Quiero
escribir solo aquello de lo que me acuerdo. El 22 de agosto de 1972, a la tarde, me enteré
de que algo terrible había sucedido por la madrugada en la Base Almirante Zar ,
de Trelew.
Empezó
a circular la versión oficial de la dictadura de Alejandro Lanusse: los 19
prisioneros que se habían fugado del penal de Rawson y que habían sido
apresados en el aeropuerto de Trelew, habían intentado fugarse también de la base
naval, habían sorprendido a un oficial de apellido Sosa, se habían apoderado de
su pistola, y habían sido abatidos en un tiroteo por las tropas navales.
Diecinueve
presos con una pistola, en una base de la Armada. Los marinos
habían tenido que liquidar a casi todos – habían quedado, heridos, tres
sobrevivientes -, para impedir la
fuga. La versión, como más tarde escribiría Rodolfo Walsh
respecto de los comunicados de la dictadura de Jorge Videla, no estaba
destinada a ser creída. En efecto, nadie la creyó, aunque algunos fingieron hacerlo.
Yo
estudiaba Periodismo. Cuando llegué a la Escuela, esa noche, el aire hervía. Se
había armado una coordinadora que integraba a numerosas agrupaciones políticas
estudiantiles. Esa noche estuvimos todos juntos: socialistas, peronistas,
comunistas.
Fuimos
a la Universidad
Tecnológica de Almagro, en la avenida Medrano ,
que ya había sido tomada por los estudiantes. La policía rodeó el edificio,
pero aguantamos adentro hasta que se fueron. Allí escuché, y grité, un
estribillo que haría época: “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los
muertos de Trelew”. Al día siguiente lo gritaríamos muchas veces en actos
relámpago en calles y plazas. Esa noche, en la UTN, un compañero me dijo: “Esta
masacre va a provocar un gran salto en la violencia política, hasta niveles que
no podemos imaginar ahora”. Después del 24 de marzo de 1976 volví a recordar esa
frase y esa noche, muchas veces.