En noviembre de 1999, Eric Hobsbawm estuvo de visita en Buenos Aires.
Tuve el privilegio de participar de una entrevista con él, junto a otras tres o
cuatro personas. Escribí entonces una nota para el periódico La Vanguardia, de
la que transcribo a continuación solo algunos párrafos.
“Un historiador no está nunca de vacaciones”, dice el historiador
británico Eric Hobsbawm. Está citando, aclara, a un ilustre colega y amigo, ya
desaparecido, el francés Fernand Braudel.
Antes, ha asegurado que aprendió a hablar español en sus viajes por
América Latina, en la calle y en charlas de café. Es un método de aprendizaje,
sostiene, más rico que cualquier otro.
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A los ochenta y un años, el intelectual inglés no ha decidido aún poner
fin a su larga obra. Planea retomar la
investigación acerca de las formas pre políticas de rebelión popular, un tema
que lo apasiona desde hace muchos años y sobre el que escribió uno de sus
libros más admirados, el ya clásico Rebeldes Primitivos. “Me parece que el tema
no está agotado - se entusiasma -, que tiene aspectos todavía inexplorados.
Cuando escribí aquel libro no me di cuenta de todo lo que había allí. Creo que
en los tiempos anteriores al capitalismo, a la sociedad moderna, había una idea
en la cabeza de la gente alrededor de las que podrían ser unas relaciones
aceptables entre los seres humanos, en términos de la justicia social, la
libertad, la
emancipación. Todo ello dentro de ciertos límites, relativos
a la accesibilidad del poder, a la perspectiva, a la amplitud de conocimientos
de la gente. Esa
manera de pensar el mundo social cambió, después de la era de las revoluciones,
no sólo por el nuevo contexto político, con el establecimiento de los estados
nacionales, sino sobre todo por la invención de un nuevo vocabulario, de un
nuevo lenguaje para expresar un discurso político-social. Pero es que todavía
hay grandes zonas del mundo que están en tránsito desde sociedades anteriores a
la Modernidad”.
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La aparición del libro (Historia del siglo XX, o La era de los
extremos) en Europa motivó, entre muchos comentarios, el de que su autor
escribe “como un marxista desilusionado”.
Hobsbawm reflexiona al respecto: “He pasado más de la mitad de mi vida
esperando el triunfo de la revolución mundial. Cuando comprendí que ya no era
posible, esperé todavía un mejoramiento
del socialismo realmente existente, pero parece que eso tampoco fue posible. Es
claro que tengo que estar desilusionado. Pero en un sentido, en lo que se
refiere a mi oficio, eso no es malo. La buena historia es la historia hecha por
los vencidos, no por los vencedores. La derrota agudiza el sentido de análisis.
En cuanto al marxismo, hay que decir que pese a todo su genio, Marx se equivocó
en algunas cosas, pero no siento ninguna desilusión con el modo de ver la
Historia según el método de Marx. En todos mis libros he intentado aplicar
precisamente ese método”.
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Hobsbawm recordó también a “algunos amigos argentinos que ya no están”:
“Uno de ellos es Pancho Aricó, un hombre de un intelecto fino, un socialista
impresionante. Los otros dos eran escritores, y tuve el honor de tratarlos hace
muchos años en La Habana: Julio Cortázar y Rodolfo Walsh”.
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“Cuando era muy joven creía en la posibilidad de construir un mundo
perfecto. Ya estoy demasiado viejo para creerlo, pero sí creo en un mundo
mejor, en un mundo para todos, sin excluídos”. Dos días antes, al finalizar una
de sus conferencias, había dicho que después de haber sobrevivido al terrible y
deslumbrante siglo veinte, tenemos razones para ser optimistas. Moderadamente,
pero optimistas al fin.
Ahhh, marxista, yo había leído macrista, qué susto...
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