E S
en el pensamiento
¿Debe clasificarse el trastorno de conversión
como un trastorno disociativo?
A partir del trabajo de Freud y Janet, y durante gran parte
del siglo XX antes de la publicación del DSM III en 1980, los
trastornos de conversión se clasificaban junto a los
disociativos como un subtipo de la histeria (por ejemplo,
neurosis histérica, tipo disociativo, en vez de neurosis
histérica, tipo de conversión como aparece en el DSM II).
Cuando el DSM III optó por basarse en los síntomas
conductuales y no en supuestas etiologías subyacentes,
para la clasificación de los trastornos, se tomó la decisión
de incluir el trastorno de conversión junto con los otros
trastornos somatoformes, debido a que los síntomas
siempre parecían tener un carácter físico pero sin base
orgánica demostrable. Sin embargo, como han señalado
Kihlstrom (1994, 2001) y otros, esta forma de vincular el
trastorno de conversión con el resto de los trastornos
somatoformes, por el mero hecho de que no aparecen
problemas físicos que expliquen las quejas, no tiene en
cuenta algunas importantes diferencias que existen entre
ambos tipos de trastorno. La diferencia más importante es
que los síntomas de conversión (pero no los de los
trastornos somatoformes) casi siempre tienen una
naturaleza seudo-neurológica (ceguera, parálisis,
anestesia, sordera, ataques, etc.), remedando algunos
síndromes neurológicos auténticos, como ocurre con la
mayoría de los trastornos disociativos.
.
Los trastornos que actualmente clasificamos como
disociativos (como la amnesia y fuga disociativas y el
trastorno disociativo de identidad) suponen una alteración
de la memoria explícita respecto a acontecimientos pasados
o la propia identidad, o a ambas. Sin embargo, lo que ocurre
durante el periodo de amnesia sí queda registrado en el
sistema nervioso, ya que influye de manera indirecta sobre
la conducta, incluso aunque la persona no pueda recuperar
conscientemente esos recuerdos (de hecho, la memoria
implícita permanece al menos parcialmente intacta en los
trastornos disociativos). De manera similar, Kihlstrom y
otros han sugerido que los trastornos de conversión
suponen alteraciones en la percepción y la acción explícitas.
Esto es, las personas que sufren un trastorno de conversión
no reconocen de manera consciente que pueden ver, oír,
sentir o moverse, cuando se les engaña para que lo hagan, o
cuando se utilizan medidas indirectas de carácter fisiológico
o conductual para comprobarlo (véase Janet, 1901, 1907;
Kihlstrom, 1994, 2001). Por lo tanto, Kihlstrom (1994, 2001)
mantiene una elocuente disputa para conseguir que cuando
aparezca la siguiente edición del DSM, se abandone el
término trastorno de conversión, y se vuelva a clasificar los
tipos sensorial y motor del síndrome como categorías del
trastorno disociativo. De esta manera, la característica
principal de todos los trastornos disociativos sería entonces
la alteración de las funciones de la conciencia que
normalmente sí se encuentran integradas (memoria,
percepción y acción).
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
identidades o estados de personalidad distintos, que se alternan para tomar el control de la conducta. También se
produce una incapacidad para recordar informaciones personales importantes, que no puede explicarse por procesos
ordinarios de olvido. Cada una de las entidades parece tener
una historia personal diferente, así como una auto-imagen
y un nombre distintos, aunque algunas identidades sólo
sean parcialmente diferentes e independientes de las demás.
En la mayoría de los casos la identidad que se adopta con
más frecuencia y que lleva el nombre real de la persona es la
identidad anfitriona o primaria. En la mayoría de los casos
el anfitrión no es la identidad original, y puede o no ser la
identidad mejor adaptada. Las identidades alternativas
pueden diferir de forma notable, tanto respecto al sexo, la
edad, la dominancia de la mano, la caligrafía, la orientación
sexual, la necesidad de utilizar gafas, las lenguas que se hablan o los conocimientos generales. Por ejemplo, una identidad alternativa podría ser despreocupada, encantadora y
sexualmente provocativa, mientras que otra podría ser
tranquila, estudiosa, seria y prudente. Por regla general las
necesidades y conductas que se inhiben en la identidad primaria suelen exhibirse con generosidad en el resto de las
identidades. Hay ciertos roles muy comunes entre el repertorio alternativo de los pacientes con TDI. Por ejemplo, el
papel de Niño, Protector y Perseguidor; y muchas veces
también aparece una alternativa del sexo opuesto, que puede compartir alguno de los otros papeles (Ross, 1989,
1997).
Las identidades alternativas van tomando el control en
diferentes momentos, y esos cambios suelen ocurrir
con gran rapidez (en cuestión de segundos), aunque también pueden producirse cambios más graduales (APA,
2000). Cuando se producen tales cambios es frecuente observar lapsos de memoria para las cosas que han ocurrido al
resto de las identidades. Sin embargo, esta amnesia no siempre es simétrica; esto es, puede que algunas identidades sepan más cosas sobre las otras que éstas sobre la primera.
Algunas veces una de las identidades menores consigue el
control, produciendo alucinaciones (como una voz en el interior de la cabeza que va dando instrucciones). En definitiva, el TID es una situación en la que aspectos normalmente
integrados de la memoria, la identidad y la conciencia, dejan de estarlo y se disgregan.
La presencia de más de una identidad y la amnesia de
que lo que les ha ocurrido a las alternativas, no es el único
síntoma del TID. Hay otros síntomas como la depresión, la
auto-mutilación y los frecuentes intentos de suicidio. Las
personas con TEPT suelen mostrar una propensión a cambiar bruscamente de humor, así como conducta errática,
dolor de cabeza, alucinaciones, abuso de sustancias, síntomas post-traumáticos y otros síntomas de fuga y amnesia
(Maldonado et al., 2002; APA, 2000).
Muchas de estas características quedan ilustradas en el
caso de Mary Kendall.
María y Mariana
María, una trabajadora social divorciada de
treinta y cinco años tenía... un dolor crónico
en su antebrazo y en su mano derecha. Los
médicos se habían visto incapaces de solucionar ese dolor y se decidió enseñarla a autohipnotizarse
para ver si así podía controlar el
ESTUDIO
dolor. María era una excelente sujeto para
DE UN
hipnosis, y aprendió rápidamente técnicas
CASO
para controlar el dolor.
Su profesor de hipnosis describe la vida de
María en términos poco atractivos. Es una mujer profesionalmente
competente pero con una vida social y personal «árida». Aunque
hace ya diez años que su breve matrimonio se rompió, muestra poco
interés por los hombres y no parece tener amigos íntimos. Pasa la
mayor parte de su tiempo libre trabajando como voluntaria en un
hospital...
Durante el transcurso de su entrenamiento, el psiquiatra de María descubrió que parecían tener lapsos importantes de memoria.
En concreto le resultó muy intrigante un determinado fenómeno:
decía que era incapaz de explicar cómo se había vaciado el tanque
de gasolina de su coche. Había llegado a casa prácticamente con el
depósito lleno, y a la mañana siguiente, cuando subió al coche para
ir a trabajar se dio cuenta de que el depósito estaba por la mitad.
Cuando se le aconsejó que controlara el cuenta-kilómetros, descubrió que muchas de las noches en las que ella insistía que se había
quedado en casa, en realidad su coche había circulado durante más
de ciento sesenta kilómetros. El psiquiatra, sospechando que quizá
María pudiera tener un trastorno disociativo, detectó importantes
lagunas en sus recuerdos de la niñez. Por lo tanto, cambió de estrategia, para explorar esas dificultades disociativas.
Durante el transcurso de una de las sesiones de hipnosis el psiquiatra volvió a preguntar a María sobre ese «tiempo muerto», y recibió como respuesta un saludo en un tono de voz absolutamente
diferente, que decía «ya va siendo hora de que me conozcas». Mariana, una identidad alternativa aparentemente bien establecida,
comenzó a describir los viajes que realizaba al caer la noche... Se
mostraba extraordinariamente hostil, justo al contrario de la sumisa y sacrificada María. Mariana hablaba de María con un desprecio
no disimulado, y afirmaba que «preocuparse por cualquiera que no
sea uno mismo es una pérdida de tiempo».
A lo largo del tiempo fueron apareciendo otras seis identidades
alternativas, cada una con características de conducta que se iban
situando a lo largo de una dimensión definida en uno de sus extremos por una señalada sumisión y dependencia, y en el otro por una
fuerte autonomía y agresividad. Había una gran competencia entre
las alternativas para poder pasar «un rato fuera», y de hecho Mariana se comportaba de una manera tan provocativa como para atemorizar a muchos de los que le rodeaban, incluyendo a su hijo de
seis años...
A medida que se iba componiendo rompecabezas de la historia
de María, iban apareciendo recuerdos de su infancia de abusos físicos y sexuales por parte de su padre, pero también de otras perso-
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nas... Describió a su madre... como alguien que había abdicado de su
papel maternal, lo que obligó a María a asumir esas obligaciones familiares mientras todavía era una niña.
Tras cuatro años de psicoterapia sólo se consiguieron avances
modestos para conseguir una auténtica «integración» de esas tendencias tan diferentes en la personalidad de María Kendall (adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 56-57).
La cantidad de identidades alternativas en el TID varía
colosalmente, y se va incrementando a lo largo del tiempo.
Una revisión realizada en 1944 sobre dieciséis casos clásicos
informaba que la tercera parte de esos casos sólo tenían dos
personalidades, mientras que la mayoría de las restantes tenían tres (Taylor y Martín, 1944). Sin embargo, estimaciones más recientes muestran una sorprendente media de
quince identidades (Ross, 1997), hasta llegar al extremo
de algunos pacientes, que pueden llegar a tener un centenar.
Esta tendencia a lo largo del tiempo a multiplicar el número de identidades hace pensar en la influencia de factores
sociales, quizá derivados del propio estímulo por parte de
los terapeutas, tal y como comentaremos más adelante (por
ejemplo, Lilienfeld et al., 1999; Spanos, 1996). Otra tendencia reciente es que muchos de los casos de TID incluyen
muchas más identidades poco habituales y estrambóticas
(como ser un animal), así como más antecedentes nada
plausibles (por ejemplo, rituales satánicos con abusos en la
infancia).
NATURALEZA DE LAS IDENTIDADES ALTERNATIVAS. Una de las principales razones que llevó a
abandonar el antiguo término diagnóstico trastorno de personalidad múltiple, en favor de TID, radica en que el primero sugería una información errónea, como si cada una de
esas identidades constituyera una «personalidad» perfectamente organizada y coherente , que ocupase un espacio, un
tiempo y un cuerpo diferentes. De hecho, las alternativas no
son personalidades en ningún sentido significativo. Colin
Ross (1997), uno de los principales estudiosos del tema, lo
explica de la siguiente manera:
Lo más importante que se debe comprender es que las
personalidades alternativas no son personas. Ni siquiera
son personalidades... Las personalidades alternativas son
representaciones de conceptos, impulsos, recuerdos y sentimientos internos. A la misma vez, son fragmentos disociados de conducta, que se han desarrollado a partir de la
interacción con el mundo. Son partes fragmentadas de
una misma persona. Sólo hay una persona (p. 144).
PREVALENCIA. ¿POR QUÉ SE HA INCREMENTADO?
Probablemente debido a su llamativa naturaleza, los casos
de TID han recibido una gran atención y publicidad tanto
Trastornos disociativos
en novelas, televisión, como en películas. Pero de hecho, hasta muy recientemente el trastorno era muy poco frecuente
—o al menos casi nunca se diagnosticaba— en la práctica
clínica. Antes de 1979, sólo fue posible encontrar unos doscientos casos en toda la literatura psicológica y psiquiátrica
de todo el mundo. Pero en 1999, sin embargo, solamente en
Norteamérica habían aparecido 30 000 casos (Ross, 1999). Si
bien su aparición en el ámbito clínico se ha incrementado de
una manera impresionante, la estimación de la prevalencia
en la población general varía de manera tan amplia, que posiblemente dichas estimaciones no tengan validez, debido a
la dificultad de establecer un diagnóstico fiable (por ejemplo, recuérdese que sólo fue posible diagnosticar a María en
el transcurso de sesiones de hipnotismo, que se realizaban
con un objetivo diferente al del propio diagnóstico).
Se trata de un trastorno que suele comenzar en la niñez,
aunque la mayoría de los pacientes tienen entre veinte y
treinta y tantos años en el momento en que se detecta (Ross,
1997). Las mujeres superan a los hombres entre tres y nueve
veces a la hora de recibir este diagnóstico (APA, 2000). Hay
quien piensa que esta fuerte discrepancia sexual podría deberse a la mayor proporción de abuso sexual infantil entre las
niñas que entre los niños (véase Capítulo 13) pero, como veremos después, se trata de un tema controvertido.
Probablemente sean muchos los factores que han contribuido a ese impresionante aumento de la prevalencia del
TID. Por ejemplo, la tendencia ascendente empezó a marcarse durante los años 70 tras la publicación del libro de
Flora Rhea Schreiber, Sybil (1973), que permitió al gran público conocer las características de ese problema. Más o menos a la misma vez, la publicación del DSM III permitía
especificar con claridad los criterios diagnósticos del TID.
Todo ello probablemente favoreciera la aceptación de esa
categoría diagnóstica por parte de los clínicos, lo que podría
a su vez haberse reflejado en la literatura. Tradicionalmente
los clínicos se han mostrado escépticos respecto a las sorprendentes conductas que manifiestan estos pacientes, derivadas de los impresionantes cambios repentinos que
pueden producirse ante sus ojos.
Otra razón que puede explicar el aumento del diagnóstico de esta enfermedad desde 1980 es que desde entonces el
DSM III ha establecido el criterio diagnóstico para la esquizofrenia. Así pues, muchas de las personas que habían sido
diagnosticadas erróneamente de esquizofrenia, probablemente empezaron a recibir el diagnóstico más apropiado de personalidad múltiple (ahora TID) (véase el
apartado El mundo que nos rodea 8.3 de la página 286). A
partir de 1980, los escasos informes de abusos infantiles
vinculados al historial clínico de pacientes con TID comenzó a crecer en lo que llegaría a convertirse en un crescendo.
Como veremos más adelante, ha surgido una gran controversia respecto a cómo interpretar esos resultados, pero lo
que está absolutamente claro es que los informes de abusos
en pacientes con TID atrajeron la atención hacia ese
CAPÍTULO 8
.
Trastornos disociativos y somatoformes
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Esquizofrenia, personalidad dividida y TID:
dilucidar la confusión
Para el público general suele resultar bastante confusa la
diferencia entre TID y esquizofrenia. De hecho resulta
frecuente referirse a las personas con esquizofrenia con
el término «personalidad dividida». Incluso hemos
escuchado decir cosas como «estoy un poco
esquizofrénico con este tema» queriendo transmitir la
idea de que se tiene más de una opinión al respecto.
Esta utilización errónea del término personalidad
dividida pone manifiesto que no se comprende demasiado
bien lo que significa la esquizofrenia, que por supuesto no
significa en absoluto «dividirse» en dos personalidades
como las de «Jekyll y Hyde». Esta confusión quizá
proceda de que el término esquizofrenia, que fue
acuñado por el psiquiatra suizo Bleuer, está compuesta
de los morfemas Schizien, que significa «dividido» en
alemán, y fren, que es la raíz griega de «mente». La idea
de que la esquizofrenia se caracteriza por una mente
dividida podría proceder de aquí.
trastorno, lo que a su vez puede haber incrementado la tasa
con que se ha diagnosticado.
Por último, resulta más que probable que parte del aumento en la prevalencia del TID sea en realidad un artefacto derivado del hecho de que algunos terapeutas busquen,
de manera especial, pruebas de TID en sus pacientes. De hecho, puede ocurrir que el terapeuta refuerce sutilmente la
aparición de nuevas identidades al mostrar un gran interés
por ellas. Más adelante expondremos de qué forma podría
ocurrir esto.
ESTUDIOS EXPERIMENTALES SOBRE EL TID.
Casi
todo lo que se sabe sobre el TID proviene de auto informes
realizados por pacientes, así como de las observaciones clínicas de terapeutas e investigadores. De hecho, sólo se ha
llevado a cabo un pequeño número de estudios experimentales sobre el tema, que han intentado corroborar observaciones clínicas que se remontan a un centenar de años. En
efecto, la mayoría de esos estudios sólo han utilizado unos
pocos sujetos. A pesar de ello, sus resultados son bastante
coherentes entre sí, y ponen de manifiesto algunas características muy interesantes del TID. El interés fundamental de
esos estudios ha sido determinar la naturaleza de la amnesia que se produce entre las diferentes entidades. Como ya
Sin embargo, no es eso lo que Bleuler pretendía
decir. Por el contrario este autor se refería al
fraccionamiento de los vínculos mentales, que
generalmente permanecen integrados, esto es, los lazos
entre palabras, pensamientos, emociones y la conducta.
Este tipo de división dar lugar a un pensamiento muy
poco eficaz, que a su vez genera otras dificultades
asociadas con la esquizofrenia.
Es muy importante recordar que las personas con
esquizofrenia no tienen múltiples identidades distintas,
que van tomando el control de su mente y su conducta.
Puede que tengan un espejismo, y crean que son alguna
otra persona, pero no manifiestan los cambios de
identidad acompañados por el tono de voz, el
vocabulario y la apariencia física, característicos de los
cambios en TID. De hecho, las personas con TID (que
probablemente se parece mucho más a la idea de la
«personalidad dividida») no muestran características
esquizofrénicas como la conducta desorganizada,
alucinaciones que provienen del exterior de su cabeza o
espejismos.
se ha dicho, la mayoría de las personas con TID tienen al
menos algunas entidades que desconocen por completo la
existencia y las experiencias de otras entidades alternativas.
Esta característica del TID ha sido corroborada en algunos
estudios, que han demostrado que cuando una de las identidades tiene que aprender una lista de pares de palabras,
mientras que una segunda identidad tiene que recordar ese
emparejamiento, utilizando la primera palabra como clave,
no parece producirse una transferencia de lo aprendido por
la entidad 1 a la entidad 2. Esta amnesia entre entidades
suele considerarse una característica fundamental del TID
(Kihlstrom, 2001; Kihlstrom y Schacter, 2000).
Sin embargo, y como se ha dicho anteriormente, existen otros tipos de memoria, diferentes a la mera recuperación de algo a la conciencia (memoria explícita). Como
ocurre con la amnesia disociativa, hay pruebas de que la
identidad 2 dispone de cierta memoria implícita de las cosas
que ha aprendido la identidad 1. Esto es, aunque la identidad 2 no sea capaz de recordar conscientemente las cosas
que aprendió la identidad 1, estos acontecimientos aparentemente olvidados sí pueden influir sobre la experiencia,
pensamientos y conductas de la identidad 2 (Kihlstrom,
2001). Esto podría comprobarse pidiendo a la identidad 2
que aprendiese la lista de palabras que previamente había
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aprendido la identidad 1; aunque la identidad 2 no recordase conscientemente esa lista de palabras, probablemente
pudiera aprenderla con más rapidez que una lista completamente nueva, lo que pondría de manifiesto que está actuando la memoria implícita (por ejemplo, Dick-Barnes et
al., 1987; Ludwig et al., 1972; véase también Kihlstrom,
2001, para una revisión).
Hay otros estudios que han demostrado que las reacciones emocionales que ha aprendido una de las identidades suelen transferirse a las demás. Así pues, aunque la
identidad 2 no sea capaz de recordar un acontecimiento
emocional que le ocurrió a la identidad 1, sin embargo un
recordatorio visual o auditivo de ese acontecimiento (un
estímulo condicionado) que se administre a la identidad 2
sí podría provocar una reacción emocional, incluso aunque
esta identidad no sepa a qué se debe tal reacción (por ejemplo, Ludwig et al., 1972; Prince, 1910; véase Kihlstrom y
Schacter, 2000, para una revisión). En cualquier caso, otros
estudios han dejado muy claro que no siempre se produce
esta transferencia de la memoria implícita, sobre todo respecto a ciertas tareas que pueden estar muy influidas por la
identidad que está siendo examinada (por ejemplo, Dorahy,
2001; Eich et al., 1997; Nissen et al., 1988). Pero sean cuales
sean las razones por las que únicamente podemos encontrar pruebas de transferencia de la memoria implícita, los
resultados que demuestran la existencia de dicha transferencia son de gran importancia. Son importantes porque
ponen de manifiesto que la amnesia explícita entre identidades no se debe simplemente a que una de ellas intente suprimir de manera activa cualquier prueba de transferencia
de recuerdos; si esto fuera así, no deberíamos encontrar
ninguna filtración de memoria implícita entre identidades
(Dorahy, 2001; Eich et al., 1997).
Incluso hay un pequeño número de estudios experimentales que han examinado las diferencias en la actividad
cerebral cuando se evalúan personas con TID, en momentos donde el primer plano de la conciencia lo ocupan entidades diferentes. Por ejemplo, en un estudio ya clásico,
Putnam (1984) investigó la actividad EEG en once pacientes con TID durante diferentes identidades, y en diez sujetos de control que simulaban estados de personalidad
diferente, para intentar averiguar si existían patrones diferentes de actividad cerebral durante cada una de esas identidades (real o simulada), tal y como encontraríamos si
estuviéramos estudiando personas diferentes. El estudio
encontró diferencias en la actividad eléctrica del cerebro
entre las diversas identidades de los pacientes con TID, diferencias que eran mayores que las que mostraba el grupo de
control que fingía esas diferencias (véase Kihlstrom et al.,
1993; Putnam, 1997). Tsai y sus colaboradores (1999) utilizaron técnicas de Resonancia Magnética Funcional para estudiar las diferentes identidades de una mujer con TID, en
el momento en que se producía el cambio de una identidad
a otra. Encontraron cambios en la actividad del hipocampo
Trastornos disociativos
y el lóbulo temporal medio. Estas zonas del cerebro tienen
mucho de ver con la memoria, por lo que tal actividad durante los cambios de identidad resulta perfectamente coherente y predecible.
FACTORES CAUSALES Y CONTROVERSIAS RESPECTO AL TID. Existen al menos cuatro focos de controver-
sia relacionados con el tema. En primer lugar, hay quien se
pregunta si el TID es un trastorno auténtico o una patraña
y si, incluso aunque fuera real, podría fingirse. La segunda
controversia gira en torno al desarrollo del TID. ¿Está causado por un trauma infantil, o supone algún tipo de estimulación social de los múltiples papeles, que pueden haber
sido promovidos por clínicos descuidados? En tercer lugar,
quienes mantienen que el trastorno está causado por un
trauma infantil, citan pruebas de que la gran mayoría de los
pacientes con este trastorno han sufrido abusos en su infancia. El problema radica en si esos recuerdos son o no auténticos. Por último, suponiendo que realmente haya habido
abusos, no sabemos si éstos desempeñan un papel causal, o
si simplemente están correlacionados con alguna otra variable que sea la auténtica causa del trastorno. A continuación vamos a revisar cada una de esas controversias.
¿Se trata de un trastorno auténtico o de una patraña?
La posibilidad de que el TID tan sólo sea una patraña ha enconado su diagnóstico durante al menos un siglo. El escepticismo sobre el tema viene alimentado por la frecuencia
con que los abogados defensores lo han utilizado para forzar un veredicto de inocencia en su cliente («fue mi otra
personalidad quien lo hizo»). Por ejemplo, esta estrategia
se utilizó, aunque infructuosamente, en el famoso caso de
Hillside Strangler, Kenneth Bianchi (Orne, Dinges, y Orne,
1984), pero probablemente en otros casos sí haya tenido
éxito. Bianchi fue acusado de la brutal violación y asesinato
de diez mujeres en Los Ángeles. Aunque se disponía de
abundantes pruebas de que había sido él quien cometió tales crímenes, lo negaba obstinadamente, por lo que algunos
abogados pensaron que quizá pudiera sufrir TID. Por esa
razón lo entrevistó un psicólogo clínico, y apareció bajo
hipnosis una segunda personalidad, «Steve», quien confesó
los crímenes, lo que creó un precedente para alegar «no
culpable debido a su locura» (véase el Capítulo 18). Sin embargo, Bianchi fue examinado otra vez con más detenimiento por un renombrado psicólogo especializado en
estos temas, el último Martin Orne. Tras un examen más
detenido, Orne llegó a la conclusión de que Bianchi estaba
fingiendo. Orne se basó en que cuando sugirió al acusado
que la mayoría de las personas con TID tenían más de dos
identidades, éste inmediatamente produjo una tercera
(Orne et al., 1984). De hecho, no había evidencia alguna de
que antes del juicio existieran múltiples identidades. Una
vez que se descubrió la patraña de Bianchi, fue condenado
por los asesinatos. Así pues, muchas veces el trastorno
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
puede fingirse para evitar una condena. Sin embargo, la
mayoría de los investigadores están convencidos de que estos casos de fingimiento son muy poco frecuentes.
¿Cómo se desarrolla el trastorno?
Son muchos los
profesionales que reconocen que en la mayoría de los casos,
el TID es un síndrome auténtico, aunque sí existen importantes desacuerdos respecto a su desarrollo y mantenimiento. En un extremo se encuentra la teoría socio-cognitiva, que
mantiene que el TID se desarrolla cuando una persona muy
sugestionable aprende a adoptar los papeles de diversas
identidades, fundamentalmente debido a que los clínicos
primero se los sugieren inadvertidamente, y después las legitiman y refuerzan; y también porque esas identidades están dirigidas hacia los objetivos personales del individuo
(Lilienfeld et al., 1999; Spanos, 1994, 1996). Es importante
tener en cuenta que hasta el momento, la perspectiva sociocognitiva mantiene que el paciente no hace eso de manera
intencionada o consciente, sino que ocurre de manera espontánea y sin apenas ser consciente de ello (Lilienfeld et
al., 1999). Lo más probable es que algunos clínicos demasiado entusiastas, fascinados por el fenómeno del TID, e
imprudentes con la utilización de la hipnosis, sean responsables en gran medida de provocar este trastorno en pacientes muy sugestionables y tendentes a la fantasía (por
ejemplo, Spanos, 1996). De manera coherente con esta hipótesis, Spanos, Weekes y Bertrand (1985) demostraron
que era posible inducir bajo sugestión hipnótica a un grupo
de estudiantes universitarios normales, a mostrar algunos
de los fenómenos típicos del TID, lo que incluye la adopción de una segunda entidad con un nombre diferente y un
perfil de personalidad distinto. Así pues, las personas pueden asumir una segunda entidad cuando la situación les
impulsa a ello. Otro tipo de presión que puede influir también sobre la adopción de una segunda identidad, podrían
ser los recuerdos de la conducta pasada (por ejemplo, de
niño), la observación de la conducta de otras personas (por
ejemplo, asertiva e independiente, o sexy y coqueta), así
como las descripciones de los medios de comunicación relativas al TID (Lilienfeld et al., 1999; Spanos, 1994).
La teoría socio-cognitiva también es coherente con las
pruebas que indican que muchos pacientes TID no muestran indicios de trastornos previos a la terapia, y también
con otras pruebas de que el número de identidades alternativas tiende a aumentar a medida que avanza la terapia.
También coincide con el incremento de la prevalencia de
este trastorno, desde que a partir de los años 70 comenzara a conocerse entre el público en general, y desde 1980,
cuando también los terapeutas alcanzaron un mayor conocimiento del trastorno a través del DSM III (Lilienfeld
et al., 1999).
Sin embargo, esta teoría no está exenta de críticas. Por
ejemplo, la demostración de Spanos con los estudiantes universitarios hipnotizados resulta interesante, pero no demues-
tra que sea ésta la manera en que aparece el trastorno en la
vida real. Por ejemplo, aunque alguien sea capaz de ofrecer
una descripción muy convincente de una persona con una
pierna rota, eso no es suficiente para poder establecer cómo
suelen romperse las piernas. De hecho, los participantes que
fueron hipnotizados en éste y en otros experimentos, sólo
mostraron algunos de los síntomas más evidentes de TID
(como por ejemplo tener más de una identidad), y sólo los
mostraron en condiciones muy efímeras, restringidas al laboratorio. Ninguno de esos estudios ha podido demostrar
que en condiciones de laboratorio aparezcan también otros
síntomas como la despersonalización, los lapsos de memoria
durante períodos prolongados, o las alucinaciones auditivas.
Así pues, aunque sea posible recrear algunos de los síntomas,
no existen pruebas de que el trastorno esté originado de esta
manera (por ejemplo, Gleaves, 1996).
Otra importante teoría que intenta explicar la aparición
y desarrollo del TID es la teoría post-traumática (Gleaves,
1996; Ross, 1997, 1999). La gran mayoría de pacientes con
trastorno de identidad disociada (alrededor del noventa y
cinco por ciento) dicen recordar haber sufrido horribles
abusos cuando eran niños (véase la Figura 8.1). Según esta
perspectiva, el trastorno comienza cuando los niños intentan afrontar la abrumadora sensación de desesperanza e impotencia que experimentan ante los repetidos abusos
traumáticos. Al carecer de otros recursos o vías de escape, los
niños terminarían por disociarse y escapar a un mundo de
fantasía, donde se convierten en otra persona. Esta escapatoria podría ocurrir mediante un proceso similar a la autohipnosis (Butler et al., 1996), y en la medida en que permita
aliviar el sufrimiento producido por los abusos, resultará reforzada y ocurrirá cada vez con más frecuencia. Puede que
algunas veces los niños se limiten a imaginar que el abuso le
está sucediendo a otra persona. Pero si el niño tiene tendencia a fantasear, y el abuso continúa durante el tiempo suficiente, podría ocurrir que el niño fuera creando diferentes
yoes en diferentes momentos, lo que posiblemente estableciera las bases de las múltiples identidades disociadas.
Sin embargo, sólo una parte de los niños que han sufrido experiencias traumáticas son proclives a la fantasía o la
auto-hipnosis, por lo que quizá el modelo más pertinente
sea el de predisposición-estrés. Esto es, los niños que tienden a la fantasía y/o quienes son fáciles de hipnotizar, podrían tener una predisposición para desarrollar el trastorno
disociado de identidad (u otro trastorno de disociación) en
el caso de que sufran abusos graves (por ejemplo, Butler et
al., 1996; Kihlstrom, Glisky, y Angiulo, 1994). Sin embargo,
otra posibilidad radica en que la tendencia hacia la fantasía
y la susceptibilidad hacia la hipnosis no supongan una predisposición para los trastornos disociativos, sino que constituyan características de personalidad que influyen sobre el
tipo de trastorno, en caso de que el niño sufra abusos (identidad disociativa frente a ansiedad o depresión). De hecho,
es importante destacar que no hay nada inherentemente
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Trastornos disociativos
Informes de abuso infantil en cinco estudios diferentes
con pacientes con identidades disociadas (N = 843)
Putnam et al., 1986 (100 casos)
Schultz et al., 1989 (355 casos)
Ross et al., 1990 (236 casos)
Ross et al., 1991 (102 casos)
Coons et al., 1988 (50 casos)
100
Porcentaje
80
60
40
20
Figura 8.1
0
Sexual
Físico
Tipo de abuso
patológico respecto a la susceptibilidad a la fantasía o hacia
el hipnotismo (Kihlstrom et al., 1994).
Cada vez más, quienes consideran que el abuso infantil
desempeña un papel crucial en el desarrollo del trastorno de
identidad disociada, están empezando a considerarlo como
una variante más complicada y crónica del trastorno de estrés postraumático, que por definición está provocado por la
exposición a algún tipo de acontecimiento gravemente traumático, lo que por supuesto incluye el abuso (por ejemplo,
Brown, 1994; Maldonado et al., 2002; Zilikovsky y Lynn,
1994). Los síntomas de ansiedad son más destacados en el
trastorno de estrés postraumático que en el trastorno de
identidad disociada, mientras que los síntomas de disociación serían más acentuados en este último trastorno que en
el primero. En cualquier caso, ambos tipos de síntomas estarían presentes en los dos trastornos (Putnam, 1997).
¿Los recuerdos de abusos son reales o falsos en el
TID? Los informes sobre las crueldades y las torturas que
han sufrido de niños algunos pacientes con TID revuelven
el estómago. Sin embargo, su veracidad está en entredicho.
Los críticos argumentan que al menos algunos de esos informes, que generalmente aparecen a lo largo de la terapia,
podrían constituir falsos recuerdos, que a su vez sean producto de algunas de las preguntas formuladas, así como de
las técnicas de sugestión que aplican algunos psicoterapeutas bienintencionados, pero con escasa preparación y poco
cuidado (Lilienfeld et al., 1999; Yapko, 1994). Muchos investigadores están convencidos de que esto suele ocurrir,
con frecuencia con trágicas consecuencias. Algunos miembros inocentes de la familia han sido falsamente difamados
por pacientes con TID, acusados ante un tribunal. Pero
también es verdad que con demasiada frecuencia se produ-
Otro o ambos
Informes de abuso infantil en
cinco estudios diferentes con
pacientes con identidades
disociadas (N = 843).
cen brutales abusos de niños, que necesariamente ejercen
efectos muy adversos sobre el desarrollo, fomentando la disociación patológica (por ejemplo, Maldonado et al., 2002;
Nash et al., 1993). En tales casos, es obligado perseguir a los
que han perpetrado el abuso. Por supuesto, lo difícil es determinar cuándo los recuerdos de abusos son reales y cuándo no lo son. Esta controversia sobre la veracidad o falsedad
de la memoria será analizada con más detalle en el apartado
de Temas sin resolver con el que finaliza este capítulo.
Una manera de constatar si un recuerdo determinado
responde a la realidad podría ser buscar una verificación independiente del mismo, quizá mediante un médico, el registro en un hospital o en la policía. Sólo unos cuantos estudios
han podido hacerlo, pero incluso éstos han despertado el escepticismo. Por ejemplo, Lewis y sus colaboradores (1997)
estudiaron a doce asesinos convictos diagnosticados de TID.
Tras buscar a fondo en su pasado (incluyendo informes médicos, de los servicios sociales y de la prisión), llegaron a la
conclusión de que los doce habían sufrido abusos cuando
eran niños, y de carácter muy grave. La Figura 8.2 resume estos resultados. Por desgracia, este estudio no incluyó un grupo de control, compuesto por asesinos de características
similares pero que no exhibieran síntomas del trastorno. Por
lo tanto no podemos tener la certeza de si el abuso al que se
vieron sometidos estos criminales es el principal responsable de su violencia, o del TID. De hecho, Lewis y sus colaboradores deberían haber valorado cuidadosamente la
posibilidad de que algunos de los asesinos estuvieran fingiendo el trastorno de identidad disociada (Lilienfeld et al.,
1999). Así pues, aunque este estudio ha sido el mejor intento de constatar la presencia de abusos en personas con TID,
continúa siendo un tema con muchas lagunas, por lo que se
hace necesario continuar la investigación.
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
Abusos infantiles en doce casos de TID entre
asesinos convictos
Figura 8.2
Frecuencia de abusos infantiles en
doce casos de TID entre asesinos
convictos. Lamentablemente, es
difícil extraer conclusiones de este
estudio, debido a que no utilizó un
grupo de control compuesto por
asesinos convictos sin TID, y tampoco se intentó averiguar si fingían
el trastorno.
Tipo de abuso
Fuertes palizas por parte
de alguno de los padres
Abuso físico grave por
parte de otro familiar
Abandono y negligencia
graves
Abuso sexual por parte de
un padre
Abuso sexual por otro
familiar
Incesto entre hermanos
Fuente: adaptado de Lewis et al. (1997),
Tabla 2, pp. 1708-9.
¿Qué papel causal desempeña el abuso en el TID?
Dejemos de momento a un lado la controversia sobre la verosimilitud de los recuerdos de abusos, y supongamos que
realmente las personas con TID hayan sufrido abusos graves
durante su infancia. ¿Cómo podríamos saber si estos abusos
desempeñan un papel causal en el desarrollo del trastorno?
Por desgracia no es una pregunta que pueda responderse
con facilidad. Por ejemplo, los abusos infantiles suelen ocurrir fundamentalmente en entornos familiares plagados de
adversidades y traumas (por ejemplo, diversos tipos de psicopatología, negligencia y pobreza). Por eso es difícil estar
seguros de cuál de esas dificultades desempeña un papel
causal más importante (por ejemplo, Lilienfeld et al., 1999;
Nash et al., 1993; Tilman, Nash, y Lerner, 1994). Por otra
parte, las personas que han sufrido abusos cuando niños, y
que también tienen síntomas de TID cuando adultos, pueden ser especialmente proclives a buscar tratamiento, de
manera que los sujetos de la mayoría de las investigaciones
que han estudiado la prevalencia del abuso infantil sobre el
TID podrían no ser representativos de la población con
TID. Por último, el abuso infantil puede conducir a diversos
tipos de psicopatología, lo que incluye la depresión, el TEPT,
trastornos de la alimentación, trastornos somatoformes, o
trastorno limítrofe de la personalidad, por nombrar sólo algunos. Quizá lo más que podamos decir sea que el abuso infantil puede desempeñar un papel causal inespecífico sobre
muchos trastornos, mientras que quizá sean otros factores
más específicos los que determinen qué trastorno será el
que se desarrolle (véase el Capítulo 11 y el 13).
Algunos comentarios sobre estas controversias.
Como
hemos visto, son numerosos los estudios que indican que las
entidades separadas que albergan los pacientes con TID son
0
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10 11 12
Número de casos
distintas, tanto desde un punto de vista fisiológico como cognitivo. Por ejemplo, la actividad EEG de las diferentes alternativas puede llegar a ser muy diferente. Dado que esas
diferencias no pueden simularse de manera intencionada (por
ejemplo, Eich et al., 1997), se diría que este trastorno supone
algo más que el fingimiento o la incorporación social de un
rol. De hecho, esto no debería sorprender, dada la amplia evidencia de la existencia de sistemas de memoria separados (disociados), y de procesos mentales inconscientes, lo que indica
que una gran parte de nuestra actividad mental organizada
suele desarrollarse en segundo plano, ajena la conciencia. En
efecto, algunas personas parecen ser especialmente proclives a
desarrollar variantes patológicas de estos procesos disociativos
(Waller, Putnam, y Carlson, 1996; Waller y Ross, 1997).
También es necesario destacar que cada uno de estos debates suele plantearse de manera dicotómica: ¿se trata de un
trastorno auténtico o fingido? ¿La causa es la adopción espontánea de un papel social, o traumas infantiles repetidos? ¿Se
trata de recuerdos auténticos o falsos? ¿El abuso desempeña
un papel causal básico? Sin embargo, lamentablemente esta
manera dicotómica de plantear las cuestiones puede llevar a
respuestas excesivamente simples. La mente humana no parece operar así, por lo que necesitamos no perder de vista la naturaleza compleja y polifacética de los procesos mentales
disociados, que suelen experimentar los pacientes con tan
grave estrés. Afortunadamente, los defensores de ambos extremos de la polémica han comenzado a suavizar sus posiciones y a reconocer que pueden existir múltiples senderos
causales diferentes. Por ejemplo, Ross (1997, 1999), un defensor de la versión dura de la teoría postraumática, ha reconocido recientemente que algunos casos son fingidos, y que otros
pueden haber sido provocados inadvertidamente por terapeutas poco hábiles. Desde el otro punto de vista, Lilienfeld y
www.ablongman.com/butcher12e
sus colaboradores (1999), defensores de la teoría socio cognitiva de Spanos desde su muerte en 1994, han reconocido que
algunas personas con el trastorno de identidad disociado
pueden haber sufrido abusos auténticos, si bien consideran
que no es algo tan frecuente, y que además desempeña un papel causal menor de lo que defienden los teóricos del trauma.
Factores causales socioculturales
de los trastornos disociativos
No cabe duda de que la prevalencia de los trastornos disociativos, especialmente en sus formas más dramáticas como el
TID, depende de la medida en que esos fenómenos se aceptan
o toleran como algo normal, o como un trastorno mental legítimo, en el contexto cultural. De hecho, en nuestra sociedad,
la aceptación y la tolerancia hacia el TID como un trastorno
legítimo se ha modificado de una manera impresionante a lo
largo del tiempo. En cualquier caso, aunque pueda variar su
prevalencia, el TID ha sido identificado en todos los grupos
raciales, clases socioeconómicas y culturas en las que se ha estudiado. Por ejemplo, no sólo aparece en Norteamérica, sino
también en países como Nigeria, Etiopía, Turquía, Australia o
el Caribe, por nombrar algunos (Maldonado et al., 2002).
De manera similar, en diferentes partes del mundo
ocurren fenómenos aparentemente relacionados, como la
posesión por parte de espíritus o trances disociativos, siempre y cuando la cultura local los haya consagrado (Krippner, 1994). Cuando se hacen de manera voluntaria, los
estados de posesión y de trance no se consideran algo patológico ni tampoco un trastorno mental. Pero el DSM-4-TR
ha puesto de manifiesto que algunas personas que son capaces de entrar voluntariamente en ese estado terminan por
desarrollar angustia y deterioros; en estos casos, podrían ser
diagnosticados con un trastorno de trance disociativo (una
categoría diagnóstica provisional en el DSM-4-TR).
También se han encontrado variantes interculturales
de los trastornos disociativos, como por ejemplo el Amok,
que suele considerarse como un trastorno de ira (véase el
apartado El mundo que nos rodea 3.4 en el Capítulo 3). El
Amok tiene lugar cuando un episodio disociativo provoca
una conducta violenta, agresiva, u homicida, dirigida hacia
personas u objetos. Suele ser característica de los varones, y
a menudo inducida por un desaire o un insulto. La persona
que lo padece suele tener manía persecutoria, hostilidad y
amnesia, que con frecuencia van seguidas por un periodo
de agotamiento y depresión. El Amok es característico de
Malasia, Laos, Filipinas, Nueva Guinea y Puerto Rico, y
también entre los indios navajos (APA, 2000).
Tratamiento y resultados
de los trastornos disociativos
Por desgracia no se ha realizado ninguna investigación sistemática y controlada sobre los trastornos de amnesia y
Trastornos disociativos
fuga disociativos y de despersonalización. Sí disponemos de
numerosas historias de un caso, pero sin grupos de control
evaluados en paralelo o que reciban tratamiento placebo,
resulta imposible establecer la eficacia de un tratamiento.
Generalmente se considera que el trastorno de despersonalización es muy difícil de tratar (Simeón et al., 1997), aunque sí puede resultar útil un tratamiento dirigido a la
psicopatología asociada al mismo, como por ejemplo los
trastornos de ansiedad y depresión. Hay quien piensa que la
hipnosis, e incluso el entrenamiento en técnicas de autohipnosis, puede resultar útil, debido a que los pacientes con
un trastorno de despersonalización pueden aprender a
disociar y también a «reasociar», obteniendo así cierto control sobre sus experiencias de despersonalización e irrealidad (Maldonado et al., 2002).
En la amnesia y la fuga disociativas, resulta importante
para la persona vivir en un entorno seguro, por lo que muchas veces el mero hecho de eliminar lo que se percibe
como una situación amenazadora favorece la recuperación
espontánea de la memoria. También suele utilizarse la hipnosis, así como ciertas drogas como benzodiacepinas, barbitúricos, pentobarbital sódico y amobarbital sódico, para
facilitar la recuperación de recuerdos reprimidos y disociados (Maldonado et al., 2002). Una vez que se ha recuperado
la memoria, es importante trabajar sobre los recuerdos,
para poder interpretar y reorganizar las experiencias pasadas desde una nueva perspectiva.
Respecto a los pacientes con TID, la mayoría de los terapeutas intentan conseguir la integración de las identidades alternativas separadas. Cuando tienen éxito, el paciente
desarrolla una personalidad unificada, aunque es frecuente
que sólo se consiga una integración parcial. Pero también
resulta esencial evaluar si se ha logrado una mejoría en los
otros síntomas del TID, así como los trastornos asociados.
De hecho, parece que el tratamiento tiende a producir una
mejoría de los síntomas y del funcionamiento global, en lugar de alcanzar una integración completa y estable de las diferentes identidades (Maldonado et al., 2002).
Una de las técnicas fundamentales que se utilizan en la
mayoría de los tratamientos de TID es la hipnosis (por
ejemplo, Kluft, 1993, Maldonado et al., 2002). La mayoría
de estos pacientes son fáciles de hipnotizar, y cuando se encuentran en ese estado son capaces de recuperar recuerdos
inconscientes y frecuentemente traumáticos. A partir de ahí
resulta fácil procesar esos recuerdos, con lo que los pacientes pueden tomar conciencia de que aquellos peligros que
alguna vez les amenazaron ya han desaparecido (existe sin
embargo otro peligro. Las personas son más sugestionables
cuando están bajo hipnosis, y puede que gran parte de lo
que recuerden no sea cierto. Véase el apartado Temas sin resolver). Mediante la utilización de la hipnosis, los terapeutas
son capaces de establecer contacto con diferentes identidades y restablecer la conexión entre ellas. Un objetivo importante es integrarlas a todas en una única identidad, que sea
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
más capaz de afrontar los factores de estrés. Ciertamente, la
adecuada negociación durante esta fase crítica del tratamiento requiere habilidades terapéuticas de alto nivel; esto
significa que el terapeuta debe estar fuertemente comprometido y además ser un profesional competente. Lamentablemente, no todos los son.
La mayor parte de literatura al respecto consiste en resúmenes del tratamiento de casos aislados, pero los informes de los tratamientos que han obtenido éxito siempre
deben considerarse con precaución, ya que existe la tendencia a publicar los resultados positivos, pero no los negativos. Los datos sobre los resultados de los tratamientos
para grupos grandes de pacientes con TID sólo han aparecido, que nosotros sepamos, en cuatro estudios, y ninguno
de ellos incluía un grupo de control, si bien es cierto que el
TID no remite de manera espontánea con el paso del tiempo, ni tampoco si el terapeuta decide ignorar el asunto
(Kluft, 1999; Maldonado et al., 2002). Por ejemplo, Ellason
y Ross (1997) informaron de los resultados del seguimiento durante dos años de un grupo de pacientes rehabilitados
de su trastorno de identidad disociada. De los ciento treinta y cinco pacientes que sufrían la enfermedad, se pudo localizar y evaluar sistemáticamente a cincuenta y cuatro.
Todos ellos, y sobre todo quienes habían logrado una integración completa, mostraban importantes progresos en diversos aspectos de su vida. Sin embargo, sólo doce de esos
cincuenta y cuatro habían conseguido una completa integración de sus identidades. Se trata de resultados prometedores, aunque nos preguntamos qué será de los ochentaiún
pacientes «perdidos», a quienes quizá no les haya ido tan
bien. Otro estudio más reciente que hizo un seguimiento
durante diez años informó de resultados similares con una
muestra más pequeña de veinticinco pacientes. Sólo se
pudo localizar a doce al final del periodo de diez años de seguimiento; de ellos, seis habían conseguido una integración completa, pero otros dos habían recaído parcialmente
(Coons y Bowman, 2001). En general, se ha encontrado
que (1) para que el tratamiento tenga éxito, debe ser prolongado, a menudo durante muchos años, y (2) cuanto más
grave es el caso, más duradero debe ser el tratamiento
(Maldonado et al., 2002).
REVISIÓN
• Describa los síntomas conocidos como
despersonalización e irrealidad, e indique cuál
de esos trastornos se caracteriza
fundamentalmente por su apariencia.
• Describa la amnesia disociativa y la fuga
disociativos, e indique qué aspectos de la
memoria quedan afectados.
• ¿Cuáles son los síntomas principales del
trastorno de identidad disociado y por qué se
piensa que está aumentando su prevalencia?
• Realice una revisión de las principales
controversias relativas al trastorno de
identidad disociado, que se han discutido en
este capítulo.
T E M AS S I N R ES O LV E R
TID Y LA REALIDAD DE LOS «RECUERDOS RECUPERADOS»
Como hemos visto a lo largo de este capítulo, la naturaleza
y el origen del TID están rodeados de controversia. Nada es
más amargo que lo relacionado con la validez de los
recuerdos del abuso infantil, sobre todo del sexual, que
según los defensores de la teoría postraumática supone el
principal factor causal en el desarrollo del TID. De hecho, se
ha abierto un abismo entre los «creyentes» (en su mayoría
terapeutas privados) y los «incrédulos» (en su mayoría
profesionales de la salud mental con una orientación más
académica y científica). Los incrédulos simpatizan con las
personas que sufren TID, pero tienden a dudar de que se
trate un trastorno causado por el abuso infantil, y se
muestran escépticos ante la validez de los recuerdos al
respecto.
Durante más a menos una década, este debate ha
traspasado el ámbito profesional hasta llegar al gran
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público, lo que ha dado lugar a innumerables acciones
legales. Los pacientes con este trastorno que han sido
capaces de recordar abusos sufridos en su infancia
(generalmente durante la terapia), frecuentemente han
demandado a sus padres por ello. Pero irónicamente, los
terapeutas también han sido demandados por inducir
recuerdos de abusos, que posteriormente se ha demostrado
que no habían ocurrido. Algunos padres, considerando que
habían sido acusados falsamente, han organizado una
organización internacional de apoyo —la Fundación del
Síndrome del Recuerdo Falso— y desde ahí han demandado
algunas veces a los terapeutas, alegando que han inducido
falsos recuerdos en sus hijos. Son muchas las familias que
han quedado destrozadas por los efectos secundarios de
este clima de sospechas, acusaciones, litigios y hostilidad.
Aunque las cuestiones de si el TID tiene su origen en el
abuso sufrido durante la infancia y la posibilidad de que los
recuerdos al respecto sean fiables, son asuntos diferentes,
han tendido a fusionarse a lo largo de este debate. Por lo
tanto, quienes dudan de la validez de los recuerdos también
tienden a considerar que el fenómeno TID procede de la
implantación social y de la estimulación de una serie de
papeles inducidos por una terapia mal planteada (por
ejemplo, véase Bjorkland, 2000; Lilienfeld et al., 1999;
Spanos, 1996). Por otra parte, los creyentes suelen aceptar
sin ningún género de dudas tanto el fenómeno TID como la
idea de que ha sido causado por los abusos (por ejemplo,
véase Gleaves et al., 2001; Ross, 1997, 1999).
Gran parte de la controversia sobre la validez de los
recuerdos procede de las discrepancias respecto a la
naturaleza, fiabilidad y maleabilidad de la memoria
autobiográfica humana. Salvo excepciones, las pruebas de
los abusos infantiles como causa del TID se limitan a esos
recuerdos, por parte de adultos que están siendo tratados
de sus experiencias disociativos. Los creyentes argumentan
que antes del tratamiento esos recuerdos habían sido
«reprimidos» debido a su naturaleza traumática, o que sólo
estaban disponibles para ciertas identidades alternativas,
de las cuales la identidad anfitriona no era consciente.
Desde este punto de vista, el tratamiento debería
orientarse a desmantelar esta defensa represiva, y de esta
manera poner a disposición de la conciencia esos recuerdos
de los abusos recibidos.
Los incrédulos cuentan con algunos argumentos
científicamente bien contrastados. Por ejemplo, hay
pruebas que sugieren que el concepto de represión no es
demasiado sostenible (por ejemplo, Lilienfeld y Loftus,
1998; Piper, 1998). En muchos casos que se interpretan
como represión, en realidad el acontecimiento puede haber
desaparecido de la memoria debido a un proceso normal de
olvido, y no por la represión. En otros casos, se ha recurrido
a la represión para explicar las razones por las que alguien
no ha sido capaz de decir que recuerda un acontecimiento,
aunque eso en realidad se debe a que nunca se les ha
preguntado por el mismo, o a que han sido reticentes a la
hora de exponer información de tipo tan personal (Lilienfeld
y Loftus, 1998; Pope et al., 1998).
Temas sin resolver
Por otra parte, incluso aunque los recuerdos puedan
reprimirse, todavía quedarían preguntas por responder
relativas a la veracidad de esos recuerdos. La memoria
humana no funciona como la de una computadora, que es
capaz de recuperar con precisión fragmentos de
información previamente almacenados. Por el contrario, la
memoria humana es maleable, constructiva y está sujeta a
modificaciones derivadas de los acontecimientos que
puedan haber ocurrido una vez que se haya creado la huella
de memoria (Schacter, Norman, y Koustaal, 2000; Tsai,
Loftus, y Polage, 2000). Al valorar de manera directa el
tema del abuso, Kisch, Lynn, y Rhue (1993) lo han planteado
de esta manera:
Una historia traumática... no sólo consiste en los
acontecimientos infantiles del pasado, sino también en
las interpretaciones, idealizaciones y distorsiones, que
esa persona realiza de dichos acontecimientos pero
desde su perspectiva actual... En definitiva, la memoria
no es algo inmutable como una mosca en ámbar, ni se
parece a un enorme almacén de impresiones, hechos e
información indelebles (p. 18).
De hecho, disponemos de multitud de pruebas que
demuestran que las personas tendemos a manifestar
recuerdos erróneos. Por ejemplo, algunos estudios han
indicado que cuando se pide a adultos normales que
imaginen repetidamente acontecimientos que seguro que
no les han sucedido hace diez años, y posteriormente se les
vuelve a preguntar por ellos, tienen más probabilidad de
decir que esos acontecimientos sí ocurrieron en realidad
(Tsai et al., 2000). Y lo que es más, incluso en un marco
temporal más estrecho, muchos sujetos a veces creen que
han realizado algunas actos extraños (por ejemplo, besar
una lupa), pero también acciones comunes (por ejemplo,
hacer girar una moneda), por el hecho de haber imaginado
dos semanas antes que realizaban esas acciones (Thomas y
Loftus, 2002). Este tipo de estudios pone de manifiesto sin
lugar a dudas que el mero hecho de imaginar
repetidamente determinados acontecimientos (por
extraños que éstos puedan ser) puede inducir a tener falsos
recuerdos de los mismos.
Sin embargo, a principios de la década de los 90
muchos terapeutas con escasa preparación y pocos
conocimientos sobre funcionamiento de la memoria
humana dieron por sentado que una acción terapéutica
suficientemente intensa permitiría descubrir los recuerdos
de las experiencias infantiles traumáticas de sus clientes.
Además, muchos están convencidos de que ciertos
síntomas adultos muy comunes, como dolores de cabeza,
escasa autoestima, o una ansiedad injustificada, dejaban
traslucir la existencia de traumas infantiles (por ejemplo,
véase Bass y Davis, 1988; Bloom, 1990). Persuadidos por la
persistencia y la certidumbre de los terapeutas, junto a la
utilización imprudente de técnicas como la hipnosis y la
regresión en el tiempo, que se sabe que aumentan la
sugestión, muchos clientes llegaban a «recordar» ese tipo
CAPÍTULO 8
Trastornos disociativos y somatoformes
de incidentes, confirmando así la «experta» opinión de su
terapeuta.
Con la pretensión de mediar en el conflicto y de
proporcionar una orientación sobre el tema, a mediados de
los 90 la Asociación Americana de Psicología (APA)
convocó a un grupo de expertos de ambos bandos a un
grupo de trabajo para investigar el recuerdo de abuso
infantil (Alpert et al., 1996). Como muestra de la enorme
controversia y desacuerdos que existían respecto al tema,
los resultados del grupo de trabajo fueron absolutamente
nulos, ya que no llegaron a ningún consenso, y cada bando
redactó un informe propio. Por desgracia, todavía no se ha
realizado ningún progreso hacia el consenso a partir de la
publicación de esos informes en 1996. Así pues, tanto el
público como muchos profesionales no implicados
directamente en el tema continúan confusos y sin saber
qué pensar de los fenómenos disociativos y de su conexión
(si es que la hay) con el abuso infantil.
SUMARIO
• Los trastornos somatoformes son aquellos en que
los problemas psicológicos se manifiestan como
enfermedades físicas (o quejas de enfermedades
físicas), que suelen reproducir ese trastorno, pero
para los que no existen pruebas de patología
orgánica.
— En la hipocondría, se observa una preocupación
ansiosa por la posibilidad de sufrir una
enfermedad, que está basada en una mala
interpretación de ciertos indicios corporales.
Además, los pacientes no quedan convencidos
cuando los exámenes médicos no encuentran
indicios físicos de la enfermedad.
— El trastorno de somatización se caracteriza por
múltiples quejas de malestar físico, que se
pueden agrupar en cuatro clases de síntomas,
que duran al menos cuatro años. No es
necesario que los síntomas hayan existido.
— El trastorno de dolor se caracteriza por un dolor
lo suficientemente grave como para alterar la
vida de la persona, pero sin que aparezca
ninguna patología orgánica que justifique su
presencia.
— El trastorno de conversión supone un patrón de
síntomas o deficiencias que afectan a los
sentidos o las funciones motrices voluntarias, y
que llevan a pensar en un problema neurológico
u orgánico, si bien los exámenes médicos no
encuentran fundamento orgánico para esos
síntomas.
— El trastorno de dimorfismo corporal se
caracteriza por una preocupación obsesiva por
algún defecto —imaginario o no— de la
apariencia física. Son muy comunes las
conductas compulsivas de comprobación (como
mirarse en el espejo constantemente) y la
evitación de actividades sociales por miedo al
rechazo.
• Los trastornos disociativos se producen cuando
los procesos que normalmente regulan la
conciencia y las capacidades de la mente se
desorganizan, lo que produce diversas anomalías
en la conciencia y la identidad personal.
— El trastorno de despersonalización se produce
en aquellas personas que experimentan
episodios persistentes y recurrentes de
irrealidad (perder la sensación de realidad), y
despersonalización (perder la sensación de ser
uno mismo).
— La amnesia disociativa consiste en una
incapacidad para recordar información
previamente almacenada, incapacidad que no
puede explicarse por procesos ordinarios de
olvido, y que parece ser una reacción ante
circunstancias estresantes. La pérdida de la
memoria afecta fundamentalmente a la
memoria episódica o autobiográfica.
— En la fuga disociativa, una persona no sólo cae
en un estado de amnesia, sino que también
abandona su entorno doméstico, y muestra
confusión respecto a su identidad, asumiendo
muchas veces una distinta.
— En el trastorno de identidad disociada, la
persona manifiesta al menos dos o más
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Términos clave
identidades o estados de personalidad distintos,
que se van alternando en el control de la
conducta. Las entidades alternativas pueden
ser muy diferentes de la entidad anfitriona.
Existe una gran controversia respecto a este
trastorno, sobre todo en relación a la posibilidad
de que sea fingido, a su proceso de desarrollo,
así como si los recuerdos de abusos infantiles
son auténticos y, en el caso de que lo sean, si
esos abusos han desempeñado un papel causal.
TÉRMINOS CLAVE
Amnesia disociativa (p. 281)
Beneficio primario (p. 274)
Beneficios secundarios (p. 274)
Despersonalización (p. 280)
Disociación (p. 268)
Fuga disociativa (p. 282)
Hipocondría (p. 268)
Histeria (p. 273)
Identidad anfitriona (p. 284)
Identidades alternativas (p. 284)
Irrealidad (p. 280)
Soma (p. 268)
Trastorno de conversión (p. 273)
Trastorno de despersonalización
(p. 280)
Trastorno de dimorfismo corporal
(TDC) (p. 277)
Trastorno de dolor (p. 272)
Trastorno de identidad disociada
(TID) (p. 283)
Trastorno de somatización (p. 271)
Trastorno ficticio (p. 276)
Trastorno ficticio por poderes
(p. 277)
Trastornos disociativos (p. 268)
Trastornos somatoformes
(p. 268)
C A P Í T U L O
Trastornos de la conducta
alimentaria y obesidad
ASPECTOS CLÍNICOS DE LOS TRASTORNOS
DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA
TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS
DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA
Edad de aparición y diferencias sexuales
Anorexia nerviosa
La bulimia nerviosa
Complicaciones médicas de la anorexia nerviosa y de la
bulimia nerviosa
Otros tipos de trastornos de la conducta alimentaria
Diferencias entre diagnósticos
Comorbilidad de los trastornos de la conducta alimentaria con
otras formas de psicopatología
Prevalencia de los trastornos de la conducta alimentaria
Trastornos de la conducta alimentaria en diversas culturas
Evolución y consecuencias
Tratamiento de la anorexia nerviosa
Tratamiento de la bulimia nerviosa
Tratamiento del trastorno de atracones
FACTORES CAUSALES Y DE RIESGO
EN LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA
ALIMENTARIA
Factores biológicos
Factores socioculturales
Factores individuales de riesgo
El entorno familiar
OBESIDAD
Factores biológicos
Factores psicosociales
Perspectiva del aprendizaje
Factores socioculturales
El tratamiento de la obesidad
La importancia de la prevención
E
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
n febrero de 1983, los seguidores del grupo de rock
de los años 70 The Carpenters recibieron el impacto de la noticia de que Karen Carpenter, cantante del grupo y batería ocasional, había muerto a los
treinta y dos años. Se certificó como causa de la muerte
un paro cardíaco, derivado de una inanición crónica
––resultado a su vez de un trastorno de la conducta alimentaria que se conoce como anorexia nerviosa—.
Karen había estado luchando en secreto contra la anorexia durante casi una década, antes de que su efecto fuera
imposible de ocultar y terminara por llevarle a la
muerte. Y aunque algunos de los principales éxitos del
grupo como «Close to you» o «We´ve Only Just Begun»
hacía tiempo que habían desaparecido de las listas de
éxitos radiofónicos, la muerte de Karen y las circunstancias que la rodeaban hicieron que el público alcanzara
un mayor conocimiento de la problemática de los trastornos de la conducta alimentaria.
También la princesa Diana sufría un trastorno de la
conducta alimentaria. Comenzó cuando tenía veinte años,
prácticamente desde el momento en que inició también su
difícil e infeliz matrimonio con el príncipe Carlos, quien ya
había criticado su delgadez durante su noviazgo y quien,
con el paso del tiempo, fue distanciándose de ella. Los atracones de comida de Diana (seguidos de vómitos provocados) continuaron produciéndose, aunque con diferente
intensidad, al menos hasta la separación formal de la
pareja. Igual que tantos otros que también siguen un estilo de vida con problemas de alimentación, la princesa
ignoró las especulaciones respecto su problema, hasta que
decidió hacerlas públicas, algunos años antes de su muerte
en un accidente de automóvil en 1997. El tipo de trastorno
de alimentación que sufría Diana se denomina bulimia
nerviosa (para más detalles sobre ambos casos, véase
Meyer, 2003, Capítulo 10).
La anorexia y la bulimia nerviosas, que se consideran síndromes diferentes, están codificadas como
trastornos adultos de la conducta alimentaria en el
DSM-4-TR. Sin embargo, su característica más llamativa
no es el problema de la alimentación. En el núcleo de
ambos trastornos se encuentra un temor intenso y patológico a la obesidad, con una brutal obsesión por la delgadez, que puede terminar llevando a la muerte. En este
capítulo nos vamos a centrar en ambos trastornos. También vamos a examinar la obesidad. En el DSM la obesidad no se considera como un trastorno de la conducta
alimentaria ni como un problema psicopatológico. Sin
embargo, dado que se trata de la segunda causa evitable
de muerte, y como además también implica una forma
alterada de comer, hemos decidido incluirla en este capítulo. Su prevalencia está creciendo a un ritmo alarmante.
Y además, provoca más enfermedades y más mortalidad
que el resto de los trastornos de la conducta alimentaria
juntos.
ASPECTOS CLÍNICOS DE
LOS TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
Edad de aparición y diferencias sexuales
La anorexia y la bulimia nerviosas suelen considerarse trastornos «modernos», si bien se conoce la existencia de ese
tipo de problemas desde hace varios siglos (Silverman,
1997). Sin embargo, fue a partir de la década de los 70 y de
los 80 cuando empezaron a llamar la atención del público.
Los clínicos empezarán a encontrar cada vez más pacientes
con patologías de la alimentación, y en seguida se hizo
patente que se trataba de un problema de gran magnitud.
Ninguno de esos trastornos aparece de manera apreciable antes de la adolescencia, aunque se sabe de algunos
niños de siete años que han desarrollado trastornos de la
conducta alimentaria, sobre todo anorexia (Bryant-Waugh
y Lask, 2002). La incidencia de los trastornos de la conducta
alimentaria también parece disminuir después de los veinticinco años, si bien es verdad que carecemos de datos epidemiológicos adecuados al respecto. Como todo el mundo
sabe, la etapa de mayor riesgo son los años de la adolescencia y el inicio de la edad adulta (probablemente porque se
trata de una época de la vida en la que somos más susceptibles a algunos factores de riesgo que describiremos más
adelante). Sin embargo, no debemos olvidar que siempre
hay excepciones a las normas estadísticas. Por ejemplo, hay
un informe sobre una mujer que desarrolló un trastorno de
la conducta alimentaria a la edad de noventa y dos años!
(Mermelstein y Basu, 2001). Sin embargo, lo normal es que
los trastornos de la conducta alimentaria durante la vejez se
pasan por alto, o se atribuyan a otros problemas, quizá porque los clínicos suponen erróneamente que este tipo de
trastorno sólo afecta a los jóvenes.
Si bien se trata de problemas que también afectan a los
varones (véase El mundo que nos rodea 9.1), son mucho
más frecuentes entre las mujeres. Entre la población normal, lo habitual es encontrar a seis mujeres por cada varón
con este trastorno. Sin embargo, entre la población con
problemas clínicos, la tasa llega incluso a ser de diez a uno
(Andersen, 2002). Este importante desequilibrio sugiere
que, por razones que todavía no conocemos por completo,
las variables asociadas con el sexo juegan un papel fundamental en la naturaleza y el origen de este tipo de trastornos.
Anorexia nerviosa
Ya en la literatura religiosa de nuestra era es posible
encontrar algunas descripciones de rechazo ascético de la
comida, que muy probablemente pudieran ser síntomas
de anorexia nerviosa (Vandereycken, 2002). Sin embargo,
la primera descripción médica de la anorexia nerviosa no
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.
Aspectos clínicos de los trastornos de la conducta alimentaria
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Trastornos de la conducta alimentaria
en varones
Desde una perspectiva clínica, los hombres que tienen
trastornos de la conducta alimentaria no se diferencian de
las mujeres con los mismos problemas (Carlat et al., 1997).
Sin embargo, no es probable que un médico piense en la
anorexia cuando ve a un paciente masculino con este
problema. A medida que vamos conociendo más datos que
indican que la anorexia nerviosa no es «un trastorno de
mujeres jóvenes», estamos en condiciones de detectar con
más precisión los casos de anorexia en varones, lo que a
su vez origina un ligero incremento en la prevalencia del
mismo. Sin embargo, los casos de bulimia masculina son
muy poco frecuentes (Andersen, 2002). Aunque todavía
se sabe muy poco sobre el trastorno por atracones de
comida, probablemente pueda llegar a ser el trastorno de
la conducta alimentaria más frecuente entre los varones.
Un factor de riesgo para los varones, muy claramente
establecido, es la homosexualidad (Carlat et al., 1997),
quizá porque la delgadez está muy valorada en la
sociedad en general y en la comunidad gay en particular,
como un indicador de atractivo físico. Otro importante
factor de riesgo es la obesidad premórbida, y ser objeto
de burlas cuando se es niño. Otros subgrupos masculinos
que pueden tener un mayor riesgo de desarrollar
trastornos de la conducta alimentaria son los luchadores
y los jockeys, quienes necesitan «controlar su peso» para
poder competir o trabajar.
En la medida en que los trastornos de la conducta
alimentaria comienzan con las dietas y el deseo de perder
peso, los hombres (como ya hemos visto) tienen un menor
riesgo que las mujeres para desarrollar estos problemas.
Los hombres tienden a plantearse el ponerse a dieta
se publicó hasta 1689 por parte de Richard Morton (véase
Silverman, 1997, para una excelente revisión histórica del
tema). Morton describió a dos pacientes, una chica de dieciocho años y un chico dieciséis, que sufrían una «consumición nerviosa» que estaba debilitando y agotando su
tejido corporal. La chica incluso llegó a morir, al negarse a
seguir el tratamiento. Sin embargo, este trastorno no llegó
a recibir su denominación actual hasta 1873, cuando
Charles Lasègue en París y Sir William Gull en Londres,
describieron de manera independiente este síndrome clínico. En su última publicación al respecto, Gull (1888)
describe a una niña de catorce años que empezó «sin causa
cuando su peso supera en un quince por ciento el que
induce a una mujer (por supuesto en términos relativos) a
hacer lo mismo. En general, hay cuatro razones
fundamentales que llevan a los hombres a ponerse a
régimen: evitar las bromas al respecto, mejorar su marca
en un deporte, evitar enfermedades relacionadas con el
sobrepeso que han visto en sus padres y establecer una
relación homosexual (Andersen, 1999).
Aunque los trastornos de la conducta alimentaria
más típicos apenas afectan a los hombres, uno de los que
pertenece casi en exclusiva a este sexo es «la anorexia
inversa» o «dimorfismo muscular». Se trata de una
situación caracterizada por el temor a la delgadez, a
pesar de que en realidad se posee un cuerpo musculoso.
Los hombres con este trastorno realizan esfuerzos
inusitados para aumentar su corpulencia, y no dudan en
recurrir para ello a los esteroides anabólicos. La creciente
prevalencia de este problema podría estar asociada con el
cambio en los estereotipos culturales relativos a la
estructura corporal más deseable en un hombre. Leit et
al. (2001) estimaron el contenido de grasa corporal y la
proporción de músculo de los hombres que aparecían en
el póster central de la revista Playgirl desde 1973 a 1997.
Sus resultados demostraron que a lo largo de ese tiempo
se había producido una evolución hacia una mayor
«densidad» muscular. En otras palabras, había
aumentado el músculo y disminuido la grasa. A medida
que los hombres vayan recibiendo presiones
socioculturales para tener un cuerpo armonioso y unos
abdominales «como una tabla», podemos estar seguros
de que también su insatisfacción con su propio cuerpo irá
en aumento. En la medida en que esto suceda, también
será de esperar una mayor prevalencia de los problemas
de la conducta alimentaria en los varones.
aparente, a mostrar repugnancia por la comida; y poco
después dejó de comer cualquier cosa, excepto media taza
de té o café». Gull prescribió que comiese comida suave
cada dos o tres horas, con lo que la paciente llegó a recuperarse perfectamente. La Figura 9.1 muestra dos retratos
de la paciente realizados por el propio Gull, antes y después del tratamiento.
El término anorexia nerviosa significa literalmente
«falta de apetito provocado por los nervios». Sin embargo,
se trata de una definición relativamente errónea, debido a
que el auténtico problema no es la falta de apetito. Lo
esencial de la anorexia nerviosa es el intenso miedo de
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
aumentar de peso y engordar. El DSM-4-TR añade además
el rechazo a mantener el peso corporal normal adecuado a la
estatura y edad de esa persona (por ejemplo, una reducción del peso corporal de alrededor del ochenta y cinco
por ciento de lo que sería de esperar en condiciones normales). También existe una percepción distorsionada de la
forma y el tamaño del cuerpo. Por último, cuando se trata
de mujeres que ya han superado la menarquía, el DSM-4
requiere que haya al menos tres faltas consecutivas del período menstrual. Sin embargo, algunos autores han cuestionado la validez de este criterio diagnóstico, dado que
algunos estudios sugieren que las mujeres que cumplen el
resto de los criterios aunque mantengan su menstruación
están igual de enfermas que las que tienen amenorrea
(Cachelin y Maher, 1998; Garfinkel, 2002). Para los hombres, el criterio equivalente al de la pérdida de menstruación es una disminución del apetito sexual y de los niveles
de testosterona (Beaumont, 2002).
A pesar de que puedan tener un cuerpo absolutamente escuálido, la mayoría de los pacientes con anorexia
nerviosa niegan que puedan tener algún problema. De
hecho, se sienten secretamente orgullosos de su pérdida
de peso. Pese a ello, puede que intenten disimular su delgadez con ropas amplias, o incluso ocultando bajo la ropa
objetos abultados que les hagan parecer más corpulentos.
Si saben que les van a pesar (por ejemplo, al ingresar en
un hospital), las personas con anorexia nerviosa pueden
llegar a beber una enorme cantidad de agua para aumentar así su peso, aunque evidentemente sólo de manera
temporal.
Hay dos tipos de anorexia nerviosa: el restrictivo y el
compulsivo-purgativo. La principal diferencia entre ambos tiene que ver con la
estrategia para mantener el peso corporal. Lo que intentan las personas del tipo
restrictivo, es limitar al máximo la ingesta de comida y controlar estrictamente el consumo de calorías. Cuando
están sentados a la mesa junto a otras
personas, intentarán comer con una lentitud excesiva, cortar la comida en trozos
minúsculos, y tirarla sin que nadie se
entere (Beaumont, 2002).
Esa implacable frugalidad no está al
alcance de cualquier persona con anorexia
nerviosa. Por lo tanto, los pacientes con
una anorexia del tipo compulsivo-purgativo suelen fracasar
en sus intentos de limitar su ingesta de comida, lo que da
lugar a episodios de atracones. Un atracón significa que se
come incontroladamente una cantidad de comida mucho
mayor de lo que cualquier persona podría comer en circunstancias y tiempo similares. A su vez, estos atracones
van seguidos por un intento de purgarse. Aproximadamente, entre el treinta al cincuenta por ciento de los pacientes pasan del tipo restrictivo al tipo compulsivo-purgativo
en el transcurso de su trastorno (véase Löwe et al., 2001). Se
suele recurrir al vómito, a los laxantes, diuréticos, y enemas.
Sin embargo, estas estrategias para purgarse no suelen
impedir la absorción de las calorías.
Un indicador de que estos pacientes tienen alterado su
esquema de valores es que suelen sentir una enorme admiración por otros pacientes con trastornos de la conducta
alimentaria. Uno de estos pacientes decía que no había
tenido «éxito» con su anorexia porque no había sido capaz
de perder el peso suficiente. Estaba convencida de que el
sello de un auténtico anoréxico era llegar a morir de inanición, y que se debía admirar a quienes eran capaces de
lograrlo (véase Bulik y Kendler, 2000).
En el ejemplo que mostramos a continuación, describimos el caso de Tim. Este caso nos recuerda que los problemas de alimentación pueden aparecer en niños muy
pequeños. También destaca la elevada comorbilidad que
existe entre los trastornos de la conducta alimentaria y los
síntomas obsesivo-compulsivos y los rasgos de personalidad que describiremos más adelante. De hecho, nuestro
personaje garantiza un diagnóstico adicional del trastorno
obsesivo-compulsivo (véase el Capítulo 6).
Figura 9.1
Paciente anoréxica de Gull. (A) Antes del
tratamiento. (B) Después del tratamiento.
Fuente: Gull (1888).
(A)
(B)
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El tipo restrictivo
Tim es un niño de ocho años que acudió con sus
padres remitido por el pediatra, para que se le
practicara un examen urgente, debido a una
importante pérdida de peso que había experimentado durante el año anterior, y para la cual
no
había podido encontrar una causa orgánica.
ESTUDIO
El niño estaba extraordinariamente preocuDE UN
pado por su peso, y de hecho se pesaba a diaCASO
rio. Se quejaba de que estaba muy gordo, y de
que si no podía perder peso dejaría de comer
por completo. Durante el año anterior había perdido 4,5 kilos, pero
seguía pensando que estaba muy gordo a pesar de que se veía con
claridad que estaba excesivamente delegado. Sus padres, desesperados, habían quitado cualquier báscula de la casa; por lo tanto, el
niño anotaba las calorías diarias que consumía. Pasaba un montón
de tiempo enfrascado en esa actividad, comprobando una y otra vez
que lo hacía correctamente.
Por otra parte, también estaba obsesionado con la limpieza y la
elegancia. De hecho, no tenía amigos porque no quería visitarlos,
con la excusa de que sus casas estaban «sucias»; se alteraba
cuando otro niño lo tocaba. Siempre estaba comprobando si había
hecho las cosas como «se deben hacer». De hecho se mostraba muy
ansioso al respecto. Tenía que levantarse al menos dos horas antes
de ir al colegio para que le diera tiempo a prepararse. Hace poco
llegó al extremo de levantarse a la 1:30 de la mañana para poder
prepararse para ir al colegio (de Spitzer et al., 1994).
En contraste con este tipo de anorexia, el cuadro clínico del tipo compulsivo-purgativo tiene mucho más que
ver con la bulimia. De hecho, algunos investigadores mantienen que el tipo bulímico de la anorexia nerviosa debería
en realidad estar incluido como una variante de la bulimia
nerviosa.
El tipo compulsivo-purgativo
R. es una estudiante de danza de diecinueve
años soltera y muy delgada, que llegó a nuestra consulta ante la insistencia de sus padres,
preocupados por su conducta alimenticia.
Decían que su hija siempre había tenido un
ESTUDIO enorme interés por el ballet. Empezó a asistir a
clases de danza cuando tenía cinco años, y a
DE UN
los ocho años sus profesores la felicitaron por
CASO
su talento, de manera que a los catorce formaba parte de una compañía nacional de
danza. La chica había mostrado dificultades evidentes con la comida
Aspectos clínicos de los trastornos de la conducta alimentaria
Las bailarinas tienen un riesgo especialmente alto de
sufrir trastornos de la conducta alimentaria. Heidi Guenther, una bailarina del ballet de Boston, murió en 1997
debido a un paro cardíaco. Su muerte se debió a sus desmesurados esfuerzos para perder peso, que empezaron cuando
alguien de la compañía le dijo que tenía que perder un par
de kilos. Gelsey Kirkland, que desarrolló un trastorno de alimentación siendo la primera bailarina del ballet de Nueva
York, describió lo que denominaba un «campo de concentración estético» en el seno de la compañía. Estas presiones
hacia la delgadez extrema estaban promovidas por el
famoso coreógrafo George Balanchine quien, tal y como
describe Kirkland en su autobiografía, le daba golpes en las
costillas y el esternón después de una actuación, y le decía
que «debían verse los huesos».
Como hemos visto en el caso de R., la anorexia nerviosa suele ser un trastorno sutilmente persistente, y una
amenaza potencial para la vida. La tasa de mortalidad entre
las mujeres con anorexia nerviosa es doce veces superior a
la de las mujeres entre quince y veinticuatro años sin ese
trastorno (Sullivan, 1995). Cuando se produce la muerte,
suele ser el resultado de las consecuencias fisiológicas de la
desde que tenía quince años cuando, por razones que no es capaz de
explicar, empezó a provocarse el vómito cada vez que pensaba que
estaba comiendo de más. Esta conducta apareció después
de muchos años de hacer constantemente dieta, ante la insistencia
de su profesora de danza. Durante los últimos tres años, R. se había
estado dando un atracón a comer una vez al día, tras lo cual siempre
se provocaba el vómito. Estos atracones consistían en docenas de
pasteles o, con menos frecuencia, dos litros de helado. La chica
se comía todo esto a última hora de la noche, cuando sus padres ya
se habían acostado. En efecto, sus padres llevaban algún tiempo
preocupados por la posibilidad de que su hija tuviese algún problema con la comida, pero ella siempre lo había negado hasta un
mes antes de acudir a la consulta.
R. alcanzó su estatura actual de 1,70 metros cuando tenía
quince años. Su peso máximo de cincuenta y cuatro kilos lo alcanzó
con dieciséis años, momento en que la chica dice que estaba muy
gorda. Durante los últimos tres años su peso se ha mantenido estable entre los 45,35 kilos y los cuarenta y siete kilos. Aparte de su
profesión hace ejercicio diario, y niega utilizar laxantes, diuréticos,
o medicinas dietéticas para controlar su peso. Con la excepción de
sus episodios de atracón, evita consumir dulces y grasas. Desde los
quince años es una vegetariana estricta, y no come carne ni huevos,
y apenas un poco de queso. Durante los últimos tres o cuatro años,
R. se ha encontrado cada vez más incómoda al comer delante de
otras personas, y hace cualquier cosa para evitar esa situación. Esto
restringe en gran medida su vida social. R. tuvo dos períodos menstruales espontáneos a los dieciséis años, cuando pesaba cincuenta
y cuatro kilos, pero no ha vuelto a menstruar desde entonces.
(Adaptado de Frances y Ross, 1996, pp. 240-41).
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
inanición, o incluso también de un suicidio. Este es uno de
los contrastes más destacados con la bulimia nerviosa, en la
que la muerte como resultado directo del trastorno es muy
poco frecuente (Keel y Mitchell, 1997; Mitchell, Pomeroy, y
Adson, 1997). Cada vez existen más pruebas de que las personas con una anorexia importante, incluso aunque sobrevivan a ella, pueden llegar a sufrir una atrofia cerebral
irreversible (Garner, 1997; Lambe et al., 1997).
La bulimia nerviosa
La palabra bulimia proviene del griego bous (que significa
«buey»), y limos («hambre»), y se utiliza para denotar tal
cantidad de hambre que la persona «sería capaz de comerse
un buey». Los criterios del DSM-4-TR (APA, 2000) para la
bulimia nerviosa destacan la presencia frecuente de episodios
de atracón de comida. Un atracón significa que durante un
periodo de tiempo determinado la persona es capaz de
comer una cantidad de comida tal, que nadie podría
hacerlo en circunstancias normales. Por ejemplo, un atracón puede consistir en ingerir un litro de helado, un
paquete familiar de galletas Oreo y una tarta de chocolate,
todo durante una sentada. Durante el atracón se produce
una absoluta falta de control sobre el impulso de ingerir grandes cantidades de comida, de manera que la persona es incapaz de parar de comer. También se producen conductas
inadecuadas y recurrentes que pretenden impedir la ganancia
de peso. Este tipo de conductas incluyen los vómitos provocados y una excesiva cantidad de ejercicio físico. Algunos
pacientes llegan a consumir hormonas tiroideas para incrementar el gasto metabólico de su organismo. Por último, los
criterios del DSM-4-TR exigen la presencia de una autoevaluación excesivamente influenciada por el peso y las proporciones corporales.
No debe diagnosticarse bulimia nerviosa si también se
cumplen los criterios para la anorexia nerviosa (por ejemplo, si nos encontramos ante el tipo compulsivo-purgativo
de la anorexia nerviosa). En otras palabras, el diagnóstico
de anorexia nerviosa «triunfa» sobre el diagnóstico de bulimia nerviosa. Esto se debe a que hay una mayor mortalidad
asociada con la anorexia nerviosa que con la bulimia nerviosa. Por lo tanto, el DSM exige que la patología más grave
tenga preferencia.
La bulimia nerviosa sólo se ha reconocido como síndrome psiquiátrico muy recientemente. El psiquiatra británico Russell propuso la utilización de ese término en 1979,
y el DSM lo adoptó en 1987. Russell (1997) llegó a la conclusión, basándose en una revisión histórica, de que la bulimia nerviosa, tal y como vamos a definirla de inmediato, es
un nuevo trastorno «prácticamente desconocido hasta la
última mitad del siglo XX» (p.20). Sin embargo, ya durante
el siglo II, Galeno hizo referencia a un síndrome caracterizado por comer en exceso, vomitar y desmayarse, que él
denominaba bulimos (véase Ziolko, 1996). Por lo tanto, cabe
preguntarse en qué medida la bulimia constituye un trastorno realmente «nuevo».
Resulta importante comprender que las personas con
anorexia nerviosa comparten con las que tienen bulimia
nerviosa un angustioso temor a «engordar». Sin embargo, al
contrario de lo que ocurre con los pacientes anoréxicos, los
bulímicos suelen tener un peso normal. Incluso a veces pueden tener un ligero sobrepeso. El temor a engordar es el
núcleo central de la bulimia nerviosa. Este trastorno suele
comenzar restringiendo la cantidad de comida que se consume, para llegar a ser más esbelto. Durante las primeras
etapas, la persona sigue dietas y come alimentos bajos en
calorías. Sin embargo, pasado algún tiempo se va debilitando la inicial resolución de seguir una dieta, y la persona
empieza a comer «alimentos prohibidos», como patatas fritas, pizzas, pasteles, helados y chocolate. Sin embargo, algunos pacientes llegan a ser capaces de atracarse a comer
cualquier alimento que tengan a mano, aunque se trate de la
harina que se utiliza para hacer las galletas. Durante un atracón, la persona con bulimia puede llegar a consumir una
media de 4 800 calorías (Johnson et al., 1982). Pero después
de ingerir tal cantidad de comida, intenta paliar el exceso,
vomitando, ayunando, haciendo gran cantidad de ejercicio
físico, o abusando de los laxantes. Se trata de conductas que
suelen persistir a lo largo del tiempo, debido a que aunque
las personas con bulimia saben que su conducta no es adecuada, esas purgas alivian su temor a engordar.
Para muchos pacientes se trata de un trastorno costoso, que puede llevar incluso a robar comida a los compañeros de piso. El DSM-4-TR diferencia entre la bulimia con
purga y sin ella, según se utilice algún método purgante
para evitar coger peso (vomitar, o utilizar laxantes). El tipo
purgante es el más común y supone alrededor del ochenta
por ciento de los casos. En el tipo no purgante la persona
suele recurrir al ayuno o al ejercicio, pero no vomita ni utiliza laxantes o diuréticos para contrarrestar el atracón. La
diferencia entre una persona con bulimia nerviosa, y otra
con el subtipo compulsivo-purgativo de la anorexia nerviosa, radica en el peso. Por definición, una persona con
anorexia nerviosa se encuentra muy por debajo de su peso,
lo que no se puede decir de alguien que tiene bulimia nerviosa (véase la Tabla 9.1).
El típico paciente que tiene anorexia nerviosa suele
rechazar con contundencia la gravedad de su trastorno, y
parece inconsciente de la preocupación con que las personas que la rodean perciben su aspecto demacrado. Por el
contrario, el estado de ánimo de un paciente con bulimia
nerviosa puede ser cualquier cosa menos complaciente. La
vergüenza, la culpabilidad, el auto-desprecio, así como los
esfuerzos para ocultar el problema, llevan a la persona con
bulimia a luchar dolorosamente, y a menudo infructuosamente, para intentar controlar el impulso de comer
desmesuradamente. El caso que se describe a continuación
representa perfectamente una situación típica.
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Tabla 9.1.
Aspectos clínicos de los trastornos de la conducta alimentaria
Criterios diagnósticos diferenciales para la anorexia nerviosa,
la bulimia nerviosa y el trastorno por atracones
Criterio
Anorexia
Restrictivo
Bulimia
Atracones
Compulsivo/
No
purgativo
Purgativo purgativo
Mantenimiento de un peso
extremadamente bajo
Sí
Sí
No
No
No
Miedo de ganar peso y engordar
Sí
Sí
Sí
Sí
No
Negación de la extrema delgadez
¿?
¿?
No
No
No
Distorsión de la imagen corporal
¿?
¿?
No
No
No
Amenorrea
Sí
Sí
No
No
No
Atracones frecuentes
No
¿?
Sí
Sí
Sí
Purgaciones frecuentes
No
¿?
Sí
No
No
Uso frecuente de métodos no purgantes
para evitar la ganancia de peso
Si
No
Sí
Sí
No
Falta de control sobre la comida
No
No
Sí
Sí
Sí
Auto evaluación muy influida por el peso
corporal
¿?
¿?
Sí
Sí
No
Notas: Basado en los criterios que aparecen en el DSM-IV-TR. ¿?= esa característica puede estar presente o no.
Bulimia nerviosa
Nicole despierta en su fría y oscura habitación
e inmediatamente desearía que fuera hora de
volver a meterse en la cama. Le aterroriza
tener que pasar un día más, que probablemente será muy similar a tantos otros. Se hace
una
vez más la misma pregunta de todas las
ESTUDIO
mañanas: «¿Seré capaz de pasar el día sin
DE UN
estar completamente obsesionada por la
CASO
comida, o volveré a darme una atracón a
comer?» Se dice a sí misma que hoy va a empezar una nueva vida, que comenzará a vivir como un ser humano normal. Sin embargo, en realidad no se muestra demasiado convencida
de poder conseguirlo.
Se encuentra demasiado gorda y le gustaría perder peso, por
lo que decide empezar una nueva dieta: «¡Esta vez va a ser la
definitiva! Estoy convencida de que si pierdo peso estaré más a
gusto conmigo misma. Voy a empezar a hacer ejercicio de nuevo
porque quiero que mi cuerpo sea más atractivo». Prepara su
desayuno, pero decide no comérselo hasta pasada más a menos
media hora. Intenta no pensar en la comida porque realmente no
tiene hambre. Pero siente ansiedad respecto al día que le
espera. «Es la tensión», racionaliza. Eso es lo que la induce a
comer.
Nicole se ducha y se viste, y planifica lo que piensa hacer ese
día —la clase, estudiar y comer—. Lo planifica con gran detalle,
haciendo una lista de donde va a estar en cada momento, y qué
comerá en cada ocasión. No quiere dejar tiempos muertos
cuando sienta la tentación de darse un atracón. «Debo hacer
ejercicio, aunque realmente no me apetece; me da pereza. ¿Por
qué siempre soy tan perezosa? ¿Qué ha pasado con esa voluntad
de hierro que yo tenía?». Poco a poco Nicole va notando cómo
van apareciendo señales del atracón. Al principio intenta luchar
contra ellas con entusiasmo, recordando sus intenciones de cambiar. También porque sabe cómo se sentirá después si se pasa el
día comiendo. Al final, decide ceder a sus deseos y ponerse a
comer.
Nicole no ha ido a hacer ejercicio porque primero quiere comer
algo, por lo que decide que podría darse un homenaje y elegir un
plato realmente «bueno». Se hace unos huevos revueltos con
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
tostadas y una taza de café, que engulle en menos de treinta
segundos. Sabe que sólo es el principio de varias horas de locura.
Después de buscar por los armarios, Nicole se da cuenta de que
no tiene suficiente comida para el atracón. En la calle ha nevado y
hace frío y ella tiene que ir a clase, pero se viste en un minuto y
baja corriendo a la calle. La primera parada es en la panadería para
comprar una bolsa llena de galletas y buñuelos. Mientras se los va
comiendo, compra unas cuantas rosquillas. A continuación una
carrera hasta el supermercado para comprar leche. Cuando ya está
en la caja, añade algunas barras de caramelo. Al terminar la compra, ha gastado quince euros.
Nicole no puede creer que vaya a meter toda esa comida dentro de su cuerpo. Pero la adrenalina corre por sus venas, y lo único
que desea es comer, pensar en la comida, y anticipar el momento
de comerla. Se estremece sólo de pensar en los kilos que puede
coger con ese atracón, pero se tranquiliza pensando que después
lo vomitará. No hay porqué preocuparse.
Al llegar a casa prepara unos cuantos cuencos de leche con
cereales, que engulle junto a los buñuelos untados con mantequilla,
crema de queso y mermelada (por no mencionar las provisiones de
la panadería y las barras de caramelo, que todavía tiene a medias).
Para poder trasegar toda esa comida, la acompaña de enormes
tazas de café con leche, lo cual incluso acelera el proceso que, en
total, no ha durado más de cuarenta y cinco minutos, y Nicole se
siente como si se hubiera estado moviendo a ciento cincuenta kilómetros por hora.
Le aterroriza llegar a esta etapa, en la que se encuentran tan
hinchada que no tiene más remedio que dejar de comer. Piensa
vomitar más adelante, aunque es algo que le asquea. Llegados a
ese punto, tiene que reconocer que se ha estado dando un atracón.
Le gustaría estar soñando, pero sabe que es la pura realidad. La
idea de que está digiriendo toda esa cantidad de calorías, toda esa
porquería, la aterroriza.
En el cuarto de baño, se recoge el pelo en una cola, abre el grifo
de la ducha para que ningún vecino pueda oírla, se bebe un enorme
vaso de agua, y comienza las manipulaciones para intentar vomitar.
Se siente enferma, avergonzada, e incrédula de que realmente esté
haciendo lo que está haciendo. Sin embargo se siente atrapada, ya
que no sabe cómo salir de ahí. Cuando vacía su estómago se pesa
una y otra vez para asegurarse de que no ha cogido peso.
Nicole sabe que necesita ayuda. Cuando se deja caer en la
cama para recuperarse, su cabeza no deja de dar vueltas. «Nunca
más volveré a hacerlo. A partir de mañana voy a cambiar. Estaré
ayunando durante una semana, y así me sentiré mejor». Por desgracia, en el fondo de su mente, Nicole sabe que no será capaz de
hacerlo. Sabe que esa no será la última vez. Con desgana se dirige
a la escuela, a la que llega tarde y sin ganas de enfrentarse al trabajo y a las responsabilidades que le esperan allí. Casi le dan ganas
de empezar a comer a otra vez para no tener que ir al colegio. Se
pregunta cuántas horas pasarán hasta su siguiente atracón, y le
gustaría no haberse levantado de la cama esa mañana. (Adaptado
de Boskind-White y White (1983), pp. 29-32).
Complicaciones médicas
de la anorexia nerviosa y
de la bulimia nerviosa
La anorexia nerviosa es uno de los trastornos psiquiátricos
más letales que existen. Desde luego la mayoría de los
pacientes con este problema tienen un aspecto lamentable.
Su cabello ralea y se vuelve quebradizo, al igual que las uñas.
La piel se seca y en la cara, cuello, brazos, y espalda, y piernas, empieza a crecer un vello llamado lanugo. Muchos
pacientes también tienen una piel de color amarillento,
sobre todo en la palma de las manos. Al estar tan desnutridos, el frío les afecta muchísimo. Sus manos y sus pies están
constantemente helados, y tienen un color morado debido
a su dificultad para regular la temperatura y a la falta de oxígeno en las extremidades. Como su presión sanguínea
siempre está excesivamente baja, están constantemente
cansados, débiles, con vértigo y desmayos (de Zwaan y Mitchell, 1999). También suelen tener deficiencia de la vitamina B1, lo que puede explicar la depresión y los cambios
cognitivos característicos de las personas anoréxicas (Winston et al., 2000).
Las personas con anorexia nerviosa pueden sufrir
arritmias que les pueden llevar a la muerte. Esta arritmia
está provocada por un importante desequilibrio en algunos
electrolitos esenciales, como el potasio. Los niveles muy
bajos de potasio pueden provocar trastornos renales lo suficientemente graves como para necesitar diálisis.
Aunque la bulimia nerviosa es mucho menos letal que
la anorexia nerviosa, también acarrea una serie de problemas médicos. Las purgas pueden provocar también desequilibrios e hipocalemia (escasez de potasio) que, como ya
se ha mencionado, colocan al paciente en riesgo de sufrir
anormalidades cardiacas. Otra complicación son los daños
en el corazón, derivados de la utilización de la ipecacuana
para provocar el vómito (Pomeroy y Mitchell, 2002). No es
extraordinario que los pacientes tengan callosidades en las
manos, por introducir una y otra vez los dedos en la garganta para provocar el vómito. En algunos casos extremos,
en los que se utilizan cepillos de dientes para provocarlo,
puede llegar a desgarrarse la tráquea.
Como el contenido del estómago es ácido, los vómitos repetidos provocan también daños en los dientes. Lo
único que consiguen al cepillarse los dientes inmediatamente después del vómito es irritarlos todavía más. Así
pues, los vómitos repetidos provocan úlceras en la boca y
caries en los dientes, así como pequeños puntos rojos
alrededor de los ojos, provocados por la presión del
vómito. Por último, los pacientes con bulimia suelen tener
las glándulas salivares inflamadas debido a los constantes
vómitos. Se trata de las «mejillas hinchadas» o «cara de
ardilla», típica de muchos bulímicos. Aunque no son
dolorosas, esas mejillas tan deformadas resultan muy llamativas.
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Otros trastornos de la conducta
alimentaria
Además de la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa, el
DSM-4-TR incluye también la categoría diagnóstica de
trastorno de la conducta alimentaria no especificado en
otros apartados. Se trata de una categoría que se puede
aplicar a un tercio de los pacientes que buscan tratamiento
para un trastorno de la conducta alimentaria. En la mayoría
de los casos se trata de variantes atípicas similares a la anorexia o la bulimia (o ambas). Por ejemplo, una mujer que
cumple todos los criterios para la anorexia nerviosa,
excepto la interrupción del período menstrual, podría recibir este tipo de diagnóstico.
Otro trastorno de la conducta alimentaria recibe el
nombre de trastorno por atracones. Se trata de una categoría nueva que todavía no forma parte oficial del DSM. Sin
embargo, aparece en un apéndice dedicado a las categorías
diagnósticas que necesitan un mayor estudio. Este trastorno ha sido propuesto como algo distinto de la bulimia
nerviosa, en su variante no purgante. La diferencia radica
en que las personas que sufren este problema se atiborran a
comida igual que lo hace un paciente con bulimia nerviosa,
pero sin embargo no realizan ninguna conducta inapropiada de carácter «compensatorio» (como el vómito, los
laxantes, o incluso el ejercicio) para intentar reducir la
ganancia de peso (véase la Tabla 9.1). Tampoco muestran
las restricciones en la dieta que sí suelen aparecer tanto en la
bulimia como en la anorexia (Wilfley, Friedman, et al.,
2000). La mayoría de los pacientes con el trastorno por
atracón tienen más edad que los anoréxicos o bulímicos
(generalmente entre treinta y cincuenta años de edad).
También merece la pena señalar que es un trastorno relativamente frecuente en los hombres, de manera que la proporción se reduce a 1,5 mujeres por cada hombre que
padece este trastorno (Grilo, 2002). Como es lógico, la
El trastorno por atracón
de comida
La señora A. es una mujer soltera afro-americana de treinta y ocho años, que vive sola, y
que trabaja como jefe de personal en un hotel
de Nueva York. Mide ciento ochenta y dos centímetros
y pesaba 132,5 kilos (índice de masa
ESTUDIO
corporal = 39.7; véase la Tabla 9.2 de la págiDE UN
na 318) cuando acudió a la clínica de invesCASO
tigación de los trastornos de la conducta
alimentaria de un hospital universitario, para
recibir tratamiento para su obesidad. Su principal razón para acudir
a la clínica es que se daba cuenta de que comía de una manera descontrolada, lo que le había hecho ganar aproximadamente treinta y
seis kilos desde el año anterior.
Aspectos clínicos de los trastornos de la conducta alimentaria
La señora A. decía que había estado obesa durante toda su vida,
y que más o menos a partir de los once años había comenzado a
darse atracones de comida. Durante su primera cita describió su
forma de comer. Perdía el control y comía enormes cantidades de
comida prácticamente a diario, sobre todo cuando llegaba a casa
por la noche. También solía perder el control durante el día, y entonces se comía tres o cuatro barras de caramelo de gran tamaño, y
una barra de helado.
Un atracón típico constaba de dos trozos de pollo, una ensalada
pequeña, dos platos de puré de patatas, una hamburguesa, un plato
grande de patatas fritas, una porción de pastel de manzana, un
batido grande de chocolate, una bolsa grande de patatas fritas y
quince o veinte galletas, todo ello durante un par de horas. Durante
cada uno de estos atracones, la señora A. comía mucho más rápido
de lo normal, hasta que se encontraba desagradablemente llena,
también comía enormes cantidades de alimentos aunque realmente
no tuviera hambre, y comía sola porque le daba vergüenza comer
tanto, y se sentía enfadada consigo misma y muy culpable. También
estaba tremendamente preocupada por su peso, y se daba cuenta
de que su peso y su figura corporal la hacían sentirse fatal. (Adaptado de Goldfein et al., 2000).
mayoría de las personas que tienen este problema sufren
sobrepeso u obesidad (Pike et al., 2001). En cualquier caso,
el sobrepeso no es el factor que se utiliza para diferenciar a
los pacientes con el trastorno por atracón de aquellos con el
subtipo no purgante de la bulimia nerviosa (Walsh y Garner, 1997). A medida que vayan apareciendo nuevas pruebas que apoyen la hipótesis de que se trata de un síndrome
clínico diferente (por ejemplo, Williamson, 2002), es de
esperar que se traslade desde el apéndice del DSM hasta el
contenido fundamental del manual.
Diferencias entre diagnósticos
Como puede intuirse por la gran proporción de pacientes
con trastornos de la conducta alimentaria que se incluyen
en la categoría de otros trastornos, se trata de una alteración
cuyos límites son difusos. Para empezar, la diferencia entre
una forma normal de comer y otra patológica, sobre todo
en una época en que la mayoría de las mujeres se ven demasiado gordas y terminan haciendo algún tipo de dieta,
resulta bastante difícil de precisar. Y por otra parte, el hecho
de no cumplir todos los criterios diagnósticos para la anorexia o la bulimia no significa que no se padezca el trastorno. De hecho, la diferencia entre ambos tipos de
trastorno no está clara en absoluto, y todavía se debate con
acaloramiento si ambos desórdenes deberían considerarse
como algo diferente o no. De hecho, muchas personas que
en la actualidad cumplen los criterios para la bulimia nerviosa han estado diagnosticadas de anorexia en el pasado y,
aunque con menos frecuencia, puede darse también el
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
fenómeno opuesto (Garner y Garfinkel, 1997). Un seguimiento que se hizo a pacientes con anorexia nerviosa,
durante veintiún años, puso de manifiesto que este trastorno suele evolucionar hacia los atracones y las purgas
(Löwe et al., 2001). Algunos autores han sugerido que algunos casos de trastornos no incluidos en otros apartados
podrían ser en realidad fases finales de la anorexia nerviosa
(Bulik, 2002). En definitiva, el diagnóstico que se hace en un
momento dado no significa que se mantenga posteriormente. Las características clínicas de los trastornos de la
conducta alimentaria parecen evolucionar a lo largo del
tiempo, y resulta muy habitual que la anorexia nerviosa se
transforme en bulimia nerviosa.
Comorbilidad de los trastornos
de la conducta alimentaria con otras
formas de psicopatología
Los trastornos de la conducta alimentaria suelen estar
asociados con otros problemas psiquiátricos. En efecto,
existe una elevada comorbilidad. Por ejemplo, los pacientes con anorexia nerviosa suelen cumplir también los criterios de depresión clínica (Kaye, Weltzin, y Hsu, 1993), y
también del trastorno obsesivo-compulsivo (Halmi et al.,
1991; Thiel et al., 1995; Milos et al., 2002). Se trata de dos
trastornos que también son frecuentes en los pacientes
con bulimia (Brewerton et al., 1995; Thiel et al., 1995;
Milos et al., 2002). Por otra parte, también suelen aparecer
trastornos por abuso de sustancias tanto junto a la bulimia o el subtipo compulsivo-purgativo de la anorexia nerviosa. Sin embargo, el tipo restrictivo de anorexia no suele
estar asociado con el abuso de sustancias (Steiger y
Seguin, 1999). Más de un tercio de los pacientes con trastornos de la conducta alimentaria también realizan conductas auto-lesivas (por ejemplo cortarse o quemarse) en
algún momento de su vida (Paul et al., 2002).
También es frecuente que se diagnostiquen trastornos
de personalidad comórbida (Eje II) a las personas con
trastornos de la conducta alimentaria. Quienes sufren el
tipo restrictivo de la anorexia nerviosa suelen mostrar
trastornos de personalidad del grupo ansioso-atemorizado (por ejemplo, grupo C; véase Capítulo 11; Skodol et
al., 1993). Por el contrario, los trastornos de la conducta
alimentaria del tipo compulsivo-purgativo (tanto en la
anorexia como en la bulimia) están asociados con problemas del grupo B (dramático, emocional, errático), sobre
todo con el trastorno de personalidad limítrofe (APA,
2000). También suele haber trastornos de personalidad
entre los pacientes con trastorno por atracones, si bien no
se ha observado la existencia de una pauta definida (Wilfley, Friedman, et al., 2000). Hay ciertas evidencias (Wilson, 1993) que sugieren que en este grupo se da menos el
abuso del alcohol que en la modalidad compulsivo-purgativo de la anorexia nerviosa, o de la bulimia nerviosa, y
que también presenta menos comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos (Telch y Stice, 1998).
Uno de los problemas que se presentan cuando se
examina la personalidad de los pacientes con trastornos
de la conducta alimentaria es que algunas de sus perturbaciones podrían deberse en realidad a la desnutrición. Se
sabe que la inanición aumenta las obsesiones y la irritabilidad (Keys et al., 1950). Por lo tanto, debemos ser cautelosos a la hora de establecer conclusiones. Sin embargo, la
idea que predomina en la actualidad es que incluso aunque las consecuencias fisiológicas de los trastornos de la
conducta alimentaria puedan exacerbar los problemas de
personalidad, en realidad lo que hacen es estimular características que ya estaban presentes. La investigación
sugiere que algunos rasgos de personalidad de los pacientes con trastornos de la conducta alimenticia podrían ser
previos a la aparición del problema, e incluso mantenerse
una vez que éste haya remitido (Pollice et al., 1997; Steinger y Stotland, 1996; Von Ranson et al., 1999).
Prevalencia de los trastornos
de la conducta alimentaria
Si tuviéramos que basarnos exclusivamente en las informaciones que ofrecen los medios de comunicación en
relación con estos trastornos, probablemente tendríamos
la impresión de que están alcanzando proporciones de
epidemia. Sin embargo, eso no es estrictamente cierto.
Cuando se aplican criterios diagnósticos adecuados, la
prevalencia de la anorexia nerviosa se sitúa alrededor del
0,28 por ciento (Hoek, 2002), con una prevalencia a lo
largo de la vida del 0,5 por ciento (APA, 2000). La prevalencia de la bulimia está alrededor del uno por ciento
(Hoek, 2002) y su prevalencia a lo largo de la vida entre el
uno y el tres por ciento (APA, 2000). Así pues, la prevalencia de estos trastornos es en realidad muy baja.
En la actualidad todavía sabemos muy poco sobre el
trastorno por atracón, porque en realidad es una categoría
muy reciente. Sin embargo, parece ser un problema relativamente frecuente. Algunas estimaciones indican una
prevalencia de entre el dos y el tres por ciento entre la
población general, y alrededor del ocho por ciento entre
las personas obesas (Grilo, 2002).
No debemos olvidar que estamos hablando de trastornos de la conducta alimentaria clínicamente diagnosticables. En efecto, hay muchas personas, sobre todo
mujeres jóvenes entre los quince y los veintitantos años,
que tienen pautas de alimentación muy alteradas. Por
ejemplo, algunos estudios basados en encuestas han
puesto de manifiesto que hasta un diecinueve por ciento
de estudiantes reconoce algunos síntomas de bulimia
(Hoek, 2002). Para algunos de ellos se tratará de algo pasajero, según los datos de un seguimiento de diez años que
comenzó en la secundaria (Heatherton et al., 1999). A lo
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largo del tiempo, las mujeres que participaban en este
estudio mostraron importantes disminuciones en sus
trastornos alimenticios, y una satisfacción cada vez mayor
con su cuerpo, a pesar de que seguían preocupadas por
perder peso. Por el contrario, muchos de los varones del
estudio informaron de una preocupación en aumento
relativa a sus hábitos alimenticios.
No existen pruebas de que esté aumentando el
número de casos de anorexia nerviosa (Fombone, 1995).
Los pequeños incrementos que pueden detectarse probablemente se deben a la mayor información sobre el problema, y a la mejor capacidad para detectarlo por parte de
los clínicos. Por el contrario, hay indicios de que la bulimia nerviosa sí ha incrementando su frecuencia a partir
de 1970. Las razones de este aumento no están claras, aunque la mayoría de los especialistas apuntan a los nuevos
estándares relativos a la figura «ideal» de la mujer durante
estas últimas décadas. El tipo de cuerpo que no hace
mucho se consideraba del máximo atractivo (por ejemplo,
Marilyn Monroe), ha dejado de ser considerado deseable,
sobre todo entre las propias mujeres.
Trastornos de la conducta alimentaria
en diversas culturas
Si bien la mayor parte de la investigación sobre este tipo
de problemas se ha desarrollado en los Estados Unidos y
en Europa, eso no significa que tales trastornos estén
limitados a estas zonas geográficas. Le Grange, Telch y
Tibbs (1998) han informado de la existencia de este tipo
de problemas entre estudiantes universitarios de Sudáfrica. La anorexia nerviosa y, más recientemente, la bulimia nerviosa también han empezado a constituir un
problema clínico en Japón, Hong Kong, Taiwan, Singapur
y Corea (Lee y Katzman, 2002). También se han encontrado tribulaciones de este tipo en India y África, y su prevalencia en Irán es similar a la de los Estados Unidos
(Nobakht y Dezhkam, 2000). En otras palabras, no se
trata de trastornos limitados a los países occidentales
industrializados.
Sin embargo, ser de raza blanca parece estar asociado
con una serie de problemas sub-clínicos que sitúan a las
personas en un elevado riesgo de desarrollar trastornos de
la conducta alimentaria. Algunos ejemplos de estos problemas pueden ser la insatisfacción con el propio cuerpo,
restricciones en la dieta y el deseo de estar delgado. Un
meta-análisis con 17 781 participantes demostró que este
tipo de actitud era más frecuente entre personas blancas
que en el resto de las razas (Wildes et al., 2001). Por otra
parte, los afro-americanos parecen ser mucho menos susceptibles a los problemas alimenticios y a las preocupaciones por la imagen corporal. Por su parte, las mujeres
asiáticas muestran los mismos niveles de alimentación
patológica que las mujeres blancas (Wildes et al., 2001).
Aspectos clínicos de los trastornos de la conducta alimentaria
Algunas de las características clínicas (en oposición a
las sub-clínicas) de los trastornos de la conducta alimentaria también pueden variar en función de la cultura. Por
ejemplo, alrededor del cincuenta y ocho por ciento de los
pacientes con anorexia nerviosa en Asia no están excesivamente preocupados por la obesidad. Sus razones para
rechazar la comida tienen más que ver con el temor de que
se les hinche el estómago. Probablemente, en una cultura
donde la mayoría de las personas están delgadas, las preocupaciones sobre la hinchazón pueden ser más «legítimas
y aceptables» para rechazar la comida (Lee et al., 1993).
Evolución y consecuencias
Como veremos más adelante, los trastornos de la conducta
alimentaria son especialmente difíciles de tratar, y las tasas
de recaída son muy elevadas. Sin embargo, la recuperación
es posible a muy largo plazo. Löwe y sus colaboradores
(2001) estudiaron los resultados clínicos de una serie de
pacientes con anorexia nerviosa, veintiún años después de
que hubieran acudido en busca de tratamiento. Dieciséis de
ellos (todas mujeres) habían muerto a consecuencia de la
inanición o el suicidio. Otro diez por ciento todavía sufría
el trastorno, mientras que el veintiuno por ciento se había
recuperado parcialmente. Por su parte, el cincuenta y uno
por ciento de la muestra se había recuperado por completo.
Estos datos ponen de manifiesto que pese a la frustración
que suponen las intentonas infructuosas, siempre es posible
lograr una recuperación completa. También nos avisan de
los peligros que conlleva este trastorno. Las personas que
sufren anorexia nerviosa y que además abusan de sustancias, parecen tener un riesgo especialmente alto de muerte
prematura (Herzog et al., 2000; Keel et al., 2003).
Respecto a la bulimia nerviosa, la tasa de mortalidad a
largo plazo es mucho menor, y ronda el 0,5 por ciento. En
un estudio que realizó un seguimiento de once años, Keel et
al. (1999) encontraron que alrededor del setenta por ciento
de las mujeres que habían sido bulímicas ya no cumplían
los criterios diagnósticos de dicho trastorno. El treinta por
ciento restante seguía teniendo problemas de alimentación.
Sin embargo, dado que el veinte por ciento de la muestra no
pudo o no quiso contestar al cuestionario, cabe pensar que
estos datos estén infra-estimados, ya que las personas con
problemas más graves pueden ser especialmente proclives a
rechazar la entrevista. Una vez más, el abuso de sustancias
predijo un peor curso de desarrollo.
Por último, es necesario señalar que aunque aparentemente ya se encuentren bien, muchas personas que se han
recuperado de la anorexia o de la bulimia todavía tienen
problemas residuales. Por ejemplo, preocupaciones excesivas respecto al tipo y al peso, restricciones en el consumo de
alimentos y tendencia a comer en exceso y angustiarse después, según cuál sea su estado de ánimo (Sullivan, 2002). En
otras palabras, la recuperación nunca llega a ser completa.
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
REVISIÓN
• ¿Cómo varían las tasas de prevalencia de los
trastornos de la conducta alimentaria en
función del status socioeconómico, el sexo, la
orientación sexual, y la etnia?
• ¿Cuáles son las principales diferencias clínicas
entre pacientes con anorexia nerviosa y
pacientes con bulimia nerviosa? Qué
características clínicas tienen en común ambos
tipos de trastorno?
• ¿Qué tipo de problemas médicos sufren los
pacientes que tienen trastornos de la conducta
alimentaria?
FACTORES CAUSALES
Y DE RIESGO EN LOS
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
Existen ciertos factores de riesgo que aumentan la probabilidad de desarrollar algún tipo de trastorno alimenticio. Sin
embargo, muchos de ellos no son específicos. Esto quiere
decir que no suponen una susceptibilidad especial a sufrir
trastornos de la conducta alimentaria. A medida que se vaya
avanzando en los siguientes apartados, será importante
recordar que los trastornos de la conducta alimentaria (igual
que ocurre con la mayoría de trastornos) tienen múltiples
causas. Tanto la anorexia nerviosa como la bulimia nerviosa
probablemente sean el resultado de una compleja interacción
de variables de tipo biológico, sociocultural e individual.
Factores biológicos
GENÉTICA. Como ocurre con tantos otros trastornos,
la tendencia a desarrollar problemas con la alimentación
también tiene cierto carácter familiar (Strober, 1995; Walters et al., 1992). Los parientes biológicos de las personas
con anorexia nerviosa o bulimia nerviosa muestran también tasas más elevadas de estos problemas. En un estudio
muy amplio sobre este tipo de trastornos, se encontró que
el riesgo de que un pariente de un sujeto con anorexia también la sufra es 11,4 veces mayor que para los parientes de
un grupo de control sin ese problema; por su parte, la probabilidad de que un pariente de una persona con bulimia
también la padezca es 3,7 veces mayor respecto al grupo de
control (Strober et al., 2000). Sin embargo, los trastornos
de la conducta alimentaria no están agrupados familiarmente con tanta cohesión como los trastornos del estado de
ánimo o la esquizofrenia. También resulta interesante la
observación de los parientes de pacientes con trastornos de
la conducta alimentaria que tienen más probabilidad de
sufrir otro tipo de problemas, y especialmente trastornos
del estado de ánimo (Lilenfield et al., 1998).
Como ya hemos dicho a lo largo de este libro en repetidas ocasiones, los estudios familiares no nos permiten
desenmarañar la contribución respectiva de los factores
genéticos y ambientales. Para resolver esta cuestión es necesario acudir a estudios con gemelos y estudios de adopción.
En la actualidad no existe ningún estudio de adopción al
respecto, aunque sí unas cuantas investigaciones con gemelos. Por desgracia, se trata de resultados difíciles de interpretar. Por lo que concierne a la anorexia nerviosa, Treasure
y Holland (1989) estudiaron treintaiún gemelos monocigóticos y veintiocho dicigóticos. Encontraron una tasa de concordancia del sesenta y siete por ciento en los
monocigóticos y del cero por ciento en los dicigóticos, lo
que sugiere una heredabilidad de alrededor del setenta por
ciento. Sin embargo, un segundo estudio con gemelos mostró unos resultados absolutamente contrarios, donde las
tasas de concordancia de la anorexia nerviosa eran mucho
más elevadas para los gemelos dicigóticos que para los
monocigóticos (Walters y Kendler, 1995). Por lo tanto, no es
posible extraer de momento conclusiones al respecto (Fairburn, Cowen, et al., 1999; Bulik et al., 2000). En cualquier
caso, la investigación en este campo está avanzando a pasos
agigantados. Los últimos trabajos han encontrado datos
muy sugerentes, que sugieren la existencia de un gen en el
cromosoma 1, que podría estar relacionado con la susceptibilidad al tipo restrictivo de anorexia nerviosa (Grice et al.,
2002). Sin embargo, es necesario ser cautelosos al respecto,
hasta que no aparezcan estudios de replicación.
Las evidencias genéticas para la bulimia nerviosa son
igual de complicadas que para la anorexia nerviosa. Holland
y Treasure (1989) encontraron tasas de concordancia del
treinta y cinco por ciento y del veintinueve por ciento respectivamente para gemelos monocigóticos y dicigóticos, lo
que indica una heredabilidad muy baja de alrededor del diez
por ciento. Sin embargo, tras entrevistar a más de 2000
gemelos Kendler et al. (1991) encontraron que las tasas de
concordancia para la bulimia eran más elevadas en los
monocigóticos (22,9 por ciento) que en los dicigóticos (8,7
por ciento), con una heredabilidad estimada del ciencuenta
y cinco por ciento. Es probable que el pequeño tamaño de la
muestra, junto a algunas diferencias metodológicas, sean las
responsables de esas diferencias en los resultados. Al contrario de lo que ocurre con los estudios sobre esquizofrenia, las
investigaciones con gemelos sobre trastornos de la conducta
alimentaria todavía están en pañales. A medida que las
muestras vayan siendo más amplias y permitan una mayor
potencia estadística, será posible detectar con más facilidad
las contribuciones genéticas a la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa (Bulik et al., 2000).
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Factores causales y de riesgo en los trastornos de la conducta alimentaria
LA TEORÍA SET-POINT.
La teoría de set-point (véase
Garner, 1997) se refiere a la tendencia de nuestro cuerpo
para «resistirse» a variaciones relativas a una serie de estándares biológicamente determinados (el set-point). Así pues,
cuando alguien intenta conseguir y mantener una disminución importante en su masa corporal, que exceda su setpoint personal, encontrará necesariamente fuertes
obstáculos fisiológicos. Garner (1997) lo expresa en los
siguientes términos:
De manera general, el cuerpo se resiste a variar su peso. El
peso parece estar regulado fisiológicamente en relación
con un «set-point», que es el peso que el cuerpo intenta
«defender». Cualquier desviación significativa del mismo
dará lugar a una miríada de compensaciones psicológicas,
que intentan conseguir que el organismo retorne a ese
punto. (p.149).
Una importante «compensación psicológica» diseñada para impedir que nos desviemos demasiado de nuestro set-point es el hambre. A medida que vamos perdiendo
peso, el hambre puede alcanzar niveles insoportables, que
nos impulsan a comer, a ganar peso, y a volver a nuestro
estado de equilibrio inicial. Lejos de perder su apetito, las
personas con anorexia nerviosa están pensando constantemente en la comida, y realizan enormes esfuerzos para
ignorar o suprimir su voraz apetito. Según esta teoría, las
dietas prolongadas o crónicas podrían llegar a aumentar la
probabilidad de atravesar periodos con impulsos prácticamente irresistibles para hartarse de comer alimentos hipercalóricos.
SEROTONINA.
La serotonina es un neurotransmisor
que está implicado en las obsesiones, los trastornos del
estado de ánimo y la impulsividad. También modula el apetito y la conducta alimenticia. Dado que muchos pacientes
con trastornos alimenticios responden muy bien al tratamiento con antidepresivos (que afectan a la serotonina),
algunos investigadores han llegado a la conclusión que de
los trastornos de la conducta alimentaria podrían estar
relacionados con alteraciones en el sistema de la serotonina
(Kaye, 2002).
En efecto, se están encontrando pruebas de alteraciones en el sistema de neurotransmisores. Por ejemplo, las
personas con anorexia tienen niveles muy bajos de 5-HIAA,
que es uno de los principales metabolitos de la serotonina.
Lo mismo puede decirse de los bulímicos. De hecho, tras la
recuperación, ambos tipos de pacientes muestran niveles
más elevados de 5-HIAA que pacientes del grupo de control
(Kaye et al., 1991, 1998, 2001), lo que abunda en la explicación del sistema de la serotonina.
Sin embargo, no resulta fácil interpretar esos resultados. En este tipo de investigaciones, siempre es difícil saber
si los problemas neuroquímicos son la causa principal del
problema, o por el contrario son la consecuencia de la des-
nutrición, la dieta, las purgas, o cualquier otra conducta
alterada del paciente. Los estudios que se realizan con
pacientes que se han recuperado pueden contribuir a clarificar el problema. Sin embargo, tampoco es válido suponer
(como intentan hacer algunos investigadores) que cualquier alteración que permanezca una vez que se ha resuelto
el trastorno debe haber precedido a la aparición de la enfermedad. Resulta igualmente posible que tales alteraciones
constituyan «cicatrices» neuroquímicas derivadas de años
de una conducta alimenticia patológica. Y no es ese el único
problema. Como es sabido, la comorbilidad entre los trastornos alimenticios y la depresión es muy elevada. También
recordará, como vimos en el Capítulo 7, que el sistema de la
serotonina está implicado en la depresión. ¿Cómo podemos
entonces estar seguros de que cualquier alteración del sistema de la serotonina que aparezca en los trastornos alimenticios no es un reflejo de esta susceptibilidad a la
depresión?
Factores socioculturales
LAS PRESIONES HACIA LA DELGADEZ. Las jóvenes
adolescentes son consumidores ávidos de revistas de moda.
Por ejemplo, la revista Vogue se publica en más de cuarenta
países (véase Gordon, 2000). En las culturas occidentales
estamos asistiendo a una idealización sociocultural de la
delgadez extrema de la mujer. Estas presiones pueden llegar
a ser especialmente poderosas en entornos socioeconómicos elevados, que es precisamente donde predomina el problema de la anorexia nerviosa (McClelland y Crisp, 2001).
Es probable que la delgadez se convirtiera en la pauta
cultural durante la década de los 60, si bien, también antes
de esa fecha, las mujeres habían estado preocupadas por su
peso y su apariencia. Un acontecimiento que supuso un
hito en este sentido fue la aparición de Twiggy en la escena
de la moda. Twiggy fue la primera supermodelo super-delgada. Aunque al principio su imagen resultaba muy chocante, no pasó mucho tiempo antes de que la industria de la
moda adoptara ese patrón. Los nombres de las modelos han
ido cambiando durante estos años, pero en ellas no ha cambiado mucho más. La apariencia de «niñas abandonadas»
de las modelos, característica de principios de los 90, tipificadas por Kate Moss, son un ejemplo muy apropiado. Aunque de vez en cuando encontramos apuestas por un cambio
en los estándares sociales hacia un ideal más «atlético»,
sigue siendo frecuente encontrar la imagen de bellezas de
una delgadez imposible, entre las páginas de cualquier
revista de moda de papel marché.
Un ejemplo muy sugestivo que demuestra la importancia de los medios de comunicación para ejercer presión
hacia la delgadez proviene de un fascinante estudio realizado por Anne Becker (véase Gordon, pp.136). A principios
de los años 90, cuando Becker estaba desarrollando su
investigación en Fiji, se dio cuenta de que en ese país
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
predominaban las mujeres con sobrepeso. En esa cultura, las
redondeces están asociadas con la fortaleza, la capacidad de
trabajo, la bondad y la generosidad (cualidades muy valoradas en Fiji). Por el contrario, las personas delgadas eran consideradas de manera negativa, y se las percibía como
enfermizas, incompetentes o con algún tipo de problema.
En otras palabras, se prefería la gordura a la delgadez, y hacer
dieta se veía como algo ofensivo. Lo más llamativo era la
completa ausencia de cualquier síntoma que pudiera parecerse lejanamente a un trastorno de alimentación.
Becker volvió a las Islas Fiji en 1998. Pero en el ínterin
se habían producido algunos cambios importantes. Había
llegado la televisión. Aunque sólo había una emisora, los
habitantes de las islas podían ver programas como Beverly
Hills 90210 y Melrose Place. Pero había otra cosa que también había cambiado. Muchas chicas jóvenes estaban empezando a mostrar indicios de preocupación respecto a su
peso, y expresaban desagrado por su cuerpo. Por primera
vez, las mujeres de Fiji estaban haciendo dieta.
Este «experimento natural» puede proporcionarnos
información anecdótica pero muy interesante respecto a la
manera en que los valores occidentales sobre la delgadez
pueden llegar a penetrar en otros entornos culturales. Si
bien Becker no recogió información sobre trastornos de la
conducta alimentaria (únicamente midió la actitud hacia la
comida), y aunque este estudio carece de los requisitos básicos de una investigación bien diseñada, sus resultados
resultan verdaderamente alarmantes.
Factores individuales de riesgo
No todo el mundo que vive en una sociedad que considera
la delgadez como un valor importante desarrolla un trastorno de alimentación. Por lo tanto, deben existir otros factores que incrementen la susceptibilidad a desarrollar ese
tipo de problemas. Algunas de esas diferencias pueden tener
un origen biológico, mientras que otras probablemente
tengan una naturaleza psicológica.
LA INTERIORIZACIÓN DEL IDEAL DE DELGADEZ.
La duquesa de Windsor dijo una vez que nadie debería ser
demasiado rico ni demasiado delgado. Evidentemente
había interiorizado la delgadez ideal, aceptando la idea de
que estar delgado es algo muy deseable. Piense por un
momento en qué medida usted suscribe esa manera de pensar. ¿Considera que las personas delgadas son débiles y
enfermizas? ¿O asocia el hecho de estar delgado con sentirse
atractivo, popular y feliz? En la medida en que las personas
interioricen este ideal de belleza, corren el riesgo de padecer
problemas de alimentación. Estos factores de riesgo son la
insatisfacción con el propio cuerpo, las dietas y la emocionalidad negativa (Stice, 2002). De hecho, existen pruebas de
que la interiorización de este tipo de modelo puede ser el
primer eslabón de una cadena que finaliza en un trastorno
de alimentación (véase Stice, 2002).
INSATISFACCIÓN CON EL PROPIO CUERPO. Una de
las consecuencias de la presión sociocultural para estar delgado es que las chicas jóvenes y las mujeres desarrollan sesgos perceptivos muy poderosos respecto a lo «gordas» que
están (por ejemplo, Fallon y Rozin, 1985; Rodin, 1993;
Wiseman et al., 1992; Zellner et al., 1989). Por el contrario,
los jóvenes Amish (que viven absolutamente aislados del
mundo moderno) no manifiestan este tipo de distorsiones
de la imagen corporal (Platte et al., 2000). Este hecho apoya
la idea de que las influencias socioculturales son fundamentales para desarrollo de la discrepancia entre la percepción
del propio cuerpo y el ideal de belleza femenina que se desprende de los medios de comunicación. Estos sesgos perceptivos llevan a chicas y a mujeres al convencimiento de
que los hombres prefieren una figura femenina mucho más
esbelta de lo que en realidad les gusta (véase la Figura 9.2).
A su vez, muchas mujeres también se sienten evaluadas por
otras mujeres, a causa de su figura corporal.
Lo idóneo sería que las mujeres tuvieran una oportunidad razonable de conseguir un cuerpo «ideal» simplemente
por el procedimiento de consumir una cantidad moderada de
calorías, y manteniendo un peso saludable. Pero para la mayoría de la gente esto no es posible. De hecho, como ha señalado
Garner (1997), el peso medio de las jóvenes norteamericanas
ha ido aumentando durante las últimas cuatro décadas, probablemente como consecuencia de la mejoría general en
nutrición, cuidados pediátricos y otros factores (por ejemplo,
la abundancia de alimentos hipercalóricos). Así pues, por una
parte el peso medio de las mujeres ha ido aumentando a partir de finales de los años 50, mientras que el peso de los ídolos
culturales que encarnan el atractivo físico, como los que aparecen en el póster central de Playboy o las participantes de Miss
Mundo, ha ido disminuyendo a una velocidad similar. La
Figura 9.3 representa gráficamente tales tendencias.
A la vista de estos datos, no debe sorprendernos que
muchas mujeres tengan problemas con su imagen corporal. Se ha calculado que el setenta por ciento de los póster
centrales del Playboy tienen un índice de masa corporal
inferior a 18,5 (Katzmarzyk y Davis, 2001). Es un peso muy
bajo, pero considerablemente superior a la descripción de
la «chica ideal» que, según las adolescentes encuestadas,
debería tener una estatura de ciento setenta y cuatro centímetros, pesar 45,5 kilos, y utilizar una talla cinco (así como
una larga melena rubia y ojos azules; Nichter y Nichter,
1991). En otras palabras, la «chica ideal» debe tener un
índice de masa corporal de 15,61 (lo que significa casi
seguro que padecería anorexia nerviosa). Incluso los
juguetes infantiles promueven esta imagen ideal y poco
realista. Por ejemplo, la estatura y el tipo de la muñeca Barbie, que casi todas las niñas tienen en casa. Se ha calculado
que para que una mujer normal consiga tener las proporciones de Barbie, debería tener una estatura de doscientos
diecinueve centímetros, perder 25,5 centímetros de cintura, y añadir 30,5 centímetros a su pecho (Moser, 1989).
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Factores causales y de riesgo en los trastornos de la conducta alimentaria
Figura 9. 2
Valoración media de la figura de
hombres (abajo) y mujeres
(arriba). Los valores de la escala
oscilan entre 10 y 90.
(Adaptado de Cohn & Adler, 1992.)
20
25
30
La mujer ideal
20
25
35
40
El ideal
Atractiva propio
30
45
50
45
50
Real
35
40
El ideal propio
Atractivo
Real
El hombre
ideal
Porcentaje de peso esperado
100
Peso medio
92
91
90
89
88
87
86
85
84
83
82
81
80
Playboy
Miss America
59
61
63
65
67
69
71
73
Año
75
77
79
81
83
85
87
Figura 9.3
EVOLUCIÓN DEL PESO MEDIO DE LAS MUJERES, EN COMPARACIÓN CON LA EVOLUCIÓN DEL PESO DE LAS PARTICIPANTES
EN EL CONCURSO DE BELLEZA DE MISS AMERICA, O DE LAS QUE APARECEN EN EL PÓSTER CENTRAL DE PLAYBOY, entre
1959 y 1978 (datos extraídos de Garner, Garfinkel, Schwartz, y Thompson, 1980), entre 1979 y 1988 (datos extraídos de Wiseman,
Gray, Masimann, y Ahrens,). La línea que está por encima del intervalo roto del eje vertical representa el cambio prorrateado del
peso medio de las mujeres durante un periodo de veinte años, contado a partir de 1959 y revisado en 1979 por la Society of Actuaries. De acuerdo con los últimos estudios de población, esta tendencia se mantiene. Adaptado de Garner (1997), p. 148.
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Todas las investigaciones señalan con rotundidad que
la insatisfacción con el propio cuerpo supone un importante factor de riesgo para desarrollar una patología alimenticia (Stice, 2002). Dicha insatisfacción también está
asociada con las dietas y con la emocionalidad negativa. Por
decirlo en pocas palabras, si no nos gusta nuestra imagen,
seguro que tampoco nos gustaremos a nosotros mismos. Y
por lo tanto, intentaremos perder peso para parecernos a
los modelos que ofrece la sociedad.
LA DIETA.
Cuando las personas desean estar más
delgadas, suelen hacer dieta. Casi todos los casos de trastornos alimenticios comienzan por hacer una dieta «normal», lo que está alcanzando proporciones epidémicas
entre las mujeres jóvenes de nuestra cultura. De hecho,
es prácticamente imposible que en cualquier lista de
los libros más vendidos no aparezca alguno dedicado a las
dietas. Bill Clinton, Madonna y Howard Stern son algunos
de los que han probado la «Zone Diet» (Gordon, 2000,
p. 153). Y desde luego no han sido los únicos. Se ha estimado que en este mismo instante aproximadamente el
treinta y nueve por ciento de las mujeres y el veintiuno por
ciento de los hombres están intentando perder peso (Hill,
2002). De hecho, la mayoría de las personas han hecho
dieta en algún momento de su vida (Jeffrey et al., 1991).
La dieta está considerada como un factor de riesgo
para que las mujeres jóvenes desarrollen anorexia nerviosa
y bulimia nerviosa (Polivy y Herman, 1985; Wilson, 2002).
De hecho, la edad media a la que las mujeres comienzan a
hacer dieta ha descendido a los doce o trece años de edad
(Hill, 2002). Evidentemente, los trastornos de la conducta
alimentaria tienden a ser más frecuentes entre las personas
más preocupadas por perder peso y hacer dieta (por ejemplo, las mujeres de clase media y alta).
También existen diferencias culturales en la prevalencia de las dietas. Las mujeres de los Estados Unidos son más
proclives a seguir una dieta que las mujeres europeas (si
bien cuando se habla de adolescentes la proporción es
mucho más parecida; Hill, 2002). La cultura de la dieta
también se está extendiendo a otros países, como demuestra el ejemplo de Fiji que hemos comentado anteriormente.
Como sabe cualquiera que haya intentado hacer dieta,
resulta muy duro seguirla. Irónicamente, hacer dieta termina por aumentar la probabilidad de comer en exceso.
Como veremos en el apartado Avances en la investigación 9.2, el mero hecho de proyectar hacer una dieta ¡hace
que comamos más! De hecho, como señala Stice (2002) en
su revisión del tema, hacer dieta supone en sí mismo un factor de riesgo para experimentar emociones negativas (véase
AVA N C E S
en la investigación
Las consecuencias indeseables de la decisión
de seguir una dieta
Existe un consenso general en la literatura sobre el tema de
que hacer dieta supone un factor de riesgo para el trastorno
de conducta por atracones. En la actualidad, las
investigaciones están sugiriendo que incluso el mero hecho
de proyectar hacer una dieta puede ocasionar una comilona.
En un estudio, se asignó aleatoriamente a estudiantes
universitarias a uno de dos grupos (Urbszat et al., 2002). A
uno de los grupos se les dijo que una vez que terminaran una
tarea de percepción del sabor (en la que tenían que valorar
lo dulces, amargas, etc. que les resultaban diferentes tipos
de galletas), comenzarían inmediatamente una dieta
hipocalórica de una semana. Al otro grupo simplemente se
les dijo que tenían que volver para hacer otra prueba una
semana después. En otras palabras, este segundo grupo no
tenía ninguna expectativa de que tuviera que hacer dieta
alguna. Como usted ya habrá adivinado, ninguna de las
participantes en este estudio tenía que hacer dieta (aunque
.
ellas no lo supieron hasta que terminó el experimento). Lo
que querían saber los investigadores era la cantidad de
galletas que comería cada una de ellas (evidentemente
podían probar cuantos quisieran). Los resultados no
pudieron ser más sugestivos. Las chicas del grupo de la
dieta, a quienes se indujo a pensar que iban a empezar
inmediatamente a hacer régimen, comieron más galletas
que las del otro grupo. Sin embargo, eso sólo ocurrió con
aquellas que antes de comenzar el estudio habían
reconocido que estaban pensando ponerse a dieta. Quienes
no se lo habían planteado previamente, no comieron más
galletas que el grupo de control. En otras palabras, el mero
hecho de pensar que iban a empezar un régimen alimenticio
fue suficiente para que quienes ya se lo habían planteado,
empezasen a comer en exceso. Como astutamente
señalaron los autores del estudio, «no es de extrañar por
tanto, que las dietas se rompan con tal facilidad; no sólo se
rompen por el hecho de comer alimentos prohibidos, sino
también por la perspectiva de que en el futuro ya no se
podrán comer».
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Factores causales y de riesgo en los trastornos de la conducta alimentaria
también Ackard et al., 2002). Esto puede deberse a que
cuando fracasan nuestros esfuerzos para adelgazar, resulta
prácticamente inevitable que nos sintamos mal con nosotros mismos.
SENTIMIENTOS NEGATIVOS.
Los sentimientos negativos suponen un factor causal de riesgo para la insatisfacción corporal (Stice, 2002). Cuando nos sentimos mal,
tendemos a ser muy auto-críticos. Puede que nos centremos en nuestras limitaciones y defectos, y que a la misma
vez los veamos más grandes de lo que son en realidad. Esto
parece ser especialmente cierto respecto a los pacientes con
trastornos de la conducta alimentaria. Estas personas, igual
que ocurre con las que tienen depresión, tienden a mostrar
formas distorsionadas de pensar y de procesar la información que proviene de su entorno (por ejemplo, Butow et al.,
1993; Garner et al., 1997). En muchos casos, se observa una
considerable auto-evaluación negativa (por ejemplo, Fairburn et al., 1997). Tales distorsiones cognitivas (estoy gordo;
soy un fracaso, soy un inútil) evidentemente hacen que las
personas todavía se sientan peor.
Los estudios longitudinales han confirmado que la
depresión y los sentimientos negativos predicen un elevado
riesgo de sufrir posteriores trastornos de alimentación
(Johnson et al., 2002; León et al., 1997). De hecho, hay
pruebas de que los sentimientos negativos favorecen la aparición y el mantenimiento de los atracones (véase Stice,
2002). Los pacientes suelen decir que se dan atracones
cuando se sienten estresados, decaídos, o mal consigo mismos. También dicen que a corto plazo, comer les permite
relajarse. Este tipo de informes coinciden perfectamente
con las predicciones de los modelos de regulación afectiva
(por ejemplo, McCarthy, 1990) que consideran los atracones como una manera de desviar la atención de los sentimientos negativos. Por supuesto, el problema aparece
después del atracón, cuando los pacientes experimentan
sentimientos de disgusto y enfado consigo mismos. En definitiva, una mala situación provoca una conducta que a su
vez hace que las cosas todavía vayan peor.
PERFECCIONISMO. Desde hace mucho tiempo se considera que el perfeccionismo es un importante factor de
riesgo para los trastornos de la conducta alimentaria
(Bruch, 1973). Esto se debe a que una persona perfeccionista tiene más probabilidad de suscribir el modelo ideal de
delgadez, y perseguir implacablemente un cuerpo perfecto.
También se ha sugerido que el perfeccionismo favorece el
mantenimiento de la patología bulímica, a través del seguimiento rígido de una dieta, que a su vez alimenta el ciclo
compulsivo-purgativo (Fairburn, 1997).
En general, la investigación apoya la asociación entre el
perfeccionismo y los trastornos de la conducta alimentaria.
Halmi y sus colaboradores (2000) estudiaron a trescientas
veintidós mujeres con anorexia nerviosa, y encontraron
que puntuaban mucho más alto en una medida de perfeccionismo, que un grupo de control que no tenía trastornos
de la conducta alimentaria. Esta tendencia al perfeccionismo se producía independientemente del tipo de anorexia que tuvieran. Una elevada proporción de pacientes con
bulimia nerviosa también muestran tener un perfeccionismo excesivo (Garner y Garfinkel, y 1997).
Como ya se ha dicho, cualquier característica de personalidad relacionada con los trastornos de la conducta alimentaria podría ser una consecuencia de dichos trastornos,
en vez de una causa de los mismos. Sin embargo, una vez
que los pacientes se han recuperado de su anorexia nerviosa, continúan puntuando más alto en las escalas de perfeccionismo que los grupos de control (Bastiani et al., 1995;
Srinivasagam et al., 1995). Este hecho sugiere que el perfeccionismo puede constituir un rasgo de personalidad permanente de las personas más susceptibles a desarrollar
patologías alimenticias (véase también Stice, 2002; Fairburn, Cooper, et al., 1999).
ABUSOS SEXUALES INFANTILES.
Los abusos sexuales infantiles también parecen estar implicados en el desarrollo de los trastornos alimenticios (Connors, 2001;
Fairburn et al., 1997; Fallon y Wonderlich, 1997). Sin
embargo, existe cierta polémica respecto al estatus empírico
del abuso sexual como un factor de riesgo para este tipo de
trastornos (véase Stice, 2002). En el único estudio de prospectiva que hasta la fecha ha examinado este tema, Vogeltanz-Holm y sus colaboradores (2000) no encontraron
pruebas de que los abusos sexuales sufridos en la infancia
predijeran el desarrollo posterior de conductas de comer en
exceso. Por otra parte, un meta-análisis de cincuenta y tres
estudios puso de manifiesto una asociación muy pequeña
pero de carácter positivo entre el abuso sexual infantil y las
patologías alimenticias (Smolak y Murnen, 2002). Esto
sugiere que ambas variables están vinculadas de alguna
manera, aunque todavía no sabemos con certeza la naturaleza precisa de ese vínculo. Una posibilidad radica en que el
hecho de que se haya abusado sexualmente de un niño
aumente la probabilidad de que desarrolle otros factores de
riesgo que favorezcan la aparición de trastornos de la conducta alimentaria, como por ejemplo una imagen corporal
negativa, o gran cantidad de sentimientos negativos. En
otras palabras, la ruta causal que va desde el abuso al trastorno de alimentación puede avanzar de manera indirecta a
través de una serie de variables intermedias.
El entorno familiar
Los clínicos que tratan la anorexia nerviosa no dejan de sorprenderse por los problemas que suelen caracterizar a las
familias de las que provienen esas jóvenes, y muchos defienden la necesidad de realizar paralelamente una terapia al
resto de la familia (Lock et al., 2001). Los pacientes con
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
anorexia nerviosa suelen describir a sus madres de forma
poco halagüeña: excesivamente dominantes, metomentodo, déspotas y fuertemente ambivalentes al dispensar su
cariño. Por el contrario, suelen describir a su padre como
un absentista emocional. Sin embargo, no debemos olvidar
que tener en la familia a una persona con un trastorno de
alimentación, afecta sin duda negativamente al funcionamiento familiar. Así pues, suponiendo que exista una asociación causal, también podría operar en la dirección
opuesta.
Lo que sí es cierto es que el retrato de las familias de pacientes anoréxicos extraído de la literatura clínica y de
investigación coincide en gran medida con el que dibujan
las propias chicas que sufren el trastorno. Las familias de
personas anoréxicas se describen de la siguiente manera:
• Muy poca tolerancia a la tensión psicológica
• Mucho énfasis sobre la corrección y las normas
• Una excesiva directividad por parte de los padres, junto
a un sutil rechazo de los esfuerzos por actuar de
manera autónoma
• Pocas capacidades para la resolución de conflictos
(adaptado de Strober, 1997, p. 234)
• Junto a ellas, la mayoría de los padres de los pacientes
con trastornos de la conducta alimentaria muestran
preocupaciones muy duraderas respecto a la importancia y deseabilidad de la delgadez, hacer dieta y tener
una buena apariencia física (Garner y Garfinkel, 1997).
Igual que sus hijos, tienen tendencias muy perfeccionistas (Woodside et al., 2002).
Podemos imaginar un curso de desarrollo típico, en el que
la sumisión y el perfeccionismo por parte de la hija, suponen una adaptación a las rígidas reglas y el control de un sistema familiar intolerante respecto a la desviación. Durante
la adolescencia, que se caracteriza por la búsqueda de la
individualidad y la autonomía, la hija «se rebela» de una de
las pocas maneras que le permite su familia. Se convierte en
un ejemplo perfecto que encarna los valores de esbeltez,
corrección y restricciones. En efecto, «devuelve la pelota» a
las opresivas influencias que dominan su vida. Mantiene
además esta posición «autónoma» con una furiosa tenacidad, que impresiona incluso a clínicos con una larga experiencia en el tema.
La parte esencial de esta interpretación más o menos
especulativa de cómo puede llegar a desarrollarse la anorexia nerviosa ya fue propuesta hace bastantes años por la psiquiatra Hilde Bruch (1986, publicación póstuma), que
hasta su muerte en 1984 era considerada como la figura
más destacada en la psicoterapia de los trastornos anoréxicos. Bruch consideraba la anorexia nerviosa como un
intento de camuflar un yo poco desarrollado, recurriendo a
una manera especial y obstinada de ser diferente e independiente.
Los datos relativos a las características familiares en la
bulimia muestran, una vez más, importantes similitudes con
la anorexia nerviosa. Por ejemplo, en el estudio al que antes
hemos aludido de Fairburn y sus colaboradores (1997), las
mujeres bulímicas mostraban diferencias significativas con
el grupo de control en factores de riesgo como las expectativas por parte de sus padres, el hecho de que también hicieran dieta otros miembros de la familia y la presencia
habitual de comentarios críticos por parte de la familia relativos al tipo corporal, el peso, o la forma de comer.
REVISIÓN
• ¿Qué características individuales están
asociadas con el riesgo de sufrir trastornos de
la conducta alimentaria? ¿Cómo se alían esos
factores de riesgo para provocar una patología
alimenticia?
• ¿Qué papel desempeñan los factores
socioculturales en el desarrollo de los
trastornos de la conducta alimentaria?
TRATAMIENTO DE LOS
TRASTORNOS DE LA
CONDUCTA ALIMENTARIA
El tratamiento clínico de los trastornos de la conducta alimentaria supone un importante desafío. Incluso aunque
los pacientes admitan que necesitan tratamiento, resultan
muy conflictivos. Alrededor del diecisiete por ciento de los
pacientes con trastornos importantes de alimentación,
deben ser ingresados en el hospital (Watson et al., 2000).
Por otra parte, es muy frecuente el «contagio», de manera
que en seguida aprenden de otros pacientes la mejor
manera de engañar al personal del hospital para hacerles
creer que están siguiendo el programa de tratamiento,
cuando en realidad no lo están haciendo. Por ejemplo, unos
enseñan a otros la mejor manera de desprenderse de la
comida sin que se note, cómo hacer ejercicio subrepticiamente y otras estrategias contrarias a la terapia. Por otra
parte, también pueden aprender nuevas formas de purgarse. En una ocasión en que uno de los autores de este libro
estaba trabajando en un hospital donde abundaban los
pacientes ingresados por trastornos de la conducta alimentaria, era frecuente encontrar vómitos depositados en
pequeñas tazas o vasos, escondidos dentro de la habitación.
El apartado El mundo que nos rodea 9.3 describe cómo estos
pacientes utilizan Internet para enseñarse mutuamente la
mejor manera de eludir las prescripciones terapéuticas.
www.ablongman.com/butcher12e
.
Tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Trastornos de la conducta alimentaria
e Internet
Para la mayoría de nosotros Internet supone una
fantástica fuente de información, ayuda y
asesoramiento. Muchas personas recurren a la red para
conectar con otras personas y compartir ideas y
experiencias. Sin embargo, para alguien con anorexia
nerviosa esos contactos pueden tener consecuencias
problemáticas. Cada vez son más las páginas Web que
proporcionan ayuda y apoyo a quienes padecen anorexia
nerviosa. Pero no se trata de páginas que aconsejen
buscar tratamiento; por el contrario, proporcionan
información e inspiración para quienes lo que desean es
seguir pasando hambre.
En vez de considerar la anorexia nerviosa como un
trastorno, muchas mujeres jóvenes la ven como un estilo
de vida. Para algunas es casi como una religión. En una de
estas páginas podemos encontrar la «plegaria Ana» (Ana
sería un apócope de anorexia), que comienza así:
«Estricta en mi dieta: debo no querer». En la misma
página se enumeran los «mandamientos de la delgadez»
(«si no estás delgada, no eres atractiva» y «estar delgada
es más importante que tener salud»). El «credo de Ana»
contiene más afirmaciones que expresan con frialdad
escalofriante la manera de pensar de los anoréxicos
graves («creo en la báscula de baño como indicador de
Tratamiento de la anorexia nerviosa
La preocupación más inmediata con los pacientes que tienen anorexia nerviosa es conseguir que recuperen el peso
suficiente como para que su vida no corra peligro. En los
casos más graves esto suele requerir la hospitalización y
algunas medidas extraordinarias como la alimentación
intravenosa. Esto requiere también un riguroso control de
lo que come el paciente, así como de su progreso hasta
alcanzar un determinado peso (Andersen et al., 1997). Normalmente estos esfuerzos a corto plazo suelen tener éxito.
Sin embargo, si no se aplica un tratamiento dirigido a los
problemas psicológicos que alimentan la conducta anoréxica, cualquier ganancia de peso será transitoria, con lo que
el paciente tardará muy poco en volver a ingresar en el hospital con el mismo problema.
No tenemos pruebas de que existan medicinas eficaces
para tratar la anorexia nerviosa, aunque a veces se utilizan
antidepresivos y antipsicóticos para disminuir la distorsión
mis éxitos y fracasos diarios» y «creo en Control, la única
fuerza lo suficientemente fuerte para poner orden en el
caos de mi mundo»).
La persona típica con anorexia suele ser muy
reservada respecto a su trastorno. En el pasado, la única
manera de que los pacientes con trastornos alimenticios
pudieran conocerse e intercambiar ideas era durante el
tratamiento en el hospital. Pero en la actualidad, el
anonimato de Internet permite vínculos inmediatos con
otras personas que comparten valores similares. Uno de
los principales problemas es que este contacto
proporciona a los pacientes anoréxicos una sensación de
estar en la onda. También les ofrece ideas e información
que apoyan su mortal propósito (cómo afrontar los
dolores de cabeza producidos por la inanición; qué tipo de
dieta es la mejor para no caer en la inanición, lo que
dificultaría seguir perdiendo peso). En consecuencia,
muchos de los grandes servidores de Internet están
intentando cerrar estas páginas pro-anorexia. Sin
embargo, Internet resulta muy difícil de vigilar, y lo único
que se ha conseguido es que muchas de estas páginas se
hayan vuelto clandestinas, lo que las hace más difíciles de
encontrar. No cabe duda de que las chicas que visitan
estas páginas necesitan ayuda. Pero las personas menos
capacitadas para ofrecérsela son precisamente otras
chicas jóvenes que adoptan nombres como
«Superdelgada» y «Nolosuficienteflaca».
del pensamiento (Ferguson y Pigott, 2000; Walsh, 2002).
También es posible citar algunas intervenciones psicológicas potencialmente eficaces. Las principales características
de la mayoría de estas estrategias se describen con más detalle en el Capítulo 17. Por desgracia, y al contrario de lo que
ocurre con la bulimia, existen muy pocos estudios controlados que nos permitan identificar cuáles son los mejores tratamientos. Casi con toda seguridad esto se deba al hecho de
que el tratamiento de la anorexia nerviosa suele requerir
mucho tiempo.
Como veremos en el siguiente apartado, la terapia cognitivo-conductual (TCC) está siendo muy eficaz para el
tratamiento de la bulimia. Como la anorexia nerviosa comparte muchas características con la bulimia, la TCC también suele utilizarse para tratar ese problema (Vitousek,
2002). La duración recomendada de tratamiento es de entre
uno y dos años. El principal objetivo del tratamiento radica
en la modificación de las creencias distorsionadas respecto
al peso y la comida, pero también respecto al propio yo, que
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
muy probablemente estén contribuyendo a generar y a
mantener el trastorno (por ejemplo, «todo el mundo me
rechazará si no estoy delgada»). Aunque todavía no disponemos de datos definitivos, parece que este tipo de tratamiento resulta al menos más eficaz que el asesoramiento
nutricional o la terapia a base de drogas (Vitousek, y 2002).
Sin embargo, todavía no sabemos si la TCC es mejor que
otros tipos de psicoterapia para tratar la anorexia nerviosa.
Como se ha dicho anteriormente, algunas teorías sobre
los trastornos de la conducta alimentaria destacan el papel
del entorno familiar. Se ha encontrado también que cuando
estos pacientes viven en una familia con gran expresividad
emocional (véase el Capítulo 14 para una exposición pormenorizada de esta variable), tienden a comportarse
mucho peor, desde una perspectiva clínica, que los pacientes que viven en familias con poca expresividad emocional
(esto es, cuyos parientes no muestran excesivas críticas ni
hostilidad; véase Butzlaff y Hooley, 1998). Por tales razones,
cada vez se recurre más a la terapia familiar para el tratamiento de la anorexia nerviosa.
En la terapia familiar, se intenta ayudar a los padres
para que ellos puedan a su vez cooperar con su hija anoréxica para que empiece de nuevo a comer. Se observan las
comidas familiares y se hace un esfuerzo para que los padres
funcionen como un equipo, cuyo objetivo sea la alimentación de su hija. Una vez que ésta empieza a ganar peso,
empiezan a tratarse otros asuntos y problemas de la familia.
Posteriormente, durante la última fase del tratamiento, se
intenta que la paciente y sus padres desarrollen relaciones
más independientes y saludables (véase Lock et al., 2001).
Algunos ensayos controlados aleatoriamente han
demostrado que los pacientes que han sido tratados
durante un año con este tipo de terapia familiar evolucionan mejor que quienes han sido asignados a un grupo de
control (en el que recibían un asesoramiento individual).
Sin embargo, parece evidente que el tratamiento familiar
funciona mejor con unos pacientes que con otros. En concreto, los pacientes cuya anorexia comenzó antes de los diecinueve años, pero que arrastran la enfermedad durante
menos de tres años, evolucionan mejor que quienes llevan
mucho tiempo padeciendo la enfermedad, o sufren bulimia
nerviosa (Dare y Eisler, 2002). Esto sugiere que quizá la
terapia familiar resulta más eficaz cuando el paciente es
adolescente y su anorexia relativamente reciente.
Tratamiento de la bulimia nerviosa
Es bastante frecuente que los pacientes con bulimia nerviosa reciban un tratamiento a base de antidepresivos. Este
tipo de fármacos se utilizan para el tratamiento de la bulimia, debido a que muchos de estos pacientes también
sufren de trastornos del estado de ánimo. En general, los
pacientes que toman antidepresivos evolucionan mejor que
los que han tomado un placebo. De manera relativamente
sorprendente, los antidepresivos parecen disminuir la frecuencia de los atracones, a la vez que mejoran el estado de
ánimo de los pacientes, y sus preocupaciones respecto a su
tipo y su peso (Walsh, 2002).
Sin embargo, el mejor tratamiento para la bulimia es la
terapia cognitivo-conductual (TCC). La mayoría de las
estrategias actuales de tratamiento se basan en el trabajo de
Fairburn y sus colaboradores en Oxford, Inglaterra. Son
múltiples los estudios de investigación que atestiguan los
beneficios clínicos del tratamiento TCC para la bulimia
(por ejemplo, Agras et al., 1992; Fairburn et al., 1993, 1995;
Fichter et al., 1991; Leitenberg et al., 1994; Walsh et al., 1997;
Wilson y Fairburn, 1993, 1998). Este tipo de estudios han
comparado la TCC con la terapia basada en fármacos (principalmente antidepresivos; véase Wilson y Fairburn, 1998),
y también con la psicoterapia interpersonal (véase Agras et
al., 2000), y todos demuestran que la TCC logra resultados
muy superiores a las demás. De hecho, la combinación de
TCC con fármacos sólo consigue un pequeño incremento
en la eficacia de la primera. En promedio, aproximadamente el cincuenta por ciento de los pacientes tratados con
TCC dejan por completo de darse atracones y de purgarse,
una vez que han terminado el tratamiento (Pike, 2001).
Además, la mejoría es muy rápida; el sesenta y dos por
ciento de la rehabilitación clínica aparece tan sólo con diez
sesiones de terapia (Wilson, 2002). También se ha encontrado que estos beneficios se mantienen al menos durante
cinco años después del tratamiento (Fairburn et al., 1995).
El componente conductual de la TCC para la bulimia
se concentra en la normalización de las pautas de alimentación. Esto incluye la planificación de las comidas, una educación nutricional y terminar con los ciclos de atracón y
purga, enseñando al paciente a comer de manera regular
pequeñas cantidades de comida. La parte cognitiva del tratamiento se dirige a la modificación de las ideas y conductas que inician o perpetúan el ciclo de atracones. Esto se
hace cambiando las pautas alteradas de pensamiento que
suelen aparecer en la bulimia, tales como el pensamiento
del tipo «todo o nada» que hemos descrito anteriormente.
Por ejemplo, se cuestiona la tendencia a dividir los alimentos en «buenos y malos», proporcionando información
fidedigna, e intentando que el paciente compruebe por sí
mismo que ingerir de vez en cuando comida «mala» no
conduce inevitablemente a una total pérdida de control
sobre la comida. La Figura 9.4 representa una plantilla cognitiva que el paciente debe rellenar. Proporciona un buen
ejemplo del tipo de pensamientos que inducen al atracón.
Las investigaciones más recientes sugieren que un
mediador importante en el tratamiento de la bulimia
podría ser la rápida disminución de las restricciones dietéticas. En otras palabras, quienes se dan cuenta de que no es
necesario recurrir a dietas muy estrictas muestran una
mejor evolución a largo plazo (Wilson et al., 2002). Este
resultado apoya la idea, propuesta por Polivi y Herman
www.ablongman.com/butcher12e
Tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria
Hoja de registros de Emma:
Identificación de los pensamientos permisivos
Situación
El viernes, en el instituto, sola, con el
tiempo libre, pensando en los deberes
(lo difíciles que serían). Comí una
pastilla de chocolate, sabiendo que me
iba a dar una atracón. Fui en autobús
a mi pueblo, entré en un Burger King,
y pedí una hamburguesa, dos raciones
de patatas fritas, un batido, un helado
grande de chocolate, y luego otro
helado más pequeño.
• ¿Cuándo?
• ¿Dónde?
• ¿Con quién estabas?
• ¿Qué hacías?
• ¿En qué pensabas?
Sentimientos
y sensaciones
Pensamientos permisivos
Podría comer alguna cosa.
Ansiedad
Pesadez
Vacía
Puedo vomitar después, por lo que
puedo comer sin engordar.
Puedo comer hasta quedarme sin
dinero.
• ¿Qué te dijiste a ti misma, para
• ¿Qué sentimientos
•
tenías?
¿Qué sensaciones
corporales notaste?
•
impulsarte a comer?
Identifica y rodea con un círculo el
pensamiento clave. Se trata del
pensamiento que más aumenta la
probabilidad de que te des un
atracón.
Figura 9.4
Hoja de registro cognitiva.
Fuente: Reproducido de M. Cooper, G. Todd, & A. Wells, Bulimia Nervosa: A Cognitive Therapy Programme for Clients con permiso de Jessica Kingsley
Publishers. Copyright © 2000 Myra Cooper, Gillian Todd, y Adrian Wells.
(1985), de que las dietas restrictivas tienden a fomentar los
atracones. Intentar reducir el consumo de comida puede
(paradójicamente) colocar a la persona en un elevado
riesgo de desarrollar un problema de atracones. Y a la
inversa, cuando los pacientes dejan de intentar controlar de
manera férrea su alimentación, tienen más probabilidades
de mejorar.
Tratamiento del trastorno de atracones
En la actualidad sabemos muy poco sobre la mejor manera
de tratar el trastorno por atracones. Sin embargo, suele
haber cierto solapamiento entre este trastorno con la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa. Por esta razón, los clínicos tienden a intentar adaptar los aspectos más
relevantes del tratamiento de estos últimos trastornos, al
cuadro clínico específico del paciente con atracones. Por
ejemplo, Marcus (1997) defiende una estrategia basada en
la adaptación de las técnicas TCC para la bulimia y la anorexia a los pacientes de atracones. Se trata de pacientes que
suelen tener sobrepeso, y que se alimentan de manera caótica. Suelen tener también algunas «normas» alimenticias
ilógicas y contradictorias —por ejemplo, comparten con
los bulímicos la clasificación rígida de la comida como
«buena y mala»—. Puede que también tengan actitudes
estereotipadas sobre ciertos defectos de personalidad de las
personas con sobrepeso, y que por lo tanto carezcan de la
autoestima necesaria para atreverse a enfrentarse con su
problema. De manera curiosa, y en contraste con los
pacientes anoréxicos y bulímicos, la mayoría de los pacientes con trastorno por atracones no parecen sobrevalorar la
delgadez, aunque sí menosprecian su propio cuerpo (Marcus, 1997).
Muchos de estos pacientes son veteranos que han fracasado en multitud de dietas, las cuales por cierto suelen
basarse en principios no comprobados y muchas veces
absurdos. Esto les añade una carga de desinformación,
confusión y sensación de fracaso. Así pues, la depresión
suele ser una compañera habitual de este tipo de pacientes;
el sesenta por ciento de ellos ha sido diagnosticado en
algún momento de trastornos del estado de ánimo (Wilfley, Schwartz, et al., 2000). Por lo tanto, un programa adecuado de TCC, junto a información fidedigna sobre la
nutrición y la pérdida de peso, suele ser la forma más eficaz
de ayudar a este tipo de pacientes (véase Goldfein et al.,
2000; Wilfley et al., 2002). Fairburn y Carter (1997) también han sugerido completar el programa con la lectura de
algunos textos de auto-ayuda.
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
REVISIÓN
• Compare las estrategias de tratamiento que se
utilizan para la anorexia nerviosa y la bulimia
nerviosa. ¿Por qué piensa usted que la terapia
cognitivo-conductual resulta tan beneficiosa
para los pacientes con trastornos de la
conducta alimentaria?
• ¿Qué factores explican que los trastornos de la
conducta alimentaria (especialmente la
anorexia nerviosa) resulten tan difíciles de
tratar?
OBESIDAD
Estamos asistiendo a una epidemia mundial de
obesidad, y las tasas de prevalencia aumentan con enorme
rapidez. Para hacerse una idea de la extensión del problema,
basta con mirar alrededor y contabilizar el número de personas que tienen sobrepeso. En los Estados Unidos, el veinte por
ciento de los hombres y el veinticinco por ciento de las mujeres están considerados con obesidad mórbida. En el Reino
Unido, los datos respectivos son el quince y el diecisiete por
ciento. Estas cifras todavía son más elevadas en Samoa, donde
¡más de la mitad de la población es obesa! Por el contrario,
la prevalencia de la obesidad en países asiáticos como China
y Japón es muy baja (Valdés y Williamson, 2002).
La obesidad se define a partir de un estadístico denominado índice de masa corporal (IMC). El IMC se calcula
siguiendo las instrucciones de la Tabla 9.2. En términos
generales, las personas que tienen un IMC inferior a 18,5
están por debajo del peso normal, entre 18,5 y 24,9 se considera un peso normal, entre 25 y 29,9 tienen sobrepeso, y
por encima de 30 se considera que están obesas.
Tabla 9.2.
Cálculo del índice
de masa corporal
peso (en kg)
_____________
× 703 = IMC
altura (m)2
IMC
Saludable
18,5-24,9
Sobrepeso
25-29,9
Obesidad
30-39,9
Obesidad mórbida
más de 40
La obesidad tiende a mantenerse a lo largo del tiempo.
DiPietro, Mossberg y Stunkard (1994) realizaron un seguimiento durante cuarenta años de quinientos cuatro niños
con sobrepeso. Tristemente, la mayoría de esos niños se convirtieron en adultos con sobrepeso. Esto es un problema,
debido a que la obesidad puede llegar a ser un trastorno
peligroso con riesgo para la vida. Puede dar lugar a diabetes,
problemas óseos, presión sanguínea elevada, y otras enfermedades cardiovasculares que ponen a la persona en riesgo
de sufrir un ataque cardíaco (por ejemplo, Kenchaiah et al.,
2002). En los Estados Unidos, mueren cada año más de
300 000 personas como consecuencia de lo obesidad, lo que
la convierte en la segunda causa evitable de muerte. Cuanto
más pesa la persona, mayor es el riesgo para su salud.
Desde una perspectiva del diagnóstico psicológico, la
obesidad no es un trastorno de la conducta alimentaria. Sin
embargo, muchos clínicos consideran que el problema
principal es el hábito de comer en exceso. Si bien algunos
casos de obesidad están provocados por alteraciones metabólicas u hormonales, se trata de casos muy poco frecuentes. En pocas palabras, la mayoría de las personas obesas
ingresan más calorías de las que gastan.
En los apartados siguientes vamos a analizar las razones por las que las personas comen en exceso hasta el punto
de convertirse en obesas, a pesar de la imagen negativa que
transmiten, de que saben que la obesidad es perjudicial para
su salud (Sarwer et al., 1998) y de la fuerte presión social
para conseguir una figura esbelta. Si bien los resultados
todavía no son concluyentes, se trata de un problema donde
los factores biológicos y de aprendizaje parecen desempeñar un papel fundamental (Drewnowski, 1996).
Factores biológicos
Gozar de un cuerpo esbelto tiene un componente familiar
(Bulik y Allison, 2002). En parte eso se debe a razones de
tipo biológico. En ciertos animales se han encontrado genes
responsables de la delgadez y la carencia de grasa, hasta el
punto de que se ha encontrado un tipo de rata que ni
siquiera engorda cuando se la alimenta con una dieta rica
en grasas. Probablemente también sea por eso que algunas
personas parecen ser capaces de consumir alimentos hipercalóricos sin engordar un solo gramo, mientras que otras en
seguida tienen sobrepeso y se ven obligadas a mantener una
lucha constante para no sobrepasarlo. La mayoría de las
personas van ganando peso a medida que cumplen años, si
bien esta ganancia está mas relacionada con una disminución de la actividad física, y con el hecho de que las personas mayores tienden a mantener sus hábitos alimenticios de
siempre, aunque cada vez necesiten menos calorías.
La herencia genética contribuye de manera fundamental a la tendencia que algunas personas muestran hacia la
obesidad o, alternativamente, a mantenerse delgados. Los
resultados de un estudio realizado con gemelos criados por
www.ablongman.com/butcher12e
separado han puesto de relieve que la genética desempeña
un papel muy importante en el peso corporal (Stunkard et
al., 1990). Sin embargo, los genes no son en este caso el factor determinante. Las tasas de obesidad están creciendo con
mucha más rapidez de lo que pueden explicar los genes por
sí mismos (ya que éstos necesitan generaciones para ir
mutando, lo que supone un proceso tan lento que no puede
explicar el rápido aumento de la obesidad). Esto quiere
decir que los problemas con el sobrepeso dependen de mucha mayor medida de hábitos de vida poco saludables.
La obesidad adulta está relacionada con el número y el
tamaño de las células adiposas (células grasas) del cuerpo
(Heymsfield et al., 1995). Las personas obesas tienen
muchas más células adiposas que las personas con un peso
normal (Peeke y Chrousos, 1995). Cuando se pierde peso, se
reduce el tamaño de esas células, pero no su cantidad. Hay
pruebas de que el número de células adiposas permanece
constante desde la infancia (Crisp et al., 1970). Así pues,
cabe la posibilidad de que alimentar a los niños en exceso
pueda provocar un aumento de las células adiposas, y por lo
tanto predisponerlos a problemas de sobrepeso en la edad
adulta.
Factores psicosociales
En la obesidad hay otros factores, además del acervo biológico, que también desempeñan un papel fundamental (Jeffrey y French, 1996; Fairburn, Doll, et al., 1998). En
muchos casos, los determinantes fundamentales de la obesidad dependen de algunas pautas familiares de conducta.
En efecto, en algunas familias la obesidad proviene de una
dieta muy rica en grasas y calorías, junto a una obsesión
por la comida, que puede alcanzar incluso ¡a los animales
domésticos! En esas familias se suele pensar que un bebé
regordete es un bebé saludable, por lo que presionan a los
niños para que coman más de lo que en realidad desean.
En otras familias, comer en exceso supone un remedio
para aliviar el estrés o el malestar emocional (Musante et
al., 1998).
Hay diferentes modelos psicológicos que han intentado explicar la causa de la tendencia a comer en exceso.
Según la perspectiva psicoanalítica, las personas obesas tienen una personalidad que ha quedado fijada en una etapa
muy temprana del desarrollo psicosexual, la etapa oral
(Bychowski, 1950). Se supone que esas personas organizan
su vida alrededor de la gratificación oral (en este caso,
comer continuamente). Esta propuesta ha sido más elaborada por Bruch (1973) y por Schneider (1995). Bruch ha
diferenciado entre la obesidad evolutiva y la obesidad reactiva. Propone que la obesidad evolutiva es una respuesta de
los niños ante el rechazo que perciben por parte de sus
padres, o también ante otras alteraciones importantes de su
relación con ellos. Supuestamente, los padres a su vez compensan su rechazo emocional, sobrealimentando y sobre-
Obsesidad
protegiendo a los niños. Estos niños nunca llegan a aprender la diferencia entre las distintas señales internas de
malestar, ya que sus padres responden a todas ellas de la
misma manera: ofreciéndoles comida. Bruch considera que
esta pauta de conducta termina por producir una percepción distorsionada de los estados internos —esto es, no ser
capaz de saber cuándo se ha ingerido suficiente comida.
Bruch ha definido la obesidad reactiva como aquella
que aparece en los adultos como una reacción ante un
trauma o ante el estrés. En este caso comer en exceso sirve
para reducir la sensación de malestar o depresión. Hay pruebas que apoyan la hipótesis de que muchas personas obesas
tienen también problemas psicológicos, como puede ser la
depresión. Por ejemplo, un estudio demostró que el veintiseis por ciento de los pacientes que habían buscado tratamiento para perder peso habían sido diagnosticados de
algún trastorno del estado de ánimo, y que el cincuenta y
cinco por ciento había sufrido algún trastorno de este tipo al
menos una vez en su vida (Goldsmith et al., 1992). Otras
investigaciones han encontrado que un notable porcentaje
de sujetos con el trastorno del atracón actúan así como respuesta a estados emocionales sombríos, como puede ser la
depresión o la ansiedad (Kenardy et al., 1996).
Perspectiva del aprendizaje
Según la perspectiva cognitivo-conductual, es posible explicar la tendencia a ganar peso y a mantenerlo, de manera
muy simple mediante los mecanismos básicos de aprendizaje (Fairburn et al., 1998). Para la mayoría de nosotros, la
conducta de comer está parcialmente determinada por respuestas condicionadas ante un amplio abanico de estímulos ambientales. Por ejemplo, las personas se animan a
comer cuando van a fiestas, ven la televisión, e incluso en el
trabajo.
Sin embargo, las personas obesas están condicionadas
ante muchos más estímulos —tanto internos como externos— que quienes tienen un peso normal. Algunos de esos
estímulos que inducen a comer en exceso, pueden ser la
ansiedad, la ira, el aburrimiento, o acontecimientos sociales. A su vez, comer como respuesta a ese tipo de estímulos
también resulta reforzado, debido a que el sabor de la buena
comida resulta agradable, y porque la tensión emocional
también disminuye. Por lo tanto, este reforzamiento incrementa a su vez la probabilidad de que cada vez se coma más
a menudo.
Dado que suelen comer con mucha frecuencia y en
exceso, las personas obesas terminan aprendiendo a no responder a la sensación de «estar lleno» —esto es, no se sienten saciados por mucho que hayan comido—. A su vez, la
actividad física no recibe reforzamiento, ya que sus efectos
inmediatos suelen ser más negativos que agradables, sobre
todo a medida que se van acumulando kilos. Así pues, las
personas obesas cada vez van siendo menos y menos activas.
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
Factores socioculturales
Diferentes culturas tienen diferentes concepciones de la
belleza. Algunas valoran la delgadez, mientras que otras
prefieren líneas más redondeadas. En algunas culturas la
obesidad se valora como signo de influencia social y de
poder. Sin embargo, en nuestra sociedad la obesidad parece
estar relacionada con la clase social, ya que es seis veces más
frecuente entre los adultos de clase social baja, y nueve veces
más frecuentes en los niños de esa misma clase social (Ernst
y Harlan, 1991). La Tabla 9.3 de la página 320, muestra
otros factores demográficos y conductuales vinculados a la
obesidad. Por otra parte, Lissau y Sorenson (1994) han
encontrado que los niños que han sido criados con descuido y negligencia tienen mayor riesgo de obesidad
cuando son adultos, que los niños que han recibido una
crianza normal. El hecho de que los padres tengan un nivel
educativo bajo también parece ser un factor de riesgo
importante (Johnson, Cohen, Kasen, et al., 2002).
El tratamiento de la obesidad
Perder peso es una de las principales preocupaciones en
nuestra cultura. Escribir un libro de dietas, o establecer una
clínica para perder peso, se ha convertido en un espléndido
negocio. Lamentablemente, las tasas de éxito de la mayoría
de estos negocios son muy pequeñas (Brownell y Wadden,
1992). Para una persona obesa, perder peso y mantener esa
pérdida supone un desafío impresionante (Yanovski y
Yanovski, 2002).
GRUPOS DE ADELGAZAMIENTO.
Ya están surgiendo
algunas organizaciones como Hambrientos Anónimos o
Tabla 9.3.
Vigilantes Del Peso (Weiner, 1998), que organizan programas de adelgazamiento en grupo. Este tipo de programas se
basa en la fuerte presión del grupo para reducir peso, a través
del orgullo compartido cuando se consigue, y la desaprobación ante los fracasos. De esta manera, se proporciona apoyo
grupal al mantenimiento de mejores hábitos alimenticios.
MEDICACIÓN.
Las drogas que se utilizan para perder
peso pueden agruparse en dos categorías fundamentales.
Una de esas categorías aglutina aquellas medicinas que
disminuyen la cantidad de comida que se ingiere, mediante el procedimiento de suprimir el apetito, generalmente
aumentando la cantidad de neurotransmisores como la
serotonina, la norepinefrina o la dopamina. La otra categoría incluye las medicinas que impiden la absorción de
alguno de los nutrientes presentes en los alimentos.
Sin embargo, estos remedios no están exentos de problemas. En 1997 la Administración de los Estados Unidos
para los alimentos y las Drogas (FDA) retiró del mercado
dos supresores del apetito, la fenfuflamina (Pondimin) y la
desfenfluramina (Redux), debido a que provocaban enfermedades cardíacas. Recientemente se ha retirado del mercado otra medicina para el tratamiento de la obesidad, ante
el temor de que pueda estar relacionada con hemorragias
fulminantes (Kernan et al., 2000). Por último, en la actualidad ya no se recomienda tomar anfetaminas para perder
peso (ya no están aprobadas por muchas administraciones
estatales), debido a la posibilidad de adicción.
Una de las medicinas aprobadas por la FDA para utilizarla junto a una dieta hipocalórica es la sibutramina
(Meridia). Esta medicina ejerce una acción mixta que
parece inhibir la reabsorción de la serotonina y la norepine-
Factores demográficos y conductuales relacionados
con la obesidad
La prevalencia de la obesidad aumenta si los sujetos son...
Edad
Mayores
Sexo
Femenino
Raza o etnia
Minoría étnica
Status socioeconómico
Bajo
Historial familiar
Hijos de padres obesos
Estado civil
Casado
Hijos
Mayor número de hijos
Tabaco
Ex-fumadores
De Valdez y Williamson (2002), p. 419.
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frina. Los pacientes que la utilizan durante seis meses suelen
perder entre un cinco y un ocho por ciento de su peso. Otra
medicina que ha recibido la aprobación de la FDA es el
orlistat (Xenical). Su acción se basa en la reducción de la
cantidad de grasa de la dieta que puede absorberse una vez
que llega al intestino. Los pacientes que han tomado esta
medicina durante un año han perdido aproximadamente el
nueve por ciento de su peso. Sin embargo, la pérdida de
peso en un grupo de control que tomaron un placebo
durante ese mismo tiempo se sitúa alrededor del seis por
ciento (Heck et al., 2000).
CIRUGÍA GÁSTRICA. Dado que la obesidad mórbida
supone un importante riesgo de salud debido a la hipertensión, enfermedades cardíacas, insuficiencia respiratoria y
artritis, no es de extrañar que a menudo sea necesario recurrir a medidas drásticas para ayudar a estos pacientes que
no pueden perder peso de otra manera. Uno de esos pacientes es Vincent Caselli.
Obesidad
La batalla de Vincent Caselli contra la obesidad
comenzó a punto de cumplir los treinta años.
«Siempre había tenido unos cuantos kilos de
más» decía. Cuando se casó pesaba 90,7 kilos,
pero diez años después había alcanzado los
ciento treinta y seis kilos. Se puso a régimen y
ESTUDIO perdió treinta y cuatro kilos, pero sólo para
DE UN
volver a coger en seguida 45,3 kilos más. En
1985 ya pesaba 181,5 kilos. Mediante una dieta
CASO
consiguió bajar a ochenta y seis kilos, pero en
seguida los recuperó. Comentaba con resignación «debo haber
ganado y perdido casi 1 000 kilos. Tenía la presión sanguínea alta,
diabetes y mucho colesterol. Sus rodillas y su espada le dolían constantemente y apenas podía moverse. Le gustaba adquirir abonos de
temporada para el hockey, y asistía habitualmente todos los veranos a las carreras de coches. De hecho, años atrás también había
competido. Pero ahora apenas podía llegar caminando a su vehículo
todo-terreno. No había podido subir a un avión desde 1983, y hacía
ya dos años que no subía a la segunda planta de su vivienda, por
temor a las escaleras. No podía dormir acostado sino únicamente
reclinado en un sillón. Incluso así sólo podía hacerlo a ratos, debido
a la apnea (un problema respiratorio) que suele afligir a las personas obesas, y que parece deberse a un exceso de grasa en la lengua
y en los tejidos blandos de la parte superior de la laringe. Más o
menos cada treinta minutos se detenía su respiración, y él se despertaba medio axfisiado. Estaba constantemente agotado. (Adaptado de Gawande, 2001).
Un método radical para tratar este tipo de obesidad es
la cirugía gástrica (Benotti y Forse, 1995). Consiste en colocar grapas en el intestino para disminuir el tamaño del estó-
Obsesidad
mago. Antes de la operación, el estómago puede contener
más o menos un litro de comida o líquidos. Pero después
de la intervención, tan sólo cabe el contenido de un vaso de
agua. Darse un atracón se vuelve prácticamente imposible.
La intervención dura un par de horas, aunque al realizarse
con pacientes obesos, la recuperación resulta más delicada.
La pérdida de peso subsiguiente es impresionante. Vincent Caselli, el paciente que hemos descrito antes, ya sólo
pesaba 113,5 kilos un año y medio después de la intervención quirúrgica, y todavía seguía perdiendo peso. Pories y
McDonald (1993) han informado que dos años después de
este tipo de intervención quirúrgica, el ochenta y nueve por
ciento de los pacientes ya no cumple los criterios de obesidad mórbida. En otro estudio, se encontró que los pacientes
habían perdido una media del sesenta por ciento de su
exceso de peso, y se mantenían así todavía ocho o nueve
años después de la intervención (Sugerman et al., 1992). Sin
embargo, algunos pacientes todavía consiguen encontrar
medios para seguir dándose atracones incluso con un estómago reducido (Kalarchian et al., y 1998), y por lo tanto,
suelen recobrar su peso inicial después de un año y medio
(Hsu et al., 1998).
TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS. Los tratamientos
psicológicos más eficaces para los pacientes muy obesos son
los métodos de reorganización de la conducta. Algunos
recurren al reforzamiento positivo, el autocontrol y las autorecompensas, y suelen conseguir pérdidas moderadas al
cabo de cierto tiempo (Agras, Telch, et al., 1997). En general,
las estrategias que se basan en el reforzamiento positivo son
más eficaces que los procedimientos de condicionamiento
clásico, como por ejemplo el condicionamiento aversivo que
utiliza estímulos eléctricos o pensamientos desagradables,
para asociarlos con la conducta de comer. Por otra parte, las
investigaciones han encontrado pruebas de que los métodos
cognitivo-conductuales resultan muy eficaces (Carter y
Fairburn, 1998; Wilson y Fairburn, 1993). Los resultados
obtenidos demuestran que con una buena motivación es
posible perder peso y mantener esos logros (Klem et al.,
1997; Tinker y Tucker, 1997). En estos estudios, los clientes
comenzaban por pensar en buenas razones que justificaron
el esfuerzo de perder peso, como por ejemplo los problemas
orgánicos relacionados con la obesidad, o la preocupación
por la apariencia física. Tras seguir un programa combinado
de dieta y ejercicio a largo plazo, estas personas fueron capaces de perder el exceso de peso.
Sin embargo, no todas las personas obesas tienen la
motivación necesaria para seguir un programa de reorganización de la conducta para la pérdida de peso. Las evidencias de que la mayoría de las estrategias resultan
infructuosas resultan abrumadoras (Garner y Wooley,
1991). Las personas obesas suelen tener una desagradable
sensación de vergüenza y fracaso tras haber probado multitud de dietas sin haber conseguido perder peso, o por haber
CAPÍTULO 9
Trastornos de la conducta alimentaria y obesidad
recuperado el peso poco después de haberlo perdido.
Brownnell y Wadden (1992) encontraron que sus pacientes
habían seguido una media de cinco dietas gracias a las cuales habían perdido (e inmediatamente recuperado) un total
de cincuenta y seis kilos. Las personas que siguen dietas muy
hipocalóricas, con las cuales pierden peso rápidamente, tienen más probabilidad de recuperarlo a corto plazo que las
personas que pierden peso siguiendo un programa mucho
más gradual (Wadden et al., 1994). Es preferible mantener a
lo largo del tiempo un peso relativamente alto, que someterse a las grandes fluctuaciones que generalmente provocan la mayoría de las dietas (Garner y Wooley, 1991).
tarse, Brownell (2002) ha propuesto algunas recomendaciones. Por ejemplo, (1) facilitar oportunidades para hacer
ejercicio físico, (2) regular la publicidad de las comidas dirigidas a niños, (3) prohibir la venta de comida rápida y
refrescos en los colegios y (4) fomentar y subvencionar la
venta de comidas saludables. Aunque algunas de estas
medidas pueden parecer exageradas, cuanto más nos concentramos en la prevención, mayores posibilidades tendremos para detener el problema de la escalada descontrolada
de la obesidad.
La importancia de la prevención
REVISIÓN
El tratamiento de los pacientes muy obesos suele ser una
tarea muy difícil y frustrante para todos los implicados.
Incluso cuando se utilizan los más eficaces procedimientos
del tratamiento, abundan los fracasos, en parte por la necesidad constante de auto-motivación. Una vez que una persona ha superado el límite de la obesidad, le resulta casi
imposible perder peso y, todavía más difícil, mantenerlo.
Como ha señalado Brownell (2002), «estamos perdiendo la
guerra contra la obesidad».
¿Qué nos queda por hacer? Teniendo en cuenta las
poderosas fuerzas ambientales con las que hay que enfren-
• ¿Qué factores demográficos y conductuales
parecen suponer un alto riesgo para la
obesidad?
• Explique la importancia del índice de masa
corporal para la definición de la obesidad.
• ¿Qué estrategias de tratamiento se utilizan
para ayudar a los pacientes obesos?
SUMARIO
• El DSM-4-TR reconoce la existencia de tres
trastornos diferentes de la alimentación: anorexia
nerviosa, bulimia nerviosa y otros trastornos de la
conducta alimentaria no especificados. Hay un
cuarto trastorno de la conducta alimentaria, el
trastorno por atracones, que aparece en el
apéndice pero todavía no forma parte del manual
diagnóstico formal.
• Tanto la anorexia nerviosa como la bulimia
nerviosa se caracterizan por un intenso temor de
engordar, y una fuerte motivación hacia la
delgadez. Los pacientes con anorexia nerviosa
suelen tener un peso muy por debajo de lo normal.
Esto no ocurre con los pacientes con bulimia
nerviosa.
• Los trastornos de la conducta alimentaria son más
frecuentes en las mujeres que en los hombres.
Pueden aparecer a cualquier edad, aunque
habitualmente comienzan en la adolescencia.
• La anorexia nerviosa tiene una prevalencia a lo
largo de la vida del 0,5 por ciento. La bulimia
nerviosa es más frecuente, con una prevalencia
entre el uno y el tres por ciento. Sin embargo
todavía queda un porcentaje importante, pero sin
determinar, de personas que padecen trastornos
de la conducta alimentaria menos graves.
• Los factores genéticos desempeñan cierto papel
en los trastornos de la conducta alimentaria,
aunque éste todavía no se conoce con exactitud.
• La serotonina es un neurotransmisor implicado en
los trastornos de la conducta alimentaria. También
desempeña un papel en los trastornos del estado
de ánimo, que suelen aparecer frecuentemente
junto a los trastornos de la conducta alimentaria.
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Términos clave
• Las influencias socioculturales son muy
importantes para el desarrollo de los trastornos de
la conducta alimentaria. Nuestra sociedad otorga
un gran valor al hecho de estar delgado, y además
ese valor se está extendiendo a otras culturas.
• En los trastornos de la conducta alimentaria
también están implicados algunos factores de
riesgo individuales, como la interiorización del
ideal de delgadez, la insatisfacción con el propio
cuerpo, las dietas, los sentimientos negativos y el
perfeccionismo.
• La anorexia nerviosa es muy difícil de tratar. El
tratamiento debe orientarse a muy largo plazo, y
además muchos pacientes se resisten a seguirlo.
Los tratamientos que se están aplicando en la
actualidad consisten en la alimentación
intravenosa (en los casos más graves), la terapia
familiar y la terapia cognitivo-conductual. También
pueden utilizarse medicinas.
• El mejor tratamiento para la bulimia nerviosa es el
cognitivo-conductual, que también resulta muy
eficaz para el trastorno por atracones.
• La obesidad se define por un índice de masa
corporal superior a 30. La obesidad está asociada
con muchos problemas médicos, y con el riesgo de
sufrir un ataque cardiaco. No se considera un
trastorno de alimentación ni un problema
psiquiátrico.
• La tendencia a estar gordo o delgado puede que
sea hereditaria. Sin embargo, la causa más
importante de obesidad es llevar un estilo de vida
poco saludable.
• Las personas tienen más probabilidad de llegar a
ser obesas cuando son mayores, de sexo femenino
y tienen un status socioeconómico bajo.
• La obesidad es un problema crónico. Algunas
medicinas pueden contribuir a perder algo de
peso, pero para conseguir una disminución
importante suele ser necesario someterse a
cirugía gástrica.
• Dado que la obesidad tiende a constituir un
problema que se mantiene durante toda la vida, y
que además su tratamiento resulta tan difícil, los
esfuerzos se están concentrando en la
prevención. Evidentemente, para seguir las
recomendaciones de prevención es necesario
lograr cambios fundamentales en la política
social.
TÉRMINOS CLAVE
Anorexia nerviosa (p. 298)
Bulimia nerviosa (p. 302)
Ensayos aleatorios controlados
(p. 316)
Índice de masa corporal (IMC)
(p. 318)
Meta-análisis (p. 307)
Obesidad (p. 318)
Perfeccionismo (p. 313)
Sentimientos negativos (p. 313)
Serotonina (p. 309)
Terapia cognitivo-conductual (TCC)
(p. 315)
Trastorno de alimentación no
especificado en otros apartados
(p. 305)
Trastorno de la conducta
alimentaria (p. 298)
Trastorno por atracón (p. 305)
C A P Í T U L O
Problemas de salud
y conducta
FACTORES PSICOLÓGICOS EN LA SALUD Y
ENFERMEDAD
FACTORES CAUSALES GENERALES
EN LA ENFERMEDAD FÍSICA
El estrés y la respuesta al estrés
Aspectos fisiológicos del estrés
El estrés y el sistema inmunológico
Psico-neuro-inmunología
El estilo de vida en relación con la salud y la enfermedad
Salud, actitudes y recursos de afrontamiento
Factores biológicos
Factores psicosociales
Factores socioculturales
ENFERMEDAD CARDIOVASCULAR
Hipertensión
La enfermedad cardiaca coronaria
¿Qué factores psicológicos están implicados en la enfermedad
cardiovascular?
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS
Intervenciones biológicas
Intervenciones psicológicas
Medidas socioculturales
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Ignora la práctica clínica la relación
entre médico y paciente?
¿S
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
e encuentra usted presionado por el estrés? ¿Se
siente socialmente aislado? ¿Suele ser una persona hostil e iracunda? Cada vez se acepta más la
idea de que lo que somos como personas y la manera en que
vivimos, tiene importantes implicaciones para nuestra salud y nuestro bienestar físico. Por ejemplo, puede que
usted haya observado que cuando está cansado o tiene un
resfriado parece tener una menor tolerancia ante el estrés.
Puede que también se haya dado cuenta de que cuando está
emocionalmente alterado se siente presionado de alguna
manera, su cuerpo parece mostrar una menor resistencia a
las enfermedades físicas. Tradicionalmente los médicos se
han concentrado en la comprensión y el tratamiento de los
factores anatómicos y fisiológicos de la enfermedad. Por
otra parte, en psicopatología el principal tema de interés ha
sido identificar y remediar los problemas psicológicos asociados con los trastornos mentales. En la actualidad cada
vez somos más conscientes de las limitaciones de ambas
perspectivas: si bien un trastorno puede tener un origen
fundamentalmente psicológico o básicamente físico, siempre se trata de un trastorno de la persona completa, y no
sólo de su cuerpo o de su mente. En otras palabras, cada vez
está más claro que la mente y el cuerpo funcionan de
manera coordinada.
La situación vital general de una persona también tiene
mucho que ver con el desarrollo, la naturaleza, la duración
y el pronóstico de un trastorno. Por ejemplo, probablemente la recuperación de un trastorno físico o mental
resulte más rápida cuando el paciente está ilusionado por
volver al trabajo y a su familia, que para una persona que
tiene que retornar a un trabajo frustrante, o una vida familiar insoportable. Por otra parte, las influencias socioculturales también afectan a la incidencia y al tipo de trastorno
que aqueja a miembros de diferentes culturas, sexos y grupos de edad. Por ejemplo, los hombres suelen morir una
media de siete años antes que las mujeres; la mortalidad por
infarto fulminante es un diez por ciento más elevada que la
media norteamericana en once Estados del sur, que conforman el «cinturón del infarto» (Alabama, Arkansas, y Georgia); los afro-americanos sufren más enfermedades
cardiacas que los caucasianos; los latinos suelen fumar
menos que los caucasianos; y los asiáticos americanos e isleños del pacífico son algunos de los grupos con mejor salud
de los Estados Unidos (véase Whitfield et al., 2002). Las
enfermedades a las que la gente es más vulnerable —ya sean
físicas, psicológicas o de ambos tipos— están determinadas
en gran medida por quiénes somos, dónde vivimos y cómo
vivimos (véase la Figura 10.1).
La medicina conductual es una aproximación amplia e
interdisciplinar para el tratamiento de los trastornos físicos,
que aparentemente tienen una causa fundamentalmente
psicosocial. Este campo evidentemente involucra a profesionales procedentes de muchas disciplinas (medicina, psicología y sociología) que tienen en consideración las
influencias biológicas, psicológicas y socioculturales, cuando analizan la salud y el bienestar de una persona. Sin embargo, el énfasis de la medicina conductual se concentra en
el papel de los factores psicológicos sobre la ocurrencia,
mantenimiento y prevención, de la enfermedad física.
La psicología de la salud es una especialidad psicológica de la medicina conductual. Estudia la contribución de
la psicología al diagnóstico, tratamiento y prevención,
de los componentes psicológicos de los trastornos físicos.
Durante los últimos treinta años, este campo ha evolucionado muy rápidamente, y ha ejercido un notable impacto
sobre prácticamente cualquier aspecto de la medicina clínica (Belar, 1997; Hafen et al., 1996; Smith et al., 2002).
¿Qué asuntos atienden quienes trabajan en este campo? El enfoque que ofrece la medicina conductual de las
enfermedades físicas se concreta a través de los siguientes
puntos (adaptado de Gentry, 1984):
• Los factores psicológicos que pueden predisponer a
una persona a sufrir una enfermedad física. Estos factores incluyen acontecimientos vitales críticos, determinados tipos de conducta y la personalidad.
• La forma en que pueden reducirse o eliminarse los
efectos negativos del estrés, mediante los recursos de
que dispone una persona. Por ejemplo, los estilos de
afrontamiento, el apoyo social y determinados rasgos
de personalidad.
• Los mecanismos biológicos que pueden hacer que los
factores de estrés alteren la fisiología humana, sobre
todo los que tienen que ver con conductas distorsionadas y con el efecto del estrés sobre los sistemas inmunitario, endocrino, gastrointestinal y cardiovascular.
• Los procesos psicológicos implicados en algunas decisiones sobre la salud, que se deben tomar respecto a temas
como un estilo de vida más o menos insensato, el cuidado de la salud y la práctica de conductas de prevención.
• Los factores que determinan el seguimiento de los consejos médicos. Por ejemplo, la naturaleza de la relación
entre el médico y el paciente y ciertos factores culturales y personales (por ejemplo, la negación de la enfermedad).
• La eficacia de las medidas de carácter psicológico,
como por ejemplo la educación para la salud y la
modificación de conducta, para cambiar hábitos poco
saludables y reducir de manera directa la enfermedad,
tanto de las personas como de la comunidad.
Considérese, por ejemplo, el caso de Pepe, un hombre de
cincuenta y dos años que sufre depresión. Como en seguida
veremos, su depresión también puede contribuir a empeorar su enfermedad cardiovascular (Glassman y Shapiro,
1998; Smith y Ruiz, 2002). Y también puede entorpecer los
esfuerzos para solucionar sus problemas cardiacos, haciendo que Pepe tenga pocas ganas de hacer el ejercicio
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Problemas de salud y conducta
Tasa de muerte en cada estado en función de la edad por enfermedad
cardiovascular entre 1996 y 1998
Tasa de muerte por cada
100 000 habitantes
289,4 a 325,0
325,1 a 347,8
348,5 a 388,6
388,8 a 465,4
Puerto
Rico
Alaska
Hawaii
Tasa de muerte en cada estado y en función de la edad por enfermedad
coronaria entre 1996 y 1998
Tasa de muerte por cada
100 000 habitantes
128,4 a 167,5
168,1 a 192,6
194,8 a 211,8
212,8 a 259,9
Puerto
Rico
Alaska
Hawaii
Tasa de muerte en cada estado y en función de la edad por infarto
fulminante entre 1996 y 1998
Tasa de muerte por cada
100 000 habitantes
42,9 a 58,5
58,9 a 61,4
61,5 a 67,2
67,6 a 86,0
Figura 10.1
Puerto
Rico
Alaska
Hawaii
físico que le prescribe su médico (es difícil hacer ejercicio
cuando estás deprimido y no te interesa nada). La perspectiva de la medicina conductual ofrece a los profesionales de
la salud algunas herramientas que les permiten comprender
Tasas de mortalidad según
la edad en cada estado de
los Estados Unidos
Fuente: Asociación Americana del Corazón
(2002).
y tratar ese tipo de problemas como el de Pepe. Les anima
también a tener en cuenta tanto la situación laboral como
las circunstancias familiares, lo cual puede influir decisivamente en el éxito del tratamiento. Lejos de ser algo
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
suplementario, la medicina conductual puede resultar
A Una Afección Médica General (APA, 2000; p. 181). Este
esencial para los resultados clínicos, y puede suponer la
diagnóstico debe utilizarse cuando la afección médica
diferencia entre la vida y la muerte.
desempeña un papel directo en el desarrollo del trastorno
Antes del DSM III, los trastornos que vamos a discutir
psicológico. Por ejemplo, algunas depresiones están provoen este capítulo se clasificaban como trastornos psicofisiocadas por un tiroides muy poco activo. La otra cara de la
lógicos (y anteriormente como trastornos psicosomámoneda es que los factores psicológicos también pueden
ticos). La atención se limitaba a un conjunto de trastornos
desempeñar una función importante en el desarrollo, exaque se pensaba que estaban causados principalmente por
cerbación, o mantenimiento, de los problemas físicos de
factores psicológicos (por ejemplo, úlceras, dolores crónisalud. El DSM-IV reconoce esta idea con su referencia a los
cos de cabeza, asma y enfermedad cardiovascular). Sin
factores psicológicos que afectan a las afecciones médicas
embargo, a medida que nuestros conocimientos han ido
generales (APA, 2000; p. 731). En este caso, la atención se
avanzando, nos hemos dado cuenta de la trascendental
concentra en los factores psicológicos que tienen un «efecto
influencia de los factores psicológicos, sobre una gama
clínicamente significativo sobre el curso o el resultado de
mucho más amplia de problemas de salud. También
una afección médica general». Una persona con una elehemos descubierto que algunos de los problemas físicos
vada presión sanguínea y una enfermedad cardiaca, pero
que pensábamos que tenían un origen puramente psicolóque sin embargo se niega a dejar de comer comida basura y
gico también tienen causas no psicológicas. Por ejemplo,
muy salada, sería un excelente representante de esta categouna importante causa de la úlcera gástrica es la bacteria
ría. Los factores psicológicos (en este caso la conducta inaHelicobacter pilori. Sin embargo, solamente una de cada
daptada de comer de una manera tan poco saludable) se
cinco personas que tienen esa bacteria termina por desacodifican en el Eje I, mientras que el problema médico (en
rrollar una úlcera (Peek y Blaser, 1997), mientras que, por
este caso la enfermedad cardiovascular) se codifica en el
otra parte, también es posible que se desarrolle una úlcera
Eje III. Otro ejemplo es el de un hombre con esquizofrenia
sin que exista esa bacteria (Ciociola et al., 1999). Esto se
que oye voces que le dicen que se niegue a la diálisis necesadebe a que algunos de los principales factores de estrés
ria para su enfermedad renal (véase Morrison, 1995;
(terremotos, desastres económicos), así como algunos facp. 534). En este caso, la esquizofrenia tendría que codificarse
tores habituales del estilo de vida (saltarse el desayuno,
en el Eje I, y el problema renal crónico en el Eje III. Otros
utilizar medicinas que irritan el estómago, tales como la
factores psicológicos que podrían codificarse en el Eje I
aspirina o el ibuprofeno, o la falta de sueño) también ejerpueden ser los rasgos de personalidad hostiles (vinculados
cen un papel fundamental en el desarrollo de una úlcera
a una enfermedad de la arteria coronaria, en el Eje III), y el
(véase Levenstein, 2002).
abuso del alcohol (vinculado a problemas hepáticos), y
En 1980, con la adopción del sistema DSM III, se eliotros por el estilo. La gama de enfermedades y problemas
minó la categoría de trastornos psicofisiológicos, fundamenmédicos para los que existen pruebas de la implicación de
talmente porque esta nueva perspectiva destacaba el
factores psicológicos se muestra en la Tabla 10.1. Como se
componente psicológico de todas las enfermedades físicas.
puede ver, los factores psicológicos resultan determinantes
Esto es, la pretensión de especificar qué enfermedades tienen
para un amplio espectro de problemas.
una causa psicológica resultaba
errónea y muy limitada, debido a
Tabla 10.1. Afecciones médicas que pueden estar
que lo excepcional sería que las cauinfluidas por factores psicológicos
sas psicológicas estén ausentes de
cualquier enfermedad. Como
Daños accidentales
Diabetes
hemos visto, en el DSM-4-TR se
Consumo de alcohol y drogas
Trastornos de alimentación
evalúa de manera separada a los
Alergias
Dolores de cabeza
pacientes a lo largo de diferentes
Artritis
Uso excesivo de medicinas
Ejes que reflejan distintas trastornos psiquiátricos (Eje I), de persoAsma
Hipertensión
nalidad (Eje II) y problemas físicos
Dolor de espalda
Insomnio
asociados (Eje III).
Cáncer
Síndrome de colon irritable
Como reconocimiento de que
Resfriados y otras infecciones
Problemas con la menstruación
los problemas psicológicos pueden
estar directamente relacionados
Enfermedad coronaria
Complicaciones en el embarazo
con las enfermedades físicas, el Eje
Lentitud para la recuperación de una
Trastornos sexuales
I del DSM-4-TR incluye una cateintervención quirúrgica
goría fundamental que se denoGingivitis y caries
Úlcera de estómago
mina Trastornos Mentales Debidos
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FACTORES PSICOLÓGICOS
EN LA SALUD Y ENFERMEDAD
Para comprender el papel que desempeñan los factores psicológicos en el mantenimiento de nuestra salud, es necesario en primer lugar saber cómo reacciona nuestro cuerpo
ante el estrés y ante infecciones o agentes tóxicos como
virus y bacterias.
El estrés y la respuesta al estrés
En el Capítulo 5 ya hemos visto que nuestros antepasados
de las cavernas necesitaban sistemas vitales que pudieran
preparar su organismo para situaciones de vida o muerte,
que suponían una parte habitual de su existencia. La naturaleza proporcionó esos sistemas a través de un aparato
muy elaborado diseñado para movilizar una gran cantidad
de energía y a muy corto plazo. Los acontecimientos que
activan esta reacción de emergencia involucran fundamentalmente la parte simpática del Sistema Nervioso Autónomo. En 1929 el destacado fisiólogo Walter B. Cannon
(1871-1945) denominó a esta reacción «respuesta de huida
o lucha», subrayando así su función de enfrentarse a un
agresor, o de rehuir el peligro. Al describir la pauta que
sigue esta reacción, Cannon observó que con la llegada de la
civilización, este tipo de reacciones habían quedado obsoletas. En la actualidad, es más probable que tengamos que
enfrentarnos con un vecino insoportable o con un atasco de
tráfico que vernos obligados a salir corriendo para evitar
que nos ataque un león. Este tipo de amenazas a nuestro
bienestar nos exigen sobre todo que aprendamos a tolerar y
soportar situaciones difíciles, y no tanto a dar algún tipo de
respuesta física e inmediata. Desde la perspectiva de Cannon (y de la de muchos investigadores contemporáneos),
cuando este tipo de situaciones se mantiene durante mucho
tiempo, se producen desajustes en los procesos fisiológicos
normales.
La activación del Sistema Nervioso Autónomo incluye
muchos procesos. A medida que aumenta el nivel de activación, es posible observar de manera directa sus manifestaciones más dramáticas: una tasa cardiaca y respiratoria
mayor, sudoración, incremento del tono muscular, y acaloramiento. Un observador perspicaz también observaría una
dilatación de la pupila (lo que mejora la visión). Si tuviéramos el equipo necesario, también podríamos observar el
aumento de la presión sanguínea, la transferencia de las
reservas de azúcar hacia la sangre, la redistribución de la
sangre hacia la musculatura periférica o voluntaria y la
secreción de poderosos neurotransmisores. Muchas veces
nos referimos a estos cambios con la expresión reacción de
alarma (Selye, 1976b). Esta es la primera fase de un síndrome de adaptación general que hemos descrito en el
Capítulo 5. Se trata de la respuesta de nuestro cuerpo ante
un «estado de guerra» proclamado por nuestro cerebro.
Factores psicológicos en la salud y enfermedad
Pero este sistema no ha evolucionado para enfrentarse con
circunstancias más banales, por lo que no debe sorprendernos que si estos efectos fisiológicos tan amplios y poderosos
se mantienen de manera continuada, puedan producir a lo
largo del tiempo problemas físicos importantes.
De manera similar, los primeros teóricos psicosomáticos, sobre todo Hellen Flanders Dunbar (1943) y Franz
Alexander (1950), supusieron que las fuentes internas crónicas de amenaza también podrían poner en serio peligro la
salud física. En otras palabras, el estrés psicológico continuado, por ejemplo los trastornos crónicos de ansiedad
(Capítulo 6), puede llegar a provocar daños físicos en órganos vitales. Estos primeros teóricos parecen haber estado
desde el principio en el buen camino, aunque —como suele
ocurrir en la psicología y en la ciencia en general— parte de
sus ideas hayan sido erróneas y simplistas.
Aspectos fisiológicos del estrés
En esencia, la respuesta al estrés supone una cascada de
cambios biológicos, que preparan al organismo para la
reacción de lucha o huida que hemos descrito anteriormente. La respuesta de estrés comienza en el hipotálamo,
que estimula el sistema nervioso simpático (SNS). Éste, a su
vez, activa la parte interna de la glándula adrenal (la médula
adrenal) para que segregue adrenalina y noradrenalina.
Cuando estas sustancias circulan por la sangre, provocan el
aumento del ritmo cardíaco que todos conocemos. También hacen que el cuerpo metabolice con más rapidez la
glucosa.
Además de estimular el SNS, el hipotálamo libera una
hormona denominada hormona liberadora de corticotrofina (HLC). Al viajar por la sangre, esta hormona estimula
la glándula pituitaria. Ésta segrega hormona adrenocorticotrófica (ACTH), que induce a la corteza adrenal (la parte
externa de la glándula adrenal) a producir las hormonas del
estrés que se denominan glucocorticoides. En los humanos,
esté glucocorticoide se denominan cortisol. La Figura 10.2
ilustra esta secuencia.
El cortisol es la hormona perfecta en una situación de
emergencia. Prepara el cuerpo para luchar o huir. También
inhibe la respuesta inmunitaria innata. Esto significa que si
se produce algún daño en el cuerpo, se retrasa la aparición
de la respuesta de inflamación. En otras palabras, el escape
tiene prioridad sobre la curación, de manera que la reparación de los tejidos queda en segundo lugar ante la tesitura
de seguir vivo. Evidentemente, esta respuesta tiene un valor
incalculable cuando es necesario salir huyendo de un león.
También explica por qué se utiliza la cortisona para reducir
la inflamación de una articulación dañada.
Pero el cortisol también tiene alguna que otra pega. Si
no se detiene su producción, puede dañar las células cerebrales, sobre todo en el hipocampo (véase Sapolsky, 2000).
En principio, el estrés es malo para el cerebro. Puede incluso
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
Hipotálamo
CRH
(En el flujo sanguíneo)
Pituitaria
anterior
ACTH
(En el flujo sanguíneo)
Corteza
adrenal
Cortisol
Figura 10.2
EJE HPA (HIPOTÁLAMO-PITUITARIA-ADRENAL)
El estrés prolongado produce la secreción de la hormona
adrenal cortisol, que aumenta el nivel de azúcar en la
sangre y por ende el metabolismo. Estos cambios
permiten al cuerpo mantener una actividad muy
prolongada, pero a expensas del quebrantamiento del
sistema inmunitario.
Fuente: J. W. Kalat. Biological Psychology, 7.ª ed. Belmont, CA: Wadsworth,
2001.
atrofiar el crecimiento (los bebés muy estresados no ganan
peso a un ritmo normal y no se desarrollan adecuadamente). Por lo tanto, el cerebro dispone de receptores para
detectar el cortisol. Cuando éstos se activan, envían un
mensaje de retorno para moderar la actividad de las glándulas involucradas en la respuesta de estrés. Son las que se
describen en la Figura 10.2, que ilustra el Eje HPA (hipotálamo-pituitaria-adrenal). Pero si el factor de estrés continúa presente, también este Eje permanece activo con lo que
el cortisol sigue vertiéndose en la sangre. Así pues, aunque
la producción de cortisol a corto plazo resulta muy adaptativa, cuando se mantiene de manera crónica puede llegar a
ser muy problemática.
TOXICIDAD DE LOS FACTORES DE ESTRÉS.
Si bien
todavía no se ha podido relacionar de manera específica
factores concretos de estrés con enfermedades físicas determinadas, el estrés se está convirtiendo en un elemento esencial para poder comprender el desarrollo y el curso que
siguen prácticamente todas las enfermedades orgánicas. El
estrés puede actuar como un factor para predisponer, precipitar o reforzar la causa principal de la enfermedad, aunque
también pude agravar una afección que ya se sufre. Esta
idea está en consonancia con el modelo predisposiciónestrés que hemos discutido en el Capítulo 3. Por ejemplo,
una persona que tiene alergia puede ver mermada su resistencia todavía más ante una tensión emocional; de manera
similar, como veremos más adelante, cuando un virus ha
penetrado en el cuerpo de una persona —como puede ocurrir por ejemplo en la esclerosis múltiple— el estrés emocional puede interferir con sus defensas normales o su
sistema inmunológico. De manera similar, el estrés tiende a
agravar y a mantener determinados trastornos, como por
ejemplo las migrañas (Levor et al., 1986) y la artritis
reumática (Affleck et al., 1994; Keefe et al., 2002).
Incluso el estrés provocado por el propio tratamiento
de la enfermedad, como ocurre con la agresiva terapia que
se utiliza en algunos tipos de cáncer, puede conllevar cierto
riesgo de reducir los recursos defensivos al disminuir gravemente la calidad de vida del paciente (véase Anderson et al.,
1994). El estrés post traumático puede seguir ejerciendo sus
destructivos efectos sobre la salud, mucho después de que
haya finalizado la situación traumática, tal y como demuestra el deterioro a largo plazo de la salud que sufren las víctimas de una violación sexual (Golding, 1994; Golding et al.,
1997). Con mucha frecuencia el estrés parece acelerar la
aparición de los trastornos e incluso aumentar su gravedad,
e interfiere con las defensas inmunológicas y otras funciones de reparación homeostática del cuerpo. Si suponemos
que cada uno de nosotros tiene algún órgano corporal relativamente vulnerable, entonces un estrés crónico y muy elevado nos pone ineludiblemente en riesgo de sufrir, antes o
después, algún problema en ese sistema.
El vínculo entre el estrés y la enfermedad física también
afecta a enfermedades que están provocadas por una excesiva
actividad del sistema nervioso autónomo (por ejemplo, algunos tipos de cáncer). Estas observaciones sugieren la implicación de un tipo de vulnerabilidad muy generalizada, que
parece estar inducida también por el estrés. Más en concreto,
este estrés podría comprometer el funcionamiento inmunológico. En otras palabras, los dañinos efectos físicos del estrés
no sólo afectan a la etapa de «alarma» del síndrome general
de adaptación, sino también a la etapa de «resistencia». En el
siguiente apartado vamos a revisar este asunto.
Estrés y el sistema inmunológico
Ya hemos visto que los glucocorticoides pueden provocar la
supresión del sistema inmunológico. A corto plazo esto puede
resultar muy adaptativo (escapa primero que ya te curarás
después). Sin embargo, es fácil ver que un estrés de larga duración puede llegar a comprometer la capacidad para luchar
contra las infecciones. Los primeros estudios que examinaron
la asociación entre estrés y funcionamiento inmunológico
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Factores psicológicos en la salud y enfermedad
observaron inmediatamente la existencia de un vínculo entre
las circunstancias estresantes (por ejemplo, los exámenes de la
universidad) y la disminución de la respuesta inmunológica.
Dicha merma hace que la persona sea más susceptible a las
infecciones, entre otros efectos negativos. Existen grandes
diferencias individuales en este tipo de reacción ante el estrés
(Kossly et al., 2002; Manuck et al., 1991). Para poder comprender mejor este proceso, se hace necesaria una somera descripción del funcionamiento inmunológico.
La palabra inmune proviene del latín inmunis, que significa «excepción». El sistema inmunológico está diseñado
para proteger al cuerpo contra elementos como los virus y
bacterias. Sería similar a una policía (Kalat, 1998). Si es
demasiado débil, no puede funcionar con eficacia, y el organismo sucumbe entonces al daño producido por los virus y
las bacterias invasoras. Pero por otra parte, si el sistema es
demasiado fuerte y poco selectivo, puede volverse contra las
propias células del cuerpo. Es lo que parece ocurrir con
algunas enfermedades auto-inmunes como por ejemplo la
artritis reumática y el lupus.
La avanzadilla defensiva del sistema inmunitario son los
glóbulos blancos. Estos leucocitos (o linfocitos) se producen
en la médula, y se almacenan en diferentes zonas del cuerpo,
La bacteria
penetra por
una perforación de
la piel
Se enlaza con
células-B
como el bazo o los nódulos linfáticos. Hay dos tipos importantes de leucocitos. Uno de ellos, llamado célula-B debido a
que madura en la médula de hueso, produce anticuerpos
específicos diseñados para responder contra antígenos concretos. Los antígenos (el término es una contracción de generador de anticuerpos) son cuerpos extraños, como los virus y
las bacterias, pero también otros invasores internos como los
tumores y las células cancerígenas. El segundo tipo importante de leucocito es la célula-T (llamada así porque madura
en el timo, una importante glándula endocrina). Cuando
se estimula el sistema inmunitario, ambos tipos de células se
activan y se multiplican con gran rapidez, organizando diversos tipos de contraataque (véase la Figura 10.3).
Las células-T circulan por la sangre y el sistema linfático, manteniéndose inactivas. Cada una de esas células
tiene en su superficie una serie de receptores para reconocer
un tipo determinado de antígeno. Sin embargo, son incapaces de reconocer por sí mismas a los antígenos. Así pues,
sólo se activan cuando un tipo de células inmunitarias
denominadas macrófagos (la palabra significa «gran devorador») detectan los antígenos y empiezan a engullirlos y
digerirlos. Para poder activar las células-T, estos macrófagos liberan una sustancia química conocida como interleu-
Algunas células-B se diferencian para
formar células de recuerdo que preparan
una primera defensa en caso de que
vuelva el elemento antígeno
Célula-B
Célula-B
Antígeno
Las células-B
producen
anticuerpos
Célula-T
de ayuda
Célula-B de recuerdo
Antígeno
El macrófago muestra la parte
antígena de la bacteria
El macrófago
envuelve al antígeno
Figura en 10.3
Respuestas del sistema inmunológico ante una infección por bacterias
Fuente: J. W. Kalat. Biological Psychology, 7ª ed. Belmont, CA: Wadsworth, 2001.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
kina-1. Se trata de un tipo de sustancias químicas denominadas citoquinas, que son mensajeros químicos de vital
importancia para la salud (véase el apartado Avances en la
investigación 10.1). Gracias a la ayuda de estos macrófagos,
se activan las células-T y pueden empezar a destruir antígenos (Maier et al., 1994).
AVA N C E S
en la investigación
Citoquinas: el vínculo entre el cerebro y el
sistema inmunológico
Las citoquinas son mensajeros químicos que permiten a las
células inmunológicas comunicarse entre sí. Se trata de
pequeñas moléculas de proteínas —se puede pensar en ellas
como si fueran hormonas del sistema inmunitario—. En la
actualidad conocemos dieciocho citoquinas, aunque mientras
usted está leyendo este capítulo probablemente se hayan
identificado algunas más. Una citoquina de la que usted
probablemente haya oído hablar es el interferon, que se
administra a los pacientes con cáncer, esclerosis múltiple y
hepatitis C.
Las citoquinas desempeñan un papel esencial como
mediadoras entre la respuesta inflamatoria y la respuesta
inmunológica (véase Kronfol y Remick, 2000, para una
revisión). Pueden dividirse en dos categorías principales:
citoquinas pro-inflamatorias y citoquinas anti-inflamatorias.
Las citoquinas pro-inflamatorias, como la interleukina-1 (IL-1), la
IL-6, o el factor de necrosis de un tumor, nos permiten afrontar
los ataques a nuestro sistema inmunológico, aumentando la
respuesta inmunológica. Por el contrario, las citoquinas anti
inflamatorias, como la IL-4, IL-10 y la IL-13, disminuyen o
moderan la respuesta del sistema inmunológico. Algunas veces
además bloquean la síntesis de otras citoquinas.
Lo que hace que las citoquinas sean elementos tan
interesantes es que además de comunicarse con el sistema
inmunológico también envían señales al cerebro. Dado que el
cerebro y el sistema inmunológico pueden comunicarse a
través de las citoquinas, podemos considerar al sistema
inmunológico prácticamente como si fuera otro órgano
sensorial. Lejos de constituir un sistema autosuficiente, el
sistema inmunitario puede controlar nuestros estados internos
y envía al cerebro informaciones relativas a infecciones y
daños. El cerebro puede responder entonces a esa información.
Esto significa en realidad que el cerebro es capaz de influir
sobre los procesos inmunológicos. Esto hace que algunos de
los descubrimientos que examinaremos en este capítulo (el
vínculo entre la depresión y las enfermedades cardiacas, o los
beneficios del optimismo y el apoyo social) tengan mucho más
sentido. De una manera muy tangible, lo que ocurre en el
cerebro puede afectar a lo que ocurre en el cuerpo, y viceversa.
También sabemos que la IL-1 y otras citoquinas pueden
estimular el Eje HPA (véase una vez más la Figura 10.2). El
consecuente incremento de cortisol compensa la
retroalimentación negativa diseñada para impedir una
respuesta inmune o inflamatoria excesiva. Sin embargo, si este
.
sistema de la retroalimentación falla y se vuelve muy sensible,
o no lo suficientemente sensitivo, entonces pueden aparecer
trastornos tan graves como un cáncer, una infección o
enfermedades auto-inmunes. Dado que el cerebro también
está involucrado en esta retroalimentación, los factores
emocionales y el estrés psicosocial pueden inclinar la balanza
del bucle de retroalimentación, ya sea hacia un sentido
positivo, ya hacia uno nocivo.
Una de las implicaciones de la investigación sobre las
citoquinas es que en las perturbaciones del cerebro pueden
tener efectos «río abajo» sobre el sistema inmunitario. Por
su parte, los problemas en este sistema también pueden
producir algunos cambios en la conducta, o incluso
problemas psiquiátricos. Por ejemplo, cuando usted está
enfermo también suele dormir más tiempo, perder el apetito,
y también el interés sexual. Se trata de una conducta típica
de los enfermos. Pero también puede depender, al menos en
parte, del efecto sobre el cerebro de algunas citoquinas
específicas. Cuando se inyectan al sujeto citoquinas como la
IL-1 o el interferon, éste entra en un estado de letargo, pierde
el apetito y tiene problemas de concentración, entre otros
(Reichenberg et al., 2001). En definitiva, muestra algunos de
los síntomas de la depresión. Y cuando se trata a los
pacientes de cáncer con citoquinas como el interferon,
experimentan síntomas febriles y depresión, que suelen
tratarse normalmente con un antidepresivo, la paroxetina
(Paxil) (Musselmann et al., 2001).
Hace ya un siglo, Bruce y Peebles (1904) observaron que
los pacientes que estaban internados en un hospital mental de
Gran Bretaña tenían glóbulos blancos anormales, tanto por su
forma como por su número. A medida que hemos avanzado en
el conocimiento de las citoquinas, estamos en condiciones de
comprender la razón de esas observaciones. Resulta plausible
pensar que los trastornos mentales tengan consecuencias
sobre el sistema inmunológico (de hecho, se ha encontrado
que los pacientes psicóticos tienen niveles muy elevados de IL6; véase Smith y Maes, 1995). Tampoco debería sorprendernos
que futuras investigaciones pongan de manifiesto que algunas
perturbaciones del sistema inmunitario produzcan cambios
psicológicos. Aunque se trata de una idea todavía muy
especulativa, podría explicar por qué la depresión está tan
estrechamente vinculada al síndrome de fatiga crónica (véase
el apartado El mundo que nos rodea 10.5 de la página 349). En
definitiva, las citoquinas pueden tener un enorme potencial
para permitirnos comprender los vínculos que existen entre el
bienestar físico y el mental, lo cual constituye en esencia el
objetivo fundamental de la medicina conductual.
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Las células-B tienen una estructura diferente de las
células-T. Cuando una célula-B reconoce un antígeno,
empieza a dividirse y a producir anticuerpos que circulan
por el flujo sanguíneo. Este proceso resulta facilitado por
las citoquinas que han sido liberadas por las células-T.
Los anticuerpos empiezan a producirse a partir del
quinto o el sexto día (Maier et al., 1994). Sin embargo, la
respuesta del sistema inmunológico será mucho más
rápida cuando ese mismo antígeno vuelva a aparecer en el
futuro, debido a que la célula conserva un «recuerdo» del
invasor.
La actividad de protección de las células B y T está
reforzada por otros componentes especializados del sistema, sobre todo los macrófagos, que son los matadores
naturales de células (a los que ya hemos aludido), y los granulocitos. Así pues, nuestras defensas inmunitarias dependen de este sistema tan especializado de glóbulos blancos
que circulan libremente en la sangre, o que permanecen
como refuerzos residentes en los nódulos linfáticos. La respuesta del sistema inmunológico ante una invasión de antígenos está orquestada de una manera muy intrincada, ya
que requiere el funcionamiento completo de numerosos
componentes. Y, como ilustra el apartado Avances en la
investigación 10.1, el cerebro ejerce un control fundamental
sobre este sistema.
FACTORES PSICOLÓGICOS Y FUNCIONAMIENTO
INMUNOLÓGICO. El SIDA, ya que es una enfermedad
del sistema inmunológico, proporciona una excelente
ilustración de la interrelación entre el estrés y la respuesta
inmunológica. Si bien el estrés no tiene porqué provocar
que una persona VIH positivo manifieste el SIDA, sí
parece debilitar todavía más la ya frágil respuesta inmunológica del organismo (Kiecolt-Glaser, 1988, 1992). Por
ejemplo, Antoni y sus colaboradores (1990) han mostrado algunos resultados preliminares, según los cuales
algunas intervenciones de carácter conductual, como por
ejemplo el ejercicio aeróbico, ejerce efectos psicológicos e
inmunológicos muy positivos sobre personas de alto
riesgo no infectadas, pero también sobre hombres homosexuales infectados, que se encuentran en las primeras
etapas de la enfermedad. Kemeny y sus colaboradores
(1994) mostraron que el estado de ánimo deprimido
estaba asociado con un aumento de la actividad VIH
de personas infectadas, lo que confirma la idea general de
que la depresión psicológica compromete todo el funcionamiento del sistema inmunológico (Herbert y Cohen,
1993). En el plano conductual, la depresión también
aumenta la probabilidad de realizar conductas de alto
riesgo por parte de hombres que todavía no están infectados (Kalichman et al., 1997a). Dado que ya disponemos
de tratamientos eficaces para la depresión, sobre todo la
terapia cognitivo-conductual (por ejemplo, DeRubeis,
1997; Hollon et al., 1992), recurrir exclusivamente a una
Factores psicológicos en la salud y enfermedad
estrategia farmacológica para tratar el SIDA supone ignorar algunas valiosas alternativas.
Así pues, las primeras pruebas correlacionales de la
relación entre el estrés y la enfermedad han quedado reforzadas por ciertos estudios que apoyan el papel del estrés
como reductor de la capacidad inmunológica (véase Kiecolt-Glaser et al., 2002a, 2002b). Strauman, Lemieux y Coe
(1993) diseñaron un experimento en el que se manipulaba
(temporalmente) la auto-evaluación que los sujetos hacían
de sí mismos. Encontraron que la citotoxina, una célula asesina natural (con poder para erradicar un antígeno) disminuía de manera significativa ante tal auto-evaluación
negativa, un efecto que se presentaba de manera más
potente en personas con tendencias previas a la ansiedad o
la depresión.
Por último, existen pruebas derivadas de los estudios
con animales de que la exposición a una experiencia estresante puede aumentar la tendencia a responder igual ante
acontecimientos estresantes posteriores (Johnson et al.,
2002). Las ratas que habían sido expuestas a descargas eléctricas produjeron posteriormente más cortisol cuando de
nuevo fueron expuestas a otra experiencia estresante. También sus niveles de ACTH (véase otra vez la Figura 10.2)
eran más altos. Estos resultados sugieren que las experiencias estresantes previas pueden sensibilizar el Eje HPA hacia
experiencias estresantes posteriores. En otras palabras,
cuando estamos expuestos en rápida sucesión a una serie de
acontecimientos estresantes, las consecuencias fisiológicas
pueden ser mucho más importantes (y quizá más perjudiciales) que si pasan periodos de tiempo más largos entre
cada uno de esos momentos difíciles.
SUPRESIÓN INMUNOLÓGICA CONDICIONADA. Aunque parezca sorprendente, la supresión inmunológica es
susceptible de condicionamiento clásico (Ader y Cohen,
1984; Maier en tal, 1994). De la misma manera que los
perros de Pavlov aprendieron a producir saliva como respuesta a un sonido, ciertos estímulos (previamente neutrales) son capaces de inducir en nosotros la supresión
inmunológica. Por lo tanto, tiene sentido que incluso estímulos mentales como pensamientos o imágenes sean
capaces de activar la supresión inmunológica cuando se
asocian de manera sistemática con acontecimientos que
suprimen las defensas inmunológicas (que actuarían
como estímulos incondicionados). Por ejemplo, el
periodo de entre uno y tres años de supresión inmunológica que suele seguir a la muerte de una esposa (Hafen et
al., 1996, p. 25) podría explicarse porque el esposo evoca
repetidamente imágenes de un pasado más agradable pero
lamentablemente irrecuperable, imágenes que se convierten en estímulos condicionados para la supresión inmunitaria, mediante la asociación con esta última que se ha
producido durante los momentos previos de intenso
duelo.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
Psico-neuro-inmunología
La psico-neuro-inmunología es el estudio de las interacciones que se producen entre la conducta, el sistema nervioso
y el sistema inmunológico (Kielcolt-Glaser et al., 2002a,
2002b; Mayer Watkins, 1998; Mayer et al., 1994). Se trata de
un campo novedoso y tremendamente interesante. Aunque
alguna vez se pensó que el sistema inmunológico estaba
esencialmente «cerrado» y sólo respondía ante la invasión
de sustancias extrañas (por ejemplo, los antígenos), ahora
sabemos que eso no es así. El sistema nervioso y el sistema
inmunológico se comunican de maneras que sólo estamos
empezando a comprender. Cada vez se aportan más pruebas que demuestran que el cerebro influye sobre el sistema
inmunológico y que éste a su vez también influye sobre el
cerebro. Mayer y sus colaboradores (Mayer et al., 1994;
Mayer y Watkins, 1998) han presentado pruebas de que la
conducta y los estados psicológicos de una persona influyen
sobre el funcionamiento del sistema inmunológico, si bien
las defensas inmunológicas también influyen sobre los estados mentales y las disposiciones conductuales, actuando
sobre el caudal de sustancias neuroquímicas que circulan
por la sangre, y que son las responsables de la modificación
de los estados del cerebro. Este bucle de retroalimentación
podría, por ejemplo, explicar un efecto que se ha observado
frecuentemente, como que el estrés induzca una depresión.
En efecto, los factores de estrés pueden evocar la supresión
del sistema inmunológico, que a su vez envía señales químicas al cerebro, cuyo efecto es inducir síntomas depresivos.
En definitiva, cada vez se hace más patente el potencial de
los factores psicológicos para influir sobre nuestra salud, y
el de ésta para afectar a nuestro bienestar psicológico.
La depresión o los sentimientos negativos pueden llegar a tener un significado especial en la supresión de la protección inmunológica. Las revisiones al respecto (véase
Kielcolt-Glaser et al., 2002a; Weisse, 1992) indican una
fuerte asociación entre un estado de ánimo deprimido y un
funcionamiento inmunológico bajo mínimos. Esta relación
parece ser relativamente independiente de las situaciones
específicas que pueden haber provocado los sentimientos
de depresión; esto es, el mero hecho de estar deprimido
añade todavía más efectos negativos a los que ya de por sí
conllevan los factores de estrés que han provocado ese
estado de ánimo. Otra revisión de las investigaciones sobre
el tema encontró que los sentimientos depresivos están asociados con un menor número de glóbulos blancos, con una
disminución de la actividad de las células asesinas y con una
disminución de diversas variedades de glóbulos blancos
(Herbert y Cohen, 1993). Como si estar deprimido no fuese
suficientemente malo, encima comporta efectos negativos
para el sistema inmunológico.
La lista de afecciones cuya asociación con la disminución del funcionamiento inmunológico está demostrada va
siendo cada vez más larga. Junto a la depresión psicológica,
hay que contar también los trastornos del sueño, las carreras
de maratón, los vuelos espaciales y la muerte de una esposa
(Schleifer, Keller, y Stein, 1985; Schleifer et al., 1989; Vasiljeva
et al., 1989). Cacioppo y sus colaboradores (1998) han añadido recientemente a esta lista estar al cuidado de una persona con la demencia de Alzheimer (véase el Capítulo 15). Se
ha demostrado que la respuesta inmunológica varía incluso
según los estados de ánimo normales que se producen a lo
largo del día (Stone et al., 1987). Un grupo de investigadores
de la universidad de Ohio ha demostrado una disminución
de los glóbulos blancos y de su actividad defensiva, entre
estudiantes de medicina sometidos al estrés de los exámenes
académicos (Glaser et al., 1985, 1987). Se cree que las células
asesinas desempeñan un papel fundamental en la vigilancia
y el control de los tumores y las infecciones víricas. Se ha
demostrado que el estrés hace más lenta la curación de las
heridas, en un porcentaje que oscila entre el veinticuatro y el
cuarenta por ciento (Kielcolt-Glaser et al., 1998). Para cualquiera que tiene que someterse a una operación quirúrgica,
se trata de un descubrimiento de vital importancia.
El estilo de vida en relación con la salud
y la enfermedad
El hecho de que cada vez seamos capaces de comprender
mejor los mecanismos biológicos involucrados en nuestros
estados psicológicos y fisiológicos ha favorecido que se
preste una enorme atención al papel que desempeña el
estilo de vida, respecto al desarrollo y el mantenimiento de
muchos problemas de salud. Hay numerosos aspectos de la
manera en que vivimos la vida que están implicados en el
desarrollo de algunos graves problemas físicos. Por ejemplo, no hacer ejercicio físico está directamente relacionado
con la muerte por enfermedad cardiaca (Dubbert, 2002).
En los Estados Unidos el tabaco produce cada año 450 000
muertes (Niaura y Abrams, 2002). El sesenta y uno por
ciento de los americanos adultos o bien tienen sobrepeso o
son obesos (Wadden et al., 2002). Y de especial interés para
los estudiantes universitarios se ha encontrado que incluso
pasar una noche sin dormir está asociado con un aumento
del nivel de cortisol al día siguiente (Leproult et al., y 1997).
El estilo de vida —los hábitos o las pautas de conducta
que están bajo nuestro control— desempeñan un papel
fundamental en tres de las principales causas de muerte en
los Estados Unidos: enfermedad cardiaca coronaria, accidentes de automóvil y muertes relacionadas con el alcohol.
Mientras tanto, todavía persiste la amenaza del SIDA. Cada
año, al menos 40 000 norteamericanos contraen el VIH
(Kelly y Kalichman, 2002). Pese a que ya todo el mundo
sabe que el preservativo es el mejor medio para prevenir la
transmisión del virus VIH-1, todavía quedan un enorme
número de personas (tanto homosexuales como heterosexuales) que realizan prácticas de riesgo cuando mantienen
relaciones sexuales (Bryan, Aiken, y West, 1997; Carey et al.,
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1997; Fisher y Fisher, 1992; Kalichman, Kelly, y Rompa,
1997b; Kalichman et al., 1997a; Kelly y Murphy, 1992).
Incluso aunque sepan que su conducta puede causar
daños físicos irreparables, resulta difícil para muchas personas modificar su estilo de vida para disminuir el riesgo de
contraer enfermedades. En efecto, suele ser difícil conseguir
cambios importantes y duraderos, lo cual es especialmente
cierto cuando la conducta problemática conlleva recompensas inmediatas y poderosas, como ocurre con las adicciones (véase el Capítulo 12). Incluso después de haber
sufrido un par de ataques cardíacos, y la extirpación de un
pulmón canceroso, había un hombre que continuó
fumando dos paquetes y medio de cigarrillos al día. Solía
decir «se que esto me está matando lentamente..., pero se ha
convertido en parte de mi vida ¡y no puedo vivir sin ellos!».
La mayoría de nosotros seguro que conocemos a alguien
que actúa de manera similar.
Salud, actitudes y recursos
de afrontamiento
Dado que el cerebro puede influir sobre el sistema inmunológico, existen diversos factores psicológicos de gran
importancia para nuestra salud y bienestar. Lejos de tratarse de imaginaciones que «sólo están en nuestra cabeza»,
la manera en que vemos los problemas, cómo los afrontamos e incluso nuestro temperamento, puede afectar de
manera directa a nuestra biología.
EL OPTIMISMO. Las actitudes de desesperación e indefensión pueden ejercer efectos devastadores sobre el funcionamiento orgánico. Por ejemplo, la sensación de
desesperación acelera el proceso de arteriosclerosis, lo que a
su vez provoca ataques cardíacos (Everson et al., 1997). Los
optimistas, que siempre esperan que les ocurran cosas buenas, lo pasan mucho mejor (Carver y Sheier, 2002). En la
actualidad, son muchos los cirujanos que prefieren retrasar
una intervención quirúrgica grave hasta estar convencidos de
que el paciente se muestra razonablemente optimista sobre el
resultado. Desde una perspectiva más general y cotidiana,
el optimismo parece servir como un amortiguador contra la
enfermedad (Scheier y Carver, 1987, 1992). Si bien es posible
que un exceso de optimismo respecto a la salud pueda hacer
que esa persona no busque tratamiento para un problema de
salud potencialmente peligroso (por ejemplo, Davidson y
Prkachin, 1997; Fisher y Fisher, 1992; Friedman et al., 1994;
Kalichman et al., 1993; Tennen y Affleck, 1987), la mayoría de
los datos al respecto sugieren que los beneficios de optimismo
superan cualquier posible desventaja (Carver y Scheier, 2002).
Las personas muy poco optimistas experimentan una
sensación psicológica de indefensión. Como vimos en el
Capítulo 5, esto podría estar asociado con consecuencias
negativas para la salud (por ejemplo, Fawzy et al., 1993). En
un interesante estudio con jugadores de béisbol, Peterson y
Factores psicológicos en la salud y enfermedad
Seligman (1987) encontraron que entre ellos las actitudes
negativas estaban significativamente asociadas con problemas de salud, después de que se hubieran retirado. Peterson
y sus colaboradores (1998) también encontraron una
mayor tasa de mortalidad entre un grupo de personas con
una gran capacidad intelectual pero que habían tenido,
medio siglo antes, una fuerte tendencia a interpretar de
manera catastrofista los acontecimientos negativos. De
manera similar, un estudio de seguimiento realizado con
graduados de Harvard que tenían actitudes pesimistas a la
edad de veinticinco años demostró que entre los cuarenta y
cinco a los sesenta años sufrían más enfermedades físicas
(Peterson, Seligman, y Vaillant, 1988). Está claro que ver el
vaso medio lleno es mucho mejor que verlo medio vacío.
SENTIMIENTOS NEGATIVOS.
Posiblemente las emociones negativas debieran ir acompañadas de mensajes de
advertencia similares a los que aparecen en los paquetes
de cigarrillos. En efecto, existen pruebas irrefutables de que
las emociones negativas pueden ser peligrosas para nuestra
salud (Kielcolt-Glaser et al., 2002a). Como ya se ha señalado, la depresión está asociada con cambios mensurables
en el funcionamiento inmunológico (Zorillo et al., 2001). Y,
como veremos después, las personas con una depresión
mayor corren un mayor riesgo de sufrir un ataque cardíaco
que las personas sin historia de depresión (Pratt et al.,
1996). La depresión también parece aumentar la mortalidad de cualquier tipo en los pacientes hospitalizados (Herrman et al., 1998). Respecto a las mujeres, la depresión
parece aumentar el riesgo de osteoporosis (Michelson et al.,
1996), mientras que en los hombres la depresión predice
una disminución de la fuerza muscular tras un periodo de
tres años (Rantanen et al., 2000).
Aunque esta cuestión no se ha estudiado en profundidad, también la ansiedad parece estar asociada con el desarrollo de problemas cardiacos. Además, como ya hemos dicho
anteriormente, parece retrasar la recuperación tras una intervención quirúrgica (véase Kielcolt-Glaser et al., 1998). Por
último, está perfectamente documentado que la hostilidad
crónica puede constituir un factor de riesgo para sufrir enfermedades cardiacas e incluso la muerte (Miller et al., 1996). El
ejemplo más conocido es la pauta de conducta del Tipo A,
que examinaremos más detalladamente más adelante.
También es necesario señalar que las emociones negativas pueden, mediante su asociación con el neuroticismo,
aumentar las quejas sobre problemas de salud que no pueden demostrarse médicamente (Costa y McCrae, 1987;
Thorenson y Powell, 1992; Watson y Pennebaker, 1989). El
neuroticismo está asociado con una mayor ocurrencia de
los acontecimientos negativos, como puede ser el divorcio
(Magnus et al., a 1993), que a su vez están vinculados con la
aparición de enfermedades. Como ilustran estos ejemplos,
la relación entre la personalidad y la salud no siempre es
simple y sencilla (Friedman et al., 1994).
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
AVA N C E S
.
en la investigación
¿El rencor es malo para la salud?
Quien más y quien menos nos hemos sentido maltratados
en algunas ocasiones. Puede que un amigo que nos iba a
llevar al aeropuerto no apareciera a recogernos. Puede que
otro se dedique a cotillear a nuestras espaldas. Quizá
nuestro jefe o nuestro profesor no reconozcan nuestro
esfuerzo y nos valoren negativamente. Para cualquiera que
viva entre otras personas, este tipo de desaires son un
hecho cotidiano e irritante, aunque inevitable.
¿Tiene algún impacto sobre nuestra salud la forma en
que manejamos estas situaciones? Para analizar este tema,
Witvliet et al. (2002) estudiaron las consecuencias
emocionales y fisiológicas de actuar de manera indulgente
o rencorosa. Se pidió a estudiantes universitarios que
eligieran ofensas interpersonales auténticas, que hubieran
experimentado en el pasado. La mayoría de esas ofensas
provenía de amigos, novios, hermanos o padres, e incluían
asuntos como el rechazo, la mentira o el insulto. A
continuación los investigadores recogieron autoinformes y
datos psicofisiológicos (tasa cardiaca, presión sanguínea y
tensión de los músculos de la cara) de los estudiantes
mientras que éstos se imaginaban su respuesta a esas
ofensas, ya fuera de manera indulgente o rencorosa. En la
condición indulgente, se pedía a los estudiantes que
pensaran en sentimientos de clemencia o de empatía con
las personas que les habían ofendido. En la condición de
rencor, se les pedía que se mantuviesen en el papel de
víctimas, que no olvidaran el daño y que intentaran
mostrarse rencorosos.
¿Es posible que ambas formas de pensar sobre el
mismo asunto pudieran modificar el estado de ánimo y
los estados fisiológicos de los participantes en el
estudio? La respuesta es que sí. Cuando se les pidió que
fueran indulgentes, los participantes informaban de
que tenían más sentimientos de empatía y clemencia.
Pero cuando se les pidió que se mostraran rencorosos y
resentidos, se informaba de más sentimientos negativos,
hostiles, tristes y de pérdida de control. También se
observaba una mayor tensión en las cejas, aumentaba el
ritmo cardíaco, la presión sanguínea y la conductividad
eléctrica de la piel (lo que indica una mayor activación del
sistema nervioso autónomo). Pero todavía más
sorprendente fue el resultado de que después de
terminar el experimento y que se les pidiera relajarse, los
sujetos que habían imaginado sentimientos de rencor
eran incapaces de relajarse. En otras palabras, el estado
de elevada activación fisiológica que se había alcanzado
al imaginar ofensas pasadas resultaba muy difícil de
eliminar.
¿Qué implicaciones tienen estos resultados? Si bien
experimentar de manera fugaz sentimientos de hostilidad
probablemente no sea suficiente para dañar nuestra
salud, las personas con tendencia a rumiar
indefinidamente las ofensas que les han hecho los demás
están adoptando una actitud peligrosa. En la medida en
que el mantenimiento de la ira y de las reacciones
cardiovasculares elevadas pueden tener consecuencias
para la enfermedad cardiaca y el funcionamiento
inmunológico, fomentar el rencor puede ser peligroso
para nuestra salud. Aunque no siempre resulta fácil,
perdonar a los que nos ofenden puede hacer que
disminuya nuestro estrés y aumente nuestro bienestar.
En conjunto estos resultados indican que una perspectiva optimista de la vida, así como la ausencia de emociones
negativas, pueden ejercer consecuencias muy beneficiosas
sobre la salud. De hecho, en la actualidad estamos asistiendo
a un interés cada vez mayor por el estudio de la psicología
positiva (Snyder y López, 2002). Se trata de centrarse en las
características y los recursos humanos que tienen implicaciones directas para nuestro bienestar físico y mental. Los sentimientos positivos (la tendencia a experimentar estados
emocionales positivos; Watson, 2002), la compasión (Cassell,
2002), la gratitud (Emmons y Shelton, 2002), el humor (Lefcourt, 2002) y la espiritualidad (Pargament y Mahoney,
2002) son dones que no tienen precio. Aunque la investigación sobre estos aspectos de «acentuar lo positivo» todavía se
encuentra en pañales, ya se dispone de pruebas sobre sus
posibles beneficios sobre la salud. Por ejemplo, existen datos
que señalan que la risa mejora el sistema inmunológico
(Berk et al., 1988; Lefcourt, 2002). También se ha demostrado la existencia de beneficios psicológicos asociados con la
tendencia a olvidar las afrentas, frente mantener el rencor
(véase el apartado Avances de la investigación 10.2)
De manera irónica, algunas de las características positivas de los humanos también pueden complicar los intentos
de determinar la eficacia de las nuevas técnicas de tratamiento, como pueden ser las nuevas drogas. Un paciente
que cree que un determinado tratamiento será eficaz, tiene
más probabilidades de mostrar una mejoría que la persona
que se muestra neutral o pesimista, incluso cuando en la
práctica dicho tratamiento no ejerza ningún efecto fisiológico relevante. El efecto placebo explica en parte la controversia que aparece periódicamente entre la comunidad
científica y el público en general, respecto a la eficacia de
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Factores psicológicos en la salud y enfermedad
ciertas drogas y de otros tratamientos. Como usted recordará del Capítulo 1, este efecto explica por ejemplo que se
puedan obtener beneficios clínicos de la terapia con imanes.
Incluso se ha llegado a sugerir que en ausencia del
efecto placebo, la profesión médica tal y como la conocemos no habría sobrevivido al siglo XX. Hasta principios de
ese siglo, los médicos tenían muy poco que ofrecer a quienes sufrían enfermedades; de hecho, muchos solían
emplear tratamientos específicos (como las sangrías) que
en realidad eran muy dolorosos (llegaron a acabar con la
vida de George Washington, por ejemplo). La supervivencia y la prosperidad de la profesión médica desde los tiempos antiguos supone en gran medida la demostración del
poder de la confianza en la curación (Shapiro y Morris,
1978). Así pues, el íntimo vínculo que existe entre cuerpo y
mente no puede estar mejor documentado que a través de
la propia historia de la profesión médica.
En el siguiente apartado, vamos a ilustrar los abundantes vínculos que existen entre los factores psicológicos y las
.
enfermedades físicas, a través de un tipo de trastornos muy
específico: las enfermedades del sistema cardiovascular.
Hemos elegido esta enfermedad porque desde 1900 es la
principal causa de muerte en los Estados Unidos (Asociación Americana del Corazón, 2001). Las enfermedades cardiovasculares no sólo producen una tasa de mortalidad
muy elevada, sino que también generan lesiones que provocan discapacidad, un enorme gasto médico y la disminución de la productividad laboral (Asociación Americana del
Corazón, 2001).
Si usted es un estudiante universitario, probablemente
piense que las enfermedades cardiacas no deben preocuparle todavía. Sin embargo, la tasa de muerte súbita por
paro cardíaco entre los quince y los treinta y cuatro años de
edad ha pasado de 2719 en el año 1989, a 3000 en el año
1996. Como demuestra la muerte del lanzador de béisbol
Darryl Kile (véase El mundo que nos rodea 10.3), es posible
ser un atleta aparentemente saludable, y sin embargo morir
de un ataque cardíaco a los treinta y tres años de edad.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Enfermedad cardiovascular en un atleta
de treinta y tres años
Darryl era uno de los lanzadores de béisbol más
importantes de la liga de primera división, y murió por un
paro cardíaco en la habitación de su hotel, a los treinta y
tres años de edad. Su muerte subraya la importancia de
conocer el estado de salud, así como la prevención de las
enfermedades cardiovasculares, también entre personas
jóvenes.
Muchos jóvenes suponen erróneamente que las
enfermedades cardiovasculares son algo que todavía no
les concierne. Sin embargo, la investigación sugiere lo
contrario. Iribarren y sus colaboradores (2002)
examinaron a trescientos setenta y cuatro hombres y
mujeres caucasianos y afro americanos entre dieciocho y
treinta años, para detectar señales de calcificación en su
arteria coronaria (un signo de alarma del endurecimiento
de sus arterias, o arteriosclerosis). Incluso controlando la
demografía, el estilo de vida y otras variables fisiológicas,
los investigadores encontraron que quienes habían
puntuado más alto en una medida de hostilidad que se
había realizado diez años antes tenían más del doble de
probabilidades de sufrir la calcificación coronaria que
aquellos otros sujetos que habían puntuado bajo en
hostilidad. Estos resultados no sólo desafían la creencia
habitual de que las enfermedades cardiovasculares apenas
afectan a las personas jóvenes, sino que además resaltan
la importancia de realizar medidas preventivas lo antes
posible, tales como reducir al máximo las actitudes
hostiles, buscar tratamiento para una eventual depresión,
mantener un peso razonable y no fumar.
La prevención de la enfermedad cardiovascular
comienza con una educación para la salud, que incluye el
conocimiento del propio historial médico. Por ejemplo, el
padre de Kile había muerto de un paro cardíaco a los
cuarenta y cuatro años de edad. También es importante
aprender a reconocer los síntomas de un ataque cardíaco.
La noche antes de su muerte, Kile había comentado a su
hermano que se encontraba muy cansado y con dolor en
los hombros (Gorman, a 2002). Pero precisamente debido
a su juventud y a su excelente estado de forma física,
probablemente no se le ocurriera atribuir esos síntomas a
un posible problema cardíaco. En estos casos suelen
presentarse los siguientes signos de alerta: (1) un dolor que
se extiende por los hombros, brazos, cuello o mandíbula;
(2) sudoración súbita; (3) fuerte presión y dolor en el
centro del pecho; y (4) náuseas, vómitos y respiración
entrecortada. Los síntomas van y vienen. Normalmente las
personas niegan e ignoran estos síntomas para no tener
que ir al médico y enfrentarse a la posibilidad de estar
sufriendo un infarto (O´Carroll et al., 2001). Es importante
tener esto en cuenta para no pasar por alto determinados
problemas físicos. En 1998 más de 3000 norteamericanos
de entre quince y treinta y cuatro años de edad murieron
súbitamente por paro cardíaco (Gorman, 2002). Aunque no
debemos angustiarnos pensando que eso nos puede
ocurrir también a nosotros, es importante que conozcamos
nuestra historia familiar y seamos capaces de reconocer
los primeros signos de posibles problemas.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
REVISIÓN
• ¿Cómo afectan las actitudes y la perspectiva
vital de una persona a su salud?
• ¿En qué medida las actitudes optimistas o
negativas puedan facilitar o entorpecer la
capacidad para enfrentarse con la
enfermedad?
• ¿Qué mecanismos fisiológicos están
involucrados en la activación del sistema
nervioso autónomo?
• Describa la relación entre el estrés y el sistema
inmunológico.
ENFERMEDAD
CARDIOVASCULAR
Las enfermedades del sistema cardiovascular (el corazón y
sus arterias) se refieren a muchas afecciones clínicas interrelacionadas. Aquí nos vamos a centrar en tres de ellas: la hipertensión; la enfermedad cardiaca coronaria, en la que se
obstruyen las arterias que suministran la sangre al corazón; y
la muerte súbita, en la que la obstrucción afecta al suministro
de sangre que se dirige al cerebro. En este capítulo nos vamos
a referir a la hipertensión y a la enfermedad cardiaca coronaria. La muerte súbita, muy similar en su etiología a la enfermedad cardiaca coronaria, la revisaremos en el Capítulo 15.
Hipertensión
Cuando una persona fisiológicamente normal está tranquila,
su ritmo cardiaco es regular, el pulso uniforme, la presión
sanguínea relativamente baja y todos sus órganos viscerales
reciben su aporte de sangre. Sin embargo, ante una situación
de estrés, se contraen las venas que llevan la sangre a los órganos viscerales, mientras que ésta fluye más caudalosamente
hacia los músculos del tronco y las extremidades. Esto es
parte de la respuesta de huir o luchar, a la que nos hemos referido en páginas anteriores. Cuando las diminutas venas que
llegan a los órganos viscerales se contraen, el corazón debe
trabajar con más intensidad. Al latir más rápido y más fuerte,
el pulso se acelera y aumenta la presión sanguínea. Normalmente, al finalizar la crisis, el cuerpo retorna a su funcionamiento normal. Sin embargo, bajo una tensión emocional
constante, la presión sanguínea alta puede llegar a ser crónica.
Lo ideal es que la presión sanguínea tenga unos valores
de 120/80 (por convención, el primer número se refiere a la
presión sistólica, la que se produce cuando se contrae el corazón, mientras que el segundo representa la presión diastólica,
que se produce entre latidos. La unidad de medida es milímetros de mercurio, Hg). La hipertensión se define como tener
una presión sistólica persistente de 140 o más, y una presión
diastólica de 90 o más. Hace unos años se consideraba normal
tener una presión de 140/90. Sin embargo, en la actualidad se
considera como «normal alta» una tensión de 130-139/85-89
(Joint National Committe, 1997). En general, la tensión sanguínea va aumentando con la edad. Entre los adultos jóvenes,
hay más hombres que mujeres con una presión elevada. Sin
embargo, después de los 50 años, la prevalencia de la hipertensión es mayor entre las mujeres (Burt et al., 1995), probablemente debido a la menopausia (Staessen et al., 1989). En la
actualidad se estima que la hipertensión afecta a unos cicnuenta millones de norteamericanos (un veintiocho por
ciento de la población, mientras que en Europa afecta a un
cuarenta y cuatro por ciento, aunque con grandes variaciones
entre los países. N. del T.) (véase Blumenthal et al., 2002).
Muchos clínicos e investigadores consideran que la
tensión arterial más o menos alta depende inicialmente de
una predisposición biológica a reaccionar intensamente
ante el estrés (por ejemplo, Tuomisto, 1997; Turner, 1994),
y que a partir de ahí, y ante las circunstancias adversas de la
vida, el individuo va avanzando hacia la hipertensión.
Las causas orgánicas de la hipertensión sólo explican
un pequeño porcentaje de los casos; el resto de los casos de
hipertensión, en los que no existe una causa física que los
explique, recibe el nombre de hipertensión esencial. La
hipertensión esencial no suele mostrar sintomatología
hasta que se manifiesta en alguna complicación médica.
Además de aumentar de manera significativa la probabilidad de sufrir una enfermedad coronaria o un paro cardíaco,
también suele ser causa de la obstrucción de las arterias
periféricas, la apoplejía cardiaca (debida a la incapacidad
del corazón para superar la resistencia de las arterias
cuando están muy constreñidas), problemas renales,
ceguera, y algunos otros importantes trastornos físicos.
La hipertensión supone por lo tanto un trastorno muy
peligroso. Lo más irónico es que detectarla es muy sencillo
y poco doloroso. Sin embargo, su regulación es muy complicada, por lo que cuando se desvía, puede resultar extremadamente difícil identificar la causa (Herd, 1984). Por
ejemplo, los problemas renales pueden ser tanto una causa
como un efecto de la hipertensión, que también puede proceder de un exceso de sal en la dieta, o de la excesiva retención metabólica del sodio.
LA HIPERTENSIÓN Y LOS AFROAMERICANOS. La
hipertensión es más frecuente en la descendencia afroamericana que en la americana o europea, y sus índices de difusión
en el sureste son especialmente altos (Hall, 1997). Se ha
determinado que el estrés de la vida en la ciudad, la pobreza,
y los evidentes prejuicios raciales probablemente juegan un
papel importante en la alta incidencia de casos de hipertensión en los afroamericanos (Anderson y Jackson, 1987;
Anderson y McNeilly, 1993; Mays, 1974). La dieta puede ser
otra causa, las mujeres afroamericanas en particular son más
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propensas al sobrepeso que las caucásicas (ver Whitfield et
al., 2002). El abuso de la sal también es habitual en las preferencias dietéticas de los negros, y existen pruebas adicionales
de que la población negra, en general, retiene en exceso el
sodio que ingiere, una circunstancia que deriva en la retención de líquidos y cambios endocrinos que a su vez elevan la
presión sanguínea (Anderson y Mc Neilly, 1993). Además, los
estudios revelan que los afroamericanos son menos propensos a hacer ejercicio que los caucásicos (Bassett et al., 2002;
Whitfield et al., 2002). Todos estos factores pueden contribuir a aumentar los niveles de hipertensión y de enfermedades coronarias que padecen los afroamericanos.
LA HIPERTENSIÓN Y LA CÓLERA.
La interpretación
psicoanalítica clásica de la hipertensión es que las personas
afectadas tienen una rabia reprimida. Algunas evidencias
dispersas apoyan esta hipótesis (Gentry et al., 1982; Spielberg et al., 1985; Stone y Hokanson, 1969). Sin embargo, no
se trata de una hipótesis demostrada de manera incuestionable. Por una parte se ha encontrado que expresar la cólera
también produce hipertensión (Suls et al., 1995). Las investigaciones actuales señalan que quizá lo importante no es si
la cólera se expresa o se reprime, sino más bien si se comunica de una manera constructiva.
Davidson y sus colaboradores (2000) han explorado
esta idea utilizando una escala de cólera constructiva. Esta
medida se realizaba mediante jueces. Los observadores
observaban una entrevista durante la cual la persona explicaba su manera de responder a situaciones estresantes. Las
personas con una elevada cólera constructiva generalmente
intentan resolverlas enfrentándose directamente con el origen de la misma, expresando por qué se sienten enfadados,
e intentando llegar a un acuerdo mediante la comunicación
con esa persona. También piden la opinión de otras personas para lograr una perspectiva más objetiva de la situación
y descubrir otras formas de resolverla. Davidson et al.
(2000) encontraron que las personas que expresaban su
cólera de manera más constructiva tenían menor presión
sanguínea. Esta actitud también estaba asociada con una
menor ansiedad y depresión, así como con menores niveles
de hostilidad destructiva, factores todos ellos que están
relacionados con la enfermedad coronaria.
La enfermedad cardiaca coronaria
Esta enfermedad se debe a una obstrucción potencialmente
letal de las arterias que aportan sangre al corazón. Sus principales manifestaciones clínicas son (1) infarto de miocardio (el
bloqueo de una parte del sistema arterial coronario), que produce la muerte del tejido de miocardio al que no ha llegado la
sangre; (2) angina de pecho, un fuerte dolor en el pecho que
indica que el aporte de sangre oxigenada al corazón resulta
insuficiente; y (3) alteraciones en la conductividad eléctrica
del corazón, debidas a la obstrucción de las arterias, lo que
Enfermedad cardiovascular
produce una interrupción del latido cardiaco, y eventualmente la muerte. Muchos casos de muerte súbita, donde las
víctimas no tenían una historia previa de síntomas cardíacos,
probablemente se debieran a una enfermedad coronaria
muda. Esto suele ocurrir cuando un fragmento de materia
esclerotizada adherida a las paredes de la arteria («una placa»)
se suelta y se aloja en una vena más pequeña, bloqueándola.
¿Qué factores psicológicos están
implicados en la enfermedad
cardiovascular?
PERSONALIDAD. El estudio de la contribución de los
factores psicológicos al desarrollo de la enfermedad coronaria comenzaron con lo que Friedman y Rosenman (1959)
denominaron la pauta de conducta Tipo A. este síndrome
se caracteriza por una actitud excesivamente competitiva, la
obsesión por el trabajo, la impaciencia y la hostilidad. Las
personas Tipo A siempre salen a ganar, ¡incluso cuando juegan con niños! Todos conocemos a personas como esas, y el
término Tipo A ha pasado a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano.
El interés en la conducta de Tipo A aumentó tras la
publicación de los resultados Del Grupo De Estudio Cooperativo Occidental. Este proyecto estudió a 3 150 hombres con
buena salud, con una edad de entre treinta y cinco y cincuenta
y nueve años que habían sido clasificados como de tipo A o B
(la personalidad tipo B tiende a ser más relajada y menos
impaciente). Se hizo un seguimiento muy cuidadoso durante
ocho años y medio. A lo largo de ese tiempo, los sujetos con
una personalidad Tipo A tuvieron el doble de enfermedades
coronarias y ocho veces más infartos de miocardio, que las
personas con personalidad tipo B (Rosenman et al., 1975).
Otro de los principales estudios sobre el tema fue el
que realizó el Estudio Framingham del Corazón. Comenzó
en 1948 e hizo un seguimiento a largo plazo de una amplia
muestra de hombres y mujeres de Framingham, Massachusetts. Sus resultados tras un periodo de seguimiento de
ocho años no sólo confirmaron los del anterior estudio,
sino que también los ampliaron a las mujeres. La Figura 10.4 de la página 340 resume estos resultados.
Pero no todos los estudios han encontrado una asociación positiva entre la conducta Tipo A y el riesgo de sufrir
una enfermedad coronaria (Shekelle et al., 1985; Case et al.,
1985). De hecho, aunque las investigaciones todavía continúan en marcha, parece cada vez más claro que algunos de
los elementos de ese constructo son más importantes que
otros. En términos generales, existe consenso en que los
componentes de hostilidad (ira, desprecio, desdén, cinismo
y desconfianza) son los aspectos más estrechamente relacionados con el deterioro de la arteria coronaria (véase
Rozanski et al., 1999, para un resumen de estos estudios).
Algunos de estos factores, así como sus efectos negativos,
quedan ilustrados en el siguiente caso.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
30
Incidencia de ECC (%)
26.4
26.3
25
22.2
Tipo A
20
18.0
15
10
Tipo B
13.2
11.6
9.6
9.1
9.5
7.7
7.3
5
0
6.0
5.1
2.9
45–64
(44) (72)
65–74
(13) (18)
45–64
(250) (204)
65–74
(57) (50)
45–54
(206) (193)
55–64
(166) (155)
65–74
(98) (84)
Cuello azul
Cuello blanco
Mujeres
Hombres
Edad (N)
Figura 10.4
LA PAUTA DE CONDUCTA TIPO A Y LA ENFERMEDAD CARDIACA CORONARIA
El gráfico representa el porcentaje de incidencia de la enfermedad cardiaca coronaria sobre un periodo de seguimiento de
ocho años de un grupo de sujetos del estudio Framingham del corazón. Se dividió a los sujetos en función de la edad, el sexo
y la ocupación (sólo los hombres), y la pauta de conducta Tipo A versus Tipo B. Obsérvese el importante aumento de enfermedad cardiaca coronaria entre las mujeres y los hombres del Tipo A que realizaban trabajos administrativos. Todavía no se
tiene explicación de por qué los hombres con trabajos de cuello azul no hayan reproducido esos resultados.
El médico furioso
El Dr. M. es un médico de cuarenta y cuatro
años. Sus padres habían emigrado de Italia, y él
es una persona ambiciosa y decidida a tener
éxito en la vida, tanto para sí mismo como para
su familia. Trabajaba largas horas ayudando a
ESTUDIO los pacientes con cáncer, y siempre se mostraba afectuoso y compasivo. Sus pacientes lo
DE UN
adoraban. Pero sin embargo su trabajo también
CASO
era muy estresante. A las formidables exigencias de su trabajo había que añadir la tristeza
que sentía cuando (inevitablemente) muchos de sus pacientes terminales fallecían.
En casa era un perfecto marido y un devoto padre de sus tres
hijos. Pero no era una persona con la que fuera fácil convivir. Le costaba mucho relajarse y tenía muchos altibajos. Se enfadaba con
mucha frecuencia, y cuando tenía un mal día gritaba a todo el
mundo. Este malhumor se debía a su sensación de que era despreciado por sus compañeros de trabajo. Aunque su esposa comprendía
«que necesitaba una válvula de escape», su malhumor pasaba factura a toda la familia. Sus hijos intentaban distanciarse al máximo
de él, y su mujer sentía cada vez más que su matrimonio no era feliz.
Un día, en el trabajo, el Dr. M. empezó a sentirse mal. Comenzó
a sudar y a sentir una fuerte presión en el pecho. Le resultaba difícil respirar. Se dio cuenta de cuál era el problema y pidió ayuda a sus
compañeros. Estaba sufriendo un ataque cardiaco súbito y muy
grave, al cual pudo sobrevivir gracias a que se encontraba dentro
del hospital en ese momento. Si no hubiese sido por ello casi seguro
que habría muerto.
A partir de ese momento el Dr. M. entró en una depresión. Le
costaba trabajo aceptar la idea de que tuviese un problema médico
grave. Aunque tenía miedo de sufrir otro ataque, se resistía a seguir
una dieta para perder peso. Lo intentaba, pero en seguida la abandonaba, y volvía de la panadería italiana cargado de bolsas con pasteles. Y para empeorar las cosas, los médicos que lo trataban tenían
escrúpulos para decirle a él, otro médico, cómo debía comportarse.
Volvió a trabajar, y su familia parecía moverse «pisando huevos»,
por temor a hacer o decir cualquier cosa que pudiera estresarlo. Su
esposa intentaba animarlo para que siguiera las recomendaciones
de los médicos, pero la actitud del Dr. M. era que si de todos modos
tenía que morir, quería disfrutar hasta que llegara el momento.
DEPRESIÓN.
Las personas con enfermedad cardiaca
tienen una probabilidad tres veces superior a la de las
personas saludables de sufrir depresión (Chesney, 1996;
Shapiro, 1996). Estos resultados han llevado a los investigadores estudiar el efecto de la depresión sobre el curso de la
enfermedad cardiaca coronaria. Algunos estudios señalan
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que los pacientes que estaban deprimidos en el momento
de sufrir el ataque cardíaco tienen un riesgo mucho mayor
de morir por un problema cardíaco (Chesney, 1996; Shapiro, 1996).
Frasure-Smith y sus colaboradores (1993) realizaron
un seguimiento durante seis meses de 222 pacientes que
habían sufrido un ataque cardíaco. Encontraron que quienes tenían depresión tenía una probabilidad cinco veces
mayor de morir durante los siguientes seis meses. De hecho,
la depresión era un predictor de la muerte tan fiable como
otras variables médicas. Frasure-Smith y sus colaboradores
(1993) volvieron a evaluar a estos pacientes dieciocho
meses después de su primer ataque cardíaco, y encontraron
que la depresión diagnosticada a los pocos días de su ataque
cardíaco estaba asociada con un aumento de la mortalidad
ocho veces mayor (Shapiro, 1996). Ladwig y sus colaboradores (1994) han llegado a conclusiones muy similares.
Otros estudios han demostrado que la depresión clínica es un importante factor de riesgo para desarrollar más
adelante una enfermedad cardiaca coronaria, incluso entre
personas con un corazón sano (Ferketich y Frid, 2001). Por
ejemplo, Pratt y sus colaboradores (1996) realizaron un
seguimiento durante catorce años, de 1500 hombres y
mujeres con un corazón sano. Encontraron que el ocho por
ciento de quienes habían sufrido una depresión mayor en
algún momento de su vida, y el seis por ciento de quienes
habían sufrido una depresión leve, padecieron también un
ataque cardíaco durante el periodo de seguimiento. Por el
contrario, sólo el tres por ciento de los que no tenían episodios depresivos sufrieron ataques cardíacos. Otros estudios
también han encontrado resultados similares (Ford et al.,
1998; Ferketich et al., 2000).
Lo más interesante de esta investigación es que pone de
manifiesto que incluso en ausencia de una depresión
mayor, la presencia de algunos síntomas depresivos puede
incrementar el riesgo de problemas cardiacos (Rozanski et
al., 1999). También parece que existe relación entre la gravedad de la depresión y el riesgo de problemas cardiacos.
Las pruebas incluso destacan la importancia de la desesperación (un elemento muy importante de la depresión) en
relación con las enfermedades cardiacas. Por ejemplo, Anda
y sus colaboradores (1993) encontraron que las personas
que contestaban sí a la pregunta «durante el mes pasado, ¿se
ha sentido usted triste, desanimado y desesperado, o ha
tenido tantos problemas que ha pensado que nada valía la
pena?», tenían el doble de riesgo de enfermedad coronaria
que quienes contestaron no a esa pregunta. Asimismo,
experimentar lo que se conoce como agotamiento vital
(fatiga, irritabilidad y desmoralización), predice también
futuros problemas cardiacos, incluso entre personas actualmente saludables (Appels y Mulder, 1988).
¿De dónde procede esa relación entre la depresión y la
enfermedad cardiaca coronaria? Se han propuesto diversos
mecanismos para explicarla. La primera posibilidad es que
Enfermedad cardiovascular
las personas con depresión realicen más conductas de
riesgo para la enfermedad cardiaca. Por ejemplo, tienen
menos tendencia a comer adecuadamente o a hacer ejercicio físico, es más probable que fumen, y quizá se resistan a
tomar medicinas contra algunas enfermedades como la
hipertensión (Chesney, 1996; Kolata, 1997). Se sabe también que las personas con depresión carecen de apoyo
social, otro factor vinculado con la enfermedad cardiaca
coronaria (Ericksen, 1994).
En segundo lugar, es probable que la depresión esté
relacionada con la enfermedad coronaria mediante mecanismos bioquímicos (Krantz y McCeney, 2002). Como
señalábamos en el Capítulo 7, muchas personas deprimidas
tienen niveles muy elevados de cortisol y de norepinefrina,
sustancias ambas que aumentan la presión sanguínea y el
ritmo cardíaco (Kolata, 1997). De esta manera, aunque las
personas con depresión tengan una apariencia de letargo, la
gran cantidad de hormonas del estrés que circulan por su
sangre pueden terminar por dañar su corazón. De hecho,
las personas con depresión muestran una menor variabilidad en el ritmo cardíaco en respuesta a cambios conductuales (por ejemplo, el ritmo debería ser distinto cuando
caminamos que cuando estamos cómodamente sentados).
Una tasa cardiaca elevada junto a una variabilidad cardiaca
muy reducida, están asociadas con modificaciones en el
equilibrio simpático-parasimpático, que a su vez suele
aumentar las arritmias cardiacas que frecuentemente son la
antesala de la muerte súbita (Chesney, 1996; Frasure-Smith
et al., 1993).
ANSIEDAD. Dada la elevada tasa de comorbilidad entre
la ansiedad y los trastornos del estado de ánimo, tal y como
vimos en el Capítulo 6, no debe resultar sorprendente que
exista también una relación similar entre la ansiedad y las
enfermedades cardiacas. Las investigaciones han demostrado que existe una relación entre la ansiedad fóbica y el
riesgo de muerte súbita por ataque al corazón. Kawachi y
sus colaboradores (1994a) siguieron durante dos años a casi
34 000 varones que habían sido diagnosticados de trastorno
de pánico, agorafobia y ansiedad generalizada. Aquellos que
habían mostrado un mayor nivel de ansiedad fóbica tenían
una probabilidad tres veces mayor de sufrir un ataque cardiaco que quienes habían mostrado menores niveles de
ansiedad fóbica. La muerte súbita era seis veces más probable en los hombres que tenían mayores niveles de ansiedad.
Sin embargo, no se encontró ninguna asociación entre la
ansiedad y los ataques cardíacos que no terminaban en
muerte. Estos resultados se replicaron en el segundo estudio
con casi 2300 hombres que participaban en otro estudio
sobre la vejez (Kawachi et al., 1994b, 1995).
AISLAMIENTO SOCIAL Y CARENCIA DE APOYO
SOCIAL. Algunos estudios ponen de relieve la im-
portancia de los factores sociales para el desarrollo de la
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
enfermedad coronaria cardiaca. Por ejemplo, los monos
criados en aislamiento tienen cuatro veces más arterioesclerosis (depósitos de grasa en las venas y arterias, que pueden
terminar por obturarlas), que los monos que viven en grupos sociales (Shivley et al., 1989). De manera similar, las
personas con unas relaciones sociales relativamente escasas,
o que consideran que reciben muy poco apoyo emocional,
tienen más probabilidad de desarrollar una enfermedad
cardiaca a lo largo del tiempo (véase Rozanski et al., 1999
para una revisión).
También se ha encontrado una asociación similar respecto a las personas que ya sufren una enfermedad cardiaca. En un estudio con personas que habían sufrido
un ataque cardíaco, quienes decían que habían tenido un
escaso apoyo emocional, tenían el triple de probabilidad de
sufrir otro ataque (Berkman et al., 1992). En otro estudio se
encontró que la muerte por enfermedad cardiaca durante
los cinco años siguientes al ataque era tres veces más probable entre las personas solteras o que no tenían amigos de
confianza (Williams et al., 1992).
ESTRÉS AGUDO Y CRÓNICO. El estrés puede aparecer
de diversas maneras. En cierto sentido, todos los factores
que hemos descrito pueden ser considerados como algún
tipo de estrés. En efecto, carecer de apoyo social es estresante. Pero también la cólera, la depresión y la ansiedad, son
formas de estrés.
Aquello que se percibe como estresante suele ser en realidad muy subjetivo. Una persona puede sentir terror en la
montaña rusa, mientras su compañero de asiento se desternilla de risa. Asistir a fiestas puede resultar muy estresante
para una persona tímida, pero no para el extrovertido. Las
cosas que experimentamos como estresantes tienen mucho
que ver con nuestra forma de ser. Esto hace que la evaluación de las experiencias estresantes resulte muy complicada.
Si bien algunos tipos de estrés pueden tener un enorme
componente subjetivo, hay otras formas de estrés que se
reconocen de manera universal como graves, objetivas y
externas. Un ejemplo muy obvio son los terremotos. Algunos investigadores han demostrado que las muertes por
enfermedad cardiaca aumentan en los días y semanas posteriores a un terremoto intenso (véase Pickering, 2002).
Después del terremoto de los Ángeles de 1995, la cantidad
de muertes súbitas cardiacas ascendió de una media del 4,6
a veinticuatro (Kloner et al., 1997). También se observó un
incremento de muerte súbita cardiaca después del terremoto Hanshin-Awaji de Japón (Kario y Ohashi, 1997).
Las formas cotidianas de estrés también pueden suponer un riesgo elevado de enfermedad y muerte cardiaca
(Mathews y Gump, 2002; Smith y Ruiz, 2002). Un buen
ejemplo de lo dicho es el estrés laboral. Los factores determinantes parecen ser un trabajo con grandes exigencias y
muy poco control sobre la toma de decisiones. De hecho, la
asociación de estos aspectos laborales con la enfermedad
cardiaca sigue presente incluso cuando se controlan otras
conductas negativas para la salud, como el tabaco (véase
Peter y Segrist, 2000).
Por último, el mero hecho de pedir a alguien que hable
durante cinco minutos sobre un tema determinado ante una
audiencia pequeña pero con conocimientos del tema es suficiente para producir cambios en el ritmo cardíaco en un
veinte por ciento de pacientes con enfermedad en la arteria
coronaria (véase Sheps et al., 2002). De hecho, los pacientes
que reaccionaron con más intensidad a este tipo de estrés
mental tenían también el triple de probabilidad que los
pacientes que reaccionaban menos de morir en los próximos
cinco o seis años. El estrés mental aumenta la presión sistólica y también produce un aumento de la epinefrina. Asimismo reduce el aporte de oxígeno al corazón (Yeung et al.,
1991). Sin embargo, lo que ponen de manifiesto los resultados del estudio de Sheps es que el estrés no tiene porqué ser
excesivamente fuerte para tener consecuencias letales.
REVISIÓN
• ¿En qué consiste en la hipertensión esencial y
cuáles son algunos de los factores que
contribuyen a su desarrollo?
• ¿Cuáles son las manifestaciones clínicas y los
factores potenciales de riesgo de la
enfermedad cardiaca coronaria?
• ¿Cuál es la personalidad Tipo A? ¿Cuál es el
elemento más importante de la pauta Tipo A?
¿Qué pruebas vinculan esta pauta de conducta
con la enfermedad cardiaca coronaria?
FACTORES CAUSALES
GENERALES EN LA
ENFERMEDAD FÍSICA
Hemos examinando de qué manera el optimismo, las emociones negativas, las reacciones del sistema nervioso autónomo, el quebranto del sistema inmunológico provocada
por estrés y los estilos de vida poco saludables, pueden
menoscabar la salud física de una persona. Para ilustrarlo,
hemos expuesto algunas de las contribuciones psicológicas
a la etiología de dos afecciones físicas muy comunes, y también peligrosas: la hipertensión esencial y la enfermedad
cardiaca coronaria. Sin embargo, es importante recordar
que hay muchos otros problemas físicos que también tienen raíces psicológicas.
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En este apartado, vamos a retornar a un nivel de análisis más general para completar el panorama de las contribuciones psicológicas a la enfermedad mental. Vamos a
concentrarnos especialmente en el problema de la especificidad —esto es, en por qué, bajo circunstancias de estrés,
una persona puede desarrollar un trastorno y no otro.
Factores biológicos
FACTORES GENÉTICOS. Nuestra comprensión de la
contribución de los genes a las enfermedades, incluyendo las
de carácter psicológico, todavía es inmensamente limitada.
La influencia genética puede involucrar (1) una vulnerabilidad física subyacente a la enfermedad en cuestión, como
puede ser la reactividad cardiovascular excesiva que se produce en la hipertensión; (2) la estructura psicológica de la
persona y su tolerancia al estrés, como puede ocurrir con
temperamentos agresivos o inhibidos; y (3) cualquier interacción entre los dos primeros factores. Si las contribuciones
biológicas y psicológicas al riesgo se heredan aunque sea de
manera parcial, puede resultar muy difícil separar ambos
tipos de influencia, sobre todo cuando interactúan entre sí.
Pese a tales dificultades de interpretación, casi todas las
enfermedades tienen un carácter más o menos hereditario.
Sin embargo, no hay que olvidar que el aprendizaje social
(por ejemplo cuando los niños imitan las estrategias de
afrontamiento de sus padres) puede ser un factor determinante para explicar esos parecidos familiares. Como ocurre
en otros ámbitos de la psicopatología, cada vez que evaluamos algún aspecto psicológico de la enfermedad física nos
enfrentamos al problema de diferenciar el efecto relativo de
los genes que se comparten y del entorno que se comporte.
Cabe presumir que el proyecto Genoma Humano, que
intenta identificar el mapa genético del organismo humano
nos permitirá poco a poco comprender mejor este asunto.
Hay buenas razones para creer que se descubrirán aspectos
relacionados con la vulnerabilidad heredada ante las enfermedades, y también con conductas saludables. Por ejemplo,
Plomin (1998) ha examinado los alelos de un gen del cromosoma 11, que codifica el receptor de la dopamina-4 de
las dendritas de la neurona. La dopamina es un importante
neurotransmisor, y su receptor D4 está involucrado en el
funcionamiento del sistema límbico, que a su vez está
implicado en muchos procesos emocionales y motivacionales, con evidente influencia sobre el desarrollo de algunas
enfermedades.
Es razonable esperar que la expresión patológica de
cualquier vulnerabilidad genética a determinada enfermedad pueda modificarse debido a las circunstancias psicosociales en las que vive la persona. Por ejemplo, el papel de la
herencia en la enfermedad coronaria parece ser muy importante. Un estudio clásico utilizó una muestra de treinta y dos
pares de gemelos varones idénticos, entre los cuarenta y dos
y los sesenta y siete años de edad, en los que uno de los her-
Factores causales generales en la enfermedad física
manos había sufrido una enfermedad coronaria. Al tener el
mismo código genético, hay que suponer que ambos hermanos tenían el mismo riesgo hereditario de sufrir la enfermedad. Pero como ilustración de algunos de los factores que
hemos comentado anteriormente, los investigadores encontraron que el hermano que había sufrido la enfermedad cardiaca estaba más obsesionado por el trabajo, se tomaba
menos tiempo libre, tenía más problemas en casa y en general experimentaba una mayor insatisfacción en su vida, que
los hermanos con mejor salud (Liljefors y Rahe, 1970). En
este caso, la responsabilidad genética compartida para la
enfermedad coronaria sólo se manifestaba en el hermano
que llevaba una vida con más estrés y con más emocionalidad negativa. Esto es, los efectos concretos de un riesgo
genético probablemente muy importante parecen estar
mediatizados por factores psicológicos. La complejidad que
conlleva la interpretación de este tipo de resultados probablemente continúe estando presente incluso cuando dispongamos del mapa completo del ADN humano.
DIFERENCIAS EN CUANTO A LA REACTIVIDAD
AUTONÓMICA Y A LA DEBILIDAD SOMÁTICA. En
nuestra anterior exposición (Capítulo 3) sobre la vulnerabilidad y los factores causales, decíamos que las personas
varían en cuanto su temperamento. Incluso los niños muy
pequeños ponen de manifiesto diferencias muy señaladas
en cuanto a su sensibilidad ante los estímulos aversivos. Por
ejemplo, algunos niños reaccionan ante ese tipo de estímulos con indisposiciones digestivas, y otros con trastornos
del sueño. Estas diferencias en la forma de reaccionar se
mantienen en la vida adulta, y supuestamente contribuyen
a las diferencias individuales en cuanto a la susceptibilidad
a la enfermedad y a los tipos de enfermedades que una persona tiende a padecer. Por ejemplo, como se ha dicho más
arriba, la persona que ha heredado la tendencia a responder
a los factores de estrés con activación cardiaca y vasoconstricción probablemente tenga un especial riesgo de sufrir
hipertensión crónica (Friedman y Iwai, 1926; Turner,
1994). De manera similar, la persona que reacciona con un
aumento de la movilidad intestinal tendrá más tendencia a
desarrollar «un síndrome de colon irritable» (Blanchard y
Scharff, 2002).
En ocasiones es un órgano específico el que muestra
una vulnerabilidad especial debido a la herencia, a la enfermedad o a un trauma previo. Una persona que ha heredado
o desarrollado un estómago débil tendrá tendencia a sufrir
molestias gastrointestinales durante los periodos de cólera o
de ansiedad. Sin embargo, hay que tener la precaución de
evitar un razonamiento post hoc. O dicho de otra manera,
dado el deterioro de un órgano determinado, no tenemos
porqué suponer que tuviera previamente algún tipo de debilidad. Por otra parte, como veremos más adelante, el condicionamiento también puede desempeñar un papel esencial
para determinar qué sistema orgánico se verá afectado.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
LA DESORGANIZACIÓN DEL EQUILIBRIO FISIOLÓGICO. El organismo humano es un sistema biológico
extremadamente complejo, cuyo adecuado funcionamiento y supervivencia depende de una serie de mecanismos de
control y retroalimentación, destinados a mantener los
procesos vitales dentro de ciertos límites. El centro de control de la mayor parte de esta regulación homeostática es el
propio cerebro, aunque todavía no conocemos por completo los detalles de su funcionamiento. Según una hipótesis, estos mecanismos de control pueden fallar en su
regulación de la activación del Sistema Nervioso Autónomo, de manera que la respuesta emocional de una persona puede tener una intensidad exagerada, de manera que
su equilibrio fisiológico no llegue a recuperarse por completo tras un acontecimiento estresante (Anderson y
McNeilly, 1993; Halberstam, 1972; Lebedev, 1967; Schwartz, 1989; Turner, 1994). Dichos fallos en la regulación
podrían provocar una activación autonómica excesiva y
crónica, como parece que ocurre en el caso de la hipertensión esencial. Por otra parte, una excesiva activación del
hipotálamo podría estar asociada con la mala regulación de
las hormonas adrenocorticales, que son las que están involucradas en la inmunidad ante la enfermedad.
Para poder valorar el papel de los factores biológicos en
las enfermedades que tienen un componente psicológico,
los investigadores analizan cada uno de los factores que
hemos descrito. De momento se está destacando el papel de
la actividad autonómica característica de la persona, la
posible vulnerabilidad de los órganos afectados y las eventuales alteraciones (ya tengan un carácter constitucional o
adquirido) de los mecanismos de control del cerebro que
regulan el funcionamiento hormonal, y el Sistema Nervioso
Autónomo.
Factores psicosociales
CARACTERÍSTICAS DE PERSONALIDAD.
Si fuéramos capaces de delinear con claridad un tipo de personalidad que estuviera vinculado con enfermedades específicas,
habríamos dado un paso gigantesco para la comprensión, la
evaluación y el tratamiento de la enfermedad, y seguramente también para su prevención. De la misma manera
también sería extraordinariamente útil disponer de una
imagen nítida de lo que podríamos llamar una personalidad
resistente a la enfermedad, con gran capacidad para soportar el estrés y también para recuperarse del mismo (véase
Hafen et al., 1996). La investigación justifica la generalización de que las actitudes negativas hacia uno mismo, hacia
el mundo de nos rodea (lo que incluye a las personas) y
hacia el futuro, están asociados con mayores niveles de
enfermedad física y mental. Pero como ya hemos podido
constatar en relación con los intentos de definir una personalidad «tendente al infarto» (Tipo A), nuestro esfuerzo
para identificar vínculos concretos entre características de
personalidad y enfermedades específicas tiende a naufragar
ante la variabilidad de las personas y de sus enfermedades.
Por ejemplo, aunque Kidson (1973) encontró que las
personas hipertensas tienden a ser más inseguras, ansiosas,
sensibles y coléricas que las personas no hipertensas, también encontró que un número considerable de sujetos del
grupo de control también mostraban esas características.
De manera similar, la asociación de la conducta de Tipo A
(o de algún componente de la misma) con la enfermedad
coronaria y los ataques cardíacos debe matizarse mediante
la observación de que la mayoría de las personas con esas
características de personalidad no tienen problemas coronarios, mientras que sí los tienen algunas con una personalidad Tipo B (véase de nuevo la Figura 10.4). Como ya
hemos destacado, la relación entre las variables de personalidad y los procesos de enfermedad, aunque son importantes, tienden a ser complejas y difíciles de precisar (véase
Friedman et al., 1994).
Así pues, aunque la personalidad parece desempeñar un
papel muy importante, todavía no sabemos por qué algunas
personas con características de personalidad que predisponen a una enfermedad, no la desarrollan, pero tampoco
podemos ofrecer una explicación adecuada de la amplia
gama de tipos de personalidad que existe entre personas con
una misma afección médica. En definitiva, sólo podemos
concluir que una personalidad determinada correlaciona de
manera leve pero significativa con ciertas enfermedades.
APOYO SOCIAL.
En nuestra exposición previa hemos
observado repetidamente los efectos perniciosos que las
pautas interpersonales de estrés —lo que incluye la infelicidad matrimonial y el divorcio— pueden ejercer sobre el
ajuste de la personalidad. Este tipo de pautas también
puede influir sobre el funcionamiento fisiológico. De
hecho, las tasas de mortalidad son muy superiores entre las
personas que han sufrido recientemente problemas matrimoniales, que entre la población general (Bloom et al.,
1978; Burman y Mangolin, 1989; Siegel, 1986). La muerte
de un esposo también coloca al superviviente en un riesgo
elevado, si bien es cierto que la viudedad afecta de manera
más adversa a los hombres que las mujeres (Hafen et al.,
1996; Stroebe y Stroebe, 1983).
Este tipo de resultados sugiere que la «conexión» con los
demás mediante un apoyo mutuo —tal y como ocurre en las
familias que funcionan adecuadamente— supone un importante factor de protección para mantenimiento de la salud
física. Las investigaciones apoyan con firmeza esa conclusión,
que se extiende más allá de los confines de la familia. Tener
un buen apoyo social vaticina una buena salud (véase Uchino
et al., 1996 para una extensa revisión). Más específicamente,
las personas con altos niveles de apoyo social tienen una tensión sanguínea inferior que las personas con menos nivel de
apoyo social. Este apoyo resulta muy importante también
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.
Factores causales generales en la enfermedad física
EL MUNDO QUE NOS RODEA
¿Quién pilla un resfriado?
Se trata de una situación familiar para todos nosotros.
Tenemos prisa, estamos ocupados y bajo presión.
Necesitamos conseguir un objetivo, o tenemos un examen
inminente. O quizá hemos tenido una fuerte pelea con un
padre, un amigo o nuestra pareja. Entonces, cuando
parece que no nos puede ocurrir nada más, ocurre.
Pillamos un resfriado.
Tal y como hemos señalado repetidamente a lo largo
de este capítulo, el estrés hace que nuestro sistema
inmunológico funcione con menos eficacia. Las
evidencias de este hecho no sólo provienen de la
investigación científica, sino también de nuestra vida
cotidiana. Sheldon Cohen y sus colaboradores de la
universidad Carnegie Mellon han estudiado la
susceptibilidad al resfriado común. Mediante la
exposición deliberada de estudiantes universitarios
saludables al virus del resfriado común mediante un
inhalador nasal, han sido capaces de establecer con
precisión quién pilla un resfriado en los días posteriores
y quién no.
En uno de sus estudios Cohen y sus colegas
encontraron que ciertos acontecimientos estresantes, así
como las emociones negativas, que se habían medido
antes de la exposición al virus, predecían de manera
significativa quiénes pillarían el resfriado (Cohen, Tyrrell,
y Smith, 1993).
En otro estudio demostraron que las personas que
tienen una apoyo social más extenso (amigos en
diferentes ámbitos, como el trabajo, la casa o la iglesia)
para el sistema inmunológico. La actividad de las células asesinas (son las células que matan los tumores) es mucho más
elevado en las personas que tienen un mayor apoyo social.
Estos resultados permiten atisbar por qué vivir en soledad
aumenta la vulnerabilidad a la enfermedad y a la muerte
(Hafen et al., 1996; Taylor et al., 2002).
¿En qué medida este tipo de factores como el apoyo
social pueden predecir incluso problemas menores de salud
como puede ser un resfriado? Como ilustra el apartado El
mundo que nos rodea 10.4, también aquí resulta importante
el apoyo social, si bien la popularidad también tiene sus
desventajas.
EL APRENDIZAJE DE LA ENFERMEDAD.
Aunque
Pavlov y otros muchos investigadores han demostrado que
tenían una menor tendencia a resfriarse que las personas
con menor apoyo social (Cohen et al., 1997). Estos
descubrimientos destacan los efectos protectores del
apoyo social sobre el sistema inmunológico. Más
recientemente, Cohen y sus colaboradores han utilizado
un diseño de investigación prospectivo para explorar la
interacción del estrés y las variables de apoyo social
(Hamrick et al., 2002).
Estudiantes con buena salud acudían al laboratorio,
donde se registraban sus acontecimientos vitales, se
evaluaba la diversidad de su apoyo social y se les
aplicaban algunas otras escalas. A continuación, durante
las siguientes doce semanas, mantenían un diario en el
que registraban cualquier resfriado o síntoma de gripe
que pudieran sufrir. Si sentían malestar, se les pedía que
acudieran a la clínica, para que los investigadores
pudieran confirmar la infección de las vías respiratorias
superiores.
¿Quiénes desarrollaron resfriados en este estudio
observacional? Resulta interesante que fueron aquellos
que habían experimentado más acontecimientos vitales
negativos, y que además tenían una red social más
diversificada. Estos resultados sugieren que aunque tener
muchos amigos suele ser beneficioso para el sistema
inmunológico, no ocurre así ante el estrés o una posible
infección. En tales circunstancias, tener muchos amigos
en lugares diferentes significa que estamos expuestos a
un abanico mucho mayor de agentes infecciosos. En
definitiva, cuando no estamos estresados es bueno ser
popular. Pero cuando sí lo estamos, con cuanta menos
gente entremos en contacto, mejor.
es posible condicionar las respuestas autonómicas —como
en el caso de la salivación— durante mucho tiempo se había supuesto que era imposible aprender a controlar de
manera «voluntaria» tales respuestas. Ahora sabemos que eso
no es así. La reactividad autonómica no sólo se puede condicionar involuntariamente mediante el condicionamiento
clásico, sino también mediante condicionamiento operante.
Esto significa que ciertos trastornos físicos podrían
proceder del reforzamiento accidental de una serie de síntomas y pautas de conducta. «Si se permite una y otra vez a un
niño volver a su casa desde el colegio cuando tiene molestias en el estómago, terminará por aprender las respuestas
viscerales de la indigestión crónica» (Lang, 1970, pp. 86).
Algo de esto es lo que ocurría en el caso de Ana.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
Ana
Ana tenía veintisiete años cuando el médico la
remitió a un terapeuta. Se había graduado en la
universidad y trabajaba para una compañía de
seguros. Aunque era buena en su trabajo, su
vida era bastante desdichada. Sufría constantes
problemas estomacales, y temía constanteESTUDIO
mente tener uno de ellos en el trabajo. Su
DE UN
mayor inquietud era ponerse enferma y vomiCASO
tar.
La revisión del historial de Ana puso de
manifiesto que siempre había sido una niña nerviosa. Estaba muy
apegada a su madre, y odiaba separarse de ella. Para ella supuso un
gran problema tener que acudir al colegio, y con frecuencia sentía
fuertes dolores de estómago poco antes de que llegase el autobús.
Entonces su madre le permitía quedarse en casa, con lo que Ana en
seguida se sentía mejor.
Sus problemas con la ansiedad y las molestias de estómago
continuaron durante su vida adulta. Cuando estaba en casa, y
durante los fines de semana, solía sentirse perfectamente y comía
sin ningún problema. Sin embargo, la cosa se estropeaba durante los
días laborales. Ponía toda su atención en su estado físico, y no quería comer nada antes de ir a trabajar. Cuando tenía que hacer la presentación de un tema en su trabajo, se sentía especialmente mal. A
veces cuando tenía una reunión y estaba ocupada, se sentía mejor.
Pero en cuanto estaba aburrida o estresada, empezaba a sentir una
pequeña náusea. Si no desaparecía tras comer una galleta, comenzaba a preocuparse por la posibilidad de caer enferma. Al menos
una vez a la semana, las cosas se ponían tan mal que tenía que salir
antes del trabajo.
Al margen de la manera en que se desarrollen los síntomas físicos, éstos pueden provocarse mediante sugestión y
mantenerse por el reforzamiento que proporcionan los
beneficios secundarios (beneficios indirectos derivados de la
enfermedad). El papel de la sugestión quedó patente en un
estudio clásico en el que diecinueve de cuarenta voluntarios
asmáticos desarrollaron los síntomas de asma, tras respirar
una mezcla de sales, que se les había hecho creer falsamente
que contenía sustancias alergénicas, como polvo o polen. De
hecho, doce de esos sujetos tuvieron ataques completos de
asma. Cuando a continuación tomaron lo que se les dijo que
era una medicina contra el asma (pero que en realidad era la
misma mezcla de sales), sus síntomas desaparecieron inmediatamente (Bleeker, 1968). Este estudio ilustra sin lugar a
dudas el efecto de la sugestión sobre la respuesta autonómica. Lo que no está claro es la razón por la que los otros
veinte sujetos no se comportaron de la misma manera.
En definitiva, parece que algunos trastornos físicos
pueden adquirirse y/o mantenerse de la misma manera que
otras pautas de conducta. De hecho, este resultado consti-
tuye un principio básico de la medicina conductual y de la
psicología de la salud (Blanchard, 1994; Bradley y Prokop,
1982; Gentry, 1984; Hafen et al., 1996; Stone et al., 1987;
véase también el monográfico de la revista Journal of Consulting and Clinical Psychology de junio de 2002 [vol. 70,
núm. 3]). También se ha utilizado la modificación de conducta para el tratamiento del dolor (Keefe et al., 1992), que
constituye una importante complicación de muchas enfermedades. Más allá de los impedimentos que supone la propia enfermedad, el dolor crónico o agudo disminuye
todavía más la calidad de vida del paciente, y por lo tanto,
puede dificultar el funcionamiento inmunológico y quebrantar los recursos curativos del propio cuerpo. La enseñanza de las técnicas para el control del dolor puede, por lo
tanto, mitigar la enfermedad causante del dolor.
Factores socioculturales
Como hemos visto, la incidencia de trastornos específicos,
tanto físicos como mentales, varía según el tipo de sociedad,
según el status de la misma sociedad y a lo largo del tiempo.
En general, lo que Cannon (1929) denominó enfermedades
de la civilización no se observa en sociedades no industrializadas, como los aborígenes australianos (Kidson y Jones,
1968), los indios navajo de Arizona y ciertos grupos aislados de Sudamérica (Stein, 1970). Sin embargo, a medida
que estas sociedades se van exponiendo a la cultura occidental, van sufriendo también enfermedades gastrointestinales, cardiovasculares y de otros tipos. De la misma
manera se ha podido observar este tipo de cambios en
Japón, tanto en la naturaleza como en la incidencia de tales
enfermedades, a partir del enorme cambio social que se
ha producido en ese país desde el final de la Segunda Guerra Mundial (Ikemi et al., 1974). Por ejemplo, desde la
«occidentalización» de la cultura japonesa, han aumentado
significativamente la hipertensión y las enfermedades coronarias. En general, parece que cualquier condición sociocultural que favorezca el incremento del estrés tiende a
hacer estragos en el organismo humano.
REVISIÓN
• ¿Qué factores biológicos son más importantes
para determinar a qué trastornos es más
susceptible una persona?
• ¿Qué factores psicosociales y de la
personalidad parecen estar asociados con la
resistencia a la enfermedad?
• Explique cómo puede estar involucrado el
aprendizaje en el desarrollo de ciertas
enfermedades.
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TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
Aunque un factor de estrés determinado pueda haber sido
un factor clave para el desarrollo de una enfermedad física,
muchas veces la eliminación de ese factor de estrés, incluso
aunque se combine con el aprendizaje de técnicas efectivas
de afrontamiento, puede no ser suficiente para lograr el restablecimiento total, en el caso de que se hayan producido
daños orgánicos. Por lo tanto, resulta esencial destacar la
importancia de la prevención.
Intervenciones biológicas
Junto a las intervenciones médicas de emergencia, como
puede ser la colocación de un bypass para resolver una
enfermedad coronaria, una buena práctica clínica exige que
los pacientes reciban un tratamiento biológico apropiado
para sus problemas. Para los pacientes con enfermedad
coronaria, este tratamiento podría incluir medicinas que
disminuyan los lípidos, como puede ser la aspirina u otras
drogas anticoagulantes. También puede recurrirse a los
ansiolíticos de la familia de las benzodiacepinas como el
clonazepam (Klonopin) o el alprazolam (Xanax), para
reducir la tensión emocional. Evidentemente, este tipo de
drogas no solucionan la situación estresante ni las reacciones de afrontamiento inadecuadas de la persona. Sin
embargo, al aliviar la tensión emocional y los síntomas de
malestar, le ofrecen una oportunidad para reorganizar sus
recursos y desarrollar estrategias más eficaces para afrontar
los problemas de la vida. Desde luego, los profesionales de
la salud deben tener cuidado para no prescribir con ligereza
tranquilizantes que aíslen a sus pacientes del estrés cotidiano, ya que es preferible que aprendan a enfrentarse a él y
a resolverlo de la mejor manera posible. También es posible
que esas medicinas tengan el efecto secundario de que los
pacientes terminen por confiar en exceso en ellas, que al fin
y al cabo sólo son paliativas y sintomáticas, y no presten la
atención necesaria a modificar un estilo de vida probablemente muy nocivo. Otro grave problema de este tipo de tratamientos es que se puede terminar por aparecer una
dependencia de las drogas ansiolíticas.
Dada la fuerte asociación entre la depresión (y la ansiedad) y el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria, cada vez
se presta más atención a la necesidad de intervenir sobre los
principales factores de riesgo. La mayoría de las personas con
depresión clínica no reciben tratamiento, lo que las coloca en
un riesgo innecesario de sufrir una enfermedad coronaria.
No cabe duda de que las medicinas son importantes, y
se deben ofrecer a los pacientes cardiacos deprimidos. También es cierto que los tratamientos con drogas parecen más
eficaces que en el pasado, debido a que, al contrario de lo
que ocurría con los antiguos antidepresivos tricíclicos, los
ISRS (inhibidores selectivos de la reabsorción de la seroto-
Tratamientos y resultados
nina) (véanse los capítulos 7 y 17) no están contraindicados
para pacientes con enfermedad coronaria (Chesney, 1996;
Shapiro, 1996).
Intervenciones psicológicas
PSICOTERAPIA TRADICIONAL.
Resulta interesante
observar que aunque la teoría psicoanalítica siempre ha
destacado la asociación entre la emoción y los estados viscerales patológicos, su impacto sobre el tratamiento de los
trastornos psicofisiológicos nunca ha sido relevante (Agras,
1982). Con escasas excepciones, se trata de terapias relativamente ineficaces para el tratamiento de estos problemas.
En el primer estudio sobre la expresión emocional de
personas con artritis reumática, Kelley, Lumley y Leisen
(1997) encontraron que quienes mostraban más sus emociones también tenían menos problemas físicos. En otro
estudio, se pidió personas con artritis reumática o con
asma, que escribiesen un texto relativo a su experiencia vital
más traumática, o bien (a un grupo de control) que escribiesen un texto relatando sus planes para ese día. Los sujetos dedicaron veinte minutos a esa tarea durante tres días
consecutivos. Cuando se les evaluó de sus dolencias cuatro
meses después, los pacientes asignados al grupo de la expresión emocional tenían menos malestar que los pacientes
asignados al grupo de control.
En este tipo de estudios, los pacientes suelen experimentar inicialmente un aumento de su malestar emocional
cuando empiezan a escribir, pero en seguida manifiestan
una mejoría clínica durante el periodo de seguimiento. Sin
embargo, todavía no conocemos la razón de esta mejoría
clínica. Un posible motivo podría ser que se da a los pacientes la oportunidad de realizar una catarsis emocional. Otra
posibilidad es que al tener que escribirlos, los pacientes
necesitan volver a plantearse sus problemas. Dado lo que ya
sabemos sobre la relación entre el bienestar físico y emocional, no parece descabellado especular que ambos procesos
permitan mejorar el funcionamiento inmunológico, o
quizá disminuir el nivel de hormonas del estrés. De
momento, sin embargo, tenemos que limitarnos a reconocer que no lo sabemos a ciencia cierta.
También hay pruebas de que las intervenciones psicológicas pueden ayudar a los pacientes que han sufrido un
ataque cardíaco, y que están deprimidos por ello. En una
revisión de la literatura, Linden y sus colaboradores (1996)
encontraron evidencias de que las intervenciones psicosociales disminuyen la depresión, la tensión sanguínea, la tasa
cardiaca y los niveles de colesterol en los pacientes con
enfermedad coronaria. De hecho, los pacientes que no
habían recibido este tratamiento psicosocial tenían una
probabilidad 1,7 veces mayor de morir por su enfermedad
cardiaca y 1,8 veces mayor de sufrir otro ataque cardíaco.
Por último, un estudio reciente ha demostrado que la rehabilitación cardiaca y los programas de ejercicios físicos, que
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
suelen recomendarse a los pacientes que han sufrido un
ataque cardíaco, también mejoran de manera significativa
su depresión (Milani et al., 1996).
BIOFEEDBACK.
Frente a las enormes expectativas que
levantó el tratamiento por biofeedback hace treinta años,
sus efectos han resultado muy limitados y transitorios, y
muy raramente sobrepasan los que se pueden obtener por
medios más sencillos (y económicos), como puede ser el
entrenamiento en relajación sistemática (Carlson y Hoyle,
1993; Reed, Katkin, y Goldband, 1986), o la enseñanza de la
meditación (Hafen et al., 1996).
Puede que esta situación esté cambiando en la actualidad, aunque no está todavía claro que el biofeedback sea algo
más que una forma muy elaborada de enseñar a relajarse a los
pacientes. En cualquier caso, el equipo necesario se ha vuelto
mucho más refinado, y durante los últimos años van apareciendo informes cada vez más favorables sobre su eficacia.
Por ejemplo, Flor y Birbaumer (1993) han informado de una
eficacia impresionante, sobre todo en un seguimiento a largo
plazo, del biofeedback electromiográfico (del tono muscular), para conseguir el control del músculo esquelético.
LA TERAPIA DE CONDUCTA. Las técnicas de modificación de conducta se basan en el supuesto de que dado que
las respuestas autonómicas puedan aprenderse, también
pueden «desaprenderse». En un estudio ya clásico, la
paciente era una chica de diecisiete años que durante cinco
meses había estado estornudando cada pocos segundos
durante todo el tiempo que estaba despierta. Los médicos
habían sido incapaces de ayudarla, por lo que un psicólogo
voluntario intentó realizar un tratamiento mediante terapia de conducta.
Estornudos incesantes
El terapeuta recurrió a un mecanismo de electro-shock de baja intensidad activado por el
sonido de los estornudos de June. Cada vez que
la chica estornudaba, recibía una pequeña descarga eléctrica en el antebrazo. Tras una pausa
de
diez minutos, se colocaban los electrodos en
ESTUDIO
el otro antebrazo. Después de poco más de cuaDE UN
tro horas los estornudos, que habían estado
CASO
reverberando por toda la sala cada cuarenta
segundos, se detuvieron. A partir de entonces, la
chica sólo estornuda cuando está resfriada. «Espero que los estornudos no se vuelvan a repetir», comentó cautelosamente el terapeuta.
«También yo» respondió ella automáticamente. «No quiero volver a
ver esa máquina en toda mi vida». (Time, 17 de junio de 1966, p. 72).
Un reportaje posterior señalaba que a lo largo de dieciséis
meses no se habían vuelto a producir esos insoportables estornudos
(Kushner, 1968).
Son muchos los estudios que han examinado el efecto
de diversas técnicas conductuales de relajación, sobre enfermedades relacionadas con el estrés (Carlson y Hoyle, 1993;
Hafen et al., 1996). Los resultados han sido variables, aunque de carácter positivo. Por ejemplo, las cefaleas de tensión
responden muy bien a los procedimientos de relajación
(Blanchard, 1992; Blanchard et al., 1990a; véase también
Holroyd, 2002). Además, existen pruebas de que las técnicas
de relajación pueden ayudar a los pacientes con hipertensión esencial (véase Blumenthal et al., 2002), si bien nunca
debe ignorarse la importancia de la medicación para el tratamiento de la hipertensión.
Sin embargo, en muchos casos, la eficacia de una estrategia exclusivamente conductual para el tratamiento de los
trastornos físicos no está demasiado clara. De lo que no
cabe duda es de que la principal contribución de las estrategias conductuales se concentra en el ámbito de los hábitos perjudiciales para la propia persona, como puede ser
fumar o un consumo excesivo de alcohol. De hecho, no
debe subestimarse tampoco los beneficios potenciales de
estas estrategias para tratar otros trastornos. Por ejemplo,
dejar de fumar conduce a una reducción del cuarenta por
ciento en la mortalidad de los pacientes con enfermedad
coronaria (Wilson et al., 2000).
LA TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL.
La TCC
ha demostrado ser una intervención muy eficaz para solucionar los dolores de cabeza (Blanchard, 1992; Blanchard
et al., 1990a, 1990b; Holroyd, 2002), así como también en
otros tipos de dolor (Keefe et al., 1992). La TCC orientada a
la familia ha resultado ser mucho más eficaz que las medidas pediátricas habituales para reducir el dolor abdominal
de los bebés, como demuestra un estudio de Sanders y sus
colaboradores (1994). Más recientemente, Deale y sus colaboradores (1997) han demostrado que la TCC también es
un tratamiento muy eficaz para el Síndrome de la fatiga
crónica (véase el apartado El mundo que nos rodea 10.5),
cuyo status clínico continúa siendo un tema controvertido
(por ejemplo, Jason et al., 1997).
Algunas técnicas TCC también se han utilizado para el
control del estrés (Hafen et al., 1996). En un estudio se
demostró que estas técnicas eran muy eficaces para reducir
las conductas inadaptadas características de las personalidades Tipo A, como por ejemplo la precipitación, la impaciencia, o la hostilidad (Jenni y Wollersheim, 1979). En dos
estudios diseñados para enseñar a los pacientes a afrontar
mejor el estrés cotidiano que les producía dolor de cabeza,
los investigadores consiguieron disminuir la frecuencia de
las jaquecas (Holroyd y Andrasik, 1988; Holroyd, Andrasik,
y Westbrook, 1977). Más en general, Kobasa (1985) y otros
investigadores han experimentado con métodos cognitivoconductuales para aumentar la entereza, esto es, la capacidad para soportar circunstancias estresantes y mantener la
salud. Analizaremos más detenidamente esas técnicas en el
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.
Tratamientos y resultados
EL MUNDO QUE NOS RODEA
El síndrome de fatiga crónica
Todos nosotros tenemos días en los que nos sentimos tan
cansados que incluso la más pequeña tarea parece
requerir un enorme esfuerzo. Para la mayoría de
nosotros, se trata de una situación transitoria, que
desaparece gracias al descanso. Sin embargo, imagine
usted que toda su vida fuera así; en eso consiste el
síndrome de la fatiga crónica.
El síndrome de la fatiga crónica (SFC) se diferencia de
la fatiga por debilidad en que no puede explicarse por una
afección médica conocida, el uso de sustancias, o un
trastorno mental. Para cumplir los criterios necesarios para
el diagnóstico es esencial que la fatiga tenga una duración
de seis meses o más. Sin embargo, para muchos de los que
la padecen, este síndrome puede durar años. Muchos
pacientes dicen haber perdido el apetito, tienen febrícula,
problemas de equilibrio, náuseas y sudoración nocturna.
Aunque al principio se pensó que el SFC podría ser un tipo
de «depresión atípica», cada vez hay más pruebas de que
no es así (por ejemplo, Moss-Morris y Petrie, 2001).
Algunos de los síntomas del SFC (inflamación de garganta,
dolor en las articulaciones e hinchazón de los nódulos
linfáticos) no suelen aparecer en la depresión. Además,
muchos de los síntomas típicos de la depresión, como la
culpabilidad y la falta de motivación, están virtualmente
ausentes en el SFC (Komaroff y Buchwald, 1998).
Un paciente típico con SFC es una mujer blanca de
clase media y en la treintena. Sin embargo, este síndrome
aparece también en niños y adultos de cualquier raza y
clase social. Su prevalencia en adultos oscila en torno al
0,1 por ciento. Aunque sus causas se desconocen,
probablemente estén implicadas variables como
infecciones víricas y anormalidades inmunológicas y
neuroendocrinas. Con mucha frecuencia, el SFC comienza
con una enfermedad repentina parecida a la gripe, u otro
tipo de problema médico. Sin embargo, una vez que ha
desaparecido la afección, todavía continúan los
problemas físicos y el deterioro social y laboral (Komaroff
y Buchwald, 1998). Keith Jarrett, el pianista de jazz,
sufría de SFC. También Laura Hillenbrand, autora de un
best-seller sobre las carreras de caballos que lleva por
título «Seabiscuit». Ella describe el comienzo de su SFC
de la siguiente manera:
«En la primavera de 1987 estaba estudiando segundo
año en la Universidad de Kenyon, de gran prestigio en inglés
e historia. Tenía diecinueve años, una buena salud y forma
física, jugaba al tenis y montaba en bicicleta varias veces a
la semana. Durante la noche del 20 de marzo, mientras
regresaba a Kenyon tras las vacaciones de primavera, sentí
como si algún alimento me hubiera sentado mal, y me puse
tan enferma que mis compañeras de habitación avisaron al
médico. Durante tres semanas tuve problemas
estomacales. Una mañana, me desperté tan débil que ni
siquiera era capaz de levantarme de la cama. Necesité dos
horas para reunir la fuerza necesaria para ponerme de pie.
Yo esperaba que ese agotamiento terminara en seguida,
pero no fue así. Durante varias semanas ni siquiera era
capaz de arrastrarme hasta el comedor. No podía asistir a
clase ni hacer ningún otro trabajo, por lo tuve que
abandonar el curso. Pasé los siguientes ocho meses
postrada en la cama. Me acosaban infecciones constantes,
fiebres, resfriados, sudores, fotofobia y problemas
cognitivos y de equilibrio. Sólo durante el primer mes perdí
veinte kilos sin poder evitarlo. Me diagnosticaron Síndrome
De Fatiga Crónica en el hospital John Hopkins.
Aunque desde entonces mi salud sufre altibajos, y
aunque a veces me encuentro mejor, no he llegado a
recuperarme por completo. Ha habido periodos, a veces
de varios años, durante los cuales he tenido que estar
absolutamente postrada en la cama. A principios de 1993,
padecí un vértigo crónico muy penoso, aparentemente
causado por el SFC. Durante dos años, fui incapaz de
escribir o leer. A partir de entonces he tenido que lidiar
también con ese vértigo junto al resto de los síntomas, y
es algo que sigue haciendo que para mí resulte muy difícil
leer y escribir».
Apenas sabemos nada del SFC. Para empezar existe
controversia respecto a la dirección de la correlación
entre la fatiga y el estrés: si el trastorno psicológico es la
causa del SFC, si los problemas psicológicos mantienen el
SFC, o si los problemas psicológicos son una reacción
secundaria ante el SFC. Parte de la confusión procede de
las dificultades para el diagnóstico. Las personas
deprimidas o saturadas de trabajo que acuden al médico
con una fatiga extrema a veces pueden recibir un
diagnóstico erróneo de SFC. De hecho, solamente entre el
dos y el cinco por ciento de las personas que acuden al
médico con sospechas de fatiga crónica cumplen en
realidad los criterios diagnósticos de ese síndrome
(Komaroff y Buchwald, 1998). Ciertamente hay pruebas
de que estos pacientes tienen activo su sistema
inmunológico. Según lo que sabemos sobre las citoquinas
(véase el apartado Avances de la investigación 10.1), es
más que posible que el SFC refleje la incapacidad de
nuestro cuerpo para retornar a un estado de equilibrio,
después de haber sufrido la infección de los virus. De
hecho, a la vista de los vínculos que existen entre el
cerebro y el sistema inmunológico, no resulta
sorprendente que el mejor tratamiento para el SFC no
consista en medicinas antivíricas ni de ningún otro tipo.
Por el contrario, los pacientes parecen mejorar cuando
realizan un programa progresivo de ejercicio físico, o
incluso una terapia cognitivo-conductual (Whiting et al.,
2001), si bien hay que reconocer que ambos tipos de
tratamiento no tienen un carácter curativo.
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
Capítulo 17, pero baste decir por ahora que intentan enseñar a las personas a modificar su forma de interpretar
las situaciones negativas, y proporcionarles habilidades
de afrontamiento más eficaces para reducir sus experiencias de estrés y, por ende, la aparición de síntomas físicos y
enfermedades.
Medidas socioculturales
El tratamiento sociocultural se dirige fundamentalmente a
la prevención, y suele aplicarse a grupos de riesgo, tal y
como expondremos en el Capítulo 18. Lo que se pretende es
modificar el estilo de vida de las personas para disminuir su
susceptibilidad ante ciertos trastornos. Por ejemplo, el
tabaco está asociado con el cáncer de pulmón y problemas
cardiacos; para reducir ese azote, se ponen en práctica procedimientos que disminuyan o impidan la conducta de
fumar. De manera similar, existe cierta asociación entre la
dieta alta en colesterol y las enfermedades coronarias, por lo
que se intenta convencer a la gente de que modifique su
dieta, para disminuir así la tasa de enfermedades coronarias. Evidentemente, este tipo de intervenciones implica
una enorme cantidad de persuasión —por lo que se suele
recurrir a los medios de comunicación y, en el caso del
tabaco, a dictar leyes que impidan fumar en aviones, restaurantes y centros laborales. Si usted fuma y todavía necesita
alguna razón para dejarlo, puede pensar en lo siguiente. Un
estudio ha demostrado que el cuarenta y uno por ciento de
los fumadores actuales tiene algún tipo de trastorno mental
(Lasser et al., 2000). Por lo tanto, el hecho de que alguien
fume es un indicio de que puede tener más probabilidades
de sufrir problemas mentales.
A medida que vamos aprendiendo cada vez más respecto al papel de los factores biológicos, psicosociales y
socioculturales en la etiología de la enfermedad, va siendo
cada vez más factible identificar personas y grupos de alto
riesgo, como por ejemplo la personalidad con tendencia al
paro cardíaco, caracterizada por sentimientos negativos
duraderos, solteros jóvenes sexualmente activos, y grupos
que viven en situaciones vitales precarias y que cambian
con gran rapidez. La posibilidad de identificar esos grupos
de riesgo permite que los esfuerzos para el tratamiento se
concentren en la prevención y la intervención temprana. En
este contexto, resultan muy interesantes los programas dirigidos a conseguir cambiar los estilos de vida inadaptados, y
a remediar las condiciones sociales patológicas.
REVISIÓN
• ¿Qué estrategias psicosociales resultan útiles
para ayudar a las personas con enfermedades
que tienen un componente psicológico?
• ¿Cuáles son los principales objetivos de las
medidas socioculturales que se adoptan para
tratar las enfermedades que tienen un
componente psicológico?
• ¿Por qué es importante comprobar si los
pacientes con una enfermedad cardiaca
pueden tener depresión y erradicarla en el
caso en que exista?
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿IGNORA LA PRÁCTICA CLÍNICA LA RELACIÓN ENTRE MÉDICO
Y PACIENTE?
Como ya hemos dicho en este capítulo, durante la mayor
parte de su historia, la profesión médica ha sobrevivido y
prosperado no sólo por disponer de remedios eficaces
para aliviar la enfermedad, sino sobre todo porque los
médicos han podido aprovechar involuntariamente el
considerable poder de la respuesta placebo por parte de
sus pacientes. A medida que la medicina ha avanzado
hasta la actualidad, el tratamiento de la enfermedad se ha
ido convirtiendo cada vez más en la aplicación técnica de
una ciencia biológica que avanza muy rápidamente, y que
tiene una tecnología muy sofisticada. Se han realizado
enormes progresos en el control y la erradicación de
muchas enfermedades, que alguna vez fueron un azote
para la humanidad, y prácticamente todos esos avances
se han debido a la adopción inapelable del método
científico.
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Sumario
Sin embargo, cada vez hay más indicadores de que
quizá se haya perdido algo muy valioso en este entusiasta
abrazo a la ciencia y la «objetividad», tanto en cuanto a la
dedicación, como a las demandas de sus profesionales.
Una tentación inherente para el médico es convertirse en
un mero técnico, que se limita a administrar a sus
despersonalizados pacientes (o, en el peor de los casos, a
las partes despersonalizados de sus pacientes), las
maravillas de la ciencia médica moderna. Esa tentación
resulta exacerbada por las tendencias económicas y por
el desarrollo de la «gestión médica», donde las opciones
de los médicos quedan restringidas burocráticamente,
mientras que sus pacientes suelen ser «procesados»
como si se tratara de una cadena de montaje.
Evidentemente este modelo provoca una inquietud cada
vez mayor entre el público, como lo ponen de manifiesto
el cada vez mayor interés en las «medicinas
alternativas», o la proliferación de publicaciones
de auto-ayuda.
Si tenemos en cuenta los conocimientos que la
medicina conductual ha ofrecido sobre las intrincadas
conexiones que existen entre la mente, el cuerpo y la
sociedad en cualquier proceso de enfermedad, las
mencionadas tendencias de la práctica médica se
convierten en la antítesis de la comprensión de la
naturaleza compleja de cualquier enfermedad, que también
suele olvidar su prevención y tratamiento. Por decirlo de
otra manera, la actual reorganización del sistema médico
parece ignorar absolutamente lo que nos enseña la
medicina conductual. No sólo es importantes tratar la
enfermedad, sino también a la persona que padece esa
enfermedad.
SUMARIO
• Los factores emocionales influyen sobre el
desarrollo de muchos trastornos físicos y
desempeñan un papel muy importante en el curso
que sigue la enfermedad. El DSM-4-TR reconoce
este hecho con una categoría denominada
Factores Psicológicos Que Afectan a Una Afección
Médica General.
• Como reconocimiento de que los problemas
psicológicos también pueden provenir de
afecciones médicas, el DSM-4-TR tiene una
categoría denominada Trastornos Mentales
Debidos A Una Afección Médica General.
• El campo de la medicina conductual procede del
reconocimiento de que el bienestar físico y
emocional están íntimamente relacionados.
Pretende ampliar nuestra concepción de la
enfermedad más allá de la orientación médica
tradicional, que se limita a concentrarse en el
deterioro físico de algún sistema orgánico.
• Cuando estamos estresados, el Sistema Nervioso
Autónomo responde de diferentes maneras. Una
de las consecuencias del estrés es que se
incrementa la producción de cortisol. Los altos
niveles de esta hormona pueden ser beneficiosos a
corto plazo, pero muy problemáticos a largo plazo.
• En el sistema inmunológico, existen células
blancas especializadas, denominadas células B y
células T, que responden ante antígenos como los
virus y las bacterias. En esta tarea están ayudadas
por nuestras células asesinas los granulocitos y
los macrófagos.
• La psico-neuro-inmunología constituye un campo
en desarrollo profundamente interesante. Se
refiere a las interacciones entre el sistema
nervioso, el sistema inmunológico y la conducta.
• Las citoquinas son mensajeros químicos que
permiten la comunicación entre el cerebro y el
sistema inmunológico. Algunas citoquinas se
activan ante un desafío al sistema inmunológico, lo
que provoca una respuesta inflamatoria. Pero
otras citoquinas, denominadas anti-inflamatorias,
modelan esa respuesta del sistema inmunológico.
• Algunos estados emocionales negativos, como
encontrarse en situaciones muy estresantes, o
tener un bajo apoyo social, pueden deteriorar el
funcionamiento del sistema inmunológico y del
cardiovascular, haciendo que esa persona sea más
vulnerable a la enfermedad y a las infecciones.
Algunos hábitos y estilos de vida nocivos, como
fumar o mantener relaciones sexuales de alto
CAPÍTULO 10
Problemas de salud y conducta
riesgo sin protección, también aumentan el riesgo
de sufrir enfermedades físicas.
• Muchas enfermedades físicas parecen estar
vinculadas a emociones negativas crónicas, como
la cólera, la ansiedad o la depresión. De hecho
está perfectamente demostrado que la hostilidad
es un factor de riesgo para la enfermedad
coronaria. Lo mismo puede decirse de la
depresión.
• La psicología positiva es un nuevo campo de
trabajo, orientado a los rasgos y recursos humanos
que están relacionados con la salud y el bienestar.
Uno de los factores asociados con un mayor
bienestar es tener una perspectiva optimista de la
vida.
• Algunos factores como la vulnerabilidad genética,
una reactividad autonómica excesiva y posibles
debilidades en algún órgano son importantes para
que podamos comprender las causas de las
enfermedades físicas. Deben ser parte del
tratamiento, al margen de las incuestionables
evidencias de la contribución psicológica a una
determinada enfermedad.
• Un factor común en muchas enfermedades en las
que median aspectos psicosociales es la ineficacia
de los recursos de afrontamiento para enfrentarse
con las circunstancias estresantes. En ese sentido,
la terapia cognitivo-conductual resulta muy
prometedora como remedio para poder aliviar este
tipo de problemas que ponen en peligro la salud.
TÉRMINOS CLAVE
Antígenos (p. 331)
Biofeedback (p. 348)
Células B (p. 331)
Célula T (p. 331)
Citoquinas (p. 332)
Cortisol (p. 329)
Efecto placebo (p. 336)
Eje HPA (p. 330)
Estudio observacional (p. 345)
Hipertensión esencial (p. 338)
Medicina conductual (p. 326)
Pauta de conducta Tipo A (p. 339)
Psicología de la salud (p. 326)
Psicología positiva (p. 336)
Psico-neuro-inmunología (p. 334)
Síndrome de fatiga crónica (SFC)
(p. 349)
C A P Í T U L O
Trastornos de personalidad
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS DE LOS
TRASTORNOS DE PERSONALIDAD
Los cinco criterios de DSM-IV-TR
Categorías provisionales de otros trastornos de personalidad
en el DSM-IV-TR
Factores causales socioculturales de los trastornos
de personalidad
DIFICULTADES PARA LA INVESTIGACIÓN DE
LOS TRASTORNOS DE PERSONALIDAD
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS
Dificultades para el diagnóstico de los trastornos
de personalidad
Dificultades para estudiar las causas de los trastornos
de personalidad
Adaptación de las técnicas terapéuticas a los trastornos
específicos de personalidad
El tratamiento del trastorno límite de personalidad
El tratamiento de otros trastornos de la personalidad
CLASIFICACIÓN DE LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
TRASTORNO DE PERSONALIDAD ANTISOCIAL
Y PSICOPATÍA
El trastorno de personalidad paranoide
El trastorno de personalidad esquizoide
El trastorno de personalidad esquizotípico
El trastorno de personalidad histriónico
El trastorno de personalidad narcisista
El trastorno de personalidad antisocial
El trastorno límite de personalidad
El trastorno de personalidad por evitación
El trastorno de personalidad dependiente
El trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo
Psicopatía y TPAS
El cuadro clínico de la psicopatía y del trastorno de
personalidad antisocial
Factores causales en la psicopatía y en la personalidad
antisocial
Tratamientos y resultados para la personalidad psicópata y
antisocial
TEMAS SIN RESOLVER:
El Eje II del DSM-IV-TR
L
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
os rasgos de personalidad más característicos de un
individuo, sus estilos de afrontamiento y su manera
de relacionarse con el entorno social, suelen aparecer
ya durante la niñez, y generalmente se van asentando hacia
el final de la adolescencia y el principio de la edad adulta.
Estas pautas de relación con el entorno constituyen la personalidad de un individuo —el conjunto de rasgos y conductas que lo caracterizan—. La mayoría de nosotros
tenemos una personalidad adaptada a las demandas de
nuestra sociedad, de manera que cumplimos la mayoría de
las expectativas sociales. Sin embargo, hay personas que, sin
llegar a mostrar necesariamente síntomas de trastornos
ubicados en el Eje I, sin embargo sí manifiestan ciertos rasgos tan inflexibles e inadaptados, que son incapaces de
desempeñar adecuadamente alguno de los papeles sociales
que le corresponden. Probablemente se pueda diagnosticar
a estas personas con un trastorno de personalidad, lo que
anteriormente se conocía como trastornos del carácter. Hay
dos características generales que definen la mayoría de los
trastornos de personalidad, que son las dificultades interpersonales persistentes y ciertos problemas con la propia
identidad o el sentido del yo (Livesley, 2001).
Normalmente los trastornos de personalidad no están
ocasionados por una reacción al estrés, como ocurre en el
trastorno de estrés post traumático o muchos casos de
depresión mayor. Por el contrario, este tipo de trastornos
procede en su mayor parte del desarrollo progresivo de
pautas conductuales y de personalidad que son inflexibles y
distorsionadas, lo que redunda en una forma inadaptada de
percibir la realidad, de interpretarla y de relacionarse con el
mundo. Las personas con este tipo de trastorno suelen mostrar un grave deterioro en algunos aspectos de su funcionamiento, y en ocasiones experimentan un gran malestar
subjetivo. Por ejemplo, las personas que tienen un trastorno
de personalidad por evitación son tan tímidas e hipersensibles ante el rechazo, que evitan sistemáticamente cualquier
tipo de interacción social.
La categoría de trastornos de personalidad es muy
amplia, e incluye problemas conductuales muy diferentes,
tanto en su forma como en su gravedad. En los casos más
leves encontramos personas que suelen funcionar adecuadamente, pero que sin embargo son descritas por quienes
les conocen como personas problemáticas, excéntricas, o de
trato difícil. Puede que tengan dificultades para establecer o
mantener relaciones afectivas íntimas. Hay un trastorno de
la personalidad especialmente grave, que termina por provocar acciones poco éticas y muy violentas contra la sociedad. Muchas de esas personas están encarceladas, aunque
algunas han sido capaces de manipular a los demás para
evitar su captura.
Los datos sobre la prevalencia de los trastornos de personalidad son mucho más escasos que los disponibles respecto a la mayoría de los trastornos que se analizan en este
libro, lo que en parte se debe a que nunca se ha realizado un
estudio epidemiológico riguroso para examinarla, tal y
como se hizo con los trastornos del Eje I en la Encuesta
Nacional De Comorbilidad (Kessler et al., 1994). Sin
embargo, una reciente revisión de seis estudios epidemiológicos relativamente pequeños ha estimado que alrededor
del trece por ciento de la población cumple los criterios en
algún momento de su vida, de al menos un trastorno de
personalidad (Mattia y Zimmerman, 2001; véase también
Weisman, 1993). Estudios recientes realizados en Suecia
han encontrado resultados muy similares (Ekselius et al.,
2001; Torgerson et al., 2001). Existen algunas pistas que
sugieren que los trastornos de personalidad tienden a disminuir después de los cincuenta años de edad, aunque
todavía es necesario hacer más investigaciones para confirmar este extremo (Abrams y Horowitz, 1996; Mattia y Zimmerman, 2001). No resulta sorprendente encontrar que
este tipo de trastornos son más frecuentes entre los pacientes que acuden a la clínica en busca de de tratamiento.
En el DSM-IV-TR, igual que en sus predecesores inmediatos, estos trastornos se codifican en un Eje diferente, el Eje
II (junto al retraso mental; véase el Capítulo 16), debido a que
se les considera los suficientemente distintos de otros síndromes psiquiátricos (codificados en el Eje I) como para merecer
una clasificación diferente. Aunque sería posible diagnosticar
a alguien únicamente en el Eje II, es frecuente encontrar trastornos del Eje I entre las personas con trastornos de personalidad (lo que da lugar a un diagnóstico en ambos Ejes). Por
ejemplo, los trastornos de personalidad suelen ir asociados
con trastornos de ansiedad (Capítulos 5 y 6), trastornos del
estado de ánimo (Capítulo 7), abuso y dependencia de sustancias (Capítulo 12), y desviaciones sexuales (Capítulo 13;
por ejemplo, Mattia y Zimmerman, 2001; Ruegg y Frances,
1995). Una revisión reciente ha estimado que alrededor de
tres cuartas partes de las personas diagnosticadas con un trastorno de personalidad también sufren otro trastorno perteneciente al Eje I (Dolan-Sewell, Krueger, y Shea, 2001).
CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS
DE LOS TRASTORNOS DE
PERSONALIDAD
Las personas con un trastorno de personalidad suelen causar a los demás tantas dificultades como a sí mismos. La
conducta de estos individuos suele verse como confusa,
exasperante, impredecible y, dependiendo del grado, inaceptable —aunque no tan estrafalaria o desconectada de la
realidad como la conducta de las personas que sufren un
trastorno psicótico—. Cualquiera que sea la personalidad
que hayan desarrollado estas personas (obstinación, hostilidad encubierta, suspicacia, o miedo al rechazo, por ejemplo), dichas pautas de conducta tiñen sus reacciones ante
cada nueva situación, y provocan la repetición una y otra
vez de las mismas conductas inadaptadas. Por ejemplo,
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Dificultades para la investigación de los trastornos de personalidad
puede que una persona dependiente termine por destrozar
la relación que mantiene con otra persona, debido a sus incesantes e imposibles exigencias de que no la deje sola. Pero
tras haber sido abandonada, probablemente esa persona
busque inmediatamente otra relación de dependencia, sin
pararse siquiera a considerar las características de su nueva
pareja (a veces estas personas sufren constantes malos tratos,
precisamente por su desesperada búsqueda de alguien de
quien depender). Así pues, las personas que tienen trastornos de personalidad no suelen aprender de sus errores.
Los cinco criterios del DSM-IV-TR
El rasgo esencial de un trastorno de personalidad consiste
en un patrón duradero de conductas y experiencias internas, que se desvían notablemente de las expectativas propias de la cultura de la que vive esa persona. La definición
de los trastornos de personalidad que ofrece el DSM-IV-TR
se basa en cinco criterios:
• Esa pauta debe manifestarse al menos en dos de las
siguientes áreas: cognición, afectividad, funcionamiento interpersonal, o control de los impulsos.
• Esa pauta persistente debe ser inflexible, y se extiende a
una amplia gama de situaciones personales y sociales.
• Esa pauta de comportamiento produce un malestar y
un deterioro clínicamente significativos.
• Ese patrón es estable y de larga duración, y su inicio se
remonta al menos a la adolescencia o al principio de la
edad adulta.
• Ese patrón no es atribuible a una manifestación o una
consecuencia de otro trastorno mental.
También se proporcionan criterios diagnósticos específicos
para cada uno de los trastornos de personalidad.
REVISIÓN
• ¿Cómo se define un trastorno de personalidad?
• ¿Cuáles son los criterios generales del DSM
para diagnosticar un trastorno de
personalidad?
DIFICULTADES PARA
LA INVESTIGACIÓN
DE LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
Antes de pasar a considerar lo que se conoce sobre las características clínicas y las causas de los trastornos de personalidad, es necesario señalar algunos aspectos importantes de la
investigación sobre el tema, que dificultan los avances para
conocimiento de muchos trastornos del Eje I. A continuación
se describen datos de los principales tipos de dificultades.
Dificultades para el diagnóstico
de los trastornos de personalidad
Es necesario tener una precaución especial respecto al diagnóstico de los trastornos de personalidad. Probablemente
se trate de un ámbito donde abundan los diagnósticos erróneos debido a diferentes causas. Por una parte los criterios
diagnósticos no están tan claramente establecidos como en
otro tipo de trastornos del Eje I, por lo que no siempre
resulta fácil aplicarlos en la práctica. Por ejemplo, puede
que resulte difícil establecer de manera fiable si una persona
cumple un criterio para el trastorno de personalidad
dependiente, que se enuncia de manera tan ambigua como
«hace cualquier cosa para lograr la protección y el apoyo
de los demás». Dado que los criterios para los trastornos de
personalidad se definen a partir de una serie de inferencias
o de ejemplos de conducta, y no tanto por conductas objetivas, los clínicos deben basarse en gran medida en su propio juicio diagnóstico. Últimamente, y gracias al desarrollo
de entrevistas semi-estructuradas para el diagnóstico de los
trastornos personalidad, ha sido posible incrementar de
manera sustancial la fiabilidad de ciertos aspectos del diagnóstico. Sin embargo, dado que el acuerdo entre diferentes
clínicos suele ser bastante bajo, todavía quedan enormes
problemas de fiabilidad y validez (Clark y Harrison, 2001;
Livesley, 2001; Widiger, 2001)
Un segundo problema tiene que ver con el hecho de
que las categorías diagnósticas no son mutuamente excluyentes, por lo que es posible que una misma persona muestre características de más de un trastorno de personalidad
(por ejemplo, Livesley, 2001; Widiger y Sanderson, 1995).
Por ejemplo, puede que una persona muestre la suspicacia,
la desconfianza, la negación de culpabilidad y las precauciones, características de un trastorno paranoide, pero también el aislamiento, la carencia de amigos y la esquivez,
características de un trastorno esquizoide. Sin embargo, es
necesario destacar que este problema también está presente
en los trastornos del Eje I, donde también hay muchas personas que reciben más de un diagnóstico.
Un tercer tipo de problemas tiene que ver con el hecho
de que las características de personalidad que definen este
tipo de trastornos tienen un carácter continuo, esto es, abarcan desde una expresión normal hasta exageraciones patológicas, por lo que es posible encontrarlas también en muchas
personas normales, si bien a una menor escala (por ejemplo,
Clark y Harrison, 2001; Widiger, 2001). Por ejemplo, el
hecho de que a una persona le guste su trabajo y sea muy
perfeccionista al respecto, no significa necesariamente que
tenga una personalidad obsesivo-compulsiva, de la misma
manera que la dependencia económica que una esposa
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
pueda tener de su marido, no significa que tenga una personalidad dependiente. De hecho, un riesgo permanente de
este tipo de trastornos es aplicar ciertas etiquetas diagnósticas a personas que están actuando razonablemente bien.
Este tipo de problemas acarrea que los diagnósticos sean
poco fiables (Clark y Harrison, 2001; Livesley, 2001; Widiger
y Sanderson, 1995). Puede que algún día dispongamos de un
medio de diagnóstico más fiable y preciso. Sin embargo,
mientras tanto no tenemos más remedio que continuar utilizando la clasificación de síntomas y rasgos del DSM-IV-TR,
si bien matizada por el reconocimiento de que depende más
de lo que nos gustaría, del «ojo clínico» del observador. Algunos teóricos han intentado solucionar este problema elaborando escalas numéricas para la valoración de los síntomas
(por ejemplo, Clark y Harrison, 2001; Livesley, 2001; Widiger, 2001). Sin embargo, hasta el momento ninguno de esos
sistemas ha demostrado ser superior a los demás. Con estas
cautelas en mente, debemos pasar a estudiar las siempre elusivas y a menudo exasperantes características clínicas de los
trastornos de personalidad. Sin embargo, es importante
tener en cuenta que lo que estamos describiendo no es más
que un prototipo de cada trastorno de personalidad. En realidad, es muy poco frecuente que una persona se adapte perfectamente a alguna de esas descripciones «ideales».
Dificultades para estudiar las causas
de los trastornos de personalidad
Todavía se sabe muy poco sobre los factores causales de la
mayoría de los trastornos de personalidad, lo que se debe en
parte a que tales trastornos sólo han empezado a recibir cierta
atención desde la publicación en 1980 del DSM III, y también
a que su estudio resulta más arduo y menos atractivo. Uno de
los principales problemas para estudiar las causas de los trastornos de personalidad, procede de la enorme tasa de comorbilidad que muestran. Por ejemplo, en una revisión de cuatro
estudios sobre el tema, Widiger y sus colaboradores encontraron que el ochenta y cinco por ciento de los pacientes que
cumplían los criterios de un trastorno personalidad también
cumplían los de otros trastornos (Widiger y Rogers, 1989;
Widiger et al., 1991). Incluso utilizando una muestra de personas no sometidas a tratamiento, Zimmerman y Coryell (1989)
encontraron que el veinticinco por ciento de quienes tenían
un trastorno de personalidad manifestaban también algún
otro (véase también Mattia y Zimmerman, 2001). Esta gran
comorbilidad contribuye a dificultar la investigación sobre los
factores causales asociados con cada uno de los trastornos.
Otro de los problemas para poder establecer relaciones
causales tiene que ver con el hecho de que los investigadores
suelen realizar estudios prospectivos, en los que se observa a
un grupo de personas que no tienen un trastorno determinado, con la esperanza de que alguno de ellos termine por
desarrollar un trastorno, y sea posible entonces identificar
los factores causales que pueden haberlo provocado. Sin
embargo, se han realizado muy pocos estudios de este tipo
sobre los trastornos de personalidad, de manera que la
mayor parte de la investigación sobre el tema se ha efectuado
con personas que ya padecen el trastorno; algunos de esos
estudios se basan en los recuerdos retrospectivos de los
pacientes, mientras que otros se centran en el funcionamiento biológico, cognitivo, emocional e interpersonal que
éstos muestran en el momento de la investigación.
Así pues, a medida que vayamos examinando cada uno
de los trastornos de personalidad, es necesario que consideremos cualquier conclusión causal de manera provisional.
Tal y como hemos hecho en los capítulos que versan sobre
trastornos del Eje I, comenzaremos exponiendo lo que se
sabe sobre las causas biológicas y psicosociales, pero añadiendo algunas consideraciones respecto a lo poco que
sabemos sobre los factores socioculturales. El objetivo principal de los investigadores es conseguir una perspectiva
biopsicosocial sobre el origen de cada trastorno de personalidad, si bien hay que reconocer que todavía nos encontramos a años luz de conseguirlo.
De entre los posibles factores biológicos, se ha sugerido
que el temperamento de los niños (una disposición congénita
para reaccionar emocionalmente ante los estímulos ambientales; véase el Capítulo 3), podría predisponerlos al desarrollo
de determinados trastornos o rasgos de personalidad. Una
manera de concebir el temperamento es considerarlo como
la base primordial para el desarrollo de la personalidad
adulta, aunque no sea el único determinante de la misma.
Dado que se ha encontrado que la mayoría de los rasgos de
personalidad son moderadamente heredables (por ejemplo,
Bouchard y Loehlin, 2000; Jang y Vernon, 2001; Plomin et al.,
2001), no debe sorprendernos que cada vez aparezcan más
pruebas de la contribución genética a ciertos trastornos de
personalidad (por ejemplo, Livesley, Jang, y Vernon, 1998;
Torgerson et al., 2000). Por otra parte, se están haciendo ciertos progresos para la comprensión del sustrato psicobiológico de algunos de esos trastornos (por ejemplo, Coccaro,
2001; Depue y Lenzenwerger, 2001; Siever y Davis, 1991).
Entre los factores psicológicos, los hábitos aprendidos y
los estilos cognitivos desajustados, son los que han obtenido
un mayor interés como posibles factores causales (Millon y
Davis, 1996, 1999). Muchos de esos hábitos y estilos cognitivos inadaptados pueden proceder de posibles relaciones
de apego problemáticas, y no tanto de diferencias en el temperamento. Se ha propuesto que las relaciones problemáticas de apego podrían desempeñar un papel importante en
ciertos trastornos de personalidad (por ejemplo, Bartholomew, Kwong, y Hart, 2001), así como también la psicopatología de los padres, o sus prácticas educativas inadecuadas
(Paris, 2001). Son muchos los estudios que han sugerido
que el abuso emocional, físico y sexual, también puede ser
un factor determinante para algunos trastornos de personalidad. También se han propuesto como factores causales
ciertos tipos de factores estresantes (Paris, 2001).
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REVISIÓN
• Cite tres motivos de la elevada frecuencia de
diagnósticos erróneos para los trastornos de
personalidad.
• Cite dos motivos por los que resulta difícil
realizar investigaciones sobre los trastornos
de personalidad.
CLASIFICACIÓN
DE LOS TRASTORNOS
DE PERSONALIDAD
Los trastornos de personalidad se clasifican en el DSM-IVTR a lo largo de tres grupos, en función de la similitud que
mantienen entre sí. Como ya se ha dicho, muchas personas
cumplen los criterios para más de un trastorno, incluso
aunque procedan de grupos diferentes.
• Grupo A: incluye los trastornos paranoide, esquizoide y
esquizotípico. Las personas que sufren estos trastornos
suelen comportarse de manera estrafalaria o excéntrica,
y realizar conductas inusitadas, que abarcan desde la
desconfianza y las sospechas, hasta el aislamiento social.
• Grupo B: incluye los trastornos de personalidad histriónica, narcisista, antisocial y limítrofe. Las personas con
estos trastornos comparten la tendencia al dramatismo, la emocionalidad y las veleidades.
• Grupo C: incluye los trastornos de personalidad por evitación, dependiente y obsesivo-compulsivo. Al contrario
que los otros grupos, el miedo y la ansiedad suelen
estar también presentes.
En el Apéndice del DSM-IV-TR aparecen también de
manera provisional otros trastornos adicionales de personalidad: la personalidad depresiva y la personalidad pasivoagresiva. (Véase la Tabla 11.1 de la página 358, para un
resumen de los trastornos de personalidad.)
El trastorno de personalidad paranoide
Las personas que padecen un trastorno de personalidad
paranoide muestran una constante suspicacia y desconfianza hacia los demás, lo que les provoca numerosas dificultades interpersonales. Siempre tienden a considerarse a
sí mismos inocentes, por lo que culpan a los demás de sus
propios errores y fracasos —hasta el punto de achacarles
motivaciones perversas hacia ellos—. Se trata de personas
que están constantemente «en guardia», a la expectativa de
sufrir algún fraude, y buscando siempre indicios que confirmen esas expectativas. Suelen dudar de la lealtad de sus
amigos, y por lo tanto se resisten a confiar en ellos. También
Clasificación de los trastornos de personalidad
pueden comportarse de una manera hipersensible, con tendencia a ver amenazas en cualquier comentario bienintencionado. Suelen ser envidiosos, nunca olvidan insultos o
desaires aunque puedan ser imaginarios, y además suelen
reaccionar a ellos con prontitud y gran hostilidad (Bernstein, Useda, y Siever, 1995; Miller et al., 2001).
Es importante recordar que las personas paranoides no
suelen ser psicóticas; esto es, durante la mayor parte del
tiempo se mantienen en contacto con la realidad, si bien
pueden experimentar síntomas psicóticos transitorios
durante los periodos de mayor estrés (Miller et al., 2001). La
esquizofrenia paranoide, otro trastorno que discutiremos en
el Capítulo 14, comparte también algunos síntomas con la
personalidad paranoide. Sin embargo, las personas con una
esquizofrenia paranoide sufren muchos problemas adicionales, como una persistente pérdida de contacto con la realidad, y una extremada desorganización cognitiva y
conductual, así como espejismos y alucinaciones.
Un trabajador de la
construcción paranoico
Un trabajador de la construcción de cuarenta
años de edad estaba convencido de que no gustaba a sus compañeros, y temía que alguno de
ellos pudiera hacerle caer del andamio. Estas
preocupaciones procedían de una reciente disESTUDIO cusión que había tenido lugar durante el
DE UN
almuerzo, cuando el paciente tuvo la sensación
de que un compañero estaba acusándole y queCASO
jándose de él. Empezó a observar que su nuevo
«enemigo» siempre estaba riendo a carcajadas junto a los demás,
convencido de que estaba siendo objeto de sus burlas....
El paciente ofrecía muy poca información de manera espontánea, y se sentaba muy tenso en la silla, con los ojos muy abiertos y
pendiente de cualquier movimiento de la sala. Intentaba leer entre
líneas las preguntas que le hacía el entrevistador, se sentía criticado, e imaginaba que el entrevistador estaba conchabado con sus
compañeros de trabajo....
De niño era ya un solitario, y tenía la sensación de que los otros
niños se reían de él. Tuvo malos resultados escolares, aunque siempre
echaba la culpa a sus profesores, diciendo que preferían a los niños
«mariquitas». Desde que dejó la escuela ha trabajado muy duramente
y de manera eficaz; pero tiene la sensación de que no le dan oportunidades. Está convencido de que eso se debe a su religión católica,
aunque es incapaz de ofrecer pruebas convincentes de ello. Se lleva
muy mal con sus jefes y compañeros, y es incapaz de apreciar las bromas, por lo que prefiere trabajar en solitario. Ha cambiado muchas
veces de trabajo, al considerar que estaba siendo maltratado.
El paciente se muestra distante y muy exigente con su familia.
Sus hijos lo llaman «señor» y saben que lo más prudente cuando
está cerca es «ser visto pero no oído»... Prefiere no tener visitas en
casa, y se muestra inquieto cuando es su esposa la que acude a visitar a alguna amiga. (Adaptado de Spitzer et al., 1981, p. 37).
CAPÍTULO 11
Tabla 11.1.
Trastorno de
personalidad
Trastornos de personalidad
Resumen de los trastornos de personalidad
Tasa
por sexo
Características
Prevalencia
Paranoide
Sospecha y desconfía de los demás; tendencia a
considerarse libre de toda culpa; siempre en guardia
ante supuestos ataques por parte de los demás
0,5-2,5%
Más hombres
que mujeres
Esquizoide
Relaciones sociales deterioradas; no hay interés ni
capacidad para establecer apegos con los demás
<1%
Más hombres
que mujeres
Esquizotípico
Pautas peculiares de pensamiento; excentricidad
que interfiere con la comunicación y la interacción
social
3%
Más hombres
que mujeres
GRUPO A
GRUPO B
Histriónico
Auto-dramatización; excesiva preocupación por su atractivo; 2-3%
tendencia a la irritabilidad y a estallidos de cólera; si no
consigue atraer la atención de los demás
Hombres =
mujeres
Narcisista
Grandiosidad; preocupación por recibir atención;
auto-promoción; carencia de empatía
<1%
Más hombres
que mujeres
Antisocial
Carencia de ética y de moral; incapacidad para seguir
pautas sociales de conducta; falsos; manipulan
impunemente a los demás; problemas de conducta
en la infancia
1% mujeres
3% hombres
Más hombres
que mujeres
Límite
Impulsividad, cólera sin motivo; cambios desmedidos
de humor; sentimientos permanentes de hastío; intentos
de auto-mutilación
2%
Más hombres
que mujeres
(3:1)
Evitador
Hipersensibilidad al rechazo social; timidez; inseguridad
en la interacción social y para iniciar relaciones
0,5-1%
Hombres =
mujeres
Dependiente
Dificultad para separarse de las relaciones; incomodidad
por quedarse solo; subordinación de las propias
necesidades con el fin de mantener a los demás implicados
en la relación con ellos; indecisión
2%
males = females
Obsesivocompulsivo
Preocupación excesiva por el orden, las normas y por
detalles triviales; perfeccionistas; carentes de expresividad
y afecto; dificultad para relajarse y disfrutar
1%
Más hombres
que mujeres
(2:1)
GRUPO C
Fuente: APA, 1994; Weissman, 1993; Zimmerman y Coryell, 1990.
FACTORES CAUSALES.
Como ocurre con muchos
trastornos de la personalidad, todavía desconocemos cuáles
son los factores causales más importantes del trastorno
paranoide. Hay quien sostiene un importante papel de la
transmisión genética, con vínculos con la esquizofrenia, si
bien los estudios al respecto han encontrado resultados
poco coherentes entre sí (Miller et al., 2001). También se
sospecha que los factores psicosociales pueden ejercer un
papel importante, sobre todo por lo que concierne a la
negligencia o al abuso por parte de los padres, y a la exposición a la violencia de los adultos. Los resultados obtenidos
al respecto sugieren que cualquier vínculo entre las
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experiencias tempranas adversas y el trastorno de personalidad paranoide adulto no tiene un carácter específico, sino
que probablemente influya también sobre otros trastornos
de personalidad, así como sobre los relacionados con el Eje I.
El trastorno de personalidad esquizoide
Las personas que sufren un trastorno de personalidad
esquizoide suelen ser incapaces de establecer relaciones
sociales, y además tampoco muestran interés por ello. En
consecuencia, no suelen tener buenos amigos, con la posible excepción de algún pariente próximo. Se trata de personas incapaces de expresar sus sentimientos, que suelen ser
consideradas por los demás como individuos fríos y distantes. Carecen de habilidades sociales, y podrían denominarse
como insociables o introvertidos, con ocupaciones e intereses solitarios, si bien no todas las personas solitarias e introvertidas tienen un trastorno de personalidad esquizoide
(Miller et al., 2001). Generalmente no sienten placer al realizar gran cantidad de actividades, lo que incluye las de
carácter sexual. Incluso pueden parecer indiferentes a las
alabanzas o las críticas que les hacen los demás. De manera
más general, no muestran demasiadas reacciones emocionales, apenas experimentan emociones positivas o negativas, lo que contribuye a su apariencia fría y huraña (Miller
et al., 2001).
Un analista informático
esquizoide
Guillermo, un analista informático de treinta y
tres años, muy inteligente pero también muy
introvertido, fue remitido al psicólogo por
parte de su médico, que temía que pudiese
estar
deprimido. Guillermo no tenía absolutaESTUDIO
mente ningún contacto con otras personas.
DE UN
Vivía solo en su casa, y trabajaba en un
CASO
pequeño despacho, donde tampoco tenía contacto con nadie con la excepción de su supervisor, que de vez en cuando aparecía para recoger el trabajo realizado
y darle nuevos encargos. Almorzaba solo, y una vez a la semana, si
hacía buen día, acudía al zoológico para comerse su bocadillo.
Guillermo siempre había sido antigregario; cuando era niño tenía
pocos amigos, y siempre había preferido las actividades solitarias a
las salidas con la familia (era el mayor de cinco hermanos). En el instituto nunca había tenido una cita, y en la universidad sólo había
salido en una ocasión con una chica, después de jugar un partido con
un grupo de estudiantes. Sin embargo, había sido muy bueno en el
deporte, y había jugado al fútbol en la universidad. Durante su etapa
universitaria había pasado la mayor parte de su tiempo libre con un
amigo íntimo, generalmente tomando copas. Sin embargo, en la
actualidad ese amigo se había trasladado a otra ciudad.
Clasificación de los trastornos de personalidad
Guillermo decía que en realidad apenas tenía tiempo para hacer
amigos; nunca sabía qué decir en una conversación. Algunas veces
había intentado entablar amistad con otras personas, pero nunca se
le ocurría nada apropiado, de manera que «la conversación simplemente languidecía». Decía que en los últimos tiempos había intentado cambiar su vida y ser más «positivo», pero no había podido
conseguirlo. Le resultaba más fácil no esforzarse, porque era muy
embarazoso establecer una conversación con otra persona. En realidad sólo se encontraba feliz en su soledad.
FACTORES CAUSALES. Sabemos muy poco sobre las
causas de este trastorno. Los primeros teóricos creían que
la personalidad esquizoide podría ser un precursor de la
esquizofrenia. Sin embargo, esta idea ha cambiado recientemente (Kalus, Bernstein, y Siever, 1995; Miller et al., 2001).
También las investigaciones sobre la posible transmisión
genética de la personalidad esquizoide han sido incapaces
de establecer un vínculo entre ambos trastornos. Al comparar el trastorno de personalidad esquizoide con el esquizotípico (que abordaremos en el siguiente apartado), muchos
estudios han encontrado que la personalidad esquizotípica
está más estrechamente vinculada genéticamente con la
esquizofrenia.
Los teóricos cognitivos han propuesto que las personas
con una personalidad esquizoide muestran conductas frías
y hurañas debido a una serie de esquemas subyacentes
desajustados, que les hacen considerarse a sí mismos como
solitarios autosuficientes, y ver a los demás como intrusos.
Su principal convicción podría ser algo así como «soy fundamentalmente un solitario» (Beck y Freedman, 1990, p.
51) o «las relaciones sociales son problemáticas e indeseables» (Pretzer y Beck, 1996, p. 60). Lamentablemente, todavía no sabemos de qué manera se llega a desarrollar ese tipo
de creencias desajustadas.
El trastorno de personalidad
esquizotípico
Las personas con un trastorno de personalidad esquizotípico también son excesivamente introvertidos y muestran
graves deficiencias sociales e interpersonales (como las que
caracterizan al trastorno esquizoide), pero además sufren
también distorsiones cognitivas y perceptivas, así como
excentricidad en su comunicación y en su conducta (Miller
et al., 2001). Aunque suelen mantener el contacto con la
realidad, también muestran un tipo de pensamiento muy
personal y supersticioso, y bajo un estrés agudo pueden
experimentar síntomas psicóticos transitorios (APA, 2000;
Widiger y Frances, 1994). De hecho, suelen creer que disponen de poderes mágicos y realizan rituales mágicos. Sufren
también otros problemas de carácter cognitivo-perceptivo,
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
como ideas de referencia (la convicción de que las conversaciones o los gestos de otras personas tienen un significado
especial o personal), un habla estrafalaria, y sospechas hacia
los demás. Sus extravagancias de pensamiento, lenguaje y
conducta, son similares a las que pueden verse en las formas
más graves de la esquizofrenia; de hecho, a veces reciben un
primer diagnóstico de esquizofrenia simple o latente.
Una desconexión esquizotípica
La paciente es una mujer de treinta y dos años,
soltera, desempleada y que vive del paro, y se
queja de que se siente «en el espacio». Su sensación de estar separada de su propio cuerpo
se ha ido haciendo cada vez más fuerte e incómoda.
Durante muchas horas al día, se siente
ESTUDIO
como si pudiera contemplarse a sí misma
DE UN
desde fuera, mientras que el mundo que la
CASO
rodea se le antoja irreal. Se siente especialmente extraña al mirarse en el espejo. Durante
muchos años se ha sentido capaz de leer el pensamiento de la
gente, mediante algún «tipo de clarividencia que no puedo comprender». Según ella, algunas personas de su familia también tienen
esa capacidad. Está preocupada por la idea de que quizás tenga
alguna misión especial en la vida, pero no está segura de cuál pueda
ser; no tiene convicciones religiosas especialmente arraigadas.
Cuando está en público se muestra muy auto-consciente, tiene la
sensación de que todo el mundo le presta una atención especial, y a
veces le parece que algún desconocido cruza la calle para poder
ayudarla. No tiene amigos, se siente aislada y solitaria, y pasa gran
parte del día perdida en fantasías o viendo seriales televisivos.
La paciente se expresa de una manera abstracta, vaga y sin centrarse en un tema concreto, aunque nunca de manera incoherente.
Parece tímida, suspicaz y con miedo a la crítica. No muestra desconexión con la realidad mediante espejismos o alucinaciones, y
nunca ha recibido tratamiento para problemas emocionales. De vez
en cuando encuentra un trabajo, pero siempre lo pierde por su falta
de interés (de Spitzer et al., 1989, pp. 173-174).
FACTORES CAUSALES. Según el DSM-IV-TR, la prevalencia de este trastorno entre la población general ronda el
tres por ciento, si bien otras estimaciones son considerablemente inferiores (por ejemplo, Mattia y Zimmerman, 2001).
Se ha documentado sin lugar a dudas una asociación genética
y biológica con la esquizofrenia (Kendler y Gardner, 1997;
Meehl, 1990a; Miller et al., 2001). Por ejemplo, algunos estudios realizados con pacientes con personalidad esquizotípica
(por ejemplo, Siever et al., 1995), y también con estudiantes
universitarios con este trastorno (p.e., Lencz et al., 1993), han
encontrado que también tienen la dificultad para realizar el
seguimiento visual de un objeto en movimiento, tan característica de la esquizofrenia (Cocarro, 2001; véase también el
Capítulo 14). Asimismo, les cuesta mantener la atención
(Cocarro, 2001; Lees-Roitman et al., 1997) y muestran deficiencias en su memoria de trabajo (por ejemplo, para poder
recordar unos cuantos dígitos), síntomas características de la
esquizofrenia (Farmer et al., 2000; Squires-Wheeler et al.,
1997). Por otra parte, las personas con un trastorno de personalidad esquizotípico, igual que ocurre con los pacientes
esquizofrénicos, muestran deficiencias en su capacidad para
inhibir la atención ante estímulos secundarios que aparecen
inmediatamente tras la presentación de un primer estímulo.
Por ejemplo, cuando se presenta a individuos normales un
estímulo auditivo débil una décima de segundo antes de que
un fuerte sonido provoque una respuesta de alarma, dicha
respuesta tiene una menor magnitud que cuando no va precedida por el estímulo auditivo débil (Cadenhead et al.,
2000a, 2000b). Este efecto inhibitorio es mucho menor en las
personas con un trastorno de personalidad esquizotípico y en
las personas con esquizofrenia, lo que probablemente esté
relacionado con su mayor tendencia a la distracción, y con
sus dificultades para mantener la atención.
Siempre se ha sospechado que este trastorno puede
tener una relación genética con la esquizofrenia. De hecho,
el término esquizotípico es en realidad una abreviatura de
«genotipo esquizofrénico» (Rado, 1956), y muchos consideran que dicho trastorno forma parte del espectro de la esquizofrenia, que suele afectar a algunos parientes cercanos de
las personas con esquizofrenia (Keller y Gardner, 1997; Lenzenweger, 1999; Miller et al., 2001). De hecho, los adolescentes que tienen un trastorno de personalidad esquizotípico
también tienen un mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia
y trastornos relacionados con ella durante su edad adulta
(Siever et al., 1995; Tykra, Cannon, et al., 1995).
El trastorno de personalidad histriónico
Las características esenciales de las personas con un trastorno
de personalidad histriónico son la emocionalidad y una tendencia excesiva a llamar la atención. Según el DSM-IV-TR
(APA, 2000), tienden a sentirse poco apreciadas si no son el
centro de atención, por lo que su estilo alegre, seductor y
excesivamente extravertido, suele hechizar la atención de
todo su auditorio. Sin embargo, estas cualidades no les proporcionan relaciones estables y satisfactorias, ya que quienes
les rodean se cansan de estar centrados únicamente en ellos.
Ya que su objetivo es llamar la atención, su apariencia y su
conducta suelen resultar teatrales y muy emocionales, así
como seductora y sexualmente provocativa. Su forma de
hablar puede resultar muy teatral, aunque también carente
de contenido. Estas personas suelen ser también muy sugestionables y piensan que sus relaciones personales son mucho
más íntimas de lo que son en realidad. Tienden a intentar
controlar a su pareja mediante sus conductas seductoras y la
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manipulación emocional, pero también muestran una gran
dependencia. Suelen ser consideradas egocéntricas, vanas y
excesivamente preocupadas por obtener la aprobación de los
demás, quienes por su parte suelen considerarlas como
demasiado provocativas, superficiales y falsas.
La prevalencia de este trastorno entre la población general se estima en torno al dos o el tres por ciento, y algunos
estudios sugieren que es más frecuente entre las mujeres que
entre los hombres (APA, 2000; Widiger y Bornstein, 2001). Si
bien las razones de estas diferencias sexuales todavía son controvertidas, una revisión reciente sugiere que pueden estar
relacionadas con los rasgos sexuales implícitos en los criterios diagnósticos. Por ejemplo, muchos de los criterios para
el trastorno de personalidad histriónico (así como para otros
trastornos de personalidad, como el antisocial y el dependiente), son en realidad variantes desajustadas de rasgos relacionados con el sexo, y que por definición afectan de manera
diferente a hombres y mujeres (por ejemplo, Widiger y
Bornstein, 2001). Por lo que concierne al trastorno histriónico, estos criterios son la sobreactuación, la vanidad, la
seducción y una preocupación excesiva por la apariencia
física. Evidentemente este hecho aumenta automáticamente
la probabilidad de las mujeres de ser diagnosticadas de este
trastorno.
Clasificación de los trastornos de personalidad
FACTORES CAUSALES.
Se ha realizado muy poca
investigación sistemática sobre las personas con un trastorno de personalidad histriónica. Existe cierta evidencia de
un vínculo genético con el trastorno de personalidad antisocial, bajo el supuesto de que podría haber una predisposición subyacente, que se manifestaría en las mujeres como
un trastorno histriónico y en los hombres como un trastorno antisocial (por ejemplo, Cale y Lilienfeld, 2002). La
posibilidad de una predisposición genética también está
apoyada por algunos descubrimientos de que el trastorno
histriónico podría involucrar versiones extremas de dos
rasgos normales de personalidad: neuroticismo y extraversión; ambos rasgos de personalidad tienen cierto componente genético (Widiger y Bornstein, 2001).
Los teóricos cognitivos destacan la importancia de los
esquemas desajustados, relativos a la necesidad de obtener
la atención necesaria para sustentar la propia estima. Las
principales creencias desajustadas serían del tipo «si no soy
capaz de cautivar a los demás, no soy nada» y «si no puedo
entretener a la gente, terminarán por abandonarme» (Beck
y Freedman, 1990, p. 50). Sin embargo, no se ha realizado
ninguna investigación sistemática respecto a la forma en
que podrían desarrollarse estas creencias inadaptadas.
El trastorno de personalidad narcisista
Un ama de casa histriónica
Lulú, un ama de casa de veinticuatro años, llegó
al hospital varios días después de que hubiese
sido detenida por «vagancia», después de que
su marido la hubiese dejado en la estación de
autobuses para que se fuera con su familia,
debido a que estaba harto de su conducta y de
ESTUDIO tener que cuidar de ella. Lulú se presentó a la
DE UN
entrevista muy maquillada y con un vestido muy
sexy, y un peinado muy llamativo. A lo largo de
CASO
la entrevista con el psiquiatra mostró conductas de flirteo y gestos seductores, mientras hablaba de manera ambigua de sus problemas y de su vida. Sus principales quejas se referían
a que su marido la había abandonado, pero que no podía volver con
su familia porque dos de sus hermanos habían abusado de ella. De
hecho no tenía amigos y no estaba segura de qué podía hacer ella
sola. Tampoco tenía amigas, aunque no podía decir el porqué, mientras aseguraba al entrevistador que era una persona excelente.
Hacía poco tiempo que ella y su marido habían ido de viaje con
una pareja amiga de su marido. La mujer la había acusado de intentar seducir a su marido, y Lulú se había sentido herida, convencida de
que su conducta había sido perfectamente inocente. Este incidente
había provocado una fuerte discusión con su propio marido, una más
de la larga serie que se venía produciendo durante los últimos seis
meses, en los que su marido se quejaba de su conducta inapropiada
respecto a otros hombres, y de su vanidad y su necesidad de llamar
la atención. Estas discusiones, y su incapacidad para cambiar su conducta, habían llevado su marido a la decisión de abandonarla.
Las personas con un trastorno de personalidad narcisista
muestran un exagerado sentido de grandiosidad, necesidad
de admiración y falta de empatía por los sentimientos de los
demás (Ronningstan, 1999; Widiger y Bornstein, 2001). Esa
noción de grandiosidad es el criterio diagnóstico más
importante y más ampliamente utilizado para diagnosticar
este trastorno. Dicha característica se manifiesta por una
fuerte tendencia a sobreestimar las propias capacidades y
logros, a la vez que se subestiman las capacidades y los
logros de los demás. Esa sensación de superioridad suele
dejar atónito a todo el mundo, aunque esa conducta de perplejidad se interpreta como un merecido tributo a su elevada capacidad. Se comportan de manera estereotipada
(por ejemplo, con constantes referencias a sí mismos y frecuentes fanfarronadas), para lograr el aplauso y el reconocimiento que alimente sus expectativas de grandiosidad y
sus fantasías de éxito, poder, belleza, o brillantez ilimitadas.
Debido a que se consideran tan especiales, piensan que sólo
les pueden comprender, o que sólo pueden relacionarse,
con otras personas también especiales o de alto status.
Otra importante característica que comparten las personas narcisistas es que son incapaces de adoptar la perspectiva de los demás. En este sentido todos los niños parten
de una perspectiva narcisista, y sólo progresivamente van
adquiriendo la capacidad de adoptar el punto de vista de los
demás. Sin embargo, algunos niños no llegan a realizar una
evolución normal en este sentido, por lo que terminarán
desarrollando una personalidad narcisista cuando sean
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
adultos. Junto a su carencia de empatía, las personas narcisistas suelen explotar a los demás para conseguir sus
propios objetivos, y también se muestran arrogantes, presuntuosas y altivas. Por otra parte, envidian a los demás,
aunque creen que son los demás los que sienten envidia de
ellos (Ronningstan, 1999; Widiger y Bornstein, 2001). Por
lo tanto, no resulta sorprendente que la mayoría de estas
personas nunca busque tratamiento psicológico, ya que se
consideran a sí mismos prácticamente perfectos.
La mayoría de los investigadores y clínicos considera
que las personas con un trastorno narcisista de la personalidad tienen, bajo su sentido de grandiosidad, una autoestima muy frágil e inestable (Widiger y Bornstein, 2001).
Esto puede deberse a que están muy preocupadas por lo que
puedan pensar los demás y por sus fantasías de éxito, poder
y belleza ilimitados. Su gran necesidad de admiración contribuye a regular y proteger su frágil autoestima.
Un estudiante narcisista
Un estudiante soltero de veinticinco años de
edad se quejaba a su psicoanalista de sus dificultades para realizar el doctorado en literatura, y expresaba su preocupación sobre su
relación con las mujeres. Estaba convencido de
ESTUDIO que su Tesis podría mejorar de manera considerable el mundo de la literatura, y a la vez cataDE UN
pultarlo a la fama, aunque sin embargo no había
CASO
sido capaz de pasar del tercer capítulo. El director de su Tesis no parecía lo suficientemente
impresionado con sus ideas, por lo que el paciente estaba furioso con
él aunque también dubitativo y abochornado. Le culpaba de su estancamiento, y pensaba que necesitaba más ayuda para desarrollar su
brillante idea. El paciente fanfarroneaba sobre su creatividad y se
quejaba de que todo el mundo envidiaba su brillantez. A la misma vez
sentía envidia de otros compañeros que avanzaban más rápido que
él, y a quienes consideraba «zánganos y lameculos». Se sentía orgulloso de la brillantez de sus intervenciones en clase, e imaginaba que
algún día llegaría a ser un gran profesor.
Se enamoraba locamente de cualquier mujer, y tenía fantasías
muy impetuosas y persistentes respecto a cada mujer que conocía,
si bien tras algunos intercambios sexuales se sentía decepcionado,
y entonces las consideraba torpes, pegajosas y físicamente repugnantes. Tenía muchos «amigos», pero éstos cambiaban rápidamente, por lo que no mantenía ninguna relación estable. Todo el
mundo se cansaba de su constante auto-propaganda y de la falta de
consideración hacia los demás. Por ejemplo, se iba a quedar sólo
durante la próxima Navidad, y él insistía para que su mejor amigo se
quedase con él haciéndole compañía, en vez de ir a visitar a su familia. Su amigo le dijo que no podía hacer eso, y criticó su egocentrismo, por lo que el paciente, enfurecido, decidió no volver a verle.
(Adaptado de el Spitzer et al., 1981, pp. 52-53).
De acuerdo con el DSM-IV-TR, el trastorno de personalidad narcisista se observa con más frecuencia entre hombres
que entre mujeres (APA, 2000; Golomb et al., 1995), aunque
no todos los estudios coinciden con ello (Ronningstam,
1999). En comparación con otros trastornos de personalidad, se trata de un problema relativamente poco frecuente,
que se estima que afecta al uno por ciento de la población.
Dadas las características que comparten el trastorno histriónico y el narcisista, Widiger y Trull (1993) resumen las principales diferencias de esta manera: «Los histriónicos tienden
a ser más emocionales y dramáticos que los narcisistas, y
aunque ambos suelen ser promiscuos, los narcisistas son más
explotadores desapasionados, mientras que los histriónicos
se muestran más necesitados. Ambos serán exhibicionistas,
pero los histriónicos buscan la atención, mientras que los
narcisistas buscan la admiración» (p. 388).
FACTORES CAUSALES. Se han propuesto teorías muy
diferentes sobre los factores causales involucrados en el
desarrollo del trastorno de personalidad narcisista, y cada
una de ellas tiene defensores importantes. Por una parte,
algunos teóricos psicodinámicos como Heinz Kohut argumentan que todos los niños atraviesan una etapa de grandiosidad primitiva, durante la cual piensan que todo lo que
ocurre a su alrededor tiene que ver con ellos. Para que se
produzca un desarrollo normal que deje atrás esa etapa, los
padres deben hacer algo que refleje la grandiosidad del niño.
Esto contribuye a que los niños desarrollen una confianza en
sí mismos, y una sensación de autoestima que se pueda
mantener a lo largo de su vida, una vez que la cruda realidad
aniquile esa grandiosidad (Kohut y Wolff, 1978; Ronningstam, 1999; Widiger y Trull, 1993). Kohut ha propuesto
incluso que el trastorno de personalidad narcisista es más
probable que se desarrolle cuando los padres son negligentes, no empatizan con el niño y además lo desvalorizan; este
individuo buscará perpetuamente la afirmación de un yo
idealizado y grandioso (véase también Kernberg, 1998;
Widiger y Bornstein, 2001). Si bien esta teoría ha ejercido
una gran influencia sobre los clínicos de orientación psicodinámica, por desgracia apenas ha recibido apoyo empírico.
Desde una perspectiva teórica, diferente, Theodore
Millon —un investigador de los trastornos de personalidad
desde la perspectiva del aprendizaje social de Bandura— ha
sugerido justamente lo contrario. Considera que el trastorno de personalidad narcisista proviene de una evaluación excesivamente positiva y poco realista del niño por
parte de los padres (Millon y Davis, 1996; Widiger y Bornstein, 2001). Por ejemplo, ha propuesto que «esos padres son
excesivamente indulgentes con sus hijos, de manera que les
enseñan que sus deseos son órdenes, que pueden recibir sin
dar nada a cambio, y que se merecen conseguir lo que quieren sin hacer el menor esfuerzo» (Millon, 1981, p. 175; de
Widiger y Trull, 1993). El hecho de que los teóricos realicen
propuestas tan absolutamente dispares ilustra la actual
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carencia de conocimientos empíricos relativos a las causas
de estos trastornos.
El trastorno de personalidad antisocial
Las personas con un trastorno de personalidad antisocial
violan constantemente los derechos de los demás mediante
los engaños, agresiones, o conducta antisocial, generalmente
sin remordimientos ni pundonor hacia nadie. Tienden a ser
impulsivos, irritables y agresivos, y a realizar conductas
irresponsables. Esta pauta de conducta debe haber comenzado después de los quince años de edad, ya que si empieza
antes debe diagnosticarse un trastorno de conducta. Se trata
éste de un trastorno similar, pero que afecta a los niños y a
los preadolescentes que se comportan de manera agresiva
con personas o animales, destruyen propiedades, engañan o
roban, y no respetan las normas de su casa o de la escuela
(véase el Capítulo 16). Dado que este trastorno de personalidad se ha estudiado de manera mucho más amplia que los
demás, y debido también a su enorme coste social, lo examinaremos más detalladamente en un apartado posterior de
este mismo capítulo. De momento, nos conformaremos con
una breve descripción clínica.
Un ladrón con trastorno
de personalidad antisocial
Marcos, de veintidós años de edad, estaba procesado por robo de coches y atraco a mano
armada. Su historial delictivo había comenzado
a los nueve años, tras ser detenido por vandalismo.
Le habían expulsado del instituto por
ESTUDIO
mala conducta, y en diversas ocasiones se había
DE UN
escapado de casa durante varios días o semaCASO
nas, volviendo siempre desaliñado y enfermo.
Nunca había podido mantener un empleo más
de unos cuantos días, pese a que sus encantadores modales le permitían encontrar de inmediato un nuevo trabajo. Sus amigos lo describían como un solitario. Aunque inicialmente resultaba encantador,
Marcos en seguida se enfrentaba agresivamente con cualquiera. Poco
después de su primera sesión de terapia, infringió la libertad bajo
fianza y supuestamente escapó del pueblo huyendo del juicio.
Clasificación de los trastornos de personalidad
situaría en el «límite» entre los trastornos neurótico y psicótico. Sin embargo, posteriormente esta acepción del término limítrofe se ha identificado preferentemente con el
trastorno de personalidad esquizotípico que, como hemos
dicho anteriormente, está biológicamente relacionado con
la esquizofrenia. Sin embargo, en la actualidad el trastorno
límite de personalidad ya no se considera biológicamente
relacionado con la esquizofrenia.
Los sujetos con una personalidad limítrofe tienen una
imagen muy inestable de sí mismos, lo que también se puede
aplicar a sus relaciones interpersonales. Suelen tener un historial de relaciones personales muy intensas y atormentadas,
caracterizadas por la idealización de los amigos o amantes,
que posteriormente deviene en desilusión y decepciones
(Gunderson, Zanarini, y Kisiel, 1995). Sin embargo, realizan
esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginado, probablemente debido a su intenso temor a ser abandonados. Su estado de ánimo también es muy inestable, y se
caracteriza por cambios súbitos de humor. Por ejemplo,
puede que muestren estallidos muy intensos ante una provocación muy pequeña, y que tengan dificultades para controlar
su ira. Suelen tener sentimientos crónicos de vacío, generalmente asociados con su incapacidad para tolerar la soledad.
Su enorme inestabilidad afectiva, combinada con los
elevados niveles de impulsividad, suele llevarles a realizar
conductas auto-destructivas, como apostar dinero sin control, gastar dinero irresponsablemente, darse atracones, abusar de sustancias, realizar prácticas sexuales no seguras y sin
protección, o conducir temerariamente. Los sujetos con este
trastorno frecuentemente amenazan con el suicidio (Paris,
1999) y suelen auto-mutilarse (por ejemplo, cortándose con
un cuchillo). Esta conducta auto-lesiva se asocia con el alivio
de la ansiedad (disforia), y algunas investigaciones han
demostrado que puede incluso asociarse con la analgesia
(Figueroa y Silk, 1997; Russ et al., 1994). Los intentos de suicidio no siempre son bravatas, ya que los estudios prospectivos indican que aproximadamente el ocho por ciento llega a
consumarlo (Adams et al., 2001; Lineham y Heard, 1999). El
siguiente caso ilustra el riesgo de suicidio y auto-mutilación,
característicos de la personalidad limítrofe.
Auto-mutilación en TPL
El trastorno límite de personalidad
Según el DSM-IV-TR (APA, 2000), las personas con un
trastorno límite de personalidad (TPL) muestran una
pauta de conducta caracterizada por impulsividad e inestabilidad en sus relaciones interpersonales, su auto-imagen y
su afectividad. Sin embargo, el término personalidad límite
tiene una historia larga y equívoca (Paris, 1999). Originalmente se utilizaba para referirse a un estado mental que se
ESTUDIO
DE UN
CASO
Una mujer desempleada de veintiséis años de
edad fue remitida al hospital por su terapeuta,
debido a sus intensas preocupaciones suicidas
y a sus constantes intentos de mutilarse con
una navaja. La paciente se había comportado
aparentemente bien hasta comenzar el instituto, donde empezó a interesarse por la religión y la filosofía, pero también a evitar a sus
amigas y a mostrar dudas existenciales. Sus
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
resultados académicos eran buenos, aunque posteriormente, en la
universidad disminuyó su rendimiento. Fue aquí donde comenzó a
consumir fármacos, abandonó la religión de su familia, y empezó a
buscar un líder religioso carismático con quien poder identificarse.
En los momentos de gran ansiedad, se dio cuenta que podía eliminarla rápidamente, al cortarse el antebrazo con una navaja.
Tres años atrás había comenzado una psicoterapia, pero inmediatamente había idealizado a su terapeuta como alguien extraordinariamente intuitivo y empático. Sin embargo, posteriormente
mostró una enorme hostilidad hacia él, exigiéndole cada vez más
sesiones de terapia, incluso a veces dos diarias. Toda su vida se centró en su terapeuta, pero excluyendo a cualquier otra persona. Aunque la hostilidad hacia él resultaba evidente, la paciente era incapaz
de percibirla, y mucho menos de controlarla. Estas dificultades culminaron en diversos episodios de auto-lesiones y amenazas de suicidio, por lo que éste recomendó su internamiento en un hospital.
(De Spitzer et al., 2002, pp. 233).
Junto a estos síntomas de carácter afectivo e impulsivo,
aproximadamente entre el veinte y el cuarenta por ciento de
las personas con personalidad limítrofe muestran también
síntomas cognitivos, tales como episodios breves y transitorios de pérdida de contacto con la realidad, con alucinaciones, ideas paranoides, distorsión de la imagen corporal, o
síntomas disociativos (Gunderson et al., 1995; Paris, 1999).
Precisamente los pacientes con síntomas disociativos tienen
un riesgo más elevado de auto-mutilación (Brodsky, Cloitre, y Dulit, 1995).
Se estima que alrededor del uno o el dos por ciento de
la población puede sufrir un trastorno límite de personalidad (Paris, 1999). Aproximadamente el setenta y cinco por
ciento de ellos son mujeres.
COMORBILIDAD CON OTROS TRASTORNOS DEL
EJE I Y DEL EJE II. Si tenemos en cuenta los múltiples
y variados síntomas del TPL, no debe sorprendernos que
este trastorno se presente en conjunción con otros trastornos del Eje I, dentro de una gama que abarca desde los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad (sobre todo el
pánico y el TEPT), hasta el abuso de sustancias y los trastornos de alimentación (Adams et al., 2001). En el pasado,
muchos investigadores clínicos supusieron que este trastorno podría tener una relación especial con los trastornos
del estado de ánimo, ya que alrededor del cincuenta por
ciento de los TPL también eran diagnosticados de un trastorno del estado de ánimo (Adams et al., 2001; Widiger y
Trull, 1993). Sin embargo, también hay otros trastornos
pertenecientes al Eje II (como los trastornos de personalidad dependiente, de evitación y obsesivo-compulsivo) que
están más frecuentemente asociados con la depresión, que
el trastorno límite de personalidad. De hecho, la depresión
que experimentan las personas con TPL parece diferente de
otras depresiones, en tanto en cuanto que predominan los
sentimientos de soledad y vacío, y una prolongada alteración de las relaciones interpersonales (Benjamín y Wonderlich, 1994; Klein et al., 2002; Paris, 1999).
También es frecuente que el TPL sobrevenga junto a
otros trastornos de la personalidad, especialmente el histriónico, el dependiente, el antisocial y el esquizotípico. Sin
embargo, Widiger y Trull (1993) observaron las siguientes
diferencias entre estos trastornos de personalidad: «la
explotación de los demás, característica de la personalidad
limítrofe, suele ser una respuesta hostil e impulsiva a la
desilusión, mientras que en el trastorno antisocial supone
un esfuerzo calculado y despiadado para obtener un beneficio personal. La sexualidad también puede desempeñar
un papel más importante en la relación de los histriónicos
que en la de los limítrofes, sobre todo por la tendencia de los
histriónicos a dotar a las situaciones un carácter erótico... y
a mostrarse seductores en cualquier escenario, por inapropiado que pueda resultar. El prototipo del esquizotípico
carece de la emocionalidad del limítrofe, y tiende a mostrarse más aislado, huraño y extravagante» (p.377).
FACTORES CAUSALES. Algunas investigaciones sugieren que quizá los factores genéticos desempeñen cierto
papel en el desarrollo del trastorno límite de personalidad
(Paris, 1999; Widiger y Trull, y 1993). Está heredabilidad
podría proceder de que los rasgos de impulsividad e inestabilidad afectiva, de gran valor en el trastorno limítrofe, son
parcialmente hereditarios.
También se ha intentado encontrar el sustrato biológico
del trastorno límite de personalidad. Por ejemplo, las personas que padecen este trastorno suelen mostrar una menor
actividad de la serotonina, cuya misión es inhibir respuestas
conductuales. Esta podría ser la razón de su conducta
impulsiva y agresiva, así como de las conductas de automutilación; esto es, la actividad de la serotonina sería insuficiente para «poner freno» a la conducta impulsiva (por
ejemplo, Figueroa y Silk, 1997; Paris, 1999). Los pacientes
con un trastorno límite de personalidad pueden mostrar
también alteraciones en la regulación de los neurotransmisores noradrenérgicos, similares a las que pueden observarse
en condiciones crónicas de estrés, como ocurre en el TEPT
(véase el Capítulo 5). Ese hiperactivo sistema noradrenérgico podría explicar su gran sensibilidad ante los cambios
ambientales (Figueroa y Silk, 1997). Aunque todavía nos
queda mucho por aprender, lo que está claro es que cualquier teoría simplista será incapaz de explicar la compleja
interacción que tiene lugar entre los múltiples sistemas de
neurotransmisores, cada uno de ellos con diversos receptores, que se combinan para producir el complejo patrón de
síntomas característicos de este trastorno (Paris, 1999).
Se ha dedicado gran cantidad de atención teórica y
empírica al papel de los factores psicosociales en este trastorno. Por desgracia, la mayor parte de la investigación tiene
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un carácter retrospectivo, ya que se basa fundamentalmente
en los recuerdos de los pacientes. Muchos de esos estudios
han encontrado que los sujetos con ese trastorno suelen
referirse a un gran número de acontecimientos negativos y
traumáticos durante su niñez, tales como negligencia y abusos, separación y pérdida, y psicopatología de sus padres. Por
ejemplo, en un estudio sobre el abuso y la negligencia, Zanarini y sus colaboradores (1997) realizaron una serie de detalladas entrevistas con trescientos cincuenta pacientes con
TPL, y con otros cien pacientes con otros trastornos de personalidad. Los pacientes con TPL informaron de haber
sufrido tasas mucho más altas de abusos que los pacientes
con otros trastornos de personalidad: abuso emocional
(setenta y tres frente al cincuenta y uno por ciento), abuso
físico (cincuenta y nueve frente al treinta y cuatro por
ciento), y abuso sexual (sesenta y uno frente al treinta y dos
por ciento). En conjunto, alrededor del noventa por ciento
de los pacientes con un trastorno límite de personalidad,
dijeron haber sufrido algún tipo de abuso o negligencia
durante su niñez. (Estas tasas de abuso y negligencia resultan alarmantes, pero recuérdese que la mayoría de los niños
que han sufrido abusos y negligencia, no terminan padeciendo ningún trastorno de personalidad ni cualquier otro
del Eje I. Véase Paris, 1999; Rutter y Maughan, 1997).
Si bien tanto este estudio como muchos otros del
mismo tipo (véase Dolan-Sewell et al., 2001; Paris, 1999)
sugieren que el trastorno límite de personalidad (y quizás
también otros trastornos de personalidad) suele estar asociado con traumas infantiles, también es verdad que esos
estudios adolecen de una serie de limitaciones que impiden
afirmar con seguridad que los traumas infantiles desempeñan un papel causal. En primer lugar, se basan en informes
retrospectivos de personas que, precisamente, se caracterizan por mantener una perspectiva exagerada y distorsionada de los demás (Paris, 1999; Rutter y Maughan, 1997).
En segundo lugar, el abuso infantil no supone un factor de
riesgo específico para la patología limítrofe, ya que también
tienen una estrecha relación con otros trastornos de personalidad, como se puede comprobar en el estudio citado
(Zanarini et al., 1997), así como con otros trastornos como
el de identidad disociativa (véase el Capítulo 8). En tercer
lugar, el abuso infantil casi siempre se produce en familias
que sufren otras circunstancias anómalas, como disputas
maritales y violencia familiar, que pueden llegar a ser más
determinantes que el abuso en sí mismo (Paris, 1999).
Paris (1999) ha ofrecido una interesante teoría multidimensional para explicar este trastorno. Ha propuesto que las
personas con elevados niveles en dos rasgos normales de personalidad, como la impulsividad y la inestabilidad afectiva,
podrían tener una predisposición para desarrollar el TPL,
pero sólo ante ciertos factores de riesgo, como traumas, pérdidas y descalabros educativos de los padres. Cuando algunos
de estos factores psicológicos de riesgo afectan a alguien afectivamente inestable, esa persona podría realizar actos impul-
Clasificación de los trastornos de personalidad
sivos para afrontar esa disforia. Así pues la disforia y los actos
impulsivos se alimentan mutuamente. Además, Paris propone que los niños impulsivos e inestables tienden a ser problemáticos, y por lo tanto tienen mayor probabilidad de
sufrir rechazos y/o abusos. Si los padres también sufren trastornos de personalidad, podrían llegar a ser insensibles ante
las dificultades de sus hijos, cerrando así un círculo vicioso
donde los problemas de los niños están exacerbados por unas
prácticas educativas inadecuadas, lo cual a su vez aumenta la
disforia, y así sucesivamente. Paris sugiere también que el
trastorno límite de personalidad podría ser más frecuente en
nuestra sociedad que en muchas otras culturas, y más en la
actualidad que en el pasado, debido a la actual debilidad de
nuestras estructuras familiares.
El trastorno de personalidad
por evitación
Las personas que tienen un trastorno de personalidad por
evitación suelen mostrar una enorme inhibición social e
introversión, lo que implica que tienen unas relaciones
sociales muy reducidas, y que eluden iniciar nuevas interacciones sociales. Debido a su hipersensibilidad y a su temor a
las críticas y al rechazo, no buscan el contacto con los
demás, aunque sí tienen deseo de afecto y suelen vivir solitarios y aburridos. Al contrario de lo que ocurre con la personalidad esquizoide, las personas que tienen un trastorno
de personalidad por evitación no disfrutan de su soledad;
su incapacidad para relacionarse con los demás les provoca
una aguda ansiedad y una baja autoestima. Debido a su
hipersensibilidad ante cualquier señal de rechazo, pueden
mostrar un enorme sentido del ridículo.
El trastorno de personalidad
por evitación
Sally, una bibliotecaria de treinta y cinco años
de edad, llevaba una vida relativamente aislada con muy pocos amigos íntimos. Desde su
niñez había sido muy tímida y siempre se había
mantenido
alejada de los demás para evitar
ESTUDIO
que le hiciesen daño o que la criticasen. Dos
DE UN
años antes de que comenzase la terapia, había
CASO
quedado con un amigo que había conocido en la
biblioteca, para ir a una fiesta. Al llegar, Sally
se había sentido terriblemente incómoda porque no se había «vestido adecuadamente». Así pues, salió corriendo de la fiesta y no volvió a ver nunca más a su nuevo amigo.
Durante las primeras sesiones de tratamiento, permanecía sentada en silencio, ya que le costaba mucho trabajo hablar de sí
misma. Tras varias sesiones empezó a confiar en el terapeuta, y
relató numerosos incidentes de su infancia durante los que se había
sentido «anonadada» por la vergonzosa conducta de su padre
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
alcohólico en lugares públicos. Aunque había intentado por todos
los medios que sus amigos no se enterasen de sus problemas familiares, cuando vio que esto era imposible lo que hizo fue dejar de
tener contacto con ellos, para protegerse así de posibles críticas y
situaciones embarazosas.
Cuando comenzó la terapia, intentaba no establecer contacto
con otras personas, a menos que se le asegurase que «les gustaría». Recurriendo a una terapia orientada a fomentar su asertividad
y sus habilidades sociales, fue haciendo ciertos progresos para conseguir relacionarse con otras personas.
La diferencia esencial entre un solitario con un trastorno esquizoide de personalidad y un solitario con evitación, es que este último es hipersensible a las críticas, tímido
e inseguro, mientras que el primero se muestra huraño, frío
y relativamente indiferente a las críticas (Millon y Martínez,
1995). Otra diferencia importante es que la personalidad de
evitación desea establecer un contacto interpersonal, pero
lo evita por temor al rechazo, mientras que el esquizoide no
tiene ningún deseo de establecer relaciones sociales. También puede resultar difícil diferenciar entre la personalidad
dependiente y la de evitación. Los sujetos con una personalidad dependiente tienen gran dificultad para separarse de
las personas con las que han establecido relación, debido a
que se sienten incompetentes cuando están solos, mientras
que los sujetos con personalidad de evitación tienen problemas para iniciar una relación debido a su temor a las críticas
o al rechazo (Millon y Martínez, 1995). Por otra parte, el
DSM-IV-TR (APA, 2000) destaca que el principal objetivo
de la personalidad dependiente es conseguir que alguien le
cuide, mientras que el objetivo básico de la personalidad
con evitación es eludir la humillación y el rechazo. Incluso
con mucha frecuencia la personalidad de evitación suele
coexistir con los trastornos de personalidad esquizoide y
dependiente (Bornstein y Travaglini, 1999).
Otra diferenciación difícil se refiere al trastorno de personalidad por evitación y la fobia social generalizada (Capítulo 6). Por ejemplo, numerosos estudios han encontrado
un importante solapamiento entre ambos trastornos, lo
que ha llevado a algunos investigadores a la conclusión de
que el trastorno de personalidad por evitación podría ser
simplemente una manifestación más grave de la fobia social
generalizada (Alpert et al., 1997; Dolan et al., 2001; APA,
2000). Esta idea concuerda con el resultado de que existen
algunos casos de fobia social generalizada sin trastorno de
personalidad por evitación, pero muy pocos casos de personalidad por evitación donde no exista también una fobia
social generalizada.
FACTORES CAUSALES. Algunas investigaciones sugieren que la personalidad por evitación puede tener su ori-
gen en un temperamento «inhibido», que hace que el niño
se muestre tímido y retraído en las situaciones novedosas y
ambiguas. Este estilo de temperamento, que tiene una base
genética, puede quedar también reforzado por ciertas experiencias adversas que hayan sufrido durante las primeras
etapas de desarrollo (Bernstein y Travaglini, 1999; Kagan,
1997). Los estudios que han utilizado auto-informes retrospectivos indican que ese tipo de experiencias desdichadas
tienen que ver con el rechazo y la humillación (esto es, el
abuso emocional) infligidos por los padres. Así pues, un
temperamento inhibido puede constituir un factor de predisposición para el trastorno de personalidad por evitación,
en niños que han sufrido abusos emocionales y rechazo por
parte de sus padres (Bernstein y Travaglini, 1999). Además,
el abuso y el rechazo provocarán, muy probablemente,
patrones de apego ansioso en esos niños inhibidos (Bartholomew et al., y 2001).
El trastorno de personalidad
dependiente
Los sujetos con un trastorno de personalidad dependiente
manifiestan una enorme necesidad de que alguien cuide de
ellos, lo que les lleva a mostrar una conducta sumisa y pegajosa. También manifiestan un enorme temor por la posibilidad de sufrir una separación, o por el mero hecho de tener
que quedarse solos durante cierto tiempo (Widiger y
Bornstein, 2001). Estas personas suelen construir su vida
alrededor de los demás, y subordinar sus propias necesidades al objetivo de mantener a esas personas cerca de ellos.
Por lo tanto, no son mínimamente exigentes para la selección de compañeros. Por la misma razón nunca se enfadan
con los demás, por miedo a perder su apoyo, lo cual significa, en la práctica, que viven en constante riesgo de sufrir
abusos físicos o psicológicos. También tienen grandes dificultades para adoptar las más sencillas decisiones cotidianas, debido a su falta de confianza y a su indefensión,
incluso aunque estén haciendo un trabajo excelente. En
realidad son capaces de actuar sin mayores problemas,
siempre y cuando no se les pida que sean autónomos.
El trastorno de personalidad
dependiente
ESTUDIO
DE UN
CASO
Sara, una mujer de treinta y dos años, madre de
dos hijos, y contable a tiempo parcial, irrumpió
en la clínica a altas horas de la noche después
de que su marido, con quien llevaba casada un
año y medio, hubiese abusado físicamente de
ella y abandonado la casa posteriormente. Aunque nunca había pegado a los niños, frecuentemente los amenazaba con hacerlo cuando
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había bebido. Sara se mostraba muy ansiosa y preocupada por el
futuro, y «necesitaba que le dijesen lo que debía hacer». Sólo quería
que su marido volviera a casa, y no parecía preocuparle demasiado
la posibilidad de los abusos físicos. En la actualidad, su marido
estaba desempleado y siguiendo un programa de tratamiento en
libertad condicional, para eliminar su adicción a las fármacos. Casi
siempre estaba de pésimo humor y «a punto de explotar».
Aunque Sara tenía un trabajo bien remunerado, manifestaba
una gran preocupación por quedarse a cargo de su familia. Comprendía que era una locura «depender» de su marido, a quien se
refería como un «auténtico fracasado». (Había tenido una relación
similar con su primer marido, quien la había abandonado junto a su
hijo mayor, cuando ella tenía dieciocho años.) En varias ocasiones
durante los últimos meses, Sara se había preparado mentalmente
para romper su matrimonio, pero no había sido capaz de hacerlo.
Estaba dispuesta a amenazar a su marido con abandonarlo, pero
cuando llegaba el momento, se quedaba «helada», paralizada y
con el estómago revuelto, ante la idea de «quedarse sin su
esposo».
Se estima que el trastorno de personalidad dependiente afecta entre el dos y el cuatro por ciento de la población, y que es más frecuente entre las mujeres que entre los
hombres. Para estas personas es habitual padecer también
un trastorno de ansiedad (Bornstein, 1999).
Algunas características del trastorno de personalidad
dependiente se solapan con otras de los trastornos límite de
personalidad, histriónico y (como ya se ha señalado) de evitación, aunque por supuesto existen diferencias entre ellos.
Por ejemplo, tanto la personalidad limítrofe como la
dependiente muestran temor a ser abandonados. Sin embargo, la personalidad limítrofe, que generalmente mantiene relaciones muy intensas y tormentosas, reacciona con
sentimientos de vacío y furia cuando se produce el abandono, mientras que la personalidad dependiente siente inicialmente sumisión y sosiego, para comenzar poco después
a buscar desesperadamente una nueva relación. Tanto la
personalidad histriónica como la dependiente tienen una
fuerte necesidad de aprobación, aunque la primera es
mucho más gregaria, extravagante y con ganas de llamar la
atención, mientras que la segunda se muestra mucho más
dócil y humilde.
FACTORES CAUSALES. Existen pruebas de una pequeña influencia genética sobre la personalidad dependiente. De hecho, algunos rasgos personalidad como el
neuroticismo y la conformidad, que también son muy
importantes en el trastorno dependiente, muestran también cierto componente genético (Widiger y Bornstein,
2001). Es posible que las personas que tienen esa predisposición parcialmente genética hacia la dependencia y la
ansiedad sean especialmente susceptibles a los efectos
Clasificación de los trastornos de personalidad
adversos de los estilos educativos autoritarios y sobre-protectores (que en vez de promover la autonomía refuerzan la
dependencia). Esto podría hacer creer a los niños que su
bienestar depende de los demás, y que ellos no son capaces
de conseguirlo por sí mismos (Widiger y Bornstein, 2001).
Los teóricos cognitivos han descrito los esquemas subyacentes de estas personas como repletos de creencias inadaptadas del tipo «estoy completamente indefenso» y «sólo soy
capaz de actuar adecuadamente cuando estoy junto a una
persona competente» (Beck y Freeman, 1990, p. 60).
El trastorno de personalidad
obsesivo-compulsivo
Las personas con un trastorno de personalidad obsesivocompulsivo se caracterizan por el perfeccionismo, y una
excesiva preocupación por el mantenimiento del orden y
el control. Esa obsesión por mantener el control mental e
interpersonal se debe en parte a la enorme atención que
prestan a las normas, indicaciones y horarios. Son absolutamente cuidadosos para evitar cometer cualquier error,
aunque con frecuencia los detalles que tanto les preocupan son tan triviales, que en realidad malgastan su tiempo.
Este perfeccionismo también suele resultar poco adecuado, porque ocasiona que casi nunca lleguen a culminar
sus proyectos. Por lo tanto esas preocupaciones les
convierten en personas inflexibles e ineficaces. También
suelen tener una absoluta dedicación al trabajo, prescindiendo de las actividades de ocio, por lo que suelen tener
dificultades para relajarse o hacer cualquier cosa por el
mero placer de hacerla (Widiger y Frances, 1994). Desde
una perspectiva interpersonal, les cuesta mucho trabajo
delegar responsabilidades en los demás, y tienden a mostrarse muy rígidos y obstinados. No resulta sorprendente,
por lo tanto, que las personas que los rodean vean a los
individuos obsesivo-compulsivos como personas rígidas,
estiradas y frías.
Es importante destacar que las personas con este trastorno no tienen auténticas obsesiones ni rituales compulsivos como los que hemos descrito para el trastorno
obsesivo-compulsivo del Eje I (véase Barlow, 2002). Las personas con un trastorno obsesivo-compulsivo del Eje I
sufren la permanente intrusión de determinadas imágenes
o pensamientos indeseables (las obsesiones), que les provocan una enorme ansiedad y malestar. Esta ansiedad sólo
puede reducirse mediante la realización de rituales compulsivos (como la limpieza o la revisión), con lo que dedican
una gran cantidad de tiempo a la realización incesante de
esos rituales (véase el Capítulo 6). Por el contrario, las personas con un trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo tienen un estilo de vida caracterizado por la
inflexibilidad y el perfeccionismo, aunque sin la presencia
de auténticas obsesiones o rituales compulsivos (por ejemplo, Barlow, 2002).
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
Personalidad
obsesivo-compulsiva
Juan parecía estar bien adaptado a su trabajo
como empleado de ferrocarril. Era una persona
concienzuda, perfeccionista y atenta a los más
mínimos detalles. Sin embargo no se relacionaba
con sus compañeros, quienes pensaban
ESTUDIO
que estaba «ido». Las más pequeñas variacioDE UN
nes en su rutina diaria le alteraban consideraCASO
blemente. Por ejemplo, se ponía muy tenso e
irritable si sus compañeros no seguían al pie de
la letra sus elaborados programas de trabajo.
En la escuela nunca le habían gustado los juegos activos, y
siempre estaba preocupado por cualquier pequeñez. Parecía imposible que pudiera mantener una rutina tan rígida, y con frecuencia
tenía cefaleas de tensión o dolores de estómago cuando se veía
incapaz de llevar a cabo su complicada planificación. Su médico, al
observar estas características, le remitió a una evaluación psicológica. Se le recomendó seguir una psicoterapia, aunque Juan no siguió las recomendaciones del tratamiento, porque pensaba que no
tendría tiempo suficiente.
Algunas de las características de este trastorno se solapan con las de la personalidad narcisista, la antisocial y la
esquizoide, si bien existen rasgos diferenciadores. Por ejemplo, los individuos con una personalidad narcisista y antisocial comparten la falta de generosidad hacia los demás
que también caracteriza a la personalidad obsesivo-compulsiva, si bien los primeros suelen ser muy indulgentes
consigo mismos, mientras que los obsesivo-compulsivos
también son muy duros consigo mismos. Por otra parte,
tanto la personalidad esquizoide como la obsesivo-compulsiva comparten el desapego social, aunque sólo la personalidad esquizoide carece de la capacidad para establecer
relaciones íntimas. La persona con un trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo también tiene dificultades en
sus relaciones interpersonales, pero en este caso debido a su
exceso de devoción por el trabajo, y a sus enormes dificultades para expresar emociones.
FACTORES CAUSALES.
Los teóricos que han adoptado
una perspectiva dimensional para explicar el trastorno de
personalidad obsesivo-compulsivo, han observado que esos
individuos son excesivamente concienzudos (una de las «5grandes» dimensiones fundamentales de la personalidad;
Lynam y Widiger, 2001). Ese exceso de perfeccionismo les
provoca una enorme devoción por el trabajo y una conducta
excesivamente controladora (McCann, 1999). Otra importante perspectiva biológica del carácter dimensional (Cloninger, 1987) propone la existencia de tres dimensiones básicas
de personalidad: búsqueda de la novedad, dependencia de la
recompensa y evitación del dolor. Las personas con una personalidad obsesivo-compulsiva tendrían niveles muy menguados de búsqueda de la novedad (por ejemplo, evitarían
cualquier cambio) y de dependencia de recompensas (por
ejemplo, prefieren trabajar a otras ocupaciones más placenteras), pero también niveles muy altos de evitación del dolor
(por ejemplo, grandes esfuerzos para evitar los estímulos
aversivos). De momento todavía sabemos muy poco sobre el
tipo de factores genéticos y ambientales que podrían contribuir al desarrollo de dichas dimensiones de personalidad.
Categorías provisionales
de otros trastornos de personalidad
en el DSM-IV-TR
EL TRASTORNO
PERSONALIDAD PASIVO-AGRESIVO. El diagnóstico de trastorno de personalidad
pasivo-agresiva (también conocida como trastorno de personalidad negativista) resulta muy controvertido debido a
su limitado apoyo empírico respecto su fiabilidad y validez
(McCann 1999; Millon y Radovanov, 1995). Esto se debe en
parte, a que puede constituir más una reacción ante una
situación que un rasgo de personalidad, ya que aparece fundamentalmente en situaciones en que una persona se
resiente de un confinamiento, donde además se ve obligada
a cumplir diversas normas y regulaciones (Widiger y Chat,
1994). No cabe duda de que es necesario profundizar más
en esta categoría provisional del DSM-IV-TR.
Las personas que sufren este trastorno muestran una
pauta continuada de resistencia pasiva ante las exigencias
de las situaciones sociales o laborales, y además se suelen
mostrar muy críticas o desdeñosas hacia la autoridad. También manifiestan actitudes muy negativas, pero sin que esté
presente ningún tipo de depresión. Esa resistencia pasiva se
pone de manifiesto de diversas formas, que varían desde la
resistencia a realizar tareas rutinarias, pasando por el resentimiento y las discusiones, y alternando entre el desafío y la
sumisión. Suelen quejarse de su infortunio personal y de
que son unos incomprendidos.
EL TRASTORNO DE PERSONALIDAD DEPRESIVO.
Una segunda categoría provisional del apéndice del DSMIV-TR es el trastorno de personalidad depresivo. Las personas que sufren este trastorno muestran una serie de
conductas y cogniciones depresivas, que lo impregnan
todo. Su estado de ánimo habitual es de infelicidad, melancolía y abatimiento (aunque no necesariamente tristeza), y
tienden a sentirse insuficientes, indignos, culpables y llenos
de remordimiento. También tienden a ser pesimistas y con
tendencia a las preocupaciones constantes. Aunque, a diferencia de la distimia, el énfasis se sitúa mucho más sobre las
cogniciones distorsionadas (véase el Capítulo 7), aun así
resulta muy difícil diferenciar ambos trastornos, lo que
plantea dudas sobre si en realidad se trata de problemas
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diferentes (Klein, 1999; Ryder y Bagby, 1999). Sin embargo,
Klein y sus colaboradores (Klein y Vocisano, 1999; Klein y
Shih, 1998) han proporcionado pruebas preliminares de
que el diagnóstico de personalidad depresiva es ciertamente diferente de otros, y que la mayoría de los pacientes
con este diagnóstico no cumplen los criterios para la distimia; de hecho, la tristeza o el estado de ánimo deprimido y
los síntomas vegetativos no aparecen entre los criterios
diagnósticos de este trastorno. Así pues, las persistentes
características cognitivas y de personalidad, de tono pesimista, culpable y autocrítico, típicas de este trastorno, no
tendrían nada que ver con la distimia, que se caracteriza
precisamente por la dificultad para la regulación del estado
de ánimo (Hirshfeld, 1994; Widiger y Chat, 1994).
Factores causales socioculturales
de los trastornos de personalidad
Los factores socioculturales que contribuyen a los trastornos
de personalidad todavía no están bien definidos. Igual que
ocurre con otros tipos de psicopatología, la incidencia y las
características concretas de los trastornos de personalidad
pueden variar a lo largo del tiempo y el espacio, si bien las evidencias de esta variación todavía son demasiado ambiguas.
De hecho, algunos investigadores consideran que ciertos trastornos de personalidad han aumentado su prevalencia
durante los últimos años en la sociedad occidental (por ejemplo, Paris, 2001). Si esto fuera cierto, sería de esperar que
pudiésemos encontrar también cambios paralelos en las
prioridades generales y en las actividades de nuestra cultura.
¿Es posible que la importancia que otorgamos a la gratificación inmediata de nuestros impulsos, las soluciones instantáneas, y la eliminación del sufrimiento, esté provocando que
las personas desarrollen cada vez más un estilo de vida centrado en sí mismo, como el que caracteriza la mayor parte de
los trastornos de personalidad? Por ejemplo, existen pruebas
de que el trastorno de personalidad narcisista es más frecuente en las culturas occidentales, donde se promueve y
refuerza la ambición y la búsqueda del éxito (por ejemplo,
Widiger y Bornstein, 2001). También existen algunas evidencias de que la personalidad histriónica es menos frecuente en
la cultura asiática, donde se desaprueba la provocación sensual y el llamar la atención; por el contrario, podría ser mucho
más habitual en las culturas hispanas, donde tales tendencias
se toleran mucho más (por ejemplo, Bornstein, 1999).
También se ha sugerido que el incremento que ha
tenido lugar en los 60 años que han transcurrido desde la
Segunda Guerra Mundial, en los problemas de tipo emocional (depresión, suicidios y amenazas de suicidio), y en
las conductas impulsivas (abuso de sustancias y conducta
criminal), podría estar relacionado con el aumento de los
trastornos limítrofe y antisocial, que se viene observando
también durante este mismo periodo. Muy probablemente
todos estos problemas puedan tener una raíz común, en el
Tratamientos y resultados
desmoronamiento que está sufriendo la familia y otras
estructuras sociales tradicionales (Paris, 2001).
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las características generales de
los tres grupos de trastornos de personalidad?
• Describa y diferencie los siguientes trastornos
del personalidad del grupo A: paranoide,
esquizoide y esquizotípico.
• Describa y diferencie los siguientes trastornos
de personalidad del grupo B: histriónico,
narcisista, antisocial y limítrofe.
• Describa y diferencie los siguientes trastornos
personalidad del grupo C: de evitación,
dependiente y obsesivo-compulsivo.
TRATAMIENTOS
Y RESULTADOS
Los trastornos de personalidad suelen ser muy difíciles de
tratar, debido en parte a que son por definición patrones de
conducta duraderos, acentuados e inflexibles (Piper y Joyce,
2001). De hecho, es posible formular diversos objetivos de
tratamiento, algunos de los cuales son más difíciles de
lograr que otros. Esos diferentes objetivos pueden consistir
en la reducción del malestar subjetivo y el desarrollo del
bienestar, la modificación de algunas conductas inadecuadas, la modificación de patrones amplios de conducta, o el
cambio de la estructura completa de personalidad.
Por otra parte, las personas que sufren simultáneamente
un trastorno del Eje I y un trastorno de personalidad suelen
evolucionar peor que los pacientes con trastornos únicamente en el Eje I (Crits-Cristoph y Barber, 2002; Pilkonis,
2001). En parte esto se debe a que las personas con un trastorno de personalidad tienen rasgos de personalidad intensamente arraigados, que suelen generar resistencia a seguir
un tratamiento que podría mejorar sus problemas con los
trastornos del Eje I. Además, las personas con trastornos de
personalidad también suelen tener dificultades para establecer una buena relación con el terapeuta, por lo que acostumbran a abandonar prematuramente el tratamiento.
La mayoría de las veces las personas con un trastorno
de personalidad acuden al tratamiento exclusivamente a
instancias de otra persona, y con mucha frecuencia no están
convencidos de que necesiten cambiar alguna parte de su
conducta o de su personalidad. De hecho, los pacientes con
trastornos del grupo A y del grupo B habitualmente tienen
grandes dificultades para establecer y mantener buenas
relaciones interpersonales, incluido su terapeuta.
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
Adaptación de las técnicas terapéuticas
a los trastornos específicos
de personalidad
En ciertas situaciones es necesario modificar las técnicas
terapéuticas. Por ejemplo, el reconocimiento de que la psicoterapia individual y tradicional tiende a fomentar la
dependencia de las personas que ya son excesivamente
dependientes (quienes sufren un trastorno dependiente,
histriónico y limítrofe), ha llevado a desarrollar estrategias
específicamente dirigidas para modificar el estilo de vida
dependiente de esa persona. Por su parte, los pacientes con
trastornos ansiosos típicos del grupo C, como ocurre con la
personalidad dependiente y de evitación, también pueden
ser hipersensibles ante cualquier posible crítica del terapeuta, por lo que éste debe tener un cuidado especial para
que esto no suceda.
Para aquellas personas que tienen trastornos graves de
personalidad, la terapia alcanzará su mayor eficacia en las
situaciones en las que su conducta esté sometida a limitaciones. Por ejemplo, muchos pacientes con trastorno límite
de personalidad necesitan ser hospitalizados por razones de
seguridad, debido a sus frecuentes intentos de suicidio. Por
esa razón cada vez se utilizan más programas parciales de
hospitalización, como alternativa al internamiento a
tiempo completo, mucho más costoso tanto en términos
personales como económicos (Azim, 2001). En dichos programas, los pacientes reciben un amplio tratamiento de
grupo durante los fines de semana, pero no pasan la noche
en la clínica o el hospital.
Hay algunas técnicas terapéuticas específicas que proceden directamente de las nuevas perspectivas cognitivas de
los trastornos de personalidad (por ejemplo, Beck y Freeman, 1990; Cottraux y Blackburn, 2001). La perspectiva
cognitiva parte de la base de que los sentimientos y las conductas inadecuados que están asociados con los trastornos
de personalidad proceden en su mayor parte de una serie de
esquemas que tienden a producir juicios sesgados, así como
de la tendencia a cometer una serie de errores cognitivos. La
modificación de esos esquemas subyacentes resulta muy
difícil, pero es la esencia de la terapia cognitiva. Para llevarla
a cabo se recurre a las habituales técnicas cognitivas de
supervisión de los pensamientos automáticos, la modificación de los razonamientos defectuosos y la asignación de
tareas conductuales para la modificación de las creencias y
suposiciones inadecuadas.
El tratamiento del trastorno límite
de personalidad
De todos los trastornos de personalidad, el que más atención clínica e investigadora ha recibido probablemente sea
el trastorno límite de personalidad. Su tratamiento requiere
una juiciosa utilización de métodos psicológicos y biológi-
cos, que combinan ciertos fármacos con el tratamiento psicológico.
TRATAMIENTO BIOLÓGICO. La utilización de fármacos para tratar este trastorno resulta especialmente controvertida, debido a las tendencias suicidas de estos pacientes.
En la actualidad los fármacos más útiles para tratamiento
del estado de ánimo y para los síntomas de impulsividad
son los antidepresivos de la categoría de los inhibidores de
la reabsorción de la serotonina (Koenigsberg et al., 2002;
Markovitz, 2001). Por otra parte, las medicinas anti-psicóticas, suministradas en dosis bajas (véase el Capítulo 14),
tienen efectos moderados pero significativos y de amplio
alcance; esto es, los pacientes experimentan mejoría en
diversos síntomas como la depresión, la ansiedad, la sensibilidad al rechazo, las ideas de suicidio y los síntomas psicóticos (APA, 2001; Markovitz, 2001). Por último, los
fármacos estabilizadores del estado de ánimo, como la carbacemina, pueden resultar muy útiles para reducir la irritabilidad, las ideas suicidas y la conducta hostil.
TRATAMIENTOS PSICOSOCIALES. Los tratamientos
psicosociales tradicionales para el trastorno límite de personalidad son variantes de la psicoterapia psicodinámica,
adaptados a los problemas concretos de las personas con ese
trastorno. Por ejemplo, Kernberg y sus colaboradores
(1985, 1996; Koenisberg, Kernberg, et al., 2000) han desarrollado un tipo de psicoterapia psicodinámica que resulta
mucho más directiva que la psicoterapia psicodinámica tradicional. El objetivo básico del tratamiento es el fortalecimiento del yo, con un énfasis especial en un mecanismo de
defensa tan primitivo como el maniqueísmo, que les hace
concebir el mundo en términos absolutos de todo-o-nada,
y cambiar rápidamente su consideración de sí mismos y los
demás como «ángeles» o «demonios». Uno de los principales objetivos de la terapia es ayudar a estas personas a percibir los matices y los claroscuros que existen entre esos
extremos, e integrar las perspectivas positivas y negativas
que tienen de sí mismos y de los demás, en una imagen más
matizada. Si bien este tratamiento puede resultar eficaz en
algunos casos, resulta muy costoso tanto en tiempo como
en dinero, ya que puede durar un buen número de años, y
sólo últimamente está empezando a someterse a una investigación controlada (APA, 2001; Crist-Critoph y Barber, 2002).
En la actualidad se está recurriendo cada vez más a una
prometedora terapia de carácter conductual-dialéctico,
diseñada por Marsha Linehan ( 1987, 1993; Robins, Ivanoff,
y Linehan, 2001), específicamente para este trastorno. Linehan considera que el factor determinante de este trastorno
es la incapacidad para tolerar estados agudos de emociones
negativas, por lo que uno de los principales objetivos del
tratamiento debe ser conseguir que los pacientes acepten
esa emoción negativa, sin que ello implique que desarrollen
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una conducta auto-destructiva o cualquier otra forma de
comportamiento inadaptado. A partir de ahí, ha desarrollado un tratamiento centrado en el problema, que se basa
en una jerarquía de objetivos muy bien definida: (1) la disminución de la conducta suicida y auto-lesiva; (2) la disminución de las conductas que interfieren con la terapia,
como por ejemplo no acudir a las sesiones del tratamiento,
mentir, escapar del hospital; (3) disminuir las conductas de
escape que interfieren con un estilo de vida estable, como
por ejemplo el abuso de sustancias; (4) aumentar las
capacidades conductuales necesarias para regular las emociones, así como incrementar también las habilidades interpersonales y la tolerancia al malestar; y (5) otros objetivos
elegidos por el paciente.
La terapia conductual dialéctica combina componentes individuales y de grupo, de manera que el grupo se
orienta más al entrenamiento en habilidades interpersonales, regulación de emociones y tolerancia al estrés. Esto
tiene lugar en presencia de un terapeuta entrenado para
aceptar al paciente tal y como es, por muy difícil que a veces
pueda resultar (debido a los ataques de ira, las conductas
suicidas, no acudir a las citas, etc.). Linehan realiza una diferenciación muy clara entre aceptar al paciente y aprobar su
conducta. Por ejemplo, un terapeuta no podría aprobar la
auto-mutilación, pero sí puede poner de manifiesto que la
acepta como parte del problema de su paciente.
Los primeros resultados de un riguroso estudio que ha
evaluado este tipo de tratamiento resultan muy alentadores
(Linehan et al., 1991; Linehan, Heard, y Armstrong, 1993;
Linehan et al., 1994). Los pacientes con personalidad limítrofe que participaron en esta terapia se compararon con
otros pacientes que habían recibido un tratamiento tradicional. Los resultados mostraron que los pacientes que
siguieron la terapia dialéctica abandonaron menos el tratamiento, y necesitaron menos días de hospitalización.
Durante el seguimiento se les consideró también mejor
ajustados, en cuanto sus capacidades de regulación emocional e interpersonal. Aunque estos resultados puedan parecer relativamente modestos, la mayoría de los terapeutas
que trabajan con este tipo de pacientes los valoran como
algo fantástico, por lo que incluso terapeutas psicodinámicos están incorporando este tratamiento a su propia terapia. Más recientemente se han publicado otros estudios
sobre el tema, que abundan en este tipo de resultados (APA,
2001; Koons, Robins, et al., 2001).
El tratamiento de otros trastornos
de la personalidad
EL TRATAMIENTO DE OTROS TRASTORNOS DE LOS
GRUPOS A Y B. El tratamiento del trastorno de perso-
nalidad esquizotípico no es, ni mucho menos, tan alentador
como el tratamiento del trastorno límite de personalidad.
Algunas investigaciones indican que pequeñas dosis de fár-
Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
macos antipsicóticas producen mejorías moderadas, y que
también pueden ser útiles algunos antidepresivos del tipo
de los inhibidores de la reabsorción de la serotonina. Sin
embargo, ningún tratamiento ha llegado a producir nada
que se parezca remotamente a una curación (Koeningsberg
et al., 2002; Markovitz, 2001). Hasta la fecha no se han realizado estudios sistemáticos para evaluar el tratamiento
más adecuado para los trastornos paranoide, esquizoide,
narcisista o histriónico (Crits-Cristoph y Barber, 2002;
Pretzer y Beck,1996).
TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DEL GRUPO C.
Si bien tampoco se ha estudiado suficientemente la eficacia
de diversos medios de tratamiento de los trastornos de personalidad del grupo C, tales como el trastorno dependiente
y de evitación, sin embargo los datos disponibles resultan
más alentadores. Por ejemplo, Winston y sus colaboradores
(1994) encontraron una mejoría significativa en pacientes
con estos trastornos, al utilizar un tipo de psicoterapia a
corto plazo de carácter activo y de confrontación (véase también Pretzer y Beck, 1996). Algunos estudios que han utilizado tratamientos cognitivo-conductuales con el trastorno
de personalidad por evitación también han informado de
mejorías significativas. De hecho, los antidepresivos de la
categoría de los inhibidores de la reabsorción de la serotonina algunas veces también facilitan el tratamiento del trastorno de personalidad por evitación, tan estrechamente
relacionado con la fobia social (Koeningsberg et al., 2002;
Markovitz, 2001).
REVISIÓN
• ¿Por qué los trastornos de personalidad son
especialmente resistentes a la terapia?
• ¿Bajo qué circunstancias suelen iniciar la
terapia las personas con trastornos de
personalidad?
• ¿Qué sabemos sobre la eficacia de los
tratamientos del trastorno límite de
personalidad?
TRASTORNO DE
PERSONALIDAD ANTISOCIAL
Y PSICOPATÍA
Como hemos visto, la característica más llamativa de las
personas con trastorno de personalidad antisocial (TPAS)
es la tendencia a ignorar y violar repetidamente los derechos de los demás, mediante una serie de conductas maliciosas, agresivos, y antisociales. Se trata de sujetos con un
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
largo historial de conducta asocial, irresponsable y despreciativo por la seguridad, tanto de sí mismos como de los
demás. Estas características les hacen mantener un conflicto
constante con la sociedad (McCann, 1999; Millon y Radovanov, 1995). Para asignar este diagnóstico es necesario que
el sujeto sea mayor de dieciocho años. Según el DSM-IVTR, deben cumplirse los siguientes criterios:
• Al menos tres problemas de conducta después de haber
cumplido los quince años de edad, como por ejemplo
conductas que impliquen una detención policial,
engaños frecuentes, impulsividad, irritabilidad y agresividad, despreocupación por la seguridad, responsabilidad persistente tanto en el trabajo como en asuntos
financieros y falta de arrepentimiento.
• Al menos tres casos de conducta desviada antes de los
quince años de edad, como puede ser la agresión a personas o animales, la destrucción de la propiedad, la
deshonestidad o el robo y la violación grave de normas
(los síntomas del trastorno de conducta —véase el
Capítulo 16).
• La conducta antisocial no aparece exclusivamente en el
transcurso de una esquizofrenia o un episodio maníaco.
Psicopatía y TPAS
La utilización del término trastorno de personalidad antisocial se remonta únicamente a la publicación en 1980 del
DSM III, pero la mayoría de sus características principales
reciben, desde hace mucho tiempo, la denominación de psicopatía o sociopatía. Si bien algunos investigadores identificaron en el siglo XIX este síndrome, al que denominaron
«locura moral» (Prichard, 1835), el primero que lo describió
con precisión fue Cleckley (1941, 1982) en la década de los
40 del pasado siglo. Además de las características básicas de
la personalidad antisocial recogidas en el DSM III y el DSMIV-TR, la psicopatía también incluye otros rasgos como la
falta de empatía, una auto-valoración arrogante y desmedida
y un encanto falso y superficial. Tanto el DSM III como el
DSM-IV-TR, con la pretensión de aumentar la fiabilidad del
diagnóstico (el acuerdo entre diferentes clínicos), han subrayado una serie de criterios conductuales que puedan medirse
de manera razonablemente objetiva. Sin embargo, han prestado mucha menos atención a la validez del diagnóstico, esto
es, al hecho de que mida un constructo con significado, y que
dicho constructo coincida con el de psicopatía.
De acuerdo con el DSM-IV-TR, la prevalencia del
TPAS en la población general se sitúa en torno al tres por
ciento para los varones y al uno por ciento para las mujeres;
dichas estimaciones proceden de amplios estudios epidemiológicos. No disponemos de estudios de ese tipo para
estimar la prevalencia de la psicopatía, pero Hare, Cooke y
Hart (1999) consideran que en Norteamérica debe rondar
la cifra del uno por ciento.
DOS DIMENSIONES DE LA PSICOPATÍA.
La investigación realizada durante los últimos veinticinco años por
Robert Hare y sus colaboradores sugiere que aunque la psicopatía y el TPAS están relacionados, difieren en algunos
aspectos importantes. Hare (1980, 1991; Hare et al., 1999)
han elaborado una lista para evaluar la presencia de una
psicopatía, compuesta por veinte items. Las investigaciones
que se han llevado a cabo con esta lista demuestran que
existen dos dimensiones de la psicopatía, diferentes aunque
relacionadas, cada una de las cuales predice diferentes tipos
de conducta. La primera dimensión involucra los aspectos
afectivos e interpersonales del trastorno, y pone de manifiesto aspectos como la carencia de remordimientos, la
insensibilidad, el egoísmo y la utilización y explotación
de los demás. La segunda dimensión refleja la conducta de
carácter antisocial, impulsivo y socialmente desviada. Esta
dimensión está mucho más relacionada que la primera con
los criterios del DSM III y el DSM-IV-TR de trastorno de
personalidad antisocial (Clark y Harrison, 2001; Hare et al.,
1999). Por lo tanto, no resulta sorprendente que cuando se
han realizado comparaciones entre reclusos de las cárceles,
para determinar quiénes pueden ser diagnosticadas de psicopatía y quiénes de trastorno de personalidad antisocial, se
haya encontrado que alrededor del cincuenta al ochenta
por ciento reciben un diagnóstico de TPAS, pero sólo entre
el quince al treinta por ciento cumplen los criterios de psicopatía. Así pues, un número importante de reclusos muestra conductas antisociales y agresivas, que concuerdan con
los criterios del trastorno de personalidad antisocial, pero
no el suficiente egoísmo, insensibilidad y manipulación de
los demás, como para ser diagnosticados de psicopatía
(Hare et al., 1999).
Hay algunos aspectos de ambos diagnósticos que provocan gran controversia. Aunque había un enorme debate
respecto a la posibilidad de ampliar los criterios del DSM-IV
para el trastorno de personalidad antisocial, con el fin de
incluir las características afectivas e interpersonales de la psicopatía, al final se adoptó una perspectiva más conservadora,
y no se admitió esa ampliación (Sutker y Allain, 2001; Widiger y Corbit, 1995). Sin embargo el DSM-IV-TR sí reconoce
que en los ámbitos carcelarios, donde por definición nos
encontramos con criminales (o presuntos criminales), los
aspectos de carencia de empatía y remordimientos y el
encanto falso y superficial típicos de la psicopatía sí pueden
resultar de gran utilidad para hacer diagnósticos que tengan
más validez que la mera conducta antisocial.
De hecho, son muchos los investigadores que continúan utilizando la lista elaborada por Hare, en detrimento
de los criterios del DSM-IV-TR, para el TPAS, debido por
una parte a la larga tradición en la investigación de la psicopatía, y por otra a que esta etiqueta diagnóstica predice
mucho mejor una serie de facetas de la conducta criminal
de lo que lo hace el diagnóstico de TPAS. De manera global,
el pronóstico de psicopatía parece constituir el mejor
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predictor de la violencia recurrente, incluso en prisión
(Hart, 1998; Hare et al., 1999). Por ejemplo, un estudio de
revisión ha estimado que las personas con psicopatía tienen
una probabilidad tres veces mayor de volver a delinquir y
cuatro veces mayor de volver a delinquir de manera violenta, después de haber estado en prisión, que las personas
sin diagnóstico de psicopatía (Hemphill et al., 1998).
Una consideración adicional respecto al concepto
actual de TPAS es que no incluye lo que podría ser un
importante segmento de la sociedad que, por una parte
manifiesta muchas de las características de la dimensión
interpersonal y afectiva de la psicopatía, sin que aparezcan
aspectos destacables de la dimensión antisocial, de manera
que se trata de personas que no suelen tener problemas con
la ley. Por ejemplo, se trata de un grupo que podría incluir
algunos profesionales sin principios, o a políticos corruptos
(Hare et al., 1999). Por desgracia se ha realizado muy poca
investigación sobre este tipo de personas, que casi siempre
consiguen mantenerse extramuros de las prisiones. Una
investigadora (Widom, 1977) intentó localizar sujetos que
pudiesen incluirse en esta categoría, mediante un ingenioso
anuncio en un periódico local:
¿Es usted aventurero? Psicólogo estudia personas aventureras y sin miedo que lleven una vida excitante. Si eres ese
tipo de persona que haría cualquier cosa por un desafío, y
quieres participar en un experimento remunerado, envía
tu nombre, dirección, teléfono, y una breve biografía
donde se demuestre lo interesante que eres, a... (p. 675).
Cuando se pasó una batería de tests a las personas que
habían respondido al anuncio, se puso de manifiesto una
enorme similitud con los psicópatas reclusos. Algunas
investigaciones realizadas con personas que tienen una psicopatía no criminal han puesto de manifiesto que su personalidad es similar a las de psicópatas criminales (Hare et al.,
1999). Sin embargo, ciertas investigaciones experimentales
que comentaremos más adelante sugieren que ambos grupos podrían tener algunas diferencias muy significativas
(Ishiwaka , Raine, et al., 2001).
Este tipo de controversia respecto a la utilización del
diagnóstico de psicopatía frente al de TPAS no tiene aspecto
de que se vayan a resolver de manera inmediata. Los investigadores que trabajan sobre este tema han adoptado posturas encontradas, por lo que interpretar la investigación
sobre los factores causales puede llegar a ser muy peliagudo.
Dado que éstos pueden no ser idénticos, vamos a intentar
clarificar qué categoría diagnóstica se ha utilizado en cada
uno de los estudios.
El cuadro clínico de la psicopatía y del
trastorno de personalidad antisocial
Aunque a primera vista un psicópata suele ser una persona
encantadora, espontánea y agradable, en realidad se trata de
Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
individuos deshonestos y manipuladores, que utilizan a los
demás de manera despiadada para conseguir sus propios
fines. La mayoría parecen vivir únicamente el momento
presente, sin preocuparse del pasado o del futuro. Pero en
esta misma categoría general también están incluidas personas hostiles, y con tendencia a actuar de manera impulsiva y sin remordimientos, y con frecuencia haciendo gala
de una violencia gratuita.
Vamos a resumir las principales características de las
personalidades psicópata y antisocial, y a continuación describiremos un caso que ilustra la amplia gama de pautas de
conducta involucradas en estas categorías. Aunque no
siempre es posible encontrar en una misma persona todas y
cada una de las características que examinaremos en los
siguientes apartados, dichas características son típicas de
los psicópatas que ya describiera Cleckley (1941, 1982). La
mayoría de las personas con un trastorno de personalidad
antisocial también comparten al menos un subconjunto de
esas características, aunque éstas no recogen todos los criterios exigidos por el DSM.
DESARROLLO DE UNA CONCIENCIA INADECUADA.
Los psicópatas parecen ser incapaces de comprender y de
aceptar valores éticos, salvo en un ámbito puramente verbal. Así pues, manifiestan hipócritamente su adhesión a las
normas morales, pero no actúan en consecuencia. En definitiva, su conciencia no se ha desarrollado, y actúan como si
las normas y las reglas sociales no fueran con ellos. Sin
embargo, pese a ese importante retraso moral, su desarrollo
intelectual es perfectamente normal. Lo que sí es cierto es
que la inteligencia tiene un vínculo diferente respecto a
cada una de las dimensiones de la psicopatía. En efecto,
la primera dimensión, que tiene que ver con el egoísmo, la
insensibilidad y la explotación de los demás, no está relacionada con la inteligencia; pero la segunda dimensión, que
está asociada con las conductas antisociales, sí se relaciona
de manera inversa con la inteligencia, al menos por lo que
concierne a criminales y a niños con trastornos de conducta
(Frick, 1998; Hare et al., 1999).
CONDUCTA IRRESPONSABLE E IMPULSIVA.
Los
psicópatas han aprendido a apropiarse de las cosas que
desean, en vez de ganarlas con su esfuerzo. Su placer por las
conductas desviadas y no convencionales suele llevarles a
infringir la ley, de manera impulsiva y sin preocuparse por
las consecuencias de su conducta. Difícilmente serán capaces de abstenerse del placer inmediato para poder lograr
objetivos futuros a más largo plazo.
Son muchos los estudios que han demostrado que las
personas antisociales, y quizá también los psicópatas, suelen abusar del alcohol y también de otras sustancias (por
ejemplo, Cloninger, Bayon, y Przybeck, 1997; Waldman y
Slutske, 2000). El abuso del alcohol está relacionado con
la dimensión antisocial de la psicopatía, pero no con la
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
dimensión afectiva e interpersonal (Hemphill, Hart, y
Hare, 1994; Reardon, Lang, y Patrick, 2002). Las personas
antisociales también muestran tasas muy elevadas de intentos de suicidio, y de suicidios consumados. Igual que ocurre
con el abuso del alcohol, esa elevada tasa de suicidios está
asociada únicamente con la dimensión antisocial de la psicopatía, pero no con la dimensión afectiva (Verona ,
Patrick, y Joiner, 2001).
HABILIDAD PARA IMPRESIONAR Y EXPLOTAR A
LOS DEMÁS. Los psicópatas suelen ser personas encan-
tadoras y agradables, con un estilo conciliador que les hace
ganar nuevos amigos con facilidad. Suelen tener un excelente sentido del humor y una perspectiva optimista de la
vida. Estos embusteros empedernidos parecen sinceramente arrepentidos cuando se les pilla en una mentira, y
prometen vehementemente enmendarse, aunque después
nunca lo hacen. También tienen una excelente percepción
de las necesidades y debilidades de los demás, lo que les permite explotarlos y manipularlos con facilidad. Por ejemplo,
muchos psicópatas hacen operaciones comerciales poco
éticas, donde utilizan su encanto y la confianza que inspiran
para hacer «dinero fácil». Con frecuencia consiguen convencer a los demás —y a sí mismos— de que son completamente inocentes. Sin embargo, no resulta sorprendente que
sean incapaces de tener amigos íntimos. Aparentemente no
son capaces de comprender lo que es el amor y de ofrecerlo
a la otra persona. Ese mismo patrón se aplica también a sus
relaciones sexuales, que suelen tener un carácter manipulador y explotador, lo que les convierte en compañeros irresponsables e infieles.
Hare, uno de los más importantes investigadores sobre
el tema, ha resumido recientemente de la siguiente manera
el prototipo del psicópata:
Solamente me ha sido posible comprender lo que parecía
una conducta sin sentido, al concebir a los psicópatas
como depredadores sin remordimientos. Se trata de individuos que, carentes de conciencia y sensibilidad hacia los
demás, les resulta muy fácil utilizar su encanto, la manipulación, la intimidación y la violencia, para controlarlos
con el fin de satisfacer sus propias necesidades. Poseedores
de una enorme sangre fría, se apropian de lo que desean y
actúan como les place, violando las normas y expectativas
sociales sin la menor sensación de culpa o remordimiento. Su conducta depredadora termina por afectar a
todo el mundo antes o después, ya que constituyen un
nutrido grupo de criminales, tratantes de drogas, padres y
maridos que abusan de sus hijos y sus esposas, estafadores... Abundan en el mundo de los negocios, sobre todo en
las épocas de crisis, cuando se relaja la aplicación de las
normas y es difícil determinar las responsabilidades
(Babiak, 1995). Muchos psicópatas aparecen como
«patriotas» y «salvadores» en sociedades que están sufriendo convulsiones sociales, económicas y políticas (por
ejemplo, Ruanda, la anterior Yugoslavia o la anterior
Unión soviética). Envueltos en banderas, se enriquecen
explotando fríamente las tensiones y agravios culturales o
raciales (1998 b, pp. 128-129).
Un psicópata en acción
Donald, de treinta años, acaba de salir de prisión tras una condena de tres años por fraude,
bigamia, falso testimonio y por huir de la justicia. Las circunstancias que le llevaron a
cometer estos delitos resultan interesantes y
coherentes
con su conducta anterior. Cuando
ESTUDIO
le quedaba menos de un mes para finalizar una
DE UN
condena de dieciocho meses por fraude, fingió
CASO
una enfermedad y escapó del hospital de la prisión. Durante los diez meses siguientes que
estuvo huido de la justicia, realizó gran cantidad de acciones ilegales; la actividad que dio lugar a su captura era distintiva de su forma
de actuar. Se hacía pasar por «ejecutivo» de una fundación filantrópica internacional, lo que le permitía recabar la ayuda de diversas
organizaciones religiosas para la creación de nuevas sedes. Sin
embargo, como la campaña de recaudación de fondos avanzaba muy
lentamente, concertó una entrevista con la televisión local para
impulsar las donaciones. Su actuación resultó tan impresionante,
que inmediatamente empezó a llegar el dinero. Pero por desgracia
para él, la entrevista se transmitió también en una cadena nacional
de noticias, con lo que inmediatamente fue reconocido y detenido.
Durante el consiguiente juicio quedó patente que Donald no tenía
ningún remordimiento por su fraude... Incluso afirmaba que la
mayor parte de las donaciones procedían de personas que debían
sentirse culpables por alguna razón y que esperaban ser perdonadas gracias a su generosidad.
Uno de los autores de este manual lo utilizó como sujeto de
investigación mientras se encontraba en prisión. Durante su excarcelación provisional solicitó ser admitido en la universidad y, como
referencia, dijo el secretario de la Facultad ¡que era uno de los colegas del autor de la investigación! Algunos meses después el autor
recibió una carta del secretario pidiéndole una carta de recomendación en favor de Donald, para que éste consiguiera un trabajo.
Antecedentes. Donald era el menor de tres niños que habían
nacido en una familia de clase media. Sus hermanos llevaban una
vida normal. Su padre pasaba mucho tiempo en el trabajo, y cuando
estaba en casa solía estar de malhumor y beber mucho si las cosas
no iban bien. Su madre era una mujer discreta y tímida, que intentaba agradar a su marido y mantener la ficción de armonía familiar...
Sin embargo... algunas veces (el padre) se encolerizaba y golpeaba
a sus hijos.
Todos los informes muestran a Donald como un niño difícil y
caprichoso. Cuando no podía obtener lo que quería, empezaba por
hacer carantoñas y mimos, pero si eso fallaba entonces comenzaba
una rabieta; sin embargo, casi nunca era necesario recurrir a ella
porque su apariencia angelical y sus astutas maniobras casi siempre
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le permitían conseguir sus deseos... Aunque era muy inteligente,
pasó por la escuela sin pena ni gloria. Era muy inquieto, se aburría
con facilidad y solía hacer novillos... Cuando actuaba de motu propio
generalmente creaba problemas, tanto a sí mismo o a los demás.
Aunque con frecuencia se sospechaba de él, siempre consiguió mantenerse libre de culpas.
La mala conducta de Donald cuando era un niño adoptaba casi
todas las variantes, como mentir, engañar, pequeños robos, o el
acoso a niños más pequeños. Conforme fue creciendo se fue interesando por el sexo, el juego y el alcohol. A los catorce años intentó
propasarse sexualmente con una niña más pequeña, y cuando ésta
lo amenazó con decírselo a sus padres, la encerró en un almacén,
donde permaneció dieciséis horas antes de que la encontrasen. Al
principio Donald negó cualquier conocimiento del incidente, aunque
posteriormente se justificó diciendo que había sido la niña quien lo
había seducido, y quizás la puerta se hubiese cerrado accidentalmente... Sus padres lograron que no se hicieran cargos contra él...
Cuando tenía diecisiete años, Donald... falsificó un cheque a
nombre de su padre por una importante cantidad, y pasó un año viajando por el mundo. Aparentemente vivió muy bien, recurriendo a
una combinación de encanto, atractivo físico y mentiras, que le permitían financiar ese estilo de vida. Durante algunos años fue
pasando por diversos trabajos, aunque nunca... duraron más de
unos meses. Durante este periodo se le acusó de diversos delitos,
como el robo, la borrachera en lugares públicos, atracos y múltiples
infracciones de tráfico. Fue absuelto de la mayoría de ellos.
Un mujeriego. Sus experiencias sexuales fueron muy frecuentes,
casuales e insensibles. Se casó a los veintidós años con una mujer de
cuarenta y uno que había conocido en un bar. A éste le siguieron otros
matrimonios y también la bigamia... La pauta siempre era la misma:
se casaba con alguien de manera impulsiva, vivía unos cuantos meses
a costa de ella, y después la abandonaba. Uno de sus matrimonios fue
particularmente interesante. Tras haber sido acusado de fraude, fue
enviado a una institución psiquiátrica. Mientras estaba allí atrajo la
atención de un miembro femenino del equipo médico. Su encanto,
atractivo físico y convincentes promesas de reformarse la llevaron a
intervenir en su favor. Se suspendió la sentencia y se casaron una
semana después. Al principio las cosas funcionaban razonablemente
bien, pero cuando ella no quiso pagar algunas de sus deudas de juego
él falsificó un cheque a su nombre y se escapó. En seguida fue capturado y recluido durante un año y medio en prisión... Escapó de allí
cuando sólo le faltaba un mes de condena.
Resulta interesante observar que Donald no ve nada especialmente malo en su conducta, ni tampoco expresa remordimientos o
culpabilidad por el hecho de utilizar a los demás y hacerles sufrir.
Aunque su conducta es auto-destructiva a largo plazo, él la considera muy pragmática y llena de sentido. Las condenas que sufre de
vez en cuando no consiguen disminuir su egolatría y la confianza en
su capacidad... Su conducta es absolutamente egocéntrica, y satisface sus necesidades sin preocuparse en absoluto por los sentimientos o el bienestar de los demás. (Reimpreso con permiso de
Robert P. Hare, Universidad de British Columbia,
[email protected]).
Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
La pauta de conducta tan reiterativa que muestra
Donald es muy frecuente entre las personas con diagnóstico
de psicopatía. A continuación vamos a revisar algunos de
los múltiples factores etiológicos involucrados en el desarrollo de este grave trastorno de personalidad.
Factores causales en la psicopatía
y en la personalidad antisocial
La investigación contemporánea ha destacado el papel causal de los factores genéticos, las deficiencias constitucionales, las carencias emocionales, el aprendizaje de la conducta
antisocial como estilo de vida y la influencia de la familia y
el ambiente. Dado que la impulsividad y la intolerancia a la
disciplina aparecen muy pronto, muchos investigadores se
han centrado en el papel de los factores biológicos y
ambientales iniciales, como principales agentes causales de
las conductas psicopáticas.
INFLUENCIAS GENÉTICAS.
La mayor parte de la
investigación genética se ha orientado hacia la conducta
delictiva, y no a la psicopatía en sí misma. Son muchos los
estudios que han comparado las tasas de concordancia
entre gemelos monocigóticos y dicigóticos, mientras que
otros han recurrido al método de adopción, para comparar
las tasas de conducta delictiva en niños adoptados hijos de
delincuentes, con niños adoptados hijos de personas normales. Los resultados de ambos tipos de estudio han puesto
de manifiesto una heredabilidad moderada de la conducta
antisocial y delictiva (Carey y Goldman, 1997; Sutker y
Allain, 2001), y al menos un estudio ha encontrado resultados similares para la psicopatía (Schulsinger, 1972). De
hecho, los estudios con gemelos han encontrado que algunos de los rasgos de personalidad más prominentes en la
psicopatía (por ejemplo, insensibilidad, problemas de conducta y narcisismo), muestran también cierta heredabilidad (Hare et al., 1999; Livesley et al., 1998).
Pero los investigadores también han insistido sobre la
enorme influencia del ambiente (que expondremos más
adelante), en su interacción con las predisposiciones genéticas (una interacción genotipo-ambiente), para determinar
qué personas se convertirán en delincuentes o tendrán una
personalidad antisocial (Carey y Goldman, 1997; Lykken,
1995). Por ejemplo, Cadoret y sus colaboradores (1995)
encontraron que niños adoptados hijos de padres biológicos con TPAS tenían más tendencia a desarrollar una personalidad antisocial, si se criaban en entornos adversos, que si
se criaban en entornos normales. Los entornos adversos se
caracterizan por alguno de los siguientes aspectos: conflicto
matrimonial o divorcio, problemas con la ley, ansiedad o
depresión de los padres, padres con problemas de abuso del
alcohol y de otras fármacos. De hecho, es evidente que los
factores genéticos no pueden explicar por sí mismos el
enorme incremento de la delincuencia que se ha producido
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
en los Estados Unidos y el Reino Unido desde los años 60, ni
tampoco que la tasa de asesinatos en los Estados Unidos
duplique la del Reino Unido (Rutter, 1996).
Por otra parte, la relación entre la conducta antisocial y
el abuso de sustancias es tan elevada que algunos autores se
preguntan si quizá podría existir algún factor común en la
predisposición al alcoholismo y a la personalidad antisocial. Los primeros estudios que han analizado la eventual
existencia de dicha relación han encontrado resultados dispares (Carey y Goldman, 1997), aunque investigaciones
más recientes sugieren que sí puede haber una implicación
genética significativa que sustente esa relación (Krueger et
al., 2002; Slutske et al., 1998; Young, Stallings, et al., 2000).
DEFICIENTE ACTIVACIÓN EMOCIONAL AVERSIVA.
Algunas investigaciones señalan la posibilidad de que los
psicópatas adolezcan de una deficiente activación emocional aversiva, lo que disminuiría su tendencia a sentir miedo
y ansiedad en situaciones de estrés, y retrasaría el desarrollo
de la conciencia y la socialización. Esta insuficiencia de activación aversiva está más asociada con la dimensión egocéntrica, insensible y manipuladora de la psicopatía, que con la
dimensión de la conducta antisocial (Frick, 1998; Lykken,
1995; Patrick y Lang, 1999).
Por ejemplo, en un estudio clásico Lykken (1957)
encontró que los psicópatas mostraban un condicionamiento deficiente de las respuestas de conductividad de la
piel (que reflejan la activación del Sistema Nervioso Autónomo), cuando anticipaban un acontecimiento desagradable o doloroso, y que además eran muy lentos para aprender
a detener su respuesta con el fin de evitar el castigo (véase
también Eysenck, 1960, para revisar un estudio relacionado
con ese). En consecuencia, es posible que los psicópatas
sean incapaces de adquirir muchas de las reacciones condicionadas, que resultan esenciales para que las personas normales mostremos una evitación pasiva del castigo, el
desarrollo de la conciencia y la socialización (Trasler, 1978;
véase también Fowles y Kochanska, 2000). Como ha señalado Hare al respecto, «se trata de que los pensamientos,
imágenes, y diálogos internos con una enorme carga emocional “aguijoneen” a la conciencia, manteniendo así el control sobre la conducta, y generando culpabilidad y
remordimiento ante las transgresiones. Esto es algo que los
psicópatas no pueden comprender. Para ellos la conciencia
es poco más que el conocimiento intelectual de una serie de
normas que han dictado otras personas: palabras vacías
(1998b, p. 112)».
A partir de esos primeros trabajos de Lykken y
Eysenck, una enorme cantidad de estudios ha demostrado
que los psicópatas adolecen de un deficiente condicionamiento de algunos componentes fisiológicos de la ansiedad
(por ejemplo, Fowles, 1993, 2001; Flor et al., 2002; Hare,
1998; Lykken, 1995). Dado que este tipo del condicionamiento subyace a la evitación de los castigos, esto podría
explicar también su conducta impulsiva. De acuerdo con
Fowles, el condicionamiento deficiente de una respuesta de
activación aversiva se debe a que los psicópatas tienen un
sistema de inhibición conductual muy deficiente (Fowles,
1993, 2001; Fowles y Missel, 1994; Hare et al., 1999). Gray
(1987; Gray y NcNaughton, 1996) ha propuesto que este
sistema de inhibición conductual sería subyacente a la
ansiedad y responsable del aprendizaje de la inhibición de
respuestas, ante determinados indicios que indican que se
puede producir un castigo. En este tipo de aprendizaje
pasivo de evitación, se aprende a evitar el castigo, al renunciar a la realización de una determinada conducta (por
ejemplo, al no cometer un robo, se evita el castigo). Así
pues una deficiencia en este sistema neurológico estaría
asociada con anormalidades en el condicionamiento de la
ansiedad anticipatoria y, a su vez, con dificultades en el
aprendizaje para evitar de manera pasiva los castigos (el
cual parece depender del condicionamiento de la ansiedad
de anticipación). Algunas investigaciones recientes sugieren que los psicópatas «exitosos» no tienen esas deficiencias. Esta puede ser la razón por la que, como se explica en
el apartado El mundo que nos rodea 11.1, consiguen evitar
que les atrapen.
Otro importante sistema neurológico en el modelo de
Gray es el sistema de activación conductual. Dicho sistema
activa la conducta, como respuesta a indicios que señalan la
presencia de recompensas (reforzamiento positivo), así
como ante indicios para la evitación activa de eventuales
castigos (como puede ser mentir o salir corriendo para evitar el castigo que nos amenaza). Según la teoría de Fowles,
el sistema de activación conductual quizá pudiera estar
excesivamente dinámico en las personas psicópatas, lo que
podría explicar su tendencia a buscar recompensas a cualquier precio. De hecho, cuando se les detiene por un delito,
intentan evitar el castigo sea como sea (por ejemplo,
mediante mentiras y falsedades, o huyendo). Esta hipótesis
de que los psicópatas tendrían un deficiente sistema de
inhibición conductual y un sistema de activación conductual demasiado vivaz, podría explicar tres de las principales
características de la psicopatía: (1) el reducido condicionamiento de la ansiedad ante indicadores de castigo, (2) su
dificultad para aprender a inhibir respuestas que pueden
provocar un castigo (como los actos antisociales e ilegales),
y (3) su afanosa evitación de los castigos (mediante mentiras, falsedades, y conductas de escape) (Fowles, 1993, p. 9;
véase también Hare, 1998b).
DEFICIENCIAS EMOCIONALES MÁS GENERALES.
Los investigadores también se han interesado por la posibilidad de que los psicópatas tengan deficiencias emocionales
más generales que las señaladas en el apartado anterior
(Fowles y Missel, y 1994; Hare et al., 1999). Los psicópatas
muestran una menor reacción fisiológica ante señales de
malestar (fotografías de personas llorando) que los no
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.
Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Psicópatas «exitosos»
Como ya se ha dicho anteriormente, la mayor parte de la
investigación sobre la personalidad antisocial y
psicopática se ha realizado con reclusos, lo que nos deja
en la ignorancia respecto a quienes habían abandonado
su actividad delictiva, o han logrado eludir la justicia.
Algunos de los primeros estudios al respecto encontraron
que la personalidad de estos sujetos es muy similar a la
de los reclusos. Sin embargo, Widom (1978) también
especulaba que los psicópatas «cotidianos» y no
delincuentes que ella había estudiado quizá no mostrasen
las limitaciones del sistema nervioso autónomo que
suelen verse entre psicópatas criminales. De manera más
específica, y como hemos dicho anteriormente, los
psicópatas criminales suelen mostrar una menor
conductividad de la piel ante la anticipación de un
castigo, que los delincuentes no psicópatas, mientras que
otros estudios han demostrado que los delincuentes
psicópatas también muestran una menor reacción
cardiovascular cuando anticipan algún castigo o algún
acontecimiento temible (por ejemplo, Patrick et al., 1994;
Arnett et al., 1993).
Algunos estudios posteriores han proporcionado
cierto apoyo a las hipótesis de Widom de que los
psicópatas exitosos no tendrían tales deficiencias. Por
ejemplo, un estudio demostró que niños antisociales de
quince años, que fueron capaces de evitar ser detenidos
por sus delitos durante los siguientes catorce años,
mostraban un mayor incremento de la activación
autónoma (ritmo cardíaco y conductancia de la piel), en
comparación con otros sujetos de características
similares pero que sí fueron detenidos poco tiempo
después (Raine, Venables, y Williams, 1995; véase
también Brennan et al., 1997). Más recientemente, un
psicópatas, lo que coincide con la idea de que tienen una
menor empatía (Blair et al., 1997). Sin embargo, sí responden ante indicios amenazantes no condicionados, como
imágenes de tiburones, armas que les apuntan, o rostros
iracundos.
Tanto los humanos como los animales muestran una
mayor respuesta de alarma cuando el estímulo que produce
esa respuesta (como puede ser un fuerte ruido) se presenta
cuando el sujeto ya se encuentra en un estado de ansiedad
(porejemplo, Patrick, Bradley, y Lang, 1993). Al comparar a
reclusos psicópatas y no psicópatas, Patrick y sus colaboradores encontraron que los primeros, a diferencia de los
estudio ha examinado las reacciones del Sistema
Nervioso Autónomo ante el estrés en psicópatas
delincuentes exitosos y no exitosos, y en un grupo de
control, todos los cuales intentaban acceder a un empleo
temporal (Ishiwaka, Raine, Lencz et al., 2001). Se dijo a
cada sujeto que hablase brevemente sobre sus defectos
y debilidades personales. Mientras los sujetos
preparaban su interlocución, se controlaba su ritmo
cardíaco. Los resultados mostraron que los psicópatas
exitosos (que habían cometido aproximadamente el
mismo número y tipo de delitos que los psicópatas sin
éxito, aunque nunca habían sido detenidos), mostraban
un ritmo cardíaco mayor ante esta tarea estresante que
los sujetos de control o los psicópatas sin éxito. Así pues,
tal y como Widom había predicho, los psicópatas exitosos
no muestran esa disminución de la respuesta
cardiovascular que caracteriza a los psicópatas sin éxito
cuando anticipan o experimentan una situación
estresante. Este resultado es coherente con la idea de
que el incremento en la tasa cardiaca que sufren los
psicópatas exitosos puede permitirles interpretar
adecuadamente qué está ocurriendo en situaciones de
riesgo, para poder así adoptar las decisiones más
adecuadas para escapar impunemente. Otros exámenes
neuropsicológicos adicionales han mostrado que los
psicópatas exitosos también tienen un «funcionamiento
ejecutivo» superior (procesos cognitivos de nivel
superior, tales como la planificación, la abstracción, la
flexibilidad cognitiva y la adopción de decisiones), lo que
probablemente mejore a su vez su capacidad para eludir
los castigos. Evidentemente, es necesario realizar más
investigaciones sobre este importante grupo de
psicópatas, que pese a cometer una gran cantidad de
delitos, consiguen de una u otra manera evitar su
detención por parte de la ley.
segundos, no mostraban este efecto. De hecho, los psicópatas mostraron menores respuestas de alarma al observar
imágenes agradables y desagradables, que al observar imágenes neutras (véase también Patrick, 1994; Sutton, Vitale, y
Newman, 2002, para examinar resultados relacionados).
Más recientemente Patrick y sus colaboradores han demostrado que dicho efecto resulta más prominente con imágenes de víctimas que han sido mutiladas o violadas, que con
imágenes que representan amenazas al propio observador
(armas que les apuntan, o siluetas de atacantes; Levenston,
Patrick, Bradley, y Lang, 2000). Esta incapacidad para
demostrar espanto ante escenas con víctimas podría estar
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
relacionada con la carencia de empatía, característica de la
psicopatía (por ejemplo, Blair et al., 1997).
Hare ha supuesto que este tipo de deficiencias emocionales sólo supone una parte de otras dificultades más globales de los psicópatas respecto al procesamiento y
aprehensión del significado de los estímulos afectivos (por
ejemplo, Lorenz y Newman, 2002; Williamson et al., 1991).
Resume su trabajo al respecto de la siguiente manera: «Los
psicópatas... parecen tener dificultades para entender y utilizar palabras, que para las personas normales se refieren a
situaciones y sentimientos emocionales... Es como si la
emoción fuera una segunda lengua para los psicópatas, una
lengua cuyo aprendizaje les exige un enorme esfuerzo cognitivo» (1998b, p.115). Un estudio reciente que ha utilizado
técnicas de resonancia magnética funcional cerebral ha
demostrado que esas deficiencias emocionales podrían
estar relacionadas con una reducción de la actividad en la
zona límbica del cerebro, directamente involucrada en el
procesamiento de las emociones (Kiehl, Smith, Hare como
et al., 2001).
PÉRDIDA DE LOS PADRES A UNA EDAD TEMPRANA,
RECHAZO POR PARTE DE LOS PADRES E INCOHERENCIA EDUCATIVA. Una idea muy popular sobre el
desarrollo de la personalidad psicópata y antisocial se basa
en la existencia de algún tipo de alteración de las relaciones
familiares. En el Capítulo 3 hemos señalado que algunos de
los efectos más dañinos del rechazo, el abuso y la negligencia por parte de los padres, junto a una disciplina incoherente, son la agresividad y un retraso del desarrollo moral.
En la actualidad existen pruebas concluyentes de que los
niños que han sufrido negligencia y abusos prolongados
tienden a mostrar en su edad adulta más síntomas de personalidad antisocial que un grupo de control de características similares (Luntz y Widom, 1994).
Sin embargo, el rechazo y la incoherencia por parte de
los padres no son suficientes, en sí mismas, para explicar la
personalidad psicópata o antisocial. Estos mismos problemas también están relacionados con una amplia gama de
conductas inadaptadas, y además muchos niños criados en
este contexto familiar adverso no terminan convertidos en
psicópatas, ni muestran ninguna otra psicopatología. Por lo
tanto es necesario profundizar más en esta explicación. En
el siguiente apartado vamos a ofrecer una perspectiva evolutiva integrada, que incorpora la interacción de múltiples
factores.
UNA PERSPECTIVA EVOLUTIVA SOBRE LA PERSONALIDAD PSICÓPATA Y ANTISOCIAL. Se sabe desde
hace tiempo que este tipo de trastornos suele comenzar
durante la niñez, sobre todo en los varones, y que el mejor
predictor de psicopatía adulta es la cantidad de conductas
antisociales que esa persona mostró de niño (Robins,
1978). Algunos de esos primeros síntomas antisociales son
«robos, huir de casa, hacer novillos, juntarse con otros
niños delincuentes, llegar tarde a casa, problemas de disciplina en la escuela y retraso escolar» (Robins, 1978, p. 260),
que en la actualidad constituyen criterios para el diagnóstico de un trastorno de conducta. Otro aspecto que predice
una futura personalidad antisocial es la precocidad en la
edad de aparición de los primeros síntomas antisociales
(Robins, 1991, Robins y Price, 1991). Sin embargo, esas
observaciones no dicen nada sobre las causas de esos precoces síntomas antisociales. Afortunadamente, durante los
últimos treinta años hemos aprendido muchísimo sobre la
pléyade de factores asociados con el desarrollo de tales pautas de conducta.
Una serie de estudios prospectivos ha demostrado que
los niños con mayor probabilidad de desarrollar en su edad
adulta psicopatía y trastornos de personalidad antisocial
tienen una precoz aparición del trastorno negativista desafiante, que se caracteriza por una conducta hostil y desafiante hacia las figuras de autoridad, y que comienza antes
de los seis años. El tipo de conductas antisociales que exhibirán estos niños durante sus primeros veinticinco años de
vida cambiarán evidentemente a lo largo del tiempo, pero
mantendrán persistentemente su esencia antisocial (Hinshaw, 1994). Por el contrario, los niños que no tienen ese
trasfondo patológico no suelen convertirse en psicópatas,
pese a que hayan mostrado trastornos de conducta durante
su adolescencia (Moffitt, 1993a; Moffitt y Caspi, 2001; Patterson y Yoerger, 2002).
Otro de los trastornos de la niñez que suele ser un precursor de la psicopatía adulta es el trastorno por déficit de
atención con hiperactividad (TDAH). El TDAH se caracteriza por una gran actividad, falta de atención, conducta
impulsiva, atención muy limitada y gran facilidad para distraerse (véase el Capítulo 16). Cuando este problema se
presenta simultáneamente con un trastorno de conducta
(lo que ocurre entre el treinta y el cincuenta por ciento de
los casos), predice una elevada probabilidad de que esa persona termine por desarrollar una psicopatía cuando sea
adulto (Lynam, 1996; McBurnett y Pfiffner, 1998; Patterson, DeGarmo, y Knutson, y 2000). De hecho, Lynam
(1996, 1997, 2002) se refiere a los niños con ambos tipos de
trastorno como «psicópatas neófitos», y acaba de elaborar
una versión infantil de su lista de psicopatía, para evaluar a
estos chavales, que podrían tener una marcada predisposición a la psicopatía adulta.
Cada vez disponemos de más pruebas de que la predisposición genética hacia problemas neuro-psicológicos leves
como la hiperactividad o el déficit de atención, unidos a un
temperamento difícil, pueden suponer una importante
propensión para el trastorno de conducta de aparición precoz, lo que a su vez conduce a la psicopatía o al trastorno
antisocial durante la edad adulta. Los iniciales problemas
de conducta tienen un efecto de cascada a lo largo del
tiempo. Por ejemplo, a partir de una extensa investigación
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longitudinal, Moffitt, Caspi y sus colaboradores (2002)
sugieren que
La conducta antisocial «de larga duración» aparece muy
precozmente, cuando la conducta de los niños de alto
riesgo resulta exacerbada por un entorno social conflictivo. Según la teoría, el riesgo procede de elementos
neuropsicológicos innatos o adquiridos, se manifiesta
inicialmente mediante deficiencias cognitivas sutiles,
un temperamento difícil, o hiperactividad. Ese entorno
conflictivo incluye factores como una paternidad inadecuada, lazos familiares rotos, o pobreza. A medida que
los niños van creciendo, esos entornos problemáticos se
amplían para incluir relaciones conflictivas con sus
compañeros y profesores, y posteriormente con su
pareja o compañeros de trabajo. A lo largo de las primeras dos décadas de desarrollo evolutivo, las interacciones entre el individuo y su entorno van construyendo
progresivamente una personalidad alterada, cuyas
características más destacadas de agresión física y conducta antisocial se mantienen a lo largo de la mayor
parte de su vida (2002, pp. 180).
Existen muchas otras variables contextuales de carácter psicosocial y sociocultural, que contribuyen a la probabilidad de que un niño con las tendencias genéticas o
constitucionales que acabamos de describir desarrolle un
Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
trastorno de conducta y, posteriormente, una psicopatía o
TPAS. Como han señalado Patterson y sus colaboradores
(Dishion y Patterson, 1997; Reid, Patterson, y Snyder,
2002), entre este tipo de variables se cuenta la propia conducta antisocial de los padres, el divorcio o la separación,
un status socioeconómico bajo, un vecindario conflictivo y
el estrés y la depresión de los padres. Todos esos factores
contribuyen a que las habilidades educativas de los padres
sean ineficaces y muy limitadas, sobre todo por lo que concierne a la disciplina y la supervisión. «A estos niños se les
entrena en su familia para realizar conductas antisociales,
directamente mediante intercambios coercitivos, e indirectamente a través de la falta de control y la carencia de una
disciplina coherente» (Capaldi y Patterson, 1994, p. 169;
véase también Dishion y Patterson, 1997). A su vez, estos
niños suelen relacionarse con otros compañeros conflictivos, lo que fomenta sus oportunidades de aprender más
conductas antisociales (Capaldi, DeGrmo, Patterson, y Forgatch, 2002). La Figura 11.1, de la página 379, ofrece un
modelo general de este proceso.
En definitiva, las personas con psicopatía y personalidad antisocial muestran pautas de conducta desviada desde
su temprana infancia, al principio como un trastorno de
oposición y después como un trastorno de conducta de
precoz aparición (sobre todo cuando es simultáneo con un
Psicopatología de los padres
Empleo
Educación y
ocupación
Acontecimientos
estresantes
Estrategias
educativas
ineficaces, sobre
todo, respecto
a disciplina y
supervisión
Conducta
antisocial
del niño
Malas
compañías
Detenciones
precoces y
delincuencia
crónica
Estilo de vida
antisocial
Divorcio
Vecindario/
escuela
Figura 11.1
Un modelo para explicar la asociación del contexto familiar y la conducta antisocial. Cada una de las variables contextuales
de este modelo está relacionada con la conducta antisocial en los niños, lo que a su vez se relaciona con la conducta antisocial en adultos. La conducta antisocial en las niñas es mucho menos frecuente y menos estable a lo largo del tiempo, lo que
la hace más difícil de predecir (Capaldi y Patterson, 1994).
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
TDAH). En otras palabras, se trata de un trastorno donde
los aspectos bio-psicosociales resultan determinantes.
FACTORES CAUSALES SOCIOCULTURALES Y PSICOPATÍA. Las investigaciones interculturales sobre la
psicopatía muestran que este problema está presente en
muchas culturas, lo que incluye sociedades no industrializadas tan diversas como los Inuit del noroeste de Alaska, o los
Yorubas de Nigeria. El concepto yoruba de psicópata es «una
persona que siempre hace lo que quiere por mucho que pese
a los demás, que no coopera, malicioso y obstinado», mientras que el concepto Inuit es el de una persona cuya «mente
sabe lo que hay que hacer pero que no lo hace...» (Murphy,
1976, p. 1026, citado en Cooke, 1996, p. 23). No obstante, las
manifestaciones específicas del trastorno están muy influidas por los factores culturales, mientras que la prevalencia
del mismo también parece variar en función de ciertas
influencias socioculturales, que promueven o retrasan su
desarrollo (Cooke y Michie, 1999; Hare et al., 1999).
Por lo que respecta a las manifestaciones interculturales del trastorno, una de las variaciones culturales más
comunes concierne a la frecuencia de la conducta agresiva y
violenta. Las fuerzas de socialización ejercen un enorme
impacto sobre la expresión de los impulsos agresivos. Por lo
tanto, no resulta sorprendente que en algunas culturas
como la china, los psicópatas sean menos proclives a realizar conductas agresivas y violentas (Cooke, 1996).
De hecho, es posible clasificar las culturas a lo largo de
una dimensión relacionada con el carácter individualista o
colectivista de esa sociedad. Las sociedades individualistas
destacan aspectos como la competitividad, la confianza o la
independencia, mientras que las culturas colectivistas
ponen el acento en la subordinación al grupo social, la
aceptación de la autoridad, y la estabilidad de las relaciones
(Cooke, 1996; Cooke y Michie, 1999). Por lo tanto es de
esperar que en las sociedades individualistas (como la nuestra) haya ciertas características de conducta que, llevadas a
su extremo, den lugar a una psicopatía. Estas características
incluyen «la grandiosidad, la insinceridad y superficialidad,
la promiscuidad... así como el rechazo de la responsabilidad
hacia los demás... La competitividad... no sólo produce
tasas más elevadas de conducta delictiva, sino que también
provoca la utilización de... conductas deshonestas, manipuladoras y parásitas (Cooke y Michie, 1999, p. 65). Aunque la
evidencia al respecto todavía es escasa, no hay que olvidar
que la prevalencia de este trastorno es mucho menor en una
sociedad colectivista que en los Estados Unidos (aproximadamente 0,1 frente a cinco por ciento respectivamente).
Tratamientos y resultados para
la personalidad psicópata y antisocial
La mayoría de las personas con personalidad psicópata y
antisocial no experimentan demasiado malestar personal, y
tampoco creen necesitar tratamiento. Puede que quienes
tienen problemas con la ley sí acepten participar en programas de rehabilitación, aunque éstos apenas surten efecto.
Incluso aunque dispusiéramos de más y mejores medios,
seguiría siendo difícil conseguir tratamientos eficaces, por
lo que la mayoría de clínicos e investigadores coinciden en
que resulta extraordinariamente difícil trabajar con esa
población (por ejemplo, Hare et al., 1999.
Las estrategias biológicas de tratamiento para la personalidad antisocial y para la psicopatía —lo que incluye las
fármacos electroconvulsivas— no han sido todavía sistemáticamente estudiadas, probablemente debido a que los
escasos resultados disponibles indican que no son demasiado eficaces. A veces algunas fármacos como el litio y la
carbacemina, que se utilizan para el tratamiento del trastorno bipolar, son también eficaces para el tratamiento de la
conducta agresiva e impulsiva de los criminales violentos,
aunque las pruebas al respecto todavía son exiguas (Lösel,
1998; Markowitz, 2001). Se han obtenido resultados alentadores con antidepresivos de la categoría de los inhibidores
de la reabsorción de la serotonina, que a veces son capaces
de disminuir la conducta impulsiva y agresiva, y aumentar
las habilidades interpersonales (Lösel, 1998). Sin embargo
ninguno de estos tratamientos biológicos ejerce un impacto
sustancial sobre el trastorno global. De hecho, incluso aunque pudiéramos encontrar tratamientos farmacológicos
eficaces, quedaría el problema de que estos sujetos no creen
necesario consumir esas medicinas (Markowitz, 2001).
Algunas de las características inherentes a la personalidad de los psicópatas —incapacidad para ser honesto y fiel,
para ponerse en el lugar de los demás, para aprender de la
experiencia y para aceptar la responsabilidad de las propias
acciones— hacen que el éxito de los tratamientos psicodinámicos sea prácticamente nulo (Hare et al., 1999; Lösel,
1998). Por otra parte, los terapeutas deben entender que los
pacientes psicópatas probablemente intenten manipularlos, por lo que la información que puedan obtener de ellos
seguramente estará plagada de distorsiones e invenciones
(Lösel, 1998).
TRATAMIENTOS COGNITIVO-CONDUCTUALES. Los
terapeutas de esta orientación teórica han elaborado técnicas heterogéneas que prometen convertirse en tratamientos
muy eficaces (Lösel, 1998; Piper y Joyce, 2001; Rice y Harris,
1997). Algunos de los objetivos más habituales de la intervención cognitivo-conductual con psicópatas y personas
con trastorno antisocial son los siguientes (Lösel, 1998): (1)
acrecentamiento del autocontrol y del pensamiento y autocrítico, y la adopción de perspectivas sociales; (2) tomar
conciencia de la situación de las víctimas; (3) control de la
violencia; (4) modificación de las actitudes antisociales;
(5) eliminar la adicción a las fármacos. Estas intervenciones
requieren una situación controlada en la que el terapeuta
pueda administrar o mantener el reforzamiento, a la vez
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Trastorno de personalidad antisocial y psicopatía
que el paciente no pueda abandonar el tratamiento, ya que
nos enfrentamos con un estilo de vida global, y no sólo con
unas cuantas conductas desadaptadas (por ejemplo, Piper y
Joyce, 2001). En ausencia de una situación controlada, el
reforzamiento intermitente de los avances a corto plazo y la
evitación de los castigos, combinados con la ausencia de
ansiedad y culpabilidad, hacen que sea muy poco probable
el éxito del tratamiento. Por razones que ya hemos mencionado, el castigo por sí mismo resulta ineficaz para modificar la conducta antisocial.
El tratamiento cognitivo de Beck y Freeman (1990)
para los trastornos de personalidad ofrece también una
interesante estrategia que podría aplicarse también al trastorno de personalidad antisocial: abordar la mejora de la
conducta social y moral mediante el procedimiento de analizar las creencias inadaptadas que suelen tener los psicópatas. Este tipo de creencias son del tipo «la única justificación
que necesito para mis actos es desear alguna cosa»; «los
intereses de los demás no tienen nada que ver con mis decisiones, a menos que puedan controlar de manera inmediata
las consecuencias de mis actos»; y «no habrá consecuencias
indeseables, y si las hay no me afectarán» (Beck y Freeman,
1990, p. 154). En el marco de la terapia cognitiva, el terapeuta, recurriendo a los principios de las teorías del desarrollo moral y cognitivo, intenta guiar al paciente hacia
formas superiores y más maduras de pensamiento. Esto se
hace mediante discusiones guiadas, ejercicios cognitivos
estructurados y experimentos conductuales. De momento,
sólo disponemos de estudios de casos para poder evaluar la
eficacia de este tipo de tratamiento (Davidson y Tryer,
1996), que probablemente resultarán todavía más eficaces
al combinarse con alguno de los tratamientos conductuales
que ya hemos descrito.
Incluso el mejor de los tratamientos de orientación
cognitivo-conductual sólo es capaz de provocar pequeñas
mejorías, si bien es cierto que son más eficaces para el tratamiento de los delincuentes adolescentes que para los delincuentes adultos. Por otra parte, las pruebas disponibles
sugieren que es más difícil tratar la psicopatía que el trastorno de personalidad antisocial (Lösel, 1998; Rice y Harris,
1997). Pese a ello, antes de llegar a la conclusión de que esos
tratamientos son ineficaces (Rice y Harris, 1997; Salekin,
2002), es necesario reconocer que todavía nos encontramos
en etapas preliminares de la investigación.
Afortunadamente, las actividades delictivas de la mayoría de los psicópatas y personalidades antisociales disminuyen espontáneamente después de los cuarenta años,
posiblemente debido a la disminución de sus impulsos biológicos, una mejor comprensión de lo autodestructivo de su
conducta, y los efectos acumulativos de sucesivos condicionamientos sociales. Es frecuente referirse a este tipo de personas como «psicópatas quemados». Por ejemplo, un
estudio que hizo un seguimiento de un grupo de psicópatas
durante muchos años encontró una importante disminución de su conducta delictiva después de los cuarenta años.
Sin embargo, alrededor del cincuenta por ciento de ese
grupo siguió infringiendo la ley después de esa edad (Hare,
MacPherson, y Forth, 1988). De hecho, se trata de la única
dimensión conductual antisocial de la psicopatía que disminuye con la edad; los aspectos de egocentrismo, insensibilidad y manipulación afectiva e interpersonal, perduran a lo
largo del tiempo (Cloninger et al., 1997; Hare et al., 1999).
Si tenemos en cuenta el malestar y la infelicidad que los
psicópatas infringen a los demás y el daño social que provocan, sería deseable —y más económico a largo plazo—,
hacer un mayor esfuerzo para desarrollar programas eficaces de prevención. Las investigaciones longitudinales para
la prevención de los niños con riesgo de sufrir trastornos de
conducta se discute en el apartado Avances en la práctica 11.2 de la página 381.
AVA N C E S
en la práctica
La prevención de la psicopatía y del trastorno
de personalidad antisocial
Dada la gran dificultad para el tratamiento del trastorno de
conducta y del TPAS, los esfuerzos se están orientando
cada vez más a la elaboración de programas de prevención,
que intentan minimizar algunos de los factores ambientales
de riesgo que hemos descrito anteriormente, con el fin de
romper el círculo vicioso en el que caen esos niños de
.
riesgo. Una inteligencia más o menos elevada es uno de los
factores de protección naturales para algunos adolescentes
en riesgo de sufrir una psicopatía o una personalidad
antisocial cuando sean adultos (Hawkins, Arthur, y Olson,
1997). Por ejemplo, algunos estudios han encontrado que
muchos adolescentes con un trastorno de conducta nunca
llegan a realizar conductas delictivas, debido a la influencia
positiva de la escuela, y que hayan centrado su energía en
conductas socialmente aceptadas (por ejemplo, White,
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
Moffitt y Silva, 1989). Por supuesto, muchos adolescentes
de alto riesgo no tienen una inteligencia elevada, lo que les
hace especialmente susceptibles de beneficiarse de los
programas de prevención. Los primeros resultados de estos
esfuerzos preventivos parecen prometedores, aunque
todavía serán necesarios muchos años antes de que
seamos capaces de prevenir la psicopatía adulta y el
trastorno de personalidad antisocial.
A partir del modelo evolutivo que se ha propuesto para
explicar la etiología del TPAS, resulta muy complicado
diseñar estrategias de prevención, dado que cada etapa
evolutiva supone objetivos de prevención diferentes. Así
pues, una primera intervención debe estar dirigida a las
madres que pueden tener un alto riesgo de criar niños con
problemas (madres solteras, primerizas y pobres), y se
debe centrar en optimizar el desarrollo prenatal, sobre todo
mejorando la dieta de la madre, reduciendo o eliminando el
consumo de sustancias y enseñándole habilidades
educativas (Olds et al., 1986, 1994; Reid y Eddy, 1997). Uno
de estos programas intensivos de intervención, que
comenzó a las treinta semanas de embarazo, y se mantuvo
durante los dos primeros años de vida del niño, obtuvo unos
resultados impresionantes (Olds et al., 1994).
Por lo que concierne a la etapa de transición a los
años escolares, Patterson, Dishio, Reid, y sus
colaboradores han elaborado una serie de normas para
intervenir sobre el entorno familiar y enseñar a los padres
técnicas eficaces de disciplina y supervisión (por ejemplo,
Dishio y Kvanaugh, 2002; Reid, Patterson, et al., 2002).
Los niños de alto riesgo cuyas familias participaron en
este programa de intervención alcanzaron mayor éxito
escolar, y tuvieron menor probabilidad de unirse a malas
compañías y de consumir fármacos. Este tipo de
enseñanza dirigida a los padres puede incluso resultar muy
eficaz para disminuir o impedir conductas antisociales
posteriores, por parte de niños y adolescentes que ya
REVISIÓN
• Señale los tres criterios del DSM necesarios
para poder diagnosticar a una persona con un
trastorno de personalidad antisocial y cite
otros rasgos de personalidad que también
definen a la psicopatía.
• ¿Cuáles son las razones por las que muchos
investigadores consideran que la psicopatía es
están realizando conductas antisociales, aunque
evidentemente lo idóneo es que la intervención se dirija a
niños que todavía no han empezado la primaria (para una
revisión, véase Reid y Eddy, 1997).
También se han realizado avances importantes en
programas de prevención dirigidos al entorno escolar y
familiar. Un estudio especialmente alentador ha sido
bautizado como «Intervención de Vía RÁPIDA (en inglés
FAST track= Families and Schools Together= Familias y
Escuela Unidas). Este programa reclutó en 1990 a niños que
comenzaban Educación Infantil, que habían sido
considerados como población de riesgo (debido a su
entorno social), y que además mostraban dificultades en
sus relaciones sociales y muchas conductas problemáticas.
El programa estaba centrado en la enseñanza de la solución
de problemas interpersonales, en la conciencia emocional y
el autocontrol, aparte de incluir el entrenamiento para los
padres en técnicas educativas. Se enseñó a padres y
profesores cómo manejar la conducta problemática de los
niños y se les informó también de lo que estaban
enseñando a los niños. La evaluación de estos sujetos en
tercero de primaria fue muy prometedora, ya que se
observaron muy pocos problemas de conducta (Grupo De
Investigación Para La Prevención De Los Problemas De
Conducta, 1999, 2002). También se encontró una
significativa mejoría de la eficacia educativa de los padres y
de las habilidades cognitivas y sociales de los niños. Los
sujetos del estudio apenas fueron considerados por sus
compañeros como personas agresivas y tuvieron también
más aceptación social y mejores capacidades de lectura
(Coie, 1996; Reid y Eddy, 1997). Aunque se trata de
intervenciones económicamente costosas, el hecho de que
permitan impedir (o al menos de disminuir
significativamente) las conductas antisociales presentes y
futuras de estos sujetos significa que los beneficios a largo
plazo superan con creces los costes iniciales.
un constructo más válido que el trastorno de
personalidad antisocial?
• ¿Qué factores biológicos contribuyen a este
tipo de trastornos?
• ¿Cuáles son las principales características de
las perspectivas evolutivas actuales sobre este
tipo de trastornos?
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Temas sin resolver
T E M AS S I N R ES O LV E R
EL EJE II DEL DSM-IV-TR
Es posible que mientras usted haya ido avanzando en la
lectura de este capítulo haya tenido ciertas dificultades para
hacerse una idea nítida de cada uno de los trastornos de
personalidad. Es también bastante probable que a medida
que haya ido estudiando la descripción de los diferentes
trastornos, de sus características y atributos, como por
ejemplo el trastorno de personalidad esquizoide, le haya
parecido que están entreverados con otros problemas, como
el trastorno esquizotípico o el de personalidad por evitación.
Si bien hemos intentado destacar las diferencias que existen
entre los diferentes trastornos de personalidad que tienen
más riesgo de confusión, ninguna persona concreta suele
ajustarse perfectamente al prototipo descrito, sino que lo
más habitual es que se amolde a más de uno. De hecho, la
mayoría de los pacientes con un trastorno de personalidad
también cumple los criterios de al menos otro trastorno de
personalidad (por ejemplo, Widiger et al., 1991), y algunos
estudios han encontrado que la mayoría de los pacientes
suelen acumular una media de cuatro o más diagnósticos en
este ámbito (Shea, 1995; Skodol et al., 1991). Además, uno de
los diagnósticos más frecuentes es un cajón de sastre
denominado «trastorno de la personalidad no especificado en
otros apartados» (por ejemplo, Livesley, 2001; Widiger y
Corbit, 1995); esta categoría se reserva para aquellas
personas que muestran características de diferentes
categorías, pero que no encajan adecuadamente en ninguna
de ellas.
Para complicar el tema nos encontramos con el hecho de
que las diversas entrevistas semi-estructuradas y
cuestionarios de auto-informe, que se han ido elaborando con
la finalidad de aumentar la fiabilidad de los diagnósticos, sólo
muestran entre sí minúsculas concordancias (Clark y
Harrison, 2001; Oldham et al., 1992). Esto significa que
diferentes investigadores que utilicen diferentes
instrumentos de valoración podrían diagnosticar el mismo
trastorno a diferentes personas con trastornos de
personalidad distintos. Por supuesto, una implicación
inmediata es la imposibilidad de replicar cualquier
investigación realizada, incluso cuando se estudian grupos
con la misma etiqueta diagnóstica (por ejemplo, Clark y
Harrison, 2001).
Una de las principales dificultades en relación con la
escasa fiabilidad de los diagnósticos del Eje II procede del
supuesto implícito en el DSM-IV-TR de que es posible
establecer una distinción neta entre la presencia y la
ausencia de un trastorno de personalidad (Livesley, 1995,
2001; Widiger y Sanderson, 1995). Como se ha dicho
anteriormente, los trastornos de personalidad que se
clasifican en el Eje II tienen una naturaleza claramente
dimensional. Por ejemplo, cualquiera de nosotros puede
mostrarse receloso de vez en cuando, si bien lo que
caracteriza a una persona con un trastorno de personalidad
paranoide es que muestra este rasgo de una manera
exagerada. Así pues, es posible considerar el recelo como una
dimensión de personalidad que posee todo el mundo. De esta
manera, podríamos proponer la siguiente hipotética «escala
de recelo”:
Muy bajo
Bajo
0
30 40 50 60 70 80 90 100
10 20
Medio
Alto
Muy alto
Se han realizado múltiples estudios para encontrar los
puntos de corte en estas dimensiones de personalidad —esto
es, aquellos puntos en los que la conducta normal es
claramente diferente de la conducta patológica— pero no se
han podido encontrar (Livesley, 2001; Widiger y Sanderson,
1995). De hecho, Livesley se refiere a este tema afirmando
que «las características de un trastorno de personalidad
tienen un carácter continuo... y no es posible identificar algún
tipo de discontinuidad en la distribución que pueda apoyar la
existencia de un diagnóstico por categorías» (2001, pp. 18-19).
De hecho, los cambios en los puntos de corte, o los umbrales
para el diagnóstico de un trastorno de personalidad, pueden
tener efectos trascendentales sobre su prevalencia. Por
ejemplo, los cambios que se efectuaron cuando se revisó el
DSM III para dar lugar al DSM III R provocaron un «incremento
del ochocientos por cien en la tasa del trastorno de
personalidad esquizoide, y del trescientos cincuenta por cien
en el trastorno de personalidad narcisista» (Morey, 1988a,
p. 575).
Un segundo problema inherente a la clasificación en el
Eje II es que existen enormes diferencias en el tipo de
síntomas que pueden tener personas que, sin embargo,
reciben el mismo diagnóstico (por ejemplo, Clark, 1992;
Widiger y Sanderson, 1995). Por ejemplo, para recibir el
diagnóstico límite de personalidad según el DSM III R, una
persona tenía que cumplir cinco de los ocho criterios posibles.
Esto significaba que había noventa y tres formas diferentes
(en virtud de las diferentes combinaciones de síntomas) de
cumplir los criterios DSM III R para el trastorno límite de
CAPÍTULO 11
Trastornos de personalidad
personalidad (Widiger, 1993; Widiger y Sanderson, 1995). En el
DSM-IV-TR, hay que cumplir cinco de los nueve criterios
posibles, lo que genera doscientos cincuenta y seis formas
diferentes en que se pueden cumplir los criterios del
trastorno límite de personalidad. De hecho, cabe la posibilidad
de que diferentes pacientes con ese mismo diagnóstico, sólo
compartan uno de los síntomas. Por ejemplo, uno podría
cumplir los criterios del 1 al 5, mientras que otro podría
cumplir los criterios del 5 al 9. Por el contrario, un tercero que
sólo cumpliese los criterios del 1 al 4 no sería diagnosticado
con un trastorno límite de personalidad, si bien casi seguro
que tendría características más parecidas al primer paciente,
que el primero y el segundo entre sí (por ejemplo, Clark, 1992;
Widiger y Sanderson, 1995).
A pesar de estos problemas con la clasificación en el Eje
II, los investigadores y los clínicos suelen coincidir en que los
creadores del DSM III realizaron un salto teórico
trascendental cuando reconocieron la importancia de
ponderar los factores de personalidad premórbidos en el
cuadro clínico, lo que les llevó a proponer este segundo Eje
(Widiger, 2001). La utilización de los conceptos del Eje II
permite una mejor comprensión de cada caso, sobre todo en
relación con los resultados del tratamiento. En efecto, algunas
características de personalidad pueden dificultar el
tratamiento. La utilización del Eje II obliga al clínico a prestar
atención a esos factores de personalidad, generalmente
duraderos y difíciles de modificar, a la hora de planificar un
tratamiento.
¿Qué podemos hacer para soslayar las dificultades
inherentes al Eje II? Muchos investigadores consideran que la
comunidad psiquiátrica debería abandonar la perspectiva
categórica tendente a la clasificación, en favor de una
perspectiva dimensional y continua, que tenga en cuenta las
«cuantías» relativas de un determinado rasgo que muestra
cada paciente (por ejemplo, Clark y Harrison, 2001; Livesley,
2001; Widiger, 2001). Algunos de los reparos que se suelen
hacer a esta perspectiva dimensional proceden del hecho de
que los clínicos con una orientación médica expresan una
clara preferencia por el diagnóstico en categorías. De hecho,
existe el temor de que una perspectiva dimensional para la
medida de la personalidad nunca llegue a ser aceptada,
debido a que las valoraciones cuantitativas puedan exigir
demasiado tiempo para que un clínico muy ocupado pueda
aprenderlas y aplicarlas. Sin embargo, parece evidente que
son muchísimos los profesionales descontentos con el actual
sistema de clasificación en categorías, que se convierte en un
incómodo armatoste cuando hay que valorar la presencia de
prácticamente los ochenta criterios diagnósticos que
establece el DSM-IV-TR para los diversos trastornos de
personalidad (Widiger y Sanderson, 1995). De hecho, Widiger
argumenta convincentemente que la utilización de un modelo
dimensional podría exigir menos tiempo, debido
precisamente a que reduciría la redundancia y el
solapamiento que actualmente existe entre diversas
categorías.
En definitiva, el status del Eje II en las futuras ediciones
del DSM permanece en la incertidumbre. Todavía es necesario
resolver múltiples problemas inherentes a la utilización de
categorías diagnósticas para una serie de conductas que son
esencialmente de naturaleza dimensional. Una de las
principales razones por las que los modelos dimensionales
todavía no han reemplazado a los modelos de clasificación es
que hay diversas propuestas de sistemas dimensionales, y no
se sabe todavía cuál de ellas puede ser más adecuada (por
ejemplo, Clark y Harrison, 2001; Livesley, 1995, 2001; Widiger,
2001).
SUMARIO
• Los trastornos de personalidad parecen ser pautas
de conducta inflexibles y distorsionadas, que dan
lugar a formas inadaptadas de percibir, interpretar
y relacionarse con otras personas y con el
entorno.
• Incluso recurriendo a entrevistas estructuradas, la
fiabilidad del diagnóstico de los trastornos de
personalidad suele estar muy por debajo de lo
deseable. La mayoría de los investigadores
coinciden en que sería preferible establecer una
perspectiva dimensional para la evaluación de los
trastornos de personalidad.
• Resulta difícil determinar las causas de los
trastornos de personalidad, debido a que la
mayoría de las personas con alguno de estos
trastornos suele tener al menos otro más.
• En el DSM se describen tres grupos de trastornos
de personalidad:
• El grupo A incluye los trastornos de personalidad
paranoide, esquizoide y esquizotípico; las
personas con estos trastornos parecen
extravagantes o excéntricas. Sabemos muy poco
sobre las causas de los trastornos paranoide y
esquizoide, aunque sí parece muy probable la
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Términos clave
implicación de factores genéticos en el trastorno
esquizotípico.
• El grupo B incluye los trastornos de personalidad
histriónico, narcisista, antisocial y limítrofe; las
personas con estos trastornos comparten la
tendencia a ser melodramáticos, emocionales y
erráticos. También sabemos muy poco sobre las
causas del trastorno histriónico y del narcisista.
Se han identificado ciertos factores biológicos y
psicosociales que incrementan la probabilidad de
desarrollar un trastorno límite de personalidad en
personas de alto riesgo, debido a sus altos niveles
de impulsividad y de inestabilidad afectiva.
• El grupo C incluye los trastornos de personalidad
por evitación, dependiente y obsesivo-compulsivo;
las personas con estos trastornos manifiestan
temor y tensión, igual que ocurre en los trastornos
de ansiedad. Los niños con un temperamento
inhibidos pueden tener un alto riesgo de sufrir, de
adultos, un trastorno de personalidad por
evitación, mientras que las personas con un
elevado neuroticismo y conformidad, que además
tienen parejas autoritarias y sobreprotectoras,
pueden correr el riesgo de padecer un trastorno
de personalidad dependiente.
• Se han realizado muy pocas investigaciones sobre
el tratamiento de la mayoría de los trastornos de
personalidad.
• El tratamiento de los trastornos del grupo C
parece ser el más prometedor, mientras que el
tratamiento de los trastornos del grupo A resulta
más difícil.
• Para el tratamiento del trastorno límite de
personalidad se ha desarrollado una nueva forma
de terapia conductual (la terapia conductual
dialéctica) que parece muy alentadora.
• Una persona con psicopatía es insensible y poco
ética, carente de lealtad y de relaciones íntimas, y
con frecuencia dispone de un encanto y una
inteligencia elevada. Las personas con un
diagnóstico de personalidad antisocial o de
psicopatía suelen llevar un estilo de vida
antisocial, impulsivo y socialmente desviado.
• Tanto los factores genéticos y constitucionales,
como el aprendizaje y el ambiente adverso, son de
capital importancia para provocar la psicopatía y
el trastorno de personalidad antisocial.
• Los psicópatas también muestran deficiencias en
su activación emocional aversiva, así como déficits
más generales de carácter emocional.
• El tratamiento de los psicópatas resulta muy
difícil, debido en parte a que estas personas no
suelen percibir la necesidad de cambiar su
conducta, y tienden a culpar a los demás de sus
propios problemas.
TÉRMINOS CLAVE
Psicopatía (p. 372)
Trastorno de personalidad (p. 354)
Trastorno de personalidad
antisocial (TPAS) (p. 363)
Trastorno de personalidad
dependiente (p. 366)
Trastorno de personalidad
depresivo (p. 368)
Trastorno de personalidad
esquizoide (p. 359)
Trastorno de personalidad
esquizotípico (p. 359)
Trastorno de personalidad
histriónico (p. 360)
Trastorno de personalidad
narcisista (p. 361)
Trastorno de personalidad
obsesivo-compulsivo (p. 367)
Trastorno de personalidad
paranoide (p. 357)
Trastorno de personalidad pasivoagresiva (p. 368)
Trastorno de personalidad por
evitación (p. 365)
Trastorno de personalidad límite
(p. 363)
C A P Í T U L O
Trastornos relacionados
con sustancias
ABUSO Y DEPENDENCIA DEL ALCOHOL
ABUSO Y DEPENDENCIA DE LAS DROGAS
Prevalencia, comorbilidad y demografía del abuso y
dependencia del alcohol
El opio y sus derivados (narcóticos)
Cocaína y anfetaminas (estimulantes)
Barbitúricos (sedantes)
LSD y otras drogas similares (alucinógenos)
Éxtasis
Marihuana
El cuadro clínico del abuso y dependencia del alcohol
Factores biológicos en el uso y dependencia del alcohol y de
otras sustancias
Factores causales psicosociales en la dependencia y el abuso
del alcohol
Factores socioculturales
TEMAS SIN RESOLVER:
Tratamiento de los trastornos por abuso del alcohol
Intercambio de adicciones: ¿es una estrategia
eficaz?
E
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
l problema cada vez mayor del abuso y la dependencia de sustancias en nuestra sociedad está reclamando la atención de los científicos, pero también
del público. Si bien nuestros conocimientos actuales sobre
la materia están lejos de ser suficientes, la posibilidad de
investigar estos problemas enfocándolos como pautas inadaptadas de ajuste a las exigencias de la vida, y sin achacarles un estigma social, ha permitido realizar importantes
progresos, tanto en la comprensión del problema como en
su tratamiento. Desde luego dicha perspectiva no significa
que el individuo carezca de responsabilidad personal en el
desarrollo de ese problema; la idea de que la dependencia y
el abuso de las drogas puedan concebirse como cierto tipo
de «enfermedades», no quiere decir que las personas sean
participantes pasivos en ese proceso. Parece evidente que
tanto el estilo de vida como los rasgos de personalidad
desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de los
trastornos de adicción, y por lo tanto constituyen aspectos
esenciales del tratamiento.
La conducta adictiva —concebida como la necesidad
patológica de una determinada sustancia o actividad—
supone el abuso de ciertas sustancias, tales como la nicotina, el alcohol o la cocaína. La conducta adictiva supone
uno de los problemas de salud mental más extendidos y
arduos con los que se ha de enfrentar nuestra sociedad
actual. Podemos verlos con sólo detenernos a mirar a nuestro alrededor: en las tasas absolutamente excesivas de abuso
y dependencia del alcohol, en los trágicos hallazgos del
abuso de cocaína entre atletas de elite y sus entrenadores, o
en las noticias sobre el juego patológico.
Las sustancias que se usan más habitualmente son las
drogas que afectan al funcionamiento mental, o drogas psicoactivas: alcohol, nicotina, barbitúricos, tranquilizantes
suaves, anfetaminas, heroína, éxtasis y marihuana. Algunas
de estas drogas, como el alcohol y la nicotina, pueden ser
adquiridas legalmente; otras, como los barbitúricos, se pueden utilizar legalmente bajo supervisión médica; mientras
que otras, como la heroína, el éxtasis, o las meta-anfetaminas, son ilegales.
Desde una perspectiva diagnóstica, los trastornos adictivos relacionados con sustancias se clasifican en dos categorías principales. La primera categoría incluye los
problemas relacionados con el deterioro orgánico derivado
del consumo prolongado y excesivo de sustancias psicoactivas —por ejemplo, una demencia relacionada con el abuso
del alcohol, que se caracteriza por una amnesia, y que hace
años se conocía como «síndrome de Korsakoff»—. La otra
categoría comprende los trastornos y síndromes mentales
orgánicos inducidos por sustancias. En este caso, los problemas proceden de la toxicidad, esto es, de la naturaleza
venenosa de la sustancia (lo que, por ejemplo, provoca el
trastorno delirante por anfetaminas, la intoxicación alcohólica, o el delirio por cannabis), o también cambios fisiológicos en el cerebro debidos a la carencia de vitaminas.
La mayoría de los trastornos adictivos se incluyen en la
segunda categoría, que recoge las conductas inadaptadas
derivadas de la utilización habitual de una sustancia, e
incluye los trastornos por abuso de sustancias y los trastornos por dependencia de una sustancia. El sistema de clasificación para este tipo de trastornos que sigue el DSM-IV-TR
y el CIE-10 (Clasificación Internacional De Enfermedades,
publicada por la OMS), propone dos categorías principales:
trastornos por dependencia de sustancias y trastornos por
abuso de sustancias. Si bien algunos investigadores y clínicos no están de acuerdo con esta clasificación dicotómica,
otros la consideran de utilidad clínica e investigadora
(Maisto y McKay, 1995).
El abuso de sustancias generalmente supone el uso
desadaptativo de una sustancia de manera nociva, lo que da
lugar a (1) una conducta potencialmente peligrosa, como
puede ser conducir bajo los efectos del alcohol, o (2) su utilización continuada a pesar de que produce una serie de
problemas sociales, psicológicos, laborales o de salud. La
dependencia de sustancias incluye algunos tipos más graves de trastornos por utilización de sustancias, y generalmente implica una fuerte necesidad fisiológica de aumentar
cada vez más el consumo de una sustancia, para lograr el
efecto deseado. La dependencia significa que la persona
muestra una tolerancia respecto a una droga determinada
y/o que experimentará síntomas de ansiedad si no dispone
de ella. La tolerancia —la necesidad de aumentar la cantidad que se consume habitualmente de esa sustancia para
conseguir los efectos deseados— depende de una serie de
cambios bioquímicos que se producen en el cuerpo, y que
influyen sobre la tasa de metabolismo y eliminación de esa
sustancia por parte del cuerpo. Los síntomas de abstinencia son síntomas físicos, tales como sudoración, temblores y
tensión, que aparecen ante la abstinencia de esa droga.
Dado que el alcohol es una de las sustancias de las que
más se abusa, y la que se ha investigado con más profundidad, comenzaremos con ella nuestra exposición. Como la
mayor parte de lo que sabemos de sus efectos a largo plazo,
de sus causas y de sus mecanismos de adicción, se puede
aplicar en cierta medida a otras sustancias, comenzaremos
este capítulo deteniéndonos extensamente en este trastorno.
ABUSO Y DEPENDENCIA
DEL ALCOHOL
Los términos alcohólico y alcoholismo han estado sujetos a
cierta controversia. En la actualidad se tiende a utilizar una
definición más restrictiva. Por ejemplo, la OMS ya no recomienda el término alcoholismo, sino que prefiere el término
síndrome de dependencia del alcohol «un estado psíquico y
frecuentemente también físico, derivado del consumo de
alcohol, y que se caracteriza por una serie de conductas que
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siempre incluyen la compulsión a consumir alcohol de
manera continuada, para poder experimentar sus efectos
psíquicos, y en ocasiones para evitar los efectos desagradables de su ausencia; puede haber o no tolerancia» (1992,
p.4). Sin embargo, dado que los términos alcohólico y alcoholismo todavía se utilizan frecuentemente, también nosotros los usaremos ocasionalmente en este libro.
Ya en las culturas antiguas como la egipcia, la griega y
la romana, se utilizaba el alcohol de manera general y con
frecuencia en exceso. La cerveza se fabricó por primera vez
en Egipto alrededor de 3000 años antes de Cristo. Los procedimientos de fabricación de vino más antiguos que conocemos fueron registrados por Marco Caton en Italia casi un
siglo y medio antes del nacimiento de Cristo. Alrededor del
año 801 un químico árabe desarrolló el proceso de destilación, lo que permitió aumentar la variedad y la potencia de
las bebidas alcohólicas. Los problemas con el alcohol empezaron prácticamente a la misma vez que su utilización.
Cambyses, un rey de Persia del siglo VI antes de Cristo,
posee el dudoso honor de haber sido uno de los primeros
alcohólicos de la historia documentada.
El término alcohólico suele utilizarse para referirse a
una persona con un grave problema con la bebida, lo que le
produce un deterioro en su salud, en sus relaciones personales y en su funcionamiento laboral. De manera análoga,
el término alcoholismo se refiere a una dependencia del
alcohol que interfiere gravemente con el funcionamiento
del individuo.
Prevalencia, comorbilidad
y demografía del abuso y dependencia
del alcohol
El abuso y la dependencia del alcohol son los principales problemas de los Estados Unidos, y se encuentran entre los trastornos psiquiátricos más destructivos (Volpicelli, 2001). Un
amplio estudio epidemiológico encontró que la prevalencia a
lo largo de la vida de la dependencia del alcohol en los Estados Unidos es del 13,4 por ciento. Una de cada siete personas
cumple los criterios de abuso del alcohol (Grant, 1997).
Los efectos perjudiciales de un consumo excesivo de
alcohol —para el individuo, sus seres queridos y para la
sociedad— son inmensos. Beber en exceso está asociado
con la posibilidad de sufrir accidentes (Shepherd y Brickley, 1996). La esperanza de vida de una persona con
dependencia del alcohol es doce años menor que la de un
ciudadano medio sin ese trastorno. El alcohol disminuye
de manera significativa la realización de tareas cognitivas,
y cuanto más compleja es la tarea, mayor el deterioro
(Pickworth, Rohrer, y Fant, 1997). Muchas de las personas
con dependencia del alcohol sufren deterioros orgánicos,
lo que incluye la disminución del volumen del cerebro
(Errico, Parsons, y King, 1991; Lyvers, 2000), lo cual es
especialmente cierto entre los bebedores «de borrachera»,
Abuso y dependencia del alcohol
personas que abusan del alcohol tras periodos de sobriedad (Hunt, 1993).
Alrededor del treinta y siete por ciento de quienes abusan del alcohol sufren al menos otro trastorno mental (Lapham, y Smith et al., 2001; Rovner, 1990). Dado que el alcohol
es un depresor del sistema nervioso, no resulta sorprendente
que la depresión sea uno de los trastornos mentales más frecuentemente asociados con el alcoholismo (Thas y Salloumetal, 2001). El abuso del alcohol también está relacionado
con el desequilibrio del estado de ánimo, y es frecuente que
muchos alcohólicos terminen suicidándose (Hufford,
2001). Además de los graves problemas que las personas
alcohólicas sufren sobre sus propias carnes, también acarrean dificultades para quienes les rodean (Gortner et al.,
1997). El abuso del alcohol está asociado con la mitad de las
muertes y lesiones producidas cada año por accidentes de
circulación (Brewer, Morris, et al, 1994), y con el cincuenta
por ciento de los asesinatos (Bennett y Lehman, 1996), el
cuarente por ciento de las agresiones, y el cincuenta por
ciento de las violaciones (Abbey, Sasacki, et al, 2001). Aproximadamente una de cada tres detenciones que realiza la
policía en los Estados Unidos, tiene que ver con el abuso del
alcohol, y en alrededor del cuarenta y tres por ciento de los
enfrentamientos violentos con la policía está implicado el
alcohol (McClelland y Teplin, 2001). En un estudio al respecto, Dawkins (1997) encontró que el alcohol está más asociado con los delitos que cualquier otra droga, y que las
personas implicadas en peleas tienen más probabilidad de
dar positivo en la prueba de alcoholemia (Cherpitel, 1997).
El abuso y la dependencia del alcohol está presente en
cualquier edad, nivel educativo, laboral y socioeconómico.
Está considerado como un problema muy grave en la industria, entre los profesionales liberales y entre los militares; está
presente entre personas tan poco sospechosas como sacerdotes, políticos, cirujanos, jueces y adolescentes. Incluso los
pilotos de aviación, entre quienes la bebida puede suponer
riesgos enormes, sufren también problemas relacionados
con el consumo de alcohol (Butcher, 2002). Por ejemplo, una
encuesta que se realizó a 70 000 pilotos, mostró un mayor
riesgo de accidentes por fallo humano entre los que más alcohol consumían (McFadden, 1997; Villata, 1998). Lo que sí es
cierto es que la imagen de una persona con dependencia del
alcohol, como alguien desaliñado que vive en los barrios
bajos, tiene muy poco que ver con la realidad. La Tabla 12.1
recoge algunos otros mitos sobre el alcoholismo.
La mayoría de los bebedores con problemas derivados
del abuso del alcohol son varones, en una proporción respecto a las mujeres de cinco a uno (Helzer et al, 1990). Sin
embargo, esta tasa está cambiando en la medida en que
también lo hacen las pautas de consumo de alcohol por
parte de las mujeres (Allmani, Voller, et al, 2000). El problema con la bebida puede aparecer en cualquier momento
de la vida, desde la niñez hasta la ancianidad. Un estudio
encontró que el 64,9 por ciento de una muestra de
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
Tabla 12.1 Algunas concepciones erróneas sobre el alcohol y el alcoholismo
Ficción
Realidad
El alcohol es un estimulante
El alcohol es en realidad tanto un estimulante como un
depresor del sistema nervioso
Siempre se puede detectar que una persona está bebida,
por el olor de su aliento
No siempre es posible detectar la presencia de alcohol
Una copa de un licor de graduación normal contiene
más alcohol que dos latas de cerveza
Dos latas de cerveza tiene más alcohol que una copa de
licor
El alcohol ayuda a dormir mejor
El alcohol puede interferir con el sueño
El deterioro cognitivo no se produce hasta que no
aparecen indicadores evidentes de intoxicación
La alteración del razonamiento puede producirse mucho
antes de que aparezcan los síntomas motrices de
intoxicación
La intoxicación alcohólica es mayor cuando se mezclan
bebidas que cuando sólo se bebe un mismo tipo de licor
Lo que determina la intoxicación no es la mezcla de
alcohol sino la cantidad que haya en el flujo sanguíneo
Beber café en abundancia puede servir para compensar
los efectos del alcohol
El café no influye sobre el nivel de intoxicación
El ejercicio o una ducha fría acelera el metabolismo del
alcohol
El ejercicio y las duchas frías son intentos inútiles de
aumentar el metabolismo del alcohol
Las personas con una «voluntad fuerte» no deben
preocuparse por convertirse en alcohólicos
El alcohol resulta muy seductor y puede vencer la
voluntad más fuerte
El alcohol no puede llegar a producir una auténtica
adicción similar a la de la heroína
El alcohol tiene fuertes propiedades adictivas
Uno no puede convertirse en alcohólico por tomar
únicamente cerveza
Aunque sólo sea bebiendo cerveza, es posible llegar a
consumir una gran cantidad de alcohol
El alcohol es mucho menos peligroso que la marihuana
Hay muchos más individuos en tratamiento por
problemas con el alcohol que por abuso de marihuana
Cuando una persona bebe mucho, aparece antes el
trastorno de hígado que los problemas cerebrales
Un consumo excesivo de alcohol puede manifestarse en
daños cerebrales antes que en el hígado
Las reacciones fisiológicas de abstinencia ante la heroína
son más peligrosas que la abstinencia del alcohol
Los síntomas fisiológicos de la abstinencia de heroína no
son peores que los de la abstinencia de alcohol. En
realidad, la abstinencia del alcohol puede ser más letal
que la de los opiáceos
Todo el mundo bebe
En la actualidad, el veintiocho por ciento de los hombres
y el cincuenta por ciento de las mujeres de los Estados
Unidos son abstemios
estudiantes universitarios, consumía alcohol de forma
moderada, mientras que el 18,8 por ciento lo hacían en
exceso (Mann, Chassin, y Sher, 1987) (véase el Capítulo 18
para un examen más detenido de este asunto). Las menores
tasas de alcoholismo están asociadas con el matrimonio,
niveles educativos superiores y una edad mayor (Helzer et
al, 1991). Las encuestas que se han realizado en diferentes
ámbitos culturales del mundo han encontrado diversas
tasas de este trastorno en distintas culturas (Caetano et al.,
1998; Hibell, Anderson, et al., 2000).
El curso que sigue el alcoholismo puede ser «errático y
fluctuante». Una encuesta reciente ha encontrado que algunas
personas dependientes del alcohol son capaces de pasar largos
periodos de abstinencia, para empezar a beber otra vez. De
una muestra de seiscientas personas que respondieron a la
encuesta (la mayoría de las cuales tenían una dependencia del
alcohol), alrededor de la mitad (cincuenta y seis por ciento)
tenía periodos de abstinencia de tres meses, y el dieciséis por
ciento dijo haber pasado periodos de abstinencia de cinco
años (Schuckit, Tipp, Smith, y Buckholz, 1997).
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El cuadro clínico del abuso
y dependencia del alcohol
El poeta romano Horacio, en el siglo I antes de Cristo, escribió de los efectos del vino que «revela secretos; ratifica y
confirma nuestras esperanzas; impulsa a la batalla; libera la
mente ansiosa de las preocupaciones; y promueve el arte»:
Tú aplicas un tormento blando
al carácter que es de ordinario duro;
tú descubres, de acuerdo con el burlón Lieo,
las dudas y secretos pensamientos de los sabios.
Tú vuelves la esperanza a las mentes inquietas
y añades fuerzas y valor al pobre,
que, contigo, no teme las coléricas tiaras
de los reyes ni las armas de los soldados.
A ti Líber y Venus —si nos es propicia—
y las Gracias, indolentes a la hora
de desatar sus nudos, y las brillantes lámparas
te harán durar hasta que el regreso de Febo
ahuyente las estrellas.
Por desgracia, los efectos del alcohol no siempre son
tan benignos y beneficiosos. Según un proverbio japonés,
«al principio es el hombre el que tomó una bebida, después
la bebida toma una bebida, y al final la bebida, al hombre».
EFECTOS DEL ALCOHOL SOBRE EL CEREBRO.
El
alcohol tiene efectos muy complejos y aparentemente contradictorios sobre el cerebro. En cantidades pequeñas, estimula ciertas células cerebrales y activa las «zonas del
placer», que a su vez liberan opiáceos endógenos (Braun,
1996; Van Ree, 1996). Pero en cantidades elevadas, el alcohol
deprime el funcionamiento del cerebro, inhibiendo la producción de glutamato, uno de los neurotransmisores excitadores, lo que tiene el efecto de ralentizar la actividad de
otras zonas del cerebro (Dodd, Beckman, et al, 2002; Koob,
Mason, et al, 2002). La disminución de este neurotransmisor del cerebro deteriora la capacidad de aprendizaje del
organismo, y afecta a las zonas superiores del cerebro,
menoscabando el razonamiento y otros procesos racionales, y disminuyendo además la capacidad de autocontrol. A
medida que van desapareciendo las restricciones conductuales, el bebedor va dando rienda suelta a la satisfacción de
sus impulsos, que habitualmente se mantienen bajo control.
En seguida se pone de manifiesto cierta descoordinación
motriz, así como la dificultad para discriminar y percibir el
frío, el dolor, junto al entorpecimiento y otros síntomas de
malestar. Generalmente cuando una persona presenta un
estado de embriaguez, experimenta una sensación de bienestar y de efusividad. En este estado, desaparece cualquier
realidad desagradable, mientras que por su parte la autoestima se multiplica. Cualquier conocido se convierte en el
mejor amigo, y se penetra en el agradable mundo de la irrealidad, donde cualquier preocupación queda atrás. Resulta
muy interesante un estudio de Sayette (1994) que demostró
Abuso y dependencia del alcohol
que cuando las personas intoxicadas se describen a sí mismas, tienden a pasar por alto sus características negativas.
En España, cuando el contenido de alcohol en la sangre
alcanza el 0,05 por ciento, se considera que el individuo ya
no debe conducir un vehículo. Se produce un deterioro de la
coordinación muscular, el habla y la visión, junto a la confusión de los procesos de pensamiento (NIAAA, 2001). Sin
embargo, incluso antes de que se haya alcanzado este nivel
de intoxicación, ya se ha producido algún tipo de deterioro
en la capacidad de juicio. Por ejemplo, una persona bebida
suele confiar en su capacidad para conducir con seguridad,
aunque en realidad apenas sea capaz de hacerlo. Cuando el
nivel de alcohol en la sangre alcanza aproximadamente el 0,5
por ciento (aunque este límite puede variar ligeramente
entre diferentes personas), se altera por completo el equilibrio neuronal, y el individuo se desmaya. Aparentemente
esta inconsciencia es un mecanismo de salvamento, ya que
concentraciones superiores al 0,55% resultan letales.
En general, lo que determina una intoxicación es la
cantidad de alcohol concentrado en los fluidos corporales,
y no tanto el alcohol que se ha consumido. Por lo tanto, los
efectos del alcohol varían según las personas, dependiendo
de su condición física, la cantidad de alimento que haya
ingerido y el ritmo con que se ingiera el alcohol. Por otra
parte, los consumidores de alcohol quizá vayan aumentando su tolerancia hacia esta droga, de manera que cada
vez necesiten más cantidad de alcohol para lograr el efecto
deseado. Las mujeres metabolizan peor el alcohol que los
hombres, por lo que se intoxican con menor cantidad (Gordis et al, 1995). También son muy importantes las actitudes
del bebedor: si bien las capacidades motrices e intelectuales
disminuyen en relación directa a la concentración de alcohol en la sangre, muchas personas pueden ser capaces de
mantener un control aparente de su conducta, y mostrar
pocos signos externos de intoxicación, incluso tras beber
cantidades importantes de alcohol.
Todavía no sabemos con exactitud cómo actúa el alcohol sobre el cerebro, aunque sí son habituales una serie de
efectos fisiológicos. El primero es una disminución de la
inhibición sexual, pero que va acompañada de manera
simultánea por una disminución de la capacidad sexual.
Como Shakespeare escribiera en Macbeth, el alcohol «provoca el deseo, pero espanta la capacidad». Una buena cantidad de personas que abusan del alcohol también
experimentan lagunas en su memoria. Al principio esas
lagunas sólo aparecen con cantidades muy elevadas de alcohol en la sangre, por lo que el bebedor puede mantener una
conversación coherente, o desarrollar una actividad compleja, pero no acordarse en absoluto al día siguiente. De
hecho, los grandes consumidores de alcohol pueden llegar a
sufrir lapsos de memoria incluso con pequeñas cantidades
de alcohol. Otro fenómeno asociado con la intoxicación
alcohólica es la resaca, que la mayoría de los bebedores
experimentan antes o después. De momento nadie ha sido
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
capaz de ofrecer una explicación o un remedio satisfactorio
para el dolor de cabeza, las náuseas y la fatiga, características de la resaca.
EL DESARROLLO DE LA DEPENDENCIA DEL ALCOHOL. El exceso en el consumo de alcohol suele avanzar
a lo largo de un proceso paulatino, si bien es cierto que
algunas personas que abusan del alcohol no han seguido
esta pauta. Muchos investigadores mantienen que el alcohol supone un peligroso veneno incluso en pequeñas cantidades, aunque otros están convencidos de que en
cantidades moderadas no resulta perjudicial para la mayoría de las personas. Incluso algunos estudios han demostrado que pequeñas cantidades de vino tinto pueden
actuar como factor de protección ante la enfermedad
coronaria (Brody, 1996). Sin embargo, por lo que concierne a las mujeres embarazadas, resulta peligroso que
consuman incluso cantidades moderadas de alcohol; de
hecho, tal y como se expone en el apartado Avances en la
investigación 12.1, no se ha llegado a establecer un nivel de
seguridad.
EFECTOS FÍSICOS DEL CONSUMO CRÓNICO DE
ALCOHOL. El cuadro clínico de las personas que beben
alcohol en exceso no resulta demasiado halagüeño (Maher,
1997). Por una parte, con excepción del cinco o el diez por
ciento de alcohol que puede eliminarse por medio de la respiración, la orina, y la transpiración, el cuerpo tiene que asimilar el resto del alcohol que se consume. Este trabajo de
asimilación se realiza en el hígado, que si está sometido a
una presión excesiva, puede llegar a sufrir daños irreversibles. De hecho, entre el quince y el treinta por ciento de los
bebedores en exceso, terminan por desarrollar una cirrosis
hepática. Entre el cuarenta y el noventa por ciento de las
26 000 muertes anuales por cirrosis en los Estados Unidos,
están relacionadas con el alcohol (DuFour, Stinson, y Cases,
1993). La cirrosis también afecta a otros países. El Consejo
Médico sobre Alcoholismo de Inglaterra (1997) ha informado de un aumento reciente de las enfermedades hepáticas en Inglaterra y País de Gales, especialmente entre las
mujeres.
El alcohol es también una droga hipercalórica. Medio
litro de whisky, suficiente para hacer entre ocho y diez
cócteles normales, supone alrededor de 1200 calorías,
aproximadamente la mitad de las necesidades diarias de
una persona (Flier, Underhill, y Lieber, 1995). A su vez, el
consumo de alcohol disminuye el apetito. Dado que el
alcohol no tiene valor nutritivo, su consumo en exceso
puede llevar a la malnutrición (Derr y Gutman, y 1994).
De hecho, el consumo excesivo de alcohol deteriora la
capacidad del cuerpo para asimilar los nutrientes, por lo
que se da el caso de que no es posible solucionar la deficiencia nutricional mediante el aporte externo de vitaminas. Muchas de las personas que abusan del alcohol
también sufren problemas gastrointestinales (Fields et al,
1994).
EFECTOS PSICOSOCIALES DEL USO Y DEPENDENCIA DEL ALCOHOL. Junto a estos problemas físicos, las
personas que beben en exceso suelen sufrir fatiga crónica,
hipersensibilidad y depresión. Al principio puede parecer
que el alcohol ayuda a enfrentarse con el estrés cotidiano, a
facilitar el olvido de ciertos aspectos intolerables de la realidad y a fomentar la sensación de adecuación y valía. Sin
embargo, este consumo excesivo resulta contraproducente,
ya que a medio plazo disminuye la sensación de autoestima,
se deteriora el razonamiento y el juicio, y se altera la personalidad. La conducta se torna grosera e inapropiada, y el
individuo va asumiendo cada vez menos responsabilidades,
pierde la dignidad por la propia apariencia, descuida a su
esposa y a sus hijos, y se vuelve quisquilloso, irritable, y reacio a discutir el problema.
A medida que avanza el deterioro, la persona puede
llegar a ser incapaz de afrontar las exigencias de su trabajo.
La desorganización y el quebranto general de la personalidad, puede desembocar en la pérdida del empleo y en la
ruptura del matrimonio. Llegados a este punto, es muy
probable que su salud también se haya deteriorado, y hayan
aparecido daños cerebrales y hepáticos. Por ejemplo, existen pruebas de que el cerebro de un alcohólico va acumulando lesiones orgánicas inespecíficas, incluso aunque no
se manifiesten síntomas orgánicos graves (Sullivan, Deshmukh, et al, 2000), e incluso un consumo leve o moderado
puede afectar de manera negativa a la memoria y la solución de problemas (Gordis, 2001). Otros investigadores
han encontrado que el consumo excesivo de alcohol está
asociado con una mayor cantidad de trastornos orgánicos
en etapas posteriores de la vida (Lyvers, 2000; Parsons,
1998).
PSICOSIS ASOCIADAS CON EL ABUSO EXCESIVO DE
ALCOHOL. Algunas reacciones psicóticas agudas se
ajustan al diagnóstico de trastornos inducidos por sustancias. Este tipo de reacciones se desarrollan en personas que
han estado bebiendo en exceso durante largos periodos de
tiempo, o que, por cualquier otra razón, tienen una tolerancia muy reducida al alcohol. Este tipo de reacciones agudas
suelen durar muy poco tiempo, y consisten en confusión,
excitación y delirio. Hay algunas pruebas de que el delirio
está asociado con niveles muy bajos de tiamina (Holzbech,
1996). Este tipo de trastornos suelen denominarse psicosis
alcohólicas, ya que se producen pérdidas temporales de
contacto con la realidad. A continuación vamos a describir
dos reacciones psicóticas muy fáciles de reconocer.
Las personas que beben en exceso durante mucho
tiempo pueden sufrir una reacción denominada delirio por
retirada del alcohol (lo que antes se conocía como delirium
tremens) (Palmstierno, 2001). Esta reacción suele ocurrir
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Abuso y dependencia del alcohol
AVA N C E S
en la investigación
El síndrome de alcohol fetal: ¿cuándo es
demasiado?
.
La investigación indica que el consumo excesivo de
alcohol por parte de una madre embarazada puede
afectar la salud de su hijo, especialmente cuando se
produce durante los primeros tres meses de embarazo
(Maier y West, 2001). Se ha encontrado que estos recién
nacidos suelen mostrar alteraciones físicas y
conductuales (Allison, 1994), lo que incluye la agresividad
(Gardner, 2000), y también pueden experimentar
síntomas de abstinencia (Thomas y Riley, 1998). Por
ejemplo, estos niños tienen retraso en el crecimiento,
irregularidades en la cara y las extremidades, lesiones en
el sistema nervioso central (Goodlet y Horn, 2001;
Mattson y Riley, 1998), y deterioros en el funcionamiento
cognitivo (Kodituwakku, Kalberg, y May, 2001). Tal y como
se señalaba en el tercer Informe sobre Alcohol y Salud
(HEW, 1978), el abuso del alcohol por parte de mujeres
embarazadas es la tercera causa de defectos en el
nacimiento (las dos primeras son el síndrome de Down y
la espina bífida). El síndrome de alcohol fetal también
está asociado con el desarrollo de trastornos mentales
adultos (Famy, Streissguth, y Unis, 1998). Aunque los
datos sobre este trastorno suelen ser difíciles de obtener,
se ha estimado que su prevalencia se sitúa entre 0,5 y
dos casos por cada 1000 nacimientos (May y
Gossage, 2001).
La investigación con animales ha confirmado los
devastadores efectos neurológicos de la exposición
intrauterina al alcohol (Hannigan, 1996). Resulta interesante
que este síndrome aparezca muy extensamente en los
Estados Unidos pero no en otros países, que sin embargo
tienen tasas de consumo de alcohol mucho más elevadas que
los Estados Unidos. Esto ha dado lugar a que el fenómeno del
SAF haya sido denominado «la paradoja americana» (Abel, y
1998) por algunos investigadores, que han observado que se
trata de un problema muy estrechamente relacionado con un
status económico muy bajo.
¿Qué cantidad de bebida es peligrosa para la salud del
recién nacido? El informe HEW alerta sobre el peligro que
trae consigo beber más de una lata de cerveza, o más de
una copa de vino al día. Se desconoce la cantidad de alcohol
que puede beber una mujer embarazada sin poner en
peligro la salud de su hijo, si bien las evidencias del
síndrome de alcohol fetal están mucho más relacionadas
con consumos abusivos de alcohol, que con consumos
moderados (Kolata, 1981b). Sin embargo, el criterio médico
general es que las mujeres embarazadas deberían
abstenerse de consumir cualquier cantidad de alcohol,
hasta que pueda determinarse con seguridad cuál es la
cantidad inocua (Raskin, 1993).
cuando tras una prolongada etapa de excesos alcohólicos, la
persona deja de beber temporalmente. En esta situación
cualquier leve ruido, u objetos que se mueven repentinamente, provocan una fuerte agitación y excitación. El cuadro
clínico completo es el siguiente: (1) desorientación espacial y
temporal, en la que, por ejemplo, se puede confundir el hospital con una iglesia o una prisión, se es incapaz de reconocer
a los amigos, o de identificar al personal del hospital como
antiguos conocidos; (2) alucinaciones visuales y cinestésicas
muy vívidas, sobre todo relativas a animales pequeños que se
mueven con rapidez, como pueden ser culebras, ratas o
cucarachas; (3) un miedo muy intenso debido a que, en sus
delirios, esos animales cambian de manera terrorífica de
forma, tamaño o color; (4) una gran sugestionabilidad, que
lleva a la persona a poder ver cualquier animal que se le mencione; (5) fuertes temblores en las manos, lengua y labios; y
(6) otros síntomas, como sudoración, fiebre, taquicardia,
disartria y dificultades respiratorias.
Este delirio suele durar entre tres y seis días, y va
seguido por un sueño muy profundo. Al despertar apenas
quedan síntomas —quizá algún remordimiento—, aunque
frecuentemente es tal el miedo ante lo que acaba de ocurrir
que el individuo no vuelve a probar el alcohol hasta pasadas
algunas semanas o meses. Sin embargo, lo habitual es que se
vuelva a beber, y a retornar al hospital con un nuevo ataque.
La tasa de mortalidad debido al delirio por abstinencia llegó
en alguna época al diez por ciento (Tavel, 1962), aunque en
la actualidad, algunas drogas como la clordiazepoxidona
han logrado reducir significativamente esa tasa.
Un segundo tipo de psicosis relacionada con el alcohol
es un tipo de amnesia que anteriormente se conocía con el
nombre de síndrome de Korsakoff, debido a que fue ese psiquiatra ruso el primero en describirla en 1887, y es un trastorno muy grave (Oscar-Berman, Shagrin, Evert, y Epstein,
1997). El síntoma más destacado es un problema de memoria (que afecta sobre todo a los acontecimientos recientes),
que a veces va acompañado de la falsificación de acontecimientos (fabulación). Las personas con este trastorno no
reconocen imágenes, rostros, estancias y otros objetos que
acaban de ver, aunque les resulten familiares. Por lo tanto,
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
tienden a rellenar sus lagunas de memoria con reminiscencias de historias fantásticas, que provocan asociaciones
inconexas y distorsionadas. Puede parecer que están
sufriendo delirios, alucinaciones y desorientación en el
tiempo y el espacio, aunque lo que suele pasar es que están
intentando rellenar sus lagunas de memoria. Estas alteraciones parecen estar relacionadas con la incapacidad para
establecer nuevas asociaciones, que puedan ser fácilmente
recuperables del almacén de memoria. Suele afectar a alcohólicos ancianos que llevan muchísimos años bebiendo sin
mesura. Se trata de pacientes que sufren también otros
deterioros cognitivos, como dificultades para planificar
(Joyce y Robbins, 1991) y deterioro intelectual. Las investigaciones que han utilizado técnicas de imagen cerebral han
encontrado lesiones en la corteza cerebral de estos pacientes
(Jernigan et al, 1991; Estruch, Bono, et al, 1998).
El trastorno de amnesia
alcohólica
Averill B. fue conducido por la policía a la unidad de desintoxicación del hospital local, tras
un incidente en un concurrido parque. La policía lo detuvo por sus agresiones verbales y
físicas
a las personas que estaban tomando el
ESTUDIO
sol. Al llegar al hospital, se mostró desorienDE UN
tado (no sabía quién era), incoherente y conCASO
fundido. Cuando se le preguntó su nombre, se
quedó en silencio, sacudió la cabeza y dijo,
«George Washington». Cuando se le preguntó por su conducta en el
parque, dijo que estaba «desfilando en su honor».
Los síntomas de la amnesia alcohólica se deben a una
deficiencia de vitamina B (tiamina), y otras carencias nutricionales. Aunque se creía que una dieta rica en vitaminas
minerales podría restaurar la salud física y mental del
paciente, algunas investigaciones sugieren lo contrario.
Lishman (1990) ha encontrado que el trastorno de amnesia
alcohólica no responde adecuadamente al suministro de
vitamina B. La abstinencia prolongada puede restaurar el
funcionamiento de la memoria, si bien se han encontrado
restos de cierto deterioro en la personalidad, tales como
problemas de memoria, embotamiento intelectual y degradación de las normas éticas y morales.
Factores biológicos en el uso y
dependencia del alcohol y de otras
sustancias
Algunos investigadores han destacado el papel de los factores genéticos y bioquímicos en el abuso del alcohol; otros se
han centrado en los factores psicosociales, al considerar el
problema como una forma inadaptada de abordar el estrés;
mientras que otros han puesto énfasis en factores socioculturales, como la disponibilidad del alcohol, o la aprobación
social de su uso excesivo. Como veremos, todos esos factores desempeñan algún papel en la dependencia o el abuso
del alcohol. Como también ocurre con otros tipos de conductas inadaptadas, podemos encontrar diferentes tipos de
dependencia del alcohol, cada uno de ellos con un patrón
diferente de factores biológicos, psicosociales y socioculturales, que los sustenten.
¿Cómo es posible que sustancias como el alcohol, la
cocaína y el opio (que estudiaremos más adelante), puedan
tener efectos tan poderosos como para crear adicción con
relativamente poco tiempo consumido? Aunque los expertos no se ponen de acuerdo en cuáles son los mecanismos
exactos, sí parece claro que están implicados dos factores
importantes. El primero es la capacidad de la mayoría de las
drogas adictivas para activar ciertas zonas del cerebro, que
producen placer y una recompensa muy poderosa e inmediata. El segundo factor tiene que ver con la constitución
biológica de la persona, lo que incluye su herencia genética
y las influencias ambientales que le pueden llevar a buscar
sustancias capaces de alterar sus estados mentales. El desarrollo de la adicción al alcohol es un proceso muy complejo,
que implica múltiples elementos, como la vulnerabilidad
constitucional y los estímulos ambientales, así como las
propiedades bioquímicas exclusivas de ciertas sustancias
psicoactivas. Pasemos a examinar más detalladamente cada
uno de esos elementos.
LA NEURO-BIOLOGÍA DE LA ADICCIÓN.
Comencemos por examinar el papel que ciertas drogas como el alcohol desempeñan en el proceso de adicción. Las drogas
difieren respecto a sus propiedades bioquímicas, pero también en la rapidez con que llegan al cerebro. Puede haber
diversas vías de administración: oral, nasal e intravenosa. El
alcohol suele beberse, mientras que la cocaína puede administrarse de manera de nasal o intravenosa. Un aspecto fundamental en el proceso neuroquímico de la adicción, es la
capacidad de la droga para activar «el circuito del placer». El
circuito meso-córtico-límbico de la dopamina (CMCL) es
el núcleo de la pactivación psicoactiva de la droga en el
cerebro. El CMCL está compuesto por axones o neuronas
de la parte media del cerebro, que se conocen como la zona
ventral tegmental (véase la Figura 12.1), y está conectado
con otros centros cerebrales, como el núcleo accumbens, y
de ahí con la corteza frontal. Este sistema neuronal está
implicado en funciones como el control de las emociones,
la memoria, y la gratificación. El alcohol produce euforia al
estimular esa área del cerebro. La investigación ha demostrado que la estimulación eléctrica directa de este circuito
produce un gran placer, y tiene propiedades reforzadoras
muy fuertes (Liebman y Cooper, 1989; Littrell, 2001).
Otras drogas psicoactivas suelen actuar modificando el
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Corteza
prefrontal
Núcleo
accumbens
Zona ventral
tegmental
Figura 12.1.
EL CIRCUITO MESO CÓRTICO LÍMBICO
El circuito meso córtico límbico (CMCL), que se extiende
desde la zona ventral tegmental al núcleo accumbens, y
de ahí a la corteza frontal, tiene un papel fundamental en
la liberación de la dopamina, y en el efecto reforzador de
las drogas (Oficina De La Evolución Tecnológica, 1993).
funcionamiento normal del cerebro, y activando también el
circuito del placer. La ingestión de drogas, o ciertas conductas que también producen la activación del sistema de
recompensas del cerebro resultan reforzantes, lo que promueve su utilización cada vez más frecuente. Sin embargo, la
exposición del cerebro a este tipo de drogas adictivas modifica también su estructura neuroquímica, y produce cierto
número de efectos conductuales. Además, al utilizarlas de
manera continuada, aparece tolerancia y dependencia.
EL ANSIA Y LA VULNERABILIDAD GENÉTICA.
Se
ha investigado muy ampliamente la posibilidad de que
exista una predisposición genética hacia el abuso del alcohol. En la actualidad, muchos expertos coinciden en que los
genes probablemente desempeñen un importante papel en
la sensibilidad hacia el poder de ciertas drogas adictivas
como el alcohol (Gardner, 1997; Hyman, 1994; Koob y Nestler, 1997; Lyvers, 1998). Hay algunas líneas de investigación
que subrayan la importancia de los factores genéticos para
los trastornos relacionados con el abuso de sustancias.
Una revisión realizada con treinta y nueve estudios de
las familias de 6 251 alcohólicos y 4 083 no alcohólicos, que
fueron estudiados durante cuarenta años, puso de manifiesto que casi un tercio de los alcohólicos tenían al menos
un padre con problemas con el alcohol (Cotton, 1979). De
manera similar, un estudio realizado con hijos de alcohólicos (Cloninger et al, 1986), encontró pruebas evidentes de
herencia del alcoholismo. Así, por lo que respecta a los
varones, tener un padre alcohólico aumentaba la tasa de
alcoholismo desde el 11,4 al 29,5 por ciento, mientras que
Abuso y dependencia del alcohol
si los dos padres eran alcohólicos, la tasa aumentaba hasta el
41,2 por ciento. Por lo que concierne a mujeres sin padres
alcohólicos, la tasa se situaba en el cinco por ciento, y ascendía al 9,5 por ciento cuando uno de los padres era alcohólico, y al veinticinco por ciento cuando lo eran ambos padres.
El alcoholismo tiende a ser un problema de carácter
familiar (Wall, Shea, et al., 2001). La investigación ha
demostrado que los hijos de alcohólicos tienen un riesgo
muy elevado de tener también problemas con el alcohol,
debido a una motivación inherente, o una sensibilidad ante
esa droga (Conrod, Pihl, y Vassileva, 1998). Las investigaciones que se han realizado con hijos de alcohólicos, pero
que habían sido adoptados por familias no alcohólicas,
también ofrece información muy interesante. Por ejemplo,
Goodwin y sus colaboradores (1973) encontraron que estos
niños tenían el doble de probabilidad de convertirse en
adultos alcohólicos, que un grupo de control compuesto
por niños también adoptados, pero cuyos padres biológicos
no eran alcohólicos. En otro estudio, Goodwin y sus colaboradores (1974) compararon a hijos de padres alcohólicos
que habían sido adoptados durante su infancia por padres
no alcohólicos, con niños que habían sido criados por sus
padres alcohólicos. Ambos grupos de niños mostraron
tasas de alcoholismo más elevadas al llegar a la edad adulta
(veinticinco y el diecisiete por ciento respectivamente). Los
investigadores llegaron a la conclusión de que lo que más
influye sobre la posibilidad de convertirse en un alcohólico
es el hecho de que los padres sean alcohólicos, y no tanto
haber sido criado por una persona alcohólica.
Otro intento de comprender los precursores de los
trastornos por abuso del alcohol consiste en estudiar personas pre-alcohólicas, esto es, en alto riesgo de abusar de sustancias, pero que todavía no abusan del alcohol. Se ha
explorado en profundidad la heredabilidad de las características de personalidad (Bouchard y Loehlin, 2001). Se ha
descrito la personalidad con riesgo de alcoholismo, como la
de alguien (generalmente el hijo de un alcohólico) que ha
heredado la predisposición al abuso del alcohol, y que tiene
una personalidad impulsiva, con gusto por el riesgo, y emocionalmente inestable.
La investigación ha demostrado que los hombres prealcohólicos (predispuestos genéticamente a desarrollar el
problema, pero que no lo han adquirido todavía) muestran
diferentes pautas fisiológicas que los hombres no alcohólicos (la mayor parte de estas investigaciones se han realizado
con hombres, debido a la mayor prevalencia del problema
en este sexo). Los hombres pre-alcohólicos tienden a experimentar una mayor reducción de la sensación de estrés tras
la ingestión de alcohol, que los hombres no alcohólicos
(Finn y Pihl, 1987; Finn, Sharkansky, et al, 1997). También
muestran diferentes patrones de ondas alfa en los electroencefalogramas (Stewart, Finn, y Pihl, 1990). Se ha encontrado también que los hombres pre-alcohólicos muestran
un mayor condicionamiento fisiológico de las respuestas
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
ante el alcohol, que las personas con bajo riesgo de alcoholismo (Earlywine y Finn, 1990). Estos resultados sugieren
que los hombres pre-alcohólicos tienen más tendencia a
desarrollar tolerancia al alcohol.
Otras pruebas de las bases genéticas del abuso del alcohol provienen de investigaciones que han intentado encontrar los mecanismos subyacentes de la transmisión de la
susceptibilidad a los trastornos relacionados con el abuso
del alcohol. Hoffman y Tabakoff (1996) sugieren que los
cambios inducidos por el alcohol en los neuroreceptores
pueden desempeñar un importante papel en la tolerancia
hacia el alcohol, así como en la dependencia de esa sustancia. Proponen también que la disminución de la dopamina
que tiene lugar durante la abstinencia podría influir en la
compulsión a iniciar o mantener la conducta de beber; sin
embargo, no se ha encontrado un patrón de este tipo entre
las hijas de alcohólicos (McGue, 1998).
Otra línea de investigación que apoya la posible existencia de factores genéticos en el alcoholismo ha demostrado que es posible crear ratones con una especial
preferencia por el alcohol (Hayman, 1994). Las personas,
igual que ocurre con los ratones, varían de manera considerable respecto a su preferencia por el alcohol. Un equipo
de investigadores japoneses ha demostrado que ratas criadas sin un gen determinado (FYN) permanecían ebrias
más tiempo que los ratones normales (Miyakawa, Yagi, et
al, 1997). Estas ratas eran hipersensibles a los efectos hipnóticos del alcohol.
Algunas investigaciones sugieren que ciertos grupos
étnicos, y especialmente los asiáticos y los nativos americanos, tienen reacciones fisiológicas anormales ante el alcohol, un fenómeno denominado «reacción de congestión
alcohólica». Fenna y sus colaboradores (1971) y Wolff
(1972) encontraron que los asiáticos y los esquimales mostraban una reacción de hipersensibilidad, con rubor de la
piel, una brusca bajada de la presión sanguínea, palpitaciones y náuseas, cada vez que ingerían alcohol (véase también
Gill, Elk, et al., 2002; Takeshita, Yang, y Morimoto, 2001).
Esta reacción fisiológica afecta a prácticamente la mitad de
los asiáticos (Chen y Yeh, 1997), y depende de una enzima
mutante que no es capaz de descomponer las moléculas de
alcohol que hay en el hígado, durante el proceso metabólico
(Takeshita et al, 1993). Si bien es cierto que también los factores culturales pueden tener un papel importante en esta
cuestión (Schaefer, 1978), las tasas relativamente más bajas
de alcoholismo entre los asiáticos podrían estar relacionadas con el malestar derivado de esa reacción de congestión
ante el alcohol (Higuci, Matsushita, et al., 1994).
Igual que ocurre con el resto de los trastornos que se
describen en este libro, los genes por sí mismos no son suficientes para narrar toda la historia, por lo que su papel
exacto en el desarrollo del alcoholismo todavía está por
determinar. De hecho, algunos expertos no están convencidos de los genes desempeñen un papel fundamental en el
alcoholismo. La observación de que el alcoholismo suele
presentarse en una misma familia no es suficiente para justificar su papel. En efecto, la hipotética transmisión genética
del alcoholismo no sigue la pauta hereditaria característica
de otros trastornos con una causalidad genética confirmada. Además, algunos investigadores se apoyan en la
observación de que la herencia genética parece afectar más a
los hombres que las mujeres, para poner en entredicho el
papel de los genes como factor explicativo (Merikangas y
Swendsen, 1997). Searles (1991) subraya la ambigüedad que
rodea esta cuestión, y pide cautela antes de proponer a los
genes como factores causales. Por otra parte, tanto los estudios con gemelos como los estudios de adopción han arrojado resultados negativos, por no mencionar otros estudios
que han hecho un seguimiento de sujetos de alto riesgo.
Parece claro que la gran mayoría de hijos de padres alcohólicos no se convierten en alcohólicos. Y por otra parte, esos
niños tampoco han sido suficientemente estudiados. En
una de esas investigaciones sobre hijos de alcohólicos,
Schulsinger y sus colaboradores (1986) no encontraron
diferencias significativas con un grupo de control. En otro
estudio, Alterman, Searles y Hall (1989) tampoco encontraron diferencias en conductas relacionadas con el alcohol,
entre un grupo de sujetos de alto riesgo (con padres alcohólicos) y otro grupo de sujetos sin riesgo.
Así pues, aunque las pruebas de los factores genéticos
en la etiología del alcoholismo son abundantes, todavía no
sabemos cuál es su papel exacto. La evidencia de que disponemos sugiere que pueden actuar como factores de predisposición, o también en combinación con otras variables
constitucionales (como la susceptibilidad a los efectos del
alcohol). Es necesario mencionar que la predisposición
constitucional al alcoholismo no sólo puede heredarse, sino
que también adquirirse. No sabemos si determinadas condiciones biológicas adquiridas, como ciertos desequilibrios
endocrinos, podrían incrementar la vulnerabilidad al alcoholismo.
De momento, la suposición de que existe una predisposición genética al alcoholismo no pasa de ser una hipótesis más o menos atractiva; por ello, es necesario realizar más
investigaciones al respecto que apoyen o rechacen dicha
hipótesis. Es poco probable que los genes por sí mismos
puedan explicar toda la gama de problemas relacionados
con el alcohol y otras drogas. Desde luego, las circunstancias sociales son fuerzas muy poderosas que proporcionan
tanto la disponibilidad como la motivación para utilizar el
alcohol y otras drogas. McGue (1998) ha señalado que es
necesario considerar los mecanismos de influencia genética
como factores concurrentes, y no tanto competitivos, con
otros determinantes psicológicos y sociales del trastorno.
APRENDIZAJE E INFLUENCIAS GENÉTICAS. Cuando nos referimos a diferencias familiares o constitucionales,
no nos estamos limitando a la herencia genética. Por el
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contrario, los factores de aprendizaje desempeñan un
importante papel en el desarrollo de las tendencias de reacción constitucionales. Por supuesto, el hecho de tener una
predisposición genética y una vulnerabilidad biológica
hacia el abuso del alcohol no es una causa suficiente del
trastorno. Es necesario que esa persona haya estado
expuesta a esa sustancia, al menos lo suficiente como para
que aparezca la conducta adictiva. En el caso del alcohol,
casi todo el mundo ha estado expuesto en mayor o menor
medida a esa droga. El desarrollo de los problemas relacionados con el alcohol requiere vivir en un entorno que promueva la utilización de esa sustancia. El aprendizaje
desempeña un papel muy importante en el desarrollo de los
trastornos relacionados con el abuso de sustancias y con la
personalidad antisocial (véase el Capítulo 10). En nuestro
entorno social y en nuestra vida cotidiana son abundantes
los reforzamientos para utilizar el alcohol. Sin embargo, la
investigación también ha demostrado que las drogas psicoactivas, como es el alcohol, contienen propiedades reforzantes intrínsecas, que se añaden al contexto social o a la
disminución de las preocupaciones o de la frustración.
Como hemos visto anteriormente, la droga estimula los
centros de placer del cerebro y desarrolla por sí misma un
sistema de recompensas.
Factores causales psicosociales
en la dependencia y el abuso del alcohol
Los alcohólicos no sólo adquieren una dependencia fisiológica del alcohol, sino también una poderosa dependencia
psicológica, ya que el alcohol les ayuda a disfrutar de las
situaciones sociales. Para explicar el origen de esta dependencia psicológica (Gordis, 2000), se han propuesto diferentes factores psicosociales.
ERRORES EDUCATIVOS DE LOS PADRES.
Unas
relaciones familiares estables, y una buena orientación por
parte de los padres, son influencias absolutamente importantes para los niños. Las experiencias que aprendemos de
las personas importantes para nosotros ejercen un impacto
determinante cuando nos convertimos en adultos. Así pues,
la utilización de sustancias por parte de los padres está asociada con la utilización de sustancias por sus hijos adolescentes (Brown, Tate, et al., 1999). Los niños que han estado
expuestos a modelos negativos, o que han experimentado
otras circunstancias perniciosas, suelen tambalearse en los
momentos difíciles de su vida (Vega et al., 1993). Este tipo
de experiencias tienen una influencia directa sobre el consumo de alcohol y drogas por parte del joven. Y además
estos modelos negativos continúan ejerciendo su influjo
una vez que los hijos han abandonado la familia. Por ejemplo, en un estudio sobre las conductas saludables de alumnos de instituto, los alumnos de primer año que provenían
de familias cuyos padres abusaban del alcohol percibían su
Abuso y dependencia del alcohol
familia como menos saludable y con más problemas familiares (Deming, Chase, y Karesh, 1996).
Chassin y sus colaboradores (1993) desarrollaron un
elaborado programa de investigación para evaluar la
influencia de los factores negativos de socialización sobre el
uso del alcohol, y encontraron una vez más que el abuso del
alcohol por parte de los padres estaba asociado con el uso
de sustancias por parte de sus hijos adolescentes. A partir
de ahí evaluaron diversos factores que pudieran haber afectado el consumo de alcohol por parte de los adolescentes.
Encontraron que las estrategias educativas y la conducta de
los padres estaban asociadas con la utilización de sustancias
por parte de sus hijos. Más en concreto, los padres que abusaban del alcohol apenas estaban al tanto de la conducta y
actividades de sus hijos, y está demostrado que esa falta de
control suele inducir a los adolescentes a relacionarse con
compañeros que utilizan drogas. Además, Chassin y sus
colaboradores encontraron que el estrés y las emociones
negativas (más frecuentes en familias con padres alcohólicos) estaban vinculados con la utilización de alcohol por
parte de los adolescentes. Los autores llegaron a la conclusión de que «el alcoholismo de los padres estaba asociado
con el aumento de los acontecimientos vitales negativos e
incontrolables que, a su vez, estaban vinculados a las emociones negativas, a las relaciones con compañeros drogadictos y a la utilización de sustancias» (p.16). En un estudio
longitudinal, Chassin y sus colaboradores (1993) encontraron un fuerte efecto del abuso del alcohol por parte de los
padres, incluso tras controlar el estrés y las emociones
negativas. También algunas experiencias infantiles muy
estresantes, como el abuso sexual, pueden provocar vulnerabilidad ante problemas posteriores. Las mujeres con una
historia de abusos sexuales infantiles corren el riesgo de
desarrollar una amplia gama de problemas psicológicos,
que incluyen también el abuso de sustancias (Kendler,
Bulik, et al, 2000).
VULNERABILIDAD PSICOLÓGICA. ¿Existe una «personalidad alcohólica», esto es, una organización de la personalidad que predisponga al sujeto a recurrir al alcohol,
en vez de adoptar otras estrategias más adecuadas para
afrontar el estrés? ¿Hay personas que recurran al alcohol
para reducir su malestar? Los investigadores han encontrado que muchas personas con riesgo de abusar del alcohol tienden a ser emocionalmente inmaduras, a esperar
demasiado del mundo, a necesitar una enorme cantidad de
alabanzas, a reaccionar ante los fracasos con fuertes sentimientos de inferioridad, a tener una baja tolerancia ante la
frustración, y a sentirse inseguros de su papel sexual. También son más impulsivas y agresivas (Morey, Skinner, y
Blashfield, 1984).
Recientemente una gran cantidad de investigaciones se
han centrado en las relaciones entre el abuso del alcohol
y otros trastornos como la personalidad antisocial, la
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
depresión y la esquizofrenia. Más o menos la mitad de las
personas con esquizofrenia también muestran dependencia
o abuso del alcohol u otras drogas (Kosten, 1997). La mayor
parte de la investigación sobre la comorbilidad ha encontrado relaciones entre la personalidad antisocial (véase el
Capítulo 10) y los trastornos por adicción, de manera que
entre el setenta y cinco y el ochenta por ciento de estos estudios han hallado una fuerte asociación entre ambos trastornos (Alterman, 1988), y el trastorno de conducta (Slutsky,
Heath, et al., 1998). La relación entre la personalidad antisocial y el abuso del alcohol es especialmente consistente
(Harford y Parker 1994; Rounsaville, Kranzler, et al., 1998),
si bien no se sabe qué trastorno es la causa del otro (Carroll,
Ball, y Rounsaville, 1993). Las personas antisociales suelen
mantener elevadas tasas de abuso de sustancias (Clark,
Watson, y Reynolds, 1995), mientras que mediante un análisis realizado sobre ocho programas de tratamiento del
alcohol, Morganstern, Langenbucher, y sus colaboradores
(1997) encontraron que el 57,9 por ciento de los sujetos
tenía un trastorno de personalidad, y el 22,7 por ciento cumplía los criterios del trastorno de personalidad antisocial.
Si bien es cierto que este tipo de resultados ofrece interesantes vías para la comprensión de las causas del alcoholismo, todavía resulta difícil evaluar el papel de ciertas
características de personalidad en el desarrollo del trastorno. Ciertamente, no todas las personas con características de personalidad similares se convierten en alcohólicas,
mientras que sí lo hacen otras con personalidades muy dispares. El único rasgo común de la mayoría de las personas
que abusan del alcohol es su desajuste personal, e incluso así
la mayoría de las personas desajustadas no se convierten en
alcohólicos. Así pues, una personalidad alcohólica podría
ser tanto el resultado como la causa de su dependencia del
alcohol. Esto es, el uso excesivo del alcohol puede producir
una personalidad antisocial, pero también una persona
antisocial puede consumir alcohol en exceso, o también
ambas posibilidades pueden ser correctas.
Una gran cantidad de investigaciones sugieren la existencia de una relación entre los trastornos depresivos y el
abuso del alcohol, aunque parece haber diferencias sexuales
en dichos vínculos (Kranzler et al., 1997). Moscato, Russell,
et al., (1997) encontraron que la correlación entre la depresión y el abuso del alcohol es más fuerte entre las mujeres.
También se han demostrado relaciones entre el alcoholismo y otros trastornos como la personalidad limíte
(Miller et al., 1993b), los trastornos de ansiedad (DeasNesmith, Brady, y Campbell, 1998), y el trastorno bipolar
(Mason y Ownby, 1998).
Cualquiera que sea la razón por la que estos trastornos
se presentan juntos, es necesario tenerlo en cuenta a la hora
de aplicar un tratamiento (Petrakis, González, et al, 2002;
Sinha y Schottenfeld, 2001). Brems y Johnson (1997) recomiendan que el tratamiento de este tipo de problemas de
salud mental se realice de manera interdisciplinar, sensibili-
zando a los enfermeros hacia las dificultades que conlleva el
tratamiento de este tipo de pacientes. La utilización de la
terapia cognitivo-conductual con pacientes depresivos que
abusan de sustancias está ofreciendo resultados más positivos que otras terapias alternativas, como la terapia de relajación con un tratamiento estándar del alcoholismo
(Brown, Evans, et al., 2001).
ESTRÉS, DISMINUCIÓN DE LA TENSIÓN, Y REFORZAMIENTO. Algunos investigadores han señalado que
la persona que suele abusar del alcohol se muestra descontenta con su vida, y es incapaz de tolerar la tensión y el estrés
(Rutledge y Sher, 2001). Por ejemplo, Hussong, Hicks, et al.
(2001), y Kushner, Thuras, et al. (2000), han encontrado
una fuerte asociación entre el consumo de alcohol y ciertas
emociones negativas como la ansiedad y las dolencias
somáticas. En otras palabras, los sujetos beben para relajarse. Desde esta perspectiva, cualquiera que encuentre
efectos relajantes en el alcohol se encuentra en peligro de
convertirse en un alcohólico, incluso aunque no atraviese situaciones especialmente estresantes. Sin embargo, el
modelo causal de reducción de la tensión es difícil de aceptar como única hipótesis explicativa. Si esto fuese la principal causa del abuso del alcohol, deberíamos esperar una
prevalencia muchísimo más alta de este problema, ya que el
alcohol suele reducir la tensión de la mayoría de las personas que lo utilizan. Por otra parte, este modelo no explica la
razón por la que algunos bebedores son capaces de mantener el control y funcionar adecuadamente, mientras que
otros no lo son.
Cox y Klinger (1988; Cooper, 1994) han descrito un
modelo motivacional que sitúa la mayor parte de la responsabilidad sobre el individuo. Según este modelo, la razón
fundamental para consumir alcohol es la motivación; esto
es, una persona decide, consciente o inconscientemente,
consumir una bebida alcohólica determinada. Así pues, la
consume para obtener resultados afectivos, e incluso efectos indirectos como la aprobación de los compañeros. En
definitiva, el alcohol se consume porque resulta reforzante.
EXPECTATIVAS DE ÉXITO SOCIAL.
Recientemente,
algunos investigadores han empezado a explorar la idea de
que las expectativas cognitivas pueden desempeñar un
papel muy importante, tanto en el inicio del consumo de
alcohol como en el mantenimiento de esa conducta (Connors, Maisto, y Derman, y 1994; Marlatt, Baer, et al., 1998).
Muchas personas, sobre todo los adolescentes, esperan que
el alcohol disminuya su tensión y su ansiedad, y que incremente su deseo sexual y su placer por la vida (Seto y Barbaree, 1995). Según el modelo de influencia recíproca, los
adolescentes empiezan a beber debido a sus expectativas de
que el alcohol aumentará su popularidad y aceptación entre
sus compañeros. La investigación ha demostrado que las
expectativas de obtener beneficios sociales pueden influir
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Abuso y dependencia del alcohol
sobre las decisiones para empezar a beber, y predicen así el
consumo de alcohol (Christiansen et al., 1989).
Este modelo ofrece a los profesionales un medio
potencialmente muy poderoso para frenar esa conducta
entre los jóvenes, o al menos para retrasar su aparición.
Desde esta perspectiva, sería posible disuadir el consumo de
alcohol en preadolescentes, proporcionándoles herramientas sociales más eficaces, y también mediante la alteración
de esas expectativas. Smith y sus colaboradores (1995) han
subrayado que la prevención debe dirigirse a los niños que
todavía no han empezado a beber, de manera que no lleguen a establecer un ciclo de reforzamiento recíproco entre
la expectativa y la bebida (véase la discusión sobre la prevención del consumo de alcohol en el Capítulo 18).
Tanto el tiempo como la experiencia ejercen un efecto
moderador sobre estas expectativas. En un estudio longitudinal, Sher, Wood, y sus colaboradores (1996) encontraron
una disminución significativa de esas expectativas a lo largo
del tiempo. Los estudiantes de más edad mostraban menores expectativas sobre los beneficios del alcohol que los
estudiantes de primer año (véase El mundo que nos rodea
12.2, de la página 399).
RELACIONES MATRIMONIALES Y OTRAS DE
CARÁCTER ÍNTIMO. Los adultos que tienen menos
relaciones íntimas y de apoyo por parte de amigos, tienden
a beber más después de un episodio triste, que aquellos con
más amigos íntimos y más relaciones positivas (Hussong et
al, 2001). El exceso de bebida suele comenzar durante periodos de crisis en la relación de pareja, sobre todo cuando la
crisis provoca dolor y auto-devaluación. Por otra parte, una
relación de pareja deteriorada puede contribuir al mantenimiento del consumo excesivo de alcohol. Se da el caso de
Evelyn C., un ama de casa de treinta y seis años, que empezó
a abusar del alcohol durante una época de enorme malestar
con su pareja, sobre todo cuando su marido empezó a pasar
la noche fuera de casa, y a abusar de ella físicamente cuando
regresaba. Estas pautas matrimoniales pueden interactuar
mutuamente para inducir un consumo excesivo de alcohol
.
por parte de la esposa. Por ejemplo, un marido que vive con
una esposa alcohólica no suele ser consciente de que, de
manera gradual inevitable, muchas de sus decisiones cotidianas están basadas en la expectativa de que su esposa
estará bebiendo. A su vez, tales expectativas aumentan la
probabilidad de que su esposa beba. Eventualmente, todo el
matrimonio puede llegar a estar centrado sobre la conducta
de beber de una esposa alcohólica. En algunos casos, puede
que el cónyuge también comience a beber en exceso. Por lo
tanto, una importante preocupación de muchos programas
de tratamiento actuales concierne a la identificación de los
factores de personalidad o de estilo de vida de la pareja, que
tienden a impulsar la conducta de abuso del alcohol. Por
supuesto, tales relaciones no tienen porqué estar limitadas a
la pareja del matrimonio, sino que también pueden aparecer en relación con amantes o amigos íntimos.
El consumo excesivo de alcohol es una de las causas
más frecuentes de divorcio en los Estados Unidos (Perreira
y Sloan, 2001), y con frecuencia un factor subyacente en
dos de las causas más comunes, como son los problemas
económicos y los sexuales. Por supuesto, el deterioro de las
relaciones interpersonales de los alcohólicos contribuye
además al aumento del estrés y la desorganización de su
vida. Por otra parte, la ruptura de las relaciones con la
pareja suele ser una situación absolutamente estresante.
Asimismo, el estrés del divorcio y el errático periodo de
ajustes subsiguientes también puede conducir a un
aumento del abuso de sustancias.
Los problemas en las relaciones familiares también
ejercen una fuerte influencia en el desarrollo del alcoholismo. En un estudio longitudinal, Vaillant y Milofsky
(1982) describieron seis relaciones familiares que estaban
significativamente asociadas con el alcoholismo. Las variables familiares más importantes que parecían predisponer
al abuso de sustancias eran la presencia de un padre alcohólico, conflictos matrimoniales agudos, una supervisión laxa
y una disciplina incoherente, múltiples traslados familiares
durante los primeros años de la familia, la inexistencia de
apego al padre y la ausencia de cohesión familiar.
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Borracheras en la universidad
Scott K., un estudiante universitario de dieciocho años de
una prestigiosa Universidad de Boston, acudió a una fiesta
de alumnos. Durante la noche que pasó atiborrándose de
bebidas alcohólicas de alta graduación quedó inconsciente
y sufrió un paro cardíaco. Aunque se le llevó a la sala de
emergencias donde los médicos intentaron resucitarlo, fue
demasiado tarde y falleció sin haber recuperado la
conciencia. En ese momento el nivel de alcohol en su
sangre era de 0,41, cuatro veces el límite legal para poder
conducir (Goldberg, 1997). Este trágico incidente sucedió
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
pocas semanas después de que muriese otro estudiante
universitario de Louisiana, mientras que otros doce
compañeros suyos tenían que ser hospitalizados por
intoxicación alcohólica, tras una noche de borrachera. Este
tipo de muertes no son infrecuentes. De hecho, alrededor
de 4000 personas mueren cada año por intoxicación
alcohólica (Goldberg, 1997). Sin embargo, la gran mayoría
de muertes relacionadas con el alcohol entre jóvenes en
edad universitaria (Instituto Nacional Para el Abuso Del
Alcohol Y El Alcoholismo, 2002), están vinculadas a
conducir bajo los efectos del alcohol. No se trata de
incidentes aislados de los campus universitarios, ni
tampoco un problema reciente. Problemas como peleas,
destrucción de la propiedad, conducir ebrios, violaciones, o
fallecimientos, por mencionar sólo los más graves, son
relativamente frecuentes, y han formado parte del
ambiente universitario desde hace siglos. De hecho, las
borracheras entre los estudiantes universitarios suponen
un problema internacional. Por ejemplo, en el Reino Unido
se ha encontrado una tasa incluso más alta de consumo de
alcohol, desmayos y pérdida de clases (Delk y Meilman,
1996). En Australia, el treinta y cuatro por ciento de las
personas que respondieron a un cuestionario admitían
haber conducido bajo los efectos del alcohol, y estar más
preocupadas por la posibilidad de excederse en el consumo
de esta droga, que los estudiantes de Israel, Estados
Unidos y Singapur (Isralowitz, Borowski, et al, 1992).
Este tipo de incidentes permiten subrayar los graves
problemas que tiene el consumo desmedido de alcohol,
sobre todo en una población con un riesgo especial de
incurrir en el abuso de sustancias. Aunque es posible
discutir los criterios de lo que constituye un problema con
la bebida (DeCourville y Sadova, 1997), casi todo el mundo
admite que las borracheras universitarias pueden llegar a
causar graves problemas. Vik, Carello, y sus colaboradores
(2000), encontraron que prácticamente todos los
bebedores excesivos de su estudio mostraban una
conducta descuidada relacionada con la bebida, como por
ejemplo actividades temerarias, vandalismo y problemas
con la autoridad.
¿Son frecuentes las borracheras universitarias? A
pesar de que el consumo de alcohol es ilegal para menores
de dieciocho años, las borracheras en el ámbito
universitario son muy frecuentes (Rabow y Duncan-Schill,
1995). Según una encuesta de Weschler, Dowdall,
Moeykens, y Castillo (1994), el cuarenta y cuatro por
ciento de los estudiantes universitarios de los Estados
Unidos se emborrachan de vez en cuando, mientras que
Goodwin (1992) ha informado de que el noventa y ocho por
ciento de los miembros de fraternidades consumen
alcohol de manera continuada durante toda la semana.
Weschler y sus colaboradores (1994) llevaron a cabo una
encuesta de ámbito nacional sobre ciento cuarenta
campus universitarios en cuarenta Estados, con una
muestra de 17.592 estudiantes, y un porcentaje de
respuestas del sesenta y nueve por ciento. Los
estudiantes respondían a una encuesta de veinte páginas
sobre sus hábitos de vida, que incluía información sobre la
última vez que habían bebido alcohol, o cuántas veces
tomaban más de cuatro bebidas de una ronda, o si se
habían desmayado, faltado a clase, habían hecho algo que
hubiesen lamentado después, se habían olvidado de dónde
estaban o de lo que habían hecho, si habían discutido con
sus amigos, realizado actividades sexuales de riesgo,
habían causado daños a la propiedad, habían tenido
problemas con la policía, habían tenido lesiones, o habían
necesitado tratamiento médico por una intoxicación
alcohólica.
Se encontró una gran variabilidad entre diferentes
universidades, aunque el problema estaba presente en
mayor o menor medida en la mayoría de los campus
universitarios. Las borracheras tendían a variar según la
edad, con una tasa más elevada entre los diecisiete y los
veintitrés años, que entre los estudiantes de más edad.
Así pues, con la edad se observa una tendencia a moderar
la bebida.
¿Cuáles son las razones que explican la extensión de
este problema en el ámbito universitario? Se puede apelar
a muchos factores: expresar la independencia de los
padres (Turrisi, Wiersma, y Hughes, 2000), influencias por
parte del grupo de compañeros (Sher et al., 2000), el
desarrollo de un papel sexual, sobre todo para varones que
intentan adoptar un papel de «machos» (en español en el
original. N. del T.) (Capraro, 2000), y mantener la creencia
de que el alcohol está relacionado con las ocasiones
especiales (Turrisi, 1999).
Pero las consecuencias de las borracheras
universitarias pueden tener un largo alcance. En su
encuesta, Weschler y sus colaboradores (1994)
encontraron a una fuerte asociación entre la frecuencia de
las borracheras y problemas relacionados con la salud y
con la vida cotidiana. De hecho, las personas con
borracheras frecuentes tenían una probabilidad casi diez
veces mayor de no utilizar protección durante sus
actividades sexuales impremeditadas, de tener problemas
con la policía, destruir la propiedad, y sufrir algún tipo de
lesión. Apenas aparecieron diferencias entre sexos, salvo
que los hombres tendían más a destruir la propiedad que
las mujeres. Alrededor del dieciséis por ciento de los
hombres y el nueve por ciento de las mujeres, habían
tenido algún problema con la policía. Y el cuarenta y siete
por ciento de quienes pillaban borracheras frecuentes
habían experimentado más de cinco de los problemas por
los que se les preguntaba.
Los estudios que han analizado las consecuencias a
largo plazo de las borracheras universitarias no han
alcanzado conclusiones definitivas. Un estudio reciente
sugiere que las borracheras en la universidad dependen en
gran medida de factores contextuales. En un estudio de
seguimiento, Sher, Bartholow, y Nanda (2001) encontraron
que las borracheras en la universidad no predicen el
posterior abuso del alcohol. Sin embargo, otra
investigación reciente ha encontrado resultados
absolutamente opuestos (O´Neill, Pera, y Sher, 2001). Por
lo tanto, es necesario realizar más investigaciones para
aquilatar convenientemente esta cuestión.
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Factores socioculturales
En un sentido general, nuestra cultura considera al alcohol
como un instrumento de relación social, y una manera de
aliviar la tensión. Así pues, muchos investigadores han destacado el papel de los factores socioculturales, junto a los
fisiológicos y psicológicos, para explicar las elevadas tasas
de abuso del alcohol (Vega et al., 1993).
El papel de las actitudes culturales hacia la bebida
queda muy bien ilustrado por los musulmanes y los mormones, cuyos valores religiosos prohíben el alcohol, y por
los judíos ortodoxos, que tienen limitado el alcohol a los
rituales religiosos. En consecuencia, la incidencia del alcoholismo entre estos grupos es mínima. En comparación,
resulta desmesurada en Europa. Por ejemplo, una investigación reciente han demostrado que las tasas de consumo de
alcohol más elevadas entre los jóvenes se producen en Dinamarca y Malta, donde uno de cada cinco estudiantes reconoce haber bebido alcohol en diez ocasiones y durante los
últimos treinta días (ESPAD, 2000). Resulta interesante destacar que tanto Europa como otros seis países que han recibido una enorme influencia de la cultura europea, como son
Argentina, Canadá, Chile, Japón, Estados Unidos y Nueva
Zelanda, y que constituyen menos del veinte por ciento de la
población mundial, consumen sin embargo el ochenta por
ciento del alcohol que se produce en el mundo (Barry,
1982). Los franceses parecen tener la tasa de alcoholismo
más elevada del mundo, con aproximadamente el quince
por ciento de la población. Francia tiene la tasa más elevada
del consumo de alcohol per cápita, y también la tasa más alta
de muerte por cirrosis (Noble, 1979). También muestran las
tasas de prevalencia más elevadas: en una amplia encuesta
sobre pacientes hospitalizados, el dieciocho por ciento
(veintinco por ciento de hombres y siete por ciento de mujeres) tenían trastornos relacionados con el uso del alcohol,
aunque sólo el seis por ciento de las admisiones se debían a
problemas directos con el alcohol (Reynaud, Leleu, et al.,
1997). En Suecia, otro país con las altas tasas de alcoholismo,
el 13,2 por ciento de las admisiones de hombres en el hospital, y el 1,1 por ciento de las admisiones de mujeres, se pueden atribuir al alcohol (Andreason y Brandt, 1997).
También la conducta que se pone de manifiesto bajo la
influencia del alcohol parece estar muy influida por los factores culturales. Lindman y Lang (1994), en un estudio
sobre la conducta relacionada con el alcohol, realizada en
ocho países, encontraron que la mayoría de los sujetos de su
muestra tenían la convicción de que beber mucho provocaba conductas violentas. Sin embargo, la expectativa de
que el alcohol provoca agresión está relacionada con tradiciones culturales, y con la exposición a las conductas violentas y agresivas.
En definitiva, es posible identificar múltiples razones
por las que las personas beben, así como infinidad de condiciones que pueden predisponerlas a ello, si bien la combi-
Abuso y dependencia del alcohol
nación exacta de factores que hacen que una persona se
convierta en alcohólica están todavía por descubrir.
Tratamiento de los trastornos
por abuso del alcohol
La dependencia y el abuso del alcohol son trastornos de
difícil tratamiento, debido a que la mayoría de los alcohólicos rechazan admitir que tienen un problema, ni tampoco
buscan ayuda a menos que «hayan tocado fondo», e incluso
muchos de los que acuden a terapia, la abandonan antes de
tiempo. Di Clemente (1993) se refiere a las adicciones como
«enfermedades de la negación». Sin embargo, en una revisión reciente de algunos estudios sobre el tratamiento del
alcoholismo, Miller, Walters, y Bennett (2001) encontraron
que dos tercios de los estudios sobre el tema habían demostrado reducciones significativas en el consumo de alcohol y
en los problemas relacionados con éste. En este apartado,
examinaremos estrategias de tratamientos tanto de tipo
biológico como psicosocial. Como podremos comprobar,
algunas de esas estrategias parecen ser más eficaces que
otras (Miller y Wilbourne, 2002; Zweben, 2001). En general, lo más eficaz parece ser el enfoque multidisciplinar, ya
que los problemas suelen ser muy complejos, y requieren
flexibilidad e individualización de los procedimientos de
tratamiento (Margolis y Zweben, 1998). Por otra parte, la
persona que abusa de una sustancia necesita ciertos cambios a medida que avanza el tratamiento. Los objetivos del
tratamiento suelen incluir la desintoxicación, la rehabilitación física, el control de la conducta de beber, y el convencimiento de que es posible afrontar los problemas de la vida y
llevar una vida muy satisfactoria, sin necesidad de recurrir
al alcohol. Los programas de tratamiento tradicionales suelen tener, como objetivo principal la abstinencia del alcohol
(Ambrogne, 2002). Sin embargo, otros programas están
intentando promover el control sobre la bebida como principal objetivo de tratamiento. En cualquier caso, las recaídas son muy frecuentes, por lo que muchos especialistas las
consideran como el principal factor a tener en cuenta en el
proceso de tratamiento y recuperación (Tims, Leukefeld, y
Platt, 2001).
UTILIZACIÓN DE MEDICINAS PARA EL TRATAMIENTO DEL ABUSO DEL ALCOHOL. Las estrategias
biológicas de tratamiento incluyen diversas medidas, tales
como fármacos para reducir la intensidad del deseo de
beber, o para facilitar el proceso de desintoxicación, y para
mejorar la salud (NIH, 2001) tanto física como mental
(Romach y Sellers, 1998).
Fármacos que inhiben el deseo de beber. El disulfiram (Antabuse) es una droga que produce violentos vómitos cuando después de tomarla se ingiere alcohol, por lo que
puede resultar interesante utilizarla para impedir, de
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
manera transitoria, que el paciente continúe bebiendo
(Chic et al., 1992). Sin embargo, esta terapia disuasoria apenas suele utilizarse de manera exclusiva, debido a que los
métodos farmacológicos por sí mismos no han demostrado
su eficacia para el tratamiento del alcoholismo (Gorlick,
1993). Por ejemplo, como lo normal es que sea el propio
paciente el que tome esa medicina, lo único que tiene hacer
es dejar de ingerirla cuando quiera beber alcohol. De hecho,
la principal utilidad de esta droga radica en que permite
interrumpir el ciclo de abuso del alcohol, durante el tiempo
suficiente como para comenzar una terapia. Además también tiene efectos colaterales desagradables; por ejemplo,
cabe la posibilidad de que la piel absorba el alcohol de
la loción para el afeitado o del agua de colonia, con lo que la
droga iniciaría indebidamente su desagradable efecto. Por
otra parte, el coste de ese fármaco es mucho mayor que
otros tratamientos mucho más eficaces (Holder et al., 1991).
Otro tratamiento que se ha utilizado con resultados
muy alentadores (O´Malley, Krishnan-Sarin, et al, 2002;
Volpicelli, 2001) es la naltrexona (Antaxone), un antagonista de los opiáceos que permite reducir la «necesidad» del
alcohol, al bloquear el circuito cerebral del placer (Rohsensow, Monti, et al., y 2000). O´Malley, Jaffe, Rode, y Rousanville (1996) han demostrado que esta droga disminuye más
la ingesta de alcohol y la necesidad de beber, cuando se
compara con un placebo. Algunas investigaciones indican
que puede ser especialmente eficaz con las personas que se
sienten muy ansiosas por beber (Monterosso, Flannery, et
al., 2001). Sin embargo, otras investigaciones no han
encontrado estos efectos de disminución del deseo de beber
(Krystal, Cramer, et al, 2001), por lo que es necesario esperar resultados de más investigaciones.
Tratamientos para disminuir los efectos colaterales del
síndrome de abstinencia. En una intoxicación aguda, el
objetivo principal se centra en la desintoxicación o eliminación de las sustancias alcohólicas, así como en el tratamiento
de los síntomas de abstinencia que hemos descrito anteriormente, y en la rehabilitación física. Uno de los principales
objetivos para el tratamiento del síndrome de abstinencia
consiste en disminuir los desagradables síntomas físicos,
como el insomnio, dolores de cabeza, malestar gastrointestinal y temblores. Un aspecto esencial es la prevención de la
arritmia cardiaca, el agarrotamiento, el delirio y la muerte
(Bohn, y 1993). El mejor lugar para poder cumplir estos
objetivos es un hospital o una clínica, donde ciertas drogas
como el Valium han revolucionado absolutamente el tratamiento de los síntomas de abstinencia. Estas drogas permiten superar la excitación motriz, las náuseas y los vómitos;
impiden el delirio y las convulsiones características de la
abstinencia; y contribuyen a aliviar la tensión y la ansiedad.
Sin embargo, está aumentando la preocupación por la
posibilidad de que la utilización de tranquilizantes en esta
etapa del tratamiento dificulte la recuperación a largo plazo,
e incluso promueva la adicción a otra sustancia. Así pues,
algunas clínicas de desintoxicación están explorando estrategias alternativas, como puede ser una reducción gradual
del consumo de alcohol, en lugar de una eliminación absoluta. De hecho, la utilización de tranquilizantes puede llegar
a ser contraproducente, ya que muchas veces lo único que se
consigue es que los pacientes adquieran una nueva adicción.
ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS DE TRATAMIENTO.
Lo ideal es que la desintoxicación vaya seguida por un tratamiento psicológico, que incluya el asesoramiento familiar
y la utilización de los recursos sociales para facilitar el
empleo, junto a otros aspectos de la readaptación social del
paciente. Aunque a veces la psicoterapia individual ofrece
buenos resultados, la mayoría de los problemas relacionados con el alcohol se abordan mediante una terapia de
grupo, la intervención ambiental, la terapia de conducta y
las estrategias que utilizan Alcohólicos Anónimos y otros
grupos familiares, como Al-Anon y Al-Ateen.
Terapia de grupo.
La terapia de grupo ha demostrado su
eficacia respecto a múltiples problemas clínicos (Pines y
Schlapobersky, 2000), sobre todo para los trastornos por
abuso de sustancias (Velázquez, Maurer et al., 2001). En esta
situación de toma-y-daca (véase el Capítulo 17), las personas que abusan del alcohol tienen que enfrentarse (quizá por
vez primera) a sus problemas y a su tendencia a negarlos.
Resulta difícil ocultar los problemas con la bebida cuando
uno se encuentra junto a otras personas que han tenido dificultades similares, y que han intentado ocultarlos de manera
parecida. Este tipo de tratamiento les permite encontrar
nuevas posibilidades para afrontar las circunstancias que les
han conducido a la bebida. Con frecuencia, aunque no siempre, este proceso allana el terreno para el aprendizaje de formas más eficaces de afrontamiento, y otras estrategias
positivas para solucionar los problemas con la bebida.
A veces se invita al cónyuge e incluso a los hijos a unirse
al grupo. En otras situaciones, el tratamiento de la familia se
convierte en el objetivo principal de la terapia. En este caso, se
ve al paciente como miembro de una familia con problemas,
donde todos sus miembros tienen la responsabilidad de cooperar en el tratamiento. Por desgracia y con cierta frecuencia,
el resto de la familia, que quizá haya sido maltratada por el
paciente, tiende a mostrarse crítica y punitiva, con lo que
éste, que ya ha tenido que sufrir su propia autocrítica, probablemente no tolere demasiado bien esta nueva fuente de desvalorización. En otros casos, puede ocurrir que el resto de la
familia promueva inconscientemente la adicción —por
ejemplo, un esposo que necesita sentir que es capaz de dominar a su esposa, probablemente se sienta más cómodo
cuando ésta se encuentra ebria y repleta de remordimientos.
Intervención ambiental.
Igual que ocurre con otras
conductas inadaptadas, un programa de tratamiento para
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el abuso del alcohol probablemente requiera alguna medida
destinada a aliviar ciertas situaciones insoportables de la
vida del paciente. En efecto, este apoyo por parte del
ambiente está demostrando resultar un ingrediente fundamental para su recuperación (Booth et al., 1992a, 1992b).
Con frecuencia, las personas con problemas con el alcohol
han terminado alejados de su familia y amigos, e incluso
han perdido su trabajo. En consecuencia, suelen vivir solos
y en barrios marginales. Normalmente, la reacción de las
personas que le rodean no suele ser tan comprensiva como
lo sería si el paciente sufriera una enfermedad física de magnitud similar. Por esa razón, limitarse a conseguir que los
alcohólicos aprendan técnicas de afrontamiento más eficaces puede no ser suficiente, sobre todo cuando su entorno
social continúa siendo hostil y amenazador.
Terapia conductual y cognitivo-conductual.
Un tipo
de tratamiento muy interesante y eficaz para el abuso del
alcohol es la terapia conductual (véase el Capítulo 17). Uno
de los métodos más utilizados consiste en el condicionamiento aversivo, que requiere la presentación de una amplia
gama de estímulos que, unidos al alcohol, lo convierten en
algo desagradable. Por ejemplo, podría asociarse la ingestión
de alcohol con una descarga eléctrica, o con una droga que
produzca náuseas. A este respecto es posible recurrir a una
variedad de estímulos disuasorios. Uno de ellos consiste en
una inyección intramuscular de un emético denominado
hidrocloridrato de emetina. Al paciente se le suministra
alcohol inmediatamente antes de que experimente la náusea
que provoca la inyección, de tal manera que termina por asociar la imagen, el olor y el sabor de la bebida, con las arcadas
y los vómitos. Así pues, se desarrolla una aversión condicionada ante el sabor y el olor del alcohol. Tras algunas repeticiones, el condicionamiento clásico aversivo actúa como una
poderosa fuerza disuasoria de la ingesta de alcohol.
Otras estrategias conductuales y cognitivo-conductuales se han centrado en las conductas que aparentemente
contribuyen al abuso del alcohol, como puede ser la depresión. La investigación ha demostrado que la intervención
cognitivo-conductual puede mejorar el estado de ánimo,
pero también reducir el abuso de sustancias (Brown, Evans,
Miller, et al., 1997). Otra estrategia conductual que ha
demostrado ejercer importantes beneficios es la terapia
conductual de pareja. Esta terapia ha demostrado más ventajas y con un menor coste, que la terapia individual de conducta (Fals-Stewart, O´Farrell, y Birchler, 1997).
Uno de los procedimientos más eficaces para el tratamiento del abuso del alcohol es la estrategia cognitivo-conductual que recomienda Alan Marlatt (1985) y Marlat,
Baer, y colaboradores (1998). Este tipo de terapia combina
las estrategias cognitivo-conductuales con la teoría del
aprendizaje social y el modelado de conductas. Esta terapia,
que suele denominarse entrenamiento de habilidades, se
dirige especialmente a los bebedores jóvenes, que pueden
Abuso y dependencia del alcohol
estar en riesgo de desarrollar problemas más graves con el
alcohol. Se trata de ofrecer información muy específica
sobre el alcohol, de entrenar al sujeto para que sea capaz de
afrontar diversas situaciones asociadas con el consumo
de alcohol, de modificar su pensamiento y sus expectativas, de
que adquiera habilidades para controlar el estrés, y de proporcionarle entrenamiento en capacidades que le permitan
abordar los retos de su vida diaria (Connors, 2001).
De hecho, muchos bebedores se sienten más a gusto
con las técnicas de autocontrol (Miller, Brown, et al, 1995),
cuyo principal objetivo es conseguir una reducción de la
ingesta, sin que necesariamente se exija la abstinencia total.
Incluso se ha desarrollado un programa informático de
entrenamiento en el autocontrol, que ha demostrado empíricamente su eficacia (Hester, 1997). Por supuesto, las personas con una fuerte dependencia del alcohol encuentran
muy difícil lograr la abstinencia total, por lo que suelen fracasar en los programas tradicionales de tratamiento.
Bebida controlada frente a abstinencia completa. En
los últimos años se está prestando mucha atención a otras
técnicas psicológicas, que parten de la hipótesis de que algunos bebedores desmedidos no tienen porqué abandonar
completamente la bebida, sino que pueden llegar a aprender
a beber de manera moderada (Miller, Walters y Bennett,
2001; Sobell y Sobell, 1995). Algunos de los estudios realizados (McMurran y Hollin, 1993) sugieren que algunos alcohólicos pueden aprender a controlar su consumo (Senft,
Polen, et al., 1997). Miller y sus colaboradores (1986) evaluaron los resultados de cuatro estudios de seguimiento a
largo plazo, que habían utilizado este tipo de programas.
Encontraron que en cada uno de los estudios, aproximadamente el quince por ciento de los sujetos había sido capaz de
controlar su ingesta de alcohol. Este resultado también se ha
obtenido en otros estudios (Polich, Armor, y Braiker, 1981).
Sí es cierto que existen acusadas diferencias entre instituciones profesionales, respecto a su preferencia por aplicar
una estrategia de abstinencia frente a una estrategia de consumo controlado (Ambrogne, 2002; Hsieh y Srebalus, 1997).
Dawe y Richmond (1997) realizaron un estudio donde el
énfasis se orientó hacia la «reducción del consumo de alcohol», y encontraron que de las ciento setenta y nueve instituciones encuestadas, el sesenta y seis por ciento reconoció que
esta estrategia de tratamiento había tenido cierto éxito.
Sin embargo, son muchos los especialistas en este
campo que rechazan la idea de que las personas que abusan
del alcohol puedan aprender a controlar su consumo, e
insisten en la necesidad de una abstinencia total. Después
de veinticinco años, el debate todavía continúa. Algunos
investigadores (Heather, 1995; Kahler, 1995; Sobell y Sobell,
1995) mantienen la eficacia del consumo controlado. Pero
otros como Glatt (1995), destacan las dificultades que
estas personas tienen para mantener el control. A su vez,
algunos grupos, como Alcohólicos Anónimos, se muestran
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
absolutamente reacios a los tratamientos que promueven
un consumo controlado.
Alcohólicos Anónimos.
Una estrategia de tratamiento,
que obtiene éxitos considerables es la de los Alcohólicos
Anónimos. En 1935 los doctores Bob y Bill W. fundaron en
Akron, Ohio, esta organización. Bill W. fue capaz de recuperarse de su alcoholismo mediante un «cambio espiritual
profundo», e inmediatamente se puso en contacto con el Dr.
Bob quien, con la ayuda de Bill, consiguió también recuperarse. A partir de ahí empezaron a ayudar a otros alcohólicos. Desde entonces, Alcohólicos Anónimos ha crecido
hasta 51 000 grupos sólo en los Estados Unidos y Canadá,
con una tasa anual de crecimiento del siete por ciento (Alcohólicos Anónimos, 2002). Por otra parte, en muchos otros
países del mundo la asociación alcanza los 41 000 grupos.
La forma básica de actuar de Alcohólicos Anónimos
consiste en un programa de auto-ayuda, que descansa fundamentalmente en las relaciones interpersonales y de
grupo. Alcohólicos Anónimos acepta tanto a adolescentes
como a adultos con problemas con la bebida, no cobra cuotas, no mantiene documentos con el historial de las personas que acuden a ellos, no participa en causas políticas, y no
está afiliado con ninguna tendencia religiosa, si bien el
desarrollo espiritual constituye un aspecto esencial del programa de tratamiento. Para asegurar el anonimato, utilizan
exclusivamente el nombre de pila. Las reuniones se dedican
en parte a actividades sociales, pero en su mayor parte consisten en debates sobre los problemas que sus participantes
tienen con el alcohol, frecuentemente aportando el testimonio de personas que han dejado de beber. Los participantes suelen comparar su vida antes y después de haber
abandonado el alcohol. Llegados a este punto, resulta
importante destacar que la asociación utiliza el término
alcohólico, tanto para referirse a una persona que bebe en
exceso, como a alguien que ha dejado de beber pero que,
según la filosofía de Alcohólicos Anónimos, debe continuar
absteniéndose de consumir alcohol. En efecto, desde la
perspectiva de Alcohólicos Anónimos, un alcohólico lo es
para toda la vida; para ellos, uno nunca «se cura» del alcoholismo, sino que siempre está «recuperándose».
Un aspecto muy importante del programa de rehabilitación de Alcohólicos Anónimos es que parece aliviar la
carga de responsabilidad personal, ayudando a los alcohólicos a aceptar que el alcoholismo, como tantos otros problemas, es más fuerte que ellos. Así pues, las personas pueden
empezar a dejar de considerarse a sí mismos como seres sin
voluntad ni fuerza moral, sino más bien como alguien que
tiene un achaque —no pueden beber— de la misma
manera que hay otras personas que no toleran ciertas medicinas. Mediante la ayuda mutua y el apoyo de otros miembros que han tenido experiencias similares, muchos
alcohólicos empiezan a tomar conciencia de sus problemas,
y experimentan una nueva sensación de ser útiles, un forta-
lecimiento de su yo, y aprenden técnicas de afrontamiento
más eficaces. Por supuesto, la participación continuada en
el grupo facilita la prevención de las crisis y recaídas.
Otros movimientos de afiliación, como los grupos
familiares Al-Anon y Al-Ateen (que alcanzan la cifra de
35 000 grupos en Estados Unidos y Canadá), intentan conseguir que todos los miembros de la familia compartan
experiencias y problemas, puedan comprender la naturaleza
del alcoholismo, y aprendan técnicas para enfrentarse con
los problemas que trae consigo vivir en una familia con uno
o más miembros afectados. Este tipo de estrategias siguen a
veces el modelo de Alcohólicos Anónimos, aunque incluyen
también otros métodos de tratamiento (Wallace, 1996).
Los informes sobre el éxito de Alcohólicos Anónimos
provienen fundamentalmente de informaciones anecdóticas,
pero nunca de estudios objetivos, debido a que la asociación
no participa directamente en investigaciones externas comparativas. Sin embargo, diversos estudios han encontrado que su
procedimiento resulta eficaz para ayudar a evitar el consumo
de alcohol (Conners, Tonigan y Miller, 2001). En un estudio ya
clásico, Brandsma, Maultsby y Welsch (1980), incluyeron un
programa de Alcohólicos Anónimos en un extenso estudio
comparativo de diversas estrategias de tratamiento. El éxito de
este método con alcohólicos muy adictos fue muy pequeño.
Un resultado a destacar es que el método de Alcohólicos Anónimos tiene unas elevadas tasas de abandono, en comparación
con otros tipos de terapia. Más o menos la mitad de quienes
inician un programa de Alcohólicos Anónimos lo abandona
antes de tres meses. Chappel (1993) atribuye esta elevada tasa
a la tendencia de los alcohólicos a negar su problema, a resistir
las presiones externas y al rechazo a la propia asociación. Aparentemente, muchos alcohólicos son incapaces de aceptar la
calidad cuasi-religiosa de las sesiones, y el formato testimonial
en grupo, que son la base principal del programa. En el estudio
de Brandsma, los participantes que habían sido asignados al
grupo que siguió procedimiento de Alcohólicos Anónimos
encontraron posteriormente más dificultades vitales y bebieron más que las personas que habían seguido otro tipo de tratamiento. Sin embargo, en la parte positiva, un estudio de
Morganstern, Lobouvie, y sus colaboradores (1997), encontró
que la asociación Alcohólicos Anónimos, tras haber seguido
un programa de tratamiento distinto, mejoraba los resultados,
y otro estudio de Tonigan, Toscova y Miller (1995) encontró
que la asociación Alcohólicos Anónimos favorecía el éxito de
los pacientes externos.
ESTUDIOS DE LA EFICACIA Y CUESTIONES SOBRE
EL TRATAMIENTO. Los resultados del tratamiento del
alcoholismo varían de manera considerable, dependiendo de
la población que se estudia y de los procedimientos utilizados. Los resultados varían desde tasas muy bajas de éxito,
hasta porcentajes cercanos al noventa por ciento, cuando se
han utilizado modernos procedimientos tratamiento y de
post-tratamiento. Quienes además de su adicción al alcohol
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también tienen un trastorno de personalidad o un trastorno
afectivo, suelen obtener peores resultados que quienes únicamente tienen el problema con el alcohol (Woelwer, Burtscheidt et al., 2001). El tratamiento suele ser más eficaz
cuando la persona admite que necesita ayuda, cuando hay
recursos de tratamiento apropiados y cuando el paciente
acude regularmente a la terapia. También una buena relación
con el terapeuta contribuye al éxito del tratamiento (Connors et al., 1997). Una nueva estrategia que está resultando
muy interesante intenta reforzar la motivación y la abstinencia desde el principio del proceso, realizando un control continuado de la conducta de beber. Miller, Benefield, y Tonigan
(1993) encontraron que estos controles durante las primeras
etapas de la terapia producían una mayor disminución del
consumo de alcohol ya en las primeras seis semanas.
Algunos investigadores están convencidos de que el tratamiento para el abuso del alcohol sería más eficaz si se tuvieran en cuenta algunas importantes características de los
pacientes (Mattson, Allen, Lonabaugh et al., 1994). Esto es,
los pacientes que tienen determinadas características de personalidad quizás reaccionen mejor a una terapia específica
que a otras. Esta idea se puso a prueba en un estudio que
emparejó tratamientos con pacientes, y que había sido promovido por el Instituto Nacional Para El Abuso Del Alcohol
Y El Alcoholismo. Dicho estudio, que se inició en 1989, se
realizó con 1 726 pacientes y ochenta terapeutas que aplicaban alguna de entre tres estrategias de tratamiento diferentes.
El estudio comparó la eficacia de tres estrategias de tratamiento: (1) un programa de doce etapas, similar al de
Alcohólicos Anónimos (pero no promovido por ellos), y
denominado Terapia de Doce Etapas (TDE); (2) un programa de terapia cognitivo-conductual; y (3) una técnica
denominada Terapia De Incremento Motivacional, que
intentaba conseguir que los clientes asumieran la responsabilidad de ayudarse a sí mismos. Se eligieron estas estrategias por su eficacia para el tratamiento del alcoholismo, y
por su potencial para realizar emparejamientos (Gordis,
1997). Los investigadores evaluaban a los pacientes en diez
características que según la literatura científica estaban
relacionadas con la eficacia del tratamiento (Babor, 1996;
Proyecto MATCH, 1997): diagnóstico de alcoholismo, deterioro cognitivo, capacidad conceptual, sexo, interés por
buscar un significado a la vida, motivación, gravedad psiquiátrica, gravedad del alcoholismo, apoyo social a la conducta de beber frente a la abstinencia y presencia de alguna
sociopatía (de un trastorno de personalidad).
Los resultados fueron absolutamente inesperados: el
emparejamiento de los pacientes con determinados tratamientos no parecía ejercer ningún efecto sobre el resultado
del tratamiento. En efecto, cada uno de los programas consiguió resultados similares.
PREVENCIÓN DE LAS RECAÍDAS.
Uno de los principales problemas en el tratamiento de los trastornos de adic-
Abuso y dependencia del alcohol
ción, es mantener la abstinencia o el autocontrol, una vez
que se ha logrado eliminar el exceso de conducta (Tims,
Leukefeld y Platt, 2001). La mayoría de los programas para
el tratamiento del alcohol ofrece unas elevadas tasas de
éxito para «curar» el problema, pero la mayoría fracasan a
la hora de mantener esos resultados. Muchos programas de
tratamiento no prestan la atención suficiente al mantenimiento de la conducta, ni a la prevención de la recaída.
Dado que las personas con dependencia del alcohol
son muy vulnerables a la recaída, algunos investigadores se
han centrado en la necesidad de ayudarles a mantener la
abstinencia. Una estrategia cognitivo-conductual se plantea
la recaída como el factor fundamental del proceso de tratamiento (Marlatt, 1985; Marlatt y Vandenbos, 1997). Las
conductas que subyacen a la recaída son conductas «indulgentes», basadas en la historia de aprendizajes del sujeto.
Cuando éste se mantiene abstemio o controla su adicción,
logra una sensación de control sobre su conducta. Cuanto
más tiempo sea capaz de mantener ese control, tanto mayor
será su sensación de éxito, y superior la probabilidad de que
sea capaz de afrontar la adicción y mantener el control. Sin
embargo, es posible que la abstinencia se incumpla
mediante un proceso paulatino y probablemente inconsciente, y no tanto según la imagen tradicional de «tirar todo
por la borda». Desde la perspectiva cognitivo-conductual,
puede ocurrir que una persona, aunque mantenga su abstinencia, adopte inadvertidamente una serie de minúsculas
decisiones que forman una cadena de conductas, que hacen
casi inevitable la recaída. Por ejemplo, una persona que
sigue la abstinencia del alcohol, pero que compra una botella de whisky para ofrecer a sus amigos, está preparando
inconscientemente el camino de la recaída.
Otro tipo de conductas que inducen a la recaída es el
«efecto de violación de la abstinencia», en el que incluso
transgresiones minúsculas son consideradas de una manera
dramática. El efecto funciona de la siguiente manera: la persona en abstinencia está convencida de que no debe, bajo
ninguna circunstancia, recaer en su antiguo hábito. Los
programas de tratamiento orientados a la abstinencia
siguen de una manera especial esta regla de prohibición.
¿Qué ocurre, entonces, cuando el paciente comete un
«pecadillo» y acepta una copa de un viejo amigo, o en
un banquete de bodas? Perderá inmediatamente su sensación de auto eficacia —su confianza— necesaria para controlar la bebida. Al sentirse culpable por haber violado su
voto de abstinencia, puede racionalizar que «ya que lo he
estropeado, hagámoslo al completo».
En un tratamiento de prevención de la recaída, se
enseña a los clientes a reconocer las decisiones aparentemente irrelevantes, pero que actúan como señales de
alarma ante una posible recaída. Se destaca la importancia
de las situaciones de alto riesgo, tales como fiestas o espectáculos, y se enseña a los individuos a evaluar su propia vulnerabilidad ante la recaída. También se les entrena a no
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
desfallecer en caso de recaída. Algunos terapeutas incluso
han incorporado una fase de «recaída planificada» en sus
tratamientos. En otras palabras, cuando se enseña a
los pacientes a estar alerta ante las recaídas, llegan a ser más
capaces de controlarlas.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la diferencia entre el abuso del
alcohol y la dependencia del alcohol?
• ¿Cuáles son los tres efectos fisiológicos más
importantes del alcohol?
• Identifique los problemas de carácter físico,
interpersonal y social/laboral, derivados del
abuso crónico del alcohol.
• ¿Cuáles son los cinco factores psicosociales
más importantes que pueden contribuir a la
dependencia del alcohol?
• Describa cuatro formas de intervención
psicosocial, que se pueden utilizar para tratar
la dependencia del alcohol.
Tabla 12.2
ABUSO Y DEPENDENCIA
DE LAS DROGAS
Junto al alcohol, las drogas psicoactivas más habitualmente
asociadas en nuestra sociedad con el abuso y la dependencia son (1) narcóticos, como el opio y sus derivados, tales
como la heroína; (2) sedantes, como los barbitúricos; (3)
estimulantes, como la cocaína y las anfetaminas; (4) drogas
ansiolíticas, como las benzodiacepinas; y (5) alucinógenos,
como el LSD y el PCP (los efectos de éstas y otras drogas se
resumen en la Tabla 12.2).
También la cafeína y la nicotina son drogas que generan dependencia, y los trastornos asociados con la abstinencia del tabaco y la intoxicación por cafeína están incluidos
en el sistema de clasificación diagnóstica del DSM-IV-TR.
En el apartado El mundo que nos rodea 12.3 de la página
408, se discute con más detalle el efecto de estas drogas.
Se ha estimado que veintiocho millones de personas en
todo el mundo ponen en riesgo su salud a utilizar diversas
sustancias psicoactivas diferentes al alcohol, el tabaco, y
disolventes volátiles como el pegamento (OMS, 1997). Además, probablemente la frecuencia del uso de drogas esté
subestimada, dado que la mayoría de quienes abusan de drogas no buscan tratamiento. De hecho, un estudio reciente
Drogas psicoactivas más comunes
Clasificación
Droga
Efecto
Sedantes
Alcohol (etanol)
Reduce la tensión
Facilita la interacción social
Bloquea control de impulsos
Barbitúricos:
Nembutal (pentobarbital)
Seconal (secobarbital)
Veronal (barbital)
Tuinal (secobarbital y amobarbital)
Reducen la tensión
Estimulantes
Anfetaminas:
Benzedrina (anfetamina)
Dexedrina (dextroanfetamina)
Metedrina (metaanfetamina)
Cocaína (coca)
Aumenta la sensación de alerta y confianza
Reduce sensación de fatiga
Mantiene la vigilia
Aumenta la constancia
Estimula el impulso sexual
Narcóticos
Opio y sus derivados:
Opio
Morfina
Codeína
Heroína
Alivia el dolor físico
Induce relajación
Alivia la ansiedad y la tensión
Metadona (narcótico sintético)
Tratamiento de la dependencia de la heroína
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Abuso y dependencia de las drogas
Clasificación
Droga
Efecto
Psicodélicos y
alucinógenos
Cannabis:
Marihuana
Hashish
Induce cambios en el estado de ánimo, el
pensamiento, y la conducta
Mescalina (peyote)
Psilocibin (hogos psicotogénicos)
LSD (ácido lisérgico dietilamida-25)
PCP (fenciclidina)
«expansión» de la mente
Induce estupor
Ansiolíticos
(tranquilizantes
suaves)
Librium (clordiacepoxida)
Miltown (meprobamato)
Valium (diazepam)
Xanax
Alivia la tensión y la ansiedad
Induce relajación y sueño
Nota: no se trata de un listado completo; por ejemplo, no incluye las drogas nuevas, como el Ritalin, diseñado para producir efectos múltiples;
tampoco incluye otros hidrocarbonos volátiles menos frecuentes, como el pegamento, disolventes, gasolina, líquidos de limpieza, y quitaesmalte, que
son sustancias absolutamente peligrosas cuando se inhalan; tampoco se incluyen drogas antipsicóticas y antidepresivas, de las cuales se puede abusar,
aunque no es frecuente. Trataremos este tipo de drogas en el capítulo 17.
(Newcomb, Galaif, y Locke, 2001), encontró que un tercio de
las personas que abusan de drogas se recuperan sin necesidad
de tratamiento. Aunque puede ocurrir en cualquier edad, la
dependencia y el abuso de drogas son más frecuentes durante
la adolescencia y los primeros años de la edad adulta (Smith,
1989; Instituto Nacional Para el Abuso Del Alcohol Y El Alcoholismo, 2002), y pueden variar en función del área metropolitana, la raza, el status laboral, y otras características
demográficas (Hughes, 1992). Los problemas relacionados
con el abuso de sustancias son relativamente más prominentes entre las minorías económicamente deprimidas (Tremble, Padillo, y Bell, 1994). Más adelante en este mismo
apartado, analizaremos las razones de este hecho.
La medida en que el abuso de las drogas se ha convertido en un problema social se pone de manifiesto en un
estudio realizado entre aspirantes a conseguir un empleo en
un gran hospital universitario de Maryland (Lange et al.,
1994). A partir de 1989, y durante un periodo de dos años,
todos los aspirantes a conseguir un empleo pasaban un examen que permite saber si consumían drogas. De los 593
aspirantes, el 10,8 por ciento mostraron resultados positivos de haber consumido drogas ilícitas. La droga más frecuentemente detectada fue la marihuana (cincuenta y cinco
por ciento de los resultados positivos), seguida de la cocaína (treinta y seis por ciento) y los opiáceos (veintiocho por
ciento). También se ha encontrado que los trabajadores en
activo consumen una cantidad importante de drogas. En
un estudio sobre la satisfacción laboral en una muestra de
cuatrocientos setenta adultos, Galaif, Newcomb, y Carmona (2001) encontraron que el consumo de múltiples
drogas predecía un deterioro del funcionamiento laboral, y
la insatisfacción en el trabajo, cuatro años después.
Entre las personas que abusan de las drogas, puede
encontrarse una amplia variedad de pautas de conducta,
dependiendo del tipo, la cantidad y la duración de la droga
que se utiliza; de la constitución fisiológica y psicológica de
la persona; y, en algunos casos, del entorno social en que
tiene lugar el consumo. Por lo tanto, resulta más utilidad
abordar de manera separada algunas de las drogas más
habituales en nuestra sociedad contemporánea.
El opio y sus derivados (narcóticos)
La humanidad ha consumido opio y sus derivados durante
5000 años. Galeno (130-201) consideraba que la teriaca,
cuyo ingrediente principal es el opio, era una panacea:
Contrarresta el veneno y las picaduras venenosas, cura los
dolores de cabeza inveterados, el vértigo, la sordera, la epilepsia, la apoplejía, la debilidad visual, la afonía, cualquier
tipo de tos, la expectoración de sangre, la opresión respiratoria, los cólicos, la ictericia, el malhumor, las piedras en
el riñón, las molestias urinarias, la fiebre, la gota, la lepra,
los problemas de las mujeres, la melancolía, y todas las
pestilencias.
Todavía en la actualidad, se utilizan los derivados del
opio para algunos de los problemas mencionados por
Galeno.
El opio es una mezcla de unas dieciocho sustancias
químicas, que se conocen como alcaloides. En 1805, se
encontró que el alcaloide más abundante (entre diez y el
quince por ciento) era una sustancia con sabor a polvo que
actuaba como un poderoso sedante y un eficaz alivio para el
dolor; se denominó morfina en honor de Morfeo, dios del
sueño en la mitología griega. La aguja hipodérmica se
CAPÍTULO 12
.
Trastornos relacionados con sustancias
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Cafeína y nicotina
El DSM-IV-TR incluye la adicción a dos sustancias legales
y ampliamente utilizadas: la cafeína y la nicotina. Si bien
tales sustancias no suponen los extensos y destructores
problemas asociados con el alcohol y otras drogas
ilegales, sí crean importantes problemas físicos y de
salud mental por las siguientes razones:
• Resulta muy fácil abusar de ellas. Es sencillo
convertirse en adicto debido a su amplio uso, y a que
la mayoría de nosotros estamos expuestos a ellas
desde muy jóvenes.
• Están completamente disponibles para cualquiera que
quiera utilizarlas; de hecho, debido a la presión de los
compañeros, suele resultar realmente difícil no caer
en su consumo.
• Tanto la cafeína como la nicotina tienen propiedades
claramente adictivas; su utilización promueve seguir
usándolas, hasta que se necesita una dosis constante
en su consumo diario.
• Resulta difícil dejar de utilizar estas drogas, tanto por
sus propiedades adictivas, como por su enorme
implicación en el contexto social (sin embargo, la
nicotina está cayendo en desgracia en diversos
ámbitos).
• La enorme dificultad que tiene la mayoría de la gente
para afrontar los síntomas de abstinencia, cada vez
que intentan dejar el hábito, lo que a su vez produce
una enorme frustración.
• Los problemas de salud y los efectos colaterales de
estas drogas, especialmente de la nicotina, están
ampliamente contrastados. Una de cada siete
introdujo en América alrededor de 1856, lo que facilitó la
administración de morfina a los soldados que luchaban en
la Guerra civil, y no sólo a los que habían sido heridos en
batalla, sino también a quienes sufrían de disentería. Por lo
tanto, muchos veteranos de la guerra civil retornaron a la
vida cotidiana con adicción a esa droga, una situación que
eufemísticamente se denominaba «enfermedad militar».
Los científicos, preocupados por las propiedades adictivas de la morfina, supusieron que una parte de la molécula
de la morfina podría ser responsable de sus propiedades
analgésicas (estrés, eliminar el dolor sin inducir la inconsciencia), mientras que otras moléculas serían responsables
de su poder adictivo. Al cambiar al siglo XX, se descubría
muertes en los Estados Unidos está asociada con el
consumo de cigarrillos.
• Dado lo pertinaz del hábito, y su contribución a
algunos problemas importantes de salud,
examinaremos más detalladamente cada una de estas
adicciones.
La cafeína
La cafeína es un componente químico que se encuentra
en muchas bebidas y comidas. Si bien el consumo de
cafeína está muy extendido y socialmente aceptado y
promovido, una ingesta excesiva puede provocar diversos
problemas. Los efectos perjudiciales de la cafeína están
más relacionados con la intoxicación que con la
abstinencia. Al contrario de lo que ocurre con drogas
como el alcohol y la nicotina, la abstinencia de cafeína no
provoca síntomas graves, quizá con la excepción de algún
dolor de cabeza, generalmente muy leve.
El DSM-IV-TR describe un trastorno mental orgánico inducido
por la cafeína (denominado con frecuencia cafeinismo), cuyos
síntomas son la inquietud, el nerviosismo, la excitación, el
insomnio, la agitación muscular, y molestias
gastrointestinales. El trastorno se produce por la ingestión
de sustancias que contienen cafeína, como el café, el te, la
cola, y el chocolate. La cantidad de cafeína que provoca una
intoxicación varía según los individuos.
La nicotina
La nicotina es un alcaloide venenoso, que constituye el
principal ingrediente activo del tabaco; es posible
encontrarlo en cigarrillos, cigarros puros, e incluso se
utiliza como insecticida.
que si la morfina se trataba con un producto químico fácilmente disponible y muy barato, denominado anhídrido
acético, se convertía en otro potente analgésico denominado heroína. La heroína fue aclamada de manera entusiasta por su descubridor, Heinrich Dreser (Boehm, 1968).
Los científicos de la época quedaron también maravillados
por sus propiedades, con lo que esta droga se prescribió de
manera muy extensa para aliviar el dolor y otros problemas
similares. Sin embargo, la heroína supuso una cruel decepción, ya que resultó ser incluso más peligrosa que la morfina, de acción más rápida y más intensa, pero mucho más
activa. Inmediatamente, la heroína se eliminó de la práctica
médica.
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Existen abundantes pruebas del síndrome de
dependencia de la nicotina (Malin, 2001; Watkins, Koob, y
Markou, 2000), que casi siempre comienza durante los
años de la adolescencia y puede prolongarse a la vida
adulta como un hábito muy difícil de abandonar y muy
peligroso para la salud. Los informes médicos (USDHHS,
1994) estiman que 3,1 millones de adolescentes, y el
veinticinco por ciento de los jóvenes de entre diecisiete y
dieciocho años son fumadores. El trastorno por abstinencia
de la nicotina, como se le denomina en el DSM-IV-TR,
aparece tras el abandono o la reducción del aporte de
nicotina, una vez que el individuo ha desarrollado una
dependencia física hacia esa sustancia. Los criterios
diagnósticos para la abstinencia de la nicotina incluyen los
siguientes: (1) el consumo diario de nicotina durante al
menos varias semanas, y (2) la aparición de los siguientes
síntomas una vez que se ha eliminado o reducido el
consumo de nicotina: deseo vehemente de nicotina;
irritabilidad, frustración, o agresividad; ansiedad; dificultad
para concentrarse; inquietud; disminución del ritmo
cardíaco; aumento del apetito o ganancia de peso. Otros
cambios físicos asociados con la abstinencia de nicotina son
la disminución de la tasa de metabolismo, dolores de
cabeza, insomnio, temblores, aumento de las toses, y
deterioro del rendimiento en tareas que requieren atención.
Estos síntomas de abstinencia suelen durar varios
días o semanas, dependiendo del hábito adquirido.
Algunas personas informan de un deseo continuado de
nicotina durante varios meses después de haber dejado
de fumar. En general los síntomas de abstinencia de la
nicotina operan de manera similar a otras adicciones, en
la medida en que «desaparecen con el tiempo» (Hughes,
Higgins y Hatsukami, 1990, p.381).
Tratamiento de la abstinencia de nicotina
Durante las últimas tres décadas, desde que se pusiera de
manifiesto el peligro que supone fumar cigarrillos, han ido
apareciendo numerosos programas de tratamiento que
intentan ayudar a los fumadores a abandonar ese hábito
(Curry, 1993; McEwen, Preston y West, 2002; Smith, Reilly,
A medida que se iba haciendo evidente que el opio y sus
derivados -incluyendo la codeína que se utiliza para aliviar
la tos- eran peligrosamente adictiva, el Congreso de los Estados Unidos elaboró la ley Harrison en 1914. Con esta ley, la
venta y distribución no autorizadas de ciertas drogas se convirtieron en un delito federal; médicos y farmacéuticos
tenían que dar cuenta de todas las dosis que dispensaban.
Así pues, de la noche a la mañana, cambió el papel de los
usuarios crónicos de narcóticos, que pasaron de ser adictos
tolerados, a criminales. Incapaces de obtener la droga de
manera legal, muchos recurrieron a canales ilegales, y eventualmente a otras acciones delictivas, para poder mantener
un consumo que de repente se había vuelto legal y muy caro.
Abuso y dependencia de las drogas
et al., 2002). Este tipo de programas recurren a diferentes
métodos, tales como grupos de apoyo social, fármacos
que sustituyen los cigarrillos por otras fuentes más
inocuas de nicotina, como chicles o parches; cambios
conductuales que suponen ofrecer orientaciones para
modificar la propia conducta; y tratamientos profesionales
mediante procedimientos psicológicos, de carácter
conductual o cognitivo-conductual. Un estudio reciente
proporcionaba a los fumadores fotografías ultrasónicas de
sus arterias carótida y femoral junto al asesoramiento
para dejar de fumar. Este grupo consiguió tasas más
elevadas de abandono que un grupo de control (Bovet,
Perret a et al., 2002).
En general, la dependencia del tabaco puede tratarse
con éxito, y la mayoría de los programas para dejar de
fumar obtienen buenos resultados. Sin embargo, la tasa de
éxito oscila entre el veinte al veinticinco por ciento si bien
mediante tratamientos especializados se han conseguido
tasas más elevadas (Hays et al., 2001). La terapia de
sustitución de la nicotina ofrece un nivel de éxito similar.
Killen, Fortman y sus colaboradores (1997), siguieron un
procedimiento basado en la sustitución de los cigarrillos
por parches de nicotina, junto a vídeos y material impreso,
y consiguieron una tasa de abstinencia a los dos meses del
treinta y seis por ciento, en comparación con el veinte por
ciento del grupo placebo. Sin embargo, a los seis meses,
esta tasa de abstinencia cayó al veintidós por ciento,
manteniéndose similar a la muestra de placebo.
Recientemente, la utilización de una droga denominada
bupropion, que se comercializa bajo el nombre de
Zyntabac, está ofreciendo resultados alentadores a la hora
de impedir la recaída. Esta droga consigue impedir la
recaída mientras la persona está consumiéndola, si bien
una vez que se abandona, la tasa de recaída vuelve a ser
similar a la de otros tratamientos (Baringer y Weaver,
2002). Las tasas de abandono más elevadas se producen
entre pacientes hospitalizados por cáncer (sesenta y tres
por ciento), enfermedades cardiovasculares (cincuenta y
siete por ciento), o enfermedades pulmonares (cuarenta y
seis por ciento; Smith, Reilley et al., 2002).
En una encuesta reciente, alrededor de 2,4 millones
de americanos reconocen haber probado la heroína, y casi
250.000 personas admiten haberla utilizado durante los
últimos doce meses (Departamento De Salud Y Servicios
Humanos de Estados Unidos, 1997). En el año 2000, la
sobredosis de heroína supuso el 16% de todos los ingresos en urgencias relacionados con drogas (Informe
DAWN, 2001).
EFECTOS DE LA MORFINA Y DE LA HEROÍNA.
La
morfina y la heroína suelen introducirse en el interior del
cuerpo fumando, esnifando (inhalando el polvo), comiendo, «picándose la piel» y «chutándose» (los dos últimos
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
métodos consisten en inyectarlas mediante una aguja hipodérmica). Picarse la piel consiste en inyectar la droga
líquida justo debajo de la piel, mientras que chutarse consiste en inyectar la droga directamente a la sangre. En los
Estados Unidos, lo más habitual es pasar de esnifar a chutarse.
Los efectos inmediatos de la heroína inyectada o esnifada son un arranque de euforia (el subidón) que dura unos
sesenta segundos, y que muchos adictos comparan con un
orgasmo. Sin embargo, los vómitos y las náuseas también
son parte de los efectos inmediatos de estas drogas. El subidón va seguido de un estado aletargado y retraído, durante
el que las necesidades corporales, incluidas la alimentación
y el sexo, disminuyen de manera notable; en este estado predominan las sensaciones placenteras de relajación, euforia,
y ensimismamiento. Estos efectos duran entre cuatro y seis
horas y van seguidos —en los adictos— por una etapa
negativa que exige la necesidad de consumir más droga.
La utilización de los derivados del opio durante cierto
período de tiempo suele provocar una necesidad fisiológica
de seguir consumiendo esa droga. El tiempo necesario para
que aparezca la adicción puede variar, pero se ha estimado
en unos treinta días. A partir de ahí el adicto se siente físicamente enfermo cuando no puede consumir la dosis acostumbrada. Además, los consumidores de derivados del opio
van desarrollando progresivamente tolerancia a esa droga,
por lo que cada vez necesitan consumir más.
Cuando los adictos a los opiáceos no consiguen su
dosis antes de unas ocho horas, empiezan a experimentar
síntomas de abstinencia. La gravedad de esta reacción
depende de varios factores, incluyendo la cantidad de narcótico que suela consumirse, la duración de los intervalos
entre dosis, el tiempo de adicción, y especialmente la personalidad y la salud del adicto.
Contrariamente a lo que algunos adictos creen, la abstinencia de la heroína no siempre es peligrosa, ni siquiera
demasiado penosa. Muchos adictos son capaces de soportar
la abstinencia sin necesidad de ayuda. Sin embargo, algunas
personas lo pasan especialmente mal, con síntomas de
mucosidad, ojos llorosos, sudoración, inquietud, aceleración del ritmo de respiración y una fuerte necesidad de
consumir la droga. A medida que va pasando el tiempo,
estos síntomas pueden ir adquiriendo mayor gravedad.
Normalmente puede producirse una alternancia entre unas
sensación de frío con acaloramiento y una sudoración excesiva, acompañados de vómitos, diarreas, calambres abdominales, dolor en la espalda y en las extremidades, fuertes
dolores de cabeza, temblores, e insomnio. Acosado por estas
plagas, el individuo rechaza la comida y la bebida lo que,
junto a los vómitos, la sudoración y la diarrea, provocan
deshidratación y pérdida de peso. En ocasiones los síntomas también incluyen delirios, alucinaciones y actividad
maníaca. También puede producirse un colapso cardiovascular que provoca la muerte. En el momento en que se
administra morfina, desaparecen temporalmente este
malestar, y se restablece rápidamente el equilibrio fisiológico.
Normalmente los síntomas de abstinencia empiezan
a disminuir al tercer o cuarto día, y después de una semana
ya han desaparecido. A partir de entonces, el sujeto vuelve a
comer y a beber y recupera rápidamente el peso perdido.
Una vez que han desaparecido los síntomas de abstinencia,
se reduce la tolerancia hacia la droga, por lo que existe el
riesgo de que si la siguiente dosis es de la misma cantidad
que la anterior, pueda producirse una sobredosis.
La vida de un adicto a los narcóticos se va orientando,
de manera cada vez más exclusiva, a la obtención de la
droga, por lo que la adicción suele conducir a una conducta
socialmente inadaptada, a medida que el individuo se ve
obligado a mentir, robar y a relacionarse con delincuentes,
para poder mantener el suministro de drogas. Muchos
adictos recurren a pequeños robos para poder mantener su
hábito, y algunos utilizan la prostitución como medida de
financiación.
Junto a la disminución de los valores éticos y morales,
la adicción también ejerce efectos físicos adversos sobre el
bienestar del individuo. Por ejemplo, una dieta inadecuada
puede provocar enfermedades, y aumentar la susceptibilidad a contraer diversos trastornos físicos. También la utilización de jeringuillas no esterilizadas puede provocar
diversos problemas, como hepatitis o la infección con el
virus del sida. Por otra parte, la utilización de una droga tan
poderosa sin supervisión médica y sin los controles gubernamentales que aseguren su pureza puede dar lugar a
una sobredosis fatal. La inyección de un exceso de heroína
puede llevar a la muerte. De hecho, las muertes por
heroína han aumentado durante los últimos años (Instituto
Nacional Para El Abuso De Drogas, 1998). Las mujeres que
consumen heroína durante el embarazo someten a sus hijos
nonatos a un riesgo terrible. Una trágica posibilidad es que
nazca un bebé prematuro y con bajo peso, adicto también a
la heroína y vulnerable a gran cantidad de enfermedades
(Anand y Arnold, 1994; Noia et al, y 1994).
La adicción a los opiáceos siempre produce un progresivo deterioro del bienestar personal (Brown y Lo, 2000). La
mala salud y el deterioro general de la personalidad, característicos de los adictos a los opiáceos, no proceden directamente de los efectos farmacológicos de la droga sino, por el
contrario, de la sangría económica, la dieta inapropiada,
el rechazo social, y la pérdida de autoestima, que se va produciendo a medida que el adicto va estando cada vez más
desesperado por conseguir su dosis diaria.
FACTORES CAUSALES EN LA DEPENDENCIA Y EL
ABUSO DE OPIÁCEOS. No existe una única pauta cau-
sal que explique todas las adicciones a las drogas narcóticas.
Un estudio de Fulmer y Lapidus (1980) llegó a la conclusión de que las tres razones más frecuentemente citadas
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para empezar a consumir heroína eran el placer, la curiosidad,y la presión de los compañeros. El placer es la razón
más citada (ochenta y uno por ciento). El consumo de opiáceos también puede estar influido por la herencia genética
(Kendler, Karkowski, et al., 2000), quizá a través de la transmisión de ciertas características de personalidad (Bouchard
y Loehlin, 2001). También pueden influir otros motivos,
como el deseo de escapar del estrés, la inadaptación personal, y aspectos socioculturales (Bry, McKeon y Pandina,
1982). Si bien la siguiente clasificación de factores causales
puede resultar artificial, por lo menos supone una forma
adecuada de organizar nuestra exposición.
Bases neuronales de la adicción fisiológica. Algunos
investigadores han sido capaces de identificar receptores
cerebrales para ciertas drogas narcóticas (Goldstein et al.,
1974; Pert y Snyder, 1963; Oficina Para La Evaluación De La
Tecnología, 1993). Tales receptores son células nerviosas
específicas, en el interior de las cuales se aloja la droga, de
manera similar a una llave en la cerradura. Esta interacción
entre la droga y las células del cerebro es lo que parece provocar la acción de la droga y, en el caso de las drogas narcóticas, la adicción. La utilización repetida de opiáceos
provoca cambios en los sistemas de neurotransmisores que
regulan la motivación y la capacidad para controlar el estrés
(DeVries y Shippenberg, 2002).
El cuerpo humano también produce sus propias sustancias opioides, denominadas endorfinas, en la glándula
pituitaria del cerebro. Tales sustancias se producen como
respuesta a la estimulación, y se cree que están relacionadas
con la reacción del cuerpo ante el dolor (Bolles y Faselow,
1982). Algunos investigadores sospechan que las endorfinas
pueden tener mucho que ver con la adicción a las drogas, y
especulan con la idea de que la necesidad de consumir drogas narcóticas esté relacionada con la carencia de endorfinas. Sin embargo, las investigaciones sobre el papel de las
endorfinas en la adicción a las drogas no ha obtenido resultados concluyentes, ni tampoco ha generado medios eficaces de tratamiento.
Adicción y psicopatología.
Se ha encontrado una elevada incidencia de personalidad antisocial entre los adictos
a la heroína (Alterman, McDermott, et al., 1998). Al comparar a un grupo de cuarenta y cinco varones jóvenes adictos e
ingresados en prisión, con un grupo de reclusos de control
sin adicción a las drogas, Gilbert y Lombardi (1967) encontraron algunas características distintivas como «los rasgos
antisociales de los adictos, su depresión, su tensión, inseguridad, sentimientos de inadecuación, y su dificultad para
establecer relaciones interpersonales cálidas y duraderas»
(p. 536). Meyer y Mirin (1979) encontraron que los adictos
a los opiáceos eran personas muy impulsivas e incapaces de
aplazar la gratificación. Kosten y Rounsaville (1986) encontraron que el sesenta y ocho por ciento de los heroinómanos
Abuso y dependencia de las drogas
también tenía algún otro trastorno de personalidad. Sin
embargo, como ocurre en el caso del alcoholismo, resulta
esencial tener cuidado de diferenciar entre los rasgos de personalidad previos y posteriores a la adicción; la elevada incidencia de psicopatologías entre los adictos a los narcóticos
puede deberse en parte a los propios efectos de la adicción.
Adicción y factores socioculturales.
En nuestra sociedad, existe una subcultura de los narcóticos, donde los adictos acuden en busca de drogas y de protección contra las
sanciones de la ley. Aparentemente, la mayoría de los adictos a los narcóticos participa en esta cultura. La decisión de
introducirse en este mundo tiene importantes implicaciones para el futuro, ya que a partir de ese momento todas sus
actividades girarán alrededor de su papel de drogadicto. En
definitiva, la adicción se convierte en un estilo de vida.
En una encuesta realizada en tres grandes ciudades de
Texas, Maddux y sus colaboradores (1994) encontraron que
la mayoría de drogadictos eran personas procedentes de
minorías, sin educación y sin empleo.
Con el tiempo, la mayoría de los jóvenes adictos que
han abrazado la cultura de las drogas se van haciendo cada
vez más retraídos, indiferentes por sus amistades (excepto
por los demás drogadictos) y sexualmente apáticos (Tremble et al., 1994). También suelen abandonar sus obligaciones escolares y sus aficiones deportivas, y mostrar una
importante disminución de sus esfuerzos por mejorar. La
mayoría de los adictos parecen carecer de una adecuada
identidad del papel sexual, y experimentan sentimientos de
inadecuación cuando se enfrentan con las exigencias de la
edad adulta. Se van sintiendo cada vez más aislados de su
cultura, aunque sus sentimientos de pertenencia al grupo se
ven reforzados por su asociación al ambiente de las drogas.
Simultáneamente, empiezan a concebir las drogas como
una manera de rebelarse contra la autoridad y los valores
convencionales, y también como un mecanismo que les
permiten aliviar sus tensiones y ansiedades.
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS. El tratamiento de
la adicción a los narcóticos es similar en principio al del
alcoholismo, en tanto en cuanto es necesario reconstruir al
adicto tanto en su faceta física como en la psicológica, y
ayudarle durante el período de abstinencia. Los adictos
sienten terror a los síntomas de la abstinencia, aunque éstos
son más llevaderos en un hospital, donde además pueden
recibir medicinas que alivien su malestar.
Una vez que se ha superado la abstinencia física, el tratamiento se concentra en ayudar al sujeto a integrarse en la
comunidad, y a mantener su abstinencia de las drogas. Sin
embargo, normalmente el pronóstico es poco favorable. El
abandono de la heroína no elimina el deseo de la droga. Por
lo tanto, un objetivo esencial para tratamiento de la adicción a la heroína debe ser la disminución de ese deseo. Una
forma de hacerlo es la que llevó a cabo un equipo de
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
investigación de la Universidad Rockefeller de Nueva York.
Utilizaron metadona junto con un programa de rehabilitación (asesoramiento, terapia de grupo, y otros procedimientos), que intentaba lograr la «re-socialización
completa» del drogadicto. La metadona es un narcótico sintético parecido a la heroína, e igual de adictivo desde el
punto de vista fisiológico. Su eficacia proviene del hecho de
que satisface el vehemente deseo del adicto, pero sin producir el grave deterioro psicológico, aunque sólo sea porque se
administra como parte de un «tratamiento» y en el seno de
un contexto clínico (véase el apartado Temas sin resolver).
Hay otras medicinas, como la buprenorfina (Transtec), que también se han utilizado para tratar la adicción
a la heroína. Parece que este fármaco puede resultar un
sustituto tan bueno como la metadona, pero con menos
efectos secundarios (Kamien, Mikuloichi, y Amass,
1999). La buprenorfina actúa como un antagonista de la
heroína (Lewis y Walter, 1992), y produce las mismas
«sensaciones de alegría» que la heroína (Mendelson y
Mello, 1992). Sin embargo, esta droga no produce la
dependencia física que genera la heroína (Grant y Sonti,
1994), y puede retirarse sin que aparezcan síntomas graves de abstinencia. Igual que ocurre con la metadona, la
buprenorfina resulta de la máxima eficacia cuando se
suministra junto con terapia conductual (Bickel, Amass,
Downey, Helmus, y Schuster, 2000).
Cocaína y anfetaminas (estimulantes)
Mientras que los narcóticos deprimen (hacen más lenta) la
actividad del sistema nervioso central, la cocaína y las anfetaminas la estimulan.
COCAÍNA.
Igual que ocurre con el opio, la cocaína procede de una planta que se conoce desde la antigüedad, y
que se utiliza desde entonces. Se empleaba frecuentemente
en la época precolombina de México y Perú (Guerra,
1971). Dado que era un producto muy costoso en los Estados Unidos, la cocaína estaba muy bien considerada entre
las clases opulentas. Sin embargo, la bajada de los precios
provocó un importante aumento de su consumo en los
Estados Unidos durante las décadas de los 80 y 90, hasta el
punto en que llegó a ser considerada como una epidemia,
especialmente entre los grupos sociales medios y altos. Los
ingresos en urgencias por sobredosis de cocaína aumentaron sustancialmente entre el año 1978 y el 2000. En el año
2000, las urgencias relacionadas con la cocaína supusieron
el veintinueve por ciento del total de los problemas con
drogas (informe DAWN, 2001).
Igual que ocurre con los opiáceos, la cocaína se puede
esnifar, comer, o inyectar. Y al igual que ellos, también provoca un estado eufórico de cuatro o seis horas de duración,
durante el cual se experimentan sensaciones de confianza y
alegría. Sin embargo, este estado de felicidad suele ir prece-
dido por dolores de cabeza, mareos, e inquietud. Cuando la
cocaína se consume de manera habitual, pueden aparecer
síntomas psicóticos agudos, tales como terroríficas alucinaciones de carácter visual, auditivo y táctil, similares a las de
la esquizofrenia en intensidad y diversidad.
Al contrario de lo de ocurre con los opiáceos, la cocaína
estimula la corteza cerebral, induciendo un estado de excitación e insomnio, a la vez que estimula las sensaciones sexuales. La dependencia de la cocaína también es diferente de la
dependencia de los opiáceos. Hace algún tiempo se pensaba
que no provocaba tolerancia. Sin embargo en la actualidad
se ha demostrado que provoca tolerancia, tanto de carácter
agudo como crónico (Jones, 1984). También ha cambiado la
idea previa de que los consumidores de cocaína no desarrollan dependencia fisiológica de la droga. Gawin y Kleber
(1986) demostraron que los consumidores crónicos mostraban síntomas de depresión, aunque de manera transitoria, cuando dejaban de consumir la droga. En la actualidad,
la cantidad de conocimientos que hemos adquirido sobre el
abuso de la cocaína, y especialmente respecto a los múltiples
problemas de salud y de carácter social que acarrea, ha provocado una considerable modificación de los puntos de
vista profesionales al respecto. Por ejemplo, esto se demuestra en las modificaciones diagnósticas que se han producido
en el DSM-IV-TR. Se describe un nuevo trastorno —la abstinencia de cocaína— que conlleva síntomas de depresión,
fatiga, problemas para dormir e hipersomnia (Foltin y
Fischman, 1997). También los problemas psicológicos y
vitales de los cocainómanos pueden llegar a ser graves. Los
problemas laborales, familiares, psicológicos y legales, son
más frecuentes entre los adictos a la cocaína y al crack (el
crack es el nombre que se da en la calle a la cocaína que ha
sido procesada para poder fumarse. El nombre se refiere al
sonido característico que produce al encender el cigarrillo).
Por ejemplo, Tardiff y sus colaboradores (1994) encontraron que el treinta y uno por ciento de las víctimas por asesinato en la ciudad de Nueva York habían consumido
cocaína. Por otra parte, muchos de los problemas relacionados con la cocaína provienen de la enorme cantidad de
dinero que requiere su consumo continuado.
Hoy el consumo de cocaína también está asociado con
un aumento de la actividad sexual, lo que a menudo provoca la compra de droga a cambio de sexo (Weatherby et al.,
1992), y las relaciones sexuales con desconocidos (Balshem
et al, 1992). También se ha encontrado que provoca problemas en el funcionamiento sexual. Kim y sus colaboradores
(1992) encontraron que, tras un uso prolongado, la mayoría de los consumidores de cocaína perdían interés por el
sexo y desarrollaban disfunciones sexuales.
Las mujeres que consumen cocaína mientras están
embarazadas ponen a sus futuros bebés en riesgo de sufrir
problemas fisiológicos y de salud. Aunque la investigación
más reciente sugiere que no se produce un «síndrome fetal
de crack», tal y como sí ocurre con las madres alcohólicas
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(Azar, 1997), los hijos de madres que consumen crack
corren el riesgo de ser maltratados y de perder a su madre.
Wasserman y Leventhal (1993) estudiaron durante sus primeros dos años de vida a un grupo de niños que habían
estado expuestos a la cocaína, y los compararon con otro
grupo que no habían tenido contacto con ella. El primer
grupo tenía una mayor probabilidad de ser maltratados
(veintitrés frente al cuatro por ciento). En la actualidad, los
jueces están empezando a adoptar una postura muy severa
respecto a las madres que consumen cocaína durante el
embarazo. Se ha dado el caso de que una mujer que perdió
su feto debido al consumo de crack, fue acusada de asesinato (Associated Press, 3 de diciembre de 1997). Se declaró
culpable de homicidio involuntario, y se le aplicó una sentencia de suspensión por tres años.
El tratamiento para la dependencia de la cocaína no
difiere apreciablemente del que se realiza para otras drogas
que generan dependencia fisiológica. Kosten (1989) ha
informado que los tratamientos más eficaces para la dependencia de la cocaína son algunas medicinas como la desipramina y el naltrexone (Kosten et al., 1992), para reducir el
deseo, junto a terapias psicológicas que aseguren el seguimiento del tratamiento.
Algunos estudios han informado de éxitos en el tratamiento de los consumidores de cocaína. Siqueland, CritsCristoph, y sus colaboradores (2002) encontraron que los
pacientes que habían seguido el tratamiento durante más
tiempo mantenían su abstinencia con más frecuencia que
quienes habían abandonado totalmente; mientras que Stewart, Gossop, y Marsden (2002) encontraron que los
pacientes que finalizaban la terapia tenían una menor tasa
de sobredosis que quienes no terminaban el tratamiento.
Carroll, Power, y sus colaboradores (1993, 1993b) han
demostrado que un tercio de los consumidores de cocaína
que siguen tratamiento mantienen su abstinencia doce
meses después. Encontraron diversos factores asociados
con los malos resultados: un gran consumo de la droga, un
mal funcionamiento psicológico y alcoholismo. Higgins,
Badger, y Budney (2000) demostraron que las personas que
no eran capaces de mantener la abstinencia durante el tratamiento también tenían peores resultados después de la
terapia. Uno de los problemas a los que se enfrentan los clínicos cuando trabajan con consumidores de cocaína son las
elevadas tasas de abandono: sólo el cuarenta y dos por
ciento mantienen el tratamiento durante más de seis sesiones (Kleinman et al., 1992). Otro problema frecuente es que
muchos de los pacientes con dependencia de la cocaína tienen también un grave trastorno de personalidad antisocial,
lo que suele provocar un fuerte rechazo al tratamiento
(Leal, Ziedonis, y Kosten, 1994). Arndt y sus colaboradores
(1994) encontraron que en los pacientes con dependencia
de la cocaína y personalidad antisocial, apenas mejoraban
con el tratamiento mientras que los que no tenían características antisociales, sí hacían progresos significativos.
Abuso y dependencia de las drogas
¿Necesitan siempre tratamiento los consumidores de
cocaína? Un estudio reciente sugiere que algunos de ellos
pueden abandonar la droga sin necesidad de terapia. Toneatto, Sobell, et al. (1999) describieron algunas recuperaciones que se habían producido en ausencia de tratamiento.
Un aspecto esencial del éxito, a juicio de los propios consumidores, fue «la mejoría del auto concepto».
La primera anfetamina que se utilizó
en la historia fue el sulfato de anfetamina, denominado
Benzedrina, que se sintetizó por primera vez en 1927, y se
vendía en las farmacias como inhalador para destaponar la
nariz. Sin embargo, los fabricantes en seguida se dieron
cuenta de que algunos usuarios chupaban el inhalador para
conseguir un «subidón». Así pues, la gente había descubierto el efecto estimulante del sulfato de anfetamina,
mucho antes de que los médicos comenzaran a prescribirlo
como estimulante. Al final de los años 30, aparecieron dos
nuevas anfetaminas, la Dexedrina (dextroanfetamina) y la
Metedrina (hidroclorito de metanfetamina, también conocido como speed). Esta última es un estimulante muchísimo
más potente que las otras dos del sistema nervioso central,
y por tanto mucho más peligroso. De hecho, su uso puede
ser letal.
Al principio, estas sustancias fueron consideradas
como «píldoras maravillosas» que permitían mantenerse
alerta, y funcionar temporalmente por encima de lo normal. Durante la Segunda Guerra Mundial, los militares se
interesaron por los efectos estimulantes de estas drogas, y
tanto los soldados alemanes como los aliados recurrieron a
ellas para eliminar los efectos de la fatiga (Jarvik, 1967).
También fueron muy utilizadas por la población civil, sobre
todo por parte de trabajadores nocturnos, conductores que
tenían que recorrer largas distancias, estudiantes que preparaban exámenes, y atletas que pretendían mejorar su propia marca. También se descubrió que las anfetaminas
suprimían en el apetito, por lo que se empleaban también
para perder peso. Otro uso habitual era el de contrarrestar
el efecto de los barbitúricos o de cualquier otra pastilla para
dormir que se hubiese tomado la noche anterior. En definitiva, se trataba de un fármaco que los médicos prescribían
con gran frecuencia.
En la actualidad, todavía se utilizan las anfetaminas de
manera ocasional para reducir el apetito, para aliviar la narcolepsia, un trastorno que lleva a quien lo sufre a dormirse
constantemente y de manera inevitable a lo largo del día, y
también para tratamiento de niños hiperactivos. En efecto,
resulta curioso que las anfetaminas tengan sobre estos chavales un efecto calmante (véase el Capítulo 16). También
suelen utilizarse para aliviar sentimientos leves de depresión, para mitigar la fatiga y para mantener la alerta durante
periodos de tiempo muy prolongados. Sin embargo, la utilización más frecuente de las anfetaminas está relacionada
con el ocio (Klee, 1998).
ANFETAMINAS.
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
Desde que fueron aprobadas por la Ley De Sustancias
Controladas de 1970, las anfetaminas se han clasificado
como sustancias controladas de nivel 2, esto es, drogas con
un elevado potencial de abuso, y que por lo tanto necesitan
prescripción médica. Por ello, durante los últimos años se
ha reducido la utilización de las anfetaminas con fines
médicos, por lo que ya resultan más difíciles de obtener de
manera legal. Sin embargo, todavía es muy sencillo adquirirlas de manera ilegal, por lo que continúan siendo una de
las drogas más frecuentemente utilizadas. Eso mismo ocurre en otros países como Australia (Lintzeris, Holgate, y
Dunlop, 1996). En el año 2000, el 2,4 por ciento de los
ingresos en urgencias a causa de las drogas estaban relacionados con las anfetaminas (encuesta DAWN, 2000; véase el
apartado El mundo que nos rodea 12.4, de la página 415).
EFECTOS DEL ABUSO DE LAS ANFETAMINAS.
Las
anfetaminas no son una fuente mágica de energía extra
mental o física. Por el contrario, empujan a quienes las utilizan a realizar un enorme gasto a costa de sus propios
recursos, llevándolos al borde de una peligrosa extenuación.
Las anfetaminas son además adictivas, tanto fisiológicamente como psicológicamente, y el organismo inmediatamente genera tolerancia hacia ellas (Wise, 1996). Así pues,
quienes habitualmente abusan de estas sustancias, llegan a
consumir dosis tan grandes que serían letales para una persona no habituada a ellas. En ocasiones, hay quien llega a
inyectarse la anfetamina para lograr que ejerza su efecto.
Cuando se sobrepasa la dosis prescrita por el médico, el
resultado es un aumento de la presión sanguínea, dilatación
de la pupila, un habla demasiado rápida y poco clara, sudoración abundante, temblores, excitabilidad, pérdida de apetito, confusión e insomnio. Inyectada en gran cantidad, la
Metedrina puede provocar tal aumento de la presión sanguínea, como para provocar la muerte inmediata. Por otra
parte, el abuso continuado de las anfetaminas puede llegar
a producir daños cerebrales, y una amplia gama de psicopatologías, incluyendo un trastorno que se conoce como psicosis por anfetaminas, de características similares a la
esquizofrenia paranoide. También el suicidio, el homicidio,
la agresión, y otras acciones violentas, están asociadas con el
abuso de anfetaminas.
TRATAMIENTO Y RESULTADOS.
La abstinencia de las
anfetaminas suele ser inofensiva, aunque hay pruebas que
aconsejan que cualquier tratamiento debe tener en cuenta
la adicción fisiológica (Wise y Munn, 1995). En algunos
casos, una abstinencia abrupta puede dar lugar a calambres,
náuseas, diarrea y convulsiones. De hecho, suele dar lugar a
sentimientos de cansancio y depresión. La depresión suele
alcanzar su punto máximo a las cuarenta y ocho o setenta y
dos horas, y se mantiene de manera intensa durante un par
de días, momento a partir del cual empieza a disminuir
progresivamente. Puede que todavía persistan sentimientos
leves de depresión y lasitud durante unas cuantas semanas
o incluso meses. Si se ha producido daño cerebral, quedan
como efectos residuales la dificultad para concentrarse,
aprender y recordar, lo que provoca deterioros de carácter
social, económico y de la personalidad.
Barbitúricos (sedantes)
Durante los años 30 se desarrollaron unos poderosos
sedantes, denominados barbitúricos. Aunque estas sustancias son legales bajo control médico, sin embargo se trata de
drogas muy peligrosas, que provocan dependencia física y
psicológica, y cuya sobredosis es letal.
EFECTOS DE LOS BARBITÚRICOS. Los barbitúricos
se utilizaban habitualmente para tranquilizar a los pacientes y facilitar el sueño. Actúan como depresores de la actividad del sistema nervioso central (Pickworth et al, 1997).
Poco después de haber tomado un barbitúrico, se experimenta una sensación de relajación y la desaparición de
cualquier tensión, seguidas de una laxitud física e intelectual, con tendencia a la modorra y al sueño —la intensidad
de estas sensaciones depende del tipo de barbitúrico y de la
cantidad que se haya tomado—. Dosis grandes suelen producir sueño inmediato, mientras que una dosis excesiva
suele ser letal, porque provoca la paralización de los centros
cerebrales que controlan la respiración. Otros efectos habituales de esta droga son el deterioro de la capacidad de
tomar decisiones y solucionar problemas, la pereza, habla
lenta y cambios súbitos de humor.
El uso excesivo de los barbitúricos también provoca
tolerancia y dependencia física y psicológica. Puede producir daños cerebrales y deterioro de la personalidad. Pero al
contrario de lo de ocurre con los opiáceos, la tolerancia
hacia los barbitúricos no conlleva un incremento de la cantidad necesaria para provocar la muerte. Esto quiere decir
que es muy fácil ingerir una sobredosis mortal de manera
accidental.
FACTORES CAUSALES EN EL ABUSO Y DEPENDENCIA DE LOS BARBITÚRICOS. Aunque muchos jóve-
nes experimentan con los barbitúricos, no todos adquieren
dependencia de esta sustancia. De hecho, las personas
dependientes de los barbitúricos suelen tener una edad
avanzada y los utilizan como «pastillas para dormir», sin
consumir ningún otro tipo de droga (quizá con la excepción del alcohol o algún tranquilizante menor). Suele denominarse a estas personas abusadores silenciosos, ya que se
limitan a tomar la droga en la privacidad de su hogar, y no
suelen provocar escándalo público.
Es frecuente que los barbitúricos se combinen con el
alcohol. De hecho, hay quien añade anfetaminas a esta
combinación. Al hacer esto, están jugando a la ruleta rusa
con la muerte, ya que cada una de estas drogas aumenta la
acción de la otra.
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Abuso y dependencia de las drogas
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Meta-anfetaminas: ¿son de verdad tan
estupendas?
La meta anfetamina, que en la calle recibe el nombre de
«cristales» o «hielo» debido a su apariencia, es una droga
estimulante muy poderosa, que provoca un «subidón»
muy rápido y duradero. Sin embargo, es una de las drogas
ilegales más peligrosas, debido a sus traicioneras
propiedades. Es un tipo de anfetamina fácil de preparar
en gran cantidad en laboratorios improvisados, lo cual
dificulta enormemente su detección. Es una droga
relativamente barata, por lo que suele denominarse «la
cocaína de los pobres». Por ejemplo, es posible
manufacturarla en una nevera portátil, con ingredientes
que se pueden adquirir legalmente en cualquier farmacia.
Se puede ingerir de diversas formas, fumándola,
esnifándola, comiéndola o inyectándola. Sus efectos son
prácticamente instantáneos cuando se fuma o se inyecta.
La meta-anfetamina actúa aumentando el nivel de
dopamina del cerebro, por lo que su uso continuado
produce cambios estructurales en este órgano (Anglin,
Burke, et al, 2000). La gravedad de los síntomas
psiquiátricos asociados con la droga está relacionada de
manera significativa con la cantidad de tiempo que se
viene utilizando (Yoshimoto et al., 2001). De hecho,
abandonar su consumo puede dar lugar a problemas de
aprendizaje y memoria, y a alteraciones cognitivas
(Rothman et al, 2000). Esta droga se metaboliza más
lentamente que otras, por lo que su efecto es más
duradero. Cuando éste desaparece, se experimenta una
sensación de debilidad extrema, letargo, adormecimiento
y depresión. Egan (2002) ha descrito así sus efectos:
Lacy B., veintiséis, pasea bajo la lluvia, con la piel
crispada, su mente al galope, y las uñas mordidas por
completo. Está intentando abandonar su adicción, y
está buscando asesoramiento. Pero sin embargo
lleva una lista de la compra con todos los
ingredientes para cocinar la meta-anfetamina.
«Disolventes de una tienda de pinturas, litio de
baterías, —sé que esto me puede matar», dijo en una
entrevista—. «Pero también sé que me mantiene en
pie. Hay veces en que no me siento normal si no he
tomado la droga».
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS.
Como ocurre con
muchas otras drogas, resulta esencial para el tratamiento
discriminar entre la intoxicación por barbitúricos, que
depende de los efectos tóxicos de las sobredosis, y los sínto-
Otra mujer, Bertina P., de treinta y tres años, lleva
dos años de abstinencia, aunque todavía se
estremece al recordarlo. «Intenté curar un absceso
de mi boca con una navaja. Estaba haciendo de
dentista conmigo misma. Por suerte no me maté».
El uso de esa droga ha aumentado sustancialmente
durante los últimos diez años. En los Estados Unidos,
alrededor de cinco millones de personas (2,3 por ciento
de la población) habían probado la droga en 1998 (NIDA,
2002). En una encuesta reciente realizada con casi
630 000 estudiantes de bachiller, Oetting et al. (2000)
encontraron que la meta-anfetamina había duplicado su
uso entre 1989 y 1996. En este último año, el 1,8 por
ciento de los alumnos de noveno grado (3º de ESO), el 1,9
por ciento de los de décimo grado (4º deºESO), el 2,5 por
ciento de los de decimoprimero (1º Bachiller), y el 2,1 por
ciento de los de decimosegundo grado (2º de Bachiller),
dijeron haber utilizado meta-anfetaminas durante los
últimos treinta días. Aunque las chicas la utilizan menos,
desde hace unos siete años se están poniendo a la altura
de los chicos. Este aumento del uso de la droga entre las
mujeres puede ser resultado de uno de los efectos
colaterales de esta sustancia. Wermuth (2000) ha
señalado que «un atractivo adicional es la supresión
del apetito, lo que resulta especialmente interesante
para las chicas que intentan adelgazar». Resulta
llamativo que la meta-anfetamina se utilice en
Estados Unidos de manera diferente en función
de la zona geográfica. En efecto, se consume con más
frecuencia en el suroeste, en la costa este, y en Hawai,
y muy poco en el norte, el sur, y el medio oeste (DAWN,
2001). Esto tiene que ver con el hecho de que los
laboratorios clandestinos se concentran en México,
California, Hawai.
Hay algunas pruebas de que la adicción a esta droga
se produce con más rapidez que a la cocaína (Castro et
al., 2000). Los adictos son muy difíciles de tratar, y es
frecuente la recaída. En un estudio realizado en
California con noventa y ocho adictos, se encontró que la
mitad de ellos habían recaído en la droga dos o tres años
después de la terapia; el treinta y seis por ciento
reconocía haber vuelto a consumirla seis meses después
de haber terminado la terapia (Bretch et al., 2000).
mas asociados con la abstinencia, ya que ambos tipos de
problemas requieren procedimientos diferentes. Con respecto a los barbitúricos, los síntomas de abstinencia son
más peligrosos, graves y duraderos, que la abstinencia de los
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
opiáceos. El paciente con abstinencia de barbitúricos se
muestra ansioso y aprensivo, y muestra fuertes temblores
en las manos y en el rostro; también puede sufrir insomnio,
debilidad, náuseas, vómitos, calambres abdominales, taquicardia, aumento de la presión sanguínea y pérdida de peso.
También es posible que desarrolle un delirio psicótico
agudo.
Para quienes suelen consumir dosis grandes, los síntomas de abstinencia pueden durar más de un mes, aunque
habitualmente tienden a disminuir después de la primera
semana. Afortunadamente, los síntomas de abstinencia en
la adicción a los barbitúricos pueden reducirse, mediante la
administración de pequeñas dosis del propio barbitúrico o
de otra droga similar. También el propio programa de abstinencia resulta relativamente peligroso, sobre todo si la
adicción al barbitúrico se combina con alcoholismo o
dependencia de otras drogas.
LSD y otras drogas similares
(alucinógenos)
Los alucinógenos son drogas que inducen alucinaciones.
Sin embargo, lo que suelen hacer no es «crear» imágenes
sensoriales, sino que las distorsionan hasta el punto que la
persona ve u oye cosas de una manera diferente y poco
usual. Con frecuencia estas drogas también se denominan
psicodélicas. Las principales drogas de esta categoría son
el LSD (Dietilamida del Ácido Lisérgico), mescalina, y psilocibina. En los años 70 también se hizo muy popular la
fenciclidina o «polvo de Ángel». En este apartado nos centraremos en el LSD, la mescalina y el éxtasis.
LSD. El alucinógeno más potente es el LSD, una droga
inodora, incolora e insípida, que puede producir intoxicación con una cantidad inferior a un grano de sal. Se trata de
una sustancia sintetizada químicamente, que fue descubierta por el químico suizo Albert Hoffman en 1938. Hoffman no fue consciente de las cualidades alucinatorias del
LSD hasta que probó él mismo una pequeña cantidad. Este
es el informe de su experiencia:
El viernes pasado, 16 de abril de 1943, tuve que dejar de
trabajar en el laboratorio e irme a casa, embargado por
una inquietud muy peculiar, unida a una sensación de
aturdimiento. Al llegar a casa, me acosté y caí en una especie de borrachera que no resultaba nada desagradable,
caracterizada por una gran actividad de mi imaginación.
En ese estado de aturdimiento, y con los ojos cerrados (la
luz me resultaba desagradablemente brillante) surgieron
ante mi una serie de imágenes fantásticas, de una extraordinaria plasticidad y viveza, acompañadas de una sucesión de colores caleidoscópicos muy intensos. Después de
un par de horas estas sensaciones fueron desapareciendo
progresivamente (Hoffman, 1971, p. 23).
A partir de esta experiencia, Hoffman llevó a cabo
una serie de auto-observaciones controladas con LSD,
algunas de las cuales describió como «horrendas». Algunos investigadores piensan que esta sustancia podría
resultar de utilidad para el estudio de los estados alucinógenos característicos de la esquizofrenia. En 1950 el LSD
se introdujo en los Estados Unidos para realizar este tipo
de investigaciones, y para estudiar sus posibilidades terapéuticas. Sin embargo, esta sustancia no parece tener ninguna utilidad terapéutica.
Tras haber consumido LSD, la persona pasa unas ocho
horas de cambios perceptivos, con altibajos de humor, y
sensaciones de despersonalización y desrealización. La
experiencia no siempre es agradable. Puede llegar a ser
absolutamente traumática, de manera que los objetos y
sonidos distorsionados, los colores ilusorios y los pensamientos alterados, pueden percibirse como algo amenazante y terrorífico. Por ejemplo, mientras se encontraba
bajo la influencia del LSD, un estudiante de Derecho
intentó utilizar un taladro dental para hacer un agujero en
su cabeza, para que el tiempo «pudiera continuar» (Rorvik,
1970). Otras veces, quienes han tenido «viajes malos» se
han prendido fuego, han saltado al vacío desde lo alto de un
edificio, o han tomado otras drogas que han resultado mortales al combinarse con el LSD.
Un fenómeno interesante y poco habitual que ocurre a
veces después de tomar LSD, son las escenas retrospectivas
(Flash Back), una recurrencia involuntaria de las distorsiones y alucinaciones perceptivas, semanas y meses después
de haber consumido la droga. Estas escenas retrospectivas
son poco habituales entre quienes sólo han consumido una
vez LSD. Pero incluso aunque no aparezca este efecto, un
estudio encontró alteraciones permanentes de tipo visual al
menos durante dos años después de haber usado LSD. En
este estudio, Abraham y Wolf (1988), informaron que un
grupo de personas que habían consumido LSD durante una
semana tenían una menor sensibilidad visual hacia la luz,
durante la adaptación a la oscuridad, y mostraban también
otros problemas visuales.
MESCALINA Y PSILOCIBINA. Otros dos alucinógenos son la mescalina, derivada de unos pequeños brotes
circulares (los botones de mescal), que aparecen en la parte
superior de un cactus que se denomina peyote, y también la
psilocibina, que se obtiene de diversas setas «sagradas» de
México, que se conocen como Psilocibe Mejicana. Se trata
de drogas que se han utilizado durante siglos en ceremonias
rituales de los pueblos nativos de México, del suroeste americano y de América central y del Sur. De hecho, los aztecas
ya las utilizaban mucho antes de la llegada de los españoles.
Se trata de drogas con propiedades alucinógenas, aunque su
efecto principal es que permite al individuo ver, oír y experimentar acontecimientos de una manera absolutamente
desacostumbrada, transportándolo a la esfera de una «realidad extraordinaria». Igual que ocurre con el LSD, no tenemos pruebas de que la mescalina o el psilocibin en realidad
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«amplíen la conciencia» o generen ideas nuevas; más bien
lo que hacen fundamentalmente es alterar o distorsionar la
experiencia.
Éxtasis
La droga denominada éxtasis o MDMA (3,4-metilenedioximetanfetamina) es a la misma vez un alucinógeno y un
estimulante, muy popular en las fiestas de adultos jóvenes.
Esta droga se patentó en 1913 por la compañía farmacéutica Merck, supuestamente para ser comercializada como
una pastilla dietética, aunque por fin la compañía decidió
no llevarla al mercado debido a sus efectos colaterales. Posteriormente, durante la década de los 70 y los 80, se valoró
su posible uso para el tratamiento psicológico de una
amplia gama de trastornos, tales como el estrés post-traumático, las fobias, trastornos psicosomáticos, depresión,
suicidio, adicción a las drogas, o dificultades para las relaciones personales (Grob, 2000). Sin embargo, los resultados
no fueron satisfactorios. De momento, se trata de una droga
muy peligrosa, clasificada en la categoría más restringida
del catálogo elaborado por la administración norteamericana (Murray, 2001). En la actualidad sólo se puede adquirir de manera ilegal.
El éxtasis es químicamente similar a la meta anfetamina y a la mescalina, y produce efectos parecidos a otros
estimulantes, aunque las investigaciones sugieren que las
propiedades alucinógenos de la droga superan a las de la
mescalina (Kovar, 1998; Parrott y Stuart, 1997). Unos 20
minutos después de haber ingerido éxtasis, se experimenta
un «subidón» que va seguido de una sensación de activación, energía, y bienestar. Sus efectos pueden durar varias
horas. Quienes la han consumido dicen experimentar una
intensa sensación de colores y sonidos, y así como alucinaciones leves (Fox, Parrott, y Turner, 2001; Lieb, Schuetz, y
Pfister, von Sydow, y Wittchen, 2002; Soar, Turner, y Parrott,
2001), junto a elevados niveles de energía y excitación. Se
trata de una sustancia adictiva, aunque no tanto como la
cocaína. Su utilización está asociada a unas cuantas consecuencias adversas, como náuseas, sudoración, tensión de
mandíbula, calambres musculares, visión borrosa y alucinaciones (Parrott, y 2001).
El éxtasis cada vez se utiliza más entre estudiantes universitarios y adultos jóvenes, para animar las fiestas o como
una droga para las «orgías» (Boys, Lenton, y Norcross,
1997). En una encuesta realizada a 12 000 estudiantes universitarios, Strote, Lee, y Weschler (2002) encontraron que
entre 1997 y 1999, su uso había aumentado en un sesenta y
nueve por ciento, pasando del 2,8 al 4,7 por ciento. Sin
embargo, esta tasa de aumento ha disminuido en una
encuesta más reciente (NIDA, 2002). Otra encuesta realizada a estudiantes de medicina de Reino Unido, encontró
que el cuatro por ciento de los estudiantes reconocían haber
utilizado el éxtasis (Webb, Ashton, et al, 1998).
Abuso y dependencia de las drogas
Como ocurre con muchos otras drogas ilegales, la utilización recreativa del éxtasis está asociada con características de personalidad de impulsividad y estrechez de juicio
(Morgan, 1998). Los usuarios de éxtasis tienen más tendencia a consumir también marihuana, a emborracharse, a
fumar cigarrillos, y a ser muy promiscuos (Strote, Lee, y
Weschler, 2002). Sin embargo, muchas veces son chicos
muy jóvenes que asisten a sus primeras fiestas los que recurren a esta droga para sentirse más competentes (Boyes,
Marsden, y Strang, 2001).
Sin embargo, la investigación ha demostrado sin lugar
a dudas las consecuencias negativas tanto psicológicas
como físicas (incluyendo la muerte) de esta droga. Un estudio reciente informó el caso de un hombre de veintiún años
que había desarrollado un trastorno de pánico después de
tomar éxtasis (Windhaher, Maierhofer, y Dantendorfer,
1998); en otro caso, una mujer de dieciocho años desarrolló
una psicosis después de tomar una sola vez esta droga (Van
Kampen y Katz, 2001). El éxtasis también está asociado con
deterioros en la memoria (Parrott, Lee, y sus colaboradores,
1998). También se han encontrado daños cerebrales graves.
Granato, Weill, y Revfillon (1997) describieron el caso de un
hombre de veinte años que sufrió un infarto cerebral al
tomar éxtasis. Cayó en coma un minuto después. Al despertar mostraba signos de disociación, delirios, alucinaciones
visuales y amnesia. Exámenes posteriores mostraron que
había sufrido daños en los lóbulos frontales y en el lóbulo
temporal derecho.
Marihuana
Si bien es cierto que la marihuana también se clasifica entre
los alucinógenos suaves, existen diferencias muy importantes respecto a la naturaleza, intensidad y duración de sus
efectos, en comparación a los producidos por el LSD, la
mescalina y otros alucinógenos. La marihuana proviene de
las hojas y las flores de la planta del cáñamo, denominada
Cannabis sativa. Esta planta crece en climas templados tales
como algunas zonas de India, África, México, Sudamérica, y
Estados Unidos. La marihuana procede fundamentalmente
de las hojas verdes secas, de ahí su nombre coloquial de
hierba. Lo más normal es que se consuma fumándola
mediante cigarrillos (que se denominan porros, canutos,
hierba, etc.) o también en pipa. En algunos lugares se prepara como infusión. La marihuana está relacionada con
una droga más fuerte, el hachís, derivado de la resina de la
planta del cáñamo, y elaborado como un polvo parecido al
chicle. El hachís, igual que la marihuana, suele fumarse.
Tanto la marihuana como el hachís se remontan a
tiempos antiguos. El cáñamo ya se conocía en la antigua
China (Blum, 1969; Culliton, 1970), y aparece en los compendios de hierbas del emperador chino Shen Nung, escritos alrededor del año 737 antes de Cristo. Hasta finales de
los años 60, en los Estados Unidos la marihuana estaba
CAPÍTULO 12
.
Trastornos relacionados con sustancias
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Ludopatías
Aunque la ludopatía no depende del uso de una
sustancia química, está considerada como un trastorno
afectivo debido a los factores de personalidad que
caracterizan a los jugadores compulsivos, a las
dificultades implícitas en el problema, así como al tipo de
tratamiento que requiere (Grant, Kushner, y Kim, 2002).
Igual que ocurre con otras adicciones, la ludopatía es un
tipo de conducta que se mantiene merced a sus
beneficios a corto plazo, que las convierte en inmunes a
los problemas a largo plazo que generan en la vida del
individuo. La historia y la antropología nos indican que el
juego es un fenómeno presente en todas las culturas y
estratos sociales. La ludopatía es un trastorno
progresivo, que se caracteriza por una continua pérdida
de control a la hora de jugar, una intensa preocupación
por el juego y por las ganancias que se pueden obtener,
por una conducta irracional, y por continuar jugando
incluso en las peores circunstancias. Se ha estimado que
en los Estados Unidos la ludopatía afecta a alrededor del
2,3 por ciento de la población adulta (Volberg, 1990).
Afecta tanto a hombres como a mujeres (Hing y Breen,
2001). Un estudio reciente de afro-americanos de sendos
centros sociales de la tercera edad, encontró un
diecisiete por ciento de ludopatías (Bazaragan,
Bazaragan, y Mahfuja, 2001).
En nuestra sociedad el juego adopta muchas formas,
tales como los juegos de casino, las apuestas en carreras
de caballos, la lotería, las quinielas, el bingo, las cartas,
etc.
restringida a minorías de bajo nivel social, y a personas del
mundo del espectáculo.
En la actualidad se está incrementando los problemas
relacionados con la marihuana que llegan a la sala de urgencia de los hospitales. A partir de los años 60, ha aumentado
de manera exponencial la utilización de la marihuana entre
la juventud, y a principios de los años 70 se estimaba que
más a menos la mitad de los adolescentes y de los adultos
jóvenes americanos habían probado la marihuana, con un
diez por ciento que la utilizaba de manera ocasional y habitual. Kandel y sus colaboradores (1986) informaron que en
una muestra de sujetos de entre veinticuatro y veinticinco
años de edad, el setenta y ocho por ciento de varones y el
sesenta y nueve por ciento de mujeres había probado la
marihuana. Una encuesta epidemiológica encontró que un
tercio de las personas que habían participado en la encuesta
Cualquiera que sea la situación del jugador, la
ludopatía afecta de manera significativa al bienestar
social, psicológico y económico de su familia (Lorenz y
Shuttlesworth, 1983). De hecho, un estudio encontró que
una elevada proporción de ludópatas había cometido
delitos que estaban relacionados con el juego
(Blaszczynski, McConaghy, y Frankova, 1989).
La ludopatía parece seguir una pauta aprendida, y
muy resistente a la extinción. En efecto, muchas personas
adquieren una ludopatía después de haber ganado una
importante suma de dinero la primera vez que jugaron;
así pues, el azar puede ser responsable de cierto
porcentaje de personas que han tenido «la suerte del
principiante». El reforzamiento que reciben durante esta
etapa introductoria puede constituir un factor
importantísimo para una posterior ludopatía. Dado que
cualquiera tiene cierta probabilidad de ganar de vez en
cuando, el esquema de reforzamiento intermitente —el
más poderoso del condicionamiento operante (véase el
Capítulo 3)— explica perfectamente que el ludópata
continúe jugando, pese a que pueda haber sufrido
enormes pérdidas.
Aunque sepa que tiene pocas probabilidades de
ganar, y pese al hecho de que el éxito inicial no haya
vuelto a repetirse, los ludópatas continúan jugando con
avidez. Para poder seguir jugando, son capaces de
dilapidar sus ahorros, abandonar su familia, dejar de
pagar facturas y pedir dinero prestado a sus amigos o a
prestamistas. Algunos recurren al fraude, la
malversación, y a otros procedimientos ilegales de
nacional sobre abuso de drogas (N= 17.747 en 1995) reconocieron haber utilizado la marihuana (Bobashev y Anthony, 1998). En una encuesta sobre los ingresos en urgencias
relacionados con las drogas (informe DAWN, 2001), el dieciséis por ciento se debían al abuso de marihuana. Como
puede imaginarse, muchos de estos ingresos tenían que ver
con el consumo de otras sustancias unidas a la marihuana.
EFECTOS DE LA MARIHUANA.
Los efectos de la
marihuana varían muchísimo, dependiendo de la calidad y la
dosis de la droga, la personalidad y el estado de ánimo del
usuario, sus experiencias anteriores con la droga, el entorno
social, y sus expectativas. Sin embargo, existe un considerable
consenso entre los consumidores habituales, de que cuando
la marihuana se fuma y se inhala, produce un leve estado de
intoxicación. Se trata de una sensación de euforia que se
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obtener dinero. En un estudio pionero sobre los jugadores
patológicos, Rosten (1961) encontró que tendían a ser
individuos rebeldes y poco convencionales, que no
parecían comprender por completo las normas éticas de
la sociedad. La mitad del grupo se describían así mismos
diciendo que odiaban las normas. Con frecuencia tenían
una inamovible sensación de que «esta es mi noche».
Normalmente también habían seguido la denominada
falacia de Montecarlo –que después de muchas pérdidas,
llegaría su turno de ganar, y podrían resarcir con creces
todo lo perdido–. Muchos de ellos rechazaban la idea de
que se hubieran «vuelto locos», recurriendo a
racionalizaciones muy elaboradas. Por ejemplo, un
ludópata argumentaba así ante cualquier posibilidad:
«cuando voy ganando, puedo jugar porque estoy
haciéndolo con el dinero de los demás; cuando voy
perdiendo, tengo que jugar para recuperar lo perdido.
Cuando estoy en mi paz, puedo seguir jugando porque no
he perdido nada» (Rosten, 1961, p. 67). Resulta
interesante observar que pocos meses después de este
estudio, trece de los treinta sujetos habían vuelto a jugar
de manera compulsiva, a beber en exceso, o no se había
vuelto a saber de ellos, con lo que el autor suponía que
habían vuelto a jugar.
Los estudios posteriores han apoyado por completo
los resultados de Rosten. Los ludópatas se pueden
describir como personas inmaduras, rebeldes, buscadoras
de emociones, supersticiosas, antisociales (Slutsky, Eisen,
et al., 2001), y compulsivas (Hollander, Buchalter, et al,
2000). La investigación ha demostrado que el juego
patológico está asociado con otros trastornos,
especialmente con el abuso de sustancias como el alcohol,
y con la dependencia de la cocaína (Lagenbucher, Bauly, et
al., 2001; Hall, Carriero, et al., 2000; Petry, 2001).
También los factores culturales parecen ser
importantes respecto a los problemas con el juego.
Investigaciones realizadas con refugiados del sureste
caracteriza por sentimientos de bienestar, aumento de la agudeza perceptiva, una agradable relajación, acompañada por
la sensación de estar flotando a la deriva. Todos los sentidos
se ponen alerta. La sensación de que el tiempo se estira y distorsiona, de tal manera que algo que sólo ha durado unos
segundos puede parecer una eternidad. También afecta a la
memoria a corto plazo, como cuando nos damos cuenta de
que nos hemos comido medio bocadillo, pero no recordamos haber dado ni un solo bocado. La mayoría de la gente
dice que aumentan sus experiencias agradables, incluidos los
intercambios sexuales. Cuando se fuma, la marihuana se
absorbe rápidamente, y sus efectos aparecen en cuestión de
segundos, aunque raramente duran más de dos o tres horas.
Sin embargo, la marihuana también puede producir
sensaciones desagradables. Por ejemplo, si se consume
cuando se está en una situación de infelicidad, hostilidad,
Abuso y dependencia de las drogas
asiático destacan el papel de las influencias culturales
sobre la ludopatía. En efecto, se trata de un
problema especialmente destacado entre esta
población, especialmente en Laos (Aronoff, 1987;
Ganju y Quan, 1987).
El tratamiento de la ludopatía es similar al de otros
trastornos adictivos. El tratamiento más utilizado es la
terapia cognitivo-conductual (Breen, Kruedelback, y
Walker, 2001). Por ejemplo, Sylvain, Ladouceur, y Boisvert
(1997) aplicaron una terapia cognitivo-conductual a
cincuenta y ocho ludópatas. Dieciocho de ellos
abandonaron nada más comenzar la terapia, y once lo
hicieron poco tiempo después, pero quienes continuaron
hasta el final mostraron una mejoría significativa. De
ellos, el ochenta y seis por ciento todavía no mostraban
conductas de juego patológicas un año después.
Algunos ludópatas que quieren poner fin a su
problema pueden encontrar ayuda en la organización
Ludópatas Anónimos. De características similares a los
Alcohólicos Anónimos, fue fundada en Los Ángeles en
1957 por dos ludópatas que se dieron cuenta de que
podían ayudarse mutuamente a controlar su compulsión
al juego, hablando de sus propias experiencias. A partir
de entonces, se han ido estableciendo este tipo de grupos
en las principales ciudades americanas.
En los Estados Unidos se está produciendo un
incremento de las ludopatías (Osater y Knapp, 2001;
Potenza, 2002; Stinchfield, 2002). La legislación que ha
liberalizado el juego permite que los Estados organicen
loterías, carreras de caballos, y casinos de juego, lo que
proporciona unas significativas recaudaciones de
impuestos. Esto hace pensar que probablemente el
problema de la ludopatía vaya en aumento a medida que
las personas «van probando suerte». Dado que las
ludopatías son muy resistentes al tratamiento, nuestros
esfuerzos en el futuro deben dirigirse a desarrollar
estrategias de prevención y tratamiento más eficaces.
suspicacia o temor, puede llegar a intensificar esos sentimientos. Con dosis elevadas, algunos individuos más o
menos inestables o susceptibles pueden experimentar una
fuerte ansiedad y depresión, así como ideas delirantes, alucinaciones, y otras experiencias de tipo psicótico. Hay pruebas de que existe una fuerte relación entre el consumo
cotidiano de marihuana y la ocurrencia de síntomas psicóticos (Tien y Anthony, 1990).
Los efectos fisiológicos de la marihuana incluyen un
aumento moderado del ritmo cardíaco, una disminución
del tiempo de reacción, una pequeña contracción del
tamaño de la pupila, ojos enrojecidos y con picor, boca seca,
y aumento de apetito. La marihuana también provoca trastornos en la memoria y una mayor lentitud en el procesamiento de la información (Pope, Gruber, et al., 2001). El
uso continuado de dosis altas durante mucho tiempo,
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
tiende a producir letargo y pasividad. En estos casos la
marihuana parece tener un efecto depresivo y alucinógeno.
Todavía se está investigando los efectos del consumo continuado y habitual de marihuana, y ya se han identificado
algunos efectos colaterales de carácter adverso. Por ejemplo,
tiende a disminuir el autocontrol. Un estudio que exploró la
historia de abuso de sustancias entre asesinos encarcelados,
encontró que la droga más utilizada entre los asesinos había
sido la marihuana. Un tercio de ellos indicaron que habían
consumido esa droga inmediatamente antes del homicidio,
y dos tercios se encontraban bajo sus efectos en el momento
del crimen (Spunt et al., 1994).
Con frecuencia se ha comparado la marihuana con la
heroína, si bien ambas drogas tienen muy poco en común,
tanto por lo que concierne a la tolerancia como a la dependencia fisiológica. La marihuana no produce una fuerte
dependencia fisiológica, tal y como sí ocurre con la heroína.
Sin embargo, la marihuana puede provocar una dependencia
psicológica, de manera que en situaciones de tensión y ansiedad se siente una fuerte necesidad de consumirla. De hecho,
investigaciones recientes han encontrado que muchos consumidores de marihuana dicen haber tenido síntomas de
abstinencia, nerviosismo, tensión, problemas para dormir, y
cambios en el apetito (Budney, Hughes, et al., 2001; Kouri y
Pope, 2000). Un estudio reciente sobre personas que abusan
de sustancias, encontró que los consumidores de marihuana
se mostraban más ambivalentes y con menor confianza en su
capacidad para dejarla, que los consumidores de cocaína
(Budney, Radonovich, et al., 1998).
Hay una serie de métodos de tratamiento psicológicos,
que han demostrado su eficacia para reducir el consumo de
marihuana en adultos dependientes de la droga (Zweben y
O´Connell, 1992). Como ocurre con otras drogas adictivas,
entre sus consumidores probablemente se encuentren sujetos con una personalidad antisocial o de tipo psicótico (Kwapil, 1996). El tratamiento del uso de la marihuana se ve
obstaculizado por el hecho de que quizás exista algún trastorno subyacente de la personalidad. Un estudio comparó la
eficacia de los tratamientos, la prevención de recaídas (PR) y
el grupo de apoyo (GA), en adultos con dependencia de la
marihuana (Stephens, Roffman, y Simpson, 1994). Los tratamientos psicológicos producen una importante disminución
del consumo en los doce meses posteriores al tratamiento.
No todos los trastornos por adicción suponen emplear
sustancias con propiedades químicas que provoquen dependencia. Como se discute en el apartado El mundo que nos
rodea 12.5 de la página 418, es posible desarrollar «adicciones» a ciertas actividades, que pueden resultar tan amenazadoras para la vida como el alcoholismo grave, y tan dañinas,
tanto en lo psicológico como en lo social, como el abuso de
las drogas. Por ejemplo, la ludopatía puede resultar muy
similar al abuso de sustancias. Tanto el tipo de conducta
como su respuesta al tratamiento, sugieren que estos trastornos son muy similares a los que provocan las drogas.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son los principales efectos físicos y
psicológicos de la morfina y la heroína?
• ¿Cuáles son los tres principales factores
causales en la dependencia a los opiáceos?
• Describa los tratamientos psicosociales y
biológicos para la dependencia a los opiáceos.
• ¿Cuáles son los riesgos físicos del consumo de
éxtasis?
• ¿Qué es la meta-anfetamina? ¿Cuáles son los
principales problemas de salud relacionados
con el consumo de meta-anfetamina?
T E M AS S I N R ES O LV E R
INTERCAMBIO DE ADICCIONES: ¿ES UNA ESTRATEGIA EFICAZ?
La abstinencia de la heroína supone una dificultad
importante, debido al intenso deseo que siente el individuo
de volver a tomar la droga. ¿No sería maravilloso tener
una varita mágica -una medicina- que permitiera a los
adictos a la heroína dejar de consumir la droga sin sentir
molestia alguna? En este sentido una estrategia que se
viene usando desde hace varias décadas consiste en
administrar metadona (hidrocloridrato de metadona, un
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narcótico sintético igual de adictivo que la heroína),
generalmente junto a un programa de rehabilitación de
carácter psicológico y social, orientado a la re-socialización
del drogodependiente. La idea básica es que la metadona
satisface el deseo de heroína, pero no produce un deterioro
psicológico tan grave.
Muchos investigadores han llegado a la conclusión de
que además de facilitar la rehabilitación social y
psicológica, la metadona resulta eficaz para reducir la
dependencia de la heroína (Byrne, 2000; Silverman,
Higgins, Brooner, y Montoya, 1996). Por lo tanto, disminuye
el intenso deseo de consumir heroína, a la vez que permite
al sujeto modificar sus circunstancias vitales, derivadas de
la necesidad inaplazable de mantener su costosísimo
hábito.
Por otra parte, la idea de que los adictos puedan pasar
el resto de su vida dependiendo de la metadona ha
provocado la reflexión tanto por razones morales como
prácticas. Sin embargo, los defensores de la metadona
argumentan que los adictos a esta droga son capaces de
funcionar de manera normal y de mantener su trabajo, lo
cual resulta prácticamente imposible para la mayoría de
los adictos a la heroína. Por otra parte, es posible obtener
metadona de manera legal, y su calidad está controlada
por normas gubernamentales. Los defensores de los
programas de reinserción basados en la metadona señalan
que no es necesario aumentar las dosis, como sí ocurre
con la heroína. De hecho, algunos pacientes son capaces
de dejar de tomar metadona, sin riesgo de recaer en la
heroína.
Sin embargo, también es cierto que la metadona
acarrea algunas consecuencias negativas. Por ejemplo, hay
un mayor riesgo de hepatitis (McCarthy y Flynn, 2001);
algunos adictos empiezan a consumir otras drogas, como la
cocaína (Avants, Margolin, et al., 1998; Sees, DeLucci, et al.,
2000; Silverman et al., 1996); hay frecuentes intentos de
suicidio (Darke y Ros, 2001); y también son comunes los
delitos violentas y la sobredosis por drogas (Sunjic y
Zabor, 1999).
Una gran cantidad de investigaciones ha demostrado
que la administración de psicoterapia unida a la metadona
aumenta la eficacia del tratamiento (Woody et al., 1987;
McLellan, Arndt, et al., 1993). Sin embargo, un problema
persistente de estos programas de tratamiento es que se
produce una elevada tasa de abandonos. Por esa razón, se
ha intentado introducir ciertas variaciones en los
programas de mantenimiento con metadona, para disminuir
al máximo los abandonos. Por ejemplo, se han utilizado
otras drogas como la clonidina (un medicamento
antihipertensivo que se utiliza para tratar la hipertensión
esencial y eliminar los dolores de cabeza), que contribuye al
proceso de desintoxicación y disminuye el malestar
provocado por los síntomas de abstinencia. En un estudio,
la administración conjunta de tranquilizantes consiguió
disminuir la cantidad de metadona que necesitaba el
paciente (Spiga et al., 2001). Otra estrategia se basa en la
Temas sin resolver
utilización de un modelado conductual mediante
reforzadores que se utilizan para recompensar a los
pacientes que mantienen la abstinencia (Preston, Umbricht,
et al., 2001).
Una nueva estrategia de tratamiento de la
dependencia de los opiáceos se basa en la abstinencia
total, en vez de sustituir una droga por otra (Reilly et
al., 1995). Este programa, denominado Tratamiento De
Transición De La Metadona, tiene una duración de ciento
ochenta días. Durante los primeros cien días, se
proporciona al adicto una dosis estable de metadona
para que pueda enfrentarse con el síndrome de
abstinencia de la heroína. Durante este tiempo, el adicto
también recibe un tratamiento psicosocial, que incluye
clases psicoeducativas semanales, terapia de grupo
cada dos semanas, y seis meses de terapia individual
que continúa una vez que ha finalizado el periodo de
mantenimiento. El programa termina con ochenta días
de reducción progresiva, a lo largo del cual se va
«destetando» al adicto de la metadona, disminuyendo
sistemáticamente la dosis (Piotrowski, Tusel,
et al., 1999).
Otro programa de metadona, que se denomina Taller
Terapéutico, intenta conseguir que las mujeres
embarazadas que acaban de dar a luz se mantengan sin
consumir heroína, e intenten conseguir un empleo
(Silverman, Svikis, et al., 2001). Es una intervención que
se dirige a los adictos más difíciles de tratar: pobres, con
desempleo de larga duración y mujeres embarazadas con
pocos recursos y sin preparación laboral. Uno de los
objetivos del Taller Terapéutico es conseguir un empleo
para el drogadicto, y utilizar su salario para reforzar su
abstinencia de la droga. Antes de permitir al adicto que
comience a trabajar, debe demostrar su abstinencia
mediante un test. Aunque se trata de un tipo de
tratamiento que parece muy prometedor, también es
cierto que su implementación se considera muy compleja
(Petry, 2001; Mariatt, 2001) y muy costosa. Sólo ha sido
posible evaluar la fase inicial del programa, y todavía es
necesario analizar cuidadosamente el aspecto más
complicado del mismo, como es la incorporación al
trabajo. Si bien las primeras evaluaciones sugieren que
puede resultar muy eficaz para tratar a mujeres en
situaciones muy deterioradas, es necesario realizar más
investigaciones para aquilatar convenientemente la
eficacia del programa.
Incluso aunque el mantenimiento a base de metadona
supone una alternativa evidentemente mejor para la
mayoría de los adictos a la heroína, este tipo de
tratamientos no es en absoluto un agradable paseo. Los
pacientes deben mantener una enorme discreción si no
quieren ser rechazados por la sociedad, perder su trabajo, y
a sus amigos y familia. Un elemento crucial es conseguir
que el drogadicto se integre en una red social libre de
drogas, una tarea bastante difícil en el seno de los
programas de metadona.
CAPÍTULO 12
Trastornos relacionados con sustancias
SUMARIO
• Los trastornos por adicción —como el abuso del
alcohol u otras drogas, comer en exceso, y las
ludopatías— se encuentran entre los problemas
de salud mental más extendidos y difíciles de
tratar, con que nos enfrentamos en la
actualidad.
• Muchos de los problemas relacionados con el
alcohol y las drogas, derivan exclusivamente de los
efectos intoxicadores de las sustancias.
• La dependencia tiene lugar cuando una persona
desarrolla una tolerancia para la sustancia, o
manifiesta síntomas de abstinencia cuando no
puede consumir esa sustancia.
• Se han identificado algunas psicosis relacionadas
con el alcoholismo: intoxicación idiosincrásica y
delirio de abstinencia, alucinosis alcohólica
crónica y demencia.
• Los trastornos por abuso de drogas suelen
provocar dependencia fisiológica y psicológica.
• Hay ciertos factores que se consideran
fundamentales en la etiología de los trastornos
por abuso de sustancias. Algunas de ellas, como el
alcohol y el opio, estimulan los centros cerebrales
que producen euforia, lo que se convierten
entonces en un objetivo a conseguir.
• Se cree que los factores genéticos pueden
desempeñar un papel causal en la adicción a las
drogas, mediante su influencia en aspectos
biológicos como la tasa metabólica o la
sensibilidad al alcohol.
• Otros importantes elementos etiológicos en los
trastornos por abuso de sustancias son factores
psicológicos, como la vulnerabilidad psicológica, el
estrés o la necesidad de disminuir la tensión.
• Si bien la mayoría de los teóricos han descartado
la existencia de un «tipo de personalidad
alcohólica», sí es cierto que existen diferentes
factores de personalidad que pueden desempeñar
un papel importante en el desarrollo y en la
expresión de los trastornos por adicción.
• Los factores socioculturales, tales como las
actitudes hacia el alcohol, pueden predisponer a
las personas al alcoholismo.
• Algunos posibles factores causales en el uso de las
drogas son la influencia del grupo de compañeros,
la existencia de la denominada cultura de la droga,
y la disponibilidad de las drogas, sustancias que
permiten reducir la tensión y aliviar el malestar.
• Algunas investigaciones recientes han explorado
las posibles bases fisiológicas del abuso de drogas.
El descubrimiento de las endorfinas, sustancias
similares a la morfina producidas por el propio
organismo, ha llevado especular sobre la
posibilidad de que exista una base bioquímica para
la adicción a las drogas.
• El denominado «circuito del placer» —el circuito
mesocorticolímbico de la dopamina— ha recibido
gran cantidad de atención en los últimos años,
como sustrato anatómicos de las adicciones.
• El tratamiento de las personas que abusan del
alcohol o de las drogas suele ser muy difícil, y
jalonado de fracasos. El abuso puede reflejar una
larga historia de dificultades psicológicas; también
puede haber malestar interpersonal y matrimonial;
o problemas económicos y legales.
• Además, la persona que sufre estas dificultades
suele negar la existencia del problema, y además
no está motivada para enfrentarse a ellos.
• Se han desarrollado algunas estrategias para el
tratamiento del abuso del alcohol y las drogas, por
ejemplo, medicinas que permitan reducir los
síntomas de abstinencia, y el tratamiento para la
malnutrición.
• Las terapias psicológicas, como la terapia de
grupos y las intervenciones conductuales, pueden
resultar eficaces con algunas personas. También
resulta de ayuda la asociación de Alcohólicos
Anónimos; sin embargo, la tasa de éxitos con este
programa no se ha estudiado suficientemente.
• La mayoría de los programas del tratamiento
requieren abstinencia; sin embargo, durante los
últimos veinte años, algunas investigaciones
sugieren la posibilidad de que algunos alcohólicos
pueden aprender a controlar la cantidad de alcohol
que beben en circunstancias sociales. Se trata de
un tema controvertido, que se mantiene en la
actualidad.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Abuso de sustancias (p. 388)
Alcohólicos (p. 389)
Alcoholismo (p. 389)
Alucinógenos (p. 416)
Anfetamina (p. 412, 413)
Barbitúricos (p. 414)
Cafeína (p. 406)
Circuito mesocorticolímbico de la
dopamina (p. 394)
Cocaína (p. 412)
Conducta adictiva (p. 388)
Dependencia de sustancias (p. 388)
Drogas psicoactivas (p. 388)
Endorfinas (p. 411)
Escena retrospectiva (p. 416)
Éxtasis (p. 417)
Hachís (p. 407)
Heroína (p. 408)
Ludopatía (p. 418)
LSD (p. 416)
Marihuana (p. 417)
Mescalina (p. 416)
Metadona (p. 412)
Morfina (p. 407)
Nicotina (p. 406)
Opio (p. 407)
Psilocibina (p. 416)
Síntomas de abstinencia (p. 388)
Tolerancia (p. 388)
Toxicidad (p. 388)
C A P Í T U L O
Opciones sexuales,
abuso y disfunciones
INFLUENCIAS SOCIOCULTURALES SOBRE LAS
NORMAS Y PRÁCTICAS SEXUALES
Caso 1: teoría de la degeneración y la abstinencia
Caso 2: rituales homosexuales en Melanesia
Caso 3: homosexualidad y psiquiatría norteamericana
Paidofilia
Incesto
La violación
El tratamiento de la reincidencia de los agresores sexuales
DISFUNCIONES SEXUALES
DESVIACIONES SEXUALES Y DE IDENTIDAD
SEXUAL
Las parafilias
Factores causales y tratamientos para las parafilias
Trastornos de la identidad sexual
ABUSO SEXUAL
Abuso sexual de niños
Disfunciones del deseo sexual
Disfunciones de la excitación sexual
Trastornos orgásmicos
Disfunciones sexuales por dolor
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Cuáles son los perjuicios del abuso sexual
infantil?
U
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
nas relaciones sexuales y satisfactorias contribuyen
en gran medida a nuestra felicidad, y cuando carecemos de ellas, probablemente dediquemos gran
cantidad de tiempo, esfuerzo y energía emocional a buscarlas. La sexualidad es una preocupación básica de nuestra
vida, que determina de qué personas nos enamoramos y
convertimos en nuestros compañeros, y en qué medida nos
sentimos felices con ellas y con nosotros mismos.
En este capítulo vamos a comenzar revisando los problemas psicológicos que hacen que algunas personas —la
mayoría de ellas hombres— encuentren especialmente
difícil la realización de ciertos deseos sexuales poco comunes, y por ello difíciles de satisfacer de manera socialmente
aceptable. Por ejemplo, los exhibicionistas se excitan
sexualmente cuando muestran sus órganos genitales a personas desconocidas, sobre todo cuando es probable que
éstas se enfaden, se asusten, o queden traumatizadas. También hay otras opciones sexuales que pueden resultar problemáticas para el individuo que las realiza: por ejemplo, la
transexualidad es un trastorno que implica la incomodidad con el propio sexo biológico, y un fuerte deseo de
adoptar el sexo opuesto. Otras variantes, como el fetichismo, en el que el interés sexual se concentra en algún
objeto inanimado o alguna parte del cuerpo, suponen conductas que, aunque estrafalarias y poco usuales, no perjudican a nadie. Quizá no exista ninguna otra cuestión de las
que se tratan en este libro, que ponga de manifiesto de
manera tan explícita la dificultad para definir el límite
entre la normalidad y la psicopatología, como encontramos en las desviaciones sexuales. Abordaremos este tema
de manera explícita, centrándonos de manera especial en
la homosexualidad, que permite ilustrar de qué manera las
normas culturales influyen sobre lo que se clasifica como
psicopatológico.
El segundo tema que vamos a abordar es el abuso
sexual, un tipo de contacto sexual realizado por la fuerza y
de manera inapropiada. Durante las últimas décadas, se ha
producido un enorme aumento del interés hacia el problema del abuso sexual, tanto sobre los niños como sobre
los adultos. Se ha dedicado gran cantidad de investigación a
analizar sus causas y sus consecuencias. Como veremos,
algunos asuntos relacionados con este tema, como puede
ser la veracidad de los recuerdos sobre el abuso sexual,
resultan absolutamente controvertidos.
La tercera categoría de problemas sexuales que vamos a
examinar en este capítulo son las disfunciones sexuales, que
se refieren a problemas que impiden una realización satisfactoria del acto sexual. La eyaculación precoz, por ejemplo,
tiene lugar cuando el hombre llega al orgasmo mucho antes
de lo que él y su pareja sexual desearían. El problema de lo
que es o no es normal, tan frecuente en el debate sobre las
desviaciones sexuales, apenas cabe en este apartado de las
disfunciones sexuales, debido a las personas que las sufren
(o sus parejas) sí las consideran inconvenientes. Sin
embargo, los problemas en este campo tienen mucho que
ver con lo realistas que sean las expectativas. Casi nadie funciona permanentemente de manera perfecta. Por ejemplo,
aunque muchos hombres jóvenes eyaculan con más rapidez
de lo que les gustaría, la mayoría se va retrasando a medida
que van cumpliendo años.
Sabemos muchísimo menos sobre el abuso sexual y
las disfunciones y desviaciones sexuales, de lo que se
conoce sobre la mayoría de los trastornos que estamos
estudiando en este libro, tales como la ansiedad y la depresión. Hay muchos menos investigadores del sexo que de la
depresión y la ansiedad, por lo que son muy escasos los
artículos que se publican sobre estos temas. Una de las
principales razones se debe a que el sexo es un tabú. Aunque sea una preocupación fundamental de casi todo el
mundo, la mayoría de las personas encuentra difícil hablar
abiertamente sobre el tema. Así pues, resulta difícil recabar
datos incluso sobre las cuestiones más básicas, como
puede ser la frecuencia de diversas prácticas, sentimientos
y actitudes sexuales. Esto es especialmente cierto cuando
se intenta estudiar conductas que están bajo un estigma
social, como puede ser la homosexualidad. Es tan difícil
pedir a la gente que nos hable de esas conductas, como dar
crédito a sus respuestas.
Una segunda razón por la que la investigación sobre las
cuestiones sexuales avanza tan lentamente, es que muchos
asuntos relacionados con el tema —lo que incluye la homosexualidad, la sexualidad adolescente, el aborto, o el abuso
sexual— son absolutamente controvertidos. De hecho, la
investigación sobre el sexo es en sí misma muy controvertida. Por ejemplo, recientemente se han interrumpido dos
encuestas a gran escala sobre el sexo, debido a la oposición
política, incluso después de que hubieran sido oficialmente
aprobadas y consideradas de gran valor científico (Udry,
1993). Afortunadamente, una de ellas se realizaba con fondos privados, aunque a una escala mucho menor, por lo que
de momento es el estudio más satisfactorio de que disponemos (Laumann et al., 1994; véase también Laumann et al.,
1999). El senador Jesse Helms y otros senadores sostienen
que las investigaciones sexuales tienden a aprobar las relaciones prematrimoniales y la homosexualidad, lo que a su
vez provoca distorsiones en el resultado de las encuestas. Así
pues, y debido en parte a su controvertida naturaleza, apenas se financian las investigaciones sobre el sexo.
A pesar de estos grandes obstáculos, sí conocemos
algunos datos importantes sobre las variantes y disfunciones sexuales. Sin embargo, antes de pasar a discutirlas,
vamos a examinar las influencias socioculturales sobre la
conducta sexual y sobre las actitudes al respecto. Esto nos
proporcionará cierta perspectiva sobre la variabilidad
intercultural respecto a las normas de conducta sexual, y a
la vez nos recuerda que debemos tener una especial cautela
antes de clasificar una práctica sexual como «anormal» o
«desviada».
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INFLUENCIAS
SOCIOCULTURALES SOBRE
LAS NORMAS Y PRÁCTICAS
SEXUALES
Si bien algunos aspectos de la sexualidad, como puede ser el
hecho de que los hombres presten mucha más atención al
atractivo físico de su pareja, son universales (Buss, 1989,
1999), otros aspectos son mucho más variables. Por ejemplo, todas las culturas tienen tabúes contra la práctica del
sexo entre parientes próximos, pero sin embargo la actitud
hacia el sexo fuera del matrimonio varía de manera considerable (Hatfield y Rapson, 1995). También las ideas sobre
lo que es una conducta sexual aceptable van cambiando a lo
largo del tiempo. Por ejemplo, hace menos de cien años, las
normas sobre el decoro exigían que las mujeres siempre llevaran ocultos brazos y piernas cuando estuvieran en
público. En la actualidad, podemos ver desnudos tanto en el
cine como en televisión.
Pese a la importante variabilidad en las actitudes y en la
conducta sexual, según la época y el lugar, las personas
actúan como si las normas sexuales de su época y su cultura
fueran las únicas correctas, y por lo tanto tienden a mostrarse intolerantes con quienes no comparten esas normas.
Las personas no conformistas en este ámbito suelen ser
consideradas como seres malignos o enfermos. No pretendemos aquí sugerir que tales juicios sean siempre arbitrarios. Probablemente nunca haya existido una sociedad en la
que Jeffrey Dahmer, quien sólo se excitaba sexualmente con
las personas que habían sido asesinadas, que practicaba el
sexo con ellas, guardaba sus cuerpos, e incluso a veces se los
comía, fuera considerado psicológicamente normal. Sin
embargo, resulta muy útil no perder de vista las influencias
históricas y culturales sobre las que descansa la sexualidad.
Cuando encontremos una conducta cuya aceptación varíe
considerablemente según la época y la cultura, merecerá la
pena que nos paremos a considerar la posibilidad de que
nuestra propia concepción al respecto probablemente no
sea la única apropiada.
Debido a que la época y el lugar son tan importantes
para el desarrollo de las actitudes y la conducta sexual,
vamos a comenzar explorando tres casos que pueden ilustrar muy bien en qué medida las opiniones sobre lo que es
una conducta sexual «aceptable» y «normal», pueden cambiar de una manera considerable a lo largo del tiempo, y
diferir completamente entre una cultura y otra. En el primer caso, la «teoría de la degeneración» que predominaba
en Norteamérica a mediados del siglo XIX, provocó un
enorme conservadurismo sexual, y unas terribles admoniciones respecto a cualquier tipo de «permisividad» sexual.
En el segundo caso, vamos a echar un rápido vistazo a la
tribu Sambia de Nueva Guinea, donde existe un conjunto
de creencias sobre la sexualidad, que exigen a todos los
Influencias socioculturales sobre las normas y prácticas sexuales
varones adolescentes que pasen por una etapa de homosexualidad, antes de cambiar, sin solución de continuidad, a
unas relaciones adultas heterosexuales. Por último, en el
tercer caso, vamos a revisar los cambios que han tenido
lugar en la consideración de la homosexualidad en la cultura occidental.
Caso 1: teoría de la degeneración
y la abstinencia
Durante la década de 1750, el médico suizo Simon Tissot
elaboró la teoría de la degeneración, cuyo postulado central
establecía que el semen es necesario para que los hombres
mantengan su fuerza física y sexual, así como ciertas características masculinas, como una poblada barba (Money,
1985, 1986). Basaba su teoría en la observación de los eunucos humanos y los animales castrados. Por supuesto, en la
actualidad sabemos que la causa de las características más
llamativas de los eunucos y los animales castrados no es la
pérdida de su semen, sino de la testosterona, la hormona
masculina. Sin embargo, fiel a su teoría, Tissot afirmó que
había dos prácticas sexuales especialmente perniciosas: la
masturbación y la relación con prostitutas. Ambas prácticas
provocaban una pérdida de semen y (desde su perspectiva)
sobreestimulaban y agotaban el sistema nervioso. Tissot
también recomendaba que las personas casadas sólo debieran realizar prácticas sexuales con fines de procreación,
para evitar este agotamiento del semen.
La teoría de la abstinencia, procedente de la teoría de la
degeneración, tuvo su más firme defensa en Norteamérica
durante la década de 1830, en la persona del reverendo Sylvester Graham (Money, 1985, 1986). Las tres piedras angulares de su cruzada en favor de la salud pública eran una
comida saludable (el nombre de las galletas saladas de la
marca Graham viene de ahí), una buena forma física y
la abstinencia sexual. Durante la década de 1870, el más
famoso sucesor de Graham, el doctor John Harvey Kellogg,
publicó un artículo en el que rechazaba vehementemente la
masturbación, y animaba a los padres a estar alertas ante
cualquier señal de que sus hijos se masturbaran. Llegó a
realizar una lista de treinta y nueve indicadores del «vicio
secreto», tales como debilidad, síntomas precoces de incapacidad, opacidad de los ojos, insomnio, volubilidad, inseguridad, timidez, búsqueda de la soledad, una audacia poco
natural, mofarse de la religión y hombros redondeados.
Como médico, Kellogg fue admirado profesionalmente, ejerció una gran influencia pública, y ganó una fortuna publicando libros que impugnaban la masturbación.
Los tratamientos que recomendaba para ese «vicio secreto»,
llegaban a ser verdaderamente exagerados. Por ejemplo,
aconsejaba tratar a los muchachos especialmente persistentes en esta práctica, cosiéndoles el prepucio con alambre de
plata o, como último recurso, con una circuncisión sin
anestesia. A su vez, recomendaba tratar la masturbación
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
femenina quemando el clítoris con ácido carbólico. Además
de rechazar la masturbación, Kellogg, igual que Graham,
estaba especialmente preocupado por una dieta saludable.
Animaba a las personas a que comiesen más nueces y cereales, y menos carne (ya que pensaba que la carne aumentaba
el deseo sexual). Así pues, los copos de maíz de la marca
Kellogg se inventaron «casi literalmente, como un alimento
anti-masturbatorio» (Money, 1986, p.186).
Debido a la influencia de algunos médicos como
Kellogg, no resulta sorprendente que muchas personas creyeran que la masturbación provocaba la locura (Hare,
1962). Esta hipótesis tuvo su punto de partida en una publicación anónima a principios del siglo XIX, en Londres, de
un libro titulado Onania, or the Heinous Sin of Self-Pollution
(Onanismo, o el atroz pecado de la autoprofanación). En este
libro se afirmaba que la masturbación era una causa frecuente de locura. Probablemente esta idea surgiese de la
observación de que muchos pacientes de los asilos mentales
se masturbaban en público (y no como las personas sanas,
que suelen hacerlo en privado), junto a la consideración de
que la edad a la que suele comenzar la masturbación (la
pubertad) precede en varios años a la aparición de los primeros signos de locura (el final de la adolescencia y el principio de la edad adulta; Abramson y Seligman, 1977). La
idea de que la masturbación es causa de locura todavía aparecía en algunos libros de texto de psiquiatría durante la
década de 1940.
Aunque la teoría de la abstinencia y las actitudes asociadas con esta teoría puedan parecernos excesivamente
puritanas desde nuestra perspectiva actual, sin embargo
han ejercido una enorme y duradera influencia sobre las
actitudes hacia el sexo, tanto en Norteamérica como en
otras culturas occidentales. No fue hasta 1972, que la Asociación De Medicina Americana declarase que «la masturbación es un aspecto normal del desarrollo sexual
adolescente, y no requiere ningún tipo de tratamiento
médico» (Comité Para La Sexualidad Humana, de La Asociación Americana de Medicina, 1972, p.40). Durante esta
misma época, también el Manual de los Boy Scout abandonaba sus advertencias contra la masturbación. Sin embargo,
en 1994 Jocely Elders fue despedido como Inspector General de Sanidad, por sugerir públicamente que los cursos de
educación sexual deberían incluir también un debate sobre
la masturbación.
Caso 2: rituales homosexuales
en Melanesia
Melanesia es un grupo de islas del pacífico Sur que se han
convertido en un centro de interés para los antropólogos,
quienes han descubierto allí la existencia de una serie de
influencias culturales sobre la sexualidad, completamente
distintas a las que conocemos en las culturas occidentales.
Entre el diez y el veinte por ciento de los varones de estas
islas realizan prácticas homosexuales siguiendo una serie de
rituales de iniciación que deben experimentar todos los
miembros masculinos de la sociedad.
La más estudiada de estas sociedades ha sido la tribu
Sambia de Papúa Nueva Guinea (Herdt y Stoller, 1990).
Dos de las creencias de esta cultura relativas al sexo son la
conservación del semen y la contaminación femenina. Igual
que Tissott, los sambianos están convencidos de que el
semen es fundamental para el desarrollo físico, la fuerza, o
la espiritualidad. De hecho, creen que para fecundar a una
mujer es necesario realizar muchas inseminaciones (y por
lo tanto, mucho semen). También están convencidos de que
el cuerpo no puede reponer con facilidad el semen gastado,
y por ello es importante conservarlo u obtenerlo de alguna
otra manera. La doctrina de la contaminación femenina
consiste en la creencia de que el cuerpo de la mujer resulta
insalubre para los hombres, sobre todo debido a sus fluidos
menstruales. Al llegar a la menarquía, se inicia secretamente
a las mujeres sambianas en este tema, en el interior de una
cabaña cuyo acceso está prohibido a cualquier hombre.
Con el fin de poder obtener o mantener una cantidad
adecuada de semen, los varones jóvenes intercambian su
semen entre sí. Antes de la adolescencia, aprenden a realizar
felaciones (sexo oral) para ingerir el esperma, pero tras la
pubertad también suelen realizar penetraciones para inseminar a niños más jóvenes. Estos rituales homosexuales
están considerados en Sambia como un canje de placer
sexual a cambio del valioso semen (resulta irónico que
tanto los sambianos como los norteamericanos de la época
victoriana suscribieran la teoría de la conservación del
semen, pero que sin embargo, sus soluciones al problema de
cómo hacerlo fueran tan absolutamente divergentes). Una
vez que los varones sambianos han pasado la pubertad,
comienzan su transición hacia la heterosexualidad. En este
momento ya se considera que el cuerpo femenino resulta
menos peligroso, dado que los varones han tenido ocasión
de almacenar una cantidad suficiente de semen protector a
lo largo de los últimos años. Así pues, empiezan ya a tener
relaciones sexuales con mujeres, si bien todavía participan
en felaciones con los chicos más jóvenes, aunque esta conducta homosexual desaparece por completo tras el nacimiento de su primer hijo. La mayoría de los hombres
realizan esta transición a una heterosexualidad exclusiva sin
ningún problema. Los pocos que no lo hacen son considerados inadaptados.
Esta homosexualidad ritualizada constituye un excelente ejemplo de la influencia de la cultura sobre las actitudes y la conducta sexual. Un adolescente sambiano que no
quiera tener prácticas homosexuales está considerado como
anormal, y de hecho se trata de casos muy poco frecuentes.
La homosexualidad en la sociedad Sambia no es la misma
que en las sociedades occidentales contemporáneas, con la
posible excepción de los hombres sambianos que tienen
dificultades para realizar la transición a la heterosexualidad.
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Caso 3: homosexualidad y psiquiatría
norteamericana
Durante la segunda mitad del siglo pasado, el status de la
homosexualidad ha cambiado de manera absoluta, tanto
en el ámbito de la psiquiatría y la psicología, como de la
sociedad en general. En un pasado no demasiado distante,
la homosexualidad era un infortunio. En la actualidad, las
películas, las tertulias y las comedias televisivas, se refieren
de manera explícita al tema, e incluyen a hombres y mujeres homosexuales como protagonistas principales. Como
veremos, el avance de la psiquiatría y la psicología ha
desempeñado un papel importante en estos cambios. La
homosexualidad desapareció oficialmente del DSM
(donde había estado clasificada como una desviación
sexual) en 1973, y en la actualidad ya no se considera
como un trastorno mental. Una breve encuesta sobre las
actitudes hacia la homosexualidad entre los profesionales
de la salud mental ilustra perfectamente la manera en que
las actitudes hacia diversas expresiones de la sexualidad
humana pueden modificarse a lo largo del tiempo.
LA HOMOSEXUALIDAD COMO UNA ENFERMEDAD.
La lectura de la literatura médica y psicológica sobre la
homosexualidad, previa a 1970, puede constituir una experiencia impactante, especialmente si el lector suscribe la
perspectiva prevalente en la actualidad. Algunos de los
artículos más importantes en este campo llevaban títulos
del tipo «Homosexualidad afeminada: una enfermedad de
la infancia» o «La curación de la homosexualidad». Sin
embargo, hay que apresurarse a señalar que limitarse a
considerar a los homosexuales como enfermos mentales
suponía una concepción relativamente tolerante en comparación con perspectivas anteriores que, por ejemplo,
habían mantenido que los homosexuales eran delincuentes que debían ser encarcelados (Bayer, 1981). Tanto la cultura británica como la norteamericana tienen una larga
historia de actitudes punitivas hacia la conducta homosexual. Durante el siglo XVI, el rey Enrique VIII de Inglaterra
declaró que «el detestable y abominable vicio de la sodomía» era una felonía punible con la muerte, y de hecho,
hasta 1861 no se sustituyó la pena máxima por diez años de
prisión. De manera similar, y hasta muy recientemente, en
los Estados Unidos las leyes contra la homosexualidad han
sido muy represivas, e incluso en la actualidad en algunos
Estados se considera la conducta homosexual como un
delito (Posner y Silbaugh, 1996). Así pues, la creencia de
que la homosexualidad es una enfermedad, resulta comparativamente en este contexto histórico como una actitud
más tolerante.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, algunos importantes teóricos sugirieron que la homosexualidad
no tenía porqué ser incompatible con la normalidad psicológica. Los famosos sexólogos Havelock Ellis y Magnus
Influencias socioculturales sobre las normas y prácticas sexuales
Hirschfeld estaban convencidos de que la homosexualidad
es algo natural y no patológico. Aunque, como veremos, los
psicoanalistas se convirtieron en los más destacados defensores de la consideración de la homosexualidad como una
enfermedad, la actitud del propio Freud hacia este tema era
considerablemente progresista para su tiempo, como queda
perfectamente reflejado en esta conmovedora «Carta a una
madre americana» (1975).
Querida señora...
Deduzco de su carta que su hijo es homosexual. Me
ha impresionado que usted no haya mencionado esta
palabra en la carta que me remite. ¿Me permite preguntarle por qué la ha evitado? Sin duda la homosexualidad
no supone ventaja alguna, pero tampoco es algo de lo que
haya que avergonzarse, ni un vicio, ni una degradación, ni
tampoco puede clasificarse como una enfermedad; nosotros la consideramos como una variación del funcionamiento sexual, derivada de alguna fijación en el desarrollo
sexual. Muchas personas perfectamente respetables, tanto
de épocas antiguas como de la actualidad, han sido homosexuales, incluyendo algunas de las más grandes figuras de
la historia (Platón, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci,
etc.). Es una enorme injusticia perseguir la homosexualidad como si fuera un crimen, y además algo cruel.
Cuando usted me pregunta si puedo ayudarla,
supongo que lo que quiere decir es si puedo eliminar la
homosexualidad, y hacer que su hijo se convierta en un
heterosexual normal. La respuesta es, de manera general,
que no puedo prometerle que pueda conseguirlo....
Sinceramente suyo, y con mis mejores deseos,
Freud
Sin embargo a comienzos de los años 40, los psicoanalistas liderados por Sandor Rado, adoptaron una perspectiva más pesimista sobre la salud mental de los
homosexuales, acompañada por una idea mucho más
optimista respecto al éxito de la terapia para convertirlos
a la heterosexualidad. Rado (1962) consideraba que la
homosexualidad se desarrolla en las personas cuyos
deseos heterosexuales resultan psicológicamente demasiado amenazantes; así pues, la homosexualidad se convierte en una vía de escape de la heterosexualidad, y por lo
tanto en algo incompatible con la salud mental. Esta
misma perspectiva fue adoptada posteriormente por
otros autores, quienes acentuaron el papel de las «relaciones padre-hijo fuertemente patológicas» (por ejemplo,
Bieber et al., 1962). Por lo que concierne a la homosexualidad masculina, se argumentaba que la causa radicaba en
una madre dominante y emocionalmente sofocante, y en
un padre hostil y sin vínculos de apego con su hijo. Estos
psicoanalistas basaban sus opiniones fundamentalmente
sobre su propia experiencia con hombres homosexuales
que acudían a su consulta, y que por lo tanto tenían más
probabilidad de manifestar algún trastorno psicológico
que otros hombres homosexuales que no se encontraban
en tratamiento psicológico.
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
AVA N C E S
en el pensamiento
La homosexualidad como una opción sexual
normal
Si bien su estatus actual como una opción sexual no
psicopatológica hace pensar que la homosexualidad no
sería considerada como trastorno en ningún libro de texto
sobre psicopatología, nosotros hemos decidido ofrecer un
tratamiento extenso de la cuestión por dos motivos
fundamentales. En primer lugar, las actitudes
norteamericanas hacia la homosexualidad todavía son
demasiado ambivalentes, y al menos parte de esta
ambivalencia pone de manifiesto la incertidumbre sobre las
causas y los correlatos de la orientación sexual. Así pues,
uno de nuestros objetivos ha sido revisar lo que sabemos
sobre la homosexualidad, para poder clarificar nuestra
postura de que no se trata de una patología. En segundo
lugar, aunque la homosexualidad no sea algo patológico, sí
puede estar relacionada con un trastorno que todavía
aparece en el DSM-IV-TR: el trastorno de identidad sexual
(véase la página 438). Así pues, algunos descubrimientos
sobre la homosexualidad también pueden aplicarse al
trastorno de identidad sexual.
¿Es común la homosexualidad?
Los datos obtenidos de muestras muy amplias y
cuidadosamente seleccionadas de los Estados Unidos (Billy
et al., 1993; Michael et al., 1994), de Francia (ACSF
Investigators, 1992), y de Inglaterra (Johnson et al., 1992),
durante el momento más álgido de la epidemia de sida,
sugieren que la tasa de conductas homosexuales adultas se
sitúa entre el dos y el seis por ciento, mientras que la tasa
de homosexualidad masculina exclusiva se ubica entorno al
dos por ciento. Las tasas correspondientes para la
homosexualidad femenina son aproximadamente de la
mitad. El hecho de que la homosexualidad sea relativamente
poco frecuente, no tiene implicaciones respecto a su status
como una variante sexual no patológica (Herek, 1989); por
ejemplo, también el genio intelectual es muy poco frecuente,
lo que no lo convierte en patológico. De hecho,
LA HOMOSEXUALIDAD COMO UNA VARIACIÓN NO
PATOLÓGICA. Alrededor de 1950, la idea de que la
homosexualidad es una enfermedad empezó a ser puesta en
entredicho tanto por científicos como por los propios
homosexuales. Los científicos que desestabilizaron la concepción patológica de la homosexualidad demostraron que
la conducta homosexual resultaba mucho más frecuente de
lo que se había pensado (Kinsey, Pomeroy, y Martin, 1948;
Kinsey et al., 1953). Quizá uno de los estudios más influ-
.
aproximadamente el veinte por ciento de la población dice
haber tenido al menos un episodio de atracción sexual hacia
un miembro de su propio sexo, después de los quince años
de edad (Sell, Wypij, y Wells, 1995). Algunas personas
también son bisexuales, aunque esto parece ser todavía
menos frecuente que la homosexualidad (Masters, Johnson,
y Kolodny, 1992). Un estudio sobre bisexuales encontró que
muchos de ellos se habían convertido en homosexuales
después de haber establecido una orientación heterosexual
(Weinberg, Williams, y Pryor, 1994).
¿Por qué algunas personas son heterosexuales y otras
homosexuales?
Un importante estudio de instituto Kinsey para la
investigación sexual examinó la hipótesis psicoanalítica
de que la homosexualidad está asociada con relaciones
padre-hijo problemáticas, y sólo encontró un apoyo muy
limitado a esta hipótesis (Bell, Weinberg, y Hammesmith,
1981). Por ejemplo, los hombres homosexuales recordaban
haber tenido relaciones relativamente distantes con sus
padres, pero las diferencias observadas eran tan
pequeñas, que no podían explicar el pleno desarrollo de
una orientación sexual. Con todo, el resultado más
llamativo se refería a la conducta durante la infancia. En
promedio, los adultos homosexuales recordaban haber
realizado más conductas sexuales atípicas que los adultos
heterosexuales. Por ejemplo, los gays tenían más
recuerdos que los heterosexuales, de haber jugado con
niñas, de haberse vestido de niña, de haber evitado los
deportes, y de haber deseado ser niña. Por su parte, era
más probable que las lesbianas recordasen haber
disfrutado haciendo deporte, y haber deseado ser niños
(véase la Tabla 13.1). Otros estudios también han
encontrado diferencias similares (Bailey y Zucker, 1995).
Desde luego el recuerdo adulto de la infancia puede estar
sesgado. Sin embargo, algunos estudios prospectivos de
niños muy femeninos han puesto de manifiesto que la
mayoría se han convertido en hombres homosexuales
(Green, 1987; Zuger, 1984). Hasta la fecha, no se han
yentes fuera el que llevó a cabo Evelyn Hooker (1957), que
demostró que psicólogos perfectamente preparados profesionalmente no eran capaces de distinguir a sujetos homosexuales de sujetos heterosexuales, a partir de los resultados
de una serie de tests psicológicos.
Los gays y las lesbianas también empezaron a desafiar a
la ortodoxia psiquiátrica. A principios de los años 50, las
organizaciones de homosexuales ampliaron su comprometida oposición también a la concepción de la homosexuali-
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Influencias socioculturales sobre las normas y prácticas sexuales
existen pruebas científicas que avalen esta creencia, pero
sí muchas que la contradicen. Por ejemplo, la gran mayoría
de gays y lesbianas han tenido sentimientos homosexuales
al menos un año antes de su primera experiencia
homosexual (Bell et al., 1981).
realizado este tipo de estudios con niñas masculinas. Sin
embargo, es necesario destacar que muchos gays y
lesbianas sí parecen haber mostrado conductas típicas de
su sexo durante la infancia.
Estas observaciones de que los homosexuales tienen
una orientación sexual más típica del otro sexo son
coherentes con el modelo etiológico actual más
influyente respecto a la orientación sexual: los
homosexuales habrían estado sujetos a influencias
hormonales muy precoces –posiblemente prenatales–, del
sexo opuesto. Quizá la mejor prueba de esta hipótesis
provenga de unos cuantos casos en que niños varones
normales sufrieron en el momento del nacimiento algún
daño en su pene, por lo que fueron criados como niñas
(Diamond y Sigmunson, 1997; Bradley, Oliver, et al.,
1998). Tras hacerse adultos, estos individuos han sentido
atracción por las mujeres, lo que resulta más coherente
con la hipótesis de la biología prenatal que con la
hipótesis de la crianza postnatal. Un estudio muy
difundido de Simon LeVay (1991) encontró que los
hombres homosexuales son diferentes de los
heterosexuales, y similares a las mujeres heterosexuales,
en el tamaño de una zona del hipotálamo que influye
sobre la conducta sexual. Se trata de un resultado que ha
sido recientemente reproducido aunque sólo
parcialmente (Byne, Tobet, et al., 2001).
También los factores genéticos pueden estar
implicados en la orientación sexual de hombres (Bailey y
Pillard, 1991; Hamer et al., 1993) y de mujeres (Bailey et al.,
1993). Las tasas de concordancia varían ampliamente entre
diferentes estudios, aunque las investigaciones más
recientes y realizadas con más rigor muestran tasas mucho
más pequeñas (Bailey, Dunne, y Martin, y 2000; Kendler,
Thornton, et al., 2000). En cualquier caso, incluso estas
investigaciones sugieren la importancia de un cierto papel,
aunque moderado, para la herencia. Sin embargo, dado que
al menos la mitad de los gemelos monocigóticos no tienen
la misma orientación sexual, resulta evidente la influencia
de los factores ambientales (Bailey et al., 2000). La
naturaleza de las presiones ambientales no está clara;
puede que incluyan tanto factores biológicos como el estrés
prenatal, como factores sociales, tales como las ideas
educativas de los padres. Una creencia errónea de tipo
ambiental es que los homosexuales adultos seducen a
chicos jóvenes para que se conviertan en homosexuales. No
A lo largo de historia, la idea de que la homosexualidad
es un trastorno mental ha estado vinculada al rechazo
de la conducta sexual de los homosexuales. Aunque
la idea de que la única práctica normal es la introducción
del pene en la vagina, no está tan extendida como se podría
pensar, la vida sexual de los homosexuales todavía se
encuentra bajo sospecha. Por ejemplo, hay quien apunta al
elevado número de parejas sexuales que dicen tener los
gays, como prueba de que se trata de personas
anormalmente impulsivas y promiscuas. Sin embargo, una
explicación más parsimoniosa de ese hecho es que todos
los hombres desean tener relaciones sexuales casuales, por
lo que los hombres homosexuales tienen más
oportunidades de tenerlas, ya que sus parejas son también
hombres (Symons, 1979). En efecto, un estudio encontró
que tanto los hombres homosexuales como los
heterosexuales dicen tener el mismo interés en poder
mantener relaciones sexuales esporádicas (Bailey, Gaulin,
Adyei, y Gladue, 1994.
Algunas encuestas muy amplias y rigurosas han
examinado recientemente las tasas de problemas
mentales entre personas homosexuales y heterosexuales
(Ferguson, Horwood, y Beautrais, 1999; Herrell, Goldberg,
et al., 1999; Sandfort, de Graaf, et al., 2001). Los resultados
demuestran que los homosexuales parecen tener un
mayor riesgo de problemas mentales. Por ejemplo,
sufren más trastornos de ansiedad y depresión, y tienen
más probabilidad de plantearse el suicidio. Las lesbianas
también tienen una mayor tasa de abuso de sustancias
(Sandfort, de Graaf, et al., 2001). Aunque no están claras
las razones de estos resultados (Bailey, 1999), una
explicación plausible es que los problemas provienen
de la estigmatización social de la homosexualidad.
En cualquier caso, la homosexualidad es perfectamente
compatible con la salud psicológica, ya que la mayor
parte de gays y lesbianas no tienen ningún trastorno
mental.
dad como una enfermedad. La década de los 60 asistió al
nacimiento del movimiento de liberación homosexual, que
adoptó una postura menos comprometida de que «ser gay
es bueno». La década terminó con el famoso amotinamiento de Nueva York, provocado por el maltrato que
había dado la policía a hombres homosexuales, y
que supuso un claro mensaje de que este colectivo nunca
más toleraría ser tratado como ciudadanos de segunda
clase. Durante la década de los 70, una serie de psicólogos y
psiquiatras abiertamente homosexuales trabajaron desde el
interior de este colectivo de profesionales de la salud mental para modificar la posición ortodoxa, y eliminar la
homosexualidad del DSM-II.
Tras un cáustico debate durante los años 1973 y 1974,
la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) decidió
tras una votación de 5854 votos a favor frente a 3810 en
contra, eliminar la homosexualidad del DSM-II. Este episodio supuso por una parte un triunfo para los derechos
¿Es la homosexualidad un indicador de trastorno
mental?
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
de los homosexuales, pero también una vergüenza y un
trance para la psiquiatría. El espectáculo de que una clasificación psiquiátrica se modificase a partir de una votación, en vez de hacerlo merced al consenso científico de
los expertos en el tema, parecía confirmar las críticas más
duras contra el psicodiagnóstico que al menos en ese caso,
tal y como defendía Thomas Szasz (1974), se limitaba a
reflejar los valores morales de los profesionales de la salud
mental.
Tabla 13.1
Conductas típicas del
sexo y atípicas del
sexo durante la niñez
1. De niño, ¿le gustaban las actividades de chicos como
el fútbol o el béisbol?
Gays
32 por ciento
Hombres heterosexuales
89 por ciento
Lesbianas
85 por ciento
Mujeres heterosexuales
57 por ciento
2. ¿Le gustaban actividades de niñas como la rayuela,
jugar a las casitas, o las muñecas?
Gays
46 por ciento
Hombres heterosexuales
12 por ciento
Lesbianas
33 por ciento
Mujeres heterosexuales
82 por ciento
3 ¿Se vestía usted con ropa del otro sexo, y jugaba a ser
un niño del sexo opuesto (con la excepción de fiestas
de disfraces)?
Gays
32 por ciento
Hombres heterosexuales
10 por ciento
Lesbianas
49 por ciento
Mujeres heterosexuales
7 por ciento
Fuente: Preferencias sexuales, su desarrollo en hombres y mujeres, un
estudio del Instituto Kinsey, por Alan P., Martin S. Weinberg, y Sue Kiefer Hammersmith. Reproducido con permiso de Martin S. Weinberg.
En nuestra opinión, la APA adoptó aquí la decisión
correcta, ya que la mayoría de las pruebas demuestran que
la homosexualidad es compatible con la normalidad psicológica. De hecho, resolver este tema mediante una votación tampoco resulta especialmente problemático. La
clasificación de cualquier conducta como algo psicopatológico requiere un juicio de valor de que dicha conducta
es indeseable (véase también el Capítulo 1). Este juicio de
valor suele ser algo implícito y no discutido —por ejemplo, muy pocas personas, incluyendo a los propios pacientes esquizofrénicos, pueden negar el deterioro y el
sufrimiento que causa la esquizofrenia—. Por el contrario, las reclamaciones de los homosexuales obligaron a los
profesionales de la salud mental a plantearse explícitamente los valores en cuestión, y determinaron correcta-
mente que la homosexualidad no es un trastorno psicológico. Véase Avances en el pensamiento 13.1 para una discusión de la homosexualidad como una variación sexual
normal.
REVISIÓN
• ¿Qué pone de manifiesto cada uno de los tres
ejemplos que hemos citado de influencias
socioculturales sobre las prácticas y normas
sexuales, en lo tocante a las diferencias
culturales y a los cambios históricos, respecto
a lo que se considera una conducta sexual
aceptable normal?
• ¿Cómo ha cambiado la perspectiva psiquiátrica
de la homosexualidad a lo largo del tiempo?
Identifique unos cuantos acontecimientos
históricos clave que hayan impulsado este
cambio.
DESVIACIONES SEXUALES
Y DE IDENTIDAD SEXUAL
Vamos a centrarnos a continuación en las variantes sexuales problemáticas que incluye el DSM-IV-TR. Hay dos categorías generales: las parafilias y los trastornos de la
identidad sexual.
Las parafilias
Las parafilias son un grupo de pautas recurrentes de conducta sexual, que se caracterizan porque la persona necesita
una serie de objetos, rituales, o situaciones poco usuales,
para obtener una satisfacción sexual completa. Para cumplir
los criterios del DSM-IV-TR, estas pautas de conducta
deben durar al menos seis meses, y provocar un malestar clínicamente significativo. Si bien la mayoría de las personas
normales muestran formas intrascendentes de estos criterios, una persona parafílica destaca por la insistencia y la
exclusividad con que su sexualidad se centra en las acciones
u objetos en cuestión, sin los cuales el orgasmo suele ser
imposible de alcanzar. Con frecuencia las parafilias también
tienen una calidad compulsiva, de manera que algunas personas necesitan tener un orgasmo entre cuatro y diez veces
diarias (Money, 1986; Weiner y Rosen, 1999). Pero no todas
las parafilias necesitan una pareja. Dado que la mayoría de
las personas con parafilias son varones (un hecho cuyas
implicaciones etiológicas consideraremos más adelante),
utilizaremos el pronombre masculino para referirnos a ellas.
El DSM-IV reconoce ocho parafilias específicas:
(1) fetichismo, (2) travestismo fetichista, (3) voyeurismo,
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(4) exhibicionismo, (5) sadismo sexual, (6) masoquismo
sexual, (7) paidofilia, y (8) frotteurismo (rozarse con una
persona en contra su voluntad). Hay una categoría adicional, las parafilias no clasificadas en otros apartados, que
incluye algunos trastornos menos frecuentes, como la escatología telefónica (llamadas telefónicas obscenas), la necrofilia (el deseo sexual por los cadáveres), y la coprofilia (la
excitación sexual ante las heces). Si bien es cierto que las
diferentes parafilias suelen presentarse a la vez, vamos a
revisar cada una de ellas por separado, con la excepción del
frotteurismo, una categoría relativamente nueva y que por
ello todavía no ha recibido la suficiente investigación. Sin
embargo, hemos pospuesto la discusión sobre la paidofilia,
a un apartado posterior relativo al abuso sexual.
FETICHISMO.
En el fetichismo, el individuo tiene
deseos, fantasías sexuales intensas y conductas recurrentes
de carácter sexual, que implican el uso de algún objeto inanimado (como puede ser una prenda de vestir, o alguna
parte del cuerpo), para poder obtener placer sexual (el
DSM-IV-TR establece que sólo se debe considerar fetiche a
los objetos inanimados, pero casi ningún investigador de la
conducta sexual suele seguir rigurosamente ese criterio).
Tal y como ocurre con la mayoría de las parafilias, apenas
existen mujeres fetichistas (Mason, 1997). La gama de objetos fetiches incluyen cabellos, orejas, manos, ropa interior,
zapatos, perfume, y otros objetos similares, asociados con el
sexo opuesto. La forma de utilizar estos objetos para lograr
una excitación sexual varía de manera considerable, pero
suele consistir en la masturbación mientras se besa, se acaricia, se lame, o se huele el objeto. Generalmente el fetichismo no interfiere con los derechos de los demás, excepto
de una manera incidental, como puede ser pedir a la pareja
que lleve ese objeto durante el encuentro sexual. Muchos
hombres sienten una fuerte fascinación sexual por la parafernalia de este tipo, tal como los sostenes, ligueros, medias
y tacones altos, pero la mayoría no cumplen los criterios
diagnósticos del fetichismo, debido a que esta parafernalia
no suele ser estrictamente necesaria para conseguir la excitación sexual, tal y como exige el criterio diagnóstico. Sin
embargo, sí permite ilustrar la elevada frecuencia de preferencias fetichistas entre los varones.
Para obtener el objeto deseado, la persona fetichista
puede llegar a robar, incluso con violencia. Probablemente
los artículos más habitualmente sustraídos por estas personas sean lencería femenina. En una ocasión se detuvo a un
chico joven que había llegado a acumular más de cien pares
de medias robadas en una corsetería. En estos casos, la
excitación y la emoción del propio acto delictivo suelen
reforzar la propia estimulación sexual, y a veces tales emociones son las que en realidad constituyen en el propio fetiche, por lo que el artículo robado carece de importancia.
Por ejemplo, un adolescente admitió haber entrado a robar
lencería en muchas viviendas, y reconoció que el propio
Desviaciones sexuales y de identidad sexual
acto de entrar en la casa había sido suficiente para tener un
orgasmo. Otro ejemplo de este tipo de fetichismo es el caso
de un hombre cuyos fetiches eran los zapatos y las piernas
femeninos:
El fetichista había sido detenido en varias ocasiones por
vagabundear en lugares públicos, como estaciones de
ferrocarril y bibliotecas, mientras miraba las piernas a las
mujeres. Al final encontró una nueva solución a su problema. Haciéndose pasar por representante de una
empresa de medias, alquiló un bajo comercial, organizó
un pase de modelos para contratar a una empleada, y
grabó películas de estas mujeres mientras andaban o estaban sentadas, mostrando sus piernas sin ninguna traba.
Este hombre utilizaba esas películas para obtener satisfacción sexual, que resultaron perfectamente adecuadas para
sus propósitos (adaptado de Grant, 1953).
La mayoría de las teorías sobre la etiología del fetichismo destacan la importancia del condicionamiento clásico y del aprendizaje social (por ejemplo, Mason, 1997).
Por ejemplo, no resulta difícil imaginar de qué manera la
lencería femenina puede haber adquirido su calidad erótica
a través de la estrecha asociación con el sexo y el cuerpo
femenino. Sin embargo solamente un pequeño número de
hombres desarrolla fetiches, lo que sugiere la existencia de
amplias diferencias individuales respecto a la susceptibilidad al condicionamiento de la respuesta sexual (igual que
ocurre con la susceptibilidad al condicionamiento de las
respuestas de miedo o de ansiedad). Los hombres muy susceptibles al condicionamiento tendrían más tendencia a
desarrollar fetichismo. Volveremos posteriormente a evaluar el papel del condicionamiento en el desarrollo de las
parafilias.
TRAVESTISMO
FETICHISTA.
De acuerdo con el
DSM-IV-TR, los hombres heterosexuales que experimentan de manera recurrente conductas, deseos y fantasías
sexuales intensas relativas a vestirse de mujer, pueden recibir un diagnóstico de travestismo fetichista. Normalmente
el diagnóstico de travestismo aparece durante la adolescencia, y requiere que se produzca la masturbación mientras el
adolescente va vestido con ropa femenina. Blanchard
(1989, 1992) ha denominado autoginefilia a la motivación
psicológica de los travestidos: una activación sexual parafílica, relacionada con la fantasía de ser una mujer (Blanchard, 1991, 1993; Zucker y Blanchard, 1997). El eminente
sexólogo Magnus Hirschfeld fue el primero que identificó
la categoría diagnóstica de hombres travestidos que se
excitan sexualmente al verse a sí mismos vestidos de mujer:
«no se sienten atraídos por las mujeres que les rodean, sino
por la mujer que llevan dentro» (Hirschfeld 1948, p.167).
Aunque algunos hombres homosexuales se visten ocasionalmente de mujer, no suelen hacerlo para obtener un placer sexual, y por lo tanto no se les puede considerar
travestidos fetichistas. Buckner (1970) ha formulado una
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
descripción de un travestido masculino «medio» a través
de una encuesta realizada a doscientos sesenta y dos travestidos, realizada por la revista Transvestia:
Es un hombre que probablemente está casado (alrededor de dos tercios lo están); probablemente tenga hijos
(alrededor de dos tercios los tienen). Casi todos ellos dicen
que son exclusivamente heterosexuales, y de hecho, la tasa
de «homosexualidad» es menor que la media de la población general. La conducta del travestido suele consistir en
vestirse en privado con la ropa de una mujer... El travestido
no suele tener problemas con la ley, y tiene muy pocas dificultades con los demás, incluidos él mismo y su propia
esposa (p. 381).
Este cuadro clínico no ha cambiado desde entonces; ni,
desgraciadamente, tampoco el hecho de lo poco que sabemos sobre sus causas (McAnulty, Adams, y Dillon, 2001;
Zucker y Blanchard, 1997). El siguiente caso ilustra tanto la
típica aparición precoz del travestismo fetichista, como las
dificultades que puede provocar en un matrimonio.
El dilema de un travestido
El señor A., un vigilante de seguridad de
sesenta y cinco años, y anteriormente capitán
de un barco pesquero, se queja por las objeciones de su mujer al camisón que lleva para
estar por casa, ahora que su hijo pequeño ha
ESTUDIO llegado a casa para pasar unos días. Su apariencia y comportamiento, excepto cuando va
DE UN
vestido con ropa de mujer, son siempre mascuCASO
linos, y él es exclusivamente heterosexual.
Ocasionalmente, durante los últimos cinco
años, ha llevado puesta alguna discreta prenda femenina, incluso
cuando iba vestido de hombre... Siempre lleva encima una fotografía suya con ropa de mujer.
Su primer recuerdo del interés en la ropa femenina fue cuando
a los doce años se puso unos pololos de su hermana, lo que le produjo una fuerte excitación sexual. A partir de ahí continuó poniéndose lencería femenina, lo que invariablemente le provocaba una
erección, a veces una eyaculación espontánea, o a veces una masturbación... Su conducta con otros chicos era competitiva y agresiva
y siempre «masculina». Durante sus años de soltero siempre se
había sentido atraído por las chicas...
Su interés por las prendas femeninas no disminuyó después de
su matrimonio. Después de haber hojeado fortuitamente una
revista denominada Transvestia, todavía aumentó más su actividad de travestismo. Se enteró de que había otros hombres como
él, y cada vez se mostraba más interesado por vestirse como una
mujer. Más recientemente ha mantenido contactos con otros travestidos mediante Internet... y ha acudido a veces a reuniones de
travestidos.
Aunque todavía está comprometido con su matrimonio, a lo
largo de los últimos veinte años el sexo con su mujer ha ido desapa-
reciendo, y sus pensamientos y actividades cada vez están más centrados en el travestismo... En situaciones de estrés siempre ha sentido una gran necesidad de vestirse de mujer; ejerce sobre él un
efecto tranquilizador. Cuando determinadas circunstancias impiden
que se vista de mujer, se siente enormemente frustrado.
Nunca dijo nada a su mujer hasta que se hubieron casado, pero
ella lo aceptó y lo mantuvo en secreto. Sin embargo, se siente culpable... y de vez en cuando intenta renunciar a esa costumbre,
tirando a la basura toda su parafernalia femenina. Sus hijos le sirven
como barrera para no dar rienda suelta a sus impulsos. Pero después de haberse retirado del trabajo, y ante la emancipación de sus
hijos, cada vez experimentó un mayor deseo de travestirse, lo que
provocó más conflictos con su esposa, y aumentó su depresión
(adaptado de Spitzer et al., 2002, pp. 257-59).
Como ya hemos indicado, el travestismo fetichista
puede llegar hacer peligrar una relación. Sin embargo, igual
que ocurre con otros tipos de fetichismo, sólo provoca daño
a los demás cuando va acompañado de acciones ilegales,
como puede ser el robo o la destrucción de la propiedad.
Esto no siempre es así con el resto de las parafilias, muchas
de las cuales sí implican un elevado riesgo de daños —tanto
físicos como psicológicos— a alguno de los compañeros
que participan en el encuentro sexual. Algunas de estas
prácticas sexuales están sujetas a fuertes sanciones legales. A
continuación vamos a examinar únicamente las formas
más habituales de estas parafilias: voyeurismo, exhibicionismo, sadismo y masoquismo.
VOYEURISMO.
Según el DSM-IV-TR, una persona
puede ser diagnosticada de voyeurismo cuando muestra
conductas, deseos, o fantasías sexuales intensas y recurrentes, relativas a la observación de mujeres desnudas (que no
saben que están siendo observadas), o de parejas que están
realizando actividades sexuales. Con frecuencia, estas personas se masturbaban mientras observan. Estos mirones,
como se les suele denominar, realizan estas infracciones
durante su juventud.
¿Cómo se desarrolla esta pauta de conducta? En primer
lugar, la visión del cuerpo de una mujer atractiva resulta
sexualmente estimulante para la mayoría de los hombres.
Por otra parte, la privacidad y el misterio que suele rodear
las actividades sexuales tiende a incrementar la curiosidad
que suscitan. En segundo lugar, cuando un hombre joven
con esta curiosidad se siente tímido e incapaz de establecer
relaciones con el sexo opuesto, puede utilizar como sustituto el voyeurismo, que le permite satisfacer su curiosidad y
en cierta medida cumple sus necesidades sexuales, sin tener
que pasar por el trauma de la aproximación a una mujer.
Esto le permite evitar la eventualidad de un rechazo, con la
consiguiente pérdida de autoestima que éste acarrearía. De
hecho, las actividades voyeuristas suelen proporcionar
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fuertes sentimientos compensatorios de poder y de dominación secreta, sobre una víctima que no sospecha nada, lo
que a su vez contribuye al mantenimiento de esta pauta de
conducta. Cuando un voyeur consigue encontrar esposa, lo
que ocurre con frecuencia, no suele tener un buen ajuste
sexual con ella, tal y como ilustra el siguiente caso.
Un mirón
Un estudiante universitario recién casado vivía
en un ático muy caluroso durante los meses de
verano. Su mujer trabajaba para que él pudiera
asistir a clase; cuando ella volvía a casa por la
noche, llegaba cansada e irritable, y no del
mejor
humor para mantener relaciones sexuaESTUDIO
les. Además, «los malditos muelles del colchón
DE UN
crujían excesivamente». Así pues, «para poder
CASO
obtener algún placer sexual», el joven espiaba
con sus prismáticos a los vecinos de enfrente,
y a veces podía verlos realizar actividades eróticas. Eso le producía
una gran estimulación, por lo que decidió ampliar su espionaje a la
casa de una hermandad de mujeres del campus. Sin embargo,
durante su segunda aventura fue denunciado y detenido por la policía. Se trataba de una persona inmadura para su edad, puritana en
su actitud hacia la masturbación y tendente a fantasías sexuales
muy ricas pero inmaduras.
Las leyes más permisivas que se han dictado en los
últimos años, relativas a películas, vídeos y revistas «para
adultos», probablemente hayan tenido la virtud de eliminar gran parte del secreto que rodea la conducta sexual, y
en ese sentido hayan proporcionado una fuente alternativa
de gratificación a los potenciales voyeurs. Sin embargo, su
efecto real sobre voyeurismo nunca ha podido comprobarse empíricamente (Kaplan y Krueger, 1997). Para
muchos voyeurs, tales películas y revistas probablemente
no les proporcionen un sustituto adecuado de la observación secreta de la conducta sexual de una pareja, o de la
desnudez «auténtica» de una mujer que cree erróneamente
estar disfrutando de privacidad.
Si bien es cierto que un voyeur puede llegar a ser demasiado osado, y por lo tanto ser descubierto e incluso agredido por sus víctimas, el voyeurismo no suele acarrear
ningún aspecto delictivo o antisocial grave. De hecho,
muchas personas probablemente tengan algunas inclinaciones de voyeur, pero que quedan refrenadas por aspectos
prácticos, como la posibilidad de ser atrapado, o por actitudes éticas relativas al derecho a la privacidad.
EXHIBICIONISMO. El exhibicionismo (exposición
indecente en términos legales) consiste en conductas,
deseos, o fantasías sexuales, recurrentes e intensas, relati-
Desviaciones sexuales y de identidad sexual
vas a mostrar los genitales a los demás (generalmente a
personas desconocidas), en circunstancias inadecuadas y
sin su consentimiento. Esta exhibición suele tener lugar
en sitios aislados, como un parque, o en zonas públicas,
como grandes almacenes, iglesias, teatros, o autobuses. En
la ciudad un exhibicionista suele conducir por la cercanía
de una escuela o de una parada de autobús, mostrando
sus genitales desde dentro del coche, y dándose rápidamente a la fuga. En muchas ocasiones esta conducta se
repite siempre en la misma situación, como puede ser en
la iglesia o el autobús, en el mismo vecindario, y a la
misma hora del día. Se dio el caso de que un joven exhibía
sus genitales únicamente al final de una escalera mecánica
de unos grandes almacenes. Por otra parte, la víctima elegida suele tener características específicas. Generalmente
una mujer joven o de mediana edad que no conoce al
exhibicionista, aunque a veces también se eligen niños y
adolescentes (Murphy, 1997). El exhibicionismo, que
suele comenzar durante la adolescencia o el principio de
la edad adulta, es una de las infracciones sexuales más
habituales que se denuncia a la policía, y en los Estados
Unidos, Canadá y Europa, supone un tercio de todos los
delitos sexuales (McAnulty et al., 2001; Murphy, 1997).
Según algunas estimaciones, el veinte por ciento de las
mujeres han sido el objetivo de exhibicionistas o voyeurs
(Kaplan y Kruger 1997; Meyer, 1995).
En ocasiones, la exhibición de los genitales va acompañada del gesto de masturbación, pero lo más frecuente es
que sólo se produzca la exhibición. Una pequeña minoría
de exhibicionistas también realizaba actos agresivos. De
hecho, algunas investigaciones indican que hay un subconjunto de exhibicionistas que podrían considerarse mejor
bajo el diagnóstico de personalidad antisocial, que ya se
describió en el Capítulo 11 (Forgac y Michaels, y 1982;
Kaplan y Kruger, 1997).
Pese a que los exhibicionistas casi nunca realizan conductas agresivas, sin embargo sus acciones se producen sin
el consentimiento de la otra persona, y por lo tanto pueden
perturbarla, como de hecho suele ser su intención. Esta
calidad intrusiva del acto, junto a la violación explícita de
las normas relativas a las «partes privadas», garantiza una
condena. Así pues, la sociedad considera el exhibicionismo
como un delito.
SADISMO. El término sadismo proviene del nombre del
Marqués de Sade (1740-1814), quien infligía tal crueldad a
sus víctimas para obtener satisfacción sexual que fue considerado como un loco. En el DSM-IV-TR, para establecer un
diagnóstico de sadismo, una persona debe tener, al menos
durante seis meses, conductas, deseos, o fantasías sexuales
intensas y recurrentes, relativas a infligir dolor físico o psicológico a otra persona. Una práctica muy relacionada con
esta, pero de menor gravedad, es «la esclavitud y la disciplina», que puede incluir maniatar a una persona, azotarla
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
y cosas por el estilo, para poder obtener una excitación
sexual.
En algunos casos, estas actividades culminan en una
relación sexual, pero en otros es la propia práctica la que produce la gratificación sexual. Por ejemplo, un sádico puede
azotar a una mujer con un látigo, o pincharla con una aguja,
y experimentar de esta manera el orgasmo. Este tipo de
acciones para provocar dolor a otra persona pueden variar
según su intensidad, desde la mera fantasía a la mutilación
grave, e incluso el asesinato. Muchas culturas admiten un
grado moderado de sadismo en los prolegómenos de la actividad sexual, y de hecho muchas parejas de nuestra sociedad
realizan habitualmente este tipo de prácticas. Resulta por
tanto importante diferenciar entre un interés transitorio u
ocasional en las prácticas sadomasoquistas, y el sadismo
como una parafilia. Las encuestas han encontrado que entre
el cinco y el quince por ciento de los hombres y las mujeres
realizan actividades sádicas o masoquistas de manera ocasional (Baumeister y Butler, 1997; Hucker, 1997). El sadismo
y el masoquismo, concebidos como una parafilia, en tanto en
cuanto que constituyan la única manera de obtener placer
sexual, parece ser muy poco frecuente, y como todas las parafilias, afecta de manera predominante (aunque no exclusiva)
a hombres heterosexuales (Weiner y Rosen, 1999). La situación puede abarcar desde el pleno consentimiento de la víctima, hasta su rechazo absoluto.
Los sádicos más desorbitados pueden llegar a reproducir mentalmente las escenas de tortura, mientras se masturbaban en un momento posterior. Los asesinos en serie, que
suelen ser también sádicos, a veces graban en vídeo sus asesinatos. Un estudio analizó a veinte asesinos en serie con
características sádicas, que habían asesinado a ciento cuarenta y nueve personas en Estados Unidos y Canadá
(Warren, Dietz, y Hazelwood, 1996). La mayoría de ellos
eran varones blancos de alrededor de treinta años de edad.
Sus asesinatos resultaban muy coherentes a lo largo del
tiempo, y reflejaban la excitación sexual que obtenían del
dolor, el miedo, y el pánico de sus víctimas. Algunos de estos
asesinos decían haber tenido la sensación de ser dioses, al
poder controlar la vida y la muerte de otro ser humano. Se
trataba de personas con otras parafilias, tales como fetichismo y exhibicionismo. El ochenta y cinco por ciento de
ellos decía tener fantasías sexuales de carácter violento, y el
setenta y cinco por ciento coleccionaba objetos de temática
violenta, como grabaciones audiovisuales, imágenes, o pornografía de sadismo sexual.
Algunos conocidos asesinos en serie son Ted Bundy,
ejecutado en 1989. Confesó haber matado a treinta mujeres
jóvenes, quienes en su mayoría se ajustaban a un tipo determinado: mujeres de pelo largo peinado con raya en medio.
Bundy admitió que utilizaba sus víctimas para recrear la
portada de algunas revistas de detectives, o escenas de «películas sangrientas». Jeffrey Dahmer fue encarcelado en 1992
por haber mutilado y asesinado a quince niños y hombres
jóvenes, y haber practicado el sexo con sus cadáveres (fue
asesinado mientras se encontraba en prisión). Aunque
muchos sádicos han tenido una niñez caótica, tanto Bundy
como Dahmer provenían de familias de clase media y con
padres cariñosos. Lamentablemente, no conocemos todavía
cuáles son los factores causales que pueden explicar estos
casos de sadismo.
MASOQUISMO. El término masoquismo proviene del
nombre del novelista austriaco Leopold V. Sacher-Masoch
(1836-1895), cuyos personajes disfrutaban del placer sexual
a través del dolor. Igual que ha ocurrido con el término
sadismo, el significado de masoquismo también se ha extendido más allá de las connotaciones sexuales, de manera que
incluye también obtener el placer a través del sufrimiento
físico como un acto de expiación (como puede ser las flagelaciones religiosas), y en general del sufrimiento y la privación. Sin embargo, nosotros vamos a limitar nuestra
exposición a los aspectos sexuales de la conducta masoquista.
En el masoquismo, una persona experimenta una
estimulación sexual a partir del dolor que siente, y de la
degradación que sufre en su relación con un amante.
Según el DSM-IV-TR, la persona debe haber experimentado durante al menos seis meses, conductas, deseos, fantasías sexuales de carácter intenso y recurrente, relativas
al hecho de ser humillado, golpeado o esclavizado. Las
actividades masoquistas interpersonales exigen la participación de al menos dos personas, un «amo» y un obediente «esclavo». Este tipo de situaciones, en su versión
moderada, son relativamente frecuentes en las relaciones
heterosexuales y homosexuales. Normalmente los masoquistas no quieren cooperar con sádicos auténticos, pero
sí con personas dispuestas a humillarlos o dañarlos dentro de ciertos límites. El masoquismo parece ser más frecuente que el sadismo, y se observa tanto entre hombres
como entre mujeres (Baumeister y Butler, 1997). Este tipo
de actividades suelen realizarse de manera colectiva, en
«calabozos» muy populares en las ciudades importantes.
Este tipo de actividades pueden consistir en un hombre
atado y azotado por una mujer vestida con una leve
prenda de cuero. Para los participantes constituye un
juego más que una amenaza.
Un tipo de masoquismo especialmente peligroso,
denominado asfixia auto erótica, consiste en una auto
estrangulación que llega hasta el punto de privarse de oxígeno. Los forenses de las principales ciudades de los Estados
Unidos están familiarizados con casos en los que la persona
fallecida tiene a su lado literatura pornográfica masoquista,
y otra parafernalia de tipo sexual. Se ha estimado que las
muertes accidentales que se pueden atribuir a esta práctica
oscilan entre doscientas cincuenta y 1 000 cada año en los
Estados Unidos (Uva, 1995). El siguiente es un caso de
asfixia auto erótica, con un trágico final.
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Asfixia auto erótica
Una mujer oyó gritar a un hombre pidiendo
ayuda y fue corriendo a la puerta de su casa...
La mujer junto a sus dos hijos... irrumpió
en la casa. Encontró al hombre tirado en el
suelo, con las manos atadas a la espalda, las
piernas
curvadas hacia atrás, y los tobillos ataESTUDIO
dos a sus manos. Detrás de sus rodillas sujeDE UN
taba el mango de una escoba. Se mostraba
CASO
visiblemente inquieto, sudoroso, y sin respiración, y sus manos se estaban poniendo azules.
Se había defecado y orinado en sus pantalones. La mujer encontró
un cuchillo y lo liberó.
Cuando llegó la policía e interrogó al hombre, éste afirmó que
había vuelto a casa de trabajar, se había dormido en el sofá, y se
había despertado una hora después de esa guisa. La policía
observó que la puerta del apartamento estaba cerrada cuando llegaron los vecinos... y al hacer su informe señalaron que «podría
tratarse de una desviación sexual». Al entrevistarlo al día
siguiente, el hombre confesó que se había atado él mismo en esa
posición.
Un mes más tarde, la policía tuvo que acudir al mismo lugar. Un
vecino lo había encontrado bocabajo en el suelo de su apartamento.
Una bolsa de papel cubría su cabeza como si fuera una capucha.
Cuando llegó la policía, el hombre estaba jadeando con un trozo de
tela de raso pegada a su boca. Había una cuerda alrededor de su
cabeza, que rodeaba también su pecho y su cintura. Tenía algunos
cardenales desde su espalda hasta la entrepierna, y la cuerda que
ceñía sus tobillos había dejado profundas marcas. Tenía también
atado el mango de una escoba a sus hombros. Cuando lo liberaron,
el hombre explicó que «estaba haciendo ejercicios isométricos, y
me quedé enredado con las cuerdas»...
Dos años después ese hombre cambió de trabajo. Un lunes por
la mañana no se presentó a trabajar, y un compañero lo encontró
muerto en su casa. Durante la investigación, la policía pudo reconstruir los últimos momentos de su vida. El viernes anterior se había
atado de la siguiente manera: sentado en su cama y con los tobillos
cruzados, el izquierdo sobre derecho, los había anudado con hilo
bramante. Había hecho un lazo alrededor de su cuello, y lo había
atado a una barra detrás de sí.... (Debido a las complicadas maniobras que tuvo que hacer) tiró de la cuerda y se estranguló (de Spitzer et al., 2002).
Factores causales y tratamientos para
las parafilias
Muchas personas con parafilias tienen explicaciones para sus
estrambóticas preferencias sexuales. Por ejemplo, un parafílico de las amputaciones (cuya pareja preferida es alguien a
quien le falta una extremidad) recordaba que su fascinación
por las mujeres con algún miembro amputado se originó
durante su adolescencia. Su familia le rechazaba emocional-
Desviaciones sexuales y de identidad sexual
mente, pero una vez escuchó a uno de ellos expresar su simpatía por alguien a quien le faltaba un brazo. Pensó entonces
que si él mismo perdía un brazo, obtendría la simpatía de su
familia. Esta historia plantea muchas cuestiones. Las familias
emocionalmente frías son relativamente frecuentes, y la simpatía por personas a quienes falta un miembro es prácticamente universal. Pero seguramente no todos los varones que
crecen en estas familias y que detectan una simpatía por personas con una amputación, desarrollan esta parafilias. Así
pues, este tipo de historias no tienen necesariamente validez,
ya que generalmente no somos conscientes de las fuerzas que
nos modelan (Nisbett y Wilson, y 1977).
Hay al menos dos factores en las parafilias que probablemente resulten importantes. En primer lugar, como ya se
ha observado, casi todas las personas con parafilias son
varones. De hecho, las mujeres con parafilias son tan escasas, que sólo podemos encontrar estudios de casos aislados
(por ejemplo, Federoff, Fishell, y Federoff, 1999). En
segundo lugar, normalmente estas personas suelen tener
más de una parafilia (por ejemplo, Maletzky, 1998). Por
ejemplo, alrededor del treinta por ciento de los cadáveres de
hombres que han muerto accidentalmente durante una
asfixia auto erótica estaban travestidos (Blanchard y Hucker, 1991). En principio, no parece haber ninguna razón
evidente para esa asociación entre más sadismo y travestismo. ¿A qué puede deberse?
Money (1986) y otros han sugerido que la vulnerabilidad masculina a las parafilias está estrechamente vinculada
a su mayor dependencia de las imágenes sexuales. Puede
que la excitación sexual en los hombres dependa más de los
estímulos físicos, mientras que en las mujeres prime el
contexto emocional, como puede ser una situación romántica. Si esto es así, los hombres serían más vulnerables a
establecer asociaciones sexuales con estímulos no sexuales.
Hay quien cree que estas asociaciones proceden de un condicionamiento clásico o instrumental, o también de un
aprendizaje social mediante observación. Cuando se producen fantasías relativas a estímulos parafílicos, suelen
quedar reforzadas por el orgasmo que se obtiene durante la
masturbación (por ejemplo, Kaplan y Kruger, 1997; Weiner y Rosen, 1999).
TRATAMIENTO DE LAS PARAFILIAS. La gran mayoría de estudios que han abordado este tema se han realizado con personas que han quebrantado las normas. Sin
embargo, la literatura relativa al tratamiento de hombres
con parafilias que no han cometido ninguna infracción, o
que son la víctima de la parafilias (como en el masoquismo), se limita a informes de casos aislados, debido a
que la mayoría de las personas con parafilias no buscan tratamiento. Así pues, dejaremos este asunto hasta que llegue
el momento de discutir el tratamiento de los transgresores
sexuales, la mayoría de los cuales sí tienen parafilias
(página 448).
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Trastornos de la identidad sexual
La identidad sexual se refiere a nuestra sensación de masculinidad o feminidad, y puede distinguirse del papel sexual, que
se refiere a la conducta explícita de carácter masculino femenino (Money, 1988). De todos los rasgos de conducta, la
identidad sexual es la que ofrece una correlación más fuerte
con el sexo biológico, si bien esa correlación no es absoluta.
Unos cuantos individuos se encuentran muy poco cómodos
con su sexo biológico, y desean vehementemente cambiarse
al sexo opuesto. De hecho, algunos adultos con trastornos de
la identidad sexual, a menudo denominados transexuales,
optan por una intervención quirúrgica muy costosa y complicada para conseguirlo. En el DSM-IV-TR, el trastorno de
identidad sexual se caracteriza por dos componentes: (1)
una fuerte y persistente identificación con el sexo opuesto,
esto es, el deseo de ser, o la insistencia en que se es, del sexo
opuesto; y (2) la disforia sexual, una permanente incomodidad respecto al propio sexo biológico, o la sensación de que
su papel sexual no es apropiado. Este trastorno puede afectar
a niños y adultos, así como a hombres y mujeres.
TRASTORNO DE IDENTIDAD SEXUAL DURANTE LA
INFANCIA. Los niños con un trastorno de la identidad
sexual muestran una gran preocupación por actividades
tradicionalmente femeninas (Zucker y Bradley, 1995). Prefieren vestir con prendas femeninas. Disfrutan de actividades estereotipadamente de niñas, como jugar con muñecas,
jugar a las casitas (casi siempre en el papel de madre) y ver
programas de televisión con protagonistas muy femeninas.
Suelen evitar los juegos violentos, y con frecuencia expresan
su deseo de ser niñas. Por su parte, las niñas con un trastorno de identidad sexual suelen negarse a que sus padres
las vistan con vestidos femeninos. Prefieren ropa de niños y
llevar el pelo corto, y de hecho las personas que no las conocen suelen confundirlas con niños. Sus héroes suelen ser
prototipos masculinos como Batman y Superman. Muestran muy poco interés en jugar con muñecas, y sí en practicar deportes. Aunque hay muchas niñas marimachos con
bastantes de estas características, las que tienen un trastorno de identidad sexual se distinguen por su deseo de ser
un niño o de convertirse en un hombre. Por su parte, los
niños con un trastorno de identidad sexual suelen ser condenados al ostracismo por parte de sus compañeros, mientras que las niñas con este trastorno son mejor tratadas,
debido a que se tolera mejor esa desviación en las niñas que
en los niños (Zucker, Sanikhani, y Bradley, 1997). En el
ámbito clínico, los niños con este problema superan a las
niñas en una proporción de cinco a uno. Un importante
porcentaje de este desequilibrio podría deberse a una
mayor preocupación por parte de los padres por la feminidad de sus hijos, que por la masculinidad de sus hijas.
La consecuencia más habitual del trastorno de identidad sexual en los niños varones parece ser la homosexuali-
dad y no el transexualismo (Bradley y Zucker, 1997). En el
estudio de Richard Green (1987) de cuarenta y cuatro chicos con características femeninas, sólo uno de ellos intentó
hacer un cambio de sexo cuando fue adulto. Tres cuartas
partes se convirtieron en homosexuales o bisexuales, satisfechos con su sexo biológico. No existen estudios prospectivos de niñas con un trastorno de identidad sexual, pero un
análisis retrospectivo de lesbianas sugiere que las niñas muy
masculinas tienen más tendencia que otros niños a convertirse en homosexuales. Sin embargo, la mayoría de ellas
probablemente se conviertan en mujeres heterosexuales
(Bailey y Zucker, 1995).
Una pregunta interesante se refiere a la pertinencia de
considerar que estos niños tienen un trastorno mental,
cuando en realidad muestran un ajuste adecuado durante
su edad adulta. Un argumento a favor de considerar su conducta como un trastorno es el hecho de que con frecuencia
estos niños sufren un gran malestar. Y eso por dos razones
fundamentales. En primer lugar, por definición (esto es,
según los criterios diagnósticos), están a disgusto con su
sexo biológico. En segundo lugar, como ya hemos observado, suelen ser maltratados por sus compañeros y tienen
relaciones muy tensas con sus padres, aunque en la práctica
su conducta no hace daño a nadie. Así pues, un argumento
opuesto a la consideración de esta conducta como un trastorno es que el principal obstáculo para su felicidad es precisamente la intolerancia de la sociedad, que concibe su
conducta como una anormalidad.
Tratamiento. Casi siempre son los padres los que acuden en busca de tratamiento para sus hijos con trastornos
de identidad sexual. El terapeuta intenta simultáneamente
tratar el malestar del niño respecto su sexo biológico, y a la
vez relajar la tirantez de la relación con sus padres y compañeros. Estos niños suelen tener con frecuencia otros trastornos de conducta, que también necesitan una atención
terapéutica (Zucker, Owen, et al., 2002). Los psicólogos
intentan enseñar a estos niños a disminuir su conducta
transexual, sobre todo en aquellas situaciones que pueden
generar problemas. La disforia sexual suele tratarse
mediante psicoanálisis, examinando sus conflictos internos. Pero todavía es necesario realizar estudios controlados
para evaluar la eficacia de estos tratamientos.
TRANSEXUALIDAD.
Los transexuales son adultos con
un trastorno de identidad sexual. Muchos, quizá la mayoría, desearían cambiar su sexo, y los avances quirúrgicos
están haciendo que esto sea posible, aunque con un alto
coste económico. La transexualidad es un trastorno aparentemente muy poco frecuente. Los estudios en Europa
sugieren que aproximadamente uno de cada 30 000 varones
adultos y una de cada 100 000 mujeres adultas intentan
cambiar su sexo en el quirófano. Hasta muy recientemente,
la mayoría de los investigadores daba por sentado que la
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transexualidad era la versión adulta del trastorno de identidad sexual infantil, y de hecho con frecuencia suele ser así.
En efecto, muchos transexuales tuvieron un trastorno de
identidad sexual cuando eran niños (aunque la mayoría
de los niños con este trastorno no se convierten en transexuales), y además su conducta adulta es similar. Esto
parece ser lo que ocurre con todos los transexuales que
cambian de mujer a hombre. Casi todos recuerdan haber
sido muy marimachos, y a la mayoría les atraen las mujeres.
Uno de estos transexuales recordaba así su infancia:
Me he sentido diferente desde que tengo memoria. Desde
los tres años. Recuerdo que quería ser un niño. Me vestía
con ropa de niños y quería hacer las cosas que hacen los
niños. Recuerdo que mi madre decía «nunca serás una
señorita. ¿Nunca te vas a poner un vestido?» Recuerdo que
cuando era más mayor siempre me quedaba mirando a las
mujeres... Me sentía como un hombre, y creo que para mí,
amar a una mujer es algo perfectamente normal (Green
1992, p. 102).
Al contrario de lo que ocurre con los transexuales
mujer a hombre, hay dos tipos de transexuales hombre a
mujer, cuyas causas y curso de desarrollo son muy diferentes: los transexuales homosexuales y los transexuales autoginéfilos (Blanchard, 1989). Los transexuales homosexuales
pueden considerarse como un gay extremadamente femenino, que además querría cambiar de sexo. Por el contrario,
los transexuales autoginéfilos parecen tener una parafilia en
la que su atracción se centra en su propia imagen de mujer.
En la actualidad el DSM todavía no hace esta diferenciación. Aunque quizá no sea importante desde el punto de
vista del tratamiento (ambos tipos de transexuales desearían experimentar un cambio quirúrgico de sexo), sí resulta
fundamental para comprender la psicología de los diferentes transexuales hombre a mujer.
Un transexual homosexual hombre a mujer es un
varón que se describe a sí mismo como una mujer atrapada en un cuerpo masculino, y que se siente atraído por
los hombres. Este tipo de hombres intenta cambiar de
sexo para conseguir, como mujeres, atraer a una pareja
masculina heterosexual (Bailey, 2003). Aunque los transexuales homosexuales son atraídos por miembros de su
propio sexo genético, les molesta ser tachados de gays, ya
que no se sienten en realidad pertenecientes a ese sexo
(McAnulty et al., 2001). Sin embargo, desde un punto de
vista etiológico, la transexualidad homosexual probablemente se solape con la homosexualidad ordinaria, aunque
en este caso existen evidentes factores adicionales. Sin
embargo todavía no comprendemos lo que hace que algunos hombres homosexuales muy femeninos, deseen cambiar de sexo.
Los transexuales homosexuales generalmente han
tenido un trastorno de identidad sexual desde su infancia.
Un transexual homosexual adulto hombre a mujer recordaba lo siguiente:
Desviaciones sexuales y de identidad sexual
Me gustaba jugar con las niñas. Nunca me gustó jugar con
niños. Me gustaba jugar a la comba, al elástico, y todas
esas cosas. Las profesoras me decían que fuese a jugar con
los niños, pero a mí me parecía desagradable. Yo quería
jugar con las niñas. Quería jugar a juegos de niñas.
Recuerdo un día que el profesor dijo, «si vuelves a jugar
con las niñas, traeré un vestido y lo llevarás puesto todo el
día. ¿A que no te gustaría?» Bueno, la verdad es que sí me
hubiera gustado. (Green, 1992, p.101).
Dado que la mayoría de los niños con un trastorno de
identidad sexual no se convierten en adultos transexuales
(aunque sí en hombres homosexuales), debe de haber otros
importantes factores que determinen la transexualidad. Un
estudio encontró que haber sido educados en una familia
de religión católica que condena explícitamente la homosexualidad, junto a una conducta transexual durante la niñez,
daba lugar hombres transexuales no homosexuales (Hellman et al., 1981). Estos investigadores sugerían que para
estos hombres, la transexualidad en una manera de implicarse sexualmente con otros hombres, pero evitando la
homosexualidad. Si esto fuera cierto, entonces la transexualidad homosexual debería ser menos frecuente a medida
que la homosexualidad se fuera aceptando socialmente.
La transexualidad autoginéfila parece darse únicamente entre los varones, y su principal característica clínica
es la autoginefilia —una parafilia que se caracteriza por la
excitación sexual ante la fantasía de convertirse en una
mujer (Blanchard, 1991, 1993)—. De hecho, este tipo de
transexuales suelen tener una historia de travestismo fetichista. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con otros
travestidos, los transexuales autoginéfilos tienen la fantasía
de que poseen genitales femeninos. Quizá debido a ello, su
disforia sexual es especialmente aguda, lo que motiva un
vehemente deseo de cambiar quirúrgicamente de sexo.
Estos transexuales dicen sentir atracción por las mujeres,
pero también por hombres y mujeres a la vez, o incluso por
ninguno. La investigación ha demostrado que estos subtipos de transexuales autoginéfilos son muy similares entre
sí, y difieren de los transexuales homosexuales en importantes aspectos más allá de su orientación sexual (Blanchard, 1985, 1989, 1991; Bailey, 2003). Al contrario de lo
que ocurre con los transexuales homosexuales, los transexuales autoginéfilos no parecen haberse comportado de
una manera especialmente femenina durante su niñez ni
durante su edad adulta. Además suelen intentar la cirugía
de cambio de sexo a edades más avanzadas que los transexuales homosexuales (Blanchard, 1994). Sus causas probablemente se solapen con las de otras parafilias, aunque
todavía no se comprenden adecuadamente.
Tratamiento. La psicoterapia no suele resultar eficaz
para ayudar a los adolescentes o a los adultos a solucionar
su disforia sexual (Cohen-Dettenis, Dillen, et al., 2000; Zucker y Bradley, 1995). El único tratamiento que parece ser
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
eficaz es la cirugía para el cambio de sexo. Al principio, se
les suministra un tratamiento hormonal. A los hombres
se les da estrógenos para que les crezca el pecho, se les suavice la piel y se alarguen sus músculos. A las mujeres se les
da testosterona, que suprime la menstruación, aumenta su
vello corporal y facial, y les hace la voz más grave. Antes de
someterse a cirugía, deben pasar muchos meses con esta
terapia hormonal. Si superan con éxito este periodo de
prueba, se someten a cirugía y deben continuar tomando
las hormonas indefinidamente. Cuando un varón se convierte en mujer, es necesario eliminar el pene y los testículos, y construir una vagina artificial. Además, deben
someterse a electrolisis para eliminar la barba y el vello corporal. También tienen que aprender a elevar el tono de su
voz. Los transexuales que pasan de mujer a hombre, suelen
someterse a una mastectomía y a una histerectomía, y frecuentemente recurren a la cirugía plástica para modificar
sus facciones (como por ejemplo la nuez).
Son muy pocos los transexuales que pasan de mujer a
hombre que intentan implantarse un pene artificial, debido
a que las técnicas quirúrgicas para ello todavía son muy primitivas y costosas. De hecho, estos penes artificiales no pueden entrar en erección, por lo que quienes se someten a este
tipo de cirugía suelen recorrer a otros recursos para sus actividades sexuales. A medida que avancen las técnicas quirúrgicas, probablemente esto también irá cambiando. Una
revisión realizada en 1990 sobre la literatura al respecto
encontró que el ochenta y siete por ciento de doscientos
veinte transexuales hombre a mujer, estaban satisfechos con
el cambio, y que el noventa y siete por ciento de ciento
treinta transexuales mujer a hombres también lo estaba
(Green y Fleming, 1990). Estudios más recientes también
han encontrado resultados similares. Así pues, la mayoría de
los transexuales están satisfechos con el resultado de la cirugía, aunque hay cierta variabilidad en el grado de satisfacción (Cohen-Kettenis, y Gooren, 1999). En general, quienes
estaban mejor ajustados antes de la cirugía, también suelen
estar más satisfechos después de ella, mientras que los que
tenían algún tipo de psicopatología previa suelen tener más
problemas. Pese al razonable éxito de la cirugía transexual,
sigue siendo un tema controvertido, ya que algunos profesionales mantienen todavía que no resulta adecuado tratar
los trastornos psicológicos recurriendo a cambios anatómicos tan dramáticos (por ejemplo, McHugh, 1992).
REVISIÓN
• Defina la parafilia, y citen ocho parafilias
reconocidas en el DSM, junto a sus
características principales.
• ¿Qué dos componentes caracterizan al
trastorno de identidad sexual?
• Identifique los dos tipos de transexuales
hombre a mujer, y describa su desarrollo
evolutivo, así como el de los transexuales
mujer a hombre.
• ¿Cuáles son los tratamientos más eficaces para
el trastorno de identidad sexual en la niñez, y
para la transexualidad adulta?
ABUSO SEXUAL
El abuso sexual consiste en el contacto sexual con
coerción física o psicológica, o también aquel que se realiza
sobre una persona que no tiene capacidad para consentir o
rechazar ese contacto (por ejemplo, un niño). Tales abusos
incluyen la paidofilia, la violación y el incesto, y preocupan a
la sociedad mucho más que cualquier otro problema sexual.
Por lo tanto, resulta irónico que de todos estos tipos de uso,
sólo se haya incluido a la paidofilia en el DSM-IV-TR. Esto
refleja en parte el hecho de que la sociedad considera muy
graves estos delitos, y prefiere tratar a los infractores como
delincuentes y no como perturbados mentales. Sin embargo,
el hecho de que la violación, por decir alguna, no esté
incluida en el DSM-4-TR, no impide que podamos analizarla. La literatura de investigación sobre psicopatologías,
cada vez aborda con más frecuencia y profundidad todos
aquellos temas relativos al abuso sexual, tanto sobre niños
como sobre adultos, y la manera en que estos abusos pueden
ser factores causales de una amplia gama de trastornos (véase
los capítulos 3, 5, 8 y 11). Debido a ello, y también porque el
abuso sexual supone un problema social de enorme importancia, vamos a dedicarle un amplio apartado.
Abuso sexual de niños
Las últimas dos décadas han asistido a una enorme preocupación respecto al abuso sexual en la infancia, lo cual se ha
visto acompañado por un aumento de las investigaciones al
respecto. Se pueden citar al menos tres razones para ello. En
primer lugar, la mayor parte de las pruebas apuntan a que el
abuso sexual de niños es mucho más frecuente de lo que se
pensaba. En segundo lugar, es posible que existan vínculos
causales entre el abuso sexual a los niños y algunos trastornos mentales. En tercer lugar, en algunos casos se ha dado
mucha publicidad al abuso sexual infantil respecto a temas
tan controvertidos como la validez del testimonio de los
niños, o la fiabilidad de los recuerdos de haber sufrido abusos sexuales. Por esa razón vamos a comenzar revisando los
datos de que disponemos sobre estos asuntos.
PREVALENCIA DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL.
La
prevalencia de este problema depende de la manera en que
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se defina, la cual varía de manera sustancial entre estudios
diferentes. Por ejemplo, cada estudio puede utilizar una
definición diferente de lo que es «la infancia», situando su
límite superior a lo largo de una gama que oscila entre los
doce y los diecinueve años. Algunos estudios contabilizan
cualquier tipo de interacción sexual, incluso aquellas en las
que no existe contacto físico (por ejemplo, exhibicionismo), otros contabilizan únicamente el contacto físico,
otros sólo el contacto genital, mientras que otros también
contabilizan el contacto sexual consentido. Dependiendo
de estos factores, los datos de prevalencia pueden oscilar
entre menos del cinco por ciento a más del treinta por
ciento. Pero incluso las cifras más bajas son lo suficientemente elevadas como para causar preocupación.
CONSECUENCIAS DEL ABUSO SEXUAL DE LOS
NIÑOS. El abuso sexual infantil puede tener consecuen-
cias a corto plazo y también a largo plazo. Las consecuencias
a corto plazo más frecuentes son el miedo, el trastorno de
estrés postraumático, conductas sexuales inapropiadas (por
ejemplo, tocar los genitales de la gente, o hacer comentarios
sobre el acto sexual), y una baja autoestima (Kendall-Tackett, Williams, y Finkelhor, 1993). Aproximadamente una
tercera parte de los niños sobre los que se ha abusado sexualmente no muestran síntoma alguno. Así pues, no existe lo
que podríamos denominar «el síndrome del abuso sexual».
Algunos estudios han encontrado una asociación entre
el abuso sexual infantil y la psicopatología adulta, como
puede ser el trastorno límite de personalidad (Ogata et al.,
1990; Fossati, Madeddu, y Maffei, 1999), el trastorno de
somatización (Morris, 1989), síntomas disociativos (Chu y
Dill, 1990), y el trastorno disociativo de identidad (Ross,
1999; Maldonado et al., 2002). También se ha propuesto
que el abuso sexual durante la infancia provoca una amplia
variedad de síntomas sexuales (Bass y Davis, 1986; Browne
y Finkelhor, 1986), que pueden oscilar desde la aversión al
sexo a la promiscuidad sexual. En cualquier caso, disponemos de muy pocos datos que puedan avalar estas hipótesis,
debido a las dificultades de establecer vínculos causales
entre las experiencias tempranas y la conducta adulta.
CONTROVERSIAS RELATIVAS AL ABUSO SEXUAL
INFANTIL. Algunos juicios realizados a grandes crimi-
nales han puesto de manifiesto lo poco que sabemos sobre
estas cuestiones. Por ejemplo, en algunas ocasiones algún
niño ha acusado a un adulto que trabaja en una Escuela
Infantil de haberle sometido a abusos sexuales, lo que ha
despertado la controversia sobre en qué medida se puede
confiar en esas acusaciones. En otros casos, y por diversas
razones, es el adulto el que dice haber «recuperado» recuerdos reprimidos de haber sufrido abusos sexuales cuando
era niño, que son los causantes de sus problemas actuales.
También estos recuerdos están rodeados de una enorme
controversia.
Abuso sexual
El testimonio de los niños.
Durante la década de los 80
el público asistió atónito a ciertos casos donde niños acusaban a trabajadores de la Escuela Infantil a la que acudían de
haber abusado de ellos. Quizá el más notorio fue el de la
Escuela Infantil McMartin de California (Eberle y Eberle,
1993). En 1983 Judy Johnson denunció a la policía que su
hijo estaba siendo importunado por Raymond Buckey, que
trabajaba para la Escuela Infantil McMartin, a la que asistía
el niño. Sus ocurrencias se hacían cada vez más estrafalarias. Por ejemplo, acusaba al profesor de haber abusado de
su hijo mientras mantenía su cabeza dentro de la taza del
váter. La madre fue diagnosticada de una esquizofrenia
paranoide aguda, y murió de una enfermedad hepática
relacionada con el alcohol en 1986. Para cuando murió, los
acusadores ya no la necesitaban. Los niños de la Escuela
Infantil habían empezado a contar historias fantásticas y
espeluznantes —por ejemplo, que se obligaba a los niños a
desenterrar cadáveres de los cementerios, a saltar desde los
aviones y a matar animales con un bate de béisbol—. No
obstante, tanto los demandantes como muchos padres de la
escuela creyeron a los niños. Buckey y su madre, (dueña de
la Escuela Infantil) fueron juzgados en un juicio que duró
dos años y medio y costó quince millones de dólares. El
jurado absolvió a la señora Buckey de todos los cargos, pero
condenó a Raymond de todos ellos; fue liberado tras un
nuevo juicio, pero después de haber pasado cinco años en
prisión. La principal razón del jurado para declarar su inocencia fue la posibilidad de que los entrevistadores hubieran coaccionado los niños, para que contaran historias de
abusos, recurriendo a los métodos coercitivos como los que
se describen en el apartado Avances en la investigación 13.2,
de la página 442.
Dado que los niños son susceptibles a la influencia de
los demás, y no siempre son capaces de distinguir la fantasía de la realidad, la credibilidad de sus testimonios es un
tema crucial. En ocasiones se han utilizado muñecos con
sus órganos sexuales, para poder explorar las afirmaciones
de abuso sexual. Sin embargo, los estudios que se analizan
en el apartado Avances en la investigación 13.2, ponen de
manifiesto que la utilización de esas muñecas nunca ha
podido aumentar la validez de los informes, mientras que a
veces produce testimonios muy imprecisos y con gran cantidad de incongruencias (Ceci, 1995; Ceci et al., 2000).
Recuperación de recuerdos sobre abusos sexuales.
En 1990, una joven llamada Eileen Franklin testificó en un
juicio que había visto su padre violar y asesinar, veinte años
antes, a una compañera de ocho años. Merece la pena destacar, que pese a su afirmación de que había presenciado el
asesinato, no había recordado nada al respecto hasta que
había «recobrado» la memoria accidentalmente ya siendo
adulta (MacLean, 1992). Su padre fue condenado a cadena
perpetua, aunque en 1995 se revocó la condena debido a
los importantes errores constitucionales que se habían
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
AVA N C E S
en la investigación
La fiabilidad de los informes infantiles sobre
acontecimientos pasados
.
A medida que va siendo cada vez más frecuente citar a
niños para testificar en juicio sobre los abusos sexuales y
físicos que puedan haber sufrido, los investigadores se van
preocupando cada vez más por la mejor manera de
establecer la fiabilidad de esos testimonios.
Lamentablemente el abuso de los niños es muy frecuente,
sus denuncias deben tomarse en serio. Sin embargo,
también es necesario mantener unas dudas razonables
sobre la veracidad de las mismas, sobre todo cuando los
niños han estado sujetos a repetidas entrevistas a lo largo
de muchos meses, a veces en una atmósfera coercitiva. Por
desgracia, parece que ésta es la forma habitual en que se
trata a estos niños antes de testificar en un juicio.
Stephen Ceci y Maggie Bruck, unos psicólogos del
desarrollo que lideran el estudio de este tema, han
expuesto recientemente una serie de experimentos que
arrojan importantes dudas sobre la validez de los
testimonios infantiles, cuando los niños han estado
expuestos a una serie de entrevistas con preguntas
tendenciosas, y durante un largo periodo de tiempo (Ceci,
1995; Ceci, Bruck, y Battin, 2000). Por ejemplo, Ceci y sus
colaboradores han encontrado que los niños preescolares
encuentran más dificultades que los niños más mayores,
para poder diferenciar entre acciones reales e imaginadas
(Foley et al., 1989; Ceci et al., 2000). En uno de esos
estudios, Ceci y sus colaboradores pidieron a un adulto que
entrevistase a niños pequeños una vez a la semana durante
diez semanas, preguntándoles si había ocurrido cierto
acontecimiento real (haber sufrido una herida que requirió
sutura), y cierto acontecimiento ficticio (haberse pillado la
mano con una ratonera, y haber tenido que ir al hospital
para que se la quitaran). Cada semana, el entrevistador
pedía a los niños que intentaran recordar si eso había
ocurrido, y les animaba a que intentaran visualizar la
escena. Después de diez semanas, un adulto diferente pedía
a los niños que intentasen recordar lo que había sucedido.
Los resultados fueron muy llamativos. Más o menos la
mitad de los niños (el cincuenta y ocho por ciento) afirmó
que al menos uno de los acontecimientos ficticios sí había
ocurrido en realidad, y el veintisiete por ciento dijo que
todos esos acontecimientos les habían ocurrido de verdad.
Sus narraciones describiendo esos sucesos eran muy
elaboradas, embellecidos, coherentes y emotivas. De hecho,
daba la sensación de que los niños estaban convencidos de
que realmente eso les había sucedido (Ceci, 1995, p. 103).
Cuando Ceci mostró la grabación de la entrevista a
psicólogos especializados en entrevistar a niños, éstos no
fueron capaces de discriminar los acontecimientos reales
de los ficticios. Lo mismo ocurrió cuando se pidió a jueces,
trabajadores sociales y psiquiatras, que lo intentaran. La
conclusión de Ceci fue que «pensar repetidamente sobre un
acontecimiento ficticio puede hacer que algunos niños
preescolares produzcan informes muy vívidos y detallados,
que los profesionales son incapaces de discernir de otros
informes sobre acontecimientos reales» (1995, p. 103).
En otro estudio, denominado Sam Stone, Leichtman y
Ceci (1995) entrevistaron a niños preescolares cuatro
veces durante diez semanas, pidiéndoles detalles sobre
una entrevista de dos minutos que previamente habían
mantenido los niños con una persona desconocida llamada
Sam Stone. Algunos de los niños no tenían información
previa alguna sobre este sujeto, ni tampoco se les había
preguntado al respecto en ninguna de las cuatro
entrevistas; pero a otros niños se les ofrecía una imagen
estereotipada del desconocido antes de que fuera a
producido durante el juicio, y que podrían haber influido
sobre el veredicto del jurado. En 1993, Steven Cook acusó al
que después sería cardenal católico de Chicago, Joseph Bernardin, y a otro sacerdote, de haber abusado sexualmente
de él diecisiete años antes. También dijo que había olvidado
por completo esa circunstancia, hasta que durante el curso
de una terapia psicológica recuperó la memoria. Posteriormente retiraría sus cargos debido a que le preocupaba que
sus «recuerdos» no fueran correctos, e incluso más adelante
defendió fervientemente al cardenal. En otro caso, Patricia
Burgus demandó a sus dos psiquiatras por haber inducido
en ella falsos recuerdos, diciendo que estos médicos la
habían persuadido mediante hipnosis «a creer que era
miembro de un culto satánico, que gran cantidad de hombres habían abusado sexualmente de ella y que había realizado canibalismo y abusado de sus propios hijos» (Brown,
Goldstein, y Bjorklund, 2000, p. 3). En 1997 fue indemnizada con 10,6 millones de dólares (que nosotros sepamos,
la mayor indemnización que se ha concedido en un juicio
por falsos recuerdos).
Como se dijo en el Capítulo 8, la posibilidad de que
alguna experiencia traumática pueda olvidarse por completo y recuperarse posteriormente ha sido objeto de un
acalorado debate durante los últimos quince años. Hay
quien argumenta que este tipo de recuerdos reprimidos
son muy frecuentes (Herman, 1993) y responsables de una
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Abuso sexual
visitarlos (por ejemplo, que era una persona torpe:
«siempre está provocando accidentes y rompiendo
cosas»), y también se les hacían preguntas tendenciosas
durante las entrevistas (por ejemplo, «¿te acuerdas de
cuando Sam Stone... derramó el chocolate en tu osito de
peluche? ¿Lo hizo a propósito o fue sin querer?«). Un mes
más tarde, después de haber realizado las cuatro
entrevistas (más o menos catorce semanas después de la
visita de Sam Stone), se entrevistó a todos los niños
mediante un procedimiento forense realizado por un nuevo
entrevistador, que preguntaba a los niños respecto a dos
acontecimientos que no habían ocurrido durante la visita:
si había ensuciado un osito de peluche y/o roto un libro.
Sólo el diez por ciento de los niños que no habían recibido
ningún estereotipo previo sobre Sam Stone ni tampoco
preguntas tendenciosas durante las entrevistas, dijeron
que el desconocido había cometido alguno de sus actos.
Por el contrario, quienes sí habían oído el estereotipo
antes de la visita, y a quienes además se les habían hecho
preguntas tendenciosas durante las entrevistas afirmaron,
en un preocupante setenta y dos por ciento, que Sam
Stone había manchado el osito de peluche o había roto el
libro, o ambas cosas. Y lo que es más, después de que el
entrevistador les preguntara si estaban absolutamente
seguros de lo estaban diciendo, el cuarenta y cuatro por
ciento mantuvo que habían visto a Sam hacer esas cosas.
Los autores evaluaron la credibilidad de los informes,
mostrando la grabación de la entrevista a unos 1000
investigadores y clínicos que trabajaban con niños, y
pidiéndoles que evaluaran la veracidad de su testimonio.
La mayoría de los profesionales se mostraron
extraordinariamente imprecisos. De hecho, la grabación
del niño cuyo testimonio era menos cierto, se calificó como
la más creíble, mientras que la grabación del niño cuyo
testimonio fue más correcto, se calificó como la menos
creíble. Leichtman y Ceci (1995) llegaron a la conclusión
de que «no se trata de que estos profesionales sean
incapaces de evaluar la validez de los testimonios de los
niños, sino que es extremadamente difícil discernir cuándo
han estado sujetos a sugerencias equívocas, sobre todo
cuando han tenido que enfrentarse a la inducción de
estereotipos» (p. 20).
Por último, el trabajo de Ceci y de Bruck también
plantea dudas sobre la utilización de muñecos con
órganos sexuales para facilitar el testimonio de los niños
muy pequeños. Bruck y sus colaboradores (1995)
estudiaron a setenta niños y niñas de tres años cuando
iban al pediatra, a treinta y cinco de los cuales se les
practicó un examen genital (donde el pediatra tocaba su
zona genital pero sin realizar ninguna penetración),
mientras que a los otros treinta y cinco no se les hizo
examen genital. Las madres estaban presentes durante
tales exámenes. Cinco minutos después, con la madre
también presente, se pidió a los niños que describieran
donde les había tocado el médico. Se les enseñó entonces
los muñecos y se les pidió que señalaran el lugar en que
les habían tocado. En una entrevista exclusivamente
verbal, la mayoría de los niños a quienes no se les había
hecho examen genital, dijeron correctamente que no les
habían tocado sus genitales. Sin embargo, al utilizar la
muñeca, prácticamente el sesenta por ciento de ellos dijo
que el médico había tocado o incluso había penetrado con
el dedo en la zona genital. Por otra parte, la mitad de los
niños a que les se les había realizado un examen genital
dijeron que no les habían tocado en esa zona. Así pues,
parece que la utilización de muñecos no mejora la validez
de los informes de los niños de tres años. Bruck et al.
(1998) encontraron resultados muy similares con niños de
cuatro años. Si bien es verdad que los niños más mayores
cometen menos errores, nadie ha demostrado todavía que
la utilización de los muñecos mejore el testimonio (Bruck
et al., 1925; Ceci et al., 2000).
En resumen, aunque los niños pequeños son capaces
de recordar correctamente lo que les ha sucedido, también
son muy susceptibles a los recuerdos distorsionados.
Aunque en menor medida, incluso los adultos tienen este
problema (Ornstein, Ceci y Loftus, 1998; véase el apartado
Temas sin resolver del Capítulo 8). Así pues, las diferencias
deben considerarse en función del grado y no del tipo (Ceci
et al., 2000).
gran cantidad de problemas psicopatológicos. En un libro
muy controvertido pero también muy popular, The Courage to Heal (La valentía de sanar), las periodistas Ellen
Bass y Laura Davis afirmaban que «si eres incapaz de
recordar cualquier caso concreto (de abuso sexual)... pero
tienes la sensación de que te ha ocurrido algo terrible, eso
es porque probablemente te haya ocurrido» (1988, p. 21).
Algunos terapeutas todavía recomiendan de manera rutinaria a sus clientes leer este libro, quienes a su vez dicen
haber «recobrado» la memoria. Los que se muestran
escépticos sobre este asunto señalan que incluso los
recuerdos normales no reprimidos suelen ser muy poco
precisos, y que es perfectamente posible inducir recuerdos
falsos de manera experimental (Loftus et al., 1995; Thomas y Loftus, 2002). Por ejemplo los adolescentes y los
adultos a quienes se ha dicho que imaginen en varias ocasiones haber realizado acciones estrafalarias y poco habituales, han llegado a creer que realmente las habían
realizado (véase el Capítulo 8).
El debate respecto a la validez de los recuerdos de
haber sufrido abusos durante la infancia, todavía es objeto
de una enorme polémica. Es posible provocar recuerdos
falsos, y algunos autores están convencidos de que el propio
concepto de «recuerdos reprimidos» es completamente
insostenible. Desde su punto de vista, prácticamente todos
los «recuerdos recobrados» son falsos (Crews, 1995;
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Thomas y Loftus, 2002; Loftus y Ketchum, y 994). Otros
consideran que los recuerdos falsos son muy poco frecuentes, y por lo tanto la recuperación de la memoria suele tener
validez, y citan casos en los que el acusado ha confesado el
abuso sexual que había cometido (por ejemplo, Pope,
1996). Los creyentes de la validez de la memoria recobrada,
también citan estudios como el que encontró que el treinta
y ocho por ciento de las mujeres que habían sufrido realmente abusos sexuales, no eran capaces de recordar, ya
siendo adultos, que habían abusado de ellas (Williams,
1994). Pero sin embargo los escépticos argumentan que
tales ejemplos no tienen nada que ver con los recuerdos que
se recuperan durante la psicoterapia. Por ejemplo, es posible que del estudio de Williams muchas mujeres no hubieran informado de haber sufrido abusos sexuales, porque no
querían decirlo a los entrevistadores, o simplemente porque lo habían olvidado, pero no porque los hubieran reprimido (Loftus, Feldman, y Garry, 1994). Tal y como se dijo
en el Capítulo 8, un grupo de trabajo organizado por la
Asociación de Psicología Americana para estudiar este
tema, no fue capaz de alcanzar un consenso.
El tema de la recuperación de la memoria no sólo ha
dividido a los académicos y a los clínicos, sino también a las
familias. Los recuerdos recobrados han llevado a muchos hijos a acusar a sus padres de haber abusado de ellos
cuando eran niños. Algunos niños han demandado a sus
padres y han ganado juicio (Green, 1992). Pero a veces también los padres que han mantenido su inocencia han
ganado juicios. Un padre demandó al terapeuta de su hija
por inducirla a decir falsamente que su padre había abusado de ella (Johnston, 1997). Como dijimos en el Capítulo 8, se ha llegado a la situación en que una gran cantidad
de padres que afirman que han sido falsamente acusados
por sus propios hijos de haber abusado sexualmente de
ellos, se han organizado en una asociación bajo el nombre
de Fundación Del Síndrome De Los Recuerdos Falsos
(Gardner, 1993). Sin embargo, como ilustración de la crispación de este debate, hay quien ha acusado a esta fundación de ser una tapadera para proteger a los paidófilos
(Herman, 1994). Este debate sobre la recuperación de los
recuerdos de abusos sexuales es una de las controversias
contemporáneas más importantes e interesantes de la psicopatología y la salud mental (véase el apartado Temas sin
resolver del Capítulo 8).
Paidofilia
Según el DSM-IV-TR, la paidofilia debe diagnosticarse
cuando un adulto tiene deseos o fantasías sexuales muy
intensas y recurrentes, relativas a la realización de actividades sexuales con un niño preadolescente. Es importante
destacar que lo que define la paidofilia es la madurez corporal, y no la edad, de la pareja sexual. Así pues, los estudios
realizados sobre el abuso sexual infantil, que suelen exten-
der el período de la infancia más allá de la adolescencia, no
necesariamente se refieren a la paidofilia (McAnulty et al.,
2001). La paidofilia supone frecuentemente acariciar o
manipular los genitales del niño y, también con cierta frecuencia, la penetración. Si bien es cierto que esta penetración suele provocar daños al niño, las lesiones suelen ser un
subproducto y no el objetivo principal del contacto sexual,
en cuyo caso hablaríamos de sadismo.
Casi todos los paidófilos son varones, y alrededor de
dos terceras partes de sus víctimas son niñas, que suelen
tener entre ocho y once años (Marshall, 1997). La proporción de paidófilos que son técnicamente homosexuales es
mucho mayor que la tasa de homosexualidad entre la
población general. Por supuesto, esto no quiere decir que
los hombres homosexuales tengan mayor propensión a
buscar parejas infantiles que los hombres heterosexuales
(Freund, Watson, y Rienzo, 1989; McAnulty et al., 2001).
Por el contrario, refleja el hecho de que a la mayoría de los
paidófilos les da igual cuál sea el sexo de su víctima, y les
basta con que sean niños prepubescentes (Freund y
Kuban, 1993).
Los estudios que han investigado las respuestas sexuales de los paidófilos han encontrado algunos resultados
interesantes (Barbaree y Seto, 1997; McAnulty et al., 2001).
Estos estudios utilizan un fletismógrafo del pene para medir
las respuestas de erección ante diversos estímulos de carácter sexual. El aparato consiste en un brazalete elástico que
se sitúa alrededor del pene, y está conectado a un mecanismo de medición. Algunos hombres que han acosado
sexualmente a niñas desconocidas muestran una excitación sexual mayor cuando ven imágenes de niñas desnudas total o parcialmente, así como una mayor excitación
ante estas imágenes, que ante otras de mujeres adultas desnudas. Sin embargo otros paidófilos responden de la
misma manera ante niños, adolescentes, y/o adultos (Barbaree y Seto, 1997). Así pues, las preferencias sexuales desviadas, por sí mismas, no son suficientes para explicar la
razón por la que algunos hombres se convierten en paidófilos. Debe haber también otros factores causales, de carácter cognitivo y motivacional. Por ejemplo, se trata de
personas que tienden a creer que los niños se benefician
del contacto sexual con adultos, y que pretenden además
que son los propios niños los que suelen provocar ese contacto (Segal y Stermac, 1990). Desde el punto de vista
motivacional, se ha encontrado que muchos paidófilos
desean ejercer un dominio sobre otra persona, mientras que otros idealizan ciertos aspectos de la infancia, tales
como la inocencia, el amor incondicional, o la ingenuidad.
De hecho, el tipo más frecuente de paidófilo es una persona tímida, poco activa y muy pasiva, que quizá se sienta
atraído por los niños precisamente porque sólo con ellos
se siente importante.
Durante las últimas décadas hemos asistido a un
aumento de los casos de paidofilia entre un grupo que
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siempre se había considerado absolutamente intachable: los
sacerdotes católicos. Si bien es cierto que la mayoría de
sacerdotes son inocentes de delitos sexuales, la iglesia católica no ha tenido más remedio que admitir que una significativa minoría de ellos ha realizado abusos sexuales,
incluyendo la paidofilia. Al menos cuatrocientos sacerdotes
han sido acusados de abusos sexuales durante la década de
los 80, y han tenido que pagar más de cuatrocientos millones de dólares como indemnización entre 1985 y principios
de los 90 (Samborn, 1994). Hasta hace muy poco, el escándalo más notable fue el de James R. Porter, un hombre de 57
años y padre de cuatro hijos, acusado de haber abusado
sexualmente de más de cien niños, mientras oficiaba de
sacerdote en Massachusetts durante los años 60. El caso se
complicó todavía más, por el hecho de que la persona que lo
acusó decía haber recuperado repentinamente la memoria
relativa a los abusos sufridos. Porter terminó admitiendo su
delito, y fue condenado por haber acosado también a la cuidadora de sus hijos en 1987. La iglesia tuvo que abonar una
indemnización multimillonaria a los veinticinco hombres
de quien Porter había abusado mientras era sacerdote.
Este escándalo ha vuelto a reaparecer con renovada
fuerza, tras las revelaciones de que un gran número de
sacerdotes de diversas ciudades han tenido relaciones
sexuales con niños y adolescentes, y que algunos de ellos
han sido protegidos por sus superiores (McGeary, 1 de abril
de 2002). De hecho, el escándalo más reciente llevó, tras una
prolongada protesta pública, a la dimisión del cardenal Bernard Law de la archidiócesis de Boston. Durante muchos
años, Law había estado protegiendo a numerosos sacerdotes culpables de delitos sexuales, permitiéndoles trasladarse
de una parroquia a otra, una vez que se había descubierto su
delito. Así pues, su conducta permitía que el acoso sexual
continuara impunemente contra las niñas y niños.
Incesto
Las relaciones sexuales prohibidas entre miembros de la
misma familia se denominan incesto. Con la excepción de
unas cuantas culturas que han permitido las relaciones
incestuosas —en una época pasada fue una práctica habitual entre los faraones egipcios, para evitar la «contaminación» de su sangre real—, el tabú del incesto es algo
prácticamente universal en todas las sociedades humanas.
El incesto suele dar lugar a niños con problemas físicos y
mentales, debido a que los parientes próximos suelen compartir genes recesivos, muchos de los cuales portan características dañinas. Presumiblemente esta es la razón por la
que en muchas especies animales, y en todas las especies de
primates, se observa una tendencia a evitar el emparejamiento entre parientes próximos. El mecanismo que facilita
la evitación del incesto entre los humanos parece ser la
ausencia de interés sexual entre personas que se conocen
desde la infancia. Por ejemplo, niños sin parentesco alguno
Abuso sexual
pero que han sido criados juntos en los kibbutz israelitas
casi nunca se casan entre sí ni tienen relaciones sexuales.
Desde un punto de vista evolutivo, esto tiene mucho sentido. En la mayoría de las culturas, los niños que se crían
juntos suelen ser hermanos.
En nuestra sociedad, resulta difícil estimar la incidencia del incesto, debido a que es algo que se mantiene en
secreto. Lo que es cierto es que es mucho más frecuente de
lo que se cree, en parte porque las víctimas o bien no quieren denunciarlo, o ni siquiera se consideran víctimas. El
incesto entre hermanos es la forma más frecuente de
incesto, aunque tampoco suelen salir a la luz (Masters et al.,
1992). El segundo tipo de relación incestuosa más habitual
se produce entre el padre y la hija. Parece que las hijas que
viven con sus padrastros tienen un mayor riesgo de incesto,
quizá porque el tabú sea menor (Finkelhor, 1984; Masters et
al., 1992; Russell, 1986). Se cree que el incesto entre madre
e hijo es relativamente raro. En algunos casos puede encontrarse una pauta incestuosa múltiple dentro de la misma
familia.
Los adultos que acosan incestuosamente a los niños de
su familia suelen tener pautas de excitación paidófila (Barsetti, Earls, et al., y 1998; Seto, Lalumiere, et al., 1999), lo
que sugiere que están motivados por la atracción sexual
hacia los niños, aunque también se excitan con las mujeres
adultas. Sin embargo, se diferencian de los acosadores de
fuera de la familia al menos en dos aspectos (Quinsey, Lalumiere, et al., 1995). En primer lugar, la gran mayoría de
incestos se realiza contra las niñas, mientras que los acosadores de fuera de la familia atentan por igual contra niños y
niñas. El segundo lugar, los adultos incestuosos tienden a
intentarlo sólo con los niños de la familia, mientras que los
paidófilos suelen tener muchas más víctimas.
La violación
El término violación describe la actividad sexual que tiene
lugar bajo coerción o amenazas de una persona sobre otra
(véase la Figura 13.1). En la mayoría de los Estados de Estados Unidos, la definición legal de violación se limita a la
penetración mediante el pene u otro objeto por un orificio
corporal. La violación estatutaria es aquella actividad
sexual que tiene lugar con una persona que legalmente es
menor de edad. Se considera que se produce este tipo de
violación, incluso aunque la pareja menor de edad haya
dado su consentimiento. En la gran mayoría de casos, la
violación es un delito de un hombre contra una mujer, aunque en las prisiones lo normal es que se produzca entre
hombres. Igual que ocurre con el abuso sexual en la infancia, algunos aspectos relacionados con la violación son muy
controvertidos, tanto desde el punto de vista científico
como político. Hay dos cuestiones especialmente discutibles, relativas a la frecuencia de las violaciones, y a si la
motivación principal de las mismas es sexual o violenta.
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Alguien al que R
conocía bien
22%
Un conocido
19%
Un extraño
4%
Alguien de quien R
estaba enamorado
46%
La esposa
9%
Figura 13.1
RELACIONES QUE MANTENÍAN LAS MUJERES CON EL
HOMBRE AL QUE ACUSAN DE HABERLAS FORZADO
SEXUALMENTE.
Nota: tamaño de la muestra = 204. Incluye mujeres que señalan que nunca han
sido «obligadas a hacer una actividad sexual que no quisieron hacer». La R se
refiere al acusado. (De Laumann et al., 1994)
PREVALENCIA.
A primera vista puede parecer sencillo
estimar la prevalencia de las relaciones, pero sin embargo hay
una enorme variación entre los resultados de diferentes estudios (Lynch, 1996). Los datos pueden variar tanto debido a la
definición precisa de lo que es una violación, como por la
forma en que se recoge la información (por ejemplo,
mediante preguntas directas o indirectas). Pero incluso dos
amplios estudios que utilizaron definiciones muy similares,
encontraron estimaciones completamente diferentes de la
prevalencia de la violación. Por ejemplo, Gilbert (1992)
estimó que entre el cinco y el siete por ciento de las mujeres
serán víctimas de una violación o de un intento de violación,
en algún momento de su vida, mientras que Resnick et al.
(1993) informaron de que el trece por ciento de las mujeres
reconocen haber sido violadas en algún momento de su vida.
Bien es cierto que ambos estudios difieren en algunos aspectos que pueden haber contribuido a esta disparidad de resultados, pero lo que no está claro es cuáles son las cifras que
proporcionan una estimación más precisa (Lynch, 1996).
¿LA MOTIVACIÓN DE LA VIOLACIÓN ES DE TIPO
SEXUAL O VIOLENTO? Tradicionalmente la violación se
ha clasificado como un delito sexual, y la sociedad ha
supuesto que el violador estaba motivado por la lujuria. Sin
embargo, algunas investigadoras feministas han criticado esta
idea, argumentando que la violación está motivada en realidad por la necesidad de dominación, de poder y de humillar
a una víctima, y no tanto por el deseo sexual (por ejemplo,
Brownmiller, 1975). Efectivamente, y desde la perspectiva de
la víctima, la relación siempre es un acto de violencia y no
una experiencia sexualmente placentera. Y de hecho, la violación constituye uno de los grandes temores de las mujeres
(Gordon, 1992), e incluso en el seno de una relación romántica, las mujeres califican el sexo forzoso como el acto más
destructivo que su pareja puede realizar (Buss, 1994).
A pesar del hecho de que las feministas defiendan que
la violación es fundamentalmente un acto de violencia,
existen muchas razones convincentes que otorgan un papel
especial a los motivos sexuales (por ejemplo, Ellis, 1989;
Palmer, 1988). Por ejemplo, si bien las víctimas de violación
pueden ser mujeres de cualquier edad y atractivo físico, la
mayoría de las mujeres violadas es menor de veintitantos
años. Así pues, la distribución de la edad es bastante diferente de la que afecta a otros delitos violentos, donde la
mayoría de las víctimas son ancianos, debido a su mayor
vulnerabilidad. Por el contrario, menos del cinco por ciento
de las víctimas de violación tienen más de cincuenta años
(Groth, 1979), lo que apoya la interpretación de que los violadores prefieren víctimas jóvenes (y por lo tanto más atractivas). De hecho, los violadores suelen citar la motivación
sexual como una causa muy importante de sus acciones
(Smithyan, 1978). Por último, y como veremos más adelante, al menos algunos violadores muestran características
asociadas con las parafilias, como por ejemplo la excitación
característica ante estímulos anormales (en este caso la violación) y múltiples parafilias (Abel y Rouleau, 1990). Las
personas con parafilias suelen tener una elevada motivación sexual. Así pues, en nuestra opinión, el deseo sexual es
un importante factor motivador de muchos violadores.
Durante los últimos quince años, dos importantes
investigadores de los delitos sexuales, Raymond Knight y
Robert Prentky, han demostrado que todos los violadores
han alegado motivos sexuales y violentos, aunque en
diverso grado. Dos de los subtipos que han identificado
están motivados fundamentalmente por la violencia, mientras que otros dos subtipos están motivados básicamente
por el sexo (1990; Knight, Prentky, y Cerce, 1994). Barbaree
y sus colaboradores (1994) realizaron un estudio para validar este sistema de clasificación, y encontraron que los violadores pertenecientes a los subtipos sexuales manifestaban
una mayor excitación sexual ante escenas de violación que
los violadores de los subtipos agresivos. Por lo tanto, es
necesario realizar más investigaciones que permitan validar
este sistema de clasificación, lo que podría permitir diseñar
mejores tratamientos para cada tipo de violador.
LA VIOLACIÓN Y SUS SECUELAS.
La violación suele
ser una actividad repetitiva y no un hecho aislado, y además
la mayoría de las violaciones se realizan de manera planificada. Alrededor del ochenta por ciento de los violadores realiza su delito en el vecindario en el que residen; la mayoría de
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las violaciones tiene lugar en un entorno urbano, por la
noche y en lugares tan dispares como una calle oscura y solitaria, un ascensor o un zaguán, o una casa. Más o menos una
tercera parte de las violaciones tienen más de un autor, y suelen ir acompañadas de una paliza. El resto suele realizarse por
una única persona que generalmente conoce a la víctima.
Además del trauma físico, también se produce un
trauma psicológico grave, que conduce a lo que suele denominarse Síndrome Traumático De Violación (Burgess y
Holmstrom, 1974), y que desde 1980 se reconoce como un
Trastorno De Estrés Post Traumático (véase el Capítulo 5).
Otros aspectos especialmente lamentables de la violación,
son la posibilidad de que se produzca un embarazo, o que se
contraiga una enfermedad de transmisión sexual. La violación también puede tener un impacto negativo sobre el
matrimonio o cualquier otra relación íntima de la víctima.
La situación tiende a ser especialmente perturbadora para
el marido o el novio, cuando se les ha obligado a contemplar la violación, como ocurre a veces con violadores que
pertenecen a bandas juveniles.
La violación, incluso en su forma menos violenta,
supone la vulneración de la integridad e individualidad de
otra persona, lo que exige considerarla como un hecho muy
grave, y a ofrecer a sus víctimas más compasión y sensibilidad de lo que suele ser habitual. En cualquier caso, el concepto de violación «provocada por la víctima», ha sido
durante mucho tiempo el argumento favorito de los abogados defensores, y se sigue utilizando ampliamente, incluso
aunque un examen detenido demuestre siempre que sólo se
trata de un mito. Desde esta perspectiva, una víctima (sobre
todo cuando es una víctima repetida), es considerada como
la causa del delito, y con frecuencia se alega como circunstancias atenuantes lo provocativo de su indumentaria, su
conducta sexual habitual, o su presencia en un lugar poco
recomendable (Stermac, Segal, y Gillis, 1990). Por otra
parte, el atacante aparece como incapaz de reprimir su lujuria ante tal irresistible provocación, y por lo tanto no se le
considera responsable legal de sus actos.
Las mujeres a quienes se ha violado en diferentes ocasiones son especialmente susceptibles de ser consideradas
como las provocadoras de la violación. Sin embargo, contrariamente a este mito, estas mujeres tienden a ser poco eficaces en muchos aspectos de su vida, y de hecho suelen ser
víctimas de otro tipo de situaciones diferentes a la violación
(Koss y Dinero, 1989). De hecho, suelen ser absolutamente
incapaces (a veces debido precisamente a una historia previa de abusos), y no tienen los suficientes recursos personales como para defenderse de quienes las explotan.
LOS VIOLADORES Y CONSIDERACIONES CAUSALES. La información recogida por el FBI respecto a vio-
ladores detenidos y condenados sugiere que se trata de un
delito que suelen cometer hombres jóvenes. Según sus
estudios, alrededor del sesenta por ciento de los violadores
Abuso sexual
detenidos tienen menos de veinticinco años, y la mayoría
se sitúa entre los dieciocho y los veinticuatro años. De
entre aquellos con ficha policial, la mayoría estaban casados y vivían con su esposa en el momento del delito. Suelen
provenir de estratos socioeconómicos muy bajos, y generalmente poseen un historial delictivo (Ward et al., 1997).
También es frecuente que hayan sufrido una educación
incoherente y sufrido abusos sexuales durante su infancia
(Hudson y Ward, 1997).
Hay un tipo de violador, denominado violador con cita
porque es un conocido que tiene una cita con una mujer, y
es entonces cuando aprovecha para violarla, que tiene un
perfil demográfico relativamente diferente, ya que suelen
ser hombres jóvenes de clase media y alta, sin historial
delictivo. Sin embargo se trata de hombres promiscuos,
hostiles, con desapego emocional, y una personalidad
depredadora (esto es, el estilo de personalidad de un psicópata; Knight, 1997). Lo que les distingue, fundamentalmente, es que los violadores del primer tipo muestran
niveles mucho más elevados de conducta impulsiva y antisocial.
Existen pruebas de que algunos violadores tienen parafilias (Abel y Rouleau, 1990; Freund y Seto, y 1998). Por
ejemplo, los violadores suelen decir que sienten deseos
recurrentes, repetitivos y compulsivos para comentar la
violación. En un estudio de ciento veintiséis violadores, el
veintiocho por ciento mostraba signos de exhibicionismo, y
el dieciocho por ciento de voyeurismo (Abel y Rouleau,
1990). Y lo que es más importante, los violadores tienen
una pauta característica de excitación sexual (Abel y Rouleau, 1990; Lohr, Adams, y Davis, 1997). Aunque la mayoría
de los violadores se excitan sexualmente como cualquier
otro hombre ante imágenes de intercambios sexuales, sin
embargo, y al contrario que los hombres normales, muchos
de ellos también se excitan al ver imágenes de ataques
sexuales. Evidentemente, están menos sujetos a los mecanismos de inhibición que impiden que la mayoría de los
hombres busquen sexo forzado. Hay también una minoría
de violadores que se excitan más por la propia violencia del
ataque que por el sexo. Se trata de sádicos sexuales.
Los violadores también muestran ciertas deficiencias
en su valoración cognitiva de los sentimientos e intenciones
de las mujeres (Ward et al., 1997). Por ejemplo, tienen dificultades para interpretar los indicadores negativos que
ofrecen las mujeres durante la interacción social, lo
que puede provocar conductas inapropiadas, que las mujeres consideran sexualmente inaceptables. Por ejemplo, en
un estudio, se mostró a un grupo de violadores y a otro de
no violadores, una serie de viñetas de parejas heterosexuales que estaban conversando, y se les pidió que intentaran
adivinar los indicios emocionales implícitos entre ellos. Los
violadores fueron mucho menos eficaces que el grupo de
control para interpretar esos indicios (Lipton, McDonel, y
McFall, 1987).
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
Se producen muy pocas condenas por violación. De
hecho, un estudio (reseñado en Abel y Rouleau, 1990) encontró
que cientoveintiséis violadores que estaban en libertad habían
realizado un total de novecientos siete actos de violación, lo que
arroja un promedio de siete violaciones por cada uno de ellos.
Lamentablemente, la mayoría de los ataques sexuales no se
denuncia, y de aquellos que sí son puestos en manos de la ley,
menos del diez por ciento terminan con el violador en la cárcel
(Darke, 1990). Por otra parte, las sentencias suelen ser leves, por
lo que resulta realmente perturbador que la gran mayoría
de violadores se encuentran paseando entre nosotros.
El tratamiento de la reincidencia de los
agresores sexuales
La sociedad está mostrando cada vez menor tolerancia ante
las agresiones sexuales, sobre todo cuando son repetidas.
Poco después de salir de prisión por una condena de agresión sexual, Earl Shriner raptó a un niño de siete años en los
bosques cercanos a Tacoma, Washington, y lo violó y apuñaló antes de castrarlo. Poco antes de salir de prisión, Shriner había comentado a un compañero de celda que todavía
fantaseaba con la idea de violar y asesinar a niños (Popkin,
1994). En otro caso similar, Megan Kanka, una niña de siete
años, fue violada y asesinada por un paidófilo convicto que
vivía en su vecindario. Este tipo de casos han inspirado
algunas medidas que intentan proteger a la sociedad de los
delincuentes sexuales (véase El mundo que nos rodea 13.3).
¿Pero se trata de casos representativos? ¿Son incurables
los agresores sexuales? ¿Debería condenárseles a cadena
perpetua bajo el supuesto de que volverán a delinquir? ¿O
quizá han sido los medios de comunicación quienes los han
puesto en el punto de mira, aunque en realidad responden
al tratamiento y pueden curarse (Berlin y Malin, 1991)? El
tema de la eficacia del tratamiento para los delincuentes
sexuales resulta controvertido, y por eso vamos a dedicarle
un espacio en el siguiente apartado (por ejemplo, Maletzky,
2002; Marshall y Pithers, 1994; Quinsey et al., 1993).
Contrariamente a la imagen que transmiten casos
como los que acabamos de mencionar, las tasas de reincidencia para los delitos sexuales son relativamente bajas, en
comparación con las de cualquier otro delito. Sin embargo sí
es cierto que algunos tipos de delincuentes sexuales son
especialmente proclives a reincidir (Hanson y Bussiere,
1998; Hanson, 2000). Los delincuentes sexuales con preferencias sexuales desviadas (esto es, quienes más atraídos se
sienten por los niños) tienen tasas especialmente elevadas de
reincidencia. Las tasas de reincidencia para los violadores
disminuyen drásticamente con la edad, pero sin embargo
para quienes acosan a los niños no disminuyen demasiado
hasta pasados los cincuenta años (Hanson, 2002).
LA PSICOTERAPIA Y SU EFICACIA.
La terapia para los
delincuentes sexuales suele tener al menos uno de los siguien-
tes objetivos: modificar las pautas de excitación sexual, modificar las ideas y las habilidades sociales lo suficiente como para
permitir interacciones sexuales más apropiadas con parejas
adultas, cambiar los hábitos y las conductas que aumentan la
probabilidad de reincidencia y reducir los impulsos sexuales.
Los intentos de modificar las pautas de excitación sexual suelen recurrir a la terapia aversiva, en la que un estímulo parafílico, como la diapositiva de una niña desnuda, en el caso de un
paidófilo, se asocia con un acontecimiento aversivo, como
puede ser la inhalación de olores nocivos o una descarga eléctrica en el brazo. Una alternativa a la terapia aversiva eléctrica
es la sensibilización encubierta, en la que el paciente imagina
un estímulo enormemente aversivo mientras observa o imagina un estímulo parafílico. También puede utilizarse una
variante como la sensibilización encubierta y asistida, en la que
se introduce un olor fétido e insoportable para inducir la náusea en el momento de máxima excitación sexual. Otro
método para disminuir la excitación desviada es la saciación,
en la que el paciente comienza masturbándose hasta alcanzar
el orgasmo mientras fantasea con escenas sexualmente apropiadas, y después continua masturbándose, pero ahora imaginando fantasías parafílicas. Lo que intenta esta estrategia es
producir aburrimiento y hastío ante esa fantasía desviada
(Maletzky, 2002).
También es necesario sustituir las pautas de excitación
desviada por otros estímulos excitantes más aceptables
(Maletzky, 2002; Quinsey y Earls, 1990). Lo más habitual es
que los investigadores hayan intentado asociar un estímulo
agradable como el orgasmo, con fantasías sexuales de sexo
consentido entre adultos. Por ejemplo, se pide a los pacientes que se masturben mientras piensan en fantasías desviadas. En el momento en que está a punto de eyacular, el
paciente debe cambiar su fantasía a un tema más apropiado. Si bien la terapia aversiva ha demostrado ser eficaz en
el laboratorio (Maletzky, 1998; Quinsey y Earls, 1998), desconocemos si esta mejoría se generaliza al mundo real,
sobre todo cuando la motivación para hacerlo no es suficiente. Aunque todavía se utiliza frecuentemente la terapia
aversiva, sin embargo cada vez va creciendo más el escepticismo sobre su eficacia como forma exclusiva de tratamiento (Marshall, 1998).
El resto de los tratamientos psicológicos intentan reducir
las probabilidades de que se produzca la reincidencia. La reestructuración cognitiva intenta eliminar las distorsiones cognitivas de los delincuentes sexuales, que podría desempeñar
cierto papel en los abusos sexuales (Maletzky, 2002). Por
ejemplo, una persona que comete un incesto y que piensa «si
mi hija de diez años hubiera dicho que no, yo no me habría
acostado con ella», está poniendo de manifiesto algunas distorsiones implícitas: que un niño tiene la capacidad cognitiva
y legal para consentir mantener relaciones sexuales con un
adulto, que si un niño no dice no, entonces está consintiendo,
y que la responsabilidad de detener el contacto sexual es del
niño y no del adulto. Por otra parte, el entrenamiento en habi-
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.
Abuso sexual
EL MUNDO QUE NOS RODEA
La ley Megan
El 21 de julio de 1994, Megan Kanka, una niña de siete
años que vivía en Hamilton Township, en Nueva Jersey,
volvía a casa después de jugar con un amigo, y un vecino
le invitó a pasar a su casa para ver el perrito que acababa
de comprar. Ese vecino, Jesse Timmendequas, de treinta
y tres años, vivía al otro lado de la calle desde hacía un
año. No conocía a Megan, ni a sus padres, ni a nadie del
vecindario, y había sido condenado en dos ocasiones por
acosar a niños (y además vivía con otros dos condenados
por el mismo motivo). Cuando Megan entró a su casa, la
subió a su dormitorio, la estranguló con su cinturón hasta
dejarla inconsciente, la violó y después la asfixió con una
bolsa de plástico. A continuación colocó su cuerpo en una
caja de herramientas, la llevó un campo de fútbol, y la tiró
cerca de un inodoro portátil. Timmendequas fue detenido,
condenado y sentenciado a muerte.
El asesinato de Megan hizo estallar el escándalo por
el hecho de que los delincuentes sexuales peligrosos
pudieran cambiar de domicilio, sin necesidad de notificarlo
a la comunidad. Como respuesta, el estado de Nueva
Jersey aprobó la Ley Megan, que exigía que los
condenados por delitos sexuales debían notificar a la
policía su liberación, y que las autoridades comunicarían al
vecindario que un delincuente sexual convicto se había
trasladado a vivir a ese lugar. Otros muchos Estados han
elaborado leyes similares, hasta el punto de que es posible
visitar páginas Web en las que figura la fotografía y la
dirección de delincuentes sexuales sujetos a la Ley Megan.
Incluso algunos Estados exigen que la condena por delito
sexual aparezca reflejada en el permiso de conducir.
Si bien la Ley Megan ha alcanzado una enorme
popularidad ciudadana, no está exenta de cierta
controversia. Los defensores de las libertades civiles
argumentan que esta publicidad pone en peligro a
personas que ya han saldado su deuda con la sociedad, y
que además les impide integrarse adecuadamente en la
sociedad. Si bien es cierto que lo que intenta la Ley Megan
es proteger a víctimas potenciales, y no provocar
perjuicios al delincuente, en realidad es esto último lo que
suele ocurrir. Por ejemplo, en julio de 1993, se produjo un
incendio en la casa de un violador de niños que estaba
condenado, cuando los habitantes de Snohomish County,
Washington, se enteraron de que estaba a punto de salir
lidades sociales intenta ayudar a los delincuentes sexuales
(sobre todo a los violadores) a que aprendan a procesar con
más eficacia la información social que transmiten las mujeres
(Maletzky, 2002; McFall, 1990). Por ejemplo, algunos hom-
en libertad condicional. John Becerra, otro convicto por
delitos sexuales, se trasladó a su casa de dos pisos en la
ciudad de Nueva York en diciembre de 1995, con la
esperanza de comenzar una nueva vida con su mujer y su
hijo de nueve años. Pero tanto él como su familia se
encontraron inmersos en una campaña de protestas por
parte de sus vecinos. Por todo el vecindario aparecieron
carteles que rezaban «cuidado con el pervertido sexual»,
su coche fue destrozado, y se multiplicaban las
manifestaciones ante su casa. Por otra parte, los limitados
datos de que disponemos también arrojan dudas sobre la
eficacia de la Ley Megan. En 1995, un estudio realizado
por el Estado de Washington encontró que mientras con
anterioridad a la Ley Megan se arrestaba a un veintidós
por ciento de reincidentes por delitos sexuales, tras la
promulgación de la Ley la tasa no era demasiado
diferente: un diecinueve por ciento (Schenk, 1998).
El reconocimiento de que algunos delincuentes
sexuales muestran unas elevadas tasas de reincidencia, y la
incertidumbre respecto a cuál puede ser el mejor
tratamiento para impedirlo ha llevado a algunos Estados a
elaborar leyes que exigen que estos delincuentes sigan un
tratamiento psiquiátrico, incluso después de haber salido de
la cárcel. Leroy Hendricks fue condenado en cinco
ocasiones por agresiones sexuales a niños, y reconoció que
sólo la muerte podría garantizar que no volvería a reincidir.
La fiscalía de Kansas intentó impedir su liberación, tras su
condena de diez años en prisión, pero esta iniciativa se
declaró inconstitucional, pues equivaldría a volver a
condenarlo por el mismo delito. En 1997 el Tribunal Supremo
de Estados Unidos estableció por un estrecho margen de
votos (cinco a cuatro) que las personas como Hendricks
podían permanecer confinadas en la cárcel si se les
consideraba mentalmente enfermos, y con probabilidades
de reincidir. Todo apunta a que este precedente dejará salir
de la cárcel a muy pocos delincuentes sexuales.
Para poder estar seguros de que los delincuentes
sexuales no reincidirán en sus delitos, algunos Estados
han establecido leyes que exigen su castración química o
quirúrgica. Por ejemplo, en California ya se exige como
requisito para la libertad condicional. Los defensores de
las libertades civiles, como la ACLU, argumentan que los
potencialmente graves efectos colaterales de esta
técnica pueden suponer una violación de la prohibición
constitucional de aplicar castigos crueles.
bres perciben connotaciones sexuales positivas en algunos
mensajes neutrales e incluso negativos que transmiten las
mujeres, o creen que las negativas ante las aproximaciones
sexuales en realidad significan que «se están haciendo las
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
interesantes». El entrenamiento requiere normalmente la
interacción entre el paciente y una pareja femenina, que
ofrece el paciente retroalimentación sobre su respuesta
durante esa interacción. La prevención de las reincidencias
intenta impedir que se repitan estos actos, ayudando al
paciente a comprender las razones por las que delinque (Launay 2001). Por ejemplo, es posible ayudar a alguien que acosa
sexualmente a niños, a darse cuenta de que si bebe en exceso
y luego acude a un parque lleno de niños, es más probable que
incurra en acoso sexual. Así pues, al conocer esta circunstancia, se hace más fácil evitar en el futuro estas conductas.
Aunque algunos estudios sobre el tratamiento han
obtenido conclusiones positivas (véase Maletzky, 2002, para
una revisión), otros estudios no han encontrado diferencias
importantes entre quienes han recibido tratamiento y quienes no lo han recibido (Emmelkamp, 1994; Quinsey et al.,
1991; Rice et al., 1991). Un meta análisis reciente sobre cuarenta y tres estudios y casi 10 000 delincuentes sexuales,
encontró que era menos probable que reincidieran si
habían recibido tratamiento (Hanson, Gordon, et al.,
2002), si bien la diferencia no era demasiado importante:
12,3 frente a 16,8 por ciento. Algunas técnicas cognitivoconductuales actuales, como la prevención de la reincidencia, parecen ser mucho más eficaces que la terapia aversiva.
También hay indicios de que algunas parafilias responden
mejor que otras al tratamiento (Laws y O´Donohue, 1997).
TRATAMIENTOS BIOLÓGICOS Y QUIRÚRGICOS.
El
tratamiento más controvertido para los delincuentes sexuales es la castración –ya sea quirúrgica u hormonal– (Besharov, 1992; Bradford y Greenberg, 1996; Money, 1986). El
resultado de la castración es que disminuye el nivel de testosterona, y por lo tanto el impulso sexual, lo que permite al
paciente resistir su impulso. La castración química suele realizarse mediante hormonas esteroides antiandrógenas, como
Depo-Provera y Lupron. Un estudio realizado con el Lupron
encontró resultados impresionantes: treinta hombres con
parafilias que decían tener una media de cuarenta y ocho
fantasías desviadas semanales antes de la terapia, dejaron de
tener cualquier tipo de fantasía durante el tratamiento (Rosler y Witztum, 1998). Sin embargo, la tasa de recaída tras
dejar de tomar la droga fue elevadísima (Maletzky, 2002).
Otros estudios sobre la castración química realizados en
Europa han encontrado resultados similares, aunque sin
tasas tan elevadas de reincidencia. El seguimiento realizado
en estos estudios suele ser superior a los diez años, y las tasas
de reincidencia son menores del tres por ciento, en comparación con el cincuenta por ciento de los delincuentes sexuales que no han sido castrados (por ejemplo, Berlín, 1994;
Green, 1992; Prentky, 1997). Muchos piensan que se trata de
una solución brutal e inhumana (Gunn, 1993), aunque esto
ha sido puesto en duda (Bailey y Greenberg, 1998) precisamente por los propios delincuentes, que han solicitado ser
castrados a cambio de una sentencia más leve.
COMBINACIÓN DE TRATAMIENTOS BIOLÓGICOS PSICOLÓGICOS. Cada vez son más los programas que utilizan
una combinación de terapia hormonal y tratamiento cognitivo-conductual, con la esperanza de que el tratamiento hormonal puede disminuirse gradualmente una vez que el
delincuente haya aprendido técnicas conductuales para controlar sus impulsos (Maletzky, 2002). Sin embargo, el defecto
más importante de casi todos los estudios realizados al respecto
es que no han utilizado un grupo de control con igual motivación hacia el tratamiento. Hay quien argumenta que negar tratamiento a un delincuente sexual no es ético (por ejemplo,
Marshall et al., 1991). Sin embargo, esto sólo es cierto en caso
de que el tratamiento sea efectivo, y desde luego no sabemos
con certeza si lo es. La investigación sobre el tema todavía se
complica más por el hecho de que una variable extraña de la
mayoría de los estudios es la posibilidad de que durante el
periodo de seguimiento el sujeto cometa otro delito sexual
pero no sea detenido por ello. En efecto,dado que la mayoría de
los delincuentes sexuales no llegan a ser detenidos, esto supondría una exageración artificiosa del efecto del tratamiento, y
una subestimación de la peligrosidad del delincuente. Dada la
importancia social que supone poder determinar si es posible
ayudar a estos delincuentes, y la probabilidad que tienen de
reincidir, resulta crucial que la sociedad destine los recursos
necesarios para poder responder a estas cuestiones.
RESUMEN.
Es posible reconocer que los delincuentes
sexuales provocan un inmenso sufrimiento a los demás, y a
la misma vez sentir compasión por su situación. Muchos de
estos delincuentes están marcados por una pauta de excitación sexual desviada, que les provoca grandes problemas
legales y personales. Considérese el caso de Scot Murphy, un
paidófilo condenado:
Vive sólo con un amigo, trabaja con un horario grotesco,
y no entabla conversación con los vecinos. Murphy nunca
ha estado orgulloso de su conducta. Admite que nunca
podrá curarse, y que siempre se sentirá atraído por los
niños pequeños. Pero ahora dice que está haciendo todo
lo posible para controlar ese impulso: «quiero pasar de
haber dedicado mi vida a acosar a los niños, a no volver ni
a mirarlos». Pero se trata de un trabajo de veinticuatro
horas diarias. En la autopista, se mantiene a distancia del
autobús escolar para evitar cualquier posibilidad de establecer contacto visual con alguno de los niños. Cuando
compra el periódico los domingos, inmediatamente tira a
la basura el semanal que lo acompaña, porque con frecuencia el papel marché incluye algunos atractivos niños
que actúan como modelos. Intenta llegar a la oficina antes
de que los niños entren a la escuela, para no cruzarse con
ellos, y cambia el canal de la televisión cada vez que aparece un niño (Popkin, y 1994, p. 67).
La sociedad no puede permitir que Murphy lleve a
cabo sus preferencias sexuales, ni tampoco puede olvidar
sus delitos anteriores. Sin embargo, a la hora de decidir
cómo tratar a personas como Scott Murphy, es necesario y
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Disfunciones sexuales
humanitario recordar que muchas personas como él llevan
una vida absolutamente atormentada.
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las consecuencias a corto plazo del
abuso sexual infantil y por qué nuestra
certidumbre es menor respecto a sus
consecuencias a largo plazo?
• ¿Cuáles son los aspectos más importantes
relativos al testimonio infantil sobre el abuso
sexual y sobre los recuerdos adultos del abuso
sexual?
• Defina la paidofilia, el incesto y la violación, y
resuma las principales características clínicas
de las personas que cometen estos delitos.
• Identifique los principales objetivos para el
tratamiento de los delincuentes sexuales y
describa las diferentes estrategias de tratamiento.
DISFUNCIONES SEXUALES
El término disfunción sexual se refiere a un deterioro tanto en el deseo sexual, como en la capacidad para
satisfacerlo. El grado de deterioro puede ser muy variado,
Tabla 13.2
Disfunciones del deseo sexual
Deseo sexual hipoactivo
Trastorno por aversión al sexo
Trastornos de la excitación sexual
Trastorno de la erección en el hombre
Trastorno de la excitación sexual en
la mujer
Trastornos orgásmicos
Eyaculación precoz
Trastorno orgásmico masculino
Trastorno orgásmico femenino
Trastornos sexuales por dolor
Vaginismo
Dispareunia
pero lo más importante es que influye negativamente sobre
ambos miembros de la pareja. Este tipo de disfunciones
afecta tanto a parejas heterosexuales como homosexuales.
En algunos casos, están producidas por factores psicológicos o interpersonales, mientras que en otros dependen fundamentalmente de factores orgánicos. Durante los últimos
años, tanto la explicación como el tratamiento de las disfunciones sexuales han tenido un carácter cada vez más
fisiológico (Rosen y Leiblum, 1995), aunque también se
están utilizando con éxito algunos tratamientos psicológicos (Heiman y Meston, 1997; Segraves y Althof, 2002).
En la actualidad sabemos que la respuesta sexual
humana se compone de cuatro etapas relativamente distintas
(Masters y Johnson, 1966, 1970, 1975). Según el DSM-IV-TR,
los trastornos pueden afectar a cualquiera de las primeras tres
etapas. La primera etapa es la del deseo, que consiste en fantasías sobre la realización de una actividad sexual, o el anhelo de
establecer un contacto sexual. La segunda fase es la de excitación, que se caracteriza tanto por una sensación subjetiva de
placer sexual, como por cambios fisiológicos concomitantes,
tales como la erección del pene en los varones y la lubricación
vaginal y la erección del clítoris en las mujeres. La tercera fase
es el orgasmo, durante el cual se produce una liberación de la
tensión sexual, y se alcanza el punto culminante del placer
sexual. La última fase es la resolución, durante la cual se experimenta una sensación de relajación y bienestar. En las páginas que siguen vamos a describir los trastornos más comunes
que afectan a las primeras tres etapas, y a continuación anali-
Disfunciones sexuales
Disfunciones
Características
Muy poco interés o deseos sexuales
Total ausencia de interés por el sexo, y evitación del contacto sexual
Incapacidad para lograr o mantener una erección (lo que anteriormente
se conocía como impotencia)
No hay respuesta física ni emocional a la estimulación erótica (lo que
antes se conocía como frigidez)
Transcurre un período de tiempo demasiado breve entre el inicio de la
estimulación sexual y la eyaculación
Incapacidad para eyacular durante la relación sexual (también conocido
como eyaculación retardada)
Dificultad para alcanzar el orgasmo
Contracción involuntaria de los músculos perineales del tercio externo
de la vagina, que impide la penetración
Coito doloroso; puede tener una causa orgánica o también psicológica
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
zaremos sus causas y tratamientos. La Tabla 13.2 resume el
tipo de trastornos que vamos a analizar.
¿Son comunes las disfunciones sexuales? Evidentemente resulta muy difícil realizar investigaciones rigurosas
sobre un tema tan delicado. Sin embargo, la Encuesta
Nacional De Salud Y Vida Social (Laumann, Paik, et al.,
1999) evaluó las preferencias sexuales del año anterior de
una muestra aleatoria de 3159 norteamericanos. Las disfunciones sexuales eran muy frecuentes, y afectaban al cuarenta y tres por ciento de las mujeres y al treinta y uno por
ciento de los hombres. Para las mujeres la tasa de disfunciones sexuales disminuía con la edad, justo lo contrario de lo
que ocurría a los hombres. Los hombres y mujeres casados,
y aquellos con un mayor nivel educativo, tenían menos
tasas de disfunción. Aunque los investigadores no utilizaron los criterios del DSM, las preguntas del cuestionario
aludían a cuestiones muy similares. Para las mujeres, las
molestias más frecuentes eran la falta de deseo sexual (veintidós por ciento) y problemas de excitación sexual (catorce
por ciento). Para los hombres, los problemas más frecuentes eran llegar al clímax demasiado pronto (veintiuno por
ciento), la disfunción eréctil (cinco por ciento), y la falta de
interés sexual (cinco por ciento). Resulta evidente que hay
un elevado porcentaje de personas que experimentará disfunciones sexuales en algún momento de su vida.
Disfunciones del deseo sexual
Los investigadores han podido establecer la existencia de dos
tipos de trastornos del deseo sexual. El primero se denomina
deseo sexual hipoactivo. Se trata de una disfunción que se
caracteriza por la ausencia de interés en el sexo. No existe
consenso sobre la influencia de los factores biológicos en la
disminución del impulso sexual, pero en muchos casos
(quizá en la mayoría de ellos, y especialmente en las mujeres), son los factores psicológicos los que juegan un papel
determinante (Weiner y Rosen, 1999). Estas personas acuden a la clínica a petición de su pareja, que suele quejarse
de una insuficiente interacción sexual. Este hecho pone de
relieve uno de los principales problemas que conlleva la realización de ese diagnóstico, ya que las preferencias respecto a
la frecuencia óptima del contacto sexual varían considerablemente entre personas absolutamente normales. ¿Quién
es el que tiene decidir lo que «no es suficiente»? El DSM-IVTR indica explícitamente que este juicio tiene que hacerlo el
clínico, teniendo en cuenta tanto la edad como el contexto
vital de las personas. En los casos más extremos, el sexo llega
a convertirse en algo psicológicamente aversivo, y da lugar al
diagnóstico de trastorno de aversión sexual, el segundo tipo
de trastorno del deseo sexual. Las personas que sufren este
problema, muestran una enorme aversión y evitación, de
cualquier contacto sexual genital con su pareja.
La depresión, ya sea actual o pasada, puede contribuir
frecuentemente a los trastornos del deseo sexual (Weiner y
Rosen, 1999). Si bien este tipo de trastornos suelen aparecer
sin patología orgánica, existen pruebas de que algunas veces
estos factores también desempeñan un papel importante. El
interés por el sexo, tanto para los hombres como para las
mujeres, depende de la testosterona (Alexander y Sherwin,
1993; Sherwin, 1988). El hecho de que los problemas del
deseo sexual aumenten con la edad, puede atribuirse en
parte a la disminución del nivel de testosterona, si bien es
cierto que las evidencias respecto a la utilidad de la terapia
basada en la aportación adicional de testosterona sugieren
que no resulta eficaz, con la posible excepción de las mujeres
a quienes se les ha extirpado los ovarios (Segraves y Althof,
2002). Aunque ya desde tiempos antiguos se ha intentado
encontrar alguna droga que aumente el deseo sexual, sin
embargo todavía no disponemos de afrodisíacos eficaces.
El trastorno del deseo sexual parece ser la disfunción
sexual más frecuente entre las mujeres (Laumann et al., 1994,
1999). Pese a ello, ha provocado menos investigaciones sobre
su etiología y tratamiento, que las disfunciones que afectan a
los varones, sobre todo la disfunción eréctil y la eyaculación
precoz. Una de las principales razones de esta disparidad se
debe sin duda a la enorme importancia que la mayoría de los
hombres da a su capacidad para mantener relaciones sexuales satisfactorias. También, hasta hace muy poco, había una
negación generalizada de la sexualidad femenina, y una actitud implícita (aunque absolutamente desatinada) de que las
mujeres no se preocupan demasiado por el sexo.
Disfunciones de la excitación sexual
EL TRASTORNO ERÉCTIL EN EL VARÓN.
La incapacidad para lograr mantener una erección suficiente como para
lograr un intercambio sexual exitoso se denominaba anteriormente impotencia. En la actualidad se conoce como trastorno eréctil del varón, o disfunción eréctil. Los hombres que
sufren este trastorno de manera crónica nunca han sido capaces de mantener la erección el tiempo suficiente como para
lograr una penetración de una duración satisfactoria.
Cuando este trastorno tiene un carácter adquirido o situacional significa que el hombre ha tenido al menos una experiencia exitosa de actividad sexual que requiera erección, pero que
en la actualidad es incapaz de lograr o de mantener el nivel
necesario de rigidez en el pene. La insuficiencia a largo plazo
es un trastorno relativamente raro, pero se ha estimado que
más de la mitad de la población masculina ha tenido alguna
vez experiencias transitorias de insuficiencia eréctil.
Masters y Johnson (1975; Masters et al., 1992) y Kaplan
(1975, 1987) especulaban que la disfunción eréctil dependía fundamentalmente de la ansiedad que experimentaba el
varón ante su comportamiento sexual. Sin embargo, otros
autores como Barlow y sus colaboradores (Beck y Barlow,
1984; Sbrocco y Barlow, 1996) han minimizado el papel de
la ansiedad en sí misma —que en ciertas circunstancias
puede en realidad aumentar la capacidad sexual de hom-
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bres y mujeres normales (Barlow, Sakheim, y Beck, 1983;
Palace y Gorzalka, 1990; véase Sbrocco y Barlow, 1996, para
una revisión). Por ejemplo, en un estudio de laboratorio se
provocó la ansiedad de un grupo de sujetos varones sexualmente normales, diciéndoles que tenían un sesenta por
ciento de probabilidades de recibir una descarga eléctrica
mientras estaban contemplando una película erótica, a
menos que tuviesen una erección de tamaño medio. Estos
hombres experimentaron una mayor excitación sexual ante
la película que quienes no habían sido amenazados con
recibir la descarga eléctrica (Barlow et al., 1983).
Barlow y sus colaboradores destacan que no es la ansiedad, sino las distracciones cognitivas frecuentemente asociadas con ella, las que parecen interferir con la excitación
sexual. Por ejemplo, un estudio encontró que cuando se distraía a un grupo de hombres sin disfunción eréctil, que estaban contemplado una película erótica, mostraban una menor
excitación sexual que otro grupo de hombres a los que no se
había distraído (Abramson et al., 1985). Barlow y sus colaboradores consideran que tanto hombres como mujeres con
disfunción sexual se distraen por culpa de los pensamientos
negativos respecto a su comportamiento durante la interacción sexual («no voy a poder excitarme» o «ella va a pensar
que no soy capaz»). Sus investigaciones sugieren que es esta
preocupación derivada de tales pensamientos negativos, y no
tanto la ansiedad en sí misma, la culpable de la inhibición de
la excitación sexual (véase también Weiner y Rosen, 1999). De
hecho, este tipo de pensamientos auto-destructivos, no sólo
disminuye en el placer sino que también aumenta la ansiedad
cuando no se alcanza la erección (Malatesta y Adams, 1993),
lo que a su vez alimenta esos pensamientos negativos y autodestructivos (Sbrocco y Barlow, 1996).
Los problemas eréctiles son una consecuencia normal
de la edad. Probablemente dos tercios de los hombres en
torno a los cincuenta años de edad, tengan algún problema
de disfunción eréctil en mayor o menor medida (Carbone y
Seftel, 2002). Sin embargo, no es frecuente que se presente de
manera permanente un trastorno eréctil completo antes de
los sesenta años. De hecho, algunos estudios indican que
hombres y mujeres de ochenta y noventa años son capaces de
disfrutar todavía de su actividad sexual (Malatesta y Adams,
1993; Masters et al., 1992). Por ejemplo, en un estudio realizado con una muestra de doscientos dos hombres y mujeres
sanos, de entre ochenta y ciento dos años de edad, se encontró que casi dos terceras partes de los hombres y una tercera
parte de las mujeres todavía mantenían relaciones sexuales
con penetración, sí es cierto que esa no era la forma más
habitual de actividad sexual (Bretschneider y McCoy, 1988).
El aumento de los problemas de disfunción eréctil que
tienen lugar a medida que avanza la edad se consideran cada
vez más como un problema médico y no tanto como un problema psicológico (Rosen, 1996). La causa más frecuente de
trastorno eréctil en los hombres mayores es la enfermedad
vascular, que produce una disminución del riego sanguíneo
Disfunciones sexuales
en el pene, lo que a su vez dificulta la erección. Así pues, el
endurecimiento de las arterias, la presión sanguínea elevada y
otras enfermedades que provocan problemas vasculares, suelen ser las principales responsables del trastorno eréctil. La
obesidad, el consumo de tabaco y el abuso del alcohol, son factores asociados a los trastornos eréctiles (Weiner y Rosen,
1999). También hay otras enfermedades, como algunas que
afectan al sistema nervioso, tales como la esclerosis múltiple,
que pueden provocar problemas eréctiles. Este aumento de los
problemas con la erección a medida que se van cumpliendo
años, se debe principalmente al deterioro vascular acumulativo. Por lo que concierne a hombres jóvenes, una causa de
problemas eréctiles es haber tenido priapismo –esto es, una
erección que no disminuye ni siquiera después del acto sexual,
y que generalmente no va acompañada de excitación sexual–.
El priapismo puede producirse a consecuencia de una actividad sexual muy prolongada, de alguna enfermedad, o del
efecto colateral de ciertas medicinas. Cuando no se somete a
tratamiento, da lugar a una disfunción eréctil en el cincuenta
por ciento de los casos (Stark, Branna y Tallen, 1994).
Resulta muy complicado diferenciar entre causas psicológicas y orgánicas de los trastornos eréctiles (Rosen, 2001).
Un hombre normal tiene varias erecciones cada noche, vinculadas con los periodos de sueño MOR (movimientos oculares rápidos). Algunos investigadores han sugerido que el
trastorno eréctil con base orgánica podría distinguirse del
que tiene un origen psicológico, observando la presencia o
ausencia de esas erecciones nocturnas. Sin embargo, resulta
patente la necesidad de tener en cuenta otros muchos factores a la hora de establecer un diagnóstico apropiado (Malatesta y Adams, 1993; Mohr y Beutler, que 1990), y además en
la mayoría de las ocasiones probablemente participen tanto
problemas psicológicos como orgánicos.
Durante los últimos años se ha recurrido a una amplia
variedad de tratamientos —fundamentalmente de tipo
médico—, sobre todo cuando han fracasado los tratamientos del tipo cognitivo-conductual. Se han utilizado drogas
como la yoimbina, inyecciones de relajantes musculares
dentro de las cámaras eréctiles del pene, e incluso bombas
de vacío (Rosen, 1996). En algunos casos extremos, se ha
recurrido a los implantes de pene. Se trata de mecanismos
que pueden inflarse voluntariamente para obtener una
erección. Están confeccionados con silicona o poliuretano.
Se trata de tratamientos que han obtenido éxito, aunque siempre se trata de intervenciones para casos extremos,
y con frecuencia provocan efectos colaterales molestos
(Rosen y Leiblum, 1995; Seagraves y Althof, 2002). Quizá
por estas razones, el descubrimiento de una nueva droga
(sildenalfilo) comercializada con el nombre de Viagra, haya
supuesto una auténtica revolución. La Viagra funciona facilitando el suministro de óxido nítrico, que es el principal
neurotransmisor involucrado en la erección del pene. Se
administra de manera oral, al menos una hora antes de que
vaya a tener lugar la relación sexual. Al contrario de lo que
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
ocurre con otros tratamientos biológicos de la disfunción
eréctil, la Viagra sólo provoca la erección cuando hay deseo
sexual. Así pues, al contrario de lo que afirman las leyendas
urbanas, la Viagra no aumenta la libido ni provoca erecciones espontáneas (Seagraves y Althof, 2002).
Los ensayos clínicos con la Viagra han resultado impresionantes. En un estudio doble ciego, el setenta por ciento
de los hombres que habían tomado cincuenta miligramos
de Viagra dijeron que había mejorado su erección, en comparación con el treinta por ciento de hombres que había
tomado un placebo (Carlson, 1997; véase también Goldstein et al., 1998). Apenas tiene efectos secundarios, y cuando
los hay son de poca gravedad (algún dolor de cabeza para el
once por ciento de los pacientes), suponiendo que la persona no sufra trastornos cardiacos graves (Cheitlin, Hutter,
et al., 1999). Cuando existe un problema cardíaco, debe
prescribirse con precaución, ya que la Viagra puede interactuar de manera peligrosa con las medicinas que se toman
para el corazón. Algunos análisis predicen que la Viagra
puede convertirse en la droga de mayor éxito comercial del
mercado. Esto indica por una parte la elevada prevalencia
de las disfunciones sexuales en los hombres, y por otra la
importancia que se atribuye al comportamiento sexual.
Otras drogas que se han elaborado para el tratamiento de la
disfunción eréctil son Cialis (Lilly y Dista, McMurray, et al.,
2001) y la Levitra de Bayer (Stark, Sachse et al., 2001).
EL TRASTORNO DE EXCITACIÓN SEXUAL DE LA
MUJER. El trastorno de excitación sexual femenina,
denominado previamente y con tintes peyorativos, frigidez,
consiste en la ausencia de excitación sexual ante cualquier
tipo de estimulación erótica, lo que de alguna manera supone
la contrapartida femenina al trastorno eréctil. Su principal
manifestación física es que no se produce la característica
lubricación de la vulva y los tejidos de la vagina durante la
estimulación sexual, lo que su vez hace muy molesta la penetración. El diagnóstico requiere que este problema provoque
a la mujer gran malestar o dificultades interpersonales.
Aunque no conocemos bien las causas de este trastorno, algunas posibles razones pueden abarcar desde un
trauma sexual en la infancia, hasta una educación sexual
que concibe el sexo como algo sucio y negativo, pasando
por el eventual desagrado que se pueda sentir por la pareja
sexual. Una de las razones que dificulta la comprensión de
este trastorno, es que la sexualidad femenina es más complicada que la masculina. Por ejemplo, parece que la correlación entre la excitación sexual subjetiva y la fisiológica (la
respuesta genital), es mucho menor para las mujeres que
para los hombres (Heiman, 1980; Laan y Everaerd, 1995).
En efecto, es posible que una mujer no llegue a excitarse
sexualmente, pero que sin embargo sí muestre alguna respuesta genital; aunque lo contrario también puede ocurrir,
resulta mucho menos frecuente. De hecho, algunos elementos biológicos pueden aumentar la excitación genital, aun-
que no la excitación subjetiva (Meston y Heiman, 1998).
Esto puede complicar los intentos de comprender el trastorno de excitación sexual femenina (y también otros trastornos femeninos; Andersen y Cyranoswki, 1995). Existen
además algunos indicios que indican que este trastorno va
en aumento (Beck, 1995).
Se han realizado unos cuantos estudios sobre el tratamiento del trastorno de excitación sexual femenino. Para
muchas mujeres puede ser suficiente la utilización de lubricantes vaginales, para ocultar el problema y tratar así el trastorno (Rosen y Leiblum, 1995). Algunas investigaciones
recientes sugieren que bajo ciertas circunstancias, es posible
aumentar la excitación genital de una mujer incrementando
su activación autonómica, por ejemplo mediante el ejercicio
físico o la ansiedad (Meston y Gorzalka, 1996; Palace, 1995).
Sin embargo, se trata de un trabajo preliminar cuyos resultados resulta complicado interpretar (por ejemplo, el efecto
del ejercicio físico puede que no se manifieste hasta media
hora después de la actividad, y además puede que dependa
de las creencias de la mujer sobre su propio nivel de excitación sexual). Por último, dado que la respuesta genital
femenina depende en parte del mismo sistema de neurotransmisores que la respuesta genital masculina, se ha estudiado la posibilidad de que la Viagra también tenga efectos
positivos para las mujeres, análogos a los que ejerce sobre los
hombres (Kolata, 1998). Por desgracia, las escasas investigaciones que se han realizado hasta la fecha ofrecen resultados
menos satisfactorios que para los hombres (Laan, van Lunsen et al., 2002; Spiski, Rosen, et al., 2000). Por ejemplo,
cuando una mujer consume Viagra, experimenta una mayor
excitación genital que cuando toma un placebo, pero sin
embargo no se produce ninguna modificación de su excitación subjetiva (Laan, van Lunsen et al., 2002). Por lo tanto la
Viagra no parece que sea capaz de facilitar las sensaciones
placenteras en la mujer. La excitación sexual femenina
depende más de un neurotransmisor conocido como Polipéptido Intestinal Vasoactivo (VIP), que aumenta la lubricación de la vagina (Ottesen, Pedersen, et al., 1987). Así pues,
no cabe duda de que antes o después asistiremos al desarrollo de drogas que aumenten la actividad VIP en las mujeres.
Trastornos orgásmicos
EYACULACIÓN PRECOZ.
La eyaculación precoz consiste en la llegada del orgasmo y la eyaculación ante una
estimulación sexual mínima, siempre que eso ocurra de
manera persistente y recurrente. Puede tener lugar antes,
durante, o poco después de la penetración, y desde luego
mucho antes de lo que desearía el hombre y su pareja. Las
consecuencias de la eyaculación precoz son fundamentalmente que la pareja no llega a obtener satisfacción y, con
frecuencia, una gran vergüenza por parte del hombre, que
experimenta una gran ansiedad respecto a la posibilidad de
que en el futuro le vuelva a ocurrir lo mismo. Los hombres
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que han sufrido este problema desde su primer encuentro
sexual suelen intentar reducir su excitación sexual por el
procedimiento de evitar la estimulación, recurriendo a
auto-distracciones, e intentando adoptar la perspectiva de
un observador y no de un participante (Metz, Pryor, Nesvacil, Abuzzahab, y Koznar, 1997).
Evidentemente, la definición exacta de lo que es prematuro resulta necesariamente algo arbitrario. Por ejemplo, es necesario tener en cuenta la edad de la persona
(McCarthy, 1989). De hecho, más o menos la mitad de los
hombres jóvenes se queja de eyacular demasiado pronto.
Por otra parte, no es extraño que la eyaculación precoz sea
más probable tras una larga abstinencia (Malatesta y
Adams, 1993). El DSM-IV-TR reconoce todos estos factores
que pueden afectar al momento en que se produce la eyaculación, observando que sólo debe realizarse ese diagnóstico
cuando la eyaculación se produce antes, durante, o muy
poco después de la penetración, y desde luego antes de lo
que querría el hombre. La eyaculación precoz supone la disfunción sexual masculina más frecuente (Laumann et al.,
1999; Seagraves y Althof, 2002).
En hombres sexualmente normales, el reflejo eyaculatorio se encuentra en gran medida bajo control voluntario.
Pueden ir supervisando sus propias sensaciones durante la
estimulación sexual, y son capaces en cierta medida, quizá
haciendo un uso juicioso de la distracción, de retrasar el
momento en que la eyaculación ya sea inevitable, hasta que
decidan «lanzarse» (Kaplan, 1987). Las personas con eyaculación precoz son incapaces de utilizar eficazmente esta técnica. Se han ofrecido diversas explicaciones, que oscilan
desde factores psicológicos, como una excesiva ansiedad
(Kaplan, 1987), a factores fisiológicos como un glande excesivamente sensible (Gospodinoff, 1989). Sin embargo, hasta
el momento, ninguna de estas explicaciones ha obtenido
apoyo empírico.
Durante muchos años, la mayoría de los terapeutas
sexuales han considerado que la eyaculación precoz tiene
causas psicológicas, y por lo tanto un tratamiento eficaz
mediante terapias conductuales, como puede ser la técnica
de «parar y apretar» (Masters y Johnson, 1970). Esta técnica
requiere que el hombre supervise su excitación sexual
durante la actividad sexual. Cuando la excitación es lo suficientemente intensa como para pensar que la eyaculación
es inminente, debe detenerse y oprimir el glande durante
unos instantes, hasta que cese la sensación de que se aproxima la eyaculación. Los primeros informes sobre esta técnica sugerían que tenía una eficacia aproximada del
noventa por ciento; sin embargo estudios más recientes han
reseñado una tasa de éxito mucho más baja (Rosen y Leiblum, 1995; Segraves y Althof, 2002). Durante los últimos
años, estamos asistiendo a un aumento del interés por la
intervención farmacológica. Se ha encontrado que algunos
antidepresivos como la fluoxetina (Prozac) y la clomipramina, que bloquean la recaptación de la serotonina, tienen
Disfunciones sexuales
el efecto de aumentar la latencia de la eyaculación (Rowland y Slob, 1997; Segraves y Althof, 2002). Las pruebas
recogidas sugieren que estas drogas sólo funcionan mientras se están consumiendo (Segraves y Althof, 2002).
EL TRASTORNO ORGÁSMICO MASCULINO.
El trastorno orgásmico masculino, denominado algunas veces eyaculación retardada o inhibición del orgasmo masculino, se
refiere a la incapacidad permanente para eyacular durante el
acto sexual. Hay muy pocos hombres que sean completamente incapaces de eyacular. Alrededor del ochenta y cinco
por ciento de los hombres con dificultades para eyacular pueden sin embargo llegar al orgasmo mediante otras formas de
estimulación, fundamentalmente a través de la masturbación
en solitario (Masters et al., 1992). En los casos más leves el
varón puede llegar a eyacular estando con su pareja, pero sólo
mediante una estimulación manual u oral (Kaplan, 1987).
Los tratamientos de tipo psicológico se centran en la reducción de la ansiedad, junto al aumento de la estimulación genital (Rosen y Leiblum, 1995; Segraves y Althof, 2002).
En otros casos, es posible que la eyaculación retardada
pueda estar relacionada con problemas fisiológicos, como
la esclerosis múltiple, o el consumo de ciertas medicinas. Ya
hemos dicho que los antidepresivos que bloquean la recaptación de la serotonina parecen ser un tratamiento muy eficaz para la eyaculación prematura. Sin embargo, en otros
hombres esas mismas medicinas retrasan o impiden el
orgasmo (Ashton, Hamer, y Rosen, 1997; Rosen y Leiblum,
1995). Esos efectos colaterales son bastante frecuentes
(Gitlin, 1996), aunque normalmente pueden resolverse
mediante otros fármacos (Ashton et al., 1997).
EL
TRASTORNO
ORGÁSMICO
DE
LA
MUJER.
Muchas mujeres capaces de excitarse sexualmente, y que de
hecho pueden disfrutar de su actividad sexual, experimentan sin embargo lo que se denomina trastorno orgásmico
femenino (anteriormente llamado inhibición del orgasmo
femenino), que consiste en un retraso o una ausencia, persistente y recurrente, del orgasmo durante la relación
sexual; de hecho es un problema tan frecuente que no suele
considerarse una disfunción. Hay un pequeño porcentaje
de mujeres que son capaces de alcanzar el orgasmo únicamente mediante la manipulación directa del clítoris, ya sea
utilizando un dedo, de manera oral, o mediante un vibrador eléctrico. Pero hay otras mujeres que ni siquiera así
pueden conseguirlo, lo que supone una situación análoga a
la disfunción eréctil permanente de los varones.
Las causas del trastorno orgásmico femenino no se
conocen bien, pero sí se ha propuesto una multitud de factores que podrían contribuir al problema. Por ejemplo,
algunas mujeres se sienten atemorizadas de mantener relaciones sexuales. Puede que una mujer sienta incertidumbre
respecto a si su pareja la encuentra sexualmente atractiva, y
esto puede provocar ansiedad y tensión, que interfieren con
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
su disfrute sexual. También puede ocurrir que se sienta
incómoda debido a que sea incapaz de tener un orgasmo, o
a que los tenga con muy poca frecuencia. Algunas veces las
mujeres anorgásmicas fingen tener orgasmos para satisfacer a su pareja. Sin embargo, cuanto más tiempo se mantenga esta farsa, tanto más probable será que la mujer se
sienta confusa y frustrada; además, probablemente muestre
resentimiento contra su pareja y acabe culpándola de no
percatarse de sus auténticos sentimientos y necesidades. A
su vez esto contribuye a aumentar sus dificultades sexuales.
El diagnóstico de disfunción orgásmica se complica
todavía más por el hecho de que la calidad subjetiva del
orgasmo puede variar muy ampliamente entre las mujeres,
pero también para una misma mujer en momentos diferentes, y dependiendo del tipo de estimulación. Así pues, evaluar con precisión la calidad del orgasmo resulta muy difícil
(Malatesta y Adams, 1993; Segraves y Althof, 1998). Los criterios que deben aplicarse resultan absolutamente ambiguos, al menos en el ámbito de la respuesta orgásmica
intermedia que experimenta la mayoría de las mujeres. La
mayoría de los clínicos coinciden en que una mujer con un
trastorno orgásmico duradero necesita tratamiento, pero
creemos que lo mejor que se puede hacer es que sea la propia mujer la que decida si necesita tratamiento. Si no está
satisfecha con su propia respuesta sexual, y existe una razonable probabilidad de que el tratamiento pueda ayudarla,
entonces quizá sería bueno intentarlo.
Por lo de concierne al tratamiento, es importante diferenciar entre la disfunción orgásmica femenina transitoria
y la disfunción crónica. El tratamiento de esta última suele
comenzar con una serie de instrucciones y prácticas dirigidas, sobre como masturbarse para llegar al orgasmo, y tiene
una elevada tasa de éxito (Andersen, 1983; Segraves y Althof, 2002). La anorgasmia transitoria (la mujer experimenta orgasmos en algunas situaciones, con ciertos tipos
de estimulación, y con determinada pareja, pero no los
experimenta cuando y con quien a ella le gustaría), resulta
mucho más difícil de tratar, debido en parte a que suele
estar asociado con problemas en su relación de pareja
(Beck, 1992).
Disfunciones sexuales por dolor
VAGINISMO.
La característica esencial del vaginismo es
la contracción involuntaria, de manera recurrente o persistente, de los músculos perineales del tercio externo de la
vagina, frente a la introducción del pene, los dedos, los tampones, o los espéculos. En algunos casos, las mujeres que
sufren vaginismo también sufren un trastorno de la excitación sexual, posiblemente como resultado de miedos condicionados asociados con sus primeras experiencias
sexuales traumáticas. Sin embargo, y en la mayoría de los
casos, muestran una excitación sexual normal (Masters et
al., 1992). No siempre es posible identificar el «estímulo
incondicionado» implicado en el vaginismo (Kaplan,
1987), posiblemente debido a que algunas veces este trastorno tiene múltiples causas (Segraves y Althof, 2002). Se
trata de una disfunción sexual relativamente infrecuente,
pero cuando aparece resulta absolutamente molesta tanto
para la mujer como para su pareja, que cuando es un varón
puede llegar a sufrir disfunciones eréctiles o eyaculatorias
(Leiblum et al., 1989; Segraves y Althof, 2002). El tratamiento del vaginismo requiere la combinación de una abstinencia de penetración vaginal, el entrenamiento de los
músculos de la vagina y la progresiva auto inserción de dilatadores vaginales de un tamaño cada vez mayor. Es un tratamiento que ha demostrado su eficacia (Rosen y Leiblum,
1995; Segraves y Althof, 2002).
DISPAREUNIA.
La característica esencial de este trastorno consiste en un dolor genital durante el coito, que
puede afectar a los hombres aunque es más frecuente entre
las mujeres (Lazarus, 1989). Se trata de la disfunción sexual
que con más probabilidad tenga una base orgánica como,
por ejemplo, infecciones o una patología estructural de los
órganos sexuales. Evidentemente, la dispareunia suele ir
asociada con el vaginismo. El tratamiento de este problema
requiere la identificación del problema orgánico específico,
aunque con frecuencia también existe una respuesta psicológica condicionada que demanda una intervención psicológica (Segraves y Althof, 2002).
Recientemente, algunos importantes investigadores
han argumentado que no tiene sentido clasificar la dispareunia y el vaginismo como «trastornos sexuales», sino que
sería mejor considerarlas trastornos por dolor (Binik,
Meana, et al., 1999). Por ejemplo, consideran que el dolor
de los «trastornos sexuales por dolor» es cualitativamente
similar al dolor de otras zonas del cuerpo, y que las causas
de los trastornos sexuales por dolor no parecen reflejar más
que factores psicológicos. Recomiendan por tanto que
tanto el vaginismo como la dispareunia se reclasifiquen
como «trastornos de dolor pélvico».
REVISIÓN
• Compare los síntomas de las disfunciones del
deseo sexual, la excitación y el orgasmo, en
hombres y mujeres.
• ¿Por qué las disfunciones sexuales femeninas
se han estudiado menos que las disfunciones
sexuales masculinas?
• ¿Cuáles son los tratamientos más eficaces para
el trastorno eréctil del varón y la eyaculación
precoz, y para el trastorno orgásmico
femenino?
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Temas sin resolver
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿CUÁLES SON LOS PERJUICIOS DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL?
La mayoría de las personas están convencidas de que el
abuso sexual infantil (ASI) es muy perjudicial. Estas ideas
se reflejan tanto en la preocupación por las víctimas del
ASI, como en la indignación por quienes perpetran ese
delito. Esa convicción está tan profundamente arraigada,
que algunas personas se quedarían perplejas ante la mera
posibilidad de que, en ocasiones, el ASI no sea tan nocivo
como se piensa. Dado que se trata de un tema que se puede
estudiar de manera empírica, vamos a revisar qué nos dicen
las investigaciones al respecto.
En 1998 el psicólogo Bruce Rind de la Universidad de
Temple, publicó junto con los colaboradores en la
prestigiosa revista Psychological Bulletin, un artículo
que revisaba cuarenta y nueve estudios anteriores que
habían encuestados a estudiantes universitarios sobre
sus experiencias sexuales durante la niñez (Rind,
Tromivitch, y Bauserman, 1998). Tales estudios
evaluaban también el ajuste actual de los estudiantes, lo
que permitió a los autores examinar la relación entre las
experiencias sexuales tempranas y la salud mental actual
de esos adultos. A continuación se exponen algunas de
las conclusiones de ese estudio:
• Las correlaciones entre el abuso sexual infantil y los
problemas posteriores eran de una magnitud
sorprendentemente pequeña, lo que sugiere que tales
experiencias no parecen ser demasiado nocivas.
• Una vez que se controlaba la presencia de problemas
familiares de carácter general, esas pequeñas
asociaciones todavía quedaban reducidas
prácticamente a cero, lo que sugiere que es el entorno
familiar el que explica la mayor parte de los vínculos
entre el ASI y los problemas posteriores.
• El incesto y el sexo forzosos estaban asociados con
más problemas, que el sexo realizado voluntariamente
entre personas no relacionadas por lazos de sangre.
• La edad a la que se había sufrido el abuso no tenía
relación con los problemas que se pudieran padecer en
la edad adulta.
Inicialmente estas provocativas conclusiones apenas
llamaron la atención. Sin embargo, una vez que llegaron a
oídos de la conservadora locutora de radio Dra. Laura
Schlessinger, se desató una tempestuosa controversia.
Tanto la Dra. Schlessinger como otros críticos, acusaron a
los autores del estudio de dar alas a los acosadores
sexuales, y de no mostrar sensibilidad ante las víctimas de
los ASI. La controversia culminó en 1999 con una resolución
de la Cámara De Los Representantes de los Estados Unidos,
que censuró el estudio (Rind, Bauserman, et al., 2000;
Lilienfeld, 2002).
El artículo fue atacado desde dos ámbitos: por una
parte, resulta socialmente peligroso hacer el tipo de
afirmaciones que aparecen en el mismo (Ondersma,
Chaffin, et al., 2001). En segundo lugar, desde un punto de
vista científico no tenía el suficiente rigor como para
justificar esas arriesgadas conclusiones. Vamos a examinar
ambos tipos de críticas.
Evidentemente, puede resultar muy peligroso
subestimar los perjuicios del abuso infantil. Sus víctimas
tendrían que añadir a su dolor el hecho de que pasara
inadvertido, y por otra parte quizá la sociedad no pusiese
demasiado interés en solucionar un problema que, en el
fondo, quizá no lo sea tanto. Pero por otra parte, sobreestimar los perjuicios del abuso infantil también tiene
costes significativos. Por ejemplo, las personas a quienes
se induce a creer que han sufrido lesiones muy graves y
permanentes porque han abusado sexualmente de ellas
pueden llegar a sufrir de manera innecesaria. Si las
consecuencias del abuso no son excesivamente dañinas, no
tenemos porqué creer lo contrario.
Evaluar la validez del estudio es una cuestión que
concierne al ámbito científico. El Psychological Bulletin
publicó una extensa crítica científica del estudio de Rind
(Dallam, Greaves, et al., 2001) junto a una réplica de los
propios autores (Rind, Tromovitch, y Bauserman, 2001).
Una de las críticas que se hacía era que se basaba en
estudiantes universitarios, quienes no suponen una
muestra representativa de la población general. Quizá
habían sido capaces de llegar a la universidad pese a
haber sido sometidos a abusos, precisamente porque
tuvieran una especial capacidad de aguante. Sin
embargo, en otro estudio Rind analizó datos
procedentes de muestras de población general, y
encontró prácticamente los mismos resultados (Rind y
Tromovitch, 1997). También se han criticado algunas de
las decisiones y análisis estadísticos realizados por
Rind, aunque éste ha demostrado que sus resultados
siguen siendo idénticos, al emplear los análisis que
sugieren sus críticos. Así pues, aunque la pregunta
todavía está en el aire, es necesario realizar más
investigaciones que confirmen o descarten estos
resultados.
CAPÍTULO 13
Opciones sexuales, abuso y disfunciones
SUMARIO
• La definición del límite entre lo normal y lo
psicopatológico en el ámbito de la sexualidad
resulta muy compleja, debido a las influencias
socioculturales sobre lo que se considere una
práctica sexual normal o aberrante.
• La teoría de la degeneración y la teoría de la
abstinencia fueron dos propuestas que influyeron
poderosamente sobre el pensamiento de los
estadounidenses durante largo tiempo, y que
estimularon en la cultura occidental ideas muy
conservadoras respecto a la sexualidad.
• En contraste con la cultura occidental, en la tribu
Sambia de Melanesia, se practica la homosexualidad
como parte de los ritos de iniciación sexual; estos
chicos no tienen problemas para pasar más
adelante a un comportamiento heterosexual.
• Hasta muy recientemente, en muchas culturas
occidentales la homosexualidad se consideraba
como una conducta delictiva, o como una
enfermedad mental. Sin embargo, desde 1974 los
profesionales de la enfermedad mental ya la
consideran una opción sexual normal.
siempre y cuando el diagnóstico de transexualidad
esté escrupulosamente realizado.
• Hay tres categorías de abuso sexual que se solapan:
la paidofilia, el incesto y la violación. En la
actualidad están alcanzando unas alarmantes tasas
de incidencia.
• En la actualidad estamos asistiendo a un acalorado
debate sobre asuntos relacionados con el abuso
sexual y la identificación de los perpetradores del
mismo. Este debate se refiere a la veracidad y
fiabilidad del testimonio de los niños, así como a la
recuperación mediante psicoterapia de los
recuerdos infantiles.
• Los abusos sexuales pueden tener importantes
consecuencias para sus víctimas, tanto a corto
como a largo plazo. Todavía no hemos sido capaces
de explicar las razones que hacen que una persona
abuse sexualmente de otra.
• El tratamiento de los delincuentes sexuales no está
siendo demasiado eficaz, aunque sí estamos
asistiendo al desarrollo de algunas prometedoras
líneas de investigación.
• Las desviaciones sexuales en forma de parafilias
suponen pautas persistentes y recurrentes de
excitación y conducta sexual, que duran al menos
seis meses, y que se caracterizan porque requieren
objetos, rituales, o situaciones muy poco usuales,
para alcanzar una satisfacción sexual completa.
• La disfunción sexual supone un deterioro que puede
afectar al deseo de gratificación sexual, o la
capacidad para lograrlo. A su vez la disfunción
puede afectar a alguna de las primeras tres etapas
de la respuesta sexual humana: la etapa de deseo, la
etapa de excitación y el orgasmo.
• Los trastornos de la identidad de género afectan
tanto a niños como a adultos. Los trastornos de la
identidad de género en niños se caracterizan por
una identificación con el sexo opuesto, y un
malestar con el propio sexo. La mayoría de los niños
con este trastorno desarrollan posteriormente una
orientación homosexual, mientras que unos cuantos
se convierten en transexuales. No existen estudios
prospectivos de niñas con este trastorno.
• Tanto hombres como mujeres pueden experimentar
un trastorno del deseo sexual hipoactivo,
caracterizada por un escaso interés en el sexo. En
los casos más extremos, se puede llegar a
desarrollar un trastorno de aversión sexual que
supone un fuerte rechazo hacia la actividad sexual.
• La transexualidad es un trastorno muy poco
frecuente, en el que la persona considera que está
atrapada en un cuerpo perteneciente a un sexo que
no es el suyo. En la actualidad se reconoce que hay
dos tipos distintos de transexuales: los
homosexuales transexuales y los transexuales autoginéfilos, cada uno de ellos con características y
antecedentes evolutivos distintos.
• Las disfunciones del orgasmo para los hombres
incluyen la eyaculación precoz y el trastorno
orgásmico masculino (eyaculación retrasada), y el
trastorno orgásmico femenino, para las mujeres.
• El único tratamiento efectivo que se conoce para los
transexuales es una operación quirúrgica de cambio
de sexo. Aunque su utilización no deja de ser
controvertida, ofrece unas elevadas tasas de éxito,
• Las disfunciones de la etapa de excitación incluyen
el trastorno eréctil en el varón y el trastorno de
excitación en la mujer.
• Existen también dos trastornos sexuales con dolor:
el vaginismo, que afecta a las mujeres, y la
dispareunia (coito doloroso), que suele afectar
fundamentalmente a las mujeres, pero también
ocasionalmente a los hombres.
• Durante los últimos treinta y cinco años se han
realizado importantes progresos en el tratamiento
de las disfunciones sexuales.
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Términos clave
TÉRMINOS CLAVE
Abuso sexual (p. 440)
Auto-ginefilia (p. 439)
Disfunción sexual (p. 451)
Dispareunia (p. 456)
Etapa del deseo (p. 451)
Etapa de excitación (p. 451)
Exhibicionismo (p. 435)
Eyaculación precoz (p. 454)
Fetichismo (p. 433)
Identificación con el sexo opuesto
(p. 433)
Incesto (p. 445)
Masoquismo (p. 436)
Orgasmo (p. 451)
Paidofilia (p. 444)
Parafilias (p. 432)
Resolución (p. 451)
Sadismo (p. 435)
Transexualidad (p. 438)
Trastorno de aversión sexual
(p. 452)
Trastorno de identidad
sexual (p. 438)
Trastorno del deseo sexual
hipoactivo (p. 452)
Trastorno eréctil del varón (p. 452)
Trastorno femenino de la excitación
sexual (p. 454)
Trastorno orgásmico femenino
(p. 455)
Trastorno orgásmico masculino
(p. 455)
Travestismo fetichista (p. 433)
Vaginismo (p. 456)
Violación (p. 445)
Voyeurismo (p. 434)
C A P Í T U L O
Esquizofrenia
y otros trastornos psicóticos
ESQUIZOFRENIA
Epidemiología de la esquizofrenia
Orígenes del constructo esquizofrenia
¿QUÉ ES LO QUE PROVOCA
LA ESQUIZOFRENIA?
Ideas delirantes
Alucinaciones
Habla desorganizada
Conducta desorganizada y catatónica
Síntomas negativos
Aspectos genéticos
Las influencias prenatales
Genes y ambiente en la esquizofrenia: una síntesis
Una perspectiva neuroevolutiva
Aspectos biológicos
Neurocognición
Aspectos psicosociales y culturales
La clase social
SUBTIPOS DE ESQUIZOFRENIA
TRATAMIENTO Y RESULTADOS CLÍNICOS
Tipo paranoide
Tipo desorganizado
Tipo catatónico
Tipo indiferenciado
Tipo residual
Otros trastornos psicóticos
Estrategias farmacológicas
Estrategias psicosociales
EL CUADRO CLÍNICO DE LA ESQUIZOFRENIA
TEMAS SIN RESOLVER
¿Puede prevenirse la esquizofrenia?
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
ESQUIZOFRENIA
Cuando pensamos en una enfermedad mental
grave, lo más probable es que nos venga a la mente la esquizofrenia. Esta enfermedad afecta a personas de todas las
culturas y de todo tipo de vida, y sus síntomas más característicos se conocen desde hace mucho tiempo. El marchamo de la esquizofrenia es una pérdida importante del
contacto con la realidad, que suele denominarse psicosis.
Aunque normalmente utilizamos el término esquizofrenia
en singular para referirnos a este tipo de psicopatología,
podemos afirmar casi con total seguridad que no se trata de
una enfermedad unitaria. Por el contrario, tal y como se
apunta en la Asociación De Psiquiatría Americana (1997b),
«es probable que la esquizofrenia sea el tramo final de un
grupo de trastornos que tienen diversas etiologías, cursos y
consecuencias» (p. 49). De hecho, el término correcto debería ser las esquizofrenias. A pesar de ello, en este capítulo
vamos a recurrir al término en singular, que es el más frecuentemente utilizado.
La esquizofrenia se caracteriza por un conjunto de síntomas, tales como excentricidades muy patentes respecto a
la percepción, el pensamiento, la acción, la auto-percepción, y la forma de relacionarse con los demás. Si bien las
manifestaciones clínicas pueden diferir entre un paciente y
otro, el caso de Emilio es muy típico.
Emilio
Emilio es un hombre de cuarenta años que aparenta diez años menos. Su madre le llevó al
hospital por duodécima vez, porque le tenían
miedo. Viste con un abrigo hecho harapos,
zapatillas de andar por casa, y una gorra de
béisbol,
y además lleva colgando del cuello
ESTUDIO
gran cantidad de medallas. Su humor oscila
DE UN
desde la hostilidad hacia su madre («me da de
CASO
comer mierda... lo que cagan otras personas»),
hasta una seductora actitud, risueña y obsequiosa hacia el entrevistador. Sus maneras y su forma de hablar tienen una cualidad infantil, y camina con paso afectado y exagerados
movimientos de caderas. Su madre dice que dejó de tomar sus medicinas hace un mes, y que a partir de entonces empezó a escuchar
voces y a actuar de una manera grotesca. Cuando le preguntamos
qué ha estado haciendo, dice que ha estado «comiendo cables y fuegos artificiales». Su habla espontánea suele ser incoherente y
caracterizada por frecuentes asociaciones rítmicas y sonoras (una
forma de hablar en la que son los sonidos, y no el significado, los que
dirigen qué palabras se dicen).
La primera vez que Emilio entró en el hospital fue cuando a los
dieciséis años lo expulsaron del colegio, y desde entonces nunca ha
podido asistir a la escuela ni mantener un trabajo fijo. Se le ha tratado con neurolépticos (las medicinas que se utilizan para tratar la
esquizofrenia) durante su hospitalización, pero deja de tomarlos en
cuanto sale del hospital, por lo que inmediatamente su conducta se
vuelve otra vez desorganizada. Vive con su anciana madre, pero a
veces desaparece durante unos cuantos meses, y de vez en cuando
lo trae la policía a casa después de haberlo detenido vagabundeando por la calle. Que se sepa no abusa de drogas ni de alcohol
(modificado del libro de casos del DSM-4; Spitzer et al., 2002,
pp. 189-90).
Este capítulo describe las piezas que componen el
puzzle de la esquizofrenia, tal y como las conocemos. Es
importante que usted siempre tenga en mente desde el
principio, que todavía no hemos encontrado todas las piezas ni tampoco sabemos cómo están conectadas, por lo que
a nuestro puzzle todavía le falta mucho para completarse.
Algunos lectores quizá encuentren frustrante la falta de respuestas claras a algunas de las preguntas más importantes
sobre la esquizofrenia. Otros quizá reconozcan lo complejo
y desafiante que resulta este trastorno, no sólo para los
pacientes sino también para sus familias, para los clínicos
que intentan aliviar sus problemas, y para los investigadores
empecinados en comprenderlos.
Epidemiología de la esquizofrenia
Mucha gente se sorprenderá al saber que la esquizofrenia es
tan prevalente como la epilepsia. El riesgo de desarrollar
esquizofrenia se sitúa alrededor del uno por ciento (Gottesman, 1991). Esto significa que una de cada cien personas que
nazcan hoy y que lleguen a cumplir al menos cincuenta y
cinco años, desarrollará este trastorno. Por supuesto, este
dato estadístico no debe interpretarse como que todo el
mundo tenga exactamente el mismo riesgo. Se trata de una
estimación del riesgo medio. Como veremos más adelante,
algunas personas (por ejemplo, quienes tienen padres con
esquizofrenia) tienen un mayor riesgo de desarrollar ese trastorno. También hay otros grupos que parecen tener un riesgo
especialmente alto de desarrollar esquizofrenia. Por ejemplo,
los hijos nacidos de padres mayores (de entre cuarenta y
cinco y cincuenta años o más) tienen entre dos y tres veces
más riesgo de desarrollar esquizofrenia (Malaspina et al.,
2001; Brown et al., 2002). De hecho, las personas de origen
afro-caribeño y que viven en el Reino Unido, parecen tener
tasas de riesgo mucho más altas de lo esperable por azar
(Harrison et al., 1997). Las tasas de esquizofrenia también son
inesperadamente altas en la parte occidental de Irlanda y en
Croacia, y especialmente bajas en Papua, Nueva Guinea
(Gottesman, 1991). Los Hutterites, una secta cristiana que
emigró a los Estados Unidos desde Europa a finales del siglo
XIX, también tienen una prevalencia muy baja de esquizofrenia (Nimgaonkar et al., 2000). De momento, no tenemos ni la
menor idea de las causas de estas diferencias aunque, como se
puede imaginar, resultan fascinantes para los investigadores.
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Esquizofrenia
La gran mayoría de los casos de esquizofrenia comienzan al término de la adolescencia o al principio de la edad
adulta. Aunque es posible encontrar casos de esquizofrenia
en niños, es algo muy poco frecuente (Green et al., 1992;
McKenna et al., 1994). La esquizofrenia también puede aparecer durante la madurez, pero también en casos muy aislados. Resulta muy interesante la observación de que aparece
antes en los hombres que en las mujeres. Entre los hombres
su apogeo se produce entre los veinte y los veinticuatro
años, igual que entre las mujeres, pero en este caso con un
porcentaje bastante inferior. Después de los treinta y cinco
años, el número de hombres que desarrolla esquizofrenia
disminuye abruptamente, mientras que esta disminución
no es tan abrupta para las mujeres. Por el contrario, tal y
como muestra la Figura 14.1, el número de casos entre las
mujeres vuelve a aumentar hacia los cuarenta años de edad.
En general, la edad media de aparición de la esquizofrenia
se sitúa alrededor de los veinticinco años para los hombres
y de los veintinueve años para las mujeres (Jablensky y Cole,
1997).
Además de su aparición más precoz, muchos investigadores creen que los hombres también desarrollan formas
más graves de este trastorno (Lewis, y 1992; Marcus et al.,
1993; Tien y Eaton, 1992). Esta idea es coherente con un
estudio de imágenes cerebrales realizado por Nopoulos,
Flaum y Andreasen (1997), que demostró que las anomalías
en la estructura del cerebro relacionadas con esquizofrenia
(y que expondremos más adelante), son más graves en los
hombres que en las mujeres. Este tipo de diferencias relacionadas con el sexo relativas a la gravedad de la enfermedad pueden explicar por qué algunos investigadores han
encontrado que la esquizofrenia se está convirtiendo en
algo más frecuente entre los hombres que entre las mujeres
(Iacono y Beiser, 1992). Si las mujeres sufren un tipo de
esquizofrenia menos grave, junto a síntomas más llamativos de depresión (véase Lewis, 1992), puede ocurrir que la
esquizofrenia pase desapercibida, o que se les diagnostique
de otros trastornos diferentes.
¿Qué podría explicar esa mejor evolución clínica de la
esquizofrenia entre las mujeres? Una posibilidad es que las
hormonas sexuales femeninas desempeñen algún tipo de
papel protector. Cuando los niveles de estrógeno son bajos
(como ocurre antes de la menstruación), también suelen
empeorar los síntomas psicóticos de la esquizofrenia entre
las mujeres (Lindamer et al., 1997). Por otra parte, ese
efecto protector de los estrógenos también podría explicar
el retraso en la aparición de la esquizofrenia entre las mujeres, mientras que la disminución de los niveles de estrógeno
a partir de la menopausia podría justificar ese remonte de la
tasa de esquizofrenia que se produce en las mujeres de alrededor de cincuenta años. También existen datos de que esa
esquizofrenia de aparición tardía en las mujeres tiene un
carácter más grave (Haffner et al., 1998).
Orígenes del constructo esquizofrenia
La primera descripción clínica detallada de lo que ahora llamamos esquizofrenia procede de John Haslam en 1810, un
farmacéutico del hospital Bethlem de Londres. Haslam describió el caso de John Tilly Matthews, un mercader de té,
casado y con dos hijos. Mathews fue ingresado en el hospital en 1797, y parecía haber sufrido una serie de síntomas
típicos de la esquizofrenia. Tenía ideas delirantes, y el farmacéutico observó que Mathews creía que «en un apartamento cerca de London Wall, había una pandilla de
criminales expertos en química neumática, que lo estaban
asaltando mediante un telar de aire» (citado en Carpenter,
1989). Cincuenta años después, el psiquiatra belga Benedict
Morel describió el caso de un chico de trece años que había
sido el alumno más brillante de su escuela, pero que fue
perdiendo poco a poco el interés en los estudios, y volviéndose cada vez más perezoso, letárgico, solitario, intranquilo,
30
Hombres n = 117
Porcentaje
25
Mujeres n = 131
20
15
10
5
Figura 14.1
0
12–14 15–19 20–24 25–29 30–34 35–39 40–44 45–49 50–54 55–59
Grupo de edad
Distribución por edad de la aparición
de la esquizofrenia (el primer signo
de ese trastorno) para hombres y
mujeres.
Fuente: Haffner et al. (1998)
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
y que además parecía haber olvidado todo lo que había
aprendido. Se refería frecuentemente a que quería matar a
su padre. Morel pensaba que las funciones intelectuales,
morales y físicas del chico se habían deteriorado debido a
una degeneración cerebral de carácter hereditario. Utilizó
por tanto el término demencia precoz para describir esa
situación y diferenciarla de las demencias características de
edades avanzadas.
Pero es el psiquiatra alemán Emil Kraepelin (18561926) quien es conocido principalmente por su exquisita
descripción de lo que ahora conocemos como esquizofrenia. En 1896 Kraepelin (como ya hiciera Morel) utilizó el
término demencia precoz para referirse a un conjunto de
síntomas que parecían caracterizar un tipo de deterioro
mental que comenzaba a una edad temprana. Kraepelin,
astuto observador de los fenómenos clínicos, describió al
paciente con demencia precoz como alguien que «sospecha
de todos los que le rodean, ve veneno en su comida, piensa
que la policía le persigue, siente influencias malignas sobre
su cuerpo, piensa que le van a disparar, o que sus vecinos se
burlan de él» (Kraepelin, 1896). Kraepelin también observó
que este trastorno se caracterizaba por alucinaciones, apatía
e indiferencia, conducta esquiva, e incapacidad para realizar un trabajo de manera regular.
Por supuesto, ahora sabemos que el término demencia
precoz conduce a engaño. No existen pruebas de que se produzca una degeneración progresiva del cerebro durante el
curso natural de este trastorno (Cannon, 1998; Russell et
al., 1997). Además, en los casos en que se ha observado una
degeneración progresiva, parece que proviene precisamente
de la medicación antipsicótica (Cohen, 1997; Gur et al.,
1998). Y por otra parte, tampoco es necesariamente precoz,
puesto que si bien la edad normal de aparición es al final de
la adolescencia o principios de la edad adulta, también
puede aparecer durante la mediana edad o incluso más adelante.
El término que ha sobrevivido en la nomenclatura
diagnóstica actual fue introducido en 1911 por un psiquiatra suizo llamado Eugen Bleuler (1857-1939). Bleuler utilizó el término esquizofrenia (del alemán schizen, que
significa «dividido» y phren, raíz griega que significa
«mente»), porque creía que esta enfermedad estaba caracterizada fundamentalmente por la desorganización de los
procesos de pensamiento, la falta de coherencia entre el
pensamiento y la emoción, y una orientación espiritual desconectada de la realidad. Aunque frecuentemente se tiende
a pensar que este término refleja una personalidad dividida
del tipo «Jekyll y Hyde», se trata de un error de gran calado.
La división no se refiere a personalidades múltiples (que es
un tipo de trastorno absolutamente diferente, que ahora
denominamos trastorno de identidad disociada, y que
hemos analizado en el Capítulo 8). Por el contrario, la
esquizofrenia supone una desconexión dentro de propio
intelecto, entre el intelecto y la emoción, y entre el intelecto
y la realidad externa. Resulta interesante destacar que el
subtítulo de la monografía escrita por Bleuler (1911/1950)
era «el grupo de las esquizofrenias», lo que pone de manifiesto su convicción de que este trastorno no era una entidad diagnóstica unitaria.
REVISIÓN
• ¿Cuál es la prevalencia de la esquizofrenia?
¿Qué grupos de personas muestran tasas de
esquizofrenia superiores o inferiores a lo
esperado?
• ¿Cuándo suele aparecer inicialmente la
esquizofrenia? ¿Cómo influye el sexo en esta
variación?
• ¿Cómo influye el sexo en la gravedad de la
esquizofrenia? ¿A qué podría deberse?
• ¿Qué quiso decir Kraepelin con el término
demencia precoz? ¿Se trata de una descripción
certera?
• ¿Qué significado conlleva el término
esquizofrenia que utilizó Bleuler?
• ¿Es lo mismo la esquizofrenia que la
personalidad dividida?
EL CUADRO CLÍNICO
DE LA ESQUIZOFRENIA
Como hemos dicho anteriormente, el DSM es un trabajo
siempre por terminar. Los criterios diagnósticos no son
algo inmutable, sino que van cambiando sutilmente a lo
largo del tiempo, a medida que se va conociendo el resultado de las nuevas investigaciones. Los criterios actuales del
DSM-4-TR para el diagnóstico de la esquizofrenia aparecen
en la Tabla 14.1 de la página 465. Son muy similares a los
criterios diagnósticos del ICD (OMS, 1992), el sistema
diagnóstico que se utiliza en Europa y en otras partes del
mundo. Sin embargo, en sí misma esta lista de síntomas
comunica muy pocas cosas sobre la esencia clínica de la
esquizofrenia. En los apartados siguientes vamos a analizar
detenidamente los síntomas más relevantes de este tipo de
trastorno psicótico.
Ideas delirantes
Una idea delirante es esencialmente una creencia errónea,
que se mantiene con firmeza a pesar de las evidencias en su
contra. La expresión proviene del verbo latino ludere, que
significa «jugar». En esencia, la mente produce engaños. Las
personas con ideas delirantes están convencidas de cosas
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Tabla 14.1
El cuadro clínico de la esquizofrenia
Criterios del DSM-IV-TR para el diagnóstico de esquizofrenia
A. Síntomas característicos: dos (o más) de los siguientes, cada uno de ellos presente durante una parte significativa de
un periodo de un mes (o menos si ha sido tratado con éxito):
1. ideas delirantes
2. alucinaciones
3. lenguaje desorganizado (por ejemplo, descarrilamiento frecuente o incoherencia)
4. comportamiento catatónico o gravemente desorganizado
5. síntomas negativos. Por ejemplo, aplanamiento afectivo, alogia o abulia
Nota: sólo se requiere un síntoma del Criterio A si las ideas delirantes son extrañas, o si las ideas delirantes consisten en una voz que comenta
continuamente los pensamientos o el comportamiento del sujeto, o si dos o más voces conversan entre ellas.
B. Disfunción social/laboral: durante una parte significativa del tiempo desde el inicio de la alteración, una o más
áreas importantes de actividad, como son el trabajo, las relaciones interpersonales o el cuidado de uno mismo,
están claramente por debajo del nivel previo al inicio del trastorno (o, cuando el inicio es en la infancia o
adolescencia, fracaso en cuanto a alcanzar el nivel esperable de rendimiento interpersonal, académico o laboral).
C. Duración: persisten signos continuos de la alteración durante al menos seis meses. Este periodo de seis meses debe
incluir al menos un mes de síntomas que cumplan el Criterio A (o menos si se ha tratado con éxito) y puede
incluir los períodos de síntomas prodrómicos y residuales. Durante estos periodos prodrómicos o residuales, los
signos de la alteración pueden manifestarse sólo por síntomas negativos o por dos o más síntomas de la lista del
Criterio A, presentes de forma atenuada (por ejemplo, creencias raras, experiencias perceptivas no habituales).
D. Exclusión de los trastornos esquizoafectivo y del estado de ánimo: el trastorno esquizoafectivo y el trastorno del
estado de ánimo con síntomas psicóticos se han descartado debido a: 1) no ha habido ningún episodio depresivo
mayor, maníaco o mixto, concurrente con los síntomas de la fase activa; o 2) si los episodios de alteración anímica
han aparecido durante los síntomas de la fase activa, su duración total ha sido breve en relación con la duración de
los períodos activo y residual.
E. Exclusión de consumo de sustancias y de enfermedad médica: el trastorno no es debido a los efectos fisiológicos
directos de alguna sustancia (por ejemplo una droga de abuso, un medicamento) o de una enfermedad médica.
F.
Relación con un trastorno generalizado del desarrollo: si hay historia de trastorno autista o de otro trastorno
generalizado del desarrollo, el diagnóstico adicional de esquizofrenia sólo se realizará si las ideas delirantes o las
alucinaciones también se mantienen durante al menos un mes (o menos si se han tratado con éxito)
Fuente: reproducido con permiso del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, 4ª Ed., © 1994, APA.
imposibles de creer para quienes comparten su mismo contexto social, religioso y cultural. Por lo tanto, una idea delirante supone una distorsión del contenido del pensamiento.
No todas las personas que tienen ideas delirantes sufren
esquizofrenia. Sin embargo las ideas delirantes son muy
comunes en la esquizofrenia, y afectan a más del noventa
por ciento de los pacientes en algún momento de su enfermedad (Cutting, 1995). En la esquizofrenia, es frecuente
encontrar ciertos tipos de ideas delirantes o de creencias
erróneas. Entre las principales se cuentan el convencimiento
de que los propios sentimientos, pensamientos, o acciones,
están controlados por agentes externos (que generan sentimientos o impulsos), que los pensamientos privados se
transmiten de manera indiscriminada a todo el mundo
(difusión del pensamiento), que algunos agentes externos
están insertando pensamientos en el cerebro del paciente
(inserción del pensamiento), o que alguien está robando los
pensamientos (robo de pensamientos). También son frecuentes las ideas delirantes de referencia, en las que algún
acontecimiento ambiental neutro (como puede ser un programa de televisión, o una canción que emite la radio), se
considera portador de algún significado especial y personal,
dirigido exclusivamente al paciente. También es frecuente
encontrar otras ideas extrañas, como ideas delirantes de que
el cuerpo ha sufrido cambios (por ejemplo, no funcionan
los intestinos), o que se le han extraído órganos.
Alucinaciones
Una alucinación consiste en una experiencia sensorial que
tiene lugar en ausencia de cualquier estímulo perceptivo
externo. Se trata de algo muy diferente de una ilusión, que
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
consiste en una percepción o interpretación errónea de un
estímulo que realmente existe. Las alucinaciones pueden afectar a cualquier modalidad sensorial. Sin embargo las alucinaciones más frecuentes en la esquizofrenia son las de tipo
auditivo (por ejemplo, escuchar voces), que llegan a afectar al
setenta y cinco por ciento de los pacientes (Wing et al., 1974).
Por el contrario, las alucinaciones visuales son menos frecuentes (quince por ciento de los pacientes), mientras que las alucinaciones táctiles son todavía más raras (Cutting, 1995). Con
frecuencia, las alucinaciones son importantes para el paciente
en un ámbito afectivo, conceptual, o conductual. De hecho, los
pacientes llegan a involucrarse emocionalmente en sus alucinaciones, incorporándolas con frecuencia dentro de sus ideas
delirantes. En algunos casos, los pacientes llegan incluso a
actuar dentro de sus alucinaciones, y a ejecutar las órdenes que
les dan las voces que escuchan (Stern y Silbersweig, 1998).
En un estudio muy interesante de la fenomenología de
las alucinaciones auditivas, Nayani y David (1996) entrevistaron a cien pacientes con alucinaciones y les hicieron una
serie de preguntas al respecto. La mayoría de los pacientes
(setenta y tres por ciento) decían que sus voces solían hablar
en un tono de conversación normal. Generalmente se trataba de voces de personas conocidas, aunque a veces también podían escuchar las voces de Dios o el diablo. La
mayoría de los pacientes decía que habían oído más de una
voz, y que sus alucinaciones eran peores cuando estaban
solos. Lo más frecuente era que las voces dijeran interjecciones groseras y vulgares, o que también fueron críticas («eres
estúpido»), autoritarias («recoge la leche»), o injuriosas
(«bruja fea»), aunque algunas voces también podían ser
agradables («mi amor»).
Cabe preguntarse si los pacientes que tienen alucinaciones realmente escuchan voces. Los estudios de neuroimagen realizados con pacientes que están sufriendo
alucinaciones, comienzan a proporcionar respuestas a esta
interesante pregunta. Algunos grupos de investigación han
utilizado la Tomografía por Emisión de Positrones y La
Resonancia Magnética Funcional para explorar la actividad
que se produce en el cerebro de los pacientes, mientras
experimentan alucinaciones auditivas (Cleghorn et al.,
1992; McGuire et al., 1996). Aunque sería de esperar que los
pacientes que oyen voces mostraran un aumento de actividad en las zonas del cerebro involucradas en la comprensión
del habla (por ejemplo, en el área de Wernicke situada en el
lóbulo temporal), los estudios sobre imágenes cerebrales
han demostrado que estos pacientes muestran un aumento
de la actividad en el área de Broca, una zona del lóbulo temporal involucrada en la producción del habla. En algunos
casos, la pauta de activación cerebral que se produce
cuando los pacientes experimentan alucinaciones auditivas
es muy similar a la que se puede observar cuando se pide a
personas sanas que imaginen que hay otras persona
hablando con ellos (Shergill et al., 2000). En general, los
resultados de estas investigaciones sugieren que las alucina-
ciones auditivas tienen lugar cuando los pacientes malinterpretan sus propios pensamientos (en forma de habla
interna) como si proviniesen de fuentes externas a ellos. De
hecho, si se reduce la actividad en la zona de producción del
habla, mediante el uso de técnicas muy novedosas como la
estimulación magnética craneal (que consiste en pasar un
campo magnético a lo largo del cráneo, lo que interfiere con
la actividad de esas zonas cerebrales; véase el Capítulo 1),
entonces los pacientes con alucinaciones muestran una disminución de las mismas (Hoffman et al., 2003). Así pues, la
tecnología moderna ofrece apoyo a una antigua idea: que
las alucinaciones auditivas son en realidad un tipo de habla
silenciosa interna, mal interpretada (Gould, 1949).
Habla desorganizada
Las ideas delirantes ponen de manifiesto un trastorno en el
contenido del pensamiento. Por otra parte, el habla desorganizada es la manifestación externa de un trastorno en la
forma del pensamiento. Básicamente, la persona no es capaz
de hablar de manera inteligible, pese a que aparentemente
su habla se adapta a las reglas semánticas y sintácticas de su
lengua. Esta incapacidad no se debe a una baja inteligencia,
a carencias educativas, o a privación cultural. Hace años,
Meehl se refería acertadamente a este proceso como un
«desliz cognitivo»; otros se han referido al mismo asunto
como un «descarrilamiento» o «pérdida» de asociaciones o,
en los casos más extremos, como «incoherencia».
En el habla desorganizada, las palabras y sus combinaciones suenan normales, pero el interlocutor no puede comprender absolutamente nada. En algunos casos, aparecen
palabras completamente nuevas o neologismos. Por ejemplo, la palabra ditano, que suena como una palabra con significado, pero que no existe en el diccionario. Este trastorno
del pensamiento formal queda perfectamente ilustrado en el
siguiente ejemplo, extraído de una carta escrita por un
esquizofrénico, dirigida a la reina Beatriz de los Países Bajos:
Habla desorganizada
También he «matado» a mi ex esposa, [nombre], durante una sesión de tres horas de sexo
en Pennsylvania en 1976, mientras dos Piticayos que vivían junto a mi casa escuchaban toda
la escena. Adjunto, por favor encuentre mi
informe
urológico, que indica que mis genitales
ESTUDIO
masculinos, y específicamente mi pene, tienen
DE UN
un tamaño normal y que soy capaz de manteCASO
ner relaciones sexuales con cualquier mujer,
firmado por el doctor [nombre], un urólogo y
cirujano que me practicó una circuncisión en 1982. Conclusión: no
puedo ser un nincompup en un sentido físico (a menos que la sociedad me ofrezca sustancias químicas para mi imagen en el libro nincompup).
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Conducta desorganizada y catatónica
En la esquizofrenia está alterada cualquier actividad intencional y planificada. Este deterioro afecta a todas las áreas de
funcionamiento cotidiano, como el trabajo, las relaciones
sociales, y el cuidado de sí mismo, de tal manera que los
observadores se dan cuenta de que la persona ha dejado de
ser ella misma. Este cuadro consiste por tanto en un proceso
de deterioro de alguien que tenía antes un funcionamiento
normal en sus actividades cotidianas. Por ejemplo, la persona
deja de mantener una higiene personal mínima, o incluso
muestra un importante descuido de su salud y su seguridad
personal. En otros casos, esta conducta desorganizada se
manifiesta mediante vestimentas estrafalarias y carentes de
sentido (por ejemplo, llevar un abrigo, una bufanda y guantes, en un caluroso día de verano). Muchos investigadores
atribuyen este tipo de alteraciones de la conducta «directiva»,
a un deterioro en el funcionamiento de la región prefrontal
de la corteza cerebral (Lenzeweger y Dworkin, 1998).
La catatonía es un deterioro conductual todavía más
llamativo. El paciente muestra una ausencia absoluta de
movimientos, y entra en lo que se denomina estupor catatónico. También puede ocurrir que el paciente adopte durante
mucho tiempo una postura forzada, sin que aparentemente
se sienta incómodo.
Síntomas negativos
Desde los días de Bleuler, se han diferenciado dos pautas
generales de síntomas en la esquizofrenia. En la actualidad
se denominan síndrome esquizofrénico positivo y negativo
(por ejemplo, Andreasen, 1985; Andreasen et al., 1995). Los
Tabla 14.2
El cuadro clínico de la esquizofrenia
síntomas positivos son aquellos que reflejan un exceso o
distorsión del repertorio normal de conductas y experiencias, como pueden ser las ideas delirantes, las alucinaciones,
el habla desorganizada, o la conducta desorganizada (APA,
2000). Por el contrario, los síntomas negativos reflejan la
ausencia o el déficit de conductas que normalmente suelen
estar presentes. Algunos síntomas negativos importantes de
la esquizofrenia son una expresividad emocional embotada,
alogia (muy poco lenguaje), y abulia (incapacidad para iniciar o perseverar en actividades intencionadas). Por el contrario, puede que el paciente permanezca sentado durante
largos periodos de tiempo, mirando al vacío o la televisión,
pero con muy poco interés en cualquier asunto externo.
Otro tipo de diferenciación relacionada con la anterior,
aunque con más énfasis en las variables biológicas y en la
velocidad de aparición, se refiere a estas mismas pautas clínicas como esquizofrenia Tipo 1 y esquizofrenia Tipo 2 respectivamente (Crow, 1985). En la Tabla al 14.2 se comparan
ambos sistemas. Si bien la mayoría de los pacientes muestran
tanto signos positivos como negativos durante el curso de su
trastorno (Breier et al., 1994; Guelfi et al., 1989), el predominio de los síntomas negativos no suele ser un buen indicador
para la evolución futura de la enfermedad (por ejemplo,
Fenton y McGlashan, 1994; McGlashan y Fenton, 1993).
Sin embargo, no todos los síntomas negativos son
exactamente lo que parecen. Kring y Neale (1996) estudiaron a un grupo de pacientes varones con esquizofrenia, que
no tomaban medicación, mientras miraban fragmentos de
películas. Se utilizaron tres tipos de películas, algunas de las
cuales tenían un carácter muy positivo, negativo, o neutro,
desde el punto de vista de las emociones que intentaban
Indicadores diagnósticos que distinguen los cuatro tipos
de síndromes en la esquizofrenia
Síndrome positivo
Síndrome negativo
Alucinaciones
Ideas delirantes
Incoherencia de asociaciones
Conducta estrafalaria
Mínimo deterioro cognitivo
Aparición súbita
Curso variable
embotamiento afectivo
habla muy pobre
asociales
apatía
deterioro cognitivo significativo
aparición insidiosa
curso crónico
Tipo 1
tipo 2
Lo anterior más:
Buena respuesta a las drogas
Anormalidad en el sistema límbico
Ventrículos cerebrales normales
Lo anterior más:
respuesta aleatoria a las drogas
anormalidades en el lóbulo frontal
ventrículos cerebrales grandes
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
provocar en el espectador. La expresión emocional de los
pacientes se grabó en vídeo y se codificó por parte de observadores entrenados. Como era de esperar, los pacientes con
esquizofrenia mostraron menos expresiones faciales que un
grupo de control sin esquizofrenia.
Lo más sorprendente era que cuando se preguntaba a
los pacientes acerca de sus experiencias emocionales
durante el visionado de las películas, decían haber sentido
tanta emoción como el grupo de control, e incluso a veces
más. Las medidas de su activación autonómica también
demostraron que mientras miraban las películas, mostraban una mayor reactividad fisiológica que el grupo control.
Por lo tanto, lo que sugieren estos resultados es que incluso
aunque los pacientes con esquizofrenia puedan parecer no
demasiado expresivos emocionalmente, sin embargo están
experimentando una gran emoción.
REVISIÓN
• Explique la diferencia entre síntomas positivos
y negativos.
• ¿Cuáles son los principales síntomas de la
esquizofrenia?
• ¿En qué se diferencia una alucinación de una
idea delirante?
SUBTIPOS DE ESQUIZOFRENIA
Lo que denominamos «esquizofrenia» probablemente englobe en realidad una amplia gama de procesos de
diferente etiología, patrón evolutivo y desenlace —quizá
mucho más que en cualquier otro diagnóstico psiquiátrico—. Este hecho produce una enorme heterogeneidad en
el ámbito clínico. También los factores socioculturales configuran la presentación clínica de este trastorno. Por ejemplo,
en comparación con los pacientes mexicanos-americanos,
los pacientes anglo-americanos con esquizofrenia dicen
tener menos síntomas somáticos, menor emocionalidad y
más auto-negación. También tienen más ideas delirantes de
carácter persecutorio, basadas en la ciencia ficción o en lo
sobrenatural (Weisman et al., 2000). Los actuales sistemas de
clasificación llevan mucho tiempo intentando reconocer esa
heterogeneidad, mediante la descripción de subtipos clínicos
de ese trastorno.
Tipo paranoide
Los pacientes con una esquizofrenia paranoide se caracterizan por una historia de gran suspicacia, que además va en
aumento, y por enormes dificultades para establecer relaciones interpersonales. El cuadro clínico está dominado por
ideas absurdas, pero con frecuencia muy bien elaboradas y
organizadas en un marco coherente, aunque delirante. Las
ideas delirantes de persecución son las más frecuentes, y
suponen una amplia gama de ideas grotescas y de conspiraciones. El individuo puede llegar a sospechar intensamente
de sus parientes y compañeros, y suele quejarse de que está
siendo observado, seguido, envenenado, o influido por
diversos mecanismos de tormento preparados por sus
«enemigos». Pero también son frecuentes las ideas delirantes de grandeza. Por ejemplo, las personas con este tipo de
delirios suelen proclamarse como el filósofo o el economista más grande del mundo, dicen haber inventado alguna
máquina imposible, o ser un personaje histórico de enorme
importancia. En algunos casos, es precisamente este hecho
lo que (en su mente delirante) justifica que se crean perseguidos o espiados, lo que a su vez les proporciona una sensación de desmedida importancia. Los pacientes con el
subtipo paranoide de la esquizofrenia tienden a funcionar a
un alto nivel, y a mantener sus capacidades cognitivas en
mejor estado que los pacientes con cualquier otro subtipo
de esquizofrenia, si bien es verdad que las diferencias tampoco son excesivas, ni tampoco se mantienen en todos los
ámbitos cognitivos (Zalewski et al., 1998). El pronóstico
suele ser mejor que para los pacientes que sufren cualquiera
de los otros tipos de esquizofrenia (Fenton y McGlashan,
1991; Kendler et al., 1994).
El siguiente ejemplo clínico permite comprender muy
bien la complejidad y elaboración de un sistema delirante.
Uno de los autores de este libro lo recibió de manos de un
hombre de unos treinta años.
¿Están controlando su mente?
¿Están controlando su mente para que haga
algo realmente estúpido? El veinticinco por
ciento de las personas sufre lo que se denomina una escucha electrónica. Ese veinticinco
por ciento puede oír una radio silenciosa.
Usted
podría ser uno de ellos. La frecuencia
ESTUDIO
auditiva media de los seres humanos oscila
DE UN
entre 0 y 16 000 ciclos. El veinticinco por
CASO
ciento puede llegar a escuchar frecuencias de
30 000 ciclos. Son precisamente esas personas las que pueden escuchar la radio silenciosa. Esa radio suena
igual que nuestros pensamientos internos.
La radio silenciosa embauca a esas personas para que realicen
delitos inimaginables. Las engaña para que adopten decisiones equivocadas, y pierdan su trabajo, se divorcien, se dejan sobornar y realicen cualquier estupidez. Los locutores de esta radio silenciosa son los
gobernantes, médicos, psiquiatras, religiosos y educadores. Disponen
de un enorme presupuesto destinado a destruir a los inocentes e indefensos. Los medios de comunicación temen denunciar esta situación.
Esta minoría, que puede pertenecer a cualquier etnia ha perdido todos sus derechos legales debido a que los rusos están por
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todas partes. Resulta sorprendente descubrir que compañías de
enorme importancia, y todas las universidades disponen de departamentos de control de la mente. Si usted y su familia están adoptando constantemente decisiones erróneas, y tienen problemas que
les van llevando a la ruina, probablemente se encuentren bajo control mental. Cada año estas personas que tienen la mente controlada se van arruinando progresivamente. Nadie sabe cuándo
seleccionarán a alguien como conejillo de indias.
Tipo desorganizado
En comparación con los otros subtipos de esquizofrenia, la
esquizofrenia desorganizada suele aparecer a una edad más
temprana, y de manera insidiosa y gradual. Se caracteriza
por un habla desorganizada, una conducta perturbada, y
una emocionalidad inapropiada o inexistente. En el pasado
(y actualmente en el ICD) este subtipo se denominaba
esquizofrenia hebefrénica. El caso de Emilio que usted ha
podido leer páginas atrás, es un ejemplo de este subtipo.
Mientras que sus compañeros disfrutaban de actividades y
juegos sociales normales, Emilio se iba convirtiendo progresivamente en una persona cada vez más aislada y preocupada por fantasías. A medida que avanza el trastorno, la
persona se va volviendo emocionalmente indiferente e
infantil. Algunos síntomas habituales pueden ser una sonrisa tonta e inapropiada, una carcajada superficial sin que
existan razones para ello. El habla se va haciendo difícil de
comprender, y puede incluir habla infantilizada, risitas pueriles, y la repetición constante de palabras con sonidos similares. Puede haber también alucinaciones e ideas delirantes,
aunque al contrario de lo que ocurre con la esquizofrenia
paranoide, no son coherentes ni están organizadas. Los
pacientes con una esquizofrenia desorganizada pueden
tener enormes dificultades para cuidar de sí mismos. A
veces también manifiestan manierismos peculiares y otras
conductas extravagantes. Dichas conductas pueden adoptar la forma de muecas ridículas, hablar solos, o empezar a
reírse carcajadas o llorar de manera súbita e inexplicable. El
pronóstico suele ser peor que para otros tipos de esquizofrenia. En esta etapa de deterioro, no se conoce ningún tratamiento que ofrezca resultados eficaces.
Tipo catatónico
La característica principal de la esquizofrenia catatónica
son ciertos indicadores motrices, ya sean de excitación o de
estupor. Algunos de estos pacientes son muy sugestionables, y obedecerán órdenes automáticamente o imitarán las
acciones de otros (ecopraxia), o sus frases (ecolalia). Si se
levanta el brazo de un paciente hasta una posición desgarbada e incómoda, puede ser capaz de mantenerla así
durante varios minutos o incluso horas. Generalmente, los
pacientes que se encuentran en un estupor catatónico resis-
Subtipos de esquizofrenia
ten los esfuerzos para modificar su posición, así como cualquier intento de alimentarlos, a la vez que rechazan obedecer la más mínima petición. Estos pacientes pueden pasar
repentinamente de un estupor extremado a un estado de
gran excitación, durante el cual parecen quedar bajo una
gran «presión de actividad» y pueden volverse violentos, lo
que los convierte en este sentido en personas muy parecidas
a los pacientes con un trastorno bipolar maníaco. Pueden
hablar o gritar con gran excitación e incoherencia, andar
con gran rapidez de acá para allá, dando rienda suelta a sus
impulsos sexuales, intentar auto-mutilaciones o incluso el
suicidio, o atacar impulsivamente e intentar matar a otra
persona. Lo repentino y frenético de estos ataques puede
convertir a estos pacientes en personas muy peligrosas,
tanto para sí mismos como para los demás. Aunque en una
época fue muy frecuente en Europa y Norteamérica, las
reacciones catatónicas se han ido haciendo cada vez menos
prevalentes, aunque todavía pueden aparecer en países del
Tercer Mundo (Cutting, 1995).
El tema está lejos de clarificarse, pero algunos clínicos
interpretan la inmovilidad de un paciente catatónico como
una manera de enfrentarse con su reducida capacidad para
afrontar la realidad, y su enorme vulnerabilidad a la estimulación: parece proporcionarles una forma de control sobre
las fuentes externas de estimulación, aunque no necesariamente sobre las internas. Freeman (1960) cita la explicación
que ofrecía uno de sus pacientes: «no quiero moverme, porque si lo hago todo cambiará a mi alrededor, y me pondré
terriblemente nervioso, por lo que prefiero quedarme así
para mantener una sensación de permanencia» (p. 932).
Esquizofrenia catatónica
Ana es una mujer soltera de veintidós años que
estudia matemáticas en Finlandia. La policía le
llevó al hospital psiquiátrico por haber atacado
a un niño. Se había dirigido a una niña de nueve
años que esperaba en la parada del autobús, y
había
intentado estrangularla. AfortunadaESTUDIO
mente intervinieron otras personas que tamDE UN
bién esperaban en la parada, quienes la
CASO
sujetaron y llamaron a la policía. Al principio
luchó con violencia e intentó alcanzar a la niña,
pero de repente se quedó quieta y rígida como una estatua, con un
brazo levantado hacia la niña y una feroz expresión en su rostro.
Cuando llegó la policía le costó trabajo meterla dentro del coche,
debido a que no se movía pero tampoco dejaba que la movieran. Los
policías prácticamente tuvieron que llevarla en volandas hasta el
coche y meterla dentro a la fuerza. En la comisaría de policía no dijo
absolutamente nada, aunque mantenía esa posición desgarbada e
incómoda. Llamaron a un médico, y se decidió ingresarla de manera
inmediata en un hospital psiquiátrico. La instalaron en una
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
habitación cerrada, debido a que se encontraba bajo arresto por
intento de asesinato. Cuando la condujeron a su celda, se quedó de
pie en la puerta sin llegar a entrar. Rechazó cualquier comida y tampoco quiso ir a la sala de observación. Se quedó rígida, con su brazo
derecho estirado hacia delante. No contestó ninguna pregunta de
sus vigilantes. Pasadas varias horas tuvieron que sacarla de la habitación y meterla en la cama. Se quedó acostada en la misma posición en que la habían dejado, señalando hacia el techo. Parecía
tensa, con una expresión aprensiva y preocupada en su rostro. Se le
inyectaron diez miligramos de haloperidol a lo que no se resistió. A
continuación se quedó dormida.
Durante la entrevista clínica que se le realizó al día siguiente, ya
parecía estar completamente orientada. Sabía que estaba en el hospital, pero no quiso o no pudo explicar lo que había sucedido. De vez
en cuando se quedaba rígida de manera repentina durante más o
menos treinta segundos. Otras veces repetía mecánicamente las
preguntas que le formulaban.
Poco después llegó su hermana y dijo al médico que su familia
había estado preocupada por su estado de salud. Durante los últimos dos a tres meses se había vuelto huraña y extravagante, con
episodios recurrentes de mutismo que podían durar varios minutos.
También había realizado afirmaciones peculiares como «los niños
están intentando destruir las matemáticas» y «a los personajes
nacionales les esperan tiempos difíciles». Había dejado de ir a la
universidad, y permaneció encerrada en su cuarto, que sólo abandonaba para dar un paseo al anochecer. Parecía estar preocupada
por escribir ciertos números en trozos de papel (adaptado de el
libro de casos del ICD-10, Üstün et al., 1996).
Tipo indiferenciado
Como su propio nombre indica, el diagnóstico de esquizofrenia indiferenciada es un cajón de sastre. Una persona que
reciba este diagnóstico cumple los criterios habituales para
la esquizofrenia, lo que incluye ideas delirantes, alucinaciones, pensamientos distorsionados y conducta estrafalaria,
pero sin embargo no se ajusta de manera nítida a ninguno
de los subtipos. Las personas que se encuentran en las primeras fases de una esquizofrenia aguda suelen mostrar síntomas del tipo indiferenciado, igual que les ocurre a aquellos
cuyo cuadro clínico se modifica lo suficiente a lo largo del
tiempo como para justificar la modificación del diagnóstico,
desde un tipo específico a un tipo indiferenciado.
Tipo residual
Todavía es necesario hacer referencia a un último subtipo
de esquizofrenia que recoge el DSM-IV. La esquizofrenia
residual es una categoría que se aplica a las personas que
han sufrido al menos un episodio de esquizofrenia, pero
que no muestran ningún otro síntoma positivo importante,
como pueden ser alucinaciones, ideas delirantes, o con-
ducta desorganizada. Por el contrario, el cuadro clínico
contiene fundamentalmente síntomas negativos (por ejemplo, la expresividad emocional), si bien pueden encontrarse
algunos síntomas positivos (por ejemplo, creencias extravagantes o conducta excéntrica) en una versión leve.
Otros trastornos psicóticos
TRASTORNO ESQUIZOAFECTIVO.
Como dijimos en
el Capítulo 7, el término trastorno esquizoafectivo (del
subtipo bipolar o depresivo) se aplica a los individuos
que muestran características esquizofrénicas junto a un
trastorno afectivo grave. En otras palabras, la persona
tiene síntomas psicóticos suficientes como para merecer
el diagnóstico de esquizofrenia, pero a la misma vez también manifiesta cambios importantes en su estado de
ánimo. Todavía no está claro si el trastorno esquizoafectivo debe considerarse como una variante de la esquizofrenia o de los trastornos del estado de ánimo. Como
reflejo de esta controversia, el DSM-IV-TR ubica este
trastorno en el mismo apartado que la esquizofrenia,
pero no lo clasifica como un subtipo de la misma. Por el
contrario, se le trata como un trastorno diferente. La
investigación sugiere que el desenlace a largo plazo (diez
años) es mucho mejor para los pacientes con un trastorno esquizoafectivo, que para los pacientes con esquizofrenia (Harrow et al., 2000).
TRASTORNO ESQUIZOFRENIFORME. El trastorno
esquizofreniforme es una gran categoría reservada a las psicosis del tipo esquizofrénico, que duran al menos un mes
pero que no se mantienen durante el tiempo suficiente
como para merecer un diagnóstico de esquizofrenia (que
requiere una duración de seis meses). Puede incluir alguno
de los síntomas que se han descrito en los apartados anteriores, pero lo más probable es que aparezca bajo una forma
indiferenciada. Algunos estados psicóticos breves de este
tipo pueden estar o no relacionados con un trastorno psiquiátrico posterior (Strakowski, 1994). Sin embargo, de
momento todos los casos de reciente aparición de una
esquizofrenia probablemente comiencen por recibir un
diagnóstico de trastorno esquizofreniforme. Dado que
existe la posibilidad de que un primer episodio de esquizofrenia termine por remitir, el pronóstico del trastorno
esquizofreniforme es mejor que el de cualquier otra forma
de esquizofrenia.
TRASTORNO DELIRANTE.
Los pacientes con un trastorno delirante, igual que la mayoría de las personas con
esquizofrenia, dan crédito a una serie de creencias (y a veces
realizan acciones sobre la base de las mismas), que la mayoría de las personas considerarían completamente desatinadas y absurdas. Al contrario de lo que ocurre con las
personas con esquizofrenia, quienes sufren este trastorno
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pueden llegar a comportarse de manera bastante normal.
Su conducta no muestra la fuerte desorganización que
caracteriza a la esquizofrenia, ni tampoco el deterioro conductual de carácter general. Un interesante subtipo de este
trastorno es la erotomanía. En este caso, el tema de los delirios es un enorme amor por una persona, generalmente de
un status elevado. Hay un estudio que sugiere que una
importante proporción de mujeres que se dedican a perseguir a alguien podrían diagnosticarse de erotomanía (Purcell et al., 2001).
TRASTORNO PSICÓTICO BREVE. El trastorno psicótico breve es exactamente lo que sugiere su nombre. Supone
la aparición súbita de síntomas psicóticos o de una conducta gravemente desorganizada o catatónica. Incluso aunque suele producir un fuerte trastorno emocional, el
episodio suele ser muy breve, generalmente de unos pocos
días. A continuación, la persona vuelve a su nivel normal de
funcionamiento. Se trata de casos infrecuentes que sólo
se pueden observar en el ámbito clínico, quizá precisamente
por lo rápido que remiten. Suele estar provocado por el
estrés, como ilustra el siguiente caso.
Trastorno psicótico breve
Un abogado de treinta y dos años, con seis
años de profesión, casado y con dos hijos y
muchos amigos íntimos, y además un popular
dirigente de un grupo scout, llegó a casa del
trabajo y se encontró a su mujer en la cama
con
su mejor amigo. Al principio mostró una
ESTUDIO
gran depresión y angustia, pero dos días desDE UN
pués empezó a hablar de compenetrarse con
CASO
Dios, de dispensar la paz sobre la tierra, y de la
necesidad de luchar contra «la conspiración
gigantesca». Escuchaba voces que decían su nombre y repetían
«amor, amor, amor». Su expresión emocional desapareció, y
hablaba de una manera lenta y pausada. Su sueño no se vio alterado.
Ingresó en un hospital donde le trataron con medicación. Cuatro
días después comenzó una terapia matrimonial con su mujer. Mejoró
rápidamente. Volvió al trabajo cinco días después de la aparición de
sus primeros síntomas. (Adaptado de Janowsky et al., 1987, p. 1).
TRASTORNO PSICÓTICO COMPARTIDO.
Por último,
muchas personas conocen el denominado trastorno psicótico compartido por su nombre francés, folie à deux. Como
su propio nombre indica, se trata de un delirio que se desarrolla en una persona que mantiene una relación muy estrecha con otra persona que ya sufre ideas delirantes. Poco a
poco, esta persona empieza a creer en las ideas delirantes de
su compañero. En algunos casos, dicho contagio puede
extenderse a toda la familia.
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
REVISIÓN
• ¿Cuáles son los cinco subtipos principales de
la esquizofrenia que reconoce el DSM?
• ¿Cuáles son las principales diferencias entre la
esquizofrenia y (a) el trastorno esquizoafectivo
y (b) el trastorno esquizofreniforme?
¿QUÉ ES LO QUE PROVOCA
LA ESQUIZOFRENIA?
Pese al enorme esfuerzo de investigación que se lleva realizando durante muchos años, esta pregunta tan sencilla
todavía no ha encontrado una respuesta clara. En los apartados siguientes vamos a exponer lo que actualmente sabemos respecto a la etiología de la esquizofrenia. Sin embargo,
lo más probable es que no encontremos ningún factor aislado que pueda explicar de manera satisfactoria la razón
por la que se desarrolla una esquizofrenia. La vieja dicotomía de naturaleza frente a aprendizaje resulta tan engañosa
como simplista. Los trastornos psiquiátricos no son el
resultado de pulsar un interruptor genético. Por el contrario, suelen depender de una interacción muy compleja
entre factores genéticos y ambientales.
Aspectos genéticos
Se sabe desde hace tiempo que los trastornos de tipo esquizofrénico tienen un carácter «familiar». La tasa de esquizofrenia es mucho más alta de lo esperable entre los parientes
biológicos de los «indicadores» (esto es, las personas que
actúan como punto de comparación o punto de partida).
Como se puede observar en la Figura 14.2 de la página 472,
existe una fuerte asociación entre el nivel de parentesco (y
por lo tanto de genes que se comparten) y el riesgo de desarrollar el trastorno. Por ejemplo, la prevalencia de la esquizofrenia en los parientes de primer grado (padres,
hermanos e hijos) de una persona esquizofrénica, ronda el
diez por ciento. La prevalencia para los parientes de
segundo grado, que sólo comparten el veinticinco por
ciento de los genes (medio hermanos, tíos, nietos y sobrinos) se acerca al tres por ciento.
Por supuesto que el hecho de que algo aparezca frecuentemente en una misma familia no implica que se deba
a un factor genético. Los términos familiar y genético no son
sinónimos, por lo que un trastorno puede ser característico
de una familia debido a razones no genéticas (si yo estoy
obeso y mi perro también, evidentemente no es por razones
genéticas). Como ya hemos destacado de manera repetida,
la interpretación de las pautas de concordancia familiares
nunca es absolutamente elemental, debido en parte a la
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Figura 14.2
Riesgo de desarrollar una psicosis
de tipo esquizofrénico en diferentes
grados de parentesco.
Fuente: Compilado a partir de estudios de familia y
gemelos de poblaciones europeas entre 1920 y 1987.
Tomado de Schizophrenia Genesis: The Origins of
Madness (p. 96), by I. I. Gottesman.
Copyright © 1991 by Irving. I. Gottesman.
Usado con permiso de W. H. Freeman and
Company/Worth Publishers.
Relación con la persona con esquizofrenia
Población general
Genes que se comparten
Primos
12,5% los parientes
de tercer grado
50% los parientes
de primer grado
Sobrinos
100%
Nietos
Medio hermanos
Padres
Hermanos
Hijos
Gemelos dicigóticos
Gemelos idénticos
fuerte relación que existe entre los genes y el entorno que se
comparte, y que es precisamente en el que se expresan los
genes. Así pues, aunque los estudios familiares son indispensables como punto de partida no pueden, por sí mismos, explicar las razones por las que un trastorno aparece
preferentemente en una familia. Para poder desentrañar la
contribución relativa de los genes y el entorno, necesitamos
recurrir a estudios de gemelos y de adopción.
ESTUDIOS CON GEMELOS.
25% de los parientes
de segundo grado
Tíos
Hemos examinado los
estudios con gemelos de manera general en el Capítulo 3, y
en cuanto a su relación con la ansiedad y con los trastornos
del estado de ánimo en los capítulos 6 y 7. Tal y como ocurre
con los trastornos del estado de ánimo, las tasas de concordancia para la esquizofrenia en gemelos idénticos son de
manera sistemática significativamente más elevadas que las
de gemelos dicigóticos o hermanos nacidos en momentos
distintos. El caso más conocido de concordancia para la
esquizofrenia es el de las cuatrillizas Genain, que se resume
en el apartado El mundo que nos rodea 14.1, de la página 470.
Si bien el hecho de ser gemelos no incrementa el riesgo
de desarrollar esquizofrenia (la incidencia de la esquizofrenia entre los gemelos no es mayor que la de la población
general), un estudio tras otro demuestra una concordancia
mucho mayor para la esquizofrenia entre los gemelos idén-
0%
5% 10% 15% 20% 25% 30% 35% 40% 45% 50%
Riesgo de desarrollar esquizofrenia
ticos que para personas con cualquier otro tipo de relación
de parentesco.
E. Fuller Torrey es un destacado investigador de la
esquizofrenia que tiene una hermana que sufre este trastorno. Junto a sus colaboradores (1994) ha publicado una
revisión de la literatura relacionada con los estudios de
gemelos sobre la esquizofrenia. La Figura 14.3 resume sus
descubrimientos. La tasa de concordancia general es del
veintiocho por ciento para los gemelos monocigóticos y del
seis por ciento para los gemelos dicigóticos. Esto sugiere
que cuando pasamos de compartir el cien por cien de los
genes a compartir el cincuenta por ciento, se produce una
disminución en el riesgo de sufrir una esquizofrenia de
cerca del ochenta por ciento. También ha observado que
compartir el cincuenta por ciento de los genes con un hermano que tiene esquizofrenia supone un riesgo del seis por
ciento. Aunque este riesgo parece bajo en términos absolutos, es mucho más elevado que el uno por ciento que aparece en la población general.
Si la esquizofrenia fuera exclusivamente un trastorno
genético, por supuesto la tasa de concordancia para gemelos idénticos debería ser del cien por cien. Si bien es verdad
que las tasas de concordancia para los gemelos monocigóticos varía según los estudios, y que algunos investigadores
han encontrado tasas superiores al veintiocho por ciento,
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¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
70
65
Gemelos idénticos
60
Gemelos fraternos
50
Porcentaje
50
41
40
28
(97/341)
33
31
30
24
20
10
18
15
14
7
7
10
9
7
4
3
6
(36/587)
0
Estudio 1
Estudio 2
Estudio 3
Estudio 4
Estudio 5
Estudio 6
Estudio 7
Estudio 8
Total
Figura 14.3
Tasas de concordancia gemelar para la esquizofrenia, que aparecen en ocho estudios metodológicamente rigurosos.
Fuente: Tomado de Schizophrenia and Manic Depressive Disorder de E. Fuller Torrey, Ann Bowler, Edward Taylor e Irving I. Gottesman. Copyright © 1994 de Basic Books.
Reproducido con permiso de Basic Books, miembro de Perseus Books, L. L. C.
desde luego ni siquiera se aproximan al cien por cien. Esto
permite extraer dos conclusiones principales: en primer
lugar, es indudable que los genes desempeñan un papel en
el origen de la esquizofrenia. En segundo lugar, los genes
por sí mismos sólo son una parte de la historia. Los estudios
con gemelos proporcionan algunas de las evidencias más
sólidas para el argumento de que el entorno desempeña un
papel fundamental para el desarrollo de la esquizofrenia. Lo
que sigue siendo un misterio es la razón por la que un
gemelo monocigótico desarrolla una esquizofrenia mientras que el otro gemelo se libra de la enfermedad.
Lo que recientemente ha provocado una gran cantidad de investigación son los estudios de lo que se conoce
como vulnerabilidad genética hacia la esquizofrenia. A este
respecto resultan fantásticos los casos en los que un gemelo
se ha librado de la esquizofrenia, mientras que su hermano
sí la padece. Esta estrategia fue desarrollada inicialmente
por Fisher (1971, 1973) en un ingenioso estudio. Fisher
supuso que en el caso en que hubiese una influencia genética, esta debería aparecer no sólo entre la descendencia del
gemelo esquizofrénico sino también entre la del no esquizofrénico (ya que comparten todos los genes). Y eso fue
precisamente lo que encontró en su estudio de los registros
oficiales de Dinamarca. Posteriormente, en un seguimiento de los sujetos del estudio de Fisher, Gottesman y
Bertelson (1989) encontraron una tasa de incidencia de la
esquizofrenia del 17,4 por ciento para la descendencia de
los gemelos monocigóticos no esquizofrénico (la incidencia es el número de casos nuevos que se desarrollan). Dicha
tasa, que excede de lo esperado por azar, no resulta significativamente diferente de la que muestra la descendencia de
gemelos monocigóticos esquizofrénicos, o la descendencia
de los gemelos dicigóticos con esquizofrenia. Asumiendo
que estar expuesto a un tío con esquizofrenia (esto es, el
hermano gemelo enfermo de tu padre o madre) no puede
tener una importancia etiológica excesiva, estos resultados
apoyan de manera muy clara la hipótesis genética. También indican, como observan los autores, que la predisposición a padecer esquizofrenia puede mantenerse «latente»
(como ocurre en el gemelo no esquizofrénico) hasta que se
pone en marcha, debido probablemente a factores ambientales desconocidos.
ESTUDIOS DE ADOPCIÓN.
Una de las principales
suposiciones que hacen los estudios de adopción es que
cualquier diferencia que se encuentre entre los gemelos
monocigóticos y los dicigóticos debe atribuirse a los genes.
En el núcleo de esta suposición se encuentra la idea de que
el entorno en el que viven los gemelos monocigóticos no es
más similar que el entorno de los gemelos dicigóticos. Sin
embargo es razonable esperar que, dado que son idénticos,
el entorno de los gemelos monocigóticos sea en realidad
más parecido que el de los gemelos dicigóticos. En la
medida en que esto sea cierto, los estudios con gemelos
deben tender a sobreestimar la importancia de los factores
genéticos, debido a que algunas de las similitudes halladas
deberían atribuirse a factores no genéticos. Por supuesto,
ciertamente hay casos en los que los gemelos monocigóticos se esfuerzan precisamente por diferenciarse entre sí. Sin
embargo, el punto de partida es el supuesto de que tanto los
gemelos monocigóticos como los dicigóticos viven en
entornos igualmente similares, lo que puede ocasionar
CAPÍTULO 14
.
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Las cuatrillizas Genain
Las cuatrillizas Genain nacieron al principio de la década
de los 30. Inmediatamente alcanzaron la fama en su
pueblo natal, porque eran cuatro gemelas monocigóticas
muy extrañas. Sin embargo, lo que las hacía
especialmente interesantes es que cada una de estas
niñas genéticamente idénticas desarrolló una
esquizofrenia, un desenlace cuya probabilidad de
ocurrencia es de uno entre cada millón y medio de
nacimientos.
A mediados de la década de los cincuenta fueron
ingresadas en el instituto nacional de salud mental, y
sometidas a un intenso estudio. David Rosenthal, el
investigador principal, eligió como apellido de las niñas
el seudónimo Genain. La palabra proviene del término
griego que significa «genes terribles». Rosenthal
también eligió el nombre de pila de las niñas según su
orden de nacimiento, recurriendo a las iniciales de la
institución, NIMH. Así pues, las chicas recibieron el
nombre de Nora (la primogénita), Iris, Myra y Hester.
Todas ellas concordaban en la esquizofrenia. Sin
embargo, eran discordantes respecto a la gravedad de la
enfermedad.
La hermana que tenía una enfermedad más grave es
Hester, que nació la última y con un peso menor. Siempre
problemas cuando intentamos interpretar los resultados de
este tipo de estudios.
Por esa razón algunos estudios han intentado superar las
limitaciones del método de gemelos, intentando lograr una
auténtica separación de las influencias genéticas y ambientales, mediante lo que se denomina estudios de adopción. En
este caso se comparan las tasas de concordancia para la esquizofrenia, respecto a los parientes biológicos y adoptivos de
personas que han sido adoptadas a una edad temprana (preferentemente al nacer), y que posteriormente han desarrollado una esquizofrenia. Si la concordancia es mayor entre los
parientes biológicos que entre los adoptivos, podría deducirse la existencia de una influencia genética; unos resultados
inversos apoyarían el argumento de una etiología ambiental.
El primer estudio de este tipo fue realizado por Heston
en 1966. Hizo un seguimiento de cuarenta y siete niños que
habían nacido de madres internadas en un hospital mental
con esquizofrenia. A las setenta y dos horas de su nacimiento, los niños habían sido adoptados o bien alojados con
parientes. Heston encontró que el 16,6 por ciento de estos
fue la que tuvo un desarrollo más lento, y debió
abandonar la escuela antes de terminar la secundaria.
Nunca ha podido encontrar trabajo fuera de casa, y sufre
de síntomas crónicos y muy graves desde los dieciocho
años. La evaluación neuro-cognitiva que le realizaron en
el hospital puso de manifiesto que, junto con Nora,
Hester mostraba importantes señales de trastornos
cerebrales.
Nora, la primogénita, siempre fue considerada en su
familia como la mejor de las cuatro niñas. Tenía la
inteligencia más alta de los cuatro, y fue la primera en
encontrar trabajo. Sin embargo, después de ser
hospitalizada a la edad de veintidós años con
alucinaciones, ideas delirantes y retraimiento social,
comenzó una larga historia de hospitalizaciones, y nunca
más fue capaz de vivir de manera independiente, o de
mantener un trabajo durante un periodo de tiempo más o
menos largo.
Por el contrario, Myra, la que había nacido en tercer
lugar, aunque no tuvo problemas hasta los veintitantos
años (cuando se le diagnosticó la esquizofrenia en
circunstancias no demasiado claras), no parece haber
experimentado delirios ni paranoias antes de llegar a los
cuarenta y tantos años. Fue la única de las gemelas que
se casó y tuvo hijos, y su cuadro clínico sugiere la
presencia de un trastorno esquizoafectivo (una
niños sufrieron posteriormente esquizofrenia. Por el contrario, ninguno de los cincuenta niños de control (seleccionados entre los hijos de las familias adoptivas cuyos padres no
tenían esquizofrenia), desarrolló esquizofrenia. Además de
tener una mayor probabilidad de sufrir esquizofrenia, los
hijos de madres esquizofrénicas también tenían más probabilidad de padecer retraso mental, neuroticismo, y psicopatía. También se veían implicados con más frecuencia en
actividades delictivas, y pasaban más tiempo internados en
instituciones penales (Heston, 1966). Estos resultados suelen utilizarse para sugerir que la susceptibilidad genética que
transmitieron las madres esquizofrénicas, no es específica
para este trastorno sino que también incluye la vulnerabilidad a otros tipos de psicopatología, si bien es necesario ser
muy cautelosos respecto a esta conclusión. En efecto, dicho
estudio no proporcionaba información sobre la eventual
psicopatología de los padres. Por lo tanto no podemos saber
en qué medida alguno de estos problemas de los niños
podría deberse a una susceptibilidad genética proveniente
de los padres.
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combinación de síntomas psicóticos con síntomas del
estado de ánimo). Aunque su salud mental no era
perfecta, sin embargo era capaz de vivir sin necesidad de
medicinas. Eventualmente fue diagnosticada de una
esquizofrenia residual.
Finalmente queda Iris. Igual que Nora, Iris ingresó en
el hospital psiquiátrico por primera vez a los veintidós
años de edad. Pasó doce años en un hospital de la
seguridad social, y sufría de alucinaciones, delirios y
anomalías motrices. Si bien los exámenes neurocognitivos no pusieron de manifiesto ningún trastorno
cerebral, parece claro que sufría algún tipo grave de
esquizofrenia.
¿Por qué estas cuatro gemelas idénticas no tenían el
mismo grado de la enfermedad? Simplemente no lo
sabemos. ¿Es posible que Nora y Hester, que nacieron la
primera y la última respectivamente, sufriesen
complicaciones en el parto? ¿Es posible que Iris se
desarrollase peor precisamente porque sus padres
insistieron en tratar a las cuatro hermanas como si
fueran dos parejas de gemelas, una pareja con más
talento y menos problemas, que serían Nora y Myra, y
otra pareja más problemática compuesta por Iris y
Hester? ¿Es posible que su emparejamiento con Hester
comprometiera el desarrollo de Iris? ¿Es posible que Nora
lo hiciera tan (relativamente) bien debido precisamente a
que era la más favorecida y no sufrió ningún daño
cerebral?
¿Por qué todas las hermanas desarrollaron la
esquizofrenia? Lo más seguro es que exista una historia
familiar con ese trastorno. La madre del señor Genain (la
abuela paterna de las niñas) sufrió un colapso nervioso
durante su adolescencia, y quizá tuviese síntomas de
El estudio de Heston comenzaba por identificar a
madres con esquizofrenia, para después hacer un seguimiento de lo que ocurría con sus hijos adoptados. Una estrategia alternativa consiste en localizar a personas adultas con
esquizofrenia que fueron adoptadas cuando eran pequeños,
y analizar las tasas de esquizofrenia de sus parientes biológicos, así como las de sus parientes adoptivos. En un amplísimo estudio con la colaboración de investigadores de
Dinamarca y Norteamérica (Kendler y Gruenberg, 1984;
Kendler et al., 1994a; Kety, 1987; Kety et al., 1968, 1978, 1994;
Rosenthal et al., 1968; Wender et al., 1974) se encontró un
predominio de la esquizofrenia y de problemas «del espectro
de la esquizofrenia» (por ejemplo, trastorno de personalidad
esquizotípico y paranoide), entre los parientes biológicos de
los adultos esquizofrénicos que habían sido adoptados poco
después de nacer. Más específicamente, el 13,3 por ciento de
los ciento cinco parientes biológicos mostraba algún tipo de
trastorno esquizofrénico. Por el contrario, sólo el 1,3 por
ciento de los doscientos veinticuatro padres adoptivos sufría
este tipo de problemas.
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
esquizofrenia paranoide. También parece evidente que el
entorno familiar distaba mucho de ser saludable, y quizá
generase estrés que habría influido sobre la
predisposición genética de las niñas, con el resultado
conocido. El señor Genain estaba muy afectado. Pasaba
la mayor parte del tiempo bebiendo y expresando sus
temores y obsesiones respecto a su familia. Entre esos
temores destacaba el miedo a que alguien allanase su
casa, y por ello patrullaba constantemente el edificio
llevando una pistola, sobre todo cuando las niñas
llegaron a la adolescencia, por temor a que fueran
violadas. Por ello les impuso enormes restricciones y
vigilancia. Él mismo era muy promiscuo, y se dice que
había abusado sexualmente al menos de dos de sus hijas.
La madre, por su parte, parecía haber ignorado la
explotación sexual que ocurría en su casa. En definitiva,
no había nada en el entorno familiar que pudiera
considerarse normal.
Hay que hacer un tributo a la diligencia científica del
equipo del hospital y a David Rosenthal, que mantuvo un
interés humano y científico por esta desafortunada
familia, lo que nos ha permitido conocer gran parte de su
historia (véase Rosenthal, 1963; véase también Mirsky y
Quinn, 1988). En las cuatrillizas Genain encontramos
cuatro mujeres genéticamente idénticas, cada una de las
cuales ha sufrido la esquizofrenia de una u otra manera.
Sin embargo, sus trastornos han tenido una gravedad,
evolución y desenlace, muy diferentes. Si en este caso
destaca el probable papel de los factores ambientales en
el rompecabezas de la esquizofrenia, todavía es un
misterio para nosotros de qué manera la combinación de
genes y ambiente han sido capaces de modelar el destino
de Nora, Iris, Myra y Hester.
LA CALIDAD DE LA FAMILIA ADOPTIVA. Los estudios de adopción en Dinamarca no realizaron una evaluación independiente de la calidad educativa de las familias
adoptivas de los niños índice (los que habían desarrollado
esquizofrenia) y los niños de control (los que no habían
desarrollado la enfermedad). Fueron Tienari y sus colaboradores (Tienari et al., 1985, 1987; Tienari, 1991, 1994) los
que añadieron este aspecto a su investigación. En este estudio, que todavía está en marcha, se está realizando un
seguimiento de niños adoptados, nacidos de mujeres
esquizofrénicas ingresadas en un hospital mental de Finlandia, a principios de los años 60. A medida que se van
convirtiendo en adultos, estos niños índice se están comparando con una muestra control de niños adoptados, cuyas
madres biológicas están mentalmente sanas. La tendencia
de los resultados es bastante ostensible. Una vez más los
niños índice desarrollan más psicopatologías, y de carácter
más grave, que los niños control. Sin embargo, lo más interesante de este estudio es lo que nos enseña sobre la interacción entre los genes y el entorno. Una de las medidas del
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
entorno familiar que han estudiado los investigadores es la
perversión de la comunicación (Wahlberg et al., 1997). Se
trata de una medida que indica lo inteligible que es el habla
de una familia. Una comunicación ambigua, confusa, y
poco clara, pone de manifiesto una elevada perversión de la
comunicación. Lo que han encontrado los autores es que la
combinación del riesgo genético con una elevada perversión de la comunicación supone graves problemas para los
niños adoptados. Estos niños, en tales condiciones, muestran niveles muy elevados de trastornos del pensamiento.
Por el contrario, los niños adoptivos de control que no tienen riesgo genético para la esquizofrenia no manifiestan
ningún trastorno del pensamiento, aunque hayan sido
criados en familias con una elevada perversión de la comunicación. Aunque lo que quizá resulta más destacado es la
evolución de los niños de alto riesgo criados en familias
adoptivas con una baja perversión de la comunicación.
¡Estos niños tienen un desarrollo más saludable que cualquiera de los otros tres grupos! En otras palabras, cuando
se crían en un entorno benigno, incluso los niños con
riesgo genético para la esquizofrenia evolucionan perfectamente. Son resultados muy importantes porque sugieren
que si bien nuestra constitución genética puede ser responsable de nuestra sensibilidad ante ciertos aspectos del
entorno, en ausencia de riesgo genético, las influencias
negativas no nos afectan demasiado. Pero cuando tenemos
un elevado riesgo genético, nos volvemos mucho más vulnerables a los «riesgos» ambientales. Este estudio también
plantea la apasionante posibilidad de que ciertos tipos de
entorno puedan proteger a personas con susceptibilidad
genética a la esquizofrenia.
En resumen, estos resultados ponen de manifiesto una
fuerte interacción entre la vulnerabilidad genética y un
entorno familiar desfavorable, que puede terminar conduciendo a la esquizofrenia. Por supuesto, podría argumentarse que son los niños con problemas los que han
provocado la desorganización de sus familias adoptivas. Sin
embargo, Wahlberg et al. (1997) no han encontrado apoyo
empírico a esta hipótesis alternativa. De hecho, otros trabajos independientes (Kinney et al., 1997) tampoco han
podido encontrar una menor salud mental entre los padres
adoptivos de niños que posteriormente han desarrollado
esquizofrenia. Así pues, el estudio de adopción finlandés
(como suele denominársele) ha proporcionado una fuerte
confirmación del modelo vulnerabilidad-estrés en su explicación del origen de la esquizofrenia.
GENÉTICA MOLECULAR.
Los estudios de familias, de
gemelos y de adopción, han sido muy valiosos para el estudio de la esquizofrenia. Los primeros confirman que la
esquizofrenia se transmite dentro de una misma familia,
mientras que los estudios de gemelos y de adopción permiten explorar la contribución relativa de los genes y del
ambiente. Estas estrategias también proporcionan datos
sobre la heterogeneidad genética de la esquizofrenia. Por
ejemplo, entre los parientes de las personas con esquizofrenia, no sólo encontramos tasas elevadas de esa enfermedad,
sino también del trastorno de personalidad esquizotípico
(Kendler et al., 1993). Este hecho apoya la idea de que existe
un espectro de esquizofrenia, y sugiere que la susceptibilidad genética hacia la esquizofrenia puede manifestarse
como una patología «de tipo esquizofrénico», pero no
necesariamente como una esquizofrenia claramente definida (véase Fowles, en prensa, para un análisis más detallado de esta cuestión).
Las estrategias genéticas tradicionales también nos han
permitido aprender un montón de cosas. Sin embargo estamos asistiendo a un cambio de paradigma. Los investigadores genéticos están trasladando el foco de atención desde los
estudios familiares, de gemelos, y de adopción, hacia la
genética molecular. Si bien un análisis detallado de esta
estrategia resultaría demasiado técnico e iría más allá del
objetivo de este libro, baste decir que se intenta responder a
dos cuestiones esenciales: «¿De qué manera se produce la
transmisión genética?» y «¿dónde están localizados los
genes?» Mediante un modelo matemático denominado
análisis de segregación, los investigadores están intentando
determinar si existe una localización genética única para la
esquizofrenia. Los avances en este ámbito se están desarrollando de una manera frustrantemente lenta, tanto por el
hecho de que la esquizofrenia parece ser de una gran complejidad genética, como porque los investigadores todavía
no están seguros de qué fenotipo deben buscar (recuérdese
la idea de «las esquizofrenias»). Dado que los análisis de
segregación exigen que sepamos quién está «afectado» y
quién no lo está, se trata de un enorme problema.
De momento es totalmente improbable que podamos
explicar la esquizofrenia, de manera semejante a la enfermedad de Huntington (véase el Capítulo 15), mediante la
mutación de un gen específico en un cromosoma determinado. Por el contrario, probablemente la esquizofrenia
implique la actuación conjunta de muchos genes, que originen la susceptibilidad ante la enfermedad (Faraone et al.,
1999; Gottesman, 1991). La «dosis» de genes de la esquizofrenia que posea un individuo, podría explicar por qué
desarrolla una esquizofrenia mientras que otra persona
sólo sufre una variante más leve del espectro, como por
ejemplo el trastorno de personalidad esquizotípico.
En la actualidad, los investigadores están prestando
gran atención a zonas específicas de los cromosomas 22, 6,
8 y 1 (Brzustowicz et al., 2000; Kendler, 1999a; Heinrichs,
2001). También están utilizando marcadores ya conocidos
de ADN para averiguar la ubicación de genes anormales.
Como han señalado Faraone y sus colaboradores (1999),
los marcadores de ADN son como los puntos kilométricos
de nuestras autopistas cromosómicas. Los genetistas moleculares aprovechan el hecho de que conocemos la localización de ciertos genes importantes asociados con rasgos
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observables (como por ejemplo los responsables de la
ceguera al color, del grupo sanguíneo, y del antígeno de los
leucocitos humanos). Dado que los genes que están cercanos en el mismo cromosoma tienen a mantenerse juntos
cuando se «baraja» la información genética (lo que sucede
durante la reproducción), los investigadores pueden observar si un trastorno como la esquizofrenia tiende a ocurrir a
la misma vez que algún otro marcador conocido del ADN.
Tal es la lógica que subyace al análisis de acoplamiento. El
análisis de acoplamiento ha mostrado ser muy útil para
localizar los genes asociados con ciertas enfermedades que
siguen un modelo hereditario bien definido. Sin embargo,
en la investigación sobre la esquizofrenia, los fracasos han
sido más la regla que la excepción. Sólo el tiempo nos dirá si
las estrategias de la genética molecular permitirán revelar
algunos secretos de la esquizofrenia.
Las influencias prenatales
Está claro que los genes juegan un papel importante en el
desarrollo de la esquizofrenia, pero también sabemos que
no es el único factor. En los últimos años, los investigadores
han empezado a explorar otros factores que también
podrían ser la causa del trastorno, o al menos activarlo en
una persona genéticamente predispuesta. Tales factores
incluyen las infecciones víricas prenatales, la incompatibilidad de Rh, las deficiencias nutritivas precoces y las complicaciones en el momento del nacimiento.
La idea de que la esquizofrenia podría deberse a un
virus no es nueva. Kraepelin (1919) sugería que «las infecciones que tienen lugar durante los años de desarrollo pueden tener una importancia causal» para la esquizofrenia.
También sabemos que en el hemisferio norte, la mayoría de
los esquizofrénicos nacen entre los meses de enero y marzo,
en una proporción superior a lo que sería de esperar por
azar (Waddington et al., 1999). ¿Es posible que algún elemento de carácter estacional, tal y como ocurre con los
virus, pudiera estar implicado en la esquizofrenia?
En 1957 se produjo una importante epidemia de gripe
en Finlandia. Al estudiar a los habitantes de Helsinki, Mednick y sus colaboradores encontraron una elevada tasa de
esquizofrenia entre los niños que habían nacido de madres
que, en el momento de la epidemia, se encontraban en el
segundo trimestre de su embarazo (Mednick 1988). Esta
asociación entre la gripe de la madre y la esquizofrenia
posterior de sus hijos se ha podido volver a replicar recurriendo a la información epidemiológica registrada en
otros países (véase Wright et al., 1999). El riesgo de esquizofrenia parece ser mayor cuando las madres pasan la gripe
entre el cuarto y el séptimo mes de gestación. Si bien es
cierto que el tamaño del efecto es pequeño, y que la gripe
no puede explicar la mayoría de los casos de esquizofrenia,
resulta interesante constatar esta asociación. ¿Cómo es
posible que la gripe de la madre siente las bases de la esqui-
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
zofrenia de sus hijos dos o tres décadas después? Una posibilidad es que los anticuerpos que crea la madre para
enfrentarse al virus crucen la placenta y alteren de alguna
manera el desarrollo neurológico del feto (Waddington et
al., 1999).
La idea de que el sistema inmunitario de la madre
pueda dañar el cerebro en desarrollo del feto no está tan
cogida por los pelos como podría parecer. La incompatibilidad de Rh se produce cuando una madre con Rh negativo
lleva en su seno a un feto Rh positivo (el Rh positivo o negativo es una forma de clasificar la sangre de una persona). La
incompatibilidad entre la sangre de la madre y la del feto es
una de las principales causas de enfermedad en los recién
nacidos. Resulta interesante constatar que la incompatibilidad de Rh también parece estar asociada con un mayor
riesgo de sufrir esquizofrenia. Hollister, Laing y Mednick
(1996) han demostrado que la tasa de esquizofrenia está
alrededor del 2,1 por ciento entre los varones con Rh
incompatible con sus madres. Para quienes no tienen esta
incompatibilidad, la tasa se sitúa en el 0,8 por ciento (muy
cercana a la tasa de la población general). Hollister es otro
investigador de la esquizofrenia que ha sufrido esta enfermedad en su familia, en este caso en un hermano cuyo Rh
era incompatible con el de su madre.
¿Por qué la incompatibilidad de Rh aumenta el riesgo
de esquizofrenia? Una posibilidad tiene que ver con la
deprivación de oxígeno o hipoxia. Esta idea está apoyada
por algunos estudios que han relacionado el riesgo de
esquizofrenia con complicaciones durante el nacimiento.
La investigación sugiere que los pacientes con esquizofrenia
han nacido tras un periodo de gestación o un proceso de
nacimiento complicado (Cannon, 1998). Aunque la complicación obstétrica pueda variar, muchos de estos problemas, como el parto de nalgas, un parto demasiado largo, o
que el cordón umbilical oprima el cuello del niño, limitando la aportación de oxígeno que recibe el recién nacido.
Aunque todavía nos queda mucho que aprender, una vez
más la investigación apunta a que una posible causa pueda
ser el daño que sufre el cerebro del feto en un momento crítico de su desarrollo.
Otra prueba que apoya la idea de que la esquizofrenia
podría estar causada por antecedentes ambientales que
podrían haber interferido el desarrollo normal del cerebro
proviene de una tragedia que ocurrió en Holanda hacia el
final de la Segunda Guerra Mundial. En octubre de 1944, el
bloqueo de los nazis provocó una hambruna que afectó
gravemente a los habitantes de Ámsterdam y de otras ciudades cercanas. El hambriento invierno alemán (como suele
conocerse) no terminó hasta que Holanda fue liberada en
mayo de 1945. Durante este tiempo la población quedó
peligrosamente desnutrida, y muchos murieron de inanición. Evidentemente, el nivel de fertilidad y la tasa de nacimientos descendieron abruptamente. Con todo, algunos
niños sí llegaron a nacer. Parece que quienes fueron
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
concebidos en el momento culminante de la hambruna, tienen el doble de posibilidades de riesgo de desarrollar una
esquizofrenia (Susser et al., 1996). Así pues, la deficiencia
nutricional prenatal parece haber sido la causa de la posterior esquizofrenia. Todavía no sabemos si el problema
radica en la desnutrición general, o en la carencia de un
nutriente determinado. Pero una vez más, encontramos
una causa que parece haber complicado el desarrollo del
feto durante una etapa crítica.
Genes y ambiente en la esquizofrenia:
una síntesis
Es incuestionable que la esquizofrenia tiene un fuerte componente genético. Pero se trata de un trastorno con una
influencia genética y no con una determinación genética
(Gottesman, 2001). La esquizofrenia es con toda seguridad
una enfermedad del carácter poligénico, que involucra varios
genes. Los expertos están convencidos de que se trata de múltiples genes que deben actuar de manera concertada (Gottesman, 1991; Kendler y Diehl, 1993; Moldin y Gottesman,
1997). De hecho, en el caso de una persona que desarrolla
una esquizofrenia, los factores genéticos deben combinarse
de una manera aditiva e interactiva con los factores ambientales, que pueden actuar durante la etapa prenatal, perinatal
y también postnatal (véase Gottesman, 2001).
También es posible que un exceso de atención a las
tasas de concordancia entre gemelos monocigóticos nos
haya llevado a sobreestimar la heredabilidad del esquizofrenia. Esto se debe a que los gemelos monocigóticos y los dicigóticos no tienen exactamente el mismo ambiente prenatal.
Unos dos tercios de los embriones monocigóticos son
monocoriónicos, lo que significa que comparten la placenta y
el aporte de sangre. El resto de los monocigóticos y todos los
dicigóticos son dicoriónicos: disponen de placentas diferentes y de circulación sanguínea separada, tal y como se puede
ver en la Figura 14.4. La tasa de concordancia más elevada
Figura 14.4
DISPOSICIÓN DEL CORIÓN
EN LOS GEMELOS
(A) Los gemelos dicoriónicos, que
pueden ser tanto dicigóticos como
monocigóticos, tienen placentas
diferentes y por lo tanto también
una circulación sanguínea distinta.
(B) Los gemelos monocoriónicos,
que siempre son monocigóticos,
sólo tienen una placenta y por
lo tanto comparten la circulación
sanguínea.
Fuentes: Davis, Phelps y Bracha (1995).
(A)
en los gemelos monocigóticos que en los dicigóticos podría
ser consecuencia, al menos en parte, de la mayor probabilidad que tienen los gemelos monocigóticos monocoriónicos
de compartir infecciones. Davis, Phelps y Bracha (1995) han
encontrado que los gemelos monocigóticos y monocoriónicos tienen más probabilidad de ser concordantes en la
esquizofrenia (alrededor del sesenta por ciento) que los
gemelos monocigóticos dicoriónicos (alrededor del once
por ciento). Por otra parte, lo más destacable es que los
datos de los gemelos monocigóticos dicoriónicos son muy
similares a los de los gemelos dicigóticos. De esta manera, es
posible que los gemelos monocigóticos hayan inflado la tasa
de concordancia de la esquizofrenia, y nos hayan llevado a
atribuir un excesivo peso a los genes.
Por último, es necesario recordar que los genes pueden
«activarse» y «desactivarse» como respuesta a ciertos cambios ambientales. Es posible que algunos «impactos»
ambientales ejerzan el efecto de activar los genes de la
esquizofrenia. También es posible que ciertos ambientes
puedan impedir que estos genes se activen. Y también es
posible que sólo las personas con riesgo genético sean más
susceptibles a los problemas ambientales. En un estudio al
respecto, Cannon y sus colaboradores (1993) encontraron
que sólo las personas que tenían un padre con esquizofrenia
y que habían tenido complicaciones en el nacimiento, desarrollaban posteriormente anormalidades cerebrales, tales
como un aumento del tamaño de los ventrículos (espacios
del cerebro llenos de fluido). De hecho, las personas que tienen padres con esquizofrenia pueden llegar a tener problemas todavía peores. Por el contrario, las personas que no
tienen una historia familiar de esquizofrenia no muestran
ese aumento del tamaño de los ventrículos, incluso aunque
hayan sufrido complicaciones en el nacimiento. La conclusión parece muy clara. La susceptibilidad genética hacia la
esquizofrenia puede predisponer a una persona a sufrir más
daños ante problemas ambientales, de los que sufriría si no
tuviese esa predisposición genética.
(B)
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Una perspectiva neuro evolutiva
Al principio de este capítulo hemos visto que la esquizofrenia suele azotar al final de la adolescencia o al principio de
la edad adulta. También en estos últimos apartados hemos
dicho que algunos de los factores que se supone que pueden
provocar la esquizofrenia aparecen en momentos muy tempranos del desarrollo, incluso antes del nacimiento. En la
actualidad la mayoría de los investigadores acepta la idea de
que la esquizofrenia constituye un trastorno neuroevolutivo. La idea principal es que la vulnerabilidad hacia la
esquizofrenia procede de una lesión cerebral que se ha producido en un momento muy precoz del desarrollo, quizá
incluso antes del nacimiento. Esta lesión permanece dormida hasta que la maduración normal del cerebro activa los
problemas derivados de la lesión. Evidentemente eso no
ocurrirá hasta que el cerebro madure por completo, lo que
suele ocurrir hacia el final de la segunda década de vida
(Conklin y Iacono, 2002; Weinberger, 1987).
¿Qué es lo que falla? No podemos estar seguros. El
desarrollo del cerebro es un proceso muy complejo que
implica una secuencia de acontecimientos perfectamente
programados (Nowakowski 1999). Sin embargo, una posibilidad es que se produzca un trastorno en la migración
celular, de manera que algunas células no sean capaces de
alcanzar su destino. Si es esto lo que sucede, entonces las
«conexiones internas» del cerebro podrían verse fuertemente afectadas. Se sabe que la migración neuronal tiene
lugar durante el segundo trimestre, exactamente el
momento del desarrollo durante el cual las consecuencias
de la gripe de la madre parecen ser más devastadoras.
PRECURSORES EVOLUTIVOS DE LA ESQUIZOFRENIA. Si las raíces de la esquizofrenia se hunden en un
momento tan prematuro de la vida, deberíamos poder
encontrar indicadores muy precoces de la vulnerabilidad
hacia esa enfermedad. Hace mucho tiempo que los investigadores se muestran muy interesados en este tema, y han
recurrido a una amplia variedad de métodos para estudiarlo.
En una ingeniosa serie de estudios realizados por
Elaine Walker y sus colaboradores, se ilustra perfectamente
la asociación entre los problemas evolutivos precoces y el
riesgo de sufrir esquizofrenia. Estos investigadores reunieron películas familiares que se habían realizado durante la
infancia de treinta y dos personas que habían desarrollado
posteriormente una esquizofrenia. Se entrenó a observadores que desconocían los objetivos de la investigación,
para que analizasen ciertos aspectos de la expresión emocional y social (Grimes y Walker, 1994; Walker et al., 1993),
de sus capacidades motrices, y sus anormalidades neuromotrices (Walker et al., 1994), tanto de esos niños como de
sus hermanos que no habían desarrollado la enfermedad.
Los resultados demostraron diferencias significativas en la
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
expresión facial y emocional, y la competencia motriz,
entre los niños que posteriormente desarrollaron la esquizofrenia, y sus hermanos que se libraron de la enfermedad.
En efecto, los niños que luego serían adultos esquizofrénicos, mostraban más anormalidades motrices, como por
ejemplo movimientos poco usuales de las manos, que sus
hermanos; así como menos emociones faciales positivas y
más emociones negativas. En algunos casos estas diferencias aparecían ya a los dos años de edad. Por supuesto no
debemos pensar que cualquier anormalidad motriz o
emocional marca un futuro esquizofrénico. Sin embargo,
estos estudios han puesto de manifiesto que los adultos con
esquizofrenia manifestaron ciertas sutiles anormalidades
en su desarrollo motor temprano. También es necesario
destacar que una ventaja importante de la investigación de
Walker es que consiguió eludir el problema del sesgo
retrospectivo. En efecto, en vez de preguntar a padres y
hermanos por las características de sus pacientes durante
la infancia, utilizaron películas que permitían una evaluación objetiva.
Walker y sus colaboradores utilizaron un diseño de
seguimiento retrospectivo para analizar los indicadores
infantiles de la esquizofrenia. Otra forma de explorar este
tipo de indicadores sin caer en un sesgo retrospectivo es
volver a un diseño prospectivo. Esto exige hacer un seguimiento de los niños que tienen riesgo de sufrir esquizofrenia, por ser hijos de un padre con ese trastorno. Dicha
estrategia, cuyo pionero ha sido Mednick Schulsinger
(1968), ha sentado las bases de otros estudios similares
(véase Cornblatt et al., 1992; Erlenmeyer-Kimling y Cornblatt, 1992; Garmezy, 1978a, 1978b; Neale y Oltmanns, 1980;
Rieder, 1979; Watt et al., 1984). Evidentemente este tipo de
investigaciones son muy costosas, tanto en tiempo como el
dinero. También requieren una enorme paciencia por parte
de los investigadores, ya que es necesario identificar a los
niños de riesgo y esperar a que se hagan adultos. Por otra
parte, dado que la mayoría de las personas con esquizofrenia
no tienen un padre con ese trastorno (de hecho, el ochenta y
nueve por ciento de los pacientes no tienen parientes esquizofrénicos de primer grado ni de segundo grado; Gottesman, 2001), estas muestras de alto riesgo tampoco son
especialmente representativas. En cualquier caso, nos han
permitido obtener una información valiosísima sobre las
características previas de las personas de riesgo.
Uno de los resultados más habituales de los estudios
sobre niños de alto riesgo es que su atención tiene características más anómalas que los niños del grupo de control
(Erlenmeyer-Kimling y Cornblatt, 1992). Los adolescentes
con riesgo de esquizofrenia también muestran una menor
competencia social que los adolescentes con riesgo de padecer enfermedades afectivas (Dworkin et al., 1990, 1991,
1994). Algunos de los problemas sociales de estos niños de
alto riesgo pueden proceder de sus problemas de atención
(Cornblatt et al., 1992). Esto coincide con el siguiente
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
extracto de la narración de una paciente que había desarrollado la esquizofrenia cuando era niña:
Siempre me ha costado trabajo hacer amigos. Yo quiero
tenerlos, pero no sé cómo hacerlo. Siempre pienso que los
demás están serios, cuando en realidad están de broma y
pasándolo bien, aunque yo no me doy cuenta hasta que ha
pasado un buen rato. Simplemente no se cómo comportarme... Después de volver de [mi primera hospitalización], me fue absolutamente imposible relacionarme con
mis compañeros. Fue entonces cuando empezaron a llamarme «retrasado». Yo no soy un retrasado, pero estaba
confundido y me costaba trabajo entender qué me pasaba
(anónimo, 1994, p. 587).
Otros estudios también han encontrado pruebas de
que las anomalías motrices que aparecen precozmente pueden predecir perfectamente una esquizofrenia posterior.
Utilizando datos del estudio de alto riesgo de Nueva York,
Erlenmeyer-Kimling (1998) encontraron que, de un grupo
de cincuenta niños de alto riesgo, diez de ellos habían desarrollado algún tipo de psicosis esquizofrénica cuando se
convirtieron en adultos. Y de esos diez, ocho habían mostrado conductas motrices inusuales cuando tenían entre
siete y doce años de edad. Así pues, aunque lo lógico es
suponer que la esquizofrenia debería comenzar con algún
tipo de alucinación o delirio, parece ser que en realidad los
primeros indicadores de la enfermedad debemos buscarlos
en el movimiento de los niños.
Los estudios con niños de alto riesgo nos han proporcionado abundantes datos sobre los problemas característicos de las personas que tienen riesgo de desarrollar una
esquizofrenia. Sin embargo los investigadores están modificando su estrategia. La nueva generación de estudios de alto
riesgo se está centrando preferentemente en los hermanos
pequeños y sanos de los pacientes esquizofrénicos, y no
tanto en seguir a los niños que tienen un padre con ese trastorno (Cornblatt et al., 1998). Otros grupos de investigación están estudiando a personas jóvenes con un riesgo
excepcional, derivado de que todos sus parientes cercanos
sufren el trastorno (Miller et al., 2002). El tiempo nos dirá si
tales estrategias están resultando eficaces.
Por último, es importante recordar que estudiar a personas con una historia familiar de esquizofrenia no es la
única manera de encontrar sujetos de riesgo para el desarrollo de esta enfermedad. Los investigadores también están
interesados en el estudio de personas con conductas de alto
riesgo, debidas a causas distintas (véase Miller, 1995). Algunas de esas personas obtienen puntuaciones elevadas en
determinados tests que se supone que reflejan una predisposición para la esquizofrenia. Por ejemplo, algunos sujetos
obtienen puntuaciones elevadas en una medida de autoinforme sobre rasgos esquizotípicos relativos a aberraciones perceptivas e ideas mágicas (la escala Per-Mag; véase
Chapman, Chapman, y Miller, 1982; Chapman et al. como
1994). Un ejemplo de una alteración perceptiva podría ser
responder «verdadero» a la afirmación «Algunas personas
que conozco bien empiezan a parecerme extraños». Un
ejemplo de ideas mágicas se refleja en el ítem «cuando llego
a casa parece que las cosas están puestas en sitios diferentes,
aunque nadie ha estado dentro» (véase Green, 1997).
Aspectos biológicos
La investigación sobre las propiedades estructurales del
cerebro en sujetos vivos, no había sido demasiado productiva, hasta que se ha desarrollado la moderna tecnología
informática que ha permitido técnicas como la Tomografía
Axial Computerizada (TAC), la Tomografía Por Emisión
De Positrones (TEP), y las Imágenes Por Resonancia Magnética (IRM). La utilización de estas técnicas para el estudio
del cerebro de los esquizofrénicos ha recibido un impulso
muy importante durante los últimos años.
EL VOLUMEN DEL CEREBRO.
Uno de los resultados
que más se han replicado sobre la estructura del cerebro de
las personas con esquizofrenia se refiere a los ventrículos
cerebrales, unos espacios llenos de fluido, situados en lo
más profundo del cerebro. Son muchos los estudios que
han demostrado que, en comparación con el grupo de control, los pacientes con esquizofrenia tienen ventrículos cerebrales más grandes, sobre todo los varones (véase Lawrie y
Abukmeil, 1998). La Figura 14.5 ilustra el aumento del
tamaño de los ventrículos en el cerebro de un gemelo idéntico con esquizofrenia. Sin embargo, es necesario destacar
que los ventrículos más grandes sólo caracterizan a una
minoría de los pacientes. Por otra parte, tampoco es algo
específico de la esquizofrenia, ya que aparece también en
pacientes con Alzheimer y con la enfermedad de Huntington, así como en alcohólicos crónicos.
El aumento del tamaño de los ventrículos es algo
importante porque indica una deficiencia en la cantidad de
tejido cerebral. Normalmente el cerebro ocupa toda la cavidad del cráneo, por lo que el aumento de los ventrículos
supone que las zonas limítrofes del cerebro han disminuido
su tamaño. De hecho, las imágenes de resonancia magnética
obtenidas de pacientes con esquizofrenia muestran una disminución del tres por ciento en el volumen de su cerebro, en
comparación con un grupo de control (Lawrie y Abukmeil,
1998). Esta disminución del volumen del cerebro está presente ya durente las primeras etapas de la enfermedad (Fannon et al., 2000; Matsumoto et al., 2001). Esto sugiere que las
anormalidades del cerebro podrían ser anteriores a la enfermedad, en vez de una consecuencia de una psicosis que no
ha recibido tratamiento, o la secuela del uso de medicinas
neurolépticas (Bogerts, 1993; Hoff et al., 2000). Los estudios
neuropsicológicos (Heaton et al., 1994; Hoff et al., 1992) llevan a las mismas conclusiones. Los pacientes que acaban de
contraer la enfermedad lo hacen exactamente igual de mal
en las pruebas neuropsicológicas que los pacientes que
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¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
Figura 14.5
Imágenes obtenidas por resonancia magnética
de dos gemelos idénticos varones de veintiocho
años de edad, donde se observa el aumento de
losventrículos cerebrales del gemelo con
esquizofrenia (derecha) respecto a gemelo sano
(izquierda)
Fuente: E. Fuller Torrey, M.D., The Treatement Advocacy Center
arrastran la enfermedad desde hace muchos años. Esto
sugiere que muchos de los problemas que caracterizan a los
pacientes están presentes desde el principio de la enfermedad. En otras palabras, los datos neuropsicológicos y neuroanatómicos apuntan a que la esquizofrenia es más bien un
trastorno neuro-evolutivo, que un trastorno neuro-degenerativo (véase Cannon, 1998; Heaton et al., 2001).
Sin embargo, esto no significa que haya que abandonar
la idea de que las anormalidades cerebrales de los pacientes
con esquizofrenia puedan empeorar a lo largo del tiempo.
Un estudio de resonancia magnética realizado a una
pequeña muestra de niños con esquizofrenia, donde se
tomaron dos medidas separadas por dos años, mostró que
el tamaño del cerebro había disminuido todavía más en la
segunda medida (Jacobsen et al., 1998), lo que no ocurrió al
grupo de control. Otros investigadores también han encontrado que los pacientes adultos con esquizofrenia muestran
una disminución más rápida del volumen cerebral, que el
grupo de control (Mathalon et al., 2001). Este tipo de resultados nos recuerda la posibilidad de que, además de tratarse
de un trastorno neuro-evolutivo, la esquizofrenia también
esté caracterizada por deterioros cerebrales paulatinos.
ZONAS ESPECÍFICAS DEL CEREBRO.
Durante los
últimos años una gran cantidad de investigaciones se han
centrado en el estudio de las estructuras cerebrales implicadas en la esquizofrenia. Aunque todavía nos queda mucho
por aprender, hemos encontrado pruebas de alteraciones
en los lóbulos frontales y en los temporales, así como en
zonas contiguas (temporales medias), como la amígdala, el
hipocampo, y el tálamo (Tamminga et al., 2002; Ettinger et
al., 2001; Gur y Pearlson, 1993; Lawrie y Abukmeil, 1998;
Weinberger, 1997). Sin embargo, una vez más es necesario
destacar que la mayoría de los pacientes tienen un cerebro
que parece esencialmente normal, y que además muchas de
las diferencias a las que nos hemos referido no son exclusi-
vas de la esquizofrenia. Como usted ya sabe tras leer otros
capítulos de este libro, algunas de esas zonas cerebrales
también están implicadas en otros trastornos, como las
alteraciones del estado de ánimo. Otras zonas del cerebro
tales como el tálamo, también están involucradas en la sensibilidad al dolor la cual, de manera muy interesante, está
mermada en muchos pacientes con esquizofrenia, así como
en algunos de sus parientes (véase Avances en la investigación 14.2).
El importante papel de los lóbulos frontales queda
patente por su gran tamaño en relación al resto del cerebro.
Son muchos los estudios que han demostrado que cuando
los pacientes con esquizofrenia realizan actividades mentales difíciles, que suelen requerir la participación de esa zona
del cerebro, tienen una activación anormalmente reducida
de los lóbulos frontales. Sin embargo, una vez más encontramos que este problema sólo caracteriza a una minoría
(aunque sustancial) de los pacientes con esquizofrenia (por
ejemplo, Buchsbaum et al., 1992; Heinrichs, 2001). No obstante, parece que esta alteración del lóbulo frontal podría
explicar algunos de los síntomas negativos de la esquizofrenia, y quizá también algunas de las deficiencias en la atención y la cognición (Cannon et al., 1998; Goldman-Rakic y
Selemon, 1997).
También tenemos pruebas de que los lóbulos temporales (que tienen múltiples conexiones con los lóbulos frontales), y otras zonas temporales medias como el hipocampo
(involucrado en la memoria) y la amígdala (involucrada en
la emoción), tienen mucha relación con la esquizofrenia
(Cannon, 1998; Bogerts, 1997; Haber y Fudge, 1997; Nelson
et al., 1998). Una vez más, nos encontramos ante gran cantidad de resultados incomprensibles o pendientes de explicación, ya que muchos pacientes esquizofrénicos tienen
lóbulos temporales de tamaño normal (Crow, 1997; Heinrichs, 2001; Weinberger, 1997). Pero en lo que casi todo el
mundo coincide es que esas regiones, y quizá de manera
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
AVA N C E S
en la investigación
Esquizofrenia e insensibilidad al dolor
El dolor constituye una sensación muy familiar para la
mayoría de nosotros, lo que no se puede decir de algunos
pacientes con esquizofrenia (Dworkin, 1994). Hace ya un
siglo, Kraepelin (1919/1989), observó que «los pacientes a
menudo se vuelven menos sensibles a las molestias
corporales: soportan posiciones muy incómodas, el
pinchazo de las agujas, y otras lesiones, sin darles
demasiada importancia» (p.34), y Bleuler (1924/1988)
observó también «una analgesia que ocurre con cierta
frecuencia, y que a veces puede llegar a ser absoluta»
(p. 400).
Estas observaciones de insensibilidad al dolor en los
esquizofrénicos están apoyadas también por datos
anecdóticos procedentes de la literatura médica y
quirúrgica. Por ejemplo, un caso describe a un varón
esquizofrénico con perforación del intestino, pero que sólo
se quejaba de dolores ocasionales leves, y mostraba una
sorprendente relajación abdominal durante el examen físico
(Rosenthal et al., 1990). Otros informes describen a
pacientes con problemas médicos tales como una vesícula
perforada y gangrenada (Bickerstaff et al., 1998), una
úlcera perforada, o un tobillo roto (Fishbain, 1982), que sin
especial las del lado izquierdo, están implicadas en los síntomas positivos de la esquizofrenia (Bogerts, 1997; Cannon
et al., 1998; Woodruff et al., 1997). También es interesante
recordar que el lóbulo temporal izquierdo es la última zona
del cerebro que completa la migración neuronal. Quizá por
esa razón, podría ser especialmente vulnerable a las lesiones
y a los traumatismos (Satz y Green, 1999).
Por último, están apareciendo indicios de que el volumen del tálamo también tiene un tamaño menor en los
pacientes con esquizofrenia en comparación con un grupo
de control (Andreasen et al., 1994; Ettinger et al., 2001). El
tálamo se encarga de la recepción de los estímulos sensoriales. Esta «estación repetidora del cerebro», conecta a su vez
con muy diversas zonas. Resulta por tanto tentador especular que un tálamo de tamaño reducido podría ser menos
apto para cumplir su función, y filtrar de manera adecuada
la información irrelevante. El resultado sería que los
pacientes se verían inundados de la información proveniente de los sentidos.
CITOARQUITECTURA.
Como hemos visto, una de las
hipótesis sobre la esquizofrenia es que la vulnerabilidad
.
embargo apenas parecían sufrir dolor. El algunos casos esta
ausencia de dolor puede dar lugar a que un problema
orgánico importante pueda pasar desapercibido
(Bickerstaff et al., 1988).
Esta insensibilidad al dolor de la esquizofrenia no es un
fenómeno universal, ya que algunos pacientes sí sienten
dolor (Delaplaine et al., 1988; Torrey, 1989). Sin embargo, lo
que resulta especialmente interesante es que una
importante minoría de parientes de sujetos esquizofrénicos
también parecen tolerar mucho mejor el dolor que un grupo
de control sin historia familiar de enfermedades mentales
(Hooley y Delgado, 2001; Hooley y Chung, 2003). No
tenemos ni la menor idea de por qué sucede esto. Sin
embargo, ciertas áreas del cerebro implicadas en la
percepción del dolor, como el tálamo y el cingulado anterior,
están también relacionadas con la esquizofrenia, (Benes y
Bird, 1987). El neurotransmisor glutamato también está
involucrado en la transmisión de estímulos nocivos. Si bien
la insensibilidad al dolor es un tema que suele pasarse por
alto e ignorarse en la investigación oficial de la
esquizofrenia (véase Dworkin, 1994), sin embargo podría
proporcionar algunas claves interesantes que permitan
recomponer un poco más el rompecabezas de la
esquizofrenia.
genética, quizá en combinación con lesiones prenatales,
puede producir una alteración de las migraciones neuronales que tienen lugar en el cerebro. Si esto fuera cierto,
algunas células podrían no llegar a su destino final, de
manera que la organización general de las células del cerebro se vería alterada. También hay otros problemas que
pueden perturbar la organización de esas células. Por
ejemplo, al final de nuestra adolescencia todos nosotros
tenemos un exceso de sinapsis. Esta «redundancia neuronal» desaparece merced a una poda sináptica, mediante la
cual se eliminan todas las conexiones neuronales innecesarias. Otro proceso natural del desarrollo es la muerte programada de las células cerebrales, que elimina el exceso de
neuronas (véase Weicker y Weinberger, 1998, para una descripción general). Si alguno de esos procesos se altera, la
densidad y la posición de las células del cerebro también se
verá alterada.
Utilizando técnicas muy meticulosas de recuento de
células del cerebro de personas fallecidas, Benes y sus colaboradores han demostrado que los pacientes con esquizofrenia tienen una menor densidad neuronal en ciertas
zonas del cerebro, como por ejemplo la corteza prefrontal,
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que un grupo de control (Benes et al., 1986). Otros investigadores han encontrado también anormalidades en la distribución de las células en diferentes capas de la corteza y el
hipocampo (Kalus et al., 1997; Seleman et al., 1995; Arnold,
2000). También hay pruebas de que los pacientes con esquizofrenia han perdido determinados tipos de neuronas que
se conocen como interneuronas inhibitorias (Benes et al.,
1991; Benes, 2000). Esas neuronas son responsables de
regular la excitabilidad de otras neuronas. Su ausencia
puede dar lugar a que no se pueda controlar la explosión de
actividad de las neuronas excitadoras. Así pues, de nuevo
encontramos que el cerebro de los pacientes con esquizofrenia podría ser menos capaz de regular la hiperactividad
de ciertos circuitos esenciales (véase Daskalakis et al., 2002).
Como vamos a ver inmediatamente, los pacientes con
esquizofrenia tienen dificultades para controlar incluso
niveles muy pequeños de estrés, lo cual tiene mucho sentido a la luz de lo que llevamos aprendido.
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
en una zona específica del cerebro. El cerebro está compuesto por circuitos funcionales, esto es, por regiones vinculadas a otras por una red de interconexiones. Si hay un
problema en un punto determinado del circuito, esa red no
puede funcionar adecuadamente. Por lo tanto, es necesario
averiguar cuál es la organización del cerebro, y qué áreas
mantienen vínculos funcionales. Las anormalidades cerebrales asociadas con la esquizofrenia no son excesivas, y no
hay anormalidades cerebrales específicas que distingan
infaliblemente a los pacientes esquizofrénicos de los sanos.
Sin embargo, sí puede ocurrir que ciertas anormalidades
cerebrales sutiles en determinados circuitos funcionales
esenciales puedan causar estragos en el funcionamiento
normal. A medida que vayamos teniendo más conocimientos sobre la manera en que funciona el cerebro, podremos ir
comprendiendo con más claridad el papel del cerebro en la
esquizofrenia.
NEUROQUÍMICA.
SÍNTESIS.
El cerebro tiene evidentemente mucho que
ver con la esquizofrenia, aunque esta relación es muy sutil.
Algunas de las anormalidades cerebrales que se han descubierto, probablemente tengan un origen genético. Y puede
que otras reflejen daños procedentes del ambiente. Por
ejemplo, Baaré utilizó la resonancia magnética funcional
para estudiar el cerebro de gemelos monocigóticos y dicigóticos discordantes para la esquizofrenia, y comparó los
resultados con los obtenidos en gemelos sin esquizofrenia.
Encontraron que los pacientes con esquizofrenia tenían un
volumen cerebral menor que los gemelos sin esquizofrenia.
Sin embargo, lo más interesante fue que estos gemelos
tenían a su vez un cerebro más pequeño que el grupo de
control. Baaré y sus colaboradores (2001) propusieron que
quizá el riesgo genético para sufrir esquizofrenia podría
estar asociado con el desarrollo de un cerebro más reducido. Los autores también supusieron que los pacientes que
desarrollan esquizofrenia sufren anormalidades cerebrales
adicionales, pero que no tienen un origen genético. Esto
explicaría la razón por la que su cerebro es más pequeño
que el de sus hermanos sanos. Se ha demostrado que las
personas con riesgo genético para la esquizofrenia (pero no
las que no tienen ese riesgo), tienen una historia de privación fetal de oxígeno, lo que está asociado con anormalidades cerebrales posteriores (Cannon et al., 2002). Se trata en
definitiva, de un excelente ejemplo de cómo los genes pueden crear una susceptibilidad mayor hacia acontecimientos
ambientales potencialmente aversivos. De hecho, incluso
aunque ambos miembros de la pareja de gemelos tengan
idénticos genes, sería el hecho de haber sufrido alguna
experiencia ambiental dañina (por ejemplo anoxia durante
el parto), lo que explicaría la razón por la que sólo uno de
ellos sufre la enfermedad.
Por último, es necesario destacar que es improbable
que la esquizofrenia sea el resultado de un problema aislado
La idea de que algunos trastornos
mentales graves se deben a «desequilibrios químicos» en el
cerebro, es actualmente un lugar común. Esta expresión
suele utilizarse con frecuencia para ofrecer una explicación
general de la razón por la que alguien sufre un trastorno
como la esquizofrenia. Pero sin embargo, la noción de
«desequilibrio químico» es ambigua e imprecisa. Lo único
que quiere decir es que ciertas alteraciones en la química del
cerebro pueden estar asociadas con estados mentales anormales. Esta idea quedó perfectamente patente poco después
de que en 1947 se sintetizase por primera vez LSD. Los profundos cambios mentales asociados con esta droga impulsaron a los investigadores interesados en la esquizofrenia a
indagar las posibles bases bioquímicas de este trastorno.
El neurotransmisor más importante implicado en la
esquizofrenia es la dopamina. La hipótesis de la dopamina
(como habitualmente se la denomina) se remonta a los
años 60, y deriva de tres importantes observaciones. La primera es la acción farmacológica de la clorpromacina (una
droga cuyo nombre comercial es Largactil). La clorpromacina se utilizó por primera vez para el tratamiento de la
esquizofrenia en 1952. Inmediatamente se pudo comprobar
que resultaba muy eficaz. Poco después se confirmó que los
beneficios terapéuticos de la droga se debían a su capacidad
para bloquear los receptores de la dopamina.
El segundo tipo de pruebas que implican a la dopamina con la esquizofrenia provienen de una dirección absolutamente diferente. Las anfetaminas son drogas que
producen un exceso funcional de dopamina (esto es, el
cerebro actúa como si tuviese abundante dopamina). A
finales de los años 50 y a principios de los 60, se pudo probar que el abuso de las anfetaminas podía conducir, en
algunos casos, a un tipo de psicosis acompañadas de paranoias y alucinaciones auditivas (Connell, 1958; Kalant,
1966; Tatetsu, 1964). Así pues, se encontraron evidencias
clínicas de que una droga que producía un exceso funcional
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
de dopamina, también generaba un estado psicótico muy
parecido al de la esquizofrenia.
La tercera línea de evidencias indirectas que vinculan la
dopamina con la esquizofrenia proviene de estudios clínicos que trataban a los pacientes mediante drogas que incrementan la disponibilidad de dopamina del cerebro. Un
ejemplo puede ser la enfermedad de Parkinson (véase el
Capítulo 15), causada por niveles muy bajos que dopamina
en una zona determinada del cerebro (los ganglios basales),
y que se trata mediante una droga denominada L-DOPA.
Precisamente, una importante complicación del tratamiento con esta droga para los pacientes de Parkinson era la
aparición de síntomas psicóticos. Una vez más, las evidencias circunstanciales destacaban al papel de la dopamina
para inducir psicosis.
¿Cómo es posible que se produzca un exceso funcional
de dopamina? Una posibilidad es que se produzca en la
sinapsis, ya sea por un aumento en la producción del neurotransmisor, por una excesiva liberación del mismo en la
sinapsis, por una disminución del metabolismo de la dopamina, o también por un bloqueo de la reabsorción neuronal
(el «reciclaje» de la dopamina en la neurona). Cualquiera de
estos procesos tendría el efecto de aumentar la disponibilidad de dopamina en cerebro. Existe otra posibilidad adicional: que los receptores de la dopamina en la membrana post
sináptica sean especialmente sensibles, con lo que se multiplicaría el efecto de la dopamina, aunque fuese en cantidades normales. En otras palabras, el sistema actuaría como si
tuviese mucha dopamina, aunque en realidad la cantidad
no sea superior a lo normal. Es lo que se denomina hipersensibilidad del receptor.
Los investigadores están muy interesados en saber
cómo actúa la dopamina en el cerebro de las personas con
esquizofrenia, aunque se encuentran con el obstáculo de
que la única manera de medir la dopamina del cerebro es
mediante un examen post mortem, que aun así entraña ciertas dificultades técnicas. Por esa razón, deben contentarse
con estudiarla de manera indirecta, midiendo su principal
metabolito (la sustancia en la que se convierte). El principal
metabolito de la dopamina es el ácido homovanílico, o
HVA. Sin embargo, esta sustancia sólo puede recogerse en el
fluido cerebro-espinal, lo que requiere una punción lumbar, que no sólo es peligrosa, sino que también deja al
paciente con un fuerte dolor de cabeza.
Los estudios que han examinado las concentraciones
de HVA en pacientes con esquizofrenia y en un grupo de
control han encontrado generalmente resultados negativos
(véase Heinrichs, 2001; Owen y Simpson, 1995). Lo mismo
se puede decir de los estudios post mortem. En general, no
existen pruebas suficientes para apoyar la hipótesis de que
los pacientes con esquizofrenia producen más dopamina
que los sujetos de control. A la vista de esto, no es sorprendente que los esfuerzos de investigación más recientes se
hayan dirigido a explorar la idea de que el problema no
radica en los niveles globales de dopamina, sino en la sensibilidad de los receptores.
Gran cantidad de investigaciones se han centrado en un
receptor de la dopamina que se denomina D2, aunque se
conocen al menos cinco de ellos (del D1 al D5), y probablemente se descubran algunos más. En general, los estudios
post mortem han encontrado que los pacientes con esquizofrenia tienen un cerebro con más receptores D2 que las personas del grupo de control —de hecho, entre un sesenta por
ciento y un ciento diez por ciento más— (McKenna, 1997).
Aunque este dato parece apoyar la hipótesis de la dopamina
en la esquizofrenia, sin embargo adolece de un problema
importante: las drogas que se utilizan para tratar la esquizofrenia (que se conocen como neurolépticos) provocan una
hipersensibilidad de los receptores post sinápticos. Dado que
prácticamente todos los pacientes con esquizofrenia toman
neurolépticos, es imposible saber si la mayor densidad de
receptores D2 se debe a la propia esquizofrenia o la medicación con la que se trata la enfermedad. Irónicamente, son las
drogas que desempeñan un papel más importante en el
desarrollo de la hipótesis de la dopamina, las que hacen prácticamente imposible determinar la veracidad de la hipótesis.
Afortunadamente la tecnología moderna nos ha proporcionado una manera de soslayar el problema. Las exploraciones TEP permiten estudiar el funcionamiento del
cerebro y analizar la densidad de los receptores de dopamina en personas vivas. Y lo que es más importante, pueden
hacerse antes de que los pacientes reciban cualquier tipo de
medicación para tratar su esquizofrenia. Ya se han realizado
algunos estudios de este tipo. Un grupo de investigación
(Wong et al., 1986) ha encontrado pruebas de que los
pacientes con esquizofrenia tienen el doble de receptores
D2 que un grupo de control, y además han podido replicar
posteriormente esos mismos resultados (Gjedde y Wong,
1987). El otro grupo de investigación (Farde et al., 1987,
1990), sin embargo, no encontró diferencias significativas
entre esquizofrénicos y un grupo de control. Así pues, la
prueba decisiva para la hipótesis de la dopamina todavía no
ha ofrecido resultados decisivos. Quizá eso se deba a que
cada grupo de investigación ha utilizado estrategias metodológicas diferentes.
¿Cuál es la situación actual de la hipótesis de la dopamina? Ciertamente, hay pruebas de que la esquizofrenia
está relacionada con una alteración de la dopamina. Aunque la mayor parte de las pruebas son circunstanciales, no
cabe duda de que la proliferación de los receptores de dopamina en el cerebro de personas fallecidas que padecían
enfermedad sugiere de forma innegable algún tipo de anormalidad biológica. Si bien es cierto que parte de ese incremento en la densidad de los receptores puede haber sido
fruto del tratamiento con neurolépticos, algunos estudios
con técnicas TEP en pacientes que no habían tomado neurolépticos, apoyan la idea de la hipersensibilidad de los receptores para explicar la esquizofrenia. Por lo tanto, los
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investigadores todavía carecen de pruebas convincentes
para abandonar la teoría de la dopamina. Sin embargo en la
actualidad se tiende a pensar que la esquizofrenia también
depende de dificultades con otro tipo de neurotransmisores. Por ello, antes de terminar este apartado vamos a echar
un rápido vistazo a otro importante neurotransmisor que
está atrayendo una enorme atención.
El glutamato es un neurotransmisor excitador muy
extendido por todo el cerebro. De manera similar a lo que
ocurría con la dopamina, existen diferentes razones por las
que los investigadores han empezado a sospechar que quizá
también pueda desempeñar algún papel en el desarrollo de
la esquizofrenia. En primer lugar, una droga denominada
polvo de ángel, o PCP, tiene el efecto de bloquear los receptores del glutamato. Esta droga también induce síntomas
(tanto positivos como negativos) muy similares a los de la
esquizofrenia. De hecho, cuando un esquizofrénico consume polvo de ángel, se exacerban sus síntomas.
En segundo lugar, los médicos han tenido que dejar de
utilizar la ketamina como anestésico, porque al inyectarla
por vía intravenosa producía en el paciente embotamiento
emocional, decaimiento, suspicacia, desorganización e ilusiones visuales y auditivas. Pero lo más importante es que
cuando se administraba a los niños no inducía ninguno de
estos efectos, lo que sugiere que es la edad (y la maduración
del cerebro) lo que determina sus efectos psicóticos.
Igual que ocurre con el PCP, la ketamina bloquea los
receptores del glutamato. Los investigadores están explorando las concentraciones de glutamato en el cerebro de
esquizofrénicos ya fallecidos, y han encontrado niveles más
bajos de esta sustancia tanto en la corteza prefrontal como
en el hipocampo, en comparación con un grupo de control
(Goff y Coyle, 2001). Olney y Farber (1995) han propuesto
que la disminución de la actividad de cierto tipo de receptores del glutamato (que se conocen como receptores
NMDA), no sólo puede exacerbar los síntomas esquizofrénicos, sino también puede provocar la degeneración de las
neuronas de ciertas áreas cerebrales fundamentales. En otras
palabras, si los receptores NMDA no tienen una actividad
normal (quizá debido a que los niveles de glutamato son
bajos), pueden llegar a producirse sutiles lesiones cerebrales.
La hipótesis del glutamato en relación con la esquizofrenia está atrayendo una enorme atención. También está
promoviendo el desarrollo de nuevas drogas experimentales, como la glicina, diseñada para activar los receptores del
glutamato. Se trata de una investigación todavía en sus primeras etapas, pero cuyos resultados preliminares son muy
prometedores (Goff y Coyle, 2001).
Por último, cabe decir que no se trata de hipótesis contrapuestas. Uno de los efectos de los receptores de la dopamina es el de inhibir la liberación de glutamato. En pocas
palabras, un sistema de la dopamina muy activo podría
provocar una excesiva aniquilación del glutamato, lo que a
su vez produciría una actividad muy escasa de los recepto-
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
res NMDA. Así pues, los descubrimientos en relación con el
glutamato han tenido el efecto de añadir credibilidad a la
hipótesis de la dopamina.
Neurocognición
Dado lo que ya sabemos sobre las anormalidades cerebrales
asociadas con la esquizofrenia, no debe sorprendernos que
los pacientes tengan problemas en su funcionamiento neurocognitivo (véase Cornblatt et al., 1999, o también Green,
1997). De hecho, la gama de deficiencias es tan amplia que
se puede decir que los defectos cognitivos son más prominentes que los defectos biológicos (Heinrichs, 2001). Por
ejemplo, los estudios sobre el tiempo de reacción, que
requiere que los sujetos respondan a un estímulo de manera
lo más rápida y precisa posible, han encontrado que los
esquizofrénicos lo hacen peor que un grupo de control
(véase Nuechterlein, 1977). También muestran deficiencias
en la Tarea De Actuación Continua (Cornblatt et al., 1989),
que requiere que el sujeto atienda a una serie de letras o
números, y que después sea capaz de detectar un estímulo
diana que se presenta de manera intermitente en una pantalla, junto a otras letras o números (por ejemplo, «apriete
el botón cuando vea al número 7»). También hay problemas con la memoria de trabajo (Park et al., 1995), que se
puede considerar como nuestra «pizarra mental». En
efecto, los pacientes con esquizofrenia muestran una menor
actividad cerebral que los pacientes de un grupo de control,
cuando realizan tests para evaluar su memoria de trabajo
(Weinberger y Berman, 1996).
Entre el cincuenta y cuatro y el ochenta y seis por
ciento de los personas con esquizofrenia, también manifiestan una disfunción del seguimiento visual, ya que no pueden seguir con la mirada un objeto en movimiento
(Cornblatt et al., 1999). Se trata de una capacidad denominada seguimiento visual fluido (Holzman et al., 1988, 1998;
Levy et al., 1983, 1993; Lieberman et al., 1993a). Por el contrario, solamente entre el seis y el ocho por ciento de la
población general tiene problemas de seguimiento visual.
Lo que resulta especialmente interesante, es que alrededor
del cincuenta por ciento de los parientes de primer grado
de los pacientes con esquizofrenia, también tienen este tipo
de problemas, incluso aunque no padezcan la enfermedad
(por ejemplo, Clementz et al., 1992; Iacono et al., 1992; Levy
et al., 1993). Esto sugiere que tales alteraciones del seguimiento visual deben tener una base genética. Y lo que es
más, cuando voluntarios sin esquizofrenia consumen ketamina (el antagonista del receptor NMDA, que hemos descrito anteriormente), empiezan a manifestar problemas de
seguimiento visual similares a los de pacientes esquizofrénicos (Ávila et al., 2002). Eso proporciona pruebas adicionales de que los problemas con los receptores NMDA (que
detectan el glutamato) están implicados de alguna manera
en la pato-fisiología de la esquizofrenia.
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Sin embargo, quizá el resultado más trascendental en
relación con el papel de la neurocognición en la esquizofrenia, sea una medida psicofisiológica denominada P50
(véase Heinrichs, 2001). Cuando escuchamos dos chasquidos en rápida sucesión, el cerebro (que recibe la señal
auditiva) produce una respuesta eléctrica positiva a cada
uno de ellos. Esta respuesta se denomina P50 porque ocurre cincuenta milisegundos después de que se haya producido el chasquido. En los sujetos normales, la respuesta
ante el segundo chasquido es más tenue que la respuesta
al primero, porque el cerebro amortigua la respuesta ante
los acontecimientos sensoriales repetidos. Si esto no ocurriese, nunca se produciría la habituación a un estímulo.
Por el contrario, muchos pacientes con esquizofrenia responden de la misma manera al segundo chasquido que al
primero. A este hecho se le denomina ausencia de la supresión P50. Los familiares de primer grado de pacientes con
esquizofrenia tienen más tendencia que un grupo de control a experimentar también este tipo de problemas (Clementz et al., 1998). Hay quien ha sugerido que esta
dificultad para suprimir el P50 es consecuencia de problemas con receptores específicos del hipocampo, situado en
el lóbulo temporal medio (Adler et al., 1998). Como usted
recordará, el hipocampo es la región del cerebro más
directamente relacionada con la esquizofrenia. Además,
sus células son especialmente susceptibles de dañarse por
la eventual insuficiencia de oxígeno durante el desarrollo
del cerebro.
En conjunto, todas las evidencias apuntan a que los
pacientes con esquizofrenia tienen problemas con sus
recursos atencionales. Esto significa que son incapaces de
atender adecuadamente a lo que desean aprender. Si bien es
cierto que muchos de los descubrimientos no son exclusivos de la esquizofrenia (también aparecen, por ejemplo, en
pacientes con trastornos del estado de ánimo), estas alteraciones en la atención podrían ser indicadores de una susceptibilidad biológica hacia ciertos tipos de esquizofrenia
(Cornblatt et al., 1992).
INTEGRACIÓN.
Los factores biológicos desempeñan
indudablemente un papel importante en el origen de la
esquizofrenia. Pero estas predisposiciones genéticas también pueden estar modeladas por factores ambientales,
como las influencias prenatales. También hemos visto que
cuando los niños con un riesgo genético para la esquizofrenia son adoptados por familias con un estilo de comunicación inadaptado y perverso, aumenta el riesgo de
problemas. Por el contrario, cuando estos niños son adoptados por familias con un estilo saludable, entonces se desarrollan perfectamente (Wahlberg et al., 1997). El modelo
vulnerabilidad-estrés, cuyo origen deriva en gran medida
de la investigación sobre la esquizofrenia, predice exactamente este tipo de escenario (por ejemplo, Walker y Diforio, 1997; Zubin y Spring, 1977). El estrés (tanto si ocurre
antes de nacer como en una etapa posterior del desarrollo)
tiene una importancia crucial. Por esta razón, vamos a
dedicar el siguiente apartado a examinar en qué medida el
estrés psicosocial está relacionado con la esquizofrenia.
Aspectos psicosociales y culturales
¿LAS FAMILIAS
ESQUIZOFRENIA?
PROBLEMÁTICAS
PROVOCAN
Hace años, se suponía sin demasiadas pruebas que los padres eran los que provocaban los
trastornos de sus hijos, mediante su hostilidad, su rechazo
deliberado, o su incompetencia como padres. Muchos profesionales abominaban de los padres, y sus mensajes hacia
ellos solían estar cargados de culpabilidad e insensibilidad.
En este contexto, las madres se llevaban la peor parte. En
muchos círculos clínicos florecía la convicción de una
«madre esquizofrenogénica», cuya conducta fría y distante
era la causa principal de la esquizofrenia de su hijo
(Fromm-Reichman, 1948). Evidentemente, no era un plato
de gusto para la familia. No sólo tenía que enfrentarse con
las dificultades de un hijo con una enfermedad devastadora
(véase El mundo que nos rodea 14.3, de la página 487, para
tener una descripción de lo que supone convivir con la
esquizofrenia), sino que además tenía que sufrir toda la culpabilidad que los profesionales de la salud mental cargaban
sobre sus espaldas.
En la actualidad las cosas son muy diferentes. Teorías
muy populares hace cuarenta años se han demostrado
carentes de apoyo empírico —por ejemplo, la idea de que
la esquizofrenia está provocada por una interacción familiar destructiva— (Lidz et al., 1965). Otra idea que no ha
soportado el paso del tiempo ha sido la hipótesis del doble
lazo (Bateson, 1959, 1960). El doble lazo tiene lugar
cuando los padres enfrentan al niño con una serie de ideas,
sentimientos y exigencias, mutuamente incompatibles
(por ejemplo, una madre que se queja de la falta de afecto
de su hijo, pero que se muestra fría o lo castiga cuando éste
se le acerca con talante cariñoso). Según esta hipótesis,
cuando un niño se enfrenta constantemente a este tipo de
situaciones, de las que nunca puede salir airoso, va acumulando cada vez más ansiedad. Presumiblemente, a lo largo
del tiempo, este tipo de comunicación contradictoria y
desorganizada va reflejándose en su propia forma de pensar. Sin embargo, no se ha podido encontrar confirmación
para esta hipótesis.
Por el contrario, la imagen que ofrecen las investigaciones actuales es que las perturbaciones y los conflictos
de las familias que conviven con un esquizofrénico pueden estar causadas precisamente por el hecho de vivir con
esa persona (por ejemplo, Hirsch y Leff, 1975). En otras
palabras, los problemas de comunicación de la familia no
serían los causantes de la esquizofrenia, sino el resultado
de intentar comunicarse con alguien con un pensamiento
gravemente enfermo y desorganizado (Mishler y Waxler,
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.
¿Qué es lo que provoca la esquizofrenia?
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Una casa de locos
La esquizofrenia es un trastorno que llama en seguida la
atención. Por esa razón, las dificultades a las que se
enfrentan los miembros de la familia de un esquizofrénico
pueden ser abrumadoras. La esquizofrenia puede causar
estragos en la familia más maravillosa. Es difícil ser el
padre de un hijo esquizofrénico, pero crecer con una
madre o un padre esquizofrénico tampoco es un camino
de rosas.
En su libro Mad House, Clea Simon (1997) describe lo
que fue para ella crecer con dos hermanos mayores que
tenían esquizofrenia. Ella sólo tenía ocho años cuando su
hermana Katherine sucumbió a la enfermedad con
dieciséis años. Poco después su hermano Daniel, a quien
ella adoraba, también cayó en la locura. Empezó a
escuchar voces cuando estudiaba su primer año en
Harvard, abandonó la universidad, y fue diagnosticado de
esquizofrenia. En su libro, Clea describe el abrupto final
1968; Liem, 1974). Por supuesto, algunas familias muestran patrones de comunicación perturbados, que ahora
conocemos como perversiones comunicativas (Singer et al.,
1978; Wynne et al., 1979). La perspectiva actual es que este
tipo de comunicación puede en realidad ser un reflejo de
la susceptibilidad genética hacia la esquizofrenia por parte
del pariente (Hooley y Hiller, 2001; Miklowitz y Stackman, 1992). Sin embargo, como ya sabemos tras el interesantísimo estudio de Wahlberg y sus colaboradores, este
tipo de perversiones comunicativas probablemente apenas tengan consecuencias patológicas sobre niños que no
tienen riesgo genético de padecer esquizofrenia (Wahlberg et al., 1997).
Hasta la fecha, sólo disponemos de un estudio que insinúe la idea de que la comunicación familiar distorsionada
pueda desempeñar un papel causal en la esquizofrenia.
Goldstein y sus colaboradores reclutaron a sesenta y cuatro
familias que habían acudido a la clínica solicitando ayuda
para un adolescente problemático. Estos adolescentes fueron
considerados con alto riesgo para desarrollar esquizofrenia,
debido a sus trastornos conductuales, si bien en el momento
de la evaluación inicial, ninguno tenía síntomas psicóticos.
Se hizo un seguimiento durante quince años, tanto de los
pacientes como de su familia. Los resultados fueron asombrosos. Fuera cual fuese el problema inicial, los adolescentes
cuyas familias mostraban una elevada perversión de la
de una niñez feliz, tras una llamada telefónica de la
policía a última hora de la noche. Describe los gritos de
pánico de Katherine y como, incapaz de impedirlo, vio a
su hermano matar a su querido hámster en un ataque de
furia. También habla de su tristeza al perder al hermano
que jugaba con ella y la paseaba sobre sus hombros.
Igual que sus padres, Clea intentó sobrevivir lo mejor
que pudo. Se daba cuenta de que sus padres necesitaban
verla feliz, y por eso se comportaba como si lo fuera. Sin
embargo se sentía sola y atada. Cuando se convirtió en
adolescente, también empezó a tener miedo. Ninguno de
sus hermanos había superado la adolescencia sin
volverse loco. Siguiendo los pasos de su padre fue a
estudiar a Harvard, pero aterrada de que también pudiera
seguir los pasos de su hermano Daniel. Fue capaz de
superarlo, pero no sin una gran cantidad de esfuerzo
personal. En su papel de «hermana normal» le ha costado
muchos años asumir lo que sucedió a su hermano y a su
hermana.
comunicación, tenían una probabilidad significativamente
mayor de desarrollar esquizofrenia, o cualquier otro trastorno dentro de este espectro (véase Goldstein, 1987).
Por supuesto, el diseño del estudio no permite descartar la posibilidad de que una influencia genética común
haya afectado tanto a los padres como a sus hijos —una
influencia que produce por una parte una mala comunicación en los padres e independientemente una posterior
esquizofrenia en los hijos— (en otras palabras, la esquizofrenia y la perversión de la comunicación reflejarían una
susceptibilidad genética común hacia la esquizofrenia). Y lo
que es más, tal y como señala el estudio de Wahlberg
(Wahlberg et al., 1997), puede ocurrir que los problemas de
comunicación de los padres sólo originen problemas en sus
hijos, precisamente porque ya existe una susceptibilidad
hacia la enfermedad. Una vez más, nos encontramos con el
modelo vulnerabilidad-estrés, que sugiere que la perversión de la comunicación podría ser un tipo de estrés que
«dispare» la esquizofrenia sólo en aquellas personas vulnerables a ella por otras razones diferentes.
LA FAMILIA Y LA RECAÍDA. Si bien la esquizofrenia
suele ser un trastorno crónico, sus síntomas pueden llegar
a ser especialmente graves en un momento dado, y menos
graves en otros momentos. En 1958, George Brown y sus
colaboradores (Brown et al., 1958) observaron que lo bien
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
o mal que les iba a los pacientes cuando salían del hospital
dependía en gran medida del tipo de vida en que se integraran. Sorprendentemente, los pacientes que volvían a
casa a vivir con sus padres o con su esposa tenían un riesgo
mayor de recaída que los pacientes que vivían solos o con
sus hermanos. Brown pensó que quizá un entorno familiar con una elevada carga emocional podría resultar
estresante para los pacientes. Sin embargo, al contrario
que los investigadores del otro lado del Atlántico, supuso
que lo importante no era tanto la existencia de una relación patológica o distorsionada entre el paciente y su
familia, sino algo mucho más cotidiano. Su corazonada
era que los investigadores debían concentrarse sobre «la
gama de sentimientos y emociones que se pueden encontrar en una familia normal» (Brown, 1985, p. 22). Se trataba de una idea muy poco usual en esa época. Como
recuerda el propio Brown, «en 1956 en la literatura psiquiátrica británica había muy pocos indicios de que los
síntomas de la esquizofrenia pudieran estar influidos por
la experiencia social» (p. 10). Desde nuestra perspectiva
actual sobre el modelo vulnerabilidad-estrés, podemos
apreciar su clarividencia.
En una serie de estudios, Brown y sus colaboradores
desarrollaron y refinaron el constructo de expresividad
emocional. La expresividad emocional es una medida del
entorno familiar, que se basa en la manera en que los miembros de la familia hablan sobre el paciente, durante una
entrevista privada con el investigador. Hay tres elementos
principales: críticas, hostilidad y un exceso de implicación
emocional. El elemento más importante es la crítica, que
pone de manifiesto la desaprobación y el disgusto con el
paciente. La hostilidad es una forma extrema de crítica, que
indica un rechazo o animosidad hacia el paciente como
persona. Por último, el exceso de implicación emocional
pone de manifiesto una actitud de excesiva preocupación
hacia la enfermedad del paciente.
La expresividad emocional resulta importante porque
predice muy bien la recaída de los pacientes con esquizofrenia. En un meta-análisis sobre veintiséis estudios, Butzlaff y
Hooley (1998) demostraron que vivir en un entorno con
una elevada expresividad emocional supone más del doble
del riesgo de recaída durante los doce meses siguientes a la
hospitalización. De hecho, aunque la expresividad emocional predice la recaída sea cual sea la duración de la enfermedad, parece ser un predictor especialmente bueno de las
recaídas de pacientes crónicamente enfermos.
Por supuesto, puede ocurrir que las familias simplemente tiendan a ser más críticas con los pacientes más graves, y que eso sea lo que explica la correlación entre la
recaída y la expresividad emocional. Sin embargo, una revisión de la literatura no apoya esta hipótesis (véase Hooley et
al., 1995). Además, la expresividad emocional incluso predice la recaída cuando se controlan estadísticamente algunas variables importantes (Nuechterlein et al., 1992). Por
último, la investigación ha demostrado que cuando los
niveles de expresividad emocional de la familia se reducen
mediante una intervención clínica, también disminuyen las
tasas de recaída de los pacientes (Falloon et al., 1985;
Hogarty et al., 1986; Lam, 1991; Mari y Streiner, 1994; Leff
et al., 1982; McFarlane et al., 1995). Esto sugiere que la
expresividad emocional puede desempeñar un papel causal
en el proceso de recaída.
¿Pero cuál es el mecanismo que provoca la recaída?
Existen abundantes pruebas de que los pacientes con
esquizofrenia son muy sensibles al estrés. De manera
coherente con el modelo vulnerabilidad-estrés, el estrés
ambiental interactúa con la vulnerabilidad biológica previa, lo que lleva al aumento de la probabilidad de recaída
(Nuechterlein et al., 1992). Por ejemplo, sabemos que los
acontecimientos estresantes ocurren con más frecuencia
inmediatamente antes de la recaída que en cualquier otro
momento (Ventura et al., 1989, 1992), y que además pueden ejercer su efecto durante periodos de tiempo muy
prolongados. Y lo que es más, en una revisión muy perspicaz, Walker y Diforio (1997) observaron que una de las
principales manifestaciones de la respuesta de estrés en
los humanos es la liberación de cortisol por parte de la
corteza adrenal. Los estudios con animales y humanos
han demostrado que la liberación del cortisol pone en
marcha la actividad de la dopamina (McMurray et al.,
1991; Rosthschild et al., 1985). La secreción de cortisol
también afecta a la liberación de glutamato (Horger y
Roth, 1995; Walker y Diforio, 1997). En otras palabras,
dos de los principales neurotransmisores implicados en la
esquizofrenia (la dopamina y el glutamato) están afectados por el cortisol, y el cortisol se libera precisamente en
situaciones de estrés.
Paralelamente, Hooley y Gotlib (2000) han sugerido
que, en la medida en que las conductas de elevada expresividad emocional sean percibidas por los pacientes como
algo estresante, tenderán a provocar la liberación de cortisol. Como confirmación de esta hipótesis, se ha encontrado que los parientes con elevada expresividad
emocional ejercen un mayor control conductual sobre los
pacientes, que los parientes con menor expresividad emocional (Hooley y Campbell, 2002). Cuando intentan ayudar, parecen hacerlo mediante métodos intrusivos (por
ejemplo, «no puede dormir hasta que no le acomodo la
cabeza en la almohada»). De hecho, ese tipo de conductas
de control predice muy bien la recaída de los pacientes con
esquizofrenia. Muy posiblemente, pese a las conductas
bienintencionadas de los parientes, el tiro termina
saliendo por la culata. Cuando los pacientes están estresados por la conducta de sus familiares, aumenta su nivel de
cortisol, lo que afecta a importantes neurotransmisores de
su cerebro, y probablemente dé lugar a un retorno de los
síntomas. De momento, no tenemos evidencias directas
de que esto ocurra precisamente así. Sin embargo, hay un
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estudio que merece la pena destacar. Un grupo de investigadores estudió la conducta de los pacientes con esquizofrenia, mientras mantenían interacciones con parientes de
alta y de baja expresividad emocional (Rosenfarb et al.,
1995). Los investigadores observaron que cuando los
pacientes decían algo extraño (por ejemplo, «si ese niño te
muerde, te dará la rabia»), los parientes con una elevada
expresividad emocional tendían a responder con críticas.
Lo más interesante es que cuando esto sucedía, el paciente
tendía a realizar otra afirmación inusitada. En otras palabras, cada vez que se producía una crítica, el paciente tendía a aumentar su pensamiento inusual. Aunque es
posible realizar interpretaciones alternativas, los resultados de este estudio son coherentes con la idea de que las
conductas negativas (inductoras de estrés) por parte de
los parientes pueden impulsar un incremento del pensamiento inusual en pacientes con esquizofrenia. Aunque no
tenemos forma alguna de saber lo que sucedía con los
niveles de cortisol de sus pacientes, resulta intrigante especular que la liberación de cortisol podría haber sido la responsable de ese proceso.
La clase social
Desde la década de los 30 disponemos de gran cantidad de
pruebas que sugieren que un status socioeconómico bajo
está asociado con una mayor prevalencia de la esquizofrenia (Faris y Dunham, 1939). Una explicación razonable de
este hecho es que las condiciones de vida en ese contexto
socioeconómico son más estresantes, lo que a su vez
aumenta el riesgo de esquizofrenia. Este proceso se conoce
con el nombre de hipótesis sociogenética, y ha recibido
abundante apoyo empírico (Eaton, 1985). En los entornos
socioeconómicos más desfavorecidos se originan muchos
más casos de esquizofrenia que en clases medias y altas.
¿Pero cómo sabemos que es el entorno socioeconómico
deprimido el que provoca los casos de esquizofrenia?
Quizá la dirección causal vaya en la dirección inversa.
Ciertamente, los síntomas de esquizofrenia pueden llegar a
ser muy debilitadores. En ese sentido, es perfectamente
comprensible que el individuo se vaya deslizando hacia
niveles socioeconómicos cada vez menores, debido a que
su trastorno le impide encontrar trabajo o desarrollar relaciones sociales que le proporcionen estabilidad económica. Es lo que se conoce como la hipótesis de la deriva
social.
Goldberg y Morrison (1963) encontraron una forma
muy astuta de comprobar ambas hipótesis alternativas,
examinando el status laboral de los padres de los pacientes
con esquizofrenia. La lógica era que si los padres tenían
niveles socioeconómicos bajos, lo más probable era que los
pacientes también hubieran nacido en un entorno social
bajo. Pero si los padres tenían ocupaciones de alto status,
lo más probable era que los pacientes hubieran nacido en
Tratamiento y resultados clínicos
un nivel socioeconómico elevado, y que por lo tanto
hubieran ido descendiendo en la escala social, como consecuencia de su enfermedad. En general, los resultados de
este estudio, junto con otros similares, apoyan la hipótesis
de la deriva social, pero también la hipótesis socio-genética. En pocas palabras, los casos de esquizofrenia aparecen
con más frecuencia en situaciones de dificultades financieras y de pobreza, de lo que sería de esperar por azar. Pero
también ocurre que los pacientes con esquizofrenia van
descendiendo de clase social como consecuencia de su
enfermedad.
REVISIÓN
• ¿Qué pruebas apoyan una contribución
genética a la esquizofrenia?
• ¿En qué consiste la hipótesis de la dopamina?
Describa la explicación actual desde esa
perspectiva.
• ¿Qué anormalidades neuroanatómicas
diferencian a las personas con esquizofrenia
de las que no sufren esta enfermedad?
• ¿Qué papel desempeña la familia en el
desarrollo de la esquizofrenia?
TRATAMIENTO Y RESULTADOS
CLÍNICOS
Antes de los años 50 el pronóstico de la esquizofrenia era
desolador. Después de ser diagnosticados, a los pacientes
se les recluía en hospitales públicos remotos, olvidados y
saturados. Quienes provenían de familias pudientes
podían acudir a hospitales psiquiátricos privados muy
caros aunque más agradables. Sin embargo, incluso allí las
alternativas de tratamiento eran muy escasas y, desde la
perspectiva actual, muy primitivas. A los pacientes se les
colocaba una camisa de fuerza, se les sometía a terapia
electro-convulsiva, o simplemente se les abandonaba a su
suerte en una institución de la que nunca volverían a salir
(Deutsch, 1948).
La revolución llegó repentinamente a mediados de
los años 50, de la mano de un tipo de droga conocida
como antipsicóticos. La fármaco-terapia (el tratamiento
mediante drogas) transformó rápidamente las condiciones de los hospitales mentales, apaciguando a los pacientes y eliminando toda conducta salvaje, peligrosa y fuera
de control. Gracias a ella, fue posible que muchos pacientes abandonasen el hospital. Había llegado una nueva y
más esperanzadora era.
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
Figura 14.6
Porcentaje de pacientes con
esquizofrenia que consiguieron
una recuperación social durante
el siglo pasado.
Adaptado de Hegarty et al., 1994; los
porcentajes se han redondeado al siguiente
número entero.
Porcentaje medio
de la recuperación social
60
50
50
40
30
35
38
51
47
37
37
28
Media
ponderada
total
20
10
0
1895– 1926– 1936– 1946– 1956– 1966– 1976– 1986–
1925 1935 1945 1955 1965 1975 1985 1991
Años
RESULTADOS CLÍNICOS. Un estudio de Hegarty y sus
colaboradores (1994) refleja ese enorme cambio. Estos
investigadores examinaron, década por década, el resultado
clínico de pacientes esquizofrénicos a escala mundial, entre
1895 y 1991. Se consideraba que un paciente había «mejorado» tras el tratamiento, cuando era capaz de vivir de
manera independiente. La Figura 14.6 ilustra los resultados
de este estudio, realizado con 51 800 pacientes. Como se
puede ver, su situación era bastante siniestra hasta la introducción de los antipsicóticos (décadas 1956-1975). A partir
de ahí se produjo un incremento en el número de pacientes
(entre el cuarenta y el cincuenta por ciento) que lograban la
reinserción social. Cuando en 1980 se hicieron más estrictos los criterios diagnósticos de la esquizofrenia (antes de
esa fecha algunos pacientes con trastornos del estado de
ánimo también recibían el diagnóstico de esquizofrenia),
disminuyó esa tendencia positiva. Esto se debe a que los
pacientes con trastornos del estado de ánimo tienen mejor
resultado clínico que los pacientes con esquizofrenia.
Los estudios más recientes continúan mostrando
que quince o veinticinco años después de haber desarrollado la esquizofrenia, alrededor del treinta y ocho por
ciento de los pacientes experimentan una evolución favorable, y pueden considerarse recuperados (Harrison et
al., 2001). Lamentablemente, eso no significa que todo
vuelva a ser como antes de enfermar. Simplemente, que
con la ayuda de la terapia y la medicación, pueden llegar
a funcionar razonablemente bien. Sólo el dieciséis por
ciento de los pacientes llega a recuperarse hasta el punto
de no necesitar de ningún tipo de tratamiento. De hecho,
una minoría de pacientes (alrededor del doce por ciento)
necesita permanecer durante mucho tiempo internados
en instituciones. Por último, un tercio de los pacientes
sigue mostrando síntomas de enfermedad, generalmente
con importantes síntomas negativos. En otras palabras,
aunque las cosas han mejorado desde hace cincuenta o
sesenta años, todavía no disponemos de una «curación»
para la esquizofrenia.
¿Es posible predecir qué pacientes evolucionarán mejor
a lo largo del tiempo? Aunque la evolución de un caso individual resulta difícil de predecir, hay pruebas de que los varones que han tenido una aparición lenta e insidiosa de la
enfermedad, y que nunca han estado casados, suelen tener el
peor pronóstico. Otro importante predictor es el estado del
paciente durante los primeros dos años de enfermedad. De
hecho, el mejor predictor a largo plazo es el porcentaje de
tiempo que los pacientes sufren síntomas psicóticos, durante
los primeros años de la enfermedad (Harrison et al., 2001).
Por último, los pacientes que viven en zonas menos
industrializadas, evolucionan mejor que quienes viven en
países industrializados (Jablensky et al., 1992). Esto puede
deberse a que los niveles de expresión emocional son mucho
menores en países como India que en otros como Estados
Unidos y Europa. Por ejemplo, en culturas muy industrializadas, más del cincuenta por ciento de las familias muestran
una elevada expresividad emocional. Por el contrario, los
estudios realizados con muestras de sujetos mexicanos e
hindúes, ponen de manifiesto que sólo el veinticuatro y el
cuarenta y uno por ciento respectivamente, tienen familias
con una elevada expresividad emocional (véase Karno et al.,
1987; Leff et al., 1987). Tales diferencias permiten explicar la
razón por la que la evolución clínica de los pacientes puede
ser tan diferente en distintas partes del mundo.
Estrategias farmacológicas
ANTIPSICÓTICOS CONVENCIONALES. Los antipsicóticos convencionales son medicinas como la clorpromacina (Largactil) y el haloperidol (Haldol). También se les
denomina neurolépticos (literalmente, «sujetar la neurona»),
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y se trata de medicinas que han revolucionado el tratamiento de esquizofrenia desde hace más de cincuenta años,
por lo que pueden considerarse como uno de los principales avances médicos del siglo XX (Bradford et al., 2002). Se
les denomina antipsicóticos convencionales o típicos para
distinguirlos de un nuevo tipo de antipsicóticos que se han
desarrollado más recientemente, y a los que se denomina
antipsicóticos de segunda generación o, alternativamente,
antipsicóticos atípicos.
Existe una evidencia abrumadora de que este tipo de
medicinas favorece a los pacientes con esquizofrenia. Abundantes pruebas clínicas han demostrado la eficacia de estas
drogas (Bradford et al., 2002). Como ya se ha dicho anteriormente, se cree que los antipsicóticos convencionales
actúan porque son antagonistas de la dopamina. Esto
quiere decir que bloquean la acción de la dopamina, fundamentalmente mediante la desactivación de los receptores
D2 de la dopamina. Los beneficios terapéuticos aparecen a
partir de la primera o la tercera semana, y son perfectamente observables entre seis y ocho semanas después de
haber empezado el tratamiento (Bezchlibnyk-Butler y Jeffries, 2003). Sin embargo, algunos pacientes quizá necesiten
más tiempo para que estas medicinas ejerzan su efecto.
Los antipsicóticos típicos ejercen su máxima eficacia
con los síntomas positivos de la esquizofrenia. Al acallar
las voces y disminuir las creencias delirantes, estas medicinas aportan a los pacientes una considerable mejoría
clínica (Jibson y Tandon, 1998). Sin embargo también tienen costes. Los efectos secundarios de estas mediciones
son sopor, sequedad de la boca y aumento de peso.
Muchos pacientes que toman antipsicóticos convencionales también experimentan lo que se conoce como efectos
colaterales extra-piramidales. Se trata de movimientos
involuntarios como espasmos musculares, rigidez y temblores, que recuerdan la enfermedad de Parkinson. Estos
efectos secundarios suelen controlarse recurriendo a
otras medicinas. Algunos pacientes que han sido tratados
con neurolépticos durante periodos de tiempo muy largos, también pueden desarrollar una diskinesia tardía. Se
trata de movimientos involuntarios pero muy fuertes de
los labios y la lengua (o a veces de las manos y el cuello).
Las tasas con las que se presenta este efecto secundario
rondan el cincuenta y seis por ciento para los pacientes
que han estado consumiendo neurolépticos durante más
de diez años, y afecta sobre todo a las mujeres (Bezchlibnyk-Butler y Jeffries, 2003). Por último, en algunos
casos excepcionales se produce una reacción tóxica hacia
la medicación, que se denomina síndrome neuroléptico
maligno. Los síntomas son una fiebre alta y una fuerte
rigidez muscular que, si no se trata adecuadamente,
puede tener un desenlace fatal.
ANTIPSICÓTICOS DE SEGUNDA GENERACIÓN. El
primer antipsicótico nuevo que se utilizó clínicamente fue
Tratamiento y resultados clínicos
la clozapina (Leponex). Esta droga se introdujo en los Estados Unidos en 1989, aunque en Europa se había estado utilizando desde algunos años antes. Aunque inicialmente se
reservó para tratar a pacientes resistentes al tratamiento
con otras medicinas, en la actualidad la clozapina se utiliza
de manera más extendida.
Otros ejemplos de medicinas antipsicóticos de segunda generación son la risperidona (Risperdal), la olanzapina
(Zyprexa y Velotab), la quetiapina (Seroquel) y la ziprasidona (Zeldox). El último presentado en el momento de
escribir este libro es el aripiprazol (Abilify). El motivo por el
que estas medicinas se denominan antipsicóticos atipicos,
es que causan muchos menos síntomas extra-piramidales
(Jibson y Tandon, 1998; Stahl, 2002). Esto podría deberse,
hasta donde nosotros sabemos, a que no bloquean los
receptores D2 con demasiada eficacia (que es lo que sí
hacen muy bien los antipsicóticos convencionales). Sin
embargo sí son muy eficaces para el alivio de los síntomas
positivos y negativos de la esquizofrenia. La razón parece
radicar en que bloquean muchos más receptores, incluyendo el D4 (de la misma «familia» que el D2), y posiblemente también los receptores de otros neurotransmisores
(Bezchlibnyk-Butler y Jeffries, 2003).
La introducción de este tipo de neurolépticos nuevos
ha resultado extraordinariamente beneficiosa para muchos
pacientes con esquizofrenia. Como hemos visto, reducen
los síntomas y tienen muy pocos efectos secundarios. Los
pacientes que toman este tipo de antipsicóticos también
tienen menor probabilidad de volver a ingresar en el hospital que los pacientes que consumen los antipsicóticos convencionales (Rabinowitz et al., 2001). Sin embargo, no
carecen por completo de efectos colaterales, como la somnolencia, el aumento de peso y la diabetes (Sernyak et al.,
2002). En algunos casos aislados, la clozapina también provoca una peligrosa disminución de los glóbulos blancos,
que se conoce como agranulocitosis. Por esta razón, los
pacientes deben someterse a un frecuente control hemodinámico.
LA PERSPECTIVA DEL PACIENTE.
Las medicinas
antipsicóticas constituyen la primera línea de tratamiento
para la esquizofrenia. El no ofrecer a los pacientes esta
medicina, que casi con toda seguridad puede aliviar su
sufrimiento, se considera una mala práctica médica. Pero
sin embargo hay algunos pacientes que no experimentan
mejoría. Y otros muchos que si encuentran alivio para sus
síntomas, sin embargo sufren todavía algunos problemas
de funcionamiento, que les obligan a necesitar gran cantidad de ayuda. No debemos perder de vista tampoco lo que
significa para un paciente con esquizofrenia tener
que tomar una medicina todos los días del resto de su vida.
Los efectos secundarios pueden parecer triviales, pero sin
embargo un paciente puede vivirlos de manera tan negativa, que termine por rechazar la medicina, a pesar de que
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
ésta elimine sus alucinaciones y delirios. El siguiente fragmento corresponde a la madre de una chica con esquizofrenia:
Como padre sé perfectamente que la medicación no es
perfecta y que los efectos secundarios pueden ser molestos. Cuando mi hija volvía a tomar la medicación, me sentía mal de verla padecer esos movimientos involuntarios
de los brazos y de la boca. Estos síntomas disminuyen con
el paso del tiempo; pero es que además ganan peso, y a ella
le horroriza engordar. Yo creo que no quiere tomar la
medicación fundamentalmente porque eso significa
admitir que tiene una enfermedad mental, algo que le
gustaría olvidar (de Slater, 1986).
Estrategias psicosociales
Los profesionales de la enfermedad mental están empezando a asumir lentamente las limitaciones de una estrategia exclusivamente farmacológica para el tratamiento
de la esquizofrenia. De hecho, dicha estrategia ha sido
tan absolutamente preponderante en este campo, que
algunas estrategias alternativas de tratamiento que parecían muy prometedoras, fueron olímpicamente ignoradas por la mayoría de los profesionales de la salud
mental. Algunos ejemplos de estas estrategias alternativas podrían ser un programa terapéutico comunitario
de «auto-ayuda», para pacientes que se trasladaban del
hospital a un antiguo motel que había cerrado por motivos económicos, y donde seguían una rigurosa economía
de fichas mediante un programa de «aprendizaje social»
(véase el Capítulo 17), que apenas requiere control profesional (Fairweather et al., 1969; Fairweather, 1980;
Paul y Lentz, 1977). Ninguna de estas estrategias requería el uso del medicinas, pero sí promovían importantes
progresos en los pacientes. También se ignoró durante
mucho tiempo los resultados de un estudio muy riguroso, que demostraba la superioridad de la psicoterapia
individual especializada frente a la medicación antipsicótica, para el tratamiento de la esquizofrenia (Karon y
Vandenbos, 1981).
Pero ahora estamos empezando a aprender de nuestros
errores. Quizá la indicación más destacada de que se está
produciendo un cambio de perspectiva en el tratamiento de
la esquizofrenia provenga de la Asociación De Psiquiatría
Americana (1997b), que ha editado un libro que lleva por
título Practice Guideline for the Treatment of Patients with
Schizophrenia (Guía práctica para el tratamiento de pacientes con esquizofrenia). Este documento hace recomendaciones para utilizar medicaciones que permitan controlar a los
pacientes en diversas fases del trastorno. Sin embargo, lo
más interesante es que destaca la importancia de la intervención psicosocial. A continuación vamos a describir
algunas de estas estrategias, que normalmente se utilizan
junto a la medicación.
TERAPIA FAMILIAR. Los datos que vinculan la recaída
de los pacientes con esquizofrenia, con elevados niveles familiares de expresión emocional, indujo a algunos investigadores a elaborar programas de intervención familiar. La idea
básica era intentar reducir la recaída, por medio de la modificación de ciertos aspectos de la relación entre el paciente y
su familia, que se consideraban elementos básicos del constructo de la expresividad emocional. Desde una perspectiva
práctica, esto suponía trabajar con el paciente y su familia,
para educarlos respecto a lo que es la esquizofrenia, ayudarlos a mejorar sus capacidades de solución de problemas, y
favorecer las habilidades de comunicación, especialmente la
claridad de la comunicación en el seno de la familia.
En general, el resultado de tales estudios de investigación han demostrado que los pacientes mejoran clínicamente, y que además las tasas de recaída son menores
cuando la familia también recibe tratamiento (véase Pitschel-Walz et al., 2001). Algunos estudios realizados en
China indican que estas estrategias de tratamiento también
pueden utilizarse en otras culturas (Xiong et al., 1994). A
pesar de ello, el tratamiento de la familia todavía no constituye un elemento habitual en el procedimiento estándar del
tratamiento de la esquizofrenia (Lehman et al., 1998). A
partir de sus evidentes beneficios sobre los pacientes, y de
su considerable eficacia económica, [Tarrier et al. (1991)
han calculado que este tratamiento redundaría en un ahorro económico del veintisiete por ciento por paciente], esta
ausencia resulta verdaderamente lamentable.
ADMINISTRACIÓN DE CASOS. Los administradores
de casos son personas que ayudan a los pacientes a encontrar los servicios que necesitan para poder funcionar adecuadamente en la comunidad. Esencialmente actúan como
agentes comerciales, remitiendo al paciente a las personas
que le pueden ofrecer el servicio que necesita (por ejemplo,
tareas de la casa, tratamiento, empleo y cosas por el estilo).
Los programas de tratamiento asertivos son un tipo muy
especializado de administración de casos. Suelen requerir
equipos multidisciplinares que trabajan sólo con unos
cuantos pacientes, para asegurarse de que éstos estarán
bien atendidos y no «se perderán en el sistema» (véase Stein
y Test, 1980; Mueser, 1998).
Este tipo de programas reducen el tiempo que deben
pasar los pacientes en el hospital. También aumenta la estabilidad del entorno doméstico del paciente, y parecen especialmente beneficiosos para quienes recurren con frecuencia
a los servicios psiquiátricos (véase Bustillo et al., 2001).
ENTRENAMIENTO
EN
HABILIDADES
SOCIALES.
Los pacientes con esquizofrenia suelen tener muy escasas
habilidades interpersonales (para una revisión, véase Hooley y Candela, 1999). El entrenamiento en habilidades
sociales está diseñado para ayudar a los pacientes a adquirir
la pericia necesaria para un mejor funcionamiento
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Tratamiento y resultados clínicos
cotidiano. Se trata de enseñarles destrezas para encontrar
empleo, para relacionarse los demás, para cuidar de sí mismos y para controlar la medicación y los síntomas. Las rutinas sociales se descomponen en elementos más pequeños y
manejables. Por lo que concierne a las habilidades de conversación, se enseña a establecer contacto ocular, a hablar
en un volumen normal y moderado, a adoptar turnos, etc.
Los pacientes aprenden estas habilidades, reciben una
retroalimentación adecuada, las practican mediante juego
de papeles, y terminan por utilizarlas en un entorno natural
(Bellack y Mueser, 1993). Como ha observado agudamente
Green (2001, p. 139), es algo parecido a asistir a clases de
baile.
El resultado de este tipo de tratamientos es variopinto
(véase Pilling et al., 2002). En algunos casos mejoran las
habilidades específicas de los pacientes, y les permiten un
mejor funcionamiento (véase Kopelowitcz et al., 2002).
Pero otros estudios no han podido encontrar mejorías significativas en el funcionamiento social de los pacientes que
han seguido un tratamiento de este tipo (Hogarty et al.,
.
1991). Probablemente uno de los problemas sea que un
funcionamiento social adecuado exige una amplia gama de
habilidades. Sin embargo, el entrenamiento de habilidades
sociales tiende a dirigirse a elementos muy específicos
(habilidad de conversación, control de la economía,
cocina), que no siempre permiten una competencia adecuada en el mundo real. Otro problema es que muchas de
esas nuevas habilidades que se aprenden no se generalizan
con facilidad a la vida cotidiana. Por esa razón, los investigadores están intentando enseñar a los pacientes habilidades que se puedan transferir mejor al mundo real.
En lugar de enseñar prácticas tan específicas, en la
actualidad se está intentando ayudar a los pacientes a enfrentarse con sus deficiencias neuro-cognitivas, mediante
un entrenamiento de rehabilatación cognitiva. Se parte de
la base de que uno de los mejores predictores del funcionamiento de los pacientes es su actuación en las pruebas de
memoria verbal (Green, 1996). Por esa razón, se les intenta
ayudar a mejorar algunas de sus deficiencias neuro-cognitivas (memoria verbal, o clasificación de tarjetas), con la
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Una mente maravillosa
La película Una mente maravillosa (basado en el libro del
mismo título escrito por Silvia Nasar, 1998) retrata con
una enorme viveza el declive del matemático de
Princeton John Nash hacia la esquizofrenia, su posterior
recuperación, y su obtención del premio Nobel en
Economía. Sin lugar a dudas se trata de una película
inquietante, impactante y de una enorme belleza
espiritual. ¿Pero es verídica? ¿Cuál es la historia real de
John Nash?
John Forbes Nash nació en el oeste de Virginia.
Sobresalió muy pronto en los estudios, obtuvo una beca
en la universidad, y posteriormente asistió al instituto de
tecnología Carnegie en 1945. Obtuvo su doctorado en
Matemáticas en Princeton, que es el Departamento de
matemáticas más exigente del mundo. Mientras
estudiaba en Princeton, Nash apenas asistía a las clases,
y no era una persona demasiado estimada debido a su
conducta excéntrica, su arrogancia y sus
excentricidades. Aunque desde nuestra perspectiva
actual podemos darnos cuenta de que podría tratarse de
los primeros signos de alarma de una esquizofrenia, no
fue durante esta época cuando desarrolló su
esquizofrenia. Por el contrario, impresionó a sus
compañeros y a sus colegas al inventar un nuevo juego de
mesa, y al desarrollar una serie de ideas sobre el punto
de equilibrio (el equilibrio de Nash), por lo que
posteriormente ganaría el premio Nobel.
Después de obtener su graduación en Princeton,
Nash empezó a trabajar en el MIT, donde se le
consideraba un elitista impertinente, insolente,
jactancioso y egocéntrico. Sin embargo, su enorme
talento hacía que los demás tolerasen ese desagradable
estilo interpersonal. Aunque eso no se menciona en la
película, tuvo una relación con una enfermera, Eleanor
Stier, de la cual nació un niño que se llamó John David.
Este asunto se mantuvo en secreto, y tras el nacimiento
del niño, Nash los abandonó a ambos, por lo que el niño
tuvo que ser dado en adopción.
Poco después del nacimiento de su hijo en 1953,
Nash conoció a Alicia Larde, una inteligente especialista
en Física que asistía a sus clases. Se casaron en 1957, y
todo Parecía ir bien. Sin embargo, un año después,
cuando Alicia estaba embarazada, Nash se derrumbó con
gran rapidez. Contó a sus colegas que estaba recibiendo
mensajes codificados del New York Times, que había
tenido ideas delirantes respecto a unos hombres con
corbata roja en el MIT, y que había vuelto a trabajar en la
universidad de Chicago porque había sido designado para
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
ser gobernador de Antártica. Pintó la pared de su
habitación con puntos negros, y en febrero de 1958,
ingresó en el hospital McLean de Belmont, en
Massachusetts, tan sólo a unos cuantos kilómetros del
MIT. En el hospital le diagnosticaron una esquizofrenia
paranoide, le suministraron Toracina, y el equipo médico
le llamaba «profesor». Contrariamente a lo que aparece
en la película, Nash no experimentaba alucinaciones
visuales. E incluso cuando una persona experimenta este
tipo de alucinaciones, no es frecuente que vea personas
reales. Lo normal es que vea «fragmentos» visuales muy
efímeros. Sin lugar a dudas la alucinación del compañero
de habitación y de su sobrino, que aparecen en la película,
constituyen un mecanismo creativo para soslayar el
hecho de que las ideas delirantes no pegan en un medio
visual.
Después de pasar cincuenta días en el hospital, Nash
dimitió de su puesto en el MIT, rescató el dinero de su
plan de pensiones, y se fue a viajar por Europa.
Preocupada por su bienestar, Alicia lo acompañó dejando
a su bebé, Johnny, al cuidado de su madre. Nash
desapareció mientras estaban en París, y pasó los
siguientes nueve meses vagabundeando por Europa e
intentando renunciar a su ciudadanía norteamericana.
Fue deportado.
Cuando Nash regresó a los Estados Unidos, se
trasladó junto con Alicia a Princeton, y ésta se encargó
del mantenimiento económico de la familia. A Nash le
ofrecieron un trabajo en Princeton, pero sus delirios le
llevaron a rechazar la firma del contrato. Después de dos
años de haber salido del hospital, volvió a ingresar otra
vez en el hospital del estado de Trenton, en Nueva Jersey.
Este hospital estaba organizado de una manera muy
distinta al ambiente de club de campo del hospital
McLean. Estaba repleto de pacientes, a los que tampoco
se trataba demasiado bien. Como muy bien refleja la
película, se le administró también un tratamiento de
coma insulínico. Este tratamiento (que ya no se utilizaba
en la mayoría de los hospitales) consistía en inyectar
insulina para provocar una rápida disminución de azúcar
esperanza de que esos aprendizajes se traduzcan en un
mejor funcionamiento general (habilidades de conversación, de cuidado de sí mismo, para encontrar trabajo, etc.).
Desgraciadamente, aunque los primeros resultados parecen
prometedores (Spaulding, 1999; Wykes et al., 1999), un
meta análisis realizado recientemente sugiere que no resulta
especialmente (Pilling et al., 2002).
TERAPIA
COGNITIVO-CONDUCTUAL. Como ya
hemos mencionado repetidamente, la terapia cognitivoconductual se utiliza habitualmente para el tratamiento de
los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad, así como
para muchos otros problemas. Sin embargo, hasta muy
recientemente los investigadores no han intentado usar
en sangre, lo que provocaba coma y convulsiones. Nash
estuvo recibiendo esta terapia cinco días a la semana
durante seis semanas. Seis meses después se le
consideró rehabilitado, pero sin que apenas hubiera
experimentado una mejoría real.
Durante el año siguiente, cuando tenía treinta y
cuatro años, volvió a desaparecer en Europa. Sin embargo
enviaba a su familia y amigos postales extravagantes
pero que daban miedo. Al final de ese mismo año, su
esposa Alicia le pidió el divorcio.
Durante los años siguientes Nash estuvo
vagabundeando, y vivió durante algún tiempo en Boston
con su hijo mayor y Eleanor Stier, hasta que de manera
imprevista se fue de nuevo. Empezó a tomar
antipsicóticos, lo que le produjo cierta mejoría de sus
síntomas. Pero entonces, como hacen muchos pacientes,
dejó de tomarlos, con lo que sus síntomas volvieron a
reaparecer. Fue durante esta época cuando Nash empezó
a escuchar voces.
Hacia 1970 Nash era prácticamente un indigente.
Alicia se apiadó de el y lo llevó a vivir con ella. Le
prometió no volver a ingresarlo en el hospital, y a
proporcionarle un entorno de apoyo hogareño. Nash se
convirtió en un visitante habitual de Princeton, que
vagaba por el campus y dejaba pizarras y ventanas
repletas de garabatos matemáticos. Estaba intentando
probar la existencia de Dios mediante las matemáticas.
La comunidad de Princeton fue absolutamente tolerante
con él, y poco a poco, quizá precisamente por vivir en un
entorno tan poco estresante, Nash empezó a sentirse
mejor. Posteriormente diría que estaba deseando
recuperarse, olvidar lo que decían las voces, y no hacerles
caso. A los sesenta y seis años volvió a casarse con Alicia,
y se presentó ante el Rey de Suecia para recibir el premio
Nobel, para felicidad de sus jubilosos colegas. Su
recuperación tardó mucho en llegar, así como el
reconocimiento de su genio. Sin embargo, por desgracia
su familia no ha quedado libre de la esquizofrenia. El hijo
que Nash tuvo con Alicia, también matemático, sufre la
misma enfermedad que su padre.
esta estrategia con pacientes con esquizofrenia, sin duda
porque se les consideraba demasiado deteriorados. Pero a
partir de su utilización pionera en el Reino Unido, esta
estrategia está siendo cada vez más utilizada con éxito para
tratar esta enfermedad. El objetivo del tratamiento es disminuir la intensidad de los síntomas positivos y la frecuencia de recaídas, así como los problemas de tipo social.
Trabajando de manera conjunta, terapeuta y paciente
exploran la naturaleza subjetiva de las ideas delirantes y las
alucinaciones, examinando las pruebas en favor y en contra
de su veracidad, y someten las ideas delirantes a una confrontación con la realidad.
De manera general, los primeros resultados que se
están obteniendo parecen muy prometedores. Tarrier y sus
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colaboradores (1998, 1999) han encontrado que los pacientes con este tratamiento muestran una mayor disminución
de sus alucinaciones e ideas delirantes, en comparación con
los pacientes que reciben el tratamiento habitual. Además,
esta mejoría todavía se mantiene después de un año. Otro
estudio realizado por Sensky y sus colaboradores también
demuestra que los pacientes que siguen una terapia cognitivo-conductual disminuyen la intensidad de su psicosis
tras nueve meses de tratamiento, y también tras un periodo
de seguimiento de nueve meses (Sensky et al., 2000).
Ambos estudios han puesto asimismo de manifiesto algo
realmente sorprendente. En efecto, en el estudio de Sensky
y sus colaboradores, los pacientes que habían sido tratados
con una intervención «amistosa» evolucionaron también
inesperadamente bien. Y en otro estudio, después de dos
años de seguimiento, los pacientes que mejor estaban evolucionando eran los que habían recibido un guía de apoyo
(Tarrier et al., 2000). Sin embargo esos dos «tratamientos»
se habían diseñado inicialmente como condiciones de placebo. Así pues, el hecho de que los pacientes que habían
recibido esos «tratamientos» estuviesen evolucionando tan
favorablemente, plantea algunas cuestiones importantes.
En efecto, lejos de constituir un placebo, esos encuentros
individuales con el terapeuta, suponían una atención positiva e incondicional, les permitían mantener una interacción social, y les daban la oportunidad de comentar sus
problemas, lo que probablemente trajo consigo auténticos
beneficios clínicos.
TRATAMIENTO INDIVIDUALIZADO.
Antes de 1960, el
tratamiento óptimo para los pacientes con esquizofrenia
era una terapia de carácter psicoanalítico. Esa terapia es la
que recibió el ganador del premio Nobel John Nash mientras estuvo ingresado en el hospital McLean de Massachusetts (su historia se resume en el apartado El mundo que nos
rodea, 14.4). Sin embargo, hacia 1980, las cosas habían cambiado. La investigación había empezado a sugerir que en
algunos casos era posible que el tratamiento psicodinámico
incluso empeorase el estado de los pacientes (véase Mueser
y Berenbaumm, 1990). Así pues, este tipo de tratamiento
cayó en desgracia.
En la actualidad el tratamiento individualizado para la
esquizofrenia se realiza de manera diferente. Hogarty y sus
colaboradores (1997a; 1996b) han informado de los resultados de un ensayo realizado durante tres años con lo que
ellos denominan «terapia personal». Se trata de una estrategia no psicodinámica que equipa a los pacientes con una
amplia gama de técnicas y habilidades de afrontamiento.
Se trata de una terapia por etapas, lo que significa que se
compone de diferentes elementos, que se administran en
distintos momentos de la evolución del paciente. Por ejemplo, durante las primeras etapas, los pacientes examinan la
relación de sus síntomas con su nivel de estrés. También
aprenden a relajarse, así como algunas técnicas cognitivas.
Tratamiento y resultados clínicos
Posteriormente, el objetivo de la terapia se traslada a las
habilidades sociales y vocacionales. En general, este tratamiento parece resultar muy eficaz para promover el ajuste
social.
A la vista de los inesperados descubrimientos descritos
en el párrafo anterior, es probable que los investigadores
experimenten un renovado interés por los elementos que
constituyen el tratamiento individualizado de los pacientes
de esquizofrenia. Si bien es cierto que las estrategias psicoanalíticas rigurosas pueden resultar demasiado exigentes y
estresantes, algunos tipos de terapia de apoyo que ofrecen la
oportunidad de aprender habilidades, y por lo tanto no son
excesivamente exigentes con los pacientes, pueden resultar
muy beneficiosas (Kendler, 1999b). De la misma manera
que los avances en la investigación de la esquizofrenia exigen un compromiso entre la biología molecular y las ciencias sociales, el progreso para el tratamiento de la
esquizofrenia también requiere un equilibrio entre la farmacología y las necesidades específicas de cada paciente.
Quienes tienen un riesgo elevado de recaída y que además
viven con su familia, pueden beneficiarse extraordinariamente de la intervención familiar. Si los pacientes tienen
continuas alucinaciones e ideas delirantes, puede ser muy
recomendable una terapia cognitiva-conductual. Cuando
son clínicamente estables el entrenamiento en habilidades
sociales puede resultar muy útil. Pero a pesar de todo, es
importante no perder de vista cuáles son las necesidades
reales de los pacientes (y de sus familias), para poder ofrecerles cuidados valiosos y respetuosos. Como ha expresado
un paciente, «incluso aunque la medicación pueda liberarme de parte de mis tormentos, todavía me queda el
temor a la confusión emocional, que siento de manera más
profunda quizá por mi mayor sensibilidad y vulnerabilidad». El tratamiento de los pacientes con esquizofrenia
ciertamente no resulta sencillo, ni se puede resolver con una
«pastilla». Pero no existe ningún otro grupo de personas
dentro del ámbito de la psicopatología que tengan una
mayor necesidad de recibir unos cuidados de calidad, competentes y sensibles.
REVISIÓN
• ¿Qué tipos de resultados clínicos están
asociados con esquizofrenia? ¿Es posible la
recuperación completa?
• ¿En qué se parecen y en qué se diferencian las
medicinas neurolépticas convencionales y las
atípicas? ¿Cuál es su eficacia?
• Describa las principales estrategias
psicológicas que se utilizan para el
tratamiento de la esquizofrenia.
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿PUEDE PREVENIRSE LA ESQUIZOFRENIA?
La esquizofrenia es una enfermedad devastadora y muy
costosa. Impedir su aparición supondría un beneficio
enorme, tanto desde un punto de vista humanitario como
financiero. ¿Pero se trata de algo realmente factible?
El objetivo de la intervención primaria (nota: los
términos que se utilizan en este apartado –primaria,
secundaria y terciaria– se están modificando en las
publicaciones más recientes. Véase el Capítulo 18) es
impedir la aparición de nuevos casos de un trastorno. La
intervención primaria para la esquizofrenia debería
partir de una mejoría general del cuidado obstétrico de
las mujeres con esquizofrenia y de los parientes de
primer grado de los pacientes con esquizofrenia (véase
Warner, 2001). Un cuidado prenatal adecuado ocasiona
una importante disminución de las complicaciones en el
nacimiento, y de bebés con bajo peso. Aunque este
programa por sí mismo no tiene porqué inducir una
disminución importante en la incidencia de
esquizofrenia, desde luego no resulta perjudicial. Y
aunque sólo sea capaz de impedir la aparición de un
puñado de casos de esquizofrenia (cuyo coste ronda los
35 000 dólares por paciente y año, por citar sólo los
costes directos; véase Hu et al., 1996), parece evidente
que el ahorro tanto de sufrimiento humano como de
dinero, dista de ser baladí.
Otra posibilidad es intentar intervenir lo más
tempranamente posible sobre las personas que corren al
riesgo de desarrollar esquizofrenia. Es lo que se conoce
como prevención secundaria. McGorry y sus
colaboradores en Australia son pioneros en esta
estrategia, que está considerada como una prioridad de la
salud pública (véase McGorry y Jackson, 1999). Sin
embargo, un problema importante a este respecto es
cómo identificar la población de riesgo. Las pruebas de
cribado que se están utilizando actualmente, aunque
tienen una validez aceptable en el ámbito clínico (véase
Warner, 2001; Yung y McGorry, 1997; Klosterköter et al.,
2001) tienen demasiadas imperfecciones como para
poder utilizarlas con la población normal. Esto se debe a
que generan demasiados «falsos positivos».
Se trata de personas que según el test corren el
riesgo de desarrollar el trastorno, pero que de hecho
nunca llegarán a desarrollar la esquizofrenia.
Incluso aunque fuéramos capaces de identificar a
todos aquellos que corren un riesgo auténtico, todavía no
sabemos qué intervenciones serían las más apropiadas.
McGorry y Jackson (1999) han sugerido que quizá
pudieran utilizarse medicinas antipsicóticas en dosis
bajas. ¿Pero es realmente apropiado, e incluso ético,
prescribir antipsicóticos a personas que no tienen
síntomas psicóticos? ¿Y no es posible que el mero hecho
de decir a alguien que probablemente se convertirá en un
esquizofrénico, pueda resultar incluso más perjudicial? Si
estas personas «pre-esquizofrénicas» cambian su estilo
de vida no asisten a la universidad, ni se casan, y evitan
otras experiencias vitales normales con la esperanza de
escapar a la enfermedad, ¿no estaría siendo peor el
remedio que la enfermedad?
Probablemente la intervención más viable sea la
prevención terciaria —un tratamiento precoz de todos los
que ya hayan desarrollado la enfermedad—. Muchos
investigadores están orientando su esfuerzo en esa
dirección. Aunque todavía no disponemos de pruebas de
que la intervención intensa y precoz resulte beneficiosa a
largo plazo, desde luego hay muy poco riesgo en
proporcionar medicinas, rehabilitación, apoyo familiar, y
terapia cognitiva a corto plazo a estos pacientes
(McGorry et al., 1996). No cabe duda de que
probablemente algunos de ellos recibirán un exceso de
tratamientos. Sin embargo, comparado con la posibilidad
de quedarse sin tratamiento, ésta sería en realidad la
elección más deseable.
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Sumario
SUMARIO
• La esquizofrenia supone el tipo más grave de
enfermedad mental. Se caracteriza por un
deterioro en múltiples dominios y afecta al uno por
ciento de la población.
• Los síntomas característicos de la esquizofrenia
son alucinaciones, ideas delirantes, habla
desorganizada, conducta desorganizada y
catatónica, y síntomas negativos.
• La mayoría de los casos de esquizofrenia
comienzan al final de la adolescencia o al principio
de la edad adulta. El trastorno se presenta antes
en los hombres que en las mujeres. El general, los
síntomas clínicos de la esquizofrenia tienden a ser
más graves en los hombres que en las mujeres.
Éstas también tienen un mejor pronóstico a largo
plazo.
• Los factores genéticos tienen una clarísima
implicación en la esquizofrenia. Tener un pariente
con ese trastorno incrementa de manera
significativa el riesgo de desarrollar la
esquizofrenia.
• Otros factores implicados en el desarrollo de la
esquizofrenia son la exposición prenatal al virus de
la gripe, deficiencias nutritivas tempranas y
complicaciones en el nacimiento.
• Las ideas actuales sobre la esquizofrenia destacan
la interacción entre los factores genéticos y
ambientales.
• Los neurotransmisores más importantes
relacionados con esquizofrenia son la dopamina y
el glutamato.
• Los pacientes con esquizofrenia tienen problemas
en muchos aspectos de su funcionamiento
neurocognitivo. Manifiestan diferentes
deficiencias de atención (una escasa supresión de
P50 y deficiencias en la Escala de Actuación
Continua). También muestran alteraciones en el
seguimiento visual.
• Los pacientes con esquizofrenia tienen una mayor
probabilidad de recaída cuando sus parientes
tienen una expresión emocional muy elevada.
Estos entornos emocionalmente muy expresivos
pueden resultar muy estresantes para los
pacientes, y poner en funcionamiento cambios
biológicos que provocan desequilibrios en el
sistema de la dopamina lo cual, a su vez, puede
estimular una reaparición de los síntomas.
• Para muchos pacientes, la esquizofrenia supone un
trastorno crónico que requiere un tratamiento a
largo plazo, o incluso la hospitalización. Sin embargo,
mediante la terapia con medicinas alrededor del
treinta y ocho por ciento de los pacientes alcanzan
una recuperación razonable. Solamente el dieciséis
por ciento se recobra la suficiente como para no
volver a necesitar tratamiento nunca más.
• Aunque la esquizofrenia comience al principio de
la edad adulta, los investigadores están
convencidos de que se trata de un trastorno
neuro-evolutivo. Una «lesión silenciosa» en el
cerebro podría permanecer dormida hasta que se
produzcan una serie de cambios evolutivos
normales, que pongan de manifiesto los
problemas derivados de esa anormalidad
cerebral.
• Los pacientes con esquizofrenia suelen recibir un
tratamiento mediante medicinas antipsicóticas
(neurolépticos) convencionales y también
antipsicóticos de segunda generación o atípicos.
Los antipsicóticos nuevos provocan menos efectos
secundarios extrapiramidales (anomalías motrices).
Las drogas antipsicóticas actúan bloqueando los
receptores de la dopamina. En general, los pacientes
que consumen antipsicóticos nuevos funcionan
mejor que los pacientes que toman drogas
antipsicóticas convencionales.
• El cerebro de una persona esquizofrénica suele
tener muchas zonas anormales, si bien no todos
los pacientes las tienen. Entre estas
anormalidades cerebrales se puede citar un menor
volumen cerebral, ventrículos más grandes, mal
funcionamiento de los lóbulos frontales, un
volumen más reducido del tálamo, y anomalías en
algunas zonas del lóbulo temporal, como el
hipocampo y la amígdala.
• Los tratamientos psicológicos para la
esquizofrenia incluyen la terapia cognitivoconductual, el entrenamiento en habilidades
sociales y otros tipos de tratamiento
individualizado. La terapia familiar proporciona a
las familias habilidades comunicativas, así como
otras capacidades que les facilitan el control de la
enfermedad. La terapia familiar también disminuye
los niveles elevados de expresión emocional.
CAPÍTULO 14
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos
TÉRMINOS CLAVE
Alucinación (p. 465)
Antipsicóticos (neurolépticos)
(p. 490)
Dopamina (p. 483)
Esquizofrenia catatónica (p. 469)
Esquizofrenia desorganizada
(p. 470)
Esquizofrenia indiferenciada
(p. 470)
Esquizofrenia paranoide (p. 468)
Esquizofrenia residual (p. 470)
Esquizofrenia tipo I (p. 467)
Esquizofrenia tipo II (p. 467)
Expresividad emocional (p. 488)
Glutamato (p. 485)
Idea delirante (p. 464)
Psicosis (p. 462)
Rehabilitación cognitiva (p. 493)
Síntomas negativos (p. 467)
Síntomas positivos (p. 467)
Trastorno delirante (p. 470)
Trastorno esquizoafectivo (p. 470)
Trastorno esquizofreniforme
(p. 470)
Trastorno psicótico breve (p. 471)
Trastorno psicótico compartido
(folie à deux) (p. 471)
C A P Í T U L O
Trastornos cognitivos
LESIONES CEREBRALES EN ADULTOS
Aspectos diagnósticos
Indicadores clínicos de daño cerebral
Lesiones difusas y focales
La interacción entre neuropsicología y psicopatología
DELIRIUM
Presentación clínica
Tratamientos y resultados
LA DEMENCIA
La enfermedad de Alzheimer
Demencia por infección de VIH-1
Demencia vascular
TRASTORNOS AMNÉSICOS
TRASTORNOS DERIVADOS DE
TRAUMATISMOS CRANEALES
Cuadro clínico
Tratamiento y resultados
TEMAS SIN RESOLVER
¿Pueden mejorar los suplementos dietéticos
el funcionamiento del cerebro?
E
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
l cerebro es un órgano sorprendente. Con un peso de
tan sólo medio kilo, es la estructura más compleja del
universo conocido (Thompson, 2000). También es el
único órgano capaz de estudiar y aprender sobre sí mismo.
Está implicado en cualquier aspecto de nuestra vida, ya sea
comer, dormir o enamorarse. Adopta decisiones, y contiene
todos los recuerdos que nos hacen ser quienes somos.
Cuando estamos física o mentalmente enfermos, el cerebro
siempre tiene algo que ver en ello.
Debido a su enorme importancia, el cerebro está protegido dentro de un espacio cerrado y recubierto por una
gruesa membrana exterior denominada duramadre (literalmente, «dura mater» en latín). Para mayor seguridad, está
protegido por el cráneo. El cráneo es tan duro que, si lo
situamos en el suelo y vamos aplicando peso muy lentamente sobre él, ¡puede llegar a soportar hasta tres toneladas
(Rolak, 2001, p. 403)! Estos datos anatómicos bastan para
indicar que se trata de un órgano valiosísimo.
Pero sin embargo es imposible protegerlo por completo.
Algunas veces se producen lesiones en etapas muy iniciales
del desarrollo y permanecen durante el resto de la vida.
Cuando este tipo de daños estructurales aparecen antes del
nacimiento o a una edad muy temprana, es posible que la
consecuencia sea un retraso mental (véase el Capítulo 16).
En otros casos, un cerebro que se está desarrollando con normalidad, puede sufrir daños internos que provoquen la destrucción del tejido cerebral. Dependiendo de la naturaleza y
la localización de esas lesiones, pueden aparecer trastornos
del movimiento como la enfermedad de Parkinson, o la
demencia, causados quizá por la enfermedad de Alzheimer o
por un ataque vascular fulminante (en realidad la palabra
stroke, que hemos traducido como «ataque» significa «caricia», y fue utilizada en 1599 debido a que los ataques cerebro-vasculares se producían de manera tan súbita que se
comparaban a «una caricia de la mano de Dios»). El cerebro
también puede ser dañado por acontecimientos externos.
Hay una amplia variedad de lesiones y sustancias tóxicas que
pueden provocar la muerte de las neuronas o dañar sus
conexiones. El cerebro puede sufrir deterioros debido a un
traumatismo por un accidente de tráfico, o por los repetidos
golpes que un boxeador o un jugador de fútbol americano
puede sufrir en la cabeza. En definitiva, pese a sus fuertes
protecciones, el cerebro es muy vulnerable a sufrir lesiones.
Es evidente que una lesión en el cerebro puede provocar cambios cognitivos. Aunque también pueden presentarse otros síntomas, como cambios en el estado de ánimo o
la personalidad, los indicadores más evidentes de una lesión
cerebral son los cambios en el funcionamiento cognitivo.
En este capítulo vamos a discutir tres tipos fundamentales
de trastornos cognitivos que están incluidos en el DSM-IVTR: delirio, demencia y síndrome de amnesia.
¿Por qué se incluyen los trastornos cognitivos en un
libro de texto sobre psicología clínica? Existen varias razones. En primer lugar, tal y como indica su inclusión en el
DSM, estos trastornos están considerados como una condición psicopatológica. En segundo lugar, como podremos
comprobar en el siguiente caso, algunos trastornos cerebrales provocan síntomas muy similares a los de otros trastornos psicopatológicos. El compositor americano George
Gershwin murió a los treinta y nueve años debido a que los
médicos no se dieron cuenta de que lo que estaban diagnosticando como «histeria», era en realidad la manifestación de un tumor cerebral (Jablonski, 1987). En tercer
lugar, las lesiones cerebrales pueden provocar cambios en la
conducta, en el estado de ánimo y en la personalidad. Usted
podrá reconocer estos cambios con mucha más claridad
tras leer el caso de Phineas Gage (que sobrevivió con una
barra de metal incrustada en su cabeza). Si somos capaces
de comprender qué zonas del cerebro están implicadas en
los cambios que se producen en la conducta, el estado de
ánimo, y la personalidad, tras una lesión cerebral, podremos conocer mejor las bases biológicas de muchos trastornos psicológicos. En cuarto lugar, muchas personas que
sufren trastornos cerebrales (por ejemplo quienes padecen
la enfermedad de Alzheimer) reaccionan ante la noticia con
depresión o ansiedad. Los estudios prospectivos también
sugieren que muchas veces los síntomas depresivos puede
estar anunciando la aparición de algunos trastornos como
la enfermedad de Alzheimer, con varios años de antelación
(Devanand et al., 1996; Wilson et al., 2002), y que los episodios de depresión duplican el riesgo de sufrir enfermedad
de Alzheimer, incluso veinte años después (Speck et al.,
1995). Por último, los trastornos cognitivos que describimos en este capítulo pasan también factura al resto de los
miembros de la familia, quienes deben cargar sobre sus
espaldas el cuidado de estos enfermos. Por esa razón es muy
frecuente encontrar problemas de depresión y ansiedad
entre los parientes de los enfermos.
¿Un simple caso de manía?
Un hombre de negocios de cuarenta y cinco años
y de gran éxito en su trabajo, sin historia previa
de trastornos psicológicos, empezó de repente a
comportarse de manera muy diferente de lo
habitual. En el trabajo parecía un autómata. Cada
vez
trabajaba más hasta que al final sólo dormía
ESTUDIO
unas tres horas cada noche; el resto del tiempo lo
DE UN
dedicaba al trabajo. Se volvió irritable y empezó a
CASO
gastar dinero por encima de sus posibilidades.
Aunque se sentía extremadamente productivo y decía que estaba haciendo el trabajo de cinco personas, su
jefe veía las cosas de otra manera. Estaba preocupado por la calidad
de su trabajo, ya que había observado varios casos de decisiones
equivocadas. Finalmente, cuando su empleado empezó a quejarse
de dolores de cabeza, el jefe insistió en que buscase ayuda (adaptado de Jamieson y Wells, 1979).
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Los clínicos siempre deben estar alertas ante la posibilidad de que algún tipo de lesión cerebral sea directamente
responsable de los fenómenos clínicos que presenta el
paciente. De lo contrario, es posible cometer importantes
errores diagnósticos, como por ejemplo atribuir erróneamente un cambio en el estado de ánimo a causas psicológicas, sin pararse a analizar la posibilidad de que tenga un
origen neuropsicológico, como por ejemplo, un tumor
cerebral (Purisch y Sbordone, 1997; Weinberger, 1984). El
caso que usted acaba de leer se refiere a un hombre que, a
primera vista, parece atravesar un episodio de manía. Sin
embargo, en realidad tenía cuatro tumores en el cerebro.
Las sospechas de que pueda tratarse de una lesión cerebral
y no de un trastorno del estado de ánimo provienen del
hecho de que sus cambios de conducta van acompañados
de dolor de cabeza. Otro indicador en esta misma dirección
es el hecho de que no tenga historia previa de psicopatología (véase Taylor, 2000).
LESIONES CEREBRALES
EN ADULTOS
Antes de que en 1994 se realizase la revisión del DSM-IV, la
mayoría de los trastornos que vamos a revisar en este apartado recibían el nombre de trastornos mentales orgánicos.
Este término se diseñó para transmitir la idea de que había
algún tipo de patología identificable que estaba provocando
el problema, como por ejemplo un tumor cerebral, un accidente cerebro-vascular o ictus, una intoxicación por drogas, o cosas por el estilo. Por esa razón eran los neurólogos
quienes se encargaban del tratamiento de este tipo de trastornos. Por el contrario, los trastornos mentales funcionales eran trastornos del cerebro sin base orgánica aparente, y
eran los psiquiatras quienes se hacían cargo de ellos. Sin
embargo, en la época en que se publicó el DSM-IV, parecía
evidente que era un error considerar que los trastornos psiquiátricos no tenían un componente biológico. Considérese, por ejemplo, las importantes perturbaciones de la
anatomía y la química del cerebro que subyacen a la esquizofrenia (véase el Capítulo 14). Por esa razón los términos
funcional y orgánico terminaron por abandonarse. Lo que
fuera el apartado de los trastornos mentales orgánicos, ha
pasado a denominarse Delirio, Demencia, Amnesia y Otros
Trastornos Cognitivos (véase APA, 2000).
Aspectos diagnósticos
El DSM-IV-TR presenta la codificación diagnóstica de
algunos trastornos neuropsicológicos, de manera diferente
y relativamente incoherente. Eso se debe en parte a la procedencia del problema cognitivo. Por lo que concierne a los
trastornos cognitivos con una causa orgánica, tanto el problema cognitivo como su causa biológica se ubican en el eje
I. Algunas veces se utiliza la expresión «debido a [una enfer-
Lesiones cerebrales en adultos
medad médica determinada]». Además, esa enfermedad
médica vuelve a señalarse de nuevo en el eje III. Así pues,
muchos de los trastornos neuropsicológicos más frecuentes
se codifican de esta manera. Por ejemplo, el deterioro cognitivo asociado con una infección VIH podría recibir el
siguiente código diagnóstico en el DSM-IV-TR:
Eje I: demencia debida a infección por VIH.
Eje III: infección VIH.
También el diagnóstico de demencia provocada por la
enfermedad de Alzheimer sigue un patrón similar, donde la
enfermedad de Alzheimer se señala en el eje III:
Eje I: demencia de tipo Alzheimer.
Eje III: enfermedad de Alzheimer.
Por otra parte, los cambios cerebrales patológicos relacionados con los efectos tóxicos de ciertas sustancias, como
ocurre con el consumo excesivo y continuado de alcohol
(véase el Capítulo 12) se organizan de manera diferente. En
este caso, se incluye en el eje I una observación etiológica
específica, como puede ser trastorno amnésico persistente
inducido por sustancias (un tipo de deterioro de la memoria
muy característico). En el eje III no se haría ningún tipo de
diagnóstico:
Eje 1: trastorno amnésico persistente inducido por el
alcohol.
Eje III: nada.
Indicadores clínicos del daño cerebral
Con algunas posibles excepciones, las neuronas del cerebro
no tienen capacidad de regeneración, lo cual significa que
su destrucción es permanente. Así pues, cuando un niño o
un adulto sufren una lesión cerebral, su funcionamiento se
deteriora. Esta pérdida de habilidades ya adquiridas puede
resultar algo muy doloroso para la víctima, lo que añade una importante carga psicológica a la enfermedad orgánica. En otros casos la lesión puede afectar a la capacidad de
auto-percepción (lo que se denomina anosognosia), lo que
hace que los pacientes no tengan conciencia de su pérdida,
y por lo tanto tampoco motivación para realizar un tratamiento de rehabilitación.
Las lesiones o la destrucción del tejido cerebral pueden
provocar únicamente deficiencias conductuales muy leves,
pero también una amplia gama de deterioros psicológicos,
dependiendo de (1) la naturaleza, localización y extensión
del daño neurológico, (2) la competencia y personalidad
anterior del individuo, (3) la situación vital de la persona, y
(4) la cantidad de tiempo que ha pasado desde que apareció
por primera vez el problema. Aunque el grado de deterioro
mental suele estar directamente relacionado con la extensión de la lesión, no siempre ocurre así. Algunas lesiones
cerebrales muy importantes provocan cambios mentales
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
AVA N C E S
en la práctica
El chequeo de deterioros cognitivos
Todos nosotros perdemos de vez en cuando las llaves,
pasamos de largo nuestro lugar de destino, u olvidamos
algo que nos interesaba recordar. ¿Se trata de indicadores
de un deterioro cognitivo? ¿O simplemente es que estamos
tan ocupados y preocupados que no prestamos la suficiente
atención a lo que estamos haciendo?
Muchas veces los clínicos recurren a un test de
chequeo denominado mini examen del estado mental
(véase Folstein et al., 1975) para examinar a pacientes que
pudieran tener un deterioro cognitivo. Aunque se trata de
un instrumento que ya lleva muchos años en el mercado,
todavía se utiliza muy frecuentemente en la práctica clínica
habitual. El test tiene una puntuación máxima de treinta
puntos. Una puntuación inferior a veinticinco sugiere algún
tipo de deterioro, mientras que una puntuación por debajo
de veinte indica la existencia de un problema.
Durante su aplicación el clínico va haciendo preguntas
al paciente, relativas a su orientación (un punto si las
respuestas son correctas):
• Dígame el año, la estación, el mes, la fecha y el día de
la semana en que nos encontramos.
• ¿Dónde estamos ahora (país, región, ciudad, edificio y
planta)?
También se hacen preguntas para evaluar la capacidad de
retentiva. El clínico nombra tres objetos (por ejemplo, gato,
ventana, naranja) y pide al paciente que los repita. El paciente
sorprendentemente leves, mientras que otras lesiones aparentemente pequeñas producen importantes alteraciones
del funcionamiento psicológico. El apartado Avances en la
práctica 15.1 (p. 496) describe un breve test de cribado muy
utilizado para evaluar la presencia de posibles deterioros
cognitivos. Si un paciente obtiene una puntuación baja en
este test, se le remite a una evaluación más amplia.
Lesiones difusas y focales
Los trastornos más importantes que vamos a examinar en
este apartado son siempre de carácter neuropsicológico en
sentido estricto, si bien puede que lleven asociados también
problemas psicopatológicos (psicosis, cambios del estado
de ánimo, etc.). Algunos de estos trastornos se conocen bastante bien, con síntomas muy similares a los que presentan
otras personas que tienen lesiones cerebrales de similar
amplitud y localización. Por ejemplo, las lesiones difusas de
.
recibe un punto por cada objeto que repite correctamente. A
continuación, se valora la atención y la concentración. Se pide
al paciente que vaya restando de siete en siete hacia atrás a
partir de cien hasta que llegue a sesenta y cinco. Como
alternativa también es posible pedirle que deletree hacia atrás
una palabra de cinco letras, como puede ser mundo. Esta
parte del test tiene una puntuación máxima de cinco puntos.
A continuación se examina la capacidad de recuerdo,
preguntando «¿recuerda usted los tres objetos que nombró
anteriormente?» Se da un punto por cada objeto
correctamente recordado.
A continuación se aplica el test de lenguaje.
El clínico señala dos objetos como puede ser un reloj y
un lápiz, y pide al paciente que los nombre (dos puntos).
Después le pide que repita una frase (un punto).
La comprensión se valora pidiendo al paciente que
realice una instrucción como «sostenga el papel en su
mano derecha, dóblelo por la mitad, y colóquelo en el
suelo» (tres puntos).
También se pide al paciente que lea una instrucción
(«cierre sus ojos»), escrita en un papel, y que la realice
(un punto).
La última parte requiere que el paciente escriba una
frase sencilla, compuesta por sujeto verbo y objeto.
(un punto).
Por último, se evalúa la capacidad de construcción
pidiendo al paciente que copie un diseño muy sencillo
(un punto).
carácter moderado, tales como las que se producen tras la
privación de oxígeno o la ingestión de sustancias tóxicas
como el mercurio, suelen ir asociados a problemas de atención. Estas personas probablemente se quejen de problemas
de memoria, que en realidad se deben a que son incapaces
de realizar el esfuerzo necesario para recuperar el recuerdo,
ya que sin embargo su capacidad para almacenar información nueva está intacta. Como veremos en el apartado
Avances en la investigación 15.2, muchas veces es posible que
personas que han sufrido una pequeña exposición a disolventes orgánicos y otras neuro-toxinas sufran deterioros
cognitivos leves.
Al contrario de lo que ocurre con las lesiones difusas,
las lesiones cerebrales focales afectan a áreas específicas de
la estructura cerebral. Este tipo de lesiones pueden producirse por un traumatismo, o también por la interrupción
del aporte sanguíneo (ictus o accidente cerebro-vascular) a
una zona específica del cerebro (véase la Figura 15.1). La
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Lesiones cerebrales en adultos
Figura 15.1
Sección transversal de dos cerebros dañados: accidente cerebro-vascular o ictus (izquierda) y lesión por herida de bala
(derecha).
localización y la extensión de la lesión determinarán los
problemas que padecerá el paciente. Como usted sabe, el
cerebro está muy especializado (véase la Figura 15.2). Por
ejemplo, los dos hemisferios cerebrales, que mantienen una
estrecha interacción en múltiples niveles, realizan diferen-
tes tipos de procesamiento mental. Aun a riesgo de hacer
una simplificación excesiva, suele aceptarse que el hemisferio izquierdo realiza funciones de procesamiento en serie
de información ya conocida, como puede ser el lenguaje o
la resolución de ecuaciones matemáticas. Y al contrario, el
AVA N C E S
en la investigación
Deterioros cognitivos en una sala de manicura
Como hemos dicho anteriormente, la exposición a metales
como el plomo y el mercurio puede dañar el cerebro. Esto
hace que muchos trabajadores de la industria estén en
situaciones de riesgo. Sin embargo, el sistema nervioso
también puede resultar dañado por la exposición a
disolventes orgánicos neuro-tóxicos. Algunas de esas
sustancias tóxicas están precisamente en lugares que ni
siquiera imaginamos.
Las salas de manicura utilizan habitualmente metacrilato
y una serie de disolventes orgánicos como el tolueno, la
acetona y el formaldehído, que son potencialmente nocivos
para el sistema nervioso central. En un estudio reciente,
LoSasso et al. (2001), compararon el funcionamiento
neuropsicológico de ciento cincuenta profesionales que
realizan manicuras con el de ciento cuarenta y ocho sujetos
de control demográficamente similares. Todos los
participantes del estudio realizaron un auto-informe diseñado
.
para evaluar el deterioro neuropsicológico de la memoria, el
aprendizaje verbal y la eficacia cognitiva general.
Los resultados fueron simultáneamente interesantes y
alarmantes. Demostraban que en comparación con el grupo
de control, las personas que hacían la manicura sufrían un
mayor deterioro cognitivo y neurológico. Cierto es que se
trataba de un deterioro leve, si bien estaba relacionado con
la cantidad de tiempo dedicados a ese trabajo, junto a otros
factores como el tamaño del salón, o disponer de
ventilación adecuada. Un estudio similar que utilizó tests
psicológicos, neuropsicológicos y sensoriales (en vez de un
cuestionario), encontró que los trabajadores de manicura
obtenían puntuaciones más bajas en las pruebas de
atención y de procesamiento de información (LoSasso et
al., 2002). También tenían peor olfato. En conjunto, estos
resultados destacan las consecuencias nocivas de una
exposición, por pequeña que sea, a ciertas sustancias
neuro-tóxicas que se pueden encontrar con facilidad en
lugares muy frecuentados.
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
Cuerpo calloso
Comunicación entre
el hemisferio izquierdo
y el derecho
Franja motriz
Regulación del
movimiento
voluntario
Franja sensorial
Integración de la información
sensorial procedente de diversas
zonas del cuerpo
Lóbulo parietal
Discriminación y
funcionamiento matriz
y corporal
Sistema límbico
Atención, emociones,
«huir o luchar»,
memoria
Tálamo
Principal estación
repetidora para los
mensajes procedentes del
cuerpo: muy importante
para la sensación de dolor
Lóbulo frontal
Aprendizaje,
abstracción,
razonamiento,
inhibición
Lóbulo occipital
Discriminación
visual y algunos
aspectos de la
memoria visual
Hipotálamo
Regulación del metabolismo,
la temperatura y las emociones
Lóbulo temporal
Discriminación de sonidos,
conducta verbal y habla
Formación reticular
Reacciones de activación,
chequeo de la información
Cerebelo
Coordinación motriz
fina, postura y equilibrio
Médula
Respiración, presión arterial
y otras funciones vitales
Figura 15.2
ESTRUCTURAS CEREBRALES Y CONDUCTAS ASOCIADAS.
hemisferio derecho parece estar más especializado en captar la información general de una situación nueva, en el
razonamiento de carácter no verbal e intuitivo, y en la apreciación de las relaciones espaciales. Incluso dentro de cada
uno de los hemisferios, existen diferentes lóbulos y zonas
dentro de ellos, que realizan funciones especializadas.
Si bien ninguna de esas relaciones entre una zona del
cerebro y la conducta puede considerarse como algo constante y universal, sí es posible realizar generalizaciones globales sobre los efectos más probables de una lesión en una
zona determinada del cerebro. Por ejemplo, las lesiones en
las zonas frontales están asociadas con dos cuadros clínicos
muy diferentes: (1) inercia conductual, pasividad, apatía y
pensamiento perseverativo, o (2) impulsividad y distracción. Las lesiones en áreas específicas del lóbulo parietal
derecho pueden producir deterioros de la coordinación de
visomotora, mientras que las lesiones en la zona parietal
izquierda pueden deteriorar ciertos aspectos del lenguaje,
incluyendo la lectura y la escritura, así como las capacidades aritméticas. Las lesiones en ciertas estructuras interiores de los lóbulos temporales alteran las primeras etapas del
almacenamiento de la memoria. Las lesiones extensas en
ambos lóbulos temporales, pueden producir un síndrome
que se caracteriza por el mantenimiento de los recuerdos
antiguos, pero la incapacidad de almacenar recuerdos nuevos. Las lesiones en otras zonas de los lóbulos temporales
están asociadas con trastornos de la alimentación, la sexualidad y las emociones. Las lesiones occipitales producen
diversos deterioros visuales, cuya naturaleza depende del
lugar concreto en que se haya producido la lesión. Por
ejemplo, puede ocurrir que una persona sea incapaz de
reconocer rostros familiares. Lamentablemente, muchos
tipos de enfermedades cerebrales tienen un carácter muy
generalizado, y por lo tanto sus efectos destructivos están
muy difundidos, lo que provoca alteraciones múltiples y
extensas de las conexiones cerebrales.
En algunas enfermedades progresivas, como la enfermedad de Alzheimer o los tumores cerebrales, es posible
observar cómo los síntomas se van extendiendo progresivamente hasta afectar cada vez a más zonas del cerebro. Esto
da lugar a un deterioro permanente, que es a la vez extendido y grave. Algunas de las consecuencias de las lesiones
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cerebrales que tienen un origen fundamentalmente localizado, pero cuyo daño se va extendiendo progresivamente,
son las siguientes:
1. Deterioro de la memoria. El individuo tiene importantes
problemas para recordar acontecimientos recientes,
aunque le cuesta menos trabajo recordar cosas que ocurrieron en un pasado remoto, mientras que otros
pacientes muestran tendencia a confabular, esto es, a
inventar recuerdos que llenen ese vacío. En los casos
más graves, no es posible retener experiencias nuevas
durante más de unos cuantos minutos.
2. Deterioro de la orientación. El individuo es incapaz de
ubicarse con precisión, especialmente en el tiempo pero
también en el espacio, con relación a su propia identidad o la de los demás.
3. Deterioro del aprendizaje, la comprensión y el razonamiento. El pensamiento se torna nublado, lento e impreciso. Puede que la persona pierda su capacidad de hacer
previsiones o de comprender conceptos abstractos, así
como de procesar informaciones complejas (lo que se
conoce como empobrecimiento del pensamiento).
4. Deterioro del control emocional. El individuo manifiesta
excesivas reacciones emocionales, lo que le hace muy
proclive a las carcajadas, las lágrimas o la violencia.
5. Apatía o embotamiento emocional. El individuo manifiesta muy pocas reacciones emocionales, sobre todo en
los casos de un deterioro avanzado.
6. Deterioro de la iniciativa. En individuo carece de la
capacidad de iniciativa, y es necesario recordarle constantemente qué debe hacer a continuación, incluso
aunque la conducta en cuestión se encuentre perfectamente a su alcance. A veces esto se denomina pérdida de
la función ejecutiva.
7. Deterioro del control sobre las normas convencionales y la
conducta ética. Puede que el individuo manifieste una
importante disminución de sus normas personales en
ámbitos como la apariencia y la higiene personal, la
sexualidad o el lenguaje.
8. Deterioro de la comunicación receptiva y expresiva.
Puede que el individuo sea incapaz de comprender lenguaje hablado o escrito, o también de expresar de
manera oral o escrita sus propios pensamientos.
9. Deterioro de la capacidad viso-espacial. El individuo
muestra dificultades para coordinar su actividad
motriz, para adaptarla a su entorno visual, lo que afecta
a su actividad grafo-motriz (escribir y dibujar) y de
construcción (ensamblar cosas).
La interacción entre neuropsicología
y psicopatología
La mayoría de las personas que tienen un trastorno neuropsicológico no desarrolla síntomas psicopatológicos como
Lesiones cerebrales en adultos
ataques de pánico, episodios disociativos, o ideas delirantes.
Sin embargo, muchas sí muestran leves deficiencias en el
procesamiento cognitivo y en la autorregulación. De
manera similar, algunas personas que sufren trastornos psicopatológicos también tienen déficits cognitivos. Por ejemplo, los pacientes con un trastorno bipolar muestran
deficiencias cognitivas persistentes, que continúan presentes incluso durante los periodos de remisión de la enfermedad (Clark et al., 2002; Cavanagh et al., 2002; Ferrier y
Thompson, 2002). Este hecho destaca la estrecha relación
que existe entre el ámbito psicopatológico y el neuropsicológico.
Los síntomas psicopatológicos que a veces acompañan
a las lesiones cerebrales no siempre pueden predecirse, y
ponen de manifiesto matices idiosincrásicos vinculados
con la edad del paciente (véase Tateno et al., 2002), con su
personalidad anterior, o con la situación psicológica con la
que debe enfrentarse. Por lo tanto, es erróneo asumir que
un trastorno psicológico —por ejemplo, una depresión
grave que aparece tras una lesión cerebral— pueda explicarse siempre y de manera completa, apelando a esa lesión.
No cabe duda de que muchas veces será eso lo que ocurra.
Sin embargo, también es posible que la depresión pueda
explicarse mejor apelando a las expectativas del paciente,
que conoce la importante disminución que sufrirá en sus
capacidades y competencias anteriores. Tras una lesión
cerebral traumática provocada por una accidente o una
caída, alrededor del dieciocho por ciento de los pacientes
intentan suicidarse (Simpson y Tate, 2002).
Las personas que viven en condiciones favorables
suelen tener un mejor pronóstico (Yeates et al., y 1997).
Las personas inteligentes, con elevado nivel educativo, y
una gran actividad mental, resisten mejor el deterioro
mental y conductual consecuente a una lesión cerebral
(por ejemplo, véase Mori et al., 1997a; Schmand et al.,
1997a). Sin embargo, dado que el cerebro es el órgano
responsable de la integración de la conducta, existen
límites en cuanto a la gravedad de la lesión que sea posible tolerar o compensar.
REVISIÓN
• Describa algunas de las formas en
que puede lesionarse el cerebro.
• ¿Qué síntomas clínicos están asociados
con las lesiones en el lóbulo frontal,
en el parietal, en el temporal
y en el occipital?
• Enumere nueve síntomas típicos
de una lesión cerebral focalizada
y de una extendida
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
DELIRIUM
Presentación clínica
El delirio es un síndrome muy frecuente. Se trata de un
estado de confusión muy agudo, que se sitúa entre una vigilia normal y un estado de estupor o coma (véase la Figura
15.3). Suele aparecer de manera repentina, y supone un
estado fluctuante de conciencia reducida. En esencia, el delirium refleja un cambio fundamental en la manera en que
trabaja el cerebro. Junto al deterioro del nivel de conciencia,
también se producen cambios cognitivos. Se observa un
deterioro de la capacidad para el procesamiento de la información, lo que afecta a funciones básicas como la atención,
la percepción, la memoria y el pensamiento. También son
muy frecuentes las alucinaciones y las ideas delirantes (véase
Trzepacz et al., 2002). Además, suele caracterizarse también
por una actividad psicomotriz anormal, como puede ser
revolcarse de manera salvaje, o por una alteración del ciclo
de sueño. Una persona con delirium suele ser incapaz de llevar a cabo cualquier actividad mental intencionada. La
intensidad de los síntomas fluctúa también a lo largo del día,
tal y como se describe en el siguiente caso.
Delirium
La señora Petersen es una viuda de setenta y
cinco años. Ingresó en el hospital con una
pierna rota y se le realizó la intervención de
rutina. Pero después de eso, empezó a mostrar
síntomas de confusión. Su conciencia se nubló,
y
ESTUDIO mostraba una importante disminución de la
atención. Era incapaz de recordar qué le había
DE UN
pasado o porqué estaba de hospital. Durante el
CASO
día mostraba una leve conducta hiperactiva.
Era incapaz de leer o ver la televisión, y no
siempre reconocía a los familiares que la visitaban. Mantenía conversaciones con personas imaginarias. Se mostraba irritable y tenía
estallidos de hostilidad. Arrojaba su comida al suelo, y no quería
tomar medicinas. Pero entre un estallido y otro, la señora Petersen
se calmaba y se quedaba dormida durante hora y media, aunque por
la noche era incapaz de conciliar el sueño. Cuando los demás
pacientes se quedaban dormidos, ella empezaba a hacer ruido y los
despertaba. Se introducía en la habitación de otros pacientes, e
intentaba saltar en su cama. Varias veces intentó salir del hospital
con su camisón por toda vestimenta, aunque los guardias de seguridad le hicieron volver a su cuarto (adaptado de Üstün et al., 1996).
El delirium puede ocurrir a cualquier edad. Sin
embargo, las personas ancianas tienen un riesgo especialmente mayor, quizá debido a que la «disminución de sus
reservas» debida a la edad provoque cambios en su cerebro.
Como se ha descrito en el caso anterior, es frecuente que aparezca tras una intervención quirúrgica, sobre todo en pacientes de más de ochenta años (Trzepacz et al., 2002). En el otro
extremo, los niños también tienen un elevado riesgo de sufrir
delirium, quizá precisamente porque su cerebro todavía no se
ha desarrollado por completo. Se estima que la prevalencia
del delirium varía ampliamente según la edad de la población
que se haya estudiado, pero se sitúa entre un cinco y un cuarenta por ciento de los pacientes hospitalizados (Fann, 2000).
Las causas del delirium pueden ser varias, lo que incluye
los golpes en la cabeza y las infecciones. Sin embargo, la
causa más frecuente del delirium es la intoxicación por drogas y el síndrome de abstinencia. La toxicidad de algunas
medicinas también puede provocar deliriums. Esto podría
explicar por qué es tan frecuente en personas de edad avanzada y que han sufrido una intervención quirúrgica.
Tratamiento y resultados
El delirium supone una auténtica urgencia médica, y es
necesario identificar y controlar su causa subyacente. La
mayoría de los casos de delirium son reversibles, excepto
cuando está provocado por una enfermedad terminal o por
un trauma cerebral grave. El tratamiento se realiza
mediante medicinas, manipulación del ambiente y apoyo
familiar (American Psychiatric Association, 1999). Las
medicinas más utilizadas son los neurolépticos, y las mismas que se utilizan para el tratamiento de la esquizofrenia.
Para los casos de delirium provocados por el alcohol o por
la abstinencia de drogas, se utilizan las benzodiacepinas, la
Vigilia
activa
Delirium
Figura 15. 3
El continuo de la conciencia.
Fuente: Tomado de The American Psychiatric
Publishing Textbook of Neuropsychiatry
and Clinical Neurosciences, 4ª ed., p. 526.
Reproducido con permiso de American
Psychiatric Publishing, Inc., www.appi.org.
Estupor
Coma
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La demencia
misma sustancia que se emplea para el tratamiento de los
trastornos de ansiedad (Trzepacz et al., 2002). También es
útil recurrir a técnicas para orientar al paciente (como los
calendarios, las consignas del equipo, o luces nocturnas).
Sin embargo, algunos pacientes, sobre todo de edad muy
avanzada, pueden seguir teniendo problemas de orientación, de sueño, y otro tipo de dificultades, incluso después
de varios meses de haber sufrido el episodio de delirium.
REVISIÓN
• ¿Qué características clínicas caracterizan el
síndrome de delirium?
• Describa algunas causas habituales de
delirium. ¿Quién tiene mayor riesgo de
desarrollar este problema?
• ¿Cómo se trata el delirium?
LA DEMENCIA
Al contrario de lo que ocurre con el delirio, la
demencia no es una anomalía que fluctúa con rapidez.
Supone una pérdida, y se caracteriza por la reducción del
nivel de funcionamiento previo. Suele aparecer de manera
muy gradual. Al principio, el individuo se mantiene en
alerta y capta muy bien lo que ocurre a su alrededor. Sin
embargo, incluso durante estas primeras etapas la memoria
siempre está afectada, sobre todo por lo que concierne a los
acontecimientos más recientes. A medida que pasa el
tiempo, los pacientes con demencia van mostrando cada
.
vez más deficiencias en el pensamiento abstracto, la adquisición de conocimientos o habilidades nuevas, la comprensión visual y espacial, el control motriz, la solución de
problemas y el razonamiento. La demencia suele ir acompañado de un deterioro del control emocional y de la sensibilidad ética y moral; por ejemplo, puede que la persona
realice peticiones sexuales completamente vulgares. Puede
seguir un curso progresivo o estático, aunque lo más frecuente es lo primero. A veces puede ser reversible, suponiendo que su causa subyacente pueda tratarse o eliminarse
(como cuando se debe a una deficiencia de vitaminas).
Se conocen al menos cincuenta trastornos diferentes que
pueden provocar demencia (Bondi y Lange, 2001). Por ejemplo enfermedades degenerativas como la enfermedad de
Huntington o la de Parkinson (que se describen en el apartado El mundo que nos rodea 15.3). Otras causas pueden ser
los accidentes cerebro-vasculares repetidos; ciertas enfermedades infecciosas como la sífilis, la meningitis y el sida; tumores y abscesos intracraneales; ciertas deficiencias alimenticias
(especialmente de vitamina B); traumas cerebrales muy fuertes o muy repetidos; la anoxia (privación de oxígeno); o la
ingestión o inhalación de sustancias tóxicas, como el plomo o
el mercurio. Como ilustra la Figura 15.4, la causa más habitual
de demencia es una enfermedad degenerativa del cerebro,
especialmente la enfermedad de Alzheimer. En este capítulo
nos vamos a centrar fundamentalmente sobre este temido
trastorno. También describiremos brevemente la demencia
provocada por la infección VIH y la demencia vascular.
La enfermedad de Alzheimer
La enfermedad de Alzheimer toma su nombre de Alois Alzheimer (1864-1915), un neuro-patólogo alemán que la describió por primera vez en 1907. Es la causa más frecuente de
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Otras demencias
La enfermedad de Parkinson
La enfermedad de Parkinson se describió por primera vez
en 1817, y consiste en una especie de «parálisis
temblorosa». Se trata del segundo trastorno neurodegenerativo más frecuente (después de la enfermedad
de Alzheimer), con una prevalencia del uno por 1000.
Las causas de la enfermedad no están claras, aunque se
sospecha que depende tanto de factores ambientales
como genéticos.
Afecta con más frecuencia a los hombres que a las
mujeres, y en general, a las personas de entre cincuenta y
setenta años. Sin embargo, el actor Michael J. Fox
desarrolló esa enfermedad cuando sólo tenía treinta
años. Su libro Lucky Man (2002) ofrece una conmovedora
descripción de su lucha contra la enfermedad, así como
algunos de sus principales síntomas.
Necesito explicar el fenómeno «on-off». Este
melodrama de Jekyll y Hyde supone una tribulación
constante para el paciente, especialmente si está tan
decidido como yo a quedarse encerrado. «On» alude
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
al momento en que la medicación le dice al cerebro
todo lo que quiere oír. Me encuentro relativamente
suelto y fluido, mi mente está clara, y mis
movimientos bajo control. Sólo un observador bien
entrenado podría detectar mi Parkinson. Pero durante
mis periodos «off», incluso el más miope, aunque no
sepa lo que es la enfermedad de Parkinson, se daría
cuenta de que tengo graves problemas.
Cuando estoy en un «off», la enfermedad ejerce un
dominio absoluto sobre mi cuerpo. Me encuentro
completamente bajo su control. A veces hay
destellos de funcionamiento, y puedo realizar
adecuadamente ciertas tareas físicas muy básicas,
como comer y vestirme por mí mismo (aunque me
inclino hacia las prendas holgadas y sin botones), así
como cualquier trabajo que no requiera demasiada
destreza. Pero en los peores momentos «off»,
experimento toda la gama de síntomas clásicos de
Parkinson: rigidez, temblores, falta de equilibrio,
disminución del control motor fino y un conjunto de
síntomas que hacen difícil y a veces imposible la
comunicación hablada y escrita.
Ictus o accidentes
cerebro-vascular
14,5%
Múltiples causas
12,2%
Enfermedad
de Parkinson
7,7%
Enfermedad
de Alzheimer
55,6%
La enfermedad de Huntington
La enfermedad de Huntington es un trastorno
degenerativo muy poco frecuente que afecta al sistema
nervioso central, y a una de cada 10 000 personas. Fue
descrita por primera vez en 1872 por el neurólogo
norteamericano George Huntington. La enfermedad
comienza alrededor de los cuarenta años, y afecta a
hombres y mujeres por igual. Se caracteriza por una
corea (movimientos involuntarios e irregulares que
oscilan aleatoriamente de una zona a otra del cuerpo)
crónica y progresiva. Los pacientes pueden llegar a
desarrollar una demencia, y mueren generalmente diez o
veinte años después de la aparición de la enfermedad.
Está causada por un gen autosómico dominante ubicado
en el cromosoma 4. Esto significa que una persona que
tenga un padre con ese trastorno tiene el cincuenta por
ciento de probabilidades de desarrollar también la
enfermedad. Un examen genético puede determinar si la
persona tiene ese gen. Sin embargo, dado que no existe
cura, la mayoría de las personas prefieren no saber con
antelación su terrible destino.
demencia (Askin-Edgar et al., 2002). En el DSM-IV-TR se le
denomina (en el eje I) demencia de tipo Alzheimer. Esta
enfermedad está asociada con un síndrome de demencia
característico, que tiene una aparición imperceptible y sigue
un curso de deterioro muy lento pero progresivo, que finaliza con el delirium y la muerte. Desde que en 1994 el que
fuera presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan
anunciase que padecía esta enfermedad, el conocimiento de
la misma se ha extendido de manera notable.
Demencia en la enfermedad
de Alzheimer
Lesiones
cerebrales 4,4%
Otras causas 5,5%
Algunas causas de demencia
que tienen tratamiento
Depresión emocional
Deficiencia de vitamina B12
Alcoholismo crónico
Ciertos tumores o
infecciones del cerebro
Medicación
Coágulos de sangre
que presionan el cerebro
Desequilibrios metabólicos
(tiroides, riñón o hígado)
Figura 15.4
DISTRIBUCIÓN DE LA DEMENCIA SEGÚN SU CAUSA
PROBABLE *
* Las cifras aportadas no suman el cien por cien debido al redondeo.
Fuente: Dennis J. Selkoe. (1993). Aging brain, aging mind. En Mind and Brain:
Readings from Scientific American (p. 111). Nueva York: Freeman y Johnny
Johnson, Some treatable causes of dementia, Scientific American (septiembre
2003). Copyright © 2003 de Scientific American, Inc. All rights reserved.
Reproducido con permiso.
Hans es un hombre de sesenta y seis años que se
ha vuelto tan olvidadizo que su mujer tiene miedo
de dejarlo sólo, incluso dentro de su casa. A los
sesenta años de edad, Hans se jubiló anticipadamente
de su trabajo de funcionario, ya que
ESTUDIO
durante los últimos cinco años no había podido
DE UN
desempeñarlo adecuadamente. Cometía errores
CASO
constantes cuando repartía el correo hacia diferentes departamentos del edificio. A la misma
vez, iba abandonando progresivamente sus entretenimientos, y poco a
poco se volvía más estático. Al principio, estos olvidos no habían sido
demasiado llamativos, pero un día, cuando tenía sesenta y dos años e
iba caminando por una zona que conocía muy bien, fue incapaz de
encontrar el camino de regreso a casa. A partir de entonces sus fallos
de memoria se fueron haciendo cada vez más prominentes. Perdía
cosas, olvidaba citas, y no podía encontrar el camino de regreso a su
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casa, en un barrio en el que llevaba viviendo más de cuarenta años. Tampoco era capaz de reconocer a sus más íntimos amigos, y había perdido
el interés por la prensa y la televisión (adaptado de Üstün et al., a 1996).
EL CUADRO CLÍNICO DE LA ENFERMEDAD DE ALZHEIMER. La enfermedad de Alzheimer se diagnostica
mediante la evolución clínica del paciente, aunque nunca
puede confirmarse al cien por cien, salvo después de su
fallecimiento. Esto se debe a que es necesario realizar una
autopsia para poder ver las placas seniles y los ovillos neurofibrilares, que constituyen los signos distintivos de la
neuro-patología de Alzheimer, y que se describen más adelante. Antes del fallecimiento, el diagnóstico se realiza una
vez que se ha descartado cualquier otra posible causa de
demencia, a partir del estudio del paciente, de su historia
familiar, un examen físico y pruebas de laboratorio. Sin
embargo cada vez disponemos de más pruebas de técnicas
de neuroimagen como el TEP que pueden resultar de gran
utilidad para el diagnóstico precoz de pacientes de los que
se sospecha que puedan tener la enfermedad (Silverman et
al., 2001). Otras técnicas de imagen cerebral, como la imagen por resonancia magnética, también pueden proporcionar pruebas de la enfermedad, a través del agrandamiento
de los ventrículos o ensanchamiento de los surcos de la corteza cerebral, lo que indica la existencia de una atrofia del
cerebro. Sin embargo, aunque las imágenes obtenidas por
resonancia magnética pueden resultar de utilidad para el
diagnóstico, dicha técnica no permite diferenciar la enfermedad de Alzheimer de otros tipos de demencia (Skoog,
2002). Por lo tanto, se están realizando grandes esfuerzos de
investigación para diseñar técnicas que permitan una
detección precoz de la enfermedad de Alzheimer (por ejemplo, Devanand et al., 2000; Silverman et al., 2001).
La enfermedad de Alzheimer suele comenzar después
de los cuarenta y cinco años (Malaspina et al., 2002). Contrariamente a lo que mucha gente cree, la enfermedad no
sólo se caracteriza por problemas de memoria, sino por
múltiples déficits cognitivos. Se va produciendo un declive
progresivo que supone un lento deterioro mental. En algunos casos, hay también una enfermedad física u otro tipo de
acontecimiento estresante, que pueden considerarse como
un hito fundamental en el curso de la enfermedad, aunque
la mayoría de sus víctimas pasan a un estado de demencia
de manera casi imperceptible, por lo que resulta prácticamente imposible establecer la fecha en que apareció el trastorno. El cuadro clínico puede ser muy diferente de una
persona a otra, en función de la naturaleza y la extensión de
la degeneración cerebral, la personalidad anterior del individuo, los factores estresantes y el grado de apoyo ambiental. El siguiente caso, de un hombre que se había retirado
siete años antes de su hospitalización, es típico del deterioro
que produce la enfermedad de Alzheimer.
La demencia
Un ingeniero con enfermedad
Alzheimer
Durante los últimos cinco años, había mostrado
una pérdida progresiva de interés en todo lo
que le rodeaba, y a partir del año pasado cada
vez se había mostrado más infantil. Su esposa y
su
hijo mayor lo habían llevado al hospital porESTUDIO
que se daban cuenta de que no podían cuidar de
DE UN
él en casa, sobre todo debido a los nietos.
CASO
Había descuidado su alimentación y otros hábitos de higiene personal, y solía despertarse por
la noche haciendo mucho escándalo. No parecía recordar nada de lo
que había sucedido durante el día, pero se mostraba muy minucioso
para explicar acontecimientos de su niñez y de su juventud.
Tras su admisión en el hospital, el paciente pareció deteriorarse
muy rápidamente. Apenas recordaba lo que le había sucedido unos
minutos antes, aunque sus recuerdos de la infancia permanecen
intactos. Cuando su mujer y sus hijos lo visitaban, los confundía con
otros amigos, y era incapaz de recordar cualquier detalle de la visita
unos cuantos minutos después. La siguiente conversación, que tuvo
lugar después de pasar nueve meses en el hospital (y unos tres
meses antes de su muerte), pone de manifiesto su desorientación.
Médico: ¿Cómo está usted, Sr...?
Paciente: Oh... hola [mira al médico desconcertado, como si intentara averiguar quién es esa persona].
Médico: ¿Sabe usted dónde estamos?
Paciente: Por qué, sí... estoy en casa. Tengo que pintar la casa este
verano. Hace mucho tiempo que necesita una mano de
pintura.
Médico: ¿Puede decirme qué día es hoy?
Paciente: Hoy no es domingo... por qué, sí, los niños vienen a cenar
hoy. Siempre cenamos juntos los domingos. Mi esposa
acaba de estar conmigo, pero me imagino que ha ido a la
cocina.
Como ilustra este caso, la enfermedad de Alzheimer suele
comenzar con un abandono gradual de las actividades habituales y cotidianas. Se va produciendo una disminución de las
actividades e intereses sociales, una mengua de la actividad
mental, y una reducción de la tolerancia hacia nuevas ideas y
cambios en la rutina diaria. Con frecuencia los pensamientos
y las actividades se tornan infantiles y centrados exclusivamente en sí mismos, lo que incluye una gran preocupación
por las funciones corporales de comer, la digestión y la excreción. Y a medida que estos cambios se van haciendo más graves, van haciendo su aparición otros síntomas adicionales,
como el deterioro de la memoria reciente, un habla «vacía»
(donde la gramática y la sintaxis están intactas, pero el significado queda sustituido por expresiones ambiguas y sin sentido
—por ejemplo, «hace un día estupendo, aunque puede que yo
deba»—), desaliño, deterioro del razonamiento, agitación y
periodos de confusión. Este cuadro clínico no es uniforme,
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
hasta que se alcanzan las últimas etapas terminales, momento
en que el paciente queda reducido a un nivel vegetativo.
Aproximadamente la mitad de todos los pacientes con
Alzheimer siguen un curso de deterioro simple. Esto es, van
perdiendo progresivamente diversas capacidades mentales,
comenzando generalmente con la memoria reciente, y
pasando por la desorientación, el deterioro del razonamiento, el abandono de la higiene personal y la pérdida de
contacto con la realidad, hasta el punto de que son incapaces
de mantener un funcionamiento independiente como
adulto. Quizá debido a que la enfermedad afecta a los lóbulos
temporales del cerebro, también suelen aparecer delirios
(Lyketsos et al., 2000). Aunque lo que predominan son los
delirios de persecución, los celos y la envidia también suelen
estar presentes. Por ejemplo, es frecuente acusar a la pareja,
que generalmente también suele tener una edad avanzada, de
ser sexualmente infiel. Puede que se acuse a los miembros de
la familia de estar envenenando la comida, o robando los
ahorros. Afortunadamente no suelen producirse ataques físicos, aunque a veces este problema complica todavía más el
trato con el paciente. En un estudio de pacientes con Alzheimer físicamente agresivos, Gilley y sus colaboradores (1997)
encontraron que el ochenta por ciento tenía ideas delirantes.
Mediante un tratamiento apropiado, basado en medicación y el mantenimiento de un ambiente tranquilo, seguro y
pacífico, muchas personas con la enfermedad de Alzheimer
pueden encontrar alivio para sus síntomas. Sin embargo, por
regla general, el deterioro continúa su curso durante meses y
años. Eventualmente los pacientes empiezan a perder la conciencia de su entorno, quedan postrados en la cama, y reducidos a un estado vegetativo. También disminuye la resistencia
a las enfermedades, por lo que pueden morir debido a una
neumonía o a cualquier otro problema cardíaco o respiratorio. Se considera que los pacientes con Alzheimer mueren
entre siete y diez años después de haber sido diagnosticados
de esta enfermedad (Bondi y Lange, 2001). Sin embargo, los
datos de un amplio estudio canadiense sugieren que la vida
media de un paciente a partir de su primer contacto con un
médico debido a sus problemas de memoria puede llegar a
ser de tan sólo 3,3 años (Wolfson et al., 2001).
PREVALENCIA DE LA ENFERMEDAD DE ALZHEIMER. La demencia de Alzheimer se está convirtiendo
velozmente en uno de los principales problemas de salud
pública, que exige un gran esfuerzo de la sociedad y de la
familia. La enfermedad de Alzheimer explica una gran parte
de las demencias (Lyketsos et al., 2000). Aunque esta enfermedad no es una consecuencia inevitable de la edad, ésta es
sin duda un factor de riesgo. A partir de los dieciocho años
de edad, nuestro cerebro empieza a disminuir su tamaño.
Pero cuando cumplimos los ochenta años, ha perdido alrededor del quince por ciento de su peso original (Perl, 1999).
Se estima que la probabilidad de sufrir Alzheimer se
duplica cada cinco años después de cumplir los cuarenta
(Hendrie, 1998). Siendo conservadores, se trata de una enfermedad que sufre alrededor del uno al dos por ciento de la
población de entre sesenta y cinco y setenta y cuatro años, y el
veinticinco por ciento de las personas mayores de ochenta y
cinco años (Hendrie, 1998). También se ha estimado que cada
año aparecen aproximadamente 360 000 casos nuevos (incidencia), y que este número irá aumentando a medida que la
población vaya envejeciendo (Brookmeyer et al., y 1998). En
la actualidad, alrededor de cuatro millones de personas en
Estados Unidos padecen Alzheimer. Durante los próximos
cincuenta años, esta cifra se triplicará (Askin-Edgar et al.,
2002). Los pronósticos sobre la prevalencia de la enfermedad
en el futuro no son menos alarmantes. Si para ese momento
no hemos sido capaces de prevenir su aparición, la sociedad se
enfrentará con el angustioso problema de cuidar a millones
de ciudadanos dementes. Las consecuencias adversas para la
familia, la sociedad y la economía, que ya son considerables,
pueden llegar a ser devastadoras (Fisher y Carstensen, 1990).
Por razones que todavía no están claras, las mujeres
parecen tener un riesgo de desarrollar la enfermedad ligeramente más elevado que los hombres (Askin-Edgar et al.,
2002). De hecho, el primer caso que estudió Alois Alzheimer
fue el de una mujer de cincuenta y un años. Cierto es que las
mujeres tienden a vivir más años que los hombres, aunque
esto no explica por completo la mayor prevalencia de la
enfermedad en este sexo. La prevalencia del Alzheimer es
menor en países desarrollados no occidentales como Japón,
así como en otros países menos industrializados como Nigeria e India (Malaspina et al., 2002). Este tipo de observaciones hacen sospechas a los investigadores que ciertos factores
ambientales, como una dieta muy rica en grasas y el colesterol podrían aumentar el riesgo de padecer la enfermedad de
Alzheimer.
ASPECTOS GENÉTICOS Y AMBIENTALES DE LA
ENFERMEDAD DE ALZHEIMER. Cuando imagina-
mos a un paciente de Alzheimer, vemos a una persona de
edad avanzada. Sin embargo, muchas veces el Alzheimer
comienza muy pronto, y afecta a personas de cuarenta y
tantos o cincuenta y tantos años. En estos casos, el progreso
de la enfermedad y de la demencia asociada suele ser muy
rápido (Heyman et al., 1987). Hay considerables pruebas
que sugieren una contribución genética especialmente
importante en la aparición temprana de la enfermedad
(véase Holmes, 2002; Malaspina et al., 2002), aunque es
posible que diferentes familias tengan implicados genes distintos (Breitner et al., 1993). Pero los genes también son
cruciales en los casos más tardíos de Alzheimer.
Los casos de aparición temprana de la enfermedad
parecen estar causados por mutaciones genéticas poco frecuentes. Hasta el momento se han podido identificar tres de
estas mutaciones. Una ellas afecta al gen APP, ubicado en el
cromosoma 21. Se trata de un detalle significativo, porque
hace tiempo que sabemos que las personas con síndrome de
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Down (cuyo problema también radica en el cromosoma 21;
véase el Capítulo 16), y que viven más allá de los cuarenta
años de edad, desarrollan una demencia similar al Alzheimer
(Bauer y Shea, 1986; Janicki y Dalton, 1993). También muestran cambios neuro-patológicos similares (Schapiro y Rapoport, 1987). Por otra parte, el síndrome de Down suele
afectar con más frecuencia a familias castigadas con la enfermedad de Alzheimer (Heyman et al., 1987; Schupf et al.,
1994). Un estudio ha encontrado que las madres que dan a
luz a un niño con síndrome de Down antes de los treinta y
cinco años de edad, tienen un riesgo 4,8 veces mayor de desarrollar la enfermedad de Alzheimer cuando son mayores, si
se les compara con madres de hijos con otro tipo de retraso
mental (Schupf et al., 2001). Las mutaciones del gen APP
están asociadas con la aparición de la enfermedad de Alzheimer en algún momento entre los cincuenta y cinco y los
sesenta años de edad (Cruts et al., 1998).
Aquellos casos en que la enfermedad aparece incluso
antes, parecen estar asociados con mutaciones de un gen
ubicado en el cromosoma 14, denominado gen de la presenilina 1 (PS1), y con una mutación del gen de la presenilina
2, ubicado en el cromosoma 1. Estos genes están asociados
con la aparición de la enfermedad entre los treinta y los cincuenta años de edad (Cruts et al., 1998). Un portador de la
mutación PS1 desarrolló el trastorno a la edad de veinticuatro años (Wisniewski et al., 1998). Recuérdese, sin embargo,
que estos genes mutantes, aunque suelen ser dominantes y
por lo tanto causar la enfermedad de su portador, son muy
poco frecuentes. Probablemente todas las mutaciones que
hemos mencionado sólo expliquen en conjunto el cinco
por ciento de los casos de la enfermedad de Alzheimer.
Un gen que podría jugar un papel más importante en
los casos de aparición tardía de la enfermedad es el APOE
(apolipoproteína), situado en el cromosoma 19. Se trata de
un gen que codifica una proteína de la sangre que contribuye al transporte del colesterol por el torrente sanguíneo.
Se ha descubierto que hay diferentes formas de ese gen (alelos) que predicen el nivel de riesgo de la aparición de la
enfermedad. Se han identificado hasta la fecha tres de esos
alelos; uno de ellos, el alelo 4 del gen APOE (APOE4), incrementa de manera significativa el riesgo de aparición tardía
de la enfermedad. Así pues, una persona puede heredar dos,
uno, o ninguno de los alelos APOE4, lo que va disminuyendo el riesgo de manera acorde. Otro de estos alelos, el
APOE2, parece ejercer una protección contra la aparición
tardía de la enfermedad. El alelo restante y también el más
frecuente, el APOE3, tiene un significado «neutro» para la
predicción de la enfermedad (por ejemplo, véase Katzman
et al., 1997; López et al., 1997; Martín et al., 1997; Plassman
y Breitner, 1997). Se ha demostrado que el APOE4 es un
excelente predictor del deterioro de la memoria en personas
mayores, tengan o no demencia clínica (Hofer et al., 2002).
El alelo APOE4 (que puede detectarse mediante un
análisis de sangre) aparece en prácticamente todos los tipos
La demencia
de enfermedad de Alzheimer. Aproximadamente el sesenta
y cinco por ciento de los pacientes con esta enfermedad
tiene al menos uno de sus alelos (véase Malaspina et al.,
2002). Sin embargo, este tipo de descubrimientos, aunque
apasionantes, todavía no pueden explicar todos los casos de
Alzheimer, ni siquiera los de aparición tardía (véase Bergem
et al., 1997). Muchas personas que han heredado la pauta
APOE más peligrosa (dos alelos APOE4), sin embargo no
sucumben a la enfermedad. Un estudio encontró que sólo
el cincuenta y cinco por ciento de las personas con dos alelos APOE4 habían desarrollado la enfermedad después de
cumplir ochenta años (Myers et al., 1996). Y además, otras
personas con Alzheimer no tienen esos alelos. Por otra
parte, se ha encontrado que un número importante de
gemelos monocigóticos son discordantes respecto a esa
enfermedad (Bergem et al., 1997; Breitner et al., 1993).
¿Por qué ocurre esto? En la actualidad pensamos que
nuestra susceptibilidad genética interactúa con otros factores
genéticos y con el ambiente, para determinar si sucumbiremos a un determinado trastorno. En efecto, falta encontrar
otros genes implicados en la enfermedad de Alzheimer. Sin
embargo, puede que los factores ambientales también desempeñen un papel importante. Como ya hemos dicho, la desigual prevalencia de la enfermedad en distintas zonas del
mundo sugiere que la dieta podría ser una variable ambiental
importante. Otros factores ambientales que se están estudiando son la exposición a metales como el aluminio, o haber
sufrido traumatismos craneales. Un estudio prospectivo ha
encontrado que dichos traumatismos están asociados, cinco
años después de la lesión, a un riesgo cuatro veces mayor de
desarrollar la enfermedad de Alzheimer (véase Malaspina et
al., 2002). Por otra parte, parece que el consumo de drogas
anti-inflamatorias no esteroides como el Ibuprofeno, podría
tener un efecto protector y disminuir el riesgo de sufrir Alzheimer (Breitner et al., 1994; Veld et al., 2001; Weggen et al.,
2001). Esta idea deja abierta la posibilidad de poder reducir o
retrasar la aparición de la enfermedad de Alzheimer, limitando la exposición a factores ambientales de riesgo, y adoptando paralelamente otras medidas preventivas.
NEURO-PATOLOGÍA.
Cuando Alois Alzheimer realizó
la primera autopsia de su paciente (conocido como
Augusta), identificó una serie de anormalidades cerebrales
características del trastorno. Dichas anormalidades consisten en (1) placas seniles, (2) ovillos neurofibrilares intraneuronales y (3) presencia anormal de pequeños agujeros
en el tejido neuronal, denominados degeneración granulovacuolar, producidas por la degeneración de las células. Si
bien las placas y los ovillos también aparecen en cerebros
normales, están mucho más presentes en el cerebro de los
pacientes con la enfermedad de Alzheimer.
¿Pero qué es lo primero que se deteriora? Las placas seniles
están formadas por neuronas terminales deformes. Una observación importante sobre estas placas es que su núcleo contiene
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
una proteína denominada beta-amiloide. Esta sustancia también abunda en otras zonas del cerebro de los pacientes de Alzheimer (véase Gajdusek, 1986; Hardy et al., 1986; Kang et al.,
1987). Se cree que la acumulación de beta-amiloide es lo que
provoca la formación de placas. Además, tener el alelo APOE4
de ese gen también podría estimular la acumulación de esa
proteína en el cerebro (Askin-Edgar et al., 2002). De hecho, se
ha demostrado que el beta-amiloide es neuro-tóxico. Esto es,
produce la muerte de las neuronas (Seppa, 1998). En la actualidad se cree que la acumulación de beta-amiloide desempeña
un papel fundamental para el desarrollo del Alzheimer.
Los ovillos neurofibrilares son redes de filamentos
anormales en el interior de la neurona. Estos filamentos
están formados por otra proteína denominada Tau. Los
investigadores sospechan que la presencia anormal de esta
proteína en los ovillos neurofibrilares podría estar provocada también por el incremento de amiloide en el cerebro.
En otras palabras, el Tau está producido por el amiloide, y
es un indicador del avance de la enfermedad. Los estudios
con ratones seleccionados genéticamente para ser muy susceptibles a la enfermedad de Alzheimer apoyan también
esta hipótesis (Götz et al., 2001; Lewis et al., 2001). Si se
prueba que esta suposición es correcta, sería interesante
encontrar alguna droga que fuera capaz de impedir la acumulación de amiloide en el cerebro.
Otra importante alteración que tiene lugar en el cerebro
de los pacientes con Alzheimer tiene que ver con un neurotransmisor denominado acetilcolina. Se trata de un neurotransmisor muy importante para la memoria. Aunque los
pacientes con este trastorno sufren una amplia destrucción de
neuronas, sobre todo en la zona del hipocampo (Adler, 1994;
Mori et al., 1997b), las pruebas sugieren que algunas de las
estructuras cerebrales que se ven más gravemente afectadas
son un conjunto de cuerpos celulares localizados en la zona
basal anterior del cerebro, involucrados en la liberación de acetilcolina (Whitehouse et al., 1982). La disminución de la actividad cerebral de la acetilcolina en pacientes con Alzheimer se
correlaciona con la amplitud del daño neuronal (por ejemplo,
placas y ovillos) que padecen (Debettignles et al., 1997).
La pérdida de las células que producen acetilcolina
todavía empeora más la situación. Dado que la acetilcolina
es tan importante para la memoria, su agotamiento contribuye a las deficiencias cognitivas y conductuales características del Alzheimer. Por esa razón, las drogas que inhiben la
disminución de acetilcolina (denominadas inhibidores de
la colinesterasa) y que por tanto aumentan la disponibilidad de este neurotransmisor, podrían ser muy beneficiosas
para los pacientes (Winblad et al., 2001; Whitehouse, 1993).
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS DE LA ENFERMEDAD DE ALZHEIMER. En la actualidad carecemos de
tratamientos —médicos, psicosociales o de rehabilitación— para la enfermedad de Alzheimer. Hasta que se descubra alguna manera de restaurar las funciones que han
quedado destruidas, nos vemos obligados a recurrir a
medidas paliativas, que disminuyan el estrés de los pacientes y de sus cuidadores, y alivien en la medida de lo posible
las complicaciones que acarrea este trastorno, así como su
hostilidad, que todavía aumenta más si cabe las dificultades
para tratar con el paciente.
Algunas de las conductas problemáticas más habituales asociados con la enfermedad de Alzheimer son los extravíos, la incontinencia, la conducta sexual inapropiada, y la
incapacidad para cuidar de sí mismo. Este tipo de conductas pueden controlarse hasta cierto punto mediante estrategias conductuales (véase el Capítulo 17), que no requieren
que el paciente disponga de capacidades cognitivas ni
comunicativas demasiado complejas, por lo que resultan
especialmente apropiadas. En general los resultados obtenidos son bastante satisfactorios, ya que permiten reducir la
frustración y el desconcierto del paciente, así como las dificultades de su cuidado (Fisher y Carstensen, 1990; Mintzer
et al., 1997; Teri et al., 1997).
La investigación sobre el tratamiento también se ha concentrado en la reducción de la acetilcolina característica de la
enfermedad de Alzheimer. El razonamiento es que sería posible mejorar el funcionamiento del paciente, mediante la
administración de drogas que aumentasen la disponibilidad
de acetilcolina en el cerebro. En la actualidad, la forma más
eficaz de conseguirlo es mediante la inhibición de la producción de acetilcolinesterasa, que es la principal encima que
participa en la descomposición metabólica de la acetilcolina.
Por esa razón se administran drogas como la tacrina (Cognex) y el donepezilo (Aricept). Winblad y sus colaboradores
(2001) estudiaron a doscientos ochenta y seis pacientes que
habían sido aleatoriamente designados para recibir la medicación (donepezilo) o un placebo, durante un periodo de un
año. El funcionamiento cognitivo de los pacientes y su capacidad para realizar las actividades cotidianas se evaluaron al
principio del estudio y a intervalos regulares a lo largo del
mismo. Los pacientes que habían recibido la medicación lo
hicieron mucho mejor que los pacientes que habían tomado
un placebo. Sin embargo, todos los pacientes mostraron un
declive en su funcionamiento a lo largo del estudio. Llega un
momento en que las drogas no pueden impedir ese declive.
Sin embargo, el inhibidor de la acetilcolinesterasa sí parece
disminuir el ritmo de deterioro de los pacientes. Aunque este
resultado dista mucho de lo ideal y deseable, al menos ofrece
a los pacientes y a sus familias un tiempo adicional de mayor
calidad, que en ausencia de esa medicina.
Otra línea de investigación sobre el tratamiento se centra en el desarrollo de vacunas que permitan eliminar las
placas amiloides acumuladas. Si bien los primeros resultados derivados de la investigación con animales parecían
muy prometedores (por ejemplo, McLaurin et al., 2002), los
ensayos clínicos con humanos hubieron de detenerse
abruptamente en 2002 debido a sus peligrosos efectos
secundarios. En cualquier caso, no cabe duda de que se con-
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tinuará intentado desarrollar otros tratamientos similares
pero más seguros. Muchas empresas farmacéuticas están
trabajando en la actualidad sobre este problema.
Otras medicinas permiten ayudar a los pacientes que
tienen dificultades para controlar sus impulsos y emociones. Algunos pacientes de Alzheimer que también sufren
depresión responden razonablemente bien a los antidepresivos y a los estimulantes. Sin embargo, es necesario controlar muy cuidadosamente las dosis, ya que es frecuente que
aparezcan efectos imprevistos, porque su estado de debilidad les hace susceptibles a una respuesta amplificada.
Como ya hemos visto, las neuronas que han muerto a
causa del Alzheimer están irremediablemente perdidas. Por
lo tanto, incluso aunque se descubriese algún tratamiento
que detuviese la pérdida de tejido cerebral, el paciente todavía sufriría un grave deterioro. La auténtica clave de una
intervención eficaz debe tener por tanto un carácter preventivo (véase Schultz, 2000). Por ejemplo, deberíamos llegar a ser capaces de identificar y eliminar los riesgos
ambientales que contribuyan a estimular el desarrollo del
Alzheimer (Gatz et al., 1994). Sin embargo, el avance más
prometedor en este ámbito es la investigación sobre apolipoproteínas (APOE) que hemos descrito anteriormente.
EL TRATAMIENTO DE LOS CUIDADORES.
Se ha estimado que entre el treinta y el cuarenta por ciento de las personas que reciben cuidados en su hogar son enfermos de
Alzheimer. También los hay en los hospitales mentales y en
otras instituciones. Sin embargo, la mayoría suelen vivir con
su familia (Gurland y Cross, 1982). Se trata de una circunstancia absolutamente estresante para los cuidadores (Fisher
y Carstensen, 1990; Intrieri y Rapp, 1994; Shaw et al., 1997).
Cualquiera que sea la manera en que enfoquemos la
intervención terapéutica, siempre es necesario tomar en
consideración la situación de las personas que se encargan
de cuidar del enfermo. A medida que avanza la enfermedad,
no sólo deben enfrentarse con multitud de desafíos, sino
también con la «muerte social» del paciente como persona,
y con su propio «duelo anunciado» (Gilhooly et al., 1994).
Se trata de personas con un extraordinario riesgo de sufrir
depresión (Cohen y Eisdorfer, a 1998), sobre todo cuando
es el marido quien tiene que cuidar de su esposa (Robinson-Whelen y Kiecolt-Glaser, 1997; Tower et al., 1997). Por
ejemplo, un estudio demostró que cuidadores sin depresión clínica tenían sin embargo unos niveles de cortisol
muy similares a los de pacientes con depresión mayor
(Davis y Cowen, 2001). Además, las personas que cuidan
pacientes con Alzheimer tienden a consumir grandes cantidades de medicinas psicotrópicas, y a sufrir mucho estrés
(George, 1984; Hinrichsen y Niederehe, 1994). Dado que el
problema básico parece ser un estrés elevado y permanente,
cualquier medida que permita reducirlo y controlarlo será
de utilidad para aliviar la carga que soportan los cuidadores
(Costa et al., 1982). Por ejemplo, los programas de apoyo
La demencia
grupal pueden llegar a producir una importante reducción
del estrés y la depresión (por ejemplo, Glosser y Wexler,
1985; Herbert et al., 1994; Kahan et al., 1985).
Decidir el momento en que es necesario ya ingresar en
una institución a un paciente de Alzheimer, cuyo cuidado
comienza a ser una carga abrumadora para su familia,
puede constituir una ardua decisión (Cohen et al., 1993).
También puede tener importantes implicaciones económicas, debido a que contratar a una enfermera suele tener un
elevado coste (Hu et al., 1986). Como se ha dicho, la mayoría de los pacientes con Alzheimer permanecen en casa,
fundamentalmente por razones emocionales, como el
amor, la lealtad, y el sentimiento de obligación hacia un
padre o un esposo. Hay al menos una razón por la que el
cuidado en el hogar resulta justificable también desde un
punto de vista objetivo. Y es que el traslado a una institución, sobre todo si carece de apoyo y estímulo social, puede
dar lugar a un abrupto empeoramiento de los síntomas, lo
que demuestra una vez más el poder de las influencias psicosociales, incluso en este caso donde el problema principal
es fundamentalmente orgánico. Por otra parte, la aparición
de una fuerte confusión, de un comportamiento hostil, de
un estupor depresivo, una conducta sexual inapropiada y
desorientación espacial, temporal y personal, puede suponer una carga insoportable para los cuidadores —una carga
que el paciente con Alzheimer, si pudiera expresarse en un
momento de lucidez, preferiría evitarles.
Demencia por infección de VIH-1
Los devastadores efectos que el virus VIH del tipo 1 ejerce
sobre el sistema inmunitario hace a sus víctimas muy susceptibles ante una amplia variedad de otros agentes infecciosos. Cuando a principios de la década de los 80 empezaron
observarse una serie de síndromes neuropsicológicos entre
los pacientes con sida, se supuso que se debían a infecciones
secundarias o a tumores cerebrales, asociados con las deficiencias de su sistema inmunitario. Pero entonces, en 1983,
Snider y sus colaboradores publicaron la primera evidencia
sistemática de que la presencia del virus VIH-1 podía dar
lugar a la destrucción de células cerebrales. Desde entonces
se han identificado diferentes tipos de esta patología del sistema nervioso central inducida por el VIH, algunos de las
cuales parecen estar asociadas con fenómenos psicóticos
como las ideas delirantes (Sewell et al., 1994).
La neuropatología de la demencia asociada al sida
incluye diversos cambios en el cerebro, tales como una atrofia generalizada, edema (tumefacción), inflamación y manchas que indican pérdida de mielina (Adams y Ferraro,
1997; Gabuzda y Hirsch, 1987; Gray et al., 1988; Price et al.,
1988a; Sewell et al., 1994). Ninguna zona del cerebro se
salva, si bien el deterioro parece concentrarse de manera
especial en las regiones subcorticales, y sobre todo en la sustancia blanca central, el tejido que rodea a los ventrículos, y
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
en las estructuras profundas de sustancia gris, como por
ejemplo los ganglios basales y el tálamo. El noventa por
ciento de los pacientes con sida muestran en la autopsia este
tipo de cambios (Adams y Ferraro, 1997).
Las características neuropsicológicas del sida, que tienden a aparecer en la última fase de la infección por VIH
(aunque con frecuencia antes de que la propia enfermedad
se haya desarrollado por completo), suelen comenzar con
leves dificultades de memoria, lentitud psicomotriz y una
disminución de la atención y la concentración (véase Fernández et al., 2002, para una revisión). A partir de este
momento la demencia suele progresar muy rápidamente, y
se percibe de manera nítida más a menos un año después.
En general, tal y como muestran los resultados de la autopsia, las pruebas neuropsicológicas apuntan fundamentalmente a una alteración del funcionamiento del cerebro en
un ámbito subcortical; el resultado más fiable del que se ha
informado es un notable retraso en el tiempo de reacción
(Law y Mapou, 1997). Las últimas etapas de la demencia
por sida incluyen regresión conductual, confusión, pensamiento psicótico, apatía y un importante retraimiento.
Entre el treinta y el sesenta por ciento de los pacientes
con VIH/sida que no han recibido tratamiento, desarrollarán algún tipo de demencia relacionada con esa enfermedad.
Sin embargo, el amplio uso de la terapia antivírica ha reducido de manera notable la prevalencia de la demencia debida
al VIH, hasta un veinte por ciento (Thomas, 2002). Los
pacientes que sufren el complejo ARC, una manifestación
previa a la propia enfermedad del sida que consiste en
pequeñas infecciones, síntomas inespecíficos (como una fiebre inexplicable), y anomalías en el recuento de las células
sanguíneas, también puede que experimenten dificultades
cognitivas, aunque quizá demasiado sutiles como para que
puedan ser detectadas con facilidad (Law y Mapou, 1997). La
depresión, que frecuentemente acompaña a la infección por
VIH, no parece ser la causa que explique el menoscabo del
rendimiento de estos pacientes en las pruebas neuropsicológicas (Beason-Hazen et al., 1994; Law y Mapou, 1997).
Además de sus efectos sobre el sistema inmunitario, la
infección con el virus VIH-1 supone una importante amenaza a la integridad anatómica del cerebro. Por supuesto
que el problema del tratamiento de la demencia asociada al
sida está íntimamente vinculado al control o la erradicación de la infección por VIH-1. La única estrategia absolutamente eficaz es la prevención de la infección.
Demencia vascular
La demencia vascular, anteriormente denominada demencia por infarto múltiple, suele confundirse frecuentemente
con la enfermedad de Alzheimer, debido a que tiene un cuadro clínico similar en cuanto al avance progresivo de la
demencia, y a que la tasa de prevalencia y de incidencia de la
demencia va aumentando progresivamente con la edad. Sin
embargo en realidad constituye una enfermedad completamente diferente, ya que la patología neurológica subyacente
no es la misma. En este trastorno, una serie de infartos cerebrales van destruyendo las neuronas de zonas cerebrales
cada vez más extensas. La región afectada se vuelve blanda y
va degenerando a lo largo del tiempo, dejando solamente
un hueco. Si bien este trastorno tiende a mostrar un cuadro
clínico más heterogéneo que el Alzheimer (Wallin y Blennow, 1993), la pérdida progresiva de neuronas produce una
atrofia del cerebro y un deterioro en la conducta que, en la
práctica, se parece mucho al Alzheimer (Bowler et al.,
1997). Sin embargo, el declive es más abrupto debido, en
primer lugar, al carácter discreto de cada infarto, en
segundo lugar, a las variaciones que puede haber a lo largo
del tiempo en el suministro de sangre que transmite una
arteria gravemente obstruida, lo que a su vez produce
modificaciones en la capacidad funcional y de las células
que todavía no han sucumbido a la privación de oxígeno, y
en tercer lugar, por la tendencia de la demencia vascular a
asociarse con otras alteraciones conductuales más graves
como la violencia (Sultzer et al., 1993).
La demencia vascular suele aparecer después de los
cincuenta años, y afecta más a los hombres que a las mujeres (Askin-Edgar et al., 2002). También es menos frecuente
que el Alzheimer, y sólo explica el diecinueve por ciento de
los casos de demencia en una muestra de personas mayores
de sesenta y cinco años (Lyketsos et al., 2000). Una razón es
que la demencia vascular tiene un curso mucho más corto,
debido a que es más probable que el paciente muera de
manera súbita por un infarto (Askin-Edgar et al., 2002).
Los trastornos del estado de ánimo también acompañan
con más frecuencia a la demencia vascular que a la enfermedad de Alzheimer, quizá porque las áreas subcorticales
del cerebro están más dañadas (Lyketsos et al., 2000). De
vez en cuando, algún desafortunado paciente descubrirá
que tiene a la misma vez la enfermedad de Alzheimer y una
demencia vascular, una situación que suele denominarse
demencia «mixta» (Cohen et al., 1997).
El tratamiento médico de la demencia vascular, aunque
complicado y peligroso, ofrece más esperanza que el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer. Al contrario de lo que
ocurre con esta última, el problema básico de la arteriosclerosis cerebral puede controlarse en cierta medida, lo que reduce
la probabilidad de futuros infartos. Sin embargo, los deprimentes problemas a los que deben enfrentarse los cuidadores
son los mismos en ambos tipos de enfermedad, lo que indica
que también aquí resulta apropiado recurrir a grupos de
apoyo, técnicas de reducción del estrés y estrategias similares.
REVISIÓN
• ¿Qué es la demencia? ¿En qué se diferencia del
delirium?
www.ablongman.com/butcher12e
• Enumere cinco enfermedades o trastornos
clínicos que puedan causar demencia.
• Describa algunos de los principales factores
de riesgo para la enfermedad de Alzheimer.
• ¿Qué tipo de anomalías neuropatológicas son
características de un cerebro con la
enfermedad de Alzheimer?
TRASTORNOS AMNÉSICOS
La característica fundamental del síndrome de
amnesia es una alteración muy notable de la memoria. No
se observa alteración en el recuerdo inmediato (esto es, en
la capacidad para repetir lo que se acaba de oír), ni tampoco
en el recuerdo de acontecimientos remotos. Sin embargo, la
memoria a corto plazo suele estar tan dañada que la persona es incapaz de recordar acontecimientos que se han
producido tan sólo unos cuantos minutos antes. Para compensar ese problema, muchas veces los pacientes confabulan, inventando situaciones que permitan rellenar las
lagunas de su memoria.
Al contrario de lo que ocurre en la demencia, el funcionamiento cognitivo general permanece relativamente
intacto. La persona es capaz por tanto de realizar una tarea
compleja, a condición de que disponga de claves específicas
para cada etapa del proceso de resolución de la tarea. Es algo
que aparece perfectamente ilustrado en la película Memento,
donde el protagonista sufre un trastorno de amnesia provocado por un traumatismo craneal. Dado que sufre una grave
amnesia anterógrada que le hace incapaz de mantener nada
en su memoria a corto plazo durante más de uno o dos
minutos, recurre a fotografías polaroid, notas y tatuajes en
su cuerpo, para intentar retener la información que necesita
para buscar al asesino de su esposa.
La causa de los trastornos de amnesia son las lesiones
cerebrales. Con frecuencia, el síndrome de amnesia está
provocados por el consumo crónico de alcohol y las ulteriores deficiencias en vitamina B1 (tiamina). Esta es precisamente la causa de la pérdida de la memoria del paciente
cuyo caso se describe a continuación. Otra causa habitual
son los traumatismos craneales. Las trombosis, la cirugía en
el lóbulo temporal, la privación de oxígeno, y algunos tipos
de infecciones cerebrales (como la encefalitis) también pueden provocar un trastorno amnésico. En estos casos, dependiendo de la naturaleza y la extensión de la lesión, el
síndrome puede llegar a desaparecer total o parcialmente a
lo largo del tiempo. Se ha desarrollado un amplio abanico
de técnicas que intentan ayudar a los pacientes amnésicos
con buen pronóstico, a recordar acontecimientos recientes
(por ejemplo, Gouvier et al., 1997).
Trastornos derivados de traumatismos craneales
El trastorno amnésico
El paciente, Charles Jackson, todavía muestra
vestigios de su época militar. Antes de abandonar el ejército un año antes, había sido degradado, como culminación de una cadena de
sanciones por sus constantes borracheras.
Durante un año había mantenido consultas
ESTUDIO
mensuales con el entrevistador. En esta ocaDE UN
sión, éste le preguntó cuándo se habían visto
CASO
por última vez. Charles replicó, «Bueno, no lo
sé. ¿Qué cree usted?». Ante la siguiente pregunta, dijo que creía que había visto al entrevistador «quizá la
semana anterior».
El entrevistador le pidió que continuara sentado, y salió a la sala
de espera a preguntar a su esposa cómo veía ella la conducta de su
marido. Ella respondió «Oh, es el mismo de siempre. Pasa mucho
tiempo viendo la televisión, aunque cuando le pregunto lo que está
viendo, no sabe decirlo».
Charles ha dejado de beber desde que se ha trasladado a vivir al
campo. Vive a dos kilómetros y medio de la tienda más próxima, y
últimamente no le gusta demasiado andar. «Pero todavía habla de la
bebida. A veces parece creer que todavía está en el ejército. Me
ordena que vaya a la tienda y le compre una botella de ginebra».
Charles sólo recordaba unas cuantas cosas que le habían sucedido mucho tiempo atrás —por ejemplo, la ginebra y haberse emborrachado con su padre cuando sólo era un niño—. Pero no puede
recordar el nombre de su hija, que tiene dos años y medio. Casi
siempre se limita a llamarla «la niña».
El entrevistador volvió a su despacho. Charles lo miró y sonrió.
«¿Nos hemos visto antes?» preguntó el entrevistador.
«Sí, estoy seguro».
«¿Cuándo fue?»
«Yo creo que la semana pasada».
(Adaptado de Morrison, 1995, pp.50-51).
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las características clínicas más
notables del síndrome amnésico?
• ¿Cuáles son algunas de las causas principales
del síndrome amnésico?
TRASTORNOS DERIVADOS DE
TRAUMATISMOS CRANEALES
Las lesiones por traumatismo craneal son muy frecuentes,
y afectan a más de dos millones de personas cada año en
los Estados Unidos. La causa más frecuente son los accidentes de tráfico. Otras causas son las caídas, las agresiones
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
y las lesiones deportivas (aunque es probable que la gran
mayoría de estas lesiones nunca salgan a la luz). Quienes
tienen un mayor riesgo de sufrir una lesión traumática en
el cerebro son hombres de entre quince y veinticuatro
años. En definitiva, los trastornos por traumatismo craneal son más frecuentes que cualquier otro tipo de enfermedad neurológica, con la excepción del dolor de cabeza
(véase Silver et al., 2002, para una revisión). En el DSM-IVTR, las lesiones cerebrales que ejercen efectos importantes
y de larga duración sobre el funcionamiento adaptativo se
codifican en el Eje I utilizando una frase descriptiva apropiada para ese síndrome, unida a la expresión «debido a un
traumatismo craneal» (algunos ejemplos pueden ser la
demencia debida a un traumatismo craneal, amnesia
debida a un traumatismo craneal, y así sucesivamente).
Cuadro clínico
Los clínicos diferencian entre tres tipos generales de traumatismo craneal, ya que el cuadro clínico y los problemas residuales pueden variar entre ellos: (1) lesión cerrada, en la que
el cráneo permanece intacto; (2) lesión penetrante, en la que
el cráneo y el cerebro han sido penetrados por algún objeto,
como una bala; y (3) fractura de cráneo, con o sin compresión del cerebro por la concavidad de los huesos fragmentados. Por ejemplo, la epilepsia post traumática es una lesión
cerrada muy poco frecuente, pero sí una consecuencia muy
habitual de los otros dos tipos de lesiones craneales. La lesión
del cerebro que se produce en los traumatismos craneales
cerrados es indirecta, debido a que se produce por las fuerzas
de la inercia, que hacen que el cerebro golpee de manera violenta el interior del cráneo, o también debido a fuerzas de
rotación, que hacen que la masa del cerebro gire sobre el
tronco del cerebro. Es relativamente frecuente que las lesiones craneales cerradas también provoquen daños neuronales
difusos derivados de las fuerzas de la inercia. En otras palabras, un movimiento rápido del cráneo cuando se detiene
contra un objeto sólido. Sin embargo, el tejido cerebral
blando que hay dentro continúa en movimiento, lo que
rompe y aplasta las fibras nerviosas y sus conexiones sinápticas. Como se indica en el apartado El mundo que nos rodea
15.4, las intensas fuerzas gravitatorias que se generan en una
montaña rusa también pueden provocar daños cerebrales.
Los traumatismos craneales importantes suelen provocar
reacciones agudas inmediatas, como la inconsciencia y la alteración del equilibrio circulatorio, metabólico y de los neurotransmisores. Normalmente, si un traumatismo craneal es lo
suficientemente grave como para provocar la inconsciencia, la
persona experimenta también una amnesia retrógrada, o
incapacidad para recordar los acontecimientos que han precedido inmediatamente al traumatismo. Aparentemente, el traumatismo interfiere con la capacidad del cerebro para
consolidar en la memoria a largo plazo los acontecimientos
que estaban siendo procesados en ese momento. Como hemos
visto anteriormente, la amnesia anterógrada consiste en la
incapacidad para almacenar de manera eficaz en la memoria
acontecimientos que han ocurrido en algún momento posterior al trauma. También suele ser una alteración frecuente, y
muchos la consideran como un factor de mal pronóstico.
Una persona que ha quedado inconsciente por un
traumatismo craneal suele atravesar etapas de estupor y
confusión antes de recuperar totalmente la conciencia. Esta
recuperación puede alcanzarse de manera completa en
unos cuantos minutos, pero también pueden pasar horas o
incluso días. Tras un traumatismo grave seguido de pérdida
de conciencia, quedan afectados diversos parámetros como
el pulso, la temperatura, la tensión arterial, y otros elementos del metabolismo cerebral, lo que puede poner en peligro
la vida de la persona. En casos aislados es posible que un
individuo pueda seguir vivo durante periodos muy largos
de tiempo sin llegar a alcanzar la conciencia, lo que se
conoce como un coma. La duración de un coma suele estar
relacionada con la gravedad del traumatismo. Si el paciente
llega a sobrevivir, el coma suele ir seguido de delirios, jalonados por una fuerte excitación que va acompañada de
desorientación y alucinaciones. Poco a poco va desapareciendo la confusión, y el individuo puede establecer contacto con la realidad. Sin embargo, existe una enorme
variabilidad en el curso que sigue la recuperación de cada
persona (Crepeau y Scherzer, 1993; Power y Wilson, 1994).
Incluso aunque un traumatismo craneal pueda parecer
de poca importancia, y la persona vuelva a funcionar adecuadamente, es necesario realizar una cuidadosa evaluación neuropsicológica, para investigar la posible existencia
de alguna lesión que haya pasado desapercibida. Esta situación queda perfectamente ilustrada en el caso siguiente.
Un traumatismo craneal leve
Una chica de diecisiete años llegó con su padre al
hospital para se le realizara una evaluación
neuro-psiquiátrica, porque venían observando
diversos cambios en su personalidad durante los
últimos dos años. Había sido una excelente estudiante,
que realizaba muchas actividades extraESTUDIO
escolares durante su segundo año en el instituto.
DE UN
Pero ahora, apenas era capaz de aprobar las
CASO
asignaturas, «siempre andaba con malas compañías», y consumía frecuentemente marihuana y
alcohol. La entrevista clínica puso de manifiesto que dos años antes su
hermano mayor la había golpeado en la cabeza con un rastrillo, lo que
la dejó aturdida, aunque no llegó a perder la conciencia. Aunque tuvo
un fuerte dolor de cabeza después del accidente, no se le realizó ningún seguimiento psiquiátrico ni neurológico.
La evaluación neuropsicológica puso de manifiesto una importante
disminución del rendimiento intelectual, que se había producido a partir del traumatismo. Los exámenes revelaron dificultades de concen-
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.
Trastornos derivados de traumatismos craneales
EL MUNDO QUE NOS RODEA
¿Puede que un emocionante paseo provoque
daños cerebrales?
En 1999, una mujer japonesa de veinticuatro años
empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza tras haber
pasado el día en el parque Fujikyu de Japón. Ese día
había subido dos veces en cada una de las tres
montañas rusas que tenía el parque, incluyendo la
montaña Fujiyama. Con setenta y nueve metros de
altura, esta montaña rusa es la quinta más alta del
mundo. Alcanza una velocidad de ciento treinta
kilómetros por hora, y tiene una caída de setenta metros.
El dolor de cabeza le duró a la chica cuatro días, y se
diagnosticó inicialmente como una cefalea de tensión. Sin
embargo cuatro meses después, un escáner por
resonancia magnética puso de manifiesto que se trataba
de algo mucho más grave. Había sufrido hematomas
subdurales (zonas sangrantes) en ambos hemisferios
cerebrales (véase Fukutake et al., 2000).
El público siempre se muestra hambriento de
atracciones cada vez más extremas. La industria de los
parques de atracciones ha respondido en consecuencia a
esa demanda. En 2001, la montaña rusa más rápida era la
Torre Del Terror de Queensland, Australia, y la de
Superman, en Los Ángeles, California. Ambas tienen
también la mayor caída del mundo (cien metros). De
hecho, la tecnología está permitiendo construir montañas
rusas cada vez más extremas. Sin embargo, algunas
personas temen que estas atracciones expongan al
cuerpo a una fuerza G peligrosa.
tración, de atención, de memoria y baja capacidad de razonamiento.
Académicamente ya no podía mantenerse al mismo nivel que sus compañeros. Empezó a relacionarse con un grupo de alumnos que tenían
muy poco interés en las tareas escolares, y comenzó a considerarse a
sí misma como una rebelde. Al explicarle a la chica y a su familia que
esos malos resultados eran una causa del traumatismo craneal, todos
pudieron comprender la reacción de «defensa» que la chica estaba
manifestando (adaptado de Silver et al., 2002).
Cada año, y a consecuencia de colisiones, lesiones en el
deporte, caídas, y otros percances, se produce un gran
número de contusiones y conmociones cerebrales relativamente leves. Los síntomas más habituales y destacados suelen ser una pérdida temporal de la conciencia, y confusión
después del impacto. Aunque hay cierta controversia sobre
La fuerza G es una medida de la aceleración de un
objeto, dividida por la aceleración debida a la gravedad. En
los Estados Unidos, existen al menos dieciocho montañas
rusas que producen una fuerza G superior a cuatro. El
Demonio de Tasmania en el parque Six Flags AstroWorld,
situado en Houston, Texas, alcanza incluso las 6,5 G´s.
Muchas otras, como la montaña Rock ´n´Roll en los estudios
Disney de Orlando, Florida (en la que uno de los autores de
este libro sube con cierta frecuencia), alcanza las 5,0 G´s.
El ejército americano ha estudiado la fuerza G, y ha
encontrado que una exposición mantenida durante más de
4,2 segundos a fuerzas G elevadas provoca la pérdida de la
conciencia. Dado que los usuarios de las montañas rusas no
suelen perder la conciencia, debemos suponer que la
mayoría de las fuerzas G que se aplican en una montaña
rusa duran menos de cuatro segundos. En cualquier caso,
estas enormes fuerzas gravitatorias pueden llegar a causar
algo más que emoción. Una revisión de la literatura (véase
Braksiek y Roberts, 2002) sugiere que una minoría de
usuarios puede sufrir lesiones neurológicas por subir en una
montaña rusa. Aunque el riesgo individual pueda ser muy
pequeño, los cambios rotatorios que experimenta el cuerpo
pueden provocar pequeños desgarros en los delicados vasos
sanguíneos. Hasta la fecha, se conocen cincuenta y ocho
casos de lesiones cerebrales causadas por subir en una
montaña rusa, casi todas producidas a partir de 1990
(Markey, 2002). Aunque este porcentaje de riesgo puede no
ser lo bastante alto como para disuadirle de acudir a un
parque temático, sí debe ser una llamada de atención para
que la industria detenga su escalada de fuerza G.
la posibilidad de que estos traumatismos craneales leves
puedan producir síntomas o deterioros importantes y
duraderos (Dikmen y Levin, 1993; Zasler, 1993), un
reciente estudio ha demostrado que las personas que han
sufrido un traumatismo craneal comparten con los ancianos una disminución en la velocidad de procesamiento de
información (Bashore y Ridderinkhof, 2002).
También estamos aprendiendo cosas sobre los factores
que aumentan la susceptibilidad a sufrir complicaciones
después de un traumatismo craneal. Un importante factor
de riesgo parece ser la presencia del alelo APOE-4 que
hemos examinado anteriormente. En un estudio realizado
con boxeadores, la existencia de este factor de riesgo estaba
asociada con déficits neurológicos duraderos (Jordan et al.,
1997). Un estudio realizado con pacientes que estaban en
tratamiento en una unidad neuro-quirúrgica, encontró que
el APOE-4 predecía peores resultados en el funcionamiento
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
intelectual de los pacientes seis meses después. Esto era así
incluso tras controlar factores como la gravedad del traumatismo (Teasdale et al., 1997).
Probablemente, el ejemplo histórico más famoso de
lesión cerebral traumática sea el caso de Phineas Gage, que
relató el doctor J.M. Harlow en 1868, y que aquí reproducimos
a partir de History of Psychiatry, 1993, Vol.4, pp.271-281. Su
importancia histórica y descriptiva merece nuestra atención.
Tanto su cráneo como la barra de metal que provocó el accidente se encuentran en la Facultad de Medicina de Harvard.
Un traumatismo craneal grave
El accidente tuvo lugar en Cavendish, Vermont,
cuando se estaba construyendo la línea del
ferrocarril entre Rutland y Burlington, el 13 de
septiembre de 1848, y fue provocado por la
explosión fortuita de un barreno, que lanzó por
ESTUDIO los aires una barra de hierro con la mala fortuna de que fue a incrustarse en la cabeza de
DE UN
Phineas Gage, un joven de treinta y cinco años,
CASO
fuerte, activo, y con una salud de hierro... Phineas Gage era el capataz de la cuadrilla que se
dedicaba a excavar la montaña para trazar la línea del ferrocarril...
El proyectil entró por su punta afilada, atravesó la parte
izquierda del rostro, justo por encima de la mandíbula inferior, y
salió por la parte posterior de la zona frontal del cráneo, cerca de la
sutura coronal...
Se trataba de una barra redondeada y relativamente pulida por
el uso, de un metro de longitud, de 6,5 centimetros de diámetro
mayor, y unos cinco kilos de peso...
La explosión tiró de espaldas al paciente, que tuvo unos cuantos
movimientos convulsivos de sus extremidades, pero que tras unos
minutos fue capaz de hablar. Sus hombres lo llevaron en volandas a
un carro de bueyes que había cerca, donde recorrió sentado los 1 200
metros que había hasta su hotel. Bajó por sí mismo de la carreta sin
apenas ayuda, y poco después subía un largo tramo de escaleras
para acostarse en su cama. Parecía estar perfectamente consciente,
aunque exhausto por la profusa hemorragia que sufría. Soportaba el
sufrimiento con entereza, y dirigió su atención al agujero de su mejilla, diciendo, «la barra entró por aquí y atravesó mi cabeza».
Algún tiempo después, el doctor Harlow hizo el siguiente
informe:
«Su salud física es buena, y me inclino a decir que se ha recuperado. No le duele la cabeza, aunque dice que tiene una sensación extraña que no es capaz de describir. Ha solicitado
reincorporarse a su trabajo de capataz, aunque sus patrones,
que le consideraban como el capataz más eficaz que habían
tenido nunca, piensan que su mente ya no es la misma y no van
a darle su antiguo puesto de trabajo. Por decirlo de alguna
manera, parece como si el equilibrio entre sus facultades intelectuales y sus impulsos animales hubiera quedado destruido.
Se comporta de manera irreverente, grosera y blasfema (lo que
no hacía anteriormente), muestra muy poca deferencia por sus
compañeros, es impaciente, no es capaz de controlarse cuando
sus deseos no se cumplen de inmediato, y a veces muestra una
pertinaz obstinación, aunque de carácter caprichoso y vacilante; hace muchos planes de futuro pero que inmediatamente
abandona para empezar a planificar otros... Su mente ha cambiado de manera radical, por lo que sus amigos y conocidos
dicen que «ya no es el mismo».
Tal y como han observado Stuss y sus colaboradores
(1992), las persistentes dificultades post traumáticas de
Phineas Gage son muy características de las lesiones graves
en el lóbulo frontal; descontrol emocional y alteraciones de
la personalidad, lo que incluye un deterioro del conocimiento de sí mismo. Sin embargo, en general los trastornos
de personalidad derivados de una lesión por traumatismo
craneal son muy difíciles de predecir debido a que este tipo
de lesiones suele producir patologías estructurales muy
diversas (Prigatano, 1992).
Tratamiento y resultados
El tratamiento inmediato de una lesión cerebral puede impedir daños posteriores, por ejemplo, al eliminar coágulos sanguíneos que puedan estar presionando el cerebro. En muchos
casos, incluso aunque se consideren de carácter leve, es importante realizar una intervención médica inmediata, seguida de
un programa a largo plazo de reeducación y rehabilitación.
Si bien muchos pacientes con traumatismo craneal
muestran escasos efectos residuales de su lesión, sobre todo si
sólo han sufrido una breve pérdida de conciencia, otros
pacientes sí pueden mostrar un deterioro muy específico y
duradero. Algunos de los efectos subsecuentes a un traumatismo cerebral moderado pueden ser dolor crónico de cabeza,
ansiedad, irritabilidad, vértigos, fatiga y una disminución de la
memoria y la concentración. Cuando las lesiones cerebrales
son extensas, el nivel intelectual general del paciente puede
disminuir de manera notable, especialmente cuando afectan a
zonas del lóbulo temporal o parietal. La mayoría de las víctimas tardan mucho tiempo en reincorporarse a su trabajo, y de
hecho muchos reciben una baja permanente por invalidez
(Bennett et al., 1997; Dikmen et al., 1994; Goran et al., 1997).
También es frecuente el deterioro de ciertos aspectos del funcionamiento social (Hallett et al., 1994). En general, alrededor
del veinticuatro por ciento de los casos desarrolla una epilepsia post traumática, probablemente debida a las cicatrices que
quedan en el cerebro. Los ataques suelen aparecer en un lapso
de unos dos años después del traumatismo. También aumenta
el riesgo de padecer depresión (Holsinger et al., 2002).
En algunos casos, también es posible que aparezcan
cambios en la personalidad, como los descritos en el caso de
Phineas Gage. Otros cambios subsecuentes pueden ser la
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pasividad, la pérdida de la iniciativa y la espontaneidad, agitación, ansiedad, depresión y sospechas paranoicas. Igual
que ocurre con los cambios cognitivos, los cambios de personalidad que pueden aparecer en pacientes con lesiones
graves dependen, en gran medida, de la zona y de la extensión de la lesión (Prigatano, 1992). Sin embargo, aunque
más de la mitad de las personas que han sufrido traumatismo craneal sufren síntomas psicológicos, e incluso aunque se ha demostrado que el alivio de sus síntomas redunda
en una mejor rehabilitación, apenas existen estudios de los
factores de riesgo, la patogénesis y el tratamiento más adecuado de esas alteraciones (Rao y Liketsos, 2002).
Los niños que han sufrido lesiones cerebrales debidas a
traumatismo craneal tienen una mayor probabilidad de
padecer secuelas cuanto más jóvenes hayan tenido el accidente, y por lo tanto dispusieran en ese momento de menos
competencias lingüísticas, motrices y cognitivas. La recuperación de los niños también está muy influida por la gravedad de la lesión, y por la contribución de su entorno a su
convalecencia (Anderson et al., 1997; Taylor y Alden, 1997;
Yeates et al., 1997). Cuando la lesión es leve, la mayoría de
los niños apenas sufren secuelas negativas (Satz et al., 1997).
El tratamiento de las lesiones por traumatismo craneal, descontando el puramente médico, resulta difícil,
prolongado y muy costoso. Se centra en la evaluación constante y minuciosa del funcionamiento neuropsicológico,
junto al diseño de actuaciones orientadas a la superación
de dificultades específicas. El tratamiento puede abarcar
muchas disciplinas, como la neurología, la psicología, la
neuropsicología, la terapia ocupacional, la terapia física, la
terapia del habla y del lenguaje, la rehabilitación cognitiva,
servicios de formación y la terapia recreativa. Con frecuencia, el tratamiento consiste en proporcionar al paciente técnicas que le permitan compensar las pérdidas que haya
sufrido (Bennett et al., 1997).
Las deficiencias previas también están relacionadas
con el grado de incapacidad subsiguiente al trauma (McMi-
Temas sin resolver
llan et al., 2002). En general, los resultados del tratamiento
son más favorables cuando existe (1) sólo un breve periodo
de inconsciencia o de amnesia anterógrada post traumática, (2) un mínimo deterioro cognitivo, (3) una personalidad previa bien desarrollada, (4) un elevado nivel
educativo, (5) una historia laboral estable, (6) motivación
para recuperar el máximo de su capacidad de funcionamiento, (7) una situación vital favorable a la que retornar,
(8) una intervención precoz, y (9) un programa de rehabilitación apropiada (Bennett et al., 1997; Dikmen et al.,
1994; Diller y Gordon, 1981; MacKay, 1994).
La perspectiva es menos optimista para quienes además son víctimas del alcoholismo, de las drogas, o sufren
otros problemas médicos. Los alcohólicos, de manera especial, tienen mayor tendencia a sufrir lesiones cerebrales y
otros accidentes, y además apenas experimentan mejoría
tras el tratamiento, posiblemente debido a que también
tengan deterioros cerebrales relacionados con el consumo
excesivo de alcohol (Mearns y Lees-Haley, 1993). Así pues,
el consumo excesivo de alcohol no sólo daña de manera
directa el cerebro sino que también, al deteriorar el funcionamiento cognitivo, aumenta la probabilidad de sufrir
alguna lesión traumática que produzca daños cerebrales.
REVISIÓN
• ¿Qué vínculo existe entre el alelo APOE-4 y los
problemas subsecuentes a un traumatismo
craneal?
• ¿Qué problemas clínicos están asociados con
traumatismos craneales a corto y largo plazo?
• ¿Qué factores están asociados con la
incapacidad que aparece tras una lesión
cerebral?
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿PUEDEN MEJORAR LOS SUPLEMENTOS DIETÉTICOS
EL FUNCIONAMIENTO DEL CEREBRO?
La constatación de que la memoria va declinando a medida
que nos hacemos mayores es un hecho lamentable pero
perfectamente documentado. En un esfuerzo para
ralentizar este declive (que puede comenzar incluso a la
edad de treinta años), muchas personas recurren a los
suplementos vitamínicos y a las hierbas medicinales.
CAPÍTULO 15
Trastornos cognitivos
Algunas hierbas como la Ginkgo biloba (que se deriva de las
hojas del árbol ginkgo), se utilizan muy ampliamente, y han
formado parte de la medicina tradicional china a lo largo de
los siglos. En Alemania esta hierba está aprobada como
tratamiento para la demencia. ¿Pero tienen sus supuestos
efectos validez científica?
Oken y sus colaboradores (1998) han realizado un
meta-análisis de cincuenta estudios, y han llegado a la
conclusión de que los pacientes con la enfermedad de
Alzheimer que tomaron ginkgo mostraron un mejor
funcionamiento cognitivo que los pacientes que habían
tomado un placebo. De hecho, la magnitud de la diferencia
fue comparable a la que se encontró entre los pacientes
que habían tomado donepezilo, una droga que, como se ha
señalado en este mismo capítulo, se utiliza habitualmente
para tratar la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, un
estudio más reciente con mayor rigor muestral y
metodológico, encontró que los pacientes con una
demencia entre leve y moderada no encontraban beneficios
significativos en el consumo de esa hierba (van Dongen al
et al., 2000).
El estudio más reciente al respecto ha sido la revisión
de la literatura que acaba de realizar Gold junto con sus
colaboradores (2002). Los autores han observado que los
pacientes con un deterioro cognitivo entre leve y
moderado, que consumen ginkgo, tienden a mostrar una
mejoría modesta pero significativa en su funcionamiento
cognitivo, en comparación con otros pacientes que sólo han
tomado un placebo. Sin embargo, los autores aconsejan ser
prudentes, ya que apenas se han realizado estudios con
animales, y además tampoco se ha explorado su efecto
sobre personas más jóvenes. Los autores concluyen que es
necesario realizar más estudios al respecto, y que de
momento todavía no es posible extraer conclusiones fiables
sobre los beneficios de esa planta.
¿Y qué se puede decir de otros supuestos estimulantes
cognitivos? La fosfatatidilserina (PS) está generando en
Italia un gran interés, como tratamiento para la demencia y
para el declive de la memoria debido a la edad. Incluso se
ha publicado un libro que ha alcanzado gran popularidad, y
que recomienda esa sustancia para los problemas de
memoria (Crook y Adderly, 1998). Sin embargo, tras revisar
las pruebas disponibles, McDaniel y sus colaboradores
(2002) han llegado a la conclusión de que tanto entusiasmo
puede ser prematuro. En general, los resultados obtenidos
no son demasiado coherentes, de manera que el aumento
del rendimiento cognitivo (suponiendo que se produzca) es
tan sutil que probablemente apenas pueda percibirse. Las
mismas precauciones habría que aplicar a los supuestos
beneficios de la colina, sustancia que se encuentra en los
elementos que contienen lecitina, un elemento vital para la
producción de acetilcolina. Aunque McDaniel y sus
colaboradores (2002) reclaman la necesidad de realizar
investigaciones más rigurosas sobre estos y otros
«nutrientes del cerebro», evitan concluir que este tipo de
suplementos carezcan de valor clínico. Tal y como ocurre
con el Ginkgo biloba, los resultados positivos que
encontramos en la literatura son lo suficientemente
sugerentes como para impulsar a los investigadores a
continuar explorando esta cuestión.
SUMARIO
• El DSM-IV-TR reconoce diversos trastornos
cognitivos, tales como el delirium, demencia y el
trastorno amnésico. Tales trastornos suelen estar
producidos por lesiones transitorias o
permanentes en el cerebro. Los trastornos
neuropsicológicos crónicos suponen una pérdida
permanente de las células cerebrales.
• Las causas de la destrucción del tejido cerebral
son numerosas y variadas. Incluyen ciertas
enfermedades infecciosas (como la causada por el
virus VIH-1), tumores cerebrales, traumatismos
físicos, procesos degenerativos (como la
enfermedad de Alzheimer), y arteriosclerosis
cerebro-vascular, que a menudo se manifiesta
como una demencia vascular.
• No existe una relación simple entre la extensión de
la lesión cerebral y el grado de deterioro funcional.
Algunas personas con una lesión muy grave
apenas desarrollan síntomas, mientras que otras
con una lesión muy leve muestran reacciones muy
intensas.
• Aunque no conocemos la razón de tales
incoherencias, parece que la personalidad
premórbida de la persona y su situación vital son
determinantes para suscitar su reacción ante la
lesión cerebral. También parece esencial la
contribución del alelo genético APOE-4.
• El delirium es una alteración frecuente entre los
ancianos. Supone un estado de conciencia que se
encuentra a medio camino entre la vigilia y el
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Términos clave
estupor o el coma. Suele tratarse con medicinas
neurolépticas y también con benzodiacepinas.
• La demencia supone una pérdida de habilidades
previamente adquiridas. Suele tener una
aparición muy lenta y una evolución que
genera un gran deterioro. La causa más
frecuente de demencia es la enfermedad de
Alzheimer.
• La edad es uno de los principales factores
de riesgo de la enfermedad de Alzheimer,
así como de otros tipos de demencia, como la
vascular.
• Los genes tienen un papel fundamental en la
susceptibilidad hacia la enfermedad de Alzheimer.
Las mutaciones genéticas de los genes APP,
presenilina 1 y presenilina 2, son las responsables
de la aparición precoz de la enfermedad de
Alzheimer. A su vez, el alelo APOE-4 del gen APOE
también supone un factor de riesgo para esa
enfermedad.
• La neuropatología característica de la enfermedad
de Alzheimer consiste en pérdida de neuronas,
presencia de placas seniles y ovillos
neurofibrilares. Las placas contienen una proteína
pegajosa denominada beta-amiloide. Los ovillos
neurofibrilares contienen a su vez una proteína
Tau anormal.
• La enfermedad de Alzheimer provoca la
destrucción de las células encargadas de
sintetizar la acetilcolina, un neurotransmisor
fundamental para la memoria. Los tratamientos
mediante drogas de la enfermedad de Alzheimer
se basan en inhibidores de la colinesterasa, como
puede ser el donepezil (Aricept). Estas drogas
permiten detener la destrucción de acetilcolina.
• Los trastornos amnésicos suponen una importante
pérdida de memoria. La causa más común es el
abuso crónico del alcohol.
• Las lesiones cerebrales pueden provocar amnesia,
así como otros deterioros cognitivos. La amnesia
retrógrada consiste en la incapacidad de recordar
acontecimientos anteriores al trauma. La amnesia
anterógrada consiste en la incapacidad para
recordar cosas que han ocurrido a partir de
entonces.
• Cualquier estrategia global de tratamiento para los
trastornos cognitivos debe dirigirse también a los
cuidadores, ya que con mucha frecuencia sufren
un enorme estrés. Ellos pueden beneficiarse
también de medicinas y de grupos de apoyo.
TÉRMINOS CLAVE
Amnesia anterógrada (p. 516)
Amnesia retrógrada (p. 516)
Delirio (p. 506)
Demencia (p. 507)
Demencia asociada al
sida (p. 513)
Demencia vascular (p. 514)
Enfermedad de Alzheimer de
aparición tardía (p. 511)
Enfermedad de Alzheimer de
aparición temprana (p. 510)
Gen APOE-4 (p. 511)
Lesión por traumatismo
craneal (p. 515)
Ovillos neurofibrilares (p. 509)
Placas seniles (p. 509)
Trastornos mentales
funcionales (p. 501)
Trastornos mentales
orgánicos (p. 501)
Síndrome de amnesia (p. 511)
C A P Í T U L O
Trastornos de la niñez
y la adolescencia
CONDUCTA INADAPTADA EN DIFERENTES
MOMENTOS DE LA VIDA
TRASTORNOS DE APRENDIZAJE
Y RETRASO MENTAL
Diferentes cuadros clínicos
Vulnerabilidad especial de los niños pequeños
Clasificación de los trastornos de la infancia y la adolescencia
Trastornos de aprendizaje
Factores causales de los trastornos de aprendizaje
Tratamientos y resultados
Retraso mental
Alteraciones cerebrales en el retraso mental
Síndromes orgánicos de retraso mental
Tratamientos, resultados y prevención
TRASTORNOS DE LA INFANCIA
Trastorno por déficit de atención con hiperactividad
Trastorno de oposición desafiante y trastorno de conducta
Trastornos de ansiedad en la infancia y la adolescencia
La depresión en la infancia
Trastorno sintomáticos: enuresis, encopresis, sonambulismo
y tics
Trastornos evolutivos pertinaces
Autismo
PLANIFICACIÓN DE PROGRAMAS
DE AYUDA A NIÑOS Y ADOLESCENTES
Factores específicos en el tratamiento de niños y
adolescentes
Programas de defensa del menor
TEMAS SIN RESOLVER:
¿Puede la sociedad resolver la conducta
delictiva?
H
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
asta el siglo XX apenas se había prestado atención a
las características especiales de la psicopatología de
los niños; pautas de conducta inadaptada tan específicas de la niñez como puede ser el autismo, no recibían
atención alguna. Sólo desde que a principios del siglo XX se
puso en marcha el movimiento de salud mental, y se dispuso de instalaciones para el cuidado infantil, ha sido posible evaluar, tratar y comprender las pautas de conducta inadaptada de niños y adolescentes. Y todavía en la actualidad
se trata de un ámbito de la psicopatología que acumula un
gran retraso respecto a la psicopatología de los adultos.
De hecho, los problemas de la infancia se consideraban
simplemente como una extensión hacia el inicio de la vida, de
los problemas típicos de los adultos. La perspectiva más habitual era considerar a los niños como «adultos en miniatura».
Sin embargo, este punto de vista impedía reconocer los problemas especiales de la infancia, como por ejemplo los asociados con los cambios evolutivos normales durante esas etapas.
Sólo muy recientemente los clínicos han empezado a darse
cuenta de que no pueden comprender por completo los trastornos de la infancia y la niñez, sin tener en cuenta esos procesos evolutivos. En la actualidad, aunque se haya realizado
un enorme progreso en el tratamiento de los niños con problemas, los medios de que disponemos todavía son lamentablemente inadecuados para poder llevar a cabo esa tarea, por
lo que en la práctica la mayoría de los niños con algún tipo de
problema no recibe la atención psicológica que necesitan.
Y sin embargo, la cantidad de niños que padecen algún
problema psicológico es considerable. Estudios realizados
en diversos países han proporcionado estimaciones de los
trastornos de la niñez. Verhulst (1995) realizó una evaluación de la prevalencia global a partir de cuarenta y nueve
estudios que abarcaban una muestra de 240 000 niños de
diversos países, y encontró una tasa media del 12,3 por
ciento. Los distintos estudios han utilizado diferentes métodos para calcular la prevalencia, y además han utilizado sistemas diferentes de muestreo. Por ejemplo, en Nueva
Zelanda, se hizo un seguimiento de una cohorte de 1600
niños (niños que habían nacido en el mismo periodo, entre
1975 y 1976, en el hospital Queen Mary de Dunedin, Nueva
Zelanda) durante veintiún años. Este estudio se había diseñado para obtener datos longitudinales sobre problemas de
conducta, de salud y posibles correlatos psicopatológicos.
Durante el transcurso del estudio, aproximadamente uno
de cada cuatro niños manifestó algún tipo de trastorno psicológico (McGee, Feehan y Williams, 1995).
En la mayoría de los estudios, los problemas de ajuste
suelen ser más frecuentes entre los niños que entre las
niñas. En una encuesta sobre los trastornos psicológicos de
los niños, Anderson y sus colaboradores (1987) encontraron que el 17,6 por ciento de los niños de once años que
habían participado en la misma, manifestaba uno o más
trastornos, con una tasa niño-niña de 1,7 niños por cada
niña. Los trastornos más prevalentes fueron el trastorno por
déficit de atención con hiperactividad, y los trastornos por
ansiedad de separación. Zill y Schoeborn (1990) han informado de que las tasas de trastornos en la niñez varían según
el sexo, de manera que los niños tienen tasas más elevadas
de problemas emocionales durante su niñez y adolescencia.
Sin embargo, por lo que concierne a ciertos problemas,
como los de alimentación, las tasas son más elevadas para
las niñas que para los niños.
CONDUCTA INADAPTADA
EN DIFERENTES MOMENTOS
DE LA VIDA
La madurez psicológica está relacionada con el desarrollo del
cerebro, que se va formando a lo largo de diferentes etapas, y
no culmina hasta bien avanzada la adolescencia (entre los
diecisiete y los veintiún años de edad; Hudspeth y Pribram,
1992). Durante el curso del desarrollo normal van apareciendo múltiples conductas problemáticas que dificultan el
ajuste al entorno (Kazdin, 1992). De hecho, ciertas conductas
características de alteraciones emocionales y de problemas de
adaptación son muy frecuentes durante la niñez. Debido a la
forma en que se desarrolla la personalidad, a las diferentes
etapas de desarrollo y a los diversos factores de estrés con los
que se tiene que enfrentar el niño en diferentes momentos de
su infancia, de su adolescencia y de su edad adulta, sería de
esperar que encontrásemos diferencias en el tipo de conducta inadaptada que aparece en cada uno de sus periodos.
Ciertos ámbitos de la psicología del desarrollo (Hetherington, 1998) y, más específicamente, la psicopatología evolutiva (Cicchetti y Rogosch, 1999), tienen como objetivo el
estudio del origen y la evolución de la inadaptación individual, en el contexto de los procesos normales de desarrollo.
Es muy importante considerar la conducta de los niños
en relación con los procesos normales de desarrollo (Silk,
Nath, et al., 2000). No deberíamos considerar como anormal
la conducta de un niño, sin establecer previamente si dicha
conducta resulta apropiada para su edad. Por ejemplo, las
rabietas y echarse a la boca cualquier objeto son conductas
muy normales a los dos años de edad, pero no a los diez. Sin
embargo, no existe una frontera nítida que separe las pautas
de conducta inadaptada de la niñez y de la adolescencia, o las
adolescentes de las adultas. Así pues, aunque en este capítulo
nos centraremos en los trastornos de conducta de niños y
adolescentes, con toda probabilidad encontraremos solapamientos inevitables con otros períodos posteriores de la vida.
Diferentes cuadros clínicos
El cuadro clínico de los trastornos de la infancia suele ser
distinto de los trastornos de otros momentos de la vida.
Algunas de las alteraciones emocionales que tienen lugar
durante la infancia pueden ser de carácter más transitorio y
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Conducta inadaptada en diferentes momentos de la vida
menos específico que las que aparecen durante la edad
adulta (Mash y Dozois, 1996). Sin embargo, algunos trastornos de la infancia afectan de manera considerable al
desarrollo posterior. Un estudio encontró que los individuos que habían sido hospitalizados como pacientes psiquiátricos cuando eran niños (entre los cinco y los diecisiete años de edad), mostraban una mortalidad excesiva
debida a causas no naturales (el doble que entre la población general), cuando se hizo un seguimiento de quince
años de duración (Kuperman, Black y Burns, 1988). La
mayoría de las muertes se debían al suicidio, cuya tasa era
significativamente mayor que entre la población general.
víctimas de problemas que desde una perspectiva adulta no
son importantes, también es cierto que se recuperan con
mucha más rapidez y facilidad que los adultos.
Vulnerabilidad especial de los niños
pequeños
Los niños pequeños son especialmente vulnerables a los
problemas psicológicos (Ingram y Price, 2001). Ellos no disponen de una perspectiva compleja y realista de sí mismos y
del mundo que les rodea, todavía no han desarrollado un
sentimiento estable de identidad, o una comprensión clara
de lo que se espera de ellos, y además tienen una menor
comprensión de sí mismos y de los recursos de que disponen
para afrontar sus problemas. Las amenazas inmediatas que
perciben no pueden ser matizadas al tomar en consideración el pasado o el futuro, y por lo tanto tienden a percibirse
como desproporcionadamente importantes. En consecuencia, los niños suelen tener más dificultades que los adultos
para afrontar acontecimientos estresantes (Compas y
Epping, 1993). Por ejemplo, los niños que han padecido un
desastre tienen un alto riesgo de sufrir un trastorno de estrés
post traumático, sobre todo cuando la atmósfera familiar es
problemática, lo que añade un estrés adicional a los problemas derivados de ese desastre natural (La Greca, 2001).
Como es de esperar, la limitada perspectiva de los
niños les lleva a recurrir a conceptos poco realistas para
explicar lo que sucede a su alrededor. Por ejemplo, puede
ocurrir que un niño se suicide en un intento de recuperar a
un padre, un hermano o a una mascota que han muerto. En
efecto, para un niño pequeño, el suicidio o la violencia contra otra persona quizá carezca de la noción de la irreversibilidad de la muerte.
A su vez, los niños también dependen más que los adultos de otras personas. Aunque por una parte esta dependencia les protege de ciertos peligros, ya que los adultos actúan
como escudo contra ciertos factores amenazantes del
entorno, también los convierte en personas especialmente
vulnerables al rechazo, la decepción, o la sensación de fracaso, cuando esos adultos, debido a sus propios problemas,
ignoran las necesidades infantiles. Por otra parte, la falta de
experiencia de los peques para enfrentarse con la adversidad
puede hacer que problemas, que en realidad no son difíciles
de manejar, parezcan inconmensurables. Sin embargo, aunque su inexperiencia y su falta de recursos les conviertan en
Clasificación de los trastornos
de la infancia y la adolescencia
Hasta la década de los 50 no se ha dispuesto de un sistema
formal y específico para clasificar los problemas emocionales
y conductuales de niños y adolescentes. El libro de texto clásico de Kraepelin (1883) sobre la clasificación de los trastornos mentales no incluía los trastornos de la infancia. Así pues,
hasta 1952, año en que se publicó la primera nomenclatura
psiquiátrica formal (DSM-I), no se dispuso de un sistema
para clasificar los trastornos de la infancia. Sin embargo, el
DSM-I tenía grandes limitaciones y sólo incluía dos trastornos emocionales de la infancia: la esquizofrenia infantil y la
reacción de adaptación infantil. En 1966, el Grupo Para El
Desarrollo De La Psiquiatría desarrolló un sistema de clasificación muy amplio y detallado. La revisión que se hizo del
mismo en 1968 (DSM-II) supuso la inclusión de algunas
categorías adicionales. Sin embargo, todavía quedaba una
gran inquietud, tanto entre los clínicos como entre los investigadores dedicados a la infancia, respecto a que, por razones
diversas, la concepción de los trastornos psicológicos de
niños y adolescentes aún era inapropiada y de escasa validez.
El problema principal procedía del hecho de que se
había utilizado el mismo sistema de clasificación para los
niños que para los adultos, ignorando el hecho de que
muchos trastornos de la infancia (como el autismo, las dificultades de aprendizaje, o las fobias escolares) no tienen
contrapartida en la psicopatología de los adultos. Estos primeros sistemas también ignoraban el hecho de que en los
trastornos de la infancia, los factores ambientales desempeñan un papel muy importante, ya que los síntomas en cuestión están enormemente influidos por la aceptación o el
rechazo de la conducta por parte de la familia. Por ejemplo,
tanto la permisiva tolerancia de una conducta problemática
como el rechazo a la escuela, como la postura contraria de
abuso y abandono, podrían llevar a considerar la conducta
problemática de un niño como algo normal. Por otra parte,
los síntomas que éste pudiera manifestar no se concebían en
relación con su nivel de desarrollo evolutivo. Así pues, algunas de las conductas problemáticas que aparecían en el texto
podrían en realidad considerarse como apropiadas a esa
etapa de desarrollo, y terminarían «curándose con la edad».
REVISIÓN
• Defina la psicopatología evolutiva.
• Cite algunas de las vulnerabilidades
psicológicas de los niños.
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
TRASTORNOS DE LA INFANCIA
En la actualidad el DSM-IV-TR incluye el diagnóstico de un amplio número de trastornos de la infancia y
la adolescencia, que se ubican en el Eje I. Además, en el Eje
II se pueden incluir otros trastornos relacionados con el
retraso mental. Las limitaciones de espacio no nos permiten
explorar por completo los trastornos mentales de la infancia y la adolescencia, por lo que hemos seleccionado algunos de ellos para ilustrar el amplio espectro de problemas
que pueden aparecer en estas etapas de la vida.
Por lo que concierne a los trastornos del Eje I, nos centraremos en el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, en el trastorno de conducta, en los trastornos de
ansiedad de la infancia, los trastornos depresivos, algunos
trastornos sintomáticos, y un trastorno generalizado del
desarrollo conocido como autismo. Algunos de esos trastornos tienen un carácter más transitorio que la mayoría de
las pautas anómalas de conducta típicas de la edad adulta
que hemos revisado en capítulos anteriores, además de ser
probablemente más susceptibles al tratamiento. A continuación revisaremos los trastornos de aprendizaje y el
retraso mental, que se codifican en el Eje II.
Trastorno por déficit de atención
con hiperactividad
El trastorno por déficit de atención con hiperactividad
(TDAH), que suele conocerse simplemente como hiperactividad, se caracteriza por una serie de dificultades que
interfieren con las conductas provechosas y orientadas a la
tarea, especialmente la impulsividad, la actividad motriz
excesiva, como una agitación nerviosa constante y sin
motivo, y dificultades para mantener la atención (Brodeur y
Pond, 2001). Los niños hiperactivos se distraen con enorme
facilidad, y suelen ser incapaces de seguir instrucciones o de
responder a las peticiones que se les hacen (Wender, 2000).
Quizá como resultado de sus problemas de conducta, los
niños hiperactivos suelen mostrar menor nivel de inteligencia, generalmente entre siete y quince puntos por debajo de
la media (Barkley, 1997). Los niños hiperactivos también
suelen hablar incesantemente y muestran una conducta
social inmadura.
Los niños con TDAH suelen tener muchos problemas
sociales debido a su impulsividad y excesiva actividad. También tienen enormes dificultades para relacionarse con sus
padres, ya que nunca obedecen las normas. Sus problemas
de conducta también hacen que sus compañeros los perciban de manera negativa. Sin embargo, y de manera general,
no son niños ansiosos, aunque su exceso de actividad, su
inquietud, y su enorme distracción, suelen interpretarse
como indicadores de ansiedad. No van bien en la escuela y
suelen tener contrariedades de aprendizaje muy específicas,
como pueden ser las dificultades para la lectura o para
aprender materias escolares básicas. También plantean problemas de conducta durante la primaria. El siguiente caso
revela un cuadro clínico muy típico.
Hiperactividad
Gina es una niña que fue remitida a la clínica
debido a su conducta hiperactiva, desatenta y
disruptiva. Su hiperactividad y conducta impulsiva estaban provocando problemas a su profesor y a sus compañeros. Pegaba a otros niños,
tiraba
las cosas de la mesa, borraba lo que
ESTUDIO
había escrito en la pizarra y rompía libros y
DE UN
otros enseres. Parecía estar en perpetuo moviCASO
miento, sin parar de hablar, y moviéndose
velozmente de una zona del aula a otra. Exigía
una enorme cantidad de atención por parte de sus padres y de su
profesor, y se mostraba constantemente envidiosa de sus compañeros, incluyendo a sus propios hermanos. Pese a su conducta hiperactiva, sus pobres resultados escolares, y otros problemas, tenía
una inteligencia considerablemente superior a la media. A pesar de
ello, se consideraba estúpida, y tenía una auto-imagen muy devaluada. Los exámenes neurológicos no revelaron ningún trastorno
cerebral orgánico significativo.
Los síntomas del TDAH son relativamente comunes
entre los niños que llegan a instituciones de salud mental.
De hecho, los niños hiperactivos son los que con más frecuencia llegan a clínicas pediátricas y de salud mental, por
lo que se considera que este trastorno afecta a entre un tres
y un cinco por ciento de los niños en edad escolar (Goldman et al., 1998). Sin embargo, hay un estudio que ha
encontrado una tasa de prevalencia que alcanza el 16,1 por
ciento (Wolrich, Hannah, et al., 1998). Este trastorno
afecta con más frecuencia a los niños preadolescentes —es
entre seis y nueve veces más prevalente entre los niños que
entre las niñas—. El TDAH suele aparecer preferentemente antes de los ocho años, y a partir de esa edad tiende
a ser cada vez menos frecuente y a manifestar episodios
más breves. Suele mostrar comorbilidad con otros trastornos, como el trastorno de oposición-desafiante (Kadesjoe
y Gillberg, 2001), que examinaremos más adelante. Es
posible que persistan algunos efectos residuales, como las
dificultades de atención, ya iniciada en la adolescencia o la
edad adulta y (Odell, Warren, et al., 1997) aunque, como
vamos a ver a continuación, algunos especialistas dudan
de la autenticidad de este síndrome entre los adultos
(Bhandary, 1997). El TDAH también aparece en otras culturas como la china (Leung, Luk, et al., a 1996), con una
pauta similar a la de los países occidentales.
Desde que se presentara inicialmente en el DSM-II en
1968, el TDAH ha sido revisado en diversas ocasiones. En el
DSM-IV-TR (2000) se considera que tiene tres subtipos:
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1. Trastorno Por Déficit De Atención Con Hiperactividad, Tipo Combinado: seis o más síntomas de inatención y seis o más síntomas de hiperactividad e impulsividad, que persisten durante más de seis meses.
2. Trastorno Por Déficit De Atención Con Hiperactividad, Con Predominio Del Déficit De Atención: seis o
más síntomas de inatención, pero menos de seis síntomas de hiperactividad e impulsividad (la mayoría de
los niños con TDAH se incluyen en este subtipo).
3. Trastorno Por Déficit De Atención Con Hiperactividad, Con Predominio Hiperactivo-Impulsivo: seis o
más síntomas de hiperactividad e impulsividad, y
menos de seis síntomas de inatención, que persisten
durante seis meses.
En la actualidad se debate con ardor si este refinamiento en el
diagnóstico del TDAH ha supuesto una innovación valiosa.
Por ejemplo, Milich, Balentine y Lyman (2001) sugieren que
el subtipo Desatento del TDAH podría en realidad constituir
una categoría diagnóstica diferente, y que por tanto debería
dejar de incluirse como un subtipo del TDAH (véase también
Barkley, 2001; Hinshaw, 2001). No obstante, Lahey (2001) y
Pelham (2001) consideran que no disponemos de pruebas
suficientes como para justificar esta segregación.
FACTORES CAUSALES EN EL TRASTORNO POR
DÉFICIT DE ATENCIÓN CON HIPERACTIVIDAD. La
causa o causas del TDAH en los niños son el epicentro de
un amplio debate (Breggin y Breggin, 1995). Todavía no
está claro en qué medida el trastorno se debe a factores
ambientales o a factores biológicos, aunque la investigación
más reciente apunta hacia precursores genéticos (Nadder,
Silberg, et al., 1998) pero también ambientales (Hechtman,
1996a). Muchos investigadores están convencidos de que
factores biológicos como la herencia genética, son los precursores más importantes para desarrollo del TDAH (Faraone, Biederman, y Milberger, 1994; Burt, Krueger, et al.,
2001; Levy, Barr, y Sunohara, 1998). Pero sin embargo, cualquier conclusión respecto a las bases biológicas de este trastorno requiere una mayor investigación.
Por su parte, la búsqueda de las causas psicológicas de la
hiperactividad también ha encontrado resultados poco concluyentes, si bien el temperamento y el aprendizaje parecen
desempeñar un papel importante. Hay un estudio que
sugiere que la patología familiar, especialmente los problemas de personalidad de los padres, podría producir niños
hiperactivos. Morrison (1980) encontró que muchos padres
de niños hiperactivos tenían problemas psicológicos; por
ejemplo, se encontró que muchos de ellos tenían trastornos
de personalidad. En la actualidad, se considera que el TDAH
tiene múltiples causas y efectos (Hinshaw, Zupan, et al.,
1997). Sean cuales sean sus causas, es necesario explorar y
comprender mejor sus mecanismos subyacentes. Hay consenso en que se trata de factores que actúan a nivel cerebral,
Trastornos de la infancia
y que tienen el efecto de desinhibir la conducta del niño
(Nigg, 2001). Sin embargo, hasta el momento los teóricos no
se han puesto de acuerdo sobre cuáles son esos factores que
actúan sobre el sistema nervioso central.
TRATAMIENTO Y RESULTADOS. Aunque el síndrome
de hiperactividad se describió hace ya más de cien años,
todavía no existe consenso respecto a los métodos más eficaces de tratamiento, sobre todo por lo que concierne a la
utilización de drogas tranquilizantes. Esta estrategia de tratamiento tiene un amplio apoyo por parte de la comunidad
médica; una encuesta (Runnheim, Frankenberger, y Hazelkorn, 1996) encontró que el cuarenta por ciento de los
niños de la ESO, y el quince por ciento de los niños de
bachiller, que manifestaban problemas emocionales, conductuales y TDAH, recibía medicación, fundamentalmente
una anfetamina denominada metilfenidato (Concerta y
Rubifen). De hecho, en la enfermería de los centros escolares se administra diariamente mucho más medicación para
el TDAH que para cualquier otro problema crónico de
salud (O´Connor, 2001a). Estas medicinas son eficaces para
el setenta y cinco por ciento de los niños hiperactivos
(DuPaul y Barkley, 1990).
Resulta interesante que la investigación haya demostrado que las anfetaminas tienen un efecto calmante sobre
los niños, justo lo contrario de lo que sería de esperar a partir del efecto que ejercen en los adultos (Pelham et al.,
1992). Para los niños hiperactivos, estas medicinas disminuyen el exceso de actividad y distracción y, al mismo
tiempo, aumentan su atención y su capacidad para concentrarse, al inhibir la conducta impulsiva. Así, los niños consiguen un mejor rendimiento escolar (Pelham, Hoza, et al.,
2002; Wender, 2000).
Fava (1997) ha llegado a la conclusión de que el metilfenidato puede disminuir también la agresividad que suelen mostrar estos niños. De hecho, muchos niños hiperactivos y agresivos pueden llegar a funcionar y progresar
adecuadamente gracias a esta droga. No parece que la medicina afecte a su inteligencia, sino que les permite utilizar
con más eficacia sus propias capacidades (Klorman et al.,
1994). Sin embargo, los posibles efectos secundarios del
metilfenidato son numerosos: disminución del flujo de
sangre al cerebro, lo que puede provocar el deterioro de la
capacidad de pensamiento y la pérdida de memoria; alteración de la hormona del crecimiento, lo que puede impedir
el crecimiento corporal y del cerebro; insomnio, síntomas
psicóticos, y otros. Si bien las anfetaminas no curan la hiperactividad, permiten disminuir los síntomas conductuales
en la mitad o dos tercios de los casos.
La Pemolina es otra medicina que se utiliza para el tratamiento del TDAH, y que tiene una composición química
muy diferente de la anterior (Faigel y Heiligenstein, 1996);
ejerce efectos muy beneficiosos sobre la conducta en el aula,
ya que promueve el procesamiento cognitivo, y además
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
tiene menos efectos secundarios (Bostic, Biederman, et
al., 2000).
Si bien es cierto que el efecto farmacológico a corto
plazo de los estimulantes sobre los síntomas que muestran
los niños hiperactivos está perfectamente establecido, no lo
están tanto sus efectos a largo plazo (Safer, 1997a). Carlson
y Bunner (1993) han informado de una serie de estudios
sobre el logro escolar a largo plazo, que sin embargo no han
encontrado efectos benéficos de la medicación. Otros
expresan su preocupación sobre los efectos secundarios de
las drogas, tales como los síntomas psicóticos, sobre todo
cuando éstos estimulantes tienen que utilizarse durante
mucho tiempo y en dosis muy elevadas (Breggin, 2001). Por
ejemplo, la similitud química entre el metilfenidato y la
cocaína lleva a algunos investigadores a desaconsejar su utilización para el tratamiento del TDAH (Volkow et al.,
1995). Sin embargo, todavía no se ha detectado ningún
abuso de esa droga.
Algunos expertos prefieren recurrir a la intervención
psicológica unida a las medicinas (Stein, 1999). Las técnicas
de intervención conductual que se han desarrollado para
tratar el TDAH incluyen un reforzamiento selectivo dentro
del aula (DuPaul y Stoner, 1998) y la terapia familiar (Everett y Everett, 2001). Otra estrategia muy eficaz para el tratamiento de los niños hiperactivos consiste en la utilización
de técnicas de terapia conductual basadas en el reforzamiento positivo y en la estructuración de las materias en las
tareas de aprendizaje, de manera que se minimiza el error y
se maximiza la retroalimentación inmediata y el éxito (Frazier y Merrill, 1998; Goldstein y Goldstein, 1998). Por ejemplo, se puede proporcionar al niño alabanzas inmediatas si
es capaz de dejar de pensar en una tarea que se le ha asignado, antes de que empiece a realizarla. El empleo de estos
métodos de tratamiento para la hiperactividad parece tener
mucho éxito, al menos a corto plazo.
La utilización de una terapia de conducta unida a la
medicación parece tener también mucho éxito. Pelham y
sus colaboradores (1993) encontraron que tanto la modificación de conducta como las drogas permitían reducir de
manera significativa el TDAH. Sin embargo, la medicación
parecía constituir el elemento más eficaz del tratamiento.
TDAH MÁS ALLÁ DE LA ADOLESCENCIA. Algunos
investigadores han encontrado que muchos niños hiperactivos siguen actuando igual cuando pasan a ser adultos
(Nigg, Butler, et al., 2002; Wender, 2000), o que comienzan
a manifestar otros problemas psicológicos, como una conducta agresiva o el abuso de sustancias. Por ejemplo, Carroll
y Rounsaville (1993) encontraron que el 34,6 por ciento de
las personas que abusaban de la cocaína y que habían buscado tratamiento, cumplían los criterios de haber padecido
TDAH cuando eran niños. En un estudio de seguimiento
durante dieciséis años de niños con TDAH, alrededor del
veinticinco por ciento no fueron capaces de terminar el
bachiller, en comparación con el dos por ciento del grupo
de control que tampoco lo terminó (Mannuzza et al., 1993).
Parece claro que es necesario realizar más investigaciones longitudinales antes de poder concluir con seguridad
que los niños con TDAH terminarán por desarrollar problemas similares o de otro tipo, cuando se conviertan en adultos. Sin embargo, las investigaciones que hemos mencionado sugieren que un porcentaje significativo continuará
teniendo problemas durante etapas posteriores de su vida.
Trastorno de oposición-desafiante
y trastorno de conducta
Este grupo de trastornos se refiere a la relación que el niño
o el adolescente mantienen respecto a las normas sociales y
a las reglas de conducta. Tanto en el trastorno de oposicióndesafiante como en el trastorno de conducta, el elemento
fundamental es la conducta agresiva o antisocial. Como
vamos a ver a continuación, el trastorno de oposición-desafiante suele observarse ya hacia los ocho años de edad, y el
trastorno de conducta hacia los nueve años. Ambos tipos de
perturbación mantienen un estrecho vínculo (Stahl y Clarizio, 1999). Sin embargo, hay importantes diferencias entre
actos antisociales repetidos, que violan reiteradamente los
derechos de los demás, y las trastadas y travesuras típicas de
niños y adolescentes normales. Por otra parte, ambos trastornos implican fechorías que atentan contra la ley, pero
también conductas que no infringen ninguna norma; el término delincuencia juvenil es el que se utiliza en ámbitos
legales para referirse a las violaciones de la ley cometidas
por menores (véase el apartado Temas sin resolver al final de
este capítulo).
La conducta que se describe en los siguientes apartados
puede parecer muy similar a las de las primeras etapas del
trastorno de personalidad antisocial que hemos descrito en
el Capítulo 11. De hecho, las características de personalidad
y los factores causales son prácticamente los mismos.
Resulta muy difícil, por no decir imposible, diferenciar
entre un trastorno de conducta, una pauta de conducta predelictiva, y las primeras etapas de una personalidad antisocial. Las pautas son conductualmente idénticas, y quizá
simplemente representan tres maneras de describir o explicar el mismo fenómeno. Como dijimos en el Capítulo 11,
los adultos con una personalidad antisocial mostraban,
cuando eran niños, las conductas agresivas y las violaciones
de normas que suelen diagnosticarse como trastorno de
conducta, y además solían tener frecuentemente altercados
con la policía. Existen abundantes pruebas de que en algunos niños, los problemas de conducta infantiles se van
transformando gradualmente en conductas delictivas adultas (Loeber, Burke, et al., 2000). También hay cuantiosas
evidencias de una clara continuidad entre los problemas de
conducta de la niñez y de la edad adulta (Offord y Bennett,
1996). Sin embargo, afortunadamente no todos los niños
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diagnosticados con un trastorno de conducta se convierten
en adultos antisociales. Como veremos en los apartados que
siguen, aunque el trastorno de oposición-desafiante y el
trastorno de conducta son muy graves y difíciles de tratar, sí
disponemos de formas eficaces para trabajar con estos
niños problemáticos.
EL CUADRO CLÍNICO DEL TRASTORNO DE CONDUCTA DE OPOSICIÓN. Un importante precursor de
la conducta antisocial que se puede observar en los niños
que desarrollan un trastorno de conducta es lo que se
conoce actualmente como trastorno de oposición-desafiante (Webster-Stratton, 2000). La característica esencial
del mismo es una pauta recurrente de conducta de oposición, desafiante, desobediente y hostil, hacia las figuras de
autoridad, que persiste durante al menos seis meses (American Psychiatric Association, 2000, p. 102). Este trastorno
suele comenzar hacia los ocho años de edad, y manifiesta
su apogeo como trastorno de conducta desde la niñez
media hasta la adolescencia. Los estudios prospectivos han
encontrado una secuencia evolutiva desde el trastorno de
oposición-desafiante hasta el trastorno de conducta, y la
presencia de factores de riesgo comunes para ambos trastornos (Hinshaw, 1994). Así pues, prácticamente todos los
casos de trastorno de conducta han ido precedidos evolutivamente por un trastorno de oposición-desafiante, si bien
no todos los niños con un trastorno de oposición-desafiante desarrollarán un trastorno de conducta (Lahey,
McBurnett, y Loeber, 2000). Los factores de riesgo comunes incluyen desavenencias familiares, problemas económicos y conducta antisocial por parte de los padres (Hinshaw, 1994).
EL CUADRO CLÍNICO DEL TRASTORNO DE CONDUCTA. Los síntomas esenciales del trastorno de con-
ducta son la violación persistente y repetida de las normas y
el atropello de los derechos de los demás. Los niños con un
trastorno de conducta muestran carencias en su conducta
social (Happe y Frith, 1996). En general, manifiestan características tales como una hostilidad abierta o encubierta,
desobediencia, agresividad física y verbal, y son pendencieros, vengativos y destructivos. También es frecuente que
sean mentirosos, ladronzuelos y tengan estallidos temperamentales. Tienden a mostrarse sexualmente desinhibidos y
con tendencia a la agresión sexual. Algunos pueden realizar
actos de piromanía (Gaynor, 1991; Slavkin y Finaman,
2000; Stickle y Blechman, 2002), vandalismo, atracos, e
incluso homicidios. Este diagnóstico suele coexistir frecuentemente con el abuso de sustancias (Grilo, Becker, et
al., 1996) o con síntomas depresivos (O´Connor et al.,
1998). Zoccolillo, Meyers, y Assiter (1997) encontraron que
el trastorno de conducta suponía un factor de riesgo de
embarazo no deseado y abuso sustancias en chicas adolescentes.
Trastornos de la infancia
FACTORES CAUSALES EN EL TRASTORNO DE OPOSICIÓN Y EN EL TRASTORNO DE CONDUCTA. La com-
prensión de los factores asociados con el desarrollo de los
problemas de conducta en la infancia ha aumentado de
manera inconmensurable durante los últimos veinte años.
En los siguientes apartados vamos a revisar algunos de esos
factores.
Un ciclo de auto-perpetuación. Las investigaciones
han ido acumulando cada vez más pruebas de que una predisposición genética (Pliszka, 1999; Simonoff, 2001) hacia
una baja inteligencia verbal, problemas neuropsicológicos
leves y un temperamento difícil, suponen un perfecto caldo
de cultivo para un trastorno de conducta de aparición precoz, que además se alimenta de una serie de mecanismos de
auto-perpetuación (Moffitt y Lynam, 1994; Slutsky, Heath,
et al., 1997). Un temperamento difícil puede provocar un
apego inseguro, y puede que los padres encuentren engorroso realizar las conductas que favorecen un apego seguro.
Además, una inteligencia verbal baja y/o deficiencias neuropsicológicas leves —como deficiencias en procesos de
autocontrol como el mantenimiento de la atención, la planificación, la auto-dirección y la capacidad de inhibir conductas impulsivas e inadecuadas— contribuyen al mantenimiento de los problemas de conducta. Para explicar cómo
es posible que unas deficiencias neuropsicológicas relativamente leves puedan tener esos efectos tan demoledores,
Moffitt y Lynam (1994) sugieren el siguiente escenario: un
niño de educación infantil tiene problemas para comprender el lenguaje, y por lo tanto rechaza los esfuerzos de su
madre para leerle libros. En consecuencia, disminuye la
preparación del niño para las tareas escolares. Cuando
comienza la primaria, el abultado currículo que es necesario completar impide a los profesores percatarse de su bajo
nivel de preparación. A lo largo del tiempo, y tras unos
cuantos años de fracaso escolar, el niño va teniendo una
edad cronológica cada vez mayor que sus compañeros de
clase, lo que auspicia su rechazo social. En un momento
dado, ese niño terminará en algún programa de rehabilitación, donde se encontrará con otros niños que también tienen trastornos conductuales similares y otras dificultades
de aprendizaje. El contacto con esos compañeros problemáticos promueve a su vez el aprendizaje de conductas
delincuentes, que realizará con frecuencia para ser aceptado
por ese nuevo grupo de amigos.
Edad de aparición y vínculos con el trastorno de personalidad antisocial. Los niños que desarrollan un
trastorno de conducta a una edad temprana tienen una
mayor probabilidad de desarrollar una psicopatía o un
trastorno de personalidad antisocial cuando son adultos
(Hinshaw, 1994; Moffitt, 1993b). Así pues, este tipo de problemas que comienzan con manifestaciones de oposicióndesafiante y continúan con trastornos de conducta, forman
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
los mimbres sobre los que se teje una personalidad antisocial o una psicopatía en la edad adulta. Si bien es cierto que
sólo entre el veinticinco y el cuarenta por ciento de los
casos de trastorno de conducta de aparición precoz se convierten en un trastorno adulto de personalidad antisocial,
también es cierto que alrededor del ochenta por ciento de
los chicos con un trastorno de conducta de aparición precoz continúan teniendo múltiples problemas de inadaptación social (en relación con la amistad, con las relaciones
íntimas y con las actividades vocacionales), incluso aunque
no cumplan todos los criterios del trastorno de personalidad antisocial (Hinshaw, 1994; Zoccolillo et al., 1992). Por
el contrario, la mayoría de las personas que desarrollan el
trastorno de conducta durante la adolescencia, no se convierten en adultos psicópatas o con personalidad antisocial, sino que sus problemas quedan circunscritos a esos
años. Además, esos casos de trastornos de conducta de aparición súbita durante la adolescencia tampoco comparten
los mismos factores de riesgo que los casos de aparición
precoz, como son una inteligencia verbal baja, deficiencias
neuropsicológicas, y problemas de atención y de impulsividad (Hinshaw, 1994; Moffitt y Lynam, 1994).
Factores ambientales. Junto a la propensión genética
o constitucional que pueden predisponer a un trastorno de
conducta y a una psicopatía o una personalidad antisocial
adulta, Kazdin (1995) subraya la importancia de la familia
y el contexto social como variables causales trascendentales. Por ejemplo, tener una «idea» o relación confusa con el
cuidador principal, puede dar lugar a un apego desorganizado que, a su vez, puede estar relacionado con una posterior agresividad por parte de ese niño (Lyons-Ruth, 1996).
Se trata de una situación habitual en la literatura de investigación: los niños agresivos y con pocas habilidades sociales suelen ser rechazados por sus compañeros, y ese
rechazo puede llevar a una espiral de interacciones sociales
con sus compañeros, que exacerba la tendencia a la conducta antisocial (Coie y Lenox, 1994). Este subgrupo
socialmente rechazado de niños agresivos, también tiene
un mayor riesgo de convertirse en delincuentes adolescentes, y probablemente en adultos con personalidad antisocial. Por otra parte, es posible que padres y profesores reaccionen ante estos niños agresivos con fuertes sentimientos
negativos, y que también los rechacen (Capaldi y Patterson, 1994). Esta combinación de rechazo por parte de
padres, compañeros y profesores, convierte a esos niños en
seres aislados y alienados. Por lo tanto, no resulta sorprendente que tiendan a relacionarse con otros compañeros
que están en una situación semejante (Coie y Lenox, 1994),
lo que supone una excelente ocasión para aprender e imitar conductas antisociales.
Los investigadores coinciden en que el entorno familiar de los niños con trastornos de conducta suele caracterizarse por una paternidad poco eficaz, rechazo, una disci-
plina violenta e incoherente, y con frecuencia negligente
(Frick, 1998; Patterson, 1996). A menudo los padres mantienen también una relación matrimonial poco estable
(Osborn, 1992), sufren alteraciones emocionales, y no proporcionan al niño ayuda, aceptación y afecto coherentes.
Incluso cuando la familia se mantiene intacta, el niño que
vive en un hogar repleto de conflictos se siente explícitamente rechazado. Por ejemplo, Rutter y Quinton (1984b)
llegaron a la conclusión de que los desacuerdos y la hostilidad familiar eran los principales elementos que definían la
relación entre unos padres con problemas y unos hijos con
problemas; esto es especialmente cierto respecto al desarrollo de trastornos de conducta en niños y adolescentes. Este
tipo de discordias y hostilidad alimenta unos estilos educativos muy limitados e ineficaces por parte de los padres,
sobre todo por lo que concierne a la disciplina y la supervisión. Así pues, estos niños están siendo «entrenados» por su
familia para realizar conductas antisociales —ya sea de
manera directa mediante los intercambios coercitivos, o
por vía indirecta mediante la ausencia de control y de disciplina coherente (Capaldi y Patterson, 1994)—. Con demasiada frecuencia esto induce a que el niño se relacione con
otros compañeros que también muestran conductas delictivas, lo que favorece el aprendizaje de tales comportamientos antisociales.
Junto esos factores familiares, hay ciertas variables de
carácter psicosocial y sociocultural, que aumentan la probabilidad de que un niño desarrolle trastornos de conducta
y, posteriormente, trastornos adultos de psicopatía o personalidad antisocial. Un status socioeconómico bajo, un
barrio problemático, el estrés o la depresión de los padres,
son factores que en conjunto aumentan la probabilidad de
que un niño se vea inmerso en ese ciclo (Capaldi y Patterson, 1994).
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS.
Sin ningún género
de dudas, nuestra sociedad tiende a adoptar una actitud
punitiva, más que rehabilitadora, de los jóvenes agresivos.
El acento se sitúa en el castigo y en «dar una lección al
niño». Sin embargo, ese tratamiento, en vez de corregir la
conducta, contribuye a intensificarla.
El tratamiento del trastorno de oposición-desafiante y
del trastorno de conducta debe centrarse en las pautas familiares inadecuadas que acabamos de describir, y en buscar
medios para cambiar las conductas agresivas e inadaptadas
del niño (Beham y Carr, 2000; Milne, Edwards, et al., 2001).
El modelo de cohesión familiar.
La terapia que se realice con un niño con un trastorno de conducta probablemente resulte ineficaz a menos que podamos encontrar la
manera de modificar su entorno. Una estrategia de tratamiento muy interesante y que suele resultar muy efectiva es
el modelo de cohesión familiar (Patterson, Reid, y Dishion,
1998; Webster-Stratton, 1991). Desde esta perspectiva, se
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considera que los padres del niño con un trastorno de conducta carecen de las capacidades educativas y actúan de
manera incoherente, lo que refuerza a su vez la conducta
inapropiada de su hijo. Los niños aprenden a escapar o a
evitar las críticas de los padres en una escalada de conductas negativas. Esta táctica, a su vez, aumenta las interacciones aversivas y las críticas por parte de los padres. El niño
observa la ira de sus padres e imita esa pauta agresiva. A su
vez, la atención de los padres a la conducta agresiva y negativa de su hijo actúa como un reforzador de esa conducta.
Considerando que los problemas de conducta proceden de
este tipo de interacción, es posible situar el foco del tratamiento sobre la relación entre los padres y su hijo (Patterson et al., 1991).
Sin embargo, resulta muy difícil obtener la cooperación de los padres para este tipo de tratamiento. Con frecuencia, un padre agobiado que acaba de separarse o divorciarse y que pasa la mayor parte del día en el trabajo,
simplemente no dispone de los recursos, el tiempo y la predisposición para aprender y llevar a la práctica un estilo
educativo más adecuado (Clark-Stewart, Vandell, et al.,
2000). En los casos más extremos, puede que sea aconsejable sacar al niño de ese hogar para que viva con otra familia
o en una institución, con esperanza de que pueda volver a
su casa cuando la terapia con sus padres ejerza los resultados deseados.
Por desgracia, los niños suelen interpretar ese cambio
de familia como un rechazo más, y no sólo por parte de sus
padres, sino por parte de toda la sociedad. A menos que el
nuevo entorno ofrezca una situación cálida, cariñosa,
coherente a la vez que firme, y que acepte al niño, probablemente éste realice escasos progresos. E incluso entonces, el tratamiento quizá sólo tenga un efecto transitorio.
Faretra (1981) hizo un seguimiento de sesenta y seis adolescentes agresivos que habían sido admitidos en una unidad de internamiento. Encontró que su conducta antisocial y criminal persistió durante su edad adulta, aunque
con una reducción de los problemas psiquiátricos.
Muchos niños con trastornos de conducta muestran trastornos de personalidad cuando se convierten en adultos
(Rutter, 1988; Zeitlin, 1986).
Técnicas conductuales.
La utilización de las técnicas
de terapia de conducta ha supuesto una luz de esperanza
para los niños con trastornos de conducta (Kazdin, 1998).
Resulta de especial interés enseñar técnicas de control de
conducta a los padres de esos niños, para que puedan actuar
por sí mismos como terapeutas, reforzando la conducta
deseable y modificando las condiciones ambientales que
mantienen la conducta inadaptada. Los cambios que tienen
lugar cuando los padres empiezan a recompensar la conducta positiva de sus hijos y a ignorar la negativa se reflejan
a su vez en una nueva forma de percibir a sus hijos y de relacionarse con ellos.
Trastornos de la infancia
Aunque es posible enseñar a los padres técnicas eficaces de control conductual, éstos con frecuencia tienen dificultades para llevar a cabo esos planes de tratamiento. En
tal caso, es necesario recurrir a otras técnicas, como la terapia familiar o el asesoramiento a los padres, para conseguir
que éstos sean lo suficientemente asertivos como para
seguir todos los pasos del programa de tratamiento.
Trastornos de ansiedad en la infancia
y la adolescencia
En nuestra sociedad moderna, nadie está totalmente aislado de las situaciones que generan ansiedad, por lo que es
posible que los niños sufran también situaciones traumáticas que les predispongan a desarrollar trastornos de
ansiedad (Bandelow, Spaeth, et al., 2002). Durante su
desarrollo normal, la mayoría de los niños son vulnerables
al temor y la incertidumbre, y pueden llegar a padecer un
trastorno generalizado de pánico, igual que los adultos. Sin
embargo, los niños con un trastorno de ansiedad tienen
una conducta más extremada que las personas que experimentan una ansiedad «normal». Estos niños manifiestan
muchas de las siguientes características: hipersensibilidad,
temores no realistas, timidez, fuertes sentimientos de inseguridad, alteraciones del sueño, y miedo a la escuela
(Goodyer, 2000). Los niños que sufren un trastorno de
ansiedad intentan afrontar sus temores volviéndose completamente dependientes de los demás, y buscando en
ellos apoyo y ayuda. El DSM considera los trastornos de
ansiedad en la infancia y la adolescencia, de manera muy
similar a como lo hace para la edad adulta (Albano, Chorpita, y Barlow, 1996). La investigación ha demostrado que
los trastornos de ansiedad suelen aparecer junto a trastornos depresivos (Manassis y Monga, 2001), o también pueden influir en una depresión posterior (Silberg, Rutter, y
Eaves, 2001).
Los trastornos de ansiedad son bastante comunes entre
los niños. De hecho, el 9,7 por ciento de los niños en edad
escolar cumplen sin lugar a dudas los criterios diagnósticos
de un trastorno de ansiedad (Dadd, Spence, et al., 1997). Las
niñas sufren más este trastorno que los niños (Lewinsohn et
al., 1998). Por otra parte, los trastornos obsesivo-compulsivos no son tan infrecuentes en los niños como se pensaba,
sino que tienen una frecuencia que oscila entre el 0,5 y el dos
por ciento (Thomsen, 1998). En los siguientes apartados
vamos a describir con más detalle dos trastornos de ansiedad de la infancia y la adolescencia, como son el trastorno
de ansiedad por separación y el mutismo selectivo.
TRASTORNO DE ANSIEDAD POR SEPARACIÓN.
El trastorno de ansiedad por separación es el más común
de los trastornos de ansiedad en la infancia, con una prevalencia de entre el dos y el cuatro por ciento de la población infantil, y supone el cincuenta por ciento de los casos
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
de ansiedad infantil (Goodyer, 2000). Los niños con un
trastorno de ansiedad por separación muestran temores
no realistas, hipersensibilidad, auto-conciencia, pesadillas
y ansiedad crónica. Carecen de auto-confianza, se muestran aprensivos ante las situaciones nuevas, y tienden a ser
inmaduros para su edad. Sus padres los describen como
tímidos, sensibles, nerviosos, sumisos, con poca iniciativa, preocupados y dados a las lágrimas. Suelen ser muy
dependientes, sobre todo de sus padres. La característica
esencial de este cuadro clínico es una excesiva ansiedad
ante la eventual separación de sus principales figuras de
apego, y de su entorno familiar. En muchos casos, es posible identificar un factor estresante psicosocial, como la
muerte de un familiar o de una mascota. El siguiente caso
ilustra el cuadro clínico de este trastorno.
Ansiedad por separación
Juanito era un niño de seis años con una gran
sensibilidad, y que sufría numerosos temores,
pesadillas y ansiedad crónica. Le aterrorizaba
que pudieran separarle de su madre, incluso
durante un breve periodo de tiempo. Cuando su
madre
intentó llevarlo a la Escuela Infantil, se
ESTUDIO
alteró tanto cuando ella se iba, que el director
DE UN
le permitió que se quedara en el aula. Sin
CASO
embargo, después de dos semanas, estaba
claro que no era posible que la madre permaneciera todo el día en la clase junto a su hijo, por lo que Juanito tuvo
que abandonar la escuela. Más adelante, cuando iba a empezar la
Primaria, el niño manifestó la misma intensa ansiedad y rechazo a
que le separaran de su madre. A sugerencia del psicólogo escolar, su
madre buscó ayuda especializada. El terapeuta que los entrevistó
llevaba puesta una bata blanca, lo que provocó una fuerte reacción
de pánico por parte de Juanito. Su madre tuvo que sujetarlo para
impedir que saliera corriendo, pero el niño no se tranquilizó hasta
que el terapeuta se quitó la bata. La madre explicó que el niño se
sentía aterrorizado por los médicos.
Cuando los niños con un trastorno de ansiedad por
separación son apartados de sus figuras de apego, se muestran muy preocupados por una serie de temores morbosos,
como la posibilidad de sus padres se pongan enfermos o
mueran. Por esa razón siempre están pegados a los adultos,
tienen dificultades para dormir, y se muestran totalmente
absorbentes. Se trata de un trastorno más frecuente en las
niñas (Majcher, 1996), y con poca estabilidad a lo largo del
tiempo (Poulton, Milne, et al., 2001). Por ejemplo, un estudio informó que el cuarenta y cuatro por ciento de los niños
se habían recuperado, tras cuatro años de seguimiento
(Cantwell y Baker, 1989). Sin embargo, algunos niños continúan mostrando problemas de rechazo a la escuela
(temor a salir de su casa para ir a la escuela), y continúan
teniendo por tanto dificultades de adaptación.
MUTISMO SELECTIVO.
Otro trastorno de ansiedad
característico de los niños es el mutismo selectivo, que consiste en una dificultad persistente para hablar en situaciones
sociales específicas —por ejemplo, en la escuela o en grupos
sociales— que puede llegar a interferir con un adecuado
ajuste educativo o social. En muchos casos, los niños con
mutismo selectivo también son diagnosticados de un trastorno por retraso en el desarrollo (Kristensen, 2000). Sólo
se debe diagnosticar mutismo selectivo cuando el niño es
capaz de hablar y conoce su lengua. De hecho, para hacer el
diagnóstico es necesario que el mutismo dure al menos un
mes, siempre y cuando no se trate del primer mes de asistencia a la escuela, ya que en esa situación son muchos los
niños que se muestran tímidos e inhibidos.
El mutismo selectivo es bastante raro entre la población clínica, y mucho más frecuente durante la edad preescolar. Puede afectar a todos los estratos sociales, y en aproximadamente un tercio de los casos estudiados, el niño
había mostrado indicadores precoces del problema, tales
como una conducta muy tímida e introvertida (Steinhausen y Juzi, 1996).
Como posibles causas de este trastorno se ha apelado
tanto a los factores genéticos como al aprendizaje. Simmons, Goode y Fombonne (1997) informaron de un caso
en el que el niño tenía una anomalía cromosómica. Steinhausen y Adamek (1997) encontraron pruebas de que los
factores genéticos pueden jugar cierto papel en este trastorno, ya que los casos tienden a ocurrir con más frecuencia en familias caracterizadas por una conducta taciturna.
Sin embargo, también se han aportado pruebas de la
importancia de los factores culturales y de aprendizaje.
Black y Uhde (1995) encontraron que la gravedad del
mutismo variaba de forma muy significativa según los
ámbitos, y añadían que la ansiedad social solía estar asociada con el mutismo.
El tratamiento del mutismo selectivo no es diferente
al de otros trastornos de ansiedad. Un estudio ha demostrado que los síntomas pueden reducirse de manera sustancial con fluoxetina (Motavalli, 1995), y con la droga
moclobemida (Manerix), un inhibidor de la monoaminooxidasa (Maskey, 2001). Sin embargo, la estrategia terapéutica más habitual es el tratamiento psicológico en el
seno de la familia.
FACTORES CAUSALES EN LOS TRASTORNOS DE
ANSIEDAD. A la hora de explicar los trastornos de
ansiedad infantiles, se ha acudido a cierto número de factores causales.
1. Los niños ansiosos suelen manifestar una sensibilidad
constitucional poco habitual, lo que les hace fácilmente
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2.
3.
4.
5.
condicionables ante los estímulos aversivos. Por ejemplo, se alteran rápidamente ante la menor decepción,
como perder un juguete o encontrarse con un perro
demasiado «juguetón». Les cuesta mucho trabajo tranquilizarse, lo que puede deberse a la generalización de
sus excesivas reacciones de temor.
El niño puede volverse ansioso debido a una enfermedad, accidente, o pérdida, sufrida a una edad temprana,
que le haya supuesto un gran dolor. El efecto traumático de ciertas experiencias, como una hospitalización,
los vuelven seres inseguros. La naturaleza dramática de
ciertos cambios en la vida, como un traslado que les
separe de sus amigos, puede ejercer un fuerte efecto
negativo sobre su ajuste psicológico. Kashani y sus
colaboradores (1981a) encontraron que el acontecimiento reciente más habitual experimentado por
niños que estaban recibiendo atención psiquiátrica
había sido el traslado a un nuevo centro escolar.
Los niños híper-ansiosos suelen tener de modelo a un
padre también excesivamente ansioso y protector, que
les sensibiliza hacia los peligros y amenazas del mundo
exterior. Con frecuencia, la sobre-protección del padre
transmite al niño una falta de confianza en su capacidad
para superar las dificultades, lo que a su vez refuerza el
sentimiento de inferioridad del niño (Dadds, Heard, y
Rapee, 1991; Woodruff-Borden et al., 2002).
Los padres indiferentes y despegados (Chartier, Walker, y Stein, 2001) así como los padres que rechazan a
sus hijos (Hudson y Rapee, 2001), también generan
ansiedad en ellos. En efecto, puede que el niño no se
sienta suficientemente apoyado en su intento de dominar algunas competencias esenciales, y de alcanzar un
auto-concepto positivo. Las experiencias reiteradas de
fracaso, derivadas de unas capacidades mal aprendidas,
pueden provocar subsecuentes pautas de ansiedad o de
huida ante la tesitura de enfrentarse con situaciones
«amenazantes». Puede que otros niños sí se comportan
de manera adecuada, pero que sin embargo sean excesivamente críticos consigo mismos, y se sientan por
ello excesivamente ansiosos y devaluados, cuando
piensan que no están haciendo las cosas lo bastante
bien como para ganarse el amor y el respeto de sus
padres.
Todavía no comprendemos demasiado bien el papel
que desempeñan los factores sociales y ambientales en
los trastornos de ansiedad. Un estudio intercultural de
los temores infantiles (Ollendick et al., 1996) encontró
diferencias significativas entre niños y adolescentes
americanos, australianos, nigerianos y chinos. Estos
autores sugerían que las culturas que favorecen la inhibición, la obediencia y la conformidad, podrían acrecentar los temores de los niños. En otro estudio realizado en los Estados Unidos, Last y Perrin (1993)
encontraron ciertas diferencias entre los niños afro-
Trastornos de la infancia
americanos y los blancos, respecto a los tipos de trastornos de ansiedad. Los niños blancos tenían más tendencia a no querer ir a la escuela, mientras que los afroamericanos solían mostrar más síntomas de TEPT.
Esta diferencia puede proceder del tipo de factores
estresantes que tienen que sufrir estos niños.
6. Algunos estudios han encontrado una fuerte asociación entre la exposición a la violencia y la disminución
de la sensación de seguridad y de bienestar psicológico
(Cooley-Quille, Boyd, et al., 2001; Kliewer et al., 1998).
Así pues, la vulnerabilidad hacia la ansiedad y la depresión puede estar inducida por experiencias iniciales de
falta de «control» sobre los acontecimientos ambientales reforzantes (Chorpita y Barlow, 1998). Los niños
que tienen una sensación de falta de control sobre los
factores ambientales negativos pueden llegar a ser más
vulnerables para desarrollar ansiedad, que los niños
que han conseguido una sensación de eficacia para
controlar las circunstancias estresantes.
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS.
El trastorno de
ansiedad de la infancia puede extenderse a la adolescencia y
el principio de la edad adulta, generando inicialmente una
conducta inadaptada de evitación, y posteriormente
aumentando el pensamiento y la conducta idiosincrásicos,
o la incapacidad para «encajar» en un grupo de amigos. Sin
embargo, esto no es lo habitual. A medida que los niños con
este problema van creciendo y teniendo cada vez más interacciones en la escuela y con otros compañeros, tienden a
beneficiarse de su experiencia con los amigos, y de su éxito
en ciertas tareas. Es importante que los profesores conozcan
las necesidades de estos niños híper-ansiosos y tímidos,
para que puedan proponerles actividades que les permitan
obtener éxito, y disminuir así su ansiedad.
El tratamiento psico-farmacológico de los trastornos
de ansiedad en niños y adolescentes, se está haciendo cada
vez más habitual, aunque la eficacia de las drogas para el
tratamiento de estos trastornos resulta muy cuestionable.
De hecho, la incertidumbre diagnóstica exige una gran precaución antes de utilizar medicinas para estos trastornos. Es
frecuente que la ansiedad se presente unida a otros problemas, como la depresión o el trastorno por déficit atención
con hiperactividad (Manassis, 2000). Con frecuencia, la
evidencia diagnóstica exigible para la utilización de medicinas ansiolíticas brilla por su ausencia.
Los procedimientos de terapia de conducta que suelen
utilizarse en el entorno escolar pueden ayudar a los niños
con ansiedad (Kashdan y Herbert, 2001). Este tipo de procedimientos incluyen el entrenamiento en asertividad,
para ayudarles a dominar competencias esenciales, y la
desensibilización, dirigida a disminuir la conducta ansiosa.
Un grupo de investigadores ha utilizado con éxito un tratamiento cognitivo-conductual en noventa y cuatro niños de
entre nueve y trece años de edad con problemas de ansie-
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
dad (Kendall, Flannery-Schroeder, et al., 1997). Las estrategias de tratamiento actual deben adaptarse de manera
explícita al problema particular de cada niño; por otra
parte, los métodos en vivo (utilizando situaciones reales)
son más eficaces que pedir al niño que «imagine» esas
situaciones. Svensson, Larsson y Oest (2002) han tratado
con éxito a niños fóbicos recurriendo a exposiciones breves en vivo.
En Australia se ha implantado un interesante sistema
de tratamiento y prevención, de carácter cognitivo-conductual, para la ansiedad. Con el objetivo de identificar y
disminuir la ansiedad en los adolescentes, Dadds, Spence,
y sus colaboradores (1997) identificaron a trescientos
catorce niños que cumplían los criterios de trastorno de
ansiedad, de entre una muestra de 1786 niños que tenían
entre siete y catorce años. Los autores contactaron con los
padres de estos niños para que participasen en el estudio,
propuesta que aceptaron los padres de ciento veintiocho
de esos niños. El tratamiento consistía en sesiones del
grupo con los niños, en las que se les enseñaba a reconocer
sus sentimientos ansiosos, y a controlarlos de manera eficaz. Además, se enseñó a los padres algunos procedimientos de control conductual, que les permitieran una mejor
tutela de la conducta de sus hijos. Seis meses después de
terminada la terapia, el grupo de tratamiento mostraba
una reducción significativa de la ansiedad, en comparación con la muestra de control que no había recibido tratamiento.
La depresión en la infancia
La depresión infantil incluye conductas como al retraimiento, el llanto y la evitación del contacto ocular, las quejas físicas, pérdida de apetito, e incluso conductas agresivas
y en algunos casos suicidio (Pfeffer, 1996a, 1996b). En un
estudio epidemiológico, Cohen et al. (1998) informaron de
una asociación entre la enfermedad somática y la depresiva
en los niños, lo que sugiere que quizá existan factores etiológicos comunes.
En la actualidad, la depresión infantil se clasifica esencialmente mediante los mismos criterios diagnósticos que
se utiliza para los adultos (American Psychiatric Association, 2000). Sin embargo, investigaciones recientes sobre
los correlatos neurobiológicos y las respuestas al tratamiento por parte de niños, adolescentes y adultos, ha mostrado grandes diferencias en los niveles hormonales y en
las respuestas al tratamiento (Kaufman, Martin, et al.,
2001). Quizá los estudios de neuroimagen permitan explorar de manera más minuciosa tales diferencias. Una de las
modificaciones que se utilizan en el diagnóstico de la
depresión en los niños es que la irritabilidad se considera
uno de los principales síntomas, y puede llegar a sustituir
al estado de ánimo deprimido, como podemos ver en el
siguiente caso.
Irritabilidad en la depresión
Pepe es un niño de diez años cuya madre y su
profesor están preocupados por su irritabilidad
y sus estallidos temperamentales, tanto en
casa como en la escuela. A la menor provocación, rompe en lágrimas y empieza a dar alaridos
y a lanzar objetos. En clase parece tener
ESTUDIO
dificultades para concentrarse, y se distrae con
DE UN
mucha facilidad. Sus compañeros le rehuyen
CASO
cada vez más, y es frecuente verlo jugando sólo
durante el recreo, mientras que en casa pasa la
mayor parte del tiempo en su habitación mirando la televisión. Su
madre dice que duerme mal, que durante los dos últimos meses ha
engordado 4,5 kilos, y que se pasa el día comiendo golosinas. Una
consulta con el psicólogo del colegio ha descartado la existencia de
dificultades de aprendizaje, y de un trastorno por déficit de atención;
sin embargo, la psicóloga señala que se trata de un niño profundamente infeliz, que expresa explícitamente sentimientos de desesperación y desvalorización, e incluso deseos de morir. Estas experiencias probablemente comenzaran seis meses antes cuando su padre,
que se había divorciado unos años antes, volvió a casarse y se trasladó a otra ciudad, con lo que ahora pasa mucho menos tiempo con
su hijo (adaptado de Hammen y Rudolph, 1996, pp.153-54).
La depresión es muy frecuente entre niños y adolescentes. La prevalencia instantánea (en el momento de la evaluación) del trastorno depresivo mayor se ha estimado
entre un 0,4 y un 2,5 por ciento para los niños, y entre el
cuatro y el 8,3 por ciento para los adolescentes (Birmaher,
Ryan, et al., 1996). La prevalencia para toda la vida del trastorno depresivo mayor en la adolescencia se sitúa entre el
quince y el veinte por ciento (Harrington et al., 1996). Una
revisión de la epidemiología de la depresión en niños y adolescentes, encontró que la depresión mayor es poco frecuente entre los niños pero mucho más habitual en los adolescentes, época en la que alcanza una prevalencia del
veinticinco por ciento (Kessler, Avenevoli, et al., 2001). Una
encuesta realizada a 1710 estudiantes de secundaria encontró que la prevalencia instantáneo era del 2,90 por ciento, la
prevalencia a lo largo de la vida del 20,4 por ciento, y que las
ideas de suicidio en algún momento de la vida alcanzaban
el diecinueve por ciento (Lewinsohn et al., 1996). Antes de
la adolescencia, las tasas de depresión son algo más elevadas
en los chicos, si bien la depresión afecta al doble de chicas
que de chicos (Hankin et al., 1998). Lewinsohn y sus colaboradores (1993) también encontraron que el 7,1 por
ciento de los adolescentes decían haber intentado suicidarse
en algún momento, mientras que otro estudio epidemiológico (Lewinsohn, Rohde, y Seeley (1994) encontraron que
el 1,7 por ciento de los adolescentes entre catorce y dieciocho años, había realizado un intento de suicidio.
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FACTORES CAUSALES EN LA DEPRESIÓN INFANTIL. Los factores causales implicados en los trastornos
de ansiedad infantil también son pertinentes para los trastornos depresivos.
Factores biológicos. Parece existir una asociación entre
la depresión de los padres y los problemas de conducta y de
estado de ánimo en sus hijos (Duggal, Carlson, et al., 2001;
Klein, Lewinson, et al., 2001). Los hijos cuyos padres sufren
depresión mayor muestran un mayor deterioro, y reciben
más tratamiento psicológico y más diagnósticos psicológicos, que los hijos de padres sin problemas psicológicos (Kramer, Warner, et al., 1998). Esto es especialmente cierto
cuando la depresión del niño se debe a la carencia de interacción con sus padres (Carter, Garrity-Rokous, et al., 2001). Un
estudio muy bien controlado y que tuvo en cuenta la historia
familiar y el momento de aparición de la depresión, encontró
que los niños criados en familias con trastornos del estado de
ánimo tenían tasas significativamente más altas de depresión
que quienes se habían criado en familias sin este problema
(Kovacs, Devlin, et al., 1997). La tasa de intentos de suicidio
también es mayor entre los hijos de padres con depresión
(7,8 por ciento; Weisman et al., 1992). Tales correlaciones
sugieren un posible componente genético de la depresión
infantil, si bien es evidente que los factores de aprendizaje
pueden desempeñar un papel muy importante.
Otros factores biológicos pueden aumentar la vulnerabilidad ante ciertos problemas como la depresión. Por ejemplo, cambios biológicos en el recién nacido, derivados del
consumo de alcohol por parte de la madre durante el embarazo. Un estudio reciente ha demostrado que la exposición
prenatal al alcohol predice la depresión ulterior en los niños.
Un estudio de O´Connor (2001b) con niños expuestos al
alcohol mientras se encontraban dentro del útero ha demostrado una mayor incidencia de síntomas depresivos y estados de ánimo negativos durante la infancia (véase el apartado Avances en la investigación 12.1 de la página 393, para
una descripción del Síndrome De Alcohol Fetal).
Factores de aprendizaje. El aprendizaje de conductas
inadaptadas desempeña un papel muy destacado en relación con los trastornos depresivos de la infancia. Algunos
estudios sugieren que la exposición infantil a acontecimientos traumáticos puede aumentar el riesgo de desarrollar
posteriormente una depresión. Los niños que han sufrido
acontecimientos estresantes son susceptibles a estados
depresivos, que les hacen más vulnerables a ideas y pensamientos suicidas en momentos de gran estrés (Silberg, Pickles, et al., 1999). La sensibilización del sistema nervioso
central en respuesta a un estrés muy intenso o persistente
puede provocar una hiper-reactividad y la alteración del
sistema de neurotransmisores, lo que hace a esos niños más
vulnerables ante una posterior depresión (Heim y Nemeroff, 2001). Los niños que han sido expuestos a conductas o
Trastornos de la infancia
a estados emocionales negativos de sus padres, pueden también desarrollar un estado de ánimo deprimido (HermanStahl y Peterson, 1999). Por ejemplo, la depresión infantil
suele ser más habitual entre los hijos de padres divorciados
(Palosaari y Laippala, 1996).
¿Pueden aprender los niños un estado de ánimo deprimido al observar a un padre con depresión? Una importante línea de investigación está analizando cómo la calidad
de la interacción entre la madre y el hijo, puede generar un
estado de ánimo deprimido. Más específicamente, los investigadores están evaluando la posibilidad de que las madres
con depresión, al relacionarse con sus hijos, les transfieran
su bajo estado de ánimo (Jackson y Huang, 2000). La depresión entre las madres es relativamente frecuente, y puede
provenir de diversas fuentes. Por supuesto, son muchas las
mujeres con depresión clínica que tienen hijos. Otras mujeres se deprimen durante el embarazo o inmediatamente
después del parto, debido al agotamiento y a cambios hormonales que pueden influir sobre su estado de ánimo. Algunos investigadores han encontrado que el estrés matrimonial, las complicaciones en el parto y las dificultades en la
crianza del bebé, también están asociados con la depresión
en las madres (Campbell et al., 1990).
Una gran cantidad de investigaciones apoya la hipótesis
de que las pautas de interacción entre la madre y el niño
resultan determinantes para el desarrollo del apego en el
niño, y que además la depresión de la madre puede influir de
manera adversa sobre éste (Martínez, Malphurs, et al., 1996).
Las madres con depresión no responden de manera adecuada
a sus hijos (Goldsmith y Rogoff, 1997). Además, tienden a
relacionarse con sus hijos de manera menos sensible y más
negativa de lo que lo hacen las madres sin depresión (Murray,
Fiori-Cowley, et al., 1996). Otras investigaciones han demostrado que un estado de ánimo deprimido de la madre, que se
manifiesta en expresiones faciales neutras y en una conducta
irritable, puede inducir respuestas similares en sus hijos
(Cohn y Tronick, 1983; Tronick y Cohn, 1982). Resulta interesante destacar que el impacto negativo del estilo de interacción de las madres con depresión también ha sido estudiado
desde una perspectiva fisiológica. Se ha encontrado que los
niños manifiestan mayor actividad eléctrica en las zonas
frontales del cerebro, en el instante en que sus madres están
expresando emociones negativas (Dawson, Panagiotides, et
al., 1997). Si bien la mayoría de estos estudios se han centrado
en la relación entre la madre y su hijo, algunos otros indican
que la depresión de los padres también está relacionada con la
depresión de sus hijos (Jacob y Johnson, 2001).
Lo que no se ha comprobado con certeza es en qué
medida la respuesta negativa de un niño ante el estado de
ánimo deprimido de su cuidador puede suscitar posteriormente una depresión. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que cuanto más graves son los síntomas depresivos de la madre, tanto más graves serán los problemas de
conducta de su hijo (Brennan, Hammen, et al., 2000). Inves-
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
tigaciones futuras en este ámbito permitirán una mayor
comprensión de los vínculos que puedan existir entre el
estado de ánimo del cuidador y la conducta del niño.
Otra importante línea de investigación sobre la depresión infantil procede de la perspectiva cognitivo-conductual. Disponemos de abundantes pruebas de que los síntomas depresivos están correlacionados con la tendencia a
atribuir los acontecimientos positivos a causas externas,
específicas, inestables, mientras que los acontecimientos
negativos se atribuyen a causas internas, globales y estables
(Hinshaw, 1992; Roberts, Roberts, y Chen, 2000; Kistner,
Ziegert, et al., 2001). Por ejemplo, puede que el niño interprete el rechazo y las burlas de sus compañeros atribuyéndolas a un defecto interno. Hinshaw (1994) considera que
la tendencia a establecer representaciones mentales distorsionadas es una causa muy frecuente de ciertos trastornos,
como la depresión y el trastorno de conducta. Además, los
niños con síntomas de depresión tienden también a subestimar su propia competencia (Cole et al., 1998).
TRATAMIENTOS Y RESULTADOS.
La idea de que la
depresión en niños y adolescentes es idéntica a la depresión
adulta ha llevado a los investigadores a tratar a los niños con
trastornos del estado de ánimo —especialmente a los adolescentes con tendencias suicidas (Greenhill y Waskick,
1997)— con medicinas que son eficaces con los adultos. Sin
embargo, la investigación sobre la eficacia de las medicinas
antidepresivas con los niños es, en el mejor de los casos,
muy limitada (Emslie y Mayes, 2001) y contradictoria, y
además algunos estudios demuestran que sólo es moderadamente eficaz (Wagner y Ambrosini, 2001). Algunos estudios recientes que han utilizado fluoxetina (Prozac) con
adolescentes con depresión, han encontrado que la droga
actúa de manera más eficaz que un placebo (DeVane y
Sallee, 1996; Emslie, Rush, et al., 1997), si bien casi nunca se
ha conseguido la desaparición completa de los síntomas. Sin
embargo, otro estudio realizado por Sommers-Flannagan y
Sommers-Flannagan (1996) llegó a la conclusión de que los
antidepresivos actuales no funcionan con los adolescentes
mucho mejor que un placebo. Además las medicinas antidepresivos ejercen ciertos efectos secundarios indeseables,
como náuseas, dolor de cabeza, nerviosismo, insomnio e
incluso desvanecimientos. Incluso se han producido cuatro
muertes accidentales debidas a una droga denominada desipramina (Campbell y Cueva, 1995). Sin embargo, durante
los últimos diez años la utilización de medicinas antidepresivos para tratar a adolescentes con depresión se ha multiplicado por cinco (Zito y Safer, 2001).
Una importante faceta de la terapia psicológica con los
niños, ya sea por un trastorno de depresión o de ansiedad,
exige proporcionarles un entorno que favorezca el apoyo
emocional, y en el que puedan aprender estrategias de afrontamiento más adaptativas, y expresiones emocionales más
adecuadas. Tanto los adolescentes como los niños mayores
también pueden beneficiarse de una relación terapéutica
positiva, en la que puedan discutir de manera abierta sus sentimientos (Stark, Laurent, et al., 1999). Los niños más pequeños que todavía no han desarrollado suficiente capacidad
verbal, pueden beneficiarse de una terapia lúdica. Los estudios que se han realizado sobre el tratamiento psicológico
con adolescentes depresivos han demostrado que la terapia
cognitivo-conductual derivada del modelo de Beck consigue
una substancial disminución de los síntomas (Ackerson et
al., 1998; Brent, Holder, et al., 1997). Rawson y Tabb (1993)
han demostrado que un tratamiento a corto plazo de este
tipo resulta eficaz con niños deprimidos de entre ocho y
catorce años. Sin embargo, la estrategia más habitual para el
tratamiento de la depresión en niños y adolescentes durante
los últimos años ha sido la utilización conjunta de medicinas
y psicoterapia (Skaer, Robinson, et al., 2000).
La depresión está empezando a considerarse como un
importante factor de riesgo en el suicidio de niños y adolescentes (Fisher, 1999; Houston, Hawton, y Keith, 2001; Ivarsson, Larsson, y Gillberg, 1998). Entre el siete y el diez por
ciento de los adolescentes reconocen haber realizado al
menos un intento de suicidio (Safer, 1997b). A su vez, los
niños que intentan suicidarse tienen un mayor riesgo de
volver a intentarlo, sobre todo durante los siguientes dos
años (Pfeffer et al., 1994). Así pues, de entre todos los trastornos que afectan a la infancia, la depresión requiere de
manera especial un tratamiento eficaz.
Trastornos sintomáticos: enuresis,
encopresis, sonambulismo y tics
En este apartado vamos a revisar una serie de trastornos
que suelen manifestar un único síntoma muy destacado, en
vez de una pauta de varios síntomas.
LA ENURESIS FUNCIONAL. El término enuresis se
refiere a la descarga involuntaria de orina, generalmente
durante la noche, que se produce a una edad en la que se
espera que el niño sea capaz de contenerla (cinco años). En
el DSM-IV-TR, la enuresis funcional se diagnostica cuando
el niño moja la cama sin que exista una causa orgánica que
lo justifique. Los niños que tienen una enuresis funcional
primaria nunca han llegado a controlar sus esfínteres; por
su parte, los niños con una enuresis funcional secundaria
han sido capaces de la controlar la orina durante al menos
un año antes de empezar de nuevo a mojar la cama.
La enuresis puede tener una frecuencia muy variable,
que oscila entre episodios diarios, a casos muy ocasionales
cuando el niño se encuentra bajo un estrés considerable o un
gran cansancio. Se ha estimado que en los Estados Unidos hay
entre cuatro y cinco millones de niños y adolescentes que
sufren este embarazoso trastorno. El DSM-IV-TR estima la
prevalencia de la enuresis a los cinco años entre el cinco y el
diez por ciento, que disminuye al tres o cinco por ciento a los
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diez años, y al 1,1 por ciento después de los quince años. Un
estudio epidemiológico realizado en China encontró una
prevalencia del 4,3 por ciento, que afectaba significativamente más a los chicos que a las chicas (Liu, Sun, et al., 2000).
Las investigaciones han demostrado evidentes diferencias
sexuales en la enuresis. En un amplio estudio epidemiológico
realizado en Holanda, Verhulst y sus colaboradores (1985)
encontraron que entre los cinco y los ocho años de edad, la
enuresis es entre dos y tres veces más frecuente entre los chicos que entre las chicas. Los porcentajes para los chicos disminuyen además mucho más lentamente que para las niñas:
para estas últimas la disminución que se produce entre los
cuatro y los seis años es del setenta y uno por ciento, mientras
que para los niños sólo es del dieciseis por ciento. Los investigadores recomiendan además que se aumente el límite superior de edad para diagnosticar enuresis en los niños, desde los
ocho años actuales hasta los nueve años, que es el momento
en que el mismo porcentaje de niños y de niñas se mantienen
«secos», esto es, mojan la cama menos de una vez al mes.
La enuresis puede deberse a diversos problemas orgánicos, como por ejemplo, la alteración del control cerebral
sobre la vejiga (Goin, 1998), una disfunción neurológica
(Lunsing et al., 1991), algún efecto secundario de otra
medicina (Took y Buck, 1996), una vejiga con una capacidad funcional muy pequeña, o un esfínter débil (Dahl,
1992). Un grupo de investigadores encontró que el once por
ciento de sus pacientes enurésicos tenía alguna alteración
del tracto urinario (Watanabe et al., 1994). Sin embargo, la
mayoría de los investigadores sugiere diversos factores causales: (1) un mal aprendizaje, derivado de la incapacidad
para inhibir el vaciado reflejo de la vejiga; (2) inmadurez
personal, asociada con problemas emocionales; (3) relaciones familiares alteradas, sobre todo las que producen ansiedad, hostilidad, o ambas; y (4) y acontecimientos estresantes (Haug Schnabel, 1992). Por ejemplo, puede que un niño
vuelva a mojar la cama cuando nace un nuevo hermano,
que se convierte en el centro de atención.
El tratamiento médico de la enuresis suele realizarse
mediante medicinas como la imipramina. El mecanismo
subyacente a la acción de esta droga no se conoce por completo, pero quizá sea simplemente impedir que el niño caiga
en un sueño demasiado profundo, lo que le permite darse
cuenta de cuándo necesita vaciar la vejiga (Dahl, 1992).
También se ha utilizado la desmopresine intranasal, que
aparentemente tiene el efecto de aumentar la concentración
de orina, disminuir su volumen, y por lo tanto reducir la
necesidad de orinar (Dahl, 1992). Sin embargo, la utilización de esta medicina para el tratamiento de los niños con
enuresis no es una panacea. Tiene un coste muy elevado y
además sólo es eficaz con una minoría de niños, y sólo de
manera transitoria. Bath, Morton, Uing, y Williams (1996)
han informado de que el tratamiento con desmopresine
resultó decepcionante, aunque añadían que al menos permitía a los niños mantenerse secos durante breves periodos
Trastornos de la infancia
de tiempo, por ejemplo durante un campamento o al dormir en casa de un amigo. Moffatt (1997) ha sugerido que la
desmopresine puede jugar un papel muy importante en el
tratamiento de la enuresis nocturna de los niños que no responden a los métodos conductuales de tratamiento. Sin
embargo, merece la pena recordar que la medicación por sí
misma no cura la enuresis, por lo que una vez que se deja de
tomar, o si los niños se habitúan a ella, es frecuente que se
produzcan recaídas (Dahl, 1992).
El tratamiento más eficaz para la enuresis son los procedimientos basados en el condicionamiento (Friman y Warzak, 1990). Mowrer y Mowrer (1938) diseñaron un procedimiento en el que el niño duerme con una almohadilla
conectada a una alarma que funciona a pilas. La alarma se
activa ante las primeras gotas de orina, y el niño se despierta.
Progresivamente mediante condicionamiento, el niño va
aprendiendo a asociar la tensión de la vejiga con el despertar.
Las pruebas más recientes sugieren que lo más eficaz es una
estrategia «bio-conductual», esto es, la utilización de la
alarma junto con la desmopresine (Mellon y McGrath, 2000).
Ya sea con tratamiento o sin él, la incidencia de la enuresis tiende a disminuir de manera significativa con la edad,
aunque muchos expertos consideran que es fundamental
tratar la enuresis durante la niñez, ya que no disponemos de
ninguna manera de saber qué niños se convertirán en adultos enurésicos (Goin, 1998). Houts, Berman y Abramson
(1994) concluyeron que los niños que habían recibido tratamiento mostraban más mejoría que los niños que no
habían recibido tratamiento. También encontraron que las
estrategias basadas en el aprendizaje resultaban más eficaces que la medicación.
ENCOPRESIS FUNCIONAL. El término encopresis
describe un trastorno sintomático de niños mayores de cuatro años, que todavía no han aprendido a controlar las
heces. Se trata de un problema menos frecuente que la enuresis; sin embargo, el DSM-IV-TR estima que alrededor del
uno por ciento de los niños de cinco años sufren este trastorno. Un estudio realizado sobre ciento dos casos de niños
con encopresis, reveló la siguiente lista de características:
una edad media de siete años, con un rango que abarca
desde los cuatro a los trece años. Aproximadamente un tercio de ellos también tenían enuresis, y además se encontraron importantes diferencias sexuales, ya que había siete
veces más niños que niñas con este problema. La mayoría de
los niños ensuciaban su ropa en situaciones de estrés. Un
momento habitual era a última hora de la tarde, después de
volver del colegio; muy pocos niños tenían este problema
dentro de la escuela. La mayoría de ellos decía que no sabían
cuándo ir al baño, o también que les daba vergüenza pedir
permiso para hacerlo.
Muchos niños con encopresis sufren también estreñimiento, por lo que un elemento importante del diagnóstico es
un examen físico, que permita determinar si hay problemas
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
fisiológicos. El tratamiento suele realizarse mediante procedimientos médicos y psicológicos (Dawson et al., 1990). Los
estudios que han analizado la eficacia del condicionamiento
han encontrado éxitos moderados, ya que no aparecieron
incidentes durante un periodo de seguimiento de seis meses
(Huntley y Smith, 1999; Smith et al., 2000).
SONAMBULISMO.
Si bien la aparición de este trastorno
suele producirse habitualmente entre los seis y los doce
años de edad, el DSM-IV-TR lo clasifica en el apartado de
trastornos del sueño y no en el de trastornos de la infancia,
la niñez y la adolescencia (American Psychiatric Association, 2000). Los síntomas de este trastorno consisten en episodios repetidos en que la persona sale de la cama y camina
por la habitación, sin ser consciente de ello ni poder recordarlo después.
Las estadísticas escasean, pero la incidencia de un único
episodio de sonambulismo en niños, según el DSM, se sitúa
entre el diez y el treinta por ciento. Sin embargo, la incidencia de episodios repetidos es mucho más baja, y oscila entre
el uno y el cinco por ciento. Los niños con este problema
suelen irse a dormir normalmente, pero se activan cuando
llevan dos o tres horas durmiendo. Puede que se levanten y
vayan a otra habitación de la casa e incluso salgan al exterior, e incluso pueden llegar a realizar actividades complejas. Al final vuelven a la cama, y por la mañana no recuerdan
nada de lo sucedido. Durante sus deambuleos, sus ojos están
parcial o totalmente abiertos, evitan los obstáculos, escuchan a quienes les hablan, y suelen responder a las instrucciones, como por ejemplo que vuelvan a la cama. Cuando se
les despierta suelen mostrarse sorprendidos y perplejos de
estar en un sitio inesperado. Los episodios de sonambulismo sólo suelen durar unos minutos (Graham, Turk y Verhulst, 1999). No conocemos por completo las causas del
sonambulismo. Sí sabemos que ocurren durante el sueño
No-Rem (las etapas en las que no se producen movimientos
oculares rápidos). Parece que está relacionado con alguna
situación ansiógena que acaba de ocurrir, o que puede aparecer en un futuro inmediato (Klackenberg, 1987).
Se ha prestado muy poca atención al tratamiento del
sonambulismo. Sin embargo, Clement (1970) ha informado de los resultados de una terapia conductual con un
niño de siete años. Durante el tratamiento el terapeuta se
dio cuenta de que inmediatamente antes de un episodio de
sonambulismo, el niño solía tener una pesadilla en la que
era perseguido por un «enorme bicho negro». Inmediatamente empezaba a sudar en abundancia, a gemir y a hablar
en sueños, a sacudirse y dar vueltas, hasta que por fin se
levantaba y empezaba a caminar por la casa. A la mañana
siguiente el niño no recordaba nada del episodio. Los exámenes físicos no encontraron problemas neurológicos ni de
ningún otro tipo, y su inteligencia era normal. Sin embargo,
se trataba de un niño muy ansioso, con gran culpabilidad,
que siempre intentaba evitar cualquier conducta asertiva
típica de su edad y su sexo (p.23). El terapeuta orientó su
tratamiento a que la madre despertase al niño cada vez que
éste diera muestras de que se avecinaba un episodio. Tras
lavarse la cara con agua fría y asegurarse de que estaba completamente despierto, la madre ayudaba al niño a volver a la
cama, donde tenía que romper un dibujo del enorme bicho
negro, de los muchos que había dibujado al principio del
tratamiento.
Poco a poco la pesadilla se fue asociando con el despertar, y el niño aprendió a despertarse cada vez que tenía un
mal sueño. Así pues, la terapia básica que se siguió en este
caso fue la misma que se utiliza en el tratamiento condicionado de la enuresis, donde se intenta asociar la respuesta de
despertarse con un estímulo como el inicio de la micción.
TICS. Un tic es una contracción muscular persistente e
intermitente, que suele estar limitada a un grupo muscular
muy específico. Es un término muy amplio que incluye el
parpadeo, la contracción de la boca, morderse los labios,
encoger los hombros, girar el cuello, aclararse la garganta,
sonarse la nariz y hacer otros gestos, por nombrar los más
comunes. Los tics alcanzan su máxima frecuencia entre los
dos y los catorce años (Evans et al., 1996). En algunos casos,
como aclararse la garganta, puede que la persona sea consciente de su tic, pero lo normal es que no se de cuenta de
ellos. De hecho, mucha gente no sabe que tiene un tic hasta
que alguien se lo hace notar. Un estudio intercultural
encontró pautas similares en diversos países (Staley et al.,
1997). De hecho, tanto la edad de aparición (con una media
de siete u ocho años) como el predominio de los tics entre
los varones, son muy similares en diferentes culturas
(Turan y Senol, 2000). El impacto psicológico que pueden
tener los tics sobre un adolescente queda perfectamente
ilustrado en el siguiente caso.
El tic facial de un adolescente
Una adolescente cuya mayor ilusión era convertirse en profesor, acudió al orientador del
Centro para decirle que pensaba abandonar
sus planes. Al preguntarle la razón, explicó
que sus amigos le habían dicho que torcía los
músculos
de la boca cuando participaba en
ESTUDIO
clase. Nunca se había dado cuenta de que
DE UN
hiciera eso, e incluso ahora era incapaz de
CASO
saber cuándo lo hacía. Sin embargo, se había
vuelto muy auto-vigilante de sí mismo, y ya no
quería intervenir en clase. Por esa razón cada vez se sentía más
tenso, lo que a su vez aumentaba la frecuencia del tic, que ahora ya
aparecía incluso cuando hablaba con sus amigos. Así pues, se había
establecido un círculo vicioso. Afortunadamente, el tic resultó susceptible al tratamiento mediante condicionamiento y entrenamiento en asertividad.
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El síndrome de Tourette es un tic muy exagerado, que
involucra muchas pautas motrices y vocales. Este trastorno
consiste en movimientos incontrolables de la cabeza, junto a
sonidos tales como gruñidos, chasquidos, gañidos, inspiraciones y palabras. Algunos de esos tics, y posiblemente la
mayoría de ellos, van precedidos por una sensación de
inquietud que desaparece cuando se realiza el tic. Por esa
razón los tics suelen ser difíciles de diferenciar de las compulsiones, y por eso a veces se les denomina «tics compulsivos»
(Jankovic, 1997). Un tercio de las personas con el síndrome
de Tourette manifiesta también coprolalia, que consiste en
un tic vocal complejo que consiste en decir obscenidades.
Algunas personas con síndrome de Tourette también padecen arranques explosivos (Budman, Braun, et al., 2000). La
edad media de aparición de este síndrome es siete años, y la
mayoría de los casos aparecen antes de los catorce. Se trata de
un trastorno que frecuentemente se mantiene durante la
edad adulta. Es tres veces más frecuente entre hombres que
entre mujeres. Si bien la causa exacta no se conoce bien, los
datos apuntan a un problema orgánico. Dado que los niños
que sufren esta perturbación pueden tener dificultades de
ajuste en la familia (Wilkinson, Newman, et al., 2001) y/o en
la escuela (Nolan y Gadow, 1997), es necesario diseñar la
intervención con el objetivo de facilitar ese ajuste y modificar
las reacciones de los compañeros. El psicólogo escolar también puede tener un papel clave para lograr el ajuste social de
los niños con síndrome de Tourette (Walter y Carter, 1997),
al utilizar estrategias de intervención conductual que faciliten la aceptación de esas extrañas conductas.
Existen muchos tipos de tics, y la mayoría de ellos parecen estar asociados con otros trastornos psicológicos (Cardona et al., 1997), especialmente con el trastorno obsesivocompulsivo. Sin embargo, la mayoría de ellos no tienen una
base orgánica sino fundamentalmente psicológica, como
puede ser la auto-conciencia o la tensión en situaciones
sociales, y suelen estar asociados con diversos problemas
conductuales (Rosenberg, Brown, y Singer, 1995). Tal y
como ocurría en el caso del adolescente que hemos descrito
anteriormente, el mero hecho de que la persona sea consciente de que tiene un tic suele aumentar la tensión, y por
ende la presencia de ese tic.
Entre las medicinas que pueden utilizarse para su tratamiento, los neurolépticos parecen ser las más eficaces (Kurlan, 1997). El Clonazepam y el Tiapride han conseguido una
importante disminución de la intensidad y sobre todo de la
frecuencia de los tics (Drtikova et al., 1996). Campbell y
Cueva (1995) informaron que tanto el Haloperidol como el
Pimozide reducen la gravedad de los tics en un sesenta y cinco
por ciento, aunque el Haloperidol parece ser más eficaz.
También se han utilizado con éxito técnicas conductuales (Woods y Miltenberger, 2001). Un programa que ha obtenido mucho éxito utiliza diversos elementos secuenciales,
comenzando por un entrenamiento en la propia conciencia,
un entrenamiento en relajación y la implantación de respues-
Trastornos de la infancia
tas incompatibles, para pasar después a la terapia cognitiva y
la modificación del estilo global de actuación de la persona.
Por último, también se ha recurrido a la reestructuración cognitiva de las expectativas perfeccionistas, tan frecuentes entre
niños y adolescentes con tics (O´Connor et al., 1998).
Trastornos evolutivos pertinaces
Se trata de un grupo de alteraciones muy graves que son
especialmente resistentes al tratamiento. Suponen aproximadamente el 3,2 por ciento de los casos que llegan a la clínica (Sverd, Aheth, Fuss, y Levine, 1995). Se consideran consecuencia de ciertas diferencias estructurales del cerebro, ya
evidentes en el momento del nacimiento, o que aparecen
cuando el niño empieza a desarrollarse (Siegel, 1996). Tanto
el DSM-IV-TR como el ICD-10 coinciden plenamente en la
forma de establecer este tipo de trastornos (Sponheim,
1996). Por ejemplo, el trastorno de Asperger, consiste «en
un deterioro muy grave y duradero de la interacción social»
que se caracteriza por una conducta muy estereotipada y un
seguimiento estricto de determinadas rutinas (Mesibov,
Shea y Adams, 2001). Esta pauta de conducta suele aparecer
más tardíamente que otros trastornos de este grupo, tales
como el autismo, pero sin embargo supone una incapacidad
psicológica muy importante a largo plazo. En este capítulo,
vamos a ilustrar los trastornos del desarrollo explicando
más detalladamente un trastorno conocido como autismo.
Autismo
Uno de los trastornos evolutivos más frecuentes, misteriosos,
e incapacitantes, es el autismo (Schopler, Yirmina, et al.,
2001). Se trata de un trastorno que recoge una amplia gama
de conductas problemáticas, como dificultades en el lenguaje, en la percepción y en el desarrollo motor; una percepción anormal de la realidad; y una incapacidad de actuar adecuadamente en situaciones sociales. El siguiente caso ilustra
algunas de las conductas que caracterizan a un niño autista.
Un caso de autismo
Mateo es un niño de cinco años. Cuando se le
dirige la palabra vuelve la cabeza. A veces murmura de manera ininteligible. No controla sus
esfínteres ni tampoco es capaz de comer solo.
No deja que nadie le toque. No le gustan los
sonidos
y tampoco se comunica con nadie. No
ESTUDIO
puede relacionarse con los demás, y evita
DE UN
mirar a los ojos. Con frecuencia realiza activiCASO
dades rutinarias, como tirar un objeto, recogerlo, y volver a tirarlo. Muestra una necesidad
patológica de monotonía. Cuando está sentado, con frecuencia se
mueve hacia adelante y hacia atrás de manera rítmica durante
varias horas. Cualquier cambio de la rutina lo altera profundamente.
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
Kanner (1943) fue el primero que describió el autismo
en la infancia y en la niñez. Aflige a decenas de miles de
niños americanos —alrededor de 7,2 niños por cada
10 000— y es cuatro veces más frecuente entre los niños que
entre las niñas (Fombonne, 1999). Un amplio estudio epidemiológico realizado en cuatro regiones de Francia
encontró tasas de 4,9 por cada 10 000, y el doble de niños
que de niñas (Fombonne y du Mazaubrun, 1992), mientras
que en Noruega (Sponheim y Skeldal, 1998) se encontró
una tasa similar del 4,5 por cada 10 000 (en España es de dos
por cada 10 000 según datos del Ministerio de Asuntos
Sociales, N. del T.). Es posible identificar el autismo antes de
los treinta meses de edad, y se puede sospechar su existencia
ya en las primeras semanas después del nacimiento. Un
estudio encontró que conductas autistas como la falta de
empatía, no prestar atención a los demás y la incapacidad
para imitar, se observan ya a los veinte meses de edad
(Charman, Swettenham, Baron-Cohen, et al., 1997). Afecta
a niños de todos los niveles socioeconómicos.
EL CUADRO CLÍNICO DEL AUTISMO.
Los niños autistas muestran grados diversos de deterioro e
incapacidad. En este apartado vamos a describir algunas de
las conductas más evidentes. Un indicador típico y fundamental es que el niño parece evitar al resto de las personas,
incluso durante las primeras etapas de su vida (Adrien et
al., 1992). Las madres suelen recordar a estos niños como
muy poco mimosos, que nunca las abrazaban cuando los
sostenían en brazos, que nunca sonreían o las miraban
mientras amamantaban, y que nunca parecían darse cuenta
de las idas y venidas del resto de las personas.
Un déficit social.
Generalmente, los niños autistas no
tienen necesidad de afecto o de contacto social, y ni siquiera
parecen saber quiénes son sus padres. Sin embargo, algunos
estudios han cuestionado la perspectiva tradicional de que
estos niños sean emocionalmente planos. Tales estudios
(Capps et al., 1993) han demostrado que sí expresan emociones, y no deberían ser considerados como carentes de
reacciones emocionales (Jones et al., 2001). Por el contrario, Sigman (1996) ha interpretado la aparente incapacidad
de los niños autistas para responder a los demás, como una
incapacidad de comprensión social, esto es, una dificultad
para atender a las claves sociales que emiten los demás. Es
como si el niño autista tuviera una «ceguera mental», una
incapacidad para «ver» las cosas como las ven los demás.
Por ejemplo, un niño autista parece tener una capacidad
muy limitada para comprender dónde está señalando otra
persona. Además, muestra déficits de atención y dificultades para localizar y orientarse hacia los sonidos de su
entorno (Townsend et al., y 1996).
Esa ausencia de interacción social entre los niños autistas ha sido descrita hasta la saciedad. El estudio de observación conductual realizado por Lord y Magill-Evans (1995),
observó que los niños autistas realizaban menos interacciones sociales que otros niños; sin embargo, este estudio también hizo la importante observación de que los niños autistas no juegan, sobre todo no juegan de manera espontánea.
De hecho, la mayor parte del tiempo no hacen absolutamente nada.
Ausencia de habla. Los niños autistas suelen tener dificultades para imitar y por lo tanto para aprender de esta
manera (Smith y Bryson, 1994). Esta incapacidad podría
explicar su característica ausencia del lenguaje hablado.
Pero cuando utilizan el lenguaje, nunca lo hacen para
comunicarse, excepto de manera muy rudimentaria, como
decir «sí» a una pregunta, o mediante ecolalia, una repetición mecánica de una o dos palabras. Esta ecolalia persistente se puede encontrar en el setenta y cinco por ciento de
los niños autistas (Prizant, 1983).
Auto-estimulación.
Se trata de otra característica muy
frecuente de los niños autistas. Suele adoptar la forma de
movimientos repetitivos como hacer oscilar la cabeza, dar
vueltas sobre sí mismo, y mecerse, que pueden durar horas.
Este tipo de conductas fueron perfectamente descritas por
Schreibman y Charlop-Christie (1998) y quedan ilustradas
en el caso de este niño.
Conductas repetitivas
en el autismo
A. es descrito como un niño muy chillón y con
graves alteraciones, que corre en círculos
dando gritos muy agudos durante varias horas.
También le gusta sentarse en cajas, encima de
felpudos
y debajo de las mantas. HabitualESTUDIO
mente apila todos los muebles y ropa de cama
DE UN
en el centro de la habitación. A veces parece
CASO
sordo, aunque también muestra gran temor a
los ruidos fuertes. No quiere comer salvo en
biberón, no quiere llevar ropa, mastica piedras y papel, da vueltas
sobre sí mismo, y también a los objetos. Juega de manera repetida
durante varios meses con el mismo juguete, alinea las cosas en fila,
colecciona objetos como tapones de botellas, e insiste en llevar en
cada mano dos réplicas del mismo objeto. Se altera profundamente
cuando le interrumpen o si se altera la secuencia habitual de acontecimientos (Gajzago y Prior, 1974, p.264).
Los niños autistas parecen organizar activamente su
entorno según sus propios intereses, en un esfuerzo de eliminar o reducir la variedad y la intervención de los demás,
y prefieren una rutina solitaria. Suelen tener aversión a los
estímulos auditivos, y llegan a llorar incluso ante la voz de
sus padres. Sin embargo, no se trata de una pauta absolutamente coherente, ya que si en un momento dado pueden
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mostrarse gravemente perturbados por el menor sonido, al
momento siguiente llegan a ignorar por completo los más
fuertes ruidos.
Capacidad intelectual. Durante los últimos años
hemos aprendido mucho sobre las capacidades cognitivas
de los niños autistas (Benetto, Pennington, et al., 1996). En
comparación con otros grupos de niños, los autistas suelen
mostrar un importante deterioro, por ejemplo en tareas de
memoria. También tienen dificultades especiales para
representar estados mentales —esto es, parecen tener apuros para el razonamiento social—, pero sin embargo pueden manipular objetos (Scott y Baron-Cohen, 1996). Carpentieri y Morgan (1996) encontraron que el deterioro
cognitivo de los niños autistas les provoca un mayor quebranto adaptativo que a los niños que tienen retraso mental
pero no autismo.
Algunos niños autistas son especialmente diestros en
tareas que requieren juntar objetos; por esa razón hacen
especialmente bien los rompecabezas. Sin embargo, incluso
cuando se trata de manipular objetos es posible observar
dificultades con el significado. Por ejemplo, cuando tienen
que ordenar una serie de dibujos para formar una historia,
lo hacen especialmente mal. De hecho, los adolescentes
autistas, incluso quienes funcionan relativamente bien, tienen dificultades con tareas simbólicas como la pantomima,
que requiere que imiten una serie de tareas motrices (por
ejemplo, planchar) con objetos imaginarios, pese al hecho
de que son perfectamente capaces de realizar esa tarea con
un objeto real (Rogers, Bennetto, et al., 1996).
Algunos niños autistas manifiestan capacidades aisladas absolutamente insólitas, como puede ser una memoria
sorprendente, como la que Dustin Hoffman hace gala en la
película Rain Man. Goodman (1989) ha descrito el caso de
un «autista-sabio» que asombrosamente era capaz desde
muy pequeño de calcular fechas del calendario o de nombrar la capital de la mayoría de los países del mundo, lo que
le permitió ganar grandes cantidades de dinero en Las
Vegas. Sin embargo, tenía un grave retraso en su lenguaje, y
manifestaba la indiferencia hacia los demás y otros síntomas típicos de los niños autistas.
Trastornos de la infancia
que los niños autistas están «obsesionados por el mantenimiento de la rutina».
En resumen, los niños autistas suelen tener dificultades
en su relación con otras personas, en el funcionamiento
perceptivo y cognitivo, en el desarrollo del lenguaje, y en el
desarrollo de su sentimiento de identidad (Wing, 1926).
También suelen realizar actividades extrañas y repetitivas,
sienten fascinación por objetos poco usuales, y muestran
una necesidad obsesiva de mantener la rutina en su
entorno. A veces eso supone demasiados obstáculos. Casi
dos tercios de pacientes autistas dependen de otros adultos
para su supervivencia (Gilbert, 1991).
FACTORES CAUSALES EN EL AUTISMO.
Las causas
precisas del autismo siguen siendo enigmas, aunque la
mayoría de los investigadores coinciden en que se trata de
una alteración importante en el sistema nervioso central
(Vokmar y Klein, 2000). Muchos investigadores consideran
que el autismo comienza con algún tipo de defecto constitucional, que deteriora el funcionamiento cognitivo y perceptivo del niño —su capacidad para procesar los estímulos
y para relacionarse con el mundo—. Recientemente, Fein
(2001) ha propuesto la hipótesis de que el déficit psicológico de los niños con autismo procede de una alteración en
el apego social y la comunicación. Esta autora supone que el
problema radica en una deficiencia en el funcionamiento
de la amígdala, una estructura neuronal con forma de
almendra, que coordina la acción del sistema nervioso
autonómico y del sistema endocrino (véase la Figura 16.1).
Sean cuales sean los mecanismos fisiológicos involucrados,
disponemos de abundantes pruebas de que el papel fundamental en la etiología de este trastorno lo tiene una serie de
defectos genéticos, debidos a la radiación o a otros teratógenos que hayan actuado durante el periodo prenatal
(Abramson et al., 1992; Rutter, 2000; Waterhouse y Fein,
1997). Las pruebas de la contribución genética al autismo
provienen del examen del riesgo de autismo entre los hermanos de los niños autistas. Las familias con un hijo autista
Mantenimiento de la rutina.
Muchos niños autistas
establecen un fuerte apego con objetos poco usuales, como
puede ser una piedra, el interruptor de la luz, los negativos
de películas, o las llaves. En algunos casos el objeto es tan
grande o estrafalario, que el mero hecho de transportarlo
interfiere con otras actividades. Cuando esta obsesión con
el objeto se ve obstaculizada —por ejemplo, cuando se
intenta sustituirlo por otro más manejable—, o cuando a
una circunstancia del entorno familiar se modifica aunque
sea ligeramente, puede ocurrir que estos niños tengan una
violenta rabieta o un ataque de llanto, que no cesará hasta
que se restaure la situación usual. Suele decirse por tanto
Figura 16.1
Estas dos imágenes se han obtenido mediante resonancia
magnética y pertenecen al cerebro de dos niños de tres
años. La de la derecha corresponde a un niño sin trastornos
aparentes, mientras que la de de la izquierda corresponde
aun niño con autismo.
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
tienen un riesgo de entre el tres al cinco por ciento de que
nazca otro niño autista. Aunque estos datos pueden parecer
bajos en términos absolutos, son de hecho considerablemente elevados, si se comparan con la frecuencia del
autismo entre la población general.
Los estudios con gemelos demuestran una y otra vez
unas tasas de concordancia mucho más elevadas entre los
gemelos monocigóticos que entre los gemelos dicigóticos
(Bailey, Le Couteur, y Gottesman, 1995). Esto significa que
entre el ochenta y el noventa por ciento de la varianza del
riesgo de autismo, está explicada por factores genéticos; así
pues, probablemente sea el trastorno psicológico con
mayor porcentaje de heredabilidad que hemos descrito en
este texto (Le Couteur et al., 1996). No obstante, todavía no
se conoce la forma exacta en que se produce la transmisión
genética, aunque parece probable que los familiares también tengan mayor riesgo de sufrir deficiencias cognitivas y
sociales, si bien de manera mucho más leve que en el auténtico autismo (Smalley, 1991). En otras palabras, igual que
ocurre con la esquizofrenia, puede que exista un espectro de
trastornos relacionados con el autismo
Llegados a este punto, parece probable que ese trastorno
que denominamos autismo involucre en realidad múltiples
tipos de deficiencias (Howlin, 1998; Mesibov, Adams, y Klinger, 1997), así como numerosas causas (Gillberg, 1990). Así
pues, es poco probable que los investigadores sean capaces
de encontrar factores de riesgo generales que pueden explicar todos los casos de autismo. Algunos han señalado la posible existencia de un defecto genético que se conoce con el
nombre de X-frágil, que consiste en la ruptura o la delgadez
extrema del último segmento de la rama más larga del cromosoma sexual X, y que parece estar provocado por un
defecto genético específico (Eliez, Blasey, et al., 2001; Mazzocco, 2000; Tsai y Ghaziuddin, 1992). El síndrome X-frágil
afecta al ocho por ciento de los varones autistas (Smalley,
1991). Además, entre el quince y el veinte por ciento de los
varones con el síndrome X-frágil, también están diagnosticados de autismo, lo que sugiere la existencia de un vínculo
entre ambos síndromes. No obstante, parece que existen
algunas importantes diferencias cualitativas entre el autismo
y el síndrome X-frágil (Smalley, 1991). También es posible
que concurran sutiles defectos constitucionales relacionados
con el autismo. Un informe de un caso observó una asociación entre el autismo y deficiencias en la glándula pituitaria
(Gingell, Parmar y Sungum-Paliwal, 1996).
También se ha propuesto que los factores socioculturales pueden tener un papel causal en el autismo. En sus primeros estudios sobre el tema, Kanner (1943) llegó a la conclusión de que se trataba de un trastorno innato, pero que
estaba exacerbado por una madre fría e indiferente. Sin
embargo, la mayoría de los investigadores no han podido
confirmar que los padres de los niños autistas sean «neveras
emocionales»(Schreibman y Charlop-Christie, 1998), por
lo que esta hipótesis ha sido descartada.
Es evidente que nos queda mucho por aprender sobre
la etiología del autismo. Sin embargo, podemos suponer
con mucha certeza, que se trata de un trastorno que suele
comenzar con un defecto de nacimiento en el funcionamiento del cerebro.
TRATAMIENTO Y PRONÓSTICO DEL AUTISMO. El
pronóstico del autismo es muy desalentador, y además dada
la gravedad de sus problemas, las personas diagnosticadas
como autistas suelen recibir escaso tratamiento (Wherry,
1996). De hecho, debido precisamente a su escasa respuesta
al tratamiento, los niños autistas suelen estar muy sujetos a
las modas y las novedades terapéuticas, que por lo general
resultan igualmente ineficaces.
Tratamiento médico.
En el pasado, las medicinas para tratar el autismo no han sido eficaces (Rutter, 1985). La droga
más frecuentemente utilizado es el Haloperidol, una medicina
antipsicótica (Campbell, 1987), aunque los datos sobre su eficacia no justifican su utilización a menos que la conducta del
niño sea absolutamente incontrolable (Sloman, 1991). Más
recientemente ha empezado utilizarse la Clonidina, una medicina antihipertensiva que parece reducir la gravedad de los
síntomas (Fankhauser et al., 1992). Si el niño muestra irritabilidad y agresividad, es posible que sea necesario recurrir a
medicinas que reduzcan esa agresividad (Fava, 1997; Leventhal, Cook y Lord, 1998). Si bien no disponemos de medicinas
completamente seguras, también aquí la clorimipramina
(Anafranil) tiene cierto efecto positivo. Sin embargo, ninguna
de las medicinas de las que disponemos en la actualidad es
capaz de reducir los síntomas del autismo lo suficiente como
para justificar su uso generalizado. Por lo tanto, es necesario
acudir a una serie de procedimientos psicológicos, que obtienen más éxito en el tratamiento de los niños autistas.
Tratamiento conductual. La terapia de conducta en un
contexto institucional se ha utilizado con éxito para eliminar
la conducta auto-lesiva, para la adquisición de una incipiente
conducta social y para el desarrollo de algunas habilidades
lingüísticas (Charlop-Christie et al., 1998). Ivar Lovaas
(1987), pionero en el tratamiento conductual de estos niños,
ha informado de resultados muy positivos en un programa
experimental de tratamiento a largo plazo. Se trata de una
intervención de carácter intensivo, que suele realizarse en el
hogar del niño. Se coloca a los niños en una situación de enseñanza individualizada. La intervención se basa en el entrenamiento de la discriminación (reforzamiento) y en técnicas
aversivas (castigo). Los padres deben participar en el proceso,
que se centra en enseñar a los niños a interactuar con compañeros «normales» en situaciones reales. De los niños que participaron en el tratamiento, el cuarenta y siete por ciento consiguieron un funcionamiento intelectual normal, mientras
que el cuarenta por ciento alcanzó un retraso intelectual leve.
En comparación, solamente el dos por ciento de los niños de
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control que no recibieron tratamiento consiguieron un funcionamiento intelectual normal, y el cuarenta y cinco por
ciento llegó a funcionar con un retraso mental leve. Se trata
de unos resultados muy destacables, que sin embargo exigen
un enorme esfuerzo al equipo terapéutico, ya que cada niño
necesita trabajar con un terapeuta bien cualificado durante al
menos cuarenta horas semanales a lo largo de dos años.
Otro de los resultados más impresionantes que se han
obtenido con niños autistas también involucra a los padres
en el tratamiento en el hogar (Mesibov et al., 1997). Se realizan unos Contratos De Tratamiento con los padres, donde
se especifican los cambios de conducta deseados, y se describen minuciosamente las técnicas que se deben aplicar
para conseguir tales cambios. Este tipo de contrato no hace
otra cosa que reconocer el inmenso papel de los padres
como agentes de cambio (Huynen, Lutzker, et al., 1996).
La eficacia del tratamiento. Es demasiado pronto para
evaluar la eficacia a largo plazo de estos nuevos métodos de
tratamiento. El pronóstico de los niños autistas, especialmente de los que mostraron sus primeros síntomas antes de
los dos años, es poco halagüeño. Generalmente, los tratamientos a largo plazo han sido poco propicios. En la actualidad se está prestando mucha atención a los niños autistas
de alto rendimiento (que cumplen los criterios para el
autismo, pero sin embargo tienen un habla funcional).
Ritvo y sus colaboradores (1988) estudiaron a once padres
que, en opinión de los investigadores, cumplían los criterios
para el autismo. Estas personas habían sido capaces de
adaptarse a la vida, conseguir un trabajo y casarse. Sin
embargo, el desenlace del autismo, sobre todo en los casos
más graves, no suele ser tan positivo.
Un importante factor que puede limitar el éxito del
tratamiento es la dificultad de los niños autistas para generalizar una conducta más allá del contexto inmediato de
tratamiento (Handleman, Gill, y Alessandri, 1988). Los
niños con déficits evolutivos graves no transfieren demasiado bien sus capacidades entre situaciones diferentes. En
consecuencia, aunque puedan aprender un comportamiento adecuado en una situación determinada, les cuesta
mucho realizar una conducta similar en una situación análoga. Así pues, resulta esencial conseguir que los niños generalicen su conducta, si queremos que los programas de tratamiento tengan algún éxito.
En definitiva, pese a los contados casos en los que el tratamiento ha tenido éxito, el pronóstico general para los
niños autistas no es demasiado esperanzador. Menos de una
cuarta parte de los niños que reciben tratamiento consiguen
una mínima adaptación. Incluso aunque dispongan de atención especializada y a largo plazo, distan mucho de poder
llegar a funcionar de manera normal. Algunos realizan
importantes avances durante su niñez, sólo para manifestar
nuevamente un deterioro y agravamiento de sus síntomas al
inicio de la pubertad (Gillberg y Schaumann, 1981).
Trastornos de aprendizaje y retraso mental
Por otra parte, el cuidado de un niño autista resulta
mucho más estresante para los padres que el cuidado de un
niño con retraso mental (Dunn, Burbine, et al., 2001). Los
padres de los niños autistas suelen encontrarse ante la frustración de intentar comprender a su hijo, de atenderlo día y
noche, y buscar constantemente recursos educativos que le
permitan avanzar en su desarrollo. Un libro especialmente
interesante sobre este tema es The World of the Autistic Child
(El mundo del niño autista) (Siegel, 1996). Siegel examina el
desafío de tener un niño autista en casa, tanto para los
padres como para los hermanos, y describe algunas formas
de abordar esos problemas, lo que incluye la posible necesidad de tratamiento psicológico para el resto de la familia. Se
trata de un libro especialmente valioso para tener acceso a
los recursos educativos y psicológicos para niños autistas.
En la actualidad se están haciendo esfuerzos para promover
el desarrollo de las personas autistas a lo largo de toda su
vida, en lo que ha sido denominado «El modelo del Edén»
(Holmes, 1998). Desde esta perspectiva, tanto los profesionales como las familias reconocen que las personas autistas
necesitan tener diferentes regímenes terapéuticos en diferentes momentos de su vida, y que es necesario estructurar
los recursos disponibles para adaptarlos a sus necesidades
en cada momento.
REVISIÓN
• Diferencie entre trastorno de conducta,
trastorno de oposición-desafiante y
delincuencia juvenil.
• Describa dos trastornos de ansiedad
habituales que afectan a niños y adolescentes.
• ¿Cómo se relacionan los síntomas de
depresión infantil con los síntomas de
depresión adulta?
• Identifique cuatro trastornos sintomáticos
comunes que pueden aparecer durante la
infancia.
• ¿Qué sabemos sobre las causas y el
tratamiento del autismo?
TRASTORNOS
DE APRENDIZAJE
Y RETRASO MENTAL
En los dos apartados siguientes, vamos a centrarnos en
sendos problemas que pueden aparecer durante la infancia
y acompañar a la persona durante toda su vida, limitando
de manera substancial su desarrollo psicológico: trastornos
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
de aprendizaje y retraso mental. Comenzaremos nuestra
exposición con los trastornos de aprendizaje, que tienen un
carácter más circunscrito, y pueden presentarse en niños
que por lo demás funcionan de manera normal o incluso
por encima de la norma (Graham et al., 1999). A continuación describiremos diversos trastornos evolutivos que se
clasifican en el DSM-IV-TR como retraso mental y que
pueden, como veremos, suponer enormes desafíos tanto
para las personas que los sufren como para su familia.
Trastornos de aprendizaje
El desarrollo incongruente que caracteriza a los trastornos
aprendizaje puede manifestarse en el lenguaje, el habla, el
pensamiento matemático, o las habilidades motoras, y no se
debe a un defecto físico o neurológico demostrable. De
entre todos estos problemas, el más conocido y más ampliamente investigado es una serie de dificultades en la lectura y
la escritura, que se conocen como dislexia. En la dislexia, la
persona manifiesta una serie de problemas para el reconocimiento de palabras y la comprensión lectora; con frecuencia también tiene dificultades en el deletreo. Durante la lectura, estas personas suelen omitir, añadir o distorsionar las
palabras, por lo que su lectura suele ser dolorosamente
lenta y vacilante.
El diagnóstico de trastorno de aprendizaje está restringido a los casos en que existe un claro deterioro del rendimiento escolar o (si no se trata de un estudiante) de sus
actividades cotidianas —un deterioro que no se debe a un
retraso mental ni a un trastorno evolutivo como el
autismo—. Las perturbaciones debidas a Trastorno Por
Déficit De Atención Con Hiperactividad deben codificarse
en este apartado. Esto supone otro dilema diagnóstico, ya
que algunos investigadores mantienen que el déficit de
atención está en la base de muchos trastornos de aprendizaje; sin embargo, las pruebas al respecto son equívocas
(véase Faraone et al., 1993b). En este apartado vamos a concentrarnos en algunos trastornos evolutivos específicos
relacionados con habilidades académicas, que se conocen
también como dificultades específicas de aprendizaje o, en
términos del DSM-IV-TR, simplemente como trastornos
de aprendizaje. Suele haber muchos más niños que niñas
con este trastorno, si bien las estimaciones al respecto
varían ampliamente de un estudio otro.
Los niños que tienen trastornos de aprendizaje suelen
identificarse inicialmente debido a la disparidad entre su
rendimiento académico esperable y su funcionamiento real
en una o más asignaturas, como las matemáticas, la escritura o la lectura. Normalmente se trata de niños cuyo
cociente intelectual, entorno familiar y ámbito cultural,
deberían reflejarse cuando menos en un rendimiento escolar medio. No tienen problemas emocionales llamativos, ni
tampoco parecen carecer de motivación, capacidad de cooperación o interés por agradar a sus padres y profesores. Sin
embargo, fracasan, generalmente de manera descomunal y
con una persistencia tenaz e inaudita.
Por desgracia, a pesar de que los trastornos de aprendizaje se reconocen como un trastorno específico desde hace
más de cuarenta años, y pese a que su estudio ha generado
gran cantidad de literatura de investigación, su status todavía no está definido con claridad en muchas escuelas. Por el
contrario, muchos profesores todavía culpan a la víctima, y
atribuyen sus problemas a deficiencias de carácter (véase
Bearn y Smith, 1998; Fischer, 1993; Moats y Lyon, 1993). En
un lugar donde prevalece la uniformidad, como ocurre en
la mayoría de los sistemas educativos tanto públicos como
privados, un niño que lleva un aprendizaje más lento o que
avanza de manera distinta a los demás, es considerado
como problemático.
Las consecuencias de este enfrentamiento entre los
niños con dificultades de aprendizaje y un sistema escolar
uniformador pueden llegar a ser desastrosas para la autoestima del niño y para su bienestar psicológico, ya que la
investigación señala además que tales efectos no desaparecen por completo al finalizar la educación obligatoria
(Aspis, 1997; Cooper, 1997; Ferri, Gregg, y Heggory, 1997).
Así pues, incluso cuando las dificultades de aprendizaje
dejan de ser un impedimento fundamental, puede que la
persona todavía tenga que soportar en su madurez las cicatrices de múltiples y dolorosos episodios de fracaso escolar.
Pero también hay una parte positiva en este retrato que
estamos bosquejando. Muchas veces los elevados niveles de
talento y motivación necesarios para poder superar el obstáculo de un trastorno de aprendizaje pueden llevar a una
vida repleta de logros extraordinarios. Por ejemplo, se dice
que Sir Winston Churchill, político, escritor y líder de la
Segunda Guerra Mundial, fue un niño disléxico. Parece que
también lo fue Woodrow Wilson, profesor de universidad y
presidente de los Estados Unidos, así como también Nelson
Rockefeller, gobernador de Nueva York y vicepresidente de
los Estados Unidos. Estos ejemplos deben recordarnos que
la «mala suerte» y la adversidad personal de sufrir un trastorno aprendizaje, no tiene porqué ser necesariamente una
limitación; antes al contrario.
Factores causales de los trastornos
de aprendizaje
Probablemente la perspectiva más difundida sobre las causas de los trastornos de aprendizaje sea que proceden de
sutiles alteraciones en el sistema nervioso central. Más concretamente, se cree que estas alteraciones provienen de la
inmadurez, deficiencia o mala regulación, de las estructuras
cerebrales sobre las que supuestamente se basan esas mismas funciones cognitivas en los niños normales. Por ejemplo, muchos investigadores consideran que las dificultades
de aprendizaje relacionadas con el lenguaje, tales como la
dislexia, están asociadas con una dificultad del cerebro para
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desarrollarse de manera asimétrica respecto a sus dos
hemisferios. Más concretamente, algunas partes del hemisferio izquierdo que controlan el funcionamiento del lenguaje parecen estar menos desarrolladas en muchos individuos disléxicos (Beaton, 1997). Trabajos recientes con
imágenes obtenidas por resonancia magnética funcional
(véase el Capítulo 4) sugieren que las personas disléxicas
podrían tener una deficiencia de la activación fisiológica de
una zona del cerebro relacionada con el procesamiento
visual rápido (Travis, 1996).
También estamos acumulando pruebas de que muchas
personas disléxicas sufren de una deficiencia potencialmente tratable (mediante entrenamiento) en su procesamiento fonológico (por ejemplo, Brown, 1997; Busink,
1997; Faust, Dimitrovsky, y Davidi, 1997). Esto es, puede
que tengan dificultades para comprender correctamente
palabras y partes de palabras (fonemas) como unidades
sonoras, y que por lo tanto no pueden hacer un uso eficaz
de la «escucha» implícita de lo que intentan leer. Sin
embargo, Stein y Walsh (1997) no están de acuerdo con este
énfasis sobre lo puramente fonológico, y argumentan que
las pruebas empíricas indican una menor capacidad para
controlar el procesamiento temporal de la información
sensorial que fluye con gran rapidez, tanto en el ámbito
visual como motor, así como en el sistema fonológico. Esta
noción de múltiples déficits en una serie de capacidades
relacionadas con la lectura viene apoyada por un reciente y
riguroso estudio realizado por Badian (1997).
Algunos investigadores consideran que las diferentes
formas de los trastornos de aprendizaje, o la susceptibilidad
a padecerlos, puede transmitirse de manera genética
(Schulte-Koerne, 2001). Este tema no parece haber sido
estudiado con la misma intensidad y rigor metodológico
que otros trastornos. Se ha informado de la existencia de un
gen para dislexia en el cromosoma 6 (Science News, 2 de
octubre de 1994, p.271). Aunque sería bastante sorprendente que un único gen fuese el responsable de los trastornos de lectura, la hipótesis de una contribución genética a la
dislexia parece interesante. Un reciente estudio con gemelos
sobre la dificultad para el aprendizaje de las matemáticas ha
puesto de relieve la contribución genética para esta dificultad de aprendizaje (Alarcón et al., 1997).
En resumen, las hipótesis de tipo biológico u orgánico
sobre la etiología de los trastornos aprendizaje, aunque de
una amplia difusión, tienden a ser demasiado ambiguas y,
con la excepción de la dislexia, sin demasiadas pruebas
empíricas que la avalen. Continúan teniendo cierto atractivo intuitivo, que es al menos de igual poderío que su alternativa de carácter psicosocial.
La aparente complejidad de los procesos psicológicos
involucrados en los trastornos de aprendizaje (véase Ceci y
Baker, 1987), evidentemente dificulta la realización de estudios definitivos sobre posibles factores causales. Así pues, la
investigación disponible, centrada en su mayor parte en el
Trastornos de aprendizaje y retraso mental
problema de la dislexia, tiende a estar enmarañada por problemas de selección de la muestra, controles inadecuados y
otros importantes defectos metodológicos (Durrant, 1994;
Lyon y Moats, 1997; Vellutino, 1987).
Pese a la aparente multitud de factores involucrados en
las dificultades de aprendizaje, puede que sólo existan unos
cuantos elementos comunes. Esa es la postura que mantiene Worden (1986), que argumenta que para poder identificar las debilidades de los niños con dificultades de
aprendizaje, sería necesario estudiar las estrategias que utilizan los buenos aprendices. A partir de ahí sería posible
realizar un entrenamiento muy especializado para remediar deficiencias específicas. Así pues, esta forma de proceder terminaría generando un conjunto de estrategias muy
específicas para corregir los ineficaces estilos de aprendizaje
de estos niños.
Tratamientos y resultados
Dado que todavía no sabemos con certeza qué es lo que va
«mal» en los niños con trastornos de aprendizaje, tampoco
podemos tener demasiado éxito en su tratamiento. Muchos
estudios informales y de caso único dicen haber tenido
éxito con diversas estrategias de tratamiento, si bien es
cierto que las estrategias de enseñanza directa generalmente
no consiguen modificar las capacidades de esos niños (Gettinger y Koscik, 2001), y además hay muy pocos estudios
rigurosos sobre tratamientos específicos.
Ellis (1993) ha ofrecido un modelo de intervención global para facilitar el aprendizaje a los niños con dificultades
en este ámbito. La Estrategia de Instrucción Integradora ha
generado un enorme interés entre los profesionales de este
campo (véase Houck, 1993; Hutchinson, 1993). El modelo se
estructura alrededor de ciertos contenidos específicos, y
ofrece al profesor una serie de estrategias de instrucción
dirigidas a una serie de aspectos centrales del proceso de
aprendizaje: orientación, encuadre, aplicación y extensión.
Si bien el modelo no parece haber sido evaluado rigurosamente respecto a su eficacia, su carácter sistemático supone
un soplo de aire fresco para el análisis de los problemas de
los niños con dificultades de aprendizaje. Sin embargo, su
implantación exige una gran flexibilidad administrativa, a la
vez que una enorme motivación del profesor, elementos
estos que no pueden darse por sentados en la mayoría de
situaciones escolares (véase Bearn y Smith, 1998; Male y
May, 1997).
Resulta alentador que se estén haciendo cada vez más
esfuerzos para identificar y proporcionar ayuda a los estudiantes con dificultades de aprendizaje en el ámbito de la
educación superior. Muchos de estos alumnos son los suficientemente brillantes como para no quedar encallados en
niveles educativos inferiores, pero sin embargo la educación superior les plantea una serie de desafíos que exige de
ellos capacidades que simplemente no tienen (Ferri, Gregg
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
y Heggoy, 1997). Por ejemplo, Walters y Croen (1993), han
descrito este problema en el ámbito de una Facultad de
Medicina; los autores destacan la necesidad de identificar al
asunto lo más prematuramente posible, proporcionar
apoyo adecuado, así como determinadas ayudas para los
estudiantes con problemas de aprendizaje. Yanok (1993)
describe un programa educativo de cierto éxito dirigido a
estudiantes universitarios con dificultades aprendizaje y
diseñado para proporcionarles una «igualdad de oportunidades».
Apenas disponemos de datos sobre las adaptaciones a
largo plazo que tienen que realizar estos niños cuando se
convierten en adultos. Hay dos estudios que sugieren (Gregg
y Hoy, 1989; Saracoglu et al., 1989) que los problemas de
carácter académico, personal y social, no desaparecen al terminar la educación Secundaria. Mediante una encuesta realizada a adultos con dificultades de aprendizaje, Khan,
Cowan y Roy (1997) encontraron que el cincuenta por
ciento tenía «anomalías de personalidad». Cato y Rice
(1982) han extraído de la literatura sobre el tema una larga
lista de problemas que afligen a los adultos con trastornos de
aprendizaje. Se trata de problemas que afectan a capacidades
cotidianas como las matemáticas, que ya experimentaban
cuando eran niños. Sin embargo, los autores sí hacen notar
que existen importantes diferencias individuales, por lo que
alguno de esos adultos con dificultades de aprendizaje son
perfectamente capaces de desenvolverse en la vida.
Retraso mental
La Asociación de Psiquiatría Americana (2000) define el
retraso mental en el DSM-IV-TR como «un funcionamiento intelectual general significativamente por debajo de
la media... que va acompañado de importantes limitaciones
en el funcionamiento adaptativo» (p.41) en ciertas áreas
como el cuidado de sí mismo, el ámbito laboral, la salud y la
seguridad. Para poder aplicar este diagnóstico, esos problemas deben haber comenzado antes de los dieciocho años de
edad. Así pues el retraso mental se define tanto en relación
con el rendimiento como con la inteligencia. Esta definición no dice nada sobre los factores causales, que pueden
ser biológicos, psicosociales, socioculturales, o una combinación de los anteriores. Por definición, cualquier equivalente funcional de un retraso mental que haya hecho su
aparición después de los diecisiete años, debería considerarse como una demencia y no como retraso mental. Se
trata de una importante aclaración, ya que la situación psicológica de una persona que contrae un deterioro importante en su funcionamiento intelectual una vez alcanzada la
madurez, es absolutamente diferente de la de una persona
cuyos recursos intelectuales se mantienen por debajo de lo
normal durante la mayor parte de su desarrollo.
El retraso mental se codifica en el Eje II del DSM, junto
con los trastornos de personalidad. El retraso mental, igual
que otras categorías diagnósticas del DSM, se considera
como un tipo específico de trastorno, aunque pueda aparecer en combinación con otros del Eje I o del Eje II. De
hecho, las personas con retraso mental suelen sufrir también otros problemas psiquiátricos, especialmente psicosis,
con más frecuencia que la población general (Dykens, 2000;
Linna, Moilanen, et al., 1999; Stromme y Diseth, 2000).
El retraso mental afecta a niños de todo el mundo
(Fryers, 2000). En su forma más grave, supone enormes
sufrimientos para los padres, y una carga económica y
social para la comunidad. La tasa puntual de prevalencia en
los Estados Unidos se estima alrededor del uno por ciento.
Sin embargo, en la práctica la prevalencia resulta muy difícil de calcular, debido a que las definiciones de retraso mental varían de manera considerable (Roeleveld, Zielhuisp y
Gabreels, 1997). La mayoría de los Estados tienen leyes
según los cuales las personas con un cociente intelectual
inferior a 70, que muestran una conducta socialmente
incompetente o persistentemente problemática, pueden
clasificarse como retrasados mentales y, si se les considera
incapaces de valerse, pueden ser ingresados en una institución. De manera informal, una puntuación de cociente
intelectual situada entre 70 y 90 suele considerarse «limítrofe» o (si no nos situamos en la parte superior de la
franja) como «casi normal».
El retraso mental se suele identificar hacia los cinco o
seis años (más o menos cuando el niño empieza a ir a la
escuela), alcanza su máximo a la edad de quince años, y disminuye bruscamente después de esa edad. Estas pautas cronológicas ponen de manifiesto cambios en las exigencias de
la vida. Al principio de la infancia, las personas que sólo tienen un deterioro intelectual leve, que constituyen la gran
mayoría de los retrasados mentales, parecen niños perfectamente normales. Su funcionamiento intelectual inferior a
la media sólo se pone de manifiesto cuando sus dificultades
en la escuela exigen una evaluación psicológica. Cuando se
dispone de recursos adecuados para su educación, estos
niños generalmente consiguen dominar las principales
competencias escolares, y alcanzan un nivel intelectual
satisfactorio y conductas socialmente adaptadas. Después
de los años escolares, suelen realizar un ajuste social más o
menos aceptable, por lo que desaparece la etiqueta de
retraso mental.
En la Tabla 16.1 se enumeran los diversos niveles de
retraso mental, tal y como los define el DSM-IV-TR, que se
describirán con más detalle en los siguientes apartados.
RETRASO MENTAL LEVE. Las personas con un
retraso mental leve constituyen la mayor parte de este
grupo. Desde una perspectiva educativa, estas personas
son consideradas «educables», y su nivel intelectual
cuando son adultos se puede comparar al de un niño
medio de ocho o diez años de edad. Sin embargo, afirmaciones como esta no deben tomarse de manera demasiado
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Tabla 16.1
Gravedad del retraso
y rango de CI
Nivel de retraso
mental
Rango de CI
Retraso leve
Entre 50-55 y 70
Retraso moderado
Entre 35-40 y 50-55
Retraso grave
Entre 20-25 y 35-40
Retraso profundo
Por debajo de 20-25
literal. Un adulto con un retraso mental leve y una edad
mental de, digamos, diez años, no se parece en la práctica a
un niño normal de diez años, en su capacidad o velocidad
de procesamiento de la información (Weiss, Weisz, y
Bromfield, 1986). Por otra parte, tienen mucha más experiencia de la vida, lo que debería incrementar sus puntuaciones en un test de inteligencia.
El ajuste social de las personas con un retraso mental
leve es parecido al de un adolescente, si bien es cierto que
suelen carecer de la imaginación, inventiva y juicio de los
chavales. Generalmente, no muestran señales de patología
cerebral o cualquier otro tipo de anomalía física, aunque
suelen requerir algún tipo de supervisión, debido a su limitada capacidad para prever las consecuencias de sus acciones. Si cuentan con un diagnóstico precoz, la ayuda de los
padres y un programa de educación especial, la gran mayoría de estas personas con una inteligencia limítrofe pueden
adaptarse socialmente, dominar capacidades académicas y
laborales sencillas, y convertirse en ciudadanos capaces de
valerse por sí mismos (Maclean, 1997).
RETRASO MENTAL MODERADO. Las personas con
un retraso mental moderado suelen clasificarse como
«entrenables», lo que significa que se espera que sean capaces de dominar ciertas habilidades cotidianas, como cocinar o realizar actividades laborales muy sencillas, si se les
proporciona una instrucción especializada. En su vida
adulta, estas personas alcanzan un nivel intelectual similar
al de niños de entre cuatro y siete años. Aunque algunos
pueden aprender a leer y escribir, y alcanzan un razonable
nivel de lenguaje hablado, su ritmo de aprendizaje es muy
lento. Parecen torpes y desgarbados, y padecen deformidades corporales y una coordinación motriz muy pobre.
Algunos pueden mostrarse hostiles y agresivos, aunque lo
normal es que sean afables e inofensivos. En general, con un
diagnóstico precoz, la ayuda de los padres y un entrenamiento adecuado, la mayoría de ellos puede lograr una
independencia parcial para cuidar de sí mismos, una conducta aceptable y autonomía económica en un entorno
protegido.
Trastornos de aprendizaje y retraso mental
RETRASO MENTAL GRAVE. Se trata de personas con
un desarrollo motor y lingüístico gravemente retrasado, y
que además suelen sufrir defectos sensoriales y motrices.
Son capaces de alcanzar un nivel muy limitado de higiene
personal y capacidad para valerse por sí mismos, aunque
necesitan de alguien que atienda sus necesidades y cuide de
ellos.
RETRASO MENTAL PROFUNDO.
La mayoría de estas
personas muestran graves problemas de adaptación y son
incapaces de realizar incluso las tareas más sencillas. El
lenguaje, suponiendo que se desarrolle, es muy rudimentario. Suelen sufrir graves deformidades físicas, patologías
del sistema nervioso central y retraso en el desarrollo;
también es frecuente que padezcan espasmos convulsivos,
mutismo, sordera y otras anomalías físicas. Eso significa
que deben vivir constantemente bajo custodia. Sin
embargo, suelen tener muy mala salud por lo que su esperanza de vida es muy pequeña. Tanto el retraso mental
profundo como grave pueden detectarse muy precozmente, debido a la presencia de malformaciones físicas
evidentes, un retraso muy significativo del desarrollo y
otros síntomas evidentes de anomalía. Esas personas
muestran un importante deterioro de su funcionamiento
intelectual.
Alteraciones cerebrales en el retraso
mental
Algunos casos de retraso mental se producen asociados a
alguna patología cerebral orgánica (Kaski, 2000). En
estos casos, el retraso suele ser como mínimo de carácter
moderado, y casi siempre grave. El retraso profundo, que
afortunadamente es poco frecuente, siempre incluye
algún deterioro orgánico evidente. El retraso debido a
causas orgánicas es esencialmente similar a la demencia,
con la excepción de que la historia de funcionamiento
previo es diferente. En este apartado vamos a revisar
cinco problemas biológicos que pueden dar lugar a un
retraso mental, señalando además algunas de las posibles
interrelaciones que pueden existir entre ellos. A continuación revisaremos las principales categorías clínicas
de retraso mental, que están asociadas con esas causas
orgánicas.
FACTORES GENÉTICOS Y CROMOSÓMICOS. El
retraso mental, sobre todo el de carácter leve, suele tener un
carácter familiar. Sin embargo, la pobreza y la privación
sociocultural también tienen un carácter familiar, por lo
que en una situación de tal carestía, incluso el disponer de
una capacidad intelectual media no impide que la persona
termine padeciendo un retraso intelectual.
Los factores genéticos y cromosómicos desempeñan
un papel mucho más destacado en la etiología de algunos
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
tipos poco frecuentes pero muy graves de retraso mental,
como el síndrome de Down (que describiremos más adelante), o una enfermedad hereditaria que se conoce como
X-frágil. El gen responsable del síndrome X-frágil (FMR-1)
fue identificado en 1991 (Verkerk, Pieretti, et al., 1991). En
este caso, las aberraciones genéticas producen alteraciones
metabólicas que afectan negativamente al desarrollo del
cerebro. Por supuesto, esos defectos genéticos también
pueden provocar otras anomalías evolutivas además del
retraso mental, como puede ser el autismo (Wassink, Piven
y Patil, 2000). En general, el retraso mental asociado con
este tipo de defectos genéticos suele ser entre moderado y
grave.
INFECCIONES Y AGENTES TÓXICOS. El retraso
mental puede estar asociado con una amplia gama de
enfermedades debidas a una infección, como puede ser
una encefalitis vírica o un herpes genital (Kaski, 2000). Si
una mujer embarazada contrae la sífilis, el VIH-1, o el
sarampión, es posible que su hijo sufra algún tipo de lesión
cerebral.
Algunos agentes tóxicos, como el monóxido de carbono y el plomo, también pueden provocar lesiones cerebrales durante el desarrollo del feto o incluso después del
nacimiento (Kaski, 2000). En algunos casos poco frecuentes, algunos agentes inmunológicos, como la vacuna antitetánica o la del tifus, también pueden provocar daños cerebrales. De manera similar, hay ciertas drogas que pueden
causar malformaciones congénitas en el feto (West, Perotta,
y Erickson, 1998; véase el Capítulo 12). En algunos casos
poco frecuentes puede ocurrir una lesión cerebral, debido a
la incompatibilidad del tipo de sangre de la madre y de su
hijo. Afortunadamente, se trata de un problema muy fácil
de detectar y de solucionar.
TRAUMA
(DAÑO FÍSICO). Las lesiones en el
momento del nacimiento también pueden provocar
retraso mental (Kaski, 2000). Aunque normalmente el
feto está muy bien protegido por el líquido amniótico, y si
bien su cráneo parece estar diseñado para resistir las tensiones del parto, a veces pueden ocurrir accidentes, tanto
durante el parto como después del nacimiento. Las dificultades durante el parto debidas a una mala posición del
feto o a cualquier otra complicación, pueden dañar de
manera irreparable el cerebro del niño. El resultado más
frecuente de este tipo de traumas en el nacimiento es un
derrame cerebral. Otro tipo de trauma del nacimiento
que puede dañar también el cerebro del niño es la anoxia,
esto es, la carencia de oxígeno producida por diversas
causas.
RADIACIÓN DE IONES. Durante las últimas décadas,
la atención científica se ha centrado en los efectos dañinos
de la radiación sobre las células sexuales y otros tejidos cor-
porales. La radiación puede actuar directamente sobre el
óvulo fertilizado, o también producir mutaciones genéticas
en las células sexuales, lo que a su vez provoca un defecto en
los hijos. Inicialmente sólo se consideraba peligrosa la
radiación producidos por Rayos X, aunque la lista ha ido
creciendo hasta incluir pruebas de armas nucleares y fugas
radioactivas.
MALNUTRICIÓN Y OTROS FACTORES BIOLÓGICOS.
Durante mucho tiempo se pensó que las deficiencias dietéticas en proteínas y otros nutrientes esenciales, que tuvieron
lugar durante las primeras fases del desarrollo, podrían
provocar daños físicos y mentales irreversibles. Sin
embargo, actualmente se cree que esta suposición de un
vínculo causal directo es una simplificación. En una revisión de este problema, Ricciuti (1993) cita una creciente
evidencia de que la malnutrición puede llegar a afectar al
desarrollo mental de manera más indirecta, por ejemplo
alterando la capacidad de respuesta del niño, su curiosidad
y su motivación para aprender. Según esta hipótesis, tales
carencias son las que conducirían a un retraso de las facultades intelectuales.
Hay unos cuantos casos de retraso mental que están
claramente asociados con una patología orgánica del cerebro. En algunos casos —especialmente los tipos grave y
profundo— las causas específicas que los han producido
son inciertas o desconocidas, si bien resulta evidente la presencia de cierta patología cerebral. En los siguientes apartados, vamos a revisar tres tipos de retraso mental con una
causa orgánica bien conocida
Síndromes orgánicos de retraso mental
El retraso mental debido a causas biológicas puede clasificarse en diversas categorías clínicas (Murphy, Boyle, et al.,
1998), de las cuales hemos elegido el síndrome de Down, la
fenilcetonuria y las anomalías craneales, para una descripción más detallada. La Tabla 16.2 presenta información
sobre otros síndromes incluidos en esta categoría.
SÍNDROME DE DOWN. Este síndrome, descrito por
primera vez por Langdon Down en 1866, es la más conocida de todas las enfermedades asociadas con un retraso
mental moderado o grave. Alrededor de uno de cada 1000
bebés padece este trastorno, una enfermedad que provoca
limitaciones en la supervivencia, el logro intelectual y las
competencias necesarias para desenvolverse en la vida. De
hecho, las capacidades de adaptación van disminuyendo
con la edad, especialmente después de los cuarenta años
(Collacot y Cooper, 1997). La realización de una amniocentesis o un análisis de corion permite detectar la anomalía
genética responsable del síndrome de Down (una trisomía
en el cromosoma 21) durante los primeros meses del embarazo (véase la Figura 16.2).
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Tabla 16.2.
Trastornos de aprendizaje y retraso mental
Otros trastornos asociados con el retraso mental
Tipo clínico
Síntomas
Causas
Trisomía en el nº 18
Un patrón peculiar de múltiples anomalías
congénitas; las más comunes son la
malformación de las orejas, flexión de los
dedos de la mano, una mandíbula pequeña,
y anomalías cardíacas
Anomalía autonómica del cromosoma 18...
Enfermedad
de Tay-Sachs
Hipertonía, apatía, ceguera, parálisis espástica
progresiva y convulsiones (suelen fallecer
hacia los tres años de edad)
Alteración del metabolismo de las grasas,
producido por un gen recesivo
Síndrome de Turner
Sólo en mujeres. Cuello palmeado,
infantilismo sexual y un ángulo más abierto
del antebrazo
Anomalía en los cromosomas sexuales
(XO); puede haber retraso mental, aunque
es poco frecuente
Síndrome de Klinefelter
Sólo en varones; hay variaciones entre los
casos, por lo que la única característica
común es el menor tamaño de los testículos
Anomalía en los cromosomas
sexuales (XXY)
Enfermedad
de Niemann-Pick
Aparece durante la infancia, con pérdida
de peso, deshidratación y parálisis progresiva
Alteración del metabolismo de las grasas
Encefalopatía
de bilirrubina
Niveles anómalos de bilirrubina (una sustancia
tóxica liberada por la destrucción de glóbulos
rojos) en la sangre; es frecuente
la descoordinación motriz
Es frecuente la incompatibilidad de Rh
entre la madre y el feto
Rubeola
Dificultades visuales, junto a cataratas y
problemas en la retina. También puede haber
sordera y anomalías en las válvulas cardíacas
La madre contrajo la rubeola durante los
primeros meses de su embarazo
Fuente: American Psychiatric Association (1968, 1972); Clarke, Clarke, & Berg (1985); Holvey & Talbott (1972); Robinson & Robinson (1976).
Los niños con síndrome de Down suelen manifestar
cierto número de características físicas, aunque muy pocos
las tienen todas. Los ojos son almendrados, la piel del párpado tiende a ser anormalmente delgada. El rostro y la nariz
suelen ser planos y anchos, igual que la parte posterior de la
cabeza. La lengua, que parece demasiado grande para la
boca, puede tener profundas fisuras. El iris del ojo suele
tener pequeñas manchas. El cuello es corto y ancho, igual
que las manos. Los dedos de las manos son achaparrados, y
el meñique suele estar mucho más curvado que el resto de
los dedos. Aunque es posible recurrir a cirugía facial para
Figura 16.2
TRISOMÍA DEL CROMOSOMA 21 EN EL SÍNDROME DE DOWN. La
fotografía muestra el cariotipo de los cromosomas de una paciente
femenina con síndrome de Down. Obsérvese la triple representación del cromosoma 21.
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
corregir algunas de las características más llamativas, el
éxito de esta técnica es escaso (Dodd y Leahy, 1989; Katz y
Kravetz, 1989). Además, la aceptación por parte de los
padres de su hijo con síndrome de Down suele estar inversamente relacionada con la utilización de este tipo de cirugía (Katz, Kravetz, y Marks, 1997).
Es importante observar que apenas existe relación
entre la cantidad de anomalías físicas y el grado de retraso
mental de los niños con síndrome de Down. Durante el
último siglo la proporción de muertes entre estos niños ha
disminuido de manera extraordinaria. En 1919 su expectativa de vida en el momento de nacer era de nueve años; la
mayoría de las muertes se debían a problemas físicos graves,
y solían ocurrir durante el primer año de vida. Los antibióticos, la corrección quirúrgica de ciertos defectos anatómicos letales, como la comunicación entre cámaras del corazón, así como la mejoría general de la atención médica ha
supuesto que la mayoría de estos niños pueda vivir hasta
bien entrada su edad adulta (Hijji et al., 1997; Jancar y Jancar, 1996). No obstante, se trata de un grupo que parece
sufrir un proceso acelerado de envejecimiento (Hasegawa et
al., 1997).
A pesar de estos problemas, los niños con síndrome de
Down son capaces de aprender a cuidar de sí mismos, una
conducta social aceptable y habilidades rutinarias que les
permitan colaborar en casa (Brown, Taylor, y Mathews,
2001). La idea generalizada es que se trata de personas plácidas y afectuosas. Sin embargo la investigación ha puesto
en entredicho la validez de esta generalización. En efecto,
estos niños pueden ser muy dóciles, pero probablemente
no más de lo que son los niños normales; también pueden
ser igual o más problemáticos en otras áreas (Bridges y
Cichetti, 1982). En general, la calidad de las relaciones
sociales del niño depende tanto de su nivel de inteligencia
como del apoyo que recibe de su familia (Alderson, 2001).
Los adultos con síndrome de Down quizás manifiesten
menos conductas inadaptadas que otras personas con un
tipo comparable de trastornos de aprendizaje (Collacot et
al., 1998).
La investigación también sugiere que la deficiencia
intelectual del síndrome de Down puede que no afecte por
igual a todas las capacidades. Por ejemplo, estos niños no
tienen demasiados problemas en la apreciación de las relaciones espaciales ni en su coordinación viso-motora, aunque no existe acuerdo total a este respecto (Uecker et al.,
1993). Las investigaciones coinciden en demostrar que sus
principales deficiencias están relacionadas con su capacidad lingüística (Azari et al., 1994; Mahoney, Glover, y Finger, 1981; Silverstein et al., 1982). Dado que las funciones
espaciales están parcialmente localizadas en el hemisferio
cerebral derecho, mientras que las funciones lingüísticas lo
están en el hemisferio izquierdo, algunos investigadores
especulan con la hipótesis de que este síndrome afecta de
manera especial al hemisferio izquierdo.
En la etiología del síndrome de Down pueden estar
implicadas otras anormalidades cromosómicas, además de
la trisomía en el cromosoma 21. Sin embargo, la trisomía
está presente en al menos el noventa y cuatro por ciento de
los casos. Como hemos dicho antes, resulta significativo que
ese mismo cromosoma esté implicado también en la enfermedad de Alzheimer, sobre todo por el hecho de que las personas con síndrome de Down tienen un enorme riesgo de
padecer Alzheimer cuando se acercan a los cuarenta años
(Janicki y Dalton, 2000; Cole et al., 1994; Nelson, Orne, et
al., 2001; Prasher y Kirshnan, 1993). También resulta muy
interesante que el factor de riesgo APOE, tan crucial en el
Alzheimer, no parece relevante en la demencia que sufren
los adultos con síndrome de Down (Prasher et al., 1997).
No sabemos exactamente a qué se debe la trisomía en
el cromosoma 21, aunque lo que sí parece absolutamente
claro es que está relacionada con la edad de los padres en el
momento de la concepción. Desde hace mucho tiempo se
sabe que la incidencia del síndrome de Down aumenta a
un ritmo geométrico con la edad de la madre. Una mujer
de veintitantos años tiene 1 probabilidad entre 2000 de la
concebir un niño con síndrome de Down, mientras que el
riesgo para una mujer de cuarenta y tantos es de 1 entre 50
(Holvey y Talbott, 1972). Como ocurre con todos los
defectos que aparecen en el nacimiento, el riesgo también
es muy elevado para madres excesivamente jóvenes, cuyo
sistema reproductor todavía no ha madurado por completo. Las investigaciones también señalan que la edad del
padre en el momento de la concepción también influye en
la probabilidad de concebir un niño con síndrome de
Down (Hook, 1980; Stene et al., 1981). En un estudio con
1279 casos, realizado en Japón, Matsunaga y sus colaboradores (1978) demostraron un incremento general de la
incidencia de este problema a medida que la edad del
padre era más avanzada, una vez que se controlaba la edad
de la madre. El riesgo para padres con una edad superior a
los cincuenta y cinco años era más del doble que para los
padres de veintitantos años.
Así pues, la edad de los padres en el momento de la
concepción aumenta el riesgo de trisomía en el cromosoma
21. No sabemos por qué la edad avanzada produce este
efecto. Cabe pensar que la edad pueda estar relacionada con
una mayor exposición a diversos peligros ambientales,
como la radiación, lo que podría tener efectos adversos
sobre los procesos involucrados en la formación o el desarrollo del cigoto.
FENILCETONURIA. Los niños que tienen esta enfermedad parecen normales en el momento del nacimiento, pero
carecen de una enzima del hígado necesaria para metabolizar la fenilanalina, un aminoácido presente en muchos alimentos. El retraso mental sólo se produce cuando se ingieren cantidades grandes de fenilanalina, lo que tarde o
temprano ocurrirá si la enfermedad no se detecta antes
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(Grodin y Laurie, 2000). Este trastorno afecta a uno de cada
12 000 nacimientos (Deb y Ahmed, 2000). Si el problema
no se detecta, la cantidad de fenilanalina en la sangre va
aumentando progresivamente, hasta producir una lesión
cerebral.
Generalmente el trastorno se hace aparente entre el
sexto y el decimosegundo mes de vida, aunque ciertos
síntomas, como vómitos, un olor peculiar, o eczema
infantil, constituyen síntomas de alarma durante las
primeras semanas de vida. Lo normal es que los primeros síntomas observables están relacionados con un
retraso mental, que puede ser entre moderado y grave,
dependiendo del progreso que haya realizado la enfermedad. También es frecuente encontrar ausencia de
coordinación motriz y otros problemas neurológicos
producidos por la lesión cerebral, y con frecuencia los
ojos, la piel y el pelo de estos pacientes cuya enfermedad
ha pasado desapercibida, tienen un matiz pálido y deslucido (Dyer, 1999).
En los países desarrollados la detección precoz de la
fenilcetonuria mediante un examen rutinario de orina
para detectar la presencia de ácido fenilpirúvico, así
como un tratamiento dietético (que elimina los elementos que contienen fenilanalina), previene el trastorno
(Sullivan y Chang, 1999). Mediante la detección y el tratamiento precoz —preferentemente antes de los seis
meses de edad— es posible detener el deterioro, de
manera que el nivel de funcionamiento intelectual puede
ser prácticamente normal. Sin embargo, algunos niños
todavía pueden sufrir un retraso mental, pese a la restricción de fenilanalina y a otros esfuerzos preventivos. Las
restricciones dietéticas en los pacientes que han recibido
un diagnóstico tardío pueden mejorar en cierta medida
el cuadro clínico, si bien no existe un tratamiento que
sustituya a la detección precoz y la intervención inmediata (Pavone et al., 1993).
Para que un niño herede la fenilcetonuria es necesario
que ambos padres sean portadores de ese gen recesivo. Así
pues, cuando se descubre que un niño padece esa enfermedad, resulta especialmente importante que el resto de los
niños de la familia sean también examinados por si acaso.
ANOMALÍAS CRANEALES. El retraso mental está
asociado con una serie de enfermedades que suponen
alteraciones del tamaño y la forma de la cabeza, y cuyas
causas todavía se desconocen (Maclean, 1997; Robinson y
Robinson, 1986). Por ejemplo, una enfermedad poco frecuente denominada macrocefalia (cabeza grande), se
caracteriza por el aumento del tamaño y el peso del cerebro, con el consiguiente agrandamiento del cráneo, deterioro de la visión, convulsiones y otros síntomas neurológicos, ocasionados por un anómalo crecimiento de las
células gliares, que son la estructura que da soporte al
tejido cerebral. Las anomalías craneales más frecuentes
Trastornos de aprendizaje y retraso mental
son la microcefalia y la hidrocefalia, que vamos a describir
más detalladamente.
Microcefalia.
El término microcefalia significa «cabeza
pequeña». Se trata de un tipo de retraso mental, causado
por una alteración en el desarrollo del cerebro debida a que
el cráneo no alcanza su tamaño normal.
La característica más patente de la microcefalia es la
cabeza pequeña, cuya circunferencia raramente sobrepasa los
cuarenta y tres centimetros, mientras que un perímetro normal suele ser de cincuenta y ocho centimetros. Penrose
(1963) también ha descrito otras características de un niño
microcefálico, tales como una estatura pequeña pero con
musculatura y órganos sexuales relativamente normales. Por
lo demás, estos niños difieren entre sí de manera considerable
respecto a su apariencia, si bien su cráneo tiende a adoptar
forma de cono, con una barbilla y una frente más pequeñas.
Estos niños pueden tener un retraso mental moderado, grave,
o profundo y la mayoría apenas desarrollan el lenguaje.
La microcefalia puede estar causada por una amplia
gama de factores que alteran el desarrollo del cerebro, tales
como infecciones intrauterinas e irradiación pélvica, durante
los primeros meses de embarazo. Miller (1970) ha observado
un número más elevado de casos de microcefalia en Hiroshima y Nagasaki, que podrían estar causados por las explosiones atómicas durante la Segunda Guerra Mundial. No está
claro el papel que juegan los factores genéticos, aunque se
especula que podría haber un único gen recesivo implicado
en una forma hereditaria del trastorno (Robinson y Robinson, 1976). El tratamiento resulta ineficaz, y de momento las
medidas de prevención se centran en evitar infecciones y
radiaciones durante el embarazo.
Hidrocefalia. La hidrocefalia es una enfermedad relativamente rara, causada por una excesiva acumulación de
fluido cerebroespinal dentro del cráneo, que provoca lesiones en el tejido cerebral y un aumento del tamaño del cráneo
(Materro, Junque, et al., 2001). Cuando la causa es congénita, puede ocurrir que el niño nazca ya con la cabeza demasiado grande, o que ésta empiece a aumentar de tamaño
poco después, supuestamente a consecuencia de alguna alteración en la formación, absorción o circulación del fluido
cerebroespinal. Este trastorno también puede aparecer en la
infancia o al principio de la niñez, y como consecuencia de
un tumor cerebral, un hematoma subdural, meningitis u
otras enfermedades. En tales casos se produce un bloqueo de
la circulación del fluido cerebroespinal, que se acumula
entonces en determinadas áreas del cerebro.
El cuadro clínico de la hidrocefalia depende de la extensión del daño neuronal el cual, a su vez, depende de la edad
de comienzo y de la duración y gravedad del trastorno. En
los casos crónicos, el síntoma principal consiste en el
aumento progresivo y desproporcionado de la parte superior de la cabeza. Aunque la expansión del cráneo contribuye
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
a minimizar la presión que recibe el cerebro, aun así se producen importantes lesiones cerebrales. Tales lesiones provocan un deterioro intelectual, junto a convulsiones y pérdida
de la vista y el oído. El grado de deterioro intelectual puede
variar, llegando a ser grave o profundo en los casos de enfermedad avanzada.
Es posible tratar la hidrocefalia insertando catéteres
para drenar el fluido cerebroespinal. Gracias a un diagnóstico y un tratamiento precoces, es posible detener el avance
de la enfermedad antes de que se produzcan daños cerebrales graves (Geisz y Steinhausen, 1974). Pero incluso ante
daños cerebrales más importantes, una intervención precoz cuidadosamente diseñada, que tenga en cuenta los
puntos fuertes y débiles del funcionamiento intelectual del
paciente, puede contribuir a minimizar la incapacidad
(Baron y Golberger, 1993).
Tratamientos, resultados y prevención
Algunos programas de tratamiento han demostrado que es
posible conseguir un aumento de la capacidad de adaptación de niños con retraso mental, mediante una educación
especial y otras medidas de rehabilitación (Berney, 2000).
Por supuesto, los avances que se puedan conseguir están
relacionados con la situación particular del individuo, y con
su nivel de retraso mental.
RECURSOS Y MÉTODOS PARA EL TRATAMIENTO.
Una decisión con que se tienen que enfrentar los padres de
un niño con retraso mental es la de internarlo en una institución (Gath, 2000). La mayoría de las autoridades en la
materia coinciden en que esta medida debe ser un último
recurso, ya que suele tener resultados desfavorables, sobre
todo por lo que se refiere a la disminución de la capacidad
de cuidar de sí mismo (Lynch, Kellow, y Willson, 1997). En
general, los niños institucionalizados pueden clasificarse en
dos grupos: (1) aquellos que, durante su infancia y su niñez,
manifiestan un retraso mental grave, asociado además con
un deterioro físico, y que ingresan en la institución a una
edad temprana; y (2) los que no tienen deterioro físico pero
que sufren un retraso mental relativamente leve, pero son
incapaces de adaptarse socialmente durante su adolescencia, por lo que deben ser ingresados en una institución
debido principalmente a su conducta delincuente y otros
problemas de conducta (véase Stattin y Klackenberg-Larsson, 1993). En estos casos, la inadaptación social es el principal factor para adoptar esa decisión. La familia de los
pacientes del primer grupo proviene de cualquier nivel
socioeconómico, mientras que la mayor parte de las familias de los pacientes del segundo grupo provienen de un
estrato social y laboral bajo.
Las consecuencias de ingresar en una institución
durante la adolescencia dependen de los recursos que posea
esa institución, así como de otros factores personales. Para
la mayoría de los adolescentes con retraso mental, cuya
familia no puede ayudarles a lograr una adaptación satisfactoria, el internamiento en una institución parece una
alternativa especialmente eficaz (Alexander, Huganir y
Zigler, 1985), aunque es necesario ser muy cuidadoso a la
hora de evaluar las necesidades del paciente (Petronko, y
Harris, y Kormann, 1994). Por desgracia los vecinos se rebelan contra la ubicación de una institución de este tipo en su
entorno, y rechazan la integración de los internos en el seno
de su vecindario (Short, 1997).
Respecto a los pacientes con retraso mental que no
requieren institucionalización, los recursos educativos disponibles son por lo general lamentablemente inadecuados.
En los Estados Unidos, todavía una gran proporción de personas con retraso mental nunca consigue acceder a servicios apropiados a sus necesidades específicas (Luckasson et
al., 1992).
Esta negligencia resulta especialmente trágica dadas las
grandes posibilidades de ayudar a estas personas. Por ejemplo, para quienes sólo tienen un retraso leve, un entrenamiento en lectura y otras asignaturas básicas, en asuntos
económicos, y en habilidades laborales, puede ayudarles a
convertirse en miembros independientes y productivos de
su comunidad. El entrenamiento dirigido a personas con
retraso moderado y grave debe tener necesariamente objetivos más limitados y orientados fundamentalmente al
desarrollo y el cuidado de sí mismo, y otras habilidades
como hábitos higiénicos (Wilder et al., 1997), que les permitan funcionar adecuadamente y poder colaborar con su
familia (por ejemplo, Heller, Miller y Factor, 1997), o con su
institución. El simple hecho de aprender hábitos higiénicos
y ser capaz de comer y vestirse adecuadamente por sí
mismo, puede suponer la diferencia entre poder permanecer en el hogar, o ser internado en una institución.
En la actualidad, en los Estados Unidos probablemente
haya menos de 80 000 personas ingresadas en instituciones
para retrasados mentales, menos de la mitad que hace cuarenta años. E incluso muchas de las personas con un retraso
más grave están aprendiendo a cuidar parcialmente de sí
mismos (Bouras y Holt, 2000; Maclean, 1997; McDonnell et
al., 1993). Estos avances reflejan por una parte el optimismo que impregna el ambiente y, en muchos casos, las
nuevas leyes y decisiones judiciales que amparan los derechos de las personas con retraso mental y de su familia. Un
ejemplo notable es la Ley 94-142, aprobada por el Congreso
de EE.UU en 1975, y modificada varias veces desde entonces (véase Hayden, 1998). Este estatuto, denominado Ley
Para La Educación De Los Niños Desfavorecidos, establece
el derecho de las personas con retraso mental a recibir educación por parte de los poderes públicos, y en un entorno lo
menos restrictivo posible.
Durante la década de los 70 se produjo un rápido
incremento de formas alternativas de atención para personas con retraso mental (Tyor y Bell, 1984). Por ejemplo, la
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utilización de instalaciones descentralizadas dirigidas a la
evaluación y el entrenamiento a corto plazo; pequeños hospitales privados especializados en técnicas de rehabilitación; casas de acogida dependientes del ayuntamiento;
casas de asistencia para los más mayores; la ubicación de los
niños con un retraso grave en un entorno familiar enriquecido; y diversas formas de apoyo a la familia. Durante las
últimas tres décadas hemos asistido a un aumento de formas alternativas de vida para estos ciudadanos, que dejan
obsoletas (y con frecuencia llevan al cierre) muchas instituciones públicas anteriormente dedicadas exclusivamente a
este tipo de atención.
EDUCACIÓN E INTEGRACIÓN. Generalmente, los
procedimientos educativos y de entrenamiento están orientados a la organización de determinadas áreas de desarrollo,
como el aseo personal, la conducta social, capacidades académicas básicas y (para los adultos con retraso) habilidades
laborales sencillas (véase Forness y Kavale, 1993). Dentro de
cada área, las habilidades específicas se descomponen en
elementos más simples que deben aprenderse y reforzarse,
antes de pasar a conductas más complejas. Este entrenamiento que avanza paso a paso tiene la ventaja de que ofrece
a estas personas múltiples experiencias de éxito, lo que contribuye a un progreso muy importante incluso en casos que
previamente se habían considerado desesperados (véase
McDonnell et al., 1993).
Por lo que concierne a los niños con un retraso leve,
una cuestión importante radica en cuál es la mejor manera
de escolarizarlos. Muchos de estos niños se desarrollan
mejor cuando asisten a clases normales. Por supuesto, esta
estrategia denominada integración, exige una cuidadosa
planificación, y una gran habilidad por parte del profesor,
que además debe poseer una actitud muy positiva (Hanrahan, Goodman, y Rapagna, 1990; Kozleski y Jackson, 1993;
Stafford y Green, 1993).
REVISIÓN
• ¿Cómo se diferencian los trastornos de
aprendizaje del retraso mental?
• Compare el retraso mental leve, moderado,
grave y profundo.
• Describa cinco enfermedades orgánicas que
pueden producir retraso mental.
Planificación de programas de ayuda a niños y adolescentes
PLANIFICACIÓN
DE PROGRAMAS DE AYUDA
A NIÑOS Y ADOLESCENTES
En nuestra anterior exposición de algunos de los trastornos
de la infancia y la adolescencia, hemos destacado la amplia
gama de tratamientos disponibles, así como las importantes diferencias en sus resultados. Para concluir este capítulo,
vamos a exponer ciertos factores asociados con el tratamiento de niños y adolescentes, y que pueden influir sobre
el éxito de la intervención.
Factores específicos en el tratamiento
de niños y adolescentes
El tratamiento de salud mental, la psicoterapia y la terapia de
conducta, pueden resultar tan eficaces con los niños y adolescentes como con los adultos (Kazdin, 1998; Steiner, 1996),
si bien los tratamientos realizados en estudios de laboratorio
han resultado más eficaces que los tratamientos realizados
en «el mundo real» (Weisz, Donenberg, et al., 1995; véase los
apartados Avances en la práctica 16.1 y 16.2). Por lo que concierne al tratamiento de niños y adolescentes es necesario
tener en cuenta una serie de factores específicos.
LA INCAPACIDAD DE LOS NIÑOS PARA BUSCAR
AYUDA. Los niños con mayores alteraciones emociona-
les y que necesitan ayuda no están en posición de buscarla
por sí mismos, ni tan siquiera de trasladarse por sus propios
medios a la clínica. Así pues, al contrario de lo que sucede
con los adultos, el niño depende de sus padres para buscar
ayuda. Los adultos deberían darse cuenta de cuándo necesita el niño ayuda profesional, y tomar la iniciativa para
obtenerla. Sin embargo, muchas veces eluden esa responsabilidad.
La ley identifica cuatro ámbitos en los que está permitido aplicar un tratamiento aun sin el consentimiento de
los padres: (1) respecto a menores con cierta madurez (a
quienes se considera capaces de adoptar decisiones respecto a sí mismos); (2) en el caso de menores emancipados
(que viven independientemente de sus padres); (3) en
situaciones de emergencia; y (4) en situaciones en las que el
juez ordena el tratamiento. Por supuesto muchos niños
acceden a un tratamiento como consecuencia de indicaciones por parte de la escuela, de actos delincuentes o de abusos por parte de los padres.
• Describa algunas de las características físicas
de los niños con síndrome de Down. ¿Cuál es
su causa?
ELEMENTOS DE VULNERABILIDAD QUE SITÚAN A
LOS NIÑOS EN RIESGO DE DESARROLLAR PROBLEMAS EMOCIONALES. Los niños y jóvenes que sufren la
• ¿Cuál es la causa y el tratamiento preventivo
de la fenilcetonuria?
violencia tienen un importante riesgo de desarrollar trastornos psicológicos (Buka, Stichick, et al., 2001). Por otra
parte, muchas familias generan un entorno indeseable para
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
AVA N C E S
en la práctica
La terapia familiar como una forma
de ayuda a los niños
Muchas veces, para poder solucionar el problema de un
niño es necesario modificar antes las pautas patológicas de
interacción familiar, que son en realidad las que generan o
mantienen la conducta problemática del niño (Cooklin,
2000). Por esa razón se han desarrollado diversas
estrategias de terapia familiar (Minuchin, 1974; Patterson,
Capaldi, y Bank, 1991). Cada una de ellas difiere de las
demás, según cómo define la familia (nuclear o extendida);
sobre qué aspectos centra el tratamiento (sobre la
comunicación entre los miembros de la familia, o sobre la
conducta desviada); y qué procedimientos se utilizan para
el tratamiento (analizar e interpretar los mensajes
su desarrollo (Ammerman et al., 1998). Las investigaciones
han demostrado que una cuarta parte de los niños americanos podría estar viviendo en un entorno inadecuado, y que
el 7,6 por ciento de los jóvenes norteamericanos reconocen
haber pasado al menos una noche en un albergue de beneficencia, o en un edificio abandonado (Ringwalt, Greene, et
al., 1998). Este tipo de experiencias infantiles perturbadoras, son un factor de riesgo para sufrir problemas posteriores. Por ejemplo, un estudio epidemiológico (Susser, Moore
y Link, 1993) puso de manifiesto que el veintitrés por ciento
de los vagabundos de la ciudad de Nueva York dijeron que
de niños se habían criado sin hogar, mientras que otro estudio realizado por Caudill y sus colaboradores (1994)
informó que los hijos de padres con un historial de abuso
de sustancias tenían el doble de riesgo de sufrir un trastorno
de personalidad antisocial.
Los niños que se desarrollan en hogares problemáticos tienen un doble perjuicio. No sólo están en desventaja por las influencias ambientales negativas (Crouch y
Milner, 1993), sino que además sus padres no se preocupan de buscar ayuda ni, llegado el caso, participan activamente en un programa de tratamiento (González,
Pitts, et al., 2000).
Es necesario ser capaz de reconocer las conductas de
alto riesgo y las condiciones de vida dañinas (Harrington
y Clark, 1998). Por ejemplo, hay algunas conductas,
como tener relaciones sexuales, la delincuencia y consumir drogas y alcohol, que pueden colocar a los jóvenes en
un gran riesgo de desarrollar posteriores problemas
emocionales. Por otra parte, el abuso físico o sexual, el
.
subliminales, o modificar las contingencias de refuerzo y
castigo mediante una evaluación y un reforzamiento
conductual). Pero a pesar de todas esas diferencias,
cualquier terapia familiar considera el problema del niño, al
menos en parte, como resultado de una pauta de
interacción patológica en el seno de la familia, e intenta
promover cambios positivos mediante el análisis y la
modificación de las pautas familiares desviadas (Everett y
Everett, 2001).
La investigación sobre el resultado del tratamiento
apoya con firmeza la eficacia de este tipo de terapia
familiar para poder mejorar las relaciones malsanas
de la familia, y promover una atmósfera más positiva
para los niños (Hazelrigg, Cooper, y Borduin, 1987; Shadish
et al., 1993).
divorcio de los padres, los problemas familiares y la
carencia de hogar (Cauce, Paradise, et al., 2000) pueden
generar en los jóvenes un gran estrés emocional y conductas inadaptadas (véase el apartado El mundo que nos
rodea 8.1 de la página 277, sobre los trastornos ficticios
por poderes, y el apartado El mundo que nos rodea 16.3 de
la página 556). Dodge, Lochman, y sus colaboradores
(1997) encontraron que los niños que provenían de
hogares con una disciplina férrea y que sufrían abusos
físicos, tenían una mayor probabilidad de comportarse
de manera agresiva.
ES TAN IMPORTANTE TRATAR A LOS PADRES COMO
A LOS NIÑOS. Dado que muchos de los trastornos de
conducta específicas de la infancia suelen aparecer en el
seno de interacciones familiares patológicas, donde los
padres también suelen tener problemas psiquiátricos
(Johnson, Cohen, et al., 2000), resulta esencial que no sólo
los niños sino también sus padres reciban tratamiento. De
hecho, muchas veces el programa de tratamiento debe ir
dirigido por completo a los padres, como ocurre en los
casos de abuso infantil.
Por lo tanto, cada vez más el tratamiento de los niños
incluye también la terapia familiar, donde padres y hermanos participan también en todas las etapas del programa.
Muchos terapeutas han descubierto que resulta muy difícil
implicar a los padres en el proceso de tratamiento. Las obligaciones laborales, así como el rechazo al niño, suele dificultar este tipo de tratamiento (Gaudin, 1993), sobre todo
en el caso de familias pobres con dificultades económicas y
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Planificación de programas de ayuda a niños y adolescentes
AVA N C E S
en la práctica
Terapia de juego para solucionar problemas
psicológicos de los niños
Incluso cuando los problemas del niño son susceptibles de
una intervención terapéutica específica, puede que éste no
esté motivado para realizar esa terapia, o que ni siquiera
tenga los recursos verbales suficientes para poder
beneficiarse de métodos psicoterapéuticos, que funcionan
adecuadamente con los adultos. Por lo tanto, un
tratamiento psicológico eficaz con los niños quizá requiera
la utilización de métodos indirectos, como puede ser la
terapia de juego (Hollins, 2001; Johnson, 2001).
Como técnica de tratamiento, la terapia de juego
procede del intento de aplicar a los niños la teoría
psicodinámica. Dado que ellos no son capaces de hablar de
sus problemas de la misma manera que lo hacen los
adultos, la aplicación de la terapia psicodinámica
tradicional a los niños adolece de grandes limitaciones. Los
niños tienden a centrarse en el presente, y carecen de la
capacidad de auto-análisis que suele exigir este tipo de
terapia. También su percepción del terapeuta puede ser
muy diferente de la de un adulto, y quizá se formen una
idea ilusoria de que el terapeuta puede modificar por arte
de magia el desastroso entorno que le rodea.
Durante el juego los niños suelen expresar sus
sentimientos, temores y emociones, de manera directa y
sin censura, lo que permite al clínico analizar con más
claridad sus problemas y sentimientos (Perry y Landreth,
2001). Así pues, el juego se ha convertido en una fantástica
fuente de información, sobre todo cuando se utiliza de
manera adecuada al nivel de desarrollo de los niños
(Lewis, 1997).
En una sesión terapéutica de juego, el terapeuta
necesita establecer algún tipo de estructura, de manera
de transporte. Así pues, tanto los factores económicos como
los familiares contribuyen a determinar qué niños con problemas recibirán ayuda.
POSIBILIDAD DE UTILIZAR A LOS PADRES COMO
AGENTES DE CAMBIO. En esencia, es posible utilizar
a los padres como agentes de cambio, entrenándolos en
técnicas que les permitan ayudar a sus hijos. Por regla
general este tipo de entrenamiento intenta ayudar a los
padres a comprender el trastorno de conducta de sus hijos,
enseñarles a reforzar la conducta adaptativa, y a retirar el
reforzamiento de la conducta indeseable. Cuando los
padres intentan ayudar a sus hijos y les preocupa su bie-
.
que el niño pueda expresar los sentimientos pertinentes.
A veces el terapeuta puede hacer preguntas directas,
como «¿es feliz la muñeca?» o «¿por qué llora la
muñeca?». Además de que es una buena manera de
comprender los problemas de un niño, el juego ofrece
también un medio para ir promoviendo cambios en su
conducta. Un proceso básico de la terapia de juego es que
el terapeuta, mediante la interpretación, el apoyo
emocional y la clarificación de los sentimientos
(poniéndoles nombre), proporciona al niño una experiencia
emocional reparadora. En efecto, ofrece al niño una relación
de aceptación y confianza, que suscita una personalidad
más saludable y un desarrollo adecuado de la relación
mutua. La situación de juego permite al niño volver a
experimentar conflictos o problemas pero en un entorno
más protector y seguro, lo que facilita la superación de sus
temores, su adaptación a cambios vitales necesarios, o
alcanzar una sensación de seguridad que sustituya a la
ansiedad y la incertidumbre.
Cabe preguntarse si este tipo de terapia resulta eficaz
para mitigar los problemas infantiles y promover una mejor
adaptación en los niños. En comparación con los estudios
sobre el tratamiento de adultos, la terapia de juego siempre
obtiene una mejor puntuación. Casey y Berman (1985)
realizaron un estudio muy cuidadoso, que les llevó a
concluir que el tratamiento de juego «resulta al menos tan
eficaz como la psicoterapia con adultos» (p.395). La terapia
de juego es igual de eficaz que otros tipos de tratamiento,
como la terapia conductual. En otro estudio, en el que la
terapia de juego se integró en un programa de intervención
de ocho semanas, dirigido a niños con trastornos de
conducta, los sujetos mostraron una mejoría significativa
tras un seguimiento de dos años (McDonald, Bellingham,
et al., 1997).
nestar, los resultados de este tipo de estrategia son muy
positivos (Forehand, 1993; Webster-Stratton, 1991). Kazdin, Holland y Crowley (1997) han descrito cierto número
de impedimentos que pueden hacer que los padres se
desentiendan de la terapia. Por ejemplo, un entorno desfavorecido, padres antisociales, o padres que soportan un
gran estrés, son circunstancias relacionadas con un abandono prematuro del tratamiento.
EL PROBLEMA DE COLOCAR AL NIÑO FUERA DE LA
FAMILIA. La mayoría de los ayuntamientos disponen de
instalaciones juveniles que, por el día o por la noche, están
preparadas para proporcionar protección y cuidados a las
CAPÍTULO 16
.
Trastornos de la niñez y la adolescencia
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Impacto del abuso infantil sobre el ajuste
psicológico
Los niños de los que se abusa física o sexualmente
muestran problemas de ajuste social (Beardslee y
Gladstone, 2001), y tienden a sentir que el curso
de los acontecimientos está determinado por factores
externos que se encuentran fuera de su control (Kinzl y
Biebl, 1992; Toth, Manly y Cicchetti, 1992). También
tienen más tendencia a sufrir síntomas depresivos
(Bushnell, Wells, y Oakley-Browne, 1992; Emery y
Laumann-Billings, 1998). En consecuencia, los niños que
reciben abusos suelen tener menos tendencia a asumir
responsabilidades personales, y además demuestran
menos sensibilidad interpersonal que un grupo de control.
Así pues el abuso y la negligencia con los niños puede
desencadenar una cadena de violencia. El abuso infantil
también está asociado con la delincuencia cuando las
víctimas se hacen mayores. Maxfield y Widom (1996), en
un estudio de seguimiento de novecientas ocho personas
de las que se había abusado cuando eran niños,
encontraron que habían sido detenidas por delitos no
relacionados con el tráfico, en una proporción
significativamente mayor que una muestra de control,
compuesta por personas de las que no se había abusado
cuando eran niños.
El abuso infantil se está convirtiendo en una
preocupación cada vez mayor (Crosson-Tower, 2002).
Una encuesta sobre los abusos denunciados en los
Estados Unidos encontró que desde 1995 las denuncias
se han incrementado en un 1,7 por ciento, llegando a
alcanzar la cifra de 3,1 millones. Se estima que en 1995
murieron 1215 niños como consecuencia de abusos
(National Committee to Prevent Child Abuse, 1996). El
consumo excesivo de alcohol y otras drogas en la familia
parece contribuir a aumentar la tasa de muerte violenta
en el hogar (Rivera, Muellar, et al., 1997). Algunas pruebas
indican que se suele abusar físicamente más de los niños
víctimas de abandono, abuso, negligencia y problemas relacionados. Según cual sea la situación en el hogar y las necesidades especiales del niño, éste podrá volver con sus padres,
o quizá se le instale en algún otro sitio. En este último caso,
suele recurrirse a cuatro tipos de solución: (1) casas de acogida, (2) instituciones privadas dedicadas al cuidado de los
niños, (3) instituciones públicas, y (4) casas de familiares
del niño. En un momento dado, más de medio millón de
niños están viviendo en alguna de estas situaciones.
que de las niñas. Parece claro que muchos niños que
denuncian haber sido víctimas de abusos ya los habían
sufrido anteriormente. Y lo que es más, las tasas más
elevadas de trastornos psiquiátricos entre las personas
que han recibido abusos cuando eran niños sugieren que
este maltrato desempeña un importante papel causal en
el desarrollo de psicopatologías graves (Read, 1997).
Cuando además el abuso es de carácter sexual, las
consecuencias a largo plazo pueden llegar a ser mucho
más intensas (Paolucci, Geniues y Violato, 2001). Los
adultos de quienes se abusó sexualmente cuando eran
niños, suelen mostrar graves síntomas psicológicos, como
la tendencia a utilizar de manera excesiva mecanismos de
defensa disociativos, una preocupación excesiva por las
funciones corporales y una autoestima muy baja (Nash et
al., 1993), o también una tendencia a desentenderse de
todo, como una forma de hacer frente al estrés (Coffey,
Leitengerg, et al., 1996).
El abuso sexual como causa de problemas psicológicos
ha sido objeto de diversos estudios longitudinales. Un
elevado porcentaje de niños de los que se ha abusado
sufren intensos síntomas psicológicos tras el incidente (el
setenta y cuatro por ciento, según el informe elaborado por
Bentovim, Boston y Van Elburg, 1987). Sin embargo, a lo
largo del seguimiento, muchas veces la mejoría resulta
impresionante (Bentovim et al. 1987; Conte, Berliner, y
Schuerman, 1986). Algunos investigadores consideran que
los síntomas consecuentes a un abuso sexual pueden ser
en realidad un trastorno por estrés post traumático, ya que
los síntomas son muy similares —por ejemplo, pesadillas,
revivir la situación, problemas de sueño y sentimientos de
enajenación (Donaldson y Gardner, 1985; Koltek, Wilkes, y
Atkinson, 1998)—.
El abuso infantil produce con mucha frecuencia en la
víctima conductas sociales inadaptadas (Winton y Mara,
2001). El tratamiento de los niños de los que se abusa
necesita orientarse hacia el inadecuado ajuste social, la
depresión y las escasas habilidades interpersonales.
Evidentemente, la calidad que tenga el nuevo hogar del
niño será un determinante crucial para que sus problemas
puedan aliviarse o empeorar, y hay pruebas que sugieren
que las casas de acogida en una familia tienen efectos más
positivos que las casas de acogida en grupo (Chambelin y
Reid, 1998). Aunque siempre se intenta supervisar la nueva
situación del niño, se han dado casos de maltrato en su
nuevo hogar (Dubner y Mota, 1999; Wilson, Sinclair, y
Gibbs, 2000). En los casos de abuso infantil, abandono, o
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algún problema grave de conducta que los padres no pueden controlar, se asume que la única acción posible es sacar
al niño de la casa y encontrarle un alojamiento temporal.
Dado que el hogar del niño resulta tan poco aceptable para
su desarrollo, se tiene la esperanza de que un entorno familiar más estable pueda ser positivo para el niño. Sin
embargo, cuando se saca a un niño de su casa y se le ubica
en una institución (que inmediatamente intenta que cambie de conducta), o en una serie de casas de acogida (que en
realidad no son su hogar), es posible que el niño se sienta
rechazado por sus propios padres, por sus nuevos cuidadores, desarraigado, inseguro, solitario y amargado.
Por esa razón, la tendencia actual es la de una planificación permanente. Se comienza intentando por todos
los medios mantener unida a la familia, y proporcionar a los
padres el apoyo y la orientación necesaria para que puedan
criar adecuadamente a su hijo. Si esto no fuera posible,
entonces se intenta liberar legalmente al niño de sus padres,
para que pueda ser adoptado por otra familia lo antes posible. Esto, por supuesto, significa que los poderes públicos
necesitan disponer de equipos de trabajo especialmente
entrenados, y dotados de los suficientes recursos. En efecto,
los niños y los adolescentes adoptados en casas de acogida
suelen necesitar más servicios de salud mental que el resto
de los niños (Reis, Zito, et al., 2001).
LA UTILIDAD DE INTERVENIR ANTES DE QUE LOS
PROBLEMAS SE AGRAVEN. Durante los últimos
veinticinco años, una preocupación básica de muchos
investigadores y clínicos ha sido identificar lo antes posible
a los niños en situación de riesgo, para ofrecerles ayuda
inmediata (Athey, O´Malley, et al., 1997). En vez de esperar
hasta que desarrollen problemas psicológicos graves, los
psicólogos están intentando identificar aquellos aspectos
de la vida de los niños que pueden generar o mantener
conductas problemáticas y, en su caso, intervenir antes de
que se haya producido una alteración grave del desarrollo
(Cicchetti y Toth, 1998). El trabajo de Steele y Forehand
(1997) ilustra este tipo de estrategia. Estos investigadores
encontraron que los niños cuyos padres sufrían una enfermedad médica crónica (los padres tenían hemofilia, y
muchos eran VIH positivo), eran más vulnerables a desarrollar problemas psicológicos y conducta de evitación,
especialmente cuando la relación entre el padre y el niño
era insuficiente. Los síntomas que padecían los niños estaban asociados con la depresión del padre. Los investigadores llegaron a la conclusión de que los clínicos pueden ser
capaces de disminuir el impacto de la enfermedad crónica
de los padres, si pueden fortalecer la relación entre el padre
y el hijo, y disminuir la tendencia del niño a las estrategias
de evitación.
Tal y como se dijo en el Capítulo 5, otro tipo de intervención temprana se orienta hacia quienes han sufrido un
trauma o un desastre, como un huracán, un accidente,
Planificación de programas de ayuda a niños y adolescentes
haber sido tomado como rehén, etc. Tanto los niños como
los adolescentes suelen necesitar apoyo y atención considerables para poder soportar estos acontecimientos traumáticos, demasiado frecuentes en el mundo en que vivimos. Es
posible implantar terapias psicológicas individuales y en
pequeño grupo (Gillis, 1993), o programas de apoyo en el
colegio (Kingman, 1993), para reducir al máximo los síntomas post-traumáticos.
Las intervenciones tempranas tienen el doble objetivo
de disminuir la circunstancia estresante en la vida del niño,
pero también de fortalecer sus mecanismos de afrontamiento. Eso puede reducir la incidencia e intensidad de los
desajustes posteriores, evitando así problemas tanto para el
individuo como para la sociedad. Parece claro que sólo es
posible cubrir las necesidades de los niños cuando existen
adecuados recursos preventivos y de tratamiento, disponibles para todos aquellos que los necesiten.
Programas de defensa del menor
En la actualidad en los Estados Unidos hay setenta millones de personas menores de dieciocho años (Oficina Del
Censo, 2001). Lamentablemente, tanto los programas de
tratamiento como los de prevención resultan inadecuados
para enfrentarse con todos los posibles problemas psicológicos de los niños y los adolescentes. En 1989, la Asamblea
General De Las Naciones Unidas adoptó la Convención De
Los Derechos Del Niño, que aportó una definición muy
detallada de esos derechos, en el ámbito político, económico, social y cultural. Este reconocimiento internacional
de los derechos de los niños puede tener un enorme
impacto para promover un tratamiento humano (Wilcox
y Naimark, 1991). Sin embargo, en el mejor de los casos, la
implantación de estos ideales en la práctica resulta bastante difícil.
En los Estados Unidos, se está llevando a cabo una
estrategia basada en la defensa de la salud mental del niño.
Los programas de defensa intentan ayudar a los niños a que
reciban servicios que necesitan, pero que suelen estar fuera
de su alcance. Sin embargo, muchas veces hay una excesiva
fragmentación en este tema. Por esa razón, la defensa de los
niños suele resultar muy frustrante y difícil de conseguir
(Zigler y Hall, 2000).
En el ámbito extra gubernamental, los esfuerzos dirigidos a la defensa de los niños han estado apoyados sobre
todo por fundaciones privadas como la Fundación De
Defensa De Los Niños, una ONG con sede en Washington
DC. Generalmente no dispone de profesionales de salud
mental. Sin embargo, en la actualidad existe una mayor
implicación interdisciplinar para conseguir programas de
defensa de los niños que sean eficaces (Carlson, 2001; Singer y Singer, 2000).
Aunque este tipo de programas han realizado importantes avances para mejorar las condiciones de los niños
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
con alteraciones mentales, todavía persiste una gran cantidad de confusión, incoherencia e incertidumbre (Beeman
y Edelson, 2000), y todavía hay una enorme necesidad de
mejorar la disponibilidad de servicios de salud mental
para los niños (Carlson, 2001). Si es posible mantener la
dirección y el ímpetu de estos esfuerzos, y además se les
suministra el apoyo financiero necesario, sería posible
mejorar de manera sustancial el entorno psicológico de los
niños.
REVISIÓN
• ¿Qué factores especiales deben tenerse en
cuenta para proporcionar tratamiento a los
niños y los adolescentes?
• ¿Por qué la intervención terapéutica es un
proceso más complicado cuando se realiza con
niños que cuando se hace con adultos?
T E M AS S I N R ES O LV E R
¿PUEDE LA SOCIEDAD RESOLVER LA CONDUCTA DELICTIVA?
Uno de los problemas más preocupantes y extendidos de la
infancia y la adolescencia es la conducta delincuente. Se
trata de acciones como la destrucción de la propiedad, la
violencia contra los demás, y otras conductas contrarias a
las necesidades y los derechos de los demás, y que violan
las normas sociales. El término delincuencia juvenil tiene
un carácter legal; se refiere a acciones ilegales cometidas
por personas que tienen entre ocho y dieciocho años
(dependiendo del Estado de que se trate). El DSM-IV-TR no
lo reconoce como un trastorno. La incidencia actual de la
delincuencia juvenil resulta difícil de establecer, debido a
que muchas acciones delictivas no se denuncian. Sin
embargo, disponemos de algunos datos:
• De los más de dos millones de jóvenes que tienen que
presentarse a juicio cada año en los Estados Unidos,
alrededor de un millón y medio lo hace por actos delictivos, y el resto por faltas como escapar de casa, que
no constituye un delito para los adultos. Alrededor de
un adolescente de cada quince ha sido detenido alguna
vez en los Estados Unidos. Y más de la mitad de los
jóvenes que se detienen cada año tienen antecedentes
policiales (FBI, 1998).
• En 1997 había alrededor de 125 000 delincuentes
juveniles ingresados en instituciones en los Estados
Unidos.
• Aunque la mayoría de los delitos juveniles son cometidos por varones, la tasa de mujeres se está poniendo a
la par. Las chicas suelen ser detenidas por tenencia de
drogas, delitos sexuales, o escapar de casa, si bien
también están aumentando en este grupo los delitos
contra la propiedad.
• Tanto la incidencia como la gravedad de la conducta
delincuente son desproporcionadamente elevadas
entre los adolescentes de clase baja (FBI, 1998).
Factores causales
Como ya se ha dicho, sólo un pequeño grupo de los niños
que han mostrado una conducta de oposición-desafiante
han pasado a un trastorno de conducta, y han terminado
convirtiéndose en delincuentes adultos con una personalidad antisocial; la mayoría de los adolescentes que realizan
actos delictivos no terminan como delincuentes adultos
(Moffitt, 1993a). Los adolescentes que cometen delitos suelen hacerlo por mimetismo social. Por lo tanto, a medida
que maduran, van perdiendo su motivación hacia al delito, y
obteniendo recompensas por realizar conductas más aceptables socialmente. Hay algunas variables que desempeñan
un papel esencial en la génesis de la delincuencia. Por
ejemplo, la patología personal, las pautas familiares patógenas y las relaciones con compañeros indeseables.
Patología personal
Determinantes genéticos. Si bien la investigación sobre
los determinantes genéticos de la conducta antisocial
todavía dista mucho de ser concluyente, hay pruebas que
sugieren posibles contribuciones hereditarias al delito.
Bailey (2000) ha señalado que los factores genéticos
podrían actuar mediante «su efecto sobre la hiperactividad
y el déficit de atención, sobre la impulsividad, y sobre
las reacciones fisiológicas, y no directamente sobre
la agresión» (p. 1861).
Lesiones cerebrales y dificultades para el aprendizaje.
En una minoría de los casos de delincuencia (se estima que
el uno por ciento o menos), hay una patología cerebral que
produce la disminución de la inhibición, y la tendencia hacia
la conducta violenta. Se trata de adolescentes hiperactivos,
impulsivos, emocionalmente inestables, e incapaces de controlarse a sí mismos ante una fuerte estimulación. El papel
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real de los factores intelectuales todavía está sometido a
debate (Lynam, Moffitt, y Stouthamer-Loeber, 1993).
Trastornos psicológicos. Algunas acciones delictivas
parecen estar directamente asociadas con trastornos de
conducta, como la hiperactividad (Loeber y Farrington,
1998). Un estudio reciente ha encontrado que la mitad de
los delincuentes muestran evidencias de trastorno mental,
y que el catorce por ciento tiene con toda seguridad un
trastorno mental que le provoca un deterioro sustancial,
que a su vez exige que ese individuo viva en un entorno
muy restringido (Shelton, 2001).
Rasgos antisociales. Muchos delincuentes habituales
muestran rasgos de la personalidad antisocial (Bailey,
2000). Son personas impulsivas, rebeldes, resentidas, sin
sentimientos de remordimiento o culpa, incapaces de establecer y de mantener vínculos personales íntimos, y aparentemente incapaces de aprender de la experiencia. En
esencia, se trata de personas sin socializar.
Abuso de drogas. Muchas actividades delictivas
—especialmente el robo, la prostitución y la agresión—
están directamente asociados con el consumo de alcohol
y drogas (Leukefeld et al., 1998). La mayoría de los
adolescentes que abusan de drogas duras como la heroína,
se ven obligados a robar para poder mantener ese hábito.
En el caso de las adiciones de las chicas, puede que
además de robar, o quizá en lugar de hacerlo, recurran a la
prostitución.
Pautas familiares patógenas
De entre las diversas pautas familiares que pueden estar
implicadas en la delincuencia juvenil, las siguientes parecen
las más importantes.
Ausencia de los padres o conflicto familiar. La delincuencia parece ser mucho más frecuente entre jóvenes que
proceden de hogares con padres separados o divorciados,
que entre aquellos cuyos padres han muerto, lo que sugiere
que el conflicto entre los padres sería el elemento clave en
esta situación. Los efectos de la ausencia de los padres
pueden variar; por ejemplo, puede que la separación o el
divorcio sea menos problemática para los niños que el conflicto continuo. La variable causal más importante parece
ser la falta de armonía entre los padres.
Rechazo de los padres y disciplina incoherente. En
muchos casos, puede que alguno de los padres rechace a
los niños. Cuando se trata del padre, el niño puede
encontrar muy difícil identificarse con él y convertirlo
en un modelo para su propio desarrollo. Evidentemente
no se trata de un problema sólo con el padre. Los
adolescentes que han sufrido una separación de sus padres
suelen tener una mayor tendencia a la conducta delictiva
(Leas y Mellor, 2000).
Relaciones con compañeros indeseables
La delincuencia suele ser una experiencia compartida.
Haney y Gold (1973) encontraron que alrededor de dos
Temas sin resolver
tercios de los actos delictivos se habían cometido en colaboración de dos o más personas, generalmente del mismo
sexo. Resulta curioso que las chicas tengan más tendencia
que los chicos a tener siempre el mismo compañero de
fechorías.
Las condiciones sociales pueden producir o apoyar la
aparición de la delincuencia. Algunos factores relevantes
son la alienación y la rebelión, el rechazo social y el apoyo
psicológico del resto de los miembros de una pandilla de
delincuentes. Un informe reciente realizado por la Oficina
Juvenil De Justicia Y De Prevención De La Delincuencia
estimó que hay en los Estados Unidos 23 388 bandas
juveniles, que suman un total de 664 906 miembros. Toda
gran ciudad tiene problemas con las bandas de delincuentes juveniles, que también se están extendiendo a pueblos
y ciudades más pequeños. Las bandas suelen estar compuestas de varones, y sólo el tres por ciento son mujeres.
En 1995 estas bandas cometieron 46 359 delitos y 1 072
asesinatos (Oficina Juvenil De Justicia Y De Prevención De
La Delincuencia, 1995). El problema de las bandas es
mucho más frecuente en zonas de escasos recursos económicos, y entre adolescentes de minorías étnicas. Aunque
los jóvenes se reúnen en bandas por diversas razones, la
mayoría de sus miembros suelen sentirse rechazados por la
sociedad. Así pues, ser miembros de la banda les proporciona una sensación de pertenencia, y les permite obtener
cierto status y aprobación social.
La solución de la delincuencia
El hecho de que las instituciones juveniles dispongan de
recursos adecuados supone una gran ayuda para aquellos
jóvenes que necesitan alejarse de un entorno nocivo. Este
tipo de instituciones pueden ofrecerles la oportunidad de
aprender cosas sobre sí mismos y sobre el mundo, de continuar su educación y desarrollar una serie de capacidades
necesarias para su vida y de encontrar un objetivo y un
significado en su vida. Los jóvenes pueden disponer entonces de la oportunidad de recibir asesoramiento psicológico
y terapia de grupo. Recientemente se ha recurrido a «campamentos» (instalaciones diseñadas de manera similar a
los campos de entrenamiento militar) para intervenir sobre
los procesos de delincuencia. Un estudio ha informado que
los jóvenes que trabajaban en estos campamentos consideraban su entorno de una manera más positiva y terapéutica, que quienes realizaban la terapia en programas tradicionales, y que además ponían de manifiesto menos
conductas antisociales al final de su permanencia en el
campamento (MacKinzie, Wilson, et al., 2001). Sin embargo,
los programas punitivos que defienden muchos políticos
«de ley y orden» suelen fracasar, ya que no logran fomentar en los jóvenes el cambio de conducta deseable (Huey y
Hengler, 2001).
Las técnicas de terapia de conducta que se basan en la
suposición de que la conducta delictiva se aprende, mantiene y modifica, según los mismos principios que cualquier
otra conducta aprendida, están demostrando ser muy útiles
para la rehabilitación de estos jóvenes delincuentes
CAPÍTULO 16
Trastornos de la niñez y la adolescencia
(Ammerman y Hersen, 1997). El asesoramiento a los padres
resulta de vital importancia para conseguir una completa
rehabilitación (Perkins-Dock, 2001), aunque suele resultar
muy difícil conseguir que los padres se involucren con delincuentes encarcelados.
La libertad condicional suele utilizarse con frecuencia
con estos delincuentes juveniles. De esta manera, es posible enseñar una conducta constructiva sin necesidad de
aislarlos de la familia o la comunidad. Resulta esencial que
las presiones de los compañeros se encaucen hacia una
nueva socialización, evitando caer de nuevo en la conducta
delincuente (Carr y Vandiver, 2001). La tasa de recaimiento
depende en gran medida del tipo de persona y de los procedimientos terapéuticos que se utilizan. Otras variables
relacionadas con la recaída son el tipo de delito, los problemas familiares, tener compañeros delincuentes, una utilización poco eficaz del tiempo libre y problemas de conducta
(Cottle, Lee y Heilbrun, 2001). La tasa global de recaída
para los delincuentes enviados a escuelas de entrenamiento suele ser muy elevada (FBI, 1998). Dado que los
jóvenes liberados de custodia cometen tantos delitos,
resulta muy importante intervenir para proporcionarles
una cultura de compañeros más positiva (Sprengelmeyer y
Chamberlain, 2001).
SUMARIO
• Hasta hace poco tiempo los niños eran
considerados como «adultos en miniatura». Así
pues, hasta la segunda mitad del siglo XX no
hemos dispuesto de un sistema de clasificación
diagnóstica centrado de manera explícita sobre los
problemas especiales de los niños.
• Los niños que sufren de trastornos de ansiedad o
depresivos no suelen causar problemas a los
demás por conductas agresivas. Por el contrario,
suelen mostrarse temerosos, tímidos, retraídos e
inseguros, y tienen dificultades para adaptarse a
las demandas de su entorno.
• En este capítulo, hemos seguido el sistema de
clasificación del DSM-IV-TR para ofrecer una
descripción clínica de una amplia gama de
problemas de conducta en la infancia.
• Los trastornos de ansiedad están caracterizados
por una enorme angustia, retraimiento y
conductas de evitación. Una posible causa pueden
ser ciertas relaciones familiares que generan
ansiedad e impiden al niño desarrollar capacidades
de afrontamiento más adaptativas.
• El trastorno por déficit de atención con
hiperactividad es uno de los problemas de
conducta más habituales de la infancia. En este
trastorno, el niño pone de manifiesto una conducta
impulsiva y muy activa, que interfiere con su
capacidad para terminar una tarea.
• Las principales estrategias para el tratamiento de
los niños hiperactivos son las medicinas y la
terapia de conducta. La utilización de ciertas
medicinas como las anfetaminas, está sujeta a
gran controversia. La terapia conductual,
especialmente los métodos cognitivoconductuales, se ha mostrado muy eficaz para
modificar la conducta de los niños hiperactivos.
• Los niños con un trastorno de conducta realizan
actos agresivos o antisociales de manera
persistente. Las posibles causas de un trastorno
de conducta incluyen los factores biológicos, una
patología personal, pautas familiares y relaciones
con los compañeros.
• Otros trastornos de la infancia consisten en
problemas de conducta que se caracterizan por
un único síntoma, y no por un conjunto d
diversos problemas. Estos síntomas aislados
pueden ser la enuresis, la encopresis, el
sonambulismo o los tics.
• Los niños autistas muestran una conducta muy
inadaptada durante sus primeros años, que impide
que se desarrollen psicológicamente de manera
adecuada.
• No ha sido posible normalizar la conducta de los
niños autistas mediante tratamiento, si bien es
cierto que están surgiendo nuevas técnicas de
modificación de conducta, que están mejorando el
funcionamiento de los niños autistas cuya
inadaptación es menos intensa.
• Cuando se produce un deterioro orgánico del
cerebro de carácter grave antes de los dieciocho
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Términos clave
años de edad, el tipo de deficiencias cognitivas y
conductuales que conlleva, se denominan retraso
mental. Algunos tipos de retraso mental, que
oscilan de moderado a severo, pueden ser el
síndrome de Down, la fenilcetonuria y ciertas
anomalías craneales.
• Las causas orgánicas sólo explican el veinticinco
por ciento de los casos de deficiencia mental. El
diagnóstico de retraso mental, sea cual sea su
origen, se codifica en el Eje II del DSM-IV-TR.
• Los trastornos específicos de aprendizaje son
aquellos en los que la dificultad está limitada a un
ámbito restringido, principalmente relacionado
con habilidades académicas tales como la lectura.
La capacidad cognitiva general puede ser normal o
incluso superior.
• Los trastornos de aprendizaje producen una gran
confusión y frustración, tanto en la víctima como
en su familia, la escuela y los profesionales
clínicos.
• Hemos revisado cierto número de posibles causas
de los trastornos de la infancia y la adolescencia.
Si bien es posible que exista una predisposición
genética, no lo es menos la importante
contribución de la psicopatología de los padres, la
ruptura de la familia y las circunstancias
estresantes (como la muerte de un padre, el
abandono o el abuso del niño).
• Las investigaciones más recientes han subrayado
la importancia de múltiples factores de riesgo en
el desarrollo de psicopatologías.
• Existen problemas especiales y oportunidades
especiales para el tratamiento de los trastornos de
la infancia. Cada vez crece más la necesidad de
programas de prevención y tratamiento de los
niños. Por desgracia la financiación necesaria para
este tipo de servicios todavía es escasa, por lo que
los programas destinados a mejorar el entorno
psicológico de los niños están en una situación
incierta.
TÉRMINOS CLAVE
Autismo (p. 539)
Delincuencia juvenil (p. 528)
Dislexia (p. 544)
Ecolalia (p. 540)
Encopresis (p. 537)
Enuresis (p. 536)
Fenilcetonuria (p. 550)
Hidrocefalia (p. 551)
Integración (p. 553)
Macrocefalia (p. 551)
Microcefalia (p. 551)
Mutismo selectivo (p. 532)
Pemolina (p. 527)
Psicopatología evolutiva (p. 524)
Retraso mental (p. 546)
Ritalin (metilfenidato) (p. 527)
Síndrome de Down (p. 548)
Síndrome de Tourette (p. 539)
Trastorno de ansiedad por
separación (p. 531)
Trastorno de aprendizaje (p. 544)
Trastorno de Asperger (p. 539)
Trastorno de conducta (p. 529)
Trastorno de oposicióndesafiante (p. 529)
Trastorno de sonambulismo (p. 538)
Trastorno por déficit de atención
con hiperactividad (p. 527)
Trastornos evolutivos
pertinaces (p. 539)
C A P Í T U L O
Terapia
UNA VISIÓN GENERAL DEL TRATAMIENTO
¿Por qué se busca una terapia?
¿Quién proporciona los servicios psicoterapéuticos?
La relación terapéutica
MEDIR EL ÉXITO DE LA PSICOTERAPIA
Objetivar y cuantificar el cambio
¿Se habría producido el cambio de todas maneras?
¿Puede resultar perjudicial la terapia?
¿QUÉ ESTRATEGIAS TERAPÉUTICAS
DEBEN UTILIZARSE?
Tratamientos validados empíricamente
¿Medicación o psicoterapia?
Tratamientos combinados
ESTRATEGIAS FARMACOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
Fármacos antipsicóticos
Fármacos antidepresivos
Fármacos ansiolíticos
Litio y otros fármacos estabilizadores del estado de ánimo
Terapia electro-convulsiva
Neurocirugía
ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
Terapia de conducta
Terapia cognitiva y cognitivo-conductual
Terapias humanistas
Terapias psicodinámicas
Terapia matrimonial y familiar
Eclecticismo e integración
PSICOTERAPIA Y SOCIEDAD
Valores sociales y psicoterapia
Psicoterapia y diversidad cultural
CAPÍTULO 17
Terapia
L
a mayoría de nosotros hemos experimentado algún
momento o situación en que nos ha servido de gran
ayuda poder hablar de nuestros problemas con un familiar o un amigo. La mayoría de los terapeutas, como todo
buen oyente, se muestran receptivos, afectuosos y empáticos, y adoptan una estrategia que de no juzgar a la persona
que tienen delante.
Pero la terapia consiste en algo más que dar a una persona la oportunidad de hablar de sus problemas. Los terapeutas también aportan a la relación con sus clientes una
serie de intervenciones psicológicas diseñadas para promover en su paciente una nueva comprensión, conducta, o
ambas cosas. De hecho, lo que distingue a la terapia profesional de una relación de ayuda más informal, es precisamente el hecho de que dichas intervenciones se planifican
de manera deliberada y sistemática, y están orientadas por
determinadas concepciones teóricas.
UNA VISIÓN GENERAL
DEL TRATAMIENTO
La idea de que las personas con problemas psicológicos
pueden cambiar —esto es, pueden aprender formas más
adaptadas de percibir, evaluar y actuar— es la idea básica
del cualquier tipo de psicoterapia. Sin embargo, no resulta
nada fácil conseguir que se produzcan esos cambios. A veces la concepción del mundo y de sí mismo que tiene una
persona están distorsionadas como resultado de una relación patológica temprana que ha sido reforzada por años de
experiencias vitales negativas. En otros casos, un funcionamiento laboral, matrimonial o social, poco satisfactorio o
inadecuado, exigen cambios radicales en la situación vital
de esa persona, además de la propia psicoterapia. En ocasiones puede que la persona encuentre más sencillo soportar con resignación sus problemas, que correr el riesgo de
adoptar un estilo de vida diferente. La terapia también requiere tiempo. Ni siquiera el terapeuta más experimentado
y habilidoso puede deshacer en un breve período de tiempo
la historia pasada de una persona y prepararla para afrontar
de manera adecuada su situación vital. La terapia no ofrece
transformaciones mágicas. Sin embargo, supone una esperanza incluso para los trastornos mentales más graves. De
hecho, al contrario de lo que suele pensarse, la psicoterapia
puede resultar mucho menos costosa a largo plazo que
cualquier otro modo alternativo de intervención (Gabbard
et al., 1997).
Se ha estimado que existen varios centenares de estrategias terapéuticas, que varían desde el psicoanálisis hasta la
meditación Zen. Sin embargo, el tiempo que vivimos exige
que se demuestre empíricamente la eficacia de cada tratamiento. En este capítulo vamos a explorar algunos de los
enfoques de tratamiento, tanto psicológicos como farmacológicos, más ampliamente utilizados en la actualidad.
¿Por qué se busca una terapia?
Los problemas y motivaciones para solucionarlos de las personas que buscan terapia varían de manera considerable.
Quizá los candidatos más obvios a recibir tratamiento psicológico son quienes sufren de manera repentina una situación de gran estrés, como un divorcio o el desempleo —y
que pueden sentirse abrumados por una crisis que no se ven
capaces de manejar por sí mismos—. Estas personas suelen
sentirse muy vulnerables, están abiertas al tratamiento psicológico y motivadas para modificar sus insoportables estados mentales actuales. En tales situaciones, esas personas
pueden mostrar una mejoría considerable en un breve periodo de tiempo.
Otras personas comienzan una terapia de manera mucho más indirecta. Puede que hayan consultado a un médico
por un dolor de cabeza o de estómago, y que éste les haya dicho que no tienen ningún trastorno físico que justifique ese
dolor. Estas personas suelen resistirse inicialmente a la idea
de que sus síntomas físicos tengan una causa emocional. La
motivación para comenzar un tratamiento difiere mucho
entre diferentes personas. Las reticencias tienen diverso origen —por ejemplo, un alcohólico cuya esposa le ha amenazado con o divorciarse a menos que siga una terapia, o un supuesto delincuente cuyo abogado le aconseja que puede
obtener ventajas en el juicio si «comienza una terapia»—. En
general, los varones son más reticentes que las mujeres para
comenzar una terapia, probablemente por las mismas razones por las que se resisten a preguntar una dirección cuando
se encuentran perdidos (Real, 1997; Shay, 1996). Muchos padres malhumorados acuden con sus hijos al terapeuta quejándose de la «conducta incontrolable» de sus hijos, que ellos
consideran como algo independiente del contexto familiar,
una «manera de ser» de sus hijos. Con frecuencia, esos mismos padres pueden quedar estupefactos, y negarse a reconocer su papel de modelo de la conducta de sus hijos.
Otras personas que comienzan una terapia han sufrido
un estrés psicológico durante mucho tiempo, y tienen una
larga historia de inadaptación. Puede que hayan tenido problemas interpersonales, como por ejemplo la incapacidad
para encontrarse cómodos en la intimidad, o que sean susceptibles a un estado de ánimo de decaído, que no son capaces de eliminar. La infelicidad crónica y la incapacidad para
sentirse confiado y seguro pueden impulsarles a buscar ayuda. Estas personas comienzan el tratamiento con una gran
motivación, pero a medida que avanza la terapia sus pautas
persistentes de conducta inadaptada pueden generar grandes
resistencias, con las que deberá enfrentarse el terapeuta. Por
ejemplo, un paciente narcisista que anticipa los elogios y la
admiración por parte de su terapeuta puede quedar desencantado y mostrarse hostil cuando no llegan tales alabanzas.
Un último grupo de personas que comienza una terapia tienen problemas que podrían considerarse como relativamente normales. Esto es, parecen tener éxito, estabilidad
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económica, una familia que les acepta y les da cariño, y han
conseguido muchos de sus objetivos en la vida. Así pues comienzan una terapia no por una desesperación personal o
algún problema interpersonal, sino porque tienen la sensación de que no han vivido de acuerdo con sus propias expectativas, y que no han sido capaces de alcanzar su propio
potencial. Estas personas, dado que tienen problemas mucho más manejables que los demás, llegan a conseguir avances importantes en su desarrollo personal.
Sin embargo, la psicoterapia no sólo es adecuada para
personas con problemas tan claramente definidos, un elevado nivel de motivación, o con capacidad para percatarse de
sus propios problemas. La intervención psicoterapéutica
también se ha aplicado a una amplia variedad de problemas
crónicos. Incluso el paciente psicótico más gravemente trastornado puede beneficiarse de una relación terapéutica que
tenga en cuenta su nivel de funcionamiento y mantenga objetivos terapéuticos asequibles a sus capacidades actuales
(por ejemplo, véase Hogarty et al., 1997a; 1997b; Kendler,
1999).
Debe quedar claro que no existe un paciente «típico»
ni, como tendremos ocasión de comprobar, una terapia
«modelo». Ningún tipo de terapia actual se puede aplicar
por igual a todo el mundo, y cualquier terapia estándar puede arrogarse cierto nivel de éxito. La mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que ciertas variables características de los pacientes, como la motivación o la gravedad del
problema, son muy importantes para determinar el resultado de la terapia (Garfield 1994; Lambert y Bergin, 1994;
Rounsaville, Weisman, y Prusoff, 1981). Como tendremos
ocasión de comprobar, cualquier terapia tendrá más éxito
cuando el terapeuta tiene en cuenta las características específicas de un paciente.
¿Quién proporciona los servicios
psicoterapéuticos?
Tradicionalmente miembros de diferentes profesiones han
ofrecido consejo y consuelo a personas con malestar emocional. Los médicos, además de ocuparse de los problemas
físicos de sus pacientes, con frecuencia se convierten también en consejeros emocionales. Muchos médicos han
aprendido a reconocer los problemas psicológicos de sus
pacientes, con el fin de poder remitirlos a psicólogos y psiquiatras.
Otro grupo profesional que trabajaba habitualmente
con problemas emocionales son los clérigos. Un pastor, un
sacerdote o un rabino, suele ser el primer profesional al que
acude una persona con una crisis emocional. Si bien es cierto que algunos clérigos tienen una formación específica en
salud mental, la mayoría están obligados a limitar su asesoramiento al ámbito religioso y espiritual, y no deberían intentar proporcionar psicoterapia. Lo más oportuno, igual
que hacen los médicos de familia, es aprender a reconocer
Una visión general del tratamiento
aquellos problemas que requieren un tratamiento profesional, con el fin de remitir a las personas que los padecen a los
especialistas en salud mental.
Los tres tipos de profesionales de la salud mental que
suelen brindar tratamiento psicológico son los psicólogos
clínicos, los psiquiatras y los trabajadores de psiquiatría social. En el Capítulo 1 hicimos una breve descripción de estos profesionales (véase El mundo que nos rodea 1.3 de la página 10). Además de psicoterapia, la cualificación de los
psiquiatras les permite prescribir fármacos psicoactivos y
administrar otros tipos de tratamiento médico, como puede ser la terapia electro-convulsiva.
En una clínica o un hospital (al contrario de una consulta privada) es posible utilizar una amplia gama de procedimientos médicos, psicológicos y sociales. Esta gama abarca desde los fármacos y la psicoterapia de grupo, hasta
visitas en la casa, en la escuela o en el trabajo, que intentan
modificar las condiciones adversas de la vida de un cliente
—por ejemplo, ayudando al profesor a comportarse de manera más comprensiva con las necesidades de un niño—.
Con frecuencia eso resulta tan trascendental como el tratamiento directamente dirigido a la modificación de la conducta o la personalidad del paciente.
La voluntad de utilizar diversos procedimientos se
pone de manifiesto en la frecuente utilización de equipos de
trabajo para la evaluación, el tratamiento, y sobre todo en
los tratamientos de grupo y en los contextos institucionales.
Dicha estrategia implica de manera ideal el esfuerzo coordinado de médicos, psicólogos, trabajadores sociales y otros
profesionales de la salud mental. También resulta de una
importancia cardinal la práctica actual de proporcionar el
tratamiento en el ámbito de la comunidad. En vez de considerar el desajuste como una desdicha privada, lo que no
hace tanto tiempo garantizaba el confinamiento en un hospital mental lo más lejano posible, dicha estrategia integra
los recursos de la familia y la comunidad en el proceso de
tratamiento.
La relación terapéutica
La relación terapéutica proviene de lo que tanto el cliente
como el terapeuta aportan a la situación. El resultado de la
psicoterapia depende normalmente de si el cliente y el terapeuta han sido capaces de conseguir una alianza de trabajo
productivo (Horvath y Greenberg, 1994; Krupnick et al.,
1996). La principal contribución del paciente es su motivación. Los pacientes que se comportan de manera pesimista
sobre su probabilidad de recuperarse, o que son ambivalentes
respecto a su disposición a afrontar sus problemas, responden peor al tratamiento (por ejemplo, Mussell et al., 2000).
LA ALIANZA TERAPÉUTICA.
El establecimiento de
una eficaz «alianza de trabajo» entre el paciente y el terapeuta, se considera esencial para el éxito del tratamiento.
CAPÍTULO 17
Terapia
Nuestra propia experiencia confirma esa observación, que
coincide con la literatura de investigación. El avance de los
pacientes en su tratamiento está estrechamente relacionado
con la firmeza de dicha alianza (Barber et al., 2000; Martin
et al., 2000). En un sentido muy real, la relación con el terapeuta resulta terapéutica por derecho propio.
Si bien las definiciones pueden variar, sus elementos
clave son (1) una sensación de estar trabajando cooperativamente, (2) un acuerdo entre paciente y terapeuta respecto a los objetivos y a los pasos que seguirá la terapia, y (3) un
vínculo afectivo entre ambos (véase Constantino et al.,
2001; Martín et al., 2000). También es importante una comunicación abierta. No cabe duda de que esto se ve facilitado por las experiencias compartidas. A veces pueden ocurrir malentendidos, como ilustra el siguiente caso.
La señora Corrales
La señora Corrales, una portorriqueña de setenta años, llegó a la clínica de salud mental remitida por el sacerdote de su parroquia. La señora Corrales no tenía amigos en su barrio.
Había emigrado de Puerto Rico ocho años antes,
para vivir con sus dos hijos y con una hija
ESTUDIO
de cuarenta y cinco años soltera y con un retraDE UN
so mental leve. Dos años atrás sus hijos se haCASO
bían mudado a una ciudad cercana en busca de
un trabajo mejor. La señora Corrales vivía con
su hija, que no hablaba inglés ni tampoco tenía trabajo. Entre otras
preguntas, la terapeuta latinoamericana le preguntó si la pérdida de
peso se debía a una pérdida de apetito, a lo que la señora respondió
sarcásticamente «¡No, he perdido los dientes, no el apetito! ¡Eso es
lo que más me fastidia!». En efecto, a la señora Corrales apenas le
quedaban dientes en la boca. Aparentemente, sus conversaciones
con el sacerdote (un norteamericano que había aprendido a hablar
español durante su estancia en una misión de Latinoamérica, y que
era sensible al quebranto que suponía la emigración), se había centrado sobre los perjuicios emocionales que la señora pudiera haber
sufrido debido al distanciamiento de sus hijos. El sacerdote creía
que esa era la causa de su «depresión ansiosa». Aunque bienintencionado, se había equivocado en los aspectos prácticos. La señora
Corrales no tenía seguro dental, y por lo tanto no había podido costearse una dentadura nueva (adaptado de Falicov, 1998, p. 255).
OTROS ASPECTOS QUE MEJORAN EL EFECTO DE
LA TERAPIA. Como ya se ha dicho, la motivación del
paciente para cambiar resulta un elemento crucial para determinar la calidad de la alianza terapéutica, y por ende el
nivel de éxito de la terapia. Un clínico astuto debe ser cauteloso antes de aceptar a un paciente poco motivado. No todos los pacientes están preparados para sufrir las incomodidades temporales que puede suponer una terapia. Como ya
se ha mencionado anteriormente, muchos hombres se re-
sisten a aceptar las condiciones que impone una buena terapia, como puede ser la necesidad de informar de sus más
íntimos sentimientos (Real, 1997; Shay, 1996).
Casi tan importante como la motivación son las expectativas de éxito del paciente. Frecuentemente estas expectativas son suficientes por sí mismas para conseguir una mejoría importante (Fisher y Greenberg, 1997a; Frank, 1978;
Lambert et al., 1986); esto puede deberse a que los pacientes que confían en la eficacia de la terapia se implican más y
mejor en el proceso (Meyer et al., 2002). De la misma manera que muchas veces un placebo es suficiente para reducir el dolor de una persona que piensa que está tomando
una medicina, también quien espera que la terapia sea efectiva probablemente se beneficiará de cualquier método terapéutico que se utilice. La otra cara de la moneda es que si
el terapeuta no es capaz de inspirar confianza a su paciente,
comprometerá también la eficacia del tratamiento.
Un terapeuta suele intentar que los individuos lleguen
a concebirse a sí mismos y a la situación en la que viven de
una manera más objetiva, esto es, que adopten una perspectiva diferente. Además, la mayoría de las situaciones terapéuticas también ofrecen un entorno protector, en el que
el paciente puede practicar nuevas formas de sentir y actuar, lo que le permitirá desarrollar gradualmente tanto el
coraje como la habilidad necesarios, para actuar de manera
más eficaz y satisfactoria.
Para conseguirlo, el terapeuta debe ser capaz de conseguir que su paciente deje de realizar conductas poco funcionales, y que las sustituya por otras más apropiadas. Ni
que decir tiene que debe ser lo suficientemente flexible
como para recurrir a diversos estilos de interacción. Una terapia eficaz dependerá, al menos en parte, de que se produzca una buena química entre paciente y terapeuta (Talley
et al., 1990). Así pues, la propia personalidad del terapeuta
constituye necesariamente un factor de cierta importancia
para determinar el resultado de la terapia, al margen de su
formación profesional o del tratamiento que adopte (Beutler et al., 1994; Blatt et al., 1996a; Lambert, 1989). Por
ejemplo, un terapeuta que de manera inadvertida pero
constante se encarga de resolver los problemas de sus pacientes, tendrá dificultades considerables cuando intente
trabajar con personas con un trastorno de personalidad dependiente, que muestran una escasa autonomía personal.
REVISIÓN
• ¿Qué profesionales son los más capacitados
para ofrecer ayuda a las personas con un
malestar psicológico? ¿En qué tipo de
situación tiene lugar el tratamiento?
• ¿Qué factores son determinantes para la
eficacia de la terapia?
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MEDIR EL ÉXITO
DE LA PSICOTERAPIA
Evaluar el éxito de un tratamiento no siempre es tan fácil
como puede pensarse. La estimación de la mejoría de un
paciente suele depender de alguna de las siguientes fuentes
de información: (1) la impresión subjetiva de que se ha
producido un cambio, (2) el reconocimiento por parte del
paciente de que se ha producido un cambio, (3) los informes procedentes de la familia o amigos del paciente, (4) la
comparación de puntuaciones anteriores y posteriores al
tratamiento, en una serie de tests de personalidad o de
otros instrumentos diseñados para medir facetas relevantes
del funcionamiento psicológico, y (5) medidas del cambio
en una serie de conductas explícitas. Por desgracia, cada
una de esas fuentes de confirmación tiene sus limitaciones
específicas.
Un terapeuta probablemente no sea el más indicado
para juzgar el progreso de un paciente, debido a que al fin y
al cabo no es más que un ser humano que tiende a resaltar
sus aciertos y a olvidar sus errores. Por otra parte, lo más
probable es que el terapeuta sólo disponga de una muestra
muy reducida de conductas (las que exhibe el paciente durante la terapia), a partir de las que hacer su evaluación del
cambio. De hecho, a veces los terapeutas pueden llegar a inflar las tasas de éxito, al aconsejar a los pacientes más recalcitrantes abandonar el tratamiento. El problema de los
abandonos suele complicar las investigaciones sobre la eficacia de un tratamiento. ¿Habría que excluir a estos pacientes de los análisis? Al fin y al cabo, apenas han recibido tratamiento. ¿O por el contrario hay que incluirlos y
contabilizarlos como un fracaso de la terapia? Estas cuestiones están en el núcleo de gran parte de los debates sobre la
evaluación de la eficacia de los tratamientos.
Por otra parte, un paciente no es necesariamente una
fuente fiable de información sobre el resultado de la terapia.
No sólo es posible que piense interesadamente que está mejorando, sino que puede hacerlo también para agradar al terapeuta. Además, ya que muchas veces la terapia requiere
una gran cantidad de tiempo, dinero y molestias emocionales, la mera idea de pensar que resulta infructuosa resulta disonante. También la familia y los amigos pueden mostrarse
inclinados a «ver» mejorías que están deseando percibir, si
bien suelen mostrarse más realistas que el paciente e incluso
el terapeuta, en la evaluación del tratamiento.
A veces se ha recurrido a una evaluación por un observador independiente, que puede resultar más objetiva que
las que puedan realizar tanto el paciente como el terapeuta.
Otra medida objetiva que suele utilizarse son los tests psicológicos. Lo que suele hacerse es pedir al paciente que realice
una batería de tests antes y después de la terapia, de manera
que se asume que cualquier eventual diferencia se deberá a la
terapia. Sin embargo, es posible que algunos de los cambios
Medir el éxito de la psicoterapia
sean en realidad un artefacto, como ocurre con la regresión
hacia la media (Speer, 1992), un efecto según el cual las puntuaciones extremas que se miden de manera repetida tienden a aproximarse a la media de su propia distribución, lo
que da la falsa impresión de que se está produciendo un
cambio real. Además, también es posible que los tests seleccionados se orienten de manera especial hacia las predicciones teóricas del terapeuta o el investigador. Se trata de herramientas que no son necesariamente predictores válidos del
cambio que procede de la terapia. Y sin una evaluación de
seguimiento, proporcionan muy poca información sobre la
duración futura de cualquier tipo de cambio obtenido.
Objetivar y cuantificar el cambio
Ciertos términos como recuperación, una importante mejoría o una mejoría moderada, que se usaban con tanta frecuencia en el pasado, están abiertos sin embargo a considerables diferencias de interpretación. En la actualidad
tienden a utilizarse métodos más cuantitativos para medir
el cambio. Por ejemplo, el Inventario De Depresión de Beck
(una medida de auto-informe de la depresión) y la Escala
de Hamilton de la Depresión (un conjunto de escalas que se
utilizan para medir la misma cosa), se están convirtiendo
casi en una herramienta estándar para la evaluación anterior y posterior al tratamiento de la depresión. Ciertos cambios en una serie de conductas específicas que se controlan
de manera sistemática, como puede ser la cantidad de veces
que un paciente obsesionado con la suciedad se lava las manos, suelen constituir medidas muy válidas del resultado
del tratamiento. Este tipo de técnicas, que incluyen el autocontrol por parte del paciente, se utilizan de manera muy
eficaz, sobre todo por parte de los terapeutas que siguen un
modelo conductual o cognitivo-conductual. Sin embargo,
incluso en el mejor de los casos siempre existe la posibilidad
de que la mejoría pueda atribuirse al tratamiento cuando
en realidad sea un efecto placebo, un cambio espontáneo, o
deba atribuirse a un cambio que pasa desapercibido en la
vida del paciente.
¿Se habría producido el cambio
de todas maneras?
En este contexto, resulta pertinente preguntarse qué le ocurre a personas con alteraciones que no siguen ningún tipo
de tratamiento. En vista de los múltiples tipos de ayuda
que puede recibir una persona, no resulta sorprendente que
muchas veces se experimente mejoría sin necesidad de recibir una intervención profesional. En este sentido resulta relevante la observación de que el tratamiento ofrecido por
un terapeuta no siempre obtiene mejores resultados que
ciertas terapias administradas por no profesionales (Christensen y Jacobson, 1994). Y lo que es más, ciertas formas de
psicopatología, como episodios maníacos o depresivos, o
trastornos psicóticos breves, muchas veces desaparecen,
CAPÍTULO 17
Terapia
tanto con tratamiento como sin él. En otros casos ocurre
que la mejoría se produce por razones inadvertidas.
Pero aunque es posible que muchas personas con trastornos emocionales puedan mejorar sin someterse a psicoterapia, sí es cierto que ésta puede acelerar esa mejoría, o
conseguir cambios en la conducta que no se producirían de
otra manera (Lambert y Bergin, 1994; Telch, 1981). La mayoría de los investigadores actuales estarían de acuerdo en
que la psicoterapia es más eficaz que no recibir tratamiento,
y de hecho todas las pruebas que hemos citado a lo largo de
este texto confirman esa idea. La probabilidad de que un
paciente se beneficie de un tratamiento psicológico es, de
manera general, impresionante (Lambert y Bergin, 1994).
De hecho, la mejoría parece estar en función del número de sesiones terapéuticas que se han recibido. La investigación sugiere que alrededor del cincuenta por ciento de los
pacientes ponen de manifiesto un cambio clínicamente significativo después de recibir veintiuna sesiones de terapia.
Tras cuarenta sesiones, alrededor del setenta y cinco por
ciento de los pacientes ha mejorado (Lambert et al., 2001).
En un cuestionario a gran escala realizado por la Unión de
Consumidores (véase Seligman, 1995, 1998), la duración de
la terapia resultó estar asociada con la mejoría experimentada por los pacientes. Sin embargo, el progreso no siempre
se produce de manera suave y lineal. Tang y sus colaboradores han demostrado que entre una y otra sesión puede producirse a veces una «mejoría súbita» (Tang y DeRubeis,
1999; Tang et al., 2002). Tales «saltos clínicos» parecen estar
provocados por cambios cognitivos o descubrimientos psicodinámicos que los pacientes experimentan en determinadas sesiones críticas.
¿Puede resultar perjudicial la terapia?
El resultado de la psicoterapia no siempre es neutro o positivo. Algunos pacientes pueden resultar perjudicados tras
su encuentro con el psicoterapeuta (Lambert y Bergin,
1994; Mays y Franks, 1985; Strupp et al., 1977). Según una
estimación, en el diez por ciento de los casos la terapia lo
único que hace es empeorar el estado del paciente (Lambert y Bergin, 1994).
Algunos de esos casos pueden ser explicados por rupturas de la alianza terapéutica, algo a lo que Binder y Strupp
(1997) denominan «procesos negativos», en los que paciente y terapeuta se embarcan en una espiral de antagonismo.
Otras veces puede deberse a la presencia casual de una serie
de factores (por ejemplo la incompatibilidad de la personalidad del terapeuta y del paciente). Nuestra impresión, que
viene apoyada por ciertas evidencias (Lambert, 1989; Lambert y Bergin, 1994), es que algunos terapeutas, probablemente debido a su propia personalidad, no se llevan bien
con cierto tipo de pacientes. A la vista de estos factores intangibles, proponemos como responsabilidad del terapeuta
(1) supervisar su propio trabajo con sus pacientes para in-
tentar descubrir este tipo de deficiencias, y (2) remitir a
otros terapeutas aquellos pacientes con quienes no se lleven
demasiado bien.
Un caso especial de perjuicio terapéutico es el problema del sexo entre terapeuta y paciente. Se trata de una conducta absolutamente contraria a la ética. Dado que la relación entre paciente y terapeuta suele ser muy intensa e
íntima, no resulta sorprendente que se produzca una atracción sexual. Lo doloroso es la frecuencia con la que esta
atracción se convierte en una conducta poco profesional
por parte del terapeuta, sobre todo ante el hecho de que casi
todos los expertos en la materia coinciden en que estas relaciones casi siempre destruyen a largo plazo el buen funcionamiento de un paciente (Pope et al., 1993). Por lo tanto,
cuando un paciente busca una terapia, debe tener la suficiente cautela como para elegir a un terapeuta de entre la
gran mayoría que siguen normas éticas profesionales.
REVISIÓN
• ¿Qué estrategias pueden utilizarse para
evaluar el éxito de un tratamiento? ¿Cuáles son
las ventajas y las limitaciones de esas
estrategias?
• ¿Las personas que reciben un tratamiento
psicológico muestran siempre beneficios
clínicos?
¿QUÉ ESTRATEGIAS
TERAPÉUTICAS DEBEN
UTILIZARSE?
Tratamientos validados empíricamente
Cuando una compañía farmacéutica desarrolla un nuevo
fármaco, es necesario que ésta obtenga la aprobación de la
Administración Federal Para Los Alimentos Y Los Fármacos, antes de que pueda venderse en el mercado. Esto significa, entre otras cosas, que es necesario demostrar empíricamente con sujetos humanos que dicho fármaco es eficaz
—esto es, que hace lo que se supone que hace—. Tales exámenes, que utilizan como sujetos a pacientes voluntarios a
quienes se ha informado del objetivo de la investigación, se
denominan ensayos clínicos aleatorios, o más sencillamente, ensayos de eficacia. Aunque esos ensayos pueden llegar a
ser muy complejos, el diseño básico consiste en una asignación aleatoria (por ejemplo, tirando una moneda al aire) de
la mitad de los pacientes a ese fármaco supuestamente «activo», y de la otra mitad a un placebo visualmente idéntico
pero fisiológicamente inactivo. Generalmente, ni el paciente ni la persona que administra la sustancia saben cuál de
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ellas está manejando; esa información está en manos de un
tercero. Este procedimiento, denominado doble ciego, está
diseñado para asegurarse de que las expectativas del paciente o de la persona que prescribe la fármaco no influyan en el
estudio. Tras un intervalo predeterminado de tratamiento,
se revela cuál es el estatus de cada grupo. Si los sujetos asignados a la fármaco activa han mejorado significativamente
su salud más que los sujetos asignados al grupo placebo, se
puede confiar en la eficacia de esa fármaco. Evidentemente,
es posible modificar ese mismo diseño para comparar la eficacia de dos o más fármacos, con la opción de añadir una
condición de placebo. Actualmente se realizan miles de tales estudios, generalmente en un contexto académico y médico, y financiados por la industria farmacéutica.
Los investigadores de la psicoterapia han intentado
aplicar este método de investigación a su propio campo de
trabajo, haciendo las modificaciones oportunas. Un motivo
constante de frustración al respecto es la dificultad para
confeccionar una condición placebo creíble. La mayor parte de las investigaciones suelen comparar dos o más terapias
pretendidamente «eficaces», o también utilizar un grupo de
control sin tratamiento («la lista de espera»), que se compara con el tratamiento. Otro problema es que incluso los terapeutas que tienen la misma orientación teórica suelen diferir significativamente en su manera de aplicar la terapia
(sin embargo, las pastillas con una misma composición
química no tienen este problema). Por lo tanto, para poner
a prueba una terapia determinada, resulta necesario desarrollar un manual de tratamiento que especifique exactamente cómo debe llevarse a cabo la terapia que se quiere
evaluar. A continuación se enseña ese procedimiento a los
terapeutas del ensayo de investigación, con el fin de asegurarse de que sus sesiones de terapia no se desvían significativamente del procedimiento descrito en el manual (por
ejemplo, véase Sanderson y Woody, 1995).
Cuando se utiliza esta terapia «de manual», los investigadores se sienten autorizados a ignorar cualquiera característica personal del terapeuta (como puede ser su carisma)
que pudiera modificar sutilmente el estilo o procedimiento
de la terapia. Sin embargo, no se trata de una omisión trivial. Existe abundante evidencia de que las características
personales de los terapeutas suponen factores importantes
del resultado terapéutico (por ejemplo, véase Beutler et al.,
1994; Blatt et al., 1996a; Lambert, 1989). Si bien este tipo de
terapia de manual surgió fundamentalmente para poder
normalizar tratamientos psicológicos con el fin de que se
ajustasen al paradigma del ensayo clínico aleatorio, hay
quien ha extendido su utilización hasta la práctica clínica
habitual, una vez que han probado su eficacia con un trastorno determinado (véase Wilson, 1998). Sin embargo, los
clínicos tienen opiniones muy diversas respecto a este tipo
de estrategia (Addis y Krasnow, 2000).
Los estudios sobre la eficacia de los tratamientos psicosociales son cada vez más frecuentes. Suelen centrarse en
¿Qué estrategias terapéuticas deben utilizarse?
pacientes que padecen una única enfermedad diagnosticada en el DSM-IV (suelen excluirse pacientes con un diagnóstico múltiple), y utilizan dos o más condiciones de tratamiento y de control (por ejemplo, la lista de espera),
donde al menos una de las condiciones de tratamiento tiene un carácter psicosocial (la otra podría ser algún tipo de
terapia biológica, como por ejemplo un fármaco determinado). Los sujetos se asignan aleatoriamente a cada una de
esas condiciones, cuyos efectos, en el caso de que los haya, se
evalúan de manera sistemática mediante una batería de instrumentos, que suele administrarse tanto antes como después del tratamiento.
Los estudios de la eficacia de diferentes procedimientos
de tratamiento psicosocial están considerados como la evaluación más rigurosa que tenemos para establecer que una
terapia determinada «funciona» con pacientes con un diagnóstico DSM-IV-TR dado. Los tratamientos que cumplen
este criterio, suelen describirse como «validados empíricamente», y aparecen en ciertas listas de publicación periódica (por ejemplo, Chambless et al., 1998; Nathan y Gorman,
1998; Roth y Fonagy, 1996). Obsérvese, sin embargo, que se
trata de aplicar una terapia específica a un trastorno muy
concreto, intentando mantener el paralelismo con un fármaco muy específica para una enfermedad concreta. Pero
esto puede terminar creando problemas, tanto para los ensayos con fármacos como para los estudios de psicoterapia,
ya que excluye a un gran número de pacientes, lo que puede provocar que los resultados sólo puedan aplicarse a un
pequeño y muy limitado grupo de pacientes (véase Zimmerman et al., 2002). En los ensayos de tratamiento psicosocial, quedan fuera de la evaluación otras variables tales
como las características del paciente (véase Barber y Muenz,
1996) y las del terapeuta (véase Blatt et al., 1996a). Como ya
se ha señalado, existen abundantes pruebas de que por lo
que concierne a las terapias psicosociales, esto puede crear
omisiones trascendentales (Bergin y Garfield, 1994; Garfield, 1998; Huppert et al., 2001).
¿Medicación o psicoterapia?
La psico-farmacología moderna ha suscitado una gran disminución de la gravedad y duración de muchos tipos de
psicopatología, especialmente de las psicosis. Esto ha permitido ayudar a muchas personas que de otra manera hubieran tenido que ser hospitalizadas. También ha redundado en una rehabilitación más rápida de quienes estaban
hospitalizados, y en un aumento de la eficacia de los programas de mantenimiento; también ha convertido en obsoletas las camisas de fuerza y otros sistemas para limitar el
movimiento. En definitiva, las medicinas han generado un
clima mucho más agradable en el hospital, tanto para los
pacientes como para el personal sanitario.
No obstante, surgen una serie de dudas respecto a la
utilización de las fármacospsicoactivas. Por no contar el
CAPÍTULO 17
Terapia
problema de los posibles efectos secundarios, resulta complicado establecer una dosis eficaz para las necesidades de
cada paciente. A veces también es necesario modificar la
medicación durante el curso del tratamiento. Además, el
uso exclusivo de medicinas puede que no sea lo más idóneo
para algunos trastornos, ya que éstas no suelen curarlos.
Como han señalado muchos investigadores, lo que hacen
los fármacos es aliviar los síntomas mediante modificaciones bioquímicas, pero no ayudan al individuo a comprender y a modificar los factores personales o situaciones que
puedan estar reforzando sus conductas inadaptadas. De hecho, una vez que se elimina el fármaco, los pacientes suelen
recaer. Para muchos trastornos, y a menos que la medicación se tome de manera indefinida, la psicoterapia empíricamente validada puede ejercer beneficios más duraderos
que los fármacos.
Por otra parte, por lo que concierne a ciertos trastornos para los que se dispone de medicinas eficaces, el hecho
de no utilizarlas junto a un programa de tratamiento psicoterapéutico puede suponer problemas muy graves. Existe
un precedente judicial en el caso de Osherhoff contra Chestnut Lodge que ilustra perfectamente este aspecto (Klerman,
1990). Osheroff era un médico que tenía una depresión tan
grave que su familia lo ingresó en el hospital de Chestnut
Lodge, que en esa época tenía una orientación terapéutica
eminentemente psicoanalítica. El paciente por tanto recibía
un tratamiento psicoanalítico intensivo cuatro veces a la semana, pero ninguna medicación.
Tras varios meses de tratamiento, la familia del médico
empezó a preocuparse por la falta de progresos. Había perdido dieciocho kilos, sufría graves alteraciones del sueño y
tenía una agitación psicomotriz tan fuerte que sus pies estaban hinchados y llenos de ampollas de tanto ir y venir. La familia pidió que se evaluara de nuevo su caso, pero el equipo
médico decidió continuar con el mismo programa de tratamiento. Cuando la enfermedad del doctor Osherhoff siguió
agravándose, su familia lo sacó de ese hospital y lo ingresó en
otro, donde se le trató con una combinación de antidepresivos tricíclicos y fenotiacinas. El paciente mejoró rápidamente y fue dado de alta tres meses después. Posteriormente demandó a Chestnut Lodge por no haber administrado el
tratamiento adecuado, un error que le había hecho perder
un año de trabajo. Las fases preliminares del juicio apuntaban a una sentencia favorable al demandante, pero el caso
fue resuelto fuera del tribunal antes de que se celebrase el
juicio. Se trata de un caso que recoge una serie de temas
complejos. Sin embargo sirve como recordatorio de que los
terapeutas deben estar abiertos a utilizar aquellas medicinas
cuya eficacia esté perfectamente demostrada.
Tratamientos combinados
En el pasado se creía que la psicología y las medicinas eran
estrategias incompatibles, por lo que no podían utilizarse
conjuntamente (véase Gabbard y Kay, 2001). Sin embargo,
muchos trastornos se tratan ya habitualmente en la práctica clínica mediante una combinación de fármacosy psicoterapia. Una encuesta indica que el cincuenta y cinco por
ciento de los pacientes recibe medicinas y psicoterapia en su
tratamiento (Pincus et al., 1999). Esta estrategia integradora supone un excelente ejemplo de la perspectiva biopsicosocial, que describe perfectamente la perspectiva contemporánea sobre el tratamiento de los trastornos mentales, y
que es la que hemos intentado reflejar en este libro.
Las medicinas pueden combinarse con una amplia
gama de terapias psicológicas. En algunos casos, pueden
ayudar a los pacientes a beneficiarse más profundamente de
la psicoterapia, y pueden servir para disminuir conductas
incompatibles con la terapia. En otros casos, puede que
convenga utilizar la psicoterapia con la familia del paciente,
como ocurre por ejemplo en la intervención psicosocial
con la familia de esquizofrénicos, orientada a disminuir la
expresión emocional de los familiares para reducir las tasas
de recaída de los pacientes (véase el Capítulo 14). En general, hay razones para mostrarse optimistas respecto a la
combinación de fármacos y terapia psicosocial, especialmente con los trastornos más graves como la esquizofrenia
y el trastorno bipolar, aunque generalmente en estos casos
la psicoterapia no puede empezar a utilizarse hasta que
haya empezado a remitir el episodio psicótico. Los propios
pacientes valoran de manera especial la integración de ambas estrategias. A continuación reproducimos la descripción de un paciente con trastorno bipolar, y que también
parece ser un importante científico clínico, que destaca su
necesidad de medicación y psicoterapia.
Medicinas y psicoterapia
Llegados a este momento de mi vida, no puedo imaginar una vida normal sin necesidad de
tomar litio y de seguir una psicoterapia. El litio impide que se presenten mis seductoras
pero desastrosas subidas, y disminuye también mi depresión, limpia por completo las teESTUDIO larañas de mi desordenado pensamiento, me
DE UN
baja el ritmo, me hace más apacible, impide
que tire por la borda mi carrera y mis amistaCASO
des, me mantiene lejos del hospital, viva, y
permite que pueda seguir una psicoterapia. Pero de manera inefable, la psicoterapia cura. Impone algún sentido a mi confusión, refrena mis pensamientos y sentimientos terroríficos, me ofrece
cierto control y esperanza, y posibilidades de aprender de ello. Las
pastillas no son capaces en absoluto de transportarme a la realidad. La psicoterapia supone un santuario; es un campo de batalla;
es un lugar donde he estado psicótica, neurótica, alegre, confusa y
desesperada más allá de lo imaginable. Pero siempre es el sitio
donde he creído —o aprendido a creer— que algún día podré ser capaz de enfrentarme con todo eso.
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Ninguna pastilla puede ayudarme a afrontar el problema de no
querer tomar pastillas; de manera similar ninguna psicoterapia puede impedir mis manías y depresiones. Las necesito a las dos. (De la
autobiografía de Kay Jamison, An Unquiet Mind, 1995, pp. 88-89).
Además de que los pacientes se benefician de estos tratamientos combinados, la investigación sugiere que también
hay beneficios clínicos, especialmente para los pacientes con
trastornos más graves (véase Gabbard y Key, 2001). Por ejemplo, Keller y sus colaboradores (2000) compararon la evolución de quinientos diecinueve pacientes con depresión que
habían sido tratados con un antidepresivo (nefazodone), con
psicoterapia (cognitivo-conductual), o con una combinación
de ambos. En la condición de sólo medicina, el cincuent y cinco por ciento de los pacientes evolucionó adecuadamente. En
la condición de sólo psicoterapia, el cincuenta y dos por ciento de los pacientes respondió al tratamiento. Sin embargo, los
pacientes que habían recibido una combinación de ambos
tratamientos evolucionaron todavía mejor, con una tasa de
respuesta positiva del ochenta y cinco por ciento. Estos resultados son paralelos a los de Thase et al., (1997), quienes realizaron un análisis a gran escala de tratamientos exclusivos o
combinados para pacientes con depresión, y encontraron que
la combinación de medicación y psicoterapia resultaba especialmente beneficiosa para los pacientes con depresiones más
graves y recurrentes. Se han encontrado ventajas clínicas similares para la combinación de una terapia cognitivo-conductual y medicinas, para el tratamiento del trastorno de pánico
(Barlow et al., 2000), si bien en este estudio los beneficios a
largo plazo de la terapia cognitivo-conductual fueron algo
más reducidos para los pacientes en la condición de la combinación de tratamientos. Es posible que la eficacia del tratamiento combinado se deba a que ambas estrategias se dirigen
a síntomas distintos, y actúan a un ritmo diferente. Como han
observado Hollon y Fawcett (1995) tras una revisión de la literatura, «La farmacoterapia parece proporcionar un alivio
rápido del malestar agudo, mientras que la psicoterapia parece promover un cambio amplio y duradero, de manera que la
combinación de ambos tratamientos retiene los beneficios específicos de cada uno de ellos» (p. 1232).
REVISIÓN
• ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de
utilizar una terapia «de manual»?
• ¿Qué significa describir un tratamiento como
«validado empíricamente»?
• ¿Por qué cada vez es más frecuente la
integración de las medicinas y la psicoterapia
en la práctica clínica?
Estrategias farmacológicas de tratamiento
ESTRATEGIAS
FARMACOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
El campo de la psico-farmacología se caracteriza por un progreso muy rápido y excitante. Los avances revolucionarios se
producen de manera constante, lo que se traduce en una auténtica esperanza para los pacientes a los que no hace mucho
se consideraba intratables. En los siguientes apartados vamos a describir algunos de los principales tipos de medicinas
que suelen utilizarse ante diversos trastornos mentales, y veremos también algunas estrategias de tratamiento (como la
terapia electro-convulsiva) que se utilizan cada vez menos,
aunque resultan muy eficaces sobre todo con aquellos pacientes que no responden bien a otros tratamientos.
Se trata de fármacos que suelen recibir el nombre de
psicoactivas (literalmente, «que alteran la mente»), lo que
indica que sus principales efectos se producen sobre el cerebro. A medida que vayamos examinando esas medicinas, es
importante recordar que las personas difieren en la rapidez
con la que metabolizan fármacos, esto es, en la rapidez con
que su cuerpo descompone el fármaco una vez que se ha ingerido. Por ejemplo, muchos afro-americanos metabolizan
los antidepresivos y los antipsicóticos con más lentitud que
los blancos. Esto quiere decir que algunas veces quizá muestren una respuesta más rápida y amplia a esas medicinas,
pero que también sufren con más intensidad sus efectos secundarios (véase U.S. Departament of Heath and Human
Services, 2001, p. 67). Por lo tanto resulta esencial determinar adecuadamente la dosis correcta, ya que una cantidad
escasa puede resultar ineficaz, mientras que una cantidad
excesiva puede ser tóxica, dependiendo de las características del individuo.
Fármacos antipsicóticos
Como su propio nombre indica, los fármacos antipsicóticos se utilizan para tratar trastornos psicóticos, tales como
la esquizofrenia y los trastornos de ánimo con síntomas psicótipos. Usted ya ha podido encontrar información sobre
esas medicinas en el Capítulo 14. El beneficio terapéutico
más importante de los antipsicóticos radica en que son capaces de aliviar o reducir la intensidad de las ideas delirantes y las alucinaciones, al bloquear los receptores de la dopamina. La Tabla 17.1 enumera algunos de los fármacos
neurolépticos más frecuentemente utilizadas, así como información adicional sobre las dosis y la vida media de cada
uno. La vida media es el tiempo que tarda el nivel de actividad del fármaco en el cuerpo en quedar reducido a la mitad
(a causa de la metabolización y la excreción). Las ventajas
que tiene un fármaco con una larga vida media es que requiere menos dosis, hay menos variación en la concentración de fármaco en el plasma sanguíneo, y en consecuencia
una abstinencia menos fuerte. Las desventajas consisten en
CAPÍTULO 17
Tabla 17.1
Terapia
Fármacos antipsicóticas más frecuentemente prescritas
Tipo
de fármaco
Nombre
genérico
Nombre
comercial
Dosis (mg)
(horas)
Vida
media
Atípicos
clozapina
Leponex
300-900
5-16
risperidona
Risperdal
1-8
20-24
olanzapina
Zyprexa
5-20
21-54
quetiapina
Seroquel
100-750
6-7
ziprasidona
Zeldox
80-160
6.6
aripiprazol
Abilify
15-30
75
clorpromazina
Largactil
75-900
16-30
perfenazina
Decentan
12-64
9-21
molindone
Moban
50-200
6,5
thiothixene
Navane
15-60
34
trifluopeazina
Eskazine
6-40
13
haloperidol
Haloperidol
2-100
12-36
flufenazina
Modecate
2-20
13-58
Convencionales
Fuentes: Sadock & Sadock (2003), Buckley & Waddington (2001), y Bezchlibnyk-Butler & Jeffries (2003). Vademécum Internacional (2005).
el riesgo de que la fármaco se acumule el cuerpo, dando lugar a una sedación y un deterioro psicomotriz más elevados
durante el día.
Las investigaciones han demostrado que aproximadamente el sesenta por ciento de los pacientes con esquizofrenia que son tratados con medicinas antipsicóticas tradicionales experimentan una reducción de sus síntomas
positivos en un plazo de seis semanas, en comparación con
el veinte por ciento que experimentan esa reducción al ser
tratados con un placebo (véase Bradford et al., 2002). Estos
fármacos también resultan de gran utilidad para el tratamiento de otros trastornos que acarrean síntomas psicóticos, como puede ser la manía, la depresión psicótica y el
trastorno esquizoafectivo, y también se utilizan a veces para
el tratamiento de síntomas psicóticos transitorios, que pueden aparecer en personas con un trastorno de personalidad
limítrofe o un trastorno de personalidad esquizotípico (Koeningsberg et al., 2002). Por último, también son muy útiles
para el tratamiento del delirio y del síndrome de Tourette
(véase el Capítulo 15), y a veces se utilizan también para el
tratamiento de las ideas delirantes, las alucinaciones, la paranoia y la agitación que acompañan a la enfermedad de
Alzheimer (Gitlin, 1996).
Este tipo de medicaciones suelen administrarse a diario por vía oral. Sin embargo, algunos pacientes, y en especial los que tienen una esquizofrenia crónica, no son capa-
ces de recordar que tienen que tomar a diario su medicación, por lo que puede ser recomendable la administración
de neurolépticos inyectables y de larga duración. Los efectos de una inyección pueden durar hasta cuatro semanas, lo
que supone una enorme ventaja para los pacientes como el
del siguiente caso, que necesitaba tomar medicación pero
era incapaz de acordarse de ello.
Neurolépticos inyectables
Un varón de cuarenta y cinco años con una esquizofrenia crónica tenía un historial de ideas
delirantes y recurrentes de persecución, ideas
de referencia, así como alucinaciones auditivas de persecución. Generalmente acudía a su
ESTUDIO cita con el médico, pero sin embargo olvidaba
tomar su medicina antipsicótica. En conseDE UN
cuencia sufrió una recaída dos semanas desCASO
pués de haber dejado de tomar la medicina.
Mientras estaba en el hospital una dosis de
veinte miligramos diarios de hidroclorito de flufenazina (Modecate)
hacía que sus síntomas psicóticos disminuyeran. Dado que respondía bien a la medicación pero no colaboraba, su psiquiatra decidió
tratarlo con una inyección bisemanal de neurolépticos (adaptado de
Janowsky et al., 1987).
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Un efecto secundario muy problemático de las medicinas antipsicóticas convencionales como la clorpromacina
es la disquinesia tardía (véase el Capítulo 14). La disquinesia tardía es una anomalía del movimiento producida por
las medicinas antipsicóticas. El siguiente caso ilustra perfectamente el problema. Dado que tales efectos secundarios
son menos frecuentes con otras medicinas antipsicóticas
atípicas como la clozapina (Leponex) y la olanzapina (Zyprexa), son éstas las más utilizadas para el tratamiento clínico de la esquizofrenia. La clozapina también parece ser especialmente beneficiosa para pacientes psicóticos con un
elevado riesgo de suicidio (Meltzer et al., 2003).
Una discinesia tardía
Una mujer de sesenta y dos años con una esquizofrenia crónica que había estado ingresada durante veinte años en un hospital mental,
empieza a manifestar extraños movimientos
repetitivos de la boca, lengua, manos y pies.
Hace
muecas involuntarias con la boca, y de
ESTUDIO
vez en cuando saca la lengua. Flexiona los deDE UN
dos de manera repetida, y se balancea una y
CASO
otra vez. Los movimientos de sus manos y sus
pies parecen ser coreiformes (espasmódicos y
fluidos). La paciente tiene un historial de ideas delirantes paranoides y de alucinaciones, que habían comenzado veinticinco años antes. Durante los últimos dieciocho años ha estado tratándose con
fármacos antipsicóticos en dosis moderadas (adaptado de Janowsky et al., 1987).
Además de disminuir el riesgo de aparición de efectos
secundarios psicomotrices, los antipsicóticos atípicos como
la clozapina (Leponex), la risperidona (Risperdal), la olanzapina (Zyprexa), la quetiapina (Seroquel), la ziprasidona
(Zeldox) y el recientemente comercializado aripiprazol
(Abilify) suponen otras ventajas para el tratamiento. De manera específica, sirven para tratar de manera eficaz tanto los
síntomas positivos como los negativos de la esquizofrenia,
mientras que los neurolépticos tradicionales sólo ejercían su
efecto sobre los síntomas positivos. Esto implica un importante avance, aunque también tienen efectos secundarios,
entre los que se encuentra el aumento de peso y la diabetes
(Sernyak et al., 2002). Debe recordarse que un efecto secundario muy grave de la clozapina es una disminución que
puede llegar a ser mortal de las células blancas, que se denomina agranulocitosis, y que afecta a una proporción de entre
el 0,5 por ciento y el dos por ciento de los pacientes (Stahl,
2002). Por lo tanto, es necesario hacer un análisis de sangre
semanal durante los primeros seis meses de tratamiento, y
cada dos semanas durante el tiempo que dure la medicación.
Por esa razón, la clozapina sólo suele utilizarse cuando otras
medicinas han resultado ineficaces. En la actualidad los an-
Estrategias farmacológicas de tratamiento
tipsicóticos atípicos que hemos enumerado más arriba están
considerados (con la excepción de la clozapina) como el tratamiento preferente para la psicosis, mientras que la clozapina y los antipsicóticos convencionales (como el Haloperidol) suelen considerarse terapia de segunda línea.
Fármacos antidepresivos
INHIBIDORES SELECTIVOS DE LA RECAPTACIÓN DE
LA SEROTONINA. Igual que ocurre con las medicinas
antipsicóticas, los primeros fármacos que se descubrieron
(denominadas antidepresivos clásicos, como los inhibidores de la monoaminoóxidasa y los antidepresivos tricíclicos), han sido sustituidos por tratamientos de «segunda generación» como los inhibidores selectivos de la recaptación
de la serotonina (ISRS). El primer ISRS que se comercializó
en los Estados Unidos fue la fluoxetina (Prozac) en 1988. En
la actualidad se trata del antidepresivo más prescrito en
todo el mundo (Sadock y Sadock, 2003). Sus primos farmacológicos son la sertralina (Besitran) y la paroxetina (Seroxat). Algunos recién llegados a la familia de las ISRS son la
fluvoxamina (Dumirox), que se utiliza para el tratamiento
del trastorno obsesivo-compulsivo; el citalopram (Seropram) y el escitalopram (Lexapro), que se puede comprar
desde 2002. La Tabla 17.2 de la página 574 enumera algunos
de los antidepresivos más utilizados.
Las ISRS no tienen ninguna relación química con los
antiguos antidepresivos tricíclicos y con los inhibidores de la
monoaminoóxidasa (véase el Capítulo 7). Sin embargo, la
mayoría de los antidepresivos actúan aumentando la cantidad de serotonina, de norepinefrina, o de ambas. Como su
propio nombre indica, los ISRS, al contrario de lo que ocurre con los tricíclicos (que inhiben la recaptación tanto de la
serotonina como de la norepinefrina), sólo inhiben la recaptación de la serotonina. Por esa razón se han convertido en
los fármacos antidepresivos preferidos, debido a que se les
considera relativamente «seguros»: son fáciles de utilizar, tienen pocos efectos secundarios, y además al contrario de lo
que ocurre con los tricíclicos, una sobredosis no suele ser fatal. Sin embargo, debe observarse que no son más efectivos
que los clásicos antidepresivos tricíclicos, sino que simplemente son más aceptables y mejor tolerados por la mayoría
de los pacientes. En muchos casos están empezando a ser utilizados por personas que no tienen depresión clínica, pero
que desean conseguir un «empujón farmacológico» (véase el
apartado El mundo que nos rodea 17.1 de la página 575).
Otro antidepresivo frecuentemente utilizado y perteneciente a esta familia de fármacos es la venlafaxina (Dobupal). Este fármaco bloquea la recaptación tanto de la norepinefrina como de la serotonina, y pertenece a una nueva
categoría de medicinas que se denominan Inhibidores De
La Recaptación De La Serotonina Y La Norepinefrina; véase
Stahl, 2000. Sus efectos secundarios se parecen a los ISRS, y
son relativamente seguros ante una sobredosis. Este fárma-
CAPÍTULO 17
Tabla de 17.2
Terapia
Fármacos antidepresivos frecuentemente prescritos
Tipo
de fármaco
Nombre
genérico
Nombre
comercial
Dosis (mg)
(horas)
Vida
media
SSRI
fluoxetine
Prozac
10–80
4–6 days
sertraline
Besitran
50–200
26
paroxetine
Seroxat
10–60
21
fluvoxamine
Luvox
50–300
15
citalopram
Seropram
10–60
33
escitalopram
Lexapro
10–20
27–32
venlafaxine
Tryptizol
75–375
3–13
reboxetine
Vestra
8–20
13
amitriptyline
Elavil
75–300
10–46
clomipramine
Anafranil
75–300
17–37
desipramine
Norpramin
75–300
12–76
doxepin
Sinequan
75–300
8–36
impiramine
Tofranil
75–300
4–34
nortriptyline
Martimil
40–200
13–88
trimipramine
Surmontil
75–300
7–30
phenelzine
Nardelzine
45–90
1.5–4
tranylcypromine
Parnate
20–60
2.4
isocarboxazid
Marplan
30–50
N/A
nefazodone
Serzone
100–600
2–5
trazodone
Deprax
150–600
4–9
mirtazapine
Remeron
15–60
20–40
bupropion
Wellbutrin
225–450
10–14
SNRI
Tricyclic
MAOI
Atypical
Fuentes: Sadock & Sadock (2003), Buckley & Waddington (2001), y Bezchlibnyk-Butler & Jeffries (2003). Vademécum Internacional (2005).
co ayuda a un importante número de pacientes que no responden bien a otros antidepresivos, y parece ser más eficaz
que las ISRS para el tratamiento de la depresión mayor grave (Thase et al., 2001).
Los ensayos clínicos con las ISRS demuestran que los
pacientes tienden a mejorar después de entre tres y cinco
semanas de tratamiento. Se considera que los pacientes responden positivamente cuando mejoran en al menos un
cincuenta por ciento de sus síntomas (véase la Figura 17.1).
No obstante, aunque se encuentran bastante mejor, estos
pacientes no están completamente recuperados. Cuando el
tratamiento elimina todos los síntomas, se considera que el
paciente se encuentra en un periodo de en remisión (véase
la Figura 17.2). Si esta remisión se mantiene durante un periodo de entre seis y doce meses o más, se considera que el
paciente se ha recuperado. O dicho de otra manera, vuelve
a encontrarse completamente sano.
Los efectos secundarios de los ISRS incluyen náuseas,
diarrea, nerviosismo, insomnio, problemas sexuales, disminución del deseo sexual y dificultades con el orgasmo (Gitlin, 1996; Nemeroff y Schatzberg, 2002). Al contrario de lo
que se decía en los primeros informes (por ejemplo, Cole y
Bodkin, 1990; Papp y Gorman, 1990), el Prozac no está más
asociado con el suicidio que el resto de los antidepresivos
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Estrategias farmacológicas de tratamiento
EL MUNDO QUE NOS RODEA
.
¿Vivir mejor gracias a la química?
El fármaco Prozac y otros farmacológicamente similares
a él (como el Besitran y el Seroxat) son algunos de los
fármacos más frecuentemente prescritos por los
médicos. Aunque originariamente aparecieron para el
tratamiento de trastornos relativamente graves del
estado de ánimo, en la actualidad se prescriben
generosamente incluso por médicos de medicina
general, para hacer más llevaderas la enfermedad de sus
pacientes, o incluso para quienes simplemente se
sienten bajos de moral. En este sentido han venido a
ocupar el espacio que tenían las benzodiacepinas
(fármacos ansiolíticos como el Valium) durante la
década de los 70 y de los 80. El mensaje parece ser que
muchas personas se sienten «mejor» cuando disponen
de más serotonina en las sinapsis neuronales de su
cerebro.
¿Pero en qué consiste exactamente «sentirse
mejor»? En su popular libro Listening to Prozac, el
psiquiatra Peter Kramer argumenta que esta sustancia
hace algo más que aminorar el estado depresivo; en
muchos casos transforma la personalidad, generalmente
de una manera muy positiva y que fomenta la autoestima.
Kramer describe casos en los que la gente dice estar
funcionando muchísimo mejor de lo que lo hacían antes
de su depresión —literalmente, «mejor que bien»— o haber
(Gitlin, 1996). Dado que tiene menos efectos secundarios y
es más seguro y más fácil de utilizar, durante los últimos
años ha aumentado considerablemente la prescripción de
este antidepresivo.
Estado
de ánimo
normal
descubierto, mientras tomaban la fármaco, un
«auténtico» yo diferente y más satisfactorio del anterior.
A la vista de estos efectos sobre el bienestar subjetivo,
no resulta extraño que muchas veces los pacientes no
quieran dejar de tomar el fármaco. De hecho, ese aspecto
es una reminiscencia de los graves problemas que tiene el
uso excesivo de las benzodiacepinas.
Kramer sugiere que la persona que está tomando
Prozac experimenta una disminución de la sensibilidad
ante la desaprobación, las críticas y el rechazo por parte
de los demás. Evidentemente se trata de efectos muy
beneficiosos para la mayoría de la gente, y no sólo para
quienes sufren una depresión mayor. El autor aborda con
franqueza las cuestiones que plantea disponer de un
fármaco que no sólo parece servir para aliviar un
trastorno clínico, sino que también, para muchas
personas, altera su personalidad generalmente en una
dirección que encuentran favorable. De hecho, no cabe
duda de que Kramer tiene razón cuando dice que el
Prozac sólo es uno entre tantos fármacos «legales» que
tienen ese tipo de propiedades sobre la personalidad.
¿Hay que ofrecer esos fármacos sólo a las personas que
realmente las necesitan? ¿O estamos asistiendo al inicio
de una era de «psicofarmacología cosmética», en la que
las personas pueden llegar a poder elegir algunos
aspectos de su personalidad, tal y como ahora podemos
hacer con la forma de nuestra nariz?
INHIBIDORES DE LA MONOAMINOOXIDASA. Aunque en la actualidad se utilizan con menos frecuencia, fueron los primeros antidepresivos que aparecieron en la década de los 50. Este tipo de fármacos empezaron a estudiarse
Respuesta
50%
Depresión
Respuesta
Figura 17.1
Cuando el tratamiento de la depresión da lugar al menos a un cincuenta
por ciento de mejoría de los síntomas, recibe el nombre de respuesta.
Este tipo de pacientes se encuentran
mejor, pero no están completamente
bien.
Fuente: Tomado de Essential Psychopharmacology: Neuroscientific Basis and Practical
Applications, 2E, p. 143, de Stephen M. Stahl,
copyright © Cambridge University Press, 2000.
Reproducido con permiso de Cambridge
University Press.
CAPÍTULO 17
Terapia
Remisión
Estado
de ánimo
normal
100%
Recuperación
Figura 17.2
Cuando el tratamiento de la depresión
da lugar a la desaparición de la práctica totalidad de los síntomas, se denomina remisión para los primeros meses, y recuperación si los síntomas no
aparecen en un periodo de entre seis
y doce meses. Estos pacientes no sólo
están mejor, sino que están bien.
Fuente: Tomado de Essential Psychopharmacology:
Neuroscientific Basis and Practical Applications, 2E,
p. 143, de Stephen M. Stahl, copyright © Cambridge
University Press, 2000. Reproducido con permiso
de Cambridge University Press.
para el tratamiento de la tuberculosis, pero se encontró que
también elevaban el estado de ánimo de los pacientes (Gitlin, 1996). Más tarde se demostró su eficacia para el tratamiento de la depresión. Entre los inhibidores de la monoaminooxidasa se encuentran el isocarboxazid (Marplan),
fenelzina (Nardelzine), tranilcipromina (Partane), y selegilina (Eldepryl; véase el Capítulo 7). Estas sustancias inhiben la
actividad de la monoaminooxidasa, una encima que está
presente en la sinapsis y contribuye a descomponer las monoaminas (neurotransmisores como la serotonina y la norepinefrina) que han sido liberadas en la sinapsis. Los pacientes que están tomando inhibidores de la monoaminooxidasa
deben evitar los alimentos ricos en el aminoácido tiramina
(como puede ser el salami y el queso Stilton), lo cual supone
una importante limitación para su utilidad clínica. No obstante, se utilizan en ciertos casos de depresión atípica, que
están caracterizados por una hipersomnolencia y un exceso
de ingesta de alimentos, y que no responden bien a otros tipos de antidepresivos (Nemeroff y Schatzberg, 2002).
ANTIDEPRESIVOS TRICÍCLICOS. Los antidepresivos
tricíclicos inhiben la recaptación de la norepinefrina y (en
menor medida) de la serotonina, después de haber sido liberadas en el interior de la sinapsis. Su descubrimiento también se realizó por casualidad, ya que el primero de ellos —la
imipramina— se había estado estudiando como posible tratamiento para la esquizofrenia, pero se encontró que servía
para elevar el estado de ánimo. Tal como se describió en el
Capítulo 7, en la actualidad sabemos que la hipótesis de que
la acción de estos fármacos es aumentar la actividad de la norepinefrina resulta demasiado simplista. También sabemos
que cuando se toma este fármaco durante varias semanas, se
alteran otros aspectos del funcionamiento de las células,
como el funcionamiento de los receptores y la forma en que
Depresión
Aguda
6–12 semanas
Continuación
4–9 Meses
Mantenimiento
uno o más años
Tiempo
las células responden a la activación de los receptores y a la
síntesis de neurotransmisores. Dado que estas alteraciones
corren paralelas en el tiempo al efecto antidepresivo del fármaco, probablemente tal efecto tenga que ver con alguno de
esos cambios (véase la Figura 17.3).
OTROS ANTIDEPRESIVOS. La trazodona (Deprax) es
un antidepresivo que no resulta letal cuando se toma una
sobredosis. Inhibe de manera específica la recaptación de la
serotonina. Tiene fuertes propiedades sedantes que suponen una limitación respecto a su utilidad. A veces se utiliza
en combinación con los inhibidores de la recaptación de la
serotonina, y al tomarlos por la noche permiten compensar
el efecto activador de estos últimos. En algunos casos poco
frecuentes, pueden producir en los hombres un problema
que se denomina priapismo, que consiste en una erección
muy prolongada en ausencia de estimulación sexual (Nemeroff y Schatzberg, 2002).
El bupropion (Wellbrutrin)* es un antidepresivo que
no está relacionado estructuralmente con otros antidepresivos. No bloquea la recaptación de la serotonina ni de la
norepinefrina, pero parece aumentar la función noradrenérgica mediante otros mecanismos (Gitlin, 1996). Una
ventaja técnica del bupropión es que, al contrario de algunos inhibidores de la recaptación de la serotonina, no disminuye el funcionamiento sexual (Nemeroff y Schatzberg,
2002). (N del T.: en España se comercializa con el nombre
de Zyntabac, y se utiliza para la deshabituación del tabaco).
La nefazadona (Rulivan) está relacionado estructuralmente con la trazodona. Inhibe la recaptación de la serotonina y la norepinefrina, y tiene otros efectos añadidos sobre
la serotonina. Una de las principales ventajas de esta sustancia es que en comparación con los inhibidores de la recaptación de la serotonina, no disminuye la respuesta sexual ni
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Antidepresivo tricíclico
que bloque la recaptación
Estrategias farmacológicas de tratamiento
Vacío
sináptico
Huecos
receptores
Neurona
presináptica
Neurona post
sináptica
Figura 17.3
ANTIDEPRESIVOS TRICÍCLICOS
Y BLOQUEADORES DE LA
RECAPTACIÓN.
Vesículas
sinápticas
Recaptación
Neurotransmisor
Adaptado de Gitlin, 1996, p.287
tampoco produce insomnio. Sin embargo, los pacientes que
toman esta medicación necesitan un control constante para
asegurarse de que la fármaco no está provocando daños en
el hígado.
Más recientemente ha aparecido la mirtazapina (Vastat). Este fármaco también facilita la neurotransmisión de
la serotonina y la norepinefrina. Uno de sus efectos secundarios es el aumento de peso. Sin embargo, su introducción
supone ampliar el abanico de opciones terapéuticas disponibles para los pacientes con depresión.
LA UTILIZACIÓN DE ANTIDEPRESIVOS PARA EL
TRATAMIENTO DE LOS TRASTORNOS DE ANSIEDAD, DE LA BULIMIA Y DE PERSONALIDAD. Junto
a su utilidad para el tratamiento de la depresión, los fármacos antidepresivos también se utilizan frecuentemente para
el tratamiento de otros trastornos. Como ya dijimos en el
Capítulo 6, los inhibidores de la recaptación de la serotonina se utilizan para el tratamiento del trastorno de pánico,
de la fobia social, y del trastorno de ansiedad generalizada,
así como para el trastorno obsesivo-compulsivo (Roy-Byrne y Cowley, 2002; Wolfe y Maser, 1994; Gitlin, 1996; Rauch
y Jenike, 1998). Sin embargo, algunas personas con trastorno de pánico pueden alterarse de manera significativa por
los efectos secundarios de estos fármacos, que producen algunos de los síntomas a los que estos pacientes son hipersensibles, por lo que es necesario detener inmediatamente
la medicación.
Los inhibidores de la recaptación de la serotonina y los
antidepresivos tricíclicos también se utilizan para el tratamiento de la bulimia (véase el Capítulo 9). Aunque no todos,
muchos estudios han demostrado que estos antidepresivos
son muy útiles para disminuir los atracones y las purgas (Gitlin, 1996; Wilson y Fairburn, 2002). Los pacientes con un
trastorno de personalidad de Tipo B, como puede ser el trastorno limíte de personalidad, pueden mostrar una disminu-
ción de ciertos síntomas cuando toman inhibidores de la recaptación de la serotonina, sobre todo una disminución de
la labilidad en su estado de ánimo (Rinne et al., 2002).
Fármacos ansiolíticos
BENZODIACEPINAS.
La categoría de fármacos antiansiedad (o ansiolíticos) más importante y más frecuentemente utilizados, son las benzodiacepinas. Hay otro tipo de
fármacos como los barbitúricos (por ejemplo, fenobarbitol), que apenas se usan actualmente excepto para controlar
ataques, o como anestésicos durante la terapia electro-convulsiva. Las primeras benzodiacepinas aparecieron a principios de la década de los 60. En la actualidad son los fármacos preferidos para el tratamiento de la ansiedad aguda. Se
absorben rápidamente en el intestino, y por lo tanto empiezan a actuar inmediatamente. En dosis bajas permiten calmar la ansiedad; en dosis altas actúan como inductores del
sueño, por lo que pueden utilizarse para el tratamiento del
insomnio. Sin embargo, un problema con las benzodiacepinas es que los pacientes pueden terminar dependiendo de
ellas tanto psicológica como físicamente (Gitlin, 1996; RoyByrne y Cowley, 2002). Por esa razón, es necesario reducir la
dosis gradualmente por el riesgo de síntomas de abstinencia. De hecho, las tasas de recaída una vez que se elimina la
medicina son extremadamente elevadas (Roy-Byrne y
Cowley, 2002). Por ejemplo, entre el sesenta y el ochenta
por ciento de los pacientes con trastorno de pánico recae en
una vez que dejan de tomar Trankimazin (McNally, 1994).
Entre las benzodiacepinas se encuentra el diazepam (Valium), el oxazepam, el clonacepam (Rivotril), el alprazolam
(Trankimazin) y el lorazepam (Orfidal). En la Tabla 17.3 de
la página 578 se muestra una lista más amplia medicaciones
ansiolíticas.
Se sabe que las benzodiacepinas y otras medicinas ansiolíticas similares actúan aumentando la actividad de los
CAPÍTULO 17
Tabla 17.3
Terapia
Fármacos antiansiedad frecuentemente prescritos
Tipo
de fármaco
Nombre
genérico
Nombre
comercial
Dosis (mg)
(horas)
Vida
media
Benzodiazepines
alprazolam
Trankimazin
0.5–10
9–20
clonazepam
Rivotril
1–6
19–60
diazepam
Valium
4–40
30–200
lorazepam
Orfidal
1–6
8–24
oxazepam
Serax
30–120
3–25
clorazepate
Tranxilium
15–60
120
chlordiazepoxide
Librium
10–150
28–100
buspirone
Buspar
5–30
1–11
Otros
Fuentes: Sadock & Sadock (2003), Buckley & Waddington (2001), y Bezchlibnyk-Butler & Jeffries (2003). Vademécum Internacional (2005).
receptores del ácido gamma-aminobutírico (Gitlin, 1996;
Roy-Byrne y Cowley, 2002). Esta sustancia es un neurotransmisor inhibitorio que desempeña un papel muy importante en la forma en que nuestro cerebro inhibe la ansiedad en situaciones estresantes. Las benzodiacepinas
parecen aumentar la actividad del ácido gamma-aminobutírico en ciertas zonas del cerebro que sabemos que están
implicadas en la ansiedad, tales como el sistema límbico.
La gama de aplicaciones de las fármacos antiansiedad
es muy amplia. Se utilizan en todo tipo de enfermedades en
las que participa de manera significativa la tensión y la ansiedad, lo que incluye trastornos de ansiedad y psicofisiológicos. También se utilizan como tratamiento suplementario
de ciertos trastornos neurológicos para controlar síntomas
como los ataques convulsivos, aunque apenas sirven para el
tratamiento de las psicosis. Se trata de uno de los fármacos
más frecuentemente prescritos, lo que produce preocupación en el ámbito psiquiátrico debido a su potencial adictivo y a sus efectos sedantes.
BUSPIRONA.
Se trata del único fármaco antiansiedad
que ha aparecido desde principios de los 60, sin nada que
ver con las benzodiacepinas, y que actúa sobre el funcionamiento serotonérgico y no sobre el ácido gamma-aminobutírico. Se ha demostrado que es igual de eficaz que las benzodiacepinas para el tratamiento del trastorno de ansiedad
generalizado (Gitlin, 1996; Roy-Byrne y Cowley, 200), si
bien los pacientes que previamente han tomado benzodiacepinas no suelen responder igual de bien como los pacientes que nunca las han tomado. El buspirone (Buspar) apenas se presta al abuso, probablemente porque no tiene
propiedades sedantes ni relajantes, y por lo tanto resulta
menos agradable para los pacientes. Tampoco tiene efectos
de abstinencia. El principal inconveniente es que necesita
entre dos y cuatro semanas para ejercer su efecto ansiolítico. Por lo tanto no resulta de utilidad en situaciones agudas.
Además, dado que no tiene efectos sedantes, tampoco puede utilizarse para el tratamiento de insomnio.
Litio y otros fármacos estabilizadores
del estado de ánimo
A finales de la década de los 40 John Cade descubrió en Australia que las sales de litio, como el carbonato de litio, resultaban muy eficaces para tratamiento de los trastornos maníacos. Uno de los propios casos de Cade (1949) resulta una
excelente ilustración del efecto del tratamiento con litio.
Tratamiento con litio
El señor W. es una persona de cincuenta y un
años que se encuentra en un estado crónico de
excitación maníaca durante los últimos cinco
años. Su conducta resulta tan destructiva y detestable que está considerado como el paciente
más difícil del hospital.
ESTUDIO
Empezó un tratamiento a base de un comDE UN
puesto de litio, y en un plazo de tres semanas
CASO
su conducta había mejorado tanto que se consideró oportuno trasladarlo a una zona menos
restringida del hospital. Permaneció allí durante los siguientes dos
meses, durante los cuales su conducta sigue siendo esencialmente
normal. Antes de darle el alta, se cambió el tipo de litio debido a que
el que estaba tomando le producía dolor de estómago.
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En seguida se reincorporó a su trabajo y a una vida feliz y productiva. De hecho, se encontraba tan bien que, haciendo caso omiso
de las instrucciones que se le habían dado, dejó de tomar el litio. Inmediatamente empezó a mostrarse irritable y errático; unos seis
meses después de recibir el alta tuvo que dejar de trabajar. Cinco semanas después había vuelto hospital en un estado maníaco agudo.
Inmediatamente se restableció la terapia con litio, lo que provocó resultados positivos. Al mes siguiente el señor W. regresaba a su
casa y a su trabajo, asegurando que no volvería a dejar de tomar la
dosis prescrita de litio.
Esto sucedía unos veinte años antes de que el tratamiento con litio se introdujera, alrededor de 1970, en los
Estados Unidos. Hay al menos dos razones que justifican
este retraso. En primer lugar, durante la década de los 40 y
los 50, el litio se había utilizado como sustituto de la sal para
pacientes con hipertensión sin que se conocieran sus tóxicos efectos secundarios. En consecuencia se produjeron algunas trágicas muertes, lo que hizo que la comunidad médica se mostrase muy reticente a utilizar esa sustancia para
cualquier tipo de tratamiento. En segundo lugar, ya que se
trata de un componente natural, no es posible patentarlo.
Lo cual quiere decir que las compañías farmacéuticas no
encuentran rentable la investigación de sus efectos. No obstante, a mediados de los 70 ya se le consideraba un fármaco
maravilloso en el ambiente psiquiátrico (Gitlin, 1996). Todavía se utiliza frecuentemente para el tratamiento del trastorno bipolar, y se comercializa como Plenur.
La base bioquímica del efecto terapéutico del litio todavía nos resulta desconocida. Una hipótesis es que al tratarse de una sal mineral, puede influir sobre el equilibrio
electrolítico, lo que a su vez podría alterar la actividad de
muchos sistemas neurotransmisores del cerebro, una hipótesis coherente con sus diversos efectos clínicos (Gitlin,
1996). Sin embargo, hasta el momento se trata de una hipótesis fundamentalmente especulativa. Parece claro que
la única manera de saber exactamente qué es lo que ocurre, pasa necesariamente por realizar más y mejores investigaciones.
Pero aunque no sepamos exactamente cómo funciona,
de lo que no cabe duda es de su eficacia. Hasta el ochenta por
ciento de los pacientes en un estado maníaco evidente
muestran una importante mejoría tras dos o tres semanas de
tratamiento con litio (Sadock y Sadock, 2003; Keck y McElroy, 2002). Además, como hemos visto en el Capítulo 7, algunas veces alivia también la depresión, aunque probablemente sólo ejerza ese efecto en pacientes con depresión
bipolar. En cualquier caso, puede que exista un subtipo de
pacientes con depresión unipolar que también se beneficien
del tratamiento con litio (Abou-Saleh, 1992; Gitlin, 1996).
Cada vez disponemos de más pruebas de que la prevención de los ataques maníacos mediante la administra-
Estrategias farmacológicas de tratamiento
ción de litio puede ser menos fiable de lo que se pensaba.
Por ejemplo, algunos estudios realizados con pacientes bipolares que seguían un tratamiento a base de litio durante
cinco años o más, demostró que solamente un tercio de
ellos permanecía en remisión. Por otra parte, finalizar el
tratamiento con litio también resulta problemático. La
probabilidad de recaída se estima en veintiocho veces superior a cuando se continua el tratamiento (Keck y McElroy, 2002).
Los efectos secundarios del litio son un aumento de la
sed, problemas gastrointestinales, aumento de peso, temblores y fatiga. Además, también puede resultar tóxico
cuando se excede la dosis recomendada, o si los riñones no
pueden eliminarlo a un ritmo normal. La toxicidad del litio
supone un problema médico grave. Si no se trata de manera inmediata y adecuada, puede provocar lesiones neuronales o incluso la muerte.
Pese a los beneficios clínicos del litio, no todos los pacientes con un trastorno bipolar lo toman exactamente
como se les prescribe. Muchos lamentan perder las «subidas» y la enorme energía que despliegan durante los episodios hipomaníacos, de manera que cuando se enfrentan
con sus desagradables efectos secundarios, unido a la pérdida de las «subidas», dejan de tomarlo.
Ambivalencia respecto al litio
Aunque yo soy clínico y científico, y aunque estoy informado de las publicaciones científicas
al respecto, y convencido de las consecuencias
negativas de no tomarlo, muchos años después
del diagnóstico inicial todavía me mostraba reESTUDIO ticente a tomar esa medicación. ¿Por qué?
¿Por qué tenía que atravesar episodios de maDE UN
nía seguidos de largas depresiones suicidas,
CASO
antes de decidirme a tomar litio, tal y como
aconsejaba mi médico?
No cabe duda de que parte del rechazo procedía de la negación
de que yo tuviese una enfermedad real. Se trata de una reacción
muy frecuente que aparece, paradójicamente, tras los primeros episodios maníaco-depresivos. El estado de ánimo es una parte tan importante de la vida, de la propia noción de uno mismo, que incluso
los extremos psicóticos en el estado de ánimo y en la conducta pueden llegar considerarse como reacciones transitorias y naturales
ante las circunstancias de la vida... Resulta difícil abandonar para
siempre los altos vuelos mentales y de estado de ánimo, aunque la
depresión que siempre venía detrás casi me cuesta la vida.
Mi familia y mis amigos esperaban que yo apreciarse las propiedades beneficiosas del litio, y tomase la medicina para poder
llevar una vida normal. Pero si usted ha tenido alguna vez las estrellas a sus pies y los planetas al alcance de su mano, y tenía suficiente con cuatro o cinco horas de sueño al día, cuando ahora necesita ocho, y podía estar despierto toda la noche durante varios
CAPÍTULO 17
Terapia
Terapia electro-convulsiva
días seguidos, eso significa tener que hacer un ajuste radical a un
esquema encorsetado el cual, aunque muy cómodo para la mayoría, resulta demasiado restrictivo, aparentemente improductivo, y
desesperante. La gente dice, cuando me quejo de estar menos
vivo, tener menos energía y menos espíritu, «Bueno, ahora estás
igual que los demás», intentando, entre otras cosas, confortarme.
Pero yo me comparo con como era antes y no con los demás. No
sólo eso, sino que tiendo a compararme con lo mejor que he sido,
cuando me encontraba en un episodio ligeramente maníaco (adaptado de Jamison, 1995, pp. 91-93, 167).
OTROS FÁRMACOS ESTABILIZADORES DEL ESTADO
DE ÁNIMO. Si bien el litio todavía se utiliza de manera
muy generalizada, en la actualidad disponemos de otros fármacos que están considerados como tratamientos de primera línea para el trastorno bipolar (véase la Tabla 17.4). Algunas de ellas son el ácido divalpróico (Depakine) y la
carbamacepina (Tegretol). Otros fármacos que se están investigando en la actualidad y se utilizan en la clínica como
tratamiento para el trastorno bipolar cíclico son la gabapentina (Neurantin), lamotrigina (Lamictal) y el topiramato
(Topamax). Muchos de esos fármacos se utilizan también
para el tratamiento de la epilepsia y son agentes anti-convulsivos (Keck y McElroy, 2002). La carbamacepina tiene importantes efectos secundarios, como problemas sanguíneos,
hepatitis y algunas enfermedades graves de la piel (Sadock y
Sadock, 2003). Igual que ocurre con el litio, es necesario llevar un cuidadoso control de la sangre de los pacientes. Probablemente el medicamento con menos efectos secundarios
sea el Valproato, aunque sí tiene algunos como náuseas, diarreas, sedación, temblores y aumento de peso.
Tabla 17.4
La primera vez que se utilizaron las convulsiones para el
tratamiento de los trastornos mentales se remonta al alquimista y médico suizo Paracelso (1493-1591), que pidió
a un paciente «lunático» que bebiese alcanfor hasta que
empezó a sufrir convulsiones (Mowbray, 1959; Abrams,
1997). Sin embargo, es Lasislas von Meduna, un médico
húngaro, quien pasa por ser el inventor de este tipo de tratamiento. Von Meduna especulaba —erróneamente,
como se ha visto después— que la esquizofrenia casi nunca afecta a personas con epilepsia. Esto le llevó a suponer
que de alguna manera ambas enfermedades eran incompatibles, y que por lo tanto sería posible curar la esquizofrenia provocando convulsiones. Comenzó experimentando con ratas, y posteriormente recurrió al alcanfor
para inducir convulsiones en un paciente con esquizofrenia, que recuperó la lucidez relativamente pronto después
de haber sufrido la terapia convulsiva. Poco después, von
Meduna comenzó a utilizar un fármaco denominada Metrazol para provocar las convulsiones, ya que su efecto era
mucho más rápido.
Otros de estos primeros ensayos se hacían inyectando
insulina para provocar las convulsiones (Sakel, 1972). En la
actualidad ya no se utiliza la terapia del coma insulínico.
Sin embargo, ninguno de estos métodos permitía al médico ejercer demasiado control sobre los ataques. Por esa razón, en 1938, los médicos italianos Ugo Cerletti y Lucio
Bini, después de ver a los animales en un matadero quedar
inconscientes por una descarga eléctrica, probaron el método más sencillo de todos —hacer pasar una corriente
eléctrica por la cabeza del paciente—. Así pues, a pesar de
estos comienzos tan poco halagüeños, este método, que se
conoce como terapia electro-convulsiva, se utiliza todavía
Medicinas estabilizadoras del estado de ánimo más
frecuentemente prescritas
Tipo
de fármaco
Nombre
genérico
Nombre
comercial
Dosis (mg)
(horas)
Vida
media
Litio
litio
Plenur
400–1200
24
Anti-convulsivos
carbamazepine
Tegretol
300–1600
16–24
divalproex
Depakote
750–3000
6–16
lamotrigine
Lamictal
100–500
25
gabapentin
Neurontin
900–3600
5–9
topiramate
Topamax
50–1300
21
Fuentes: Sadock & Sadock (2003), Buckley & Waddington (2001), y Bezchlibnyk-Butler & Jeffries (2003). Vademécum Internacional (2005).
www.ablongman.com/butcher12e
en la actualidad para el tratamiento de algunos trastornos
graves del estado de ánimo. En los Estados Unidos, alrededor de 100 000 pacientes reciben cada año este tratamiento
(Sadock y Sadock, 2003).
El público suele considerar la terapia electro-convulsiva como un tratamiento terrible y primitivo. De hecho, algunos abogados poco éticos han demandado a psiquiatras
por utilizar la terapia electro-convulsiva, sobre todo por no
haber obtenido el consentimiento del paciente, lo cual resulta realmente difícil cuando los pacientes no están legalmente capacitados debido a su enfermedad para proporcionar este consentimiento (Abrams, 1997; Leong y Eth, 1991).
Sin embargo, a pesar del desagrado que provoca este método, se trata de una estrategia segura y eficaz. De hecho, es la
única manera de tratar a algunos pacientes con depresiones
muy graves y tendencias suicidas, sobre todo cuando no
han respondido a otros tipos de tratamiento. Además suele
ser el mejor tratamiento posible para mujeres embarazadas
con depresión grave, y que por lo tanto no deben tomar antidepresivos, así como para los ancianos que quizá tengan
otras enfermedades contraindicadas con el consumo de los
fármacos antidepresivos (Gitlin, 1996). Si se administra
adecuadamente, la terapia electro-convulsiva no provoca
daños estructurales al cerebro (Devanand et al., 1994; Gitlin, 1996). De hecho, numerosas revisiones que han evaluado las investigaciones al respecto que se han realizado
durante los últimos cincuenta años, han llegado a la conclusión de que la terapia electro-convulsiva supone también un tratamiento muy eficaz para pacientes con trastornos maníacos que no responden a la fármaco-terapia (con
un ochenta por ciento de eficacia; por ejemplo, Abrams,
1997; Mukherjee et al., 1994). Por ejemplo, Husain y sus colaboradores (1993) han informado de la utilización de un
tratamiento a largo plazo (dos años) con una mujer anciana con manía recurrente. Los autores señalaron que la única forma eficaz de controlar los episodios maníacos fue la
utilización de la terapia electro-convulsiva, que pesar de las
ochenta y una sesiones administradas, se demostró segura y
económica.
La terapia electro-convulsiva afecta a todos los sistemas neurotransmisores, y disminuye los receptores de la
norepinefrina, lo que incrementa la disponibilidad de
este neurotransmisor. Sin embargo, todavía no sabemos
exactamente cómo funciona esa terapia (Abrams, 1997;
Gitlin, 1996).
La terapia puede administrarse de dos maneras. En el
modo bilateral, se colocan electrodos a ambos lados de la
cabeza (véase la Figura 17.4), y durante 1,5 segundos se hace
pasar una corriente eléctrica que puede ser de alta o baja intensidad, de un lado a otro. Por el contrario, en el modo
unilateral (véase la Figura 17.4), la corriente eléctrica se
aplica únicamente a un lado del cerebro, que generalmente
es el no dominante. El paciente permanece anestesiado durante este procedimiento, y también se le administran rela-
Estrategias farmacológicas de tratamiento
Unilateral
Bilateral
Figura 17.4
Ubicación unilateral y bilateral de los electrodos para la terapia electro-convulsiva.
Adaptado de Sadock y Sadock, 2003, p. 1142.
jantes musculares para impedir las violentas contracciones
que, durante las primeras aplicaciones, pueden llegar a ser
tan fuertes como para fracturar algún hueso. En la actualidad si usted tiene ocasión de observar a alguien que está recibiendo una terapia electro-convulsiva, como mucho podrá detectar una pequeña contracción de la mano.
Después de finalizada la terapia electro-convulsiva, el
paciente sufre amnesia para el período inmediatamente anterior a la terapia, y suelen mostrar confusión durante la
hora siguiente. Normalmente el tratamiento dura menos de
doce sesiones, aunque a veces es necesario aplicar más (Gitlin, 1996). Cuando hay que repetir el tratamiento, que suele administrarse tres días a la semana, los pacientes se muestran desorientados, situación que desaparece al terminar el
tratamiento.
Las evidencias empíricas sugieren que la terapia bilateral resulta más eficaz que la unilateral (Sackheim et al.,
1993). Por desgracia, la modalidad bilateral provoca efectos secundarios de carácter cognitivo más graves, junto a
problemas de memoria. Los pacientes pueden tener dificultades para establecer recuerdos nuevos (amnesia anterógrada) durante al menos tres meses después de finalizada la terapia. Por lo tanto los médicos deben sopesar los
mayores beneficios clínicos de la modalidad bilateral frente a sus mayores efectos secundarios cognitivos. Algunos
críticos recomiendan comenzar de manera unilateral, y pasar a la modalidad bilateral después de cinco sesiones, suponiendo que no se haya observado mejoría (Abrams,
1997; Gitlin, 1996).
La descripción autobiográfica de Lenore McCall
(1947/1961), que sufría un grave trastorno depresivo, es un
buen ejemplo del éxito del tratamiento con terapia electroconvulsiva.
CAPÍTULO 17
Terapia
Uno de los primeros
tratamientos con terapia
electro-convulsiva
La señora McCall, una mujer culta y madre de
tres hijos, observó una sensación de fatiga
persistente que anunciaba la inminente llegada
de una depresión. Demasiado asustada para
ESTUDIO
buscar ayuda, al principio intentó enfrentarse
DE UN
por sí mismo a su cada vez mayor apatía, meCASO
diante un exceso de actividad, una estrategia
de defensa que apenas servía más que para
agotar sus reservas de energía física y emocional.
En un momento dado, empezó a observar que sus procesos
mentales parecían estar deteriorándose, que parecía estar perdiendo memoria, y que sólo podía concentrarse con grandes dificultades. En el ámbito emocional tenía una enorme sensación de soledad, una experiencia de desolación, y un temor cada vez mayor a lo
que pudiera estar sucediendo en su mente. Empezó a considerar sus
pequeños errores del pasado como los más horrendos crímenes, y
fue abandonando cada vez más el contacto con su marido y sus hijos. Eventualmente, tras la insistencia de su marido y su médico, accedió a ingresar en un hospital. Se sintió traicionada y poco después
intentó suicidarse rompiendo un vaso de cristal e ingiriendo los
fragmentos. Pero para su mayor desolación, sobrevivió.
La señora McCall pasó los siguientes cuatro años en dos hospitales mentales, y durante ese tiempo su deterioro mental fue en aumento. Se mantenía silenciosa y retraída, se comportaba de manera mecánica, perdió una alarmante cantidad de peso, y comenzó un
proceso prematuro de envejecimiento. Le parecía emitir un desagradable olor. Llegados a este punto el hospital empezó utilizar la
terapia electro-convulsiva.
Durante un periodo de tres meses la señora McCall recibió una
serie de terapias electro-convulsivas. Hasta que un día se levantó
de la cama con un aspecto absolutamente cambiado: «me senté en
la cama con mi corazón desbocado. Miré a mi alrededor y experimenté una maravillosa sensación de triunfo. Dios mío, me encuentro
bien. Soy yo misma...». Tras un breve periodo de convalecencia, volvió a casa con su marido y sus hijos a intentar recuperar los fragmentos de su vida anterior. Fue capaz de hacerlo, y de escribir un
absorbente libro, del cual hemos extraído esta historia.
Neurocirugía
Aunque la neurocirugía se utilizó de manera ocasional durante el siglo XIX para el tratamiento de trastornos mentales (Berrios, 1990), no fue considerada como tratamiento
para los problemas psicológicos hasta el siglo XX. En 1935
en Portugal, Antonio Moniz introdujo un procedimiento
neuro-quirúrgico mediante el que se extirpaban los lóbulos
frontales del cerebro. Esta técnica dio lugar a una operación
que se conoce como lobotomía prefrontal. Supone un dudoso tributo que muestra los extremos a los que pueden lle-
gar los profesionales en su búsqueda de un tratamiento eficaz para la psicosis. Visto retrospectivamente, resulta irónico que este procedimiento —que provoca cambios estructurales permanentes en el cerebro del paciente, y que ha
sido muy criticado por muchos profesionales de la salud
mental— permitiera a Moniz ganar el premio Nobel de
medicina en 1949 (aunque más adelante fue asesinado a tiros por un paciente que, aparentemente, no le estaba demasiado agradecido).
Entre 1935 y 1955 (momento en que ya se pudo disponer de fármacos antipsicóticos), decenas de miles de pacientes mentales fueron sometidos a lobotomía prefrontal y a
otros procedimientos neuro-quirúrgicos similares. En algunos hospitales se llegó a extirpar parte del cerebro a cincuenta pacientes diarios (Freeman, 1959). Los primeros informes
sobre esta práctica tendían a ser muy entusiastas, minimizando las complicaciones (que podían alcanzar una tasa del
cuatro por ciento de fallecimientos) y los efectos secundarios
indeseables. Sin embargo, llegó un momento en que no
hubo más remedio que reconocer que esos «efectos secundarios» podían llegar a ser realmente poco deseables. A veces
podían consistir en la incapacidad permanente para inhibir
impulsos, o quizá en una «tranquilidad» antinatural con ausencia de sentimientos. El apartado El mundo que nos rodea
17.2 describe el trágico resultado de la lobotomía que se realizó a Rosemary Kennedy, hermana del presidente John F.
Kennedy.
La introducción de los principales fármacos antipsicóticos dio lugar a una inmediata disminución de la utilización de la neurocirugía, y especialmente de la lobotomía
prefrontal. En la actualidad apenas se recurre a este procedimiento, salvo aquellos casos que no han respondido durante más de cinco años a ningún tipo de tratamiento, y además
están sufriendo síntomas absolutamente incapacitantes. Las
modernas técnicas quirúrgicas permiten una destrucción
selectiva de diminutas zonas del cerebro. A veces la neurocirugía se utiliza con pacientes que tienen un trastorno obsesivo-compulsivo muy incapacitador (véase Rauch y Jenike,
1998; Sachdev et al., 2001), o con personas que intentan repetidamente mutilarse (Price et al., 2001). Morgan y Crisp
(2000) también han informado de datos obtenidos de un seguimiento a largo plazo de cuatro pacientes que sufrían anorexia nerviosa y fueron tratadas con leucotomía.
Aunque todavía no se han publicado los suficientes estudios controlados de estas nuevas técnicas psico-quirúrgicas como para poder extraer conclusiones firmes, las escasas investigaciones ofrecen resultados muy optimistas para
al menos un trastorno. Por ejemplo, Mindus y sus colaboradores (1993, 1994) han descrito resultados satisfactorios en
doscientos cincuenta y tres pacientes con un trastorno obsesivo-compulsivo muy grave. Alrededor de la mitad de sus
pacientes mostraban una reducción del treinta y cinco por
ciento en la intensidad de los síntomas después de la cirugía. Este procedimiento experimental tiene muy pocos efec-
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Estrategias psicológicas de tratamiento
tos secundarios negativos (aunque a veces los pacientes
pueden sufrir ataques o dolor de cabeza); también son muy
poco frecuentes los efectos sobre la cognición o la personalidad (Rauch y Jenike, 1998). Mindus y sus colaboradores
(1993) afirman que no se ha producido ninguna muerte
como resultado de la psico-cirugía, y que tampoco se observa un aumento del riesgo de suicidio (que sí aparecía como
un resultado frecuente de la neurocirugía en el pasado).
• ¿Por qué los inhibidores de la recaptación de
la serotonina han sustituido a los
antidepresivos tricíclicos en la práctica clínica
habitual? ¿Qué tipo de enfermedades se
pueden tratar con antidepresivos?
ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS
DE TRATAMIENTO
REVISIÓN
• ¿Qué tipo de trastornos se pueden tratar con
los fármacos antipsicóticos? ¿Cómo pueden
ayudar estos fármacos a los pacientes?
¿Cuáles son sus desventajas?
.
Terapia de conducta
La terapia de conducta supone un tratamiento directo y
activo que reconoce la primacía de la conducta, el papel del
aprendizaje y la importancia de la evaluación (véase Kaz-
EL MUNDO QUE NOS RODEA
La tragedia de Rosemary Kennedy
Una de las víctimas del entusiasmo por la lobotomía
prefrontal para solucionar problemas de conducta fue
Rosemary Kennedy, la hermana del presidente John F.
Kennedy y de los senadores Roberts y Edward Kennedy.
Rosemary era la tercera hija de Joseph y Rose Kennedy.
Había nacido durante el auge de una epidemia de gripe
que se produjo en 1918, y era un hermoso bebé con un
temperamento encantador. Sin embargo, con el paso del
tiempo, su madre se mostraba cada vez más preocupada
por el retraso evolutivo en comparación con sus
hermanos. Cuando la familia se dio cuenta de que
Rosemary estaba retrasada en su desarrollo, los mejores
expertos del país no fueron capaces de encontrar
solución: dijeron a la familia que no era posible hacer
nada. Peor todavía, recomendaron que la niña fuera
internada en una institución.
Tanto la madre como el resto de la familia se
rebelaron contra esta idea y mantuvieron a la niña en
casa. Tenía una aya especial y muchos tutores privados.
Participaba por completo en las actividades de la familia,
y estaba haciendo progresos considerables. Con
dieciocho años de edad, Rosemary cursaba quinto de
inglés y cuarto de matemáticas.
Debido al importante estigma asociado con el
retraso mental en esa época, sus padres mantuvieron
oculto ese retraso, lo que debió suponer una empresa
formidable, si tenemos en cuenta el escrutinio al que la
familia estaba sometida por parte de la prensa. Aunque
sus padres y hermanos siempre se encontraban cerca
para protegerla, Rosemary fue capaz de desarrollar las
habilidades sociales necesarias como para presentarse en
el palacio de Buckingham ante el Rey y la Reina de
Inglaterra.
Por desgracia su conducta empezó a deteriorarse
cuando, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, la familia
regresó a los Estados Unidos desde Inglaterra, donde su
padre había sido embajador. Parte de su deterioro
probablemente estuvo provocado por su frustración de
no ser capaz de hacer todo lo que hacían sus hermanos,
así como por tener que abandonar la escuela inglesa
donde tantos progresos había realizado. A los veintiún
años de edad, Rosemary se volvió muy violenta, y
frecuentemente escapaba de casa y de la escuela. La
familia estaba muy preocupada por su seguridad. Su
padre pidió consejo a los expertos médicos.
Estos expertos convencieron a Joseph Kennedy de
que el tratamiento milagroso que estaba buscando era
una lobotomía prefrontal. Así, Rosemary Kennedy se
convirtió en uno de los miles de personas sometidos a
esta curación «a la desesperada». En el caso de
Rosemary, supuso además un enorme fracaso, ya que en
todos sus avances desaparecieron, dejando muy pocas de
sus capacidades adaptativas y de sus características de
personalidad: «Ellos tenían la certeza de que la
intervención había sido un fracaso. No había más que ver
su cabeza inclinada, y que había perdido completamente
el habla. Ya no cabía duda de que era incapaz de cuidar de
sí misma, y que la única posibilidad era internarla en una
institución». (Testimonio de Ann Gargan King, prima de
Rosemary, entrevistado por Goodwin, 1988, p.744).
CAPÍTULO 17
Terapia
din, 1984). En lugar de centrarse sobre la posible existencia
de acontecimientos traumáticos pasados, o de conflictos
internos, los terapeutas de la conducta se centran en el problema actual —el problema o síntoma— que está provocando el malestar del paciente. La principal suposición de
la terapia de conducta es que la conducta patológica se adquiere de la misma manera que la conducta normal —esto
es, mediante el aprendizaje—. Así pues se han desarrollado
diversas técnicas conductuales para ayudar a los pacientes
a «desaprender» conductas inadaptadas, por uno u otro
medio.
TERAPIA DE EXPOSICIÓN. Una terapia de conducta
muy frecuentemente utilizada para el tratamiento de los
trastornos de ansiedad es la exposición (véase el Capítulo
6). Si la ansiedad es algo que se aprende, entonces, desde la
perspectiva de la terapia de conducta, también puede desaprenderse. Esto se consigue mediante una exposición controlada a los estímulos que provocan la ansiedad. Durante
la terapia de exposición, el paciente se enfrenta con el estímulo que le produce el temor, pero de una manera terapéutica. Esto puede lograrse de una manera muy lenta,
gradual y controlada, mediante la desensibilización sistemática, o de una manera más brusca mediante la inmersión, en la que el paciente se enfrenta directamente con el
estímulo temido en toda su intensidad (un ejemplo podría
ser un paciente con agorafobia encerrado en su casa, que
sale a la calle acompañado del terapeuta; véase Willima y
Zane, 1989). Por lo demás, la exposición puede hacerse de
manera real (lo que se conoce como exposición en vivo) o
imaginaria. Recientemente se está empezando utilizar la
realidad virtual para ayudar a los pacientes a superar sus
temores y fobias. Esta estrategia, al igual que la exposición
imaginaria, suele ser muy útil cuando la causa de la ansiedad es difícil de reproducir en la vida real, y por lo tanto
poco susceptible de una exposición en vivo.
La lógica que hay detrás de la desensibilización sistemática es muy simple: encontrar una conducta que sea incompatible con la ansiedad (estar relajado o experimentar
algo que sea agradable), y asociarla repetidamente con el estímulo que provoca la ansiedad. Dado que resulta difícil, si
no imposible, experimentar a la vez placer y ansiedad, la desensibilización sistemática intenta enseñar a la persona a relajarse en presencia del estímulo ansiógeno, o a actuar de
otra manera que sea incompatible con la ansiedad. Por lo
tanto puede considerarse como un procedimiento de contracondicionamiento. El término sistemática se refiere a la
manera cuidadosamente graduada en que la persona se va
exponiendo al estímulo temido.
El prototipo de la desensibilización sistemática es el experimento clásico de Mary Cover Jones (1924), que fue capaz de eliminar los temores de un niño hacia un conejo
blanco y otros animales peludos. Empezó por colocar el conejo en el vano de la puerta mientras el niño estaba comien-
do en el extremo más alejado de la habitación. En días sucesivos el conejo cada vez se situaba más cerca del niño, hasta
que éste fue capaz de acariciarlo con una mano mientras comía con la otra. Joseph Wolpe (1958; Rachman y Hodgson,
1980) desarrollaron este procedimiento y acuñaron el término desensibilización sistemática. Partiendo de la base de
que la mayoría de los problemas de ansiedad son fundamentalmente respuestas condicionadas, Wolpe desarrolló
un procedimiento para enseñar a los pacientes a mantener
la calma y a relajarse en aquellas situaciones que anteriormente le provocaban ansiedad. Su procedimiento es elegante por su simplicidad, y su método igualmente sencillo.
Al principio se enseña al paciente a lograr un estado de
relajación, mediante una concentración progresiva hasta
conseguir relajar diversos grupos musculares. Mientras tanto, paciente y terapeuta construyen una jerarquía de ansiedad que consiste en una serie de escenas imaginadas, ordenadas según su capacidad para provocar ansiedad. Por
ejemplo, para un paciente con fobia a los perros, una etapa
de la jerarquía podría ser imaginar un perro pequeño situado a cierta distancia, y que pasea atado a una correa. En el
otro extremo, una etapa de alta ansiedad podría ser imaginar
un perro enorme corriendo hacia el sujeto. La sesión de terapia consiste en imaginar repetidamente esas escenas pero estando profundamente relajado, empezando por las imágenes de baja ansiedad y avanzando progresivamente hacia
imágenes más ansiógenas. El tratamiento continúa hasta que
es posible imaginar todos los elementos de la jerarquía sin
mostrar incomodidad, momento en el cual las dificultades
reales del paciente generalmente también han desaparecido.
Este tipo de procedimientos basados en la imaginación
adolecen de ciertas limitaciones, la más evidente de las cuales es que no todo el mundo es capaz de imaginar de manera realista las escenas necesarias. En uno de los primeros estudios sobre pacientes con agorafobia, Emmelkamp y
Wessels (1975) llegaron a la conclusión de que la exposición
prolongada en vivo era más eficaz que la exposición imaginaria. Desde entonces, los terapeutas han intentado siempre que sea posible recurrir a situaciones reales (Barlow,
1988, 1993). Sin embargo, no siempre es posible conseguir
estímulos reales. Por otra parte, es posible que el paciente
tenga tanto miedo que no sea aconsejable inducirlo a enfrentarse a esa situación de manera directa (Emmelkamp y
Wessels, 1925). Por lo tanto, los procedimientos basados en
la imaginación suponen una parte esencial del repertorio
de la exposición terapéutica. Un avance reciente en la terapia de conducta se basa en la utilización de la realidad virtual para ayudar a los pacientes a superar sus temores y sus
fobias (por ejemplo, Rothbaum et al., 2000). Este tipo de estrategias son evidentemente muy útiles cuando el origen de
la ansiedad del paciente es algo difícil de reproducir en la
vida real.
Ante la coyuntura de elegir uno, los procedimientos en
vivo parecen ser mucho más eficaces que la imaginación
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(Emmelkamp, 1994). En general, los resultados positivos
obtenidos con este tipo de tratamientos resultan impresionantes (Barlow et al., 2002; Emmelkamp, 1994; Roth y Fonagy, 1996).
TERAPIA AVERSIVA. La terapia aversiva consiste en
modificar la conducta indeseable mediante el anticuado
método del castigo. Probablemente los estímulos aversivos
más habituales en la actualidad sean fármacos de efectos
desagradables, como puede ser el Antabuse, que provoca
náuseas y vómitos cuando se ingiere junto con el alcohol
(véase Capítulo 12). En otra variante, se instruye al paciente a colocarse un elástico en la muñeca y utilizarlo para infligirse dolor cuando aparece la tentación.
En el pasado, también se empleaban descargas eléctricas dolorosas que se asociaban con la conducta indeseable,
una práctica que sin duda contribuyó a la «imagen negativa» de la terapia aversiva entre el público. La terapia aversiva se ha utilizado en el tratamiento de una amplia gama de
conductas inadaptadas, como puede ser fumar, beber, comer en exceso, dependencia de los fármacos, ludopatía, desviaciones sexuales y conducta psicótica estrafalaria.
Otra variante de la terapia aversiva, denominada sensibilización encubierta o vicaria, intenta inducir sentimientos desagradables como disgusto o temor, asociándolos con
los estímulos tentadores, mediante un proceso de condicionamiento clásico (Maletsky, 1998). Por ejemplo, Weinrot y
Riggan (1996) describen un procedimiento en el que acosadores sexuales adolescentes veían películas especiales, que
representaban de manera muy gráfica y explícita las consecuencias de realizar conductas desviadas, como por ejemplo ser violado en la prisión, o rechazado por los compañeros del sexo opuesto al enterarse de la agresión. Se ha
informado que muchos de estos agresores llegaban a sentir
náuseas mientras observaban esos vídeos.
La terapia aversiva es fundamentalmente una manera
—en ocasiones tremendamente eficaz— de eliminar respuestas inadaptadas durante un breve periodo de tiempo.
Esta interrupción ofrece la oportunidad para sustituir urgentemente esa conducta por otra nueva, o conseguir cambios en el estilo de vida, promoviendo pautas alternativas
más adaptadas que sean reforzantes en sí mismas. De lo
contrario, el paciente podría limitarse a no dar esas respuestas inadaptadas en la situación de terapia, donde pueden provocar resultados aversivos, pero continuar realizándolas en la vida real, donde no hay riesgo de que tengan
consecuencias negativas. Además, hay muy poca probabilidad de que una conducta inadaptada pero gratificante pueda abandonarse permanentemente, a menos que se aprendan formas alternativas de gratificación. Un terapeuta que
piense que es posible quitar algo sin poner otra cosa en su
lugar, probablemente no obtendrá los resultados deseados.
Esto es un punto importante a tener en cuenta para el tratamiento de las adicciones y parafilias, que con frecuencia no
Estrategias psicológicas de tratamiento
se sigue adecuadamente en programas de tratamiento, que
por lo demás están muy bien diseñados.
MODELADO.
Como su propio nombre indica, el modelado consiste en aprender una serie de habilidades, imitando a otra persona, como puede ser el padre o el terapeuta,
que realiza la conducta que debe adquirirse. Es posible exponer a un niño a una serie de conductas realizadas por
compañeros suyos que colaboran con el terapeuta, y animarle a imitar y a practicar esas nuevas conductas. Por
ejemplo, puede utilizarse para promover el aprendizaje de
habilidades sencillas, como comer por sí mismo, o de habilidades más complicadas, como enseñar a un adolescente tímido a comportarse de manera adecuada en situaciones sociales. De manera particular, es posible enseñar a los niños
a adoptar decisiones eficaces y a solucionar problemas,
«pensando en voz alta» sobre una serie de decisiones cotidianas que se van presentando a lo largo de la terapia (Kendall, 1990; Kendall y Braswell, 1985).
El modelado y la imitación son elementos que forman
parte de diversos tipos de terapia de conducta, pero también de otros tipos de terapia. Por ejemplo, en un estudio ya
clásico, Bandura (1964) encontró que el modelado en vivo
de la valentía, combinado con instrucciones exposición
guiada, era el tratamiento más eficaz para la fobia a las serpientes, que tenía una tasa de éxito superior al noventa por
ciento.
LA UTILIZACIÓN SISTEMÁTICA DEL REFORZAMIENTO. Los programas sistemáticos que han utilizado
el reforzamiento para suprimir conductas indeseables o
para provocar y mantener conductas apropiadas han alcanzado un éxito notable, sobre todo, aunque no exclusivamente, en contextos institucionales.
La supresión de la conducta problemática puede ser
algo tan sencillo como eliminar todos los reforzamientos
que la sustentan suponiendo, por supuesto, que sea posible
identificarlos. A veces esto es relativamente sencillo, como se
observa en el siguiente caso. Pero otras veces puede requerir
un cuidado meticuloso y una observación muy detallada.
Un presumido
ESTUDIO
DE UN
CASO
Guillermo, un niño de seis años de primero de
Primaria, llegó a la consulta con sus padres
porque odiaba la escuela, y su profesor les había dicho que estaba causando problemas en
clase, lo que lo hacía cada vez más impopular.
Al observar al niño y a sus padres durante la
entrevista, inmediatamente se podía comprobar que éstos aprobaban todo lo que hacía el
niño. Tras una evaluación meticulosa, se puso
en práctica un programa de terapia en tres fa-
CAPÍTULO 17
Terapia
ECONOMÍA DE FICHAS.
ses: (1) se ayudó a los padres a discriminar entre las conductas presuntuosas y las conductas apropiadas. (2) Se instruyó a los padres a
no mostrar interés ni atención cuando Guillermo se ponía a presumir, y a mostrar la aprobación ante las conductas apropiadas. (3) Se
le enseñó al profesor de Guillermo a ignorarlo, siempre que fuera
posible, cuando empezaba a alardear, y a dedicarle atención en los
momentos en que se comportaba de manera adecuada.
La conducta presuntuosa de Guillermo aumentó durante los primeros días de la terapia, pero disminuyó de manera considerable
una vez que dejó de estar reforzada por sus padres y su profesor. A
medida que fue desapareciendo su conducta jactanciosa, fue siendo
también más aceptado por parte de sus compañeros, lo que a su vez
reforzó la conducta adecuada y modificó sus actitudes negativas
hacia la escuela.
En el caso de Guillermo la conducta indeseable se eliminó haciendo desaparecer los reforzadores de la misma.
Pero en otras ocasiones la terapia intenta establecer conductas deseables que todavía no existen. Para ello se recurre
al moldeamiento de respuestas y a la utilización de la economía de fichas. En el moldeamiento de respuestas se utiliza el
reforzamiento positivo para establecer, mediante aproximaciones progresivas, una respuesta que no se encontraba
inicialmente en el repertorio conductual del sujeto. Esta
técnica se ha utilizado para trabajar con niños que tienen
problemas de conducta. El siguiente caso es un clásico, descrito por Wolf, Risley y Mess (1964).
Un niño autista
Un niño autista de tres años carecía de una
conducta social y verbal normal. No comía adecuadamente, realizaba conductas auto-destructivas como golpearse la cabeza y el rostro,
y manifestaba rabietas imposibles de controlar.
Recientemente había sufrido una operación
ESTUDIO
de cataratas y necesitaba llevar gafas. Pero no
DE UN
quería llevarlas, y se dedicaba a romper un par
CASO
tras otro.
Se decidió recurrir a la técnica del moldeamiento para solucionar el problema con las gafas. Inicialmente se le
enseñó a esperar un pedazo de dulce o de fruta cada vez que se oía
el sonido de un juguete. A continuación comenzó el entrenamiento,
pero utilizando sólo la montura de las gafas sin cristales. Al principio se reforzaba al niño con la golosina simplemente por tomar la
montura, después por tenerla en las manos, más adelante por llevarla en las manos mientras se desplazaba por la habitación, a continuación por acercarse la montura a los ojos, y después por colocarse la montura en su sitio. Mediante aproximaciones sucesivas,
por fin el niño aprendió a llevar las gafas con sus cristales correctores, incluso durante doce horas diarias.
Durante sus primeros trabajos con pacientes hospitalizados con esquizofrenia, Ayllon y
Azrin (1968) se dieron cuenta de que la mayoría de los pacientes consideraban que oír música y ver películas eran actividades muy deseables. En consecuencia se eligieron esas
situaciones como reforzadores de otras conductas socialmente apropiadas. Para poder participar en alguna de ellas,
el paciente tenía que ganar cierto número de fichas, realizando conductas apropiadas. Este método se ha aplicado
con mucho éxito a pacientes crónicos, considerados insensibles a cualquier tratamiento (Paul, 1982; Paul y Lentz, 1977).
La economía de fichas se ha utilizado para establecer
conductas adaptativas, que pueden abarcar desde respuestas muy elementales como comer o hacer la cama, hasta responsabilidades diarias en el hospital. En este último caso, la
economía de fichas se parece al mundo real, donde se paga
a una persona por su trabajo, y luego puede utilizar el dinero (las fichas) para intercambiarlo por objetos o actividades
deseadas. Aunque ha sido objeto de controversia, la economía de fichas supone una excelente estrategia de tratamiento para personas con un grave retraso mental y evolutivo
(véase Corrigan, 1995; Higgins et al., 2001; Le Blanc et al.,
2000; Morisse et al., 1996).
En la actualidad se están utilizando métodos similares
para el tratamiento del abuso de sustancias. En un estudio,
se recompensó a personas que estaban en tratamiento por
dependencia de la cocaína con cupones de 0,25 cada vez
que su test de orina daba un resultado negativo (véase Higgins et al., 2000). Más adelante los pacientes podían pedir a
un miembro del equipo que le comprase cosas en el pueblo
con el dinero que habían acumulado. Los pacientes que habían recibido estos incentivos por su abstinencia conseguían mejores resultados clínicos que otro grupo de comparación, que también recibía en cupones, pero no de manera
consecuente con su abstinencia.
EVALUACIÓN DE LA TERAPIA DE CONDUCTA. En
comparación con otros tipos de terapia, la terapia de conducta tiene algunas ventajas interesantes. En primer lugar, la
estrategia de tratamiento es muy precisa. Es necesario especificar las conductas que deben modificarse, y los métodos
que se van a utilizar, mientras que los resultados pueden
evaluarse con facilidad (Marks, 1982). En segundo lugar, la
utilización de los principios del aprendizaje es una buena
base para realizar intervenciones eficaces, ya que tienen una
validez científica demostrada (Borkovec, 1997; Kazdin y
Wilson, 1978). En tercer lugar, se consigue una gran economía de tiempo y dinero. Por lo tanto, no resulta sorprendente que los resultados obtenidos por la terapia de conducta
sean en general mucho mejores que los obtenidos por otros
tipos de terapia (Nathan y Gorman, 2002; Roth y Fonagy,
1996; Smith et al., 1980). La terapia de conducta generalmente consigue resultados en periodos de tiempo muy breves, ya que está orientada de manera específica a síntomas
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concretos, lo que permite un alivio muy rápido del malestar
del paciente y con un coste mucho menor.
Pero como ocurre con otras estrategias de terapia, su
eficacia también tiene limitaciones. Funciona mejor con
unos problemas que con otros. Generalmente, cuanto peor
definida está la dificultad, tanto menos eficaz será la terapia
de conducta. Por ejemplo, apenas suele emplearse para el
tratamiento de trastornos de personalidad, si bien es cierto
que la terapia dialéctica de conducta para los pacientes con
un trastorno límite de personalidad (véase el Capítulo 11), es
una excepción. Por otra parte, las técnicas conductuales son
la base de las modernas técnicas para tratamiento de las disfunciones sexuales, tal y como hemos visto en el Capítulo 13.
De hecho, la revisión de los resultados terapéuticos confirma
que la terapia de conducta resulta especialmente eficaz para
el tratamiento de los trastornos de ansiedad, donde es posible aplicar todo el poder de las técnicas de exposición (Andrews y Harvey, 1981; Chambless et al., 1998; Clum et al.,
1993; Nathan y Gorman, 2002). Incluso es posible utilizarla
con pacientes psicóticos. Aunque desde luego no es capaz de
curarlos por completo, sí ocupa un lugar muy respetable entre las estrategias de tratamiento psicosocial disponibles.
Terapia cognitiva y cognitivoconductual
Los primeros terapeutas de la conducta se concentraron en
la conducta observable, y restaron importancia al pensamiento. Por esa razón, se les consideraba como simples técnicos mecanicistas que se limitaban a manipular a sus pacientes, sin llegar a considerarlos siquiera como personas.
Pero a partir de la década de los 70, algunos terapeutas de la
conducta empezaron a replantearse el papel de los «acontecimientos privados» —pensamientos, percepciones, evaluaciones y auto-afirmaciones— y pasaron a verlos como procesos que matizaban el efecto de los estímulos objetivos, por
lo que podían contribuir a determinar la conducta y las
emociones (Borkovec, 1985; Mahoney y Arnkoff, 1978).
La terapia cognitiva y la cognitivo-conductual (términos que generalmente se utilizan de manera intercambiable) proceden de la psicología cognitiva (con su énfasis en el
efecto del pensamiento sobre la conducta), y del conductismo (con su rigurosa metodología y su orientación hacia la
conducta observable). De momento no hay ningún conjunto de técnicas que definan estrategias de tratamiento con
una orientación cognitiva. Sin embargo siempre hay presentes dos temas principales: (1) la convicción de que los
procesos cognitivos influyen sobre las emociones, la motivación y la conducta, y (2) la utilización de técnicas cognitivas y de modificación de conducta de manera muy pragmática. A lo largo de nuestra exposición vamos a dar un
rápido vistazo al entrenamiento de inoculación del estrés
desarrollado por Donald Meichenbaum, y a la terapia de
conducta racional emotiva de Albert Ellis. Sin embargo, la
Estrategias psicológicas de tratamiento
mayor parte de nuestra exposición se centra en la estrategia
de terapia cognitiva desarrollada por Aaron Beck.
TERAPIA
DE
CONDUCTA
RACIONAL
EMOTIVA.
Uno de los primeros desarrollos de la terapia cognitiva de
orientación conductual fue la terapia racional emotiva (denominada en la actualidad terapia de conducta racional
emotiva —TCRE) desarrollada por Albert Ellis (1958,
1973, 1975, 1989; Ellis y Dryden, 1997)—. La TCRE intenta
modificar los procesos de pensamiento inadaptados de un
paciente, sobre los que se supone que se basan las conductas emocionales inadaptadas.
Ellis propuso que las personas con un funcionamiento
adecuado actúan de manera racional y acorde con la realidad
empírica. Sin embargo, y por desgracia, muchos de nosotros
hemos aprendido creencias poco realistas y valores muy perfeccionistas, que nos hacen esperar demasiado de nosotros
mismos, lo que nos lleva a comportarnos de manera irracional y a considerar que somos unos fracasados inútiles. Por
ejemplo, puede que una persona piense constantemente que
«debería ser capaz de conseguir la amistad y respeto de todo
el mundo» o «debería ser perfectamente competente y capacitado para todas las tareas que emprendo». Inevitablemente, esas suposiciones poco realistas, y estas exigencias sobre
uno mismo terminan por causar problemas.
La tarea de la terapia de conducta racional emotiva
consiste en reestructurar el sistema de creencias y la autoevaluación de la persona, especialmente por lo que concierne a esos irracionales «debería», «tendría que» y «debo»,
que impiden al individuo desarrollar una sensación más
positiva de autoestima y satisfacción emocional. Es posible
recurrir a diversos métodos. Uno de estos métodos consiste
en discutir esas falsas creencias mediante la confrontación
racional («¿Por qué piensas que tu fracaso para conseguir el
ascenso significa que eres un inútil?»).
Los terapeutas de la TCRE también recurren a técnicas
de orientación conductual. Por ejemplo, utilizan deberes
para casa para animar a los pacientes a tener experiencias
nuevas y a romper cadenas de conducta negativas. Otro método podría ser la utilización de un auto-reforzamiento mediante recompensas tangibles o mediante autoafirmaciones
privadas del tipo «estás haciéndolo verdaderamente bien».
Incidentalmente esto tendrá probablemente efectos positivos, incluso aunque no sea verdad. Existen abundantes
pruebas de que las personas mantienen en parte su autoestima porque están convencidas de que son mejores de lo que
realmente son (Bandura, 1986; Taylor y Brown, 1988). Así
pues, un nivel moderado de «irracionalidad» no supone en
sí mismo un factor de riesgo para un trastorno mental.
Aunque las técnicas que se utilizan pueden diferir de
manera sustancial, la filosofía que subyace a la TCRE tiene
algo en común con la terapia humanista subyacente (que
expondremos más adelante), ya que ambas toman partido
de manera explícita por la dignidad personal y los valores
CAPÍTULO 17
Terapia
humanos. La terapia de conducta racional emotiva pretende aumentar la sensación de autoestima de la persona y
allanar el camino para su auto-realización, eliminando las
creencias falsas que obstaculizan su desarrollo personal.
TERAPIA DE INOCULACIÓN DEL ESTRÉS.
La terapia de inoculación del estrés es un tipo de entrenamiento y
auto-instrucciones que intenta alterar esas auto-afirmaciones que una persona se hace de manera habitual en situaciones de estrés. La estrategia orienta a la reestructuración
de tales afirmaciones, de manera que sea posible mejorar el
funcionamiento en situaciones de estrés (Meichenbaum,
1985, 1993). Igual que ocurre con otras terapias cognitivoconductuales, la terapia de inoculación del estrés parte de la
base de que los problemas de una persona son el resultado
de creencias inadecuadas, que inducen estados emocionales
negativos y una conducta inadaptada. Así pues, un importante objetivo de la terapia es modificar la manera en que el
paciente se habla a sí mismo durante una situación de estrés. Por ejemplo, una persona que está intentando superar
el «sentimiento de sentirse abrumado» podría aprender y
repetir para sí mismo afirmaciones del tipo «dentro de
poco se habrá pasado» (Meichenbaum, 1974, p.16).
La terapia de inoculación del estrés se diseñó originalmente para ayudar a las personas a afrontar situaciones que
pudieran provocarles estrés o ansiedad, como por ejemplo
hablar en público. Sin embargo, durante los últimos años se
ha ampliado de manera considerable las posibilidades de
aplicación de esta técnica. Por ejemplo, Ross y Berger
(1996) describen un estudio que consiguió un notable éxito, utilizando esta técnica con atletas que tenían que someterse a una intervención quirúrgica de la rodilla (y que consiguieron reducir la ansiedad y el dolor, y por ende acelerar
el proceso de recuperación).
LA TERAPIA COGNITIVA DE BECK.
La terapia cognitiva de Beck se desarrolló originalmente para el tratamiento
de la depresión (véase el Capítulo 7), y se amplió posteriormente a los trastornos de ansiedad, los trastornos de la alimentación y la obesidad, el trastorno de conducta en los niños, los trastornos de personalidad y el abuso de sustancias
(Beck, 1985; Beck y Emery, 1985; Beck et al., 1990, 1993; Hollon y Beck, 1994). Un supuesto básico que subyace a esta estrategia es que ciertos problemas como la depresión proceden de una manera ilógica de pensar que los pacientes tienen
respecto a sí mismos, el mundo en el que viven y a su futuro.
Durante las primeras fases de la terapia, se intenta que
los pacientes sean conscientes de la conexión entre sus pautas de pensamiento y sus respuestas emocionales. Al principio simplemente se les enseña a identificar sus pensamientos automáticos (del tipo «esto es un auténtico desastre») y
a mantener un registro del contenido de su pensamiento y
de sus reacciones emocionales (véase Clark, 1997). Con la
ayuda del terapeuta, comienzan entonces a identificar los
errores lógicos de su pensamiento, y aprenden a analizar la
validez de esos pensamientos automáticos. Los errores que
van encontrando en la lógica de su pensamiento les inducen
a (1) percibir de manera selectiva el mundo como algo nocivo, mientras que ignoran cualquier evidencia en contra;
(2) a sobre generalizar a partir de unos cuantos ejemplos
aislados —por ejemplo, verse a sí mismos como totalmente
inútiles porque los han despedido de su trabajo—; (3) a
magnificar el significado de algunos acontecimientos indeseables, por ejemplo, considerar la pérdida de un trabajo
como el fin del mundo; y (4) a desarrollar un pensamiento
absolutista —por ejemplo, exagerar la importancia de algún
comentario moderadamente crítico, y percibirlo como una
prueba de su propia evolución hacia la inutilidad absoluta—. En el siguiente caso, el terapeuta describe alguno de
esos errores en el pensamiento de un paciente deprimido.
Terapia cognitiva
Terapeuta: Usted ha descrito hoy muchos
ejemplos en los que su interpretación le ha provocado determinados
sentimientos. ¿Recuerda cuando
hace un rato estaba llorando y le
pregunté en qué estaba pensando?
ESTUDIO
Me dijo que estaba pensando que
DE UN
yo le consideraba una persona paCASO
tética, y que probablemente no
quisiera volver a tenerlo en mi
terapia. Yo le pregunté si usted estaba leyendo mi mente, y colocando en ella pensamientos negativos que, de
hecho, no eran correctos. Usted estaba realizando una
inferencia arbitraria, que le hacía llegar a conclusiones
que no estaban basadas en prueba alguna. Esto es lo que
suele suceder cuando una persona está deprimida. Tiende a resaltar las interpretaciones más negativas, incluso
a veces frente a pruebas en contra, lo que le lleva a estar todavía más deprimido. ¿Sabe lo que quiero decir?
Paciente: ¿Quiere decir que incluso mis pensamientos están mal?
Terapeuta: No, no sus pensamientos en general, yo no estoy hablando del bien y el mal. Como le estaba explicando antes, las
interpretaciones no son los hechos. Pueden ser más o
menos válidas, pero no buenas o malas. Lo que quiero
decir es que algunas de las interpretaciones que usted
hace, sobre todo las que se relacionan con su propio yo,
son demasiado negativas. Los pensamientos que usted
me atribuye pudieran ser válidos. Pero también hay multitud de conclusiones que usted podría haber desarrollado, y que son menos deprimentes, ya que son menos negativas. Por ejemplo, podría haber pensado que dado
que estoy empleando un tiempo con usted, eso quiere
decir que usted me interesa y que intento ayudarle. Si su
conclusión hubiera sido esta última, ¿cómo cree que se
habría sentido? ¿Piensa que habría llorado también?
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Paciente:
Bueno, creo que habría estado menos deprimido y más
animado.
Terapeuta: Muy bien. Eso es lo que intento hacerle comprender.
Sentimos igual que pensamos. Por desgracia, esas interpretaciones negativas tienden aparecer de manera
automática. Simplemente aparecen en nuestra cabeza
y creemos en ellas. Lo que usted y yo vamos a hacer en
esta terapia es intentar captar ese tipo de pensamientos y examinarlos. Usted y yo juntos vamos a revisar las
pruebas a favor y en contra, y a corregir esos sesgos
para que los pensamientos sean más ajustados a la realidad. ¿Le parece bien?
Paciente: Sí. (Adaptado de Blackburn y Davidson, 1990, pp.106-107).
La mayor parte del contenido de las sesiones de terapia
y de los deberes para casa se parece a los experimentos en
los que paciente y terapeuta aplican los principios del
aprendizaje para intentar modificar las ideas sesgadas y
poco funcionales del paciente, evaluando constantemente
el efecto de esos cambios sobre los pensamientos, sentimientos y conductas. Sin embargo, es importante resaltar
que en la terapia cognitiva de Beck, los pacientes no modifican sus conductas mediante debates y la persuasión del terapeuta, tal y como ocurre con la terapia racional emotiva.
Más bien, se les anima a recopilar información sobre sí mismos. Por ejemplo, un hombre joven que cree que cualquier
mujer lo va a rechazar, puede realizar un análisis de las razones por las que mantiene esa creencia. A continuación, se
le asignará la tarea de «poner a prueba» esa «hipótesis»
poco funcional, intentando aproximarse a la mujer a la que
admira. A continuación analizará el resultado de ese «examen» junto a su terapeuta, situación sobre la que se discutirán y corregirán cualquier «error» cognitivo que pueda haber interferido con la conducta.
Por otra parte, se anima al paciente a descubrir las suposiciones erróneas o los esquemas poco funcionales, que
pueden estar provocando las conductas problemáticas y las
tendencias de auto-devaluación. Estas suposiciones generalmente se van haciendo evidentes en el transcurso de la terapia, a medida que paciente y terapeuta van examinando
los contenidos de los pensamientos automáticos del paciente. Dado que esos esquemas poco funcionales suelen hacer
vulnerable a la persona (por ejemplo, ante la depresión),
esta fase del tratamiento se considera esencial para asegurar
la resistencia ante la recaída, una vez que el paciente se enfrente con futuros acontecimientos estresantes. Esto es, si no
se modifican los factores de vulnerabilidad cognitiva subyacentes, es posible que el paciente muestre una mejoría a corto plazo, pero que todavía sea susceptible a la depresión.
Cuando se trata de otros trastornos, la estrategia general es bastante similar. Sin embargo, cada trastorno implica
pensamientos automáticos y creencias subyacentes muy di-
Estrategias psicológicas de tratamiento
ferentes. Por ejemplo, en el trastorno de pánico, el núcleo
suele ser la identificación de los pensamientos automáticos
sobre las sensaciones corporales más temidas, y enseñar al
paciente a quitarle importancia a la experiencia de pánico
(Clark, 1986; Clark et al., 1994). En la bulimia, la estrategia
cognitiva se centra en la sobrevaloración que hace la persona del peso y la constitución corporal, que suelen estar alimentados por una baja autoestima y el temor de no ser
atractivo. Además, también se exploran las cogniciones
erróneas respecto a qué comidas son «buenas» y cuáles son
«peligrosas» (Agras, 1993; Fairburn et al., 1993; Wilson,
Fairburn, y Agras, 1997).
EVALUACIÓN DE LAS TERAPIAS COGNITIVO-CONDUCTUALES. Pese a la amplia atención de la que ha dis-
frutado la terapia de conducta racional emotiva de Ellis, son
pocas las investigaciones que atestiguan su eficacia, sobre
todo por lo que concierne a poblaciones clínicas meticulosamente diagnosticadas (Hollon y Beck, 1994). Esta terapia obtiene peores resultados que las terapias de exposición para el
tratamiento de los trastornos de ansiedad tales como la agorafobia, la fobia social (Haaga y Davidson, 1989, 1992) y probablemente el trastorno obsesivo-compulsivo (Franklin y
Foa, 1998). En general, esta terapia parece más útil para ayudar a personas saludables a enfrentarse mejor con el estrés
cotidiano, y quizá para impedir que desarrollen trastornos de
ansiedad o depresivos (Haaga y Davidson, 1989, 1992).
La terapia de inoculación del estrés se ha aplicado con
éxito a cierto número de problemas clínicos, incluida la cólera (Novaco, 1977, 1979), el dolor (Turk, Meichenbaum, y
Genest, 1983; Masters et al., 1987), las conductas Tipo A
(Jenni y Wollersheim, 1979), formas leves de ansiedad,
(Meichenbaum, 1985) y, como ya se ha dicho, las consecuencias de la cirugía de la rodilla (Ross y Berger, 1996).
Esta estrategia se adapta especialmente bien para conseguir
aumentar las capacidades de personas que muestran cierta
vulnerabilidad para desarrollar problemas en situaciones
estresantes. Sin embargo, este valor preventivo no ha sido
demostrado por ningún estudio empírico riguroso.
Por el contrario, la eficacia de los métodos de tratamiento cognitivo de Beck está perfectamente documentada. La investigación sugiere que esa estrategia es absolutamente beneficiosa para conseguir aliviar trastornos muy
diferentes (véase Hollon y Beck, en prensa, para una revisión global). Por lo que concierne a la depresión, la terapia
cognitivo-conductual es al menos comparable al tratamiento con fármacos, excepto para los casos más graves
(como la depresión psicótica). También ofrece ventajas a
largo plazo, especialmente para impedir la recaída (Craighead et al., 1998). La terapia cognitiva produce resultados
impresionantes en el tratamiento del trastorno de pánico y
el trastorno de ansiedad generalizada (Hollon y Beck, en
prensa), y es el mejor tratamiento posible para la bulimia
(Wilson y Fairburn, 2002). Por último, las estrategias cogni-
CAPÍTULO 17
Terapia
tivas se han mostrado muy fructíferas para el tratamiento
del trastorno de conducta (Hollon y Beck, en prensa), el
abuso de sustancias (Beck et al., 1993), y ciertos trastornos
de personalidad (Beck et al., 1990; Linehan, 1993).
La utilización combinada de la terapia cognitiva y conductual es ya algo habitual. Todavía quedan algunas disputas respecto a si los efectos de los tratamientos cognitivos
son el resultado de cambios cognitivos, tal y como mantienen los teóricos cognitivos (Jacobson et al., 1996; Hollon y
Beck, en prensa). Al menos por lo que concierne a la depresión y al trastorno de pánico, parece que los cambios cognitivos son el mejor predictor de los resultados a largo plazo,
como mantiene la teoría cognitiva (Hollon et al., 1990). Sin
embargo, existe un debate respecto a cuáles son exactamente los ingredientes activos de los tratamientos cognitivos
(Teasdale et al., 2001; véase también la monografía de otoño
de 1997 de Behavior Therapy [vol. 28, nº 4]).
Terapias humanistas
Las terapias humanistas aparecieron durante la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial. En una sociedad dominada por el interés, la mecanización, la informática, la mentira y la burocracia absurda, los defensores de las terapias
humanistas consideraban la psicopatología una consecuencia de los problemas de alienación, despersonalización, soledad e incapacidad para encontrar significado a la vida.
Este tipo de problemas, mantenían sus defensores, no pueden resolverse buceando en recuerdos olvidados, o corrigiendo conductas específicas inadaptadas.
Las terapias humanistas se basan en el supuesto de que
tenemos libertad y responsabilidad para controlar nuestra
propia conducta —en que podemos reflexionar sobre nuestros problemas, adoptar decisiones y realizar acciones positivas—. Los terapeutas humanistas piensan que el paciente
debe adoptar la mayor parte de la responsabilidad en la
orientación de la terapia, y que el terapeuta únicamente actúa como consejero y guía. Aunque las diversas versiones
tienen pequeñas diferencias de detalle, su núcleo central
siempre es ampliar la «conciencia» del paciente.
TERAPIA CENTRADA EN EL PACIENTE.
La terapia
centrada en el paciente de Carl Rogers (1902-1987) se centra en el poder natural del organismo para sanarse a sí mismo (Rogers, 1951, 1961, 1966). Rogers considera la terapia
como un proceso de eliminación de las restricciones que
van apareciendo progresivamente, procedentes de las exigencias poco realistas que las personas realizamos sobre nosotros mismos, cuando creemos que no deberíamos tener
cierto tipo de sentimientos, tales como la hostilidad. Al negar la existencia de esos sentimientos, también nos hacemos
desconocedores de nuestras propias reacciones «viscerales». A su vez esta pérdida de contacto con nuestro propio
yo da lugar a una menor integración, un deterioro de las relaciones personales y diversos tipos de desajuste.
El objetivo fundamental de la terapia de Rogers es precisamente resolver esta incongruencia, para ayudar a los pacientes a ser capaces de aceptarse y a ser ellos mismos. Para
conseguirlo esta terapia establece un clima psicológico en el
que los pacientes pueden sentirse incondicionalmente
aceptados, comprendidos y valorados como personas. En
este contexto, el terapeuta recurre a técnicas no directivas,
como el reflejo empático, o la reafirmación de las descripciones que hace el paciente de las dificultades de la vida. Si
todo va bien, los pacientes empiezan a sentirse libres, quizá
por primera vez en su vida, para explorar sus auténticos
sentimientos y pensamientos, y para aceptar los odios, la
hostilidad y otros sentimientos inaceptables, como parte de
ellos mismos. A medida que su autoconcepto se va haciendo más congruente con su experiencia real, van siendo capaces de aceptarse a sí mismos, y estando más abiertos a
nuevas experiencias y a nuevas perspectivas; en definitiva,
se convierten en personas mejor integradas.
En contraste con la mayoría de las terapias, el terapeuta rogeriano no proporciona respuestas, tampoco interpreta lo que dice el paciente, sondea conflictos inconscientes,
ni tampoco le orienta hacia temas determinados. Por el
contrario, simplemente se limita a escuchar con atención
aquello de lo que el paciente desea hablar, interrumpiendo
solamente para reafirmar con palabras diferentes lo que
está diciendo el paciente. Este tipo de reafirmaciones, en las
que no cabe ningún juicio ni interpretación, ayudan al paciente a clarificar los sentimientos e ideas que está explorando en sí mismo. El siguiente extracto de la entrevista de
un terapeuta con una mujer joven puede servir para ilustrar
tales técnicas de reflexión y clarificación.
Terapia centrada en el paciente
Alicia:
Estaba pensando en ese trabajo. Yo
desarrollé algún truco, quiero decir,
bueno, hábito, para conseguir que la
gente se sintiese cómoda conmigo,
o para que las cosas ocurrieran poco
a poco...
ESTUDIO
Asesor: En otras palabras, que siempre inDE UN
tentabas que las cosas fueran agraCASO
dables, y que los demás se sintieran
a gusto en esa situación.
Alicia: Si. Creo que era así. Pero la razón por la que yo hacía eso
probablemente era —quiero decir, no porque yo fuera una
buena samaritana y quisiese hacer felices a los demás,
sino que probablemente era el papel en el que me sentía
más a gusto—. Es lo que he estado haciendo toda la vida.
Asesor: Tienes la sensación de que durante mucho tiempo has estado desempeñando el papel de suavizar las fricciones o
las diferencias.
Alicia: Mmm.
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Asesor: En vez de tener tu propia opinión o reacción respecto esa
situación. ¿Es así?
Alicia: Eso es. O que no he sido realmente honesta siendo yo misma, o sabiendo cuál es mi auténtico yo, y que me he limitado a desempeñar un papel falso. En el momento en que
había un papel que nadie desempeñaba, y que era necesario desempeñar, allí estaba yo para cumplirlo. (Extraído de
Rogers, 1951, pp.152-153).
Este tipo de psicoterapia, tal y como se planteó originalmente, apenas se usa en la actualidad en Norteamérica.
Sin embargo, continúa siendo una estrategia relativamente
popular en Europa (Greenberg, Elliot y Lietaer, 1994).
TERAPIA EXISTENCIAL. La perspectiva existencialista, igual que la centrada en el paciente, destaca la importancia de la situación humana tal y como la percibe un individuo. Así pues, se centra en la experiencia fenomenológica
de la persona, y no en una noción de la realidad objetiva.
Los existencialistas están profundamente preocupados por
las dificultades de la humanidad, la ruptura de la confianza,
la alienación y despersonalización de los individuos y la sociedad contemporánea, y por la ausencia de significado de
la vida. Sin embargo, consideran a las personas como poseedoras de un elevado nivel de libertad, y por lo tanto capaces de buscar soluciones a sus problemas, y de dar lo mejor
de sí mismas. El potencial de los seres humanos para ser
conscientes de su propia mortalidad y cuestionar su propia
existencia nos confronta con la responsabilidad de ser —de
decidir qué tipo de persona seremos en el ámbito de nuestros años de vida—, de establecer nuestros propios valores,
y de desarrollar nuestras posibilidades.
Los terapeutas existenciales no siguen un procedimiento rígido sino que, por el contrario, destacan la individualidad de cada persona y su «forma de estar en el
mundo». Destacan la importancia de ser conscientes de
la propia existencia —lo que enfrenta al individuo directamente con cuestiones sobre el significado y el propósito de su existencia— a lo largo de la terapia, la compleja
relación que se establece entre dos seres humanos en una
situación terapéutica, a medida que intentan ser abiertos
y «auténticos». Al contrario de los psicoanalistas y conductistas, la terapia existencial pretende que los terapeutas compartan sus sentimientos, sus valores y su propia
existencia.
Además de ser auténtico, la tarea de un terapeuta existencial es conseguir que los pacientes respondan con autenticidad a las ineludibles relaciones intersubjetivas con los
demás (Havens, 1974; May, 1969). Por ejemplo, si un paciente dice «le odio a usted, igual que odiaba a mi padre», el
terapeuta podría responder diciendo «yo no soy tu padre,
yo soy yo, y usted tiene que tratarme como Dr. S. y no como
Estrategias psicológicas de tratamiento
su padre». La idea principal es el aquí y ahora —lo que una
persona decide hacer, y por lo tanto ser—, en un momento
determinado. Este sentido de inmediatez, de urgencia de la
experiencia, es el sello de la terapia existencial, y el punto de
partida para clarificar y elegir distintas alternativas de ser.
TERAPIA DE LA GESTALT.
En Alemania, el término
Gestalt significa «totalidad», y la terapia de la Gestalt destaca la unidad de la mente y el cuerpo —situando el énfasis en
la necesidad de integrar pensamiento, sentimiento y acción—. La terapia de la Gestalt fue desarrollada por Frederick Perls (1967, 1969), para enseñar a sus pacientes a reconocer los procesos corporales y las emociones que habían
estado bloqueando para que no penetraran en la conciencia. Igual que ocurre con la terapia centrada en el paciente y
con la terapia existencial, el objetivo principal de la terapia
de la Gestalt es incrementar el auto conocimiento y la autoaceptación.
Si bien la terapia de la Gestalt suele utilizarse en grupo,
el acento se sitúa en una persona cada vez, con quien el terapeuta trabaja de manera intensiva, intentando ayudarla a
identificar aspectos de su yo o del mundo, que no han accedido a su conciencia. Puede que se pida al individuo que represente fantasías relativas a sentimientos y a conflictos, o
que represente una parte de un conflicto mientras está sentado en una silla, y que después intercambie las sillas para
adoptar la posición del adversario. Con frecuencia el terapeuta u otros miembros del grupo le hacen preguntas del
tipo «¿de qué parte del cuerpo eres consciente ahora?» o
«¿qué sientes en lo más profundo cuando piensas en eso?».
Desde esta perspectiva se presta gran cantidad de atención a los sueños, pero con un énfasis muy diferente al del
psicoanálisis clásico. En la teoría de la Gestalt, todos los elementos del sueño, incluso los que aparentemente son incoherentes, son considerados como representaciones de los
aspectos no reconocidos de Yo del soñador. El terapeuta
insta al paciente a dejar en suspenso sus juicios críticos normales, a «ser» el objeto del sueño, e informar de su experiencia. Esto es lo que ilustra el siguiente caso.
La terapia de la Gestalt
Un terapeuta y profesor universitario estaba
preocupado por su promoción académica y su
permanencia en el puesto, hasta que se dio
cuenta de que era incapaz de experimentar
alegría. Buscó la ayuda de un amigo que era terapeuta
de la Gestalt. Ésta le pidió que intentaESTUDIO
se recordar un ensueño que hubiese tenido duDE UN
rante el día, y no un sueño nocturno. El
CASO
ensueño que apareció de manera espontánea
tenía que ver con el esquí. El terapeuta le pidió
que se convirtiera en la montaña, y el paciente empezó a notar la
CAPÍTULO 17
Terapia
calidez de estar en su base. A medida que se acercaba a la cúspide,
lo que tan maravilloso parecía también era gélido. La terapeuta pidió al profesor que se convirtiera en nieve, y éste experimentó la
sensación de lo dura y fría que podía ser cerca de la cumbre. Pero
allí, las personas podían correr por encima de él con facilidad. Cuando terminó la sesión, el profesor no se sentía triste, sino como si hubiera estado esquiando. Así que se fue a esquiar y dejó en casa artículos y libros. Entre el brillo de la nieve y el sol, se dio cuenta de que
la alegría de vivir procede de los hechos y no de las palabras. En su
carrera por el éxito, había cometido uno de los pecados cardinales
contra él mismo: el pecado de no ser activo (adaptado de Prochaska y Norcross, 2003, p. 183).
EVALUACIÓN DE LAS TERAPIAS HUMANISTAS.
Las terapias humanistas han sido criticadas por carecer de
modelos sistematizados de la conducta humana y de sus
trastornos, por la falta de acuerdo entre sus procedimientos
terapéuticos y por su ambigüedad respecto a lo que se supone que ocurre entre paciente y terapeuta. Sin embargo
muchos de los defensores de estas estrategias consideran
que son precisamente esas características las que contribuyen a su fortaleza y vitalidad. Las teorías sistematizadas
pueden reducir a las personas a meras abstracciones, que
disminuyen su validez y niegan su propia forma de ser.
Dado que las personas somos tan diferentes, sería de esperar que cada caso necesitase una técnica diferente. La investigación controlada sobre los logros obtenidos por las terapias humanistas es relativamente escasa. Sin embargo,
cuando sus resultados se comparan con los obtenidos por
las terapias conductuales y cognitivo-conductuales, suelen
ser inferiores (Greenberg, Elliot y Lietaer, 1994).
Por otra parte, muchos de los conceptos humanistas
—la idiosincrasia de cada individuo, la importancia de la
autenticidad terapéutica, la satisfacción que proviene de ser
consciente del propio potencial, la importancia de la búsqueda del significado y la capacidad humana de elección y
auto-dirección—, han ejercido un gran impacto sobre
nuestra perspectiva contemporánea de la naturaleza humana, y también sobre cómo debería ser una buena psicoterapia.
Terapias psicodinámicas
La terapia psicodinámica consiste en una estrategia de tratamiento que se centra en la dinámica de la personalidad
individual, generalmente desde una perspectiva psicoanalítica (véase Capítulo 3). Se practica fundamentalmente
de dos maneras: el psicoanálisis clásico y la psicoterapia de
orientación psicoanalítica. Tal y como fue desarrollado por
Freud y sus seguidores, el psicoanálisis clásico supone un
procedimiento intensivo (al menos tres sesiones por semana), y de larga duración, que intenta descubrir recuerdos
reprimidos, pensamientos, temores y conflictos, que presu-
miblemente proceden del desarrollo psicosexual de los primeros años de vida. Por ejemplo, una persona excesivamente ordenada y adusta, y con un riguroso control, probablemente tuviera en su infancia alguna dificultad con el
control de esfínteres.
En una terapia de orientación psicoanalítica, el tratamiento y las ideas sobre las que se basa pueden llegar a apartarse de manera sustancial de los principios y procedimientos de la teoría freudiana ortodoxa, si bien la terapia está
profundamente enraizada en conceptos psicoanalíticos. Por
ejemplo, muchos terapeutas de orientación psicoanalítica
realizan sesiones menos frecuentes (una por semana), y se
sientan frente al paciente en vez de quedarse fuera de su vista. De manera similar, la postura relativamente pasiva del
analista (que suele limitarse a escuchar las «asociaciones libres» de su paciente y casi nunca ofrece «interpretaciones»), se reemplaza por un estilo de conversación activo, en
el que el terapeuta intenta clarificar las distorsiones y las lagunas de la construcción que su paciente hace sobre el origen y las consecuencias de sus problemas, por lo que se enfrenta de manera directa a las «defensas» de su paciente, a
medida que se presentan. Suele aceptarse que esta estrategia
más directa abrevia en gran medida la duración del tratamiento. Comenzaremos por examinar los métodos originales de Freud, en parte por su significado histórico y su enorme influencia; a continuación daremos un rápido repaso a
algunas de las modificaciones contemporáneas de la teoría
psicodinámica, que en su mayor parte se centran en los procesos interpersonales. Sin embargo, antes de comenzar, permítasenos conocer el caso de Karen.
La teoría psicodinámica
Karen estaba a punto de tener que abandonar
su trabajo de enfermera, a menos que fuera
capaz de resolver sus problemas. Siempre había sido una estudiante modelo, que se llevaba muy bien con sus compañeros. Pero ahora,
ESTUDIO tras ser trasladada al quirófano, siempre tenía
dolores de cabeza y mareos. Pero lo más graDE UN
ve de todo eran dos errores que había cometiCASO
do al dar la medicación a los pacientes. Ella
sabía que esos errores podían haber sido fatales, y le preocupaba saber por qué habían comenzado esos problemas. Karen sabía que tenía muchos sentimientos negativos hacia
la enfermera jefe de la sección sur, pero no creía que esos sentimientos fueran los responsables de su dilema actual. Comenzó una
psicoterapia.
Tras unos cuantos meses de psicoterapia, el terapeuta llegó a la
conclusión de que uno de los más importantes conflictos de Karen
tenía que ver con la muerte de su padre, cuando ella tenía doce
años. Karen había ido a vivir con su padre, después de haber pasado
siete años con su madre. Recordaba perfectamente su angustia
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cuando su padre sufrió un ataque cardiaco y tuvo que ingresar en el
hospital. Por un momento parecía que su padre podría recuperarse,
y Karen empezó a disfrutar las visitas diarias que le hacía. Durante
una de esas visitas su padre se agarró el pecho con un fuerte dolor,
y le pidió a Karen que llamara a una enfermera. Karen recuerda lo indefensa que se sintió, dando vueltas sin poder encontrar ninguna
enfermera, aunque no recuerda por qué le costó tanto encontrarla.
Parecía una búsqueda sin final, y cuando por fin dio con una, su padre había fallecido.
El terapeuta preguntó a Karen el nombre de la sección del hospital en la que falleció su padre. Karen quedó pensativa y de pronto
dejó escapar «la sección sur». Lloraba mientras contaba lo confusa
y lo iracunda que se había sentido con las enfermeras de esa sección que no estaba en su puesto, aunque pensaba que quizá estaban
atendiendo otra emergencia. Después de llorar y estremecerse y
expresar su resentimiento, por primera vez en muchos meses Karen
se sintió relajada y tranquila. Sus síntomas desaparecieron, así
como sus dificultades en las prácticas de enfermería (adaptado de
Prochaska y Norcross, 2003, pp. 28).
EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO.
El psicoanálisis es
un sistema terapéutico que ha evolucionando durante los
años profesionales de Freud. No es fácil describir el psicoanálisis, y el problema se complica por el hecho de que la
gente tiene concepciones inadecuadas, que provienen de
películas, cómics y otros tipos de caricaturas. La mejor manera de empezar nuestra descripción es hacerlo a partir de
cuatro técnicas básicas en este tipo de terapia: (1) asociación libre, (2) análisis de los sueños, (3) análisis de las resistencias y (4) análisis de la transferencia. A continuación
destacaremos algunos de los cambios más importantes que
han tenido lugar en la terapia psicodinámica desde los
tiempos de Freud.
Asociación libre.
La regla básica de la asociación libre
es que un individuo debe decir cualquier cosa que le venga
a la cabeza, ya sea algo personal, doloroso o aparentemente
irrelevante. Generalmente el paciente se coloca en una posición relajada sobre un diván, y procede a contar sus pensamientos, sentimientos y deseos que le vienen a la cabeza,
dejándose llevar por la asociación de ideas. El terapeuta
normalmente se coloca tras el paciente para no alterar la sucesión de asociaciones.
Aunque esta descripción de cualquier cosa que venga a
la cabeza pueda parecer algo aleatorio, Freud no lo consideraba así; por el contrario, creía que las asociaciones están
determinadas, igual que lo está cualquier otro acontecimiento. El objetivo de la asociación libre es explorar el contenido del preconsciente —una parte de la mente susceptible del análisis consciente, pero que suele pasar
desapercibida—. La interpretación analítica requiere que el
terapeuta, junto con el paciente, intente conectar las ideas,
Estrategias psicológicas de tratamiento
creencias y acciones de éste para dar lugar a una explicación
inteligible, que le ayude ha comprender la relación entre su
conducta inadaptada y los acontecimientos y fantasías reprimidos (inconscientes) que lo impulsan.
Análisis de los sueños.
Otro procedimiento relacionado e igualmente importante, para descubrir el material
inconsciente, es el análisis de los sueños. Cuando una persona está durmiendo, sus defensas represivas disminuyen,
y los deseos y sentimientos prohibidos pueden llegar a encontrar una vía de escape mediante el sueño. Por esta razón, los sueños se consideran como una «autopista al inconsciente». Sin embargo, algunos motivos todavía son
tan inaceptables para la persona, que ni siquiera en los sueños se manifiestan de manera explícita, sino que se expresan de manera simbólica. Así pues, un sueño tiene dos tipos de contenido: (1) un contenido manifiesto, que es tal
y como aparece en la imaginación, y (2) un contenido latente, que consiste en los impulsos que están buscando expresarse, pero que son tan dolorosos o inaceptables que
aparecen disfrazados.
La tarea del terapeuta consiste en descubrir esos significados ocultos, mediante el estudio de las imágenes que
aparecen en el contenido manifiesto del sueño del paciente.
Por ejemplo, un sueño en el que el paciente se sumerge en
una ola podría interpretarse como indicativo de que se
siente en peligro de quedar abrumado por sus temores y
hostilidades reprimidas.
Análisis de resistencias.
Durante el proceso de asociación libre o de análisis de sueños, es posible que un individuo ponga de manifiesto resistencias —el rechazo a hablar
sobre ciertos pensamientos, impulsos o experiencias (Strean, 1985)—. Por ejemplo, puede que un paciente esté hablando sobre una importante experiencia de su infancia, y
de pronto cambie de tema, diciendo algo como «realmente
carece de importancia» o «es demasiado absurdo como
para comentarlo». La resistencia también puede proceder
de una interpretación poco sincera del paciente respecto a
cierta asociación, o también al llegar tarde a la cita, o incluso al «olvidar» por completo la cita. Dado que la resistencia
impide que los contenidos dolorosos y amenazantes puedan llegar a la conciencia, es necesario buscar su origen si
queremos que la persona sea capaz de enfrentarse al problema y aprender a manejarlo de manera realista.
Análisis de transferencias.
A lo largo de la interacción
entre el paciente y el terapeuta, la relación entre ellos se va
haciendo cada vez más compleja y emocional. Con frecuencia las personas aplican de manera inconsciente a su terapeuta ciertas actitudes y sentimientos que ellos tienen en su
relación con un padre o cualquier otra persona cercana a
ellos, un proceso que se conoce como transferencia. Así
pues, puede que los pacientes reaccionen ante su terapeuta
CAPÍTULO 17
Terapia
como lo harían con esa otra persona, y sientan hacia éste el
mismo amor, hostilidad o rechazo, que sintieron hace tiempo hacia esa otra persona. Si el terapeuta actúa según el papel de mantener una posición impersonal, es posible interpretar las reacciones del paciente como un tipo de
proyección que, aunque inadecuada a esa situación, resulta
particularmente reveladora de aspectos primordiales de la
vida del paciente. Por ejemplo, si el paciente critica vehementemente (pero de manera injusta) al terapeuta por no
atender sus necesidades, podría considerarse como una
«transferencia» hacia el terapeuta de una serie de actitudes
que se adquirieron durante las interacciones infantiles con
sus padres, o con otras personas importantes para él.
Para poder ayudar a su paciente a comprender y reconocer ese proceso de transferencia, el terapeuta puede proporcionarle pistas sobre el significado de su reacción. Al hacerlo, puede también introducir una experiencia emocional
correctiva, al no participar en esas figuraciones sobre la naturaleza de la relación terapéutica. Por ejemplo, si el paciente espera rechazo y crítica, el terapeuta podría mantener
una postura neutral. De esta manera el paciente puede llegar a reconocer sus supuestos previos y a «seguir trabajando» sobre ese conflicto en sus sentimientos. En esencia, los
efectos negativos de una relación inicial indeseable se contraponen a un conflicto emocional similar con el terapeuta,
pero en el contexto terapéutico. Cuando una persona revive
una relación patógena anterior, en cierto sentido recrea esa
neurosis en la vida real, y por lo tanto suele denominarse
esa experiencia como una transferencia de neurosis.
No es posible describir en profundidad las complejidades de las relaciones transferencia, si bien las actitudes del
paciente hacia su terapeuta no suelen seguir pautas tan sencillas como sugiere nuestro ejemplo. Lo más normal es que
el paciente se muestre ambivalente —contradiciendo por
una parte al terapeuta, y sintiéndose hostil hacia él como
símbolo de autoridad—, pero al mismo tiempo buscando
también su aceptación y su cariño. Por otra parte, los problemas de transferencia no están restringidos al paciente, ya
que el terapeuta quizá tenga también una mezcla de sentimientos hacia su paciente. Esta contra-transferencia, en la
que el terapeuta reacciona en función de las atribuciones
que le transfiere el paciente, y no de manera objetiva, debe
reconocerse y manejarse de manera apropiada. Por esa razón, es muy importante que los terapeutas tengan una adecuada comprensión de sus propios impulsos, conflictos y
«puntos débiles»; de hecho, todo psicoanalista debe someterse a un psicoanálisis antes de comenzar una práctica independiente.
La resolución de la transferencia neurótica es el elemento clave para la «curación» psicoanalítica. Dicha resolución sólo puede producirse si el terapeuta es capaz de evitar con éxito las trampas ocultas de la contra-transferencia.
Esto es, el terapeuta necesita tener el control de su propia
transferencia o reacción ante la conducta de sus pacientes.
Si no es capaz de hacerlo, se corre el riesgo de repetir, pero
en un contexto terapéutico, las dificultades que han caracterizado la vida adulta del paciente. El análisis de la transferencia y de la contra transferencia también forma parte de
la mayoría de las derivaciones psicodinámicas del psicoanálisis clásico, sobre las que nos vamos a centrar a continuación.
La terapias psicodinámicas a partir de Freud.
La versión original del psicoanálisis apenas se practica en la actualidad. Resulta muy ardua y costosa tanto en tiempo,
como en dinero y compromisos emocionales, y pueden pasar varios años antes de que las principales dificultades de la
vida del paciente queden resueltas satisfactoriamente. Por
esa razón, los terapeutas psicoanalistas-psicodinámicos han
intentado realizar algunas modificaciones en sus procedimientos, con el fin de abreviar tanto el tiempo como el dinero necesarios. Es posible encontrar una buena revisión de
algunas de estas estrategias en Prochaska y Norcross (2003).
LA TERAPIA INTERPERSONAL.
Las estrategias psicodinámicas contemporáneas suelen tener un importante
componente interpersonal. En otras palabras, destacan lo
que los freudianos tradicionales considerarían fenómenos
de transferencia y contra-transferencia, y extienden sus
conceptos a prácticamente todos los ámbitos de las relaciones de una persona, en vez de considerarlos únicamente en
el seno de la situación terapéutica. La terapia interpersonal
fue desarrollada en Estados Unidos por Harry Stack Sullivan (véase el Capítulo 3). Su idea central es que todos nosotros, y en todo momento, invocamos de manera involuntaria esquemas que hemos adquirido a partir de nuestras
primeras interacciones con los demás, cada vez que necesitamos interpretar lo que está ocurriendo en nuestra relación actual. En la medida en que esas relaciones tempranas
tuvieran algún problema, pueden llegar a distorsionar la capacidad para interpretar de manera adecuada y objetiva las
relaciones interpersonales actuales. Así pues, una persona
de la que se abusó o a la que se rechazó en la infancia, puede actuar bajo el supuesto implícito (inconsciente) de que
el mundo es generalmente «rechazante» y abusivo. El error
derivado de esta creencia afecta negativamente a las relaciones actuales. En los peores casos, incluso puede llevar (debido a la reacción de los demás ante las reticencias, cautelas
y contra-agresiones del paciente) a la confirmación de que
el mundo en su lugar horrible y peligroso —un ejemplo
más de la profecía que se cumple a sí misma (véase Carson,
1982; Wachtel, 1993).
RELACIONES OBJETALES, PSICOLOGÍA DEL YO Y
OTRAS VARIACIONES INTERPERSONALES. Las re-
visiones más extensas de la teoría psicoanalítica clásica que
han tenido lugar durante las últimas décadas están relacionadas con la perspectiva de las relaciones objetales (en la
www.ablongman.com/butcher12e
jerga psicoanalítica, los «objetos» son las demás personas) y,
en menor medida, con las perspectivas del apego y la psicología del Yo (véase el Capítulo 3; véase también Prochsaka y
Norcross, 2003). Al margen de que se use o no la expresión
relaciones objetales, cada vez son más los investigadores y
clínicos que describen una serie de procedimientos centrados en las relaciones interpersonales (por ejemplo, Benjamín, 1996; Crits-Christoff y Connoly, en prensa; Frank y
Spanier, 1995; Horowitz, 1996; Kiesler, 1996; Klerman, et
al., 1984; Strupp y Binder, 1984).
La principal contribución de la perspectiva interpersonal es su impulso hacia la «integración» de diversos tipos de
terapia. Numerosos investigadores y clínicos contemporáneos (por ejemplo Beutler, 1992; Blatt et al., 1996b; Lazarus,
1997a, 1997b; Linehan, 1993; Safran, 1990a, 1990b; Wachtel, 1997) han puesto de relieve las diversas formas en que
los asuntos interpersonales pueden desempeñar un papel
fundamental en las terapias psicodinámicas, conductual,
cognitiva e incluso psico-farmacológica.
Los terapeutas de orientación psicodinámica interpersonal pueden variar considerablemente respecto a su centro
de interés: si se concentran en acontecimientos remotos del
pasado, o en situaciones interpersonales actuales, o quizá en
algún tipo de punto intermedio entre ambos. La mayoría
intentan exponer, llevar a la conciencia y modificar, el efecto de las causas evolutivas remotas de las dificultades del paciente. Estas terapias por lo tanto, suelen retener el objetivo
psicoanalítico clásico de llegar a comprender el presente a
partir del pasado. Lo que ignoran son las nociones psicoanalíticas de las transformaciones de la energía libidinosa y
de los impulsos internos (e impersonales) que están canalizados a través de los síntomas psicopatológicos.
EVALUACIÓN DE LA TERAPIA PSICODINÁMICA. El
psicoanálisis clásico suele ser criticado por ser una terapia
muy onerosa, tanto en tiempo como en dinero; también
por estar basado en una perspectiva de la naturaleza humana cuestionable, ridícula y en ocasiones muy sesgada culturalmente; igualmente por ignorar los problemas inmediatos del paciente en pos de la búsqueda de los efectos
inconscientes que tuvieron lugar en un pasado remoto; y
también por no proporcionar pruebas adecuadas de su eficacia. Por lo que concierne a este último tema, ratificamos
la inexistencia de estudios rigurosos sobre la eficacia del
psicoanálisis clásico. Es algo comprensible, dada la naturaleza intensiva y duradera del tratamiento, así como las dificultades metodológicas inherentes a la comprobación empírica de sus postulados. Sin embargo, existen algunos
datos preliminares y muy prometedores de que este tipo de
tratamientos puede tener cierta eficacia (Gabbard et al.,
2002). Sin embargo, otra cosa es si los beneficios clínicos
justifican el gasto de tiempo y de dinero.
Sí existen muchas más investigaciones sobre las nuevas
terapias de orientación psicodinámica, aunque todavía
Estrategias psicológicas de tratamiento
queda mucho por hacer. Anderson y Lambert (1995) han
publicado una revisión muy útil, que incluye análisis cuantitativos, a partir de veintiséis estudios sobre la eficacia de la
psicoterapia psicodinámica. En general, los resultados de
este tipo de terapia son impresionantes. Merece la pena destacar el modelo de terapia interpersonal, desarrollado por
Klerman y sus colaboradores (1984), con una gran eficacia
para el tratamiento de la depresión (Frank y Spanier, 1995).
También parece constituir un satisfactorio tratamiento
para la bulimia nerviosa (Fairburn et al., 1993), y en la actualidad está siendo investigado en otros ámbitos clínicos.
Terapia matrimonial y familiar
Muchos de los problemas que llegan a la clínica son problemas de relación. Un ejemplo muy frecuente son los problemas matrimoniales o de pareja. En estos casos, la conducta inadaptada afecta a los miembros de esa relación. Si
queremos ampliar todavía más este ámbito, la perspectiva
familiar sistémicas refleja la suposición de que la conducta
en el seno de la familia de cada uno de sus miembros está
sujeta a la influencia de la conducta y de las pautas comunicativas del resto de los miembros. En otras palabras, se
trata del producto de un «sistema» que puede ser susceptible de modificación. Así pues, la identificación de los problemas derivados del funcionamiento de este sistema requiere una serie de técnicas terapéuticas centradas no sólo
en las personas, sino también en la relación que mantienen
entre ellas.
LA TERAPIA MATRIMONIAL.
El enorme número de
parejas que buscan ayuda para solucionar sus problemas
de relación está haciendo que el asesoramiento familiar
constituya un campo terapéutico en gran expansión. Generalmente se trabaja con los dos miembros de la pareja, y
la terapia se centra en clarificar y mejorar sus interacciones
y sus relaciones. Si bien lo más habitual es que al principio
de la terapia cada miembro de la pareja esté secretamente
convencido de que el único que tiene que cambiar es el
otro (por ejemplo, Córdova y Jacobson, 1993), casi siempre resulta necesario que sean ambos los que modifiquen
sus interacciones mutuas.
Durante muchos años el modelo fundamental de la terapia matrimonial ha sido la terapia tradicional conductual de pareja (véase Cristensen y Heavey, 1999). Lo que se
intenta desde esta perspectiva es evaluar y modificar la contribución de cada individuo a los aspectos específicos y problemáticos de la relación. El modelo recurre a principios
conductuales como el reforzamiento, el modelado y el ensayo conductual, para intentar conseguir cambios en el estilo
de la relación. Se enseña a cada miembro de la pareja a aumentar o disminuir ciertas conductas, con el objetivo de
mejorar la relación. También aprenden habilidades para
mejorar la comunicación y la solución de problemas.
CAPÍTULO 17
Terapia
Una de las dificultades de la terapia de parejas es la
enorme implicación emocional de cada miembro, lo que les
impide percibir y aceptar la realidad de su relación. Con
mucha frecuencia una esposa puede ver con gran claridad
lo que su marido «hace mal», pero nunca cuáles son sus
propias actitudes y conductas que están contribuyendo a
mantener ese impasse, mientras que a su vez los maridos
suelen tener una certeza absoluta de cuáles son las debilidades de su esposa, pero nunca las suyas propias. Para solucionar esta traba, muchas veces se recurre a grabaciones en
vídeo, que permiten capturar momentos esenciales de la interacción. Su análisis permite a los miembros de la pareja
comprender mejor la naturaleza de sus interacciones. Así
pues, es posible que el marido se dé cuenta por primera vez
de que siempre intenta dominar a su esposa en vez de escucharla y tener en cuenta sus necesidades y expectativas,
mientras que la esposa puede darse cuenta de que estaba socavando constantemente la autoestima de su marido. Después de ver una de estas grabaciones, una joven esposa realizó las siguientes afirmaciones.
La primera sesión de una
pareja
ESTUDIO
DE UN
CASO
¡Mira! Ahí está: ¡alto y claro! Como de costumbre no me has dejado expresar mis sentimientos ni mis opiniones, y te limitas a interrumpirme con tus propias ideas. Siempre me
estás diciendo qué es lo que pienso, sin preguntarme nunca lo que en realidad pienso. Y
puedo ver cuál es mi respuesta: refugiarme en
el silencio.
La investigación ha permitido establecer que la terapia
tradicional conductual de pareja resulta efectiva para los
problemas matrimoniales (para una revisión, véase Cristensen y Heavey, 1999). Aproximadamente dos tercios de
las parejas mejoran su relación después de la terapia (Jacobson et al., 1987). Sin embargo, todavía queda un tercio
de las parejas que continúan con sus problemas (Jacobson
y Addis, 1993). De hecho, incluso entre las parejas que mejoran su relación, es frecuente que tengan recaídas, y que
esa mejoría no se mantenga a lo largo del tiempo (Jacobson
et al., 1987).
Tales limitaciones han llevado a los investigadores a
concluir que una estrategia centrada en el cambio no tiene
porqué ser apropiada para todas las parejas. Por eso se ha
propuesto la terapia de parejas conductual e integradora
(véase Jacobson et al., 2000; Wheeler et al., 2001). En lugar
de centrarse en el cambio (lo que algunas veces tiene el efecto paradójico de que la gente no quiera cambiar), la terapia
integradora de pareja se centra más en la aceptación, y recurre a estrategias que ayudan a cada uno de los miembros
a aceptar algunas de las limitaciones de su pareja. Por supuesto, esto no quiere decir que se renuncie al cambio. Al
contrario, las estrategias de aceptación quedan integradas
en estrategias de cambio, que proporcionan una terapia
más adaptada a las características individuales y a las necesidades de la pareja. Aunque se trata de una nueva aproximación a la terapia matrimonial, los resultados preliminares parecen muy prometedores (Jacobson et al., 2000).
LA TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA.
Evidentemente,
la terapia que se realiza con una familia se solapa con la de
la pareja, pero tiene raíces diferentes. Mientras que la terapia de parejas está dirigida a las personas que buscan ayuda
para sus problemas de pareja, la terapia familiar sistémica
parte del descubrimiento de que muchas personas que
muestran una importante mejora en la terapia individual
sin embargo tienen recaídas cuando regresan a casa. Suele
ocurrir que la mayoría de ellas provienen de un entorno familiar que también requiere modificaciones.
Desde la perspectiva del sistema familiar, el problema o
el trastorno de un paciente sólo es un síntoma de un problema que afecta a toda la familia. Por ejemplo, un meticuloso
estudio de la familia de un niño con problemas puede poner
de manifiesto que ese niño simplemente está reflejando la
patología de la unidad familiar. Por lo tanto, la mayoría de
los terapeutas familiares están convencidos de que para conseguir una mejoría duradera, es necesario implicar a toda la
familia en la terapia. Esta conclusión cada vez está más apoyada por las investigaciones que intentan comprender los
procesos de recaída, como hemos visto en los trabajos sobre
la expresión emocional en los trastornos del estado de ánimo y de la esquizofrenia (véanse los Capítulos 7 y 14).
Una estrategia de terapia familiar que se está haciendo
muy popular es la terapia familiar conjunta de Virginia Satir
(1967). Esta terapia se centra en la mejora de la comunicación, de la interacción y de la relación entre los miembros de
la familia, así como en promover un sistema familiar que
cumpla mejor las necesidades de cada uno de sus miembros.
Por desgracia, la popularidad de esta estrategia no va unida
a su eficacia demostrada (Prochaska y Norcross, 2003).
Otra manera de abordar la resolución de los conflictos
familiares se denomina terapia familiar estructural (Minuchin, 1974). Este enfoque, que se basa de manera explícita
en la teoría sistémica, mantiene que si es posible modificar
el contexto familiar, entonces cada uno de sus miembros
tendrá experiencias diferentes, y por lo tanto actuará también de manera distinta en ese nuevo contexto familiar. Así
pues, un importante objetivo de este tipo de terapia es modificar la organización de la familia, de tal manera que sus
miembros se relacionen entre sí de una manera más comprensiva y menos patológica.
La terapia familiar estructural se centra en las interacciones, y exige un enfoque activo aunque no directivo por
parte del terapeuta. Al principio, éste recoge información
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sobre la familia —un mapa estructural de las pautas de interacción familiar más comunes— actuando como uno
más de la familia, y participando en sus interacciones. De
esta manera, el terapeuta puede descubrir si el sistema familiar tiene límites rígidos o flexibles, quién domina la estructura de poder, quién se siente culpable cuando las cosas
van mal, etc. Equipado con esta información, puede entonces actuar como agente para modificar la interacción entre
los miembros de la familia, cuyas relaciones suelen caracterizarse por sobreprotección, rigidez y escasas habilidades de
resolución de conflictos. El paciente «inicial» suele desempeñar un papel muy importante en la forma en que la familia evita los conflictos.
Como ya se comentó en el Capítulo 9, la terapia familiar estructural alcanza también un buen porcentaje de
éxito en el tratamiento de la anorexia nerviosa (véase Lock
et al., 2001). Los tratamientos familiares centrados en la
conducta son asimismo muy eficaces para mejorar el funcionamiento de los pacientes con esquizofrenia (Pilling et
al., 2002).
Eclecticismo e integración
Las diversas «escuelas» de psicoterapia que acabamos de
describir solían mantener anteriormente posturas más enfrentadas que en la actualidad. Hoy en día la práctica clínica
se caracteriza por una relajación de los límites, y por el deseo de explorar diferentes formas de abordar los problemas
clínicos (véase Castonguay et al., en prensa, para una discusión), un proceso que a veces se denomina terapia multimodal (Lazarus, 1981, 1985, 1997b). Cuando se les pregunta
por su orientación teórica, la mayoría de los terapeutas actuales responden «eclécticos», lo que generalmente significa
que intentan recoger y combinar conceptos y técnicas procedentes de diversas escuelas, en función de lo que parezca
más adecuado a cada caso. Esta tendencia intenta incluso
combinar la terapia sistémicas individual y familiar (por
ejemplo, Feldman, 1992; E. Wachtel, 1994), así como las
perspectivas biológicas y psicosociales (por ejemplo, Feldman y Feldman, 1997; Klerman et al., 1994; Pinsof, 1995).
REVISIÓN
• Describa las diferentes técnicas que
se pueden utilizar para que los pacientes
con ansiedad puedan enfrentarse a los
estímulos que temen.
• ¿En qué se parecen la terapia cognitiva
y la racional emotiva? ¿En qué se diferencian?
• Explique los conceptos de transferencia
y contra-transferencia.
Psicoterapia y sociedad
• ¿Con qué dificultades especiales se enfrentan
los clínicos cuando trabajan con parejas?
¿Cómo han evolucionado las técnicas de
terapia matrimonial durante los últimos años?
PSICOTERAPIA Y SOCIEDAD
Tanto desde el interior como desde el exterior de
la profesión de salud mental, se ha extendido la crítica de que
lo que en realidad intenta la psicoterapia es que las personas
se adapten a una sociedad que está «enferma», en vez de alentarlas a cambiar esa sociedad. Así pues, muchas veces se considera la psicoterapia como el guardián del statu quo. Para
poder tener una buena perspectiva de este tema, quizá lo mejor sea observar otras culturas. Por ejemplo, suele alegarse
que la psiquiatría se utilizaba como instrumento de control
político en la antigua Unión Soviética, lo que eventualmente
ha sido reconocido de manera oficial (véase Schizophrenia
Bulletin, 1990, vol. 16, nº 4). Si bien es difícil mantener que la
psiquiatría en la mayoría de las sociedades industrializadas se
utiliza para controlar las críticas sociales, sí es posible que los
terapeutas desempeñen en cierto modo el papel de «guardianes» de los valores sociales. Por supuesto, estas acusaciones
nos hacen retrotraernos a una cuestión que planteábamos en
el Capítulo 1: ¿Qué queremos decir con el término anormal?
Evidentemente se trata de una pregunta que sólo puede responderse en función de nuestros propios valores.
Valores sociales y psicoterapia
Desde una perspectiva amplia, es necesario plantear el complejo y controvertido tema del papel de los valores en la ciencia. La psicoterapia no es, o al menos no debería ser, un sistema de valores éticos; se trata más bien de un conjunto de
herramientas que se utilizan a discreción del terapeuta, para
conseguir el bienestar de su paciente. Así pues, los profesionales de la salud mental se enfrentan con el mismo tipo de
preguntas que cualquier otro científico. ¿Debe preocuparse
un físico que contribuye al desarrollo de armas termonucleares por los aspectos morales de sus investigaciones? De manera similar, es posible preguntarse si un psicólogo que desarrolla técnicas poderosas para controlar la conducta debería
preocuparse por los objetivos para los que se utilizan.
Muchos psicólogos y otros científicos han intentado
soslayar este tema, insistiendo en que la ciencia no es un sistema de valores, y que sólo debe preocuparse por los hechos
y no por la forma en que se aplican. Sin embargo, cada vez
que un terapeuta decide que es necesario eliminar o sustituir
una conducta, en realidad está haciendo un juicio de valor.
Por ejemplo, ¿debe asumir un terapeuta que la depresión de
una joven madre de quien abusa su marido alcohólico debe
interpretarse como un trastorno de carácter interno que re-
CAPÍTULO 17
Terapia
quiere un «tratamiento», tal y como habitualmente se interpretaba no hace demasiados años? ¿Qué responsabilidad tiene el terapeuta más allá de la patología individual, para decidir sobre la anormalidad de la relación de la pareja? La
terapia tiene lugar en un contexto que implica los valores del
terapeuta, del paciente y de la sociedad en la que todos viven.
El terapeuta recibe a su vez fuertes presiones —de los padres, de la escuela, de los tribunales y de otras instituciones
sociales— para ayudar a la gente a ajustarse al mundo en el
que viven. A la misma vez, también recibe otras presiones en
contra, especialmente de los jóvenes que intentan convertirse en personas auténticas y no en conformistas ciegos.
¿Quién necesita terapia?
ESTUDIO
DE UN
CASO
Una estudiante de quince años de edad, llega a la
clínica porque sus padres han descubierto que
mantiene relaciones sexuales con su novio. La
chica dice al terapeuta que disfruta de esas relaciones, y que no siente culpabilidad ni remordimiento por su conducta, incluso frente a la desaprobación de sus padres. Además, dice que
conoce perfectamente el riesgo de embarazo y
que por lo tanto toma precauciones para evitarlo.
¿Cuál debe ser el papel del terapeuta en este caso? ¿Debería animar a la chica a conformarse con las expectativas de
sus padres, y a posponer su actividad sexual hasta que sea
más mayor y más madura? ¿O quizá debería ayudar a los padres a adaptarse a la conducta que ha elegido libremente su
hija? ¿Cuál debe ser el objetivo del terapeuta? Como hemos
señalado anteriormente, no resulta infrecuente que algunas
personas sean remitidas al psicólogo debido a que su conducta, aunque no es especialmente destructiva o problemática, provoca preocupación entre los miembros de la familia.
Psicoterapia y diversidad cultural
Como ya hemos visto, el establecimiento y mantenimiento
de una «alianza de trabajo» psicoterapéutica y eficaz entre
el paciente y el terapeuta es un elemento indispensable para
el éxito del tratamiento. ¿Pero cómo se consigue eso con un
paciente cuyo entorno cultural es considerablemente diferente al del terapeuta?
No tenemos pruebas de que el resultado del tratamiento sea peor cuando la raza del paciente y del terapeuta son
distintas (Beutler et al., 1994; Sue et al., 1994). Sin embargo,
los miembros de las minorías apenas están representados
en los estudios de investigación sobre la eficacia de los tratamientos, lo que hace muy difícil evaluar adecuadamente
sus necesidades (Nagama Hall, 2001). De hecho, las minorías étnicas apenas están atendidas en el Sistema De Salud
Mental (Departamento De Los Estados Unidos Para Los
Servicios De Salud, 2001). Muchos de ellos simplemente ca-
recen de un seguro que les permita buscar tratamiento.
También resulta difícil encontrar el tipo de terapeuta que
les interesa. En general, los pacientes pertenecientes a minorías suelen preferir terapeutas de su misma etnia (Coleman, 1995). Sin embargo eso suele ser difícil. Por ejemplo,
una encuesta demostró que sólo el dos por ciento de los psiquiatras, el dos por ciento de los psicólogos y el cuatro por
ciento de los trabajadores sociales son afro-americanos
(Holzer et al., 1998). Y tampoco es mucho mayor la cantidad de profesionales de la salud mental que pertenecen a
otras minorías (Departamento De Los Estados Unidos Para
Los Servicios De Salud, 2001). La carencia de terapeutas
que estén familiarizados con los asuntos más relevantes de
los diversos grupos étnicos supone una importante desventaja, dado que muchos grupos suelen tener problemas específicos. Esto queda ilustrado en el siguiente ejemplo, que
concierne a una mujer refugiada procedente del sudeste
asiático, de cuarenta y tantos años, que fue asilada en los Estados Unidos.
Una mujer Khmer
«He perdido a mi marido, he perdido mi país, y
he perdido todo lo que poseía. Y una vez aquí,
no puedo aprender a hablar inglés y además se
vive de una manera muy diferente; mi madre y
mi hijo mayor están muy enfermos: yo estoy lisiada,
y no puedo hacer nada. No puedo conESTUDIO
trolar lo que pasa. No sé lo que voy a hacer
DE UN
cuando se agote la ayuda que recibo. Es cierto
CASO
que debo sentirme agradecida porque aquí no
hay guerra, nadie que me mate o me torture,
pero en el fondo tampoco puedo sentirme a salvo y segura. Estoy
asustada. (De Rumbaut, 1985, p. 475).
Una manera de afrontar el problema de las diferencias
étnicas de pacientes y terapeutas podría ser aumentar la
proporción de estos grupos minoritarios en la profesión de
la salud mental. Durante los últimos veinticinco años se ha
hecho un importante esfuerzo para reclutar a miembros de
minorías, pero los resultados no han sido los deseados. Por
lo tanto, un problema urgente es el de atraer y retener a los
miembros de minorías para la salud mental.
REVISIÓN
• ¿Puede la psicoterapia permanecer ajena a los
valores? ¿Por qué?
• ¿Con qué problemas especiales se enfrentan
los miembros de minorías étnicas cuando
acuden a la terapia?
www.ablongman.com/butcher12e
Sumario
SUMARIO
• El tratamiento psicológico tiene como objetivo la
reducción de la conducta patológica mediante
estrategias psicológicas. La psicoterapia intenta
modificar la conducta inadaptada, minimizando o
eliminando las condiciones ambientales
estresantes, reduciendo las emociones negativas,
incrementando las competencias interpersonales,
solucionando conflictos personales, modificando
suposiciones inadecuadas sobre uno mismo, y
promoviendo una auto-imagen más positiva.
• Si bien estos objetivos no son fáciles de conseguir,
los métodos de tratamiento psicológico han
demostrado su eficacia para promover un
funcionamiento psicológico adaptativo en muchas
personas con problemas.
• Las medicinas también son importantes en el
tratamiento de muchos trastornos. En la
actualidad una práctica clínica habitual es la
combinación de la medicación con tratamientos
psicológicos.
• Algunas de las medicinas antidepresivos más
antiguas (por ejemplo, tricíclicos e inhibidores de
la monoaminooxidasa) están siendo sustituidas
por inhibidores de la recaptación de la serotonina
y de la norepinefrina. En general, los
antidepresivos actúan mediante su influjo sobre
los sistemas de neurotransmisores de la
serotonina y la norepinefrina.
• Las medicinas antipsicóticas más frecuentemente
utilizadas son los neurolépticos atípicos. Suscitan
una mejoría tanto de los síntomas positivos como
negativos, y tienen menos síntomas
extrapiramidales (efectos secundarios no
deseables que afectan al movimiento) que los
antipsicóticos convencionales.
• Si bien no se utiliza con frecuencia, el tratamiento
electro-convulsivo es seguro y eficaz para la
depresión y otros trastornos. Tiene algunos
efectos secundarios de carácter cognitivo a corto
plazo, sobre todo cuando se administra de manera
bilateral.
• Las medicinas ansiolíticas actúan mediante su
efecto sobre el sistema del ácido
gammaaminobutírico para reducir la ansiedad.
Son frecuentemente prescritos.
• El litio es una medicina muy valiosa para el
tratamiento de la manía. Sin embargo, algunas de
las nuevas fármacosestabilizadoras del estado de
ánimo (que también se utilizan para el tratamiento
de la epilepsia) se prescriben en la actualidad con
más frecuencia.
• Se han desarrollado muchos tipos de tratamiento
psicológico para los diversos trastornos que
existen. Una de las estrategias más antiguas, el
psicoanálisis clásico, tiene su origen en el trabajo
de Sigmund Freud hace ya un siglo. En la
actualidad apenas se utiliza, dado que hay escaso
apoyo empírico para su eficacia.
• A partir de la tradición psicoanalítica, se han
desarrollado diversas variantes terapéuticas.
Se diferencian del psicoanálisis clásico en
aspectos como la duración de la terapia, o el
papel de los impulsos psicosexuales primitivos
sobre la dinámica de la personalidad. Muchas
de las nuevas formas psicodinámicas de
tratamiento destacan la manera en que los
procesos interpersonales se ven afectados
por las primeras interacciones con otras
personas significativas.
• La terapia de conducta se utiliza frecuentemente
para el tratamiento de muchos problemas clínicos.
Este tipo de terapia incluye técnicas como la
exposición, la terapia aversiva, el modelado y el
reforzamiento.
• La terapia cognitiva o la cognitivo-conductual
intentan modificar las auto-afirmaciones de una
persona, para conseguir que cambie su conducta.
Los métodos cognitivo-conductuales se han
utilizado para diversos problemas clínicos, desde
la depresión al control de la irritabilidad, y en un
amplio abanico de población clínica. La mayor
parte de la investigación confirma la eficacia de
este tipo de estrategias.
• Otros tratamientos psicológicos son las terapias
humanistas y la terapia de la Gestalt.
• Además de servir para el tratamiento
individualizado, algunos métodos de tratamiento
psicológico también se aplican a las relaciones
problemáticas, como las familiares o
matrimoniales. Estas estrategias parten de la
base de que los problemas que tiene una persona
provienen en parte de su interacción con los
demás. En consecuencia, el tratamiento se
concentra en modificar la manera en que
CAPÍTULO 17
Terapia
interactúan los miembros de la unidad familiar o
social.
• Un elemento clave en toda terapia es conseguir
una «alianza de trabajo» eficaz. Un asunto
esencial en la psicoterapia es asegurarse el
desarrollo de una adecuada alianza de trabajo
terapéutica entre el paciente y el terapeuta, pese
a las diferencias culturales, étnicas, y/o
socioeconómicas que puedan existir entre ambos.
• Resulta difícil evaluar el éxito de la psicoterapia
para conseguir los cambios deseados. En cualquier
caso, las investigaciones demuestran que la
mayoría de los tratamientos son más eficaces que
no aplicar tratamiento alguno.
TÉRMINOS CLAVE
Asociación libre (p. 593)
Contenido latente (p. 593)
Contenido manifiesto (p. 593)
Contra-transferencia (p. 594)
Desensibilización
sistemática (p. 584)
Disquinesia tardía (p. 573)
Doble ciego (p. 569)
Economía de fichas (p. 586)
Eficacia (p. 568)
Ensayos clínicos aleatorios (p. 568)
Exposición imaginada (p. 584)
Exposición «en vivo» (p. 584)
Fármacos antiansiedad (p. 574)
Fármacos antidepresivos (p. 573)
Fármacos antipsicóticos (p. 571)
Modelado (p. 585)
Modelado respuestas (p. 586)
Neurocirugía (p. 582)
Placebo (p. 568)
Psico-farmacología (p. 569)
Psicoterapia (p. 564)
Resistencia (p. 593)
Terapia centrada en el paciente (p.
590)
Terapia cognitiva/cognitivoconductual (p. 587)
Terapia de conducta (p. 586)
Terapia de conducta racional
emotiva (p. 587)
Terapia de inoculación
del estrés (p. 588)
Terapia de pareja conductual
integradora (p. 596)
Terapia de pareja conductual
tradicional (p. 593)
Terapia electro-convulsiva (p. 580)
Terapia familiar
estructural (p. 596)
Terapia familiar sistémica (p. 596)
Terapia de «manual» (p. 569)
Terapia matrimonial (p. 595)
Terapias psicodinámicas (p. 592)
Transferencia (p. 593)
Vida media (p. 571)
C A P Í T U L O
Aspectos legales
contemporáneos
en psicología clínica
PERSPECTIVAS SOBRE LA PREVENCIÓN
Intervenciones universales
Intervenciones selectivas
Intervenciones indicadas
El hospital mental como comunidad terapéutica
Desinstitucionalización
ASPECTOS LEGALES CONTROVERTIDOS
El proceso de internamiento
La evaluación de la «peligrosidad»
La alegación de locura
ESFUERZOS ORGANIZADOS PARA LA SALUD
MENTAL
Esfuerzos en Estados Unidos para la salud mental
Esfuerzos internacionales en salud mental
DESAFÍOS DE FUTURO
La necesidad de planificación
La contribución individual
TEMAS SIN RESOLVER:
La OMS y el cuidado de la salud mental
A
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
lo largo de estas páginas hemos recogido una gran
cantidad de temas que facilitan la comprensión de la
conducta patológica desde una perspectiva contemporánea. Tradicionalmente el capítulo final de este libro se
ha dedicado a ser foro de diversos temas relevantes de la psicología clínica, que sólo hemos tenido ocasión de mencionar brevemente en el resto de los capítulos. Dichos temas
resultan de vital importancia para la comprensión de este
campo, y ofrecen al lector a una perspectiva más amplia de
la manera en que nuestra sociedad afronta la conducta
patológica.
Comenzaremos con el tema de la prevención de los
trastornos mentales. A lo largo de los años, la mayoría de los
esfuerzos en salud mental han sido fundamentalmente restaurativos, dirigidos a ayudar a las personas, pero después
de que hayan desarrollado graves problemas. Albee (1999)
argumenta de manera convincente que si nuestro objetivo
es la reducción o eliminación de los problemas emocionales
en el mundo, entonces es necesario hacer una revolución
fundamental, ampliando nuestros esfuerzos de prevención.
En vez de acudir a la psicoterapia para solucionar problemas después de que hayan aparecido, una estrategia mucho
más eficaz sería intentar solucionar esos problemas antes de
que se hicieran más graves o, incluso mejor, establecer las
condiciones que impidan que aparezcan trastornos psicológicos. Por desgracia todavía no conocemos suficientemente las causas de muchos trastornos mentales, como
para poder implementar programas de prevención. Por lo
tanto, la prevención en el campo de la salud mental todavía
se basa fundamentalmente en una serie de hipótesis, más
que en la investigación empírica. En cualquier caso, la
mayoría de los profesionales de la salud mental están convencidos de que merece la pena hacer un esfuerzo de prevención. Comenzaremos por tanto con una revisión de las
estrategias de prevención, y a continuación examinaremos
el tipo de medidas que se están adoptando para impedir la
aparición de conductas inadaptadas, o para limitar su trascendencia.
A continuación describiremos los tratamientos de
salud mental de los pacientes internados en un hospital, así
como el estado actual de tales instituciones. Detallaremos
los cambios que han tenido lugar, y algunas de las influencias que se han ejercido sobre la atención psiquiátrica
actual. Continuaremos revisando algunos temas legales
pertinentes a la atención psiquiátrica y a la hospitalización
de personas con problemas psicológicos graves, lo que
incluye el compromiso y la evaluación de la peligrosidad.
De manera muy directamente relacionada con estos factores encontramos (1) el deber del terapeuta de prevenir a los
demás respecto a un paciente potencialmente violento y (2)
el uso —y algunos piensan que el abuso— de la alegación
de locura como subterfugio en delitos graves. A continuación estudiaremos brevemente el alcance de los esfuerzos
organizados para la salud mental, tanto en los Estados Uni-
dos como en el resto del mundo. Por último, consideraremos qué podemos hacer cada uno de nosotros para mejorar la salud mental.
PERSPECTIVAS
SOBRE LA PREVENCIÓN
En el pasado se recurría a los conceptos de prevención
primaria, secundaria y terciaria, para describir las estrategias generales de prevención de la enfermedad. Estos términos procedían de las estrategias de salud pública para el
control de enfermedades físicas e infecciosas, y se pensó
que también podrían aplicarse al campo de la salud mental. Sin embargo, durante muchos años, apenas se realizaron progresos en la prevención. Por ejemplo, Heller
(1996) señalaba que «hasta la década pasada no ha existido nada que se aproxime a una auténtica ciencia de la
prevención» (p.1124). A principios de la década de los 90,
el congreso de los Estados Unidos pidió al Instituto
Nacional De Salud Mental que trabajase conjuntamente
con el Instituto De Medicina para desarrollar un programa de investigación a largo plazo sobre la prevención.
Entre otras cosas, el Instituto De Medicina centró su atención en la diferencia entre los esfuerzos de prevención y
de tratamiento (Muñoz, Mrazek y Haggerty, 1996;
Muñoz, 2001). En la actualidad los esfuerzos de prevención se clasifican en tres categorías:
1. Intervenciones universales: esfuerzos dirigidos a la
población general.
2. Intervenciones selectivas: esfuerzos dirigidos a grupos
específicos de la población, que se consideran en riesgo
de desarrollar problemas de salud mental —por ejemplo, los adolescentes o las minorías étnicas (Coie,
Miller-Johnson, y Bagwell, 2000).
3. Intervenciones indicadas: esfuerzos dirigidos a personas de alto riesgo que han sido identificadas por mostrar síntomas mínimos aunque detectables de un
trastorno mental, pero que todavía no cumplen los criterios para el diagnóstico clínico; por ejemplo, personas que han tenido que abandonar su casa por una
inundación o algún otro desastre.
Como muestra la Figura 18.1, los esfuerzos de prevención
están claramente diferenciados de las intervenciones de tratamiento y de mantenimiento.
Intervenciones universales
Las intervenciones universales están dirigidas a dos tareas
fundamentales: (1) condiciones que pueden provocar o
contribuir a los trastornos mentales (factores de riesgo) y
(2) condiciones que promueven la salud mental (factores
de protección). En este sentido resultan esenciales los estu-
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Perspectivas sobre la prevención
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Figura 18.1
CLASIFICACIÓN DE LAS ESTRATEGIAS DE PREVENCIÓN, DE TRATAMIENTO Y DE MANTENIMIENTO
La nomenclatura tradicional para la descripción de las estrategias generales de prevención de la enfermedad en el ámbito de la
salud pública ha sido revisada para que proporcione una perspectiva más útil de los esfuerzos de prevención. El nuevo sistema
de clasificación para la prevención (estrategias universales, selectivas e indicadas) aparece en este contexto como algo distinto de las estrategias de tratamiento y de mantenimiento para los problemas de salud mental.
Fuente: Resumido de Risks for Mental Disorders: Frontiers for Preventive Research, editado por P. J. Mrazek y R. J. Haggerty. Copyright © 1994 de la National Academy of
Sciences. Cortesia de la National Academies Press, Washington, DC.
dios epidemiológicos, tales como los que hemos descrito en
el Capítulo 1, ya que permiten a los investigadores obtener
información sobre la incidencia y la distribución de las
conductas inadaptadas (Lyon y McLoughlin, 2001). A partir de ahí es posible utilizar esos resultados para desarrollar
las estrategias de prevención más apropiadas. Por ejemplo,
diversos estudios epidemiológicos han demostrado que
algunos grupos tienen mayor riesgo de sufrir trastornos
mentales: personas recientemente divorciadas (Theun,
2000), discapacitados físicos (Mitchell y House, 2000), las
personas ancianas (King y Marcus, 2000), los niños de los
que se ha abusado físicamente (Hamerman y Ludwig,
2000), personas desarraigadas de su hogar (Caracci y Mezzich, 2001) y las víctimas de los traumas graves (Jaranson et
al.). Si bien este tipo de resultados son la base para una prevención selectiva o indicada, también pueden facilitar la
prevención universal, indicándonos qué buscar y dónde
hacerlo —en esencia, concentrar nuestros esfuerzos en la
dirección adecuada—. La prevención universal es muy
amplia. Incluye esfuerzos biológicos, psicosociales y socioculturales. Virtualmente cualquier tipo de esfuerzo dirigido a mejorar la condición humana podría considerarse
como un tipo de prevención universal de los trastornos
mentales.
MEDIDAS BIOLÓGICAS. Las estrategias universales
con base biológica para la prevención comienzan por la
promoción de un estilo de vida bien adaptado. Muchos de
los objetivos de la psicología de la salud (véase el Capítulo
10) podrían considerarse estrategias de prevención universal. Todos los esfuerzos dirigidos a mejorar la dieta, establecer una rutina de ejercicio físico y desarrollar buenos
hábitos generales de salud, son esenciales para mejorar
nuestro bienestar físico. La enfermedad física siempre produce algún tipo de estrés psicológico, que puede dar lugar a
problemas como la depresión, por lo que el mantenimiento
de una buena salud física supone una forma de prevención
de la salud mental.
MEDIDAS PSICOSOCIALES.
Al considerar la normalidad como un desarrollo óptimo, y plantearnos como objetivo el mejor funcionamiento posible (más que la mera
ausencia de patología), es necesario conseguir que las personas tengan oportunidad de aprender competencias físicas, intelectuales, emocionales y sociales.
1. El primer requisito de la «salud» psicosocial es que la
persona desarrolle las capacidades que necesita para
solucionar problemas de manera eficaz, para expresar
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
emociones de manera constructiva y para establecer
relaciones satisfactorias con los demás. Cuando no
somos capaces de desplegar estas capacidades «de protección», nos encontramos ante una grave desventaja a
la hora de afrontar el estrés y otros factores de riesgo
que pueden conducir a un trastorno mental.
2. El segundo requisito de una salud psicosocial es que la
persona pueda adquirir un adecuado marco de referencia, sobre el que construir su propia identidad.
Hemos visto repetidamente que cuando las creencias
de una persona respecto a sí misma y su mundo son
inadecuadas, existe una elevada probabilidad de que su
conducta también sea inadaptada. Considérese, por
ejemplo, el caso de una mujer joven que está convencida de que la felicidad proviene de la delgadez, y por lo
tanto termina siendo anoréxica.
3. El tercer requisito de la salud psicosocial es que la persona esté preparada para el tipo de problemas que probablemente pueda encontrar durante las diversas
etapas de su vida. Por ejemplo, las personas jóvenes que
quieren casarse y tener niños deben estar preparadas
para construir una relación mutuamente satisfactoria,
y para ayudar a sus hijos a desarrollarse. De manera
similar, un adulto de edad media necesita estar preparado para enfrentarse a los posibles problemas que
puedan surgir cuando le llegue el momento de retirarse del trabajo.
Durante los últimos años, se ha prestado gran atención a las
medidas psicosociales dirigidas a la prevención. Aquí ha
tenido una importante influencia el campo de la medicina
conductual. Como hemos visto en el Capítulo 10, se están
haciendo esfuerzos para modificar los factores psicológicos
que subyacen a hábitos poco saludables, como puede ser
fumar, beber en exceso y malos hábitos alimenticios, que
pueden estar contribuyendo al desarrollo de problemas
tanto físicos como psicológicos.
MEDIDAS SOCIOCULTURALES. La relación entre una
persona y su comunidad tiene un carácter recíproco. Necesitamos autonomía y libertad para ser nosotros mismos,
pero también necesitamos pertenecer y contribuir a una
comunidad. Como se ha mostrado constantemente a lo
largo de este libro, si carecemos de una comunidad que nos
apoye, nuestro desarrollo está en peligro.
A la misma vez, una comunidad no puede prosperar,
ni desde luego puede apoyar a nadie, si sus miembros no
son psicológicamente sanos. Cuando una comunidad
empieza a deteriorarse (como ocurre cuando los más
pudientes se trasladan a las afueras y dejan el centro de la
ciudad a los más desfavorecidos), hay considerable peligro
de que esa degradación se convierta en algo permanente.
Las víctimas psicosociales de una comunidad desorganizada carecen de medios para crear una comunidad con
recursos para proteger y apoyar la salud psicológica de
quienes vienen detrás de ellos, lo que genera un círculo
vicioso que da lugar a un ambiente negativo permanente.
Por esa razón, los esfuerzos socioculturales orientados a la
prevención universal deben centrarse en conseguir que esa
comunidad sea lo más segura y atractiva posible para los
individuos que viven en ella.
Gracias al reconocimiento cada vez mayor del papel
que las condiciones sociales patológicas desempeñan en las
conductas inadaptadas (en comunidades socialmente
empobrecidas), debemos dedicar cada vez más atención a la
creación de condiciones sociales que promuevan un desarrollo saludable en los individuos. Los esfuerzos para crear
este tipo de condiciones incluyen un amplio espectro de
medidas, que abarcan desde la educación y la seguridad
social, a una planificación económica y una legislación
social que asegure una atención sanitaria adecuada para
todo el mundo.
Intervenciones selectivas
La prevención de los problemas de salud mental mediante
cambios sociales en la comunidad resulta difícil. Si bien es
cierto que el clima psicológico global puede llegar a modificarse mediante un movimiento social, como ocurrió con el
movimiento de lo derechos civiles de los años 60, el desenlace final de tales esfuerzos suele plantearse a muy largo
plazo, y además es difícil o imposible de predecir o valorar.
Por otra parte, los intentos de provocar cambios sociales y
psicológicos deseables suelen involucrar aspectos políticos
e ideológicos que generalmente generan una fuerte oposición, incluso desde el propio gobierno. Según un análisis
realizado por Humphreys y Rappaport (1993), las administraciones de Reagan y de Bush durante la década de los 80
coartaron de manera determinante los programas sociales
del Centro De Salud Mental comunitario, en favor de otras
iniciativas dedicadas a la «guerra contra las fármacos». Esta
reorientación de la atención y los fondos económicos hacia
presuntos defectos de la personalidad del individuo se
ajusta más a una filosofía política conservadora que interpreta al problema básico, como derivado de una moral personal débil, y no de la desorganización social (¿Cómo
pueden enfrentarse a los niños con un entorno saturado de
fármacos? Simplemente diciendo «no»). Si bien es cierto
que el abuso de las fármacos es efectivamente una conducta
individual, eso no quiere decir que todas las contramedidas
deban dirigirse al individuo. En los apartados siguientes
vamos a revisar algunos ejemplos de programas más selectivos y eficaces.
UNA ILUSTRACIÓN DE ESTRATEGIAS DE PREVENCIÓN SELECTIVAS. Aunque difícil de formular e
incluso todavía más de movilizar y llevar a cabo, una intervención selectiva produce resultados impresionantes. En
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este apartado vamos a revisar los recursos de prevención
dirigidos a la reducción del consumo de alcohol y fármacos
por parte de los adolescentes.
El consumo de alcohol y fármacos por parte de los
adolescentes es uno de los problemas psicológicos y sociales más importantes de la actualidad. Fuerzas sociales tan
importantes como la publicidad en televisión, la influencia
de los grupos de compañeros, modelos paternales negativos y la disponibilidad de muchos fármacos, facilitan y promueven entre los adolescentes el consumo de estas
sustancias.
Durante los últimos años estamos siendo testigos de
una alarmante tasa de abuso de alcohol y de fármacos, especialmente la bebida compulsiva, entre nuestros adolescentes (National Institute of Drug Abuse, 1996a). El consumo
desmesurado de alcohol entre nuestros jóvenes puede producir consecuencias trágicas, como los accidentes de circulación que provocan gran cantidad de muertes. Dado que
los factores que tientan a los adolescentes para empezar a
consumir alcohol y fármacos están bajo control social,
resulta tentador pensar que si fuera posible compensar esas
influencias con otras alternativas de signo contrario, podríamos conseguir una importante disminución del abuso de
sustancias. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. En los
Estados Unidos, el gobierno ha intentado abordar el problema del abuso de fármacos mediante tres amplias estrategias, que han demostrado ser insuficientes:
1. Prohibir y reducir la disponibilidad de las fármacos. La
disminución de la disponibilidad de fármacos por
medios policiales parece tener muy poco impacto. Los
programas de prohibición han influido muy poco
sobre la disponibilidad de dos de las fármacos de las
que más abusan los adolescentes —el alcohol y el
tabaco— que están, por supuesto, disponibles en
muchos establecimientos y en la propia casa del adolescente. Disminuir la disponibilidad de estas fármacos
parece prácticamente imposible.
2. Proporcionar servicios de tratamiento para quienes tienen problemas con las fármacos. Aunque cada año se
gastan enormes cantidades de dinero en el tratamiento
de la adicción a las fármacos, esta estrategia es quizá la
manera menos eficaz de abordar el problema. Los trastornos adictivos son muy difíciles de solucionar, y la
recaída es más la regla que la excepción. Los programas
terapéuticos para quienes tienen una adicción a las fármacos o el alcohol, aunque son necesarios, no son una
respuesta que permita eliminar ni siquiera reducir de
manera significativa ese problema en nuestra sociedad.
3. Fomentar la prevención. Sin lugar a dudas la manera
más deseable —y potencialmente la más eficaz— de
reducir el problema de las fármacos consiste en la prevención, dirigida a alertar a los ciudadanos ante los
problemas relacionados con las fármacos, y enseñar a
Perspectivas sobre la prevención
los jóvenes diversas formas de evitar su uso (Botvin,
Griffin, et al., 2000; Botvin, Baker, Dusenbury, Botvin,
y Díaz, 1995). Es cierto que los esfuerzos realizados en
el pasado han tenido poco éxito para desalentar el uso
de fármacos entre los adolescentes, existen diversas
razones para ello: la intervención no ha durado el
tiempo suficiente, no se ha realizado con la suficiente
fuerza, o no se ha implementado adecuadamente.
Parece claro que los modelos tradicionales de intervención
psicológica, orientados a remediar el problema de manera
individual, pero sólo cuando el joven ya es adicto a los narcóticos o al alcohol, no han sido capaces de reducir significativamente el problema. Y lo que es más, este tipo de
tratamientos suelen aplicarse generamente después de que
el joven haya comprometido gravemente sus oportunidades en la vida. Investigaciones epidemiológicas recientes
confirman que el consumo temprano de alcohol es un
«poderoso predictor del abuso y dependencia del alcohol
durante el resto de la vida» (Grant y Dawson, 1997). Por lo
tanto, durante los últimos años los especialistas en prevención han adoptado una posición más proactiva. Han intentado establecer programas que impidan el desarrollo de los
trastornos relacionados con el abuso, antes de que éste
impida o dificulte ajustes futuros. Dichas estrategias de prevención suelen seguir diversas direcciones. Vamos a examinar algunas de ellas, y a continuación comentaremos sus
limitaciones.
Programas educativos. Los programas educativos
sobre el alcohol y las fármacos representan una estrategia de
prevención orientada a proporcionar información sobre los
efectos nocivos de esas sustancias. La mayoría están dirigidos al ámbito escolar, y se basan en la idea de que si los
niños son conscientes de los peligros del alcohol y las fármacos, no comenzarán a utilizarlos. Englander-Golden y
sus colaboradores (1986) realizaron un entrenamiento en el
que enseñaban a niños de entre sexto y octavo de primaria
los peligros del alcohol y las fármacos, pero también habilidades asertivas que les permitieran resistir la presión de sus
compañeros. En una evaluación de seguimiento, informaron que los jóvenes que habían seguido este programa
tenían una menor tasa de expulsiones de la escuela por problemas de alcohol, que los niños que no habían recibido ese
entrenamiento.
Programas de intervención con adolescentes de alto
riesgo. Los programas de intervención exigen la identi-
ficación de los chicos de alto riesgo, y la adopción de medidas especiales para evitar el consumo de esas fármacos
(Petraitis, Flay, Miller, et al., 1998). Este tipo de programas
suelen centrarse en la escuela, y no son estrictamente programas de prevención. Uno de ellos se basa en la identificación precoz de los jóvenes que tienen dificultades en la
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
escuela derivadas del consumo de alcohol y fármacos. Se
enseña a los profesores a identificar este tipo de problemas
(Neumann et al., 1989).
Programas de intervención dirigidos a la familia.
Una importante variable en la génesis del consumo prematuro de alcohol son las normas y las expectativas de los
padres al respecto. Esto es, cuando los propios padres beben
alcohol o hablan positivamente de esta sustancia, pueden
estar promoviendo su consumo por parte de sus hijos. Sieving, Maruyama, et al. (2000) encontraron una estrecha
relación entre las ideas de padres e hijos respecto al alcohol.
De hecho, los padres suelen infravalorar el consumo de
alcohol y fármacos de sus hijos (Silverman y Silverman,
1987). Debido a estos factores, se han desarrollado diversos
programas para que los padres conozcan este problema, y se
les enseñan formas de abordarlo en el contexto familiar
(Kumpfer, 2000). Uno de estos programas está dirigido a
padres con hijos pre-adolescentes (Grady, Gersick y
Boratynski, 1985). En primer lugar se evalúa la capacidad
de los padres para manejar estos problemas, y después se les
enseña a comprender y a responder de manera empática a
los jóvenes que pudieran estar expuestos a estas sustancias
durante su adolescencia. A continuación se enseña también
a los padres a responder de manera eficaz a las preguntas de
sus hijos, y a ayudarles a plantearse conductas alternativas
mejor adaptadas.
Otros programas de este tipo intentan fortalecer los
vínculos familiares, y promover relaciones familiares más
positivas, que inoculen a los niños frente a estas influencias
negativas externas.
Programas orientados a la influencia del grupo de
compañeros. Los compañeros ejercen una enorme
influencia en la vida de un adolescente, lo que incluye el
consumo de alcohol y fármacos. Los programas diseñados
para ayudar a los jóvenes a eludir estas presiones negativas
de sus compañeros se han centrado en la enseñanza de
habilidades sociales y en la asertividad. Por supuesto, los
compañeros también pueden influir para que un adolescente no consuma alcohol de fármacos, y de hecho muchos
programas se han centrado en los aspectos positivos de
estas presiones (Swadi y Zeitlin, 1988). La influencia de los
compañeros parece ser mucho más poderosa que la de los
adultos, sobre todo cuando la institución escolar no es
capaz de supervisar adecuadamente a sus estudiantes
(Voelki y Frone, 2000).
Programas para aumentar la autoestima.
Los programas diseñados para aumentar la seguridad en sí mismo
intentan conseguir que los jóvenes sean capaces de defenderse por sí mismos, y que no caigan en relaciones dependencia respecto a otros compañeros más fuertes y
dominantes. Uno de estos programas enseñaba habilidades
sociales y modelaba conductas adecuadas para disminuir
el uso de fármacos y otras conductas negativas (Pentz,
1983). En otro programa, Botvin (1983) recurría a técnicas
de intervención cognitivo-conductuales (por ejemplo
hablarse a sí mismo) para aumentar la sensación de competencia de los adolescentes, y mejorar sus habilidades
para solucionar problemas. Esta estrategia ha demostrado
su eficacia para disminuir el consumo de tabaco, alcohol y
marihuana (Botvin et al., 1990).
Programas dirigidos a los medios de comunicación y
modelado. Al darse cuenta del enorme potencial consu-
midor de los adolescentes, los expertos en publicidad han
empezado a explotar el enorme valor de las apariencias en
esta edad. La mayoría de los jóvenes reciben un constante
bombardeo de estímulos relacionados con el alcohol y las
fármacos, tanto en películas como en anuncios de televisión, que se emiten en bandas horarias de máxima audiencia juvenil. En la actualidad se están poniendo en práctica
prohibiciones legales al respecto. También se intenta eliminar el encanto de ciertos mensajes publicitarios, mediante
anuncios que describen de manera muy gráfica los aspectos
negativos del consumo de alcohol y fármacos (Schilling y
McAlister, 1990).
Programas de prevención combinados.
Las diversas
estrategias de prevención que estamos discutiendo aquí no
son, desde luego, mutuamente excluyentes. La mayoría de
los nuevos programas no se basan en una única estrategia,
sino que incorporan varias de ellas (Wagenaar, Murray, et
al., 2000). El proyecto Northland —un programa ejemplar
de investigación dirigido a la prevención del abuso del alcohol— está dirigido a estudiantes de bachiller del noreste de
Minnesota, aunque también apela a un esfuerzo mucho
más amplio por parte de toda la comunidad (Perry,
Williams, et al., 2000a). El apartado Avances en la práctica
18.1 describe este programa.
Estos proyectos han demostrado ser muy eficaces para
reducir el abuso de sustancias por parte de los jóvenes.
Equipados con una información adecuada, y con cierta
práctica para resistir las presiones, los adolescentes pueden
adoptar la decisión de no consumir alcohol o fármacos.
Recientemente, el programa Northland ha sido adaptado
en Rusia y en Polonia (Okulicz-Kozaryn, Bobrowski, et al.,
2000; Otaszewski, Bobroswki, et al., 2000; Williams, Grechanaia, et al., 2001).
Intervenciones indicadas
Las intervenciones indicadas destacan la detección temprana y el tratamiento inmediato de la conducta inadaptada, en el entorno familiar y comunitario. En algunos casos
—por ejemplo, en una crisis o después de un desastre (véase
el Capítulo 5)— este tipo de prevención implica una inter-
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Perspectivas sobre la prevención
AVA N C E S
en la práctica
Prevención del abuso del alcohol
El consumo de alcohol entre adolescentes es uno de los
principales problemas de nuestra sociedad. Johnson, O´Malley
y Bachman (2000) encontraron que el 80,3 por ciento de los
alumnos de último año de Bachiller, el 71,4 por ciento de los
niños de 4º de Secundaria, y el 51,7 por ciento de los de
segundo de Secundaria habían probado «unos cuantos
sorbos» de alcohol. El proyecto Northland es un estudio de
investigación diseñado para impedir o reducir el consumo de
alcohol entre adolescentes, mediante una estrategia
polifacética basada en el ámbito comunitario (Komro y
Toomey, en prensa; Perry, Williams, et al., 2000b; Perry y
Williams, 2001). Los investigadores llevaron a cabo su
programa en veinticuatro distritos escolares del noreste de
Minnesota, una zona notoria por sus elevadas tasas de abuso
de sustancias. El programa utilizó diversos tipos de
intervención: un currículum socio-conductual en la escuela,
para que los estudiantes conocieran esos temas, programas de
educación de padres, liderazgo de compañeros, y actividades
comunitarias para modificar los mensajes que los jóvenes
suelen recibir respecto al alcohol. Cada año se hacía una
evaluación para medir el consumo de alcohol en la población
diana y en la muestra de control. En este programa, los
estudiantes realizaban como trabajo de casa, junto a sus
padres, cuatro libretas de actividades, durante un periodo de
cuatro semanas. Cada libreta contenía actividades que
desarrollaban objetivos conductuales específicos (por ejemplo,
cómo establecer normas familiares respecto a la bebida). Los
compañeros líderes eran los encargados de distribuir las
tareas cada semana, con ayuda de los profesores. Estas
sesiones se desarrollaban en grupos pequeños.
Antes de que comenzase el programa de intervención, los
profesores recibían una sesión de entrenamiento de cuatro
horas. Por su parte, el grupo de líderes recibieron una sesión
de entrenamiento de dos horas. Durante la fase de
intervención, se pedía a cada niño que colocara una serie de
vención inmediata y relativamente breve para prevenir consecuencias conductuales a largo plazo.
El hospital mental como comunidad
terapéutica
En los casos en que los individuos pueden ser considerados
como un peligro para sí mismos o para los demás (Richards,
Smith, et al., 1997), o cuando sus síntomas son tan graves
que no son capaces de cuidar de sí mismos, quizá sea nece-
.
tarjetas de puntuación (firmadas por los padres para
garantizar su participación) en un tablero de puntuaciones.
Los estudiantes recibían una recompensa por completar las
primeras dos libretas, y una camiseta al finalizar el programa.
El programa terminaba con una fiesta en la que participaban
niños y padres. Durante la semana anterior a esa fiesta, los
estudiantes trabajaban por parejas para realizar carteles con
mensajes relativos al alcohol, que enseñaban a los padres
durante la función.
El equipo del proyecto Northland ha sido capaz de
mantener una elevada participación durante tres años, y
han demostrado que el programa ha logrado reducir el
consumo de alcohol entre los adolescentes. Los sujetos
de la condición experimental consumieron menos alcohol
que los adolescentes de control. Tanto el uso de
alcohol como de cigarrillos y de marihuana se redujeron
el veintiuno por ciento en el grupo de intervención
respecto al de control.
Botvin y sus colaboradores (Botvin et al., 1995) han
terminado recientemente otro extenso estudio sobre un
programa de prevención del abuso de sustancias. Se trata de
un programa que ha utilizado a 3597 adolescentes de
cincuenta y seis escuelas públicas, que han sido seguidos a
partir de 1º de Secundaria durante cinco años. La intervención
inicial consistió en quince clases, diez sesiones de estímulo en
2º de Secundaria, y cinco sesiones de estímulo en 3º de
Secundaria. Se enseñó a los adolescentes habilidades
específicas para resistirse a consumir fármacos, y habilidades
generales para comportarse en la vida. Igual que el anterior, el
estudio encontró que el programa «puede producir una
reducción significativa y duradera» del tabaco, el alcohol y la
marihuana, al enseñar habilidades de resistencia y al
proporcionar sesiones de estímulo. En el grupo de prevención
había un cuarenta y cuatro por ciento menos de consumo de
fármacos y un sesenta y seis por ciento menos de consumo de
múltiples fármacos (tabaco, marihuana y alcohol) respecto al
grupo de control.
saria la hospitalización psiquiátrica. La mayoría de las terapias tradicionales que hemos discutido en el Capítulo 17
pueden, por supuesto, utilizarse en un hospital. Además, en
muchos hospitales mentales, esas técnicas se ven reforzadas
por el intento de que el entorno del hospital se convierta en
una «comunidad terapéutica» (Jones, 1953; Paul y Lentz, en
prensa; Whiteley, 1991). Esto es, todas las actividades del
hospital están orientadas al programa de tratamiento, y el
entorno, o medio ambiente, es un aspecto crucial de la terapia. Por esa razón suele denominarse a esta estrategia «tera-
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
pia ambiental» (Kennard, 2000). Hay tres principios terapéuticos generales que guían esta estrategia de tratamiento:
1. Las expectativas del equipo se comunican con claridad
a los pacientes. Se utiliza retroalimentación positiva y
negativa para promover en los pacientes verbalizaciones y acciones apropiadas.
2. Se anima a los pacientes a involucrarse en todas las
decisiones y en todas las acciones que los conciernan.
Prevalece por tanto una actitud de autonomía y de
hazlo por ti mismo.
3. Todos los pacientes pertenecen a grupos sociales. La
cohesión del grupo ofrece a los pacientes apoyo y
ánimo, y a su vez los procesos de presión del grupo
contribuyen a modelar su conducta de forma positiva.
En el seno de una comunidad terapéutica se intenta limitar al
mínimo la libertad de los pacientes, y se les anima a que asuman la responsabilidad de su conducta, y participen de
manera activa en los programas de tratamiento. El empleo de
salas abiertas permite a los pacientes utilizar tanto el edificio
como el terreno anexo. Los programas de autogobierno ofrecen a los pacientes la responsabilidad de controlar sus propios
asuntos y los de la sala. Se espera que todo el personal del hospital trate los pacientes como seres humanos, que merecen
consideración y respeto. La interacción entre los pacientes —
tanto en las sesiones de terapia de grupo, los acontecimientos
sociales, o cualquier otra actividad— está planificada de tal
manera que ejerza efectos terapéuticos. De hecho, cada vez
parece más claro que con frecuencia los aspectos más beneficiosos de la comunidad terapéutica radican en la propia interacción entre los pacientes. Las diferencias sociales y
profesionales suelen dificultar la empatía entre el equipo y los
pacientes, pero sin embargo entre ellos mismos surge con
más facilidad, ya que tienen problemas similares, y sufren
juntos la ansiedad y la humillación de ser considerados enfermos mentales y de estar hospitalizados. Por esa razón con
mucha frecuencia surge entre los pacientes relaciones constructivas en un ambiente de apoyo y de aliento.
Otro método muy eficaz para ayudar a los pacientes a
adoptar mayor responsabilidades de su propia conducta es
la utilización de programas de aprendizaje social. Este tipo
de programas recurren a los principios y técnicas del aprendizaje para modelar conductas más aceptables socialmente
(Corrigan, 1995, 1997; Mariotto, Paul, y Licht, 2002; Paul,
Stuve, y Cross, 1997).
Una constante preocupación respecto a la hospitalización es la posibilidad de que el hospital mental pueda convertirse en un refugio permanente para huir del mundo, ya
que ofrece escapatoria a las exigencias cotidianas de la vida,
y porque anima a los pacientes a instalarse en el «papel de
enfermo» crónico, con una excusa permanente para que
sean los demás los que cuiden de ellos. Durante las últimas
tres décadas se ha realizado un esfuerzo considerable para
reducir la población de internos de los hospitales, y tratar a
los pacientes en consultas externas. Esta idea, denominada
desinstitucionalización, se ideó para reducir los efectos
negativos del confinamiento en un hospital mental durante
largos periodos de tiempo. Con el fin de que los pacientes
puedan reinsertarse en la comunidad, e impedir su reingreso
en el hospital, el personal del hospital intenta establecer un
estrecho vínculo con la familia de los pacientes, a quienes
proporcionan expectativas positivas de su recuperación.
El auge de las terapias biológicas que hemos descrito en
el Capítulo 17 implica que entre el setenta y el noventa por
ciento de los pacientes psicóticos admitidos en un hospital
mental, pueden ser dados de alta en el transcurso de unas
cuantas semanas o, como mucho, de unos cuantos meses.
Estimaciones recientes sugieren que hay entre dos y tres
millones de enfermos mentales crónicos en Norteamérica,
de quienes la mitad residen en hospitales mentales, y la otra
mitad en casas de acogida (Regier et al., 1993).
Incluso cuando el trastorno se vuelve crónico, todavía
es posible recurrir a métodos eficaces de tratamiento. En
uno de los estudios más extensos y mejor controlados sobre
pacientes crónicos hospitalizados, Paul y Lentz (1977, en
prensa) compararon la eficacia relativa de tres estrategias de
tratamiento:
1. Terapia ambiental, dirigida a estructurar el entorno del
paciente, comunicarle con claridad las expectativas,
implicarlo en el tratamiento y hacerle participar en la
comunidad terapéutica mediante procesos de grupo.
2. Un programa de tratamiento de aprendizaje social,
organizado alrededor de los principios de aprendizaje,
y con un sistema riguroso de economía de fichas, con el
equipo de enfermeros actuando como agentes de
reforzamiento. La conducta indeseable no se reforzaba,
mientras que la acumulación de fichas obtenidas por
conductas adecuadas permitía al paciente elegir una
serie de actividades de ocio, que normalmente no están
disponibles en los hospitales mentales públicos.
3. Tratamientos tradicionales de un hospital mental, tales
como farmacoterapia, la terapia ocupacional, la terapia
de recreo, terapia activa y terapia individual o de
grupo. Este grupo no recibió una aplicación sistemática de la terapia ambiental o del programa de aprendizaje social.
El proyecto de tratamiento abarcaba un periodo de seis
años: una fase inicial de entrenamiento del equipo, evaluación de los pacientes, y registro de la línea base; una fase de
tratamiento; una fase de convalecencia; y un seguimiento
durante año y medio. Se evaluaban los cambios relativos a
la socialización, el aprendizaje de nuevos papeles, y la
reducción o eliminación de la conducta extravagante. En
cada grupo de tratamiento había veintiocho pacientes con
esquizofrenia crónica, emparejados según su edad, sexo,
nivel socioeconómico, síntomas y duración de la hospitalización. Los resultados del estudio fueron impresionantes.
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Tanto el programa de terapia ambiental como el de terapia
de aprendizaje social promovieron una mejoría significativa en el funcionamiento global, y dieron lugar a muchas
más altas que los cuidados hospitalarios tradicionales. Sin
embargo, el programa de orientación conductual de aprendizaje social fue claramente superior al otro programa más
difuso de terapia ambiental, como manifiesta el hecho de
que el noventa por ciento de los pacientes que recibieron el
alta y que habían seguido ese programa permanecieron en
su comunidad, en comparación con el setenta por ciento de
los pacientes que habían seguido la terapia ambiental. Los
datos obtenidos por el tratamiento tradicional fueron inferiores al cincuenta por ciento.
Pese a los prometedores resultados de la economía de
fichas, que emula lo que ocurre en el «mundo real» con que
el paciente se ha de enfrentar fuera de la institución, se trata
de una técnica que no disfruta de la aceptación del público
(Paul y Lentz, 1977; en prensa). Muchas personas tienen la
sensación de que hacer que los pacientes organicen su conducta de acuerdo a un esquema preestablecido de reforzamiento es algo cruel e inhumano. Sin embargo, cabe
preguntarse si es más humano reducir a los pacientes al status de receptores pasivos de ayuda o de lo que su entorno
tenga a bien ofrecerles, que en muchos hospitales no es
demasiado. ¿Es verdaderamente ese el mensaje que queremos transmitir respecto a la relación del paciente con su
entorno? Probablemente no, sobre todo en vista de la
enorme cantidad de pruebas que demuestran que la mayoría de los pacientes mentales crónicos son perfectamente
capaces de conseguir adaptaciones que se encuentran dentro de su ámbito de control.
PROGRAMAS POST-TRATAMIENTO.
Incluso en los
casos en que la hospitalización ha sido capaz de modificar
con éxito la conducta inadaptada, y de enseñar al paciente
habilidades ocupacionales e interpersonales, todavía quedan considerables dificultades para la reinserción en la
comunidad (Thornicraft y Tansella, 2000). Muchos estudios han demostrado que, en el pasado, el cuarenta y cinco
por ciento de los pacientes esquizofrénicos retornaban al
hospital antes de transcurrido un año. Los programas de
tratamiento comunitario, que ahora se denominan programas post-tratamiento, recurren a residencias que facilitan a
los pacientes su transición hacia la inserción en la comunidad. Normalmente esas residencias no están dirigidas por
profesionales de la salud mental, sino por los propios residentes. Los programas post-tratamiento permiten suavizar
la transición entre la institución y la comunidad, y reducir
así las recaídas. Sin embargo, algunas personas no se integran bien en este tipo de programas. Owen, Rutherford,
Jones, y sus colaboradores (1997) encontraron que los
pacientes con tendencia a trabajar en empleos de muy bajo
nivel, que no eran psicóticos, que habían cometido un
delito, o que tenían más cambios de domicilio, solían acep-
Perspectivas sobre la prevención
tar menos este tipo de programas. Los investigadores llegaron a la conclusión de que muchos de los pacientes dados
de alta no se «ajustaban» al tipo de servicios que suele ofrecerse a los pacientes psiquiátricos que salen del hospital.
Quienes tenían síntomas menos graves, a veces encontraban problemas de reinserción, ya que el equipo encargado
del post-tratamiento no consideraba que necesitasen
ayuda; la mayoría de los servicios están pensados para
pacientes con síntomas más intensos.
Algunas veces el post-tratamiento incluye un periodo
«intermedio» durante el que los pacientes realizan un
retorno progresivo al mundo exterior, y viven en lo que se
denomina «casas intermedias». Sin embargo, los programas
post-tratamiento no siempre hacen honor a su nombre.
Levy y Kershaw (2001) revelaron ciertos casos en los que no
se seguía el tratamiento y el equipo no proporcionaba un
ambiente de seguridad.
Aunque algunos pacientes continúan teniendo problemas de salud mental, como quizá intentos de suicidio
(Fenton, McGlashan, et al., 1997), y otros muchos tienen
problemas para ser aceptados y apoyados por la comunidad (Fairweather, 1994), lo normal es que los esfuerzos
para tratar en el seno de la comunidad a los pacientes con
trastornos graves obtengan éxito. Sin embargo, como ya
señalara Dennes (1974) durante los primeros años de tratamiento, su éxito dependerá de las medidas educativas y
sociales destinadas a aumentar la comprensión de estos
problemas por parte de la comunidad, así como la aceptación y la tolerancia hacia esas personas.
Desinstitucionalización
La población de pacientes psiquiátricos en los Estados
Unidos ha descendido notablemente durante los últimos
treinta y cinco años. Entre 1970 y 1992, el número de hospitales mentales públicos ha pasado de trescientos diez a
doscientos setenta y tres, y la población de pacientes ha
disminuido al setenta por ciento (Witkin, Atay, y Manderscheid, 1998). Esta misma tendencia caracteriza otros países
como Canadá (Lesage, 2000) o Finlandia (Raesaenen,
Hakko, et al., 2000).
La desinstitucionalización —un movimiento para
cerrar hospitales mentales y tratar a las personas con trastornos mentales graves en el seno de la comunidad— es una
idea rodeada de enorme controversia. Algunos expertos
consideran que vaciar los hospitales mentales es una manifestación positiva del interés de la sociedad por liberar a
esas personas, ante el convencimiento de que esos pacientes
pueden desenvolverse mejor fuera que dentro de la institución (Newton, Rosen, et al., 2000; Reinharz, Lesage, y Contandriopuoulos, 2000); sin embargo otros expertos hablan
del «abandono» de los pacientes crónicos a una existencia
cruel y escabrosa, que para muchos significa, en última instancia, tener que vivir en la calle. Por otra parte, muchos
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
ciudadanos se quejan de que son hostigados, intimidados y
atemorizados, por esas personas evidentemente trastornadas que recorren las calles de su barrio. Parte de la reducción de los servicios de salud mental que ha tenido lugar
durante los últimos veinte años se debe a una serie de cambios en el sistema de salud mental (véase el apartado Temas
sin resolver al final de este capítulo).
El número de pacientes residentes en hospitales mentales públicos ha descendido de medio millón en 1950 (Lerman, 1981) a 100 000 en la década de los 90 (Narrow et al.,
1993); estos datos son todavía más pasmosos cuando nos
damos cuenta de que al mismo tiempo la población de
Estados Unidos ha crecido casi cien millones. Cierto
número de factores se han coaligado para alterar la pauta de
admisiones y altas en los hospitales mentales, durante los
últimos cuarenta años. Como ya hemos dicho en capítulos
anteriores, las fármacos antipsicóticos han permitido que
muchos pacientes, que de otra manera tendrían que haber
estado recluidos, puedan vivir en la comunidad. La disponibilidad de este tipo de fármacos ha promovido el error de
pensar que todos los problemas de salud mental pueden
controlarse mediante medicinas. Además, el cambio en la
filosofía de tratamiento y el deseo de eliminar las instituciones mentales se han visto reforzadas por la suposición de
que la sociedad deseaba proporcionar cuidados comunitarios a los pacientes crónicos, para que pudieran permanecer
fuera de los hospitales mentales.
En teoría, el cierre de los hospitales mentales públicos
parece algo factible. Según el plan, sería posible abrir centros comunitarios de salud mental, para proporcionar un
cuidado constante a los antiguos residentes de los hospitales. Estas personas podrían recibir ayuda económica
(supuestamente menos costosa que el mantenimiento de
los hospitales mentales), así como medicinas que les permitieran mantenerse estables.
Sin embargo, surgieron problemas imprevistos, y en
muchos casos los albergues de las grandes ciudades se han
convertido en una «alternativa provisional», para las personas sin hogar y con alguna enfermedad mental (Haugland,
Sigel, et al., 1997). Muchos de los residentes de las instituciones mentales no tienen un hogar donde ir; las residencias con frecuencia son lugares espantosos; y los centros de
salud mental de la comunidad no disponen de la preparación ni de los recursos suficientes para proporcionar a los
pacientes crónicos los servicios que necesitan, sobre todo
desde que en la década de los 80 cambiaron las prioridades
del gobierno (Humphreys y Rappaport, 1993). Muchos
pacientes no han sido adecuadamente seleccionados para
recibir el alta, y no están preparados para vivir en la comunidad, y muchos de ellos no han recibido un seguimiento
suficiente como para asegurar su adaptación al mundo real.
En un reciente proceso judicial (Albright v. Abington
Memorial Hospital, 1997) se acusó al hospital de no haber
proporcionado suficientes cuidados a una mujer con un
grave trastorno, que terminó suicidándose. Son incontables
los pacientes a los que se ha dado el alta, para arrojarlos a un
destino aún más terrible que la vida en cualquier hospital
(Westermeyer, 1987). El siguiente caso ilustra esa situación.
De la institución a vivir
en la calle
Dave B., de cuarenta y bueve años de edad, ha
estado hospitalizado durante veinticinco años
en un hospital mental público. Cuando se cerró
el hospital, muchos de los pacientes, sobre todo
ESTUDIO los agresivos, pasaron a otro hospital público.
Dave tenía un retraso mental limítrofe, con epiDE UN
sodios periódicos de psicosis. Sin embargo, en
CASO
el momento de cerrar el hospital no sufría alucinaciones, y se encontraba «razonablemente
bien». Se le consideró como uno de los residentes «menos trastornados», dado que su conducta psicótica no era demasiado llamativa
ni peligrosa. Recibió el alta y se le trasladó a una residencia (en realidad, un viejo hotel, donde la mayoría de los residentes provenían
del hospital). Al principio Dave pareció adaptarse bien a su nueva
situación; solía sentarse en su habitación sin causar problemas a los
cuidadores. Pero dos semanas después de su llegada, abandonó el
hotel y estuvo desaparecido durante varios días. La policía lo encontró en el vertedero municipal. Aparentemente había dejado de tomar
su medicación, y cuando se le descubrió estaba en un estado catatónico. Volvió a ingresar en un hospital público.
PERSONAS SIN HOGAR. A principios de los 80, casos
como el de Dave se habían convertido en algo corriente en
las grandes ciudades de Estados Unidos. Los vagabundos
abundaban en las calles de la ciudad y en las estaciones de
metro, y los saturados albergues para personas sin hogar se
ampliaban a toda prisa, en un fútil esfuerzo para recoger la
marea de pacientes dados de alta en los hospitales. Tanto los
delitos como la mortalidad aumentaron entre esas desventuradas personas, que en su mayor parte carecían de recursos de supervivencia en el duro entorno urbano.
No se conoce por completo la cantidad de problemas
que ha creado la desinstitucionalización, debido en parte a
que apenas se ha realizado un seguimiento riguroso de los
pacientes dados de alta en los hospitales mentales. En realidad se trata de investigaciones difíciles de realizar, debido a
que los pacientes se trasladan frecuentemente de una ciudad a otra, lo que los hace difíciles de localizar. Ciertamente, no todas las personas sin hogar han sido pacientes
mentales, pero desde luego la desinstitucionalización ha
contribuido de manera sustancial aumentar el número de
personas sin hogar (Lamb, 1998), así como el número de
enfermos mentales en prisión (Butterfield, 1998; Powell et
al., 1997), como se describe en el apartado El mundo que nos
modea 18.2.
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Perspectivas sobre la prevención
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Las prisiones de nuevo como hospitales
mentales
El número de personas que tienen un trastorno mental
supone una parte muy importante de la población reclusa
(Lamb y Weinberger, 1998). Según las estadísticas más
recientes del Departamento De Justicia, alrededor del
dieciseis por ciento de las personas que están en prisión en
los Estados Unidos (275 000) tienen un trastorno mental.
Las personas mentalmente enfermas que son evaluadas al
entrar en prisión, tienen el doble de probabilidad de haber
sido personas sin hogar antes de su detención. Es más, los
reclusos con una enfermedad mental suelen tener más
cantidad de encarcelamientos que el resto de los
prisioneros, y más de tres cuartas partes de ellos ya habían
sido sentenciados a prisión en algún momento anterior. La
tendencia actual de utilizar las prisiones para internar a
personas mentalmente enfermas no es algo nuevo (Torrey,
1997). Hace unos ciento cincuenta años, la gran reformadora
social Dorothea Dix mostró su preocupación por el enorme
número de personas mentalmente enfermas que estaban
recluidos en prisiones, e inició un movimiento para crear
hospitales mentales que pudieran proporcionarles un trato
más humanitario. Recientemente Guilligan (2001) ha
señalado que:
El sistema público de hospitales mentales se creó en
parte debido a que muchas personas mentalmente
enfermas ingresaban en las cárceles. Sin embargo,
pasado el tiempo fue disminuyendo el apoyo a ese tipo
de hospitales, y cuando llegó un momento en que se
habían convertido en «pozos de serpientes», todo el
mundo estaba de acuerdo en que era necesario
cerrarlos. Por desgracia no fueron reemplazados por
otras instituciones más adecuadas, por lo que a medida
que se vaciaban los hospitales, se iban llenando las
prisiones, parcialmente a base de enfermos mentales.
A partir del proceso de desinstitucionalización que ha
tenido lugar a lo largo de los últimos veinte años, y el cierre
subsiguiente de los hospitales mentales, en la actualidad hay
muy pocos lugares donde los pacientes con una enfermedad
REVISIÓN
• Describa algunas estrategias para las
intervenciones universales de carácter biológico,
psicosocial y sociocultural.
• Defina el término intervención selectiva. ¿Qué
programas de intervención selectiva se han
mental puedan recibir un tratamiento residencial. De hecho,
no se han desarrollado los suficientes servicios como para
proporcionar siquiera atención extra-hospitalaria a las
personas que la necesitan. En consecuencia, se ha
incrementado el número de personas sin hogar, y que no
pueden cuidar de sí mismas, o que cometen delitos debido a
su incapacidad para controlar su conducta.
Las altas tasas de personas con trastornos mentales
recluidas en prisión no sólo son un problema en los Estados
Unidos, sino también en el resto del mundo (Bluglass,
2000). Un estudio reciente en las prisiones de trece países
europeos encontró tasas igualmente elevadas de trastornos
mentales entre la población reclusa, y puso de manifiesto
que los países difieren considerablemente en su trato a los
reclusos con trastornos mentales (Blaauw, Roesch, y
Kerkhof, 2000; véase también Birmingham, Gray, Mason, y
Grubin, 2000). También en Nueva Zelanda se ha encontrado
tasas similares de reclusos con trastornos mentales
(Brinded et al., 1999).
Cabe preguntarse si los enfermos mentales recluidos en
prisión reciben tratamiento psiquiátrico. Un estudio reciente
realizado por el Departamento De Justicia de Estados Unidos
encontró que 1394 instituciones públicas y privadas
proporcionaban a sus reclusos servicios de salud mental. Casi
el setenta por ciento de las instituciones hacían una
evaluación psiquiátrica en el momento del ingreso en prisión.
Además, el cincuenta y uno por ciento de ellas
proporcionaban servicios de salud mental de manera
constante, aunque sólo el dos por ciento de la población
reclusa vivía en unidades de tratamiento las veinticuatro
horas. El estudio demostró que el setenta y uno por ciento de
las instituciones proporcionan orientación psicológica, y que
el setenta y tres por ciento dispensan medicinas a los
reclusos (Beck y Maruschak, 2001). Sin embargo, muchos
expertos han informado de que la mayoría de los reclusos no
recibe los servicios de salud mental que necesitan (Gilligen,
2001). Teplin, Abram, y McClelland (1997a) han informado que
sólo el 23,5 por ciento de las mujeres reclusas que necesitan
servicios de salud mental, los reciben, a pesar de que el
ochenta por ciento de la muestra cumpla los criterios de un
trastorno mental crónico (Teplin, Abram, y McClelland, 1997b).
mostrado prometedores para prevenir el abuso
de alcohol y fármacos por parte de los
adolescentes?
• ¿En qué consiste la intervención indicada?
• ¿Qué problemas ha provocado la
desinstitucionalización?
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
ASPECTOS LEGALES
CONTROVERTIDOS
Hay ciertos temas relacionados con el status legal de los
enfermos mentales, que conciernen a la psicología forense
o la psiquiatría forense, y que tienen que ver con los derechos de los pacientes mentales, pero también con el derecho de los miembros de la sociedad a estar protegidos de las
personas perturbadas. Para un estudio de algunos de los
derechos legales que los enfermos mentales han ido adquiriendo a lo largo de los años, véase el apartado El mundo
que nos rodea a 18.3.
Los asuntos que vamos a tratar en este apartado han
sido objeto de controversia durante años. Comenzaremos
revisando los procedimientos necesarios para ingresar, en
contra de su voluntad, a personas perturbadas y peligrosas
en una institución psiquiátrica. A continuación, describiremos cómo se evalúa la «peligrosidad» de las personas perturbadas. También examinaremos un tema relacionado con
este: una reciente decisión de los tribunales de que los psicoterapeutas tienen el deber de proteger a posibles víctimas
de cualquier tipo de violencia que pueda emanar de sus
pacientes, incluso aunque eso suponga ignorar sus obligaciones éticas y legales respecto a la confidencialidad. Por
último, revisaremos la historia y el status actual de la «alegación de locura».
El proceso de internamiento
Las personas que tienen problemas psicológicos tan graves
como para suponer una amenaza hacia sí mismas o hacia
los demás quizá tengan que ser internadas en una institución. Quienes cometieron delitos, tengan o no un trastorno
psicológico, tendrán que responder de judicialmente de
ellos y, si se les encuentra culpables, probablemente ingresen en una prisión. Pero aquellas otras personas a quienes se
juzga potencialmente peligrosas debido a su situación psicológica pueden, tras una serie de procedimientos establecidos, ser internadas en una institución mental. Los pasos
que hay que seguir para el proceso de internamiento pueden variar dependiendo del Estado, los recursos de salud
mental disponibles y la naturaleza del problema. Por ejemplo, los procedimientos de internamiento para una persona
con retraso mental, son diferentes de los que hay que seguir
para una persona que abusa del alcohol.
Es necesario diferenciar entre hospitalización voluntaria
e internamiento en contra de la voluntad del paciente. En la
mayoría de los casos, las personas ingresan en una institución
mental sin necesidad de una orden judicial; esto es, aceptan
voluntariamente el internamiento o la hospitalización. En
ese caso podrán abandonar el hospital si así lo desean. Pero
cuando se considera que la persona es peligrosa o incapaz de
cuidar de sí misma, puede ser necesario internarla incluso en
contra de su voluntad (Zerman y Schwartz, 1998).
El hecho de que una persona tenga una enfermedad
mental, no es razón suficiente para internarla en una institución en contra de su voluntad. Es necesario que se den
otras condiciones (Simón y Aaronson, 1988) como las
siguientes:
• Peligrosos para sí mismos o para los demás y/o
• Incapaces de cuidar de sí mismos y/o
• Incapaces de adoptar decisiones responsables respecto
a su hospitalización y/o
• Que necesitan tratamiento o atención hospitalaria.
Generalmente el primer paso del proceso consiste en hacer
una petición de internamiento. Dicha petición suele proceder de un familiar, un médico, o un profesional de la salud
mental. A continuación un juez cita a los expertos para que
evalúen al «supuesto paciente». En Minnesota, por ejemplo,
uno de los expertos debe ser médico (no necesariamente
psiquiatra), mientras que el otro puede ser psiquiatra o psicólogo. Se pide al paciente que acuda voluntariamente al
examen psiquiátrico antes de la vista judicial. La vista debe
tener lugar en los catorce días siguientes, que pueden
ampliarse a treinta días más por causas justificadas. La ley
exige que los expertos entrevisten al paciente antes de la
vista.
Cuando se interna a una persona en un hospital mental para que reciba tratamiento, éste debe informar al tribunal en los sesenta días siguientes, de si esa persona necesita
permanecer confinada más tiempo. Si el hospital no emite
ese informe, el paciente debe recibir el alta. Pero si el hospital indica que esa persona necesita más tiempo de tratamiento, entonces el período de internamiento se hace en
definido, sujeto a revisiones periódicas.
Dado que la decisión de internar a una persona se
basa en la valoración que hacen otras personas de sus
capacidades y su posible conducta peligrosa, el proceso
civil de internamiento deja abierta la posibilidad de que se
pueda producir una violación involuntaria de los derechos civiles de esa persona. Por lo tanto, la mayoría de los
Estados han propuesto salvaguardas muy estrictas para
asegurarse de que cualquier persona sobre la que recae
una petición de internamiento tenga garantizado un proceso justo, lo que incluye el derecho a asesoramiento legal.
Sin embargo, si no hubiese tiempo de formar un tribunal
o existiese peligro inmediato, la ley permite una hospitalización de emergencia sin necesidad de pasar por una vista
legal. En tales casos, es necesario que un médico firme un
escrito donde se diga que existe peligro inminente. A continuación la policía puede detener a esa persona durante
un período no superior a setenta y dos horas, a menos que
durante ese tiempo se lleve a cabo una petición formal de
internamiento.
El internamiento en contra de la voluntad de la persona exige determinar que se trata de alguien peligroso,
que necesita ser recluido para protección de sí mismo o de
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Aspectos legales controvertidos
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Decisiones judiciales importantes
para los derechos del paciente
Hay algunas importantes decisiones judiciales que han
permitido establecer ciertos derechos básicos de los
individuos con trastornos mentales. Pero también han
servido para recortar sus derechos, en el seno de una
constante controversia.
• Derecho a recibir tratamiento. En 1972 un tribunal
de Alabama sentó jurisprudencia en el caso de Wyatt
contra Stickney. Estableció que una persona con una
enfermedad o retraso mental tenía derecho a recibir
tratamiento. A partir de entonces, el estado de
Alabama ha aumentado su presupuesto para el
tratamiento de la enfermedad el retraso mental en
un trescientos por ciento (véase Winick, 1997).
• Libertad del confinamiento bajo custodia. En 1975 el
tribunal supremo de Estados Unidos estableció el
principio de que los pacientes tienen derecho a
quedar en libertad, si no se demuestra que son
peligrosos para sí mismos o para los demás, y si son
capaces de vivir sin necesidad de custodia. En el
caso de Donaldson contra O´Connor, los
demandados tuvieron que pagar a Donaldson
10 000 dolares por haberlo mantenido bajo custodia
sin proporcionarle tratamiento.
• Derecho a recibir una compensación por el trabajo.
En 1973 un tribunal de Estados Unidos sentó
precedente en el caso de Souder contra Brennnan (el
Secretario de trabajo) de que un paciente que
estuviera en una institución mental y realizase un
trabajo, debía recibir un salario. Aunque en 1978 el
tribunal supremo anuló ciertas partes de esa
decisión del tribunal inferior por lo que concierne a
los hospitales del Estado, la norma todavía se aplica
a los pacientes de instituciones privadas.
• Derecho a vivir en comunidad. En 1974 un
tribunal regional decidió, en el caso de Staff contra
•
•
•
•
•
Miller, que los pacientes que habían sido dados
de alta de un hospital mental, tenían derecho
a vivir en «hogares adultos» en el seno de la
comunidad.
Derecho a recibir un tratamiento menos restrictivo.
En 1975, un tribunal regional sentó precedente en el
caso de Dixon contra Weinberger. La norma
establecía el derecho de las personas a recibir
tratamiento en instituciones menos restrictivas que
las instituciones mentales.
Derecho a recibir asesoramiento legal en las vistas
judiciales. El Tribunal Supremo del Estado de
Wisconsin decidió en 1973, en el caso de Memmel
contra Mundy, que un individuo tenía derecho a
recibir asesoramiento legal durante el proceso de
internamiento.
Derecho a rechazar el tratamiento. Algunas
decisiones judiciales han establecido precedentes, y
algunos Estados han legislado para que los pacientes
puedan rechazar ciertos tratamientos, como la
terapia electro-convulsiva y la psicocirugía.
La necesidad de internamiento debe demostrarse
con pruebas convincentes y fehacientes. En 1979 el
Tribunal Supremo de Estados Unidos estableció, en
el caso de Addington contra Texas, que la necesidad
de mantener internada a una persona en una
institución debe basarse en pruebas demostrables.
Limitación del derecho de los pacientes a rechazar
la medicación psicotrópica. En 1990 el Tribunal
Supremo de Estados Unidos estableció, en el caso
Washington contra Harper, que una prisión de
Washington podía no tomar en cuenta el rechazo de
un prisionero perturbado a tomar medicinas
psicotrópicas. La decisión se basó en que los
derechos del paciente estaban adecuadamente
protegidos. En este caso vemos que las
modificaciones en el clima político de la nación
pueden hacer retroceder una tendencia previa que
favorecía el derecho de los pacientes.
Fuente: Grounds (2000), Hermann (1990) y el Proyecto De Ley De Salud Mental (1987).
la sociedad. Una vez internado, un paciente puede no consentir en el tratamiento, algo bastante habitual para los
profesionales de la salud mental que trabajan en instituciones psiquiátricas (Grisso y Appelbaum, 1998). A continuación vamos a tratar a un asunto tan importante como la
evaluación de los pacientes en función de su potencial peligrosidad.
La evaluación de la «peligrosidad»
Como hemos visto, aunque la mayoría de los pacientes
psiquiátricos no son considerados peligrosos y no requieren precauciones especiales de seguridad, otros sí son violentos y precisan una estrecha supervisión —y quizá su
confinamiento— hasta que se demuestre que ya no son
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
peligrosos. Son pocos los pacientes psiquiátricos que se
hayan mostrado agresivos antes de su admisión en una
institución psiquiátrica. Las tasas de agresividad pueden
variar de un contexto otro, pero en todos los estudios son
relativamente bajas. En cualquier caso, se trata de un
asunto potencial de vida o muerte, lo que exige ser muy
meticuloso ante cualquier riesgo de violencia. Tal y como
se ha demostrado recientemente (Pinard y Pagani, 2001),
un historial de conducta violenta y ciertos tipos de trastorno mental parecen estar asociados con la violencia. Si
bien es cierto que la mayoría de las personas perturbadas
no muestran tendencias violentas (Lamberg, 1998), no lo
es menos que las personas que sufren síntomas psicóticos
tienen más probabilidad de mostrarse violentas (Hodgins
y Ladonde, 1999; Tardiff, 1998). El tipo de trastornos que
conlleva mayor riesgo de violencia son la esquizofrenia, la
manía, el trastorno de personalidad, el abuso de sustancias, algunas enfermedades poco frecuentes relacionados
con lesiones cerebrales y la enfermedad de Huntington.
Un estudio reciente realizado en Finlandia (Eronen,
Hakola y Tiihonen, 1996) ha encontrado que la conducta
homicida entre pacientes psiquiátricos era ocho veces
mayor que entre los que tenían esquizofrenia, y diez veces
mayor entre quienes tenían una personalidad antisocial o
alcoholismo. De hecho, la violencia entre los pacientes psiquiátricos es más frecuente cuando abusan del alcohol
(Steadman, Mulvey, et al., 1998).
A menudo es necesario llamar a un experto para que
evalúe el riesgo de peligrosidad de un paciente, y está
demostrado que los profesionales de la salud mental pueden contribuir en este asesoramiento (Monahan, Steadman, et al., 2001; Steadman, 2001; Szmukler, 2001), al
menos a corto plazo (Binder, 1999). Sin embargo, resulta
difícil determinar con certeza que un paciente es potencialmente peligroso (Heilbrun, 1997; Leong, Silva y Weinstock,
1998; Rogers, 2000), aunque la evaluación de la peligrosidad es una de las responsabilidades más importantes de los
profesionales que trabajan en el ámbito de la ley y la psicología, y se trata de la petición que con más probabilidad
pueda hacer un tribunal (Siegel y Kein, 1997). Un clínico
tiene la enorme responsabilidad de proteger al público de la
posible violencia de pacientes peligrosos. En el programa de
televisión 60 minutos, Gorin (1980, 1982) describía un dramático incidente, consecuencia de no haber valorado adecuadamente la peligrosidad de un paciente:
En diciembre de 1979, la señora Eva B. fue brutalmente
apuñalada hasta morir por su anterior marido, mientras
un policía escuchaba sus terroríficos gritos por teléfono.
Sólo unas horas antes de este incidente, el asesino, que ya
había atacado a su ex esposa anteriormente en ocho ocasiones, había sido considerado por dos psiquiatras como
no peligroso. Así pues, se le había dado un permiso de
salida temporal, como parte del tratamiento, del Hospital
De Peregrinos del Estado de Nueva York. El equipo del
hospital había dado el alta al señor B. pese al hecho de que
tanto el juez como el abogado de la acusación habían
escrito independientemente al Departamento De Salud
Mental del Estado de Nueva York, recomendando que el
paciente permaneciese en estricto confinamiento, debido
a sus persistentes amenazas contra su ex esposa (de hecho,
en dos ocasiones previas, había escapado del hospital e
intentado matarla). El juez y el abogado también habían
recomendado que la señora B. debiera recibir protección
en caso de que su ex esposo saliese del hospital. Irónicamente, seis horas antes de que fuese asesinada, llegó un
telegrama a casa de la señora B. advirtiéndole de que su
marido no había vuelto al hospital al terminar su permiso
temporal.
Si miramos más allá de lo que parece ser un mero error,
este caso ilustra algunos delicados y críticos dilemas, involucrados en la identificación y predicción de la peligrosidad
de los pacientes psiquiátricos. En primer lugar, destaca el
hecho de que algunas personas son capaces de realizar actos
violentos incontrolados, y por lo tanto son potencialmente
peligrosas si no tienen supervisión. También refleja el
dilema al que se enfrentan los profesionales de la salud
mental que, tratando de rehabilitar a sus perturbados
pacientes, al facilitar su progresivo reingreso en la sociedad,
se ven obligados a confiar en ellos. Por último, y lo que
resulta más crítico, ilustra lo difícil que resulta valorar adecuadamente la «peligrosidad» de algunas personas.
INTENTOS DE PREDECIR LA PELIGROSIDAD.
«A
toro pasado» resulta fácil determinar que una persona que
ha cometido un acto violento ha demostrado una «conducta peligrosa». Lo difícil es intentar predecirlo antes de
que suceda, un proceso que se conoce como evaluación de
riesgos (Borum, 1996; Heilbrun, Ogloff y Picarello, 1999).
Evaluar un estado general de «peligrosidad», o establecer si
un grupo de delincuentes podría tener riesgo de comportarse de manera peligrosa, es algo muy diferente que realizar otra tarea mucho más formidable como es predecir si se
producirá determinado acto violento. ¿En qué medida los
profesionales de la salud mental son capaces de predecir la
ocurrencia de actos peligrosos? No tanto como nos gustaría. Hay algunos problemas que aumentan la dificultad de
esa tarea. En primer lugar, la definición de peligroso es bastante ambigua, ya que depende en gran medida de a quién
se le pregunta. Algunas personas pueden tolerar más conductas agresivas que otras.
Los actos violentos son especialmente difíciles de predecir, debido a que aparentemente no sólo están determinados por las circunstancias (por ejemplo, encontrarse bajo
la influencia del alcohol), sino también por las características de personalidad o las predisposiciones violentas de ese
individuo. Por supuesto, resulta imposible predecir la aparición de ciertas circunstancias especiales, que pueden provocar agresión en una persona determinada. Un factor que
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permite predecir el riesgo es, evidentemente, el historial de
violencia de esa persona (Megargee, 2002), aunque no
siempre es posible disponer de este tipo de información.
Como ya hemos dicho, algunos tipos de pacientes,
especialmente los esquizofrénicos y los maníacos (Hodgins
y Lalonde, 1999), así como los pacientes con ideas delirantes muy arraigadas (de Pauw y Szulecka, 1988), tienen más
tendencia que otros a cometer actos violentos. Martell y
Dietz (1992) realizaron un estudio sobre personas condenadas por haber empujado a sus víctimas delante del metro
de la ciudad de Nueva York, y encontraron que la mayoría
eran personas psicóticas y sin hogar.
Normalmente los profesionales de la salud mental
yerran hacia el lado conservador cuando evalúan las tendencias violentas de un paciente; esto es, predicen más violencia de la real. Consideran a ciertos pacientes como más
peligrosos de lo que realmente son y, en general, predicen
un mayor porcentaje de pacientes peligrosos, y que por lo
tanto requieren confinamiento, de lo que realmente sucede
(Mergargee, 2002). Por supuesto, se trata de una tendencia
perfectamente comprensible desde la perspectiva del profesional, si tenemos en cuenta las consecuencias potencialmente graves de dejar suelto a una persona violenta. Sin
embargo, es probable que la consecuencia de esto sea la violación de los derechos de muchos pacientes inocentes.
Dado que siempre existirá cierto nivel de incertidumbre en
la predicción de la violencia, no está clara la mejor manera
de resolver este dilema.
MÉTODOS PARA VALORAR LA POSIBLE PELIGROSIDAD. Resulta difícil evaluar la probabilidad de que una
persona cometa actos violentos, porque sólo podemos estudiar una parte de la ecuación:
Predisposición + instigación ambiental = acto agresivo
Como ya se ha dicho, generalmente los psicólogos y
psiquiatras no conocen lo suficiente las circunstancias
ambientales de la persona, como para evaluar cuál es el
nivel necesario de instigación ambiental. Por lo tanto, la
predicción de la peligrosidad se centra fundamentalmente
en la personalidad del individuo.
Las dos fuentes principales de información sobre la
personalidad son los datos procedentes de los test de personalidad y el historial previo de esa persona. Los tests de personalidad pueden poner de manifiesto la presencia de
ciertos rasgos de hostilidad, agresividad, impulsividad,
pobreza de juicio, etc. Pese a la pericia de los expertos para
predecir la probabilidad de violencia a partir de este tipo de
factores, son muchas las personas que manifiestan esas
características pero que nunca se muestran violentas. Por lo
tanto, ciertos aspectos de la historia previa del paciente,
como agresiones previas, amenazas de agresión y disponer
de armas, pueden ser predictores mucho más útiles (Monahan, 1981). Sin embargo, igual que ocurre con los exámenes
Aspectos legales controvertidos
de personalidad, estos datos sólo se centran en los rasgos
individuales, pero no tienen en cuenta las fuerzas circunstanciales que operan sobre la persona (Megargee, 2002).
La predicción de la violencia todavía resulta más difícil
en el caso de delincuentes con gran capacidad de autocontrol, y que por lo tanto muestran un nivel de conducta agresiva manifiesta absolutamente bajo, hasta que llega el
momento de perpetrar el acto agresivo violento. Megargee
(1970) estudió de manera extensa a estas personas con
«hostilidad hiper-controlada» que son el epítome de una
conducta bajo control pero que suelen perderlo, generalmente una única vez, para asesinar a otra persona. Los
ejemplos de este tipo de asesino son espeluznantes: el estudiante graduado con honores en Bachiller, el ciudadano
modélico que siempre ayuda a los demás, pero que ha torturado y asesinado a una niña de tres años, vecina de su
barrio; el pasivo padre de cuatro hijos que pierde los nervios cuando es insultado por otro conductor, y le golpea
con una barra de hierro hasta matarlo. Sin embargo y pese
la dificultad de la tarea, los profesionales de la salud mental
deben realizar con frecuencia esta evaluación de riesgos
(Grisso y Tomkins, 1996).
El complejo problema de la evaluación de riesgos, o la
predicción de peligrosidad puede compararse a la predicción del tiempo. «En última instancia, el objetivo del sistema de prevención de la Ley De Salud Mental es el mismo
que el sistema de prevención meteorológico: maximizar el
número de personas que pueden adoptar a tiempo las
acciones necesarias para su seguridad vital» (Monahan y
Steadman, 1997, p.937).
EL DEBER DE PROTEGER: IMPLICACIONES DE LA
DECISIÓN TARASOFF. ¿Qué debería hacer un tera-
peuta cuando se entera de que su paciente ha planeado
hacer daño a otra persona? ¿Puede violar el derecho a la
confidencialidad e intentar impedir que su paciente cometa
esa acción? En la actualidad, en la mayoría de los Estados
Unidos, el terapeuta no sólo puede violar con impunidad la
confidencialidad, sino que la ley le puede exigir que realice
las acciones oportunas para proteger a las personas de la
amenaza de violencia inminente. En su forma original, este
requerimiento se concibió como la obligación de proteger a
una presunta víctima.
La doctrina legal del deber de protección alcanzó un
gran ímpetu en el Tribunal de California que dictó sentencia de 1976 en el caso de Tarasoff contra los directores de la
Universidad de California (Mills, Sullivan y Eth, 1987). En
este caso, un psicólogo de la sección de salud mental de la
Universidad estaba realizando psicoterapia externa con
Prosenjit Poddar. Durante el tratamiento el señor Poddar
dijo que pretendía matar a su anterior novia, Tatiana Tarasoff, cuando regresara de vacaciones. Preocupado por esta
amenaza, el psicólogo discutió el tema con sus supervisores, y éstos estuvieron de acuerdo en que se trataba de una
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
persona peligrosa y que debería ser internada, para someterse a observación y tratamiento. Informaron a la policía
del campus, que detuvo a Poodar para interrogarlo, tras lo
cual se le consideró en su sano juicio y se le liberó, con la
promesa de dejar en paz a Tatiana. Poddar dio por terminado el tratamiento con su psicólogo y dos meses después
apuñaló a Tatiana hasta la muerte. Los padres de la chica
demandaron a la Universidad de California y a los miembros del equipo involucrados en el caso, por no haber
internado en el hospital a Poddar ni haber avisado a
Tatiana de la amenaza. En el proceso judicial, el Tribunal
Supremo de California dictaminó en 1974 que los demandados no eran culpables de no haber internado al asesino,
pero sí de no haber protegido a la víctima. De manera irónica, el asesino quedó libre por un fallo técnico y volvió a
su casa en la India. En un análisis posterior del caso, Knapp
(1980) señaló que el tribunal había establecido que la dificultad para determinar la peligrosidad no eximía al terapeuta de no haber intentado proteger a la chica ante un
peligro tangible. El tribunal reconoció que la confidencialidad es algo importante en la relación terapéutica, pero
también que el privilegio a la protección finaliza en el
momento en que el comienza el peligro público.
La prescripción del deber de protección —que se
conoce como la decisión Tarasoff— explica detalladamente la responsabilidad de un terapeuta en situaciones en
las que existe una amenaza explícita sobre la vida de una
persona, pero sin embargo deja en la ambigüedad otros
aspectos. Por ejemplo, ¿debe aplicarse esta prescripción a
los casos en que un paciente amenaza con cometer suicidio,
y cuál sería la responsabilidad del terapeuta en caso de que
lo consiguiera? ¿Qué debería hacer un terapeuta cuando no
conoce el nombre de la posible víctima? En respuesta a las
presiones de clarificación, sobre todo desde las organizaciones profesionales de salud mental, el Tribunal Supremo
de California expresó de 1976 su opinión revisada, que se
denominó «Doctrina del Deber de Prevenir». En esta decisión el tribunal establecía que la obligación no sólo era prevenir, sino incluso proteger a la eventual víctima, aunque
todavía queda equívoca la cuestión de cómo llevar a cabo
esta obligación.
Los múltiples flecos que quedaban sueltos fueron parcialmente resueltos, al menos en California, tras la publicación de una Ley en 1985 que establecía que la obligación de
proteger a la víctima queda en suspenso, cuando el terapeuta realiza «esfuerzos razonables» para informar tanto a
la víctima como a los cuerpos de seguridad. Sin embargo,
en otras jurisdicciones se mantienen las inconsistencias
derivadas del caso Tarasoff, lo que genera gran cantidad de
ansiedad y confusión entre los profesionales de la salud
mental, muchos de los cuales continúan convencidos, desde
una perspectiva ética y clínica, de que la confidencialidad
estricta es un derecho absoluto e inviolable. Por ejemplo,
una pequeña minoría de Estados Unidos, como Maryland y
Pennsylvania, ha defendido explícitamente esta posición,
en contra de la postura Tarasoff (Mills et al., 1987). Más
recientemente, otros estados tienden a limitar la aplicación
del deber de informar (Walcott, Cerundolo, et al., 2001).
Los códigos éticos oficiales, como el de la American Psychological Association (1992), suelen exigir obediencia a la ley,
al margen de predilecciones personales. Sin embargo, en
aquellos casos en que la ley se muestra ambigua o equívoca,
como suele ocurrir en este ámbito, existe mucho campo
libre para la interpretación individual.
La alegación de locura
La portada del Time de 13 de febrero de 1992 lo dice todo.
En la foto más grande se puede ver a Jeffrey Dahmer en su
juicio por asesinato, desmembramiento y antropofagia, de
quince personas en Milwaukee. En la fotografía superior
derecha se puede ver a David Berkowitz, el «Hijo de Sam»,
que aterrorizó a la ciudad de Nueva York durante trece
meses entre 1976 y 1977, matando a seis personas e
hiriendo a otras siete. En la fotografía inferior derecha aparece John Hinckley, que atentó contra la vida del presidente
Reagan en 1981 (Steadman et al., 1993, p.1).
La relación entre los tres siniestros personajes, además
de sus hazañas asesinas, es que todos argumentaron que no
eran legalmente responsables de sus actos criminales. Esto
es, recurrieron a la alegación de locura para intentar eludir
las consecuencias legales de sus crímenes. En términos técnicos, estaban invocando la antigua doctrina de que sus
actos, aunque culpables en sí mismos (actus rea), carecen de
responsabilidad moral si no van acompañados de un estado
mental intencionado (mens rea) —esto es, la idea de que la
«locura» absuelve de la culpabilidad (véase el apartado El
mundo que nos rodea 18.4)—. En los casos de Dahmer y
Berkowitz, no prosperó este alegato, lo que suele ser habitual (Steadman et al., 1993).
El desenlace del caso Hinckley fue diferente en algunos
aspectos importantes, ya que el jurado consideró que el
acusado estaba actuando «fuera de su sano juicio» y lo
encontró «no culpable por causa de locura». En junio de
1982, Hinckley fue absuelto de sus cargos. Tal veredicto
desató de inmediato una tormenta de protestas, y generó
tentativas generalizadas, y con frecuencia precipitadas, de
reformar la Ley y restar atractivo al alegato de locura. El
acusado fue internado en un hospital mental de alta seguridad, hasta que su trastorno desapareciese lo suficiente
como para no constituir un peligro para sí mismo o para los
demás. En el momento de escribir este libro todavía permanece confinado, y parece dudoso que en un futuro próximo
sea declarado lo bastante cuerdo como para obtener «el alta
médica». Su última petición de liberación ha sido denegada, ya que el tribunal lo ha considerado demasiado peligroso como para vivir en libertad. Evidentemente su
eventual liberación desencadenaría otra clamorosa protesta
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.
Aspectos legales controvertidos
EL MUNDO QUE NOS RODEA
Alegatos controvertidos de no culpabilidad:
¿puede un estado mental alterado o un
trastorno de personalidad atenuar la
responsabilidad de un acusado?
Si una persona comete un delito grave mientras
sufre una alteración de su conciencia y su razón,
¿debe considerársele responsable de sus actos?
¿Es posible que la utilización de un psicofármaco
como el Prozac «envenene» la mente de una persona
hasta el extremo de que cometa un asesinato?
Si alguien comete un asesinato mientras se encuentra
en un fuerte estado de «sedación» —por ejemplo,
con Xanax o Triazolan— ¿debe eximírsele de
responsabilidad criminal, por haber estado
involuntariamente intoxicado por una medicación
prescrita por un profesional de la salud? Si una persona
experimenta «personalidades múltiples» y comete un
crimen, mientras se encuentra bajo el control de una
personalidad, ¿deben sufrir las consecuencias todas las
demás personalidades? Estas estrategias de la defensa
suponen un desafío muy interesante y controvertido
para nuestro sistema legal.
Estados alterados de conciencia
En un juicio reciente, el jurado no encontró culpable
a la compañía fabricante de Prozac (Eli Lilly),
ante el alegato de un asesino múltiple que en 1989
dijo haber cometido esos crímenes «bajo la influencia»
del Prozac. Joseph Wesbecker, en un ataque
de ira contra su jefe, asesinó a ocho personas e
hirió a otras doce antes de suicidarse. Tanto los
supervivientes como los familiares de algunas
de las personas asesinadas demandaron a los
fabricantes de Prozac, ya que el asesino decía
que se había «intoxicado» con esa droga, que había
disminuido sus inhibiciones. Tras un largo juicio,
el jurado falló a favor del fabricante (Fentress
et al. vs. Shea Communications et al., 1990).
Los jurados generalmente no suelen considerar que
la alteración de la conciencia provocada por el alcohol u
otras fármacos sea suficiente como para alegar locura
temporal, ya que el sujeto decide intoxicarse consciente
y voluntariamente. Sin embargo, la cuestión de la
intoxicación por fármacos que se toman con fines
medicinales añade una nueva dimensión a este alegato
de defensa. Se trata de un tema que todavía no ha sido
completamente resuelto.
Estados alterados de personalidad
Posiblemente el alegato de locura más fascinante
y controvertido sea el que recurre al trastorno de
personalidad múltiple, que en la actualidad se
denomina trastorno de identidad disociativo,
y que en los últimos años se ha convertido en un
diagnóstico habitual. Si bien es cierto que algunos
profesionales incluso discuten la mera existencia
de esa enfermedad, otros la consideran como un
argumento plausible para el alegato de no culpabilidad
por causa de locura.
La naturaleza general del problema puede
establecerse muy sucintamente: en el seno
de un sistema legal fuertemente orientado a la
identificación precisa de la responsabilidad
individual de los actos, cabe preguntarse cuáles
son los límites de la asignación de responsabilidad,
en aquellos casos en que hay distintas personas
que ocupan en diferentes momentos el mismo espacio
y el mismo cuerpo. Considérese por ejemplo los
siguientes dilemas legales:
• ¿Cuál, de entre diversas personalidades, está
capacitada para firmar un cheque bancario?
• ¿Afectan las obligaciones de un contrato firmado
por una de las personalidades al resto?
• ¿Es posible aplicar el juramento en un juicio a todas
las personalidades, o es necesario tomarles
juramento de manera individual a medida que cada
una de ellas testifica?
• En el caso de un veredicto de culpabilidad por el
acto criminal de una de las personalidades, ¿cómo
debe aplicarse el castigo en el supuesto de que el
resto de las personalidades no haya participado en
el delito?
• Si ninguna de las personalidades constituyentes
cumple los criterios de locura, ¿resulta razonable y
legal declarar el propio trastorno de personalidad
múltiple como un caso de locura?
• ¿Puede decirse que se ha producido una violación si
alguna de las personalidades de una mujer de
veintiséis años que accede a tener relaciones
sexuales ha intentado rechazar vehementemente el
acto sexual?
• Y, por supuesto, el dilema legal más habitual: ¿debe
un individuo, como personalidad primaria, ser
considerado legalmente responsable de un delito
cometido subrepticiamente por otra de sus
personalidades?
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
Este tipo de argumentos suelen ser la base del alegato
de no culpabilidad por causa de locura. Generalmente,
como en el caso de Kenneth Bianchi (convicto de doce
violaciones y asesinatos en California y en Washington),
y en el caso de una mujer que secuestró a un recién
nacido del hospital, y posteriormente dijo que había sido
otra personalidad quien lo había raptado (Appelbaum y
Greer, 1994), no se ha aceptado dicho alegato. Sin
embargo algunas veces sí se ha aceptado, como en el
del público, exigiendo la limitación o abolición del alegato
de locura. Este lamentable atropello público del alegato de
locura en su totalidad procede del constante fracaso de los
expertos para examinar de manera crítica y rigurosa el
constructo absolutorio de locura y la doctrina mens rea de
la que se deriva.
En cualquier caso, durante los últimos años la utilización de este alegato siempre ha estado rodeada por la controversia, derivada en gran medida del escándalo del juicio
de Hinckley (Steadman et al., 1993). Hay quien argumenta
que el rechazo al alegato de locura refleja en realidad actitudes sociales negativas hacia las personas con trastornos, y
que nuestra «cultura del castigo» está contribuyendo al
rechazo del alegato de locura (Perlin, 1996). Existe cierta
preocupación, sobre todo en los casos más llamativos, de
que los acusados culpables (en un sentido actus rea) puedan
fingir un trastorno mental para evitar su responsabilidad
criminal. Los buenos abogados defensores son conscientes
de este cinismo del público, que probablemente sea compartido por los jurados, y por lo tanto intentan compensarlo de varias maneras, frecuentemente describiendo a sus
pacientes supuestamente «locos en el momento del acto»,
como víctimas de actos atroces y traumáticos durante su
niñez. No cabe duda de que algunos de ellos probablemente
sufrieron abusos, pero la estrategia de crear simpatías, a la
misma vez que se ofrece una explicación plausible de su acto
«de locura» tiene, en cualquier caso, una irresistible atracción. Por otra parte, el alegato de locura a veces no se ha utilizado en casos en los que sí sería apropiado, como puede
haber ocurrido, por ejemplo, en dos casos muy llamativos:
el de John Salvi (el asesino de la clínica abortiva) y el de Teodore Kaczynski (el abominable). Aparentemente ningún
abogado defensor quiso incluir su estado mental como
parte del procedimiento judicial. Sin embargo, es probable
que un trastorno delirante muy grave pudiera haber jugado
un importante papel en los crímenes de ambos.
Michael McDermott testificó que el arcángel San
Miguel le había enviado con la misión de impedir el holocausto, cuando disparó a siete compañeros de trabajo el 26
de diciembre de 2000. McDermott afirmaba también que
no tenía alma y que podría conseguir una matando a
caso de Billy Milligan, que decía tener diez
personalidades, y que fue acusado de violar a cuatro
mujeres. Las maniobras legales inspiradas en el
constructo del trastorno de identidad disociativa tienen
un aspecto un tanto caprichoso. Por lo tanto resulta
difícil convencer a la mayoría de los jurados de que el
acusado estaba bajo el control de otra personalidad, que
fue la que en realidad perpetró el crimen, y que por lo
tanto el acusado debe ser absuelto.
alguien. Decía haber sido violado por un vecino cuando era
pequeño, y tenía una historia de paranoia e intentos de suicidio. Pese a este alegato de locura, el jurado lo encontró
culpable de la muerte a tiros de sus siete compañeros. El
abogado de la acusación argumentó que McDermott tenía
motivos para matar, porque su jefe estaba a punto de deducir de su salario las cuotas a la Seguridad Social. En su computadora se encontraron pruebas que demostraban que el
acusado había estado investigando la mejor manera de
hacerse pasar por enfermo mental. En la actualidad está
cumpliendo siete cadenas perpetuas consecutivas.
Pese a que goza de ciertas características que lo convierten en una opción interesante a tener en cuenta, sobre
todo cuando los hechos están claramente en contra del acusado, el alegato de locura apenas suele utilizarse (menos del
dos por ciento en los Estados Unidos) (Lymburner y
Roesch, 1999; Steadman et al., 1993). Sin embargo, los estudios han confirmado que en algunas jurisdicciones las personas absueltas de su delito por causa de locura pasan
menos tiempo en el hospital psiquiátrico, que el que pasan
en prisión las personas convictas (Lymburner y Roesch,
1999). Por otra parte, hay importantes diferencias en el
tiempo que las personas absueltas por causa de locura
pasan en un hospital mental, según de qué Estado se trate.
Por ejemplo, un estudio reciente de Callahan y Silver (1998)
informó que en los estados de Ohio y Maryland casi todas
las personas en esa situación quedaban libres en un plazo de
cinco años, mientras que en Connetticut y Nueva York
resulta mucho más difícil obtener la libertad condicional.
También puede variar la tasa de nuevas detenciones realizadas a personas que han sido absueltas por causa de locura,
si bien algunos estudios han encontrado tasas de incluso el
cincuenta por ciento (Callahan y Silver, 1998; Wiederanders, Bromley, y Choate, 1997). Monson, Gunnin y sus
colaboradores (2001) realizaron un estudio de seguimiento
de ciento veinticinco personas en esta situación, y encontraron una tasa de detenciones subsecuentes relativamente
elevada. Estos investigadores informan que las personas
que vivían con su familia eran más proclives a mantener su
libertad condicional y a no volver a delinquir. También
encontraron que ciertos factores como la pertenencia a una
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minoría, el abuso de sustancias y un historial delictivo previo, también estaban asociados con repetidas detenciones
después de su liberación.
Llegados a este punto, hay que decir que hemos estado
utilizando el término alegato de locura con cierta imprecisión. Por tanto debemos estar más atentos a los múltiples
matices legales implicados en la cuestión. Los precedentes
sobre la alegación de locura son los siguientes:
1. El fallo M´Naghten (1843). Bajo esta Ley, que suele
denominarse «el derecho a equivocarse», se supone
que las personas están sanas a menos que puedan probar que cuando cometieran el acto se encontraban en
un estado de enfermedad mental, y que por lo tanto no
conocían la naturaleza del acto que estaban realizando
—o, en caso que supieran que estaban cometiendo ese
acto—, no sabían que era algo maligno.
2. El fallo del impulso irresistible (1887). Un segundo precedente en la alegación de locura es la doctrina del
«impulso irresistible». Esta perspectiva mantiene que
el acusado podría no ser responsable de sus actos,
incluso aunque supiese que lo que estaba haciendo
estaba mal, si no tenía en ese momento la capacidad de
elegir entre el bien y el mal. Esto es, si no pudo evitar
cometer ese acto, debido a que estaba impelido a cometerlo más allá de su voluntad (Fersch, 1980).
3. El fallo Durham. En 1954, el juez David Bazelon, en una
decisión del Tribunal de Apelación de Estados Unidos,
amplió todavía más el alegato de locura. El juez no
creía que los precedentes anteriores permitiesen una
aplicación suficiente del conocimiento científico de la
enfermedad mental, y propuso realizar un examen
basado en este conocimiento. Así pues su fallo, que
suele conocerse como «el examen del producto», establece que el acusado «no es criminalmente responsable
de su acto delictivo si éste ha sido consecuencia de una
enfermedad mental».
4. El criterio del Instituto Legal Americano (1962). Conocido habitualmente como el «examen de capacidad
sustancial» para la locura, este examen combina el
aspecto cognitivo de M´Naghten con la consideración
volitiva del impulso irresistible, al mantener que la persona que perpetró un delito no puede ser legalmente
responsable, si en el momento del acto, y debido a una
enfermedad o defecto mental, carece de «capacidad
sustancial» para darse cuenta de su carácter delictivo, o
para adaptar su conducta a las exigencias de la ley.
5. La Ley De Reforma de la Alegación De Locura. En 1984
el congreso de los Estados Unidos adoptó este criterio
respecto a la alegación de locura para que fuese aplicado en toda la jurisdicción federal, aboliendo así el
elemento volitivo del criterio del Instituto de Leyes
Americano, y modificando el aspecto cognitivo, que
quedaría en «incapaz de apreciar», dejando así la defi-
Aspectos legales controvertidos
nición mucho más cercana a M´Naghte. Esta Ley también especifica que el trastorno mental debe tener un
carácter grave, y que la defensa debe establecer de
manera explícita y convincente la locura de su defendido, lo que contrasta con la exigencia previa de que
era la acusación la que debía demostrar que el acusado
estaba sano cuando cometió ese acto.
Este giro en la obligación de probar el alegato de locura ha
sido adoptado en muchos estados a partir del caso Hinckley. La intención de esta reforma es hacer menos atractivo
el uso de este alegato, y parece que se ha conseguido (Steadman et al., 1993).
Silver (1995) ha encontrado que el éxito del alegato
depende del Estado. También informa que la duración del
tiempo de confinamiento está más relacionado con la gravedad del delito que con el hecho de que el abogado haya
recurrido al alegato de locura. Un estudio (Cirinclone, Steadman y McGreeve, 1995) encontró que este alegato tenía
más probabilidad de alcanzar el éxito si estaba presente uno
o más de los siguientes factores:
• Un trastorno mental, sobre todo un trastorno mental
grave
• El acusado es una mujer
• El delito no es un asesinato
• Se han producido hospitalizaciones mentales previas
Hay tres estados —Idaho, Montana y Utah— que han abolido por completo el alegato de locura como estrategia de
defensa —una solución draconiana que compensa en claridad lo que se pierde en compasión.
Como hemos visto, con la expansión de la clasificación
diagnóstica de los trastornos mentales, es posible considerar muchas más conductas como trastorno mental, como
sucede con el trastorno de estrés postraumático (Garrison,
1998). ¿Qué enfermedades mentales sirven como excusa
para eludir la responsabilidad criminal? Generalmente,
bajo el fallo M´Naghten, los trastornos psicóticos eran la
base del alegato de locura, pero con los criterios Durhan y
del Instituto Legal Americano, también es posible recurrir a
otros trastornos, como el de personalidad o el disociativo.
Así pues, ¿cómo es posible determinar la culpabilidad
o la inocencia? Muchos expertos están convencidos de que
el alegato de locura plantea al tribunal una tarea imposible: determinar la culpabilidad o la inocencia por causa de
locura a partir de un testimonio psiquiátrico. Recientemente Perlin (1996) ha informado de que actualmente
existe un elevado consenso entre los expertos en relación a
la cordura del acusado; en algunos casos, se ha producido
un testimonio conflictivo, debido a que la acusación y la
defensa han aportado su propio panel de expertos (Marvit, 1981).
Podría ocurrir que la noción de no culpable por causa
de locura, aunque sea defendible y humana en cierto sen-
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
tido abstracto, tenga tantas lagunas conceptuales y de procedimiento, que sea necesario reconsiderar seriamente su
situación. Mientras tanto, lo más inteligente sería mantener criterios muy estrictos al respecto (véase Steadman et
al., 1993).
Por último, hay que decir que en algunos estados se ha
adoptado el veredicto de culpable, pero mentalmente
enfermo (Borum y Fulero, 1999). En tales casos el acusado
puede ser sentenciado, pero internado en una institución
mental y no en una prisión. Este tipo de decisión salomónica sirve para impedir la situación en la que una persona
comete un asesinato, se le considera no culpable por causa
de locura, se le ingresa en una institución mental, allí posteriormente se le encuentra cuerdo y no necesitado de tratamiento, y queda libre tras un mínimo periodo de
confinamiento. Sin embargo, con el veredicto de culpable
pero mentalmente enfermo la persona permanece bajo custodia de la institución mental hasta que cumple toda la sentencia. Marvit (1981) ha sugerido que esta estrategia podría
suponer «un equilibrio realista entre los derechos del delincuente con un trastorno mental, y la necesidad de la sociedad de controlar la conducta delictiva» (p.23).
REVISIÓN
• ¿Qué condiciones deben cumplirse para que
una persona pueda ser internada en contra de
su voluntad en una institución mental?
Describa el proceso legal que hay que seguir.
• ¿En qué consiste el alegato de locura?
• ¿Qué implicaciones tiene para los clínicos la
decisión Tarasoff?
ESFUERZOS ORGANIZADOS
PARA LA SALUD MENTAL
El conocimiento por parte del público de la magnitud de los
problemas de salud mental, y el interés del gobierno y de los
profesionales, ha promovido el diseño de programas que
intentan obtener una mejor comprensión, un tratamiento
más eficaz, y una prevención a largo plazo. Los esfuerzos
para mejorar la salud mental no sólo son aparentes en nuestra sociedad, sino también en muchos otros países.
Esfuerzos en Estados Unidos
para la salud mental
En los Estados Unidos, la responsabilidad primaria para
afrontar los trastornos mentales recae inicialmente en el
Estado y en las instituciones locales. Sin embargo, durante la
Segunda Guerra Mundial la preocupación por los trastornos mentales llamó la atención del público cuando un gran
número de jóvenes —dos de cada siete reclutas— eran
rechazados del servicio militar por motivos psiquiátricos.
Este hecho trajo consigo una diversidad de medidas destinadas a afrontar el problema de la salud mental de la nación.
EL GOBIERNO FEDERAL Y LA SALUD MENTAL.
En
1946, conocedor de las necesidades de más investigación,
enseñanza y servicios en el ámbito de la salud mental, el
Congreso aprobó su primer Proyecto de Ley de Salud Mental y la Ley Nacional de Salud Mental. En ese mismo año, se
creó en Washington D.C. el Instituto Nacional de Salud
Mental. Su objetivo era actuar como un centro de investigación y enseñanza, y como cuartel general de un programa
diseñado para impulsar la investigación y la enseñanza por
toda la nación, para ayudar a los estados a mejorar y
ampliar sus propios servicios de salud mental. El Congreso
autorizó al Instituto a proporcionar fondos para proyectos
de salud mental, destinados a estudios experimentales, proyectos piloto, encuestas e investigación general. En la actualidad este Instituto se halla bajo los auspicios del Instituto
Nacional de la Salud, dentro del Departamento de Salud y
Servicios Humanos.
El Instituto Nacional de la Salud Mental (1) realiza y
promueve la investigación sobre los aspectos biológicos,
psicosociales y socioculturales, de los trastornos mentales;
(2) apoya la enseñanza dirigida a profesionales del ámbito
de la salud mental; (3) contribuye a planificar, establecer y
mantener programas de salud mental más eficaces; y (4)
proporciona información sobre la salud mental, tanto al
público como a la comunidad científica. Hay otros dos institutos supeditados —el Instituto Nacional para el Abuso
del Alcohol y el Alcoholismo y el Instituto Nacional para el
Abuso De Fármacos— que realizan funciones similares en
esos campos más especializados.
Si bien el gobierno federal proporcionó liderazgo y
ayuda financiera, son los estados y las organizaciones locales las que el planifican y desarrollan la mayoría de los programas del Instituto. Sin embargo, la mayoría de los
gobiernos estatales y locales no han sido capaces de establecer programas y recursos, debido a los recortes del apoyo
federal. En consecuencia, se han reducido considerablemente muchos de los programas dedicados a la salud mental, incluso aunque en realidad haya aumentado su
necesidad. Existe gran incertidumbre respecto a en qué
medida los problemas de salud mental se incluirán en posteriores revisiones de la política nacional de salud.
ORGANIZACIONES PROFESIONALES Y DE SALUD
MENTAL. Existe cierto número de organizaciones pro-
fesionales de ámbito nacional en el campo de la salud mental. Se trata de la American Psychological Association
(APA), la American Psychological Society (APS), la Ameri-
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can Psychiatric Association (APA), la American Medical
Association (AMA), la Association for the Advancement of
Behavior Therapy (AABT) y la American Association for
Social Work.
Una de las funciones más importantes de este tipo de
organizaciones es establecer y mantener unos elevados criterios éticos profesionales en el seno de cada una de sus
áreas. Esta función incluye (1) establecer y revisar la enseñanza que se ofrece a los profesionales; (2) establecer criterios y procedimientos para la acreditación de los programas
de enseñanza; (3) establecer criterios para la acreditación
de clínicas, hospitales y otros servicios, y realizar inspecciones para comprobar el cumplimiento de esos criterios; y (4)
investigar los eventuales casos de conducta no ética y adoptar cuando sea necesario acciones disciplinarias.
Una segunda función esencial de estas organizaciones
profesionales se refiere a la comunicación y el intercambio
de información, mediante congresos, simposios, reuniones
de trabajo, cursos de reciclaje, publicación de revistas científicas y profesionales, y otras actividades similares. Además,
estas organizaciones promueven programas educativos
para llamar la atención sobre las necesidades de la salud
mental, y atraer estudiantes a estas áreas.
Una tercera función básica de estas organizaciones
profesionales tiene que ver con problemas sociales contemporáneos, como por ejemplo presionar al gobierno local y
nacional para que proporcione más servicios a las personas
sin hogar. Las organizaciones profesionales de la salud
mental se encuentran en una posición magnífica para
actuar como asesores de los problemas de salud mental.
RECURSOS DE SALUD MENTAL EN LA INDUSTRIA
PRIVADA. Ciertos problemas personales, como el estrés
matrimonial u otros problemas familiares, el abuso de alcohol o fármacos, dificultades financieras, o el estrés laboral,
pueden afectar de manera negativa al rendimiento y la
moral de los empleados. Las dificultades psicológicas de los
empleados de una empresa pueden generar muchos problemas, como el absentismo, accidentes laborales, disminución de la productividad y un elevado tránsito de personal.
El Instituto Nacional Para La Seguridad y la Salud Laboral
ha reconocido que los trastornos psicológicos son una de
los diez principales problemas de salud laboral (Millar,
1990), mientras que además, el riesgo de sufrir problemas
mentales relacionados con el trabajo aumenta a medida que
lo hacen ciertos factores económicos, tecnológicos y demográficos (Sauter, Murphy y Hurrell, 1990). Desde la aprobación de la Ley de Americanos con Discapacidades, las
personas con problemas psiquiátricos no pueden ser discriminadas laboralmente. Las empresas están obligadas a
modificar el lugar de trabajo para poder adaptarse a las
necesidades de las personas con enfermedad mental. Aunque las empresas se quejan de que esta adaptación resulta
demasiado costosa, es posible obtener grandes beneficios
Esfuerzos organizados para la salud mental
sociales de la integración de personas con discapacidad en
el entorno laboral (Kramer, 1998).
Es necesario hacer más investigaciones sobre la identificación de factores específicos del riesgo de salud mental
en situaciones laborales, pero ya sabemos (por ejemplo,
Sauter et al., 1990) que hay importantes problemas que
suelen pasar desapercibidos, en las siguientes áreas y condiciones de trabajo.
1. Carga y ritmo de trabajo. El factor crucial parece ser el
grado de control que tiene el trabajador sobre su ritmo
de trabajo, más que la propia demanda de trabajo per
se. El ensamblaje mecánico resulta especialmente
arriesgado para la salud mental.
2. Horario de trabajo. Los turnos rotatorios y el trabajo
nocturno están asociados con un riesgo más elevado de
dificultades psicológicas.
3. Factores de estrés. La ambigüedad en el cargo (por
ejemplo la incertidumbre sobre quién tiene la responsabilidad de algo), es muy frecuente en el ámbito laboral y tiene un impacto muy negativo en la salud física y
mental.
4. Factores de inseguridad laboral. La sensación de inseguridad sobre el futuro laboral afecta de manera adversa
a la salud física y mental.
5. Relaciones interpersonales. Una relación negativa entre
compañeros de trabajo aumenta de manera significativa el riesgo de reacciones psicológicas adversas.
6. Satisfacción en el trabajo. La insatisfacción en el trabajo
está asociada con una mala salud mental, y a su vez
ambas con tareas monótonas que apenas permiten creatividad, y no dan al trabajador la sensación de estar
contribuyendo al producto final.
Muchas empresas han reconocido desde hace tiempo la
importancia de la salud mental del trabajador, y la necesidad de fomentar el bienestar en el puesto de trabajo, si bien
es cierto que sólo recientemente están actuando en esa
dirección. En la actualidad muchas empresas han ampliado
sus «obligaciones» hacia sus empleados para incluir ciertos
servicios psicológicos. Los programas de asistencia permiten proporcionar servicios de salud mental tanto a los
empleados como sus familias.
Esfuerzos internacionales en salud
mental
La salud mental no sólo es un tema de interés en los Estados
Unidos, sino también en el resto del mundo. De hecho,
muchos de los problemas de nuestra sociedad se amplifican
en los países pobres, y en los que padecen un gobierno
represivo. La gravedad de los problemas de salud mental
queda patente en la estimación de la OMS de que los trastornos mentales afectan a más de doscientos millones de
personas en todo el mundo, en parte por el problema de los
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
refugiados (Mollica, 2000). El reconocimiento de este
enorme trance ha impulsado la creación de diversas organizaciones internacionales, desde finales de la Segunda Guerra Mundial. A continuación vamos a describir brevemente
la Organización Mundial de la Salud y la Federación Mundial de Salud Mental.
LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD.
La
OMS siempre ha sido consciente de la estrecha interrelación entre los factores físicos, psicosociales y socioculturales. Algunos ejemplos pueden ser la influencia de ciertos
cambios muy rápidos sobre la salud física y mental; la
imposibilidad de lograr progresos importantes en la salud
mental, en aquellas sociedades con una gran proporción de
malnutrición, parásitos y enfermedades; y las frecuentes
barreras psicológicas y culturales para el restablecimiento
de programas de planificación familiar y salud pública
(Rutz, 2001).
La OMS se creó después de la Segunda Guerra Mundial
como una organización dependiente de las Naciones Unidas, cuyo principal centro de interés era la enfermedad
física; gracias a esta organización se han realizado importantes progresos para la eliminación de antiguos azotes,
como la viruela o la malaria. Durante muchos años además,
la salud mental ha supuesto una preocupación cada vez
mayor entre los Estados miembros. Los programas actuales
de la OMS integran esta preocupación por la salud mental
dentro de otros problemas más amplios de salud y desarrollo económico, a los que se deben enfrentar sus Estados
miembros (OMS, 1997).
El cuartel general de la OMS está en Ginebra, aunque
tiene distribuidas oficinas regionales en África, ambas Américas, el sureste asiático, Europa, el Mediterráneo oriental y
el pacífico occidental. Así pues, sus actividades se extienden
a zonas con entornos físicos muy diferentes, así como diversas organizaciones sociales y recursos para la salud mental.
Sólo puede entrar en un país por invitación de su gobierno,
para ayudar a identificar las necesidades básicas de salud, y
colaborar con las autoridades locales, para planificar y desarrollar los programas más apropiados. Cuando resulta viable, ofrece sus servicios durante varios años, para asegurar la
continuidad y el éxito de tales programas.
Otra importante contribución de la OMS ha sido la
elaboración de la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD), que permite a clínicos e investigadores de
diferentes países utilizar un conjunto uniforme de categorías diagnósticas. Como hemos visto en el Capítulo 4, la clasificación del DSM-4 se ha coordinado con la de la OMS
(Sartorius et al., 1993).
LA FEDERACIÓN MUNDIAL PARA LA SALUD MENTAL. La Federación Mundial para la Salud Mental se
creó en 1948 como un congreso internacional de organizaciones no gubernamentales y de personas preocupadas por
la salud mental. Su objetivo es promover la cooperación
internacional entre agencias gubernamentales y no gubernamentales, y en la actualidad participan en ella más de cincuenta países. La OMS le ha otorgado un estatus consultivo,
y asesora a las agencias de la ONU recolectando información sobre la salud mental en todo el mundo.
La década de los 90 fue testigo de una sorprendente
apertura, junto a la caída de lo que hasta ese momento
habían sido insuperables barreras entre naciones. Gracias a
este aumento del intercambio de ideas y cooperación, es de
esperar que podamos asistir a una colaboración todavía
mayor en salud mental. Resulta vital que continúe esta cooperación internacional, compartiendo información y perspectivas sobre salud mental.
REVISIÓN
• ¿Cuál es el papel del Instituto Nacional de la
Salud Mental para promover la atención a los
enfermos mentales?
• ¿Qué es la Agencia Nacional de la Salud
Mental y cómo contribuye a la mejora de los
servicios de salud mental?
• ¿Qué es la OMS?
DESAFÍOS DE FUTURO
Aunque la cooperación internacional, en su
esfuerzo de comprender y mejorar la salud mental resulta
alentadora, los medios de comunicación nos enfrentan a
diario con la amarga verdad de que todavía nos queda un
largo camino por recorrer, antes de que nuestros sueños de
un mundo mejor puedan cumplirse. Son muchos los que
cuestionan que los Estados Unidos o cualquier otra nación
tecnológicamente avanzada pueden ser capaces de lograr
una salud mental óptima para la mayoría de sus ciudadanos.
El racismo, la pobreza, la violencia juvenil, el terrorismo, el
desarraigo de la población de los países en vías de desarrollo
y otros problemas sociales que contribuyen a los trastornos
mentales, a veces parecen realmente insuperables.
También nos afectan las cosas que ocurren en el resto
del mundo, tanto de manera directa como indirecta. La
inestabilidad económica mundial, así como la posibilidad
de destrucción del sistema de apoyo a la vida en nuestro
planeta alimentan nuestra ansiedad respecto al futuro. Los
enormes recursos que hemos gastado en programas militares durante el último medio siglo para protegernos contra
posibles amenazas han absorbido el dinero y la energía que
podría haberse empleado en solucionar las necesidades
humanas, no sólo en Estados Unidos sino en cualquier otro
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lugar del mundo. Los escasos recursos de los que ahora disponemos para los problemas de salud mental nos impiden
resolver los principales problemas derivados del abuso del
alcohol y las fármacos, de vivir sin casa, las familias rotas y
las escuálidas condiciones de vida en las que se desenvuelve
mucha gente.
La necesidad de planificación
Parece imperativo realizar una planificación más eficaz a
nivel local, nacional e internacional, si queremos ser capaces de reducir o eliminar los problemas de salud mental. Es
necesario enfrentarse a muchos desafíos si queremos crear
un mundo mejor, tanto para nosotros como para generaciones futuras. Sin cejar en nuestro esfuerzo por solucionar
nuestros propios problemas, también es esencial participar
con más entusiasmo en las medidas internacionales dirigidas a disminuir las tensiones, y a promover la salud mental
y un mundo mejor. A la misma vez, es de esperar que las
medidas adoptadas para reducir los conflictos internacionales y mejorar las condiciones generales del ser humano,
permitan hacer una contribución significativa a nuestro
propio progreso social y nacional, y a nuestra salud mental.
Tanto en nuestro propio país como en el resto del
mundo industrializado, los avances para prolongar la vida,
conllevan otros problemas relativos a trastornos asociados
con una edad avanzada, sobre todo en el ámbito de la
enfermedad de Alzheimer. A juzgar por el número de personas que ya están afectadas, no sabemos si seremos capaces de erradicar esta amenaza antes de que nos destruya.
Por lo tanto, la planificación y la preparación parecen nuestra única esperanza racional para superar un potencial
desastre de una magnitud sin precedentes; es necesario
comenzar ya.
La contribución individual
La historia de la psicología clínica proporciona ejemplos muy
notorios de personas cuyos esfuerzos han sido fundamentales para modificar nuestra manera sobre ciertos temas.
Recuérdese que Pinel eliminó las cadenas, Dorotea Dix inició
un movimiento para mejorar la situación de los hospitales
mentales y Clifford Beers inspiró el moderno movimiento de
salud mental, mediante su explicación autobiográfica de su
experiencia con la enfermedad mental. Todavía no sabemos
quién será el que liderará la siguiente revolución en salud
mental. Lo que está claro es que mediante nuestro esfuerzo
individual podemos conseguir grandes avances.
Cuando los estudiantes se hacen conscientes del
enorme alcance del problema de la salud mental, tanto a
nivel nacional como internacional, así como de los recursos
lamentablemente inadecuados para afrontar el problema,
siempre suelen preguntar «¿qué puedo hacer yo?». Por eso
parece adecuado sugerir algunas líneas de actuación que los
estudiantes interesados pueden adoptar.
Desafíos de futuro
En el ámbito de la salud mental están abiertas muchas
oportunidades para el personal entrenado. El trabajo social,
la psicología clínica, la psiquiatría y otras actividades relacionadas con la salud mental, son muy reforzantes en
cuanto a la realización personal. Además, hay muchas otras
ocupaciones, que abarcan desde la aplicación de las leyes, a
la enseñanza, pasando por el sacerdocio, que pueden
desempeñar un papel esencial en la salud mental y el bienestar de la gente. La preparación en alguno de esos campos
suele brindar la oportunidad de trabajar en clínicas e instituciones similares, para obtener experiencia en la comprensión de las necesidades y los problemas de las personas con
estrés y familiarizarse con los recursos disponibles para su
tratamiento.
También los ciudadanos pueden encontrar múltiples
maneras de colaborar de manera directa, si están familiarizados con los recursos y programas nacionales e internacionales, y si invierten el esfuerzo necesario para aprender
cuáles son las necesidades y los problemas especiales de su
comunidad. Sea cual sea su papel en la vida —estudiante,
profesor, policía, abogado, amo de casa, ejecutivo o sindicalista— son sus propios intereses los que están en juego. Y es
que aunque la salud mental de una nación se pone de manifiesto de muchas maneras —en sus objetivos, su coraje, su
responsabilidad moral, sus logros científicos y culturales y
su calidad de vida— en realidad su salud y sus recursos proceden en última instancia de las personas que viven en ella.
En una democracia participativa, son ellos los que planifican e incrementan los objetivos nacionales.
Además de aceptar cierta parte de responsabilidad en la
salud mental de los demás, mediante la calidad de nuestras
propias relaciones interpersonales, también existen otros
cursos de acción, abiertos a cada ciudadano. Estas posibilidades incluyen (1) servir como voluntario en un hospital
mental; (2) apoyar medidas realistas para asegurar que
todos los grupos de edad puedan recibir servicios globales
de salud; y (3) trabajar en pro de la mejora de la educación
pública, de un gobierno responsable, de la eliminación de
los prejuicios y el establecimiento de un mundo más armonioso y saludable.
Todos nosotros estamos preocupados por la salud mental por razones personales y también altruistas, y nos gustaría eliminar los desagradables problemas de la vida
contemporánea y encontrar nuestra porción de felicidad en
una vida plena de significado. Para ello, a veces necesitamos
el coraje de admitir que nuestros problemas son excesivos
para nosotros. Cuando la existencia parece fútil, y avanzar se
vuelve demasiado difícil, es necesario recordar los siguientes
hechos básicos, que son los que hemos ido destacando a lo
largo de todo el texto: de vez en cuando, cada uno de nosotros puede tener graves dificultades para afrontar los problemas de la vida. Durante esas crisis puede que necesitemos
ayuda psicológica. Ese tipo de dificultades no son una desgracia; le pueden ocurrir a cualquiera a condición de que
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
sufra un estrés lo suficientemente grande. La detección precoz y el tratamiento inmediato de las conductas inadaptadas
son de enorme importancia para prevenir el desarrollo de
problemas más graves o crónicos. Las medidas de prevención —primaria, secundaria y terciaria— son la estrategia a
largo plazo más eficaz para la solución de los problemas de
salud mental, tanto individuales como de grupo.
Resulta esencial reconocer estos hechos, ya que las estadísticas muestran que casi todos nosotros tendremos que
enfrentarnos en algún momento de nuestra vida, con una
conducta gravemente inadaptada o con un trastorno mental, ya sea en nosotros mismos o en alguien cercano. Nuestra interdependencia y la pérdida que supone para todos
que alguien no sea capaz de lograr su propio potencial, aparecen elocuentemente expresados en estas líneas de John
Donne (1624):
Ningún hombre es una isla; cada hombre es una pieza del
continente, una parte del todo. Cada vez que el mar hace
desaparecer un terrón de tierra, Europa se queda un poco
más pequeña, igual que si hubiese desaparecido un promontorio, igual que si se hubieran ido un puñado de amigos: la muerte de cualquier hombre me hace disminuir,
porque yo soy parte de la humanidad, y por eso nunca pregunto por quién doblan las campanas; doblan por ti.
REVISIÓN
• Escriba diversas formas en que los individuos
pueden contribuir al avance de la salud
mental.
T E M AS S I N R ES O LV E R
LA OMS Y EL CUIDADO DE LA SALUD MENTAL
Aproximadamente uno de cada tres americanos sufre trastornos psicológicos que podrían precisar de un diagnóstico
psiquiátrico (Regier et al., 1988), y alrededor de uno de
cada cinco recibe tratamiento (Castro, 1993). Se ha estimado que el tratamiento psiquiátrico supone la cuarta
parte de todas las plazas de los hospitales de América
(Kiesler y Sibulkin, 1987). Los gastos destinados a la salud
en general están aumentando de una manera indirecta más
rápidamente que cualquier otro factor de la economía estadounidense (Resnick y DeLeon, 1995). Algunas empresas se
han gastado en la salud de sus empleados tanto como han
ganado (O’Conner, 1996). Durante la anterior década, los
costes destinados a la salud subieron por las nubes debido
a que el número de personas que demandó estos servicios
se incrementó en más del treinta por ciento por año (Giles,
1993). La función de «puerta de contención» de las sociedades médicas ha dificultado claramente el acceso a la
salud mental estadounidense, donde las decisiones corporativas a menudo prevalecen sobre la necesidad del tratamiento. El tratamiento, una vez aprobado por las
sociedades médicas, tiende a ser limitado tanto en duración
como en calidad. Como ya hemos visto en este capítulo, el
tratamiento de la salud mental sirve tanto para prevenir
como para apaciguar los trastornos mentales. Aún así, la
actual crisis en el sector de la salud ha hecho que el trata-
miento de la salud mental sea menos asequible y que su
coste no suela ser reembolsado.
En respuesta a estas necesidades, los administradores
del sector de la salud han creado una gama de diferentes
programas destinados a ofrecer servicios a un coste que la
sociedad se pueda permitir. Mediante la asistencia sanita ria dirigida, una red de empresas pone a disposición de una
población determinada servicios hospitalarios, médicos y
otros proveedores/trabajadores (Resnick et al., 1994). Los
proveedores de la asistencia sanitaria dirigida ofrecen asistencia médica a un coste inferior mediante la restricción de
los servicios tradicionales, el empleo de rigurosos procedimientos de revisión, y la oferta de diferentes tratamientos
breves a bajo coste (Glazer y Gray, 1996). El modo de funcionamiento de estos sistemas es vender planes de asistencia sanitaria a trabajadores o particulares que se
inscriban en una empresa de servicios de salud o en una
sociedad médica mediante el prepago de una cuota fija que
les da derecho a los servicios ofrecidos en ese plan (Resnick et al., 1994). Estos programas disponen de personal
médico distribuido en equipos de profesionales conocidos
como «comisión», que tienen la facultad y la capacidad de
suministrar una amplia variedad de servicios (Cummings,
1995). Algunas sociedades médicas —conocidas como equipos de comisión abierta— dan a sus pacientes un margen
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de elección de sus proveedores médicos y permiten que
cualquier profesional cualificado dentro de la sociedad
pueda participar. Sin embargo, la mayoría son equipos de
comisión cerrada, que limitan la selección de proveedores
disponibles. Los beneficios varían de un plan a otro, y
generalmente incluyen restricciones en la cobertura de
problemas o en la cantidad máxima de atención ofrecida o
de servicios disponibles. Para que los precios sean bajos,
algunas sociedades médicas operan de acuerdo a un sistema de «modelo capitativo», un modo de pago en el que el
proveedor de la asistencia sanitaria se compromete a ofrecer todos los servicios exigidos por la población mediante
una cuota fija o tarifa plana por miembro inscrito o empleado (Richarson y Austad, 1994). La sociedades médicas
asumen de este modo algún riesgo, pero el modelo capitativo puede suponer un gran beneficio si la cuota de la inscripción se puede fijar más cara que el coste de los
servicios sanitarios.
Tratamiento de salud mental ¿quién
decide de qué tipo y durante cuánto
tiempo?
En un primer intento para reducir los costes relacionados
con la salud, la agencia de asistencia sanitaria dirigida
negocia un precio reducido directamente con el proveedor
del servicio sanitario. Después, el proveedor factura a la
sociedad médica por el tiempo empleado y a cambio le
brinda servicios profesionales «a bajo coste» (Richardson
y Austad, 1994). Este enfoque supone un pequeño riesgo
económico para el proveedor. Tal y como le podría parecer
a cualquier observador casual de los sistemas de asistencia sanitaria, los procedimientos para determinar los
honorarios de los proveedores han supuesto siempre un
quebradero de cabeza para los profesionales de la salud
mental —psicólogos y psiquiatras (Resnick et al., 1994). El
representante de la sociedad médica o el que actúa como
«puerta de contención» ante el reembolso, normalmente
un médico de medicina general sin experiencia en trastornos psiquiátricos o en intervenciones psicosociales, controla el acceso a la terapia y a veces el tipo de
tratamiento a ofrecer (Resnick et al., 1994). En algunos
sistemas de asistencia dirigida, el controlador de la
puerta podría ser un empresario que, según la opinión del
proveedor del servicio sanitario, bloquea el tratamiento
adecuado haciendo que el médico tenga que justificar
periódicamente sus decisiones a alguien con poca o ninguna experiencia en salud mental. En tales situaciones
surgen problemas frecuentemente, pudiéndose estar privando a los pacientes de los apropiados y necesarios cuidados (Resnick et al., 1994).
Los programas de asistencia dirigida varían enormemente en el modo y en la calidad de los servicios de salud
mental que ofrecen. Aunque su supuesta intención es ofrecer los tratamientos más efectivos disponibles, en el
momento de decidir cuáles ofrecer se basan habitualmente
más en intereses económicos que en prescripciones médi-
Términos clave
cas. Las sociedades médicas que son conscientes del elevado coste han empezado a ser consideradas por muchos
expertos de campo de la salud mental como un simple
negocio en el que se niegan las necesidades del paciente
(Karon, 1995).
Terapia contrarreloj
Los servicios de salud mental que ofrecen las sociedades
médicas tienden a apoyar programas más baratos y elaborados menos cuidadosamente. Como cabe suponer, la farmacoterapia es el tratamiento de salud mental que más
prescriben. Cada año se receta a alrededor del diez por
ciento de la población estadounidense alguna medicación
psicoactiva (Klerman et al., 1994). Curiosamente, en la
actualidad son los pediatras los que recetan la mayoría de
la medicación psicotrópica, en lugar de los psiquiatras
(Brody, 1996). Algunos sistemas de asistencia sanitaria dirigida han defendido el uso extendido de las terapias somáticas para intentar reducir costes. Las intervenciones
psicosociales, como la psicoterapia individual, se han desaconsejado o limitado a un escaso número de sesiones. La
psicoterapia a largo plazo ha sido virtualmente eliminada
para todo el mundo excepto para unos pocos clientes ricos
y privados (Lazarus, 1996). En cambio, la psicoterapia de
grupo se suele promover y fomentar porque normalmente
se considera rentable.
La mayoría de las empresas dedicadas a la asistencia
dirigida ofrecen un modelo de salud mental centralizado,
breve e intermitente. Aquellos que requieren tratamientos
más largos o necesitan ingresar en el hospital, por norma
general, no suelen estar satisfechos con estas organizaciones. De hecho, las organizaciones de asistencia sanitaria
dirigida suelen desaconsejar los tratamientos de salud
mental a largo plazo. Por ejemplo, la mayoría de los grupos
de asistencia dirigida sólo aprueban estancias cortas en el
hospital (menos de diez días) y tratamiento de salud mental
de cuatro a seis consultas externas en cada periodo. Son
pocas si se tiene en cuenta que la cantidad y tipo de servicios que se ofrecen están directamente relacionados con
criterios empíricos. Las decisiones sobre si tener ocho o
veinte sesiones de psicoterapia, por ejemplo, son arbitrarias y a menudo parecen depender del capricho del médico
o del paciente (Harwood et al., 1997).
Se ha producido una clara división entre los proveedores y directores de los servicios sanitarios. Los servicios
disponibles se suelen regir por criterios económicos más
que por el dictamen de un profesional de la salud mental.
Como consecuencia, los médicos están escandalizados por
la situación. Un psicólogo (Sank, 1997) sugería recientemente que se deberían fichar, con cargos éticos, a aquellos
profesionales de la salud mental que violen el acuerdo de
confidencialidad paciente-terapeuta y revelen el proceso de
terapia a las sociedades médicas. Se han puesto algunos
pleitos a las sociedades médicas por no cumplir con el
suministro de los servicios necesarios y apropiados. Es probable que las organizaciones de asistencia dirigida se
CAPÍTULO 18
Aspectos legales contemporáneos en psicología clínica
enfrenten a quejas por negligencia como resultado de su
publicidad legal y de la obligación de la prestar los servicios
ofertados (Benda y Rozovsky, 1997).
Los críticos se quejan de que en la asistencia dirigida
no hay una clara evidencia de que los costes se estén controlando realmente (Gabbard, 1994; Harwood et al., 1997) y
que tampoco hay un apoyo científico para las opciones de
beneficio limitado que se están llevando a cabo. Algunos
han destacado que los costes administrativos de los centros de asistencia dirigida (incluidos los salarios de los
directivos de las sociedades médicas) son exorbitantes.
Gabbard (1994), por ejemplo, calculó que aproximadamente
la cuarta parte del presupuesto de las ambulancias de Esta-
dos Unidos va a parar a la administración de la asistencia
dirigida.
La revolución en la asistencia sanitaria ha creado una
fuerte polémica en el campo de la psicoterapia. El de la
salud mental está cambiando drásticamente por motivos
económicos. Algunos psicólogos y psiquiatras independientes han abandonado su profesión porque la psicoterapia no
les da para vivir. Es probable que estas dificultades cada
vez mayores continúen mientras nuestra sociedad intenta
aceptar el coste de la asistencia sanitaria y se asegura de
que está disponible. Una cosa es cierta: el entorno de las
profesiones relacionadas con la salud mental está cambiando.
SUMARIO
• Muchos profesionales de la salud mental no sólo
intentan solucionar los problemas de salud mental,
sino también prevenirlos, o al menos reducir su
efecto.
• Es posible concebir la prevención a partir de tres
niveles: (1) intervenciones universales, que
intentan reducir las consecuencias a largo plazo
de haber tenido un trastorno; (2) intervenciones
selectivas, destinadas a atenuar la posibilidad de
un trastorno e impulsar una salud mental positiva
en poblaciones de riesgo especial;
(3) intervenciones indicadas, que intentan reducir
el impacto o la duración de un problema, cuando
éste ya se ha producido.
• Durante los últimos treinta años, con la llegada de
nuevos psicofármacos y la modificación de la
filosofía de tratamiento, se ha producido un
importante esfuerzo para insertar a los pacientes
psiquiátricos en el seno de la sociedad.
• Se ha producido una enorme controversia sobre la
desinstitucionalización, y su fracaso para ofrecer
un adecuado seguimiento a esos pacientes dentro
de la comunidad.
• Los últimos trabajos en el ámbito de la atención
post tratamiento de los pacientes mentales
permiten establecer líneas de trabajo para realizar
un seguimiento terapéutico.
• El hecho de ser un «enfermo mental» no es motivo
suficiente para ser internado en contra de la
voluntad de la persona. Además, deben existir
pruebas de que el individuo supone un peligro para
sí mismo o para la sociedad.
• No resulta nada fácil, ni siquiera para
profesionales muy preparados, determinar
con antelación si una persona puede representar
un peligro para sí misma o para los demás.
Sin embargo, con mucha frecuencia los
profesionales se ven obligados a realizar este
tipo de juicios.
• Algunos fallos judiciales recientes han
achacado responsabilidad al profesional, cuando
su paciente ha causado daño a otra persona.
La decisión Tarasoff defiende que un terapeuta
tiene la obligación de proteger a las posibles
víctimas, cuando el paciente ha amenazado con
matarlas.
• El alegato de locura es un aspecto trascendental
de la psicología forense. Muchos profesionales de
la ley y de la salud mental, así como periodistas y
legos en la materia, han cuestionado la utilización
que se está haciendo de este tipo de alegación.
• El precedente legal original, la norma M´Naghten,
mantiene que en el momento de cometer el acto,
el acusado debía haber estado actuando lo
suficientemente fuera de sus cabales, como para
no ser consciente de la naturaleza de sus
acciones, o no saber que lo que estaba haciendo
estaba mal.
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Términos clave
• Las ampliaciones más recientes del alegato de
locura, como puede ser los criterios del Instituto
Legal Americano, han dejado abierta la posibilidad
de que personas que no están diagnosticadas de
psicóticas puedan alegar locura transitoria.
• El éxito de John Hinckley al alegar locura
transitoria después de intentar asesinar al
presidente Reagan generó una tormenta de
protestas. Una reforma eficaz y ampliamente
adoptada al respecto consiste en hacer que la
responsabilidad de presentar las pruebas (de
locura) recaiga sobre la defensa.
• Ciertas agencias federales, como el Instituto
Nacional de Salud Mental, El Instituto Nacional de
Abuso de Fármacos y El Instituto Nacional para el
Abuso del Alcohol y el Alcoholismo, están
dedicadas a promocionar la investigación, el
entrenamiento y los servicios de salud mental a la
comunidad.
• Ciertos profesionales y organizaciones de la
salud mental, así como muchas empresas y
asociaciones voluntarias, también actúan
de manera muy activa para promover la salud
mental.
• Otras organizaciones internacionales, como la
OMS y la Federación Mundial de Salud Mental,
han contribuido a establecer programas de salud
mental por todo el mundo.
TÉRMINOS CLAVE
Alegato de locura (p. 616)
Culpable pero mentalmente
enfermo (p. 620)
Decisión Tarasoff (p. 616)
Desinstitucionalización (p. 609)
Intervenciones indicadas (p. 606)
Intervenciones selectivas (p. 604)
Intervenciones universales (p. 602)
Programas de aprendizaje
social (p. 608)
Psicología forense (p. 612)
Terapian ambiental (p. 608)
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Agradecimientos
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R, por Robert L. Spitzer et al., 1989, p. 233. Reproducido con permiso de
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Capítulo 17: p. 566: Estudio de un caso: La señora Corrales. Tomado de
Latino Families in Therapy: A Guide to Multicultural Practice de Celia J.
Falicov, copyright © 1998. Guilford Press; p. 570: Estudio de un caso:
Medicinas y psicoterapia. Tomado de An Unquiet Mind de Kay Redfield
Jamison, copyright © 1995 de Kay Redfield Jamison. Reproducido con permiso de Alfred A. Knopf, una división de Random House, Inc.; p. 578:
Estudio de un caso: Tratamiento con litio. Tomado de An Unquiet Mind de
Kay Redfield Jamison, copyright © 1995 de Kay Redfield Jamison. Reproducido con permiso de Alfred A. Knopf, una división de Random House,
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Therapy for Depression and Anxiety: A Practitioner’s Guide de Ivy-Marie
Blackburn y Kate M. Davidson, copyright © 1995. Blackwell Science.
Índice analítico
Abstinencia, 423
de la nicotina, 409
tratamiento, 409
del abuso del alcohol, 403
del tabaco, 409
en la práctica sexual, 427. 428, 456
mantenimiento de la, 405
Abuso. Véase también abuso infantil; problemas
de conducta por abuso sexual
de la heroína, 408
efectos de, 409
tratamiento con metadona, 412
de las drogas, 406
de narcóticos, 407
factores causales, 410
tratamientos resultados, 411
de sustancias. Véase también abuso del
alcohol; abuso de las drogas; drogas
específicas, 388
del alcohol, 388
definición, 388
efectos psicosociales, 392
errores acerca de, 390
factores causales psicosociales, 397
factores en el, 394
factores socioculturales, 401
genética, 396
prevalencia, comorbilidad, y demografía,
389
prevención de la recaída, 405, 607
programas de prevención, 607
psicosis asociadas con, 392
tratamientos, 401
vulnerabilidad genética, 395
físico, 83
consecuencias a largo plazo, 83
deprivación, 83
infantil
para el ajuste psicológico, 556
recuerdos recuperados, 441, 442
sexual, 440
categorías, 444, 445
efectos, 441
en los recuerdos recuperados, 441
niñez, 440
consecuencias, 441
controversias, 441
efectos nocivos, 441
prevalencia, 440
testimonios de los niños, 441
tratamiento para los corruptores, 448
sexual de los niños, 440
efectos dañinos de, 457
Ácido, 199
gamma aminobutírico, 199
deficiencia funcional, 199
en la ansiedad y el pánico, 199
Acomodación, 81
Adicción. Véase también abuso del alcohol;
abuso de las drogas; abuso de sustancias,
diagnósticos del DSM-IV-TR, 408, 409
ADN, 60
Adrenalina. Véase epinefrina
Agentes
inmunológicos, 548
que provocan el pánico, 187
Agorafobia, 184
conducta de evitación fóbica, 184
definición, 184
estudio de un caso, 185
sin pánico, 185
teoría biológica, 189
tratamiento, 192
Alcaloides, 407
Alcohol, 388, 389, 406
efectos, 391, 406
físicos de su uso crónico, 392
sobre el cerebro, 391
en la violencia marital, 399
errores sobre, 390
hipersensibilidad al efecto hipnótico de, 396
nivel en la sangre, 391
utilización a lo largo de la historia, 389
Alcohólicos anónimos, 404
Alcoholismo. Véase abuso del alcohol, 389
Alegato de locura, 616
Alianza terapéutica, 565
Alucinaciones, 465
congruentes con el estado de ánimo, 222
en la esquizofrenia, 467
en la esquizofrenia desorganizada, 469
Ambivalencia suicida, 260, 261
Amenazas graves a la seguridad personal, 159
Amígdala, 188
en el trastorno de pánico, 188
Amnesia, 281
anterógrada, 281
con traumatismo craneal, 515
disociativa, 281
deficiencias intelectuales y de memoria, 291
tipos de, 281
tratamiento de, 285
ÍNDICE ANALÍTICO
interpersonal, 283
retrógrada, 281
Amobarbital sódico, 406
Anfetaminas, 406, 412, 413
abuso de, 414
efectos, 414
tratamientos y resultados, 414
efectos de, 414
Anorexia nerviosa, 298
abuso sexual infantil, 313
apoyo en internet, 315
complicaciones físicas, 394
criterios diagnósticos diferenciales, 303
diagnóstico, 303
edad de aparición y diferencias sexuales, 298
en hombres, 299
entorno familiar, 313
factores biológicos, 308
factores de riesgo personales, 310
factores socioculturales, 309
prevalencia, 306
tipo atracón y tipo purgante, 305
tipo restringido, 305
tratamiento, 314, 315
Anorgasmia, 456
Anormalidades. Véase también conducta
patológica
aspectos culturales, 8
bioquímicas, 8
craneales, 551
definición, 6
durante la edad media, 29
Ansiedad, 341, 173
alcoholismo y, 395
flotante. Véase trastorno de ansiedad
generalizado, 200
Ansiolíticos, 577
Anticonvulsivos, 252
Antidepresivos, 573, 576
más habitualmente prescritos, 574
para la bulimia nerviosa, 577
para la depresión infantil, 573, 576
para la depresión mayor, 573, 576
para los trastornos del estado de ánimo, 580
tricíclicos, 576
Apego, 92
cultura y relaciones de, 92
Apoyo social, 344
carencia de, 341
en la enfermedad física, 344
en la vulnerabilidad al resfriado común, 345
Aprendizaje, 345
en la enfermedad física, 345
observacional, 77
Aspectos legales, 612
Atribución, 78, 235
Autismo, 539
conducta repetitiva, 540
cuadro clínico, 540
en los niños, 540
estudio de un caso, 539, 586
factores causales, 541
tratamiento conductual, 542
tratamientos y resultados, 542, 543
Autoginefilia, 459
Baile de San Vito, 31
Barbitúricos, 414
abuso de, 414
tratamientos y resultados, 415
efectos de, 414, 406
para los trastornos disociativos, 415
síntomas de abstinencia, 414
Beneficios, 274
primarios, 274
secundarios, 274
Benzodiacepinas, 577
efectos, 577
Biblia, trastornos mentales en la,
Borracheras en la universidad, 399
Bulimia nerviosa, 323
complicaciones médicas, 304
criterios diagnósticos diferenciales, 303
criterios para, 303
curso y término, 307
diagnóstico, 305
edad de aparición y diferencias sexuales, 303
estudio de un caso, 303
tratamiento, 316
versus anorexia nerviosa del tipo atracón y
purga, 317
Cafeína, 406
criterios DSM-IV-TR para a la adicción a, 406,
408
dependencia de, 408
Cambio social, 95
Cáncer
de pulmón, 350
estrés relacionado con el tratamiento de, 330
Cannabis, 407
Carbamacepina, 580
Castración,
ansiedad ante la, 71
química, 449
de los agresores sexuales, 450
de los corruptores de menores, 450
Catarsis, 43
Catecolaminas, 57
Causa necesaria, 5
Células
B, 331
T, 331
Ciclotimia, 241
citoquinas, 332
en el espectro maníaco-depresivo, 244
estudio de un caso, 242, 243
etapa depresiva de,
etapa hipomaníaca de, 241
Claustrofobia, 175
Clomipramina, 574
dosis y vida media, 574
Clonacepam, 578
dosis y vida media, 578
Clonidina, 578
Cloracepato, 578
Clordiacepoxide, 578
dosis y vida media, 578
efectos, 578
Clorpromacina, 572
dosis y vida media, 572
Clozapina, 491
dosis y vida media, 491
para la esquizofrenia, 491
Cocaína, 406, 412
abuso de, 412
tratamientos y resultados, 413
efectos, 406, 412
Codeína, 406
efectos de, 406
Comorbilidad, 12
con el abuso del alcohol, 389
de la ansiedad y los trastornos del estado de
ánimo, 238
de los trastornos de personalidad, 125
Complejo de Edipo, 70
Compulsiones, 200
en el trastorno obsesivo-compulsivo, 200
tipos de, 86
Computadoras, 111
en la evaluación clínica, 111
para interpretar el Test de Rorschach, 112
Comunicación, 86
en la competencia social, 86
inadecuada, irracional, y hostil, 86
irracional, 86
Condicionamiento
aversivo, 44, 75
clásico, 99, 76
instrumental, 44
Condiciones
del eje I, 126
del eje II, 126
del eje III, 126
del eje IV, 127
del eje V, 127
Conducta
adictiva, 398
delinctiva, 558
factores causales, 558
inadaptada, 524
clasificación en la infancia, 525
en diferentes periodos de la vida, 524
vulnerabilidad especial en los niños
pequeños, 525
incontrolable, 564
irresponsable, 373
en el trastorno obsesivo-compulsivo, 204
observación clínica de, 109
patológica, 4, 22
aproximaciones científicas, 22
causas y factores de riesgo, 52
clasificación, 5
definición, 6
modelos evolutivos multicausales, 55
modelos vulnerabilidad-estrés, 54
perspectivas históricas, 26
perspectivas humanitarias, 32
perspectivas teóricas y causas, 96
retroalimentación y circularidad, 45
temas sin resolver, 47
sexual, 109
www.ablongman.com/butcher12e
escalas de valoración, 109
Conflictos, 137
intrapsíquicos, 70
Correlación
genotipo-ambiente, 61
negativa, 18
positiva, 18
Cromosomas, 60
anomalías, 60
pares, 60
sexuales, 60
X, 60
Y, 60
Cuestionario de personalidad Multifásico de
Minnesota (MMPI 2), 115
críticas, 117
en los estudios de casos, 116
escalas clínicas, 115
escalas de validez, 118
escalas especiales, 118
perfil e informe informatizado, 116
Cuidadores
de pacientes con enfermedad de Alzheimer,
513
estrés y depresión en, 513
Daños,
cerebral orgánico, 501
por traumatismo craneal, 518
cuadro clínico, 516
graves, 518
leve, 15
tratamientos resultados, 518
Déficits de atención, 526
Delincuencia juvenil. Véase también trastorno de
conducta; trastorno de oposición
desafiante
Delirium, 506
presentación clínica, 506
Demencia, 507
debida a una infección VIH, 513
diagnóstico DSM, 508
distribución según su causa probable, 508
en la enfermedad de Alzheimer, 507, 508
enfermedades que la causan, 508
exámenes neuropsicológicos que pueden
detectarla, 508
precoz, 507
tipos de, 507
vascular, 514
Dendritas, neurotransmisores liberados en, 58
Dependencia
de las drogas, 406
de la cafeína y la nicotina, 408
de la cocaína y las anfetaminas, 412
de la marihuana, 414
de los barbitúricos, 414
del éxtasis, 417
del LSD y los alucinógenos, 416
del opio y los narcóticos, 407
de sustancias, 398
del alcohol, 388
Depresión. Véase también melancolía, 216, 340
a lo largo del ciclo vital, 221
Índice analítico
bipolar, 216
definición, 216
diagnóstico DSM-IV-TR, 217
efectos sobre los demás, 237
escalas de valoración, 118
estudio de un caso, 216, 220, 221, 253
factores causales de tipo biológico, 224, 28
infancia, 534
criterios diagnósticos, 217
factores causales, 535
prevalencia, 217
post parto, 219
psicoterapia, 253
que no son trastornos del estado de ánimo,
218
síntomas, 221
subtipos, 222
sueño y ritmos circadianos, 227
suicidio y, 255
teoría cognitiva de Beck, 232
teoría de la desesperación, 234
teorías conductuales, 232
teorías psicodinámicas, 592, 231
terapia electro convulsiva en, 251, 252
terapias cognitivo conductuales, 587
tratamientos y resultados, 571-578
unipolar, 216
diferencias sexuales, 236
mayor, 220
versus bipolar, 216
violencia marital, 240
vulnerabilidad cognitiva, 231
Desarrollo personal, 22, 81
Desastres
aéreos, 164
naturales, 164
en el trastorno de estrés post traumático,
164
intervención en crisis, 164
Desensibilización
sistemática, 584
Deseo sexual, 451
disfunciones, 451
Desequilibrios neuroquímicos, 57
Desinstitucionalización, 38
Desipramina, 574
dosis y vida media, 574
Desmopresina, 537
Despersonalización, 280
Desviaciones sexuales, 426
Dexadrina, 406
Dexa-metasona, 225
Diacepam, 578
Diagnóstico
criterios, 102
evaluación y, 102
manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales, cuarta edición
(DSM-4), 102
Dieta, 312
Discriminación,
racial, 94
sexual, 94
Diseños
experimental ABAB, 21
experimentales de caso único, 20
Disfunciones
sexuales, 451
de la excitación sexual, 452
del deseo sexual, 452
orgásmicas, 454
prevalencia, 452
que involucran dolor sexual, 456
tratamiento, 456
Dislexia, 544
factores causales, 544
Dispareunia, 456
Disritmia, 105
Distimia, 220
Divorcio, 148
efectos sobre los niños, 87
efectos sobre los padres, 87
estrés y, 148
Dolor
en el trastorno de somatización, 272
experiencia subjetiva de, 272
insensibilidad en esquizofrenia, 482
Dominio e inmunización contra la ansiedad, 197
Dopamina, 394, 483
Drogas
antipsicóticas, 572
efectos extrapiramidales, 406
más habitualmente prescritas, 406
psicoactivas, 388, 406
abuso de, 388, 406
Duelo, 147
diferencias culturales, 147
estrés y, 147
proceso, 147
Ecolalia, 540
en el autismo, 540
Economía de fichas, 586
Ecopraxia, 469
Eje,
hipotálamo-pituitaria-adrenal, 330
Electroencefalograma, 105
Ello, 99
Encopresis, 537
Endorfinas, 411
Enfermedad
cardiaca, 339
cardiovascular, 337, 338
factores psicológicos, 339
coronaria, 339
de Alzheimer, 509
aparición tardía, 511
aparición temprana, 510
aspectos genéticos y ambientales, 510
daño cerebral, 501
demencia, 508
neuropatología, 511
prevalencia, 510
tratamiento a los cuidadores, 513
tratamientos y resultados, 511
de Huntington, 508
demencia de, 508
de Parkinson, 507
ÍNDICE ANALÍTICO
daño cerebral, 501
de Tay-Sachs, 549
factores psicológicos, 344
física
factores biológicos, 343
factores psicosociales, 344
factores socioculturales, 344
maníaco-depresiva. Véase también trastornos
bipolares,
Ensayos clínicos aleatorios, 323, 568
Entrevistas
en la evaluación psicosocial, 108
en los estudios de casos, 120
estructurada, 108, 130
fiabilidad, 108
no estructurada, 108, 130
Enuresis, 536
funcional, 536
nocturna, 536
Epidemiología, 11
Epinefrina, 57
Episodio, 241
hipomaníaco, 241
maníaco, 241
Equilibrio fisiológico, 344
Equipo de salud mental, 9
Escalas
de estimación, 109
de valoración de Hamilton para la depresión,
118
Escuela de Nancy, 42
Especificadores, 109
Esquizofrenia
antidepresivos tricíclicos, 576
aspectos biológicos, 480
características, 465
catatónica, 469
causas, 471
conducta impredecible, 467
criterios diagnósticos DSM-IV-TR, 464, 465
cuadro clínico, 464
desorganizada, 469
epidemiología, 462
estudio de un caso, 462
estudios de análisis de vínculos, 472
evaluación de la peligrosidad, 118
evaluación mediante el MMPI-2, 118
factores genéticos, 471
hipótesis de la dopamina, 394, 483
ideas delirantes, 464
indiferenciada, 470
insensibilidad al dolor, 482
orígenes, 463
paranoide, 468
prevención, 496
prevención secundaria, 496
prevención terciaria, 496
recaída, 487
residual, 470
síntomas, 467
síntomas negativos, 467
síntomas positivos, 467
subtipos, 468
tipos I y II, 467
trastorno de personalidad esquizoide, 359
trastorno de personalidad esquizotípico, 359
tratamiento, 489
tratamiento combinado, 492
Estabilizadores del estado de ánimo, 580
con la terapia electro convulsiva a, 580
Estados alterados de personalidad, 617
Estereotipos, 5
Estigma, 5
Estilos
de atribución pesimista, 235
en la salud y en la enfermedad, 334
paternal autoritaria, 85
paternal y cálido, 85
paternos inadecuados, 84
Estimación de la prevalencia,
Estimulación sexual previa, 451
Estrategias,
para el estrés, 141
de prevención, clasificación y, 17
experimentales, 18
prospectivas, 18
retrospectivas, 17
Estrés, 136
afrontamiento, 141
aspectos fisiológicos, 329
categorías, 136
de combate, 155
cuadro clínico, 155
factores causales, 157
definición, 136
efectos biológicos, 143
efectos graves, 144
efectos psicológicos, 145
efectos sobre el sistema nervioso simpático,
144
en la enfermedad y la salud, 329
en refugiados, 159
factores de predisposición, 138
respuesta inmunológica, 144
trastorno de adaptación, 146
trastorno de estrés post traumático, 148, 152
Etapas
de latencia, 70
fálica, 70
complejo de Edipo, 70
complejo de Electra, 70
genital, 70
oral, 70
psicosexuales, 70
Ética
del derecho al suicidio, 262
en la evaluación, 122
Etiología, factores causales en, 52
Etiquetas, 6
diagnósticas, 6
diagnóstico, 6
Evaluación
aspectos éticos, 122
clínica, 102
clasificación de la conducta anormal, 123
del organismo físico, 105
diagnóstico, 102
elementos básicos, 102
historia social, 103
informatizada, 111
psicosocial, 108
entrevistas de evaluación, 108
observación clínica, 109
test objetivos de personalidad, 111
tests psicológicos, 110
Examen
del lenguaje (test), 502
neuropsicológico, 106
en la evaluación clínica, 105
para los traumatismos craneales, 518
Excitación sexual, 451
disfunciones, 451
subjetiva versus fisiológica, 451
Exhibicionismo, 435
Exorcismo, 31
durante la edad media, 31
Expectativas de éxito social, 398
Experimento de Pinel, 34
Exploraciones del cerebro, 105
Exposición
en vivo, 584
imaginada, 584
Expresividad emocional, 488
Éxtasis, 417
Extinción, en el condicionamiento clásico, 75
Eyaculación
prematura, 451, 454
retrasada, 451
Factores
ambientales, 152
de estrés, 152
causales, 152
biológicos, 56
psicosociales, 80
socioculturales, 90
de estrés, 138
categorías, 136
definición, 136
impredecible e incontrolable, 162
de protección, 54
psicológicos, 329
en el funcionamiento inmunológico, 333
en la salud y la enfermedad, 329
Familia
efectos del divorcio sobre, 486
en la esquizofrenia Programas de intervención
basados en la familia, 486
Fantasías sexuales violentas, 436
Fármacoterapia, 571-580
Fases de la respuesta sexual, 451
Fenelcilina, 574
dosis y vida media, 574
Fenilcetonuria, 550
en el retraso mental, 550
Fenotipos, 61
Fetichismo, 433
con sadismo sexual, 433
travestido, 433
Fiabilidad, 124
Fluoxetina (Prozac), 574
Fluvoxamina, 574
www.ablongman.com/butcher12e
Fobia, 174
como conducta aprendida, 189
definición, 174
distribución no aleatoria, 178
específicas, 174
definición, 174
diagnóstico, 174
edad de aparición y diferencias sexuales,
175
factores causales genéticos y
temperamentales, 178, 181
factores causales psicosociales, 176
social, 174, 179, 181
como conducta aprendida, 176
criterios DSM-IV-TR, 176
diagnóstico, 176
estudio de un caso, 180, 182
factores causales psicosociales y biológicos,
176
factores genéticos y temperamentales, 178,
181
tratamiento, 178, 182
variables cognitivas, 182
Frigidez. Véase trastorno de en la excitación
sexual femenina,
Frustración, 136
Fuga disociativa, 282
estudio de un caso, 282, 284
memoria y deficiencias intelectuales, 282
tratamiento, 291
Generalización, 15
Genotipo, 61
Grupos
de control, 16
Habla
desorganizada, 466
Hachís, 407
Hidrocefalia, 551
Hipertensión, 338
entre los afro-americanos, 338
esencial, 338
factores socioculturales, 338
vulnerabilidad idiosincrásica, 338
Hipocondría, 118, 268
características, 269
estudio de un caso, 269
factores causales, 270
tratamiento, 270
Hipomanía, 18
Hipotálamo, 59
Hipótesis, 15
comprobación, 15
elaboración, 15
de socio genética, 15
Hipotiroidismo, 226
Histeria, 28, 118
Homosexualidad
como una señal de trastorno mental, 429
como una variación no patológica, 430
con el trastorno de identidad sexual, 432
paidofilia, 444
Índice analítico
perspectiva punitiva hacia, 427
psiquiatría americana y, 429
ritualizada, 428
Hormonas, 57, 225
Hospitales psiquiátricos, 607
Ideas
delirantes, 464
suicidas, 255
Identidades ,
alternativas, 285
sexuales, 438
Identificación con el sexo opuesto, 433
Imágenes por resonancia magnética, 105
Imipramina, 574
Incestos, 445
madre-hijo, 445
Incidencia, 11
Inconsciente, 43
Indefensión aprendida, 234
Índice de masa corporal, cálculo, 318
Inhibidores,
de la monoaminooxidasa, 575
de la reabsorción de la serotonina y la
norepinefrina, 573
selectivos de la reabsorción de la serotonina,
573
Intervenciones
indicadas, 606
selectivas, 604
universales, 602
Investigación
científica, 32
con animales, 20
experimental, 19
caso único, 17
diseño de, 20
observacional, 17
Isocarboxidicina, 574
Juego de papeles, 109
Klonopin. Véase Clonacepam,
Koro, 91
La esquizofrenia en Croacia, 462
Ley de Megan, 449
Libido, 68
Licantropía, 31
Litio, 252, 578
Locura colectiva, 30
Loracepan, 578
LSD, 407, 416
efectos de, 407, 416
Ludopatía, 418
Macrocefalia, 551
Macrófagos
activación de las células T, 331
Manías, 216
conducta impredecible, 7
danzarinas, 31
daño cerebral en, 501
definición, 216
unipolar, 244
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales IV-TR (DSM-IV-TR), 102
categorías de los ejes I y II, 126
cinco ejes, 126
eje II, 126
el problema del etiquetado, 6
Marihuana, 417, 407
efectos de, 407, 418
tratamiento psicológico de la dependencia de,
420
Masoquismo, 436
Medicina,
ansiolítica, 580
efectos de, 580
más habitualmente prescrita, 580
egipcia, 26
islámica, 29
para los enfermos mentales, 39
psicotrópica, 165
Médicos
islámicos, 29
romanos, 28
Melancolía, 29
bases biológicas, 29
en la medicina islámica, 29
perspectivas históricas, 29
posesión demoníaca, 31
Melanesia,
rituales homosexuales, 428
Mescalina (peyote), 407, 416
efectos, 407, 416
Metaanfetamina, 415
efectos, 415
Metacrilato,
Metadona, 412
Microcefalia, 551
Miedo, 172
Mirtazapina, 574
dosis y vida media, 574
Modelado, 585
Monoaminas, 57
Morfina, 406, 407
efectos de, 406, 407
Muestra, 16
Mutismo selectivo, 532
Narcóticos, 407
abstinencia física, 411
efectos, 409
Nefazodona, 574
dosis y vida media, 574
Nembutal, 406
Neurocirugía, 582
Neurolépticos, 490
inyectables, 572
para la esquizofrenia, 490
Neurona, 58
post sináptica, 58
presináptica, 58
Neuropsiquiatría,
Neurosis, concepto de, 172
Neurotransmisores, 57
definición, 57
desequilibrios, 57
ÍNDICE ANALÍTICO
Nicotina, 406
criterios DSM-IV-TR para la adicción, 406
dependencia, 406
Niñez,
abuso sexual durante, 440
conductas sexualmente típicas y atípicas, 432
Niños
efectos del divorcio sobre, 87
terapia de juego, 555
vulnerabilidad especial, 553
Nomenclatura cliente-paciente, 5
Noradrenalina, 144
Norepinefrina, 57
Obesidad, 318
definición, 318
estudio de un caso, 321
factores biológicos, 318
factores demográficos y conductuales en la
prevalencia de, 320
factores psicosociales, 319
factores socioculturales, 320
perspectiva del aprendizaje, 319
prevención, 322
tratamiento, 320
Obsesiones, 200
Olanzapina, 491
dosis y vida media, 491
para la esquizofrenia, 491
Opio, 407
abuso de, 410
factores causales, 410
tratamientos y resultados, 411
efectos, 409
formas, 411
Optimismo, 335
Orden, preocupación excesiva por, 368
Organización mundial de la salud, 621
Orgasmo, 451
calidad subjetiva del, 451
Orlistat, 321
Ovillos neurofibrilares, 509
Oxacepam, 578
dosis y vida media, 578
Paidofilia, 444
homosexual, 444
psicoterapia, 444
tratamiento, 444
Pánico, 172
componentes de, 184
conductas adecuadas y persistencia, 191
definición, 183
sesgos cognitivos en el mantenimiento de, 191
teoría biológica de, 188
teoría cognitiva de, 189
teoría comprensiva del aprendizaje, 189
versus ansiedad, 184
Parafilias, 432
autoginefilias, 439
categorías DSM-IV-TR, 432
en los violadores, 446
factores causales tratamientos, 437
psicoterapia, 448
Paresis, factores orgánicos subyacentes, 40
Paroxetina, 574
dosis y vida media, 574
Paxil, 251
Peligrosidad, 612
evaluación de, 613
intentos de predecirla, 614
internamiento voluntario y, 612
obligación de advertir, 615
Personalidad, 339
estructura, 68
Personas sin hogar, 610
desinstitucionalización y, 609, 610
Perspectiva
biopsicosocial, 56, 97
cognitivo-conductual, 78, 77
conductual, 44
impacto, 77
existencialista, 69
humanista, 69
interpersonal, 73
psicoanalítica, 41
sociocultural, 89
impacto, 95
primeras teorías, 89
Placas seniles, 509
Placebo, 24, 336, 568
Plasticidad neuronal, 57
Popularidad, 88
Prácticas sexuales, 427
Precursores evolutivos de la esquizofrenia, 479
Prejuicio, 94
Preocupaciones, 197
beneficios percibidos y funciones positivas,
197
excesivas, 198
y consecuencias negativas, 198
Presenilina, 511
1, 511
2, 511
Prevalencia, 11
a lo largo de la vida, 11
durante un año, 11
puntual, 11
Principio
de realidad, 70
del placer, 68
Prisiones, como hospitales mentales, 611
Procesos, 68
primarios de pensamiento, 68
secundarios de pensamiento, 68
Profesionales de la salud mental, 9
Proyección, 71
Proyecto genoma humano, 343
Prozac, 574
Psicoanálisis, 41
freudiano, 593
fundadores, 42
inicios, 42
Psicoanalistas, 10
Psicofarmacología, 569
Psicólogos, 10
clínicos, 10
escolares, 10
Psiconeuroinmunología, 145, 334
Psicopatía, 372
características, 371
criterios, 384
cuadro clínico, 373
delictiva versus no delictiva, 376
dos dimensiones, 372
estudio de un caso, 374, 375
factores causales, 375
prevención, 381
tratamientos y resultados, 380
Psicosis, 462
Psicoterapia, 564, 253
evaluación, 589
medición del éxito, 567
objetivación y cuantificación del cambio, 567
psicodinámicas, 592
a partir de Freud, 593, 594
evaluación, 592
y diversidad cultural, 598
y valores sociales, 597
Psilocibina, 416
Psiquiatras, 10
Psiquiátricos, 13
Purga en la bulimia nerviosa, 317
Reactividad autonómica en las enfermedades
físicas, 343
Rechazo, 88
Recuerdos
falsos, 441
recuperados, 441
en el abuso sexual infantil, 441
en el trastorno de identidad disociativa, 292
Recuperación espontánea, 75
Reforzamiento. Véase también reforzamiento
positivo, 76
economía de fichas, 586
utilización sistemática, 585
positivo, 76
Relaciones
madre-hijo, 445
maritales, 399
objetales, 594
terapéuticas, 565
Remeron, 574
Reserpina, 39
Resistencia, 593
análisis, 593
Retraso
en la eyaculación, 451, 454
mental, 546
alteraciones cerebrales, 547
anormalidades cromosómicas, 547
categorías diagnósticas DSM-IV-TR, 544
debido a falta de oxígeno, 548
diagnóstico, 546
grave, 547
leve, 547
malnutrición, 548
moderado, 547
orgánica, 548
patología del cerebro, 547
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profundo, 547
trastornos asociados con, 549
tratamiento, 552
Risperidona, 491
Ritalin, 527
Ritmos
circadianos, 227
en los trastornos unipolares del estado de
ánimo, 227
Ritos
de iniciación del varón, Sambia, 428
homosexuales, Melanesia, 428
Rituales,
cognitivos, 201
compulsivos, 203
en el trastorno de personalidad obsesivocompulsivo, 201
de limpieza, 201
motrices compulsivos, 201
en el trastorno obsesivo-compulsivo, 201
repetitivos, 203
Rubéola, 549
Ruta mesocorticolímbica de la dopamina, 394,
483
Sadismo, 435
en los violadores, 447
Salud
actitudes y, 335
mental, 9
desafíos de futuro, 622
esfuerzos internacionales, 622
esfuerzos organizados, 620
Sambia, 428
prácticas sexuales, 428
rituales homosexuales, 428
Seconal, 406
Sedantes, 406
abuso, 406
tratamientos y resultados, 411
efectos, 406
Semen, 428
Separación, 84
y estrés, 84
Serax, 578
Seroquel, 573
para la esquizofrenia, 573
Serotonina, 57, 207
Sertraline, 574
dosis y vida media, 574
Serzone, 574
Sexualidad, 427
factores socioculturales, 427
influencias históricas y culturales, 427
investigación,
SIDA. Véase síndrome de inmunodeficiencia
adquirida, 333
Sífilis, 40
análisis de sangre, 40
del cerebro, 40
Sildenalfil (Viagra), 453
Síndrome, 8
de alcohol fetal, 392
de Down, 548
Índice analítico
anomalías cromosómicas en, 549
retraso mental en, 548
de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), 333
de Klinefelter, 549
de Tourette, 539
de trisomía 18, 549
de Turner, 549
Síntomas, 8, 133
definición, 8
Sonambulismo, 538
Sublimación, 71
Sueño MOR, 227
Suicidio, 255
ambivalencia, 260
cuadro clínico y pauta causal, 255
derecho, 256
en adolescentes y adultos jóvenes, 256
en niños, 256
factores causales biológicos, 258
factores psicosociales, 257
factores socioculturales, 259
grupos de alto riesgo, 262
incidencia, 259
intento frente a consecución, 255
prevalencia, 259
prevención e intervención, 261
riesgo, 256
según la edad, el sexo, y el grupo racial, 259
signos de alerta entre los estudiantes, 257
Superyo, 70
Suplementos dietéticos, 519
Sustituto del pene, 70
Tabúes,
del incesto, 445
sexuales, 445
Taijin Kyofusho, 91, 210
Temor interoceptivo, 196
Temperamento, 65
Teorías,
cognitiva de Beck, 232
cognitiva del pánico, 189
de la degeneración, 427
de la desesperación en la depresión, 234
de la indefensión, 234
depresión, 234
de las relaciones objetales, 76
del apego, 73
psicodinámicas, 592
impacto, 73, 74
Terapeuta, habilidades profesionales, 10
Terapia
aversiva, 585
centrada en el paciente, 590
cognitiva, 588
de Beck, 78, 588
para el síndrome de Tourette, 539
para los trastornos de ansiedad, 196
cognitivo-conductual, 587
evaluación, 589
para la anorexia nerviosa, 315
para la bulimia nerviosa, 316
para la esquizofrenia, 494
conductual racional emotiva, 587
de conducta, 586, 583
evaluación, 586
de crisis, a corto plazo, 164
de exposición directa, 165
de exposición, 584
de juego, 555
de la Gestalt, 591
de manual, 569
integradora conductual, 596
tradicional conductual, 593
electro convulsiva, 580
bilateral y unilateral, 581
estudio de un caso, 582
para los trastornos del estado de ánimo, 251
existencial, 591
familiar, 254, 595
de sistemas, 596
estructural, 596
para la esquizofrenia, 492
para los niños, 554
humanista, 590
interpersonal, 254, 594
matrimonial, 595
Test
comprensivo de Rorschach de Exner, 113
de inteligencia, 110
de personalidad, 112, 111, 115
en los estudios de casos, 120
objetivos, 115
para evaluar la eventual peligrosidad,
proyectivos, 111
ventajas y limitaciones, 120
de Rorschach, 112
en la evaluación clínica, 110
de supresión de la Dexa-metasona, 225
psicológicos, 110
basados en la informática, 111
ventajas y limitaciones, 111
Tics, 538
compulsivos, 539
en la niñez, 538
faciales, 539
Tolerancia, 388
al estrés, 140
Topiramato, 580
Trabajador social, 10
Tranilcipromina, 574
Transexualidad, 438
autoginefílica, 439
con trastorno de identidad sexual, 439
hombre a mujer, 439
homosexual, 439
mujer a hombre, 439
tratamiento, 439
Transferencia, 593
análisis, 593
definición, 593
Trastorno,
afectivo estacional, 223
afectivos. Véase trastornos del estado de
ánimo
amnésicos, 515
bipolar, 216
características, 243
ÍNDICE ANALÍTICO
con una pauta estacional, 243
factores causales biológicos, 245
factores causales psicosociales, 247
factores socioculturales, 248
tipo I, 243
tipo II, 243
tratamientos resultados, 251
de adaptación, 146, 219
características, 220
con un estado de ánimo deprimido, 220
de amnesia por uso del alcohol, 394
de ansiedad, 194
durante la niñez y la adolescencia, 531
factores causales, 533
tratamientos y resultados de, 533
en los niños, 531
factores causales, 533
generalizado, 194, 200
características de, 196
comorbilidad, 196
estudio de un caso, 195
prevalencia, 195
por separación, 531
social. Véase fobia social
de Asperger, 539
de aversión sexual, 452
de carácter. Véase trastornos de personalidad,
de conducta, 529
ciclo de auto perpetuación, 529
cuadros clínicos, 529
edad de aparición y vínculos con el
trastorno de personalidad antisocial,
529
tratamientos y resultados, 530
de conversión, 273
aspectos diagnósticos, 273
circunstancias precipitantes, escape, y
beneficios secundarios, 274
como un trastorno disociativo, 293
disminución de la prevalencia y
características demográficas, 274
estudio de un caso, 274
perspectivas históricas, 274
síntomas motrices, 275
síntomas sensoriales, 275
tratamiento, 276
versus auténticos trastornos orgánicos, 275
versus trastornos ficticios y
malintencionados, 276
de defectos imaginarios. Véase trastorno de
dimorfismo corporal,
de despersonalización, 280
tratamientos, 291
de dimorfismo corporal, 277
estudio de un caso, 278
prevalencia, sexo, y edad de aparición, 278
trastornos de alimentación, 278
tratamiento, 279
de dolor, 272
características, 272
prevalencia, 272
sexual, 451
tratamiento, 273
de hiperactividad con déficit de atención, 526
estudio de un caso, 526
factores causales, 527
más allá de la adolescencia, 528
subtipos el DSM-IV-TR, 526
tipo hiperactivo/impulsivo, 527
tipo predominantemente desatento, 526
tratamiento y resultados, 527
de identidad disociativa, 283
diagnóstico, 284
entre las víctimas de abuso sexual infantil,
290
estudio de un caso, 284
estudios experimentales, 286
factores causales socioculturales, 291
factores causales y controversia acerca del
tema, 287
naturaleza de las otras personalidades, 285
prevalencia, 285
recuerdos recuperados, 289
tratamiento, 291
de la excitación sexual femenina, 454
conducta de oposición desafiante, 528
hiperactividad con déficit de atención, 526
de oposición desafiante, 528
el cuadro clínico, 529
factores causales, 530
tratamientos y resultados, 530
de pánico, 183
antidepresivos, 574
comorbilidad, 186
con agorafobia, 183
diferencias sexuales, 185
edad de aparición, 185
factores causales biológicos, 187
factores causales conductuales y cognitivos,
189
momento del primer ataque, 186
prevalencia, 195
teorías, 189
terapia cognitivo-conductual, 192-193
tratamiento, 192
versus ansiedad, 184
de personalidad antisocial, 363
asociada con el trastorno de personalidad
límite, 363
características, 358
criterios diagnósticos DSM-IV-TR, 363
cuadro clínico, 363
factores, 368
factores causales en el, 369
prevalencia, 358
tratamientos y resultados, 369
de personalidad
dependiente, 366
características, 366
diagnóstico, 366
factores causales, 367
depresiva, 368
características, 368
esquizoide, 359
características, 358
factores causales, 359
esquizotípico, 359
características, 358
factores causales, 359
histriónico, 360
características, 358, 360
factores causales, 361
límite, 363
características, 363
comorbilidad, 364
factores causales, 364
narcisista, 361
características, 358
factores causales, 362
paranoide, 357
diagnóstico, 357
factores causales, 358
pasivo-agresivo, 368
características, 368
por evitación, 365
características, 365
de somatización, 271
características, 271
demografía, comorbilidad, y evolución, 271
estudio de un caso, 271
factores causales, 272
tratamiento, 272
del deseo sexual, 452
del estado de ánimo, 216
ansiedad y, 173
bipolar, 241
diagnóstico de características de, 243
factores causales en, 245
definición, 216
diagnóstico y características de, 217
efectos interpersonales, 235
esquizoafectivo, 244
factores socioculturales, 249
prevalencia, 217
unipolar, 218, 224
diagnóstico de características del, 218
diferencias sexuales, 236
factores causales en, 224
depresivo mayor, 220
características, 220, 221
crónico, 223
recurrente, 223
síntomas cognitivos, motivacionales, y
biológicos, 221
subtipos, 222
medios a moderados, 219
disociativos, 279
características, 279
factores causales socioculturales, 280
eréctil del varón, 452
específicos de una cultura, 90
esquizoafectivo, 470
esquizofreniforme, 470
evolutivos persistentes, 539
hipoactivo del deseo sexual, 451
mentales. Véase también conducta patológica
actitudes del siglo XX, 36
bases psicológicas, 41
búsqueda de medicinas, 39
clasificación de, 41
clasificación de Hipócrates, 27
definición DSM-4, 6
www.ablongman.com/butcher12e
estigma, 5
incidencia, 11
perspectivas durante el siglo XIX, 36
perspectivas históricas, 26
prevalencia a lo largo de un año, 11
primeros conceptos filosóficos, 27
primeros tratamientos, 39
tratamiento, 12
obsesivo-compulsivo, 200
características de, 202
estudio de un caso, 201, 208
exposición y restricción de la respuesta, 209
factores causales, 203
biológicos, 206
psicosociales y, 203
pautas de conducta cognitivas y motrices,
201
prevalencia y edad de aparición, 202
tics, 538
tratamiento, 208
orgásmico, 455
femenino, 455
masculino, 455
por adicción. Véase adicción; trastornos
específicos,
por atracones, 317
dietas y, 317
en la bulimia nerviosa, 317
psicótico, 471
breve, 471
compartido, 471
relacionados con sustancias. Véase también
abuso del alcohol; abuso de las drogas;
temas sin resolver
somatoformes, 268
características, 269
formas, 268
prevalencia, 268
universales, 90
Índice analítico
Tratamientos, 22
combinados, 570
derecho a rechazarlo, 613
derecho al mismo, 613
empíricamente validados, 568
en los primeros psiquiátricos, 33
farmacológico, 569
razones para buscarlo, 564
relaciones terapéuticas, 565
Traumas, 548
de guerra, 155
del combate, 155
efectos biológicos, 143
en el combate militar, 155
en la violación, 153
infantiles, 84
psicológicos
entre las víctimas de torturas, 160
Traumatismo craneal, 518
amnesia causada por, 515
Travestismo, 433
Trazodona, 574
Tríada cognitiva negativa, 233
Trimipramina, 574
Trisomía 21, 549
Vaginismo, 451
Validez, sistema de clasificación, 124
Valium, 407, 578
efectos, 407
Valores sociales, 597
Variables
correlacionadas, 18
dependientes, 18
independientes, 18
manipuladas, 18
psicofisiológicas, 14
Variantes sexuales, 426
Venlafaxine, 251, 274
dosis y vida media, 574
para los trastornos del estado de ánimo,
574
Veronal, 406
Viagra, 453
para trastorno de excitación sexual femenina,
454
para trastorno eréctil del varón, 453
Víctimas,
de torturas, 160
de una crisis, 166
VIH. Véase síndrome de inmunodeficiencia
adquirida, 333
Violación, 445
afrontamiento, 153
asesoramiento a las víctimas, 154
causas, 447
efectos a largo plazo, 154
motivación, 446
parafilias, 446
prevalencia, 446
secuelas, 446
tratamiento, 448
trauma, 153
Virus de inmunodeficiencia humana, 333
demencia, 513
estilo de vida y, 334
estrés y, 335
Voyeurismo, 445
Vulnerabilidad,
de los niños, 525
genética, 59, 395
situar a los niños en riesgo de problemas
emocionales, 553
Ziprasidona, 491
dosis y vida media, 491
Zoloft, 251
Zyprexa, 491