martes, 2 de octubre de 2012

Hobsbawm en Buenos Aires


En noviembre de 1999, Eric Hobsbawm estuvo de visita en Buenos Aires. Tuve el privilegio de participar de una entrevista con él, junto a otras tres o cuatro personas. Escribí entonces una nota para el periódico La Vanguardia, de la que transcribo a continuación solo algunos párrafos.


“Un historiador no está nunca de vacaciones”, dice el historiador británico Eric Hobsbawm. Está citando, aclara, a un ilustre colega y amigo, ya desaparecido, el francés Fernand Braudel.  Antes, ha asegurado que aprendió a hablar español en sus viajes por América Latina, en la calle y en charlas de café. Es un método de aprendizaje, sostiene, más rico que cualquier otro.
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A los ochenta y un años, el intelectual inglés no ha decidido aún poner fin a su larga obra. Planea retomar  la investigación acerca de las formas pre políticas de rebelión popular, un tema que lo apasiona desde hace muchos años y sobre el que escribió uno de sus libros más admirados, el ya clásico Rebeldes Primitivos. “Me parece que el tema no está agotado - se entusiasma -, que tiene aspectos todavía inexplorados. Cuando escribí aquel libro no me di cuenta de todo lo que había allí. Creo que en los tiempos anteriores al capitalismo, a la sociedad moderna, había una idea en la cabeza de la gente alrededor de las que podrían ser unas relaciones aceptables entre los seres humanos, en términos de la justicia social, la libertad, la emancipación. Todo ello dentro de ciertos límites, relativos a la accesibilidad del poder, a la perspectiva, a la amplitud de conocimientos de la gente. Esa manera de pensar el mundo social cambió, después de la era de las revoluciones, no sólo por el nuevo contexto político, con el establecimiento de los estados nacionales, sino sobre todo por la invención de un nuevo vocabulario, de un nuevo lenguaje para expresar un discurso político-social. Pero es que todavía hay grandes zonas del mundo que están en tránsito desde sociedades anteriores a la Modernidad”.
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La aparición del libro (Historia del siglo XX, o La era de los extremos) en Europa motivó, entre muchos comentarios, el de que su autor escribe “como un marxista desilusionado”.  Hobsbawm reflexiona al respecto: “He pasado más de la mitad de mi vida esperando el triunfo de la revolución mundial. Cuando comprendí que ya no era posible,  esperé todavía un mejoramiento del socialismo realmente existente, pero parece que eso tampoco fue posible. Es claro que tengo que estar desilusionado. Pero en un sentido, en lo que se refiere a mi oficio, eso no es malo. La buena historia es la historia hecha por los vencidos, no por los vencedores. La derrota agudiza el sentido de análisis. En cuanto al marxismo, hay que decir que pese a todo su genio, Marx se equivocó en algunas cosas, pero no siento ninguna desilusión con el modo de ver la Historia según el método de Marx. En todos mis libros he intentado aplicar precisamente ese método”.
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La Historia del Siglo XX, que ha sido traducida a la friolera de treinta y seis idiomas, no lo ha sido, curiosamente, al francés. Hobsbawm asegura que no tiene para ese asunto una explicación clara: “Habría que preguntarles a los franceses. Algunos me han dicho que creen que quienes seguramente escribirían las reseñas en los periódicos no harían una crítica favorable, y que eso perjudicaría la venta. Es probable que a esos críticos la obra les resulte demasiado marxista. Me ha pasado antes, al revés, con otros libros. En la ex Unión Soviética mis textos no fueron nunca publicados, porque las autoridades no los consideraban suficientemente marxistas”.
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Hobsbawm recordó también a “algunos amigos argentinos que ya no están”: “Uno de ellos es Pancho Aricó, un hombre de un intelecto fino, un socialista impresionante. Los otros dos eran escritores, y tuve el honor de tratarlos hace muchos años en La Habana: Julio Cortázar y Rodolfo Walsh”.
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“Cuando era muy joven creía en la posibilidad de construir un mundo perfecto. Ya estoy demasiado viejo para creerlo, pero sí creo en un mundo mejor, en un mundo para todos, sin excluídos”. Dos días antes, al finalizar una de sus conferencias, había dicho que después de haber sobrevivido al terrible y deslumbrante siglo veinte, tenemos razones para ser optimistas. Moderadamente, pero optimistas al fin.  












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